Ideologia, Subjetividad y Lo Otro PDF

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Rodríguez Marino, Paula; Schtivelband, Ernesto;

Terriles, Ricardo
Ideología, discurso, subje-
tividad. La reconfiguración
de la problemática de la
hegemonía en la obra de
Ernesto Laclau
Revista de Filosofía y Teoría Política
2008, no. 39, p. 31-51

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Cita sugerida
Rodríguez Marino, P.; Schtivelband, E.; Terriles, R. (2008)
Ideología, discurso, subjetividad. La reconfiguración de la
problemática de la hegemonía en la obra de Ernesto Laclau [En
línea]. Revista de Filosofía y Teoría Política, (39). Disponible en:
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Ideología, discurso, subjetividad. La reconfiguración de la problemática...

Ideología, discurso, subjetividad.


La reconfiguración de la problemática de la
hegemonía en la obra de Ernesto Laclau.

Paula Rodríguez Marino, Ernesto Schtivelband


y Ricardo Terriles∗

Resumen:
En este trabajo presentamos algunos nudos de la discusión que,
con relación a las categorías del título, se ha venido gestando en el marco
de una tradición de pensamiento que articula el legado del marxismo con
el psicoanálisis. En particular exploramos el desarrollo de estas nociones
en la obra de Ernesto Laclau, considerando sus implicancias tanto para
una teoría de la discursividad como para la filosofía política. La trayecto-
ria de Laclau reconfigura las bases conceptuales de la hegemonía y de la
ideología. Laclau se desplaza desde una posición cercana al althusseria-
nismo –recurriendo a la deconstrucción, a la arqueología foucaultiana y al
psicoanálisis lacaniano – hacia un punto de vista que él mismo describe
como postmarxista. Su concepción del discurso, en ese marco, plantea una
renovación del concepto de hegemonía, abandonando la tópica marxista
de base y superestructura.

Palabras Clave:
ideología – discurso – Laclau.

Abstract:
This paper aims to explore the articulation of Mar xism,


Facultad de Ciencias Sociales , Universidad de Buenos Aires, Argentina. Correo electrónico:
[email protected], [email protected], [email protected]

Revista de
Revista de Filosofía
Filosofía y Teoría Política,
Política, 39:
39: 31-51
31-51 (2008),
(2008),Departamento de Filosofía,
© Departamento FaHCE,
de Filosofía, UNLP
Facultad de | 31
Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata
Paula Rodríguez Marino, Ernesto Schtivelband y Ricardo Terriles

psychoanalysis and political theory in the particular reading of Ernesto


Laclau. Consequences in two main areas are analyzed: discourse theory
and political philosophy. This author reconfigures the conceptual basis of
hegemony and ideology from an original position close to the Althusserian
tradition (by means of deconstruction, Foucauldian archaeology and
Lacanian Psychoanalysis) to a standpoint that he himself has described as
post Marxist. In that frame, his conception of discourse makes a claim for
a renewal of the concept of hegemony, giving up the Marxist topic of base
and superstructure.

Keywords:
ideology – discourse – Laclau

Introducción
En el área de estudios de comunicación y cultura, el problema
de la hegemonía y las formas de su construcción ha merecido, casi desde
siempre, una atención especial. Más allá de la labor señera de Gramsci,
el trabajo de Ernesto Laclau constituye un foco de referencia insosla-
yable, cuyas irradiaciones han impactado tanto en los Cultural Studies
británicos como en la sociosemiótica del discurso político (Verón, de
Ipola, etc.).
La trayectoria de Laclau se inscribe, en sus inicios, en lo que
Perry Anderson denominara “marxismo occidental”: en la problemati-
zación de las nociones de ideología y de hegemonía. Laclau parte desde
posiciones cercanas al althusserianismo, y a medida que incorpora
en sus reflexiones elementos provenientes de la deconstrucción, del
psicoanálisis lacaniano –ya presente en el horizonte althusseriano– y
de la arqueología foucaultiana, se orienta en una dirección que él
mismo ha calificado como postmarxista. Su concepción del discurso,
en ese marco, se vincula a la necesidad de pensar las formas de cons-
trucción de la hegemonía en ruptura con la tópica marxista de base
y superestructura.
En este trabajo nos introducimos en la obra de Ernesto Laclau
siguiendo el hilo de sus reflexiones en torno a la noción de discurso,
especialmente desde Hegemonía y estrategia socialista, escrito en colabo-
ración con Chantal Mouffe (Laclau y Mouffe, 1987).

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Del althusserianismo a la deconstrucción


Política e Ideología en la Teoría Marxista (1986) recopila una serie
de artículos de Laclau, producidos a lo largo de la década del setenta.
En estos trabajos se advierten las huellas de la reflexión althusseriana
en torno a la cuestión de la ideología, si bien aparecen también ciertos
matices críticos. Estos cuestionamientos se dan en el marco de un de-
sarrollo en el que Laclau intenta dar carnadura al planteo general de
Althusser: podría decirse que, mientras que en el esquema presentado
por el filósofo francés el hincapié está puesto en la clarificación del
mecanismo que relaciona a la ideología (en general) con la constitución
del sujeto, en Laclau el énfasis se desplaza hacia la consideración de
cómo determinados “discursos ideológicos” adquieren unidad a partir
del sujeto que interpelan y constituyen.
Todo indica que Laclau considera que la interpelación constitu-
ye un sujeto que se reconoce en determinados “contenidos” ideológicos
materializados en prácticas. Ahora bien, en ese marco Laclau tiene en
cuenta la existencia de múltiples interpelaciones, que se articulan de de-
terminada manera para un discurso ideológico dado. En un contrapunto
con Poulantzas en torno a la caracterización ideológica del fascismo,
podemos observar que Laclau considera al discurso ideológico como el
resultado de la articulación de un conjunto de interpelaciones diversas,
y que cada una de estas interpelaciones está asociada a un “contenido”
(los “elementos” o “aspectos” de los que habla Poulantzas).
Por otra parte, Laclau propone una explicación para la unidad
relativa de un discurso ideológico. Ésta no se basaría en la coherencia
lógica, sino en “la capacidad de cada elemento interpelativo de jugar
un papel de condensación respecto a los otros”. Cuando Laclau habla
de la capacidad evocativa, del papel simbólico o de condensación de
una interpelación, está apoyándose en la noción de sobredeterminación
presentada por Althusser a lo largo de varios artículos de La revolución
teórica de Marx (1990). Como se recordará, Althusser –quien a su vez
había tomado el concepto de Freud– despliega esta noción para oponerse
a la idea de una determinación simple, que atribuye al hegelianismo (y
a sus remanentes en algunas versiones del marxismo).
Partiendo de esa conceptualización, Laclau entiende la perti-

