El documento resume los acontecimientos políticos y militares de Roma en el 211 a.C. tras la elección de los nuevos cónsules. El Senado ordenó continuar el asedio de Capua y asignó mandos y ejércitos a varios comandantes para combatir a Aníbal en Italia, Sicilia y Hispania. También debatió el título asumido por Lucio Marcio de "propretor" y juzgó a Cneo Fulvio por su derrota en Apulia, culpándolo de la huida y desmoralización de
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El documento resume los acontecimientos políticos y militares de Roma en el 211 a.C. tras la elección de los nuevos cónsules. El Senado ordenó continuar el asedio de Capua y asignó mandos y ejércitos a varios comandantes para combatir a Aníbal en Italia, Sicilia y Hispania. También debatió el título asumido por Lucio Marcio de "propretor" y juzgó a Cneo Fulvio por su derrota en Apulia, culpándolo de la huida y desmoralización de
El documento resume los acontecimientos políticos y militares de Roma en el 211 a.C. tras la elección de los nuevos cónsules. El Senado ordenó continuar el asedio de Capua y asignó mandos y ejércitos a varios comandantes para combatir a Aníbal en Italia, Sicilia y Hispania. También debatió el título asumido por Lucio Marcio de "propretor" y juzgó a Cneo Fulvio por su derrota en Apulia, culpándolo de la huida y desmoralización de
El documento resume los acontecimientos políticos y militares de Roma en el 211 a.C. tras la elección de los nuevos cónsules. El Senado ordenó continuar el asedio de Capua y asignó mandos y ejércitos a varios comandantes para combatir a Aníbal en Italia, Sicilia y Hispania. También debatió el título asumido por Lucio Marcio de "propretor" y juzgó a Cneo Fulvio por su derrota en Apulia, culpándolo de la huida y desmoralización de
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Libro XXVI
El destino de Capua
[26.1] 211 a. C. Los nuevos cnsules,
Cneo Fulvio Centimalo y Publio Sulpicio Galba, entraron en funciones el 15 de marzo y de inmediato convocaron una reunin del Senado en el Capitolio para discutir cuestiones de Estado, la conduccin de la guerra y la distribucin de las provincias y los ejrcitos. Los cnsules salientes, Quinto Fulvio y Apio Claudio, conservaron sus mandos y se les orden proseguir el asedio de Capua sin descanso hasta haberse efectuado su captura. La recuperacin de esta ciudad constitua ahora la principal preocupacin de los romanos. Lo que les decidi fue no solo el amargo resentimiento que haba provocado su desercin, sentimiento que nunca haba estado ms justificado en el caso de cualquier otra ciudad, sino tambin la certeza que tenan de que como al rebelarse haban arrastrado a muchas comunidades con ella, por su grandeza y fortaleza, as su recaptura provocara entre dichas comunidades cierto sentimiento de respeto por la potencia cuya soberana haban reconocido anteriormente. Los pretores del ao pasado, Marco Junio en Etruria y Publio Sempronio en la Galia, vieron prorrogados sus mandos y mantuvieron ambos las dos legiones que tenan. Marco Marcelo iba a seguir como procnsul y terminar la guerra en Sicilia con el ejrcito que tena. Si necesitaba refuerzos, los tomara de las fuerzas que Publio Cornelio mandaba en Sicilia, pero no de aquellas a las que el Senado haba prohibido regresar a casa o tener permiso antes del final de la guerra. La provincia de Sicilia fue asignada a Cayo Sulpicio, que iba a hacerse cargo de las dos legiones que estaban bajo Publio Cornelio; cualquier refuerzo que precisara le sera proporcionado por el ejrcito de Cneo Fulvio, que haba resultado tan vergonzosamente derrotado y destrozado el pasado ao en Apulia. Los propios soldados, que tambin haban cado en desgracia, fueron situados en las mismas condiciones, en cuanto a la duracin del servicio, que los supervivientes de Cannas. Como marca adicional de ignominia, a los hombres de ambos ejrcitos se les prohibi invernar en ciudades o construir cuarteles de invierno para ellos a menos de diez millas de cualquier ciudad [14800 metros; al aumentar la distancia a las ciudades, que eran puntos de aprovisionamiento, se les obligaba a prescindir de todo lujo y dedicar sus medios de transporte al flujo constante preciso para abastecerse de lo imprescindible: comida, agua, lea y ropa.-N. del T.]. Las dos legiones que Quinto Mucio haba mandado en Cerdea fueron entregadas a Lucio Cornelio, y cualquier fuerza adicional que pudiera necesitar debera ser alistada por los cnsules. Tito Otacilio y Marco Valerio recibieron la orden de patrullar frente a las costas de Sicilia y Grecia, respectivamente, con las flotas y soldados que ya mandaban. El primero tena un centenar de barcos, con dos legiones a bordo, y el ltimo dispona de cincuenta buques y una legin. La fuerza total de los ejrcitos romanos en campaa, por tierra y mar, sumaron aquel ao veinticinco legiones [dependiendo del grado de alistamiento, podramos estar hablando de unos 87.500 hombres, para legiones de a 3500, a unos 125.000 hombres para legiones de a 5000.-N. del T.].
[26.2] A principios de ao se entreg en el
Senado una carta de Lucio Marcio. Todos los senadores apreciaron sus magnficas hazaas, pero una buena parte de ellos estaban indignados por el ttulo honorfico que haba asumido. El sobrescrito de la carta rezaba: El propretor al Senado, aunque el imperivm no le haba sido conferido por mandato del pueblo ni con la sancin del Senado [hacemos una excepcin en este caso, dejando sin traducir la palabra imperivm, para que el lector pueda apreciar la dificultad de una traduccin exacta, toda vez que el mando militar de un ejrcito, fuese bajo el ttulo de cnsul o de pretor, implicaba para un romano la obligatoriedad de ciertas ceremonias religiosas y polticas sin las que aquel mando constitua, incluso, un sacrilegio.-N. del T.]. Se haba sentado un mal precedente, decan, al haber sido elegido un comandante por su ejrcito, dejando al capricho de los soldados y trasladando a los campamentos y provincias, lejos de los magistrados y las leyes, el solemne proceso de las elecciones tras haber tomado apropiadamente los auspicios. Algunos pensaban que el Senado deba encargarse del asunto, pero se pens que lo mejor sera aplazar su toma en consideracin hasta que los jinetes que haban trado la carta hubieran abandonado la Ciudad. En cuanto a la comida y vestuario del ejrcito, ordenaron que se enviase una respuesta en el sentido de que ambas cuestiones seran atendidas por el Senado. Se negaron, sin embargo, a permitir que la respuesta se dirigiera Al propretor Lucio Marcio, para que no pareciese que la cuestin que estaba por debatir haba sido ya prejuzgada. Despus de haber despedido a los mensajeros, los cnsules dieron prioridad a este asunto sobre cualquier otro y se acord por unanimidad que los tribunos deberan consultar a la plebe, tan pronto como fuera posible, sobre quin deseaban que fuese enviado a Hispania con el mando [imperivm en el original latino.-N. del T.], como comandante en jefe para hacerse cargo del ejrcito que haba mandado Cneo Escipin. Los tribunos se comprometieron a hacerlo y se dio cumplido anuncio de la cuestin a la Asamblea. Sin embargo, los ciudadanos estaban preocupados por una controversia de naturaleza muy diferente. Cayo Sempronio Bleso haba fijado un da para enjuiciar a Cneo Fulvio por la prdida de su ejrcito en Apulia, y lanz un acerbo ataque contra l ante la Asamblea. Muchos comandantes,, dijo, por imprudencia e inexperiencia han llevado sus ejrcitos a las situaciones ms peligrosas, pero Cneo Fulvio es el nico que ha desmoralizado a su ejrcito con toda clase de vicios antes de traicionarlo. Se puede decir con total veracidad que haban sido destruidos antes de ver al enemigo; deben su derrota a su propio jefe, no a Anbal.
Ahora ningn hombre, cuando fuese a
votar, podra saber a qu clase de hombre se le confiaba el mando supremo del ejrcito. Pensad en la diferencia entre Tiberio Sempronio y Cneo Fulvio. A Tiberio Sempronio se le haba dado un ejrcito de esclavos; pero en poco tiempo, gracias a la disciplina que mantuvo y al sabio empleo de su autoridad, no hubo un solo hombre entre ellos que cuando l estaba en el campo de batalla dedicase un solo pensamiento a su nacimiento o condicin. Esos hombres fueron el resguardo de nuestros aliados y el terror de nuestros enemigos. Ellos arrancaron, de las mismsimas fauces de Anbal, ciudades como Benevento y Cumas, y las devolvieron a Roma. Cneo Fulvio, por otro lado, tena un ejrcito de ciudadanos romanos, nacidos de padres respetables y educados como hombres libres; l los infect con los vicios de los esclavos y los convirti de tal manera que se mostraron insolentes y levantiscos entre nuestros aliados y dbiles y cobardes frente al enemigo; no podan soportar el grito de guerra de los cartagineses y, mucho menos, su carga. Por Hrcules! No es de extraar que los soldados cedieran terreno, cuando su comandante fue el primero en salir corriendo; lo sorprendente es que alguno se mantuviera firme y cayera, y que no todos acompaaran a Cneo Fulvio en su aterrorizada huida. Cayo Flaminio, Lucio Paulo, Lucio Postumio y los dos Escipiones, Cneo y Publio, todos escogieron caer en combate, antes que desertar de sus ejrcitos, cuando se vieron rodeados por el enemigo. Cneo Fulvio regres a Roma como nico y solitario heraldo de la aniquilacin de su ejrcito. Despus de que el ejrcito hubiera huido del campo de batalla de Cannas, fue deportado a Sicilia para no volver hasta que el enemigo haya abandonado Italia, y un decreto similar se ha aprobado recientemente en el caso de las legiones de Fulvio. Sin embargo, por vergonzoso de contar que resulte, el propio comandante qued impune tras su huida de una batalla librada por su propia y obstinada necedad; l es libre de pasar el resto de su vida donde transcurri su juventud en tugurios y prostbulos mientras sus soldados, cuya nica falta es haber imitado a su jefe, han sido prcticamente enviados al exilio y tienen que someterse a un servicio deshonroso. Tan desiguales son las libertades que disfrutadas en Roma por los ricos y los pobres, los hombres de rango y los hombres del pueblo!.
[26.3] En su defensa, Fulvio carg toda la
culpa sobre sus hombres. Ellos clamaban, dijo, ir a la batalla, y l los llev, no enseguida, pues era al final del da, sino a la maana siguiente. A pesar de que formaron en terrero favorable, desde el primer momento se mostraron aterrorizados, fuera por el nombre del enemigo o porque la reciedumbre de su ataque les sobrepasara. Mientras todos huan en desorden, l se vio arrastrado por la obcecacin, como Varrn en Cannas y como muchos otros jefes. De qu le habra servido a la repblica quedndose all solo? A menos que, en verdad, con su muerte se hubieran evitado otros desastres nacionales. Su fracaso no se debi a la falta de suministros, o a situarse en una posicin o terreno desfavorables; no le haban emboscado por no haber ejecutado un reconocimiento insuficiente; haba sido batido en un combate justo en campo abierto. Los nimos de los hombres, donde quiera que estuviesen, quedaban fuera de su control, la disposicin natural de un hombre lo hace valiente o cobarde. Los discursos del acusador y del acusado duraron dos das y al tercero se presentaron los testigos. Adems del resto de graves acusaciones en su contra, muchos hombres declararon bajo juramento que el pnico y la huida empezaron por el pretor, y que cuando los soldados se vieron abandonados a s mismos y pensaron que su general tena buenos motivos para temer, ellos tambin dieron la espalda y huyeron. El acusador, en primera instancia, solicit una multa, pero las evidencias presentadas haban levantado las iras del pueblo hasta tal punto que insista en exigir la condena a la pena capital. Esto llev a un nuevo conflicto. Como durante los primeros dos das el acusador haba limitado la pena a una multa, y solo al tercero se pidi la pena capital, el acusado apel a los otros tribunos, pero estos rehusaron interferir con su colega, y no le impediran que reclamara la sentencia que estableciesen las costumbres de los antepasados, siempre que sometiera al acusado a juicio de pena capital o de multa, basndose en la ley escrita o en los precedentes. Ante esto, Sempronio anunci que acusara a Cayo Fulvio del cargo de traicin y solicit a Cayo Calpurnio, el pretor urbano, que fijase da para convocar a la Asamblea. A continuacin, el acusado intent otro modo de librarse. Su hermano Quinto gozaba por entonces de la alta estima del pueblo, debido a sus anteriores victorias y al la conviccin general de que pronto tomara Capua, y el acusado esperaba que pudiera estar presente en su juicio. Quinto escribi al Senado para que le dieran su autorizacin, apelando a su compasin y pidiendo que se le permitiera defender la vida de su hermano, pero respondieron que ira contra los intereses del Estado que abandonase Capua. Justo antes del da del juicio, Cneo Fulvio se march al exilio en Tarquinia. El pueblo confirm mediante un decreto su estatus legal como exiliado, con todas las consecuencias que implicaba [este procedimiento era legal, siempre que el acusado se exiliara antes de que el pretor emitiera sentencia, y sola ser aprobado por el pueblo como exilivm ivstvm.-N. del T.].
[26,4] Mientras tanto, toda la intensidad de
la guerra se dirigi contra Capua. El bloqueo estaba resultando ms eficaz que el asalto directo; el pueblo comn y los esclavos no podan soportar el hambre ni enviar mensajeros a Anbal, a causa de la estrecha vigilancia que se mantena. Por fin, se encontr un nmida que se comprometi a abrirse paso con los despachos, consiguindolo. Escap por la noche a travs de las lneas romanas, y esto anim a los campanos a tratar de efectuar salidas en todas direcciones mientras an les quedaban fuerzas. Tuvieron lugar varios combates de caballera en los que, por lo general, tuvieron la ventaja aunque su infantera sufri la peor parte. La alegra que sintieron los romanos por las victorias de su infantera qued considerablemente amortiguada al verse batida su otra arma por un enemigo al que haban asediado y casi conquistado. Al final, idearon un ingenioso plan mediante el que compensar su inferioridad en la caballera. Escogieron de entre todas las legiones a jvenes excepcionalmente veloces y giles, y los equiparon con parmas [escudos ms pequeos que el scutum del infante, y por esta poca redondos, empleados por la caballera.-N. del T.] algo ms cortas que las empleadas por la caballera. A cada uno se le proporcionaron siete jabalinas, de cuatro pies de largo [1,184 metros.-N. del T.] y con puntas de hierro similares a las de los dardos de los vlites [tropas ligeras, compuestas por soldados con escasos recursos econmicos y, por lo tanto, con equipamiento ligero.-N. del T.]. Cada jinete mont con l a uno de estos sobre su caballo y los ensearon a montar detrs y saltar rpidamente a una seal dada. En cuanto su entrenamiento diario les dio la suficiente confianza, la caballera avanz contra los campanos, que haban formado en el terreno llano entre el campamento romano y las murallas de la ciudad. Tan pronto los tuvieron dentro de su alcance, se dio la seal y los vlites saltaron al suelo. La lnea de infantera as formada lanz un repentino ataque contra la caballera campana; vol lluvia tras lluvia de jabalinas contra hombres y caballos a lo largo de toda la lnea. Un gran nmero result herido, y la nueva e inesperada forma de ataque provoc una pnico general. Al ver que el enemigo confuso, la caballera romana carg y en su avance los expulsaron hasta sus puertas con grandes prdidas. A partir de ese momento los romanos fueron superiores tambin en caballera. Los vlites se incorporaron posteriormente a las legiones. Se dice que este plan de combinar infantera y caballera en una sola fuerza fue idea de uno de los centuriones, Quinto Navio, y que este recibi por ello una distincin especial de su comandante.
[26,5] Tal era el estado de cosas en Capua.
Durante este tiempo, Anbal se debata entre dos cosas: apoderarse de la ciudadela de Tarento o mantener Capua en su poder. Se decidi por Capua, pues vio que era la plaza hacia la que se dirigan todas las miradas, amigas y enemigas, y su destino se mostrara determinante, en un sentido u otro, sobre las consecuencias de desertar de Roma. Por lo tanto, dejando su impedimenta y tropas pesadas en el Brucio, march rpidamente hacia la Campania con una fuerza de caballera e infantera, escogidas por su capacidad para marchar con paso ligero. Siendo como era veloz su avance, sin embargo, le siguieron treinta y tres elefantes. Fij su posicin en un valle aislado detrs del monte Tifata, que estaba prximo a Capua. En su marcha se apoder del castillo de Calatia [a unos 9 km al sureste de Capua, donde hoy se alza la iglesia de San Giacomo alle Galazze.-N. del T.]. Luego dirigi su atencin a los sitiadores de Capua y envi un mensaje a la ciudad dicindoles a qu hora tena la intencin de atacar las lneas romanas, para que pudieran estar dispuestos a efectuar una salida y descargar toda su fuerza por todas sus puertas. Se produjo un enorme pavor, pues mientras Anbal lanzaba su asalto por un lado, todas las fuerzas de Capua, montadas y a pie, apoyadas por la guarnicin pnica al mando de Bostar y Hann, hacan una vigorosa salida por la otra. Consciente de su crtica posicin y del peligro de dejar desprotegida una parte de sus lneas al concentrar su defensa en una sola direccin, los romanos dividieron sus fuerzas; Apio Claudio enfrent a los campanos y Fulvio a Anbal; el propretor Cayo Nern, con la caballera de seis legiones, mantuvo la carretera a Arienzo y Cayo Fulvio Flaco, con la caballera de los aliados, tom posiciones en la regin del ro Volturno. No hubo solo el habitual gritero y alboroto al comenzar la batalla; el ruido de los caballos, los hombres y las armas se increment por el de la poblacin no combatiente de Capua. Se agolpaban en las murallas, y haciendo chocar vasijas de bronce, como hace el pueblo en la oscuridad de la noche cuando se produce un eclipse de Luna, produjeron tan terrible ruido que llegaron incluso a distraer la atencin de los combatientes. Apio no tuvo ninguna dificultad en expulsar a los campanos de sus trincheras, pero Fulvio, por el otro lado, tuvo que enfrentar un ataque mucho ms pesado de Anbal y sus cartagineses. Aqu, la sexta legin cedi terreno y una cohorte de hispanos con tres elefantes logr llegar hasta la empalizada. Ellos haban penetrado la lnea romana, y al mismo tiempo que vean su oportunidad de irrumpir se dieron cuenta del peligro de quedar aislados de sus apoyos. Cuando Fulvio contempl el desorden de la legin y el peligro que amenazaba el campamento, llam a Quinto Navio y a otros centuriones principales para que cargasen contra la cohorte enemiga que combata justo para la empalizada. Es el momento ms crtico, les dijo, o dejan seguir al enemigo, en cuyo caso irrumpirn en el campamento con menos dificultad de la que han tenido para romper las lneas compactas de la legin, o lo rechazan mientras estn an bajo la empalizada. No ser un combate duro; solo son unos pocos y estn aislados de sus apoyos; y el mismo hecho de que se haya roto la lnea romana ser una ventaja si ambos grupos cierran sobre los flancos del enemigo, que quedar entonces cercado y expuesto a un doble ataque. Al or esto, Navio le quit el estandarte del segundo manpulo de asteros al signfero y avanz con l contra el enemigo, amenazando al mismo tiempo con lanzarlo en medio de ellos si sus hombres no se apresuraban a seguirlo y tomar parte en los combates. Era Navio un hombre alto y su armadura le aada vistosidad, y al levantar en alto el estandarte atrajo todas las miradas. Pero cuando estuvo cerca de los hispanos, estos lanzaron sus dardos contra l desde todas direcciones, concentrando la totalidad de la lnea su atencin en aquel hombre. No obstante, ni el nmero de enemigos, ni la fuerza de sus proyectiles fueron capaces de detener el mpetu de este hombre.
[26,6] El general Marco Atilio llev entonces
contra la cohorte hispana el estandarte del primer manpulo de prncipes de la sexta legin; Lucio Porcio Licinio y Tito Popilio, que estaban al mando del campamento, mantenan una lucha feroz en la parte frontal de la empalizada y dieron muerte a algunos de los elefantes mientras la atravesaban. Sus cuerpos rodaron en el foso y lo llenaron, haciendo de puente para que pasara el enemigo y dando comienzo a una terrible carnicera sobre los postrados elefantes. Al otro lado del campamento, los campanos y la guarnicin pnica haban sido rechazados, trasladndose la lucha hasta la puerta de la ciudad que llevaba al Volturno. Los esfuerzos de los romanos para romperlas se vieron frustrados, no tanto por las armas de los defensores como por las ballestas y escorpiones que se haban montado sobre la puerta y que mantenan a distancia a los asaltantes con los proyectiles que lanzaban [las ballestas, originalmente, lanzaban piedras, aunque despus empezaron a lanzar tambin dardos; los escorpiones, ms pequeos, lanzaban grandes virotes.-N. del T.]. Les dio nuevo mpetu la herida recibida por el comandante Apio Claudio; este fue alcanzado por un dardo en el pecho, a la altura del hombro izquierdo, mientras galopaba a lo largo del frente animando a sus hombres. No obstante, una gran parte de los enemigos murieron en el exterior de la puerta; el resto fue obligado a huir precipitadamente hacia la ciudad. Cuando Anbal vio la destruccin de la cohorte hispana y la energa con que los romanos defendan sus lneas, ces en el ataque y retir los estandartes. La columna de infantes en retroceso fue seguida por la caballera, que deba proteger la retaguardia en caso de que el enemigo acosara su retirada. Las legiones ardan por perseguirlos, pero Flaco orden que se tocara a retirada, pues consider que ya haba obtenido lo suficiente logrando que tanto los campanos como el propio Anbal se dieran cuenta de qu poco podan hacer en defensa de la ciudad.
Algunos autores que describen esta batalla
dicen que ese da murieron ocho mil de los hombres de Anbal y tres mil campanos, y que se capturaron quince estandartes a los cartagineses y dieciocho a los campanos. Encuentro en otros relatos que el incidente no result tan grave, hubo ms excitacin y confusin que autntica lucha. Segn estos autores, los nmidas e hispanos irrumpieron inesperadamente en las lneas romanas con los elefantes, y que estos animales, al trotar por todo el campamento, destrozaron las tiendas y produjeron una terrible confusin y pnico, mientras los jumentos rompan sus ataduras y escapaban. Para aumentar la confusin, Anbal envi a algunos hombres que saban hablar latn, hacindose pasar por italianos, para que dijeran a los defensores en nombre del cnsul que ya que el campamento se haba perdido, cada hombre deba hacer lo que pudiera para escapar a las montaas cercanas. El engao, sin embargo, fue prontamente detectado y frustrado con grandes prdidas para el enemigo, siendo los elefantes expulsados del campamento con teas ardientes. En cualquier caso, como quiera que empezase o terminase, esta fue la ltima batalla que se libr antes de que Capua se rindiera. El medix tuticus de aquel ao, el magistrado supremo de Capua, result ser Sepio Lesio, hombre de humilde cuna y modesta fortuna. La historia cuenta que, debido a un portento sucedido en casa de su madre, esta consult a un adivino en nombre del nio, y este le dijo que su hijo llegara un da a la posicin de mxima autoridad en Capua. Como ella no saba de nada que pudiera justificar tales expectativas, le respondi: Lo que realmente ests describiendo es una situacin desesperada en Capua, al decir que tal honor alcanzar a mi hijo. Su respuesta jocosa a lo que era una prediccin autntica se convirti en realidad, pues fue solo cuando el hambre y la espada los presionaban duramente y estaban perdiendo la esperanza de seguir resistiendo cuando Lesio acept el cargo. l fue el ltimo campano en ostentarlo, y solo lo hizo tras protestar; Capua, declar, estaba abandonada y traicionada por sus principales ciudadanos.
[26.7] Al ver que no poda arrastrar a su
enemigo a una batalla campal y que resultaba imposible romper sus lneas y liberar Capua, Anbal decidi abandonar su intento y marcharse del lugar, pues tema que los nuevos cnsules cortasen su va de aprovisionamiento. Estaba inquieto, dando vueltas en su mente a la cuestin de lo que hara luego, cuando se le ocurri la idea de marchar sobre Roma, la cabeza y gua espiritual de toda la guerra. Esto haba estado siempre en su corazn y sus hombres siempre le acusaban de haber dejado pasar la ocasin inmediatamente despus de la batalla de Cannas; el mismo admiti que haba cometido un error al no hacerlo. No dejaba de tener esperanza de apoderarse de alguna parte de la Ciudad, en la confusin producida por su inesperada aparicin; y si Roma estaba en peligro, esperaba que ambos cnsules, o al menos uno de ellos, abandonara en seguida su presin sobre Capua. Luego, al quedar debilitados por la divisin de sus fuerzas, le daran a l o a los campanos la oportunidad de librar una accin victoriosa. Una cosa le tena inquieto: la posibilidad de que los campanos se entregaran en cuanto l se hubiera retirado. Haba entre sus hombres un nmida que estaba dispuesto a enfrentar cualquier empresa desesperada; convenci a este hombre, mediante la oferta de una recompensa, a llevar una carta, pasando las lneas romanas como si fuera un desertor, y luego seguir hasta el otro lado y entrar en Capua. La redact en trminos muy alentadores, resaltando que su marcha sera el medio por el que los salvara, pues separara a los generales romanos de su ataque contra Capua para defender a Roma. No deban abatirse, unos pocos das de paciencia romperan el cerco. Luego orden que se capturasen los barcos que estaban en el Volturno y se llevasen hasta un castillo que haba construido con anterioridad para asegurar el paso del ro. Se le inform que haba un nmero suficiente de ellos como para poder hacer cruzar a todo su ejrcito en una sola noche. Se suministraron a los hombres raciones para diez das; marcharon hasta el ro y todas sus legiones estaban al otro lado antes del alba.
[26,8] Fulvio Flaco fue informado por
desertores de este proyecto, antes de que fuera puesto en ejecucin, y de inmediato lo puso en conocimiento del Senado. La noticia fue recibida con diversos sentimientos segn los distintos temperamentos de cada cual. Naturalmente, ante una crisis as, al instante se convoc una reunin del Senado. Publio Cornelio, llamado Asina, estaba a favor de llamar a todos los generales y a sus ejrcitos, de todas partes de Italia, para defender la Ciudad, independientemente de Capua o cualquier otro objeto que se tuviera en mente. Fabio Mximo consideraba que sera una desgracia aflojar su control sobre Capua y permitir que Anbal les atemorizase, dando vueltas ante sus disposiciones y amenazas. Creis, pregunt a los senadores, que el hombre que no se atrevi a acercarse a la Ciudad despus de su victoria en Cannas, espera realmente capturarla ahora que ha sido expulsado de Capua? Su objetivo al venir aqu no es atacar a Roma, sino a levantar el sitio de Capua. El ejrcito que se encuentra actualmente en la Ciudad ser suficiente para nuestra defensa, pues contar con la ayuda de Jpiter y los otros dioses que han sido testigos de la violacin por Anbal de los acuerdos del tratado. Publio Valerio Flaco abog por una solucin intermedia, que fue la aprobada en ltima instancia. Recomend que se enviara un despacho a los generales al mando en Capua, indicndoles cul era el podero defensivo de la Ciudad. Ellos mismos sabran qu tropas estaba conduciendo Anbal y cun grande deba ser el ejrcito que haba de mantener el sitio de Capua. Si uno de los generales al mando poda ser enviado con una parte del ejrcito a Roma, sin interferir con la conduccin efectiva del asedio por el otro general, Claudio y Fulvio deberan acordar cul de ellos seguira con el asedio y cul ira a Roma para evitar el asedio de su propia ciudad. Cuando lleg a Capua esta decisin del Senado, el procnsul Quinto Fulvio, cuyo colega se haba visto obligado a partir para Roma a causa de su herida, selecciona una fuerza de entre los tres ejrcitos y cruz el Volturno con quince mil infantes y mil de caballera. Cuando hubo verificado que Anbal marchaba por la Va Latina, envi hombres en avanzada a travs de las poblaciones situadas sobre la Va Apia y a algunas otras cercanas a ella, como Sezze, Cori y Patrica [las antiguas Setia, Cora y Lavinia.-N. del T.], para alertar a los habitantes de que tuviesen dispuestos y almacenados suministros en sus ciudades para llevarlos desde los campos de alrededor hasta la lnea de marcha. Adems, deban reunir las guarniciones en las ciudades para defender sus hogares y que cada municipio cuidara de su propia defensa.
[26,9] Despus de cruzar el Volturno, Anbal
fij su campamento a corta distancia del ro y al da siguiente march, pasando Calvi Risorta [la antigua Cales.-N. del T.], hasta territorio sidicino. Dedic una jornada a devastar la comarca y luego sigui a lo largo de la Va Latina, atravesando los territorios de Arienzo, Allife y Casino, hasta las murallas de este ltimo lugar. All permaneci acampado durante dos das y devast toda la campia en derredor. Desde all march, dejando atrs Pignarato Interamna y Aquino, hasta el ro Liri, en territorio de Fregellas. Aqu se encontr con que el puente haba sido destruido por el pueblo de Fregellas con el fin de retrasar su avance. Fulvio tambin se haba retrasado en el Volturno, debido a que Anbal haba quemado sus naves y, debido a la falta de madera, tuvo muchas dificultades en procurarse balsas para transportar sus tropas. Sin embargo, una vez hubo cruzado, el resto de su marcha fue continua al encontrar un amplio suministro de provisiones esperndole en cada ciudad a la que llegaba, colocado adems a los lados de la carretera de cada lugar. Tambin sus hombres, en su afn, se animaban unos a otros para marchar ms rpidamente, pues iban a defender sus hogares. Un mensajero, que haba viajado desde Fregellas un da y una noche sin parar, provoc gran alarma en Roma, y la excitacin fue aumentada por las gentes que corran por la Ciudad exagerando las noticias que aquel haba trado. El grito de lamento de las matronas se escuchaba por todas partes, no slo en casas privadas, sino tambin en los templos. Se arrodillaban en estos y arrastraban sus cabellos despeinados por el suelo, levantando las manos al cielo y lamentndose y suplicando a los dioses para que mantuvieran la Ciudad de Roma lejos de las manos del enemigo y que preservaran a sus madres e hijos de todo dao y ultraje. Los senadores permanecieron en sesin en el Foro con el fin de estar a disposicin de los magistrados, por si deseaban consultarles. Algunos recibieron rdenes y marcharon a ejecutarlas, otros ofrecan sus servicios por si podan ser de utilidad en cualquier lugar. Se estacionaron tropas en el Capitolio, sobre las murallas, alrededor de la Ciudad e incluso tan lejos como en el Monte Albano y en la fortaleza de fula. En medio de todo este alboroto, lleg noticia de que el procnsul Quinto Fulvio estaba en camino desde Capua con el ejrcito. Como procnsul, no poda ostentar mando en la Ciudad; por lo tanto, el Senado aprob un decreto otorgndole poderes consulares. Despus de arrasar por completo el territorio de Fregellas, en venganza por la destruccin del puente sobre el Liri, Anbal continu su marcha a travs de los distritos de Frosinone, Ferentino y Anagni, en la vecindad de Labico [las antiguas Frusinum, Ferentinum, Anagnium y Labicum.-N. del T.]. Desde el monte Algido fue a Tsculo, pero no fue admitido y torci a la derecha por debajo de Tsculo hacia Gabios y, an descendiendo, llev a la comarca de Pupinia, donde acamp, a unas ocho millas de Roma [11840 metros.-N. del T.]. Cuanto ms se aproximaba, mayor era la carnicera sufrida por los que huan a la Ciudad a manos de los nmidas que cabalgaban por delante del cuerpo principal del ejrcito. Adems, muchos de toda edad y condicin fueron hechos prisioneros.
[26.10] En medio de esta agitacin, Fulvio
Flaco entr en Roma con su ejrcito. Pas a travs de la Puerta Capena y march a travs de la ciudad, pasando la Carina y el Esquilino [barrios de Roma.- N. del T.], y saliendo de all se atrincher en el terreno entre las puertas Colina y Esquilina, donde los ediles plebeyos le suministraron provisiones. Los cnsules, acompaados por el Senado, lo visitaron en su campamento y se celebr un consejo para estudiar qu medidas exigan los supremos intereses de la Repblica. Se decidi que los cnsules deben construir campamentos fortificados en las cercanas de las puertas Colina y Esquilina, que el pretor urbano tomara el mando de la Ciudadela y el Capitolio, y que el Senado deba seguir en sesin permanente en el Foro para el caso de que alguna repentina urgencia lo precisara. Anbal haba trasladado ahora su campamento al ro Anio, a una distancia de tres millas de la Ciudad [4440 metros.-N. del T.]. Desde esta posicin, avanz con un cuerpo de dos mil jinetes hacia la puerta Colina, hasta el templo de Hrcules, y desde aquel punto se acerc cuanto pudo y practic un reconocimiento de las murallas y situacin de la Ciudad. Flaco estaba indignado y furioso ante este tranquilo y pausado proceder, y envi alguna caballera con rdenes de eliminar al enemigo y devolverlo de regreso a su campamento. Haba por entonces unos mil doscientos desertores nmidas estacionados en el Aventino y los cnsules les dieron rdenes para cabalgar a travs de la Ciudad, hacia la puerta Esquilina, pues estimaban que nadie estaba ms capacitado para combatir entre los huecos y muros de los jardines y sepulcros y por los estrechos caminos que rodeaban aquella parte de la Ciudad. Cuando los que estaban de guardia en la Ciudadela y el Capitolio los vieron bajar al trote por la cuesta Publicia, gritaron que el Aventino haba sido tomado. Esto caus tanta confusin y pnico que, de no haber estado el campamento cartagins fuera de la Ciudad, la poblacin aterrorizada se habra derramado fuera de las puertas. As las cosas, se refugiaron en las casas y en varios edificios, y viendo a algunos de los suyos caminar por las calles, los tomaban por enemigos y los atacaban con piedras y proyectiles. Resultaba imposible calmar la excitacin o rectificar el error, ya que las calles estaban llenas de una multitud de campesinos con su ganado, a quienes el repentino peligro repentino haba llevado a la Ciudad. La accin de la caballera fue un xito y los enemigos fueron expulsados. Se hizo necesario, sin embargo, sofocar los disturbios que, sin la ms mnima razn, empezaron a surgir en muchos lugares, y el Senado decidi que todos los que hubieran sido dictadores, cnsules o censores deban ser invertidos con mando militar hasta que el enemigo se hubiera retirado de las murallas. Durante el resto del da y toda la noche, se levantaron muchos de aquellos disturbios y fueron rpidamente reprimidos.
[26.11] Al da siguiente, Anbal cruz el ro
Anio y traslad todas sus fuerzas al combate; Flaco y los cnsules no rehusaron el desafo. Cuando ambas partes hubieron formado para decidir una batalla en la que Roma sera el premio del vencedor, una tremenda granizada puso a ambos ejrcitos en tal desorden que con dificultad sostenan sus armas. Se retiraron a sus respectivos campamentos con tanto temor como sus enemigos. Al da siguiente, cuando los ejrcitos haban formado en las mismas posiciones, una tormenta similar los separ. En cada ocasin, despus de haberse acogido nuevamente al campamento, el tiempo mejor de forma extraordinaria. Los cartagineses consideraron aquello como algo sobrenatural, y cuenta la historia que se oy decir a Anbal que en una ocasin no se le daba la voluntad, y en otra la oportunidad, de convertirse en el dueo de Roma. Sus esperanzas se vieron tambin aminoradas por dos incidentes, uno de cierta importancia y el otro no tanto. El ms importante fue que recibi informes de que mientras l permaneca en armas cerca de las murallas de Roma, haba partido una fuerza completamente equipada, bajo sus estandartes, para reforzar al ejrcito de Hispania. El otro incidente, que conoci por un prisionero, fue la venta en subasta del lugar en que haba asentado su campamento y el hecho de que, a pesar de que l lo ocupaba, no hubo rebaja en el precio. Que se hubiera encontrado a alguien en Roma para comprar el terreno que el posea como botn de guerra, pareci a Anbal una muestra tal de insultante arrogancia que instantneamente hizo pregonar la venta en subasta de las tiendas de plata que rodeaban el Foro de Roma. Estos incidentes condujeron a su retirada de Roma, y se march hasta tan lejos como el ro Tutia, distante seis millas de la Ciudad [8880 metros.-N. del T.]. De all marcharon hacia el bosque de Feronia [diosa de los bosques y vegetales.-N. del T.], cuyo templo era clebre en aquellos das por su riqueza. El pueblo de Capena, y el de otras ciudades de alrededor, sola llevar sus primicias y otras ofrendar, segn su capacidad, y lo haban embellecido adems con una considerable cantidad de oro y plata. El templo, entonces, qued despojado de todos sus tesoros. Se encontraron all grandes montones de metal, en los que los soldados, perseguidos por los remordimientos, haban arrojado grandes piezas de bronce sin acuar despus de la partida de Anbal. Todos los autores coinciden respecto al saqueo de este templo. Celio nos cuenta que Anbal desvi su marcha hacia l mientras iba desde Crotona a Roma, tras partir de Rieti y Civitatomassa pasando por Amiterno [Crotona= Ereto, Rieti= Reate y Civitatomassa= Cutilia.-N. del T.]. Segn este autor, a la salida de Capua, Anbal entr en el Samnio y de all pasa a la Pelignia; luego, marchando ms all de la ciudad de Celano [la antigua Sulmona.-N. del T.], cruz las fronteras de los marrucinos y avanz luego a travs de territorio albano hasta el pas de los marsios, y desde all hasta Amiterno y la aldea de Foruli. No hay duda en cuanto a la ruta que tom, pues las huellas de tan gran general y su enorme ejrcito no se habran desvanecido en tan corto espacio de tiempo; el nico punto en discusin es si sta es la ruta que sigui al marchar hacia Roma o al regresar a la Campania.
[26.12] La energa con que los romanos
apretaron el sitio de Capua fue mucho mayor que la que Anbal exhibi en su defensa, pues este march a toda prisa, atravesando el Samnio y la Apulia, y de la Lucania hacia el Brucio, con la esperanza de sorprender Reggio. Aunque el sitio no se relaj en absoluto durante la ausencia de Flaco, su vuelta marc una sensible diferencia en la direccin de las operaciones y result una sorpresa para todos que Anbal no hubiera vuelto al mismo tiempo. Los campanos comprendieron poco a poco, mediante sus conversaciones con los sitiadores, que les haban abandonado a sus propios medios y que los cartagineses haban abandonado toda esperanza de salvar Capua. De acuerdo con una resolucin del Senado, el procnsul emiti un edicto, que fue publicado en la Ciudad, por el que sera amnistiado cualquier ciudadano de Campania que se uniera a los romanos antes de cierto da. Ni un solo hombre desert; su miedo les impeda confiar en los romanos, pues durante su revuelta haban cometido crmenes demasiado grandes como para albergar cualquier esperanza de perdn. Pero aunque nadie miraba por su propia seguridad entregndose al enemigo, nada se dispona en pro de la seguridad pblica. La nobleza haba abandonado sus funciones pblicas; era imposible lograr juntarlos para celebrar una reunin del Senado. La suprema magistratura era ostentada por un hombre que no honraba su cargo; por el contrario, su incapacidad la privaba de su autoridad y poder. Ninguno de los nobles era visto por el foro, ni siquiera en algn lugar pblico; se encerraron en sus casas esperando la cada de su patria y su propia destruccin. Toda la responsabilidad se dej en manos de los comandantes de la guarnicin pnica, Bstar y Hann, que estaban mucho ms preocupados por su propia seguridad que por la de sus partidarios en la ciudad. Se prepar una carta con el propsito de remitirla a Anbal, en la que se le acusaba tan acerba como sinceramente de la rendicin de Capua en manos del enemigo y la exposicin de su guarnicin a toda clase de torturas. Se haba marchado al Brucio y quitado de en medio para no contemplar cmo Capua era capturada ante sus ojos; por Hrcules!, no pudieron retirar a los romanos del asedio de Capua ni siquiera ante la amenaza de atacar su Ciudad; mucha ms determinacin haban mostrado los romanos como enemigos que los cartagineses como amigos. Si Anbal volviera a Capua y cambiara todo el rumbo de la guerra en esa direccin, entonces la guarnicin estara dispuesta para lanzar un ataque contra los sitiadores. No haba cruzado los Alpes para hacer la guerra contra Regio o Tarento; donde estuvieran las legiones de Roma, ah deban estar los ejrcitos de Cartago. As fue como haba vencido en Cannas y en el Trasimeno, enfrentando al enemigo cara a cara, ejrcito contra ejrcito y probando su fortuna en la batalla.
Este era el contenido principal de la carta,
que fue entregada a algunos nmidas que se haban comprometido a llevarla bajo la promesa de una recompensa. Haban llegado al campamento de Flaco como desertores, con la intencin de aprovechar una oportunidad favorable para desaparecer, con la muy buena excusa para desertar del largo sufrimiento por hambre en Capua. Sin embargo, una mujer campana, la amante de uno de estos desertores, apareci de repente en el campamento e inform al comandante romano de que los nmidas haban llegado como parte de un plan preestablecido y que, en realidad, llevaban una carta para Anbal, as como que ella estaba dispuesta a demostrarlo, pues uno de ellos le haba revelado el asunto. Cuando este hombre fue llevado ante ella, neg inicialmente conocer a la mujer; pero poco a poco cedi ante la verdad, especialmente cuando vio qu instrumentos de tortura haban enviado y estaban disponiendo, y finalmente hizo una confesin completa. El despacho fue descubierto y salieron a la luz otras evidencias, como el descubrirse que bastantes otros nmidas estaban tambin en el campamento romano bajo la apariencia de desertores. Ms de setenta de ellos fueron detenidos y junto con los recin llegados fueron todos azotados, sus manos cortadas y despus enviados de vuelta a Capua. La vista de este terrible castigo quebr el espritu de los campanos.
[26.13] El pueblo se dirigi en bloque a la
curia e insisti en que Lesio convocase al Senado. Estos amenazaron abiertamente a los nobles, que durante tanto tiempo se haban abstenido de ir al Senado, con ir por sus casas y sacarlos a la fuerza a la calle. Estas amenazas terminaron en una reunin en pleno del Senado. La opinin general estaba a favor de enviar una delegacin al comandante romano, pero Vibio Virrio, el principal responsable de la revuelta contra Roma, al serle pedida su opinin, dijo a quienes hablaban de delegaciones y de trminos de paz y rendicin, que se estaban olvidando de lo que habran hecho de haber sido ellos quienes tuvieran a los romanos en su poder, o de lo que, en las actuales circunstancias, tendran que sufrir. Pues qu?, exclam, os imaginis que rendirnos ahora ser como si nos hubisemos rendido en los viejos tiempos, cuando para obtener ayuda contra los samnitas nos entregamos con todas nuestras pertenencias a Roma? Ya habis olvidado en cun crtico momento para Roma nos rebelamos contra ella? Cmo ejecutamos, con indignas torturas, a la guarnicin que fcilmente podramos haber expulsado? Cun numerosas y desesperadas salidas hemos efectuado contra nuestros asediadores, cmo hemos asaltado sus lneas y llamado a Anbal para aplastarlos? Habis olvidado este ltimo acto nuestro, cuando le enviamos a atacar Roma?
Mirad ahora al otro bando, considerad su
terca hostilidad contra nosotros y mirad si podis esperar algo. An habiendo sobre suelo italiano un enemigo extranjero, y siendo Anbal ese enemigo, aunque las llamas de la guerra flameaban por todas partes, se olvidaron de todo y hasta del mismo Anbal, y enviaron a ambos cnsules, cada uno con un ejrcito, contra Capua. Desde hace ya dos aos nos han encerrado con sus lneas de asedio y nos desgastan mediante el hambre. Han sufrido tanto como nosotros los extremos del peligro y los trabajos ms penosos; a menudo han muerto alrededor de sus trincheras y con frecuencia han sido expulsados de ellas. Pero pasar por encima de tales cosas; los trabajos y peligros de un asedio son una vieja y comn experiencia. Sin embargo, para demostraros su ira y su implacable odio contra nosotros, os recordar estos ejemplos: Anbal asalt sus lneas con una enorme fuerza de infantera y caballera, y los captur en parte, pero no levantaron el sitio; cruz el Volturno e incendi los campos de Calvi [la antigua Cales.-N. del T.]; los sufrimientos de sus aliados no detuvieron a los romanos; orden un avance general contra Roma e hicieron caso omiso del amenazados asalto; cruz el Anio y acamp a tres millas de la Ciudad, cabalg finalmente hasta sus murallas y puertas e hizo cuanto si fuese a tomarles la Ciudad si no cedan en torno a Capua; y no aflojaron la presin. Cuando las bestias salvajes estn locas de rabia an podis desviar su ciega furia acercndoos a sus guaridas, pues se apresuran a defender sus cras. Los romanos no se desviaron de Capua ni ante la perspectiva de ver si Ciudad asediada, ni por los aterrorizados gritos de sus esposas e hijos, que casi se podan or aqu, ni por la amenaza de profanacin de sus hogares y altares, o de los templos de sus dioses o las tumbas de sus antepasados. Tan ansiosos estn por castigarnos, tan vidos y sedientos estn de nuestra sangre. Y quizs con razn; pues habramos obrado igual de habrsenos ofrecido la misma suerte.
Los cielos, sin embargo, han dispuesto lo
contrario; y as, aunque estoy obligado a enfrentar mi muerte, puedo, mientras soy an libre, escapar a los insultos y las torturas que el enemigo me prepara, puedo disponer para m una paz tan serena como honorable. Me niego a contemplar a Apio Claudio y a Quinto Fulvio, exultantes con toda la insolencia de la victoria; me niego a ser arrastrado encadenado por las calles de Roma para adornar su triunfo, y ser puesto luego en la mazmorra o atado a una estaca, con mi espalda expuesta al ltigo o situado bajo el hacha del verdugo. No voy a ver mi ciudad saqueada y quemada, ni violadas y ultrajadas a las matronas, doncellas y nobles jvenes de Capua. Alba, la ciudad madre de Roma, fue arrasada por los romanos hasta sus cimientos para que no quedase memoria de su origen ni pudiera sobrevivir rastro de su origen; mucho menos puedo creer que lo escatimarn para con Capua, a la que odian an ms acerbamente que a Cartago. As pues, para aquellos de vosotros que pretendis enfrentar vuestro destino sin ser testigos de tales horrores, he dispuesto hoy un banquete en mi casa. Cuando os hayis hartado de comida y de vino, la misma copa que se me ofrezca se har circular entre vosotros. Ese trago librar a nuestros cuerpos de la tortura y a nuestros espritus de la injuria, a nuestros ojos y odos de ver y escuchar todo el sufrimiento y el ultraje que espera a los vencidos. Habr hombres dispuestos para colocar nuestros cuerpos exnimes en una gran pira que se encender en el patio de la casa. Este es el nico camino hacia la muerte que resulta honorable y digno de hombres libres. Hasta el enemigo admirar nuestro valor, y Anbal sabr que los aliados a quienes ha abandonado y traicionado era, despus de todo, hombres valientes.
[26.14] Este discurso de Virrio fue recibido
con aprobacin por muchos que luego no tuvieron el valor de llevar a trmino lo que aprobaban. La mayora de los senadores no carecan de esperanza en poder obtener la clemencia del pueblo romano, que ya en anteriores guerras se les haba concedido, por lo que determinaron enviar emisarios para efectuar una rendicin formal de Capua. Unos veintisiete estuvieron con Virrio en su casa y en su banquete. Cuando hubieron abotargado lo bastante, mediante el vino, sus nimos contra el impulso de evitar el mal, compartieron todos la copa envenenada. Se levantaron entonces de la mesa, entrelazaron sus manos y se dieron unos a otros un ltimo abrazo, llorando por su destino y el de su patria. Algunos se quedaron para poder ser incinerados juntos en la misma pira funeraria, otros partieron hacia sus hogares. La congestin de las venas, causada por la comida y el vino que haban tomado, hizo la accin del veneno un tanto lenta; la mayora sigui vivo toda la noche y parte del da siguiente. Todos, sin embargo, expiraron antes de que se abrieran las puertas al enemigo. Al da siguiente, la puerta llamada Puerta de Jpiter, frente al campamento romano, fue abierta por orden del procnsul. Una legin entr por ella, as como dos escuadrones de caballera aliada, con Cayo Fulvio al mando. Se preocup, en primer lugar, de que se llevaran ante l todas las armas de guerra de Capua; despus, tras situar guardias en las puertas para impedir cualquier salida o huida, arrest a la guarnicin pnica y orden al Senado que se presentara ante los comandantes romanos. A su llegada al campamento fueron encadenados, y se orden que todo el oro y la plata que posean se llevara ante los cuestores. Estos equivalieron a dos mil setenta y dos libras de oro y treinta y un mil libras de plata [677,544 y 10.130 kilos, respectivamente.-N. del T.]. Veinticinco senadores fueron enviados para quedar bajo custodia en Calvi y veintiocho, que se demostr fueron los principales instrumentos para lograr la revuelta, fueron enviados a Teano.
[26.15] En cuanto a las penas que deban ser
impuestas a los senadores de Capua, Claudio y Fulvio no se mostraron en absoluto de acuerdo. Claudio estaba dispuesto a concederles el indulto, Fulvio era partidario de una lnea mucho ms dura. Apio Claudio quera remitir la cuestin al Senado en Roma. Sostena que era ms que justo que los senadores tuviesen oportunidad de investigar todas las circunstancias y averiguar si los campanos haban actuado de comn acuerdo con alguno de los aliados de derecho latino u otros municipios, o si haban recibido ayuda en la guerra de alguno de ellos. Fulvio, por su parte, declaraba que lo ltimo que deban hacer era acechar a sus fieles aliados con acusaciones vagas y ponerlos a merced de informadores a los que les era completamente indiferente lo que dijeran o hicieran. Por lo tanto, se deba impedir tal investigacin. Despus de este intercambio de puntos de vista se separaron; Apio no tena ninguna duda de que, a pesar del duro lenguaje de su compaero, en un asunto tan importante esperara instrucciones de Roma. Fulvio, decidido a barrer cualquier obstculo a sus designios, desestim el consejo y orden a los tribunos militares y a los prefectos de los aliados que escogieran dos mil jinetes y les advirtieran que estuviesen dispuestos cuando sonase la tercera guardia [unas dos horas antes de la media noche, puesto que el cambio entre la tercera y la cuarta guardia coincida con aquella.-N. del T.]. Partiendo con esta fuerza durante la noche, lleg a Teano al amanecer y se dirigi directamente al foro. Una multitud se haba reunido ante la entrada de los primeros jinetes y Fulvio orden que se convocara al magistrado sidicino; al aparecer este, le orden que presentara a los campanos que estaban bajo su custodia. Todos fueron conducidos ante l, azotados con varas y luego decapitados con el hacha. A continuacin, picando espuelas a su caballo, cabalg hasta Calvi. Cuando hubo tomado asiento en el tribunal y los campanos que haban sido conducidos hasta all estaban siendo atados al palo, lleg un mensajero a galope desde Roma y entreg a Fulvio un despacho del pretor Cayo Calpurnio que contena un decreto del Senado. Los espectadores adivinaban la naturaleza del contenido y quienes estaban alrededor del tribunal expresaban su creencia una creencia que pronto se vera expresada a travs de la asamblea de que todo el asunto del trato de los prisioneros campanos deba dejarse al Senado. Fulvio pensaba lo mismo; tom la carta y, sin abrirla, la coloc en su pecho y luego orden a su heraldo que dijera al lictor que se cumpliera la ley. As pues, tambin los que estaban en Calvi fueron ejecutados. Entonces ley el despacho y el decreto del Senado. Pero ya era demasiado tarde para impedir un hecho consumado, que se haba ejecutado apresuradamente y con la mayor premura posible, precisamente para que no se pudiese impedir. Justo cuando Fulvio abandonaba el tribunal, un campano llamado Turea Vibelio irrumpi por en medio de la multitud y se dirigi a l por su nombre. Fulvio volvi a sentarse, preguntndose qu querra aquel hombre. Ordena que tambin yo, exclam, sea condenado a muerte, para que puedas presumir de haber provocado la muerte de un hombre ms valiente que t. Fulvio declar que aquel hombre estaba sin duda mal de la cabeza, y agreg que, incluso si quisiera matarlo, se vea impedido de hacerlo por el decreto del Senado. Entonces exclam Vibelio: Ahora que ha sido tomada mi ciudad natal, perdidos mis amigos y familiares, muertos por mi propia mano mi mujer e hijos para librarlos de la humillacin y el ultraje, e incluso sin oportunidad de morir como han muerto mis compatriotas, buscar el valor para liberarme de una vida que se me ha vuelto tan odiosa. Con estas palabras, sac un cuchillo que haba escondido en sus ropas, y clavndolo en su corazn cay muerto a los pies del comandante.
[26.16] Como la ejecucin de los campanos,
y la mayora del resto de medidas, se efectuaron por orden nicamente de Fulvio, algunos autores aseveran que Apio Claudio muri inmediatamente despus de la rendicin de Capua. Segn este relato, Turea no vino voluntariamente a Calvi, ni muri por su propia mano; cuando hubo sido atado al palo junto a los dems, grit repetidamente y como, a causa del ruido, no se poda or lo que deca, Fulvio orden silencio. Luego Turea dijo, como ya he relacionado, que estaba siendo condenado a muerte por un hombre que estaba lejos de ser su igual en valor. Al or estas palabras, el pregonero, por orden del procnsul, orden lo siguiente al lictor: Lictor, que este hombre valiente tenga la mayor parte de la vara y que se ejecute la ley sobre l en primer lugar. Algunos autores afirman que el decreto del Senado fue ledo antes de que fueron decapitados, pero que contena una clusula en el sentido de que si l lo consideraba conveniente, podra remitir el asunto al Senado, y Fulvio tom esto en el sentido de que tena libertad para decidir sobre cul sera el mejor inters de la repblica. Despus de haber regresado Fulvio a Capua, recibi la sumisin de Atella y Calacia. Tambin en este caso fueron castigados los cabecillas de la rebelin; setenta de los principales senadores fueron condenados a muerte y trescientos nobles campanos fueron encarcelados. Otros, que haban sido repartidos entre las distintas ciudades latinas, perecieron por diversos motivos; el resto de la poblacin de Capua fue vendida como esclavos. La cuestin ahora era qu se iba a hacer con la ciudad y su territorio. Algunos eran de la opinin de que una ciudad tan fuerte, tan prxima a Roma y tan hostil a ella, deba ser destruida. Sin embargo, prevalecieron las consideraciones prcticas. La ciudad se salv por la sola razn de estar unnimemente considerado su territorio como el ms frtil de Italia, para que los campesinos tuviesen all un lugar donde vivir. Se indic a una abigarrada multitud de campesinos, libertos y pequeos comerciantes que ocupasen el lugar; todo el territorio, junto con las edificaciones que contena, pas a ser propiedad del Estado romano. Se estableci que Capua, en s misma, debera ser un simple alojamiento y refugio, ciudad nada ms que en el nombre; no habra cuerpo poltico, no habra senado, ni asamblea de la plebe, ni magistrados; la poblacin no tendra derecho alguno de reunin pblica ni de mando militar; no poseeran intereses comunes ni podran tomar ninguna accin conjunta. La administracin de justicia estara en manos de un prefecto, que sera enviado anualmente desde Roma. De esta manera quedaron organizados los asuntos de Capua, aplicando una poltica digna de consideracin desde cualquier punto de vista. Se castig con firmeza y rapidez a los principales culpables, se dispers a la poblacin civil a lo largo y a lo ancho y sin esperanza de retorno; las inofensivas murallas y casas quedaron a salvo de los estragos del fuego y la demolicin. La preservacin de la ciudad, siendo una evidente ventaja prctica para Roma, ofreci a las comunidades amigas una prueba contundente de su lenidad; toda la Campania y las naciones circundantes habran quedado horrorizadas ante la destruccin de tan famosa y rica ciudad. El enemigo, por otra parte, fue obligado a ser consciente del poder de Roma para castigar a quienes le fueran infieles, as como de la impotencia de Anbal para proteger a quienes se haban pasado a l.
[26,17] Una vez que el Senado qued
aliviado de su inquietud sobre Capua, pudo volver su atencin a Hispania. Se puso a disposicin de Nern una fuerza de seis mil infantes y trescientos jinetes, que ste escogi de entre dos legiones que tena con l en Capua; un mismo nmero de infantes y seiscientos jinetes fueron proporcionados por los aliados. Este embarc a su ejrcito en Pozzuoli y desembarc en Tarragona. Una vez aqu, llev sus barcos a tierra y proporcion armas a sus tripulaciones, aumentando as sus fuerzas. Con esta fuerza combinada, march hacia el Ebro y se hizo cargo all del ejrcito de Tiberio Fonteyo y Lucio Marcio. A continuacin, avanz contra el enemigo. Asdrbal, el hijo de Amlcar, estaba acampado en Piedras Negras. Este es un lugar en el pas ausetano, entre las ciudades de Iliturgis y Mentissa [todas las ediciones sealan aqu un posible error de copista, pues la Ausetania corresponde con la actual comarca de Vic, en la provincia de Barcelona, mientras que las ciudades indicadas estaban en la provincia de Jan, la primera, y la segunda en la de Ciudad Real, lo que correspondera ms bien a territorio Oretano.-N. del T.]. Nern ocup las dos salidas del paso. Asdrbal, al verse encerrado, envi un mensajero para prometer en su nombre que sacara todo su ejrcito de Hispania si se le permita abandonar su posicin. Al general romano le complaci aceptar la oferta y Asdrbal pidi una entrevista para el da siguiente. En esta conferencia pondran por escrito las condiciones bajo las que se entregaran las ciudadelas de varias poblaciones, y la fecha en las que se retiraran las guarniciones, en el entendimiento de que podran llevar consigo todas sus pertenencias.
Su peticin fue concedida, y Asdrbal orden
a la parte ms fuertemente armada de su ejrcito que abandonara el desfiladero lo mejor que pudiera en cuando cayera la oscuridad. Se cuid de no salieran muchos aquella noche, pues un grupo pequeo hara menos ruido y podra escapar mejor a la deteccin. Tambin les resultara ms fcil abrirse camino entre los estrechos y difciles caminos. Al da siguiente acudi a la cita, pero perdi tanto tiempo discutiendo y escribiendo cantidad de cosas que nada tenan que ver con los asuntos que haban acordado discutir, que se perdi todo el da y se dio por clausurada la conferencia hasta el otro da. As se le ofreci otra oportunidad para sacar otro nuevo grupo de tropas durante la noche. La discusin no finaliz al da siguiente y as, sucesivamente durante varios das, estuvieron ocupados en la discusin de los trminos mientras los cartagineses salan secretamente de su campamento por la noche. Cuando hubo escapado la mayor parte del ejrcito, Asdrbal no mantuvo ms las condiciones que l mismo haba propuesto, disminuyendo cada vez ms su deseo sincero de llegar a un acuerdo en tanto disminuan sus temores. Casi toda la fuerza de infantera haba ya salido del desfiladero cuando, al amanecer, una densa niebla cubri el valle y toda la comarca circundante. Tan pronto Asdrbal tom conciencia de esto, le envi un mensaje a Nern solicitando que se postergara la entrevista de aquel da, por ser uno en que su religin prohiba a los cartagineses tratar ningn asunto importante. Ni siquiera esto despert sospecha alguna de engao. Al enterarse de que se le excusaba por aquel da, Asdrbal dej rpidamente su campamento con la caballera y los elefantes y, manteniendo ocultos sus movimientos, parti a una posicin segura. Hacia la hora cuarta [sobre las diez de la maana.-N. del T.], el sol dispers la bruma y los romanos vieron que el campamento enemigo estaba desierto. Entonces, reconociendo finalmente el engao cometido por los cartagineses y cmo le haban burlado, Nern se dispuso rpidamente a seguirlo y forzarlo a un enfrentamiento. El enemigo, sin embargo, declin la batalla; slo se produjeron algunas escaramuzas entre la retaguardia cartaginesa y la vanguardia romana.
[26,18] Las tribus hispanas que se haban
rebelado despus de la derrota de los dos Escipiones no mostraron seales de regresar a su lealtad; no se produjeron, tampoco, nuevas deserciones en su favor. Tras la recuperacin de Capua, la atencin de todos, Senado y pueblo, se centr en Hispania tanto como en Italia; y se decidi que el ejrcito que all serva se deba incrementar y se deba nombrar un comandante en jefe. Hubo, sin embargo, una gran incertidumbre en cuanto a quin se deba nombrar. Dos consumados generales haban cado en un lapso de treinta das, y la eleccin de un hombre que ocupase su puesto exiga un cuidado excepcional. Fueron propuestos varios nombres y, al final, se acord que se dejase la cuestin al pueblo y que este eligiese formalmente un procnsul para Hispania. Los cnsules establecieron un da para la eleccin. Tenan la esperanza de que aquellos que se considerasen lo bastante cualificados para aquel mando se presentaran candidatos. Quedaron, sin embargo, decepcionados, y la decepcin renov el pesar del pueblo, pues recordaron las derrotas sufridas y a los generales perdidos. Los ciudadanos estaban deprimidos, casi desesperados y, no obstante, acudieron al Campo de Marte el da fijado para la eleccin. Todos volvieron sus ojos a los magistrados y observaban la expresin de los lderes de la repblica, que parecan interrogarse unos a otros. Por todas partes comentaban los hombres que el Estado estaba en condicin tan desesperada que nadie osaba aceptar el mando en Hispana. De repente, Publio Cornelio Escipin, el hijo del Escipin cado en Hispania, hombre joven de apenas veinticuatro aos, se aup sobre una ligera prominencia desde la que poda ser visto y odo, y se anunci como candidato. Todas las miradas se volvieron hacia l, y los aplausos de alegra con que se recibi su anuncio fueron enseguida interpretados como un presagio de su futura fortuna y xito. Al proceder a votar, no solo las centurias, sino tambin los votantes individuales fueron unnimes al favorecer a aquel hombre y confiar a Publio Escipin el mando supremo en Hispania. As pues, cuando se haba decidido la votacin y su entusiasmo tuvo tiempo de enfriarse, se produjo un repentino silencio al empezar el pueblo a considerar lo que haba hecho, y al preguntarse si su cario personal hacia l no haba sido lo mejor a la hora de emitir su juicio. Lo que ms les preocupaba era su juventud. Algunos, tambin, recordaban con temor la suerte que haba corrido su casa y consideraban un presagio siniestro que saliera de aquellas casas enlutadas un hombre que llevaba el mismo nombre que los cados, para dirigir una campaa cerca de las tumbas de su to y su padre.
[26.19] Al ver cmo el paso que haban dado
tan impetuosamente los llenaba ahora de inquietud, Escipin reuni a los votantes y les habl acerca de su edad, del mando que le haban confiado y de la guerra que haba de conducir. Fueron tan nobles y brillantes sus palabras que provoc nuevamente su entusiasmo y les inspir una confianza ms esperanzada de la que suele provocar la fe en las promesas de los hombres o las previsiones razonables de xito. Escipin se gan la admiracin del pueblo no solo por las excelentes cualidades que posea, sino tambin por su habilidad mostrarlas, habilidad que haba desarrollado desde su juventud. Durante su vida pblica, hablaba y actuaba generalmente como si estuviera guiado por visiones nocturnas o por alguna inspiracin divina, fuera as que estaba realmente abierto a la influencia de las supersticiones o bien que requiriera la sancin oracular para sus rdenes y consejos, con el fin de garantizar su pronta ejecucin. Trat de producir esta impresin en la mente de los hombres desde el principio, desde el da en que asumi la toga viril, pues nunca llev a cabo un negocio importante, fuera pblico o privado, sin ir primero al Capitolio, donde se sentaba un rato en el templo, en privado y a solas. Esta costumbre, que mantuvo durante toda su vida, dio lugar a la creencia generalizada, fuera intencionadamente por su parte o no, de que era de origen divino, y se cont de l la historia que se relaciona habitualmente con Alejandro Magno, historia tan necia como fabulosa, que de fue engendrado por una enorme serpiente que haba sido vista a menudo en el dormitorio de su madre pero que, ante la aproximacin de cualquiera, sbitamente se desencoga y desapareca. La creencia en estas maravillas nunca fue defraudada por l; por el contrario, se fortaleca por su poltica deliberada de rehusar negar o admitir que hubiera ocurrido algo de aquello. Haba muchos otros rasgos en el carcter de este joven, algunos de los cuales eran autnticos y otros el resultado de acciones deliberadas, que provocaron una mayor admiracin hacia l de la que generalmente caen en suerte a un hombre.
Fue la confianza con la que de aquel modo
inspir a sus conciudadanos, la que les llev a confiarle, joven como era, una tarea de enorme dificultad y un mando que implicaba la mayor de las responsabilidades. A las fuerzas del antiguo ejrcito de Hispania, y a las que zarparon de Pozzuoli con Cayo Nern, se las reforz an ms con diez mil infantes y mil jinetes. Marco Junio Silano fue nombrado propretor y ayudante. Zarpando desde la desembocadura del Tber con una flota de treinta barcos, todos quinquerremes, naveg a lo largo de la costa etrusca, los Alpes y el Golfo de la Galia, y despus de rodear el promontorio Pirenaico lleg a Ampurias, una ciudad griega fundada por colonos de Focea [es decir, por el mar Tirreno, coste por los Alpes martimos y el golfo de Gnova, para dejar atrs el cabo de Creus y llegar a Ampurias.-N. del T.]. Desembarc aqu sus tropas y se dirigi por tierra a Tarragona, dando rdenes para que su flota les siguiera. En Tarragona se encontr con las delegaciones que haban enviado todas las tribus amigas en cuanto supieron de su venida. Los barcos fueron llevados a tierra, y los cuatro trirremes marselleses, que le haban escoltado en signo de respeto, fueron enviados a casa. Las delegaciones informacin a Escipin de la inquietud entre sus tribus, provocada por la variable fortuna de la guerra. l replic con un tono audaz y seguro, pleno de confianza en s mismo, pero sin dejar que escaparan expresiones de arrogancia ni de presuncin; todo cuanto dijo estuvo marcado por una perfecta dignidad y sinceridad.
[26,20] Tarragona era ahora su cuartel
general. Desde all realiz visitas a las tribus amigas y tambin inspeccion los cuarteles de invierno del ejrcito. Les elogi calurosamente por haber mantenido la provincia bajo su control tras sufrir dos golpes tan terribles, y tambin por mantener al enemigo al sur del Ebro, privndolo as de la ventaja de sus victorias y ofreciendo adems proteccin a sus propios aliados. Marcio, a quien mantuvo consigo, fue tratado con tantos honores que qued completamente claro que Escipin no mantena el menor temor de que su reputacin pudiera ser atenuada por nadie. Poco despus Silano sucedi a y las nuevas tropas fueron enviadas a los cuarteles de invierno. Despus de efectuar todas las visitas e inspecciones precisas y completar los preparativos para la siguiente campaa, Escipin regres a Tarragona. Su fama era tan grande entre el enemigo como entre sus propios compatriotas y aliados; exista entre los primeros como un presentimiento, una vaga sensacin de miedo que era tanto ms fuerte cuanto que no exista razn a la que achacarla. Los ejrcitos cartagineses se retiraron a sus respectivos cuarteles de invierno: Asdrbal, el hijo de Giscn, a Cdiz, en la costa, Magn en el interior, ms all de los desfiladeros de Cazlona, y Asdrbal, el hijo de Amlcar, cerca del Ebro en las cercanas de Sagunto [Cdiz es la antigua Gades; Cazlona es la antigua Cstulo, en Jan; en cuanto a Sagunto, Polibio informa de que Asdrbal se encontraba en territorio carpetano, lo que hace ms probable una confusin de Livio y que, en realidad, se tratase de Segontia, la actual Sigenza en la provincia de Guadalajara.-N. del T.]. Este verano, marcado por dos acontecimientos importantes, la recuperacin de Capua y el envo de Escipin a Hispania, estaba llegando a su fin cuando una flota cartaginesa fue enviada desde Sicilia a Tarento para interceptar los suministros de la guarnicin romana en la ciudadela. Ciertamente logr bloquear todos los accesos a la ciudadela desde el mar, pero cuanto ms tiempo permaneca mayor era la escasez entre los habitantes en comparacin con la de los romanos de la ciudadela. Porque aunque la costa permaneca limpia y el libre acceso a la baha estaba controlado por la flota cartaginesa, era imposible hacer llegar a la poblacin de la ciudad tanto grano como el que ya era consumido por la multitud de marineros y tripulantes de toda raza a bordo de la flota. La guarnicin de la ciudadela, por otra parte, al ser solo unos pocos, pudieron subsistir con lo que ya haban almacenado, sin ningn suministro exterior. Por fin, se retiraron los buques y su salida fue recibida con ms alegra que la mostrada a su llegada. Pero la escasez no se redujo en lo ms mnimo pues, en cuanto se retir su proteccin, no pudo llegar grano en absoluto.
[26.21] A finales de este verano, Marco
Marcelo parti de Sicilia para Roma. A su llegada a la ciudad, por mediacin del pretor Cayo Calpurnio, se le concedi una audiencia del Senado en el Templo de Bellona. Tras rendir informe de su campaa y protestar suavemente en nombre de sus soldados, y no tanto por s mismo, por no habrsele permitido llevarles a casa, aunque haba pacificado completamente la provincia, solicit que se le permitiera entrar en la Ciudad en triunfo. Despus de un largo debate su peticin fue denegada. Por un lado, se deca, era ms inadecuado negarle un triunfo ahora que estaba all, despus del modo en que se haban recibido las nuevas de sus xitos en Sicilia, ordenando en su nombre una accin de gracias y un sacrificio a los dioses inmortales cuando todava permaneca en su provincia. Contra esto se aleg que el Senado le haba ordenado entregar su ejrcito a su sucesor, lo que era prueba de que todava exista el estado de guerra en la provincia, y no deba disfrutar de un triunfo al no haber dado trmino a la guerra ni estar presente su ejrcito para atestiguar si mereca o no un triunfo. Se decidi una solucin intermedia y se le concedi una ovacin. Los tribunos de la plebe fueron autorizados por el Senado a proponer, como una ordenanza, al pueblo que el da que entrase en la Ciudad en ovacin, Marco Marcelo conservase su mando.
El da anterior a este, Marcelo celebr su
triunfo en el Monte Albano. Desde all march a la Ciudad en ovacin. Ante l fue transportada una enorme cantidad de despojos, junto a una representacin de Siracusa en el momento de su captura. Catapultas, ballestas y todas las mquinas de guerra tomadas en la ciudad fueron exhibidas en la procesin, as como las obras de arte acumuladas durante un largo periodo de paz y en el tesoro real. Estas incluan una serie de artculos en plata y bronce, muebles, costosas prendas de vestir y muchas estatuas famosas con las que Siracusa, al igual que todas las principales ciudades de Grecia, se haba adornado. Para significar sus victorias sobre los cartagineses, se llevaron en procesin ocho elefantes. No result la menos notable del espectculo la visin de Sosis de Siracusa y Mrico de Hispania, que marchaban al frente llevando coronas de oro. El primero haba guiado la penetracin nocturna en Siracusa y el ltimo haba sido el agente de la entrega de Nasos y su guarnicin. Cada uno de estos hombres recibi la plena ciudadana romana y quinientas yugadas de tierra [unas 135 Ha.-N. del T.]. Sosis fue a obtener su asignacin en aquella parte del territorio siracusano que haba pertenecido al rey o a aquellos que haban tomado las armas contra Roma, y se le permiti escoger cualquier casa de Siracusa que hubiera sido propiedad de aquellos que haban sido condenados a muerte bajo las leyes de la guerra. Se dio tambin orden para que a Mrico y a los hispanos se le asignara una ciudad y tierras en Sicilia de las pertenecientes a los que se haban rebelado contra Roma. Marco Cornelio fue el encargado de seleccionar la ciudad y el territorio destinado a ellos, donde mejor le pareciera, y se decret regalar cuatrocientas yugadas [unas 108 Ha.-N. del T.] a Belgeno, por cuya mediacin se indujo a Mrico a cambiar de bando. Despus de la partida de Marcelo de Sicilia, una flota cartaginesa desembarc una fuerza de ocho mil infantes y tres mil jinetes nmidas. Se les unieron las ciudades de Morgantina [la antigua Murgentia.-N. del T.] y Ergetium, y su ejemplo fue seguido por Hybla [la actual Patern.-N. del T.], Macella y algunos otros lugares menos importantes. Mutines y sus nmidas se dedicaron tambin al saqueo por toda la isla y a devastar mediante el fuego los campos de los aliados de Roma. Para incrementar estos problemas, el ejrcito romano se dola amargamente por no haber sido retirado de la provincia con su comandante y que no se les permitiera invernar en las ciudades. En consecuencia, fueron muy negligentes en sus deberes militares; de hecho, fue solo la ausencia de un lder lo que impidi que se declarasen en rebelin abierta. A pesar de estas dificultades, el pretor Marco Cornelio logr, mediante premios y castigos, calmar la ira de sus hombres y luego reducir a sumisin todas las ciudades sublevadas. En cumplimiento de las rdenes del Senado eligi Morgantina, una de aquellas ciudades, para asentar a Mrico y a sus hispanos.
[26,22] Como ambos cnsules tenan
asignada Apulia como provincia, y como haba menos peligro por parte de Anbal y sus cartagineses, recibieron instrucciones para repartirse Apulia y Macedonia. Macedonia correspondi a Sulpicio, que sustituy a Levino. Fulvio fue llamado para celebrar en Roma las elecciones consulares. La centuria veturiana de jvenes fue la primera en votar, y se declararon a favor de Tito Manlio Torcuato y Tito Otacilio, estando ausente este ltimo de Roma. Los votantes comenzaron a apretarse alrededor de Manlio para felicitarlo, considerando su eleccin como hecha, aunque l march de inmediato, rodeado por una gran multitud, hasta la tribuna del cnsul y rog que se le permitiera hacer un breve discurso, solicitando tambin que se volviera a convocar a la centuria que haba votado. Cuando tuvo a todos al mximo de expectacin, esperando saber lo que quera, empez excusndose del cargo por una enfermedad de la vista. Un hombre debe tener cierto sentido de la vergenza, continu, sea piloto de un barco o comandante de un ejrcito, quien pide que la vida y la suerte de los dems le sea confiada, no puede depender en todo lo que haga de los ojos de otras personas. Por tanto, si lo apruebas, ordena que la centuria de jvenes veturianos emita nuevamente su voto y que recuerde, mientras eligen a sus cnsules, la guerra en Italia y la crtica posicin de la repblica. Puede que vuestros odos apenas se hayan recuperado de la conmocin y confusin provocada por el enemigo hace pocos meses, cuando trajo las llamas de la guerra casi hasta las mismas murallas de Roma. La centuria replic con un grito unnime que no haban cambiado de opinin y que votaran como antes. A esto dijo Torcuato: Ni tolerar vuestros modales y conducta, ni someteris mi autoridad. Regresad y votad de nuevo, y tener presente que los cartagineses hacen la guerra en Italia y que su jefe es Anbal. A continuacin, la centuria, influida por la autoridad personal del orador y por los murmullos de admiracin que oyeron a su alrededor, le pidi al cnsul que llamara a la centuria veturiana de ancianos, pues deseaban consultar a sus mayores y guiarse por su consejo en la eleccin de los cnsules. En consecuencia, se les llam y se dej un tiempo para que consultasen ambos grupos en privado, dentro del cercado de las votaciones. Los mayores sostenan que, en realidad, la eleccin estaba entre tres hombres, dos de ellos ya plenos de honores Quinto Fabio y Marco Marcelo y, si deseaban especialmente que fuera designado un hombre nuevo como cnsul para actuar contra los cartagineses, Marco Valerio Levino, ya haba dirigido operaciones contra Filipo tanto por mar como por tierra con xito notable. As discutieron sobre los mritos de aquellos tres y, despus que se retirasen los mayores, los jvenes procedieron a votar. Dieron su voto a favor de Marco Marcelo Claudio, resplandeciente con la gloria de su conquista de Sicilia, y, como segundo cnsul, a Marco Valerio. Ninguno de ellos estaba presente en persona. Las dems centurias siguieron todas a la primera. Hoy en da, la gente puede rerse de quienes admiran la antigedad. Yo, por mi parte, no creo posible, incluso si hubiera alguna vez existido una comunidad de hombres sabios, como suean los filsofos aunque nunca se haya conocido, que pudiera haber una aristocracia ms moderada o generosa en su deseo de poder, o pueblo de comportamientos ms puros y mayor calidad moral. Que una centuria de jvenes estuviera deseando consultar a sus mayores sobre a quin deban elegir para la autoridad suprema, es cosa difcilmente creble en estos das, cuando vemos el desprecio que sienten los hijos por la autoridad de sus padres.
[26.23] Luego sigui la eleccin de los
pretores. Los elegidos fueron Publio Manlio Vulso, Lucio Manlio Acidino, Cayo Letorio y Lucio Cincio Alimento. Cuando las elecciones finalizaron, llegaron noticias de la muerte de Tito Otacilio en Sicilia. Este era el hombre a quien el pueblo habra nombrado como colega de Tito Manlio en el consulado de no haberse interrumpido el orden del proceso. Los Juegos de Apolo haban sido celebrados el ao anterior, y cuando la cuestin de su repeticin al ao siguiente fue presentada por el pretor Calpurnio, el Senado aprob un decreto para que se celebrasen a perpetuidad. Algunos presagios se observaron este ao y se registraron debidamente: La estatua de la Victoria, que se encontraba en el techo del templo de la Concordia, fue alcanzada por un rayo y arrojada entre las estatuas de la Victoria que estaban situadas en un alero, quedando atrapada all y sin caerse. En Anagni y Fregellas, fueron alcanzadas por el rayo las murallas y las puertas. En el foro de Suberto fluyeron corrientes de sangre durante todo un da. En Ereto hubo una lluvia de piedras y en Reate una mula haba parido. Estos augurios fueron expiados mediante sacrificios de vctimas mayores; se seal un da para rogativas especiales y se orden al pueblo que participase en ritos solemnes durante nueve das. Algunos sacerdotes pblicos murieron aquel ao, nombrndose otros en su lugar. Manlio Emilio Nmida, uno de los decenviros de sacrificios, fue sucedido por Marco Emilio Lpido. Cayo Livio fue nombrado pontfice en puesto de Marco Pomponio Matn y Marco Servicio, augur, en lugar de Espurio Carvilio Mximo. La muerte del Pontfice Tito Otacilio Craso se produjo finalizado el ao, as que nadie fue nombrado en su lugar. C. Claudio, uno de los flmines de Jpiter, err al presentar las entraas de la vctima sobre el altar y, por lo tanto, renunci a su cargo.
[26,24] 210 a. C. Marco Valerio Levino
haba estado celebrando entrevistas privadas con algunos de los notables etolios, con objeto de determinar sus inclinaciones polticas. Se dispuso que se convocara una reunin de su consejo nacional para entrevistarse con l, y se dirigi all con algunos buques rpidos. Inici su discurso a la asamblea haciendo alusin a las capturas de Siracusa y Capua, como ejemplos del xito logrado por las armas de Roma en Sicilia e Italia, y luego continu: Es costumbre de los romanos, costumbre transmitida por sus antepasados, cultivar la amistad de otras naciones; algunas han recibido la ciudadana en las mismas condiciones que ella misma; a otras les han permitido seguir en condiciones tan favorables que prefirieron la alianza a la plena ciudadana. Vosotros, etolios, seris tenidos en el mayor de los honores, al haber sido la primera de todas las naciones de ultramar en establecer relaciones de amistad con nosotros. En Filipo y los macedonios habis encontrado unos vecinos problemticos; yo he dado ya un golpe mortal a su ambicin y agresividad, y los reducir a un punto tal que no solo evacuarn las ciudades que os han arrebatado, sino que tendrn que conformarse con defender la propia Macedonia. Adems, devolver a los acarnanes, cuya desercin de vuestra liga tanto habis sentido, a los antiguos trminos segn los cuales vuestros derechos y soberana sobre ellos estaban garantizados. Estas afirmaciones y promesas del comandante romano estaban apoyadas por Escopas, el jefe militar y pretor etolio por entonces, y por Dormaco, hombre principal entre ellos, hablando ambos desde su autoridad y su posicin oficial. Resultaron menos reservados, y adoptaron un tono ms confiado, conforme exaltaban el poder y la grandeza de Roma. Lo que ms influy, no obstante, en la asamblea, fue la esperanza de convertirse en los dueos de Acarnania.
Por tanto, fueron puestos por escrito los
trminos bajo los que se convertiran en amigos y aliados de Roma, insertndose una clusula adicional por la que, si fuese tambin su voluntad y gusto, quedaran incluidos en el tratado los eleos y lacedemonios, as como Atalo, Pleurato y Escerdiledas. Atalo era el rey de Prgamo, en Asia Menor; Pleurato era rey de los tracios y Escerdiledas era el rey de los ilirios. Los etolios daran comienzo de inmediato a la guerra contra Filipo por tierra, y el general romano les ayudara con no menos de veinticinco quinquerremes. Los territorios, edificios y murallas de todas las ciudades desde la frontera hasta Corf [la antigua Corcira.-N. del T.] vendran en propiedad de los etolios; el resto del botn sera para los romanos, que se encargaran tambin de que Acarnania pasase bajo dominio de los etolios. En caso de los etolios firmaran la paz con Filipo, una de las condiciones deba ser que este se abstendra de hostilidades contra Roma y sus aliados y sometidos. Del mismo modo, si los romanos pactasen con l, deba haber una disposicin por la que no se le permitiera hacer la guerra a los etolios y sus aliados. Estas fueron las condiciones acordadas, y tras un lapso de dos aos, se depositaron copias del tratado en Olimpia, por los etolios, y en el Capitolio, por los romanos, para que los monumentos sagrados a su alrededor fuesen eternos testigos de su compromiso. La razn de este retraso fue que los embajadores de Etolia permanecieron durante un tiempo considerable en Roma. Sin embargo, no se perdi tiempo en iniciar las hostilidades: los etolios atacaron a Filipo y Levino atac Zacinto. Esta es una pequea isla adyacente a Etolia, que contiene una ciudad del mismo nombre que la isla; Levino captur esta ciudad, con la excepcin de su ciudadela. Tambin tom dos ciudades pertenecientes a la acarnanes, Enade y Nasos, y las entreg a los etolios. Despus de esto, se retir a Corf considerndose satisfecho al pensar que Filipo ya tena bastante con la guerra en sus fronteras como para impedirle que pensase en Italia, en los cartagineses y en su pacto con Anbal.
[26,25] Filipo estaba invernando en Pela [la
antigua Pella.-N. del T.] cuando le llegaron las noticias de la desercin de los etolios. l tena la intencin de marchar a Grecia a principios de la primavera, y con el fin de mantener tranquilos a los ilirios y las ciudades adyacentes a la frontera occidental, invadi por sorpresa los territorios de Orico y Pojani [las antiguas Oricum y Apolonia.-N. del T.]. Los hombres de Pojani salieron a presentar batalla, pero l los hizo retroceder con gran pnico tras sus murallas. Despus de devastar la regin vecina de Iliria, regres rpidamente a Pelagonia y captur Sintia, una ciudad de los Drdanos, que les daba fcil acceso a Macedonia. Tras estas rpidas incursiones, volvi su atencin a la guerra que los etolios, junto a los romanos, estaban iniciando contra l. Marchando a travs de Pelagonia, Linco y Botiea descendi a Tesalia, cuya poblacin esperaba levantar para una actuar junto a l contra los etolios [Pelagonia limita con el Ilrico al oeste de Macedonia; Linco es una regin al sur de Macedonia; Botiea est al oeste de Linco; as pues, el paso lo realiz a lo largo del ro Tempe. La Segunda Guerra Pnica. Alianza Editorial. p. 70.-N. del T.]. Dejando a Perseo con una fuerza de cuatro mil hombres para mantener el paso en Tesalia contra ellos, regres a Macedonia, antes de involucrarse en un conflicto ms serio, y desde all march a la Tracia para atacar a los medos. Esta tribu tena la costumbre de hacer incursiones en Macedonia siempre que encontraban al rey ocupado en alguna guerra distante y a su reino sin proteccin. Para quebrar su agresividad devast su pas, y atac a Iamphoryna, su principal ciudad y fortaleza.
Cuando Escopas oy que el rey haba
entrado en Tesalia y que estaba all ocupado en librar combates, llam a todos los guerreros de Etolia y se dispuso a invadir Acarnania. Los acarnanes tenan menos fuerzas que su enemigo; eran tambin conscientes de que Enade y Nasos se haban perdido y, sobre todo, de que las armas de Roma se haban vuelto contra ellos. En estas circunstancias, entraron en combate con nimo ms iracundo y desesperado que con prudencia y mtodo. Sus esposas e hijos, y todos los hombres mayores de sesenta aos de edad fueron enviados al vecino pas del piro. Todos los que tenan entre quince y sesenta aos se comprometieron mediante juramento de no volver al hogar a menos que salieron victoriosos, invocando una terrible maldicin y haciendo un llamamiento solemne a sus huspedes epirotas para respetar su juramento y que ninguno les recibiera en ciudad alguna o casa ni los admitiera a su mesa o a su hogar. Tambin les pidieron que enterrasen a sus compatriotas cados en combate en una tumba comn y que pusieran sobre ella esta inscripcin: Aqu yacen los acarnanes, que encontraron la muerte luchando por su patria contra la violencia e injusticia de los etolios. En este determinado y desesperado estado de nimo, fijaron su campamento en lo ms lejano de sus fronteras y esperaron al enemigo. Se enviaron mensajeros a Filipo para anunciarle su crtica situacin y, a pesar de su captura de Iamphoryna y otras victorias en Tracia, se vio obligado a abandonar su campaa en el norte e ir en su ayuda. Los rumores sobre el juramento hecho por los acarnanes detuvieron el avance de los etolios; las noticias de la aproximacin de Filipo les obligaron a retirarse al interior de su pas. Filipo haba hecho una marcha forzada para evitar que los acarnanes fuesen aplastados, pero no avanz ms all de Din [la antigua Dium.-N. del T.], y al enterarse de que los etolios se haban retirado regres a Pela.
[26.26] Al comienzo de la primavera, Levino
zarp de Corf y despus de rodear el cabo Ducato lleg a Lepanto [el cabo Ducato est en la isla de Leucata, y Lepanto es Naupacto.-N. del T.]. Anunci que iba a atacar Antikyra, por lo que Escopas y los etolios deban estar all dispuestos. Antikyra se encuentra en la Lcride, a mano izquierda segn se entra en el golfo de Corinto, y est solo a corta distancia, tanto por mar como por tierra, de Lepanto. En tres das se inici el ataque desde ambas direcciones; el ataque naval fue el ms pesado, porque los barcos fueron equipados con artillera e ingenios de todo tipo, y fueron los romanos quienes atacaron por aquel lado. En pocos das se rindi la plaza y se entreg a los etolios; el botn, de acuerdo con el tratado, qued en poder de los romanos. Durante el sitio, se entreg un despacho a Levino en el que se le informaba de que haba sido nombrado cnsul y que Publio Sulpicio estaba de camino para sustituirle. Estando all le afect una pesada enfermedad y, por tanto, lleg a Roma mucho ms tarde de lo esperado. Marco Marcelo tom posesin de su consulado el 15 de marzo 210 a. C., y para cumplir con la tradicin convoc para el mismo da una reunin del Senado. La reunin era de carcter puramente formal; anunci que, en ausencia de su colega, no presentara ninguna propuesta, fuera en relacin con la poltica del Estado o sobre la asignacin de las provincias. Soy bien consciente, dijo a los senadores, que hay una gran cantidad de sicilianos alojados en las casas de campo de mis detractores, alrededor de la Ciudad. No tengo intencin alguna de impedirles que hagan pblicas, aqu en Roma, las acusaciones levantadas por mis enemigos; por el contrario, estaba preparado para darles inmediata ocasin de comparecer ante el Senado de no haber fingido estar temerosos de hablar sobre un cnsul en ausencia de su colega. Sin embargo, en cuando mi colega llegue, no permitir que se debata ningn asunto antes de que los sicilianos hayan comparecido en la Curia. Marco Cornelio ha hecho pblica en toda la isla lo que prcticamente es una citacin formal, para que el mayor nmero posible de ellos pueda venir a Roma a presentar sus quejas contra m. Ha llenado la Ciudad de cartas con falsedades sobre el estado de guerra existente en Sicilia, con el nico objeto de empaar mi reputacin. El discurso del cnsul le gan fama de ser hombre moderado y contenido. El Senado levant la sesin, y pareca que habra una suspensin total de los asuntos hasta la llegada del otro cnsul. Como de costumbre, la ociosidad condujo al descontento y a las quejas. La plebe era ruidosa en sus quejas sobre la forma en que se prolongaba la guerra, la devastacin de los campos alrededor de la Ciudad, por donde Anbal y su ejrcito se desplazaron, el agotamiento de Italia por las constantes levas y la destruccin casi anual de sus ejrcitos. Y ahora ambos cnsules eran expertos en la guerra, demasiado agresivos y ambiciosos y muy capaces, an en tiempos de paz y tranquilidad, de emprender una guerra; y, ahora que la guerra estaba realmente en marcha, seran en absoluto propensos a dar un ocasin o espacio para que los ciudadanos respirasen.
[26,27] Toda esta discusin qued
repentinamente interrumpida por un incendio que estall por la noche en varios lugares alrededor del Foro, en la vspera de las Quinquatras [fiesta en honor de Minerva, celebrada entre el 19 y el 23 de marzo.-N. del T.]. Siete tiendas, que despus fueron cinco, ardieron al mismo tiempo, as como los establecimientos donde ahora estn las tiendas nuevas. Poco despus estaban en llamas varios edificios privados (pues la Baslica an no exista): las canteras [que se usaban como prisin.-N. del T.], el mercado de pescado y el atrio de la Regia. Se salv con la mayor de las dificultades el Templo de Vesta, principalmente por los esfuerzos de trece esclavos, que posteriormente fueron manumitidos a cargo del erario pblico. El fuego ardi durante todo el da siguiente y no hubo la menor duda de que fue provocado, pues los focos se iniciaron simultneamente en diferentes lugares. El Senado, por consiguiente, autoriz al cnsul para que anunciara pblicamente que quienquiera que descubriese los nombres de aquellos por cuya accin se haban iniciado los fuegos, si era un hombre libre recibira una recompensa, y si era esclavo, la libertad. Tentado por la recompensa, un esclavo propiedad de la familia campana de los Calavios, de nombre Mano, proporcion informacin al respecto de que sus amos, junto con cinco jvenes campanos cuyos padres haban sido decapitados por Quinto Fulvio, haban provocado el fuego y estaban dispuestos a cometer cualquier otro crimen si no se les arrestaba. Ellos y sus esclavos fueron inmediatamente detenidos. Al principio, trataron de arrojar sospechas sobre el informante y su declaracin. Se afirm que, despus de ser azotado por su amo el da anterior a dar la informacin, se haba escapado y, llevado por la ira y la irreflexin, inici una falsa acusacin a partir de un hecho accidental. Sin embargo, cuando el acusado y el acusador fueron enfrentados cara a cara, y los esclavos interrogados bajo tortura, todos confesaron. Tanto los amos como los esclavos que les haban ayudado fueron ejecutados. El informante fue recompensado con la libertad y veinte mil ases [545 kilos de bronce.-N. del T.].
Cuando Levino pasaba por Capua en su
camino hacia Roma, fue rodeado por una multitud de habitantes que le imploraban con lgrimas que les permitiera ir a Roma y tratar de intentar despertar la compasin del Senado y persuadirlo para que no permitiera que Quinto Flaco les arruinara y borrase su nombre. Flaco declar que no tena ningn sentimiento personal en contra de los campanos; les consideraba enemigos pblicos, y as seguira considerndoles mientras l supiera que mantenan su presente actitud contra Roma. No haba pueblo, dijo, ms contrario a la estirpe romana, y por eso el les haba encerrado entre sus murallas, porque si salieran de all a cualquier parte vagaran por el campo como bestias salvajes, destrozando y asesinando cuanto se les pusiera en su camino. Algunos haban desertado junto a Anbal y los dems se haban marchado a incendiar Roma. El cnsul podra ver en el Foro medio quemado el resultado de su crimen. Haban tratado de destruir el templo de Vesta, con su fuego perpetuo, y la imagen custodiada en el santuario sagrado, aquella imagen que el Hado haba dispuesto que fuera la prenda y garanta del dominio romano [se refiere Livio al Palladium, imagen de madera de Palas- Atenea (Minerva) que, presuntamente, Eneas logr salvar del incendio de Troya y que all se custodiaba; as pues, los campanos haban atacado el ser espiritual, mgico o totmico, como se prefiera, pero en todo caso lo ms ntimo de la Ciudad.-N. del T.]. Consider que no sera en absoluto seguro dar a los campanos la oportunidad de entrar en la Ciudad. Despus de or esto, Levino hizo que los campanos jurasen a Flaco que volveran a los cinco das, tras recibir la respuesta del Senado. Luego les orden que lo siguieran a Roma. Rodeado de esta muchedumbre y de cierto nmero de sicilianos con los que tambin se haba encontrado, entr en la Ciudad. Pareca como si estuviera conduciendo un grupo de acusadores contra los dos jefes que se haban distinguido por la destruccin de dos famosas ciudades y que ahora se habran de defender contra aquellos a los que haban vencido. Sin embargo, los primeros asuntos que ambos cnsules presentaron ante el Senado fueron los relativos a la poltica exterior y la asignacin de diversos mandos.
