El Paso Del Rubic-N

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4.

Roma republicana
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24. El paso del Rubicón

En la noche del 11 de enero del año 49 a.C. la vanguardia del victorioso ejér-
cito de César pasaba el río Rubicón, que marcaba el límite entre la Italia pro-
vincial (Galia Cisalpina) y la metropolitana, con ello se iniciaba la guerra ci-
vil que convirtiría a Julio César en dueño de Roma y del Mediterráneo, y que
de hecho supuso el final de la libera Res Publica, aunque no lo creyeran del
todo así los conjurados de cinco años después, cuando asesinaron al dictador.
Por ello era lógico que la propaganda cesariana tratara de demostrar la justicia
de tan decisivo acto.

Informado de ello, César pronuncia una arenga ante los soldados. Recuerda los agravios
recibidos en todo tiempo de sus adversarios; se lamenta de que por ellos haya sido Pompe-
yo seducido y contagiado de aversión y envidia de su gloria, en tanto que él siempre había

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Luis García Moreno
favorecido y apoyado su honor y dignidad. Laméntase de que se haya sentado el preceden-
te insólito en la República de impedir y aplastar por las armas el veto tribunicio, que sin
armas se había recobrado en años anteriores. Que Sila, aun privando de todas sus atribu-
ciones a la potestad de los tribunos, sin embargo había dejado intacto el veto; que Pompe-
yo, el que parece haberles devuelto las prerrogativas perdidas, les ha quitado aun lo que
antes tenían. Que cuantas veces se ha decretado que pongan diligencia los magistrados en
que la República no sufra daño alguno, y con algún clamor y mediante alguna decisión del
Senado se ha llamado a las armas al pueblo romano, ha ocurrido con ocasión de leyes no-
civas, de violencia por parte de los tribunos, de secesión del pueblo, con la ocupación de
los templos y lugares más conspicuos; y les hace ver que dichos precedentes de antaño
fueron expiados con la ruina de Saturnino y de los Gracos; a la sazón, nada de todo esto se
había cometido, ni pensado siquiera: no se había promulgado ley alguna, ni intentado soli-
viantar las masas, ni producido ninguna secesión. Exhórtales a defender frente a sus riva-
les el prestigio y la honra de su general, a cuyas órdenes habían servido a la República por
espacio de nueve años con el mayor éxito, librado muchísimas batallas favorables y pacifi-
cado la Galia entera y Germania. Clamorean a una los soldados de la decimotercera le-
gión, la que allí estaba —en efecto, habiála llamado al empezar los desórdenes; las restan-
tes no se habían reunido todavía—, que están prontos a vengar los ultrajes inferidos a su
general y a los tribunos de la plebe.

(César, La Guerra Civil, I, 7)

Durante todo el año 51 a.C. y los primeros meses del 50 a.C. todavía Pompe-
yo, que controlaba Roma con sus tropas, mantuvo una actitud ambigua entre
permanecer leal a César o unirse a las filas de sus enemigos del Senado. Sin
embargo a partir de marzo del año 50 a.C. las cosas se precipitaron al optar
César por iniciar una activa propaganda en Roma con el fin de lograr una pró-
rroga de su mandato militar en las Galias, impidiendo el nombramiento de un
sustituto con el apoyo del cónsul L. Emilio Paulo, enemigo de Pompeyo, y del
ambicioso tribuno C. Escribonio Curión, que tenía la poderosa arma popu-
lar del veto tribunicio. El nuevo radicalismo de César terminaría por impulsar
definitivamente a Pompeyo al lado de sus enemigos. Sin embargo la mayo-
ría del Senado todavía a mediados del año 50 a.C. dudaba en atacar abierta-
mente al poderoso general, y rechazaba una propuesta del cónsul C. Claudio
Marcelo, conocido enemigo de César, para declarar ilegal cualquier veto tri-
bunicio a la discusión de la sucesión de César en las Galias. Sin embargo a fi-
nales del año César creyó prudente trasladarse con su poderoso ejército al
norte de Italia —la provincia de la Galia Cisalpina— a esperar los aconteci-
mientos. Las elecciones de los nuevos magistrados del año 49 a.C. sirvieron
para que César comprobara la fuerza de sus enemigos en Roma: aunque con-
siguió que resultara elegido tribuno su lugarteniente Marco Antonio en las
restantes plazas resultaron elegidos claros enemigos suyos. Fue entonces
cuando César y Curión decidieron dar un paso más: proponer al Senado que
tanto César como Pompeyo licenciasen al unísono sus ejércitos, presentándo-

