Paracuellos-Katyn - Cesar Vidal
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EL LARGO CAMINO
HACIA EL
GENOCIDIO
CAPÍTULO I
MARX Y LA
JUSTIFICACIÓN DEL
EXTERMINIO
El socialismo:
una nueva filosofía de la
Historia
Las tesis socialistas en sus más diversas variantes
cuentan con una historia muy dilatada. Desde
luego, se hallan presentes en la constitución de la
griega Esparta —una polis totalitaria en la que la
familia, la propiedad e incluso la imagen pública
se hallaban totalmente sometidas a los dictados
estatales— y en los programas políticos de Platón
recogidos en La República y en Las Leyes. El
judaísmo bíblico no incluyó en su visión del fin de
los tiempos el socialismo sino una generalización
de la propiedad privada para todos, «cada uno
debajo de su higuera y de su parra», pero sí es
cierto que insistió en que la Tierra no pertenecía
sino a Dios y que sus detentadores no ostentaban la
propiedad sino la posesión. Tampoco el
cristianismo se decantó por una visión socialista si
exceptuamos la comunidad de bienes judeo-
cristiana durante los primeros años posteriores a
la muerte de Jesús, las reglas de vida en
comunidad de las órdenes religiosas o el peculiar
caso de los hutteritas durante el siglo XVI.
Para ser sinceros, el socialismo ha aparecido
históricamente en momentos en que se creía, con
fervor se podría añadir, en las posibilidades de
liquidar el sistema económico y sustituirlo por
otro en el que los seres humanos obtendrían bienes
sin parangón en la Historia humana. En ése
sentido, no es de extrañar que las defensas del
socialismo se produjeran cuando la democracia
griega parecía estar viviendo sus últimos días
(Platón), cuando el sistema medieval se agotaba
sin saberse a ciencia cierta qué lo sustituiría
(Tomás Moro, Campanella) o cuando la revolución
parecía estar agazapada a la vuelta del camino a la
espera de que alguien se sumara a ella. Esta
circunstancia explica que la puesta en marcha de
no pocos proyectos de signo socialista y la
configuración de distintas ideologías de este
nombre encontraran su marco cronológico en los
inicios del siglo XIX no pocas veces como
consecuencia de un impulso derivado de la
Revolución francesa que terminó —no se puede
olvidar— en una dictadura militar disfrazada de
imperio, pero durante la cual pareció que todo
estaba al alcance de la mano.
Su nada escasa multiplicidad y su traducción
escasa en la vida real —Platón fue expulsado por
los tiranos a los que pretendía convencer de sus
ideas, Campanella y Moro fueron ejecutados...—
explica, siquiera en parte, que el socialismo se
viera con el curso de los años, pocos además,
despojado de todas sus raíces y conectado casi de
manera única con los nombres de Karl Marx y
Friedrich Engels. Este fenómeno prácticamente
comenzó a fraguarse desde los primeros momentos
en que los dos personajes entraron en contacto.
Nacidos ambos en una clase social acomodada
que no sólo les permitió el acceso a una educación
académica superior a la media, sino también
bienes de fortuna que en el caso de Engels pueden
calificarse de verdadera riqueza, los años que
fueron de 1844 a 1846 resultaron de una
extraordinaria importancia para ambos.
Precisamente en la primera de las fechas se
conocieron y descubrieron que habían llegado a un
acuerdo completo en los aspectos teóricos. La
pareja volvió a reunirse en la primavera de 1845
y, según relata Engels, para aquel entonces Marx
ya había terminado de perfilar su concepción
materialista de la Historia y ambos comenzaron a
elaborar con más detalle aquel resultado. Según
referiría el mismo Engels, aquella teoría de Marx
era, en realidad, un «descubrimiento» que «iba a
revolucionar la ciencia de la Historia». En otras
palabras, la concepción de Marx era, desde su
punto vista, más un hallazgo científico que una
elucubración filosófica como habían sido las obras
de Platón, Moro o Campanella. Precisamente, por
ello, pensaba Engels que en adelante no sólo había
que «razonar científicamente» sus puntos de vista,
sino que además había que hacer lo posible por
«ganar al proletariado europeo» a la nueva
«doctrina».
Marx y Engels[6] iban a iniciar ciertamente una
fecunda colaboración y ésta transcurrió en
aquellos primeros años precisamente sobre los
dos canales señalados por el segundo. En primer
lugar, intentaron proporcionar una forma más
acabada a lo que, de manera bastante pretenciosa,
consideraban un descubrimiento científico del que
surgirían obras como las Tesis sobre Feuerbach,
la Ideología alemana y la Miseria de la Filosofía.
En segundo, dieron algunos pasos más prácticos
como la entrada en la Liga de los Justos que desde
el congreso de junio de 1847 se convirtió en la
Liga de los comunistas. Fue precisamente esta
entidad la que en su congreso de noviembre-
diciembre de 1847 encomendó a ambos la
redacción de un documento programático que sería
conocido como el Manifiesto comunista, texto que
mucho más que El capital o cualquier otra obra de
Marx iba a marcar el desarrollo del socialismo de
las siguientes décadas.
El contexto en el que la obra iba a aparecer no
podía resultar en apariencia más prometedor. Por
un lado, existía una convicción profunda por parte
de Marx y de Engels de haber hallado una especie
de instrumento privilegiado que les permitía
comprender la Historia de manera científica. Sin
embargo, tal expresión no poseía entonces el
significado que hoy se le daría. Actualmente,
entenderíamos que una forma científica de
examinar la Historia implicaría hacer uso de una
metodología rigurosa de investigación. Por el
contrario, en las obras de Marx y Engels —pese a
su pretendido cientifismo— la manera científica
de examinar la Historia posee un tinte que casi se
nos antoja mágico. En realidad, viene a indicar
que se ha dado con la clave para desentrañar los
arcanos de los acontecimientos históricos —
especialmente los futuros— y que esta clave no
puede ser trascendente y apelar a la idea de
Providencia —como habrían hecho, por otra parte,
judíos, griegos, romanos o cristianos— sino que
debe relacionarse con una visión filosófica
materialista.
En segundo lugar, Marx y Engels, hasta
entonces un par de nombres más en medio del
maremágnum de las concepciones socialistas de
inicios del siglo XIX, tenían la posibilidad de
convertirse en los ideólogos oficiales del
movimiento. Pasando por alto cualquier otra
concepción existente, ahora contaban con la
oportunidad de implantar la suya de manera
primero preponderante y luego exclusiva.
Finalmente, el momento parecía el más
adecuado para este optimismo. De manera
especial, podía creerse que Alemania estaba
madura para la revolución. Los acontecimientos de
los últimos años, desde luego, no habían dejado de
ser una cadena de calamidades. En el verano de
1844, se había producido una insurrección de
tejedores en Silesia. Ese mismo año comenzaron
las malas cosechas que se extendieron hasta 1845.
Durante 1845 y 1846, se sufrió una plaga que
afectó especialmente la patata, el alimento básico
de los obreros. En agosto de 1846, la población de
Colonia se enfrentó con la guarnición. En 1847,
estallaron revueltas causadas por el hambre en
Berlín, Ulm y Stuttgart. Sin embargo, y de manera
bien significativa, el motor del deseo de cambio
social no había sido el proletariado sino la
burguesía ciudadana que buscaba la implantación
de una monarquía constitucional como la inglesa.
Al fracasar el intento de reforma pacífica del
sistema político con ocasión de la Dieta de 11 de
abril de 1847, la burguesía adoptó un giro más
radical en sus acciones y comenzó a defender una
solución republicana.
La caldeada situación alemana tenía su
paralelo en otras naciones. En Francia, el gobierno
de Luis Felipe, auténtico instrumento de las
oligarquías, se enfrentaba con revueltas
ocasionadas por el hambre y con una pequeña
burguesía que deseaba la ampliación del censo
electoral lo que, fácilmente, podía desembocar en
la proclamación de la república. En el verano de
1847, distintos Estados italianos se agitaban contra
el dominio austríaco. En octubre-noviembre del
mismo año, Suiza se vio desgarrada por una guerra
civil de la que emergieron vencedores los
cantones democráticos enfrentados a los
[7]
clericales .
La opinión que en aquellos momentos
manifestaban vez tras vez Marx y Engels en sus
escritos era la de que la revolución mundial, la
revolución que impondría el dominio del
proletariado, estaba por llegar de manera
inminente. Engels se refería, por ejemplo, al
«corto plazo» que le quedaba a la burguesía y en
su Catecismo comunista (o Principios del
comunismo) escrito en el otoño de 1847 afirmaba
que la «revolución del proletariado se acerca de
acuerdo con todos los indicios». En medio de ese
clima enfervorizado, casi febril, Marx y Engels
escribieron su obra más leída: el denominado
Manifiesto comunista. En ella, con más claridad
que cualquiera de sus escritos, quedaría reflejada
de manera tajante una cosmovisión que pretendía
traducirse en cambios sociales de carácter radical
y de acontecer inmediato.
El Manifiesto comunista
El propio inicio del Manifiesto resulta magistral.
De hecho, desde las primeras líneas pretende
conceder una importancia —que no se
corresponde con la realidad— al movimiento
comunista y, a la vez, erigirlo en poseedor de un
mensaje redentor que se escuchará
internacionalmente:
HACIA LA DICTADURA
DEL PROLETARIADO (I)
UN MARXISTA LLAMADO PABLO IGLESIAS
La revolución fallida de
1917
Los años que median entre el caldeado 1911 y
1917 fueron de creciente desazón social, una
desazón, dicho sea de paso, que obedecía más a la
agitación creada por republicanos y socialistas —
amén de fuerzas como los anarquistas y los
catalanistas— que a circunstancias objetivas. El
año 1912 no sólo confirmó la voluntad del Partido
Socialista de rebasar la legalidad, incluso a través
de la violencia, para acabar con el sistema
constitucional y significó el final del proyecto
reformador de Canalejas que cayó asesinado en el
curso de un atentado terrorista en noviembre del
mismo año.
Cuando en 1914, estalló la Primera Guerra
Mundial, Iglesias, y con él el PSOE, no siguió la
línea defendida por la mayoría de los partidos
socialistas a favor de sus respectivos gobiernos,
sino que, por el contrario, se acercó
considerablemente a la propugnada por el casi
desconocido Lenin. En otras palabras, se
manifestó contrario al conflicto y decidió utilizarlo
para erosionar al gobierno nacional. Sólo a partir
de 1916 y por influencia del socialismo francés,
optaría Iglesias por apoyar la victoria aliada como
un mal menor. Entonces pareció llegado el
momento de aniquilar el sistema constitucional.
En 1917, los acontecimientos nacionales
habían experimentado una evolución
especialmente relevante. La primera razón de la
misma había sido el acuerdo de acción conjunta
que la UGT socialista y la CNT anarquista habían
concluido a mediados de 1916. El 20 de
noviembre ambas organizaciones suscribieron un
pacto de alianza que se tradujo el 18 de diciembre
en un acuerdo para ir a la huelga general. La
misma tuvo lugar pero no logró obligar al conde
de Romanones, a la sazón presidente del Consejo
de Ministros, a aceptar sus puntos de vista. La
reacción de ambos sindicatos fue celebrar una
nueva reunión el 27 de marzo de 1917 en Madrid
donde se acordó la publicación de un manifiesto
conjunto.
Lo que iba a producirse entonces iba a ser una
dramática conjunción de acontecimientos que, por
un lado, se manifestó en la imposibilidad del
gobierno para controlar la situación y, por otro, en
la unión de una serie de fuerzas dispuestas a
rebasar el sistema constitucional sin ningún género
de escrúpulo legal. Así, a la alianza socialista-
anarquista se sumaron las Juntas militares de
defensa creadas por los militares a finales de 1916
con la finalidad de conseguir determinadas
mejoras de carácter profesional y los catalanistas
de Cambó que no estaban dispuestos a permitir
que el gobierno de Romanones sacará adelante un
proyecto de ley que, defendido por Santiago Alba,
ministro de Hacienda, pretendía gravar los
beneficios extraordinarios de guerra.
Frente a la alianza anarquista-socialista, la
reacción de Romanones —que temía un estallido
revolucionario, que conocía los antecedentes
violentos de ambos colectivos y que ya tenía
noticias de la manera en que el zar había sido
derrocado en Rusia— fue suspender las garantías
constitucionales, cerrar algunos centros obreros y
proceder a la detención de los firmantes del
manifiesto. Seguramente, el gobierno había
actuado con sensatez pero esta acción unida a la
imposibilidad de imponer el proyecto de Alba
derivó en una crisis que concluyó en la dimisión
de Romanones y de su gabinete.
El propósito del catalanista Cambó consistía
no sólo en defender los intereses de la alta
burguesía catalana sino también en articular una
alianza con partidos vascos y valencianos, de tal
manera que todo el sistema político constitucional
saltara por los aires. En mayo, la acción de las
Juntas de defensa contribuyó enormemente a
facilitar los proyectos de Cambó. A finales del
citado mes, el gobierno, presidido por García
Prieto, decidió detener y encarcelar a la Junta
central de los militares que no sólo buscaba
mejoras económicas sino también reformas
concretas. Las Juntas de jefes y oficiales
respondieron a la acción del gobierno con un
manifiesto que significó el regreso a una situación
aparentemente liquidada por el sistema
constitucional de la Restauración: la participación
del poder militar en la vida política.
El gobierno de García Prieto no se sintió con
fuerza suficiente como para hacer frente a los
militares y optó por la dimisión. Un nuevo
gobierno conservador basado en Dato y Sánchez
Guerra aprobó el reglamento de las Juntas
militares y puso en libertad a la Junta central. La
consecuencia inmediata de esa acción fue llegar a
la conclusión de que el sistema era incapaz de
mantenerse en pie y que había llegado a tal grado
de descomposición que aquellos mismos que
debían defenderlo de la subversión no habían
dudado en utilizar el rebasamiento de la legalidad
que caracterizaba a los movimientos anarquista y
socialista.
El hecho de que las Juntas de defensa
parecieran estar en condiciones de poner en jaque
el aparato del Estado llevó a Cambó a reunir una
asamblea de parlamentarios en Barcelona bajo la
presidencia de su partido, la Lliga catalanista. Su
intención era valerse de las fuerzas anti-sistema
para forzar a una convocatoria de Cortes que se
tradujera en la redacción de una nueva
Constitución. El canto de muertos del sistema
constitucional parecía inevitable y era entonado
por todos sus enemigos: catalanistas, socialistas,
anarquistas y republicanos. El Comité nacional del
Partido Socialista acordó que Iglesias acudiera a
la mencionada asamblea y trató también la
cuestión de una posible integración en el gobierno
provisional que pudiera surgir de la revolución.
Por mayoría se aceptó la participación en el
gobierno con la finalidad de acabar con la
monarquía, liquidar la influencia del catolicismo
en la política nacional y eliminar los partidos
constitucionales de la vida política.
Iglesias, que llevaba años deseando el final
del sistema constitucional y trabajando en ese
objetivo, desempeñó un papel importante en la
Asamblea de parlamentarios y fue contemplado
como el ministro de Trabajo de un gobierno
provisional que debía presidir el republicano
Melquíades Álvarez. Para desencadenar la
revolución, los socialistas llegaron a un acuerdo
con los anarquistas que se tradujo en la división
del país en tres regiones. Mientras Iglesias se
encargaría de Madrid, Castilla y Vizcaya con la
colaboración de Largo Caballero, Besteiro,
Cabello, Cordero y Saborit; el republicano
Lerroux se ocuparía de Cataluña, Andalucía,
Valencia y Aragón contando con la ayuda de
Pestaña, Seguí, Buenacasa, Garbo, Marcelino
Domínguez, Anguiano y los republicanos
valencianos. Finalmente, Melquíades Álvarez
dirigiría la revolución en Asturias y León
respaldado por Llaneza, Teodomiro Menéndez y
Quintanilla. Aunque la conjunción de todas las
fuerzas anti-sistema parece obvia, el Partido
Socialista constituía el eje organizador del
movimiento que pondría fin al sistema
constitucional. Sin embargo, a pesar de la
creciente debilidad de éste, pronto iba a quedar
claro que sus enemigos —a pesar de su insistencia
en que representaban la voluntad del pueblo—
carecían del respaldo popular suficiente para
liquidarlo.
El 19 de julio tuvo lugar la disolución de la
Asamblea de parlamentarios mientras los
tranviarios y ferroviarios de Valencia se lanzaban
a la huelga. A inicios del mes siguiente, el Partido
Socialista adoptaba la consigna de huelga general
y llamaba a unirse a ella a los anarquistas y a los
republicanos. La respuesta gubernamental fue la
declaración del estado de guerra. Durante tres días
la huelga se mantuvo con enorme virulencia en
Cataluña, Asturias, Vizcaya, Valencia y Madrid
amén de otros lugares. Sólo en Asturias
consiguieron los revolucionarios prolongar
durante algún tiempo la resistencia pero la suerte
estaba echada. Mientras el Comité de huelga —
Saborit, Besteiro, Largo Caballero y Anguiano—
era detenido, algunos dirigentes republicanos,
como Lerroux, se escondían o ponían tierra por
medio.
Mientras tanto los catalanistas de Cambó
habían reculado cínicamente. Estaban dispuestos a
liquidar el sistema constitucional pero temían una
revolución obrera de manera que rehusaron apoyar
a los socialistas y anarquistas y, posteriormente,
condenarían aquellas acciones. Tras la Asamblea
de parlamentarios en Barcelona, Iglesias que
estaba muy enfermo se vio obligado a guardar
cama. En aquel mal estado de salud le fueron
llegando las noticias referentes al fracaso de la
revolución y a la detención del Comité de huelga.
En aquella época temió lo peor y no resulta
extraño ya que los socialistas habían trasladado
alijos de armas y municiones —«Yo transporté
armas y municiones en Bilbao, yo personalmente»,
diría Indalecio Prieto poco después en las Cortes
— con la intención de apoyarla revolución con las
bocas de los fusiles. No iba a ser, por otra parte,
la última vez que lo haría para derrocar un
gobierno legítimamente nacido de las urnas.
Sin embargo, en contra de lo que temía el
veterano dirigente socialista, el castigo de la
sedición no resultó riguroso e incluso cuando
Iglesias pudo abandonar el lecho se encontró con
que se producía una campaña a favor de la
amnistía de los revolucionarios y que incluso en
noviembre de 1917 fueron elegidos concejales de
Madrid los cuatro miembros del Comité de huelga.
Se trataba de una utilización del sistema
constitucional para burlar la acción de la justicia
que volvería a repetirse en febrero de 1918
cuando fueron elegidos a diputados Indalecio
Prieto, por Bilbao; Besteiro, por Madrid;
Anguiano, por Valencia; Saborit, por Asturias y
Largo Caballero por Barcelona. Este último caso
resultaba especialmente significativo en la medida
en que Barcelona era una ciudad claramente
antisocialista. Sería precisamente el votó anti-
sistema el que revertiría esa asentada tendencia.
Votando a Largo Caballero no se votaba al partido
de Pablo Iglesias sino al esfuerzo por acabar con
el sistema constitucional al que habían prestado su
concurso en Cataluña desde los anarquistas a los
catalanistas. Estos últimos, sobre todo, iban ahora
a sumarse a unas instituciones que habían intentado
aniquilar y cuya consunción final acabaría
lamentando años después Cambó.
La subversión contra el
sistema constitucional
Tras la huelga general de 1917 se constituyó un
gobierno de concentración que se mantendría en el
poder hasta el 19 de marzo de 1918, cuando cayó
como consecuencia directa de los conflictos
sociales provocados por las Juntas de correos y
telégrafos. En buena lógica, se habría esperado
que socialistas, anarquistas, catalanistas y
republicanos se mantuvieran en un compás de
espera después de su derrota de 1917. Lo que
sucedió fue exactamente lo contrario. La facilidad
con que habían podido escapar al rigor de la ley,
la amnistía que favoreció a los participantes en el
conato revolucionario y la representación ulterior
en las instituciones si les convenció de algo fue de
su propia fuerza y de la debilidad del sistema
constitucional. Este había demostrado ser
extraordinariamente frágil y vulnerable. Se trataba,
por lo tanto, de una circunstancia que
aprovecharían repetidamente sus enemigos. Justo
entonces, cuando las perspectivas resultaban
mejores que nunca, iba a producirse un
acontecimiento histórico que iba a dividir al
socialismo y amargar los últimos años de la vida
de Iglesias.
En noviembre de 1918 tuvo lugar la
celebración de los congresos del Partido
Socialista y de la UGT. En el curso del primero se
mostró un considerable interés por el
derrocamiento de la monarquía zarista y, muy
especialmente, por «la implantación del
socialismo» que perseguían los bolcheviques.[82]
En contra de lo que se ha afirmado frecuentemente
con posterioridad, el Partido Socialista no sólo no
mostró ninguna desconfianza ante las acciones de
Lenin y los bolcheviques —que fundarían una
nueva Internacional socialista, la tercera— sino
que, por el contrario, puso de manifiesto una
notable identificación con ellos. Si el Partido
Socialista, con Iglesias a la cabeza, no se sumó a
la III Internacional se debió simplemente a la
aparición de otra Internacional que pretendía
derivar de la segunda anterior a la Gran Guerra.
Con todo, el proceso de decantamiento en una sola
dirección ni iba a resultar fácil ni se produciría sin
profundos traumas. Aunque Besteiro y Largo
Caballero asistieron a dos conferencias de la II
Internacional, los partidarios de la unión a la III
Internacional, la comunista, no tardaron en
convertirse en mayoritarios en las Juventudes
Socialistas y las agrupaciones de Madrid, Mieres
y Bilbao. En marzo de 1919, la federación
asturiana de las Juventudes Socialistas reclamaba
un programa completo para la instauración de la
república comunista.
Esta posición —en nada contraria a la
trayectoria histórica del Partido Socialista— no
tardó en convertirse en mayoritaria. El Partido
Socialista no había renunciado a la meta de
implantar la dictadura del proletariado para
adoptar una línea reformista como la sostenida ya
entonces por algunos partidos socialistas
europeos. Todo lo contrario. En el congreso del
PSOE celebrado del 9 al 16 de diciembre de 1919
se acabó adoptando el acuerdo de permanecer en
la II Internacional hasta su próximo congreso. Si
entonces no se producía la unificación con la III
Internacional, la leninista, el PSOE se integraría en
esta última. No sólo eso. En el congreso se
decidió también no concertar alianza alguna con
partidos burgueses y buscar la convergencia con el
otro gran movimiento obrerista, los anarquistas.
En el curso de los dos congresos
extraordinarios del PSOE celebrados en 1920 y
1921 se percibió una atmósfera
extraordinariamente enrarecida. En 1920, el PSOE
se manifestó favorable a integrarse en la III
Internacional repudiando a una segunda a la que se
consideraba —de manera un tanto inexacta—
reformista. Con todo, el ingreso no iba a ser
automático y quedaba condicionado al informe de
una comisión compuesta por representantes de las
dos tendencias —Anguiano y Fernando de los Ríos
— que se desplazarían a Rusia. Si, finalmente, el
PSOE no se integró en la III Internacional, no fue
porque hubiera abandonado sus metas
revolucionarias o renunciado a su objetivo de
imponer la dictadura del proletariado. Las razones
para la no integración final estuvieron más
relacionadas con la resistencia de Pablo Iglesias a
aceptar el control del partido español por parte de
Moscú y, sobre todo, por el temor a que el partido
sufriera una escisión. En una carta dirigida al
congreso socialista celebrado del 9 al 14 de abril
en la Casa del pueblo de Madrid, se manifestó en
ese sentido lo que fue el detonante para la división
del PSOE. En un documento fechado el 13 de
abril, es decir, un día antes de concluido el
congreso, los partidarios de la III Internacional
expresaron su voluntad de abandonar el partido y
fundar otro de acuerdo a las directivas de Moscú.
Así nacería el Partido Comunista aunque la
inmensa influencia de Iglesias en el PSOE impidió
que los terceristas contaran con un seguimiento
considerable. A diferencia de lo sucedido en otros
lugares, la división del socialismo entre
socialistas y comunistas no implicó la aparición de
un socialismo democrático frente a otro comunista.
Por el contrario, sólo significó que ambos
socialismos —tanto el que permaneció en el seno
del PSOE como el que lo abandonó— eran
marxistas, revolucionarios y anti-sistema, y
deseaban acabar con el sistema constitucional para
establecer la dictadura del proletariado. Semejante
circunstancia iba a bascular trágicamente sobre la
vida española durante las décadas siguientes.
En paralelo a los acontecimientos descritos en
el último apartado, España padeció el desgaste del
sistema constitucional y la capacidad creciente de
sus enemigos para erosionarlo. Semejante
situación acabó llevando, tras la fallida revolución
de 1917, al propio Alfonso XIII a buscar
soluciones de emergencia. Para ello, convocó a
los notables de la política para indicarles la
necesidad de formar cuanto antes un gobierno
sólido. Fue así como se formó un gabinete
presidido por Antonio Maura en el que estaban
Dato, García Prieto, Romanones, Santiago Alba y
Cambó entre otros personajes de relieve. Maura
no logró mantenerse en el poder y el año 1919
estuvo marcado por una sucesión de gabinetes
derribados por la presión de unas fuerzas
obreristas que no dudaban ante la posibilidad de
recurrir a la violencia.
El 8 de marzo de 1921, Dato caía asesinado
por tres anarquistas. Allende Salazar, el sucesor
de Dato, tendría a su vez que padecer las
consecuencias del desastre militar sufrido por el
Ejército español en Annual. La opinión pública,
continuamente agitada, padeció así el espectáculo
de una sucesión de gabinetes que no lograban
mantenerse, una derrota en África de terribles
consecuencias, una creciente e incontrolable
agitación sindicalista que en Barcelona se tradujo
en el dominio de las calles por los pistoleros...
Formalmente, el sistema constitucional seguía en
pie; en la práctica, resultaba difícil negar que los
que deseaban su aniquilación lo mantenían en
jaque. Carecían de la fuerza suficiente —y del
apoyo popular— para acabar con él pero contaban
con la bastante para convertirlo en prácticamente
inoperante. Entonces la monarquía de Alfonso XIII
sufrió un recurso último también situado fuera del
sistema.
El mensaje anti-sistema se había escuchado
durante tantos años y el parlamentarismo parecía
tan inoperante para defenderse contra los que
pretendían su final que no resulta sorprendente que
el pronunciamiento del general Primo de Rivera en
el verano de 1922 se impusiera sin violencia
alguna y con no escaso respaldo popular. Si, a fin
de cuentas, tal y como pretendían los que se
presentaban como abanderados de los intereses
del pueblo, las reglas del sistema constitucional
podían ser quebrantadas cuando así sé considerara
pertinente, ¿cómo no considerar legítimo que la
Constitución fuera dejada a un lado por un general
que pretendía, según propia confesión, tan sólo el
bien nacional? Precisamente por ello tampoco
debería resultar extraño que, al fin y a la postre,
los más beneficiados por aquel paréntesis
constitucional fueran los que llevaban años
erosionando el sistema parlamentario.
Desde luego, en un primer momento, no
pareció que el general Primo de Rivera fuera a
enfrentarse con una resistencia que mereciera el
nombre de tal. La burguesía catalana recibió con
indescriptible entusiasmo el golpe de Estado por
dos razones muy concretas. La primera que
esperaban de Primo de Rivera que procediera a
erradicar la violencia anarquista; la segunda, que
la acción del militar significaba el final de un
sistema de partidos que los catalanistas odiaban en
la medida en que no habían podido reducirlo a sus
deseos. Por lo que se refiere a los socialistas, su
situación no sólo no empeoró sino que mejoró
durante la dictadura. Las Cortes fueron disueltas y
los locales y la prensa anarquistas clausurados
pero las organizaciones socialistas fueron
respetadas. En 1924, las huelgas decrecieron
notablemente a pesar de que la UGT se movía con
total libertad y las Casas del pueblo se mantenían
abiertas. En paralelo, los socialistas aceptaban
puestos en la Junta de subsistencias (Largo
Caballero y Cordero), en el Consejo de
administración de información telegráfica (Lucio
Martínez) y en el Consejo interventor dé cuentas
de España (Wenceslao Carrillo —padre del futuro
secretario general del PCE, Santiago Carrillo—,
Cordero y Núñez Tomás). Cuando el 12 de junio
de 1924 el Consejo de Trabajo sustituía al Instituto
de Reformas sociales, en él quedaron integrados
los socialistas Núñez Tomás, Lucio Martínez y
Largo Caballero. Este además se convertiría en
octubre de 1924 en miembro del Consejo de
Estado. Tan sólo faltaba una década, casi día por
día, para que se alzara en armas contra el gobierno
legítimo de la Segunda República.
Poco puede dudarse de que la colaboración
del PSOE y de la UGT con la dictadura tenía una
considerable carga de oportunismo que casaba mal
con la manera en que Iglesias había negado el pan
y la sal a gobiernos surgidos de las urnas. Sin
embargo, en términos tácticos, la acción socialista
fue inteligente. Por un lado, le permitía —a costa
del contribuyente— aumentar su poder y quitárselo
a sus rivales anarquistas; por otro, no se ataba las
manos en la medida en que sus actos no
apuntalaban a un régimen constitucional odiado
sino a una dictadura que, por definición, sería
transitoria. Cuando se produjera su caída —¿y
quién podía dudar de que sería así?— el Partido
Socialista sería más fuerte que nunca y no tendría
frente a sí ningún grupo político que pudiera
merecer el calificativo de rival.
Cuando tuvo lugar el fallecimiento de Pablo
Iglesias —que no fue nunca ni un reformista, ni un
socialdemócrata ni un defensor de la democracia
— el PSOE se perfilaba como el partido más
poderoso de la realidad española, aunque no cabe
olvidar la fuerza considerable del catalanismo en
su región y, sobre todo, del anarquismo en ámbitos
obreros. Como Pablo Iglesias, el partido fundado
por él era socialista entendiendo como tal un
marxista que creía en la revolución y en la
necesidad de acabar con el capitalismo y con las
democracias de corte occidental como paso
indispensable para llegar a la dictadura del
proletariado. Apoyar las reformas y las mejoras a
favor de los obreros en la medida en que pudiera
servir para apuntalar un sistema constitucional
resultaba inaceptable mientras que, por el
contrario, ocupar cargos en una dictadura podía
resultar permisible por razones tácticas. En uno y
otro caso, la meta final resultaba obvia y pasaba,
de manera confesa, por aniquilar el sistema
constitucional de libertades que, precisamente,
permitía sus actividades al Partido Socialista.
Cuando a finales de la década de los años veinte
concluyó la dictadura de Primo de Rivera, se
reanudó —que no inició— un proceso
revolucionario que se mantendría prácticamente
ininterrumpido hasta acabar con la monarquía
parlamentaria, liquidar la república y desembocar
en la guerra civil.
CAPITULO IV
HACIA LA DICTADURA
DEL PROLETARIADO (II)
1930-1936
La conspiración republicana
(1930-1931)
Como tuvimos ocasión de ver en el capítulo
anterior, la acción del sistema constitucional
español se vio erosionada enormemente por el
plan del socialismo español destinado a
aniquilarlo y a implantar en su lugar la dictadura
del proletariado. Sin embargo, como ya indicamos,
el PSOE no se encontró solo en ese proceso nunca
abandonado aunque con ralentizaciones de
carácter revolucionario. Como fuerzas anti-
sistema, hay que mencionar también a otros grupos
de izquierda y a los denominados nacionalismos.
En el caso de estos últimos, el catalán presentaba
una variedad de manifestaciones que iban desde un
regionalismo que perseguía un trato preferencial
para Cataluña y la extensión de su influencia sobre
España a un claro independentismo con
ambiciones expansionistas que soñaba con la
sumisión de los antiguos territorios de la Corona
de Aragón a Cataluña. En todos y cada uno de los
casos, el nacionalismo catalán encajaba muy mal
en un proceso modernizador de signo liberal y no
puede sorprender que no sintiera reparos en
acabar con un sistema político que se oponía a la
consecución de sus metas.
Enormemente influido por el nacionalismo
catalán pero procedente del carlismo, surgió el
nacionalismo vasco que presentaba además unas
claras referencias teocráticas y racistas. Edificado
—como el catalán— sobre una interpretación de la
Historia de España más mítica que real, el
nacionalismo vasco pretendía la independencia
para preservar la pureza de la raza y de la práctica
de la religión católica y, obviamente, interpretó las
desgracias nacionales como una forma de avanzar
hacia su meta. En ese sentido, no deja de ser
revelador que Sabino Arana, el fundador del
Partido Nacionalista Vasco (PNV), se congratulara
por la derrota española en la guerra de Cuba y
Filipinas.
A pesar de que ambos nacionalismos acabarían
teniendo un papel importante en sus respectivas
regiones, durante años su peso fue limitado e
incluso menor no sólo al del PSOE sino también a
otras fuerzas de izquierdas. Aparte del socialismo,
la izquierda incluía a republicanos y anarquistas
siendo éstos, a fin de cuentas, una escisión del
movimiento socialista original. Los republicanos
no pasaban de ser grupos muy reducidos de las
clases medias que alimentaban, junto con el deseo
de un cambio en la forma de Estado, un acentuado
anticlericalismo. Poco más allá se puede decir que
uniera a los republicanos ya que en sus filas lo
mismo militaban federalistas que partidarios de
una administración centralista, regionalistas y
unitaristas, conservadores y reformistas. Su escaso
peso social y su considerable fragmentación
arrojaron a los republicanos a una política anti-
sistema convencidos de que sólo así podrían
alcanzar sus metas nada unitarias, por otra parte.
Por lo que se refiere a los anarquistas, como
ya hemos indicado con anterioridad, procedían del
sector de la Internacional obrera que había seguido
a Bakunin con preferencia a Karl Marx y en
algunos sectores tuvieron una clara influencia
masónica. Deseosos de llegar a una sociedad
socialista y sin clases, los anarquistas eran
partidarios de la denominada acción directa y no
repudiaron en absoluto la práctica de atentados
terroristas convencidos de que el asesinato de
monarcas y otros personajes no sólo resultaba
legítimo sino también políticamente práctico. El
anarquismo arraigó especialmente en el agro
andaluz y también en la industria catalana donde
hasta bien entrado el siglo XX fue la fuerza
obrerista más importante. No se constituyó nunca
como un partido político —no creían en la
participación en la vida política ni siquiera cuando
existían, como en España, cauces legales y
parlamentarios— aunque sí creó la Confederación
Nacional de Trabajadores (CNT) que sería el
sindicato más importante hasta el estallido de la
guerra civil.
Junto con esas fuerzas anti-sistema hay que
mencionar de manera obligada la masonería. No es
éste el lugar para detallar su llegada y desarrollo
en España. Sin embargo, sí debe indicarse que
tenía un enorme poder de penetración en medios
republicanos —tanto Lerroux, dirigente máximo
del Partido Radical, como Martínez Barrio fueron
masones—, socialistas —Largo Caballero y
Rodolfo Llopis fueron tan sólo dos de los masones
socialistas—, e incluso anarquistas, estando
vinculada en este último caso a algunos de los
sectores más entregados a la práctica de atentados
terroristas. Su papel fue también notable —el
mismo Companys era masón— en la configuración
del catalanismo de la Ezquerra. Con toda
seguridad, no puede atribuirse a la masonería en
exclusiva el impulso anti-sistema y conspirativo
de las fuerzas mencionadas. Sin embargo,
difícilmente puede negarse que contribuyó a
alimentar elementos ya presentes como el
anticlericalismo o la idea de que el régimen debía
ser derribado mediante el recurso a la
conspiración secreta.
Cuando a finales de la década de los veinte
desapareció la dictadura de Primo de Rivera, el
sistema conspirativo no sólo llevaba años de
rodaje —y varios intentos frustrados— en su
haber, sino que además se encontraba al borde del
éxito. En apenas unos meses, conocidas figuras
monárquicas como Miguel Maura Gamazo, José
Sánchez Guerra, Niceto Alcalá Zamora, Ángel
Ossorio y Gallardo, o el propio Manuel Azaña ya
habían abandonado la defensa de la monarquía
parlamentaria para pasarse al republicanismo.
Finalmente, en el verano de 1930 se concluyó el
Pacto de San Sebastián donde se fraguó un comité
conspiratorio oficial destinado a acabar con la
monarquía parlamentaria y sustituirla por una
república. El Pacto de San Sebastián —como
reconocería el propio Alejandro Lerroux— fue
obra de un masón, Ángel Rizo, que desde hacía
años había logrado sembrar la subversión en la
Marina gracias al establecimiento de las
denominadas «logias flotantes».[83] La importancia
de este paso puede juzgarse por el hecho de que
los que participaron en la reunión del 17 de agosto
de 1930 —Lerroux, Azaña, Domingo, Alcalá
Zamora, Miguel Maura, Carrasco Formiguera,
Mallol, Ayguades, Casares Quiroga, Indalecio
Prieto, Fernando de los Ríos...— se convertirían
unos meses después en el primer gobierno
provisional de la república.
La conspiración republicana comenzaría a
actuar desde Madrid a partir del mes siguiente en
torno a un comité revolucionario presidido por
Alcalá Zamora; un conjunto de militares golpistas
y pro republicanos (López Ochoa, Batet,
Riquelme, Fermín Galán...) y un grupo de
estudiantes de la FUE capitaneados por Graco
Marsá. En términos generales, por lo tanto, el
movimiento republicano quedaba reducido a
minorías ya que incluso la suma de afiliados de los
sindicatos UGT y CNT apenas alcanzaba al 20%
de los trabajadores y el PCE, nacido unos años
atrás de una escisión del PSOE, era minúsculo. En
un triste precedente de acontecimientos futuros, el
comité republicano fijó la fecha del 15 de
diciembre de 1930 para dar un golpe militar que
derribara la monarquía e implantara la república.
Resulta difícil creer que el golpe hubiera podido
triunfar pero el hecho de que los oficiales Fermín
Galán y Ángel García Hernández decidieran
adelantarlo al 12 de diciembre sublevando a la
guarnición militar de Jaca tuvo como consecuencia
inmediata que pudiera ser abortado por el
gobierno. Juzgados en consejo de guerra y
condenados a muerte, el gobierno acordó no
solicitar el indulto y el día 14 Galán y García
Hernández fueron fusilados. El intento de
sublevación militar republicana llevado a cabo el
día 15 de diciembre en Cuatro Vientos por Queipo
de Llano y Ramón Franco no cambió en absoluto
la situación. Por su parte, los miembros del comité
conspiratorio huyeron (Indalecio Prieto), fueron
detenidos (Largo Caballero) o se escondieron
(Lerroux, Azaña). En aquellos momentos, el
sistema parlamentario podría haber desarticulado
con relativa facilidad el movimiento
revolucionario mediante el sencillo expediente de
exponer ante la opinión pública su verdadera
naturaleza a la vez que procedía a juzgar a una
serie de personajes que habían intentado derrocar
el orden constitucional mediante la violencia
armada de un golpe de Estado. No lo hizo como
tampoco lo había hecho en 1917. Por el contrario,
la clase política de la monarquía constitucional
quiso optar precisamente por el diálogo con los
que deseaban su fin. Buen ejemplo de ello es que
cuando Sánchez Guerra recibió del rey Alfonso
XIII la oferta de constituir gobierno, lo primero
que hizo el político fue personarse en la cárcel
Modelo para ofrecer a los miembros del comité
revolucionario encarcelados sendas carteras
ministeriales. Con todo, como confesaría en sus
Memorias Azaña, la república parecía una
posibilidad ignota. El que se convirtiera en
realidad se iba a deber no a la voluntad popular
sino a una curiosa mezcla de miedo y de falta de
información. La ocasión sería la celebración de
unas elecciones municipales.
A pesar de lo afirmado tantas veces por la
propaganda republicana, las elecciones
municipales de abril de 1931 ni fueron un
plebiscito ni existía ningún tipo de razón para
interpretarlas de esa manera. Su convocatoria no
tuvo carácter de referéndum ni —mucho menos—
de elecciones a Cortes constituyentes. No sólo eso.
Tampoco fueron un triunfo electoral republicano.
