Germán Rozenmacher - Cabecita Negra

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Germn Rozenmacher

Cabecita negra

De Obras completas, Ediciones Biblioteca Nacional, Buenos Aires,


2013 [Incluido en el libro Cabecita negra, Editorial Anuario, 1962].

A Ral Kruschovsky

El seor Lanari no poda dormir. Eran las tres y media de la


maana y fumaba enfurecido, muerto de fro, acodado en
ese balcn del tercer piso, sobre la calle vaca, temblando,
encogido dentro del sobretodo de solapas levantadas. Des-
pus de dar vueltas y vueltas en la cama, de tomar pastillas
y de ir y venir por la casa frentico y rabioso como un len
enjaulado, se haba vestido como para salir y hasta se haba
lustrado los zapatos.

Y ah estaba ahora, con los ojos resecos, los nervios tensos,


agazapado escuchando el invisible golpeteo de algn caballo
de carro verdulero cruzando la noche, mientras algn taxi
daba vueltas a la manzana con sus faros rompiendo la ne-
blina, esperando turno para entrar al amueblado de la calle
Cangallo, y un tranva 63 con las ventanillas pegajosas, opa-
cadas de fro, pasaba vaco de tanto en tanto, arrastrndose
entre las casas de uno o dos a siete pisos y se perda entre
los pocos letreros luminosos de los hoteles que brillaban mo-
jados, apenas visibles, calle abajo.

Ese insomnio era una desgracia. Maana estara resfriado y


andara abombado como un sonmbulo todo el da. Y
adems nunca haba hecho esa idiotez de levantarse y ves-
tirse en plena noche de invierno nada ms que para quedar-
se ah, fumando en el balcn. A quin se le ocurrira hacer
esas cosas? Se encogi de hombros, angustiado. La noche se
haba hecho para dormir y se senta viviendo a contramano.
Solamente l se senta despierto en medio del enorme silen-
cio de la ciudad dormida. Un silencio que lo haca moverse
con cierto sigiloso cuidado, como si pudiera despertar a al-
guien. Se cuidara muy bien de no contrselo a su socio de
la ferretera porque lo cargara un ao entero por esa ocu-
rrencia de lustrarse los zapatos en medio de la noche. En
este pas donde uno aprovechaba cualquier oportunidad pa-
ra joder a los dems y pasarla bien a costillas ajenas haba
que tener mucho cuidado para conservar la dignidad. Si uno
se descuidaba lo llevaban por delante, lo aplastaban como a
una cucaracha. Estornud. Si estuviera su mujer ya le habr-
a hecho uno de esos ts de yuyos que ella tena y santo re-
medio. Pero suspir desconsolado. Su mujer y su hijo se
haban ido a pasar el fin de semana a la quinta de Paso del
Rey llevndose a la sirvienta as que estaba solo en la casa.
Sin embargo, pens, no le iban tan mal las cosas. No poda
quejarse de la vida. Su padre haba sido un cobrador de la
luz, un inmigrante que se haba muerto de hambre sin
haber llegado a nada. El seor Lanari haba trabajado como
un animal y ahora tena esa casa del tercer piso cerca del
Congreso, en propiedad horizontal, y haca pocos meses
haba comprado el pequeo Renault que estaba abajo, y
haba gastado una fortuna en los hermosos apliques croma-
dos de las portezuelas. La ferretera de la avenida de Mayo
iba muy bien y ahora tena tambin la quinta de fin de se-
mana donde pasaba las vacaciones. No poda quejarse. Se
daba todos los gustos. Pronto su hijo se recibira de abogado
y seguramente se casara con alguna chica distinguida. Cla-
ro que haba tenido que hacer muchos sacrificios. En tiem-
pos como estos, donde los desrdenes polticos eran la ruti-
na, haba estado al borde de la quiebra. Palabra fatal que
significaba el escndalo, la ruina, la prdida de todo. Haba
tenido que aplastar muchas cabezas para sobrevivir porque
si no, hubieran hecho lo mismo con l. As era la vida. Pero
haba salido adelante. Adems cuando era joven tocaba el
violn y no haba cosa que le gustase ms en el mundo. Pero
vio por delante un porvenir dudoso y sombro lleno de humi-
llaciones y miseria y tuvo miedo. Pens que se deba a sus
semejantes, a su familia, que en la vida uno no poda hacer
todo lo que quera, que tena que seguir el camino recto, el
camino debido y que no deba fracasar. Y entonces todo lo
que haba hecho en la vida haba sido para que lo llamaran
seor. Y entonces junt dinero y puso una ferretera. Se
viva una sola vez y no le haba ido tan mal. No seor. Ah
afuera, en la calle, podan estar matndose. Pero l tena esa
casa, su refugio, donde era el dueo, donde se poda vivir en
paz, donde todo estaba en su lugar, donde lo respetaban. Lo
nico que lo desesperaba era ese insomnio. Dieron las cua-
tro de la maana. La niebla era espesa. Un silencio pesado
haba cado sobre Buenos Aires. Ni un ruido. Todo en calma.
Hasta el seor Lanari tratando de no despertar a nadie, fu-
maba, adormecindose.

