Larrosa, José-Saber y Educación
Larrosa, José-Saber y Educación
Larrosa, José-Saber y Educación
Jorge Larrosa
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misma haga emerger la sospecha de la miseria de lo que sabemos y los limites
de nuestras posibilidades de existencia.
Quiz tambin hoy la crisis de la educacin coincida tanto con una crisis de
legitimidad deI saber transmitido como con un empobrecimiento deI sentido de
la vida. Y quiz tambin hoy el pensamiento de la educacin tenga que
preguntarse por la relacin entre el saber y la vida humana. Supongamos que
esa relacin todava da que pensar, que todava necesita ser pensada. Supongamos
que lo que est en juego no es tanto la verdad deI saber y la forma de su
transrnisin sino el valor de la verdad. Y esa es una expresin que debemos a
Nietzsche: H
hay que intentar de una vez poner en duda el valor de la verdad "2.
Cuando se nos habla de la verdad debemos preguntarnos cul es el sentido y el
valor de lo que se nos da como verdadero (que no su precio o su rentabilidad).
Y es que hay que distinguir, en trminos de valor, entre las verdades nobles, las
que inquietan lo que somos y son un impulso para la libertad, y las verdades
bajas, las deI conformismo, las que consuelan y rec1aman sometimiento. Y dis
tinguir tambin entre las verdades tiles, meramente aprovechables, y las ver
dades intiles desde el punto de vista de su utilizacin pragmtica en un mundo
administrado.
Lo que sigue trata de mantener vigente la pregunta por el valor del saber
para la vida. Sin embargo, no estoy seguro de que sea estrictamente Filosofa, aI
menos en el sentido doctrinal de un conjunto ms o menos trabado de conceptos,
argumentos, demostraciones y tesis. Tal vez lo mejor sea decir que lo que ofrezco
a continuacin no es ms que un relato. Sus funciones: delimitar el lugar en el
que se asienta nuestro desasosiego, abrir un espacio para el juego de las preguntas
y, acaso, intentar que el pensarniento sea posible en el mbito abierto por la
interrogacin de las relaciones entre el saber y la vida.
HHaba una vez, hace muchos anos, en un pas muy lejano... ". As empiezan
los cuentos, situando la trama en un tiempo remoto y en un espacia indefinido.
Por eso tambin podran iniciarse diciendo Hen cualquier sitio y en cualquier
momento ". Digamos que nuestro cuento comienza en Grecia en tomo a la po
ca de Scrates o, lo que es lo mismo dada la perennidad de una cierta imagen de
Grecia en buena parte de las distintas y sucesivas figuras deI pensamiento, diga
mos que nuestro cuento comienza en cualquier lugar y en cualquier instante,
aqu y abora por ejemplo.
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un tiempo en el que la figura prestigiosa dei sabio, como la de los hroes de
Homero, ha desaparecido en el pasado, y en el que ya no es posible otro destino
que un vagar de pregunta en pregunta en una tensin que siempre se mantiene,
interminablemente.
El gesto inagural de la filosofia es aqul en el que el pensamiento no se
reconoce en el regazo de un saber que ya se tiene, sino en el juego de un apren
der que no termina; no en la seguridad de las respuestas, sino en la inquietud de
las preguntas; no en el reposo finalmente conseguido dei resultado, sino en el
movimiento incesante de la aspiracin y de la bsqueda; no en la arrogancia
triunfante de la posesin, sino en la menesterosidad anhelante dei deseo.
Supongamos entonces que el pensamiento, con toda su dignidad y tambin con
toda su indigencia, aparece en el abrirse de esa distancia en la que el filsofo se
separa dei sofs, dei sabio: tanto de los sabios mticos de la antigedad, aquellos
que segn nos dice Platn en el Fedro "vieron " la verdad, como de los sofistas
que son su versin degradada, esos pretendidos y pretenciosos sabios que ya se
han instalado en la posesin y la administracin de una coleccin de verdades
ms o menos verosmiles, adems de socialmente oportunistas y triunfadoras.
Supongamos que el filsofo aparece cuando el conjunto de saberes que
organizan la experiencia queda determinado como lo que puede ser pensado,
como lo que da que pensar, como lo que hay que abrir ai juego dei pensarniento,
ai movimiento interminable y tenaz de la interrogacin. La filosofa nace dei
gesto de poner a distancia un saber siempre ya ah, un saber recibido, pero en
tanto que ste se da como problemtico, como lo que puede ser puesto en cuestin,
como aquello con lo que el pensarniento debe encararse.
La filosofa nace de la separacin dei asunto dei pensar respecto ai asunto
dei saber o, en otras palabras, de la apertura dei espacio dei pensarniento en el
distanciamiento respecto ai espacio dei saber. Por eso el pensar, aquello que el
filsofo reivindica como su actividad y su tarea, no es otra cosa que una deter
minada relacin con el saber. Por un lado, una relacin inquisitiva respecto ai
saber recibido; por otro, una relacin de aspiracin y de deseo respecto a un
saber an desconocido que slo se da como promesa.
Supongamos que el cuestionamiento filosfico dei saber nace dei
desasosiego (y no de una arbitraria voluntad interrogadora o de un ms o menos
plcido asombro ante lo real en el que podramos reconocer la ingenuidad primera
y maravillada de una mirada infantil). EI pensamiento surge de la inquietud
frente a lo que se presenta como saber, de la insatisfaccin ante las respuestas
recibidas, de la sospecha respecto lo que se da como verdadero, dei inconfor
mismo frente a lo que todo el mundo sabe, frente a lo que todo el mundo cree,
frente a lo que todo el mundo dice. Supongamos entonces que la interrogacin
filosfica dei saber nace de la inquietud, de la insatisfaccin, de la sospecha, dei
inconformismo, dei sentimiento de que el saber recibido, ese que nadie discute,
no es ya seguro ni habitable, de que ya no se puede confiar en l, de que ya no
puede albergamos.
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Para que la pregunta por el saber pueda ser planteada hace falta que el saber
recibido sea percibido como algo extraio e inquietante, unheimlich, como algo
que designa un lugar en el que nosotros ya no estamos. Y tambin como algo
mendaz y asfixiante, como algo cuya falsedad hay que desmentir para escapar
de los estrechos limites en los que encierra nuestras posibilidades de experiencia3
Porque el saber no es slo un cierto contenido confortablemente aceptado como
verdadero sino tambin, y sobre todo, una determinada delimitacin de la frontera
entre lo que se sabe, lo que se puede saber y lo que es imposible saber. Y una
determinada normativa sobre cmo hay que hacer para saber lo que an no se
sabe. Por eso lo que busca el distanciamiento deI filsofo respecto aI saber
recibido es hacer que el pensamiento sea posible ms all de los limites de lo
que se puede y lo que se debe saber, y que el pensar sea posible de un modo otro
a como est mandado que hay que saber.