De hecho, la primera fase de las elecciones
municipales celebrada el 5 de abril se cerró con
los resultados de 14.018 concejales monárquicos y
1.832 republicanos pasando a control republicano
únicamente un pueblo de Granada y otro de
Valencia. Con esos resultados, ninguna de las
fuerzas antisistema hizo referencia a un plebiscito
popular. Cuando el 12 de abril de 1931 se celebró
la segunda fase de las elecciones, volvió a
repetirse la victoria monárquica. Frente a 5.775
concejales republicanos, los monárquicos
obtuvieron 22.150, es decir, el voto monárquico
prácticamente fue el cuádruplo del republicano. A
pesar de todo, los políticos monárquicos, los
miembros del gobierno (salvo dos), los consejeros
de palacio y los dos mandos militares decisivos
—Berenguer y Sanjurjo— consideraron que el
resultado era un plebiscito y que además
implicaba un apoyo extraordinario para la
república y un desastre para la monarquía. El
hecho de que la victoria republicana hubiera sido
urbana —como en Madrid donde el concejal del
PSOE Saborit hizo votar por su partido a millares
de difuntos— pudo contribuir a esa sensación de
derrota, pero no influyó menos en el resultado final
la creencia (que no se correspondía con la
realidad) de que los republicanos podían dominar
la calle. Durante la noche del 12 al 13, el general
Sanjurjo, a la sazón al mando de la Guardia Civil,
dejó de manifiesto por telégrafo que no contendría
un levantamiento contra la monarquía, un dato que
los dirigentes republicanos supieron
inmediatamente gracias a los empleados de
Correos adictos a su causa. Ese conocimiento de
la debilidad de las instituciones constitucionales
explica sobradamente que cuando Romanones y
Gabriel Maura —con el expreso consentimiento
del Rey— ofrecieron al comité revolucionario
unas elecciones a Cortes constituyentes, éste, que
había captado el desfondamiento monárquico, no
sólo rechazó la propuesta sino que exigió la
marcha del Rey antes de la puesta del sol del 14
de abril. La depresión sufrida por el monarca que
no había logrado superar la muerte de su madre,
las algaradas organizadas por los republicanos en
la calle, el espectro de la revolución rusa que
había incluido el asesinato de toda la familia del
zar por orden de Lenin y el deseo de evitar una
confrontación civil acabaron determinando el
abandono de Alfonso XIII, el final de la monarquía
parlamentaria y la proclamación, sin respaldo
legal o democrático, de la Segunda República.
GENOCIDIO (I)
PARACUELLOS
CAPITULO V
El final de la II República
En contra de lo que se afirma tópicamente en
ocasiones, el levantamiento del 18 de julio de
1936 ni pretendía poner fin a la república —a
decir verdad, no eran pocos los alzados, como
Mola, Cabanellas o Queipo de Llano, favorables a
la forma de Estado republicana— ni desencadenó
una revolución. Esta había venido siendo el
objetivo del PSOE y de los anarquistas desde el
siglo XIX y al proyecto se sumaron ya en el siglo
XX los comunistas y una parte de los nacionalistas
catalanes. De hecho, esa búsqueda incansable de
la utopía unida en no pocas ocasiones al uso de la
violencia puso fin, como vimos en los capítulos
anteriores, primero, a la monarquía parlamentaria
y, después, a la posibilidad de supervivencia de la
II República. El proceso revolucionario perdió
buena parte de sus frenos a partir de la victoria del
Frente Popular en febrero de 1936 como
advirtieron los diplomáticos y observadores
extranjeros, y en julio de ese mismo año se
convirtió ya en un fenómeno incontrolable que
pulverizó unas estructuras parlamentarias que no
habían sido amadas ni respetadas durante el lustro
republicano.
Precisamente esa visión revolucionaria que
afectó a todas y cada una de las fuerzas que
componían el Frente Popular sin excluir a los
denominados partidos burgueses, como el dirigido
por Azaña, explica la perpetración sistemática de
matanzas masivas. Éstas no discurrieron en un
periodo exclusivo de la guerra ni concluyeron —
como se suele repetir de manera no pocas veces
interesada— a finales de 1936. La represión
terrible de aquéllos que pertenecían a las clases
que, supuestamente, debían ser exterminadas duró
hasta el final del conflicto y buena prueba de ello
es que todavía el 7 de febrero de 1939, a unas
semanas de la conclusión de la guerra civil y
cuando su desenlace no podía ser más obvio,
fueron fusilados en Can Tretze, Gerona, cerca de
la frontera francesa, 43 presos entre los que se
encontraba Anselmo Polanco, obispo de Teruel.
El primer episodio de matanzas colectivas, por
otra parte, se había dado en El Arahal, Sevilla,
donde las fuerzas del Frente Popular,
anticipándose a la llegada de las tropas alzadas,
inundaron de gasolina la prisión y a continuación
la prendieron fuego con los reclusos que había en
su interior. Todos, salvo uno, perecieron
abrasados. No se trató, desde luego, de una
excepción. Durante las primeras horas de la
guerra, los frentepopulistas realizaron distintas
matanzas en masa en Cartagena —donde los
marinos no considerados afectos fueron arrojados
al mar— y en las prisiones de Ubeda, Ciudad
Real, Toledo, Almería, Lérida, Málaga, San
Sebastián y el fuerte de Guadalupe, Castellón,
Ibiza, Fuenteovejuna, Albacete, Consuegra,
Cebreros, Ocaña, Monasterio de Cóbreces,
Guadalajara, Bilbao —prisiones de Ángeles
Custodios, Larrinaga, La Galera y Carmelo— y
Martos. No menos escalofriantes fueron los
fusilamientos llevados a cabo en los barcos-
prisión Río Segre de Tarragona, Isla de Menorca
de Castellón, Astoy Mendi de Almería, Cabo
Quilates y Altuna Mendi de Bilbao, Atlante de
Mahón, y Alfonso Pérez de Santander, por no
mencionar los asesinatos que tuvieron como
escenario los pozos de Tahal y de La Lagarta en
Almería, y los de Carrión de Calatrava y
Herencia. Por supuesto, semejantes acciones no
vinieron precedidas por procesos legales ni por el
respeto a las garantías procesales más
elementales. De hecho, se enmarcaban en la
administración de lo que se denominaba «justicia
revolucionaria» o «justicia de clase».
Se trataba, al fin y a la postre, de la
continuación de un proceso revolucionario que
había manifestado lo que podía esperarse del
mismo ya en octubre de 1934 y que en 1936 fue
defendido, legitimado y anunciado desde el PSOE,
el PCE y la CNT. La cuestión de las
responsabilidades en las matanzas recae
claramente sobre las organizaciones que
componían el Frente Popular así como sobre las
autoridades gubernamentales y no resulta en
absoluto de recibo atribuirlas meramente a la
acción de supuestos incontrolados. Ciertamente, la
realización de los crímenes frentepopulistas contó
no pocas veces con la colaboración de
delincuentes comunes, pero éstos fueron
incorporados al aparato represor al ser
considerados miembros de la misma clase e
incluso víctimas sociales de los que debían ser
exterminados.
La rapidísima descomposición de los jirones
que aún quedaban de legalidad en la España
controlada por el Frente Popular pone de
manifiesto lo avanzado del proceso
revolucionario, un dato, por otra parte, confirmado
por fuentes extranjeras de distinto origen. El 18 de
julio, José Giral, nuevo presidente del Consejo de
Ministros, dio la orden de entregar armas al
pueblo, un eufemismo que, en realidad,
identificaba al pueblo con los sindicatos y los
partidos de izquierdas que tanto habían
contribuido a desestabilizar el sistema republicano
desde 1931. La única condición para entregar un
fusil era, según el testimonio del comunista
Tagüeña, «la documentación de un partido de
izquierdas».[118] Como indicaría Pedro Mateo
Merino, uno de los futuros combatientes en la
batalla del Ebro, «la circulación de las calles»
quedó en manos de estos grupos desprovistos de
respaldo legal alguno y el «tránsito» se hizo
«difícil y peligroso» para los que no tenían alguna
«identificación inconfundible de algún organismo
político o sindical».[119] Como en Asturias en
1934, un conjunto de grupos revolucionarios se
había hecho con el control de la calle utilizando
como única legitimación la fuerza y amenazando la
vida de todos aquéllos que no eran de los suyos.
También como en 1934 —y 1931— se produjeron
inmediatamente ataques contra los lugares de culto
católicos. En el barrio de Torrijos, ante la iglesia
de los dominicos, los milicianos armados con
pistolas y mosquetones la emprendieron a tiros con
los fieles —entre los que se encontraban los
hermanos Serrano Súñer que acudían a una misa en
sufragio por el alma de su padre fallecido unos
días antes— cuando éstos abandonaban el templo.
Mientras intentaban escapar de los disparos
saliendo por las puertas laterales o descolgándose
por las ventanas, varios de ellos encontraron la
muerte o fueron heridos.[120] No se trató de un
episodio aislado. En la calle de Atocha, dos
sacerdotes que venían de celebrar misa fueron
perseguidos por la turba que los amenazaba.
Incidentes semejantes tuvieron lugar en las calles
de Hortaleza, de Hermosilla, de Eloy Gonzalo, de
las Huertas, de Segovia, en la plaza del Progreso,
en el paseo del Cisne y el de las Delicias...
En buena medida, el día 19 se convirtió en un
verdadero punto de inflexión revolucionaria. Así
se llevó a cabo otra medida que también gozó del
respaldo del gobierno y que, igualmente, vulneraba
el principio de legalidad. Esta no fue otra que la
puesta en libertad de los presos comunes
simpatizantes del Frente Popular. Ese mismo día
—en el curso del cual no menos de una
cincuentena de iglesias fueron incendiadas en
Madrid— se produjo además el inicio del
exterminio de los elementos considerados
peligrosos. Los primeros asesinatos tuvieron como
víctimas a dos muchachos de 21 y 22 años, el
hermano profesor Manuel Trachiner Montaña y el
hermano novicio Vicente Cecilia Gallardo, que
pertenecían a la congregación de los padres paúles
de Hortaleza donde se encargaban de tareas
relacionadas con la carpintería. Recibidas las
primeras noticias de ataques contra lugares de
culto, los superiores de los hermanos Trachiner y
Cecilia les entregaron algún dinero invitándoles a
abandonar la congregación a la vez que
instándoles a que no llevaran en su equipaje nada
que delatara su relación con el clero. Detenidos
por un control, al no contar con un carnet de alguna
de las fuerzas que formaban el Frente Popular se
les retuvo y al descubrirse que llevaban en las
maletas dos sotanas se procedió a asesinarlos en
el cementerio de Canillas. Daba inicio así una
persecución religiosa que se cobraría en el curso
de los años siguientes la vida de unos siete mil
sacerdotes y religiosos católicos además de
decenas de miles de laicos. No fueron empero los
únicos muertos. Los blancos señalados desde
hacía décadas por el PSOE, el PCE y la CNT —
militares, miembros de clases medias, los
considerados burgueses, la gente con una cierta
educación, los simplemente tibios...— comenzaron
a ser asesinados desde aquellas primeras horas.
Como suele ser habitual en los procesos
revolucionarios, la autoridad del gobierno se vio
sustituida en las calles por la revolución. En
apenas unas semanas, el gobierno republicano
sería también revolucionario y estaría presidido
por Largo Caballero, uno de los defensores más
denodados de la revolución, de la guerra civil y de
la implantación de la dictadura del proletariado.
Poco puede discutirse que el 19 de julio la II
República había muerto. El comunista Tagüeña
daría testimonio de esa realidad de una manera
que apenas admite discusión:
La matanza de la cárcel
Modelo
Como habían tenido ocasión de comprobar los
bolcheviques desde su llegada ál poder en octubre
de 1917 y como comprobarían los nacional-
socialistas alemanes años después cuando
comenzaran a asesinar en masa a los judíos, uno de
los mayores problemas con los que se enfrenta Un
sistema represivo que cuenta entre sus objetivos
con el exterminio de un sector de la población es
el de acelerar un proceso que, muy pronto, los
ejecutores contemplan lastrado por lo que se
considera una enorme lentitud. Tanto comunistas
como nazis descubrieron que la resolución del
problema se hallaba en métodos masivos de
realización de las matanzas que permitían
deshacerse en una sola acción de centenares o
incluso millares de víctimas. Al fin y a la postre,
perpetrar un genocidio no constituye una tarea
sencilla[134] como quedó de manifiesto enseguida
en la zona controlada por el gobierno del Frente
Popular donde segmentos enteros de la población
estaban destinados, con la colaboración de todas
las organizaciones políticas y de los mismos
aparatos del Estado, a convertirse en víctimas del
saqueo, de la tortura y, finalmente, del asesinato.
La posibilidad de que los adversarios, reales o
supuestos, del Frente Popular dejaran de ser
eliminados mediante el «paseo» y abandonados en
las cunetas para ser asesinados en grupos mayores
a los que se daría sepultura en grandes fosas
colectivas apareció, como hemos indicado, ya en
los primerísimos días de la revolución. Con todo,
pasaría un mes desde el inicio de la guerra antes
de que se llevara a cabo de una manera que fuera
pública y notoria y que, por esa misma
circunstancia, salpicara en las responsabilidades
directas de los crímenes a otra de las ramas de la
administración estatal, la relacionada con las
instituciones penitenciarias.
La cárcel Modelo de Madrid recibió este
apelativo precisamente porque seguía las
directrices de lo que a la sazón se consideraba el
sistema más avanzado de construcción y trazado de
penitenciarías. Su forma era la de una estrella de
cinco brazos que entre sí contaban con otros tantos
patios destinados al recreo de los reclusos. Cada
galería estaba incomunicada de las otras por la
parte central aunque resultaba posible la
comunicación entre los diferentes pisos. El
emplazamiento de la prisión resultaba ideal
limitando al norte con la Ciudad Universitaria, al
oeste el cuartel del Paseo de Moret, el Manzanares
y la Casa de Campo y al sur, el parque municipal
de bomberos.
En julio de 1936 se realizaron distintas
detenciones de los considerados desleales al
gobierno y se procedió a su internamiento en la
prisión a la espera de la decisión judicial
pertinente. El método era de una más que dudosa
legalidad, pero se intentó justificar por las
especiales circunstancias del momento.
Curiosamente además salvó la vida, siquiera
provisionalmente, de docenas de personas ya que
las sacó de las calles en el momento en que
comenzaban a actuar las checas en Madrid.
Durante esa época, los reclusos militares se
hallaban en la primera galería, los pertenecientes a
Falange en la segunda y la tercera, los presos
comunes por delitos contra la propiedad en la
cuarta y los comunes por delitos de sangre o por
aplicación de la normativa de vagos en la quinta.
Además en el cuerpo central se había procedido a
encerrar a algunos presos políticos.[135]
El día 15 de agosto, en la denominada checa
de Fomento —en realidad, como ya hemos
indicado, un organismo oficial de la
administración republicana— se tomó la decisión
de llevar a cabo algunas sacas de presos —de
momento reducidas— a los que se fusilaba una vez
fuera de la cárcel. Dos días después, precisamente
cuando se fusiló al general Fanjul, el subdirector
de la prisión comunicó a los militares que se
hallaban recluidos que, siguiendo una orden del
ministro de la Gobernación, entrarían en el recinto
penitenciario unos milicianos encargados de
cachear a los presos políticos. Los reclusos fueron
insultados y amenazados de muerte por los
milicianos.[136] Tres días después volvió a
repetirse la irregularidad pero esta vez la
protagonizó un grupo de milicianas que además se
dedicó a instigar a los presos comunes contra los
militares detenidos.[137]
Detrás de estos hechos se hallaban el director
general de Seguridad y el comité provincial de
investigación pública, más conocido como la
checa de Fomento. El ejecutor fue un anarquista de
la CNT llamado Felipe Emilio Sandoval
Cabrerizo, alias Doctor Muñiz y el Muñiz que al
estallar la revolución se encontraba recluido en la
cárcel Modelo por un delito de sangre. A
diferencia de otros delincuentes comunes que
salieron a la calle ya el 20 de julio por su
identificación con el Frente Popular, Sandoval
había permanecido en prisión un par de semanas
más.[138] Sin embargo, su excarcelación no pudo
darse en mejores condiciones ya que se le ofreció
de manera inmediata convertirse en miembro del
comité provincial de investigación pública. En
otras palabras, el anarquista delincuente pasó de la
noche a la mañana a transformarse en un agente
dotado de un verdadero derecho sobre vidas y
haciendas respaldado por los organismos
gubernamentales. Sería en calidad de tal como
recibiría la orden de la checa de realizar los
registros, orden confirmada por el miembro de
Izquierda Republicana Manuel Muñoz, a la sazón
director general de Seguridad.
Lamentablemente, la acción de la trágicamente
conocida checa de Fomento no iba a limitarse a
los cacheos. Desde el 15 al 21 de agosto
continuaron las sacas de manera numéricamente
reducida. Sin embargo, el 22 de agosto por la
mañana, la situación experimentó un trágico
vuelco. El día citado, volvieron a aparecer por la
cárcel Modelo milicianos de la CNT y de la FAI al
mando de Sandoval. Sobre las tres y media de la
tarde, se escuchó en el interior de la prisión un
disparo y a continuación se produjo un incendio en
la tahona de la prisión. Hoy en día está
determinado que el incidente fue debido a la
acción de los presos que se hallaban recluidos en
los sótanos y en la galería quinta. Se trataba de
reclusos detenidos en virtud de la ley de vagos que
actuaban en connivencia con los milicianos. La
consecuencia inmediata de aquella acción fue el
hundimiento del piso de entrada a la segunda
galería, lo que ocasionó una enorme confusión que
aprovecharon los presos comunes para evadirse.
[139] No fue, sin embargo, la única consecuencia de
aquel acto.
Nada más producirse el incendio, se dio aviso
a las autoridades de lo sucedido y en la prisión se
personaron el director general de Seguridad y el
director general de Prisiones que se limitaron a
contemplar lo que estaba aconteciendo. Se produjo
entonces la llegada de los bomberos y con ella el
inicio del drama porque las milicias aprovecharon
el incendio y la entrada de las mangueras para
irrumpir en la cárcel. En paralelo, otros milicianos
apostados en las terrazas comenzaron a ametrallar
a los presos de la primera galería que se
encontraban en el patio.
La situación fue aprovechada por Manuel
Muñoz, el director general de Seguridad, para
acudir a entrevistarse con Giral, el presidente del
Gobierno, y proponerle que procediera a
excarcelar a los presos comunes y a los recluidos
por la ley de vagos. Giral, de manera que admite
difícil justificación, accedió a lo solicitado y el
director general de Seguridad —que de manera
bien elocuente no había hecho referencia ni a la
seguridad de los otros presos ni a la necesidad de
tomar medidas para garantizarla— regresó a la
cárcel con la intención de proceder a la inmediata
liberación de los delincuentes. No pudo llevarla a
cabo por la sencilla razón de que el anarquista
Sandoval, miembro de la checa de Fomento, se le
había adelantado. A la sazón, el director general
de Seguridad supo que se había producido ya el
asesinato de varios presos políticos y de que otros
estaban a punto de correr la misma suerte. Sin
embargo, no reaccionó frente a los crímenes. Su
actitud reviste una enorme gravedad ya que no
menos de seis presos habían muerto bajo el fuego
de las ametralladoras disparadas por los
milicianos al mando del chequista Sandoval.[140]
Con todo, lo peor quedaba por venir.
Sandoval había reclutado para llevar a cabo
los crímenes a unos cuarenta milicianos que
prestaban servicio en la checa instalada en el cine
Europa, sita en la calle Bravo Murillo 150, donde
se encontraba la sede del Ateneo libertario de
Tetuán y cuartel general de la CNT y hoy se
encuentra un centro comercial. Sandoval puso al
frente de los milicianos —entre los que se
encontraba la miliciana Patrocinio Recio Santa
Engracia y los milicianos Mariano Bautista Pérez,
Enrique Arnáiz de Diego, Juan Callejo Calatrava,
Ángel Quintana Media y Manuel Jiménez García—
a Santiago Aligues Bermúdez, un miembro de la
CNT, que en 1925 había sido procesado y
condenado por robo a ocho años de prisión.
La noche del 22 al 23 de agosto tuvieron que
pasarla todos los detenidos de la primera galería
echados en el suelo del patio y escuchando cómo
los milicianos que los custodiaban realizaban los
preparativos para fusilarlos en masa. De hecho,
fueron frecuentes los comentarios realizados
acerca de que debían juntarlos más para
aprovechar mejor las balas —una macabra
circunstancia que también había ocupado a la
Cheká soviética desde hacía años y que algún
tiempo después haría lo mismo con los nazis— y
las preguntas relativas al momento en que debía
iniciarse la matanza.
En el curso de aquellas horas en las que todos
contaban con ser fusilados al amanecer, un
sacerdote llamado José Palomeque[141] se ocupaba
de confortar espiritualmente a los recluidos. No se
trataba de una injustificada muestra de alarmismo
si se juzgaba no sólo por la actitud de los
milicianos presentes sino también por las sacas de
los días anteriores. A la cárcel Modelo llegó en
esas horas el general Pozas, a la sazón ministro de
la Gobernación, pero tampoco intervino para
impedir los acontecimientos que se estaban
desarrollando ni abrió una investigación para
proceder a la detención de los asesinos. De creer
en el principio que establece que «el que calla
otorga», de su comportamiento habría que deducir
que consideraba que aquella era una acción
legítima y quizá incluso necesaria.
Mientras tanto en el interior de la prisión se
había constituido un tribunal muy semejante a los
que operaban en distintas checas de Madrid. Ante
él llevaron a empujones y envueltos en insultos al
doctor Albiñana, diputado a Cortes; a Melquíades
Álvarez y Rodríguez Posada, un veterano
republicano, jefe del Partido Reformista y decano
del Colegio de abogados de Madrid; a José
Martínez de Velasco, ex diputado y ex ministro; a
Fernando Primo de Rivera y Sáenz de Heredia,
militar y jefe de Falange en Madrid; a Manuel
Rico Avello, diputado y ex ministro; y a Julio Ruiz
de Alda y Migueláñez, militar y fundador de
Falange. Todos ellos fueron condenados y
fusilados en aquel mismo momento sin que
impidieran tales hechos ni la total ausencia de
garantías procesales ni la inmunidad parlamentaria
de que disfrutaban algunos de los acusados.
El asesinato —porque no pueden calificarse
los hechos de otra manera— de los citados
detenidos no aplacó a los milicianos sino que
ejerció sobre ellos un efecto electrizante. Algunos
no se recataron de indicar su propósito de fusilar
en ese momento a todos los reclusos políticos
mientras que otros consideraron que una acción de
ese tipo resultaría desproporcionada. Finalmente,
los milicianos socialistas de la Motorizada
procedieron a fusilar a once presos[142] más en los
sótanos de la prisión ya en las últimas horas del
día 22 o las primeras del 23.
El día 23, los reclusos fueron mantenidos bajo
el sol de agosto en el patio sin que se les
proporcionara agua ni alimento alguno. Uno de los
milicianos incluso se divirtió con el macabro
juego de lanzar trozos de pan desde lo alto de la
garita para luego disparar sin dar hacia el que se
acercaba a recogerlo y corear su broma con
carcajadas. Lo más grave, sin embargo, fue que
prosiguieron los fusilamientos. El capitán Ordiales
fue sacado de entre los presos para ser llevado a
la quinta galería donde se le fusiló y a
continuación fueron asesinados el capitán Fanjul,
hijo del general; y el general Capaz que había
conquistado Ifni. Asimismo dieron muerte al
general Villegas que se encontraba en la
enfermería de la cárcel. A esas alturas, ni siquiera
se practicaba ya un simulacro de proceso.
Con la muerte de Villegas se puso fin —tan
sólo momentáneamente— a los asesinatos
perpetrados en las personas de los reclusos de la
cárcel Modelo. La experiencia había encerrado,
desde luego, importantes lecciones. La primera era
que la administración estatal a través de distintos
organismos —como la checa de Fomento— estaba
dispuesta a asesinar sin ningún tipo de formalidad
legal a los que consideraba sus adversarios; la
segunda, que ninguna rama de esa administración
tenía la menor intención de interferir en la
comisión de hechos que no sólo eran ilegales sino
que además constituían flagrantes violaciones de
los derechos humanos más elementales; la tercera,
que para la comisión de estos crímenes, el Frente
Popular podía contar con el apoyo incondicional
de todos los partidos, sindicatos y organizaciones
que lo componían, así como con amplios
segmentos sociales que no excluían a porciones
considerables de los delincuentes comunes y la
cuarta —enormemente importante— que todos
estos hechos podían realizarse de una manera
propia del Terror revolucionario cristalizando en
matanzas masivas. Con todo, el temor a la reacción
internacional sí que llevó a algún miembro de la
administración a intentar frenar los
acontecimientos. Según Julián Zugazagoitia, ése
fue el caso del socialista Indalecio Prieto que
acudió a la prisión insistiendo en que cometer
actos de ese tipo iba a tener como consecuencia
perder la guerra.
Sin embargo, el grito de «¡Hoy hemos perdido
la guerra!» no conmovió en absoluto a los
milicianos que actuaban respaldados por las
instancias estatales y que, seguramente, pensaban
que los fusilamientos constituían una acción más
que meritoria de la guerra de clases. De hecho,
Prieto se retiró enseguida a la redacción de El
Socialista sin atreverse a insistir. Por otro lado, su
análisis no era equivocado. Como hemos mostrado
en otra parte,[143] los crímenes cometidos por el
Frente Popular convencieron al cuerpo
diplomático destacado en España —y de manera
muy especial a Gran Bretaña— de que el gobierno
republicano no defendía la democracia sino que
estaba llevando a cabo una revolución similar a la
soviética a la que, meramente por razones de
seguridad internacional, no se podía apoyar.
Los fusilamientos de
Boadilla del Monte
Los fusilamientos —que se cebaban de manera
especial no en personas pertenecientes a partidos
políticos sino en los denominados enemigos de
clase, con preferencia religiosos— no tenían, sin
embargo, como escenario únicamente las
prisiones. Lugares como la Casa de Campo, los
Altos del Hipódromo, las tapias del cementerio
del Este y otros lugares de Madrid se convirtieron
en sitios de fusilamientos continuos.
Entre estos sitios trágicamente empleados
estuvieron las cercanías del pueblo de Boadilla
del Monte donde se realizaron fusilamientos de
distintos grupos de personas en un arco temporal
que se extendió desde agosto a los primeros días
de noviembre de 1936.
Con posterioridad a la guerra, entre el 20 de
abril y el 28 de mayo de 1942, se exhumaron 166
cadáveres. De los asesinados sólo se llegó a
identificar a 25, entre los que se encontraban los
12 religiosos de San Juan de Dios que habían
desarrollado su labor religiosa y humanitaria en el
asilo de Carabanchel Alto.
PARACUELLOS (I)
LA ODISEA DE FELIX SCHLAYER
El estallido de la guerra
civil
El inicio de la guerra vino caracterizado por la
comisión de «graves delitos contra el prójimo,
también en la zona nacional». Sin embargo, para
Schlayer existía una diferencia fundamental.
Mientras que en la España controlada por los
alzados, la represión no había tardado en dejar
paso a la legalidad e incluso se había castigado a
los que no se ceñían a ésta —Schlayer fue testigo
de la condena a muerte de ocho falangistas en
Salamanca— en la zona dominada por el Frente
Popular «el asesinato Organizado [...] respondía a
una metodología rusa». Ésa sería, al menos, la
experiencia del diplomático durante los meses
siguientes.
La primera noticia sobre la guerra civil la tuvo
el mismo 17 de julio de 1936 cuando un abogado
de izquierdas le informó de que las tropas
acantonadas en Marruecos se habían sublevado.
En Madrid, por el contrario, no se notaba nada
especial y, de hecho, Schlayer, que vivía en una
casa de campo, a 35 km de Madrid, al pie de la
Sierra de Guadarrama, no percibió nada extraño.
Unos días después, ya el lunes, las circunstancias
habían experimentado un cambio radical. Al
intentar trasladarse a la capital, en el primer
pueblo, Schlayer se encontró con trabajadores del
campo que, armados con escopetas, le aconsejaron
no seguir. La insistencia de Schlayer en llegar al
consulado y, sobre todo, el hecho de que le
conocían, permitió que le entregaran un
salvoconducto... que, por cierto, fue rechazado por
los campesinos del pueblo siguiente. Sólo la
firmeza del diplomático, que insistía en su
condición consular, le permitió alcanzar Puerta de
Hierro, ya en Madrid.
En Puerta de Hierro había medio centenar de
policías, localizados en un café tranquilamente. Le
informaron de que era peligroso continuar su viaje
ya que saldría al cuartel de la Montaña sobre el
que estaba disparando la Artillería. Schlayer
decidió no regresar a su punto de origen, pero
cambió de ruta yendo a desembocar en la capital,
donde no trabajaba nadie.
Schlayer no tardó en enterarse de lo sucedido
en el cuartel de la Montaña. Un testigo presencial
le contó cómo habían fusilado a unos doscientos
prisioneros. En las siguientes horas, el
diplomático noruego comprobaría con horror que
las matanzas del cuartel de la Montaña eran sólo el
principio. «El nuevo gobierno —escribiría— con
notable falta de sensatez, entregó las armas, y con
ellas, la autoridad». A continuación, había venido
el saqueo de las armerías, la liberación de los
presos comunes y la quema de iglesias y
conventos.
Testigo de la revolución
La descripción que Schlayer lleva a cabo en las
páginas siguientes de su libro concuerda con
multitud de testimonios de la época —incluso de
protagonistas y partidarios— y hace un especial
hincapié en el inicio de los fusilamientos. El
propio diplomático sería testigo de la situación
creada en la España controlada por el Frente
Popular cuando, una mañana, se encontró al borde
de la carretera el cadáver de un joven bien
vestido. Para sorpresa suya, cuando se lo
comunicó a las autoridades, éstas se limitaron a
decirle que recogerían el cuerpo y «no mostraron
ninguna preocupación por el autor del homicidio».
«No sabía aún que, ya desde los primeros días, en
todo el extrarradio de Madrid, lo más natural era
la búsqueda y recogida de los asesinados durante
la madrugada».
Muy pronto, Schlayer descubrió que los
asesinatos aislados de las primeras horas daban
paso a otros «a gran escala». En la Casa de
Campo, «habían abierto fosas en las que todas las
noches, los denominados milicianos, gente del
pueblo armada, o delincuentes, arrastraban a
personas arrancadas de sus hogares». Tras
robarles, milicianos entre los que figuraban
también mujeres procedían a fusilarlos.
En el curso de aquellas semanas, Schlayer fue
descubriendo paulatinamente 16 que significaba la
revolución. Así, en una familia de conocidos suyos
que vivía en Albacete y que había contribuido
enormemente al avance económico del pueblo,
fueron asesinados 24 varones salvándose sólo un
señor mayor y algunos niños. También contempló
cómo un asesinado, cuyo cuerpo fue levantado por
un juez amigo suyo, llevaba colgado del cuello un
cartel que decía «Este hace el número 156 de los
míos». Lo más grave además es que «los órganos
de la Policía estatal, cuando les parecía bien,
colaboraban con dichas checas», como era el caso
del socialista García Atadell.
Schlayer —que estaba convencido de que la
culpa de aquellos actos se debía a la propaganda
del Frente Popular— comunicó los datos de que
disponía al socialista Indalecio Prieto. Esperaba
que el político enviara policías que impidieran los
crímenes e incluso tuvo la sensación de que no
conocía totalmente lo que estaba sucediendo.
Prieto prometió a Schlayer que intentaría controlar
la situación. Sin embargo, en el curso de las
semanas siguientes, los asesinatos y saqueos no
sólo no disminuyeron, sino que aumentaron.
El cuerpo diplomático se
moviliza
El hecho de que las detenciones se incrementaran,
los fusilamientos aumentaran y las autoridades no
sólo no impidieran los crímenes sino que incluso
intervinieran en ellos impulsó al cuerpo
diplomático a realizar un importante esfuerzo
humanitario. Muy pronto, las distintas legaciones
tuvieron que alquilar más inmuebles en los que
poder acoger a los que buscaban asilo diplomático
simplemente para evitar la muerte.
El edificio de la legación de Noruega se fue
llenando durante los meses de septiembre y
octubre de 1936, de tal manera que en noviembre
Schlayer se vio obligado a ocupar algunas
viviendas más en el inmueble cercano a donde
trasladó el consulado. En el inmueble había una
docena de viviendas que fueron ocupadas, cada
una de ellas, por un grupo de personas que iba de
65 a 80. Las condiciones eran ciertamente muy
difíciles no sólo por el hacinamiento sino también
por la escasez de comida, crecientemente
angustiosa. Sin embargo, la única alternativa con
que contaban los asilados a seguir en las
dependencias de la legación de Noruega era salir a
la calle y, una vez en ella, ser detenido y fusilado.
A finales de septiembre de 1936, Schlayer tuvo
su primer contacto con las cárceles republicanas.
Acudió a visitar al abogado de la legación de
Noruega, Ricardo de la Cierva, que estaba
recluido en la cárcel Modelo. Antes de julio de
1936, la prisión estaba ya repleta de presos, pero
con el estallido de la revolución el recinto
penitenciario —que no estaba diseñado para
albergar a más de mil doscientos hombres— tuvo
que dar cabida a cinco mil.; En las celdas
individuales de dos por tres metros, se hacinaron
entonces hasta seis personas que no disponían de
colchones y cuyas condiciones higiénicas eran
infrahumanas.
Sin embargo, el problema del hacinamiento tan
sólo acababa de empezar. La cascada de
detenciones obligó muy pronto a convertir en
prisión un convento de la plaza del Conde de
Toreno, al colegio escolapio de San Antón y a esto
se sumó Porlier. Fue precisamente con ese
panorama de fondo como tuvo lugar la matanza de
la cárcel Modelo que provocó las protestas del
encargado de negocios de la Embajada británica.
A esas alturas, el cuerpo diplomático era más que
consciente de lo que estaba sucediendo y estaba
decidido a paliar, en la medida de lo posible,
aquella riada de crímenes. En septiembre, el
cuerpo diplomático llegó incluso a amenazar con
su salida en bloque de Madrid si no se le permitía
seguir llevando a cabo su labor humanitaria.
Ni Schlayer ni los diplomáticos extranjeros
destacados en Madrid tenían dudas sobre lo que
estaba sucediendo. De hecho, cuando el cónsul
noruego visitó el comité provincial de
investigación pública, la checa de Fomento, tuvo
una impresión de primera mano de lo que era la
denominada «justicia del pueblo». Cada noche se
celebraban en su interior procesos que, por regla
general, concluían con condenas a muerte no pocas
veces ejecutadas durante la misma madrugada. En
ocasiones, se les mataba en las propias
dependencias, en otras se les dejaba en libertad y,
acto seguido, cuando los reclusos llegaban a la
calle, se procedía a detenerlos y a trasladarlos a
otro lugar donde se les fusilaba. Tanto en aquellas
dependencias como en los sótanos de la Dirección
General de Seguridad, organismo del que dependía
la checa de Fomento, Schlayer contempló escenas
que mostraban un desprecio indudable por los
derechos humanos. Pese a todo, lo peor estaba por
llegar.
Las sacas
La cercanía de las tropas de Franco a Madrid y la
salida del gobierno en la noche del 6 al 7 de
noviembre llevaron a Schlayer, de manera bien
comprensible, a temer por la situación de los
presos que había en las cárceles de Madrid. Por
eso, la mañana del día 7 recogió al delegado del
comité de la Cruz Roja y, en automóvil, se dirigió
a la cárcel Modelo. Para sorpresa suya, ambos
descubrieron que la plaza que había delante del
recinto penitenciario estaba cerrada con
barricadas y protegida por milicianos con
bayoneta calada. Asimismo había un número
considerable de autobuses aparcados. Tras un
forcejeo, Schlayer consiguió entrar en la cárcel y
entrevistarse con el subdirector. Éste le informó de
que los vehículos iban a trasladar a 120 oficiales a
Valencia para evitar que pudieran ser liberados
por los nacionales.
Schlayer decidió corroborar la información en
la Dirección General de Seguridad. Allí fue
atendido por un comunista con el que tenía una
buena relación y que le informó de que el número
de autobuses se debía a que además de los 120
oficiales, iba a recoger a otros de distintas
prisiones. Lo que no sabía era en qué momento se
iba a proceder al traslado. Tras obtener estos
datos, el diplomático noruego decidió trasladarse
con el funcionario de la Cruz Roja a la cárcel de
mujeres —donde todo parecía en orden— y de allí
marcharon a la Dirección General de Seguridad.
En este lugar, la sensación de desorden era enorme
y le dijeron que el director general, el republicano
Manuel Muñoz, había marchado a Valencia con el
gobierno. No obstante, le informaron de que la
nueva directora general era la diputada socialista
Margarita Nelken. De hecho, la Nelken se había
instalado ya esa mañana en el despacho del
director general. Schlayer manifestó su deseo de
hablar con ella, pero, tras hacerle esperar un
tiempo, le comunicaron que no era posible porque
se había marchado. El diplomático creería que, en
realidad, «no quiso dar la cara». No obstante, le
dejó una tarjeta en la que apelaba a sus
sentimientos humanitarios.
En cualquier caso, Schlayer no estaba
dispuesto a darse por vencido. Temía —y no le
faltaba razón— por el destino de los presos e
intentó localizarla en la Casa del pueblo, en el
Ministerio de Gobernación y en otros lugares. La
búsqueda, sin embargo, fue infructuosa.
Tampoco el cuerpo diplomático se sentía
tranquilo con la situación de manera que se
convocó una reunión en el curso de la cual se
acordó ir a visitar al general Miaja para pedirle
garantías sobre el destino de los presos. La
entrevista entre el militar republicano y algunos
miembros del cuerpo diplomático se llevó a cabo
y Miaja les aseguró que no había nada que temer
ya que el gobierno tenía «las riendas del poder en
la mano». Las garantías eran obvias, pero Schlayer
no podía quitarse de la cabeza la visión de los
autobuses y por la tarde continuó la búsqueda de
Margarita Nelken acudiendo incluso a su
domicilio privado, donde, según le dijeron, no
había estado ese día. Fue entonces cuando
Schlayer decidió ir a visitar personalmente al
general Miaja. A ello le movía además la
inquietud que sentía por Ricardo de la Cierva, el
abogado de la legación de Noruega, al que habían
detenido tiempo atrás. Miaja los recibió sobre las
cinco y media de la tarde, y dio todo tipo de
seguridades a Schlayer de que «a los presos no les
tocarían ni un pelo». Por supuesto, aquello rezaba
también para Ricardo de la Cierva.
A la salida de la entrevista, el ayudante que
acompañó a Schlayer y al representante de la Cruz
Roja les dijo que esperaran un poco porque se iba
a nombrar en breve la nueva Junta de Defensa de
Madrid y así podrían conocer al nuevo encargado
del Orden Público. Al cabo de un tiempo, el
ayudante apareció con Santiago Carrillo, el nuevo
consejero de Orden Público que saludó a Schlayer
y a su acompañante y los citó para una entrevista
en su nuevo despacho a las siete de esa misma
tarde.
A esas alturas habían dado las seis de la tarde
y Schlayer sentía una creciente inquietud por lo
que hubiera podido suceder en la cárcel Modelo.
Al llegar a la prisión, el director le informó de que
se habían llevado a los reclusos —una referencia
clara a Ricardo de la Cierva— y de que no había
podido impedirlo porque no se encontraba en esos
momentos en la cárcel. A preguntas de Schlayer, el
director añadió que los trasladados eran varios
centenares y que su destino, según se desprendía
de una orden emanada de la Dirección General,
era Valencia y, más concretamente, la prisión de
San Miguel de los Reyes. Se había hecho cargo de
los presos un comunista llamado Ángel Rivera.
Las respuestas evasivas del director no
contribuyeron a disipar la inquietud de Schlayer.
Se despidió de él y marchó a recoger al delegado
de la Cruz Roja para acudir a la visita que tenían
concertada con el nuevo responsable de
Seguridad.
Durante la entrevista con Carrillo, Schlayer y
el delegado de la Cruz Roja recibieron todo tipo
de seguridades. Sin embargo, el diplomático
noruego percibió en Carrillo «inseguridad» y
«falta de sinceridad», especialmente porque
insistía en que no sabía nada del traslado de los
presos lo que, cierto es, resultaba poco verosímil.
Por otro lado, esa noche y el día siguiente
prosiguieron las sacas, una circunstancia frente a
la que ni Carrillo ni Miaja podían ya alegar
desconocimiento.
El periplo de aquel día no había terminado
empero para Schlayer. Cuando llegó a su casa
sobre las nueve de la noche, se encontró con un
recado procedente de otra legación en el que se le
informaba de que Ricardo de la Cierva había sido
puesto en libertad. Schlayer partió entonces hacia
la cárcel para confirmar la noticia. Llegó sobre las
diez de la noche y encontró el recinto sumido en
una enorme agitación. Sin amilanarse, entró en la
prisión y pidió que sacaran a Ricardo de la
Cierva. Fue entonces cuando le informaron de que,
durante la noche, se habían llevado a un número
considerable de reclusos. En el curso de dos
expediciones, el traslado se había efectuado con
los presos dispuestos en parejas, atados por los
codos y sin permitir que llevaran sus pertenencias.
