William W. Atkinson - La Clave de Los Negocios
William W. Atkinson - La Clave de Los Negocios
William W. Atkinson - La Clave de Los Negocios
VERSIÓN ESPAÑOLA DE
AGUSTÍN DE MENA Y DEL VALLE
William W. ATKINSON
¡LA CLAVE DE LOS
NEGOCIOS!
VERSIÓN ESPAÑOLA DE
AGUSTÍN DE MENA Y DEL VALLE
Trascrito por
Eduardo José Peláez Peláez
I
LA PSICOLOGÍA
EN LOS NEGOCIOS
CAPÍTULO PRIMERO
Con objeto de llevar a la mente del lector una plena idea de la operación del
principio psicológico en la venta de artículos, mencionaremos unos cuantos ejemplos en
que este principio ha entrado en acción. Cada lector podrá recordar algunos casos
similares, en cuanto su atención se fija en la materia.
En una obra anterior, Las Fuerzas Ocultas, hemos dado una serie de ejemplos del
efecto de la sugestión psicológica en el anuncio.
En estos anuncios se ordena categóricamente a las gentes que hagan ciertas cosas.
Se les manda que “lleven a casa aquella misma noche una pastilla de jabón higiénico; ¡su
esposa la necesita!” Y el público obedece. O uno ve una mano gigantesca señalando un
rótulo desmesurado que dice: “¡Oiga usted! ¡Fume usted cigarros Príncipe de Gales! ¡Son
los mejores!” y si uno desoye la orden la primera vez, caerá indudablemente ante la
repetida sugestión de la misma cosa en todas las esquinas y en todos los tranvías, y el
Príncipe de Gales será su pesadilla hasta una nueva sugestión. Recuérdese que es
sugestión por autoridad y repetición, y esto es lo que influye en nosotros, hay otras formas
más o menos sutiles en el arte de anunciar. Uno ve en telones, paredes, vallas, periódicos y
guías: “Crema Venus”, o cosa por el estilo, y por regla general no resiste a la tentación.
Luego nos dicen hasta la saciedad que “los niños toman con deleite el jarabe H,
reconstituyente”, y como quizá tenemos un niño que necesita reconstituyentes, nos
apresuramos a llevarle aquel deleite. Más allá nos enteran de que cierto cacao es “grato y
refrescante” o que cierto licor digestivo es el “complemento de una buena comida”. Tal
fabricante de whisky, nos presenta un cuadro donde se ve un vaso, una botella, un platillo
con hielo y un sifón, y debajo, sencillamente “Oldboy’s Highball... ¡esto es todo!” Estas
cosas son exclusivamente sugestiones, muy poderosas algunas de ellas, cuando impresionan
constantemente la mente por repetición... Ya he conocido mercaderes en géneros de
primavera y verano forzar la estación llenando sus escaparates de artículos de su ramo. Y
sombrereros que ha adelantado el sombrero de paja llevándolo ellos, haciéndolo llevar a sus
dependientes y después a algunos amigos. Aquel tocado daba la sugestión del buen tiempo
en las calles, y la temporada del sombrero de paja quedaba abierta.
“Se trata del propietario de una tienda de una ciudad de tercer orden. ¡Pero qué
tienda... casi me dan ganas de llorar cuando entro allí Los escaparates, año tras año,
siempre están aderezados de igual modo, no hay nada que dé allí la placentera impresión
tan necesaria en los establecimientos del día. Pero la atmósfera del lugar está en armonía
con el propietario. Cuando se estableció, hace treinta años, tenía ocho dependientes, pero
sus negocios han decaído de tal modo, que se ha quedado solo, y apenas si puede llegar con
saldo a fin de año, en tanto que sus competidores del mismo barrio, aumentan
ostensiblemente su importancia de día en día. En el transcurso de quince minutos de
conversación, la primera vez que nos vimos, me contó todas sus aflicciones, que eran
muchas. Según su relato, todos cuantos le habían tratado había sido para fastidiarle desde
que tuvo la mala idea de meterse en el comercio; sus competidores apelaban a métodos de
mala fe; el propietario de la casa procuraba echarle por medios intolerables para aumentar
el alquiler; no había tenido un solo dependiente honrado; los dependientes abusaban de su
vejez, así que determinó trabajar solo, como trabajaba, de la mañana a la noche, sin un día
de asueto, hasta que muriese o fuese a dar con sus huesos a un asilo, y aun cuando había
estado en igual situación durante quince años, no conocía persona a cuya puerta pudiese
llamar como un amigo, etc., etc.”
“Aun cuando tuve la ocasión de visitarle alguna vez en que despachaba, jamás le oí
una palabra de estímulo o recomendación para con el comprador. Al propio tiempo, recibía
a los clientes con un aire de indiferencia, así como se les hiciese un favor permitiéndoles
tratar con él, en tanto que otros que le pedían permiso para usar su teléfono o le
preguntaban por alguna persona de la vecindad, pronto comprendían, por sus maneras, que
el tendero los encontraba inoportunos e indirectamente les echaba a la calle.
Intencionadamente, le llevaba alguna vez a otros temas de conversación, pero con el mismo
resultado; todo estaba dado a los diablos, la ciudad, el país, el mundo, etc. Hablábasele de
lo que se quisiera, sus observaciones estaban saturadas de pesimismo. Siempre estaba
dispuesto a censurarlo todo y a todos y una vez que me atrevía a sugerir que muchas de sus
contrariedades se debían a su manera de ser, en poco estuvo que no me señalase la puerta.”
“GPero, si quisiera tan sólo esforzarse en echar una sonrisa aquí y otra allá, o dirigir
una amable insinuación a su cliente, se sentiría mucho más satisfecho por el mismo hecho,
y los parroquianos acudirán a él en todos sus menesteres. Si intentara demostrarse a sí
mismo que puede prosperar, y diese a su tienda un aspecto atractivo; y si sus maneras
cambiasen, siendo complaciente para todo el que entrase, comprase o no, el cincuenta por
ciento comprarían allí tan bien como en otra parte. Yo pudiera señalar muchas maneras de
sugestión y autosugestión que empleadas por nuestro hombre, harían aumentar sus
negocios, atraerse amigos, en lugar de ahuyentarlos, y conseguir que el mundo y él fuesen
vistos por él de mejor manera.”
¿Qué tendrá que ver todo esto con la psicología... el anuncio, el adorno de un
escaparate, las maneras personales, etc.?
Pues tiene mucho que ver, porque todas estas cosas están basadas en los mismos
principios fundamentales del comercio y estos principios fundamentales son los de la
psicología. Todo cuanto se ha dicho se refiere a la psicología; todo es efecto de la
psicología pura y simplemente. Todo depende de la actitud mental, de las sugestiones
ofrecidas, de los estados mentales inducidos, del impulso a la voluntad; todas estas cosas
externas son meramente los efectos de estados mentales internos.
“El anunciante tiene en cuenta las impresiones subconscientes, las varias fases de
sugestión y asociación en la forma recibida por los sentidos, y la psicología de la orden
directa, todo digno de la mayor consideración y de ser apreciado seriamente”.
S. Brown dice:
“Pero –podrá decir el lector- esta psicología parece ser simplemente lo que siempre
hemos conocido como “naturaleza humana”, la cosa no tiene nada de nuevo.”
CAPÍTULO II
Pero recuérdese siempre, que esta realización del Ego no significa egotismo o
demasiado aprecio de sí mismo, o comparación de nuestro carácter o personalidad con el de
otros. Debemos ser egoístas, no egotistas, y egoísmo significa sencillamente la realización
de esta “Conscientividad”, a la cual están subordinadas todas las otras facultades mentales.
Si el lector desea algún otro nombre para él, puede considerar este “yo” como la “Voluntad
de la voluntad”, pues es real esencia de la fuerza de voluntad, es, para decirlo así, la
Voluntad consciente de uno mismo. Por medio de la realización, encontramos mil veces
más fácil el cultivar las cualidades mentales en que seamos más deficientes, y restringir
aquéllas que no son de desear.
El espíritu de la idea puede ser adquirido por el detenido examen del siguiente
párrafo de C. F. Lummis:
“Me comporto perfectamente. Soy más grande que todo cuanto pueda ocurrirme.
¡Todas estas cosas están fuera de mi puerta, y yo tengo la llave!”.
Las cualidades mentales que principalmente debe reunir el comerciante son las
siguientes:
1. Respeto de sí mismo. – Es de gran importancia para el comerciante el cultivo del
propio respeto. No queremos significar con esto que se haya de ser egotista, soberbio,
imperioso, altivo, etc., pues todas estas cualidades son detrimentales. El respeto de sí
mismo, por el contrario, manifiesta confianza propia, dignidad, valor e independencia.
Apréndase a mirar el mundo cara a cara, deséchese todo temor, y la impresión de que uno
es humilde. Apréndase a creer en sí mismo y a respetarse a sí mismo. Que nuestro lema
sea: “Puedo, quiero, me atrevo, obro”.
“Tenga presente que no pide ningún favor, que no hay motivos para que se excuse,
y que tiene tanto derecho, como el que más, para llevar alta la cabeza. Y es admirable la
influencia que esta posición de la cabeza ejerce en los negocios. La regla es ésta: Los
lóbulos de las orejas que caigan directamente sobre los hombros, de manera que una línea
de plomo tirada desde las orejas describa la línea del cuerpo. Cuídese de no inclinar la
cabeza a derecha o izquierda, sino vertical. Muchos cometen la equivocación,
especialmente cuando están a la perspectiva de un buen negocio, de inclinar la cabeza a un
lado u otro. Esto indica debilidad. Un estudio de los hombres descubre que los fuertes
jamás inclinan la cabeza. Su cabeza se sostiene perfectamente recta sobre los hombros.
Estos, en perfecto equilibrio, firmes, indican la fuerza de voluntad. Cada línea del cuerpo,
en una palabra, denota el pensamiento del individuo”.
