Modernizar La Administracion Desde La Izquierda
Modernizar La Administracion Desde La Izquierda
Modernizar La Administracion Desde La Izquierda
Quim Brugu
Durante los ltimos aos se ha discutido prolficamente sobre la crisis de la administracin pblica
tradicional y sobre la necesidad de transformarla. La modernizacin del sector pblico ha sido un
asunto prioritario en la agenda de muchos gobiernos, al tiempo que ha generado una abundante
literatura acadmica y pseudo-acadmica. En este artculo pretendemos, en primer lugar, resumir los
rasgos ms significativos de las propuestas modernizadoras que han dominado el escenario poltico de
los ltimos aos; en segundo lugar, valorarlas y, de este modo, descubrir y sugerir alternativas.
Adicionalmente, tal como se puede deducir del propio ttulo del artculo, pretendemos valorar el
presente y presentar propuestas de futuro desde un reconocimiento explcito de la dimensin poltica e
ideolgica del debate.
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Publicado en la Revista del CLAD Reforma y Democracia. No. 29. (Jun. 2004). Caracas.
2 Falacia: es una lstima que la administracin se vea invadida por unos criterios polticos que lo
nico que consiguen es distorsionar lo que debera ser su adecuado funcionamiento
Nos da pena pensar en la politizacin de la administracin porque damos por supuesto que es sinnimo
de distorsin. La poltica distorsiona aquello que debera guiarse por criterios exclusivamente tcnicos.
Esta es la primera reaccin del sentido comn, aunque, otra vez, cabe darle una segunda oportunidad a
este sentido comn tan impulsivo. Una segunda oportunidad para darse cuenta que pensar en la poltica
como distorsin es al mismo tiempo una mentira y una obviedad. Una mentira porque, en realidad, la
existencia de una poltica implica la presencia de una direccin y de unos objetivos sin los cuales no se
podra conducir una organizacin. Por ejemplo, en el mbito privado, la existencia de una poltica
empresarial clara y explcita se reconoce como la mejor garanta para el xito de la organizacin. En el
mbito pblico, sin embargo, tendemos a ser un tanto masoquistas y observamos a la poltica -nuestra
razn de ser- como una molestia que hemos de intentar evitar. Por otro lado, afirmar que la poltica
distorsiona la actividad administrativa tambin se puede interpretar como una obviedad, ya que es de
esto precisamente de lo que se trata. La poltica sirve para condicionar la actividad administrativa, lo
cual no es ninguna desviacin sino ms bien una exigencia del guin.
Los argumentos polticos no han sido ajenos a la administracin. En realidad, incluso aquellos
que defienden la necesidad de ser dictadores con la administracin reflexionan sobre este asunto. Para
ellos, dado que los objetivos administrativos son -as lo reconocen- polticos, lo ms importante es que
stos sean decididos en el lugar adecuado, sin interferencias por parte de la administracin. Su lema
sera que cada uno se ocupe de lo que le corresponde. Sin embargo, este planteamiento nicamente es
vlido cuando los polticos son capaces de identificar y definir con claridad y precisin los objetivos
que, luego, han de ordenar a la administracin. En este caso, los objetivos sern legtimos y la
administracin podr utilizarlos como gua para desarrollar sus actividades, tcnicas y neutrales.
El problema es que las cosas no son tan simples. Es ms, cada da son ms complejas y ponen
ms en entredicho las aproximaciones convencionales. No podemos tampoco ahora teorizar sobre este
asunto, aunque el propio sentido comn, otra vez, nos permite anticipar las enormes dificultades de los
polticos para identificar y definir sus objetivos. No se trata (nicamente) de una incompetencia de
nuestra clase poltica, sino sobre todo de la creciente complejidad, flexibilidad, volatilidad y dinamismo
del mundo en el que deben moverse. Si de lo que se trata es de impartir una leccin, curar un enfermo o
construir un puente, entonces es claro que podemos trasladar la voluntad poltica al tcnico pertinente,
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esta manera, lograr incluir a la sociedad en la reciente y creciente diversidad que la caracteriza (Hajer y
Wagenaar, 2003; Kooiman, 2003).
