LAS DERROTAS - Alberto Rodriguez Tosca
LAS DERROTAS - Alberto Rodriguez Tosca
LAS DERROTAS - Alberto Rodriguez Tosca
LAS DERROTAS
(La Habana, 2008)
LAS DERROTAS
Aqu comienza la enumeracin de mis derrotas. Las que me propin me propinaron. Les ordeno
marchar en fila india como bestias marcadas con broquetas de azufre a la vista de una horda de
ngeles. Les tapo los odos para que no se distraigan con la euforia de los triunfadores. Las beso en
la boca para que se distraigan con mi beso mientras pasa la quinta columna de los hombres felices.
Este lunes, mis derrotas y yo nos pusimos de acuerdo para mirarnos a los ojos. Ya nos estamos
viendo, rozando con los dedos, casi amndonos a la sombra indiferente de un cielo en llamas:
Amigos idos, cuerpos enfermos, espritus en ruina, vinos baratos, endiablados alcoholes, heridas
en la cara, lenguas traidoras, mujeres en fuga, puertas clausuradas, plegarias, miedos, hambres,
fiebres, cansancios, filias, fobias, hroes, mrtires, extravos de fe, hojas en blanco, naves a la deriva,
falsos poemas, entierros, destierros, nombres propios, recnditos adioses, mis 38 aos, todas las
tumbas: mi madre en una de ellas, y polvo, polvo, mucho polvo cayendo sobre la realidad como
chispas de agua sin consagrar en un bautizo embrujado. Ya fueron despedidas todas las plaideras.
No habr lamentos pero habr un gemido. Un solitario gemido de papel a la luz de dos lunas. La
ma y la vieja luna del mundo sobre cuyas laderas se acuestan con la muerte todos los derrotados.
Buenos das, siglo. Por fin nos encontramos. Ojal no hayamos llegado tarde a la cita.
Tantas noches pensando que iba a llegar el da. Tantos das rumiando en la oquedad las suaves
canciones que antao nos sirvieron de incienso para espantar el fro. Tantos fros apenas
espantados. Agua y ms agua. Rigurosas corrientes arrojando montaas de cadveres en las
biliosas cuencas de un ocano vaco. Nadie para partir. Nadie para llegar. Una garganta sangrando
a borbotones y nadie para calmar la sed con agua. Agua. Agua y ms agua. Rigurosas corrientes
acunando sierpes de doble cola y lenguas de marfil. Horizontes con muros. Ocanidas salmodiando
en la distancia adustas canciones sobre las penas y las glorias del mar. Prisas del cielo por encubrir
la tierra. Apremios de la tierra por renegar del cielo. Recias campanas doblando a lgrima y
espuma. Una ola de fuego arrastrando el carro de Neptuno hacia la callada vigilia de una segunda
eternidad. Tantas noches pensando que iba a llegar el da y ahora que llega los caprichos del verbo
lo convierten en una lgubre celebracin del agua. Agua. Agua y ms agua: la tradicional fiesta de
los nufragos apenas comenz.
MI SOMBRA Y YO
No estamos para nadie mi sombra y yo. No estamos para el cobrador de impuestos, la prostituta,
el argonauta, el ministro, el aliengena, el banquero, el bibliotecario, la viuda alegre, la monja, el
cura, el pastor cuquero, el hijo prdigo, el aprendiz de brujo ni para el ltimo de los Mohicanos.
No estamos para el Seor de los Anillos, el Corsario Negro, el dueo de las nubes, el cazador
solitario, la voz de la conciencia, la mejor usanza, los das de guardar, el ngel de la Jiribilla, los
ratones de Hamelin, el Cardenal Masarino, Rmulo y Remo, Hansel y Gretel, Tristn e Isolda, Jons
y su ballena, San Jorge y su dragn. No estamos para el coleccionista de mariposas, el general de
cinco estrellas, el soldado desconocido, el vendedor de Biblias, la nia, el parapljico, el suicida, el
borracho, el proxeneta, el mdico de guardia, el terrorista talibn, el falso amigo, el jugador de
pker, el corredor de bolsa, el contrabandista de huracanes. No estamos ni para Dios si llega con
sus perros a llevarse mi sombra.
