Angeles e Insectos

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 1214

Con estas dos novelas cortas,

claramente diferenciadas pero que


resuenan la una en la otra y se
articulan como un dptico, Antonia
S. Byatt contina la exploracin de
la era victoriana, el riqusimo
territorio de su novela Posesin.
El hroe de Morpho eugenia es
William Adamson, un naturalista y
entomlogo de treinta y cuatro
aos que a su regreso a Inglaterra,
tras haber pasado quince das a la
deriva en el mar y perderlo todo en
el naufragio, acepta trabajar para
sir Harald Alabaster, un catico

coleccionista
de
restos
y
excentricidades de la naturaleza. Sir
Alabaster, adems, tiene una hija
tan hermosa como las mariposas
que dan ttulo a la novela, y William
se enamorar y se casar con la
bella Eugenia. Pero los placeres
conyugales a los que aspira el
inocente entomlogo quiz sean
tan letales como los de los machos
de ciertas especies de insectos que
l ha estudiado, y el laberinto de
relaciones y jerarquas familiares de
los Alabaster oculta secretos
perversos que William deber
desvelar para recuperar la libertad
y encontrar el amor verdadero.

Si Morpho eugenia es una perfecta


novela gtica, esa fuente de
placeres
y
estremecimientos
literarios que debemos agradecer a
los victorianos, El ngel conyugal se
inscribe dentro de otro gnero no
menos atractivo y britnico, la
historia
de
fantasmas.
Lilias
Papagay, la esposa del capitn que
hace aos llev a William al
Amazonas y desapareci luego en
el mar, organiza en su casa, con la
ayuda de Emily Tennyson, sesiones
de espiritismo para hablar con los
seres perdidos y amados. Aunque, y
todo habr de descubrirse, Lilias no
est segura de haber perdido

definitivamente a su capitn, ni
Emily de que su difunto prometido
amigo de su hermano, el poeta
Alfred Tennyson, e inspirador de
una clebre elega, fuera capaz,
en sus das en este lado del mundo,
de un slido y terrenal amor por
una mujer.

A. S. Byatt

ngeles e
insectos
ePub r1.0
Titivillus 03.03.16

Ttulo original: Angels and Insects


A. S. Byatt, 1992
Traduccin: Javier Lacruz
Ilustracin de la cubierta: Martin Gehring
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2

Para Jean-Louis Chevalier

Morpho eugenia

Debera bailar, seor Adamson


dijo lady Alabaster desde su sof. Es
usted muy amable al quedarse conmigo
aqu sentado y traerme vasos de
limonada, pero la verdad es que creo
que
debera
bailar.
Nuestras
muchachitas se han puesto guapas en su
honor, y me gustara que sus esfuerzos
no hubiesen sido en vano.
Me parece que estn todas
preciosas dijo William Adamson,
pero ya se me han olvidado los bailes de
saln.
En la selva no se bailar mucho
afirm el seor Edgar Alabaster.
Al contrario. Se baila muchsimo.
Hay fiestas religiosas, fiestas cristianas,

en las que toda la comunidad se pasa


semanas enteras bailando. Y en el
interior hay danzas indias, en las que
uno tiene que imitar los saltitos de los
pjaros carpinteros o el meneo de los
armadillos horas y horas.
William abri la boca para decir
ms cosas, y la volvi a cerrar. La
tendencia a la avalancha de datos era un
gran defecto de las personas que
regresaban de un viaje.
Lady Alabaster acomod sus carnes
embutidas en seda negra sobre el satn
rosa de su sof. Insisti.
A no ser que usted mismo la elija,
voy a pedirle a Matty que le busque una
bonita pareja.

Las muchachas pasaban ante ellos


dando vueltas, resplandecientes a la luz
de las velas: rosa nacarado y azul
celeste, plata y amarillo limn, gasa y
tul. Una pequea orquesta de dos
violines, una flauta, un fagot y un
violonchelo rasgueaba, chirriaba y
retumbaba en la galera de los msicos.
William Adamson senta cmo le
apretaba el traje que le haba prestado
Lionel Alabaster, pero estaba a gusto.
Recordaba una festa en el ro
Manaquiry, iluminada con lmparas
hechas con media cscara de naranja
llena de aceite de tortuga. Haba bailado
con la Juiza, la reina de la fiesta,
descalzo y en mangas de camisa. All su

piel
blanca
le
haba
llevado
automticamente a presidir la mesa.
Aqu pareca cetrino, con aquel dorado
de ictericia aadido al moreno del sol.
Era alto y flaco por naturaleza, pero
estaba casi cadavrico tras sus terribles
experiencias en el mar. La gente, plida
a la luz tenue, pasaba rpidamente
bailando la polca, murmurndose cosas.
La msica par, las parejas despejaron
la pista mientras aplaudan y se rean. A
las tres hijas de los Alabaster las traan
de vuelta hasta el grupo que rodeaba a
su madre. Eugenia, Rowena y Enid.
Las tres eran criaturas marfileas y
de un dorado claro, de grandes ojos
azules y largas pestaas claras y

sedosas,
visibles
nicamente
a
contraluz. Enid era la ms joven; an le
quedaba un rastro de gordura infantil, y
llevaba un vestido de organd rosa
fucsia guarnecido con capullos blancos,
adems de una corona tambin de
capullos con una redecilla de cintas
rosas en el pelo. Rowena era la ms
alta, la risuea, la que tena un color
ms vivo en las mejillas y en los labios,
y la cola del pelo recogida en la nuca,
tachonada de perlas y de margaritas con
un toque encarnado. La mayor, Eugenia,
llevaba unas enaguas de seda lila
cubiertas de muselina blanca, un
ramillete de violetas en el pecho, ms
violetas en la cintura, y violetas y yedra

entretejidas en su lustrosa cabeza


dorada. Sus hermanos tambin tenan
aquella coloracin dorada y blanca.
Formaban un grupo encantador y
homogneo.
El pobre seor Adamson no tena
ni idea de que bamos a dar un baile a su
llegada dijo lady Alabaster.
Vuestro
padre
le
escribi
inmediatamente para invitarlo cuando se
enter de que lo haban rescatado en el
mar despus de llevar quince das a la
deriva en el Atlntico, qu horror. Y
vuestro padre, naturalmente, pens ms
en las ganas que tena de ver los
especmenes del seor Adamson que en
la fiesta que habamos preparado. As

que, cuando lleg el seor Adamson, se


encontr con toda la casa revuelta y los
criados corriendo de ac para all en
medio del ms absoluto desorden.
Afortunadamente, tiene una estatura muy
parecida a la de Lionel, que pudo
prestarle un traje.
De todas formas, no habra tenido
qu ponerme dijo William. Todas
mis pertenencias terrenales o se han
quemado, o se han hundido, o las dos
cosas, y entre ellas no haba un traje de
etiqueta. Durante mis dos ltimos aos
en Ega ni siquiera tuve un par de
zapatos.
Vaya,
vaya!
dijo
lady
Alabaster con soltura, deba usted de

disponer de inmensos recursos de fuerza


y de valor. Estoy segura de que no le
fallarn a la hora de darse una vuelta
por la pista de baile. Vosotros tambin
tenis que cumplir con vuestro deber,
Lionel y Edgar. Aqu hay ms damas que
caballeros. Siempre pasa lo mismo, no
s en qu consiste, pero siempre hay
ms damas.
La msica volvi a sonar: un vals.
William hizo una reverencia a la
seorita Alabaster ms joven, y le
pregunt si le conceda aquel baile. Ella
se ruboriz, sonri y acept.
Me mira usted a los zapatos de
otra forma dijo William, mientras la
sacaba a bailar. No slo teme que

baile torpemente, sino que mis pies se


tropiecen con sus bonitas zapatillas por
la falta de costumbre. Procurar
evitarlo. Pondr todo mi empeo. Tiene
que ayudarme, seorita Alabaster, tiene
que apiadarse de mi ineptitud.
Todo esto tiene que parecerle muy
extrao dijo Enid Alabaster,
despus de tantos aos de peligros, de
penas y de soledad, participar en una
fiesta de esta clase.
Me parece precioso dijo
William, mirndose los pies y ganando
confianza. El vals se bailaba en ciertas
clases de sociedad en Par y en Manaos;
haba dado vueltas y vueltas con damas
de piel aceitunada o aterciopelada y

morena, de moral dudosa o carentes de


ella. Haba algo inquietante en la
criatura suave y blanca que sostena
entre sus brazos, saludable como la
leche y a la vez etreamente intangible.
Pero sus pies se movan seguros de s
mismos.
Baila usted muy bien el vals
dijo Enid Alabaster.
No tan bien como su hermano, por
lo que veo dijo William.
Edgar Alabaster estaba bailando con
su hermana. Era un hombre corpulento y
musculoso; el pelo rubio se le rizaba
formando ondas uniformes pero
despeinadas en lo alto de su esbelta
cabeza, y tena la espalda tiesa y

derecha. Pero aquellos pies enormes se


movan rpida e intrincadamente para
trazar elegantes dibujos con sus saltitos
junto a las zapatillas gris perla de
Eugenia. No se dirigan la palabra.
Edgar miraba por encima del hombro de
Eugenia,
ligeramente
aburrido,
inspeccionando la sala de baile. Eugenia
tena los ojos semicerrados. Daban
vueltas, flotaban, se detenan un instante,
giraban sobre sus pies.
Practicamos mucho en clase
dijo Enid. Matty toca el piano y
nosotras no paramos de bailar. A Edgar
le gustan ms los caballos, claro, pero
en realidad lo que le gusta es moverse,
como a todos nosotros. A Lionel no se le

da tan bien. No se deja ir de la misma


manera. Algunos das me parece que
podramos estar bailando siempre, como
las princesas del cuento.
Las que desgastaban sus zapatillas
a escondidas todas las noches.
Y por la maana estaban agotadas,
y nadie saba por qu.
Y se negaban a casarse de tanto
que les gustaba bailar.
Algunas seoras casadas tambin
bailan. Ah tiene a la seora
Chipperfield, mire, la de verde claro.
Baila muy bien.
Edgar y Eugenia haban abandonado
la pista y regresado a sus puestos junto
al sof de lady Alabaster. Enid sigui

hablndole a William de su familia.


Cuando volvieron a pasar por delante
del sof, le dijo:
Eugenia era la que lo haca mejor
de todas, antes de su desgracia.
Qu desgracia?
Ver, se iba a casar, pero su
prometido, el capitn Hunt, se muri de
repente. Fue un golpe terrible, la pobre
Eugenia empieza ahora a recuperarse.
Yo creo que es como quedarse viuda sin
haber estado casada. No hablamos de
ello. Pero todo el mundo lo sabe, claro.
No soy una chismosa, sabe? Pero pens
que, ya que va a quedarse aqu una
temporadita, le vendra bien saberlo.
Gracias. Es usted muy amable.

As no dir ninguna tontera sin darme


cuenta. Cree que bailara conmigo si se
lo pidiese?
Puede ser.

Y as fue. Le dio las gracias muy


seria, alzando levemente sus suaves
labios y sin la menor alteracin de sus
ojos profundos y distantes (o al menos
as era como los vea l), y alz las
manos elegantemente para coger las
suyas. Su presencia, al asirla (o eso le
pareci) era ms liviana, ms flotante,
menos saltarina que la de Enid. Sus pies
eran diestros. Contempl desde las
alturas su cara plida y vio aquellos

prpados grandes, veteados de azul, casi


translcidos, y las espesas franjas de
pestaas de oro blanco que los orlaban.
Sus finos dedos, que descansaban en los
suyos, estaban enguantados y tan slo
tibios. Los hombros y el busto
sobresalan, blancos e inmaculados, de
aquella espuma de tul y muselina, como
Afrodita de las olas. Una sencilla hilera
de perlas, blanco nacarado sobre blanco
nacarado que slo se distingua por el
brillo, descansaba sobre sus clavculas.
Estaba orgullosamente desnuda, y a la
vez era absolutamente intocable. La
llevaba por la pista, y senta, para su
vergenza y asombro, las inequvocas
turbulencias y aceleraciones de la

excitacin corporal en l mismo.


Recompuso la figura dentro del traje de
etiqueta de Lionel Alabaster, y pens (al
fin y al cabo era cientfico y
observador) que aquellos bailes estaban
hechos para despertar su deseo
precisamente de esa forma, por muy
recatados que fueran los guantes de la
joven que sostena entre sus brazos, o
por muy inocente que fuera su vida
cotidiana. Record la danza del vino de
palmera, un crculo ondulante que, a un
cambio de ritmo, se rompa para
transformarse en parejas abrazadas que
se ponan a instigar y a bailar alrededor
de la vctima propiciatoria, el bailarn
que se haba quedado sin pareja. Se

acordaba de cmo lo haban agarrado,


de cmo lo haban restregado con la
boca y con las manos, de cmo se le
haban arrimado provocativamente, en
un derroche de energa, mujeres de
pechos morenos y brillantes por efecto
del sudor y del aceite, cuyos dedos
carecan de pudor.
Pareca que nada de lo que haca
ahora escapaba a esa doble visin, de
cosas vistas y hechas de otra manera, en
otro mundo.
Est pensando en el Amazonas
dijo Eugenia.
Le lee usted el pensamiento a la
gente?
Qu va. Pero me pareci que

estaba muy lejos. Y eso est lejos.


Estaba pensando en la belleza de
todo esto: la arquitectura, y las
jovencitas con sus gasas y sus encajes.
Estaba mirando esta hermossima
bveda gtica en abanico que forma un
arco sobre nosotros, y pensaba en las
palmeras que se alzan en la selva, y en
todas las preciosas mariposas como de
seda que revolotean entre ellas, muy
arriba, sin que se pueda cogerlas.
Tiene que ser muy curioso dijo
Eugenia; hizo una pausa. He hecho
una cosa muy bonita, una especie de
colcha, o mejor un bordado, con algunos
de los primeros ejemplares que le envi
a mi padre. Los he prendido con mucho

cuidado, son un primor; dan un poco la


sensacin de un cojn festoneado, slo
que sus colores son ms delicados que
los de cualquier seda.
Los indgenas se crean que los
coleccionbamos para los dibujos del
percal. sa era la nica manera que
tenan de explicarse nuestro inters por
ellos, ya que las mariposas no se comen;
de hecho, creo que muchas son
venenosas, al alimentarse de plantas
venenosas. Y sas son precisamente las
ms luminosas, y vuelan por all lenta y
majestuosamente, luciendo sus colores a
modo de aviso. sas son los machos,
claro, que se ponen brillantes para sus
apagadas compaeras. Los indios se

parecen a ellas en eso. Es el hombre el


que se pone plumas vistosas y pinturas
de colores y piedras. Las hembras son
ms discretas. Mientras que aqu los
hombres llevamos caparazones como si
furamos escarabajos negros. Y ustedes,
las damas, son como un jardn de flores
en desbandada.
Mi padre lo sinti tanto cuando se
enter de que haba perdido usted tantas
cosas en ese naufragio horrible. Por
usted, y por l mismo. Tena muchas
ganas de ampliar su coleccin.
Consegu salvar una o dos de las
ms raras y de las ms bellas. Las tena
guardadas en una caja especial debajo
de la almohada (me gustaba mirarlas),

as que estaban a mano para cogerlas


cuando vimos que debamos abandonar
el barco. Es un poco pattico salvar una
mariposa
muerta.
Pero
una,
especialmente, es una rareza; no le voy a
decir nada ms, pero creo que su padre
se alegrar de tenerla, y usted tambin,
pero es una sorpresa.
No me gusta nada la gente que me
dice que va a darme una sorpresa pero
no me dice lo que es.
No le gusta el suspense?
Nada de nada. Me gusta saber
dnde estoy. Me dan miedo las
sorpresas.
Entonces tengo que acordarme de
no darle nunca una sorpresa dijo l, y

le pareci que haba dicho una tontera,


y no se sorprendi cuando ella no
respondi. Tena una manchita carmes,
del tamao de una hormiga mediana,
donde se juntaban, o se dividan, sus
pechos redondos, donde empezaba una
sombra violeta. Haba venas azules
diseminadas por la superficie cremosa,
justo debajo de la piel. Su propio
cuerpo volvi a tirar de l, y se sinti
procaz y peligroso.
Es todo un privilegio dijo
que se me permita formar parte de esta
familia tan feliz durante una temporada,
seorita Alabaster.
Al orlo, ella levant la vista hacia
l, y abri sus enormes ojos azules. Los

tena baados en lo que parecan


lgrimas no derramadas.
Adoro a mi familia, seor
Adamson. Somos muy felices juntos.
Nos queremos muchsimo.
Tienen ustedes suerte.
Pues s, s que la tenemos. Ya lo
s. Tenemos mucha suerte.