Entre ellos, con seguridad, se encontraba Ricardo
de la Cierva. El abogado hubiera podido salvarse,
pero, como encargado de la caja de la farmacia de
socorro, insistió en acompañar a los evacuados.
Era ya cerca de las 11 de la noche cuando
Schlayer se dispuso a abandonar la cárcel. Se
cruzó entonces con un contingente muy numeroso
de soldados con cascos de acero que entraban en
la prisión. Se dirigió a ellos y pudo comprobar
que eran todos extranjeros. Se trataba de un
contingente de las Brigadas internacionales, el
Ejército que había creado Stalin para ayudar al
Frente Popular.
El descubrimiento
Los acontecimientos de las últimas horas no
habían disipado las peores sospechas de Schlayer
y a la mañana siguiente, el diplomático acudió a
entrevistarse de nuevo con el director general de
la cárcel Modelo. En el curso de la conversación,
el diplomático noruego llegó a la conclusión de
que los presos no habían llegado al supuesto
destino en Valencia. Al saber que durante la noche
habían salido otras dos sacas de presos, Schlayer
comenzó a sospechar un drama inaudito. El
director de la prisión, posiblemente para eximirse
de cualquier responsabilidad; enseñó a Schláyer
una orden firmada por el subdirector de la
Dirección General de Seguridad ordenando los
traslados de presos. El subdirector, por otro lado,
no había hecho sino obedecer la orden verbal que
había recibido de su superior, el republicano
Manuel Muñoz. Schlayer consideraría después que
la orden de Muñoz había sido el pago entregado
para lograr que los comunistas le permitieran
marcharse a Valencia con el gobierno del Frente
Popular. Quizá, pero en los meses anteriores
Muñoz había mostrado una entrega tal en la
práctica del Terror que no resulta indispensable
aceptar esa explicación. Por si todo lo anterior
resultara poco inquietante, el director de la cárcel
Modelo indicó a Schlayer que no había estado en
su puesto el día anterior porque no se había
sentido con fuerza para impedir las sacas.
Durante los días siguientes, las peores
sospechas de Schlayer fueron adquiriendo una
terrible solidez. Primero, se trató de dos presos
liberados que pidieron asilo en la legación
noruega y que relataron cómo los milicianos se
habían jactado de que iban a matar a los
evacuados, a los que, por añadidura, habían
despojado de todas sus pertenencias. A esto se
sumó la noticia de que buena parte de los
trasladados no había llegado a su supuesto destino.
Así, el diplomático llegó a la conclusión de que
tan sólo de la cárcel Modelo y de Porlier debían
de haber sido fusiladas unas mil doscientas
personas. El hecho era de por sí de una enorme
gravedad, pero a él se añadía que no había
existido ningún proceso legal, ni siquiera una
acusación. Simplemente, se había producido una
matanza en masa. Pero ¿dónde?
Las fosas
Schlayer había oído rumores referentes a unos
enterramientos en Torrejón de Ardoz, una
población situada cerca de Madrid, en la carretera
de Alcalá de Henares. Hacia allí se dirigió el
diplomático y se entrevistó con un agricultor al
que conocía para indagar lo sucedido. El hombre
le informó de que algunos de los autobuses se
habían encaminado en dirección al río Henares,
mientras que otros habían tomado el camino de
Paracuellos del Jarama.
Con ocasión de un viaje a la prisión de Alcalá
de Henares, Schlayer decidió desviarse a la vuelta
y descubrir el lugar donde se podían haber
producido los fusilamientos. Acompañado por el
encargado de negocios de Argentina, Pérez
Quesada, llegaron al puente sobre el Henares. En
la primera casa donde se detuvieron, los presentes
eludieron responder a sus preguntas. Sin embargo,
tuvieron más suerte en la segunda. Allí, la mujer
que los atendió les comentó que el domingo por la
mañana había pasado un buen número de
autobuses, llenos de hombres. Los vehículos se
habían metido por un camino rural y al poco había
comenzado a escucharse un tiroteo que duró toda
la mañana. Todavía el lunes volvió a pasar otro
autobús con algunos hombres más.
Schlayer y el diplomático argentino subieron
entonces al automóvil y se dirigieron hacia el
lecho del río. Aunque en un momento determinado
bajaron del vehículo y continuaron las pesquisas a
pie no pudieron dar con el lugar de los
fusilamientos. Se dirigieron entonces a un castillo
cercano donde Schlayer preguntó por el
responsable. No estaba, pero había un miliciano
de guardia al que Schlayer preguntó directamente
por el lugar donde habían enterrado a las personas
fusiladas el domingo. El miliciano comenzó a
decir cómo llegar, pero el diplomático noruego le
sugirió que sería mejor que les acompañara.
A unos ciento cincuenta metros del castillo, el
miliciano entró en una zanja profunda que iba hasta
el río y que llamaban «caz». En el fondo de la
zanja había una elevación de unos metros de altura
de tierra que habían removido hacía poco.
Entonces el miliciano les indicó que ése era el
lugar donde comenzaba. En el lugar se podía
apreciar ciertamente un fuerte olor a putrefacción y
además sobre el terreno podían advertirse botas
malenterradas e incluso protuberancias
pertenecientes a miembros humanos. La impresión
que sacaron los visitantes era que sólo se había
arrojado una delgada capa de tierra sobre los
cadáveres.
Las dimensiones de la fosa eran considerables.
Dado que su longitud llegaba a trescientos metros,
Schlayer calculó que podía haber enterrados entre
quinientos y seiscientos cuerpos.
Durante los minutos siguientes, el miliciano
relató a los dos diplomáticos cómo había sucedido
todo. Habían aparcado los autobuses en la
pradera. Luego habían hecho bajar a los reclusos
en grupos de diez, atados de dos en dos, y habían
procedido a desnudarlos, es decir, a quitarles lo
poco que aún les quedaba. A continuación los
habían bajado hasta las fosas donde los habían
disparado. Después, se les había arrojado a las
fosas y, mientras algunos milicianos les echaban
encima tierra, se subía a buscar al siguiente grupo
de diez. Resultaba obvio que no pocos de los
asesinados habían muerto no a consecuencia de los
disparos sino heridos y después aplastados por los
cadáveres lanzados sobre ellos.
Al cabo de unos días, personas pertenecientes
a otra legación diplomática quisieron visitar el
lugar. Llegaron a la pradera e incluso encontraron
algunos restos pertenecientes a los asesinados. Sin
embargo, no tardaron en aparecer algunos
milicianos procedentes del castillo que,
amenazándoles con fusiles, les obligaron a dejar
sus indagaciones. Tener miedo a continuar la
investigación resultaba, ciertamente, lógico. Sin
embargo, Schlayer no estaba dispuesto a dejarse
intimidar. Una semana después, acompañado por
su chófer y un septuagenario de origen portugués,
cruzó el Jarama en dirección a Paracuellos. Al
borde de un barranco, localizó a un grupo de
muchachas a las que preguntó por el lugar donde
habían enterrado a los fusilados el domingo
anterior. Una niña de unos doce años señaló
entonces hacia el barranco. En ese momento, otra
joven de unos dieciséis indicó que, no obstante,
«eran muy pocos, como unos cuarenta solamente».
La llegada de unos hombres impulsó a Schlayer a
abandonar el lugar. Sin embargo, no se había
rendido.
Poco después, en el puente del Jarama, se
encontró con un joven de unos dieciocho años que
volvía al pueblo de arar con dos muías. Schlayer
le preguntó dónde habían enterrado a los fusilados
el domingo y el muchacho respondió que en los
«cuatro pinos», pero que no había sido ese día,
sino el sábado. A las preguntas del diplomático
noruego, añadió además que eran más de
seiscientos y que durante todo el día habían estado
llegando autobuses y oyéndose las ametralladoras.
Schlayer dio media vuelta y recorrió de nueva
la carretera que discurría a la vera del río. No
pudo detenerse al lado de los «cuatro pinos»
porque el lugar estaba custodiado por varios
milicianos. Sin embargo, condujo despacio y
acertó a ver dos montones paralelos de tierra
recién removida que iban de la carretera a la
rivera del río. Su longitud era de unos 200 metros.
En este caso, todo parecía indicar que las fosas se
habían excavado con anterioridad y que los
cadáveres habían sido cubiertos algo después
aunque, seguramente, sin distinguir entre muertos y
heridos. Cuando estaba a punto de abandonar el
lugar, Schlayer pudo ver cómo uno de los
centinelas llevaba en la mano un par de botas
desenterradas.
De vuelta a Madrid, Schlayer descubrió otra
fosa en una ladera del pueblo de Barajas. Muy
posiblemente, las fosas de Paracuellos se habían
visto colmadas de cadáveres antes de lo esperado
y, por esa razón, los milicianos se habían visto
obligados a fusilar y a enterrar a sus víctimas
cerca de Barajas. Al día siguiente, 8 de
noviembre, la enorme cantidad de asesinados
volvió a obligarles a encontrar otro lugar para
sepultarlos y se valieron de un enclave en la
cacera de Aldovea-Torrejón.
El diplomático noruego tenía una idea bastante
aproximada de lo sucedido y de las
responsabilidades que alcanzaban a los cargos
más elevados de la administración republicana en
Madrid. Con todo, y es lógico, su conocimiento de
las matanzas era limitado. Sin embargo, la
documentación de que disponemos en la actualidad
permite responder a la práctica totalidad de las
cuestiones relacionadas con Paracuellos. De ello
nos ocuparemos en los próximos capítulos.
CAPITULO VIII
PARACUELLOS (II)
La decisión y los planes
La decisión
Durante el mes de noviembre de 1936, pocas
dudas podía haber de que el sentir común de las
fuerzas que integraban el Frente Popular era
exterminar a los considerados enemigos de clase.
Semejante visión no sólo no había nacido con la
guerra civil o incluso en los últimos años. En
realidad, se venía incubando al menos desde el
siglo pasado y había tenido diversas
manifestaciones de las que la revolución de 1934
podía haber sido la más grave en España, pero,
desde luego, no la única. De hecho, basta releer
las publicaciones de la época para percatarse de
que ese exterminio no sólo no se ocultaba como
objetivo fundamental, sino que incluso se
pregonaba y originaba comentarios jactanciosos.
Las fuentes son, al respecto, muy expresivas. Así,
Milicia Popular, el portavoz del 5.º Regimiento
comunista, afirmaba a inicios de agosto de 1936:
[155] «En Madrid hay más de mil fascistas presos,
Los planes
Aunque suele ser común hacer referencia a una
voluntad numantina de los madrileños para resistir
el avance del Ejército de Franco en noviembre de
1936, la realidad histórica fue muy diferente.
Mientras el gobierno del Frente Popular, a pesar
de su superioridad inicial en términos materiales,
contemplaba cómo los rebeldes llegaban hasta las
cercanías de Madrid, los madrileños no se
aprestaban precisamente a combatir contra ellos.
Como indicaría uno de los corresponsales
extranjeros en la capital de España refiriéndose a
sus habitantes, «la mayoría de ellos no tenían
interés alguno en la guerra ni les importaba quién
la ganase con tal de verse aliviados de las
penalidades y privaciones que les obligaban a
soportar».[168] No exageraba el periodista. En
realidad, la proporción de madrileños, y aun de
milicias, en la defensa de Madrid fue
escandalosamente minoritaria constituyendo la
parte más numerosa la formada por la guarnición
madrileña que contaba con recientes reemplazos.
El hecho de que las columnas del Ejército del
Centro ya estuvieran formadas por extremeños,
manchegos, andaluces y levantinos y que además
afluyeran a Madrid tropas de fuera que iban desde
las Brigadas internacionales a los anarquistas de
Aragón y Cataluña redujo aún más la proporción
de madrileños que lucharon contra el Ejército
nacional. Tampoco se corresponden con la verdad
histórica la referencia a batallones de mujeres —
aunque alguna hubo en el frente— o a la masiva
afluencia de obreros. Madrileños hubo pocos y
buena parte de entre ellos fueron sacados a toda
prisa de las cárceles y las checas por el comunista
Líster para colocarlos en la primera línea de
fuego.[169] Por supuesto, esa falta de entusiasmo
por defender la causa del Frente Popular no se les
escapaba a los mandos políticos y militares
conscientes del abismo que mediaba entre su
propaganda y la realidad. El famoso comandante
Carlos del 5.º Regimiento afirmaba casi un mes
antes:[170]
PARACUELLOS (III)
LOS EJECUTORES
La Junta de Defensa
comienza a actuar
Mientras se llevaban a cabo estos asesinatos,
Carrillo celebró una reunión con Melchor, Serrano
Poncela, José Lain, Cazorla y Cuesta en la que les
comunicó que iba a pedir la entrada en el PCE. Al
día siguiente, 6 de noviembre, Enrique Castro
Delgado recibió a Carrillo y a sus amigos en el
seno del Partido Comunista. Semejante acto,
cargado de simbolismo, allanaba el último
obstáculo para que Carrillo entrara en la Junta de
Defensa que se iba a encargar de regir Madrid a la
marcha del gobierno del Frente Popular. Aquel
mismo día, Mijaíl Koltsov, periodista y agente de
la Komintern en España, se entrevistó con el
Comité Central del PCE[184] y les instó para que
procedieran a fusilar a los presos que había en las
cárceles de Madrid. La sugerencia —¿u orden?—
fue acogida sin rechistar, lo que no puede causar
sorpresa dado el grado de sumisión que el PCE,
como el resto de los partidos comunistas de la
época, experimentaba hacia los dictados de los
agentes de Stalin. Y, sin embargo, no se trataba
únicamente de servilismo hacia Moscú. Como
hemos visto sobradamente en las páginas
anteriores, las fuerzas del Frente Popular —no
sólo el PCE—, sus dirigentes y medios de
comunicación llevaban tiempo más que sobrado
insistiendo en la necesidad de exterminar a los
considerados enemigos de clase.
Todavía el día 6 de noviembre, Enrique Castro
Delgado se dirigió al 5.º Regimiento, convocó al
comisario Carlos Contreras y le dijo:
PARACUELLOS (IV)
LAS SACAS
El 7 de noviembre
La proximidad de las tropas de Franco no sólo se
tradujo en la huida del gobierno republicano sino
también en la fuga y disolución de algunos de sus
órganos represivos como fue el caso del comité
provincial de investigación pública, la tristemente
célebre checa de Fomento. Incluso, como ya
indicamos, el director general de Seguridad optó
por abandonar la capital aunque no sin entregar a
Margarita Nelken una orden para que procediera a
sacar de las cárceles a los presos que deseara. A
pesar de todo, la desaparición de esos organismos
no implicó que se detuviera la represión. De
hecho, en el caso del comité provincial una parte
de sus efectivos quedó integrada en las Milicias de
Vigilancia de la Retaguardia (MVR) y por
añadidura la checa designó a cinco miembros que
se incorporaron al consejillo de la Dirección
General de Seguridad.[187] De esos cinco, uno
pertenecía al PCE y otro a las Juventudes
Socialistas Unificadas pero Carrillo se aseguró un
predominio comunista designando presidente del
consejillo a Segundo Serrano Poncela, un amigo
íntimo suyo que había pasado de las Juventudes
Socialistas Unificadas al PCE, y a tres consejeros
comunistas más.[188] Aunque las tareas estaban
distribuidas entre los diferentes miembros, la
decisión final la tomaba Santiago Carrillo.[189]
Esta circunstancia —verdaderamente esencial—
se traducía, por ejemplo, en que Serrano Poncela
despachaba diariamente con Santiago Carrillo en
la oficina de éste u ocasionalmente era Carrillo el
que se desplazaba a la Dirección General de
Seguridad para departir con Serrano Poncela.
Una parte esencial de las mencionadas
reuniones giró en torno a las sacas de presos
destinados a ser fusilados. Precisamente en la
Dirección General de Seguridad se llevaba «un
libro registro de expediciones de presos para
asesinarlos».[190] De acuerdo con el comunista
Ramón Torrecilla, uno de los miembros del
consejillo, las expediciones de presos habrían
sido entre 20 y 25, de las que «cuatro [eran] de la
cárcel Modelo, cuatro o cinco de la de San Antón,
seis a ocho de la de Porlier, seis a ocho de la de
Ventas [...] de la cárcel Modelo se extrajeron para
matar alrededor de mil quinientos presos».[191] Los
datos exactos de estas matanzas vamos a
examinarlos a continuación.
El 7 de noviembre de 1936 amaneció con frío.
Mientras las columnas nacionales de Barrón y
Telia avanzaban por Carabanchel y las de Yagüe y
Castejón penetraban por la Casa de Campo,
Santiago Carrillo se dedicaba, según señala en sus
Memorias, a «la lucha contra la quinta columna».
[192] Ya durante la noche anterior, tres agentes
comunistas —entre ellos Torrecilla— se habían
presentado en la cárcel Modelo y en San Antón
para organizar las grandes sacas de presos a los
que se iba a fusilar en masa. Se hallaban
examinando las fichas y habían llegado más o
menos a la mitad cuando se presentó Serrano
Poncela y ordenó que los militares y burgueses
saliesen de las galerías a las naves exteriores ya
que los fascistas estaban avanzando y no podían
ser liberados para convertirse en su refuerzo.
Ordenó, por lo tanto, que los prepararan porque
iban a llegar unos autobuses para trasladarlos. En
respaldo de este acto se hallaban las órdenes
dadas por el socialista Ángel Galarza, el ministro
de la Gobernación, para que así se hiciera. En
«tono malicioso», Serrano Poncela añadiría que se
trataba de una «evacuación... definitiva».[193]
Serrano Poncela no podía saberlo, pero estaba
empleando la terminología que unos años después
utilizarían los nazis para referirse a otro
exterminio, el de los judíos europeos.
Nadie se opuso a la orden de Serrano Poncela
que, dicho sea de paso, muestra hasta qué punto las
autoridades más altas del Frente Popular
estuvieron implicadas en las matanzas. Torrecilla y
sus acompañantes abandonaron la selección de
fichas y entre las tres y las cuatro de la mañana se
procedió a sacar a los seleccionados de las naves
y a atarles las manos a la espalda uno a uno y
ocasionalmente por parejas. Eran varios
centenares de presos, en su mayoría militares.
Serían sobre las nueve o las diez de la mañana,
según la declaración de Torrecilla, cuando
llegaron a la cárcel Modelo siete o nueve
autobuses de dos pisos pertenecientes al servicio
público urbano y dos autobuses grandes de
turismo. En cada uno de los vehículos fueron
introducidos sesenta o más detenidos con una
custodia de entre ocho y doce milicianos.
Finalmente, la expedición partió con algunos de
los que habían llevado a cabo la selección de las
fichas. Por lo que se refiere a Torrecilla, la vio
partir y a continuación abandonó la cárcel.[194]
La declaración del policía Álvaro Marasa[195]
sirve además para confirmar algo ya
meridianamente claro, el hecho de que la selección
de los presos que iban a ser asesinados y las
órdenes para su extracción corrían a cargo de las
autoridades de Orden Público con un respaldo
directo y explícito del gobierno del Frente
Popular. La primera tarea la desempeñaba Serrano
Poncela en colaboración con el consejo de la
Dirección General de Seguridad y con
autorización del ministro Galarza. Se trataba,
desde luego, de una tarea que se consideraba de
enorme importancia, lo que explica que se deseara
mantener una continua supervisión de las matanzas.
De hecho, en todo momento, Serrano Poncela era
informado de los fusilamientos a través de un
policía llamado Lino Delgado que actuaba de
enlace.
Por lo que se refiere a la metodología de las
sacas, las fuentes son explícitas y coinciden
claramente con los datos de los que Schlayer fue
informado o incluso resultó testigo ocular. Marasa
fue, desde luego, muy explícito al respecto:
Del 8 al 10 de noviembre
El 8 de noviembre, el diario comunista Mundo
Obrero publicaba un texto claramente revelador:
«A la quinta columna, de la que quedan rastros en
Madrid, se debe exterminar en un plazo de horas».
Ese mismo día, Santiago Carrillo y Pasionaria
intervenían en un mitin celebrado en el
Monumental Cinema de Madrid para elevar la
moral de los defensores de la capital. La tarea no
era baladí ya que en contra de lo que repetiría
después la propaganda republicana, la población
de Madrid mostraba una inquietante pasividad
frente al avance de las fuerzas de Franco. Mientras
que había ciento veinte mil madrileños que
recibían su ración diaria de rancho, a las
trincheras sólo acudían treinta y cinco —de los
que muy pocos eran naturales de Madrid— y a
cavarlas seis mil.[200] A esa atonía debió
contribuir no sólo que buena parte de la población
no simpatizaba con el Frente Popular, sino también
el horror comprensible de muchos madrileños ante
los crímenes perpetrados por partidos, sindicatos
y organismos gubernamentales durante los últimos
meses. Por supuesto, la propaganda frentepopulista
insistía en las atrocidades supuestamente
cometidas por las fuerzas de Franco, pero, a juzgar
por la reacción de los madrileños, no da la
sensación de que la mayoría estuviera convencida
de que pudieran ser peores que las perpetradas por
el Frente Popular.
El 8 de noviembre, de madrugada, tuvo lugar
una nueva saca de la Modelo. La metodología para
llevar a cabo las matanzas en masa fue la misma
que la practicada el día anterior. Primero, se privó
a los detenidos de todos sus objetos personales,
señal inequívoca de que la evacuación era un
eufemismo para el exterminio. A continuación, se
procedió a atar con bramante a los condenados y
luego se les subió en vehículos con destino a
Paracuellos. Como era habitual, allí fueron
también ametrallados y arrojados a fosas comunes.
El médico de la prisión informaría a uno de los
reclusos de que se habían llevado al.039 reclusos
y los habían matado a todos.[201]
Ese mismo día, las fuerzas de Franco siguieron
avanzando. Mientras las tropas de Mola
progresaban hacia el foso del Manzanares y las de
Delgado Serrano irrumpían en la Casa de Campo
por el Batán, Yagüe se hacía con el control del
cerro Garabitas. Frente a esta progresión lenta
pero firme, Miaja movilizó a las Brigadas
internacionales recientemente llegadas a la capital.
[202]
Entre los días 9 y 17 de noviembre de 1936
siguieron teniendo lugar en Madrid asesinatos pero
no sacas tan numerosas como las descritas. El
último día llegó a Madrid Melchor Rodríguez que
había sido nombrado director de Prisiones.
Rodríguez era anarquista, pero lejos de compartir
el culto por la violencia y las acciones criminales
llevadas a cabo durante los últimos meses por la
CNT y la FAI —no digamos ya por las otras
fuerzas del Frente Popular— tenía la firme
voluntad de cumplir con su deber de acuerdo con
los principios más elementales de la legalidad y la
decencia. No sorprende, por lo tanto, que los
comunistas, entregados a la tarea de exterminar a
millares de detenidos, le impidieran hacerse cargo
de su puesto.
El día 10, el consejillo de Orden Público
celebró una sesión en la que se informó
puntualmente de los asesinatos en Torrejón de
Ardoz de los presos transportados en cinco
autobuses grandes y en Paracuellos de todos los
demás. En el curso de la misma reunión, Serrano
Poncela se dedicó además a explicar los criterios
de selección de los que debían ser asesinados,
comenzando con los militares con graduación
superior a la de capitán y siguiendo con todos los
falangistas y todos los derechistas, una etiqueta
esta última que, en la práctica, venía a incluir a
todos los considerados enemigos de clase desde
un tendero a un religioso pasando por un simple
católico al que hubieran encontrado una imagen o
del que se supiera que iba a misa. Prueba de la
veracidad de lo que acabamos de afirmar es, a
título de ejemplo, que esa misma madrugada
fueron asesinadas diez monjas adoratrices en las
tapias del cementerio del Este. En esa misma
reunión, se establecieron además comisiones para
encargarse de cada apartado y delegados del
consejillo para cada cárcel.[203] No era el único
problema que iban a tener que abordar en las
próximas horas.
Del 11 al 15 de noviembre
El 11 de noviembre de 1936, Santiago Carrillo
dictó y firmó una orden de la consejería sobre la
organización de los servicios de investigación y
vigilancia. En ella se daba carta de naturaleza
legal a lo que era una realidad desde hacía varias
jornadas, el que Serrano Poncela, delegado de
Orden Público, era un simple delegado de la
consejería cuya titularidad ostentaba Carrillo. No
contaba éste a la sazón con menos de cinco mil
hombres para llevar a cabo sus funciones de
represión. Sin lugar a dudas, este dato numérico es
de la mayor importancia si tenemos en cuenta que
a la sazón en torno a Madrid se libraba una
encarnizada batalla en la que todos los efectivos
que pudieran movilizar ambos bandos se podían
considerar pocos. Incluso en tan difíciles
circunstancias, las autoridades republicanas
consideraron que podían destinarse cinco mil
hombres a tareas represivas. Semejante visión de
la guerra —guerra de clases, no lo olvidemos—
tendría claros paralelos a lo largo de todo el siglo
XX. Había comenzado ya en 1917 con los
bolcheviques, era continuada ahora con los
frentepopulistas españoles y durante la Segunda
Guerra Mundial se perpetuaría con los agentes de
Stalin y de Hitler para los que el denominado
frente interno tenía tanto valor como el bélico.
Ese mismo día 11 tuvo lugar una reunión de la
Junta de Defensa. En el curso de la misma,
Carrillo recabó —y le fue confirmada— la
autoridad sobre los traslados de presos. Además,
reconoció que la «evacuación» de los presos había
tenido que ser suspendida por «la actitud adoptada
últimamente por el cuerpo diplomático». Ahora
iba a reanudarse bajo su directa supervisión.
El 12 de noviembre, Carrillo pronunció un
discurso incendiario en Unión Radio[204] donde
afirmó, entre otras cosas, que «la quinta columna
estaba en camino de ser aplastada» y que los
restos que de ella quedaban en los entresijos de la
vida madrileña estaban «siendo perseguidos y
acorralados con arreglo a la ley, con arreglo a
todas las disposiciones de justicia precisas; pero
sobre todo con la energía necesaria».[205] Sin
embargo, por mucho que Carrillo hiciera
referencia a la ley, lo cierto es que lo único que se
estaba aplicando era la «justicia revolucionaria»
de la que tan devotos eran los frentepopulistas. No
resulta por ello extraño que el cuerpo diplomático
distara mucho de creerse la versión oficial de las
autoridades del Frente Popular.
La verdad resultaba tan difícil de ocultar que
la Junta de Defensa acabó publicando en la prensa
del 14 de noviembre una nota en la que calificaba
de «infamia» los rumores sobre los fusilamientos y
a continuación afirmaba que «ni los presos son
víctimas de malos tratos, ni menos se debe temer
por su vida».[206] Difícilmente se podría concebir
una mentira más cínica destinada además a cubrir
la práctica continuada de asesinatos en masa.
Aunque, como tendremos ocasión de comprobar en
la tercera parte de la presente obra, semejante
comportamiento encajaba a la perfección con los
métodos soviéticos.
Sin embargo, la falsedad de las afirmaciones
de la Junta no iba a convencer a los interesados en
el destino de los detenidos. Ya indicamos en un
capítulo anterior cómo Schlayer, al no tener
noticias de que su amigo Ricardo de la Cierva
hubiera llegado a su supuesto destino en una
prisión de Levante y habiendo escuchado además
noticias sobre unos enterramientos en Torrejón, se
trasladó a la localidad y, posteriormente, a
Paracuellos. Con horror, el diplomático
escandinavo había dado con los dos cementerios
de las grandes sacas de inicios del mes de
noviembre. Sin embargo, las matanzas distaban
mucho de haber llegado a su final.
PARACUELLOS (V)
INTERRUPCIÓN Y REANUDACIÓN DE LAS
MATANZAS
La llegada de Melchor
Rodríguez
A pesar de las declaraciones de las autoridades
frentepopulistas, no existía ninguna voluntad de
interrumpir las sacas con su macabro cortejo de
fusilamientos en masa. Con todo, en las últimas
semanas de 1936, éstas se interrumpieron aunque
no cesaron como suele repetirse de manera
inexacta. El que así sucediera no se debió en
absoluto ni a que la política de exterminio
propugnada por el Frente Popular hubiera
concluido ni tampoco al hecho de que el gobierno
hubiera decidido, siquiera por razones políticas,
poner fin a unos crímenes que privaban de
cualquier legitimidad, real o supuesta, a su causa,
situándole además en una difícil situación de cara
a la opinión pública internacional. Por el
contrario, la interrupción de los asesinatos vino
vinculada a la acción individual de un hombre en
el que primaron la nobleza de sentimientos y la
humanidad por encima de cualquier planteamiento
ideológico. Se trataba del anarquista Melchor
Rodríguez.[214]
Ya hemos descrito en otro lugar[215] su
trayectoria personal. Baste ahora señalar que,
nacido en Triana en 1893, Melchor Rodríguez se
había afiliado siendo joven a la CNT y fue
encarcelado durante la dictadura del general Primo
de Rivera. Aunque el papel del sindicato al que
pertenecía en el Terror no fue escaso, Rodríguez
no compartía ese concepto de la justicia
revolucionaria y no tardaría en ponerlo de
manifiesto. Al convertirse en ministro de Justicia
el anarquista García Oliver —un personaje que,
como ya vimos, sí era favorable a los
fusilamientos en masa— Rodríguez fue nombrado
director de Prisiones. Semejante designación fue
celebrada entre otros por Schlayer que captó la
diferencia que existía entre el veterano cenetista y
gente como Carrillo. Este, sin embargo, no tenía el
menor interés en que alguien interfiriera en las
matanzas y, al igual que sus compañeros de
partido, no tardó en obstaculizar la actuación de
Rodríguez. La respuesta inmediata y llena de
indignación del anarquista fue marchar a Valencia
donde se presentó ante el ministro de Justicia y
renunció al nombramiento. La cuestión que se
planteaba revestía una enorme importancia porque
dejaba traslucir el enfrentamiento entre comunistas
y anarquistas —claro reflejo del que existía desde
hacía décadas entre estos últimos y los socialistas
— por apoderarse del timón de la revolución.
García Oliver, desde luego, no estaba dispuesto a
permitir que el reducido —aunque en ascendencia
creciente— PCE se impusiera sobre los históricos
anarquistas. Decidió, por lo tanto, plantar cara a
los comunistas y el 4 de diciembre de 1936
nombró a Melchor Rodríguez delegado general de
Prisiones en Madrid con plenos poderes.
Como ya hemos señalado en páginas
anteriores, las autoridades del Frente Popular
estaban llevando a cabo un esfuerzo nada reducido
para ocultar lo que sucedía en el Madrid
revolucionario desde julio de 1936. Cuestión
aparte era que lo consiguieran ya que, de hecho, el
cuerpo diplomático sabía de sobra el régimen de
Terror que imperaba en la capital y lo mismo
puede decirse de la prensa extranjera y, por
supuesto, de las distintas fuerzas políticas.
También lo sabía —no podía ser menos—
Melchor Rodríguez. Sin embargo, a diferencia de
otros políticos frentepopulistas ni estaba dispuesto
a apoyarlo ni tenía la menor intención de
permitirlo. Sin escudarse en la excusa —
absolutamente falaz— de la acción de supuestos
incontrolados, nada más hacerse cargo de la
delegación general de prisiones, Melchor
Rodríguez prohibió terminantemente las sacas
realizadas por la noche o de madrugada. Por
añadidura, procedió a expulsar de los
establecimientos penitenciarios a los milicianos de
Vigilancia de la Retaguardia. Finalmente —y esto
resultó esencial— impuso la medida de que toda
salida de la prisión llevara su firma y sello para
poder ser efectiva.
La última saca realizada por Serrano Poncela
había tenido lugar el 3 de diciembre. Con la
llegada de Melchor Rodríguez este tipo de
asesinatos se interrumpió de manera tajante. De
hecho, en aquella época sólo volvió a producirse
una matanza masiva cuando, tras un bombardeo de
la aviación de Franco sobre Guadalajara, los
frentepopulistas asaltaron la prisión y asesinaron a
la práctica totalidad de los 320 recluidos. Como
tendremos ocasión de ver más adelante, aún se
producirían antes de acabar la guerra nuevas
matanzas masivas en Madrid, pero para esa época
el PCE prácticamente controlaba de manera
absoluta la zona de España dominada por el Frente
Popular y Melchor Rodríguez había sido destituido
hacía tiempo. En aquellos días finales de 1936,
por el contrario, los luctuosos acontecimientos de
Guadalajara pesaron de tal manera en el ánimo del
anarquista que cuando un hecho como el de
Guadalajara estuvo a punto de repetirse en Alcalá
de Henares, se desplazó hasta la localidad
madrileña, se enfrentó a pecho descubierto con los
milicianos y logró salvar a los presos.
Por lo que se refiere a Carrillo y a sus
colaboradores, sus carreras represivas sufrieron
un importante contratiempo con la llegada de
Melchor Rodríguez. La reorganización de la Junta
de Defensa de Madrid, llevada a cabo el 1 de
diciembre de 1936, mantuvo en su puesto tanto a
Santiago Carrillo como al general Miaja, pero con
Melchor Rodríguez en la delegación de prisiones
el recurso a los fusilamientos masivos se vio muy
entorpecido. De hecho, Serrano Poncela dejó de
firmar órdenes de sacas[216] ante las disposiciones
del delegado anarquista y Carrillo, limitado en el
ejercicio de sus funciones represoras, a finales de
diciembre, abandonó la Junta de Defensa. Le
sustituyó José Cazorla, un antiguo chófer que no
dejaría de colisionar en su ánimo exterminador
con Rodríguez.
Contra lo que se ha afirmado en repetidas
ocasiones, las acciones de Melchor Rodríguez no
significaron el final del Terror sino sólo una
interrupción que resultó pasajera. De hecho, la
evolución política en la zona dominada por el
Frente Popular iba derivando hacia un dominio
creciente de los designios de los comunistas. El 1
de marzo de 1937, Melchor Rodríguez fue
destituido de su cargo de delegado general de
Prisiones en Madrid. No había sido el único que
había intentado salvar a las víctimas del Terror
frentepopulista,[217] pero sí el que obtuvo un éxito
mayor. Además, a diferencia del peneuvista Irujo y
de tantos otros como el republicano Azaña, o los
socialistas Prieto y Zugazagoitia, no estaba
dispuesto a callarse frente a los horrores de la
represión. Públicamente, denunció sus
métodos [218] como similares a los de la tristemente
famosa ley de fugas de Martínez Anido y Arlegui.
Seguramente, era la comparación más odiosa que
podía llevar a cabo un afiliado de la CNT que
había conocido sobradamente las cárceles. Con
todo, tanto cuantitativa como cualitativamente,
Carrillo y sus secuaces habían superado los
horrores de los peores años del pistolerismo.
La primera democracia
popular
En paralelo a estos asesinatos, el PCE —
impulsado directamente por la URSS— continuaba
con sus proyectos de controlar totalmente la
España del Frente Popular. El plan consistía en
lograr la unificación del PSOE con el PCE, en una
primera fase, y después en la eliminación de las
fuerzas rivales de izquierdas en una segunda. Se
trataba de establecer exactamente el tipo de
dictadura que sería conocida tras la Segunda
Guerra Mundial como democracia popular. En
apariencia, semejante plan no podía realizarse
dado que el PSOE era un partido que contaba con
muchos más efectivos. La práctica puso de
manifiesto, sin embargo, una realidad muy
diferente. De entrada, el PCE había logrado dos
éxitos notables ya en el pasado. Estos habían sido
la unificación de las Juventudes de ambos partidos
en uno solo —un episodio en el que había tenido
un papel esencial Santiago Carrillo— y la fusión
del PCE y del PSOE en Cataluña en el PSUC
(Partido Socialista Unificado de Cataluña). En
ambos casos, el resultado no había sido el de un
PCE incorporado a una mayoría socialista sino el
de una masa partidista que pasaba a depender
totalmente de las directrices del PCE y, con ellas,
directamente de Moscú. De hecho, por si pudiera
caber alguna duda al respecto, los sucesos de
mayo de 1937 en Cataluña deberían servir para
disiparla. El 9 de diciembre de 1937, apenas unos
días después de los fusilamientos del túnel de
Usera, Negrín presentó un proyecto de decreto por
el que disponía la creación del Consejo de
Defensa y garantía del Régimen cuya misión era
«perseguir a sus adversarios». La propuesta fue
aprobada y se publicó el 16 de diciembre en la
Gaceta. En un peldaño más de la escalada hacia el
control absoluto de la sociedad, el 27 de mayo de
1937 un decreto de la presidencia del Gobierno
estableció la incautación de todas las emisoras de
radio, fueran o no de particulares y se encontraran
o no en servicio.[224] La radiodifusión quedaba
totalmente sometida al arbitrio del gobierno del
Frente Popular, y una orden dictada al día
siguiente afirmaba que en el plazo de cuarenta y
ocho horas todos los propietarios debían declarar
al gobierno sus estaciones a la vez que se prohibía
la venta de material radiofónico. Con todo,
posiblemente la medida de mayor importancia en
esos momentos de la revolución fue el decreto de
22 de junio de 1937 contra el derrotismo que
constituía un verdadero cheque en blanco para la
represión que recordaba sospechosamente las
formulaciones legales del código stalinista vigente
en la URSS.[225]
Sin embargo, ni el aumento de las detenciones
ni la desarticulación de algunos grupos que
facilitaban el paso al otro lado pudieron evitar los
efectos erosivos que las derrotas continuadas
estaban ocasionando en la zona controlada por el
Frente Popular. El 2 de junio de 1938 una orden
del Ministerio de Defensa llegó a establecer la
persecución legal de las familias de los
desertores. La medida ciertamente contaba con un
precedente bolchevique y ya había sido utilizada
por Trotsky cuando mandaba el Ejército Rojo en el
curso de la guerra civil rusa. Sí, la España del
Frente Popular se venía abajo pero —nunca se
insistirá lo bastante en ello— las razones no sólo
eran militares. De hecho, para no pocos personajes
históricos de las izquierdas el creciente control
del PCE era causa más que suficiente para ser
profundamente pesimistas en relación con el
porvenir. Sería un miembro histórico del PSOE,
Julián Besteiro, el que expresaría como pocos la
difícil tesitura a la que se veían sometidos no
pocos izquierdistas que eran conscientes del peso
decisivo que el PCE y la URSS habían adquirido
en la zona controlada por el Frente Popular hasta
el punto de convertir en un mal menor la victoria
de Franco. Así escribiría Besteiro en la fase final
de la guerra:
PARACUELLOS (VI)
LOS INTENTOS DE OCULTAR EL GENOCIDIO
PARACUELLOS (VII)
BALANCE FINAL
Las víctimas
Una de las primeras cuestiones que debe
solventarse en un estudio sobre las matanzas de
Paracuellos es la relativa al número y la condición
de los asesinados. Posiblemente, el primero en
apuntar una cifra fue Antonio de Izaga, un
verdadero testigo de excepción de aquellos meses,
que fijó el número de fusilados en 8.354. Una cifra
muy similar —8.300— sería la dada por Ramón
Salas Larrazábal.[239] En el otro extremo, se
encontraría el peneuvista Jesús de Galíndez Suárez
que señala la de 1.020.[240] A inicios de los años
ochenta, Gibson[241] cifró el número de víctimas en
2.750. Gibson llegaba a esta cifra tomándola del
número de identificados —que no de muertos—
mencionado por Ricardo de la Cierva. Este
historiador, no obstante, señalaba una cantidad
global de 10.000 asesinados. Esta misma cifra,
pero como exhumados, es la que proporciona
Alberto Reig Tapia[242] en un grave error porque
nunca se produjeron tantos desenterramientos. Por
su parte, El Alcázar en un número especial de 5 de
noviembre de 1977 publicaba una lista —plagada
de errores— de 2.380 muertos.
Siguiendo los estudios recientes —y
verdaderamente escrupulosos de J.A. Ezquerra—
la cifra de fusilados en Paracuellos y Torrejón
debe cifrarse en 4.200 personas que han sido
totalmente identificadas. A ese número,
ciertamente escalofriante, habría que añadir otros
setecientos inhumados y traídos después de la
guerra a la fosa número 7, entre los que se
encuentran los 146 fusilados de Boadilla del
Monte, los 414 fusilados en Soto de Aldovea en
Torrejón de Ardoz el 8 de noviembre de 1936 —
de los que sólo fueron identificados 96 por los
familiares— y algunos más procedentes de
Barajas y otros enclaves de Madrid. La cifra total
de fusilados en Paracuellos posiblemente no podrá
saberse nunca con absoluta precisión pero, como
vemos, rondó una cantidad cercana a las cinco mil
personas. Se trata de una cifra realmente
escalofriante en la medida en que equivale a algo
menos de la tercera parte de todas las víctimas del
Terror frentepopulista en Madrid que alcanzó en
torno a las dieciséis mil personas durante la
guerra.
