GALVEZ El Solar de La Raza
GALVEZ El Solar de La Raza
GALVEZ El Solar de La Raza
PRIMERA SERIE
LIBROS DE MANUEL GLVEZ
EL SOLAR
DE LA RAZA
OBRA PREMIADA POR EL GOBIERNO DE LA REPBLICA
ARGENTINA
QUINTA EDICIN
M C M X X
, M A D 1 Q ^
PROPIEDAD
DERECHOS RESERVADOS
PARA IODOS LOS PASES
ritos siglos.
8
El solar de la raza
do a comprender la gran poesa que contiene. En
el capitulo sobre Roncesvalles, despus de haber
hablado acerca del herosmo espaol, termino as:
U
Y al dejar Pamplona pens que otra cosa fuera
Espaa si, decidindose a dejar para siempre sus
sueos de conquista, matara al Cid que lleva
dentro y reemplazara el herosmo militar en Afri-
ca por el herosmo del trabajo en sus gloriosas
tierras.
9
Manuel Glvez
esplritualismo. Les evoqu Segovla, Toledo,
vila, no para que nuestras ciudades fuesen
como stas, ni para que los argentinos pensaran,
vivieran o sintieran como los castellanos de otro
tiempo, sino para contagiarlos del esplritualismo
de aquellas ciudades. Esplritualismo que no es
obra de los actuales espaoles, sino algo que ha
quedado en el ambiente, tal vez una ruina ms,
como tantas otras que embellecen, con su melan-
cola y sus poticas sugestiones, el mbito de las
decrpitas ciudades.
Quiero advertir tambin al lector espaol,
que considero como un tanto Incompleto a este
10
C77 la memoria de mis antepasados espao-
les; a los hijos de Hispania, que contribu-
EL ESPIRITU ALISM.O
ESPAOL
13
Manuel Glvez
naba, y desgraciadamente suena todava en estas
pampas, a jerigonza insufrible.
No se trataba ni se trata, aunque tal es el fin que
deseamos, de crear en este momento un peculiar
idealismo argentino. Tamaa maravilla no la har
una sola generacin. Nosotros pretendemos simple-
mente atenuar el torpe materialismo que hoy nos
agravia y avergenza.
Al par que idealista, esta campaa es nacionalista.
El idealismo colectivo fu en otros tiempos decoro
de la patria, y representa por esto, un valor tra-
14
El solar de la raza
pueblo no ser sino un cuerpo sin alma, una pobre
cosa sin trascendencia. Hemos ya construido fuer-
tes diques de energa y de riqueza; ahora nos falta
introducir, en el estanque enorme formado por aque-
llos diques, el agua de vida que es la espiritualidad.
material.
Mientras tanto, he aqu ya un primer triunfo: la
15
.
Manuel Glvez
cin de idelogos que surgi despus del desastre
Espaa, por medio de Ganivet, Macas Picavea,
Costa, Unamuno y algunos otros, se observ a s
16
El solar de la raza
prefiere la prdica directa del idealismo y confa en
17
G LVEZ. -Solar.
Manuel Glvez
meramente trat, en un libro de versos, de repro-
ducir mis sensaciones de paisaje argentino, y sobre
todo de evocar el ambiente de aquellas ciudades de
provincia donde, al contrario de Buenos Aires y
otras ciudades en pleno progreso, aun perdura el an-
tiguo espritu nacional, el sentimiento de la patria,
la profundidad espiritual de la raza y aquella con-
18
El solar de la raza
acrecentar nuestra riqueza y acelerar el progreso
del pas, propona la reconquista de la vida espiri-
19
Manuel Glvez
fenicios, cartagineses, vndalos, godos, bereberes y
rabes, con el francs del norte, enteramente ajeno
a aquellas influencias tnicas? Y, sin embargo, ambos
son latinos. Es que la comunidad o el parentesco del
idioma origina iguales o semejantes modos de sentir,
de pensar y hasta de proceder.
Pero este libro no es argentino slo por tales
razones.
Desde luego, lo he escrito casi nicamente para
mis conciudadanos. Convencido de la urgencia de
propagar en nuestro pas ideas y sentimientos idea-
listas, he credo que, as como algunos escritores
haban utilizado para ello los mitos griegos y nues-
tra antigua idiosincrasia, sera no menos eficaz
20
.
El solar de la raza
nuestra admirable raza latina, y especialmente en la
estirpe espaola a que pertenecemos, mi eleccin no
21
Manuel Glvez
cual resultar el amor a nuestra raza, que tantos
snobs posponen a la raza anglosajona; y el amor a
22
.
E| solar de la raza
jos de su espiritualidad en la planta impetuosa de la
patria actual. Y puesto que no es el caso de dar li-
* * *
de cultura.
Para el individuo, viajar es renovarse. Los viajes
modifican nuestro concepto del mundo, crean en nos-
otros un nuevo ser, acrecen el capital de nuestros co-
nocimientos, nos inculcan la tolerancia, nos hacen
ms comprensivos e inteligentes, educan nuestra
sensibilidad . Personas que vivieron consagradas a
su tiles tareas, al viajar visitan museos y catedra-
les, se ponen en contacto, siquiera sea por un ins-
tante, con el alma de las ciudades msticas. Este
contacto es inmensamente benfico. Una persona in-
23
Manuel Glvez
Para el individuo, viajar es a veces salvarse. Hay
quien al iniciar su viaje abandona al hombre anti-
guo, comienza una mejor vida. Algunos encuentran
su personalidad, deciden su vocacin . Constantino
Meunier, pintor mediocre, siente en su viaje por Es-
paa, a la edad de cincuenta aos, despertar aquella
vocacin que le llev a ser uno de los ms insignes
escultores de la poca. Otros adelantan en su camino
de perfeccin; muchos hallan la fe que los rehabili-
Cuando via-
viajes propician la plenitud del ensueo.
24
El solar de la raza
rriles nos despiertan de nuestro sueo voces ex-
traas y quejumbrosas que pronuncian nombres evo-
cadores, clebres, seculares, nombres de los pueblos
en cuyas estaciones nos detenemos; cuando pisamos
los mismos lugares que ilustraron con sus vidas los
# % &
25
Manuel Glvez
Aquel pas es uno de los ms intensos focos de espi-
ritualidad que existen en Europa.
Las ciudades alemanas, magnficas y civilizadas,
interesantes para socilogos y mdicos, nada nos
dicen al alma. El viajero no recibir en ellas una
sola emocin intensa. Estas ciudades podrn dejar-
nos admirados, pero jams conmovidos. Tampoco
nos dicen nada al alma las ciudades suizas, en las
que el desabrimiento y la mediocridad llegan al ms
alto grado de perfeccin; ni las ciudades belgas,
26
El solar de la raza
lleza. Lstima que el exceso de turismo, un turismo
abominable, nos quite parte del encanto. Las cosas
no hablan alma sino en el silencio y la soledad.
al
27
Manuel Glvez
de ms se ha vivido espiritualmente. No hay, en
efecto, vida tan alta, tan espiritual, tan profunda, ni
28
El solar de la raza
Mauricio Barres, a quien citar muchas veces, ha
dicho que las iglesias de su patria constituan la fiso-
29
Manuel Glvez
cones y patios solitarios que finalizan alguna calle, re-
cuerdan las capillas misteriosas y sombras, y a veces
un cristo o un santo en su hornacina completan el
30
El solar de la raza
que se desprende de ellas y no encuentra en el am-
biente de los pueblos hostilidad sino amor, es, pues,
una de las causas que convierten a Espaa en uno
de los ms intensos focos de espiritualidad que exis-
ten en Europa.
Pero nada nos hablar tan eficaz y bellamente del
espiritualismo de Espaa como su arte: quizs el ms
alto y noble que haya existido.
Es indispensable una renovacin de los valores
31
Manuel Glvez
dere un hombre desnudo de formas elegantes j afe-
)
32
El solar de la raza
cador, ms espiritualmente bello, ms trascendente,
que el dolor del dolor humano realizado por el arte.
Por esto son tan grandes Sfocles, Shakespeare, el
Greco.
La belleza formal, adems, es convencional y cam-
bia constantemente. La Venus de Milo, que est con-
belleza formal.
El cambio de los valores estticos en nuestra po-
ca est demostrado, sobre todo, en el auge repentino
y formidable del Greco. Si alguna obra carece de
belleza formal es la de este artista; su belleza es es-
piritual, o ms exactamente: mstica. Las caras alar-
gadas, los cuerpos deformados, las piernas torcidas
de sus personajes, las tonalidades de sus colores, son
33
GLVEZ. Solar. 3
Manuel Glvez
materialmente feos. La gente que no percibe sino la
belleza de las formas no comprende al Greco. Hasta
hace pocos aos el Greco era despreciado, conside-
rado como un loco; los crticos ni siquiera le mencio-
naban (1) y los artistas prescindan de l en absoluto.