Supongamos que el primer movimiento deI pensar, ese que constituye su
origen y su posibilidad y no slo su comienzo fechable, ese primer movimiento
original en cuya proximidad para con nosotros nos gustara buscar an algn
ttulo de nobleza en el que reconocer algo de la antigua grandeza de nuestro
nombre, es un movimiento de contestacin.
Pero, a veces, la filosofa traiciona ese talante spero y desconfiado para
convertirse a su vez en un saber cumplido, apropiado y transmisible, en el que
se amputa la dimensin aportica e interrogativa deI pensar y en cuyo nombre el
filsofo aspira a reinar sobre los dems hombres. Habitante de frontera, aI fil
sofo le acecha siempre la tentacin de ocupar como gobemante, o aI menos
como funcionario, el centro que ordena y da sentido.
La reglamentacin de la verdad
l,De qu tipo es ese saber que la filosofa considera como propio y con el
que pretende gobemar la ciudad y tutelar el alma de los ciudadanos? Quiz un
cierto recorrido por el corpus platnico nos permita destacar algunos hilos con
los que continuar tejiendo este relato. Y acaso nos permita suponer que aquello
que el filsofo conquista y de lo que inmediatamente se apropia es un cierto
saber sobre el saber, sobre su modo de circulacin y sobre sus efectos morales.
Y desde ah el filsofo que aspira a reinar deriva una triple normativa en la que
articular su poltica de la verdad: una normativa epistemolgica que se refiere a
las credenciales que debe exhibir el saber para ser reconocido como saber, una
normativa moral que trata deI carcter saludable o mrbido de los efectos deI
saber sobre el buen orden de la repblica y sobre la constitucin deI alma de
cada uno de sus miembros, y una normativa pedaggica que tiene que ver con el
modo de relacin que debe establecerse con el saber para que su transmisin
sea la adecuada. As al menos parece que funciona la triple operacin de exclusin
en la que se asienta la construccin pedaggica de la ciudad ideal: la crtica a
los sofistas, la expulsin de los poetas y la condena de la escritura.
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En primer lugar, en lo que podramos llamar la reglamentacin epistemol
gica de la verdad, el filsofo pretende poseer un saber sobre el fundamento y la
estructura deI saber que le permita distinguir entre los saberes legtimos (los
que cumplen determinados requisitos) y aquellos que slo pretenden sedo
mostrando vanidosamente, y a la postre en vano, acreditaciones dudosas. Desde
que Scrates pregunt a Teeteto l,qu es el saber? (t epistme) hasta el discurso
de Carnap sobre La superacin de la metafsica, pasando por las Regulae de
Descartes o la primera Kritik kantiana, puede advertirse una misma preocupacin
jurdica por la demarcacin deI territorio deI saber y por la cuidadosa delimitacin
de sus zonas legtimas e ilegtimas.
Desde este punto de vista, lo que la filosofa afiade aI territorio an indeter
minado deI saber es una cierta distribucin en zonas y un determinado etiquetado
con efectos jerrquicos. Lo que la filosofa afiade aI "verdadero" saber es preci
samente el adjetivo de "verdadero" y, con l, derecho a utilizar el nombre de
Saber. Mediante esta primera operacin poltica, el rnbito neutro y an anr
quico deI saber queda conveniente compartimentado en zonas nobles, zonas
menos nobles y zonas prohibidas.
De ese modo, la filosofa, convertida ya en instancia legisladora y en tribu
nal deI saber,"produce en el saber la estructura inc!usinlexc!usin " y, lo que
es ms importante, "permite la emergencia de esta estructura en el nivel deI
saber" o, en otras palabras, permite la aparicin "de un saber nuevo, un saber
de otro orden: aquel que exhibe la estructura inc!usinlexc!usin "4. Si el viejo
sofista es el que confunde el nombre de las cosas trazando siempre entre ellas
lmites confusos, el nuevo poseedor de la verdad ser ya el que domina el arte
de la definicin, de la elasificacin y de la combinacin de los nombres que
designan esas formas investidas de realidad suprema que son las ideas. Y con
ello el saber comenzar ya a convertirse en una rejilla analtica que ir progre
sivamente cubriendo y encasillando eso que llamamos realidad y determinando
su orden legtimo.
Por otra parte, la misma estructura inelusinlexelusin permitir tambin
que cada uno de los sucesivos legisladores deI saber construya y afirme su propia
normativa en relacin a los saberes recibidos que podrn ser ya reputados como
"tradicionales" y anelados en un pasado que hay que reformar. Y permitir a
Platn afirmar el saber eidtico frente a la sofstica tradicional, permitir a
Aristteles afirmar el saber categorial frente a las antiguas filosofas idealistas o
an demasiado "poticas", permitir a Descartes afirmar el saber metdico tan
to frente a las humanidades que constituyeron la seudosabidura de su propia
educacin como frente a las "mauvaises doctrines" como la astrologa y la ma
gia, permitir a Kant legitimar el saber que procede por juicios sintticos frente
aI "oceano tenebroso" de la metafsica dogmtica, permitir a Carnap legitimar
el saber positivo frente aI sinsentido de la metafsica y de los componentes an
metafsicos de muchas ciencias todava no completamente empricas, etc . El .
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saber sobre el saber que el filsofo detenta (esa "especialidad filosfica" que
nosotros llamamos Teoria deI Conocimiento o Filosofa de la Ciencia) podr
funcionar entonces no slo como una sobrecodificacin demarcadora de los
saberes existentes sino tambin como una operacin de reforma y de disciplina
deI saber.
