González - Arqueología Preventiva en Colombia
González - Arqueología Preventiva en Colombia
González - Arqueología Preventiva en Colombia
Por
Víctor Gonzalez Fernandez, Ph.D.
Investigador Científico - Instituto Colombiano de Antropología e Historia
Calle 12 No 2-41, Bogotá.
Tel. 57(1) 5619896 - [email protected]
Resumen
El patrimonio arqueológico colombiano, como el de cualquier país, incluye una enorme diversidad
de artefactos y de restos materiales de las sociedades del pasado. Esos son considerados
"patrimonio" de la Nación en Colombia por varias razones y el objetivo de este documento es el
de señalar dos grupos de razones opuestas que justifican la existencia de un sistema legal que
protege esos bienes y un sistema de arqueología preventiva que implementa dicha protección. Al
contrastar estas dos clases de razones, se espera convencer al lector de que es mucho más
conveniente priorizar, en políticas públicas, las razones de tipo académico y científico sobre las
razones de tipo estético en el manejo de ese patrimonio común.
Abstract
The Colombian archaeological patrimony, like that of any country, includes an enormous diversity
of artifacts and remains of activities from past societies. They are "patrimony" of the Nation in
Colombia for several reasons, and the objective of this document is to indicate two groups of
opposite reasons that justify the existence of a legal system that protects those properties and a
system of preventive archaeology that implements this protection. When contrasting these two
classes of reasons, I hope to convince the reader that it makes much more sense to prioritize in
public policies, the academic and scientific reasons than the aesthetic ones for the managing of
such common patrimony.
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Introducción
Parece bastante obvio que existe una gran diferencia entre los intereses de los coleccionistas de
arte prehistórico y los intereses de los arqueólogos. Muchos de los textos técnicos y académicos
sobre patrimonio arqueológico, así como las legislaciones y la jurisprudencia sobre el tema
parecen asumir este contraste como un conflicto inherente a nuestra sociedad y que implica la
necesaria intervención estatal para dirimirlo o al menos para proteger hasta donde sea posible,
intereses de ambas partes. Los arqueólogos en Colombia parecen estar contentos con que la ley
protege sus intereses hasta cierto punto y están dispuestos a aceptar que esa ley proteja
intereses opuestos sobre bienes arqueológicos, a pesar de que implica seguir promoviendo la
destrucción del invaluable registro arqueológico. Mi acercamiento al tema del patrimonio
arqueológico en Colombia y su manejo no parte de ese contraste, sino que se enfoca más bien en
reconocer la diversidad de los valores que fomentan variedad de intereses que pueden llegar a
ser contradictorios y entonces se interesa particularmente por evaluar la posibilidad de que dichos
intereses convivan de cierta forma.
¿Sugiere esto que pueden convivir los diversos intereses del guaquero y del arqueólogo?
¿Puede convivir el interés de la arqueología con el de constructores ilícitos que asumen que la ley
de protección de patrimonio es decorativa? Claro que no, si los analizamos en relación con un
evento particular de destrucción de un yacimiento arqueológico. El interés del guaquero es
obtener una ganancia económica por la excavación y venta de piezas arqueológicas a
coleccionistas. El interés del constructor ilícito es minimizar los costos para mejorar ganancias sin
importarle la destrucción producida. El interés del arqueólogo es recuperar cierta información que
se pierde al retirar esas piezas o al remover la tierra de un sitio para una construcción. Pero si
evaluamos al asunto a un nivel más general, las motivaciones de los varios participantes en
relación con lo que ellos consideran de valor cultural y que finalmente resultan en este evento,
podemos identificar elementos que el mundo de la guaquería y el mercado negro y el de la
construcción ilícita comparten con el de la arqueología, a pesar de que es más fácil concebirlos
como extremos opuestos.
Los coleccionistas, por lo general, no buscan activamente destruir la información
arqueológica. Los constructores de obras que no cumplen las normas quieren un beneficio
económico y seguramente no pretenden concientemente destruir su patrimonio cultural.
De la misma forma, los arqueólogos no quieren, por lo general, evitar que los ciudadanos
comunes y corrientes desarrollen sus proyectos particulares o disfruten del asombro y la
fascinación que suscita contemplar las “obras maestras” del pasado remoto.