Cultívese, pues, no tan sólo el íntimo sentido del propio respeto, sino también las
indicaciones exteriores del estado mental. Así se asegurará el beneficio de la acción y
reacción entre mente y cuerpo.
Bueno; éste es el punto ser un giróscopo mental. Cultívese la mental cualidad que
actúa automáticamente en el sentido de mantener la balanza y centro de gravedad mental.
Esto no quiere decir que adoptemos una expresión solemne de dignidad sobrenatural. Al
contrario, séase siempre natural en maneras y acción. El punto es mantener un equilibrio
constante y dominio mental, en lugar de dejarnos conducir por nuestros sentimientos o
emociones. La actitud significa dominio, su carencia significa servidumbre. Como dice E.
Carpenter: “¡Cuán raro es tropezar con un hombre! ¡Y cuán común ver criaturas acosadas
por tiránicos pensamientos (o cuidados, o deseos) doblegándose bajo el látigo, o por acaso
enorgulleciéndose de correr alegremente obedeciendo a un conductor que empuña las
riendas, y quiere persuadirse de que es libre!” La actitud es el giróscopo mental; consérvese
en buen estado de acción.
“No sé lo que me ocurre cuando veo a fulano, se desvanecen todas mis tristes
ideas”.
IV. Cortesía. – La cortesía es una valiosa cualidad en un comerciante. No tan sólo éste,
sino que es un rasgo característico de las personas decentes en todos los caminos de la vida,
y es un deber, tanto para uno mismo como para los otros. Por finura y cortesía no debe
entenderse esa grave y artificiosa manera de comportarse, que no es más que una parodia de
la cosa real, sino, al contrario, esa respetuosa conducta para con los demás, que es el sello
de un innato refinamiento y una esmerada educación. La cortesía y la finura no consisten
necesariamente en rígidas reglas de etiqueta, sino en una íntima simpatía y conocimiento de
otros, que se manifiesta en una urbana conducta para con ellos. A todo el mundo le gusta
ser tratado con miramiento y consideración, y paga después gustosamente con la misma
moneda. La cortesía – la verdadera cortesía – viene de dentro, y es imposible parodiarla
satisfactoriamente. Su espíritu puede ser expresado por la idea de tratar de ver lo bueno en
todo, y luego obrar como si aquella bondad fuera evidente. Dar a aquellos con quienes se
trate la manera, atención y respeto a que tuvieran derecho si manifestasen actualmente la
mayor bondad íntima.
Uno de los mejores tenderos que hemos conocido atribuía sus adelantos a su
habilidad “en ponerse al lado del cliente frente al mostrador”, esto es, a ver la materia desde
el punto de vista del comprador. Esto conduce a una simpática inteligencia de las más
valiosas. Si el vendedor puede conseguir el difícil arte de colocarse en lugar del
comprador, podrá ver las cosas a una nueva luz, ganando así un conocimiento del
parroquiano, que le capacitará para manifestar con él una verdadera cortesía. Pero esta
política y deferencia no significan una humilde y servil actitud de mente o conducta. La
verdadera urbanidad tiene su límite en el respeto de sí mismo.
CAPÍTULO III
VI. Esperanza. –El comerciante debe cultivar el lado optimista de la vida. Debe
acariciar la ardiente expectación de lo bueno que depara el porvenir, y marchar a su
encuentro decididamente. Mucha parte del éxito de nuestra vida depende de la actitud
mental y de la confiada expectación de una dicha venidera. Ardiente deseo, confiada
expectación y resuelta acción, constituyen la triple llave del buen resultado. El
pensamiento se manifiesta en acción, y crecemos de acuerdo con el modelo o molde mental
que nos creamos. Si miramos en torno nuestro, encontraremos que los hombres que han
subido, y que están subiendo, son aquellos que han mantenido una mental actitud de
esperanza, que han mirado siempre delante la estrella de la esperanza aun en los momentos
de mayor conturbación y pasajeros reveses. El hombre que pierde toda esperanza, sucumbe
en la lucha de la vida. La esperanza es el incentivo que empuja al hombre hacia delante y
hacia arriba. La esperanza, seguida de la voluntad y la determinación, es invencible.
Aprendamos a ver el lado brillante de las cosas, a creer en la realización de nuestras
esperanzas. Aprendamos a mirar hacia arriba y hacia delante, adoptemos el lema “¡Mira
adelante!” Cultivemos el “espíritu de la pelota de goma”, mediante el cual podremos saltar
más alto, cuanto más fuerte sea el golpe que nos inflijan. Existe una sutil ley psicológica,
por operación de la cual tendemos a materializar nuestros ideales. La “expectación
confiada”, ayudada por las acciones, triunfa finalmente.
“Cada cual de nosotros emite una esfera, aura o halo, impregnado con su propia
esencia; las gentes sensibles lo perciben así como nuestros perros y otros animales favoritos
y otros que no lo son; como el tigre y el león hambrientos; aun las moscas, los insectos y
esto lo sabemos a nuestra costa. Algunas personas son magnéticas, otras no. Algunos de
nosotros somos atractivos, simpáticos e inspiramos amistad y amor, en tanto que otros son
fríos, inteligente, pensadores, razonables, pero no magnéticos.
Newman ha dicho:
El entusiasmo cobija esa cualidad especial que llamamos “Vida”, la cual constituye
una parte importante en la personalidad del comerciante. Obsérvese que hemos analizado
el entusiasmo como ansiedad inspirada; piénsese en este análisis y apréciese su intima
significación. La sola palabra entusiasmo es inspiradora, visualícese y permítasela que nos
incite a su expresión cuando nos sintamos “muertos”. Su sólo pensamiento es un
estimulante.
VIII. Determinación. - El comerciante necesita la cualidad de tenaz determinación,
persistencia y fijeza. Es preciso cultivar el espíritu de “Puedo y Quiero”. La determinación
se compone de varias cualidades adyacentes. Viene primero la “combatividad” o cualidad
de “allanar” obstáculos. Es ésta una marcada cualidad en todos los caracteres fuertes. Se
manifiesta como valor, osadía, resistencia, oposición y disposición de combatir las
contrariedades antes que ceder a ellas.
Ligada con esta facultad está la otra que ostenta el inadecuado nombre de
“deslinatividad”, que se expresa en el sentido de destruir barreras, remover obstáculos y
seguir adelante; ponerse al frente; apoderarse de lo que le pertenece, etc. Es la cualidad de
los hombres que trazan su propio camino, y construyen su propia industria.
Esta deficiencia se explica por la libre expresión que la labor del comerciante
necesita. Debe recordarse, no obstante, que más de un buen plan se ha malogrado por la
tendencia del comerciante a las efusivas confidencias y a manifestar sus planes y
esperanzas. El comerciante debe pensar tres veces antes de hablar del orden de su
comercio, sus planes, métodos y otros asuntos que no debieran conocer los competidores.
Es una regla segura, expuesta por un experto hombre de negocios, que uno “jamás
debe hablar de nada que no quisiera que llegase a oídos de su principal competidor; pero ha
de llegar forzosamente si uno habla de ello”. El mundo está lleno de “pajarillos” que se
deleitan en propalar nuevas, las “paredes oyen”.
“El mundo corre detrás del dinero – sabios e ignorantes – en una u otra forma. ¿De
qué sirve negarlo? Puede que algún día nos encontremos en mejores condiciones
económicas; rogamos a Dios que así sea; pero hasta entonces todos usamos para la caza del
dólar, lo más selecto de nuestra habilidad. Porque de no hacerlo así, existe el peligro de no
comer, ni vestir, ni tener albergue, ni música, ni libros, nada en fin digno de vivir para los
que piensan y quieren. Creo que el término medio puede expresarse así: “En tanto que
usted adquiera, adquiera tanto como pueda, pero deje alguna probabilidad para los
demás.”
¿No se ha fijado el lector en el regocijo con que la multitud comenta la caída de sus
ídolos de ayer? No nos dejemos engañar por los aplausos de la gente. Ni nos apartemos del
camino recto a causa de temor o censura. Aprendamos a descansar en lo que creemos justo.
“Tenga usted la seguridad de que va bien, y prosiga su camino.” Aprendamos a sostenernos
sobre nuestros pies, sin necesidad de apoyarnos en nadie. Y recordemos los hermosos
versos de Burton:
“Haz lo que tu conciencia te dicte, y de nadie sino de ti mismo esperes aplauso – las
más nobles vidas y las más nobles muertes, que hacen y guardan sus propias leyes -. Toda
otra vida es una viviente muerte, un mundo sólo habitado por fantasmas. Un suspiro, un
viento, un sonido, una voz, el cencerreo de un camello.”
“La conciencia de estar uno bien trajeado inspira cierta serenidad y paz que ni
siguiera la religión puede procurarnos en algunas ocasiones.”
Y, por lo que respecta a las actitudes físicas, etc., oigamos lo que dicen algunos
eminentes psicólogos:
El Profesor Halleck:
El Profesor James:
“Silbar para conservar un buen estado de ánimo, no es mera figura de dicción. Por
otra parte, estemos durante horas enteras, sentados en lánguida postura, suspirando,
respondiendo a todo con doliente voz, y muestra melancolía aumentará grandemente. No
hay precepto más odioso en la educación moral que éste: Si queremos vencer tendencias
emotivas de carácter pernicioso, debemos con toda asiduidad, y con la mayor sangre fría,
buscar los movimientos exteriores, de las contrarias disposiciones que deseamos cultivar.”