En segundo lugar, y en lo que respecta a lo que podramos designar con el
nombre de reglamentacin moral de la verdad, el saber sobre el saber deI que
dispone el filsofo consiste en un conocimiento especial de la relacin entre el
saber y el buen orden dei alma humana o entre el saber y el orden justo de la
ciudad. EI ejemplo mayor quiz sea aqu el de la expulsin platnica de los
poetas en nombre de la justicia. Porque antes de la imposicin deI modelo posi
tivo de verdad que tiene su formulacin emblemtica en las teorias de la adequatio
entre la proposicin y su objeto (cuyas versiones van desde Aristteles a Tarski) ,
antes de la imposicin deI saber cientfico como la nica forma de saber, y en el
principio de la compleja historia que conduce a la ntida separacin entre las
disciplinas de conocimiento y los lenguajes expresivos de lo que hoy llamamos
literatura (antes de la distincin entre lo objetivo y lo subjetivo, lo real y lo
imaginario, la representacin y la expresin o lo verdadero y lo ficticio), son los
poetas los que pronuncian la paIabra de verdad as como los que detentan el
saber legtimo desde el punto de vista de la orientacin de la vida humana. Son
los poetas quienes determinan el sentido de lo que ha ocurrido, de lo que ocurre
y de lo que puede ocurrir, son ellos quienes dicen las palabras que dan sentido a
la existencia y los que establecen las posibilidades y los limites de la experiencia
deI mund05 Y Platn encuentra que son los poetas y los que administran sus
obras los que educan a Grecia, e inicia una durisima batalla para arrebatarles el
monopolio deI discurso pedaggicamente legtimo, aqul que garantiza la
perfeccin moral de los hombres y de las ciudades.
Lo que la dialctica le disputa a la poesa es el privilegio de la legitimidad
pedaggica desde el punto de vista moral: el reconocimiento de su papel privi
legiado en la formacin de las personas virtuosas y en la ordenacin de la ciudad
justa. EI filsofo que conoce el ser, que como fundador deI Estado tiene la tutela
moral de la ciudad y de las almas de cada uno de los ciudadanos, que se preocu
pa deI orden de la ciudad y de que sus miembros lleguen a ser hombres de bien,
es el que es capaz de juzgar a los fabricantes de mitos. Y esa capacidad de
juzgar se debe a su posesin de un conocimiento sobre la verdad deI alma, sobre
la verdad de la ciudad y tambin, desde luego, sobre la verdadera ndole deI
saber mtico y potico en lo que respecta a sus efectos morales.
Con ello se habrn sentado las bases para todas esas operaciones de control
de los discursos que consisten en aprovechar sus ventajas y en tratar de conjurar
sus riesgos desde el punto de vista de la formacin de buenos ciudadanos y de
sociedades justas. De Platn a la censura y a la quema de libros de los Estados
totalitarios de todos los tiempos, pasando por el Indice de la Iglesia catlica y
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por todas las excIusiones pedaggicas de los saberes perversos o escasamente
edificantes, el filsofo ha legitimado la seleccin moral deI conocimiento desde
el punto de vista de la ley y el ordeno Y la filosofa se ha convertido as en una
suerte de polica moral de los discursos y de las conciencias que consiste en
tener a los saberes bajo vigilancia y a las personas bajo rigurosa tutela. Hay que
cIasificar los saberes en ms o menos peligrosos, conocer cules son sus efectos
para el alma, acompafiar atentamente a las personas para protegerIas de lo que
podra significar un riesgo para elIas.
Por ltimo, y en lo que podramos lIamar la reglamentacin pedaggica de
la verdad, el filsofo exhibe un saber sobre el modo legtimo de la conservacin
y la transmisin deI saber. La condena platnica de la escritura puede ser aqu
un buen ejemplo en tanto que est articulada sobre la distincin entre una relacin
interior y buena con el saber y una relacin exterior y reputada como peligrosa.
En las letras, dice Thamus en el Fedro, hay una amenaza: el alma se edificar
sobre algo ajeno a elIa misma, sobre caracteres exteriores allotrin typn-,
-
sobre letras que vienen de afuera y que se mantienen afuera La memoria alcan
zada desde el exterior no es tal memoria - mnm - sino slo su apariencia,
un mero recordatorio - hypmnsis - y, en realidad, olvido - lth. Pero
Platn habla tambin de una forma interior de edificar la memoria que constituye
el alma y que, segn parece, la confianza en la escritura nos hara descuidar: los
hombres tambin pueden llegar al recuerdo "desde ellos mismos y por smismos "
- autos hypo autn. Slo de esta forma se alcanza la verdadera sabidura.
As, mediante la oposicin entre el exterior xothen
- y el interior
- -
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que eso que se adquiere est como pegado, no atraviesa la conciencia, no la
constituye, la estructura o la modifica, sino que permanece exterior a ella, sin
relacin con el que sabe, un saber dislocado deI que sabe, un saber que produce
pedantes, quiz eruditos, pero no personas educadas en una relacin viva y
constituyente con el saber.
EI optimismo pedaggico
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pueda encontrar an una cierta dignidad? cul es el tipo y el valor de la
insatisfaccin de la que nace ese cuestionarniento? Nietzsche nos dej escrito
que, en el caso de la educacin, "la filosofa debe partir; no ya de la maravilla,
sino dei horror,n. loCul es entonces el horror que est en el origen de la proble
matizacin filosfica de la educacin? Y, lo que quiz sea ms importante, i,cmo
y por qu esa inquietud original se dobla a veces en una especie de gestin
poltica y moral de los individuos y de las sociedades hecha con toda la arrogan
te buena conciencia de quien sabe lo que les conviene saber a los dems y cmo
deben aprenderIo? Si antes se trataba de establecer una frontera entre el acto
soberano deI pensar y la Filosofa instituda, entendida esta ltima como disci
plina deI pensarniento y polica de la verdad, ahora habr que explorar la dife
rencia entre la pasin inquieta de educar y la Pedagoga instituda, entendiendo
esta ltima como una operacin de control y tutela de los discursos, de las
personas y de sus relaciones.
Tomemos una de las leyendas fundacionales que nos cuentan ese horror
original que se resuelve aI fin en gobierno de los hombres. Y recordemos que
los cuentos son cuentos porque se cuentan y las leyendas lo son porque se leen,
porque son capaces de capturar una y otra vez nuestra imaginacin y de dar una
forma siempre nueva al sentido de lo que somos y de lo que nos pasa. Y quiz
en el mito de la Caverna an podamos reconocer algo de la naturaleza de nuestra
inquietud y de la calidad de nuestro envite, quiz all haya todava algo que nos
recuerde lo que nos da que pensar.
Supongamos que la descripcin de esa suerte de teatro de sombras con la
que da comienzo el cuento es una representacin de los hombres forzados a
vivir entre falsos saberes: el briIlo prestigioso aunque embustero deI mito y las
estrechas y cambiantes opiniones de los hombres que han sido capaces de
elaborarIas e imponerIas. Puesto que los habitantes de la caverna han vivido ah
desde ninos no saben que esa tramoya de apariencias que falsea y encadena su
experiencia es en realidad una fbrica de mentiras. Pero uno de esos esc1avos
que viven en el engano siente un impulso que le fuerza a escapar, aunque todava
no adivina la posibilidad de un mundo exterior ms real, ms verdadero y ms
libre.