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nencia de su aplicación al contexto propio de lo “superestructural”, a


saber, el estudio de los discursos ideológico y político –además de tener
en cuenta la especificidad de la coyuntura para cada formación social
determinada– debe buscar las formas de su unidad relativa a partir de
la lógica de la sobredeterminación. Vale decir entonces que no resulta
pertinente el análisis de un discurso ideológico sólo a partir de sus determi-
naciones de clase. El hecho de que existan interpelaciones que no son de
clase lleva a estudiar las relaciones que se establecen entre las distintas
interpelaciones, es decir, la lógica articulatoria que las preside. Y esto, a
su vez, permite un acercamiento a la cuestión de la hegemonía. Así en
un texto contemporáneo, dirá Laclau que “la hegemonía no consiste en
la imposición de una cosmovisión cerrada al resto de la sociedad, sino
en la articulación de una multiplicidad de elementos ideológicos que
no tienen una necesaria connotación de clase, al discurso ideológico de la
clase hegemónica.” (Laclau, 1977: 20)
Podríamos decir que nos encontramos aquí –al menos– con
un vocabulario muy semejante al que el Laclau “postmarxista” habrá de
manejar. Faltaría quizás señalar, antes de abordar a ese Laclau, algún
elemento que ya no encontraremos: la noción de interpelación –cuyo sig-
nificado Laclau, como hemos visto, había expandido en cierta medida–
dejará de tener una presencia importante en los escritos posteriores.
Sin embargo, hay cuestiones teóricas de mucho mayor peso,
que creemos señalan de manera fuerte la ruptura entre marxismo y
“postmarxismo”. Hacia el final de “Fascismo e ideología”, Laclau,
presentando sus conclusiones, se anticipa a las lecturas que podrían
criticarle haberle dado “un peso excesivo a la incidencia de lo ideológico
en la emergencia del fascismo.” Por otra parte, la famosa cuestión de
la “determinación en última instancia” será, en los trabajos posteriores,
objeto de “deconstrucción”.

La imposibilidad de la sociedad
“La imposibilidad de la sociedad” es un artículo en el que se
reconocen claramente las huellas de la deconstrucción derridiana en
el aparato conceptual de Laclau. En ese sentido, permite acercarnos a
las tonalidades teóricas que caracterizan al giro postmarxista, con un

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motivo de interés adicional: se trata de una reflexión sobre la teoría


de la ideología.
El trabajo comienza con el señalamiento de la crisis de la con-
cepción economicista y reduccionista del marxismo que pone en cuestión
la idea de la totalidad social constituida en torno a la distinción base/
superestructura. Esta cuestión está en la base de la incorporación de la
categoría de discurso en la perspectiva de Laclau.
Laclau identifica dos enfoques clásicos de la ideología, y con-
sidera que ambos han sido desacreditados “como resultado de la crisis
de los supuestos en los que se fundaban”. Será necesario, entonces,
estudiar ambos enfoques para ver “los problemas que han conducido
a la teoría de la ideología a sus dificultades presentes”. El primero de
estos enfoques era el que consideraba a la ideología como nivel de la
totalidad social. “Frente a esta visión esencialista –dice Laclau– hoy
día tendemos a aceptar la infinitud de lo social, es decir, el hecho de que
todo sistema estructural es limitado, que está siempre rodeado por un
“exceso de sentido” que él es incapaz de dominar y que, en consecuencia,
la “sociedad”, como objeto unitario e inteligible “que funda sus procesos
parciales, es una imposibilidad”.
El intertexto de Laclau es aquí el trabajo de Derrida, y en
especial el artículo “La estructura, el signo y el juego en el discurso de
las ciencias humanas”. En ese trabajo, Derrida examinaba la noción de
estructura desde su surgimiento en el pensamiento occidental. Sobre
ello decía que “la estructuralidad de la estructura... se ha encontrado
siempre neutralizada, reducida: mediante un gesto consistente en darle
un centro, en referirla a un punto de presencia, a un origen fijo.” Sin
embargo, para Derrida habría habido un “acontecimiento” –caracterizado
como ruptura y redoblamiento (o repetición)– por el cual la concepción
de ese centro (que tomaba diversos nombres, siempre remitiendo a la
invariancia de una presencia: eidos, arché, telos, energeia, ousía, etc.) habría
cambiado radicalmente: se habría producido un “descentramiento” en
el pensamiento de la estructura.
Si bien Derrida vincula el “acontecimiento” de ruptura con
los nombres de Nietzsche, Freud y Heidegger, también considera su
operatividad en el campo de las ciencias humanas, y para ello tomará
en consideración –no exenta de crítica– a los trabajos de Lévi-Strauss.
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Se puede reconocer en Laclau el mismo interés, aunque en su caso es