Tanto el coleccionista como el arqueólogo, como los ciudadanos en general comparten
una admiración por esas piezas arqueológicas y por lo que representan. No de otra forma se
entendería la popularidad de los especiales sobre arqueología en el canal Discovery y otros
similares. Sin embargo, es un hecho que la guaquería o saqueo de sitios arqueológicos
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financiados por los coleccionistas de objetos y las obras de construcción que evitan cumplir con
las normas de protección son las más graves amenazas que la arqueología enfrenta en Colombia.
Lamentablemente, en el caso de la guaquería, el mismo interés por el pasado remoto significa en
muchos casos la obliteración de su memoria. En el caso de las obras de construcción sin
permisos lo que lleva a la destrucción es un desinterés por el tema, pero puede ser que sea
también influenciado por la visión sesgada de que el patrimonio arqueológico que tiene valor real
es solo lo monumental o aquellas piezas elaboradas en materiales preciosos.
¿Cómo podemos buscar mecanismos efectivos para evitar o mitigar esa destrucción sin
vulnerar los derechos que los ciudadanos tienen de sus propias visiones sobre lo que es
patrimonio cultural y sobre lo que merece ser protegido?
La propuesta que aquí se presenta es la de construir los sistemas de protección y
divulgación alrededor de una conservación preventiva que priorice la investigación arqueológica
sobre el valor intrínseco, estético o monumental del patrimonio arqueológico.
Creo que es válido reconocer e incentivar la existencia de diversos valores e intereses
sobre el patrimonio arqueológico, pero por varias razones prácticas y por la situación de
emergencia y grave riesgo en la que se encuentra ese patrimonio, creo que los arqueólogos
deben insistir en que se reconozca una jerarquía de valores que permita responder mejor a esa
variedad de intereses y que evite la pérdida definitiva de la memoria del pasado.
La legislación, los reglamentos, los manuales de ética y en últimas la práctica disciplinaria
de cada arqueólogo debe fomentar una reflexión más activa sobre este punto y hacer todo lo
posible para que el patrimonio arqueológico cumpla los variados objetivos que hoy le impone la
sociedad sin que ello signifique mayores peligros de destrucción.
El monumento nacional
Aunque el concepto de monumento nacional ya se usaba en Colombia desde antes, es en la Ley
163 de 1959 en donde se delimita más claramente el ámbito de aplicación del concepto y de la
protección estatal al patrimonio cultural (Castellanos 2006:114). El artículo 10 de dicha ley ordena:
“declárense patrimonio histórico y artístico nacional los monumentos, tumbas prehispánicas y
demás objetos, ya sean obra de la naturaleza o de la actividad humana, que tengan interés
especial para el estudio de las civilizaciones y culturas pasadas, de la historia o del arte, o para
las investigaciones paleontológicas, y que se hayan conservado sobre la superficie o en el
subsuelo nacional." Como arqueólogos, reconocemos el sesgo de esta definición y lo aceptamos,
ya que incluso en la presentación de los resultados de las investigaciones a otros arqueólogos,
tenemos que usar como referencia aquellos bienes de interés especial para el público. Una vez
se ha atraído la atención del público sobre lo único, especial o excepcional del sitio o región
arqueológica estudiada es más fácil pasar a explicar los aspectos más complejos, menos
llamativos y tal vez más importante de nuestro estudio. No es que el arqueólogo crea que lo más
importante de su estudio es la pieza muy rara que escogió para la portada del informe, pero sí se
hace comúnmente cierto énfasis en esas piezas monumentales o especialmente llamativas,
muchas veces como parte de una estrategia de comunicación.
Podemos decir que también se usó esa estrategia en el desarrollo legal de la normatividad
que protege en Colombia el Patrimonio Arqueológico (Duque 1986). El énfasis en la protección de
los monumentos y en las piezas muy especiales incluso ha servido para compartir con el público
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la preocupación de los intelectuales por la rápida desaparición del patrimonio cultural. ¿Pero qué
tanto termina esta estrategia limitando nuestra propia práctica?
