La Estructura Pragmática de La Narración Literaria
La Estructura Pragmática de La Narración Literaria
La Estructura Pragmática de La Narración Literaria
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urso.html
José Ángel García Landa - Acción, Relato, Discurso: Estructura de la ficción narrativa
Índice
2.4. Relato
3. DISCURSO
En nuestro esquema básico del texto narrativo hemos aislado ya los elementos
no exclusivamente lingüístico-textuales en dos fases: el estudio de la acción y
el estudio del relato. Son éstos los elementos privativamente narrativos, los
que establecen un parentesco entre la narración verbal y otras artes narrativas,
como el teatro, el cine o el comic. Pero ya hemos visto que en el caso de la
narracion literaria ambos niveles, relato y acción, no son sino abstracciones
útiles que realizamos a partir de un nivel de manifestación superficial, que es
el texto narrativo. Pasamos ahora a un aspecto del estudio de la narratividad a
nivel discursivo: el estudio del texto narrativo como discurso. Hemos hablado
anteriormente de tres niveles principales de análisis del texto literario. Ahora
debemos entrar en más detalles: nuestro tercer nivel, el discurso, no puede
presentarse como un objeto homogéneo. Lo describiremos más bien como un
complejo proceso; un proceso de representación que como tal es distinguible
del proceso narrativo representado. El discurso debe ser analizado a su vez,
como ya hemos apuntado, en sub-niveles correspondientes a la comunicación
narrador-narratario y a la comunicación autor-lector. Para el análisis del
discurso como proceso a cada uno de estos niveles es básica la noción de texto
como instrumento comunicativo, como estructura verbal que es transmitida
por un emisor a un receptor. El estudio de este aspecto de la obra será, por
tanto, un estudio lingüístico. Sólo atendermos, sin embargo, a aquellos
aspectos del discurso más inmediatemente relacionados con la comunicación
de los niveles inferiores, la acción y el relato. Es decir, pasaremos por alto la
posibilidad, perfectamente justificable en otro tipo de estudio, de subdividir el
estudio del discurso en niveles lingüísticos diferentes: fonético, fonológico (o
bien grafémico / grafológico), morfológico, sintáctico, semántico… Por
supuesto, en cierto sentido tales niveles están implícitos en nuestro estudio en
la misma medida en que están implícitos en cualquier enfoque crítico. Pero
prestaremos atención al discurso como fenómeno específicamente semántico-
pragmático. Antes de pasar al estudio de la narrativa de ficción propiamente
dicha dedicaremos este apartado a sentar algunos presupuestos metodológicos.
3.1.1. Pragmática
The basic unit of language use is not a word or a sentence but a ‘text’, and
the’textual’component in language is the set of options by means of which a
speaker or writer is enabled to create texts—to use language in a way that is
relevant to the context. (“Language Structure” 160-161)
The anthropologist rather than the linguist is the key figure because the ‘unit’
of linguistic performance is not the sentence but the language situation
defined culturally, or communicative event, that gives sentences a function
and a characteristic shape.
In written discourse, the conditions of action are altered in obvious ways: the
audience is dispersed and uncertain; there is often nothing but internal
evidence to tell us whether the writer has beliefs and feelings appropriate to
his acts, and nothing at all to tell us whether he conducts himself appropriately
afterwards. Nonetheless, writing is parasitic upon speech in this, as in all that
matters. (Ohmann, “Speech” 248).
with the exception of vanity press publications, every book bears with it at
least the message that some professional judge, someone other than the writer
himself, thinks that within its genre and subgenre the text is “worth it”. (Pratt
119).
resulta claro no ser oficio del poeta el contar las cosas como sucedieron sino
cual desearíamos hubieran sucedido, y tratar lo posible según verosimilitud o
necesidad. Que, en efecto, no está la diferencia entre poeta e historiador en
que el uno escriba con métrica y el otro sin ella (...), empero diferéncianse en
que el uno dice las cosas tal como pasaron y el otro cual ójala hubieran
pasado. Y por este motivo la poesía es más filosófica y esforzada empresa que
la historia, ya que la poesía trata sobre todo de lo universal, y la historia, por
el contrario, de lo singular. (Poética IX, 1451 b)
Es decir, el objeto de la mimesis no tiene por que ser real: puede ser ideal,
puede incluso manifestar de una forma más perfecta que los objetos reales la
esencia y potencialidades de la naturaleza.
En otro pasaje igualmente famoso, Aristóteles pide a los poetas que sean lo
más “miméticos” posible, “que el poeta mismo ha de hablar lo menos posible
por cuenta propia, pues así no sería imitador” (Poética XXIV, 1460 a). Es
decir: no sería artista. Son frecuentes en la crítica posterior las condenaciones
aristotélicas a la voz directa del autor, que se considera un elemento
necesariamente extra-artístico. Parece difícil no ver en este pasaje aristotélico
una contradicción con la anterior definición de los modos de la mimesis,
cuando Aristóteles dice que “se puede imitar y representar las mismas cosas
con los mismos medios, sólo que unas veces en forma narrativa—como lo
hace Homero—, o conservando el mismo sin cambiarlo” (Poética III, 1448 a).
Habrá que admitir que Aristóteles entiende por mimesis dos cosas diferentes
en uno y otro contexto. Puede llevar esto a una molesta confusión entre
ficción y literatura, que comprensiblemente será muy frecuente en los
teorizadores más variopintos (3.1.6.1 infra ).
Durante numerosos siglos, la teoría literaria no va mucho más allá de las
teorías platónica y aristotélica en cuanto al problema de la ficcionalidad. San
Agustín reconoce que las obras de arte tienen verdad a su manera,
precisamente por el hecho de ser una especie de falsedad, pues es el papel del
artista ser en cierto modo un fabricante de mentiras. Boccaccio añade algunos
matices interesantes. Identifica deliberadamente los conceptos de poesía y
ficción; lo que se nos presenta “compuesto bajo un velo”, con la verdad oculta
bajo apariencia de falsedad, es poesía y no retórica. La poesía no es en
absoluto “mentira”, debido a este significado oculto que se interpreta a partir
del aparente y superficial. El poeta ya trabaja dentro de una convención y debe
ser leído de acuerdo con ella: “Poetic fiction has nothing in common with any
variety of falsehood, for it is not a poet’s purpose to deceive anybody with his
inventions”.
Este mismo razonamiento subyace a los planteamientos posteriores del
problema del valor de verdad de la ficción en la teoría literaria del
Renacimiento. Es conocido el argumento de Sir Philip Sidney en defensa de la
poesía:
the poet, he nothing affirms, and therefore never lieth. For, as I take it, to lie is
to affirm that to be true which is false. (...) But the poet (as I said before)
never affirmeth. The poet never maketh any circles about your imagination, to
conjure you to believe for true what he writes. (...) And therefore, though he
recount things not true, yet because he telleth them not for true, he lieth not
(...). (Sidney 124)
Esta solución clásica tiene sus equivalentes modernos (cf. 3.1.4.2 infra ). Sin
embargo, es muy parcial e incompleta. Sólo resuelve el problema relativo al
aspecto superficial del discurso: superficialmente, la ficción no es una
afirmación, por tanto no puede ser una mentira. Sin embargo, las teorías
renacentistas, incluída la del propio Sidney, suponen que la ficción sí afirma
algo de una manera subyacente, puesto que mantiene con la realidad una
relación de inteligibilidad semejante a la descrita por Aristóteles. Y Sidney
distingue, inspirándose en Platón, una poesía fantástica, que se ocupa de
objetos triviales o indignos, de una poesía icástica, “figuring forth good
things” (125).