altamente probable que, bajo el término de “estructuralismo”, su reflexión
incluya en el horizonte a la empresa althusseriana. Recordemos que, en
la discusión de Laclau que estamos siguiendo, la “estructura centrada”
que está en cuestión es la del modelo base-superestructura.
Por medio de una lectura deconstructiva que señala los límites
de la empresa estructuralista, Laclau desemboca en el abandono de la
concepción topográfica de lo social, esto es, una concepción en la que
es válida la distinción base/superestructura.
En este desarrollo emerge una concepción del discurso que se
inspira fuertemente en un comentario de Derrida sobre el término. De-
rrida consideraba al discurso como “un sistema en el que el significado
central, originario o trascendental no está nunca presente fuera de un
sistema de diferencias”, mientras que Laclau lo define –y “en el sentido
más estricto del término”– como el “juego infinito de las diferencias”,
al que identifica con “lo social”. La cuestión del “juego infinito de las
diferencias” remite a la tensión ente la imposibilidad de fijar el sentido
y el de sus fijaciones parciales.
Señalemos por lo pronto que Laclau concibe al orden o estruc-
tura como el resultado de un proceso hegemónico, lo cual vincula con la
“fijación relativa de lo social a través de la institución de puntos nodales.
Con ello apunta a que ese proceso es el resultado de una lógica articula-
toria. Más importante aun es el hecho de considerar que las formas en
que esos procesos tienen lugar no es determinable a priori, con lo cual la
premisa de que la base determina la superestructura ha de considerarse
como esencialista: se trata entonces de una radicalización del concepto
althusseriano de sobredeterminación lo que aquí está operando.
Respecto de la crítica al segundo enfoque clásico de la ideolo-
gía, el de la “falsa conciencia”, Laclau parece entender que, junto con
los motivos deconstructivos, hay ciertas transformaciones sociales que
sostienen sus elaboraciones teóricas. Destacamos este aspecto porque
allí aparece una de las pocas referencias “fácticas” en su argumentación
general. La crítica al enfoque de la ideología como “falsa conciencia” no
termina, como en el caso del enfoque de la ideología como nivel de la
totalidad social, en un rechazo definitivo. Laclau sostiene que “podríamos
mantener el concepto de ideología y la categoría de falsa representación

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en la medida en que invirtamos su contenido tradicional. Lo ideológico


no consistiría en la falsa representación de una esencia positiva, sino
exactamente en lo opuesto: consistiría en el no reconocimiento del ca-
rácter precario de toda positividad, en la imposibilidad de toda sutura
final. Lo ideológico consistiría en aquellas formas discursivas a través
de las cuales la sociedad trata de instituirse a sí misma sobre la base del
cierre, de la fijación del sentido, del no reconocimiento del juego infinito
de las diferencias. Lo ideológico sería la voluntad de “totalidad” de todo
discurso totalizante. Y en la medida en que lo social es imposible sin
una cierta fijación de sentido, sin el discurso del cierre, lo ideológico
debe ser visto como constitutivo de lo social.”

La consolidación de la perspectiva postmarxista


En el tercer capítulo de (1987), “Más allá de la positividad de
lo social”, Laclau y Mouffe exponen los principios de su concepción de
lo social. Concentraremos nuestro interés en este capítulo, dado que allí
se presenta la noción de discurso, noción que presupone las categorías
de articulación y de hegemonía.
La tarea que enfrentan los autores es la de “constituir teórica-
mente el concepto de hegemonía”, y esta tarea supone “un campo teórico
dominado por la categoría de articulación”. Con esto se quiere decir que
la hegemonía (práctica hegemónica), en tanto forma específica de articu-
lación (práctica articulatoria), depende conceptualmente de esta última.
Ahora bien, hablar de articulación, a su vez, supone “la posibilidad de
especificar separadamente la identidad de los elementos articulados”. El
desarrollo de estas cuestiones desembocará en la concepción del discurso
(práctica discursiva) que el trabajo presenta.
Laclau y Mouffe especifican que la construcción de la categoría
de articulación requiere dos pasos: “fundar la posibilidad de especificar los
elementos que entran en la relación articulatoria y determinar la especifi-
cidad del momento relacional en que la articulación como tal consiste.”
El camino elegido para desarrollar dicha tarea pasa por la con-
sideración de la trayectoria de la escuela althusseriana, “radicalizando
algunos de sus temas en una dirección que haga estallar sus conceptos
básicos”. En este sentido, la noción althusseriana de sobredeterminación

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–que, como se recordará, jugaba un papel importante en los primeros


trabajos de Laclau– es la primera en considerarse. El abordaje de la
noción implica precisar, a juicio de los autores, el sentido del concepto,
habida cuenta “del uso indiscriminado e impreciso que posteriormente
se ha hecho del mismo”. Dicen los autores:
… en la formulación althusseriana original había el anuncio de
una empresa teórica…: la de romper con el esencialismo ortodoxo,
no a través de la desarticulación lógica de sus categorías y de la
consecuente fijación de la identidad de los elementos desagregados,
sino de la crítica todo tipo de fijación, de la afirmación del carácter
incompleto, abierto y políticamente negociable de toda identidad.
Esta era la lógica de la sobredeterminación. Para ella el sentido de
toda identidad está sobredeterminado en la medida en que toda
literalidad aparece constitutivamente subvertida y desbordada; es
decir, en la medida que, lejos de darse una totalización esencialista o
una separación no menos esencialista entre objetos, hay una presencia
de unos objetos en otros que impide fijar su identidad. Los objetos
aparecen articulados, no en tanto se engarzan como las piezas de
un mecanismo de relojería sino en la medida en que la presencia
de unos en otros hace imposible suturar la identidad de ninguno
de ellos. (1987: 118)

La radicalización del concepto de sobredeterminación abre


camino a un pensamiento de la articulación, en donde la noción de
discurso –y sus vinculadas, formación y práctica discursivas– jugarán un
papel de considerable importancia.