Desde sus diez aos en el


Amazonas, y ms an desde aquellos
das delirantes a bordo de un bote
salvavidas en el Atlntico, William
haba llegado a ver las camas inglesas,
limpias y mullidas, como el corazn de
un reducto de gloria terrenal. Aunque ya

era de madrugada cuando se retir a su


habitacin, haba una doncella delgada y
silenciosa esperando para traerle agua
caliente y templarle las sbanas mientras
se mova rpidamente delante de l con
los ojos bajos y pasos sigilosos. Su
dormitorio tena una ventanita salediza
excavada en la pared, con una vidriera
redonda que representaba dos lirios
blancos.
Dispona
de
modernas
comodidades entre sus paredes gticas:
una cama de caoba con una intrincada
talla de hojas de yedra y bayas de
acebo, cuyo lecho consista en un
colchn de plumas de ganso, suaves
mantas de lana y una colcha nvea con
rosas Tudor bordadas. Sin embargo, no

se meti inmediatamente entre las


sbanas, sino que puso la vela en el
escritorio y sac su diario.
Siempre haba llevado un diario.
Cuando era joven, en un pueblo a las
afueras de Rotherham en Yorkshire,
haba hecho examen de conciencia por
escrito cotidianamente. Su padre era un
prspero carnicero y un devoto
metodista que haba enviado a sus hijos
a una buena escuela de la localidad,
donde aprendieron griego y latn y
algunas nociones de matemticas, y
adems les haba exigido que fueran al
templo. Los carniceros, haba observado
William, con nimo clasificador incluso
entonces, tendan a ser hombres entrados

en carnes, extrovertidos y de fuertes


convicciones. Martin Adamson, como su
hijo, tena una melena de pelo oscuro y
lustroso, una nariz larga y maciza, y unos
penetrantes ojos azules bajo unas cejas
rectas. Disfrutaba con su oficio, con el
descuartizamiento
de
las
reses
sacrificadas y su destreza con el
cuchillo o su habilidad para hacer
salchichas y empanadas, y le tena un
miedo terrible al fuego del infierno,
cuyas llamas parpadeaban de da al
borde de sus fantasas y consuman de
noche sus sueos. Surta de carne de
vaca de primera calidad a los
propietarios de los molinos y de las
minas en sus puestos, y de pescuezos y

rollos de carne picada a los mineros y a


los empleados de las fbricas en los
suyos. Tena puestas sus ambiciones en
William, pero en nada concreto. Quera
que se dedicase a buen negocio, con
posibilidades de expansin.
William se fue preparando para su
oficio en el corral y entre el serrn
sanguinolento del matadero. En la vida
que eligi al final, las habilidades de su
padre tuvieron un valor incalculable a la
hora de desollar, de armar o de
conservar ejemplares de aves, bichos e
insectos. Diseccionaba hormigueros y
saltamontes y hormigas con la exactitud
de su padre, pero reducida a una escala
microscpica. En los das de la

carnicera, su diario lo llenaban su


deseo de ser un gran hombre y las
reprimendas que se echaba a s mismo
por sus pecados de orgullo, de falta de
humildad, de amor propio, de dejadez,
de vacilacin al perseguir la grandeza.
Intent ser maestro de escuela y
supervisar a los cardadores de lana, y
escribi en su diario sobre la pena que
le daba el xito obtenido en estas tareas
(era un buen profesor de latn, vea lo
que no vean sus estudiantes; era un buen
supervisor,
poda
detectar
la
holgazanera y paliar los verdaderos
motivos de queja), porque no estaba
usando sus dones nicos, cualesquiera
que fuesen, no estaba yendo a ninguna

parte, y l pretenda llegar ms lejos.


Ahora no poda leer aquellos diarios
recurrentes y angustiosos, con sus gritos
de asfixia y sus pocas de autocensura,
pero los guardaba en un banco porque
eran un documento, un documento
preciso, del desarrollo de la mente y la
personalidad de William Adamson, que
an pretenda ser un gran hombre.

Los diarios haban cambiado cuando


empez a dedicarse al coleccionismo.
Daba largos paseos por el campo (la
parte de Yorkshire donde viva consista
en asquerosos sitios oscuros entre
campos y tierras escabrosas de gran

belleza), y al principio haba paseado en


un estado de ansia religiosa, combinado
con una devocin por la poesa de
Wordsworth, buscando seales del
Amor Divino en las flores ms humildes
que se llevaba el viento, en arroyos
burbujeantes y en las cambiantes
formaciones de las nubes. Pero luego
empez a llevar una caja de
coleccionista, a traer cosas a casa, a
prensarlas, a clasificarlas, con la ayuda
de la Enciclopedia de las plantas de
Loudon. Descubri las crucferas, las
labiadas, las rosceas, las leguminosas,
las compuestas, y con ellas la furiosa
variedad de formas que resultaron
encubrir para realzar as el riguroso

orden subyacente de las distintas ramas


familiares, que cambiaban con la
situacin y con el clima. Escribi
durante un tiempo en su diario sobre las
maravillas del Plan divino, y el examen
de s mismo dio paso insensiblemente al
registro de los ptalos observados, la
forma de las hojas en las que se haba
fijado, los pantanos, los setos y las
riberas enmaraadas. Su diario estaba
vivo por primera vez, gracias a una
felicidad que posea un objetivo.
Tambin comenz a coleccionar
insectos, y se qued asombrado al
descubrir los cientos de especies de
escarabajos que existan en unas pocas
millas cuadradas de un pramo abrupto.

Rondaba por el matadero, tomando nota


de dnde preferan poner sus huevos las
moscardas, de cmo se movan y
mascaban las cresas, del enjambre, de
su rebullir, de aquel revoltijo animado
por un principio ordenador. El mundo
pareca distinto, ms grande, ms
brillante; no capas de acuarela verde, y
azul, y gris, sino un dibujo deslumbrante
de finas lneas y puntitos mareantes,
azabaches, de un carmes rayado y
moteado, un esmeralda irisado, un
caramelo casi lquido, o plateados como
el lgamo.
Y entonces descubri su pasin
predominante, los insectos sociales.
Escudriaba las celdas uniformes de las

colmenas, observaba los carriles de


hormigas que se pasaban mensajes las
unas a las otras con sus delicadas
antenas, que trabajaban juntas para
trasladar alas de mariposa o tajadas de
pulpa de fresa. Se quedaba parado como
un gigante estpido y vea cmo
aquellos
seres
incomprensibles,
intencionadamente
inteligentes,
construan y destruan en las grietas de
sus propias losas. Ah estaba la clave
del mundo. Su diario se convirti en el
de un estudioso de las hormigas. Eso fue
en 1847, cuando tena veintids aos.
Ese ao, en el Instituto Tcnico de
Rotherham, conoci a un compaero,
entomlogo aficionado, que le ense

los informes de Henry Walter Bates en


la Zoolgica, sobre colepteros y otras
materias. Escribi a Bates, incluyendo
algunas de sus propias observaciones
sobre las sociedades de hormigas, y
recibi una amable respuesta, que lo
alentaba en su trabajo y aada que el
propio Bates con mi amigo y
colaborador en este campo, Alfred
Wallace, estaba planeando una
expedicin al Amazonas en busca de
criaturas desconocidas. William ya
haba ledo el relato sumamente
pintoresco de Humboldt y W. H.
Edwards acerca de la exuberancia
salvaje, de los alegres y juguetones
coates, agutis y perezosos, de los

llamativos quetzales, motmotes, picos,


zorzales campanilleros, papagayos,
mnacos y mariposas del tamao de
una mano y del azul metlico ms vivo.
Haba millones de millas de selva sin
explorar; poda acoger en sus brillantes
profundidades
vrgenes
a
otro
entomlogo ingls, junto con Wallace y
Bates. Habra especies nuevas de
hormigas, que tal vez acabaran
denominndose
adamsonii;
habra
espacio para que el hijo de un carnicero
llegase a ser alguien grande.
Los
diarios
empezaron
a
entremezclarse
con
anotaciones
arrebatadas y visionarias de detalladas
sumas necesarias para el equipo, para

las cajas de recoleccin, de nombres de


barcos, de direcciones tiles. William
se puso en camino en 1849, un ao ms
tarde que Wallace y Bates, y regres en
1859. Bates le haba dado la direccin
de su agente, Samuel Stevens, encargado
de vender los especmenes que le
mandaban por
barco los tres
naturalistas. Stevens fue el que le
present a William al reverendo Harald
Alabaster, que haba heredado su
barona y su mansin gtica solamente
tras la muerte de un hermano sin hijos en
1848. Alabaster era un coleccionista
obsesivo que haba escrito a su amigo
desconocido largas cartas que llegaban
muy de tarde en tarde, en las que le

preguntaba por las creencias religiosas


de los indgenas, as como por las
costumbres de la esfinge colibr o la
hormiga sauba. William le contestaba:
las cartas de un gran naturalista desde un
territorio salvaje y sin hollar, salpicadas
de un sugestivo sentido del humor muy
crtico consigo mismo. Era Harald
Alabaster el que le haba contado el
calamitoso incendio del barco de
Wallace en 1852, en una carta que tard
casi un ao en llegar hasta l. De alguna
manera, William haba supuesto que
aquello era una especie de seguro
estadstico contra el naufragio de otro
naturalista en el viaje de vuelta, pero no
fue as. El bergantn, Fleur-de-Lys, se

haba podrido y era innavegable, y


William Adamson, a diferencia de
Wallace, que era ms despistado, no se
haba asegurado debidamente contra la
prdida de su coleccin. An lo invada
el sencillo placer que experimenta el
superviviente al seguir vivo, cuando le
lleg la invitacin de Harald Alabaster.
Hizo el equipaje con lo que haba
salvado, que inclua sus diarios
tropicales y las mariposas ms valiosas,
y parti hacia Bredely Hall.

Sus diarios tropicales estaban muy


manchados; de parafina en la que en su
da haba sumergido la caja donde los

guardaba para evitar que se los


comiesen las hormigas y las termitas; de
rastros de barro y de hojas estrujadas
procedentes de accidentes de canoa; de
agua salada, como si se tratase de
torrentes de lgrimas. Se haba sentado a
solas bajo un techo de hojas
entretejidas, en una choza con el suelo
de tierra, y haba garrapateado
descripciones de todas las cosas: las
hordas devoradoras de las hormigas
soldado, los gritos de las ranas y de los
caimanes, los propsitos homicidas de
su tripulacin, los chillidos montonos y
siniestros de los monos aulladores, las
lenguas de varias tribus con las que
haba estado, los variopintos dibujos de

las mariposas, las plagas de los


mosquitos que picaban, el desequilibrio
de su propio espritu en aquel mundo
verde donde todo era derroche,
crecimiento feroz, y una mera existencia
sin objetivos producto de la pereza.
Haba escrutado aquellas pginas a la
luz de lmparas de aceite de tortuga, y
dejado constancia de su soledad, de su
insignificancia ante el ro y la selva, de
su decisin de sobrevivir, mientras se
comparaba a s mismo con un mosquito
bailarn en un frasco de coleccionista.
Haba llegado a hacerse adicto a la
forma escrita de su propia lengua, que
no hablaba apenas nada, aunque hablaba
con soltura el portugus, la lingoa geral

empleada por la mayora de los


indgenas, y varios dialectos tribales. El
latn y el griego haban hecho que se
aficionara a los idiomas. Escribir hizo
que le cogiese gusto a la poesa. Ley y
reley El paraso perdido y El paraso
recobrado, que llevaba consigo, y una
antologa de Maravillas escogidas de
nuestros poetas mayores. Y a ella
recurri ahora. Deba de ser la una de la
madrugada, pero tena la sangre y la
mente aceleradas. No se poda dormir
an. Haba comprado un cuaderno
nuevo, de un elegante color verde con
tapas veteadas, en Liverpool, y ahora lo
abri por la primera pgina en blanco.
Copi en ella un poema de Ben Jonson

que siempre le haba intrigado, y que de


repente haba adquirido una urgencia
nueva.
Habis visto crecer siquiera un lirio
radiante,
antes de que toscas manos lo hayan
tocado?
Habis observado al menos la cada
de la nieve,
antes de que la tierra la haya tiznado?
Habis acariciado el pelo del castor
o el plumn del cisne en alguna
ocasin?
O habis olido el capullo del rosal
silvestre
o el nardo en la lumbre?

O habis probado el cestillo de la


abeja?
Pues as de blanca, as de suave, as
de dulce es ella!
Eso era exactamente lo que quera
consignar. Pues as de blanca, as de
suave, as de dulce es ella!, quera decir.
Fuera de eso, lo dems era un
terreno desconocido. Recordaba una
frase de un cuento de hadas de su
infancia, una frase que deca un prncipe
rabe sobre una encantadora princesa
china, y que le susurraban brevemente
espritus maliciosos mientras ella
dorma. Me morir si no puedo
tenerla, haba dicho el prncipe, a su

criado, a su padre y a su madre. William


sostuvo un momento la pluma sobre el
papel y luego escribi:
Me morir si no puedo tenerla.
Se qued un rato pensativo, pluma
en mano, y luego escribi de nuevo,
debajo de la primera lnea:
Me morir si no puedo tenerla.
Aadi:
No me morir, claro; eso es absurdo,
pero esa antigua declaracin procedente
de un viejo cuento parece reflejar
perfectamente la clase de corrimiento de
tierras, o de vorgine, que se ha
producido en mi mente desde esta noche.
Creo que soy un ser racional. He

sobrevivido, conservando la cordura y


el buen humor, a la inanicin casi
absoluta, al aislamiento prolongado, a la
fiebre amarilla, a la perfidia, a la
malevolencia, y a un naufragio.
Recuerdo que, de nio, al leer mi libro
de cuentos, esa frase fue como un
presentimiento del espanto, ms que del
placer, en que poda consistir el amor
humano. Me morir si no puedo
tenerla. El amor no me corra prisa. No
me esforc en buscarlo. El plan racional
que haba trazado para mi vida (adems
del plan romntico, que ahora coincide
con el racional, y los dos implican un
regreso a la selva, tras un razonable
descanso) no dejaba lugar a la bsqueda

de esposa, porque crea que no tena


ninguna especial necesidad de una. En
mi delirio en el bote, es verdad, y an
antes, ante las atenciones, o los
tormentos, de aquella bruja inmunda en
cuya casa me cur de la fiebre, so de
hecho de vez en cuando con una
presencia bondadosamente femenina,
como algo que necesitaba intensamente,
pero de lo que me haba olvidado sin
razn, como si un fantasma llorase por
m de la misma forma que yo lloraba por
ella.
Adnde quiero ir a parar? Escribo
casi en el mismo estado delirante por el
que pas entonces. Desde un punto de
vista convencional resultara chocante

que permitiera que la sola idea de


unirme a ella se apoderase de mi mente
(porque,
desde
una
perspectiva
convencional, nuestra posicin social es
muy distinta, y lo que es peor, yo no
tengo dinero ni visos de llegar a
tenerlo). Pero no me voy a dejar llevar
por la prudencia habitual (y no siento el
ms mnimo respeto por las categoras y
los rangos artificiales, basados en la
endogamia familiar y en frvolos
pasatiempos); soy un hombre tan vlido,
visto en su conjunto, como E. A., y me
atrevo a asegurar que he empleado mi
inteligencia y mi valenta fsica en
propsitos ms importantes. Pero qu
valor tendra esa consideracin para

cualquier familia as, construida


exactamente para rechazar semejantes
intr?
El nico proceder sensato es
olvidarlo
todo,
suprimir
estos
sentimientos inoportunos, ponerles el
punto final.
Se qued pensativo un momento, y
luego escribi por tercera vez:
Me morir si no puedo tenerla.
Durmi bien, y so que persegua a
una bandada de pjaros dorados por la
selva, que se posaban y se atusaban las
plumas con el pico y le dejaban
acercarse, y luego se levantaban y salan
revoloteando, dando chillidos, para

volver a posarse, fuera de su alcance.

