Bray - A Través Del Tapon Del Darien PDF

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CRUZANDO EL TAPON DEL DARIEN:

UNA VISION
DE LA ARQUEOLOGIA DEL ISTMO
DESDE LA PERSPECTIVA COLOMBIANA
WARWICK BRAY
Institute of Archaeology, University College London

Traducción:
ADRIANA ARIAS DE HASSAN

En este artículo no pretendo hacer un repaso exhaustivo de la arqueología


colombiana. Mi propósito es anali zar los aspectos de la prehistoria
colombiana que influyeron sobre los desarrollos del Istmo y proponer al
mismo tiempo un modelo para describir la naturaleza de la relación entre
estas dos áreas.
El objeto de mi interés son las tierras bajas que se exti enden desde
Urabá hasta Venezuela (Figura 1). Mi punto de partida es la situación
descrita por los cronistas españoles del siglo XVI, ya que creo que,
tratándose de un modelo anti guo, sirve para interpretar los datos
puramente arqueológicos de períodos anteriores -aunque sea sólo porque
pone de manifiesto las dificultades y limitaciones de la evidencia-.

El Caribe colombiano en el siglo XVI

En 1502-1504, el golfo de Urabá era el epicentro de una red de comercio


que unía al Istmo con las regiones del Caribe y las cordilleras colombia-
nas. Los brazos altos del sistema del río Tuira, al Oriente de Panamá, son
rutas convenientes para llegar a Urabá y al río Atrato el cual, a su vez, da
acceso al interior de Colombia. Los tributarios del Atrato, y también los
del río León, han sido las rutas de entrada a Antioquia y al valle del
Cauca -al gran centro de explotación aurífera de Buriticá y al pueblo de
orfebres de Dabeiba (Parsons, 1967; Bray, 1972)- y, más adelante por el
Cauca, hasta la zona Quimbaya, cuya orfebrería ejerció una influencia
sobre los estilos del Istmo antes del año 1000 de nuestra era. Al Oriente
de Urabá, el golfo está separado del drenaje del río Sinú únicamente por
algunas alturas menores, sin que exista realmente un obstáculo para la
comunicación a lo largo del Litora l Caribe.
E l oro era un artículo importante de comercio. En una carta escrita
en 1513 al monarca español, Núñez de Ba lboa comentaba: "Todo el oro
que llega a este golfo (Urabá) y todo lo que los caciques poseen en esta
región, proviene de la casa del cacique Dabeiba". Otro cronista, Cieza de
León, anotaba que los mercaderes profesionales del Sinú tenian tratos con
el interior y que aparte del oro, ex istía un intercambio floreciente de
esclavos, pescado, sa l, tela de algodón y pecaríes vivos. Las piezas
arqueológicas revelan que el oro Sinú se exportaba incluso hasta Costa
Rica. El conocimiento esotérico, tal como lo sugiere Helms ( 1979), pudo

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UNA VISION DE LA ARQUEOLOGIA DEL ISTMO DESDE LA PERSPECTIVA COLOMBIANA

también haber sido otro produ:to de intercambio entre Colombia y


Panamá.
Vale la pena señalar que la mayoría de los productos de la lista
anterior no dejan ninguna huella arqueológica y que la cerámica sencilla-
mente no figura en ella. La única referencia que he encontrado con
relación al comercio de cerámica es un comentario de Peter Martyr
(Drolet, 1980: 13) en el sentido de que el cacique Comogra, del Atlántico
panameño, obtuvo collares y elementos de alfarería de sus vecinos de
Oriente, los caribes, a cambio de alimentos y esclavos.
Una segunda región en la cual se cruzaban los caminos era la
Depresión Momposina, una cuenca amplia formada por terrenos aluviales,
lagunas de poca profundidad, meandros y caños, donde desembocan en el
Magdalena sus afluentes el San Jorge, el Cauca y el Cesar. El sistema
fluvial combinado une buena parte de las tierras bajas del Caribe. Al
Occidente, las cabeceras del San Jorge casi se unen con el alto Sinú. Al
Oriente, el río Cesar constituye la ruta tradicional de entrada a Venezuela,
pasando por el Sur de la Sierra Nevada de Santa Marta para llegar a la
cuenca de Maraca ibo. Durante la Conquista, esta ruta sirvió para
transportar sal y pescado desde Maracaibo, a cambio de objetos de oro
producidos en la región de Valledupar (Sanoja, 1966: 235-238).
También el Magdalena es la ruta principal que une a la Sierra
Nevada y a la costa Atlántica con los reinos de los muiscas ubicados en
un altiplano de la cordillera Oriental, a una distancia de más de 700
kilómetros. Los grupos del altiplano aportaron a este sistema de comercio
sus esmeraldas, telas de algodón y bloques de sal. En la dirección
contraria, la sal de la costa de Santa Marta llegaba hasta una distancia de
más de 70 leguas río arriba y las conchas marinas llegaban incluso hasta
las aldeas de los muiscas. Tal como lo consignara fray Pedro Simón, los
muiscas "se hacían a ellas [las conchas] al pasar éstas de mano en mano,
a precios muy elevados". Esta expresión nos da una idea del mecanismo
de contacto entre las diferentes zonas culturales.
Al igual que la conexión de Urabá, la ruta del Magdalena era
antigua. Las esmeraldas de los musicas ya habían llegado hasta Sitio
Conte (tumba 26) hacia el período Coclé tardío (Lothrop, 1937: Fig. 180)
y en las localidades productoras de sa l de Nemocón y Zipaquirá se
encuentran algunas de las primeras ocupaciones del periodo cerámico de
la cuenca de Bogotá (Cardale-Schrimpff, 1976).
Reuni endo toda la información sobre trueque podemos establecer
los lúnites de nuestro estudio. Los grupos que habitaban al norte de una
línea trazada desde el Bogotá moderno hasta Armenia tenían -aunque
indirectamente- contacto con el Istmo, mientras que quienes habitaban al
sur de esa línea no lo tenían. Si aplicamos el mismo principio a la frontera
norte, la resu ltante es una esfera de interacción ístmica que se extiende
desde Yucatán hasta el centro de Colombia (Bray, 1977).

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WARWIC K ORA Y

Un modelo descriptivo

Dos cosas me han llamado la atención al estudiar la arqueologfa de esta


esfera de interacción.
Ante todo, las fronteras entre las provincias culturales permanecen
constantes durante mucho tiempo. No es raro hablar de 1000 años. Asf,
por ejemplo, Cooke ( 1984) señala la continuidad de la cerámica de las

• Poblado modem o
• Sitio arr¡ue!Ogico
o Sitio no discutido en el texto
pe ro con fecha de C 10
Citnaga
• A reas con mas de 500 m .s.n.m.

ESCALA

Figura 1
Las tie rras bajas del Ca ribe desde U rab8 hasta Venezue la

S
UNA VISION DE LA ARQUEOLOGIA DEL ISTMO DESDE LA PERSPECTIVA COLOMBIANA

provincias centrales de Panamá desde los primeros siglos de nuestra era


hasta la Conquista, y Drolet (1980) habla de una continuidad semejante
en el Oriente de Panamá desde el siglo I de nuestra era hasta los
cacicazgos Cueva del siglo XVI. No pretendo afirmar que no haya habido
cambios en las fronteras (es obvio que los hubo), sino que lo normal era
la estabilidad y no la fluctuación permanente. Este mismo tipo de
estabilidad se puede demostrar también en el caso de Colombia.
En segundo lugar, la estabilidad no es sinónimo de aislamiento.
Cada una de las zonas tuvo relaciones comerciales con sus vecinos y, a
través de una especie de ósmosis cultural, las técnicas e ideas pasaron de
una zona cultural a otra. Esta filtración se produjo en todas las direccio-
nes. Aunque ciertos rasgos (la metalurgia, por ejemplo) se difundieron de
forma unidireccional, el patrón global no nos permite hacer una división
simplista y hablar sencillamente de culturas donantes y receptoras.
Si esto es así (y gran parte de este trabajo tiene por objeto
demostrarlo), el Istmo tiene su propia individualidad cultural y no debe
considerarse únicamente como una válvula de conexión entre las
civilizaciones de Mesoamérica y Suramérica. En todo momento, la
adaptación local y la adaptabilidad fueron el estimulo más importante para
el desarrollo. En este modelo no es necesario hablar de oleadas de
invasores, sino de algo mucho más parecido a la transmisión "de mano en
mano" de que habla Simón. No niego que hayan podido existir contactos
marítimos con territorios alejados como el Ecuador o los Andes centrales
(Paulsen, 1977; Snarskis, 1976a; Fonseca y Richardson, 1978) pero si soy
de la opinión de que dichos contactos no contribuyeron de manera
importante a la historia del Istmo.
En aras de la brevedad, daré a mi interpretación el nombre de
modelo de codena. Cada eslabón, o provincia cultural, posee su propia
identidad pero, al mismo tiempo, está unido a sus vecinos para formar un
todo continuo e ininterrumpido. Las semejanzas disminuyen con la
distancia; cada zona tiene más rasgos en común· con sus vecinos
inmediatos que con las regiones más distantes. En estas circunstancias, el
punto en el cual se trace la frontera sur de la parte baja de América
Central, es cuestión de selección arbitraria. La frontera se puede ubicar en
cualquier punto entre el Canal de Panamá y el pie de monte de los Andes
colombianos, dependiendo de los rasgos que uno escoja.
Un modelo de este tipo concuerda con la evidencia etnohistórica y
creo que, en términos generales, puede proyectarse varios milenios hacia
el pasado.

La ocupación paleoindígena de Colombia

La evidencia arqueológica de Colombia no arroja mucha luz sobre el


problema cronológico de la primera llegada del hombre a Suramérica y
su desplazamiento inicial por el Darién.
El material fechable más antiguo encontrado en Colombia corresponde
al final del Pleistoceno y se divide en dos categorías claramente diferen-
ciadas: hallazgos esporádicos y superficiales de puntas de proyectiles en
las cordilleras Central y Occidental, y una serie de sitios cuidadosa y
meticulosamente excavados y analizados en la cordillera Oriental,

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alrededor de la Sabana de Bogotá. Ya que no hay claridad con respecto
a la relación que existe entre estos dos grupos de material, lo mejor es
discutirlos por separado.

Puntas de proyectil

Con base en una visión general de las puntas acanaladas, no veo ninguna
razón para cambiar mi opinión (Bray, 1978a, 1980a) de que podemos
reconocer un subgrupo nol1e con las variedades Clovis y Folsom, y un
subgrupo suramericano con puntas pedunculadas, acanaladas o no. En el
medio, en el Istmo, hay una zona de transición o empalme en la cual se
encuentran tanto las formas Clovis y las puntas pedunculadas como
también algunas variedades que podrfan considerarse intermedias.
Los descubrimientos hechos recientemente en Belice (Hester, Shafer
y Kelly, 1980; Hester, Kelly y Ligabue, 1981; MacNeish y colaboradores,
1980) y un nuevo análisis del material del No11e del Ecuador (Mayer-
Oakes, 1981) vienen a reforzar la idea de que existió una zona de
confluencia en América Central y, además, amplfan las fronteras de dicha
zona. Las puntas tipo Clovis y Cueva Fell (cola de pescado) se han
encontrado también en Belice, y Correal (1983) habla de una punta
pedunculada y acanalada del tipo de la del lago Madden, encontrada en
Bahía Gloria, en la pa11e colombiana del golfo del Darién. Al reconocer
Mayer-Oakes la semejanza casi absoluta entre sus puntas pedunculadas de
Ellnga y algunas de las de Panamá, la zona de confluencia de culturas se
extiende para abarcar la mayor pal1e del área intermedia, extendiéndose
hacia el No11e hasta Chiapas, donde se han encontrado puntas del lago
Madden en Los Grifos junto con una punta relacionada con Clovis en un
estrato fechado aproximadamente entre el 7300 y el 6900 a. de J. C.
(Santamarfa, 1981 ).

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UNA VISION DE LA ARQUEOLOGIA DEL ISTM O DESDE LA PERSPECfiVA COLOMBIANA

En Colombia, al Sur del Darién, existen informes de v:arios


hallazgos aislados de puntas de proyectil, muchas de las cuales no son
paleoindias. Ya podemos descartar la punta de cola publicada por Bruhns,
Gómez y Christiansen (1976), ya que esta forma se ha encontr:ado dos
veces en tumbas con cerámica (Br:ay, 1980: Fig. 22). Reichei-Dolmatoff
ilustr:a otros posibles especímenes paleoindios (l964a: 46-48). Entre ellos
están una punta semejante a una cola de pescado no acanalada, encontr:ada
cerca de Manizales y una punta acanalada y con cola encontr:ada en
Restrepo, en la cordiller:a Occidental. Existe una segunda punta Restrepo
encontr:ada en Antioquia (Ardila, 1982) y otr:a de los niveles precerámicos
de la Cueva de los Murciélagos en el Darién (Correal, 1983). La misma
forma se encontró en Lowe Ranch en Belice (Hester, Shafer y Kelly,
1980: Fig. Id). Una punta lanceolada encontr:ada cerca de Santa Marta
(colección privada) también puede ser de una fecha paleoindfgena.
La única pieza que encaja dentro de un contexto geológico es la
punta lanceolada con cola de El Espinal, en el Magdalena medio, la cual
se encontró debajo de 7 metros de arena y ceniza volcánica. El análisis
del carbón tomado de ese mismo estr:ato dio como resultado la fecha de
1830 ± 95 a. de J. C. (GrN- 5172), la cual es considerada demasiado
reciente (Vogel y Lerrnan, 1969: 359).
Estos hallazgos aislados son todo lo que tenemos en el momento
par:a cerrar la brecha entre Panamá y El Inga en el Ecuador (Bell, 1965;
Mayer-Oakes, 1981 ). Un aspecto que podría ser importante es el hecho de
que dichos hallazgos se agrupan en las cordiller:as Occidental y Centr:al,
a lo largo de los flancos de los valles del Cauca y el Magdalena, a
elevaciones de menos de 2.000 metros. En los puntos elevados de la
cordiller:a Oriental, parte del material del Tequendama que analizaremos
más adelante, solamente se ha encontr:ado una punta (sin descripción, sin
fecha y de un jardín cercano a Bogotá) (Hurt, van de Hammen y Correal
Urrego, 1976: 16).

