La Sociología Del Siglo XX PDF
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RESUMEN
1
Agradezco a Editorial Cátedra y al profesor Manuel Garrido su permiso para publicar este
texto, que aparecerá próximamente en una obra colectiva editada por ambos y titulada El legado
filosófico y científico del siglo XX. El estilo de la obra, más ensayístico que académico, he preferido
respetarlo en esta pre-publicación. Doy las gracias también a Julio Carabaña y a Javier Noya por
las observaciones y comentarios que hicieron a versiones preliminares de este trabajo.
If a thing is not recognized as true, then it does not function as true in the com-
munity.
LA SOCIOLOGÍA DE LA SOCIOLOGÍA:
LOS DATOS DE UNA ENCUESTA
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LA SOCIOLOGÍA DEL SIGLO XX
de causalidad universal para hacer de ella una causa no causada, un Dios implí-
cito? Lo que nos lleva a la conclusión de que la sociología, al abordar el pensa-
miento (y, en primer lugar, el propio), no puede dejar de indagar las condicio-
nes sociales de su producción, es decir, no puede no hacer sociología del
conocimiento y, por lo tanto, sociología de la sociología. Y de ahí el carácter
inevitablemente reflexivo de la sociología cuando se estudia a sí misma.
Una reflexividad que no es específica ni única, pues no debemos exagerar.
Cierto que no podemos pensar en una física de la física, pero la reflexividad es
siempre posible en las ciencias sociales. Así, la economía de la economía, a pesar
de su escaso desarrollo (lo que dice mucho sobre la capacidad autocrítica de los
diversos gremios científicos), tiene pleno sentido, probablemente más del que se
piensa, y sus resultados serían de enorme interés y no poco sorprendentes.
Como tiene también pleno sentido la ciencia política de la ciencia política, o
incluso la psicología de la psicología. O como lo tienen también sus vertientes
cruzadas; por ejemplo, ¿por qué no una economía de la sociología o de la psico-
logía? En todo caso, y aun siendo posibles, no han adquirido la misma solera o
tradición que la sociología de la sociología, rama sólida y constituida desde hace
décadas y que, en este aspecto, se asemeja más a la historia de la historia, bien
conocida hace tiempo como historiografía.
Sirva esto como introducción a la introducción de este trabajo en el que,
como adelanté, voy a exponer los resultados de una encuesta que responde, jus-
tamente, a la pregunta que nos hemos formulado: cuáles son los sociólogos más
relevantes del siglo XX. Con ocasión del XIV Congreso de Sociología Mundial
de Montreal de 1998, dedicado justamente a evaluar críticamente la herencia de
la sociología del siglo XX, la International Sociological Association (ISA) preparó
una encuesta con objeto de determinar los top ten de la sociología del siglo XX.
Para ello se solicitó de los 2.785 miembros de la ISA, sin duda una muestra ad
hoc pero representativa de la sociología mundial, que mencionaran los cinco
libros de sociología publicados en el siglo XX que habían sido más influyentes en
su trabajo como sociólogos. La pregunta excluía, pues, a la sociología del XIX, si
bien no pocas de las respuestas obviaron este límite temporal mencionando, por
ejemplo, textos decimonónicos de Durkheim o incluso de Marx (sin duda re-
publicados en el siglo XX). Pero la pregunta tenía el acierto de indagar no los
libros más importantes o los más conocidos, sino aquellos que habían tenido
mayor incidencia en el trabajo práctico de los sociólogos entrevistados, y creo
por ello que el resultado de esta encuesta, a pesar de sus evidentes limitaciones2,
es valioso y hace aflorar una importante visión de la historia de la sociología del
siglo XX desde la perspectiva de finales de siglo. De modo que, aunque este tra-
bajo irá bastante más allá de los datos de esta encuesta, sí parecía inevitable
comenzar con ella.
2
No tantas si se toma en consideración que el objeto de la encuesta es bien simple, obtener
una relación jerarquizada de obras, y no se pretende someter tales datos a análisis cuantitativos
ulteriores.