Pero en estos ltimos aos todo ha cambiado. Hoy
los ms nobles artistas opinan que jams hubo pin-
tor ms inquietante, ms humano, ms profundo que
el Greco. Por mi parte creo que ningn cuadro con-
tiene tanta belleza moral como El entierro del Conde
de Orgaz. Con el Greco slo pueden ser compa-
rados algunos primitivos flamencos, como Van der
Weyden y Matas Grnewald, quienes han alcan-
zado la cumbre de lo pattico: el primero con su
Descendimiento del Museo del Prado y el segundo
con su Cristo del Museo de Colmar.
Ahora bien: para que bajo el predominio oficial de
la reciente de Lafont.
34
El solar de la raza
la esttica del Renacimiento haya surgido de pronto
el culto al Greco, es preciso que los valores artsti-
35
Manuel Glvez
vez, rehabilitaron en cierto modo a la Edad Media,
aunque no adoptaron estrictamente su concepto del
arte.
Pero a pesar de todo, continuaba dominando la
36
. .
El solar de la raza
tacin de los valores estticos, trasmutacin tan
honda que nos hace admirar obras de arte que hasta
ha poco nos parecan desagradables y feas. Es que
frente al concepto clsico de la belleza se ha levanta-
do el concepto del carcter, concepto cristiano preci-
samente, y sobre todo espaol, ya que los grandes
artistas espaoles no se preocuparon sino del carc-
ter. El impresionismo restaur este concepto y el
37
Manuel Glvez
Se reproducir en Valdez Leal, el pintor de la
** *
38
El solar de la raza
Parece que no existe sobre la tierra un pueblo de
psicologa ms complicada que el pueblo espaol. Las
profundas diferencias regionales, sobre todo, contri-
buyen a hacer ms ardua la comprensin del alma
espaola. Pero no debe atenderse sino al alma cas-
tellana. Lo castizo, o sea lo hondamente espaol, es
lo castellano, de tal modo que bien pudiera decirse
que Castilla est moralmente en toda Espaa.
Pero el alma castellana es complicada slo aparen-
temente. En realidad, nada ms simple que la psico-
loga del castellano, hombre sencillo que no encubre
su temperamento y cuyo espritu debiera compren-
derse fcilmente. Sin embargo, no sucede as y pa-
rece que para comprender a Espaa fuera preciso
ser espaol o, como nosotros los argentinos, perte-
necer a la raza. Los europeos no comprenden a Es-
paa, salvo los artistas; y aun, entre stos, son pocos
los que llegan a penetrarla profundamente. Los fran-
ceses buscan en San Sebastin y Barcelona las esce-
39
Manuel Glvez
bien son ingleses los mejores libros escritos por ex-
tranjeros sobre Espaa.
Los argentinos, en general, tampoco comprenden
a Espaa. Ahora comienzan a viajar por aquellas
tierras, pero lo hacen con desgano, si no con desdn.
Muchos beocios con dinero que cruzaron mar le
el
40
,
El solar de la raza
ca ms interesante del mundo para los ojos de un
artista. Adems, es un caso de comunidad espiritual
41
Manuel Glvez
de la tierra; no slo porque el Oro es la posibilidad
inmediata, al decir del escptico France, mas princi-
palmente por razones ocultas; porque representa va-
lor humano, substancia anmica, la virtud extractada
de las generaciones que fueron, y es, en resumen,
algo as como la semilla de la voluntad, el germen
misterioso que atesora en potencia todos los actos
del pensamiento y todas las realizaciones del deseo.
42
.
43
Man uel Glvtz
unidad espiritual de Espaa, ha agravado hasta el
45
Manuel Slvez
pellejado vivo a causa de un accidente en las minas,
se dejaron sacar cada uno diez centmetros de piel.
46
El solar de la raza
47
Manuel Glvez
bvara, junto a los artesanos que iban a representar
la Pasin, en cumplimiento de su promesa tres veces
secular, comulgaban varios miles de visitantes, ve-
48
El solar de la raza
a Aquella que es Consuelo de los afligidos y Salud
de los enfermos.
En Espaa no existe ese fervor religioso que el
gioso.
49
GLVEZ.-F/ solar. 4
Manuel Glvez
situacin algo perdura, como es natural. Al rey de
Espaa se le llama Su Majestad Catlica, el Estado
tiene all religin, y en las escuelas no existe el lai-
* * *
50
,
El solar de la raza
peninsular no puede haber desdn ni indiferencia.
Y, sin embargo, en los pueblos hispanoamericanos
se halla no slo rencores sino tambin desdn hacia
Espaa. Destruida la leyenda de la crueldad en la
51
Manuel Glvez
nal las simples fiestas patrias, y nuestro Himno mag-
nfico y humanitario, que desde la escuela nosotros
veneramos, era para l una actitud de insolente arro-
52
El solar de la raza
recuerdan con amor los encantos de Sevilla y de
Granada. No obstante, quedan an enemigos de Es-
paa, sobre todo entre los normalistas, los patriote-
ros, los anticlericales, los mulatos y los hijos de ita-
dominio en la Argentina.
Despus del centenario de nuestra Revolucin, la
54
El solar de la raza
famoso distinguo, que ha hecho reir tanto a los im-
bciles .
55
.
Manuel Glvez
smente por el lado de la inteligencia; pero ser con-
siderado un pueblo muerto por los argentinos si posee
escasas riqueza materiales, poco movimiento comer-
cial, reducido nmero de industrias. No me olvidar
jams de cierta discusin que tuve en Espaa con un.
56
El solar de la raza
cuyo espritu elegante y armonioso tanto ha influido
en nuestras cosas; no odiamos a esa ferviente Italia,
que nos ha dado una parte de sus energas. Pero ha
llegado ya el momento de sentirnos argentinos, y de
sentirnos americanos, y de sentirnos, en ltimo tr-
* * #
57
Manuel Glvez
ilusiones de su fuerza; y a la noche, en las cubiertas
populosas, bajo el lrico pantesmo del gran cielo
martimo, suean gestas de audacia y de dinero los
Corts y los Pizarros de hoy. Los latinos de Europa,
pues latinos son casi todos aquellos hombres, se di-
58
El solar de la raza
Raza latina, no obstante todas las mezclas. Nos-
otros vamos recogiendo las virtudes de la estirpe
59
Manuel Glvez
a sobre todo, no recuperan su grandeza mientras
nuestra patria asciende; nos abandonan sus ideales,
a que ellos no han de dar utilidad; debilitan su fuerza
para acrecer nuestros vigores. Semosles agradeci-
dos y reconozcamos que de esas naciones proviene
en realidad nuestro valer y nuestra esperanza.
El porvenir de nuestra patria no es puramente
material. Ser ella el granero del orbe, pero no debe
ser eso tan slo. Un ms alto y perenne destino la
60
El solar de la raza
Trabajemos para que llegue cuanto antes el da
TIERRAS DE CASTILLA
f
GLVEZ.-S7 solar. 5
Manuel Glvez
lleza inquietante. Sus fealdades visibles contrastan
con sus encantos ocultos. Son como ciertas almas
humanas que encierran su grandeza en cuerpos pre-
carios o deformes.
Es de esta ltima especie el paisaje castellano ca-
racterstico, es decir: el paisaje castizo.
* * *
66
El solar de la raza
ellos intensificadas y particularizadas en extremo. Es
el caso de la sierra de Pancorbo, cuyas cumbres sal-
** *
67
Manuel Glvez
cae pesadamente sobre estos campos. No se ve un
alma, ni una casucha, ni un caballo, ni un arado, ni
68
El solar de la raza
este tono general y, dentro de l, las cosas lo inten-
sifican o atenan sin modificarlo jams fundamental-
mente. Gris es la tierra de un gris descolorido, agrio,
a veces blanquecino, con tonalidades ocres y pardas.
Los escasos rboleschopos raquticos que forman
largas hileras espaciadas y olivos de hojas secas,
agrupados en las cercanas de los pueblos presen-
tan la misma coloracin de la tierra. Aun los cami-
nos tienen algo de gris en su blancura sucia y polvo-
rienta. Y el cielo, las nubes, los crepsculos y hasta
el mismo sol cobra un color gris pardo, a travs del
aire gris que lo envuelve todo. Es el gris de la tie-
69
Manuel Glvez
ni un vano entre las casas, ni la entrada de alguna
callejuela! Cada pueblo constituye una informe ma-
sa, de contornos precisos, netos, que dan la ilusin
* *
70
El solar de la raza
de estos campos castellanos, el regocijante concepto
de la Espaa alegre, popularizada, mediante el libro
71
,
Manuel Glvez
giosamente castizas que haya producido jams Cas-
tilla.
72
.
El solar d e \ a raza
Todo en los paisajes castellanos contribuye a causar-
nos impresin de energa: las formas violentas y an-
gulosas, los colores intensos, la sequedad, la bravura
de la naturaleza. Se dira que tales tierras no pueden
parir sino generaciones de hombres primitivos, de
seres sufridos y duros.
* * *
73
Manuel Glvez
vidualismo es el veneno de este pueblo. En otro tiem-
po el individualismo produjo enormes artistas y gue-
rreros; aun hoy las ms excelentes manifestaciones
de la vida espaola son ultrapersonales. Pero reco-
nozcamos que un individualismo de esta ndole es
hoy casi un enemigo de la civilizacin.