Tantas noches pensando que iba a llegar el da. Tantos das rumiando en la oquedad las suaves
canciones que antao nos sirvieron de incienso para espantar el fro. Tantos fros apenas
espantados. Agua. Agua y ms agua. Rigurosas corrientes arrojando montaas de cadveres en las
biliosas cuencas de un ocano vaco. Nadie para partir. Nadie para llegar. Una garganta sangrando
a borbotones y nadie para calmar la sed con agua. Agua. Agua y ms agua. Bulliciosas corrientes
acunando sierpes de doble cola y lengua de marfil. Horizontes con muros. Ocenidas salmodiando
en la distancia adustas oraciones sobre las penas y las glorias del mar. Prisas del cielo por encubrir
la tierra. Apremios de la tierra por renegar del cielo. Recias campanas doblando a lgrima y
espuma. Una ola de fuego arrastrando el carro de Neptuno hacia la callada vigilia de una segunda
eternidad. Tantas noches pensando que iba a llegar el da, y ahora que llega los caprichos del verbo
lo convierten en una lgubre celebracin del agua. Agua. Agua y ms agua: la tradicional fiesta de
los nufragos apenas comenz.
Vienen y van como cometas perdidos en una galaxia enemiga. Arden en la fragancia de los trinos
y no se comprometen sino con sus propias estelas de agua. Son las vidas tranquilas del dolor. La
calma chicha de la sangre agujereada con alfileres de seda. La fuente. El puente. Una estacin para
sembrar pequeos botones de bocas cerradas. El silencio no es humano. Lo alquilan en la tierra
para falsificar la gloria de los dioses. Pero si callas hoy maana te ser dado un reino de noches sin
culpas y devuelta la devocin por la msica de los desiertos. No soy digno de decir lo que digo.
Pero la madrugada ser larga y nadie llamar para decir que no soy digno de decir lo que digo.
Una cerveza, un nfora, una foto, un beso, un verso, un huerto, un puerto, varias tumbas de ms,
una pgina en blanco, una conversacin con las estrellas y un pas. As transcurren las vidas
tranquilas del dolor. Entre un cuerpo que tiembla y una ventana por donde alguna vez se fug el
da.
HACHA
Crecer en la burbuja. Sentir la fiebre de los suaves cristales restallando en la bruma como si fueran
olas. Vienen de m y en m consuelan la nostalgia del mar. Chocan contra mi cuerpo y se retiran
llevndose pedazos de la entraa feliz. No gimo. Busco mis dos manos en la oscuridad y me las
llevo a la cara. Tengo cara. Tengo la sensacin de que la piedra que acarici en el sueo era real. As
que tengo sueo y piedra y cara y dos manos para asestarle al prjimo una tajadura en la cabeza.
Ests preparado para vivir? Hacha hacha hacha. Recuerdas? Cada tajo un recuerdo. Ests
preparado para fingir? Recuerda. Todo lo que caiga en tu boca ser bendecido por nadie. No
esperes ni bendicin ni ensalmo. Si acaso, la voluntad del hacha resbalando hacia ti como una hebra
de luz en busca de un espejo y una interrogacin (?). Gusano. Celebran en las gradas. La apariencia
del signo es un gusano: (?). Sus anillos se enroscan en el filo del hacha y preguntan por todo: pas,
patria, crcel, labrantos, astrolabios, velocpedos, jabales, bibliotecas, monasterios, partidos,
urnas, revoluciones, balsas, cementerios marinos, viernes santos, martines pescadores... Pero ahora
no vas a responder, pues debes regresar a la primera noche con el vago fervor de quien regresa de
una gran derrota. Recuerda: eres el derrotado. Algrate por eso. Y llora.