[26.28] Levino present su informe sobre la
situacin en Macedonia y Grecia, y entre los etolios, los acarnanes y los locrios. Dio tambin detalles acerca de sus propios movimientos militares por tierra y mar, y declar que haba expulsado a Filipo, que estaba contemplando un ataque contra los etolios, de nuevo al interior de su reino. Ya poda retirarse con seguridad la legin, pues la flota bastara para proteger Italia de cualquier intento por parte del rey. Despus de este informe sobre s mismo y la provincia de la que haba estado encargado, l y su colega plantearon el asunto de los distintos mandos. El Senado tom las siguientes disposiciones. Un cnsul actuara en Italia contra Anbal; el otro sustituira a Tito Otacilio al mando de la flota as como en la administracin de Sicilia, con Lucio Cincio como pretor. Ambos deberan hacerse cargo de los ejrcitos de Etruria y la Galia, cada uno de ellos compuesto por dos legiones. Los dos legiones urbanas, que el cnsul Sulpicio haba mandado el ao anterior, fueron enviadas a la Galia y el cnsul que deba operar en Italia nombrara el mando de la Galia. Cayo Calpurnio vio extendido su cargo de propretor otro ao y se le envi a Etruria; Quinto Fulvio tambin vio prorrogado su cargo otro ao en Capua. Se redujo la fuerza compuesta por ciudadanos y aliados, crendose una legin reforzada de estas dos; consista en cinco mil infantes y trescientos jinetes, siendo licenciados quienes llevaban ms tiempo de servicio. El ejrcito de los aliados se redujo a siete mil infantes y trescientos jinetes, observndose la misma regla en cuanto al licenciamiento de los veteranos que llevaban ms aos de servicio. En el caso del cnsul saliente, Cneo Fulvio, no se hizo cambio alguno; retuvo su mando y su provincia, Apulia, durante otro ao. Su ltimo colega, Publio Sulpicio, recibi la orden de disolver su ejrcito, con excepcin de la fuerza naval. Asimismo, el ejrcito que haba mandado Marco Cornelio sera enviado a casa desde Sicilia. Los hombres de Cannas, que prcticamente representaban dos legiones, permaneceran todava en la isla bajo el mando del pretor Lucio Cincio. Lucio Cornelio haba mandado el mismo nmero de legiones el ao anterior en Cerdea y, ahora, estas fueron transferidas al pretor Publio Manlio Vulso. Los cnsules recibieron rdenes para procurar que, al alistar las legiones urbanas, no se inscribiera a ninguno que hubiese estado en el ejrcito de Marco Valerio o en el de Quinto Fulvio. As pues, el nmero total de legiones romanas en activo aquel ao no excedera las veintiuna.
[26.29] Cuando el Senado termin de hacer
los nombramientos, se orden a los cnsules que sortearan sus mandos. Sicilia y la flota tocaron a Marcelo; Italia y la campaa contra Anbal, a Levino. Este resultado aterroriz completamente a los sicilianos, a quienes pareci como si fueran a repetirse todos los horrores de la captura de Siracusa. Estaban a plena vista de los cnsules, esperando ansiosamente el resultado del sorteo, y al ver cmo resultaba rompieron en lamentos y gritos de angustia, lo que atrajo las miradas de todos sobre ellos en aquel momento y se convirti luego en objeto de muchos comentarios. Vistindose de luto, visitaron las casas de los senadores y aseguraron a cada uno de ellos que si Marcelo volva a Sicilia con el poder y la autoridad de un cnsul, todos ellos abandonaran su ciudad y dejaran la isla para siempre. Dijeron que antes se mostr vengativo e implacable para con ellos; qu hara ahora, furioso como deba estar con los sicilianos que haban venido a Roma para quejarse de l? Sera mejor para la isla verse enterrada bajo los fuegos del Etna o sumergida en las profundidades del mar, antes que ser entregada a tal enemigo para que descargara en ella su ira y su venganza. Estas protestas de los sicilianos fueron hechas, individualmente, a los nobles en sus propias casas, dando lugar a animados debates en los que la simpata por las vctimas y los sentimientos de hostilidad hacia Marcelo se expresaron con libertad hasta que llegaron al Senado. Se pidi a los cnsules que consultasen a aquel organismo sobre la conveniencia de una reasignacin de las provincias. Al dirigirse a la Curia, Marcelo dijo que de haberse concedido ya audiencia a los sicilianos, l habra adoptado otro parecer; pero tal como estaban las cosas, l no quera dejar abierta a nadie la posibilidad de decir que teman exponer sus quejas contra el hombre bajo cuya potestad se veran en breve. Si, por tanto, a su colega le daba igual, l estaba dispuesto a cambiar con l sus provincias. Reprobara que el Senado aprobara cambio alguno, pues habra sido injusto para su colega escoger su provincia sin sorteo, y cunto ms humillante no habra sido obtener la provincia sin que se la hubiera transferido formalmente su colega? Tras expresar su deseo, y sin aprobar ningn decreto, el Senado levant la sesin y los cnsules se dispusieron a intercambiar las provincias. Marcelo fue llevado de aquel modo a cumplir con su destino de enfrentarse a Anbal para, as como haba sido el primer general en ganar el honor de librar una accin victoriosa contra l tras tantos desastres, ser tambin el ltimo en contribuir a la fama del cartagins con su propia cada, justo en el momento en que la marcha de la guerra se mostraba ms favorable a los romanos.
[26.30] Cuando se hubo decidido el
intercambio de las provincias, los sicilianos fueran presentados ante el Senado. Despus de explayarse largamente sobre la lealtad inquebrantable de Hiern a Roma, y reclamar el crdito de esta para el pueblo y no para el rey, continuaron: Hay muchas razones para el odio que sentimos contra Jernimo, y luego contra Hipcrates y Epcides, pero la principal era el haber abandonado a Roma por Anbal. Fue esto lo que condujo a algunos de nuestros ms destacados jvenes a asesinar a Jernimo cerca de la curia, induciendo adems a unos setenta, pertenecientes a nuestras ms nobles casas, a formar una conjura para destruir a Hipcrates y a Epcides. Al no apoyarlos Marcelo, llevando su ejrcito a Siracusa en el momento prometido, la conjura fue descubierta por un informador y fueron todos condenados a muerte por los tiranos. Marcelo era el autntico responsable de la tirana por su despiadado saqueo de Lentini. Desde aquel momento, nunca los lderes siracusanos dejaron de presentarse a Marcelo y comprometerse a entregarle la ciudad cuando quisiera. Trat de tomarla por asalto, pero al fallar todos sus intentos por tierra y por mar, y viendo que la cosa resultaba imposible, escogi como agentes de la rendicin a un artesano llamado Sosis y al hispano Mrico, en vez de permitir que los lderes de la ciudad, que tantas veces se lo haban ofrecido en vano, se encargasen del asunto. Sin duda, debi considerar que as tena ms justificacin para saquear y masacrar a los amigos de roma. Incluso si el pasarse a Anbal hubiera sido acto del senado y del pueblo, en vez de solo el de Jernimo; si hubiera sido el gobierno de Siracusa el que cerr las puertas a Marcelo y no los tiranos Hipcrates y Epcides, que haban derrocado al gobierno; si hubiramos luchado contra Roma con el espritu y el nimo de los cartagineses, qu mayor severidad podra haber mostrado Marcelo para con nosotros, que la que en verdad mostr, con excepcin de haber borrado a Siracusa de la faz de la tierra? En todo caso, nada se nos ha dejado aparte de nuestras murallas y nuestras casas despojadas de todo; y hasta los templos de nuestros dioses, vaciados y fuera de uso, de los que se han llevado hasta los propios dioses y sus ofrendas. Muchos han sido privados de sus tierras y privados del resto de sus fortunas, de modo que ni siquiera tenan el menor suelo del que sostenerse ellos y sus familias. Os rogamos y suplicamos, senadores, que si no podis ordenar que se nos devuelva todo cuanto hemos perdido, al menos se nos restituya lo que pueda ser hallado e identificado. Despus de haber expuesto sus quejas, Levino orden que se retiraran para que se pudiera discutir su situacin. Que se detengan, exclam Marcelo, para que yo pueda dar mi respuesta en su presencia, pues quienes dirigimos la guerra en vuestro nombre, senadores, lo hicimos con la condicin de que aquellos a quienes vencimos se presenten como nuestros acusadores. Dos ciudades se han capturado este ao: que Capua pida cuentas a Fabio y Siracusa a Marcelo [fina irona, la del cnsul.-N. del T.]
[26.31] Cuando se les hubo trado
nuevamente dentro de la Curia, Marcelo pronunci el siguiente discurso: No he olvidado hasta ahora, senadores, la majestad de Roma o la dignidad de mi cargo como para rebajarme a defenderme, como cnsul, contra las acusaciones de los griegos, si solo me concernieran a m. La cuestin no es tanto qu he hecho, pues el derecho de guerra defiende cuanto he efectuado sobre las personas y bienes de los enemigos, como cunto deban haber sufrido. Si no hubieran sido estos enemigos nuestros, sera indiferente que hubiera yo asolado Siracusa ahora o durante la vida de Hiern. Rechac la oferta de sus dirigentes para entregar a la ciudad y busqu a Sosis y al hispano Mrico, como personas mucho ms adecuadas a las que confiar asunto de tanta importancia. Como hacis de la humilde condicin de los dems un reproche, quin de vosotros me prometi abrir sus puertas y dejar entrar a mis fuerzas en vuestra ciudad? Quienes hicieron esto son objeto de vuestro odio y vuestras maldiciones; ni siquiera en este lugar os abstenis de insultarles, mostrando as hasta qu punto estabais lejos de contemplar algo semejante. Aquella baja posicin social, senadores, que estos hombres convierten en motivo de reproche, justifica con la mayor claridad que yo no haya desaprovechado a ningn hombre dispuesto a prestar ayuda a la repblica. Antes de comenzar el sitio de Siracusa hice varios intentos de alcanzar una solucin pacfica, primero mediante el envo de embajadores y despus mediante entrevistas personales con sus dirigentes. Fue slo cuando vi que no se respetaban las personas de mis embajadores ni se les protega contra la violencia, y que no poda conseguir respuesta de los dirigentes con los que conferenci ante sus puertas, cuando entr en accin y finalmente captur la ciudad al asalto, tras enorme derroche de trabajos y esfuerzos por mar y tierra. En cuanto a los incidentes relativos a su captura, aquellos hombres habran tenido ms justificacin al presentar sus quejas a Anbal y sus vencidos cartagineses que ante el Senado del pueblo que les venci. Senadores, si mi intencin hubiera sido ocultar el expolio de Siracusa, nunca habra adornado la Ciudad de Roma con sus despojos. Con respecto a lo que yo, como vencedor, saqu o entregu en cada caso particular, estoy bien satisfecho de haber actuado de conformidad con las leyes de guerra y de acuerdo a los merecimientos de cada individuo. Que aprobis o no mi comportamiento es cosa que atae ms al Estado, no que me preocupe a m. Slo cumpl con mi deber, pero constituir un serio problema para la repblica si, rescindiendo mis actos, hacis que los generales futuros sean ms remisos en cumplir con el suyo. Y puesto que habis escuchado tanto lo que los sicilianos y yo mismo tenamos que decir en presencia del otro, juntos abandonaremos la Curia para que el Senado, en mi ausencia, pueda discutir el asunto con mayor libertad. A continuacin, se despidi a los sicilianos; Marcelo march al Capitolio para alistar las tropas.
[26.32] El otro cnsul, Levino, consult
entonces al Senado sobre qu respuesta se deba dar a la peticin de los sicilianos. Hubo un largo debate y gran divergencia de opinin. Muchos de los presentes apoyaban el punto de vista de Tito Manlio Torcuato. Eran de la opinin de que las hostilidades deberan haber sido dirigidas contra los tiranos, que eran los enemigos comunes de Siracusa y de Roma. Se deba haber permitido que la ciudad se rindiera, y no haber sido tomada por asalto; y tras rendirse se les deba haber garantizado sus propias leyes y libertades, en vez de arruinarla con la guerra tras haber sido llevada a una deplorable servidumbre bajo sus tiranos. La lucha entre los tiranos y el general romano, de la que Siracusa fue el premio de la victoria, se haba traducido en la destruccin total de una ciudad ms famosa y bella, el granero y el tesoro del pueblo romano. La repblica haba experimentado frecuentemente su generosidad, especialmente durante la presente guerra pnica, y la Ciudad se haba embellecido con sus generosos regalos. Si Hiern, aquel fiel partidario del poder de Roma, se levantase de entre los muertos, con qu cara podra nadie atreverse a ensearle Roma o Siracusa? En una, su ciudad, vera el general expolio y gran parte incendiada, y si se aproximaba a la otra contemplara, ya en el exterior de sus murallas, ya dentro de sus puertas, los despojos de su patria. Esta fue la lnea de argumentacin empleada por aquellos que trataban de crear un sentimiento contra el cnsul y provocar simpata por los sicilianos. La mayora, sin embargo, no se form una opinin tan desfavorable de su conducta, aprobndose un decreto que confirm los actos de Marcelo, tanto durante la guerra como despus de su victoria, y declarando que el Senado, en lo futuro, se hara cargo de los intereses de los siracusanos y ordenara a Levino que salvaguardara las propiedades de los ciudadanos en cuanto pudiera, sin causar ninguna prdida para el Estado. Se enviaron dos senadores al Capitolio para pidieran al cnsul que regresase, y tras haber sido llevados nuevamente los sicilianos, se les ley el decreto. Se expresaron algunas palabras amables para con los embajadores y se les despidi. Antes de abandonar la Curia, se arrojaron de rodillas ante Marcelo y le imploraron que les perdonase por cuanto haban dicho en su ansia por ganarse la simpata y el alivio de sus penas. Tambin le rogaron que les llevara a su ciudad bajo su proteccin y les considerase como sus clientes. El cnsul prometi que lo hara, y tras unas palabras clementes los despidi.
[26.33] Se concedi una audiencia a los
campanos. Su peticin result ms miserable, por ser ms indefendible su caso. No podan negar que merecan castigo y no haba tiranos a los que pudieran culpar, pero consideraban que ya haban pagado una pena proporcionada tras haber tantos de sus senadores tomado veneno y haber sido tantos otros decapitados. Algunos de sus nobles, dijeron, vivan an, los pocos a quienes su conciencia culpable no los haba llevado a tomar una decisin fatal, ni a quienes los vencedores, en su furia, les hubieran condenado a muerte. Aquellos hombres les rogaban que ellos y sus familias quedasen en libertad y que se les devolviera parte de sus bienes. Eran en su mayora ciudadanos romanos, emparentados por matrimonio con familias romanas. Despus que se hubieran retirado los embajadores, hubo alguna duda sobre si se deba convocar a Quinto Fulvio desde Capua, pues el cnsul Claudio haba muerto poco despus de su captura, para que se pudiera debatir la cuestin en presencia del general cuyos actos haban sido puestos en entredicho. Esto era lo que se acababa de hacer en el caso de Marcelo y los sicilianos. Sin embargo, al estar sentados en la Curia algunos senadores que haban sido testigos de todo el asedio, Marco Atilio Rgulo y Cayo, el hermano de Flaco, ambos generales suyos, y Quinto Minucio y Lucio Veturio Filn, que haban sido generales de Claudio, decidieron no hacer venir a Quinto Fulvio ni aplazar la audiencia de los campanos. Entre aquellos que haban estado en Capua, el hombre cuya opinin tena el mayor peso era Marco Atilio, y a l se le pregunt qu proceder aconsejara. Su respuesta fue: Creo que estuve presente en el consejo de guerra celebrado tras la cada de Capua, cuando los cnsules indagaron sobre cules de los campanos haban ayudado a nuestra repblica. Solo se descubrieron dos, y eran mujeres. Uno de ellas era Vestia Opia de Atela, que viva en Capua y ofreca sacrificios diariamente por la salud y la victoria de Roma; la otra era Cluvia Pacula, que en tiempos haba sido prostituta y que en secreto suministraba comida a los hambrientos prisioneros. El resto de los campanos nos eran tan hostiles como los propios cartagineses, y aquellos a quienes Quinto Fulvio ejecut fueron escogidos ms por la influencia de su posicin que por su culpabilidad. No acabo de ver cmo pueda ser competente el Senado para conocer del asunto de los campanos, que son ciudadanos romanos, sin un mandato del pueblo. Despus de la revuelta de los satricanos [otro pueblo campano.-N. del T.], la conducta seguida por nuestros antepasados fue que un tribuno de la plebe, Marco Antistio, llevase primero el asunto ante la Asamblea, aprobndose una resolucin que facultaba al Senado para decidir qu hacer respecto a aquellos. Por lo tanto, yo os aconsejo que acordemos con los tribunos de la plebe que uno o ms de ellos propongan una resolucin para que el pueblo nos faculte a resolver el destino de los campanos. Lucio Atilio, tribuno de la plebe, fue autorizado por el Senado a presentar la cuestin en los siguientes trminos: Considerando que los capuanos, atelanos, calatinos y sabatinos se rindieron al arbitraje del procnsul Fulvio y se pusieron a disposicin y bajo el dominio del pueblo de Roma; y considerando que han entregado diversas personas junto con ellos mismos, as como tambin sus tierras y la ciudad con todas las cosas que en ella hay, sagradas y profanas, junto con sus bienes muebles e inmuebles y dems que fuese que tuvieran en su poder, os demando, Quirites, para saber cul es vuestra voluntad y deseo sobre lo que se haga con todas estas personas y cosas. El pueblo contest as: Lo que el Senado, o la mayor parte de l que est presente, decrete y determine bajo juramento que se haga, eso es lo que deseamos y ordenamos.
[26.34] Habiendo as resuelto la plebe, el
Senado dispuso lo siguiente: devolver, en primer lugar, su libertad a Opia y Cluvia; si deseaban pedir alguna recompensa mayor al Senado, deberan venir a Roma. Se redactaron decretos separados para cada una de las familias de Capua, por lo no que no vale la pena efectuar una enumeracin completa. Algunos veran sus propiedades confiscadas, a ellos mismos vendidos junto con sus esposas e hijos, con excepcin de aquellos cuyas hijas se haban casado fuera del territorio antes que pasara bajo poder de Roma. Otros seran encadenados y su destino decidido posteriormente. Para el resto, el asunto de si se deban confiscar o no sus propiedades dependera del valor en que fueran tasadas. Donde se restaurase la propiedad, se deba incluir todo el ganado vivo excepto los caballos, todos los esclavos excepto los machos adultos y todos los bienes que no fuesen inmuebles. Adems, se decret que los capuanos, avellanos, calatinos y sabatinos conservaran la libertad, excepto aquellos que ellos mismos y sus padres hubieran estado con el enemigo, pero ninguno de ellos podra convertirse en ciudadano romano o en miembro de la Liga Latina. Ninguno que hubiera estado en Capua durante el asedio podra permanecer en la ciudad o en sus alrededores ms all de una fecha determinada; se les asignara un lugar de residencia ms all del Tber y a cierta distancia de ella. Aquellos que no haban estado en Capua durante la guerra, ni en ninguna otra de las ciudades rebeldes de Campania, seran asentados al norte del Liris, en direccin a Roma; aquellos que se pusieron de parte de Roma antes de que Anbal llegase a Capua, seran trasladados a este lado del Volturno, sin que ninguno pudiera poseer tierras o casa a menos de quince millas del mar. A quienes se deport ms all del Tber se les prohibi adquirir o poseer, ni a ellos ni a sus descendientes, bienes races en parte alguna excepto en los territorios de Veyes, Sutri y Nepi [las antiguas Sutrio y Nepete.- N. del T.], sin que excedieran en ningn caso aquellas posesiones las cincuenta yugadas [unas 13,5 Ha.-N. del T.]. Se orden que fueran vendidas las propiedades de todos los senadores y de cuantos haban desempeado alguna magistratura en Capua, Atela y Calacia; aquellas personas a quienes se haba decidido vender como esclavos, fueron enviadas a Roma y vendidas all. La destruccin de imgenes y estatuas de bronce capturadas al enemigo, en cuanto cules pudieran ser sagradas y cules profanas, fue encomendada al Colegio Pontificio. Despus de escuchar estos decretos se despidi a los campanos, que marcharon en un nimo mucho ms apesadumbrado del que tenan al llegar. Ya no se quejaron de la crueldad de Quinto Fulvio para con ellos, sino de la injusticia divina y su destino maldito.
[26,35] Despus de la salida de los
embajadores sicilianos y capuanos se complet el alistamiento de las nuevas legiones. Luego vino la cuestin del completar la flota con su dotacin adecuada de remeros. No haba hombres en cantidad suficiente ni, por entonces, dinero en el tesoro para adquirirlos o pagarles. En vista de este estado de cosas, los cnsules dieron orden de exigir a los ciudadanos particulares que proporcionasen marineros en proporcin a sus ingresos o su rango, como ya haban hecho en ocasiones anteriores, as como para proporcionar con ellos treinta das de provisiones y paga. Esta orden levant un sentir tan generalizado de indignacin y resentimiento que, si el pueblo hubiera tenido un lder, se haban levantado en rebelin. Los cnsules, decan, despus de arruinar a los sicilianos y a los campanos, haban tomado a la plebe de Roma como su siguiente vctima a la que arruinar y destruir. Tras ser sangrados por impuestos de guerra durante tantos aos, se quejaban, ya no nos queda ms que el suelo desnudo y agostado. Nuestras casas han sido incendiadas por el enemigo; nuestros esclavos, que cultivaban nuestros campos, han sido confiscados por el Estado, comprndoles primero a bajo costo para convertirlos en soldados, y ahora requisndolos para la marinera. Cualquiera plata u oro que tuvisemos, se ha tenido que dedicar a pagar remeros y cumplir con los tributos anuales. Ningn recurso a la fuerza y ningn ejercicio de autoridad nos podr obligar a entregar lo que no tenemos. Que los cnsules vendan nuestros bienes, que luego descarguen su ira vendiendo nuestros cuerpos, que es lo nico que nos queda; ni siquiera sacarn para poder pagar el rescate. Este tipo de lenguaje se empleaba no solo en conversaciones privadas, sino abiertamente en el Foro y ante los mismos ojos de los cnsules. Una gran multitud se haba reunido en torno al tribunal, lanzando gritos de enojo, y los cnsules resultaban impotentes para calmar la agitacin, fuera mediante lisonjas o con amenazas. En ltima instancia, anunciaron que les concederan tres das para meditar sobre la cuestin, dedicando ellos mismos aquel tiempo a ver si podan encontrar manera de salir de aquella dificultad. Al da siguiente convocaron al Senado para examinar juntos el asunto, presentndose muchos argumentos para demostrar que la plebe actuaba de modo justo y razonable en su protesta. Al final la discusin se centr en este punto, si era justo o injusto que la carga recayera sobre los ciudadanos particulares. De qu fuente, se preguntaban, podran obtener los marinos aliados, cuando no haba dinero en el tesoro, y mantener en su poder Sicilia o guardar las costas de Italia contra cualquier ataque de Filipo, si no tenan flota? [26.36] Como no se vea solucin al problema y pareca haberse apoderado del Senado una especie de letargo mental, el cnsul Levino se present al rescate. Como los magistrados, dijo, tienen precedencia sobre el Senado, y este sobre el pueblo, en honor y dignidad, as deben encabezar el camino en las tareas desagradables y difciles. Si, al establecer cualquier obligacin sobre un subordinado, te la has impuesto antes a ti y a los tuyos, vers que todos estn ms dispuestos a obedecer. No sentirn que estn afrontando una gravosa obligacin si ven que sus dirigentes afrontan una parte mayor que la suya en la misma. Queremos que el pueblo romano posea flotas y las equipe, queremos que todos los ciudadanos proporcionen remeros y que no eludan su deber; impongmonos, por tanto, esa carga a nosotros mismos en primer lugar. Que todos y cada uno de nosotros traigamos maana al tesoro nuestras monedas de oro, plata y bronce, reservndonos solo un anillo para nosotros, nuestras esposas e hijos y una bula para los hijos menores. Los que tengan mujer e hijas pueden guardar una onza de oro para cada una. Con respecto a la plata, los que hayan ocupado sillas curules guardarn la de las guarniciones de sus caballos y las libras necesarias para los saleros y patenas del culto divino. Los dems senadores guardarn solo una libra de plata. En cuanto a la moneda de bronce, sobre se retendrn cinco mil ases por hogar [es decir: para el oro, podan guardar 27,25 gramos; para la plata, 327 gramos y para el bronce 136,25 kilos.-N. del T.]. Pondremos todo nuestro oro y plata restantes en manos de los triunviros del tesoro. No se debera aprobar ninguna resolucin formal; nuestras contribuciones debern ser estrictamente voluntarias y nuestra mutua rivalidad por auxiliar a la repblica inducir al orden ecuestre a imitarnos y, tras ellos, a la plebe. Este es el nico camino que los cnsules hemos sido capaces de concebir tras largo debate, y os rogamos que lo sigis con la ayuda de los dioses. Siempre que est segura la repblica, lo estar bajo su proteccin la propiedad de cada cual; pero si desertis de ella, ser en vano que tratis de conservar lo que poseis. Estas propuestas fueron acogidas tan favorablemente que incluso se dio las gracias a los cnsules por ellas. En cuanto se disolvi el Senado, cada uno llev su oro, plata y bronce al tesoro, ansiando todos tanto ser los primeros en ver su nombre inscrito en el registro pblico que ni los triunviros ni sus auxiliares dieron abasto para hacerse cargo de los montantes con la suficiente rapidez. El orden ecuestre mostr tanto celo como el Senado, y el pueblo no se qued detrs del orden ecuestre. De esta manera, sin ningn tipo de orden formal o compulsin hecha por los magistrados, se alcanz la plantilla completa de remeros y el Estado qued en disposicin de pagarles. Como los preparativos para la guerra se haban completado, los cnsules partieron para sus respectivas provincias.
[26.37] En ninguna otra poca de la guerra
estuvieron, cartagineses y romanos por igual, sujetos a mayores cambios de fortuna o a ms rpidos cambios de nimo entre la esperanza y el temor. En las provincias, los desastres en Hispania por un lado y los xitos en Sicilia por el otro, llenaron a los romanos con sentimientos de tristeza y alegra. En Italia, la prdida de Tarento se consider un duro golpe, pero la inesperada conservacin de la ciudadela por parte de la guarnicin dej contentos todos los corazones; mientras, el repentino pnico ante la perspectiva de que Roma fuera asediada y asaltada dio paso al regocijo universal cuando Capua fue capturada pocos das despus. En la campaa de ultramar se alcanz una especie de equilibrio. Filipo comenz las hostilidades en un momento inoportuno para Roma, pero en la nueva alianza con los etolios y con Atalo, rey de Prgamo, pareci como si la Fortuna ofreciera una prenda del dominio de Roma en el Este. Los cartagineses, nuevamente, sintieron que la captura de Tarento era una compensacin frente la prdida de Capua, y aunque se enorgullecan de haber marchado sin oposicin hasta las murallas de Roma, se mortificaban por la futilidad de su empresa y se sentan humillados por el desprecio que les mostraron, al marchar un ejrcito romano hacia Hispania estando ellos an acampados bajo las mismas murallas. Hasta en la misma Hispania, donde la destruccin de dos grandes generales con sus ejrcitos haban acrecentado sus esperanzas de expulsar finalmente a los romanos y dar fin a la guerra, cuanta mayor fue su esperanza mayor fue su disgusto al ver despojada de toda importancia su victoria por Lucio Marcio, que ni siquiera tena el rango de general. As, mientras la fortuna mantena la situacin igualada y todo en suspenso, ambas partes mantenan las mismas esperanzas y temores, como si la guerra slo acabase de empezar.
[26,38] La principal causa de inquietud de
Anbal era el efecto producido por la cada de Capua. En general, se consideraba que los romanos haban mostrado una mayor determinacin atacando de la que l haba tenido defendiendo la plaza, y esto alej de l a muchas comunidades italianas. No poda ocuparlas todas con guarniciones, a menos que estuviese dispuesto a debilitar su ejrcito separando de l numerosas pequeas unidades; aquella medida resultaba por entonces muy inoportuna. Por otro lado, no se atreva a retirar ninguna de sus guarniciones y dejar as la lealtad de sus aliados dependiente de sus propias esperanzas y temores. Su temperamento, propenso como era a la rapacidad y a la crueldad, lo llev a saquear los lugares que no pudo defender, para dejarlos asolados y estriles en manos del enemigo. Esta poltica cruel le dio malos resultados, pues despert el odio y el horror no slo entre las vctimas reales, sino entre todos cuantos oyeron hablar de ella. El cnsul romano no cejaba en sondear el sentir de aquellas ciudades por si apareciera la esperanza de recuperarlas. Entre estas estaba la ciudad de Salapia [junto a la actual Trinitpoli.-N. del T.]. Dos de sus ciudadanos ms destacados eran Dasio y Blatio. Dasio era proclive a Anbal; Blatio favoreca los intereses de Roma tanto como poda con seguridad, y haba enviado mensajes secretamente a Marcelo manteniendo nuestras esperanzas de que la ciudad pudiera ser rendida. Pero tal cosa no poda ser llevada a cabo sin la colaboracin de Dasio. Durante mucho tiempo dud, pero finalmente se dirigi a Dasio, no tanto por que esperase tener xito como porque no tena un plan mejor. Dasio se opuso al proyecto, y para daar a su rival poltico lo dio a conocer a Anbal. Este les convoc a los dos ante su tribunal. Cuando comparecieron, Anbal estaba ocupado en otros asuntos, pero tratara de ver su caso tan pronto quedase libre; as, ambos hombres, acusador y acusado, quedaron esperando alejados de la multitud. Mientras estaban as esperando, Blatio se acerc a Dasio para hablarle sobre la rendicin. Ante esta conducta abierta y descarada, Dasio grit que la rendicin de la ciudad estaba siendo debatida a los mismos ojos de Anbal. Anbal y cuantos le rodeaban, pensaron la misma audacia del asunto lo converta en una acusacin improbable, y consideraron que era debida al rencor y a los celos, pues resultaba fcil inventar una acusacin en ausencia de testigos. En consecuencia, se les despidi. Blatio, sin embargo, no desisti de su aventurado proyecto. Estaba constantemente urgiendo el asunto y mostrando cun beneficioso resultara para ellos dos y para su ciudad. Por fin logr hacer efectiva la rendicin de la ciudad, con su guarnicin de cinco mil nmidas. Sin embargo, la entrega slo pupo llevarse a cabo con gran prdida de vidas. La guarnicin estaba compuesta, de lejos, por la mejor caballera del ejrcito cartagins; y aunque fueron tomados por sorpresa y no pudieron hacer uso de sus caballos dentro de la ciudad, empuaron sus armas en la confusin y trataron de abrirse camino. Cuando vieron que la salida resultaba imposible, lucharon hasta el ltimo hombre. No cayeron con vida en manos del enemigo ms que cincuenta. La prdida de esta tropa de caballera result un golpe ms duro para Anbal que la prdida de Salapia; nunca, a partir de aquel momento, volvieron a ser superiores los cartagineses en caballera, que hasta entonces haba sido, con mucho, su arma ms eficiente.
[26,39] Durante este perodo, las privaciones
de la guarnicin romana en la ciudadela de Tarento se haban vuelto casi insoportables; los hombres y su comandante, Marco Livio, tenan puestas todas sus esperanzas en la llegada de suministros enviados desde Sicilia. Para asegurar el paso de estos con seguridad por la costa italiana, se estacion una escuadra de una veintena de buques en Regio. La flota y los transportes estaban bajo el mando de Dcimo Quincio. Era un hombre de humilde cuna, pero sus muchas y aguerridas hazaas le haban ganado una gran reputacin militar. Tena solo cinco buques con los que actuar, las mayores de las cuales, dos trirremes, le haban sido asignadas por Marcelo; posteriormente, debido al eficaz uso que hizo de ellas, se aadieron a su mando tres quinquerremes y, finalmente, obligando a las ciudades aliadas de Regio, Velia y Paestum a suministrar los buques a que les obligaban los tratados, form la escuadra arriba indicada de veinte naves. Cuando la flota estaba partiendo de Regio, a la altura de Sapriportis, un lugar a unas quince millas de Tarento [22200 metros.-N. del T.], fue a dar con la flota tarentina, tambin de veinte buques, bajo el mando de Demcrates. El prefecto romano, que no haba previsto un combate, tena dada toda la vela; llevaba, no obstante, toda su dotacin de remeros, a los que haba reunido cuando se encontraba en las cercanas de Crotona y Sbari [la antigua Sybaris.-N. del T.], y su flota estaba excelentemente provista y tripulada, teniendo en cuenta en tamao de los busques. Dio la casualidad de que el viento ces completamente justo cuando el enemigo se hizo visible, por lo que hubo bastante tiempo para arriar las velas y disponer a remeros y soldados para el combate que se avecinaba. Pocas veces entraron en combate dos flotas con la determinacin de aquellas dos pequeas flotillas, pues combatan ms por lo que representaban que por lo que realmente eran. Los tarentinos esperaban, ya que haban recuperado su ciudad de los romanos tras un lapso de casi un siglo, que pudieran recuperar tambin la ciudadela cortando los suministros enemigos tras privarles del dominio del mar. Los romanos estaban ansiosos por demostrar, reteniendo la ciudadela bajo su control, que Tarento no se haba perdido en una lucha justa, sino con engao y traicin. As que, cuando se dio la seal por cada bando, remaron con sus proas los unos contra los otros; no hubo reservas ni maniobra, tan pronto se ponan al alcance de cualquier nave la trababan y abordaban. Combatan a tan corta distancia que no solo lanzaban proyectiles, tambin empleaban sus espadas luchando cuerpo a cuerpo. Las proas estaban unidas, y as permanecieron unidas y girando conforme las impulsaban los remos de las popas contrarias. Los buques estaban tan abarrotados y juntos que apenas ningn proyectil dejaba de alcanzar un objetivo y caa al agua. Presionaban unos contra otros como si fuese una lnea de infantera, y los combatientes pasaban de barco a barco. Muy notable entre todas fue la lucha de los dos buques que dirigan sus respectivas lneas y que fueron los primeros en enfrentarse.
El propio Quincio estaba en el barco romano,
y en el de Tarento iba un hombre llamado Nicn, apodado Percn, que odiaba a los romanos tanto por motivos privados como pblicos, y que era igualmente odiado por ellos, pues fue uno de los del grupo que entreg Tarento a Anbal. Mientras Quincio luchaba y animaba a sus hombres, Nicn le tom por sorpresa y le atraves con su lanza. Cay de bruces sobre la proa y el victorioso tarentino salt sobre la nave contraria, haciendo retroceder al enemigo que haba quedado desconcertado por la prdida de su jefe. La proa se encontraba ya en manos de los tarentinos y los romanos, apretados, tenan dificultades para defender la popa del buque, cuando de repente hizo su aparicin por la popa otro de los trirremes enemigos. Entre ambos capturaron la nave romana. La vista del buque insignia del prefecto en manos enemigas provoc el pnico, y el resto de la flota huy en todas direcciones; algunas naves fueron hundidas, otras fueron rpidamente embarrancadas en tierra y resultaron capturadas por las gentes de Turios y Metaponto. Muy pocos de los transportes que iban detrs con los suministros cayeron en manos enemigas; el resto, cambiando sus velas para aprovechar los vientos variables, navegaron hacia alta mar. En Tarento, por aquel tiempo, se efectu una hazaa que termin con un resultado muy diferente. Estaba dispersa por los campos una fuerza de forrajeo de cuatro mil tarentinos; Livio, el comandante de la guarnicin romana, estaba siempre atento a cualquier oportunidad de lanzar un ataque y envi a Cayo Persio, un hombre enrgico, con dos mil quinientos hombres para atacarles. Este cay sobre ellos, mientras estaban en grupos dispersos por los campos, infligindoles graves prdidas, obligando a los pocos que escaparon a dirigirse en precipitada huida hacia las puertas abiertas de la ciudad. As pues, las cosas quedaron igualadas por lo que a Tarento respectaba; los romanos quedaron victoriosos por tierra y los tarentinos por mar. Ambos se sintieron igualmente decepcionados en sus esperanzas de obtener el grano que haban tenido a la vista. [26,40] La llegada de Levino a Sicilia haba sido esperaba por todas las ciudades amigas, tanto las que haban sido viejas aliadas de Roma como las que haca poco se le haban unido. Su primera y ms importante tarea era solucionar los asuntos de Siracusa, que, como la paz haca muy poco que se haba establecido, estaban an en estado de confusin. Cuando hubo cumplido esta tarea, se dirigi a Agrigento, donde los rescoldos de la guerra todava humeaban y an permaneca una importante guarnicin cartaginesa. La fortuna favoreci su empresa. Hann estaba al mando, pero los cartagineses depositaban su mayor confianza en Mutines y sus nmidas. Este se dedicaba a correr la isla de punta a punta, capturando botn de los amigos de Roma; ninguna fuerza ni estratagema pudo impedirle entrar y salir de Agrigento a su antojo durante sus correras. Toda esta gloria suya estaba comenzando a eclipsar a la de su propio comandante y termin por provocar tantos celos que los xitos obtenidos dejaron de ser bienvenidos a causa del hombre que los haba obtenido. Termin por dar el mando de la caballera a su propio hijo, con la esperanza de que privando a Mutines de su puesto, destruira adems su influencia entre los nmidas. Esto solo consigui el efecto contrario, pues el malestar provocado hizo que Mutines fuera ms popular, y este demostr su resentimiento con la injusticia que le hizo al entrar de inmediato en negociaciones secretas con Levino para la rendicin de la ciudad. Cuando sus emisarios hubieron llegado a un acuerdo con el cnsul y organizado el plan de operaciones, los nmidas se apoderaron de la puerta que conduce al mar despus de masacrar a los hombres de guardia, y admitieron en la ciudad una fuerza romana que estaba dispuesta. Conforme marchaban en filas apretadas hasta el foro y el corazn de la ciudad, en medio de gran confusin, Hann, pensando que se trataba nicamente de un desorden provocado por los nmidas, como ya haba sucedido muchas veces antes, se dirigi a calmar el tumulto. Sin embargo, cuando vio a lo lejos un cuerpo mucho ms grande que el de los nmidas, y al escuchar el bien conocido grito de batalla de los romanos, se dio inmediatamente a la fuga antes de estar a distancia de tiro de un proyectil. Huyendo junto a Epcides por una puerta al otro lado de la ciudad, acompaado por una pequea escolta, alcanz la orilla del mar. Aqu fueron lo bastante afortunados como para encontrar un pequeo buque con el que navegaron hacia frica, abandonando Sicilia, por la que haban luchado durante tantos aos, a su enemigo victorioso. La mezcla de poblacin siciliana y cartaginesa, que haban dejado atrs, no hizo intento alguno de resistencia, sino que se alej huyendo despavorida y, como todas las salidas estaban cerradas, fue masacrada alrededor de las puertas. Cuando hubo tomado posesin de la plaza, Levino orden que los hombres que haban estado al frente de los asuntos de Agrigento fueran azotados y decapitados; al resto de la poblacin la vendi junto con el botn y envi todo el dinero a Roma.
Cuando el destino de los agrigentinos fue
universalmente conocido por todos en Sicilia, la totalidad de las ciudades al unsono se declararon a favor de Roma. En poco tiempo, se entregaron clandestinamente veinte ciudades y seis fueron tomadas al asalto, y hasta cuarenta se entregaron bajo proteccin voluntariamente. El cnsul impuso premios y castigos a los principales hombres de aquella ciudades, de acuerdo con los merecimientos de cada cual, y ahora que lo sicilianos haban por fin depuesto las armas, les oblig a dirigir su atencin a la agricultura. Esa frtil isla no solo era capaz de sostener a su propia poblacin, sino que en muchas ocasiones alivi la escasez de Roma, y el cnsul tena la intencin de que lo hiciera nuevamente si fuese necesario. Agathyrna [prxima a Capo dOrlando.-N. del T.] se haba convertido en la sede de una poblacin heterognea, que sumaba unos cuatro mil hombres, compuesta por todo tipo de personajes: refugiados, deudores insolventes que en su mayor parte haban cometido delitos capitales cuando vivan en sus propias ciudades y bajo sus propias leyes y que luego fueron reunidos en Agathyrna por diversos motivos. Levino no consideraba seguro dejar atrs aquellos hombres en la isla, pues seran causa de nuevos disturbios mientras la paz estaba an asentndose. Los reginos, adems, encontraran en ellos un cuerpo de bandoleros bien experimentado y til; por consiguiente, Levino los llev a todos a Italia. En cuanto a Sicilia se refera, el estado de guerra lleg a su fin en este ao.
[26.41] [Tito Livio describe a continuacin la
cada de Carthago Nova; la sita durante el ao 210 a. C., pero Polibio, ms cercano a los hechos, la data en el 209 a. C., que es la fecha comnmente aceptada. La aparente contradiccin quedara salvada por el hecho de que la expresin Al comienzo de la primavera, se referira a la del ao siguiente.-N. Del T.]. Al comienzo de la primavera, Publio Escipin dio rdenes para que los contingentes aliados se reunieran en Tarragona. A continuacin bot sus barcos y condujo la flota y los transportes a la desembocadura del Ebro, donde tambin haba ordenado que se concentrasen las legiones desde sus cuarteles de invierno. Parti luego de Tarragona con un contingente aliado de cinco mil hombres para el ejrcito. A su llegada, consider que deba dirigir algunas palabras de aliento a sus hombres, especialmente a los veteranos que haban pasado por tan terribles desastres. Orden por tanto que formasen y se dirigi a las tropas con las siguientes palabras: Ningn jefe antes que yo, resultando nuevo para sus tropas, haba estado en situacin de dar tan merecidamente las gracias a sus hombres sin haber tenido que usar de sus servicios. La fortuna me ha obligado para con vosotros antes de ver siquiera mi provincia o mi campamento; en primer lugar por el devoto afecto que mostrasteis para con mi padre y mi to, durante sus vidas y tras sus muertes, y nuevamente despus, por el valor con el que mantuvisteis la provincia cuando estaba aparentemente perdida tras su terrible derrota, mantenindola as intacta para Roma y para m, su sucesor. Nuestra meta y objetivo en Hispania debe ser, con la ayuda del cielo, no tanto mantener nuestras propias posiciones, sino impedir que los cartagineses conserven las suyas. No debemos quedarnos aqu inmviles, defendiendo la orilla del Ebro contra el cruce del enemigo; debemos cruzarlo nosotros mismos y cambiar el escenario de la guerra. Me temo que este plan, al menos para algunos de vosotros, os pueda parecer demasiado amplio y ambicioso, al recordar las derrotas que hemos sufrido ltimamente y al considerar mi juventud. Ningn hombre es menos probable que olvide esas batallas mortales en Hispania que yo, pues mi padre y mi to murieron con treinta das de diferencia, y mi familia fue golpeada con una muerte tras otra.
Sin embargo, aunque mi corazn est roto
por la orfandad y la desolacin de nuestra casa, la buena suerte de la repblica y el valor de nuestra raza me impiden desesperar del resultado. Ha sido nuestra suerte y destino vencer en todas las grandes guerras slo tras haber sido derrotados. Por mencionar guerras anteriores, Porsena y los galos y samnitas, solo lo har de estas dos guerras pnicas. Cuntas flotas, ejrcito y generales se perdieron en la primera guerra?! Y cuntas en esta guerra? En todas nuestras derrotas estuve presente, bien en persona o, cuando no lo estaba, sintindolas con ms intensidad que nadie. El Trebia, el lago Trasimeno, Cannas qu son, sino los registros de cnsules romanos y sus ejrcitos hechos pedazos? Aadir a estas la defeccin de Italia, de la mayor parte de Sicilia, de Cerdea, y luego la cspide del terror y del pnico; el campamento cartagins entre el Anio y las murallas de Roma, y la visin del victorioso Anbal casi dentro de nuestras puertas. En medio de este absoluto colapso, una sola cosa se mantuvo firme y en perfecto estado: el valor del pueblo romano; y solo l sostuvo y levant cuanto estaba postrado en el polvo. Vosotros, mis soldados, bajo el mando y los auspicios de mi padre, fuisteis los primeros en recuperaros de la derrota de Cannas, bloqueando el camino a Asdrbal cuando marchaba hacia los Alpes e Italia. De haber unido sus fuerzas con su hermano, el nombre de Roma habra perecido; vuestra victoria nos sostuvo en medio de aquellas derrotas. Ahora, por la bondad del cielo, todo transcurre en nuestro favor; la situacin en Italia y Sicilia mejora y es ms esperanzadora da a da. En Sicilia, Siracusa y Agrigento han sido tomadas, el enemigo ha sido expulsado de todas partes y la totalidad de la isla reconoce la soberana de Roma. En Italia, Arpi se ha recuperado y se ha tomado Capua, Anbal ha escapado precipitadamente atravesando ampliamente Italia, desde Roma hasta el ltimo rincn del Brucio, y reza nicamente para que se le permita hacer una retirada segura y alejarse de la tierra de sus enemigos. En un momento en que una derrota era seguida de cerca por otra y que los mismos dioses parecan estar luchando de parte de Anbal, vosotros, mis soldados, junto a mis dos padres, dejadme que los honre con el mismo nombre, sostuvisteis en este pas la tambaleante fortuna de Roma. Qu resultara entonces ms increble, sino que decayese vuestro valor cuando all todo transcurre tan feliz y prsperamente? En cuanto a los ltimos acontecimientos, yo quisiera que no me hubiesen causado tan profundo dolor.
Los dioses inmortales, que velan por la
suerte de los dominios de Roma, y que movieron a los electores en sus centurias a insistir con una sola voz en que se me concediese el mando supremo, los dioses, digo, nos aseguran mediante augurios, auspicios y hasta por visiones en la noche que todo marchar victoriosa y felizmente para nosotros. Tambin mi propio espritu, hasta ahora mi ms autntico profeta, presagia que Hispania ser nuestra y que dentro de poco todo el que lleve el nombre de Cartago ser expulsado lejos de esta tierra y cruzar mar y tierra en vergonzosa fuga. Lo que mi pecho as adivina se confirma por el slido examen de los hechos. Debido a los malos tratos que han recibido, sus aliados nos estn mandando emisarios pidiendo nuestro amparo. Sus tres generales estn en desacuerdo, casi enfrentados unos con otros, y tras dividir su ejrcito en tres cuerpos separados han marchado a diferentes lugares del pas. El mismo infortunio se ha apoderado de ellos como el que a nosotros nos result tan desastroso; les estn abandonando sus aliados, como a nosotros los celtberos, y el ejrcito que demostr ser fatal a mi padre y mi to ha quedado dividido en cuerpos separados. Su querella interna no les dejar actuar al unsono y, ahora que estn divididos, no nos podrn resistir. Dad la bienvenida, soldados, al presagio del nombre que llevo, sed leales a un Escipin que es el fruto de vuestro ltimo comandante, un brote de la rama cortada. Vamos pues, mis veteranos!, y llevad un nuevo ejrcito y un nuevo comandante a travs del Ebro, hasta las tierras que tantas veces recorristeis y en las que habis dado tantas pruebas de vuestra vala y coraje.
[26,42] Despus de encender el nimo de
sus hombres con este discurso, cruz el Ebro con veinticinco mil soldados de infantera y dos mil quinientos de caballera, dejando a Marco Silano a cargo del pas al norte del Ebro con tres mil infantes y trescientos jinetes. Como los ejrcitos cartagineses haban tomado, todos, rutas diferentes, algunos de sus colaboradores le instaron a atacar al ms cercano, pero l pensaba que si haca eso corra el riesgo de que todos se concentrasen contra l, y no era rival para los tres juntos. Decidi comenzar con un ataque contra Cartagena [la antigua Carthago Nova. N. del T.], una ciudad que no solo era rica por sus propios recursos, sino por albergar los depsitos de guerra enemigos con sus armas, los caudales y los rehenes de toda Hispania. Tena tambin la ventaja adicional de su situacin, pues ofreca una base ideal para la invasin de frica y un puerto capaz de albergar una flota por grande que fuese y, hasta donde yo s, el nico puerto en aquella parte de la costa que enfrenta a nuestro mar [si contemplamos un mapa de la actual Cartagena, veremos cmo todava hoy resulta ser el nico puerto natural realmente bien defendido de toda la costa mediterrnea espaola.- N. del T.]. Nadie saba de su intencin de marchar, excepto Cayo Lelio, a quien envi con la flota y con instrucciones de acompasar el ritmo de sus barcos de manera que pudiera entrar en el puerto al mismo tiempo que el ejrcito. Siete das despus de dejar el Ebro, las fuerzas de tierra y mar llegaron a Cartagena simultneamente. El campamento romano se asent frente al lado norte de la ciudad, y para protegerse contra ataques por la retaguardia se fortific con una doble empalizada; la parte frontal estaba protegida por la naturaleza del terreno. La situacin de Cartagena es la siguiente: Existe una baha casi a mitad de camino de la costa de Hispania, abierta al brego (suroeste) y que se extiende hacia el interior unas dos millas y media y se ensancha unos mil doscientos pasos [unos 3500 y 1776 metros, respectivamente.-N. del T.]. Una pequea isla en la desembocadura de la baha forma un rompeolas y resguarda de todos los vientos, excepto de los del suroeste. Desde la parte ms interior de la baha, se extiende un promontorio sobre cuyas laderas se asienta la ciudad, rodendola el mar por este y sur. Por el oeste est rodeada por una lmina de agua que se extiende hacia el norte y vara en profundidad con las subidas y bajadas de la marea [esta laguna, o almarjal, est hoy ocupada por el barrio de este nombre.-N. del T.]. Un istmo de tierra, de alrededor de un cuarto de milla de longitud [370 metros.-N. del T.], conecta la ciudad con el continente. El comandante romano no hizo obras de fortificacin por esta parte, pese a haberle costado tan poco; esto fue as, bien porque quisiera impresionar al enemigo con su confianza en sus fuerzas, o porque deseara tener una retirada sin obstculos en sus frecuentes avances contra la ciudad.
[26.43] Cuando estuvieron dispuestas todas
las defensas, llev las naves al puerto como si fuera a bloquear la plaza por mar. March luego a revistar la flota y advirti a los capitanes que cuidaran la vigilancia nocturna, pues cuando un enemigo es asediado lo primero que hace es lanzar contraataques en todas direcciones. A su regreso al campamento, explic a los soldados su plan de operaciones y sus razones para dar comienzo a la campaa con un ataque contra una ciudad solitaria con preferencia sobre cualquier otra cosa. Tras haberlos hecho formar, les dirigi el siguiente discurso: Soldados, en alguien supone que se os ha trado hasta aqu con el nico propsito de atacar a esta ciudad, est fijndose ms en el trabajo que os espera que en la ventaja que obtendris al haceros con ella. Es cierto que vais a atacar las murallas de una sola ciudad, pero capturndola aseguraris toda Hispania. Aqu estn los rehenes tomados de todos los nobles, reyes y tribus, y una vez estn en vuestro poder, todo lo que era de los cartagineses ser vuestro. Aqu est la base militar del enemigo, sin la que no podrn continuar la guerra pues han de pagar a sus mercenarios, y ese dinero nos ser de la mayor utilidad para ganarnos a los brbaros. Aqu est su artillera, su arsenal, todas sus mquinas de guerra, que de seguido os proporcionar cuando deseis dejando al enemigo carente de todo lo que necesita. Y lo que es ms, llegaremos a ser los dueos no solo de la ms rica y hermosa ciudad, sino tambin del ms cmodo puerto desde el que se suministrar todo cuanto se precisa para la guerra, tanto terrestre como martima. Grandes como sern nuestras ganancias, todava sern mayores las privaciones que sufrir el enemigo. Aqu reside su fortaleza, su granero, su tesoro y su arsenal, todo est aqu almacenado. Aqu llegan por ruta directa desde frica. Esta es la nica base naval entre los Pirineos y Cdiz; desde aqu amenaza frica a toda Hispania. Pero ya veo que estis completamente dispuestos; pasemos al asalto de Cartagena con toda nuestra fuerza y el valor que no conoce el miedo. Los hombres gritaron todos con una sola voz que cumpliran sus rdenes y march con ellos hacia la ciudad. Luego orden que el ejrcito y la flota lanzaran un ataque general.
[26.44] Cuando Magn, el comandante
cartagins, vio se estaba preparando que un ataque por tierra y por mar, dispuso su fuerza del siguiente modo: Situ dos mil ciudadanos en direccin al campamento romano; la ciudadela qued ocupada por quinientos soldados; otros quinientos fueron situados en la parte ms alta de la ciudad, en el cerro que da al este. Al resto de los ciudadanos se le orden que estuviesen listos para atender cualquier emergencia repentina o para acudir rpidamente en cualquier direccin en que escucharan el grito de alarma. Entonces se abri la puerta y se hizo avanzar a los que haban permanecido formados en la calle que conduca al campamento enemigo. Los romanos, bajo la direccin de su general, se retiraron un poco para estar ms cerca de los apoyos que se les deba enviar. Al principio, las lneas se enfrentaros entre s con igualdad de fuerzas; pero conforme llegaron los sucesivos refuerzos, no solo se dieron a la fuga, sino que se les presion tan de cerca que huyeron con tanto desorden que, de no haber sonado el toque de retirada, con toda probabilidad se habra entrado en la ciudad mezclados con los desordenados fugitivos. La confusin y el terror del campo de batalla se extendi por la ciudad; muchos de los piquetes abandonaron sus puestos aterrorizados; los defensores de las murallas saltaron por el camino ms corto y abandonaron las fortificaciones. Escipin haba colocado su puesto de mando sobre una altura a la que llamaron Cerro de Mercurio, y desde aqu se apercibi de que la muralla, en muchos lugares, estaba sin defensores. Convoc de inmediato a toda la fuerza al campo para atacar, ordenando que llevasen escalas de asalto. Cubierto por los escudos de los tres vigorosos jvenes, pues llovan por todas partes los proyectiles arrojados desde las almenas, lleg cerca de las murallas, animando a sus hombres, dando las rdenes precisas y, lo que ms estimul sus esfuerzos, observando con sus propios ojos el valor o la cobarda de cada uno. Tanto se exaltaron, a pesar de los proyectiles y las heridas, que ni las murallas ni los enemigos encima de ellos pudieron impedir que se esforzaran en ser los primeros en llegar arriba [lo que conllevaba un gran honor y la corona muralis, una muy apreciada condecoracin.- N. del T.]. Al mismo tiempo, los barcos comenzaron un ataque contra aquella parte de la ciudad que daba al mar. Aqu, sin embargo, hubo mucho ms de ruido y confusin que de asalto eficaz; pues entre que atracaban los buques, llevando las escalas de asalto, y desembarcaban en tierra por donde mejor podan, los hombres se estorbaban los unos a los otros con su prisa e impaciencia.
[26.45] Mientras suceda todo esto, el
general cartagins guarneci las murallas con sus soldados regulares, a los que suministr ampliamente con proyectiles, de los que haba almacenados en grandes cantidades. Pero ni los hombres ni sus proyectiles, ni ninguna otra cosa, result ser tan eficaz defensa como las propias murallas. Muy pocas de las escalas eran lo bastante largas como para alcanzar el borde superior de la muralla y cuando ms altas eran las escalas, ms dbiles resultaban. La consecuencia fue que los que llegaban hasta arriba no podan ganar la muralla, y los que venan tras ellos no podan avanzar al romperse las escalas por el propio peso de los hombres. Algunos de los que estaban en lo alto las escaleras, se mareaban por la altura y caan al suelo. Al quebrarse por todas partes las escalas y los hombres, y animarse y envalentonarse los enemigos por su xito, se toc seal de retirada. Esto dio esperanza a los sitiados de no solo haber ganado un respiro en la dura y tenaz lucha, sino tambin para el futuro, pues crean que la ciudad no podra ser tomada por asalto y que las obras de asedio seran dificultosas y daran tiempo para que se enviasen refuerzos. No haba disminuido el ruido y el tumulto de este primer intento, cuando Escipin orden que tropas frescas tomasen las escalas de los que estaban agotados y heridos y lanzaran un ataque an ms decidido contra la ciudad. Se haba informado, mediante pescadores de Tarragona que haban transitado la laguna en botes ligeros y que a veces haban encallado en las aguas poco profundas, de que era fcil acercarse a pie hasta las murallas durante la marea baja. Se le inform entonces que la marea estaba baja y tom de inmediato con l unos quinientos hombres, marchando a travs del agua. Era cerca del medioda y no slo la marea arrastraba el agua hacia el mar, tambin un fuerte viento del norte soplaba y empujaba en la misma direccin, haciendo la laguna tan poco profunda que marchaban en algunos lugares con el agua por el ombligo y en otros solo por las rodillas. Esta circunstancia, que Escipin ya conoca por haberse informado y haberlo calculado cuidadosamente, la atribuy a la intervencin directa de los dioses, de los que dijo que haban convertido el mar en un camino para los romanos, retirando las aguas y abriendo un paso que nunca antes haba sido hollado por pies mortales. Orden a sus hombres que siguieran la gua de Neptuno y que se abrieran camino por el centro de la laguna hasta las murallas.
[26.46] Los que estaban atacando por el lado
de tierra se encontraban con grandes dificultades. No slo estaban desconcertados por la altura de los muros, sino que, a medida que se acercaban a ellos, quedaban expuestos a una lluvia de proyectiles por ambos lados, pues sus flancos estaban ms expuestos que su frente. En la otra direccin, sin embargo, los quinientos tuvieron ms facilidad para cruzar la laguna y ascender desde all hasta el pie de las murallas. No se haban construido fortificaciones de este lado, ya que se consideraba suficientemente protegido por el lago y por la naturaleza del terreno; tampoco haba piquetes de guardia contra cualquier ataque, pues todos estaban tratando de ayudar donde el peligro resultaba visible. Entraron en la ciudad sin encontrar oposicin y se dirigieron de inmediato hacia la puerta a cuyo alrededor se haban concentrado los combates. Todos tenan su atencin puesta en la lucha; los ojos y los odos de los combatientes, y hasta los de quienes les contemplaban y animaban, permanecan tan clavados en el combate que ni un solo hombre se dio cuenta de que la ciudad tras ellos haba sido capturada, hasta que empezaron a caer los proyectiles desde la retaguardia. Ahora que tenan al enemigo al frente y por detrs, cedieron en su defensa, las murallas fueron tomadas, se forzaron ambos lados de la puerta, que se rompi en pedazos y qued expedida permitiendo el libre paso de las tropas. Muchos coronaron las murallas e infligieron fuertes prdidas a los ciudadanos, pero los que penetraron por la puerta marcharon en filas ininterrumpidas por el corazn de la ciudad hasta el foro. Desde este punto, Escipin vio al enemigo retirndose en dos direcciones: un grupo se diriga a una colina al este de la ciudad, que estaba ocupada por un destacamento de quinientos hombres; los dems iban hacia la ciudadela donde se haba refugiado Magn con los hombres que haban sido expulsados de las murallas. Enviando fuerzas para asediar la colina, condujo el resto de sus tropas contra la ciudadela. La colina fue tomada a la primera carga, y Magn, al ver que toda la ciudad estaba ocupada por el y que su situacin era desesperada, entreg la ciudadela y sus defensores. La carnicera continu hasta que se entreg la ciudadela, ningn varn adulto se salv, pero tras la rendicin se dio la seal y se puso fin a la masacre. Los vencedores volvieron entonces su atencin al botn, del que haba una gran cantidad de todo gnero.
[26.47] Se hizo prisioneros a unos diez mil
hombres libres. Los que eran ciudadanos de Cartagena fueron puestos en libertad y Escipin les devolvi su ciudad y todos los bienes que la guerra les haba dejado. Haba unos dos mil artesanos; a estos, Escipin los asign como esclavos del pueblo romano, ofrecindoles la esperanza de recuperar su libertad si hacan todo cuanto pudieran en las labores que exiga la guerra. Al resto de la poblacin sin impedimento fsico, y a los ms resistentes de los esclavos, los asign a la flota para cubrir la dotacin de remeros. Tambin increment su flota con los ocho barcos que haban capturado. Adems de toda esta poblacin, estaban los rehenes hispanos, a los que trat con tanta consideracin como si hubiesen sido los hijos de los aliados de Roma. Se apoder tambin de una enorme cantidad de municiones de guerra; ciento veinte catapultas del tamao ms grande y doscientas ochenta y una del ms pequeo, veintitrs ballestas pesadas y cincuenta y dos ligeras, junto a un inmenso nmero de escorpiones de diversos calibres as como proyectiles y otras armas. Se capturaron tambin setenta y tres estandartes militares. Se llev ante el general una enorme cantidad de oro y plata, incluyendo doscientas setenta y seis pateras de oro, casi todas de al menos una libra de peso, dieciocho mil libras de plata en lingotes y moneda, y gran cantidad de vasos de plata. Todo esto fue pesado y valorado y entregado luego al cuestor, Cayo Flaminio, as como cuatrocientos mil modios de trigo y doscientos setenta mil de cebada [cada modio civil son 8,75 litros.-N. del T.]. En el puerto, se capturaron sesenta y tres mercantes, algunos de ellos con sus cargamentos de grano y armas, as como bronce, hierro, velas, esparto y otros artculos necesarios para la flota. En medio de esa enorme cantidad de suministros militares y navales, la misma ciudad fue considerada como el ms importante botn de todos.
[26,48] Dejando a Cayo Lelio con los infantes
de marina a cargo de la ciudad, Escipin llev a sus legiones aquel mismo da de vuelta al campamento. Estaban poco menos que agotados; haban luchado en campo abierto, se haban sometido a grandes trabajos y peligros en la toma de la ciudad, y tras la captura haban sostenido un combate en terreno desfavorable con los que se haban refugiado en la ciudadela. As pues, les dej descansar un da de todas sus obligaciones militares y les orden que se repusieran y descansasen. Al da siguiente imparti rdenes para que todos los soldados y marineros formaran y les dirigiera unas palabras. Lo primero que hizo fue dar gracias a los dioses inmortales, no solo por haberse apoderado en un solo da de la ciudad ms rica de toda Hispania, sino tambin por haber reunido all todos los recursos de frica e Hispania, de manera que nada qued al enemigo mientras l y sus hombres tenan sobreabundancia de todo. Elogi luego la valenta de sus soldados, a los cuales, dijo, nada haba intimidado: ni la salida del enemigo, ni la altura de las murallas, ni la desconocida profundidad de la laguna, ni la fortaleza en la colina ni la desusada fortaleza de la ciudadela. Nada les haba impedido superar todos los obstculos y abrirse camino por todas partes. A pesar de que todos ellos merecan cuantas recompensas les pudiese dar, la gloria de la corona mural perteneca en particular a quien era el primero en escalar la muralla, y quien considerase que lo mereca deba reclamarla.
Dos hombres se adelantaron, Quinto
Trebelio, un centurin de la cuarta legin, y Sexto Digitio, de los aliados navales. La disputa entre ellos no fue tan agria como el entusiasmo con el que cada unidad abog por la candidatura de su propio miembro. Cayo Lelio, prefecto de la flota, apoyaba al marino; Marco Sempronio Tuditano se puso de parte de sus legionarios. Como el conflicto amenazaba con convertirse en un motn, Escipin anunci que nombrara tres rbitros para que investigaran el caso, tomasen declaracin y emitiesen su decisin sobre quin haba sido el primero en escalar la muralla y entrar en la ciudad. Cayo Lelio y Marco Sempronio fueron designados por sus propios bandos, y Escipin aadi el nombre de Publio Cornelio Caudino, que no perteneca a ninguno, ordenando que los tres tomaran asiento y juzgasen el caso. Segn procedan, la disputa se enconaba ms y ms, pues los dos hombres cuya dignidad y autoridad haban ayudado a contener la excitacin se haban retirado del tribunal. Al final, Lelio dej a sus colegas y se adelant en el tribunal, hacia Escipin, sealndole que el proceso se estaba llevando a cabo sin ningn orden ni contencin, y que los hombres estaban casi a punto de llegar a las manos. E incluso si no hubiera recurso a la violencia, el precedente que se estaba sentando era totalmente indeseable, pues los soldados estaban tratando de ganar la recompensa al valor mediante la mentira y el perjurio. Por un lado estaban los soldados de la legin, por el otro los de la flota, todos igualmente dispuestos a jurar por todos los dioses que lo que les pareca y no lo que ellos saban que era verdad; y dispuestos a convertirse en culpables de perjurio no solo ellos, sino convertir a los estandartes militares, a las guilas y a su solemne juramento de lealtad. Lelio agreg que l sealaba estas cosas tambin en representacin y por deseo de Publio Cornelio y Marco Sempronio. Escipin aprob el paso que haba dado Lelio y convoc a las tropas. Anunci entonces que se haba cerciorado definitivamente de que Quinto Trebelio y Sexto Digitio haban superado la muralla en el mismo momento y deba honrar su bravura condecorando a ambos con una corona mural. Luego otorg premios al resto de acuerdo al mrito de cada cual. Cayo Lelio, el prefecto de la flota, fue designado para una distincin especial, prodigndole tales alabanzas que le puso en pie de igualdad con l mismo y recompensndole finalmente con una corona de oro y treinta bueyes.
[26,49] Despus de esto, orden que se
convocasen a su presencia los rehenes de las distintas ciudades hispanas. Me resulta difcil dar su nmero, pues en unas partes veo que se mencionan trescientos y en otras tres mil setecientos veinticuatro. Hay similares discrepancias entre los autores tambin en otros puntos. Un autor afirma que la guarnicin cartaginesa ascenda a diez mil hombres, otro los cifra en siete mil y un tercero los estima en no ms de dos mil. En un lugar se hallar que fueron diez mil los prisioneros, en otro se dice que el nmero excedi los veinticinco mil. De seguir al autor griego Sileno, debera cifrar los escorpiones grandes y pequeos en sesenta; segn Valerio Antate haba seis mil de los grandes y trece mil de los pequeos; tan alocadamente exageran los hombres. Es incluso asunto de disputa quin estaba al mando. La mayora de los autores estn de acuerdo en que Lelio mandaba la flota, pero hay algunos que dicen que era Marco Junio Silano. Antates nos dice que Arines era el comandante cartagins cuando la guarnicin se rindi, otros autores dicen que era Magn. Tampoco estn de acuerdo los autores en cuanto al nmero de barcos que fueron capturados, o el peso del oro y la plata, o la cantidad de dinero que se ingres en el tesoro. Si hemos de escoger, los nmeros en medio de estos dos extremos sean los que estn, probablemente, ms cerca de la verdad. Cuando aparecieron los rehenes, Escipin empez por inspirarles confianza y disipar sus temores. Haban, les dijo, pasado bajo el poder de Roma, y los romanos preferan mantener atados a los hombres ms por los lazos de la amabilidad que por los del miedo. Preferan ms que los pases extranjeros se les unieran bajo trminos de alianza y de mutua buena fe, a mantenerlos bajo dura servidumbre y sin esperanza. A continuacin, recogi los nombres de las ciudades de procedencia y cuntos pertenecan a cada una. Se mandaron embajadores a sus hogares, pidiendo a sus amigos que vinieran a hacerse cargo de aquellos que eran de los suyos; de donde resultaron estar presentes embajadores, les hizo entrega en el acto de sus paisanos; el cuidado del resto fue confiado a Cayo Flaminio, el cuestor, con rdenes de prestarles proteccin y tratarlos bondadosamente. Mientras estaba en estos menesteres, una dama de alta cuna, la esposa de Mandonio, el hermano de Indbil, rgulo de los ilergetes, se adelant entre la multitud de rehenes y, echndose a llorar a los pies del comandante, le implor para que acentuara fuertemente en sus guardas el deber de tratar a las mujeres con ternura y consideracin. Escipin le asegur que nada le faltara a este respecto. Luego, ella continu: No damos mucha importancia a estas cosas, pues, qu hay en ello que no sea lo bastante bueno, en las presentes circunstancias? Soy demasiado vieja para temer el dao al que est expuesto nuestro sexo, pero es para las dems jvenes por las que siento inquietud. Alrededor de ella estaban las hijas de Indbil y otras doncellas de igual rango, en la flor de su belleza juvenil, que la miraban como a una madre. Escipin le respondi: Por el bien de la disciplina que yo, junto al resto de los romanos, mantengo, procurar que nada de lo que en cualquier parte es sagrado se viole entre nosotros; tu virtud y nobleza de espritu, que ni en la desgracia has olvidado tu decoro de matrona, me har ser an ms cuidadoso en este asunto. A continuacin, las puso bajo el cuidado de un hombre de probada integridad, con rdenes estrictas de proteger su inocencia y modestia con tanto cuidado como si fueran las esposas y madres de sus propios huspedes.
[26,50] Poco despus, los soldados llevaron
ante l a una doncella adulta que haba sido capturada, una muchacha de tan excepcional belleza que atraa todas las miradas por donde quiera que iba. Al preguntarle sobre su pas y familia, Escipin se enter, entre otras cosas, de que haba sido prometida a un joven noble celtbero de nombre Alucio. De inmediato, envi a buscar a sus padres as como a su prometido, quien, segn supo, estaba languideciendo hasta morir de amor por ella. Al llegar este ltimo, Escipin se dirigi a l con trminos estudiadamente paternales. Hablando de joven a joven, le dijo, puedo dejar de lado cualquier reserva. Cuando tu prometida fue capturada por mis soldados y me la trajeron, se me inform de que ella te era muy querida, lo que su belleza me hizo creer completamente. Si me fuesen permitidos los placeres propios de mi edad, especialmente los del amor casto y legar, en vez de estar preocupndome con asuntos de estado, habra querido que se me perdonara por amar demasiado ardientemente. Tengo ahora el poder de ser indulgente con otro amor: el tuyo. Tu prometida ha recibido el mismo trato respetuoso desde que est en mi poder que el que hubiera tenido de estar entre sus propios padres. Se te ha reservado, para que se te pudiera entregar como un regalo virgen y digno de nosotros dos. A cambio de este don, solo espero una recompensa: que seas amigo de Roma. Si me consideras un hombre tan recto y honorable como los pueblos de aqu creyeron hasta ahora que eran mi padre y mi to, podrs asegurar que hay muchos en la ciudadana romana como nosotros, y estar completamente seguro de, a da de hoy, en ningn lugar del mundo se encontrar nadie a quien desees menos tener por enemigo que a nosotros o a quien anheles ms tener como amigo.
El joven estaba abrumado por la timidez y la
alegra. Tom la mano de Escipin, y pidi a todos los dioses que le recompensaran, pues a l le resultaba imposible devolver en consonancia con sus sentimientos o con la bondad que Escipin le haba mostrado. Luego se llam a los padres y familiares de la muchacha. Haban trado una gran cantidad de oro para su rescate, y cuando les fue entregada libremente pidieron a Escipin que lo aceptara como regalo suyo; hacindolo as, declararon, manifestaran su mucha gratitud por la devolucin, ilesa, de la joven. Al pedrselo con gran insistencia, Escipin manifest que lo aceptara, y orden que lo pusieran a sus pies. Llamando a Alucio le dijo: Adems de la dote que vas a recibir de tu futuro suegro, recibirs ahora esto de m como regalo de bodas; Le dijo entonces que tomara el oro y lo guardase. Encantado con el presente y el digno trato que haba recibido, el joven regres a su hogar y llen los odos de sus compatriotas con las alabanzas, justamente ganadas, de Escipin. Entre ellos haba llegado un joven, deca, en todo similar a los dioses, abrindose camino mediante su generosidad y bondad de corazn tanto como por el fuerza de sus armas. Empez a alistar una fuerza armada de entre sus clientes y regres a los pocos das junto a Escipin con una fuerza escogida de mil cuatrocientos jinetes.
[26,51] Escipin mantuvo a Lelio consigo
para que le asesorase sobre el destino de los prisioneros, los rehenes y el botn; cuando todo qued dispuesto le asign uno de los quinquerremes capturados y, embarcando en l a Magn y a una quincena de senadores que haban sido capturados con l, envi a Lelio a Roma para informar de su victoria. Haba decidido que pasara unos das en Cartagena y emple ese tiempo ejercitando sus fuerzas terrestres y navales. El primer da, las legiones, completamente equipadas, practicaron varias maniobras en un espacio de cuatro millas [5920 metros.-N. del T.]; el segundo da fue empleado en la limpieza y afilado de sus armas ante sus tiendas; el tercero se enfrentaron en batalla campal, solo con palos y dardos cuyas puntas fueron inutilizadas mediante bolas de corcho o plomo; el cuarto da descansaron y al quinto se ejercitaron nuevamente con las armas. Esta alternancia de ejercicio y el descanso se mantuvo todo el tiempo que permaneci en Cartagena. Los remeros e infantes de marina se hicieron a la mar cuando el tiempo estaba en calma y comprobaron la velocidad y la maniobrabilidad de sus buques en un combate simulado. Estas maniobras se hacan fuera de la ciudad, tanto por tierra como por mar, y agudizaban a los hombres fsica y mentalmente para la guerra; la misma ciudad resonaba con el fragor de las fbricas militares por los trabajos de los artesanos de toda clase en se haban reunido en los talleres del Estado. El general dedicaba su atencin a todo por igual. En ocasiones estaba con la flota, examinando un enfrentamiento naval; otras veces estaba ejercitando a sus legiones; poda luego dedicar algunas horas a inspeccionar el trabajo de los arsenales y astilleros, donde gran nmero de artesanos competan entre s para ver quin trabajaba ms duramente. Despus de dar inicio a estas diversas tareas, y comprobar que las partes daadas de la muralla estaban reparadas, parti hacia Tarragona dejando un destacamento en la ciudad para protegerla. Durante su camino se encontr con numerosas legaciones; despidi a algunas tras darles su respuesta an sobre la marcha; pospuso otras hasta llegar a Tarragona, donde haba mandando recado a todos los aliados, antiguos y nuevos, para que se reuniesen con l. Casi todas las tribus al sur del Ebro obedecieron la orden de comparecencia, al igual que muchas de la provincia al norte. Los generales cartagineses hicieron todo lo posible para eliminar los rumores de la cada de Cartagena; despus, cuando los hechos resultaron demasiado evidentes como para suprimirlos o tergiversarlos, trataron de minimizar su importancia. Que haba sido mediante engao y por sorpresa, casi a escondidas, dijeron, como se les haba arrebatado aquella ciudad en un solo da; que, embriagado por un pequeo xito, un entusiasmado joven haba hecho creer que aquella era una gran victoria. Pero que cuando se enterarse de que tres generales y tres ejrcitos victoriosos se abalanzaban sobre l, le asaltara el doloroso recuerdo de la muerte que ya haba visitado a su familia. Esto era lo que generalmente decan a la gente, pero ellos mismos eran totalmente conscientes de cunto se haban debilitado sus fuerzas por la prdida de Cartagena. Libro XXVII
Escipin en Hispania
[27.1] 210 a. C. Tal era el estado de los
asuntos en Hispania. En Italia, el cnsul Marcelo recuper Salapia mediante traicin, y se apoder por la fuerza de los plazas de los samnitas, Marmrea y Heles. Quedaron all destruidos tres mil de los soldados que Anbal haba dejado para guarnecer aquellas ciudades. El botn, del que hubo una cantidad considerable, se entreg a los soldados; tambin se encontraron doscientos cuarenta mil modios de trigo y ciento diez mil modios de cebada [como se ha comentado anteriormente, el modio civil tena 8,75 litros; as, considerando un peso de 800 gramos para el trigo y 700 gramos para la cebada, por litro, el total encontrado fue de 1.680.000 kilos de trigo y 673.750 kilos de cebada.-N. del T.]. La satisfaccin derivada de este xito qued, sin embargo, ms que compensada por una derrota sufrida unos das ms tarde no lejos de Ordona [la antigua Herdonea.-N. del T.]. Esta ciudad se haba rebelado contra Roma tras el desastre de Cannas y Cneo Fulvio, el procnsul, estaba acampado ante ella con la esperanza de recuperarla. Haba elegido para su campamento una posicin que no estaba lo bastante protegida, y el propio campo no tena sus defensas en buen estado. Siendo ya de natural un general descuidado, se mostraba ahora an menos cauteloso, toda vez que ahora tena razones para esperar que los habitantes hubieran flaqueado en su alianza con los cartagineses, pues les haban llegado noticias de la retirada de Anbal hacia el Brucio, tras la prdida de Salapia. Todo esto fue debidamente notificado a Anbal por emisarios de Ordona, y aquella informacin le hizo ansiar salvar una ciudad aliada y, al mismo tiempo, esperar atrapar a su enemigo con la guardia baja. Con el fin de evitar los rumores sobre su aproximacin, se dirigi a Ordona a marchas forzadas y, conforme se acercaba al lugar, form a sus hombres en orden de batalla con el objetivo de intimidar al enemigo. El comandante romano, igual a l en valor pero muy inferior en habilidad tctica y en nmero, se apresur a formar sus lneas y se le enfrent. La accin fue iniciada con el mayor vigor por la quinta legin y los aliados del ala izquierda. Anbal, sin embargo, haba dado instrucciones a su caballera para que esperase hasta que la atencin de la infantera estuviera completamente fijada en la batalla y que despus cabalgara alrededor de las lneas; una parte atacara el campamento romano y la otra la retaguardia romana. Gritaba que ya haba derrotado en aquellas tierras a otro Cneo Fulvio, un pretor, dos aos antes y, siendo iguales los nombres, tambin sera igual el resultado del combate. Sus previsiones se hicieron realidad, pues despus que las lneas hubieran chocado y cado muchos de los romanos en el combate cuerpo a cuerpo, aunque las filas todava mantenan el terreno junto a los estandartes, la tumultuosa carga de la caballera por la retaguardia desorden primero a la sexta legin, que estaba en segunda lnea, y despus, segn presionaban los nmidas, a la quinta legin y finalmente a las primeras lneas con sus estandartes. Algunos se dispersaron al huir, otros fueron destrozados entre los dos grupos de atacantes. Fue aqu donde cay Cneo Fulvio junto con once tribunos militares. En cuanto al nmero de muertos, quin podra dar una cifra definitiva?, en un autor leo que fueron trece mil y en otro que no fueron ms de siete mil. El vencedor se apoder del campamento y sus despojos. Al enterarse de que Ordona estaba dispuesta a pasarse a los romanos y que no permanecera fiel despus de su retirada, traslad toda la poblacin a Metaponto y Turios, incendiando el lugar. Sus principales ciudadanos, de los que se descubri que haban mantenido reuniones secretas con Fulvio, fueron condenados a muerte. Aquellos romanos que escaparon del fatal campo de batalla por diversas rutas, casi en su totalidad desarmados, se unieron a Marcelo en el Samnio.
[27,2] Marcelo no estaba especialmente
preocupado por este grave desastre. Remiti un despacho al Senado para informarles de la prdida del general y su ejrcito en Ordona, aadiendo que l era el mismo Marcelo que haba derrotado a Anbal cuando celebraba su victoria en Cannas, que tratara de enfrentrsele y que pronto pondra fin a cualquier satisfaccin que pudiera sentir por su reciente victoria. En la misma Roma hubo un gran duelo por lo ocurrido y mucha inquietud en cuanto a lo que podra suceder en el futuro. El cnsul sali del Samnio y avanz hasta Muro Lucano [la antigua Numistro.-N. del T.], en Lucania. Una vez aqu, acamp en un terreno llano, a plena vista de Anbal, que ocupaba una colina. Para demostrar la confianza que senta, fue el primero en presentar batalla, y cuando Anbal vio los estandartes saliendo por las puertas del campamento, no declin el desafo. Formaron sus lneas de tal manera que los cartagineses apoyaban su ala derecha en la colina, mientras que la izquierda romana quedaba protegida por la ciudad. Las primeras fuerzas en enfrentarse fueron, por parte romana, la primera legin y el ala derecha de los aliados; por la de Anbal entraron en combate la infantera hispana y los honderos baleares. Una vez hubo comenzado la batalla, tambin entraron en accin los elefantes. Durante mucho tiempo, el combate estuvo igualado. La lucha se prolong desde la tercera hora del da [sobre las 6 o 7 de la maana.-N. del T.] hasta el anochecer y, cuando las primeras lneas quedaron agotadas, la tercera legin relev a la primera y el ala izquierda de los aliados tom el lugar del ala derecha. Tambin entraron en accin tropas de refresco por el lado contrario con el resultado de que, en lugar de una lucha desanimada y sin fuerzas, se reanud una lucha feroz entre soldados que estaban descansados de mente y cuerpo. La noche, sin embargo, separ a los combatientes mientras la victoria estaba todava indecisa. Al da siguiente, los romanos permanecieron sobre las armas desde el amanecer hasta bien entrado el da, dispuestos a renovar el combate. Pero como el enemigo no haca acto de presencia, empezaron a recoger los despojos del campo de batalla y, despus de apilar los cuerpos de los muertos en un montn, los quemaron. Anbal levant el campamento en silencio durante la noche y se retir a la Apulia. Cuando la luz del da revel la huida de los enemigos, Marcelo se decidi a seguir su pista. Dej a los heridos, junto con una pequea guardia, en Muro Lucano a cargo de Lucio Furio Purpurio, uno de sus tribunos militares, y se aproxim a Anbal en Venosa [la antigua Venusia.- N. del T.]. Aqu, durante algunos das, se mantuvieron escaramuzas entre las patrullas de avanzada y combates ligeros en los que tomaron parte tanto la infantera como la caballera, pero sin librarse una batalla campal. En casi todos los casos, los romanos llevaron ventaja. Ambos ejrcitos atravesaron la Apulia sin librar ningn combate importante; Anbal marchaba por las noches, siempre al acecho de una oportunidad para sorprender o emboscar, Marcelo nunca se trasladaba sino a la luz del da, y solo despus de un cuidadoso reconocimiento.
[27,3] En Capua, mientras tanto, Flaco
estaba ocupado con la venta de los bienes de los ciudadanos principales y el arrendamiento de las tierras de cultivo que haban pasado a propiedad romana; el arrendamiento lleg a pagarse con grano. Como si no faltara nunca un motivo u otro para tratar a los capuanos con la mayor severidad, se revel un nuevo crimen que haba sido tramado secretamente. Fulvio haba sacado a sus hombres de las casas de Capua, en parte por el temor de que su ejrcito se desmoralizase por las atracciones de la ciudad, como le haba pasado a Anbal, y en parte para que quedaran casas que arrendar junto con las tierras que se estaban asignando. Las tropas recibieron orden de construir barracones militares en el exterior de las murallas y puertas. La mayora de estos se construyeron de adobe o tablas; algunos emplearon mimbres trenzados y cubiertos con paja, como hechos a propsito para incendiarse. Ciento setenta capuanos, con los hermanos Blosio al frente, tramaron un complot para prender fuego a todas aquellas chozas, al mismo tiempo y por la noche. Algunos esclavos de la familia Blosia traicionaron el secreto. Al recibir la informacin, el procnsul orden de inmediato que se cerraran las puertas y que se armaran las tropas. Se arrest a todos los involucrados en el crimen, se les interrog bajo tortura, fueron declarados culpables y ejecutados sumariamente. Los informantes recibieron su libertad y diez mil ases cada uno [272 kg. de bronce.-N. del T.]. Las gentes de Nocera Superior [la antigua Nuceria.-N. del T.] y Acerra, habindose quejado de que no tenan dnde vivir, pues Acerra estaba parcialmente destruida por el fuego y Nocera Superior totalmente demolida, fueron enviadas por Fulvio a Roma para que comparecieran ante el Senado. Se concedi permiso a los acerranos para reconstruir las casas que haban sido incendiadas, y como el pueblo de Nocera haba expresado su deseo de asentarse en Atella, se orden a los atelanos que se trasladasen a Calacia. A pesar de los muchos e importantes incidentes, unos favorables y otros desfavorables, que ocupaban la atencin pblica, no se perda de vista la situacin de la ciudadela de Tarento. Marco Ogulnio y Publio Aquilio fueron nombrados comisionados para comprar grano en Etruria; una fuerza de mil hombres, escogida entre el ejrcito urbano y con un nmero igual de contingentes aliados, lo escolt hasta Tarento.
[27,4] El verano estaba llegando a su fin y se
acercaba la fecha de las elecciones consulares. Marcelo escribi para decir que resultara contrario a los intereses de la repblica perder contacto con Anbal, pues le estaba presionando constantemente para rechazarlo y evitando algo como una batalla. El Senado era reacio a llamarlo de vuelta, justo cuando se estaba empleando con ms efectividad; al mismo tiempo, estaban inquietos porque no hubiese cnsules para el ao siguiente. Decidieron que la mejor opcin sera llamar al cnsul Valerio de Sicilia, aunque estuviese fuera de los lmites de Italia. El Senado orden a Lucio Manlio, el pretor urbano, que le escribiera en este sentido y que, al mismo tiempo, le remitiera el despacho de Marco Marcelo, para que aquel pudiera comprender la razn por la que el senado le reclamada a l desde su provincia en vez de a su colega. Fue por esta poca cuando llegaron a Roma los embajadores del rey Sfax. Estos enumeraron las batallas victoriosas que el rey haba librado contra los cartagineses, y declararon que no haba pueblo del que fueran ms enconados enemigos que del de Cartago, y que por ninguno sentan ms simpata que por el de Roma. El rey ya haba enviado emisarios a los dos Escipiones en Hispania y deseaba ahora solicitar la amistad de Roma en su misma fuente principal. El Senado no slo respondi con amabilidad a los embajadores, sino que enviaron a su vez embajadores y regalos al rey, siendo los hombres escogidos para aquella misin Lucio Genucio, Publio Petelio y Publio Popilio. Los presentes que llevaron con ellos consistan en una toga y una tnica prpuras, una silla de marfil y una patera de oro que pesaba cinco libras [1635 gramos.-N. del T.]. Despus de su visita a Sfax, se les encarg que visitasen a otros rgulos de frica y que llevasen a cada uno, como regalo, una toga pretexta y una ptera de oro de tres libras de peso. Tambin se envi a Marco Atilio y Manlio Acilio hacia Alejandra, ante Ptolomeo y Cleopatra, para recordarles la alianza ya existente y para renovar las relaciones de amistad con Roma. Los regalos que llevaron al rey consista en una toga y una tnica prpuras y una silla de marfil; para la reina, llevaron un manto bordado con una capa prpura. Durante el verano en el que ocurrieron estos hechos, las ciudades y distritos rurales vecinos informaron de numerosos portentos. Se dice que en Tsculo naci un cordero con las ubres llenas de leche; el techo del templo de Jpiter fue alcanzado por un rayo y se derrumb casi todo el techo; el terreno frente a la puerta de Anagni fue igualmente alcanzada, casi al mismo tiempo, y sigui ardiendo durante un da y una noche sin que nadie alimentase el fuego; en el cruce de Anagni con el bosque consagrado a Diana, los pjaros abandonaron sus nidos; en Terracina, cerca del puerto, se vieron serpientes de extraordinario tamao que saltaban; En Tarquinia naci un cerdo con cara humana; en las proximidades de Capena sudaron sangre cuatro estatuas, cerca de la arboleda de Feronia, durante un da y una noche. Los pontfices decretaron que aquellos portentos deban ser expiados mediante el sacrificio de bueyes; se design un da para ofrecer solemnes rogativas en todos los santuarios de Roma, y al da siguiente se ofrecieron similares rogativas en la Campania, en el bosque de Feronia.
[27,5] Al recibir su carta reclamndole, el
cnsul Marco Valerio entreg el mando del ejrcito y la administracin de la provincia al pretor Cincio, y dio instrucciones a Marco Valerio Mesala, el prefecto de la flota, para que navegase con parte de sus fuerzas hacia frica, corriese correr la costa y, al mismo tiempo, averiguar cuanto pudiera sobre los planes y preparativos de Cartago. Parti luego con diez buques hacia Roma, donde lleg tras una buena travesa. Inmediatamente despus de su llegada convoc una reunin del Senado y les present un informe de su administracin. Durante casi sesenta aos, les dijo, Sicilia haba sido escenario de guerras por tierra y mar, y los romanos haban sufrido all numerosas y graves derrotas. Ahora, l haba reducido por completo la provincia, no quedaba un cartagins en la isla y no haba un solo siciliano, de los que haban sido expulsados, que no hubiera regresado. Todos haban sido repatriados, establecindose en sus propias ciudades y arando sus propios campos. De nuevo se cultivaba la tierra asolada, enriqueciendo a sus cultivadores con sus productos y formando igualmente un baluarte inquebrantable contra la escasez en Roma en tiempos de guerra y la paz. Cuando el cnsul termin de dirigirse al Senado, fueron recibidos Mutines y otros que haban prestado un buen servicio a Roma, y las promesas hechas por el cnsul les fueron cumplidas por medio de honores y recompensas. La Asamblea aprob una resolucin, sancionada por el Senado, confiriendo la plena ciudadana romana a Mutines. Marco Valerio, por su parte, despus de haber llegado a las costas africanas con sus cincuenta naves, antes del amanecer, hizo un repentino desembarco contra el territorio de tica. Ampliando sus correras a lo largo y ancho, consigui botn de todo tipo, incluyendo gran nmero de cautivos. Con estos despojos regres a sus barcos y navegaron de regreso a Sicilia, entrando en el puerto de Lilibeo al decimotercer da de su partida. Los prisioneros fueron sometidos a un minucioso interrogatorio y se enviaron a Levino las siguientes informaciones, para que pudiera comprender la situacin en frica: En Cartago estaban cinco mil nmidas con Masinisa, el hijo de Gala, hombre joven, emprendedor y de gran energa; otras fuerzas mercenarias haban sido alistadas por toda frica para enviarlas a Hispania y reforzar a Asdrbal, de manera que pudiera tener un ejrcito tan grande como fuese posible y cruzar hasta Italia para unirse con su hermano, Anbal. Los cartagineses estaban convencidos de que con la adopcin de este plan se aseguraban la victoria. Adems de estos preparativos, se estaba alistando una flota inmensa para recuperar Sicilia, esperndose que apareciese por la isla en poco tiempo. El cnsul comunic esta informacin al Senado, y quedaron tan impresionados por su importancia que pensaban que el cnsul no deba esperar a las elecciones, sino regresar de inmediato a su provincia tras nombrar un dictador que presidiera las elecciones. Las cosas se retrasaron un tanto a causa del debate que sigui. El cnsul dijo que, cuando llegase a Sicilia, nombrara a Marco Valerio Mesala, que estaba por entonces al mando de la flota, como dictador; los senadores, por su parte, afirmaban que nadie que estuviese ms all de las fronteras de Italia poda ser nombrado dictador; Marco Lucrecio, uno de los tribunos de la plebe, someti este punto a discusin y el Senado emiti un decreto por el que se requera al cnsul para que, antes de su partida de la Ciudad, presentara la cuestin ante el pueblo de a quin deseaban nombrar dictador y que luego nombrase a quien el pueblo hubiera elegido. Si el cnsul se negaba a hacer esto, entonces debera presentar la cuestin el pretor, y si se negaba, entonces los tribunos lo presentaran ante el pueblo. Como el cnsul rechazo someter al pueblo lo que era uno de sus propios derechos, y el pretor se haba inhibido igualmente de hacerlo, recay en los tribunos presentar la cuestin, y el pueblo resolvi que Quinto Fulvio, que estaba por entonces en Capua, deba ser el designado. Pero, el da antes de que la Asamblea se reuniera, el cnsul parti en secreto por la noche hacia Sicilia, y el Senado, dejado as en la estacada, orden que se enviase una carta a Marcelo, urgindole a venir en auxilio de la repblica a la que su colega haba abandonado, y nombrase a la persona a quien el pueblo haba resuelto tener como dictador. As pues, Quinto Fulvio fue nombrado dictador por el cnsul Marco Claudio, y por la misma resolucin del pueblo, Publio Licinio Craso, el Pontfice Mximo, fue nombrado por Quinto Fulvio como su jefe de la caballera 210 a. C.
[27,6] Al llegar el Dictador a Roma, envi a
Cayo Sempronio Bleso, que haba sido su segundo al mando en Capua, con el ejrcito en Etruria, para relevar a Cayo Calpurnio, a quien haba enviado rdenes escritas para que se hiciera cargo del mando de su propio ejrcito en Capua. Fij la fecha ms temprana posible para las elecciones, pero no pudieron quedar cerradas debido a una diferencia entre los tribunos y el Dictador. A la centuria junior de la tribu Galeria le haba tocado votar en primer lugar, habindose declarado por Quinto Fulvio y Quinto Fabio. Las restantes centurias, convocadas por su orden, habran seguido el mismo camino de no haber intervenido dos de los tribunos de la plebe, Cayo Arrenio y su hermano Lucio. Dijeron que los derechos de sus conciudadanos estaban siendo infringidos al prorrogar el mandato de un magistrado, y que era una ofensa todava mayor para el hombre que estaba dirigiendo las elecciones el permitir que lo eligieran a l mismo. Por lo tanto, si el dictador aceptaba votos para s, deban interponer su veto al proceso, pero no lo haran si se daban nombres distintos del suyo. El dictador defendi el procedimiento alegando como precedentes la autoridad del Senado y una resolucin de la Asamblea. Cuando Cneo Servilio dijo era cnsul, y habiendo cado el otro cnsul en combate en el lago Trasimeno, esta cuestin fue remitida por la autoridad del Senado al pueblo, y este aprob una resolucin por la que, mientras hubiese guerra en Italia, el pueblo tena el derecho de nombrar nuevos cnsules, y a quienes hubiesen sido cnsules, con la frecuencia que quisiera. Tengo un antiguo precedente de mi actuacin en este caso en el ejemplo de Lucio Postumio Megelo, que fue elegido cnsul junto con Cayo Junio Bubulco en las mismas elecciones que presida como interrex; y una ms reciente en el caso de Quinto Fabio Mximo, que ciertamente nunca habra permitido que a l mismo se le reeligiera si no hubiera sido en inters del Estado.
