El "Cambio Estructural de La Iglesia" de Karl Rahner
El "Cambio Estructural de La Iglesia" de Karl Rahner
El "Cambio Estructural de La Iglesia" de Karl Rahner
DE KARL RAHNER
Reflexiones con ocasin de su muerte
1. Nos r*ferimos a su obra: Strukturwandel der Kirche als aufgbe und chance,
edicin espaola, Cambio estructural de Ia Iglesia (Madrid, Ediciones Cristiandad, 1974).
2. Karl Rahner, %os jesuitas y el futuro', Razn y Fe (noviembre 1973) 289-94.
El futuro ha comenzado
Para desenvolver esta ingente tarea, que Rahner confes superior a sus
propias fuerzas O>p. 12-14), como Io sera a las de cualquier persona indivi-
dual, por genial que Ia imaginemos, recurri a un gnero literario nada infre-
cuente en estos tiempos: Ia descripcin del futuro. Ya en Ia primera parte,
describiendo Ia realidad circundante, apunta en muchas ocasiones las lneas
que l estima dotadas de mayor porvenir. Pero en las dos ltimas partes se
adentra abiertamente por este camino. Con una distincin, bastante difcil de
llevar a Ia prctica, entre un futuro inmediato y otro mediato que hace el
libro reiterativo en bastantes casos nos propone los objetivos de una accin
inmediata y un cuadro de Io que ser Ia Iglesia del futuro. Sanos lcito com-
pletar cuanto l dice con unas breves observaciones.
Los economistas, con perspectivas de unos cuantos meses simplemente y
millones de datos a su disposicin, no se atreven a conjeturar el futuro con
un mnimo de certidumbre. Nadie, por ejemplo, habra predicho seis meses
antes de que se produjera Ia crisis energtica que padeci Europa. Son tantos
los miles de variantes, que todo intento de someter a frmulas matemticas
el comportamiento econmico del hombre resulta vano. Estos son los pies de
barro de Ia tecnocracia y Ia evidente supremaca de Ia poltica, formulacin
de objetivos por un entendimiento claro que tenga a su servicio una voluntad
decidida. Ahora bien, si esto se puede decir de Ia pura economa, qu habr
que decir de un organismo vivo, dotado de energas absolutamente inasequi-
bles a todo anlisis matemtico y a toda comprobacin sociolgica, animado
por un Espritu que sopla cuando quiere... y nunca sabemos de dnde viene
y adonde va? Leyendo las pginas de Rahner en este libro, atractivas a ms
no poder, el lector no puede menos de recordar otras similares: las homi-
las de un genio de Ia historia y de Ia teologa que se llam San Agustn y que,
al declinar su vida, cercada Hipona por los brbaros, se dirige a su pueblo con
Ia firme conviccin de que aquello se acaba, de que Ia Iglesia que haba sabido
asimilar Ia refinada cultura grecolatina apenas lograra sobrevivir malmente a
Ia acometida de aquellas gentes que parecan refractarias a todo intento cul-
nos, se admite sin dificultad o como algo a que uno se resigna. Desde ostos
dos puntos de vista, el libro del padre Rahner encierra cierta sorpresa para
un lector espaol. En muchas ocasiones Ia prospeccin del futuro, que a no-
sotros nos parecera nada grato, est hecha no con resignacin y tristeza, sino
ms bien con fruicin. O en todo caso con Ia admisin de ese futuro, tan tris-
te, como algo absolutamente irremediable. Permtasenos que Io subrayemos.