Hemos sustituido el objetivo instrumental de la doble-E por un objetivo sustantivo. No se trata de
mejorar el cmo de la administracin, sino de adaptar su por qu a las nuevas circunstancias. La
modernizacin administrativa ya no pretende concentrarse en hacer las cosas mejor, sino en lograr
mejorar el entorno sobre el que interviene. Los objetivos, en definitiva, se desplazan del interior al
exterior de la administracin. Y lo que encontramos en el exterior es una sociedad cada vez ms
fragmentada y ms polarizada, una sociedad explosivamente diversa y que parece haber perdido su
capacidad para equilibrarse. La administracin pblica ha de prepararse para trabajar sobre esta
realidad, aprovechando la riqueza de la diversidad y logrando que todos se sientan partes del conjunto,
incluidos. Se trata pues de equilibrar una sociedad que tiende al desequilibrio, no de mejorar la
maquinaria administrativa (Figura N 1). No queremos decir que esta maquinaria no requiera de ajustes
y de cambios, sino que estos ajustes y estos cambios no pueden convertirse en el objetivo vertebrador
de la modernizacin administrativa. Si as lo hiciramos, convertiramos la administracin en una
finalidad en ella misma y nos olvidaramos de las finalidades sustantivas que explican y justifican su
existencia.
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Es evidente que esta forma de argumentar padece de un exceso de simplificacin, a la vez que
confunde permanentemente la descripcin y la prescripcin, lo que es y lo que nos gustara que fuera.
Pero tambin es cierto que la propia simplificacin puede convertirse en decisin sin titubeos, mientras
que la debilidad de las justificaciones pueden convertirse en mensajes claros y fciles de transmitir. La
esencia de la modernizacin se aguanta sobre frgiles columnas de cristal, aunque su resplandor puede
ser muy potente.
Cules son estas columnas? Cules son los principales contenidos de la modernizacin
gerencial o, usando los trminos acadmicamente ms populares, de la nueva gestin pblica (NGP)?
Para responder a estos interrogantes lo que debemos hacer es ordenar y dotar de cierta coherencia a la
multitud de trminos y conceptos que conforman el nuevo vocabulario de la modernizacin. Cuando
nos referimos a la NGP aparecen empleados motivados y polivalentes, planes integrales, programas de
calidad, contratos programa, clientes satisfechos, gerentes, indicadores de resultados, gestiones por
objetivos y mil cosas ms; todas seductoras y prometedoras. Una manera de abordar esta proliferacin
de novedades consiste en agruparlas bajo dos grandes etiquetas, las dos columnas que soportan el peso
de la NGP.
1. Una administracin de machotes. Con esta etiqueta, de dudosa correccin poltica, lo
reconozco, agrupamos todas aquellas iniciativas que tienen como objetivo desmantelar una
organizacin poblada de individuos que se pasan la maana desayunando y comentando el partido del
domingo, y construir una alternativa donde esos mismos individuos noten la presin, se sientan
obligados a sudar la camiseta. Se trata, en otros trminos, de expulsar la irresponsabilidad burocrtica y
de sustituirla por la obligacin de rendir cuentas que impone el mercado y la competencia. Desde esta
ptica, el principal defecto de la APT se encuentra en su incapacidad para imponer premios y castigos,
en la imposibilidad de lograr que las actuaciones -mejores o peores- generen consecuencias. Sin estas
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estos interrogantes, aunque nos atreveramos a sugerir que la construccin de esta administracin
deliberativa debera apoyarse, como antes -me pierde la simetra-, en dos pilares fundamentales. Dos
pilares de roca grantica que sern muy difciles de alzar pero que, una vez erigidos, nos permitirn
visualizar una nueva administracin y no un simple reflejo de la antigua. Las etiquetas con las que
hemos bautizado cada uno de estos pilares -la confianza y la mediacin- representan trminos extraos
para la APT y, por lo tanto, ya anticipan el cambio, ahora s de fondo, que propone la administracin
deliberativa.
i. De la autoridad a la confianza
Es evidente que cualquier organizacin debe entenderse como la suma de sus partes. Es precisamente
en la necesidad de descomponer las tareas y de distribuirlas entre los diferentes agentes donde
encontramos la razn de ser de las organizaciones, sean del tipo que sean. Al mismo tiempo, una
organizacin tambin sirve para evitar que las partes se dispersen, para integrarlas en un proyecto
comn y para coordinar los esfuerzos en la persecucin de un resultado colectivo. Cualquier
organizacin, como se visualiza en los organigramas, representa una manera de fragmentar e integrar
simultneamente. La fragmentacin es la parte ms visible de cualquier organizacin, ya que se
manifiesta -incluso fsicamente- en la existencia de diferentes departamentos, edificios, despachos o
espacios de trabajo. La integracin, en cambio, es un asunto ms sutil.