En suma, la ficción no es en absoluto una mentira: más bien, tiene
posibilidades de ser una afirmación verdadera sobre la realidad. Esta visión
aristotélica pervive esencialmente durante los siglos XVII y XVIII. Para
Samuel Johnson, “[t]he Muses wove, in the loom of Pallas, a loose and
changeable robe, like that in which Falsehood captivated her admirers; with
this they invested Truth, and named herFiction.” En gran medida, es la
postura que sigue vigente hoy mismo, ya se formule en términos lingüísticos,
hermenéuticos, marxistas o psicoanalíticos. Sólo marginalmente es
contestada.
Los románticos van más allá esta solución aristotélica. Afirman de nuevo
una postura que contiene elementos platónicos, aunque invertidos. Lo que
hace importante a la ficción no es que haya una realidad previa a la ficción
con la cual esta se corresponde secretamente, sino precisamente una no-
coincidencia fundamental: los artistas nos presentan cosas que no son, y
precisamente por ello son creadores de ideales, de modelos. Así, por ejemplo,
arguye Oscar Wilde en “The Decay of Lying”. Todavía hoy John Fowles
piensa que el novelista tiene mucho de mentiroso en su constitución. Pero
estas observaciones se colocan a un nivel más complejo, que desborda las
convenciones interpretativas básicas que estamos examinando.
Tanto Dryden (“A Defence of an Essay on Dramatic Poesy” 89) como
Johnson o Coleridge observan que nunca hay una confusión por parte del
receptor entre la ficción y la realidad. De haberla, se debería a un error. La
actitud que el receptor adopta ante la ficción no consiste en creerla, sino más
bien en colaborar con la ficción, entrar en el juego, “to transfer from our
inward nature a human interest and a semblance of truth sufficient to procure
for these shadows of imagination that willing suspension of disbelief for the
moment, which constitutes poetic faith” (Coleridge, Biographia Literaria 168).
El concepto dewilling suspension of disbelief, suspensión deliberada de la
incredulidad, sigue en la base de las teorías contemporáneas. En él se
encuentra implícito un principio básico de la descripción pragmática de la
ficción: “fiction is defined by its pragmatic structure, and, in turn, this
structure is a necessary part of the interpretation of fiction” (Jon-K. Adams,
Pragmatics and Fiction 2). Observemos que aun en el caso de la llamada
“realidad virtual” se trata de un espacio acotado en el interior de la realidad
pública, según convenciones de uso bien establecidas.
Ingarden (Literary Work 342) formula un principio comparable al de
Coleridge: no hemos de ser absolutamente conscientes de la ficcionalidad, y
tampoco confundir la ficción con la realidad. Si se da cualquiera de estos dos
extremos el efecto de la ficción fracasa. Esto no impide, continúa Ingarden,
que reaccionemos emocionalmente ante la ficción como ante la realidad.
Según Bullough (757), el hecho de que un personaje de una narración sea o no
ficticio no altera nuestros sentimientos hacia él; quizá esto sea excesivo, pero
sí podemos admitir que la posición básica del espectador ya ha sido acotada
por la forma narrativa y la escritura. Bullough quiere resaltar el placer
básicamente estético de la ficción. Las teorías estéticas de finales del siglo
pasado y principios del presente expresan el status peculiar de la poesía
refiriéndose a su valor intrínseco o autónomo (cf. Bradley 738), un concepto
que con frecuencia se ha prestado a exageraciones o malinterpretaciones. El
psicoanálisis explicaría lo mismo diciendo que el contenido de la narración es
siempre fantástico (Castilla del Pino, “Psicoanálisis…” 302). Tanto en la
narración literaria real como en la ficticia la intervención del lector consiste en
una proyección de deseos propios sobre el mundo narrado. Por ello, como
veremos, en literatura no es tajante la diferencia entre ficción y no ficción ni
entre realismo y fantasía: lo importante es que tanto la ficción “realista” como
la ficción “fantástica” siguen unas pautas de organización semejantes. Las
estructuras narrativas proporcionan muchas de esas pautas.
Es necesario, sin embargo, distinguir teóricamente los conceptos de
narración y ficción, así como distinguir de la ficcionalidad otros fenómenos
como la convencionalidad o la semioticidad. Teorías desarrolladas en nuestro
siglo, notablemente entre ellas el estructuralismo, el marxismo y el
psicoanálisis, han revelado la naturaleza codificada y estructurada de
fenómenos antes considerados inanalizables o brutos, como son la estructura
psíquica del sujeto, el comportamiento consciente o inconsciente, la ideología.
Resulta de ello a veces una tendencia a considerar todos estos fenómenos así
estructurados como “ficciones” colectivas o culturales. Este es un sentido
vago del término que hay que evitar. En concreto, y volviendo al tema que
aquí nos ocupa, el hecho de que una narración imponga una configuración
sobre la acción narrada, o el hecho de que siga convenciones genéricas de
estilo, de clausura, descripción, etc., no significa que sea por ello
necesariamente “ficticia”; como tampoco están reñidos en la novela la
consciencia del artificio por una parte y el realismo por otra. Entenderemos
como caso paradigmático de ficción el acto comunicativo que se propone
como ficción y que es interpretado como tal. La proporción de ficcionalidad
que haya en otros fenómenos deberá medirse con respecto a este caso central.
When this happens, the statements which appear in the poetry are there for the
sake of their effects upon feelings, and not for their own sake. Hence to
challenge their truth or to question whether they deserve serious attention as
statements claiming truth, is to mistake their function. (Richards, Practical
Criticism 186)
has no autonomous ideal existence but is relative, in both its origin and its
existence, to entirely determinate subjective conscious operations. On the
other hand, however, it should not be identified with any concretely
experienced “psychic” content or with any real existence. (Literary Work 104)
For this reason the corresponding purely intentional states of affairs are only
regarded as really existing, without, figuratively speaking, being saturated
with the character of reality. That is why, despite the transposition into reality,
the intentionally projected states of affairs form their own world. (Literary
Work 118)
Un mundo propio que, como reconoce Ingarden, está anclado hasta cierto
punto en el mundo objetivo (3.1.4.4 infra).
En principio, la distinción de Ingarden entre la carencia de habitus en la
proposición, elhabitus externo del (pseudo)juicio y la “saturación” del habitus
en el juicio parece relacionable con la diferencia antes mencionada entre los
niveles locucionario e ilocucionario, admitiendo la existencia de ilocuciones
ficticias. Es decir, además de consistir en proposiciones con valor semántico,
el discurso de ficción adopta la forma de un acto de habla (ilocucionario) sin
por ello adquirir una referencialidad real. Por supuesto, los conceptos de
Ingarden no son completamente coincidentes con los de la teoría de los actos
de habla tal como la entendemos aquí, y habría que guardarse de hacer
identificaciones precipitadas. El principal inconveniente que presenta la
explicación de Ingarden es que en su taxonomía la frase (de ficción) literaria
se presenta como si le faltase algo que sí tienen las frases “ordinarias”, cuando
es más conveniente describirla como el resultado de una codificación ulterior:
la frase “ordinaria” más unas reglas de interpretación adicionales. Un discurso
de ficción sí es un tipo particular de acto de habla (ilocucionario), un acto de
habla particular cuya descripción presupone lógicamente la descripción de un
acto de habla comparable formalmente pero que tenga referencia real. Sin
embargo, los puntos de coincidencia entre ambas teorías son significativos.