El estudio, o gabinete, de Harald


Alabaster estaba cerca de la pequea
capilla de Bredely. Tena forma
hexagonal, las paredes revestidas de
madera y dos ventanas hondas, talladas
en piedra, de estilo perpendicular[1]; el
techo tambin era de piedra tallada, de
un color claro, dorado grisceo, como
un panal de hexgonos ms pequeos.
Tena una claraboya poco comn en el
centro, reminiscencia de la Linterna de
la catedral de Ely, bajo la cual se haba
situado un enorme escritorio gtico de
impresionante
aspecto,
que

proporcionaba a la estancia la
apariencia de una sala capitular. Por las
paredes haba altas libreras arqueadas
repletas de cuero lustrado, y cmodas de
grandes cajones. Tambin haba tres
vitrinas hexagonales aisladas, de
brillante caoba, en el interior de una de
las cuales reposaban, en sus alfileres,
varias de las primeras capturas de
William: helicnidos, papilinidos,
danaides, itmidos. Encima de las
vitrinas colgaban textos transcritos con
una cuidadosa caligrafa en letra gtica,
y ribeteados con encantadores dibujos
de frutas, flores, hojas, pjaros y
mariposas. Harald Alabaster se los
seal a William Adamson.

Mi hija Eugenia disfruta haciendo


esos dibujos para m. A m me parecen
muy bonitos; estn primorosamente
escritos y realizados con sumo cuidado.
William ley en alto:
Hay cuatro cosas pequeas en la
tierra que, sin embargo, son ms sabias
que los sabios:
Las hormigas no son un pueblo
fuerte, pero preparan su comida en el
verano;
Los damanes no son sino un pueblo
dbil, pero se hacen su casa en las
rocas;
Las langostas no tienen rey, pero
avanzan todas en escuadrones;

Las araas, que se cogen con la


mano, y habitan los palacios de los
reyes.
Proverbios 30, 24-28[2].
Tambin fue Eugenia la que hizo
esta elegante composicin con los
lepidpteros. Me temo que no est
basada en principios muy cientficos,
pero tiene la complejidad de un rosetn
hecho con formas vivientes, y consigue
resaltar la brillantez y la belleza
extraordinarias de estas criaturas. Me
gusta especialmente la idea de puntuar
las filas de mariposas con esos
escarabajitos verdes tornasolados.

Eugenia dice que sac la idea de los


nuditos de seda de los bordados.
Anoche me describi su trabajo.
Evidentemente tiene muy buena mano
para manipular los ejemplares. Y los
resultados son realmente preciosos,
encantadores.
Es buena chica.
Es muy guapa.
Espero que tambin sea muy feliz
dijo Harald Alabaster. No pareca,
pens William, atento a cualquier matiz,
enteramente convencido de que eso
fuera a ser as.

Harald Alabaster era alto, enjuto, y

se encorvaba ligeramente. Su cara era


una versin huesuda y marfilea del
rostro familiar, con los ojos azules un
poco ms hmedos, y los labios
enterrados en las frondas de una barba
patriarcal. Tena la barba y el abundante
cabello blancos en su mayor parte, pero
el rubio original persista en algunos
sitios, y le proporcionaba al blanco una
nota
de
color
latn
que,
paradjicamente, le haca perder su
lustre. Llevaba un alzacuellos y una
chaqueta negra floja sobre pantalones
holgados. Por encima de todo esto usaba
algo parecido a un hbito monacal de
lana negra, con las mangas largas y una
especie de capucha. Eso poda tener una

finalidad prctica; los extremos ms


alejados de la casa eran terriblemente
fros, incluso con todas las chimeneas
encendidas, cosa que no sola suceder.
William, que llevaba cartendose
muchos aos con l, pero que ahora lo
conoca en persona por primera vez, se
haba imaginado a un hombre ms joven,
ms importante, acomodado y alegre
como los coleccionistas que haba
conocido en Londres y en Liverpool,
hombres de negocios dados a las
aventuras intelectuales. Haba bajado
los tesoros que haba podido salvar, y
los dispuso en ese momento sobre el
escritorio de Harald Alabaster, sin
abrirlos.

Harald Alabaster tir de una especie


de cordn que colgaba junto a su
escritorio, y un criado de pasos
sigilosos entr con una bandeja de caf,
lo sirvi y se fue.
Ha tenido usted mucha suerte al
escapar con vida; hay que dar gracias
por eso; pero la prdida de sus
especmenes tiene que haber sido un
duro revs. Qu piensa usted hacer,
seor Adamson, si no es una
indiscrecin por mi parte?
Apenas he tenido tiempo de
pensarlo.
Esperaba
vender
las
suficientes cosas como para poder
quedarme en Inglaterra una temporada,
escribir sobre mis viajes quiz (llev

diarios muy detallados) y ganar el


dinero suficiente para equiparme y
regresar al Amazonas. Casi no habamos
empezado ni a recolectar ramitas, seor,
los que hemos trabajado all; son
millones de millas sin explorar, de
criaturas desconocidas Hay algn
problema en especial que me propongo
resolver; han acabado interesndome
sobre todo las hormigas y las termitas.
Me gustara hacer un estudio exhaustivo
de ciertos aspectos de su vida. Creo, por
ejemplo, que puedo tener una
explicacin mejor para los curiosos
hbitos de las hormiga corta-hojas que
la propuesta por el seor Bates, y
tambin me gustara encontrar el nido de

las hormigas legionarias (las Eciton


burchelli), cosa que no se ha hecho
nunca. Hasta me he preguntado si sern
tal vez viajeras permanentes que slo
construyen campamentos temporales;
las hormigas que conocemos no son de
esa
naturaleza,
pero
stas
se
aprovisionan en tantos sitios y tan
ferozmente, que puede ser que tengan
que desplazarse continuamente para
poder sobrevivir. Y luego hay una
cuestin muy interesante (y esto
reforzara las observaciones del seor
Darwin) sobre la manera en que ciertas
hormigas que habitan en determinadas
bromeliceas parecen haber influido en
la forma de esas plantas a lo largo de

milenios, de modo que las plantas


parecen de hecho construir cmaras y
corredores para sus insectos huspedes
durante su proceso natural de
crecimiento. Me gustara ver si se puede
demostrar; me gustara Perdone, no
paro de hablar saltando de un tema a
otro. Qu falta de educacin! Ha sido
usted tan amable en sus cartas, seor;
cuando las reciba se produca unos de
esos rarsimos momentos de lujo durante
mi estancia en la selva. Sus cartas,
seor, llegaban con artculos de primera
necesidad como la mantequilla y el
azcar, el trigo y la harina que no
probbamos jams, y an las reciba con
mayor placer. Racionaba su lectura, para

saborearlas ms tiempo, lo mismo que


racionaba el azcar y la harina.
Me
alegro
de
haberle
proporcionado a alguien tanto placer
dijo Harald Alabaster. Y espero ser
capaz de ayudarlo ahora de una forma
ms material. Dentro de nada
examinaremos lo que ha trado; le har
un buen precio por cualquier cosa que
me haga falta, un buen precio. Pero me
pregunto si Me pregunto si le
gustara formar parte de esta familia
durante un periodo de tiempo suficiente
como para
Si sus ejemplares se hubiesen
salvado, supongo que le habra llevado
un tiempo considerable identificarlos y

catalogarlos todos; habra sido una labor


bastante ardua. Ahora tengo los trasteros
llenos (me da vergenza decirlo) de
embalajes que les compr entusiasmado
al seor Wallace, al seor Spruce, al
seor Bates y a usted mismo, adems de
a exploradores de la pennsula malaya,
de Australia, de frica; me temo que he
menospreciado la tarea de ordenarlos.
No est nada bien, seor Adamson,
robarle a la Tierra sus bellezas y sus
curiosidades, y luego no utilizarlas para
lo nico que justifica nuestros estragos:
el fomento de los conocimientos
provechosos, del prodigio humano. Me
siento como el dragn del poema,
sentado sobre una montaa de tesoros de

los que no hace buen uso. Podra


ofrecerle el trabajo de poner todo en
orden (si usted aceptara), y eso le dara
tiempo para reanudar su propio camino
en la direccin que le pareciera mejor
tras una profunda reflexin
Es una oferta sumamente generosa
dijo William. Me proporcionara a
la vez un techo bajo el que cobijarme y
un trabajo para el que estoy capacitado.
Pero tiene sus dudas
Siempre he tenido una visin
clara, una especie de cuadro en mi
cabeza, de lo que deba hacer, de cmo
debera ser mi vida
Y no est seguro de que su
vocacin incluya Bredely Hall.

William se qued pensativo. Su


mente la ocupaba una imagen de Eugenia
Alabaster: su busto blanco emergiendo
del mar de encaje de su vestido de baile,
como Afrodita de la espuma. Pero no
iba a decir eso. Hasta disfrut de la
doblez que significaba no decirlo.
S que tengo que encontrar los
medios de organizar otra expedicin.
Tal vez dijo Harald Alabaster
cautamente yo podra, en una fecha
futura, servirle de ayuda a ese respecto.
No slo como comprador de sus
ejemplares, sino de alguna forma ms
sustanciosa. Puedo sugerirle que se
quede aqu ms tiempo y le eche un
vistazo al menos a lo que tengo

guardado? Por supuesto, le pagara una


cifra convenida de antemano por ese
trabajo, lo enfocaramos de un modo
profesional. Y no le exigira que esa
tarca acaparase toda su atencin, no,
seor, as que tambin tendra tiempo de
posar sus ideas para escribir
ordenadamente. Y luego, andando el
tiempo, se podra tomar una decisin,
encontrar un barco, y yo tal vez podra
esperar que algn sapo monstruoso o
algn escarabajo de feroz aspecto del
fondo de la selva me inmortalizara: Bufo
amazoniensis
haraldii,
Cheops
nigrissimum alabastri. Me gusta la idea,
a usted no?
No s cmo iba a rechazar

semejante oferta dijo William;


mientras hablaba, desenvolva la caja de
los especmenes. Le he trado algo,
algo muy poco comn, que da la
casualidad de que ya lleva el nombre de
alguien de esta casa en la selva virgen.
Aqu tengo un grupo la mar de
interesante de lepidpteros helicnidos
e itmidos, y aqu hay varias Papilios
muy llamativas: algunas con pintas
rojas, otras de un verde oscuro. Espero
poder discutir con usted algunas
variantes significativas en la forma de
estas criaturas, que parecen indicar que
las especies pueden estar siguiendo un
proceso de modificacin, de cambio.
Pero aqu aqu tenemos lo que

creo que le va a interesar ms. S que


recibi la Morpho menelaus que le
envi; fui en busca de su congnere, la
Morpho rhetenor, cuyo azul es an ms
brillante y ms metlico, y mide unas
siete pulgadas de ancho. Tengo de hecho
una Morpho rhetenor, mrela; no es un
buen ejemplar, est un poco rasgada y le
falta una pata. Vuelan por los senderos
anchos y soleados de la selva, flotan
muy lentamente, batiendo de vez en
cuando las alas, como los pjaros, y casi
nunca descienden por debajo de los
veinte pies, as que es casi imposible
atraparlas,
aunque
resultan
increblemente bonitas planeando a la
luz verdosa del sol. Pero contrat a unos

cuantos niitos muy giles para que


treparan a los rboles, y consiguieron
traerme un par de especies afines igual
de raras y, a su manera, igual de
preciosas, aunque no son azules; aqu
estn, mire: el macho es de un blanco
satinado brillante, y la hembra de un
color lavanda claro ms discreto, pero
tambin primoroso. Cuando me las
trajeron en tan buen estado, sent que se
me suba la sangre a la cabeza, de
verdad que cre que iba a desmayarme
de la emocin. Entonces no saba lo
adecuadas que eran para sumarlas a su
coleccin. Estn emparentadas muy de
cerca con la Morpho adonis. Y con la
Morpho uraneis batesii. Son Morpho

eugenia, sir Harald.


Harald Alabaster se qued mirando
aquellas criaturas muertas y relucientes.
Morpho eugenia. Extraordinarias.
Una criatura extraordinaria. Qu bonitas,
qu diseo tan delicado, qu maravilla
que algo tan frgil haya conseguido
llegar hasta aqu, atravesando tantos
peligros, desde el otro extremo de la
tierra. Y son muy raras. Nunca haba
visto una. Y tampoco s de nadie que las
haya visto. Morpho eugenia. Vaya
Volvi a tirar del cordn, que slo
produjo en la estancia un dbil sonido
chirriante.
Es difcil le dijo a William
no convenir con el duque de Argyll en

que la extraordinaria belleza de estas


criaturas es en s misma la prueba de la
obra de un Creador, un Creador que
tambin cre la sensibilidad humana
hacia la belleza, hacia la forma, hacia
las variantes sutiles y los colores vivos.
Nuestra espontnea respuesta a
ellos dijo William con cautela me
lleva instintivamente a estar de acuerdo
con usted. Pero desde un punto de vista
cientfico, creo que debo preguntarme
qu propsito cumple la Naturaleza con
toda esta brillantez y esta belleza. S
que el seor Darwin se inclina a pensar
que el hecho de que sea tan corriente
que los machos de las mariposas y las
aves tengan unos colores tan vivos

(mientras que las hembras suelen ser


discretas y apagadas) indica que tal vez
represente alguna ventaja para el macho
hacer gala de sus escarlatas y sus
dorados, que podran llevar a la hembra
a escogerlo como pareja. El seor
Wallace afirma que el color apagado de
la hembra es una coloracin protectora;
puede colgarse de una hoja a poner sus
huevos, o acomodarse en la oscuridad
del nido, y confundirse con las sombras.
Yo mismo he comprobado que las
mariposas macho de vivos colores
revolotean en grandes bandadas a la luz
del sol, mientras que las hembras
parecen tmidas, y se esconden bajo los
arbustos o en los lugares hmedos.

Alguien llam a la puerta, y un


lacayo entr en el estudio.
Ah, Robin, a ver si encuentra a la
seorita Eugenia, y a todas nuestras
muchachitas;
tenemos
algo
que
ensearles. Dgale que venga tan pronto
como pueda.
S, seor. La puerta se cerr.
Hay otra cuestin dijo William
sobre la que me interrogo a menudo.
Por qu las mariposas ms brillantes se
solazan con las alas abiertas en los
haces de las hojas, o vuelan batindolas
despacio en vez de rpidamente? A las
Papilios, por ejemplo, se las conoce
tambin
como
farmacfagas,
o
comedoras de venenos, porque se

alimentan de los tallos venenosos de la


Aristolochia; y parecen saber que
pueden pavonearse impunemente, que
los predadores no las van a picotear. Es
posible que su llamativa exhibicin sea
una especie de advertencia desafiante.
El seor Bates hasta ha insinuado que
ciertas especies inofensivas imitan a las
venenosas para disfrutar de la misma
inmunidad. Ha descubierto ciertos
piridos (blancos y de color azufre) que
no se distinguen a simple vista de
algunos itmidos, y a los que ni siquiera
un observador atento podra diferenciar
sin un microscopio.
Eugenia entr en la estancia. Iba
vestida de muselina blanca, con unas

cintas y un lazo de color rojo cereza, y


un fajn tambin cereza, y estaba
preciosa. Cuando se aproxim al
escritorio de Harald para que le
ensearan la Morpho eugenia, William
sinti confusamente como si llevara
consigo un halo propio, una nube de
polvos mgicos que a la vez lo atraa y
lo mantena a la distancia exacta de una
barrera invisible. Se inclin cortsmente
ante ella, y pens al mismo tiempo en la
entrada ebria y perspicaz de su diario:
Me morir si no puedo tenerla, y en
un barco en fuga, con el agua verde y
revuelta apartndose de la proa, y la
espuma alejndose a toda velocidad. No
tema el peligro, pero era sagaz, y no

disfrutaba con la idea de consumirse en


un fuego infructuoso.
Qu criatura ms hermosa dijo
Eugenia. Dej su suave boca
entreabierta, de modo que l pudo ver
sus dientes hmedos y uniformemente
lechosos.
Es una Morpho eugenia, querida.
No le han puesto ese nombre por ti, pero
s te la ha trado a ti el seor Adamson.
Qu maravilla. Ese blanco
resplandeciente es precioso para una
hembra
No, no, sa es el macho. La
hembra es la pequea, la de color
lavanda.
Qu pena. Prefiero la de raso

blanco. Pero, bueno, yo soy una hembra,


as que es lo lgico. Me gustara que
pudisemos verlas volar. Parecen un
poco tiesas, como hojas muertas, hagas
lo que hagas para que resulten naturales.
Me encantara poder tener mariposas
como se tienen pjaros.
Es perfectamente factible dijo
William. En un invernadero, si se
cuida adecuadamente a las larvas.
Me encantara sentarme en un
invernadero en medio de una nube de
mariposas. Sera la mar de romntico.
Podra conseguirle esa nube con
suma facilidad. No de Morpho eugenia,
claro. Pero azules, y blancas, y doradas,
y negras, y de damasco rojo; de especies

autctonas. Usted sera Morpho eugenia.


