John Knox
John Knox
John Knox
Ubicada el norte de Inglaterra, el reino de Escocia siempre vio a los ingleses como una amenaza
para la soberanía de sus territorios. Por esta razón, Escocia era una aliada tradicional de Francia.
Sin embargo, no todos los escoceses veían esa alianza con buenos ojos; algunos pensaban que era
más aconsejable estrechar los lazos de amistad con Inglaterra.
Estos últimos recibieron un espaldarazo cuando el rey Enrique VII de Inglaterra prometió la mano de
su hija, Margarita Tudor, a Jaime IV de Escocia. Esta alianza matrimonial trajo la esperanza de que
ambos reinos pudieran vivir en paz a partir de entonces.
De hecho, Enrique VIII también le ofreció la mano de su hija María a su sobrino Jaime V, hijo de
Jaime IV, pero éste prefirió mantener la política tradicional de alianza con Francia, y se casó con la
francesa María de Guisa. Fruto de esta unión nació María Estuardo.
Durante ese tiempo, el protestantismo había comenzado a penetrar en Escocia encontrando allí un
suelo abonado por el ministerio de los lollardos yhusitas que no habían podido ser desarraigados del
país.
Algunos escoceses que viajaban a Europa continental trajeron consigo una fuerte influencia de los
reformadores alemanes; y aunque el Parlamento escocés promulgó leyes contra ellos, la nueva
doctrina continuaba expandiéndose y contando con el favor de muchos nobles.
María Estuardo
En 1542 muere Jaime V, quedando como heredera del trono su hija María Estuardo que acababa de
nacer. De inmediato comenzó una pugna por el futuro de la niña. Enrique VIII de Inglaterra deseaba
casarla con su hijo Eduardo, plan este que contaba con cierto apoyo de los nobles protestantes
escoceses.
Pero los católicos deseaban más bien que María fuese enviada a Francia para ser criada allí y luego
casada con un príncipe francés. Finalmente, los francófilos prevalecieron y la pequeña María
Estuardo fue enviada a Francia, mientras su madre permaneció en Escocia como regente.
En 1558 se casó con el delfín Federico II (éste es un título nobiliario francés reservado para los
príncipes herederos al trono que fuesen hijos legítimos del monarca), que fue coronado como rey
unos meses después de la boda.
De modo que ahora María Estuardo, con apenas 16 años de edad, era la reina consorte de Francia y
la reina titular de Escocia. Pero esto no fue suficiente para ella. El mismo año de su boda, muere en
Inglaterra María Tudor y su hermana Isabel asciende al trono.
Pero dado que Isabel era hija de Ana Bolena, para los católicos ella era una bastarda y, por lo tanto,
el trono de Inglaterra le correspondía más bien a María Estuardo, bisnieta de Enrique VII. A la
muerte de María Tudor, María Estuardo se proclama también reina de Inglaterra.
John Knox
John Knox nació en algún momento entre los años 1510 y 1515. Estudió teología en la Universidad
de San Andrés y fue ordenado sacerdote alrededor del 1540. Poco tiempo después comenzó a ser
influenciado por el protestantismo por hombres como George Wishart; finalmente se convirtió y,
aunque al principio rehusó predicar, fue presionado a hacerlo, de modo que llegó a ser el predicador
de la comunidad protestante escocesa.
Pero el 31 de julio de 1547 fue tomado prisionero junto con otros reformadores y condenado a remar
en las galeras francesas, condena que sufrió por 19 meses. Pero gracias a la intervención de
Inglaterra, finalmente fue liberado. Durante el reinado de Eduardo VI sirvió como ministro en
Inglaterra desde 1549-1551. De igual modo vino a ser uno de los capellanes de la corte, por lo que,
en muchas ocasiones, predicó delante del rey y de la corte.
Cuando Eduardo muere, y su hermana María es coronada como reina, Knox se ve obligado a partir
hacia Suiza, donde se convierte en uno de los discípulos de Calvino en Ginebra.
Pero en Septiembre de 1554 fue llamado a pastorear una iglesia de refugiados ingleses en Frankfurt,
invitación que acepta por consejo de Calvino, y luego de una breve visita a Escocia, regresa a
Ginebra el 13 de Septiembre de 1556 donde asume de nuevo el pastoreo de una iglesia de
refugiados ingleses.