74
El solar de la raza
atestiguan que las modalidades de la conciencia cas-
tellana derivan de causas muy profundas, tan pro
fundas que no habrn de ser buscadas ni en la polti-
I
* *#
76
El solar de la raza
escritores actuales; de Prez Galds, por ejemplo.
Baroja, andariego l mismo como sus personajes, ha
llenado sus libros de individuos que parecen ataca-
dos de topofobia; casi todas sus escenas ocurren en la
calle, y la mayora de sus novelas no son en realidad
y aventuras. Aventureros y
sino libros de andanzas
andariegos son tambin los personajes de los ltimos
libros de Valle-Incln, es decir, de aquellos en que
el autor ha hecho obra representativa y castiza.
Pues bien; esta tendencia andariega de la casta es
77
Manuel Glvez
de andanzas gloriosas y de imprudentes aventuras.
Los paisajes de Castilla, finalmente, nos explican
el carcter del realismo literario espaol. La litera-
* * *
78
-
79
SEGO VIA LA VIEJA
81
GLVEZ. Solar 6
Manuel Glvez
su vejez sencillamente y modestamente. Tiene la
vejez de los mendigos; de aquellos mismos mendigos
harapientos y humildes que, a las puertas de las
iglesias segovianas, mientras salmodian una oracin,
nos extienden las manos flacas y sarmentosas.
* * *
82
El solar de la raza
da en decrepitudes, la sombra augusta de la muerte.
Contribuyen a intensificar la sensacin de vejez en
Segovia, las mltiples iglesias de estilo romnico. De
las doce iglesias interesantes que all perduran, ocho
pertenecen a este estilo. El romnico, importado a
Espaa por los monjes franceses, los peregrinos de
Santiago de Compostela, los mercaderes sirios y grie-
gos y las reinas y grandes seores extranjeros algu-
nos de los cuales iban a Espaa para luchar contra los
moros , se espaoliza en Segovia por completo, como
se espaoliz igualmente en otras regiones del pas
hasta el punto de llegar a convertirse en el estilo ar-
83
Man uel Glvez
de los Exemplos, del Poema del Cid, de la Chanson
de Roland y de las novelas de Alberic de Besan^on.
El arte romnico conservaba elementos romanos, y
de ah su fuerza y solidez; pero siendo un producto
de pocas primitivas, haba de faltar necesariamente
en l toda perfeccin formal. El romnico, el arte
$ * *
84
El solar de la raza
Avila y Salamanca, por ejemplo, me ha sido revela-
do profundamente en la impresin de llegada. La
primera impresin que nos produce una cosa suele
ser la ms honda y verdadera, y todos los anlisis y
observaciones posteriores no hacen sino afirmarla. Y
es que la intuicin no se equivoca jams. Nuestra
subconsciencia, o intraconsciencia, como dice Una-
muno ms exactamente, ve las cosas en sntesis, pe-
netra en lo ms ntimo de ellas y las comprende en
su esencia, es decir, en lo que tienen de ms real y
permanente.
Llegu a Segovia de noche. Apenas hube bajado
del tren, sub a un carruaje espacioso, un tanto
arcaico, un carruaje arrastrado por cuatro muas
que al trotar producan con sus cascabeles un son
rtmico, incesante y al mismo tiempo melanclico.
El carruaje entr por una anchsima calle de casu-
chas viejas con altas recovas y balconcillos de ma-
dera. Luego la calle se fu angostando; el carruaje
se meti por una estrecha callejuela, pas bajo un
ruinoso arco de piedra y fu costeando los bordes de
una hondonada vasta y profunda tras de la cual se
vean las montaas. Despus cruz una plaza, la
misteriosa y pintoresca plaza del Azoquejo sobre la
que atraviesan, como un puente, los arcos enormes
del acueducto romano. La presencia de estos arcos
era en la noche una cosa fantstica y supraterrestre.
85
Manuel Glvez
Por fin, despus de descender en la Fonda del Co-
mercio nombre que nos hace sonrer en Segovia
j de elegir mi cuarto, sal a caminar.
La ciudad dorma y las casas parecan abandona-
das. Por las callejuelas oscuras anduve largo tiempo.
Llegu a la plaza Mayor, desierta y melanclica,
con altos soportales y un aire de intimidad sencilla.
86
El solar de la raza
as en el silencio de las bvedas funerarias. Llegu
a tener la conviccin de que aquel suelo era sagrado,
87
.
Manuel 6 I v e z
$ * *
86
El solar de la raza
Ah! Cmo olvidar aquella noche en que, despus
de haber dejado una ciudad moderna, cuando aun
viva en mi alma el tumulto de Buenos Aires, he
cado en pleno pasado? Segovia era tambin una
sorpresa para m. Por primera vez, me era dado el
goce supremo de hallarme en una ciudad ntegra-
mente antigua. Los hombres de Europa no pueden
comprender esto. Desde que nacen viven en un am-
biente de tradicin y de arte clsico, y por poco que
hayan viajado han odo la cancin profunda y mara-
villosa que en las viejas ciudades cantan los siglos
pretritos. Nosotros carecemos de tales tesoros de
belleza y a veces cruzamos el ocano slo para ad-
mirar el arte, para aspirar, a plenos pulmones, el
89
Man u e I 6 I v e z
90
El solar de la raza
seas, la aspiracin al Infinito, la nostalgia de Dios...
* * *
91
Manuel Glvez
hacia tus viejas glorias, abandona tu lugar a la civi-
92
El solar de la raza
EL DOLOR DE TOLEDO
***
Fu en una noche de verano sonora y noble, una
noche de Espaa, cuando por vez primera conmovi
a mi alma, hasta hacerla extremecer de ensuefto y
de secular poesa, la angustia de Toledo.
95
Manuel Glvez
Eran las diez. Yo acababa de llegar en ese ins-
96
El solar de la raza
circundantes me hacan, sin embargo, or voces a mi
alrededor. Eran las voces de las piedras. Yo las sen-
* # #
97
GLVEZ -Solar. 7
.
Manuel Glvez
su decadencia. Hay otras causas de aquel dolor.
Espaa ha comprendido que las antiguas virtudes
* * *
99
Manuel Glvez
No comprendo por qu no han de existir junto a
las cosas del presente algunos ejemplos intactos del
pasado. Nuestra civilizacin parece tolerante, pero
lleva en misma un germen que destruye todas las
s
$ &
tificante.
100
El solar de la raza
ficios nuevos, casas de comercio con vidrieras casi
lujosas y elegantes. La diferencia entre hoy y ayer
no presenta gran importancia, pero la adquiere si se
piensa que ella significa el comienzo de una nueva
era toledana. Es el turismo, el triste turismo, lo que
hace inaugurar la transformacin de Toledo. Y los
progresos crecientes del litoral cantbrico y del lito-
ral mediterrneo, extendindose hasta Castilla la
Nueva, concluirn con la Toledo vieja. Entonces
otra Toledo reemplazar a la actual. Casas modernas
sustituirn a las viviendas ruinosas, las calles esta-
rn ensanchadas y niveladas pues la democracia y
el progreso, siendo niveladores, no toleran ninguna
desigualdad, un tranva correr desde la Estacin
hasta el clsico Zocodover y se leern anuncios de
mquinas agrcolas en los muros histricos de la
puerta Bisagra.
El presentimiento de estas profanaciones me asal-
101
Manuel Glvez
secular. Fu as como, viviendo con el alma los tiem-
102
ES solar de la raza
contemplativo, las almas -ocanos en las que des-
bordaba el genio de la raza, y las multitudes ilusio-
SALAMANCA
105
Manuel Glvez
Salamanca es nica en Espaa. Adems, el carcter
individual del renacimiento espaol, que difiere tan
fundamentalmente del italiano y del francs, acen- *
106
El solar de la raza
los dioses griegos y romanos, y sus santos, pintados
sin fe, simulan zurdamente la santidad. Nada de esto
107
Manuel Glvez
con sus voces engoladas, los plcidos cannigos; ha-
terior!
# # #
108
El solar de la raza
penetrar en su hondura. Muchos hombres pasan
junto a este pozo sin verlo; otros se alejan sin querer
gustar de su agua que consideran estancada y vieja.
Pero nosotros, los sedientos de ideales, nos sumergi-
mos gozosamente en l y all bebemos con ansia su
$ * *
110
El solar dla raza
riesca de don Flix de Montemar; o la figura lamen-
table y extraamente ridicula de marab kabila del
gran Ignacio de Loyola, arrojado de la Universidad
y sufriendo crceles y miseria; o la figura castiza y
sobrehumana de Teresa de Jess, tal vez pasando
definitivamente para Alba de Tormes donde le espe-
raba la gloria de su trnsito; o la figura serena, dis-
* # $
111
Manuel Gtvez
aquellos telogos estupendos que labraron la casus-
tica, sutil filigrana de pensamiento, como las rejas de
los viejos palacios son filigranas de hierro y las fa-
chadas platerescas filigranas de piedra.