Las víctimas de los fusilamientos quedarían
dispuestas en siete fosas excavadas en su totalidad
entre el 7 de noviembre y el 4 de diciembre de
1936, con la excepción de la número 7, que, como
hemos indicado, se abrió ya en 1940 para
proporcionar albergue a los restos procedentes de
Soto de Aldovea en Torrejón de Ardoz y de otros
lugares de Madrid.
La primera de las fosas se encuentra detrás de
la capilla del cementerio. En ella se encuentran los
cadáveres de los presos procedentes de las
cárceles Modelo, San Antón y Porlier, todos ellos
trasladados en el curso de varias sacas llevadas a
cabo durante la madrugada y la mañana del día 7
de noviembre de 1936.
La segunda fosa está situada a la izquierda de
la antigua carretera que va de la Capilla a los
Pinos, lugar en el que, como supo Schlayer y
hemos relatado, obligaban a descender a las
víctimas de los autobuses y camiones. En esta fosa
descansan los fusilados procedentes de las
cárceles Modelo, San Antón y Porlier, y
trasladados en sacas llevadas a cabo por la tarde y
la noche del mismo día 7 de noviembre.
La tercera fosa es la primera de las dos que se
encuentran situadas a la derecha de la antigua
carretera, a continuación de un pequeño puente. En
ella descansan los cadáveres de los fusilados
procedentes de las cárceles Modelo y Porlier —
trasladados en sacas llevadas a cabo el día 8 de
noviembre— junto con los que fueron fusilados
ese mismo día en Soto de Aldovea, Torrejón de
Ardoz. Después de la guerra fueron exhumados y
enterrados en la fosa 7, excavada para su
inhumación, denominándose «Trasladados -
exhumación de Soto Aldovea - y de varios
lugares».
La cuarta fosa es la más larga y se halla a la
izquierda de la entrada del cementerio. En
realidad, esta fosa fue en un primer momento una
serie de zanjas que se fueron abriendo para dar
cabida a sucesivos grupos de fusilados y que
acabaron convirtiéndose en un lugar único de
inhumación. Esta circunstancia explica su
composición heterogénea. En la parte de la fosa
que se encuentra más cerca de la capilla, hay un
pequeño rectángulo unido al comienzo de la fosa,
donde están los «Exhumados de otros lugares»,
una referencia a los fusilados durante los días 18,
22 y 24 de noviembre. A continuación, se
encuentra el lugar donde están los cadáveres
correspondientes a los fusilamientos de la mañana
del día 9 de noviembre. Estos procedían de las
cárceles Modelo y Porlier, y sus sacas habían sido
preparadas a últimas horas del día anterior. El
resto de la fosa en su estado presente estaba
formado por distintas zanjas en las que se arrojó a
los asesinados procedentes de las cárceles
Modelo, San Antón, Porlier y Ventas, y cuyas
sacas se realizaron durante los días 15, 17, 18, 20
ó 22, 27, 28, 29 ó 30 de noviembre.
Una circunstancia de acumulación de fosas
como la de la cuarta presenta también la quinta. En
un primer momento se trató de dos fosas
independientes. Sin embargo, en el día de hoy
forman una sola que está adosada a la fosa 4, por
la parte trasera de ésta y más cercana a la entrada
del cementerio. Los cadáveres corresponden a
presos trasladados desde las cárceles de San
Antón, Porlier y Ventas. La parte más próxima a su
actual monolito corresponde a la de los días 28 y
29 de noviembre, y en su zona opuesta al día 3 de
diciembre.
A diferencia de las dos fosas mencionadas
inmediatamente antes, la sexta, situada en paralelo
a la quinta, pero más cercana al muro norte del
cementerio, fue desde el principio una sola. En
ella descansan los fusilados procedentes de las
cárceles de San Antón, Porlier y Ventas —cuyas
sacas se llevaron a cabo durante los días 1, 2, 3 ó
4 de diciembre— junto a los «Trasladados
Exhumaciones de diversos lugares», según consta
en la placa del monolito de la fosa.
Por lo que se refiere a la séptima y última fosa,
como ya hemos señalado, se excavó tras el final de
la guerra civil. Situada a continuación de la fosa
tercera, es paralela a ésta. Dividida en quince
cuarteles o compartimentos, en su interior reposan
los féretros de los casi 414 exhumados de Soto de
Aldovea, Torrejón de Ardoz, que fueron extraídos
en varias sacas de las cárceles Modelo y Porlier, y
fusilados el día 8 de noviembre. Como ya hemos
indicado, la mayoría no pudo ser identificada. De
los cerca de noventa reconocidos, no llegan a la
docena los que fueron reclamados por sus
parientes y, por lo tanto, no se encuentran
sepultados en este lugar. En esta misma fosa
descansan los varios centenares de asesinados en
su mayoría en Madrid capital, y otros lugares de la
provincia, durante el año 1936.
Por lo que se refiere a la condición de los
fusilados en Paracuellos, resulta difícil negar que
correspondieron a tipos humanos y sociales muy
concretos, precisamente aquéllos a los que el
Frente Popular consideraba «enemigos de clase» y
cuyo exterminio propugnaba el socialismo desde
Marx y, posteriormente, Lenin y Stalin. El elevado
número de sacerdotes y religiosos, de militares y
también de miembros de clases altas y medias
indica que nos hallamos ante un crimen que encaja
completamente en la naturaleza del genocidio, el
horrible acto que Rafael Lemkin definió como
«criminalidad o exterminio sistemático contra un
grupo de personas por motivos de raza, religión o
políticos». En este sentido, Paracuellos formó
parte de la peor persecución religiosa de la
Historia de España; una persecución —la
perpetrada por el Frente Popular— que superó en
extensión y atrocidad a la desencadenada por los
musulmanes del siglo VIII al XV y por los Ejércitos
franceses de 1808 a 1814. Entre el 18 de julio de
1936 y el 1 de abril de 1939 fueron asesinados por
el Frente Popular un mínimo de 6.832 sacerdotes y
religiosos, de los que 4.184 pertenecían al clero
secular, 12 eran obispos, 2.365 religiosos y 238
religiosas (¿qué peligro podían significar dos
centenares de monjas?). Por lo que se refiere al
número de mártires seglares, seguramente nunca se
establecerá una cifra completa. Por lo que se
refiere a Paracuellos, precisamente por la
gravedad de estos acontecimientos —ejecutados
en la aplastante mayoría de casos sin el menor
simulacro de juicio— resulta de especial
importancia determinar quiénes fueron los
responsables.
Los responsables
Durante décadas, el tema de la responsabilidad de
los fusilamientos de Paracuellos parece haberse
centrado de manera principal o casi exclusiva en
Santiago Carrillo. Semejante enfoque resulta,
valga la redundancia, gravemente desenfocado.
Ciertamente, dilucidar si Carrillo tuvo o no
culpabilidad en las matanzas está revestido de una
enorme importancia. Sin embargo, sería un grave
error de apreciación intentar limitar la
responsabilidad a este personaje. Con todo,
aceptando empezar por este punto de la discusión,
debe afirmarse que sobre la responsabilidad
ejecutora de Carrillo no tuvo duda ninguno de los
que supieron, en noviembre de 1936, lo que estaba
sucediendo —como no la han tenido después los
familiares de los asesinados ni los estudiosos del
tema— ya formaran parte del cuerpo diplomático
como Felix Schlayer o de las autoridades
republicanas. Al respecto, no deja de ser
significativo que el nacionalista vasco Galíndez en
sus memorias del asedio de Madrid no titubeara a
la hora de señalar a aquéllos sobre los que recaían
las responsabilidades. De hecho, en 1945
escribiría:
GENOCIDIO (II)
KATYN
I. NYESTE
CAPÍTULO XIV
DESPUÉS DE ESPAÑA
Pacto de verdugos
La derrota en la guerra civil española debió de ser
una enorme desilusión para Stalin. Es cierto que
de su intervención en ella derivó enormes
ganancias materiales especialmente gracias al oro
del Banco de España que le fue entregado para
garantizar el envío de material de guerra al Frente
Popular. Fue ésta una decisión tomada ilegalmente
por el ministro de Hacienda, Juan Negrín, un
personaje que, como ya hemos visto, tiempo
después fue aupado por los soviéticos para
convertirse en presidente de Gobierno y al cual
esperaban convertir en dictador caso de haber
concluido la guerra con una victoria. No es menos
cierto que en España probó armamento nuevo e
incluso entrenó a sus agentes en tareas de
subversión y conquista del poder que, como
veremos más adelante, le serían enormemente
útiles a la hora de someter media Europa a
dictaduras comunistas. Sin embargo, en la
primavera de 1939, todo aquello se encontraba en
un futuro lejano. Lo cierto era que en España el
enfrentamiento entre revolución y
contrarrevolución había tenido un desenlace
diferente del que había padecido Rusia y Stalin
debía amoldarse a la idea de perder una cabeza de
puente en el Mediterráneo. Hay que reconocer que
lo hizo sin especial dificultad aunque de la manera
más inesperada. En el mismo verano de 1939
concluyó un pacto con Hitler en virtud del cual
ambos dictadores se repartían Europa.
No resulta fácil explicar la convulsión política
y diplomática que significó el pacto entre Stalin y
Hitler. Desde el punto de vista de la defensa
occidental, resultaba obvio una vez más que la
URSS significaba un peligro, pero con la
agravante de que ese peligro no tenía el menor
reparo en dejar las manos libres a Hitler para que
se lanzara sobre Francia y Gran Bretaña cuándo
así le placiera. Desde el punto de vista nacional-
socialista, Stalin estaba actuando con una enorme
coherencia. Desde los años veinte, la URSS había
ayudado a Alemania a violar las clausulas de
desarme impuestas por la paz de Versalles y ahora
sólo mantenía esa estrategia a cambio de quedarse
con un buen pedazo de Europa oriental. Por otro
lado, desde el punto de vista de Stalin, el acuerdo
difícilmente podía ser mejor. La idea de que una
guerra en Occidente destrozara esta zona del
continente y permitiera a posteriori el avance de la
revolución y la implantación de la dictadura del
proletariado venía siendo acariciada desde hacía
décadas. Pero, por si esto fuera poco, el pacto con
Hitler iba a permitir a Stalin hacerse con el control
de generosas porciones de la Europa del Este
prácticamente sin disparar un tiro.
Los términos del acuerdo entre Hitler y Stalin
se mantuvieron en secreto durante décadas y la
URSS negó su existencia hasta poco antes de su
desaparición. Sin embargo, implicaban el control
de Europa central por parte del III Reich a cambio
de generosas porciones de la Europa oriental y
báltica para la URSS. Eran, como diría uno de los
izquierdistas españoles víctima de la represión
comunista, «caníbales políticos» ansiosos por
devorar lo más posible del mapa europeo.
Hitler y Stalin
confraternizan
El 28 de septiembre se firmó un nuevo pacto entre
la URSS y el III Reich que establecía la frontera
entre ambos invasores a lo largo de los ríos Bug y
San. Las fuerzas alemanas se retiraron
inmediatamente de las zonas soviéticas donde se
hallaban establecidas y además Hitler entregó
Lituania a Stalin. Por si fuera poco —pero con una
terrible lógica— la Gestapo y el NKVD
establecieron una política de colaboración que
incluyó la detención de sospechosos y el
intercambio de prisioneros, así como la
realización de operaciones conjuntas. En una clara
muestra de confraternización, los comandantes
soviéticos y alemanes presidieron un desfile
militar conjunto antes de que las tropas de Hitler
se replegaran tras su línea de demarcación en el
Oeste.
No podía quejarse el dictador soviético de que
las cosas le hubieran ido mal. Con unas bajas que
no llegaban al millar de vidas —ciertamente una
cifra mínima si se compara con las víctimas de la
represión en la URSS— se había apoderado de un
tercio del territorio polaco. En su poder se
hallaban también doscientos treinta mil soldados
polacos, incluidos unos ocho mil oficiales.
El NKVD se hace con el
control de los presos
En teoría, los prisioneros de guerra polacos
tendrían que haber sido puestos en libertad en
breve. Sin embargo, nada estaba más lejos de las
intenciones de Stalin. Tan sólo dos días después de
que tuviera lugar la invasión de Polonia por las
fuerzas soviéticas, el 17 de septiembre, el NKVD
creó un Directorio de prisioneros de guerra.[250]
Su finalidad era hacerse cargo de los presos
polacos, organizar una red de campos de
concentración en la URSS donde proceder a su
internamiento y transportarlos hasta los mismos.
Se trataba de campos especiales donde los
polacos fueron objeto no sólo de un intenso
adoctrinamiento ideológico, sino también de
prolongados interrogatorios. Para llevar a cabo
esta labor, el NKVD envió al mayor Vasili Zarubin
a Kozielsk, donde se recluyó a la mayoría de los
oficiales. Zarubin era un verdadero maestro de
agentes y, de hecho, en octubre de 1941, cuando la
URSS ya había sido invadida por Hitler, Stalin lo
envió a Washington como rezident o jefe de zona
con la intención de granjearse la amistad de altos
funcionarios norteamericanos y convencerlos de la
conveniencia de entrar en la guerra. Fue el
bombardeo japonés de Pearl Harbor el que acabó
determinando la entrada en el conflicto de los
Estados Unidos, pero Zarubin no dejó de continuar
sus actividades y hasta 1944, año en que regresó a
la URSS, se ocupó de infiltrar la Inteligencia
norteamericana para robarle el secreto de la
bomba atómica, algo que acabaron consiguiendo
con la colaboración de comunistas
estadounidenses que habían combatido en España
durante la guerra civil en el seno de las Brigadas
internacionales.[251] Se trató de uno de tantos
ejemplos de colaboración de agentes de Stalin que
habían pasado por España y que tiempo después
seguían obedeciendo las órdenes de Moscú para
lograr la implantación universal de la dictadura
del proletariado.
En los campos de concentración de la URSS
donde se confinó a los presos polacos, Zarubin
dejó muestras una vez más de su talento logrando
que no pocos de los interrogados se mostraran
dispuestos a entregarle información. Poco podían
sospechar que esa información terminaría por
costar la vida a millares de personas.
Con todo, lo que llama poderosamente la
atención es que el enorme esfuerzo nacido del
transporte y el tratamiento ejercido sobre los
presos polacos se produjera en momentos
especialmente delicados para la URSS.
Aprovechando los términos del pacto con Hitler,
Stalin había lanzado su ataque contra Finlandia. A
pesar de la disparidad de medios empleados, los
finlandeses demostraron una enorme capacidad de
resistencia —causaron más de doscientas mil
bajas al Ejército Rojo— que terminó obligando a
la URSS a emplear más hombres y más material y
a llevar a cabo un esfuerzo bélico inesperado.
Inesperado, sí, pero que no paralizó las acciones
del NKVD relacionadas con los presos polacos,
como tampoco el avance de las fuerzas de Franco
detuvo los asesinatos en masa realizados por el
Frente Popular en Madrid. No deja de ser cierto,
sin embargo, que el deseo de Stalin de cerrar la
situación en Polonia y de controlar los países
bálticos favoreció, siquiera indirectamente, a
Finlandia. Moscú se quedó con una parte no
desdeñable del territorio finlandés, pero aceptó
intercambiar prisioneros cuando acabaron las
hostilidades. Hasta cierto punto, los prisioneros
finlandeses fueron más afortunados que los
soviéticos ya que de éstos no menos de 5.000
fueron ejecutados por el NKVD al regresar a su
patria.[252] No mejor iba a ser la suerte de millares
de prisioneros polacos.
KATYN (I)
LOS FUSILAMIENTOS
El traslado
El ambiente de alegría que había acompañado a la
salida de los campos de concentración
desapareció como por ensalmo cuando ¡os
reclusos llegaron al exterior. A escasa distancia,
se hallaban nuevos contingentes del NKVD
armados con porras y metralletas, y sujetan do
perros, algo que parecía excesivo teniendo en
cuenta que se les iba a repatriar. Tras obligarlos a
subir a camiones y automóviles, los polacos fueron
llevados hacia una estación que se encontraba a
una decena de kilómetros por medio de un curioso
trayecto que evitaba pasar por la población
cercana.
El convoy ferroviario estaba formado por
stolypinkas, unos vagones destinados al traslado
de presos que estaban en servicio desde la época
de Piotr Stolypin, el ministro de Nicolás II, y que
carecían de ventanas. Con todo, el traslado aún fue
peor que en la época del zar. En vehículos
destinados a transportar entre seis y ocho personas
fueron introducidos hasta dieciséis prisioneros
polacos y la maniobra se vio acompañada no
pocas veces de palizas. El viaje, en medio de la
oscuridad casi absoluta, se prolongó durante un
par de días en que no se volvió a entregar comida
a los presos y sólo se les permitió un
restringidísimo acceso a realizar sus necesidades.
Al llegar a la localidad de Gniezdovo, los
polacos fueron sacados del tren en grupos de
treinta e inmediatamente se les obligó a subir en la
parte de atrás de unos autobuses conocidos como
«cuervos negros». Aunque cegados por el paso de
las tinieblas a la luz del día, los presos podían
percatarse de la presencia de los guardias del
NKVD que llevaban bayoneta calada y nuevamente
estaban auxiliados por perros.
El nuevo traslado se realizó también en
condiciones inhumanas. Las ventanillas de los
autobuses habían sido cubiertas con barro para no
dejar pasar la luz y el interior había quedado
dividido en una serie de celdillas estrechas y bajas
situadas a lo largo de un pasillo. La posibilidad de
que se tratara de un lugar de tortura —y en un
sentido lo fue— hizo que algunos de los
prisioneros se resistieran a subir, recibiendo
inmediatamente una paliza a manos de los
guardianes soviéticos. Una vez dentro, apiñados en
tan reducido espacio, no fueron pocos los que
tuvieron que encorvarse para poder permanecer en
las celdillas.
Fue precisamente en este momento del proceso
cuando Swianiewicz se salvó del drama que se
avecinaba sobre sus compañeros. Había subido al
transporte el 29 de abril y por la mañana temprano
del 30 llegó a Gniezdovo. Cuando estaban
saliendo de los vehículos, un coronel del NKVD
—un rango equivalente al de general en el Ejército
Rojo— apartó a Swianiewicz y lo llevó a un
vagón vacío en uno de cuyos compartimentos lo
dejó bajo custodia de un guardia. La habitación
tenía un agujero cerca del techo y el preso pudo
ver cómo el autobús con sus compañeros se
alejaba de la estación en dirección sur. Poco
después, el recluso fue transferido a un coche
celular que lo trasladó a la prisión que el NKVD
tenía en Smolensk. Allí permaneció seis días sin
mediar explicación, al término de los cuales fue
conducido a la prisión Lubyanka de Moscú y
acusado de espionaje.
El destino de Swianiewicz, por trágico que
pudiera resultar, fue muy afortunado si se compara
con el de sus compañeros de cautiverio. Los
autobuses en que los trasladaban se dirigieron por
espacio de casi tres kilómetros a lo largo de la
carretera que unía Smolensk con Vitebsk. Luego
torcieron a la izquierda en una curva llena de
árboles tomando dirección sur hacia el río
Dnieper. Esta zona era conocida popularmente
como el bosque de Katyn.
KATYN (II)
EL GENOCIDIO NEGADO
El descubrimiento de Katyn
En el verano de 1941, Hitler y Stalin, hasta ese
momento vinculados amigablemente por un pacto
que les había permitido ir sometiendo zonas
enteras de Europa a su dominio, se disponían a
entrar en guerra. El propósito de ambos no podía
considerarse en absoluto una novedad. Si Hitler
había señalado ya en los años veinte que Rusia
debía proporcionar el territorio necesario para la
expansión de Alemania en el Este; Stalin no había
dejado de trazar planes para un avance del
comunismo en Occidente que tendría como blanco
principal a Alemania. Si Hitler había diseñado un
gigantesco plan de invasión de la URSS que sería
conocido como «Operación Barbarroja», no es
menos cierto que el Ejército Rojo había
remodelado toda su visión de un inmediato
conflicto bélico no sobre la base de la defensa de
la URSS sino de una ofensiva que aniquilaría el III
Reich permitiendo después el avance hacia
Occidente. Finalmente, fue el Führer el que atacó
primero.
El cambio que semejante agresión provocó en
los partidos comunistas de todo el mundo resultó
verdaderamente espectacular. Durante los años
anteriores se habían opuesto a resistir a los nazis e
incluso en Francia habían llevado a cabo una tarea
de sabotaje que impedía la defensa nacional, pero
favorecía a Hitler, a la sazón aliado de Stalin. En
países como Estados Unidos, los comunistas —
que habían venido a España a combatir en el seno
de las Brigadas internacionales— acusaron
incluso a Roosevelt de ser un demagogo por
ayudar a Churchill a combatir el nazismo.[255] En
Yugoslavia y Grecia, los partidos comunistas,
siguiendo directrices de Stalin, no movieron un
dedo para defender a su patria de la agresión nazi
de 1941. Sin embargo, cuando fue la URSS la
agredida los comunistas de todo el mundo
abandonaron el pacifismo de los años anteriores y
clamaron por una alianza internacional que frenara
a Hitler. La alianza se produjo porque Gran
Bretaña no podía seguir resistiendo en soledad
mucho más tiempo y porque Estados Unidos fue a
su vez atacado por el Japón en diciembre de 1941,
declarándole la guerra Hitler poco después. Con
todo, los frutos de esa nueva configuración de los
beligerantes tardaron en recogerse. Todavía en
1941 y prácticamente todo 1942 las tropas
alemanas siguieron cosechando victoria tras
victoria e incluso tras los reveses de El Alamein y
Stalingrado su derrota no parecía cercana.
Entonces, en 1943, cuando parecía que el signo de
la guerra podía cambiar, las fuerzas alemanas de
ocupación en la URSS anunciaron que habían
descubierto varias fosas repletas de cadáveres en
Katyn.
El ministro de Propaganda del III Reich, Josef
Goebbels, intentó aprovechar el hallazgo para
introducir una cuña entre los aliados occidentales
y la URSS, pero no tuvo éxito. De hecho, resultaba
obvio —y cuando la Cruz Roja examinó los
cadáveres no podía quedar duda— que la
responsabilidad había sido soviética. Por si fuera
poco, dos norteamericanos, que estaban recluidos
en un campo de concentración en Alemania, se
encontraban en Katyn en 1943 cuando el
Ministerio de Propaganda del III Reich dio una
espectacular rueda de prensa para publicar el
macabro hallazgo. Uno de ellos, de hecho, el
oficial de mayor rango, era el coronel John H.
Vliet, que pertenecía a una importante estirpe de
militares de carrera. Sobre él volveremos a hablar
pero, de momento, hay que indicar que en 1943
tanto Londres como Washington decidieron dar por
buenas las afirmaciones soviéticas de que el
crimen lo habían cometido los nazis. Naturalmente,
el gobierno polaco en el exilio en Londres exigió
que se examinara el asunto con rigor, pero
semejante actitud, totalmente justificada por otra
parte, fue aprovechada por Stalin de la manera
más vil. Primero, aprovechó la petición polaca
para romper todo tipo de relación con el gobierno
en el exilio y, poco después, reunió a un conjunto
de comunistas polacos con los que formó el núcleo
de lo que sería el gobierno de una dictadura
comunista durante la posguerra. Al fin y a la
postre, Gran Bretaña cedió porque nadie quería
malquistarse con un aliado que, ciertamente,
estaba batiéndose con Hitler.
EL TRIUNFO DEL
MODELO ESPAÑOL
EN EL ESTE DE EUROPA
De la «extraña alianza» a la
división del mundo
La necesidad de vencer la alianza de los fascismos
europeos provocó lo que se ha dado en llamar la
«extraña alianza». En el verano de 1940, Gran
Bretaña gobernada por el tenaz Winston Churchill
se encontró sola frente a Alemania, Italia y el
Japón. Resistió de manera valerosa y aislada
durante un año, hasta que en junio de 1941 Hitler
desencadenó la invasión de la URSS y Gran
Bretaña se encontró con un aliado que no hubiera
deseado —y menos que nadie Churchill que supo
captar desde el principio la verdadera catadura de
los bolcheviques— pero que en ese contexto se
convirtió en un auténtico regalo de la fortuna.
Cuando en diciembre del mismo año Japón
bombardeó alevosamente la base naval
norteamericana de Pearl Harbor, la alianza
británico-soviética engrosó sus filas con Estados
Unidos. Los esfuerzos bélicos de las tres potencias
no resultaron auténticamente conjuntos hasta bien
entrado 1943 —cuando, dicho sea de paso, Hitler
había perdido prácticamente la posibilidad de
ganar la guerra al verse desangradas sus fuerzas
por las tropas soviéticas— y siempre se
distinguieron, por un lado, los Ejércitos anglo-
americanos y, por otro, el soviético. De la misma
manera, en más de una ocasión se pensó en una paz
por separado —el sueño de los colaboradores más
cercanos a Hitler— dadas las discrepancias sobre
temas tan fundamentales como el futuro de Polonia,
cuya invasión por Alemania había desencadenado
el inicio de la Segunda Guerra Mundial. Con todo,
la sucesión prácticamente ininterrumpida de
victorias evitó esa posibilidad que hubiera podido
significar la perduración de los regímenes
fascistas en buena parte de Europa.
A pesar de lo anterior, pronto quedó de
manifiesto que cuando concluyera la contienda la
cosmovisión sostenida por las tres potencias las
llevaría a un enfrentamiento. Frente al sistema
imperialista y totalitario de la URSS, el último
imperio del siglo XX, Gran Bretaña y Estados
Unidos defendían un modelo democrático. El curso
de la guerra y la preparación del mundo de la
posguerra introdujo modificaciones,
ocasionalmente de peso, en estos enfoques. Gran
Bretaña fue modificando su postura hacia la
aceptación del final de un imperio centenario y la
constitución de un valladar europeísta contra la
invasión soviética, la URSS vio aún más
alimentados sus apetitos de expansión en el este de
Europa a causa de las continuadas victorias contra
las fuerzas alemanas y Estados Unidos se inclinó
por la tesis del abandono de Europa soñando el
presidente Roosevelt con representar un papel de
árbitro entre las dos otras potencias. Ese deseo
explica su voluntad de cerrar los ojos al
descubrirse las matanzas del bosque de Katyn
perpetradas por el Ejército Rojo (un episodio
explicable en medio de la contienda como forma
de no malquistarse con un valiosísimo aliado), o
de ceder buena parte del territorio polaco a la
URSS (a fin de cuentas Estados Unidos no había
entrado en la guerra mundial para salvaguardar la
integridad territorial polaca como habían hecho
Gran Bretaña y Francia). Con todo, el
planteamiento de los aliados occidentales
contemplaba una Europa de posguerra regida por
gobiernos democráticos aunque se aceptara una
cierta influencia —mayor o menor según los casos
— de las distintas potencias vencedoras.
En octubre de 1944 en una conferencia
celebrada en Moscú, Churchill y Stalin
intercambiaron unas notas escritas en sencillos
papeles donde se establecían las proporciones de
esa futura influencia. La URSS contaría con el 75-
80% en Rumania, Bulgaria y Hungría; en
Yugoslavia, el reparto sería de un 50% y Grecia
quedaría bajo el área de influencia británica. Las
conferencias de Yalta (febrero de 1945) y de
Postdam (julio de 1945) confirmaron precisamente
estos acuerdos de manera formal. Sin embargo,
Stalin no tenía la menor intención de cumplirlos e
incluso intentó sustituirlos con reivindicaciones
territoriales añadidas sobre la mitad de Noruega,
algunas islas de Dinamarca, la totalidad de
Finlandia, Irán e incluso las antiguas colonias
italianas en Africa. De haberse producido una
cesión de los Aliados occidentales frente a esas
exigencias es obvio que tanto Europa en su
práctica totalidad como el Mediterráneo se
habrían convertido en satélites de la URSS en un
periodo de tiempo corto. La resolución aliada
obligó a Stalin a renunciar a estas pretensiones
pero en absoluto logró de él que respetara el
acuerdo sobre la pervivencia de las democracias
en la zona de Europa entregada a su influencia. La
utopía comunista exigía devorar libertades y
pueblos e iba a dar buena muestra de ello en los
años inmediatos al final de la guerra.
De hecho, desde antes de concluir el conflicto
Stalin puso en marcha una conspiración cuya
finalidad era, de manera directa e innegable, la de
convertir las futuras democracias de posguerra del
este de Europa en dictaduras comunistas que
siguieran el modelo marxista-leninista. De manera
nada sorprendente, para llevar a cabo sus
objetivos se limitó a desarrollar las lecciones
aprendidas en España durante la guerra civil. Para
captar, siquiera en mínima medida, la magnitud de
la mencionada conspiración debemos examinar la
evolución de los distintos países del Este
inmediatamente antes del estallido de la guerra
fría.
Preliminares
El panorama que presentaba al final de la guerra
Europa oriental era abigarrado y planteaba
problemas políticos y territoriales de
consideración. En el caso de Polonia, [258] en
septiembre de 1939 no sólo se había producido la
invasión alemana que había iniciado la Segunda
Guerra Mundial sino también una invasión
soviética desde el Este.[259] Como ya vimos en un
capítulo anterior, en virtud de un protocolo secreto
concluido entre Hitler y Stalin, las dos potencias
totalitarias e invasoras se dividieron el país. El
destino de los habitantes de ambas zonas fue
aciago. Mientras los nazis implantaban una
administración acentuadamente racista, los
soviéticos deportaron a miles de polacos a Siberia
y asesinaron a millares en matanzas similares a la
del bosque de Katyn.
Los polacos se negaron a verse sometidos a la
doble invasión y por decenas de miles huyeron del
país para sumarse a las fuerzas aliadas. Así hubo
polacos combatiendo en Francia, en la batalla de
Inglaterra, en el norte de África y en Italia donde
tomaron, por ejemplo, la fortaleza de Monte
Cassino. Al mismo tiempo se organizó en Francia
un gobierno en el exilio que, tras la ocupación de
la nación en 1940, se estableció en Londres.
Cuando en 1941 los alemanes ocuparon todo el
territorio polaco en manos de los soviéticos, se
organizó una resistencia antinazi en el país que, en
buena medida, estuvo dirigida por el Partido
Campesino, una fuerza política acentuadamente
anticomunista. Esta resistencia era sobre todo
nacionalista y eso explica su comportamiento en
relación con cuestiones especialmente espinosas.
Así, siguiendo la tradición del antisemitismo
polaco, no intentó impedir el exterminio de
millones de judíos en campos como Auschwitz
(Osswiécim), Treblinka, Majdanek o Sobidor y
también contempló con pasividad la sublevación
del ghetto de Varsovia en 1943.
La política soviética en relación con Polonia
había previsto la anexión de las zonas del país ya
ocupadas, por acuerdo con los nazis, en 1939 y
antes de finalizar el conflicto hizo lo posible por
asegurarse la aniquilación de una resistencia
polaca posterior. Así, cuando se produjo la
sublevación de Varsovia[260] contra el invasor, el
Ejército Rojo no proporcionó ayuda a los
resistentes polacos a la espera de que las tropas
nazis acabaran con sus fuerzas. Efectivamente, en
octubre de 1944 la ciudad fue ocupada de nuevo
por los alemanes quienes la destruyeron por
completo tras evacuar a su población. Para esa
época el gobierno soviético ya había creado un
Comité Nacional Polaco de Salvación Nacional,
organización dominada por los comunistas que, en
diciembre de 1944, estableció su sede en Lublin
después de la liberación de la ciudad y se
autoproclamó gobierno provisional de Polonia. Al
acabar la guerra, Polonia estaba ocupada por las
fuerzas soviéticas y no contaba con una
posibilidad armada de resistencia.
Si Polonia había padecido una doble invasión
nazi-soviética, el caso de Hungría[261] era muy
distinto. Este país se había adherido en enero de
1939 al Pacto Komintern junto a Alemania, Italia y
Japón. Sin embargo, al producirse el inicio de la
Segunda Guerra Mundial se proclamó neutral. Este
paso no impidió empero que Hungría dejara de
obtener beneficios del eje Roma-Berlín y así sus
demandas nacionalistas para la recuperación de
Transilvania fueron parcialmente satisfechas en
1940, cuando Italia y Alemania le adjudicaron la
parte norte de la hasta entonces provincia rumana.
En abril de 1940, aprovechando el ataque alemán
contra Yugoslavia, Hungría ocupó el territorio
concedido a aquel país en virtud del Tratado de
Trianon. Ambas conquistas territoriales —
realmente conseguidas a un coste casi ridículo—
impulsaron a Hungría a unir su suerte a la de
Alemania. El 27 de junio de 1941, declaró la
guerra a la Unión Soviética.
Sin duda, Hungría contaba con disfrutar de los
despojos del vencedor pero los combates en el
frente del Este pronto se le revelaron fatales hasta
el punto de que en agosto de 1943 entabló
conversaciones con la URSS para concluir una paz
por separado. A fin de evitar tal posibilidad que
hubiera trastornado considerablemente la situación
del III Reich en Europa central, en marzo de 1944,
tropas alemanas ocuparon Hungría y, con el
consentimiento de Miklós Horthy (jefe del
Gobierno húngaro), instalaron un régimen de
carácter fascista una de cuyas principales víctimas
fueron los judíos a los que se comenzó a deportar
hacia los campos de exterminio nazis. El 7 de
octubre, la URSS invadió el país y Horthy se vio
obligado a capitular. El 20 de enero de 1945, el
Frente Nacional Húngaro, constituido en gobierno
provisional, firmó el armisticio con los aliados, y
el 13 de febrero Budapest cayó en manos del
Ejército soviético.
Más parecido al caso de Polonia era el de
Rumania[262] que también tenía contenciosos
pendientes con la URSS en este caso en relación
con Besarabia. En 1925 el príncipe heredero
Carol había sido excluido de la sucesión por su
padre Fernando I, quien nombró heredero a su
nieto Miguel, que en el momento de acceder al
trono en 1927 contaba con tan sólo seis años de
edad. Al año siguiente, llegó al poder el Partido
Nacional Campesino, bajo la dirección de Iuliu
Maniuon que se convirtió en primer ministro y
apoyó la vuelta del príncipe heredero a Bucarest
en 1930 proclamándose rey con el nombre de
Carol II. La crisis de 1929 —como en Alemania,
como en España...— agravó la situación
económica del país y favoreció el desarrollo de un
movimiento fascista rumano: la Guardia de Hierro
de Corneliu Zelea-Codreanu. De esta manera, con
el apoyo, como en Italia, del propio monarca, en
1938 el país pasó a ser dominado por una
dictadura.
Al igual que Hungría, Rumania se declaró
neutral al iniciarse la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, a diferencia del mencionado país, no
sólo no aumentó su territorio nacional sino que
además sufrió pérdidas. En junio de 1940, la
Unión Soviética, aliada en aquellos momentos de
Alemania, ocupó Besarabia y el norte de
Bukovina. El 20 de agosto, presionada por
Alemania e Italia, Rumania cedió 44.988 km2 de
Transilvania a Hungría, y el 7 de septiembre cedió
el sur de la Dobrudja a Bulgaria. Al mismo tiempo
Alemania ocupó Rumania para asegurarse su
petróleo. La cólera popular provocada por el
semidesmembramiento del país impulsó al rey
Carol II a nombrar jefe de Gobierno al general Ion
Antonescu apoyado por la Guardia de Hierro. La
convivencia entre ambos personajes iba a ser
difícil y breve. El 6 de septiembre de 1940
Antonescu obligó al rey a abdicar y abandonar el
país. Su sucesor, Miguel, no dejó de ser una
marioneta en manos de Antonescu. En junio de
1941, Rumania se sumó a la ofensiva alemana
contra la Unión Soviética. Así recuperó Besarabia
y Bukovina que les habían sido arrebatadas por
Stalin en tiempos recientes y, hacia octubre de
1941, había avanzado hasta Odesa.
La oposición contra Antonescu y Alemania no
tenía una importante participación comunista sino
que derivaba fundamentalmente de la Guardia de
Hierro, fascista pero antialemana, y del Partido
Nacional Campesino. En la primavera de 1944 las
fuerzas soviéticas recuperaron Besarabia y
Bukovina y entraron en Rumania. En la noche del
23 de agosto, varios generales leales al rey Miguel
dieron un golpe de Estado, en el curso del cual se
arrestó a Antonescu y se anunció la rendición de
Rumania. El 12 de septiembre la Unión Soviética
firmó un armisticio con Rumania en Moscú.
Checoslovaquia[263] era otro país en el que la
URSS deseaba imponer su utopía comunista y que
tenía unas peculiaridades muy específicas. Nacido
el 18 de octubre de 1918, gracias al
desmembramiento del Imperio austrohúngaro al
final de la Primera Guerra Mundial, estaba
formado por Bohemia, Moravia, parte de Silesia,
Eslovaquia y la Rutenia subcarpática. Dotada de
un régimen democrático al estilo occidental, gozó
de un gobierno estable en manos de una coalición
de los cinco grandes partidos encabezada por el
Partido Agrario y gracias al escaso peso de los
partidos fascista y comunista. De hecho, esta
circunstancia unida a una cierta prosperidad
económica permitió a Checoslovaquia capear con
relativa facilidad los resultados de la crisis
económica de 1929. No obstante, no toda la
trayectoria política de Checoslovaquia resultó
plácida fundamentalmente porque incluía muchas
nacionalidades en su seno —los checos y
eslovacos eran sólo el 67% de la población— y
porque despertaba la codicia de vecinos como
Alemania, Austria, Hungría y Polonia.
Durante unos años, logró neutralizar el peligro
exterior mediante una hábil política de pactos
internacionales pero en 1933 la llegada de Hitler
al poder cambió la situación radicalmente. Los
tres millones de alemanes que habitaban en la zona
de Checoslovaquia conocida como los Sudetes[264]
se adhirieron al Frente Patriótico de los Alemanes
de los Sudetes, fundado por Konrad Henlein. Éste
rechazó las concesiones que le ofrecía el gobierno
checoslovaco y exigió que la minoría alemana
fuera puesta bajo la protección directa de Hitler.
Tras el Anschluss (anexión) de Austria por
Alemania en marzo de 1938, todos los partidos
políticos alemanes de Checoslovaquia, a
excepción de los socialdemócratas, retiraron su
participación del gobierno. El 12 de septiembre de
1938 Hitler declaró oficialmente su apoyo a la
autodeterminación de los Sudetes. Por su parte,
Gran Bretaña y Francia, que deseaban evitar una
nueva guerra mundial, presionaron a
Checoslovaquia para que cediera todos los
territorios en los que, al menos, el 50% de la
población fuera de origen alemán. Los términos
del pacto fueron establecidos por Gran Bretaña,
Francia, Alemania e Italia, pero no por
Checoslovaquia, en la Conferencia de Múnich de
29 y el 30 de septiembre de 1938. Asimismo
Polonia y Hungría aprovecharon la situación para
conseguir la cesión de otros territorios. En
conjunto, Checoslovaquia perdió 4.800.000
ciudadanos —de los cuales 1.250.000 eran checos
y eslovacos— y quedó aniquilada
económicamente.
El presidente Benes dimitió y abandonó el país
en octubre de 1938. Acto seguido, un nuevo
gobierno de derechas, bajo la presidencia de Emil
Hácha se plegó a las presiones de Hitler y
concedió la autonomía a Eslovaquia y Rutenia. No
satisfecho con las ganancias derivadas de la
Conferencia de Múnich, el 15 de marzo de 1939
Hitler ocupó el territorio checo y constituyó el
Protectorado de Bohemia- Moravia, dependiente
del III Reich alemán. Asimismo impulsó a los
eslovacos a declarar su independencia, fundándose
de esta manera un Estado fascista encabezado por
monseñor Jozef Tiso.[265]
Durante la Segunda Guerra Mundial la
resistencia checoslovaca fue poco intensa salvo
algún episodio como el del asesinato del jefe de
las SS, Reinhard Heydrich, y, como en el caso
polaco, el gobierno nacional en el exilio —
denominado Comité Nacional Checoslovaco—
tuvo su sede en Londres. A diferencia de otros
países de Europa del Este, Checoslovaquia no
debió su liberación a las tropas soviéticas lo que,
en principio, la colocaba en una situación de
relativa independencia.
