Miguel de Mañara. Discurso de La Verdad

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o

DISCURSO
DE

LA V E R D A D
DEDICADO

Á LA IMPERIAL MAJESTAD DE DIOS,

-COMPUESTO POR

D. MIGUEL MANARA VICENTELO DE LECA,


Caballero del Orden de Calatrava,
y Hermano Mayor de la Santa Caridad
de nuestro Señor Jesucristo en Sevilla.

REIMPRÉSO POR LA JUNTA PROVINCIAL


DB L A

ASOCIACION DE C A T Ó L I C O S EN MADRID,
CON UNA BREVE NOTICIA DE LA VIDA DEL AUTOR.

MADRID.
IMPRENTA DB ALEJANDRO OOMBZ F U B N T E N E B R O .
Bordadoras, 10.
1878.
v/
HARVARD COLLEGE LIBRARY
BOUGHT FROM THE
AMEY RICHMOND SHELDON
FUND
PRÓLOGO
DE ESTA EDICION DE MADRID.

Los escritores ascéticos de España fueron en


otro tiempo la admiración y encanto de las almas
piadosas por su originalidad, elevación, fervor y
ternura. Sus obras fueron traducidas á todas las
lenguas cultas, y aun hoy dia se están reimpri-
miendo algunas de ellas. Ahora es al revés, puesto
que apenas se publica nada original de este género
en España y y no porque falten ingenios que pudie-
ran hacerlo: así que el pueblo católico se alimenta
con el pasto espiritual de obras modernas traduci-
das de idiomas extranjeros y y no siempre bien.
Mengua sería dejar caer completamente en el olvido
esas preciosas joyas literarias de los siglos de oro
de nuestra literatura religiosa: por ese motivo la
Asociación de Católicos en Madrid, cumpliendo con
uno de los fines de su institución, procura reimpri-
mir de cuando en cuando algunos de estos libros, se-
gtfn lo permite la cortedad de sus recursos , no
igual d la extensión de su buen deseo.
Ahora reimprima el curioso opúsculo intitulado
Discurso de la Verdad , poco conocido en Madrid, y
aun en España, fuera de Andalucía. Escribiólo hace
unos doscientos años el sélebre y piadoso caballero
D. Miguel de Mañara, que murió en 1679, y fué
impreso juntamente con el libro de su admirable y
santa vida.
Al fin de esta edición se da también un compendio
de aquélla% pues á la verdad la vida de aquel ca-
ballero edifica y enseña á los seglares, tanto ó más
que su escrito, puesto que la vida de los justos es la
moral en acción y ejecución de lo que enseñan.
El lenguaje sencillo de este libro tiene mucho
atractivo para los seglares por su claridad y por lo
enérgico de las frases, al estilo de nuestro pais. Es-
crito por un seglar, caballero, que vivia en medio
del mundo retirado del mundo , tiene cierta índole
peculiar que le hace muy á propósito para los que
en el mundo vivimos, y en medio de sus olas lucha-
mos, envidiando á los que se han acogido al sagra-
do puerto del estado religioso, viviendo con superior
perfección.
Imprímense las licencias concedidas al hacer las
antiguas ediciones, pues en ésta nada se altera, en
lo que hace al Discurso de la verdad y demás escri-
tos del Sr. Mañara, que aquí son lo principal; pues
la biografía la consideramos solamente como una
cosa accesoria.
APROBACION
de la edición hecha en Sevilla en 1671, de la cual
es copia ajustada en todo la presente.
Por comisión del Sr. Dr. D. Gregorio Bastan y Aróste-
$ u i , Provisor y Vicario general de Sevilla y su Arzobis-
pado, etc.
He visto este tratado que se titula Discurso de la ver-
<dad, por las claras verdades que contiene, que sólo hallo en
-él reparo el que se llama discurso cuando me ha parecido
un espejo donde á sólo mirarle se representa tan sencilla,
desnuda y clara la verdad, que no es necesario discurrir
para conocerla, sino sólo advertirla para que o^re el juicio,
según la viva fuerza que hace al corazon su noticia: bien
que considerando cuán ocupado está el de los hijos de los
hombres de las tinieblas de la ignorancia, está bien puesto
el nombre de Discurso, por que no se paren en el simple co-
nocimiento, sino pasen, ayudados de esta luz, á discurrir
con verdad cómo obran tan contra lo mismo que tan clara-
mente saben y conocen. Aquí entra el discurso que juzgo
por digno de imprimirse y conveniente, que, aunque sean
tan sabidas las verdades que contiene, necesitan de ser re-
cordadas por la facilidad que tienen los mortales de poner-
las en la región del olvido.
Quiera nuestro Señor se impriman en los corazones, se-
gún el intento y deseo que muestra el autor que las ha re-
cogido, que en todo siente conforme á la verdad católica de
nuestra f e , á la cristiana enseñanza y doctrina de nuestra
santa Madre Iglesia.
Este es mi parecer. En este convento de S. Agustín,
nuestro Padre, de Sevilla, en 7 de Junio de 1671.

MTRO. F R . JUAN DE Z A M O R A .
LICENCIA.

El Dcctor D. Gregorio Bastan y Aróstegui, Provisor y


Vicario general de Sevilla y su Arzobispado, etc.
Doy licencia, por lo que toca á este Tribunal, para que-
se pueda imprimir este tratado, que se intitula: Discurso
de la verdad, por cuanto por comision mia ha sido visto-
y aprobado.
Dada en Sevilla á 8 de Junio de 1671 años.

D R . D . GREGORIO B A S T A N Y ARÓSTEGUI.

Por mandado del Sr. Provisor.


BARTOLOMÉ FRANCISCO DE BUSTO Y
Notario Mayor.

Sevilla y 8 Enero de 1725.


Dase licencia para que se imprima,
DR. BARREDA.
DEDICATORIA.

Padre poderoso, sabio, inmenso, Rey de Israel


fortísimo, principio y fin de todas las cosas, Padre
santísimo, ¿fe cw^a sabia Providencia están pen-
dientes todas las criaturas, ¿tesie e/ cuervo que
mora en el desierto, desamparado de sus padres,
/ra¿ftz e/ más alto Serafín que en el cielo asiste á tu
Grandeva; humilde llama desde la tierra tu escla-
vo, deseando sólo tu mayor gloria.
Comunica, Señor, tu luf á mis tinieblas,
biduría á mi ignorancia, tu santo espíritu á mi ti-
bie{a9 para que inflamada el alma que tú criaste, y
depositaste en el sucio barro de mi cuerpo, desde
allí descubra la verdad á todos los mortales que la
tierra habitan , para que desengañados huyan de
la tiranía de Babilonia y de su príncipe el demonio;
vean la infalible muerte que han de pasar, y el
terrible juicio que les espera. ¡Oh Señor! Vuelve tu
paternal y santo rostro al que lo leyere, para que
tu lu{ sea recibida y lléve fruto de tu palabra, y á
mi, hombre^uelo, enseña lo que no sé, y da lo que no
tengo, por los méritos de Jesucristo, mi Señor, con
quien vives y reinas.
DISCURSO

DE

LA VERDAD.

S i.