EI primer movimiento es la huida, el no conformarse con lo habitual y lo
acostumbrado, el esforzado ponerse en un carnino al que ninguna meta le est
prometida. Lo que importa es el deseo de no estar ah, en ese hogar que ya se ha
hecho inhabitable, en esa vida que ya se presiente que no es vida y en esa verdad
que ya se sospecha que no es verdad. La primera figura deI filsofo que la
leyenda dibuja tiene el rostro deI desarraigado, de aqul que ya no puede soportar
el rgimen de experiencia que se le impone como verdadero y que ha comenzado
ya a habitar esa ti erra de nadie en la que vaga el que se ha distanciado
irremediablemente de su mundo y, quiz, de s mismo. Lo que convierte aI hroe
deI relato en habitante de frontera es e1 oscuro sentimiento de que la vida siempre
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est en otro sitio que donde ya se vive y la verdad siempre es otra cosa que lo
que ya se sabe.
Lo que ocurre despus en el mito es que el ansia de luz, ese impulso ertico
que tiraba aI hombre hacia afuera, queda finalmente saciada en la contemplacin
deI Sol aI trmino de una dolorosa ascensin. Y all arriba el filsofo siente dos
cosas. Primero, la felicidad por haber adquirido una forma otra de conciencia.
Despus, una suerte de compasin por los que han quedado alI abajo. Y es ese
segundo impulso, ese sentimiento de solidaridad o de flUa, el que se resolver
finalmente en impulso pedaggico, el que le va a llevar de vuelta a la cueva para
contar a los dems prisioneros lo que ha visto y para ordenar de otro modo,
segn la luz y la verdad, la vida de sus antiguos compafieros de cautiverio.
Lo que nos molesta deI relato platnico es el filistesmo de ese doble
sentimiento: el hecho de que la compasin por los otros est como doblada de
felicidad por uno mismo. El candidato aI gobierno de la ciudad y a la tutela de
las almas de los individuos no puede evitar la arrogancia autosatisfecha de los
que saben que saben y, adems, de los que construyen su conciencia de su propio
saber en contraste con la conciencia deI no-saber (o deI falso saber) de los dems.
Como si solo estuviese legitimado para educar aqul que ha cumplido ya su
bsqueda y ha abandonado por tanto el movimiento deI aprender. Los papeles
quedan entonces repartidos y la educacin se convierte en un juego entre el que
tiene las respuestas y el que hace las preguntas (y que tiene que aprender adems
a formular las preguntas justas, aquelIas que ya estn determinadas por su
respuesta disponible o, aI menos, posible); entre el que posee y el que desea (y
que tiene que aprender a desear lo que hay que desear, a determinar su deseo en
funcin de lo que ya est ah dispuesto para colmarlo); entre el que determina
los resultados y el que queda determinado como un momento de un proceso;
entre el que sabe y el que aprende (y que tiene que aprender a aprender como
est mandado, segn el curso ya prescrito deI aprendizaje). Y de ese modo, el
intento solidario de emancipacin colectiva queda doblemente viciado: primero,
porque es una emancipacin tutelada y dirigida, normada por un resultado que
ya se conoce; en segundo lugar, porque el trnsito hacia el exterior de la Caver
na est precedido e impulsado por la promesa de que ese exterior existe, de que
es hermoso y deseable, y de que el carnino que conduce hacia l es sin duda
difcil pero practicable.
El relato platnico funda la pedagoga aI precio de traicionar la filosofa. El
rostro de su educador se parece demasiado aI deI que ha visto, a ese rostro
hiertico deI sofs deI que el filsofo se haba distanciado valientemente. El
filsofo-rey es el que sabe, el que se ha apropiado de la verdad, y su tarea ha
quedado establecida como la de educar un anhelo cuya satisfaccin posible est
ya previamente determinada. Y frente a semejante soberbia casi simpatizamos
con aquelIos que, en el interior de la Caverna, se ren de ese presunto poseedor
de la verdad que ha descendido hasta elIos para invitarles a un juego marcado y
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mezquino en el que no tienen otro papel que e1 de creyentes en una verdad que
no tienen pero que se les impone como deseable y cuya posesin final se les
asegura. Casi diramos que su risa es lcidamente filosfica si no supiramos
que esa risa tambin est basada en la arrogancia y la autosuficiencia de los que
creen en la verdad de su saber, de los que tambin creen que saben. Porque la
risa de los esc1avos es una risa defensiva, la risa cobarde y miedosa de los que se
protejen contra lo que ms temen: el desengano.
i, Y no ser el filsofo justamente el que vive permanentemente en el
desengano, el que habita esa intemperie en el que cada verdad es combatida
como mentira, el que intenta no dejarse enganar y por eso est siempre desenganado?
Supongamos que el filsofo slo vislumbra la verdad en el reconocimiento deI
engano, en el momento mgico deI desmentido, en el instante en que el pensar
se libera de su sujecin a lo que ya se sabe y en el que todo permanece abierto y
nuevamente desconocido. Supongamos que el filsofo es el que desconfa de
los paisajes demasiado transitados, el que siente como una trampa lo que los
dems ven como la comodidad de un refugio, y el que se atreve a frecuentar el
vrtigo de esos parajes de frontera en los que todos los caminos son posibles
pero ninguno es seguro.
Se dira que el mito platnico establece el lugar de la pedagoga en un logos
argumentativo y demostrativo que traiciona ellogos inquisitivo y escptico de
la filosofia. Porque es como si la filosofa fuera esencialmente cuestionamiento
deI saber y la pedagoga no pudiera ser otra cosa que transmisin deI saber o, aI
menos, conduccin hacia el saber; como si la filosofa fabricase perplejidades y
la pedagoga exigiese esas formas de conformismo que son el asentimiento raci
onal y el progreso metdico; como si la filosofa buscase el pensar a travs deI
desmentido de las verdades existentes y la pedagoga estuviera marcada por la
transmisin dogmtica de alguna verdad ya a1canzada que inmediatamente se
dobla en mentira en tanto que nos conformamos con ella y nos acomodamos a
su regazo.