Quiere decir bella, ya sabe. Bien
proporcionada.
Ah dijo Eugenia. Lo
contrario de amorfa.
Exactamente.
Aquella
selva
primitiva, la monotona infinita del
verde, las nubes de moscas y mosquitos,
la esforzada masa de enredaderas y
maleza, me parecan a menudo el
compendio de lo amorfo. Y entonces
algo perfecto y bellamente formado se
dejaba ver y te cortaba la respiracin.
Eso pasaba con Morpho eugenia,
seorita Alabaster.
Volvi su mirada lquida hacia l
para comprobar si se trataba de un

piropo, como si tuviera un sentido


especial para ello. l se encontr con
sus ojos y sonri, breve, tristemente, y
ella le devolvi un instante la sonrisa,
antes de dejar caer sus pestaas sobre
los charcos azules de sus ojos.
Voy a hacer una caja especial de
cristal para ellas, seor Adamson, ya
ver. Bailarn juntas para siempre,
vestidas de raso blanco y de seda
lavanda. Tiene usted que decirme qu
hay que pintar en el fondo, qu hojas y
qu flores; me gustara hacerlo bien,
naturalmente.
Estoy a sus rdenes, seorita
Alabaster.
El seor Adamson ha aceptado

quedarse aqu una temporadita, querida,


para ayudarme a organizar mis
colecciones.
Estupendo. Entonces podr darle
rdenes, como ha dicho l.

Entender la vida cotidiana de


Bredely Hall no fue fcil. William se
encontr con que era a la vez un
antroplogo independiente y un prncipe
de cuento de hadas atrapado por verjas
invisibles y ataduras de seda en un
castillo encantado. Todos tenan su lugar
y su forma de vida, y durante meses
descubri cada da gente nueva, cuya
existencia
no
haba
sospechado

previamente, que llevaba a cabo tareas


de las que no haba sabido nada.
Bredely estaba construida como una
casa solariega medieval, pero con
dinero reciente. En 1860 slo haba
cumplido treinta aos, aunque se hubiese
tardado ms en construirla. Los
Alabaster eran una familia antigua y
noble, que siempre haba conservado la
pureza de su sangre y nunca haba
detentado mucho poder, pero que en
cambio haba cultivado sus campos,
coleccionado
libros,
caballos,
curiosidades y aves de corral. Harald
Alabaster era el segundo hijo del Robert
Alabaster, que edific Bredely con el
dinero aportado por su esposa, la hija de

un comerciante de las Indias Orientales.


La casa la haba heredado el hermano
mayor de Harald, tambin Robert de
nombre, casado a su vez con una mujer
rica (la hija de un conde de poca
categora), quien le dio doce hijos,
muertos todos en la infancia. Harald, un
segundo hijo convencional, se haba
ordenado sacerdote y obtenido una
capellana en los Fens[3], donde
dedicaba su tiempo libre a la botnica y
a la entomologa. En aquel tiempo haba
sido pobre; la fortuna de Robert el
mayor estaba ligada a Bredely, que le
haba correspondido a Robert el
pequeo. Harald se cas dos veces. Su
primera esposa, Joanna, le dio dos hijos,

Edgar y Lionel, y muri de parto.


Gertrude, la actual lady Alabaster, se
cas con l inmediatamente despus de
quedarse viudo. Gertrude Alabaster
tambin aport una dote sustanciosa; era
la nieta del propietario de una mina
aficionado a las obras de caridad, as
como a las inversiones astutas. Adems,
sobrevivi a la maternidad con reiterada
complacencia. William haba supuesto
en un principio que los cinco hijos que
conoca eran los nicos existentes, pero
descubri que haba al menos tres ms
en el cuarto de estudio (Margaret, Elaine
y Edith) y una pareja de gemelos en el
cuarto de los nios (Guy y Alice).
Tambin formaban parte de la

comunidad
varias
solteronas
subordinadas de diferentes edades,
parientes de los Alabaster o de sus
esposas. Una tal seorita Fescue estaba
siempre presente en las comidas,
masticando ruidosamente y sin hablar
nunca. Haba una delgada seorita
Crompton, normalmente conocida como
Matty, que, aunque no era la institutriz
(sa era la seorita Mead) ni tampoco la
niera (sa era Dacres), pareca que se
dedicaba de alguna manera al cuidado
de los miembros ms pequeos de la
familia. Tambin haba hombres jvenes
de visita, amigos de Edgar y de Lionel.
Luego estaban los criados, desde el
mayordomo y el ama de llaves hasta las

fregonas y los limpiabotas y recaderos


en las profundidades oscuras detrs de
la puerta de servicio.
Sus das comenzaban con las
oraciones matinales en la capilla. Tenan
lugar tras el desayuno, y asistan a ellas
aquellos miembros de la familia que se
haban levantado y un conjunto
cambiante de sirvientes silenciosos:
doncellas vestidas de negro con
delantales blancos inmaculados, criados
con trajes negros, que se sentaban atrs,
los hombres a la derecha y las mujeres a
la izquierda. La familia ocupaba las
filas de delante. Rowena acuda a
menudo, Eugenia raramente, los nios
siempre, con Matty y la seorita Mead.

Lady Alabaster slo asista los


domingos, y tena cierta tendencia a
echar una cabezadita en la esquina de
delante, morada por efecto de la luz de
la vidriera de colores. La capilla era
muy sencilla, y bastante fra. Los
asientos consistan en bancos de duro
roble, y no haba adnde mirar a no ser
las altas ventanas, con sus cristalinas
uvas azules y sus lirios cremosos, y
Harald. Durante los primeros das en
que William asisti, Harald predic
sucintos sermoncitos. A William le
interesaban. No guardaban relacin
alguna con las amenazas y el xtasis de
la religin en la que se haba educado,
las rojas cavernas del fuego eterno, los

torrentes rojos de sangre sacrificial


derramada. Su tono era amable, su tema
el amor material, el amor familiar, como
resultaba apropiado a la ocasin, el
amor de Dios Padre, que vigilaba la
cada de cada gorrin con un cuidado
infinito, que haba dividido Su infinitud
en Padre e Hijo, para hacer ms
accesible Su amor a las criaturas
humanas, cuya comprensin de la
naturaleza del amor empezaba con los
lazos naturales entre los miembros del
grupo familiar, con el calor de la madre,
la proteccin del padre, la cercana de
los hermanos, y estaba diseado para
volcarse hacia fuera, emulando al Padre
divino, y abarcar as toda la creacin,

de las familias a los clanes, de los


clanes a las naciones, de las naciones a
todos los hombres, y de hecho a todos
los seres vivientes, maravillosamente
creados.
William observaba atentamente el
rostro de Harald durante estos
discursos. Si Eugenia estaba presente, se
fijaba en su cara cuando se atreva, pero
ella
siempre
tena
los
ojos
pudorosamente bajos y una gran
capacidad para mantenerse inmvil,
sentada con las manos quietas sobre el
regazo. Harald cambiaba de aspecto. A
veces con la cabeza alta y las blancas
frondas de su barba atrapando la luz,
pareca el mismo Dios Padre, de mirada

penetrante, blanco como la lana, anciano


de das[4]. Otras, cuando hablaba bajo,
de forma casi inaudible, y miraba al
suelo ajedrezado en blanco y negro que
haba bajo sus pies, casi tena un
aspecto descuidado, al que contribua la
apariencia ligeramente mohosa, rada,
de su toga. Y otras, sin embargo, le
recordaba a William brevemente a los
frailes misioneros portugueses que haba
conocido all lejos, de ojos febriles y
rostros estragados, hombres que no
conseguan
comprender
la
incomprensin
de
los
indios
plcidamente evasivos. Y esta analoga
a su vez haca que William, sentado bajo
aquella griscea luz inglesa en su duro

banco, recordase otras ceremonias, las


reuniones exclusivamente masculinas
para beber caapi o Aya-huasca, la Parra
del Muerto[5]. La haba probado una vez
y haba tenido visiones de paisajes y
grandes ciudades y torres muy elevadas
como si estuviera volando, se haba
encontrado perdido en una selva
rodeada de sierpes, y en peligro de
muerte. A las mujeres no les estaba
permitido probar aquellas cosas, o ver
los tambores que convocaban a los
participantes, los botutos, so pena de
muerte. Se acordaba de aquellas mujeres
desapareciendo rpidamente con la cara
tapada, sentado entre esta decorosa
familia inglesa, con los hombres a un

lado y las mujeres al otro, mientras


observaba cmo la lengua rosa de
Eugenia humedeca sus suaves labios.
Senta que estaba condenado a una
especie de doble conciencia. Todo lo
que experimentaba sacaba a relucir su
imagen opuesta de all lejos, lo que
produca el efecto de que no slo las
ceremonias amaznicas, sino tambin el
sermn ingls, pareciesen extraos,
irreales, de una naturaleza incierta. Se
haba llevado una vez un botuto
escondido bajo unas mantas, de noche en
una canoa, pero se haba perdido con
todas sus dems cosas, bajo millas de
agua gris. Tal vez le haba trado mala
suerte.

Nunca debemos cesar de dar


gracias al Seor por todas las mercedes
que nos concede deca Harald
Alabaster.
Se dispuso un taller para William en
un cuarto donde se guardaban sillas de
montar que no se usaban, cerca de las
cuadras. Estaba medio lleno de las cajas
de hojalata, los embalajes de madera,
las cajas de t llenas de cosas que
Harald haba adquirido (al parecer sin
ningn inters prioritario evidente),
procedentes de todas las partes del
mundo. Haba pieles de mono y
delicadas pieles de loro, lagartos
disecados y serpientes monstruosas,
cajas y ms cajas de escarabajos

muertos, de un verde brillante o un


morado iridiscente, demonios atezados
de monstruosas cabezas con cuernos.
Tambin haba cajones de muestras
geolgicas, y paquetes de musgos, frutos
y flores variadas, provenientes tanto de
los trpicos como de los casquetes
polares, dientes de oso y cuernos de
rinoceronte, esqueletos de tiburones y
matas de coral. Al parecer algunos
bultos haban sido reducidos a polvo en
suspensin por la accin de las termitas,
o condensados en una masa viscosa por
efecto del moho. William pregunt a su
bienhechor bajo qu criterio quera que
procediese, y Harald le dijo: Pngalo
todo en orden, ya sabe. Que tenga

sentido, colquelo todo siguiendo un


orden. William acab viendo que
Harald no haba llevado a cabo esta
tarea l mismo, al menos en parte,
porque no tena una idea concreta de
cmo ponerse a hacerlo. Tuvo momentos
de verdadero mal humor al ver que
tesoros por los que hombres como l
haban arriesgado la vida y la salud
andaban por all tirados de cualquier
modo, deteriorndose en una cuadra
inglesa. Se agenci una mesa de
caballete y varios libros de cuentas, una
serie de cmodas de coleccionista y
algunas alacenas para ejemplares que no
podan ponerse acostados ni meterse y
sacarse cmodamente de los cajones.

Mont su microscopio, y empez a hacer


etiquetas. Cambi las cosas da a da de
cajn a cajn, hasta que se encontr con
una pltora de escarabajos y una
repentina plaga de ranas. No poda
inventarse un criterio ordenador, pero
prosigui tenazmente haciendo etiquetas,
armando, examinando.
El cuarto de las sillas de montar era
oscuro, terriblemente fro, salvo donde
daba la luz que entraba por la ventana,
que estaba muy alta, demasiado alta
como para asomarse. Trabajaba entre el
ruido y los olores de los mozos que
limpiaban las cuadras, el olor vaporoso
del estircol, el olorcillo a amoniaco de
la orina de los caballos, las pisadas de

botas de cuero, el siseo del heno en una


horquilla. Edgar y Lionel eran ambos
jinetes avezados. Edgar tena un
semental rabe de un castao reluciente,
con un musculoso y sedoso cuello
arqueado, y unos ojos que destaraban,
blancos, en la penumbra de su cuadra,
por donde se paseaba enseando los
dientes. Su nombre era Saladin. El
caballo de caza de Edgar era Ivanhoe,
enorme, gris acero, rebosante de avena,
y un gran saltador. Edgar siempre estaba
aceptando retos de saltar objetos
imposibles con Ivanhoe, que siempre se
pona a la altura de las circunstancias.
Los dos se parecan en algunas cosas, la
ondulacin de sus msculos mientras se

mantenan erguidos, su forma de


pavonearse con una fuerza contenida en
vez de fluir como el confinado Saladin,
como las yeguas y los potros en la
explanada, como Rowena y Eugenia.
William oa cmo entraban y salan
Edgar y Lionel para sus cabalgadas
mientras l trabajaba, el rpido
trapalear del hierro sobre las piedras, el
rechinar de los cascos de los caballos
que giraban sobre s mismos y
bailoteaban. Las jovencitas salan a
veces con ellos. Eugenia montaba una
yegua negra, bonita y dcil, y llevaba un
traje de montar azul que le haca juego
con los ojos. William trataba de
arreglrselas para salir de su caverna y

verla montar, el pulcro piececito en las


manos del mozo, sus propias manos
enguantadas en las riendas, el pelo
ceido con una redecilla azul. Edgar
observaba a William desde las alturas
de la silla de montar de Ivanhoe.
William notaba que no le caa bien a
Edgar. Lo trataba como trataba a la gente
que estaba a medio camino entre la
familia y los criados invisibles y mudos.
Se limitaba a saludarlo, a hacer un gesto
con la cabeza cuando se encontraban, y
no le animaba a charlar.
Lady Alabaster se pasaba el da en
un saloncito con vistas al csped. Era el
cuarto de una dama, y tena un papel
pintado granate oscuro, salpicado de

ramitas de madreselva en colores rosa y


crema. Tena tambin gruesas cortinas
de terciopelo rojo, a menudo medio
echadas para protegerse del sol: los
ojos de lady Alabaster eran delicados, y
frecuentemente sufra dolores de cabeza.
Siempre haba un fuego encendido en el
hogar, que al principio a William, que
haba llegado a comienzos de la
primavera, no le result nada chocante,
pero que le hizo sudar bajo su chaqueta
a medida que fue avanzando el verano.
Pareca que lady Alabaster estaba
inmovilizada por efecto de un letargo
natural ms que de alguna dolencia
concreta, aunque se balanceaba, ms que
andar, cuando avanzaba por los pasillos

para ir a comer o a cenar, y a William le


daba la impresin de que, bajo sus
faldas, tena las rodillas y los tobillos
enormes y tal vez dolorosamente
hinchados. Yaca en un hondo sof, bajo
la ventana pero de espaldas a ella,
orientado hacia el fuego. La habitacin
era un nido de cojines, todos con
bordados de flores, frutas, mariposas
azules y pjaros escarlatas, en punto de
cruz en la lana, y con hilo de seda en el
raso. Lady Alabaster tena siempre un
bastidor de bordado junto a ella, pero
William nunca la vio cogerlo, aunque
eso no probaba nada; poda haberlo
dejado a un lado por cortesa. Le
sealaba, con su voz descolorida, los

trabajos de Eugenia, Rowena y Enid, de


la seorita Fescue, Matty y las niitas,
para que los admirase. Tena adems
varios fanales con cpsulas de amapola
y cardenchas y hortensias secas, y varios
escabeles, con los que se tropezaban los
huspedes y los criados al abrirse
camino en la penumbra. Pareca que se
pasaba la mayor parte del da bebiendo:
t, limonada, licor de frutas, chocolate,
agua de cebada, infusiones de hierbas,
que iban y venan constantemente por los
corredores, llevadas por las camareras
en bandejas de plata. Tambin consuma
ingentes cantidades de galletas dulces,
mostachones, mantecados, pastelitos de
jalea, y lenguas de gato, que acababa de

hacer la cocinera y le traan desde la


cocina, y cuyas migajas eran sacudidas y
barridas
posteriormente.
Estaba
enormemente gorda, y no llevaba cors
salvo en ocasiones sealadas, sino que
yaca con una especie de voluminoso
batn de t brillante, fajado con chales
de cachemira, y un gorrito de encaje
anudado bajo sus mltiples papadas.
Como en muchas mujeres entradas en
carnes, su piel haba conservado cierta
lozana, y tena una cara de luna suave y,
curiosamente, sin arrugas, con los ojos
claros hundidos en dos hoyos de carne
abultados. A veces, Miriam, su doncella
personal, se sentaba junto a ella y le
cepillaba el cabello an lustroso durante

media hora por sesin, sostenindolo


con mano experta al mismo tiempo que
pasaba rtmicamente una y otra vez el
cepillo con reverso de marfil. Lady
Alabaster deca que le aliviaba el dolor
de cabeza que le cepillaran el pelo.
Cuando era muy fuerte, Miriam aplicaba
compresas fras, y humedeca los
prpados de su seora con hamamelis.
William senta que esta presencia
inmvil, vagamente afable era una fuente
de poder en la casa. El ama de llaves
iba y vena para que le diese rdenes; la
seorita Mead le llevaba a las niitas
para que le recitaran sus poemas y sus
tablas, el mayordomo le traa
documentos, la cocinera entraba y sala,

el jardinero, tras limpiarse las botas, le


llevaba tiestos con bulbos, ramilletes de
flores,
trazados
para
nuevas
plantaciones. A esta gente sola hacerla
pasar o acompaarla a la salida Matty
Crompton, y fue Matty la que fue a
buscar a William al establo para lo que
resultaron ser sus instrucciones.
Se qued en las sombras de la
entrada, una figura alta, delgada y
oscura, con un mohoso vestido negro
provisto de un cuello y unos puos
blancos muy prcticos. Tena la cara fina
y no sonrea, el pelo oscuro bajo una
sencilla cofia, y la piel tambin morena.
Hablaba tranquila, claramente, pero casi
sin expresividad. A lady Alabaster le

gustara que tomara una taza de t con


ella cuando acabase su trabajo. Haba
emprendido una tarea muy grata, al
parecer. Qu era lo que tena en la
mano? Su aspecto resultaba bastante
alarmante.
Se ha soltado del ejemplar al que
perteneca, creo. Algunas partes de
varios ejemplares se han soltado. Tengo
una caja especial para las ms
desconcertantes. Esta mano y este brazo
pertenecen evidentemente a algn
cuadrumano bastante grande. Por lo que
veo usted se podra suponer que son los
de un infante humano. Le puedo asegurar
que no. Los huesos son mucho ms
livianos. Debe de parecerle que estoy

haciendo prcticas de brujera.