Articulación y discurso
Nos encontramos entonces con la presentación de una concep-
ción del discurso, en el marco de una reflexión sobre la categoría de ar-
ticulación. En esta instancia del desarrollo teórico de su argumentación,
los autores están en condiciones de plantear definiciones, y así, dirán
... llamaremos articulación a toda práctica que establece una relación
tal entre elementos, que la identidad de éstos resulta modificada como
resultado de esa práctica. A la totalidad estructurada resultante de la
práctica articulatoria la llamaremos discurso. Llamaremos momentos
a las posiciones diferenciales, en tanto aparecen articuladas en el in-
terior de un discurso. Llamaremos, por el contrario, elementos a toda
diferencia que no se articula discursivamente. (1987: 119)

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Señalan los autores que, para entender correctamente estas


distinciones, se requiere de “tres tipos de precisiones básicas: en lo que
se refiere al tipo de cohesión específica de una formación discursiva;
en cuanto a las dimensiones de lo discursivo, y en cuanto a la apertura
o el cierre que una formación discursiva presenta.” Es en el marco de
estas precisiones que Laclau y Mouffe recurrirán, en primera instancia,
al Foucault de La arqueología del saber. De Foucault toman, para tratar
la cuestión de la cohesión específica de una formación discursiva, el
planteo de la “regularidad en la dispersión”.
Laclau y Mouffe parecen querer señalar el carácter relativo de
la cohesión de una formación discursiva. En ese sentido, se plantean la
cuestión de la necesidad y la contingencia, y plantean una suerte de “caso
límite”: en una totalidad discursiva articulada en la que todo elemento
ocupara una posición diferencial –en la que todo “elemento” se hubiere
reducido a “momento” de esa totalidad– “toda identidad es relacional y
dichas relaciones tienen un carácter necesario”.
La imagen que opera en el trasfondo de esas consideraciones
es la del sistema de la lengua. Así vista, una formación discursiva apa-
rece definida –en lo que hace a su cohesión relativa y contingente– por
contraste con el modelo de la lengua. Evidentemente, esto dice muy
poco acerca de la especificidad de la formación discursiva.
Respecto de la cuestión de las dimensiones de lo discursivo
vuelven a retomar a Foucault, pero esta vez para criticarlo. En primer
lugar, Laclau y Mouffe señalan que el “hecho de que todo objeto se
constituya como objeto de discurso no tiene nada que ver con la cues-
tión acerca de un mundo exterior al pensamiento, ni con la alternativa
realismo/idealismo”. Como especifican posteriormente, no se trata de
negar “la existencia, externa al pensamiento, de dichos objetos, sino la
afirmación de que ellos puedan constituirse como objetos al margen de
toda condición discursiva de emergencia.”
En segundo lugar, y vinculado con lo anterior, Laclau y Mouffe
rechazan el supuesto del carácter mental del discurso, afirmando por
consiguiente “el carácter material de toda estructura discursiva”. De
esta manera, los autores intentan superar “una dicotomía muy clásica:
la existente entre un campo objetivo constituido al margen de toda
intervención discursiva y un «discurso» consistente en la pura expre-
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sión del pensamiento”. Al respecto, Laclau y Mouffe señalan, entre las


corrientes que han trabajado en la misma dirección que ellos a la teoría
de los “actos de lenguaje” y a las reflexiones de Wittgenstein. Queda
abierta la cuestión de la “articulación” entre la posición wittgensteniana
y la matriz estructuralista, más o menos “deconstruida”, de la que Laclau
y Mouffe parten -con esto no queremos decir que ello sea imposible,
sino que el desarrollo no es trabajado por los autores. Al mismo tiempo,
puede señalarse que la concepción foucaultiana de formación discursiva
no puede ser asociada a la noción de lengua como sistema o código.
Estas apreciaciones oscurecen la fundamentación de la “analogía” entre
el campo discursivo y el social que Laclau y Mouffe persiguen.
Finalmente, para abordar el aspecto de la apertura y cierre de las
formaciones discursivas, los autores señalan que si “la lógica relacional y
diferencial de la totalidad discursiva se impusiera sin limitación alguna”,
la articulación sería imposible.
Esta conclusión se impone, sin embargo, sólo si aceptamos que la
lógica relacional del discurso se realiza hasta sus últimas conse-
cuencias y no es limitada por ningún exterior. Pero si aceptamos,
por el contrario, que una totalidad discursiva nunca existe bajo la
forma de una positividad simplemente dada y delimitada, en ese
caso la lógica relacional es una lógica incompleta y penetrada por
la contingencia. La transición de los «elementos» a los «momentos»
en las formaciones discursivas nunca se realiza totalmente. Se crea
así una tierra de nadie que hace posible la práctica articulatoria.
(1987: 126-7)

Se advierte que el tono de la argumentación vuelve a los carriles


deconstructivos que ya habíamos observado en el texto de 1983. En ese
sentido, y retomando aquellos argumentos de “la imposibilidad de la
sociedad”, dirán los autores:
Con esto llegamos a un punto decisivo de nuestra argumentación. El
carácter incompleto de toda totalidad lleva necesariamente a aban-
donar como terreno de análisis el supuesto de «la sociedad» como
totalidad suturada y autodefinida. «La sociedad» no es un objeto
legítimo de discurso. (127-8)

A partir de este argumento, que recupera y especifica la radi-


calización del concepto de sobredeterminación, se puede inferir que la

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problematización en torno a la noción de discurso, tuvo siempre como


horizonte la cuestión de lo social. Queda abierta una cuestión, en torno
al problema de la fijación del sentido. Dirán los autores:
Ni la fijación absoluta ni la no fijación absoluta son, por tanto, posibles.
Consideremos a estos dos momentos sucesivos. La no [sic] fijación,
en primer término. Hemos hablado de «discurso» como de un sistema
de identidades diferenciales –es decir de momentos. Pero acabamos
de ver que un sistema tal sólo existe como limitación parcial de un
«exceso de sentido» que lo subvierte. Este «exceso», en la medida en
que es inherente a toda situación discursiva, es el terreno necesario de
constitución de toda práctica social. Lo designaremos con el nombre
de campo de la discursividad –tratando de señalar con este término
la forma de su relación con todo discurso concreto: él determina
a la vez el carácter necesariamente discursivo de todo objeto, y la
imposibilidad de que ningún discurso determinado logre realizar su
sutura última. (128)