No sabremos nosotros decir si llegar tarde o temprano el da en que el
nmero de bautizados que frecuenten Ia eucarista y oigan Ia explicacin del
evangelio quedar reducido a un pequesimo grupo; eso s, pursimo, in-
transigente, incontaminado. O si Ia Iglesia habr visto desmanteladas todas sus
estructuras, habr tenido que abandonar toda forma de inuencia social y los
catlicos supondrn una frmula residual, concentrada, en unas cuantas co-
munidades de base. Lo que a Ia mayor parte de los espaoles nos parece es
que tal situacin sera sumamente triste. Creemos que era preferible que con
sus imperfecciones, con sus limitaciones ciertamente grandes, con todo Io que
lleva consigo inevitablemente una multitud, era deseable que los hombres re-
cibieran todos los domingos Ia voz del evangelio, se alimentaran del cuerpo y
de Ia sangre de Cristo, oyeran Ia voz de Ia jerarqua y que sta tuviera cierto
peso a Ia hora en que Ia sociedad adoptara actitudes contrarias a Ia moral o
el bien social. Sorprende al lector espaol Ia frialdad asptica, casi estamos
por decir Ia simpata, con que esa nueva situacin est descrita a veces no
siempre en este libro. Casi se dira, en ocasiones, que el lector llega a tener
Ia impresin de que hay que trabajar para eso. Pero no.
Y es que no, porque otra de las curiosas impresiones que se tiene es Ia
de que todo eso, y mucho ms, es absolutamente inevitable. El dicho espaol
de que hay que hacer de Ia necesidad virtud parece aletear sobre algunas
pginas. Un determinismo materialista, al que nos tienen acostumbrados las
fuentes marxistas, instrumento tctico de primera categora, por el que nadie
combate eficazmente en una batalla que juzga perdida de entrada, pesa sobre
no pocas pginas de esa descripcin del futuro. Nada apenas de esperar con-
tra toda esperanza>, nada casi de pensar que importa poco ante el Seor
que Ia victoria est en pocos o en muchos. La batalla est perdida ya desde
ahora y Io que importa realmente es hacer de Ia derrota un ideal, de tal ma-
nera que cuando llegue podamos estar contentos de que efectivamente se
haya logrado. Lo que s en otras mentalidades puede parecer aceptable y fcil,
en Ia mentalidad espaola, hecha a luchar en condiciones de inferioridad y
acabar venciendo, en ocasiones de manera inverosmil, no deja de resultar
chocante.
Y estamos rozando ya el difcil problema que plantea el libro de si Ia des-
cripcin que se hace del futuro es prediccin de Io que ocurrir a programa
de Io que se quiere que ocurra. No es ste el nico caso. Otros muchos ejem-
plos se podran poner de esta Iglesia-ficcin en Ia que, bajo las apariencias
ms o menos noveladas de Io que un da podra ocurrir, se introduce el de-
seo de Io que se quiere que ocurra. El que hambre tiene, con pan suea,
dice nuestra paremiologa popular. Y leyendo, por ejemplo, las pginas de
Nuestro comentario
Pero resulta que, describiendo el libro, hemos entrado en materia sin cla-
rificar antes nuestro propsito. Y parece justo decirlo ya. Este comentario no
es, evidentemente, una recensin que sera enormemente tarda, ni un anlisis
llevado con altura y profundidad de las ideas expuestas por el padre Rahner.
Se trata tan slo de hacer una lectura espaola del libro. Qu es eso?
Significa que Io enjuiciamos desde aqu, desde el contexto sociolgico e hist-
rico propio de Espaa. Rodeados de una sociedad con las caractersticas de
Ia espaola y en cierta medida tambin de Ia hispanoamericana con Ia que
tantos contactos y tal efecto nos unen. Significa que esa lectura aqu se
hace con el talante de aqu, que propende siempre ms a las realidades con-
cretas que a lucubraciones ideolgicas. Si los msticos centroeuropeos tuvie-
ron una versin luminosa, fcil, llena de contenidos concretos, en nuestros
msticos del Siglo de Oro, parece que puede ser viable una operacin similar
y ver qu sonido dan las ideas que expuso magistralmente el padre Rahner
puestas en contacto con el realismo espaol.