Oh, no dijo Matty Crompton.
No quera dar a entender semejante
cosa.
Lady Alabaster le ofreci t y
bizcochos, y bollos calientes con crema
y mermelada, y dijo que esperaba que se
encontrase cmodo y que Harald no lo
estuviese sobrecargando de trabajo. No,
dijo William, tena mucho tiempo libre.
Abri la boca para decir que se haba
acordado que le quedase algn tiempo
de sobra para escribir su libro, cuando
Matty Crompton dijo:
Lady Alabaster expresaba su
esperanza de que usted pudiese sacar un
poco de tiempo para ayudarnos a la

seorita Mead y a m misma en la


educacin cientfica de los miembros
ms jvenes de la familia. Cree que se
beneficiaran de la presencia entre
nosotros de un naturalista tan
distinguido.
Naturalmente, me encantara hacer
lo que pueda
Matty tiene tan buenas ideas,
seor Adamson. Es tan ingeniosa.
Cuntale, Matty.
No hay mucho que contar, la
verdad. El caso es que ya hacemos
excursiones para coleccionar cosas:
pescamos en los estanques y en los
arroyos, cogemos flores y bayas, pero
sin orden ni concierto. Si usted nos

acompaara una o dos veces, y nos


sugiriese una especie de propsito para
nuestras indagaciones carentes de l; si
nos enseara lo que hay que descubrir
Y luego est la clase. Hace mucho
tiempo que tengo la pretensin de
construir una colmena con un lado de
cristal, como hizo Huber, y tambin una
especie de comunidad de hormigas que
sea viable, para que las pequeas
puedan observar las labores de los
insectos sociales con sus propios ojos.
Podra usted hacerlo? Lo hara? Usted
sabra por dnde tendramos que
empezar. Nos dira lo que hay que
buscar.
Respondi que le encantara

servirles de ayuda. No tena ni idea de


cmo tratar a las nias, se dijo a s
mismo, y hasta crea que tampoco le
gustaban mucho. Le desagradaba or sus
chillidos cuando salan corriendo por la
hierba, o por la explanada.
Muchsimas gracias dijo lady
Alabaster. Pues s que vamos a
aprovecharnos de su presencia entre
nosotros
A Eugenia le gusta venir con
nosotros en nuestras excursiones a la
naturaleza dijo la reservada Matty
Crompton. Se trae sus cuadernos de
dibujo mientras las pequeas se van de
pesca, o recolectan flores para
prensarlas.

Eugenia es una buena chica dijo


lady Alabaster distradamente. Todas
son buenas chicas, no nos dan ningn
problema. Mis hijas son toda una
bendicin.

Hizo excursiones a la naturaleza. Se


senta obligado a ello, consciente de su
situacin de dependencia ante los planes
de la seorita Mead y de Matty
Crompton, pero al mismo tiempo
disfrutaba con esos paseos. Las tres
chicas mayores iban a veces y otras no.
En ocasiones no saba si Eugenia
formara parte del grupo hasta el mismo
momento de la partida, cuando se

juntaban en el paseo de grava delante de


la casa, armados de redes, de tarros de
mermelada con asas de alambre, de
cajas de metal, y de tijeras adecuadas.
Haba das en que su trabajo matinal se
le haca casi imposible a causa de la
tensin de su diafragma por si la vera o
no, de la imaginacin que l mismo
espoleaba para hacerse una idea de qu
aspecto tendra cuando cruzase el
csped haca la verja del muro, cuando
atravesase la explanada y el huerto bajo
los rboles frutales en flor, camino de
los campos que descendan en cuesta
hacia el pequeo arroyo, donde trataban
de pescar pececillos y espinosos, larvas
de tricpteros y caracoles de agua. Le

gustaban bastante las niitas; eran


criaturitas dciles y plidas, que
siempre iban muy bien abrochadas y
slo hablaban cuando se les hablaba.
Elaine en concreto tena buen ojo para
los tesoros escondidos en el envs de
las hojas, o en las interesantes
perforaciones de las riberas fangosas.
Cuando Eugenia no formaba parte del
grupo, se volva a sentir el mismo de
antes, al escudriarlo todo con una
atencin minuciosa que en las selvas
haba sido tanto la atencin de un
cazador primitivo, como la de un
moderno naturalista; tanto la de un
pequeo animal amedrentado por los
ruidos y los movimientos amenazadores,

como la de un explorador cientfico.


Aqu no asociaba el picor de su piel al
miedo, sino a la nube invisible de
fuerzas elctricas que espejeaban en el
aura de Eugenia mientras se paseaba
tranquilamente por los prados. Tal vez
fuera miedo. No deseaba sentirlo. Se
limit a quedarse en suspenso hasta que
lo sinti otra vez.
Un da, cuando estaban todos
ocupados a la orilla del arroyo,
incluidas Eugenia y Enid, le hicieron
hablar de sus sentimientos acerca de
todo esto. Haba cado un fuerte
chaparrn primaveral, y varios matojos
de hierba y de ramitas flotaban a la
deriva en la superficie habitualmente

plcida del riachuelo, entre las ramas


colgantes de los sauces llorones y los
grupos de lamos blancos. Haba dos
patos blancos y una focha nadando
afanosamente; el sol se cerna sobre el
agua, los botones de oro hacan honor a
su nombre, bailoteaban los primeros
mosquitos. Matty Crompton, una
cazadora paciente, haba capturado dos
espinosos y rastreaba el agua con su red,
atenta a la sombras bajo la orilla.
Eugenia estaba cerca de William.
Aspir profundamente y suspir.
Qu bonito es todo esto dijo.
Qu afortunada me siento siempre por
vivir precisamente aqu entre todos los
lugares de la tierra; por ver brotar las

mismas flores cada primavera en los


prados, y ver correr siempre el mismo
ro. Supongo que debe de ser una
existencia muy limitada para usted, con
su experiencia del mundo. Pero mis
races son tan profundas
Cuando estaba en el Amazonas
respondi sencilla y sinceramente,
estaba obsesionado con la imagen de un
prado ingls en primavera; tal como est
hoy, con sus flores, su hierba fresca, las
primeras flores, la brisilla que corre por
todas partes, y el olor a tierra mojada
despus de que haya llovido. Me
pareca que un escenario semejante era
realmente el paraso, que no haba en la
tierra nada ms bonito que una loma

inglesa en flor, que un seto ingls


variado con rosas y espino, madreselva
y nueza. Antes de ir, haba ledo relatos
muy coloristas de la brillantez de la
selva tropical, de las flores y los frutos
y sus llamativos animales, pero all no
hay nada tan repleto de color como esto.
Todo se reduce a una montona sucesin
de verdes, y a tal masa de vegetacin
lujuriante, trepadora, asfixiante, que a
menudo no se puede ver el cielo. Es
verdad que el clima es como el de la
edad de oro; todo florece y da fruto
constantemente con el calor tropical;
siempre es primavera, verano y otoo a
la vez, y no hay invierno. Pero la misma
vegetacin tiene algo de perjudicial.

Hay una especie de rbol llamado el


Sip Matador[6] (que se traduce como
Sip asesino) que crece alto y delgado
como una enredadera y se agarra a otro
rbol para abrirse camino hasta una
altura de treinta o cuarenta pies a cielo
abierto, mientras se alimenta de la
mismsima sustancia de su anfitrin
hasta que ste muere, y el Sip se
derrumba a la fuerza con l. Se oyen los
extraos quejidos de los rboles que se
vienen abajo en pleno silencio, como
estallidos de caonazos, un ruido
terrible y aterrador que no pude
explicarme durante meses. All todo es
desmesurado, seorita Alabaster. Hay
una clase de violeta (mire, aqu hay

algunas) que crece hasta convertirse en


un rbol enorme. Y sin embargo as es
en muchos aspectos el mundo inocente,
original, la selva virgen, el pueblo
salvaje del interior que ignora los
medios modernos, los males modernos,
en la misma medida que nuestros
primeros padres. Hay afinidades
curiosas. All ninguna mujer se atreve a
tocar una serpiente. Corren a pedirte que
se la mates. Les he matado muchas
serpientes a mujeres asustadas. Han
recorrido distancias considerables para
pedrmelo. La conexin entre la mujer y
la serpiente se ha establecido hasta all,
como si fuese de hecho parte de un
modelo universal de smbolos, incluso

donde nunca se ha odo hablar del


Gnesis. Hablo demasiado, me temo que
la estoy aburriendo.
Qu va. Estoy absolutamente
fascinada. Me alegra or que nuestro
mundo en primavera le recuerda en
cierto sentido a su ideal. Quiero que sea
feliz aqu, seor Adamson. Y estoy
intrigadsima con lo que tenga que decir
sobre las mujeres y las serpientes. No
vivi usted en compaa de nadie
civilizado, seor Adamson? Slo entre
salvajes desnudos?
No del todo. Tuve varios amigos,
de todas las razas y colores, durante mi
estancia en varias comunidades. Pero a
veces s, a veces era el nico husped

blanco de las aldeas tribales.


No tena miedo?
Muy a menudo. En dos ocasiones,
por casualidad les o tramar planes para
matarme a hombres que no saban que
conoca su lengua. Pero tambin recib
un trato muy amable y amigable de
personas mucho menos simples de lo
que se podra suponer al verlas.
De verdad van desnudos y
pintados?
Algunos s. Otros van a medio
vestir. Otros vestidos del todo. Son muy
dados a pintarse la piel con tintes
vegetales.
Era consciente de los lmpidos ojos
azules posados en l, y perciba que,

tras su delicado ceo, ella pensaba en


sus relaciones con aquella gente
desnuda. Y entonces sinti que sus
pensamientos la manchaban, que estaba
demasiado enlodado y demasiado sucio
como para pensar en ella; por no hablar
de rozar sus secretos pensamientos con
su propio yo secreto.
Hasta esas hierbas flotantes
dijo me recuerdan las grandes islas
flotantes de rboles y enredaderas y
arbustos
desarraigados
que
van
abrindose paso por el gran ro. Sola
compararlos con El paraso perdido.
Lea a Milton en mis momentos de
descanso. Pensaba en el pasaje en el que
Paraso se suelta, despus del Diluvio.

Matty Crompton, sin levantar los


ojos de la superficie del arroyo, aport
la cita.
y entonces este monte del Paraso
ser desalojado por la potestad de las
olas
de su sitio, embestido por la gran
riada,
con todo su verdor estragado y sus
rboles a la deriva,
ro abajo hasta el golfo abierto,
y all echar races una isla salobre y
pelada,
guarida de focas y de oreas, estruendo
de gaviotas.

Qu lista eres, Matty! dijo


Eugenia. Matty Crompton no respondi,
sino que zambull y retorci de repente
su red de pescar, y sac un pez furioso
que no dejaba de sacudirse: un espinoso;
grande, al menos para tratarse de un
espinoso, con el pecho rosa y el dorso
verde oliva. Le dio un golpecito para
que cayera de la red al frasco con las
otras capturas, y las nias se
arremolinaron para mirar.
El animal dio una boqueada y se
qued flotando, inerte. Luego se vio
cmo recobraba sus fuerzas. Se puso
ms rosa; tena el pecho de un color
realmente asombroso, una capa superior,
o inferior, de un rosa chilln, ms el

verde oliva que impregnaba el resto.


Despleg su aleta dorsal, que se
transform en una especie de cresta
espinosa propia de un dragn, y
entonces se convirti en un ltigo casi
invisible que no cesaba de revolverse
para atacar a los otros peces, que no
tenan donde esconderse en su prisin
cilndrica. El agua burbujeaba. Eugenia
se ech a rer, y Elaine a llorar. William
acudi al rescate y, vertiendo a los
peces en otros frascos tras tener que
atrapar a alguno en la hierba, se las
arregl para aislar al agresor del vientre
rosa en un frasco para l solo. Los
dems peces abran y cerraban sin parar
sus bocas trmulas. Elaine se agach

sobre ellos.
Es muy interesante dijo William
que slo sea este macho tan agresivo
el que tiene el barniz rosa. Dos de los
otros son machos, pero no estn rojos de
rabia, o de alegra, como l. El seor
Wallace afirma que las hembras son
descoloridas porque defienden sus nidos
en general, pero el padre construye y
guarda su propio nido hasta que los
alevines se van nadando. Y aun as sigue
rojo de clera, tal vez a modo de aviso,
hasta mucho despus de que la
necesidad de atraer a una hembra a su
bello
hogar
haya
desaparecido
completamente.
Probablemente, hemos dejado

hurfanos a sus huevos dijo Matty.


Devulvalo al ro dijo Elaine.
No, no, llvelo a casa, vamos a
quedrnoslo un rato, y a devolverlo
cuando lo hayamos estudiado dijo la
seorita Mead. Construir otro nido.
A cada momento, los dems peces se
comen miles de huevas. As es la
Naturaleza, Elaine.
Nosotros no somos la Naturaleza
dijo Elaine.
Y entonces qu somos?
pregunt Matty Crompton. No ha
estudiado mucha teologa, se dijo
William, sin hablar en alto. La
Naturaleza era risuea y cruel, eso
estaba claro. Le ofreci sus manos a

Eugenia, para ayudarla a levantarse de


la orilla del ro, y ella se agarr con las
suyas, aferrando las de l con sus
guantes de algodn de por medio
(siempre con guantes de por medio),
templadas por su calor, impregnadas por
lo que fuera que exudaba aquella piel.