RECOBRAS LA CABEZA
La hundes en la piedra con el mismo estupor con que en las noches los microbios ejercitan su danza
en el borde de una vieja medalla. Cuentas hasta diez, suspiras con los pulmones de otro y robas un
pan que arda sobre un campo de cieno. Te lo llevas a la boca como si nadie estuviera observando
ese recorrido fantasma de tu gloria en pena. Burlas al burlador y sigues tu camino de astro
desesperado entrando sin remedio y sin tacha al agujero de su perdicin. Todo se reconcilia en tu
contra y tratas de pronunciar una palabra que te salve de la suerte echada. Insistes en evitar que
tus ojos tropiecen con los torsos desnudos de las estatuas de sal. Recobras la cabeza. La hundes en
el agua y respiras. La hundes en el aire y te ahogas. No la hundes en el fuego porque una chispa de
aire y agua amenaza con denunciar tu desespero ante el justo tribunal de los casos perdidos. Ya no
sabes qu hacer. Adnde ir despus de tantas madrugadas cayendo a la misma pueril escarpadura.
Quizs seguir cayendo hasta que encuentres la roca que detenga tu rostro antes de estrellarse contra
el cielo.
DESCARTES Y EPICURO
Hoy me puse mis galas de extranjero para salir a caminar. Esta ciudad no es ma. La recorro sin
prisa. Dejo que me recorra como lo hara la mano de una nia abandonada en una caja de cartn
ante la puerta de un prostbulo. La ciudad ignora que yo existo. Me escurro entre portales,
columnas, puentes, autos, muros, gente. Soy un fantasma aferrado a su tnica como al ltimo
madero de un bosque a punto de zozobrar entre las ruinas de un suburbio en llamas. En cada
esquina me aseguro de que an llevo la isla en peso doblada en el bolsillo. Asechan los ladrones.
Los asesinos cumplen su ronda alrededor de los ensueos del paseante solitario. Despiertan
exhaustos los amantes al regreso de la dura faena. Si algo le pasara a la isla en peso que llevo en el
bolsillo, la lluvia que ha empezado a caer quedara congelada en el aire y tendramos que abrirnos
paso por entre espadas de hielo. Si algo le pasara a la isla... Me resguardo en la barra de un bar del
barrio La Concordia y pido una cerveza y un reloj. Busco el aturdimiento en el reloj y la hora exacta
en la cerveza. Escribo este poema al dorso de la carta donde me advierten que debo seis meses de
alquiler. Ser muy tarde ya para rendirle cuentas de las derrotas de anoche a la noche de las
derrotas de maana? En la mesa contigua un hombre llora, otro habla con la sombra de un barco
que navega desconsoladamente en la pared. Yo pago la cerveza y vuelvo a la intemperie de un
mundo que gira a la velocidad de un lirio. S, esta ciudad no es ma, pero tampoco de quienes la
heredaron. Es del alba, es del sueo, es de la noche. Por eso hoy todos nos pusimos las galas de
extranjero para salir a caminar.
LA CASA TOMADA
Oigo voces, ruidos, pasos. Se tomaron la casa. Quin vive? La noche no responde. No responde el
cartero y la golondrina moja sus alas en un vaso de sangre recin servido. Limo mis uas con un
pedazo de metal y escribo un poema en prosa sobre el da en que amanec tendido sobre un colchn
de espuma infectado de una bacteria an no reconocida por los altos facultativos de la Cruz Roja
Internacional. Miedo? Duelo? Culpa? Desazn? Rencor de m? Quin vive? El viento no
responde. No responde la campana de la parroquia y un capitn de polica monta guardia en la
acera de enfrente con una linterna en la cabeza. Los pasos hablan, los ruidos cumplen aos, las
voces parpadean. Un tigre avanza hacia mi cara y lo distraigo con un verso de Blake que habla de
un tigre que avanza hacia mi cara. Quin vive? El tiempo no responde. No responde la golondrina,
timbra el cartero y desde su garita de capitn el polica apaga la linterna y alumbra hacia la luna
con un cuchillo que se encontr enterrado en el corazn de una muchacha. A travs de un cristal
pulido por un descendiente de Baruch Spinoza, examino el abolengo de los ruidos, tajo en la
anatoma de las voces, investigo la naturaleza de los pasos. Una casa tomada necesita saber quin
la ha tomado. Si la noche si el viento si el tiempo si otra casa. Un rumor de hojas secas se precipita
sobre la soledad y dicta un nmero. Se detienen todos los relojes. Se intranquiliza el fuego. Cierro
los ojos. Veo el mar... Quin vive?