MEMENTO, homo, quia pulvis es, et inpulverem


reverteris. Es la primera verdad que ha de reinar
en nuestros corazones: polvo y ceniza, corrupción
y gusanos, sepulcro y olvido. Todo se acaba : hoy
somos, y mañana no parecemos: hoy faltamos á los
ojos de las gentes, mañana somos borrados de los
corazones de los hombres. Breves son los dias deT
hombre, dice el santo Job {Job, cap. 14), pasan como
flores, y sus años son semejantes á los rocíos de los
prados: son nuestros dias como las aguas de los
rios, que nunca vuelven atras: y así son irrecupera-
bles: pasaron, y con ellos nuestras obras. El hom-
bre nace para trabajos, llorando entra en el mundo,
en trabajo vive y con dolor muere. Sus dias flore-
cerán como la flor del campo, dice el Profeta {Psal-
12
mo 120). A grandes peligros está puesta esta flor: el
sol la quema, el cierzo la seca, un hombre la pisa, un
animal la pace, el agua la ahoga y el calor la mar-
chita. Pues á tantos riesgos está sujeta tu miserable
vida, hombre vano, razón es que la cuides.

S".
Allí hay vida, donde bien se vive; algunos co-
mienzan á vivir cuando van á morir. Miren ¿qué vida
alcanzarán los que al entrar en el otro siglo quieren
empezar su buena vida? Ofrecen á Dios sacrificios
de muertos, que son los dias de su vejez, débiles y
miserables. Si acá viéramos que un hombre de
ochenta años pretendía entrar por paje del Rey, ¿no-
haríamos burla de su imprudencia, pues empezaba á
servir cuando era razón estuviese cargado de méri-
tos como de años ? Pues lo mismo les sucede á estos
mentecatos. No es bueno ni malo el vivir, pues es
común á los hombres y las bestias; sólo el vivir bien
es loable.
S ni.
Es nuestra vida como el navio, que corre con
presteza, sin dejar rastro ni señal por donde pasó:
pasa con la misma priesa nuestra vida, sin dejar de
nosotros memoria. ¿ Qué se hicieron tantos Reyes y
Príncipes de la tierra , que dominaban el mundo ?
¿Dóndeestá su majestad? Buscad á Alejandro , lla-
mad á Escipion, y quizá estarán en alguna tapia
sus cenizas, ó barda de alguna huerta. Preguntadles
cómo les va, y mudamente responderán: Vanitas
vanitatum, et omnia vanitas. Y si, como el bien-
'3
a ver turado S. Agustín dice en la Ciudad de DÍQS %

que los cuerpos de los muertos no se acaban, sino


se deshacen, llevando cada elemento la porcion
que le toca, de que están compuestos. El calor na-
tural sale del cadáver, y busca lugar en el elemen-
to del fuego : y la parte del aire también, des-
haciéndose la carne, queda su porcion en el aire: la
humedad busca por la tierra su elemento, que es el
agua, ó con la fuerza de los rayos del sol es levanta-
da á vapor y convertida en agua. Y en fin, el curso
de los dias la pone en su natural sosiego, con que
queda la tierra del cuerpo muerto sin los otros mix-
tos purificada, y descansando en la otra tierra, de
que tuvo su principio. Y así dijo S. Pablo, el primer
ermitaño, á S. Antonio Abad cuando le visitó, que
era ya tiempo que la tierra volviese á la tierra, pi-
diéndole le diese sepultura á su flaco y penitente
cuerpo. Pues si en esta división pára la grandeza hu-
mana , ¿ por qué te ensoberbeces, ceniza ? Polvo,
¿ por qué presumes? ¿Qué locura es esta que os tiene
ciegos en mitad del dia ? Si el cuerpo de Julio César,
de quien temblaba el mundo, estuviera ahora criando
berzas en alguna huerta, ¿quién lo creyera? Y puede
ser que sus cenizas tengan hoy estas operaciones.

§ IV.
«
Si tuviéramos delante de los ojos la verdad, ésta
es, no hay otra, la mortaja que hemos de llevar, ha-
bía de ser vista todos los dias por lo ménos con la
consideración, que si te acordaras que has de ser cu-
bierto de tierra y pisado de todos, con facilidad ol-
vidarías las honras y estados de este siglo; y si con-
H
sideras los viles gusanos que han de comer ese cuer-
d o , y cuán feo y abominable ha de estar en la sepul-
f tura , y cómo esos ojos, que están leyendo estas le-
tras, han de ser comidos de la tierra, y esas manos
han de ser comidas y secas , y las sedas y galas que
hoy tuviste se convertirán en una mortaja podrida,
los ámbares en hedor, tu hermosura y gentileza en
gusanos, tu familia y grandeza en la mayor soledad
que es imaginable.
Mira una bóveda, entra en ella con la conside-
ración, y ponte á mirar tus padres ó tu mujer (si la
has perdido), los amigos que conocías. ¡Mira qué
silencio! No se oye ruido: sólo el roer de las car-
comas y gusanos tan solamente se percibe. Y el
estruendo de pajes y lacayos, ¿dónde está?
—Acá se queda todo.
Repara las alhajas del palacio de los muertos :
algunas telarañas son. ¿Y la mitra y la corona ?
1 . —También acá la dejaron.

Repara, hermano mió, que esto sin duda has de


pasar, y toda tu compostura ha de ser deshecha en
huesos áridos, horribles y espantosos, tanto que la
persona que hoy juzgas más te quiere, sea tu mujer,
tu hijo ó tu marido, al instante que espires se ha de
asombrar de verte; y á quien hacías compañía has de
servir de asombro.

8 v.
Con estas consideraciones, hermano mió, tú ol-
vidarás el mundo y su embeleso. Muy cerca tienes el
dia, que te llamará la muerte ; y entónces, ¿ de qué
te aprovecharán estas niñerías, en que ahora te ocu-
pas ? ¿Qué te aprovechará en aquella hora ser rico,,
poderoso, grande ó pequeño? Sino lo que decía
aquel rey Josafat, estando á la muerte: «Sé que
muero en estos ricos y adornados palacios, y no sé
adónde seré hospedado esta noche.» Ciego eres, si no
ves estas cosas; desventurado de ti, que surcas el
mar y la tierra por juntar riquezas para dejarlas á
otros; y cuando ménos pienses entrarás desnudo en
una sepultura llena de huesos y calaveras, que será
tu oscuro aposento hasta el fin del mundo. Mira
¡ cuánto há que poseen este aposento los difuntos!
Matusalén vivió novecientos años, y há cerca de
cinco mil que está en la sepultura. El santo Rey Da-
vid vivió poco más de sesenta , y há tres mil años
que está en la sepultura. Alejandro no llegó á trein-
ta, y há más de mil años que es tierra. Los pontífi-
ces, los reyes que pasaron, ya son tierra. Tus cono-
cidos (ve acordándote de ellos) vivieron cuatro dias
y serán muertos muchos siglos, y tú serás lo mismo.
Pocos dias vivirás , y muchas edades habitarás con
los gusanos y lombrices de la tierra.