Dejos espirituales que pueblan el mbito de Sala-
manca impresionaron mi alma con mltiples imge-
nes de intelectualismo; de un idealismo que parece
acentuado por retoques de sentimiento mstico; y de
aquella expresin salmantina de la clsica y castiza
gracia espaola. Bellas cualidades son estas tres,
pero sobre todo la primera y la ltima, porque sola-
112
El solar de la raza
como ciudad de alma intelectual. En las calles de Sa-
lamanca recibimos una perenne y viviente sugestin
de intelectualismo; todo nos habla de cultura, de esa
vieja cultura espaola en parte desaparecida.
Porque la cultura espaola, como conjunto y como
entidad, casi no existe hoy da.Ruinosa y envejecida,
ha dejado de influir en el mundo. Es cierto que esta
misma Salamanca todava ensea por la voz elo-
cuente del gran maestro Unamuno; es cierto que el
rbol del talento crece en las llanuras castellanas;
es cierto que algo se trabaja y se estudia; pero esto
no basta: la cultura espaola carece de mtodo. La
exacerbacin del individualismo al crear lgicamen-
,
113
GAL VEZ.- Solar. 8
Manuel Gfvez
Pero no menos interesante que esta sugestin de
intelectualismo es la serie de admirables imgenes
ejemplares de la gracia espaola con que Salamanca
nos maravilla los ojos, desmintiendo la visin de la
114
El solar de la raza
cioncillas del marqus de Santillana tienen el fresco
* * *
116
El solar de la raza
destaca entre mis pocas sensaciones hondas, junto a
Segovia, a Venecia, a Avila, a Toledo; se destaca,
a modo de consoladora sorpresa, como los poblacho-
nes grises en las llanuras de Castilla la Vieja. El re-
cuerdo de Salamanca durar siempre en mi alma;
porque la ciudad secular es fuente de espiritualidad;
porque ha revelado a mi subconsciencia las races de
la raza; porque toda ella no es sino arte hecho pie-
119
Manuel Glvez
por las callejas yo no s cunto tiempo. Por una an-
cha calle bordeada de rboles entr en el pueblo.
Atraves un puente sobre un ro casi seco, uno de
cuyos brazos, encajonado entre arbustos y ramas,
pareca un melanclico canal de aguas muertas. Un
poco ms all comenzaba un paseo secular, polvo-
rientoy solitario. Al margen de este paseo, agre-
gaba su nota de carcter una iglesia diminuta y
abandonada. Continu mi andanza subiendo por una
calle en cuesta que se llamaba la calle del Humilla-
dero. La calle terminaba en una plaza donde haba
una vasta fuente circular. Las mozas venan a bus-
car agua; embocaban en alguno de los surtidores un
largo cao por cuyo extremo opuesto caa el agua al
cntaro, parloteaban en actitudes graciosas, y me
miraban con lenta curiosidad. Algunos burritos be-
ban el agua que llenaba la taza de la fuente. Yo me
qued un buen rato en este sitio, absorto en el en-
canto de las cosas que perciban mis sentidos: las
torres guerreras de la Catedral, las pardas ondula-
ciones montaosas, la plaza con el inmenso Semina-
rio, que tiene cierto aire de palacio real, los viejos
120
El solar de la raza
espaoles! Ellas son el corazn del pueblo; ellas con-
cretan la agonizante vida local; slo en ellas se ven
algunos transentes; por ellas pasan todos los que
van a casarse, todos los que llevan a bautizar, todos
los que conducen al campo santo. En ellas estn la li-
121
Manuel Glvez
las puertas se asomaban a ver pasar el cortejo, que
en seguida, atravesando el arco de una antigua
puerta del pueblo, se perdi de vista.
Prosegu mi camino; a dos pasos estaba la plaza
de la Constitucin, en la cual se halla el Ayunta-
miento. Entr, y la mujer del guardin me condujo
por los fros cuartos. La mujer tena hermanos en
Buenos Aires. Ah, \
ella tambin deseaba irse porque
en Sigenza la miseria no dejaba vivir! En un pe-
queo patio que daba a la puerta del edificio vi los
toriles.Cuando haba corridas cada dos o tres
aos se encerraba all a los toros y, en el momento
oportuno, los animales pasaban a la plaza, converti-
da para el caso en arena. Frente a esta plaza la ca-
tedral levanta su guerrera arquitectura. Yo quisiera
decir muchas cosas sobre esta catedral, la ms bella
de las tres catedrales-fortalezas que conozco: la de
Avila, la catedral vieja de Combra y esta de Si-
genza.
No creo que haya nada comparable a una catedral
espaola. Estas viejas iglesias con todo el arte que
encierran dentro, sus cristos dolorosos, sus retablos,
las silleras de sus coros, sus rganos, sus tumbas,
sus cuadros, su canto llano, sus reliquias de santos,
sus vidrieras, nos producen la mayor de las emocio-
nes. Estas iglesias contienen bellos ejemplos de to-
das las artes, y hay en ellas una gran paz, un aire
122
El solar de i a raza
sutil y espiritualsimo. Pero lo que a m ms me se-
123
Manuel Glvez
bre la puerta. En una de estas calles tres msicos
ambulantes llenaban el aire de una alegra casi vio -
lenta. Un y sus dos hijos; la madre peda para
viejo
el platillo. Venan a pie desde Castilla la Vieja, con
su dulzaina y sus tamboriles. Andariegos de casta,
partan a la tarde para Guadalajara. Haban ya reco-
rrido as media Castilla, despertando con sus msicas
a los viejos pueblos dormidos. Les pregunt de dnde
eran; el muchachn, esbelto y garboso, me contest,
con un acento castizo, sonoro y arrogante, que de Pa-
tencia de Campos. Los msicos tocaban el garro-
tn, la danza entonces a la moda. Era de ver cmo
las cadencias sensuales de la danza gitanesca cobra-
ban bro y gravedad al ser interpretadas por los ge-
mirnos msicos castellanos. Ah, yo no olvidar ja-
124
El solar de la raza
sus casuchas, su desolacin, su grandeza enveje-
cida...
* * *
125
Manuel 6 I v e z
127
Manuel Glvez
por el capricho arqueolgico de evocar, en poema de
piedra, un siglo pretrito. Se dira que la ilustre y
seorial Santillana se ha conservado al modo de
aquellos muebles antiguos que en las casas moder-
nas, construidas por los hijos en el solar de los pa-
* * *
128
El solar de la raza
ledas, pertenezcan, con su aire gracioso, suave y
tierno, a Castilla la Vieja. La ruta asciende, en casi
todo su curso, constantemente orillada de rboles; y
poco despus de haber alcanzado su mayor altura,
desde un recodo del camino, se percibe, metida en
un y pomares, la ilus-
valle, invisible entre castaos
129
G AL VEZ. -Solar. 9
Manuel Glvez
y la gloria del monasterio, transformado luego en Co-
legiata, se extendan por todas las tierras de las As-
turias de Santa Illana. El claustro admirable con sus
rotos sepulcros, su patio cubierto de hierbas, los re-
voques con que manos brbaras han ocultado la gra-
cia de la libre imaginacin antigua, las figuras des-
130
El solar de la raza
greso plebeyo. Santillana del Mar, la muy herldica,
no deba ser la patria del picaro Gil Blas. Es s la
neracin!
VII
EL MISTICISMO DE VILA
133
Manuel Glvez
torres de las murallas por cuya defensa deban velar.
En lo ms elevado de la colina, la muralla se sale
en ancha comba: el bside de la catedral, que fu
torre fortificada. Conventos e iglesias llenan esta
pequea ciudad de doce mil habitantes. En algunas
calles se transita entre largas y bajas tapias conven-
tuales sobre las que asoman a veces las copas de los
rboles. En cierta encrucijada todas las tapias cir-
cundantes pertenecen a conventos. Yo he recorrido
estas calles en la alta noche. La luna blanqueaba las
paredes y dada un aspecto de irrealidad y de
les
134
El soiar de la raza
Adaja. Las murallas parecan formar un anillo colo-
sal que caa inclinado hacia el ro. Su mole enorme,
erizada de almenas, era en aquel momento fants
tica, era como un ensueo arqueolgico, resucitando
encantos medioevales. Las torres semejaban seres
extraos y gigantescos que vigilaban algn tesoro
legendario. Las doce campanadas de la media noche
surgieron de la catedral y fueron a perderse en leja,
nas misteriosas, atravesando los aledaos valles.