De pronto una mujer grit en la noche. De golpe. Una mujer


aullaba a todo lo que daba como una perra salvaje y peda
socorro sin palabras, gritaba en la neblina, llamaba a al-
guien, gritaba en la neblina, llamaba a alguien, a cualquiera.
El seor Lanari dio un respingo y se estremeci, asustado.
La mujer aullaba de dolor en la neblina y pareca golpearlo
con sus gritos como un puetazo. El seor Lanari quiso
hacerla callar, era de noche, poda despertar a alguien, hab-
a que hablar ms bajo. Se hizo un silencio. Y de pronto grit
de nuevo, reventando el silencio y la calma y el orden,
haciendo escndalo y pidiendo socorro con su aullido visce-
ral de carne y sangre, anterior a las palabras, casi un vagido
de nia, desesperado y solo.

El viento sigui soplando. Nadie despert. Nadie se dio por


enterado. Entonces el seor Lanari baj a la calle y fue en la
niebla, a tientas, hasta la esquina. Y all la vio. Nada ms
que una cabecita negra sentada en el umbral del hotel que
tena el letrero luminoso Para Damas en la puerta, despa-
tarrada y borracha, casi una nia, con las manos cadas
sobre la falda, vencida y sola y perdida, y las piernas abier-
tas bajo la pollera sucia de grandes flores chillonas y rojas y
la cabeza sobre el pecho y una botella de cerveza bajo el bra-
zo.

Quiero ir a casa, mam lloraba. Quiero cien pesos pa-


ra el tren para irme a casa.

Era una china que poda ser su sirvienta sentada en el lti-


mo escaln de la estrecha escalera de madera en un chorro
de luz amarilla.

El seor Lanari sinti una vaga ternura, una vaga piedad, se


dijo que as eran estos negros, qu se iba a hacer, la vida era
dura, sonri, sac cien pesos y se los puso arrollados en el
gollete de la botella pensando vagamente en la caridad. Se
sinti satisfecho. Se qued mirndola, con las manos en los
bolsillos, desprecindola despacio.

Qu estn haciendo ah ustedes dos? la voz era dura y


malvola.

Antes de que se diera vuelta ya sinti una mano sobre su


hombro.

A ver, ustedes dos, vamos a la comisara. Por alterar el


orden en la va pblica.

El seor Lanari, perplejo, asustado, le sonri con un gesto


de complicidad al vigilante.

Mire estos negros, agente, se pasan la vida en curda y


despus se embroman y hacen barullo y no dejan dormir a
la gente.
Entonces se dio cuenta de que el vigilante tambin era bas-
tante morochito pero ya era tarde. Quiso empezar a contar
su historia.

Viejo baboso dijo el vigilante mirando con odio al hom-


brecito despectivo, seguro y sobrador que tena adelante.
Hacete el gil ahora.

El voseo golpe al seor Lanari como un puetazo.

Vamos. En cana.

El seor Lanari parpadeaba sin comprender. De pronto re-


accion violentamente y le grit al polica.

Cuidado, seor, mucho cuidado. Esta arbitrariedad le


puede costar muy cara. Usted sabe con quin est habla-
do?

Haba dicho eso como quien pega un tiro en el vaco. El


seor Lanari no tena ningn comisario amigo.