Los reportes arqueológicos de pioneros como Konrad Preuss (1931) avisaban a
comienzos del siglo XX a las entidades estatales sobre el grave riesgo que se cernía sobre el
patrimonio arqueológico y las funestas consecuencias que para la reconstrucción de la prehistoria
tenía la falta de protecciones legales. Eventualmente, se comenzó a construir un sistema legal
que permitiría proteger dichos bienes. En la Ley 103 de 1931, el congreso establecía la protección
de San Agustín, un obvio “monumento nacional”, pero al mismo tiempo, extendía dicha protección
a todas las categorías de bienes arqueológicos, declarando “de utilidad pública los monumentos y
objetos arqueológicos de las regiones de San Agustín, Pitalito, del Alto Magdalena y los de
cualquier otro sitio de la Nación.” Aunque la ley tenía como objetivo explícito fomentar la
conservación de los monumentos arqueológicos de San Agustín (Huila), establecía por extensión,
un sistema de protección general para todos los “templetes, sepulcros y su contenido, estatuas,
lajas, estelas y piedras labradas, así como los objetos de oro, alfarería, y demás utensilios
indígenas que puedan ser utilizados para estudios arqueológicos y etnológicos.” En apariencia, se
presentaba como un esfuerzo específico para proteger ciertos bienes excepcionales de la cultura
megalítica de San Agustín, pero en realidad establecía una protección legal general al registro
arqueológico justificándolo en su utilidad científica, dejaba eso sí la ambigüedad de que esos
bienes llevaban el nombre de “Monumento Nacional del Alto Magdalena y San Agustín.”
¿Por qué esta ambigüedad? ¿Por qué no establecer directamente la protección estatal de
todas las categorías de bienes y restos arqueológicos? Por un lado está obviamente la
imposibilidad de proteger efectivamente “todo”, pero por otro, está la coexistencia de dos
diferentes clases de valores que se privilegiaron sobre lo arqueológico y que por ser de muy difícil
combinación, acabaron por polarizar la forma en que se implementa la protección de lo
arqueológico en Colombia. Se protege el patrimonio arqueológico, pero dicho patrimonio se
concibe, por unos como un conjunto de bienes excepcionales y por otros, como una conjunción
estructural de información sobre el pasado remoto (Castellanos 2006 84-87).
Creo esa ambigüedad existe tanto en la ley, como en las políticas públicas estatales, en
los criterios utilizados en los museos y en las decisiones que el arqueólogo individual toma cada
día en la práctica de su disciplina en el país.
Propongo que evidenciar y discutir la existencia de esa dualidad es un primer paso en
lograr una priorización explícita de los criterios de valoración. Estoy convencido que en el contexto
colombiano los valores estéticos y monumentales deben estar supeditados explícitamente a los
valores testimoniales y científicos, para que el patrimonio arqueológico pueda cumplir con los
diversos aspectos de su cada vez más exigente función social y para frenar o más bien evitar la
total destrucción del registro arqueológico.
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La política pública, los sistemas de protección, la investigación y los servicios de
divulgación, deberán guiarse por una misma jerarquía de valores si es que se busca que el
patrimonio arqueológico se proteja y se conozca. Priorizar los valores científicos arqueológicos
sobre los valores estéticos implica mejorar activamente la infraestructura existente para la
investigación arqueológica básica, los controles estatales a las faltas contra el patrimonio
arqueológico, los currículos universitarios, los sistemas de evaluación, los sistemas de registro de
bienes arqueológicos, las fuentes de financiación, los servicios turísticos y los canales de
divulgación. En síntesis, implica el fortalecimiento de un sistema efectivo de arqueología
preventiva integral.
La ley 397 de 1997 estableció el régimen legal actual para el manejo del patrimonio cultural
colombiano, incluido el arqueológico, desarrollando así una serie de preceptos establecidos por la
Constitución Política de 1991. Por un lado, la constitución establecía que el patrimonio cultural
estaba bajo la protección del Estado pero también que “es obligación del Estado y de las
personas proteger las riquezas culturales y naturales de la Nación” (Articulo 8) Estableció que el
“patrimonio arqueológico y otros bienes culturales que conforman la identidad nacional,
pertenecen a la Nación y son inalienables, inembargables e imprescriptibles” (Articulo 72) y que
“La ley delimitará el alcance de la libertad económica cuando así lo exijan el interés social, el
ambiente y el patrimonio cultural de la Nación.” Pero quizás la idea más influyente es la
establecida en el artículo 7, de que “el Estado reconoce y protege la diversidad étnica y cultural
de la Nación colombiana.”