Dicho de otra manera: todo el mundo suele estar conforme en las gran-
des ideas. La dificultad se presenta a Ia hora de realizacin. Como coment-
bamos riendo en una comisin que estaba tratando de reorganizar una Uni-
versidad Pontificia, el acuerdo era pleno a Ia hora de querer una Universi-
dad debidamente tradicional y con una sana apertura a Io nuevo ; profunda-
mente religiosa, pero sin enfermizos misticismos; trabajando seriamente en
Io cientfico, pero con el necesario contacto con el mundo. Las discusiones
empezaban cuando se trataba de articular un plan de estudios, seleccionar
una lista de posibles profesores o marcar una proporcin entre las horas de
explicacin terica y los ejercicios prcticos. As, de acuerdo por completo
con el padre Rahner en los grandes principios que expone, nuestra pregunta
muchas veces se cifrar en Ia manera de llevarlos a Ia prctica. Cuando, por
ejemplo, escriba (p. 124) que era necesario llegar a una Iglesia que est abier-
ta y, sin embargo, no pueda convertirse en una feria pblica en que todo es
pregonado y puesto a Ia venta, el espaol asiente convencido, pero se pregun-
ta inmediatamente cmo podr llegar a realizarse esto.
Qu hemos de hacer?
l Io hace, nada ms sencillo que dar una respuesta : suprmase ese obstculo,
de tal manera que, a medida que vaya disminuyendo el nmero de sacerdotes
celibatrios, vaya aumentando el de los que no Io son y los huecos se vayan
llenando. Pero cuando se piensa un poco ms a fondo o, si se quiere, con ese
sentido de Ia realidad al que somos tan aficionados, acaso hasta el exceso, los
hispanos, Ia cuestin se complica. Por de pronto todos envidiaremos al padre
Rahner por esa seguridad de que el problema radica en el celibato. Uno re-
cuerda haber hablado ms de una vez con ministros anglicanos (por poner el
ejemplo ms cercano a nuestro catolicismo romano) y nos confesaban que Ia
presencia o ausencia del celibato no supona prcticamente nada en el pro-
blema, y que sus seminarios se estaban quedando, pese a Ia ausencia del celi-
bato, prcticamente tan vacos como los nuestros. No parece tampoco que
los orientales unidos, sin celibato, hayan quedado inmunes a Ia crisis de las
vocaciones. Pero, en fin, esto sera un planteamiento superficial, sociolgico y
estadstico por el que confesamos no tener mucha predileccin.
Nuestra pregunta ira ms al fondo: desde los primeros siglos del cristia-
nismo hasta hoy Ia Iglesia ha mantenido entre tempestades y contradicciones
una ley que repugna profundamente a Ia naturaleza humana, en Ia que el ins-
tinto sexual es fortsimo. La crisis que se est produciendo, por obra de un
ambiente tan erotizado como el que padecemos, no es menor en sus dimen-
siones de Ia que se conoci en el terreno de los hechos durante parte de Ia
Edad Media o en el de las ideas bajo el influjo arrollador del humanismo
paganizante. Sin embargo, Ia Iglesia mantuvo siempre enhiesta esa bandera,
firmemente convencida de que Ia virginidad y Ia castidad perfecta eran un
valor que Jesucristo haba venido a traer del cielo a Ia tierra. Y Ia pregunta
se hace entonces insistente, particularmente dura: dnde est el criterio:
en el Evangelio, en las cartas de San Pablo, en Ia ininterrumpida tradicin, o
en las novedades de ltima hora? La pregunta es angustiosa y todos absoluta-
mente Ia sentimos: qu ha de hacerse: ceder o poner a Dios en trance de
definirse, enviando a su Iglesia las vocaciones que hoy faltan? Cuando en
Ia pgina 135 vemos al padre Rahner volver ms de intento sobre el tema,
han vuelto tambin a brotar en nuestro nimo estas mismas preguntas, y con
idntica intensidad.