Martínez Bonati caracteriza la naturaleza lingüística básica de la obra de
ficción a partir de dos rasgos fundamentales. El primero es la presencia en ella
de lenguaje mimético. Se refiere Martínez Bonati a la vez a la mimesis
aristotélica y a la creación de un mundo a partir del texto según acabamos de
ver en la teoría de Ingarden. Para Martínez Bonati, el lenguaje mimético es
transparente: no atrae la atención sobre sí mismo en tanto que lenguaje, sino
que nos remite al mundo ficticio en el acto mismo de nombrarlo.
Al estrato mimético no lo vemos como estrato lingüístico. Sólo lo vemos
como mundo. Su representación del mundo es una “imitación” de éste, que lo
lleva a confundirse, a identificarse con él. El discurso mimético se mimetiza
como mundo. Se enajena en su objeto. (Martínez Bonati 72)
Literalidad Referencialidad
Literal + ∅
Referencial ∅ +
Figurativo – ∅
Histórico + +
Ficcional ∅ –
Figurativo y ficcional – –
(Cuadro nº 8)
There are two overlapping distinctions that we need to have a firm grasp of:
fiction and nonfiction on one hand, and discourse and nondiscourse on the
other. Fiction and nonfiction are both modes of discourse; so when we talk
about either one we are talking about entities, properties, or states of affairs of
discourse. The difference between them is that when we talk about fiction we
assume as a matter of convention that what we are talking about has only
discourse properties. And when we talk about nonfiction we assume as a
matter of convention that what we are talking about has both discourse and
nondiscourse properties. (J.-K. Adams 7)
Le récepteur (spectateur) se laisse toucher par ce qui lui est présenté, parce
que les ressemblances partielles avec ce qu’il connaît lui font accepter la
possibilité d’une ressemblance avec quelque chose qui lui était jusqu’alors
inconnu et qu’on lui dévoile. (Clefs pour la sémiologie 63)
literature can be accurately defined as discourse in which the seeming acts are
hypothetical. Around them, the reader, using the elaborate knowledge of the
rules for illocutionary acts, constructs the hypothetical speakers and
circumstances—the fictional world—that will make sense of the given acts.
This performance is what we know as mimesis.
Quizá esto sea mucho decir. Adams está negando que la ficción literaria sea
una forma de comunicación, lo cual es cuanto menos discutible. También está
suponiendo una estanqueidad entre los niveles narrativos que no se da en la
práctica, como veremos al estudiar las figuras “intrusivas” del personaje-autor
y del autor-narrador (3.2.1.10, 3.2.1.11 infra). En la narración no intrusiva, las
figuras del autor y del narrador están más claramente separadas. Es este tipo
de discurso de ficción el que suelen estudiar los pragmatólogos. Aun así, sus
definiciones no llegan a ser satisfactorias—no vemos cómo puede un autor
crear a un narrador sin hacerlo mediante un acto de habla.
Según Lanser, “fiction instructs us to disbelieve in order to believe” (291).
Recordemos que Coleridge definía al revés la actitud del receptor: “a willing
suspension of disbelief”. La teoría de la literatura ha de mostrar la identidad
fundamental de estas afirmaciones en apariencia contradictorias: creemos que
son compatibles debido a la fragmentación de las actitudes del lector y a que
corresponden a fases (lógicas, no cronológicas) diferentes de la toma de
contacto con la ficción:
• por una parte, se orienta el lector hacia la situación comunicativa real
• por otra, hacia los espacios que el texto le reserva en su interior.
“Readers of such literary works”, observa Pratt, “are in theory attending to at
least two utterances at once—the author’s display text and the fictional
speaker’s discourse, whatever it is” (173). Consideramos que los análisis
pragmáticos de la ficción que hemos venido citando son incompletos porque
no llegan a tener en cuenta la totalidad de los actos de habla simultáneos que
se realizan en la obra de ficción, insertos unos dentro de otros
jerárquicamente. En este sentido, las teorías de Searle y de J.-K. Adams no
son tan diferentes. Por ejemplo, J.-K. Adams opina que el autor no realiza
actos de habla, y que no tiene “autoridad retórica” sobre el texto:
Esta visión del asunto ignora la estratificación del texto de ficción, que supone
el cumplimiento de unos actos de habla internos a él como medio para el
cumplimiento del propio texto como acto de habla. Van Dijk muestra que las
conexiones entre actos de habla simples forman actos de habla complejos, o
macro-actos de habla:
(Figura nº 6)
W (S ( text) H) R
W= writer, S= speaker, text = text, H= hearer, R= reader
The underline [sic] marks the communication context, which is fictional.
(Figura nº 7)
Por otra parte, hay que diferenciar estas dos figuras de una tercera (nº 8),
que esquematiza la inserción narrativa del discurso directo de los personajes.
Observemos que en la figura 7 eran mundos ficticios construídos por los
sucesivos personajes lo que se multiplica hacia el interior. En la figura 8, cada
nivel enunciativo puede referirse al mundo del nivel anterior o a un mundo
diferente: es decir, no hay aquí marcas de jerarquía ontológica. Además, se
refiere a un fenómeno específicamente lingüístico (cf. 3.2.2.3.2.2 infra).
Podríamos contemplar la figura nº 6 como una derivación compleja de las
figuras 7 y 8, que por lo demás se pueden combinar entre sí de formas muy
variadas, como veremos más adelante. Algunos de los niveles de la figura nº 6
son, por tanto, un grupo posible de niveles (cf. 3.2.1.4 infra). Esto nos da una
primera posibilidad de complicación de la estructura básica que hemos
presentado. Hay dos posibilidades básicas de multiplicación:
• Mediante una primera multiplicación vertical algunas entidades de la figura
nº 6 pueden multiplicarse dentro de su propio nivel: un narrador ficticio puede
introducir a otro narrador ficticio, un focalizador a otro focalizador, y así
sucesivamente. Esta propiedad deriva de la capacidad que tienen las figuras 7
y 8 de multiplicar sus niveles al infinito en profundidad.
(Figura nº 8)
Defoe ventured on irony, attacking the Jacobites in 1712 with his Reasons
against the succession of the House of Hanover. But the literal Whigs
prosecuted him for issuing a treasonable publication, and once more he was
imprisoned.
En este caso vemos cómo el autor ha realizado actos de habla ficticios, y sin
embargo se le hace responsable de su literalidad, pues no se ha identificado su
intención o se la considera irrelevante. Vemos, por tanto, que no sólo el punto
de vista del autor es el relevante: en ciertos géneros el autor deberá cuidar de
marcar su texto como tal texto ficticio, de modo que se pueda reconocer o
suponer la intención con la que él está escribiendo, que es la intención de
invocar las convenciones del discurso de ficción. Aunque el autor pueda
invocar esas convenciones, es el lector quien las reconoce y las aplica, si
procede. Los indicios de que se sirve el lector para juzgar que el autor invoca
las convenciones de la ficción son de diversos tipos. En el caso de la literatura,
ya hemos señalado las marcas externas de edición, aun reconociendo su
carácter contingente. Más fundamentales parecen las convenciones formales
inherentes a la literatura en cada época histórica: sólo en raros casos es
necesario verificar por otros medios si un escrito pretende o no ser ficticio. Lo
que nos interesa ahora, empero, no es lo que pueda llevar al lector a atribuir
esa intención, sino el hecho mismo de que deba atribuirla.