Para desarrollar el nuevo sistema de protección del patrimonio cultural, la ley 397
remplazó el concepto de Monumento Nacional por el de Bien de interés Cultural, incorporando así
las tendencias académicas y técnicas que ampliaban necesariamente el ámbito del patrimonio
cultural para incluir toda una variedad de manifestaciones materiales e inmateriales, muebles e
inmuebles de la diversidad cultural. Al mismo tiempo, el concepto de Bien de Interés Cultural
permitía establecer mecanismos para identificar esos “otros bienes que conforman la identidad
nacional” una identidad cultural que es por definición diversa y sobre los cuales se aplicaría un
régimen especial de protección. Para mantener cierta coherencia, la ley estableció también que
“Los bienes declarados monumentos nacionales con anterioridad a la presente ley, así como los
bienes integrantes del patrimonio arqueológico, serán considerados como bienes de interés
cultural.”
Así como la Ley ha remplazado la noción de monumento por la de bien de interés cultural
en la legislación, así la práctica disciplinaria debería actualizar su discurso que ha sobreestimado
los artefactos “museables” y los sitios monumentales y debería comprometerse más fuertemente
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con la reconstrucción de ese complejo pasado humano que no solamente gira en torno a las
“obras maestras” de los artesanos prehistóricos, sino que tiene el potencial de mejorar nuestro
presente al develarnos otras formas de cultura que se enfrentaron a los mismos problemas,
fracasando a veces pero algunas veces logrando soluciones que todavía hoy tienen vigencia. No
podemos restringirnos a repetir el mito del buen salvaje como justificación para seguir nuestras
investigaciones. Debemos llevar como arqueólogos unos mensajes más sofisticados al público,
más acordes a las necesidades de la sociedad, más completos y honestos. Solamente con un
entendimiento de las dificultades pero también de las potencialidades de la investigación, ese
público nos podrá ayudar a cambiar la negativa actitud frente a la protección del patrimonio.
Patrimonio y Arqueología
La protección estatal del “patrimonio” –ese conjunto de los bienes que hemos heredado de
los antepasados– y la arqueología –como una disciplina que reconstruye el pasado humano
mediante sus restos– no tienen siempre los mismos objetivos. El gremio de los arqueólogos sí ha
jugado un papel importante en la creación de los sistemas legales de protección del patrimonio
arqueológico en Colombia, pero representa solamente uno de varios sectores con intereses sobre
el pasado remoto y sobre sus restos materiales.
A pesar de representar sólo uno de los intereses, los arqueólogos son tal vez los más
directamente afectados por las fallas de los sistemas de protección y divulgación del patrimonio
arqueológico y deberían entonces intervenir y monitorear más activamente la forma en que las
oficinas estatales aplican las normas legales.
Deben también participar en la construcción de proyectos de ley y otras normas que
reglamenten de una forma adecuada el manejo integral de ese patrimonio. Los arqueólogos son
llamados, además a contribuir desde su práctica a proteger los restos arqueológicos y
especialmente a proteger y divulgar la información arqueológica (Drennan 2002) y a fomentar en
el ámbito más amplio de la sociedad las condiciones que permitan una mejor protección del
patrimonio arqueológico, sin el cual la investigación arqueológica será en un futuro cercano
prácticamente imposible.
¿Pero qué se buscaría exactamente con esa intervención y monitoreo? ¿Qué criterios
deberíamos seguir los arqueólogos para influir sobre las entidades estatales y sus políticas
públicas en maneras concretas y específicas? Bueno, los criterios dependen claro del contexto
específico y creo que su definición deberá surgir de una discusión amplia entre los arqueólogos
que se enfrentan a los problemas prácticos en las regiones que ellos y ellas estudian. Sin
embargo, existe cierto consenso entre los arqueólogos y especialistas en conservación al menos
sobre los criterios generales más importantes para el adecuado manejo del patrimonio
arqueológico en términos del potencial para mejorar el conocimiento de las sociedades del
pasado y de preservar su legado para el futuro. Un ejemplo de resumen de estos lineamientos
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generales es la “carta internacional para la gestión del patrimonio arqueológico” adoptada en
Lausanne, Suiza, en 1990, por el Consejo Internacional de Monumentos y Sitios. Esta carta no
fue establecida por representantes de los gobiernos, sino por miembros de la comunidad científica
internacional representada en el ICOMOS, así que presenta una serie de guías que adaptadas a
las problemáticas particulares puede usarse para evaluar si el sistema estatal de protección
funciona o no.