Nosotros, silenciosos de emocin, contemplamos du-
rante largo rato la catedral, desde la plazuela veci-
na. Las sombras envolvan al templo, que era una
inmensa masa oscura recortndose sobre el cielo
* * *
135
Manuel Glvez
Conocer a Avila, dice la escritora inglesa Ga-
briela Cunnighame Graham, errar por sus calles,
espiar la salida del sol y la puesta sobre los sombros
eriales ms all de las murallas de la ciudad, es cono-
cer a Santa Teresa. Nada ms cierto, efectivamen-
136
El solar de la raza
En la naturaleza que a vila circunda, paisajes
adustos y graves avecinan con paisajes sonrientes,
con paisajes serenos, con paisajes reconcentrados e
ntimos. As era tambin la Santa. Grave en ocasio-
nes hasta obligar al silencio su presencia, en otras su
socarronera castellana se sala por sus ojos vivos j
regocijados; otras veces su mirar se tornaba profun-
do y lejano, aunque los ojos parecan fijos en cosas
de la tierra. Finalmente, como en aquellas horas de
Avila en que el sol flamea en las almenas y en las
torres en incendio de oro, as el rostro de Teresa
sola asombrar de esplendores, y en sus xtasis la
137
Manuel Glvez
Tambin en otro sentido, conocer a Avila es cono-
cer a Santa Teresa. Cada una de las viejas piedras
de aquella ciudad nos recuerda la vida de la doctora
mstica. El Convento de carmelitas descalzos, cons-
truido donde fuera el solar de los Cepeda, conserva
el cuarto donde ella naci, un dedo de aquella mano
que escribi Las Moradas y el bculo de sus andan-
zas pon los caminos de Espaa. All mismo perdura
un resto de la huerta, tal vez el lugar por donde
saliera en su niez a buscar el martirio entre los
moros. En el convento de Nuestra Seora de Gracia
pas ao y medio de noviciado; las Carmelitas des-
calzas de San Jos fu la primera de sus fundaciones;
en Santo Toms se confesaban y all, ante un Cristo
que todava se conserva, tuvo uno de aquellos xta-
sis en los que su alma, ya en la sptima morada de
su castillo interior, hablaba con Dios y se entregaba
a la inefable delicia del amor divino; en Nuestra
Seora de la Encarnacin tom el hbito, vivi en
sus celdas veintisiete aosy en el locutorio celebr
sus msticos coloquios con San Juan de la Cruz.
* * *
i
138
El solar de la raza
Espaa vieja. En ella, antes que en la vida d Igna-
cio de Loyola sntesis humana no menos prodigiosa
que la otra, se realiza aquella tan espaola fusin
de lo caballeresco y de lo mstico. Fusin extraa,
por cierto, pues si dos cosas hay que difieren son la
accin guerrera y la contemplacin religiosa. Un an-
tagonismo que pareca implacable las separaba: el
combatir contra los hombres en las guerras del mun-
do impeda la reconcentracin del alma en s misma,
y los xtasis del amor divino parecan no hermanar-
se con el violento tumulto de la vida caballeresca.
Pero Espaa, este pas donde existe latente la apti-
139
Manuel Glvez
castillo. Sus nombres indistintos de vila de los
140
Ei solar de ia raza
te del bside, incrustado en la muralla como el ms
grande de sus cubos, almenado triplemente y fajado
por ancho cinto de matacanes, tiene toda ella un
definido aspecto de fortaleza. Y cerca de la cate-
141
Manuel Glvez
La unidad espiritual del pas y el exaltado tem-
peramento de la raza, crearon, a mi entender, el
misticismo espaol. Poco tuvo que ver con l la
142
.
El solar de la raza
Yo afirmara que Espaa, no slo respecto a la
literatura, sino a todas las manifestaciones de su
vida, debe ver caudales de esperanza en su aptitud
mstica (1). Potencia enorme hay en su misticismo,
que llevar al pas a la accin, exaltar su fuerza le ,
143
Manuel Glvez
Hay sin duda un significado trascendente en el
144
El solar de la raza
bre de buena voluntad siente almenarse de ensueos
su alma, amurallarse de fe su inteligencia, fortifi-
GLVEZ.-So/ar. 10
LA ESPAA LATINA
I
BARCELONA
A la memoria de Maragall.
Al poeta Jos Carner.
149
Manuel Glvez
nos. El latinismo tal cual ahora se le considera es
una cosa moderna, con mucho del espritu italiano,
con un poco de parisiense y sobre todo esencialmen-
te del Mediterrneo. El genio latino adquiri en las
150
El solar de la raza
stira mordaz y la viciosa sutileza que han seguido
siendo hasta el da las caractersticas invenciones de
la produccin intelectual espaola. Visigodos y mu-
sulmanes no modificaron la psicologa del pueblo es-
el mximo de diversidad.
* * *
151
Manuel Glvez
dad bien espaola, carece del casticismo agudo de
Avila o de Segovia. Poco avasallada adems por los
152
El solar de la raza
na el arte medioeval de Jaime Fabre y del maestre
Roque. Las semejanzas entre Barcelona y algunas
ciudades italianas y francesas, slo prueban la exis-
tencia de influencias admirables que no han hecho
sino conservar y afirmar el espritu latino de esta
ciudad que debe ser considerada como la ciudad lati-
latinismo mediterrneo.
* * #
153
Manuel Glvez
ti va, la condicin de poeta. Barcelona ama el
amor.
Pero no se crea que la alegra de Barcelona se
emparenta con aquella alegra trivial y mediocre de
las playas a la moda. La alegra de Barcelona es pro-
fundamente espiritual. Los viajeros artistas que vi-
154
El solar de la raza
Yo quisiera comparar su obra, en cuanto al signifi-
versos de Maragall ,
impregnados de latinismo me-
diterrneo, no hay absolutamente nada que se pa-
rezca a la inquietud atormentadora de Unamuno, a
su hondo misticismo, a su preocupacin de la muerte.
Mientras el rector de la vieja Universidad de Sala-
manca dirige a Dios sus Salmos acongojados, el
mundo parece darle nuseas y slo por la contem-
placin de la muerte llega a aceptar la vida, el poeta
de Barcelona que era sin embargo muy catlico ,
155
-
Manuel Glvez
vive es mi patria, Seor, exclama y luego pregun-
ta si ella no podra ser tambin una patria celes
tial> . El poeta de Barcelona, al contrario de Una-
muno, ama las bellas palabras y la armona de las
156
El solar de ia raza
une en ntimos contactos aquel mismo divino mar
azul!
* * *
157
Manuel Glvez
a, debiendo ser aliada de Castilla, sea una subordi-
nada. Ellos anhelan reconstruir la antigua Iberia
por la incorporacin voluntaria de Portugal y la
autonoma total de Catalua; y piensan que la auto-
158
El solar de la raza
santernente la belleza de la patria en su dualidad
moral y material. Y as, impulsada por la intrepidez
GL VEZ . Solar. li
]
163
Manuel Glvez
y que aun hoy, despus de los siglos trascurridos,
164
El solar de la raza
de cierta cascara francesa que lo cubre dbilmente.
Lo que caracteriza a Sevilla no es el Alczar ni la
casa de Pilatos ni algunos pocos minaretes converti-
dos en campanarios cristianos, sino aquella abundan-
cia de edificios platerescos y barrocos, no solamente
pblicos, sino tambin privados. No obstante, infini-
dad de gentes cree que en Sevilla todo es rabe . Pa-
lacio Valds se burla de ellas, con mucha gracia, en
su novela La hermana San Sulpicio, donde un galle-
165
Manuel Glvez
rabe, yo no s qu relacin pueda existir entre el
Cristo espaol: trgico, atormentado, realista y ei
166
El solar de la raza
167
Manuel Glvez
Entremos, pues, en un caf sevillano y popular.
Sentados alrededor de largas mesas de mrmol con-
versan gravemente, con cierto empaque, algunos
hombres del pueblo. El empaque es algo muy cas-
tizo: es el conceptismo de la actitud. Todos tienen
gestos de orgullo y de desprecio por las opiniones
ajenas, gran movilidad de facciones, gesticulacin
abundante y no siempre armoniosa, ojos vivaces.
Hablan en voz alta; si discuten, vociferan y multi-
plican sus gestos; observan a todo desconocido que
entra. En el caf tunecino veremos individuos tran-
quilos y serenos. Sus actitudes son naturales y ele-
gantes, y, aunque algo solemnes, sin empaque ni arti-
ficio. Estn acostados sobre esteras, apoyada la ca-
168
El solar de la raza
espritu y sus modos, el rabe ostenta, aun el ms
miserable, algo de aristcrata. Si vemos a ambos en
la calle, el andaluz, a pesar de cierta gracia en sus
movimientos, se nos presenta arrogante y a veces
duro. El rabe, en cambio, se pasea en una actitud
noble, supremamente serena, suave, armoniosa y
distinguida. El rabe nos hace pensaren los griegos
169
Manuel Glvez
Solamente hallo de comn entre rabes y espao-
les, los tipos individuales. Abundan en frica gentes
170
El solar de la raza
rabes; y el gran nmero de judos que habitaron o
habitan ambas regiones. Agrguese tambin la mez-
cla, cuyo hecho no discuto, pero sin atribuirle dema-
siada importancia, de moros y espaoles durante siete
siglos. Tambin es evidente que muchos moriscos
que tenan sangre espaola emigraron, al ser expul -
sados de Espaa, al Norte de Africa. As, despus de
haber entrado en Espaa sangre morisca, vena a
entrar en Africa sangre espaola.
Sarmiento se empeaba en ver al rabe en el espa
ol. El espaol de hoy, dice, es el rabe de ayer,
frugal, desenvuelto, gracioso en la Andaluca, poeta
171
Manuel Glvez
mo en Marsella que en Tnez o que en Mlaga. As
era la vida antigua, la vida romana y griega que
todava no nos hemos hartado de alabar, y que per-
dura en las mrgenes del mar latino. El escritor
francs Luis Bertrand comenta la animacin calle-
jera en las ciudades del Africa latina con las bellas
palabras que siguen: Estas callejuelas estrechas, de
muros untados de cal, es la exacta decoracin de las
comedias de Plauto y de Terencio. He aqu la taber-
na oliente y grasosa, con sus guirnaldas de rosas y
de jazmines, la ueta popina de las stiras de Hora-
* $ *
172
El solar de la raza
Si observamos la literatura y las artes nos conven-
ceremos de que la influencia directa de los musulma-
nes ha sido en Espaa casi nula. Si el invasor se
hubiera mezclado con los invadidos del modo que se
173
.