§ VI.
Y lo peor es la seguridad con que vives, murien-
do cada dia. Si te avisasen con certeza que uno de
los criados de tu casa te había de quitar la vida, no
te guardarías de todos? Pues si has de morir infali-
blemente en uno de los siete dias de la semana, que
son criados que te sirven á tus pasatiempos; ¿por
qué no te guardas de ellos, viviendo bien y no fián-
dote de ninguno, como de criados traidores, pues
uno de ellos te ha de quitar la vida? Y no sabes cuál
i6
ha de ejecutar la sentencia de Dios y su santo decre-
to. De aquel gran Soldán de Egipto se cuenta, que
estando á la muerte llamó á su alférez Real, el que
llevaba en las batallas su estandarte, y le dió la mor-
taja con que le habían de amortajar, y le mandó
que fuese por toda la ciudad de Damasco, y á voces
dijese: — «Veis aquí lo que saca el gran Saladino de
todo su imperio; sólo este trapo le acompaña , y en
la tierra deja todas sus guardas y señoríos. »
Zeferino refiere del emperador Severo, que man-
dó hacer un cántaro de bronce para que el dia de su
muerte fuesen echadas en él sus cenizas, y tomán-
dole en las manos dijo : Tú tendrás dentro de tí en
la muerte , á quien en la vida no cabe en el mun-
do. Y así dijo muy bien Epitecto, que este mundo
era una comedia , que en él todos somos farsantes;
unos hacen papel de reyes , otros de esclavos ; unos
de tullidos y otros de ricos; unos de sabios y otros
de ignorantes ; unos apénas representan cuatro pa-
labras , otros tienen el papel muy largo , según e l
autor de esta comedia les dió; y cada uno lo q u e
debe hacer es el papel que le cupiere con perfec-
ción el tiempo que le durare; que el repartir l o s
dichos y papeles al autor sólo le toca, que por p o s -
tre estas figuras que representamos se han de a c a -
bar ; y en quitándonos del tablado de este m u n d o
todos quedamos iguales, y en polvo y tierra resuel-
tos : representamos lo que no fuimos, y no somos l o
que representamos.
*7

§ VII.

Mandó Dios á Ezequiel su santo Profeta (E%eq.y


cap. 4), que figurase en un adobe á Jerusalen y sus
muros y el cerco de los caldeos : encima de un poco
de barro manda dibujar las fuerzas y ejércitos de los
hombres, y todo lo que al mundo le parece grande,
por mostrarnos que todo esto es un poco de lodo
mal cocido, de ninguna sustancia y duración. Casa-
dos ha habido que han durado tres dias, y reyes sin
estrenar la corona, y pontífices que no se pusieron
la tiara.. Bocado ha habido que no ha llegado á la bo-
ca. ¡ Oh! mira el que iba á comer, el rey de los asi-
rios, Baltasar (Daniel, cap. 5) en aquella sacrilega
cena, donde le asistían la hermosura de sus damas,
la multitud de sus grandes le festejaban, las escua-
dras de sus soldados aseguraban su persona, sus pa-
lacios ¡ qué soberbios ! | Qué mesas tan llenas de
manjares, olores y riquezas ! El oro en las vajillas,
los diamantes en las cabezas y manos, los brocados
por las paredes, hasta los vasos del templo santo
consagrados á Dios, servían á sus bebidas. El que se
hallaba señor de toda esta grandeza, ¿ qué deleite y
qué vanidad no tendría ? En medio de esta abun-
dancia, cuando ménos lo pensaba, levantó los ojos á
la pared , adonde vió una mano que escribía : ¡Ma-
ñana morirás! A este solo susto dió en el suelo todo
lo soñado, pues para el miserable lo había sido todo
el tiempo pasado de su imperio. Acabó su papel,
quedó barro como lo demás.

2
i8

S VIII.

Si eres cuerdo, no fíes del estado, que no es


tuyo, que cuando ménos lo pienses te lo quitarán.
Hay muchos que hacen con la vida lo que con una
pieza de paño : este pedazo para capa, el otro para
mangas, y éste para una caperuza , como si el paño
fuera suyo. Ahora soy mozo, mañana hombre, el
• otro dia viejo, entónces me daré á Dios, y de este
modo tratan su vida, como si fueran señores de ella.
Así la trataba aquel rico del Evangelio (S. Lúeas#
cap. 12), prometiéndose muchos años; tanto, que
quería hacer nuevos graneros para recoger sus fru-
tos, y estando enamorando á su alma con las felici-
dades que poseía, oyó una voz que le dijo: « ¡Loco,
esta noche quitarán tu alma de tí! » En esto para-
ron sus locuras, pues disponía del tiempo que no era
suyo. Dice el profeta Malaquías (Cap, 1J : «Maldito
sea el hombre falso que tiene en su ganado buen sa-
crificio, y ofrece á Dios lo más vil y despreciado.»
Das al mundo lo mejor de tu vida, y á Dios la vejez
flaca y enferma, quizá porque el mundo ya no la
quiere, ¿y lo despreciable al mundo quieres sea vícti-
ma agradable á Dios ? ¿ No fuera loco el que aguar-
dara á transplantar los árboles despues de viejos y
secos , para mejorar de frutos? Sustancia y vigor ha
de tener la planta, que de otra suerte , aunque se
mude, no dará frutos. El elefante dobla las juntas de
los brazos con gran facilidad cuando es nuevo; des-
pues, en entrando en edad, endurécense los nervios,
y tiene las piernas como columnas, sin poderlas do-
blar. Con grandísima dificultad podrás en la vejez
19
volverte á Dios, por estar duro tu corazon y obstina-
do en pecados. A muchos sucede lo que al caminan-
te , que en tiempo de lluvias se encuentra con un
arroyo que pudiera pasar de un salto; y diciendo
adelante lo pasaré, miéntras baja más abajo lo halla
mayor y con más agua, y no lo puede pasar. Así el
que al principio con un salto de dolor pudiera pasar
á la otra parte de la buena vida no lo hace; dilatando
la penitencia para adelante , crecen con los dias las
dificultades, con que se va haciendo más inhábil
cada dia.

S IX.

Vió en el desierto un santo solitario á un hombre


que había hecho un haz de leña para llevarle acues-
tas , y vió que probó á subirlo sobre los hombros y
no podía, y el remedio que buscó fué hacer más leña
con que acrecentó la carga, y ménos podía subirla.
Reíase el santo ermitaño de la locura de este hom-
bre, hasta que le dijo un ángel:—«Más locos son los
hombres, que dejan para mañana su conversión: no
pueden hoy levantar su corazon á Dios con la grave
carga de sus pecados, y esperan á mañana con mu-
chos más levantarse más ligeros.» Los más de los
hombres de este miserable siglo no se acuerdan de
volverse á Dios, si no es cuando el mundo los de-
j a , y entónces, á más no poder, lo hacen porque
con la muerte los deja el tiempo. Tarde acordó
Faraón, rey de los Gitanos, á conocer á Dios en
el mar Bermejo (Exod. , cap. 14) : arrepentido,
quiso volver atrás; pero las aguas le embarazaron el
camino, y quedó muerto en ellas. Las vírgenes lo-
20
cas tarde aparejaron sus lámparas, por lo cual se
quedaron fuera (S. Mat., cap. 25). En la apretura y
rigoroso trance de la muerte, de maravilla se halla
buena disposición: cosa es muy rara el que tenga
contrición verdadera el que ántes no la tuvo. El
santo Rey David dice (Psal. 6):—No hay quien se
acuerde en la muerte de Vos. Pues ¿ quién se acor-
dará ? El que vive, Señor, el que vive (responde el
rey Ezequías (cap. 28) en su cántico) no el que está
agonizando con dolores, ánsias y desventuras.
Acuérdate de tu Criador en el tiempo de la juven-
tud, dice el Sábio, ántes que se oscurezcan el sol de
tu entendimiento y las estrellas de tus sentidos, no
seas como el otro ignorante, que cuenta el cardenal
Belarmino-, que á la hora de la muerte pedía con
grandes voces tiempo para hacer penitencia y oyeron
los que le ayudaban á bien morir una tenebrosa y es-
pantosa voz que le decía:—¡Necio, ahora que el sol se
pone, pides tiempo de penitencia! ¿Qué hacías cuan-
V do te alumbraba todo el dia? Y en estas miserables
congojas dió su alma á los demonios. Bien parece
ser falsa la penitencia de los tales, pues en sanando
vuelven á sus vicios : la necesidad les fuerza á que
digan verdades, no la buena voluntad: son como los
ladrones, que no confiesan sus delitos, sino á puros
tormentos , cuya confesion no los libra de la pena,
ántes les da la muerte.
21