El Dr. W. Hutchinson:
Otra autoridad da las siguientes instrucciones para adoptar una postura correcta:
1. Talones juntos.
2. Cabeza levantada, pero la barbilla metida hacia adentro mejor que saliente.
3. Recto mirar.
4. Hombros en posición natural.
5. Pecho saliente.
6. Abdomen liso, evitando que sobresalga.
7. Brazos caídos naturalmente, sin rigidez.
“La manera más fácil de adquirir un porte correcto es imaginar que uno está
suspendido por una cuerda, el extremo inferior de la cual esté atado al extremo inferior del
esternón. Si probamos a mantenernos y andar como si estuviésemos suspendidos así, el
resultado será la adquisición de un paso airoso, agraciado y fácil, un correcto porte, y una
posición natural.”
Cómo debe darse la mano. – Cuando se toma la mano de una persona para
estrecharla, no debe hacerse de una manera fría e indiferente, sino calurosamente, como si
encontráramos un placer en ello. Más aún, póngase sensibilidad en esta cortesía. El
apretón de manos debe significar: Yo le aprecio a usted, y usted me corresponde.
Voz. – El comerciante debe cultivar su voz para darle expresión. Su voz debe estar
de acuerdo con lo que está diciendo y su interés en lo que dice. Aconsejamos para esto
visualizar los pensamientos; esto es, hacer un cuadro mental de lo que estamos diciendo.
Siempre se describe mejor lo que se tiene delante. Según el grado en que se vea esta
pintura mental, tal será el grado de poder con que la expresamos a otros; y por lo tanto el
grado de sentimiento en el tono. Trátese de decir “Buenos días” con toda cordialidad, y
dígase luego de la manera usual. ¿Ve el lector la diferencia? Hay que poner en la voz
nuestro pensamiento y sentimiento.
De que modo se ha de mirar.- Aprendamos a mirar los ojos de las personas con
quienes hablamos. No de una manera fija, sino firme, cortés y amablemente. Esto puede
adquirirse con un poco de práctica. Practíquese ante el espejo si se prefiere. Una mirada
tímida e inquieta produce una mala impresión, en tanto que una firme y serena mirada
predispone en nuestro favor. Se observará que todos los hombres de valía – los que
influyen en otros hombres – tienen casi siempre una firme y potente mirada. Este rasgo
personal es digno de ser adquirido.
Debemos vestir siempre lo mejor que podamos, de acuerdo con nuestra posición.
Las mejores ropas que se usen y un corte tan bueno como se pueda, pero sin incurrir en las
exageraciones de la moda. La seriedad ante todo. Cuando la indumentaria de un hombre
nos llama la atención, es que no va correctamente vestido, o lo está pobremente o va
exagerado. Debe buscarse siempre un término medio. El consejo de Polonio a su hijo, es
digno de tenerse en cuenta: “Compra tu ropa según tu bolsillo, pero que no sea llamativa;
rica pero no extravagante; pues el porte hace al hombre.”
CAPÍTULO IV
“El cerebro del comprador es el tablero donde se juega la partida. Las facultades del
cerebro son las piezas. El comerciante mueve o guía estas facultades como si fuesen las
piezas del tablero”.
Entre estos dos extremos, existen muchos grados intermedios. Los signos físicos
exteriores de la persona, como la rudeza o finura de la piel, el cabello, uñas, orejas y
facciones, tanto como su forma general, comúnmente proporcionan al observador diligente
la clave del grado de la “cualidad” de un hombre. Será útil al comerciante familiarizarse
con estas características, pues arrojan mucha luz en el carácter general de la gente.
Vienen por su orden los que llamamos “temperamentos”. Los fisiólogos más
conspicuos clasifican los temperamentos como siguen:
1. El Vital.
2. El Motor.
3. El Mental.
“Excesivo motor con deficiente mental da poder y dejadez, así que los talentos
permanecen dormidos. Excesivo vital da potencia física y regocijo, pero muy poca mental
y moral. Excesivo mental, da demasiada mente para el cuerpo, demasiado sentimentalismo
y demasiada precocidad. Pero su equilibrio da un abundante suplemento de energía vital,
de potencia física y de poder y susceptibilidad mentales. Pueden compararse a las varias
partes de un buque de vapor y sus pertenencias. El vital es la máquina; el motor el barco, y
el mental la carga y el pasaje. Predominando el vital, se genera más energía animal de la
que el individuo puede consumir, y causa inquietud, pasión excesiva, y una presión que
produce explosiones y arranques perjudiciales; si predomina el motor, resulta demasiado
casco; se mueve lentamente, y con débil mental hay falta de gravitación para asegurar los
grandes fines de la vida; predominando el mental hay excesivo peso, y amenaza un
hundimiento; pero todo debidamente equilibrado y potente, soporta y conduce grandes
pesos rápidamente y bien; y realiza maravillas. Semejantes personas reúnen un sereno
juicio con intensos y bien gobernados sentimientos; gran fuerza de carácter e inteligencia
con una perfecta consistencia; erudición con un sólido sentido común; sagacidad con
brillantez, poseyendo el más perfecto orden en la fisiología y la mentalidad”.
Al tratar con un hombre de esta especie, hay que huir de toda indicación a esta
materia particular, pues el cliente no prestaría atención a nada que no fuese esto. La
conyugabilidad o inclinación matrimonial, cuando está muy desarrollada, hace que uno de
los cónyuges influya grandemente en el otro. Un hombre de esta clase está gobernado por
la voluntad de su esposa, por sus gustos y deseos, y por consiguiente, si su mujer dice “así”,
la batalla está ganada. Algunos hombres, sin embargo, teniendo la amatividad muy
desarrollada, tienen muy poco la conyugabilidad, y si, un amor no es satisfactorio, es
substituido por otro – una “afinidad” ocupa el lugar de la esposa. El amor paterno, o amor
de progenie, cuando está altamente desarrollado, causa el que uno idolatre a sus hijos y se
deje influir por su mediación. Semejantes personas se pirran por contar anécdotas
referentes a sus hijos, aburriendo al oyente con relatos de ocurrencias y precocidades
infantiles. Generalmente, en sus escritorios, campean retratos de los adorados retoños.
Una palabra de cariño y alabanza hacia ellos, predispone a los padres a prestar atención o
interés a lo que exponga otra persona. Amistad, o amor de compañerismo, excesivamente
desarrollada, induce a uno a buscar la sociedad, a formar uniones de amistad, a disfrutar
goces sociales, hacer favores a los que uno estima, amar la compañía. Estos individuos, en
sus negocios, se dejan llevar por sus simpatías y relaciones mejor que por la razón o el
juicio, y aquellos que estima pueden persuadirle fácilmente. Una apariencia de sociabilidad
les atrae generalmente a los que la manifiestan. La cualidad de “buena persona” pertenece
a esta clase. La habitividad, o amor al hogar, muy desarrollada, liga al individuo a ciertos
lugares, localidades y asociaciones. Tales hombres están llenos de patriotismo, orgullo
local, de prejuicio y provincialismo. Le ofende cualquier desaire hecho a su localidad,
apreciando exageradamente toda alabanza para ella. Estas gentes son semejantes a los
gatos, que aman más su casa que a las personas.
CAPÍTULO V
La espiritualidad, cuando está muy desarrollada, tiende a inclinar a ver las cosas por
su lado brillante, a esperar cosas buenas, a mirar en el porvenir confiadamente, y a tener fe
en lo que vendrá. Son susceptibles a todo llamamiento hecho a sus futuros éxitos, a sus
brillantes perspectivas, y a toda proposición que prometa una feliz terminación. Prefieren
el trato con personas que manifiesten similares características mentales. Debe emplearse
con ellos gran amabilidad; por lo general son muy tratables, particularmente si la cualidad
en cuestión está equilibrada por la cautela y amaestrada por la experiencia.
El comprador dignificado. – Este tipo posee una gran dosis de propia estimación, y
mucha aprobatividad. En todo caso, dejémosle que desempeñe el papel que su naturaleza
les dicte, pero sin olvidar el nuestro. Este consiste en que reconozcamos y respetemos su
dignidad, por su manera y tono. Si la dignidad es real o fingida, no hemos de tomarlo en
cuenta. Imagínese el vendedor que está en presencia de su bisabuelo o del obispo de la
diócesis, y lo demás será fácil. Conocemos a un comerciante muy inteligente, pero muy
indiscreto, que perdió una venta importante con un comprador de esta especie por haberle
apuntado dos dedos hacia el abdomen al propio tiempo que, jovialmente, le decía “¡viejo
camastrón!” El comprador apenas si escapó de un ataque de apoplejía, y a nuestro conocido
se le escapó un buen negocio. Por gracioso.
Los animales superiores, los salvajes y los niños tienen muy poco poder de esta
clase; el individuo, por término medio, posee más que el niño o el salvaje, pero menos que
el individuo altamente dotado; éste tiene más dominio sobre sí mismo y subordina sus
deseos y sentimientos a su juicio y voluntad, por inhibición o restricción.
Quizá el comerciante, para recordar esta clasificación de las dos fases de la mente,
hará bien en representárselas como dos socios de cualquier industria. Uno de ellos es un
buen muchacho, acomodaticio, lleno de curiosidad y de infantil interés, propenso a dejarse
“robar”, persuadir y engatusar, y actuando aparentemente a impulsos de sus momentáneos
deseos y sentimientos, deseoso de parecer bien a los ojos de los demás, y ansioso de causar
buena impresión, encontrando más cómodo decir “sí” que “no”, más fácil el ceder a la
voluntad de los otros que oponerse a ella; vano y complaciente. Este socio se llama
“Facilísimo”. El otro es el polo opuesto. Frío y calculador, manifestando escaso
sentimiento o emoción, sometiéndolo todo a su razón y juicio, ajeno a todo prejuicio, sea en
pro sea en contra, terminando francamente sus tratos y resintiendo que traten de inducirle o
de desorientarlo. Se llama “Pedernal”.
Cada mente es una sociedad “Facilísimo” y “Pedernal”. Los dos socios están en
evidencia. En algunos casos “Facilísimo” tiene mucho más campo e influencia que su
socio más capacitado; en otros ambos tiene igual autoridad, y en un tercero, “Pedernal”
afirma su derecho y habilidad, y “Facilísimo” queda postergado a pesar de sus protestas.