Desde un punto de vista cronológico, es el lector quien tiene la última
palabra sobre el asunto. Por otra parte, el análisis del discurso ya prevé este
problema a nivel de los actos de habla microestructurales, y así introduce
conceptos como uptake en Austin o “negociación” en Fabbri y Sbisà (3.1.1
supra), para determinar el cumplimiento de los actos de habla. Las teorías
modernas ya insisten en el papel decisivo del receptor:
3.1.5.1. La narratología
Except for the fact that they are not literature, natural narratives clearly fall
within the category of self-focussed messages as described by structuralists.
They are not utterances whose chief function is to transmit information.
Oftentimes, the “information” content is given in the abstract, but the story
goes on anyway. (69)
Hemos visto que estos dos conceptos se confunden con frecuencia; a veces se
da por hecho que toda la literatura es ficción y viceversa, o, al menos, no se
presta al problema la atención necesaria. Como observa Pratt, “the relation
between a work’s fictivity and its literariness is indirect” (92). Es decir, la
ficción es un discurso especialmente apto para la comunicación literaria, pero
no toda la ficción es literatura. Tampoco toda la literatura es ficción. Si
definimos provisionalmente la literatura como el tipo de discurso no utilitario,
que no es consumido como medio de información o como acto socialmente
impuesto, veremos que sólo parcialmente coincide con el concepto de ficción.
“As a glance at today’s best-seller lists can show, non-fictional narratives—
memoirs, survival stories, travel tales, and the like—are as much a part of the
public’s literary preference as fiction” (Pratt 96). Cuantitativamente hablando,
pues, no toda la literatura es ficción.
Cualitativamente hablando, los límites entre ficción y no ficción no siempre
son claros. Por una parte está el componente de realidad que entra en la
constitución de las entidades ficticias (3.1.4.4 supra). Por otro, la misma
actitud estética adoptada frente a la literatura. Por el mismo hecho de
presentarse como literatura, una narración auténtica adquiere muchos de los
rasgos que normalmente asociamos con las narraciones ficticias (cf. Pratt 93
ss). Algunas teorías estéticas hablan de desinterés, de satisfacción
intrínseca, distancia estética, distancia psíquica o debilitación de la respuesta
práctica para referirse a esta cualidad del objeto estético que tiende a anular la
diferencia práctica entre ficción y no ficción. Según Bullough, la distancia
psíquica con que se contemplan las obras literarias no está determinada por su
carácter de ficción o realidad. El proceso es más bien inverso: “distance, by
changing our relation to the characters, renders them seemingly fictitious”
(757). La apreciación del valor estético de una obra requiere una capacidad de
juicio por parte del lector, capacidad que desaparece si su interés práctico y
personal en el tema de la obra es demasiado grande. Ello no quiere decir que
el interés personal del lector no exista en la obra de arte; quiere decir que ha
debido ser depurado, filtrado: “It has been cleared of the practical, concrete
nature of its appeal, without, however, thereby losing its original constitution”
(Bullough 757). Es decir, el objeto literario puede tener un valor de verdad,
pero no es esa la cualidad que nos interesa en la experiencia estética; se vuelve
en cierto modo irrelevante salvo en la medida en que contribuya al efecto
estético. Ohmann recoge estas nociones cuando habla de detachment para
definir la relación entre el lector y el texto. Pratt se opone a esta idea
insistiendo en el compromiso continuo del lector: “our role in literary works
presupposes aesthetic commitment, not detachment” (99). Creemos que no
hay una contradicción auténtica si adoptamos la formulación original de
Bullough, que veía la “distancia psíquica” como algo que ha de aparecer entre
el lector y sus propios intereses prácticos. Así, el lector se compromete con el
texto en tanto en cuanto acepta el papel de lector implícito que éste le indica.
Haciendo esto, se desliga de sus intereses prácticos inmediatos. Puede, por el
contrario, no aceptar ese papel y desligarse del texto, afirmándose como
individuo frente a la individualidad del autor.
Así pues, podemos concluir que aunque no existe una relación rígida entre
literatura y ficción, la ficción es en cierta manera la manifestación más
espontánea del fenómeno literario: “la literatura, en sentido estricto, encuentra
en la ficción su posibilidad”. Otros fenómenos y tipos de texto pueden
presentarse o leerse como literatura, pero esto se debe a que no se leen en un
vacío: se trata en este caso de un fenómeno secundario y derivado del caso
más central, el de la creación poética plena que se da en la ficción. Un
fenómeno de derivación semejante nos podría llevar a la reflexión más general
de que en la comunicación literaria no se da en modo alguno una suspensión o
debilitamiento de las convenciones del lenguaje (en contra de las teorías de
algunos pragmatólogos como Austin o Searle) sino un fenómeno de
sobredeterminación semiótica. Las convenciones lingüísticas ordinarias
operan plenamente, pero se ven subsumidas en una estructuración pragmática
más compleja.
El texto literario pertenece a una categoría de actos de habla más amplia, los
textos de exhibición. Ya hemos observado que no había lugar en las
clasificaciones más difundidas de los actos de habla para la literatura. Este es
un problema general de la categoría de los textos de exhibición. La teoría de
los actos de habla nació ligada al estudio de los actos de habla, es decir,
interesada por el aspecto más inmediatamente pragmático y utilitario del
lenguaje (Lanser 286 ss); se interesó, ante todo, por el estudio de los
performativos, la conversación, el lenguaje “corriente”, etc. (cf. Austin 1;
Lozano, Peña-Marín y Abril 174). Un texto de exhibición (un libro sería la
forma más típica) está desligado de su enunciador, correspondiendo por tanto
al receptor un papel al menos igulamente activo en el uso comunicativo del
texto: por ejemplo, escoger leer una narracion en un determinado contexto
práctico (como entretenimiento, como objeto de análisis, etc.). De ahí que sea
tan relevante en las definiciones de literatura el acto de discurso realizado por
el receptor, y no sólo por el autor.
Según Lanser, “the illocutionary activity signalled by the production of a
display text requires a posture of contemplation rather than direct action”
(286). Esto es muy relativo. Hay pasividad en el sentido de que (idealmente)
el receptor presta atención al texto completo sin proceder a ocupar el terreno
comunicativo para interactuar con el emisor. Pero la aparente pasividad del
receptor puede ocultar una intensa actividad intelectual. “La comprensión del
texto “, afirma Umberto Eco, “se basa en una dialéctica de aceptación y
rechazo de los códigos del emisor y de propuesta y control de los códigos del
destinatario”. La proliferación de sentido característica del texto literario
depende pues no sólo del autor, sino también en gran medida del receptor, que
se transforma a veces en una especie de autor invitado, o en un espontáneo
que interrumpe la celebración.
Por tanto, la definición semiótica del texto estético proporciona el modelo
estructural de un proceso no estructurado de interacción comunicativa (...). El
texto estético se convierte así en la fuente de un acto comunicativo
imprevisible cuyo autor real permanece indeterminado, pues unas veces es el
emisor, y otras el destinatario, quien colabora en su expansión semiósica.