Era difcil saber qu haca Harald


Alabaster todo el da. No sala, como
hacan sus hijos, si bien de vez en
cuando se le poda ver dando un
solitario paseo crepuscular entre los
macizos de flores, las manos juntas en el
hueco de la espalda, la cabeza gacha.
Pareca que no se ocupaba de lo que

haba coleccionado tan asidua, aunque


indiscriminadamente. Eso se lo dejaba a
William. Cuando William iba al estudio
hexagonal para informarle de sus
progresos, le ofreca una copa de oporto
o de jerez, y le escuchaba atentamente. A
veces hablaban, o hablaba William, del
proyecto de William sobre los insectos
sociales. Luego, un da, Harald dijo:
No s si le he contado que estoy
escribiendo un libro.
No, no lo ha hecho. Me muero de
curiosidad por saber qu tipo de libro.
El tipo de libro imposible que
ahora trata de escribir todo el mundo.
Un libro, respetable en cierta forma
desde el punto de vista intelectual, que

demostrar que no es imposible que el


mundo sea la obra de un Creador, de un
Diseador.
Se detuvo y dirigi a William, bajo
sus cejas blancas, una mirada astuta,
calculadora.
William intent sopesar en silencio
la negacin: No es imposible.
Soy tan consciente como usted
dijo Harald de que todos los
argumentos de peso estn de la otra
parte. Si ahora fuera un hombre joven,
un hombre joven como usted, me sentira
forzado al materialismo ateo por la pura
belleza y la complejidad de los
argumentos del seor Darwin, y no slo
del seor Darwin. Antes estaba muy

bien que Paley afirmara que un hombre


que se encontrase un reloj, o incluso dos
ruedas engranadas de un reloj tiradas en
un simple brezal, habra supuesto la
existencia de un Hacedor de ese
instrumento. Entonces no haba otra
explicacin para la complejidad de la
mano prensil, o la tela de araa, o la
visin del ojo, ms que un Diseador
que lo hiciera todo con un propsito
concreto. Pero ahora tenemos una
explicacin poderosa, casi enteramente
satisfactoria, en la accin gradual de la
Seleccin Natural, de una lenta
transformacin, a lo largo de un nmero
inimaginable de milenios. Y cualquier
argumento que pretenda descubrir

realmente un Creador inteligente en Sus


obras debe tener en cuenta la belleza y
la fuerza de esas explicaciones, no debe
mofarse de ellas, ni tratar de refutarlas
en aras de defenderlo a l, a Quien no
se puede defender con razonamientos
parciales y poco convincentes
En eso tiene toda la razn, seor.
Creo que sa sera la nica forma de
proceder.
No conozco sus opiniones en lo
que respecta a estas cuestiones, seor
Adamson. No s si tiene alguna creencia
religiosa.
Ni yo mismo lo s, seor. Creo
que no. En realidad me parece que mis
estudios, mis observaciones, me han

llevado a creer que todos nosotros


somos un producto de las leyes
inexorables del comportamiento de la
materia, de las transformaciones y las
evoluciones, y nada ms. Si esto es lo
que de verdad creo en el fondo de mi
corazn, no lo s. No me parece que una
creencia tal surja espontneamente en el
gnero humano. Estoy de acuerdo en que
el sentido religioso, de un modo u otro,
forma parte de la historia de la
evolucin de la humanidad en la misma
medida que la habilidad de guisar la
comida, o el tab del incesto. Y en ese
sentido, lo que me lleva a creer mi razn
se ve constantemente modificado por
mis instintos.

Esa sensacin de que la idea de


un Creador es tan natural en el hombre
como sus instintos jugar un importante
papel en lo que espero escribir. Tengo
una gran confusin en lo que respecta a
las relaciones entre el instinto y la
inteligencia en todas las criaturas.
Disea el castor la presa? Entiende la
abeja, o piensa de alguna forma, la
intrincada geometra hexagonal de sus
celdas, que siempre se adaptan al
espacio de que disponen, cualquiera que
sea su forma? Es la libertad de nuestra
propia inteligencia, seor Adamson, la
que hace que nos resulte imposible
concebir este universo infinitamente
maravilloso (incluida nuestra propia

inteligencia que mira hacia el pasado y


hacia el futuro, reflexiona, inventa,
contempla, razona) sin una Inteligencia
Divina, fuente de todas las inferiores.
No podemos concebirlo, y esta
incapacidad slo puede tener dos
razones. Una, porque sea as; la Primera
Causa Divina es inteligente, y ES. Dos,
la contraria, que ltimamente ha sido
cada vez mejor expuesta: que somos
seres limitados, como cualquier
artrpodo o cualquier quiste estomacal.
Fabricamos a Dios a nuestra imagen,
porque no podemos hacer otra cosa. No
puedo creer eso, seor Adamson, no
puedo. Abre el camino a un oscuro foso
de horrores.

Mi propia falta de fe dijo


William indeciso procede en parte del
hecho de que crec entre cristianos de
una clase muy diferente a la suya.
Recuerdo un sermn en concreto, sobre
el tema del castigo eterno, en el que el
pastor nos mand imaginarnos que toda
la tierra era solamente una masa de
arena fina, y que al final de cada mil
aos, un grano de esta arena sala
volando hacia el espacio. Entonces nos
dijo que nos imaginramos el lento
avance de los siglos, grano a grano, y el
enorme espacio de tiempo antes de que
pareciera siquiera que la tierra haba
disminuido un poco de tamao, y luego
miles de millones de millones de

eternidades, hasta que el globo fuera


ms pequeo, y as una y otra vez hasta
que el ltimo grano saliese flotando, y
luego nos dijo que todo este tiempo
inimaginable no era ms que un grano
del tiempo infinito del castigo eterno, y
vuelta a empezar. Y se nos dio una
descripcin
horriblemente
vvida,
sumamente imaginativa, del tormento
eterno: el siseo de la carne ardiente, el
desgarramiento de los nervios, la
perforacin de los globos oculares, la
desolacin del espritu, la incesante
viveza de la respuesta del cuerpo y del
alma al puro dolor, que nunca se
embotaba ni desfalleca a lo largo de
todos esos milenios de ingeniosa

crueldad
A pesar de que creo que se es un
Dios hecho a imagen de los peores
hombres, ante cuyos excesos todos nos
echamos a temblar en un tono ms
bajo, creo que de cuando en cuando
he observado que tambin la crueldad es
instintiva, por lo menos en algunas de
nuestras especies. He visto funcionar la
esclavitud, sir Harald, he visto una
muestra de lo que hombres corrientes
pueden hacerles a los hombres cuando la
costumbre se lo permite
Me senta limpio cuando rechazaba
a ese Dios, seor, me senta libre, y a
plena luz, como podra sentirse otro
hombre al sufrir una conversin

cegadora. S de una seora a la que esos


temores la llevaron al suicidio. Debera
aadir que mi padre me ha desheredado
completamente y, por consiguiente, ha
renegado de m. sa es una razn ms de
mi pobreza actual.
Espero que sea feliz aqu.
Lo soy. Han sido muy amables.
Me gustara proponerle que
tambin me ayude con el libro. No, no,
no me malinterprete; no a escribirlo.
Sino discutiendo cosas de vez en
cuando. Me hace falta conversar, incluso
que me contradigan, para clarificar y
poner a prueba mis ideas.
Ser un honor, mientras est aqu.
Se morir de ganas de marcharse

otra vez, lo s, de retomar sus viajes.


Espero servirle de ayuda material
respecto a ese propsito a su debido
tiempo. Nuestro deber es buscar los
caminos y los lugares secretos de la
Naturaleza, o respaldar y animar a
quienes son capaces de hacerlo.
Gracias.
Ahora bien, Darwin, en su pasaje
sobre el ojo, parece o no admitir la
posibilidad de un Creador? Compara el
perfeccionamiento del ojo con el
perfeccionamiento de un telescopio, y
habla de los cambios sufridos durante
milenios por una gruesa capa de tejido
transparente, con un nervio sensible a la
luz bajo l, y contina hasta subrayar

que, si comparamos las fuerzas que


forman el ojo humano con el intelecto
humano debemos suponer que siempre
hay
una
energa
observando
atentamente la mnima alteracin
fortuita de las capas transparentes. El
seor Darwin nos lleva a suponer que
esta energa atentamente observadora es
inconcebible, que la fuerza empleada es
la necesidad ciega, la ley de la materia.
Pero yo digo que en la propia materia
est contenido un gran misterio. Cmo
lleg siquiera a existir? Cmo se
produce su organizacin? Al final no
acabamos teniendo que enfrentarnos
cara a cara, al considerar estas cosas,
con el Anciano de Das, con El que

pregunt a Job: Dnde estabas t


cuando puse los cimientos de la tierra?
Dilo si lo sabes. Cuando las estrellas de
la maana cantaban juntas, y todos los
hijos de Dios gritaban de alegra? El
propio Darwin escribe que sus capas
transparentes forman un instrumento
ptico viviente superior a uno de cristal,
en la misma medida que las obras del
Creador lo son a las del hombre.
Eso dice. Y a nosotros nos es ms
fcil imaginar la atencin paciente de un
observador infinito que comprender el
puro azar. Nos es ms fcil imaginarnos
cambios y fluctuaciones en una gelatina
transparente utilizando la imagen de los
granos flotantes que se desprenden del

mundo de arena en el sermn; uno casi


puede llegar a imaginarse el puro azar
de ese modo, grano a grano,
infinitesimal pero acumulativo

Matty Crompton le record a


William la promesa que le haba
arrancado de construir una colmena de
cristal y un hormiguero. La colmena de
cristal se construy bajo la direccin de
William, con el ancho de un panal de
miel, un agujero de entrada para las
abejas recortado en la ventana del
cuarto de las nias, y cortinas de tela
negra colocadas sobre los lados. Las
abejas se las proporcion un aparcero, y

fueron introducidas, mientras zumbaban


a oscuras, en su nueva casa. Por lo que
respecta a las hormigas, se trajo un
enorme depsito de cristal de la ciudad
ms cercana, que fue colocado en su
propia mesa sobre un tapete verde.
Matty Crompton dijo que ella misma
acompaara a William en su bsqueda
de hormigas. Haba visto procesiones de
diversas clases de hormigas en el
bosquecillo de olmos el verano anterior.
Salieron juntos con dos cubos, varios
frascos,
cajas
y probetas,
un
desplantador estrecho y varios pares de
pinzas. Ella tena el paso rpido, y no
era dada a la conversacin. Condujo a
William directamente a lo que l

inmediatamente reconoci como un gran


nido de hormigas de los bosques, la
obra de una generacin tras otra,
apoyada contra un tocn de olmo, y
techada con una alta cpula de ramitas,
tallos y hojas secas. Se podan ver
desordenadas filas de hormigas entrando
y saliendo.
He intentado criar estos insectos
yo misma dijo Matty Crompton,
pero parece que tengo un toque mortal.
Daba igual lo bonita que fuese la casa
que construyera, o la cantidad de flores
y frutas que les diese; los animalitos se
hacan una pelotita y se moran.
Seguramente no haba capturado a
una reina. Las hormigas son animales

sociales: parece que slo viven en


beneficio del nido entero, y el centro del
nido es la hormiga reina, cuya puesta y
alimentacin todas las dems atienden
sin cesar. La matan o la arrastran hasta
fuera, es cierto, si deja de reproducirse;
o la abandonan, y se muere de hambre
rpidamente porque es incapaz de
aparselas por su cuenta. Pero viven
para colmarla de atenciones cuando est
en la flor de su vida, a ella y a su prole.
Si vamos a reproducir una comunidad
real, tenemos que apresar una. Las
obreras pierden las ganas de vivir sin la
cercana de una reina; se quedan
inmviles y lnguidas, como seoritas
en decadencia, y luego exhalan el ltimo

suspiro.
Y cmo vamos a encontrar una
reina? Tenemos que romper el
hormiguero? Vamos a producir un
destrozo enorme.
Mirar por los alrededores y
tratar de encontrar un nido construido
hace poco, una comunidad reciente que
se pueda trasladar ms o menos entera.
Se pase de un lado a otro, dndoles
la vuelta a las hojas con un palito, y
siguiendo pequeos convoyes de
hormigas hasta sus hendeduras y grietas
en las races y en la tierra. Matty
Crompton permaneca vigilante a su
lado. Llevaba un vestido de pao
marrn, austero y poco favorecedor, y el

pelo moreno recogido en una trenza


alrededor de la cabeza. Se le daba bien
quedarse inmvil. William sinti una
oleada de placer al recuperar su faceta
de cazador y explorador, que no haba
ejercitado entre las paredes de la
mansin. Bajo su mirada, el suelo entero
del bosque se llen de vida, de
movimiento: un ciempis, varios
escarabajos, una lustrosa lombriz
sanguinolenta, cagarrutas de conejo, un
plumn diminuto, una hierba untada con
los huevos de alguna polilla o mariposa,
violetas florecientes, orificios cnicos
de entrada con un polvo fino en su
interior, una ramita que se cimbreaba, un
guijarro que cambiaba de posicin. Sac

sus lentes de aumento y se qued


mirando un sendero de musgo, guijarros
y arena, y vio un tumulto de energas
anteriormente invisibles afanndose una
y otra vez: corredores con miradas de
patas,
invisibles
artrpodos
semitransparentes,
araitas
como
botones. Sus sentidos y su mente se
apegaron a ellos, eran como un campo
magntico, que tiraba de aqu y de all.
Aqu haba un nido de hormigas negras,
Acanthomyops fuliginosus, que vivan en
pequeos hogares dentro de los
campamentos interconectados de las
hormigas de los bosques. Ah, en el
lindero del bosquecillo, una fila de
hormigas
esclavistas,
Formica

sanguinea. Siempre haba querido


estudiarlas en accin. Se lo dijo a Matty
Crompton, a la vez que le sealaba las
diferencias existentes entre las hormigas
de los bosques, Formica rufa, con sus
cabezas de color lodo y sus gastros (o
partes traseras) pardos y las sanguneas
de color rojo sangre.
Invaden los nidos de las hormigas
de los bosques y les roban las pupas
para criarlas con las suyas, de modo que
se conviertan en obreras sanguneas. Se
libran batallas terribles entre las
invasoras y las defensoras.
En eso, como en otras muchas
cosas, se parecen a las sociedades
humanas.

Parece que los comerciantes


britnicos de esclavos dependen menos
de sus esclavos que la Formica
rufescens suiza que estudi Huber, que
subraya que las obreras de estas
especies no se dedican a otra cosa ms
que a capturar esclavas, y sin cuya labor
su tribu se extinguira sin la menor duda,
ya que la cra de las larvas y la
recoleccin de comida la realizan las
esclavas. El seor Darwin seala que,
cuando estas hormigas sanguneas
britnicas emigran, se llevan a sus
esclavas a su nuevo hogar; pero las
amas suizas, que son ms feroces, son
tan dependientes que necesitan que la
esclavas las transporten entre sus

mandbulas, porque por s mismas son


incapaces.
Puede que todas estn encantadas
con su cometido observ Matty
Crompton. Su tono era neutro, tan
extraordinariamente neutro que habra
sido imposible descubrir si hablaba con
un matiz irnico o con cierta suficiencia
convencional, incluso en caso de que
William le hubiera estado dedicando
toda su atencin, cosa que no estaba
haciendo. Haba encontrado un exiguo
techo de paja que se dispona a excavar.
Cogi el desplantador que ella tena en
las manos y retir varias capas de tierra,
que hervan de furiosas hormigas
guerreras y estaban salpicadas de larvas

y ninfas. Una especie de ataque de


indignacin acompa sus siguientes
movimientos, a medida que iba llegando
al corazn del nido. La seorita
Crompton, segn las instrucciones que l
le iba dando, recoga obreras, larvas y
ninfas
en
grandes
terrones,
entremezclados con ramitas y hojas.
Muerden
observ
lacnicamente, a la vez que se sacuda a
sus diminutas atacantes de las muecas.
S. Hacen un agujero con sus
mandbulas e inyectan cido frmico con
sus gastros, que curvan hacia dentro con
mucha elegancia. Quiere darse por
vencida?
No. Puedo competir con unas

cuantas hormigas furiosas con razn.


No podra decir lo mismo de las
Solenopsis o las tucunderas de la selva,
que me hicieron sufrir semanas de
tormentos
cuando
hurgu
imprudentemente en su hormiguero. En
Brasil dicen que la Solenopsis es el
Rey, y tienen razn. No se las puede
confinar, ni desviar, ni evitar; los
hombres abandonan sus casas para
escapar de sus estragos.
Matty Crompton, sigilosa, coga
hormigas sueltas de sus puos y las
desperdigaba por las cajas de
coleccionista. William sigui un tnel y
se encontr con la cmara de cra de la
hormiga reina.

Aqu est. En la Gloria.