La ecología del pleistoceno en la región del Darién

Bien sea que estas puntas de proyectiles, y sus contr:apartes de Venezuela,


representen o no la primer:a llegada del hombre a Sur:américa, no cabe
duda de que el tapón del Darién no fue un obstáculo infranqueable para
los desplazamientos humanos dur:ante el Pleistoceno. Cooke (1984)
resume la evidencia sobre Panamá y hace énfasis en el interrogante clave
de si el hombre tuvo que adaptarse a las condiciones selváticas en algún
momento de sus viajes, o si pudo haberse abierto paso por el Darién a
tr:avés de corredores de planicies abiertas, sin necesidad de modificar su
tecnología o su patrón de subsistencia. Otro aspecto de este problema, al
cual poca atención se le presta en ocasiones, es el que se relaciona con
aquello que el hombre pudo haber encontr:ado al otro lado, después de
salvar el atolladero del Darién. ¿Encontró llanur:as abiertas en la cuales
pastaban el mamut, el caballo y el megaterio, o más bien un medio
selvático semejante a la vegetación natural que existe actualmente en la
zona? (Gordon, 1957).

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WARWICK BRAY

No hay evidencia ambiental directa en lo que se refiere al lado


suramericano del Darién, pero van der Hammen (1974) y Bradbury et al.
(1981) han reunido la evidencia correspondiente a las zonas vecinas.
Hacia la época comprendida entre los años 19000 y 12000 a. de J. C.,
coincidió con el momento de máxima glaciación un período de gran
sequfa. Durante la época de frío extremo, el lfmite superior de altitud de
la selva andina bajó a 2.000 metros (es decir, 1.200-1.500 metros por
debajo del nivel actual), lo cual produjo la fusión de distintos islotes de
tierras de páramo para formar una franja casi continua. Al mismo tiempo,
la vegetación seca y abierta del valle del Magdalena se proyectó pendiente
arriba, conectándose con el páramo frío de los Andes para crear un
corredor amplio de vegetación abierta (flora clásica del hábitat del
mastodonte) y unir así las tierras bajas del Caribe colombiano con la
cuenca de Bogotá en al altiplano de la cordillera Oriental (van der
Hamrnen, 1981). En Venezuela, Guyana y Surinam, los diagramas del
polen también revelan una correlación entre los períodos glaciales, el
clima seco, el descenso de los niveles del mar y las extensiones de
vegetación sabanera.
Considerando que la fecha más antigua proporcionada por el C" en
El Abra es de 1051 O ± 160 a. de J. C. (GrN- 5556) y que se encontraron
artefactos a mayor profundidad, quizás no sea una coincidencia el que la
evidencia más antigua demostrada sobre Panamá y Colombia concuerde
con las fechas más antiguas aceptadas para Venezuela y Perú y que la
fecha del C" corresponda al periodo inmediatamente posterior a aquel
durante el cual existieron las mayores extensiones de tierras de pastoreo
tanto en el altiplano como al nivel del mar. No obstante, esto no aclara el
interrogante de si las tierras de pastoreo eran continuas (tal como sostiene
Lynch, 1978) o si estaban intercaladas con selva, tal como se inclina a
pensar Cooke ( 1984).

Industrias abrienses de la cordillera Oriental

La única información detallada acerca del Pleistoceno colombiano


proviene de la cordillera Oriental en la cual hay sitios profundos y
estratificados donde se ha preservado bien la fauna y donde el C 14 ha
proporcionado muchas fechas , todo esto unido además a unas secuencias
largas de polen. Estos sitios son verdaderamente andinos por estar
ubicados entre los 2.500 y 2.700 metros sobre el nivel del mar, cerca de
la transición entre bosque y subpáramo. Muchas de estas localidades se
encuentran agrupadas alrededor del lago extinto que forma lo que hoy es
la Sabana de Bogotá.
Un sitio abierto correspondiente a este período -Tibitó 1, en donde
el C" proporciona una fecha aproximada de 9790 ± 110 a. de J. C.- es un
sitio típico de sacrificio en el cual se encontraron huesos quemados y
triturados de mastodonte, caballo y ciervo, pero no de animales más
pequeños (Correal, 1980a, 1980c, 1981 ). Los demas sitios (en Sueva,
Tequendama y El Abra) son abrigos rocosos y el estudio de la fauna hace
pensar en una situación algo diferente (Correal, 1979; Correal y van der
Hammen, 1977; !Jzereef, 1978). El animal predominante es el venado
(principalmente Odocoileus con algo de Mazama en Tequendama), se-

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guido en segundo término por el curl, el agutl, el armadillo, la taira, la
rata algodonera, el conejo, las aves y los caracoles de tierra. La mayoría
de estos animales abundan en condiciones de páramo y en áreas limltrofes
del bosque, y la abundancia de esqueletos de venados hace pensar a los
excavadores que los habitantes de la cuenca de Bogotá, a finales del
Pleistoceno, eran cazadores especializados.
Los utensilios de piedra encontrados en todos estos sitios son de
tipo abriense, por lo general son utensilios pequeños, rara vez de más de
5 centímetros, y sus bordes de trabajo, retocados por lascado de percusión

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WARWJé::K BRA Y

en un lado únicamente, reflejan una técnica de fabricación muy simple.


Tanto los núcleos como las lascas servían de preformas para las herra-
mientas, aunque eran poco comunes las plataformas preparadas por
percusión. La forma de los artefactos tiende a ser irregular. Los utensilios
más comunes son pedazos semirrectangulares u ovalados de chert con un
solo borde de trabajo adelgazado hasta formar ángulo obtuso, con el fin
de ser utilizado como raspador. La mayoría de las lascas están sin retocar,
aunque los bordes de algunas aparecen adelgazados a base de percusión.
Entre el repertorio se cuentan lascas triangulares, hojas prismáticas,
"choppers" y martillos. Casi no hay ningún vestigio de puntas de proyectil
ni de retoques bifaciales.
Desde el punto de vista funcional, Correal y van der Hamrnen
(1977) clasifican la colección del pleistoceno tardío encontrada en el
abrigo del Tequendama de la siguiente manera: más del 50% son
implementos de corte, aproximadamente un 30% son raspadores y un 7%
son perforadores. Las puntas de proyectil probablemente estaban hechas
de madera dura, al igual que las encontradas en las cuevas secas de la
cordillera correspondientes al período Cerámico.
Además de estos materiales abrienses hay algunos artefactos de
mejor calidad, acerca de los cuales se ha dicho en ocasiones que son el
componente tequendamiense de la colección. A diferencia de las
herramientas abrienses estos artefactos reflejan una gran destreza técnica
y buen control del retoque por presión. En el abrigo del Tequendama, el
inventario estaba compuesto por un biface en forma de hoja ovoide, una
punta de proyectil rota y un raspador ovalado aquillado de tipo joboide.
La materia prima de varios de esos implementos no es de la región y
probablemente proviene del valle del Magdalena (Correal y van der
Hammen, 1977). También en Tibitó se encontró un raspador tipo
Tequendama y en la región del Carare en el Magdalena medio se han
hecho hallazgos superficiales de herramientas abrienses y tequendamienses
(Correal, 1977).
Es difícil detenninar la importancia de estos utensilios tequenda-
mienses. ¿Representan anomalías tecnológicas de la colección de El Abra
o constituyen el indicio de que hubo contacto con otras comunidades de
Colombia que solían utilizar puntas de proyectiles y la técnica del retoque
bifacial? ¿O es que, como sugieren los excavadores, los habitantes del
altiplano permanecían en ese sitio únicamente por temporadas y pasaban
otra parte del año en las tierras secas y semiabiertas cercanas al río
Magdalena? Sea cual sea la verdad, nuestra atención recae sobre el valle
del Magdalena, el cual ha sido siempre el corredor principal de comunica-
ción entre las tierras bajas del Caribe y la cordillera Oriental. Sin
embargo, antes que nada, debemos examinar los desarrollos de la
cordillera un poco más a fondo.

El período Precerámico en la cordillera y las tierras bajas

Los abrigos rocosos ofrecen una de las secuencias precerámicas más


completas del Norte de América del Sur y hablan también de un período
asombroso de estabilidad y continuidad, el cual se prolongó durante miles
de años.

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UNA VISION DE LA ARQUEOLOGIA DEL ISTMO DESDE LA PERSPECTIVA COLOMBIANA

Los sitios de El Abra, Tequendama y Sueva continuaron ocupados


y hay otros sitios correspondientes a este periodo en Nemocón (Correal,
1979), Chía (Ardila, 1980) y Gachalá (Correal, 1979: 13, 1980b: 18). En
este último sitio hay fechas de 7410 ± 45 y de 7150 ± 160 a. de J. C.
En esta zona de los Andes colombianos no se observa la brecha
existente entre los años 8000 y 5000 a. de J. C., de la cual se queja Cooke
en Panamá.
Durante el Holoceno Temprano, caracterizado por el predominio de
los bosques, se produjeron cambios en la tecnología y en la forma de
subsistencia. Las herramientas básicas continuaron siendo las de tipo
abriense, aunque algo más pobres. Los utensilios tequendamienses
desaparecieron; los implementos de hueso se hicieron más comunes; hubo
un aumento en el porcentaje de martillos, piedras para macerar y cantos
para triturar, desgastados en los bordes (edge-ground cobbles). Correal
sugiere que estos cambios se relacionan con la preferencia por plantas
silvestres, y los entierros humanos encontrados en Chía podrian sustentar
esta opinión, dado que los dientes presentan el tipo de caries dental
asociada normalmente con una dieta abundante en hidratos de carbono.
En cuanto a la fauna, la lista de especies es la misma, pero el
patrón de la cacería especializada del venado, el cual predominó durante
el periodo glacial, cambió para dar paso a una dieta más variada. En El
Abra IV, en una muestra pequeña, se determinó la presencia de igual
número de venados y curíes con anterioridad al año 5000 a. de J. C., pero
con posterioridad a esa fecha, el número de cunes sobrepasó al de los
venados, en una relación aproximada de cinco a uno (Uzereef, 1978). En
el abrigo del Tequendama se observó un cambio de énfasis semejante
(Correal y van der Hammen, 1977). Estos curíes pudieron haber estado en
una fase de protodomesticación con posterioridad al año 5000 a. de J. C.,
mientras que en el 500 a. de J. C. estaban completamente domesticados.
Entre los años 7000 y 6000 a. de J. C., la presencia de nutrias, jabalíes y
monos aulladores, al igual que de material foráneo de ~uarzo y basalto del
Magdalena , habla de un contacto con otras zonas ambientales (Correal,
1979).
En todos estos sitios se utilizó el mismo conjunto de herramientas
básicas de tipo abriense desde el décimo milenio a. de J. C. hasta el
período correspondiente a los últimos siglos de la era precristiana, durante
el cual se comenzó a cultivar maíz en la cordillera y a usar la cerámica
en las aldeas.
Esta continuidad tecnológica hace difícil evaluar el conjunto de
herramientas líticas encontradas en todas las tierras bajas del Caribe
colombiano (Reichel-Dolmatoff, 1965a: 48-50; Correal, 1977, 1980b).
Aparte del abrigo rocoso de la Medialuna , la mayor parte de este material
procede de sitios superficiales erosionados, los cuales a menudo están
mezclados y no muestran rastros de huesos o de plantas. Desde San
Nicolás y Pomares al Occidente, hasta la Guajira en el Oriente, se han
encontrado colecciones muy semejantes de las cuales no forman parte las
puntas de proyectiles, la piedra de moler o la cerámica. No es posible
establecer con precisión la fecha de estas industrias rudimentarias pero (al
igual que en la región montañosa) Correal habla de una continuidad que

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WARWICK BRAY

se prolonga durante el periodo Precenimico hasta la época de la cerámica


caribeña más antigua (alrededor del año 4000 a. de J. C.).
En el valle del Magdalena medio existen muchos sitios superficiales
en cercanías de las lagunas de San Silvestre, Chucurí y Puerto Carare, los
cuales señalan la existencia de una industria bien definida de "choppers"
con lascas triangulares y hojas prismáticas de forma abriense y también
raspadores aquillados de tipo Tequendama (Correal, 1977; Hurt y colabo-
radores 1976). A lo largo de todo el río Magdalena, y casi hasta sus
cabeceras, ocurren industrias relacionadas en forma general con todos los
implementos mencionados anteriormente (Correal, 1974, 1977, 1980b).
En el Pacifico chocoano, en los ríos alto Baudó, Jurubidá, Catrti y
Chorf, y en la bahía de Utrfa, se han encontrado herramientas semejantes
lascadas a base de percusión, en sitios sin evidencias de alfarería (Angulo
1963: 56; Reichei-Dolmatoff, 1965a: 49), el inventario de los artefactos
de Catrti incluye: raspadores, hojas de borde dentado, perforadores, buriles
y cuchillos. Si estas colecciones son realmente de la época precerámica,
demuestran una adaptación temprana a las condiciones de la selva húmeda
tropical, tanto interior como costanera, e indican que en el Darién podría
encontrarse un material semejante. Los niveles inferiores no cerámicos de
la cueva Bustamante, cuya fecha se calcula con anterioridad al año 3000
a. de J. C., pueden ser la primera evidencia que apoye esta teoría (Cooke,
1976c: 33), y me sorprendería que la mayor parte del Oriente de Panamá
no hubiera estado ocupada permanentemente desde finales del Pleistoceno.
Para resumir, en las tierras bajas, y en la cordillera oriental
adyacente a ellas, hay una serie de industrias simples que parecen formar
una sola familia y muestran una continuidad esencial desde el periodo
Pleistoceno hasta el Cerámico. Ya que estas industrias son recurrentes en
diversos tipos de ambientes, esta tecnología debió ser producto del
condicionamiento cultural y no solamente del medio ecológico -aunque las
herramientas para trabajar la madera son un elemento fundamental en
todos estos grupos-. La evidencia que poseemO'l, basada en la fauna de los
abrigos rocosos de las cordilleras y en la localización preferente por los
sitios de habitación en las tierras bajas, habla de un forraje no especializa-
do y de una alimentación adaptada a lo que ofreciera el ambiente local.
Varios autores han propuesto ya la idea de una "superfamilia" de
industrias tecnológicamente simples y relacionadas entre sí, desde Cerro
Mangote en Panamá hasta el extremo Sur de lo que hoy es la costa de
manglares en la región Talara del Perti (Stothert, 1977a, 1977b; Ri-
chardson, 1973). La tendencia ha sido la de considerar estas colecciones
como una "tradición del litoral" en el Suroccidente de América del Sur.
No obstante, estoy de acuerdo con Hurt et al. ( 1976) cuando incluyen las
industrias abrienses dentro de esta tradición y amplían la distribución para
incluir también a los Andes colombianos. El limite Sur todavía no está
claramente definido, pero debe estar en algún punto al Norte de la zona
de la puna de los camélidos en los Andes centrales.
Dentro de esta vasta zona, cada una de las industrias regionales
comparte ~iertos rasgos comunes con las demás, pero tiene a la vez sus
características propias. No hay necesidad de imaginar desplazamientos a
lo largo de grandes distancias desde un extremo al otro de esta amplia
zona de distribución, aunque hay evidencia clara acerca de contactos a

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UNA VISION DE LA ARQUEOLOOIA DEL ISTMO DESDE LA PERSPECTIVA COLOMDIANA

distancias cortas y medias -por ejemplo, el hacha de piedra pulida tipo


Siches- Esteros del Perú encontrada en la península de Santa Elena en el
Ecuador, a unos 270 kilómetros al Norte (Stother, 1977b), -o la relación
entre el valle del Magdalena y la cuenca de Bogotá en Colombia. El
elemento de cadena de mi modelo parece estar presente incluso desde el
periodo Precerámico. Y también parece estar presente el segundo elemento
de mi modelo -la gran continuidad en el tiempo-.
Estos conjuntos de herramientas no especializadas tienen una
distribución continua en el espacio, parecen tener relación con la búsqueda
de cualquier tipo de alimento ofrecido por el medio ambiente (general-
mente en ambientes mixtos) y persisten durante milenios. Desde el
Ecuador hasta Panamá, la continuidad se extiende hasta el periodo
Cerámico y parece existir un sustrato común -alimentación omnívora
sumada a tecnología rudimentaria- en las culturas de Monagrillo, Puerto
Hormiga, Valdivia y la fase Herrera del altiplano colombiano.