Sigui una larga discusin y se lleg
finalmente a un acuerdo entre el Dictador y los tribunos, que se sometera al dictamen del Senado. En vista de la crtica situacin de la repblica, el Senado consider que la direccin de los asuntos deba estar en manos de un hombre mayor y con experiencia blica, y que no debiera haber ningn retraso en las elecciones. Los tribunos cedieron y las elecciones se celebraron. Q. Fabio Mximo sali cnsul, por quinta vez, y Quinto Fulvio Flaco por cuarta vez. Sigui la eleccin de los pretores, siendo los candidatos: Lucio Veturio Filn, Tito Quincio Crispino, Cayo Hostilio Tbulo y Cayo Aurunculeyo. En cuanto fueron nombrados los magistrados del ao siguiente, Quinto Fulvio renunci a su cargo. Al final de este verano, una flota cartaginesa de cuarenta barcos bajo el mando de Amlcar naveg hasta Cerdea y devast el territorio de Olbia. Ante la aparicin del pretor Publio Manlio Volso con su ejrcito, navegaron hacia el otro lado de la isla y devastaron los campos calaritanos [de Cagliari, la antigua Calares.-N. del T.], tras lo que volvieron a frica con toda clase de botn. Varios sacerdotes romanos murieron este ao y se nombr otros en su lugar. Cayo Servilio fue nombrado pontfice en lugar de Tito Otacilio Craso. Tiberio Sempronio Longo, hijo de Tiberio, fue designado augur en lugar de Tito Otacilio Craso; Tiberio Sempronio Longo, hijo de Tiberio, fue igualmente nombrado decenviro de los Libros Sagrados en puesto de Tiberio Sempronio Longo, hijo de Tiberio. Tambin tuvieron lugar las muertes de Marco Marcio, el Rex Sacrorum, y de Marco Emilio Papo, el Curio Mximo; estas vacantes no fueron cubiertas durante aquel ao [el Rex Sacrorum era el encargado de oficiar los sacrificios que originariamente eran incumbencia de los reyes de Roma; el Curio Mximo presida la antigua organizacin ciudadana de las Curias.-N. del T.]. Los censores nombrados este ao fueron Lucio Veturio Filn y Publio Licinio Craso, el Pontfice Mximo. Licinio Craso no haba sido cnsul ni pretor antes de ser nombrado censor, sino que pas directamente de la edilidad a la censura. Estos censores, sin embargo, no revisaron la lista de senadores, ni tampoco llevaron a cabo ninguna otra actividad pblica; la muerte de Lucio Veturio puso fin a la censura, pues Licinio renunci inmediatamente al cargo. Los ediles curules, Lucio Veturio y Publio Licinio Varo, celebraron los Juegos Romanos durante un da. Los ediles plebeyos, Quinto Cacio y Lucio Porcio Licinio, dedicaron el dinero procedente de las multas a la fundicin de estatuas de bronce para el templo de Ceres; tambin celebraron los Juegos Plebeyos con gran esplendor, considerando los recursos disponibles en aquel momento.
[27,7] Al cierre del ao lleg a Roma Cayo
Lelio, treinta y cuatro das despus de salir de Tarragona [El ao terminaba al comienzo de la primavera, ver 26.41.-N. del T.]. Su entrada en la ciudad con el grupo de prisioneros fue contemplada por una gran multitud de espectadores. Al da siguiente compareci ante el Senado e inform de que Cartagena, la capital de Hispania, haba sido capturada en un solo da, as como que varias ciudades rebeldes se haban recuperado y se haban recibido otras en alianza. La informacin obtenida de los prisioneros coincidi con la transmitida por los despachos de Marco Valerio Mesala. Lo que produjo mayor impresin en el Senado fue la amenazante marcha de Asdrbal a Italia, que apenas poda mantenerse firme contra Anbal y su ejrcito. Cuando Lelio fue llevado ante la Asamblea, reiter las declaraciones ya realizadas en el Senado. Se decret un da para una solemne accin de gracias por las victorias de Publio Escipin, y se orden a Cayo Lelio que volviera tan pronto como pudiera a Hispania con los buques que haba trado. Siguiendo a muchos autores, he referido la captura de Cartagena durante este ao, aunque soy bien consciente de que otros la sitan al ao siguiente. Sin embargo, esto parece improbable, pues Escipin no podra haber pasado todo un ao en Hispania sin hacer nada. Los nuevos cnsules entraron en funciones el 15 de marzo 209 a. C., y el mismo da el Senado les asign sus provincias. Ambos ostentaran mandos en Italia; Tarento sera el objetivo de Fabio, mientras que Fulvio habra de operar en la Lucania y el Brucio. Marco Claudio Marcelo vera extendido su mando otro ao y los pretores sortearon sus provincias: Cayo Hostilio Tbulo obtuvo la pretura urbana; Lucio Veturio Filn, la pretura peregrina junto con la Galia; Capua correspondi a Tito Quincio Crispino y Cerdea a Cayo Aurunculeyo. La distribucin de los ejrcitos qued como sigue: Las dos legiones que Marco Valerio Levino tena en Sicilia fueron asignadas a Fulvio; las que Cayo Calpurnio haba mandado en Etruria fueron transferidas a Quinto Fabio; Cayo Calpurnio permanecera en Etruria y las fuerzas urbanas quedaran bajo su mando; Tito Quincio mandara el ejrcito que haba tenido Quinto Fulvio; Cayo Hostilio se hara cargo de su provincia y del ejrcito del propretor Cayo Letorio, que estaba por entonces en Rmini [la antigua Ariminum.-N. del T.] Las legiones que haban servido con el cnsul fueron asignados a Marco Marcelo. Marco Valerio y Lucio Cincio vieron extendido su mando en Sicilia, y el ejrcito de Cannas fue puesto bajo su mando; se les orden que completaran sus plantillas con lo que quedaba de las legiones de Cneo Fulvio. Estas fueron reunidas y enviadas por los cnsules a Sicilia, donde fueron sometidas a las mismas condiciones humillantes que los derrotados de Cannas y que las del ejrcito del pretor Cneo Fulvio, que haban sido enviadas por el Senado a Sicilia como castigo por una huida similar. Las legiones con las que Publio Manlio Vulso haba sostenido Cerdea fueron puestas bajo Cayo Aurunculeyo y permanecieron en la isla. Publio Sulpicio retuvo su mando por un ao ms, con instrucciones de emplear la misma legin y la misma flota que haba tenido anteriormente contra Macedonia. Se emitieron rdenes para enviar treinta quinquerremes desde Sicilia al cnsul en Tarento, el resto de la flota navegara a frica y devastara la costa bajo el mando de Marco Valerio Levino o, si l no pudiera ir, que enviase a Lucio Cincio o a Marco Valerio Mesala. No hubo cambios en Hispania, salvo que Escipin y Silano vieron extendidos sus mandos, pero no por un ao, sino hasta el momento en que les reclamase el Senado. Tal fue la distribucin de las provincias y los mandos militares para el ao.
[27,8] Mientras la atencin pblica estaba
centrada en asuntos ms importantes, una antigua controversia fue reavivada con ocasin de la eleccin del Curio Mximo en sustitucin de Marco Emilio. Haba un candidato, un plebeyo llamado Cayo Mamilio Atelo, y los patricios sostenan que no se deba contabilizar ningn voto en su favor, pues nunca nadie, ms que un patricio, haba ostentado aquella dignidad. Los tribunos, al ser requeridos, remitieron el asunto al Senado y este lo dej a la decisin del pueblo. En consecuencia, Cayo Mamilio Atelo fue el primer plebeyo en ser elegido Curio Mximo. Publio Licinio, el Pontfice Mximo, oblig a Cayo Valerio Flaco a ser consagrado, en contra de su voluntad, flamen dial [sacerdote de Jpiter.-N. del T.]. Cayo Letorio fue nombrado como uno de los decenviros de los libros sagrados, en lugar de Quinto Mucio Escvola, fallecido. Habra yo preferido guardar silencio sobre la causa de su forzosa consagracin, si su mala reputacin no hubiese devenido en buena por tal motivo. Fue a consecuencia de su vida disoluta y descuidada por lo que este joven, que se haba distanciado de su propio hermano Lucio y de sus familiares, fue consagrado como flamen por el Pontfice Mximo. Cuando sus pensamientos estuvieron totalmente ocupados con el ejercicio de sus funciones sagradas, se despoj de su antiguo carcter tan completamente que, entre los jvenes de Roma, ninguno ocup un lugar ms alto en la estima y aprobacin de los dirigentes patricios, fuesen amigos o extraos. Animado por este aprecio general, logr la suficiente confianza para revivir una costumbre que, debido al poco carcter de los anteriores flmines, haca mucho que haba cado en desuso y tom su asiento en el Senado. Al tratar de entrar, el pretor Lucio Licinio lo expuls. l reclam aquel antiguo privilegio de los sacerdotes, pidiendo que se le confiera junto con la toga pretexta y la silla curul, como flamen que era. El pretor rehus considerar el asunto basndose en precedentes obsoletos procedentes de los analistas y apel al uso reciente. Ningn flamen dial, arguy, haba ejercido aquel derecho desde que tenan memoria sus padres o abuelos. Los tribunos, cuando se les requiri, dieron su opinin de que, habiendo cado en desuso aquella prctica por la indolencia y dejadez de flmines individuales, no se poda privar de sus derechos al sacerdocio. Condujeron al flamen al interior de la Curia entre la calurosa aprobacin de la misma y sin ningn tipo de oposicin, ni siquiera del pretor, pues todos pensaban que Flaco se haba ganado su asiento ms por la pureza e integridad de su vida que por cualesquiera derechos inherentes a su cargo.
Antes que los cnsules partieran hacia sus
provincias, alistaron dos legiones en la Ciudad para proveer los soldados que precisaban los ejrcitos. El antiguo ejrcito urbano fue puesto por el cnsul Fulvio bajo el mando de su hermano Cayo para que sirviera en Etruria, las legiones que estaban all seran enviadas a Roma. El cnsul Fabio orden a su hijo Quinto que llevase a Marco Valerio, el procnsul en Sicilia, el resto, a medida que los reuniese, del ejrcito de Fulvio. Ascendieron a cuatro mil trescientos cuarenta y cuatro hombres. Al mismo tiempo, deba recibir del procnsul dos legiones y treinta quinquerremes. La retirada de estas legiones de la isla no debilitara la fuerza de ocupacin en nmero o eficacia, porque adems de las dos legiones veteranas que haban sido ahora reforzadas hasta su dotacin completa, el procnsul dispona de un numeroso cuerpo de desertores nmidas, montados y desmontados, y haba alistado tambin a aquellos sicilianos que haban servido con Epcides y los cartagineses y que eran soldados experimentados. Mediante el fortalecimiento de cada una de las legiones romanas con estos auxiliares extranjeros, les dio la apariencia de dos ejrcitos completos. A uno de estos lo puso bajo Lucio Cincio, para proteger aquella parte de la isla que haba constituido el reino de Hiern; a la otra la mantuvo bajo su propio mando, para la defensa del resto de Sicilia. Tambin distribuy su flota de setenta buques, a fin de que pudiera defender toda la costa de la isla. Escoltado por la caballera de Mutines, hizo un recorrido por la isla con el fin de inspeccionar el terreno y anotar qu partes eran cultivadas y cules no, felicitando o reprendiendo en consecuencia a los dueos. Debido a su cuidado y atencin, hubo tan gran cosecha de grano que fue capaz de enviar a Roma y acumular, adems, en Catania para proporcionar suministros al ejrcito que deba pasar el verano en Tarento.
[27,9] La deportacin de los soldados a
Sicilia, la mayora de los cuales pertenecan a los latinos y otras naciones aliadas, estuvo a punto de provocar un levantamiento; hasta tal punto, con frecuencia, tan pequeos motivos provocan tan graves consecuencias. Se celebraron reuniones entre los latinos y las comunidades aliadas en las que se quejaron sonoramente de que durante diez aos haban sido sangrados con levas e impuestos de guerra; haban combatido cada ao solo para sufrir una gran derrota, y a los que no moran en batalla se los llevaba la enfermedad. Un compatriota que fuese reclutado por los romanos era mayor prdida para ellos que el que hubiera sido hecho prisioneros por los cartagineses, pues este ltimo era enviado de vuelta a su casa sin rescate mientras que al primero se le mandaba fuera de Italia, en lo que era ms un exilio que no un servicio militar. All, los hombres que haban combatido en Cannas llevaban gastados ocho aos de sus vidas, y all podran morir antes de que el enemigo, que nunca haba sido ms fuerte de lo que era hoy, abandonara suelo italiano. Si los viejos soldados no iban a volver, y siempre se estaba alistando otros nuevos, pronto no quedara nadie. Se veran obligados, por lo tanto, antes de llegar al ltimo extremo de despoblacin y hambre, a negar a Roma lo que las necesidades de su situacin pronto haran imposible de conceder. Si los romanos vieran que esta era la decisin unnime de sus aliados, seguramente empezar a pensar en hacer la paz con Cartago. De lo contrario, Italia nunca se vera libre de la guerra mientras Anbal estuviese vivo. Tal fue el tono general de las reuniones. Haba por aquel entonces treinta colonias pertenecientes a Roma. Doce de ellas anunciaron a los cnsules, a travs de sus representantes en Roma, que no tenan medios con los que proporcionar hombres ni dinero. Las colonias en cuestin eran Ardea, Nepi, Sutri, Alba, Carseoli, Suessa, Cercei, Sezze, Calvi Risorta, Narni, Interamna Sucasina.
Los cnsules, sorprendidos por esta medida
sin precedentes, quisieron amedrentarlos de seguir tan detestable actitud, pensando que tendran ms xito mediante la inflexible temeridad que con la adopcin de mtodos ms suaves. Vosotros, colonos, dijeron, habis osado dirigir a nosotros, los cnsules, un lenguaje que no podemos permitirnos repetir abiertamente en el Senado, pues no es un simple rechazo de las obligaciones militares, se trata de una rebelin abierta contra Roma. Debis regresar inmediatamente a vuestras colonias, cuando todava vuestra traicin est limitada a las palabras, y consultar con vuestro pueblo. No sois campanos ni tarantinos, sino romanos; surgisteis de Roma y desde Roma habis asentado colonias en tierras capturadas al enemigo para as aumentar sus dominios. Cuanto los hijos deben a los padres, vosotros debis a Roma, si es que an os queda un sentimiento filial o amor por ella y recuerdo de la madre patria. As que debis reanudar vuestras deliberaciones, pues lo que ahora contemplis tan irresponsablemente significa la traicin a la soberana de Roma y rendir la victoria en manos de Anbal. Tales fueron los argumentos que cada uno de los cnsules present extensamente, pero sin producir impresin alguna. Los enviados dijeron que no tenan respuesta que llevar a casa, ni exista otra poltica que tuviera que considerar su senado, al no quedar ni un hombre disponible para alistar ni dinero para su paga. Al ver los cnsules que su determinacin era inquebrantable, llevaron el asunto ante el Senado. Aqu se produjo tal consternacin y general alarma, que la mayora de los senadores declar que el Imperio estaba condenado al fracaso, otras colonias tomaran el mismo, as como tambin los aliados; todos haban acordado conjuntamente traicionar la ciudad de Roma a Anbal.
[27.10] Los cnsules hablaron al Senado con
trminos tranquilizadores. Declararon que las otras colonias permanecan tan leales y obedientes como siempre, y que incluso las colonias que se haban olvidado de su deber aprenderan a respetar el imperio si se les enviaban representantes del gobierno con palabras de amonestacin, que no de splica. El Senado dej que los cnsules tomasen las medidas que considerasen mejores para los intereses del Estado. Despus de sondear el sentir de las restantes colonias, convocaron a sus delegados a Roma y les preguntaron si tenan soldados dispuestos, de acuerdo con los trminos de su constitucin. Marco Sextilio, de Fregellas, actuando como portavoz de las dieciocho colonias [las que no se haban rebelado.-N. del T.], respondi que el nmero estipulado de soldados estaba listo para el servicio, que proporcionaran ms si se necesitaban y que haran todo lo posible para llevar a cabo los deseos y rdenes del pueblo romano. No tenan insuficiencia de recursos y posean una cantidad ms que suficiente de lealtad y buena disposicin. Los cnsules les dijeron en respuesta que sentan no poder alabar su conducta como merecan, a menos que la institucin del Senado se lo agradeciera, y por esto les pidieron que les siguieran a la Curia. El Senado aprob una resolucin, que les fue leda, redactada en los trminos ms elogiosos y corteses. Se encarg a los cnsules que los presentaran ante la Asamblea y que, entre todos los restantes esplndidos servicios que les haban prestado a ellos y a sus antepasados, hicieran mencin especial de esta nueva obligacin que haban aadido a la Repblica. A pesar de haber pasado tantas generaciones, no se debe omitir su nombre ni retener sus merecidas alabanzas. Segni, Norba, Satcula, Fregellas, Lucera, Venosa, Brindisi, Atri, Firmo y Rmini; en el mar Tirreno: Ponza, Pesto y Cosa; y las colonias del interior: Benevento, Isernia y Spoleto, Plasencia y Cremona [las antiguas Signia, Norba, Saticula, Fregellae, Lucerium, Venusia, Brindis, Hadria, Formae, Ariminum, Pontia, Paestum, Cosa, Benevento, Aesernum, Spoletum, Placentia y Cremona. N. del T.]. Tales fueron las colonias con cuya ayuda y socorro se confirm el dominio de Roma; estas fueron a quienes pblicamente dieron las gracias el Senado y la Asamblea. El Senado prohibi toda mencin de las restantes colonias que se haban mostrado infieles para con el imperio; los cnsules deban ignorar a sus representantes, ni se les retendra, ni se les despedira ni se dirigiran a ellos, dejndolos en absoluta soledad. Ciertamente, este silencioso reproche pareci lo ms acorde con la dignidad del pueblo de Roma. Los restantes preparativos de la guerra ocuparon entonces la atencin de los cnsules. Se decidi entregar a los cnsules el oro vigesimario, que se mantena oculto en el tesoro como reserva para casos de extrema urgencia [quien manumita a un esclavo deba pagar al tesoro el cinco por ciento, la vigsima parte, de su valor.- N. del T.]. Se sacaron cuatro mil libras de oro [1308 kilos.-N. del T.]. De estas, quinientas cincuenta libras se entregaron a cada uno de los cnsules y a los procnsules Marco Marcelo y Publio Sulpicio. Se entreg una cantidad similar a Lucio Veturio, a quien haba correspondido la provincia de la Galia, y se puso un subsidio especial de cien libras en manos del cnsul Fabio, para ser llevado a la ciudadela de Tarento. El resto se emple en la compra, mediante efectivo y a precios de mercado, de vestuario para el ejrcito de Hispania, cuyas victoriosas acciones agrandaban su propia fama y la de sus generales.
[27,11] Adems, se decidi que antes de que
los cnsules abandonasen la Ciudad se deban expiar determinados portentos. Varios lugares haban sido alcanzados por un rayo: la estatua de Jpiter en el Monte Albano y un rbol cerca de su templo, un bosque en Ostia, la muralla de la ciudad y el templo de la Fortuna en Capua y la muralla y una de las puertas en Mondragone. Algunas personas afirmaron que haba fluido sangre en el agua en el lago Albano y que en el santuario del templo de Fors Fortuna, en Roma, se haba cado por s misma una estatuilla de la diadema de la diosa en su mano. Se crea con seguridad que en Priverno [la antigua Privernum.-N. del T.] haba hablado un buey y que un buitre haba descendido sobre una tienda en el foro lleno de gente. En Mondragn se dijo que haba nacido un nio de sexo dudoso, esos que se suelen llamar andrginos palabra, como otras muchas, tomadas del griego, idioma que admite las palabras compuestas, tambin se inform de que haba llovido leche y que haba nacido un nio con cabeza de elefante. Estos portentos fueron expiados mediante el sacrificio de vctimas mayores, designndose un da para rotativas especiales en todos los santuarios y una plegaria de expiacin en un solo da. Adems, se decret que el pretor Cayo Hostilio deba ofrecer y celebrar los Juegos de Apolo, en estricta conformidad con la prctica de los ltimos aos. Durante este intervalo, el cnsul Quinto Fulvio convoc la Asamblea para elegir a los censores. Dos hombres fueron elegidos, ninguno de los cuales haba alcanzado la dignidad de cnsul: Marco Cornelio Ctego y Publio Sempronio Tuditano. La plebe adopt una medida, sancionada por el Senado, autorizando a estos censores a permitir que el territorio de Capua fuese arrendado a ocupantes individuales. Se retras la revisin de la lista del Senado por diferencias entre ellos en cuanto a quin deba ser elegido como prncipe del Senado [el princeps senatus, figura legal republicana que aprovechara posteriormente Octavio Augusto, posea el privilegio de hablar en primer lugar durante las deliberaciones, tras el magistrado convocante de la Curia, sola ser el censor patricio ms veterano y era, por lo general, hombre de la mayor autoridad moral.-N. del T.]. La eleccin haba recado sobre Sempronio; Cornelio, sin embargo, insisti en que se deba seguir la costumbre tradicional segn la cual el hombre que hubiera sido el primero de sus contemporneos en vivir hasta ser nombrado censor deba ser siempre elegido como prncipe del Senado, quien en este caso resultaba ser Tito Manlio Torcuato. Sempronio respondi que los dioses, que le haban conferido el derecho de elegir, tambin le haban otorgado el derecho de hacerlo libremente; as pues, actuara a su propio arbitrio y elega a Quinto Fabio Mximo, el hombre al que declaraba el ms importante de todos los romanos, afirmacin que podra demostrar ante el propio Anbal. Tras una larga argumentacin, su colega cedi y Sempronio eligi a Quinto Fabio Mximo como Prncipe del Senado. Se procedi entonces a la revisin de la lista, de la que se quitaron ocho nombres entre los que estaba en el Marco Cecilio Metelo, el autor de la infame propuesta de abandonar Italia despus de Cannas. Por la misma razn, algunos fueron eliminados del orden ecuestre, pero hubo muy pocos sobre los que recayera tal mancha de vergenza. Todos los que haban pertenecido a la caballera de las legiones de Cannas, y que estuvieran en Italia por aquel entonces haba un nmero considerable de estos, fueron privados de sus caballos. Este castigo se hizo an ms pesado al extender su servicio militar obligatorio. No se contaran los aos que haban servido con los caballos proporcionados por el Estado, tendran que servir diez aos a partir de esa fecha con sus propios caballos. Se descubri gran cantidad de hombres que deban haber servidor, y a cuantos de ellos hubieran alcanzado la edad de diecisiete aos al comienzo de la guerra, sin haber prestado servicio alguno, se les degrad a erarios [eran ciudadanos que pagaban impuestos pero no podan votar.-N. del T.]. A continuacin, los censores firmaron los contratos para la reconstruccin de los lugares alrededor del Foro que haban sido destruidos por el fuego; estos comprendan siete tiendas, el mercado de pescado y el atrio de las Vestales.
[27.12] Despus de despachar sus asuntos
en Roma, los cnsules partieron a la guerra. Fulvio fue el primero en marchar y se adelant hasta Capua. Despus de unos das le sigui Fabio y, en una entrevista personal con su colega, le inst enrgicamente, como haba hecho con Marcelo por carta, para que hiciera cuanto le fuera posible para mantener a Anbal a la defensiva mientras l mismo atacaba Tarento. Seal que el enemigo haba sido ya rechazado de todas partes, y que si se le privaba de aquella ciudad no quedara posicin en la que se pudiera sostener ni lugar seguro al que retirarse, no quedara ya nada en Italia que le sostuviera. Tambin envi un mensaje al comandante de la guarnicin que Levino haba situado en Reggio, como freno frente a los brucios. Era esta una fuerza de ocho mil hombres, procedentes la mayora, como hemos dicho, de Agathyrna en Sicilia, acostumbrados todos a vivir de la rapia; su nmero se haba incrementado con los desertores del Brucio, que se mostraban igualados en su imprudencia y su gusto por aventuras desesperadas. Fabio orden al comandante que llevase estas fuerzas al Brucio y asolase el pas, atacando luego la ciudad de Caulonia. Ejecutaron sus rdenes con presteza y entusiasmo, y despus de saquear y dispersar a los campesinos, lanzaron un furioso ataque contra la ciudadela. La carta del cnsul y su propia conviccin de que ningn general romano, excepto l, estaba a la altura de Anbal, lanzaron a Marcelo a la accin. Tan pronto como hubo hecho acopio del forraje de los campos, levant sus cuarteles de invierno y se enfrent a Anbal en Canosa di Puglia [la antigua Canusium.-N. del T.]. El cartagins estaba intentando inducir a los canusios a rebelarse pero se alej al enterarse de la aproximacin de Marcelo. Como era campo abierto, sin presentar cobertura para una emboscada, empez a retirarse a una zona ms boscosa. Marcelo le sigui pisndole los talones, estableci su campamento cerca del de Anbal y en el momento en que hubo terminado sus fortificaciones condujo sus legiones a la batalla. Anbal no vea la necesidad de correr el riesgo de una batalla campal y mand destacamentos de caballera y honderos para escaramucear. Fue arrastrado, sin embargo, a la batalla que haba tratado de evitar porque, despus de haber estado marchando toda la noche, Marcelo le alcanz en terreno llano y abierto, impidindole fortificar su campamento mediante el ataque a todas sus partidas de fortificacin. Sigui una enconada batalla en la que se enfrentaron todas las fuerzas de ambos ejrcitos, separndose igualados al caer la noche. Ambos campamentos, separados por slo un pequeo intervalo, se fortificaron a toda prisa antes de que oscureciera. Tan pronto como empez a clarear el amanecer, Marcelo march con sus hombres al campo y Anbal acept el reto. Habl para animar a sus hombres, pidindoles que recordasen el Trasimeno y Cannas, que domesticasen la insolencia de su enemigo que no cesaba de presionarles y pisarles los talones, impidindoles fortificar su campamento y sin darles respiro ni tiempo para mirar a su alrededor. Da tras da, dos cosas vean sus ojos al mismo tiempo: la salida del Sol y la lnea de combate romana en la llanura. Si el enemigo se retiraba con graves prdidas tras una batalla, l podra conducir sus acciones son ms tranquilidad y consejo. Animados por las palabras de su general y exasperados por el modo desafiante con que el enemigo se provocaba e incitaba, dieron comienzo a la batalla con gran nimo. Despus de ms de dos horas de combate, el contingente aliado en el ala derecha romana, incluyendo a las levas especiales, empez a ceder. En cuanto Marcelo vio esto, llev al frente la dcimo octava legin. Tardaron en llegar y, como los otros estaban vacilando y retrocediendo, al final toda la lnea qued paulatinamente desordenada y, finalmente, derrotada. Perdido el miedo a la vergenza, se dieron a la fuga. Dos mil setecientos romanos y aliados cayeron en la batalla y durante la persecucin; entre ellos se encontraban cuatro centuriones y dos tribunos militares: Marco Licinio y Marco Helvio. Se perdieron cuatro estandartes en el ala que inici el combate y dos de la legin que acudi en su apoyo.
[27,13] Una vez en el campamento, Marcelo
se dirigi con tan apasionada e incisiva reprobacin a sus hombres que sufrieron ms por las palabras de su enojado general que por la adversa lucha que haban sostenido durante todo el da. Tal como estn las cosas, dijo, estoy devotamente agradecido a los dioses porque el enemigo no haya atacado el campamento mientras con vuestro pnico corrais atravesando las puertas y saltando la empalizada; es seguro que habrais abandonado vuestro campamento con el mismo terror salvaje con que habis abandonado el campo de batalla. Qu significa este pnico, este terror? Qu os ha pasado de repente para que olvidis quines sois y contra quines luchis? Son estos, sin duda, los mismos enemigos a los os que estuvisteis derrotando y persiguiendo el pasado verano, a los que habis estado siguiendo tan de cerca los ltimos das mientras huan de vosotros noche y da, a los que habis acosado en escaramuzas y a los que hasta ayer habais impedido avanzar o acampar. Paso por alto los sucesos por los que os podis vanagloriar, slo voy a mencionar una circunstancia que os debera llenar de vergenza y remordimientos. Ayer por la noche, como sabis, os retirasteis del campo de batalla en igualdad con el enemigo. Qu ha hecho cambiar la situacin durante la noche o durante el da? Se han debilitado vuestras fuerzas o fortalecido las de ellos? En verdad que no me parece estar hablando a mi ejrcito, o a soldados romanos; parecis solo sus cuerpos y armas. Os creis que si hubieseis posedo el espritu de los romanos, habra podido el enemigo ver vuestras espaldas o capturar un solo estandarte de cualquier manpulo o cohorte? Hasta ahora se enorgullecan de haber destrozado legiones romanas; vosotros habis sido los primeros en concederles la gloria de haber puesto en fuga un ejrcito romano.
Se levant entonces un clamor general de
splica; los hombres le pidieron que los perdonase por su accin de aquel da y que pusiera a prueba el valor de sus hombres cundo y dnde quisiera. Muy bien, soldados, les dijo, lo probar y os llevar a la batalla maana, para que os podis ganar el perdn que solicitis como vencedores en vez de como vencidos. Orden que a las cohortes que haban perdido sus estandartes se les entregasen raciones de cebada y que los centuriones de los manpulos cuyos estandartes se haban perdido permanecieran alejados de sus compaeros, ligeros de vestimenta y con sus espadas desenvainadas. Orden tambin que todas las tropas, montadas y desmontadas, formaran armadas al da siguiente. Luego los despidi, y todos reconocan que haban sido justa y merecidamente censurados y que en todo el ejrcito no haba ninguno, a excepcin de su comandante, que hubiera demostrado aquel da ser un hombre. Se sentan obligados a darle una satisfaccin, fuera con su muerte o con una brillante victoria. A la maana siguiente comparecieron equipados y armados segn sus rdenes. El general expres su aprobacin y anunci que los que haban sido los primeros en huir y las cohortes que haban perdido sus normas se colocaran en la vanguardia de la batalla. Lleg a decir que todos deban luchar y vencer, y que deban, todos y cada uno, hacer todo lo posible para evitar que el rumor de la huida de ayer alcanzase Roma antes que la noticia de la victoria de aquel da. Se les orden entonces alimentarse, para que pudiesen aguantar en caso de que la lucha se prolongase. Despus que se hubiera dicho y hecho todo lo preciso para levantar su valor, marcharon a la batalla. [27,14] Cuando se inform de todo esto a Anbal, coment, Evidentemente, nos enfrentamos a un enemigo que no puede soportar su suerte, sea buena o mala! Si sale victorioso persigue a los vencidos en una bsqueda feroz, y si es derrotado renueva el combate con sus vencedores. Entonces, orden que tocaran la seal de avance y condujo a sus hombres hasta el campo de batalla. La lucha fue mucho ms reida que el da anterior; los cartagineses hicieron todo lo posible para mantener el prestigio que haban ganado, los romanos estaban igualmente decididos a borrar la vergenza de su derrota. Los contingentes que haban formado el ala izquierda romana y las cohortes que haban perdido sus estandartes estaban luchando en vanguardia, con la vigsima legin a su derecha. Lucio Cornelio Lntulo y Cayo Claudio Nern mandaban las alas; Marcelo permaneci en el centro para animar a sus hombres y comprobar cmo se comportaban en la batalla. La primera lnea de Anbal consista en sus tropas hispanas, la flor de su ejrcito. Despus de una larga e indecisa lucha, orden que se llevaran los elefantes hasta la lnea de combate, con la esperanza de que pudieran provocar confusin y pnico entre el enemigo. Al principio desordenaron las primeras filas, pisoteando alguno bajo sus pies y dispersando a los que estaban alrededor muy alarmados. Uno de los flancos qued as expuesto, y la derrota se habra extendido de no haber Cayo Decimio Favo, uno de los tribunos militares, arrebatado el estandarte del primer manpulo de asteros y haberlos llamado a seguirle. Los llev hasta donde los animales trotaban cerca unos de otros y provocaban el mayor tumulto, y dijo a sus hombres que lanzaran sus pilos contra ellos. Debido a la corta distancia y el gran blanco presentado por los animales, hacinados como estaban, cada pilo alcanz su objetivo. No todos fueron alcanzados, pero aquellos en cuyos flancos se hincaban las jabalinas huan y arrastraban instintivamente con ellos a los ilesos. No slo los hombres que los atacaron primero, sino todo soldado que los tuviera a su alcance le lanzaba su pilo conforme galopaban de vuelta a las lneas cartaginesas, donde provocaron an ms destruccin que la que causaron a su enemigo. Se lanzaban con ms imprudencia y hacan un dao mucho mayor al ser dirigidos por el miedo que al ser manejados por sus conductores que van sentados encima. Los estandartes romanos avanzaban de inmediato all donde se quebraban las lneas, y el roto y desmoralizado enemigo fue puesto en fuga sin demasiada lucha. Marcelo envi su caballera tras los fugitivos, y no afloj la persecucin hasta empujarlos con terrible pnico hasta su campamento. Para aumentar ms su confusin y terror, dos de los elefantes haban cado y bloqueaban la puerta del campamento, por lo que los hombres tuvieron que abrirse paso dentro de su campamento sobre el foso y la empalizada. Fue aqu donde sufrieron las mayores prdidas: murieron ocho mil hombres y cinco elefantes. La victoria no fue ms que una sangra para los romanos; de las dos legiones, murieron unos mil setecientos hombres y mil trescientos de los contingentes aliados; adems, hubo gran nmero de heridos en ambos grupos. La siguiente noche, Anbal abandon su campamento. Marcelo, aunque ansioso por seguirlo, no pudo hacerlo debido a la enorme cantidad de heridos. Las partidas de reconocimiento, que se enviaron para vigilar sus movimientos, informaron de que haba tomado la direccin del Brucio.
[27,15] Por aquel tiempo, los hirpinos, los
lucanos y los vulcientes [de la actual Buccino.-N. del T.] se rindieron al cnsul Quinto Fulvio, entregando las guarniciones que Anbal haba situado en sus ciudades. Aquel acept su rendicin con clemencia, limitndose a reprocharles el error cometido en el pasado. Los brucios fueron inducidos a esperar que se les podra mostrar una indulgencia similar y enviaron dos hombres del ms alto rango entre ellos, Vivio y su hermano Pacio, para solicitar condiciones de rendicin favorables. El cnsul Quinto Fabio tom al asalto la ciudad de Manduria, en el pas de los salentinos [en el tacn de la bota que semeja Italia.-N. del T.], capturando tres mil prisioneros y una considerable cantidad de botn. Desde all march a Tarento y fij su campamento en la misma boca del puerto. Carg con las mquinas e ingenios necesarios para batir las murallas algunos de los buques que Levino haba conservado con el propsito de mantener abiertas sus lneas de abastecimiento; emple otros para transportar artillera y provisin de proyectiles de toda clase. Slo hizo uso de los transportes que fueran impulsadas por remos, de manera que, mientras algunas tropas acercaban sus ingenios y escalas de asalto a las murallas, otras pudiesen rechazar a los defensores de los muros atacndoles a distancia desde los barcos. Estos barcos fueron equipados de tal modo que eran capaces de atacar la ciudad desde mar abierto sin interferencia del enemigo, pues la flota cartaginesa haba navegado hasta Corf para ayudar a Filipo en su campaa contra los etolios. La fuerza que asediaba Caulonia, al enterarse de la aproximacin de Anbal y temiendo una sorpresa, se retiraron a una posicin sobre las colinas que les aseguraba contra cualquier ataque inmediato aunque no serva para nada ms.
Mientras Fabio se encontraba sitiando
Tarento, un incidente de poca importancia en s mismo le ayud a conseguir una gran victoria. Anbal haba proporcionado a los tarentinos una guarnicin de tropas brucias. El prefecto al mando de estas estaba profundamente enamorado de una mujer que tena un hermano en el ejrcito de Fabio. Ella haba escrito a su hermano para contarle la relacin surgida entre ella y un extranjero rico y de alta posicin entre sus compatriotas. El hermano alberg la esperanza de que, por mediacin de su hermana, su amante pudiera ser convencido de cualquier extremo y comunic sus pensamientos al cnsul. La idea no pareca en absoluto poco razonable, as que recibi instrucciones de cruzar las lneas y entrar en Tarento como si fuese un desertor. Despus de ser presentado al prefecto por su hermana y establecer una relacin amistosa con l, tante cautelosamente su disposicin sin descubrir su autntico objetivo. Cuando se sinti satisfecho en cuanto a la debilidad de su carcter, llam a su hermana en su auxilio y por su persuasin y halagos logr convencer al hombre para traicionar la posicin de la que estaba al mando. Cuando se hubo dispuesto el momento y el modo en que se ejecutara el proyecto, se envi un soldado por la noche, desde la ciudad, para atravesar los puestos de vigilancia e informar al cnsul de lo que se haba ejecutado y de los acuerdos establecidos.
En la primera guardia, Fabio dio la seal para
actual a las tropas de la ciudadela y a las que guardaban el puerto, marchando despus alrededor del puerto y tomando posiciones, sin ser observados, en la parte oriental de la ciudad. Luego orden que tocaran las trompetas al mismo tiempo en la ciudadela, el puerto y los buques que haban sido llevados hasta mar abierto. El mayor gritero y alboroto fue intencionadamente provocado justo en aquellas zonas donde haba menos peligro de un ataque. Por su parte, el cnsul mantuvo a sus hombres en completo silencio. Demcrates, que anteriormente haba mandado la flota, result estar ahora a cargo de aquella zona de las defensas. Viendo que todo a su alrededor estaba tranquilo mientras, por el ruido y tumulto, la ciudad pareca haber sido capturada, temi permanecer en aquella posicin por si el cnsul asaltaba la plaza e irrumpa por otra parte. As pues, llev sus hombres hasta la ciudadela, de donde proceda el gritero ms alarmante. Por el tiempo transcurrido y el silencio que sigui a los gritos emocionados y las llamadas a las armas, Fabio juzg que la guarnicin se haba retirado de esa parte de las fortificaciones. En seguida orden que se llevasen las escalas a aquella zona de las murallas donde le informaron que montaba guardia el traidor brucio. Con su ayuda y complicidad, se captur aquella parte de las fortificaciones y los romanos se abrieron camino hacia la ciudad tras derribar la puerta ms cercana, que permiti pasar al cuerpo principal de sus camaradas. Lanzando su grito de guerra irrumpieron en el foro, donde llegaron sobre el amanecer sin encontrar un solo enemigo armado. Todos los defensores, que luchaban en la ciudadela y el puerto, se combinaron para atacar a los romanos.
[27.16] El combate en el foro se inici con
una impetuosidad que no se sostuvo. Los tarentinos no eran rivales para los romanos, ni en valor, ni en armas o entrenamiento militar ni en fuerza fsica o vigor. Lanzaron sus jabalinas y aquello fue todo; casi antes de que llegaran al cuerpo a cuerpo se dieron la vuelta y huyeron por las calles, buscando refugio en sus propios hogares y en las casas de sus amigos. Dos de sus lderes, Nico y Demcrates, cayeron luchando valientemente; Filomeno, que haba sido el causante principal de la entrega de la ciudad a Anbal, escap rpidamente de la batalla y, aunque su caballo sin jinete fue reconocido poco despus, sus cuerpo nunca fue hallado. Fue creencia general que fue arrojado de cabeza por su caballo en un poco sin proteccin. Cartaln, el prefecto de la guarnicin, haba depuesto las armas y se diriga al cnsul para recordarle el antiguo lazo de hospitalidad entre sus padres cuando fue muerto por un soldado con el que se encontr. Se masacr indiscriminadamente tanto a quienes se encontraron con armas como a los que no; cartagineses y tarentinos corrieron la misma suerte. Muchos, aun entre los brucios, resultaron muertos en diferentes zonas de la ciudad, fuese por error o para satisfacer viejos odios an en pie, o para suprimir cualquier rumor de su captura mediante traicin, hacindola aparecer como si hubiera sido tomada por asalto. Tras la carnicera sigui el saqueo de la ciudad. Se dice que se capturaron treinta mil esclavos junto con una enorme cantidad de plata, labrada y en monedas, y oro con un peso de ochenta y tres mil libras [27.141 kilos.-N. del T.], as como una coleccin de estatuas y pinturas casi igual a la que haba adornado Siracusa. Fabio, sin embargo, mostr un espritu ms noble del que Marcelo haba exhibido en Sicilia; mantuvo sus manos fuera de aquella clase de botn. Cuando su escriba le pregunt qu deseaba que se hiciera con algunas estatuas colosales se trataba de deidades, cada una representada con su vestimenta adecuada y en actitud de combate, orden que fuesen dejadas a los tarentinos que haban sentido su ira. La muralla que separaba la ciudad de la ciudadela fue demolida por completo.
Anbal, mientras tanto, recibi la rendicin de
la fuerza que estaba asediando Caulonia. Tan pronto como se enter de que Tarento estaba siendo atacada march apresuradamente a liberarla, caminando da y noche. Al recibir la noticia de su captura, coment: Los romanos tambin tienen su Anbal; hemos perdido a Tarento por la misma prctica que la ganamos. Para evitar que su retirada pareciese una huida, acamp a una distancia de cinco millas [7400 metros.-N. del T.] de la ciudad y, tras permanecer all durante unos das, cay sobre Metaponto. Desde este lugar envi a dos metapontinos con una carta para Fabio, en Tarento. Estaba escrita por las autoridades civiles, y en ella se afirmaba que estaban dispuestos a rendir Metaponto y a su guarnicin cartaginesa si el cnsul comprometa su palabra de que no habran de sufrir por su conducta pasada. Fabio crey que la carta era genuina y entreg a los portadores una respuesta dirigida a sus jefes, fijando la fecha de su llegada a Metaponto, que le fue entregada a Anbal. Naturalmente, encantado de ver que incluso Fabio no era inmune a sus estratagemas, dispuso sus tropas en emboscada no lejos de Metaponto. Antes de salir de Tarento, Fabio consult a los pollos sagrados, y en dos ocasiones le dieron un presagio desfavorable. Tambin consult a los dioses mediante un sacrificio y, tras haber inspeccionado la vctima, los augures le advirtieron de que haba de guardarse de las intrigas y emboscadas del enemigo. Al no aparecer en el momento indicado, se le enviaron nuevamente a los metapontinos para darle prisa y fueron arrestados. Aterrados ante la perspectiva de un interrogatorio bajo tortura, estos revelaron la trama. [27,17] Publio Escipin haba pasado todo el invierno ocupado en la conquista de diversas tribus hispanas, bien mediante sobornos, bien mediante la devolucin de sus compatriotas que haban sido tomados como rehenes o prisioneros. Al comienzo del verano Edecn, un jefe hispano famoso, vino a visitarle. Su esposa e hijos estaban en manos de los romano; pero aquella no era la nica razn por la que vena, tambin le influy el aparente cambio de sentir que se produjo en toda Hispania en favor de Roma y contra Cartago. Por el mismo motivo se movan Indbil y Mandonio, que eran sin duda alguna los ms poderosos prncipes de Hispania. Junto con sus fuerzas, abandonaron a Anbal, se retiraron a las colinas que estaban sobre su campamento y, mantenindose a lo largo de las cumbres de las montaas, se abrieron camino con seguridad hasta el cuartel general romano. Cuando Asdrbal vio que el enemigo estaba recibiendo tales incrementos de fuerza, mientras las suyas propias disminuan en la misma proporcin, se dio cuenta de que seguira la sangra a menos que efectuase algn movimiento audaz; as pues, decidi aprovechar la primera oportunidad que tuviera para combatir. Escipin ansiaba todava ms una batalla; su confianza haba aumentado con el xito y no estaba dispuesto a esperar hasta que se hubiesen unido los ejrcitos enemigos, prefera enfrentarse a cada uno por separado en vez de a todos juntos. Sin embargo, para el caso de que tuviera que enfrentar sus fuerzas combinadas, haba aumentado sus fuerzas por cierto mtodo ingenioso. Como toda la costa hispana estaba ahora limpia de buques enemigos, ya no estaba dando uso a su propia flota, as que tras varar los barcos en Tarragona hizo que las tripulaciones aliadas reforzaran su ejrcito terrestre. Tena armamento ms que suficiente, pues junto al conseguido en la captura de Cartagena tena aquel fabricado posteriormente por la gran cantidad de artesanos. Lelio, en cuya ausencia no emprendi nada de importancia, haba regresado de Roma, por lo que en los primeros das de la primavera parti de Tarragona con su ejrcito combinado y se dirigi directamente hacia el enemigo.
Haba paz por todo el pas que atraves;
cada tribu, segn se aproximaba, le daba una recepcin amigable y lo escoltaba hasta sus fronteras. En su camino se encontr con Indbil y Mandonio. El primero, hablando por s mismo y por su compaero, se dirigi a Escipin con un lenguaje grave y avergonzado, muy diferente del discurso spero e insensato de los brbaros. Present el hecho de haberse pasado a Roma ms como una decisin irremediable que como si reclamase la gloria de haberlo hecho a la primera oportunidad. Era muy consciente, dijo, de que la consideracin de desertor era odiosa para los antiguos amigos y sospechosa para los nuevos; tampoco consideraba errnea esta manera de considerarlo, siempre y cuando el doble odio generado se refiriese al motivo y no al nombre. Luego, despus de insistir en los servicios que haban prestado a los generales cartagineses y en la rapacidad e insolencia que el ltimo haba exhibido, as como en los innumerables males que les haba infligido a ellos y a sus compatriotas, prosigui: Hasta ahora hemos estado aliados con ellos por lo que respecta a nuestra presencia fsica, pero nuestros corazones y mentes han estado desde hace mucho donde creemos que se aprecian el derecho y la justicia. Venimos ahora, como suplicantes a los dioses que no permiten la violencia y la injusticia, y te imploramos, Escipin, que no consideres nuestro cambio de bando ni como un crimen ni como un mrito; juzga y evala nuestra conducta, considerando qu clase de hombres somos, ponindonos a prueba de ahora en adelante. El general romano contest que, precisamente esto, era lo que l deseaba hacer; no considerara como desertores a hombres que no mantuvieron una alianza en la que no se respet ninguna ley, ni divina ni humana. Entonces llevaron ante ellos a sus esposas e hijos, que les fueron devueltos en medio de lgrimas de alegra. Desde aquel da fueron huspedes de los romanos, concluyndose por la maana un tratado definitivo de alianza y marchando a traer sus tropas. A su regreso compartieron el campamento romano y actuaron como guas hasta llegar donde el enemigo.
[27.18] [Debido a su ausencia en la edicin
inglesa de referencia indicada en el prlogo, la traduccin de este captulo se ha efectuado a partir del texto ingls, correspondiente a la traduccin del texto de Tito Livio efectuada por Cyrus Edmonds en 1850.-N. del T.] El ejrcito de Asdrbal, que era el ms cercano de los ejrcitos cartagineses, se encontraba cerca de la ciudad de Bcula [la antigua Baecula, tradicionalmente identificada con Bailn, la sitan ahora algunos autores en Santo Tom, tambin en Jan.-N. del T.]. Ante su campamento tena destacamentos avanzados de caballera. Los vlites, los antesignarios [soldados que iban inmediatamente delante de las enseas y que las defendan.-N. del T.] y quienes componan la vanguardia, como iban al frente de su marcha y antes de elegir el terreno para su campamento, lanzaron un ataque con tal desprecio que result perfectamente evidente el grado de nimo que posea cada bando. La caballera fue rechazada hasta su campamento en desordenada huida, avanzando los estandartes romanos casi hasta sus mismas puertas. Aquel da, con sus nimos excitados por el combate, los romanos instalaron su campamento. Por la noche, Asdrbal retir sus fuerzas a un montculo en cuya cima se extenda una llanura. Haba un ro en la parte posterior, y por delante y a los lados tena como una orilla escarpada que la rodeaba completamente. Por debajo de esta haba otra planicie en suave declive, que tambin estaba rodeada por un repecho de difcil ascenso. A esta llanura inferior envi Asdrbal, al da siguiente, a su caballera nmida y a las tropas ligeras balericas y africanas, cuando vio las tropas del enemigo formadas en orden de batalla ante su campamento. Escipin, cabalgando entre la formacin y las enseas, les seal que el enemigo, habiendo abandonado de antemano toda esperanza de contenerlos en terreno llano, se ha retirado a las colinas: all los podan ver, apoyndose en la fuerza de su posicin y no en su valor y sus armas. Pero los muros de Cartagena que haban escalado los soldados romanos eran an ms altos. Ni colinas, ni una ciudadela, ni siquiera el propio mar haban sido impedimento para sus armas. Las alturas que haba ocupado el enemigo solo serviran para que este tuviera que saltar sobre riscos y precipicios al huir, pero l les cortara incluso aquella va de escape. En consecuencia, dio rdenes a dos cohortes para que una de ellas ocupara la entrada del valle inferior por donde flua el ro y que la otra bloquease el camino que llevaba de la ciudad al campo, sobre la ladera de la colina. l en persona llev las tropas ligeras, que el da anterior haban barrido al enemigo, contra las tropas ligeras que se encontraban estacionadas en el repecho inferior. Marcharon inicialmente por terreno quebrado, impedidos solo por el camino; despus, cuando llegaron al alcance de los dardos, fue lanzada sobre ellos una inmensa cantidad de toda clase de armas; mientras, por su parte, no solo los soldados, sino una multitud de vivanderos [los calones eran los que transportaban impedimenta, general o particular, as como quienes dirigan el tren de bagajes de las legiones: una heterognea multitud que solo ms adelante sera regularizada e incorporada a la organizacin legionaria con sus propios mandos.-N. del T.] mezclados con los soldados, lanzaban piedras tomadas del suelo, que se extendan por todas partes y que casi en su totalidad servan como proyectiles. Sin embargo, aunque el ascenso fue difcil y casi se vieron superados por las piedras y los dardos, con su prctica en aproximarse a las murallas y su tenacidad de espritu lograron los romanos superar la primera. Estos, tan pronto como llegaron a terreno nivelado y pudieron sostenerse a pie firme, obligaron al enemigo, dbil para sostener el cuerpo a cuerpo, compuesto por tropas ligeras armadas para escaramucear y que solo se poda defender a distancia mediante una clase de combate elusivo librado mediante descarga de proyectiles, a huir de su posicin; dando muerte a gran cantidad de ellos, los empujaron hasta donde estaban las fuerzas situadas por encima de ellos, en la altura superior. Sobre esta, Escipin, habiendo ordenado a las tropas victoriosas que se levantaran y atacasen el centro del enemigo; dividi sus fuerzas restantes con Lelio: las que este diriga fueron enviadas a rodear la colina por la derecha hasta que encontrasen un camino de fcil ascenso, l mismo, entretanto, dando un corto rodeo por la izquierda, cargaran contra el enemigo por el flanco. Como consecuencia de esto, la lnea cartaginesa fue puesta en confusin mientras trataban de dar la vuelta y enfrentar sus filas hacia donde resonaban los gritos que les rodeaban por todas partes. Durante esta confusin lleg tambin Lelio y, mientras el enemigo se retiraba para no quedar expuesto a ser herido por detrs, su lnea frontal se desarticul y dej un espacio que ocup el centro, que por aquel terreno abrupto nunca habra podido pasar en formacin y con los elefantes situados frente a los estandartes. Mientras las tropas del enemigo eran masacradas en todos los sectores, Escipin, que con su ala izquierda haba cargado sobre la derecha enemiga, estaba ocupado principalmente en atacar su flanco descubierto. Y ahora ya ni siquiera quedaba espacio para huir, pues destacamentos de tropas romanas haban bloqueado los caminos a ambos lados, derecha e izquierda, y la puerta del campamento estaba bloqueada por la huida del general y sus principales oficiales; a esto haba que aadir el miedo a los elefantes que, cuando estaban desconcertados, eran ms temidos que el enemigo. Murieron, as pues, al menos ocho mil hombres.
[27.19] Asdrbal, antes de la batalla, se
haba apropiado del dinero y, tras enviar sus elefantes por delante y reunir todos los fugitivos que pudo, dirigi su marcha a lo largo del Tajo hacia los Pirineos. Escipin se apoder del campamento enemigo y entreg todo el botn, con excepcin de los prisioneros, a sus tropas. Al computar los prisioneros se encontr con que ascendan a diez mil soldados de infantera y dos mil de caballera. Los prisioneros hispanos fueron puestos en libertad y enviados a sus casas; orden al cuestor que vendiera a los africanos. Todos los hispanos, los que se haban rendido previamente y los que haban sido hecho prisioneros el da anterior, se arremolinaron a su alrededor y con una sola voz lo saludaron como Rey. Orden que se mandara callar y entonces les dijo que el ttulo que ms valoraba era el nico que sus soldados le haban concedido: Imperator. El nombre de rey, dijo, tan grande en otros lugares, es insoportable para los odos romanos. Si la realeza es a vuestros ojos la ms noble cualidad de la naturaleza humana, podis atribuirla en vuestros pensamientos, pero debis evitar el uso de la palabra. Incluso los brbaros apreciaron la grandeza de un hombre que estaba tan alto como para desdear un ttulo cuyo esplendor deslumbraba los ojos de los dems hombres. Se repartieron luego regalos entre los rgulos y notables hispanos, y Escipin invit a Indbil a escoger trescientos caballos de entre el gran nmero capturado. Mientras el cuestor pona a los africanos en venta encontr entre ellos un joven muy apuesto, y al or que era de sangre real, lo envi a Escipin. Este le pregunt quin era, a qu pas perteneca y por qu con su poca edad se encontraba en el campamento. Le dijo que l era un nmida y que su pueblo lo llamaba Masiva; haba quedado hurfano de padre y lo haba criado su abuelo materno, Gala, el rey de los nmidas. Su to Masinisa haba venido con su caballera para ayudar a los cartagineses y l lo haba acompaado a Hispania. Masinisa siempre le haba prohibido tomar parte en los combates porque ser tan joven; pero aquel da, sin que su to lo supiera, se apoder de armas y de un caballo y march a la accin, mas su caballo cay y lo arroj y as fue hecho prisionero. Escipin orden que mantuvieran al nmida bajo custodia y, una vez hubo despachado todos los asuntos, abandon el tribunal y regres a su tienda. Una vez aqu mando llamar a su prisionero y le pregunto si le gustara volver con Masinisa. El muchacho respondi entre lgrimas de alegra que estara encantado de hacerlo. Escipin, entonces, le regal un anillo de oro, una tnica con borde prpura, una capa hispana con broche de oro y un caballo bellamente enjaezado. Luego orden que le acompaase una escolta de caballera para ir donde quisiera y lo despidi.
[27.20] Despus se celebr un consejo de
guerra. Algunos de los presentes urgieron a perseguir de inmediato a Asdrbal, pero Escipin pensaba que resultara peligroso en caso de que Magn y el otro Asdrbal unieran con sus fuerzas con l. Se content con enviar una guarnicin a ocupar los pasos de los Pirineos y pas el resto del verano recibiendo bajo su proteccin varias tribus hispanas. Pocos das despus de la batalla de Bcula, cuando Escipin, en su regreso a Tarragona, hubo descendido el puerto de Cazlona [saltu Castulonensi en el original latino; segn el diccionario geogrfico-histrico de Espaa, de D. Miguel Corts Lpez, edicin de 1836, correspondera al actual Puerto del Muradal o Muladar.-N. del T.], los dos generales cartagineses, Asdrbal Giscn y Magn, llegaron desde la Hispania Ulterior para unir sus fuerzas con las de Asdrbal. Llegaron demasiado tarde para evitar su derrota, pero su venida result muy oportuna al permitirles concertar las medidas para proseguir la guerra. Cuando se pusieron a confrontar pareceres sobre los sentimientos de las diferentes provincias, Asdrbal Giscn consider que la costa de Hispania entre Gades y el Ocano, an ignorante de los romanos, permaneca hasta ahora fiel a Cartago. El otro Asdrbal y Magn estaban de acuerdo en cuanto a la influencia que el generoso tratamiento de Escipin haba tenido en el sentir, tanto a nivel poltico como particular, de todo el mundo, y estaban convencidos de que no se podran detener las deserciones hasta que la totalidad de los soldados hispanos hubiera sido trasladada a los ms lejanos rincones de Hispania o llevados a la Galia. Decidieron, por lo tanto, sin esperar la sancin del Senado, que Asdrbal deba marchar a Italia, que era el foco de la guerra y donde se libraba el combate decisivo; de esta manera podra llevarse fuera de Hispania a todos los soldados hispanos, muy lejos del hechizo del nombre de Escipin.
Su ejrcito, debilitado como estaba por las
deserciones y por las prdidas en la desastrosa batalla reciente, tena que reforzarse hasta completar sus efectivos. Magn deba entregar su propio ejrcito a Asdrbal Giscn y cruzar a las Islas Baleares con un amplio suministro de dinero para contratar mercenarios entre los isleos. Asdrbal Giscn deba regresar al interior de la Lusitania y evitar cualquier enfrentamiento con los romanos. Una fuerza de tres mil jinetes, seleccionada de entre toda la caballera, se entregara a Masinisa, con la que debera patrullar la Hispania citerior, dispuesto a asistir a las tribus aliadas y llevar la devastacin a las ciudades y territorios de las que les fueran hostiles. Despus de disear este plan de operaciones, los tres generales se separaron para ejecutar sus diversas misiones. Este fue el curso de los acontecimientos durante el ao en Hispania. La fama de Escipin iba en aumento da a da en Roma. Tambin Fabio, aunque l haba capturado Tarento mediante traicin en vez de por su valor, aument su gloria con su captura. Los laureles de Fulvio se estaban desvaneciendo. Marcelo fue incluso objeto de rumores adversos, debido a la derrota que haba sufrido y, an ms, por haber acuartelado su ejrcito en Venosa Apulia en el apogeo del verano mientras Anbal marchaba a placer por Italia. Aquel tena un enemigo en la persona del Cayo Publicio Bbulo, un tribuno de la plebe. Inmediatamente despus que Marcelo sufriese su derrota, este hombre empez a difamar a Claudio en todas las asambleas y levantando en su contra el odio del pueblo con sus arengas a la plebe; ahora se dedicaba a intentar con lo privaran de su mando. Cuando ya se discuta sobre la revocacin del mando, los amigos de Claudio obtuvieron permiso para que dejara en Venosa a su segundo al mando y viniera a casa para defenderse de las acusaciones formuladas contra l; tambin evitaron cualquier intento de privarle de su mando en su ausencia. Sucedi que, cuando Marcelo lleg a Roma para evitar la amenaza, lleg tambin Fulvio para llevar a cabo las elecciones.
[27.21] La cuestin de privar a Marcelo de su
mando [imperium, en el original latino.-N. del T.] se debati en el Circo Flaminio ante una enorme multitud del pueblo y de todos los rdenes de la repblica. El tribuno de la plebe lanz sus acusaciones, no slo en contra de Marcelo, sino contra la nobleza en su conjunto. Fue por culpa de su errnea poltica y falta de energa, dijo, que Anbal haba mantenido Italia como si fuera su provincia; de hecho, haba pasado all ms tiempo de su vida que en Cartago. El pueblo romano estaba ahora cosechando los frutos de la ampliacin del mandato de Marcelo: tras su doble derrota, su ejrcito estaba alojado y pasando cmodamente el verano en Venosa. Marcelo dio tan contundente respuesta al discurso del tribuno, simplemente relatando cuanto haba hecho, que no era solamente fue rechazada la propuesta de privarle de su mando, sino que al da siguiente las centurias lo eligieron cnsul con absoluta unanimidad. Tito Quincio Crispino, que era pretor por entonces, fue elegido como su colega. Al da siguiente se efectu la eleccin de los pretores. Los elegidos fueron Publio Licinio Craso Dives [el rico.-N. del T.], Pontfice Mximo, Publio Licinio Varo, Sexto Julio Csar y Quinto Claudio. En mitad de las elecciones, se produjo considerable inquietud al saberse de la rebelin de Etruria. Cayo Calpurnio, quien actuaba en esa provincia como propretor, haba escrito para informar de que los movimientos se iniciaron en Arezzo. Marcelo, el cnsul electo, fue enviado all a toda prisa hasta all para conocer el estado de la situacin y, si pensaba que era lo bastante grave como para requerir la presencia de su ejrcito, trasladar su campo de operaciones de Apulia a Etruria. Con estas medidas se intimid lo bastante a los etruscos como para aquietarlos. Llegaron embajadores desde Tarento para pedir condiciones de paz bajo las que pudieran mantener sus libertades y sus leyes. El Senado les indic que volvieran de nuevo en cuanto Fabio llegase a Roma. Los Juegos Romanos y los Juegos Plebeyos se celebraron este ao, cada uno durante un da. Los ediles curules fueron Lucio Cornelio Caudino y Servio Sulpicio Galba; los ediles plebeyos fueron Cayo Servilio y Quinto Cecilio Metelo. Se afirm que Servilio no tena derecho legal a ser tribuno de la plebe, o edil, porque haba pruebas suficientes para afirmar que su padre, asesinado supuestamente diez aos antes por los boyos en Mdena, cuando oficiaba como triunviro agrario, realmente se encontraba vivo y prisionero en manos del enemigo.
[27,22] Era ya el undcimo ao de la
Segunda Guerra Pnica cuando Marco Marcelo y Tito Quincio Crispino tomaron posesin como cnsules 208 a. C.. En cuanto al consulado para el que se haba elegido a Marcelo, y sin contar aquel del que no tom posesin por cierto defecto de forma en su eleccin, este era el quinto en el que desempe el cargo. Italia fue asignada a los dos cnsules como su provincia y los dos ejrcitos que los cnsules anteriores haban tenido, junto con un tercero que haba mandado Marcelo y que estaba por entonces en Venosa, fueron puestos a su disposicin para que pudieran elegir entre los tres. El restante se entregara al comandante a quien se asignara Tarento y los salentinos. Las dems responsabilidades fueron asignadas del modo siguiente: Publio Licinio Varo fue puesto a cargo de la pretura urbana; Publio Licinio Craso, el Pontfice Mximo, tendra la pretura peregrina as como cualquier otra que el Senado pudiera determinar. De Sicilia se encargara Sexto Julio Csar y de Tarento Quinto Claudio Flamen. Quinto Fulvio Flaco vio ampliado su mando durante un ao y deba mantener el territorio de Capua, donde haba estado antes Tito Quincio como pretor, con una legin. A Cayo Hostilio Tbulo tambin se le prorrog el mando: deba suceder a Cayo Calpurnio, como pretor, con dos legiones en Etruria. Una prrroga similar en el mando se le otorg a Lucio Veturio Filn, que deba seguir en la Galia como propretor con las dos legiones que ya haba mandado anteriormente. La misma orden se dio para el caso de Cayo Aurunculeyo, mediante una propuesta presentada al pueblo, que haba administrado Cerdea como pretor; los cincuenta barcos que Escipin enviara desde Hispania se le asignaron para la defensa de su provincia. Publio Escipin y Marco Silano fueron confirmados en sus mandos por un ao ms. De los buques que Escipin haba trado de Italia o capturado a los cartagineses - ochenta en total - se le orden que enviase cincuenta a Cerdea, pues haba rumores sobre amplios preparativos navales en Cartago. Se deca que estaban equipando doscientas naves para amenazar la totalidad de las costas italianas, sicilianas y sardas. En Sicilia, se dispuso que el ejrcito de Cannas se entregara a Sexto Csar, mientras que Marco Valerio Levino, cuyo mando tambin haba sido prorrogado, retendra la flota de setenta buques que estaban surtos cerca de Sicilia, aumentndolos con los treinta barcos que haban permanecido en Tarento durante el ao pasado. Esta flota de un centenar de naves deba emplearla, si le pareca correcto, en correr la costa africana. Publio Sulpicio, con la flota que ya tena, deba seguir manteniendo a raya a Macedonia y Grecia. No hubo cambios en cuanto a las dos legiones que estaban acuarteladas en la Ciudad. Los encarg a los cnsules que reclutasen tropas de refrescos donde fuera preciso, para completar las legiones con todos sus efectivos. As, veintiuna legiones estaban bajo las armas para defender el imperio romano. Publio Licinio Varo, el pretor urbano, se encarg de la tarea de reacondicionar los treinta viejos buques de guerra surtos en Ostia y dotar con todas sus tripulaciones otros veinte nuevos, de manera que pudiera haber una flota de cincuenta buques para la proteccin de aquella parte de la costa ms prxima a Roma. Cayo Calpurnio recibi rdenes estrictas de no mover su ejrcito de Arezzo antes de la llegada de Tbulo, que haba de sucederle; tambin se inst a Tbulo para que estuviese especialmente en guardia para el caso de que se formaran proyectos de revuelta.
[27.23] Los pretores marcharon a sus
provincias, pero los cnsules se vieron retenidos por asuntos religiosos; se anunciaron diversos portentos y los augurios emitidos a partir de las vctimas sacrificadas fueron, en su mayora, desfavorables. Llegaron noticias desde la Campania de que dos templos en Capua, los de la Fortuna y Marte, as como varios monumentos sepulcrales haban sido alcanzados por rayos. Hasta tal punto est extendida la depravada supersticin de ver la mano de los dioses en las ms insignificantes pequeeces, que se inform con toda seriedad de que las ratas haban rodo el oro en el templo de Jpiter en Cumas. En Casino, un enjambre de abejas se haba instalado en el foro; en Ostia, una puerta y parte de la muralla haban sido alcanzadas por un rayo; en Cerveteri, un buitre haba volando en el templo de Jpiter y en Bolsena [las antiguas Caere y Vulsini.-N. del T.] de las aguas del lago haba manado sangre. Como consecuencia de estos portentos se orden un da para efectuar rogativas especiales. Durante varios das, se fueron sacrificando vctimas mayores sin obtener ninguna indicacin propicia, tardndose mucho en poder lograr la paz con los dioses. Era sobre las cabezas de los cnsules donde estos portentos presagiaban la mala fortuna, la repblica se mantena inclume. Los Juegos de Apolo se celebraron por primera vez en el consulado de Quinto Fulvio y Apio Claudio, bajo la organizacin del pretor urbano, Publio Cornelio Sila. Posteriormente, todos los pretores urbanos los celebraron a su vez, pero solan dedicarlos solo para un ao y sin fecha fija para su celebracin. Este ao una grave epidemia atac tanto a la Ciudad como a los distritos rurales, pero fue remitiendo ms a base de prolongadas enfermedades que por muertes. Como consecuencia de esta epidemia, se celebraron rogativas especiales en todas las capillas de la Ciudad, y Publio Licinio Varo, el pretor urbano, se encarg de proponer al pueblo una resolucin para que los Juegos de Apolo se celebrasen siempre el mismo da. l fue el primero en celebrarlos bajo esta regla, siendo el da fijado para su celebracin el cinco de julio, que as qued establecido en lo sucesivo.
[27,24] Da tras da, se agravaban los
informes desde Arezzo, incrementando la inquietud del Senado. Se enviaron instrucciones por escrito a Cayo Hostilio pidindole que no retrasase la toma de rehenes entre los ciudadanos, envindose a Cayo Terencio Varrn con poderes para recogerlos y llevrselos a Roma. Tan pronto lleg, Hostilio orden que una de sus legiones, que estaba acampada frente a la ciudad, entrase en formacin, disponiendo luego sus hombres en posiciones adecuadas. Una vez hecho esto, llam a los senadores en el foro y les orden que entregaran rehenes. Estos le solicitaron cuarenta y ocho horas para deliberar, pero l les insisti para que entregasen de inmediato a los rehenes, amenazndolos con que, en caso de una negativa, al da siguiente se apoderara de todos sus hijos. A continuacin dio rdenes a los tribunos militares, a los prefectos de los aliados y a los centuriones para que vigilasen estrictamente las puertas y que no permitieran que nadie saliese de la ciudad durante la noche. No hubo mucha tardanza ni retraso en el cumplimiento de estas instrucciones; antes de que estuvieran apostadas las guardias en las puertas, siete de los principales senadores con sus hijos escaparon antes de que oscureciese. Por la maana temprano, cuando los senadores empezaron a reunirse en el foro, se descubri la ausencia de estos hombres y sus propiedades fueron vendidas. El resto de los senadores ofreci sus propios hijos, en nmero de ciento veinte; la oferta fue aceptada y les fueron confiados Cayo Terencio para que los llevara a Roma. El informe que dio al Senado hizo que se considerase que las cosas eran an ms graves. Daba la impresin de que era inminente un levantamiento en toda Etruria. Por lo tanto, se orden a Cayo Terencio que marchase a Arezzo con una de las dos legiones urbanas y que ocupara la plaza por la fuerza; Cayo Hostilio, con el resto del ejrcito, deba atravesar toda la provincia y ver que no se produjera ninguna revuelta. Cuando Cayo Terencio y su legin llegaron a Arezzo, exigi las llaves de las puertas. Los magistrados respondieron que no las podan encontrar, pero l estaba convencido de que se las haban llevado deliberadamente, no perdidas por descuido, as que instal cerraduras nuevas en todas las puertas y puso especial cuidado en tenerlas todas bajo su propio control. Inst encarecidamente a Hostilio la necesidad de la vigilancia, advirtindole que toda la esperanza en mantener tranquila la Etruria dependa de que, tomando l tales precauciones, hiciera imposible cualquier movimiento de desafeccin.
[27,25] Se produjo un animado debate en el
Senado sobre el tratamiento que se deba imponer a los tarentinos. Estaba presente Fabio, y l se mostraba favorable a aquellos a quienes haba sometido por las armas; otros adoptaron el parecer opuesto y la mayora consideraba su culpabilidad igual a la de Capua, considerando que mereca una pena igualmente severa. Al final, se aprob una resolucin de Manlio Acilio, a saber, que se situara una guarnicin en la ciudad y que toda la poblacin quedara confinada dentro de sus murallas hasta que Italia quedase en un estado ms tranquilo, cuando se podra examinar nuevamente la cuestin. Una discusin igualmente acalorada surgi en relacin con Marco Livio, que haba mandando la fuerza en la ciudadela. Algunos estaban por aprobar un voto censura contra l por haber, con su negligencia, permitido que la plaza fuera entregada al enemigo. Otros consideraban que deba ser recompensado por haber defendido con xito a la ciudadela durante cinco aos, y por haber hecho ms que cualquier otra persona para conseguir la reconquista de Tarento. Un tercer grupo, tomando una postura intermedia, insisti en que corresponda a los censores, y no al Senado, conocer de sus actos. Esta opinin fue apoyada por Fabio, quien seal que l estaba muy de acuerdo con lo que los amigos de Livio afirmaban constantemente en aquella Curia: que fue gracias a sus esfuerzos que se pudo retomar Tarento, ya que no se habra podido volver a capturar de no haberla perdido previamente. Uno de los cnsules, Tito Quincio Crispino, parti con refuerzos para el ejrcito de Lucania, que haba mandado Quinto Fulvio Flaco. Marcelo qued retenido por las dificultades religiosas que se presentaban una tras otra y le abrumaban. En la guerra contra los galos, haba prometido durante la batalla de Clastidio un templo al Honor y la Virtud, pero los pontfices le impidieron dedicarlos. Decan que no era legalmente posible dedicar un templo a dos deidades, pues en caso de que fuera alcanzado por un rayo, o que sucediera cualquier otro portento, sera difcil expiarlo al no saberse a cul deidad haba que propiciar; no se poda sacrificar una vctima a dos deidades, excepto en el caso de algunas muy especficas. Rpidamente, se construy un segundo templo dedicado a la Virtud, pero no fue dedicado por Marcelo. Finalmente, sali con refuerzos para el ejrcito que haba dejado el ao anterior en Venosa. Viendo cmo Tarento haba mejorado la reputacin de Fabio, Crispino decidi intentar la captura de Locri, en el Brucio. Haba enviado buscar de Sicilia todo tipo de artillera y mquinas de guerra, recogiendo tambin cierto nmero de barcos para atacar aquella parte de la ciudad que daba al mar. Sin embargo, como Anbal haba trado a su ejrcito hasta el cabo Colonna [antiguo Lacinium.-N. del T.], abandon el asedio y, enterndose de que su colega se haba desplazado hasta Venosa, se mostr ansioso por unir sus fuerzas a las de l. Con este objetivo march de vuelta a Apulia y los dos cnsules acamparon a tres millas uno del otro, en un lugar entre Venosa y Banzi [la antigua Bantia; los campamentos distaban 4440 metros.-N. del T.]. Como todo estaba ya tranquilo en Locri, Anbal avanz hasta su proximidad. Sin embargo, los cnsules eran muy optimistas en cuanto a la victoria; formaron sus ejrcitos para el combate casi cada da, sintindose completamente seguros de que si el enemigo aceptaba su desafo, contra dos ejrcitos consulares, la guerra podra ser llevada a su fin.
[27.26] Anbal ya haba librado dos batallas
con Marcelo durante el ao anterior, habiendo obtenido la victoria en una y habiendo perdido la otra. Despus de estas experiencias, senta que si tena que enfrentarse nuevamente con l haba ms motivo para el temor que para la esperanza, estando lejos de considerarse en igualdad con la unin de ambos cnsules. Se decidi por emplear sus viejas tcticas y busc una posicin adecuada para una emboscada. Ambas partes, sin embargo, se limitaron a escaramuzas con mayor o menor xito, y los cnsules, pensando que con esto poda llegar a transcurrir el verano, consideraron que no haba razn por la que no se pudiera reanudar el asedio de Locri. As pues, enviaron instrucciones escritas a Lucio Cincio para que llevase su flota desde Sicilia a Locri y, como las murallas de la ciudad estaban tambin expuestas a un ataque por tierra, ordenaron a una parte del ejrcito que estaba en Tarento de guarnicin que marchara all. Estos planes fueron dados a conocer a Anbal por algunas personas de Turios y envi una fuerza para bloquear el camino de Tarento. Ocult a tres mil de caballera y dos mil infantes bajo la colina de Strongoli [la antigua Petelia.-N. del T.] Los romanos, marchando sin efectuar reconocimientos, cayeron en la trampa y murieron dos mil de ellos, resultando prisioneros mil quinientos. El resto huy campo a travs y regres a Tarento. Entre el campamento cartagins y el de los romanos haba una colina boscosa de la que ninguna de las partes se haba apoderado, pues los romanos no saban cmo era la parte que daba al enemigo y Anbal consideraba que resultaba ms apropiada para una emboscada que para situar un campamento. En consecuencia, este envi por la noche una fuerza de nmidas para ocultarse en el bosque, y all se quedaron al da siguiente sin moverse de su posicin, de manera que ni ellos ni sus armas resultaban visibles. Se comentaba por doquier en el campamento romano que se debera tomar y fortificar el cerro, pues si Anbal se apoderaba de l tendran al enemigo, por as decirlo, sobre sus cabezas. La idea impresion Marcelo, y le dijo a su colega: Por qu no vamos con unos pocos jinetes y examinamos el lugar? Cuando lo hayamos visto por nosotros mismos sabremos mejor qu hacer. Crispino asinti, y partieron con doscientos veinte hombres a caballo, cuarenta de los cuales eran de Fregellas y el resto eran etruscos. Iban acompaados por dos tribunos militares, Marco Marcelo, el hijo del cnsul, y Aulo Manlio, as como por dos prefectos de los aliados, Lucio Arrenio y Aulio Manio. Algunos autores afirman que, cuando Marcelo estaba sacrificando aquel da, en el hgado de la primera vctima se encontr que no tena cabeza [se refiere al lbulo superior, aunque el original latino emplea la expresin capite.-N. del T.]; en el segundo estaban presentes todas las partes, pero la cabeza apareca anormalmente grande. El arspice se alarm gravemente al encontrar despus las partes deformes y unas partes con retraso en el crecimiento y otras con un exceso del mismo.
[27,27] Marcelo, sin embargo, estaba preso
de tan profundo deseo por enfrentarse a Anbal que nunca consideraba que sus respectivos campamentos estuvieran lo bastante prximos. Al cruzar la empalizada para dirigirse a colina, hizo seas a sus soldados para que permanecieran en sus puestos, listos para tomar la impedimenta y seguirle en caso de que decidiera que la colina que iba a reconocer resultaba adecuada para un campamento. Haba una estrecha franja de terreno nivelado frente al campamento, y desde all parta un camino hacia la colina, abierto y con visibilidad por todos los lados. Los nmidas haban situado un viga para echar un vistazo, ni mucho menos en previsin de un encuentro tan grave como tuvo lugar sino, simplemente, con la esperanza de interceptar a cualquiera que se hubiera alejado demasiado de su campamento en busca de lea o forraje. Este hombre fue el que dio la seal para que salieran de su escondite. Los que estaban delante de los romanos, en la parte superior de la colina, no se dejaron ver hasta que los que deban bloquear el camino detrs de aquellos haban rodeado su retaguardia. Luego, surgieron por todas partes y con un fuerte grito cargaron hacia abajo. A pesar de que los cnsules se vieron cercados, incapaces de abrirse camino hasta la colina, que estaba ocupada, y con su retirada cortada por los que aparecieron a su retaguardia, an hubieran podido sostener durante bastante tiempo el combate si los etruscos, que fueron los primeros en huir, no hubiesen provocado el pnico entre el resto. Los fregelanos, sin embargo, aunque abandonados por los etruscos, se mantuvieron firmes mientras los cnsules estuvieron indemnes y fueron capaces de animarlos y tomar parte personalmente en los combates. Pero al ser heridos ambos cnsules y ver caer muerto de su caballo a Marcelo, atravesado por una lanza, entonces el pequeo grupo de supervivientes huyeron en compaa de Crispino, que haba sido alcanzado por dos lanzadas, y del joven Marcelo, que tambin estaba herido. Aulo Manlio result muerto, as como Manio Aulio; el otro prefecto de los aliados, Arrenio, fue hecho prisionero. Cinco de los lictores de los cnsules cayeron en manos del enemigo, el resto muri o escap con el cnsul. Tambin cayeron cuarenta y tres de caballera, entre la batalla y la persecucin, siendo hechos prisioneros dieciocho. Hubo gran agitacin en el campamento, y se estaban disponiendo a acudir a toda prisa en ayuda de los cnsules cuando vieron a uno de ellos y al hijo del otro volviendo heridos con los escasos restos que haban sobrevivido a la desastrosa expedicin. La muerte de Marcelo fue de lamentar por muchas razones; sobre todo porque, con una imprudencia no esperable de su edad tena ms de sesenta aos y en total desacuerdo con la precaucin propia de un general veterano, se haba arrojado directamente al peligro no solo l, sino tambin a su colega y casi a toda la repblica. Tendra que hacer una digresin excesivamente larga sobre un nico hecho si hubiera de relatar todas las versiones sobre la muerte de Marcelo. Slo citar la de un autor, Celio. Este da tres versiones distintas de lo que pas; una transmitida por tradicin, otra copiada de la oracin fnebre pronunciada por su hijo, que presente en aquel momento, y una tercera que Celio da como cierta a raz de sus propias investigaciones. Entre las variantes de la historia, sin embargo, la mayor parte de los autores concuerdan en que abandon el campamento para reconocer la posicin y en que fue emboscado. [27.28] Anbal estaba convencido de que el enemigo quedara totalmente acobardado por la muerte de un cnsul y la incapacitacin de otro, por lo que determin no dejar pasar la oportunidad que se le presentaba. En seguida traslad su campamento a la colina donde se haba librado el combate y aqu dio sepultura al cuerpo de Marcelo, que haba sido encontrado. Crispino, desconcertado por la muerte de su colega y por su propia herida, abandon su posicin en medio de la noche y fij su posicin en las primeras montaas a las que lleg, en una posicin elevada y protegida por todas partes. Ahora los dos comandantes mostraban mucha cautela, el uno tratando de engaar a su oponente y el otro tomando cuantas precauciones poda contra l. Cuando el cuerpo de Marcelo fue descubierto, Anbal se apoder de su anillo. Temiendo que este pudiera emplearse en falsificaciones, Crispino envi correos a todas las ciudades vecinas, advirtindoles que su colega haba muerto y que su anillo estaba en poder del enemigo, por lo que no deban confiar en ninguna misiva enviada en nombre de Marcelo. Poco despus que el mensajero del cnsul hubiera llegado a Salapia, se recibi un despacho de Anbal, pretendiendo provenir de Marcelo, afirmando que llegara a Salapia la noche despus que hubieran recibido la carta y que los soldados de la guarnicin deban estar dispuestos a caso de que se requirieran sus servicios. Los salapianos percibieron el engao y supusieron que estaba buscando ocasin de castigarlos, no solo por su desercin de la causa cartaginesa, sino por la masacre de su caballera. Mandaron de vuelta al mensajero, para que no pudiera enterarse de las medidas que haban decidido tomar, y luego hicieron sus preparativos. Los ciudadanos ocuparon sus puestos en las murallas y otros puestos principales, se reforzaron las patrullas y centinelas nocturnos, manteniendo la ms cuidadosa vigilancia, y se dispuso un grupo elegido de la guarnicin cerca de la puerta por la que se esperaba que llegase el enemigo.
Anbal se acerc a la ciudad alrededor de la
cuarta guardia [sobre las dos de la madrugada.-N. del T.]. La cabeza de la columna estaba formada por desertores romanos; llevaban armas romanas, sus corazas eran romanas y todos ellos hablaban latn. Cuando llegaron a la puerta, llamaron a los centinelas y les pidieron que abriesen la puerta, pues el cnsul estaba all. Los centinelas, fingiendo que acababan de despertarse, se afanaron entre prisas y confusiones, y comenzaron lenta y laboriosamente a abrir la puerta. Estaba cerrada mediante una reja, y mediante palancas y cuerdas la levantaron lo suficiente como para que pasase por debajo un hombre en posicin vertical. El paso era apenas lo bastante amplio cuando los desertores se precipitaron por la puerta, tratando cada uno de ser el primero. Estaban ya en el interior unos seiscientos cuando se dej caer de golpe la cuerda que lo sostena y el rastrill cay con gran estruendo. Los salapianos atacaron a los desertores, que marchaban con descuido con sus escudos colgando de los hombros, como si estuviesen entre amigos; los dems, que estaban sobre la torre de la puerta y sobre las murallas mantuvieron lejos al enemigo con piedras, lanzas y largas prtigas. De este modo, Anbal se vio cogido en su propia trampa, se retir y procedi a levantar el sitio de Locri. Cincio estaba efectuando un ataque ms decidido contra el lugar con obras de asedio y artillera de todo tipo que haba trado de Sicilia; ya Magn empezaba a desesperar de mantener la plaza cuando renacieron sus esperanzas con las noticias de la muerte de Marcelo. Luego lleg un mensajero, avisando de que Anbal haba enviado por delante a su caballera nmida y que la segua con su infantera tan rpidamente como poda. En cuanto los vigas dieron la seal de la llegada de los nmidas, Magn abri la puerta de la ciudad y lanz una vigorosa salida. Debido a la rapidez de su ataque, ms por lo inesperado que por la igualdad de fuerzas, el combate estuvo parejo durante cierto tiempo; pero cuando llegaron los nmidas se apoder tal pnico de los romanos que abandonaron los trabajos de asedio y las mquinas con las que trataban de abatir las murallas, huyendo desordenadamente hacia el mar y sus barcos. As, con la llegada de Anbal, fue levantado el sitio de Locri.
[27,29] Tan pronto como Crispino se enter
de que Anbal se haba retirado al Brucio, orden a Marco Marcelo que llevase a Venosa el ejrcito que haba mandado su colega. Pese a no poder casi soportar el movimiento de la litera debido a sus graves heridas, parti con sus legiones hacia Capua. En un despacho que envi al Senado, despus de aludir a la muerte de su colega y al estado crtico en que l mismo se encontraba, explic que no poda ir a Roma para las elecciones porque no se crea capaz de soportar el cansancio del viaje y, tambin, porque estaba inquieto por Tarento en caso de que Anbal abandonase en Brucio y dirigiese sus ejrcitos contra ella. Asimismo, solicitaba que se le enviasen algunos hombres experimentados y sensatos, pues necesitaba hablar con ellos en cuanto a la poltica de la Repblica. La lectura de esta carta evoc sentimientos de profundo pesar por la muerte de un cnsul y graves temores por la vida del otro. De acuerdo con su deseo, enviaron al joven Quinto Fabio al ejrcito de Venosa, y tres embajadores al cnsul, a saber, Sexto Julio Csar, Lucio Licinio Polin y Lucio Cincio Alimento, que acababa de regresar de Sicilia haca unos das. Sus instrucciones eran que le dijesen al cnsul que si no poda venir a Roma para celebrar las elecciones, deba un dictador en territorio romano a tal efecto. Si el cnsul hubiera ido a Tarento, se indic al pretor Quinto Claudio que retirase las legiones apostadas all y que marchara con ellas hasta aquel territorio desde el que pudiera proteger la mayor cantidad posible de ciudades pertenecientes a los aliados de Roma. Durante el verano, Marco Valerio naveg por la costa africana con una flota de cien barcos. Desembarcando sus hombres cerca de la ciudad de Kelibia [la antigua Clupea.-N. del T.], asol el pas a lo largo y a lo ancho sin encontrar resistencia. La noticia de la llegada de una flota cartaginesa hizo que los saqueadores regresasen a toda prisa a sus naves. Esta flota se compona de ochenta y tres barcos y el comandante romano la enfrent con xito no lejos de Kelibia. Despus de capturar dieciocho buques y poner en fuga al resto, regres a Marsala [la antigua Lilibeo.-N. del T.] con gran cantidad de botn. En el transcurso del verano, Filipo prest asistencia militar a los aqueos, que haban implorado su ayuda contra Macnidas, tirano de los lacedemonios, y contra los etolios. Macnidas estaba acosndolos mediante una guerra fronteriza, los etolios haban cruzado el estrecho mar entre Lepanto y Patras el nombre local de esta ltima es Rhion - y hacan incursiones en la Acaya. Tambin hubo rumores sobre la intencin por parte de Atalo, rey de Asia, de visitar Europa, pues los etolios, finalmente, le haban convertido en su ltimo consejo nacional en uno de sus dos magistrados supremos.
[27.30] Estando as las cosas, Filipo se
desplaz hacia el sur de Grecia. Los etolios, bajo el mando de Pirrias, que haba sido elegido pretor en ausencia junto a Atalo, se enfrentaron a Filipo en la ciudad de Lama [T. Livio emplea pretor para traducir strategos que era el ttulo real de Pirrias.- N. del T.]. Estaban apoyados por un contingente proporcionado por Atalo as como por unos mil hombres que Publio Sulpicio haba sacado de su flota. Filipo venci en dos batallas contra Pirrias, perdiendo su enemigo en cada una no menos de mil hombres. A partir de aquel momento, los etolios temieron enfrentarse con l en el campo de batalla y se mantuvieron dentro de los muros de Lama. Filipo, por tanto, march con su ejrcito hacia Stylidha [la antigua Falara, que era el puerto de Lama.-N. del T.]. Este lugar se encuentra en el Golfo Malaco y tena una poblacin considerable debido a su esplndido puerto, los seguros fondeaderos en su proximidad y otras ventajas martimas y comerciales. Mientras estaba aqu, fue visitado por embajadas de Tolomeo, rey de Egipto, as como de Rodas, Atenas y Quos, con el fin de lograr una reconciliacin entre los etolios y l. Aminandro, rey de los atamanos y vecino de los etolios, actu en nombre de estos como mediador. Pero la preocupacin general no era tanto por los etolios, que eran ms belicosos que el resto de los griegos, como la libertad de Grecia, que se vera seriamente amenazada si Filipo y su reino tomaban parte activa en la poltica griega. La cuestin de la paz fue llevada a discusin en la reunin de la Liga Aquea. Se estableci lugar y fecha para esta reunin y, entre tanto, se acord un armisticio por treinta das. Desde Stylidha, el rey march a travs de la Tesalia y la Beocia hasta Calcis, en Eubea, para impedir que Atalo, quien segn tena entendido estara navegando hacia all, desembarcase en la isla. Dejando all fuerzas por si Atalo navegaba por all, fue con un pequeo cuerpo de caballera e infantera ligera hasta Argos. Aqu, por voto popular, le fue conferida la presidencia de los Juegos de Hera y de Nemea, en razn de que los reyes de Macedonia cifraban su origen precisamente en Argos. En cuanto terminaron los Juegos de Hera, march a Egio para asistir a la reunin de la Liga, que se haba fijado algn tiempo atrs. La discusin se centr en la cuestin de poner fin a la guerra con los etolios, de modo que ni los romanos ni Atalo pudieran tener motivo alguno para entrar en Grecia. Pero los etolios lo desbarataron todo casi antes de que expirase el armisticio, despus que se enteraron de que Atalo haba llegado a Egina y de que una flota romana estaba anclada frente a Lepanto. Haban sido invitados a asistir a la reunin de la Liga, estando tambin presentes las delegaciones que haba tratado de lograr la paz en Falara. Comenzaron quejndose de ciertas infracciones triviales del armisticio, y terminaron por declarar que nunca cesaran las hostilidades hasta que los aqueos devolviesen Pilos a los mesenios, que Atintania se devolviera a Roma y el pas de los ardieos a Escerdiledas y Plurato [los ardieos eran un pueblo ilirio, entre el Danubio y el piro; Escerdiledas y Plurato son las antiguas Scerdilaedus y Pleuratus.- N. del T.]. Filipo, naturalmente, estaba indignado porque aquellos a quienes haba derrotado le impusieran los trminos de la paz a l, su vencedor. Record a la asamblea que cuando se le habl del asunto de la paz y se estableci un armisticio, no fue con ninguna expectativa de que los etolios se quedaran quietos, sino nicamente para que todos los aliados pudieran dar testimonio de que l buscaba una base para la paz mientras el otro bando estaba determinado a encontrar cualquier pretexto para la guerra. Como no haba all posibilidad alguna de que se firmara la paz, despidi el consejo y regres a Argos, pues se aproximaba el momento de los Juegos Nemeos y deseaba incrementar su popularidad con su presencia. Dej una fuerza de cuatro mil hombres para proteger a los aqueos al tiempo que se llevaba cinco buques de guerra propiedad de aquellos. Tena la intencin de aadirlos a la flota recientemente enviada desde Cartago; con estos barcos, y los que Prusias haba enviado desde Bitinia, haba determinado presentar batalla a los romanos, que dominaban el mar en aquella parte del mundo.
[27.31] Mientras el rey estaba ocupado con
los preparativos para los Juegos y se entregaba a ms distracciones de las necesarias en momentos en que se libraba una guerra, Publio Sulpicio, zarpando desde Lepanto, llev su flota entre Sicin y Corinto, desembarcando y devastando por doquier aquella tierra maravillosamente frtil. Esta noticia oblig a Filipo a abandonar los Juegos. Se adelant con su caballera, dejando que la infantera lo siguiera, y sorprendi a los romanos mientras estaban dispersos por los campos, cargados con el botn y sin sospechar en absoluto el peligro. Fueron rechazados hasta sus naves y la flota romana regres a Lepanto, lejos de estar felices con el resultado de su ataque. Filipo volvi para ver la clausura de los Juegos, aumentando su esplendor por la noticia de su victoria pues, cualquiera que fuese su importancia, se trataba con todo de una victoria sobre los romanos. Lo que aument el regocijo general por el festival fue el modo en que satisfizo al pueblo, al dejar de lado su diadema, su manto prpura y el resto de ornatos reales para que, en lo que respecta a su apariencia, quedase al mismo nivel que los dems. Nada es ms grato que esto para los ciudadanos de un Estado libre. Sin duda les habra dado fundadas esperanzas de mantener sus libertades si no se hubiera manchado y deshonrado con su insufrible libertinaje! Acompaado por uno o dos secuaces, iban a su antojo por casas de hombres casados, de da y de noche, y rebajndose a la condicin de ciudadano particular llamaba menos la atencin y estaba sujeto a menos restricciones. La libertad con la que haba engaado a los dems, se volvi en su propio caso una desenfrenada lascivia, llevando a cabo sus propsitos no solo mediante el dinero o los halagos, sino incluso recurriendo a la violencia criminal. Era cosa peligrosa que los esposos y padres pusieran obstculos en el camino de la lujuria del rey con cualesquier escrpulo inoportuno por su parte. Una seora llamada Policratia, esposa de Arato, uno de los principales hombres entre los aqueos, fue arrebatada a su marido y llevada a Macedonia con la promesa, por parte del rey, de casarse con ella. En medio de estos excesos lleg a su fin el sagrado festival de los Juegos Nemeos. Pocos das despus, Filipo march a Dime para expulsar a la guarnicin etolia, que haba sido invitada por los eleos y acogida en su ciudad. Aqu el rey fue recibido por los aqueos, bajo el mando de su comandante Cicladas, que arda de resentimiento contra los eleos por haber abandonado la Liga Aquea y estaba furioso contra los etolios por haber, segn crea, trado contra ellos las armas de Roma. Los ejrcitos combinados dejaron Dime y cruzaron el Lariso, que separa el territorio eleo del de Dime.