8 x-

Arroja el mercader sus riquezas al mar, y si des-


pues le viene tranquilidad, con mayor ánsia busca
los fardos que nadan sobre las aguas; con que se co-
noce que si no fuera por el peligro, según su volun-
tad lo muestra," no las echara de si. Así hacen con
los pecados los que á aquella hora aguardan, échan-
los por el peligro : pero el amor que toda la vida les
tuvieron va asido á ellos, como el mercader á sus ri-
quezas: vemos con los ojos que confiesan con la
boca muchos pecados: pero no les vemos el cora-
zon, de donde han de ser borrados, y así nos parece
que todos se van al cielo, y están muchísimos en el
infierno con todos los sacramentos, porque no se
dispusieron, y nosotros quedamos muy contentos
porque murieron como unos pajaritos, como si estu-
viera en el morir deprisa 6 despacio la buena muer-
te. Despacio murió el mercader que ganó su hacien-
da engañando á sus hermanos, y más despacio está
su alma en los infiernos. Deprisa murió el siervo
fiel á su señor, que repartió sus bienes eon los po-
bres, y vivió muriendo cada dia, y está en la alegría^
de la casa de Dios. Blanca se quedó como una palo- \
ma la mujer ramera, y negra vive su alma entre los \
demonios miéntras Dios fuere Dios. Negros y con 1
grandes ánsias murieron los santos que sirvieron á
Dios, y ahora son estrellas en la región de la luz.
Todo esto nace de ser hombres carnales quien lo
juzga, y así han dejado estos abusos y mentiras en
el mundo. Si vieran á los santos mártires ahogados,
despedazados y quemados, ¿qué dijeran de ver sus.
22

cadáveres tan monstruosos? Hánse criado en el cieno


de este mundo, y no han salido de las tinieblas de
Egipto: y así tienen éstos ojos y no ven ; que si vie-
ran , verían que este género de muertes y diversi-
dad de accidentes toca á la complexión del cuerpo
mortal, ó la naturaleza del achaque de que mueren,
de lo cual no es partícipe el alma, porque sus enfer-
medades son invisibles; que si las viésemos, conoce-
ríamos lo horrible de los vicios. Por eso no hay que
fiar en la muerte de estas postreras obras, porque el
alma con la gravedad de los dolores del cuerpo, á
que está unida, no puede levantarse á Dios, porque
toda ella está en la parte que padece. Esto sucede
muchas veces en los siervos de Dios en aquella tre-
menda hora, y así se les oye quejar de su desampa-
ro. Pues si esto sucede á los que en esta vida estár
bien habituados, ¿ qué le sucederá á quien no lo es-
tá? Si esto sucede á los varones fuertes que han pe
leado contra sus pasiones, ¿ qué les sucederá á lo¡
flacos, que siempre han sido vencidos de ellas ? ^
así las más veces lo yerran, aunque nos parezca i
nosotros lo aciertan, porque todas sus obras soi
carnales y brutales, sin llevar otra luz que carne ^
sangre: y aunque nos parezca que con la boca s<
disponen, su corazon está rebelde y lleno de mali
cía, y así nada les aprovecha.
23

§ XIII.

Quien vio lo que Judas hizo despues que vendió á


Jesucristo, ¿no dijera que era un verdadero peniten-
te? Porque él confesó su pecado á voces, restituyó la
honra en público á quien se la había quitado , vol-
vió á su dueño el dinero mal ganado. ¿Quién, viendo
estas demostraciones, no dijera había enteramente
satisfecho su pecado? Y con todas estas circunstan-
cias se condenó, porque el corazon estaba de dife-
rente color que las obras exteriores. ¿Qué importa
que la boca diga ¡ pequé ! si el corazon no dice nada ?
Que desprecie las riquezas con la lengua cuando las
guarda el corazon, ¿ qué importa ? Llega á las playas
de Nínive el profeta Jonás (Joñas, cap. 5) empieza á
sonar su voz por las calles y plazas de aquella opu-
lentísima ciudad , pregona la justicia de Dios que
vendrá sobre sus habitadores dentro de cuarenta dias,
y al instante empiezan todos á llorar y hacer peniten-
cia de sus pecados; bien pudieran aguardar á algunos
dias, pues sabían tenían cuarenta dias de término. Nó,
sino luego hicieron penitencia, desde el rey hasta
el más vil esclavo. Viene el auxilio de Dios, suena
la voz del Señor, de Joñas, en nuestros corazones ?
No hay que aguardar segunda voz, no sea que sea la
postrera que Dios tenga determinada para castigar
nuestros pecados. Estos varones ninivitas tiene Dios
guardados para el dia del juicio, y con ellos juzgará
á éstos embelesados del mundo.La penitencia de San
Juan Bautista y la del santo profeta Jeremías, ambos
santificados ántes de nacer, se levantarán contra
«sta mala gente el dia de la venganza, pues teniendo
24

vidas inculpables, hacían rigorosa penitencia sólo


por asegurar la gracia de Dios: mira tú, ¿ qué debes
hacer, cuando tienes que pagarle tanta multitud de
culpas ?

S XII.

Ahora te ven mis ojos, y hago penitencia en ce-


niza y llanto, decía á Dios el santo Job (Job, cap. 24).
Pues fuiste criado para gozarle, abre tus ojos y co-
noce quién es cuando te habla en el corazon con
santas inspiraciones. Habla el villano con el Rey en
el campo, y no le venera por no conocerle: así dijo
el soberbio rey Faraón á Moisés : (Exodcap. 5)
—¿Quién es Dios? ¡No sea que tú digas lo mismo !
Todos meditamos en este mundo, unos traen de-
lante de sí á Dios, y otros á su Ínteres. Este es el
dios de cada uno. Si deseas hartar tus deseos y la
insaciable sed de tus apetitos con los bienes y ri-
quezas de este mundo, vas engañado, como lo estu-
vieras si quisieras hartar un caballo con carne y un
león con yerba. Ordenó Dios su mantenimiento á
todas las cosas, á tu alma le cupo el cielo por cen-
tro; mira como sosegará con cuatro piedras amari-
llas, que el mundo llama oro ? Y si con éste quieres
sosegarte , lo conseguirás, como si para matar una
hoguera le echases leña seca. Estos son desatinosr
pues de la misma suerte lo es saciar nuestra alma,
que es espíritu, con bienes materiales, que son
tierra. Cuando salgas de ese cuerpo en que habitas^
verás estas verdades, y llegará el dia que no tendrá
noche para tí, ó la noche que no tendrá dia, y sal-
gas de este mundo para el otro siglo.
25

§ XIII.