La mandioca, el maíz y el comienzo de la agricultura en el Caribe

Durante este período (posterior al Pleistoceno pero anterior al Cerámico)


pudieron haber tenido lugar las primeras fases de una agricultura
experimental en las tierras bajas del Caribe, aunque la evidencia al
respecto es mínima. Hay quienes se han inclinado a suponer que después
de terminar el Pleistoceno sobrevino una etapa de estabilidad ambiental,
pero tal suposición es completamente errónea. La perturbación del medio
ha sido continua, debida en parte a los efectos naturales o climatológicos
(van der Hammen, 1965; van Geel y van der Hammen, 1973; Wijmstra,
1967; van der Hammen y Correal, 1978) y en part.e a la acción del
hombre, especialmente la deforestación, la cual ha producido erosión y
desertificación en la Guajira (Gerardo y Alicia Reichel-Dolmatoff, 1951)
y ha sido el origen de sabanas hechas por el hombre en las cuencas del
Sinú y el San Jorge, con formación de aluviones y lodo en las lagunas y
estuarios (Gordon, 1975; Patiño, 1964; Shlemon y Parsons, 1977; Parsons,

14
WARWICK URA Y

1978). Por consiguiente, los primeros pasos hacia la agricultura se dieron


en un ambiente muy diferente al de hoy.
Por ahora, resulta más fácil hacer el análisis de atrás para adelante,
comenzando con lo que conocemos para llegar a lo desconocido, es decir,
con los sistemas de agricultura documentados en la época del contacto con
los europeos. El cúmulo de información del siglo XVI reunido por Patiño
(1964) revela que, en el momento del contacto, existía en las tierras bajas
del Caribe una economía mixta basada en el mafz, la mandioca, la batata
y otras rafees comestibles, palmas, frutas y plantas de utilidad económica
tales como el algodón. El estudio del polen del lago Gatún (Bartlett,
Barghoorn y Berger, 1969) y de la isla Palenque (Linares y Ranere, 1980:
489) en Panamá indica que sistemas semejantes de cultivo del mafz y las
rafees comestibles se remontan en algunos sitios incluso hasta los
primeros siglos de la era cristiana. Surgen entonces los interrogantes sobre
cómo, cuándo y dónde se desarrolló este tipo de economfa. No creo que
ninguna explicación simple sea adecuada pero, como un primer paso,
podemos identificar los dos componentes principales de la agricultura
caribeña, uno de ellos propio de las tierras bajas (el conjunto de cu ltivos
de rafees comestibles) y el otro (el mafz) llegado de alguna otra zona.
Las tierras bajas del Caribe, y especialmente las partes más secas
del Oriente, encajan dentro de la definición que han dado los ecólogos
sobre la zona ideal donde pudo haber comenzado el cultivo de raíces y
tubérculos (Harris, 1969). Podemos suponer que este elemento de la
economfa se desarrolló localizadamente, aunque conviene evitar la
expresión "agricultura de selva tropical" con todas sus implicaciones
difusionistas. En condiciones de una tierra baja tropical, con una gama
bastante parecida de posibles cultfgenos, en todas partes tienden a
desarrollarse sistemas agrícolas semejantes aunque no sean específicamen-
te iguales. Por Jo tanto, debemos abandonar esa búsqueda de un solo
centro de origen en "alguna parte del Norte de América del Sur".
En el caso de la mandioca, la taxonomfa es compleja, no hay
claridad con respecto a la relación entre las variedades dulces y amargas
y hay varias posibilidades en cuanto a los centros de origen (Rogers,
1965; Renvoize, 1970, 1972). Ya que uno de los centros de diversas
variedades es Mesoamérica, desde México hasta Nicaragua, es peligroso
suponer que la existencia de mandioca en el Istmo implique necesariamen-
te que ésta haya venido de América del Sur. No obstante, de acuerdo con
la evidencia actual, las variedades mexicanas de esta raíz no parecen haber
sido la fuente de las formas cultivadas.
En la época en la cual se hizo el contacto con los europeos, la
Colombia caribe y la América fstmica constitufan una sola provincia en
cuanto al cultivo de la mandioca se refiere, y producían únicamente yuca
dulce, a diferencia de Venezuela, en donde predominaba la yuca brava
(Patiño, 1964: 43-57). Existe una Relación de 1579 en la cual se
menciona la mandioca amarga (pero no así Jos implementos típicos para
procesarla) en el río Magdalena cerca de Tamalameque (Latorre, 1919:
20), y hoy se dice que en cercanías de Mompós, un poco más lejos río
abajo, crece una mandioca si lvestre y venenosa (Gordon, 1957: 102, nota
58). Además, hasta hace poco se cu lti vó algo de mandioca amarga en la
Guajira (M. Schrimpff, comunicación personal) y los koguis de la Sierra

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UNA VISION DE LA ARQUEOLOGIA DEL ISTMO DESDE LA PERSPECfiVA COLOMBIANA

Nevada siembran actualmente un poco de mandioca amarga para usar


solamente en sus ceremonias (Turba y, comunicación personal), pero estas
son las únicas referencias que conozco en lo que atañe al Caribe
colombiano.
El caso del maíz no es menos dificil. Dejando de lado la cuestión
del centro de origen y de si provino o no de los teocintes de Mesoamérica
(Beadle, 1977; Smith y Lester, 1980), podemos al menos decir que no se
adaptó inicialmente a las condiciones de las tierras bajas del Caribe y que,
por lo tanto, tuvo que haber sido incorporado a las economías locales de
cultivo de rafees y árboles. La pregunta es ¿cuándo? Si estudiamos la
periferia del área de nuestro estudio, encontramos maíz en las montañas
de México cerca del año 5000 a. de J. C., y cepas de maíz adaptadas a las
condiciones tropicales de las tierras bajas en Cuello (Belice) hacia el año
2000 a. de J. C. (Miksicek el al., 1981). En Panamá, en la región del lago
Gatún hay evidencia de maíz hacia el año 2750 a. de J. C. (Pipemo,
1982). Ademas, al lado de la cerámica de Monagrillo ocurren fitolitos de
maíz con anterioridad al año 1500 a. de J. C. (Pipemo, 1980b; Cooke,
1982) y en el quinto milenio antes de nuestra era también aparece maíz
en los depósitos precerámicos de la cueva de Los Ladrones (Pipemo y
Clary, s.f.). En Ecuador se ha encontrado maíz asociado con cerámica
Valdivia (Zevallos et al., 1977), y recientemente se han identificado
fitolitos de maíz en contextos Vegas precerámicos del año 6000 a. de J.
C. aproximadamente (Pi perno, 1981 ). A menos que la difusión se haya
producido enteramente por mar, la parte Norte de Surarnérica estaba
entonces en condiciones de haber recibido mafz en cualquier momento
entre los años 6000 y 2000 a. de J. C. Entonces, ¿dónde está la evidencia?
Si la presencia de cerámica indica que se practicaba alguna forma
de agricultura (y el consenso no lo indica necesariamente) pudo haber
algún tipo de agricultura en la llanura Caribe antes del 3000 a. de J. C. En
Colombia, esta fecha coincide con un periodo de mayor sequía. Muchos
de los sitios correspondientes al Cerámico temprano estan orientados hacia
lagunas y estuarios y contienen piedras para romper nueces (para las
frutas de palma), pero no contienen avidencia alguna de agricultura. En
el conchero de Monsú hay lo que probablemente son azadones de concha
Slrombus, los cuales podrían significar que se excavaba el suelo en busca
de alimento vegetal. Sin embargo, no hay maíz en la muestra de polen.
(Reichel-Dolmatoff: 51-53).
A partir del año 1000 a. de J. C. aproximadamente, hay una posible
incursión o difusión de mandioca amarga desde Venezuela hasta Malambo
en el río Magdalena (Angulo, 1962, 1981) hasta Momil en el rio Sinú y
quizas hasta La Montaña en la región costarricense de Turrialba (Snarslás,
com. pers.). Es importante tener presente que, en todos los casos, la
evidencia relativa a la mandioca amarga es indirecta y se ha obtenido a
través de budares (con algunos fragmentos de ralladores en Momil) . Tal
como lo ha demostrado De Boer (1975), estos artefactos no constituyen
prueba concluyente acerca del procesamiento de la mandioca. Cualquiera
que haya sido el significado de este interés por los budares en Colombia,
fue de todas maneras un episodio transitorio y con el tiempo deja de
constar en los registros la existencia de planchas para cocinar.

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WARWICK DRA Y

En Momil , los excavadores observaron una diferencia grande entre


Momil 1 (con budares contorneados y fragmentos de ralladores, pero sin
piedras de moler) y Momil 11 (con manos y metates, pero sin fragmentos
de planchas para asar ni ralladores de piedra), y sugirieron que la
diferencia se debla a la transición de una economía basada en la mandioca
amarga a otra basada en el maíz. Si aceptamos nominalmente las fechas
proporcionadas por el C 1' en Momil lb (vease más adelante), esto ocurrió
después del año 200 a. de J. C. Gerardo y Alicia Reichei-Dolmatoff,
1974). Sin embargo, creo que no debemos pensar que se abandonó
completamente el cultivo de la mandioca, sino más bien que la yuca
brava (y el equipo para procesarla) fu e reemplazada por la yuca dulce
cuando ya se cultivaba el maíz como un excedente almacenable que
pudiese reemplazar al pan de harina de mandioca o farinha. El producto
final de esta secuencia de sucesos sería la economía mixta mencionada en
los anales del siglo XVI.
Pero no debemos tampoco generalizar con base en el caso de
Momil, ya que un estudio comparativo revela unas reacciones muy
diversas frente a la llegada del maíz. El caso del conchero de la costa
oriental del golfo de Urabá es semejante al de Momil (GIAP, 1979, 1980).
La fase 1, encerrada entre las fechas del C 1' que van desde el 350 ± 95 a.
de J. C. hasta el 420 ± 130 A. C., contiene fragmentos de planchas para
asa r, piedras de moler y macerar, además de polen de mandioca , de
palmas y de frutas tropicales. En la fase 11 (sin fechas), ya no aparecen Jos
budares para asar ni el polen de mandioca, pero entran a forrnar parte de
los registros el polen de maíz y las pi edras de moler. Esto encaja dentro
de la evidencia etnohistórica, según la cual, en 1502-1504, el Oriente de
Urabá aparece como una tierra sembrada de maíz y rodeada de bosques
y espesura (Sauer, 1966: 163).
En el Oriente, en Venezuela, la evidencia que habla del cultivo de
mandioca amarga en Rancho Peludo está const ituida por solamente dos
distintos budares (Roosevelt , 1980: 9, nota 21, y la ocupación ha
demostrado corresponder al periodo comprendido entre el año 400 a. de
J. C. y el 1400 A. C., y no al segundo o tercer milenio a. de J . C. (Núñez-
Requeiro et al., 1983). Por lo tanto, es preciso descartar este sitio. Más
hacia el Oriente, en Parrnana, en el terreno aluvia l del Orinoco, el maíz
entra a forrnar parte del inventario hacia el año 800 a. de J. C. En el año
400 de nuestra era, este insumo suplía el 80% de las necesidades
alimenticias, mientras que la mandioca amarga habla perdido su posición
de predominio, aunque nunca fue desplazada completamente (Roosevelt,
1980; Van der Merwe et al. , 198 1). En los llanos venezolanos, la situación
era a la inversa y Zucchi ( 1973) sosti ene que la economía del maíz,
reconocible desde el año 1000 a. de J. C., fue reemplazada por la
economía basada en la mandioca hacia el año 500 de nuestra era. En lugar
de una horda migratoria de cu lti vadores de maíz que pudieron haberse
desplazado desde Mesoamérica hacia Suramérica, o de cultivadores de
mand ioca que pudieron haber viajado desde las tierras bajas del Caribe
pasando por el Istmo, toda la ev idencia parece apuntar hacia un patrón
combinado de adaptaciones loca les en el cual se reúnen los mismos
componentes básicos pero de manera diferente y con mayor o menor
preponderancia de unos u otros.

