Convivencia y Calidad de La Educacion - Ruz
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otros, no tuvo la misma preocupacin. La apuesta no fue hecha a los actores: Directores,
supervisores, alumnos y gestores municipales o privados. En materia de equidad, el resulta
do confirma una deplorable segmentacin por clases sociales. La sociedad chilena conoca
de esto, pero slo recientemente con el boquern abierto por el movimiento estudiantil
acaba de darse por enterada del todo al igual que el gobierno, ya que los sujetos mismos
de la educacin, aqullos que la viven, no la soportan o al menos la viven mal. Imagnese el
lector, cunta frustracin hay detrs del movimiento de los estudiantes secundarios, incuba
da en los propios establecimientos educacionales, esto es, por la cultura propia de las escue
las y liceos del pas.
En segundo lugar, la reforma educacional en lo curricular pretenda sintonizar con los
cdigos de la modernidad, pero los expertos no se dieron cuenta, suponemos, que para ello
requeran contar con profesores que estuviesen en condiciones de hacerlo. En qu cdigos
estaran pensando? Acaso tampoco se dieron cuenta que para ello requeran el concurso de las
universidades que forman profesores? Lo cierto es que levantaron un discurso curricular a
puertas cerradas, de expertos altamente especializados, tecncratas, sin mirar para el lado. Casi
15 aos despus, la O CDE, unos expertos crebles para ellos, dejaron abierta la contradiccin
de la poltica educacional, que supona contar con las universidades para la formacin de
profesores competentes. En el mismo Informe O CD E qued al descubierto otra gran contra
diccin: Que la educacin pblica, ms del 90% de la educacin bsica y media, estaba sujeta
a un currculo diseado centralizadamente pero gestionado descentralizadamente por
sostenedores municipales y privados, con todas las distorsiones y desviaciones que conocemos.
Estas dos contradicciones de la poltica no son menores. Y tampoco fue la O CD E la prime
ra en advertirlo. Slo fue la fuente de credibilidad suficiente para los expertos chilenos.
El tercer aspecto a destacar en este equvoco y contradiccin de la poltica es la pretensin
de medir la calidad slo por pruebas estandarizadas. Una visin eficientista e instrumental
de la educacin, restringida a resultados y empujada por la comparacin con pases desarro
llados. La escuela misma como unidad de sentido en que ocurren los procesos educativos; la
cultura juvenil; la participacin de los actores; un tipo de gestin participativa; la normati
va; la plataforma socio-afectiva de acogida y de confianza que supone una unidad educativa;
las expectativas de los nios; las opiniones y puntos de vista de padres... En fin, la conviven
cia al interior de los establecimientos no ha sido parte sustancial de la poltica. La cultura
misma de las escuelas y su contexto escapan a los expertos. La mirada eficientista y tecnocrtica
tiene una sola vara para medirlos a todos por igual. Sin referencia a la calidad de la convi
vencia y a la cultura de las escuelas y liceos no podemos definir la calidad de la educacin.
Este equvoco en la poltica nunca fue admitido; los profesores no fueron considerados
como protagonistas del cambio, sino muy tardamente; las universidades que forman profe
sores no fueron asociadas a pensar el cambio. La mirada a la cultura y convivencia en los
establecimientos educacionales nunca estuvo en el primer plano de la poltica. El sistema
escolar slo estuvo tensionado por la necesidad de demostrar mayor rendimiento medido
por pruebas estandarizadas. Si el movimiento estudiantil no hubiese abierto el tremendo
boquern existente en la educacin chilena, expresando un nuevo protagonismo y sensibili
dad por los dficits de calidad e inequidad en la educacin, an estaramos discutiendo los
matices y pliegues menores de l poltica educacional. As cabe entender los nuevos temas
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que han aparecido en el primer plano: el fracaso de la Jornada Escolar Completa; la enorme
segmentacin de la educacin por clases sociales y otros. Pero lo notable, es que haya sido el
movimiento estudiantil actor secundarioquien haya puesto en jaque al sistema. En efec
to, con su entrada en la escena poltica los estudiantes han removido las bases mismas de la
poltica, han empujado las vallas mucho ms all de lo imaginable. Han cuestionado los
lmites en que est encerrada la poltica, han objetado las bondades del mercado educacio
nal; han denunciado las pretensiones de privatizacin de la educacin pblica; han dejado al
descubierto que la libertad de enseanza est mejor garantizada que el derecho a una educa
cin de calidad para todos. En sntesis, han denunciado el fracaso de las polticas de calidad
y equidad de la educacin chilena.