Reconocemos Ia complejidad del problema, y es Io nico que queremos
sealar. Nos parece que dista mucho el que se pueda dar una solucin sim-
plista y pensar que, cediendo ese bastin, el sitio habr terminado y se habr
logrado Ia solucin del problema.
Nuestra Iglesia
En el contexto alemn en que Rahner escribe resulta de una gallarda sim-
ptica a los ojos espaoles el captulo que dedica a Ia Iglesia catlica roma-
na. Empezar diciendo que somos y seguiremos siendo en el futuro Ia Iglesia
catlica romana y que en s esto es evidente, y que ha de decirse bien
claro hoy, en vista de una alergia terica y prctica contra Roma, ampliamen-
El cambio estructural
Hablar o callar
las cosas sean complicadas no autoriza para inhibirse, sino que exige ms
estudio, ms cuidadosa informacin, mayor reflexin y ms oracin para
poder dar un dictamen prctico. La Iglesia, que durante siglos se ha procla-
mado tutora de la fe y las costumbres, no puede dejar inerme e indefenso
a uno de sus hijos a quien se ha planteado un grave caso de conciencia. Decir
a esa Iglesia que se limite a dar unos principios generales, que no descienda al
casuismo, que se remita a Ia propia conciencia del individuo, no nos parece
admisible.
En primer lugar, porque no sabemos cmo puede formarse una conciencia
sin hacer aplicaciones concretas. Envidiamos al padre Rahner y a sus alum-
nos alemanes, que podan moverse en Ia regin de los principios abstractos
sin tener que descender a los ejemplos. Los profesores espaoles, por exigen-
cia de nuestros alumnos, los tenemos que poner continuamente. Y slo con
tales ejemplos nos entienden. En segundo lugar, porque, formulados esos prin-
cipios, si Ia consecuencia es clara, no formularla nos parece una cobarda.
Tenemos adems muy serias dudas de que un cristiano normal, aunque po-
sea una cultura de rango universitario, que no es el caso de Ia mayora, pueda
aplicar rectamente esos principios en muchos casos.
No vemos claro Io que se intenta al pedir que Ia Iglesia se calle y deje de
formular dictmenes en materias concretas cuando de moral se trata. Pero
mucho menos Io entendemos despus de leer el captulo Opciones concre-
tas. El autor, que ha pedido a Ia Iglesia que se remita a Ia conciencia del
individuo al tratarse de temas morales, Ie pide ahora que se pronuncie, sin
hacer intervenir el peso de su autoridad plenamente, sobre temas concretos.
Temas que, segn puede apreciarse por Ie contexto, pertenecern muchas ve-
ces al cambiante terreno del gobierno temporal y de Ia poltica.
Sencillamente, no entendemos cmo puede pedirse una actitud de inhibi-
cin en Io moral y una continua presencia, con opiniones concretas, en el
terreno de las opciones polticas. Pero tal vez ayude a entender Ia contrapo-
sicin de estos dos apartados una lectura entre lneas. Si vemos en Ia cen-
sura a Ia Iglesia que moraliza el recuerdo de Ia Humanae vitae, todas las
alusiones se entienden perfectamente. Aun Ia que se refiere al desgaste que
sufri Ia autoridad eclesistica al dar un dictamen que result ingrato y desa-
gradable a muchsimos catlicos, incluidos extensos sectores del clero. La ala-
banza a Ia Iglesia que interviene en opciones concretas mira ms bien a las
crticas qu esa Iglesia haga de Ia sociedad de consumo, de algunos regmenes
polticos, de ciertas situaciones injustas, etc.