Laclau y Mouffe señalan la confluencia de su análisis con el de


pensadores como Heidegger, Wittgenstein y Derrida. Con respecto a
este último dicen coincidir en la generalización del concepto de discurso:
en este nuevo contexto, hay que entender que de lo que se trata es de
una crítica a la fijación absoluta del sentido.
Sin embargo, queda una cuestión por tratar –la de la no fijación
absoluta– y en este sentido los autores están en condiciones de ser más
explícitos que lo que habían sido antes:
(...) La imposibilidad de fijación última del sentido implica que tiene
que haber fijaciones parciales. Porque, en caso contrario, el flujo mismo
de las diferencias sería imposible. Incluso para diferir, para subvertir
el sentido, tiene que haber un sentido. Si lo social no consigue fijarse
en las formas inteligibles e instituidas de una sociedad, lo social sólo
existe, sin embargo, como esfuerzo por producir ese objeto imposible.
El discurso se constituye como intento por dominar el campo de la
discursividad, por detener el flujo de las diferencias, por constituir un
centro. Los puntos discursivos privilegiados de esta fijación parcial los
denominaremos puntos nodales. (Lacan ha insistido en las fijaciones
parciales a través de su concepto de points de capiton, es decir, de ciertos
significantes privilegiados que fijan el sentido de la cadena significante.
Esta limitación de la productividad de la cadena significante es la que
establece posiciones que hacen la predicación posible –un discurso
incapaz de dar lugar a ninguna fijación de sentido es el discurso del
psicótico). (129)

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El recorrido argumental en torno a la noción de discurso permite


a los autores volver a la cuestión de la articulación:
Tenemos, pues, todos los elementos necesarios para precisar el
concepto de articulación. En la medida en que toda identidad es
relacional, pero el sistema de relación no consigue fijarse en un
conjunto estable de diferencias; en la medida en que todo discurso
es subvertido por un campo de discursividad que lo desborda; en tal
caso la transición de los «elemento» a los «momentos» no puede ser
nunca completa. El estatus de los «elementos» es el de significantes
flotantes, que no logran ser articulados a una cadena discursiva. Y
este carácter flotante penetra finalmente a toda identidad discursiva
(es decir, social). Pero si aceptamos el carácter incompleto de toda
formación discursiva y, al mismo tiempo, afirmamos el carácter
relacional de toda identidad, en ese caso el carácter ambiguo del
significante, su no fijación a ningún significado, sólo puede existir
en la medida que hay una proliferación de significados. No es
la pobreza de significados, sino, al contrario, la polisemia, la que
desarticula una estructura discursiva. Esto es lo que establece la
dimensión sobredeterminada, simbólica, de toda formación social.
La sociedad no consigue nunca ser idéntica a sí misma, porque todo
punto nodal se constituye en el interior de una intertextualidad que
lo desborda. La práctica de la articulación consiste, por tanto, en la
construcción de puntos nodales que fijan parcialmente el sentido; y
el carácter parcial de esa fijación procede de la apertura de lo social,
resultante a su vez del constante desbordamiento de todo discurso
por la infinitud del campo de la discursividad.
Toda práctica social es, por tanto, en una de sus dimensiones, articu-
latoria, ya que al no ser el momento interno de una totalidad auto-
definida, no puede ser puramente la expresión de algo adquirido –no
puede, en consecuencia, ser íntegramente subsumida bajo el principio
de repetición– sino que consiste siempre en la construcción de nuevas
diferencias. (130-1)

Con los argumentos hasta aquí desplegados por Laclau y


Mouffe, se podría ya hacer una consideración de su concepción de lo
discursivo. Sin embargo, hay que tener en cuenta que esta concepción era,
en el desarrollo teórico de los autores, una condición para el despliegue
de la categoría de articulación, que a su vez llevaría a la especificación,
more deconstructivo, de la noción de hegemonía. En el apartado siguiente
comentaremos brevemente algunas de las nociones que se requieren para
completar dicho recorrido.

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Sujeto, antagonismo, equivalencia y diferencia:


conceptualización de la hegemonía
Como señalan Laclau y Mouffe, “antes de formular nuestro
concepto de hegemonía, dos cuestiones previas deben ser tratadas. La
primera se vincula al estatus preciso que en nuestro análisis acordaremos
a la categoría de «sujeto»; la segunda, al concepto de antagonismo, ya
que en una de sus dimensiones capitales, la práctica articulatoria en
que la hegemonía consiste define su identidad por oposición a prácticas
articulatorias antagónicas.” (131)
Con respecto a la noción de sujeto, los autores dicen que siem-
pre la usarán, en el texto, “en el sentido de «posiciones de sujeto» en el
interior de una estructura discursiva” (ibid). Con ello indican que los
sujetos no pueden ser “el origen de las relaciones sociales”.
Laclau y Mouffe al distinguir las nociones de “sujeto” y “po-
siciones de sujeto” remiten, en algunas oportunidades, al concepto
de estructura lo que supondría cierto nivel de contradicción con la
imposibilidad de sutura social, con la propia definición de discurso que
permanece asociado a la idea de lengua en tanto código y por lo tanto,
que podría comprometer el desarrollo de la noción de “antagonismo”. A
partir de esta distinción Laclau y Mouffe afirmarán que las “posiciones
de sujeto” son el efecto de una determinación estructural que no puede
constituirse por fuera de la estructura aunque esta no lo determina pre-
viamente, caso contrario, se trataría de la “emergencia” o aparición del
“sujeto” (1998:119). Laclau y Mouffe reconocieron que su elaboración de
la noción de sujeto era insuficiente; a partir de los comentarios críticos
de Zizek (1993: 257-67), los autores han emprendido una exploración
de la noción bajo una orientación lacaniana.
Nos parece importante, sin embargo, señalar algunas cuestiones
respecto del tratamiento del problema del sujeto en la obra de Laclau. El
recorrido teórico de la categoría arranca desde una raíz althusseriana, se
transforma al contacto de los planteos de la deconstrucción para finalizar
–luego de una intervención de Zizek que el mismo Laclau recoge en
(1993)– en una concepción más cercana a los planteos de Lacan. Así,
el hecho de pensar al sujeto como constituido en torno de una impo-
sibilidad central (correspondiente a un campo social estructurado del
mismo modo), le permite dar una nueva vuelta de tuerca al problema
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de la ideología (aquí -según la definición de Zizek- la ilusión ideológica