El caso de Bulgaria[266] tuvo también
especificidades muy concretas. Derrotada en la
Primera Guerra Mundial, en virtud del Tratado de
Neuilly, el 27 de noviembre de 1919, Bulgaria
perdió la mayor parte de lo que había ganado en
las guerras balcánicas y en el mencionado
conflicto. De 1919 a 1923 fue gobernada por el
régimen dictatorial de Stamboliski, que dejó paso
a un gabinete de concentración nacional del que
sólo estaban ausentes agrarios, comunistas y
liberales. Invadida por Grecia en 1925 —un
conflicto que concluyó gracias a la Sociedad de
Naciones— en 1934, el rey Boris llegó al poder
tras un nuevo golpe de Estado y estableció un
régimen dictatorial.
Inicialmente Bulgaria pretendió mantener una
posición neutral frente a la guerra mundial pero
cuando en septiembre de 1940, Rumania se vio
obligada a cederle el sur de Dobrudja por
presiones de Alemania, entró decisivamente en su
esfera de influencia. En la primavera de 1941, se
unió a Alemania en la ofensiva para invadir
Grecia y Yugoslavia. Así pudo ocupar toda la
Macedonia yugoslava, la Tracia griega, la
Macedonia griega oriental y los distritos griegos
de Florina y Kastoría. Adherida al Pacto
Antikomintern, declaró la guerra a Estados Unidos
y Gran Bretaña al hacerlo Alemania con el
primero de los países.
Pese a todo Bulgaria se resistió a la idea de
entrar en guerra con la URSS aunque, a partir de
1943, Alemania la presionó en ese sentido. En
agosto de ese año, el rey Boris se entrevistó con
Hitler y a continuación murió en circunstancias
misteriosas. Fue entonces sucedido por su hijo de
seis años, Simeón II, y se constituyó un gobierno
abiertamente proalemán encabezado por Dobri
Bozhilov. El nuevo gobierno tuvo que enfrentarse
con un movimiento de resistencia antialemán
organizado por los comunistas y los agrarios hasta
que cayó Bozhilov en mayo de 1944. El gabinete
entonces en el poder intentó abandonar la guerra
mundial con la mayor rapidez. Bulgaria lo
consiguió sin que se produjeran combates con las
tropas soviéticas y el 7 de septiembre declaró la
guerra a Alemania. Dos días después se acordó un
armisticio con la URSS (que en octubre se
extendió a las otras dos grandes potencias).
Finalmente, en el país se estableció un gobierno
sumiso a la URSS.
En su conjunto la situación de los distintos
países era muy diversa. En general, sin embargo,
el peso de los comunistas había sido relativamente
insignificante, algo que contaba con notables
paralelos con la España de 1936. Por lo que se
refiere a su relación con la URSS había ido de la
oposición más directa (Polonia) a la ausencia de
conflicto armado (Checoslovaquia, Bulgaria)
pasando por una beligerancia relativamente breve
(Hungría, Rumania). En los años anteriores, su
sistema de gobierno había oscilado desde la
dictadura pro-alemana a la república democrática
pasando por una variedad de gobiernos
autoritarios. Finalmente, su evolución durante el
conflicto había sido diversa. En buena lógica los
distintos países deberían haber experimentado
destinos distintos y, de seguir los deseos
expresados por los Aliados occidentales
aceptados formalmente por Stalin, su
configuración en cualquier caso tendría que haber
sido democrática. En realidad, la acción stalinista
provocó resultados muy distintos a los esperados
pero que encajaban totalmente con los patrones de
conducta que los comunistas habían seguido
invariablemente desde 1917 y que habían estado a
punto de coronar con el éxito en España durante la
guerra civil.
La conspiración comunista
En contra de lo acordado con los otros vencedores
de la Alemania nazi, el propósito fundamental de
Stalin no era preservar la democracia en Europa
oriental con una mayor o menor fiscalización por
su parte, sino, como había sucedido en España
durante la guerra civil, eliminar cualquier vestigio
democrático y sustituirlo por la utopía comunista,
es decir, la dictadura totalitaria. La manera en que
esta acción se llevó a cabo fue
extraordinariamente sencilla y precisamente por
ello llama la atención. No menos interesante es la
manera en que reprodujo sus acciones en España.
En primer lugar, los comunistas representaron
el papel de un nacionalismo que, aunque en la
práctica se plegaba a los intereses de la URSS,
pretendía recabar el apoyo de todos los segmentos
de la población para los que la guerra significaba
una inmensa desgracia nacional. Se trataba de una
postura descaradamente demagógica en la medida
en que era la URSS, a cuyas órdenes trabajaban, la
causante de esas variaciones territoriales pero la
táctica no dejó de tener cierto éxito. El resultado
final fue sustancialmente el mismo. De hecho,
Polonia fue desplazada hacia el Oeste cediendo
parte de su territorio a la URSS y apoderándose a
cambio de territorios alemanes, los rutenos
quedaron integrados en la URSS mediante la
anexión de Besarabia, se rectificaron las fronteras
de Bulgaria, etc. Sin embargo, muchos
conciudadanos, previamente agitados por la
propaganda comunista, acabaron aceptando la tesis
de que los comunistas estaban más entregados a la
defensa de los intereses nacionales que los otros
partidos menos entregados a la práctica de la
demagogia.
En segundo lugar, los comunistas, a veces con
cierta fuerza, en ocasiones con peso social casi
insignificante, lograron mediante la presión
soviética formar parte de todos los gobiernos
provisionales de la posguerra y en ellos hacerse
con las carteras relacionadas con Justicia, Interior
y, ocasionalmente, Fuerzas Armadas. Aunque en
teoría estaban gobernando en coalición en un
régimen democrático que debía perpetuarse, en la
práctica estaban minando las bases del sistema y
preparándose para dar una serie de golpes
triunfales desde las posiciones más ventajosas. Su
control de la información, de la Policía y del
aparato represivo resultó esencial para liquidar
las democracias y establecer en su lugar
dictaduras comunistas. Venían así a poner de
manifiesto que cualquiera que cuenta con el poder
policial o militar se halla en una situación
privilegiada para poder subvertir un sistema
político.
En tercer lugar, los comunistas —siguiendo el
ejemplo de Lenin y, más cercanamente, de
Mussolini y de Hitler— intentaron dar visos de
legitimidad a sus dictaduras mediante la
celebración de elecciones que en ningún momento
fueron libres, sino que estuvieron sometidas a un
control férreo. En este sentido fueron en su
cinismo —y en su sofisticación— incluso más allá
que los dictadores fascistas ya que no sólo habían
sembrado el temor en la calle previamente sino
que incluso hicieron uso de resortes de los que no
dispusieron inicialmente ni fascistas ni nazis. En
otras palabras, éstos tuvieron que recorrer un
camino legalista de años que los comunistas
prácticamente pudieron reducir a meses.
Finalmente, los comunistas pudieron contar en
todo momento con un recurso exterior que se
reveló de enorme trascendencia y con el que,
comparativamente hablando, no contaron, por
ejemplo, ni Mussolini ni Hitler. Nos referimos,
claro está, a la ayuda de la URSS. Esta aseguró
que cualquier intento de resistencia a las
conspiraciones comunistas resultara fallido y
cuando más adelante el clamor popular se
convirtió en revuelta abierta contra el régimen —
Hungría, 1956; Checoslovaquia, 1967— fueron los
blindados soviéticos los que trituraron cualquier
muestra de oposición. El análisis más detallado de
cada uno de estos procesos permite ver cómo los
mismos siguieron el patrón señalado de manera
casi milimétrica.
Bulgaria era una monarquía cuando se produjo
la entrada de las tropas soviéticas en el país. El 9
de septiembre de 1944, el Frente Patriótico
apoyado por el Ejército de la URSS se hizo con el
poder e implantó una milicia popular y una
seguridad del Estado controladas por los
comunistas. El 6 de octubre, se establecieron
además los denominados «tribunales populares»
que, controlados asimismo por los comunistas y
siguiendo el modelo ruso y español, iniciaron una
dilatadísima serie de procesos políticos. En marzo
de 1945 ya habían pronunciado poco menos de
once mil sentencias condenatorias de las que más
de dos mil eran a la última pena. En paralelo a
este proceso con burdos visos de legalidad se
produjo una masiva oleada represiva en la que
decenas de miles de personas —entre treinta y
cuarenta mil— fueron purgadas, asesinadas y
arrojadas a inmensas fosas comunes como había
sucedido en Paracuellos o Katyn. Se trataba de
funcionarios y sacerdotes, de maestros y pequeños
comerciantes, e incluso de judíos. De hecho,
aquéllos que no habían sido víctimas del nazismo
por la especial disposición del gobierno búlgaro
ahora lo eran de los comunistas. Además los
comunistas búlgaros fueron los primeros en
establecer una red de campos de concentración a
los que se denominó eufemísticamente Hogares de
educación por el trabajo (TVO en búlgaro). A
ellos fueron enviados en unos días centenares de
personas siguiendo el esquema de deportaciones a
campos creado por Lenin. Su ejemplo, como
tendremos ocasión de ver, fue seguido rápidamente
en los demás países de Europa oriental.
Con este contexto, no resulta extraño que las
elecciones, originalmente programadas para
agosto de 1945, se pospusieran a causa de las
protestas dirigidas contra las maniobras políticas
soviéticas dentro de Bulgaria. Los partidos de la
oposición, de hecho, decidieron no participar en
unos comicios carentes de la más mínima garantía
de limpieza, y que, finalmente, se celebraron el 18
de noviembre. En ellos, la lista única de
candidatos del Frente Patriótico, dominado por los
comunistas, obtuvo el 85% de los votos.
Previamente los asesinatos de miembros de la
oposición se habían convertido en práctica
extendida y habitual.
Una vez en el poder de manera más formal, los
comunistas siguieron el sistema de liquidación de
libertades que tan bien habían sabido trazar Lenin,
primero, y que había conocido de manera
terriblemente cruenta la España dominada por el
Frente Popular. En septiembre de 1946, los
comunistas destronaron al rey Simeón y acabaron
con la monarquía. Una semana después
proclamaron la república popular, el nuevo tipo de
régimen que estaban estableciendo en toda la
Europa del Este, que habían ensayado en Extremo
Oriente en 1920 y en España desde 1937 y que
luego volvería a tener imitadores en África, Asia o
en la Cuba de Castro. El primer presidente fue
Vasil Kolarov, un dirigente del Partido Comunista
y Gueorgui Dimitrov —una antigua figura clave de
la Komintern que había ideado y articulado la idea
del Frente Popular, y que había señalado el papel
desempeñado por Carrillo en los fusilamientos
masivos de finales de 1936 en Madrid— fue
elegido en noviembre de 1946 primer ministro.
En diciembre de 1947, la Asamblea Nacional
adoptó una nueva Constitución a semejanza de la
que existía en la URSS; y se reemplazó la
presidencia con un presidium, un Comité
Ejecutivo. Tan sólo unos meses antes, en
septiembre, Nikolai Dimitrov Petkov, dirigente del
Partido Agrario, había sido ejecutado después de
ser condenado por conspiración para derrocar al
gobierno. Concluía así en Bulgaria un proceso
político que hallaría paralelos quizá más dilatados
en el tiempo pero con los mismos resultados
finales en el resto de la Europa del Este.
Desde luego en este conjunto de procesos poco
—más bien nada— importó que los comunistas y
la URSS fueran abiertamente impopulares en el
país en cuestión. De hecho, eso fue lo que sucedió
en Polonia. Teóricamente, en este país tenía que
haberse producido una conjunción del gobierno en
el exilio, hasta entonces con sede en Londres, y el
establecido en Lublin por los comunistas.
Teóricamente también, los comunistas no tenían
ninguna posibilidad de llegar al poder dado que
eran un grupúsculo marginal y que la población los
asociaba —acertadamente— con la URSS, la
potencia que había invadido el país en 1939 en
comandita con Hitler y que en 1944 lo había vuelto
a invadir cometiendo los excesos que
caracterizaron el avance del Ejército Rojo por
Europa. Sin embargo, al producirse la entrada de
las tropas soviéticas en el país, el servicio de
seguridad polaco pasó a depender directamente de
los agentes soviéticos del NKVD existiendo una
clara voluntad de controlar Polonia en beneficio
de la URSS a través de los comunistas. No deja de
ser significativo que el primer representante del
Comité de Liberación nacional —fundado en
Moscú en 1944— que llegó a Polonia fuera
Stanislaw Radkiewicz, encargado del Ministerio
de Seguridad Pública (MBP).
A mediados de 1945, es decir, prácticamente
al acabar la guerra, el MBP contaba con no menos
de cincuenta mil efectivos entre el cuerpo de
seguridad interior (KBW) y los funcionarios. No
los utilizó sólo para intimidar. De hecho,
desencadenó una auténtica guerra civil en la que
recurrió a métodos como la «pacificación» de
territorios enteros y donde no se escatimaron ni las
ejecuciones, ni las torturas, ni las detenciones
totalmente arbitrarias, ni las deportaciones
masivas, por ejemplo, de absolutamente todos los
ucranianos que había en territorio polaco. De
nuevo los paralelos con los bolcheviques rusos o
los comunistas españoles que aplastaron al POUM
y a la CNT saltan a la vista.
Para las elecciones de enero de 1947, los
comunistas contaban con un control de los órganos
represivos estatales que hubiera hecho palidecer
de envidia a Mussolini y a Hitler antes de
convertir sus respectivos países en dictaduras. En
las semanas anteriores a las elecciones los
detenidos se contaban por decenas de miles (sólo
del Partido Campesino, más de cincuenta mil) y se
multiplicaron los actos de violencia e intimidación
y los asesinatos ordenados directamente pollos
comités locales del Partido Comunista. Además
éstos orquestaron procesos amañados en vísperas
de las elecciones cuya finalidad era desacreditar a
sus adversarios políticos. En el curso de estas
farsas precisamente aquellos personajes que
habían participado en la resistencia contra Hitler
—en la que los comunistas no pocas veces habían
brillado por su ausencia— fueron condenados
como colaboracionistas con los nazis (como fue el
caso de Witold Pilecki) decidiendo la dirección
del Partido Comunista las penas que debían ser
impuestas. Para 1947, Polonia estaba sometida a
una dictadura comunista cuyas acciones
sangrientas sólo acababan de comenzar. El final de
la despiadada represión sólo llegaría con la caída
del régimen varias décadas después.
La conspiración comunista siguió unas líneas
muy similares en Hungría. El gran vencedor de las
elecciones de 1945 fue el Partido de los Pequeños
Propietarios, una formación de centro-derecha, no
exenta de inquietudes sociales y dirigida por
Zoltán Tildy. Se proclamó entonces la república,
con Ferenc Nagy (un miembro destacado del
partido ganador), como presidente del Consejo y
Mátyas Rakosi, secretario general del Partido
Comunista Húngaro, como vicepresidente. Como
en otros países del este de Europa, el Ministerio
del Interior quedó en manos de un miembro del
Partido Comunista. Tras una breve fase inicial
destinada a controlar todo el aparato de seguridad
del Estado, los comunistas desencadenaron un
proceso de represión contra cualquiera que se
interpusiera en su camino para establecer una
dictadura. En enero de 1947, este Ministerio,
controlado por Laszlo Rajk, un veterano de las
Brigadas internacionales en España, desencadenó
una violenta campaña de agresión dirigida contra
el Partido de los Pequeños Propietarios. Un
ministro y varios diputados del mencionado
partido fueron detenidos bajo cargos amañados y
se dictó una condena de muerte y varias severas
penas de prisión. Al mes siguiente, Béla Kovacs,
el secretario general del Partido de los Pequeños
Propietarios —que seguía siendo la primera fuerza
parlamentaria del país— fue detenido y enviado a
la URSS. En cuestión de semanas, todos los
dirigentes importantes del partido estaban en la
cárcel o se habían visto obligados a exiliarse.
Pero sólo era el inicio de lo que Mátyas Rakosi, el
secretario general del Partido Comunista,
denominaba la «táctica del salchichón»,
consistente en ir devorando paso a paso a los
oponentes igual que el embutido es consumido
rodaja a rodaja.
En julio, la Asamblea Nacional se disolvió y
en agosto se celebraron las elecciones para elegir
un nuevo Parlamento. Aunque los comunistas
consiguieron sólo un 22% de los votos —un
porcentaje casi ridículo dado el poder represor
que habían concentrado en sus manos desde 1945
— dominaron la coalición gubernamental formada
por Dinnyés. Bajo coacción, el Partido
Socialdemócrata se fusionó en 1948 con el Partido
Comunista —algo ya intentado en España desde
1936 y que había dado como fruto la unificación
de las Juventudes Socialistas y Comunistas bajo la
férula de Santiago Carrillo— constituyendo el
denominado Partido de los Trabajadores
Húngaros. Entre el final de 1947 y los primeros
días de 1949 se decretó la disolución del Partido
de la Independencia y del Partido Demócrata
Popular, y se eliminó a los socialdemócratas que
se habían negado a asimilarse o de los que había
sospechas de que se opondrían a una dictadura
comunista. Al final, el Partido Comunista se había
tragado todas las rodajas del «salchichón» pero,
poco a poco, de manera que pudo deglutirlas sin
sufrir sensaciones de indigestión.
Para mayo de 1949 cuando se celebraron
nuevas elecciones, los comunistas se habían
desembarazado de cualquier posible rival. De
hecho, se ofreció al electorado una lista única de
candidatos formada sólo por los comunistas y sus
seguidores. En agosto, la Asamblea adoptó una
nueva Constitución, que proclamó la República
Popular Húngara. Una vez más aquello fue sólo un
paso más en el proceso de aplastamiento de las
libertades y no su final. Mientras, siguiendo el
modelo leninista, se desencadenaba una
persecución despiadada contra los creyentes —el
cardenal József Mindszenty fue sólo el condenado
más célebre de una lista de decenas de miles[267]
— se procedió a la nacionalización de buen
número de industrias, a la confiscación de las
propiedades agrícolas y a su colectivización, y al
envío de los disidentes y sospechosos a campos de
concentración.
Las dimensiones de la represión comunista
resultaron pavorosas y, desde luego, carecían de
precedentes en la historia del país. Sólo de 1948 a
1953 fueron condenadas entre 700.000 y 860.000
personas. En los años siguientes, la dictadura no
sería nunca popular —en 1956 se produjo incluso
una sublevación contra la misma de considerable
envergadura— pero se mantendría con la ayuda de
un despiadado aparato represor y de la presencia
militar soviética. Sólo la decadencia insalvable de
la URSS permitiría décadas después que Hungría
recuperara su libertad.
En Rumania se formó también una alianza de
coalición en la inmediata posguerra. Denominado
Frente Democrático —algo que recuerda
considerablemente al Frente Nacional que deseaba
formar Stalin en España con el apoyo de Negrín—
y fiscalizado por la URSS, estaba constituido por
comunistas, liberales y representantes del Partido
Nacional Campesino. En marzo de 1945 se formó
un gobierno de coalición presidido por Petru
Groza, dirigente del Partido de los Agricultores
(un grupo disidente del Partido Nacional
Campesino). Sin embargo, siguiendo la táctica
habitual, los comunistas ocuparon las carteras de
Interior y Justicia. Además el servicio de
seguridad, precursor de la tristemente célebre
Securitate, cayó en manos de Emil Bodnaras, un
antiguo oficial del Ejército que era agente
soviético desde la década anterior.
En ese contexto, las elecciones celebradas el
19 de diciembre de 1946 no pasaron de ser una
farsa precedida por las detenciones y los
procesamientos, entre otros, de los quince
miembros del Comité Central del Partido
Socialdemócrata. La amplia victoria obtenida por
los comunistas y sus aliados tuvo una repercusión
inmediata en la configuración política del país. El
10 de febrero de 1947 se firmó en París un tratado
de paz con los aliados que no sólo aseguraba a
Rumania la Transilvania del norte y otros
territorios ocupados en 1940, sino que además
contenía referencias al respeto que el gobierno
tendría por las libertades de sus ciudadanos. En lo
que se refería a este último aspecto, el
compromiso nunca fue para los comunistas otra
cosa salvo papel mojado. Tras una oleada
represiva sin precedentes en la historia de
Rumania, el 30 de diciembre de 1947 el rey
Miguel abdicó bajo la presión comunista y se
proclamó la República Popular cuya autoridad
suprema estaba formada por un Consejo de Estado
de cinco miembros. El 13 de abril se adoptó una
nueva Constitución basada en el modelo soviético.
Los años 1948 y 1949 fueron testigos de una
política represora que no tuvo nada que envidiar a
la de los otros países regidos por los comunistas, y
que ciertamente los rumanos no habían padecido ni
siquiera bajo otros gobiernos dictatoriales. Pero
—como siempre— era sólo el principio de la
represión.
A diferencia de Hungría y Rumania,
Checoslovaquia[268] pertenecía al grupo de países
vencedores de la Segunda Guerra Mundial
habiéndose pasado por alto, por ejemplo, la
relación tan estrecha que había tenido Eslovaquia
con el III Reich. Apoyados por la URSS, los
comunistas lograron aumentar considerablemente
su peso político y en las elecciones generales
celebradas en 1946 obtuvieron un tercio de los
escaños parlamentarios. En Eslovaquia, sin
embargo, el Partido Demócrata obtuvo el 62% de
los sufragios. El gobierno de coalición incluyó
comunistas —que se hicieron con el control de los
ministerios del Interior y de Defensa— y a un
conjunto de representantes de partidos que no
recordaban cómo ya en 1929 el comunista checo
Klement Gottwald había afirmado que viajaba a
Moscú para aprender a «retorcer el cuello» a los
no-comunistas.
El primer objetivo de la represión
desencadenada por los comunistas fue el Partido
Demócrata Eslovaco. Apoyándose en las fuerzas
policiales bajo su control, en septiembre de 1947
los comunistas anunciaron el descubrimiento de
una conspiración —totalmente falsa— en
Eslovaquia. En la oleada represiva que se produjo
a continuación dos de los tres secretarios
generales del Partido Demócrata fueron detenidos
y multitud de afiliados corrieron un destino
similar.
En febrero de 1948 se produjo el denominado
«golpe de Praga». Doce ministros no comunistas
habían abandonado el gobierno para evitar la
implantación de una dictadura comunista, pero su
intento fracasó. Los comunistas organizaron
entonces una serie de acciones políticas —
intimidación violenta, manifestaciones armadas en
la calle, etc.— que llevaron al presidente Benes,
enfermo y consciente de que los Aliados
occidentales no defenderían la libertad de
Checoslovaquia como no lo habían hecho en
Múnich en 1938, a aceptar un gobierno dominado
por los comunistas. Al fallecer Benes muy poco
después, Gottwald —que, sin duda, ya había
aprendido cómo «retorcer el cuello» a los no-
comunistas— le sustituyó en la presidencia de la
república. Checoslovaquia, tras ser promulgada
una nueva Constitución que adoptó un régimen
político definido como «democracia popular», se
convirtió en un Estado satélite de la URSS. Las
medidas adoptadas entonces por los comunistas
siguieron el patrón de otros países. La industria, el
comercio y el transporte fueron nacionalizados, la
agricultura colectivizada, y la educación, así como
la vida cultural e intelectual se vieron sometidas a
una ortodoxia comunista.
Naturalmente, todas las medidas fueron
impuestas utilizando una panoplia de recursos que,
siguiendo la ortodoxia establecida por Lenin, iban
de la tortura a la muerte pasando por la detención
de los considerados adversarios políticos y su
envío a campos de concentración. Entre los
detenidos por los comunistas se encontraron
incluso ministros y miembros de la resistencia
anti-nazi como Jan Ursiny y Prokop Drtina.
Durante abril y mayo de 1948 —siguiendo el
modelo de los grandes procesos stalinistas— se
desarrollaron juicios contra los demócratas que
podían cuestionar la implantación de la dictadura
comunista. Si comenzaron con miembros del
Partido Demócrata, continuaron con todas y cada
una de las fuerzas de la oposición. El último de los
vergonzosos procesos fue el de Milada Horakova
que tuvo lugar del 31 de mayo al 8 de junio de
1950 siendo encausados trece miembros de los
partidos Socialista Nacional, Socialdemócrata y
Popular. En relación tan sólo con el encausamiento
de Horakova se celebraron trescientos juicios
políticos en los que fueron condenados más de
siete mil miembros del Partido Socialista
Nacional. En el exterior algunos personajes de
relieve, como Albert Einstein, protestaron contra
aquella oleada represiva desencadenada por los
comunistas de Checoslovaquia, pero su actitud fue
excepcional. Desde luego, no incluyó a los
derrotados en la guerra civil española y de entre
ellos menos que a nadie a los comunistas que
hubieran deseado implantar en España un régimen
como los establecidos ahora en la Europa del Este
en el curso de la guerra civil o, con posterioridad,
durante la invasión del valle de Arán ya en los
años cuarenta. En otras naciones, muchos
prefirieron creer que los comunistas eran
realmente demócratas y que cuando utilizaban la
represión lo hacían motivados por el deseo de
lograr el bien del pueblo. Se continuaba así un
comportamiento que constituiría el gran baldón
moral de las izquierdas durante el siglo XX: el
apoyo por acción u omisión a las terribles
dictaduras comunistas. Temerosos en no pocos
casos de ser motejados de fascistas (una táctica
articulada por la Komintern ya en los años treinta)
o de no parecer suficientemente progresistas,
millares de izquierdistas occidentales apoyaron
abiertamente las acciones de los comunistas o
simplemente callaron cuando los gobiernos
comunistas aplastaban la democracia, detenían a
los disidentes, los procesaban en farsas judiciales,
los enviaban a cárceles y campos de concentración
o los asesinaban.
La represión no se limitó a los adversarios
políticos, reales o supuestos. El cristianismo se
convirtió nuevamente en objeto privilegiado de
persecución y multitud de creyentes que ya habían
sido encarcelados por los nazis volvieron a serlo
por los comunistas. Durante el verano de 1949, las
jerarquías eclesiásticas comenzaron a ser objeto
de detenciones y a partir de la primavera del año
siguiente se iniciaron los procesos de creyentes,
las redadas en los conventos, las incautaciones de
propiedades religiosas y la persecución de los
intelectuales cristianos. Para muchos no resultó
extraño el ir a parar a las mismas prisiones en las
que habían estado encarcelados durante la
ocupación nazi. En esas mismas fechas se ordenó
incluso la liquidación de confesiones enteras como
la Iglesia greco-católica de Eslovaquia oriental.
Años después, Artur London, uno de los
dirigentes comunistas de la época, relataría
horrorizado cómo el Partido Comunista había
procedido en los años cincuenta a realizar purgas
entre algunos de sus miembros. Con anterioridad,
no parecía haber sentido el más mínimo reparo
durante la conversión de su país en una dictadura y
la conculcación —hasta la muerte o el campo de
concentración— de la libertad de sus
conciudadanos. Como sucedería con Jrushov en
los años cincuenta, los comunistas sólo parecían
lamentar las medidas masivas de terror cuando
habían afectado a algunos de sus correligionarios y
sólo en relación con éstos. No es extraño que el
régimen nunca fuera popular y que, posteriormente,
las tímidas reformas iniciadas en 1967 acabaran
desbordando a sus impulsadores en una petición
popular de democracia. Como había sucedido en
Hungría en 1956, los tanques soviéticos, a petición
de los comunistas checoslovacos, se ocuparon de
ahogar en sangre las esperanzas del pueblo.
Las acciones comunistas en Europa del Este
durante la posguerra se saldaron con un éxito total
en todas las ocasiones. Sin embargo, no eran
nuevas ni en sus métodos ni en sus objetivos.
Ambos habían sido ya puestos a prueba en Rusia
desde 1917 y en España desde 1936. La diferencia
fundamental estribaba en que sólo habían sido
derrotados en suelo español. Cimentadas en un
juego cínico consistente en tomar las riendas de
las fuerzas de seguridad, a veces creadas ex
profeso, y en eliminar despiadadamente a las
demás fuerzas políticas, las acciones comunistas
concluyeron en todos y cada uno de los casos en la
implantación de dictaduras que conculcaron los
derechos humanos más elementales y que, quizá
con la excepción de Polonia o de la minoría judía,
resultaron aún más siniestras en sus actuaciones
concretas que el gobierno de los propios nazis.
Pese a su denominación de «democracias
populares» no eran ni lo uno ni lo otro. El paso de
las décadas dejaría además de manifiesto que
cuando la fuerza bruta del Ejército soviético no
pudo respaldarlas ni siquiera su propio aparato
represivo fue capaz de mantenerlas en pie.
Al final, los regímenes comunistas del este de
Europa se desplomaron bajo el peso de sus
numerosos crímenes, de su innegable
impopularidad y de su absoluta ineficacia. Habían
pretendido violar derechos tan unidos al ser
humano como la vida, la integridad física, la
libertad o la propiedad privada. Lo habían
conseguido en buena medida pero a costa de
fracasar estrepitosamente en otros terrenos y de
causar la muerte de decenas de millones de seres
humanos. Por ello, la estela de sangre inocente y
de bancarrota moral, política, económica y social
que dejaban tras de sí cuando en 1991 desapareció
la URSS mostraban de manera indiscutible que era
lo único que podía esperarse de la utopía
comunista. Sin embargo, su desaparición significó
no sólo la terrible constancia de que aquellas
naciones sometidas al comunismo se habían visto
condenadas al atraso social, político y económico;
sino también la de que su futuro iba a ser
excepcionalmente difícil. Ese y no otro hubiera
sido el destino terrible sufrido por España si el
resultado de la guerra civil de 1936-1939 hubiera
sido la victoria del Frente Popular.
CAPITULO XVIII
KATYN (III)
LA URSS RECONOCE SU CULPA
De Solidaridad a Gorbachov
A finales de la década de los cuarenta, resultaba
imposible que la URSS reconociera el genocidio
que había perpetrado en Katyn. En apenas unos
años, aprovechando las lecciones de la guerra
civil española, había conseguido subvertir todos y
cada uno de los gobiernos de la Europa del Este
creando dictaduras comunistas que seguían el
modelo soviético. Si Paracuellos era un
acontecimiento totalmente oculto —¿quién iba a
difundir las noticias de un genocidio perpetrado
por los que habían luchado contra Franco, el
dictador que dirigía un régimen condenado por las
Naciones Unidas?—, Katyn se había convertido
además en un arma propagandística para
desacreditar al III Reich, un Estado totalitario
sobre el que pesaban horribles y sobradas razones
de descrédito y condena. Por supuesto, cuando en
los años cincuenta en Estados Unidos comenzaron
a llevarse a cabo investigaciones rigurosas sobre
el tema, no se filtró nada de las mismas en
aquellas naciones sometidas a una dictadura
comunista y por lo que se refiere a los
simpatizantes de la URSS en Occidente —«la
humanidad progresista» que decía Stalin— las
rechazaron como una muestra del «imperialismo
yanqui».
A pesar de todo, una cosa era el silencio —
como el que en buena medida sigue rodeando en la
España actual a Paracuellos— y otra el olvido.
Eran decenas de miles de polacos los que habían
perdido a seres queridos en Katyn y no se les
podía engañar atribuyendo a los nazis un genocidio
perpetrado por orden directa de Stalin. En 1981,
en un arriesgado gesto de audacia, el sindicato
Solidaridad se atrevió a levantar un monumento
con la inscripción «Katyn 1940». No decía nada
más pero la simple identificación de la fecha
señalaba de manera inequívoca a los culpables ya
que el III Reich no había controlado aquella zona
del mundo hasta 1941. La Policía, por supuesto,
intervino y el gobierno comunista de Polonia, en
colaboración con el de Moscú, se ocupó de erigir
otro monumento donde se podía leer: «A los
soldados polacos —víctimas del fascismo
hitleriano— que descansan en el suelo de Katyn».
La mentira proseguía, pero tenía los días contados
incluso en el este de Europa.
En 1987, en plena Perestroika, Mijaíl
Gorbachov llegó a un acuerdo con el general
Woiciech Jaruzelski, presidente del Gobierno
polaco, para que se constituyera una comisión
conjunta soviético- polaca cuya finalidad fuera el
estudio de temas previamente sometidos a la
censura. Como no podía ser menos, los
historiadores polacos, a pesar de hallarse todavía
sometidos a una dictadura, insistieron en incluir
Katyn entre los temas que debían tratarse.
Ciertamente, alegaron que sería interesante
examinar documentación que pudiera confirmar las
conclusiones del Comité Burdenko. Sin embargo,
las autoridades soviéticas sabían de sobra lo que
se traían entre manos y no estaban dispuestas a
asumir el riesgo de que se acusara a su sistema —
más que merecidamente, por otra parte— de haber
perpetrado un genocidio. Cuando en julio de 1988,
Gorbachov tuvo la oportunidad de visitar Katyn, la
declinó. Sin embargo, distaba mucho de verse
libre de aquel desagradable enredo. Un grupo de
intelectuales polacos redactó una carta abierta en
la que solicitaba que se permitiera el acceso a los
documentos oficiales que tuvieran que ver con el
tema y, acto seguido, la enviaron a sus colegas
soviéticos. Un mes después de la visita de
Gorbachov a Polonia, se produjo por añadidura
una manifestación por las calles de Varsovia
pidiendo que se llevara a cabo una investigación
sobre el tema. Al fin y a la postre, el gobierno
soviético dio un paso. Lo dio como había sido
habitual por parte de las autoridades comunistas a
lo largo de décadas, es decir, manipulando los
datos para ocultar la realidad.
En noviembre, el gobierno soviético anunció
los planes para erigir un nuevo monumento en
Katyn que recordara a los oficiales polacos que
«junto con 500 prisioneros soviéticos [...] fueron
fusilados por los fascistas en 1943 cuando nuestro
Ejército se aproximaba a Smolensk». En la
afirmación se deslizaba el error de fijar la fecha
de la matanza en 1943 —y no en 1941 como se
había sostenido durante años— pero la tesis de la
responsabilidad se mantenía incólume. Sin
embargo, esta vez la mentira no funcionó. A inicios
de 1989, tres altos funcionarios soviéticos
hicieron llegar a Gorbachov un memorando en el
que le advertían de la «agudización» de la
controversia en torno a Katyn y de que el tiempo,
quizá por primera vez, jugaba en su contra.[269] La
salida, como en otros casos, sería admitir una
parte de la verdad pero, por supuesto, no toda. A
la propuesta de este nuevo engaño se sumó
Gorbachov.
El 13 de octubre de 1990, en el curso de una
reunión mantenida en el Kremlin, Gorbachov
entregó a Jaruzelski una carpeta con documentos
relacionados con las matanzas de Katyn. De su
lectura se desprendía claramente que la
responsabilidad había sido soviética, pero al no
aparecer incluida la orden de fusilamiento de
marzo de 1940 firmada por Stalin, Gorbachov
pudo culpar de todo lo sucedido a Beria, jefe de la
Policía secreta (NKVD), y descargar de
responsabilidad en el genocidio al sistema. El
crimen —podía resumirse la jugada— se había
cometido, pero no había pasado de ser uno de los
excesos que caracterizaron la época de Stalin, del
que en este caso ni siquiera el dictador fue
responsable y cuya única responsabilidad
descansaba sobre Beria, un personaje que había
caído a la muerte del dictador. La matanza de
decenas de miles de seres humanos, por lo tanto,
se suponía que no afectaba a la legitimidad del
régimen ni debía entenderse como algo
relacionado íntimamente con su naturaleza. Los
autores que pretenden reducir en España
Paracuellos a un simple error en tiempo de guerra
no hubieran podido modelar mejor una mentira que
pretendía seguir ocultando las responsabilidades
de un horrible genocidio. En el curso de la
entrevista, Gorbachov también se guardó de
informar a Jaruzelski sobre la cifra de asesinados
—21.857— superior en más de un 30% a la
repetida durante los años anteriores. A pesar de
todo, la realidad documental completa estaba ya a
punto de emerger.
El genocidio descubierto
Durante la primavera de 1990, un polaco-
americano llamado Wlaclaw Godziemba-
Maliszewski, se encontraba realizando un trabajo
de investigación sobre Katyn en los Archivos
nacionales de College Park, en Maryland, Estados
Unidos. Sus razones tocaban con lo personal ya
que un tío de su padre formaba parte del número
de los asesinados. En el curso de su trabajo llegó a
su poder un estudio llevado a cabo por Robert G.
Poirier[270] en el que se analizaba una serie de
fotografías aéreas tomadas por la Luftwaffe
durante la Segunda Guerra Mundial. Las fotos
tomadas en el cuerpo de diecisiete salidas
llevadas a cabo entre 1941 y 1944 y abarcando,
por lo tanto, periodos de tiempo anteriores,
paralelos y posteriores a la ocupación alemana de
la zona zanjaban la discusión sobre Katyn de
manera total. De hecho, si algo quedaba de
manifiesto era que la zona donde se habían
realizado los fusilamientos no había
experimentado ninguna alteración con ocasión de
la llegada de los alemanes. Por otro lado, sí
parecía innegable que antes de la invasión de la
URSS se habían producido claras modificaciones
del paisaje, algo que venía corroborado por
imágenes en las que aparecían los agentes del
NKVD abriendo algunas de las tumbas y
removiendo los cadáveres.
Godziemba-Maliszewski encontró en los
Archivos nacionales los mismos datos que exponía
Poirier amén de algunas fotografías más de Katyn
y de otros dos lugares donde se habían realizado
matanzas en Mednoye y cerca de Járkov. En enero
de 1991, el investigador había acumulado además
otras pruebas de lo sucedido en las que se incluían
testimonios oculares y, junto con el artículo de
Poirier, hizo llegar todo a varios científicos de la
universidad jaguelloniana de Cracovia. Los
investigadores de la universidad continuaron con
la transmisión de las pruebas que ahora fueron a
parar a manos del ministro polaco de Justicia.
Existía un temor —un tanto paranoico— de que
Godziemba-Maliszewski fuera un agente de la CIA
utilizado para envenenar las ya de por sí tensas
relaciones existentes entre Polonia y la URSS. Sin
embargo, los materiales no permitían lecturas tan
extravagantes. Los soviéticos habían sido los
culpables del genocidio y la realidad resultaba
imposible de ocultar por más tiempo. El 12 de
mayo de 1991, el periódico alemán Tagesspiegel
publicaba una entrevista con el fiscal polaco
Stefan Sniezko, en la que éste reconocía por
primera vez el material debido a la Luftwaffe y su
utilidad para identificar unas fosas excavadas por
agentes soviéticos. Antes de que concluyera el
año, un fiscal polaco volaba a Járkov para
examinar in situ el lugar de las matanzas e intentar
reanudar la investigación.
Hasta poco antes, la postura de Gorbachov
había sido mantener el asunto oculto aunque
reconociendo en privado que la responsabilidad
era del NKVD, que no del sistema soviético. A
esas alturas, incluso esa versión edulcorada de las
responsabilidades en el genocidio resultaba
imposible de mantener. Como si de un conejo que
saliera de una chistera se tratara, en 1992 se
descubrió en Moscú la orden firmada por Stalin
donde se disponía el fusilamiento de decenas de
miles de polacos. El documento se encontraba —
¿puede sorprender a alguien?— entre los papeles
que formaban el archivo personal de Gorbachov.
Como había advertido el KGB a Gorbachov,
ahora el tiempo iba en contra de la dictadura
soviética. En octubre de 1992, Boris Yeltsin
entregó una copia de la orden y de otros 41
documentos al nuevo presidente polaco, el antiguo
dirigente de Solidaridad, Lech Walesa.
Posiblemente, Yeltsin sólo deseaba colocar en una
situación incómoda a un Gorbachov cada vez más
debilitado políticamente, pero había dado un paso
de gigante en el esclarecimiento de la verdad. En
1993, en un nuevo gesto, aprovechando una visita
al cementerio militar de Varsovia, Yeltsin se
arrodilló ante un sacerdote polaco y besó la cinta
de una corona que había colocado al pie de la cruz
de Katyn. Para muchos observadores, Yeltsin
estaba imitando el gesto que había llevado a cabo
Willy Brandt en 1970 en recuerdo de los caídos en
Varsovia combatiendo a los nazis. En ambos
casos, la víctima había sido el pueblo polaco y el
verdugo, un Estado totalitario que no había tenido
inconveniente alguno en practicar el genocidio.
Por si todo lo anterior fuera poco, en una
declaración conjunta Yeltsin se comprometió ante
Walesa a castigar a los culpables que aún
estuvieran vivos y a pagar las indemnizaciones
pertinentes. Como colofón, se permitió a equipos
de investigadores soviéticos y polacos llevar a
cabo excavaciones en Katyn.
DOCUMENTO 1
Nada más disolver la Asamblea Constituyente
democrática, Lenin señala que la victoria sólo
podrá alcanzarse mediante el uso de la
violencia, la destrucción de determinadas clases
sociales y el triunfo de la revolución mundial.