Y aqu es donde el lector queda desorientado. En primer lugar, porque no
distingue con mucha exactitud dnde termina un dictamen moral y comienza
una apreciacin puramente prctica. Cuando el papa destron a Ia reina
Isabel de Inglaterra y liber a sus subditos del juramento de obediencia,
daba un dictamen moral de los que no hay que dar o una opinin poltica
de las que conviene que d? No Io sabemos. Pero en verdad extraa que
quienes tienen aquel acto por una manifestacin intolerable de teocracia quie-
ran que Ia Iglesia dictaminase en el siglo XX sobre Ia pasada guerra del
dad nos parece un remedio ya utilizado (quin dio nunca Ia misma fuerza a
Ia Rerum novarum o a un discurso del papa que a Ia bula de promulgacin del
dogma de Ia Asuncin?) y que deja intacta Ia verdadera cuestin.
En sntesis, aunque creamos con Rahner que lo importante sera que los
los cristianos de hoy y de maana se volvieran sensibles en Io ms ntimo
al hecho de que una afirmacin doctrinalmente muy problemtica puede en-
cerrar una opcin fundamental para el futuro; sin embargo, preferimos no
ver a Ia Iglesia haciendo afirmaciones doctrinalmente muy problemticas,
que dejaramos para los escritores, los telogos y los fieles destacados, y Ia
queremos ver aplicada ms bien a darnos afirmaciones muy seguras en
materia de fe y de costumbres, sin desampararnos cuando tengamos que for-
mar nuestra conciencia en serios problemas morales. Es nuestro humilde pun-
to de vista. Me siento ms atrado por el papa diciendo no a Enrique VIII y
su intento de legalizacin de Ia propia bigamia, con el desgaste que supuso
Ia prdida del reino de ms porvenir de toda Ia cristiandad, que al hipottico
papa que callara cucamente y se remitiera a Ia conciencia del rey para
evitar tales desgastes. Y me alegro con toda mi alma de que Po XII, cuan-
do Europa estaba de punta a punta en manos de Ia barbarie nazi, dijera, por
medio de Ia Congregacin de Seminarios, que nos aclararan Ia mentira de
las tesis bsicas del racismo, y por medio del Santo Oficio, que era radical-
mente ilcita Ia directa occisin de los rehenes. Cuando bajo Ia tremenda pre-
sin de tanta brillantez dialctica y tanto xito poltico aparente podamos
caer en Ia perplejidad que Rahner describa, las lneas maestras de Ia Mz
brenender Sorge se concretaban en un dictamen moral, que era para nosotros
una luz y un alivio, y por parte del papa un servicio inapreciable, al que los
fieles no podemos ni queremos renunciar (cf. p. 88).
Espritu y servicio
Tres notas nada ms para no hacer interminable esta nota. La primera, de
aplauso cerrado a cuanto Rahner dijo respecto al bsico problema de conser-
var nuestra Iglesia como autntico reducto de espiritualidad. Sin eso nada se
har. Es algo que no puede suplirse con las frmulas brillantes, con los sis-
temas ms perfectos de organizacin y actuacin, con las prospeccines psico-
lgicas o siciolgicas ms rigurosas. La gran tragedia de Ia Iglesia postcon-
ciliar es su gradual prdida de espiritualidad. El cristianismo ha de presen-
tarse sin arrogancia, pero con firmeza, como portador de una fe, de una es-
peranza y de una caridad referidas directamente a Dios. De ellas saca fuerzas
para hacer todo Io dems. Y sin ellas queda inerme y desvalido. El trato con
Dios, ntimo y hasta experimental si fuera alcanzable, no es un componente
ms. Es Ia base misma de su vivir y de su actuar 3 .
Ms apertura
con rigor unas categoras jurdicas, rompieron por completo con las Iglesias
orientales desunidas. Por ah andan estudios en los que aparecen jesuitas
de intacta ortodoxia confesando y predicando con licencias de los patriarcas
orientales no unidos. El mismo Concilio hizo a este respecto concesiones
bien significativas, y ninguno de nosotros tiene que ir muy lejos para recordar
haber dado Ia comunin a algn oriental separado o evocar Ia comunin re-
cibida por algn catlico en Ia Iglesia ortodoxa viajando por Rusia o algn
otro pas del Este.