Ellogos pedaggico
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que el dilogo contiene un ncleo filosfico doctrinario (el contenido a transmi
tir) que se presentara en el marco concreto de una escena que reproduciria los
rasgos de una conversacin entre distintos interlocutores (el contexto emprico
de la transmisin) y que incluiria, slo a efectos expositivos y didcticos,
ilustraciones literarias o argumentaciones dialcticas (el mtodo de la transmi
sin). La separacin entre el ncleo dogmtico que constituiria el contenido de
la transmisin, el marco dramtico que constituiria la representacin deI con
texto concreto de presentacin de ese contenido, y la serie de eletnentos literarios
que constituirian ayudas para su ilustracin, malentiende el carcter hbrido y
excntrico dellogos pedaggico, su dialogismo constitutivo, aI considerar como
una jerarqua de elementos exteriores entre s lo que, considerado atentamente,
es un juego constante de diferencias y de interferencias entre niveles que, justa
mente porque difieren entre s, son capaces tambin de interferirse y de
desestabilizarse mutuamente.
El elemento doctrinario de la ensefianza queda constantemente desviado
por su mtodo o su dis-curso y lo que pueda haber de tesis o de contenido
dogmtico se hace inseparable de todo esa dinmica de rodeos, ex-cursos, avances
y retrocesos, obstculos, soluciones provisionales, impulsos y desvos,
reformulaciones, resultados aporticos, preguntas, sinopsis y diaresis, ascensos
y descensos que constituyen la esencia misma de su juego. Por otra parte, los
heterogeneos personajes que pueblan el dilogo con sus diversos mundos vitales,
as como la referencia o la evocacin de los acontecimientos histricos o sociales
que constituyen el espacio pblico comn en el que transcurre la ensefianza,
muestran la presencia no meramente anecdtica de la vida ordinaria y deI tiempo
concreto en el movimiento pedaggico de la bsqueda deI saber. Por ltimo, los
elementos ms enfticamente literarios o narrativos utilizados en el dilogo son
constantemente recreados e interpelados por la razn diaIctica y argumentativa,
deI mismo modo que esa razn se deja interferir, inquietar y desviar por la
poesa y por el mito.
Si tenemos en cuenta el carcter abierto y no finalizado deI dilogo platnico,
la enorme distancia que existe entre lo que podra aislarse como su tesis y lo que
funciona como su mtodo o su recorrido, y el modo a veces implacable como
cada afirmacin constructiva es inmediatamente socavada o, aI menos, irnica
mente puesta a distancia, podemos concluir que "cada dilogo constituye una
interminable introduccin a un saber que no se transmite "8. El saber aI que el
dilogo introduce no es el referente inmediato de la conversacin, sino otra
cosa que podramos llamar disponibilidad y rigor, apertura y autoexigencia. El
logos pedaggico pone en camino sin prefigurar el fin y sin afirmar ms conte
nidos que los indispensables para que siga la marcha. El proyecto de bsqueda
y de transmisin de la verdad no ha podido desprenderse de la ilimitada irona
socrtica y deI carcter de juego, de pasin pura y vaca de esperanzas, que
Scrates haba dado aI impulso terico.
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EI problema de Platn o, aI menos, el problema "platnico" que tiene inters
en el campo de la pedagoga, no es otro que el de la forma que tiene la bsqueda,
la expresin y la comunicacin deI saber y de la verdad. Y lo que la obra de
Platn nos ofrece como respuesta, ms all de un corpus doctrinal ms o menos
transmisible, no es otra cosa que su propia estrategia formal: la organizacin
interna deI dilogo como el tejido precario, inseguro, a veces equvoco y siempre
provisional e insatisfecho deIlagos pedaggico. Unlagos que constantemente
se resiste a fijarse en dogma y que es justamente esa resistencia: el mantenimiento
obcecado de la distancia entre el juego deI decir y la fijacin de lo dicho, el
exceso de la actividad de pensar sobre el resultado de lo pensado, la interrupcin
implacable de todo decir mono lgico, y el gusto aventurero por la errancia, por
el rodeo que desva el curso lineal deI dis-curso. El logos pedaggico es un
juego que arruina de entrada toda afirmacin con pretensiones de dictado y que,
como tal juego, conjura necesariamente todo intento de convertirse en una receta
metodolgica. Dicho sumariamente: el dilogo como encarnacin deI lagos
pedaggico es una actividad cuyo contenido se desconoce y cuyo mtodo debe
ser constantemente inventado y reinventado. Por eso es una actividad que se
resiste a todo dogmatismo y a todo reposar autosatisfecho en un saber finalmen
te apropiado.
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lmites y las posibilidades de esa actividad enigmtica que llamamos pensar y
en la que todava quisiramos reconocemos. Y en esa indecisin de nuestro
personaje en la relacin con el saber encontramos tambin la paradoj a dellogos
pedaggico y su oscilacin entre una razn demostrativa que reclama el asenti
miento deI que aprende y una razn dialgica cuya funcin principal es ponerle
en movimiento. La educacin oscilar entonces entre instituirse como una acti
vidad en la que los que saben transmiten su saber a los que no saben con el
obj etivo de que ellos tambin sepan (y el saber funciona ah como la posesin
de los que ensefian, el contenido de la ensefianza y el objetivo de la misma) y
mantenerse como una actividad en la que lo nico que se aprende es el
movimiento mismo deI preguntar en relacin con el saber (ese movimiento en el
que a veces se produce el raro acontecimiento deI pensar) con todo lo que eso
supone de inquietud, de exigencia y de incertidumbre.
Porque lo que la educacin transmite junto con el saber es, sobre todo, una
determinada relacin con el saber. Y esa relacin puede ser de aceptacin o de
cuestionarniento. Todo depende de la distancia justa y de la capacidad dellogos
pedaggico, por su propia estructura dialgica, de iluminar, inquietar y subvertir
los modos de saber que limitan, conforman, organizan, modulan y modelan
nuestra experiencia de lo real como algo evidente y ya hecho. Cuestionando e1
saber recibido, interrogando sus presupuestos, distanciando el modo en que de
forma sorda e inconsciente estructura nuestra experiencia, el logos pedaggico
pone tambin en cuestin aI sujeto deI saber, lo despoja de su arrogancia y de su
seguridad, lo inquieta y lo moviliza.