Pero sobre todo, han vuelto posible que en un contexto de riqueza haya de una vez por
todas ms recursos para la educacin. Estos lmites fueron fijados a comienzos de los aos
90, segn la conviccin o discurso que el Estado no estaba en condiciones de asumir sobre
sus espaldas todo el peso de la educacin, abrindose as hacia la privatizacin que impuso el
modelo neoliberal de mercado. Y las consecuencias de inequidad que le son inherentes. El
supuesto es que hoy, en condiciones muy mejoradas y con un acuerdo generalizado, que
compartieron todos los candidatos presidenciales, los economistas no sigan predeterminan
do con criterios economicistas el destino de la educacin chilena.
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zar una mayor participacin de los actores institucionales desde sus respectivos roles y esta
blecer un clima de confianza institucional. Participacin y confianza parecen ser los dos
pilares bsicos sobre los que descansa una poltica de convivencia para alcanzar una plata
forma socio-afectiva institucional.
Ciertamente, esto supone establecer procedimientos y herramientas para llevar a la
prctica y complementar estos dos procesos. Est claro que la participacin siempre ser
limitada en un clima de desconfianza; asimismo, slo se construyen confianzas en climas
participativos.
Cuarta afirmacin: La educacin siempre est tensionada por dos lgicas: Una de orden
tcnico e instrumental, expresada en el rendimiento escolar, a menudo centrada en el desa
rrollo de habilidades cognitivas; la otra, de orden prctico-convivencial, expresada en moti
vaciones, valores y actitudes culturales, corrientemente asociada a los proyectos educativos
institucionales de las escuelas y liceos. Ambas lgicas se ordenan segn racionalidades dis
tintas, que pueden ser complementarias. Pero, no lo son necesariamente. Una articulacin
armnica entre ambas, supone responder a la pregunta simplificada por cunto de instru
mental y cunto de valrico-actitudinal deseamos para la educacin chilena, hoy? Una pre
gunta que se puede extender, por cierto, a la familia chilena, a la sociedad chilena y tambin
al modo social de vida en los actuales procesos de modernizacin en que vivimos.
Esa pregunta tambin se puede formular as: En qu se funda un equilibrio armnico de
las dos lgicas y racionalidades descritas, habida consideracin de un determinado nivel de
desarrollo cientficamente racionalizado y de unas coordenadas tico-polticas y culturales
que operan como motivaciones de la vida social?
A nuestro entender, estas preguntas no han sido respondidas satisfactoriamente en la
poltica educacional. Acaso, nunca fueron formuladas siquiera. La respuesta podra aclarar
qu es lo que hemos instalado como subentendido de calidad de la educacin y qu nos
gustara instalar como deseo de una educacin de calidad.
Al revs de lo que pudiera pensarse, no esperamos disminuir la importancia de la calidad
medida por pruebas tales o cuales. Lo que buscamos es admitir que los problemas
motivacionales y culturales que plantea la calidad de la educacin merecen un reconoci
miento mucho mayor en las polticas orientadas hacia la calidad y equidad de la educacin.
Tal vez, ello supone reconocer en la convivencia de las escuelas y liceos un nuevo referente
de la calidad de la educacin. O, como algunos ya lo imaginan, un simce cultural destinado
a medir la calidad de la cultura escolar.