17
UNA VISION DE LA ARQUEOLOGIA DEL ISTMO DESDE LA PERSPECTIVA COLOMBIANA

Aunque, teóricamente, el maíz se cultivaba desde mucho tiempo


antes, en Colombia existe evidencia directa únicamente a partir del
segundo milenio a. de J. C., con industrias líticas de derivación abriense.
En el abrigo rocoso No. 1 de Zipacón, cuya fecha aproximada correspon-
de al año 1300 a. de J. C., se encontraron restos de maíz, batata y
aguacate junto con los tipos más antiguos de alfarería hallados en la
Sabana de Bogotá (Correal y Pinto, 1982). Los excavadores piensan que
las plantas cultivadas y uno de los tipos de cerámica pudieron haber
llegado del valle del Magdalena. Mil años después aparecen en abundan-
cia estos mismos tipos de cerámica, marcadores cronológicos del periodo
Herrera, en sitios de toda clase (abrigos rocosos, aldeas abiertas y fuentes
de explotación salina), con fechas de 275 ± 35 a. de J. C. en Tequendama
(Correal y van der Hammen, 1977: 61) y de 260 ± 65 a. de J. C. en la
base de la salina de Nemocón (Cardale-Schrimpff, 1976). En El Abra
aparecen simultáneamente el polen de maíz y la ceramica en la transición
entre las zonas de polen VII y VIII, la cual marca el comienzo de un
período más frío y húmedo hacia el año 500 a. de J. C. o un poco antes
(Schreve-Brinkman, 1978). Por la misma época, 600-300 a. de J. C., se
presenta por primera vez el polen de maíz en sedimentos de la laguna de
Los Bobos (van der Hammen 1962), hecho que coincide con un episodio
de deforestación en Fúquene y buena parte de la cordillera (van Geel y
van der Hammen, 1973). Las mazorcas regresan a los registros arqueoló-
gicos, esta vez con car3mica muisca, en una ofrenda encontrada en Los
Solares, cuya fecha, determinada a partir del C 14 , se sitúa en el año
310 ±50 A. C. (GrN-4792).
Estas fechas concuerdan bastante bien con la mayor parte de la
evidencia panameña y con lo que Cooke (1984) denomina un "cambio
drástico en los asentamientos" asociado con un estilo de vida en aldea y
con el cultivo del maíz. Sin embargo, aún hay problemas por resolver en
Colombia y Panamá. Si la escuela de los teocintes está en lo cierto con
respecto a la botánica, para que su argumento sea válido se necesita que
el maíz haya sido llevado desde Mesoamérica hasta Suramérica varios
miles de años antes de Jesucristo. Es posible, y hasta probable, que el
aparente desfase cronológico en Colombia se haya debido a una mala
conservación y que ese primer maíz que llegara a las tierras bajas
sencillamente hubiera desaparecido bajo condiciones tropicales. Esto
podría demostrarse directamente por medio de isótopos estables de
carbono (Burleigh y Brothwell, 1978; van der Merwe et al., 1981 ).
Otra forma de abordar el problema consiste en estudiar el patrón de
distribución de las distintas cepas de maíz. Entre las mazorcas del maíz
panameño de Sitio Sierra (Cooke, 1979, 1984), con fecha del 65 a. de J.
C. hasta el 235 A. C., hay algunas semejantes a la variedad Pollo y otras
parecidas a la variedad Harinoso de Ocho. Por lo general, se considera
que el maíz de Ocho es suramericano, mientras que la variedad Pollo se
encuentra actualmente en el Norte de Colombia y en la zona adyacente a
Venezuela. También en los sitios siguientes se han encontrado mazorcas
de la variedad Pollo y semejantes: Parmana, Orinoco venezolano, año 800
a. de J. C. aproximadamente (Roosevelt, 1980: 179); La Betania, llanos
venezolanos, año 130 ± 130 A. C. (Zucchi, 1973: 188); Severo Ledesma,
Costa Rica, en la fase El Bosque, año 345 ± 165 (1-7514) y posiblemente

18
WARWJCK ORA Y

relacionado con Momil 11 (Snarkis, 1976a); y la cuenca de Cerro Punta en


Chiriquí, año 200-400 A. C. (Galinat, 1980). Se ha encontrado mafz
correspondiente a periodos posteriores al año 1000 de nuestra era en
varios sitios de los Andes venezolanos (Mangelsdorf y Sanoja, 1965;
Wagner, 1967, 1973).
Desde el punto de vista arqueológico, no se ha encontrado maíz
Pollo, o una forrna semejante, al Norte de Costa Rica y tampoco en el
extremo Sur de Colombia, por Jo menos hasta ahora. Desde el punto de
vista de distribución, el maíz tipo Pollo es, por Jo tanto, la cepa por
excelencia del Area Interrnedia. Ocupó un bloque cohesivo de territorio
al inicio de nuestra era y se acepta el hecho de que tiene una relación
estrecha con el Nal-Tel (una de las primeras cepas en atravesar el tapón
del Darién) (Pearsall, 1977-1978). No veo ninguna objeción arqueológica
para la idea de Galinat de que el mafz Pollo es progenie del Nai-Tel y que
se desarrolló quizás como respuesta evolutiva a las condiciones de frío y
humedad en algún punto (o quizás en todas partes) dentro de su área de
distribución arqueológica entre Costa Rica y Venezuela. Tal parece que
sí hubo en realidad contactos botánicos a través del Darién, pero esto no
equivale a decir que, por el hecho de que haya algunas características de
la variedad Pollo en el mafz del Istmo, quede necesariamente demostrada
una influencia suramericana.

19
UNA VISION DE LA ARQUEOLOGIA DEL ISTMO DESDE LA PERSPECTIVA COLOMBIANA

Haciendo una reconstrucción del escenario colombo-ístmico hasta


ese punto, podemos identificar tres etapas: a) un primer periodo durante
el cual se destacan las raíces, los tubérculos y los productos de palma, sin
ninguna evidencia de maíz; b) un episodio no muy bien documentado
durante el cual se pudo haber difundido hacia el Occidente el cultivo y el
procesamiento de la mandioca amarga desde Venezuela o el Amazonas;
y e) una etapa posterior, reconocible a partir del año 300 a. de J. C.,
durante la cual se aprecia algo semejante a la mezcla de cultivos
mencionada por los españoles del siglo XVI.
La cuarta y última etapa dentro de esta progresión fue la correspon-
diente a un paisaje artificial, creado por el hombre. Como hemos visto, en
la cordillera Oriental se llegó a esta etapa con la tala de los bosques al
inicio de nuestra era o incluso antes, y en las tierras bajas con la
transformación de la vegetación selvática del San Jorge en tierra
cultivable, no más tarde del siglo VU de la era cristiana (véase la sección
sobre el San Jorge y el Sinú en este articulo). Para cuando aparecieron los
primeros cacicazgos en Colombia y el Istmo no creo que existiera ya gran
parte del paisaje natural.

La tradición del tecomate:


primeras culturas cerámicas, 3000-1000 a. de J. C.

Antes del año 3000 a. de J. C. hacen su aparición en el Caribe colombia-


no dos fenómenos nuevos -la cerámica y los basurales de conchas-. La
presencia relativamente tardía de concheros, en comparación con las
regiones vecinas de Panamá y Venezuela, nunca se ha podido explicar
satisfactoriamente. En caso de no ser simplemente un accidente de
muestreo, es probable que tenga alguna relación con el cambio de los
ni veles del mar o con el hecho de que esta fecha del año 3000 a. de J. C.
también coincide con el comienzo de un período de resecamiento en
Colombia, marcando el inicio de la zona de polen VU (van der Hammen,
1965).
Es precisamente esta serie de concheros la que ofrece la mayor
cantidad de evidencia sobre los siguientes 2000 años de la prehistoria
colombiana. Con base en las fechas determinadas a partir del C' y las
estratigrafías de los montículos de Monsú y Canapote, es posible
identificar una secuencia de fases en cercanías de Cartagena, la cual puede
quizás ser aplicable a toda la zona comprendida entre el golfo de
Morrosquillo y el río Magdalena (Reichei-Dolmatoff, 1955, 1965b, 1971,
1978; Bischof, 1966, 1972).
La secuencia comienza aproximadamente hacia el año 3000 a. de
J. C. con la alfarería con desgrasante de fibra, o de arena encontrada en
Puerto Hormiga, y continúa con los estilos sucesivos de Monsú, Cana pote,
Tesca y Barlovento. La última fecha que se tiene para el hallazgo de
Barlovento es el año 1030 ± 120 a. de J. C. (W-741).
No se sugiere que estos materiales formen una sola linea de
desarrollo. Hay interrupciones en la continuidad (por ejemplo, entre Puerto
Hormiga y Monsú y entre Monsú y Canapote) e indicios de que hubo
empalme entre algunas fases en lugar de una secuencia estrictamente
consecutiva, con posibles intrusiones en la continuidad del sitio (Bischof,

20
WARWICK BRA Y

1972). La dificultad para relacionar las colecciones superficiales con la


secuencia maestra ilustra el problema. Los arqueólogos que han estudiado
estos fragmentos no han llegado a un consenso, aunque la mayoría están
de acuerdo en que algunos sitios como Ciénaga de Totumo, Galerazamba,
Isla Barú, Tierra Bomba, Berruga y Morrosquillo corresponden a la
segunda mitad de la secuencia.
No obstante, detrás de esta variedad hay unidad y también en este
caso existe una de esas "superfamilias" culturales que se perpetuó durante
cerca de 2.000 años. La evidencia acerca de esta relación familiar está en
un grupo de rasgos comunes: a) una preferencia por los montículos
anulares (Puerto Hormiga, Monsú, Barlovento), Jos cuales son diferentes
de los montículos amorfos de períodos posteriores (comparar con
Sutherland y Murdy, 1979; aunque véase Angulo, 1978: ID) y supuesta-
mente reflejan ideas comunes sobre organización social y distribución de
los asentamientos; b) falta de evidencia concluyente acerca de la agricultu-
ra; e) conjuntos de herramientas de piedra derivados del repertorio
Precerámico anterior; d) azadones de Srrombus, presentes en las ocupacio-
nes de Monsú, Canapote y Barlovento en el sitio Monsú; e) uso de apenas
unas cuantas formas simples en los utensilios de cerámica, en especial el
tazón hemisférico o subglobular (tecomate); f) un grupo común de
técnicas para decorar los utensilios de cerámica (incisión ancha y angosta,
punteado, estampado, relleno rojo, zonas de pintura roja, modelado),
aunque en ningún estilo se emplean todas las técnicas ni tampoco se
utilizan los elementos de una misma manera.
Entre los lugares en los cuales se han hecho estos hallazgos están
las costas, las islas costa afuera, las orillas de los ríos y las lag unas, y por
lo general se trata de lugares que parecen ofrecer la máxima variedad
ecológica . Dadas estas condiciones, seria de esperar que se hubieran
explotado varias zonas ecológicas. No obstante, lo que muestra la
evidencia es que hubo especiali zación y restricción deliberada . La proteína
se obten ía, cuando era posible, de los ríos, las lagunas, los estuarios y el
mar. La representación de las especies del bosque y la sabana es poca y
hay predominio de los an imales pequeños sobre los venados. Los
azadones de concha pueden tener relación con el cu ltivo de raíces y
tubérculos, y las piedras para romper nueces, los morteros y las piedras
de moler pueden reflejar un interés por las semillas y las frutas de palma.
Todavía no hay respuesta acerca de si la ocupación era estacional o
permanente, pero en Monsú, en la playa de arena de un río, las huellas de
los postes que sustentaban una gran estructura ovalada dan indicio de un
asentamiento relati vamente permanente.
Los recursos acuáticos también constituían la fuente esencial de
alimento en los sitios regados por el río Magdalena -en Isla de Indios-, en
la isla de la ciénaga de Zapatosa (Gerardo y Alicia Reichei-Dolmatoff,
1953: 6 1) y en el sitio Bucarelia/San Jacinto, ahora enterrado bajo el
terreno aluvial del va ll e del río Magdalena (Reichei-Dolmatoff, 1965a : 59,
173, 197 1, Bischof, 1972). La cerámica de Bucarelia se ha comparado
tanto con la de Puerto Hormiga como con la del grupo Tesca¡Barlovento,
pero cualquiera que sea la fecha, este sitio representa una adaptación,
tierra adentro, a un medio de aluvión, río y laguna diferente del de la
costa. La estrategia económica no giraba alrededor de los moluscos o la

21
UNA VJSJON DE LA ARQUEOLOOIA DEL ISTMO DESDE LA PERSPECTIVA COLOMBIANA

caza menor, sino que dependía de la pesca de rfo con arpones de hueso
y de la cacería de reptiles en los meandros. Este parece haber sido el
patrón general que prevaleciera en la zona, dado que en una Relación de
1579 se habla de que los indios Tamalameque tenían pescado en
abundancia pero rara vez comían carne (Latorre, 1919: 17).
Estas culturas colombianas conforman el bloque central de una
misma "supertradición" que se extiende desde Venezuela hasta Panama.
En el extremo Oriente esta representada por la fase Kusú, una estación de
pesca en La Pitia, en la costa de la Guajira venezolana (Gallagher, 1976).
Entre la ceramica de esta fase se cuentan ollas y los ubicuos tecomates
semiglobulares. En lo que a Colombia se refiere, la incisión ancha y la
decoración punteada de Kusú se asemejan mucho a las de Barlovento,
aunque los detalles son diferentes.
En Panamá, Monagrillo parece ser un miembro periférico de esta
familia. Cualquiera que sea la fecha inicial exacta (Cooke, 1984), desde
el punto de vista de estilo, Monagrillo encaja dentro de la primera parte
de la secuencia colombiana. Entre las formas están los tecomates, y
algunos de los elementos decorativos de Monagrillo aparecen también en
Puerto Hormiga, entre ellos las líneas incisas rematadas en puntos,
ornamentos en espiral debajo de bandas horizontales y, ocasionalmente,
áreas excisas en los puntos donde se encuentran las lineas. Por otra parte,
en Monagrillo están ausentes los diseños exuberantes, modelados,
estampados, punteados y hachura de Puerto Hormiga, pero la decoración
pintada de sus utensilios no tiene paralelo en Colombia (Myers, 1978).
Las diferencias entre las culturas que constituyen la tradición del
tecomate son tan marcadas como las semejanzas, y cada sitio ofrece
indicios de un proceso de adaptación a las condiciones puramente locales.
La impresión global es la de una relación familiar generalizada, quizas
con contactos esporadicos pero sin interacción sistematica ni migración.
La mejor prueba sobre la difusión a larga distancia es la de la ceramica
temperada con fibra vegetal y los montículos anulares desde Colombia
hasta el Sudeste de los Estados Unidos (Bullen y Stoltman, 1972) pero tal
desplazamiento, si es que alguna vez sucedió, pasó sin tocar el Istmo.