COLLAR DE FUEGO
Tendras que vivir en mi cuerpo para entender sus noches. Tendras que morir en mi alma para
urdir sus maanas. Son tercos cuerpo y alma y ocultan sus vastos horizontes detrs de mis
temblores. Sabotean cada paso que das para acercarte. No te acerques. Qudate adonde ests,
mirando al cielo. Si de una nube se descuelga una palma y de sus bordes gotea la imagen de un
relmpago abrazada con desesperacin a la posibilidad de un trueno, sa ser la constatacin de
que estoy vivo y te elijo entre todas las que ayer pretendieron salvarme del abismo que hoy te salva
de m. No me doliera tanto este dolor si no te acompaara por acompaarme. Pero no me
acompao, amor. Tambin me dejo solo, tirado por ah, como una piel de vbora abandonada antes
de hora en un potrero. Y el potrero soy yo. Y mi cuerpo y mi alma y a los tres les temo. No insistas.
An ests a tiempo de huir hacia el prximo llamado de otro cuerpo, aunque no s si hacia los
inevitables cortejos de otra alma. La ma te requiere, aunque ahora mismo te est diciendo adis
con un collar de fuego en la cabeza.
EL FINGIDOR
No me gusta tu rostro cuando hacemos el amor. Ests fingiendo. Yo s que ests fingiendo. Yo
tambin finjo a veces. (Todo poeta es un fingidor. De lo contrario no sera poeta). Finjo, por ejemplo,
ser bueno. Mis amigos lo creen y me quieren por eso. Soy Jano. Finjo estar triste y finjo ser feliz.
Reparto mis dos caras entre el da y la noche como un camin de hiel y otro de miel que dejan sus
mercancas a la hora justa en los almacenes de las lunticas ciudades. Finjo ser tierno y sabio y buen
amante y por eso de vez en cuando las muchachas salen, hablan y se acuestan conmigo. Me agradan
las maanas con sol y finjo que las odio porque un poeta serio tiene que comulgar con las maanas
turbias. Detesto la pera y finjo tener todos los discos de Mara Callas, Caruso, Kiri Te Kanewa y
por supuesto varias versiones de La Traviata, Tosca, Ada y todo Donizetti y Verdi y Leoncavallo.
Colecciono los libros de Jos Santos Chocano pero finjo que es malo porque los que juzgan aseguran
que es malo. Finjo saber de todo un poco cuando en verdad s muy poco de nada. Finjo ir a teatro
no me gusta el teatro finjo ir a galeras me aburre la pintura finjo ir a conciertos me fatiga la msica
y hasta finjo que finjo este poema. Pero no importa. El caso es que no me gusta tu rostro cuando
hacemos el amor. Porque ests fingiendo. Yo s que ests fingiendo.
EL MIEDO
Me acuesto y me levanto con miedo. Con miedo voy al bao, enciendo luces, me visto, me calzo,
me preparo un caf. No me miro en el espejo por miedo a verme en el espejo. Pienso en el aire de
mi pas y un sudor fro sube por mis rodillas como si me arrastrara sobre un campo de nieve hacia
un rbol donde se mece suavemente un ahorcado. Me da miedo quedarme solo con el miedo y
salgo a caminar. Camino, por supuesto, con miedo. Camino y observo a la gente que camina y me
observa. Compartimos el miedo de morir, pero no algn da o dentro de muchos aos sino ahora,
en el prximo paso, tras la prxima mirada; entonces nos ignoramos a propsito y en silencio nos
decimos adis con el justo temblor de quienes saben que se despiden de los otros para siempre.