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Si nos centramos en los top ten encontramos en primer lugar, con casi 100
menciones y muy por delante de cualquier otro libro, Economía y sociedad, de
Max Weber, libro publicado póstumamente en 1922 y que pasó casi desaperci-
bido hasta los años cincuenta (de hecho, en los veinticinco años transcurridos
desde su publicación hasta 1947 se vendieron menos de 2.000 ejemplares), pero
que se ha transformado en el texto más influyente de la sociología moderna.
Parece, pues, claro que si tuviéramos que elegir un solo libro representativo de
la sociología del siglo XX según ésta es percibida por los sociólogos de comienzos
del XXI, éste sería el resultado. No sorprende por ello que sólo Weber tenga dos
textos entre los top ten, pues el cuarto lugar lo ocupa La ética protestante, con 47
menciones, sin duda una obra más discutible, pero aún más «emblemática» de
la historia de la sociología y libro de lectura obligada en casi todas las licencia-
turas de sociología del mundo entero3.
3
Sorprende, sin embargo, que La sociología de la religión, de Weber, obra sin cuya compren-
sión La ética protestante (de la que es sólo su primera parte) queda incompleta, y que fue el magnus
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El segundo lugar, pero ya a mucha distancia del primero (con sólo 59 men-
ciones), lo ocupa un texto de combate y en cierto modo menor (y sin duda así
se lo habría parecido a su autor), pero que tiene también un valor fetiche como
inicio de la reacción crítica anticonservadora de la sociología americana: La
imaginación sociológica, de C. Wright Mills, publicado en 1959. Si Weber puede
ser considerado un representante de las «terceras vías» (ni marxistas ni anti-mar-
xistas; volveré sobre ello más adelante), y Wright Mills es el primero de los
sociólogos críticos americanos (próximo al marxismo, aun sin serlo), el tercer
libro de la lista (ya muy próximo al segundo y con 52 menciones), Teoría y
estructura social, de Robert K. Merton, publicado en 1949, reeditado en nume-
rosas ocasiones y durante años el texto más citado de la sociología, representa
una versión moderada del conservador funcionalismo americano, y ha sido
libro de texto, y no ya sólo de lectura, para al menos tres generaciones de soció-
logos. No sorprende, pues, que el texto clásico de Merton figure muy por
delante del otro texto clásico y fundador del funcionalismo, La estructura de la
acción social, de Talcott Parsons, publicado en 1937, una singular, original y
forzada síntesis de los clásicos conservadores de la sociología (Pareto, Marshall,
Durkheim y Weber, a quien da a conocer en América), para elaborar una teoría
de la acción, y que sin duda es la obra que inaugura el ciclo moderno del pensa-
miento sociológico4.
Los tres primeros libros de la lista de la ISA exhiben así con claridad el alma
politizada y escindida de la sociología moderna, que ha enfrentado durante casi
todo el siglo a marxistas y anti-marxistas (representados estos últimos por el
funcionalismo más radical de Talcott Parsons), para presenciar, a partir del giro
lingüístico de 1968-70, el triunfo de las «terceras vías» políticas (el linaje de
Weber-Mannheim-Elias) a lomos de teorías constructivistas. Y así, en el sépti-
mo lugar aparece otro texto, como Economía y sociedad, también olvidado
durante años: me refiero a El proceso de civilización, de Norbert Elias, publicado
por vez primera en alemán y en Suiza en el año 1939, e ignorado por completo
hasta su traducción al francés en 1972, momento en el que emergió como un
clásico.
Ni es tampoco de sorprender que en el número cinco de la lista encontre-
mos La construcción social de la realidad, de P. Berger y T. Luckmann, una exce-
lente y sencilla síntesis entre el marxismo crítico de cuño lukacsiano, el interac-
cionismo simbólico de Mead-Blumer y la fenomenología, libro que inaugura un
largo predominio (aún no cerrado del todo) de modelos interpretativos, herme-
néuticos o constructivistas, publicado en 1966. En la misma línea de reacción
frente al doblete marxismo-funcionalismo, que atrapó a la sociología durante
opus publicado en vida, aparece en los últimos lugares y con sólo seis menciones. Este sesgo dice
mucho sobre las específicas «lecturas» realizadas sobre Weber y, singularmente, sobre el intento
parsoniano de hacer de él un pensador anti-marxista. Volveremos sobre esto más adelante.