La APT ha abordado la integracin desde la autoridad. La autoridad es el cemento que mantiene
juntas las partes, que evita que la fragmentacin se convierta en descomposicin. Cada parte de la
administracin se limita a hacer lo que le toca, mientras que el trabajo de la autoridad consiste en
controlar que las tareas realizadas sean las previstas y en garantizar que cada parte pueda desarrollar su
actividad de la mejor forma posible. La autoridad es el cemento organizativo en la medida que sirve
tanto para mantener a cada uno en su sitio (fragmentacin) como para evitar que olviden su pertenencia
a una nica organizacin (integracin). La autoridad, por lo tanto, es el atributo que dota de contenido a
las relaciones entre las diferentes partes de una organizacin. La autoridad nos dice qu hemos de
hacer, qu podemos esperar que hagan los otros, cul es nuestro lugar, cul es el de los dems y cmo y
con quin nos hemos de relacionar. La autoridad es la referencia que permite a las partes formar parte
de un todo.
Es evidente, sin embargo, que cuando la autoridad es el cemento organizativo desaparece
cualquier posibilidad de dilogo. La autoridad nos indica a todos dnde estamos y qu hemos de hacer:
no nos queda, pues, nada ms por hablar. La posibilidad de construir una administracin deliberativa
pasa, por tanto, por la necesidad de jubilar a la autoridad como cemento organizativo. Necesitamos una
organizacin donde las partes se integren a travs de la comunicacin y del dilogo (Innes y Booher,
2003). Esta es la esencia de la administracin deliberativa que proponemos. Para lograrlo hemos de
satisfacer dos requisitos bsicos: que las partes dispongan de cierto margen de maniobra (si no es as,
no vale la pena hablar de nada) y que las relaciones que se establezcan entre ellas se doten de confianza
(si no es as, se termina por no hablar o por convertir el dilogo en chismorreo).
El primer requisito hace referencia a temas ya conocidos como la autonoma y la
descentralizacin. El segundo, en cambio, la confianza en las relaciones intra-organizativas, es ms
novedoso. Intentaremos pues referirnos, aunque sea brevemente, a este segundo aspecto. Hemos de
mencionar, para empezar, que la novedad del tema tampoco es tal, ya que existe una relativamente
abundante literatura sobre el mismo (Child y Faulkner, 1998; Lane y Bachmann, 1998). No es el
momento de repasarla, pero s de reconocer que a travs de ella la confianza se ha convertido en un
factor de gestin. Esta circunstancia es fundamental, ya que nos permite pensar en trminos operativos
y, de esta manera, dotar de contenido prctico a la propuesta de la administracin deliberativa.
La confianza, por lo tanto, ha dejado de ser una cosa intangible, para convertirse en un objeto de
gestin. Cmo podemos gestionar este factor? Cmo generamos la confianza indispensable para
construir una administracin deliberativa como la que hemos propuesto? Una forma de abordar estos
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interrogantes pasa por considerar la posibilidad de producir confianza incidiendo en lo que algunos han
identificado como sus tres momentos: la creacin, la implementacin y la consolidacin.
- En el momento de iniciar la relacin -el dilogo entre las partes- es necesario estimular la
formacin de la confianza a travs del clculo; es decir, dando a conocer a las diferentes partes los
costes y los beneficios de la relacin que se inicia.
- Una vez superado este primer momento, llega la hora de la implementacin. En esta segunda
etapa, la comprensin entre las diferentes partes es crucial: la confianza no puede desarrollarse si no se
comprenden los objetivos y las formas de actuar de los otros.
- Finalmente, la confianza se consolidar cuando a la comprensin le suceda la identificacin
entre las partes; cuando stas sientan que forman parte de un mismo proyecto, que disponen de un
objetivo comn y que comparten un mismo estilo de hacer las cosas.