Pero se quiere llevar las cosas hasta el lmite. Y hacer entrar sin distin-
cin en ese marco a otros cristianos de quienes se duda fundadamente, si es
que no se niega con certidumbre, Ia validez de los ministerios y su fe en algu-
nos dogmas fundamentales. Admitimos que Ia Iglesia que se nos describe en
el libro tenga un cierto atractivo: todos los cristianos han superado los mo-
tivos de divisin que tenan y se han unido en esa Iglesia ecumnica que
Rahner nos describe. Es algo muy atractivo, Io repetimos, pero que plantea
tremendos interrogantes. Uno, superficial an: hacia adonde ira el con-
tagio? Seran conquistados los no catlicos por los catlicos? No se dara
lugar a un cierto escepticismo? Reconozcamos que resulta fuerte, al menos
para una mentalidad espaola, sentirse perteneciente a Ia misma Iglesia de un
cristiano que tiene Ia misa por un acto de idolatra, Ia justificacin como algo
meramente atributivo, el nmero de sacramentos muchsimo ms reducido.
Decir entonces que estamos dentro de una misma Iglesia sera dar plena ra-
zn a Po XI, cuando en su discutidsima encclica Mortalium nimos preve-
na contra un pancristianismo como posible meta del movimiento ecum-
nico.
Pero todas estas observaciones seran superficiales, insistimos. El nico,
el tremendo, el decisivo interrogante que una Iglesia tan abierta plantea
es el siguiente: esa Iglesia as abierta, es Ia Iglesia que quiso Jesucristo?
Porque todo Io dems son lucubraciones. Nos puede parecer mejor una Iglesia
regida por un consejo que por una persona fsica; nos puede gustar ms una
Iglesia sin dogmas, basada en un etreo sentimiento religioso. Puede llegarnos
a entusiasmar una Iglesia exclusivamente dedicada al cuidado del prjimo.
Pero nosotros no somos dueos de configurar Ia Iglesia como queramos. Es a
su Autor a quien corresponde decir Ia ltima palabra. Y en verdad que Io que
los mismos apstoles escribieron acerca de las primeras herejas, Io que Ia tra-
dicin cristiana unnimemente y sin vacilacin ha venido estableciendo, no
parece compatible con ese atractivo proyecto de Iglesia abierta o ecum-
nica. Para lograr Ia unin de los cristianos se debe y se puede hacer todo...
Io que no sea traicionar al fundador.
Desde Ia base
sia desde Ia base. Y, sin embargo, su lectura choca fuertemente con Ia men-
talidad espaola. Acaso porque con un cierto excesivo realismo niegue el fun-
damento mismo de Ia distincin. Ms de uno recordar Ia clasificacin de las
calles cuesta arriba y cuesta abajo que haca un imaginario profesor de
higiene. A nuestro juicio, cualquier comunidad cristiana est hecha al mismo
tiempo desde arriba y desde abajo. Por poner un ejemplo : Ia parroquia rural
de Azceta, que tuvimos a nuestro cargo, actuaba desde abajo cuando haca
una colecta para fines caritativos y Ia remita al Obispado, cuando uno de
sus hijos marchaba al seminario para prepararse al sacerdocio, cuando dispo-
na fervorosamente Ia llegada del obispo en visita pastoral. Y reciba una ac-
tuacin desde arriba el da de nuestro nombramiento, o cuando se revisaron
los libros parroquiales para salvar algunos errores, o cuando vino el mismo
seor obispo a visitarnos. Todos los das se producan actuaciones en ambos
sentidos, hacia arriba y hacia abajo, menudas unas, como Ia peticin de una
dispensa o Ia recepcin del Boletn de Ia Dicesis; importantes otras, como
Ia enajenacin de unos bienes. Pero Ia idea de que all no actusemos desde
Ia base, porque no nos llamsemos comunidad de base, sino parroquia,
nos pareca a todos arbitraria.