4
El otro gran texto de Parsons, El sistema social, publicado en 1951, aparece también en la
lista con 23 menciones y en el undécimo lugar.
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varias décadas, debemos incluir el texto del sociólogo canadiense Ervin Goff-
man La presentación del sí mismo en la vida cotidiana, publicado en 1956 (pero
ampliamente revisado en 1959).
Finalmente, y para completar los diez primeros, nos faltan dos versiones
renovadoras del marxismo clásico, publicadas ambas alrededor de 1980, cuando
el impacto del giro lingüístico comenzaba a ser asimilado. La primera es del
francés Pierre Bourdieu, La distinción (1979), quizás la primera sociología de
los sentimientos, una poderosa e inteligente síntesis entre el objetivismo dur-
kheimiano y el marxismo hegeliano (típico de la sociología francesa, como lo es
también un funcionalismo encubierto pero poderoso), y que encontramos en
autores tan variados e influyentes como Althusser, Foucault o el mismo Baudri-
llard. Y, finalmente, la síntesis del heredero y epígono de la Teoría Crítica, Jür-
gen Habermas, La teoría de la acción comunicativa (1981), que recupera las teo-
rías constructivistas del pragmatismo para la sociología crítica alemana.
Si evaluamos ahora en su conjunto las diez obras que los sociólogos de fina-
les del siglo XX consideran más importantes de su historia reciente encontramos
algunos interesantes rasgos comunes. Para comenzar, un claro predominio de
textos teóricos sobre investigaciones empíricas. Si exceptuamos La ética protes-
tante o, en otro sentido, La distinción, ambas investigaciones empíricas pero de
altísimo vuelo teórico, la primera obra de claro contenido empírico aparece en
el lugar 27 de la lista (La estructura ocupacional americana, de Blau y Duncan),
pues los textos de Foucault (Vigilar y castigar), Beck (La sociedad del riesgo) o
Moore (Los orígenes de la dictadura y la democracia) sólo con muchos matices
pueden considerarse empíricos y, en todo caso, pertenecerían (como el propio
texto de Merton, Teoría y estructura social) a una categoría mixta de teorías de
nivel medio (middle-range theories las denominó Merton, su gran valedor). La
última columna de la tabla recoge una codificación que he realizado del carácter
teórico o empírico de las obras, aplicando este último calificativo con gran
generosidad. Pues bien, aun así, sólo 22 de las 71 obras citadas podrían deno-
minarse «investigaciones empíricas». Las restantes 49, nada menos que el 70%
aproximadamente, son teóricas.
A este sesgo teórico contribuye el peso marcado de la obra weberiana, pero
se ve reforzado más aún si consideramos no los diez, sino los quince primeros
textos, pues en el lugar undécimo aparece la obra clásica del fundador del in-
teraccionismo simbólico, Espíritu, persona y sociedad, de George Herbert Mead,
obra pensada a comienzos de siglo pero editada póstumamente por sus alumnos
en 1934. En el duodécimo lugar, otro texto teórico de Talcott Parsons, El siste-
ma social, de 1952, seguido de la obra más compleja de Durkheim, Las formas
elementales de la vida religiosa; La constitución de la sociedad, de Giddens, y,
finalmente, un libro que podría (pero sólo podría) considerarse una investiga-
ción empírica, El moderno sistema mundial, de I. Wallerstein.