Mientras tanto en Escocia, y bajo la regencia de la reina madre, los católicos y francófilos
continuaban en el poder, lo que provoca una unión más estrecha entre los jefes protestantes.
A fines de 1557, éstos se comprometen bajo pacto solemne a “promover y establecer la muy bendita
palabra de Dios, y su congregación”. Por esta razón se les dio el nombre de “lores de la
congregación”.
En 1558, y a pesar de la persecución que se desató contra ellos, se organizaron como iglesia y
pidieron el regreso de John Knox.
Así las cosas, la regente de Escocia pidió ayuda a Francia en contra de los lores de la congregación;
éstos a su vez apelaron a Inglaterra “haciéndole ver que, si los católicos lograban aplastar la rebelión
religiosa en Escocia, y ese país quedaba en manos de los católicos y estrechamente unido a
Francia, la corona de Isabel peligraría” (Justo L. Gonzáles; Historia de la Reforma; pg. 119).
La reina de Inglaterra finalmente decide ir en ayuda de los protestantes a principios de 1560. Pero en
ese ínterin, muere la regente y los franceses proponen abandonar Escocia si los ingleses hacían lo
mismo.
Para esa época John Knox ya había regresado a Escocia y se había puesto al frente de la causa
protestante. Pero pronto vino a ser evidente que no tenía en todo una misma mente y un mismo
corazón con los jefes protestantes, sobre todo en lo referente a las riquezas; mientras los lores
querían enriquecerse con las posesiones eclesiásticas, Knox y un grupo de ministros que le seguían
querían hacer uso de esos recursos para establecer un sistema de educación universal, para ayuda
de los pobres y para el sostén de la Iglesia.
Al morir la regente, los nobles escoceses piden a María Estuardo que regrese al país para ser
coronada como reina de Escocia (su esposo, Francisco II, ya había muerto).
María regresa en 1561 y de inmediato comienza a tener conflictos con John Knox ya que, a pesar de
que María Estuardo garantizó la libertad de cultos, ella continuaba celebrando misa en su capilla
privada.
En su predicación, John Knox tronaba contra la idolatría de esta “nueva Jezabel”. “Mientras tanto,
Knox y sus colaboradores se ocupaban de organizar la Iglesia reformada de Escocia, que tomó una
forma de gobierno semejante al presbiterianismo posterior. En cada iglesia se elegían ancianos, y
también el ministro, aunque éste no podía ser instalado sin antes ser examinado por los demás
ministros. El libro de disciplina, el libro de orden común y la confesión escocesa fueron los pilares
sobre los que Knox construyó esta nueva iglesia” (Ibíd.; pg. 120).
A todo esto, María Estuardo continuaba acariciando el sueño de llegar a ocupar el trono de
Inglaterra. Para tales fines, el 29 de julio de 1565 se casó con su primo Enrique Estuardo, conocido
también como lord Darnley, que también tenía cierto derecho de sucesión y que profesaba la religión
católica.
Este matrimonio también enfureció a la reina Isabel por cuanto Darnley, siendo un noble inglés, aún
así se casó sin su permiso (también se sentía más amenazada por esta unión).
Hasta ese momento, María Estuardo había estado recibiendo consejos de su medio hermano
bastardo, Jaime Estuardo, lord de Moray, uno de los principales jefes del protestantismo. Pero este
no aprobó el casamiento de María Estuardo porque lo veía como parte de un pacto con España para
aplastar el protestantismo en Escocia; así que acudió a las armas. María apeló entonces a lord
Bothwell, un soldado muy hábil, y Moray fue derrotado y obligado a refugiarse en Inglaterra.
Ahora sin los consejos de su hermano, María cometió errores que la llevarían al desastre. Muchos
sabían que su matrimonio no marchaba bien, y comenzaron a correr rumores de que la reina le
estaba siendo infiel. En medio de esta situación Darnley es asesinado y Bothwell fue culpado del
homicidio; pero es absuelto, y unos tres meses después María Estuardo lo convierte en su tercer
esposo.
Este error fue la gota que colmó el vaso. Los lores se rebelaron contra la reina, que muy pronto se
dio cuenta de que su ejército no estaba dispuesto a defenderla, así que no tuvo más remedio que
entregarse a la voluntad de sus enemigos. Éstos le mostraron pruebas de su participación en la
muerte de su ex esposo, de modo que si no abdicaba sería culpada de asesinato.