Matty Crompton ech un ojo.
Nadie dira que es de la misma
especie que sus pequeos y ajetreados
sirvientes
No.
Aunque
es
menos
desproporcionadamente gruesa que las
reinas de las termitas, que son como
enormes tubos hinchados, del tamao de
almiares comparadas con los diminutos
y dciles machos, que se encuentran a su
servicio en la misma cmara, y con las
obreras, que trepan por encima de ella
para limpiar y reparar y llevarse la
infinita serie de huevos, as como
cualquier desecho.
La reina de las hormigas de los

bosques slo era la mitad ms grande


que sus hijas, obreras y sirvientes.
Estaba hinchada y lustrosa, a diferencia
de las obreras mates, y pareca que tena
rayas rojas y blancas. Las rayas eran de
hecho el resultado de la hinchazn de su
cuerpo provocada por los huevos que
albergaba en su interior, que
desarticulaban su coraza castaa, y
dejaban a la vista una piel ms frgil,
ms elstica y blancuzca en los
intersticios.
La
cabeza
pareca
relativamente pequea. William la
levant con sus pinzas; varias obreras se
vinieron con ella, agarradas a sus patas.
La coloc sobre algodn en rama en una
caja de coleccionista y gui a la seorita

Crompton en su recoleccin de varios


tamaos de hormigas obreras, de larvas
y de ninfas, procedentes de distintas
partes del nido.
Deberamos llevarnos tambin
una muestra de la tierra y del manto
vegetal con los que han construido el
nido, y fijarnos en lo que parece que
comen; y as las nias, si tienen
paciencia, podrn hacer experimentos
muy tiles en lo que se refiere a sus
preferencias alimentarias cuando se
encuentren en su nuevo hogar.
No tendramos que buscar
tambin hormigas macho?
No habr ninguna en esta poca
del ao. Slo hacen acto de presencia en

el nido en junio, julio y tal vez en


agosto. Nacen a veces (o eso se piensa)
de huevos puestos por obreras sin
fecundar: una especie de partenognesis.
No sobreviven al apareamiento con las
reinas en los meses de verano. Son
fciles de reconocer; tienen alas y ojos
enormemente desarrollados, y no parece
que puedan defenderse por s solas en
absoluto, o construir o forrajear. Parece
que la seleccin natural ha favorecido
en ellas el desarrollo de esas
habilidades que garantizan el xito en la
danza nupcial, a expensas de las dems.
No puedo menos de fijarme en
que eso parece todo lo contrario de lo
que sucede en las sociedades humanas,

donde es el xito de la mujer en esa


clase de habilidades lo que determina su
vida
Yo tambin le he dado vueltas a
eso. Se da una grata paradoja en los
vistosos vestidos de baile, en la
evanescencia de las jovencitas en este
mundo nuestro, en contraposicin a la
oscura rigidez de los jvenes. En las
sociedades salvajes, como entre las
aves y las mariposas, son los machos los
que hacen alarde de belleza. Pero no
creo que la posicin de la hormiga reina
sea mucho ms privilegiada que la del
enjambre de pretendientes intiles y
rechazados. Me pregunto si estas
diminutas criaturas que corren por todas

partes, que se transportan y se alimentan


amorosamente las unas a las otras y
muerden a los enemigos, sern seres
individuales, o sern como las clulas
de nuestro cuerpo, partes de un todo,
dirigidas todas por la misma mente, el
Espritu del Nido, que las utiliza a
todas: reina, sirvientes, esclavas,
compaeros de baile, en beneficio de la
propia raza, de la propia especie
Y tambin hace extensiva esa
pregunta, seor Adamson, a las
sociedades humanas?
Tentado estoy. Provengo del norte
de Inglaterra, donde a los cientficos
propietarios de las fbricas y de las
minas les gustara hacer de los hombres

partes de una mquina gigante que se


deslizaran suavemente. A la Filosofa de
los fabricantes del doctor Andrew Ure
le gustara que se pudiese adiestrar a los
obreros para que cooperasen los unos
con los otros, para que renunciasen a
sus irregulares hbitos de trabajo, y se
identificaran con la regularidad
invariable del autmata complejo. Los
experimentos de Robert Owen son el
lado vistoso de esa manera de pensar.
Interesante, pero no es lo mismo
dijo Matty Crompton. El deseo de
los propietarios de las fbricas no es el
Espritu del Nido.
William frunci el ceo mientras
meditaba esta cuestin.

Podra serlo dijo. Si


diramos por supuesto que los
propietarios de las fbricas, con su
produccin en serie, obedecen de hecho
de la misma forma al deseo del Espritu
de la Colmena.
Ah! dijo Matty Crompton con
una especie de regocijo. Ya s por
dnde va. Por un calvinismo moderno
con entrada por la puerta de atrs, la
puerta del nido[7].
Piensa usted mucho, seorita
Crompton.
Para ser mujer. Estaba a punto de
aadir, para ser mujer, y luego se
contuvo, lo que no deja de ser una
cortesa. Es como ms me divierto,

pensando. Pienso de la misma manera


que las abejas toman el sol o las
hormigas atacan a los fidos. No cree
que deberamos surtir de fidos
cualquier paraso artificial de hormigas
que se precie, seor Adamson?
Pues claro que s. Deberamos
rodearlo de las plantas favoritas de los
fidos si es posible. Si se puede tolerar
su presencia en el cuarto de estudio.

Las nias se amontonaron para


observar a las hormigas con una mezcla
de grititos de fascinacin y repulsin.
Las hormigas se pusieron a excavar y a
organizar su nuevo hogar con una

aplicacin ejemplar. La seorita Mead,


una persona de edad con la cara fofa y
horquillas que sobresalan de su pelo
ralo, les solt unos discursitos a las
nias sobre la bondad de las hormigas,
que trabajaban en beneficio de las
dems, y a las que se poda ver
obsequiando a las hermanas que pasaban
junto a ellas con traguitos de nctar de
sus reservas; que se acariciaban las unas
a las otras y criaban a sus hermanas
nonatas dentro de los huevos, o en el
estado larval, con amorosa solicitud,
trasladndolas de un dormitorio a otro,
limpindolas y alimentndolas con
abnegada dedicacin. Margaret le dio un
codazo en el costado a Edith y dijo:

Ves? Eres un gusanito, un


cochino gusanito.
Las tres sois ms cochinas de lo
que deberais dijo Matty Crompton.
Lo habis puesto todo perdido de tierra,
no slo vuestros delantales.
La
seorita
Mead,
que
evidentemente estaba acostumbrada a
hacer caso omiso de los pequeos
disgustos, se embarc con voz soadora
en la historia de Cupido y Psique.
A las hormigas, mis
queridas nias, se las ha
considerado tiles al Hombre
desde la ms remota antigedad.
La historia de la desgraciada

princesa Psique lo demuestra.


Era tan bella, y todos los que la
vean la amaban tanto, que la
diosa de la belleza, Venus, tuvo
celos de ella, y le dijo a su hijo,
Cupido, que castigara a la bella
muchacha. A su padre, el rey, le
contaron que haba ofendido a
los dioses, y que, en castigo, su
encantadora hija tendra que
casarse
con una
terrible
serpiente
voladora.
Deba
vestirla como a una novia y
llevarla hasta la cumbre de un
horrible peasco a esperar a su
monstruoso prometido.

Aparecer alguien y matar al


dragn dijo Edith.
En este cuento no dijo Matty
Crompton.
La seorita Mead se meci en su
silla, con los ojos entrecerrados, y
prosigui.
As que all estaba la pobre
muchacha, encima del risco, con todos
sus encajes, sus guirnaldas de flores y
sus bonitas perlas. Era muy desgraciada,
pero al poco rato se dio cuenta de que
toda su ropa ondeaba por efecto de una
suave brisa, que al final acab por
alzarla y llevarla muy lejos hasta un
bonito lugar, con salas de mrmol,

colgaduras de seda, cuencos de oro,


deliciosas frutas comestibles, y donde
no se vea a nadie por ninguna parte.
Estaba completamente sola en medio de
aquel lujo exquisito. Pero la servan
manos invisibles, y oa tocar a msicos
tambin invisibles, y no necesitaba
mover un dedo; sus deseos se cumplan
al instante. Cuando por fin se ech de
noche a descansar, una voz de una gran
dulzura y amabilidad le dijo que l era
su nuevo marido, y que tratara de
hacerla feliz slo con que ella se fiase
de l. Y ella supo que poda fiarse; una
voz tan bonita no poda pertenecer a
nada daino. As que eran felices juntos,
y su marido la avis de que aquello slo

podra continuar as si obedeca sus


instrucciones,
que
consistan
fundamentalmente en que nunca
intentase verlo.
As que ella se qued all, en la
gloria, hasta que pens que le apeteca
ver a su familia y le expres este deseo
a su gentil marido, cosa que lo puso muy
triste, porque saba que aquello no
traera nada bueno, pero no poda
negarle nada. Conque su familia se vio
inmediatamente arrebatada por el viento
del oeste hasta donde estaba ella, y no
salan de su asombro. Slo sus hermanas
se pusieron un poco celosas, queridas,
como suele suceder entre hermanas, y
aunque se alegraban de que no hubiese

sido devorada, no acababa de gustarles


verla tan feliz. As que le preguntaron
cmo saba que su marido no era una
serpiente monstruosa (una a la que se
haba visto, dijeron, nadando en el ro),
y le sugirieron que cogiese una vela de
noche, cuando su amado estuviese
dormido, y que mirase a ver quin era.
De modo que ella hizo lo que le dijeron,
sin ninguna prudencia, y la llama de la
vela alumbr, en vez de a una serpiente,
al hombre de cabellos dorados ms
guapo que haba visto en su vida. Pero
unas cuantas gotas de cera de la vela
cayeron sobre su piel y lo despertaron, y
l dijo muy triste: Ahora ya no me
volvers a ver, y despleg sus alas

(porque se trataba del alado Cupido, el


dios del amor) y se fue volando.
Ahora bien, Psique era una
muchacha
tan
ingeniosa
como
desgraciada, conque se fue a recorrer el
mundo en busca de Amor. Y Venus se
enter de sus vagabundeos, e hizo correr
el rumor de que se trataba de una
sirviente suya fugada, y Psique fue
capturada y llevada a rastras ante la
airada diosa. La diosa le encomend una
serie de tareas imposibles y, como no
consiguiera realizarlas, se la desterrara
y nunca volvera a ver a su marido ni a
sus amigos, sino que pasara a ser una
mera esclava y trabajara para ganarse
el sustento.

Una de estas tareas era la seleccin


de semillas. La diosa arroj un montn
entero, una autntica montaa de
semillas mezcladas (trigo, cebada, mijo,
lentejas, habichuelas, y semillas de
amapola y arveja), y le dijo a la pobre
muchacha que tena que separar las
distintas clases por la noche. Y Psique
se sent y se ech a llorar, porque no
saba por dnde empezar. Y entonces
oy cmo una voz muy dbil, spera y
susurrante, le preguntaba desde el suelo
cul era el problema. Y la que hablaba
era una hormiguita, una criatura
diminuta, absolutamente insignificante.
Tal vez yo pueda ayudarte le
dijo.

No s cmo respondi Psique


, pero te agradezco la intencin.
Pero la hormiga no se dej
desanimar, y llam a sus amigas, a sus
parientes, a sus vecinas, a millares y
millares de hormigas que surgieron en
grandes oleadas
Me pica la piel le dijo Matty
Crompton a William slo de
imaginarme esos benvolos ejrcitos.
Y yo me pongo nervioso con la
sola idea de clasificar una montaa de
semillas o de cualquier otra cosa. Me
recuerda que estoy descuidando mi
trabajo.
Es curioso, verdad?, cmo en los

cuentos seleccionar algo es casi


siempre una de las tareas imposibles del
prncipe o la princesa. Hay muchos
amantes frustrados a los que les ponen a
clasificar semillas. Cree usted que
existe alguna buena explicacin
antropolgica?
Sin duda. Pero no la s. Siempre
he pensado que esos cuentos trataban de
la sagacidad y la utilidad de esos
animalitos, de las hormigas. Puede que
me condicione mi inters por ellas. No
es fcil convivir con las hormigas
tropicales. Lo he intentado; viv una
temporada en un cuarto con el suelo de
tierra donde haba dos montculos de
tierra enormes, levantados por las

hormigas sauba. All fue donde tambin


encontr un modus vivendi con varios
nidos de grandes avispas caseras
marrones. Construyen unos hogares la
mar de ingeniosos, como copas
invertidas que cuelgan de las vigas. Me
congratulaba que supieran que yo era el
amo de la casa de la que colgaban las
suyas; lo cierto es que nunca me picaron,
aunque s atacaban a los extraos que
pasaban por all. Me daba la sensacin
de que formbamos una cooperativa,
aunque eso deban de ser imaginaciones
mas; eran muy feroces manteniendo a
raya a los moscones y a las cucarachas,
a los que mataban con una terrible
precisin. Llegu a admirarlas por su

belleza, su ingenuidad y su heroica


ferocidad. Hice todo un estudio sobre su
trabajo, como constructoras y como
carniceras.
Nuestras hormigas de los bosques
tienen que parecerle un poco mansas
despus de todas esas criaturas salvajes.
Soy muy feliz aqu. Soy til, y
todo el mundo es muy amable conmigo.
Espero que pueda rematar su
seleccin para satisfaccin de todos
dijo Matty Crompton. Ms tarde l
decidi que se haba imaginado el tono
intencionado de su voz.

Tuvo momentos, a medida que la

primavera fue madurando y se convirti


en el principio del verano, en los que
empez a aburrirse de su labor de
seleccin. Trataba de imaginarla, en
cierto sentido, como una labor de amor,
pero no consegua ver la recompensa
final. Qu recompensa poda ser?
Eugenia no era para l. Cada vez se le
relegaba ms a una especie de mundo
intermedio, como compaero de las
nias, y como compaero y asistente del
anciano. Los jvenes entraban y salan
constantemente entre un nmero
creciente de amigos, tanto varones como
fminas. Haba un joven, Robin
Swinnerton, a quien se poda ver a
menudo ayudando a descabalgar a

Eugenia de lomos de su yegua negra,


Dusk[8], mientras le cea la cintura con
las manos y volva su cara risuea hacia
la de ella. La confusin atenazaba a
William Adamson cuando los vea, una
confusin compuesta del placer vicario
experimentado al imaginarse l mismo
apretando aquellos msculos jvenes,
de una punzada de envidia ciega, y de
una voz razonable y fra que le deca que
lo mejor sera que se declarase cuanto
antes, porque entonces se sentira libre.
Ya poda sentirse libre, dadas las
esperanzas que tena, se responda a s
mismo, pero no se haca caso. Con un
dedo, trazaba en sus propios labios el
arco perfecto de los de ella, tal como

sera si lo acariciara.
Estaba acostumbrado a la soledad;
no tena ni idea de cmo se cotilleaba, o
de cmo se atenda a los cotilleos,
aunque era consciente, como se es
consciente de las nubes de polen que
desprenden los rboles grandes en los
das templados, de que haba
especulacin en el ambiente. Y un da
iba de camino por la galera del claustro
hacia el estudio hexagonal, cuando se
top con Robin Swinnerton que vena
andando deprisa en direccin contraria.
Era un joven de pelo rizado, castao
rojizo, con una agradable sonrisa, que
ese da le llegaba de oreja a oreja y
consigui engaar a William Adamson.

Casi tir a William, y se detuvo para


disculparse, le dio la mano y se ech a
rer.
Tengo que dar un recado
maravilloso,
seor,
estaba
preocupado
Ese
joven
dijo
Harald
Alabaster cuando William entr
quiere casarse con mi hija. Le he dado
mi consentimiento, y dice que ya sabe lo
que ella va a decir; as que tiene usted
que darme la enhorabuena.
Y se la doy de todo corazn.
El primer polluelo que se va del
nido.
William se dio la vuelta para mirar
por la ventana.

Los dems la seguirn pronto, si


las cosas siguen su curso.
Lo s. Tiene que ser as. Me
preocupa Eugenia, he de confesarlo. Me
parece que esta noticia no va aumentar
su felicidad precisamente, aunque puede
que la subestime.
A William le parecieron horas el
tiempo que le llev encontrarle un
sentido a esta confesin.
Entonces no es no es la
seorita Eugenia Alabaster la que se va
a casar?
Qu? Ah, no. Es eso lo que he
dicho? No, no. Es Rowena. Es Rowena
la que se va a casar con el seor
Swinnerton.