Es más, sorprende que el texto que desde hace años es «el» modelo estándar
de «buena» investigación sociológica, primera obra que combina y mezcla
inducción y deducción, teoría e investigación, conceptos y datos, abordando un
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objeto de investigación «de nivel medio» (y que ha sido por todo ello considera-
do el equivalente en sociología a los Principia de Newton), y aludo, por supues-
to, a El suicidio, de Emilio Durkheim, aparece en la lista, sin duda, pero en el
lugar 59 y con sólo cinco menciones. Concluir por todo ello que la sociología
moderna es ante todo teoría puede ser prematuro, aunque no insensato, pues el
conocimiento no tiene como tarea reproducir la realidad, sino simplificarla,
como nos recordaba Borges con su parábola de los Geógrafos Imperiales. Pero
sin duda es cierto que los libros más influyentes en el trabajo de los sociólogos
modernos, por recoger las palabras de la encuesta, son libros teóricos.
No sólo predominio de la teoría, sino de un tipo especial de teoría, la refle-
xiva, aquella que deriva de la sociología del conocimiento y cuestiona los pro-
pios supuestos desde los que pensamos. Pues a este campo más limitado perte-
necen sin duda los textos citados de Wright Mills (primer libro de sociología de
la sociología), de Berger y Luckmann (y no olvidemos que la primera edición
de La construcción social de la realidad llevaba por subtítulo Una introducción a
la sociología del conocimiento5), el de Bourdieu y, en no poca medida, los de
Merton (fundador de la sociología de la ciencia) y Elias. Y ya en la segunda
decena de clásicos encontramos el Durkheim de Las formas elementales de la
vida religiosa (1912) y La estructura de las revoluciones científicas (1962), de
Kuhn, que, al romper con la ortodoxia epistemológica de la Escuela de Viena,
abrió el camino a la más moderna sociología, no ya de la ciencia (como era la de
Merton), sino del conocimiento científico.
Junto al peso de la teoría y de la sociología del conocimiento destaca, en
tercer lugar, la fuerte presencia de la sociología europea, incluso mas allá del
peso marcado de Weber. Sólo tres norteamericanos aparecen en los 10 primeros
lugares (Wright Mills, Merton y Parsons) y sólo seis en los 20 primeros, lo que
sorprende dado el peso de la lengua inglesa (y de la academia americana) en la
conformación de la sociología del siglo XX. Sin duda, la orientación más aplica-
da y empiricista de esta sociología, fuertemente profesionalizada, podría expli-
car en parte esta escasa presencia, en todo caso sorprendente.
A destacar, en cuarto lugar, que buen número de los sociólogos más influ-
yentes del siglo XX siguen vivos, lo que es todo un dato de la vitalidad actual de
la sociología. Casi la mitad de los diez primeros viven aún y otros han fallecido
muy recientemente (como Elias o Goffman). Y ya en prensa estas páginas se
produce el reciente fallecimiento de Pierre Baurdieu. Contra la tesis extendida
de la crisis profunda de la sociología contemporánea, el hecho llamativo es que
buena parte de los sociólogos más influyentes de este siglo no son los clásicos,
sino los modernos. En el último apartado de este trabajo intentaré construir
una explicación de este distanciamiento de los clásicos.
Finalmente, debemos destacar el escaso peso de la sociología española o lati-
5
De hecho, es muy significativo este cambio de título pues vino a transformar lo que inicialmen-
te era (y debió seguir siendo) un libro de sociología especial —la del conocimiento— en una teoría
general, todo un indicador del «giro constructivista» de la sociología al que aludiré más adelante.
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Sin ánimo de hacer de ello una teoría general, podríamos resumir la historia
de la sociología en los avatares de cinco generaciones de pensadores que pode-
mos caracterizar con los rótulos respectivos de (1) pioneros, (2) fundadores,
(3) institucionalizadores, (4) compiladores y (5) constructivistas, en el entendi-
miento que el término generación se toma aquí en el sentido lato y genérico de
coetáneos y no en el estricto sentido mannheimiano de unidad generacional
(aunque algunas de ellas sí podrían pasar el test mannheimiano). A estas cinco
generaciones podrían añadirse quizás otras dos que se solapan ya con la contem-
poraneidad, y que analizaremos en los apartados finales de este trabajo.