Manuel Glvez
Espaa. La poesa rabe es muy sensual, no slo por
su forma, sino tambin por las ideak. Los rabes
han creado una poesa suntuosa, ardiente, amorosa,
pero escasamente realista. Hablan de perfumes olo-
rosos, de bellos colores,
y elogian el cuerpo de la
mujer con imgenes a veces faltas de toda realidad,
como se ve en aquella cancin popular donde se
compara a un dtil melifico la nariz de la amada
La literatura espaola, al contrario, es eminente-
mente realista. En poesa, su falta de sentimiento
potico ha derivado en el conceptismo. La poesa
espaola es de un ascetismo formal, de una seque-
dad, de una falta de elegancia perfectamente casti-
zas. Los espaoles no han cantado a la mujer sino
por rarsima excepcin. Sus grandes poetas son arro-
gantes, declamatorios, conceptistas. Algunos rebus-
can sus vocablos, pero no para obtener efectos musi-
cales como lo hacen los rabes.
174
El solar de la raza
la literatura popular de los conquistadores, pues la
175
Manuel Glvez
pobre de color que la obra de Zurbarn, del Greco,
de Valds Leal, del mismo Goya. En Velzquez hay
sin duda una extraordinaria riqueza de color; pero
puede afirmarse que Velzquez no amaba el color
por el color, que es lo que constituye al colorista en
el concepto vulgar.
La arquitectura es seguramente la ms represen-
tativa dlas artes, ms aunque la poesa. Si los
176
El solar de la raza
En el estilo romnico el arte castizo por exce
lencia , no existe influencia mahometana. El rom-
nico fu, cuando ya haba tomado vuelo y caracte-
res propios, modificado por otras influencias, fran-
cesas principalmente; pero con todo las iglesias
espaolas sometidas a tales influencias tienen emo-
cin espaola. Los elementos materiales podrn ser
franceses, pero el espritu es espaol. As la Cole-
giata de Santillana que, aunque perteneciente a la
escuela poitevina, da una profunda sensacin de
casticismo. En cuanto al estilo mudjar, claro que en
l la influencia mahometana es considerable. Pero
el estilo mudjar resulta algo postizo, algo que no
encaja bien en la tradicin espaola, sin contar con
que, por el nmero, salvo en Andaluca, no presenta
gran importancia.
Si pasamos a la msica, tampoco vemos que haya
recibido la influencia rabe. Los rabes no tie-
177
GLVEZ. Solar 12
Manuel Glvez
sabe que usaban ciertos instrumentos. Seguramente,
no han carecido de danzas y de cantares populares,
losque se parecen a ciertos cantos andaluces, y ms
que nada a nuestras msicas argentinas. Lo nico
realmente parecido a la msica espaola que conoz-
co es una cancin moderna, escrita en el modo sika,
178
El solar de la raza
la mayor parte de estas palabras designan costum-
bres, tiles de trabajo, obras de agricultura que no
tenan los espaoles y que, pertenecientes a los ra-
bes, aqullos no podan designarlas sino con palabras
rabes. Pero en el espritu del idioma espaol, qu
ha dejado la lengua rabe? El idioma rabe es todo
sencillez, todo lgica (1), al contrario del castellano
* * *
179*
Man uel Glvez
luca que cantaban sus poetas transformaba a aque-
llos hombres, y hasta los duros, los terribles Almo-
rvides fueron convertidos en hombres escpticos y
sensuales bajo los suaves encantos de aquella tierra
embriagadora. La fiereza de los bereberes se dulci-
180
El solar de la raza
mi cierta direccin mstica que de otro modo quin
sabe si el pas hubiera seguido.
De la conquista musulmana apenas quedan en Es-
paa algunos monumentos. El terrible Taric ibn
Ziyad, el primer invasor, slo es una sombra, pero
una sombra que se agranda y toma cuerpo para los
cuerpos alucinados de aquellos que odian a Espaa.
Mas los que sentimos el alma de la raza, los que la
183
Manuel 6 I v e z
184
El solar de la raza
de las cosas hasta hacerlas parecer como miradas
con una lente de aumento, el Recuerdo ha engen-
drado mi actual visin de Ronda, una visin profun-
da y espiritual, la sntesis de Ronda. En mis horas
de la ciudad andaluza, apenas conoc su imagen ma-
terial. El Recuerdo me hizo conocer su alma, su
esencia. Es que el Recuerdo hace perdurar lo que en
las cosas hay de eterno, lo que es su sntesis, el re-
* **
que han sido muertos por los toros y que son arroja-
dos desde la cima despus de la fiesta. Abismos per-
petuos, nos aterra pensar que podramos vivir bajo
su trgico y perenne dominio en alguna de aquellas
casas cuyos balcones dan al Tajo. Vida terrible la de
los habitantes de Ronda, con la eterna visin abis-
186
El solar dla raza
mal. Uno imagina que, como Pascal, han de ver un
abismo a su lado en todos los instantes de su exis
tencia. Se siente flotar en el ambiente de Ronda una
sensacin de vaco y de derrumbe. Tal vez porque
el viajero recorri la ciudad cuando un cielo saudo,
abarrotado de nubes negras, prolongaba la sucesiva
tormenta formidable con relmpagos y truenos que
agravaban de malestar el trgico espritu del am-
biente.
Y ahora cmo no explicarse la audacia y energa
de las gentes de Ronda? Quizs la perpetua presen-
cia del abismo las ha habituado a mirar sin temor
aquel otro, final inmenso abismo abierto ante sus
arduas empresas, el abismo de los abismos: la muerte.
De ah el coraje de sus bandoleros y la famosa intre
pidez de los toreros de Ronda. Adems, quienes
nacen y viven a la altura de las guilas, algo de
ellas han de tener.
GRANADA
ranada la bella! As, en modo admirativo,
suscitador de ilusin, quiero recordar una de
mis grandes desilusiones. Pero no es la culpa de
Granada, sino del viajero. Los viajes constituyen una
perenne fuente de desengaos. Casi siempre la reali-
189
Manuel Glvez
camos leyendas magnificas ante restos efmeros y
envolvemos a una trival piedra sin belleza ni inters
en poesa de siglos, en niebla de misterio, en rezo de
veneracin.
La Granada oriental, la de la Alhambra, la del Ge-
neralife, ha sido un gran desengao para m. La be-
lleza elegante, sutil, area, casi quebradiza del patio
de los Leones slo nos habla a los sentidos y a la
imaginacin. En las salas del palacio rabe el alma
es apenas un transente; no encuentra all lugar
para su reposo, nada le llama. Los ojos, en cam-
bio, no acaban de maravillarse. Cuando ellos estn
190
El solar de taraza
191
Manuel Glvez
nan todo, suben por los muros hasta el techo, des-
cienden hasta el suelo, corren por el artesonado, ani-
man los mrmoles del piso, nos envuelven en sus
redes infinitas. Si los seguimos con nuestra mirada
llega un momento en que volvemos al punto de par-
tida; nos incitan a la divagacin; nos evocan en su
infinitud las cosas eternas y nos muestran lo efmero
de las cosas humanas, su mutabilidad su vuelta , al
192
El solar de la raza
finito, de lo concreto, de lo humano. Por esto los
mezquitas argelinas.
En cuanto al valor esttico de la Granada oriental,
salvo el de los jardines del Generalife, confieso que
no eminente. Lo que resta de la Alhambra y
lo hallo
(1) El arte rabe debe casi todo al arte copto. Las prime-
ras mezquitas fueron construidas por coptos; as la de Fostat,
en Egipto, copiada durante dos siglos por los musulmanes;
cuyo arquitecto y cuyos obreros fueron coptos y cuyo estilo
es ni ms ni menos el de la escuela de Alejandra. Durante el
califato de Damasco la preponderancia artstica del Egipto
continu la influencia copta . Y lo mismo debi suceder du-
rante el califato de Bagdad, pues basta recordar que en tiem-
194
El solar de la raza
los moros, aunqueposeen ms sentido esttico que los
195
Manuel Glvez
embargo, los jardines del Generalife me penetraron
de poesa, me traspasaron de sosiego, me infundieron
* * *
1%
El solar de ia raza
mas de la ciudad la existencia de otra Granada.
Y esta vez mi esperanza no qued en quimera.
Hall una Granada de paisajes, de belleza nica y
varia; hall tambin una Granada castiza y cristia-
na, de belleza profunda y emotiva. Y ambas Grana-
das me fueron encantadoras, aparte de sus claras
excelencias, por una razn ms: no haber sido an
democratizadas por la admiracin mediocre del tu-
rista y su alabanza de memoria. Bellezas demasiado
elogiadas, bellezas oficializadas, parece, que inevi-
tablemente, han de vulgarizarse y disminuirse.