¡Compañeros! En nombre del Soviet de
Comisarios del Pueblo deseo informaros acerca de
los dos meses y medio de actividad de ese
organismo. [...] ¡Compañeros! Siempre que hablo
de este tema del gobierno proletario alguien [...]
grita «dictador». Sin embargo [hubo una época...]
en que todos estaban a favor de la dictadura del
proletariado [...]. No se puede esperar [...] que el
socialismo nos venga en bandeja de plata [...]. Ni
una sola cuestión relativa a la lucha de clases ha
sido solventada jamás salvo por la violencia. La
violencia cuando es cometida a favor de las masas
trabajadoras y explotadas es la clase de violencia
que aprobamos. [Aplausos]
¿Quién ha creído nunca que era posible saltar
de manera inmediata del capitalismo al
socialismo? [...] Aquéllos que comprenden la
naturaleza de la lucha de clases [...] saben que no
es posible [...]. El socialismo no puede tener éxito
a menos que estos grupos quebrados, a menos que
la burguesía —rusa y europea— sea destrozada.
[...]
Por supuesto, la idea socialista no puede ser
alcanzada en un país solamente. Los obreros y
campesinos que apoyan al gobierno soviético son
sólo un fragmento de ese ejército internacional de
trabajadores que se ha dividido durante esta guerra
mundial... y nosotros podemos ver cómo la
revolución socialista está madurando en cada país
del mundo a cada hora y no a cada día. [...]
(Informe de Lenin ante el III Congreso de los
Soviets, 24 de enero de 1918, Tretü Vserossiiskii
Sezd Sovietov Rabochij, Soldatskij i Krestianskij
Deputatov, Petrogrado, 1918, pp. 90-2.)
DOCUMENTO 2
Como instrumento indispensable para
mantenerse en el poder, Lenin ordena la
ejecución de un Terror de masas que incluye la
utilización de campos de concentración y los
fusilamientos masivos de sectores completos de
la población.
Carta de VI. Lenin a G.E. Zinóviev, 26 de junio
de 1918 (para ser transmitida igualmente a
Lashevich y a otros miembros del Comité Central).
¡Compañero Zinóviev! No hemos sabido hasta
el día de hoy en el Comité Central que en
Petrogrado los obreros querían responder al
asesinato de Volodarsky por medios del Terror de
masas que vosotros (no vosotros personalmente,
sino los chequistas de Petrogrado) habéis frenado.
¡Protesto enérgicamente contra esa acción!
Nos estamos comprometiendo: al mismo
tiempo que no dudamos en amenazar en nuestras
resoluciones con golpear mediante el terror de
masas a los diputados de los Soviets, cuando se
trata de pasar a la acción frenamos la iniciativa
revolucionaria de las masas, completamente
fundada.
¡Eso no puede-ser!
Los terroristas van a pensar que estamos como
cabras locas. La militarización está a la orden del
día. Hay que fomentar la energía y el carácter
masivo del terror contra los
contrarrevolucionarios, especialmente en
Petrogrado, donde el ejemplo debe resultar
decisivo.
¡Salud! Lenin.
PD. No os olvidéis de los destacamentos.
Aprovechad el triunfo en las elecciones. Si
Petrogrado envía diez o doce mil hombres a la
provincia de Tambov, a los Urales y a otros sitios,
se salvarán la revolución y la ciudad. Eso es
absolutamente seguro. La cosecha es descomunal,
hay que resistir todavía algunas semanas».
(Lenin, Sochinenia, t. 35, p. 275.)
DOCUMENTO 3
Decreto del Soviet de los Comisarios del Pueblo
sobre el Terror rojo.
5 de septiembre de 1918:
El Soviet de los Comisarios del Pueblo, tras
escuchar el informe del presidente de la Cheká
pan-rusa de lucha contra la especulación, la
contrarrevolución y el sabotaje, acerca de su
propia actividad, considera que, dada la situación,
resulta de absoluta necesidad que la seguridad de
la retaguardia quede garantizada por el Terror. Por
lo tanto, resulta indispensable que, a fin de
reforzar la actividad de la Cheká pan-rusa, se
integre en la misma al mayor número posible de
camaradas responsables del partido. Por esa
misma razón, con el fin de proteger la República
Soviética contra sus enemigos de clase, debemos
aislarlos en campos de concentración. Todas las
personas relacionadas con organizaciones de
guardas blancos, con conjuras o insurrecciones
deben ser fusiladas. Por último, resulta
indispensable publicar los nombres de todos los
fusilados y las causas de aplicación de la medida
que les atañe.
El comisario del pueblo para la Justicia: D.
Kursky.
El comisario del pueblo del Interior: G.
Petrovsky.
El secretario del Soviet de Comisarios del
Pueblo: Bonch-Bruyevich. (Izvestiia, n. 195, 10 de
septiembre de 1918.)
DOCUMENTO 4
El sistema de Terror de masas tuvo como una de
sus manifestaciones primeras y esenciales la
creación de una red de campos de
concentración.
Es necesario organizar una guardia especial de
hombres seleccionados, de toda confianza, para
llevar a cabo una campaña de Terror de masas
contra los kulaks, el clero y la Guardia Blanca.
Todos los sospechosos deben ser internados en un
campo de concentración fuera de la ciudad. La
expedición de castigo ha de partir inmediatamente.
Comunicad por telégrafo el cumplimiento de esta
orden.
Lenin, presidente del Consejo de Comisarios
del Pueblo.
(Orden de Lenin de 8 de agosto de 1918.)
DOCUMENTO 5
La práctica del Terror de masas incluía las
detenciones y fusilamientos en masa.
Se están advirtiendo con claridad preparativos
para un levantamiento de la Guardia Blanca en
Nizhni Novgorod. Tenemos que agrupar nuestras
fuerzas, implantar una troika dictatorial e instituir
de manera inmediata el Terror de masas; descubrir
y acosar a cientos de esas prostitutas que hacen
que los soldados se emborrachen, a los antiguos
oficiales, etc. No hay un minuto que perder. Se
trata de actuar con resolución: requisas masivas.
Ejecución por llevar armas. Deportaciones en
masa de los mencheviques y de otros elementos
sospechosos.
(Telegrama de Lenin al Soviet de Nizhni
Novgorod de 8 de agosto de 1918.)
DOCUMENTO 6
El Terror de masas significaba también las
ejecuciones ejemplarizantes y los fusilamientos
de rehenes.
11 de noviembre de 1918: Enviar a Penza a los
compañeros Kuraev, Bosh, Minkin y otros
comunistas de Penza.
¡Compañeros! La revuelta de cinco kulaks
debe ser reprimida sin compasión. El interés de
toda Revolución lo exige porque tenemos ahora
ante nosotros nuestra batalla final decisiva «con
los kulaks». Tenemos que dejar sentado un
ejemplo.
Tenéis que ahorcar (ahorcar sin falta, para que
todo el mundo lo vea) al menos a cien kulaks
notorios, a los ricos y a los chupasangres.
Publicad sus nombres.
Quitadles todo el grano.
Ejecutad a los rehenes —de acuerdo con el
telegrama de ayer.
Esto tiene que ser llevado a cabo de tal manera
que la gente que haya en centenares de millas a la
redonda lo vea, tiemble, sepa y grite: ahoguemos y
estrangulemos a esos kulaks chupasangres.
Telegrafiadnos acusando recibo y notificando
la ejecución de esto.
Lenin.
PD. Utilizad a vuestra gente más dura para
esto.
(Archivos soviéticos de la Biblioteca del
Congreso de Estados Unidos.)
DOCUMENTO 7
El Terror de masas implicaba asimismo la
adopción de medidas de represalia sobre
familiares.
Os ordené que establecierais la situación
familiar de los antiguos oficiales que hay entre el
personal con mando y que informarais a todos y
cada uno de ellos mediante un acuse informando
que la mala conducta o la traición provocará el
arresto de sus familias y que, por lo tanto, están
tomando sobre sí mismos la responsabilidad por
sus familias. Esa orden aún continúa en vigor.
Desde entonces se ha producido cierto número de
casos de traición cometidos por antiguos oficiales
pero en ninguno, hasta donde yo sé, ha sido
arrestada la familia del traidor, dado que no se ha
llevado a cabo evidentemente el registro de los
antiguos oficiales. Un comportamiento tan
negligente en relación con una cuestión tan
importante resulta totalmente intolerable.
(Telegrama de 28 de diciembre de 1918
dirigido por Trotsky al Consejo Militar
Revolucionario de Serpujov, TsGASA, f
33987,op. 2, d. 41,1. 62.)
DOCUMENTO 8
El sistema concentracionario creado por los
bolcheviques sería conocido en sus aspectos más
horribles al menos desde los años veinte.
El trabajo es la ocupación casi completa de los
desdichados forzados que, sean hombres o
mujeres, tienen que someterse al mismo hasta la
completa extenuación. Sólo hay un día de fiesta al
año, el Primero de Mayo, y algunos pocos días en
los que existe un descanso parcial como los
aniversarios de la muerte de Lenin, de la Comuna
de París y de la Revolución de 1917, etc.
[...] Aunque en Solovky se extenúa hasta ese
grado a los detenidos a fuerza de trabajos
incesantes y de lo más duro, no se debe pensar en
absoluto que el resultado obtenido está en
proporción con los esfuerzos empleados. Eso sería
conocer muy mal la administración soviética,
compuesta por personas tan ignorantes como
brutales. El lector debe empezar por hacerse a la
idea de que la administración soviética significa
sufrimientos, desorganización y ruina.
[...] en Solovky, los puñetazos y patadas, los
bastonazos son algo habitual y, por las razones más
estúpidas, los detenidos son enviados a los
calabozos: por una respuesta que no gusta a un
chekista, por retrasarse cuando lo llaman, por
«mala voluntad en el curso del trabajo». [...] El
ingreso en celdas se produce de manera
automática, sin ningún tipo de explicación, a
simple petición del chekista y, de forma inmediata,
se abre expediente contra el desdichado de turno
para quien se inicia entonces un periodo de
padecimiento añadido, [...] se ve obligado a
realizar trabajos todavía más onerosos que los
desarrollados por otros condenados, y la palabra
descanso tiene que desaparecer totalmente de su
pensamiento.
Acontece frecuentemente que si el desdichado,
agotado, hambriento, desesperado, llevado hasta el
límite de su resistencia, se ve incapaz de reprimir
una sola palabra de queja o de resistencia, se
encuentra con la respuesta de una bala de revólver.
¡Un cadáver más queda enterrado en la falda
de la colina de la muerte! Cadáver del que, al cabo
de algunas semanas, ya no se recordará ni el
nombre.
[...] Juzgando sin duda que no disponían
todavía de bastantes medios a su disposición para
torturar a los pobres presidiarios de Solovky, los
chekistas han inventado y puesto en funcionamiento
con espíritu demoníaco el suplicio de los
mosquitos que actualmente aplican lo mismo a
hombres que a mujeres.
Afortunadamente para los desdichados presos
de Solovky, el suplicio de los mosquitos sólo se
les puede ocasionar durante el breve periodo del
verano, durante el fuerte calor reinante entre las
once y las quince horas. [...] Del mismo modo que
la propia condena, la duración del castigo —que
por regla general varía de una a diez horas—
depende sólo del mal humor, de la fantasía, del
sadismo del verdugo que aplica esta terrible pena.
[...] El que está castigado al suplicio de los
mosquitos debe permanecer enteramente desnudo e
inmóvil, como una bala de paja que se tira a las
bestias. Ese desdichado queda cubierto de
mosquitos, que se convierten en una especie de
oscuro y asqueroso tejido vivo, que provoca
mordeduras sin descanso. Además tiene que
soportar el castigo hasta el final, en medio de un
dolor que no se detiene y de una tensión nerviosa
que alcanza el paroxismo, y que sólo consigue
reprimir por miedo al chekista [...]. Este largo
martirio dura no sólo días, sino semanas y muchos
mueren como consecuencia del mismo.
[...] para el invierno los chekistas han
inventado otra cosa: el suplicio de la torre fría.
[...] En este sitio se encierra a desgraciados
presidiarios, sobre cuyo cuerpo sólo se deja un
calzoncillo y una camisa, y así, durante tres, cuatro
o incluso ocho días, quedan expuestos a un frío
que puede llegar a superar los treinta grados bajo
cero. [...] Quien, agotadas las fuerzas, se agacha o
encoge, pronto sufre la congelación [...]. Es
preciso que lentamente y en virtud del frío la
muerte se apodere de sus víctimas.
[...] con frecuencia algunos detenidos me han
contado que los chekistas mataban simplemente
por lo que ellos consideraban rebelión, pero que
en realidad lo hacían para apoderarse de las
pertenencias de los reclusos. Muchas veces se
mataba y nadie se enteraba de ello.
[...] Dado que la tierra de Solovky está helada
en invierno, esto es, durante una parte muy
prolongada del año, la administración acostumbra
a ordenar que se caven, desde el mes de
septiembre, un número bastante de fosas para los
cuerpos que, presumiblemente, tendrán que ser
enterrados durante los meses de diciembre, enero,
febrero, marzo, abril y mayo. Como la nieve cubre
las fosas pronto, se tiene la precaución de colocar
encima restos de madera procedentes de la
serrería.
Ahora bien, en septiembre de 1924, y para un
número real de cerca de cinco mil prisioneros, se
ordenó preparar de la forma descrita mil fosas.
Es decir, que la administración del presidio
estimaba que, tan sólo en seis meses,
aproximadamente una quinta parte del número
total de reclusos pasaría de una u otra forma de
la vida a la muerte.
¡Es decir, una media anual del cuarenta por
ciento! (R. Duguet, París, 1927.)
DOCUMENTO 9
Al tener lugar la derrota electoral de 1933,
Azaña propuso a Diego Martínez Barrio el
fraude para mantener a la izquierda en el poder.
La entrevista fue un tanto penosa, desde el
momento que conocí el motivo que la provocaba.
Don Manuel Azaña estaba muy preocupado a
causa de la derrota de los partidos republicanos de
izquierda y la no disimulada irritación del Partido
Socialista. Ese estado de ánimo le inclinaba a la
propuesta de medidas rigurosas.
«Nosotros, los republicanos —decía—,
tenemos una gran mayoría de votos en el país,
como lo ha demostrado el recuento de la elección
del 19 de noviembre. Ciertamente, la aplicación
de la vigente ley electoral reduce nuestra
representación parlamentaria en dos tercios de su
volumen efectivo, pero la voluntad general no es
ésa. La distribución de los puestos de diputados se
aparta radicalmente de las cifras que arroja la
elección. Simple artilugio legal.
Por tanto, al constituirse la Cámara, se
destacará la voluntad del país, a menos que una
acertada previsión del gobierno decida evitarlo.
Los medios me parecen sencillos y serán eficaces
si se utilizan con rapidez. Suspender la reunión de
las Cortes, constituir otro ministerio, en el que
estén representadas todas las fuerzas de izquierda
y hacer una nueva consulta electoral».
Sin vacilar un instante dije que no podía
suscribir ni allanarme a tales propósitos. Las
elecciones se habían desarrollado normalmente; el
resultado, en cuanto a la legalidad de las
operaciones electorales, no había sido discutido
por nadie, y si la aplicación de la ley se revelaba
desfavorable a los partidos de izquierda, culpa de
ellos, pues habían presentado candidaturas
diversas frente a las homogéneas de los poderosos
núcleos de derechas. Añadí que saber perder era
nuestra obligación inmediata, mejor salida que
cualquier otra a esta situación desagradable, tanto
más que no tendría caracteres definitivos. El
porvenir la trocaría, sin duda, en beneficiosa para
la causa republicana.
(D. Martínez Barrio, Memorias, p. 211 ss.)
DOCUMENTO 10
Diego Martínez Barrio da testimonio de la
voluntad del PSOE de alzarse contra el
gobierno republicano desde la derrota electoral
de 1933.
La rebelión socialista empezó a gestarse el
mismo día que el Partido Socialista abandonó el
poder. No disimuló su propósito ni su intento; la
dirección del Partido Socialista Obrero se sintió
agraviada porque en la crisis del 17 de septiembre
de 1933 pasó el poder político de manos del señor
Azaña a manos del señor Lerroux e
inmediatamente —ninguno de vosotros pensará
que la totalidad de los hombres del Partido
Socialista; yo no lo creo tampoco—,
inmediatamente una parte de esos hombres se
lanzó a la tarea de preparar un movimiento
revolucionario. Presidente del Consejo de
Ministros yo, hube de discutir con el señor Prieto,
el cual, contestando a unas manifestaciones que
habían salido de los bancos de la derecha, indicó
ya el propósito futuro de apelar a la violencia
contra los poderes del Estado. ¿Qué le dije?
Perdonad, señores, que relea el texto que, aún
cuando está en el Diario de sesiones, interesa a la
demostración de mi tesis que de nuevo vuelva a
tener constancia:
«Si yo estuviera aquí (refiriéndome al banco
azul), si la mala ventura me tuviera aquí en un
momento en que cualquier parte del pueblo se
levantase contra la ley, yo no miraría quiénes eran
los rebeldes; me bastaría saber que lo eran para
aplicarles, dura, enérgica y estrictamente la
sanción. Nada más tengo que decir, porque algunas
manifestaciones del señor Prieto, en nombre de la
minoría socialista, que se rozan con mi gestión, las
considero injustas. En momento oportuno las
liquidaré. No quiero dar a Su Señoría, ni quiere
dar el gobierno, pretexto ni razón de orden moral
alguna para que se coloquen en actitud de
violencia. Queremos ver a todos los partidos de la
República dentro de la legalidad de la República,
conquistando la voluntad popular para afianzar la
obra realizada o para agrandarla. Fuera de la
legalidad de la República, no. Con el mismo
sombrío ardimiento que trajeron Sus Señorías al
mandamiento de la ley a los que atacaron a la
República en otra ocasión, tendríamos que hacerlo
nosotros; y, además, con un gran dolor, porque
puede llegar el instante, señor Prieto, que
nuevamente, para resistir las fuerzas ocultas que en
la sociedad quieren trocar el curso progresivo,
tengamos que coincidir, y a mí me dolería haber
sido la voz de serenidad que hubiera tenido que
traer a Sus Señorías, con más o menos violencia,
al campo de la legalidad».
¿Meras palabras? No, señores diputados, no.
Paralelamente a las palabras, los actos.
(Idem, 254.)
DOCUMENTO 11
El PSOE propugna la insurrección armada para
conquistar el poder que no ha podido obtener en
las urnas. El texto debido a un miembro
histórico del PSOE muestra cómo el socialismo
español seguía la línea revolucionaria en lugar
de la reformista de otros partidos socialistas
europeos.
¿Cuál fue la actitud del Partido Socialista ante
la nueva situación política planteada por las
Cortes vaticanistas y los gobiernos del Partido
Radical? De un lado habían llegado a su
concreción madura y firme los amagos
bolcheviques que tuvieron su primer brote sensible
en la Escuela de Verano de 1933, que se habían
convertido en unánime consigna de la inmensa
mayoría del proletariado socialista. Al frente de
este irresistible impulso de opinión obrera figura
Francisco Largo Caballero, resueltamente
partidario de aceptar la insurrección armada para
apoderarse del poder. La propaganda de estos
medios expeditivos causaba entusiasmo ciego
entre las masas, seguras de encontrar su redención
por tan seguros procedimientos.
(G.M. de Coca, Anticaballero, Madrid, 1936,
p. 128.)
DOCUMENTO 12
Una de las primeras medidas de los sublevados
en octubre de 1934 contra el gobierno
republicano fue la creación de un Ejército Rojo.
Hacemos saber: Desde la aparición de este
bando queda constituido el Ejército Rojo,
pudiendo pertenecer a él todos los trabajadores
que estén dispuestos a defender con su sangre los
intereses de nuestra clase proletaria. Este Ejército
quedará compuesto y se dirigirá en la forma
siguiente:
1.º Todos los que hayan cumplido los
dieciocho años hasta los treinta y cinco pueden
inscribirse al Ejército Rojo.
2.º Una vez ingresados en filas tendrán que
observar una férrea disciplina.
3.º Las deserciones o desobediencias al mando
serán castigadas con severidad.
4.º Quedan excluidos de pertenecer al Ejército
Rojo aquéllos que hayan pertenecido a la clase
explotadora.
El aplastamiento de los
contrarrevolucionarios, la conservación de
nuestras posiciones exige tener un Ejército
invencible, aguerrido y valiente para edificar la
sociedad socialista.
Nota: todos los días desde las ocho de la
mañana queda abierta la oficina de inscripción en
las dependencias del Ayuntamiento.
DOCUMENTO 13
El último manifiesto del Comité revolucionario
de Asturias señala su fe en la dictadura del
proletariado y en la ayuda de la URSS.
¡Proletarios todos, obreros y campesinos!
Nuestra revolución sigue su marcha
ascendente. De esta realidad que nadie se aparte.
De nuestra potencia es un exponente la
debilidad de las fuerzas enemigas acusadas en los
procedimientos asesinos que emplean en la lucha,
penetrando en las casas de Oviedo, en los hogares
pobres y degollando con la gumía de uso en las
cabilas del Rif, seres inocentes, niños en presencia
de sus madres, provocando la locura de estas
mártires por muchos conceptos, para luego
rematarlas con fruición demoníaca.
¡Obreros! ¡En pie de guerra! ¡Se juega la
última carta!
Nosotros organizamos sobre la marcha el
Ejército Rojo. El servicio obligatorio con la
incorporación a filas de todos los hombres desde
los diecisiete a los cuarenta años. Todos a sumarse
a la revolución. Aquél que no sea apto para el
frente tendrá su destino en los comités
organizadores o en servicios complementarios.
Lo repetimos: en pie de guerra. ¡Hermanos!, el
mundo nos observa. España, la España productora,
confía su redención a nuestros triunfos. ¡Que
Asturias sea un baluarte inexpugnable!
Y si su Bastilla fuera tan asediada, sepamos
antes de entregarla al enemigo, confundir a éste
entre escombros, no dejando piedra sobre piedra.
Rusia, la patria del proletariado, nos ayudará a
construir sobre las cenizas de lo podrido el sólido
edificio marxista que nos cobije para siempre.
Adelante la revolución. ¡Viva la dictadura del
proletariado!
Dado hoy, 16 de octubre de 1934. (Dado en
Sama).
DOCUMENTO 14
El PCE señala su pasión por la dictadura del
proletariado y por la URSS.
Escritos están en nuestras banderas todos los
anhelos y aspiraciones de las masas populares en
la hora presente: en cabeza la amnistía para
nuestros presos, la exigencia de responsabilidades
para los causantes de innumerables e irreparables
daños al pueblo laborioso de España; la inmediata
reposición de todos los represaliados de octubre.
En síntesis, todas las necesidades, todas las ansias
de los obreros, de los campesinos y del pueblo
laborioso constituyen nuestro programa de acción,
unido a la defensa tenaz de la política de paz y de
las victorias históricas de la Unión Soviética.
Somos, interesa remarcarlo, entusiastas y
convencidos partidarios de los soviets,
conscientes propugnadores de la dictadura del
proletariado. Y es con nuestra fisonomía jamás
velada de comunistas, de bolcheviques, con la que
hemos declarado, y nos ratificamos hoy, estar
dispuestos a marchar unidos a todas las fuerzas de
izquierda, a todos los demócratas sinceros, a todos
los que prefieran la luz del progreso a la negra y
sangrienta noche del fascismo.
DOCUMENTO 15
El Partido Comunista anuncia su voluntad de
unificación de las izquierdas para llegar a la
revolución que implante la dictadura del
proletariado en España.
Mitin de José Díaz, secretario del PCE, el 2 de
junio de 1935 en el Monumental Cinema de
Madrid:
Camaradas: nosotros estamos persuadidos de
que nos incumbiría una gran responsabilidad ante
las masas y ante la Historia si dejáramos pasar
estos momentos sin hacer cuantos esfuerzos y
sacrificios fueran necesarios para lograr la unidad
de todas las fuerzas antifascistas y por nosotros no
ha de quedar. Estamos seguros de que tendremos a
nuestro lado a todas las masas antifascistas de
España en este empeño revolucionario. Y lo
mismo que antes lo hemos hecho por medio de una
carta, hoy, desde aquí, quiero yo hacer un
llamamiento, en nombre del Partido Comunista, al
Partido Socialista, a los anarquistas y
sindicalistas, a los republicanos de izquierda y a
todos los antifascistas. Vosotros, muchos de los
que aquí habéis venido, sois militantes o
simpatizantes de estos partidos, y por tanto
queremos que seáis portadores de este
llamamiento para que la unión se realice cuanto
antes. Nosotros, Partido Comunista, luchamos y
lucharemos siempre por la realización de nuestro
programa máximo, por la implantación del
gobierno obrero y campesino de España, por la
dictadura del proletariado en nuestro país.
Ahora bien; en estos momentos de graves
peligros que amenazan a los trabajadores con el
fascismo, dueño de resortes principales del
Estado, nosotros declaramos que estamos
dispuestos a luchar unidos a todas las fuerzas
antifascistas sobre la base de un programa mínimo
de obligatorio cumplimiento para todos los que
formen en la concentración popular antifascista.
Un programa que hay que comprometerse a
realizar ante vosotros, ante todas las masas
populares del país. Nosotros no hacemos pactos a
espaldas de las masas». [Aplausos]
DOCUMENTO 16
Largo Caballero señala en la campaña electoral
de 1936 cómo la intención del PSOE es seguir
un programa marxista revolucionario.
Yo no estoy arrepentido de nada,
absolutamente de nada. Declaro paladinamente
que, antes de la República, nuestro deber era traer
la República; pero establecido este régimen,
nuestro deber es traer el socialismo. Y cuando
hablamos de socialismo, no nos hemos de limitar a
hablar de socialismo a secas. Hay que hablar de
socialismo marxista, de socialismo
revolucionario. Hay que ser marxista y serlo con
todas las consecuencias. [...]
A nadie puede sorprender que a la lucha
electoral la clase trabajadora vaya en alianza con
los republicanos de izquierdas, pero quede bien
aclarado aquí que nosotros no hipotecamos nuestra
ideología ni nuestra libertad de acción para el
porvenir. No creo que nadie nos lo exija. Vamos a
la lucha en coalición con los republicanos con un
programa que no nos satisface. Pero hay que
conseguir la amnistía, aunque tengo la convicción
de que, si las izquierdas no triunfan en las
elecciones, la clase trabajadora sabrá imponer la
concesión de la amnistía al gobierno que venga sea
el que sea. Nosotros queremos dar la batalla a la
reacción, porque creemos que así conviene para
los intereses de la clase trabajadora. La lucha será
difícil. Tenemos que evitar la implantación del
fascio por todos los medios. Ahora, por el medio
legal; en octubre lo hicimos de otra manera.
Tenemos la obligación de ir decididamente a la
lucha. No desmayéis porque en el programa
electoral pactado con fuerzas afines no veáis
puntos esenciales. [...] Después del triunfo, y
libres de toda clase de compromisos, tendremos
ocasión de decir que nosotros seguimos nuestro
camino sin interrupción, y el logro de nuestros
ideales no lo puede impedir nadie, por muchas
fuerzas que haya en manos de las clases
capitalistas, por muchos cañones y muchas
ametralladoras y muchos fusiles que tengan. La
clase trabajadora sabrá aprovechar el momento
más oportuno para imponer la victoria marxista.
DOCUMENTO 17
El socialista Largo Caballero propugna la
guerra civil como forma de acción del PSOE en
la campaña electoral de febrero de 1936.
Mundo Obrero, 3 de febrero de 1936.
Tenemos que unirnos contra la clase
burguesa». Nos dicen —manifiesta Caballero—
que hay que defender la Patria, pero para ello se
necesita un proletariado sano. El verdadero
patriotismo está en desarrollar la economía y la
industria nacional, no en provecho de una minoría
sino en provecho de la colectividad. Por encima
de críticas y de todo, hemos de unirnos contra la
clase reaccionaria y aunque en ciertos momentos
nos unamos a otros elementos sin renunciar a
nuestra independencia política como en las luchas
del día 16 que se presenta en dos frentes; de un
lado la reacción... [¡Los del estraperlo! gritan del
pueblo] Cuando yo hablaba de la reacción los
comprendía a todos —contesta Caballero: —
[Grandes aplausos], y del otro, los que quieren
contener a esta reacción.
Comunistas y socialistas unidos a los
republicanos hemos firmado un pacto que no nos
satisface pero a pesar de ello hemos de cumplirlo
todos y el día 16 a votar, pase lo que pase en el
acoplamiento de candidatos y vaya quien vaya en
las candidaturas. [Aplausos]
Indudablemente, después, hemos de seguir
nuestro camino. Pero, ¿qué sucedería si triunfaran
las derechas? [Una voz: ¡La revolución!]
Las derechas me acusan de que yo preparo la
guerra civil. Yo tengo que decir aquí que cuando
yo he dicho que hay que responder con la guerra
civil es contestando a sus amenazas de pasquines y
prensa que dicen que van a exterminar al
marxismo, y esto será imposible porque nosotros...
[La ovación impide oír las últimas frases. Vivas y
gritos; el público puesto en pie y con el puño en
alto, acoge estas palabras...]. Todo esto lo hacen
para atemorizar a la clase media, presentándonos
como salvajes, porque decimos la verdad
respondiendo a esas gentes y les advertimos de
que no hablamos por hablar, sino que cumplimos
nuestra palabra. [Ovación]
En el Parlamento, puestos en jarras, nos
decían: ¿por qué no la hacéis mañana?, creyendo
que era sólo palabrería. Pero hemos demostrado
que no somos como ellos; que si se atreven a
poner en práctica sus propósitos, les cerraríamos
una vez más el paso, puesto que necesitan para sus
manejos fascistas a la clase obrera, y ésta, a pesar
del soborno, no la conseguirían si algunos
elementos no realizan una doble traición.
Pero si desde las alturas, á pesar de todo, se
realizase una nueva traición, no será al rescate de
la República sólo a lo que habrá que ir, sino a algo
más. [Gran ovación]
DOCUMENTO 18
El socialista Largo Caballero recibe el apoyo de
Moscú por su apoyo a la sublevación de 1934
contra el gobierno de la República.
Claridad, 30 de enero de 1936.
«Nuestros refugiados en la URSS. Carta
abierta al camarada Francisco Largo Caballero».
Sabemos, camarada Largo Caballero, que es
usted contrario a toda clase de adhesiones de tipo
personal. Pero no perdemos de vista que cuando
un hombre significa, representa una línea política
determinada, los que como él piensan tienen que
agruparse en derredor suyo, no por «caudillismo»,
sino porqúe las normas políticas, cuando son
realidades, encarnan siempre en hombres. Este es
el caso de usted y el nuestro. En usted está la
representación más viva y consecuente del
movimiento revolucionario proletario español,
dentro de nuestro partido. Usted representa las
esencias más gloriosas de los combates de
octubre, que han cambiado el rumbo del
proletariado español, que han levantado una valla
infranqueable al fascismo vaticanista y han dado
un ejemplo a los oprimidos del mundo entero,
uniendo a los trabajadores de todas las tendencias.
Usted representa la asimilación más certera de las
lecciones de estas jornadas históricas, con su
decisión inamovible de unir en un solo haz a todos
los trabajadores revolucionarios de España desde
la central sindical única a un único partido de
clase. Representa usted asimismo la lucha por la
unidad de nuestro partido, la verdadera unidad, no
la hipócrita y fingida, la que nace de la férrea
compenetración de todos sus elementos en los
problemas fundamentales y en el cumplimiento
estricto de los acuerdos que emanen de una
dirección democrática y centralizada, cauce de la
voluntad verdadera de las masas y no del
ensamblaje artificial con núcleos de los que
ideológicamente estamos tan separados como los
oprimidos de los opresores.
Luchar contra la línea política de que es usted
exponente es luchar —aunque no se quiera decir
abiertamente— contra la línea de octubre,
continuando la trayectoria lógica de quienes
primero la entorpecieron y luego la torpedearon.
Esto es lo que usted representa para nosotros y
para los trabajadores revolucionarios de España y
nosotros, que sólo le seguimos porque pensamos
como usted, queremos que se ventile, y cuanto
antes, la lucha, clara y eficaz, contra los odiosos
reformismo y centrismo. No pueden seguir
conviviendo con nosotros quienes, por naturaleza,
son impunistas. Los que no son partidarios y sí
adversarios del esclarecimiento de los hechos y la
depuración de conductas, los que huyen del ajuste
riguroso de cuentas y quieren echar sobre todo lo
ocurrido la tapadera piadosa del «aquí no ha
pasado nada», como entre buenos compadres, no
tienen nada que hacer en un partido que se precia
de revolucionario, que forja sus armas para la
batalla, y deben ir a cumplir su misión histórica al
campo de la burguesía.
Constantemente venimos viendo a estos
intrusos de la política de clase disfrazarse de
revolucionarios. La última moda de este disfraz
consiste en declararse amigos de la Unión
Soviética. Cuando lo dicen, ¿es que han llegado a
convencerse al fin de lo que no supieron ver en la
época heroica de la URSS?
No, es que hoy, para ser enemigo de la Unión
Soviética, en el campo obrero, se necesita más
valor que para ser su amigo. Los trabajadores la
consideramos como patria de nuestra clase, y
quienes la ataquen serán considerados como
nuestros enemigos. Convencidos centristas y
reformistas de esta verdad ostensible, de esta
indiscutible realidad, no combaten abiertamente a
la URSS: públicamente se pronuncian por ella,
aunque en privado no se cansen de decir —como
han dicho algunos caracterizados líderes— que
aquí no hay nada que aprender, y consecuentes con
tal criterio, sin sentir la menor inquietud por lo que
atrae y sugestiona hasta a los burgueses sin disfraz,
se van a estudiar la futura construcción del
socialismo a su «meca», a Bélgica, al feudo del
«patroncito», como cariñosamente dicen que le
llaman, según divulgaba uno de sus apologistas.
No más farsas. Hay que hacer comprender a
los trabajadores, cama- rada Largo Caballero, la
verdad. Una verdad muy íntimamente relacionada
con nuestra lucha revolucionaria propia. El ser
amigo y partidario de lo que aquí se hace no es una
frase, es una conducta, una posición política.
Quienes no son partidarios de la depuración del
partido, quienes consideran poco menos que un
insulto ser llamados bolcheviques y desatentada la
aspiración de serlo, quienes nada creen tener que
aprender en el único país donde se construye el
socialismo y lo aprenden todo en los países
capitalistas no son revolucionarios ni amigos de la
URSS. La Unión Soviética es un régimen para cuya
implantación y para cuya obra constructiva
revolucionaria hubo de forjarse precisamente un
partido limpio de todas las taras y abroquelado
contra todas las claudicaciones que llevan en su
sangre los centristas y los reformistas de todos los
países. Quien diga que quiere la revolución y que
es, por tanto, partidario de la URSS y apetece un
régimen semejante, es decir, el régimen de la
dictadura del proletariado, para España, y no se
disponga a crear un instrumento indispensable para
la lucha, el partido del proletariado, un partido de
clase sin la menor amarra de colaboración con la
burguesía ni con sus agentes, ni es revolucionario
ni amigo auténtico de la URSS, pues la revolución,
la Unión Soviética y la línea política bolchevique
son indivisibles. Esta es la verdad; lo demás,
vacua charlatanería.
Tales son las razones a que obedece nuestra
solidaridad con usted y que nos mueven a dirigirle
esta carta abierta de adhesión. Para que sepa en
todo momento con quiénes cuenta usted, y en usted,
la línea revolucionaria sin cortapisas, y quiénes
estamos dispuestos a seguirle y apoyarle en la
actitud de integridad revolucionaria adoptada por
usted frente a los manejos impunistas que, al
parecer, han encontrado eco en la mayoría del
Comité Nacional, actitud en la que le siguen
revolucionarios sinceros y nuestra magnífica
juventud, y en la que puede estar seguro de que
tiene con usted a toda la masa del partido, a todo
el proletariado revolucionario y a todos los
millones de enemigos del fascismo y de la
reacción en nuestro país.
Siempre de la dictadura del proletariado:
Vorochilovgrado, enero de 1936.
Moscú, enero 1936,- Firmado: de Asturias:
Ruperto García, Lucio Losa, Arcadio González,
Félix Casero, Luis Camblor, Rodolfo González,
Joaquín García, José González, Nicasio González,
Secundino Pozo y Victorino Cuadrado; de
Guipúzcoa: Gerardo Ruiz, Luis Bermejo, Javier
Salinas, Pedro Gallástegui, Enrique de Francisco y
José Altuna; de Navarra: Benito Mercapide; de
Logroño: Martín Yerro; de Albacete: Antonio
Iturrioz; de Valladolid: Víctor Valseca; de Vizcaya:
Tomás Vivanco; de Madrid: José Lain, Adalberto
Salas, Margarita Nelken y Virgilio Llanos.
DOCUMENTO 19
El presidente de la República Niceto Alcalá
Zamora equipara la toma del poder por el
Frente Popular en febrero de 1936 con un golpe
de Estado.
A pesar de los refuerzos sindicalistas, el
Frente Popular obtenía solamente un poco más,
muy poco, de 200 actas, en un Parlamento de 473
diputados. Resultó la minoría más importante pero
la mayoría absoluta se le escapaba. Sin embargo,
logró conquistarla consumiendo dos etapas a toda
velocidad, violando todos los escrúpulos de
legalidad y de conciencia.
Primera etapa: desde el 17 de febrero, incluso
desde la noche del 16, el Frente Popular, sin
esperar el fin del recuento del escrutinio y la
proclamación de los resultados, la que debería
haber tenido lugar ante las Juntas provinciales del
Censo en el jueves 20, desencadenó en la calle la
ofensiva del desorden, reclamó el Poder por
medio de la violencia. Crisis: algunos
gobernadores civiles dimitieron. A instigación de
dirigentes irresponsables, la muchedumbre se
apoderó de los documentos electorales: en muchas
localidades los resultados pudieron ser
falsificados.
Segunda etapa: conquistada la mayoría de este
modo, fue fácilmente hacerla aplastante. Reforzada
con una extraña alianza con los reaccionarios
vascos, el Frente Popular eligió la Comisión de
validez de las actas parlamentarias, la que
procedió de una manera arbitraria. Se anularon
todas las actas de ciertas provincias donde la
oposición resultó victoriosa; se proclamaron
diputados a candidatos amigos vencidos. Se
expulsaron de las Cortes a varios diputados de las
minorías. No se trataba solamente de una ciega
pasión sectaria; hacer en la Cámara una
convención, aplastar a la oposición y sujetar el
grupo menos exaltado del Frente Popular. Desde el
momento en que la mayoría de izquierdas pudiera
prescindir de él, este grupo no era sino el juguete
de las peores locuras.
Fue así que las Cortes prepararon dos golpes
de Estado parlamentarios. Con el primero, se
declararon a sí mismas indisolubles durante la
duración del mandato presidencial. Con el
segundo, me revocaron. El último obstáculo estaba
descartado en el camino de la anarquía y de todas
las violencias de la guerra civil.
DOCUMENTO 20
El Frente Popular decreta la amnistía de los
sublevados contra el gobierno republicano en
octubre de 1934.
A propuesta del presidente del Consejo de
Ministros, formulada con sujeción a lo prevenido
en los artículos 62 y 80 de la Constitución, y por
acuerdo unánime del gobierno, vengo en
autorizarle para presentar a la Diputación
Permanente de las Cortes un proyecto de Decreto-
ley de amnistía para los penados y encausados por
delitos políticos y sociales, incluyendo en ella a
los concejales de los Ayuntamientos del País
Vasco condenados por sentencia firme.
Dado en Madrid, a 21 de febrero de 1936
Niceto Alcalá Zamora y Torres
DOCUMENTO 21
Proyecto de medidas gubernamentales del
Frente Popular.
Confiscación de todas las tierras que no estén
en poder de campesinos, para que las trabajen
individual y colectivamente. Anulación de las
deudas de campesinos, aumentos de salarios,
reducción de jornada del trabajo. Nacionalización
de empresas, bancos y ferrocarriles. Liberación de
los pueblos oprimidos: Cataluña, Vizcaya, Galicia
y Marruecos. Supresión de la Guardia Civil y de
Asalto. Armamento del pueblo. Supresión del
Ejército permanente y liquidación de jefes y
oficiales; elección democrática de los jefes por
los soldados. Alianza fraternal con la Unión
Soviética.
DOCUMENTO 22
El Frente Popular inicia al llegar al poder la
depuración de los cuerpos de seguridad.
Por acuerdo del Consejo de Ministros y a
propuesta del de la Gobernación, vengo a decretar
lo siguiente:
Artículo 1.º - Se crea para el personal de
generales, jefes, oficiales y suboficiales de los
Cuerpos de la Guardia Civil y Seguridad, y para
los funcionarios de todas las categorías del
Cuerpo de Vigilancia, una nueva situación de
actividad, que se denominará «disponible
forzoso».