Pero el mismo principio es verdad en todos ellos. Y este hecho es tomado en consideración
por los hombres del mundo, que comprenden el verdadero estado de cosas.
LA PREAPROXIMACIÓN
CAPÍTULO VI
LA PREAPROXIMACIÓN
Casi todo los autores que escriben sobre el arte de vender, dan suma importancia a
lo que llaman “la preaproximación”, indicando con este término los preliminares que
conducen a la aproximación o entrevista con el comprador.
Lo que hemos dicho en el capítulo que lleva el título de la “La mente del
comerciante”, es realmente una parte de la preparación de la mente del comerciante para la
primera entrevista con el comprador.
Macbain dice:
Adquiéranse tantos datos como sea posible referente a su carácter, hábitos, gustos y
repugnancias.
Los dependientes de los hoteles, y mejor aún el propietario, están bien informados
acerca de los mercaderes de la población, y con frecuencia se pueden adquirir valiosos
informes por su mediación, aun cuando el juicio y experiencia de tales informadores debe
ser aplazado antes de formar uno su propia opinión sobre el cliente. Es una buena idea para
el comerciante el llevar un registro de estos datos anticipado a fin de tenerlos a la vista en el
momento en que lo necesite.
W. C. Holman dice:
“Uno no puede hacer creer a los demás que cree, si no es un firme creyente. D. L.
Moody arrastraba al público por el simple poder de su admirable sinceridad. Nadie podía
escucharle sin decir: “Este hombre cree absolutamente en cada una de las palabras que está
diciendo. Si siente tan intensamente lo que dice, debe haber verdad en ello.”
¿Tiene mi casa la reputación y prestigio de ser una de las mejores en su línea? - ¡Sí!
¿Hemos hecho centenares de miles de ventas como las que voy a hacer hoy? - ¡Sí!
¿Es esta la razón por la cual los solicito, porque de momento no necesitan mis
géneros y deseo venderlos? - ¡Sí!
En muchos casos, a los “grandes hombres (o los que se figura tales) se rodean de
tamaña formalidad y ornato, que casi inspira temor al poder franquear la guardia que
custodia el sagrado recinto, y se requiere mucho tacto, mucha diplomacia, y hasta
estrategia, para llegar al fin de la jornada.
Este algo es sutil y casi indescriptible, aun cuando aparente a cuantos tienen que
tratar con sus semejantes. El comerciante, si está bien equilibrado y sereno, es “positivo”
para el comprador, quedando éste en una actitud atenta y pasiva. Ahora bien, para terminar
con la prueba de “la antesala”, diremos que el prospecto, amagando la serenidad del
comerciante y “rompiendo su nervio”, y teniéndole suspenso en el banco de la paciencia,
con frecuencia consigue despertar en él el “movimiento”, a menos que no comprenda la
psicología del procedimiento y por consiguiente lo evite. La suspensión es el más
“rompedor de nervios” del estado mental en la lista psicológica, como saben cuantos lo ha
experimentado. Evítese el perder el “movimiento”.
Dice Pierce:
“Téngase presente que no se va a pedir un favor; que no hay de qué excusarse, y que
puede uno andar con la frente levantada. Y es admirable lo que esta frente levantada puede
hacer en el aumento de las ventas”.
Pero es la actitud mental la que está detrás de la expresión física, no olvidemos esto.
Hay personas cuyos modales son tales que no necesitan pedir respeto y
consideración; se les otorga como materia de derecho y privilegio. La gente les abre paso
en las calles, y se corren en los tranvías para dejarle sitio.
Pero, sea quien quisiere, posee maneras y características exteriores que imponen a
los demás. Detrás de todo ello se encontrarán ciertos estados mentales que producen las
genuinas maneras exteriores en el caso de genuinos ejemplos de personas que poseen
autoridad y elevada posición, pues no siendo así, sólo se consigue una pasable imitación,
cuando se es un buen actor.
Los otros autores sostienen que en muchos casos, el subordinado puede prestar buen
servicio, tratándole con el mayor respeto y una aparente creencia en su juicio y autoridad,
ganándose uno su buena voluntad y haciéndole interesar en la proposición, y procurando
inducirle a “que hable a su principal” aquel mismo día. Se asegura que una segunda visita,
al otro día, tiene con frecuencia un favorable desenlace, debido a que el dependiente ha
allanado el camino para una entrevista, y sin duda ha puesto su influencia en juego para un
final satisfactorio. Y se asegura también que varios comerciantes se han hecho
permanentes amigos de los subordinados conocidos en esta forma.
Parece, sin embargo, como hemos dicho, que mucho depende de las particulares
circunstancias del caso. En algunos, el dependiente no pasa de ser un mero empleado,
mientras que en otros es un hombre de confianza cuya opinión pesa en el ánimo del
prospecto, y cuya buena voluntad y ayuda son dignas de asegurarse. De todos modos, sin
embargo, siempre es bueno captarse el respeto y la buena voluntad de todos los
dependientes, pues con frecuencia pueden hacer mucho en el sentido de acrecentar o
disminuir las probabilidades. Siempre es preferible hacerse un amigo que un enemigo –
desde el botones arriba – en principios generales. Más de un valiente guerrero ha sido
vencido por un chiquillo, y muchos hombres robustos han muerto por la picadura de un
mosquito.
“El comerciante verá al prospecto, y le explicará su visita, por grandes que sean los
obstáculos que se opongan, si conserva su nervio y utiliza su cerebro”.
PSICOLOGÍA DE LA COMPRA
CAPÍTULO VII
PSICOLOGÍA DE LA COMPRA
Aun cuando es difícil fijar una regla precisa respecto al mismo, a causa de la
variedad de temperamentos, tendencias y hábitos mentales poseídos en diferentes grados
por los diferentes individuos, existen, sin embargo, ciertos principios de sentimiento y
pensamiento manifestados por todos y cada uno de los compradores, siguiéndose una cierta
consecuencia lógica por todos los hombres en todas y en cada primera compra.
Damos a continuación una lista de los diferentes estados mentales manifestados por
cada comprador, puestos por orden de la consecuencia en que se manifiestan usualmente:
I. Atención involuntaria.
II. Primera impresión.
III. Curiosidad.
IV. Interés asociado.
V. Consideración.
VI. Imaginación.
VII. Inclinación.
VIII. Deliberación.
IX. Decisión.
X. Acción.
Usamos el término “primera compra”, a fin de hacer la distinción entre ella y las
siguientes compras del mismo artículo, pues en este caso el procedimiento mental es mucho
más simple, consistiendo meramente en seguir la inclinación, o hábito, y adquiriendo los
géneros sin repetir la compleja operación mental de la primera vez.
I. Atención involuntaria.
Ha dicho Halleck:
“Muchas personas van rara vez más allá del estado reflejo. Cualquier estímulo
distrae su atención de sus estudios o negocios.”
Sir W. Hamilton hace una distinción más precisa que ha sido, sin embargo,
descuidada generalmente por los escritores sobre la materia, pero que resulta
científicamente correcta, y que seguiremos en este libro. Sostiene que hay tres grados o
especies de atención:
III. Curiosidad.
Este estado mental es realmente una forma de Interés; pero más elemental que el
interés asociado, siendo meramente el interés de la novedad. Es el factor más potente de
interés en las razas primitivas, en los niños, y en muchos adultos de desarrollo elemental y
hábitos de pensamiento. La curiosidad es una forma de interés casi instintiva, y que
impulsa al individuo a prestar su atención a cosas nuevas y extrañas. Todos los animales la
poseen en marcado grado, y los pajareros y otros cazadores con trampas, se aprovechan
perfectamente de esta condición. Los monos la poseen en grado excesivo, y los individuos
menos desarrollados de la raza humana también la manifiestan grandemente. Está
relacionada, hasta cierto punto, con las primitivas condiciones de los seres vivientes, y es
probablemente una herencia de las tempranas y menos seguras condiciones de la vida,
donde la observación concerniente a nuevas y extrañas cosas, vistas y sonidos era una
virtud y el único medio de adquirir experiencia y educación. De todos modos, existe
ciertamente en la naturaleza humana una decidida tendencia instintiva a explorar los
desconocido y extraño; la atracción de lo misterioso; la fascinación del descubrimiento.
Este estado mental es la forma más elevada que la curiosidad. Es el interés práctico
en cosas relativas a los intereses de uno, su inclinación o repugnancia, su amor u odio, en
lugar de ser el mero interés en novelerías de curiosidad. Es un rasgo adquirido, así como la
curiosidad es un rasgo instintivo. El interés adquirido se desarrolla con el carácter, la
ocupación y la educación, en tanto que la curiosidad se manifiesta fuertemente en los
comienzos del carácter, antes de toda educación. El interés adquirido se manifiesta más
intensamente en el hombre de negocios, de educación y de experiencia, mientras la
curiosidad tiene su pleno florecimiento en el mono, el salvaje, el niño y el adulto inculto.
Reconociendo la relación entre ambos, puede decirse que la curiosidad es la raíz y el interés
asociado a la flor.
“Una mujer puede percibir un gracioso pajarillo como un adorno para su tocado; un
horticultor, como un devorador de insectos; un poeta, como un cantor; un pintor, como un
hermoso modelo de color y forma. La dueña de casa puede percibir los guiñapos viejos
como algo que ha de echar a la calle; el trapero, como algo que ha de recoger. Un
carpintero, un botánico, un ornitólogo, un cazador y un geólogo que atraviesan un bosque,
no ven las mismas cosas.”
Refiere que un muchacho se encaramó en un árbol frondoso, viendo pasar desde allí
a la gente por el camino, y escuchando lo que decían. El primer caminante exclamó:
“¡Qué hermoso tablón se podría sacar de ese árbol!” El muchacho gritó: “¡Buenos días,
señor Carpintero!” El segundo transeunte dijo en voz alta: “¡Vaya una excelente corteza!”