Por otra parte, Ia idea de que, junto a Ia normal estructura de Ia Iglesia
en dicesis y parroquias, puedan existir otras agrupaciones tiene una muy re-
lativa novedad. Eso fueron las cofradas en Ia Edad Media o las congrega-
ciones marianas en tiempos modernos. Feligreses de diferentes parroquias se
han agrupado siempre buscando una prctica de Ia vida cristiana ms intensa
y unos compromisos ms radicales. Que como en Ia escuela de Cristo se
reunieran para fiagelarse, o se renan hoy para hablar de Chile no cambia el
fenmeno. Lo nico que cambia, y eso s que supone una novedad preocu-
pante, es su manera de mirar a Ia Iglesia institucional. Mientras aquellas or-
ganizaciones Ie admitan sin problematizar, estas otras modernas se sienten
despegadas, Ia critican y en algunas ocasiones prcticamente Ia abandonan.
Esto no significa que el experimento no tenga aspectos positivos muy valio-
sos. Cierto que Ia descripcin entusiasta que nos hace Rahner de esas comu-
nidades base, en las que, inmunes a todo contacto paganizante, libres de los
contagios sociolgicos hoy existentes, despegados y puros, los miembros de
esas comunidades realizan plenamente Ia caridad, viven sin problemas de tipo
democrtico y realizan una labor admirable de penetracin y apostolado, se
parece demasiado a otras descripciones que uno ha ledo ya refirindose a
otras organizaciones que existieron y existen, desde las congregaciones ma-
rianas al Opus Dei o los cursillos de cristiandad. El tiempo vendr a poner
un emoliente en algunas de esas afirmaciones. Pero nadie negar Ia sinceridad
religiosa, el entusiasmo teido a veces de mesianismo que en ellas alienta.
Nosotros, con el Directorio del ministerio pastoral de los abispos, a una tam-
bin con Rahner, pensamos que es un fenmeno digno de ser tenido en cuen-
ta, fomentando y encauzando. Pero condicionndolo fuertemente a que no
suponga una reduccin de horizonte, sino ms bien una amplificacin.
Decimos esto por dos razones. La primera, por el miedo que nos inspira
Find
Llegamos ya a Ia meta de este largo recorrido, que poda haber sido to-
dava mucho ms largo simplemente con ir tirando de los cabos que nos ofre-
ca un libro tan denso y tan sugestivo. Creemos que ha quedado claro el inte-
rs que para un hispano ofrece esta lectura. La sntesis entre el conocimiento
vivo de Ia realidad y una disciplina intelectual rigurosamente llevada tiene
que resultar feliz. Cierto que los diagnsticos son en esta hora mucho ms
fciles que Ia teraputica. Cuando formulbamos objeciones a los remedios
que Rahner nos ofreca, nosotros mismos nos preguntbamos si esa crtica
podra encontrar una formulacin positiva y en ocasiones tenamos que res-
pondernos que no. No es que Rahner no acertara y que nosotros tampoco
Io logrramos. Es que tal vez no exista. Como en el caso del investigador
sobre el cncer que se pregunta ansiosamente si hay algn remedio verda-
deramente eficaz y sigue buscndolo a pesar de su reiterado fracaso, libros
como el de Rahner suponen tambin una meritoria posicin. No abandonarse
al pesimismo, continuar reflexionando, escrutar los signos de los tiempos,
tantear nuevos caminos es algo extraordinariamente meritorio en un mundo
como en el que nos encontramos. Y esto ms cuando los seminarios humani-
zados se vacan, las rdenes religiosas de observancia suavizada ven clarear
sus filas, Ia Iglesia ms acomodada al mundo pierde su mordiente a Ia hora
de conquistar nuevos ambientes y aquellas cosas que en torno al Concilio nos
pareca que iban a ser decisivas se muestran inoperantes.
LAMBERTO DE ECHEVERRA