estaría dada por la experiencia de que nunca habíamos tenido aquello que
se supone que hemos perdido). Sin embargo, esta conceptualización, que
habilitaría a profundizar en los aspectos concernientes a la instancia
de la subjetividad, deja en la oscuridad muchos de estos problemas. De
manera análoga al modo en que Laclau señala, respecto de la noción de
sobredeterminación en Althusser, que estaban dadas todas las condiciones
para una radicalización del concepto que finalmente no ocurrió, creemos
que el cambio de orientación respecto de la noción de sujeto podría ha-
ber permitido pensar la posibilidad de que el sujeto no sólo se constituye
discursivamente, sino además interviene enunciativamente en la superficie
del discurso introduciendo marcas o enfatizando acentos. Si bien Laclau
define a la “construcción política” como un proceso que no viene dado de
antemano y que surge de una “decisión”, lo que se plantea aquí, no es la
definición acerca de una posible conceptualización o no de un sujeto de
intervención, sino más bien, la apertura a algunos interrogantes respecto
de una zona poco explorada por el análisis del autor.
Más importante a los efectos de la construcción de la noción
de hegemonía es el concepto de antagonismo. En el marco de la trans-
posición de la noción de discurso a lo social, los autores definen el an-
tagonismo por oposición a la contradicción (que operaba en el terreno
lógico) y a la oposición (que operaba en el terreno de los hechos). La
caracterización del antagonismo se plantea más adelante, explicitando
su diferencia con las categorías filosóficas antes mencionadas:
(...) En la medida que hay antagonismo yo no puedo ser una presencia
plena para mí mismo. Pero tampoco lo es la fuerza que me antago-
niza: su ser objetivo es un símbolo de mi no ser y, de este modo, es
desbordado por una pluralidad de sentidos que impide fijarlo como
positividad plena. La oposición real es una relación objetiva –es decir,
precisable, definible, entre cosas–; la contradicción es una relación
igualmente definible entre conceptos; el antagonismo constituye los
límites de toda objetividad –que se revela como objetivación, parcial
y precaria–. Si la lengua es un sistema de diferencias, el antagonismo
es el fracaso de la diferencia y, en tal sentido, se ubica en los límites
del lenguaje y sólo puede existir como disrupción del mismo –es decir
como metáfora–. (...) El antagonismo escapa a la posibilidad de ser
aprehendido por el lenguaje, en la medida en que el lenguaje sólo existe
como intento de fijar aquello que el antagonismo subvierte. (145)

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Dejemos de lado las ambiguas referencias al lenguaje y la len-


gua, y retengamos, no obstante, la idea del “fracaso de las diferencias”,
porque será útil en la consideración de las lógicas de la equivalencia y la
diferencia. Antes de pasar a la consideración de estas lógicas, conviene
tener en cuenta algunos argumentos más en torno al antagonismo.
Laclau y Mouffe piensan que el antagonismo “como testigo de
la imposibilidad de una sutura última, es la «experiencia» del límite de
lo social”; ahora bien, hay que entender que los antagonismos “no son
interiores sino exteriores a la sociedad”, vale decir, que ellos “establecen
los límites de la sociedad, la imposibilidad de esta última de constituirse
plenamente.” (146). En otros términos, la sociedad “no llega a ser total-
mente sociedad porque todo en ella está penetrado por sus límites que
le impiden constituirse como realidad objetiva”. (147)
Esta penetración de la sociedad por sus límites (antagonismo)
es, a juicio de los autores, una subversión, noción que anteriormente
caracterizaran como “presencia de lo contingente en lo necesario”, que
se manifiesta “bajo las formas de la simbolización, de metaforización, de
paradoja, que deforman y cuestionan el carácter literal de toda necesidad”
(131), vale decir, como construcciones discursivas.
Con esto se vincula la relación de equivalencia, que los autores
presentan por medio de un ejemplo:
(...) En un país colonizado, la presencia de la potencia dominante
se muestra diariamente en una variedad de contenidos: diferencias
de vestimenta, de lenguaje, de color de la piel, de costumbres. Cada
uno de estos contenidos, por tanto, se equivale con los otros desde el
punto de vista de su diferenciación respecto al pueblo colonizado y,
por tanto, pierde su condición de momento diferencial y adquiere el
carácter flotante de un elemento. Es decir, que la equivalencia crea
un sentido segundo que, a la vez que es parasitario del primero, lo
subvierte: las diferencias se anulan en la medida en que son usadas
para expresar algo idéntico que subyace a todas ellas. (147-8)

Como se puede suponer, la referencia a ese “algo idéntico” en


este contexto no refiere a esencia positiva alguna, sino a la presentación
de la negatividad:
(...) Una relación de equivalencia que absorba todos los rasgos
positivos del colonizador en su oposición al colonizado no crea