En los paisajes de Granada todo es pictrico y
musical. Desde cualquier punto de la ciudad que
198
El solar dla raza
se en paisajes, suscita el nacer de nuestros paisajes
espirituales; la que vive vida inmortal en la mltiple
201
.
Manuel Glvez
tivan a nuestros ojos, en imgenes sintticas y ejem-
plares, toda la hondura del dolor humano, y arrojan
en nuestra estril comarca interior semilla de eter-
nidad que, si por acaso cae en algn raro rincn pre-
dispuesto para los cultivos espirituales, puede produ-
ducir en los aos, con la ayuda de riegos eficaces,
bellos frutos de perfeccin moral. Y aparte de esto,
el desfile de las cofradas es uno de los ms suntuo-
sos y extraos espectculos de arte que pueda con-
templarse y constituye una revelacin del eminente
sntido esttico de la raza.
* * *
203
Manuel Calvez
se exacerba de dolor, pero no es slo un dolor fsico,
* * *
204
-
El solar de la raza
Sevilla no es, exclusivamente, una ciudad alegre.
El sol, los colores de las casas, la belleza del cielo,
la abundancia de flores y la animacin de ciertas
calles contribuyen a producir una impresin de ale-
205
Manuel Glvez
tativos que, sevillano^ o no, vivieron en Sevilla y
fueron influidos por su ambiente, artistas que se
llamaron Zurbarn, Valdez Leal, Montas, Roelas,
Morales. Es preciso, tambin, vivir largas horas en
aquella catedral sevillana tan llena del espritu de la
raza, y observar los edificios de los siglos xvn y
xvni, de cuyas fbricas se desprende el perfume
noble y recio de la aeja alma castellana. Es pre-
ciso, igualmente, recorrer los barrios populares
donde aun viven los personajes del patio de Monipo-
dio y aquellos encantadores pilluelos murillescos que
hacen perdonar al pintor de las mediocres inmacula-
das su estilo blando y devoto y su falta de espiritua-
lidad. Y es preciso, finalmente, ver con los ojos y
con el alma el Hospital de la Caridad.
;Ah, la honda impresin de cristianismo que nos
deja aquella humilde casa! En todas partes: en los
claustros, en las salas, en la iglesia vaga el espritu
206
El solar de la raza
La tumba de Maara es una simple lpida, cuyo
epitafio, escrito por l mismo, comienza de esta ma-
nera: Aqu yacen los huesos y cenizas del peor
hombre que ha habido en el mundo. En el ambiente
de recogimiento cobra un gran sentido pattico el
y latrocinios, cuyos
soberbias, adulterios, escndalos
pecados y maldades no tienen nmero, y slo la gran
sabidura de Dios podr numerarlos, y su infinita
paciencia sufrirlos, y su infinita misericordia perdo-
narlos. Las palabras escritas sobre la tumba de
Maara nos humillan y nos alumbran; nos restan
soberbia, nos desalmenan de vanidades. Nos hacen
bajar la frente y quedar clavados, juntos a esa lpi-
da, en proficua meditacin.
* * *
208
El solar de la raza
In ictu oculi ttulo de este cuadro, y con un pie,
en smbolo de absoluto imperio, pisa el globo mundial.
El otro cuadro, Fins Glorice Mundi, representa el
209
GL VEZ. -Solar. 14
Manuel Glvez
cido nada tan verdadero como el rostro en putrefac-
cin del obispo. Aquel cuerpo comido por los gu-
sanos apesta. Su podredumbre y hediondez se nos
entran hasta el fondo del alma y nos obligan a con-
templar, en aquellas imgenes espantables, la he-
diondez y la podredumbre de nuestro pobre ser
humano.
* * *
211
Manuel Glvez
nuadas por los focos de- luz elctrica , forman un
raro conjunto de tonos que hacen recordar los cua-
dros de Valdez Leal.
Pero hay que asistir a la salida de otra procesin.
En la plaza de San Lorenzo, absolutamente a oscu-
ras, se apia una enorme multitud silenciosa. Cuan-
do el reloj anuncia las dos de la maana, las puertas
212
El soar de la raza
213
Man uel G I v e z
214
El solar de la raza
y cristiano de aquella poca, en la que fueron crea-
das las actuales fiestas religiosas; y, por ltimo, nos
revela las concepciones de la vida, de la muerte y de
la religin que tuvo y conserva an, pero disminui-
das de fe y de intensidad, ese admirable pueblo de
Sevilla que ha sabido atenuar lo terrible de las tris-
tes, de las eternas verdades, con un manto de clsica
armona y de belleza meridional.
LA ESPAA VASCONGADA
,
219
Manuel Glvez
ras que afamaron al monte Aquelarre, y los relatos
* * *
220
El solar de la raza
Los vascos son, en cierto sentido, los fundadores
221
Manuel Glvez
caya y las actas de fundacin de algunas ciudades
argentinas. Es imposible, dice nuestro gran hom-
bre que estos mismos vizcanos avecindados de ms
,
* * *
223
Manuel Glvez
Los vascos son tan fundamentalmente castizos que
casi todos los hombres insignes, los representativos
224
El solar de la raza
cierto sentido semicivilizado, a pesar de lo admira-
ble de sus instituciones, de la nobleza de su carcter
. 225
GLVEZ.-So/ar. 15
Manuel Glvez
tin Elcano que en un barquichuelo di, primero que
nadie, la vuelta al mundo. Y basta sobre todo nom-
brar a Ignacio de Loyola cuya vida singular es uno
de los ms formidables ejemplos de energa que se
conocen sobre la tierra. Pero esta energa vascon-
gada, aunque tradicional y milenaria, viva limitada
a ciertas actividades: la guerra facciosa, la pirate-
ra, el contrabando, la poltica, el juego de la pelota,
la religin. Ahora el mundo de las actividades se
* * *
226
El sotar de la raza
ma, que si es bello tambin es intil, pues no puede
ser conductor de ideas ya que slo lo entienden
doscientas mil personas. Es cierto que los vascos van
saliendo de su aislamiento. Pero se trata de la esca-
sa rama audaz y expansiva de la familia vasconga-
da. Queda siempre retrada y clausurada en sus
hbitos simples la gran masa austera, fantica y re-
concentrada.
La esperanza espaola, sin embargo, debe poner
sus miradas en el pueblo uscaro. Si los vascos han
contribuido a crear la fuerza de la Argentina, del
Uruguay, de Chile, por qu no han de poder ani-
227
Manuel Glvez
Este escritor argentino que tambin lleva en su san-
gre algo de la vuestra, deseara veros abandonar el
II
DE GUERNICA A ONDRROA
A Daro de Regoyos .
229
Manuel Glvez
madera, salpicaban, semejando casas de juguete, la
230
El solar de la raza
La Guernica hasta Deva y especial-
ruta, desde
tumbres tradicionales.
Lequeitio es un pueblecillo de pescadores, con
callejuelas encajonadas que huelen fuertemente a
pescado. La parte del pueblo que enfrenta al puerto
parece una decoracin de teatro. Las casas son de
seis pisos, pero pobres y sucias; tienen techos de
tejas a dos aguas, e innumerables ventanas y balco-
nes de madera donde colgaban piezas de ropa blanca
y telas de los colores ms diversos. A medioda el
231
Manuel Glvez
movimiento a todo el cuadro y una vibracin mayor
a los colores. En el puerto se balanceaban pequeas
barcas solitarias, y en el muelle haba una inmensa
red tendida. No falta el inevitable fondo de montaa,
232
El solar de la raza
aventurera y martima. All se conserva ntegro el
233
Manuel Glvez
viera l.
Ah, es preciso, si se quiere comprender un
poco el mar, contemplarlo desde estos pueblos reco-
gidos e ntimos! Porque este mar, siendo el mismo
que vemos desde San Sebastin o Biarritz, nos
resulta aqu muy otro. Estos pueblos triviales no nos
infunden cario hacia el mar; en cambio Ondrroa
nos lo hace amar con todo el corazn. El mar desde
un trasatlntico nos da una impresin literaria y
falsa; desde una playa elegante, visto entre las cari-
234
El solar dla raza
Yo he estado en Ondrroa cuando los hombres
haban ido a la pesca del atn. No quedaban sino los
viejos. Eran tipos extraordinarios: musculosos, altos,
235
,
,
Manuel Glvez
den ser comparadas con mujeres as Sevilla o Vene-
cia a Ondrroa no es posible considerarla sino
,
Lequeitio!