Gestionando estos tres momentos adecuadamente podremos lograr una organizacin donde la
lgica del cada uno a lo suyo dejar paso a la lgica deliberativa del entre todos lo haremos todo.
Tambin conseguiremos, y esto es tanto o ms importante, hacer funcionar una dinmica deliberativa
que hemos postulado como un ideal pero que presenta dificultades prcticas de gran envergadura. A
menudo resumo estas dificultades usando una expresin popular: entre todos lo haremos todo pero,
al final, la casa por barrer. Es decir, una administracin deliberativa presenta fuertes tendencias al
caos, a la difuminacin de responsabilidades, a la parlisis organizativa. Esta tendencia es
especialmente fuerte cuando formalizamos la deliberacin, cuando pretendemos fomentar el dilogo a
travs de la simple superposicin de espacios deliberativos sobre las estructuras administrativas
tradicionales. Estos espacios -planes transversales, por ejemplo- generan mucha distorsin en la
organizacin, mientras que son insuficientes para facilitar el dilogo intra-organizativo. Crear espacios
donde poder hablar no es suficiente (aunque es necesario), sino que hace falta que los implicados
quieran hablar y que tengan la confianza imprescindible para utilizarlos.
Un ejemplo puede ilustrar lo que intentamos explicar. Una administracin deliberativa sera
aquella donde el arquitecto, antes de dibujar el plano del prximo centro cvico, habla con el asistente
social, con el economista y con los vecinos. En el dilogo entre estos profesionales y estos ciudadanos,
el arquitecto acabara diseando un proyecto mejor, capaz de responder a la diversidad de usos del
equipamiento y de amoldarse a los criterios de viabilidad tcnica y financiera. Si, al contrario, el
arquitecto se limita a sentarse en su mesa y a dibujar aquello que le parece profesionalmente ms
conveniente, entonces es probable que aparezcan problemas posteriores. La pregunta es cmo
provocar este dilogo a mltiples bandas? La respuesta ms inmediata se limita a utilizar los
instrumentos ya conocidos; es decir, a dibujar una nueva lnea -ahora horizontal- en el organigrama. Se
trata de crear un espacio o un circuito donde los arquitectos, los economistas y los vecinos se vean
obligados a hablar. Lo que sucede a menudo es que estos espacios obligan a encontrarse, pero no a
hablarse, menos a comprenderse y prcticamente nunca a hacerse caso. Puedes obligar a un arquitecto a
asistir a una reunin, aunque, si no le interesa lo que all se comenta, se limitar a volver a su mesa de
trabajo, donde encontrar infinidad de razones para continuar haciendo lo que a l le parezca. Lo que
ms interesa, y aqu descansa la importancia de la confianza, no es el espacio para hablar, sino las
ganas de utilizarlo. No nos interesa que el arquitecto acuda a las reuniones, sino que cuando tome un
lpiz para empezar a dibujar piense sera bueno saber qu uso se le va a dar a este equipamiento. Si
el arquitecto llega a pensar esto, nos sobran los espacios de dilogo; las ganas de hablar con los otros
sern suficientes.
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realizan y de controlar los resultados. Nos estamos refiriendo a una direccin jerrquica, a una
conduccin racional que va de arriba abajo. Ninguna novedad especial.
Desgraciadamente, este tipo de direccin sirve para comunicarle a la gente lo que ha de hacer y
para comprobar que lo hacen, pero no para provocar el dilogo entre las partes. Una administracin
deliberativa no necesita ser dirigida, sino que reclama ser articulada e intermediada. Estos conceptos
tambin resultan relativamente extraos para el mundo de la gestin, pero configuran la esencia del
cambio desde la direccin (desde arriba) hacia la mediacin (desde el medio). Se trata, tal como
proponen algunos autores, de fomentar un liderazgo ms bidireccional que unilateral; un liderazgo
donde el dilogo y la negociacin sustituyen a las instrucciones y al control (Kooiman, 1993; Kickert
[et al], 1997; Heifetz, 1997).
Hacer efectivo este liderazgo mediador es crucial para el desarrollo prctico de una
administracin deliberativa. El ya mencionado peligro del y la casa por barrer reclama la
existencia de un liderazgo no autoritario, pero s potente. En las estructuras reticulares que definen una
administracin deliberativa a menudo se echa en falta un cerebro y un sistema nervioso que garanticen
el empuje y la continuidad de las actuaciones. Para cubrir este frecuente dficit necesitamos un
liderazgo mediador que no se ejerza desde la cpula de la pirmide sino desde el centro de la red; pero
que se ejerza.