[27.32] Emplearon el primer da de su
avance en territorio enemigo saqueando y destruyendo. Al da siguiente, marcharon en orden de batalla contra la ciudad; la caballera fue enviada por delante para provocar al combate a los etolios, que estaban completamente listos para ello. Los invasores no saban que Sulpicio haba navegado desde Lepanto hasta Cilene con quince barcos y haba desembarcado a cuatro mil hombres que entraron por la noche en lide. En cuanto reconocieron los estandartes y armas de Roma entre los etolios y eleos, su inesperada visin les llen de gran temor. Al principio el rey quiso retirar a sus hombres, pero estos ya estaban combatiendo contra los etolios y los tralos una tribu iliria y al ver que les presionaban duramente, carg contra la cohorte romana con su caballera. Su caballo fue herido por una jabalina y cay, lanzando el rey sobre su cabeza y comenzando una lucha feroz por ambos bandos, los romanos haciendo esfuerzos desesperados para llegar hasta l y sus hombres haciendo todo lo posible para protegerlo. Al verse obligado a combatir a pie demostr un notable coraje. La lucha termin siendo desigual, muchos cayeron a su alrededor y muchos fueron heridos; finalmente sus propios hombres lo recogieron y, montando otro caballo, huy. Ese da estableci su campamento a unas cinco millas [7400 metros.-N. del T.] de lide, y al da siguiente traslad todas sus fuerzas a un castillo llamado Pyrgum. Esta era una fortaleza perteneciente a los eleos, y se le haba informado de que un gran nmero de campesinos con sus animales se haban refugiado all por temor a ser saqueados. Desprovistos como estaban de organizacin y armas, el mero hecho de su aproximacin les llen de terror, cayendo todos prisioneros. Este botn result una especie de compensacin por su humillante derrota en lide. Mientras estaba repartiendo el botn y los cautivos tena cuatro mil prisioneros y veinte mil cabezas de ganado mayor y menor lleg un mensajero de Macedonia afirmando que un cierto Eropo haba tomado Ohrid despus de sobornar al comandante de la guarnicin, que se haba apoderado de algunos pueblos de los dasaretios y que, adems, estaba incitando a los drdanos [Ohrid es la antigua Lychnidos y la Dasartide est al oeste de los lagos entre Serbia y Albania.-N. del T.]. Filipo dio fin inmediatamente a las hostilidades contra los etolios y se dispuso a regresar a casa. Dej una fuerza de dos mil quinientos de todas las armas, al mando de Menipo y Polifantas, para proteger a sus aliados y, tomando la ruta que atraviesa la Acaya y la Beocia por Eubea, lleg a Demetrias, en la Tesalia, el dcimo da tras su salida de Dime.
[27,33] All se encontr con noticias an ms
alarmantes: los drdanos haban penetrado en Macedonia y ya ocupaban la Orstide, habiendo incluso descendido a la llanura argestea. La informacin que corra era que Filipo haba resultado muerto; el rumor se deba al hecho de que en el choque con las partidas de saqueo de la flota romana en Sicin, su caballo lo hizo chocar contra la rama de un rbol y uno de los cuernos de su yelmo se rompi; Este fue recogido despus por un etolio y llevado a Escerdiledas, que lo reconoci, y de ah naci el rumor. Una vez que el rey haba dejado la Acaya, Sulpicio naveg hasta Egina y uni sus fuerzas con Atalo. Los aqueos, en relacin con los etolios y eleos se enfrentaron en una accin exitosa, no lejos de Mavromati [la antigua Mesena.- N. del T.]. Atalo y Sulpicio marcharon a sus cuarteles de invierno en Egina. Al cierre de este ao, el cnsul Tito Quincio muri de sus heridas, habiendo nombrado previamente dictador a Tito Manlio Torcuato para que celebrase las elecciones. Algunos dicen que muri en Tarento, otros, que en la Campania. Este accidente, el de haber muerto los dos cnsules en acciones sin importancia, no haba ocurrido nunca en ninguna otra guerra anterior y dej a la repblica, por as decir, en estado de orfandad. El dictador nombr a Cayo Servilio, que por entonces era edil curul, su jefe de la caballera. En el primer da de sesiones, el Senado orden al dictador que celebrase los Grandes Juegos. Marco Emilio, que era pretor urbano, los haba celebrado durante el consulado de Cayo Flaminio y Cneo Servilio 217 a. C., habiendo hecho la promesa de que deberan celebrarse en un plazo de cinco aos. En consecuencia, el dictador los celebr y ofreci la promesa de que se repetiran el siguiente lustro. Mientras tanto, al estar ambos ejrcitos consulares sin generales y tan prximos al enemigo, tanto el Senado como el pueblo estaban deseando posponer cualquier otro asunto y que se eligieran los cnsules tan pronto como fuera posible. Se consideraba que, sobre todo, deban ser elegidos hombres cuyo valor y habilidad estuvieran a prueba contra las asechanzas de los cartagineses pues, durante toda la guerra, el carcter vehemente y apresurado de los diversos comandantes haba demostrado ser desastroso y, en aquel mismo ao, los cnsules haban sido conducidos, en su afn por enfrentarse inmediatamente al enemigo, a trampas que no pudieron sospechar. Los dioses, sin embargo, compasivos con Roma, salvaron intactos a los ejrcitos y castigaron la temeridad de los cnsules en sus propias cabezas.
[27.34] Cuando los patricios comenzaron a
mirar a su alrededor para ver quines seran los mejor cnsules, un hombre se destac notablemente: Cayo Claudio Nern. La pregunta entonces fue quin sera su colega. Estaba considerado como hombre de excepcional capacidad, pero demasiado impulsivo y osado para una guerra como aquella o para un enemigo como Anbal; pensaban que su carcter impetuoso necesitaba ser contenido por un colega fro y prudente. Sus pensamientos se dirigieron a Marco Livio. Haba sido cnsul varios aos antes, y despus de haber dejado su consulado haba sido sometido a juicio poltico ante la Asamblea y declarado culpable. Sinti tan profundamente esta ignominia que se retir al campo y, durante muchos aos, permaneci ajeno a la Ciudad y a todas las reuniones pblicas. Trascurrieron ocho aos despus de su condena hasta que los cnsules Marco Claudio Marcelo y Marco Valerio Levino lo trajeron de vuelta a la Ciudad; pero sus ropas miserables, con el pelo y la barba descuidados, todo su aspecto mostraba bien a las claras que no haba olvidado la humillacin. Los censores Lucio Veturio y Publio Licinio le hicieron cortarse pelo y barba, abandonar sus ropas miserables y ocupar su sitio en el Senado, desempeando las dems funciones pblicas. Incluso entonces se contentaba con un simple s o no a las preguntas presentadas a la Cmara, votando con el silencio en caso de divisin hasta que se present el asunto de su pariente, Marco Livio Macato, cuando una acusacin contra el buen nombre de su pariente le oblig a levantarse de su sitio y dirigirse a la Curia. La voz que despus de tanto tiempo se escuch nuevamente, fue oda con profunda atencin y los senadores comentaban entre s que el pueblo haba herido a un hombre inocente, con gran detrimento de la repblica que en las tensiones de una grave guerra no se haba podido servir de la ayuda y el consejo de un hombre como aquel. Ni Quinto Fabio ni Marco Valerio Levino podran asignarse como colegas a Cayo Nern, pues era ilegal que se eligieran dos patricios; la misma dificultad exista en el caso de Tito Manlio, que por otra parte ya rechaz un consulado y seguira rechazndolo. Si le daban como colega a Marco Livio, crean que tendran un esplndido par de cnsules. Esta propuesta, presentada por los senadores, fue aprobada por la gran masa del pueblo. Slo hubo uno, entre todos los ciudadanos, que lo rechaz: el hombre a quien se iba a conferir aquel honor. Los acus de incoherencia. Cuando compareca vestido de harapos como un reo no se apiadaron de l; ahora, a pesar de su negativa, lo vestiran con la toga blanca del candidato [en realidad, T. Livio usa la expresin candidam togam; precisamente, la palabra espaola candidato se deriva de aquella toga blanqueada que vestan los aspirantes a un cargo pblico.-N. del T.]. Amontonaban penas y honores sobre el mismo hombre: Si pensaban que era un buen ciudadano, por qu lo haban condenado como un criminal? Si haban descubierto que era un criminal, por qu se le confiaba un segundo consulado tras haber abusado del primero?. Los senadores lo censuraron severamente por quejarse y protestar de esta manera y le recordaron el ejemplo de Marco Furio Camilo quien, despus de haber sido llamado del exilio devolvi su patria a su antigua sede. Debemos tratar a nuestra patria, le dijeron, como hicieron nuestros padres, desarmando su severidad mediante la paciencia y la sumisin. Uniendo sus esfuerzos, lograron hacerle cnsul junto a Cayo Claudio Nern 207 a. C.
[27.35] Tres das despus, se efectu la
eleccin de los pretores. Los elegidos fueron Lucio Porcio Licinio, Cayo Mamilio y los hermanos Cayo y Aulo Hostilio Catn. Cuando terminaron las elecciones y hubieron concluido los Juegos, el dictador y el jefe de la caballera renunciaron a su cargo. Cayo Terencio Varrn fue enviado a Etruria como propretor para relevar a Cayo Hostilio, que se hara cargo del mando del ejrcito de Tarento que haba tenido el cnsul Tito Quincio. Lucio Manlio ira como embajador a Grecia para enterarse de lo que estaba pasando all. Como los Juegos Olmpicos se iban a celebrar este verano y reuniran all a una gran multitud, l deba, si poda pasar a travs de las fuerzas del enemigo, estar presente en ellos e informar a los sicilianos que haban huido all a causa de la guerra y a los ciudadanos de Tarento desterrados por Anbal que podan regresar a sus hogares y estar seguros de que el pueblo romano les devolvera todo cuanto posean antes de la guerra. Como el ao entrante pareca estar lleno de los ms graves peligros y la repblica, de momento, estaba sin cnsules, todas las miradas se volvieron a los cnsules electos y era general deseo que no perdieran un instante para sortear sus provincias y decidir contra qu enemigo se enfrentara cada uno. Por iniciativa de Quinto Fabio Mximo, se obtuvo una resolucin del Senado insistiendo en que deban reconciliarse el uno con el otro. Su enfrentamiento era demasiado notorio, y ms amargo por el resentimiento de Livio por el trato que haba recibido, pues consideraba que su honor haba quedado mancillado por su procesamiento. Esto lo hizo an ms implacable; deca que no haba ninguna necesidad de reconciliacin, cada uno actuara con mayor energa y atencin si saba que, de no hacerlo, dara ventaja a su enemigo. Sin embargo, el Senado ejerci con xito su autoridad y que fueron inducidos a dejar a un lado sus diferencias particulares y conducir los asuntos de Estado con una sola poltica y un solo pensamiento. Sus provincias no fueron contiguas, como en aos anteriores, sino muy distantes entre s y en los extremos de Italia. Una actuara contra Anbal en el Brucio y Lucania, el otro en la Galia contra Asdrbal, del que se inform que estaba ya cerca de los Alpes. El cnsul al que correspondiera la Galia deba escoger entre el ejrcito que ya estaba en la Galia o el de Etruria, recibiendo por aadidura el ejrcito urbano. Aquel a quien tocase el Brucio debera alistar nuevas legiones en la Ciudad y escoger uno de los dos ejrcitos consulares del ao anterior. Quinto Fulvio, con rango de procnsul durante aquel ao, se hara cargo del ejrcito que no tomase el cnsul. Cayo Hostilio, que ya se haba trasladado desde Etruria a Tarento, volvera ahora de nuevo a trasladarse desde Tarento a Capua. Se le entreg una legin, que era la que haba mandado Fulvio.
[27,36] La aparicin de Asdrbal en Italia se
esperaba cada da con ms inquietud. Las primeras noticias vinieron de los marselleses, que informaron de que haba entrado en la Galia y de que se produjo un entusiasmo generalizado entre los nativos a causa del rumor de que llevaba gran cantidad de oro para pagar tropas auxiliares. Los enviados de Marsella [la antigua Massilia.-N. del T.] fueron acompaados a su regreso por Sexto Antistio y Marco Recio, a los que se envi para que hicieran ms averiguaciones. Estos mandaron decir que haba comisionado emisarios, acompaados por algunos marselleses que tenan amigos entre los jefes galos, para obtener informacin y que se haban cerciorado de que Asdrbal tratara de cruzar los Alpes la prxima primavera con un enorme ejrcito. Lo nico que le impeda avanzar de inmediato era que los Alpes resultaban infranqueables en invierno. Publio Elio Peto fue nombrado y consagrado augur en lugar de Marco Marcelo; Cneo Cornelio Dolabella fue consagrado rey sacrificial [rex sacrorum en el original latino.-N. del T.] en el puesto de Marco Marcio, quien haba muerto haca dos aos. Los censores Publio Sempronio Tuditano y Marco Cornelio Ctego celebraron el lustro. Los resultados del censo dieron un nmero de ciudadanos de ciento treinta y siete mil ciento ocho, considerablemente menor del que era antes del comienzo de la guerra [para el 220 a. C., la peroca XX da una cifra de 270.212 (o de 270.713 en otras ediciones) ciudadanos.-N. del T.]. Se dice que, por primera vez desde que Anbal invadi Italia, el Comicio fue techado y los ediles curules, Quinto Metelo y Cayo Servilio, celebraron durante un da los Juegos Romanos. Tambin los ediles plebeyos, Cayo Mamilio y Marco Cecilio Metelo, celebraron durante dos das los Juegos Plebeyos. Tambin dedicaron tres estatuas al templo de Ceres y se celebr un banquete en honor de Jpiter con motivos de los Juegos. Los cnsules luego tomaron posesin del cargo; Cayo Claudio Nern por primera vez y Marco Livio por segunda. Cuando hubieron sorteado sus provincias, ordenaron a los pretores que sorteasen las suyas. La pretura urbana recay sobre Cayo Hostilio y la pretura peregrina tambin se le asign, de modo que quedasen disponibles tres pretores para servir en el exterior. Aulo Hostilio fue asignado a Cerdea, Cayo Mamilio a Sicilia y Lucio Porcio a la Galia. La fuerza militar total ascenda a veintitrs legiones, distribuidas as: cada uno de los cnsules tena dos; cuatro estaban en Hispania; cada uno de los tres pretores tenan dos en Cerdea, Sicilia y la Galia, respectivamente; Cayo Terencio tena dos en Etruria; Quinto Fulvio tena dos en el Brucio; Quinto Claudio tena dos en las proximidades de Tarento y el distrito salentino; Cayo Hostilio Tbulo tena una en Capua y dos fueron alistadas en la Ciudad para defensa del hogar. El pueblo nombr a los tribunos militares para las primeras cuatro legiones y los cnsules al resto.
[27.37] Antes de la partida de los cnsules,
se observaron celebraciones religiosas durante nueve das debido a la cada una lluvia de piedras en Veyes. Como de costumbre, tan pronto fue anunciado un portento llegaron informes de otros. En Minturno [la antigua Menturnae.-N. del T.], el templo de Jpiter y el bosque sagrado de Marica resultaron alcanzados por un rayo, as como tambin lo fueron la muralla de Atela y una de las puertas. La gente de Minturna inform sobre un segundo y ms terrible portento: en su puerta haba fluido un manantial de sangre. En Capua, un lobo haba entrado por la puerta durante la noche y haba mutilado a uno de los centinelas. Estos augurios fueron expiados mediante el sacrificio de vctimas mayores y los pontfices ordenaron rotativas especiales durante todo un da. Posteriormente, se observ un segundo novendial con motivo de una lluvia de piedras cada en el Armilustro [aunque actualmente la expresin novendial hace referencia a rogativas por los difuntos, la etimologa de la traduccin sigue siendo correcta para el significado original de rotativas durante nueve das en expiacin de cualquier asunto religioso; el Armilustro era un espacio abierto en el monte Aventino donde se realizaba un rito de purificacin de las armas.-N. del T.]. Tan pronto se hubieron disipado los temores de las mentes con estos ritos expiatorios, lleg un nuevo informe, esta vez desde Frosinone, en el sentido de que haba nacido un nio con el tamao y aspecto de uno de cuatro aos y, lo que an resultaba ms sorprendente, como en el caso de Mondragone [Frosinone era la antigua Frusinum y Mondragone la antigua Sinuessa.-N. del T.] dos aos antes, resultaba imposible decir si era hombre o mujer. Los adivinos, a los que se hizo llamar desde Etruria, declararon que se trataba de un presagio terrible y nefasto, que deban expulsar aquella cosa del territorio romano, impidindole cualquier contacto con la tierra, y sepultarlo en el mar. Lo encerraron vivo en un arcn, lo llevaron hasta el mar y lo dejaron caer por la borda.
Los pontfices tambin decretaron que tres
grupos de doncellas, cada uno compuesto por nueve, deban procesionar por la Ciudad cantando un himno. Este himno fue compuesto por el poeta Livio [se refiere a Lucio Livio Andrnico.-N. del T.] y, mientras lo estaban practicando en el templo de Jpiter Esttor, el santuario de la Reina Juno, en el Aventino, fue alcanzado por un rayo. Se consult a los adivinos, quienes declararon que este portento concerna a las matronas y que la diosa quedara apaciguada con un regalo. Los ediles curules publicaron un edicto convocando en el Capitolio a todas las matronas cuyos hogares se encontrasen en Roma o dentro de una distancia de diez millas [14820 metros.-N. del T.]. Cuando estuvieron reunidas, eligieron a veinticinco de entre ellas para recibir sus ofrendas, que entregaron de sus dotes. De la suma as recogida, se hizo una vasija de oro y se llev como ofrenda al Aventino, donde las matronas ofrecieron un sacrificio puro y casto. Inmediatamente despus, los decenviros de los Libros Sagrados dieron aviso de que se celebraran ritos sacrificiales aadidos, durante un da, en honor de esta deidad. El orden seguido fue el siguiente: Se llevaron dos novillas blancas desde el templo de Apolo, a travs de la puerta Carmental, hasta la Ciudad; tras ellas se llevaron dos imgenes de la diosa hechas en madera de ciprs. Luego seguan veintisiete doncellas, vestidas con ropajes largos y marchando en procesin entonando un himno en su honor, que quiz causara admiracin en aquellos das de rudeza pero que, de cantarse hoy da, seran considerados muy groseros y desagradables. Detrs del desfile de doncellas venan los diez decenviros de los Libros Sagrados, llevando la toga pretexta y con coronas de laurel. Desde la puerta Carmental la procesin march a lo largo del barrio Jugario hasta el Foro, donde se detuvo. Aqu, las muchachas, todas sujetando una cuerda, iniciaron una danza solemne mientras cantaban, marcando el comps con los pies al sonido de sus voces. Luego reanudaron su curso a lo largo del barrio etrusco y del Velabro, a travs del Foro Boario, y subiendo la cuesta Publicia hasta llegar al templo de Juno. Una vez aqu, las dos terneras fueron sacrificadas por los diez decenviros y se llevaron las imgenes de ciprs al interior del santuario.
[27,38] Despus que los dioses hubieran
sido debidamente aplacados, los cnsules procedieron con el alistamiento y lo llevaron a cabo con un rigor y exactitud como nadie poda recordar en aos anteriores. La aparicin de un nuevo enemigo en Italia redobl los temores generales en cuanto al desarrollo de la guerra y, al mismo tiempo, haba menos poblacin de la que obtener los hombres necesarios. Incluso las colonias martimas, a las que se haba declarado solemne y formalmente exentas del servicio militar, fueron llamadas a aportar soldados; ante su negativa, se fij un da para que compareciesen a declarar ante el Senado y la repblica, cada una por s misma, los motivos por los que reclamaban la exencin. El da sealado asistieron representantes de Ostia, Alsium, Anzio, Anxur, Minturno, Mondragone y de Senigalia en el mar superior [la antigua Sena, en el Adritico.-N. del T.]. Cada comunidad present su ttulo para la exencin pero, al estar en Italia el enemigo, se rechazaron todas las reclamaciones a excepcin de dos: Anzio y Ostia, y en el caso de estas dos, los hombres en edad militar fueron obligados a prestar juramento de que no dormiran fuera de sus murallas ms de treinta noches mientras el enemigo estuviera en Italia. Todo el mundo era de la opinin que los cnsules deben salir en campaa a la mayor brevedad posible, pues Asdrbal deba ser enfrentado a su descenso de los Alpes o, de otro modo, podra llegar a fomentar un levantamiento entre los galos cisalpinos y en Etruria, y se deba mantener completamente ocupado a Anbal para evitar su salida del Brucio y que se uniera a su hermano. Sin embargo, Livio se retras. No confiaba en las tropas que se le asignaron y se quejaba de que su colega tena a su disposicin tres esplndidos ejrcitos. Tambin sugiri que se llamase nuevamente a filas a los esclavos voluntarios. El Senado dio plenos poderes a los cnsules para que obtuvieran refuerzos de cualquier manera que les pareciese bien, para elegir qu hombres queran de todos los ejrcitos y para intercambiar y trasladar tropas de una provincia a otra segn cul pensasen que era el mejor inters de la repblica. Los cnsules actuaron en perfecta armona al llevar a cabo todas estas medidas. Los esclavos voluntarios fueron incorporados en las legiones dcimo novena y vigsima. Algunos autores afirman que Publio Escipin envi a Marco Livio grandes refuerzos desde Hispania, incluyendo ocho mil galos e hispanos, dos mil legionarios y mil jinetes nmidas e hispanos, y que esta fuerza fue llevada a Italia por Marco Lucrecio. Tambin afirman que Cayo Mamilio envi tres mil arqueros y honderos de Sicilia.
[27.39] El alboroto y la inquietud en Roma
se hicieron mayores a causa de un despacho de Lucio Porcio, el propretor al mando en la Galia. Anunciaba que Asdrbal haba abandonado sus cuarteles de invierno y estaba ya cruzando los Alpes. Se le iba a unir una fuerza de ocho mil hombres, reclutada y equipada entre los ligures, a menos que se enviara a la Liguria un ejrcito romano que ocupase la atencin de los galos. Porcio aada que l mismo avanzara tanto como pudiera con seguridad con un ejrcito tan dbil como el suyo. La recepcin de esta carta provoc que los cnsules apresurasen el alistamiento y, al concluirlo, marcharon a sus provincias en una fecha anterior a la previamente fijada. Su intencin era que cada uno de ellos mantuviera a su enemigo en su propia provincia y no permitir que se uniesen los hermanos ni que concentrasen sus fuerzas. Les ayud enormemente un error de clculo cometido por Anbal. Esperaba, ms bien, que su hermano cruzase los Alpes durante el verano; pero al recordar su propia experiencia en la primera travesa del Rdano y los Alpes, con la agotadora lucha durante cinco meses contra hombres y naturaleza, no esperaba que Asdrbal los atravesara tan rpida y fcilmente como de hecho lo hizo. Debido a este error tard demasiado en abandonar sus cuarteles de invierno. Asdrbal, sin embargo, hizo una marcha ms rpida y se encontr con menos dificultades de las que l o cualquier otra persona esperaban. No slo los arvernos y las dems tribus galas y alpinas le dieron una recepcin amistosa, sino que se unieron a sus estandartes. March sobre todo, adems, por las carreteras construidas por su hermano donde antes no haba ninguna; y como los Alpes ya estaban siendo atravesados en uno y otro sentido durante los ltimos doce aos, se encontr con nativos menos salvajes. Anteriormente, nunca haban estado en tierras extraas ni haban estado acostumbrados a ver extranjeros en su propio pas; nunca haban mantenido relaciones con el resto del mundo. No sabiendo en un primer momento el destino del general cartagins, imaginaban que ambicionaba sus rocas y fortalezas y que tena intencin de llevarse sus hombres y su ganado como botn. Luego, cuando se enteraron de la Guerra Pnica que llevaba incendiando Italia durante doce aos, comprendieron bien que los Alpes slo eran un paso de un pas a otro y que la lucha se libraba entre dos poderosas ciudades, separadas por una vasta extensin de mar y tierra, y que se disputaban el poder y dominio. Esta fue la razn por la cual los Alpes estaban abiertos para Asdrbal. Sin embargo, cualquier ventaja obtenida con la rapidez de su marcha se perdi con el tiempo desperdiciado en Plasencia, donde comenz un intil asedio en vez de intentar un asalto directo. Situada como estaba en una llanura abierta, pensaba que podra tomarse la ciudad sin dificultad y que la captura de tan importante colonia disuadira a las dems de ofrecer resistencia alguna. No slo vio obstaculizado su propio avance por este asedio, sino que retras tambin los movimientos de Anbal que, al saber de la marcha inesperadamente rpida de su hermano, haba salido de sus cuarteles de invierno, pues Anbal saba cun lento asunto era un asedio y no haba olvidado su propio e infructuoso intento contra aquella misma colonia tras su victoria en el Trebia.
[27.40] Los cnsules marcharon al frente,
cada uno por una ruta distinta, siendo seguida su partida por sentimientos de dolorosa inquietud. Los hombres eran conscientes de que la repblica tena dos guerras entre manos al mismo tiempo; recordaban los desastres que siguieron a la aparicin de Anbal en Italia y se preguntaban qu dioses seran tan propicios a la Ciudad y al imperio como para conceder la victoria sobre dos enemigos a la vez en campos de batalla tan distantes. Hasta ahora el cielo la haba preservado equilibrando victorias y derrotas. Cuando la causa de Roma cay rodando por los suelos italianos, en el Trasimeno y en Cannas, las victorias en Hispania la levantaron de nuevo; cuando se sufri en Hispania revs tras revs y la repblica perdi all a sus dos generales y a la mayor parte de ambos ejrcitos, los muchos xitos cosechados en Italia y Sicilia impidieron el colapso de la maltratada repblica, a la que la distancia a que se libraba tan desdichada guerra, en el ms remoto rincn del mundo, le daba un poco de espacio para respirar. Ahora tenan dos guerras entre manos, ambas en Italia; dos generales, que llevaban nombres ilustres, estaban cerrando sobre Roma; todo el peso del peligro y toda la carga del combate se aplicaba sobre un punto. Quien obtuviera la primera victoria podra en pocos das unir sus fuerzas con el otro. Tales eran los sombros presagios, cuya tristeza se acrecentaba con el recuerdo luctuoso de la muerte de los dos cnsules el ao anterior. Con este estado de nimo, deprimido e inquieto, acompa la poblacin a los cnsules hasta las puertas de la Ciudad, al partir para sus respectivas provincias. Se ha registrado una expresin de Marco Livio, mostrando su amargura hacia sus conciudadanos: Cuando, al partir, Quinto Fabio le advirti en contra de presentar batalla antes de saber a qu clase de enemigo se haba de enfrentar, se dice que Livio le replic entrara en combate tan pronto divisara al enemigo. Cuando le pregunt por qu tena tanta prisa, dijo: Me ganar una distincin especial venciendo en buena lid a tal enemigo o tendr el gran placer, aunque no muy honorable, de ver la derrota de mis conciudadanos. Antes de que el cnsul Claudio Nern llegara a su provincia, Anbal, que marchaba justo por fuera de las fronteras del territorio de Larino [la antigua Larinum; aunque otros autores ven ms plausible que se tratase de Uria, nosotros preferimos dejar el trmino original y citar la alternativa.-N. del T.] en su camino hacia los salentinos, fue atacado por Cayo Hostilio Tbulo. Su infantera ligera provoc un considerable desorden entre el enemigo, que no estaba preparado para el combate; cuatro mil de ellos quedaron muertos y se capturaron nueve estandartes. Quinto Claudio haba acuartelado sus fuerzas en varias ciudades del territorio salentino y, al enterarse de la aproximacin enemiga, dej sus cuarteles de invierno y entr en campaa contra l. No queriendo enfrentarse a ambos ejrcitos al mismo tiempo, Anbal parti por la noche y se retir al Brucio. Claudio march de regreso al territorio salentino y Hostilio, mientras estaba de camino a Capua, se reuni con el cnsul Claudio Nern cerca de Venosa. Aqu fue seleccionado un cuerpo de lite de entrambos ejrcitos, consistente en cuarenta mil infantes y dos mil quinientos jinetes, que el cnsul tena intencin de emplear contra Anbal. Orden a Hostilio que llevase el resto de las fuerzas a Capua y las entregara luego al procnsul Quinto Fulvio.
[27.41] Anbal reuni a todas sus fuerzas,
tanto las que estaban en los cuarteles de invierno como las que prestaban servicio de guarnicin en el Brucio, y march a Grumento [la antigua Grumentum.-N. del T.], en la Lucania, con la intencin de recuperar las ciudades cuyos habitantes, llevados por el temor, se haban pasado a Roma. El cnsul romano march al mismo lugar desde Venosa, practicando cuidadosos reconocimientos segn avanzaba, y emplaz su campamento a cerca de milla y media del enemigo [unos 2220 metros.-N. del T.]. La empalizada del campamento cartagins pareca casi como si estuviese tocando las murallas de Grumento, aunque en realidad haba menos de media milla entre ellas. Entre ambos campamentos enemigos el terreno era llano; sobre la izquierda cartaginesa y la derecha romana se extenda una lnea de colinas desnudas que no despert ninguna sospecha a ningn bando al estar desprovistas de vegetacin y no ofrecan lugares donde ocultar una emboscada. En la planicie entre los campamentos se libraron escaramuzas entre los puestos de avanzada: el nico objetivo de los romanos, evidentemente, era impedir la retirada del enemigo; Anbal, que estaba deseando escapar, se dirigi al campo de batalla con todas sus fuerzas formadas para el combate. El cnsul, adoptando las tcticas del enemigo al no temer una emboscada en un campo abierto como aquel, envi por la noche cinco cohortes reforzadas por cinco manpulos a coronar las colinas y tomar posiciones al otro lado. Puso al mando del grupo al tribuno militar Tito Claudio Aselo y a Publio Claudio, un prefecto de los aliados, dndoles instrucciones en cuanto al momento en que surgiran de su emboscada y atacaran al enemigo. Al amanecer del da siguiente llev a cabo la totalidad de su fuerza, tanto infantera como caballera, a la batalla. Poco despus, Anbal dio tambin la seal para la accin y su campamento se llen de los gritos de sus hombres que corran a las armas. Saliendo a la carrera por las puertas del campamento los hombres montados y desmontados, cada uno tratando de ser el primero, corrieron en grupos dispersos por la llanura hacia el enemigo. Cuando el cnsul les vio en tal desorden, orden a Cayo Aurunculeyo, tribuno militar de la tercera legin, que enviara la caballera de su legin al galope tendido contra el enemigo pues, segn dijo, estaban desperdigados por la llanura como un rebao de ovejas y podran ser empujados y pisoteados antes de que pudieran cerrar sus filas. [27.42] Anbal no haba salido an de su campamento cuando oy el ruido de la batalla y no perdi un momento en dirigir sus fuerzas contra el enemigo. La caballera romana ya haba provocado el pnico entre los primeros de sus enemigos, la primera legin y el contingente aliado del ala izquierda estaban entrando en accin mientras que el enemigo, sin ninguna clase de formacin, combata contra la infantera o la caballera segn llegaran a su encuentro. A medida que llegaban sus refuerzos y apoyos la lucha se generalizaba, y Anbal habra logrado formar sus hombres pese a la confusin y el pnico, lo que habra resultado casi imposible de no tratarse de tropas veteranas bajo el mando de un general igualmente veterano, si no hubiesen odo a su retaguardia los gritos de las cohortes y manpulos descendiendo a la carrera desde la colina y no se hubieran visto ante el peligro de quedar separados de su campamento. El terror se extendi y la huida se generaliz en todos los sectores del campo de batalla. La cercana del campamento facilit su huida y por esta razn sus prdidas fueron comparativamente pequeas, considerando que la caballera presionaba su retaguardia y que las cohortes, cargando cuesta abajo por un camino fcil, atacaban su flanco. An as, cerca de ocho mil hombres resultaron muertos y se hizo prisioneros a setecientos, se capturaron setecientos estandartes, se mat a cuatro elefantes, que se haban demostrado intiles en la confusin y apresuramiento de la huida, y se captur otros dos. Cayeron unos quinientos romanos y aliados. Al da siguiente, los cartagineses permanecieron tranquilos. El general romano march en orden de batalla al campo de batalla, pero cuando vio que no avanzaban los estandartes desde el campamento contrario, orden a sus hombres que tomaran los despojos de los muertos y que recogieran los cuerpos de sus camaradas muertos y los enterraran en una fosa comn. Luego, durante varios das seguidos march hasta tan cerca de las puertas que pareca como si fuera a atacar el campamento, hasta que Anbal se decidi a retirarse. Dej encendidos numerosos fuegos y tiendas levantadas en el lado del campamento que daba frente a los romanos, a unos cuantos nmidas que deban hacer acto de presencia en la empalizada y en las puertas, y sali con intencin de dirigirse hacia la Apulia. Tan pronto amaneci, el ejrcito romano se acerc a la empalizada y los nmidas se hicieron visibles en las murallas y en las puertas. Despus de engaar a sus enemigos por algn tiempo, se alejaron a toda velocidad para unirse a sus camaradas. Cuando el cnsul vio que el campamento estaba en silencio y que incluso los pocos que lo haban estado patrullando en la madrugada no eran visibles por ninguna parte, mand dos jinetes al campamento para practicar un reconocimiento. Informaron al regresar que lo haban examinado y hallado seguro por todas partes, por lo que orden que entrasen en l las tropas. Esper hasta que los soldados se apropiaron del botn y luego dio orden de retirada; mucho antes de caer la noche ya tena a sus soldados de regreso en el campamento. A la maana siguiente, muy temprano, comenz la persecucin y, guiado por informantes locales que le dieron pistas sobre su retirada, logr mediante marchas forzadas dar alcance al enemigo no lejos de Venosa. All se libr un combate tumultuoso en el que los cartagineses perdieron dos mil hombres. Tras este, Anbal decidi no darle ms ocasin de combatir y march hacia el Metaponto en una serie de marchas nocturnas por las montaas. Hann estaba all al mando de la guarnicin y fue enviado con unas pocas fuerzas al Brucio para alistar en l un nuevo ejrcito. Anbal incorpor el resto de las fuerzas a las suyas propias y, volviendo sobre sus pasos, lleg a Venosa, desde donde march a Canusio [la antigua Canosa.-N. del T.]. Nern nunca perdi el contacto con l y, mientras le segua al Metaponto, envi a Quinto Fulvio a la Lucania para que aquel pas no quedase sin una fuerza defensiva.
[27,43] Despus que Asdrbal hubo
levantado el asedio de Plasencia, mand a cuatro jinetes galos y dos nmidas con cartas para Anbal. Haban pasado por en medio del enemigo y recorrido casi la longitud de Italia, siguiendo tras la retirada de Anbal a Metaponto, cuando se perdi por el camino y llegaron a Tarento. Aqu fueron sorprendidos por un grupo de forrajeadores romanos que estaban esparcidos por los campos, y llevados ante el propretor Quinto Claudio. Al principio trataron de engaarle mediante respuestas evasivas, pero el miedo a la tortura les oblig a confesar la verdad y dijeron que llevaban despachos de Asdrbal a Anbal. Ellos y los despachos, con los sellos intactos, fueron entregados a Lucio Verginio, uno de los tribunos militares. Le proporcionaron una escolta de dos turmas [unos sesenta jinetes.-N. del T.] de la caballera samnita y se le orden que llevase a los seis jinetes y las cartas ante el cnsul Claudio Nern. Una vez le hubieron traducido los despachos y tras haber interrogado a los prisioneros, el cnsul se dio cuenta de que la disposicin del Senado, que consignaba a cada cnsul su provincia y su ejrcito, as como el enemigo que a l le haba correspondido, no resultaba ser en el presente caso beneficiosa para la repblica. Tendra que aventurarse improvisando una novedad, que aunque en principio pudiera provocar tanta inquietud entre sus propios compatriotas como entre el enemigo, podra, una vez ejecutada, convertir un gran temor en un gran regocijo. Remiti las cartas de Asdrbal al Senado junto a otra suya explicando su proyecto. Como Asdrbal haba escrito para decir que se reunira con su hermano en la Umbria, aconsej a los senadores que llamasen a la legin romana de Capua, alistasen fuerzas en Roma y con estas fuerzas urbanas se apostasen frente al enemigo en Narni. Esto fue lo que escribi al Senado. Pero tambin envi correos a los territorios a travs de los cuales tena intencin de marchar Larino, Marrucina, Frentano y Pretuzia, para advertir a sus habitantes de que reunieran todos los suministros de las ciudades y de los campos y los tuvieran listos sobre su lnea de marcha para alimentar a las tropas. Deban tambin llevar sus caballos y otros animales de carga, de modo que hubiera amplio suministro de transportes para los hombres que cayeran por la fatiga. De la totalidad de su ejrcito eligi una fuerza de seis mil infantes y mil jinetes, la flor de los contingentes romanos y de sus aliados, e hizo saber que tena intencin de apoderarse de la ciudad ms cercana de la Lucania con su guarnicin cartaginesa, por lo que todos deban estar listos para marchar. Saliendo por la noche, se volvi en direccin de scoli Piceno. Dejando a cargo del campamento a Quinto Catio, su segundo al mando, march tan rpido como pudo para reunirse con su colega.
[27.44] El alboroto y la alarma en Roma
fueron tan grandes como lo haban sido dos aos antes, al hacerse visible el campamento cartagins desde las murallas y puertas de la Ciudad. El pueblo no poda decidir si la atrevida marcha del cnsul era cosa digna de alabar o de censurar, y resultaba obvio que habran de esperar el resultado antes de pronunciarse a favor o en contra, lo que resulta la manera ms injusta de juzgar. Ha dejado el campamento sin general, decan, cerca de un enemigo como Anbal y con un ejrcito del que ha retirado su principal fortaleza: lo ms selecto de sus soldados. Fingiendo marchar hacia Lucania, el cnsul ha tomado el camino de Piceno y de la Galia, permitiendo que la seguridad de su campamento dependa de la ignorancia del enemigo en cuanto a la direccin que han tomado l y su divisin. Qu pasar si se dan cuenta? Y si Anbal con todo su ejrcito decide partir en persecucin de Nern y sus seis mil hombres, o atacar el campamento, abandonado como est para ser saqueado, sin defensa, sin un general con plenos poderes ni nadie que pueda tomar los auspicios?. Los anteriores desastres en esta guerra, el recuerdo de los dos cnsules muertos el ao anterior, todo ello les llenaba de pavor. Todas esas cosas, se dijo, ocurrieron cuando el enemigo tena un solo jefe y un solo ejrcito en Italia; ahora hay dos guerras distintas en marcha, dos inmensos ejrcitos y casi dos Anbal en Italia, pues Asdrbal es tambin hijo de Amlcar y es un jefe tan capaz y enrgico como su hermano. Se ha entrenado durante aos en Hispania en la guerra contra Roma, y se ha distinguido l mismo con la doble victoria mediante la que aniquil dos ejrcitos romanos y a sus ilustres capitanes. En la rapidez de su marcha de Hispania y en la forma en que ha levantado en armas a las tribus de la Galia, puede presumir de un xito mucho mayor que el del propio Anbal, pues l ha mantenido unido su ejrcito en aquellos mismo lugares donde su hermano perdi la mayor parte de sus fuerzas por el fro y el hambre, las ms miserables de todas las muertes. Los que estaban familiarizados con los ltimos acontecimientos en Hispania llegaron a decir que encontrara en Nern un general que no le sera ajeno, pues este era el general a quien Asdrbal, cuando le interceptaron en un paso estrecho, enga y confundi como un nio hacindole vanas propuestas de paz. De esta manera exageraban la fuerza de su enemigo y despreciaban la propia, haciendo sus temores que vieran solo el lado ms oscuro de todo.
[27.45] Cuando Nern hubo puesto
suficiente distancia entre el enemigo y l mismo como para que se fuera seguro revelar su propsito, hizo un breve discurso a sus hombres. Ningn comandante, dijo, ha planeado nunca una operacin aparentemente ms arriesgada, y en realidad menos, que la ma. Os estoy llevando a una victoria segura. Mi colega no entr en esta campaa hasta haber obtenido del Senado una fuerza tal de infantera y caballera como para considerarla suficiente; una fuerza, de hecho, mucho ms numerosa y mejor equipada que si estuviera avanzando contra el propio Anbal. Por pequeo que sea el nmero que ahora estis aadiendo a ella, ser suficiente para inclinar la balanza. Una vez que se extienda por el campo de batalla la noticia y ya me encargar yo de no lo haga demasiado pronto de que ha llegado un segundo cnsul con un segundo ejrcito, ya no cabr duda sobre la victoria. Los rumores deciden las batallas; un ligero impulso inclina las esperanzas y los temores de los hombres; si tenemos xito, vosotros mismos os llevaris toda la gloria de l, pues es siempre el ltimo refuerzo el que se lleva el mrito de romper el equilibrio. Vosotros mismos veis las multitudes entusiastas y admiradas que os dan la bienvenida conforme marchis. Y, por Hrcules!, por todas partes avanzaban en medio de los votos y las oraciones y las bendiciones de lneas de hombres y mujeres que se haban reunido desde todas partes de los campos y granjas. Les llamaban los defensores de la repblica, los vengadores de la Ciudad y de la soberana de Roma; de sus espadas y de sus fuertes diestras dependa toda la seguridad y la libertad del pueblo y sus hijos. Imploraban a todos los dioses y diosas para que les concedieran una marcha segura y prspera, una batalla victoriosa y una temprana victoria sobre sus enemigos. A medida que los iban siguiendo con sus corazones anhelantes iban rezando para que pudieran cumplir los votos que estaban haciendo cuando fueran alegremente a reunirse con ellos arrebatados por el orgullo de la victoria. Invitaban luego a los soldados a tomar lo que les haban trado, rogando y suplicando cada uno para que tomasen ms de ellos que de los dems cuanto les fuera de utilidad para s y para sus animales de tiro y cargndoles con regalos de todo tipo. Los soldados mostraron la mayor moderacin y se negaron a aceptar nada que no fuera absolutamente necesario. No interrumpieron su marcha ni se salieron de las filas, ni siquiera de detuvieron para tomar alimentos; marchaban da y noche constantemente, dndose apenas el descanso que la naturaleza exiga. El cnsul envi por delante mensajeros para anunciar su llegada a su colega y para preguntarle si sera mejor llegar en secreto o abiertamente, de noche o de da y si deban ocupar el mismo campamento o estar separados. Se consider mejor que llegase por la noche.
[27.46] El cnsul Livio haba emitido una
orden secreta por medio de tseras para que los tribunos se hicieran cargo de los tribunos que venan, los centuriones de los centuriones, la caballera de sus camaradas montados y los legionarios de la infantera. No resultaba conveniente ampliar el campamento, pues su objetivo era mantener al enemigo en la ignorancia de la llegada del otro cnsul. El hacinamiento, al unir tan gran nmero de hombres en el reducido espacio que ofrecan las tiendas de campaa, se hizo ms sencillo a causa de que el ejrcito de Claudio, en su apresurada marcha, no haba llevado con ellos casi nada ms que sus armas. Durante la marcha, sin embargo, su nmero se haba visto aumentado por voluntarios, en parte antiguos soldados que ya haban cumplido su periodo de servicio y en parte jvenes estaban deseando unrseles. Claudio alist a aquellos cuya apariencia y fortaleza les haca parecer aptos para el servicio. El campamento de Livio estaba en las cercanas de Sena, con Asdrbal aproximadamente a media milla de distancia [la crtica suele situar la batalla en las proximidades de la actual Senigallia; los campamentos distaban entre s 740 metros.-N. del T.]. Cuando se percat de que estaba llegando a su destino, el cnsul se detuvo donde le ocultasen las montaas para no entrar en el campamento antes de la noche. A continuacin, los hombres entraron en silencio y fueron llevados a las tiendas, cada uno por un hombre de su mismo rango, donde les dieron la ms clida bienvenida y les recibieron amablemente. Al da siguiente se celebr un consejo de guerra en el que estuvo presente el pretor Lucio Porcio Licino. Su campamento estaba contiguo al de los cnsules; antes de su llegada haba adoptado todos las medidas posibles para confundir a los cartagineses, marchando por las alturas y aprovechando los puertos, fuera para detener su avance, fuera para acosar su columna por el flanco y la retaguardia mientras marchaba. Muchos de los presentes en el Consejo estaban a favor de posponer la batalla para que Nern pudiera dar descanso a sus tropas desgastadas por la longitud de la marcha y la falta de sueo, as como tambin para que pudiera tener un par de das para conocer a su enemigo. Nern trat de disuadirlos de este curso de accin y de todo corazn les implor que no convirtieran su plan, dilatndolo, en algo temerario, toda vez que a causa de la velocidad de su marcha era perfectamente seguro. La actividad de Anbal, segn l, estaba paralizada, por as decir, a causa de un error que no tardara en rectificar; ni haba atacado su campamento en ausencia de su comandante, ni haba tomado la decisin de seguirlo al marcharse. Sera posible, antes de que se moviera, destruir al ejrcito de Asdrbal y regresar a la Apulia. Darle tiempo al enemigo, dilatando el enfrentamiento, sera entregar su campamento en Apulia a Anbal y abrirle un camino expedito a la Galia, de modo que se podra unir con Asdrbal cundo y dnde quisiera. Se deba dar de inmediato la seal para la accin, debemos marchar al campo de batalla y aprovechar los errores que estn cometiendo nuestros dos enemigos, el ms distante y el que tenemos ms a mano. Aquel no sabe que se enfrenta a un ejrcito menor de lo que cree, y este no es consciente de que tiene delante uno mayor y ms fuerte de lo que imagina. Tan pronto como el consejo fue disuelto, se mostr la seal de combate y el ejrcito march formado al campo de batalla.
[27.47] El enemigo ya estaba formado,
delante de su campamento, en orden de batalla. Sin embargo, se produjo una pausa. Asdrbal haba cabalgado a vanguardia con un destacamento de caballera y vio en las filas contrarias unos escudos muy gastados que no haba visto antes y unos caballos inusualmente delgados; el nmero, tambin, le pareca mayor que el habitual. Sospechando la verdad, retir a toda prisa sus tropas al campamento y mand que bajaran hombres al ro del que obtenan agua los romanos con el objeto de capturar alguno de las partidas de aguada, si podan, y fijarse sobre todo en si estaban tostados por el sol, como suele ser el caso tras una larga marcha. Orden, al mismo tiempo, que patrullas montadas cabalgaran alrededor del campamento del cnsul y observasen si se haba extendido su empalizada en cualquier direccin y que advirtieran si el clarn de rdenes sonaba una o dos veces en el campamento. Le informaron que ambos campamentos, el de Marco Livio y el de Lucio Porcio, estaban como siempre, sin ningn aadido, y esto les enga. Pero tambin le informaron de que el clarn de rdenes son una vez en el campamento del pretor y dos veces en el de cnsul; esto perturb al veterano comandante, conocedor como era de los hbitos de los romanos. Lleg a la conclusin de que ambos cnsules estaban all y se preguntaba inquieto cmo uno de los cnsules haba dejado a Anbal. Menos an poda sospechar lo que haba ocurrido en realidad, es decir, que Anbal haba sido engaado tan completamente que desconoca el paradero del comandante y del ejrcito cuyo campamento estaba tan cercano al suyo. Al no haberse atrevido su hermano a seguir al cnsul, crey completamente seguro que haba sufrido una grave derrota y temi grandemente no haber llegado a tiempo para salvar una situacin desesperada y haber dejado que los romanos gozaran de la misma buena suerte en Italia que la que haban tenido en Hispania. A veces pensaba que su carta no haba llegado a Anbal, sino que haba sido interceptada por el cnsul que, luego, se apresur a aplastarle. En medio de estos sombros presagios orden que se apagasen las hogueras y, en la primera guardia, dio seal para que se recogiese en silencio toda la impedimenta. El ejrcito, a continuacin, abandon el campamento. En la prisa y la confusin de la marcha nocturna, los guas, que no haban sido mantenidos bajo estrecha vigilancia, escaparon; uno se escondi en un lugar elegido de antemano y el otro cruz a nado el Metauro por un vado que conoca bien. La columna, privada de sus guas, march sin rumbo por el campo y muchos, faltos de sueo, de dejaron caer para descansar; lo que seguan junto a los estandartes eran cada vez menos y menos. Hasta que la luz del da le mostrase el camino, Asdrbal orden a la cabeza de la columna que avanzase con cautela; al ver que debido a las curvas y vueltas del ro se haba avanzado poco, dispuso lo necesario para cruzarlo tan pronto como el amanecer le mostrase un lugar a propsito. Sin embargo, no fue capaz de encontrar un paso, pues cuanto ms marchaba hacia el mar ms altas eran las orillas que limitaban la corriente; y perdiendo as el da, dio tiempo a su enemigo para que lo siguiera. [27,48] Nern, con la totalidad de la caballera, fue el primero en llegar, siguindole despus Porcio con la infantera ligera. Comenzaron a hostigar a su cansado enemigo cargando repetidamente por todas partes, hasta que Asdrbal detuvo una marcha que empezaba a parecer una huida y decidi formar un campamento sobre una colina que dominaba el ro. En esta coyuntura, Livio apareci con la infantera pesada, no en orden de marcha, sino desplegada y armada para una batalla inminente. Unieron todas sus fuerzas y formaron el frente; Claudio Nern tom el mando del ala derecha y Livio de la izquierda, mientras que el centro fue asignado al pretor. Cuando Asdrbal comprendi que deba renunciar a toda idea de atrincherarse y que deba disponerse a combatir, situ los elefantes al frente y a los galos cerca de ellos, a la izquierda, para oponerse a Claudio, no tanto porque confiara en ellos sino porque esperaba que asustasen al enemigo; mientras, en la derecha, donde l ostentaba personalmente el mando, situ a los hispanos en quienes, como tropas veteranas, tena ms confianza. Los ligures fueron colocados en el centro, detrs de los elefantes. Su formacin tena mayor profundidad que longitud y los galos estaban cubiertos por una colina que se extenda a travs de su frente. En la zona de la lnea que ocupaban Asdrbal y sus hispanos, enfrentaban la izquierda romana; toda la derecha romana qued excluida de la lucha, pues la colina al frente le impeda hacer ningn ataque, frontal o de flanco. La lucha entre Livio y Asdrbal result feroz y ambas partes sufrieron grandes prdidas. Aqu estaban ambos generales, la mayor parte de la infantera y la caballera romana, los hispanos, que eran soldados veteranos y empleaban tcticas de combate romanas, adems de los ligures, un pueblo endurecido por la guerra. A este sector del campo de batalla fueron llevados tambin los elefantes, que en su primera aparicin pusieron en desorden la primera fila y obligaron a retroceder a los estandartes. Luego, conforme la lucha se haca ms enconada y el ruido y los gritos ms furiosos, result imposible controlarlos, se abalanzaron entre los dos ejrcitos como si no supieran a qu bando pertenecan, igual que los barcos a la deriva sin timn. Nern hizo infructuosos esfuerzos para escalar la colina frente a l, gritando repetidas veces a sus hombres: Para qu hemos marchado tanto tiempo a toda velocidad?. Cuando le fuera imposible alcanzar al enemigo en esa direccin, separ unas cohortes de su ala derecha, donde vio que estaban ms en disposicin de vigilar que para tomar parte en los combates, las llev ms all de la retaguardia de su sector y, para sorpresa de sus propios hombres y del enemigo, lanz un ataque contra el flanco enemigo. Tan rpidamente fue ejecutada esta maniobra, que casi al momento de mostrarse en el flanco ya estaban atacando la retaguardia enemiga. As, atacados por todos lados, al frente, por el flanco y la retaguardia, los hispanos y los ligures fueron masacrados. Por fin, la matanza lleg donde estaban los galos. Aqu hubo muy poca lucha, pues en su mayor parte haban cado rendidos durante la noche y dorman desperdigados por los campos, alejados de sus enseas; aquellos que an permanecan junto a los estandartes estaban agotados por la larga marcha y la necesidad de sueo, resultando apenas capaces de soportar la fatiga y de sostener el peso de su armadura. Era ya medioda y el calor y la sed les haca jadear, hasta que fueron abatidos o hechos prisioneros sin ofrecer resistencia alguna.
[27.49] Ms elefantes fueron muertos por
sus conductores que por el enemigo. Llevaban un escoplo de carpintero y un mazo y, cuando las bestias enloquecidas corran por entre su propio bando, el conductor colocaba el escoplo entre las orejas, justo donde la cabeza est unida al cuello, y lo hundan con todas sus fuerzas. Este era el mtodo ms rpido que haba sido descubierto para dar muerte a estos enormes animales cuando no haba ninguna esperanza de controlarlos, y Asdrbal fue el primero en introducirlo. A menudo se haba distinguido este comandante en las batallas, pero nunca ms que en este caso. Mantuvo arriba el nimo de sus hombres, que lucharon tanto por sus palabras de aliento como compartiendo sus peligros; cuando, cansados y desanimados, ya no podan luchar ms, reavivaba su coraje mediante splicas y reproches; llamaba a los que huan y con frecuencia reanud el combate all donde haba sido abandonado. Finalmente, cuando la fortuna de la jornada se mostr decisivamente a favor del enemigo, rehus sobrevivir a aquel gran ejrcito que le haba seguido arrastrado por la magia de su nombre y, picando espuelas a su caballo, se lanz contra una cohorte romana. All cay luchando, una muerte digna del hijo de Amlcar y hermano de Anbal. Nunca, durante toda la guerra, perecieron tantos enemigos en una sola batalla. La muerte del comandante y la destruccin de su ejrcito se consider una compensacin adecuada por el desastre de Cannas. Murieron cincuenta y seis mil enemigos, cinco mil cuatrocientos cayeron prisioneros y se obtuvo gran cantidad de botn, especialmente de oro y plata. Ms de tres mil romanos, que haban sido capturados por el enemigo, fueron rescatados, y esto supuso cierto consuelo por las prdidas sufridas en la batalla, pues la victoria no se logr, ciertamente sin sangre; alrededor de ocho mil romanos y aliados perdieron la vida. Tan saciados quedaron los vencedores con el derramamiento de sangre y la carnicera que, cuando al da siguiente se inform a Livio de que los galos cisalpinos y los ligures que no haban participado en la batalla o haban escapado del campo de batalla, marchaban en un gran grupo sin jefe ni nadie que impartiera rdenes y que una sola ala de caballera [unos 300 jinetes.-N. del T.] podra borrarlos a todos, el cnsul replic: Dejad que algunos sobrevivan para que lleven la noticia de su derrota y de nuestra victoria.
[27.50] La noche despus de la batalla,
Nern parti a un ritmo an ms rpido que al de su venida y en seis das lleg a su campamento y estuvo nuevamente en contacto con Anbal. Su marcha no fue contemplada por las mismas multitudes de la otra vez, pues no le precedi ningn mensajero, pero su regreso fue recibido de modo tan exultante que el pueblo estaba casi fuera de s de alegra. En cuanto al estado de nimo en Roma, es imposible describir o imaginar la ansiedad con que los ciudadanos esperaban el resultado de la batalla o el entusiasmo que despert el informe de la victoria. Nunca, desde el da en que llegaron las nuevas de que Nern haba iniciado su marcha, haba abandonado ningn senador la Curia ni el pueblo el Foro de sol a sol. Las matronas, ya que no podan prestar ninguna ayuda activa, se dedicaron a la oracin y las rogativas; atestaron todas las capillas y asaltaron a los dioses con splicas y promesas. Mientras que los ciudadanos se encontraban en este estado de ansiosa inquietud, suspenso ansioso, se inici un vago rumor en el sentido de que dos soldados pertenecientes a Narnia haban ido desde el campo de batalla al campamento que estaba guardando el camino hacia la Umbra con el anuncio de que el enemigo haba sido hecho pedazos. La gente escuchaba el rumor pero que no podan creer, pues la noticia era demasiado grande y demasiado feliz como para aceptarla como cierta; la misma velocidad a la que lleg la hizo menos creble, pues informaron que la batalla haba tenido lugar solo dos das antes. Despus sigui un despacho de Lucio Manlio Acidino informando de la llegada de los dos jinetes a su campamento. Cuando esta carta fue llevada a travs del foro hasta la tribuna del pretor, los senadores abandonaron sus puestos y, debido al entusiasmo del pueblo que se apretaba y empujaba, casi no pudo acercarse el correo a la Curia. Este fue arrastrado por la multitud, que exigi a gritos que el despacho fuese ledo desde los Rostra antes de serlo ante el Senado. Por fin, los magistrados lograron que el pueblo se retirase y fue posible que todos participasen de las alegres noticias que tan impacientes estaban por recibir. El comunicado fue ledo en primer lugar en la Curia y luego en la Asamblea. Fue escuchado con distintos sentimientos segn el temperamento de cada uno, algunos consideraron la noticia como totalmente verdica, otros no la creeran hasta tener el despacho del cnsul y el informe de los mensajeros. [27,51] Se dio noticia de que estos se acercaban. Todos, jvenes y viejos por igual, corrieron a su encuentro, cada cual dispuesto a empaparse de las buenas noticias con ojos y odos, extendindose la multitud hasta el puente Mulvio. Los mensajeros eran Lucio Veturio Filn, Publio Licinio Varo y Quinto Cecilio Metelo. Se dirigieron hacia el Foro rodeados por una multitud donde estaban representadas todas las clases del pueblo y asediados por todas partes a preguntas sobre lo que realmente haba sucedido. Tan pronto como alguno escuchaba que el ejrcito enemigo y su comandante haban sido muertos, mientras los cnsules y su ejrcito estaban a salvo, se apresuraban a hacer partcipes a otros de su alegra. Llegaron a la Curia con dificultad, y an con ms dificultad se impidi a la multitud que invadiera el espacio reservado a los senadores. Una vez aqu, se ley el despacho y despus los mensajeros fueron llevados ante la Asamblea. Tras la lectura, Lucio Veturio dio los detalles completos y su relato fue recibido con gran entusiasmo que, finalmente, acab en vtores generales y con la Asamblea apenas capaz de contener la alegra. Algunos corrieron a los templos para dar gracias al cielo, otros corrieron a sus hogares para que sus esposas e hijos pudieran escuchar las buenas nuevas. El Senado decret tres das de accin de gracias pues los cnsules, Marco Livio y Cayo Claudio Nern, haban mantenido a salvo a sus propios ejrcitos y destruido el ejrcito del enemigo y a su comandante. Cayo Hostilio, el pretor, dio la orden para su observancia. Los servicios fueron atendidos tanto por hombres y como por mujeres, los templos estuvieron llenos a lo largo de los tres das y las matronas, con sus ropas ms esplndidas y acompaadas por sus hijos, ofrecieron sus acciones de gracias a los dioses, libres de inquietud y miedo como si la guerra hubiera terminado. Esta victoria tambin alivi la situacin financiera. La gente se aventur a hacer negocios igual que en tiempos de paz, a comprar y a vender, a prestar y a pagar los prstamos. Despus de Nern hubo regresado al campamento, dio rdenes para que la cabeza de Asdrbal, que haba guardado y trado con l, fuese lanzada frente a los puestos avanzados de los enemigos, y para que se exhibieran los prisioneros africanos, tal y como estaban encadenados. Dos de ellos fueron puestos en libertad con orden de ir hasta Anbal e informarle todo lo que haba sucedido. Aturdido tanto por el duelo que haba cado sobre su pas como por el luto de su familia, se dice que Anbal declar que reconoca el destino que esperaba a Cartago. Levant el campamento y decidi concentrar en el Brucio, el ms remoto rincn de Italia, a todos sus auxiliares a quienes ya no poda controlar mientras estaban diseminados por las distintas ciudades. Toda la poblacin de Metaponto tuvo que abandonar sus hogares junto con todos los lucanos que reconocieron su supremaca, y fueron trasladados a territorio brucio. Libro XXVIII
Conquista Final de Hispania
[28,1] Aunque la invasin de Asdrbal haba
desplazado la carga de la guerra a Italia y llev el correspondiente alivio a Hispania, la guerra se renov repentinamente en aquel pas de manera tan formidable como la anterior. En el momento de la salida de Asdrbal 208 a. C., Hispania estaba dividida entre Roma y Cartago de la siguiente manera: Asdrbal, hijo de Giscn, se haba retirado al litoral del ocano cerca de Cdiz [la antigua Gades.-N. del T.], la lnea de costa mediterrnea y la casi totalidad del oriente de Hispania era mantenido por Escipin bajo el dictado de Roma. Un nuevo general, de nombre Hann, tom el lugar de Asdrbal Barca y trajo un ejrcito de refresco, se uni a Magn y march al interior de la Celtiberia, que se encuentra entre el Mediterrneo y el ocano, levantando aqu un ejrcito muy considerable. Escipin envi contra l a Marco Silano, con una fuerza de no ms de diez mil infantes y quinientos jinetes. Silano march tan rpido como pudo, pero su avance fue impedido por el mal estado de los caminos y los estrechos pasos de montaa, obstculos que se encuentran en la mayor parte de Hispania. A pesar de estas dificultades, super no solo a los indgenas que podran haber llevado las nuevas, sino incluso a cualquier rumor sobre su avance; con la ayuda de algunos desertores celtberos que sirvieron como guas, logr encontrar al enemigo. Cuando estaba a unas diez millas de distancia [14800 metros.-N. del T.], fue informado por sus guas de que haba dos campamentos cerca de la va por la que estaba marchando; el de la izquierda estaba ocupado por los celtberos, un ejrcito recin alistado de unos nueve mil componentes, y el de la derecha por los cartagineses. Este ltimo estaba guardado celosamente mediante puestos avanzados, piquetes y todas las precauciones habituales contra sorpresas; el campamento celtbero permaneca sin disciplina y descuidando todas las precauciones, como podra esperarse de brbaros, reclutas y de quienes tienen poco miedo por estar en su propia tierra. Silano decidi atacar primero este, manteniendo a sus hombres tan a la izquierda como pudiera para no ser detectados por los puestos avanzados cartagineses. Despus de enviar a sus exploradores, avanz rpidamente contra el enemigo.
[28,2] Estaba ya a cerca de tres millas [4440
metros.-N. del T.] de distancia y ninguno de los enemigos se haba dado an cuenta de su avance pues las rocas y los matorrales que cubran la totalidad de este territorio montaoso ocultaba sus movimientos. Antes de hacer su avance final, orden a sus hombres hacer alto en un valle, donde quedaron bien ocultos, y comer. Volvieron a salir las partidas de exploracin y confirmaron las declaraciones de los desertores, tras de lo cual los romanos, despus de colocar la impedimenta en el centro y armndose para el combate, avanzaron en orden de batalla. El enemigo se percat de su presencia cuando se encontraban a una milla de distancia [1480 metros.-N. del T.] y a toda prisa se dispusieron a enfrentrseles. En cuanto Magn oy los gritos y vio la confusin, galop a travs de su campamento para tomar el mando. Haba en el ejrcito celtibrico cuatro mil hombres con escudos [se refiere Livio con esta expresin a la infantera pesada.-N. del T.] y doscientos de caballera, formando casi una legin normal y compuesta por lo mejor de sus fuerzas. Puso a estos, que eran su fuerza principal, al frente, y al resto, que estaban ligeramente armados, en la reserva. Con esta formacin los llev fuera del campamento, pero apenas hubieron cruzado la empalizada los romanos les lanzaron sus pilos. Los hispanos se agacharon para evitarlos y, a continuacin, se levantaron para descargar los suyos, que los romanos recibieron segn su costumbre con los escudos superpuestos; luego cerraron distancia y combatieron cuerpo a cuerpo con sus espadas. Los celtberos, acostumbrados a maniobrar rpidamente, encontraron intil su agilidad sobre el terreno quebrado; pero los romanos, que estaban acostumbrados al combate estacionario, no encontraron inconveniente ms all del hecho de que, a veces, sus filas se quebraban al pasar por lugares estrechos o tramos con maleza. Luego tuvieron que luchar individualmente o en parejas, como si se tratara de duelos.
Estos mismos obstculos, sin embargo, al
impedir la huida de los enemigos, los entreg, como si estuviesen atados de pies y manos pies, a la espada. Casi toda la infantera pesada de los celtberos haba cado, cuando la infantera ligera cartaginesa, que haba llegado desde el otro campamento, comparti su destino. No escaparon ms de dos mil infantes; la caballera, que apenas haba tomado parte en la batalla, pudo tambin escapar junto a Magn. El otro general, Hann, fue hecho prisionero junto con los ltimos en aparecer sobre el campo cuando la batalla ya estaba perdida. Magn, con casi la totalidad de su caballera y la infantera veterana, se uni a Asdrbal en Cdiz diez das despus del enfrentamiento. Los soldados novatos celtberos se dispersaron por los bosques vecinos y alcanzaron as sus hogares. Hasta aquel entonces, la guerra no haba sido grave, pero exista todo lo necesario para que se hubiera producido una conflagracin mucho mayor, de haber sido posible inducir a las otras tribus a levantarse en armas con los celtberos; esa posibilidad qued muy oportunamente destruida mediante esta victoria. Escipin, por lo tanto, elogi a Silano en trminos generosos, y se senta esperanzado de llevar a trmino la guerra si l, por su parte, actuaba con la suficiente prontitud. Avanz, en consecuencia, hasta el remoto rincn de Hispania donde se concentraban, bajo Asdrbal, todas las restantes fuerzas de Cartago. Este result estar, por entonces, acampado en territorio de la Btica con el propsito de asegurarse la fidelidad de sus aliados; pero ante el avance de Escipin, de repente, se retir y, en una marcha que se pareca mucho a una huida, se retir hasta Cdiz, en la costa. Sintindose, sin embargo, muy seguro de que mientras mantuviera unido su ejrcito sera objeto de un ataque, dispuso, antes de cruzar a Cdiz [la antigua Gades, hasta no hace demasiado, era en realidad una isla que ahora est unida a tierra por un istmo.-N. del T.], que todas sus fuerzas se distribuyeran entre las distintas ciudades, de modo que pudieran proteger las murallas mientras estas les protegan a ellos.
[28,3] Cuando Escipin tuvo conocimiento
de esta divisin de las fuerzas enemigas, se dio cuenta de que llevar sus armas de ciudad en ciudad supondra una prdida de tiempo mucho mayor que los beneficios obtenidos y, por lo tanto, retrocedi. No deseando, sin embargo, dejar aquel territorio en manos enemigas, envi a su hermano Lucio con diez mil infantes y mil de caballera para atacar la ciudad ms rica de aquella parte del pas a la que los nativos llamaban Orongis y que se encuentra en el pas de los mesesos [hay propuestas que sitan esta ciudad como una Aurungis prxima a la actual Baza, otras la identifican con el actual Jan; en cuanto a los mesesos, pudieran ser quiz los mastienos.-N. del T.], una de las tribus del sur de Hispania; el suelo es frtil y hay tambin minas de plata. Asdrbal la haba utilizado como base desde la cual lanzar sus incursiones contra las tribus del interior. Lucio Escipin acamp en las cercanas de la ciudad, pero antes de asediarla envi hombres a sus puertas de mantener una conferencia con los habitantes y tratar de persuadirlos para que pusieran a prueba ms la amistad de los romanos que su fuerza. Como no se obtuvo ninguna respuesta en favor de la paz, rode la plaza con una doble lnea de circunvalacin y dividi su ejrcito en tres grupos, de manera que siempre hubiera uno listo para la accin mientras los otros dos estaban descansando y, por lo tanto, pudiera sostenerse un ataque continuo. Cuando el primer grupo avanz para el asalto se produjo una lucha desesperada; tenan la mayor de las dificultades para acercarse a las murallas con las escalas de asalto, debido a la lluvia de proyectiles que caa sobre ellos. Aun cuando haban plantado las escalas contra los muros y empezaron a subirlas, eran tirados abajo por unas horcas construidas a tal fin; se dejaron caer ganchos de hierro sobre el resto, de manera que corran el peligro de ser arrastrados hasta las murallas y quedar suspendidos en medio del aire. Escipin vio que lo que haca indecisa la lucha era, simplemente, el insuficiente nmero de sus hombres y que los defensores tenan la ventaja debido a que estaban luchando desde sus murallas. Retir el grupo que estaba atacando y lanz a los otros dos. Al encarar este nuevo ataque los defensores, cansados de sostener el asalto anterior, se retiraron a toda prisa de las murallas y la guarnicin cartaginesa, temiendo que la ciudad hubiera sido traicionada, abandonaron sus distintos puestos y formaron en un solo cuerpo. Esto alarm a los habitantes que teman que, una vez dentro de la ciudad el enemigo, masacrase a todo el mundo, cartagins o hispano. Muchos se lanzaron por una puerta abierta, manteniendo sus escudos por delante por si se les lanzaban proyectiles a distancia y mostrando sus manos derechas vacas para dejar claro que haban arrojado sus espadas. Pero su accin fue mal interpretada, bien por culpa de la distancia a la que fueron vistos o porque se sospechase de una traicin; as que se lanz un feroz ataque contra la multitud que hua, la cual fue destrozada como si se tratase de un ejrcito enemigo. Los romanos marcharon a travs de la puerta abierta mientras que las dems puertas eran derribadas con hachas y picos; cada jinete entr al galope y, de conformidad con sus rdenes, se dirigi a ocupar el Foro. La caballera estaba apoyada por un destacamento de triarios; los legionarios ocuparon el resto de la ciudad. No hubo saqueo y, excepto en caso de resistencia armada, no hubo derramamiento de sangre. Todos los cartagineses y alrededor de un millar de los ciudadanos que haban cerrado las puertas fueron colocados bajo custodia, la ciudad fue entregada al resto de la poblacin y se les restituyeron sus bienes. Cayeron en el asalto de la ciudad unos dos mil enemigos; no ms de noventa entre los romanos. [28,4] La captura de esta ciudad fue un motivo de gran satisfaccin para quienes la haban llevado a cabo, como lo fue tambin para el comandante supremo y el resto del ejrcito. La entrada de las tropas result un notable espectculo debido a la inmensa cantidad de prisioneros que les precedan. Escipin otorg los ms altos elogios a su hermano y declar que la captura de Orongis era un logro tan grande como su propia captura de Cartagena. El invierno se acercaba y como la estacin ya le permita intentar la toma de Cdiz o perseguir al ejrcito de Asdrbal, disperso como estaba por toda la provincia, Escipin llev nuevamente todas sus fuerzas de vuelta a la Hispania Citerior. Tras dejar sus legiones en sus cuarteles de invierno, envi a su hermano a Roma con Hann y el resto de prisioneros de alto rango, y despus se retir a Tarragona. La flota romana, bajo el mando del procnsul Marco Valerio Levino, naveg durante el ao de Sicilia a frica y llev a cabo correras alrededor de tica y Cartago; el saqueo se llev a cabo bajo las mismas murallas de tica y hasta las fronteras de Cartago. A su regreso a Sicilia se encontraron con una flota cartaginesa de setenta buques. De estos, capturaron diecisiete, hundieron cuatro y pusieron en fuga al resto. El ejrcito romano, victorioso por tierra y mar, regres a Marsala [la antigua Lilibeo.-N. del T.] con una enorme cantidad de botn de toda clase. Ahora que los barcos enemigos haban sido expulsados y el mar estaba seguro, grandes cantidades de grano fueron enviadas a Roma.
[28,5] Fue al comienzo de este verano 207
a. C. cuando el procnsul Publio Sulpicio y el rey Atalo, que como ya se dijo haba invernado en Egina, navegaron hasta Lemnos con sus flotas combinadas; los barcos romanos sumaban veinticinco y treinta y cinco los del rey. Con el fin de estar preparado para enfrentarse a sus enemigos por tierra o mar, Filipo descendi hasta Demetrias por la costa y dio rdenes para que el ejrcito se reuniera en Larisa un da determinado. Cuando se enteraron de la llegada del rey a Demetrias, las embajadas de todos sus aliados fueron all a visitarle. Los etolios, envalentonados por su alianza con Roma y la llegada de Atalo, asolaban las tierras de sus vecinos. Se produjo una gran alarma entre los acarnanes, los beocios y los habitantes de Eubea; tambin los aqueos tuvieron otro motivo de temor pues, adems de su guerra contra los etolios, fueron amenazados por Macnidas, el tirano de Lacedemonia, que haba acampado no lejos de las fronteras de los argivos. Las embajadas informaron al rey del estado de cosas, y unos y otros le rogaban que les prestase ayuda contra los peligros que les amenazaban por tierra y mar. La situacin en su propio reino estaba lejos de ser tranquila; le llevaron informes en los que se le anunciaba que Escardiledos y Pleratos se haban levantado otra vez y que las tribus tracias, especialmente los medos, se estaban disponiendo para invadir Macedonia tan pronto el rey estuviera ocupado en alguna guerra lejana. Los beocios y los estados del interior de Grecia informaron de que los etolios haban cerrado el paso de las Termpilas en su parte ms estrecha, con un foso y una muralla, para impedirle que llevase socorro a las ciudades de sus aliados. Incluso un jefe torpe habra sido despertado por todos aquellos disturbios a su alrededor. Despidi a las embajadas con promesas firmes de que ayudara a todas ellas segn el momento y las circunstancias lo permitieran. Por el momento, el cuidado ms urgente era la ciudad de Pepareto, pues se le inform de que el rey Atalo, que haba navegado hasta all desde Lemnos, se encontraba saqueando y destruyendo todo el campo a su alrededor. Filipo envi un destacamento para proteger el lugar. Tambin envi a Polifanta con una pequea fuerza a Beocia, y a un tal Menipo, uno de sus generales, con mil peltastas la pelta no es distinta de la cetra [se refiere aqu Livio a infantera ligera que usaba de aquel tipo de escudo.- N. del T.] a Calcis. Esta fuerza se complement con quinientos agrianos, a fin de que la totalidad de la isla pudiera quedar protegida. El propio Filipo march a Escotusa y orden a las tropas macedonias en Larisa que fuesen all. Le llegaron all informes de que el consejo nacional de los etilos se haba reunido cerca de Heraclea [la de Traquinia.- N. del T.] y que Atalo estara presente para deliberar con ellos sobre la direccin de la guerra. As pues, Filipo se dirigi hacia all a marchas forzadas, pero no lleg al lugar hasta despus que se hubiera disuelto el Consejo. Destruy, sin embargo, las cosechas que estaban casi en sazn, especialmente en torno al golfo Malaco [de los enianos, en el original latino.-N. del T.], y luego llev su ejrcito a Escotusa. Dejando el grueso de sus fuerzas all, volvi a Demetrias con una cohorte regia. Con vistas a enfrentar cualquier movimiento del enemigo, envi hombres a la Fcida, a Eubea y a Pepareto para escoger lugares elevados desde los que se pudieran encender hogueras, y fij l mismo un puesto de observacin en el monte Bardhzogia [el antiguos Tiseo, de 130 metros.-N. del T.], un pico de inmensa altura. De esta manera, mediante los fuegos en la distancia, esperaba recibir noticia inmediata sobre cualquier movimiento por parte del enemigo. El general romano y Atalo zarparon de Pepareto hacia Nicea, y de all a la ciudad de Kastro [esta Nicea es un puerto de la Lcride cercano a las Termpilas; Kastro es la antigua Oreos.-N. del T.] en Eubea. Esta es la primera ciudad de Eubea que se deja a mano izquierda al salir del Golfo de Demetrias hacia Calcis y el Euripo. Atalo y Sulpicio dispusieron que los romanos atacaran por mar y las tropas del rey por tierra.
[28,6] No fue hasta el cuarto da despus de
su llegada cuando se inici el ataque; el intervalo se pas en conferencias secretas con Pltor, a quien Filipo haba nombrado comandante de la guarnicin. La ciudad tiene dos ciudadelas, una con vistas al mar y la otra hacia el corazn de la ciudad. Desde la ltima, un pasaje subterrneo bajaba hasta el mar, acabando a su vez en una torre de cinco pisos de altura que formaba una defensa imponente. Aqu tuvo lugar un violento combate, pues la torre estaba abundantemente provista con proyectiles de todo tipo, habiendo sido llevadas all desde los buques mquinas y artillera para usarlas contra ella. Mientras la atencin de todos estaba centrada en la lucha que tena lugar aqu, Pltor dej entrar a los romanos a travs de la puerta de la ciudadela que miraba al mar, siendo esta capturada de inmediato. Luego, los defensores, vindose obligados a regresar a la ciudad, trataron de alcanzar la otra ciudadela. Aqu se haban situado hombres con el propsito de cerrarles las puertas y, al dejarlos as fuera de las dos ciudadelas, fueron muertos o hechos prisioneros. La guarnicin macedonia form una falange cerrada bajo la muralla de la ciudades, sin tratar de huir ni tomar parte activa en los combates. Pltor persuadi a Sulpicio para que les dejase marchar, siendo embarcados y desembarcados luego en Nea Anchialos [la antigua Demetrio.-N. del T.], en la Ftitide. El propio Pltor se uni a Atalo. Animado por su fcil xito fcil en Oreos, Sulpicio parti de inmediato con su flota victoriosa hacia Calcis, pero aqu el resultado no respondi en modo alguno a sus expectativas. El mar, que es amplio y se cierra en cada extremo con un estrecho canal, presenta a primera vista la apariencia de un doble puerto con dos bocas opuestas entre s. Pero sera difcil encontrar una rada ms peligrosa para una flota. Repentinos vientos tempestuosos bajan de las altas montaas por ambos lados; y el Euripo no fluye y refluye, como comnmente se afirma, siete veces al da a intervalos regulares, sino que sus aguas, arrastradas al azar por el viento ora en una direccin, ora en otra, se lanzan a lo largo como un torrente que descienda por la ladera de una montaa escarpada, de modo que los barcos nunca quedan en aguas tranquilas ni de da, ni de noche. Despus de Sulpicio hubo anclado su flota en estas aguas turbulentas, se encontr con que la ciudad estaba protegida por un lado por el mar y, por el otro, el lado de tierra, por muy slidas fortificaciones; tambin la fuerza de su guarnicin y la lealtad de los oficiales, tan diferente de la duplicidad y la traicin en Oreos, haca a Calcis inexpugnable. Tras examinar lo difcil de su posicin, el comandante romano actu sabiamente al desistir de su temeraria empresa y, sin perder ms tiempo, naveg hacia Cinos, en la Lcride, un lugar que serva como emporio a la ciudad de los opuntianos distante una milla del mar [del griego emporion, originalmente un emporio era un puesto martimo comercial; en el caso de Hispania, por ejemplo, un establecimiento de esta clase dio nombre a la actual Ampurias, en la provincia de Gerona; el citado por Livio estaba a 1480 metros del mar.-N. del T.].
[28,7] Las hogueras en Oreos haban
advertido a Filipo, pero por culpa de la traicin de Pltor lo hicieron demasiado tarde y, en cualquier caso, la inferioridad naval de Filipo le habra hecho extremadamente difcil llegar a la isla. Como consecuencia de esta demora, no hizo ningn esfuerzo para aliviarla, pero se apresur a auxiliar Calcis en cuanto le lleg la seal. Aunque esta ciudad tambin se encuentra en la isla, est separada del continente por un estrecho tan corto que permita que estuviese conectada por un puente, lo que haca ms fcil acercarse a ella por tierra que por mar. Filipo march desde Demetrias hasta Escotusa; se march de aquel lugar a medianoche y, tras derrotar a los etilos que guarnecan el paso de las Termpilas, les expuls en desorden hacia Heraclea. Lleg finalmente a Elatea, en la Fcida, habiendo cubierto ms de sesenta millas en un da [88,8 kilmetros.-N. del T.]. Casi en el mismo da, la ciudad de los opuntianos fue tomada y saqueada por Atalo. Sulpicio le haba dejado el botn a l, pues Oreos haba sido saqueada por los romanos haca unos das cuando las tropas del rey estaban en otro lugar. Mientras la flota romana estaba situada cerca de Oreos, Atalo estaba muy ocupado en exigiendo contribuciones a los principales ciudadanos de Opus, completamente ignorante de la aproximacin de Filipo. Tan rpido fue el avance macedonio que, de no haber sido vista por casualidad, en la distancia, la columna enemiga por algunos cretenses que haban salido a forrajear, Atalo habra sido completamente sorprendido. Como fuera, este huy en completo desorden hasta sus barcos, sin detenerse para armarse; cuando apareci Filipo, los hombres estaban, de hecho, botando sus buques y aquel provoc gran alarma entre las tripulaciones incluso desde la orilla del mar. Luego regres a Opus, acusando a dioses y hombres por haberse quitado de las manos la posibilidad de lograr una gran victoria. Estaba furiossimo con los opuntianos porque, aunque haban resistido hasta su llegada, tan pronto lleg el enemigo se entregaron voluntariamente.
Despus de arreglar los asuntos de Opus,
march a Nista [la antigua Thronium.-N. del T.]. Atalo haba navegado hasta Oreos, pero al enterarse de que Prusias, el rey de Bitinia, haba violado las fronteras de sus dominios, abandon todos sus proyectos en Grecia, incluyendo la guerra etolia, y se embarc hacia Asia. Sulpicio llev a su flota de nuevo a Egina, de donde haba salido al comienzo de la primavera. Filipo captur Nista sin ms dificultades que las que haba tenido Atalo en Opus. Estaba habitada esta ciudad por refugiados de Tebas en la Ftitide. Cuando la plaza fue capturada por Filipo, escaparon y se pusieron bajo la proteccin de los etolios, que les asignaron para residir una ciudad que haba quedado arruinada y abandonada en la anterior guerra con Filipo. Despus de capturar Nista, avanz para capturar Titronio y Drumias, pequeas ciudades sin importancia en la Drida. Finalmente, lleg a Elatea donde se acord que se encontrasen con l las embajadas de Ptolomeo y de los rodios. Aqu estuvieron discutiendo la cuestin de poner fin a la guerra etolia los embajadores haban estado presentes en el reciente consejo entre romanos y etolios en Heraclea, cuando se supo la noticia de que Macnidas haba decidido atacar a los eleos en medio de sus solemnes preparativos para los Juegos Olmpicos. Filipo pens que deba impedir esto y, por consiguiente, despidi a los embajadores tras asegurarles que l era responsable de la guerra y que no pondra ningn obstculo en el camino de la paz, siempre que sus trminos fuesen justos y honorables. A continuacin, march con su ejrcito armado a la ligera, y pas a travs de Beocia hacia Megara, bajando desde all hasta Corinto. Aqu recogi suministros y, a continuacin, avanz hacia Fliunte y Feneos. Cuando hubo llegado a Herea escuch que Macnidas, atemorizado por su rpida aproximacin, march apresuradamente de vuelta a Lacedemonia. Al recibir esta informacin se dirigi a Egio, a fin de estar presente en la reunin de la Liga Aquea; esperaba, tambin, encontrar all la flota cartaginesa, que haba solicitado para tener alguna fuerza en la mar. Los cartagineses haba dejado pocos das antes aquel lugar, hacia Oxeas [Oxas?-N. del T.], y despus, cuando oyeron que Atalo y los romanos haban partido de Oreo, buscaron refugio en los puertos de la Acarnania, temerosos de que si les sorprendan en Rhon, en la desembocadura del golfo de Corinto, pudieran ser derrotados.
[28,8] Filipo estaba muy decepcionado y
triste al ver que, a pesar de sus rpidos desplazamientos, siempre llegaba demasiado tarde para hacer algo til; y porque la Fortuna se burlase de su energa y actividad, quitando ante sus ojos cualquier oportunidad. Sin embargo, ocult su decepcin en presencia del Consejo y habl en un tono muy confiado. Apelando a los dioses y a los hombres, declar que en ningn momento o lugar dej de marchar con toda la rapidez posible cada vez que son el ruido de las armas enemigas. Sera difcil, continu, estimar si l haba sido ms audaz en la guerra o si el enemigo la haba hecho ms deprisa. De esta manera se alej Atalo de Opus y Sulpicio de Calcis, y as ahora haba Macnidas escapado de sus manos. Pero la huida no siempre era algo bueno, y era imposible considerar que se trataba de una guerra difcil aquella en la que una vez se tomase contacto con el enemigo se habra vencido. Lo ms importante era la propia admisin de los enemigos de que no eran rivales para l, y que obteniendo l en poco tiempo una victoria decisiva, el enemigo se encontrara con un resultado en la batalla peor del que haban previsto. Sus aliados se mostraron encantados con el discurso del rey. Luego, entreg Herea y Trifilia a los aqueos, y tambin Alifera a los megalopolitanos, tras demostrar estos que aquella haba formado parte de su territorio. Posteriormente, con algunos buques proporcionados por los aqueos tres cuatrirremes y otros tantos birremes naveg hacia Antcira. Anteriormente haba enviado al Golfo de Corinto siete quinquerremes y ms de veinte barcos ligeros, con la intencin de reforzar la flota cartaginesa, y con ellos se dirigi hacia Entras [la antigua Eruthras.-N. del T.] de Etolia, cerca de Eupalio, donde desembarc. Los etolios supieron de su desembarco, pues todos los hombres que estaban en los campos o en los castillos de Potidania o Apolonia huyeron a los bosques y las montaas; los rebaos que no pudieron llevar consigo en su huida, fueron tomados por Filipo y llevados a bordo. Todo el botn se envi a cargo de Nicias, el pretor de los aqueos en Egio; Filipo, enviando a su infantera por tierra a travs de Beocia, fue personalmente a Corinto y de all a Cencrea. Aqu se embarc de nuevo y, navegando ms all de la costa del tica, alrededor del cabo Sunio y pasando casi a travs de las flotas enemigas, lleg a Calcis. En su discurso a los ciudadanos habl en los mejores trminos de su lealtad y coraje al negarse a ser arrastrados por cualesquiera amenazas o promesas, y les pidi que, en caso de que fueron atacados, mostrasen la misma determinacin de ser fiel a su aliado si consideraban su propia posicin preferible a la de Opus u Oreos. De Calcis naveg a Oreos, donde encomend la administracin y defensa de la ciudad a aquellos magnates que haban huido, al ser capturada la ciudad, en vez de entregarse a los romanos. Volvi luego a Demetrias, el lugar desde el que haba comenzado a prestar ayuda a sus aliados. Procedi ahora a poner las quillas de cien buques de guerra en los astilleros de Casandrea, reuniendo gran nmero de carpinteros de ribera para su construccin. Como la situacin estaba ahora tranquila en Grecia, debido a la partida de Atalo y a la efectiva ayuda que Filipo haba prestado a sus aliados en dificultades, este regres a Macedonia para iniciar las operaciones contra los drdanos. [28,9] Justo al final de este verano Quinto Fabio, el hijo de Mximo, que era lugarteniente del cnsul Marco Livio, lleg a Roma para informar al Senado de que el cnsul consideraba a Lucio Porcio y sus legiones suficientes para la defensa de la Galia y, en este caso, Livio y su ejrcito consular podan ser retirados de forma segura. El Senado llam de vuelta no slo a Livio, sino tambin a su colega Cayo Claudio, aunque las rdenes dadas a cada uno eran distintas. Se orden a Marco Livio que trajese de vuelta a sus tropas, pero las legiones de Nern deban permanecer en su provincia, enfrentando a Anbal. Los cnsules haban mantenido correspondencia entre ellos, conviniendo en que, igual que haban mantenido la misma opinin en su direccin de los asuntos pblicos, as, aunque llegando desde direcciones opuestas, deban aproximarse a la Ciudad al mismo tiempo. Cualquiera que fuese el primero en llegar a Palestrina, deba esperar all a su colega, ocurriendo por casualidad que ambos llegaron all el mismo da. Despus de enviar una convocatoria para que el Senado se reuniera en el templo de Bellona en el plazo de tres das, marcharon juntos hacia la Ciudad. Toda la poblacin sali a su encuentro con gritos de bienvenida, tratando cada uno de coger las manos de los cnsules; llovieron sobre ellos felicitaciones y agradecimientos por haber, con sus esfuerzos, salvado a la Repblica. Cuando el Senado se reuni, siguieron el precedente establecido por todos los generales victoriosos y sometieron a la Cmara un informe de sus operaciones militares. Luego se solicit que, en reconocimiento a su direccin enrgica y eficaz de los asuntos pblicos, a los dioses se les deban rendir honores especiales y a ellos, los cnsules, se les permitira entrar en la Ciudad en triunfo. Los senadores aprobaron un decreto para que se mostrara en primer lugar el agradecimiento a los dioses y, despus de a estos, a los cnsules. Una solemne de accin de gracias fue decretada en su nombre y a cada uno de ellos se le permiti disfrutar de un triunfo.
Habiendo estado en completo acuerdo en
cuanto a la direccin de su campaa, decidieron que no tendran triunfos separados y se hizo el siguiente arreglo: Como la victoria se haba obtenido en la provincia de Livio y como le haban correspondido a l los auspicios el da de la batalla, adems de que su ejrcito fuera el que haba sido llamado de vuelta a Roma, mientras que el de Nern no poda abandonar su provincia, se decidi que Livio conducira la cuadriga a la cabeza de sus soldados y que Cayo Claudio Nern ira a caballo, sin escolta de soldados. El triunfo as compartido entre ambos enaltecera la gloria de los dos, pero especialmente de aquel que haba permitido a su compaero superarle en honor tanto como l mismo lo superaba en mrito. Ese caballero se decan entre s los hombres atraves Italia de punta a punta en seis das y, al tiempo que Anbal le crea enfrentndole en la Apulia, l combata en batalla campal contra Asdrbal en la Galia. De aquel modo un cnsul haba frenado el avance de dos generales, dos grandes capitanes en las esquinas opuestas de Italia, enfrentndose a uno con su estrategia y a otro en persona. El solo nombre de Nern haba bastado para mantener a Anbal quieto en su campamento y, en cuanto a Asdrbal, qu fue lo que provoc su derrota y destruccin, sino la llegada de Nern al campo de batalla? Uno de los cnsules poda conducir un carro con tantos caballos como quisiera, pues el triunfo verdadero perteneca al otro, que iba a caballo por la Ciudad; aunque marchase a pie, la fama de Nern nunca morira, fuese por la gloria que adquiri en la guerra o por el desprecio que hacia ella mostr en su triunfo. Estas y otras observaciones parecidas de los espectadores siguieron a Nern hasta llegar al Capitolio. El dinero que depositaron en el Tesoro ascenda a tres millones de sestercios y ochenta mil ases [el original latino dice literalmente sestertium triciens, octoginta milia aeris; las traducciones inglesas traducen trescientos mil sestercios y ochenta mil ases.-N. del T.]. La generosidad de Marco Livio hacia sus soldados ascendi a cincuenta y seis ases por hombre, y Cayo Nern prometi entregar la misma cantidad a los suyos en cuanto se reincorporase a su ejrcito. Fue de notar que aquel da, en sus bromas y canciones, los soldados celebraron con ms frecuencia el nombre de Cayo Claudio Nern que el de su propio cnsul; y que los miembros del orden ecuestre se volcaron en alabanzas hacia Lucio Veturio y Quinto Cecilio, instando a la plebe a que los nombrara cnsules para el ao siguiente. Los cnsules agrandaron considerablemente el peso de esta recomendacin cuando, a la maana siguiente, informaron a la Asamblea del valor y fidelidad con que haban servido los dos oficiales.
[28.10] Se acercaba el tiempo de las
elecciones y se decidi que deberan ser celebradas por un dictador. Cayo Claudio Nern nombr dictador a su colega, Marco Livio, y este nombr como jefe de la caballera a Quinto Cecilio. Lucio Veturio y Quinto Cecilio fueron elegidos cnsules. Vino despus la eleccin de los pretores; los nombrados fueron Cayo Servilio, Marco Cecilio Metelo, Tiberio Claudio Aselo y Quinto Mamilio Turrino, que era por entonces edil plebeyo. Cuando terminaron las elecciones, el dictador abandon su cargo y tras licenciar a su ejrcito march con una misin oficial a Etruria. Haba sido encargado por el Senado a realizar una investigacin sobre qu pueblos de Etruria y Umbra haban concebido el designio de desertar con Asdrbal en cuanto apareci, as como cules de ellos le haban ayudado con suministros, hombres o en cualquier otra manera. Tales fueron los acontecimientos del ao en el pas y en el extranjero. Los Juegos Romanos fueron celebrados en su totalidad durante tres das consecutivos por los ediles curules Cneo Servilio Cepio y Servilio Cornelio Lntulo; igualmente fueron celebrados los Juegos Plebeyos, durante un da, por los ediles plebeyos Marco Pomponio Matn y Quinto Mamilio Turrino. Ya era el decimotercer ao de la Guerra Pnica [207 a. C.; los cnsules tomaran posesin de sus cargos el 15 de marzo de 206 a. C.-N. del T.]. A ambos cnsules, Lucio Veturio Filn y Quinto Cecilio Metelo, se le asign la misma provincia, el Brucio, para que conjuntamente pudieran llevar a cabo las operaciones contra Anbal. Los pretores sortearon sus provincias: Marco Cecilio Metelo obtuvo la pretura urbana y Quinto Mamilio la peregrina. Sicilia cay a Cayo Servilio y Cerdea a Tiberio Claudio.
Los ejrcitos se distribuyeron de la siguiente
manera: Uno de los cnsules se hizo cargo del ejrcito de Nern; el otro, del que haba mandado Quinto Claudio; cada uno estaba compuesto por dos legiones. Marco Livio, que estuvo actuando como procnsul durante el ao, tom de Cayo Terencio el mando de las dos legiones de esclavos voluntarios en Etruria. Tambin se decret que Quinto Mamilio, a quien se haba asignado la pretura peregrina, deba transferir sus deberes judiciales a su colega y mantener la Galia con el ejrcito que Lucio Porcio haba mandado como propretor; tambin se le orden asolar los campos de aquellos galos que se haban pasado a los cartagineses a la llegada de Asdrbal. Cayo Servilio deba proteger Sicilia, como haba hecho Cayo Mamilio, con las dos legiones de los supervivientes de Cannas. El antiguo ejrcito en Cerdea, bajo el mando de Aulo Hostilio, fue llamado de vuelta, y los cnsules alistaron una nueva legin que Tiberio Claudio deba llevar con l a la isla. Se concedi la extensin de su mando por un ao a Quinto Claudio, con el que permanecera al mando en Tarento, y a Cayo Hostilio Tubero, para que pudiera seguir actuando en Capua. Marco Valerio, al que se haba encargado de la defensa de la costa siciliana, recibi la orden de entregar ms de treinta barcos al pretor Cayo Servilio y regresar a Roma con el resto de su flota.