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Recordemos, por ejemplo, como la insubordinacin cartesiana frente a la
anquilosada reglamentacin escolstica deI saber propia de las humanidades de
su poca se dobla en la aplicacin de la calificacin de locos a todos aquellos
que se colocan afuera de las verdades del buen sentido y en la codificacin
metdica deI proceso que conduce aI saber como un camino recto y detallada
mente regulado. Recordemos como la insumisin de Bacon a las verdades falaces
de la experiencia no controlada y a la mendacidad de la razn deductiva se
dobla en la reglamentacin deI experimento (entendido abora como paso de las
impresiones sensibles a su determinacin cuantitativa) como el nico modo de
conocimiento posible. Recordemos por ltimo como la indisciplina de Kant aI
desautorizar el antiguo prestigio de las Ideas, aI denunciar las ilusiones de toda
metafsica transcendente y aI criticar toda forma de heteronorna (moral, polti
ca, religiosa, cognoscitiva) se dobla inmediatamente en la reduccin de toda
experiencia posible aI marco delimitado por la nueva filosofa de la naturaleza
que se constituy de Galileo a Newton as como en la disciplinarizacin de todo
saber legtimo en las regIas contenidas en los estrechos lnites deI saber positivo.
Y podramos contar as el relato de la criminalizacin de toda forma de
experiencia de la realidad distinta a la que nos dan los saberes positivos y, con
ella, el relato simultneo deI sucesivo empobrecimiento de las ambiciones de
unos saberes crecientemente epistemologizados cuya nica tarea ser ya el
dominio deI mundo.
Los diversos proyectos de la Ilustracin tratan de ganar para los seres hu
manos la responsabilidad para la construccin de sus propias vidas. As, la
cuestin deI sentido queda planteada en una dimensin puramente antropolgi
ca, como si el hombre comenzara a habitar a solas y sin dioses el mundo y como
si comenzara a confiar en sus propias fuerzas para conformarse a s mismo. La
razn moderna ha ido as configurando la idea de la autonorna humana, la idea
de que los individuos humanos y las sociedades humanas pueden y deben ser
los protagonistas de su propio devenir organizando en tomo a s mismos y a su
propia actividad los significados deI mundo. En ese marco, parece indudable la
idea deI poder emancipatorio deI saber. Y, en funcin de esa idea, la modernidad
se desarrolla como un proceso constante de toma de conciencia de las
insuficiencias, limitaciones y, en algunos casos, perversiones de los propios
proyectos que produce. Por primera vez, por tanto, el saber se hace inseparable
deI cuestionarniento deI saber y la crtica a los saberes recibidos (tradicionales)
se convierte en tradicin. Y entre las ruinas de ese proyecto es donde estamos
nosotros.
YENTONCES
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tenninar mi relato, comenzar por trasladar aqu algunos de sus textos emblem
ticos aunque sea de un modo superficial, desordenado y quiz un tanto salvaje.
En 1936, en pleno apogeo deI nazismo y ya mortalmente enfermo, Edmund
Husserl redactaba lo que seria el texto principal de La crisis de las eiencias
europeas y la fenomenologa transcendental. El ttulo de los siete primeros
pargrafos deI texto es suficientemente ntido como punto de partida, nada ms
y nada menos que la constatacin de "la crisis de las eiencias europeas como
expresin de la crisis radical de la vida en la humanidad europea "9. Lo que
sefiala Husserl ah no es tanto una crisis epistemolgica que afectara a la
cientificidad de la ciencia, a su verdad, sino un cambio fundamental en el signifi
cado deI saber para la existencia humana. De lo que se trata no es tanto de la
verdad como deI valor y deI sentido de la verdad para la vida humana. En nuestro
tiempo, dice Husserl, la ciencia "no tiene nada que deeirnos " respecto a las
cuestiones "que se refieren ai sentido o a la ausencia de sentido de la existeneia
humana ". El enorme crecimiento de nuestros saberes positivos y su progresivo
perfeccionamiento metodolgico coincide con "una humanidad abandonada a
los embates dei destino ". Y las ciencias deI espritu por su parte, las que tratan
deI hombre en el horizonte de su historicidad, o bien han adoptado el modelo
cientifista de las ciencias positivas o bien no nos ensefian otra cosa "que el
hecho de que todas lasformas dei mundo dei espritu, todas las regias de vida,
todos ios ideales, todas las normas que dieron a cada poca y a los hombres su
estilo propio, se forman y se deshacen como las olas fugaces (... ), que siempre
de nuevo ia razn se transformar en sinrazn y siempre ias realizaciones en
fracasos ".
Lo que Husserl constata con evidente tristeza es, por un lado, la separacin
entre el conocimiento humano y la existencia humana y, por otro, la vocacin
nihilista y autodestructiva deI saber respecto a todo tipo de certezas. A partir de
esa doble constatacin, aquello de lo que Husserl certifica la crisis es el ideal de
la formacin deI hombre y deI mundo humano a partir de un saber racional,
universal y sistemtico o, con otras palabras, el papel deI saber en la auto-noma
y la auto-responsabilidad de la humanidad en el proceso de su auto-realizacin.
Y esa crisis hace ya imposible "esa calidez y esa orientacin haeia la cultura,
ese ceio por una reforma fiiosfica de la educaein y dei conjunto de las for
mas soeiales y polticas de ia humanidad, que hacen de la poca de la llustraein,
tan a menudo despreeiada, una poca tan digna de ser honrada ".
La vida humana, parece decir Husserl, ha entrado en una crisis radical por
que ha sido doblemente traicionada. En primer lugar, porque ha sido abandona
da a su propia suerte por las ciencias positivas de la naturaleza. En segundo
lugar, porque las ciencias deI espritu, aquellas que deberian darse como tarea la
fundamentacin racional de los valores y el aseguramiento deI sentido de la
existencia y de la historia, han entrado en una dinmica de desfundamentacin
que conduce aI relativismo y a la ausencia de sentido, aI nihilismo. El conoci
miento cientfico se ha convertido en un til o en una mercanca, pero se ha
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separado de la existencia humana concreta y ha renunciado a cualquier esfuerzo
por iluminarIa, guiarIa o transformarIa. Tenemos una enorme cantidad de saber
objetivo (junto a una pedagoga orientada a su transmisin y a su divulgacin) y
una enorme abundancia de artefactos tcnicos (junto con una pedagoga orien
tada a hacer que la gente pueda moverse en ese universo de instrumentos como
usuarios o consumidores competentes), pero lo que sabemos est ah, exterior a
nosotros, estril, fragmentado, ajeno y desasido de nuestra vida en la que ya no
puede encarnarse de una forma iluminadora y transformadora. El saber cientfi
co se ha hecho objetivo e instrumental, ha renunciado a preguntarse por el sen
tido de la existencia, y se ha divorciado as de la subjetividad, de la cultura y deI
mundo intersubjetivo de las relaciones sociales. Adems, las viejas humanida
des, contagiadas tambin deI talante positivista y objetivador de las ciencias
naturales, han puesto en cuestin todos aquellos valores estables y seguros en
los que la existencia humana an poda reconocerse y orientarse.