And, viejito verde and, te cres que no me di cuenta


que la largaste dura y ahora te quers lavar las manos?
dijo el vigilante y lo agarr por la solapa levantando a la ne-
gra que ya haba dejado de llorar y que dejaba hacer, cansa-
da, ausente y callada mirando simplemente todo. El seor
Lanari temblaba. Estaban todos locos. Qu tena que ver l
con todo eso? Y adems qu pasara si fuera a la comisara
y aclarara todo y entonces no le creyeran y se complicaran
ms las cosas? Nunca haba pisado una comisara. Toda su
vida haba hecho lo posible para no pisar una comisara. Era
un hombre decente. Ese insomnio haba tenido la culpa. Y
no haba ninguna garanta de que la polica aclarase todo.
Pasaban cosas muy extraas en los ltimos tiempos. Ni si-
quiera en la polica se poda confiar. No. A la comisara no.
Sera una vergenza intil.

Vea agente. Yo no tengo nada que ver con esta mujer


dijo sealndola. Sinti que el vigilante dudaba. Quiso decir-
le que ah estaban ellos dos, del lado de la ley, y esa negra
estpida que se quedaba callada, para peor, era la nica
culpable.

De pronto se acerc al agente que era una cabeza ms alto


que l y que lo miraba de costado, con desprecio, con duros
ojos salvajes, inyectados y malignos, bestiales, con grandes
bigotes de morsa. Un animal. Otro cabecita negra.

Seor agente le dijo en tono confidencial y bajo como


para que la otra no escuchara, parada ah, con la botella
vaca como una mueca, acunndola entre los brazos, cabe-
ceando, ausente como si estuviera tan aplastada que ya na-
da le importaba.

Vengan a mi casa, seor agente. Tengo un coac de pri-


mera. Va a ver que todo lo que le digo es cierto y sac una
tarjeta personal y los documentos y se los mostr. Vivo ah
al lado gimi, casi manso y casi aduln, quejumbroso, sa-
biendo que estaba en manos del otro sin tener ni siquiera un
diputado para que sacara la cara por l y lo defendiera. Era
mejor amansarlo, hasta darle plata y convencerlo para que
lo dejara de embromar.

El agente mir el reloj y de pronto, casi alegremente, como si


el seor Lanari le hubiera propuesto una gran idea, lo tom
a l por un brazo y a la negrita por otro y casi amistosamen-
te se fue con ellos. Cuando llegaron al departamento el seor
Lanari prendi todas las luces y le mostr la casa a las visi-
tas. La negra apenas vio la cama matrimonial se tir y se
qued profundamente dormida.

Qu espantoso, pens, si justo ahora llegaba gente, su hijo o


sus parientes o cualquiera, y lo vieran ah, con esos negros,
al margen de todo, como metidos en la misma oscura cosa
viscosamente sucia; sera un escndalo, lo ms horrible del
mundo, un escndalo, y nadie le creera su explicacin y
quedara repudiado, como culpable de una oscura culpa, y
yo no hice nada mientras haca eso tan desusado, ah a las
4 de la madrugada, porque la noche se haba hecho para
dormir y estaba atrapado por esos negros, l, que era una
persona decente, como si fuera una basura cualquiera,
atrapado por la locura en su propia casa.

Dame caf dijo el polica y en ese momento el seor La-


nari sinti que lo estaban humillando. Toda su vida haba
trabajado para tener eso, para que no lo atropellaran y as,
de repente, ese hombre, un cualquiera, un vigilante de mala
muerte, lo trataba de che, le gritaba, lo ofenda. Y lo que era
peor, vio en sus ojos un odio tan fro, tan inhumano, que ya
no supo qu hacer. De pronto pens que lo mejor sera ir a
la comisara porque aquel hombre podra ser un asesino dis-
frazado de polica que haba venido a robarlo y matarlo y
sacarle todas las cosas que haba conseguido en aos y aos
de duro trabajo, todas sus posesiones, y encima humillarlo y
escupirlo. Y la mujer estaba en toda la trampa como carna-
da. Se encogi de hombros. No entenda nada. Le sirvi caf.
Despus lo llev a conocer la biblioteca. Senta algo presa-
giante, que se cerna, que se vena. Una amenaza espantosa
que no saba cundo se le desplomara encima ni cmo de-
tenerla. El seor Lanari, sin saber por qu, le mostr la bi-
blioteca abarrotada con los mejores libros. Nunca haba po-
dido hacer tiempo para leerlos pero estaban all. El seor
Lanari tena cultura. Haba terminado el colegio nacional y
tena toda la historia de Mitre encuadernada en cuero. Aun-
que no haba podido estudiar violn, tena un hermoso toca-
discos y all, posesin suya, cuando quera, la mejor msica
del mundo se haca presente.