[28.11] En una ciudad agobiada por una
guerra de tanta gravedad, donde los hombres achacaban a la accin directa de los dioses cada suceso afortunado o desafortunado, se anunciaron numerosos prodigios. En Terracina, el templo de Jpiter, y en Conca [la antigua Satricum.-N. del T.] el de Mater Matuta, fueron alcanzados por un rayo. En este ltimo lugar se produjo an mucha ms alarma por la aparicin de dos serpientes que se deslizaron directamente a travs de las puertas dentro del templo de Jpiter. Desde Anzio se inform de que los segadores haban visto espigas de grano cubiertas de sangre. En Cere, nacieron un cerdo con dos cabezas y un cordero con el sexo femenino y el masculino a la vez. Se dijo que en Alba fueron vistos dos soles, y en Fregellas se hizo la luz durante la noche. En los campos de Roma se dijo que habl un buey; se afirm que el altar de Neptuno, en el Circo Flaminio, se haba baado en sudor y los templos de Ceres, Salud y Quirino fueron alcanzados por rayos. Los cnsules recibieron rdenes de expiar los presagios mediante el sacrificio de vctimas mayores y fijando un da para una solemne rogativa. Estas medidas se llevaron a cabo de conformidad con la resolucin del Senado. Lo que result ser una experiencia mucho ms aterradora que todos los portentos notificados en los campos, o vistos en la Ciudad, fue la extincin del fuego en el templo de Vesta. La vestal que estaba a cargo del fuego aquella noche fue duramente azotada por orden de Publio Licinio, el Pontfice Mximo. Aunque esto no fue un presagio enviado por los dioses, sino simplemente el resultado de la negligencia humana, se decidi sacrificar vctimas mayores y celebrar una ceremonia de solemne splica en el templo de las vestales.
Antes de que los cnsules partieran a los
asuntos de la guerra, el Senado les aconsej que velaran porque fueran devueltas sus casas de campo al pueblo. Ya que gracias a la bondad de los dioses, la carga de la guerra ya se haba alejado de la ciudad de Roma y del Lacio, y los hombres podan habitar las zonas rurales sin miedo, no resultaba apropiado que estuviesen ms preocupados por los cultivos de Sicilia que por los de aquella parte de Italia. El pueblo, sin embargo, no encontr aquello tan fcil. A los pequeos propietarios se los haba llevado la guerra; no haba casi trabajadores esclavos disponibles; el ganado haba sido tomado como botn y las casas de campo haban sido saqueadas o incendiadas. Sin embargo, ante la autoritaria insistencia de los cnsules, un nmero considerable regres a sus fincas. Lo que llev al Senado a encargarse de esta cuestin fue la presencia de embajadas de Plasencia y Cremona, que llegaron para quejarse por la invasin y el saqueo de sus territorios por sus vecinos, los galos. Una gran parte de sus pobladores, dijeron, haba desaparecido, sus ciudades estaban casi sin habitantes, y el campo era un desierto. Al pretor Mamilio se encarg la defensa de estas colonias; los cnsules, actuando segn una resolucin del Senado, publicaron un edicto requiriendo que todos los que fueran ciudadanos de Cremona y de Plasencia regresasen a sus hogares antes de cierto da. Por ltimo, hacia el comienzo de la primavera partieron a la guerra. El cnsul Quinto Cecilio se hizo cargo del ejrcito de Cayo Nern y Lucio Veturio del que haba mandado Quinto Claudio, llevndolo a su totalidad de efectivos mediante los nuevos alistamientos que haba efectuado. Llevaron sus ejrcitos a territorio de Cosenza [la antigua Consentia.-N. del T.], y lo devastaron en todas las direcciones. Cuando regresaban cargados con el botn, fueron atacados en un paso estrecho por una fuerza de brucios y lanzadores de jabalinas nmidas, peligrando no solo el botn, sino tambin las mismas tropas. Hubo, sin embargo, ms alarma y confusin que lucha real. El botn fue enviado por delante y las legiones lograron alcanzar una posicin libre de peligro. Avanzaron en la Lucania y toda la zona volvi a su lealtad a Roma sin ofrecer resistencia alguna.
[28,12] No se libr ninguna accin contra
Anbal este ao, pues tras el golpe que haba cado sobre l y su patria, no efectu ningn avance, ni se preocuparon los romanos de molestarle, tal era su percepcin sobre la capacidad que tena aquel general nico, an cuando su causa por todas partes caa arruinada. Me inclino a pensar que resultaba ms admirable en la adversidad que en la poca de sus grandes victorias. Durante trece aos haba estado dirigiendo una guerra, con suerte diversa, sobre un pas enemigo y lejos de casa. Su ejrcito no estaba formado por sus propios compatriotas, sino que era un conjunto mezclado de varias nacionalidades que nada tenan en comn, ni leyes, ni costumbres, ni lengua; difera su apariencia, vestuario y armas, extraos entre s en cuanto a sus ritos religiosos, apenas reconociendo los mismos dioses. Y, sin embargo, los haba unido tan estrechamente que ninguna sedicin los rompi, ni contra los propios soldados ni contra su comandante, aunque muy a menudo faltara el dinero o los suministros; la carencia de estos ya haba supuesto durante la Primera Guerra Pnica la sucesin de numerosos incidentes de carcter tan vergonzoso. De haber descansado todas sus esperanzas de victoria sobre Asdrbal y su ejrcito, y despus de que aquel ejrcito hubiera sido eliminado, se habra retirado al Brucio y abandonado el resto de Italia a los romanos. No es de sorprender que no estallara ningn motn en su campamento? Porque adems de todas sus restantes dificultades, no tena ninguna posibilidad de alimentar a su ejrcito excepto con los recursos del Brucio que, incluso si todo aquel pas hubiera estado en cultivo, no habra brindado ms que un magro suministro a un ejrcito tan grande. Pero tal como estaban las cosas, una gran parte de la poblacin haba dejado de labrar la tierra por culpa de la guerra y por su amor innato y tradicional por el bandidaje. No reciba ayuda de su tierra, pues su gobierno estaba preocupado principalmente por mantener su dominio sobre Hispania, como si todo en Italia trascurriera favorablemente.
La situacin en Hispania era similar en
algunos aspectos y, en otros, totalmente distinta de la de Italia. Era similar en la medida en que los cartagineses, despus de su derrota y la prdida de su general, haban sido empujados hacia las zonas ms distantes de Hispania, a orillas del ocano. Era distinta en cuanto que las caractersticas naturales del pas y el carcter de sus habitantes hacan de Hispania ms a propsito que Italia, y de hecho ms que cualquier otra tierra, para la constante reanudacin de hostilidades. A pesar de que fue la primera provincia, de todas las del continente, en ser ocupada por los romanos, fue por tales motivos la ltima en ser completamente subyugada, y esto solo en nuestros propios das bajo la direccin y los auspicios de Csar Augusto [esta afirmacin es la que ha permitido datar la escritura de este libro en fecha posterior al 19 a. C.-N. del T.]. Asdrbal Giscn, que, junto a la familia Barca, fue el ms grande y ms brillante general cartagins que ostent el mando en esta guerra, fue animado por Magn a renovar las hostilidades. Parti de Cdiz y, atravesando toda Hispania, alist una fuerza de cincuenta mil infantes y cuatro mil quinientos de caballera. En cuanto a la fuerza de su caballera, los autores estn generalmente de acuerdo, aunque algunos de ellos afirmar que la fuerza de infantera que llev a Silpia ascendi a setenta mil hombres [Silpia es Ilipa, la actual Alcal del Ro, en la provincia de Sevilla; por seguir la tradicin clsica, haremos excepcin y mantendremos en esta traduccin el nombre romano y no el moderno.-N. del T.]. Cerca de esta ciudad acamparon los dos comandantes cartagineses, en una llanura amplia y abierta, dispuestos a aceptar la batalla si se les ofreca.
[28,13] Cuando se dio noticia a Escipin de
la reunin de este gran ejrcito, consider que no se le podra enfrentar con sus legiones romanas a menos que empleara a sus auxiliares indgenas para poder aparentar, en todo caso, una mayor fortaleza. Al mismo tiempo, senta que no deba depender demasiado de ellos, pues si cambiaban de bando podran provocar la misma derrota que termin con su padre y su to. Culcas, cuya autoridad se extenda a ms de veintiocho ciudades fortificadas, se haba comprometido a organizar una fuerza de infantera y caballera durante el invierno, y envi a Silano para recibirlas. Luego, levantando sus cuarteles en Tarragona, Escipin baj hasta Cstulo [hoy Cazlona, a 5 km. al sur de Linares, en la provincia de Jan.-N. del T.] recogiendo pequeos contingentes proporcionados por las tribus amigas que quedaban al paso de su marcha. All se le uni Silano con tres mil infantes y quinientos de caballera. Todo su ejrcito, romanos y contingentes aliados, infantera y caballera, ascendan ahora a cincuenta y cinco mil hombres. Con esta fuerza avanz al encuentro del enemigo y tom posiciones cerca de Bacula [ver Libro 27,18.-N. del T.]. Mientras estaban sus hombres fortificando el campamento, fueron atacados por Magn y Masinisa con toda su caballera, y les habran puesto en gran desorden de no haber cargado Escipin con su caballera, a la que haba situado en cierto lugar, oculta tras una colina. Aquella derrot rpidamente a los atacantes que haban llegado hasta las lneas y estaban ya atacando a los que construan la empalizada; con los otros, que mantuvieron sus filas y avanzaban formados y en orden, el combate fue ms prolongado y permaneci indeciso durante un tiempo considerable. Pero cuando llegaron, desde los puestos avanzados, las cohortes de infantera ligera y los hombres que se encontraban en los trabajos de castramentacin tomaron sus armas, frescos para el combate, fueron relevando en nmero creciente a sus camaradas cansados; una vez qued dispuesto sobre el campo de batalla un cuerpo considerable de hombres armados, los cartagineses y los nmidas se retiraron. En un primer momento se retiraron en orden y con rapidez, manteniendo su formacin, pero cuando los romanos incrementaron su ataque ya no pudieron sostenerse y resistir, dispersndose y huyendo como pudieron. Aunque esta accin hizo mucho para levantar el nimo de los romanos y bajar los del enemigo, durante varios das se produjeron incesantes escaramuzas entre la caballera y la infantera ligera de ambos lados.
[28.14] Despus de que se hubieran probado
suficientemente las fuerzas de cada parte, Asdrbal condujo su ejrcito a la batalla, ante lo cual los romanos hicieron lo mismo. Cada ejrcito permaneca formado delante de su empalizada, sin decidirse a comenzar la lucha. Hacia el atardecer, los dos ejrcitos, en primer lugar el cartagins y despus el romano, marcharon de vuelta a su campamento. Esto continu durante algunos das; los cartagineses eran siempre los primeros en formar sus lneas y los primeros en recibir la orden de retirarse cuando estaban cansados de permanecer pie. No haba movimiento alguno de avance por ningn bando, no se lanz ningn proyectil ni se lanz ningn grito de guerra. Los romanos se colocaban en el centro de una formacin y los cartagineses en el centro de la otra; los flancos de ambos ejrcitos estaban compuestos por tropas hispanas. Delante de la lnea cartaginesa se situaban los elefantes, que desde la distancia parecan torres. Era creencia general en ambos campos que combatan segn el orden en que haban formado y que la batalla principal se dara entre los romanos y los cartagineses del centro, los principales actores de la guerra y los ms igualados en valor y armamento. Al darse cuenta Escipin de que esto se asuma como algo natural, alter cuidadosamente sus rdenes para el da en que tena intencin de combatir. La noche anterior, envi una tsera por todo el campamento, ordenado a los hombres que desayunaran y procurasen que sus caballos se alimentaran antes del amanecer, la caballera debera estar para entonces completamente armada, con sus caballos dispuestos, embridados y ensillados. El da apenas haba roto cuando envi toda su caballera, junto con la infantera ligera, contra los puestos avanzados cartagineses, siguindoles de inmediato con la infantera pesada de las legiones bajo su mando personal. Contrariamente a lo que todos esperaban, haba convertido sus alas en la parte ms fuerte de su ejrcito al colocar all las tropas romanas, con los auxiliares ocupando el centro.
Los gritos de la caballera despertaron a
Asdrbal, que sali corriendo de su tienda. Cuando vio el cuerpo a cuerpo frente a la empalizada y el desorden entre sus hombres, y a los estandartes de las legiones brillando en la distancias con toda la llanura cubierta por el enemigo, de inmediato envi todas sus fuerzas de caballera contra la caballera enemiga. Sac despus a su infantera del campamento y form su lnea de batalla sin ningn cambio respecto al orden de das anteriores. El combate de caballera haba cursado de momento sin ventaja para ninguno. Tampoco se poda llegar a nada decisivo, pues cuando cada una de las fuerzas era rechazada se retiraba entre la seguridad de su infantera. Pero cuando las fuerzas principales estaban a media milla una de otra, Escipin hizo llamar a su caballera e infantera ligera y les orden colocarse a retaguardia de la infantera, cuyas filas se abrieron para dejarle paso, y la form despus en dos divisiones situando cada una como apoyo detrs de cada ala. Entonces, al llegar el momento de ejecutar su maniobra, orden a los hispanos del centro que efectuasen un lento avance, enviando recado a Silano y Marcio para que se extendieran hacia la izquierda igual que l lo haca hacia la derecha, y que se enfrentasen al enemigo con su caballera ligera y su infantera antes que los centros pudieran cerrar entre s. Cada ala se alarg as mediante tres cohortes de infantera y tres turmas [unos 90 jinetes.-N. del T.], adems de vlites, y con esta formacin avanzaron contra el enemigo a la carrera, con los dems siguindoles en formacin oblicua. La lnea se curv hacia adentro, hacia el centro, a causa del menor avance de los hispanos. Las alas estaban ya trabadas mientras que los cartagineses y los veteranos africanos, la principal fuerza de su ejrcito, no haba tenido an ocasin de lanzar un solo proyectil. No se atrevan a abandonar su lugar en las filas y ayudar a sus compaeros por miedo a dejar el centro abierto al avance del enemigo. Las alas estaban siendo presionadas mediante un ataque doble: la caballera, la infantera ligera y los vlites les haban rodeado y lanzaban una carga por el flanco, mientras las cohortes presionaban y fijaban su frente con el objeto de separarlos de su centro.
[28.15] La lucha no era igualada en ningn
sector del campo de batalla. No solo quedaban enfrentados los balericos y los reclutas hispanos a los legionarios romanos y latinos sino que, conforme avanzaba el da, comenz a ceder la fortaleza fsica del ejrcito de Asdrbal. Sorprendido por el ataque repentino a primera hora de la maana, haban sido obligados a ir a la batalla antes de que pudieran tomar fuerzas alimentndose. Fue con este objetivo por lo que Escipin haba retrasado deliberadamente la lucha hasta el final del da, pues no fue hasta la sptima hora [a partir de medioda.- N. del T.] cuando dio comienzo el ataque sobre las alas, y fue un poco despus cuando la lucha alcanz al centro; de tal modo que, con el calor del da, la fatiga de permanecer con las armaduras y el hambre y la sed que estaban sufriendo, quedaron agotados antes de cerrar con el enemigo. As, exhaustos, se apoyaban en sus escudos donde estaban. Para completar su incomodidad, los elefantes, asustados por los repentinos gritos de la caballera y los rpidos movimientos de la infantera ligera y los vlites, se precipitaron desde las alas al centro de las lneas [es de suponer que lo apresurado de la formacin, ante el madrugador ataque romano, impidi al cartagins formar los elefantes como en das anteriores y tuvo que situarlos en sus alas.-N. del T.]. Cansados y desanimados, el enemigo comenz a retroceder, manteniendo empero sus filas, como si hubieran recibido la orden de retirarse. Pero cuando los vencedores vieron que las cosas les eran favorables, lanzaron un ataque an ms furioso por todas partes del campo de batalla, que el enemigo casi fue incapaz de resistir pese a que Asdrbal trataba de reunirlos e impedir que cedieran, dicindoles que la colina de su retaguardia les dara refugio seguro si se retiraban en buen orden. Sus temores, sin embargo, pudieron ms que su sentido de la vergenza y cuando los ms cercanos al enemigo cedieron, su ejemplo fue seguido repentinamente por todos y se produjo una desbandada general. Su primera parada fue en la parte inferior de la pendiente de la colina y, como los romanos dudasen en subirla, comenzaron a formar de nuevo sus lneas; pero al ver que avanzaban otra vez volvieron a huir y fueron obligados a retroceder en desorden a su campamento. Los romanos no estaban lejos de la empalizada y habran asaltado el campamento sobre la marcha de no haber sido sustituido el brillante sol, que a menudo luce entre las fuertes lluvias, por una tormenta tal que los vencedores pudieron apenas regresar a su campamento; algunos, incluso, quedaron impedidos por un miedo supersticioso de intentar cualquier otra cosa aquel da. Aunque la noche y la tormenta invitaban a los cartagineses, exhaustos como estaban por su esfuerzo y muchos de ellos por sus heridas, a tomar el descanso que tanto necesitaban, sus temores y el peligro en que se encontraban, sin embargo, les impidi cualquier reposo. Esperando un ataque contra su campamento en cuanto se hiciera la luz, fortalecieron su empalizada con grandes piedras recogidas de los valles de alrededor, esperando hallar en sus fortificaciones la defensa que no les haban proporcionado sus armas. La desercin de sus aliados, sin embargo, les decidi a buscar la seguridad en la huida en lugar de arriesgarse a otra batalla. El primero en abandonarles fue Atene, rgulo de los turdetanos; se march con un cuerpo considerable de sus compatriotas, siguiendo a esto la entrega de dos ciudades fortificadas con sus guarniciones a los romanos. Temiendo la propagacin del aquel mal y la extensin del descontento, Asdrbal levant en silencio su campamento la noche siguiente.
[28,16] Cuando los puestos avanzados
dieron noticia de la partida del enemigo, Escipin envi a su caballera y le sigui con todo su ejrcito. Tal fue la rapidez de la persecucin que, de haber seguido la pista directa de Asdrbal le debiera haber alcanzado. Pero, siguiendo el consejo de sus guas, tomaron una ruta ms corta haca el ro Guadalquivir [el Betis, en el original latino.-N. del T.], de manera que le pudiesen atacar si trataba de cruzarlo. Encontrndose el ro bloqueado, Asdrbal dirigi su rumbo hacia el ocano, y su precipitada marcha, que en su premura y confusin semejaba una huida, le dio una considerable distancia de las legiones romanas. La caballera e infantera ligera le hostigaron y retrasaron atacndole por los flancos y la retaguardia; y mientras se le obligaba constantemente a detenerse para repeler primero a la caballera y despus a los escaramuzadores, llegaron las legiones. Ahora ya no fue una batalla, sino una pura carnicera; hasta el mismo general dio ejemplo huyendo y escap a las colinas cercanas con unos seis mil hombres, muchos de ellos sin armas. El resto fueron muertos o hechos prisioneros. Los cartagineses improvisaron a toda prisa un campamento atrincherado en el punto ms alto de las colinas, y como los romanos consideraron intil intentar una precipitada ascensin, no tuvieron dificultad alguna en hacerse fuertes. Pero una altura desnuda y estril apenas resultaba lugar donde mantener un asedio incluso de unos podas das y hubo numerosas deserciones. Finalmente, Asdrbal march en busca de sus naves pues no estaba lejos del mar y huy durante la noche, abandonando su ejrcito a su suerte. Tan pronto como Escipin se enter de su huida, dej a Silano para mantener el asedio del campamento cartagins con diez mil soldados de infantera y mil jinetes mientras que l mismo, con el resto de sus fuerzas, regresaba a Tarragona. Durante su marcha de setenta das hacia esta plaza, tom medidas para conocer de los asuntos de los rgulos y de varias ciudades, para poderles recompensar segn merecieran. Despus de su partida, Masinisa lleg a un acuerdo secreto con Silano y cruz con un pequeo contingente a frica para inducir a su pueblo a apoyarlo en su nueva poltica. Las razones que le determinaron a este cambio repentino no fueron evidentes en el momento, pero la lealtad que posteriormente demostr durante su larga vida, y hasta su final, demostr fuera de toda duda que sus motivos iniciales fueron cuidadosamente sopesados. Despus de Magn hubiera navegado hasta Cdiz en los buques que Asdrbal le haba enviado, el resto del ejrcito, abandonado por la partida de sus generales, desert en parte con los romanos y otros se dispersaron entre las tribus vecinas. No qued cuerpo alguno de tropas digno de consideracin, ni por nmero ni por fuerza combativa. Tal fue, en general, la forma en que, bajo la direccin y los auspicios de Publio Escipin, los cartagineses fueron expulsados de Hispania, catorce aos despus del comienzo de la guerra y cinco aos despus de que Escipin asumiera el mando supremo. No mucho despus de la salida de Magn, Silano se uni a Escipin en Tarragona e inform de que la guerra haba terminado.
[28,17] Lucio Escipin fue enviado a Roma a
cargo de numerosos prisioneros de alto rango para anunciar el sometimiento de Hispania. Todo el mundo celebr pblicamente este brillante xito con sentimientos de alegra y regocijo; pero el hombre que lo haba conseguido, y cuya sed de virtud y sinceras alabanzas era insaciable, contemplaba su conquista de Hispania slo como un pequeo tramo de lo que su grandeza de nimo y esperanza le haca concebir. Ya estaba mirando hacia frica y a la gran ciudad de Cartago como destinadas a coronar su gloria e inmortalizar su nombre. Este era el objetivo que se marcaba, y pens que lo mejor sera preparar el camino ganndose a los reyes y tribus de frica. Comenz por acercarse a Sfax, rey de los masesulios, una tribu vecina a los moros y que viva en la costa, frente a la parte de Hispania donde est Cartagena. En aquel momento exista un tratado de alianza entre su rey y Cartago, pero Escipin no se imaginaba que Sfax considerase la santidad de los tratados ms escrupulosamente de lo que generalmente son considerados entre los brbaros, cuya fidelidad depende de los caprichos de la fortuna. En consecuencia, envi a Cayo Lelio con regalos para entrevistarse con l. El brbaro estuvo encantado con los regalos, y viendo que la causa de Roma triunfaba por todas partes, mientras que los cartagineses haban fracasado en Italia y desaparecido completamente de Hispania, acept ser amigo de Roma, pero insisti en que la mutua ratificacin del tratado debera tener lugar en presencia del general romano. Todo lo que Lelio pudo obtener de Lelio el rey fue un salvoconducto, y con l regres con Escipin. Para poder cumplir sus planes sobre frica, le resultaba de suprema importancia asegurarse a Sfax; este era el ms poderoso de los prncipes nativos e incluso haba mantenido hostilidades contra Cartago; ms an, sus fronteras estaban separadas de Hispania solo por un corto estrecho [hay unos 200 kilmetros entre Cartagena y la parte ms prxima de la costa africana, cerca de Arzew.-N. del T.].
Escipin pens que vala la pena correr tan
considerable riesgo considerable para lograr su fin y, como no poda hacerse de otra manera, hizo los arreglos para visitar Sfax. Dejando la defensa de Hispania en manos de Lucio Marcio en Tarragona y de Marco Silano en Cartagena, a donde se haba dirigido a marchas forzadas desde Tarragona, naveg cruzando el mar hacia frica y acompaado de Cayo Lelio. Slo tom dos quinquerremes y, como el mar estaba en calma, la mayor parte de la travesa la efectuaron a remo, aunque de vez en cuando les ayud una ligera brisa. Sucedi que Asdrbal, despus de su expulsin de Hispania, entr al puerto al mismo tiempo. Haba anclado sus siete trirremes y se dispona a vararlos cuando se avistaron los dos quinquerremes. Nadie alberg la menor duda de que pertenecan al enemigo y que podran ser fcilmente sobrepasados por su superioridad numrica antes de que llegasen a puerto. Los esfuerzos de soldados y marinos, sin embargo, para alistar sus armas y sus barcos en poco tiempo, en medio de tanto ruido y confusin, resultaron intiles al llenar las velas de los quinquerremes una refrescante brisa marina, que los llev a puerto antes de que los cartagineses pudieran levar sus anclas. Como ya estaban en el puerto del rey, nadie se atrevi a hacer ningn intento por molestarles. As que Asdrbal, que fue el primero en desembarcar, y Escipin y Lelio, que lo hicieron poco despus, se dirigieron todos donde estaba el rey. [28,18] Sfax consider esto como un honor excepcional y verdaderamente lo era, que los capitanes de las dos naciones ms poderosas de su tiempo llegaran buscando su amistad y alianza. Invit a ambos a ser sus huspedes y, ya que la Fortuna los que haba querido bajo el mismo techo, con el mismo nimo trat de inducirlos a ponerse de acuerdo, con objeto de eliminar todas las causas de disputa. Escipin se neg, alegando que no tena ninguna querella personal con el cartagins y que no poda discutir asuntos de Estado sin rdenes del Senado. El rey ansiaba que aquello no pareciera como si uno de sus huspedes fuese excluido de su mesa e hizo todo lo posible para convencer a Escipin de que estuviera presente. Este no plante ninguna objecin, ambos cenaron con el rey y, a su peticin personal, ambos ocuparon el mismo lecho. Tal era el encanto innato de Escipin y su tacto en el trato con todo el mundo, que se gan no slo a Sfax, que como brbaro no estaba acostumbrado a las costumbres romanas, sino incluso a su enemigo mortal. Asdrbal declar abiertamente que admiraba a Escipin ms ahora que lo haba conocido personalmente que despus de sus victorias militares, y no tena ninguna duda de que Sfax y su reino ya estaban a disposicin de Roma, tal habilidad posea el romano para ganarse a los hombres. La cuestin, para los cartagineses, no era cmo se haba perdido Hispania, sino cmo se podra retener frica. No era porque amase los viajes, o por su pasin por navegar por costas placenteras, por lo que haba salido aquel gran general romano de su recin subyugada provincia y dejado su ejrcito con dos naves para ir a frica, la tierra de sus enemigos, confindose a la fidelidad no probada de un rey. Su verdadero motivo era la esperanza de convertirse en dueo de frica; este proyecto haba sido meditado durante mucho tiempo; se quej abiertamente de que. Escipin no iba a dirigir la guerra en frica como Anbal en Italia. Despus de que se concluyera el tratado con Sfax, Escipin zarp de frica y, tras pasar cuatro das en los que fue zarandeado por los vientos cambiantes y en su mayora tormentosos, lleg a Cartagena.
[28.19] Hispania estaba tranquila en lo que
se refera a la guerra con Cartago, pero era evidente que algunas ciudades, conscientes de sus malas prcticas, se mantenan tranquilas ms por su miedo que por cualquier sentimiento de lealtad hacia Roma. De entre estas, Iliturgi y Cstulo eran las mayores en importancia y, sobre todo, en culpa [Polibio ofrece otros nombres, distintos pero muy parecidos: Ilorgeia y Kastax; se conjetura con que la fuente de la que se informa Livio cambiase aquellos nombres por otros de ciudades que s le eran conocidas. En todo caso, Iliturgi y Cstulo seran las actuales Andjar y Cazlona.-N. del T.] Mientras los ejrcitos romanos fueron victoriosos, Cstulo se mantuvo fiel a su alianza; despus de que los Escipiones y sus ejrcitos fuesen destruidos, desertaron con Cartago. Iliturgi haba ido ms lejos, pues sus habitantes haban traicionado y condenado a muerte a los que haban buscado refugio con ellos despus de los desastres, lo que agrav su traicin con el crimen. Tomar medidas contra estas ciudades inmediatamente despus de su llegada a Hispania, y estando an las cosas indecisas, podra haber estado justificado pero no era una decisin sabia. Ahora, sin embargo, cuando las cosas estaban decididas, se consider que haba llegado la hora del castigo. Escipin envi rdenes a Lucio Marcio para que llevase una tercera parte de sus fuerzas a Cstulo y que asaltara de inmediato el lugar; con el resto, l mismo march a Iliturgi, donde lleg tras cinco das de marcha. Las puertas se haban cerrado y se haban hecho todos los preparativos para repeler un asalto; los habitantes eran muy conscientes del castigo que merecan y de que cualquier declaracin formal de guerra, por lo tanto, era innecesaria. Escipin hizo de esto el tema de su arenga a sus soldados. Los hispanos, dijo, al cerrar sus puertas han demostrado cunto merecen el castigo que temen. Debemos tratarlos con mayor severidad de la que usamos con los cartagineses; con estos ltimos luchamos por la gloria y el dominio, con apenas algn sentimiento de ira; pero a los primeros hemos de exigir la pena correspondiente a su crueldad, su traicin y por asesinato. Ha llegado el momento de que venguis la atroz masacre de vuestros camaradas de armas y la traicin tramada contra vosotros mismos, si os hubiese llevado all la huida. Dejaris claro para siempre, con este horrible ejemplo, que nunca nadie deber considerar maltratar a un soldado o a un ciudadano romano, independientemente de cul fuera su situacin.
Enardecidos por las palabras de su general,
los hombres empezaron a prepararse para el asalto; se eligieron grupos de asalto de entre todos los manpulos y se les provey de escalas, y se dividi el ejrcito en dos grupos, uno puesto bajo el mando de Lelio, de manera que se pudiera atacar la ciudad desde lados opuestos y que se crease el doble de terror. Los defensores se vean estimulados a una prolongada y decidida resistencia no por sus generales o sus jefes, sino por el temor procedente de su conciencia de culpa. Con sus pasados crmenes en mente, se advertan entre s de que el enemigo no buscaba tanto la victoria como la venganza. La cuestin no era cmo escapar de la muerte sino cmo enfrentarla: si espada en mano y sobre el campo de batalla, donde la fortuna de la guerra a menudo levanta al vencido y derriba al vencedor, o entre las cenizas de su ciudad y ante los ojos de sus esposas e hijos cautivos, siendo azotados con el ltigo y sometidos a vergonzosas y horribles torturas. Con esta perspectiva ante s, cada hombre que poda empuar un arma tom parte en la lucha, e incluso las mujeres y los nios trabajaban ms all de sus fuerzas, llevando proyectiles a los combatientes y piedras a las murallas para los que reforzaban las defensas. No slo estaba en juego su libertad aquel motivo solo inspira a los valientes sino que tenan ante sus ojos los mismos extremos de la tortura y una muerte vergonzosa. Al mirarse unos a otros y ver que cada cual trataba de superar a los dems en trabajos y peligros, su valor de incendi; y ofrecieron tan furiosa resistencia que el ejrcito que haba conquistado Hispania fue rechazado una y otra vez de las murallas de una solitaria ciudad, cayendo en el desorden tras un combate que no trajo ningn honor. Escipin tena miedo de que los esfuerzos intiles de sus tropas pudieran levantar el valor del enemigo y desanimar el de los suyos, y decidi entrar en combate y compartir el peligro. Recriminando a sus soldados por su cobarda, orden que se colocasen las escalas y amenaz con subir l mismo si el resto se quedaba atrs. Ya haba llegado al pie de la muralla, y estaba en peligro inminente, cuando por todas partes se oyeron los gritos de los soldados, que se angustiaban por la seguridad de su comandante, y se pusieron las escalas contra las murallas. Lelio lanz entonces su ataque desde el otro lado de la ciudad. Esto quebr la resistencia de la parte posterior; se limpi la muralla de defensores y fue tomada por los romanos; en el tumulto, tambin se captur la ciudadela por aquella parte donde se consideraba inexpugnable.
[28,20] Su toma fue efectuada por algunos
desertores africanos que servan con los romanos. Mientras la atencin de los habitantes se diriga a la defensa de las posiciones que parecan estar en peligro, y los asaltantes situaban sus escalas donde quiera que se podan acercar a los muros, aquellos hombres advirtieron que la parte ms alta de la ciudad, que estaba protegida por acantilados, estaba menos fortificada y defendida. Estos africanos, hombres de complexin ligera y que mediante un entrenamiento constante eran extremadamente giles, se dotaron de ganchos de hierro y subieron escalando por donde los resaltes de las rocas les servan de base; cuando llegaban a un lugar donde la roca era demasiado escarpada o lisa, fijaban los ganchos a intervalos regulares y los usaban como apoyo, los de delante tirando de los de atrs y los de abajo empujando a los de arriba. De esta manera, se las arreglaron para llegar a la cima y apenas lo hubieron hecho corrieron abajo, con grandes gritos, hacia la ciudad que los romanos ya haban capturado. Y entonces sali el odio y el resentimiento que haba provocado el ataque a la ciudad. Nadie pensaba en hacer prisioneros o apoderarse de botn, aunque todo estaba a merced de los saqueadores; aquello fue escenario de una matanza indiscriminada, no combatientes junto a alzados en armas, mujeres y hombres por igual eran masacrados; el salvajismo despiadado se extendi incluso a la masacre de los nios. Incendiaron luego las casas y lo que no consumi el fuego fue completamente demolido. Hasta tal punto quisieron aniquilar todo vestigio de la ciudad y borrar toda memoria de sus enemigos. Desde all, Escipin march a Cstulo. Este lugar estaba siendo defendido por nativos de los pueblos de los alrededores, as como por los restos del ejrcito cartagins que se haba juntado all tras su huida. Pero la aproximacin de Escipin haba sido precedida por las noticias de la cada de Iliturgi, y estas propagaron el desnimo y la desesperacin por todas partes. Los intereses de los cartagineses y de los hispanos eran muy distintos; cada parte procuraba por su propia seguridad sin tener en cuenta a la otra, y lo que eran al principio sospechas mutuas, pronto dieron lugar a una ruptura abierta entre ellos. Cerdubelo aconseja abiertamente a los hispanos que entregasen la ciudad; Himilcn, el comandante de los cartagineses, aconsejaba la resistencia. Cerdubelo lleg a un acuerdo secreto con el general romano, entreg la ciudad y puso a los cartagineses en sus manos. Mostr ms clemencia en esta victoria; la ciudad no haba incurrido en culpa tan grave y la entrega voluntaria hizo mucho para suavizar cualquier sentimiento de ira. [28.21] Despus de esto, Marcio fue enviado a reducir a sumisin a todas las tribus que an no haban sido sometidas. Escipin volvi a Cartagena para cumplir sus votos de ofrecer un espectculo de gladiadores, que haba preparado en honor a la memoria de su padre y su to. Los gladiadores, en esta ocasin, no procedan de la clase de la que los entrenadores solan obtenerlos esclavos y hombres que venden su sangre, sino que eran todos voluntarios y prestaron sus servicios gratuitamente. Algunos haban sido enviados por sus rgulos para dar una muestra de la valenta instintiva de su raza, otros justificaron su deseo de combatir para contentar a sus jefes y otros ms eran arrastrados por un espritu de rivalidad, retando a otros a combate singular y aceptando estos ltimos el desafo. Hubo algunos que tenan querellas pendientes y acordaron aprovechar esta oportunidad para resolverlas mediante la espada, con la condicin de que el vencido quedara a disposicin del vencedor. No solo fueron individuos desconocidos los que hicieron esto. Miembros de linajes nada oscuros, sino nobles e ilustres, como Corbis y Orsua, primos hermanos entre s, que se disputaban la primaca de una ciudad llamada Ibe [Ibi?-N. del T.], declararon su intencin de resolver su controversia mediante la espada. Corbis era el mayor de los dos: el padre de Orsua haba sido el ltimo en ostentar el principado, habiendo sucedido a su hermano mayor tras la muerte de este. Escipin quera que discutiesen la cuestin calmada y pacficamente, pero como se haban negado a peticin de sus propios familiares, le dijeron que no aceptaran el arbitrio de nadie, fuera hombre o dios, excepto de Marte, y solo a l apelaran. El mayor se enorgulleca de en su fuerza, el ms joven de su juventud; ambos preferan luchar a muerte antes que uno quedase a las rdenes del otro. Al no querer aquietar su rabia, resultaron un espectculo sorprendente para el ejrcito y una prueba, igualmente sorprendente, de las desgracias que la pasin por el poder provoca entre los hombres. El mayor, por su familiaridad con las armas y su destreza, prevaleci con facilidad sobre la fuerza bruta y sin entrenar del ms joven. Los combates de gladiadores fueron seguidos por juegos fnebres, con toda la pompa que los recursos de la provincia y el campamento podan proporcionar.
[28.22] Mientras tanto, los lugartenientes de
Escipin no estaban en absoluto inactivos. Marcio cruz el Guadalquivir, llamado por los nativos Certis, y recibi la rendicin de dos ciudades sin combatir. Estepa era una ciudad que siempre ha estado del lado de Cartago [Astapa en el original latino, en la actual provincia de Sevilla.-N: del T.]. Pero no fue esto lo que la hizo digna de la ira, sino su extraordinario odio contra los romanos, mucho mayor de lo que sera justificable por las necesidades de la guerra. Ni la situacin ni las fortificaciones de la ciudad eran como para inspirar confianza a sus habitantes, pero su carcter proclive al bandolerismo les indujo a hacer incursiones en los territorios de sus vecinos, que eran aliados de Roma. En estas correras tenan costumbre de capturar cualquier soldado romano solitario, comerciante o cantinero que se encontrasen. Como era peligroso viajar en pequeos grupos, se sola viajar en grandes partidas y una de ellas, mientras cruzaba la frontera, fue sorprendida por los bandidos que estaban al acecho, siendo asesinados todos sus miembros. Cuando el ejrcito romano avanz para atacar el lugar, los habitantes, plenamente conscientes del castigo que mereca su crimen, supieron con seguridad que el enemigo estaba demasiado indignado como para albergar cualquier esperanza de seguridad mediante su rendicin. Desesperando de que sus murallas o sus armas les protegieran, resolvieron un acto igualmente cruel y horrible para con ellos mismos y los suyos. Recogiendo los ms valioso de sus posesiones, las amontonaron en una pila, en un lugar determinado de su foro. Sobre aquel montn ordenaron sentarse a sus mujeres e hijos, amontonaron luego en torno a ellos gran cantidad de madera y en la parte superior colocaron lea seca. Se encarg a cincuenta hombres armados que cuidasen de sus pertenencias y de las personas que les resultaban ms queridas que sus posesiones, dndoles las siguientes instrucciones: Manteneos en guardia mientras la batalla est dudosa; pero si veis que resulta en nuestra contra y que la ciudad est a punto de ser capturada, sabris que a los que habis visto marchar al combate nunca regresarn vivos; os imploramos, por todos los dioses del cielo y del infierno, en nombre de la libertad, libertad que terminar bien con una muerte honorable, bien con una deshonrosa esclavitud, que no dejis nada sobre lo que un enemigo salvaje pueda descargar su ira. El fuego y la espada estn en vuestras manos. Es mejor que se produzca por manos fieles y amigas la partida de quien est condenado a morir, y no que sea por la del enemigo que aadir burla y desprecio a la muerte. Estas advertencias fueron seguidas por una terrible maldicin sobre cualquiera que se apartara de su propsito por esperanza de salvarse o por blandura de corazn.
Luego abrieron las puertas y se lanzaron a
una carga tumultuosa. No haba posiciones avanzadas lo bastante fuertes como para enfrentarlos, pues lo ltimo que se tema era que los sitiados se aventuran fuera de sus murallas. Unas pocas turmas de caballera e infantera ligera fueron enviadas contra ellos desde el campamento, producindose una lucha feroz e irregular en la cual la caballera, que haba sido la primera en enfrentarse con el enemigo, fue derrotada, provocando esto el pnico entre la infantera ligera. El ataque podra haberles empujado hasta el mismo pie de la empalizada de no haber podido formar las legiones, an con muy poco tiempo, y permitirles cubrirse tras sus lneas. As las cosas, hubo al principio alguna vacilacin entre las primeras filas, pues el enemigo, cegado por la rabia, se lanz con loca temeridad para ser heridos por la espada. Luego, los soldados veteranos que surgieron como apoyo, imperturbables ante el frentico mpetu, destroz las filas frontales y detuvieron as el avance de las posteriores. Cuando, a su vez, trataron de forzar al enemigo, se encontraron con que ninguno ceda terreno, todos resueltos a morir donde se encontraban. Ante esto, los romanos extendieron sus lneas, lo que su superioridad en nmero les permiti hacer fcilmente, hasta que desbordaron al enemigo que, luchando en un crculo, muri hasta el ltimo hombre.
[28.23] Toda aquella matanza fue, en
cualquier caso, obra de unos soldados exasperados que se enfrentaron a sus enemigos armados segn las leyes de la guerra. Sin embargo, una carnicera mucho ms horrible tuvo lugar en la ciudad, donde una multitud dbil e indefensa de mujeres y nios fue masacrada por su propio pueblo; sus cuerpos fueron arrojados, an convulsos, a la pira encendida que casi lleg a extinguirse por los ros de sangre. Y por ltimo de todo, los propios hombres, agotado por la penosa masacre de sus seres queridos, se arrojaron sobre las armas con todo en medio de las llamas. Todos haban perecido para el momento en que los romanos llegaron a la escena. En un primer momento se quedaron horrorizados ante tan espantosa visin; pero al ver el oro y la plata fundida que flua entre el resto de cosas que componan la pila, la codicia propia de la naturaleza humana los impuls a tratar de arrebatar lo que pudieran sacar del fuego. Algunos quedaron atrapados por las llamas y otros se quemaron con el aire caliente, pues los de delante no se retiraban por culpa de la multitud que los presionaba por detrs. As, Estepa fue destruida por el hierro y el fuego sin dejar ningn botn a los soldados. Despus de aceptar la rendicin de las dems ciudades de aquel territorio, Marcio condujo a su victorioso ejrcito de vuelta con Escipin en Cartagena. Justo en ese momento, llegaron algunos desertores de Cdiz, que se comprometieron a entregar la ciudad con su guarnicin cartaginesa y a su comandante, as como a los barcos del puerto. Despus de su huida, Magn haba situado su cuartel general en esa ciudad y, con la ayuda de los barcos que haba reunido, haba logrado juntar una fuerza considerable, en parte desde la costa opuesta de frica y en parte mediante la gestin de Hann entre las tribus hispanas vecinas. Luego de haberse dado mutuamente garantas de buena fe, Escipin envi a Marcio con las cohortes de infantera ligera y a Lelio con siete trirremes y un quinquerreme para dirigir las operaciones conjuntas, por tierra y mar, contra aquel lugar.
[28,24] Escipin cay afectado por una
grave enfermedad que los rumores, sin embargo, agravaron an ms, pues cada hombre, por el innato gusto por la exageracin, aada algn nuevo detalle a lo que acababa de or. Toda Hispania, sobre todo las zonas ms remotas, result muy agitada por estas noticias, y es fcil juzgar, a partir de la cantidad de problemas que caus un rumor sin base, los que se habran producido de haber muerto realmente. Aliados que no conservaron su fidelidad, ejrcitos que no cumplieron con sus obligaciones. Mandonio e Indbil se haban hecho a la idea de que, tras la expulsin de los cartagineses, la soberana sobre Hispania recaera sobre ellos. Cuando vieron frustradas sus esperanzas, llamaron a sus compatriotas los lacetanos, y levantaron una fuerza entre los celtberos con la que asolaron el territorio de los suesetanos y el de los sedetanos [ambos pueblos habitaban las proximidades del Ebro, por la parte de Tarragona.-N. del T.], que eran aliados de Roma. Una perturbacin de un tipo diferente, un acto de locura por parte de los propios romanos, se produjo en el campamento de Sucro [las ltimas investigaciones parecen ubicarla en Albalat, sin descartar otras localizaciones prximas, en todo caso en la actual provincia de Valencia.-N. del T.]. Estaba ocupada por una fuerza de ocho mil hombres que estaban apostados all para proteger a las tribus de este lado del Ebro [o sea, del lado norte.-N. del T.]. Los vagos rumores acerca de la vida de su comandante no fueron, sin embargo, la causa principal de su accin. Un largo perodo de inactividad, como de costumbre, los haba desmoralizados y se irritaron contra las restricciones de la paz despus de estar acostumbrado a vivir capturando botn del enemigo. En un primer momento su descontento se limit a murmuraciones entre ellos mismos. Si hay guerra en la provincia se decan qu estamos haciendo aqu, entre una poblacin pacfica? Si la guerra ha terminado por qu no hemos regresado a Roma?. Exigieron luego el pago de los atrasos con una insolencia absolutamente incompatible con la disciplina y las normas militares. Los vigas insultaban a los tribunos cada vez que estos efectuaban sus rondas de inspeccin, y algunos se marcharon de noche para saquear a los pacficos habitantes de los alrededores, hasta que al fin terminaron por abandonar sus estandartes sin permiso a plena luz del da. Hacan todo segn les dictaba su capricho y su fantasa, sin prestar atencin ni a las normas, ni a la disciplina ni a las rdenes de sus superiores. Solo una cosa ayud a mantener exteriormente la apariencia de un campamento romano, y fue la esperanza que sostenan los hombres de que los tribunos se contagiaran de su locura y se unieran a su motn. Con esta esperanza les permitan administrar justicia desde sus tribunas, acudan a ellos para recibir la consigna y las rdenes del da y montaban guardia con los turnos adecuados. As, despus de privarlos de toda autoridad efectiva, guardaron apariencia de obedecer mientras eran, en realidad, sus propios jefes. Cuando vieron que los tribunos censuraban y reprobaban sus actos, y trataban de reprimirlos, declarando abiertamente que nada tendran que ver con su locura insensata, estallaron en rebelin abierta. Expulsaron a los tribunos desde sus cuarteles, y luego fuera del campamento, por aclamacin unnime pusieron el mando supremo en las manos de los principales cabecillas del motn, dos soldados comunes cuyos nombres eran Cayo Albio Caleno y Cayo Atrio Umbro. Estos hombres no solo no quedaron satisfechos con portar las insignias de los tribunos militares, sino que tuvieron la osada de portar las del mando supremo, las fasces y las hachas. Nunca se les ocurri que aquellos smbolos que haban llevado ante ellos para atemorizar a los dems se precipitaran sobre sus propias espaldas y cuellos. La falsa creencia de que Escipin haba muerto les ceg; estaban seguros de que la difusin de aquella nueva prendera las llamas de la guerra por toda Hispania. En la turbamulta general, se imaginaban que seran capaces de recoger contribuciones de los aliados de Roma y saquear las ciudades a su alrededor; pensaban que en medio de la extendida confusin, donde por todas partes se cometan crmenes y ultrajes, no se advertira lo que hubieran hecho.
[28.25] Esperaban a cada momento nuevos
detalles de la muerte de Escipin, incluso noticias de su funeral. Sin embargo, no lleg ninguna y los mismos rumores se fueron apagando paulatinamente. Empezaron luego a buscar a quienes los empezaron, pero todos se quitaban de en medio prefiriendo que les considerasen crdulos antes que sospechosos de haber inventado una historia as. Abandonados por sus secuaces, los cabecillas miraban temerosamente las insignias que haban asumido y supusieron que, a cambio de aquella exhibicin de poder, habran arrastrado sobre ellos el peso de la autoridad autntica y legtima. Mientras el motn se estancaba, lleg informacin concreta de que Escipin estaba vivo, seguida luego de la seguridad de que se haba restablecido su salud. Esta seguridad fue comunicada por un grupo de siete tribunos militares, a quienes Escipin haba enviado a Sucro. Al principio, su presencia exalt los nimos, pero las conversaciones que mantuvieron con aquellos a quienes conocan tuvo un efecto calmante; visitaron a los soldados en sus tiendas y charlaron con los grupos que rondaban los tribunales o que estaban en frente del Pretorio. No hicieron referencia a la traicin de la que los soldados se haban hecho culpables, slo les preguntaban sobre las causas del sbito motn. Se les contestaba que los hombres no cobraron puntualmente su paga ni se les dio parte conforme al papel que haban desempeado en la campaa. Cuando los iliturgitanos cometieron su detestable traicin, y despus de la destruccin de los dos ejrcitos y sus comandantes, fue gracias a su valor afirmaron que se conserv el nombre romano y la provincia para la Repblica. Y a pesar de que aquellos haban recibido la justa recompensa por su traicin, nadie se haba preocupado de recompensar a los soldados romanos por sus meritorios servicios.
En respuesta a estas y otras denuncias, los
tribunos dijeron a los hombres que sus peticiones eran razonables y que se las expondran al general. Se alegraron de que no se tratase de nada peor o ms difcil de solucionar en derecho, y los hombres podan descansar tranquilos de que Publio Escipin, tras el favor que los dioses le haban mostrado, e incluso el mismo Estado, les mostraran su agradecimiento. Escipin tena experiencia en la guerra, pero no estaba familiarizado el tratamiento de los motines. Dos cosas le inquietaban: la posibilidad de que la insubordinacin se extendiera a todo el ejrcito y que los castigos infligidos resultaran excesivos. Por el momento, decidi seguir como haba empezado y manejar el asunto con cuidado. Se enviaron recaudadores entre las ciudades tributarias, de manera que los soldados pudieran recibir prontamente sus pagas. Poco despus, dio orden de que se reunieran en Cartagena con aquel propsito; deban marchar en un solo grupo o en destacamentos sucesivos, como prefirieran. Ya se estaba apagando el malestar cuando el cese repentino de las hostilidades, por parte de los hispanos rebeldes, lo hizo cesar completamente. Cuando Mandonio e Indbil supieron que Escipin estaba vivo, se dieron por vencidos de su empresa y se retiraron dentro de sus fronteras; los amotinados no podan encontrar a nadie, ni entre sus propios compatriotas ni entre los indgenas, que se quisiera agregar a su acto insensato. Despus de considerar cuidadosamente todas las posibilidades, vieron que la nica manera de escapar de las consecuencias de sus malos consejos, y no con mucha esperanza, era someterse al justo malestar de su general y a su clemencia, la que no desesperaban de experimentar. Argan que siempre haba perdonado a los enemigos de su patria tras los combates, mientras que durante su sedicin nadie haba sido herido y no se haba derramado ni una gota de sangre; haban estado libres de cualquier crueldad y no merecan un castigo cruel. As de elocuente es el ingenio humano para disculpar su propia mala conducta! Dudaron bastante entre si acudir a recibir sus pagas por separado, cohorte a cohorte, o todos juntos. Esto ltimo les pareci lo ms seguro y por ello se decidieron.
[28,26] Mientras estaban discutiendo estos
puntos, en Cartagena se celebraba un consejo de guerra sobre ellos. Haba divisin de pareceres: unos pensaban que sera suficiente proceder solo contra los cabecillas, que no sumaban ms de treinta y cinco; otros lo consideraban un acto de alta traicin en lugar de un motn, y sostenan que aquel mal ejemplo slo poda ser frenado con el castigo de todos cuantos estuvieran implicados. Prevaleci finalmente la opinin ms misericordiosa, que el castigo solo recayera sobre aquellos que originaron la sedicin; en cuanto a las tropas, se consider suficiente una severa reprensin. Al disolverse el consejo, se inform al ejrcito estacionado en Cartagena de que haba de lanzarse una expedicin contra Mandonio e Indbil, y que deban preparar raciones para varios das. El objetivo era hacer parecer que se trataba de la empresa para la que se haba reunido el consejo de guerra. Se entreg a cada uno de los siete tribunos que haban sido enviados a Sucro para sofocar el motn, y que ya haban regresado por delante de las tropas, los nombres de cinco cabecillas. Se les instruy para que salieran al encuentro de los culpables con sonrisas y buenas palabras, que los invitaran a sus alojamientos y, cuando los hubieran hecho beber hasta adormecerlos, los encadenasen. Cuando ya estaban no lejos de Cartagena, fueron informados por personas con las que se encontraban de que todo el ejrcito partira a la maana siguiente, al mando de Marco Silano, contra los lacetanos. Esta noticia no disip completamente los secretos temores que albergaban, aunque se alegraron mucho al or aquello, pues se imaginaban que ahora que su comandante estaba solo podran ellos apoderarse de l, en lugar de estar ellos en su poder.
El sol se pona cuando entraron en la ciudad,
y hallaron al otro ejrcito efectuando los preparativos para su marcha. Se haba dispuesto de antemano cmo se les iba a recibir; se les dijo que su comandante se alegraba de que hubieran llegado cuando lo haban hecho, justo antes de que partiera el otro ejrcito. Se les separ entonces para buscar comida y descanso, llevando a los cabecillas a las casas de los hombres elegidos para la ocasin, donde se les entretuvo y donde los tribunos les arrestaron y encadenaron sin ningn alboroto. Sobre la cuarta guardia, el tren de bagajes del ejrcito empez a moverse para iniciar su fingida marcha; al romper el da, los estandartes se adelantaron, pero el ejrcito al completo se detuvo en cuanto llegaron a la puerta, situando vigas a su alrededor para impedir que nadie abandonase la ciudad. Las tropas recin llegadas fueron convocadas a una asamblea, y se dirigieron al foro rodeando con gritos amenazantes la tribuna de su general, esperando intimidarle con sus gritos. En el momento en que subi a su tribunal, las tropas que haban vuelto desde la puerta y que estaban totalmente armadas, rodearon a la multitud desarmada. Entonces se acobardaron completamente y, como admitieron despus, lo que ms les atemoriz era el color y vigor de su jefe, a quien haban esperado ver dbil y enfermo, as como la expresin nunca antes vista en su cara, ni siquiera en el fragor de la batalla. Durante algn tiempo permaneci sentado en silencio, hasta que le informaron de que los cabecillas haban sido llevados reducidos al foro y que todo estaba dispuesto.
[28,27] Despus que el ordenanza obtuviera
el silencio, pronunci el siguiente discurso: Nunca pens que me faltaran palabras para dirigirme a mi ejrcito, no por haberme adiestrado ms para hablar que para actuar, sino porque al haber vivido la vida de campaa desde la niez habra aprendido a comprender el carcter de los soldados. En cuanto a lo que ahora he de decir, me fallan las ideas y las palabras; ni siquiera s con qu ttulo dirigirme a vosotros. Os he de llamar ciudadanos romanos, a vosotros que os habis rebelado contra vuestra patria? Puedo llamaros soldados, cuando habis renunciado a la autoridad y auspicios de vuestro general y roto las solemnes obligaciones de vuestro juramento militar? En vuestra apariencia, vuestras maneras, vuestras ropas y vuestra actitud reconozco las de mis compatriotas, pero vuestros actos, vuestra lengua, vuestros planes, vuestro espritu y temperamento son los de los enemigos de vuestra patria. Qu diferencia hay entre vuestras esperanzas y objetivos y los de los ilergetes y los lacetanos? Incluso ellos elegan hombres de rango real, Mandonio e Indbil, para mandarlos en su locura; mientras tanto vosotros delegis los auspicios y el mando supremo en Atrio Umbro y en Albio Caleno. Decidme, soldados, que no estabais todos en esto o que no aprobabais lo que se ha hecho. Con mucho gusto creer que slo unos pocos eran culpables de tan insensato desatino, si me aseguris que es as. Pues el delito es de tal naturaleza que, de haber participado todo el ejrcito, solo se podra expiar mediante un terrible sacrificio.
Es doloroso para m hablar de este modo,
abriendo, por as decir, las heridas; pero sin tocar y volver a tocar las heridas no se pueden curar. Despus de la expulsin de los cartagineses de Hispania, no crea que hubiera en ninguna parte nadie que deseara mi muerte, tal haba sido mi conducta tanto para amigos como para enemigos. Y, sin embargo, estaba por desgracia en tan gran error que hasta en mi propio ejrcito la noticia de mi muerte fue, no ya creda, sino mirada con entusiasmo. Ni por un momento deseara acusaros de esto a todos vosotros, pues si pensase que todo mi ejrcito desea mi muerte, aqu morira, ante vuestros ojos. Mi vida no tendra ningn atractivo para m si resultara odioso a mis compatriotas y a mis soldados. Pero toda multitud es como el mar, que abandonado a s mismo permanece naturalmente inmvil, hasta que los vientos y las tormentas lo excitan. Lo mismo ocurre con la furia entre los hombres, cuya causa y origen se encuentra en vuestros cabecillas, que os han contagiado de su locura. Porque ni siquiera parecis conscientes de hasta qu extremos de locura habis llegado, o de cun criminal imprudencia sois culpables, contra mi, contra vuestra patria, vuestros padres y vuestros hijos, contra los dioses que fueron testigos de vuestro juramento militar, contra los auspicios bajos los que servais, contra la tradicin del ejrcito y la disciplina de vuestros antepasados, contra la majestad inherente a la suprema autoridad. En cuanto a m, prefiero mantener silencio; puede que hayis prestado odo a la noticia de mi muerte con ms ligereza que avidez, puede que sea yo de tal manera que mi mando resulte molesto al ejrcito. Sin embargo, vuestro pas, qu os ha hecho para que hagis causa comn con Mandonio e Indbil en su traicin? Qu ha hecho el pueblo romano para que privis de su autoridad a los tribunos que eligi y la deis a individuos particulares? Y no contentos con tener a tales hombres por tribunos, vosotros, un ejrcito romano, habis transferido las fasces de vuestro jefe a hombres que no tenan ni a un simple esclavo a sus rdenes! El Pretorio fue ocupado por un Albio y un Atrio, ante sus puertas sonaba el clarn, a ellos acudais por rdenes, se sentaban en el tribunal de Publio Escipin, el lictor les preceda y les abra camino y delante de a ellos iban las hachas y las fasces! Cuando se produce una lluvia de piedras, los edificios son golpeados por un rayo o de los animales nacen cras monstruosas, consideris estas cosas como signos. Tenemos aqu un presagio que ninguna vctima y ninguna rogativa podr expiar, excepto la sangre de quienes se han atrevido a un crimen tan terrible.
[28,28] Aunque ningn delito es dictado
por motivos racionales, an as me gustara saber lo que tenais en su cabeza, cul era vuestra intencin, en la medida en que tanta maldad admita alguna. Hace aos, una legin que se envi de guarnicin a Reggio asesin a los hombres principales del lugar y se apoderaron de aquella rica ciudad durante diez aos. Por este crimen fue decapitada toda una legin de cuatro mil hombres en el foro de Roma. Pero, en primer lugar, ellos no haban elegido para mandarles a un Atrio Umbro que era poco ms que un cantinero y cuyo mismo nombre ya es un mal presagio, Sino que siguieron a Dcimo Vibelio, un tribuno militar. Tampoco se unieron a Pirro, ni a los samnitas y lucanos, los enemigos de Roma; pero vosotros comunicasteis vuestros planes a Mandonio e Indbil, y os dispusisteis a unir vuestras armas a las suyas. Ellos se contentaron con hacer como los campanos hicieron al arrancar Capua de manos de los etruscos, sus antiguos habitantes, o como hicieron los mamertinos cuando capturaron Mesina en Sicilia; trataron convertir a Regio en su futuro hogar, sin pensamiento alguno de atacar a Roma o a los aliados de Roma. Tratasteis de convertir Sucro en vuestra residencia permanente? Si, despus de someter a Hispania, yo me hubiera marchado y os hubiese abandonado aqu, os podrais haber quejado con justicia ante los dioses y los hombres de que no habais regresado con vuestras esposas e hijos. Pero debis haber desterrado de vuestra mente todos recuerdo de ellos, como de vuestro pas y de m mismo. Me gustara trazar el curso que habra tomado vuestro criminal proyecto, aunque sin llegar a extremos de locura. Estando yo vivo y conservando intacto el ejrcito con el que un da captur Cartagena y derrot y expuls de Hispania a cuatro ejrcitos cartagineses, realmente habrais arrebatado la provincia de Hispania del poder de Roma con una fuerza de unos ocho mil hombres; cada uno de vosotros, de todas formas, de menos vala que el Albio y el Atrio a quien hicisteis vuestros jefes?
Dejo a un lado e ignoro mi propio honor y
reputacin, y asumo que en modo alguno he sido insultado por vuestra excesiva credulidad hacia la historia de mi muerte. Y entonces qu? Suponiendo que yo hubiese muerto, habra muerto conmigo la repblica, habra compartido la soberana de Roma mi destino? De ningn modo; Jpiter ptimo Mximo nunca habra permitido que una ciudad construida para la eternidad, construida bajo los auspicios y la sancin de los dioses, fuera a ser de tan corta vida como este frgil cuerpo mortal mo. A Cayo Flaminio, Emilio Paulo, Sempronio Graco, Postumio Albino, Marco Marcelo, Tito Quincio Crispino, Cneo Fulvio, y mis propios familiares, los dos Escipiones, todos ellos distinguidos generales, se los ha llevado esta nica guerra; y sin embargo, an vive Roma y vivira aunque mil ms se perdieran por enfermedad o por la espada. Iba a quedar entonces enterrada la Repblica en mi solitaria tumba? Por qu, incluso vosotros mismos, despus de la derrota y muerte de mi padre y de mi to, elegisteis a Sptimo Marcio para conducidos contra los cartagineses, exultantes como estaban por su reciente victoria? Hablo como si Hispania hubiera quedado sin general; pero no habra vengado completamente Marco Silano, que lleg a la provincia investido con el mismo poder y autoridad que yo, con mi hermano Lucio Escipin y Cayo Lelio como lugartenientes suyos, el ultraje al imperio? Puede hacerse alguna comparacin entre su ejrcito y vosotros, entre su rango y experiencia y los de los hombres que habis elegido, entre la causa por la que luchan y la vuestra? Y si fuerais superiores a todos ellos, levantarais las armas junto a los cartagineses contra vuestra patria, contra vuestros conciudadanos? Qu dao os han hecho?.
[28,29] Coriolano fue una vez obligado a
hacer la guerra a su pas por una inicua sentencia que lo conden al msero e indigno exilio, pero un afecto privado lo hizo abandonar el crimen que planeaba contra el pueblo Qu dolor, qu ira os incit a vosotros? Declarasteis la guerra a vuestro pas, desertasteis del pueblo romano en favor de los ilergetes, pisoteasteis todas las leyes, humanas y divinas, simplemente porque se retras unos das vuestra paga debido a la enfermedad de vuestro general? No hay duda, soldados, que enloquecisteis; la enfermedad del cuerpo que yo he sufrido no ha sido ni un pice ms grave que la enfermedad que invadi vuestras mentes. Me horrorizo ante el modo en que los hombres dan crdito a los rumores, las esperanzas que albergan y los ambiciosos planes que se forman. Que todo se olvide, si es posible, o, si no, que por lo menos el silencio corra un velo sobre todo. Admito que mis palabras os parezcan severas e insensibles, pero pensad cun ms grave no ha sido vuestra conducta que cualquier cosa que yo haya dicho? Os pensis que est bien y es correcto que yo tolere vuestras acciones, y an no aguantareis el orlas nombrar? No os reprochar nunca ms todo esto; solo deseo que lo olvidis tan pronto como yo lo olvidar. En cuanto al ejrcito como cuerpo, si os arrepents sinceramente de vuestro error, me dar por satisfecho y ms que satisfecho. Albio Caleno y Atrio Umbro, junto a los dems cabecillas de este motn detestable, expiarn su crimen con su sangre. Contemplar su castigo os debe satisfacer y no apenar, si habis recobrado verdaderamente la cordura, pues sus planes se han demostrado perjudiciales y destructivos ms para vosotros que para cualquier otro. Apenas haba terminado de hablar cuando, a una seal convenida, los ojos y los odos de su audiencia fueron asaltados por todo cuanto les pudiera atemorizar y horrorizar. El ejrcito, que formaba en guardia alrededor de toda la asamblea, choc sus espadas contra los escudos y se oy la voz del ordenanza proclamando el nombre de quienes haban sido condenados en el Consejo de Guerra. Se les desnud hasta la cintura, se les llev en medio de la asamblea y se practicaron todos los mtodos de castigo: fueron atados a la estaca, azotados y finalmente decapitados. Los espectadores quedaron tan embargados por el terror que ni una sola voz se levant contra la severidad de la pena, ni siquiera un gemido se escuch. Luego, los cuerpos fueron arrastrados y, tras limpiar el lugar, los soldados fueron convocados, cada uno por su nombre, para prestar el juramento de obediencia a Publio Escipin ante los tribunos militares. Despus recibi cada uno de ellos la paga que se le deba. Tal fue el final y conclusin del motn que se inici entre los soldados de Sucro.
[28,30] Mientras tanto, Hann, lugarteniente
de Magn, haba sido enviado por la zona del Guadalquivir con un pequeo grupo de africanos para alquilar tropas entre las tribus hispanas, logrando alistar cuatro mil jvenes armados. Poco despus, su campamento fue capturado por Lucio Marcio; la mayora de sus hombres muri en el asalto y algunos otros durante su huida, por la caballera que les persegua; el mismo Hann escap con un puado de sus hombres. Mientras esto ocurra en el Guadalquivir, Lelio naveg hacia el oeste y lleg hasta Carteya, una ciudad situada en la parte de la costa donde el estrecho empezaba a ensancharse hacia el ocano [prxima a la actual San Roque, en el centro de la baha de Algeciras, provincia de Cdiz.-N. del T.]. Llegaron al campamento romano algunos hombres con la oferta de entregar voluntariamente la ciudad de Cdiz, pero el plan fue descubierto antes de madurar. Todos los conspiradores fueron arrestados y Magn los puso bajo la custodia del pretor Adrbal para trasladarlos a Cartago. Adrbal los puso a bordo de un quinquerreme que se envi por delante y que era un barco ms lento que los ocho trirremes con los que zarp poco despus. El quinquerreme acababa de entrar en el Estrecho [el de Gibraltar.-N. del T.] cuando Lelio zarp del puerto de Carteya con otro quinquerreme seguido por siete trirremes. March contra Adrbal y sus trirremes, convencido de que el quinquerreme no podra dar la vuelta, atrapado por las corrientes del Estrecho.
Sorprendido por este ataque insospechado,
el general cartagins dud por unos momentos entre seguir a su quinquerreme o virar su proa contra el enemigo. Esta vacilacin le impidi declinar el combate, pues uno y otro quedaron ya al alcance de sus proyectiles y el enemigo le atacaba por todas partes. La fuerza de la marea les impeda dirigir sus buques hacia donde queran. No hubo apariencia alguna de batalla naval, sin libertad de accin ni espacio para tcticas o maniobras. Las corrientes de la marea dominaron completamente la accin; llevaban los barcos en contra de los de su mismo bando y contra los enemigos, de forma indiscriminada, a pesar de todos los esfuerzos de los remeros. Se poda ver un barco, que trataba de escapar, siendo arrastrado hacia los vencedores, y al que lo persegua, si entraba en una corriente opuesta, era hecho retroceder como si huyera. Y cuando ya estaban todos enzarzados y un barco se diriga hacia otro para embestirle con el espoln, se desviaba de su rumbo y reciba un golpe lateral del espoln; otras estaban presentando el costado cuando, de repente, se ponan de proa. As transcurri el combate entre los distintos trirremes, dirigidos y controlados por el azar. El quinquerreme romano responda mejor a la caa, fuera porque su peso lo haca ms estable o porque haba ms remos para cortar las olas. Hundi dos trirremes, y se abri paso rpidamente a travs de un tercero, cortando todos los remos de una banda, y habra deshecho al resto si Adrbal no hubiera podido separarse con los cinco restantes y, dando todas las velas, llegar a frica.
[28.31] Despus de su victoria, Lelio volvi a
Carteya, donde se enter de lo que haba estado ocurriendo en Cdiz, cmo se haba descubierto el complot y se haba enviado a Cartago a los conspiradores Como el propsito con el que haba llegado se haba visto as frustrado, envi recado a Lucio Marcio dicindole que, si no quera perder el tiempo acampado ante Cdiz, ambos se deban reunir con su jefe. Marcio se mostr de acuerdo y ambos regresaron a los pocos das a Cartagena. Tras su partida, Magn respir ms libremente despus de haber estado amenazado por un doble peligro, por tierra y mar; al recibir noticias de la reanudacin de hostilidades por parte de los ilergetes, alberg nuevamente esperanzas de recuperar Hispania. Se enviaron mensajeros a Cartago, para presentar ante el Senado un relato bastante coloreado sobre el motn en el campamento romano y la defeccin de los aliados de Roma, urgiendo con fuerza al mismo tiempo que se le enviase ayuda para poder recobrar la herencia que le dejaron sus antepasados: la soberana de Hispania. Mandonio e Indbil se haban retirado durante cierto tiempo tras sus fronteras y esperaban tranquilamente hasta saber qu se decida respecto al botn. No tenan ninguna duda de que si Escipin perdonaba la ofensa de sus propios conciudadanos, tambin ejercera la clemencia con ellos. Pero cuando la severidad del castigo se hizo de conocimiento general, se convencieron de que la misma medida les sera impuesta a ellos y decidieron, por tanto, reanudar las hostilidades. Llamaron nuevamente a las armas a sus hombres, reclamaron a los auxiliares que se les haban unido con anterioridad y, con una fuerza de veinte mil infantes y dos mil quinientos jinetes, cruzaron sus fronteras y se dirigieron a su antiguo terreno de acampada en la Sedetania.
[28,32] Al pagar a todos sus atrasos por
igual, culpables e inocentes, y con su tono afable y su atencin hacia cada uno, Escipin pronto recuper el afecto de sus soldados. Antes de levantar sus cuarteles en Cartagena, convoc a sus tropas y, tras denunciar con cierto detenimiento la traicin de los dos rgulos al reiniciar la guerra, vino a decir que el nimo con el que iba a vengar aquel crimen era muy distinto del que haba tenido recientemente para sanar la culpa de sus engaados conciudadanos. Entonces se sinti como si estuvieran rasgndole las entraas, al expiar con gemidos y lgrimas la ligereza y la culpabilidad de ocho mil hombres al costo de treinta vidas. Ahora marchaba con espritu alegre y confiado a destruir a los ilergetes. Ya no se trataba de naturales de su misma tierra, ni haba ningn tratado que los vinculara; el nico vnculo era de honor y amistad, y ellos mismos lo haban roto con su crimen. Cuando miraba a su propio ejrcito vea que todos eran ciudadanos romanos o aliados latinos, pero lo que ms le mova era el hecho de que apena haba un solo soldado entre ellos que no hubiera llegado all desde Italia, fuera con su to Cneo Escipin, que fue el primer general romano en venir a aquella provincia, o con su padre o con l mismo. Todos ellos estaban acostumbrados al nombre y auspicios de los Escipiones, y los quera llevar de vuelta a su patria para disfrutar de un bien merecido triunfo. Si se presentaba candidato para el consulado esperaba que lo apoyasen, pues el honor que a l le confirieran tambin le pertenecera a ellos. En cuanto a la expedicin que afrontaban, quien la considerase una guerra era porque haba olvidado todo lo hecho hasta entonces. Magn, que haba huido con unos pocos barcos a una isla rodeada por un ocano, ms all de los lmites del mundo de los hombres, era, les asegur, ms preocupante para l que los ilergetes; pues lo que all permaneca era un general cartagins y, aunque pequea, una guarnicin cartaginesa; aqu solo haba bandidos y jefes de bandidos. Podan ser lo bastante fuertes como para saquear los campos de sus vecinos y para quemar sus casas y llevarse sus rebaos de ganado, pero no tenan valor para librar una batalla campal en campo abierto; cuando tenan que luchar confiaban ms en su velocidad para huir que en sus armas. No era, pues, porque viera en ellos algn peligro o perspectiva de una guerra grave, por lo que marchaba a aplastar a los ilergetes antes de dejar la provincia, sino porque tal revuelta criminal no deba seguir sin castigo y, tambin, porque no deba decirse que haba dejado atrs un solo enemigo en una provincia que con tanto valor y buena fortuna haba reducido a sumisin. Seguidme pues, dijo en conclusin con la benvola ayuda de los dioses, no para hacer la guerra pues os las veris con un enemigo que no es rival para vosotros sino para castigar a hombres culpables de un crimen.
[28.33] Los hombres fueron despedidos con
orden de disponerse a salir al da siguiente. Diez das despus de salir de Cartagena lleg al Ebro, y a los cuatro das de cruzar el ro lleg a la vista del enemigo. En frente de su campamento haba un tramo de terreno llano cerrado en ambos lados por montaas. Escipin orden que se llevaran algunas cabezas de ganado, capturadas en su mayora al enemigo, hacia el campamento contrario para despertar el salvajismo de los brbaros. Lelio recibi instrucciones de permanecer oculto con su caballera detrs de una estribacin de la montaa y, cuando la infantera ligera que iba guardando el ganado hubiera conducido al enemigo a la escaramuza, cargara desde su escondite. La batalla comenz pronto; los hispanos, al ver el ganado, se lanzaron a apoderarse de l y los escaramuzadores los atacaron mientras estaban ocupados con su botn. Al principio las dos partes se atacaban mutuamente con proyectiles, descargaron luego dardos ligeros, que servan ms para provocarlos que para decidir una batalla, y por fin desenvainaron sus espadas. Hubiera sido un mano a mano indeciso de no haber llegado la caballera. No slo lanzaron un ataque frontal, bajando al galope todo el camino, sino que algunos cabalgaron alrededor del pie de la montaa para cortar la retirada del enemigo. La masacre fue mayor de lo habitual en escaramuzas de esta clase, y los brbaros quedaron ms enfurecidos que decepcionados por su falta de xito. Por lo tanto, con el fin de demostrar que no haban sido derrotados, salieron a la batalla a la maana siguiente al amanecer. No haba espacio para todos ellos en el estrecho valle que hemos descrito antes; dos partes de su infantera y toda su caballera ocuparon la llanura, y el resto de su infantera qued situada en la ladera de una colina. Escipin vio que el limitado espacio le ofreca una ventaja. Luchar en un frente estrecho se adaptaba ms a la tctica romana que a la hispana, y como el enemigo haba situado su lnea en una posicin donde no poda usar todas sus fuerzas, Escipin adopt una novedosa estratagema. Como no haba sitio por donde pudiera flanquear al enemigo con su propia caballera, y como la del enemigo estaba mezclada con la infantera y resultara intil donde estaba, dio rdenes a Lelio para que diese un rodeo por los cerros, escapando a la observacin en la medida que le fuera posible, y que librara una accin de caballera diferenciada de la batalla de la infantera. Escipin dispuso sus estandartes y llev a toda su infantera contra el enemigo con un frente de cuatro cohortes, ya que era imposible extenderse ms. No perdi un momento en iniciar el combate pues esperaba que, con el fragor de la batalla, la caballera pudiera ejecutar su maniobra sin ser advertida. No advirti el enemigo sus movimientos hasta que escuch el ruido del combate en su retaguardia. As, se libraron dos batallas separadas por toda la longitud del valle; una entre la infantera y otra entre la caballera, impidiendo la escasa anchura del valle que ambos ejrcitos se ayudasen mutuamente o que actuasen coordinados. La infantera hispana, que haba entrado en accin confiando en el apoyo de su caballera, fue despedazada, y la caballera, incapaz de sostener el ataque de la infantera romana tras la cada de la suya propia, y tomada por la retaguardia por Lelio y su caballera, cerraron filas y siguieron resistiendo un tiempo en sus puestos, pero finalmente muri hasta el ltimo hombre. No qued vivo ni un solo combatiente de la caballera ni de la infantera que lucharon en el valle. El tercer grupo, que haba permanecido en la ladera de la montaa, mirando con seguridad en vez de participar en la lucha, tuvo espacio y tiempo suficientes para retirarse en buen orden. Entre ellos estaban los dos rgulos, quienes escaparon en la confusin antes de que todo el ejrcito fuese rodeado.
[28.34] El campamento hispano fue
capturado el mismo da y, adems del resto del botn, se capturaron tres mil prisioneros. Cayeron en la batalla unos dos mil romanos y aliados, resultando heridos ms de tres mil. La victoria no hubiera sido tan costosa de haber tenido lugar la batalla en una amplia llanura donde la huida hubiese sido ms fcil. Indbil aparc toda idea de continuar la guerra, y pens que el proceder ms seguro, teniendo en cuenta su situacin desesperada, sera entregarse a las bien conocidas clemencia y honor de Escipin. Le envi a su hermano Mandonio. Arrojndose de rodillas ante el vencedor, lo achac todo a la fatal locura del momento, como si un contagio pestilente hubiera infectado no slo a los ilergetes y lacetanos, sino incluso enloquecido a todo un campamento romano. Declar que l y su hermano y el resto de sus compatriotas estaban en tales condiciones que, si lo consideraba apropiado, devolveran sus vidas al mismo Publio Escipin de quien las haban recibido; o, si los salvaba por segunda vez, dedicaran todas sus vidas al nico hombre a quien se las deban. Anteriormente haban confiado su causa a sus propias fuerzas y no haban puesto a prueba su clemencia; ahora que su causa careca de esperanzas, ponan toda su confianza en la misericordia de su vencedor. Era antigua costumbre de los romanos para el caso de una nacin conquistada con la que no existiesen antiguas relaciones de amistad, fuera por tratados o por comunidad de derechos y leyes, no aceptar su rendicin ni contemplar trminos de paz hasta que todas sus propiedades, profanas y sagradas, les hubieran sido entregadas, haber tomado rehenes, haberles despojado de sus armas y haber colocado guarniciones en sus ciudades. En el presente caso, sin embargo, Escipin, despus de reprender severa y largamente a Mandonio, presente, y al ausente Indbil, dijo que sus vidas estaran perdidas, con justicia, por su crimen, pero que gracias a su propia bondad y a la del pueblo romano, se salvaran. No quera, sin embargo, demandar rehenes, pues estos solo eran una garanta para quienes teman un nuevo estallido de hostilidades; ni tampoco les quera despojar de sus armas, dejando sus corazones sin temor. Pero si se rebelaban, no seran rehenes desarmados, sino ellos mismos quienes sentiran el peso de su mano; no castigara a hombres indefensos sino a enemigos armados. Les dejara escoger entre el favor o la ira de Roma, que de ambos tenan ya experiencia. As fue despedido Mandonio, imponindole la nica condicin de suministrar una indemnizacin pecuniaria suficiente para entregar la paga debida a las tropas. Despus de enviar Marcio por delante hacia el sur de Hispania, Escipin se qued donde estaba durante unos das hasta que los ilergetes hubieron pagado la indemnizacin y, a continuacin, partiendo con una fuerza ligera, alcanz a Marcio, que ya estaba llegando al ocano.
[28.35] Las negociaciones que se haban
iniciado con Masinisa se retrasaron por diversos motivos. Este quera, en cualquier caso, encontrarse personalmente con Escipin y confirmar la alianza entre ellos estrechndole la mano, y esta fue la razn por la que Escipin emprendi en aquel momento tan largo y apartado camino. Masinisa estaba en Cdiz y, al ser informado por Marcio de que Escipin vena de camino, pretext ante Magn que sus caballos estaban desentrenados por permanecer confinados en una isla tan pequea, que estaban provocando una escasez general que todos sufran por igual y que sus jinetes estaban nerviosos por la inaccin. Convenci al comandante cartagins para que le permitiera cruzar a la parte continental con el propsito de saquear el pas vecino. Cuando hubo desembarcado, envi tres notables nmidas ante Escipin para acordar la fecha y el lugar de la entrevista. Dos de ellos quedaron retenidos por Escipin como rehenes, el tercero sera enviado de vuelta para conducir a Masinisa hasta el lugar que se haba decidido. Llegaron a la conferencia, cada uno con una pequea escolta. Por cuanto haba odo hablar de sus logros, el nmida ya haba concebido una gran admiracin por el comandante romano, imaginndoselo como un hombre de gran e imponente presencia. Pero cuando lo vio sinti una ms profunda veneracin por l. La majestuosidad natural de Escipin quedaba aumentada por su pelo suelto y la sencillez de su aspecto general, carente de todo adorno y afectacin, varonil y militar en el ms alto grado. Estaba en su edad de mayor vigor, y su recuperacin de la reciente enfermedad le haba conferido una frescura y limpieza de complexin que renov la flor de su juventud.
Casi mudo de asombro ante esta su primera
reunin con l, el nmida comenz dndole las gracias por haber hecho regresar al hijo de su hermano. Desde ese instante, declar, haba buscado una oportunidad como esta para expresarle su gratitud y, ahora que se le ofreca por la bondad de los dioses inmortales, no la dejara escapar. l estaba deseoso de prestar tal servicio a Escipin y a Roma que, de ninguno de entre los nacidos en el extranjero, se pudiera jams decir que haban prestado una ayuda ms celosa. Esto haba sido su deseo durante mucho tiempo, pero Hispania le era un pas extrao y desconocido, y no haba podido llevar a cabo su propsito all; sera, sin embargo, fcil hacerlo en su tierra natal, donde haba sido educado con la expectativa de suceder a su padre en el trono. Si los romanos enviaban a Escipin como general a frica, estaba bastante seguro de que los das de Cartago estaran contados. Escipin lo contempl y lo escuch con gran placer. Saba que Masinisa era lo mejor de toda la caballera enemiga y, l mismo, joven de gran coraje. Despus de haberse comprometido, Escipin regres a Tarragona. Masinisa fue autorizado por los romanos a saquear los campos adyacentes, con el fin de que no pudiera pensarse que han navegado hasta el continente sin causa bastante, regresando despus de esto a Cdiz.
[28,36] Las esperanzas de Magn haban
aumentado a raz del motn en el campamento romano y por la rebelin de Indbil. Pero ahora se desesper de lograr nada en Hispania y efectu los preparativos para su partida. Estando ocupado en esto, lleg una carta del senado cartagins ordenndole llevar la flota que tena en Cdiz hasta Italia y que, despus de levantar una fuerza tan grande como pudiera de galos y ligures en aquel pas, se uniera a Anbal y no se dejara as languidecer una guerra que haba empezado con tanta energa y tanto xito. Se le envi dinero desde Cartago con aquel fin, requisando tambin l cuanto puedo del pueblo de Cdiz. No slo su tesoro pblico, fueron saqueados incluso sus templos y todos fueron obligados a contribuir con sus depsitos particulares de oro y plata. Navegando a lo largo de la costa hispana, desembarc una fuerza no muy lejos de Cartagena y saquearon los campos ms cercanos, tras lo cual llev su flota hacia la ciudad. Durante el da mantena sus hombres a bordo y no los desembarcaba hasta la noche. Luego los llev contra aquella parte de la muralla de la ciudad por donde los romanos haban ejecutado la toma de la plaza, pensando que la ciudad estaba custodiada por una dbil guarnicin y que se producira un levantamiento entre algunos de los habitantes que esperaban cambiar de amos. Sin embargo, la gente del campo que hua de sus tierras haba trado las noticias de los saqueos y la aproximacin del enemigo. Tambin se haba avistado su flota durante el da, y era evidente que no se habra situado frente a la ciudad sin algn motivo especial. As pues, se dispuso una fuerza armada por fuera de la puerta que daba al mar. El enemigo se acerc a las murallas en desorden, los soldados y marineros mezclados, resultando ms ruido y desorden que combate real. La puerta se abri de repente y los romanos irrumpieron con un grito; el enemigo fue presa de la confusin, volvi espaldas a la primera descarga de proyectiles y fue perseguido con grandes prdidas hasta la orilla. De no haberse acercado los barcos a la playa, ofreciendo as un medio de escape, ni un solo fugitivo habra sobrevivido. En los barcos, tambin, haba prisa y confusin; la tripulacin quit las escalas para que el enemigo no pudiera subir a bordo junto con sus compaeros y cortaron los cables y maromas para no perder tiempo levando el ancla. Muchos de los que trataban de nadar hacia los buques no podan ver en la oscuridad qu direccin tomar o qu peligros evitar, pereciendo miserablemente. Al da siguiente, despus de la flota hubo ganado nuevamente mar abierto, se descubri que haban muerto ochocientos hombres entre la muralla y la costa, perdindose unas dos mil armas de toda clase.
[28.37] A su regreso a Cdiz, Magn se
encontr las puertas de la ciudad cerradas para l por lo que ancl en Cimbios, lugar no muy lejos de Cdiz, y envi emisarios a quejarse por que le cerrasen a l las puertas, un aliado y amigo. Se excusaron diciendo que se adopt aquella medida despus de una asamblea de los ciudadanos, que estaban indignados por algunos actos de pillaje cometidos por los soldados durante el embarque. Invit a sus sufetes el ttulo de sus magistrados supremos junto con el cuestor de la ciudad a acudir a una conferencia y, cuando llegaron, orden que los azotaran y los crucificaran. Desde all naveg hacia Pitiusa, una isla a unas cien millas de distancia del continente, que tena por aquel entonces poblacin fenicia [se trata de la isla de Ibiza, a 148 km. de la costa ibrica, segn Livio, pero a menos de 100 de Denia en la realidad.-N. del T.]. Aqu la flota, naturalmente, se encontr con una recepcin amistosa, y no slo se le suministraron generosamente pertrechos, sino que recibi refuerzos para su flota en forma de armas y hombres. As animado, el cartagins naveg hacia las islas Baleares, un trayecto de alrededor de cincuenta millas [unos 74 km.-N. del T.]. Dos son las islas Baleares: la mayor est mejor surtida de armas y tiene una poblacin ms numerosa, tambin tiene un puerto donde Magn pens que podra brindar un refugio apropiado a su flota durante el invierno, pues el otoo ya terminaba. Sin embargo, su flota se encontr con una recepcin bastante hostil, como si la isla hubiese estado habitada por los romanos. La honda, de la que los baleares hacen an hoy el mayor de los usos, era por entonces su nica arma y ningn pas se les acerca en la habilidad con que la manejan. Cuando los cartagineses trataron de acercarse a tierra, cay sobre ellos una lluvia tal de piedras, como si fuera una tormenta de granizo, que no se aventuraron al interior del puerto. Poniendo proa una vez ms a la mar, se acercaron a la isla ms pequea, que contaba con un suelo frtil pero con menos recursos en hombres y armas. All desembarcaron y acamparon en una posicin fuerte que dominaba el puerto, desde el que se apoderaron de la isla sin encontrar resistencia alguna. Alistaron una fuerza de dos mil auxiliares que enviaron a Cartago, varando despus sus buques para pasar el invierno. Despus de la partida de Magn, Cdiz se entreg a los romanos.
[28.38] Este es el relatos de los hechos de
Escipin en Hispania. Tras poner a cargo de la provincia a los procnsules Lucio Lntulo y Lucio Manlio Acidino, naveg con diez buques a Roma. A su llegada, se celebr una reunin del Senado en el templo de Belona en la que present un informe de todo lo que haba hecho en Hispania, cuntas batallas campales haba librado, cuntas ciudades haba capturado y qu haba tribus trado bajo el dominio de Roma. Declar que cuando lleg a Hispania se encontr con cuatro ejrcitos cartagineses que se le oponan; cuando parti, no quedaba en aquel pas ni un solo cartagins. No estaba sin esperanzas de que se le concediera un triunfo por sus servicios; sin embargo, no lo peda con insistencia por ser bien consciente de que hasta aquel momento no haba disfrutado nadie de un triunfo sin estar investido de una magistratura. Despus de que el Senado hubo sido disuelto, hizo su entrada en la Ciudad y llev ante l catorce mil trescientas cuarenta y dos libras de plata y una gran cantidad de monedas de plata, todo lo cual deposit en el tesoro [la plata en bruto supona 4689,834 kg.-N. del T.]. Lucio Veturio Filn procedi a celebrar las elecciones consulares, y todas los centurias votaron, en medio de un gran entusiasmo, por Escipin. Publio Licinio Craso, el Pontfice Mximo, fue elegido como colega. Queda memoria de que particip en aquella eleccin un nmero mayor de electores que en cualquier otro momento durante la guerra. Haban llegado de todas partes, no slo para dar sus votos, sino tambin para ver a Escipin; acudan en masa alrededor de su casa y tambin cuando sacrific una hecatombe [es decir, el sacrificio de 100 vctimas.-N. del T.] en el Capitolio, que haba ofrecido a Jpiter en Hispania. Se afirmaba entre ellos que, as como Cayo Lutacio haba dado fin a la Primera Guerra Pnica, as tambin Escipin pondra fin a esta y que, del mismo modo que haba expulsado a los cartagineses de Hispania, los expulsara de Italia. Tambin le asignaron frica como provincia, como si la guerra en Italia hubiese terminado. Luego sigui la eleccin de los pretores. Dos de los elegidos, Espurio Lucrecio y Cneo Octavio, eran ediles plebeyos en aquel momento; los otros, Cneo Servilio Cepin y Lucio Emilio Papo, eran ciudadanos particulares. Era el decimocuarto ao de la Segunda Guerra Pnica 205 a. C. cuando Publio Cornelio Escipin y Publio Licinio Craso iniciaron su consulado. En la asignacin de las provincias consulares, Escipin, con el consentimiento de su colega, tom Sicilia sin recurrir a votacin porque Craso, como Pontfice Mximo, sus deberes sagrados le impedan abandonar Italia; as pues, a este se encarg el Brucio. Despus, los pretores sortearon sus provincias. La pretura urbana correspondi a Cneo Servilio; Espurio Lucrecio recibi Rmini, como se llamaba entonces a la provincia de la Galia; Sicilia correspondi a Lucio Emilio y Cerdea a Cneo Octavio. El Senado celebr una sesin en el Capitolio en la que se aprob una resolucin sobre la mocin presentada por Publio Escipin, para que celebrase los Juegos que haba ofrecido durante el motn y que sufragara el costo del dinero que haba depositado en el Tesoro.
[28.39] Luego les present una delegacin
de Sagunto y el miembro ms anciano de ellos se dirigi a la Cmara en los siguientes trminos: Aunque no nos quejamos de nada, padres conscriptos, aparte de los sufrimientos que hemos soportado para mantener hasta el fin nuestra lealtad hacia vosotros, la bondad que vosotros y nuestros generales nos han mostrado nos han hecho olvidar nuestra miseria. Por nosotros habis emprendido una guerra y la habis sostenido con tal determinacin que, a menudo, vosotros unas veces, y otras el pueblo cartagins, os habis visto reducidos a los mayores extremos. An teniendo en el corazn de Italia tan terrible guerra y a un enemigo como Anbal, no obstante enviasteis a Hispania un cnsul con su ejrcito para reunir, por as decir, los restos de nuestro naufragio. Desde el da en que los dos Escipiones, Publio y Cneo Cornelio, entraron en la provincia, en ningn momento dejaron de hacernos el bien a nosotros y perjudicar a nuestros enemigos. En primer lugar, nos devolvieron nuestra ciudad y enviaron hombres por toda Hispania para que hallasen a cuantos de nosotros haban sido vendidos como esclavos y devolverles la libertad. Cuando nuestra suerte, de ser absolutamente miserable, se haba convertido casi en envidiable, vuestros dos generales, Publio y Cneo Cornelio hallaron la, una prdida que sentimos an ms amargamente que vosotros. Pareci entonces como si hubisemos regresado de un lejano exilio a nuestros antiguos hogares, solo para contemplar por segunda vez nuestra propia ruina y la destruccin de nuestro patria. No hizo falta un general o un ejrcito cartagins para ejecutar nuestra aniquilacin; los trdulos, nuestros inveterados enemigos que haban sido la causa de nuestro anterior colapso, se bastaban para destruirnos. Y justo cuando habamos perdido toda esperanza, enviasteis de repente a Publio Escipin, al que contemplamos hoy aqu, nosotros, los ms afortunados de los saguntinos. Llevaremos de vuelta a nuestro pueblo la noticia de que hemos visto, como vuestro cnsul electo, al nico hombre en quien depositamos todas nuestras esperanzas de auxilio y salvacin. Por l ha sido tomada ciudad tras ciudad a vuestros enemigos en toda Hispania, y en cada caso separ a los saguntinos de la masa de prisioneros y los devolvi a casa. Y, por ltimo, a los turdetanos, tan mortales enemigos nuestros que de haber mantenido intactas sus fuerzas Sagunto no hubiera podido subsistir, les derrot con una guerra hasta el punto de que ya no les tememos nosotros ni, casi me atrevo a decir, nuestros descendientes. La tribu en cuyo favor Anbal destruy Sagunto, ha visto la suya propia destruida ante nuestros ojos. Recibimos tributos de sus tierras, que nos gusta menos por la ganancia que por la venganza.
Por estas bendiciones, las mayores que se
podran esperar o pedir a los dioses inmortales que concedieran, el senado y el pueblo de Sagunto han enviado esta legacin para transmitir su agradecimiento. Estamos aqu, tambin, para expresar nuestra felicitacin por vuestros xitos durante estos ltimos aos en Hispania e Italia, pues habis dominado al primer pas por el poder de vuestras armas, no solo hasta el Ebro, sino incluso hasta las ms distantes orillas que baa el Ocano; y en el otro nada habis dejado a los cartagineses, excepto la empalizada de su campamento. Al gran Guardin de vuestra fortaleza en el Capitolio, Jpiter ptimo Mximo, se nos ordena dar no solo las gracias por estas bendiciones, sino tambin, si nos lo permits, ofrecer y llevarla al Capitolio esta ofrenda de una corona de oro, como recuerdo de vuestras victorias. Os rogamos que sancionis esto y, adems, si os parece bien, que ratifiquis y confirmis para siempre las ventajas que vuestros generales nos han concedido. El Senado respondi en el sentido de que la destruccin y la restauracin de Sagunto eran, ambas por igual, una prueba al mundo entero de la fidelidad que cada parte haba mantenido para con la otra. Sus generales haban actuado de manera prudente y adecuada, y de conformidad con los deseos del Senado en la restauracin de Sagunto y al rescatar a sus ciudadanos de la esclavitud, y todos los dems actos de bondad realizados lo fueron tal y como el Senado dese que se hicieran. Acordaron permitir a los legados que pusieran su ofrenda en el Capitolio. Se les proporcion alojamiento y hospitalidad, ordenndose que a cada uno se le entregara una cantidad no menor de diez mil ases [272,5 kg. de bronce.-N. del T.]. El Senado concedi audiencia a otras legaciones. Los saguntinos tambin solicitaron que se les permitiera hacer una gira por Italia, hasta donde pudieran hacerlo con seguridad, y que se les proporcionaran guas y cartas para las distintas poblaciones requiriendo una recepcin hospitalaria para los hispanos.