Con miedo escribo que me despido de los otros para siempre, por miedo no me atrevo a borrarlo,
pero de sbito sobreviene el milagro: desaparece el miedo, y es el momento que aprovecha para
hacer su desapacible estrepitosa entrada triunfal: el pnico.
LA HIGINICA CIUDAD
Un paseo por las alcantarillas nos devolvera la fe en el mito de la alegra y el amor. Slo un paseo
por las alcantarillas. Las lceras del agua dibujan en la piedra pequeos signos que se mezclan
enigmticamente con el limo. Desconocidos alfabetos rodean la figura con atoradas slabas que por
momentos procuran significar algo. Nadie las reconoce. Son slabas arrinconadas por un misterio
anterior a la lgica y posterior al tiempo. lgebra de un dolor que huele a espina de rosa imaginada.
El silencioso estircol guarda un secreto que se sabr algn da. Las costras ptridas del musgo nos
protegen de esa persistente ignorancia que nos hace repetir una y otra vez el paseo por las
alcantarillas. Yo bajo a veces y tropiezo con los mismos obstinados viajeros que an suean con
encontrar entre la erizada pelambre de las ratas un motivo para seguir muriendo por amor. Los
pies llagados, el estmago enfermo y las manos vacas, nos anuncian la hora de subir. Arriba nos
estar esperando nuevamente, con su silabario de buenas maneras, la crepuscular, pulcra,
inmaculada, higinica... muy higinica ciudad.
EL HOMBRE-LOBO
El hombre-lobo que necesita de la luna llena para convertirse en lobo, ni es lobo, ni es hombre.
Apiadmonos de esa bestia inconclusa que no sabe dnde poner su cuerpo cuando llegan las
noches, se abren las ventanas y la ciudad se colma de temibles aullidos. Apiadmonos de ese animal
difuso que no sabe dnde poner el alma cuando se muere el da y otro animal se contonea a su
favor entre los oasis de un desierto en ruinas. Hay que desocupar la luna de asechanzas para que
el hombre desista de su obsesin por convertirse en lobo. La luna todava llena es un dulce manjar
para el estmago vaco de quien no ha visto la luz sino a travs de un sueo. El sueo de las bestias
ya sean lobos, ya sean hombres siempre tiene sabor a pesadilla. Conciencia de un estupor que los
rene en la distancia para decidir el rumbo de los prximos caminos. No quieren encontrarse en el
mismo divn a la hora en que un doctor adormilado en la penumbra les pronostica la misma
enfermedad. De vez en cuando los hombres-lobos se disfrazan de corderos para evitar la pualada
por la espalda de los hombres-hombres. Los hombres-hombres de vez en cuando cantan. Se hacen
acompaar por hbiles dulzainas y tararean canciones de ultramar para burlar la trayectoria del
beso traicionero de los hombres-lobos. Entonces se duerme la ciudad y todos regresan en silencio
al temido remanso de la aurora boreal: los hombres-hombres, los hombres-lobos, y yo.
LOS LIBROS Y YO
Todo lo que s de la vida lo aprend en los libros. Y como desde hace rato mi biblioteca se
transform en una inquilina extraa para mis ojos arrobados por el miedo, no estoy al da y cada
nueva pgina se me antoja un enigma. Antes la vida no era un enigma. No s qu pas mientras
dorma. Me perd de algo que ahora no puedo descifrar. Otra vida se incrust en m como un
cuchillo con herrumbre de oro. Era simple y sabia la vida de los libros, pero alguien pas una pgina
sin avisar y ahora no s nada. Voy a tener que ponerme la camisa y salir a caminar a ver si entiendo
algo de lo que pasa afuera.
EL RECUERDO DEL HACHA
El recuerdo del hacha apacigua los aleteos de la herida. Duele menos la herida cuando retumba el
hacha. Duele menos el hacha cuando la herida grita en los odos de Dios y nadie ms escucha.