Contactos colombo-ístmicos hacia la época de Cristo: el sitio Momil

En todo análisis de las relaciones entre el Istmo y Colombia es preciso


tomar en consideración el sitio Momil , una aldea grande a orillas de un
meandro del bajo Sinú (Gerardo y Alicia Reichei-Dolmatoff, 1956).
Básicamente, la secuencia parece demostrar que hubo una transición de
una cultura local basada en la mandioca (Momil I) a una cultura basada
en el cultivo del maíz (Momil ID. en cuyos artefaftos se aprecia una fuerte
influencia de Mesoamérica y el Istmo. Varias culturas de la parte atlántica
de Costa Rica han sido vinculadas con Momil (Snarskis, com. pers.), y el
sitio ha llegado a ocupar un lugar central en casi todos los estudios del
formativo tardío en Colombia.
Momil 1 era una aldea sedentaria con una orientación sustancial
hacia la laguna. La ceramica de este sitio representa una ruptura total con
la vieja tradición del tecomate. Las formas nuevas son principalmente de
tipo compuesto: tazas y jarras aquilladas, jarras de borde evertido y ollas

22
WARWICK DRAY

de cuello saliente. Muchas de las antiguas técnicas decorativas como la


incisión, el estampado, el punteado y ruleteado aún persisten, aunque los
dibujos son nuevos. Esta tradición básica de incisiones y estampados era
modificada ocasionalmente con ciertas innovaciones: pintura roja sobre
blanca, y pintura simple en negativo en la fase 1b; posteriormente, en la
fase le, pintura bicroma (negro sobre blanco, negro sobre rojo) y también
policroma (negro y rojo sobre blanco). Entre los artefactos pequeños hay
ligurinas, sellos planos y pendientes alados como los mencionados en la
11 11
sección titulada Primera cerámica pintada •

Momil II está separado del material subyacente por medio de una


capa delgada de arena estéril. No hay ningún cambio importante en la
fauna, pero el equipo para procesar la mandioca desaparece y es
reemplazado por manos y metates. También hay formas nuevas de
alfarerfa -trípodes con patas sólidas o huecas, tazones con biseles en la
base o el medio, adornos zoomorfos, soportes mamiformes y pitos en
fonna de pájaro. Todos estos rasgos, y también las figuras huecas y los
sellos cilfndricos, aunque están presentes en varias culturas del Istmo y
Mesoamérica, no tienen antecedentes manifiestos en Colombia. En cuanto
a la decoración, muchas de las modalidades viejas persisten, aunque hay
11 11
algunas nuevas. La verdadera técnica de tocker-stamping es exclusiva
del período temprano de Momil II; también es exclusiva de la fase II la
decoración bicroma zonificada con zonas de incisión o de estampado
dentado demarcado por incisiones.
Al reunir toda esta evidencia, los excavadores propusieron que
Momil 11 representaba algo nuevo y exótico dentro del área. Reichel-
Dolmatoff (1965a : 74) dice que parece que el maíz, junto con una serie
de formas nuevas de cerámica, fue introducido en este nivel del tiempo
desde Mesoamérica, siendo ya un complejo completamente desarrollado.
Si esto es correcto, es el único caso claro de intrusión mesoamericana en
toda la historia del Caribe colombiano.

23
UNA VIS ION DE LA ARQUEOLOG IA DEL ISTMO DESDE LA PERSPECfiVA COLOMBIANA

Infortunadamente, la mayor parte de la evidencia es circunstancial.


Bischof (1966: 484) habla de un hallazgo de tiestos tipo Momil en la
superficie del conchero de Bocachica cerca de Cartagena, provenientes
probablemente de una ocupación posterior a Barlovento. Esto sugiere que
Momil comenzó algún tiempo después del año 1000 a. de J. C. o quizás
mucho después, en cuyo caso es necesario desechar la fecha muy
temprana propuesta por Foster y Lathrap ( 1979). Hay dos fechas de C 1'
que se refieren a Momil lb hacia la mitad del primer periodo: 200 ± 60
a. de J. C. (TK- 131) y 175 ± 35 a. de J. C. (GrN-6908) (Reichel-Dol-
matoff, 1974). Aunque es preciso reconocer la incertidumbre de los
fechados de las conchas, estos parecen ser correctos. Con base en
paralelos tipológicos de Momil IJ, podemos suponer que el límite entre 1
y II corresponde aproximadamente a la época de Cristo, suposición que
coincidiría con la evidencia del Estorbo en Urabá (véase la sección sobre
Estorbo) y de Potrero Marusa en la cuenca del San Jorge (véase la sección
sobre "Cupica y la conexión del Pacifico").
Es satisfactorio ver que estas fechas correspondientes a Colombia
encajan con la cronología independiente establecida para la parte atlántica
de Costa Rica. El complejo Montaña, con sus burlares y las fechas
aportadas por el por C 14 , las cuales oscilan entre el 550 ± 60 y el 280 ±
60 a. de J. C., se ajusta, como debería, al horizonte de la mandioca de
Momil 1, mientras que El Bosque (con culti vo de maíz y similitudes con
Momil Il), tiene una fecha que va entre el 100 a. de J. C. y el 500 A. C.
(Snarskis, com. pers.). Todo esto hace que sea plausible la suposición de
que hubo contactos entre Colombia y el Istmo a lo largo del litora l
Atlántico, aunque los paralelos en materia de estilos sean genera les y no
específicos.

Primera cerámica pintada, desde Venezuela hasta Panamá

Los Reichel-Dolmatoff ( 1951 ), a lo largo de los brazos intermedios del río


Ranchería, casi en la frontera con Venezuela, descubrieron una serie de
aldeas agrícolas en la que actualmente es una zona árida, totalmente
inadecuada para la agricultura. Las primeras dos etapas de la secuencia de
Ranchería, los periodos Loma y Horno, forman un continuo que se ha
denominado el Primer Horizonte Pintado, caracterizado por pintura
bicroma y policroma.
Los dibujos son rojos yfo negros sobre una franja color crema y los
motivos son principalmente curvilíneos: lineas onduladas, dibujos
sigmoides, en forma de peine, y dibujos con trazos fuertes que fonnan
espirales y remolinos compuestos por lineas delgadas y paralelas. Las
vasijas son de formas más variadas que aquellas del periodo Tecomate y
entre ellas hay formas compuestas (bases de pedestal, tazones con pies
pequeños) y también platos pandas que pudieron haber s ido usados como
planchas para asar la mandioca o como tiestos para asa r la arepa de maíz.
Las figuras son huecas, con rostros naturalistas y piernas abultadas.
Es dificil establecer la cronología exacta del Primer Horizonte
Pintado. En el conchero de La Pitia, en el golfo de Venezuela, no cabe
duda de que la Gase Hokomo es una manifestación, en una zona costera

24
WARWICK BRA Y

y con lagunas del Primer Horizonte Pintado (Gallagher, 1976). El


excavador calculó que el comienzo de la fase Hokomo pudo haberse
producido hacia el año 1000 a. de J. C., fecha que parecerla demasiado
temprana dada la fecha de C" correspondiente al año de 70 ± 110 a. de
J. C. (Y-855) para un nivel que se encuentra a un tercio del camino en la
ocupación Hokomo. En Colombia, para una etapa temprana del periodo
Horno hay una fecha de 585 ± 75 A. C. (Beta-4842) (Gerardo Ardila,
comunicación personal), y en ciertas vasijas de la tumba Nahuange,
ubicada por Bischof (1969a; 1969b) en el siglo VI o VII después de
Cristo, aparecen decoraciones del Primer Horizonte Pintado.
Con base en esta cronología, el Primer Horizonte Pintado coincidi-
ría en términos generales con Momil y con la primera cerámica pintada
de Panamá. Tal como señala Cooke ( 1976b: 96), en Isla Carranza, en el
Darién (con una fecha de 70 ± !55 a. de J. C.) y en La India 1, en Tonosi
(20 ± 100 A. C.), la pintura aparece tímidamente dentro del contexto de
estilos en los cuales predominaba la decoración plástica. Lo mismo sucede
en Momil y quizás también en Taboguilla-l, en las islas Perlas (Stirling
y Stirling, 1964).
Desde el punto de vista de estilo, la cerámica del Primer Horizonte
Pintado pertenece más a Venezuela que a Colombia, pero también tiene
sus paralelos con culturas del Occidente. Hay que admitir que estas
semejanzas son más generales que especificas. Entre las semejanzas se
cuentan la pintura bicroma y policroma, las vasijas de pies pequeños y de
trípode, las figuras huecas y quizás también el conocimiento de la pintura
en negativo. Hay también un arfefacto, la forma más simple de pendiente
alado, el cua l aparece más o menos simultáneamente en toda esta área. En
Panamá, esta forma se encontró en el rlo Tabasera con una fecha de C 1'
correspondiente al 95 ± 45 a. de J. C., y también en la fase El Indio de
Tonos! (lchon 1980: Fig. 56); en Momil, estas piezas se encuentran en
los niveles 9, lO y 12, y coinciden aproximadamente con las fechas del
C 1' correspondientes al siglo II antes de nuestra era (Gerardo y Alicia
Reichel-Dolmatoff, 1956); en El Horno, en Ranchería, se encontró un
pendiente (Gerardo y Alicia Reichel-Dolmatoff, 1951, láminas 24, 6); en
Venezuela, los hallazgos más antiguos son de un entierro en Las Locas
(estado de Lara) con cerámica de la serie tocuyanoide y una fecha ubicada
aproximadamente en el siglo II de nuestra era (Perera, 1979: 90-93).
En lo que se refiere a la cerámica pintada, no existe unanimidad
acerca de la manera y la dirección en que se difundió -si es que lo hizo-.
Coe (1962b) propuso una difusión gradual desde Venezuela hasta
Mesoamérica. Reichel-Dolmatoff (1965a: 120) sugirió todo lo contrario:
Los estilos policromos de La Loma y El Horno probablemente se
derivan en parte de Momil, pero hay semejanzas muy grandes con la
cerámica policroma de Panamá, especialmente con el complejo de Coclé.
Aunque hay evidencia a favor de una difusión en dirección Oeste-Este
desde Panamá, pasando por el Norte de Colombia hasta el Occidente de
Venezuela, no hay que desechar la posibilidad de que esta forma de
cerámica se haya difundido a través de la navegación costanera.
Han pasado más de 15 años y la controversia no se ha dilucidado
aún, aunque la evidencia parece sustentar el punto de vista de Coe. Con

25
UNA VISION DE LA ARQUEOLOGIA DEL ISTMO DESDE LA PERSPEcriVA COLOMBIANA

el descubrimiento del estilo de Caño del Oso en los llanos, puede decirse
que las técnicas de pintura existían en Venezuela hacia el año 1000 a. de
J. C. (Zucchi, 1972). Tal parece que estas técnicas (aunque no los dibujos)
se difundieron desde los llanos hasta el Noroeste de Venezuela, en donde
Tocuyano tiene una fecha de 230 ± 300 a. de J. C. (M-257). Gallagher
(1976) plantea una hipótesis bastante aceptable acerca de la difusión de
la pintura policroma y de ciertos motivos desde esa área hasta Ranchería,
pasando por La Pitia.
Al Occidente de Ranchería, el caso es menos claro, aunque las
semejanzas entre la cerámica del Primer Horizonte Pintado colombiano y
las primeras cerámicas bicromas y policromas de Panamá son lo
suficientemente grandes como para merecer un estudio más a fondo. En
las ilustraciones en blanco y negro (en las cuales se tace caso omiso de
las formas de las vasijas y el valor de los colores) hay una similitud
marcada de familia entre los fragmentos pintados de Ranchería y los de
Taboguilla-1 y también con los del grupo Aristide del periodo IV en las
provincias centrales de Panamá. Estos estilos tempranos solamente tienen
ornamentos geométricos y en ellas no aparece la iconograffa Conte. La
semejanza entre estos estilos se aprecia en una preferencia por dibujos
rectilíneos y en espiral compuestos por bandas de líneas paralelas, haces
de lineas rectas, paralelas y cortas, y una tendencia a dejar burbujas de
espacio abierto dentro del diseño.
Dos de los motivos comunes son bastante específicos y proyectan
el vinculo hasta el período V. El zigzag sigmoide (Gerardo y Alicia
Reichel-Dolmatoff, 1951, láminas 8, 146) ocurre esporádicamente en los
policromos Tonos! del período IV (Ichon 1980, placa 32) y en policromos
del período V en las tumbas 4 y 13 de Sitio Conte (Lothrop, 1942: Figs.
110, 311h). El paralelo más interesante de todos -tan exacto que es dificil
que se trate de una casualidad- es el dibujo de "un peine sigmoide en
volutas" que aparece en una jarra efigie de la tumba 32 en Sitio Conte
(Lothrop, 1942: Fig. 122). Se trata de una de las tumbas más antiguas de
Sitio Conte, cuya fecha se remonta al 450-500 A. C. El dibujo en forma
de peine se repite con frecuencia en La Pitia y en Ranchería, pero es un
hallazgo raro en Sitio Conte. En este caso, la difusión pudo haber ocurrido
únicamente desde Colombia hacia Panamá.
En resumen, tal parece que durante los siglos inmediatamente
anteriores y posteriores al siglo I de nuestra era, se movieron por
Colombia y el Istmo una serie de rasgos (pendientes con alas, pintura en
cerámica, ciertos motivos de dibujo y un conocimiento de metalurgia). Si
la cerámica pintada se difundió desde Colombia hacia Panamá (y, en mi
opinión, tal cosa no ha sido demostrada), las técnicas se adaptaron
rápidamente a los gustos decorativos de los habitantes de Panamá. La
evidencia relativa a la metalurgia, analizada en la sección siguiente, viene
a reforzar la opinión de que Panamá recibió más de lo que aportó durante
estos siglos.

26
WARWICK BRA Y

Metalurgia

En el caso del trabajo en metal, la arqueología demuestra una difusión


clara en dirección Norte, comenzando en el Perú durante el segundo
milenio a. de J. C. hasta llegar finalmente a México entre los años 700 y
900 de la era cristiana. En Colombia, el metal fechable más antiguo
(Bouchard, 1979) es el hilo de oro martillado de Inguapi, Tumaco, 325 ±
85 a. de J. C. (Ny-642), y hay evidencia (Duque Gómez, 1964: 409) de
trabajo fundido en San Agustfn alrededor de la época de Cristo, 1O ± 50
a. de J. C. (GrN-4205). Más al Norte, a lo largo del litoral Caribe y en
Panamá, los objetos metálicos más antiguos pertenecen a los primeros
siglos de la era cristiana. En vista de esta difusión en dirección Sur-Norte,
no cabe duda de que la tecnología del metal llegó al Istmo desde
Colombia.
Los primeros objetos metálicos encontrados en Panamá provienen
de las provincias centrales y pueden ubicarse uno o dos siglos antes de la
fecha del cementerio de Sitio Conte. Una de las asociaciones más claras
es la de la tumba del siglo V de Rancho Sancho de la Isla, en donde se
encontraron cinceles de tumbaga al lado de vasijas policromas tipo
Montevideo (Dade, 1960). Los ornamentos hallados en Las Huacas
(Brizuela, 1972a) también corresponden al siglo V, como también pueden
encajar dentro de esta fecha los ornamentos de los sitios de Tonos( de la
etapa terminal de la fase El Indio (Ichon, 1980: Fig. 56).
Estas clases antiguas de ornamentos (pendientes de espiral doble,
animales de todo tipo, águilas de dos cabezas) no reflejan para nada la
compleja iconograffa de los estilos posteriores del Istmo. En efecto, son
puramente colombianos en espíritu y numéricamente son más comunes en
el interior de la costa Caribe, aunque normalmente no se encuentran
dentro de un contexto fechable. Las espirales dobles son más comunes en
el territorio Tairona, aunque se han encontrado algunas en el Sinú (Bray,
1978b: 174; Falchetti, comunicación personal). Desde Panamá, esta forma
pasó a Costa Rica en donde ocurre (identificada equivocadamente como
ecuatoriana) con un pájaro Coclé en Guácimo (Stone y Balser, 1965). Las
águilas simples de dos cabezas tienen una distribución semejante, con
hallazgos sin asociación en Costa Rica, Panamá, el Sinú (Falchetti, 1976:
Fig. 70) y el valle del Cauca (Bray, 1978b: 198). Lo mismo sucede con
las diversas fonna s de attimales.
Una vez llegado al Istmo el conocimiento técttico, surgió toda una
serie de estilos metalúrgicos locales a los cuales se incorporaron las
ideologías regionales y los dibujos y la iconografía de Jos estilos de la
alfarería local (Cooke, 1984, Bray, 1981).
A partir de ese momento, Colombia y el Istmo constituyen una sola
provincia tecnológica , en la cual hay preferencia por la joyería fundida y
el trabajo virtuoso en filigrana falsa. La imitación era cosa corriente y
existía un intercambio floreciente en todas direcciones. Los ornamentos
Sinú de filigrana fal sa para las orejas, y las ranas Tairona, llegaron hasta
Costa Rica, lugar donde también se imitaron los tunjos Muisca, y en el
tiunulo de Ayapel (Sinú) ocurren pectorales estilo Diquis con repujados
cónicos (Falchetti, 1976: Fig. 23). Los llamados colgantes Darién,