María no tuvo más remedio que abdicar a favor de su hijo Jaime VI, que en ese tiempo tenía un año
de edad. Pero pronto escapó de sus enemigos y trató de retomar el poder. Al ser derrotada por los
lores no le quedó más remedio que huir hacia Inglaterra y ponerse en manos de su odiada prima
Isabel.
Al principio Isabel la recibió con mucha cortesía, sobre todo tomando en consideración el trato que
María Estuardo le había dispensado hasta entonces.
Pero María no correspondió de la misma manera. Continuó conspirando para apoderarse del trono
inglés, hasta que finalmente fue descubierta una conspiración para asesinar a Isabel; fue juzgada
por traición y condenada a la muerte por decapitación, condena que se llevó a cabo, luego de una
demora de tres meses por parte de Isabel, el 8 de febrero de 1587; tenía 45 años de edad.
La iglesia en Escocia
John Knox, murió el 24 de Noviembre de 1572, y aunque muchos lo recuerdan únicamente como el
gran reformador de Escocia, lo cierto es que su figura adquirió mucho renombre a nivel internacional,
como lo atestigua la famosa Placa Memorial de Ginebra en la que aparece junto a Calvino y Farel.
Algunos lo consideran el fundador del puritanismo por su énfasis en las Escrituras como la única
regla de fe y práctica en la iglesia.
Juan Hus
Juan Husera de humilde cuna y había perdido a su padre en temprana edad. Su piadosa madre,
considerando la educación y el temor de Dios como la más valiosa hacienda, procuró asegurársela a
su hijo. Hus estudió en la escuela de la provincia y pasó después a la universidad de Praga donde
fue admitido por caridad. En su viaje a la ciudad de Praga fue acompañado por su madre, que,
siendo viuda y pobre, no pudo dotar a su hijo con bienes materiales, pero cuando llegaron a las
inmediaciones de la gran ciudad se arrodilló al lado de su hijo y pidió para él la bendición de su
Padre celestial.
Muy poco se figuraba aquella madre de qué modo iba a ser atendida su plegaria.En la universidad
se distinguió Hus por su aplicación, su constancia en el estudio y sus rápidos progresos, al par que
su conducta intachable y sus afables y simpáticos modales le granjearon general estimación. Era un
sincero creyente de la iglesia romana y deseaba ardientemente recibir las bendiciones espirituales
que aquélla profesa conceder.
Con motivo de un jubileo, fue él a confesarse, dio a la iglesia las pocas monedas que llevaba y se
unió a las procesiones para poder participar de la absolución prometida. Terminado su curso de
estudios, ingresó en el sacerdocio, y como lograra en poco tiempo darse a conocer, no tardó en ser
elegido para prestar sus servicios en la corte del rey. Fue también nombrado catedrático y
posteriormente rector de la universidad donde recibiera su educación. En pocos años el humilde
estudiante que fuera admitido por caridad en las aulas llegó a ser el orgullo de su país y a adquirir
fama en toda Europa.Mas otro fue el campo en donde Hus principió a trabajar en busca de reformas.
Algunos años después de haber recibido las órdenes sacerdotales, fue elegido predicador de la
capilla llamada de Belén. El fundador de ésta había abogado, por considerarlo asunto de gran
importancia, en favor de la predicación de las Santas Escrituras en el idioma del pueblo.
No obstante la oposición de Roma, esta práctica no había desaparecido del todo de Bohemia. Sin
embargo, era mucha la ignorancia respecto a la Biblia, y los peores vicios reinaban en todas las
clases de la sociedad. Hus denunció sin reparo estos males apelando a la Palabra de Dios para
reforzar los principios de verdad y de pureza que procuraba inculcar.Un vecino de Praga, Jerónimo,
que con ulterioridad iba a colaborar tan estrechamente con Hus, trajo consigo, al regresar de
Inglaterra, los escritos de Wiclef.
La reina de Inglaterra, que se había convertido a las enseñanzas de éste, era una princesa bohemia,
y por medio de su influencia las obras del reformador 2obtuvieron gran circulación en su tierra natal.