Artículo 2.º - El pase a la situación de
disponible forzoso se ordenará libremente por el
ministro de la Gobernación. Los disponibles
forzosos devengarán únicamente el sueldo de su
empleo o categoría y los emolumentos de carácter
personal, con exclusión de los que se perciben por
razón de servicio o residencia.
Artículo 3.º - El personal de los Cuerpos de la
Guardia Civil, Seguridad y Vigilancia que pase a
situación de disponible forzoso, permanecerá en
ella mientras el ministro de la Gobernación no
ordene su vuelta al servicio.
Dado en Madrid a 21 de marzo de 1936.
Niceto Alcalá Zamora y Torres
El ministro de la Gobernación
Amos Salvador Carreras
DOCUMENTO 23
Las fuerzas del Frente Popular proclaman que
la victoria de febrero de 1936 es una
continuación del alzamiento de octubre de 1934.
El triunfo del 16 de febrero ha sido motivado
por el movimiento de octubre; la destitución del
presidente ha sido ocasionada por el movimiento
de octubre, y todo está girando hoy alrededor del
movimiento de octubre. Que no nos vengan
diciendo que se ha logrado el triunfo
exclusivamente legal, porque no es cierto. Si no
hubiera habido un 4 de octubre, no habría llegado
el 16 de febrero y ni siquiera estarían en el Poder
los republicanos de izquierda [...]. Hay que hacer
ver a esos elementos, a las derechas y a las
izquierdas, que la situación actual de nuestro país
se debe al sacrificio de la clase trabajadora en
octubre...
DOCUMENTO 24
Stalin indica a Largo Caballero cómo debe
llevarse a cabo la revolución en España
disimulando el carácter revolucionario del
régimen.
1. Convendría dedicar atención a los
campesinos, que tienen gran peso en un país
agrario como es España. Sería de desear la
promulgación de decretos de carácter agrario y
fiscal que dieran satisfacción a los intereses de los
campesinos. También resultaría conveniente
atraerlos al Ejército y formar en la retaguardia de
los Ejércitos fascistas grupos de guerrilleros
formados por campesinos. Los decretos en su
favor podrían facilitar esta cuestión.
2. Sería conveniente atraer al lado del
gobierno a la burguesía urbana pequeña y media o,
si acaso, darle la posibilidad de que siga una
acritud de neutralidad que favorezca al gobierno,
protegiéndola de los intentos de confiscación y
asegurando en lo posible la libertad de comercio.
De lo contrario, estos sectores seguirán a los
fascistas.
3. No hay que rechazar a los dirigentes de los
partidos republicanos sino que, por el contrario,
hay que atraerlos, acercarlos y asociarlos al
esfuerzo común del gobierno. Particularmente
resulta necesario asegurar que Azaña y su grupo
apoyen al gobierno, haciendo todo lo posible para
acabar con sus vacilaciones. Esto también resulta
necesario para evitar que los enemigos de España
vean en ella una república comunista y evitar así
su intervención declarada, lo que constituye el
peligro más grave para la España republicana.
4. Se debería hallar la ocasión para declarar
en la prensa que el gobierno de España no tolerará
que nadie atente contra la propiedad y los
legítimos intereses de los extranjeros en España,
de los ciudadanos de los países que no apoyan a
los alzados.
Un saludo fraternal,
Stalin, Molotov y Voroshílov
21 de diciembre de 1936 N. 7.812
DOCUMENTO 25
Stepánov atribuye al PCE la represión de la
retaguardia madrileña a inicios de noviembre de
1936.
En septiembre y octubre la mayoría de los
miembros del partido, incluyendo José Díaz y
Dolores, estaban en el frente. Cuanto más se
acercaban a Madrid los Ejércitos enemigos, mayor
era el número de comunistas en primera línea.
Además, tiene lugar la movilización militar de
mujeres del partido. El 14 de octubre Pasionaria
lanza la consigna «Más vale ser viuda de héroe
que mujer de cobarde»; la consigna tuvo tanto
impacto que movilizó a las mujeres para impedir
que los milicianos fugitivos y asustados huyeran.
El 14 de octubre se dirige el telegrama del CC del
PCE al cama- rada Stalin y la respuesta del
camarada Stalin, respuesta que conocen de sobra
todos los españoles, del más joven al más viejo.
Quince días antes de la ruptura del frente del Tajo
el Partido Comunista exige, persuade y convence
de la necesidad de construir fortificaciones y
trincheras para facilitar la defensa de Madrid. No
escuchan al partido. Acusan al partido de
«pesimismo» y de «sembrar el pánico». El
enemigo está a las puertas de Madrid. En tres días,
4, 5 y 6 de noviembre, el partido lleva a cabo de
manera inesperada una intensa campaña de
movilización de la población madrileña para
defender Madrid. Toma la decisión de enviar a los
comunistas al frente en 24 horas. De 23.000
militantes del partido son enviados al frente
21.000. Los comunistas entusiasmaron a las masas
con su movilización. Fue entonces cuando el
general fascista Mola dijo que, además de las
cuatro columnas de Ejército que avanzaban sobre
Madrid, existía una quinta columna, que se
encontraba en el propio Madrid, que asestaría el
golpe decisivo a la ciudad. En ese momento el
Partido Comunista comprendió su importancia,
sacó sus conclusiones y llevó a cabo en un par de
días todas las operaciones necesarias para limpiar
Madrid de quintacolumnistas. Esta operación de
«limpieza» contribuyó a la salvación de Madrid en
no menor medida que la lucha a las puertas de la
ciudad.
(Informe Stepánov.)
DOCUMENTO 26
Stepánov informa de la división en el bando
frentepopulista y señala a los enemigos del
PCE: poumistas, anarquistas y masones.
Asimismo atribuye a Santiago Carrillo la
represión del otoño de 1936.
Durante la operación de Brúñete, con
posterioridad y durante la operación de Belchite,
los anarcosindicalistas llevaron a cabo una
verdadera campaña de provocación contra el
gobierno y contra el Partido Comunista; además,
tuvieron como consejeros militares a Guarner y
Asensio. Entre los caballeristas y los
anarcosindicalistas se concluyó evidentemente un
acuerdo de acción conjunta. Defendieron a los
poumistas, llevaron a cabo una campaña a su favor
en la prensa y enviaron un memorándum especial
en favor de los poumistas a los miembros del
gobierno y a las direcciones de todos los partidos
y, también a todas las redacciones de los
periódicos. Se multiplicaron los escándalos del
poder judicial. Por orden directa del ministro de
Justicia, Irujo, el poder judicial puso en libertad a
miles de fascistas que estaban en las cárceles. Y,
por el contrario, arrestaron a una serie de
comunistas (vbg. En Murcia), provocaron la
persecución judicial contra muchos comunistas
(incluso también contra Carrillo, secretario
general de las Juventudes Socialistas Unificadas)
por la represión arbitraria de fascistas en otoño de
1936. Estos escándalos fueron presentados como
«normalización del orden público». No menos
escándalos se produjeron en Gobernación. Los
órganos policiales sabotearon directamente los
arrestos de los dirigentes poumistas,
desenmascarados documentalmente por espionaje
y labor fraccionaria. (Sobre los poumistas y el
proceso contra los poumistas véase el apartado
especial). A causa de los escándalos de la Justicia
y de la Policía, el Partido Comunista se vio
obligado a iniciar una campaña pública pidiendo
el cese y la sustitución del ministro del Interior
Zugazagoitia, y de Irujo.
La campaña para buscar un mediador
internacional y llegar a una paz pactada se llevó a
cabo de manera especial e insistente en el
extranjero. Hay una gran presión de los masones
franceses: Chautemps, Delbos, Dormoy, Blum y
otros. Hay presiones de Sitrin y Cébenles. Hubo un
viaje especial a España de De Brucker con la
misión de favorecer la paz pactada. Dentro del
país apoyan la mediación: Azaña y gran parte de
los republicanos de izquierda, Martínez Barrio y
una parte de sus seguidores, Prieto, Besteiro,
Caballero y sus seguidores, una parte importante
de la oficialidad que pertenecía a la masonería, el
partido de Ezquerra de Cataluña (Companys,
Tarradellas, Casanova y otros), y los nacionalistas
vascos.
Esta campaña comienza a encontrar el rechazo
de los trabajadores (famélicos), del campesinado,
de la pequeña burguesía urbana y en parte del
Ejército (en los frentes pasivos).
El Partido Comunista fue el único partido que
reaccionó enérgicamente contra la campaña en
favor del «acuerdo». El fuego del pleno de
noviembre del CC del Partido Comunista (1937)
concentró precisamente contra el «acuerdo». El
Partido Comunista consiguió con el tiempo frustrar
los planes de los partidarios de la mediación y del
acuerdo.
(Informe Stepánov.)
DOCUMENTO 27
Dimitrov atribuye a Santiago Carrillo las
matanzas de presos realizadas en Madrid.
[...] Pasemos ahora a Irujo. Es un nacionalista
vasco, católico. Es un buen jesuíta, digno
discípulo de Ignacio de Loyola. Estuvo implicado
en el escándalo bancario Salamanca-Francia.
Actúa como un verdadero fascista. Se dedica
especialmente a acosar y perseguir a gente humilde
y a los antifascistas que el año pasado trataron con
brutalidad a los presos fascistas en agosto,
septiembre, octubre y noviembre. Quería detener a
Carrillo, secretario general de la Juventud
Socialista Unificada, porque cuando los fascistas
se estaban acercando a Madrid, Carrillo, que era
entonces gobernador, dio la orden de fusilar a los
funcionarios fascistas detenidos. En nombre de la
ley, el fascista Irujo, ministro de Justicia del
gobierno republicano, ha iniciado una
investigación contra los comunistas, socialistas y
anarquistas que trataron con brutalidad a los
presos fascistas. En nombre de la ley, ese ministro
de Justicia puso en libertad a cientos y cientos de
agentes fascistas detenidos o de fascistas
disfrazados. En colaboración con Zugazagoitia,
Irujo está haciendo todo lo posible e imposible
para salvar a los trotskystas y sabotear los juicios
que se celebran contra ellos. Y hará todo lo que
pueda para que sé les absuelva. Este mismo Irujo
estuvo en Cataluña en los últimos días con su jefe
Aguirre, el famoso presidente de la famosa
república vasca. Mantuvieron reuniones secretas
con Companys para preparar la separación de
Cataluña de España. Están intrigando en Cataluña
donde afirman: os espera el mismo destino que a
la nación vasca; el gobierno republicano sacrificó
a la nación vasca y también sacrificará a Cataluña.
DOCUMENTO 28
Stepánov censura la labor humanitaria de
Melchor Rodríguez deteniendo las matanzas de
Paracuellos.
Melchor Rodríguez, anarquista. Antiguo
director de las prisiones republicanas. De este
sujeto que se pasea libremente por las calles de
Madrid con los fascistas, el diario fascista Ya de
21 de abril de 1939, a la vez que insertaba una
foto suya, afirmaba: «Melchor Rodríguez que,
desde su puesto de director de Prisiones de la
región del Centro, defendió valientemente a miles
de nacionales encerrados en las cárceles rojas». Y
después se incluye la siguiente entrevista:
—¿Por qué Vd., siendo anarquista, salvó la
vida a tantos nacionales en el periodo rojo?
—Simplemente era mi deber. Siempre me vi
reflejado en cada preso. Cuando me encontraba en
la cárcel, pedí protección a los monárquicos, a los
derechistas, a los republicanos... a aquéllos que se
encontraban en el poder; entonces me consideré
obligado a hacer lo mismo que había defendido
cuando yo mismo estuve recluido en las cárceles,
es decir, salvar la vida de estas personas.
—¿Le resultó fácil?
—Ahora puedo decir con satisfacción que a
menudo me arriesgué a perder la vida propia por
salvar las de otros. Muchas veces en mi propio
despacho me apuntaron al pecho con el cañón de
un revólver. Salía del problema echándole valor.
Cuando regresé a Madrid después de haber
salvado de la muerte a 1.532 presos en Alcalá,
tuve que escuchar unos tremendos insultos y
amenazas de jefes de relevancia que hasta llegaron
a acusarme de ser un fascista.
»Tuve a menudo la posibilidad de huir de la
zona republicana, pero no la aproveché, porque
¿quién se hubiese preocupado de los 12.000
presos que había en las cinco cárceles de Madrid,
de los 1.500 en la de Alcalá, de las 28 personas
escondidas en mi casa y de muchas, muchas más?
Solamente yo podía hacer esto. Ahora debo decir
que estaba solo en este asunto. Ninguno de ellos,
de los rojos, me prestó ayuda...
(Informe Stepánov.)
DOCUMENTO 29
Stepánov informa de cómo tras la caída de
Largo Caballero en la primavera de 1937 el
Frente Popular estaba controlado por el PCE y
contaban con el apoyo de Negrín para absorber
al PSOE.
El Partido Comunista, tras conseguir el apoyo
total de los republicanos, e, incluso, del presidente
de la República, Azaña, e, incluso, del «ex-
centro» del Partido Socialista (prietistas y
partidarios de Negrín), y de los sindicatos, y,
apoyándose en su influencia extraordinariamente
creciente dentro del Ejército, decide iniciar una
campaña con el fin inmediato de sacar a Caballero
del gobierno, o, al menos, del Ministerio de la
Guerra.
El 9 de mayo el partido organiza un mitin en el
cual la intervención de Díaz persigue precisamente
esa finalidad: la salida de Caballero del gobierno.
Una semana después cae el gobierno de Caballero.
La actividad del Partido Comunista dista
mucho de estar limitada a lo aquí mencionado. Es
significativamente más amplia, polifacética e
intensa. Los intereses fundamentales, esenciales y
preponderantes del partido son el Ejército, el
frente y las actividades de fortalecimiento del
Ejército. Los militantes del partido, que se
encuentran en el Ejército en calidad de jefes o de
comisarios, o simplemente, de soldados; los
militantes del partido en la administración del
Estado; los militantes del partido en la Junta de
Defensa de Madrid; los ministros del partido; los
comités provinciales y el Comité Central; todos
ellos y en todas partes en que se encontrasen tenían
una directriz: todos los esfuerzos debían
encaminarse a ganar la guerra. Se da una
circunstancia que aparece de manera muy
acentuada: en este décimo mes, a pesar de la
actitud profundamente hostil por parte de
Caballero y de los anarcosindicalistas, el Partido
Comunista y, en particular, los dirigentes del
partido desplegaron una agitación y propaganda
titánicas, abiertas y masivas; realizaron campañas
de masas; dijeron a la cara la verdad a enormes
multitudes; criticaron al propio gobierno y
respondieron a su vez públicamente, en la prensa o
en los mítines, a las campañas de los anarquistas,
poumistas y caballeristas. Mediante decenas de
intervenciones Díaz, Dolores, Hernández, Uribe y
otros dirigentes, intervenciones que eran
interesantes, concretas, sobre temas de actualidad,
agitaron a las masas, provocaron el entusiasmo,
aclararon la situación, fortalecieron la confianza y
paralizaron a los enemigos. El gobierno era en su
mayoría caballerista-anarcosindicalista, pero el
Frente Popular en la base y en las masas se
encontraba cada vez más y más bajo la influencia
del Partido Comunista, escuchaba al partido y
contaba con sus directrices. Gracias a esto
fracasaron todas las tentativas del bloque
anarcocaballerista de aislar al Partido Comunista.
Se consiguió, por el contrario, aislar, aunque no
por mucho tiempo y relativamente, a Caballero y
derrocarle. El Partido Comunista logró en este
periodo acercarse al Partido Socialista, se fundó
el Comité Nacional de Enlace entre el Partido
Comunista y el Partido Socialista. Se inició y se
llevó a cabo de manera intensa y amplia una
campaña en favor de la fusión de ambos partidos,
por la unificación política de la clase obrera y por
la fundación de un partido obrero único. Y, al
mismo tiempo, se reforzó la campaña para lograr
la unidad sindical de la clase obrera. Pero a
medida que la campaña en favor de la fusión de
ambos partidos hallaba una repercusión cada vez
mayor entre los trabajadores socialistas, se
intensificó la resistencia contra la unificación de
los caballeristas y se intensificó su labor
escisionista en el seno de las Juventudes
Socialistas Unificadas, en el seno de los sindicatos
de la Unión General de Trabajadores y en el seno
del propio Partido Socialista.
(Informe Stepánov.)
DOCUMENTO 30
Stepánov culpa a los masones de la derrota
militar del Frente Popular.
En relación con el análisis de las causas de la
derrota de la república española se plantea el
problema de la masonería como el que merece el
análisis más detallado ya que la masonería
representó un papel de no escasa relevancia en la
creación de unas condiciones que llevaron a la
catástrofe.
Es sabido que la masonería en su desarrollo
histórico era una forma peculiar del movimiento
intelectual burgués-liberal dirigido contra la
nobleza feudal, contra la Iglesia y el absolutismo
monárquico. En los países donde tuvo lugar la
revolución burguesa, la masonería se convierte,
dado el crecimiento y la separación orgánica y
política de la clase obrera, en una forma de
penetración de la ideología burguesa en el seno de
la clase obrera, eri una forma de corrupción
política e ideológica burguesa de los cuadros
dirigentes de la clase obrera, conservando, desde
luego, aunque fuera de manera muy suavizada, los
restos del anticlericalismo de antaño.
En España, en unas condiciones de hegemonía
de la Iglesia, de la aristocracia terrateniente, de la
casta militar y del alto funcionariado parasitario,
la masonería reunió en sus logias y hermandades
principalmente a la intelectualidad liberal,
democrática y republicana, en el amplio sentido
del concepto de intelectualidad (abogados,
médicos, ingenieros, técnicos, oficiales,
periodistas, escritores, profesores,
administrativos, funcionarios, diputados, etc.).
Hasta la sublevación fascista del 18 de junio [s/c]
de 1936, en el seno del Ejército republicano había
dos organizaciones de oficiales que estaban
enemistadas entre sí: la UME (Unión Militar
Española), organización de la oficialidad
reaccionaria y la UMR (Unión Militar
Republicana). En España la masonería es, al igual
que en otros países, un movimiento liberal
burgués, predominantemente intelectual, que
intenta penetrar en la clase obrera y las
organizaciones obreras.
De esta manera, la burguesía intenta alcanzar
dos objetivos: por una parte, asegurarse el apoyo
de los trabajadores contra el clero, los
terratenientes y la casta militar y asegurarse la
participación de los trabajadores en la lucha
política democrático-burguesa, pero bajo la
dirección de los partidos burgueses; por otra parte,
evitar que la clase obrera emprenda acciones
políticas independientes y de clase. La masonería
española tiene una gran tradición histórica y
representó un papel nada baladí durante la guerra
nacional contra Napoleón y en las décadas
posteriores. También representó un gran papel
después de la república de abril. El fuerte
crecimiento del movimiento popular y de las
acciones populares armadas contra los sublevados
y la intervención militar germano-italiana
entusiasma a los masones y, en particular, a los
oficiales masones. Estos se alistan en el Ejército y
en las unidades que se forman. Los masones se
incorporan al aparato del Estado que se
reconstruye. Se produce así un panorama muy
interesante: la inmensa mayoría de los miembros
de todos los gobiernos de la República que se
suceden desde el 18 de julio de 1936 son masones
(anotamos aquí que todos los componentes de la
traidora junta casadista también eran masones). El
presidente de la República, Azaña, es masón.
Todo su aparato y su séquito militar son masones.
El presidente de las Cortes, Martínez Barrio, y la
mayoría de los dirigentes de su partido, Unión
Republicana, son masones. La dirección del
partido de los republicanos de izquierda está
compuesta por masones. La mayoría de la
dirección del Partido Socialista y de la Unión
General de Trabajadores son masones. También la
mayoría de los dirigentes de la Confederación
Nacional del Trabajo y de los redactores de su
prensa está formada por masones. La mayoría de
los puestos responsables del Ministerio de
Gobernación, de la Policía, de la Dirección
General de Seguridad, de la Guardia de Asalto y
de los carabineros está ocupada por masones.
También ocupan los masones la mayoría de los
puestos de responsabilidad en el aparato de otros
ministerios. La inmensa mayoría de los oficiales
republicanos eran masones. Desde el inicio de la
guerra, como ya se ha dicho, la mayoría de los
masones se puso al lado del pueblo. Un importante
número de masones ingresó directamente en el
Partido Comunista al comprender que éste era el
que mejor de todos los sectores del Frente Popular
se preocupaba de unificar y organizar las fuerzas
populares contra el enemigo y el que luchaba por
defenderse mejor y de un modo más entregado que
todos los demás. Gracias a su actividad el partido
se convirtió en una fuerza que atraía a un gran
número de republicanos honrados.
El Partido Comunista durante el primer año de
la guerra, el de las colectivizaciones
anarcocaballeristas y de las patrullas
incontroladas, fue la única fuerza seria que se
enfrentaba con la arbitrariedad de los anarquistas
y compañía. Así tuvo lugar un fenómeno de ingreso
masivo de los oficiales profesionales
republicanos, es decir de los oficiales masones, en
el Partido Comunista. Es posible que en este
periodo entrasen en el partido 5 ó 6000 oficiales,
de los cuales el 90% eran masones. En la medida
en que el movimiento popular y el desarrollo de la
guerra se encontraban aún en un periodo de
entusiasmo y heroísmo, los masones representaron
un papel muy positivo en general, y, en particular,
también en el seno del partido. Pero desde el mes
de julio de 1937, desde que tuvo lugar el cambio
de gobierno y del rumbo de la política, desde la
formación en el seno del gobierno y en el seno del
Frente Popular de un bloque especial de
socialistas y republicanos, comenzó también a
cambiar el comportamiento de los oficiales
masones en general e incluso de los oficiales
masones miembros del Partido Comunista. Si los
primeros se dedicaron a defender el rumbo
republicano-prietista, los segundos, por una parte,
comenzaron a intentar librarse del control del
Partido Comunista y a resistirse a su línea
intentando ser portadores de directrices ajenas en
el seno del Partido Comunista. Inmediatamente
después de la primera operación de Teruel y de la
toma de Teruel (diciembre de 1937) los oficiales
masones intentaron restablecer la organización de
oficiales anterior, la UMRA. Por si fuera poco,
comenzaron a hacerlo los masones miembros del
Partido Comunista y dirigieron el asunto sin
informar al partido, ni pedirle opinión.
Destacadas personalidades republicanas,
socialistas y anarcosindicalistas estaban
relacionadas con los masones ingleses. Otras
mantenían relación con los franceses,
principalmente, con Chautemps, Delbos, Blum,
Dormoy y otros. Los masones actuaron como uno
de los canales más importantes mediante los que
ejercieron presiones los círculos burgueses
ingleses y franceses sobre la línea política y la
orientación militar de diferentes grupos políticos
de la España republicana. En la prensa del Partido
Socialista, de la Confederación Nacional del
Trabajo y del Partido Socialista Unificado de
Cataluña, sin hablar ya de la prensa de los
republicanos, una gran parte de los redactores y de
los periodistas eran masones.
Si en un primer momento, año o año y medio,
los masones, como también la mayoría de los
republicanos en general, representaron un papel
muy positivo y participaron activamente en la
lucha popular contra el enemigo, en el último año
su papel resultó negativo y nefasto, contaminando
el ambiente con su falta de fe y sus conspiraciones
para lograr la capitulación. A ellos hay que
achacarle la culpa principal en la desorganización
del aparato del Estado. Azaña y Martínez Barrio,
con sus dimisiones, con sus intrigas y sus
conversaciones sin control con los embajadores y
otros hombres de Estado de Inglaterra y Francia y
sus conversaciones con los masones franceses,
fueron cómplices viles de manera directa o
indirecta en la preparación de las condiciones e
incluso en la inspiración de la traidora rebelión de
Casado, Besteiro, [Wenceslao] Carrillo y Miaja.
(Informe Stepánov.)
DOCUMENTO 31
El 10 de noviembre de 1938 y procedente de
Marchenko, el encargado de negocios de la
URSS en España se dirige a M.M. Litvinov,
comisario del pueblo de Asuntos Exteriores,
para informarle de la sumisión de Negrín a la
URSS.
En mi primera conversación con él tras mi
regreso, Negrín se refirió de pasada a la labor de
nuestros especialistas en España. Manifestó su
deseo de que el nuevo jefe del trabajo, el
compañero Kotov, no se hiciera con la
información por sí mismo ni se procurara un
círculo amplio de relaciones oficiales [...]
manifestó de manera meridiana que creía que no
era correcta ni adecuada la relación directa entre
el compañero Kotov y sus subordinados, por una
parte, y el Ministerio de Gobernación y el SIM,
por otro. Así que me propuso que el compañero
Kotov estableciera contacto con él, Negrín, que
está creando un aparato secreto especial bajo su
propia dirección.
El que Negrín, que siempre ha sido muy
correcto en lo que se refiere a nuestra gente, haya
juzgado pertinente expresar esa observación
indica sin lugar a dudas la enorme presión que
sobre él ejercen el Partido Socialista, los
anarquistas y especialmente los agentes de la
Segunda Internacional, en relación con las
«interferencias» de nuestra gente en el trabajo de
Policía y contraespionaje...
(RGVA, c. 33987, i. 3, d. 1081, p. 16.)
DOCUMENTO 32
Marchenko informa a Voroshílov de una
conversación mantenida con Negrín el 10 de
diciembre de 1983. Tras la guerra, la España del
Frente Popular se convertirá en una dictadura
de izquierdas bajo la URSS.
Sobre la creación de un Frente Nacional de
todos los españoles. Negrín me dijo que había
estado hablando con Díaz y Uribe sobre el asunto
de la creación de un Frente Nacional Unido que
concibe como una forma distinta de nuevo partido.
Esa idea se le ocurrió después de perder la
confianza en poder unir a los partidos socialista y
comunista. Semejante unificación no se pudo
llevar a cabo por la oposición de los dirigentes
del Partido Socialista. Como mucho, se podría
esperar que el Partido Socialista fuera absorbido
por el comunista tras acabar la guerra, pero en ese
caso, los dirigentes más conocidos del Partido
Socialista —Prieto, Caballero, Besteiro,
Almoneda, Peña y otros— no aceptarían la
unificación y los burgueses los seguirían
considerando como el Partido Socialista para
aprovecharse de la división.
Pero ¿en qué partido podría apoyarse el
gobierno? No resulta adecuado apoyarse en el
comunista desde el punto de vista de la situación
internacional. Los partidos republicanos que ahora
existen carecen de futuro. El Frente Popular no
tiene una disciplina en calidad de tal y sufre la
lucha de los distintos partidos. Lo que se precisa,
por lo tanto, es una organización que unifique lo
mejor de cada uno de los partidos y
organizaciones y sirva de apoyo fundamental para
el gobierno. Se podría denominar Frente Nacional
o Frente o Unión Española. Negrín no ha pensado
cómo debería construirse esa organización de
manera concreta [...]. Sería posible la doble
militancia, es decir, que los miembros del Frente
Nacional pudieran seguir perteneciendo a los
partidos que ya existen [...] el Partido Comunista
debería ofrecer colaboradores a esa nueva
organización, pero, al principio, no de entre sus
dirigentes. Sería más conveniente utilizar a gente
poco conocida. La dirección del trabajo de
organización y de propaganda del nuevo partido
debería quedar en manos de los comunistas [...].
No cabe un regreso al viejo parlamentarismo.
Sería imposible permitir el «libre juego» de
los partidos tal como existía antes, ya que en ese
caso la derecha podría conseguir nuevamente
llegar al poder. Eso significa que resulta
imperativo o una organización política unificada o
una dictadura militar. No ve que sea posible
ninguna otra salida.
(RGVA, c. 33987, i. 3, d. 1081, pp. 79-80.)
DOCUMENTO 33
Besteiro enjuicia la política del Frente Popular
al final de la guerra.
La verdad real: estamos derrotados por
nuestras propias culpas (claro que el hacer mías
estas culpas es pura retórica). Estamos derrotados
nacionalmente por habernos dejado arrastrar a la
línea bolchevique, que es la aberración política
más grande que han conocido quizás los siglos. La
política internacional rusa, en manos de Stalin y tal
vez como reacción contra un estado de fracaso
interior, se ha convertido en un crimen monstruoso
[...]. La reacción contra ese error de la república
de dejarse arrastrar a la línea bolchevique la
representan genuinamente, sean los que quieran sus
defectos, los nacionalistas, que se han batido en la
gran cruzada antikomin- tern. [.„] El drama del
ciudadano de la república es éste: no quiere el
fascismo; y no lo quiere, no por lo que tiene de
reacción contra el bolchevismo, sino por el
ambiente pasional y sectario que acompaña a esa
justificada reacción (teorías raciales, mito del
héroe, exaltación de un patriotismo morboso y de
un espíritu de conquista, resurrección de formas
históricas que hoy carecen de sentido en el orden
social, antiliberalismo y antiintelectualismo
enragées, etcétera). No es, pues, fascista el
ciudadano de la república, con su rica experiencia
trágica. Pero tampoco es, en modo alguno,
bolchevique. Quizás es más antibolchevique que
antifascista, porque el bolchevismo lo ha sufrido
en sus entrañas, y el fascismo no.
DOCUMENTO 34
Protocolo suplementario secreto al pacto de no-
agresión entre Alemania y la URSS, firmado el
día 23 de agosto de 1939.
Al firmar el pacto de no-agresión entre el
Reich alemán y la Unión Soviética, los
plenipotenciarios de ambas partes se ha referido
en un intercambio de opiniones confidencial a la
futura limitación de sus esferas de interés. Estas
conversaciones han conducido a los siguientes
resultados:
1. En caso de producirse cambios territoriales
y políticos en el espacio que pertenece a los
países bálticos: Finlandia, Estonia, Letonia y
Lituania, la frontera septentrional de Lituania
constituirá, automáticamente, el límite de los
intereses alemanes y soviéticos; ambas partes
reconocen el derecho de Lituania al territorio de
Wilna.
2. En caso de producirse cambios territoriales
y políticos en el espacio del Estado polaco, las
esferas de intereses de la URSS y de Alemania se
determinarán con un límite que coincide poco más
o menos con la línea Narew-Vis- tula-San. El
problema de si conviene o no la permanencia del
Estado polaco independiente a las dos partes
contratantes será decidido definitivamente en el
curso de los próximos acontecimientos políticos.
De todas maneras, ambos gobiernos lo decidirán
por medio de conversaciones amistosas.
3. Tratándose del sureste europeo, se subraya
el interés soviético por Besarabia. Alemania
declara su absoluto desinterés por este territorio.
4. Este protocolo es estrictamente secreto.
Firmaron:
Por el gobierno del Reich alemán, J.J.
Ribbentrop.
Como plenipotenciario del gobierno de la
URSS, W. Molotov.
Moscú, 23 de agosto de 1939.
DOCUMENTO 35
Protocolo complementario secreto del 28 de
septiembre de 1939 adjunto al convenio
fronterizo y de amistad, concertado este mismo
día en Moscú entre Alemania y la Unión
Soviética.
Los plenipotenciarios que han firmado este
protocolo declaran el acuerdo de los gobiernos del
Reich alemán y de la URSS sobre lo siguiente:
1. El protocolo complementario secreto,
firmado el día 23 de agosto de 1939, sufre un
cambio en el punto primero, en el sentido de que el
territorio de Lituania se considera como
perteneciente a la zona de intereses soviéticos,
mientras la «voievodia» de Lublin y una parte de
la «voievodia» de Varsovia pasan a la zona de
intereses alemanes. Compara el mapa adjunto al
pacto de amistad, firmado el día de hoy.
2. -En el momento en que el gobierno soviético
realice gestiones para incluir Lituania en la zona
de sus intereses, la actual frontera germano-litua-
na será rectificada de manera que el territorio
lituano que se encuentra al sur y sureste del límite
trazado en el mencionado mapa pasará a
Alemania.
3. -El protocolo hace constar que los
convenios económicos en vigencia entre Alemania
y Lituania no sufrirán nada a consecuencia de las
gestiones que el gobierno de la URSS considere
oportunas.
Por el gobierno del Reich, J.J. Ribbentrop.
Plenipotenciario del gobierno de la URSS, W.
Molotov.
DOCUMENTO 36
Relación del sargento Io J.R., en la que se
describen las condiciones de los presos polacos.
CÓMO ERA EL ASPECTO EN OSTASHKOV.
—Las batallas de septiembre y el arresto:
Las tropas de las Guardias fronterizas (en esa
institución prestaba mis servicios) operaban en el
terreno de Rawa-Fuslca-Zolkiew, incorporadas a
las organizadas ocasionalmente y a otras unidades,
provocando escaramuzas con las primeras tropas
alemanas. Moviéndonos en un espacio de «nadie»
entre los dos Ejércitos invasores. Por esta razón
hasta el día 26 de septiembre de 1939 me separé
de una cosa para mí sin precio, cual era mi
uniforme, unido al cual «estaba» la mayor parte de
mi vida. Nos desarmamos solos, enterrando con un
guardabosques, cuidadosamente envueltos, rifles y
pistolas con municiones, casi a la vista de las
tropas del «victorioso» Ejército Rojo. No puedo
recordar ese momento sin un profundo suspiro. El
momento más pesado de mi vida. Viéndonos
profundamente en los ojos nos despedíamos con
una muda reflexión de las caras, los colegas, los
cuales pasaron juntos muchos años al servicio en
la periferia de la Patria. Cada uno partió en
distinta dirección.
Yo esperaba encontrar a mi familia en
Bolechow, donde estaba temporalmente. Después
de muchas paradas y detenciones hechas por los
bolcheviques en varios lugares, después de
muchas escapadas y liberaciones llegué, después
de varios días de viaje a pie y en bicicleta a
Bolechow. Comencé a buscar trabajo, para dar un
pedazo de pan a mi mujer y tres chiquillos. A los
bolcheviques no los conmovían los hambrientos
estómagos de la «liberada» población de aquella
parte del país dominada por ellos. Para ellos era
más importante Pobiet Rabota, que consistía en la
deportación al interior de Rusia a ese elemento
polaco, que en cualquier forma podía tener
influencia sobre las masas. Entre los muchos
registros ordenados en la ciudad, se efectuó el día
25 de octubre de 1939 el registro de todos los que
habían llegado al último a Bolechow. Me presenté
para registrar a mi familia y a mí mismo. Pero no
regresé. Me arrestaron transportándome en ese
mismo día a la prisión en Dolina, de donde el día
2 de noviembre, principié mi siguiente viaje a la
prisión de Stanislalow. El 10 de noviembre en la
noche embarcaron todo el transporte en los
vagones, especialmente preparados para ese fin, y
por Tarnopol, Podvolochysk, Ploskirov,
Shepetowka, Kiev, Konotop, Briansk hasta la
estación final Babinino adonde llegamos el 25 de
noviembre.
DOCUMENTO 37
Las condiciones de vida de los presos polacos en
manos de las fuerzas soviéticas y la salida de los
marcados para morir.
El día 11 de febrero de 1940 en la mañana
hemos llegado a la estación de destino, que es
Ostashkov. Nos han desembarcado de los vagones-
prisión a la nieve, nos movíamos con mucha
dificultad (todos nos habíamos entumecido en las
jaulas por hallarnos sin movimiento), la nieve nos
cegó dándonos otro sufrimiento más.
Formamos una procesión (de cadáveres
vivientes) y con la asistencia de un numeroso
convoy, marchábamos por las completamente
muertas calles de la ciudad.
En la ciudad nos llamó la atención un detalle,
eran los restos de lo que en otro tiempo fue una
ostentosa iglesia ortodoxa. Un gran letrero en la
entrada informaba que allí se ubicaba un club. La
salida de la calle se terminaba en la orilla del lago
congelado, sobre el cual se efectuaba el
movimiento de los coches en caminos hechos en la
nieve, los cuales unían varias islitas que se
distinguían en las lejanías del lago. Por un camino
nos apresuraron y al atardecer llegamos a paso de
tortuga a una de esas islitas. Desde lejos vimos las
cúpulas de una ostentosa iglesia ortodoxa y varias
casas de un piso, y la vista general señalaba algo
que antes debió de ser un claustro. Cuando nos
aproximamos a la cerca de la islita vimos paradas
filas de personas en el pequeño precipicio, entre
los cuales predominaban los uniformes azul
marino de la Policía polaca. Entonces no nos
equivocamos en la apreciación de las casas vistas
desde lejos en la islita. La diferencia existente
entre el ex claustro y el de ahora radicaba en que
aquél era el lugar de contemporáneo tormento para
las víctimas polacas de la fuerza y brutalidad
soviética. Nos condujeron a la plaza del campo.
Nos saludaron las conocidas caras del campo de
Pawlischew-Bor. Yo fui incorporado al 4o Cuerpo,
el cual se ubicaba en una alargada casa de tabique
en la parte baja de la islita, la cual antes, sin duda,
había sido designada para los talleres manejados
por los monjes. En una larga sala encontramos
algo parecido a camas (nara) las cuales daban la
impresión de no haberse usado hasta la fecha. En
esas naras (camas) nos alojaron, con nuestros
pobres bienes.
La temporada de cuarentena duró casi hasta
fines de febrero. Durante ese periodo estábamos
ocupados en despiojarnos y bañarnos, nos
rasuraron con unas maquinitas, nos inyectaban
vacunas preventivas, íbamos a las interminables
investigaciones y registros; nos fotografiaban con
los números de registro en el pecho y
dactiloscopia de todos los dedos de las manos.
Después de algún tiempo principiamos a tener
contacto con los que llegaron antes que nosotros.
Como puede observar, el campo no había tenido
una organización tan apropiada como con los
polacos que se encontraban en situación semejante
en el campo de Ostashkov. La causa de esto era
porque el campo apenas había sido organizado, y
en la segunda quincena de marzo principiaron a
circular rumores acerca del próximo
desalojamiento, lo que se realizó en los primeros
días de abril.
Por los colegas anteriormente llegados al
campo me informé que estábamos en una de las
islitas del lago Seligier que tiene una extensión
supuesta de 90 kilómetros y del cual parte el río
Volga. Había dos nombres para nuestra islita
Ilovaya y Stolobnoye. El terreno de Oriente a
Occidente y en la parte occidental, en donde se
ubicaban los edificios, fue cerrado con una alta
cerca, aparte de una alambrada exterior que
rodeaba toda la islita. En el punto más alto de la
islita estaban los restos de una, grande y bonita
iglesia ortodoxa, que fue rodeada por unas casas
de dos pisos las cuales servían en su tiempo como
hogares para el personal del claustro y peregrinos.
En esa parte se encontraba también la cocina. Los
edificios que rodeaban la iglesia hacían un
ininterrumpido bloque, y al interior de ese grupo
de casas conducían dos portales, uno de la islita y
otro del muelle, al que en algún tiempo llegaban
pequeños barcos, los cuales mantenían tráfico
entre las isli- tas en la temporada de verano. En el
exterior de ese grupo de casas estaban otros
edificios de uno y dos pisos: caballerizas, talleres,
administración, etc. Algunas fueron arruinadas por
los proyectiles de la artillería bolchevique durante
la toma de la islita, en la que por largo tiempo se
defendieron los «blancos». Según los rumores que
circulaban por allá entonces, los defensores de la
pequeña isla después de su ocupación por los
bolcheviques fueron asesinados o ahogados en el
lago.
DOCUMENTO 38
Las llamadas telefónicas de Moscú.
En el primer transporte que salió de Kozielsk
el día 3 de abril de 1940 formaban cerca de
trescientos prisioneros. Así empezó la liquidación
el campo. Los transportes no salían con
regularidad absoluta. A veces el nuevo transporte
salía el día siguiente, otras veces pasaban tres o
cuatro días. Por regla general cada transporte lo
formaban unas trescientas personas. Por los
obreros rusos con los que tuvimos contacto en el
campo, nos enteramos de que todos los transportes
iban en dirección occidental. Esto iba en contra de
la interpretación «optimista» de los que contaban
con la entrega de los prisioneros a los aliados,
pero coincidía con la interpretación «pesimista»,
es decir, parecía indicar que nos entregaban a los
alemanes. Resulta menos probable que nos
trasladaran a otros campos soviéticos, ya que en
este caso la dirección del viaje no habría sido sino
el Oeste.
Las circunstancias que acompañaban la salida
de cada transporte eran casi siempre las mismas.