Escucha ucha hacha hacha hacha... Recuerdas? As retumba el hacha cuando grita la herida. No
me abandones hoy que hacha y herida tienen nombre y hambre y merodean la casa. Pon tu mano
en mi frente y lmpiame el sudor con esta pgina que bulle y habla y poco a poco se incendia entre
mis dedos. Estoy cansado de pensar: piensa conmigo. Aydame a olvidar que soy un cuerpo y
traigo un abrigo de papel que no me protege del asedio de los hombres-lobos. Los hombres-lobos
allan cuando los hombres-hombres afilan sus colmillos y amenazan con ensanchar el tajo de la
herida. Herida y hacha duermen en el mismo portal mientras mis brazos se dejan abrazar por tus
caderas y la calle firma un pacto de dolor entre la caridad y el asesino. No me abandones hoy que
no se suicidaron las ballenas y su canto insiste en espantar con arpegios de hiel la poca luz que de
vez en cuando se asoma a mi cabeza. Estoy cansado de sentir: siente conmigo. Aydame a entender
que cargo un alma y pesa. Aydame a ignorar que arrastro un cuerpo y pesa. Aydame a creer que
no hace fro. Mientras tanto, ah dejo a cada verdugo con su herida, a cada condenado con su hacha.
Escuchas? Escucha ucha hacha hacha hacha... Cortar por lo sano para sanar lo enfermo, dicen
que dijo el hacha cuando le pregunt la herida... Recuerdas?
LA TUMBA DE MI MADRE
No hay paz en la tumba de mi madre. Cada noche la escucho arrastrar sus viejas pantuflas de goma
por toda la casa. Mientras camina, lava los platos, raspa el polvo, ordena mis camisas. A veces se
detiene y dice: Hijo, cmo ests viejo! Entonces yo me pregunto: Por qu las madres se duelen
de hallar envejecidos a sus hijos si jams la edad de ellos alcanzar a la de ellas? El alma en pena
de mi madre recorre mi cuerpo con ojos que dan grima. Sus manos tiemblan, zurcen mis
pantalones, juegan con los reptiles. El aire se refocila en los cristales y un aroma de pan recin
horneado amansa los remolinos de la noche. Mi madre canta. Busca palabras que alivien con msica
las hendiduras de su propio corazn. A veces se detiene y dice: Hijo, vuelve junto a tu padre,
acaricia con lgrimas su pulmn herido; visita de vez en cuando a tus hermanos; llora en paz y
slvate, pero no te avergences de haber salido de mi vientre escaldado! La madre es fra y est
cumplida. La ma intenta rescatarme de un despeadero que cultivo con ganas. Me niego a
abandonarlo. No quiero. No puedo. Se me hizo tarde para regresar a la casa materna y mucho
menos a esa pleamar de cascabeles sucios que reclama mi cara para tatuar en ella un plano de los
das en que fuimos felices. Mi madre tose, se le escapa el aire, lo deja ir con la inspirada resignacin
de quien escribe un salmo. Mientras camina, se mira en el espejo para verme soar. Suea conmigo.
Nos soamos. A veces se detiene y dice: Hijo!
LA EDAD MADURA
Se reaniman los trenos de la edad madura. El primer inventario de esta inocente vejez agazapada.
Buenos das mam, buenos das pap. Acerquen sus odos a mis manos y escuchen este vals de hijo
no prdigo que busca un tibio rincn en el altar de sus prodigios. Un gran artista pinta en m. Canas
y arrugas, pesadumbre y joroba, barriga y desazn. Soy un lienzo mortal y me ofrezco para el sabio
espectculo de la acuarela y el pincel. Me dejo pincelar. Que pincelen conmigo. La nueva cicatriz
ser la contrasea para entrar a la noche de los sueos pintados. Arcos de luz remontando la
venturosa ubicuidad de la neblina. Chisporroteo de neblinas participando de la luz como de un
carnaval de crueldades que no se cansa de rentar una a una las horas de mis noches para darle de
comer a la tristeza. Viento feroz, carcajada del mar, rabia del cielo. Mi llanto de hoy flotando en un
charco de alcohol como un galen fantasma a punto de encallar en una isla an no descubierta por
los buscadores de oro por los buscadores de plata por los buscadores. (Yo apenas busco mi isla en
un instante de paz y tampoco la encuentro). Mis lgrimas de ayer humedeciendo el aire ya
humedecido por las lgrimas que seguramente verter maana. Pero no crean: no todo es
vencimiento y orfandad. A veces se cansan de vagar y regresan con ganas las ganas de vivir...