Segundo eje: Las escuelas y liceos requieren avanzar hacia el desarrollo de procesos
de metacognicin institucional
Sabido es que la posibilidad de que una escuela aprenda en comunidad tiene que ver con
la existencia de propuestas colectivas, desarrolladas en un contexto de participacin y con
fianza que posibilite que la institucin ponga en prctica procesos de autoconocimiento y
autorregulacin de sus propios procesos de gestin. A este aspecto, refiere Mario Letelier
(2001) cuando propone extender el concepto de metacognicin al de metacognicin
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institucional. Desde esta plataforma, si pensamos en una escuela que forma para la convi
vencia, pensamos en una organizacin completa, actuando como una unidad y desarrollan
do deliberadamente procesos de diagnstico en torno a la convivencia, implementando
innovaciones para mejorar la convivencia y desarrollando procesos evaluativos que ilumi-
/ nen el camino por el que ha de transitar el quehacer institucional. Dados los dbiles hallaz
gos que permite apreciar el estudio sobre la convivencia en las escuelas y liceos en este plano,
pareciera ser este el camino por el que hay que transitar para optimizar la calidad de la
educacin sin caer en rutinas estriles.
Primera afirmacin: J is necesario construir unidad de sentido, no uniformidad ni hete
rogeneidad de comprensiones. Desde la voz de los actores de la escuela, la convivencia esco
lar se ha quedado entrampada en un discurso heterogneo, del que todos los actores hablan
y reconocen su importancia, sin que ello se refleje en una cultura institucional que enfrente
y aborde la convivencia co unidad de sentido. Con todo, ms all de esta heterogeneidad,
la comprensin de la convivencia est planteada desde supuestos que reflejan un inters ms
bien instrumental, valorndose su carcter pedaggico en tanto es necesario controlar la
expresin de ella para el mejor funcionamiento de la escuela, entendindose por tal el mayor
rendimiento en trminos de mejores puntajes, mejores evaluaciones, etc. Se trata, entonces,
de discursos y comprensiones dismiles que, muchas veces, no se integran, desaprovechndose
tal diversidad para enriquecer el trabajo de la escuela, tanto al interior como en el plano
extra aula. '
Segunda afirmacin: En la gestin de la convivencia, es menester compartir las 'hiciati-
vas y las responsabilidades en un contexto de participacin y de co-construccin. En efecto,
las instituciones escolares no han sido capaces de hacerse co-responsables en la tarea de
ejecutar la poltica de convivencia escolar. Las razones de ello son variadas y refieren, espe
cialmente, a situaciones que reflejan problemas en la gestin, la cual se muestra a veces
blanda o debilitada. Hacer partcipe a una comunidad entera supone, en primer trmino,
un proceso claro y fluido de divulgacin y socializacin de esta poltica. Los actores educa
tivos, en general, manejan escasa informacin y, adems, de manera muy parcializada. A lo
anterior, se suma una comprensin sobre la convivencia que pone en juego una necesidad
de orden y el consecuente control, orden que generalmente resulta estar apoyado en un
deber ser que viene asignado a los establecimientos, tanto desde una perspectiva cultural
como desde las mismas polticas educativas, con gran nfasis en los resultados, evaluaciones,
competencia por el rendimiento acadmico, etc.
Este escenario, que obstaculiza la entrada de la convivencia a la cultura de escuelas y
liceos, lleva a preguntarse acerca de lo que es preciso hacer para no caer en acciones
parcializadas, sin nexo alguno con el Proyecto Educativo Institucional, sin bsqueda
colaborativa ni unidad de sentido, que se traducen finalmente en tareas por hacer, por
_ejecutar. Se trata de demandas interpretadas como exigencias supernumerarias del nivel
directivo o de ms arriba, que no permiten finalmente la presencia real de espacios o proce
sos de carcter participativo o reflexivo.