“¡Buenos días, señor Curtidor!” replicó el chico. Pasó otro y dijo: “¡Apostaría a que en la
copa de ese árbol hay muchas ardillas!” y el muchacho gritó: “¡Buenos días, señor
Cazador!” Cada una de aquellas tres personas vio el árbol a la luz de su personal
apreciación o interés asociado.
Se sigue de aquí, pues, que a fin de despertar, inducir y adquirir este interés
asociado del prospecto, es preciso que el comerciante presente las cosas, ideas o
sugestiones que apelen directamente a la imaginación y sentimientos de la persona que
tiene delante, y que están asociados con sus deseos, pensamientos y hábitos. Si se nos
perdona por la definición circular, diremos que el interés asociado de una persona tan sólo
puede ser excitado por cosas interesantes; y que las cosas interesantes son aquellas que
despiertan su interés. El interés de un hombre le interesa siempre – y sus intereses son
usualmente aquellas cosas concernientes a sus ventajas, éxitos, bienestar personal – en una
palabra, a su cortesía, social, comodidades, gustos y satisfacción de sus deseos. Por
consiguiente, el comerciante que pueda proyectar la luz mental sobre estas cosas
interesantes, se asegurará el interés asociado del comprador. De aquí la psicología de los
repetidos asertos “Puede usted ahorrar dinero”, “Puedo aumentar sus ventas”, “Puedo
reducir sus gastos”, “Puedo hacerle algunas ventajas”, etc.
Dice Halleck:
Y siguiendo esta misma figura, podemos decir que si el niño siente deseos por los
melocotones, estará interesado en su idea. Y así, si le mencionamos los “melocotones”,
tenemos su interés asociado, que resulta en una mental imagen del fruto, seguida del deseo
de poseerlo, y seguirá escuchando atentamente cuanto digamos acerca de los
“melocotones”.
II: El interés asociado declina en fuerza y efecto a menos de que sean presentados
nuevos atributos de forma, requiere variedad en la presentación de su objeto.
Macbain dice:
“Un comerciante del tiempo viejo que hacía el tráfico en el Oeste Medio durante
muchos años tenía por lema: “Estoy aquí para el bien del público”. No hacía su afirmación
general, ni decía a sus parroquianos cómo lo hacía. Hacía pulcramente sus negocios, y su
lema era francamente puesto en práctica, aumentando así su clientela.”
V: Consideración.
Este estado mental se define como “Un examen, encuesta o investigación de algo”.
Es la fase que sigue a la curiosidad y al interés asociado, y tiene hacia una investigación de
la cosa que ha excitado aquellos sentimientos. La consideración, naturalmente, puede ser
precedida por el interés y acompañada por él. Se evidencia usualmente por una disposición
a hacer preguntas concernientes a la proposición. En el comercio, esta fase marca el pasaje
del punto de aproximación por parte del comerciante al de demostración. Marca el pasaje
del interés pasivo al interés activo. Aquí es donde realmente comienza la labor del
vendedor. Aquí es donde debe describir detalladamente su proposición, recalcando sus
puntos recomendables. En el caso de un anuncio, o de exhibición de artículos, la operación
mental se hace en la mente del comprador del mismo modo, pero sin asistencia del
comerciante. Si la consideración es favorable y revela suficientes cualidades atractivas en
la proposición o en el artículo, la mente del comprador pasa a la siguiente fase del proceso,
conocida como:
VI: Imaginación.
Este estado mental se define como “El ejercicio de aquel poder o facultad de la
mente por la cual ésta concibe y forma cuadros ideales de las cosas a ella comunicados por
los órganos de los sentidos” En el proceso mental de una compra, la facultad de la
imaginación adquiere la idea del objeto que ha provocado el interés asociado y ha sido
hecho sujeto de la consideración, y procura pintarse el objeto en cuestión en sus diferentes
usos o en posesión del comprador.
Es preciso que el comprador use su imaginación a fin de realizar lo bueno que una
cosa será para él; cómo parecerá; cómo podrá venderla; cómo servirá a su propósito, etc.
Una mujer que se fije en un sombrero usa su imaginación para representarse cómo le
sentará. El hombre que ve un libro usa su imaginación para representarse el placer que le
proporcionará su lectura. El comerciante usa su imaginación para representarse la probable
venta de sus géneros, su presentación, su adaptación a su especialidad, etc. La imaginación
desempeña un gran papel en la psicología mercantil. Es el incitador directo del deseo y la
inclinación. El comerciante inteligente se da cuenta de todo esto, y alimenta la llama de la
imaginación con el aceite de la sugestión. En efecto, la sugestión recibe su poder a través
de la imaginación. La imaginación es el vehículo en el cual la sugestión llega a la mente.
De la imaginación pasamos directamente a la fase mental llamada
VII: Inclinación.
El deseo es una extraña cualidad mental, y muy difícil de definir estrictamente. Está
ligado con el sentimiento por un extremo y con la voluntad por el otro. El sentimiento sube
a deseo, y el deseo sube a la fase de voluntad y procura expresarse en acción.
“Tiene por objeto algo que proporciona un placer o evita un dolor, inmediata o
remotamente, para el individuo o para alguien en que éste se interese. La aversión, o el
esfuerzo para huir de algo, es meramente un aspecto negativo del deseo.”
En los negocios, las palabras “ganancia” y “pérdida”, pueden ser substituidas por
“placer y dolor”, aun cuando realmente no son sino formas de la última. Pero aun cuando
el prospecto sea reducido al grado de fuerte inclinación o deseo, no siempre se mueve a
complacer este último. ¿Qué es esto? ¿Qué otro proceso mental interviene? Veámoslo en
el siguiente escalón de la compra, conocido como
VIII: Deliberación.
Este estado mental se define como: “El acto de deliberar y pesar hechos y
argumentos en la mente, serena y escrupulosamente”. Aquí se manifiesta la acción de
pensamiento y razón, el proceso mental de pesar y contrabalancear hechos, sentimientos e
inclinaciones. Pues no solamente se pesan hechos y pruebas en la balanza mental, sino
asimismo sentimientos, deseos y temores. Es muy cierto que el raciocinio puramente
lógico inclina a procesos estrictamente lógicos, basados en hechos irrefutables, pero aquí
hay muy poco raciocinio puramente lógico. La mayoría de las personas se dejan gobernar
más por sus sentimientos e inclinaciones – sus simpatías y antipatías – que por la lógica.
Alguien ha dicho: “La gente no busca razones, sino excusas para seguir sus inclinaciones”
La verdadera deliberación, en la mayoría de los casos, es el peso de probables ventajas y
desventajas, de diferentes gustos y repugnancias, de esperanzas y temores.
Se ha dicho que nuestra mente está gobernada por motivos, y que vencen los
motivos más fuertes. Encontramos con frecuencia que, cuando pensamos que deseamos
una cosa ardientemente, vemos que nos gusta asimismo algo que creemos mejor, o quizá
que tememos algo de lo que deseamos la primera cosa. En semejante caso, el sentimiento
más fuerte o más apremiante se lleva la palma. Las facultades ejercen aquí sus diferentes
influencias. La precaución se opone a la adquisitividad. Esta a la conscientividad. El
temor se opone a la firmeza. Y así sucesivamente.
Antes de que una segunda persona se aproxime al recién llegado, debe conocer
ciertos factores remotos, siendo los principales:
1. Herencia.
2. Medio ambiente.
3. Educación.
4. Peculiaridades individuales.
Esta eminente autoridad hubiera podido añadir muy bien un elemento adicional,
importantísimo; el siguiente:
5. Sugestión.
Es una parte delicada del proceso de la transacción; el comerciante debe estar pronto
al recto argumento en el debido lugar.
Para él, éste es el escalón argumental. Finalmente, si los esfuerzos del comerciante
responden, la balanza se inclina, y el proceso pasa al escalón inmediato, conocido como
IX: Decisión.
Este estado mental se define como: “El acto mental de decidir, determinar o sentar
un punto, cuestión, diferencia o contraste. Es el acto de la voluntad dirimiendo la disputa
entre las opuestas facultades, sentimientos, ideas, deseos y temores. Es la voluntad
actuando, por la razón, y desgraciadamente con hasta frecuencia, también por el mero
sentimiento. Sin entrar en una discusión metafísica, permítasenos recordar al lector que la
psicología práctica del día sostiene “que el motivo más fuerte en el momento, decide la
elección”. Este motivo más fuerte puede ser de razón o de sentimiento; consciente o
inconsciente; pero ha de ser el más fuerte en aquel momento, o de lo contrario no vence. Y
este más fuerte motivo es más fuerte meramente según nuestro carácter o “naturaleza” se
manifiesta en aquel particular momento, en aquel particular ambiente, bajo las particulares
circunstancias y sujeto a las particulares sugestiones. La elección depende de la asociación
en mayor grado del que realizamos, y la asociación es despertada por la sugestión. Como
dice Halleck: “No es asunto del psicólogo el fijar cuál debiera ser el poder de la asociación
de ideas. Le basta con comprobar qué poder tiene”.
Siendo este el caso, el comerciante debe percatarse de que la decisión está basada
siempre en los estados mentales del hombre en aquel momento, y los motivos adicionales
suplidos por el comerciante.
X: Acción.
Mill dice:
“Ahora bien, ¿qué es una acción? No una, sino una serie de dos cosas; el estado de
mente llamado una volición, seguida de un efecto. La volición o intención de producir el
efecto, es una cosa; el efecto producido a consecuencia de la intención, es otra cosa; las dos
juntas constituyen la acción.”
Halleck dice:
Muchas personas deciden hacer una cosa, pero falta el algo necesario que da el
impulso motor. Tienden al aplazamiento, y demoran el acto definitivo.