Dejando fuera a los pioneros o inventores de la sociología (los nominalistas
escoceses del XVIII o Montesquieu), que serían la primera generación, e incluso
este calificativo sería excesivamente lato dada su extensión en el tiempo, la
segunda generación es la de los fundadores, quienes escriben a comienzos o
mediados del XIX y cuya figura más representativa es, sin duda, la de Augusto
Comte, que inventará en 1824 el término «sociología» para sustituir el de «física
social», sin duda más acorde con su orientación positivista pero que le había
sido arrebatado por el belga Quetelet. Precedido por Saint-Simon y seguido por
Tocqueville, Marx y Spencer (el más joven de todos pues, nacido en 1820, falle-
cerá en 1903), constituyen la segunda generación de sociólogos: los clásicos por
antonomasia o fundadores, que, a diferencia de los primeros, son aún leídos y
admirados. Aunque ciertamente no todos, y ya Parsons recordaba en 1937 que
Spencer era tratado como un perro muerto. Saint-Simon y Comte llevan casi las
mismas trazas a pesar de ser los ideólogos de la post-moderna sociedad del
conocimiento. E incluso Marx puede seguir un camino similar, probablemente
como reacción a la insólita fetichización que sufrió su pensamiento a partir de
la segunda posguerra. Tocqueville, sin embargo, el gran analista de la democra-
cia moderna, sigue siendo uno de los sociólogos más leídos, tanto en Europa
6
La encuesta de la ISA se hizo bien poco después de la publicación de la trilogía de Manuel
Castells La era de la información, que empezó a publicarse en 1996, y que ha tenido una impre-
sionante acogida en todo el mundo. No tengo casi duda alguna que su repetición actual incluiría
al menos este magnus opus del profesor Castells.
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como (sobre todo) en los Estados Unidos, y, al igual que le ocurre a Weber, el
tiempo hace de él un autor más y más apreciado.
La tercera generación es la de los institucionalizadores, aquellos que llevan la
sociología, hasta entonces un producto académicamente exótico, a la Universi-
dad para hacer de ella una disciplina legitimada y aceptada. Son los Durkheim,
Pareto, Weber, Simmel, Mead o Töennies, pero también los miembros clásicos
de la Escuela de Chicago (A. Small, W. I. Thomas, Robert Park y Burgess),
todos ellos académicos y profesores de universidad, lo que no fueron ni Comte
(a pesar de sus muchos intentos por alcanzar puesto de profesor), ni Tocquevi-
lle, ni Marx, ni siquiera Spencer (que menospreciaba la universidad inglesa).
Por el contrario, el primer departamento de sociología se creó en la nueva y
liberal Universidad de Chicago en 1895, Durkheim fue el primer catedrático de
sociología en Francia (en La Sorbona en 1910), Töennies es el primer presiden-
te de la Asociación Alemana de Sociología en 1909, y Pareto es ya conocido
profesor de economía en Suiza cuando publica el Tratado de sociología general,
en 1916. Esta tercera generación fue consagrada como la de los «clásicos» de la
sociología por antonomasia ya en los años cuarenta y cincuenta por la cuarta
generación, la siguiente, y son por ello objeto de lecturas obligadas en la forma-
ción de cualquier sociólogo y ejemplos o modelos de buena sociología. Todos
ellos nacen a mediados del XIX, comienzan a producir a finales de siglo y se ago-
tan, física e intelectualmente, en los años inmediatamente posteriores a la Gran
Guerra.
Así, si Comte muere en 1857 y Tocqueville dos años mas tarde, en aquel
mismo año nacía Thorstein Veblen, dos años antes había nacido Töennies y un
año antes Freud. Pero un año más tarde nacen Simmel, Mosca y Durkheim, y
en la década de los sesenta nacerán Sombart, Thomas, Mead (ambos en 1863),
Weber, Cooley y Park (los tres en 1864). De modo que podemos decir que la
generación de los institucionalizadores nace justo cuando los fundadores están
comenzando su periplo intelectual y, por lo tanto, se forman directamente bajo
su influjo, ya sea el de Spencer en los norteamericanos, el de Comte en Durk-
heim, o el de Marx (y Nietzsche) en Weber. A su vez, esta tercera generación de
sociólogos desaparecerá en los años anteriores o posteriores a la Gran Guerra y
así, si en 1917 muere Durkheim, en 1918 lo hace Simmel, en 1920 fallece Max
Weber y Pareto en 1923. Mead fallecerá más tarde, en 1931, pocos años antes
de Töennies (1936) y de Freud (1939).