[28.40] El siguiente asunto que se present
al Senado concerna al alistamiento de tropas y a la distribucin de los distintos mandos. Hubo rumores que se frica iba a constituir una nueva provincia y que se asignara a Escipin sin necesitar de sorteo. El propio Escipin, no contentndose ya con una gloria moderada, iba diciendo al pueblo que haba venido como cnsul no solo a dirigir la guerra, sino a darle fin, y que el nico modo de hacerlo sera que l llevase un ejrcito a frica. En caso de que el Senado se opusiera, afirmaba abiertamente que presentara su propuesta a la autoridad del pueblo. El proyecto desagradaba a los lderes del Senado, y como el resto de senadores, por miedo a ser impopulares, se negaban a hablar, se pregunto su opinin a Quinto Fabio Mximo. Este la expuso mediante el siguiente discurso: Soy bien consciente, senadores, de que muchos de vosotros consideris la cuestin que se nos presenta como ya decidida, y creis que cualquiera que discuta el destino de frica es alguien con ganas de gastar palabras como si la cuestin siguiera abierta. No acabo de entender, sin embargo, cmo puede haber sido definitivamente asignada frica como provincia a nuestro valiente y enrgico cnsul, cuando ni el Senado ni el pueblo han decidido que se incluya entre las provincias del ao. Si as se ha asignado, creo entonces que el cnsul comete un gran error al invitar a un debate falso sobre una medida que ya se ha decidido; y que se re del Senado, pero no del senador al que pregunta su opinin.
Al expresar mi desacuerdo con aquellos que
piensan que debemos invadir frica de inmediato, soy muy consciente de que me expongo a dos imputaciones. Por un lado, mi postura se achacar a mi naturaleza indecisa. Los hombres jvenes la pueden llamar temor y pereza, si lo desean, siempre y cuando no tengamos motivos para lamentar que, a pesar de que los consejos de los dems parezcan a primera vista ms atractivos, la experiencia demuestra que los mos son mejores. La otra ser que acto por motivos de malquerencia y envidia contra la cada da mayor gloria de nuestro fortsimo cnsul. Si mi pasada vida, mi carcter, mi dictadura y mis cinco consulados, la gloria lograda como ciudadano y como soldado, una gloria tan grande como para producir hartazgo y no desear ms, si todo ello yo me protegiera contra esta imputacin, dejad por lo menos que mi edad me libre de ella. Qu rivalidad puede existir entre mi persona y un hombre que ni siquiera tiene la edad de mi hijo? Cuando yo era dictador, en la plena madurez de mis poderes y ocupado en las ms importantes operaciones, mi autoridad qued dividida, cosa nunca antes oda ni expresada, con el Jefe de la Caballera. Escuch alguien, sin embargo, de m una palabra de protesta, fuera en el Senado o en la Asamblea, incluso cuando me persegua con saa? Fue por mis actos, y no por mis palabras, como dese que el hombre al que otros consideraban mi igual me pusiera por delante. Y voy yo, que he recibido todos los honores que el Estado puede conferir, a entrar en competencia con joven tan brillante? Como si en caso de que a l se le niegue frica me fuera a ser asignada a mi, cansado como estoy no solo de la vida pblica, sino de la propia vida! No, vivir y morir con la gloria que he ganado. Imped que Anbal venciera, para que pudiera ser vencido por aquellos de vosotros que estis en el pleno vigor de vuestras vidas.
[28.41] As pues, es justo, Publio Cornelio,
que ya que en mi caso nunca he preferido mi propia reputacin a los intereses del Estado, deberas perdonarme por no considerar ni siquiera tu gloria como ms importante que el bienestar de la Repblica. Tengo que admitir que si no hubiera guerra en Italia, o slo hubiera un enemigo de cuya derrota no se hubiera de ganar gloria alguna, el hombre que te mantuviera en Italia, aunque actuase por el bien general, podra parecer que te estaba privando de la oportunidad de lograr la gloria en una guerra extranjera. Pero como nuestro enemigo, Anbal, se ha mantenido durante catorce aos en Italia con un ejrcito inclume, t seguramente no despreciars la gloria de expulsar de Italia, durante tu consulado, al enemigo que ha sido la causa de tantas derrotas, tantas muertes, y de dejar constancia de eres t quien dio fin a esta guerra, como Cayo Lutacio tiene la gloria imperecedera de haber dado fin a la Primera Guerra Pnica. A menos, claro est, que Asdrbal fuese mejor general que Anbal, o que la ltima guerra fuese ms grave que esta, o que la victoria que dio fin a aquella fuera mayor y ms brillante que esta, en caso de que nos tocara en suerte vencer mientras t eres cnsul. Preferiras haber expulsado a Amlcar de Trapani o de Erice [las antiguas Drepana y Erix.-N. del T.] en vez de expulsar a Anbal y sus cartagineses de Italia? Aunque te aferrases ms a la gloria obtenida que a la por venir, no podras enorgullecerte ms por haber liberado Hispania que por liberar Italia. Anbal no es todava un enemigo a quien el que desee hacer otra guerra considere que hay que despreciar en lugar de temer. Por qu no te cies a esta tarea? Por qu no marchas directamente desde aqu hasta donde est Anbal, llevando all la guerra, en vez de dar un rodeo con la esperanza de que una vez hayas cruzado a frica l te seguir? Ests deseando ganar la corona gloriosa de dar fin a la Guerra Pnica; tu opcin natural sera defender tu propio pas antes de ir a atacar el del enemigo. Que haya paz en Italia antes de que haya guerra en frica; deja que sean desterrados nuestros propios temores antes de hacer temblar a los dems. Si ambos objetivos se pudieran alcanzar bajo tu mando y auspicios, entonces, cuando hayas vencido aqu a Anbal, ve y toma Cartago. Si ha de quedar una de las dos victorias para tus sucesores, la primera es la mayor y ms gloriosa y llevar necesariamente a la segunda. En la situacin actual, la hacienda pblica no puede proveer dos ejrcitos en Italia y uno ms en frica, no nos queda nada con lo que equipar una flota y proveerla de suministros; y, por encima de todo esto, cmo no ver los grandes peligros que incurriramos? Supongamos que Publio Licinio dirige la campaa en Italia y que Publio Escipin lo hace en frica. Bueno, pues suponiendo Que todos los dioses eviten el presagio, pues me estremezco solo ante su mencin!, pero que lo que ya ha sucedido puede volver a ocurrir, suponiendo, digo, que Anbal lograse una victoria y marchase sobre Roma, habramos de esperar hasta entonces antes de llamarte de vuelta de frica, como tuvimos que llamar a Quinto Fulvio de Capua? Qu ocurrira, incluso si en frica la suerte de la guerra resultara igualmente favorable para ambas partes? Toma ejemplo del destino de tu propia casa, tu padre y tu to destruidos con sus ejrcitos en un plazo de treinta das, en el pas donde elevaron el nombre de Roma y la gloria de tu familia a lo ms alto entre todas las naciones, con sus grandes hazaas por tierra y mar. Me quedara sin luz del da si tratase de enumerar los reyes y generales que con la precipitada invasin del territorio enemigo han llevado sobre ellos la ms aplastante derrota, suya y de sus ejrcitos. Atenas, ciudad de lo ms sensata y prudente, escuch el consejo de un joven de alta cuna y capacidad igualmente alta [Alcibades.-N. del T.], y envi una gran flota a Sicilia antes de librarse de la guerra en casa, y en una sola batalla naval aquella floreciente repblica qued para siempre arruinada.
[28.42] No pondr ejemplos de tierras
lejanas y tiempos remotos. Esta misma frica de la que estamos hablando y la suerte de Atilio Rgulo son un ejemplo ms que evidente de la inconstancia de la fortuna. Escipin, cuando contemplaste frica desde el mar no te pareci tu conquista de Hispania un juego de nios? En qu se parecen? Comenzaste navegando por las costas de Italia y la Galia, en un mar libre de cualquier flota enemiga, y llegaste hasta Ampurias, una ciudad aliada. Despus de desembarcar tus tropas, las llevaste por terreno completamente seguro hasta Tarragona, con los amigos y aliados de Roma, y desde Tarragona tu ruta pas entre guarniciones romanas. Alrededor del Ebro estaban los ejrcitos de tu padre y tu to, cuya derrota los haba enfurecido y que ardan en deseos de vengar la prdida de sus comandantes. Su lder fue elegido de manera ciertamente irregular, mediante el voto de los soldados, para enfrentar la emergencia; pero perteneca a una noble familia y de haber sido nombrado debidamente habra rivalizado con otros distinguidos generales por su dominio del arte de la guerra. Luego pudiste atacar Cartagena sin el menor estorbo; ninguno de los tres ejrcitos cartagineses trat de defender a sus aliados. Del resto de tus operaciones, aunque estoy muy lejos de despreciarlas, no se pueden comparar con una guerra en frica. No hay un puerto franco para nuestra flota, ningn territorio que nos reciba amistosamente, ninguna ciudad es nuestra aliada, no hay rey que sea nuestro amigo ni lugar que podamos emplear como base de operaciones. Donde quiera que vuelvas tus ojos, solo ves hostilidad y amenaza.
Pones tu confianza en Sfax y sus
nmidas? Date por satisfecho por haber confiado en ellos una sola vez. La temeridad no siempre tiene xito y el engao prepara el camino a la confianza mediante bagatelas, de modo que, cuando la ocasin lo requiere, puede triunfar logrando alguna gran ventaja. Tu padre y tu to no fueron derrotados hasta que la traicin de sus auxiliares celtberos los dejaron a merced del enemigo. T mismo no estuviste expuesto a tantos peligros con los comandantes cartagineses, Magn y Asdrbal, cuantos los que pasaste tras la alianza de Indbil y Mandonio. Puedes confiar en los nmidas despus de la experiencia que has tenido de la deslealtad de tus propias tropas? Sfax y Masinisa prefieren ambos ser la principal potencia de frica en lugar de los cartagineses; pero en su defecto, preferirn a los cartagineses antes que a cualquier otro. En este momento la mutua rivalidad y un sinnmero de queja los incitan uno contra otro, pues los peligros externos estn bien lejos; pero una vez contemplen las armas de Roma y un ejrcito extranjero, se apresurarn unos y otros a acudir como si tuviesen que apagar un incendio. Los cartagineses defendieron Hispania en una forma muy diferente a la que defendern los muros de su patria, los templos de sus dioses, sus altares y hogares, cuando sus esposas y sus hijos pequeos les sigan temblando y aferrndose a ellos cuando marchen a la batalla. Por otra parte, qu pasar si considerndose bien seguros del apoyo unnime de frica, la fidelidad de sus aliados reales y la fortaleza de sus murallas, y viendo que t y tu ejrcito ya no estis para proteger Italia, los cartagineses enviasen un ejrcito de refresco desde frica?, y si ordenan a Magn, que segn tenemos entendido ha partido de las Baleares y est navegando por la costa ligur, que se una con Anbal? Sin duda, habremos de estar en el mismo estado de terror en que estuvimos cuando apareci Asdrbal en Italia, despus que t, que le ibas a bloquear el paso con tu ejrcito, no ya a Cartago, sin a toda frica!, dejases que se te escurriera entre las manos. Dirs que lo derrotaste. Pues entonces lo lamento an ms, tanto por ti como por la repblica, que le permitieras tras su derrota invadir Italia.
Permtenos atribuir todo lo pasado
felizmente para ti y para el dominio del pueblo de Roma a tus sabios consejos, y todas las desgracias a la fortuna incierta de la guerra; cuanto mayor sea tu talento y tu valor, ms reclaman tu patria natal y toda Italia que tan aguerrido defensor permanezca en casa. Ni siquiera se puede ocultar el hecho de que donde est Anbal est el centro y fundamento de la guerra, pues proclamas que tu nica razn para pasar a frica es arrastrar hasta all a Anbal. As que, est all o est aqu, an tendrs que enfrentarte a Anbal. Y estars en ms fuerte posicin, me gustara saber, en frica sin apoyos que aqu, con tu propio ejrcito y actuando de acuerdo con tu colega? Qu diferencia entre esto y lo que demuestra el reciente ejemplo de los cnsules Claudio y Livio! Qu? Dnde estar Anbal mejor provisto de hombres y armas? En el rincn ms remoto del Brucio, donde ha permanecido tanto tiempo solicitando en vano refuerzos de casa, o en los campos alrededor de Cartago y sobre el suelo africano, que est totalmente ocupado por sus aliados? Qu extraordinaria es esta idea tuya de combatir donde tus fuerzas estn reducidas a la mitad y las del enemigo grandemente aumentadas, en vez de en un pas donde con dos ejrcitos te enfrentaras solo a uno que, adems, est agotado por tantas batallas y tan largo y oneroso servicio! Piensa simplemente en cun diferente es tu plan del de tu padre. Tras su eleccin como cnsul se dirigi a Hispania, dejando luego su provincia y regresando a Italia para hacer frente a Anbal en su descenso de los Alpes; t te dispones a dejar Italia mientras Anbal sigue, de hecho, aqu; y no en inters de la Repblica, sino porque piensas que hacerlo es algo grande y glorioso. Justo de la misma forma en que t, un general del pueblo romano, dejaste tu provincia y tu ejrcito sin ninguna autoridad legal, sin rdenes del Senado y confiaste a un par de buques las fortunas del Senado y la majestad del imperio que quedaron, por entonces, ligadas a tu propia seguridad [hace referencia a su viaje a frica para entrevistarse con Masinisa cf. 28-35.-N. del T.]. Sostengo la opinin de que Publio Cornelio Escipin fue elegido cnsul no para sus propios fines particulares, sino para nosotros y la Repblica; y que los ejrcitos se alistan para guardar esta ciudad y el suelo de Italia, y no para que los cnsules los a cualquier parte del mundo que les plazca a la soberbia manera de reyes.
[28.43] Este discurso de Fabio, tan
apropiado a las circunstancias en que se produjo, y apoyado por el peso de su carcter y su largamente establecida reputacin de prudencia, produjo un gran efecto entre la mayora de los presentes, especialmente los ms ancianos. Al ver que la mayora aprobaba el sabio consejo de la edad, en vez de los del carcter impetuoso de la juventud, se dice que Escipin dio la siguiente respuesta: Senadores, al comienzo de su discurso Quinto Fabio admiti que lo que tena que decir lo pondra bajo la acusacin de envidia. Personalmente, no me atrever a acusar a hombre tan grande de esa debilidad, pero ya sea por lo insuficiente de su defensa o por la imposibilidad de hacerla con xito, ha fracasado totalmente en limpiarse a s mismo de tal acusacin. En su afn por disipar la sospecha ha hablado sobre sus cargos y su reputacin en trminos tan exagerados que daba la impresin de estar yo en peligro de que se me equiparase alguien ms bajo, y no l, pues estando por encima de los dems posicin a la que, lo confieso francamente, me gustara llegar no quiere que lo iguale. Se ha representado a s mismo como un anciano lleno de honores, y para m como un joven ni siquiera tan mayor como su hijo, como si la pasin por la gloria no se extendiera ms all de la duracin de la vida humana y buscara su satisfaccin en la memoria de las generaciones por venir. Estoy bien seguro de que es la suerte de todos los grandes hombres compararse no solo con sus coetneos, sino tambin con aquellos ilustres de todas las pocas. Admito, Quinto Fabio, que estoy deseando no slo igualar tu fama sino, y perdona que te lo diga, superarla si puedo. Que tus sentimientos hacia mi, ni los mos hacia los ms jvenes, sean tales que impidamos a cualquiera de nuestros conciudadanos llegar a nuestra altura; pues esto no solo perjudicara a las vctimas de nuestra envidia, tambin resultara en una prdida para el Estado y casi que para la raza humana. Ha disertado sobre el peligro al que me expondra de desembarcar en frica, mostrndose preocupado no solo por la Repblica y sus ejrcitos, sino incluso por mi. Qu ha llevado a tan repentina inquietud por mi? Cuando mi padre y mi to resultaron muertos y sus ejrcitos casi aniquilados, cuando Hispania estaba perdida, cuando cuatro ejrcitos cartagineses con sus generales dominaban todo el pas mediante el terror de sus armas, cuando buscabais un hombre que tomara el mando supremo de aquella guerra y no apareca ninguno, nadie se ofreci excepto yo; cuando el pueblo romano me confiri el mando supremo antes de tener veinticinco aos, por qu nadie dijo nada sobre mi edad, la fuerza del enemigo, las dificultades de la campaa o el reciente desastre que se haba apoderado de mi padre y de mi to? Ha ocurrido recientemente en frica alguna calamidad mayor que la sucedida entonces en Hispania? Hay ahora en frica mayores ejrcitos y ms numerosos generales que los que haba entonces en Hispania? Era yo entonces de edad ms madura para dirigir una gran guerra de lo que lo soy hoy da? Es Hispania un campo de operaciones contra los cartagineses ms conveniente que frica? Ahora que he puesto en fuga cuatro ejrcitos cartagineses, reducido tantas ciudades por la fuerza o por miedo y dominado cada territorio hasta las orillas del ocano, a rgulos y tribus por igual, ahora que he reconquistado toda Hispania tan completamente que no queda all vestigio alguno de guerra, ahora resulta fcil subestimar mis servicios; tan fcil, de hecho, como lo ser, cuando haya vuelto victorioso de frica, subestimar esas mismas dificultades que ahora pinta con tan oscuros colores con el fin de mantenerme aqu.
Dice Fabio dice ninguna parte de frica nos
es accesible, que no hay puertos abiertos a nosotros. Nos cuenta que Marco Atilio Rgulo fue hecho prisionero en frica, como si se hubiera encontrado con la desgracia nada ms desembarcar. Se olvida de que aquel mismo comandante, desafortunado como fue posteriormente, encontr algunos puertos francos en frica, y que durante los primeros doce meses logr algunas victorias brillantes y que, por lo que a los generales cartagineses respecta, se mantuvo invicto hasta el fin. No me desalentars, por tanto, citando ese ejemplo. Incluso si aquel desastre se hubiera producido en esta guerra en vez de en la anterior, recientemente y no hace cuarenta aos, incluso as, por qu se me habra de impedir la invasin de frica a cuenta de que Rgulo fue capturado, ms de lo que se me impidi marchar a Hispania tras la muerte de ambos Escipiones? Lamentara creer que Jntipo, el lacedemonio, naci para ser una bendicin mayor para Cartago de lo que yo lo pueda ser para mi patria, y se fortalece mi confianza al ver qu importantes cuestiones dependen del valor de un solo hombre. Hemos tenido que escuchar incluso historias sobre los atenienses, cmo se olvidaron de la guerra a sus puertas para ir a Sicilia. Pues bien, ya que emplea el tiempo en contarnos historias sobre los griegos, por qu no nos menciona a Agatocles, el rey de Siracusa quien, despus que Sicilia hubiera sido largo tiempo devastada por las llamas de la Guerra Pnica, naveg a esta misma frica y cambi el curso de la guerra contra el pas en el que haba empezado?.
[28,44] Mas qu necesidad hay de
mencionar casos trados de otras tierras y otros tiempos para recordarnos cunto depende de tomar la ofensiva y apartar de nosotros el peligro hacindolo recaer sobre los dems? Puede haber mayor ejemplo que el del propio Anbal? Este nos muestra toda la diferencia entre estar devastando el territorio de otra nacin o ver la tuya propia destruida a fuego y espada. Se demuestra ms valor al atacar que al repeler los ataques. Adems, lo desconocido siempre inspira terror, pero cuando has entrado en el territorio de tu enemigo tienes una visin ms cercana de sus fortalezas y debilidades Anbal nunca esper que tantos pueblos italianos se le pasaran tras la derrota de Cannas; cunto menos podran esperar los cartagineses, con aliados infieles, duros y tirnicos amos como son, contar con la firmeza y estabilidad de su imperio africano! Hasta cuando fuimos abandonados, incluso, por nuestros aliados, contamos con nuestra propia fuerza, los soldados de Roma. Los cartagineses no tienen ejrcito de ciudadanos, sus soldados son todos mercenarios, africanos y nmidas de nimo ligero, dispuestos a cambiar de bando a la menor provocacin. Si no se me detiene, oiris que he desembarcado, que frica est envuelta por las llamas de la guerra, que Anbal se apresura a marcharse de Italia, y que Cartago est sitiada; todo de un solo golpe. Tendris ms alegres y ms frecuentes noticias de frica de las que os llegaron de HIspania. Todo me inspira esperanza: la Fortuna que ampara a Roma, los dioses que atestiguaron el tratado roto por el enemigo, los dos prncipes, Sfax y Masinisa, en cuya fidelidad confo mientras me protejo de cualquier perfidia que puedan intentar. Muchas ventajas, que a esta distancia no nos resultan evidentes, se nos mostrarn conforme contine la guerra. Un hombre demuestra su capacidad de liderazgo aprovechando cualquier oportunidad que se presenta, y haciendo que cualquier contingencia sirva a sus planes. Tendr el adversario que t, Quinto Fabio, me asignas: Anbal. Pero yo le obligar a seguirme all en vez de que el me mantenga aqu; yo le obligar a combatir en su propio pas, siendo Cartago el precio de la victoria y no las medio arruinadas fortalezas del Brucio.
Que no sufra ahora dao la Repblica
durante mi viaje, o mientras yo est desembarcando mis hombres en las costas de frica o en mi avance contra Cartago, lo que t, Quinto Fabio, pudiste lograr cuando Anbal, en la hora de su victoria, recorra toda Italia, no irs a decir que no lo puede conseguir el cnsul Publio Licinio, varn esforzadsimo, ahora que Anbal tiene sus ejrcitos quebrantados y disminuidos, y dado que como Pontfice Mximo no puede ausentarse de sus deberes sagrados ni sortear tan distante provincia? Y aunque la guerra no llegara a un rpido trmino con el plan que sugiero, la dignidad de Roma y su prestigio entre los reinos extranjeros y las naciones precisaran seguramente que poseemos el suficiente valor no solo para defender Italia, sino para llevar nuestras armas hasta frica. No debemos permitir que se extienda por el extranjero la idea de que ningn general romano se atrevera a hacer lo que ha hecho Anbal; o que durante la Primera Guerra Pnica, cuando el conflicto era por Sicilia, frica fue atacada frecuentemente por nuestras flotas y ejrcitos y, en esta guerra, cuando la lucha es por Italia, se deja frica en paz. Dejad que Italia, durante tanto tiempo acosada, tenga finalmente algn descanso; que tome frica su vez en el fuego y la destruccin; que un campamento romano amenace las puertas de Cartago en vez de que tengamos que ver las lneas enemigas desde nuestras murallas. Que sea frica de ahora en adelante la sede de la guerra; llevemos all de vuelta el terror y la huida, toda la devastacin de nuestras tierras y la desercin de nuestros enemigos, todas las dems miserias de la guerra que nos han asolado durante los ltimos catorce aos. Ya se ha hablado bastante sobre la Repblica, la guerra actual y la asignacin de las provincias. Sera un debate largo y aburrido si yo siguiera el ejemplo de Quinto Fabio y, como l haya despreciado mis servicios en Hispania, yo hubiera de verter el ridculo sobre su gloria y exaltar la ma. No har ni lo uno ni lo otro, senadores, y si, joven como soy, no puedo aventajar a un anciano en nada, al menos demostrar superarle en modestia y en contencin de lenguaje. Mi vida y mi direccin de los asuntos pblicos han sido tales que me contento con aceptar en silencio el juicio que os habis formado espontneamente en vuestro nimo.
[28,45] Se escuch a Escipin con
impaciencia, pues todos estaban convencidos de que, si no lograba convencer al Senado para que frica fuera su provincia, llevara de inmediato la cuestin ante el pueblo [era prerrogativa del cnsul presentar directamente propuestas al pueblo.-N. del T.]. As, Quinto Fabio, que haba ostentado cuatro consulados [en el cap. 40 de este mismo libro, el propio Fabio seala en su discurso que han sido cinco los consulados desempeados; pudiera aqu tratarse de un error del copista.-N. del T.], desafi a Escipin a que expusiera abiertamente ante el Senado si dejaba en sus manos la decisin sobre las provincias y estaba dispuesto a cumplirla, o si iba a llevarla ante el pueblo. Escipin le respondi que actuara segn le pareciera mejor para los intereses de la Repblica. A esto observ Fabio: Te he preguntado, no porque no supiera lo que diras o cmo procederas, sino para que declares abiertamente ante la Curia que la ests informando y no consultndola, y que si nosotros no te asignamos inmediatamente la provincia que deseas, ya tienes dispuesta una resolucin para presentarla a la Asamblea. Luego, dirigindose a los tribunos, les dijo: Os exijo, tribunos de la plebe, que me apoyis en mi negativa a presentar una propuesta pues, si la decisin me fuera favorable, el cnsul no la reconocer. Se produjo entonces una discusin entre el cnsul y los tribunos; afirmaba este que no tenan apoyo legal para intervenir en apoyo de un senador que se negaba a presentar una propuesta que se le haba solicitada que la hiciera. Los tribunos presentaron su decisin con los siguientes trminos: Si el cnsul presenta al Senado la asignacin de las provincias, su decisin ser vinculante y definitiva, y no permitiremos ninguna propuesta ante el pueblo. Si la presenta, apoyaremos a cualquier senador que se niegue a presentarla cuando se le solicite hacerlo. El cnsul solicit un da de gracia a fin de consultar a su colega. Al da siguiente, present el asunto a la decisin del Senado. La resolucin emitida respecto a las provincias fue que un cnsul se hara cargo de Sicilia y de los treinta buques de guerra [rostratae naves, en el original latino: naves con espoln.-N. del T.] que Cayo Servilio haba tenido el ao anterior, se le concedi permiso para navegar a frica si pensaba que esto resultara en inters del estado; el otro cnsul se encargara del Brucio y de las operaciones contra Anbal, o con el ejrcito que haba servido bajo los cnsules anteriores. [Esta porcin en negrita falta en los manuscritos y se ha tomado de la edicin de apoyo castellana de Alianza Editorial, cuyo autor la toma, a su vez, de Weissenborn, sobre lo redactado por Livio en el libro 36.1.9174.-N. del T.]. Lucio Veturio y Quinto Cecilio habran de sortear y acordar entre ellos quin deba actuar en el Brucio con las dos legiones que el cnsul no solicitara y al que tocara aquel territorio le sera prorrogado el mando durante un ao. Con la excepcin de los cnsules y los pretores, todos los que fueran a hacerse cargo de ejrcitos y provincias veran sus mandos prorrogados durante un ao. Le correspondi a Quinto Cecilio actuar junto al cnsul contra Anbal en el Brucio.
Escipin celebr los Juegos en medio de los
aplausos y el entusiasmo de una numerosa multitud de espectadores. Marco Pomponio Matn y Quinto Catio fueron enviados a Delfos para efectuar all una ofrenda seleccionada del botn del campamento de Asdrbal. Se trataba de una corona de oro de doscientas libras de peso, junto a copias de las piezas del botn efectuadas en plata con un peso total de mil libras [65,4 kg. de oro y 327 kg. de plata, respectivamente.-N. del T.]. Escipin obtuvo ni insisti en lograr permiso para alistar tropas, pero se le permiti reclutar voluntarios. Como haba declarado que su flota no sera una carga para la repblica, se le dio libertad para aceptar cualquier material aportado por los aliados para la construccin de sus naves. Los pueblos de Etruria fueron los primeros en prometer ayuda, cada uno segn sus medios. Cere contribuy con grano y provisiones de toda clase para las tripulaciones; Populonia, con hierro; Tarquinia, con tela para las velas; Volterra, con madera para los cascos y grano; los arretinos [de Arezzo.-N. del T.], con tres mil escudos y otros tantos cascos, estando prestos a suministrar hasta cincuenta mil dardos, jabalinas y lanzas largas. Tambin se ofrecieron a proporcionar todas las hachas, palas, hoces, gaviones y molinos de mano necesarios para cuarenta buques de guerra, as como ciento veinte mil modios de trigo para el suministro durante el viaje de decuriones y remeros [unos 840.384 kg. de trigo.-N. del T.]. Perugia, Chiusi y Roselle [las antiguas Perusia, Clusium y Russellas] enviaron madera de pino para la tablazn de los barcos y una gran cantidad de grano. Los pueblos de la Umbra, as como los habitantes de Nursia, Rieti y Pescara junto a todo el pas Sabino, prometieron proporcionar hombres. Numerosos contingentes de los marsos, los pelignos y los marrucinos se presentaron voluntarios para servir en la flota. Camerino, ciudad aliada en igualdad de derechos con Roma, envi una cohorte de seiscientos hombres armados. Quedaron puestas las quillas de treinta barcos veinte quinquerremes y diez cuatrirremes, urgiendo Escipin los trabajos de tal manera que, en cuarenta y cinco das, tras haberse trado la madera de los bosques, se botaron las naves con sus aparejos y armamento al completo.
[28,46] Escipin naveg hacia Sicilia, con
siete mil voluntarios a bordo de sus treinta buques de guerra, y Publio Licinio marc al Brucio. De los dos ejrcitos consulares estacionados all, escogi el que haba mandado el anterior cnsul, Lucio Veturio. Permiti que Metelo conservara el mando de las legiones que ya tena, pues consider que le ira mejor con hombres acostumbrados a su mando. Los pretores tambin marcharon a sus distintas provincias. Como se necesitaba dinero para la guerra, los cuestores recibieron rdenes para vender aquella parte del territorio de la Campania que se extenda entre la Fosa Griega [cerca de Cumas.-N. del T.] y la costa, as como para denunciar aquellos territorios pertenecientes a ciudadanos campanos, para que se pudieran confiscar. Los delatores recibiran una recompensa del diez por ciento del valor de las tierras. El pretor urbano, Cneo Servilio, deba tambin comprobar que los ciudadanos de Capua estuvieran residiendo donde el Senado les hubiese autorizado residir, castigando a cualquiera que viviese en otra parte. Durante el verano, Magn, que haba invernado en Menorca, embarc con una fuerza de doce mil infantes y dos mil de caballera, navegando hacia Italia con unos treinta buques de guerra y gran nmero de transportes. La costa estaba poco vigilada y pudo sorprender y capturar Gnova [la antigua Genua.-N. del T.]. De all march por la costa ligur con la intencin de levantar a los ligures alpinos. Una de sus tribus, los ingaunos, estaba por entonces librando una guerra contra los epanterios, montanos. Tras dejar a resguardo su botn en Savona, dejando diez buques como escolta, Magn envi el resto de sus naves a Cartago para proteger la costa, pues se rumoreaba que Escipin trataba de invadir frica, y form luego una alianza con los ingaunos, de quienes esperaban obtener ms apoyos que de los montaeses, y empez a atacar a estos ltimos. Su ejrcito creca en nmero cada da; los galos, atrados por la fama de su nombre, se le unieron desde todas partes. Aquellos movimientos se conocieron en Roma a travs de un despacho de Espurio Lucrecio, lo que preocup mucho al Senado. Pareca como si la alegra que sintieron al enterarse de la destruccin de Asdrbal y su ejrcito dos aos antes, quedara borrada completamente con el estallido de aquella nueva guerra en la misma zona, tan grave como la anterior y con la nica diferencia del general. Enviaron rdenes al procnsul Marco Livio para que trasladara el ejrcito de Etruria hasta Rmini, y se facult al pretor urbano, Cneo Servilio, por si lo consideraba conveniente, para que ordenase que las legiones urbanas pudieran emplearse en cualquier parte y para que pudiera otorgar el mando de las mismas a quien creyese ms capaz. Marco Valerio Levino llev estas legiones a Arezzo. Por entonces, Cneo Octavio, que estaba al mando en Cerdea, captur hasta ochenta transportes cartagineses en las proximidades. Segn el relato de Celio, iban cargados con grano y suministros para Anbal; Valerio, sin embargo, dice que transportaban el botn de Etruria, as como los prisioneros ligures y epanterios, a Cartago. Apenas nada digno de registrar tuvo lugar aquel ao en el Brucio. Una peste atac a los romanos y a los cartagineses, resultando igualmente fatal para ambos; pero, adems de la epidemia, los cartagineses sufrieron de escasez de alimentos. Anbal pas el verano cerca del templo de Juno Lacinia, donde construy y dedic un altar con una larga inscripcin con el relato de sus hazaas escrito en letras pnicas y griegas. Libro XXIX
Escipin en frica
[29.1] 205 a. C. A su llegada a Sicilia,
Escipin organiz a los voluntarios en manpulos y centurias, y escogi a trescientos jvenes en la flor de su edad y que descollaban por su vigor, mantenindolos cerca de s. No portaban armas y no saban por qu estaban desarmados ni por qu no se les encuadr en las centurias. Despus, escogi de entre toda la poblacin en edad militar de Sicilia a trescientos de los ms nobles y ricos y los encuadr en una fuerza que llevara con l a frica. Les fij un da para que se presentasen completamente equipados con caballos y armas. La perspectiva de una campaa lejos de su casa, con sus fatigas y grandes peligros, por tierra y por mar, horroriz a los jvenes tanto como a sus padres y familiares. Llegado el da sealado, se presentaron todos completamente equipados de armas y caballos. Entonces, Escipin les dijo que haba llegado a su conocimiento que algunos de los jinetes sicilianos estaban temerosos de esta expedicin tan llena de dificultades y penalidades. Si alguno de ellos se senta as, prefera que se lo expusieran en ese momento a que luego la repblica estuviera servida por soldados reacios e ineficientes que estuvieran siempre quejndose. Podan expresarse con libertad, que l les escuchara con benevolencia. Uno de ellos se atrevi a decir que si fuera libre de elegir, preferira no ir, a lo que respondi Escipin: Joven, ya que no has ocultado tus autnticos sentimientos, proveer un sustituto para ti; a este le dars tu caballo, tus armas y el resto de tu equipo militar, lo llevars contigo para instruirlo en la monta de un caballo y en el uso de las armas. Aquel hombre qued encantado de causar baja en aquellos trminos y Escipin le asign a uno de los trescientos a quienes mantena sin armas. Cuando los otros vieron que aquel caballero qued exento de aquel modo, con la aprobacin del comandante, todos ellos se excusaron y aceptaron un sustituto. De este modo, los romanos reemplazaron a los trescientos jinetes sicilianos sin ningn coste para el Estado. Los sicilianos se encargaron de todo su entrenamiento, pues las rdenes del general eran que todo el que no lo llevara a cabo tendra que prestar por s mismo el servicio de armas. Se dice que de esto result una esplndida ala de caballera que prest buenos servicios a la repblica en muchas batallas.
Luego inspeccion las legiones y escogi a
los que haban prestado ms tiempo de servicio, en particular a quienes haban servido al mando de Marcelo, pues consideraba que estos se haban entrenado en la mejor escuela y que, tras su prolongado asedio de Siracusa, estaban completamente familiarizados con los mtodos de ataque a plazas fuertes. De hecho, Escipin no estaba pensando en absoluto en operaciones de pequea envergadura, pues ya haba fijado su mente en la captura y destruccin de Cartago. Distribuy despus su ejrcito entre las ciudades fortificadas y orden a los sicilianos que suministrasen grano, economizando as el que haba trado de Italia. Se reacondicionaron las naves viejas y se envi a Cayo Lelio con ellas para saquear la costa africana; var las nuevas en Palermo, ya que debido a su apresurada construccin se haban hecho con maderas fuera de temporada y quera tenerlas en dique seco durante el invierno. Cuando termin sus preparativos para la guerra, Escipin visit Siracusa. Esta ciudad an no haba recuperado la tranquilidad despus de las violentas convulsiones de la guerra. Ciertos hombres de nacionalidad italiana se haban apoderado de las propiedades de algunos siracusanos en el momento de la captura, y aunque el Senado haba ordenado su restitucin todava las conservaban. Despus de realizar infructuosos esfuerzos para recuperarlas, los griegos vinieron a Escipin para pedir su devolucin. Consideraba que lo primero era restaurar la confianza en la honradez del gobierno, mediante proclamas en unos casos y sentencias judiciales en otros, contra aquellos que persistan en retener las propiedades, logr la devolucin de sus bienes a los siracusanos. Este proceder suyo, fue apreciado con gratitud no solo por los propietarios, sino por todas las ciudades de Sicilia, que se esforzaron ms que nunca en ayudarle.
Durante este verano se extendi por
Hispania una gran guerra incitada por el ilergete Indbil, cuya nica motivacin fue que su admiracin por Escipin le hizo despreciar a los otros generales. Lo consideraba como el nico general que les quedaba a los romanos, pues todos los dems haban sido muertos por Anbal. Indbil dijo a los hispanos que, por este motivo, no hubo nadie a quien pudieran enviar a Hispania tras la muerte de los dos Escipiones y que, cuando la guerra arreci con fuerza en Italia, llamaron de vuelta a casa al nico hombre que poda enfrentarse con Anbal. Los generales romanos en Hispania no tenan ms que el nombre y se haba retirado al ejrcito veterano; haba ahora confusin por todas partes y una multitud desentrenada de nuevos reclutas. Nunca ms volvera a tener Hispania otra oportunidad de recobrar su libertad. Hasta aquel momento haban sido esclavos de los romanos o de los cartagineses, y a veces no de uno, sino de ambos al mismo tiempo. Los cartagineses haban sido expulsados por los romanos; los romanos podan ser expulsados por los hispanos si estaban unidos, y despus, una vez libre su patria de la dominacin extranjera, podran volver a las tradiciones y ritos de sus antepasados. Con argumentos de esta clase logr levantar a su propio pueblo y a sus vecinos, los ausetanos. Se les unieron otras tribus de los alrededores y, en pocos das, se reunieron en territorio sedetano, en el punto de reunin designado, treinta mil de infantera y unos cuatro mil de caballera. [29.2] Los generales romanos, Lucio Lntulo y Lucio Manlio Acidino, estaban decididos a no dejar que la guerra se extendiera por culpa de alguna negligencia por su parte. Unieron sus fuerzas y marcharon con sus ejrcitos combinados por territorio ausetano, sin causar ningn dao a ninguno de los territorios, enemigos o pacficos, hasta que llegaron donde estaba acampado el adversario. Asentaron su propio campamento a una distancia de tres millas [4440 metros.-N. del T.] del de su enemigo y enviaron emisarios para persuadirlo de que depusiera las armas. Sin embargo, cuando la caballera hispana atac a una partida de forrajeadores, salieron de inmediato apoyos de caballera de los puestos avanzados romanos, producindose una escaramuza sin ventaja especial para ningn bando. Al da siguiente, la totalidad del ejrcito hispano march armado y en formacin de combate hasta menos de una milla del campamento romano. Los ausetanos formaban el centro, los ilergetes lo hacan a la derecha y la izquierda estaba compuesta por varias tribus sin nombre. Entre las alas y el centro quedaron espacios abiertos, lo bastante anchos como para permitir que la caballera cargase por ellos cuando fuera el momento adecuado. La lnea romana se form en la forma habitual, excepto que copiaron la del enemigo al punto de dejar espacios entre las legiones por los que pudiera pasar tambin su caballera. Lntulo, sin embargo, se dio cuenta de que esta disposicin solo resultara ventajosa para aquel bando que fuera el primero en enviar su caballera por los espacios abiertos en la linea contraria. Por consiguiente, orden al tribuno militar, Servio Cornelio, que enviase a su caballera a toda velocidad a travs de las aberturas. l mismo, viendo que su infantera no progresaba y que la duodcima legin, que estaba en la izquierda frente a los ilergetes, empezaba a ceder terreno, mand a la decimotercera legin, que estaba en reserva, para que la apoyara. Tan pronto se restaur la batalla en este sector, cabalg hasta Lucio Manlio, que estaba en primera lnea animando a sus hombres y llevando refuerzos donde lo exiga la situacin, sealndole que todo estaba a salvo a su izquierda y que Servio Cornelio, actuando bajo sus rdenes, pronto envolvera al enemigo con una carga de caballera. Apenas haba dicho esto cuando la caballera romana, cargando por en medio del enemigo, puso en desorden a su infantera y, al mismo tiempo, impidi el paso de los jinetes hispanos. Estos, al verse incapacitados para actuar como caballera, desmontaron y combatieron a pie. Cuando los generales romanos vieron el desorden en las filas enemigas, extendindose el pnico y la confusin y oscilando atrs y delante sus estandartes, llamaron a sus hombres para que quebrasen al enemigo y no le dejasen volver a formar su lnea. Los brbaros no habran resistido el furioso ataque que sigui de no haberse colocado Indbil y su caballera desmontada a modo de pantalla de la infantera. Durante algn tiempo se combati muy violentamente, sin que ninguna de las partes cediera. El rey, aunque medio muerto, mantuvo su terreno hasta que cay a tierra atravesado por un pilo; los que combatan a su alrededor cayeron finalmente abrumados bajo una lluvia de proyectiles. Se inici una huida general y la carnicera result an mayor debido a que los jinetes no tuvieron tiempo de recuperar sus caballos y los romanos nunca relajaron su persecucin hasta haber arrojado al enemigo de su campamento. Trece mil hispanos fueron muertos aquel da y se tomaron unos mil ochocientos prisioneros. De los romanos y sus aliados cayeron poco ms de doscientos, principalmente en el ala izquierda. Los hispanos que haban sido derrotados en el campo de batalla o expulsados de su campamento, se dispersaron entre los campos y finalmente regresaron a sus respectivas comunidades.
[29,3] Despus de esto, Mandonio convoc
una reunin del consejo nacional, en el que se pronunciaron fuertes quejas por las derrotas sufridas y se denunci con fuerza a los autores de la guerra. Se resolvi enviar emisarios a efectuar una rendicin formal y entregar sus armas. Echaron toda la culpa a Indbil, por el inicio de la guerra, as como a otros prncipes cados en su mayora durante la batalla. La respuesta que recibieron fue que su rendicin solo sera aceptada a condicin de que entregasen vivo a Mandonio y a los dems instigadores de la guerra; de no hacerlo as, el ejrcito romano marchara al pas de los ilergetes y ausetanos, as como a los territorios de los dems pueblos, uno tras otro. Cuando se inform de esta respuesta al Consejo, Mandonio y los otros jefes fueron inmediatamente detenidos y entregados para su castigo. La paz qued restablecida entre las tribus hispanas. Se les exigi que proporcionaran doble paga para las tropas aquel ao, un suministro extra de seis meses de grano as como capotes y togas para el ejrcito. Tambin se exigi la entrega de rehenes a una treintena de tribus. De esta manera, la rebelin fue aplastada en Hispania sin ninguna perturbacin grave y todo el terror de nuestras armas se volvi hacia frica. Cayo Lelio lleg a Hipona Regia [a unos 2 km. de la actual Bona, en la provincia de Annaba, Argelia; fue la patria de san Agustn, doctor de la Iglesia.-N. del T.] durante la noche y, al amanecer, sus soldados y los tripulantes de las naves fueron enviados a tierra firme con el propsito de devastar la regin circundante. Como los habitantes estaban pacficamente dedicados a sus ocupaciones y no sospechaban ningn peligro, se les produjo un dao considerable. Mensajeros fugitivos sin aliento extendieron una gran agitacin en Cartago, al declarar que una flota romana haba arribado, bajo el mando de Escipin; el rumor de su cruce a Sicilia ya haba llegado al extranjero. Como nadie saba con certeza cuntos barcos haban sido vistos o cul era el nmero de la fuerza desembarcada, sus miedos les llevaron a exagerarlo todo. Una vez recuperados del primer impacto de la alarma, se llenaron de consternacin y dolor. Ha cambiado tanto la Fortuna se preguntaban, como para que la nacin que en el orgullo de la victoria situ un ejrcito ante las murallas de Roma, y que tras hacer tantas veces morder el polvo a los ejrcitos enemigos, forzando o persuadiendo a la sumisin a todos los pueblos de Italia, deba ahora, al retroceder la guerra, ser testigo de la desolacin de frica y el asedio de Cartago, sin poseer de ningn modo la fortaleza que tuvieron los romanos para hacer frente a tales problemas? De la plebe de Roma y del Lacio se surtan de una juventud, que siempre fue ms numerosa y eficiente, con la que reemplazar todos los ejrcitos que perdieron; mientras, nuestro pueblo era intil para la guerra, fuera el de la ciudad o el de los campos. Nosotros hemos de contratar mercenarios entre los africanos, en los que no se puede confiar y que son tan volubles como el viento. Los soberanos nativos nos son ahora hostiles; Sfax se ha vuelto totalmente contra nosotros desde su entrevista con Escipin; Masinisa se ha declarado abiertamente como nuestro peor enemigo. En ninguna parte aparece la ms mnima posibilidad de ayuda. Magn no ha provocado ningn quebranto en la Galia ni se ha reunido con Anbal; el mismo Anbal se est debilitando, tanto en prestigio como en fuerza.
[29.4] Los cartagineses volvieron de sus
sombras reflexiones, en las que se haban hundido ante las terribles noticias, a causa de la presin del inminente peligro y la necesidad de idear los modos de remediarlo. Decidieron efectuar una apresurada recluta tanto de la poblacin urbana como de la campesina, enviar agentes para reclutar mercenarios africanos, fortalecer las defensas de la ciudad, acumular reservas de grano, preparar un suministro de armas y armaduras, equipar barcos y enviarlos contra la flota romana en Hipona. En medio de estos preparativos, llegaron noticias de que era Lelio, y no Escipin, quien estaba al mando, que la fuerza que haba trado slo era suficiente para hacer correras y que la fuerza principal de combate estaba an en Sicilia. Respiraron aliviados una vez ms, y empezaron a enviar delegaciones a Sfax y a los otros prncipes con el propsito de consolidad sus alianzas. Incluso enviaron emisarios a Filipo con la promesa de doscientos talentos de plata [si se trata del talento cartagins, seran unos 5400 kilos de plata], para inducirlo a invadir Sicilia o Italia. Tambin se enviaron otros a sus generales en Italia, para decirles que deban mantener totalmente ocupado a Escipin en su casa e impedir as que saliera del pas. A Magn no solo le enviaron emisarios, sino tambin veinticinco buques de guerra y una fuerza de seis mil infantes, ochocientos de caballera y siete elefantes. Tambin se le remiti una gran cantidad de dinero para que pudiera reclutar un cuerpo de mercenarios, con los que podra trasladarse ms cerca de Roma y unirse con Anbal. Tales fueron los preparativos y planes de Cartago. Mientras Lelio se llevaba la enorme cantidad de botn que haban tomado de los indefensos y desprotegidos campesinos, Masinisa, que haba odo hablar de la llegada de la flota romana, lleg con unos pocos jinetes de escolta a visitarlo. Se quej de la falta de energa mostrada por Escipin. Por qu pregunt no haba llevado su ejrcito a frica, justo en el momento en que los cartagineses estaban en tal estado de consternacin y desnimo, y con Sfax ocupndose de guerrear con sus vecinos? Estaba seguro de que si se le daba tiempo para organizar los asuntos a su antojo, no actuara con autntica lealtad hacia los romanos. Lelio deba instar a Escipin para que no cejara y l, Masinisa, aunque expulsado de su reino, le podra ayudar con una fuerza de caballera e infantera que en modo alguno resultara despreciable. El mismo Lelio, tambin, no deba permanecer en frica, pues haba motivos para creer que haba zarpado una flota de Cartago con la que, en ausencia de Escipin, no sera seguro enfrentarse.
[29,5] Despus de esta conversacin,
Masinisa se march y al da siguiente Lelio parti de Hipona con sus barcos cargados con el botn, volviendo a Sicilia donde expuso ante Escipin las indicaciones Masinisa. Fue por entonces cuando aparecieron los barcos enviados desde Cartago a Magn, en un lugar frente a la costa situada entre los ligures albingaunos y Gnova. La flota de Magn result estar anclada en aquel momento y, en cuanto advirti la naturaleza de las instrucciones que le llevaban y que deba reunir una fuerza tan grande como pudiera, de inmediato convoc un consejo de los jefes galos y ligures, las dos naciones que componan la mayor parte de la poblacin de aquel pas. Cuando estuvieron reunidos, les dijo que su misin era la de devolverles la libertad y que, como podan ver por ellos mismos, le eran enviados refuerzos desde su hogar. Sin embargo, dependa de ellos el nmero y fuerzas disponibles para la guerra. Haba dos ejrcitos romanos en campaa, uno en la Galia y el otro en Etruria, y saba que era un hecho el que Espurio Lucrecio unira sus fuerzas con Marco Livio. Se deba armar varios miles de hombres si queran ofrecer una resistencia eficaz a dos generales romanos con sus dos ejrcitos. Los galos le aseguraron que estaban totalmente dispuestos a cumplir con su parte, pero que, como uno de los ejrcitos romanos estaba en su territorio y el otro junto en la frontera con Etruria, casi a su vista, cualquier intento de ayudar abiertamente a los cartagineses sometera su patria a una invasin desde ambas partes. Magn solo deba pedir de los galos aquellos auxilios que le pudieran proporcionar en secreto. En cuanto a los ligures, les dijo que el campamento romano estaba muy lejos de sus ciudades y eran por lo tanto libres de actuar segn su eleccin; era justo que armaran a sus jvenes y cumplieran equitativamente con su parte en la guerra. Los ligures no pusieron ninguna objecin y solicitaron solo un periodo de dos meses para alistar sus fuerzas. Magn, mientras tanto, tras mandar a los soldados galos de vuelta a casa, empez a contratar mercenarios en secreto por su pas, sindole enviados clandestinamente suministros desde las diferentes poblaciones. Marco Livio march con su ejrcito de esclavos voluntarios desde Etruria a la Galia y, despus de unirse con Lucrecio, hizo los preparativos para oponerse a cualquier movimiento que Magn puede hacer en direccin a Roma. Si, por su parte, los cartagineses se mantenan tranquilos en aquel rincn de los Alpes, tambin l permanecera donde estaba, cerca de Rmini, para defender Italia.
[29,6] El afn de Escipin por ejecutar su
proyecto se aceler a causa del informe que Cayo Lelio llev de vuelta tras su conversacin con Masinisa, y los soldados se mostraron tambin muy interesados en hacer el viaje cuando vieron a toda la flota de Lelio cargada de botn capturado al enemigo. En su propsito mayor, sin embargo, se cruz otro menor, a saber, la conquista de Locri, una de las ciudades que se haba pasado a los cartagineses durante la desercin general de Italia. La esperanza de lograr este objetivo haba surgido de un incidente muy trivial. La lucha en el Brucio haba asumido ms un carcter de bandidaje que el de una guerra regular. Los nmidas haban dado comienzo a tal prctica y los brucios siguieron su ejemplo, no tanto porque fueran aliados de los cartagineses, sino porque aquel era su modo tradicional y natural de hacer la guerra. Al final, incluso los romanos se vieron arrastrados por la pasin por el saqueo y, en tanto sus generales se lo permitan, solan efectuar incursiones de saqueo contra los campos del enemigo. Una partida de locrios, que haba dejado el refugio de su ciudad, fue capturada por aquellos en una de dichas correras y llevados a Regio; entre ellos haba algunos artesanos que haban estado trabajando para los cartagineses en la ciudadela de Locri. Muchos de los nobles Locrios que haban sido expulsados por sus opositores cuando la ciudad fue entregada a Anbal, se haban retirado a Regio y vivan all en aquel momento. Reconocieron a aquellos artesanos y, naturalmente tras su larga ausencia, queran saber qu estaba pasando en sus casas. Tras responder a todas sus preguntas, los prisioneros dijeron que si eran rescatados y enviados de vuelta crean que podran entregarles la ciudadela, pues vivan all y gozaban de la plena confianza de los cartagineses. Los nobles, llenos como estaban de nostalgia por su hogar y ardiendo en deseos de vengarse de sus rivales, llegaron con ellos a un entendimiento en cuanto a cmo se deba ejecutar el plan y qu signos deban hacerse con los de la ciudadela. A continuacin, fueron rpidamente rescatados y enviados de vuelta. Su siguiente paso fue ir a Siracusa, donde se alojaban algunos de los refugiados, y entrevistarse con Escipin. Le contaron lo que los prisioneros les haban prometido hacer y que consideraban que exista una posibilidad razonable de xito. Dos tribunos militares, Marco Sergio y Publio Matieno, les acompaaron de vuelta a Regio con rdenes de tomar tres mil hombres de la guarnicin y marchar a Locri. Se enviaron tambin instrucciones escritas al propretor Quinto Pleminio para se tomara el mando de la expedicin.
Las tropas salieron de Regio portando con
ellas escalas construidas especialmente para alcanzar la elevada altura de la ciudadela; sobre la medianoche llegaron al lugar desde el que deban dar la seal convenida. Los conspiradores estaban atentos a la misma y, cuando observaron la seal, dejaron caer escalas que haban fabricado con tal propsito; de esta manera, los asaltantes pudieron subir por diferentes sitios al mismo tiempo. Antes de que se diera la alarma, atacaron a los hombres de guardia que, no sospechando ningn peligro, estaban dormidos. Sus gemidos de muerte fueron los primeros sonidos que se escucharon, luego se produjo el desnimo de hombres sbitamente despertados y que no saban la causa del tumulto; por fin, al darse cuenta, despertaron a los dems y cada hombre grit Alarma; el enemigo est en la ciudadela y estn matando a los centinelas! con ms fuerza que los dems. Los romanos, superados ahora en nmero, habran resultado vencidos si los gritos de los que estaban fuera no hubiesen desconcertado a la guarnicin, pues la confusin y el miedo de un asalto nocturno hacan parecer todo ms terrible. Los cartagineses, en su temor, imaginaron que la ciudadela estaba ocupada por el enemigo y, abandonando toda resistencia, huyeron a la otra ciudadela que se encuentra no muy lejos de la primera. La ciudad en s, que se extenda entre las dos como premio por la victoria, estaba ocupada por la poblacin. Se efectuaban salidas desde cada ciudadela y escaramuzas todos los das. Quinto Pleminio mandaba la guarnicin romana; Amlcar, la cartaginesa. Se aument el nmero de cada parte mediante refuerzos procedentes de las posiciones prximas. Por fin, el propio Anbal se puso en marcha y los romanos no se hubieran podido sostener si la poblacin, amargada por la tirana y rapacidad de los cartagineses, no se hubiera puesto de su lado.
[29.7] Cuando lleg noticia a Escipin de la
grave situacin en Locri y de la aproximacin de Anbal, temi por la guarnicin, que correra gran peligro por la dificultad de la retirada. Dejando a su hermano Lucio al mando de un destacamento en Mesina, parti en cuanto cambi el sentido de la marea y pudo salir a su favor. Anbal haba llegado al ro Buloto, en un punto no muy lejos de Locri, y desde all haba enviado instrucciones a Amlcar ordenndole lanzar un violento ataque contra romanos y locrios, mientras que l mismo lanzaba un asalto por el lado opuesto de la ciudad, que quedara desguarnecida mientras la atencin de todos se concentraba en el ataque que Amlcar estaba efectuando. Lleg ante la ciudad al amanecer y se encontr el combate ya iniciado, pero al no haber llevado escalas de asalto con las que asaltar las murallas, no se limit a la ciudadela, donde sus hombres, apiados, se impediran los movimientos unos a otros. Despus de dar rdenes para que se apilase el equipaje de los soldados, mostr su ejrcito formado en orden de batalla con objeto de intimidar al enemigo. Mientras se disponan escalas y se preparaban para lanzar un asalto, l cabalg alrededor de las murallas con sus nmidas para ver por dnde se hara mejor la aproximacin. A medida que avanzaba hacia la muralla, uno de los que estaban cerca de l result alcanzado por un escorpin y, alarmado por el peligro al que estaban expuestos sus hombres, orden que se tocara retirada y se fortific en una posicin bastante ms all del alcance de los proyectiles. La flota romana lleg de Mesina lo bastante temprano como para que toda la fuerza pudiera desembarcar y entrar en la ciudad antes del anochecer. Al da siguiente, los cartagineses comenzaron los combates contra la ciudadela mientras que Anbal avanzaba hacia las murallas con las escalas de asalto y todo el resto de aparatos dispuestos para el mismo. De repente, una puerta se abri de golpe y los romanos salieron contra ellos, ejecutando la ltima cosa que esperaba. En su carga por sorpresa dieron muerte a unos doscientos, y Anbal, viendo que el cnsul en persona estaba al mando, retir el resto de sus fuerzas al campamento. Envi un mensaje a los de la ciudadela dicindoles que deban procurar su propia seguridad. Durante la noche levant el campamento y se fue, y los hombres en la ciudadela, despus de incendiar sus cuarteles para retrasar cualquier persecucin con la confusin as creada, siguieron y alcanzaron a su cuerpo principal con una velocidad que se pareca mucho a una huida.
[29.8] Cuando Escipin descubri que la
ciudadela haba sido evacuada y abandonado el campamento, convoc a los locrios a una asamblea y les reproch con gravedad su desercin. Los autores de la revuelta fueron ejecutados y sus bienes conferidos a los jefes del otro partido, como recompensa por su excepcional lealtad a Roma. En lo referente al status poltico de Locri, dijo que no lo cambiara; deberan enviar representantes a Roma y aquello que el Senado considerase conveniente, sera su destino. Aadi que estaba bastante seguro de que, si bien se haba portado tan mal con Roma, estaran mejor bajo los romanos, indignados como estaban contra de ellos, que bajo sus amigos cartagineses. Dejando el destacamento que haba capturado a la ciudadela, con Pleminio al mando, para proteger la ciudad, regres con las tropas que haba trado a Mesina. Despus de su desercin de Roma, los locrios se haban encontrado con un trato tan brutal y tirnico por parte de los cartagineses que pudieron soportar los moderados castigos no solo con paciencia, sino casi con alegra. Pero, como sucedi que Pleminio super a Amlcar, y sus soldados a los cartagineses, en maldad y avaricia, pareca que estaban rivalizando unos con otros en vicios, no en valor. Nada de lo que puede practicar el poder de los fuertes dej de ser hecho contra los dbiles e indefensos habitantes de la ciudad por el comandante y sus hombres. Fueron infligidos inenarrables atropellos a sus personas, a sus esposas y a sus hijos. Su rapacidad no rehuy incluso el sacrilegio; no contentos con saquear los dems templos, queda constancia de que pusieron sus manos sobre el tesoro de Proserpina, que siempre haba estado intacto, excepto por Pirro, e incluso l devolvi el botn y ofreci una costosa ofrenda para expiar su acto sacrlego. Igual en aquella ocasin la flota del rey fuera arrojada y hecha aicos por la tempestad, no devolviendo ileso a tierra nada ms que el sagrado dinero de la diosa, as ahora un desastre de una clase diferente hizo que aquel mismo dinero, que haba resultado contaminado por la violacin de su templo, llevara a todos a un grado tal de frenes que los oficiales se volvan contra los oficiales y los soldados contra los soldados vertiendo contra ellos mismo una rabia hostil. [29,9] Pleminio tena el mando supremo sobre las tropas que haba llevado desde Regio, el resto estaba al mando de los tribunos militares. Uno de sus hombres iba corriendo con una copa de plata que haba robado en una casa, y los propietarios iban corriendo tras l. Result que se encontr con Sergio y Matieno, los tribunos militares, que ordenaron que se le quitase la copa. Surgi una controversia, se lanzaron gritos furiosos y, al final, se inici un verdadero combate entre los soldados de Pleminio y los de los tribunos militares. Unos primero y otros despus, cada uno corra a unirse a su propio grupo, yendo en aumento el nmero y alboroto de los que luchaban. Los de Pleminio fueron derrotados y corrieron a su comandante quejosos y enfadados, mostrndole sus heridas y las armadura manchadas de sangre, y repitiendo las palabras insultantes hacia l que se haban empleado en la pelea. Enfureci, y saliendo a la carrera de su casa convoc ante l a los tribunos militares y orden que se les desnudara y se trajesen varas para azotarlos. Esto llev algn tiempo, ya que lucharon y pidieron ayuda a sus hombres, que, excitados por su reciente victoria, llegaron corriendo desde todas partes como si hubieran sido convocados a las armas para repeler un ataque. Cuando vieron a las personas de sus tribunos efectivamente ultrajadas por los azotes, se encendieron con una ira irrefrenable y, sin el menor respeto por la majestad del cargo ni la menor humanidad, maltrataron groseramente a los lictores, separaron al general de sus hombres y, rodendole, le cortaron la nariz y las orejas dejndole medio muerto. De todo esto se inform a Escipin en Mesina, que unos das ms tarde lleg a Locri en una nave con seis rdenes de remeros [llamadas hexeris.-N. del T.], llevando a cabo una investigacin formal sobre las causas de los disturbios. Pleminio fue absuelto y retuvo su mando, los tribunos fueron declarados culpables y encadenados para ser enviados a Roma. Escipin regres a Mesina y desde all parti hacia Siracusa. Pleminio estaba fuera de s de rabia. Consideraba que Escipin haba tratado sus ofensas demasiado a la ligera y que el nico hombre que poda decidir la pena era el que haba sufrido el ultraje. Los tribunos fueron arrastrados ante l y, despus de someterlos a todas las torturas que el cuerpo humano puede soportar, fueron ejecutados. Ni siquiera entonces qued saciada su crueldad y orden que los cuerpos quedasen insepultos. Ejecut la misma salvaje crueldad con los ciudadanos ms destacados de Locri, de quienes supo que fueron a quejarse a Escipin de su mala conducta. Las pruebas de su lujuria y codicia, que ya haba dado entre los aliados de Roma, se multiplicaron entonces por su ira, recayendo la vergenza y el odio que provocaron no solo sobre l, sino tambin sobre su comandante en jefe.
[29.10] Se acercaba la fecha de las
elecciones cuando se recibi una carta del cnsul Publio Licinio. Deca en ella que l y su ejrcito estaban sufriendo una grave enfermedad y que no habran podido sostener su posicin si al enemigo no le hubiera visitado tambin con una gravedad igual o incluso mayor. Como, por lo tanto, no podra venir, si el Senado lo aprobaba l nombrara dictador a Quinto Cecilio Metelo para que celebrase las elecciones. Sugiri que sera conveniente para el inters pblico que se disolviera el ejrcito de Quinto Cecilio, pues no haba utilidad inmediata para l ahora que Anbal haba marchado a sus cuarteles de invierno y que la epidemia haba atacado su campamento con tal violencia que, a menos que se dispersaran pronto, a juzgar por las apariencias no quedara vivo ni un solo hombre. El Senado autoriz al cnsul para que tomase las medidas que, en conciencia, considerara ms convenientes para la repblica. Por aquel entonces, los ciudadanos estaban afectados por un asunto religioso que haba surgido ltimamente. Debido a la inusual cantidad de lluvias de piedras cadas durante el ao, se haban consultado los libros sibilinos y se haban descubierto ciertos versos oraculares que anunciaban que siempre que un enemigo extranjero llevase la guerra a Italia, se le podra expulsar y vencer si la imagen de la Madre del Ida fuese trada desde Pesino a Roma [Mater Idaea, en el original latino: Cibeles, la Gran Madre, cuyo gran santuario estaba en Pesinunte, en el monte Ida, cercano de Troya de donde, no se olvide, se hacan proceder los romanos; este constituy el primer culto oriental en penetrar en Roma.-N. del T.]. El descubrimiento, por los decenviros, de esta profeca provoc la mayor de las impresiones en los senadores, debido a que la delegacin que haba llevado la ofrenda a Delfos inform a su regreso de que, cuando sacrificaron a Apolo Pitio, los indicios presentes en las vctimas resultaron totalmente favorables; adems, la respuesta del orculo lo fue en el sentido de que esperaba a Roma una victoria mucho mayor que aquella por la que se llevaban aquellos despojos a Delfos. Consideraban que aquellas esperanzas se vean as confirmadas por la accin de Escipin al solicitar frica como su provincia, como si tuviera el presentimiento de que esto dara fin a la guerra. Por lo tanto, con el fin de asegurar cuanto antes la victoria que tanto los hados, los augurios y los orculos anunciaban por igual, dieron en pensar la mejor manera de transportar la diosa a Roma.
[29,11] Hasta ese momento, el pueblo
romano no tena aliadas entre las ciudades de Asia. No haban olvidado, sin embargo, que cuando estaban sufriendo una grave epidemia enviaron a buscar a Esculapio de Grecia, a pesar de que no tenan ningn tratado con aquel pas; ahora que el rey Atalo haba firmado con ellos una liga de amistad contra su comn enemigo, Filipo, esperaban que este hara todo lo posible en inters de Roma. As pues, decidieron enviarle una embajada; los escogidos con aquel propsito fueron Marco Valerio Levino, que haba sido cnsul dos veces y tambin haba estado a cargo de las operaciones en Grecia, Marco Cecilio Metelo, un ex- propretor, Servio Sulpicio Galba, antiguo edil, y dos antiguos cuestores, Cneo Tremelio Flaco y Marco Valerio Faltn. Se dispuso que deban navegar con cinco quinquerremes, a fin de que pudieran presentar un aspecto digno del pueblo de Roma en su visita a aquellos Estados que deban ser favorablemente impresionados con la grandeza del nombre romano. En su camino a Asia, los legados desembarcaron en Delfos, marchando de inmediato a consultar el orculo y saber qu esperanzas tenan ellos y su patria respecto al cumplimiento de su deber. La respuesta que, segn se dice, recibieron fue que alcanzaran su objetivo mediante el rey Atalo, y que cuando hubieran transportado la diosa a Roma deberan procurar que el mejor y ms noble hombre de Roma le diera hospitalidad. Marcharon a la residencia real de Prgamo, y aqu el rey les dio una cordial bienvenida y los condujo a Pesinunte, en Frigia. Luego les entreg la piedra sagrada que los nativos decan que era la Madre de los Dioses y les pidi que la llevaran a Roma. Marco Valerio Faltn fue enviado por delante para anunciar que la diosa estaba en camino, y que el mejor y ms noble hombre de Roma deba ir a recibirla con todos los honores debidos. El cnsul al mando en el Brucio design dictador a Quinto Cecilio Metelo para que celebrase las elecciones, disolviendo su ejrcito; Lucio Veturio Filn fue nombrado jefe de la caballera. Los nuevos cnsules fueron Marco Cornelio Ctego y Publio Sempronio Tuditano; este ltimo fue elegido en su ausencia, pues estaba al mando de Grecia. Luego sigui la eleccin de los pretores, siendo elegidos Tiberio Claudio Nern, Marco Marcio Ralla, Lucio Escribonio Libn y Marco Pomponio Matn. Cuando las elecciones hubieron finalizado, el dictador renunci a su cargo. Los juegos romanos se celebraron tres veces y los Juegos Plebeyos, siete. Los ediles curules fueron los dos Cornelios, Cneo y Lucio. Lucio estaba a cargo de la provincia de Hispania; fue elegido en su ausencia, y aunque ausente, ejerci este cargo. Tiberio Claudio Aselo y Marco Junio Peno fueron los ediles plebeyos. El templo de Virtus, cerca de la puerta Capena fue dedicado este ao por Marco Marcelo, habiendo sido prometido por su padre en Casteggio [la antigua Clastidium.-N. del T.], en la Galia, diecisiete aos antes. Marco Emilio Regilo, flamen de Marte, muri este ao.
[29,12] Durante los ltimos dos aos, se
haba prestado poca atencin a los asuntos en Grecia. Como resultado de ello, Filipo, viendo que los etolios haban sido abandonados por los romanos, los nicos de los que esperaban ayuda, les oblig a pedir la paz y a aceptar sus trminos. De no haber dedicado todas sus energas a conseguir este resultado lo antes posible, sus operaciones contra ellos habran sido interrumpidas por el procnsul Publio Sempronio, que haba sustituido a Sulpicio y mandaba una fuerza de diez mil infantes, mil jinetes y treinta y cinco buques de guerra, un contingente considerable que llevar en auxilio de nuestros aliados. Apenas se haba concluido la paz cuando llegaron al rey noticias de que los romanos estaban en Dirraquio [Drres, en la actual Albania.-N. del T.] y que las tribus partinas y otras vecinas se haban levantado y estaban sitiando Krotine [la antigua Dimallum.-N. del T.]. Los romanos haban desviado sus fuerzas hacia este lugar, en vez de marchar hacia los etolios, como muestra de descontento por haber estos firmado la paz con el rey en contra de la alianza que mantenan y sin su consentimiento. Al tener noticia de esto Filipo, ansiando impedir que aquellos derivase en una sublevacin mayor, march apresuradamente hacia Apolonia. Sempronio se haba retirado a este lugar despus de enviar a Letorio, con parte de sus fuerzas y quince de los buques a Etolia para comprobar cmo estaban las cosas all y, si era posible, perturbar la paz. Filipo asol el territorio alrededor de Apolonia y llev sus fuerzas hasta la ciudad con objeto de ofrecer combate a los romanos. Sin embargo, como vio que se mantenan dentro de sus murallas, y dudando sobre su capacidad para atacar la plaza, se retir a su reino. Un motivo adicional para su retirada era su deseo de firmar la paz con ellos como lo haba hecho con los etolios; o si no la paz, en todo caso, una tregua, por lo que evit irritarlos con ms hostilidades.
Los epirotas, para entonces, estaban ya
cansados de la prolongada guerra; tras sondear a los romanos enviaron emisarios a Filipo con propuestas para un acuerdo general y asegurndole que no caba duda en cuanto a su firma si conferenciaba con Sempronio. El rey no era en absoluto contrario a la propuesta y consinti a visitar el piro. Finiq, una importante ciudad del piro [la antigua Fnice.-N. del T.], fue elegida como el lugar de reunin, y all el rey, despus de una entrevista preliminar con Aeropo, Dardas y Filipo, pretores de los epirotas, se reuni con Sempronio. Estuvieron presentes en la conferencia Aminandro, rey de los Atamanos, as como los magistrados de los epirotas y acarnanes. El magistrado epirota, Filipo, abri el debate apelando al rey y al general romano para que pusieran fin a la guerra en consideracin a los epirotas. Las condiciones de la paz, segn declar Sempronio, eran que los partinos, junto a las ciudades de Krotine, Bargulo y Eugenio deban pasar a dominio de Roma; Atintania sera para Macedonia si los embajadores de Filipo lograba que el Senado sancionara el acuerdo. Cuando quedaron acordados los trminos, el rey incluy a Prusias, rey de Bitinia, y a los aqueos, beocios, tesalios, acarnanes y epirotas como partes del acuerdo Los romanos, por su parte, extendieron sus disposiciones a los Ilienses, al rey Atalo, a Pleurato, a Nabis, tirano de los lacedemonios, a los eleos, a los mesenios y a los atenienses. Se pusieron luego por escrito las clusulas y se sellaron debidamente. Se acord un armisticio de dos meses, para permitir que los embajadores enviados a Roma obtuvieran de la Asamblea la ratificacin del tratado. Todas las tribus votaron a favor, contentas de verse relevadas en aquel momento de la presin de otras guerras, ahora que sus esfuerzos se dirigan a frica. Tras concluirse la paz, Publio Sempronio parti hacia Roma para asumir los deberes de su consulado.
[29,13] Publio Sempronio y Marco Cornelio
se hicieron cargo de su consulado en el decimoquinto ao de la guerra pnica 204 a. C. . A este ltimo se le decret la provincia de Etruria junto con el ejrcito que all estaba; Sempronio recibi el Brucio y tuvo que alistar nuevas tropas. De los pretores, Marco Marcio se encarg de la pretura urbana, Lucio Escribonio de la peregrina y la administracin de la Galia; Sicilia recay sobre Marco Pomponio Matn y Cerdea sobre Tiberio Claudio Nern. Publio Escipin vio ampliado su mandato durante doce meses con el ejrcito y la flota que ya tena. Publio Licinio deba permanecer en el Brucio con dos legiones, hasta el cnsul considerase conveniente que mantuviera all su mando. Marco Livio y Espurio Lucrecio tambin mantendran las legiones con las que haban estado protegiendo la Galia contra Magn. Cneo Octavio haba de entregar su legin y el mando de Cerdea a Nern, y hacerse cargo de una flota de cuarenta buques para la proteccin de la costa, dentro de los lmites fijados por el Senado. Los restos del ejrcito de Cannas, que ascendan a dos legiones, fueron asignados a Marco Pomponio, el pretor al mando de Sicilia. Tito Quincio deba mantener Tarento y Cayo Hostilio Tbulo guardara Capua, con las guarniciones existentes y ambos con rango de propretor. Con respecto a Hispania, se dej al pueblo que decidiera sobre los dos procnsules que se deban enviar a aquella provincia, siendo unnimes al retener all al mando a Lucio Cornelio Lntulo y Lucio Manlio Acidino. Los cnsules procedieron al alistamiento, segn lo ordenado por el Senado, con el propsito de reclutar nuevas legiones para el Brucio y completar los dems ejrcitos hasta su total de efectivos. [29,14] A pesar de que frica no haba sido colocada oficialmente entre las provincias los senadores, creo yo, lo mantuvieron en secreto para evitar que los cartagineses obtuviesen la informacin de antemano, los ciudadanos esperaban que frica sera aquel ao el escenario de las hostilidades y que el final de la Segunda Guerra Pnica no estara lejos. En tal estado de excitacin mental, los pensamientos de los hombres se llenaban de supersticin y al estar dispuestos a dar crdito a los anuncios de portentos, hacan que aumentase su nmero. Se dijo que haban sido vistos dos soles; hubo intervalos de luz diurna durante la noche; en Sezze se vio cruzar un cometa de este a oeste; una puerta en Terracina y, en Anagni, una puerta y varias porciones de la muralla, fueron golpeadas por un rayo; en el templo de Juno Sospita, en Lanuvio, se escuch un estrpito al que sigui un terrible fragor. Para expiar estos portentos se ofrecieron rogativas especiales durante un da completo, y como consecuencia de una lluvia de piedras se observaron solemnemente nueve das de oraciones y sacrificios. La discusin sobre recepcin debida a la Madre Idea tambin era objeto de discusin. Marco Valerio, el miembro de la delegacin que haba adelantado su llegada, haba informado que estara en Italia casi de inmediato, y un mensajero recin llegado haba trado la noticia de que ya estaba en Terracina. La atencin del Senado estaba centrada en una cuestin de no poca importancia, pues tenan que decidir quin era el mejor hombre de todos los ciudadanos. Cada cual consideraba que el ganar esta distincin para s mismo sera una autntica victoria, muy superior a cualquier cargo oficial o distincin honorfica que pudieran conferir tanto patricios como plebeyos. De todos los grandes y buenos hombres de la Repblica, se consider como el mejor y ms noble a Publio Escipin, el hijo del Cneo Escipin que haba cado en Hispania; un joven an no lo bastante mayor como para ser cuestor. De haberlo dictado los autores que vivieron ms prximos a aquellos das, me habra encantado registrar para la posterior aquellos de sus mritos que indujeron al Senado a llegar a tal conclusin. As pues, no interpondr mis conjeturas en una materia oculta en las nieblas de la antigedad.
Se orden a Publio Escipin que fuese a
Ostia, acompaado por todas las matronas, para recibir a la diosa. La recogera conforme abandonase la nave y, al llegar a tierra, deba ponerla en manos de las matronas que deban llevarla a su destino. Tan pronto se divis el barco en la desembocadura del Tber, se hizo a la mar segn sus instrucciones, recibi la diosa de las manos de sus sacerdotisas, y la trajo a tierra. All fue recibida por las importantes matronas de la Ciudad, entre las cuales el nombre de Claudia Quinta destacaba por su excelencia. Segn el relato tradicional, su reputacin haba sido dudosa anteriormente, pero su funcin sagrada la rode con un halo de castidad a los ojos de la posteridad. Las matronas, cada una tomando su turno para llevar la imagen sagrada, trasladaron a la diosa al interior del templo de la Victoria, en el Palatino. Todos los ciudadanos acudieron a su encuentro; en las calles por donde se la llevaba fueron colocados incensarios quemando incienso delante de las puertas, surgiendo de todos los labios una oracin para que ella, por su propia y libre voluntad, se complaciera en entrar en Roma. El da en que este evento se llev a cabo fue el 12 de abril, y se observ como festivo; el pueblo lleg en masa a hacer sus ofrendas a la deidad; se celebr un lectisternio y quedaron constituidos los juegos que posteriormente seran conocidos como Megalesios [o sea, en griego, en honor a la Megle Mater, Gran Madre.-N. del T.].
[29.15] Mientras se adoptaban las medidas
para completar las plantillas de las legiones en las provincias, algunos de los senadores sugirieron que haba llegado el momento de no tolerar ms ciertas cosas que, si bien se haban adoptado en un momento de emergencia crtica, resultaban intolerable ahora que, gracias a la bondad de los dioses, haban desaparecido sus temores. En medio de la atencin de la Cmara manifestaron que las doce colonias latinas que rehusaron proporcionar soldados cuando Quinto Fabio y Quinto Fulvio eran nuestros cnsules, han disfrutado en los ltimos seis aos de una exencin de servicios militares, como si se les hubiera concedido a modo de honor o distincin. Mientras tanto, nuestros buenos y fieles aliados, como recompensa por su fidelidad y devocin, se han agotado por completo con las reclutas que han efectuado ao tras ao. Estas palabras no solo volvieron a la memoria del Senado un hecho que casi haban olvidado, sino que excit su ira. En consecuencia, insistieron llevar esto en primer lugar ante la Cmara, que promulg el siguiente decreto: Los cnsules convocarn en Roma a los magistrados y diez notables de cada colonia ofensora, a saber: Nepi, Sutri, Ardea, Calvi Risorta, Alba, Carseoli, Sora, Suessa, Sezze, Cercei, Narni e Interamna Sucasina. Ordenarn a cada colonia que suministre un contingente de infantera el doble de numeroso del mayor que hubieran alistado desde que los cartagineses aparecieron en Italia, adems de ciento veinte de caballera. En caso de que alguna colonia no pudiera completar el nmero requerido de hombres a caballo, se les permitira sustituir cada soldado de caballera faltante con tres de infantera. Tanto la caballera como la infantera deban elegirse de entre los ciudadanos ms ricos, y se enviaran all donde se precisasen refuerzos fuera de los lmites de Italia. Si alguna de ellas se negase a cumplir con esta demanda, ordenamos que los magistrados y representantes de esa colonia sean detenidos, y que no se les conceda audiencia del Senado hasta que no hayan cumplido con lo que se les exige. Adems de estos requerimientos, se impondr a estas colonias un impuesto de un as por cada mil, pagadero anualmente, practicndose un censo segn las leyes determinadas por los censores, rigiendo las mismas que para el pueblo de Roma. Los censores romanos deban proporcionar a los censores de las colonias el conjunto de instrucciones preciso, y estos ltimos deban llevar sus cuentas juradas a Roma antes de abandonar el cargo.
En cumplimiento de esta resolucin del
Senado, fueron convocados a Roma los magistrados y los notables de esas colonias. Cuando los cnsules les ordenaron proporcionar los suministros necesarios de hombres y dinero estallaron en fuertes y rabiosas protestas. Era imposible, dijeron, alistar tantos soldados y ya tendran la mayor de las dificultades en conseguir el nmero anterior. Rogaron que se les permitiera comparecer y defender su causa ante el Senado, y protestaban diciendo que no haban hecho nada que justificase que debieran morir. Pero, incluso si eso significaba la muerte para ellos, ninguna culpa de la que fueran culpables y ninguna amenaza por parte de Roma le podra hacer alistar ms hombres de los que tenan. Los cnsules fueron inflexibles y ordenaron a los representantes que permanecieran en Roma mientras los magistrados regresaban a sus casas para reclutar los hombres. Se les dijo que, a menos que llevasen a Roma el nmero requerido de hombres, el Senado no les concedera audiencia. Como no haba ninguna esperanza de acercarse al Senado y pedir un trato ms favorable, procedieron al alistamiento en las doce colonias, no presentando este ninguna dificultad debido al aumento en el nmero de hombres en edad militar despus del largo periodo de exencin.
[29.16] Otra cuestin, que se haba perdido
de vista durante un perodo de tiempo similar, fue planteada por Marco Valerio Levino. Era justo y apropiado, dijo, que se devolvieran las sumas aportadas por los particulares en el ao en que l y Marco Claudio fueron cnsules. Nadie deba sorprenderse de que l estaba particularmente interesado en que la repblica cumpliera honorablemente con sus compromisos, pues, aparte del hecho de que concerna especialmente al cnsul de aquel ao, fue l mismo quien abog por aquellas contribuciones en un momento en que el tesoro estaba exhausto y los plebeyos no podan pagar su impuesto de guerra. Los senadores se alegraron de que se les recordara el incidente y se encarg a los cnsules que presentaran una resolucin para su discusin. Estos emitieron un decreto para que los prstamos fuesen pagados en tres plazos; el primero, inmediatamente por los cnsules entonces en ejercicio; el segundo y tercero por los cnsules que estuviesen en activo a los dos y cuatro aos, respectivamente. Posteriormente, se present un asunto que anul cualquier otro inters, a saber, el terrible estado de cosas en Locri. Hasta ese momento nada se haba odo de esto, pero desde la llegada de los delegados se haba vuelto de general conocimiento. Se sinti una profunda ira por la criminal conducta de Pleminio, pero an ms por la ambicin y negligencia mostradas por Escipin. Diez embajadores de Locri, presentando una imagen de dolor y miseria, se acercaron a los cnsules, que se encontraban en sus tribunales en el Comicio, y llevando al modo griego ramas de olivo como smbolo de los suplicantes, se postraron en el suelo con lgrimas y gemidos. En respuesta a la pregunta de los cnsules en cuanto a quines eran, dijeron que eran locrios y que haban sufrido a manos de Pleminio y sus soldados romanos tal trato como ni el pueblo romano deseara ver sufrir a los cartagineses. Anhelaban el permiso para comparecer ante el Senado y mostrar su dolorosa historia.
[29.17] Se les concedi audiencia y el
embajador de ms edad se dirigi al Senado en los siguientes trminos: La importancia que otorguis a nuestras quejas, senadores, depender en gran medida, lo s muy bien, de que tengis conocimiento preciso de las circunstancias bajo las que Locri fue entregada a Anbal y, despus de que fuera expulsada su guarnicin, cmo regresamos nuevamente bajo vuestra soberana. Pues si nuestro senado y pueblo no fueron en ningn caso responsables de la desercin, y se puede demostrar que nuestro regreso a vuestra obediencia se produjo no slo con nuestro pleno consentimiento, sino tambin por nuestro propio esfuerzo y valor, sentiris entonces la mayor indignacin por tales vergonzosos ultrajes, infligidos por vuestro magistrado y soldados contra buenos y fieles aliados. Creo, sin embargo, que debemos posponer para otro momento la explicacin sobre nuestro doble cambio de bando, por dos razones. Una de ellas es que el asunto debiera ser discutido cuando est presente Publio Escipin, pues l retom Locri y fue testigo de todos nuestros actos, tanto buenos como malos; la otra razn es que, por malos que pudiramos ser, no habramos sufrido como lo hemos hecho. No negamos, senadores, que cuando tuvimos la guarnicin cartaginesa en la ciudadela hubimos de someternos a muchos actos de insolencia y crueldad a manos de Amlcar y sus nmidas y africanos, pero qu era aquello comparado con lo que est pasando hoy en da? Os ruego, senadores, que no os ofendis por lo que a regaadientes me veo obligado a decir. El mundo entero est esperando con ferviente expectacin para ver si seris vosotros o los cartagineses los amos del orbe. Si la eleccin entre la supremaca romana y pnica dependiera de la forma en que los cartagineses nos han tratado a los locrios en comparacin con lo que estamos sufriendo hoy de vuestros soldados, no hay ni uno de nosotros que no prefiriera su gobierno al vuestro. Y, sin embargo, a pesar de todo esto, ved cules han sido nuestros sentimientos hacia vosotros. Cuando estbamos sufriendo comparativamente menores ofensas de los cartagineses, nos dirigimos a vuestro comandante; ahora que sufrimos de vuestras tropas peores injurias que cualquiera que nos hubiera infligido el enemigo, es ante vosotros, y ante nadie ms, donde exponemos nuestras quejas. Si vosotros, senadores, no dirigs vuestra mirada sobre nuestras miserias, nada nos quedar excepto rezar a los mismos dioses inmortales.
Quinto Pleminio fue enviado con un
destacamento de tropas para recuperar Locri de los cartagineses, permaneciendo con ellas en la ciudad. En este general vuestro lo extremo de la miseria me da el valor para hablar libremente nada tiene de humano excepto su faz y apariencia, no hay rastro de un romano excepto en su vestir y lenguaje; es una bestia salvaje, un monstruo como esos legendarios, que rondan las aguas que nos separan de Sicilia, para destruccin de los marinos. Si se hubiera contentado con llevar su propia infamia, villana y rapacidad sobre vuestros aliados, podramos haber llenado este abismo, por profundo que fuese, con paciente resistencia; pero tal como han sido las cosas, se ha mostrado tan ansioso por difundir su libertinaje y maldad tan indiscriminadamente que ha convertido a cada centurin y a cada soldado en un Pleminio. Todos roban por igual, saquean, golpean, hieren, matan, ultrajan a las matronas, doncellas y nios, a quienes arrancan de brazos de sus padres. Cada da es testigo de un nuevo terror, un nuevo saqueo de nuestra ciudad; en todas partes, da y noche, se repite el eco de los gritos de las mujeres secuestradas y raptadas. Cualquiera que sepa lo que est pasando podra preguntarse cmo somos capaces de soportarlo todo, o por qu no se han cansado de vuestros crmenes. No entrar en detalles, ni tampoco merece la pena escuchar lo que cada uno de nosotros ha sufrido; pero os dar una descripcin general. Me atrevo a afirmar que no hay una sola casa en Locri, ni un solo individuo, que haya escapado de los malos tratos; no hay forma de maldad, lujuria o codicia que no se haya practicado sobre todo aquel que fuese vctima apropiada. Es difcil decidir cul es la mayor desgracia para una ciudad, si la de ser capturada por el enemigo en la guerra o la de ser aplastados por la fuerza y la violencia de un tirano sanguinario. Todos los horrores que conlleva la captura de una ciudad hemos sufrido y seguimos sufriendo con el mximo rigor; todas las torturas que infligen los tiranos despiadados y crueles a sus oprimidos sbditos, nos las ha infligido Pleminio a nosotros, a nuestros hijos y a nuestras esposas.
[29,18] Hay un asunto sobre el que
nuestros sentimientos religiosos nos obligan a presentar una queja en especial, y nos daremos por satisfechos si, despus de escuchar lo ocurrido y as lo decids, tomis medidas para limpiar vuestra repblica de la contaminacin del sacrilegio. Hemos visto con qu cuidado piadoso adoris no solo a vuestros dioses, sino que incluso reconocis a los de las dems naciones. Hay ahora en nuestra ciudad un santuario consagrado a Proserpina, y creo que algunos rumores sobre la santidad de ese templo llegaron a vuestros odos durante vuestra guerra contra Pirro. En su viaje de regreso desde Sicilia, toc tierra en Locri y aadi, a las atrocidades que haba cometido contra nosotros por nuestra lealtad hacia vosotros, el saqueo del tesoro de Proserpina, intactos hasta aquel da. Puso el dinero a bordo de su flota y continu su viaje por tierra. Qu ocurri, senadores? Pues que al da siguiente una terrible tormenta hizo aicos su flota y los barcos que transportaban el oro sagrado fueron arrojados a tierra, sobre nuestras costas. Convencido por este gran desastre de que, a fin de cuentas, existan realmente los dioses, el arrogante monarca imparti rdenes para que se recogiera todo el dinero y se llevase de vuelta al tesoro de Proserpina. A despecho de esto, nada le fue bien despus; fue expulsado de Italia y, en un intento temerario por entrar en Argos durante la noche, se encontr con una muerte innoble y deshonrosa. Vuestro general y los tribunos militares han odo hablar de este incidente, y de muchos otros que se les contaron, no tanto para aumentar la sensacin de temor como para dar pruebas de la potencia directa y manifiesta de la diosa, un poder que nosotros y nuestros ancestros hemos experimentado muchas veces. A pesar de ello, osaron poner las manos sacrlegas sobre ese tesoro inviolable, haciendo recaer sobre ellos mismos, sus casas y vuestros soldados la culpa de su profanador saqueo. Os imploramos por tanto, senadores, por todo lo que os es sagrado, que no empleis a estos hombres en ningn servicio militar hasta que hayan expiado su crimen, para que su sacrilegio no sea expiado, no ya solo por su sangre, sino tambin por desastres de la repblica.
Ni siquiera ahora tarda la ira de la diosa en
visitar a vuestros oficiales y soldados. Se han enfrentado con frecuencia en batallas campales; Pleminio mandando un bando y los tribunos militares el otro. Han combatido unos contra otros entre s tan furiosamente como nunca han luchado contra los cartagineses; y en su frenes, han dado ocasin a Anbal para recuperar Locri, si no hubiramos avisado a Escipin. No creis que mientras la culpa del sacrilegio conduce a los hombres a la locura, la diosa no manifestar su ira castigando tambin a los jefes. Justamente aqu es donde ms claramente se manifiesta. Los tribunos fueron azotados con varas por su oficial superior; despus, fue sorprendido por ellos y, adems de ser herido por todas partes, le cortaron la nariz y las orejas y fue dejado por muerto. Al final, recuperndose de sus heridas, encaden a los tribunos y despus, tras azotarlos y someternos a las torturas que le infligen a los esclavos, los ejecut y una vez muertos impidi que fuesen enterrados. De esta manera castiga la diosa a los saqueadores de su templo, ni dejar de vejarlos con toda clase de locura hasta que el tesoro sagrado sea nuevamente depositado en el santuario. Cierta vez, cuando nuestros antepasados se vieron apretados durante la guerra contra Crotona, decidieron, como el templo estuviese fuera de los muros de la ciudad, trasladar a esta el tesoro. Una voz se escuch en la noche, procedente del santuario, profiriendo una advertencia: .No pongis la mano sobre l! La diosa proteger su templo!. Disuadido por el temor religioso de mover el tesoro, quisieron construir una muralla alrededor del templo. Despus de haber progresado un tanto su construccin, se derrumb repentinamente. A menudo en el pasado ha protegido la diosa su templo y la sede de su presencia, o bien, como en la actualidad, se ha cobrado una gran expiacin de quienes la han violado. Pero ella no puede vengar nuestros males, ni nadie puede excepto vosotros, senadores; es a vuestro honor al que invocamos y vuestra proteccin bajo la que buscamos refugio. Permitir que Locri siga bajo aquel general y aquellas fuerzas resulta, por lo que a nosotros respecta, lo mismo que si nos entregaseis a Anbal y sus cartagineses para que nos castiguen. No os pedimos que aceptis lo que decimos de inmediato, en ausencia del acusado y sin or su defensa. Permitid que comparezca, que escuche los cargos contra l y que los refute. Si hay algn delito, de los que un hombre puede ser culpable hacia otro, que ese hombre nos haya ahorrado, estaremos entonces dispuestos a sufrirlo, si est en nuestra mano hacerlo, una vez ms, y dispuestos a perdonarle todo mal contra los dioses y los hombres.