27
concentrados en mayor número en el Sinú, fueron imitados en Panamá y
Costa Rica, y las imitaciones llegaron incluso hasta Chichén ltza
(Falchetti, 1979). Los pendientes ístmicos en forma de figura humana
semidesnuda, abundantes en Costa Rica y Panamá, muestran influencia
evidente del estilo Quimbaya del valle del Cauca colombiano (Bray,
1981). En la dirección opuesta, algunas piezas Coclé llegaron hasta el
Sinú (Bruhns, s.f.) y un pendiente ístmico en forma de rana viajó hasta
Annenia, en el Quindío (Museo del Oro No. 10.491). En algunos casos
es tan grande el cruce de estilos que no es posible atribuir los objetos a
un detenninado centro de fabricación . Esto sucede principalmente con
algunas categorías cuya distribución abarca desde Panamá hasta el Caribe
colombiano: animales de cola enroscada, cocodrilos y figuras humanas
con adornos retorcidos en la cabeza (Falchetti, 1976: Figs. 10-2 1; Bray,
1978b, Nos. 227-229).
Este intercambio floreciente de artículos pequeños, portátiles y
valiosos se refleja apenas levemente en la cerámica y estoy convencido de
que la información proporcionada por la cerámica está muy lejos de
representar la cantidad de contacto interregional que existió en todo
momento.
El vacío atribuido al "tapón del Darién" no se debe tanto a factores
geográficos sino a un muestreo inadecuado. Como hemos visto, en las
crónicas del siglo XVI el golfo de Urabá aparece como un centro
importante de redistribución de oro en bruto y joyería de todas las zonas
circundantes. La evidencia presentada aquí muestra que el patrón idéntico
se remonta aproximadamente a mil años antes.
Entonces, ¿dónde está el estilo metalúrgico faltante del Darién, el
cual debería llenar el vacío entre Colombia y el centro de Panamá? Están

28
WARWICK BRA Y

las narigueras del CH0-3 (Cooke, l976a), un casco repujado al estilo


Quimbaya-Sinú-Coclé del río Chucunaque (Lothrop, 1937: 137), y los
objetos de oro de Playa Venado -lo cual no constituye evidencia suficiente
para respaldar la evidencia documental-.
La clave puede estar en Playa Venado. Por estar situada en la
frontera entre el Oriente y el Occidente de Panamá, tiene cerámica de
ambas regiones. La mayor parte de la cerámica corresponde al siglo V,
con algunas proyecciones hacia siglos anteriores y posteriores. De los 30
elementos de oro provenientes de Playa Venado, solamente uno tiene
decoración figurativa Coclé. Entre los otros se cuentan un colgante
Darién, tres juegos de animales múltiples y nueve objetos (ranas,
narigueras, uno zoomorfo, dos piezas en forrna de colmillo) fundidos en
molde abierto, en filigrana falsa en espiral (Helms, 1979: Figs. lO, l2b).
En este estilo de trabajo de molde abierto hay unos cuantos objetos
esporádicos provenientes de puntos ubicados más al Norte, pero en ningún
otro sitio (incluyendo Sitio Conte) se ha encontrado una cantidad parecida
de orfebrería de molde abierto. De tener que identificar con el tiempo un
estilo de orfebrería propio del Darién, este grupo trabajado en molde
abierto sería por ahora el mejor candidato. En lo que se refiere a las
etapas más recientes, en las colecciones privadas del Darién parecen
abundar objetos metálicos del estilo terrninal (es decir, posterior a Sitio
Conte) de las provincias centrales.

La franja Sur del Darién: Estorbo y Cupica

La frontera entre Panamá y Colombia es una creación artificial y no debe


tomarse en cuenta al estudiar el período prehistórico. La selva húmeda del
Darién se extiende sin interrupción a lo largo de la costa Pacífica hasta el
Chocó colombiano y también a lo largo del litoral Caribe hasta más allá
del Oriente de Urabá. En el siglo XVI, a ambos lados de la frontera se
hablaban lenguas de la familia Chibcha, y Sauer (1966:. 238) está a favor
de la existencia de una provincia cultural y lingüística macrocueva que
pudo haberse extendido desde Panamá, pasando por la cuenca del Atrato
y penetrando a los Andes hasta Dabeiba. Esta frontera Sur en el Noroeste
colombiano era un límite inestable y fluctuante en el siglo XVI, y aún está
por determinarse la relación exacta entre los grupos Cuna, Cueva, Chocó
y Caribe que habitaban esa área (Isacsson, 1980). Por el momento, no
conviene marcar las colecciones arqueológicas con etiquetas étnicas. La
diferenciación que sí parece ser válida es aquella que existe entre las
costas Occidental y Oriental (¿Caribe?) del golfo de Urabá, en donde
los descubrimientos arqueológicos recientes corroboran la evidencia
etnohistórica.

Estorbo

En el Oriente de Urabá, los estudios se han concentrado en una serie de


concheros de la costa del golfo cerca de Turbo y Necoclí (GIAP, 1979,
1980) y a lo largo de la costa hasta Arboletes (Santos, Román y Otero de
Santos, 1980). En esta zona se ha identificado un solo complejo al cual

29
UNA VISION DE LA ARQUEOLOGIA DEL ISTMO DESDE LA PERSPECTIVA COLOMBIANA

se le ha dado el nombre de Estorbo, por un grupo de basurales de conchas


del municipio de Turbo. Todavía no se conoce la versión interior de esta
cultura costanera y aún no se ha encontrado ningún material arqueológico
que concuerde con las descripciones de los cronistas en las cuales se habla
de aldeas agrícolas y de los ricos caciques que habitaban en Urabá en
1502-1506, con sus maizales y sus cajas llenas de hachas, tambores y
máscaras de oro.
La estratigrafía más importante es la del sitio tipo de El Estorbo. En
la base aparece un basural de conchas enterrado a mucha profundidad, con
fragmentos de cerámica y herramientas de piedra. Por encima hay casi un
metro de arcilla amarilla estéril, la cual corresponde a un período de
sedimentación aluvial que pudo tener una duración de mil años (GIAP,
1979). Encima de esta capa hay otro basural de conchas (fase 1 de
Estorbo) en el cual se han identificado cuatro fechas a partir del C 14 , las
cuales van desde el 350 ± 95 a. de J. C. hasta el 420 ± 130 A. C. Los
excavadores piensan que la cultura de Estorbo 1, con su economía basada
en la mandioca, pudo haber terminado hacia el 750 A. C. Directamente
encima de este basural de conchas hay un estrato de tierra negra orgánica
(fase 11 de Estorbo) en la cual no hay conchas pero si fragmentos de
cerámica, herramientas de piedra y huesos de animales. El polen de maíz
aparece en esta fase (véase la sección titulada "La mandioca, el maíz y el
comienzo de la agricultura en el Caribe"), y la cerámica derivada del
periodo anterior, aunque no hay budares para procesar la mandioca.
A pesar de no contar con fechas de C 14 , se cree que Estorbo 11 refleja la
historia y la tradición de la cerámica hasta la época de la Conquista.
En el inventario de la cerámica se aprecian pocas semejanzas con
Momil, razón por la cual las dos fechas más antiguas de Estorbo son
cuestionables. Ninguna de las comparaciones es anterior a Momil lb y los
rasgos mesoamericanos, tan marcados en Momil II, prácticamente no
existen en la cerámica correspondiente de Urabá.
Por su parte, el material hallado en Estorbo 1 tiene gran relación
con la fase Tierra Alta del Sinú y, por serie, corresponde a un periodo
algo posterior a la época en que fue abandonado el sitio Momil. Hay
semejanzas de tipo general (entierros en urnas, ralladores) pero también
bastante especificas: las figuras huecas, los ornamentos plásticos en espiral
combinados con rostros modelados, bases de pedestal con calados y varios
motivos decorativos -arcos concéntricos con bordes punteados, hileras
excisas o estampado triangular en los bordes, cordones con muescas en la
unión del cuello con el hombro y triángulos de doble contorno rellenos
con punteado-.
Sucede que dentro del contexto de la totalidad de Colombia, el
verdadero estilo internacional no es Momil sino Tierra Alta. A este
respecto, Bischof ( 1969b: 292) ha propuesto que existe una misma serie
de cerámica que se extiende por todas las tierras bajas desde el Magdalena
hasta Panamá. Dicha cerámica tiene las siguientes características: platos
pandas, ralladores, bases anulares, pedestales de pies recortados, urnas
funerarias (en las etapas tardías) y también diversas modalidades
decorativas. Además de Estorbo, las culturas que componen esta serie son
la Malambo tardía (Angula, 1962) y el complejo Crespo, según lo

30
WARWICK BRA Y

demuestran los hallazgos de aldeas costaneras y sitios de campamento en


todo el tenitorio que se extiende desde el Magdalena hasta Urabá (Dussan
de Reichel, 1954), los estilos de Tierra Alta y Ciénaga de Oro en el Sinú
(Gerardo y Alicia Reichel-Dolmatoff, 1957) y gran cantidad de material
reunido por Linné (1929) en el Occidente de Urabá y la costa Pacifica del
Darién. La presencia de cerámica de Urabá en Crespo, con una fecha de
C 14 correspondiente al 1290 ± 80 A. C. (Y-1316), podría confirmar la
duración prolongada de Estorbo.
La extensión lógica de esta ruta es hacia el Norte por la Costa
caribe hasta Panamá, a donde, según Drolet (1980), el mafz llegó desde
Colombia por la época de Cristo. Como hemos visto, en el mejor de los
casos, la evidencia botánica es dudosa, y la cerámica de Drolet no
presenta indicio alguno de la complejidad de la alfarería contemporánea
de Urabá. Lo único que permite demostrar de manera concluyente la
conexión a lo largo del litoral Caribe es el hallazgo en Panamá de
utensilios pintados de cerámica (cuyo tipo no se ha especificado)
provenientes de la costa colombiana cerca de Tolú (Reichei-Dolmatoff,
1951: 20).

Cupica y la conexión del Pacífico

Aunque no hay claridad arqueológica acerca de la composición étnica de


esta zona (lsacsson 1980), no cabe duda de que, en el Pacifico, el Darién
formó una sola provincia cultural, a más tardar desde la época de Cristo
hasta la Conquista. La frontera Norte de esta provincia coincide con el
limite del lenguaje Cueva cerca de Chamé, al Occidente del canal de
Panamá, y el lfmite Sur se ubica en cercanías de Bahfa Solano, en el
Chocó colombiano.
Una de las pocas estratigrafías de toda esta provincia se encuentra
cerca del limite Sur, en la bahJa de Cupica. Linne (1929) excavó 27
tumbas en esta localidad y, en 1961, los Reichel-Dolmatoff exploraron un
montículo funerario construido a base de estratos intercalados de entierros
y rellenos acumulados durante un periodo considerablemente largo
(Gerardo y Alicia Reichei-Dolmatoff, 1961 ). La estratigrafía de Cupica no
solamente coincide con sitios y estilos de la costa Caribe sino que también
sirve para verificar, de manera independiente, la secuencia propuesta por
Cooke (1976a) para el Darién panameño.
En Jos entierros más profundos (Cupica 1) hay tazones aquillados,
copas de pedestal y ollas de cuellos doblados hacia afuera, decoradas a
base de incisiones, hileras punteadas y estampados con conchas dentadas.
Aunque forman parte del repertorio usual del Darién, estos dibujos pueden
compararse en términos generales con los de Momil y Ciénaga de Oro. En
el mismo depósito hay también fragmentos de cerámica carmelita incisa
con relieve idéntica a la de Panama Viejo y Playa Venado, Utive, islas
Perlas, CH0-3 y otros sitios más de las tierras bajas del Pacifico en el
Oriente de Panamá. Esta ceramica, por otra parte, solamente aparece una
vez en el talud Atlántico, a donde pudo haber llegado desde el Pacifico
(Drolet, 1980: 222-227). Según Reichei-Dolmatoff(l962), la fecha del C 1'
del relleno que cubre este estrato funerario inferior corresponde al año

31
UNA VISION DE LA ARQUEOLOGIA DEL ISTMO DESDE LA PERSPECfiVA COLOMBIANA

1227 ± 100 A. C. (M-1313). Ya que esto no coincide con el resto de la


evidencia estratigráfica, podrla desecharse por ser demasiado reciente.
Los entierros intermedios (Cupica III) contienen vasijas bicromas
zonificadas (Cupica Roja Fina) y también algunas vasijas cuyas decoracio-
nes incisas tienen relación con Tierra Alta del Sinú. La cerámica bicroma
zonificada también es de las que aparece distribuida desde un extremo del
Darién al otro, aunque solamente en el litoral Pacífico (Cooke, 1976a;
Drolet, 1980: 221-222). El motivo del triángulo punteado de la cerámica
bicroma zonificada se repite en la cerámica monocroma del complejo de
Estorbo y en el grupo de estilos relacionados con él. En el relleno que
cubría estos entierros intermedios se encontraron fragmentos con una
versión de la decoración panameña típica de la cerámica carmelita incisa
con relieve (Gerardo y Alicia Reichel-Dolmatoff, 1961: láminas X, 9-11).
Los entierros superiores (Cupica IV) contienen policromos estilo
Macaracas provenientes de Coclé, al lado de cerámica loca 1 decorada con
tallas profundas, relacionada con la de Betancf, la fase más reciente del
Sinú. Al igual que las otras cerámicas diagnósticas, estas policromas están
diseminadas por toda la provincia y aparecen en islas Perlas, CH0-3 y El
Tigre. La mayor parte de la cerámica encontrada por Linné (1929: 176-
190) en las tumbas de foso rectangular de La Recasa corresponde al tipo
local de Cupica IV, y más al Norte, en Garachiné, Jaqué y Punta Patiño,
se descubrió también un material semejante (McGimsey, 1964). Los sitios
abundan en todas las zonas donde se han buscado, y algunos de estos
asentamientos son lo suficientemente grandes como para recibir el nombre
de poblados (Sauer, 1966: 174; Linné, 1929: 157). La idea de una densa
población prehispánica en las cuencas del Bayano y del Chucunaque-Tuira
ya no parece traída de los cabellos (Cooke, 1976c: 33).
Dentro del contexto panameño, los estilos de cerámica de Cupica
aparecen en su orden relativo correcto y su correlación con los estilos de
Urabá y del Caribe colombiano hasta Cartagena también es bastante
correcta. En la costa Pacífica hubo contactos permanentes y sustanciales
durante cerca de 900 años. En vista de la presencia en islas Perlas de casi
todos los tipos importantes de cerámica con los cuales se comerciaba, y
de la orfebretfa Coclé, es factible pensar que buena parte de este intercam-
bio tuvo lugar por mar. En la parte Atlántica del Darién no se puede
reconocer mucho de este internacionalismo, aunque está claro que hubo
contactos a través de la división. Las ideas y los productos parecen
haberse difundido en todas las direcciones y, dentro de este proceso, el
arte con motivos animales de Coclé influyó sobre ciertos diseños de la
cerámica carmelita incisa con relieve, mientras que el Darién pudo haber
sido el intennediario a través del cual llegó al centro de Panamá la
metalurgia colombiana. La región comprendida entre Chamé y Cupica
comienza a perfilarse como una importante zona cultural por derecho
propio y no se la puede considerar únicamente como zona de separación
entre los cacicazgos de Coclé y Colombia.