Hermano mió, si quieres tener buena muerte, en


tu mano está: ten buena vida f que con buena vida
no hay mala muerte, ni buena muerte con mala
vida.Todo se acaba; si no ha de durar, ¿qué se te da
de conseguir lo que deseas ? Si sirves á los príncipes,
ellos te dejarán mañana, ó tú los dejarás con tu
muerte. Mira á S. Francisco de Borja lo que le su-
cedió : sirvió muchos dias á los emperadores, y mu-
riendo la emperatriz se la dieron de depósito para
que la llevase á Granada á enterrar, y abriendo la
caja adonde iba aquella señora, á quien él y un
mundo servía de rodillas , vió un saco de gusanos,
y que la corona estaba asentada sobre un poco de
podre, y dijo: — |En esto paran las grandezas huma-
nas, á quien los hombres se desvelan en servir ! Yo
prometo de aquí adelante no servir á señor que
se muera.» Como lo prometió asi lo hizo, sirviendo
á Dios tan de véras, como nos lo dice su santa vida.

. S XIV.
¿ Qué importa, hermano , que seas grande en el
mundo, si la muerte te ha de hacer igual con los pe-
queños ? Llega á un osario que está lleno de huesos-
de difuntos , distingue entre ellos el rico del pobre,
el sabio del necio y el chico del grande; todos son
huesos, todos calaveras, todos guardan una igual fi-
gura. La señora, que ocupaba las telas y brocados,
en sus estrados , cuya cabeza era adornada de dia-
mantes , acompaña las calaveras de los mendigos.
p~26
l Las cabezas que vestían penachos de plumas en las
fiestas y saraos de las cortes , acompañan las calave-
ras que traían caperuzas en los campos. ¡ Oh justi-
cia de Dios, cómo igualas con la muerte á la des-
igualdad de la vida! ¿ Qué cosa hay tan horrible co-
mo el hombre muerto ? Fantasma á la ilusión de
quien lo conocía, horror á los ojos de quien lo ama-
ba. ¡ Oh instante que mudas las cosas ! ¡ Oh instan-
te del ser al no ser ! ¡ Oh instante, puerta de los si-
glos ! ¡ Oh instante, en que todo se acierta ó todo se
yerra! ¡ Oh instante , en que ninguno dirá yo te pa-
saré seguro! Porque ninguno sabe si es hijo de ira
ó de amor ! ] Oh instante, el que te perdió una vez,
I no te hallará más miéntras Dios fuere Dios!
[ ¡Para siempre, para siempre, sin término, ni fin !

§ XV.
¡ Oh locos , que no veis estas verdades ! ¡ Oh hi-
jos de Babilonia, los que habitais en sus delicias y
bebeis de las inmundicias de su cáliz , por defuera
oro y por dentro veneno ! ¡ Oh ramera prevarica-
dora de la verdad , pues llamas males á los bienes y
bienes á los males! Todo tu cuidado es borrar l a
razón del hombre , imágen de Dios , y el que nació
para compañero de los ángeles, hacerlo compañero
de las bestias , dando fuerza con la abundancia de
tus vicios á nuestros apetitos para que reinen sobre
la razón, y que ella cautiva, todo el edificio humano
venga al suelo. Estas transmutaciones hace con los
hijos del siglo esta ramera, á quien tiene ciegos con
las riquezas y delicias de este mundo. Y así, decía el
apóstol S. Pedro que no era otra cosa este mundo, si-
27
n o una casa llena de humo, adonde ciegos los ojos de
l a razón, no ven la verdad de las cosas : es un Babel
d e confusion , donde unos á otros no se entienden,
todos desunidos para el bien y unidos para el mal: es
u n engaño con apariencia de verda^. Quien ve al
poderoso le llama rico y es mentira , porque le fal-
taji á su codicia todos los bienes ajenos. Dícenle que
e s señor, y no lo es, porque no tiejie los bienes,
ántes los bienes lo tienen á él; y así no se ha decir:
Pedro tiene cien mil ducados, sino cien mil ducados
tienen á Pedro. No se ha de decir: Pedro puede
mucho, sino Pedro puede nada. Al fuerte y temera-
rio le llaman valiente , y es todos los dias vencido
de sus pasiones. Llaman belleza á la compuesta de
carne podrida, que mañana será gusanos : al vir-
tuoso llaman hipócrita ; y al hipócrita, hombre ajus-
tado : al liberal, pródigo ; y al pródigo, hombre bi-
zarro : al verdadero, buen hombre (que ya el serlo es
oprobio); y al embustero, cortesano: al bufón, hom-
bre ligero ; y al que es modesto , pesado. Este es el
vocabulario de la casa de los locos y del palacio del
humo, donde reina Babilonia, y adonde habitan las
bienaventuranzas temporales , que hoy son y maña-
na no parecen , opuestas á las bienaventuranzas de
Dios nuestro Señor, que habitan en la casa de la
luz.
Dice el mundo : bienaventurados los ricos. Dice
Dios : bienaventurados los pobres. Dice el mun-
do : bienaventurados los que se huelgan y rien.
Dice Dios : bienaventurados los que lloran. Dice el
mundo ¡ bienaventurados los que son estimados.
Dice Dios: bienaventurados los que padecen per-
secución. Tan opuestos como son los autores son
28
opuestas las doctrinas. Cristo nos dice (S. Matth.,
cap. 6): «Quien es de este mundo no es de Dios; ser-
vir á Dios y á las riquezas, no puede ser : agradar á
dos señores tan opuestos, es imposible.» Estos son
dos caminos mjiy distantes, uno va al occidente del
infierno, otro al oriente del cielo. Cualquier paso
que damos en ellos nos aparta del camino opuesto;
y así cada uno jnire cómo anda, que sus pasos le di-
rán el fin que lleva.

S XVI.

Muchos hay que no ven estas verdades, porque


viven en tinieblas , y las padecen mucho mayores
que las padecían los gitanos (Exodcap. 10) que
les duraron tres dias , y hay muchos á quienes les
duran cincuenta años. ¿Qué locura puede haber
mayor que querer irse al cielo por otro camino que
fueron los santos ? Los descubridores de las Indias
nos enseñaron el camino de las Indias, y de esa mis-
ma suerte los descubridores del cielo nos enseñaron
el camino del cielo. ¿Cómo llegarán al lugar donde
llegaron S. Ambrosio, S. Gregorio, S. Agustin y
Sto. Tomás de Villanueva, padres de la doctrina, de
la penitencia y de los pobres, los obispos que gas-
taron el patrimonio de los pobres en las grandezas
y profanidades en que los gastan los hombres más
relajados del siglo ? Delante de las lágrimas del san-
to rey David y de la penitencia de S. Luis , rey de
Francia, y de la caridad de S. Eduardo , rey de In-
glaterra , ¿ qué parecerá un rey, que toda su vida la
ha gastado en comedias, caza y juegos de cañas? De-
cante de todos los santos, ¿ qué parecerán los que
29
tuvieron sus mismos estados y nó sus virtudes ? No
h a y que culpar al estado, que el estado no condena
a l hombre, sino el hombre al estado (Josué, cap. 10).
I Quién , viendo á Josué cubierto con un arnés de
acero en un caballo furioso y la espada sangrienta
e n la mano, dijera era santo? Y vimos que á la voz
d e este siervo de Dios se paró el sol en el cielo, y to-
d a la máquina celeste detuvo su curso. Imitemos
las virtudes que los santos han ejercitado en todos
estados ; pues en todos tenemos gloriosos ejemplos,
y no nos divierta el estado ajeno, y con eso tendré-
mos virtud en cualquier estado que nos halláremos;
pero querer sin sus virtudes ir al cielo, es disparate.