Pocos anos ms tarde, ya durante la guerra, Theodor W. Adorno y Max
Horkheimer escriben un texto que puede traducirse como Dialctica de la
!lustracin o como Dialctica de la Razn y cuyo primer ensayo empieza con
estas palabras: "La !lustracin, en el sentido ms amplio de pensamiento en
continuo progreso, ha perseguido siempre el objetivo de quitar el miedo a los
hombres y de convertirlos en amos. Pero la tierra enteramente iluminada res
plandece bajo el signo de una triunfal desventura "10. Lo que Adorno y Horkhei
mer destacan no es slo la quiebra deI proyecto cientfico ilustrado como proyecto
de emancipacin sino tambin, y ms esenciaImente, su violencia constitutiva,
su ntima vinculacin a la dominacin de la naturaleza y de los hombres, la
dimensin de barbarie inscrita en su mismo ncleo. El lema de su obra no es
tanto el fracaso de la razn para albergar y orientar la vida humana, sino su
carcter totalitario. La razn no slo deja aI hombre abandonado a su suerte,
sino que es inseparable de la experiencia de la hecatombe nuclear y deI universo
concentracionario. Como si fueran los mismos saberes modernos junto a sus
especficas formas de racionalizacin los que socavaran la posibilidad de
existencia de los individuos autnomos y duefos deI sentido de sus vidas. El
saber que pareca ligado a la libertad en el proyecto ilustrado se ha convertido
en el mayor instrumento de la dominacin y de la barbarie.
En 1953, Martin Heidegger pronuncia en Munich una conferencia que ser
publicada como Die Frage nach Technik. Preguntando por la esencia de la tc
nica Heidegger reflexiona sobre el modo como las ciencias y las tcnicas mo
dernas constituyen el mundo que habitamos as como nuestro ser mismo en
tanto que seres en el mundo. La tcnica constituye el modo especficamente
nuestro deI acontecer de la verdad como un "requerir dominador"l1 y en ella
culmina la identificacin entre la realidad verdadera y la realidad emprica
manipulable. Y, desde esa identificacin, slo puede aparecer como verdadera
la realidad calculada y e1 mundo administrado o, lo que es lo mismo, el conjunto
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de entes que aparecen como productos de la actividad deI hombre calculador y
dominador. Lo verdadero ya no puede ser otra cosa que aquello que est confor
mado a la medida de nuestro saber y de nuestro poder.
En 1968, y tomando como punto de partida una conferencia de 1965, Jrgen
Habermas retoma en Conocimiento e Inters el proyecto de una reconstruccin
histrica de la racionalidad moderna (configurada por la ciencia y la tecnologa)
tratando de iluminar sus "patologas" en claves explcitamente reflexivas y au
"es el rene
tocrticas. El positivismo, dice Habermas en el prefacio de su libro,
gar de la reflexin " 1 2 y los saberes positivos, bsicamente la ciencia y la
tecnologa, aunque nos explican la estructura y el funcionamiento deI mundo
natural y social y nos capacitan para la accin racional, se muestran incapaces
de orientar la vida en una direccin emancipadora. Con ello Habermas se sita
en la estela tanto de HusserI como de Adorno y Horkheimer aunque criticando
aI primero su concepcin todava demasiado tradicional de la Filosofa y a los
segundos su incapacidad para fundar su crtica a la razn instrumental, lo que
les obliga a mantenerIa a un nivel bsicamente moral al mismo tiempo que a
desesperar de las posibilidades de una reorientacin deI proyecto ilustrado en
un sentido emancipatorio.
Ms all de divergencias en los diagnsticos o en las alternativas, lo que
est en juego en todos esos gestos filosficos apuntados es tambin el
mantenimiento de la pregunta por la conexin entre el saber y la vida humana.
Pero ahora esa pregunta parece enfrentar el optimismo racionalista de lo que
sabemos y la arrogancia de nuestra voluntad de saber con la experiencia nihilista
de su irrelevancia, de su perversin y de su irrealidad. Porque nuestra experiencia
es que el saber no basta y que nuestros saberes han mostrado su faz ms
dominadora y violenta o, lo que es lo mismo, que el saber no sirve para asegurar
el sentido de la existencia y que nuestros saberes constrifien y empobrecen las
posibilidades de vida y de experiencia en lugar de emanciparIas y enriquecerIas.
Lo que est en juego es el mantenimiento de la idea de Bildung tal como se
haba ido configurando en los distintos racionalismos ilustrados, esto es, esa
idea segn la cual la humanidad avanza hacia su propia perfeccin de forma
autnoma, autoformndose, liberndose por el saber de todo fatalismo, de todo
destino preestablecido y de toda atadura exterior y lanzndose, a travs de la
autorreflexin, a la superacin de toda constriccin natural o social. Lo que est
en juego es la creencia en las virtudes formativas deI conocimiento tanto para
las sociedades humanas como para los individuos particulares. Lo que est en
juego, en suma, es la idea de humanidad que est en la base deI racionalismo
ilustrado.
Desde ese punto de vista tienen sentido los distintos intentos que se han
hecho, de HusserI a Habermas, para asegurar la autonoma deI mundo de la
vida, deI Lebenswelt, respecto a su colonizacin por la ciencia y la tecnologa
en una especie de intento desesperado por evitar que la cosificacin propia de la
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razn moderna convierta tambin en cosa ese mundo en el que habitamos y a
nosotros mismos como sus habitantes. Por otra parte, la idea de Bildung slo
podra tambin mantenerse si pudiramos constituir un lenguaje en el que los
discursos especializados de las ciencias y de sus representantes prcticos, los
expertos, pudiera de alguna manera relacionarse con la racionalidad comparti
da que habita la lengua histrico-natural deI mundo de la vida y que preside el
mbito de las relaciones intersubjetivas. Y se comprender que la idea misma
de democracia depende de la respuesta que se d a estos intentos en cuyo inte
rior se plantea hoy la pregunta por la relacin entre el saber y la vida.