32
WARWICK ORA Y

Los cacicazgos del Caribe colombiano, 500-1500 A. C.

En esta sección no me referiré principalmente a los tipos y estilos de


cerámica sino a los aspectos relacionados con la organización. Mi objetivo
es establecer tres puntos: a) que en los registros arqueológicos aparece,
por la misma época (antes del año 500 de nuestra era) en el Istmo y en
Colombia, un nivel semejante de organización, convencionalmente
llamado cacicazgo; b) que los patrones polfticos, culturales y comerciales
descritos por los cronistas españoles se remontan hasta ese período; e) que
las áreas culturales reconocibles hacia el año 500 de nuestra era seguían
siendo entidades claramente diferenciables en la época de la Conquista.
Estas áreas culturales son los eslabones de la cadena que he adoptado
como modelo.
Desde el punto de vista arqueológico, un cacicazgo debe tener
varias de las siguientes caracteristicas: a) una población relativamente
grande, basada en un sistema agrícola eficiente; b) una jerarquía de
asentamientos; e) actividades políticas y rituales organizadas, las cuales
pueden aparecer refl ejadas en la arquitectura y la iconografía; d) una
estratificación socia l dentro de la cual la elite dominante disfrutaba una
gran parte de los artículos de lujo representativos de su alta posición,
fabricados por los artesanos especia lizados, e) un consumo llamativo en
la vida y, por encima de todo, en la muerte, con entierros lujosos para los
personajes importantes.
En todo el terri torio del Istmo y del Caribe colombiano se
comienzan a reconocer elementos de este patrón desde los primeros siglos
de la era cristiana. Este progreso hacia un nivel de mayor complejidad
parece relacionarse en parte con la expansión del cultivo del maíz a
expensas de los culti vos de raíces comestibles dentro del contexto de una
economía mixta, aunque no pretendo sugerir que esta haya sido la única
razón del cambio. Desde el punto de vista económico, para que los
cacicazgos subsistieran necesitaban excedentes de alimentos que pudiesen
almacenar, parte de los cuales se reincorporaban al sistema por medio de
las fiestas y las libaciones ceremoniales. A este respecto, Linares, Sheets
y Rosenthal ( 1975) anotan la presencia de grandes jarras para la chicha en
las tumbas panameñas de Barriles y concluyen que "cualquiera que haya
sido su función y significado concretos, en la escultura de Barriles se
asocian los símbolos de rango y los atributos de guerra con el cultivo del
maíz". Ya hemos resumido la evidencia arqueológica que habla del
reemplazo de la mandioca por el maíz en Colombia. Aquí me referiré
únicamente a las consecuencias ecológicas y socia les dentro del panorama
del Norte de Colombia.
La mandioca es una planta perenne y es a partir de un año
completo de crecimiento que comienza a producir la mayor cantidad de
almidón. Si bien puede sobrevivir en suelos secos, ácidos y escasos en
nutrientes, sus raíces no soportan el exceso de agua, y dos semanas de
inundación pueden destn.ir todo un cultivo. Los experimentos han
demostrado que la producción de almidón no mejora cuando la planta se
cult iva en suelos mas fértiles (Roosevelt, 1980: 44, 112). Por lo tanto, en
las zonas aluviales bajas, inundadas buena parte del año, la mandioca no

33
UNA VISION DE LA ARQUEOLOGIA DEL ISTMO DESDE LA PERSPECfiVA COLOMBIANA

puede competir con los cultivos de semilla en lo que se refiere a la


eficiencia de la explotación.
Comparado con la mandioca, el mafz proporciona una dieta más
rica en prote!nas vegetales (especialmente cuando se le combina con el
frfjol), pero también necesita más nutrientes. No obstante, el malz es el
cultivo ideal para los terrenos aluviales. Algunas variedades, como el
"malz de dos meses" del Orinoco, producen en tan sólo 60 dfas y se
prestan bien al cultivo en suelos que permanecen inundados la mayor
parte del año. Además, los sedimentos provenientes de los Andes poseen
las propiedades qufmicas adecuadas para el cultivo del mafz -pH neutro
y proporciones adecuadas de nitrógeno, fósforo, potasio y microelementos-
(Roosevelt, 1980: 155). Estos sedimentos se reponen anualmente y pueden
soportar un alto grado de extracción de nutrientes.
Todos estos argumentos nos permiten pensar que una vez que se
desarrollaron las variedades adecuadas del mafz y las técnicas apropiadas
de cultivo, pudieron haber surgido algunos de los cacicazgos más
poderosos y densamente poblados en los terrenos aluviales de los grandes
rfos: el Magdalena y sus tributarios, las cuencas del Sinú y el San Jorge,
y lo que hoy constituye la zona bananera en el sur de Urabá.
Esta hipótesis parece encajar dentro del caso colombiano. Algunas
fuentes etnohistóricas (por ejemplo, Latorre, 1919: 20-21) confirman que
el mafz era, en efecto, un cultivo importante en la depresión Momposina,
aunque allf no desplazó a la mandioca.
Desde el punto de vista arqueológico, en las tierras bajas del Caribe
al Oriente de Urabá podemos distinguir tres áreas culturales importantes,
cada una de ellas con una larga tradición en el campo de la cerámica, las
costumbres funerarias y los artefactos. Estas áreas culturales no son
entidades políticas. Al igual que sus contrapartes de Panamá (Helms,
1979; Cooke, 1984}, cada una de ellas estaba compuesta por varios
cacicazgos los cuales, en el momento de la Conquista, competían
activamente entre sí.

El San Jorge y el Sinú

Esta área comprende las tres provincias estrechamente relacionadas que


se describen en las crónicas españolas: Fincenú (cuenca del Sinú),
Pancenú (cuenca del San Jorge) y la zona aurffera de Cenufana (bajo
Cauca y rfo Nechf). En el siglo XVI prevalecfan en ellas todas las
caracterfsticas clásicas de los cacicazgos, y Plazas y Falchetti han
demostrado en sus estudios que este patrón tiene continuidad y se
prolonga en el tiempo.
Desde el decenio de los sesenta, la cuenca del San Jorge se ha
hecho famosa por sus grandes zonas cultivadas, las cuales abarcan cerca
de 500.000 hectáreas de tierra de inundación estacional (Parsons y Bowen,
1966; Plazas y Falchetti, 1981). A lo largo del caño Carate se han
observado hasta cuatro paleosuelos separados por bandas de aluvión, lo
cual indica que fueron utilizados durante un periodo prolongado, con
varios episodios de inestabilidad de los suelos. Encima de Jos camellones
originales se han depositado más de dos metros de limo fluvial y hay

34
WARWICK BRAY

quienes sugieren que una de las razones para haber abandonado la rona
pudo haber sido el exceso de sedimentación (Shlemon y Parsons, 1977;
Parsons, 1978). Las fechas del C" de las superficies de cultivo sepultadas
sugieren que la región fue abandonada antes del siglo XII (Shlemon y
Parsons, 1977) y que los campos se explotaron desde el siglo Vlll a. de
J. C).
La información que brindan los fosfatos contenidos en esos estratos
confirma que son antrosoles, lo cual indica que hubo una explotación
agrfcola bastante intensiva, con cifras comparables a las de los cultivos
modernos de mandioca (Plazas y Falchetti , 1981; Eidt, comunicación
personal). Además, Parsons (comunicación personal) ha identificado
tentati vamente un polen semejante al del maíz proveniente de caño Carate,
con lo cual estas tierras del San Jorge entran a coincidir con sus
equivalentes de Laguna de los Cocos (Puleston, 1977) y Pulltrouser
Swamp en Belice (Mikisicek y Wiseman en Tumer et al., 1980).
La escala de estos trabajos públicos es característica de los pueblos
grandes y bien organizados. El modelo del cacicazgo sugiere que tuvo que
existir una jerarquía de asentamientos, lo cual ha sido corroborado por
estudios arqueológicos recientes a través de los cuales se han enmarcado
los campos cultivados dentro de su contexto más amplio (Plazas, Falchetti
y Sáenz, 1979a, 1979b, 1980; Plazas y Falchetti, 1981). Las plataformas
de las viviendas se encuentran dispersas por los campos, aisladas o
formando grupos pequeños, pero en Potrero Marusa hay un asentamiento
más grande y mejor organizado alrededor de un núcleo (el cual podrfa
encajar dentro de la denominación del poblado), con una distribución
formal de canales y con cerca de 100 plataformas de viviendas dispuestas
en hileras (Plazas y Falchetti, 1981 ). En algunas de estas plataformas hay
túmu los funerarios. Las fechas del C 14 oscilan entre el 70 ± 90 (Beta-
2596) y el 150 ± 70 (Beta-2598). En lo que se refiere a la cerámica, los
escavadores describen vínculos con Malambo y con Momil 11/Ciénaga de
Oro, así como también con la cerámica de la tradición modelada-pintada .
Esta tradición modelada-pintada es la que domina el panorama
subsiguiente en la cuenca del San Jorge y está claramente relacionada con
los campos cultivados, las plataformas de las viviendas y los túmulos
funerarios (Plazas, Falchetti y Sáenz, 1979b, 1980). La cerámica
característica es de color crema con apliques y decoraciones modeladas o
con dibujos geométricos en pintura roja. Existe una separación evidente
entre las vasijas para cocinar y servir y la gama de formas destinadas
excl us iv~mente para uso funerario, entre las cuales se cuentan fi guras
antropomorfas que llevan joyas al esti lo Sinú, definido por Falchetti
(1976).
Los entierros se encuentran en túmulos, los cuales se agrupan en
cementerios. El tamaño del montículo varia desde muy pequeño hasta
muy grande y, en genera l, las dimensiones son proporcionales a la
suntuosidad de las ofrendas fun erarias. Un montículo de Ayapel, saqueado
en 1919, contenía 9 1 ornamentos de oro en estilo Sinú puro (Farabee,
1920), y en El Japón, cerca de Cuiva (Plazas y Falchetti, 1979b) se
encontraron entierros semejantes de personajes de elevada posición.

35
Algunos objetos de oro de este estilo característico llegaron a Plato, en el
río Magdalena, a la región Tairona y al Istmo (Falchetti, 1976).
El complejo Betanci del río Sinú está estrechamente relacionado
con estos desarrollos del valle del San Jorge (Gerardo y Alicia Reichei-
Dolmatoff, 1957). En él se repite el mismo ritual de los entierros en
túmulos y también el mismo estilo de orfebrería. Además, la cerámica del
San Jorge perteneciente a la tradición modelada-pintada tiene su contra-
parte en la Betancf modelada-incisa y la Betanci bicroma. Los otros tres
tipos Betancl no ocurren en el San Jorge y una de ellas (la Betancf incisa,
con excisión profunda) parece más bien tener afinidad con Urabá y Darién
al Occidente.
A lo largo del bajo San Jorge, la tradición modelada-pintada llegó
a su fin un poco antes del año 1300 A.C. (IAN-124), aunque probable-
mente no antes del siglo décimo. Los sitios antiguos -y probablemente
también los sistemas de campos cultivados- fueron abandonados y el área
pasó a ser ocupada por otra gente proveniente del río Magdalena, el cual
trajo consigo un patrón de asentamiento diferente y cerámica de la
tradición incisa alisada (véase sección siguiente). Río arriba, las costum-
bres antiguas pudieron haberse prolongado hasta el siglo dieciséis, ya que
los españoles describen un cacicazgo floreciente en Yapel (Ayapel), en
donde existía un pueblo grande con aldeas satélites, túmulos funerarios y
vastos huertos y jardines (Simón, 1882-1892[4]: 56; Castellanos, 1955[3]:

36
WA.RWICK BRAY

76-77). No se hace referencia alguna a campos cultivados y, desafortu-


nadamente para mi argumento, estos autores insisten en que los indios de
Ayapel cultivaban únicamente raíces y no consumían el maíz. En Betancí,
una versión de esta cultura de túmulos se prolongó hasta la Conquista y,
en sus últimas etapas, se puede comparar con los cacicazgos descritos en
las crónicas españolas (Simón, 1882-1892[4]: 25-51; Castellanos, 1955(3]:
59-65; Gordon, 1957). Por último, parece ser que el estilo de orfebrería
Sinú continuó empleándose, incluso en la serranJa de San Jacinto, en
donde siguió existiendo una versión empobrecida, en un territorio
invadido por gentes nuevas llegadas del Magdalena (Plazas y Falchetti,
comunicación personal) .

