Carta de Juan Bautista Ritvo
Carta de Juan Bautista Ritvo
Carta de Juan Bautista Ritvo
Hay un mrito en la carta de del Barco, algo que no puedo negar aunque, ya se
ver, discrepe muy fundamentalmente con sus principios y consecuencias.
Empecemos por sto: en la Biblia, "no matars" es una mxima tribal; lejos de
ser un mandato universal e irrestricto, remite al nosotros del grupo judo, ese
nosotros que se funda, como cualquier masa (y esta s es una montona ley
universal), en la discriminacin e incluso en la segregacin de los otros.
Igualmente (ib. II,II, q. 40) es lcito dar muerte a otro en el curso de una
guerra justa.
Toda tica que no sea agonstica, toda tica que no acoja en s y para s el
conflicto de las ticas, la tensin entre el deseo y la voluntad, el choque de
voluntad con voluntad, lo concreto de hombres diferentes, diferenciados,
enfrentados, y no esa insulsez de un "otro" genrico, indeterminado, apto para
moral de confesionario o de campus universitario, est echada a perder en
tanto sustrae mi cuerpo y el cuerpo del prjimo, lo sustrae a sus
determinaciones, ms singulares que especficas: el cuerpo del otro como
mujer, como hombre, como explotador, como explotado, como padre, como
hermano, como rival, como amante, etc.
Nos llevara muy lejos discutir tales cuestiones; baste decir, por ahora, que el
abismo entre lo universal, objeto de sophia, y lo particular la frnesis es
disciplina de lo particular(5) no puede ser colmado apodcticamente y que no
hay norma tica alguna que pueda quedar al abrigo de los equvocos de la
interpretacin, lo cual no quiere decir que estemos sujetos al oportunismo o a
la hipocresa e incluso a las ambigedades canallescas, porque hay o debe
haber principios, con seguridad, mas ellos desaparecen absorbidos por la
frnesis de lo singular para reaparecer bajo formas constantemente
cambiantes, aunque siempre reconocibles.
Que desaparezcan no quiere decir que no existan sino que son, a la vez,
necesarios e insuficientes: el tiempo y las circunstancias de cada situacin
imponen lmites que desbordan las previsiones, instrumentos y preceptos
genricos, aunque slo con estos es abordable de modo inicial y terminal:
empezamos con los principios y retornamos a ellos pero de otro modo, y ese
modo sigue siendo, como dira el Estagirita, el modo de la contingencia.
Tal el caso de las guerras justas y en particular las guerras contra el invasor.
Pero debe ser un principio que entre en tensin con lo que es sin ignorarlo,
como suele hacer la actual filosofa poltica, la que cree que por usar palabras
grandilocuentes utopa, deber ser, etc puede desentenderse
livianamente de lo que es, de lo que los clsicos llamaban naturaleza
humana, vocablo que podemos retener no para oponerlo simplemente a la
cultura o a la historia en un esfuerzo sin duda trivial, sino para mostrar que
hay en el hombre fuerzas irracionales cuya presencia puede medirse en sus
efectos y causas secundarias sin que podamos, no obstante, reducir su causa
ltima.
Desde luego, aquella poca, la de la guerrilla era, aqu y en todos lados, una
poca redentorista. La actual, segn nos alejamos de esos aos, es para
decirlo de alguna manera, realista, resignada y para algunos cnica; pero
igualmente, en la medida en que a veces la cada de los ideales suele aportar
cierta lucidez suplementaria, podemos apreciar cosas como el asesinato de
Aramburu a manos de los Montoneros, ceremonia horrorosa que no slo
muestra, a travs de la admiracin por el general, la identificacin con el
enemigo cuyas virtudes se asimilan canibalsticamente, sino la clase de guerra
que esperaba el grupo subversivo.
Pero no; ellos, junto con las FAR y el ERP, inflamados todos por la niebla
redentorista, heroica, fatalmente apocalptica, desconocan que poco a poco se
iban quedando solos, a merced de fuerzas represoras que contaban con la
pasiva complicidad de una poblacin atemorizada, cuando no activamente a
favor de ellas, desconocan que comprometan tambin a otros que se oponan
a la dictadura sin compartir ni su estrategia ni su tctica y que favorecan, de
tal manera, el derrumbe de la frgil resistencia civil.
NOTAS
(3) Acabo de leer una falacia muy corriente en esta poca: "Si puede decirse
que el asesinato, el odio, designan todo lo que excluye lo cercano" (Derrida,
J. Dufourmantelle, A.; La hospitalidad, de la Flor, Buenos Aires, 2000, p. 10).
Es al revs! Frente al mundo bienpensante Schopenhauer y Freud tenan
razn: es la proximidad, la extrema proximidad la que hace que explotemos de
odio. Cuando la tica ignora al psicoanlisis y a la antropologa, cuando cree
que puede postular un deber ser al margen de lo que es, caemos en estas
idealizaciones.