Estas gentes son fuentes de gran cuidado y labor para el comerciante. Algunos
consiguen llevar a sus prospectos al punto de decisión, pero fracasan en inducirlas a obrar.
LA APROXIMACIÓN
CAPÍTULO VIII
LA APROXIMACIÓN
Pierce dice:
Pero es preciso no perder de vista que la primera impresión es sólo con el propósito
de penetrar en el estrecho sendero de su comercialidad, que el interesado debe allanar para
llegar a una lógica conclusión: la nota de pedido. La impresión por pura impresión es una
falacia. No se pierde de vista al objeto real de nuestra labor, obteniendo los resultados
preliminares.
“Téngase presente que los cinco primeros minutos de conversación con un hombre,
sobrar para entenderse o romper, en tanto como concierne a una transacción mercantil. Si
es comerciante antagónico u ofensivo en su lenguaje, hecha a perder sus probabilidades
desde el principio. Si no logra complacerlo o atraérselo, ha hecho muy poco. No es
suficiente ser una mera cantidad negativa. Uno debe hacer una impresión positivamente
favorable, pero no por picardía ni vivacidad. La única manera de ganarse la buena voluntad
de otra persona, es merecerlo. La mayoría de los hombres no saben con frecuencia
explicarse el por qué las maneras de otro hombre le son agradables o desagradables; pero se
sienten complacidos o desplacidos, atraídos o repulsados, o indiferentes, y el sentimiento es
definitivo y pronunciado, sin que puedan explicarse el porqué de tales extremos. El tendero
más humilde de un pueblecillo es tan susceptible de ser complacido u ofendido como el
dueño de los almacenes más lujosos de una gran capital. No debe olvidarse jamás que,
cualquiera que sea su condición, “un hombre siempre es un hombre”.
No influye tanto lo que uno pueda decir, cuando se aproxima al prospecto, como su
manera de actuar. Son sus maneras mejor que su lenguaje. Y detrás de sus maneras está la
actitud mental.
Sin entrar en sutiles teorizaciones psicológicas, diremos que puede aceptarse como
una discreta hipótesis, que un hombre irradia su estado mental, y que aquellos a quienes se
aproxima, sienten estas radiaciones, Puede ser la sugestión de manera, o puede ser algo
más sutil; no discutiremos aquí teorías, por falta de tiempo; el hecho es que actúa como
actuaria la radiación.
“Una razón para esto, es que el respeto de uno mismo es necesario para nuestra
labor. Y el respeto propio no puede obtenerse donde hay falta de confianza, bien sea en
nuestra habilidad o en la bondad de nuestros géneros. No basta que uno defienda
entusiásticamente sus géneros; recuérdese que el comprador no siente tales entusiasmos”.
Así, la oferta ha de ser sincera, pero digna. No es un esclavo que habla a su dueño;
ni un criado a su amo; ni un gusano reptando por un monte; aun cuando ésta es la actitud
que adoptan los comerciantes inexpertos, sea consciente o inconscientemente. Son tímidos.
El temor se pinta en sus rostros a cualquiera aproximación. Nueve décimas de este temor
es debido a ignorancia en su ramo. La otra décima es falta de experiencia.
Mas aún; la experiencia nos enseña que cuando confrontamos una dificultad real,
generalmente adquirimos fuerza y valor para resistirla y aun para vencerla, mientras en
nuestros momentos de temerosa anticipación, estos alentadores factores no son aparentes.
No crucemos el puente antes de llegar a él. La mayor parte de los temores se desvanecen
cuando llegamos a ellos; participan de la naturaleza del espejismo. Es el fantasma de cosas
que jamás se materializan el que nos causa el mayor temor. Bórrese todo sentimiento de
temor al efectuar la aproximación.
Ahora un consejo:
Si el lector desea una piedra de toque para comprobar la acción y las maneras, le
ofrecemos ésta:
Hay que evitar una mala impresión, pues ésta distrae la atención del propósito de la
aproximación, llevándola al particular objeto que despertó tal sentimiento.
No es necesario que esta conversación introductoria sea muy larga. A veces una
corta plática es más convincente. No aconsejamos que se haga pasar tarjeta, pues
preferimos la introducción personal, cuyas ventajas no queremos recalcar. Desaprobamos
altamente las introducciones veladas y demás triquiñuelas; creemos que un hombre que
tiene algo que decir, y no se avergüenza de su profesión, puede hacer conocer su objeto de
una manera natural y sencilla. El comerciante ha de ser digno y categórico.
Tan pronto como se logre llegar a la presencia del propietario y se le haya saludado,
se le dice plana y sencillamente: “Soy representante de la “National Cash Register
Company”. Esto le pone a uno inmediatamente sobre un buen pie, y, si tiene algo que
oponer contra la firma (sea lo que fuere), romperá el fuego inmediatamente. Si nada tiene
que decir, váyase al asunto seguidamente, pero no se diga nunca: “Vengo a venderle a
usted un registro” o “He venido a hablarle a usted de nuestro registro”, sino que se iniciará
la cosa en estos o parecidos términos: “Deseo interesarle a usted en nuestros métodos para
cuidar de las transacciones con los clientes en su establecimiento”. La diferencia entre las
dos maneras, consiste en que la primera empieza con nuestro fin del negocio, la cosa que
nos interesa; mientras que la otra empieza con su fin de él, la cosa que se presume que le
interesa.
El comerciante (o el viajante, pues todo lo dicho puede referirse tanto a uno como a
otro), no debe, al hacer la aproximación, comportarse como si tuviese prisa y quisiera
despachar en un periquete.
Cuanto más digno de deferente sea el visitante, más respetado será, sea cualquiera la
condición del prospecto. Le es mucho más fácil a un comprador poner en la puerta a un
viajante mal educado y procaz, que a uno que demuestra ser una persona educada. La
verdad es que el primer tipo incita a volverle las espaldas; o sugiere por sus maneras;
mientras la persona decente sugiere un tratamiento respetuoso. En materia de sugestión, la
línea de menor resistencia es la que se sigue con más facilidad.
Si el cliente está ocupado con otra persona o en alguna tarea particular, esperemos.
No interrumpamos su labor hasta que levante la cabeza y nos mire como invitándonos a
hablar. Jamás interrumpamos a otro comerciante o viajante que está tratando con el
prospecto. No es esto tan sólo un buen proceder en cortesía general, sino también una
buena política mercantil. Al comenzar la plática introductoria, vayamos derechos al punto,
sin andar en rodeos, defecto en que suelen incurrir muchos ofertores. Recuérdese siempre
que para el comprador, nuestra breve narración no está tan grabada en su mente como en la
nuestra. Así, pues, pongamos sinceridad en ella, y digámosla como si habláramos por
primera vez a una persona que nos ha pedido el relato. Conservemos nuestro interés, si
queremos excitar el del cliente.
Evítese adoptar una actitud suplicante – no hay por qué suplicar -. Uno gasta su
tiempo del propio modo que el cliente gasta el suyo – téngase en cuenta -. No se excuse de
nada, excepción hecha de una equivocación o una falta. Y nuestra visita no es una
equivocación ni una falta – a menos que no la hagamos así por abrigar tan pobre idea -.
Algunos hombres se excusan hasta de vivir, pero no son de la madera de que se hacen los
fabricantes. Cuídese mucho de no inducir adversas sugestiones en la mente del comprador
a causa de estas “excusas” y “explicaciones”. Esto es meramente un signo de debilidad y
falta de nervio. Mejor evitarlo.
Lo que hemos dicho tiene bastante relación con la fase de la primera impresión, que
sigue al primer escalón de la atención involuntaria que ha sido causada por nuestra
presencia.
“Esta forma de sugestión es una de las más comunes. Se encuentra en todas partes y
en todos los tiempos. La ley mental de asociación nos facilita el asociar ciertas cosas con
otras ciertas cosas, y encontraremos que cuando uno de las cosas es recordada, nos hacía su
impresión asociada... De aquí que, cuando nos cruzamos con un hombre elegantemente
trajeado, de altivo porte, y arrellanado en lujoso automóvil, lo asociamos en el acto con la
idea de fortuna e influencia.”
Es algo parecido al de una persona que asumiese un aire señorial y pasase por
delante del centinela en la punta de la fortaleza mental, donde el visitante ordinario es
interrogado y examinada su entrada o permiso de acceso... Y muchas personas,
comprendiendo esta fase de la sugestión, la aprovechan con ventaja y la usan para sus
negocios.
Los estados mentales de curiosidad e interés asociado por parte del comprador, son,
asimismo, inducidos por el comerciante en la aproximación. Hemos descrito estas fases en
el capítulo titulado: “La psicología de la compra”, debiendo releerse la parte particular
sobre este punto.
Este plan es muy semejante a pretender cortar un tronco de leña con el mango del
hacha; el efecto presenta el lado malo de la proposición. Y jamás se logrará despertar
curiosidad o interés en esta forma. Olvídense las palabras: “usted compra” y “yo vendo”,
en aquel momento. Ciertamente, cuando menos se usen en todas las fases, tanto mejor, pues
son demasiado desagradablemente sugestivas de la apertura de la caja para que le suenen
bien al comprador. Tenemos excelentes substitutos para estos términos, términos que
sugieren provecho, ventaja, ahorro y complacencia en la mente del comprador, y no ideas
de desembolso y gasto. Trátese de sugerir al comprador la ganancia que ingresará en su
caja –no el dinero que ha de sacar de ella -. La razón es obvia, si se comprenden las leyes
de sugestión y psicología.
En tanto como sea posible, no hagamos preguntas a las que el comprador pueda
contestar “no”, en este escalón. Pero “no” una o dos veces, no le oigamos.