Tercera afirmacin: Es necesario legitimar todas las acciones diagnsticas que sean nece-
.sarias para conocer el modo de convivencia que tenemos y, desde all, proyectar la conviven
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cia que queremos. Las escuelas y liceos no han promovido espacios de diagnstico que
permitan reconocerse, mirarse, aprender y desaprender desde sus propias prcticas. Flecha
(2001), experto en formacin comunitaria, seala que los resultados de la investigacin de
muchos programas y proyectos educativos que, en diferentes lugares del mundo, estn ob
teniendo resultados exitosos en la superacin del fracaso escolar por la va de una conviven
cia solidaria, refieren a la escuela vista como una comunidad de aprendizaje. El autor asume
que las experiencias ms reconocidas dentro de la comunidad cientfica comparten caracte
rsticas y orientaciones comunes que han posibilitado su xito a partir de relevar el funcio
namiento de las escuelas en un sentido ms dialgico, donde la confianza y la participacin
representan elementos centrales.
Las diversas experiencias del estudio Escuelas que aprenden a convivir y conviven para
aprenderponen al descubierto un conjunto de debilidades que actan como obstculo para
que las escuelas aprendan por s mismas. Esto es, la capacidad para llevar a cabo procesos
metacognitivos que les permitan desarrollarse de manera ms autnoma.
La gran debilidad observada en cuanto a la ausencia de un trabajo diseado colaborativa
e institucionalmente en relacin a la convivencia escolar, encuentra explicacin en el escaso
y nulo desarrollo de acciones diagnsticas formales, que permitan mostrar el estado de la
convivencia, el clima escolar y los principales problemas que se hacen presentes en cada
realidad escolar, para desde all proponer acciones que sean abordadas de manera transversal
e involucrando a toda la comunidad. A lo anterior se suma, tambin en el plano diagnsti
co, la falta de acciones tendientes a identificar, desde las experiencias de los profesores, las
principales necesidades de actualizacin y perfeccionamiento en convivencia, que les permi
ta contar con herramientas tericas y metodolgicas para enfrentar pedaggicamente las
problemticas encontradas. Dems est decir que lo anterior se ve mayormente dificultado
por el factor tiempo, definido por todos los actores como un aspecto que impide una re
flexin ms acabada de este y otros temas.
Ligado a lo antes sealado, resulta difcil pensar en una escuela que aprende, que se mira
a s misma y al contexto, si no se aprecia un trabajo organizado, tendiente a disear innova
ciones pedaggicas en este plano y a desarrollar evaluaciones sistemticas y formales sobre
tales innovaciones. Si no hay informacin relevante, producto de acciones diagnsticas, que
permita tomar decisiones consensuadas, difcilmente los establecimientos pueden pensar en
acciones innovadoras a desarrollar.
Cuarta afirmacin: Las tres afirmaciones anteriores, sobre sentidos compartidos, partici
pacin y diagnstico, nos llevan a formular la propuesta de una escuela metacognitiva que
transita desde un rol pasivo a ser efectivamente ejecutora de una poltica de convivencia
escolar.
Dado este escenario, hay un desafo enorme por alcanzar, que tiene que ver con recono
cer, tal vez, que la principal tensin a la que se ven enfrentados los establecimientos educa
tivos para llegar a desarrollar procesos metacognitivos es la fuerte demanda, sentida tanto^
desde docentes, directivos y apoderados, por alcanzar el logro de objetivos, que son
instrumentalmente muy valiosos, pero que les lleva a descuidar el logro de aquellas metas
que son relevantes, en cuanto a promover, por parte de todos los actores, el sentirse partci-
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pes de una comunidad humana y de un proyecto que les aporta identidad y sentido de
trascendencia.
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Cuarto eje: Las instituciones educativas estn enfrentadas a tener que resolver la
dfcil articulacin entre la cultura juvenil y la cultura adultocntrica, propia de las
escuelas y liceos.
Uno de los principales hallazgos de la indagacin practicada en el estudio Escuelas que
aprenden a convivir y conviven para aprender refiere a la enorme distancia cultural que
media entre escuelas y liceos adultocntreos y la cultura de los jvenes y adolescentes. La
escuela habla desde los adultos. Vista as, directivos, profesores y padres y apoderados, todos
se reconocen en el discurso de la convivencia. Ciertamente, desde su ptica de adultos; lo
que quiere decir, desde una mirada adulta que est ciega a la comprensin del joven. An
ms, la familia le reconoce a la escuela la necesidad de tomar un rol destacado en materia de
convivencia. Sin embargo, los profesores se reconocen desprovistos de herramientas, insufi
cientemente preparados y con grandes dficit de comprensin respecto del mundo juvenil.