El mediador ha de ser el responsable de generar confianza, de conducir las deliberaciones y de
garantizar que stas produzcan resultados. Su perfil, por lo tanto, no ha de definirse siguiendo los
tradicionales criterios tecnocrticos sino incorporando, sobre todo, habilidades relacionales. El
mediador, a diferencia del gerente tradicional, no es aquel que sabe cmo hacer las cosas sino el que
sabe cmo provocar, articular y aprovechar los dilogos. El mediador no trabaja sobre los resultados,
sino sobre las relaciones. En esta direccin, la red de relaciones necesita de un mediador que la
mantenga activada (seleccionando y haciendo circular la informacin, comprometiendo a las partes,
etc.), que promueva la necesaria intensidad de las relaciones (regulando posibles conflictos,
estableciendo los marcos contractuales de la interaccin, etc.), que realice tareas de intermediacin
(como un broker que crea consenso, facilita el dilogo, promueve imgenes colectivas, organiza
espacios de encuentro, etc.) y que genere valores y percepciones compartidas (campaas informativas,
estrategias publicitarias, elaboracin de discursos, etc.). Estas habilidades -adems de otros
conocimientos vinculados a las relaciones humanas, la negociacin o la participacin ciudadana-
constituyen el kit bsico del mediador.
El directivo tradicional se gua por el principio de la eficiencia y se define a travs de un perfil
altamente competente y con capacidad para construir una organizacin funcionalmente competitiva. El
mediador, en cambio, resuelve los problemas provocando la colaboracin entre todos aquellos que
tienen alguna cosa que aportar. Para referirse a las caractersticas distintivas de estos mediadores se han
usado diversos adjetivos: comunicadores, facilitadores o habilitadores. No pretendemos contribuir a la
proliferacin de etiquetas, pero s queremos apostar por dos adjetivos que, ms all de su precisin y
oportunidad conceptual, pretenden recoger lo que, desde nuestra ptica, son los dos ingredientes
bsicos de un buen mediador (Valls y Brugu, 2003):
- El mediador que proponemos ha de ser, en primer lugar, un seductor; alguien capaz de utilizar
un proyecto colectivo para seducir a las partes. Ha de ser capaz de animar, de comprometer y,
finalmente, de lograr que todo esto se produzca en un clima de confianza y de colaboracin. La
seduccin del mediador puede ser un atributo personal, pero tambin es un factor que se puede
construir en paralelo a la construccin de proyectos colectivos atractivos.
- Nuestro mediador, en segundo lugar, ha de ser un animador, alguien con capacidad para
construir un proyecto seductor a partir de las contribuciones de las partes. El mediador ha de estimular
la participacin, ha de escuchar con atencin y ha de utilizar aquello que le explican. Las habilidades
de animacin pueden ser innatas, pero tambin desarrollarse a travs de diversas tcnicas e
instrumentos.
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- En tercer lugar, y en conexin con el punto anterior, nos hemos desmarcado de la endogamia
que ha caracterizado los estudios administrativos ms ortodoxos. Cuando estudiamos la administracin,
lo ms importante no se encuentra en su interior sino en su exterior, lo ms relevante no es su
funcionamiento interno sino su utilidad externa. Lo que nos preocupa de la administracin pblica, en
definitiva, no es tanto la administracin como el hecho de ser pblica. Con este significativo cambio de
nfasis podemos ofrecer una nueva mirada sobre la administracin pblica; una mirada que se fije
sobre todo en la capacidad de esta administracin para incidir en su entorno, para satisfacer el objetivo
de responder a las demandas y a los conflictos de la colectividad (Kettl, 2002). O no es sta la razn
por la que naci la administracin pblica?
Estas nuevas miradas reclaman nuevas formas administrativas. Hemos dado algunas pinceladas,
quiz excesivamente impresionistas, en esta direccin. Pero, sobre todo, estas miradas reclaman un
cambio de chip, unas actitudes y unas mentalidades que rompan con la ortodoxia administrativa
dominante. Sin este cambio de chip, la introduccin de novedades operativas ms o menos interesantes
est destinada al fracaso. Por esta razn, antes de finalizar este documento, queremos referirnos a dos
conceptos que pueden ilustrar la amplitud del cambio de chip que estamos preconizando. Todos
aquellos que, de una manera o de otra, trabajamos en la administracin pblica necesitaramos una
pequea intervencin quirrgica que nos insertara el chip de la paciencia y de la feminidad.