LA DEMOSTRACIÓN
CAPÍTULO IX
LA DEMOSTRACIÓN
Pero así como en los indicados juegos hay ciertas “réplicas” indicadas para cada uno
de los primeros movimientos, así también en el gran juego mercantil existen ciertas réplicas
indicadas por estos preliminares movimientos por parte del comprador. Los grandes
centros comerciales tienen escuelas de instrucción, personal o por correspondencia, en la
cual se proporciona a los agentes aprobadas y lógicas respuestas a las objeciones y
preguntas usualmente adelantadas por el comprador. Se notará que realmente son muy
pocos los movimientos de esta especie en el juego de la mayoría de los clientes; tienden a
decir las mismas cosas en idénticas circunstancias, y siempre les ocurre una réplica
apropiada. El ofertor adquiere mucho de estas réplicas por experiencia, conversación con
comerciantes viejos o instrucciones de sus principales. Cada línea tiene su propia reserva
de objeciones y su propio acopio de réplicas.
Hay dos clases generales de réplica a una objeción, que pueden aplicarse a casi toda
especie de objeción.
En la resistencia directa, las menores objeciones del comprador son acogidas con la
frase: “En esto está usted equivocado, señor X”; “está usted enteramente equivocado”, o “lo
ve usted por el lado falso”, o como oímos una vez: “Su objeción es ridícula”. La resistencia
directa es necesaria en algunas pocas contingencias, o en muy raras ocasiones, pero debe
emplearse apenas y con mucha cautela. Es un remedio desesperado, indicado solamente
para casos desesperados. La resistencia indirecta, responde así a las objeciones: “Eso
puede ser verdad en algunos casos, pero...”; o “hay mucha verdad en lo que usted dice,
señor X, pero...” o, “como una proposición general, lo que usted dice es probablemente
correcto, pero...” o, “convengo enteramente con usted, señor X en que (lo que sea), pero en
este caso particular, quisiera hacer una excepción...”, etc. El valor de esta forma de
resistencia estriba en el hecho de que nada nos cuesta el permitir que el comprador tenga
sus propias ideas y mantenga sus propios prejuicios, siempre y cuando no intervengan la
lógica de nuestro argumento general, ni afecte a nuestro punto primordial, la nota.
El término Demostración, tiene dos significados generales, cada uno de los cuales
es ejemplarizado por escalones en la labor de Demostración del comerciante. El primer
significado y escalón es: “Mostrar o señalar; indicación; manifestación o exhibición”. El
segundo significado o escalón es: “El acto de probar claramente, por prueba
incontravertible y evidencia indubitable , fuera de toda posibilidad de duda o contradicción.
El primer escalón es el de: “mostrar y señalar”; el segundo, el de probar. El primero es el
presentar las particularidades de una cosa; el segundo el de lógico argumento y prueba. Y,
por consiguiente, recuérdese que uno está ahora en el escalón de “mostrar y apuntar” y no
en el de “argumento y prueba”.
La “National Cash Register Company”, instruye a sus agentes como sigue a esta
fase de la demostración:
“Tómese usted tiempo suficiente para explicar cada punto detalladamente. Siempre
que se exponga algún aserto susceptible de discusión, asegúrese usted de su asentimiento
antes de continuar. Si no asiente exactamente a su aserto, modifíquelo usted hasta que lo
haga. Llévesele al terreno de convertir en algún grado con cada proposición que usted
haga, de manera que, cuando llegue usted al resultado general, no pueda volver atrás y
manifestar disconformidad. Pero no se haga esto como si tratara usted de arrinconarlo, sino
como simple deseo de llegar a una razonable base de argumento.
“Aparte de su mente, toda tentativa de pasar por elocuente, toda idea de emplear
triquiñuelas en las palabras o maneras, y póngase usted en el sencillo espíritu de un hombre
se afectación que gusta de decir la verdad, y la dice de la manera más llana y sincera. Evite
usted, sobre todo la fatal equivocación de hacer a su comprador la demostración con un
sentimiento de temor, apresuramiento o incertidumbre. Dese usted plena cuenta del poder
de los hechos que hay detrás de usted y tenga la plena confianza de sus convicciones;
exponga deliberadamente cada punto de un modo claro y concluyente, y conduzca al
cliente, paso a paso, a una absoluta convicción”.
Halleck dice:
“No debemos olvidar que cualquiera que no sea mal dotado o negligente, puede
pronto descubrir algo interesante en muchos objetos..., la atención que son capaces de
prestar, les hace encontrar, finalmente, una perla en la ostra más insignificante... La esencia
del genio es presentar cosa antigua de una manera nueva.”
Y continua:
Hoffding escribe:
“El vaivén de los elementos del cuadro en la imaginación, toma lugar, en gran
medida, debajo de los umbrales de la conscientividad; así que la imagen emerge
súbitamente en la conscientividad completa en su total configuración, consciente resultado
de un proceso inconsciente.”
Las palabras que describen acción, gusto, sentimiento, o algo, en una palabra, que se
refiera a sensaciones personales, tienden a excitar la imaginación. Si el comerciante cultiva
el arte de ver, gustar o sentir la cosa en su imaginación, a medida que habla, tenderá a
reproducir las imágenes mentales en la mente de su interlocutor.
“El deseo tiene por objeto algo que nos proporciona placer o nos evita un dolor,
inmediato o remotamente, para el individuo o para alguien por quien se interese uno. La
aversión o tendencia a huir de algo, es sumamente un aspecto negativo del deseo.”
Este sentimiento es el que hemos excitado, hasta, cierto punto, en la mente del
cliente. Lo hemos conducido al primer escalón de la inclinación, que le lleva,
naturalmente, a una deliberación de si es justificado que compre aquello, y al punto donde
empieza a pesar de las ventajas y desventajas del negocio; la cuestión de si tiene voluntad
de “pagar el precio”, que es, después de todo, la cuestión vital en casi todas las formas de
deliberación que siguen a la inclinación y al deseo. Pero cuando la mente del comprador
pasa al escalón de la deliberación, es preciso no perder de vista la cuestión del deseo, pues
puede ser necesario recalcárselo, o atizar las pavesas, cuando discute el “comprar o no
comprar”.
El agente tiene aquí una ventaja que descuida con frecuencia. Nos referimos al
hecho de que las mismas objeciones del comprador y sus preguntas dan una clave de sus
operaciones mentales, que pueden ser seguidas por el ofertor. Sabe lo que germina en la
mente del cliente, y cuáles son sus sentimientos generales, sus miras e inclinaciones con
respecto a la materia. Cuando comienza a hablar, deja entrever sus motivos, prejuicios,
esperanzas y temores. Es un hecho psicológico que la fuerza de un argumento, hecho en
respuesta a una objeción interrogativa, es mucho mayor de lo que sería el mismo
argumento hecho sin la pregunta u objeción.
Macbain dice:
El punto es:
1. La cosa es buena.
2. El cliente la necesita.
3. Que el agente le hace un buen servicio demostrándole que la necesita.
Una agente de una compañía de seguros sobre la vida, nos dijo una vez que sólo
tocaba dos puntos en su conversación. Estos eran:
Dejaba aparte todos los demás puntos como inmateriales, e insistía, con todo su
corazón y su alma, en sus dos puntos. No era un hombre ilustrado, ni versado en la técnica
del seguro, pero conocía sus dos puntos de cabeza a pies.
La actitud mental del comerciante es la potencia que yace detrás de sus argumentos.
Su entusiasmo es el que enardece la imaginación y el deseo del comprador. Y, detrás de
esto, debe vibrar siempre su creencia en su propia proposición. El comerciante debe
venderse a sí mismo una y otra vez, como Holman ha sugerido. Debe replicarse a cada
objeción que se le ocurra, como a las que opongan aquellos que confían en su labor. Si el
género es bueno, existe una respuesta para cada objeción, lo mismo que hay un
contramovimiento a cada movimiento de una pieza de ajedrez; así como cada cosa tiene su
“otro lado”. El agente debe encontrar este movimiento y este “otro lado” a toda objeción a
que dé lugar su proposición. Y es preciso que “se venda a sí mismo”, una y otra vez, como
hemos dicho.
“La venta de registros es una labor muy seria. Usted ha de exponer llanamente una
síntesis de los hechos, de los cuales tiene usted la convicción de que son verdad y de que el
cliente se beneficiará conociéndolos. Deberá usted ser tan sincero en esto, como un clérigo
predicando el evangelio. Si está usted animado en este espíritu de sinceridad, el cliente
sentirá la importancia de lo que se le dice y dará a ello su debido peso. Es un hecho en el
que usted debe creer plenamente, que el registro es un gran beneficio para la persona que lo
adquiera; que recompensará al comprador muchas veces su precio de coste.”
Pierce dice:
“Así, en el comercio, es absolutamente esencial el ser genuino. Primero, después y
siempre, ser genuino. Practíquese, en absoluto, lo que se predica. Sed honestos. No tome
usted jamás una clase de artículos de los que no pueda responder plenamente. De otro
modo, usted no puede venderse “a sí mismo”. Y venderse uno a sí mismo, es necesario por
todos conceptos. Algunos lectores nos han preguntado: “¿Cómo ser honesto cuando el
cliente hace una pregunta, a la cual no puede uno contestar correctamente?” La respuesta
es: “No trabaje usted ese artículo; déjelo cuanto más pronto mejor.”
Verdad es que hay muchos hombres que, “vistiendo la librea del cielo, sirven con
ella al diablo”, y que practican la autohipnotización para hacerse creer que están
defendiendo una proposición honesta, en lugar del “pastel” que están proponiendo. Y
muchos de estos hombres de confianza ponen tanto ardor en su actuación, que llegan a
persuadir a sus víctimas por razón de su afán.
Y añade Bulwer:
“La unión de sentimiento, con la habilidad para expresarlo, hace de este individuo
una criatura fascinadora.”