En palabras de un maestro: humanamente tenemos la mejor disposicin pero no sabemos cmo
hacerlo.
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con el rendimiento escolar. En rigor, algo se ha detectado, toda vez que se estima que si no
hay desorden ni conflictos, los alumnos podrn concentrarse mejor y, a la larga, rendir ms.
Se trata de una tensin derivada de la tensin mayor de las escuelas, esa que pone
instrumentalmente en pugna a los aprendizajes cognitivos con los valricos, a los saberes
conceptuales con los procedimentales.
Ligado a lo anterior, hemos observado que una de las variables ms potentes para abordar
la convivencia escolar est en la gestin institucional, en la capacidad que desarrollen las
escuelas para pensarse a s mismas, para autorregularse de modo eficiente y trascendente.
Como ello ocurre parcialmente, estamos frente a una escuela que gestiona poco y que ms
bien congestiona la convivencia. La buena convivencia detectada es a pesar de la gestin
que desarrollan los equipos directivos; bien porque no la comprenden, bien porque no le
asignan importancia o porque, al igual que el resto del sistema educativo, se agota y se rinde
mansa ante las demandas de la subvencin y el SIM CE.
Esta escuela, por cierto, no encanta, ms bien espanta. No atrae a sus miembros, no
ofrece un lugar con sentido para los jvenes y termina siendo, como hemos averiguado, una
institucin autorreferente y adultocntrica. Esta escuela, tenemos la conviccin, se plasma
en una cultura escolar que no acoge la diversidad (las diferencias), sino que concentra todos
sus esfuerzos en normalizar, en homogeneizar. Aunque se ha abierto a las distintas expresio
nes juveniles de los ltimos aos, ms por presin que por conviccin, es una escuela que
nombra al otro para neutralizar su diferencia. Todava opera aqu una comprensin
monoculturalista y pre-constructivista del conocimiento y de la realidad social, que subvalora
la subjetividad y que busca imponer a sus clientes una verdad en la que los adultos ya no
creen mayormente.
Se trata, al parecer, de una escuela que sufre al no poder demostrar suficiente permeabi
lidad crtica, capacidad necesaria para actuar ms proactiva que reactivamente frente a una
sociedad altamente desafiante y mutable. Por ello, esta escuela resulta escasamente
autocomprensiva, parcialmente autoignorada y, a ratos, autodestructiva en lo referido a
responder a sus propias creencias y necesidades. Cmo oponer resistencia a la violencia de
la sociedad o a la creciente idiotizacin de los medios de comunicacin?
No es fcil esta permeabilidad crtica, alcanzar esta proactividad deseada. Eso es evidente;
pero s resulta ms fcil para una escuela conducir o formar parte de un proyecto educativo
que se desentiende a priori de estas demandas y contradicciones, centrando una vez ms sus
esfuerzos en los rendimientos deseados, sin incorporar como factores claves de la calidad de
la educacin Ios-temas asociados a la convivencia democrtica. Nosotros hemos averiguado
que, lamentablemente, la escuela y sus proyectos educativos- estaran reprobando en ma
terias de convivencia.
Como consecuencia de esto, se nos presenta la tensin no menor de una escuelai que
construye convivencia interpersonal o ciudadana o ambas. Pasarla bien es necesario, care
cer de conflictos tambin, pero nada de ello tiene sentido, finalmente, si Jas escuelas, se
desconectan de sus funciones sociales relativas a la formacin ciudadana. La escuela, se ha
dicho claramente en otras partes, debe ser tan democrtica como democratizadora. Esta
funcin ciudadana slo surge de un proyecto educativo que incluya la convivencia como
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