Pratt critica las definiciones intrínsecas del hecho literario. Tales definiciones
están ignorando que los textos ya llegan a nuestras manos usados, valorados.
No hay obras de por sí literarias, sino obras a las que se ha permitido entrar en
la literatura: “[t]he “honorific” sense of literature is a legitimate one if it is
understood to refer to a set of literary works that have passed a filtering
process carried out by a group of people” (l22). Se trata de obras
comunicativamente efectivas o artísticamente valiosas, según el juicio emitido
por una serie de lectores cualificados, que pueden ir desde un solo editor hasta
el consenso histórico de la tradición en el caso de los grandes clásicos. Todas
las anomalías formales que en las obras se encuentren son analizadas por el
lector a la luz de ese conocimiento, y de acuerdo con el presupuesto de que
toda desviación está dirigida a obtener un efecto comunicativo especial (170
ss). Una construcción anómala se naturaliza si la leemos como recurso
literario: podríamos decir con Lotman que en este proceso interpretativo “[l]as
unidades yuxtapuestas incompatibles en un sistema obligan al lector a
construir una estructura complementaria en la cual esta imposibilidad
desaparece” (340). Observemos que nuestra atención ha pasado de la
intencionalidad autorial, por el camino de la aceptación social, a la acción
individual del lector. Como veremos, todos estos elementos son relevantes a la
hora de discutir el status literario de una obra: éste se define por la tensión
entre unos y otros criterios (cf. Lotman 347). Pero no parece haber un acuerdo
en torno a esta cuestión.
J.-K. Adams (9) parece privilegiar el punto de vista del lector cuando señala
que el concepto de literariedad se refiere a una manera de leer el libro, y no a
una manera de escribir el libro. Este argumento no se encuentra tan alejado
como parecería de la propuesta de Todorov (“The notion of literature” 8) de
sustituir la diferencia entre literatura y no literatura por una clasificación
formal de las tipologías de discursos. De sus argumentos sobre la función
transitoria de la poética (Poética 124 ss) puede concluirse que,
sorprendentemente, Todorov ha invertido los presupuestos formalistas de los
que partía. No puede existir la poética como un estudio de lo específicamente
literario porque no existe lo específicamente literario: la literatura no es un
concepto bien definido, sino lo que Wittgenstein llamaría “a family-
resemblance notion” (Searle, “Logical Status” 320). Para Segre, “las
diferencias entre los textos literarios y los demás no son de naturaleza, sino de
cualidad y de función” (Principios 179). Es evidente que la noción de
literatura no es fija: lo que ayer no era literatura hoy puede considerarse
literatura; lo que uno considera literatura otro puede considerarlo basura (cf.
Searle, “Logical Status” 321). La versión extrema de esta postura llevaría a no
reconocer una forma específica del texto literario y a ignorar la
intencionalidad del autor a la hora de escribir el texto en lo referente a su
literariedad. Cualquier texto podría, pues, ser leído como un texto literario, y
no habría criterios interpersonales para llegar a una definición de literatura.
“Roughly speaking, whether or not a work is literature is for the readers to
decide”, nos dice Searle.
David Lodge critica este planteamiento, señalando la necesidad de justificar
el canon literario tradicional, así como de mantener ciertos criterios formales:
There are a great many texts which are and have always been literary because
there is nothing else for them to be, that is, no other recognisable category of
discourse of which they could be instances... The Faerie Queene, Tom Jones
and «Among School Children» are examples of such texts; but so are
countless, bad, meretricious, ill-written and ephemeral poems and stories.
These, too, must be classed as literature because there is nothing else for them
to be: the question of value is secondary... But works of history or theology or
science only «become» literature if enough readers like them for «literary»
reasons—and they can retain this status as literature after losing their original
status as history, theology or science.
Dicho de otra manera: los textos no sólo pueden leerse como textos literarios:
también pueden escribirse con la intención de que sean leídos como textos
literarios. Una voluntad de que se reconozca su peculiar intencionalidad
comunicativa es lo que caracteriza a los actos ilocucionarios, de los cuales la
literatura es un tipo particular: según la teoría de Lodge, “although the literary
text may be formally identical to any other sort of text, it is, of its nature,
deviant as discourse, that is, in its communicative function”. Creemos que
hay que incluir el acto de escritura en una consideración de la literariedad: no
es indiferente a este fenómeno, por ejemplo, el que un libro sea escrito con
una intención literaria o no, el que apunte a un determinado público o
mercado, etc. Y esto independientemente de que se trate o no de un texto de
ficción, de un texto narrativo o no.
Los New Critics americanos solían definir la obra literaria como un todo
orgánico, una estructura cerrada en el que cada detalle significaba de modo
coherente. Los análisis prácticos, sin embargo, siempre se enfrentaban a
problemas insuperables a la hora de demostrar este presupuesto. Y es que se
trata precisamente de un presupuesto: la unidad inflexible de la obra literaria
es algo que se da por hecho desde le momento en que sabemos que se trata de
una obra literaria. Es una cuestión referente no a la estructura de la obra
definida aisladamente, sino más bien a las expectativas del lector:
“Every poem must necessarily be a perfect unity”, says Blake: this, as the
wording implies, is not a statement of fact about all existing poems, but a
statement of the hypothesis which every reader adopts at first trying to
comprehend even the most chaotic poem ever written.
Esta explicación nos parece insostenible (cf. 3.1.4.2 supra). El autor realiza un
acto de lenguaje al cual llamamos escribir una novela. Y ese acto de habla se
produce en una situación comunicativa real: la escritura de la obra, su
publicación y su lectura. En realidad, habría que distinguir varias acepciones
del término “comunicación” antes de considerar en qué medida es
comunicativa la literatura. La objeción de Adams no va dirigida tanto a la
literatura en sí como a la literatura en tanto que usa de la ficción. La noción de
comunicación en semiótica suele ligarse estrechamente a la de
intencionalidad. “Buyssens, Prieto, Mounin s’accordent pour reconnaître dans
l’‘intention de communiquer’ le critère fondamental du comportement
sémiologique”. Ya hemos visto que a este concepto añade la teoría de los
actos de habla el de reconocimiento de la intencionalidad. Adams basa su
teoría en el hecho de que el lector reconoce que el discurso del narrador es
ficticio. Pero es ese reconocimiento precisamente lo que señala el
cumplimiento de un acto ilocucionario, como ha señalado el mismo Adams
(63) siguiendo a Austin y a Searle (cf. 3.1.1 supra). La comunicación no
consiste en ser convencido ( perlocución) sino en la identificación de
intenciones comunicativas ( ilocución). “A communicative illocutionary act”,
observan Bach y Harnish, “can succeed even if the speaker is insincere and
even if the hearer believes he is insincere” (57); de manera semejante
podríamos describir el hecho comunicativo en la ficción. Si interpretamos el
discurso del narrador como un discurso ficticio, no es el acto ilocucionario del
narrador el que hemos reconocido, sino el del autor.
Aún más: es únicamente la relación autor / lector la que es forzosamente
una relación comunicativa. No podemos decir lo mismo de la relación
narrador / narratario (speaker / hearer para Adams), como nos lo demuestra la
existencia del monólogo interior, fenómeno no comunicativo, en este nivel
(3.2.2.3.3.2 infra). Por supuesto, el estudio de los contextos comunicativos
(incluido el propio contexto comunicativo literario) es de gran ayuda para el
estudio de este nivel, y cubre una amplia mayoría de los casos efectivos. Pero
siempre habremos de tener presente que este nivel de análisis trata con seres
ficticios y por tanto tiene un funcionamiento mucho más elástico que el nivel
autor / lector.