[29.19] Al terminar el discurso el embajador,
Quinto Fabio le pregunt si haban expuesto sus quejas ante Escipin. Contestaron que le haban enviado una delegacin, pero estaba muy ocupado con los preparativos para la guerra y navegando, o a punto de navegar en muy pocos das, hacia frica. Haban tenido prueba de la alta estima que por Pleminio tena su comandante en jefe, pues, tras investigar las circunstancias que haba llevado a la disputa entre l y los tribunos militares, Escipin haba encadenado a los tribunos y permitido que su subordinado conservase el mando, pese a ser tanto o ms culpable. Se les orden entonces retirarse, y en la discusin que sigui tanto Pleminio como Escipin fueron severamente criticados por los notables de la Cmara, especialmente por Quinto Fabio. Declar que Escipin haba nacido para destruir toda la disciplina militar. Lo mismo ocurri en Hispania; ms hombres se haban perdido all durante el motn que en la batalla. Su conducta era la de algn rey extranjero, siendo primero indulgente para con los soldados y luego castigndolos. Fabio concluy su ataque con la siguiente drstica resolucin: Propongo que Pleminio sea conducido a Roma encadenado para que defienda su causa y, si las acusaciones que los locrios le imputan son justificadas, que se le ejecute en prisin y se confisquen sus bienes. Con respecto a Publio Escipin, que ha abandonado su provincia sin rdenes de hacerlo, propongo que se le llame de vuelta y se traslade a los tribunos de la plebe que presenten ante la Asamblea la propuesta de que se le releve de su mando. En cuanto a los locrios, propongo que se les traiga de vuelta a la Curia y que les aseguremos, en respuesta a su queja, que tanto el Senado como el pueblo desaprueban lo que se ha hecho y que les reconocemos como buenos y fieles aliados y amigos. Y, adems, que sus esposas e hijos y todo lo que se les ha quitado les ser devuelto, y que todo el dinero sustrado del tesoro de Proserpina ser recogido y devuelto el duplo. La cuestin de la expiacin debe ser remitida al colegio de pontfices, que deber decidir qu ritos expiatorios habrn de observarse, qu deidades se debern propiciar y qu vctimas se deben sacrificar en los casos en que son violados los tesoros sagrados. Los soldados de Locri deben ser trasladados a Sicilia y se deben enviar cuatro cohortes latinas como guarnicin de la plaza. Debido a los acalorados debates entre los partidarios de Escipin y sus oponentes, no se pudieron recoger las opiniones ese da. No slo tena que soportar el odio por la criminal brutalidad de Pleminio hacia los locrios, sino que se acusaba al comandante de no vestir como un romano y ni siquiera como un militar. Se afirmaba que andaba por el gimnasio con un manto y sandalias griegas, que pasaba el tiempo entre lecturas y la palestra, y que todos los de su personal estaban disfrutando de las atracciones de Siracusa y viviendo una vida semejante de molicie. Que haban perdido por completo de vista a Anbal y a los cartagineses; que todo el ejrcito estaba desmoralizado y desmandado; como antes el de Sucro, este ahora de Locri era ms temido por sus aliados que por el enemigo. [29,20] Aunque haba bastante verdad en estas acusaciones como para darles un aire de verosimilitud, la opinin de Quinto Metelo logr la mayora de los apoyos. Aun estando de acuerdo con el resto del discurso de Fabio, discrepaba en lo referente a Escipin. Escipin, dijo, haca solo unos pocos das que haba sido elegido por sus conciudadanos, joven como era, para mandar la expedicin que deba recuperar Hispania; y, tras haberla recuperado, fue elegido cnsul para dar trmino a la guerra pnica. Todas las esperanzas se centraban ahora en l, como el hombre que estaba destinado a someter frica y liberar Italia de Anbal. Cmo se pregunt, siendo consecuentes, podran ellos llamarle perentoriamente, como a otro Pleminio, sin haber escuchado su defensa, y en especial cuando los mismos locrios admitan que las crueldades de las que se quejaban tuvieron lugar cuando Escipin ni siquiera estaba en el lugar y cuando de nada se le poda acusar definitivamente, ms all de una excesiva indulgencia o pundonor para con su subordinado? Present una resolucin para que Marco Pomponio, el pretor al que haba correspondido Sicilia, partiera de su provincia en un plazo de tres das; que los cnsules escogieran a su discrecin diez miembros del senado que acompaaran al pretor, as como a dos tribunos de la plebe y a uno de los ediles. Con todos estos como consejeros suyos, debera llevar a cabo una investigacin y, si los actos de los cuales los locrios se quejaban, se demostraban haber sido cometidos por orden o con el consentimiento de Escipin, le ordenaran salir de su provincia. Si ya hubiera desembarcado en frica, los tribunos y el edil con dos de los diez senadores que el pretor considerase ms aptos para la tarea, deban dirigirse all, los tribunos y el edil para traer de vuelta a Escipin y los dos senadores para tomar el mando del ejrcito hasta que llegase un nuevo general. Si, por el contrario, Marco M. Pomponio y sus diez consejeros se aseguraban de que lo sucedido no fue por orden ni con la concurrencia de Escipin, este retendra su mando y seguira la guerra como se haba propuesto. Esta resolucin, propuesta por Metelo, fue aprobada por el Senado, y se pidi a los tribunos de la plebe que dispusieran quines de ellos habran de acompaar al pretor. El colegio de pontfices fue consultado en cuanto a la expiacin necesaria por la profanacin y robo del templo de Proserpina. Los tribunos plebeyos que acompa al pretor fueron Marco Claudio Marcelo y Marco Cincio Alimento. Se les asign un edil plebeyo, para que en el caso de que Escipin se negara a obedecer al pretor o ya hubiera desembarcado en frica, los tribunos pudieran, en virtud de su autoridad sagrada, ordenar al edil que lo arrestara y los trajera de vuelta con ellos. Decidieron ir a Locri primero y luego a Mesina.
[29.21] En cuanto a Pleminio, se cuentan dos
historias. Una de ellos reza en el sentido de que, cuando se enter de la decisin en Roma, parti al exilio en Npoles y en su camino se encontr con Quinto Metelo, uno de los diez senadores, que lo arrest y lo llev de vuelta a Regio. Segn la otra, el mismo Escipin mand un general con treinta de los ms nobles jinetes de su caballera [recordemos que an en aquella poca los equites del ejrcito eran aquellos que pertenecan a aquel orden social que traducimos como caballeros.-N. del T.], encadenando a Pleminio y a los principales instigadores de la sedicin. Fueron entregados, por rdenes de Escipin o de sus oficiales, al pueblo de Regio para su custodia. El pretor y el resto de la comisin, a su llegada a Locri, se ocup en primer lugar de la cuestin religiosa, segn sus instrucciones. Se reuni todo el dinero sagrado en posesin de Pleminio y sus soldados, y junto al que ellos haban trado fue depositado en el templo, ofrecindose despus sacrificios expiatorios. Despus de esto, el pretor convoc las tropas en asamblea, y emiti una orden del da por la que amenazaba con severos castigos a cualquier soldado que se quedase en la ciudad o que se llevara cualquier cosa que no le perteneciera. Luego, orden que se llevasen los estandartes fuera de la ciudad y asent su campamento en campo abierto. A los locrios se les dio plena libertad para tomar lo que reconocieran como de su propiedad y para que reclamaran lo que no pudiera encontrarse. Sobre todo, insisti en la inmediata restitucin de todas las personas libres a sus hogares, cualquiera que dejara de devolverlos sera muy severamente castigado.
El siguiente paso del pretor fue convocar una
asamblea de los locrios; aqu anunci que el Senado y el Pueblo de Roma les devolvan su constitucin y sus leyes. Quien desease entablar una accin judicial contra Pleminio o contra cualquier otra persona, debera seguir al pretor a Regio. Si deseaban acusar a Escipin, fuera por ordenar o por aprobar los crmenes contra los dioses y los hombres que se haban perpetrado en Locri, deban enviar sus representantes a Mesina, donde, con la ayuda de sus consejeros, practicara una investigacin. Los locrios expresaron su gratitud al pretor y a los dems miembros de la comisin, as como al Senado y al pueblo de Roma. Anunciaron su intencin de acusar a Pleminio, pero en cuanto a EscipinLa pareja anunci su intencin de procesar a Pleminio pero, en cuanto a Escipin, aunque no se haya preocupado mucho por las injurias infligidas a su ciudad, preferan tenerlo ms como su amigo que como su enemigo. Estaban convencidos de que no fue ni por orden ni con la aprobacin de Publio Escipin que se cometieron aquellos crmenes infames; su culpa era haber depositado demasiada confianza en Pleminio o demasiada desconfianza en los locrios. Algunos hombres eran de tal carcter que, no habiendo cometido un delito, carecen de la resolucin para infligir un castigo cuando se han cometido. El pretor y su consejo se sintieron muy aliviados al no tener que llamar a Escipin a declarar; Pleminio y otros treinta y dos fueron encontrados culpables y enviado encadenados a Roma. Despus, la comisin march donde estaba Escipin para ver con sus propios ojos si haba alguna verdad en los rumores generalizados sobre el estilo de vestir de Escipin, su gusto por los placeres y la falta de disciplina militar, para poder informar a Roma. [29.22] Mientras estaban de camino a Siracusa, Escipin se dispuso a justificarse a s mismo no con palabras, sino con hechos. Dio rdenes para que todo el ejrcito se reuniera en Siracusa y para que la flota estuviese dispuesta a la accin, como si se fuese a enfrentar a los cartagineses tanto por tierra como por mar. Cuando la comisin hubo desembarcado, les recibi cortsmente y, al da siguiente, los invit a contemplar las maniobras de sus fuerzas de tierra y mar; las tropas realizaron sus maniobras, como si estuviesen en una batalla, y los buques participaron en un simulacro de batalla naval. A continuacin, el pretor y los comisionados llevaron a cabo una ronda de inspeccin por los arsenales y almacenes y los dems preparativos para la guerra; la impresin causada por el conjunto y por cada detalle individual fue bastante para convencerlos de que si aquel general y aquel ejrcito no podan vencer a Cartago, nadie podra. Se le inst a que partiera rumbo a frica con la bendicin de los dioses y que cumpliera lo ms rpidamente posible las esperanzas y expectativas por las que las centurias lo haban elegido cnsul por unanimidad. Marcharon con nimos tan alegres que parecan estar llevando de vuelta el anuncia de una victoria y no simplemente informando de los magnficos preparativos para la guerra. Pleminio y sus criminales secuaces fueron encarcelados tan pronto llegaron a Roma. Cuando se presentaron por vez primera ante el pueblo, por los tribunos, todos los nimos estaban tan ocupados por los sufrimientos de los locrios que no hubo lugar alguno a la piedad. Sin embargo, despus de haber sido presentados varias veces, los nimos contra ellos fueron poco a poco menos adversos, la mutilacin que haba sufrido Pleminio y la ausencia de Escipin, que haba sido su amigo, dispusieron al populacho en su favor. Sin embargo, muri en la crcel antes de que terminara su juicio. Clodio Licinio, en el tercer libro de su Historia Romana, afirma que Pleminio soborn a algunos hombres para que prendieran fuego a varias partes de la Ciudad durante los Juegos que Escipin el Africano celebraba en cumplimiento de un voto, durante su segundo consulado, para darle una oportunidad de salir de la crcel y escaparse. El complot fue descubierto y se le traslad, por orden del Senado, al Tuliano [el Tullianum era una antigua cisterna que estaba situada en un subterrneo del Foro, tambin se la conoce como Crcel Mamertina.-N. del T.]. Nada se hizo respecto a Escipin excepto en el Senado, donde todos los comisionados y los tribunos hablaron en trminos tan elogiosos sobre el general, su ejrcito y su flota que el Senado resolvi que la expedicin deba partir para frica tan pronto pudiera. Se dio permiso a Escipin para que seleccionara, de entre los ejrcitos en Sicilia, qu tropas quera llevar con l y cules dejara para guarnecer la isla.
[29,23] Durante estos sucesos en Roma, los
cartagineses haban establecido puestos de observacin en todos los promontorios y pasaron todo el invierno esperando con inquietud las noticias que transmitan unos espejos colocados all. Formaron una alianza con el rey Sifax, un paso que consideraban importante contra la invasin, pues con su ayuda el general romano habra podido desembarcar en frica; Asdrbal Giscn, como ya hemos mencionado, tena lazos de hospitalidad con el rey desde que, a su salida de Hispania, se encontraron Escipin y l en su corte. Hubo conversaciones sobre un lazo ms cercano, mediante el matrimonio del rey con una hija de Asdrbal y, con miras a la concrecin de este proyecto y fijar un da para las nupcias pues la doncella estaba en edad casadera, Asdrbal hizo una visita a Sfax. Cuando vio que el prncipe deseaba apasionadamente el enlace los nmidas son, de todos los brbaros, los ms ardientes amantes, mando traer la muchacha desde Cartago y aceler la boda. La satisfaccin por el enlace se vio acentuada por el hecho de que el rey fortaleci sus lazos con Cartago mediante una alianza poltica. Se redact un tratado, y se ratific bajo juramento, entre Cartago y el rey, en el que las partes contratantes se comprometieron a tener los mismos amigos y los mismos enemigos. Asdrbal, sin embargo, no haba olvidado el tratado que Escipin se haba firmado con Sfax, ni el carcter caprichoso e inconstante de los brbaros con los que haba que tratar; su gran temor era si, una vez Escipin desembarcase en frica, este matrimonio no resultara una restriccin demasiado ligera para el rey. As, mientras el rey estaba en los primeros embates de la pasin y obediente a las cariosas y persuasivas palabras de su esposa, aprovech la oportunidad para convencer a Sfax de que enviase mensajeros a Escipin aconsejndole que no navegase a frica confiando en sus antiguas promesas, pues ahora haba emparentado con una familia cartaginesa mediante su matrimonio con la hija de Asdrbal; Escipin recordara haber conocido al padre en su corte. Tenan que informar a Escipin de que tambin haba hecho una alianza pblica con Cartago y que era su deseo que los romanos condujeran sus operaciones contra Cartago alejados de frica, como hasta entonces haban hecho. De lo contrario, l se involucrara en el conflicto y se vera obligado a apoyar a un bando y abandonar su alianza con el otro. Si Escipin se negara a mantenerse alejado de frica y condujera su ejrcito contra Cartago, Sfax se vera en la necesidad de combatir en defensa de su tierra natal y en defensa de la ciudad natal de su esposa, el padre de esta y su hogar.
[29,24] Provistos de estas instrucciones, los
enviados del rey se dirigieron a Siracusa para entrevistarse con Escipin. Este reconoci que se le privaba de un apreciable apoyo con el que haba esperado contar en su campaa africana, pero decidi enviar inmediatamente de vuelta a los emisarios antes que su misin fuera de conocimiento general. Les dio una carta para el rey en la que le recordaba los lazos personales entre ellos y la alianza que haba establecido con Roma, y solemnemente le advirti en contra de romper los vnculos o violar los solemnes compromisos que haba adoptado, ofendiendo as a los dioses que lo haban atestiguado y que les haran justicia. La visita de los nmidas no pudo, sin embargo, ser mantenida en secreto, pues paseaban por la ciudad y se les vio en el Pretorio; exista el peligro de que se conociera ampliamente el objeto real de su visita y que el ejrcito se desanimara ante la perspectiva de tener de combatir contra el rey y contra los cartagineses al mismo tiempo. Para evitar esto, Escipin decidi alejarlos de la verdad ocupando sus mentes con una mentira. Las tropas fueron convocados a una asamblea y Escipin les dijo que ya no deba haber ms demora. Los prncipes aliados le insistan para marchar a frica lo antes posible; el mismo Masinisa ya haba visitado a Lelio para quejarse del modo en que perdan el tiempo, y ahora Sfax haba mandado emisarios para expresar su sorpresa por el retraso y para exigir que el ejrcito fuera enviado a frica o, si haba algn cambio de planes, que se le informara de ellos para que pudiera tomar medidas para la salvaguardia suya y de su reino. Por tanto, como ya estaban dispuestos todos los preparativos y las circunstancias no admitan ms demora, su intencin era reunir la flota en Marsala [la antigua Lilibeo.-N. del T.], juntar all toda su infantera y caballera y, al primer da que se presentara propicio para viajar, darse a la vela hacia frica con la bendicin de los dioses. Luego escribi a Marco Pomponio para pedirle, si lo crea conveniente, que fuese a Marsala para ponerse de acuerdo sobre qu legiones deban escogerse y cul deba ser la fuerza total del ejrcito invasor. Tambin se dieron rdenes por toda la costa para requisar todos los buques y que se trasladasen a Marsala. Cuando se hubieron reunido en Sicilia todas las fuerzas militares y navales, ya no poda la ciudad acomodar a todos los hombres ni el puerto alojar a todos los buques, imponindose tal entusiasmo entre todos los rangos que pareca como si en vez de marchar a la guerra fueran a cosechar los frutos de una victoria ya ganada. Este era, particularmente, el caso de los supervivientes de Cannas, que se sentan totalmente confiados en que bajo ningn otro jefe podran prestar tal servicio a la repblica que pusiera fin a su ignominiosa condicin. Escipin estaba lejos de despreciar a estos hombres; era muy consciente de que la derrota de Cannas no fue provocada por ninguna cobarda por su parte y saba, tambin, que no haba soldados en el ejrcito romano que hubiesen tenido tan larga experiencia en toda clase de lucha y en la realizacin de asedios. Las legiones de Cannas eran la quinta y la sexta. Despus de anunciarles que las llevara con l a frica, les pas revista hombre a hombre, y a quienes no consider aptos los dej atrs, sustituyndolos con los hombres que haba trado de Italia. De esta manera, elev la plantilla de cada legin hasta seis mil doscientos infantes y trescientos caballeros. Escogi tambin el contingente latino, tanto de a pie como a caballo, de los del ejrcito de Cannas. [29.25] En cuanto al nmero de tropas que embarcaron, existe una considerable divergencia entre los autores. Me encuentro en algunos relatos que ascendan a diez mil de infantera y dos mil doscientos de caballera; en otros dicen que diecisis mil infantes y mil seiscientos jinetes; y an otros doblan esta estimacin y dan un total de treinta y dos mil entre los de a pie y los de a caballo. Algunos autores no dan ninguna cifra exacta y, en una materia tan incierta, prefiero incluirme entre ellos. Celio declina, es cierto, dar ninguna cifra exacta, pero exagera hasta tal punto que da la impresin de una incontable multitud; los mismos pjaros, dice, cayeron en tierra aturdidos por el gritero de los soldados, y tan poderosa hueste embarc que pareca como si no fuera a quedar ni un hombre en Italia o Sicilia. Para evitar confusiones, Escipin supervis el embarque personalmente. Cayo Lelio, que estaba al mando de la flota, haba situado previamente a todos los marineros en sus puestos y los mantuvo all mientras los soldados embarcaban. El pretor, Marco Pomponio, fue el responsable del embarque de la impedimenta; se embarcaron provisiones para cuarenta y cinco das, incluyendo el suministro para quince das de comida cocinada. Cuando todos estuvieron a bordo, se enviaron botes por todos los barcos para recoger a los pilotos, a los capitanes y a dos hombres de cada buque que deban reunirse en el foro y recibir sus rdenes. Cuando todos estuvieron presentes, su primera pregunta fue sobre el suministro de agua para los hombres y los caballos, y lo mismo en cuanto al grano. Le aseguraron que haba agua suficiente en los barcos para cuarenta y cinco das. Luego dej clara a los soldados la necesidad de permanecer tranquilos, en silencio, mantener la disciplina y no interferir con los marineros en el desempeo de sus labores. Adems, les inform de que l y Lucio Escipin mandaran el ala derecha, con veinte buques de guerra; Cayo Lelio, prefecto de la flota, junto a Marco Porcio Catn [he aqu al que luego sera famoso censor, nacido en 234 a. C. y muerto en 149 a. C.; sera enemigo acerbo de Escipin el Africano.- N. del T.], que era cuestor por entonces, estaran a cargo del ala izquierda, con el mismo nmero, y protegeran a los transportes. Los buques de guerra que muestran las luces solo por la noche, los transportes tendra dos, mientras que la nave del comandante se distingue por tres luces. Dio rdenes a los pilotos de que pusieran rumbo a Emporio [regin situada entre los golfos de Hammamet y de Gabes, al este de la actual Tnez.-N. del T.]. Este era un distrito extremadamente frtil, pudindose encontrar all en abundancia suministros de todo tipo. Los nativos, como suele ocurrir en los territorios fecundos, no eran belicosos y seguramente resultaran vencidos antes de que les pudiese llegar ayuda desde Cartago. Tras impartir estas rdenes los despidi a sus naves y, al da siguiente, tras dar la seal estuvieron, con la ayuda de los dioses, dispuestos a zarpar. [29,26] Muchas flotas romanas haban partido de Sicilia, y desde aquel mismo puerto, pero ni siquiera durante la Primera Guerra Pnica en la guerra actual, la mayora eran simplemente expediciones de saqueo pudo ninguna haber ofrecido una imagen ms llamativa en su salida. Y, sin embargo, si slo se tiene en cuenta el nmero de buques, se debe recordar que dos cnsules con sus respectivos ejrcitos haban salido de ese puerto en una ocasin anterior, y los buques de guerra de sus flotas eran casi tan numerosos como los transportes que en esta llevaba Escipin para efectuar su traslado y que, adems de los cuarenta buques de guerra, constaba de cuatrocientos transportes para llevar a su ejrcito. Varias causas conspiraron para hacer de la ocasin algo nico. Los romanos consideraban la guerra actual como ms grave que la anterior, ya que se estaba librando en Italia y haba implicado la destruccin de tantos ejrcitos con sus generales. Escipin, una vez ms, se haba convertido en el general ms popular de su tiempo por sus valientes actos de armas, y su invariable buena fortuna haba incrementado enormemente su fama como soldado. Su plan de invadir frica nunca haba sido intentado por ningn jefe, y era creencia general que lograra sacar a Anbal de Italia y terminar la guerra en suelo africano. Una gran multitud de espectadores se haba reunido en el puerto; adems de la poblacin de Marsala, estuvieron presentes todas las legaciones de las diferentes ciudades de la isla que haban ido a presentar sus respetos a Escipin, as como aquellas que haban acompaado a Marco Pomponio, el pretor de la provincia. Tambin bajaron las legiones que se iban a quedar en Sicilia para despedir a sus camaradas; la multitud que llenaba el puerto era un espectculo tan grande para los que iban embarcados, como la propia flota para quienes estaban en la orilla.
[29.27] Cuando lleg el momento de la
partida, Escipin orden al heraldo que mandara silencio en toda la flota y elev la siguiente plegaria: A Vosotros, dioses y diosas del mar y la tierra, os ruego y suplico que concedis un resultado favorable a cuanto se ha hecho o se est haciendo ahora, o a cuanto se har en adelante bajo mi mando. Que todo sea en beneficio mio y de la Ciudad y el Pueblo de Roma, de nuestros aliados de nombre latino, de todos los que lleven en el corazn la causa de Roma y de todos cuantos marchan bajo mis estandartes, bajo mis auspicios y mando, por tierra, mar o ros. Dadnos vuestra generosa ayuda en todas nuestras acciones, coronad nuestros esfuerzos con el xito. Traed a estos mis soldados y a m mismo salvos a casa de nuevo, victoriosos sobre nuestros vencidos enemigos, adornados con sus despojos, cargados de botn y exultantes en triunfo. Permitid que nos venguemos de nuestros enemigos y conceded al pueblo de Roma y a m el poder de infligir un castigo ejemplar a la ciudad de Cartago, y poder devolverles todas las injurias que su pueblo ha tratado de infligirnos. Cuando termin, arroj al mar las vsceras crudas de la vctima con el ritual acostumbrado. Orden luego al corneta que tocara la seal de partida, y como un fuerte viento les fuera favorable, rpidamente se perdieron de vista. Al medio da se vieron envueltos en una niebla tan espesa que tuvieron dificultades para impedir que sus naves chocaran entre s, el viento se suaviz conforme salan a mar abierto. Durante la noche continu una niebla similar, que se dispers despus del amanecer al mismo tiempo que volva a soplar el viento. Divisaron tierra por fin y unos minutos despus el piloto inform a Escipin de que no estaban a ms de cinco millas de la costa de frica y que se vea claramente el promontorio de Mercurio [es decir, estaban a unos 7400 metros del cabo Bon, en Tnez, que dista unos 150 km. de Marsala; del relato se puede deducir que tardaron unas 24 horas en recorrer esa distancia y que la velocidad media del convoy, por tanto, fue de unos 6,25 km/h, es decir unos cuatro nudos.-N. del T.]. Si le ordenaba dirigirse a l, se asegur el hombre, pronto toda la flota estara en puerto. Cuando tuvo la tierra a la vista, Escipin ofreci una oracin para que esta primera visin de frica le deparase algo bueno a l y a la Repblica. A continuacin dio rdenes a la flota para largar velas y buscar un fondeadero ms al sur. Marcharon con el mismo viento empujndoles, pero se levant una niebla casi a la misma hora que el da anterior, perdieron de vista la costa y amain el viento. Como llegara la noche y todo se oscureciera, y para evitar cualquier riesgo de colisin entre los barcos o que fuesen arrastrados contra la orilla, se decidi echar el ancla. Al hacerse la luz, el viento refresc de nuevo a la misma hora y la dispersin de la niebla revel toda la costa de frica. Escipin pregunt el nombre del promontorio ms cercano, y al enterarse de que se llamaba Pulchrum (Cabo Afortunado, Bello) coment: Me gusta el augurio, dirigid all las naves. La flota naveg hasta all y desembarcaron todas las fuerzas. Esta descripcin de la travesa, favorable y sin verse acompaada por clase alguna de confusin o alarmas, est basada en las declaraciones de numerosos autores griegos y latinos. Solo Celio cuenta que, salvo las naves que no fueron hundidas por las olas, toda la flota estuvo expuesta a cualquier posible peligro desde el cielo y el mar, siendo finalmente empujada desde la costa africana hasta la isla de Gez Giamur [la antigua Egimurus.-N. del T.], logrando desde aqu, a duras penas, recuperar el rumbo correcto. Agrega que mientras los barcos escapaban de mala manera y casi se hundan, los soldados tomaron los botes sin rdenes de su general, como si fueran nufragos, y escaparon a tierra desarmados y con el mayor desorden.
[29.28] Cuando el desembarco se complet,
los romanos midieron un lugar para establecer su campamento en cierto lugar elevado de las cercanas. La visin de una flota enemiga, seguida por el bullicio y la emocin del desembarco, provoc preocupacin y alarma no solo en los campos y granjas de la costa, sino tambin en las ciudades. No slo quedaron llenos los caminos, por todas partes, de una turba de hombres, mujeres y nios mezclados con tropas, sino tambin con los campesinos que conducan su ganado tierra adentro, de manera que se podra decir que frica se desalojaba repentinamente. El terror que provocaron estos fugitivos en las ciudades fue incluso mayor del que ellos mismos habran sentido, especialmente en Cartago, donde la confusin era casi tan grande como si en verdad hubiera sido capturada. Desde la poca de los cnsules Marco Atilio Rgulo y Lucio Manlio, haca casi cincuenta aos, nunca haban visto ms ejrcitos romanos que los empleados en las distintas expediciones de saqueo, que tomaban lo que podan de los campos y regresaban a sus buques siempre antes de que sus compatriotas pudieran reunirse para hacerles frente. Esta provoc en la ciudad huidas y mucha alarma. Y no es de extraar, pues ni exista un ejrcito eficaz ni un general que se pudiera enfrentar a Escipin. Asdrbal, el hijo de Giscn, era de lejos el hombre ms destacado del Estado, se distingue tanto por su nacimiento, su reputacin militar y su riqueza, y ahora por su parentesco con la realeza. Pero los cartagineses no se haban olvidado de que en Hispania haba sido derrotado y puesto en fuga en varias batallas por este mismo Escipin, y que como general no era ms rival para l de lo que su desorganizado ejrcito lo era contra el ejrcito de Roma. Se hizo un llamamiento general a las armas, como si trataran de anticiparse a un asalto inmediato; las puertas se cerraron a toda prisa, se situaron tropas en las murallas, se colocaron puestos de viga y centinelas y pasaron la noche bajo las armas. Al da siguiente, un cuerpo de caballera de unos quinientos jinetes, enviado hacia el mar para practicar un reconocimiento y hostigar a los romanos durante el desembarco, cayeron sobre los puestos avanzados romanos. Escipin, por su parte, despus de enviar la flota a tica [a unos 40 km. al noreste de Tunicia, Tnez.-N. del T.], haba avanzado a una corta distancia de la orilla y capturado una altura cercana donde estacion alguna de su caballera como puestos avanzados; al resto lo envi a saquear los campos.
[29.29] En la escaramuza que sigui, los
romanos mataron a algunos de los enemigos en el mismo combate, pero la mayora cayeron muertos en la persecucin, entre ellos el joven Hann, que estaba al mando. Escipin devast los campos circundantes y captur una ciudad bastante opulenta en la vecindad inmediata. Adems del botn, que de inmediato fue puesto a bordo de los transportes y remitido a Sicilia, hizo prisioneros a unos ocho mil hombres, libres y esclavos. Lo que anim sobre todo al ejrcito, al comienzo de su campaa, fue la llegada de Masinisa que, segn algunos autores, iba acompaado por una fuerza montada de 200 hombres; la mayora de autores, sin embargo, afirman que su nmero ascenda a 2000. Como este monarca era, con mucho, el ms grande de sus contemporneos y prest los ms importantes servicios a Roma, valdr la pena desviarse del orden de nuestro relato y dar una breve relacin de las diversas fortunas que experiment, con la prdida y posterior recuperacin del trono de sus antepasados. Mientras se encontraba en Hispania, luchando por los cartagineses, muri Gala, su padre. De acuerdo con la costumbre de Numidia, la corona pas a Ezalces, hermano del difunto rey y hombre de edad avanzada. No mucho tiempo despus falleci este y el mayor de sus dos hijos, Capusa el otro era un muchacho le sucedi en el trono. Pero como obtuvo el reino ms por la costumbre del pas que porque poseyera cualquier influencia o autoridad sobre sus sbditos, un tal Mazetulo se dispuso a disputarle su derecho. Este hombre tambin era de sangre real, perteneca a una familia que siempre haba sido enemiga de la casa reinante y haba mantenido una lucha constante con fortuna variable contra los ocupantes del trono. Logr levantar a sus compatriotas, sobre los cuales, debido a la impopularidad del rey, tena una influencia considerable, y poniendo abiertamente su ejrcito en campaa, oblig al rey a luchar por su corona. Capusa cay en el combate junto con muchos de sus principales partidarios; la totalidad de la tribu mesulia se someti a Mazetulo. Sin embargo, este no quiso aceptar el ttulo de rey, que dio al nio Lacumazes, nico superviviente de la casa real, y se content con el modesto ttulo de tutor. Con vistas a una alianza con Cartago, se cas con una dama cartaginesa de noble nacimiento y viuda de Ezalces. Tambin mand embajadores a Sfax y renov con l los viejos lazos de hospitalidad, asegurndose as por todas partes apoyos para la lucha que se avecinaba contra Masinisa.
[29.30] Al enterarse de la muerte de su to,
seguida por la de su primo, Masinisa sali de Hispania hacia Mauretania [dividida posteriormente en las regiones Tingitana y Caesarensis, esta regin se correspondera con el territorio septentrional del actual Marruecos, las ciudades espaolas de Ceuta y Melilla y el oeste y centro de los territorios argelinos situados al norte de las montaas del Atlas; sus habitantes eran conocidos como mauri moros, en castellano y masaselios. En la presente traduccin hemos preferido dejar el trmino Mauretania para evitar cualquier confusin con el actual estado de Mauritania, situado sobre la costa atlntica de frica, al sur del reino de Marruecos-N. del T.] Baga era el rey en ese momento, y Masinisa, mediante fervientes y humildes splicas, obtuvo de l una fuerza de cuatro mil moros para servirle como escolta, ya que no lo pudo convencer para suministrarle fuerzas suficientes para operaciones de guerra. Con esta escolta lleg a las fronteras de Numidia, habiendo enviado con antelacin mensajeros a sus amigos y a los de su padre. Aqu se le unieron unos quinientos nmidas y, como se haba dispuesto, su escolta de moros regres con su rey. Sus seguidores eran menos de lo que esperaba, muy pocos de hecho, como para aventurarse en una empresa tan grande. Pensando, sin embargo, que mediante su propio esfuerzo podra llegar a reunir una fuerza que le permitiera lograr algo, avanz hacia Tapso [sus ruinas son visibles en Ras Dimas, cerca de Bekalta, Tnez.-N. del T.], donde se reuni con el pequeo rey Lacumazes, que se diriga a reunirse con Sfax. La escolta del rey se retir a toda prisa a la ciudad, y Masinisa captur la plaza al primer asalto. Algunas de las tropas reales se rindieron, otras que ofrecieron resistencia fueron muertas, pero la gran mayora escap con su nio-rey en la confusin y continuaron su viaje hacia Sfax. La noticia de este xito inicial, por escaso que fuera, trajo a los nmidas con Masinisa; y de los campos y aldeas, por todas partes, acudieron en masa los viejos soldados de Gala bajo sus estandartes e instaron al joven a recuperar su trono ancestral. Mazetulo tena una considerable ventaja en cuanto al nmero; tena el ejrcito con el que haba derrotado a Capusa, as como algunas de las fuerzas que se haban pasado a l tras la muerte del rey, y Lacumazes haba llevado muchas tropas auxiliares procedentes de Sfax. Su fuerza total ascenda a quince mil infantes y diez mil jinetes; aunque inferior en ambas armas, Masinisa se le enfrent. La valenta de los veteranos y la habilidad de su comandante, formado como estaba en las guerras de Hispania, hicieron suyo el da; el rey y el tutor, con solo un puado de masesulios, escaparon a territorio cartagins. As recuper Masinisa el trono de sus antepasados. Como vio, sin embargo, que le esperaba un conflicto mucho ms grave con Sfax, pens que sera mejor conseguir una reconciliacin con su primo y envi una embajada al nio para asegurarle que, si se pona en manos de Masinisa, tendra el mismo trato honorable que Ezalces recibi de Gala. Tambin dio su palabra a Mazetulo en el sentido de que no sufrira dao por lo que haba hecho y, ms an, que se le devolveran todas sus propiedades. Tanto Lacumazes como Mazetulo prefirieron una modesta fortuna en casa a una vida de exilio y, a pesar de todos los esfuerzos de los cartagineses, se pasaron a Masinisa.
[29,31] Result, por entonces, que Asdrbal
estaba visitando a Sfax. El nmida no consideraba asunto de mucha importancia para l que el trono masesulio estuviese ocupado por Lacumazes o por Masinisa, pero Asdrbal le advirti de que estara cometiendo un muy grave error si supona que Masinisa se contentara con las mismas fronteras que su padre, Gala. Ese hombre le dijo tiene mucha ms capacidad y carcter del que haya mostrado hasta ahora ninguno de aquella nacin. En Hispania, tanto ante amigos como frente a los enemigos, haba dado pruebas de un valor poco comn entre los hombres. A menos que Sfax y cartagineses sofocaran aquella llama creciente, pronto se abrasaran en una enorme conflagracin. Su poder era todava dbil y poco seguro, estaba amamantando un reino cuyas heridas an no se haban cerrado. Gracias a la continua insistencia sobre estas consideraciones, Asdrbal lo convenci para trasladar su ejrcito hasta las fronteras de la Masulia y fijar su campamento en territorio que reclamaba, sin lugar a dudas, como parte de sus dominios; esta reclamacin haba sido contestada por Gala no solo con argumentos, sino con la fuerza de las armas. Le aconsej que en caso de que se le presentara oposicin y solo deseaba que fuera as estuviese dispuesto al combate; si por miedo a l se retiraban, deba avanzar al corazn del reino. Los mesulios podan sometrsele sin lucha o verse irremediablemente superados por las armas. Animado por estas ideas, Sfax comenz la guerra contra Masinisa y en la primera batalla derrot y dispers a los mesulios. Masinisa, con unos cuantos jinetes, escap del campo de batalla y huy a una montaa a la que los nativos llamaban Belo. Varias familias, con sus tiendas de campaa y sus rebaos de ganado su nica riqueza siguieron al rey; el grueso de la poblacin se someti a Sfax. La zona montaosa donde se asentaron los fugitivos estaban bien provista de hierba y agua, proporcionando excelentes pastos para el ganado, que suministraba sustento bastante para los hombres, que vivan de leche y carne. Desde estas alturas corran todo el territorio vecino; al principio en incursiones nocturnas furtivas y luego con robos a la luz del da. Qued afectado sobre todo el territorio cartagins, debido a que ofreca ms botn y el saqueo resultaba un asunto ms seguro all que entre los nmidas. Por fin, llegaron a tal punto de audacia que se llevaban el botn hasta el mar y all lo vendan a los comerciantes, que lo llevaban finalmente a sus buques. Cayeron o fueron hechos prisioneros ms cartagineses en aquellas incursiones de lo que a menudo ocurre en la guerra regular. Las autoridades de Cartago se quejaron con fuerza de todo esto ante Sfax, que tambin se mostraba molesto, presionndolo para que pusiera fin a aquellos restos de la guerra. No le pareca, sin embargo, tarea digna de un rey el perseguir a un ladrn a lo largo de las montaas.
[29,32] Boncar, uno de los prefectos del rey,
soldado entusiasta y enrgico, fue seleccionado para esta tarea. Se le proporcionaron cuatro mil infantes y doscientos jinetes, con buenas perspectivas de obtener recompensas si traan la cabeza de Masinisa o, lo que al rey le supondra una satisfaccin inigualable, si lo capturaban con vida. Lanzando un ataque por sorpresa contra los saqueadores, cuando no sospechaban peligro alguno, separ una enorme cantidad de hombres y ganado de su escolta armada y empuj al propio Masinisa con unos cuantos seguidores a lo alto de la montaa. Consideraba ya terminadas las acciones ms serias y, tras mandar su captura de hombres y ganado al rey, devolvi tambin el grueso de sus tropas, a las que no consideraba necesarias para los combates restantes, reteniendo solamente quinientos infantes y doscientos jinetes. Con estos se apresur a perseguir a Masinisa, que haba abandonado las alturas, y encerrndolo en un estrecho valle, bloque las dos entradas e infligi una derrota muy severa a los masulios. Masinisa, con no ms de cincuenta jinetes, se escap a travs de las escarpadas pistas de montaa desconocidas para sus perseguidores. Boncar, sin embargo, le sigui la pista y lo alcanz en campo abierto, cerca de [la antigua Clupea, en Tnez.-N. del T.] donde lo rode hasta tal punto que toda la partida result muerta con excepcin de cuatro que, junto a Masinisa, herido l mismo, se le escaparon entre las manos durante la refriega. Klibia Detectaron su huida y envi a la caballera en su persecucin. Esta se extendi por la llanura, yendo algunos por un atajo contra la cabeza de los cinco fugitivos, cuya huida les llevaba a un gran ro. Temiendo al enemigo ms que al ro, espolearon sus caballos hacia el agua, sin dudarlo un instante, y la rpida corriente los llev ro abajo. Dos se ahogaron ante los ojos de sus perseguidores, y se crey que Masinisa haba perecido. l, sin embargo, con los dos supervivientes, sali entre los arbustos de la otra orilla. Este fue el final de la persecucin Boncar, pues l no se aventur en el ro y no crey que ya le quedase nadie a quien seguir. Volvi junto al rey con la historia sin fundamento de la muerte de Masinisa y se enviaron mensajeros a Cartago para llevar la buena nueva. La noticia se difundi por toda frica y afect a los hombres de maneras muy diferentes. Masinisa se encontraba descansando, oculto en una cueva y tratando su herida con hierbas, y durante algunos das se mantuvo con vida en lo que sus dos jinetes traan de sus incursiones. Tan pronto como la herida hubo sanado lo suficiente como para permitirle soportar los movimientos del caballo, comenz con una audacia extraordinaria a intentar nuevamente recuperar su reino. Durante su viaje no reuni ms de cuarenta jinetes, pero cuando lleg a los mesulios y dio a conocer su identidad, su presencia provoc una gran excitacin. Su anterior popularidad, y la inesperada alegra de verlo sano y salvo, despus de que se le haba credo muerto, tuvo como efecto que en pocos das se reunieron en torno a sus estandartes seis mil de infantera y cuatro mil de caballera. Ahora estaba en posesin de su reino, y comenz a asolar las tribus aliadas de Cartago y el territorio masesulio que estaba bajo el domino de Sfax. Habiendo provocado as las hostilidades contra Sfax, Masinisa tom posiciones en ciertas alturas de montaa entre Constantina [la antigua Cirto.-N. del T.] e Hipona, una situacin ventajosa en todos los aspectos.
[29,33] Sfax se persuadi de que el conflicto
era demasiado serio como para confiarlo a sus lugartenientes. Puso una parte de su ejrcito al mando de su joven hijo Vermina, con instrucciones para marchar por detrs de las montaas y atacar al enemigo por la retaguardia mientras l mismo ocupaba su atencin por delante. Vermina parti durante la noche, pues deba caer sobre el enemigo por sorpresa; Sfax levant el campamento y sali a plena luz del da, con la obvia intencin de dar batalla campal. Cuando hubo transcurrido tiempo suficiente como para que Vermina llegara a su objetivo, Sfax condujo a sus hombres sobre una parte de la montaa que ofreca una suave pendiente y se dirigi directamente contra el enemigo, confiando en su superioridad numrica y en el xito del ataque por la retaguardia. Masinisa, al frente de los suyos, se dispuso a hacer frente al ataque confiado en su posicin ms elevada. La batalla fue feroz y durante mucho tiempo permaneci igualada; Masinisa tena la ventaja del terreno y de mejores soldados; Sfax, la de la gran superioridad numrica. Sus masas de hombres, divididas en dos partes, presionando una al frente del enemigo y la otra rodeando su retaguardia, proporcionaron a Sfax una victoria decisiva. La huida fue imposible, pues estaban cercados por ambos lados, y casi todas las fuerzas de infantera y caballera resultaron muertas o hechas prisioneras. Unos doscientos jinetes se haban reunido alrededor de Masinisa, a modo de guardia de corps, y este los dividi en tres grupos, con rdenes de abrirse paso hacia puntos distintos y, una vez estuvieran a salvo, reunirse con l en un punto que precis. l mismo carg contra el enemigo y escap en la direccin que pretenda, pero dos de los grupos encontraron imposible escapar; uno se rindi y el otro, tras una tenaz resistencia, fue abatido y qued enterrado bajo los proyectiles del enemigo. Masinisa se encontr a Vermina pisndole casi los talones, pero cambiando continuamente de camino pudo eludir su persecucin hasta que, por fin, le oblig a abandonar su agotador y desesperado seguimiento. Acompaado por sesenta soldados lleg a la Sirte Menor. Aqu, en la conciencia orgullosa de sus muchos y heroicos esfuerzos para recuperar el trono de su padre, pas su tiempo entre la Emporia cartaginesa y la tribu de los garamantes, hasta la aparicin de Cayo Lelio y la flota romana en frica. Esto me lleva a creer que cuando Masinisa vino hasta Escipin, fue ms con un grupo pequeo que grande de caballera; el primero sera mucho ms plausible para el destino de un exiliado, el segundo para el de un prncipe reinante.
[29,34] Despus de la prdida de sus
cuerpos de caballera y de su comandante, los cartagineses alistaron una nueva fuerza, que colocaron bajo el mando de Hann, el hijo de Amlcar. Haban enviado repetidos mensajes tanto a Asdrbal como a Sifax, enviando finalmente una embajada especial a cada uno de ellos, apelando a Asdrbal para que socorriera a su ciudad natal, que estaba casi asediada, e implorando a Sfax que acudiese en ayuda de Cartago y, de hecho, en la de toda frica. Escipin, por entonces, estaba acampado como a una milla de tica [1480 metros.- N. del T.], habindose trasladado desde la costa, donde durante unos cuantos das haba ocupado una posicin fortificada cerda de su flota. Las tropas montadas proporcionadas a Hann no eran lo suficientemente fuertes como para hostigar al enemigo, o incluso para proteger el pas de sus correras, siendo su primera y ms urgente tarea la de aumentar sus fuerzas. Aunque no rechaz reclutas de otras tribus, su alistamiento consisti principalmente en nmidas que eran, con mucho, la mejor caballera de frica. Cuando hubo elevado el nmero de sus fuerzas hasta unos cuatro mil hombres, se apoder de una ciudad llamada Saleca, a unas quince millas del campamento romano [22,2 km.-N. del T.]. Se inform de esto a Escipin, que exclam: La caballera en verano bajo techo! Que haya ms de ellos, siempre que tengan un jefe as!. Comprendiendo que cuanta menos energa mostrase el enemigo, menos vacilacin deba mostrar l, orden a Masinisa y a su caballera que cabalgaran hasta los cuarteles enemigos y los sacaran a combatir: cuando todas sus fuerzas estuviesen combatiendo y empezara a ser sobrepasado, deba retirarse lentamente y Escipin vendra a apoyarle en el momento oportuno. El general romano esper hasta Masinisa hubo dispuesto de tiempo suficiente para sacar fuera al enemigo y luego lo sigui con su caballera, quedando oculta su aproximacin por algunas colinas bajas que, afortunadamente, flanqueaban su ruta.
Masinisa, de acuerdo con sus instrucciones,
se dirigi hasta las puertas y, cuando apareci el enemigo, se retir como si temiera enfrentrsele; este miedo simulado hizo que su adversario se confiara an ms, al punto de estar tentado de salir abruptamente. An no haban salido todos los cartagineses de la ciudad, y su general ya tena bastante con obligar a algunos, que an iban cargados de vino y sueo, a que empuasen sus armas y embridaran sus caballos, o a impedir que otros salieran por la puertas desordenadamente, sin trazas de una formacin y hasta sin sus estandartes. El primero que sali galopando incautamente cay en manos de Masinisa, pero pronto se expandieron en un grupo compacto y en mayor nmero, igualndose la lucha. Al final, cuando toda la caballera cartaginesa estaban en el campo, Masinisa ya no pudo sostener la presin de su ataque. Sus hombres, sin embargo, no se dieron a huir, sino que retrocedieron lentamente ante las cargas del enemigo hasta que su comandante logr arrastrarlos donde se elevaba el terreno que ocultaba a la caballera romana. A continuacin, estos ltimos cargaron desde detrs de la colina, caballos y hombres descansados, y se lanzaron sobre el frente, los flancos y la retaguardia de Hann y sus africanos, que estaban cansados por la lucha y la persecucin. Masinisa. al mismo tiempo, dio media vuelta y reanud la lucha. Alrededor de mil, que estaban en las primeras filas, incapaces de retirarse, quedaron rodeados y muertos, entre ellos el mismo Hann; el resto, consternado por la muerte de su lder, huy precipitadamente, persiguindoles los vencedores durante ms de treinta millas [44,4 km.-N. del T.]. Unos dos mil murieron o fueron hechos prisioneros, y es casi seguro que entre ellos haba no menos de doscientos cartagineses, entre ellos algunos pertenecientes a sus ms ricas y nobles familias.
[29.35] En el mismo da en que se libr esta
accin, sucedi que regresaron con suministros los barcos que haban llevado el botn a Sicilia, como si hubieran adivinado que tendran que llevar de vuelta nuevamente una segunda carga de botn de guerra. No todos los autores cuentan que dos generales cartagineses del mismo nombre cayeran muertos en dos acciones distintas; pienso que teman equivocarse al repetir dos veces los mismos hechos. En todo caso, Celio y Valerio nos dicen que Hann fue hecho prisionero. Escipin distribuy entre los jinetes y sus prefectos recompensas oficiales en correspondencia con el servicio prestado por cada cual; Masinisa fue distinguido por encima de los dems con unos esplndidos regalos. Despus de situar una fuerte guarnicin en Saleca, continu su avance con el resto de su ejrcito, no solo despojando los campos en el sentido de su marcha, sino capturando varias ciudades y pueblos, sembrando el terror por todas partes. Despus de una semana de marcha, regres al campamento con un gran tren de hombres, ganado y toda clase de botn, siendo enviados los barcos por segunda vez bien cargados con el botn de guerra. Abandon ahora sus expediciones de saqueo y dedic todas sus fuerzas a un ataque contra tica, con la intencin, si la tomaba, de convertirla en la base de sus operaciones futuras. Su contingente naval fue empleado contra el lado de la ciudad que daba al mar, mientras que su ejrcito de tierra operaba desde cierto terreno elevado que dominaba las murallas. Haba trado con l algo de artillera y de mquinas de asedio, alguna otra se le haba enviado con los suministros desde Sicilia y otras nuevas fueron construidas en un arsenal donde trabajaron encerrados gran nmero de artesanos especializados [se trataran de los artesanos capturados en Cartago.-N. del T.]. Bajo la presin de tan vigoroso asedio, todas las esperanzas del pueblo de tica descansaban en Cartago, y todas las esperanzas de los cartagineses descansaban en Asdrbal y toda la ayuda que pudiera obtener de Sfax. Para los precisados de alivio, todo pareca estar movindose muy lentamente. Asdrbal haba estado haciendo todo lo posible para conseguir tropas y, de hecho, haba reunido una fuerza de treinta mil infantes y tres mil jinetes, pero no se atrevi a aproximarse al enemigo hasta que Sfax se le uni. Este lleg con cincuenta mil soldados de infantera y diez mil de caballera, y con sus fuerzas unidas avanzaron de inmediato desde Cartago y se colocaron en una posicin no muy lejos de tica y las lneas romanas. Su aproximacin se tradujo en, al menos, un resultado importante: despus de conducir el sitio de tica con todos los recursos a su disposicin, Escipin abandon cualquier otro intento contra la plaza y, como se aproximaba el invierno, construy un campo atrincherado en una lengua de tierra que se proyectaba en el mar y estaba conectada por un estrecho istmo con el continente. Uni los campamentos de las fuerzas terrestres y navales tras una misma empalizada. Las legiones quedaron situadas en el centro de la pennsula; los barcos, que se haban varado, y sus tripulaciones ocuparon la parte norte; las tierras bajas en el lado sur fueron asignadas a la caballera. Tales fueron los sucesos de la campaa de frica hasta el final del otoo.
[29.36] Adems del grano que se haba
acumulado por el saqueo de todo el pas, y los suministros trados desde Sicilia e Italia, una gran cantidad fue enviada por el propretor Cneo Octavio, que las haba obtenido de Tiberio Claudio, el gobernador de Cerdea. Los graneros existentes estaban todos llenos y se construyeron otros nuevos. El ejrcito necesitaba vestuario y Octavio recibi instrucciones para hablar con el gobernador y ver cunta ropa se poda fabricar y enviar desde aquella isla. El asunto fue atendido rpidamente y, en poco tiempo, se remitieron mil doscientas togas y doce mil tnicas. Durante este verano, el cnsul Publio Sempronio, que estaba al mando en el Brucio, iba marchando cerca de Crotona cuando se top con Anbal. Se produjo un batalla tumultuosa, pues ambos ejrcitos marchaban en orden de columna y no se desplegaron en lnea. Los romanos fueron rechazados, y aunque se trat ms de un cuerpo a cuerpo desordenado que de una batalla, murieron no menos de mil doscientos del ejrcito del cnsul. Se retiraron en desorden a su campamento, pero el enemigo no se atrevi a atacarlo. El cnsul, sin embargo, escap en el silencio de la noche, despus de enviar un mensaje al procnsul Publio Licinio para que trajera sus legiones. Con sus fuerzas unidas, ambos jefes marcharon nuevamente para enfrentarse a Anbal. Ninguna parte vacil; la confianza del cnsul se haba recuperado al duplicar sus fuerzas y el valor del enemigo se haba acrecentado con su reciente victoria. Publio Sempronio coloc a sus propias legiones delante, situndose las de Publio Licinio en reserva. Al comienzo de la batalla, el cnsul prometi un templo a la Fortuna Primigenia en caso de que derrotara al enemigo, sindole concedido su ruego. Los cartagineses fueron derrotados y puestos en fuga, ms de cuatro mil murieron, casi trescientos fueron hechos prisioneros y se capturaron cuarenta caballos y once estandartes. Intimidado por su derrota, Anbal se retir a Crotona. Etruria, en el otro extremo de Italia, estaba casi en su totalidad de parte de Magn, esperando, con su ayuda, poder rebelarse. El cnsul Marco Cornelio mantuvo su dominio sobre la provincia ms por el terror creado por los juicios que por la fuerza de las armas. Llev a cabo las investigaciones que el Senado le haba encargado hacer, sin contemplacin alguna por nadie: muchos nobles etruscos que se haban entrevistado personalmente con Magn, o haban mantenido correspondencia con l, fueron procesados y condenados a muerte; otros, sabindose igualmente culpables, marcharon al exilio y fueron sentenciados en ausencia. Como sus personas no pudieron ser habidas, solo se pudo confiscar sus propiedades como anticipo de su futuro castigo.
[29.37] Mientras los cnsules llevaban a
cabo estas empresas en sus distintas regiones, los censores Marco Livio y Cayo Claudio estaban ocupados en Roma. Revisaron la lista de senadores y Quinto Fabio Mximo fue elegido de nuevo como Prncipe del Senado. Siete nombres fueron eliminados de la lista, pero ninguno de ellos haba usado nunca silla curul. Los censores insistieron en el exacto cumplimiento de los contratos que se haban hecho para la reparacin de edificios pblicos, firmando contratos adicionales para la construccin de una calle desde el Foro Boario hasta el templo de Venus, alrededor de los asientos del Circo, y tambin para la construccin de un templo dedicado a la Magna Mater en el Palatino. Impusieron adems un nuevo impuesto anual en forma de tasa sobre la sal. En Roma y en Italia se haba estado vendiendo por un sextante [1 sextans era la sexta parte de un as: 4,55 gr. de bronce.-N. del T.], y se oblig a los concesionarios a venderla en Roma al precio antiguo, pero permitindoles cargar un precio mayor en los pueblos del interior y en los mercados. Se crea que uno de los censores haba ideado este impuesto por despecho hacia el pueblo, porque una vez haba sido injustamente condenado por este, y se dijo que el alza en el precio de la sal afectaba en mayor medida en las tribus que haban contribuido a su condena. Por este motivo, Livio recibi el sobrenombre de Salinator. El lustro fue cerrado despus de lo habitual, debido a que los censores haban enviado comisionados a las provincias para determinar el nmero de ciudadanos romanos que estaban sirviendo en los ejrcitos. Incluyendo a estos, el nmero total, como se muestra en el censo, ascendi a doscientos catorce mil. El lustro fue cerrado por Cayo Claudio Nern. Este ao, por primera vez, se recibi el censo de las doce colonias, habiendo proporcionado los censores de las colonias las listas, de manera que quedase registrada en los archivos de la repblica la fuerza militar y situacin financiera de cada una. Luego sigui la revisin de los caballeros y dio la casualidad de que ambos censores posean caballo a cargo del erario pblico. Cuando llegaron a la tribu Polia, donde estaba inscrito Marco Livio, el heraldo dud en citar al mismo censor. Nombra a Marco Livio, exclam Nern y luego, como si an perviviera la antigua enemistad o como si tuviera un arranque de severidad inoportuna, se volvi a Livio y le orden que vendiera su caballo, como haba sido condenado por el veredicto del pueblo. Cuando iban por la tribu Arniense y lleg al nombre de su colega, Livio orden a Cayo Claudio Nern que vendiera su caballo por dos razones; primero, porque haba dado falso testimonio contra l y, segundo, porque no haba sido sincero al reconciliarse con l. As, al trmino de su censura, se produjo una disputa en descrdito de ambos, cada uno mancillando el buen nombre del otro a costa del suyo propio.
Despus que Cayo Claudio Nern hubo
hecho la declaracin jurada de costumbre, segn haba actuado de conformidad con las leyes, se acerc al Tesoro y, entre los nombres de aquellos a quienes dej privados de derechos, coloc el de su colega. Le sigui Marco Livio, quien adopt medidas an ms dramticas. Con excepcin de la tribu Mecia, que no le conden antes ni despus, a pesar de su condena, lo nombr cnsul o censor, Livio redujo a la condicin de erario a las treinta y cuatro restantes tribus del pueblo romano, sobre la base de que haban condenado a un hombre inocente y, luego, lo haban nombrado cnsul y censor. Sostuvo que haban de admitir que, o bien actuaron ilegalmente al juzgarle la primera vez, o bien lo hicieron luego dos veces como electores. Entre las treinta y cuatro tribus, Cayo Claudio Nern, dijo, sera privado de sus derechos y si hubiera algn precedente de haber degradado al mismo hombre dos veces, as lo hara con aquel en concreto. Esta rivalidad entre los censores, estigmatizndose mutuamente, resultaba deplorable, pero la dura leccin administrada al pueblo por su inconstancia era, en justicia, la que deba darles un censor y estaba en correspondencia con la seriedad de aquel tiempo. Como los censores hubieran cado en desgracia respecto a uno de los tribunos de la plebe, Cneo Bebio, este consider que aquella era una buena ocasin para lograr popularidad a su costa y seal un da para que comparecieran ante el pueblo. La propuesta fue derrotada por el voto unnime del Senado, determinado a que la censura no quedase en el futuro a merced del capricho popular.
[29,38] Durante el verano, el cnsul tom al
asalto Clampetia, en el Brucio; Cosenza, Pandosia y algunos otros lugares sin importancia se entregaron voluntariamente. A medida que se acercaba el momento de las elecciones, se pens que lo mejor sera llamar a Cornelio de Etruria, pues no haba all hostilidades en curso, y l celebr las elecciones. Los nuevos cnsules fueron Cneo Servilio Cepin y Cayo Servicio Gmino. En la eleccin de los pretores que sigui, los elegidos fueron Publio Cornelio Lntulo, Publio Quintilio Varo, Publio Elio Peto y Publio Vilio Tpulo; los dos ltimos eran, en aquel momento, ediles plebeyos. Cuando terminaron las elecciones, el cnsul regres a Etruria. Algunas muertes se produjeron este ao entre los sacerdotes, hacindose los nombramientos para cubrir las vacantes. Tiberio Veturio Filn fue nombrado Flamen de Marte en lugar de Marco Emilio Rgilo, que muri el ao anterior. Marco Pomponio Matn, que haba sido tanto augur como decenviro de los Libros Sagrados, fue sucedido por Marco Aurelio Cota en el ltimo cargo y por Tiberio Sempronio Graco, un hombre muy joven, como augur, algo muy inusual en aquella poca en los nombramientos al sacerdocio. Los ediles curules, Cayo Livio y Marco Servilio Gmino, colocaron en el Capitolio carros de oro. Los ediles, Publio Elio y Publio Vilio, celebraron durante dos das los Juegos Romanos. Tambin se celebr una fiesta en honor de Jpiter con motivo de los Juegos. Libro XXX
Fin de la Guerra contra Anbal
[30,1] Era ya era el decimosexto ao de la II
Guerra Pnica 203 a. C.. Los nuevos cnsules, Cneo Servilio y Cayo Servilio, presentaron ante el Senado las cuestiones de poltica general de la repblica, la direccin de la guerra y la asignacin de provincias. Se resolvi que los cnsules deben llegar a un acuerdo, o en su defecto decidir por sorteo, cul de ellos debera enfrentarse a Anbal en el Brucio mientras el otro obtena como provincia la Etruria y la Liguria. Aquel a quien correspondiera el Brucio se hara cargo del ejrcito de Publio Sempronio, cuyo mando se extendera un ao ms como procnsul, y habra de relevar a Publio Licinio, quien debera de regresar a Roma. Licinio no slo era un buen soldado, sino tambin, en todos los aspectos, uno de los ciudadanos ms destacados de la poca; combinaba en s mismo cuantas cualidades pudieran conceder la naturaleza o la fortuna: era un hombre de excepcional belleza, de extraordinaria fuerza fsica y se le consideraba uno de los ms elocuentes oradores, tanto exponiendo una causa como defendiendo o atacando una medida en el Senado o ante la Asamblea, estando totalmente versado en las leyes sagradas. Su reciente consulado haba asentado su reputacin como jefe militar. Se adoptaron tambin disposiciones similares a las del Brucio para Etruria y Liguria; Marco. Cornelio entregara su ejrcito al nuevo cnsul y mantendra la provincia de la Galia con las legiones que Lucio Escribonio haba mandado el ao anterior. A continuacin, los cnsules sortearon sus provincias, correspondindole el Brucio a Cepin y Etruria a Servilio Gmino. Despus se procedi a sortear las provincias de los pretores; Elio Peto obtuvo la pretura urbana, en Publio Lntulo recay Cerdea, Sicilia a Publio Vilio y Rmini a Quintilio Varo con las dos legiones que haba mandado Espurio Lucrecio. Este vio extendido su mando por otro ao, para permitirle reconstruir Gnova, que haba sido destruida por Magn. Se prorrog el mando de Escipin hasta que se diera trmino a la guerra en frica. Tambin se emiti un decreto para que, habiendo pasado a frica, se ofrecieran solemnes rogativas a los dioses para que su expedicin fuera en provecho del pueblo romano, del general y de su ejrcito.
[30,2] Se alistaron tres mil hombres para el
servicio en Sicilia, pues todas las tropas de esa provincia haban sido llevadas a frica y se haba decidido que la isla deba ser protegida por cuarenta naves hasta que la flota regresara de frica. Vilio llev con l trece buques nuevos, el resto eran los antiguos de Sicilia que fueron reacondicionados. Marco Pomponio, que haba sido pretor el ao anterior, fue designado para hacerse cargo de esta flota y en ella se embarcaron los nuevos reclutas que haba trado de Italia. Se asign una flota igual a Cneo Octavio, quien tambin haba sido pretor el ao anterior y que qued investido ahora con poderes similares para proteger la costa sarda. Al pretor Lntulo se le orden proporcionar dos mil hombres para servir con la flota. En vista de la incertidumbre en cuanto a dnde pudiera hallarse la flota cartaginesa se pensaba que iran a cualquier lugar sin vigilancia, se proporcionaron cuarenta buques a Marco Marcio para que vigilara la costa de Italia. Los cnsules fueron autorizados por el Senado para alistar tres mil hombres para esta flota, as como dos legiones para defender la Ciudad contra cualquier imprevisto. La provincia de Hispania qued al mando de sus antiguos generales, Lucio Lntulo y Lucio Manlio Acidino, que conservaron sus antiguas legiones. Aquel ao hubo en servicio activo veinte legiones y ciento sesenta naves de guerra. Se orden a los pretores que marcharan a sus respectivas provincias. Antes de que los cnsules dejaran la Ciudad, recibieron rdenes del Senado para celebrar los Grandes Juegos, que segn la ofrenda del dictador Tito Manlio Torcuato precisaban ser celebrados cada cinco aos, si se mantenan sin alteracin las condiciones de la Repblica. Numerosas historias de presagios llenaron las mentes de los hombres con supersticiosos terrores. Se dijo que unos cuervos recogieron con sus picos parte del oro del Capitolio, y que de hecho se lo comieron, y que las ratas mordieron una corona de oro en Anzio. Todo el campo alrededor de Capua qued cubierto por un inmenso enjambre de langostas, sin que nadie supiera de dnde haban venido. En Rieti naci un potro con cinco patas; en Anagni, primero, se vieron fuegos en diferentes partes del cielo y estos fueron seguidos por una enorme antorcha ardiente; en Frosinone, un delgado arco rode el Sol, cuyo tamao creci luego hasta extenderse ms all del arco; en Arpino se produjo un hundimiento de tierra, formndose un gran abismo. Al estar uno de los cnsules sacrificando, se vio que el hgado de la primera vctima estaba sin cabeza [se refiere al lbulo superior del hgado, aunque el original latino emplea la expresin caput iocineris defuit.-N. del T.]. Estos augurios fueron expiados mediante el sacrificio de vctimas mayores, indicando el colegio de pontfices a qu dioses se deban ofrendar. [30,3] Una vez resuelto este asunto, los cnsules y los pretores partieron a sus diferentes provincias. Todos, sin embargo, estaban interesados por lo que ocurra en frica, tanto como si les hubiera correspondido a ellos en suerte; fuese porque vieran que la guerra y el destino de su patria se decidiran all o porque deseasen prestar un servicio a Escipin, como el hombre a quien todas las miradas se volvan. As fue como no slo de Cerdea, como queda dicho, sino de la misma Sicilia y de Hispania se le enviaban ropas y grano, y de Sicilia tambin armas y toda clase de suministros. Durante todo el invierno no se produjo pausa alguna en las numerosas operaciones que Escipin llev a cabo por todas partes. Mantuvo el asedio de tica; su campamento estaba a plena vista de Asdrbal; los cartagineses haban botado sus barcos y tenan su flota completamente equipada y dispuesta para interceptar sus suministros. No obstante, l no haba perdido de vista su propsito de reconciliarse con Sfax, en el caso de que su pasin por su esposa ya se hubiera enfriado tras el continuo placer. Sfax ansiaba la paz y propuso como condiciones que los romanos deban evacuar frica y los cartagineses Italia, pero dio a entender a Escipin que, si la guerra continuaba, el no abandonara a sus aliados. Yo creo que las negociaciones se llevaron a cabo a travs de intermediarios y la mayor parte de los autores adoptan este punto de vista en lugar de que Sfax, como afirma Valerio Antias, llegara al campamento romano para conferenciar personalmente con Escipin. Al principio, el comandante romano apenas permiti que fueran contemplados estos trminos; despus, sin embargo, con el fin de que sus hombres pudieran tener una razn plausible para visitar el campamento de los enemigos, no las rechaz tan decididamente, extendiendo las esperanzas de que tras las frecuentes conversaciones pudieran llegar a un acuerdo. Los cuarteles de invierno de los cartagineses, construidos como estaban con materiales recogidos al azar de los campos vecinos, estaban hechos casi completamente con madera. Los nmidas, en particular, vivan en chozas hechas con caas y techadas con esteras de hierba; se esparcan por todo el campo sin orden ni concierto, algunas incluso por fuera de las lneas. Cuando se inform de esto a Escipin, alberg la esperanza de tener la oportunidad de incendiar el campamento de arriba a abajo.
[30.4] A los embajadores enviados a Sfax les
acompaaron algunos centuriones primiordines, hombres sagaces y de valor probado, disfrazados como esclavos del campamento. Mientras los embajadores estaban en la conferencia, aquellos hombres se paseaban por el campamento observando todos los accesos y salidas, la disposicin general del campamento, las posiciones respectivas de cartagineses y nmidas, as como la distancia entre el campamento de Asdrbal y el de Sfax. Observaron tambin el sistema que tenan para situar vigas y guardias, viendo si se lanzara mejor por el da o por la noche un ataque por sorpresa. Las conferencias se celebraron con mucha frecuencia, y se enviaron distintos hombres cada vez con el fin de que aquellos detalles pudieran ser conocidos por el mayor nmero posible. Como las discusiones se hicieran con frecuencia cada vez mayor, Sfax, y a travs de l los cartagineses, esperaban que la paz se lograra en unos pocos das. De repente, los embajadores romanos anunciaron que se les haba prohibido regresar a su pretorio a menos que se les diera una respuesta definitiva. Sfax deba decir si haba tomado ya una decisin o, si le fuera preciso consultar con Asdrbal y los cartagineses, hacerlo as; haba llegado el momento, bien de un acuerdo de paz, bien de la enrgica reanudacin de las hostilidades. Mientras Sfax consultaba con Asdrbal y los cartagineses, los espas romanos tuvieron tiempo de visitar cada rincn del campamento y Escipin de tomar todas sus disposiciones. La esperanza de paz haba hecho, como suele ocurrir, que Sfax y los cartagineses estuviesen menos alertas para guardarse contra cualquier intento hostil que se pudiera producir en el nterin. Por fin lleg la respuesta, pero como suponan que los romanos estaban ansiosos por firmar la paz, aprovecharon la oportunidad para aadir algunas condiciones inaceptables. Esto era justo lo que Escipin quera, para as justificar la ruptura del armisticio. Le dijo al mensajero del rey que iba a remitir el asunto a su consejo; al da siguiente le dio su respuesta, en el sentido de que ni un solo miembro del consejo, aparte de l mismo, estaba a favor de la paz. El mensajero deba llevar el mensaje de que la nica esperanza de paz para Sfax resida en abandonar la causa de los cartagineses. As, Escipin puso fin a la tregua con el fin de quedar libre para llevar a cabo sus planes sin violar en modo alguno su palabra. Bot sus barcos ya era el comienzo de la primavera y puso a bordo sus mquinas y piezas de artillera, como si fuese a atacar tica desde el mar. Tambin envi dos mil hombres para mantener la colina que dominaba la ciudad, y que ya haba ocupado anteriormente, en parte con la intencin de desviar la atencin del enemigo de su autntico objetivo y en parte para impedir que su campamento pudiera ser atacado desde la ciudad, ya que quedara con slo una dbil guardia mientras marchaba contra Sfax y Asdrbal.
[30,5] Despus de tomar estas
disposiciones, convoc un consejo de guerra y orden a los espas que informasen de cuanto haban descubierto; al mismo tiempo, pidi a Masinisa, que lo conoca todo sobre el enemigo, que le contase al Consejo todo lo que saba. Despus les expuso su plan de operaciones para la noche siguiente y orden a los tribunos que llevasen las tropas al campo de batalla en cuanto tocaran las trompetas al disolverse el consejo. Cumpliendo sus rdenes, empezaron a salir los estandartes con la puesta del sol. Sobre la primera guardia, la columna de marcha qued desplegada en formacin de combate. Despus de avanzar con esta formacin a ritmo suave durante siete millas [10360 metros.-N. del T.], alcanzaron el campamento enemigo cerca de la medianoche. Escipin asign a Lelio una parte de sus fuerzas, incluyendo a Masinisa y sus nmidas, con rdenes de atacar a Sfax e incendiar su campamento. Se llev despus aparte a Lelio y a Masinisa, y les pidi a cada uno, por separado, que pusieran el mayor cuidado y diligencia durante la confusin inherente a un ataque nocturno. Les dijo que l atacara a Asdrbal y el campamento cartagins, pero que esperara hasta que viese el fuego en el campamento del rey. No hubo de esperar mucho tiempo, pues cuando prendi el fuego en las cabaas ms prximas a ellos, salt rpidamente a las siguientes y se extendi por el campamento, en todas direcciones. Un fuego tan extenso, extendindose durante la noche, produjo la natural alarma y confusin, pero los hombres de Sfax pensaron que era accidental y salieron corriendo a extinguirlo, sin armas. En seguida se encontraron enfrentados a un enemigo armado, principalmente los nmidas de Masinisa que, familiarizados con la disposicin del campamento, se haban situado en los lugares donde podan bloquear todas la vas. Algunos quedaron atrapados por las llamas, an medio dormidos en sus camas; otros muchos fueron pisoteados al huir precipitadamente y agolparse en las puertas del campamento.
[30.6] En el campamento cartagins, los
primeros en ver las llamas fueron los vigas y despus las vieron el resto, despertados por el tumulto; todos cayeron en el mismo error de suponer que se trataba de un fuego accidental. Tomaron los gritos de los combatientes heridos por los de la alarma nocturna, por lo que no fueron conscientes de lo realmente ocurrido. Sin sospechar, ni mucho menos, la presencia del enemigo, salieron corriendo, cada uno por la puerta que le quedaba ms cercana y sin llevar arma alguna, para ayudar a extinguir las llamas; dieron directamente contra el ejrcito romano. Todos fueron aniquilados, al no darles cuartel el enemigo, y ninguno pudo escapar y dar la alarma. En la confusin, las puertas quedaron sin vigilancia y Escipin se apoder inmediatamente de ellas, prendiendo fuego a las chozas ms cercanas. Las llamas estallaron en un primer momento en diferentes lugares, pero, corrindose de cabaa en cabaa, en muy pocos instantes envolvi a todo el campamento en un vasto incendio. Hombres y animales, medio quemados, bloqueaban el paso de las puertas y caan aplastados unos por otras. Aquellos a quienes no alcanz el fuego perecieron por la espada y ambos campamentos se vieron abocados a una comn destruccin. Ambos generales, no obstante, se salvaron, y de todos aquellos miles, solo dos mil de infantera y quinientos de caballera lograron escapar, en su mayora heridos o con quemaduras. Perecieron cuarenta mil hombres, fuese por el fuego o por el enemigo; unos cinco mil fueron hechos prisioneros, incluyendo muchos nobles cartagineses de los que once eran senadores; se capturaron ciento setenta y cuatro estandartes, dos mil setecientos caballos y seis elefantes, habiendo sido muertos o quemados otros ocho. Se captur una enorme cantidad de armas, que el general ofrend a Vulcano quemndolas todas. [30,7] Asdrbal, a quien acompa en su huida un pequeo grupo de jinetes, se dirigi a la ciudad ms cercana de los africanos, donde se le unieron luego todos los que sobrevivieron; pero temiendo la ciudad se entregase a Escipin, parti durante la noche. Poco despus de su salida se abrieron las puertas para dejar entrar a los romanos y, como la rendicin fuera voluntaria, el lugar no sufri trato violento. Se tomaron y saquearon dos ciudades poco despus y el botn que all se logr, junto a todo lo rescatado del campamento incendiado, se entreg a los soldados. Sfax se estableci en una posicin fortificada a unas ocho millas de distancia [11.840 metros.-N. del T.], Asdrbal se apresur a marchar a Cartago, temiendo que el reciente desastre hiciera que el asustado Senado tomara alguna decisin pusilnime. Tan grande era, en verdad, el terror, que el pueblo esperaba que Escipin abandonase tica y comenzara inmediatamente el asedio de Cartago. Los sufetes, una magistratura que corresponde a la nuestra de cnsul convocaron una reunin del Senado en la que se presentaron tres propuestas. Una de ellos fue la de enviar embajadores a Escipin para negociar la paz; otra, llamar a Anbal para que regresara y protegiera a su patria de la ruina que la amenazaba; la tercera, que mostraba una firmeza digna de los romanos en la adversidad, instaba al refuerzo del ejrcito hasta el total de sus fuerzas y hacer un llamamiento a Sfax para que no abandonase las hostilidades. La ltima propuesta, que fue apoyada por Asdrbal y el conjunto del partido Brcida, fue la adoptada. El reclutamiento se inici en seguida en la ciudad y los distritos rurales, y se envi una delegacin a Sfax, que ya estaba haciendo todo lo posible para reponer sus prdidas y reanudar las hostilidades. Le apremiaba su esposa, ahora ya sin confiar como antes en las palabras cariosas y las caricias, tan persuasivas sobre los enamorados, sino que con ruegos, llamamientos lastimeros y ojos baados en lgrimas, instaba a los dioses para que no le permitieran traicionar a su padre y a su patria, ni a dejar que Cartago fuera devastada por las llamas con haban consumido su campamento. La embajada le alent y dio esperanzas, informndole de que se haban encontrado, cerca de una ciudad llamada Oba, un grupo de unos cuatro mil mercenarios celtberos que haban sido reclutados en Hispania, una fuerza esplndida, y que Asdrbal aparecera pronto con un formidable ejrcito. Sfax les respondi en trminos amistosos y luego los llev a ver un gran nmero de campesinos nmidas a quienes acababa de entregar armas y caballos, asegurndoles que iba a convocar a todos los jvenes de su reino. Era bien consciente, les dijo, de que su derrota se debi al fuego y no a la suerte de la batalla; solo el hombre vencido por las armas era inferior en la guerra. Tal fue el tenor de su respuesta a la delegacin. Unos das ms tarde, Asdrbal y Sfax unieron sus ejrcitos; sus fuerzas unidas ascendan a cerca de treinta mil hombres.
[30,8] Escipin apret el asedio de tica,
como si la guerra hubiese finalizado en lo que se refera a Sfax y los cartagineses, y ya estaba acercando sus mquinas hasta las murallas, cuando recibi noticias de la actividad del enemigo. Dejando una pequea fuerza para mantener la apariencia de un asedio por tierra y mar, march con el cuerpo principal de su ejrcito al encuentro de sus enemigos. Su primera posicin fue sobre una colina a unas cuatro millas del campamento del rey [5920 metros.-N. del T.]. Al da siguiente hizo bajar a su caballera hasta lo que se conoca como las Grandes Llanuras, una franja de tierra llana que se extenda al pie de la colina, y pas el da cabalgando hacia los puestos avanzados del enemigo y hostigndolos con escaramuzas. Durante los siguientes dos das, ambas partes sostuvieron aquella lucha inconexa sin resultado alguno digno de mencin; al cuarto da ambas partes bajaron a presentar batalla. El comandante romano dispuso a sus prncipes detrs de los manpulos frontales de asteros, con los triarios como reserva; la caballera italiana se situ en el ala derecha, con Masinisa y los nmidas en la izquierda. Sfax y Asdrbal colocaron la caballera nmida frente a la italiana, y la caballera cartaginesa se enfrent a Masinisa mientras los celtberos formaban en el centro para enfrentarse a la carga de las legiones. Con esta formacin se aproximaron. Los nmidas y cartagineses de ambas alas fueron derrotadas al primer choque; los primeros, que eran en su mayora campesinos, no pudieron resistir a la caballera romana, como tampoco pudo la cartaginesa, compuesta tambin por reclutas, mantenerse frente a Masinisa, cuya reciente victoria lo haba hecho ms formidable que nunca. Aunque expuestos por ambos flancos, los celtberos se mantuvieron firmes, pues al no conocer el pas la huida no les ofreca seguridad, ni tampoco podan esperar ningn cuartel de Escipin al haber llevado sus armas mercenarias a frica para atacar al hombre que tanto haba hecho por ellos y por sus compatriotas. Completamente rodeados por sus enemigos, murieron luchando hasta el final, cayendo uno tras otro en la posicin donde se encontraban. Mientras que la atencin de todos estaba concentrada en ellos, Sfax y Asdrbal ganaron tiempo para escapar. Los vencedores, cansados de la masacre ms que de combatir, fueron sorprendidos por la noche.
[30.9] Por la maana, Escipin envi a Lelio
con toda la caballera, romana y nmida y alguna infantera armada en persecucin de Sfax y Asdrbal. Las ciudades vecinas, todas las cuales estaban sometidas a Cartago, fueron atacadas por l con lo principal de su ejrcito; algunas las conquist apelando a sus esperanzas y temores, otras las tom al asalto. Cartago estaba en un estado de pnico terrible, pues estaban seguros de que cuando hubiera sometido aquellas ciudades con el rpido progreso de sus armas, lanzara un repentino ataque contra la ciudad. Las murallas fueron reparadas y protegidas con baluartes; cada hombre, por su cuenta, traslad desde los campos cuanto le permitiera soportar un largo asedio. Pocos se atrevan a mencionar la palabra paz en el Senado, muchos estaban a favor de llamar de vuelta a Anbal y la mayora era de la opinin de que la flota destinada a interceptar los suministros deba enviarses a destruir los buques anclados en tica, que actuaban sin suficiente prevencin. Esta propuesta encontr la mayora de votos a favor; al mismo tiempo, se decidi mandar aviso a Anbal, pues, an argumentaron en el supuesto de que las operaciones navales fueran un xito completo, el sitio de tica quedara slo parcialmente levantado; quedando despus la defensa de Cartago, no tenan ms general que Anbal ni otro ejrcito ms que el de Anbal para encargarse de aquella tarea. Al da siguiente se botaron algunas naves y, al mismo tiempo, zarp un grupo de legados hacia Italia. El estado crtico de las cosas sirvi de fuerte estmulo, todo se hizo con febril energa y a quien quiera que mostrase vacilacin o tardanza se le consideraba un traidor a la seguridad de todos. Como Escipin fuera avanzando lentamente, con su ejrcito retrasado por los despojos de tantas ciudades, envi a los prisioneros y el resto del botn a su antiguo campamento en tica. Siendo ahora Cartago su objetivo, tom Tnez, de la que haba huido su guarnicin, un lugar a unas quince millas de Cartago [la antigua Tyneta, a 2200 metros.-N. del T.], protegida tanto por su situacin natural como por sus obras defensivas. Es visible desde Cartago y sus murallas ofrecen una vista del mar que la rodea.
[30.10] Mientras los romanos estaban
ocupados fortificndose, vieron a la flota enemiga navegando desde Cartago hacia tica. De inmediato cesaron los trabajos, se dio la orden de marcha y el ejrcito efectu un rpido avance, temiendo que los buques fueran tomados por sorpresa, aproados a la costa y ocupados en el asedio, sin estar dispuestos para una batalla naval. Cmo pueden se preguntaban resistirse ante una flota en marcha, completamente armada y navegando en perfecto orden, unos barcos cargados con artillera y mquinas de guerra, o convertidos en transportes, llegados tan prximos a las murallas como para poder emplearlos como base para grupos de asalto a modo de escalas y puentes? Dadas las circunstancias, Escipin abandon las tcticas habituales. Llevando los buques de guerra que hubieran podido proteger a los otros hasta la posicin ms retrasada, cerca de la costa, aline los transportes delante de ellos en cuatro lneas para que sirvieran como muro contra el ataque del enemigo. Para evitar que se deshicieran las lneas por culpa de las violentas cargas, at las naves entre s mediante mstiles, antenas y gruesas maromas de barco a barco, como una cadena continua. A continuacin, fij tablas en la parte superior de stos, creando as un paso libre a lo largo de toda la lnea, pudiendo navegar bajo estos puentes naves exploradoras que tenan espacio para atacar al enemigo y retirarse a su seguridad. Despus de completar estas apresuradas medidas cuanto se lo permiti el tiempo, situ mil hombres escogidos a bordo de los transportes, con una enorme cantidad de proyectiles, para que fueran suficientes sin importar la duracin de los combates. As dispuestos y ansiosos, esperaron al enemigo.
Si los cartagineses se hubieran movido ms
rpidamente, habran encontrado prisas y desorden por doquier y podran haber destruido la flota al primer contacto. Estaban, sin embargo, desalentados por la derrota de sus fuerzas de tierra, y ahora ya no se sentan confiados ni siquiera en la mar, el elemento en que ms fuertes eran. Despus de navegar lentamente durante todo el da, llegaron cerca del atardecer a un puerto llamado Rusucmona por los nativos [prximo al actual Puerto Farina.-N. del T.]. Al da siguiente, se hicieron a la mar en formacin de combate, esperando que los romanos vinieran a atacarles. Despus de haber estado detenidos durante mucho tiempo y sin movimiento visible por parte del enemigo, comenzaron por fin a atacar los transportes. Nada de aquello se asemejaba en absoluto a una batalla naval; pareca justamente como si los buques estuviesen atacando murallas. Los transportes eran considerablemente ms altos que sus oponentes, y por lo tanto los proyectiles de los buques cartagineses, que se tenan que lanzar desde ms abajo, eran en su mayora ineficaces; los arrojados desde lo alto de los transportes caan con ms fuerza, aadiendo su peso al impacto. Las naves ligeras y de exploracin, que salan por entre los intervalos bajo las pasarelas de tablones, fueron arrolladas por el impulso y mayor tamao de los navos de guerra, convirtindose al mismo tiempo en un estorbo para quienes se defendan desde los transportes, que a menudo se vean obligados a desistir de arrojar proyectiles por miedo a alcanzarles mientras estaban mezclados con los barcos enemigos. Al final, los cartagineses comenzaron a lanzar palos con ganchos de agarre al extremo los soldados los llaman arpones a los barcos romanos, resultando imposible cortar los palos ni las cadenas de las que estaban suspendidos. Cuando un buque de guerra se haba enganchado a uno de los transportes, lo arrastraba remando y se poda ver cmo cedan las cuerdas que unan a los transportes entre s, siendo arrastrada a veces toda una lnea de transportes. De esta manera, todas las pasarelas que conectaban la primera lnea de transportes quedaron rotas, y casi no quedaba sitio donde los defensores pudieran buscar refugio en la segunda lnea. Sesenta transportes fueron remolcados hacia Cartago. Aqu, el regocijo fue mayor del justificable por las circunstancias del caso; pero lo que lo hizo an ms celebrado fue el hecho de que la flota romana haba escapado por poco a la destruccin; un escape debido a la desidia del comandante cartagins y a la oportuna llegada de Escipin. Entre tantas continuos desastres y duelos, este fue un inesperado motivo de alegra.
[30.11] Mientras tanto, Lelio y Masinisa,
despus de una marcha de quince das, entraron en Numidia y los masesulios, encantados de ver a su rey, cuya ausencia haban lamentado tanto tiempo, lo pusieron nuevamente en el trono de sus antepasados. Todas las guarniciones con las que Sfax haba ocupado el pas fueron expulsadas, vindose confinado dentro de los lmites de sus antiguos dominios. No tena ninguna intencin, sin embargo, de quedarse quieto; le incitaban su esposa, a quien amaba apasionadamente, y su padre; tena tan gran cantidad de hombres y caballos, que la mera visin de los recursos que ofreca un reino que haba disfrutado de tantos aos de prosperidad habra estimulado la ambicin incluso de un carcter menos brbaro e impulsivo del que posea Sfax. Reuni a todos los que eran aptos para la guerra y, despus de distribuir entre ellos caballos, armaduras y armas, encuadr a los hombres montados en turmas y a la infantera en cohortes, una disposicin que haba aprendido en los viejos tiempos de los centuriones Con este ejrcito, tan numeroso como el que haba tenido antes pero compuesto casi en su totalidad de reclutas nuevos y sin entrenamiento, se dirigi al encuentro de sus enemigos y fij su campamento en las proximidades. En un primer momento, envi pequeos grupos de caballera desde los puestos avanzados para practicar un cauteloso reconocimiento; obligados a retirarse por una lluvia de dardos, galoparon de vuelta con sus compaeros. Ambos lados hicieron incursiones alternativamente, e indignados por haber sido rechazados se aproximaron en grupos mayores. Esto suele actuar como acicate en las escaramuzas de caballera, cuando el bando ganador encuentra a sus compaeros acudiendo hacia ellos con la esperanza de la victoria, mientras que la rabia ante la perspectiva de la derrota atrae los apoyos para quienes van perdiendo. As fue entonces: el combate haba sido iniciado por unos pocos, pero el amor por la lucha atrajo finalmente a toda la caballera de ambos bandos al campo de batalla. Mientras solo se enfrentaron las caballeras, los romanos tuvieron gran dificultad en enfrentar el gran nmero de masesulios que Sfax envi al frente. De pronto, sin embargo, la infantera romana irrumpi entre la caballera que les abra paso y esto dio firmeza a la lnea y detuvo el avance enemigo. Este afloj su velocidad y despus se detuvo, siendo pronto desordenados por este desacostumbrado modo de combatir. Finalmente cedieron terreno, no solo ante la infantera, sino tambin ante la caballera, a la que el apoyo de su infantera haba dado nuevos bros. En aquel momento llegaban las legiones, pero los masesulios no esperaron su ataque; la mera visin de sus estandartes y armas bast, tal era el efecto de los recuerdos de sus pasadas derrotas o del miedo que ahora les inspiraba el enemigo.
[30,12] Sfax estaba cabalgando hacia las
turmas enemigas, con la esperanza de que su sentido del honor o su peligro personal pudieran detener la huida de sus hombres, cuando su caballo result herido de gravedad y l fue arrojado a tierra, reducido, hecho prisionero y conducido ante Lelio. Masinisa se alegr especialmente de verlo cautivo. Cirta era la capital de Sfax, y un nmero considerable escap a esa ciudad. Las prdidas sufridas fueron insignificantes en comparacin con la importancia de la victoria, al haberse limitado los combates a la caballera. No hubo ms de cinco mil muertos, y en el asalto del campamento, donde la masa de las tropas haba huido despus de haber perdido a su rey, menos de la mitad de ese nmero fueron hechos prisioneros. Masinisa dijo a Lelio que nada le gustara ms en aquel momento que visitar como vencedor sus dominios ancestrales, que haba recobrado despus de tantos aos, pues tanto en la derrota como en la victoria se precisaban acciones rpidas. Sugiri que se le permitiera ir con la caballera y el vencido Sfax hasta Cirta, la podra tomar confusa por el miedo; Lelio le podra seguir con la infantera en fciles jornadas. Lelio dio su consentimiento y Masinisa avanz hacia Cirta, ordenando que se invitara a conferencias a los ciudadanos principales. Estos estaban ignorantes de lo que haba ocurrido al rey, y aunque Masinisa les cont cuanto haba sucedido, se encontr con que tanto las amenazas como la persuasin resultaron intiles hasta que les present al rey encadenado. Ante este espectculo penoso y humillante se produjo un estallido de dolor, las defensas fueron abandonadas y se tom la decisin unnime de buscar el favor de la victoria abrindole las puertas. Despus de situar guardias alrededor de todas las puertas y en los lugares adecuados de las fortificaciones, galop hasta el palacio para tomar posesin de este.
Conforme se adentraba por el vestbulo, en
realidad en el mismo umbral, se encontr con Sofonisba [parece que su nombre pnico era Saphanbaal.-N. del T.], la esposa de Sfax e hija del cartagins Asdrbal. Cuando ella lo vio rodeado por una escolta armada, destacando por sus armas y apariencia general, supuso con razn que l era el rey y, arrojndose a su pies, exclam: Tu valor y buena fortuna, ayudado por los dioses, te han dado poder absoluto sobre nosotros. Pero si una cautiva puede pronunciar palabras de splica ante quien es dueo de su destino, si puede ella tocar su mano derecha victoriosa, entonces yo te pido y suplico que, por la grandeza real de la que no hace mucho estaba revestida, por el nombre de Numidia que tanto t como Sfax llevis, por los dioses tutelares de esta morada real que ruego te reciban con ms justos presagios que los que te trajeron aqu, concedas al menos este favor a tu suplicante para que decidas por ti mismo el destino de tu cautiva, cualquiera que sea, y que no me dejes caer bajo la cruel tirana de un romano. Si yo fuese sido simplemente la esposa de Sfax, an podra elegir confiar en el honor de un nmida, nacido bajo el mismo cielo africano que yo, ms que en el de un extranjero y extrao. Pero yo soy de Cartago, la hija de Asdrbal, y ya ves cunto he de temer. Si no es posible otro camino, te suplico entonces que me salves de la muerte de caer en manos de los romanos. Sofonisba se encontraba en la flor de la juventud y en todo el esplendor de su belleza, y mientras sostena la mano de Masinisa y le rogaba que le diera su palabra de que no sera entregada a los romanos, el tono de su voz paso de la splica al halago. Esclavo de la pasin, como todos sus compatriotas, el vencedor de inmediato se enamor de su cautiva. l le dio su solemne palabra de que hara cuanto ella deseaba y luego se retir al palacio. Una vez aqu, consider de qu manera poda cumplir su promesa y, como no vea ninguna forma prctica de hacerlo, permiti que su pasin le dictase un mtodo imprudente e indecente por igual. Sin perder un instante, hizo los preparativos para celebrar sus nupcias en ese mismo da, de modo que ni Lelio ni Escipin tuviesen oportunidad de tratar como prisionero a quien era ya la esposa de Masinisa. Cuando hubo finalizado la ceremonia de matrimonio, Lelio apareci en escena y, lejos de ocultar su desaprobacin por lo que haba hecho, trat de arrastrarla de brazos del novio y enviarla con Sfax y los dems prisioneros a Escipin. Sin embargo, las protestas de Masinisa prevalecieron hasta el punto que se dej a Escipin que decidiera cul de los dos reyes sera el feliz poseedor de Sofonisba. Despus que Lelio hubiera enviado a Sfax y a los otros prisioneros, recuper, con la ayuda de Masinisa, el resto de ciudades en Numidia, que estaban an ocupadas por las guarniciones del rey.
[30.13] Cuando lleg la noticia de que Sfax
era llevado al campamento, el ejrcito entero se volvi como para contemplar una procesin triunfal. El mismo rey, encadenado, fue el primero en aparecer, seguido por una multitud de nobles nmidas. Conforme pasaban, cada soldado por turno trataba de ampliar su victoria exagerando la grandeza de Sfax y la reputacin militar de su nacin. Este es el rey, decan, cuya grandeza ha sido hasta ahora reconocida por los Estados ms poderosos del mundo, Roma y Cartago; hasta Escipin dej a su ejrcito en Hispania y se embarc hacia frica con dos trirremes para asegurarse su alianza, y el cartagins Asdrbal no solo lo visit en su reino, sino que incluso le dio a su hija en matrimonio. Haba tenido en su poder, a un tiempo, a los comandantes romano y cartagins. As como cada bando haba buscado la paz y amistad de los dioses inmortales, ofrecindoles sacrificios, as cada uno por igual haba buscado la paz y la alianza con l. Fue tan poderoso como para expulsar a Masinisa de su reino, reducindole a tal condicin que debi su vida a la noticia de su muerte y a su ocultamiento en los bosques, donde vivi de lo que poda capturar en ellos, como una bestia salvaje. En medio de estas declaraciones de los presentes, el rey fue conducido a la tienda del pretorio. Como Escipin comparase la anterior fortuna de aquel hombre con su condicin actual, recordando su propia recepcin hospitalaria para con l, el mutuo estrechar de sus diestras y los lazos polticos y personales entre ellos, qued muy conmovido. Tambin Sfax, pensando sobre tales cosas, obtuvo el valor para enfrentar a su vencedor. Escipin le pregunt por su intencin al denunciar primero su alianza con Roma y luego comenzar una guerra no provocada contra ella. l admiti que haba hecho mal y que se comport como un loco, pero que su alzamiento en armas contra Roma no fue el comienzo de su locura, sino el ltimo acto de esta. Su locura sali inicialmente a la luz, al despreciar todos los lazos privados y las obligaciones pblicas, cuando admiti en su casa una novia cartaginesa. Las antorchas que iluminaron las nupcias incendiaron su palacio. Aquella furia de mujer, aquel flagelo, haba utilizado toda su seduccin para enajenar y deformar sus sentimientos, y que no descans hasta que con sus impas manos lo arm contra su husped y amigo. Sin embargo, roto y arruinado como estaba, le quedaba esto para consolarse en su miseria: que aquella furia pestilente haba entrado en la casa de su ms encarnizado enemigo. Masinisa no era ms prudente o constante de lo que l haba sido, su juventud lo haca todava menos cauto; en todo caso, aquel matrimonio demostraba que era ms necio y terco.
[30.14] Era este el lenguaje de un hombre
animado, no slo por el odio hacia un enemigo, sino tambin por el aguijn de un amor desesperado, sabiendo como saba que la mujer que amaba estaba en la casa de su rival. Escipin se angusti profundamente por lo que oy. La prueba de las acusaciones se encontr en la prisa con que se celebraron las nupcias, casi en medio del fragor de las armas y sin consultar ni esperar siquiera a Lelio. Masinisa haba actuado con tal precipitacin que el primer da que vio a su cautiva se cas con ella; de hecho, los ritos se celebraron ante los dioses tutelares de la casa de su enemigo. Esta conducta le pareci an ms sorprendente a Escipin, porque cuando l estaba en Hispania, joven como era, ninguna muchacha cautiva lo haba conmovido jams por su belleza. Mientras meditaba sobre todo esto nuevamente, aparecieron Lelio y Masinisa. Dio a ambos el mismo amable y agradable recibimiento, y en presencia de un gran nmero de sus oficiales se dirigi a ellos en los trminos ms elogiosos. Luego llev aparte en silencio a Masinisa y le habl de la siguiente manera: Creo, Masinisa, que debiste haber visto alguna buena cualidad en m, cuando viniste a verme en Hispania para establecer conmigo relaciones de amistad, y tambin despus, cuando te me confiaste a ti mismo y a tu fortuna en frica. Ahora bien, de entre todas las virtudes que te atrajeron, no hay ninguna de la que me enorgullezca tanto como de mi continencia y el control de mis pasiones. Me gustara, Masinisa, que t aadieras esta a las dems nobles virtudes de tu propio carcter. En nuestro tiempo de vida no estamos, creme, tanto en peligro por culpa de los enemigos armados como de los seductores placeres que nos tientan por doquier. El hombre que ha puesto freno a estos y los ha sometido mediante su auto-control, ha ganado para s la mayor gloria y una victoria ms grande que la que hemos obtenido sobre Sfax. El valor y la energa que has desplegado en mi ausencia me complaci sumamente, lo alab y record; sobre el resto de tu conducta, prefiero que reflexiones cuando ests a solas y no que yo te avergence aludiendo a ella. Sfax ha sido derrotado y hecho prisionero bajo los auspicios del pueblo de Roma; y siendo esto as, su esposa, su reino, su territorio, sus ciudades con todos sus habitantes, cualquier cosa que poseyera Sfax, pertenecen ahora a Roma como botn de guerra. Incluso si su esposa no fuera una cartaginesa, si no supisemos que su padre est al mando de las fuerzas del enemigo, seguira siendo nuestro deber enviarla con su marido a Roma y dejar que el Senado y el pueblo decidiera el destino de quien alej de nosotros a un aliado y lo precipit en armas contra nosotros. Vence tus sentimientos y gurdate de que un nico vicio estropee las muchas cualidades que posees y mancille la gracia de todos tus servicios con una falta que est fuera de toda proporcin con su causa.