§ XVII.

Tened vergüenza los que llamais á Dios nuestro


Señor Padre, verle tan solo. Y así su divina Majes-
tad se queja por su profeta, diciendo: (Malachías,
cap. i) «Si soy vuestro Padre, ¿dónde está el amor
que me teneis ? Y si soy vuestro Señor, ¿ dónde está
el respeto?» Considerad en dos campos de batalla, co-
mo S. Cipriano consideraba dos ejércitos, el de Dios
nuestro Señor en un monte, cuyo capitan es Cristo,
que ocupa la cumbre, sangriento, lleno de dolores,
afrentas y desnudez, con el invencible estandarte de
la Santa Cruz, bandera de nuestro caudillo, debajo
de cuya seña militamos. Mira más abajo sus após-
toles, llenos de angustias, de prisiones y tormentos.
Vuelve los ojos á la falda del monte , mira sus
mártires, admira su fe y fortaleza, tintos en sangre
están, escucha sus lamentos, y cómo su inocencia
pide á Dios justicia, diciendo: (Apocal., cap. n):
30
Vindica , Domine, sanguinem sanctorum tuorum,
effusus est, Otros repiten el santo sacrificio de
sus cuerpos, cantando (Isaicap. 65): Transivimus
per ignem et aquam , et eduxisti nos in refrige-
rium. Mira los santos confesores con la fatiga que
suben al monte , llenos de penitencias por el amor
de su Criador; y con la esperanza de llegar á la alta
cumbre, la publican diciendo (Psal. 19): Hi in cur-
ribus et hi in equis ; nos autem in nomine Domini
Dei nostri invocabimus. Mira las santas vírgenes
cantando alabanzas al Omnipotente por el triunfo
de sus victorias, diciendo (Exod., cap. 15): Cante-
mus Domino, gloriose enim magnificatus est. Mira
los santos anacoretas, llenos de amor, subir los pe-
ñascos del monte arriba, con cuánta ligereza los tre-
pan diciendo (Psal. 41): Quemadmodum desiderai
cervus ad fontes aquarum, ita desiderat anima mea
ad te, Deus. Repara que en todo este santo ejército
no hay ninguno sin trabajos y sin consuelos : todos
miran á lo alto, donde está su capitan; y con ser el
monte tan alto y la subida tan áspera, no desmayan,
ántes sus tropiezos aceleran el paso á su camino.
Mira su santo y valeroso capitan cómo los alienta,
diciendo: —Venid á mí los que trabajais, que en mí
hallaréis descanso; los que teneis sed venid, porque
soy fuente de aguas vivas; venid, que soy vuestrc
Padre, vuestro Pastor, vuestro Rey y vuestro her-
mano.
31

§ XVIII.

Repara la diversidad de santos que ocupan las


faldas de este santo monte, y por subir á su cumbre
con más ligereza cómo se van desnudando de todo
lo que les hace estorbo á subir á lo alto. Mira aquel
rey arrojando la corona, el otro poderoso el dinero:
el letrado los libros, el soldado las armas, y todo lo
que les embaraza el camino es despreciado de su
denuedo. Repara que como van subiendo al paso
del camino es la fatiga y el ardor con que el que
al principio podía sufrir la toga y dignidad, á los
primeros pasos la deja ; á los segundos la capa, y á
los postreros hasta la camisa le hace peso. Mira que,
aunque padecen fatiga, ninguno se pára, porque en
este camino el pararse es volverse atrás. Mira que
aunque todos suben, todos van por diferentes cami-
nos; y aunque los del monte opuesto les dan grita,
no vuelven el rostro á su estruendo y vocería: y si
alguno lo vuelve, es despeñado. Mira como los san-
tos ángeles van delante, animándolos y allanándoles
el camino, diciéndoles (Psal. 90): Angelis suis man-
davit de te ,ut custodiant te in ómnibus viis tuis, in
manibus portabunt te, ne forte offendas ad lapidem
pedem tuum. Mira los santos profetas y patriarcas
postrados delante de la alta nube que tiene á Cristo
á su diestra, donde asiste el altísimo Dios de los
ejércitos, que corona el pináculo de este monte , di-
ciéndole (Psal. 130): Vos, Señor, fundasteis la
tierra sobre su misma firmeza; y vos, Señor, teneis
señorío sobre el mar, y vos podéis amansar el furor
de sus ondas (Psal, 75). Vuestros son los cielos y
3*
vuestra es la tierra, y vos criasteis la redondez di
ella con todo lo que dentro de sí abraza, y el mar ]
el viento cierzo que levanta , vos lo fabricasteis ; ]
pidiéndole los santos eche su paternal bendición so
bre los caminantes de este santo monte, le dicei
(Psal. 144): «Los ojos de todas las criaturas esperai
en vos, Señor, y vos les dais su manjar en tiempc
conveniente. Abrís vos vuestra mano y henchís todc
animal de bendición.»

s XIX.
Mira como el amable Padre desde lo alto los mi
ra, y con amorosos ojos los bendice y con el bácul<
pastoral de su providencia los anima, diciendo poi
Ezequiel (Efech., cap. 34): «Yo buscaré mis ovejas
y las visitaré de la manera que visita el pastor si
ganado cuando lo halla descarriado: y así yo visita
ré mis ovejas y las sacaré de todos los lugares po
donde andaban descarriadas, y en el dia de la nub
y de la oscuridad sacarlas he de entre los pueblos
juntarlas he en diversas tierras, y traerlas he á 1
suya, y aposentarlas he en los montes de Israel
donde descansarán sobre las yerbas verdes, y será
apacentadas en pastos muy abundosos, y las que me
ran en el desierto estarán seguras de los bosques
puestas al rededor de mi collado; derramaré sobi
ellas mi bendición y enviaré las aguas lluvias á s
tiempo , las cuales serán benditas , esto es , salud*
bles y provechosas, y no dañosas á los pastos d<
ganado.» ¿Es buen pastor el que con este amorcuid
y trata á los suyos? ¿Quieres más bendiciones qu
éstas que echa el Señor á sus siervos, que suben e;
33
te santo monte del desengaño? Este es el camino,
este es el capitan, estas las promesas, cuyo fin es el
reino eterno.

S XX.