Mediante su actividad creadora el autor se erige, pues, en hablante
privilegiado frente a su comunidad; aspira a una “participación
deslumbrante” en el intercambio comunicativo. En este sentido la literatura
también tiene un aspecto intencional perlocucionario; el estilo del autor es el
conjunto de rasgos que determinan la estructura textual “como resultado de la
adecuación del instrumento lingüístico a las finalidades específicas del acto en
que fue producido”. Es el aspecto deliberado, planeado, consciente, de la
literatura. En este sentido, favorecido por la crítica neoclásica, la literatura
sería una forma de retórica, un discurso persuasivo. Algunos autores (Lanser
63) proponen suprimir la distinción entre poética y retórica, ya heredada por
Aristóteles. Esto no parece factible, pues llevaría a ignorar muchos aspectos
del fenómeno literario. Y la teoría de los actos de habla, basada en la
intencionalidad, no es la panacea de la teoría de la literatura. “The
conventional links between speech act and perlocutionary effect”, sostiene
Lanser, “(…) bridge the traditional gap between poetics and rhetoric” (71).
Pero esto no es así, ni mucho menos. En absoluto hay una relación
convencional entre un acto de habla y su efecto perlocucionario. Hay una
relación calculable hasta cierto punto, sobre un determinado oyente, en un
determinado contexto, etc. La relación “automática” que define la teoría de los
actos de habla no es entre el acto ilocucionario y el efecto perlocucionario,
sino entre el acto ilocucionario y su reconocimiento por parte del oyente.
De todos modos, la definición de comunicación que hemos presentado,
utilizada en la teoría de los actos de habla, es insuficiente para explicar la
actividad semiótica que tiene lugar en la lectura de un texto. Como observa
Janet Dean Fodor (Semantics 23), la teoría semántica tal como es definida por
Grice sería una teoría del significado para el emisor; la fuerza ilocucionaria es
una mínima parte del significado de una expresión. Incluso hemos visto que
este elemento comunicativo puede obviarse o virtualizarse (aunque
sospechamos que los casos en que un texto no literario es leído como un texto
literario derivan del caso central definible en términos comunicativos [macro-
]ilocucionarios). Pero la caracterización ilocucionaria reorienta la
interpretación de toda la semántica textual, determina la operatividad de unos
u otros códigos semánticos en el procesamiento del texto: así, en el texto
literario la semántica se activa, el signo se vuelve polifuncional e icónico. Por
todo ello, es crucial reconocer el carácter peculiar de la literatura como una
forma de comunicación.
Ahora bien, la comunicación que se da en la literatura no es la
comunicación lingüística corriente; hemos visto (3.1.6.1 supra) que en gran
medida literatura y ficción son conceptos coextensivos. El gran problema de la
crítica literaria siempre ha sido el definir en qué sentido el arte es
comunicativo, y de qué manera se le puede encontrar un valor de verdad, una
relación de homología con la realidad. No todo en la literatura es
comunicación. El escritor también explora y descubre; no transmite
significados ya hechos, sino que construye esos significados a la vez que el
vehículo que los transmite. Construye su mensaje, pero también deja que su
cultura, su lenguaje, hablen a través de toda su personalidad. Ni siquiera en su
uso estándar el lenguaje es un instrumento de comunicación sin más: “[p]arler
d’instrument, c’est mettre en opposition l’homme et la nature (…). Le langage
est dans la nature de l’homme, qui ne l’a pas fabriqué” (Benveniste,
“Subjectivité” 259). En este sentido, la creación literaria sería la quintaesencia
del uso del lenguaje.
Además de estos aspectos referenciales, intencionales o no, de la literatura,
no hay que olvidar la presencia invariable del sujeto productor en la obra:
es preciso decir (al otro) de uno mismo al decir de cualquier cosa; decir de
nuestra intención que pueda ser manifiesta; decir excluyendo intenciones que
se interesa ocultar. En suma, la función comunicativa ha de ser cumplida sólo
hasta el límite de lo que se propone al interlocutor y se propone el
comunicante. (Castilla del Pino, “Aspectos epistemológicos” 298)
Notas
Cf. Segre, Estructuras 14; Bal, Narratologie 4 ss; Volek 149; 1.1.1 supra.
Cf. Ruthrof (viii). Eïjenbaum (“Comment est fait Le manteau de Gogol”
212) señala que el interés de una obra puede depender por entero de su
presentación, del discurso, y no de la acción. Este desplazamiento se ha
observado con frecuencia en relación a narraciones vanguardistas, ya sea en
novela o en cine.
Algunas de estas divisiones son recogidas por otros estudios no
específicamente narratológicos, como los de W. Conrad (“Der ästhetische
Gegenstand”, cit. en Ingarden 32) o el propio Ingarden (30 passim ).
Van Dijk, Text Grammars 8, passim; Texto 32; Siegfried J. Schmidt,
Teoría del texto 25. Para una introducción, ver Robert de Beaugrande y W.
Dressler, Introduction to Text Linguistics, Enrique Bernárdez, Introducción a
la lingüística del texto, o G. Brown y G. Yule, Discourse Analysis.
“Il n’y a pas de métaphores dans le dictionnaire” (Paul Ricœur, La
métaphore vive, cit. en Schofer y Rice 135).
Para Benveniste, es discurso “toute énonciation supposant un locuteur et
un auditeur, et chez le premier l’intention d’influencer l’autre en quelque
manière” (“Relations” 242). Sobre el elemento intencional, cf. 3.1.1 infra.
Sobre la noción saussureana de discours como el aspecto sintagmático del
lenguaje, cf. Segre (Principios 188 ss), Hendricks (77 ss).
Cf. Barthes,”Introduction” 22, Hendricks 12. Según Ingarden (Literary
Work 145) este hecho ya es enfatizado por T. A. Meyer (Das Stilgesetz der
Poesie 18).
Pratt 7. Cf. sin embargo la noción de “lengua literaria” del Círculo
Lingüístico de Praga como una especie de transición entre la langue y la
parole (Karl D. Uitti, Teoría literaria y lingüística 126).
Curso 152. Cf. sin embargo Segre, Principios 190.
Cf.: “lo que nosotros necesitamos no es una teoría adicional de la
actuación sino una teoría adecuada de la competencia” (J. W. Oller,
“Transformational Theory and Pragmatics”; cit. por Schmidt, Teoría 35).
Cf. Maurice van Overbeke (“Pragmatique linguistique: I - Analyse de
l’énonciation en linguistique moderne et contemporaine” 396 ss), Lozano,
Peña-Marín y Abril (34 ss). Un paralelo histórico a la reacción de los analistas
del discurso contra la lingüística estructuralista (en la que incluímos la
generativa-transformacional) podría verse en el siglo XVIII, en la reacción de
Condillac contra la tradición gramatical cartesiana de Port-Royal (cf. Uitti,
Teoría 74 ss).
Cf. van Dijk (Texto 37, 325 ss), Janos S. Petöfi y Antonio García Berrio
(Lingüística del texto y crítica literaria 95 ss), Lozano, Peña-Marín y Abril
(200). Ingarden también anticipa este concepto: “what lies at the basis and is
the determining factor is not the already formed whole itself but only its
“conception”, the more or less precise outline of what is to be formed (...).