Otras fuentes que ayudan a discutir y a definir criterios específicos son los varios
volúmenes que se han editado sobre protección de patrimonio arqueológico, desde el punto de
vista de las oficinas gubernamentales, los técnicos de la conservación y algunos pocos, desde el
punto de vista de los arqueólogos. En esta última categoría hay que mencionar el volumen
compilado por Drennan y Mora (2002) y publicado en español por INAH de México sobre
Investigación arqueológica y preservación del patrimonio en las Américas. Este volumen recoge
los resultados de una serie de talleres internacionales iniciada por un grupo de trabajo establecido
por la Sociedad para la Arqueología Americana (SAA de Estados Unidos.) Además de incluir
varios aspectos del caso colombiano, es también un modelo que se podría implementar para
discutir a nivel nacional o regional en el área intermedia los elementos específicos de un sistema
integral que fomente una relación más exitosa entre investigación arqueológica y protección
patrimonial.
Ese sistema recaía antes casi exclusivamente en alguna entidad oficial, pero cada vez
más, las legislaciones reconocen que la responsabilidad debe ser compartida por los ciudadanos.
En Colombia, la Constitución de 1991 estableció la responsabilidad de todos los colombianos, no
solo los funcionarios públicos, de proteger el patrimonio cultural. Por obvias razones, los
arqueólogos tienen una mayor carga de responsabilidad en la protección del patrimonio
arqueológico y esa responsabilidad debe ser asumida seriamente en todos los ámbitos de la
práctica disciplinaria, pero especialmente en aquellas tareas que inciden en la definición de
sistemas de evaluación académica y de definición de políticas públicas.
La Guaquería
El saqueo de tumbas (huaquería en Ecuador y perú-guaquería en Colombia) y el tráfico
ilegal de los bienes arqueológicos obtenidos por guaqueros tienen una muy larga historia. En lo
que hoy es Colombia, el saqueo de tumbas en busca de oro fue intenso desde la época de la
Conquista y aun continúa siéndolo. Claro, en la época colonial, la búsqueda del oro obedecía a
motivaciones eminentemente económicas, tomando en ciertos contextos el nombre de “minería”.
Sin embargo, aunque la demanda de piezas arqueológicas precolombinas representa aun un
importante negocio ilegal para guaqueros y traficantes, la motivación última no es necesariamente
o únicamente económica. Los coleccionistas y otros tenedores finales pueden ver la adquisición
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como inversión, pero hay un importante ingrediente de valoración estética que fomenta su
participación, más o menos legal, dependiendo del caso, en el negocio de tráfico de piezas.
De todas formas, el efecto devastador de la guaquería ya había sido importante mucho
antes de que se iniciaran la investigación arqueológica. En San Agustín, por ejemplo, la mayoría
de los sitios monumentales ya estaban saqueados cuando se hicieron las primeras descripciones
(Preuss 1931; Pérez de Barradas 1943). Durante el desarrollo de la disciplina arqueológica en
Colombia muy pocos arqueólogos reconocieron explícitamente el enorme daño potencial de la
guaquería y muchos, en cambio de oponerse a ella, utilizaban los servicios de guaqueros,
compraban piezas e incluso, fomentaban las actividades del guaquero asumiéndolo como un mal
con el que era necesario convivir (Langebaek 2003).
A pesar de que muchos países saqueados y compradores de bienes saqueados han
firmado ya la convención de la UNESCO de 1970 para evitar el tráfico ilícito de bienes culturales,
es un hecho que las legislaciones nacionales y los sistemas preventivos han sido incapaces de
frenar el saqueo. De acuerdo a las conclusiones de Taller de preparación de la lista roja de bienes
culturales en peligro en América Latina realizado en Bogotá en el año 2002, incluso en los países
donde estos esfuerzos se han calificado como exitosos, la situación aun es de emergencia
(Caballero, 2003; Núñez 2003).