Como vemos, la Primera Guerra Mundial, que pone fin al optimismo deci-
monónico y al positivismo y es, por tantas razones, divisoria política y social
entre el siglo XIX y el XX, lo es también en el terreno intelectual. Para entonces,
la década de los veinte primero y la segunda posguerra después, emergía la cuar-
ta generación, que es ya la central del siglo XX, la de los compiladores, quizás la
única que merecería con toda puridad el término de generación pues, cierta-
mente, es marcada a fuego por la terrible historia europea del siglo XX que,
desde la revolución rusa y la Gran Guerra, y a través de los años veinte, la crisis
del 29, la República de Weimar y el ascenso del fascismo, lleva a la Segunda
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Pero que todavía merece un lugar en la lista de mil libros de Montreal, con cuatro men-
ciones.
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Incluso el clásico de Enrique Tierno Galván, Razón mecánica y razón dialéctica (Tecnos,
Madrid, 1969), reincide en la opción.
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A destacar que la escuela estructuralista francesa de los años sesenta y setenta ha dejado
poca huella. Así, Lire le Capital, de Louis Althusser, aparece con sólo cuatro menciones, al igual
que Poder político y clase social, de Nicos Poulantzas, libros ambos que, en su momento, tuvieron
enorme influencia. La Antropología estructural de Lévi-Strauss o las Mitológicas del mismo autor
merecen sólo dos menciones.
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historia mundial (y, por lo tanto, los objetos privilegiados de la ciencia social)
son las naciones-Estado, marco indiscutible de las sociedades, de modo que
cuando hablan de «sociedad» debemos entender (casi) siempre «sociedades esta-
talmente constituidas». Frente a ellas, frente a las «sociedades» (macro), los indi-
viduos son simples soportes pasivos de los procesos de «modernización», ya sean
éstos vía democracias populares y planificación económica, o vía democracias
formales y economía de mercado. Y ya sea en Bretaña o en Galicia (hacia aden-
tro), o en Bolivia, Argelia o la India (hacia afuera).
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Para la sociología española, el giro constructivista puede muy bien ser representado por la
publicación en 1978 del libro Teoría sociológica contemporánea, editado por José Jiménez Blanco
y Carlos Moya, un funcionalista moderado y un crítico (que hacen las paces), en el que se pre-
sentan por vez primera a la sociología española el interaccionismo simbólico, la etnometodolo-
gía, la fenomenología y la nueva teoría crítica.
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bien marginadas, bien simplemente olvidadas11. Sin duda, el caso más marcado
es el de Max Weber y sus sucesores, Mannheim o Elias. Ya en vida, Mannheim
había sido acusado de «marxista burgués», razón por la que fue rechazado por
los marxistas (pues era burgués), pero también por los burgueses (pues era mar-
xista), una contradicción que puede extenderse a los demás pues, de nuevo, ter-
tium non datur. Entre nosotros, Ortega y Gasset, sin duda el pensador de mayor
talento del siglo XX (y probablemente de los últimos siglos de pensamiento
español), y cuya última obra fue de relevancia sociológica, fue estigmatizado
igualmente como «liberal elitista», rechazado por la derecha por liberal y por la
izquierda por elitista. Pero, sin duda, donde este retorno es más manifiesto es en
el caso de Max Weber. Él mismo se autodefinió en cierta ocasión como discípu-
lo de Marx y de Nietzsche, una mezcla sin duda explosiva. Pues bien, ese
mismo linaje intelectual llevaría a Lukács a acusarle de «asalto a la razón» y a
Parsons a malinterpretarlo como idealista, anti-marxista y teórico del consenso
social. Sin embargo, Weber acabará siendo el sociólogo más influyente del siglo
XX, sin duda el único que (y sospecho que ésta es la razón de su éxito actual),
apoyándose en su vastísima erudición histórica, pudo adoptar una «perspectiva
histórico-universal», como gustaba decir, la perspectiva de la historia de la
humanidad en su conjunto, viendo a Occidente desde fuera como uno más de
los experimentos humanos y rompiendo radicalmente con el etnocentrismo
eurocéntrico de la sociología.