Hus leyó estas obras con interés; tuvo a su autor por cristiano sincero y se sintió movido a mirar con
simpatía las reformas que él proponía. Aunque sin darse cuenta, Hus había entrado ya en un
sendero que había de alejarle de Roma.Por aquel entonces llegaron a Praga dos extranjeros
procedentes de Inglaterra, hombres instruídos que habían recibido la luz del Evangelio y venían a
esparcirla en aquellas apartadas regiones. Comenzaron por atacar públicamente la supremacía del
papa, pero pronto las autoridades les obligaron a guardar silencio; no obstante, como no quisieran
abandonar su propósito, recurrieron a otros medios para realizarlo. Eran artistas a la vez que
predicadores y pusieron en juego sus habilidades. En una plaza pública dibujaron dos cuadros que
representaban, uno la entrada de Cristo en Jerusalén, "manso y sentado sobre un asno" (S. Mateo
21: 5, V.M.), y seguido por sus discípulos vestidos con túnicas ajadas por las asperezas del camino y
descalzos; el otro representaba una procesión pontifical, en la cual se veía al papa adornado con sus
ricas vestiduras y con su triple corona, montado en un caballo magníficamente enjaezado, precedido
por clarines y seguido por cardenales y prelados que ostentaban deslumbrantes galas.Encerraban
estos cuadros todo un sermón que cautivaba la atención de todas las clases sociales.
Las multitudes acudían a mirarlos. Ninguno dejaba de sacar la moraleja y muchos quedaban
hondamente impresionados por el contraste que resultaba entre la mansedumbre de Cristo, el
Maestro, y el orgullo y la arrogancia del papa que profesaba servirle. Praga se conmovió mucho y,
después de algún tiempo, los extranjeros tuvieron que marcharse para ponerse en salvo. Pero la
lección que habían dado no dejó de ser aprovechada.
Los cuadros hicieron impresión en Hus y le indujeron a estudiar con más empeño la Biblia y los
escritos de Wiclef. Aunque todavía no estaba convenientemente preparado para aceptar todas las
reformas recomendadas por Wiclef, alcanzó a darse mejor cuenta del verdadero carácter del papado
y con mayor celo denunció el orgullo, la ambición y la corrupción del clero.De Bohemia extendióse la
luz hasta Alemania. Algunos disturbios en la universidad de Praga dieron por resultado la separación
de centenares de estudiantes alemanes, muchos de los cuales habían recibido de Hus su primer
conocimiento de la Biblia, y a su regreso esparcieron el Evangelio en la tierra de sus padres.Las
noticias de la obra hecha en Praga llegaron a Roma y pronto fue citado Hus a comparecer ante el
papa.
Obedecer habría sido exponerse a una muerte segura. El rey y la reina de Bohemia, la universidad,
miembros de la nobleza y altos dignatarios dirigieron una solicitud general al pontífice para que le
fuera permitido a Hus permanecer en Praga y contestar a Roma por medio de una diputación. En
lugar de acceder a la súplica, el papa procedió a juzgar y condenar a Hus, y, por añadidura, declaró
a la ciudad de Praga en entredicho.En aquellos tiempos, siempre que se pronunciaba tal sentencia,
la alarma era general. Las ceremonias que la acompañaban estaban bien calculadas para producir
terror entre el pueblo, que veía en el papa el representante de Dios mismo, y el que tenía las llaves
del cielo y del infierno y el poder para invocar juicios temporales lo mismo que espirituales. Creían
que las puertas del cielo se cerraban contra los lugares condenados por el entredicho y que
entretanto que el papa no se dignaba levantar la excomunión, los difuntos no podían entrar en la
mansión de los bienaventurados.
En señal de tan terrible calamidad se suspendían todos los servicios religiosos, las iglesias eran
clausuradas, las ceremonias del matrimonio se verificaban en los cementerios; a los muertos se les
negaba sepultura en los camposantos, y se los enterraba sin ceremonia alguna en las zanjas o en el
campo. Así pues, valiéndose de medios que influían en la imaginación, procuraba Roma dominar la
conciencia de los hombres.La ciudad de Praga se amotinó. Muchos opinaron que Hus tenía la culpa
de todas estas calamidades y exigieron que fuese entregado a la vindicta de Roma. Para que se
calmara la tempestad, el reformador se retiró por algún tiempo a su pueblo natal. Escribió a los
amigos que había dejado en Praga: "Si me he retirado de entre vosotros es para seguir los
preceptos y el ejemplo de Jesucristo, para no dar lugar a que los mal intencionados se expongan a
su propia condenación eterna y para no ser causa de que se moleste y persiga a los piadosos. Me
he retirado, además, por temor de que los impíos sacerdotes prolonguen su prohibición de que se
predique la Palabra de Dios entre vosotros; mas no os he dejado para negar la verdad divina por la
cual, con la ayuda de Dios, estoy pronto a morir."- E. de Bonnechose, Les Réformateurs avant la
Réforme, lib. I, págs. 94, 95 (París, 1845).