Los cacicazgos del río Magdalena

Escalante (1955) hace un resumen de las crónicas españolas acerca de esta


región, y en él anota que, en el siglo XVI, a pesar de no existir una
unidad política, en las tierras bajas del Caribe, desde Cartagena hasta el
Magdalena y el río arriba hasta la laguna de Zapatosa, se hablaban
dialectos mutuamente comprensibles. En esta provincia también se
reconoce la forma itsmo-caribeña de cacicazgo hacia el año 500 de
nuestra era.
Por esa época, en el área de Zambrano había plataformas para
viviendas de hasta seis metros de espesor, hechas de una mezcla de tierra
y basura doméstica. Unos cuantos siglos después hicieron su aparición las
aldeas compactas con cementerios de urnas funerarias (Reichel-Dolmatoff,
1965a: 122-124, 1978). Algunos de estos sitios con cerámica superficial
más reciente son grandes y pueden quizás coincidir con los pueblos
Malibú mencionados en los recuentos españoles. Entre estos pueblos,
Zambrano aparece como centro comercial; en Mompós y Tamalarneque
habitaban los trabajadores en metal, lo mismo que en Saloa, en donde se
han encontrado desechos metalúrgicos y martillos de orfebre (Gerardo y
Alicia Reichel-Dolmatoff, 1953: 15, placa 12).
Para esa época, la balanza del poder se había inclinado hacia los
ricos terrenos aluviales del interior, con lo cual la franja costanera entre
Cartagena y el Magdalena comenzaba a quedar en la periferia, a pesar de
los contactos comerciales con todas las áreas vecinas (Angula, 1951,
1978).
Al igual que en Panamá, el uso de urnas funerarias se generalizó
después del año 900 de nuestra era, aproximadamente. Aunque había
diferencias regionales, especialmente en cuanto a los tipos de urnas, toda
esta provincia del Magdalena (incluyendo la franja costanera comprendida
entre Turbana y Ciénaga Grande) seguía una misma tradición de alfarería,
la tradición incisa alisada (Plazas, Falchetti y Sáenz, 1979b). Entre las
características de este grupo de cerámica están las vasijas bien hechas,
pulidas y algunas veces con engobe rojo, decoradas con motivos incisos,
hachurados y punteados, todos ellos lineales, rígidos y un poco carentes
de imaginación si se les compara con los dibujos de períodos anteriores.
Esta tradición cerámica parece haberse originado en el valle del
bajo Magdalena, aunque no se ha podido precisar una fecha. Todavía no

37
UNA VJS ION DE LA ARQUEOLOGIA DEL ISTMO DESDE LA PERSPECTIVA COLOMBIANA

se ha descrito la primera cerámica del Magdalena y aún no se sabe con


claridad cuál es el material que coincide con la fecha del 509 ± 120 (Y-
730) determinada a partir del C 1' en Las Mercedes, cerca de Zambrano
(Stuiver, 1969: 632). Al otro extremo de la escala de tiempo, la continua-
ción hasta la Conquista se confirma a través de las fechas del C 14 de Las
Palmas y Guaiquirí y por la presencia de artículos de intercambio de los
españoles en la isla de Barrancón (Gerardo y Alicia Reichei-Dolmatoff,
1953: 58) y en la serranía de San Jacinto (Plazas y Falchetti , comunica-
ción personal).

Los cacicazgos tairona

De las crónicas españolas se desprende que los grupos tairona del siglo
XVI poseían una de las culturas más complejas del Caribe americano, con
densas poblaciones que derivaban su sustento de una mezcla de cultivos.
La organización política correspondía a la del cacicazgo. Las aldeas
pequeñas rendían tributo a los poblados más grandes, los cuales eran las
capitales de unos miniestados que tenían su propio cacique, respaldado
por una clase de nobles y sacerdotes especializados.
Las excavaciones realizadas en los edificios destinados a las
ceremonias y también en las casas de familia en Pueblito, dan testimonio
de una vida ritual compleja, algunos de cuyos elementos persisten aún hoy
entre los koguis de la Sierra Nevada de Santa Marta . Muchas de estas
prácticas rituales podrían tener su origen en Mesoamérica:
El contenido de elementos mesoamericanos más grande que se haya
registrado hasta ahora se encuentra entre los indios Kogui, una tribu de la
Sierra Nevada, aislada, poco aculturizada, cuyo lenguaje pertenece al
grupo chibcha y que parece haber continuado con la esencia de la
tradición Tairona. Las semejanzas más asombrosas son: énfasis en el
"amanecer" en los mitos sobre la creación; creaciones múltiples del
universo y la raza humana ; el concepto de varios mundos estratificados
de difícil acceso; asociación de los colores, las fuerzas de la vida y la
muerte y los seres teriomórficos con los cuatro cuartos del mundo; un
sitio especial de reposo para quienes mueren durante el parto o ahogados;
creencia de que las deidades provienen de los reptiles; dualidad de las
deidades (malévolas y benévolas); mono y polimorfismo, y cuadruplicidad
de las deidades; el jaguar como encamación del dios sol; danzantes
enmascarados como personificación de la deidad; el nueve como número
ritual; el pecado como causa de la enfermedad; la "escoba" y el acto de
"barrer" como símbolos del perdón de los pecados; la confesión; la
adivinación a través de los espasmos musculares y los golpes en las uñas;
un largo período de entrenamiento para los sacerdotes; un sacerdocio muy
bien organizado; el perro como gula para llegar al Más Allá; observación
atenta de los solsticios y equinoccios y de las señales astronómicas ..
Parece lógico suponer que no hubo una difusión aislada de detenninadas
características sino que estos conceptos religiosos y todo lo que los
acompaña fueron transmitidos como un complejo. Por lo tanto, podría
pensarse que hubo una relación filosófica en el plano religioso y que, en

38
el caso de los koguis, se aprecia la presencia de un patrón básicamente
mesoamericano, el cual ha sobrevivido en una cultura que todavía existe
en las montañas de Colombia (Reichei-Dolmatoff, 1965a: 157-158).
Los taironas antiguos son bien conocidos gracias a las publicaciones
de Mason (1931-1939), G. Reichel Dolmatoff (1954a, 1954b), Gerardo y
Alicia Reichei-Dolmatoff, ( 1955) y Bischof ( 1971 ). En los últimos años,
el interés arqueológico se ha centrado en los estudios de los asentamientos
y de las cuestiones ecológicas. Entre 1973 y 1975 se descubrieron más de
200 sitios en todas las altitudes, desde el nivel del mar hasta más allá de
los 2.000 metros (Cadavid y Turbay, 1977), y tadavia siguen descubrién-
dose más sitios. La presencia de conchas marinas en los sitios altos y los
recuentos históricos acerca del comercio de pescado, sal y oro, indican
que existfa un control vertical semejante al practicado actualmente por los
koguis e ijkas, según el cual cada comunidad tenia acceso a las distintas
zonas ecológicas.
Tal como se preveía a partir de la información etnohistórica, los
asentamientos tenían su jerarquía. Algunos de los sitios recién descubier-
tos son pequeños, con algunas casas solamente, pero otros son lo
suficientemente grandes como para haber sido capitales de estado. De
estos, Buritaca-200, con fechas de C" que corresponden al siglo XIV,

39
UNA VISION DE LA ARQUEOLOGIA DEL ISTMO DESDE LA PERSPECTIVA COLOMBIANA

tiene cerca de dos kilómetros cuadrados de cimientos de piedra, terrazas


residenciales y agrícolas, tumbas, escaleras, caminos, canales de riego y
drenajes (Turbay, 1980; Groot, 1980).
La arqueología confirma nuevamente que los utensilios pequeños
y durables viajan más que los grandes y rompibles. La cerámica Tairona
llegó hasta las zonas vecinas a las laderas de la Sierra Nevada (Angulo,
1978; Gerardo y Alicia Reichel-Dolmatoff, 1959), pero los ornamentos de
piedra, concha y oro llegaron mucho más lejos -hasta los poblados
Muiscas y el Sumapaz (Turbay, comunicación personal) y, hacia el
Occidente, a través de las tierras bajas del Caribe hasta Tubará, Plato, el
Sinú y, con el tiempo, hasta Panamá y Costa Rica. Entre las piezas
importadas, la más extraordinaria es una escultura costarricense en piedra
encontrada, sin asociación, en quebrada Valencia, en las laderas de la
Sierra Nevada (Dussan de Reichel, 1967).
Al definirse la fase Nahuange, la cual es claramente prototairona
(Bischof 1969a, 1969b), se pudo determinar cuán extensa en el tiempo es
la tradición Tairona. Debajo de los estratos de la fase Tairona tardía se
encontró material de la fase Nahuange en el relleno de una terraza de
Pueblito, y el aspecto funerario se encuentra representado en el montículo
hallado en el sitio Nahuange 1, con su abundancia de ofrendas de
cerám ica, concha, piedra, resina y metal (Mason, 1931-1939). En el
contenido de la tumba principal se aprecia una relación simultánea hacia
el pasado y hacia el futuro con las culturas anteriores del área y con los
taironas del período histórico. La cerámica pintada tiene dibujos del estilo
Horno de Ranchería y una forma (la vasija del tesoro) que se prolonga
hasta el período Tairona. En otras vasijas se aprecia una relación con el
período Malambo tardío y con Mina de Oro, mientras que en una de las
figuras se observa una clara influencia del estilo Quimbaya del valle del
Cauca, cuya fecha se ubica entre los años 400 y 1000 de nuestra era
(Bray, 1978b: 51). Junto con estos materiales antiguos aparecen ornamen-
tos de piedra y metal, los cuales no tienen diferencia alguna con las
formas Tairona plenamente desarrolladas.
Bischof propone que la fecha de Nahuange corresponde a los siglos
VI o VII. Para respaldar esta hipótesis está la fecha de 580 ± 120 (Beta-
3563) proporcionada por el C" en Quebrada de las Animas, asociada con
fragmentos de tairona rojo burdo (Herrera, comunicación personal).
Las cucharillas de arcilla de La Fortuna y otros sitios de la región
Atlántica de Costa Rica señalan un comienzo temprano de la tradición
Tairona y tambien hablan de conexiones a grandes distancias. Se puede
decir casi con certeza que estos implementos se utilizaban para consumir
drogas y tabaco en polvo, y son copias exactas en arcilla de una categoría
bien conocida de trabajo en piedra de los taironas (compárese Stone,
1977: Fig. 212b con Mason, 1931-1939[20], parte 1, Lamina 101). Stone
me informa que las piezas de Costa Rica pertenecen al periodo definido
por ell a como periodo B temprano, aproximadamente hacia los años 1 a
400 de nuestra era .
En todo caso, el entierro Nahuange, con sus numerosos implemen-
tos ceremoniales y productos indicadores del prestigio del personaje,
demuestra que los cacicazgos Tairona, al igual que sus contrapartes del

40
WARWICK BRAY

Sinú, comenzaron a perfilarse como entidades polfticas y culturales hacia


las primeras centurias de la era cristiana. En mi opinión, el surgimiento,
por la misma época, de los cacicazgos del Istmo y del Caribe colombiano,
constituye un fenómeno unitario y no es posible considerar a ninguna de
esas áreas aisladamente.

Conclusiones: el papel de la ideología

El caso Tairona es solamente uno de los elementos del tema central de


este trabajo: el conservacionismo ante la oportunidad de cambio. La
analogía de la cadena sirve para describir esta situación, pero no la
explica. Si los contactos entre las regiones diversas de Colombia y el
Istmo fueron prácticamente continuos, ¿por qué entonces se mantuvieron
las fronteras culturales durante tanto tiempo? ¿Por qué, a pesar del
intercambio permanente, no se fueron desarrollando mayores semejanzas
entre las culturas vecinas? ¿Y por qué es siempre fácil reconocer, a
primera vista, una vasija del Magdalena, un zoomorfo de Coclé o incluso
una industria lftica de Colombia?
Una de las explicaciones podrfa ser la estabilidad poblacional. La
evidencia señala que las migraciones a gran escala y las invasiones
territoriales no eran frecuentes y que gran parte de los contactos comercia-
les pudieron haberse producido en forma indirecta, de "mano en mano" .
Sin embargo, no cabe duda de que dichos contactos se produjeron y que
el aislamiento geográfico no puede ser entonces la única explicación. Lo
más probable es que hayan existido barreras de otro tipo y mi hipótesis
es que dichas barreras era de tipo ideológico, en el sentido más amplio de
la palabra.
Cuando se adopta algo de otra cultura, generalmente es la tecnolo-
gía (metalurgia, cerámica pintada, complejos agrícolas), pero esa
tecnología se utiliza exclusivamente para fines locales. Es sorprendente
ver que es mínimo el grado de imitación directa. Cuanto más neutro es un
rasgo, mayor es su distribución y mayor la probabilidad de que sea
aceptado. Tal como lo hemos demostrado a través de nuestras comparacio-
nes, los dibujos geométricos viajan más rápido y más lejos que los temas
simbólicos o figurativos , los cuales suelen ser muy regionales.
Ya que la historia nos demuestra que son más las personas que han
dado la vida por su ideología que por sus estilos artísticos, podrfamos
comenzar por analizar el contenido ideológico de la cerámica, la
metalurgia y demás. Anteriormente se le prestó demasiada atención al
estilo y muy poca al tema, y aún no se le ha dado a los estudios
iconográficos la importancia que merecen. Una excepción rara, la cual
señala el camino hacia un desarrollo ulterior, es el ensayo en el cual
Linares ( 1976c) demuestra que las figuras de animales que aparecen en la
cerámica y la orfebrería de Sitio Conte están cargadas de mensajes
simbólicos cuyo objeto es fortalecer la ideología sociopolítica de una
determinada sociedad. Por lo tanto, es de esperar que haya habido
resistencia al cambio. Dentro de este tipo de contexto, el hecho de adoptar
un motivo ajeno podría representar un gran acontecimiento ideológico -tan

41
UNA VISION DE LA ARQUEOLOOIA DEL ISTMO DESDE LA PERSPECfiVA COLOMBIANA

serio, a su manera, como el hecho de agregar una hoz y un martillo a la


bandera de los Estados Unidos o colgar un icono en una iglesia Bautista-.

Reconocimiento

Por la ayuda recibida en cuanto a bibliograffa, información inédita o


asesoria, debo manifestar mi agradecimiento a Gerardo Ardila, Karen
Bruhns, Richard Cooke, Gonzalo Correal U., Janice Darch, Robert Eidt,
Ana Maria Falchetti, Nonnan Hammond, David Harris, Sven-Erik
Isacsson, Fred Lange, William Mayer-Oakes, Charles McGimsey Ill,
James J. Parsons, Barbara Pickersgill, Dolores Pipemo, Clemencia Plazas,
Marianne Schrimpff, Doris Stone, Luisa Herrera de Turbay, Nikolaas van
der Merwe y Erika Wagner.

NOTA DEL EDITOR: Este articulo fue originalmente publicado en inglés en


1984 bajo el titulo "Across the Darien gap: a Colombian view of Isthmian
Archaeology" . Para su traducción y publicación en español se actualizaron
algunos datos y referencias bibliográficas, no asi la interpretación que
continúa siendo válida.

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