Finalmente, no podemos olvidar que este giro lingüístico aparece sobrede-
terminado por una profunda crisis de la concepción heredada de la ciencia en
general, y de la ciencia social en particular. Por supuesto, La estructura de las
revoluciones científicas, de Kuhn, libro que, desde la más pura ortodoxia neopo-
sitivista del Círculo de Viena (no en vano se publica en la Enciclopedia Interna-
cional de la Ciencia Unificada), va a romper radicalmente con ella, iniciando
una verdadera revolución científica, había sido publicado mucho antes, en
1962, y será determinante de una notable incertidumbre acerca del carácter de
la ciencia, abriendo el camino no sólo a la sociología de la ciencia, sino a una
variedad de modos de «hacer» ciencia.
Una incertidumbre que también se manifiesta en la propia sociología, que si
en los años cuarenta a sesenta aparecía polarizada entre dos grandes esquemas,
en los setenta y ochenta se nos presenta dividida en una pluralidad de orienta-
ciones, escuelas y estilos, sustantivos y metodológicos, que se trasladan incluso a
los temas u objetos de la indagación. Así, en 1987, Giddens y Turner podían
constatar la proliferación de enfoques en el pensamiento teórico y la explosión de
versiones rivales de teoría social, resultado de la incorporación de corrientes anti-
11
A destacar el caso de Simmel, que, por méritos propios, debería ser incluido entre las ter-
ceras vías pero que, a diferencia de los anteriores, había sido objeto de atención por parte de la
sociología americana (por la última Escuela de Chicago y a través de Louis Wirth) por sus traba-
jos sobre la vida urbana. En los años cuarenta y cincuenta, Simmel era así más conocido en Esta-
dos Unidos que el mismo Weber.
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Los árboles impiden captar el bosque, y a medida que nos acercamos al pre-
sente falta distancia que permita objetivar el análisis. Llamo, pues, la atención
del lector sobre esta duda del autor, que no sabe a ciencia cierta si el grupo del
que ahora va a hablar, los nuevos teóricos, constituye una generación como las
dos anteriores o es, más bien, la síntesis simple y la herencia de los constructi-
vistas. Por edad, muchos de estos nuevos teóricos no son mayores que algunos
de los constructivistas y, en todo caso, no puede decirse que el constructivismo
ha sido sustituido por la nueva teoría, como sí fue sustituido el «consenso escin-
dido» por el constructivismo y la nueva gran teoría. Es más, una buena parte de
los sociólogos contemporáneos —especialmente los vinculados al poderoso
movimiento de la sociología feminista— siguen siendo constructivistas y, en
cuanto tal, críticos (y más frecuentemente críticas) acérrimos(as) de todo gran
relato o narración, simple expresión del Gran Macho Blanco. Es más, me atrevo
a pensar que los constructivistas, estos nuevos teóricos y los teóricos de lo post-
(a los que aludiré en el apartado siguiente), no son tanto tres generaciones tem-
porales, sino más bien una y la mima que se focaliza alrededor de tres topoi o
programas de investigación distintos: la de-construcción crítica del orden social,
la creación de una teoría de lo social o el descubrimiento del misterio de la
post-modernidad.
En todo caso, sí parece que el contraste manifiesto entre el poderoso realis-
mo de los compiladores y el no menos poderoso nominalismo de los constructi-
vistas originó en los años ochenta y primeros noventa (tenía que originar casi
obligadamente) un vivísimo debate entre lo micro y lo macro, el nominalismo y
el realismo, o la explicación y la comprensión, debate singularmente técnico y
sin clara derivación política y ya superado, por fortuna, pero que ha sido muy
fructífero en la construcción de la teoría sociológica. El resultado de este debate
ha sido un poderoso retorno al tipo de Gran Teoría que se podría encontrar en
las obras de Durkheim, Weber, Parsons o Adorno, sustituidas posteriormente
por trabajos micro o de nivel medio.