En 1990, el tráfico de bienes arqueológicos en Estados Unidos se calculaba en un billón
de dólares anuales (Patterson 1990). El ICANH estimó que en el año 2000 unas 10000 piezas
arqueológicas salían anualmente de Colombia ilegalmente y 40% de ellas estaban destinadas a
los Estados Unidos. Como respuesta a esta situación el Ministerio de Cultura y el ICANH
avanzaron una campaña nacional de concientización contra el tráfico ilícito (Gómez 2003;
González 2003) y coordinaron además en un Comité Técnico Nacional acciones diversas en
colaboración con 14 entidades del nivel nacional para mitigar el efecto del saqueo. Se gestionó
una docena de convenios binacionales incluido el Memorando de Entendimiento con Estados
Unidos para hacer ilícita la importación de bienes arqueológicos colombianos en ese país. Se
avanzó desde el ICANH un decreto reglamentario de la Ley para todos los temas del patrimonio
arqueológico y se insistió desde estas entidades en la aplicación de un sistema de protección del
patrimonio arqueológico que se divulgó a varios niveles (ver Castellanos 2006). Se trabajó con
entidades homólogas de la comunidad andina de naciones en una modificación de la
normatividad andina para actualizar la protección al patrimonio cultural mueble, logrando
aprobación de los países andinos de la Decisión 588 (CAN 2004). Como resultados de estos
esfuerzos, se recuperaron miles de piezas arqueológicas cuyo destino último eran las subastas
internacionales y se afectó así negativamente el negocio de la guaquería y el tráfico de piezas.
Sin embargo, la guaquería continúa en muchos lugares, y muchos de los interesados en la
protección del patrimonio están abiertamente en desacuerdo con estas políticas que son urgentes
para proteger el registro arqueológico. Además, en varios casos, ciertos países compradores,
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como Francia, aunque son parte de la convención de 1970 de UNESCO se han negado a dar los
pasos necesarios para un efectivo control del tráfico de bienes arqueológicos colombianos.
Muchos museos europeos, como el recientemente fundado Quai Branly, cuentan con colecciones
de miles de piezas arqueológicas colombianas, incluso un buen número adquiridas muy
recientemente por exageradas sumas en subastas cuya legalidad fue cuestionada en su
momento por las autoridades colombianas.
Así, aunque otros factores influyen en la destrucción del Patrimonio Arqueológico, la
tolerancia de la guaquería y el valor que se le da a la actividad de coleccionar bienes
arqueológicos es quizás el más dañino, porque influye en la percepción de las piezas
arqueológicas como “tesoros” de valor eminentemente estético y económico y hace más difícil
aplicar las medidas para proteger los bienes culturales en general. La existencia en muchos
museos, entidades públicas, e incluso ciertos centros de investigación de un sesgo por los valores
estéticos e incluso “artísticos” del patrimonio arqueológico, así como la colaboración de
arqueólogos con coleccionistas de bienes arqueológicos ilegalmente obtenidos hacen en extremo
difícil un control efectivo de las excavaciones ilícitas. Un sistema efectivo de protección de los
sitios arqueológicos contra la guaquería necesita que se realice un trabajo conjunto entre los
representantes del gremio arqueológico y los profesionales de todas las entidades involucradas
directa o indirectamente en el manejo del patrimonio arqueológico para definir unos códigos de
ética profesional explícitos y públicos, y lograr que esas reglas se incluyan en las evaluaciones
académicas y en las evaluaciones de los resultados de planes y proyectos de las entidades.
Aunque existen manuales de ética para arqueólogos, conservadores y otros profesionales, que
son utilizados en Colombia en ciertos contextos, el gremio no ha adoptado aun estándares
explícitos. Existen también manuales internacionales de deontología y ética para museos y otras
entidades, pero en Colombia su aplicación es muy precaria. No basta con la existencia de una
legislación que protege el patrimonio arqueológico y con una reglamentación oficial que indica
autoridades competentes y trámites requeridos. Es necesario que al interior de la profesión se
establezcan criterios explícitos para identificar qué es patrimonio arqueológico, cómo se debe
proteger, qué criterios mínimos debe llenar toda investigación arqueológica, cómo se incluyen
controles académicos a las acciones que ponen en peligro el patrimonio arqueológico, cómo se
puede ayudar pero también cómo incidir en las políticas públicas y en la aplicación por parte de
las autoridades de las leyes existentes.
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