The author must have a certain perspective on something that transcends the
individual sentences that are formed at any given point in the work” (Literary
Work 146-147; cf. 153, 205).
Pratt 18; van Overbeke 464.
Cf. por ej. J. Ross, “On Declarative Sentences”; Jerrold M. Sadock,
“Whimperatives”; van Overbeke (450 ss); 3.1 infra.
Cf. Gerald Gazdar, Pragmatics: Implicature, presupposition and logical
form 15 ss; Lyons, Semantics 778.
Leonard Bloomfield, Language 139. Cf. Horst Geckeler, Semántica
estructural y teoría del campo léxico 52.
Cf. las observaciones sobre la conexión entre la significacion y la
referencia objetiva en Husserl, (Investigaciones lógicas 1 § 13, 1.250-51) o la
noción de “juego lingüístico” de Wittgenstein, que ve en el uso del lenguaje
una actividad a la vez regulada y cradora de normas (Philosophical
Investigations §§ 23, 117ss, 198ss). Cf. también Bach y Harnish (105);
Lotman (71); Ducrot (“Pragmatique” 550 ss); o la negociación de la intención
comunicativa descrita por M. Sbisà y P. Fabbri (“Models (?) for a Pragmatic
Analysis”), que sin embargo quizá desprecia en exceso el reconocimiento de
la intencionalidad del hablante.
Bühler (115-123). Cf. también 530 ss, para una distinción de los
enfoques semántico y pragmático de la significación. La importancia de la
obra de Bühler en el desarrollo de una teoría global del lenguaje no se puede
sobreestimar (cf. van Overbeke 416).
Mejor diríamos: entre significantes y significados y entre signos y
conceptos. Las relaciones con los objetos son más bien un problema de
referencia, y por tanto pragmático.
D. Wunderlich, “Die Rolle der Pragmatik in der Linguistik”, cit. en
Schmidt, Teoría 43 ss; van Dijk, Text Grammars 3 ss. Wunderlich y van Dijk
distinguen aún una teoría de la actuación (theory of performance) cuyo objeto
de estudio es el uso efectivo que se hace de esos tres componentes de la
competencia lingüística (cf. van Dijk 313 ss).
“Pragmatique” (518). Nos atendremos a esta definición, que es más
amplia que la propuesta en última instancia por Ducrot, y utilizaremos el
término enunciador donde muchas veces Ducrot diría locutor. Veamos un
momento esta diferenciación: “X cite ce qui a été dit par Y. Bien que X soit le
locuteur de l’énoncé au moyen duquel il rapporte les paroles de Y, on doit
admettre, pour comprendre son discours, qu’il n’est pas l’énonciateur de cet
énoncé, car il ne se donne pas comme engagé pour lui” (“Pragmatique” 518).
Pero X sí está comprometido con el acto de habla consistente en citar las
palabras de Y: deberá responder, por ejemplo, de la exactitud de la cita o de su
interpretación de las palabras. Por eso, mantendremos que en este sentido X es
un enunciador cuya enunciación engloba (presupone, remite a) la enunciación
de Y. En tanto que simple portavoz será un locutor, pero su compromiso a la
hora de citar va mucho más allá: citar es también hablar.
“Teoría” 28; cf. Todorov, Poética 76; Ducrot, “Pragmatique” 520.
Para una buena exposición de estos principios, véanse los estudios de E.
D. Hirsch contenidos en Validity in Interpretation y The Aims of
Interpretation. La sistematización clásica de la hermenéutica es la efectuada
por Schleiermacher.
Por supuesto, estos estudios no son radicalmente nuevos. Ya Protágoras
distinguía entre lo que él denominaba “fundamentos de los discursos”
(pythmenas logon) cuatro tipos: la pregunta, la súplica, la respuesta y la orden.
Otras clasificaciones se encuentran en Alcidamante y Anaxímenes (Antonio
López Eire, Orígenes de la poética 17 ss). El mismo Aristóteles presenta una
lista comparable (mandato, ruego, explicación, amenaza, pregunta, respuesta,
etc.), añadiendo además que este tipo de estudio no es propio de la poética:
“Por el conocimiento o ignorancia de estas cosas no se puede hacer al arte del
poeta reproche alguno digno de especial atención. Porque, ¿cómo suponer
falta alguna en lo que achaca Protágoras a Homero, quien, al decir “canta, oh
diosa, la ira...”, pensó rogar y lo que hizo fué ordenar, puesto que, según
palabras de Protágoras, decir en imperativo que se haga o no algo es una
orden? Dejemos pues, de lado tales consideraciones que son propias de otras
artes, no de la poética” (Poética 1456 b). Rudimentos pragmáticos de este tipo
se encuentran durante siglos en las Lógicas, Retóricas y Gramáticas de toda
especie, hasta su sistematización gradual en nuestro siglo (cf. van Dijk 24; van
Overbeke 412). Antes de los “actos de habla” vinieron las “funciones del
lenguaje” o “usos del lenguaje” (hay versiones en Malinowski, Brugmann,
Sonnenschein, Steinthal, Bally, Richards, Bühler, Jakobson, Martínez Bonati,
Halliday, Castilla del Pino, etc.), una noción que no debe considerarse
desbancada por este nuevo enfoque, pues sólo está recubierta parcialmente por
él.
How to Do Things with Words (95 ss). Cf. Searle (Actos 32); van Dijk
(Text Grammars 318 ss, Texto 278 ss), Schmidt (Teoría 59 ss); Pratt (80);
Lyons (Semantics 730); Lozano, Peña-Marín, Abril (188). Una interesante
prefiguración de la diferenciación de Austin aparece en la teoría de Ingarden
(Literary Work 107 ss).
La noción del lenguaje como una forma de actuar es evidentemente
anterior a Austin. Cf. por ejemplo Roman Ingarden (“The Functions of
Language in the Theater” 382); Benveniste (“Subjectivité” 265).
Searle 47, 65 ss; Pratt 81; Lyons, Semantics 733; van Overbeke 458 ss;
Ducrot, “Pragmatique” 519.
“Intention and Convention in Speech Acts” 456-457. Cf. Hirsch, Aims
67-71.
Para A. V. Cicourel, la comunicación deja de ser una simple transacción
de significados y deviene un intercambio de actos de habla (“Three Models of
Discourse Analysis: The Role of Social Structure”, cit. en Lozano, Peña-
Marín y Abril 41).
“So the performance of an illocutionary act involves the securing of
uptake” (Austin 117). Cf. Strawson, Searle (Actos 52); Lyons (Semantics
733); Lozano, Peña-Marín y Abril (194 ss). Subrayemos que es la fuerza
ilocucionaria lo que ha de reconocerse, y no la intención perlocucionaria no
convencionalizada, como sostenía Grice (cf. la refutación de esta postura en
Searle, Actos 51 ss). Van Dijk (Texto 282 ss) también descuida esta
distinción, lo cual imposibilitaría, por ejemplo, una diferenciación teórica
entre ficción y mentira (3.1.4.2 infra ). Sin embargo van Dijk no confunde
estos dos actos (cf. “La pragmática de la comunicación literaria” 180).
“El habla, la literatura y el espacio que media entre ambas” 40.