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un sistema de posiciones diferenciales positivas entre ambos, sim-


plemente porque ella disuelve toda positividad: el colonizador es
construido discursivamente como el anticolonizado. Es decir, que
la identidad ha pasado a ser puramente negativa. Es porque una
identidad negativa no puede ser representada en forma directa –es
decir, positivamente– que sólo puede hacerlo de modo indirecto a
través de una equivalencia entre sus momentos diferenciales. De
ahí la ambigüedad que penetra a toda relación de equivalencia: dos
términos, para equivalerse, deben ser diferentes (de lo contrario se
trataría de una simple identidad). Pero, por otro lado, la equivalencia
sólo existe en el acto de subvertir el carácter diferencial de esos tér-
minos. Este es el punto en el que, según dijimos antes, lo contingente
subvierte lo necesario impidiéndole constituirse plenamente. Esta
no constitutividad –o contingencia– del sistema de diferencias se
muestra en la no fijación que las equivalencias introducen. (148)

Se advierte la vinculación entre la relación de equivalencia y


el antagonismo:
...ciertas formas discursivas, a través de la equivalencia, anulan toda posi-
tividad del objeto y dan una existencia real a la negatividad en cuanto tal.
Esta imposibilidad de lo real –la negatividad– ha logrado una forma
de presencia. Es porque lo social está penetrado por la negatividad –es
decir, por el antagonismo– que no logra el estatus de la transparencia,
de la presencia plena, y que la objetividad de sus identidades es per-
manentemente subvertida. A partir de aquí la relación imposible entre
objetividad y negatividad ha pasado a ser constitutiva de lo social. Pero
la imposibilidad de la relación subsiste: es por eso que la coexistencia de
sus términos no puede concebirse como relación objetiva de fronteras,
sino como subversión recíproca de sus contenidos. (149)

Tal como indican Laclau y Mouffe, es importante tener en cuen-


ta que, si la negatividad y la objetividad coexisten solamente a través de
su subversión recíproca, esto implica que nunca se logran las condiciones
de una equivalencia total ni las de una objetividad diferencial total. No
obstante, los autores presentan, para esclarecer sus proposiciones y con
el propósito de considerar “la estructuración de los espacios políticos a
partir de las lógicas opuestas de la equivalencia y la diferencia”.
A continuación, los autores concluyen:
Vemos, pues, que la lógica de la equivalencia es una lógica de la simpli-
ficación del espacio político, en tanto que la lógica de la diferencia es
una lógica de la expansión y complejización del mismo. Tomando un

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ejemplo comparativo de la lingüística, podríamos decir que la lógica de


las diferencias tiende a expandir el polo sintagmático del lenguaje, el
número de posiciones que pueden entrar en una relación combinatoria
y, por consiguiente, de contigüidad las unas con las otras; en tanto que
la lógica de la equivalencia expande el polo paradigmático –es decir,
los elementos que pueden sustituirse el uno al otro– y de este modo
reduce el número de posiciones combinatorias posibles. (151)

Con la presentación de las nociones que acabo de tratar, se está


en condiciones de abordar la conceptualización de la hegemonía. Laclau
y Mouffe consideran que
(..) El campo general de emergencia de la hegemonía es el de las
prácticas articulatorias, es decir, un campo en el que los «elementos» no
han cristalizado en «momentos». En un sistema cerrado de identidades
relacionales, en el que el sentido de cada momento está absolutamente
fijado, no hay lugar alguno para una práctica hegemónica. Un sistema
plenamente logrado de diferencias, que excluyera a todo significante
flotante, no abriría el campo a ninguna articulación; el principio de
repetición dominaría toda práctica en el interior del mismo, y no
habría nada que hegemonizar. Es porque la hegemonía supone el
carácter incompleto y abierto de lo social, que sólo puede constituirse
en un campo dominado por prácticas articulatorias. (155)

La “no fijación” de los “elementos” que se requiere para la


existencia de la práctica hegemónica es pensada como semejante a la
flotación de significaciones en la constitución de las “posiciones de su-
jeto”. La fijación de significaciones en el primer caso imposibilitaría las
prácticas hegemónicas – y a las articulatorias como un tipo particular
de éstas- y en el segundo, supondría la aparición la “emergencia del
sujeto” en abandono de posiciones de sujeto. Sin embargo, el desco-
nocimiento y la indecibilidad del contexto concreto de su aparición
garantizarían la apertura final de esa cristalización “virtual” constitutiva
de la subjetividad (1998: 119).

Ahora bien, ¿cuál sería la especificidad de la práctica hegemóni-


ca, qué la diferenciaría de cualquier práctica articulatoria? La respuesta
de Laclau y Mouffe recurre al planteo de dos situaciones:
Partamos de dos situaciones que no caracterizaríamos como arti-
culaciones hegemónicas. En un extremo podríamos señalar, como

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ejemplo, a la reorganización de un conjunto de funciones burocrá-


tico-administrativas según criterios de eficacia o racionalidad. Aquí
están presentes elementos centrales de toda práctica articulatoria: la
constitución de un sistema organizado de diferencias –de momentos,
por consiguiente– a partir de elementos disgregados y dispersos. Y
aquí, sin embargo, no hablaríamos de hegemonía. La razón es que,
para hablar de hegemonía, no es suficiente el momento articulatorio;
es preciso, además, que la articulación se verifique a través de un
enfrentamiento con prácticas articulatorias antagónicas. Es decir,
que la hegemonía se constituye en un campo surcado por antago-
nismos y supone, por tanto, fenómenos de equivalencia y efectos de
frontera. Pero, a la inversa, no todo antagonismo supone prácticas
hegemónicas. En el caso del milenarismo, por ejemplo, tenemos
un antagonismo en su forma más pura y, sin embargo, no hay he-
gemonía, por cuanto no hay articulación de elementos flotantes: la
distancia entre las dos comunidades es algo inmediatamente dado
y adquirido desde un comienzo, y no suponen construcción articu-
latoria alguna. Las cadenas de equivalencia no fijan los límites del
espacio comunitario, sino que operan sobre espacios comunitarios
preexistentes a las mismas. Las dos condiciones de una articulación
hegemónica son, pues, la presencia de fuerzas antagónicas y la
inestabilidad de las fronteras que las separan. Sólo la presencia de
una vasta región de elementos flotantes y su posible articulación a
campos opuestos –lo que implica la constante redefinición de estos
últimos– es lo que constituye el terreno que nos permite definir a
una práctica como hegemónica. Sin equivalencias y sin fronteras no
puede hablarse estrictamente de hegemonía. (156-7)