Considera tú ahora, hermano mió, el estado en


que vives, y que llegas á este santo monte: registra
con la vista todos sus caminantes, que suben sus
veredas; pon los ojos en sus costumbres, ejercicios
y vida, y mírate á tí, si te hallas lleno de majestad y
grandeza, cercado de coches , estufas, pajes y laca-
yos, con quien va solo y á pié, ¿ qué parecerás ? Al
lado de quien su corazon sólo lo tiene en Dios, con
el tuyo, que sólo lo tienes en el dinero ? Con los
que caminan ayunos, ¿ cómo puedes caminar tan
harto y lleno de delicias? Si quieres caminar
con los limosneros, éstos van muy ligeros, porque
caminan en los hombros de los pobres. ¿Cómo
puedes tú seguirlos con tantos talegos? Si te arri-
mas á los despreciadores del mundo, es gente muy
desocupada y todo el dia caminan ; ¿ y tú cómo los
has de seguir, si todas las noches y dias las tienes
ocupadas en tus pretensiones , bautizándolas por
lícitas tu codicia? Si buscas los castos, tu lascivia
los aparta de tí; si los humildes, tu soberbia no pue-
de caminar por los pobres valles que ellos caminan,
porque tus caminos son de cerro en cerro y de mon-
te en monte, como halcón altanero. Si tienes juicio,
hermano mió, echarás de ver que no llevas tú el ca-
mino que llevan aquellos santos caminantes; y no
lo llevando yo te digo de parte de Dios que no lle-
garás adonde ellos llegaren.
3
34

§ xxiv.
Trae S. Pedro Damiano un símil muy evidente
para crédito de esta verdad. Dice el Santo : — Si un
hombre quisiera hacer una jornada que nunca hu-
biese hecho, y para acertarla mejor se informase de
un práctico del camino, preguntándole las señas y
los pasos que tenía; y el práctico le dijese que en
saliendo de la ciudad á media legua encontraría con
una cruz, que dividía dos caminos, que en llegando
á ella tomase el camino de mano derecha, y á breve
encontraría una laguna muy grande, que en llegan-
do tomase el camino de la otra mano , y que vería
luego un castillo puesto en un alto monte, que ca-
minase derecho á él, y que en llegando le fuese ro-
deando , y á sus espaldas hallaría el lugar ; si el ca-
minante saliese confiado con estas señas, y camina-
se todo el dia sin ver la cruz, sin encontrar la lagu-
na, ni descubrir el castillo, y que cerraba ya la no-
che, ¿ qué diría de su jornada ? Pues abre tú ahora
los ojos , ántes que llegue la noche de tu muerte , y
mira si en el camino de este mundo , donde todos
somos viadores, encuentras con las señas que te dan
la vida y camino de los santos para el reino de Dios;
y si no encuentras con ellas, erraste el camino, m o -
rador eres de Babilonia y esclavo del demonio, para
cuyo desdichado fin mejor fuera que nunca hubie-
ras nacido, ni tu madre te hubiera arrojado al
mundo.
35

$ XXIL

Vuelve ahora los ojos de la consideración al


monte opuesto , monte de la vanidad, teatro de la
soberbia y corte de la gran Babilonia, enemiga de
Dios y compañera del demonio : mira la multitud
de gentes que lo ocupan : mira cómo está asentada
en la alta cumbre , con aquella bestia de siete cabe-
zas que refiere S. Juan en su Apocalipsi (Apoc ,17),
vestida de púrpura, guarnecida de oro y de piedras
preciosas , y en su mano el cáliz dorado de sus de-
leites, lleno de todas las inmundicias y abominacio-
nes, y en su frente escrito Blasfemia. La gran Ba-
bilonia , madre de la fornicación y de la abomina-
ción de la tierra, embriagada de la sangre de los
mártires de Jesucristo. Mira Luzbel, su príncipe,
con tantas tartáreas legiones que le acompañan, to-
do» enemigos con odio irremediable de tu Padre, de
tu Dios y de tu Criador. Mira la innumerable gente
que los adora el pecho por tierra. Mira los moros
con sus torpezas, los judíos con sus codicias , los
bárbaros con su idolatría , los herejes con sus mali-
cias. Mira los cristianos : aquí revienta el corazon
de pena, y la sangre de él había de salir por nuestros
ojos de dolor. Que siga esta ramera, que no conoce
á Jesucristo, vaya; pero sus hijos, que profesan su
purísima ley evangélica, ¡ apartádose hayan y sirvan
á este infame! Y yo, que escribo esto (con dolor de
mi corazon y lágrimas en mis ojos lo confieso), más
de treinta años dejé el monte santo de Jesucristo, y
serví loco y ciego á Babilonia y sus vicios, bebí el
sucio cáliz de sus deleites, é ingrato á mi Señor
36
serví á su enemiga, no hartándome de beber en
los sucios charcos de sus abominaciones : de lo cual
me pesa , y pido á aquella altísima é imperial bon-
dad perdón de mis pecados.

§ XXIII.

Cuenta S. Juan Clímaco, que yendo por el de-


sierto , encontró con una calavera de un hombre,
y le pregunto el Santo , ¿de quién era?—Fui donde
habitó el ánima de un condenado.
Serías de algún idólatra, dijo el Santo. Respon-
dió Más bajo es mi tormento que el de los idó-
latras.
Serías de algún moro. — Más bajo (respondió) es
mi infierno que el de los moros.
Serías (dijo el Santo) de algún judío, ó hereje.
Respondió:—Más bajo y profundo es mi infierno.
Preguntó el Santo: ¿ Pues fuiste cristiano ? Y
respondió: — Sí; pero mis tormentos son mayores
que los de los cristianos, porque fui sacerdote cris-
tiano.
Esta es la mayor desdicha. Que el ciego no vea,
vaya; pero j que el que ve sea ciego! Que el que
tiene por bienaventuranza las riquezas las ame,
no es mucho ; pero que el que profesa que la bien-
aventuranza es no tenerlas por el amor de Dios las
estime, es cosa de locos ; ó mude lo que cree, 6
crea que ha perdido el juicio.
37

§ xxiv.
Mira en este desdichado monte, á quien el mun-
do llama felicidad, la multitud de gente que le ha-
bita : mira la confusion, y babel, y vocería con.
que unos á otros no se entienden.
Mira los ambiciosos, qué tristes, y qué ham-
brientos de bienes de fortuna : hasta los montes de
oro y plata tienen á las espaldas, no porque la des-
precian , sino porque esta gente nunca mira lo que
tienen, sino lo que les falta.
Mira los deshonestos encenagados en los pan-
tanos de la lascivia, sin tener aun habilidad para
dar voces, porque su torpeza es tanta que ni áun
hablar les deja.
Mira los envidiosos comiéndose á bocados, sien-
do alimento de sí mismos. Mira los murmurado-
res de todo descontentos, y nada les parece bien,
sino el decir mal.
Mira cuánto ladrón, cuánto homicida, cuánto
embustero , cuánta soberbia , cuánta vanidad ocu-
pa la corte de esta ramera. También tiene este
maldito pueblo sus ermitaños y penitentes, unos
que profesan virtud por sus comodidades, otros
que viven solitarios por no hacer bien á nadie,
otros que no comen de miserables, otros hacen
penitencia por que los alaben; y ha llegado la locura
á tal extremo, que hay quien derrame su sangre por
parecer bien.
Mira los poderosos con la profanidad que sirven
á su loca señora. ¡Qué coches, qué literas, qué
estufas no ha inventado su comodidad! \ Qué
38
comidas, bebidas, y olores su gula! Los tabi-
ques de sus casas son cristales, sus templos un
aposento de sus casas, adonde desde sus camas
profanan (no adoran) el estupendo y santo sacri-
ficio de la Misa, haciendo el sacerdote (como yó
he visto) primero á ellos la reverencia para em-
pezar , que á Dios nuestro Señor , en cuya presen-
cia tiemblan los ángeles, y el firmamento se humi-
lla. Si cuando Dios nuestro Señor se apareció en la
zarza en el monte Oreb á Moisés , porque quería ver
aquel misterio , le dice Dios , que aquella es tierra
santa, que se descalce, ¿ qué debe hacer el que ve, y
oye el santo sacrificio de la Misa, adonde está Dios
humanado, como estaba en el fuego de la zarza ? Y
ha llegado el tiempo que delante de estos epulones
(por nuestros graves pecados) no solo los sacerdotes
de Dios les hacen reverencia, sino que acompañan
las visitas hasta los estrados. ¡ Oh desdichado siglo !
¡ Oh tiempo lamentable ! ; Oh locos engañados!
Dónde está el culto y veneración que teneís á Dios,
pues así tratais á sus criados ?
Si en tiempo de S. Gregorio el Magno decía (no
viendo estas bajezas, sino algunas tibiezas en los
sacerdotes de Dios) que en aquel siglo había sacer-
dotes de palo, que celebraban en cálices de oro ; y
que en el tiempo antiguo había sacerdotes de o r o ,
que celebraban en cálices de palo : ¿qué diría si
viese esta? ignominias ?
39