III
RONCESVALLES
237
Manuel Glvez
Salimos de all despus de medioda y entramos en el
238
El solar de la raza
con voz tmida y ms bien baja, y su canto se perda
en la inmensidad dejando en el camino como un aro-
ma extrao, guerrero y Hablbamos de
primitivo.
la guerra carlista. Por esos mismos caminos haba
pasado tristemente aquella muchedumbre vencida y
desilusionada que se llam la Deshecha: el ejrcito
carlista en desbandada que iba huyendo hacia Fran-
cia. Todos los sitios por donde pasbamos tenan
nombres heroicos y sonoros: el desfiladero de Val-
carlos, el alto de Caindela, las Peas de Francia,
Gainecoteta, la montaa de Altobiscar. Las Peas
de Francia enorme muralla de peascos tenan el
aspecto de una ruda y ciclpea fortaleza. Parecan
levantadas por manos de hombre, y recordaban a las
macizas y gigantescas construcciones romanas. Lue-
go llegamos a la venta de Gorosgaray. Desde aqu,
el camino ascenda entre peas y hayas. Por fin apa-
recieron las ruinas de la Capilla de Carloma gno; es-
tbamos en el ms alto lugar de la cumbre: el puerto
de Roncesvalles.
* * *
239
Manuel Glvez
servadas en la Colegiata: las mazas de Rolando y
Oliveros, las pantuflas del Arzobispo Turpin, el ms
peregrino Arzobispo que tuvo la Iglesia. Tampoco se
duda de que las mseras ruinas que hemos visto son
240
El solar de la raza
slo se vean grupos de rboles. Por fin, despus de
largo andar, apareci Burguete, como hundido en la
cuernos de caza.
Ms tarde, en el lecho de una psima fonda, yo
recordada algunas figuras de aquellos romances cas-
tellanos donde se narra la historia de Rolando. Pero
ninguna de estas figuras me infunda tanta simpata
como la triste y seorial doa Alda, la prometida de
Roldan. Yo la vea rodeada de sus trescientas da-
mas, todas vestidas y calzadas igual, hilando oro,
tejiendo cendal y taendo instrumentos para holgar
a doa Alda. Yo vea a la dama narrando su sueo
de gran pesar, donde una aguililla que persigue a
un azor lo encuentra bajo el brial de doa Alda, lo
242
El solar de la raza
sus brazos sangran. Oliveros blande Altaclara, raja
en dos mitades la cabeza de un rival y de todas par-
tes se grita: Montjoie! Dura es la contienda. Dulce
Francia pierde a sus mejores caballeros y el campo
se encombra de lanzas rotas, de gonfalones en col-
244
El solar de la raza
car. Los alaridos de los irrintzis hacen temblar las
245
Manuel Glvez
el ejrcito del gran Emperador de la barba florida.
* * *
246
El solar de la raza
tra los hombres, y el herosmo interior y casi divino
en los combates contra s mismo.
Me alej de aquellas tierras con la lgica emocin
que otro herosmo moderno haba despertado en mi
alma. Desde San Juan Pie del Puerto hasta Pamplo-
na, en las fondas, en las diversas diligencias, en las
calles, en los caminos, hallbamos gentes que nos
hablaban de la Argentina. Unos tenan all sus hijos;
otros sus hermanos; otros retornaban, o simplemen-
te, despus de una ausencia de aos, venan a visitar
sus aldeas natales; otros pensaban marcharse cuanto
antes. Las montaas heroicas se despoblaban en be-
neficio de la Pampa heroica tambin a su modo en
otro tiempo ms cercano, y ni en los campos ni en
los pueblos quedaban ya hombres jvenes. Y he aqu
el herosmo que me conmoviera: el de tantos hom-
bres audaces que abandonan todo, por el incierto
EL PAS DE LOYOLA
11 ay lugares sobre la tierra donde, con toda evi-
* * dencia, vemos vivir an, penetrndolo y lle-
249
-
Manuel Glvez
poltico, el msico ms que el poeta, el santo ms
an que el msico.
Pero el artista no se aisla del mundo exterior, sino
por instantes. El santo en sus transportes, en cam-
bio, queda ajeno a las influencias del mundo, aun de
su voluntad, porque el santo es inmutable e inacce-
sible a toda perturbacin, dice Ricardo Wgner.
As, en la libertad de sus transportes, el santo sien-
te penetrar en lo ms hondo de su conciencia la
esencia del mundo. Los hombres para sentirnos uni-
dos ntimamente con el universo, necesitamos llegar
a la abstraccin absoluta de que slo un Beethoven
o un San Juan de la Cruz son capaces. Lo esencial,
lo ms hondo de una raza, slo puede ser revelado
por el arte de un msico, o por la vida de un santo.
El poeta, el pintor, no llegan a la misma profundi-
dad. Si queremos, pues, conocer profundamente el
alma espaola debemos estudiar a sus santos. Hay
acaso alguna faz de aquella alma que no la revelen
las vidas de Santa Teresa de Jess, de Santo Do-
mingo de Guzmn, de San Juan de la Cruz, de San
Francisco de Borja y de San Ignacio de Loyola?
Ellos sintieron el alma de la raza, en sus transportes
se unieron con ella y la encarnaron en sus vidas pro-
digiosas.
250
.
* &
251
.
252
El sotar de la raza
tumbres arraigados, contra la desconfianza y el des-
253
Man u e I Calvez
plina est patente su espritu. Era tambin un po-
ltico.
254
El solar de la raza
consideracin de un gusanillo o de otro cualquiera
animalejo, se levantaba sobre los suelos, y penetraba
lo ms interior y remoto de los sentidos, y de cada
cosita de sta sacaba doctrina y avisos provechos-
simos para instruccin de la vida espiritual.
l comprendi mejor que nadie la importancia
trascendental que tiene para los hombres, y para la
Iglesia, la prctica de la obediencia, y al imponer la
disciplina.
255
Manuel Glvez
de las almas. Las palabras finales las dice la capi-
256
El solar de la r aza
Ignacio de Loyola amaba la obediencia sobre to-
das las dems virtudes, y con la alta clarividencia
de su genio hall en ella el elxir de nuestra felicidad
interior. Por eso la enseanza de los jesutas tiende
* * *
258
El solar de la raza
de m? Veinte aos desaparecieron repentinamente.
Reviv mi infancia. Me hall nio en el viejo colegio
263
Manuel Glvez
de duerme el alma de la raza, los paisajes nativos, la
FIN
INDICE
Pgs.
Dedicatoria 11
El Espiritualismo espaol 13
La Espaa Castiza:
I. Tierras de Castilla 65
La Espaa Latina:
La Espaa Africana:
265
ndice
Pgs.
La Espaa Vascongada:
3193014
TRES OPINIONES ESPAOLAS
267
Manuel Glvez
qu noble sentido de la cultura y del progreso evoca las augus-
tas sombras de lo pasado, palpa los cimientos de la casa sola-
riega, para saber de dnde venimos, sin lo cual nunca sa-
bremos adonde vamos!
Un libro as es como un Kempis de doctrina patritica,
es menester divulgarlo en todo pas de lengua castellana y
oponerlo como un escudo de diamante a la invasin de esas
torpes noveleras que con humos de abigarrada cultura pelean
por descastar a Espaa en su propio solar, y, lo que es peor
an, en nuestra dulce Amrica, no latina, sino espaola de
raza, de sangre, de idioma y de espritu.
268
El sosar de Sa raza
Espaa Africana. Hay, en esos fragmentos, una visin nov-
sima de los pueblos mahometanos, una anlisis profunda, una
revisin de valores singularsima. Yo no s si el seor Glvez
habr conseguido destruir el viejo tpico del africanismo es-
paol; pero la verdad es que su trabajo, en este punto, es de
una alta y competente elocuencia. La brillantsima paradoja
sobre la Alhambra, nos ofrece una inolvidable lectura.
El autor declara no sentir, en absoluto, la Alhambra,
como antes no ha sentido el arte helnico, y por las mismas
razones: por encontrarla vaca de espiritualidad. Slo que as
como los griegos le parecan meramente adoradores de la
forma, los alarifes de Alhambra le parecen entregados a la
la
mera abstraccin, incapaces de crear. Hay aqu un mundo de
sugestiones estticas, al cual no podemos entregarnos en estas
columnas. Yo no comparto la opinin del autor; pero he ledo
pasionalmente, con vivo deleite, sus pginas, evocadoras y
sinceras...
269
.
Manuel Glvez
Costa. Tal es el acierto que advertimos con emocin, cuando
leemos que todo mstico ama a Castilla y que todo el que
ama a Castilla es algo mstico. Al leer esta frase, yo sent en
m uno de esos impulsos de simpata que se sienten cuando se
habla alo lejos, telepticamente, con un alma hermana... Tal
frase es uno de esos pensamientos que yacen dormidos en el
fondo de nuestro yo subconsciente y que hemos querido dar a
luz mil veces, sin acertar nunca con la expresin adecuada..
como en esos finales de pesadilla en que se quiere dar una voz
y no sale...
Y razonando ese punto de vista, el seor Glvez tiene atis-
bos inspirados.
El Solar de la Raza es un libro que debemos comprar, leer
y meditar todos los buenos espaoles, que vern en l a su
patria estudiada e interpretada con intelleto de amore ... Y
si los gobiernos en Espaa se preocupasen de algo ms que
de amaos electorales, tambin debieran enorgullecerse de
este libro vibrante de un argentino tan espaol.
University of Toronto
Library
DO NOT
REMOVE
THE
CARD
FROM
THIS
K U
POGKET
id
>
HO
e
C rH
u
c Acm Library Gard Pocket
X O
Under Pat. "Ref. Index FUe"
.t
< H Made by LIBRARY BUREAU
YA