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4. Roma republicana
se así César ante la opinión pública y el Senado como un claro partidario de la
paz y la concordia. La hábil maniobra obligó a sus enemigos a quitarse la care-
ta, mostrando cuáles eran sus verdaderas intenciones: o la muerte política de
César o forzar a éste a iniciar una guerra civil. César no podía consentir lo pri-
mero. También sabía, además de la fuerza de su entrenado y victorioso ejérci-
to, cuáles podían ser sus apoyos políticos: las víctimas y los enemigos de Pom-
peyo y de sus aliados de la factio de Catón el Menor, un buen número de
senadores moderados y bastantes gentes de orden de los municipios itálicos.
A finales del año 50 a.C. Pompeyo y sus aliados del Senado dieron el
paso decisivo. Tras una campaña de propaganda, afirmando el peligro que su-
ponía para la República los ejércitos de César en la Cisalpina, el cónsul Clau-
dio Marcelo confiaba a Pompeyo la defensa del Estado con permiso para re-
currir al uso de la fuerza. Todavía César —de buena fe o por propaganda—
hizo un último esfuerzo por la paz, volviendo a la vieja propuesta de Curión,
que el Senado rechazó.
A principios de enero del año 49 a.C. un senadoconsulto conminó a César
a entregar de inmediato el mando —mientras que se nombraba sucesor suyo
en el mismo a su enemigo Domicio Ahenobarbo—, de lo contrario sería de-
clarado enemigo público. Al poco tiempo se le retiraba también el permiso
que sine die se le había dado en el 52 a.C. para poder presentarse a elecciones
consulares sin tener que estar presente en Roma y tener así que deponer su
mando militar. A ello el tribuno de César, Marco Antonio, interpuso su veto,
pero en vano, pues se le conminó a abandonar el Senado por la fuerza. La
marcha de Roma de Marco Antonio por la violencia habría de constituirse en
el principal pretexto legal de los cesarianos para la guerra civil: la tradicional
y sacrosanta inviolabilidad tribunicia había sido pisoteada por el Senado. En
la noche del 11 de enero del año 49 César cruzaba el río Rubicón, que marca-
ba la frontera entre la provincia de la Cisalpina y la Italia romana y metropoli-
tana, al frente de una porción de su invicto ejército. La guerra había comenza-
do y con ella terminaba de hecho la historia secular de la libera Res Publica.
La arenga que César afirma en su Guerra Civil (De bello civili) haber pro-
nunciado ante sus tropas en el momento de pasar el Rubicón enumera preci-
samente las razones que le movían y legalizaban su acto de fuerza: la ruptura
de la inviolabilidad tribunicia en primer lugar; la inexistencia de las condicio-
nes excepcionales que según el mos maiorum legitimaban el recurso del sena-
doconsulto ultimum, en segundo lugar; y la salvaguardia de la dignitas del pro-
pio César, que sus soldados tenían la obligación de defender a consecuencia
de la fides que unía a los soldados en una relación clientelar con su general
victorioso. Por el contrario César no alude explícitamente a una cuestión legal
que había y sería el caballo de batalla de sus detractores: cuándo realmente ex-
piraban los poderes proconsulares por cinco años concedidos a César en el 55
a.C., por un plebiscito posiblemente tenido lugar en noviembre.
Sin duda en la realidad de los hechos el orden de factores, tanto para César
como para sus soldados, era el inverso, pero César en su obra quiso atenerse

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Luis García Moreno
sobre todo a las razones legales de su causa. Precisamente la razón de sus
commentarii a la Guerra Civil fue ésa. En este respecto la obra que el propio
César escribió, posiblemente no muchos meses después de la muerte de Pom-
peyo en setiembre del año 48 a.C., no puede ser ni imparcial ni presentar una
secuencia perfecta de los hechos: representa la visión de la guerra por César y
para defender en el debate político posterior la legitimidad de su victoria.

Bibliografía

Texto

César: La Guerra Civil (De bello civili), trad. de S. Mariner, Colección Hispánica de
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perio con una cultura unificada se vio posibilitada jurídicamente, y en mu-

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