§ xxiv.
Pues no es la peor gente que tiene Babilonia : á
esta otra más pésima la acompaña. Estos son unos
filósofos mesurados, llenos de ciencia vana de
quienes Cristo nuestro Señor nos aconseja huyamos,
porque son falsos profetas, que tienen pieles de
ovejas, y por dentro son lobos carniceros, que des-
pedazan nuestras almas con sus doctrinas falsas y
engañosas. Estos son los peores; porque los que
hasta aquí hemos referido con el letargo de los vi-
cios-, no hablan de la virtud, sino vicio y más vicio,
y no buscan otra razón que dar pasto á sus apetitos.
Pero éstos están llenos del cáliz de Babilonia hasta
la boca, por donde lo derraman , llegando á ejecu-
tar la mayor maldad que en la corte de la ramera
se hace, que es hacer de los vicios virtudes , de las
ofensas servicios, y de la malicia bondad , diciendo
es agradable á Dios lo que su Divina Majestad abo-
rrece , diciendo es lícito y loable lo que de su natu-
raleza es malo y pecaminoso.
Dice el padre maestro Avila, apóstol de la
Andalucía, que esta gente es peor que Lutero,
y da la razón; porque á la doctrina de Lutero,
como dañosa y herética, cerramos los oidos á sus
razones, conociendo ese veneno de nuestras al-
mas; pero la doctrina de éstos, júzganla como
medicamento saludable, y como á tal abrimos la
boca de nuestro corazon, adonde recibimos en lu-
gar de salud peste, y en lugar de vida, muerte.
Dicen, si ven la soberbia en las alhajas, grandeza
y ostentación , que el estado lo pide.
40
Si 110 dan limosna, que primero es pagar las deu-
das : si no las pagan, que el sustento de la casa, por
ley natural, lo prohibe.
Si están en la Iglesia irreverentes , que no se ha
de mostrar la virtud en cosas exteriores : si no fre-
cuentan los Sacramentos , que es reverencia á tan
alta Majestad.
Si es gloton y regalado, que no hace daño lo
que entra por la boca, sino lo que sale por ella:
si come carne y no ayuna es por una enfermedad
que tuvo ahora cuarenta años, y por no tener
ninguna hasta que se muera, que la prudencia es
madre de las virtudes. ^
Si va á la comedia, que es acto indiferente.
Si es usurero, que el uso de las tierras hace le-
yes. Si es simóniaco, que no toma dinero, sino
lo recibe. Si vende la justicia, que hay leyes
para todo. Si está amancebado, es pecado de
flaqueza. Si homicida, que en el primer ímpetu no
hay pecado. Si ladrón, la extrema necesidad carece
de ley. Si es desbaratado y loco , que la virtud de
la eutropelia lo permite.
¡Oh malditos hijos de Baal, no sois vosotros
israelitas de corazon simple y recto, sino hijos
del demonio, ministros de Babilonia, doctrineros
de Belcebú, y pervertidores de la doctrina de Jesu-
cristo !
41

1 - $ XXVI,

Mira con el amor que este infame pueblo da sus


bienes á esta ramera, empeñan sus joyas , venden
sus alhajas , disipan sus mayorazgos por darle sólo
gusto.
Mira al demonio como blasfema de Jesucristo, y
le dice: — mira, Cristo, la gente que me sigue,
la majestad que me acompaña , mira qué obedien-
tes me están , como dan sus vidas y sus haciendas
por mí, sin haberlas yo criado ni redimido con tan-
tos dolores y trabajos como Tú los redimiste, ni ha-
berles prometido reino eterno , ántes suplicio eter-
no. Mira que ni un ochavo te dan de limosna en tus
pobres, y mira con cuanta liberalidad me dan to-
dos sus bienes.
Afréntate, cristiano, de oir estas voces, ten honra
verdadera, que todo lo demás es embuste ; y mira
como tratas á tu Dios, tu Padre, y tu Señor; y si
el amor no te obliga, obligúete el temor , teme su
furor y la espada de su justicia que está sobre tí.
Mira lo que dice el profeta Amós: fAmos, ca-
pitulo IX.) Los ojos del Señor están puestos sobre el
reino que peca para destruirlo y echarlo de sobre la
haz de la tierra. Mira á lo que obliga al furor
de Dios esta mala gente, que dice por el profeta
Zacarías estas desconsoladas y tremendas palabras :
(Zacharcap. XI.) No quiero yo tener más cargo
de apacentaros, lo que muere muera , y lo que ma-
taren mátenlo, y los demás que se coman á bocados
unos á otros. ¿ Puede ser mayor el desamparo que
esta gente tiene de Dios ?
42
¡Oh desdichado pueblo sobre quien tal furor
ha caido! Nunca fueras nacido para ser aborre-
cido de tu Criador, compañeros del demonio y
pasto de los infiernos. ¡Oh Babilonia, ramera
infame, cómo tienes engañados á los hijos de
los hombres! Algún dia caerás á los abismos co-
mo se lo mostraron al apóstol S. Juan en aque-
lla visión que refiere en su Apocalipsi, (ApocaL,
cap. XVIII) donde dice oyó una voz de un ángel
que dejando caer desde el cielo una gran piedra de
molino, decía : — «Cayó la gran Babilonia, y queda
hecha habitación de los demonios y guarda de es-
píritus inmundos , y guarda de las aves inmundas,
y de todas las gentes que del vino de la ira y de la
fornicación bebieron.»

§ XXVII.

Ruégote ahora , hermano mió, que con maduro


juicio te pongas en medio de estos dos montes tan
opuestos. Mira al uno coronado de Dios tu Padre, y
al otro del demonio, su enemigo : uno lleno de-ben-
diciones de su paternal mano ; otro lleno de maldi-
ciones de su furor: uno, monte de verdad, cuyo fin
es un reino eterno , una vida eterna, un descanso
eterno; otro, monte de vanidad, cuyo fin es infierno
eterno, horror eterno, tormento eterno y blasfemia
eterna. Y está cierto que tú , que lees estas letras,
has de parar dentro de breves dias (porque breves
son los dias del hombre , dice el santo Job) en une
de estos dos lugares. Libre.albedxíp tienes^ elige,
que para coronar Dios tus obras y para que tengan
mérito , te pone en libertad.
43
E l i g e , porque has de morir, y al salir tu alma de
ese t u cuerpo en que ahora habita la tomarán estrecha
c u e n t a de los pasos que ha dado en estos montes,
q u e todos te los tienen contados, y ellos te llevarán
al fin donde se encaminaron. ¡ Quiera la gran mise-
ricordia de Dios y paternal piedad vayan á parar á
é l mismo, adonde descanses! Amén.

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