[30.15] Al or esto, Masinisa se ruboriz
intensamente y hasta se le saltaron las lgrimas. Dijo que cumplira con los deseos del general, y le rog que tuviera en cuenta, en la medida que pudiese, la promesa que haba dado precipitadamente, pues le haba prometido que no la dejara pasar a poder de nadie. Sali luego del pretorio y se retir a su propia tienda en estado de confusin. Despidi a todos sus asistentes y permaneci all algn tiempo, dando rienda suelta a continuos suspiros y gemidos, bien audibles para los que estaban fuera. Al fin, con un profundo gemido, llam a uno de sus esclavos, en el que confiaba plenamente y que tena bajo su custodia el veneno que los reyes suelen tener en reserva frente a las vicisitudes de la fortuna. Despus de mezclarlo en una copa, le dijo que la llevara a Sofonisba y que le dijera al tiempo que Masinisa habra cumplido encantado la primera promesa que haba hecho a su esposa, pero como aquellos que tenan el poder le privaban del derecho a hacerlo, cumplira la segunda: que no caera viva en manos de los romanos. Pensando en su padre, su patria y los dos reyes con los que haba casado, ella decidira cmo actuar. Cuando el criado lleg con el veneno y el mensaje, Sofonisba dijo: Acepto este regalo de boda, nada desagradable si mi marido no puede hacer nada ms por su esposa. Pero le digo que habra muerto ms feliz si mi lecho nupcial no hubiese estado tan cerca de mi tumba. La altivez de estas palabras fue refrendada por la valenta con que, sin la menor seal de temor, bebi la pcima. Cuando la noticia lleg a Escipin, tuvo miedo de que el joven, loco de dolor, diera un paso an ms desesperado, por lo que mando enseguida a buscarle y trat de consolarlo. Al mismo tiempo, lo censuraba suavemente por haber expiado un acto de locura cometiendo otro y hacer ms trgico el asunto de lo que hubiera debido ser. Al da siguiente, con intencin de desviar sus pensamientos, Escipin subi a la tribuna y orden que se tocara a asamblea. Dirigindose a Masinisa como rey, y elogindolo en los mejores trminos posibles, le hizo entrega de una corona de oro, una ptera de oro, una silla curul, un cetro de marfil y tambin una toga bordada y una tnica con palmas. Resalt el valor de estos regalos sealndole que los romanos consideraban que no haba honor ms esplndido que el de un triunfo, y que ninguna insignia ms grandiosa era portada por los generales triunfantes que aquellas que el pueblo romano conceda a Masinisa, nico entre los extranjeros digno de poseerlas. Lelio fue el siguiente en ser elogiado y le hizo entrega de una corona de oro. Otros soldados recibieron recompensas de acuerdo a sus servicios. Los honores conferidos al rey estuvieron muy lejos de calmar su dolor, animndole solo la esperanza de tomar rpida posesin de toda la Numidia ahora que Sfax quedaba apartado. [30,16] Lelio fue enviado, encargado de Sfax y los otros prisioneros, a Roma, acompandole embajadores de Masinisa. Escipin regres a su campamento en Tnez y complet las fortificaciones que haba comenzado. El regocijo de los cartagineses por el xito temporal de su ataque naval fue corto y evanescente, pues cuando se enteraron de la captura de Sfax, sobre quien haban descansado sus esperanzas casi ms que en Asdrbal y su ejrcito, se desanimaron completamente. El partido de la guerra ya no se poda hacer or y el Senado envi a treinta ancianos, de entre sus notables, para pedir la paz. Este cuerpo era el ms augusto consejo de su estado y controlaba en muy alto grado al propio senado. Cuando llegaron a la tienda del pretorio, en el campamento romano, hicieron una profunda reverencia y se postraron; era esta una prctica, creo yo, que trajeron con ellos desde su lugar de origen [la ciudad fenicia de Tiro, la actual Sur en el Lbano.-N. del T.]. Su lenguaje se correspondi con su humilde posicin. Se excusaron, aunque achacando la responsabilidad de la guerra a Anbal y a sus partidarios. Anhelaban el perdn para una ciudad que se haba arruinado dos veces por la imprudencia de sus ciudadanos y que solo podra preservarse con seguridad por la buena voluntad de su enemigo. Lo que Roma buscaba, dijeron, era el homenaje y la sumisin de los vencidos, no su aniquilacin. Se declararon dispuestos a ejecutar cualquier orden que l les diera. Escipin replic que l haba venido a frica con la esperanza una esperanza que sus xitos haban confirmado de llevar de regreso a Roma una victoria completa, y no slo propuestas de paz. No obstante, aunque la victoria estaba casi a su alcance, l no se negara a otorgar condiciones de la paz, para que todas las naciones supieran que a Roma le mova el espritu de justicia, tanto si iniciaba una guerra como si le daba fin.
Les indic los trminos de la paz, que eran la
entrega de todos los prisioneros, desertores y refugiados; la retirada de los ejrcitos de Italia y la Galia; el abandono de toda accin en Hispania; la evacuacin de todas las islas situadas entre Italia y frica, y la entrega de toda su marina con excepcin de veinte buques. Tambin deban proporcionar quinientos mil modios de trigo y trescientos mil de cebada, y una cantidad de dinero que, en la actualidad, resulta dudosa [3.500.000 kg de trigo y 1.837.500 kg de cebada.-N. del T.]. En algunos autores leo cinco mil talentos, en otros se mencionan cinco mil libras de plata; algunos otros solo dicen que se exigi doble paga para las tropas. Se os conceden agreg tres das para considerar si estis de acuerdo con la paz en estos trminos. Si lo decids as, concertad conmigo un armisticio y mandad embajadores al Senado de Roma. Los cartagineses fueron despedidos. Como su objetivo era ganar tiempo para que Anbal pudiera cruzar navegando hasta frica, resolvieron no rechazar las condiciones de paz y, por consiguiente, enviaron delegados para concluir una tregua con Escipin, siendo enviada tambin una embajada a Roma para pedir la paz; estos ltimos llevaron con ellos algunos prisioneros y desertores y esclavos fugitivos para que aquella paz les fuera ms fcilmente otorgada.
[30.17] Varios das antes, Lelio lleg a Roma
con Sfax y los presos nmidas. l hizo un informe al Senado sobre todo lo que se haba hecho en frica y hubo gran alegra por el estado actual de cosas y las optimistas perspectivas cara al futuro. Despus de discutir el asunto, el Senado decidi que Sfax deba quedar internado en Alba y que Lelio habra de permanecer en Roma hasta que llegasen los embajadores cartagineses. Se ordenaron cuatro das de accin de gracias. Al levantarse la sesin de la Curia, Publio Elio, el pretor, convoc de inmediato una reunin de la Asamblea y subi a los Rostra acompaado por Cayo Lelio. Cuando el pueblo escuch que los ejrcitos de Cartago haban sido derrotados, un afamado rey vencido y hecho prisionero, y efectuado un avance victorioso a lo largo de Numidia, no pudieron ya contener sus sentimientos y expresaron su alegra sin lmites mediante gritos y otras manifestaciones de regocijo. Al ver al pueblo en este estado de nimo, el pretor enseguida dio rdenes para que se abrieran todos los lugares sagrados de la Ciudad, para que todo el mundo pudiera disponer del da entero para ir a los santuarios y ofrecer sus oraciones y acciones de gracias a los dioses.
Al da siguiente, present a los embajadores
de Masinisa al Senado. Ellos, en primer lugar, felicitaron al Senado por los xitos de Escipin en frica y luego expresaron su agradecimiento en nombre de Masinisa por la decisin de Escipin, no slo otorgndole el ttulo de rey, sino tambin dndole un contenido real al devolverle los dominios de sus antepasados donde, ahora que Sfax estaba a su disposicin y si el Senado as lo decida, l reinara libre de todo temor y oposicin. Estaba agradecido por la forma en que Escipin haba hablado de l ante sus oficiales y por las esplndidas insignias con que se le haba honrado, y que haba hecho todo lo posible para demostrar que era digno de ellas y que seguira sindolo. Solicitaron al Senado que confirmaran mediante un decreto formal el ttulo real y los dems favores y dignidades que Escipin le haba conferido. Y como concesin aadida, Masinisa solicit, si no era pedir demasiado, que liberasen a los prisioneros nmidas que estaban bajo custodia en Roma; aquello, consideraba, aumentara su prestigio entre sus sbditos. La respuesta dada a los embajadores fue el sentido de que el Senado felicitaba al rey tanto como a s mismos por los xitos de frica; que Escipin haba actuado correctamente al reconocerle como rey y que los senadores aprobaban calurosamente cuando haba hecho para satisfacer los deseos de Masinisa. Aprobaron un decreto para que los regalos que los embajadores llevaran al rey comprendieran dos capas prpuras con un broche de oro cada una, as como dos tnicas con franjas anchas; dos caballos ricamente enjaezados y un conjunto de armaduras ecuestres con corazas para cada uno; dos tiendas de campaa y muebles militares, como los habitualmente proporcionados a los cnsules [es decir, le proporcionaron objetos suntuarios correspondientes a un cnsul, como reconocindolo tal rango.-N. del T.]. El pretor recibi instrucciones para cuidar que tales cosas fuesen remitidas al rey. Cada uno de los embajadores recibi regalos por valor de cinco mil ases, y cada miembro de su squito por valor de mil ases. Adems de stos, se entregaron dos trajes a cada embajador y uno a cada uno de los de su squito y a cada uno de los prisioneros nmidas que deban ser devueltos al rey. Durante su estancia en Roma, se puso una casa a su disposicin y fueron tratados como huspedes del Estado. [30,18] Durante este verano, el pretor Publio Quintilio Varo y el procnsul Marco Cornelio libraron una batalla campal contra Magn. Las legiones del pretor formaron la lnea de combate; Cornelio mantuvo las suyas en reserva, pero cabalg al frente y tom el mando de una de las alas, dirigiendo el pretor la otra y exhortando ambos a los soldados para cargar furiosamente contra el enemigo. Al no lograr hacer ningn efecto sobre ellos, Quintilio dijo a Cornelio: Como puedes ver, la batalla se est desarrollando muy lentamente; el enemigo est ofreciendo una inesperada resistencia y en ella se han escudado contra el miedo, hay peligro de que conviertan ese temor en audacia. Debemos descargar un ataque de caballera contra ellos, si queremos turbarlos y hacerles ceder terreno. As pues, mantn t el combate en primera lnea y yo traer la caballera, o bien yo me quedo aqu y dirijo las operaciones de primera lnea mientras t lanzas la caballera de las cuatro legiones contra el enemigo. El procnsul dej al pretor que decidiera qu deseaba hacer. Quintilio, en consecuencia, acompaado por su hijo Marco, un joven enrgico, cabalg donde estaba la caballera, le orden que montase y la envi de inmediato contra el enemigo. El efecto de su carga se increment por el grito de guerra de las legiones y el enemigo no habra mantenido sus posiciones si Magn, al primer movimiento de la caballera, no hubiera hecho entrar en accin sin demora a sus elefantes. La aparicin de estos animales, su bramido y olor, aterrorizaron de tal manera a los caballos que hicieron su ayuda intil. Cuando se acercaban y podan emplear la espada y la lanza, la caballera romana tena ventaja, pero cuando era arrastrada por un caballo aterrorizado resultaba mejor objetivo para los dardos nmidas. En cuanto a la infantera, la duodcima legin haba perdido una gran parte de sus hombres y estaban manteniendo su terreno ms para evitar la vergenza de la retirada que por cualquier esperanza de ofrecer una resistencia eficaz. Tampoco lo hubiesen podido sostener mucho ms tiempo si la decimotercera legin, que estaba en reserva, no hubiera sido llevada al frente para intervenir en el combate indeciso. Para enfrentarse a esta nueva legin, Magn emple tambin a sus reservas. Estos eran galos, y los asteros de la undcima legin no tuvieron muchos problemas en ponerlos en fuga. A continuacin, cerraron y atacaron a los elefantes que estaban creando confusin en las filas de la infantera romana. Lanzando contra ellos una lluvia de proyectiles, amontonados como estaban y casi nunca fallando el blanco, los hicieron retroceder sobre las lneas cartaginesas una vez hubieron cado cuatro, heridos de gravedad.
Por fin, el enemigo comenz a ceder terreno
y toda la infantera romana, al ver a los elefantes volverse contra su propio bando, se precipitaron hacia delante para aumentar el pnico y la confusin. Mientras Magn mantuvo su posicin en el frente, sus hombres se retiraron poco a poco y en buen orden; pero cuando lo vieron caer, gravemente herido y sacado del campo de batalla a punto de desmayarse, se produjo una desbandada general. Las prdidas del enemigo ascendieron a cinco mil hombres, capturndose veintids estandartes. La victoria estuvo lejos de resultar incruenta para los romanos, que perdieron dos mil trescientos hombres del ejrcito del pretor, la mayora de la duodcima legin, entre ellos dos tribunos militares, Marco Cosconio y Marco Mevio. La decimotercera legin, la ltima en tomar parte en la accin, tambin sufri sus prdidas; Cayo Helvio, un tribuno militar, cay mientras reanudaba el combate, y veintids miembros del orden de los caballeros, pertenecientes a familias distinguidas, junto con algunos de los centuriones, resultaron muertos al pisotearlos los elefantes. La batalla habra durado ms si la herida de Magn no hubiese dado la victoria a los romanos. [30,19] Magn se retir durante la noche, marchando tan rpidamente como se lo permita su herida, hasta alcanzar aquella parte de la costa ligur que estaba habitada por los ingaunos. Aqu se encontr con la delegacin de Cartago, que haba desembarcado unos das antes en Gnova. Le informaron de que deba zarpar hacia frica lo antes posible; su hermano Anbal, a quien se le haban impartido similares instrucciones, estaba a punto de hacelo. Cartago no estaba en condiciones de retener sus dominios sobre la Galia e Italia. Las rdenes del Senado y los peligros que amenazaban a su pas decidieron a Magn para proceder, ms an cuando exista el riesgo de que el victorioso enemigo le atacase si se retrasaba, as como por la desercin de los ligures que, viendo Italia abandonada por los cartagineses, se pasaran con quienes, en ltima instancia, residira el poder. Esperaba tambin que un viaje por mar sera una prueba menor para su herida de lo que haba resultado la marcha y que contribuyera ms a su recuperacin. Embarc a sus hombres y luego l, pero an no se haba perdido de vista Cerdea cuando muri a consecuencia de la herida. Algunos de sus buques, que se haban separado de los dems, fueron capturados en alta mar por la flota romana que patrullaba en las proximidades de Cerdea. Tales fueron los acontecimientos por mar y tierra en los territorios de Italia al pie de los Alpes. El cnsul Cayo Servilio no haba efectuado nada digno de mencin en Etruria y tampoco despus partir hacia la Galia. En este ltimo pas, haba rescatado a su padre, Cayo Servilio, y tambin a Cayo Lutacio despus de diecisis aos de esclavitud, resultado de su captura por parte de los boyos en Taneto [en algn lugar prximo a la actual Mdena.-N. del T.]. Con su padre a un lado y Lutacio al otro, regres a Roma con ms honra en lo personal que en lo pblico. Se propuso al pueblo una mocin para eximirle de sancin por haber actuado ilegalmente como tribuno de la plebe y edil plebeyo mientras su padre, que haba ocupado una silla curul, estaba, aunque l no lo supiera, todava con vida. Una vez aprobada la mocin de inmunidad, regres a su provincia. El cnsul Cneo Servilio, en el Brucio, recibi la rendicin de varias plazas, ahora que vean que la Guerra Pnica estaba llegando a su fin. Entre ellas estaban Cosenza, Aufugio, Berga, Besidia, Otrcoli, Linfeo, Argentano, Clamplecia y otras muchas ciudades desconocidas [se trata de las antiguas Consentia, Aufugium, Bergae, Besidiae, Ocriculum, Lymphaeum, Argentanum y Clampetia; solo se pueden identificar positivamente las actuales Cosenza, Otrcoli y Clampecia.-N. del T.]. Tambin se enfrent en una batalla contra Anbal, en la vecindad de Crotona, de la que no existe un relato claro. Segn Valerio Antate, murieron quince mil enemigos, pero este combate tan importante pudiera ser una ficcin desvergonzada o una omisin descuidada del analista. A cualquier efecto, Anbal no realiz nada ms en Italia, pues la delegacin para llamarle de regreso a frica result llegar al mismo tiempo que la de Magn.
[30,20] Se dice que rechin sus dientes, se
quej y casi derram lgrimas cuando escuch lo que los enviados tenan que decir. Despus que le hubieran entregado sus rdenes, exclam: los mismos que trataron de hacerme retroceder, dejando de proporcionarme soldados y dinero, son los que ahora me llaman, no por medios torcidos, sino clara y abiertamente. As que ya veis, no es el pueblo romano, tantas veces derrotado y destrozado, el que ha vencido a Anbal, sino el senado cartagins con su maledicencia y envidia. Y no se enorgullecer y gloriar tanto Escipin por mi regreso como Hann, quien ha aplastado mi casa, ya que no poda hacerlo de otro modo, bajo las ruinas de Cartago. Haba presagiado lo que iba a suceder y haba dispuesto sus buques con antelacin. Se desprendi de la parte inservible de sus tropas distribuyndolas como guarniciones entre las pocas ciudades que, ms por miedo que por lealtad, an estaban con l. Llev con l a frica la fuerza principal de su ejrcito. Muchos, que eran naturales de Italia, se negaron a seguirlo y se retiraron al templo de Juno Lacinia, un santuario que hasta aquel da haba permanecido inviolado. All, dentro mismo del recinto sagrado, fueron asesinados vilmente. Rara vez ha dejado nadie su pas natal para marchar al exilio con tan sombro dolor como el que manifest Anbal al partir del pas de sus enemigos. Se dice que a menudo miraba atrs, a las costas de Italia, acusando a los dioses y a los hombres, maldicindose incluso a s mismo por no haber llevado a sus hombres, baados en sangre, directamente desde el victorioso campo de batalla de Cannas hasta Roma. Escipin, dijo, que mientras fue cnsul nunca haba visto un cartagins en Italia, haba osado ir a frica; entre tanto l, que haba acabado con cien mil hombres en el Trasimeno y en Cannas, haba envejecido frente a Casilino, Cumas y Nola. En medio de estas acusaciones y lamentos, abandon su larga ocupacin de Italia.
[30,21] La noticia de la partida de Magn
lleg a Roma al mismo tiempo que la de Anbal. La alegra con la que se recibi la noticia de esta doble partida, sin embargo, fue menor debido al hecho de que sus generales, por falta de valor o de fuerzas, no pudieron detenerlos pese a haber recibido rdenes expresas del Senado en tal sentido. Se produjo tambin un sentimiento de inquietud por la cuestin de que, ahora, todo el peso de la guerra recaa sobre un solo ejrcito y un nico general. Justo en aquel momento lleg una comisin de Sagunto, que traa algunos cartagineses que haban desembarcado en Hispania con el propsito alquilar mercenarios y a los que haban capturado junto al dinero que llevaban. Fueron depositadas en el vestbulo del Senado doscientas cincuenta libras de plata y ochenta de oro [81,75 kilos de plata y 26,16 kilos de oro.-N. del T.]. Despus de haber entregado a los hombres, que fueron puestos en prisin, se devolvi el oro y la plata a los saguntinos. Se les concedi un voto de agradecimiento, fueron agasajados con regalos y se les proporcionaron barcos con los que regresar a Hispania. A continuacin de este asunto, algunos de los senadores ms ancianos recordaron a la Cmara una gran omisin: Los hombres, dijeron, recuerdan ms vvidamente sus desgracias que las cosas buenas que les vienen. Recordamos el pnico y el terror que sentimos cuando Anbal descendi sobre Italia. Cuntas derrotas y luto siguieron! Cuntas oraciones, pblicas y privadas, elevamos todos y cada uno de nosotros al ver desde la Ciudad el campamento del enemigo! Cuntas veces escuchamos en nuestras asambleas el lamento de los hombres, elevando sus manos al cielo y preguntndose si llegara el da en que Italia se vera liberada de la presencia de su enemigo, floreciendo en paz y prosperidad?! Por fin, despus de diecisis aos de guerra, los dioses nos han otorgado este don; y, sin embargo, nadie pide que se les agradezca. Si los hombres no reciban el actual presente con el corazn agradecido, mucho menos sera probable que recordaran los beneficios recibidos con retraso. Por aclamacin de toda la Cmara, se orden al pretor Publio Elio que presentase una mocin. Se decret una accin de gracias durante cinco das en todos los pulvinares [eran una especie de lechos sobre los que se ponan imgenes y estatuillas de los dioses, y a los que se ofrecan banquetes y ofrendas.-N. del T.], y se sacrificaron ciento veinte vctimas mayores. Para aquel momento, Lelio haba abandonado Roma junto a los embajadores de Masinisa. Al recibirse noticias de que se haba visto en Pozzuoli una embajada de paz cartaginesa y que vena desde all por tierra, se decidi llamar de vuelta a Lelio para que pudiera estar presente en el encuentro. Publio Fulvio Giln, uno de los generales de Escipin, condujo a los cartagineses hasta Roma. Como se les prohibi entrar en la Ciudad, se les aloj en una casa de campo propiedad del estado, concedindoseles una audiencia del Senado en el templo de Belona.
[30,22] Su discurso ante el Senado fue muy
parecida al que haban hecho ante Escipin; rechazaron que el gobierno tuviese culpa alguna en la guerra, achacndola enteramente sobre Anbal. l no tena rdenes de su Senado para cruzar el Ebro, y mucho menos los Alpes. Por su propia cuenta haba hecho la guerra no slo contra Roma, sino tambin contra Sagunto; considerando atentamente la cuestin, el senado y el pueblo cartagins haban mantenido el tratado con Roma hasta aquel da. Por consiguiente, sus instrucciones eran pedir, simplemente, que se les permitiera continuar en las mismas condiciones de la paz que las pactadas en la ltima ocasin con Cayo Lutacio. De acuerdo con la costumbre tradicional, el pretor dio, a todo el que lo dese, permiso para interrogar a los embajadores; por los ms ancianos miembros, que haban tomado parte en el acuerdo de los anteriores tratados, se formularon distintas preguntas. Los enviados, que eran casi todos hombres jvenes, dijeron que no tena ningn recuerdo de lo sucedido. Se desataron entonces fuertes protestas por toda la Curia; los senadores declararon que aquello era un caso de traicin pnica: escogieron, para pedir la renovacin del antiguo tratado, a hombres que ni siquiera recordaban sus trminos.
[30,23] Se orden a los embajadores que se
retiraran y se pregunt a los senadores su opinin. Marco Livio aconsej que, como el cnsul Cayo Servilio era el ms cercano, se le deba convocar a Roma para que pudiera estar presente durante el debate. Ningn tema haba ms importante que el anterior, y no le pareca compatible con la dignidad del pueblo romano que la discusin tuviese lugar en ausencia de los dos cnsules. Quinto Metelo, que haba sido cnsul tres aos antes y que tambin haba sido dictador, expres su opinin de que como Publio Escipin, tras destruir sus ejrcitos y devastar sus tierras, haba llevado al enemigo a la necesidad de pedir la paz, no haba en el mundo nadie que pudiera formarse un juicio ms fundado en cuanto a sus autnticas intenciones al abrir negociaciones, que el hombre que en aquel momento llevaba la guerra ante las puertas de Cartago. En su opinin, deberan seguir el consejo de Escipin, y no el de ningn otro, en cuanto a si deba aceptarse o rechazarse la oferta de paz. Marco Valerio Levino, que haba desempeado dos consulados, declar que haban venido como espas y no como embajadores, e inst a que se les ordenase abandonar Italia y fuesen escoltados hasta sus naves, as como que se enviasen instrucciones escritas a Escipin para no relajar las hostilidades. Lelio y Fulvio agregaron que Escipin pensaba que la nica esperanza de paz resida en que Magn y Anbal no fueran llamados de vuelta; pero que los cartagineses emplearan cualquier subterfugio, mientras esperaban a sus generales y sus ejrcitos, y proseguiran despus la guerra, ignorando los tratados por recientes que fuesen y desafiando a todos los dioses. Estas declaraciones llevaron al Senado a aprobar la propuesta de Levino. Los embajadores fueron despedidos sin ninguna perspectiva de paz y casi sin respuesta [Livio difiere aqu sensiblemente de otras fuentes, como Casio Din o Polibio, el ms cercano temporalmente a los hechos, que relatan cmo s se lleg a un acuerdo que posteriormente quedara roto por la captura de un convoy romano.-N. del T.].
[30.24] El cnsul Cneo Servilio, plenamente
convencido de que la gloria de restablecer la paz en Italia era suya, persigui a Anbal hasta Sicilia como si lo hubiera obligado a huir y con la intencin de navegar desde all hasta frica. Cuando esto se supo en Roma, el Senado decidi que el pretor deba escribirle e informarle de que el Senado pensaba que lo adecuado era que permaneciese en Italia. El pretor dijo que Servilio poda no hacer caso a una carta suya [por ser su rango inferior al del cnsul.-N. del T.], y ante esto se resolvi nombrar dictador a Publio Sulpicio y que este, en virtud de su autoridad superior, llamara al cnsul de vuelta a Italia. El dictador pas el resto del ao visitando, acompaado por Marco Servilio, su jefe de la caballera, las diferentes ciudades de Italia que se haban separado de Roma durante la guerra, llevando a cabo una investigacin caso por caso. Durante el armisticio, fueron enviados por el pretor Lntulo, desde Cerdea, un centenar de buques de transporte que llevaban suministros e iban escoltados por veinte naves de guerra; llegaron a frica sin sufrir daos del enemigo o de las tormentas. Cneo Octavio zarp de Sicilia con doscientos transportes y treinta buques de guerra, pero no fue igual de afortunado. Disfrut de una travesa favorable hasta llegar casi a la vista de frica, donde cesaron los vientos; luego se levant un brego [viento del suroeste.-N. del T.] que dispers sus naves en todas direcciones. Gracias a los extraordinarios esfuerzos de los remeros contra el oleaje adverso, Octavio consigui llegar al cabo Ras Zebib [el antiguo promontorio de Apolo, a unos 20 km. al oeste del cabo Farina.-N. del T.]. La mayor parte de los transportes se vieron arrastrados hasta Zembra, una isla que hace de rompeolas a la baha donde est situada Cartago y que dista unas treinta millas de la ciudad [la antigua Egimuro, a unos 44,4 km. de Cartago.-N. del T.]. Otras fueron llevadas frente a la ciudad, hasta las Aguas Calientes [hoy Hamman Kourbes.-N. del T.]. Todo esto fue visto desde Cartago y una multitud, venida de todas las zonas de la ciudad, se reuni en el foro. Los magistrados convocaron al Senado; las personas que estaban en el vestbulo del senado protestaban porque se permitiera escapar ante sus ojos tanto botn como tenan al alcance de sus manos. Algunos objetaron que aquello sera una violacin de la fe mientras se celebraban las negociaciones de paz, otros estaban a favor de respetar la tregua que an no haba expirado. La asamblea popular estaba tan mezclada con el Senado que casi formaban un solo cuerpo, y se decidi por unanimidad que Asdrbal debera dirigirse a Zembra con cincuenta buques de guerra y capturar las naves romanas que estaban esparcidas a lo largo de la costa o en los puertos. Los transportes que haban sido abandonados por sus tripulaciones fueron remolcados hacia Zembra donde posteriormente fueron llevados otros desde Aguas Calientes.
[30,25] Los embajadores no haban
regresado an de Roma y no se saba si el Senado se haba decidido por la paz o por la guerra; tampoco haba finalizado la tregua pactada. Lo que ms indign a Escipin fue el hecho de que todas las esperanzas de paz haban quedado destruidas y todo respeto por la tregua burlado por los mismos hombres que haban pedido paz y tregua. Mand de inmediato a Lucio Bebio, Marco Servilio y Lucio Fabio a Cartago para protestar. Como se arriesgaban a sufrir maltrato por la multitud y en vista de que se les evitase regresar, solicitaron a los magistrados, con cuya ayuda se haba impedido la violencia, que les mandasen barcos que les escoltasen y protegieran de la violencia. Se les proporcion dos trirremes y, cuando alcanzaban la desembocadura del Medjerda [el antiguo Bagradas.-N. del T.], desde donde era visible el campamento romano, los buques regresaron a Cartago. La flota cartaginesa estaba fondeada en tica y, fuese como consecuencia de un mensaje secreto de Cartago, o porque Hann actuase por propia iniciativa y sin la connivencia de su gobierno, tres cuatrirremes de la flota lanzaron un ataque por sorpresa contra un quinquerreme romano que estaba rodeando el promontorio. Sin embargo, no pudieron alcanzarlo por su mayor velocidad y su mayor altura impidi cualquier intento de abordaje. Mientras le duraron los proyectiles, el quinquerreme se defendi con brillantez, pero al faltarle aquellos nada le podra haber salvado, excepto la cercana de tierra y el nmero de hombres que haban bajado desde el campamento hasta la orilla para observar. Los remeros llevaron el barco hasta la playa con todas sus fuerzas; la nave naufrag, pero los tripulantes escaparon ilesos. As pues, por una fechora tras otra, se disiparon todas las dudas sobre la ruptura de la tregua en cuanto Lelio y los cartagineses llevaron a su regreso de Roma. Escipin les inform de que, a pesar del hecho de que los cartagineses haban roto no solo la tregua que se haban comprometido a observar, sino incluso el derecho de gentes con su trato a los embajadores, l no tomara por s mismo ninguna accin en aquel caso, pues era incompatible con las mayores tradiciones de Roma y estaba en contra de sus propios principios. Luego los despidi y se dispuso a reanudar las operaciones. Anbal estaba ya prximo a tierra y orden a un marinero que subiera al mstil y averiguase a qu parte del pas se dirigan. El hombre inform que se dirigan a un sepulcro en ruinas. Anbal, considerndolo como un mal presagio, le orden al piloto navegar ms all de aquel lugar y llevar la flota a Leptis [Leptis Magna, prxima a la actual Lemta.-N. del T.], donde desembarc sus tropas.
[30,26] Todos los hechos antes descritos
ocurrieron durante este ao; los que siguen tuvieron lugar durante el ao siguiente, cuando Marco Servilio, el jefe de la caballera, y Tiberio Claudio Nern fueron cnsules 202 a. C.. Hacia el final del ao lleg una delegacin de las ciudades griegas, aliadas nuestras, para quejarse de que sus territorios haban sido devastados y de que no se haba permitido acercarse a Filipo a los embajadores que enviaron para exigir una reparacin. Tambin comunicaron que corra el rumor de que cuatro mil hombres, bajo el mando de Spatro, haban zarpado rumbo a frica para ayudar a los cartagineses, llevando con ellos una considerable suma de dinero. El Senado decidi enviar legados a Filipo para informarle de que consideraban aquellas medidas una violacin de los trminos del tratado. Se confi esta misin a Cayo Terencio Varrn, a Cayo Mamilio y a Marco Aurelio, a quienes se proporcion tres quinquerremes. El ao se hizo memorable por un enorme incendio, en el que las casas de la Cuesta Publicia fueron arrasadas por el fuego, y tambin por una gran inundacin. Los alimentos, sin embargo, eran muy baratos, pues no slo toda Italia estaba abierta, ahora que disfrutaba de paz, sino que se haba enviado gran cantidad de grano desde Hispania que los ediles curules, Marco Valerio Faltn y Marco Fabio Buten, repartieron al pueblo, barrio a barrio, a cuatro ases el modio. Este ao se produjo la muerte de Quinto Fabio Mximo, a muy avanzada edad, de resultar cierto lo que afirman algunos autores: que haba sido augur durante sesenta y dos aos. Fue un hombre digno de tan gran sobrenombre, an si hubiera sido el primero en llevarlo. Super a su padre en distinciones e igual a su abuelo [Quinto Fabio Mximo Gurges y Quinto Fabio Mximo Ruliano, respectivamente.-N. del T.]. Ruliano haba logrado ms victorias y combatido en batallas mayores, pero su nieto tuvo a Anbal como enemigo y esto lo compensaba todo. Fue ms famoso por su cautela que por su energa, y aunque pueda ser objeto de discusin si era de naturaleza lenta para la accin o si adopt aquellas tcticas como ms a propsito con el carcter de la guerra, nada es ms cierto que esto, como dice Ennio, un hombre, con su retraso, restaur la situacin. Haba sido a la vez augur y pontfice; su hijo, Quinto Fabio Mximo le sucedi como augur y Servio Sulpicio Galba como pontfice. Los Juegos Romanos y los Juegos Plebeyos fueron celebrados por los ediles Marco Sextio Sabino y Cneo Tremelio Flaco; los primeros durante un da y los ltimos se repitieron durante tres das. Estos dos ediles fueron elegidos pretores junto con Cayo Livio Salinator y Cayo Aurelio Cota. Los autores estn divididas en cuanto a quin presidi las elecciones, si lo hizo el cnsul Cayo Servilio o si, a causa de estar retenido en Etruria por los juicios por conspiracin de los notables, que el Senado le haba ordenado dirigir, nombr dictador a Publio Sulpicio para presidirlas.
[30.27] Al principio del ao siguiente 202
a. C., los cnsules Marco Servilio y Claudio Tiberio convocaron al Senado en el Capitolio para decidir la asignacin de las provincias. Como los dos queran frica, estaban deseando sortear aquella provincia e Italia. Sin embargo, principalmente gracias a los esfuerzos de Quinto Metelo, nada se decidi sobre frica; se orden a los cnsules que dispusieran con los tribunos de la plebe una votacin del pueblo para que este decidiera quin deba dirigir la guerra en frica. Las tribus votaron unnimemente a favor de Publio Escipin. A pesar de ello, el Senado decret que los dos cnsules deban sortear y frica recay en Tiberio Claudio, quien debera cruzar all con una flota de cincuenta buques, todos quinquerremes, desempeando el mando con el mismo rango que Escipin. Etruria cay a Marco Servilio. Cayo Servilio, que haba tenido aquella provincia, vio extendido su mando para el caso de que el Senado debiera exigir su presencia en Roma. Los pretores se distribuyeron de la siguiente manera: Marco Sextio recibi la Galia y Publio Quintilio Varo deba entregar dos legiones que tena all; Cayo Livio deba guarnecer el Brucio con las dos legiones que Publio Sempronio haba mandando all el ao anterior; Cneo Tremelio fue enviado a Sicilia y se encarg de las dos legiones de Publio Vilio Tpulo, el pretor del ao anterior; Vilio, en condicin de propretor, fue provisto de veinte barcos de guerra y mil hombres para la proteccin de la costa siciliana; Marco Pomponio deba llevar de vuelta a Roma mil quinientos hombres con los veinte buques restantes. La pretura urbana pas a manos de Cayo Aurelio Cotta. Los otros mandos se mantuvieron sin cambios. Diecisis legiones se consideraron suficientes este ao para la defensa del imperio de Roma. Con el fin de que todas las cosas pudieran emprenderse y llevarse a cabo con el favor de los dioses, se decidi que antes de que los cnsules salieran en campaa deberan celebrar los Juegos y ofrecer los sacrificios que el dictador Tito Manlio haba ofrecido durante el consulado de Marco Claudio Marcelo y Tito Quincio [en el 208 a. C.-N. del T.], si la Repblica mantena intacta su posicin durante cinco aos. Los Juegos se celebraron en el circo, durante cuatro das, y las vctimas prometidas a los dioses se sacrificaron debidamente.
[30,28] A lo largo de este tiempo, crecieron
por igual la esperanza y el temor. Los hombres no podan decidir si se deban alegrar ms porque, tras diecisis aos, Anbal haba abandonado finalmente Italia y dejaba su posesin indiscutible a Roma, o si deban temer el que hubiera desembarcado en frica con su fuerza militar intacta. Cambia la sede del peligro decan pero no el peligr en s. Quinto Fabio, que acaba de morir, predijo cun grande sera la lucha cuando declar con tono oracular que Anbal resultara un enemigo ms formidable en su propio pas de lo que haba sido en tierra extranjera. Escipin no se las tendra que ver con Sfax, cuyos sbditos eran brbaros indisciplinados y cuyo ejrcito estaba dirigido generalmente por Estatorio, que era poco ms que un cantinero; ni con el escurridizo suegro de Sfax, Asdrbal, y su turba medio armada de campesinos apresuradamente reclutados por los campos, sino que habra de enfrentarse con Anbal, que prcticamente haba nacido en los cuarteles de su padre, el ms valiente de los generales; criado y educado en medio de las armas, soldado an nio y general apenas salido de la adolescencia. Haba pasado la flor de su virilidad de victoria en victoria, habiendo llenado Hispania, la Galia e Italia, desde los Alpes hasta el mar del sur con los recuerdos de grandes hazaas. Los hombres que mandaba eran tan veteranos como l, templados por tan innumerables dificultados que resulta increble que los hombres las hubieran soportado, salpicados innumerables veces con sangre romana, cargados de los despojos arrancados de sus cuerpos, y no solo de soldados rasos, sino incluso de los generales. Escipin se enfrentara en el campo de batalla a muchos de los que con sus propias manos haban dado muerte a los pretores, a los generales, a los cnsules de Roma, y que se adornaban ahora con coronas murales y vallares despus de haber vagado a voluntad por los territorios y ciudades de Roma que capturaron. Todas las fasces que llevaban hoy ante s los magistrados romanos no seran tantas como las que podra haber llevado Anbal ante l, capturadas en el campo de batalla al dar muerte al imperator [no nos resistimos aqu a emplear el ttulo latino, que es el nico que refleja la amplitud de lo que representaba a los ojos de un romano contemporneo de los hechos narrados o de un romano culto como el propio Tito Livio.-N. del T.]. Preocupados por estos pronsticos sombros, aumentaba su miedo y su inquietud. Y haba otro motivo de aprensin. Se haban acostumbrado a ver transcurrir la guerra primero en un lugar de Italia y despus en otro, sin demasiada esperanza de que terminara pronto. Ahora, sin embargo, los nimos de todos estaban encendidos, con Escipin y Anbal enfrentados como para librar el ltimo y decisivo combate. Incluso aquellos que tenan la mayor confianza en Escipin y sostenan las mayores esperanzas en que resultara victorioso, se fueron poniendo ms y ms nerviosos conforme se daban cuenta de que se acercaba la hora fatdica. Los cartagineses se encontraban en un estado de nimo muy similar. Cuando pensaban en Anbal y en la grandeza de las hazaas que haba ejecutado, se lamentaban de haber pedido la paz; pero cuando reflexionaban sobre el hecho de que haban sido derrotados dos veces en campo abierto, que Sfax haba sido hecho prisionero, que les haban expulsado de Hispania y luego de Italia, que todo esto era el resultado de la decidida valenta de un hombre, y que aquel hombre era Escipin, le teman como si hubiera estado destinado desde su nacimiento a provocar su ruina. [30,29]. Anbal haba llegado a Susa [la antigua Hadrumeto, en Tnez.-N. del T.], donde permaneci algunos das para que sus hombres se recuperasen de los efectos de la travesa, cuando mensajeros sin aliento anunciaron que todo el territorio alrededor de Cartago estaba ocupado por las armas romanas. Se dirigi de inmediato, a marchas forzadas, hacia Zama. Zama est a cinco das de marcha de Cartago. Los exploradores, que haba enviado por delante para practicar un reconocimiento, fueron capturados por los puestos de avanzada romana y conducidos ante Escipin. Escipin los puso a cargo de los tribunos militares y dio rdenes para que fuesen llevados alrededor del campamento, donde pudiera mirar todo lo que quisieran sin temor. Despus de preguntarles si lo haban examinado todo a su entera satisfaccin, los envi, escoltados, de vuelta con Anbal. El informe que le dieron no le result agradable de or, pues result que aquel mismo da lleg Masinisa con una fuerza de seis mil infantes y cuatro mil jinetes. Lo que ms inquietud le produjo era la confianza del enemigo que, como se vio claramente, no careca de buenas razones para ello. Por lo tanto, a pesar de haber sido l el causante de la guerra, a pesar de que su llegada haba trastornado la tregua y disminuido la esperanza de cualquier paz que se estuviera negociando, an pensaba que estara en mejor posicin para obtener condiciones si peda la paz mientras sus fuerzas estaban intactas que despus de una derrota. As pues, envi un mensajero a Escipin para solicitarle que le concediera una entrevista. Que lo hiciera por propia iniciativa u obedeciendo rdenes de su gobierno, yo no puedo asegurarlo taxativamente. Valerio Antate dice que fue derrotado por Escipin en la primera batalla, con unas prdidas de doce mil muertos y mil setecientos prisioneros, y que despus de esto march, en compaa de diez legados, al campamento de Escipin. Como quiera que sea, Escipin no se neg a la entrevista propuesta, y de comn acuerdo los dos comandantes avanzaron sus campamentos el uno hacia el otro para que se pudieran encontrar ms fcilmente. Escipin estableci su posicin de no muy lejos de la ciudad de Sidi-Youssef [la antigua Naragara.-N. del T.] en un terreno que, adems de otras ventajas, ofreca un suministro de agua dentro del alcance de los proyectiles procedentes de las lneas romanas. Anbal escogi cierto terreno elevado a unas cuatro millas de distancia [5920 metros.-N. del T.], una posicin segura y ventajosa excepto porque el agua la deba conseguir de lejos. Se determin un punto a medio camino entre los campamentos que, para evitar alguna posibilidad de traicin, quedaba a la vista de ambos bandos.
[30,30].Cuando sus respectivas escoltas se
hubieron retirado a una distancia igual, ambos jefes avanzaron al encuentro del otro, acompaado cada uno por un intrprete; eran los ms grandes generales, no solo de su propia poca, sino de todos los que registra la historia antes de aquel da, pares de los ms famosos reyes y generales que el mundo hubiera visto. Por unos instantes se contemplaron con admiracin el uno al otro, en silencio. Anbal fue el primero en hablar. Si dijo el destino ha querido de esta manera que yo, quien fui el primero en hacer la guerra a Roma y que tan a menudo he tenido la victoria final casi al alcance de mi mano, sea ahora el primero en venir a pedir la paz, me felicito porque el destino te haya designado, entre todos los dems, como aquel a quien se la he de pedir. Entre tus muchas y brillantes distinciones no ser este tu menor ttulo de fama, el que Anbal, a quien los dioses han concedido la victoria sobre tantos generales romanos, ceda ante ti, a quien ha correspondido poner fin a una guerra memorable ya antes por vuestras derrotas que por las nuestras. As de irnica es la Fortuna, que tras tomar las armas cuando tu padre era cnsul, y tenindole como mi adversario en mi primera batalla, sea su hijo ante quien vengo desarmado a pedir la paz. Hubiera sido mucho mejor que nuestros padres, por disposicin de los dioses, se hubiesen contentado, vosotros con la soberana de Italia y nosotros con la de frica. Tal como estn las cosas, ni siquiera para vosotros resultan Sicilia y Cerdea una compensacin adecuada por la prdida de tantas flotas, tantos ejrcitos y tantos y tan esplndidos generales. Pero es ms fcil que lamentar el pasado que repararlo. Hemos codiciado lo ajeno, y despus hemos tenido que combatir por lo nuestro; no solo la guerra os ha asolado a vosotros en Italia y a nosotros en frica, sino que habis visto las armas y estandartes de un enemigo casi dentro de vuestras puertas y sobre vuestras murallas, y nosotros escuchamos en Cartago los murmullos del campamento romano. As que aquello que ms detestamos por encima de todo, lo que vosotros hubieseis deseado antes que nada, ha sucedido ahora; la cuestin de la paz se discute ahora, cuando vuestra fortuna est en ascenso. Nosotros, a quienes ms incumbe obtener la paz, somos los nicos en proponerla y tenemos plenos poderes para tratarla, lo que hagamos aqu lo ratificarn nuestros gobiernos. Cuanto necesitamos es nimo para discutir las cosas con calma. En lo que a m respecta, vuelto a una patria de la que march cuando nio, los aos y la experiencia de xitos y fracasos me han desilusionado tanto que prefiero guiarme por la razn y no por la Fortuna. En cuanto a ti, tu juventud y continuo xito te harn, me temo, impaciente ante consejos de paz. No es fcil, para el hombre a quien nunca decepciona la Fortuna, reflexionar sobre las incertidumbres y los accidentes de la vida. Lo que yo fui en el Trasimeno y en Cannas, lo eres t hoy. Apenas tenas la edad suficiente para tomar las armas cuando recibiste el mando y, en todas tus empresas, hasta en las ms osadas, la Fortuna nunca te ha fallado. Vengaste la muerte de tu padre y tu to, y aquel desastre para tu casa se convirti en la ocasin para que ganases una gloriosa fama por tu valor y tu piedad filial. Recuperaste las provincias perdidas de Hispania tras expulsar cuatro ejrcitos cartagineses fuera del pas. Luego fuiste elegido cnsul y, mientras que tus predecesores apenas tuvieron nimo suficiente para defender Italia, t cruzaste a frica donde, tras destruir dos ejrcitos y capturar e incendiar dos campamentos en una hora, hacer prisionero al poderoso monarca Sfax y robar de sus dominios y los nuestros numerosas ciudades, al fin me arrastraste fuera de Italia, tras haberla dominado durante diecisis aos. Es muy posible que en tu actual estado de nimo prefieras la victoria a una paz justa; tambin s la ambicin que tiene por objeto lo que es grande y no lo que es conveniente; tambin sobre m brill una vez una fortuna como la tuya. Pero si, en el xito, los dioses nos dan tambin sabidura, hemos de reflexionar no solo sobre lo sucedido en el pasado, sino sobre lo que puede ocurrir en el futuro. Para tomar slo un ejemplo, yo mismo soy un ejemplo suficiente de la inconstancia de la fortuna. Solo ayer tena situado mi campamento entre tu ciudad y el Anio, y avanzaba mis estandartes contra las murallas de Roma; y aqu me ves, privado de mis dos hermanos, soldados valerosos y generales brillantes como eran, delante de las murallas de mi ciudad natal, que est casi asediada, y pidiendo en nombre de mi ciudad que pueda salvarse del destino con que yo amenac la tuya. Cuanto mayor sea la buena fortuna de un hombre, menos debe contar con ella. La victoria te asiste y nos ha abandonado; para ti, el conceder la paz, ser gloria y brillantez; para nosotros, que la pedimos, es ms una dura necesidad que una rendicin honrosa. Una paz asentada es algo mejor y ms seguro que la esperanza de la victoria; aquella est en tus manos, esta en las de los dioses. No expongas la buena suerte de tantos aos al azar de una sola hora. Consideras tus propias fuerzas, pero debes pensar tambin en la parte que juega la fortuna, e incluso Marte, en los vaivenes de la batalla. En ambos lados habr espadas y hombres que las utilicen; en ninguna parte se cumplen menos las expectativas que en la guerra. La victoria no aadir mucho a la gloria que ahora puedes obtener concediendo la paz, y la derrota te la puede quitar toda. La fortuna de una hora puede acabar con todos los honores que has ganado y todos los que puedes esperar. Concertar la paz depende enteramente de ti, Publio Cornelio, de lo contrario tendrs que aceptar cualquier suerte que te enven los dioses. Marco Atilio Rgulo, en este mismo suelo habra podido brindar un ejemplo casi nico del xito y del valor, si hubiera en la hora de la victoria otorgado la paz a nuestros padres cuando se la pidieron. Pero como no pusiera lmite alguno a su prosperidad, ni frenara su alborozo por su buena suerte, la altura a la que aspiraba solo hizo su cada ms terrible.
Es aquel que otorga la paz, no el que la
pide, quien dicta los trminos; pero quizs no resulte inapropiado que nos impongamos una multa. Admitimos que sea vuestro todo aquello por lo que fuimos a la guerra: Sicilia, Cerdea, Hispania y todas las islas que estn entre frica e Italia. Nosotros, los cartagineses, confinados dentro de las costas de frica, nos contentamos, pues tal es el deseo de los dioses, con veros gobernar vuestro imperio por tierra y mar fuera de vuestras fronteras. Tengo que admitir que la falta de sinceridad mostrada recientemente, al pedir la paz y al no observar la tregua, justifican tus sospechas sobre la buena fe de Cartago. Pero, Escipin, la observancia fiel de la paz depende en gran medida del carcter de las personas que la buscan. He odo decir que vuestro Senado, a veces, se neg incluso a concederla porque los embajadores no eran del rango suficiente. Ahora es Anbal quien la busca, y no la pedira si no creyera que era ventajosa para nosotros; y porque lo creo as, har que se mantenga inviolada. Como yo iniciase la guerra y la dirigiera sin que nadie se lamentase, hasta que los dioses se mostraron celosos de mi xito, as har todo lo posible para evitar que nadie est descontento de la paz procurada por m. [30,31] Ante tales argumentos, el comandante romano dio la siguiente respuesta: No ignoraba, Anbal, que era la esperanza de tu llegada lo que llev a los cartagineses a romper la tregua y a turbar toda perspectiva de paz. De hecho, t mismo lo admites, pues eliminas de los trminos anteriormente propuesto todo aquello hace ya tiempo est en nuestro poder. Sin embargo, igual que t deseas ansiosamente aliviar a tus compatriotas por tu mediacin, yo debo cuidarme de que no tengan hoy las condiciones que primeramente acordaron, detradas de las condiciones de paz en recompensa por su perfidia. Indignos de merecer las antiguas condiciones, an tratis que vuestros engaos os aprovechen! Ni fueron nuestros padres los agresores en la guerra de Sicilia, ni fuimos nosotros los agresores en Hispania, sino primero los peligros que amenazaban a nuestros aliados mamertinos en un caso, y despus la destruccin de Sagunto, en el otro, lo que motiv que tomsemos de manera justa y leal. Que, en cada caso, vosotros provocasteis la guerra, t mismo lo admites y los dioses son testigos de ello; dieron a la guerra anterior un fin justo y equitativo, y estn haciendo y harn lo mismo en esta. En cuanto a m, no me olvido de cun dbiles criaturas son los hombres; no ignoro la influencia que ejerce la fortuna y los innumerables accidentes a los que estn sujetas todas nuestras acciones. Si t, por propia voluntad, hubieras evacuado Italia y embarcado tu ejrcito antes de que yo hubiese navegado hacia frica, y despus hubieras venido con propuestas de paz, admito que habra yo actuado con espritu prepotente y arbitrario si las hubiese rechazado. Pero ahora que te he arrastrado hasta frica, renuente y entre dudas antes de la batalla, no estoy obligado a mostrarte la ms mnima consideracin. As pues, si adems de las condiciones en que la paz podra haber sido concluida anteriormente, se aade la condicin de una indemnizacin por el ataque a nuestros transportes, la ruptura de la tregua y el maltrato a nuestros embajadores durante el armisticio, tendr algo que presentar ante el consejo [de guerra.-N. del T.]. Si consideris esto inaceptable preparaos para la guerra, pues habis sido incapaces de soportar la paz. De esta manera, no se lleg a un entendimiento y los generales se reunieron con sus ejrcitos. Informaron que la entrevista haba sido infructuosa, que la cuestin sera decidida por las armas y que el resultado quedaba en manos de los dioses.
[30,32] A su regreso a sus campamentos,
ambos emitieron la orden del da a sus tropas: Deban disponer sus armas y acopiar valor para la lucha final y decisiva; si la suerte estaba con ellos, resultaran victoriosos no durante un da, sino para siempre; antes de la prxima noche sabran si sera Roma o Cartago la que dara leyes a las naciones, pues no solo frica e Italia, sino el mundo entero sera el premio de la victoria. Pero tan grande como el premio sera el peligro en caso de derrota, ya que los romanos no tendran donde escapar en aquella tierra extraa y desconocida y Cartago estaba haciendo su ltimo esfuerzo, si este fallaba su destruccin sera inminente. Al da siguiente marcharon a la batalla los dos generales ms brillantes y los dos ejrcitos ms fuertes que posean las dos naciones ms poderosas, para coronar aquel da los muchos honores que haban ganado o a perderlos para siempre. Los soldados pasaban de la esperanza al miedo, conforme mirasen a sus propias lneas o a las opuestas, comparando sus fuerzas ms con la vista que con la razn, alegrndose y abatindose cada vez. El nimo que no se podan dar por s mismos, se lo proporcionaban sus generales con sus exhortaciones. El cartagins record a sus hombres sus diecisis aos de victorias en suelo italiano, todos los generales romanos que haban cado y todos los ejrcitos que haban quedado destruidos; cuando llegaba ante cualquier soldado que se hubiera distinguido en cualquier combate, recordaba sus valientes hazaas. Escipin les record la conquista de Hispania y las recientes batallas en frica, mostrndoles la confesin enemiga de su debilidad, cuyo miedo les obligaba a pedir la paz y cuya innata falta de fidelidad a los pactos les impeda respetarla. Describi a su conveniencia la conferencia mantenida con Anbal que, al ser privada, le dejaba el campo libre a la invencin. Les seal un presagio, declarndoles que los dioses haban concedido a los cartagineses los mismos auspicios que cuando sus padres combatieron en las islas gates. El final de la guerra y de sus esfuerzos, les asegur, haba llegado; los despojos de Cartago estaban a su alcance, as como el regreso al hogar en la patria, con sus esposas, hijos y penates. Habl con la cabeza erguida y un rostro tan radiante que podrais suponer que ya haba logrado la victoria. A continuacin sac a sus hombres, los asteros al frente, detrs de ellos los prncipes y los triarios cerrando la retaguardia. [30,33] No form las cohortes en densas lneas tras sus estandartes respectivos, sino que dej un considerable intervalo entre los manpulos con el fin de que hubiera espacio para que los elefantes enemigos pudieran ser dirigidos entre ellos sin romper las filas. Lelio, que haba sido uno de sus legados y que ahora desempeaba la funcin de cuestor, sin sorteo, por un decreto del senado, estaba al mando de la caballera italiana en el ala izquierda, Masinisa y sus nmidas fueron situados en la derecha. Los vlites, la infantera ligera de aquellos das, fueron dispuestos cubriendo los pasillos abiertos entre los manpulos, delante de los estandartes, con rdenes para retirarse cuando los elefantes cargasen y refugiarse entre las lneas de manpulos, o bien correr a derecha e izquierda de los estandartes y dejar as que los monstruos se enfrentasen a los dardos desde ambos flancos. Para dar a su lnea un aspecto ms amenazante, Anbal situ sus elefantes al frente. Tena ochenta en total, un nmero mayor del que nunca antes hubiera llevado a la batalla. Detrs de ellos estaban los auxiliares, ligures y galos mezclados con baleares y moros. La segunda lnea estaba formada por los cartagineses y los africanos, junto con una legin de macedonios. A poca distancia detrs de ellos se situaron en reserva sus tropas italianas. Se trataba, principalmente, de brucios que lo haban seguido desde Italia ms obligados por la necesidad que por su propia y libre voluntad. Al igual que Escipin, Anbal cubri sus flancos con su caballera: los cartagineses a la derecha, los nmidas a la izquierda.
Diferentes palabras de aliento se precisaban
en un ejrcito compuesto por tan diversos elementos, donde los soldados nada tenan en comn, ni lenguaje, ni costumbres, ni leyes, ni armas, ni vestimenta, ni siquiera el motivo que los llev a filas. A los auxiliares los atrajo con la paga que recibiran y, an ms, con el botn que lograran. En el caso de los galos, hizo un llamamiento a su odio instintivo y particular contra los romanos. A los ligures, procedentes de las montaas salvajes, les deca que contemplasen las frtiles llanuras de Italia como recompensa por la victoria. A los moros y los nmidas los amenazaba con la perspectiva de quedar bajo la desenfrenada tirana de Masinisa. Cada nacionalidad se dejaba influir por sus esperanzas y temores. Los cartagineses estaban situados a plena vista de las murallas de su ciudad, de sus hogares, los sepulcros de sus padres, sus esposas e hijos, la alternativa de la esclavitud y la destruccin o el imperio del mundo. No haba trmino medio, tenan todo por esperar y todo por temer. Mientras el general se diriga as a los cartagineses, y los jefes de cada nacionalidad transmitan sus palabras a sus propias gentes y a las extranjeras mezcladas con ellas, principalmente mediante intrpretes, sonaron las trompetas y cuernos de los romanos, formando tal estrpito y gritero que los elefantes, se volvieron contra los suyos que estaban detrs, sobre todo en el ala izquierda compuesta por moros y nmidas. Masinisa no tuvo dificultad alguna para convertir aquel desorden en fuga, despojando as a la izquierda cartaginesa de su caballera. Algunos de los animales, sin embargo, no mostraron miedo y fueron azuzados contra las filas de vlites, entre los que produjeron grandes destrozos pese a las muchas heridas que recibieron. Los vlites, para evitar morir pisoteados, saltaron tras los manpulos y dejaron as un pasillo a los elefantes, desde cuyos ambos lados llovieron dardos sobre las bestias. Los manpulos frontales no dejaron tampoco de descargar proyectiles hasta que aquellos animales fueron tambin expulsados de las lneas romanas contra sus propias lneas, poniendo en fuga a la caballera cartaginesa que cubra el ala derecha. Cuando Lelio vio la confusin de la caballera enemiga, se apresur a aprovecharse de ella.
[30.34] Cuando las lneas de infantera se
cerraron, los cartagineses quedaron expuestos en ambos flancos, debido a la huida de la caballera, y desequilibrados en esperanzas y fuerzas. Otras circunstancias, tambin, aparentemente triviales por s mismas pero de considerable importancia en combate, dieron ventaja a los romanos. Sus gritos formaron un solo, mayor y ms intimidante; los del enemigo, proferidos en varios idiomas, eran simplemente disonantes. Los romanos mantuvieron sus posiciones, pues combatan y presionaban al enemigo con el mero peso de sus armas y cuerpos; por el otro lado, haba ms agilidad y movilidad que reciedumbre en la lucha. Como consecuencia de ello, los romanos hicieron que el enemigo cediera terreno en su primera carga, empujndoles despus con sus escudos y hombros, avanzando sobre el terreno que haban desalojado y adelantndose considerablemente sin encontrar resistencia. Cuando los que estaban en la parte de atrs se dieron cuenta del movimiento de avance, empujaron a su vez quienes tenan delante, aumentando considerablemente la fuerza de la presin. Los africanos y cartagineses que formaban la segunda lnea no ayudaron a los auxiliares enemigos que se retiraban. De hecho, tan lejos se mostraron de apoyarles que tambin ellos retrocedieron, temiendo que el enemigo, despus de matar a quienes resistan obstinadamente en primera lnea, llegara hasta ellos. Ante esto, los auxiliares se retiraron de repente y dieron media vuelta; algunos se refugiaron dentro de la segunda lnea, otros, a los que no se les permiti, empezaron a matar a los que se negaban a dejarlos pasar tras haberse negado a apoyarles. Haba ahora en marcha dos batallas: la que los cartagineses deban librar contra el enemigo y, al mismo tiempo, la que libraban contra sus propias tropas. Aun as, no admitieron a estos fugitivos enloquecidos dentro de sus lneas; cerraron la formacin y los empujaron hacia las alas, ms all del terreno donde se combata, temiendo que sus lneas descansadas y sin debilitar se pudieran desmoralizar al introducirse entre ellas hombres atacados por el terror y heridos. El terreno donde haban estado situados los auxiliares haba quedado bloqueado con tantos cuerpos y armas amontonadas que era casi ms difcil cruzarlo de lo que haba sido abrirse paso entre enemigos en formacin. Los asteros que componan la primera lnea siguieron al enemigo, avanzando cada hombre lo mejor que poda sobre los montones de cuerpos y armas, y sobre el suelo manchado de sangre resbaladiza, hasta que los estandartes y manpulos quedaron en total confusin. Incluso las insignias de los prncipes empezaron a desplazarse de ac para all, al ver la irregular lnea del frente. En cuanto Escipin observ esto, orden que tocasen a retirada para los asteros y, tras llevar los heridos a retaguardia, situ a los prncipes y triarios en las alas, para que los asteros del centro se vieran apoyados y protegidos por ambos flancos. As comenz nuevamente la batalla por completo, pues los romanos lograron por fin llegar hasta sus autnticos enemigos, que estaban a su altura en armamento, experiencia y reputacin militar, y que tenan tanto que ganar y que temer como ellos mismos. Los romanos, sin embargo, tena superioridad en nmero y en confianza, pues su caballera haba derrotado ya a los elefantes y ellos estaban luchando contra la segunda lnea del enemigo despus de derrotar a la primera.
[30,35] Lelio y Masinisa, que haban seguido
a la derrotada caballera hasta una distancia considerable, regresaron ahora de la persecucin en el momento justo y atacaron al enemigo por la retaguardia. Esto decidi finalmente la accin. El enemigo fue derrotado, muchos resultaron rodeados y muertos en combate, los que se dispersaron huyendo por campo abierto fueron muertos por la caballera, que ocupaba todas las zonas. Ms de veinte mil de los cartagineses y sus aliados murieron en ese da, y casi tantos fueron hechos prisioneros. Se capturaron ciento treinta y dos estandartes y once elefantes. Los vencedores perdieron mil quinientos hombres. Anbal escap en la confusin con unos cuantos jinetes y huy a Susa. Antes de abandonar el campo haba hecho todo lo posible, tanto en la batalla misma como en su preparacin. El mismo Escipin confes, y todos expertos militares estaban de acuerdo, que Anbal haba demostrado una singular destreza en la disposicin de sus tropas. Situ a sus elefantes por delante, para que su carga irregular y su fuerza irresistible hicieran imposible a los romanos mantener sus filas y el orden de su formacin, en los que resida su fortaleza y confianza. Luego dispuso a los mercenarios delante de sus cartagineses, con el fin de que a esta fuerza variopinta, procedente de todas las naciones y mantenida junta por su sueldo, que no por un espritu de lealtad, no le resultara fcil escapar. Al tener que sostener el primer contacto, desgastaran el mpetu del enemigo y, aunque no hicieran otra cosa, embotaran las espadas enemigas con sus heridas. Luego vinieron las tropas cartaginesas y africanas, el pilar de sus esperanzas. Iguales en todos los aspectos a sus adversarios, teniendo incluso ventaja en la medida en que llegaran frescos a la accin contra un enemigo debilitado por las heridas y el cansancio. En cuanto a las tropas italianas, tena sus dudas sobre si se comportaran como amigas o enemigas y, por tanto las retir a la lnea ms retrasada. Despus de dar esta prueba final de su valor, Anbal huy, como se ha dicho, hacia Susa. De aqu fue convocado a Cartago, ciudad a la que regres treinta y seis aos despus de haberla dejado cuando era nio. Admiti francamente en el Senado que no solo haba perdido una batalla, sino toda la guerra, y que su nica posibilidad de salvacin radicaba en la obtencin de la paz.
[30.36] Desde el campo de batalla, Escipin
procedi de inmediato a tomar por asalto el campamento de los enemigos, donde se obtuvo una inmensa cantidad de botn. Luego regres a sus barcos, despus de haber recibido noticias de que Publio Lntulo haba llegado desde tica con cincuenta buques de guerra y cien transportes cargados con suministros de todo tipo. Lelio fue enviado para llevar la noticia de la victoria de Escipin, quien, pensando que el pnico en Cartago deba ser aumentado amenazando la ciudad por todos los lados, orden a Octavio que hiciera marchar las legiones haca all por tierra, mientras l en persona navegaba desde tica con su vieja flota, reforzada por la escuadra que Lntulo haba trado, poniendo proa al puerto de Cartago. Cuando ya se aproximaba a l, se encontr con un buque decorado con bandas de lana blanca y ramas de olivo. En ella iban los diez hombres ms importantes de la ciudad, que, por consejo de Anbal, haban sido enviados como embajada para pedir la paz. Tan pronto se hallaron cerca de la popa del buque del general, alzaron los emblemas suplicantes y clamaron implorando la piedad y proteccin de Escipin. La nica respuesta que se les dio era que deba ir a Tnez, pues Escipin estaba a punto de trasladar a su ejrcito a ese lugar. Manteniendo su rumbo, entr en el puerto de Cartago con el fin de estudiar la situacin de la ciudad [el original latino emplea provectus in portum, como texto intercalado; esto no quiere decir que llegase a atracar, sino que naveg por el interior del puerto.- N. Del T.], no tanto con el propsito de obtener informacin como de desalentar al enemigo. Luego naveg de regreso a tica, llamando tambin a Octavio de vuelta all. De camino este ltimo hacia Tnez, se le inform que Vermina, el hijo de Sfax, iba a venir en ayuda de los cartagineses con una fuerza compuesta principalmente de caballera. Octavio atac a los nmidas sobre la marcha con parte de su infantera y toda su caballera. La accin tuvo lugar el primer da de las saturnales [el 17 de diciembre.-N. del T.] y termin rpidamente con la derrota completa de los nmidas. Estando totalmente rodeados por la caballera romana, todas las vas de escape les quedaron cerradas; murieron quince mil y fueron hechos prisioneros mil doscientos, se capturaron tambin mil quinientos caballos y setenta y dos estandartes. El propio rgulo escap con unos pocos jinetes. Los romanos volvieron a ocupar su antiguo campamento en Tnez, donde una embajada compuesta por treinta legados de Cartago se entrevistaron con Escipin. A pesar de que adoptaron un tono mucho ms humilde que en la ocasin anterior, como exiga su situacin desesperada, fueron escuchados con mucha menos simpata por culpa de su reciente perfidia. Al principio, el consejo de guerra, movido por una justa indignacin, estuvo a favor de la completa destruccin de Cartago. No obstante, cuando reflexionaron sobre la magnitud de la tarea y la cantidad de tiempo que llevara el asedio de una ciudad tan fuerte y bien amurallada, sintieron muchas dudas. El mismo Escipin tema que pudiera llegar su sucesor y reclamar la gloria de dar trmino a la guerra, despus que le hubiera sido preparado el camino mediante los esfuerzos y peligros de otro hombre. As que se produjo un veredicto unnime en favor de que se hiciera la paz.
[30.37] Al da siguiente, se convoc
nuevamente a los embajadores ante el consejo y se les reprendi severamente por su falta de fidelidad y honestidad, exhortndoles a que aprendieran de corazn la leccin de sus numerosas derrotas y creyeran en el poder de los dioses y la justicia de los juramentos. Despus, se les declararon las condiciones de paz: viviran en libertad bajo sus propias leyes; seguiran poseyendo todas las ciudades y todos los territorios que haban posedo antes de la guerra, y los romanos cesaran desde aquel mismo da en sus saqueos. Deban devolver a los romanos todos los desertores, refugiados y prisioneros, entregaran todos sus buques de guerra, conservando solo diez trirremes; entregaran todos sus elefantes adiestrados, comprometindose al mismo tiempo a no entrenar ms. No habran de hacer la guerra, ni dentro ni fuera de las fronteras de frica, sin el permiso del pueblo romano. Deberan devolver todas sus posesiones a Masinisa y hacer un tratado con l. En espera del regreso de los enviados de Roma, deban abastecer de grano y pagar a los auxiliares del ejrcito romano. Tambin deban pagar una indemnizacin de guerra de diez mil talentos de plata [270.000 kg.-N. del T.], efectundose el pago en cuotas anuales iguales durante cincuenta aos. Deban entregar un centenar de rehenes, que seran elegidos por Escipin, con edades de entre catorce y treinta aos. Finalmente, l se comprometa a concederles un armisticio si se devolvan los transportes capturados durante la tregua anterior, con todo lo que contenan. De lo contrario no habra tregua ni esperanzas de paz.
Cuando los enviados regresaron con aquellos
trminos y los expusieron ante la Asamblea, Giscn se adelant y protest contra las propuestas de paz. El pueblo, inquieto y cobarde, le escuchaba favorablemente cuando Anbal, indignado por que se expusieran aquellos argumentos en una crisis tal, lo agarr y lo arrastr por la fuerza fuera de la tribuna elevada. Este era un espectculo inusual en una ciudad libre y el pueblo expres visiblemente su desaprobacin. El soldado, sorprendido por la libre expresin de su opinin por parte de sus conciudadanos, les dijo: Os dej cuando tena nueve aos y he regresado ahora, despus de una ausencia de treinta y seis aos. Del arte de la guerra, que me ensearon desde mi infancia tanto mis actividades pblicas como privadas, creo estar bastante bien informado. De vosotros debo aprender las reglas, las leyes y las costumbres de la vida cvica y del foro. Tras excusar as su inexperiencia, se refiri a los trminos de paz y les demostr que no eran irrazonables y que su aceptacin era una necesidad. La mayor dificultad de todas se refera a los transportes capturados durante la tregua, pues no se encontr nada, aparte de los mismos buques, y cualquier indagacin sera dificultosa pues los que resultaran acusados seran los enemigos de la paz. Se decidi que los barcos seran devueltos y que, en cualquier caso, se buscara a sus tripulaciones. Se dejara a Escipin valorar todo el resto desaparecido y los cartagineses pagaran el monto en efectivo. Segn algunos autores, Anbal march a la costa directamente desde el campo de batalla y, abordando un buque que ya estaba listo, zarp de inmediato hacia la corte del rey Antoco; cuando Escipin insisti, sobre todo, en su entrega, se le dijo que Anbal no estaba en frica.
[30.38] Tras el regreso de los embajadores
ante Escipin, los cuestores recibieron rdenes para realizar un inventario de los bienes pblicos propiedad del Estado existentes en los transportes, debiendo notificarse a sus propietarios todos los bienes privados. Se hizo una recaudacin de veinticinco mil libras de plata, equivalentes al valor pecuniario [8175 kg.-N. del T.], y se concedi a los cartagineses un armisticio de tres meses. Se aadi una condicin adicional: que mientras estuviera en vigor el armisticio no haban de enviar emisarios a ningn lugar, excepto a Roma, y que si llevaba cualquier emisario a Cartago no deban dejarle partir hasta que se hubiera informado al comandante romano del objeto de su visita. Los embajadores cartagineses fueron acompaados a Roma por Lucio Veturio Filn, Marco Marcio Rala y Lucio Escipin, el hermano del general. Durante este tiempo, los suministros que llegaron de Sicilia y Cerdea abarataron tanto el precio de los suministros que los comerciantes dejaron el grano a los marineros a cambio del flete de la carga. Las primeras noticias sobre la reanudacin de las hostilidades por parte de Cartago produjeron un considerable malestar en Roma. Se orden a Tiberio Claudio que llevara una flota, sin prdida de tiempo, a Sicilia y desde all a frica; al otro cnsul se le orden permanecer en la Ciudad hasta que se conociera definitivamente el estado de cosas en frica. Tiberio Claudio fue muy lento al disponer su flota y hacerse a la mar, pues el Senado haba decidido que fuera Escipin y no l, aunque era el cnsul, quien quedase facultado para fijar los trminos de la paz que se deban otorgar. La inquietud general ante las noticias de frica se increment a causa de los rumores sobre diversos portentos. En Cumas, el disco solar disminuy su tamao y se produjo una lluvia de piedras; en territorio de Velletri [la antigua Veliterno.-N. del T.] cedi el suelo y se form una inmensa caverna por donde se precipitaron los rboles; en Ariccia, el foro y las tiendas de alrededor fueron alcanzadas por el rayo, as como partes de la muralla de Frosinone y una de las puertas; se produjo tambin una lluvia de piedras en el Palatino. Este ltimo portento fue expiado, segn la costumbre tradicional, mediante oraciones continuas y sacrificios durante nueve das; el resto lo fue mediante el sacrificio de vctimas mayores. En medio de todos estos prodigios, se produjo una crecida tan fuerte que fue interpretada en clave religiosa. El Tber se elev tan alto que se inund el Circo, hacindose arreglos para celebrar los Juegos de Apolo fuera de la puerta Colina, en el templo de Venus Erucina. Llegado el da de los juegos, el cielo se despej repentinamente y la procesin que haba partido hacia la puerta Colina fue hecha volver y llevada hacia el Circo, pues se anunci que el agua haba bajado. El regreso del espectculo solemne a su lugar apropiado alegr al pueblo y aument el nmero de espectadores.
[30,39] Finalmente, el cnsul parti de la
Ciudad. Qued, sin embargo, atrapado por una violenta tormenta entre los puertos de Cosa y Loreto, expuesto al mayor de los peligros, pero logr llegar al puerto de Piombino [la antigua Populonia.-N. del T.], donde qued anclado hasta que pas la tempestad. Desde all naveg a Elba, luego a Crcega y de all a Cerdea. Aqu, mientras rodeaba los Montes Gennargentu [llamados antiguamente Insanos.-N. del T.], le sorprendi una tormenta an ms violenta y en lugar ms peligroso. Su flota se dispers, muchos de sus barcos quedaron desarbolados y perdieron sus aparejos, algunos fueron destruidos totalmente. Con su flota agitada as por la tempestad y destrozada, se refugi en Cagliari [la antigua Caralis, en Cerdea.-N. del T.]. Mientras reparaba aqu sus naves le alcanz el invierno. Su ao de mandato expir y, como no recibiera ninguna prrroga del mando, llev su flota de regreso a Roma convertido en un particular. Antes de partir hacia su provincia, Marco Servilio nombr dictador a Cayo Servilio con el fin de evitar que le llamaran para celebrar las elecciones. El dictador nombr a Publio Elio Peto jefe de la caballera. A pesar de que se fijaron distintas fechas para las elecciones, el mal tiempo impidi que se celebraran. En consecuencia, cuando los magistrados abandonaron el cargo la vspera de los idus de marzo [el 14 de marzo.-N. del T.] no se haban designado otros nuevos y la repblica estaba sin ningn tipo de magistrados curules. El pontfice Tito Manlio Torcuato muri este ao y su lugar fue ocupado por Cayo Sulpicio Galba. Los Juegos Romanos fueron celebrados tres veces por los ediles curules Lucio Licinio Lculo y Quinto Fulvio. Algunos de los escribas y mensajeros de los ediles fueron encontrados culpables, por el testimonio de testigos, de sustraer dinero del erario pblico, no sin infamia para el edil Lculo. Se encontr que los ediles plebeyos, Publio Elio Tubern y Lucio Letorio, haban sido nombrados irregularmente y renunciaron al cargo. Antes de que esto sucediera, sin embargo, haban celebrado los Juegos plebeyos y el festival de Jpiter, habiendo colocado tambin en el Capitolio tres estatuas hechas de la plana pagada en multas. El dictador y el jefe de la caballera fueron autorizados por el Senado para celebrar los Juegos en honor de Ceres.
[30.40] A la llegada de los enviados romanos
de frica, junto con los cartagineses, el Senado se reuni en el templo de Belona. Lucio Veturio Filn inform de que Cartago haba hecho su ltimo esfuerzo, que se haba librado una batalla contra Anbal y que, por fin, se haba dado trmino a esta guerra desastrosa. Tal anuncio fue recibido por los senadores con gran alegra y Veturio inform de otra victoria, aunque comparativamente menos importante, a saber, la derrota de Vermina, el hijo de Sfax. Se le pidi que fuera hasta la Asamblea y que hiciera partcipe al pueblo de las buenas noticias. Entre la alegra general, se abrieron todos los templos de la Ciudad y se ordenaron acciones de gracia durante tres das. Los enviados de Cartago y los de Filipo, que tambin haba llegado, solicitaron audiencia del Senado. El dictador, a instancias del Senado, les inform de que se la concederan los nuevos cnsules. A continuacin, se celebraron las elecciones y Cneo Cornelio Lntulo y Publio Elio Peto fueron nombrados cnsules. Los pretores electos fueron Marco Junio Peno, a quien correspondi la pretura urbana; Marco Valerio Faltn, a quien correspondi el Brucio; Marco Fabio Buteo, que recibi Cerdea, y Publio Elio Tubern, sobre quien recay Sicilia. En cuanto a las provincias de los cnsules, se acord que no deba hacerse nada hasta que los enviados de Filipo y los de Cartago hubieran obtenido audiencia. Tan pronto como se daba fin a una guerra, surga la perspectiva del comienzo de otra. El cnsul Cneo Lntulo deseaba intensamente obtener frica como su provincia; si la guerra continuaba l esperaba lograr una fcil victoria y si llegaba a su fin ansiaba obtener la gloria de finalizar un conflicto tan grande. Se neg a tratar ningn asunto hasta que no se le hubiera decretado frica como su provincia. Su colega, hombre moderado y sensato, cedi cuando vio que aquel intento de arrebatarle la gloria a Escipin no solo resultaba lamentable sino tambin desigual. Dos de los tribunos de la plebe, Quinto Minucio Termo y Manlio Acilio Glabrin, declararon que Cneo Cornelio intentaba aquello en lo que haba fracasado Tiberio Claudio, y que despus que el Senado hubiera autorizado que el asunto del mando supremo en frica fuera remitido a la Asamblea, las treinta y cinco tribus haban votado unnimemente por Escipin. Despus de numerosos debates, tanto en el Senado como en la asamblea, se resolvi finalmente dejar el asunto al Senado. Se dispuso que los senadores habran de votar bajo juramento, siendo su decisin que los cnsules deban llegar a un entendimiento mutuo o, en su defecto, deberan recurrir a sortear cul de ellos tendra Italia y cul tomara el mando de la flota de cincuenta naves. Al que se asignara la flota deba navegar a Sicilia y, si no resultase posible hacer la paz con Cartago, se dirigira a frica. El cnsul actuara por mar; Escipin, conservando sus plenos poderes, llevara a cabo la campaa por tierra. Si se acordaban los trminos de la paz, los tribunos de la plebe preguntaran al pueblo si era su voluntad que la paz fuese otorgada por el cnsul o por Escipin. Igualmente, deban consultarles para que decidieran, en caso de que se trajera el ejrcito victorioso desde frica, quin deba traerlo. Si el pueblo decida que la paz deba ser concluida por Escipin y que tambin l deba traer el ejrcito de vuelta, el cnsul no navegara hacia frica. El otro cnsul, al que haba correspondido Italia como provincia, tomara el mando de las dos legiones del pretor Marco Sextio. [30,41] Escipin recibi una prrroga de su mando y mantuvo los ejrcitos que tena en frica. Las dos legiones del Brucio que haban estado al mando de Cayo Livio fueron trasladadas al del pretor Marco Valerio Faltn, y las dos legiones de Sicilia, bajo el mando de Cneo Tremilio, deban ser asumidas por el pretor Publio Elio. La legin de Cerdea, mandada por el propretor Publio Lntulo, fue asignada a Marco Fabio. Marco Servilio, el cnsul del ao anterior, seguira al mando de sus dos legiones en Etruria. En lo que respecta a Hispania, Lucio Cornelio Lntulo y Lucio Manlio Acidino haban permanecido all durante varios aos, as que los cnsules acordaran con los tribunos preguntar a la asamblea para que decidiera quin deba tener el mando en Hispania. El general nombrado deba formar una legin de romanos, adems de los dos ejrcitos, y quince cohortes de los aliados latinos, con los que mantener la provincia; Lucio Cornelio y Lucio Manlio deberan traer de vuelta a Italia a los soldados ms veteranos. Cualquiera que fuese el cnsul que recibiera frica como provincia, deba elegir cincuenta barcos de entre las dos flotas, a saber, la que mandaba Cneo Octavio en aguas africanas y la que, con Publio Vilio, vigilaba la costa siciliana. Publio Escipin mantendra los cuarenta buques de guerra que tena. En caso de que el cnsul deseara que Cneo Octavio siguiera al mando de su flota, lo hara con rango de propretor; si le daba el mando a Lelio, entonces Octavio partira hacia Roma y traera de vuelta los barcos que el cnsul no quisiera. Tambin se asignaran diez barcos de guerra a Marco Fabio, para Cerdea. Adems de las fuerzas arriba mencionadas, se orden a los cnsules que alistaran dos legiones urbanas para que aquel ao hubiera a disposicin de la repblica catorce legiones y cien barcos de guerra.
[30.42] Luego se discuti el orden de
recepcin de las embajadas de Filipo y de los cartagineses. [-201 a. C.; recurdese que se haba decretado la audiencia a los embajadores una vez los cnsules hubieran tomado posesin del cargo.- N. del T.] Se decidi que se recibira en primer lugar a los macedonios. Su discurso trat sobre varios puntos. Empezaron negando toda responsabilidad por los saqueos en los pases aliados de los que se haban quejado al rey los legados romanos. A continuacin, fueron ellos mismos los que presentaron quejas contra los aliados romanos y otras an ms graves contra Marco Aurelio, uno de los tres embajadores, de quien dijeron que se haba quedado all y, tras alistar un cuerpo de tropas, empez las hostilidades en su contra, violando los trminos del tratado y combatiendo en varios enfrentamientos contra sus generales. Finalizaron con una peticin: que los macedonios y su general Spatro, que haban servido como mercenarios bajo el mando de Anbal y permanecan por entonces prisioneros, les fueran devueltos. En respuesta, Marco Furio, que haba sido enviado desde Macedonia por Aurelio para que lo representase, seal que Aurelio sin duda se haba quedado atrs, pero que fue con el fin de impedir que los aliados de Roma desertaran con el rey a consecuencia de los daos y saqueos que estaban sufriendo. Seal tambin que no haba pasado de sus fronteras; pero que se haba encargado de que ninguna horda de saqueadores las cruzasen impunemente. Spatro, que era uno de los nobles purpurados que estaban cerca del trono y prximo al monarca, haba sido enviado recientemente a frica para ayudar a Anbal y a Cartago con dinero, as como con una fuerza de cuatro mil macedonios.
Al ser interrogados sobre estas cuestiones,
los macedonios dieron respuestas evasivas y poco satisfactorias; por lo tanto, la respuesta que recibieron del Senado no fue nada favorable. Se les dijo que su rey estaba buscando la guerra y que, si segua como hasta entonces, muy pronto la encontrara. Era responsable de violar el tratado en dos aspectos: de una parte, por haber cometido una flagrante agresin contra los aliados de Roma mediante el empleo hostil de las armas; adems, haba ayudado a los enemigos de Roma con hombres y dinero. Escipin estaba actuando correcta y legtimamente al tratar como enemigos a los capturados en armas contra Roma y mantenerlos encadenados. Marco Aurelio tambin estaba actuando en inters de la repblica, y el Senado se lo agradeca, al conceder proteccin armada a los aliados de Roma cuando las disposiciones de los tratados carecan de poder para defenderlos. Con esta severa respuesta fueron despedidos los embajadores de Macedonia. A continuacin fueron llamados los cartagineses. En cuanto vieron su edad, apariencia y rango, pues se trataba de los hombres ms notables del Estado, los senadores comprendieron que ahora ya se trataba efectivamente la paz. Destacaba entre todos ellos Asdrbal, a quien sus compatriotas le haba otorgado el sobrenombre de Haedus [cabrito, la cra de la cabra.-N. del T.]. Siempre haba sido un defensor de la paz y un opositor del partido Brcida. Esto dio a sus palabras un peso adicional, cuando se deslind de toda responsabilidad por la guerra en nombre de su gobierno y la achac a unos cuantos individuos ambiciosos. Su discurso result variado y elocuente. Rechaz algunos de los cargos, admiti otros para que la negacin de hechos fehacientemente demostrados no llevara a dificultar el perdn. Exhort a los senadores a emplear su buena fortuna con espritu de moderacin y continencia. Si los cartagineses continu hubieran escuchado a Hann y a m mismo, y hubiesen estado dispuestos a aprovechar su oportunidad, podran haber dictado los trminos de paz que ahora os pedimos. Rara vez se conceden a los hombres, a un tiempo, la buena fortuna y el buen sentido. Lo que hace a Roma invencible es el hecho de que su pueblo no pierde el buen juicio en los momentos favorables. Y sera sorprendente que fuera de otra forma, pues aquellos para quienes la buena fortuna es cosa novedosa se volveran locos de placer al no estar acostumbrados; pero para vosotros, romanos, la alegra de la victoria es una costumbre, casi podra decir que una experiencia corriente. Habis extendido vuestro dominio ms por la clemencia en favor de los vencidos que por la propia victoria. Los otros se expresaron con expresiones ms patticas, calculadas para provocar compasin. Recordaron a su audiencia la posicin de poder e influencia desde la que haba cado Cartago. Aquellos, dijeron, que hasta haca poco haban tenido el mundo entero sometido a sus armas, ahora nada tenan, excepto las murallas de su ciudad. Confinados dentro de estas, no vean nada, por tierra o por mar, que fuera de su propiedad. Incluso su ciudad, sus dioses penates y sus hogares, solo los pondran conservar si el pueblo romano estaba dispuesto a salvarlos; de lo contrario, lo perderan todo. Como se hizo evidente que los senadores se llenaron de compasin, uno de ellos, exasperado por la perfidia de los cartagineses, se dice que grit: Por qu dioses juraris observar el tratado, pues habis faltado a aquellos por los que antes jurasteis?!. Por los mismos que antes replic Asdrbal pues tan hostiles son a quienes violan los tratados.
[30,43] Aunque todos estaban a favor de la
paz, el cnsul Cneo Lntulo, que estaba al mando de la flota, impidi que la Cmara aprobase cualquier resolucin. Acto seguido, dos de los tribunos de la plebe, Manio Acilio y Quinto Minucio, presentaron inmediatamente ante el pueblo las siguientes cuestiones: Era su voluntad y le placa que el Senado aprobase un decreto para concluir un tratado de paz con Cartago? Quin deba otorgar la paz?, y Quin deba traer el ejrcito de frica? Sobre la cuestin de la paz, todas las tribus votaron afirmativamente; dieron tambin orden de que fuera Escipin quien otorgase la paz y trajese de vuelta a casa al ejrcito. En cumplimiento de esta decisin, el Senado decret que Publio Escipin debera, de acuerdo con los diez comisionados, concluir la paz con el pueblo de Cartago en lo trminos que considerase apropiados. Sobre esto, los cartagineses expresaron su agradecimiento a los senadores y les rogaron que les fuera permitido entrar en la Ciudad y entrevistarse con sus compatriotas detenidos bajo custodia del Estado. Estos eran miembros de la nobleza, amigos o parientes, habiendo otros para los que tenan mensajes de sus amigos en casa. Cuando esto hubo sido dispuesto, hicieron una peticin adicional para que se les permitiera rescatar a los que quisieran de entre los prisioneros. Se les indic que proporcionasen los nombres y presentaron alrededor de doscientos. El Senado aprob entonces una resolucin para que se designase una comisin que llevase hasta frica, con Escipin, a los doscientos prisioneros que haban elegido los cartagineses y que le informasen de que, si se conclua la paz, debera devolverlos a los cartagineses sin rescate. Cuando los feciales recibieron rdenes de partir hacia frica con el propsito de sellar el tratado, requirieron del Senado que definiera el procedimiento. El Senado, por consiguiente, se decidi por esta frmula: Los feciales llevarn consigo sus propias piedras y sus propias hierbas; cuando un pretor romano les ordenase sellar el tratado, le exigiran a l las hierbas sagradas. Las hierbas entregadas a los feciales era de un tipo que se recoga normalmente de la Ciudadela. Los embajadores cartagineses fueron finalmente despedidos y regresaron con Escipin. Concluyeron la paz con l en los trminos antes mencionados, entregando sus buques de guerra, sus elefantes, los desertores y refugiados y cuatro mil prisioneros, incluyendo a Quinto Terencio Culen, un senador. Escipin orden que los barcos se llevasen a alta mar y se incendiasen. Algunos autores afirman que fueron quinientas las embarcaciones, comprendiendo todas las clases impulsadas por remos. La vista de todos aquellos buques, estallando repentinamente en llamas, caus tanto pesar al pueblo como si fuera la misma Cartago la que estuviese ardiendo. Los desertores fueron tratados con mucha ms severidad que a los fugitivos; los que pertenecan a los contingentes latinos fueron decapitados, los romanos fueron crucificados.
[30,44] La ltima paz que se firm con
Cartago fue durante el consulado de Quinto Lutacio y Aulo Manlio, cuarenta aos antes [en el 241 a. C.- N. del T.]. Veintitrs aos ms tarde comenz la guerra, en el consulado de Publio Cornelio y Tiberio Sempronio. Termin en el consulado de Cneo Cornelio y Publio Elio Peto, diecisiete aos ms tarde. La tradicin habla de una observacin que se dice pronunciaba frecuentemente Escipin, en el sentido de que la guerra no termin con la destruccin de Cartago gracias, en primera instancia, a la celosa ambicin de Tiberio Claudio, y despus a la de Cneo Cornelio. Cartago se vio en dificultades para cumplir con la primera entrega de la indemnizacin de guerra, pues su tesoro estaba exhausto. Hubo llantos y lamentos en el senado, y se dice que en medio de todo aquello se vio a Anbal rer. Asdrbal Haedus le reprendi por su alegra en medio de las lgrimas de la nacin, que a l se deban. Anbal le replic: Si pudieras discernir mis ms ntimos pensamientos tan claramente como lo haces con mi contencin, descubriras con facilidad que estas risas que tan inapropiadas encuentras no proceden de un corazn alegre, sino de uno casi enloquecido por el sufrimiento interior. De todos modos, estn muy lejos de ser tan inoportunas y fuera de lugar como vuestras absurdas lgrimas. El tiempo apropiado para llorar fue cuando nos vimos privados de nuestras armas, cuando nuestras naves fueron incendiadas y cuando se nos prohibi cualquier guerra ms all de nuestras fronteras. Esa es la herida que les resultara fatal. No hay la menor razn para suponer que los romanos lo decidieron para que os quedaseis ociosos. Ningn Estado puede permanecer en calma; si no tiene ningn enemigo en el exterior, encontrar uno en casa, como les pasa a los hombres excesivamente fuertes que, pareciendo seguros contra los peligros externos, caen vctimas de su propia fortaleza. Por supuesto que slo sentimos las calamidades pblicas en cuanto nos afectan personalmente, y nada de ellas nos produce una punzada ms aguda que la prdida de dinero. Cuando los despojos de la victoria eran arrastrados lejos de Cartago, cuando la veais desnuda e indefensa en medio de una frica en armas, nadie lanz un gemido; ahora, porque habis contribuido a la indemnizacin con vuestras fortunas particulares lloris como si contemplaseis un funeral pblico. Mucho me temo que muy pronto os encontraris con que estas desgracias por las que hoy lloris son pequeas!. Tal era la forma en que Anbal hablaba a los cartagineses. Escipin reuni a sus tropas en asamblea y, en presencia de todo el ejrcito, recompens a Masinisa aadiendo a su reino ancestral la ciudad de Cirta y las otras ciudades y territorios que haban estado bajo el dominio de Sfax y haban pasado bajo el imperio de Roma. Cneo Octavio recibi rdenes de llevar la flota a Sicilia y entregarla al cnsul Cneo Cornelio. Escipin dijo a los enviados cartagineses para marchasen a Roma con el fin de que las disposiciones que l haba tomado, de acuerdo con los diez comisionados, pudieran recibir la sancin del Senado y ser formalmente ordenadas por el pueblo.
[30.45] Establecida la paz por tierra y mar,
Escipin embarc su ejrcito y naveg hasta Marsala. Desde all envi la mayor parte de su ejrcito en los buques, mientras que l viajaba atravesando Italia. El pas se regocijaba tanto por la restauracin de la paz como por la victoria que haba obtenido, y l se dirigi a Roma a travs de multitudes que se derramaban desde las ciudades para honrarlo, con masas de campesinos que bloqueaban las carreteras de los territorios rurales. La procesin triunfal con la que entr en la Ciudad fue la ms brillante que jams se hubiera visto. El peso de la plata que llev al tesoro ascendi a ciento veintitrs mil libras [40.221 kg.-N. del T.] Adems del botn, distribuy cuatrocientos ases a cada soldado. Sfax haba muerto poco antes en Tvoli, a donde haba sido trasladado desde Alba; su desaparicin, si bien rest inters al espectculo, en modo alguno atenu la gloria del general triunfante. Su muerte constituy, sin embargo, otro espectculo, pues recibi un funeral pblico. Polibio, autor de peso considerable, dice que este rey fue llevado en la procesin. Quinto Terencio Culen march detrs de Escipin, llevando el gorro de liberto; despus, y a lo largo de toda su vida como era de justicia, lo vener como el autor de su libertad. En cuanto al sobrenombre de Africano, no puedo afirmar a ciencia cierta ni que le fuese conferido por la devocin de sus soldados o por aclamacin popular, ni que fuese como en los recientes casos de Sila el Afortunado y Pompeyo el Grande, en tiempos de nuestros padres, originado por la adulacin de sus amigos. En cualquier caso, l fue el primer general ennoblecido con el nombre del pueblo que haba conquistado [a estos sobrenombres se les conoce como cognomen ex virtutem, sobrenombres por mritos.-N. del T.]. Desde sus tiempos, hombres que han ganado victorias mucho ms pequeas han dejado, imitndole, esplndidas inscripciones en sus bustos y nombres ilustres a sus familias.