Las obras más importantes de este retorno a la Gran Teoría, expuestas por
orden cronológico, son quizás las siguientes: La distinción. Criterio y bases socia-
les del gusto, del francés Pierre Bourdieu, de 1979; la Teoría de la acción comuni-
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moderno, lo importante, sin embargo, no es sólo que haya una nueva realidad a
pensar (global y no local) sino, sobre todo, que es necesario pensarla de otro
modo. Así, se rompe el marco de referencia de las sociedades nacionales, que
había sido el «objeto» privilegiado de la sociología: hacia arriba, en civilizacio-
nes o sistema-mundo; pero también hacia abajo en culturas, estilos de vida y
actores. De hecho, las tendencias extremas de esa dinámica teórica son ya bien
evidentes. De una parte, un marco mundial sin sujetos: el mundo como pura
red. Y, de otra, sujetos sin marco: actores racionales, el individuo desencarnado,
abstracto. En todo caso, se problematiza lo que se daba por presupuesto: una
teoría lineal de la modernización que, desde los centros universalistas (los Esta-
dos-Nación), se extiende y expande progresivamente sobre la barbarie localista y
particularista.
Un proceso que no hace sino reflejar en el pensamiento el fenómeno de la
globalización (la Segunda Guerra Mundial, por vez primera «mundial», y tras
ella la creciente circulación de capitales, mercancías, mensajes y personas; el
riesgo de catástrofe nuclear o ecológica mundial) que, en una historia que es
por vez primera única, sitúa al individuo directamente frente al mundo. Lo que
es tanto como decir: no somos ciudadanos de este o aquel país, somos ya ciu-
dadanos del mundo, sin mediaciones. Y ello porque la frontera de Occidente,
móvil y expansiva desde el siglo XV, ya ha tocado techo. No hay espacios en
blanco en los mapas, no hay fronteras y no hay tierras vírgenes; las que quedan
son más bien parques naturales artificialmente conservados dentro de una ciu-
dad global. Occidente tenía un núcleo central y una frontera externa móvil; hoy
tiene multitud de centros y no hay frontera, no hay un dentro y un fuera, ni en
términos sociales (nada queda fuera de la civilización occidental-mundial, y lo
que parece estar fuera no está fuera sino dentro, pero marginado) ni en térmi-
nos naturales (la naturaleza no es un elemento externo al orden social, sino
medio ambiente interno). Ni siquiera se sabe con precisión dónde cae la perife-
ria. El viejo tercer mundo está ya dentro del primero (en los barrios de las áreas
metropolitanas, en las aldeas de inmigración) y el primero ha saltado sobre el
tercero (en las grandes urbes).
Ahora bien, una sociedad con fronteras (y más si éstas son móviles) puede
exportar hacia afuera sus contradicciones (ya sean excedentes de población, de
capital o de basura atómica); pero si no hay frontera todo queda dentro. De
modo que la globalización tiene también sus consecuencias epistemológicas,
pues si nada queda fuera es el fin real y efectivo, empírico, de las condiciones
sociales que hacían posible la «metafísica por la ranura» (Adorno). Ya no pode-
mos pensar que hay un afuera desde el que ver la sociedad pues ningún punto
de vista es ajeno. Y si nada está fuera es porque no podemos separar el sistema
del entorno; todo es sistema pues el entorno es interno.
Ello tiene al menos dos consecuencias epistemológicas. De una parte, el
sujeto está dentro del objeto y no puede presumir que lo ve desde fuera, con lo
que la temática de la reflexividad deviene central e inevitable. Cuando el obser-
vador forma parte de lo observado y lo ve desde dentro, entonces todo conoci-
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EMILIO LAMO DE ESPINOSA
BIBLIOGRAFÍA
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LA SOCIOLOGÍA DEL SIGLO XX
ABSTRACT
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