Buenos das mam, buenos das pap.
EL TIEMPO
Con qu sutiles distracciones nos derrota el tiempo. Qu triquiuelas arma para dejarnos sin
caminos, para llenarnos de caminos. Abruma la certeza de sus pasos, desconcierta el aspaviento de
sus vivas. Fuente de todo augurio y toda desazn, el tiempo urde las trampas, nosotros caemos en
ellas. Nos estrellamos contra el mundo y celebramos junto al fuego como bestias hipnotizadas por
el dedo de un dios destituido por Dios que goza con el frgil candor de la distrada Criatura. No
volver al camino. Lo esquivar como se esquiva un perro con rabia o a una mujer traidora. A
campo traviesa encontrar una piedra y sobre ella proferir mi grito de rencor para que slo lo
escuche la lombriz que desde el fango conversa con la luna y no le hace tanto duelo a su dolor.
Quiero recuperar el tiempo perdido, restituir el tiempo ganado, quedarme temporalmente sin
tiempo. Prfugo del tiempo y de m, hasta que cese la algaraba de unas manos ajenas huyendo de
la tierra con mis manos. Me declaro en huelga de tiempo. Interrumpo los latidos del corazn con
una diadema de espinas. Me niego a hacerle el juego a este desordenado festn de soledades que
tan altivamente nos prepara para la muerte sbita. Me volver a morir, pero sin muerte. Me volver
a quejar, pero sin miedo.
Este hombre que va a morir. Este hombre que va a ejecutar el salto heroico hacia la nada. Este
hombre que cultiv una huerta de espinas bajo sus pies desnudos. Este hombre que mir por ltima
vez a las estrellas y por ltima vez roci con lgrimas la claridad del firmamento para luego
colorearla con su sangre. Este hombre que ayer habl y jug y se ri con sus amigos. Este hombre
que hoy se despidi de sus hermanos con un ya vuelvo que retumb en la noche como un acorde
de violn batallando con la voracidad de un trueno. Este hombre que va a morir, termina de vomitar
el poema del hombre que va a morir... y salta.
TRABAJAR CANSA
Yo siempre quise ser un gran poeta. Incluso yo estaba llamado a ser un gran poeta. Tena quince
aos cuando el gran poeta que iba a ser empuj la puerta de mi cuarto y me dijo: T vas a ser un
gran poeta... pero hay que trabajar. Tena quince aos y era yo. No el trotavientos que ahora soy
y se burla de todo y a toda hora le saca la lengua a aquel gran poeta que iba a ser. Tena quince aos
y cada noche una palabra distinta se acostaba conmigo y en la maana amanecamos con hijos que
crecan en la tarde y en la noche se acostaban con otras palabras que daban a luz palabras nuevas,
hijas del siguiente amanecer. No era nada despreciable mi familia cuando tena quince aos y el
mundo comenzaba a mis pies y terminaba en la lengua de Dios justo en el instante en que empezaba
a decir hgase esto y lo otro y aquello y lo de ms all. Tena quince aos y era yo. Tena quince
aos y era Dios. S, yo estaba llamado a ser un gran poeta. Por Dios lo juro. Y tambin por mi madre,
que otro da entr a mi cuarto y me dijo: Yo no s si t vas a ser un gran poeta, pero lo que sea que
vayas a ser... hay que trabajar.