YCOLORIN COLORADO
Es claro, como deca aI presentar este relato, que la educacin tiene que ver
con la transmisin deI saber. Pero el juego deI saber ha quedado vaciado de su
sentido vital y no es hoy otra cosa que un mero calcular dominador que, ocupa
do en la verdad de los hechos y en el funcionamiento de los procesos, nos deja
desvalidos y abandonados ante el enigma deI mundo, ante el sentido de nuestra
experiencia y ante el sentimiento precario pero a veces urgente de nuestra propia
libertado
Es ms, acaso el juego contemporneo deI saber no sea otra cosa que el
ocultarniento deI enigma deI mundo (en tanto que el mundo queda convertido
en lo caIculable), la cancelacin de la pregunta por el sentido de la experiencia
(en tanto que la pregunta por el sentido de lo que nos pasa queda fragmentada
en una serie de preguntas sobre la verdad de los hechos) y el vaciarniento de
nuestras posibilidades de vida (en tanto que taIes posibilidades quedan conver
tidas en el miserable conjunto de lo que podemos anticipar y fabricar).
EI juego deI saber prometi aI hombre ser el amo y senor de todas las cosas,
incluso de s mismo. Pero ese mismo juego convirti ai mundo en un territorio
devastado, ofrecido a la voluntad de dominio, mero conjunto de entes a gestionar
y a administrar, y convirti ai hombre en un ser indigente y administrado, conde
nado a no ser sino una cosa entre las cosas y esclavizado a la pequenez de su
propia voluntad.
En su distanciarniento respecto aI saber, el filsofo nos revela nuestra po
breza. Ahora que lo sabemos casi todo y que lo que an no sabemos no es otra
cosa que lo que se deja medir y anunciar por lo que sabemos, aquello que lo que
sabemos se da como meta y como tarea, estamos en una situacin de mxima
indigencia y de mxima miseria respecto aI sentido (o los sentidos) de la
existencia. Lo que el filsofo nos revela es que el saber acumulado no tiene que
ver necesariamente con nuestro vivir, con nuestro querer vivir, con nuestra ansia
de querer saber vivir. La enormidad de nuestro saber y la arrogancia de nuestra
voluntad de saber se muestra incapaz de prestamos ayuda para tejer el sentido
de nuestra existencia. En este escenario, aquello a lo que el gesto valiente deI
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filsofo nos emplaza es a mantener vivo el juego de las preguntas (incluso si ese
juego no puede conducimos a ningn saber) y a mantener la esperanza de que
en ese juego incierto podamos aprender a pensar.
La educacin no puede renunciar a la transmisin deI saber y a ensenar a
vivir en un mundo saturado por las tcnicas y los artefactos desplegados por los
saberes cientficos y tcnicos. La educacin debe transmitir (l,cmo podra
hacer otra cosa?) la imagen deI mundo y de nosotros mismos que se deriva de
los saberes positivos que lo conforman y que nos conforman, incluyendo lo que
esa imagen tiene de voluntad de clculo, de control, de planificacin y de
organizacin total. Porque no hay otro principio de realidad que el que resulta
deI realismo de nuestros saberes y no hay otra experiencia posible que la que
est contenida en las condiciones de posibilidad de la experiencia encarnadas
en nuestros especficos modos de racionalidad. Esa es nuestra herencia y lo que
la educacin debe transmitir.
Por otra parte, tambin forman parte de nuestra herencia todos aquellos
saberes que intentan, ms o menos exitosamente, armonizar los saberes positi
vos particulares de modo que la experiencia no se fragmente de un modo espe
cializado, controlar tica y politicamente la racionalidad tcnico-cientfica de
modo que sus efectos de dominacin queden atemperados, y ampliar el mundo
vital en relacin con otras culturas y con otras formas de discurso (artsticos,
narrativos) en los que tambin se juega el sentido (o el sinsentido) de nuestra
existencia.
Todos esos saberes contribuyen a nuestra propia manera de asegurarnos de
la realidad y de nuestra suerte en ella. Pero la educacin tambin debera estar
empenada en transmitir otro de los componentes de nuestro legado: ese gesto
audaz y enigmtico en el que el saber es puesto a distancia para que aparezca el
pensarniento. Y para que ese gesto sea posible, la educacin debe transmitir la
inquietud, la insatisfaccin y la indisciplina frente a los saberes recibidos que,
aunque nos den seguridad, configuran la pobreza deI mundo que se nos da como
verdadero y lo limitado de las formas de experiencia que se nos dan como
posibles.
Porque el gesto interrogativo que es condicin deI pensar no se da ante un
mundo indito y an no conocido, sino ante un mundo pleno y esclarecido,
saturado por lo que ya sabemos. Si la educacin debe ser tambin el juego de las
preguntas, el modo especfico de cuestionarniento que debemos transmitir no es
el que pregunta por lo que ya se sabe o el que anticipa lo que todava no se sabe,
sino el que problematiza la confusa proliferacin de los saberes recibidos y nos
invita a romper con las formas de disciplina que nos imponen.
A la cita de Peter Handke que he colocado como emblema de este rela
to13parece responder, como en un eco, Elas Canetti : "A
cada respuesta - a lo
lejos y aparentemente sin relacin alguna con ella - debe saltar una pregunta
que antes dorma acurrucada ( ) A lo largo de toda una vida, el sabia no pasa
. .. .
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de ser un nino y las respuestas lo nico que hacen es secar el suelo y la
respiracin. El saber es un arma slo para los poderosos, y no hay nada que el
sabia desprecie tanto como las armas "14.
Notas
1 . Este texto ser publicado en francs en el libro de Jean Houssaye (Ed.) Philosophie de
l 'ducation. Approches Contemporaines. Paris. ESF (en prensa).
2. Zur Genealogie der Moral ( 1 887). La genealoga de la moral. Madrid. Alianza 1972.
pg. 175.
3. Ver Miguel Morey ( 1990), "Del pensar como forma de indisciplina" en Psiquem
quinas. Barcelona. Montesinos.
4. Eugenio Tras ( 1 969), Lafilosofia y su sombra. Barcelona. Seix BarraI. pgs 5 1 -52.
6. Die Geburt der Tragdie ( 1871). EI nacimiento de la tragedia. Madrid. Alianza 1973.
pgs. 127 y 1 29.
12. Erkenntnis und Interesse 1 968). Conocimiento e inters. Madrid. Taurus 1982.
pg. 9.
13. La cita pertenece a Das Spiel vom Fragen ( 1 989). El juego de las preguntas. Madrid.
Alfaguara 1 992. pg. 28.
14. Die Provinz des Menschen ( 1 973). La provincia deI hombre. Madrid. Taurus 1982.
pg. 12.
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Jorge Larrosa professor de Filosofia da Educao no Departamento de Teoria
e Histria da Educao da Universidade de B arcelona.
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