Hus no cesó de trabajar; viajó por los países vecinos predicando a las muchedumbres que le
escuchaban con ansia. De modo que las medidas de que se valiera el papa para suprimir el
Evangelio, hicieron que se extendiera en más amplia esfera. "Nada podemos hacer contra la verdad,
sino a favor de la verdad." (2 Corintios 13: 8, V.M.)"El espíritu de Hus parece haber sido en aquella
época de su vida el escenario de un doloroso conflicto. Aunque la iglesia trataba de aniquilarle
lanzando sus rayos contra él, él no desconocía la autoridad de ella, sino que seguía considerando a
la iglesia católica romana como a la esposa de Cristo y al papa como al representante y vicario de
Dios. Lo que Hus combatía era el abuso de autoridad y no la autoridad misma. Esto 3provocó un
terrible conflicto entre las convicciones más íntimas de su corazón y los dictados de su conciencia. Si
la autoridad era justa e infalible como él la creía, ¿por qué se sentía obligado a desobedecerla?
Acatarla, era pecar; pero, ¿por qué se sentía obligado a pecar si prestaba obediencia a una iglesia
infalible? Este era el problema que Hus no podía resolver, y la duda le torturaba hora tras hora. La
solución que por entonces le parecía más plausible era que había vuelto a suceder lo que había
sucedido en los días del Salvador, a saber, que los sacerdotes de la iglesia se habían convertido en
impíos que usaban de su autoridad legal con fines inicuos. Esto le decidió a adoptar para su propio
gobierno y para el de aquellos a quienes siguiera predicando, la máxima aquella de que los
preceptos de la Santas Escrituras transmitidos por el entendimiento han de dirigir la conciencia, o en
otras palabras, que Dios hablando en la Biblia, y no la iglesia hablando por medio de los sacerdotes,
era el único guía infalible."- Wylie, lib. 3, cap. 3.
Cuando, transcurrido algún tiempo, se hubo calmado la excitación en Praga, volvió Hus a su capilla
de Belén para reanudar, con mayor valor y celo, la predicación de la Palabra de Dios. Sus enemigos
eran activos y poderosos, pero la reina y muchos de los nobles eran amigos suyos y gran parte del
pueblo estaba de su lado. Comparando sus enseñanzas puras y elevadas y la santidad de su vida
con los dogmas degradantes que predicaban los romanistas y con la avaricia y el libertinaje en que
vivían, muchos consideraban que era un honor pertenecer al partido del reformador.Hasta aquí Hus
había estado solo en sus labores, pero entonces Jerónimo, que durante su estada en Inglaterra
había hecho suyas las doctrinas enseñadas por Wiclef, se unió con él en la obra de reforma. Desde
aquel momento ambos anduvieron juntos y ni la muerte había de separarlos.Jerónimo poseía en alto
grado lucidez genial, elocuencia e ilustración, y estos dones le conquistaban el favor popular, pero
en las cualidades que constituyen verdadera fuerza de carácter, sobresalía Hus. El juicio sereno de
éste restringía el espíritu impulsivo de Jerónimo, el cual reconocía con verdadera humildad el valer
de su compañero y aceptaba sus consejos. Mediante los esfuerzos unidos de ambos la reforma
progresó con mayor rapidez.Si bien es verdad que Dios se dignó iluminar a estos sus siervos
derramando sobre ellos raudales de luz que les revelaron muchos de los errores de Roma, también
lo es que ellos no recibieron toda la luz que debía ser comunicada al mundo. Por medio de estos
hombres, Dios sacaba a sus hijos de las tinieblas del romanismo; pero tenían que arrostrar muchos y
muy grandes obstáculos, y él los conducía por la mano paso a paso según lo permitían las fuerzas
de ellos. No estaban preparados para recibir de pronto la luz en su plenitud. Ella los habría hecho
retroceder como habrían retrocedido, con la vista herida, los que, acostumbrados a la obscuridad,
recibieran la luz del mediodía. Por consiguiente, Dios reveló su luz a los guías de su pueblo poco a
poco, como podía recibirla este último. De siglo en siglo otros fieles obreros seguirían conduciendo a
las masas y avanzando más cada vez en el camino de las reformas.Mientras tanto, un gran cisma
asolaba a la iglesia. Tres papas se disputaban la supremacía, y esta contienda llenaba los dominios
de la cristiandad de crímenes y revueltas. No satisfechos los tres papas con arrojarse
recíprocamente violentos anatemas, decidieron recurrir a las armas temporales.