Qu pretendemos decir, aunque sea intuitivamente, con estos dos conceptos? En primer lugar,
hemos de ser conscientes de que la administracin deliberativa es una administracin que nos pide
tiempo. No tiene sentido invocar retricamente la necesidad de hablar con otros departamentos, de
escuchar a los ciudadanos o de alcanzar acuerdos entre todos si cuando, como suele suceder, antes
incluso de sentarnos en la mesa ya tenemos prisa por levantarnos. El dilogo a menudo es percibido en
la prctica como una distraccin, como una prdida de tiempo. Una administracin deliberativa es una
administracin que resuelve problemas complejos, no una administracin que va rpida. Ambas cosas
no son excluyentes, es cierto, pero ahora pretendemos subrayar la centralidad del factor externo (la
resolucin de problemas complejos) frente a la tradicional obsesin interna (eficiencia y rapidez) que
ha caracterizado el discurso dominante sobre la modernizacin administrativa.
En segundo lugar, la propia lgica eficientista y competitiva de la modernizacin ha favorecido
estilos de trabajo decididos, resolutivos, expeditivos e, incluso, agresivos. Unos estilos que asociamos
con las visiones ms estereotipadas del rol masculino. En realidad, etiquetbamos una de las columnas
de la NGP como la gestin de los machotes; una gestin que reivindica los valores de la competencia,
de los empujones, del no dejarse pisar, del ganrselo con el esfuerzo, de la dinmica ganadores-
perdedores. Frente a esta lgica, la administracin deliberativa reclama valores como los de la
colaboracin, el dilogo, el compromiso, el tiempo para la relacin, la capacidad para ponerse en el
lugar del otro, o el gusto por la atencin. Estos valores forman parte del universo, estereotipado si se
quiere, femenino, y es por esta razn que apostamos por la feminizacin de la administracin pblica.
En ltimo trmino, una administracin deliberativa es como aquellas madres que esperan la
salida de sus hijos del colegio hablando las unas con las otras; relacionndose, comunicndose,
construyendo red. Su actitud contrasta con la de muchos padres, grandes profesionales y expertos
recogedores de nios. Los padres, con una actitud tecnocrtica (APT) y competitiva (NGP), no se
distraen hablando con nadie sino que se concentran en realizar su tarea con la mxima eficiencia y
rapidez. Cuando el nio an no ha acabado de cruzar la puerta de salida, el padre ya lo ha recogido, han
cruzado el patio y ya suben al coche. Hacia casa, como un rayo, satisfaciendo todos los indicadores de
economa y eficiencia que pudiramos tener. Esta profesionalidad, sin embargo, puede provocar que a
la maana siguiente todos vistan con ropa de deporte menos el nuestro: no nos enteramos que haban
cambiado la clase de gimnasia. Tambin nos obliga, cuando por alguna razn no podemos ir a buscar a
nuestro hijo, a externalizar la tarea, a pagar a otro profesional para que realice el servicio.
Mientras, las madres continan hablando. Parece que no tienen prisa. A veces, cuando el nio
sale del aula pasa un rato perdido, jugando con sus amigos mientras las madres continan charlando
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como si tal cosa. Si algn padre acompaa a su mujer, se aprecia cmo pierde la paciencia y los nervios
ante la ineficiencia de unas madres que pierden el tiempo, que se distraen y que no se concentran en su
trabajo. Pero estas madres s que estn haciendo su trabajo, y de qu manera! No son tan rpidas, es
cierto, pero saben que al da siguiente necesitarn una cartulina, intercambian informacin sobre
actividades extraescolares, comentan los problemas con sus hijos, se explican dnde comprar ropa a
buen precio, y se ayudan las unas a las otras cuando lo necesitan. Quiz sean tcnicamente peores, pero
su servicio es infinitamente ms rico, ms sofisticado, ms complejo, ms completo mucho mejor
para los nios. As es como nos gustara construir una administracin pblica al servicio de la gente.
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