Bach y Harnish (10). Cf. Searle: “El acto o actos de habla realizados al
emitir una oración son, en general, una función del significado de la oración”
(Actos 27). Bach y Harnish también demuestran que aun en los casos en que
la fuerza ilocucionaria se haga explícita en el significado locucionario no por
ello desaparece el nivel propiamente ilocucionario: el oyente deberá reconocer
que la atribución de fuerza ilocucionaria declarada es exacta y debe
interpretarse literalmente. Además, la semántica de la frase sólo nos diría qué
tipo de acto locucionario se realiza: no nos dice que se haya realizado
efectivamente (204 ss).
Cf. Zelig S. Harris, “Discourse Analysis”; DoleΩel, “Structural Theory”
95; Halliday, “Linguistic Function” 334; Petöfi y García Berrio 245.
Cf. Karl D. Uitti (“Philology: Factualness and History” 112), Richard
Ohmann (“Speech, Action, and Style”, 245), D. Sperber (“Rudiments de
rhétorique cognitive”), van Dijk (Text Grammars 3, Texto 32), Schmidt
(Teoría 51 ss), Lanser (71), Segre (Principios 377). Hjelmsev ya trataba
ciertos fenómenos semánticos, como la connotación, a nivel de discurso
(Martinet 177).
Van Dijk, Texto 325 ss; cf. Pratt 85. Para Ohmann, en una novela,
“behind the acts of stating is the all-encompassing illocutionary act of telling a
story” (“Speech” 247). Ohmann señala, con cierta razón, que también la
estilística clásica ignoraba el nivel ilocucionario del discurso.
Ver 3.1.6.2 infra. Desarrollo algunos aspectos de la literatura desde la
teoría de los actos de habla en los artículos “Speech Act Theory and the
Concept of Intention in Literary Criticism” y “Speech Acts, Literary
Tradition, and Intertextual Pragmatics.” Otros desarrollos pueden verse en
Sandy Petrey, Speech Acts and Literary Theory.
Roger Fowler, “The Structure of Criticism and the Languages of Poetry:
An Approach through Language” 185.
Searle, Actos 65. Jacques Derrida (Limited Inc) ha criticado esta actitud
como “logocéntrica”. Con respecto a la crítica deconstructivista al
estructuralismo en general, sólo podemos apuntar aquí brevemente que a
nuestro juicio gran parte de las objeciones quedan invalidadas si se hace una
interpretación situacional y constructivista de la actividad estructuralista: las
estructuras no son arquetipos platónicos, sino modelos provisionales
contruidos para un acto interpretativo específico en un contexto discursivo
dado.
T. Ballmer y W. Brennenstuhl, Speech Act Classification: A Study in
the Lexical Analysis of English Speech Activity Verbs 26.
Cf. Lanser (280, 289). Por supuesto, algunos autores ya han trabajado en
esta dirección hace tiempo. En la (muy incompleta) clasificación de
actuaciones verbales presentada por Brugmann, que incluye ocho categorías sí
se recoge como un tipo individual el “statement about imagined reality”
(Verschiedenheiten der Satzgestaltung nach Massgabe der seelischen
Grundfunktionen; cit. por Jespersen, 301). El análisis de Ingarden (3.1.4.2
infra) es ya bastante detallado.
Ludwig Wittgenstein, Philosophische Untersuchungen § 23; Habermas,
Theorie der Gesellschaft oder Sozialtechnologie, cit. en Schmidt, Teoría 124
ss; Schmidt, Teoría 128 ss.
Algunas definiciones de la pragmática literaria no contemplan el análisis
pragmático de los contextos comunicativos interiores al texto (por ej. van
Dijk, “Pragmática” 191; Tomás Albadalejo Mayordomo, “La crítica
lingüística” 191).
La crítica de J. Derrida en “Signature événement contexte”, que
supuestamente niega la diferencia esencial entre palabra y escritura, sólo
parece aplicable al contraste descontextualizado entre estos dos medios. En
los rasgos “esenciales” queremos incluir también las condiciones discursivas
usuales de estos medios.
Por supuesto, el proceso es (idealmente) recuperable a partir del objeto.
Lo mismo sucede con cualquier tipo de “escritura” no gráfica, como la
grabación magnética. Y, de todos modos, la distinción entre proceso y objeto
es relativa, como deja claro el estudio de Derrida sobre la materialidad de la
escritura.
En Hypertext y Hyper/Text/Theory, libros escrito y editado
respectivamente por George Landow, se exploran algunas implicaciones de la
hipertextualidad para la teoría interpretativa, la estructura narrativa o la
interacción entre escritor y lector, que llegan a fusionarse en un “wreader”
(“escrilector”, quizá).
Cf. 3.1.2 supra; Castilla del Pino, “Psicoanálisis” 290; Segre, Principios
21.
Ver Jenny Shepherd, “Pragmatic Constraints on Conversational
Storytelling.”
Cf. Saussure 24 ss; Bloomfield 139 ss; Sanford y Garrod, cap. VIII;
Segre, Principios 141. Nos centramos aquí en el aspecto de comprensión
presente en el uso del lenguaje, sin negar por ello que el oyente haga algo más
que comprender (por ejemplo, adaptar , interpretar, manipular, etc. el
mensaje)
Ver por ej. Interaction Ritual de Goffman.
Cf. Paul Ricoeur, “The Model of the Text: Meaningful Action
Considered as a Text” 97. Cit. en Lanser 117.
Sociología de la literatura, cap. I. i.
Ver los interesantísimos análisis de Maurice Couturier en La Figure de
l’auteur.
En Sofistas: Testimonios y fragmentos (Gorgias).
Ingarden, Literary Work 173 n. 157; Lubbock 123; Mark Schorer,
“Technique as Discovery”; Friedman, “Point of View”, etc. Cf. 3.2.1.1,
3.2.2.3.5 infra.
Soliloquia II, x; cit. en Wimsatt y Brooks 125.
Genealogy of the Gentile Gods (XIV. ix, 428). Es decir, la ficción
consiste en la “creación”, mediante la palabra, de una realidad al margen de la
referencia objetiva. Cf. las ideas de Scaliger (Poetics 139) o Sidney (An
Apology for Poetry 100). Para algunos, la ficcionalidad sería necesaria para
distinguir la literatura de la historia (Castelvetro, Aristotle’s Poetics I, 145;
Dryden, “An Account of the Ensuing Poem [Annus Mirabilis] in a Letter to
the Honourable Sir Robert Howard” 8). Antes se discutía en este sentido la
Farsalia de Lucano; hoy se discute el status literario de In Cold Blood. Cf.
3.1.4.4 infra.
Genealogy XIV. xiii, 131. Argumentos parecidos aparecen ya, según G.
Shepherd (199), en la Rhetorica ad Herennium y en las Etimologías de San
Isidoro. Para una definición de este argumento en el marco de la teoría de los
actos de habla, cf. 3.1.4.2 infra.
Johnson, Rambler 96. Cf. también Hegel, Introducción a la Estética II,
49; John Stuart Mill, “What is poetry?” 538; Paul de Man, Blindness and
Insight 18.
Susana Onega, “Fowles on Fowles” 76.
Cf. también Edward Bullough, “‘Psychical Distance’ as a Factor in Art
and an Aesthetic Principle” 760; Richards, Practical Criticism 277.
Cf. Ricœur, Time and Narrative 2, 3, 13.