Cada uno se propuso hacer acopio de armamentos y reclutar soldados. Por supuesto, necesitaban
dinero, y para proporcionárselo, todos los dones, oficios y beneficios de la iglesia fueron puestos en
venta. (Véase el Apéndice.) Asimismo los sacerdotes, imitando a sus superiores, apelaron a la
simonía y a la guerra para humillar a sus rivales y para aumentar su poderío. Con una intrepidez que
iba cada día en aumento, protestó Hus enérgicamente contra las abominaciones que se toleraban en
nombre de la religión, y el pueblo acusó abiertamente a los jefes papales de ser causantes de las
miserias que oprimían a la cristiandad.La ciudad de Praga se vio nuevamente amenazada por un
conflicto sangriento. Como en los tiempos antiguos, el siervo de Dios fue acusado de ser el
"perturbador de Israel." (1 Reyes 18:17, V. M.)
La ciudad fue puesta por segunda vez en entredicho, y Hus se retiró a su pueblo natal. Terminó el
testimonio que había dado él tan fielmente en su querida capilla de Belén, y ahora iba a hablar al
mundo cristiano desde un escenario más extenso antes de rendir su vida como último homenaje a la
verdad.Con el propósito de contener los males que asolaban a Europa, fue convocado un concilio
general que debía celebrarse en Constanza. Esta cita fue preparada, a solicitud del emperador
Segismundo, por Juan XXIII, uno de los tres papas rivales. El deseo de reunir un concilio distaba
mucho de ser del agrado del papa Juan, cuyo carácter y política poco se prestaban a una
investigación aun cuando ésta fuera hecha por prelados de tan escasa moralidad como lo eran los
eclesiásticos de aquellos tiempos. Pero no pudo, sin embargo, oponerse a la voluntad de
Segismundo.Los fines principales que debía procurar el concilio eran poner fin al cisma de la iglesia
y arrancar de raíz la herejía. En consecuencia los dos antipapas fueron citados a comparecer ante la
asamblea, y con ellos Juan Hus, el principal propagador de las nuevas ideas. Los dos primeros,
considerando que había peligro en 4presentarse, no lo hicieron, sino que mandaron sus delegados.
El papa Juan, aun cuando era quien ostensiblemente había convocado el concilio, acudió con mucho
recelo, sospechando la intención secreta del emperador de destituirle, y temiendo ser llamado a
cuentas por los vicios con que había desprestigiado la tiara y por los crímenes de que se había
valido para apoderarse de ella. Sin embargo, hizo su entrada en la ciudad de Constanza con gran
pompa, acompañado de los eclesiásticos de más alta categoría y de un séquito de cortesanos.
El clero y los dignatarios de la ciudad, con un gentío inmenso, salieron a recibirle. Venía debajo de
un dosel dorado sostenido por cuatro de los principales magistrados. La hostia iba delante de él, y
las ricas vestiduras de los cardenales daban un aspecto imponente a la procesión.Entre tanto, otro
viajero se acercaba a Constanza. Hus se daba cuenta del riesgo que corría. Se había despedido de
sus amigos como si ya no pensara volverlos a ver, y había emprendido el viaje presintiendo que
remataría en la hoguera. A pesar de haber obtenido un salvoconducto del rey de Bohemia, y otro
que, estando ya en camino, recibió del emperador Segismundo, arregló bien todos sus asuntos en
previsión de su muerte probable.En una carta dirigida a sus amigos de Praga, les decía: "Hermanos
míos . . . me voy llevando un salvoconducto del rey para hacer frente a mis numerosos y mortales
enemigos. . . .