Pero toda cosa genuina ha de tener su fiel contraste; la existencia de éste sirve
solamente para probar el primero. Nadie puede continuar prostituyendo sus facultades y ser
venturoso, ni en definitiva hacer fortuna. La Ley de las Compensaciones está en plena
operación. No; no estamos predicando, tan sólo nos permitimos hacer un poco de filosofía;
esto es todo.
EL CIERRE
CAPÍTULO X
EL CIERRE
Este “cierre” es una fase de la vena que se convierte en objeto de temor para la
mayoría de los ofertores. En efecto, algunos de éstos se contentan con llevar al cliente
hasta el punto en que comienzan la decisión y la acción; y entonces se acobardan, dejan el
asunto y envían a otro para que ultime la operación. Llevan el caballo hasta el pilón; pero
no pueden hacerle beber.
Aun cuando sea verdad que la fase del cierre es muy delicada, y envuelve alguna
psicología estratégica práctica, esto, no obstante, nosotros somos de la opinión que muchos
comerciantes son víctimas de sus propias autosugestiones adversas en esta materia, por
hacer un castillo de lo que con frecuencia encontramos ser blando y plástico, en lugar de
sólido hierro y granito. Más de un agente es derrotado en su cierre por sus propios temores
mejor que por el cliente. Este escalón de la vena es aquel en el cual el comerciante apela a
su reserva de entusiasmo y energía, pues la necesita para asegurar el triunfo.
Holman a escrito:
“Decía el General Grant que en casi todas las batallas, después de largas horas de
lucha, llegaba un momento en que el cansancio se apoderaba de ambos bandos, y que el
bando que más pronto se repusiese y pegase fuerte, era el vencedor. Probablemente ocurre
lo mismo en una transacción. Un buen viajante conoce este momento crítico, y obra de
acuerdo.”
Por otra parte, si el comerciante se empeña en continuar hablando, de aquí para allá,
después de haber sentado un punto particular, o todos sus puntos, se expone a que el cliente
pierda atención e interés, y con ello, la inclinación y el deseo recientemente despertados.
Lo malo que ocurre con ciertos clientes, es que, prácticamente, han hecho su
decisión, pero sin percatarse de que la han hecho. Esto es, han aceptado las premisas del
argumento; admitido la lógica de los subsiguientes argumentos y demostración; no ven
escape a la conclusión. Pero con todo, no han aflojado el muelle de una decisión formal,
que siente la materia con un broche mental. Es labor del viajante el producir este mental
broche. Es la fase en que el asunto se expone clara y lisamente al comprador. Es una
situación que exige nervio por parte del agente, que es nervio aparente, pues después de
todo, hay en ello algo de comedia, porque aun cuando venza, si el cliente dice: “Sí”, no
pierde necesariamente; si la respuesta es “¡No!”, como el enamorado, a quien no desanima
un “no” ahora y otro “después”. Jamás tomemos un ¡no! como una respuesta, dice una
antigua canción popular, y no estará de más que los comerciantes la recuerden.
Como hemos dicho en un capítulo anterior, a veces hay una solución de continuidad
entre la Decisión y la Acción. El espíritu de aplazamiento emerge, y el cliente trata de
demorar la redacción de la nota. Trátese de contrarrestar esta contrariedad yendo derecho
al punto. No se pierda un solo momento. Si no es necesaria una nota firmada por el
comprador, escríbase acto seguido en la libreta, sin darle tiempo para reflexionar. Evítese
en lo posible todo compás de espera.
Si se requiere una nota firmada, pídala como la cosa más natural. No se tome la
actitud del que pide un favor, ni se crea necesario ningún otro argumento. Trátese como
una cosa convenida e indíquese amablemente el lugar de la firma añadiendo “Aquí, señor
X, si le place”, y colocando la pluma estilográfica en manos del cliente. Algunos viajantes
señalan el lugar con la pluma, y la sugestión opera con este movimiento. Otros con calma
proceden así: “Vamos señor X, a donde han de ir estos géneros”, añadiendo: “Los
esperamos para tal o cual día”. Y en tanto que dice esto, llena la hoja del pedido, que luego
presenta con la mayor naturalidad al comprador, indicando el lugar de la firma con estas
palabras: “Ahora, señor X, sírvase usted firmar aquí; muchas gracias.”
Collins dice:
“Uno de los principales periódicos de Middle West, tienen una escuela para los
corredores que solicitan suscripciones. Una serie de libros es vendida en relación con un
año de suscripción a este periódico, y los corredores son impuestos en las tácticas de los
antiguos libreros, aprendiendo su argumento por rutina. En el preciso momento en que la
firma del suscriptor va a ser asegurada, el agente es enseñado a sacar la pluma del bolsillo,
dejarla caer en el suelo como por accidente, inclinarse y recogerla mientras termina su
argumento, y ponerla en manos del suscriptor, de la manera más natural del mundo. De
diez veces, las seis se estampa la firma sin más argumento.”
El principio que hay que observar en todos los casos en que se ha de firmar pedidos
o extender facturas, etc., es hacer el procedimiento tan fácil como sea posible para el
comprador. Dejémosle seguir la línea de menor resistencia. Sígase el principio de aquel
joven que cuando pedía dinero a su padre, decía suave y rápidamente: “veinte dólares,
papá”, como si se tratase de veinte céntimos. Apartemos de nuestra mente toda idea de
aplazamiento o demora, y adoptemos la debida actitud mental.
“Todos sabemos lo que es dejar la cama en una mañana de frío, sin fuego en la
estufa, y cómo nuestro vital principio protesta contra esta tiranía. Probablemente muchas
personas han luchado algunas mañanas más de una hora, incapaces de tomar una
resolución. Pensamos que es tarde, que nuestras ocupaciones se resentirán; decimos: “¡es
preciso levantarse; esto es vergonzoso!”, etc.; pero el calorcillo de la cama parece
demasiado delicioso, el frío de la calle demasiado cruel, y la resolución se aminora, y
aplaza una vez y otra, justamente cuando parece en el punto de vencer la resistencia y pasar
al acto decisivo. Ahora bien, ¿cómo decidimos en semejantes circunstancias? Si puedo
generalizar de mi propia experiencia, las más de las veces obramos sin lucha y sin decisión.
Encontramos, de repente, que hemos de hacerlo. Ocurre u afortunado lapso de
conscientividad, olvidamos el calor y el frío; entramos en alguna idea relacionada con el día
de vida, en el curso de la cual exclamamos “¡Ea, basta de pereza!”, una idea que en este
afortunado momento no despierta sugestiones contradictorias, y, por consiguiente, produce
inmediatamente sus apropiados efectos motores. Era nuestra aguda conscientividad del
calor y el frío durante este período de lucha que paraliza entonces nuestra actividad y
mantiene nuestra idea de levantarnos en la condición de “desear”, pero no de “querer”. Era
el momento en que cesan estas ideas inhibitorias. Este caso paréceme a mí que contiene en
miniatura los datos para una entera psicología de la volición.”
“Permítasenos que llamemos a la última idea que precede a la descarga del motor
“aguja motriz”... No puede caber duda de que será de la residente, o de la remota.”
Se verá, pues, que la “aguja motriz” que afloja el muelle de la acción – el gatillo
mental que dispara el fusil de la voluntad -, puede ser fácilmente alguna remota idea
sugerida a la mente, como por ejemplo, la vista de la estilográfica y del libro de notas.
Como hemos dicho en otra parte, todo nuevo impulso tiende a llevar al hombre a un
estado de vacilación mental. Hemos dado aquí al lector la psicología de la cosa; a él le toca
buscar los detalles de aplicación siguiendo sus propios requerimientos. Aprenda a mostrar
a su cliente algo que le haga saltar de la cama. Póngase en acción la “aguja motriz”,
presentándole una imagen mental “sea de residente o de remota especie”. Como el
muchacho que tirita al borde del río, sólo necesita un súbito impulso para zambullirse. Y
entonces gritará a los otros: “¡Venid, el agua está calentita¡”.
Pero – y recuérdese también esto – salga usted inmediatamente una vez hecha la
operación. No se empiece a dar vueltas por las oficinas a los almacenes una vez hecha la
venta. No nos coloquemos en una situación en que una objeción recién ocurrida, nos
obligue a comenzar nuestra labor de nuevo. Tiene usted ya lo que había motivado su visita;
¡váyase pues!
Dice Macbain:
“Hecho el cierre, el cliente debe ser dejado lo más pronto posible, pero no
demasiado bruscamente. Y no se hable ya de los géneros vendidos. El antiguo adagio:
“Abstente de alabar el artículo después de hecha la venta”, es tanta verdad como práctico.
“El carácter locuaz de viajante, vende géneros al cliente, pero por su prurito de
hablar y disertar, desvende sin que él lo conozca...” Una tarde, no hace mucho tiempo, por
ejemplo, un viajante vendió a un acreditado comerciante géneros por valor de diez mil
dólares, y por permanecer después gran rato charlando con el apoderado, después que la
nota había sido acordada, dióle tiempo al comerciante para pensarlo dos veces, y se anuló la
venta.
“Una excelente regla es la de un agente que hacía operaciones por más de medio
millón, en competencia con otros agentes más conocidos, y sólo le guiaba afán de
demostrar su habilidad en los negocios: Tome usted el primer tren que salga de la plaza,
después de haber realizado una venta”, era su regla. Si no había tren próximo a salir, se
excusaba en el momento en que la operación quedaba concluida, y desaparecía. Tengo la
seguridad de que, de haber permanecido con el comprador demasiado rato, después de
ultimada la venta, “decía”, parte de ella hubiera sido modificada o anulada por el cliente, o
estéril mucho de lo hecho en la operación” Una vez ultimada la operación, piérdase usted
de la vista.”
Y, tomando nuestro propio consejo, amable lector, nosotros, habiendo dicho lo que
teníamos que decir y “cerrado”, nos despedimos. Gracias por su bondadosa atención y
creernos que le “hemos hecho a usted buena obra”.