No quiero leer un libro ms. Tampoco un libro menos. Los que he ledo bastan. La mayora de los
libros son como la mayora de los hombres: enseguida se agotan. Se dejan encandilar por las
palabras y cuando no tienen nada que decir, siguen diciendo. No quiero conocer a un hombre ms.
Tampoco a un hombre menos. Los que conozco bastan. La mayora de los hombres son como la
mayora de los libros: enseguida se agotan. Se dejan corromper por la arrogancia de sus cielos y
cuando no tienen nada que pensar, siguen pensando. Hombres y libros se agotan por igual en verbo
y alma. Y aunque el tiempo de vez en cuando los corrige, ellos no cesan de escarbar en los pantanos
del lenguaje como si all fueran a encontrar la quintaesencia de la palabra hombre, la
quintaesencia de la palabra libro. Libro y hombre: el mismo error errando, la misma errancia
horrible. Por eso no quiero leer un libro ms. Tampoco a un hombre menos.
AULLIDO
He visto las mejores mentes de mi generacin desvanecidas en el aire como asustados clamos a
punto de caer. Las he visto, a su pesar, cayendo. Las he visto estrellarse contra un muro de ideas
que antes se estrellaron contra un muro de gente. Las he visto izar banderas y quemarlas despus.
Aplaudir desenfrenadamente en sus tribunas y con el mismo desenfreno abominarlas luego en
tribunas de otros. Las he visto lidiar sus ms altos y ms bajos instintos con la destreza de un
banderillero que desafa el cuerno temeroso ante la mirada expectante del poder y la gloria.
(Todava escucho sus lnguidos aullidos batallando en la plaza). Las mejores mentes de mi
generacin quisieron cambiar el mundo con bombo y pandereta a una hora en que el mundo se
cambiaba a s mismo con saa y maldicin. Sordomudas ante el paso del tiempo y de rodillas ante
las broncas filpicas de los Padres de la Patria, las mejores mentes de mi generacin dilapidaron en
un grito todo el silencio que necesitaran despus para salvar la patria de los padres. Hablaron,
callaron. Gozaron, sufrieron. Ganaron, perdieron. Sangraron y con pequeos sorbos de absolucin
y olvido curaron sus heridas. Qu ms decir de las mejores mentes de mi generacin, sino que
siguen siendo las mejores mentes de mi generacin... hasta que nazcan otras.
EL POETA Y SU MUERTE
Y ahora te toca a ti: el poeta y su muerte; no es una buena escena ni aun para el autor de los
monlogos: nada ocurre en ella de especialmente emocionante. Enrique Lihn termina su cerveza
y sale a caminar, tranquilo. Yo lo siento pasar, dejo que se despida de los rboles y le susurro al
viento: Ahora me toca a m: la muerte y su poeta. No es una buena escena ni siquiera para el autor
de los delirios: ocurre todo en ella. Pero el poeta los poetas de la muerte lenta trabajan juntos en
las noches de abril para segar con el filo de un espejo el cuello del dragn de cuya lengua no brota
el fuego de los dioses sealados sino la mustia escarcha de un da sin dinero y sin mujer. No
resultaron ser tan fieles los difuntos. Se desboca un reloj, se inquieta la ciudad, se nubla el cielo.
Doblan por m las ntidas campanas. No por los otros doblan. No por los otros se derrumban al
paso de la brisa las fusticas paredes. Ro por no saber quin llora al interior de la puerta que sigue
y lloro por no saber quin re en el zagun de aquella casa que no ver jams. Ladran los perros,
mugen las vacas, se suicidan los peces. (Una noticia tuya me sacara de este arrecife sin orillas que
poco a poco se desmigaja en mi cabeza). An no ha cerrado el bar. Enrique Linh regresa con el
cadver de un nio entre sus manos, pide una hoja en blanco y se sienta a conversar, tranquilo:
Un da al fin! Tu madre, toda suave lectura, vuelve para aventar del patio los recuerdos
turbulentos, que gritan: el muerto, el muerto, el muerto! Con las orejas y las manos sucias.