Hubiera querido sentarse amigablemente y conversar de li-


bros con el hombre. Pero de qu libros podra hablar con
ese negro? Con la otra durmiendo en su cama y ese hombre
ah frente suyo, como burlndose, senta un oscuro malestar
que le iba creciendo, una inquietud sofocante. De golpe se
sorprendi de que justo ahora quisiera hablar de libros y
con ese tipo. El polica se sac los zapatos, tir por ah la
gorra, se abri la campera y se puso a tomar despacio.

El seor Lanari record vagamente a los negros que se hab-


an lavado alguna vez las patas en las fuentes de plaza Con-
greso. Ahora senta lo mismo. La misma vejacin, la misma
rabia. Hubiera querido que estuviera ah su hijo. No tanto
para defenderse de aquellos negros que ahora se le haban
despatarrado en su propia casa, sino para enfrentar todo eso
que no tena ni pies ni cabeza y sentirse junto a un ser
humano, una persona civilizada. Era como si de pronto esos
salvajes hubieran invadido su casa. Sinti que deliraba y
divagaba y sudaba y que la cabeza le estaba por estallar.
Todo estaba al revs. Esa china que poda ser su sirvienta
en su cama y ese hombre del que ni siquiera saba a ciencia
cierta si era un polica, ah, tomando su coac. La casa es-
taba tomada.

Qu le hiciste dijo al fin el negro.

Seor, mida sus palabras. Yo lo trato con la mayor consi-


deracin.

As que haga el favor de... el polica o lo que fuera lo


agarr de las solapas y le dio un puetazo en la nariz. Ano-
nadado, el seor Lanari sinti cmo le corra la sangre por el
labio. Baj los ojos. Lloraba. Por qu le estaba haciendo
eso? Qu cuentas le pedan? Dos desconocidos en la noche
entraban en su casa y le pedan cuentas por algo que no
entenda y todo era un manicomio.

Es mi hermana. Y vos la arruinaste. Por tu culpa, ella se


vino a trabajar como muchacha, una chica, una chiquilina,
y entonces todos creen que pueden llevrsela por delante.
Cualquiera se cree vivo eh? Pero hoy apareciste, porquera,
apareciste justo y me las vas a pagar todas juntas. Quin iba
a decirlo, todo un seor...

El seor Lanari no dijo nada y corri al dormitorio y empez


a sacudir a la chica desesperadamente. La chica abri los
ojos, se encogi de hombros, se dio vuelta y sigui durmien-
do. El otro empez a golpearlo, a patearlo en la boca del
estmago, mientras el seor Lanari deca no, con la cabeza y
dejaba hacer, anonadado, y entonces fue cuando la chica
despert y lo mir y le dijo al hermano:

Este no es, Jos lo dijo con una voz seca, inexpresiva,


cansada, pero definitiva. Vagamente, el seor Lanari vio la
cara atontada, despavorida, humillada del otro, y vio que se
detena bruscamente y vio que la mujer se levantaba con
pesadez, y por fin, sinti que algo tontamente le deca aden-
tro Por fin se me va este maldito insomnio y se qued bien
dormido. Cuando despert, el sol estaba tan alto y le dio en
los ojos, enceguecindolo. Todo en la pieza estaba patas
arriba, todo revuelto y le dola terriblemente la boca del
estmago. Sinti un vrtigo, sinti que estaba a punto de
volverse loco y cerr los ojos para no girar en un torbellino.
De pronto se precipit a revisar los cajones, todos los bolsi-
llos, baj al garaje a ver si el auto estaba todava, y jadeaba,
desesperado a ver si no le faltaba nada. Qu hacer? A
quin recurrir? Podra ir a la comisara, denunciar todo, pe-
ro denunciar qu? Todo haba pasado de veras? Tranqui-
lo, tranquilo, aqu no ha pasado nada, trataba de decirse
pero era intil: le dola la boca del estmago y todo estaba
patas para arriba y la puerta de calle abierta. Tragaba sali-
va. Algo haba sido violado. La chusma, dijo para tranquili-
zarse, hay que aplastarlos, aplastarlos, dijo para tranquili-
zarse. La fuerza pblica, dijo, tenemos toda la fuerza
pblica y el ejrcito, dijo para tranquilizarse. Sinti que
odiaba. Y de pronto el seor Lanari supo que desde entonces
jams estara seguro de nada. De nada.

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