En otra carta que escribió a un sacerdote que se había convertido al Evangelio, Hus habló con
profunda humildad de sus propios errores, acusándose "de haber sido afecto a llevar hermosos
trajes y de haber perdido mucho tiempo en cosas frívolas." Añadía después estas conmovedoras
amonestaciones: "Que tu espíritu se preocupe de la gloria de Dios y de la salvación de las almas y
no de las comodidades y bienes temporales. Cuida de no adornar tu casa más que tu alma; y sobre
todo cuida del edificio espiritual. Sé humilde y piadoso con los pobres; no gastes tu hacienda en
banquetes; si no te perfeccionas y no te abstienes de superfluidades temo que seas severamente
castigado, como yo lo soy. . . . Conoces mi doctrina porque de ella te he instruido desde que eras
niño; es inútil, pues, que te escriba más. Pero te ruego encarecidamente, por la misericordia de
nuestro Señor, que no me imites en ninguna de las vanidades en que me has visto caer." En la
cubierta de la carta, añadió: "Te ruego mucho, amigo mío, que no rompas este sello sino cuando
tengas la seguridad de que yo haya muerto."- Id., págs. 163, 164.En el curso de su viaje vio Hus por
todas partes señales de la propagación de sus doctrinas y de la buena acogida de que gozaba su
causa. Las gentes se agolpaban para ir a su encuentro, y en algunos pueblos le acompañaban los
magistrados por las calles.Al llegar a Constanza, Hus fue dejado en completa libertad.
Además del salvoconducto del emperador, se le dio una garantía personal que le aseguraba la
protección del papa. Pero esas solemnes y repetidas promesas de seguridad fueron violadas, y
pronto el reformador fue arrestado por orden del pontífice y de los cardenales, y encerrado en un
inmundo calabozo. Más tarde fue transferido a un castillo feudal, al otro lado del Rin, donde se le
tuvo preso. Pero el papa sacó poco provecho de su perfidia, pues fue luego encerrado en la misma
cárcel. (Id., pág. 269.) Se le probó ante el concilio que, además de homicidios, simonía y adulterio,
era culpable de los delitos más viles, "pecados que no se pueden mencionar." Así declaro el mismo
concilio y finalmente se le despojó de la tiara y se le arrojó en un calabozo. Los antipapas fueron
destituídos también y un nuevo pontífice fue elegido.Aunque el mismo papa se había hecho culpable
de crímenes mayores que aquellos de que Hus había acusado a los sacerdotes, y por los cuales
exigía que se hiciese una reforma, con todo, el mismo concilio que degradara al pontífice, procedió a
concluir con el reformador.
"Escribo esta carta -decía a un amigo- en la cárcel, y con la mano encadenada, esperando que se
cumpla mañana mi sentencia de muerte. . . . En el día aquél en que por la gracia del Señor nos
encontremos otra vez gozando de la paz deliciosa de ultratumba, sabrás cuán misericordioso ha sido
Dios conmigo y de qué modo tan admirable me ha sostenido en medio de mis pruebas y
tentaciones."- Bonnechose, lib. 3, pág. 74.En la obscuridad de su calabozo previó el triunfo de la fe
verdadera. Volviendo en sueños a su capilla de Praga donde había predicado el Evangelio, vio al
papa y a sus obispos borrando los cuadros de Cristo que él había pintado en sus paredes. "Este
sueño le aflige; pero el día siguiente ve muchos pintores ocupados en restablecer las imágenes en
mayor número y colores más brillantes. Concluido este trabajo, los pintores, rodeados de un gentío
inmenso, exclaman: ' ¡Que vengan ahora papas y obispos! ya no las borrarán jamás.' " Al referir el
reformador su sueño añadió: "Tengo por cierto, que la imagen de Cristo no será borrada jamás. Ellos
han querido destruirla; pero será nuevamente pintada en los corazones, por unos predicadores que
valdrán más que yo."- D'Aubigné, lib. 1, cap. 7.Por última vez fue llevado Hus ante el concilio.
Era ésta una asamblea numerosa y deslumbradora: el emperador, los príncipes del imperio,
delegados reales, cardenales, obispos y sacerdotes, y una inmensa multitud de personas que
habían acudido a presenciar los acontecimientos del día. De todas partes de la cristiandad se habían
reunido los testigos de este gran sacrificio, el primero en la larga lucha entablada para asegurar la
libertad de conciencia.Instado Hus para que manifestara su decisión final, declaró que se negaba a
abjurar, y fijando su penetrante mirada en el monarca que tan vergonzosamente violara la palabra
empeñada, dijo: "Resolví, de mi propia y espontánea libertad, comparecer ante este concilio, bajo la
fe y la protección pública del emperador aquí presente."- Bonnechose, lib. 3, pág. 94.