Al intentar vincular la categoría de hegemonía con la de posicio-


nes de sujeto, podría decirse que esos efectos de frontera y equivalencia
son los que proveen algunas de las cristalizaciones que posibilitan la
emergencia del sujeto, lucha entre fuerzas antagónicas. Sin embargo,
la aparición del sujeto sería siempre provisoria en virtud del exceso de
sentido que es requisito para la formación discursiva, en el planteo de
Laclau y Mouffe. Este es no el terreno propio del sujeto sino el de la
“posiciones de sujeto”, la dificultad parece surgir cuando se recuerda que
su definición estaría siempre en relación con un lugar en la estructura.
De esta forma, el juego de articulaciones antagónicas y de fronteras
precarias quedaría contenido, finalmente, en la misma estructura que
hace posible su aparición.
El desarrollo del concepto de hegemonía involucra una serie
de cuestiones sobre las que no nos detendremos aquí; baste señalar

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las diferencias que los propios autores plantean con respecto a la po-
sición de Gramsci: “nos apartamos de la concepción gramsciana en
dos puntos claves: en cuanto al plano de constitución de los sujetos
hegemónicos –para Gramsci es, necesariamente, el plano de las clases
fundamentales–; y en cuanto a la unicidad del centro hegemónico
–para Gramsci, excepto durante los interregnos constituidos por las
crisis orgánicas, toda formación social se estructura en torno a un
centro hegemónico.” (158-9) Desde este posicionamiento, hay que
entender que el sujeto hegemónico no necesariamente se define desde
su condición de clase, y que las prácticas hegemónicas no pueden dar
cuenta de la totalidad de lo social y constituir su centro, dado que “en
tal caso se habría producido una nueva sutura y el concepto mismo
de hegemonía se habría autoeliminado”. (163)

Algunas consideraciones para concluir


En este trabajo hemos desplegado, a partir de los trabajos de
Laclau, las escansiones conceptuales que hacen al tránsito entre una
posición marxista (cercana a Althusser) a una posición postmarxis-
ta: se trata, en breve, de la puesta en cuestión de los fundamentos
ontológicos esencialistas que operaban subrepticiamente en el ma-
terialismo histórico.
El pasaje de una perspectiva centrada en las nociones de ideo-
logía e interpelación a la concepción de lo social como “campo de la
discursividad” no se hizo sin momentos de oscuridad. Por ejemplo, en
“La imposibilidad de lo social” todavía no encontramos una definición
de discurso sensu stricto. Por lo demás, la especificación negativa con
relación “al habla y la escritura” agrega poco a la definición, en la medida
que tiende a reforzar su extrema amplitud y vaguedad. No obstante,
creemos que hay que reconocer allí una “jugada deconstructiva” que
tiende a poner en cuestión la distinción neta entre “las palabras y las
cosas”, distinción realista ingenua que algunas veces ha tallado en las
discusiones en torno a la ideología.
A nuestro juicio, la noción que colabora fuertemente en el
desarrollo de la concepción discursiva es la de sobredeterminación.
Laclau y Mouffe brindan una interpretación del concepto en clave

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“postestructuralista”. En ese sentido, la referencia al borramiento de


la distinción entre lo literal y lo simbólico es homóloga al mismo bo-
rramiento de los límites entre base y superestructura, y apunta a una
suerte de “metaforicidad constitutiva” de lo social. De esta manera, la
estructura social es conceptualizada como un espacio dislocado, como
un espacio que nunca logra constituirse como una totalidad objetiva,
como un campo al que le falta algo: “un centro que detenga y funde el
juego de las sustituciones”.
La radicalización del concepto de sobredeterminación abre
camino a un pensamiento de la articulación. En ese contexto, la
noción de discurso –y sus vinculadas, formación y práctica discur-
sivas– jugará un papel de considerable importancia, dado que las
prácticas articulatorias son prácticas discursivas. El discurso se
constituye, entonces, como arena de la lucha por la significación,
en la que los distintos grupos sociales que se oponen a los efectos
des-estructurantes que dislocan la estructura dominante, generan
efectos críticos sobre esta última e intentan hegemonizar ese espacio
para constituir una nueva objetividad a través de la rearticulación de
los elementos dislocados. El momento hegemónico, es por lo tanto,
aquel en el cual el carácter metafórico de lo social es domesticado por
un contenido particular que, al lograr imponerse, clausura el hueco
abierto por la falla estructural y se constituye como el fundamento
último del sistema y de sus transformaciones. Así, la renuncia a
la hipótesis de un cierre último de lo social permite afirmar el rol
constitutivo de la pluralidad social. Si bien la pluralidad de espacios
sociales y políticos es irreductible a toda unidad, la totalidad no está
simplemente ausente sino que adopta la presencia de aquello que está
ausente. El modo paradójico en el que se muestra esta presencia/
ausencia radica en que los diferentes espacios que constituyen lo
social se encuentran sobredeterminados. Así, tendremos espacios
que, a través de su propia parcialidad, encarnan una totalidad que
siempre se retrae. Para que esta sea posible se requiere –como vimos–
una construcción social contingente. Esto es lo que Laclau llama
articulación y hegemonía. En esta construcción encuentra el punto
de partida para sus trabajos posteriores.

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