Por la mañana de ese día, nadie en el campo sabía
si habría transporte o no. Creo que los
funcionarios de la NKVD tampoco lo sabían o, por
lo menos, nunca tenían seguridad completa de que
iba a efectuarse una nueva salida. Es cierto que
según los informes de los obreros rusos, en la
estación de Kozielsk se preparaban con toda
regularidad los vagones para nuestro traslado,
pero este hecho no quería todavía decir que los
agentes de la NKVD conocieran con exactitud
todas las fechas. Alrededor de las diez de la
mañana, el comandante del campo recibía una
llamada telefónica de Moscú con la orden de
salida y la indicación de los nombres de los
prisioneros destinados al transporte. Estas
conferencias duraban siempre bastante tiempo, ya
que se trataba de anotar unos doscientos o
trescientos nombres, en gran parte con sonido
extraño para un ruso. La noticia sobre la llamada
telefónica se extendía como un relámpago por el
campo. Si los respiraderos de la ventana estaban
abiertos, hasta se podían oír los apellidos de los
oficiales destinados al nuevo transporte. Cuando
una parte de la lista estaba ya completa, los
soldados corrían rápidamente a los barracones
para avisar a los interesados. Los destinados
recogían sus cosas y se reunían en el club donde
les daban un almuerzo un poco mejor que otros
días, 800 gramos de pan y el acostumbrado
paquete: los arenques, envueltos en el papel.
Nos daba mucho que pensar el hecho de que
cada vez tuviera que decidir la misma Moscú
sobre la salida de un transporte. Todos coincidían
en la opinión de que los círculos gubernamentales
moscovitas se ocupaban mucho del problema de
los prisioneros polacos. Algunos creían que en
Moscú funcionaba alguna comisión aliado-
soviética —o soviético-alemana—, y era ella la
que decidía sobre la composición personal de los
transportes. Esta interpretación era muy lógica
desde el punto de vista de los que creían en la
salida de los prisioneros de la URSS. Lo que nos
decían los politruks coincidía plenamente con este
punto de vista. Por ejemplo, uno de ellos nos dijo
en una ocasión: «Ustedes van al extranjero, aunque
no todos». El comisario Aleksandrovich que
destacaba por su amabilidad personal, quitó a uno
de los coroneles que se marchaba del campo el
aparato fotográfico y le prometió que le sería
devuelto cuando el transporte llegara a su punto de
destino. Todos interpretaron sus palabras de la
misma manera: el punto de destino debería ser
alguna estación fronteriza, elegida para la entrega
de los prisioneros.
Personalmente tenía poca fe en la posibilidad
de salir de la URSS. En contra de lo que creían
mis compañeros, consideraba que la situación
militar y política de Francia y Gran Bretaña no era
por entonces tan buena como para poder exigir a la
URSS demasiadas cosas y poder obligarla a
entregar a los prisioneros polacos. Y tratándose de
los alemanes, ¡qué interés podrían tener éstos en
pedir a los soviets la entrega de los oficiales
polacos? Sin embargo, no pude formar ninguna
opinión personal sobre el significado de las
llamadas telefónicas de Moscú.
Recuerdo uno de los días de la despedida de
nuestros compañeros. El patio donde me
encontraba estaba inundado por el sol. De un
grupo de los «ermitaños» que atravesaba el patio,
se separa el teniente Krahelski, terrateniente de la
comarca de Slonim, y corre hacia mí. Entonces.
Los «ermitaños» ya tenían derecho a estar con
nosotros y a hablarnos. El buen hombre estaba
entusiasmado. «Ya ve usted —me decía con
alegría—, he tenido razón. Yo sabía que tendrían
que ceder y cambiar su conducta». «¡Ah, querido
—pensé sin contestarle—, qué ingenuo eres!».
Se acerca a mí el teniente coronel
Nowosielski, mi jefe durante la campaña de
septiembre: «¿Y qué, teniente —me dice
bromeando—, qué opina usted de todo esto?
Siempre fue usted un pesimista...». «No sé, mi
coronel, cómo explicarlo, pero sé una cosa y —
desde luego— me parece positiva: ya está
desapareciendo nuestro cautiverio en Kozielsk y
también desaparece el Skit. Otra vez somos para
los soviéticos miembros del mismo y único
Ejército polaco. Ha debido ocurrir algo que ha
obligado a las autoridades soviéticas a cambiar su
punto de vista».
El coronel se puso muy serio, mirándome
fijamente. «¿Así piensa usted, teniente...? Es
posible que tenga razón... Aunque...», y se sonrió
de modo entre enigmático y escéptico. La sombra
de un pensamiento que no quiso expresar pasó por
su rostro. Cuantas veces recuerdo esta escena, me
parece que quizá este espléndido militar que
durante todo el tiempo levantaba los ánimos a los
demás e hizo todo lo posible por despertar la fe en
el buen final de nuestras aventuras fuera el único
que supo descifrar el misterio de las llamadas
telefónicas de Moscú.
DOCUMENTO 39
Negativa de las autoridades soviéticas a
informar sobre el destino de millares de presos
polacos.
Simultáneamente a las gestiones diplomáticas,
el alto mando de las Fuerzas Armadas polacas en
la URSS se esforzaba por aclarar el asunto.
Mientras la Embajada no podía hacer más que
intervenir cerca del Comisariado de Asuntos
Exteriores, los militares polacos y el general
Anders en particular tenían más libertad para
moverse y pudieron incluso gestionar cerca de la
NKVD, encargada de los campos y cárceles, y
directamente responsable de las vidas de los
prisioneros.
En una carta dirigida a la NKVD con fecha de
4 de noviembre de 1941, el general Anders
informó de que en su poder se encontraba una lista
con 3.722 nombres de oficiales, añadiendo que
esta lista resultaba muy incompleta.
La contestación no llegó nunca.
Una oficina, creada especialmente para
investigar el caso, trabajaba sin descanso,
reuniendo y completando materiales y
documentación. El general Anders mandaba las
copias de los informes recibidos a la Embajada.
En uno de sus escritos de entonces leemos lo que
sigue:
Las autoridades soviéticas me han declarado
varias veces que una parte de los oficiales fue
liberada en el otoño de 1940 y se trasladó a
Polonia. Esta información no corresponde a la
realidad, ya que:
1. Ni en un solo caso las familias de los
desaparecidos han llegado a saber nada sobre su
suerte;
2. Las pesquisas correspondientes en los
campos de prisioneros en Alemania no han dado
ningún resultado.
DOCUMENTO 40
Stalin niega ante los generales polacos Anders y
Sikorski la desaparición de los prisioneros de
guerra.
GRAL. SIKORSKI: Quiero constatar ante el
señor Presidente que su decreto sobre la amnistía
no se ha cumplido. Muchos de nuestros mejores
hombres se encuentran todavía en las cárceles y
campos de concentración.
STALIN [tomando notas]: Eso es imposible. La
amnistía fue decretada para todos los polacos y
todos están libres. [Las últimas palabras las dirige
a Molotov. Este hace un gesto de afirmación].
GRAL. ANDERS: Su opinión no corresponde a
la realidad. En mi Ejército tengo hombres que
fueron liberados hace pocas semanas y todos ellos
afirman que en los campos y cárceles se
encuentran todavía miles de prisioneros.
GRAL. SIKORSKI: A nosotros no nos
corresponde presentar las listas de estos hombres.
Los comandantes de los campos tienen listas
completas. Tengo aquí una lista con los nombres
de 4.000 oficiales, deportados por la fuerza, que
todavía se encuentran en los campos de
concentración y en las cárceles. Esta lista es
incompleta, ya que fue compuesta a base de los
recuerdos de los oficiales ya liberados. He
ordenado comprobar si algunos de estos oficiales
se encuentran en Polonia. Resulta que no hay ni
uno solo. Tampoco están en los campos de
prisioneros en Alemania. Estos hombres tienen que
estar aquí. Ninguno de ellos ha venido.
STALIN: Imposible. Se han escapado.
GRAL. ANDERS: ¿A dónde han podido
escapar?
STALIN: Pues... a Manchuria...
GRAL. ANDERS: Todos no habrían logrado
huir. A gran parte de los oficiales cuyos nombres
se encuentran en esta lista los conozco
personalmente. Entre ellos se encuentran mis
subordinados y los oficiales del Estado Mayor.
STALIN: Seguramente se encuentran en libertad,
pero todavía no han llegado.
GRAL. SIKORSKI: Rusia es muy grande y
también grandes son las dificultades.
Posiblemente, las autoridades locales no han
cumplido sus órdenes. Si alguno de estos oficiales
hubiera abandonado el territorio de la URSS ya me
habría enterado de ello.
STALIN: Ustedes tienen que convencerse de que
el gobierno soviético no tiene el menor interés de
detener ni a un solo polaco.
MOLOTOV: Creo imposible que vuestra gente
se encuentre todavía en campos de concentración.
GRAL. ANDERS: Sin embargo, sé con toda
seguridad que hay muchos.
STALIN: Hay que solucionar este asunto. Las
autoridades de la administración recibirán órdenes
especiales. Pero no olviden ustedes que estamos
en guerra.
DOCUMENTO 41
Informe de la Cruz Roja sobre la exhumación
de los asesinados en Katyn.
Los trabajos de exhumación, identificación y
nuevo entierro de los cadáveres de los oficiales
polacos han sido terminados el día 7 de junio de
1943. El bosque de Kosogory ha servido como
lugar de ejecuciones realizadas por la NKVD,
desde 1925. Se han encontrado en el terreno del
bosque numerosas fosas con cadáveres de súbditos
rusos de ambos sexos. Algunos de estos cadáveres
han sido examinados; en todos los casos la muerte
fue causada por disparo en la nuca. De la
documentación encontrada resulta que los
asesinados procedían de la cárcel de la NKVD en
Smolensk y que, por regla general, habían sido
ejecutados por motivos políticos.
Las siete sepulturas con cadáveres de oficiales
polacos se encontraban en un terreno relativamente
reducido.
De los 4.413 cadáveres exhumados, 2.815 han
sido identificados. Se identificaba a base de los
papeles encontrados en los bolsillos de los
asesinados, o sea, carnets, partidas de nacimiento,
cartas, etc. En muchos casos se encontraban en las
polainas de las botas papeles personales y billetes
de banco, a veces en cantidad muy elevada. Los
vestidos no dejaban lugar a duda alguna de que los
asesinados eran oficiales polacos, así, por
ejemplo, llevaban las botas altas, típicas de la
caballería polaca. Se supone que la Cruz Roja
podrá identificar algunos cadáveres más.
La lista de los fusilados, constituida según sus
grados militares, es la siguiente:
Generales 2
Coroneles 12
Tenientes coroneles 50
Comandantes 165
Capitanes 440
Tenientes 542
Alféreces 930
Cadetes 8
Suboficiales 2
Sin especificar el rango 1.541
Médicos 146
Veterinarios 10
Sacerdotes 1
Paisanos 221
Identificados únicamente el apellido 21
Sin identificar 50
DOCUMENTO 43
Descripción de los cadáveres exhumados en
Katyn.
Muchos cadáveres, encontrados en posición
con la cara hacia abajo, tenían los brazos cruzados
en la espalda; en otros casos las manos estaban
fuertemente atadas. En la sepultura más grande, la
sepultura en forma de letra «L», sólo el 5% de las
víctimas tenía las manos atadas; en las fosas
número 2 y 5 sólo unas cuantas; en las fosas
números 3, 7 y 8 no había cadáveres atados, en
cambio todos los oficiales encontrados en las
fosas números 4 y 6 llevaban ataduras.
Por regla general, llevaban ataduras los
oficiales jóvenes y los cadetes, que, por lo visto,
intentaron ofrecer resistencia física o huir en el
último momento.
La táctica de atar las cuerdas era la misma en
centenares de casos, lo que indica la intervención
de hombres expertos en su profesión de verdugos.
Las cuerdas eran del tipo de las que se usan
para las cortinas. Tenían de 3 a 4 milímetros de
diámetro y su largura era de 1,75 a 1,95 metros. La
cuerda era primeramente doblada, luego se hacía
con ella un lazo, colocándolo en la muñeca de una
mano y apretando fuertemente; entonces se unía la
otra mano, rodeándola doblemente con la cuerda y
formando otro doble lazo, así que con el menor
movimiento de las manos, los nudos se estiraban
aún más. Se ataba a las víctimas con tanta fuerza
que la cuerda con frecuencia cortaba la piel y
retorcía las articulaciones del cuerpo.
Casi todos los cadáveres de la fosa número 5 y
algunos de las otras fosas llevaban, aparte de las
ataduras, también capotes puestos sobre la cabeza
y sujetos con la cuerda. El capote o la guerrera
quitados de la víctima se les colocaba sobre la
cabeza, abrochando los botones detrás y sujetando
con la cuerda alrededor del cuello. Uno de los
extremos de esta cuerda se unía a la atadura de las
manos, así que cada movimiento de brazos o de
cabeza producía una mayor tensión de las
ligaduras. El lazo en el cuello estaba siempre muy
estirado: ¡en un caso su diámetro apenas llegaba a
los 11 centímetros!
En uno de los casos examinados, el espacio
entre el capote y la cabeza de la víctima estaba
lleno de astillas, que al ser examinadas bajo el
microscopio resultaron ser de madera de pino. En
la boca de la víctima, entre los dientes y debajo de
la lengua también se encontraron pequeñas astillas
de la misma procedencia. Hay que añadir que la
boca estaba cerrada y la piel en las mejillas y los
labios intacta.
No hay, pues, duda alguna de que las astillas
habían sido introducidas en la boca de la víctima
antes de morir y que su presencia dificultaba la
respiración en los últimos momentos. En todos
estos casos de atadura de la cabeza con capotes y
cuerdas, se comprobaba un agujero en el capote
producido por la bala, o sea, que las ataduras se
efectuaban antes de la ejecución.
Casos idénticos han sido comprobados en las
fosas con cadáveres de súbditos rusos. Una
impresión especialmente fuerte causó el aspecto
de un cadáver con las manos sujetas y con una piel
de oveja atada fuertemente sobre la cabeza. Todo
esto comprueba de manera indudable que los
mismos métodos, aplicados en el asesinato en
masa de los oficiales polacos, habían sido
empleados por los soviets desde hacía decenios.
El examen forense ha podido demostrar que en
todos estos casos de ataduras complicadas, las
víctimas pasaban por sufrimientos muy sensibles
antes de morir.
DOCUMENTO 44
Diario de una de las víctimas de Katyn.
Domingo, 7-IV-1940. La madrugada. Ayer se
ha reunido con nosotros el grupo de «ermitaños».
Hoy nos ordenaron recoger nuestros bagajes para
presentarnos a las 11:40 en la oficina, donde se
efectúa el registro. El almuerzo… [Aquí unas
palabras que se han borrado]. Terminado el
registro, a las 14:55 hemos salido del campo de
Kozielsk. A las 16:55 tomamos el tren. Los coches
que ocupamos son especiales para los transportes
de prisioneros y presos. Dicen que el 50% de
todos los vagones de la URSS pertenece a este
tipo carcelario. Conmigo van Josef-Kutyba, el
capitán Pawel Szyfter; los restantes son tenientes
coroneles, comandantes y capitanes. Total, doce
personas aunque en el departamento hay sitio
únicamente para siete.
8-IV A las 3:30 de la madrugada salimos de
Kozielsk en dirección Oeste. A las 9:45 el tren
para en la estación de Jelnia.
8-IV. Desde las doce estamos en la estación de
Smolensk.
9-IV Poco antes de las cinco viene la orden de
salir del tren. El resto del viaje lo tenemos que
hacer en autobuses y con dirección desconocida.
¿Qué va a pasar?
9-IV El día empieza muy extrañamente.
Salimos en los autobuses carcelarios, divididos en
una especie de pequeñas células (¡terrible!).
Paramos en un bosque, parece como una localidad
de veraneo. Un registro detallado. Nos quitan los
rublos rusos, las navajas...
DOCUMENTO 45
Diario de una de las víctimas de Katyn.
8- IV-1940.Hasta ahora no tomaba notas, por
considerar que no ha pasado nada extraordinario.
Ultimamente, es decir, a fines de marzo y primeros
de abril, corrió otra vez la noticia de la próxima
salida del campo. Hemos considerado que esta
noticia no pasa de ser un bulo acostumbrado. Y sin
embargo era la verdad. En los primeros días de
abril salieron los primeros transportes en
pequeños grupos. En primer lugar los «ermitaños».
El sábado día 6, el resto de los «ermitaños» se
reunió con nosotros. Mi grupo lo trasladaron al
barracón de los comandantes. Ayer salió un
transporte con los oficiales de alto grado: tres
generales, de veinte a veinticinco coroneles, otros
tantos comandantes. A juzgar por la manera de
despedirlos, hay razón para cierto optimismo. Hoy
me ha tocado a mí. He tomado el baño, he lavado
toda mi ropa, los calcetines... [Unas palabras
ilegibles]. Entregamos los objetos que son
propiedad del campo. En el barracón 19 se efectúa
el registro. Salimos por la puerta principal, y los
coches nos trasladan a la estación de Kozielsk. La
misma ciudad está separada del campo por la
inundación. Nos mandaron entrar en los vagones
carcelarios. La escolta es muy fuerte. En mi célula
estamos trece. No conozco a ninguno de los
compañeros de viaje. Si antes me mostraba
optimista, ahora, al contrario, creo que este viaje
no nos trae nada bueno. Lo peor es que no sabemos
a dónde nos llevan. Esperamos pacientemente. El
tren va en dirección a Smolensk. El día es soleado,
en el campo todavía hay mucha nieve.
9-IV. Martes. Hemos pasado la noche un poco
mejor que durante los transportes anteriores en los
coches para el ganado. Un poco más de sitio y el
tren sacude menos. Hoy es día completamente
invernal. Cae la nieve, muchas nubes. Los campos
nevados como en enero. Es imposible orientarse
en qué dirección nos llevan. Por la noche hemos
adelantado muy poco, ahora pasamos una gran
estación. Se llama Spass-Demians- koie. No he
visto en el mapa la estación. Suponiendo por el
cambio de tiempo, vamos en dirección Norte o
Este. Ayer nos dieron una ración de pan, hoy un
poco de agua fría. Ya se acerca el mediodía y no
nos dan nada. Los soldados rusos nos tratan muy
mal. Al retrete no se puede ir, los de escolta no
hacen caso de nuestros ruegos y gritos. [...] Son las
14:30. Llegamos a Smolensk. [...] Se acerca la
noche, hemos pasado Smolensk, paramos en la
estación Gniezdovo. Parece que aquí termina por
ahora nuestro viaje. En la estación mucha tropa.
Hasta ahora no nos dieron nada de comer. Desde
la madrugada de ayer hemos tomado un poco de
pan y agua...
[Aquí termina el diario]
DOCUMENTO 46
Testimonio de las persecuciones religiosas
llevadas a cabo en Polonia por los soviéticos.
Cuando en el año 1941 los bolcheviques se
retiraban de la comarca, intentaron asesinar a
todos los curas de los pueblos vecinos. Nuestro
párroco huyó, pero fue detenido por los rusos en la
parroquia vecina. Luego su cadáver fue encontrado
en la prisión de Berezwecz, entre los presos
asesinados. Muchos cadáveres estaban mutilados,
con los ojos arrancados, las orejas y las narices
cortadas. [...] Muchas personas reconocían a los
suyos entre los asesinados.
DOCUMENTO 47
Testimonio de ejecuciones y torturas de presos
polacos a manos de agentes soviéticos.
Cuando los rusos huyeron de Wilejka fueron
encontrados en la prisión local muchos cadáveres
de personas martirizadas y asesinadas por la
NKVD. En una celda estaba el cadáver de un
hombre, colgado con alambre de espinas; en otras,
cadáveres desnudos de hombres y mujeres con los
ojos arrancados y las orejas cortadas. Se observó
que la tierra del jardín de la prisión estaba recién
removida. Cuando se hicieron las excavaciones,
aparecieron varios centenares de cadáveres. Eran
también víctimas de la NKVD.
APÉNDICE II
EL DESTINO DE LOS
PROTAGONISTAS
2. Jesús
Miraflores de
Adoración Coadjutor
la Sierra
Vázquez
3. Claudio Cristo de la Salud
Capellán
Albardi (Ayala, 12)
4. Ignacio Alaez
Seminarista
Vaquero
5. Eugenio San Millan
Párroco
Albarralegui (Embajadores)
6. Cipriano San Lorenzo El
Arcipreste 15-VIII
Alcalde Valentín Escorial
7. Luis Alcázar
Capellán Chamar tin
Suárez
8. Mariano Alda Ntra. Sra.
Capellán 21-VII
Cassani Covadonga
9. Lorenzo
Capellán San Ildefonso
Alduáin
10. Guillermo Alduáin Fuentes[273]
11. Amador Capellán
Almeida Salazar castrense
12. Félix Capellán La Concepción
Almonacid
13. Tomas
Capellán San Gines
Alonso
14. Manuel
Alonso Coadjutor La Concepción
Chiloeches
15. Perfecto Cristo de la
Capellán 25-IX
Alonso Sierra Salud
16. Santos
Álvarez Consiliario AC de Madrid 2-VIII
Alaguero
17. Alejandro Sanatorio
Álvarez Capellán Cercedilla 4-VIII
Domínguez (Fuenfría)
18. Santos Juventud
Álvarez Consiliario Masculina de 2-VIII
Malaguero AC
19. Juan Álvarez San Lorenzo El
Coadjutor 17-VIII
Reyero Escorial
20. Claudio Cristo de la
Capellán
Alzábal Murriol Salud
21. Marcelo Anterior P. del Corazón
Presbitero
Andrés de M.ª
22. Santiago
Capellán 2.º RR Jerónimas 29-VII
Andújar Perales
23. Luis Ansó San Antonio de
Coadjutor
Aparicio la Florida
24. Simón Antón
Párroco La Cabrera
Escubi
25. Inocencio Purísimo Cor.
Tte. Mayor 5-X
Antón Moreno Maria
26. Mauricio
Coadjutor San Sebastián 5-X
Antón Moreno
27. Pablo Antón
Tte. Mayor San Sebastián 5-X
Moreno
28. José
Torrejoncillo
Aparicio Párroco
del Rey
Fernández
29. José Aranda Morata de
Coadjutor
Garabato Tajuña
30. Pedro Arañe
Seminarista
Heredia
31. Eduardo Alcalá de
Canónigo
Ardiaca Castells Henares
Alcalá de
Profesor 12-VIII
Henares
32. Anastasio
Coadjutor Sta. Cristina 28-XI
Arnáiz Álvarez
33. Julio Arraiz Capellán Col. Stos. Áng.
Custodios
34. Justo Arraiz
Palazuelos
35. Francisco Miraflores de
Párroco
Arranz Arranz la Sierra
36. Rafael Cerro de los
Capellán
Arranz Martínez Ángeles
37. Mariano
Seminarista
Arrizabalaga
38. Jesús M.ª Convento La
Capellán RR
Arroyo Latina
39. Julio
Adscrito San Ginés
Artamendi
40. Jesús
Seminarista
Arteaga
41. Bernardo Hospital S.
Enfermo
Artigas Urbano Pedro de Nat.
42. Aniceo
Párroco 10-VIII
Ayllón Navarro
43. Luis Ayuso San Antonio
Coadjutor 27-VIII
García Florida
44. Mateo Ayuso Perales de
Ecónomo 21-XI
Munguía Tajuña
45. Francisco Capellán de la
Banega Armada
46. Nicolás
Beneficiado S.I. Catedral
Barber Aymerich
47. Pedro
Capellán MP
Barber Aymerich
48. Ignacio
Capellán
Barrales 18-XI
castrense
Domech
49. Pedro Bayas Coadjutor Ntra. Sra. del
Tarregó Aux. Pilar
50. Santiago
Benito Párroco San Ildefonso
Corredera
51. José
San José de la
Bermúdez Capellán
Montaña
Lendinez
52. José
Coadjutor La Paloma
Bermúdez Tomé
53. Timoteo
Blanco de Párroco Navacerrada 2-VIII
Castro
54. Francisco Capellán de la Armada
Borrego Esteban (retirado)
55. Federico Capellán Los Dolores
Cabrera Martín
56. Juan José Tribunal de la
Auditor
Calabuig Revest Rota
57. Manuel
Coadjutor Pinto
Calleja Montero
58. Julio Calles
Párroco Canillas 13-VIII
Cuadrado
59. Félix del Cristo de la
Rector
Campo Salud
60. Bernardo del Convento La
Capellán 28-VII
Campo Encarnación
61. Pelayo
Capellán El Carmen
Cantón
62. Cipriano Capellán
Cañas y Cañas castrense
63. Tomás
Párroco Fuente el Saz
Capdevilla
64. Francisco
Carballo García Ecónomo Pinilla del Valle 27-VII
65. Francisco
Capellán San Ginés
Carmona Jordán
66. Francisco Cristo de la
Organista
Carrascal Salud
67. Luis Carreño
Coadjutor San Martín 9-XI
Deprit
68. Wolfrando
Coadjutor Pueblo Nuevo
Carrillo de Blas
69. Bernardo Hospital S.
Enfermo 27-IX
Casal Pedro de Nat.
70. Cristóbal
Pozuelo del
Casimiro y Ecónomo
Rey
Benito
71. Rufino
Capellán La Concepción
Castro
72. Alejandro de
Párroco Los Molinos
Castro Martínez
73. Juan Con MM
Capellán
Causapié Pérez Capuchinas
74. Benigno
Cerezo de la Beneficiado
Villa
Hbtdo. del
clero S.I. Catedral 15-VIII
San Pedro
137. Pedro Magistral
Coadjutor 21-VII
García Izcaray Alcalá de
Henares
138. Pedro Morata de
Párroco 11-VIII
García López Tajuña
139. José García Descalzas
Capellán
Marián Reales
140. Francisco Cristo de la
Capellán 5-XI
García Molina Salud
141. Julián
Clero Palatino
García Niño
142. Bruno Pbtro.
Real Capilla
García Palacios sacristán
143. Nemesio
Capellán castrense (retirado)
García Pérez
144. Norberto Cementerio
Capellán 1-IX
García Romero Almudena
145. Antonio Ntra. Sra. de las
Capellán
Garrido Angustias
146. Venancio Pinilla de
Párroco
Garrido Álvaro Buitrago
147. Rufino Capellán La Concepción
Gato Tomillo
148. Jacinto Gil Habilitado del Clero
15-VIII
Benito Capellán Fundación de la Mata
149. Alberto Gil
Ecónomo El Atazar XII
Gómez
150. Pascual Gil Capellán
Martín castrense
151. Andrés Capellán Carmelitas S.
Gómez Andrés José
152. Félix
Capellán
Gómez Álvarez
153. Onésimo Religiosas
Capellán 10-VIII
Gómez Chapado Eucarísticas
154. Francisco
Párroco Corpa
Gómez de Diego
155. Liborio
Ecónomo Sevilla la Nueva 3-VIII
Gómez Mediel
156.
Capellán
Maximiliano 8-XI
castrense
Gómez Bustos
157. Ricardo Diputado
Catedral 15-VIII
Gómez Rosi Cortes
Constituy.
Canónigo
158. Tiburcio
González de Presbítero
Cabo
159. Enrique
Ntra. Sra. de
González Coadjutor 21-VII
Covadonga
Mellen
160. Esteban
Villanueva del
González Párroco Pardillo
Montes
161. Emilio
González Párroco Guadarrama
Pascual
162. Pascual
González Párroco Arganda
Rodrigo
163. Pascual
González Capellán Buen Consejo
Rodríguez
164. Ignacio
González Ecónomo Villalba (Estac.) 20-VII
Serrano
165. Eudosio
González Párroco Rascafría 30-VII
Urdíales
166. José
El Salvador y
González Coadjutor 28-VIII
San Nicolás
Valverde
167. José Gracia 8-III-
Capellán Las Descalzas
Mairal 37
168. Jacinto
Colector San Andrés
Guerra
169. Ramón Decano Tribunal de la
Guerra y Cortés Rota
170. Jacinto
Sacristán San Pedro 19-IX
Guerra Ruiz
171. Alfonso
Adscrito Santa Cruz
Guerrero
172. Antonio
Guerrero Coadjutor San Martín
Sánchez
Capellán
173. A. Guinea
castrense
174. Leandro Convento
Capellán
Gutiérrez Salesas
175. Manuel
Heredero Capellán-org. Santa Bárbara 25-VIII
Revilla
176. Germán
Hernáiz Párroco El Espartal
Camarero
177. Leandro
Ecónomo El Vellón 25-VII
Hernán Pérez
178. Jesús
Coadjutor Algete
Hernández
179. Cecilio Párroco Meco 20-VII
Hernando
Caballero
180. Manuel
Capellán Calatravas
Hernando Bel
181. Casimiro
Garganta de los
Herranz Ecónomo 6-XII
Montes
Martínez
182. Policarpo Encargado
Rozas
Herrera Horcajo Sem.
183. Lucio
Herrero Colector El Carmen 28-XI
Camarena
184. Gregorio Ntra. Sra. de las
Capellán 9-IX
Herrero García Angustias
185. Pablo Magistral /
Herrero Canónigo Alcalá de
Zamorano Henares 23-11
256. Antonio
Capellán Cem. Sta. María 28-XI
Menes Pérez
257. Francisco
Capellán
Mier
258. Julián Carmelitas
Capellán
Miguel Álvarez Maravillas
259. Isidro de
Coadjutor Aranjuez 6-XI
Miguel Siles
260. Apolonio Mercedarias de
Capellán 2°
Mínguez Góngora
261. Francisco Adscrito Cristo de la
Molina Salud
262. Bias Mon y Sta. Teresa y
Coadjutor
Casado Sta. Isabel
263. Crescencio Villarejo de
Párroco 7-XI
Monterroso Salvanés
264. Ildefonso San Martín de
Párroco 3-XI
Monterrubio la Vega
265. Severiano Sta. Teresa y
Sacristán 4-X
Montes Romero Sta. Isabel
266. Gabriel Alameda de
Montserrat Párroco Osuna
Ripollés
267. Jesús Capellán
Sta. Teresa y
Moráis castrense
Sta. Isabel
Rodríguez adsc.
268. Gabino Capellán Cristo de la
Moraleda teniente Salud
269. Antonio
Moralejo y Seminarista VIII
Fernández-Shaw
270. Melitón Carmelitas / Boadilla
Capellán
Morán Herrero del Monte
271. Apolinar
Capellán Santa Cruz
Moreno
272. Jesús
Capellán castrense (retirado) VII
Moreno Álvaro
273. Aurelio
Capellán RR Misioneras
Moreno Cruz
274. Crisanto
Capellán San Jerónimo
Morillo
275. Jesús
Collado
Mostaza Párroco
Mediano
Chimeno
276. Remigio 19-
Párroco Moralzarzal
Muñoz Coello VIII?
277. Rafael
Capellán San Martín VII
Muñoz López
278. Carlos
Capellán Las Descalzas
Muñoz González
279. Víctor
El Escorial de
Navalpotro Párroco 2-VIII
Abajo
Hernando
280. Juan
Manicomio /
Manuel Capellán 29-VII
Ciempozuelos
Navarrete
281. Jesús
Capellán Buen Consejo
Navarro
282. Luis Ecónomo Batres
Navarro Aguado
283. Agustín Carabanchel
Coadjutor 1-IX
Navarro Iniesta Bajo
Capellán de
Religiosas
284. Antonio
Tte. Mayor Santa Cruz 14-IX
Ocaña Cuenca
285. Salvador
Ochaita Párroco Valdemoro
Batanero
338. Hilario
Coadjutor San Andrés
Relaño Miguel
339. Vicente El Salvador y
Coadjutor
Antonio Revilla San Nicolás
340. Francisco El Salvador y
Coadjutor
Rico López San Nicolás
341. Cecilio del
Capellán San José 28-VII
Río
342. Luis Rivera Sta. Teresa y
Capellán
García Sta. Isabel
343. Ignacio Villanueva de la
Párroco
Robledo García Cañada
344. Gerardo
Rodrigo Seminarista
Fernández
345. Juan
Tte. Mayor Santa Bárbara
Rodríguez
346. Castor
Capellán de la
Rodríguez 19-VIII
Armada
Andrés
347. Valentín
Párroco Campo Real 29-VII
Rodríguez Cañas
348. Luis
Rodríguez Párroco Vaciamadrid
Castro
349. Vicente Purísima
Rodríguez Coadjutor Concep. de 2-VIII
López María
350. Antolín
El Escorial de
Rodríguez de Coadjutor 2-VIII
Abajo
Palacio
351. Julián Stos. Justo y
Coadjutor 28-VIII
Rodríguez Parra Pastor
352. Andrés
Sacristán
Rodríguez La Paloma VII
Mayor
Perdiguero
353. Emilio
Rodríguez Canónigo S.I. Catedral 27-XI
Queveda
RR de Sta. M.ª de la
Capellán
Penitencia
354. Vidal
Capellán
Rodríguez
castrense
Serrano
355. Juan José Alameda del
Párroco 27-VII
Rojo García Valle
356. Timoteo Canónigo- S.I. Catedral
Rojo Horcajo archivo (guardó la urna de san
Isidro)
357. Inocencio
Capellán Encarnación
Romo
358. Juan Rosa Carmelitas
Capellán
Herrero Maravillas
359. José de la Cementerio de
Capellán 24-VIII
Roza y Gayo la Almudena
360. José M.ª
Ruiz de Beneficiado S.I. Catedral
Galarreta
361. Luis Ruiz Capellán de la
Ledesma Armada
Sta. Teresa y
Adscrito
Sta. Isabel
362. Emilio
Clero Palatino
Ruiz Muñoz
363. Julián Sáez Adscrito El Carmen
364. Jesús Sáez
Tte. Mayor · San Miguel
Sáez de Guinera
365. Gabriel
Adscrito El Carmen
Sáinz
366. Donato Adscrito Los Ángeles
Saunas Alozas
367. Rafael
Consiliario A. Católica
Salva Carrasco
Profesor Seminario de Madrid
368. Pascual
Capellán
Sánchez
castrense
Bercochea
369. Armando
Sánchez La
Cordobés Concepción
Adscrito
370. Pascual Juventud
Consiliario
Sánchez Olaeche Femenina A.C.
371. Serafín Capellán H. Provincial
Sánchez Pintado
372. Lázaro
Sánchez del Seminarista
Prado
373. Domingo Tribunal de la
Juez 29-X
Sánchez Reyes Rota
374. José
Sánchez de los Párroco Anchuelo
Reyes
375. Alfonso
Sánchez y Párroco San Andrés 20-IX
Sánchez
376. Ángel
Sánchez y Párroco Loeches 2-VIII
Sánchez
377. Aquilino
Tte. Mayor Buen Consejo
Sancho Lostrada
378. Gregorio Canónigo- 28-
S.I. Catedral
Sancho Pradilla lectoral XII-38
379. Cipriano
Santamaría Adscrito San Ginés
Maeso
380. Alfonso Ntra. Sra. de los
Párroco
Santamaría Peña Dolores
381. Federico
Párroco San Luis VII
Santamaría Peña
382. Julio Mangirón y
Ecónomo 15-XI
Santiago Alba Cinco Villas
383. Cipriano
Santos
Capellán Marqueses de Cañada
y Díaz-Varela oratorio Honda
384. Juan
Párroco Cabanillas
Manuel Sanz
385. Santiago
Párroco Torrelodones
Sanz de Miera
Restaurador
386. Manuel
de los 7-XI
Sanz Domínguez
Jerónimos
387. Benjamín Boadilla del
Párroco
Sanz Rodríguez Monte
388. Justiniano
Seminarista
Sanz y Sanz
389. Rafael
Capellán Adoratrices
Sardá Carrasco
Profesor Seminario VII
390. José Sastre
Coadjutor Santa Bárbara 3-X
Barredo
391. Mariano
Párroco Alcobendas
Sebastián Izuel
392. Bonifacio
Párroco San Ginés
Sedeño
393. Juan Segura Capellán- Director de las EE.
Rubirá del Ave
María del Dehesa de la
Stmo. Villa 26-VIII
Sacramento
394. Pedro Sta. Teresa y
Coadjutor 17-X
Serrano Pastor Sta. Isabel
395. José Agustinas
Capellán
Silóniz Colarte Misioneras
Habilitación
del Clero
396. Juan Soria
Coadjutor San Cayetano XI
Castresana
397. Miguel
Seminarista
Talavera Sevilla
398. José
Bernardas de la
Tejedor Capellán 13-VIII
Piedad
Fernández
399. José Terán
Ortiz Coadjutor La Concepción
400. Francisco
Capellán San Pascual
Terredo
401. Jesús Villamantique
Ecónomo 28-VII
Tomey Calpe del Tajo
402. Jesús
Tte. Mayor San Miguel 15-VIII
Toribio Sanz
403. Martín Bibliotecario Seminario
Torre Villar y Prof. Madrid
404. Vicente
Adscrito San Ginés 12-XI
Torres Espejo
405. Eduardo Torrejón de
Párroco 24-VII
Torres Montes Ardoz
406. Ángel
Seminarista VII
Trapero Sánchez
407. Anastasio
Coadjutor San Martín
Treceno
408. Ángel
Capellán de
Urriza San Martín 2-X
Honor
Berraondo
409. Vicente Val
Capellán San Marcos 28-VII
Miguel
410. Pedro Valle Sta. Teresa y
Morales Tte. Mayor Sta. Isabel 28-IX
Ntra. Sra. del
411. Pedro Valls Coadjutor
Pilar
412. Antonio
Párroco Navalagamella
Varela
413. José Μ.ª
Varela
Montenegro
414. José Varela Coadjutor San Andrés
Porto
(puede tratarse de la misma persona
que el anterior)
415. Pedro
Capellán Santiago
Vázquez
416. Eduardo
Coadjutor Aranjuez 11-VIII
Vázquez Serrano
417. Lino Vea-
Capellán RR Esclavas 16-VIII
Murguía y Bru
Juventud AC Parroquia
Consiliario
de Chamberí
418. Francisco
Coadjutor Tetuán 27-XI
Vegas Martín
419. José M.ª Santuario Cerro
Rector 27-XI
Vegas Pérez de los Ángeles
420. Casimiro
Velasco Capellán La Almudena
Casanueva
421. Plácido
Capellán Palacio Real 30-IX
Verde y Verde
Rector Encarnación
422. José
Capellán La Paloma
Verdugo
423. Alfonso
Seminarista
Vernalde Moro
424. José Asilo / Morata
Capellán 28-VII
Vicente Aranda Tajuña
425.
Carabanchel
Hermógenes Párroco 17-IX
Bajo
Vicente
426. Eduardo
Colector y
Villa Martínez
Sacristán
San Martín
Mayor
427. Clementino Oteruelo del
Ecónomo 29-VII
de Villa y Villa Valle
428. Antonio Oratorio
Villarrasa Capellán Caballero de
Triviño Gracia
429. Luis Vindel Capellán
Hernández castrense
430. José
Viñuela Párroco Robregordo
Carpintero
431. Segundo S. Antonio de la
Vuelta Álvarez Jubilado Florida
Fuentes documentales y
archivos
Santuario nacional de la Gran promesa,
Valladolid: indispensable en la medida en que
contiene los listados de los asesinados por la
represión en la zona controlada por el Frente
Popular.
Archivo militar estatal de Rusia: indispensable
para poder estudiar la evolución política de la
España del Frente Popular y de sus planes de
futuro.
Instituto Ruso de Historia General de la Academia
Rusa de Ciencias.
Archivo general de la Administración de Alcalá
de Henares:
Sección de Justicia.
Sección de Presidencia.
Sección de Orden Público.
Sección de Cultura: archivo fotográfico Archivo
Rojo.
Sección Prensa Gráfica.
Archivo Histórico Nacional de Madrid:
Sección Fondos Contemporáneos: Causa
General.
Piezas: I (Principal), II (Alzamiento.
Antecedentes, Ejército Rojo y
Liberación), III (Cárceles y
«sacas»), IV (Checas), V (Justicia
Roja) y Especial (Exhumaciones de
Mártires de la Cruzada).
Sección Fondos Contemporáneos:
Audiencia Territorial de Madrid;
Serie criminal.
Archivo Histórico Nacional. Sección Guerra civil.
Salamanca:
Sección político-social de Madrid.
Servicio Histórico Militar de Avila. Archivo de la
Guerra de liberación:
Cuartel general del Generalísimo.
Zona nacional.
Zona roja.
Archivo de la Asociación Nueva Andadura:
Depósito de los fondos documentales de la
Sección Femenina de FET y de las JONS.
Archivo de la Comunidad de Madrid:
Fondo: Archivo fotográfico de Santos Yubero.
Biblioteca del Congreso de los Diputados:
Colección de la Gaceta de la República.
Centro de Documentación del Congreso de
Diputados.
Colecciones del Boletín del Ayuntamiento de
Madrid y Boletín provincial de Madrid.
Biblioteca Nacional.
Biblioteca Regional de Madrid.
Archivo de Villa:
Libros de actas de las sesiones del
Ayuntamiento de Madrid.
Expedientes de depuración.
Expedientes de responsabilidad.
Bibliografía