El bochorno se le subió a la cara al monarca Segismundo al fijarse en él las miradas de todos los
circunstantes.Habiendo sido pronunciada la sentencia, se dio principio a la ceremonia de la
degradación. Los obispos vistieron a su prisionero el hábito sacerdotal, y al recibir éste la vestidura
dijo: "A nuestro Señor Jesucristo se le vistió con una túnica blanca con el fin de insultarle, cuando
Herodes le envió a Pilato."- Id., págs. 95, 96. Habiéndosele exhortado otra vez a que se retractara,
replicó mirando al pueblo: "Y entonces, ¿con qué cara me presentaría en el cielo? ¿cómo miraría a
las multitudes de hombres a quienes he predicado el Evangelio puro? No; estimo su salvación más
que este pobre cuerpo destinado ya a morir."
Las vestiduras le fueron quitadas una por una, pronunciando cada obispo una maldición cuando le
tocaba tomar parte en la ceremonia. Por último, "colocaron sobre su cabeza una gorra o mitra de
papel en forma de pirámide, en la que estaban pintadas horribles figuras de demonios, y en cuyo
frente se destacaba esta inscripción: 'El archihereje.' 'Con gozo -dijo Hus- llevaré por ti esta corona
de oprobio, oh Jesús, que llevaste por mí una de espinas." Acto continuo, "los prelados dijeron:
'Ahora dedicamos tu alma al diablo.' 'Y yo -dijo Hus, levantando sus ojos al cielo- en tus manos
encomiendo mi espíritu, oh Señor Jesús, porque tú me redimiste.' "-Wylie, lib. 3, cap. 7.Fue luego
entregado a las autoridades seculares y conducido al lugar de la ejecución. Iba seguido por inmensa
procesión formada por centenares de hombres armados, sacerdotes y obispos que lucían sus ricas
vestiduras, y por el pueblo de Constanza. Cuando lo sujetaron a la estaca y todo estuvo dispuesto
para encender la hoguera, se instó una vez más al mártir a que se salvara retractándose de sus
errores.
"¿ A cuáles errores -dijo Hus- debo renunciar? De ninguno me encuentro culpable. Tomo a Dios por
testigo de que todo lo que he escrito y predicado ha sido con el fin de rescatar a las almas del
pecado y de la perdición; y, por consiguiente, con el 6mayor gozo confirmaré con mi sangre aquella
verdad que he anunciado por escrito y de viva voz."-Ibid. Cuando las llamas comenzaron a arder en
torno suyo, principió a cantar: "Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí," y continuó hasta que su
voz enmudeció para siempre.Sus mismos enemigos se conmovieron frente a tan heroica conducta.
Un celoso partidario del papa, al referir el martirio de Hus y de Jerónimo que murió poco después,
dijo: "Ambos se portaron como valientes al aproximarse su última hora. Se prepararon para ir a la
hoguera como se hubieran preparado para ir a una boda; no dejaron oír un grito de dolor. Cuando
subieron las llamas, entonaron himnos y apenas podía la vehemencia del fuego acallar sus cantos."-
Ibid.Cuando el cuerpo de Hus fue consumido por completo, recogieron sus cenizas, las mezclaron
con la tierra donde yacían y las arrojaron al Rin, que las llevó hasta el océano. Sus perseguidores se
figuraban en vano que habían arrancado 118 de raíz las verdades que predicara. No soñaron que
las cenizas que echaban al mar eran como semilla esparcida en todos los países del mundo, y que
en tierras aún desconocidas darían mucho fruto en testimonio por la verdad.
La voz que había hablado en la sala del concilio de Constanza había despertado ecos que
resonarían al través de las edades futuras. Hus ya no existía, pero las verdades por las cuales había
muerto no podían perecer. Su ejemplo de fe y perseverancia iba a animar a las muchedumbres a
mantenerse firmes por la verdad frente al tormento y a la muerte. Su ejecución puso de manifiesto
ante el mundo entero la pérfida crueldad de Roma. Los enemigos de la verdad, aunque sin saberlo,
no hacían más que fomentar la causa que en vano procuraban aniquilar.