Crea que el seor Swinnerton


daba seales de haberse encariado con
la seorita Eugenia.
Tambin mi esposa era de esa
opinin Pero resulta que es Rowena.
Puede que a Eugenia no le guste que
Rowena se case primero. Ella tambin
estaba prometida, ya sabe, pero aquel
joven muri en un trgico accidente. Y
desde entonces, no s qu es lo que
pasa, ha tenido muchos pretendientes;
muchsimos, dadas las limitaciones del
vecindario Pero nada No s si es
que ella desprende frialdad o qu Es
una buena chica, William, aguant muy
bien el dolor, no se debilit ni se dedic
a quejarse, sigui tan dcil como

siempre Pero me temo que, hasta


cierto punto, se le fue la vida, y ya no ha
vuelto ms.
Es tan bella, seor, tan, tan bella
y y perfecta que no puede estar
mucho tiempo sin encontrar a alguien
que la merezca.
Eso creo yo, pero su madre est
preocupada. Me parece que a su madre
no le hara mucha gracia que Rowena se
casase primero; no est bien Pero no
veo cmo bamos a impedir la felicidad
de Rowena, aparte de que no debamos
hacerlo. La verdad es que no est nada
bien que le hable de mi preocupacin
por Eugenia cuando va a ser un da tan
feliz para Rowena, que es en lo que

deberamos pensar.
Creo que su preocupacin por
Eugenia es muy natural, es tan sensato de
su parte como siempre. No es cosa ma,
pero a m tambin Estuvo a punto
de aadir me preocupa Eugenia, pero
gan la prudencia.
Usted es un joven bueno, y su
presencia es muy agradable dijo
Harald Alabaster. Me alegra mucho
que est aqu con nosotros. Tiene buen
corazn. Y eso es lo ms importante.

William observaba a Eugenia con


una nueva intensidad, cuando la vea, a
la caza de seales de desdicha. Pareca

tan serena como siempre, y habra


pensado que su padre estaba
equivocado, si un da no hubiera sido
testigo de una curiosa escenita en el
cuarto de las sillas de montar. Pasaba
por all sin hacer ruido, de camino a su
lugar de trabajo, cuando se dio cuenta,
al echar un vistazo por la ventana, de
que Eugenia estaba dentro, hablando con
alguien a quien l no poda ver desde su
situacin de espa, y por sus ademanes
pareca inquieta, incluso llorosa.
Pareca que suplicaba algo. Pintonees
oy pasos rpidos y se agach para que
no lo vieran; Edgar Alabaster pas
dando zancadas por delante de l, con la
cara encendida por la clera, camino de

la casa. Poco despus Eugenia sali al


patio y se qued completamente inmvil
un momento antes de alejarse andando
con paso inestable hacia la explanada y
la zanja de la cerca. Saba, porque la
amaba, que la cegaban las lgrimas, y
adivin, porque la haba estudiado,
porque la amaba, que herira su orgullo
pensar que alguien haba visto sus
lgrimas. Pero la sigui, porque la
amaba, y se puso a su lado en la hierba,
mientras ella miraba a la zanja por
donde discurra la cerca, la barrera que
separaba la casa del mundo exterior,
invisible desde el patio. Caa la tarde;
los lamos arrojaban largas sombras
sobre los prados.

No pude evitar ver que estaba


mal. Puedo ayudarla en algo? Hara
cualquier cosa por ayudarla, si pudiera.
No se puede hacer nada dijo
desganadamente, pero sin efectuar
ningn movimiento para rechazarlo.
No saba qu ms decir. No poda
revelarle que conoca su situacin,
porque no era ella la que se la haba
contado. Tampoco poda decirle: La
amo: quiero consolarla porque la amo,
aunque su cuerpo palpitaba con el deseo
de que ella se volviese haca l y llorase
en su hombro.
Es usted guapa y buena; merece
ser feliz dijo tontamente. No puedo
soportar verla llorar.

Es usted muy amable, pero no se


me puede ayudar, es imposible.
Miraba, sin verlas, aquellas sombras
largas. Me gustara estar muerta, si he
de ser sincera, me gustara estar muerta
dijo mientras las lgrimas corran ms
deprisa. Debera estar muerta
aadi violentamente. Muerta, como
Harry.
Estoy al tanto de su tragedia,
seorita Alabaster. Lo siento mucho.
Espero que se la pueda consolar.
No creo que est usted realmente
al tanto dijo Eugenia. Nadie sabe
nada de nada. No se puede.
As debe ser. Ha demostrado
usted un gran valor. Por favor, no se

ponga triste. Trataba de pensar qu


decir. Hay tanta gente que la quiere,
no puede sentirse desgraciada.
En realidad no me quieren, no me
quieren de verdad. Creen que s, pero no
pueden. No pueden. No se me puede
amar, seor Adamson, no soy digna de
ser amada, es como una maldicin,
usted no lo entiende.
S que eso no es verdad
respondi con vehemencia. No
conozco a nadie ms digno de ser
amado, a nadie. Tiene usted que darse
cuenta Yo no estoy en situacin de
Si mi vida fuese diferente, si mi
posicin en la vida En resumen, hara
lo que fuera por usted, seorita

Alabaster, debe saberlo. Creo que las


mujeres saben estas cosas.
Ella solt un ligero suspiro, casi de
consuelo, pens l, y bajando la cabeza
dej de mirar petrificada ms all de la
cerca.
Es usted el que es bueno y amable
dijo con una nueva dulzura. Y
valiente, a pesar de que no lo entienda.
Ha sido muy amable con todo el mundo,
hasta con las nias. Somos afortunados
al tenerle aqu.
Y yo me sentira muy afortunado,
y honrado, si usted creyera que poda
dejarme ser su amigo (a pesar de las
diferencias que hay entre nosotros), si
pudiera confiar un poco en m. No s de

lo que estoy hablando Por qu iba a


fiarse de m? Deseo tanto ser capaz de
hacer algo por usted. Cualquier cosa. No
tengo nada en el mundo, como ya sabe.
As que es una locura. Pero, por favor,
pdame lo que sea si puedo servirle de
la ms mnima ayuda, en cualquier
momento.
Estaba secndose la cara y los ojos
con un pauelo de encaje. Tena los ojos
ligeramente rojos por los bordes, e
hinchados. A l le pareci conmovedor
y excitante. Ella solt una risita.
Les ha regalado a las nias un
hormiguero y una colmena de cristal.
Una vez me prometi una nube de
mariposas. Era una bonita idea.

Extendi la manita (siempre


enguantada), y l la acarici con los
labios; un beso de mariposa que, aun
as, azuz sus sentidos y repercuti en
sus venas.
Decidi que ella debera tener sus
mariposas.

Cambi su relacin con ella el


haberla visto tan triste. Un nuevo instinto
protector vino a mezclarse con lo que
haba sido pura veneracin, para hacerle
fijarse en cosas nuevas: la brusquedad
de Edgar para con Eugenia, la forma que
tenan sus hermanas de charlar
ilusionadas sobre sus planes de boda

mientras ella se paseaba a cierta


distancia, no estaba seguro de si
segregada o reacia a unirse a las dems.
Empez a reunir orugas de distintas
especies y diversos lugares, y reclut a
Matty Crompton y a las nias sin
confesarles para qu quera los
animalitos. Les dio instrucciones: haba
que cogerlos siempre con las plantas
que les servan de alimento, con las
hojas donde se los encontraran,
cualesquiera que fuesen. Pidi prestadas
conejeras y jaulas de palomas en las
que, a medida que las orugas fueron
tejiendo sus capullos, las coloc para
criarlas. Result que era difcil
coordinar una nube, pero persever, y

consigui criar varias azules pequeas,


una gran coleccin de blancas, algunas
Vanessa atalanta, Nymphalis y fritilarias,
junto con una o dos mariposas de los
bosques verdosas y una coleccin de
polillas, armios pardos, rtidos, cosos
de los sauces y otras voladoras
nocturnas. Slo cuando crey que sus
crianzas constituan una nube decente,
dentro de lo que l poda conseguir, le
pidi permiso a Harald Alabaster para
soltar los animalitos en el invernadero.
Me encargar de que no estropeen
las plantas, no hay riesgo de una
invasin de larvas famlicas. Le promet
a la seorita Alabaster una nube de
mariposas y creo que ya la tengo.

Ha tenido mucha perseverancia,


por lo que veo. Desde luego son ms
bonitas volando que con alfileres. Le va
a encantar.
Quera quera hacerla rer y
no tena nada que ofrecerle.
Harald mir a William Adamson y
se le juntaron las cejas blancas.
Est preocupado por Eugenia.
Les hice a las nias una colmena y
un hormiguero de cristal. A ella le
promet, en un momento de locura, una
nube de mariposas. Espero que usted me
permita darle este regalo efmero.
Slo durar unas cuantas semanas como
mucho, seor; ya sabe usted.
Harald tena una manera de mirar

penetrante y benigna, como si leyese los


pensamientos de los dems.
Creo que a Eugenia le va a
encantar dijo. Y a todos nosotros,
compartiremos ese momento mgico. La
magia no es una cosa mala, William. La
transfiguracin no es mala. Las
mariposas salen de unas cosas nada
prometedoras que se arrastran por la
tierra.
Espero no
No diga nada, no diga nada. Sus
sentimientos le honran.

Solt las mariposas una maana muy


temprano, antes de que nadie de la casa

se hubiese levantado. William, que


haba bajado corriendo las escaleras a
las seis, se encontr con una poblacin
muy distinta de la diurna: una hueste de
jvenes vestidas de negro, silenciosas y
diligentes, que acarreaban cubos de
ceniza, cubos de agua, cajas de
utensilios para encerar, puados de
escobas y cepillos y sacudidores de
alfombras. Haban salido como una nube
de avispas jvenes de debajo del alero
de la casa, con las caras plidas y los
ojos legaosos, y se inclinaban
silenciosas ante l cuando pasaba junto
a ellas. Algunas no eran ms que unas
cras, apenas diferentes de las del cuarto
de las nias, salvo que estas ltimas

iban delicadamente envueltas en


enaguas, volantes y suaves festones de
muselina, mientras que estas otras eran
en su mayor parte esculidas, vestan
corpios ceidos y sin adornos, faldas
oscuras y susurrantes, y llevaban cofias
formidablemente almidonadas en el
pelo.
El invernadero una la biblioteca
con los claustros de la capilla por su
lado ms lejano al estudio de Harald.
Estaba slidamente construido con
cristal y hierro forjado; tena un techo
alto y abovedado, y una fuente en el lado
de la pared, rodeada de piedras
cubiertas de musgo con una pequea
estatua de una ninfa de mrmol que

sostena un cntaro por encima del agua.


Haba peces de colores en la somera
cuenca donde el agua caa. La
vegetacin era abundante, y en ciertos
sitios vigorosa; una serie de espalderas
de hierro forjado, con forma de hojas de
yedra y ramas entrelazadas, sostena una
mezcla de plantas trepadoras y
enredaderas, componiendo una serie de
cenadores semiocultos, en cuyo interior
colgaban enormes cestos de mimbre,
todos llenos de plantas en flor de
vistosos colores y delicadamente
perfumadas. Haba palmeras en algunos
sitios, plantadas en tinas de latn que
brillaban como el oro, y el suelo estaba
enlosado con un reluciente mrmol

negro que daba la impresin, desde


ciertos ngulos y con ciertas luces, de un
lago profundo y oscuro con una
superficie reflectante.
William llev dentro sus cajas de
insectos somnolientos, y las coloc
cuidadosamente en la tierra hmeda, en
los cestos, entre las hojas. El chico del
jardinero lo contemplaba con aire
desconfiado, pero luego se entusiasm
cuando una o dos de las mariposas ms
grandes, templadas por el sol naciente,
vagaron perezosas por el techo, de cesto
en cesto. William le encarg que
mantuviera las puertas cerradas, y a la
familia alejada con cualquier excusa,
hasta que el sol estuviera alto y las

mariposas en movimiento; las mariposas


se alimentan de luz, las mariposas
bailotean cuando el sol las calienta.
Cuando se encontraran en pleno baile,
traera a Eugenia.
Le promet a la seorita Eugenia
que le conseguira una nube de
mariposas dijo.
El chico aadi impasible e
inexpresivamente:
Le va a gustar, seor, estoy
seguro.

Le sali al paso en las escaleras


despus del desayuno. Como el
desayuno era tarde, ya haba amanecido

y el sol estaba alto. Tuvo que llamarla


dos veces por su nombre: pareca
preocupada y muy seria. Le respondi
con cierta impaciencia.
Pero qu pasa?
Por favor, venga conmigo. Tengo
algo que ensearle.
Llevaba un vestido azul, guarnecido
de cintas de tartn. Hubo un mal
momento en el que pareci que se iba a
negar, y entonces su cara esboz una
sonrisa, y se dio la vuelta y fue con l.
La llev hasta la puerta del invernadero.
Entre rpidamente y cierre la
puerta.
No corro peligro?
Conmigo ninguno.

William cerr la puerta tras ella. Al


principio, en medio de aquel cristal
centelleante y verde baado por el sol,
crey que haba fracasado, y entonces,
como si la hubieran estado esperando,
las criaturas salieron del follaje,
descendieron de la bveda de cristal,
velozmente, flotando, revoloteando:
naranja leonado, azul celeste y azul
marino, amarillo azufre y blanco nuboso,
rojo oscuro y ocelo de pavo; y
bailotearon alrededor de ella y se
posaron en sus hombros, y rozaron sus
manos extendidas.
Confunden su vestido con el cielo
susurr l. Ella se haba quedado muy
quieta, y giraba la cabeza a un lado y a

otro. Ms y ms mariposas se abrieron


camino en el aire, ms y ms se
quedaron temblando suspendidas del
brillo azul de la tela, del blanco
nacarado de sus manos y su cuello.
Las puedo espantar dijo l, si
las encuentra desagradables.
No, por favor dijo ella. Son
tan ligeras, tan suaves como una brisa de
colores
Casi es una nube
Es una nube. Hace usted milagros.
Son para usted. No tengo nada
material que darle; ni perlas, ni
esmeraldas, no tengo nada Pero tena
tantas ganas de regalarle algo
La vida dijo ella. Estn

vivas. Son joyas vivientes, o ms que


joyas
Se creen que usted es una flor.
Eso parece, es verdad. Se puso
a dar vueltas despacio, y las criaturas
echaron a volar y se posaron formando
dibujos ondulantes.
La vegetacin no era la de ningn
sitio concreto de este planeta, y a la vez
era la de todas partes. Prmulas y
campnulas azules, narcisos y azafranes
ingleses relucan entre las exuberantes
enredaderas tropicales de hoja perenne,
mientras sus suaves perfumes se
mezclaban con el extico estefanote y el
dulce jazmn. Ella daba vueltas y ms
vueltas, y las mariposas la rodeaban, y

el agua cautiva salpicaba en su pequea


cuenca. Pens que siempre la recordara
as, sucediera lo que sucediera con ella,
con l, con ellos, en este palacio
centelleante donde se juntaban sus dos
mundos. Y as fue, de cuando en cuando,
durante el resto de su vida: la muchacha
vestida de azul con la cabeza rubia
iluminada por el sol, entre las
enredaderas y las flores primaverales y
la nube de mariposas.
Son tan terriblemente frgiles
dijo ella. Se las puede lastimar con
slo tocarlas, bastara cogerlas sin
cuidado. Nunca le hara dao a ninguna.
Nunca. Cmo puedo agradecrselo?

Hizo que se comprometiera a volver


por la noche, cuando, en vez de las
mariposas, echaran a volar sus
hermanas nocturnas con sus delicados
matices, cretosas y fantasmales, de color
amarillo claro o del color del ante o de
plumas plateadas. Las nias se pasaron
el da entrando y saliendo a la carrera
del
invernadero,
lanzando
exclamaciones y gritando los colores y
los movimientos. No les hizo extensiva
la invitacin nocturna. Esperaba poder
sentarse un ratito a solas con ella
durante el crepsculo, amigablemente.
sa era la recompensa que se haba
prometido a s mismo, lo que demuestra

que las cosas haban cambiado un


poquito, que l haba cambiado respecto
a ella. Hasta repas un par de veces los
comentarios de Harald, tan cargados de
una especie de significado, tan
ambivalentemente impenetrables. No
diga nada, no diga nada. Sus
sentimientos
le
honran.
Qu
sentimientos? Su amor, o su respeto por
su diferencia, por su posicin social?
Qu respondera Harald, si le dijera:
Amo a Eugenia, debo tenerla o
morir.? No, eso no, eso era ridculo.
Amo a Eugenia; me resulta muy
doloroso estar en su presencia, a no ser
que pueda tener esperanzas sobre lo que
no puedo esperar tenerlas Qu

dira Harald? Se haba imaginado la


benevolencia paternal de su mirada?
Saldran a relucir la ira y la
indignacin paternales si hablase con
l? Qu respetaba Harald: su paciencia
o su discrecin?

Cuando lleg la noche, tena otro


capullo grande a punto de abrirse, que
se llev con l al invernadero;
observarlo sera una tarea bastante
razonable mientras esperaba a ver si
ella acuda. Se sent en un banco bajo,
por encima del que colgaban parras
trepadoras y una pasionaria errante. La
pared de cristal contra la que tena

apoyada la espalda estaba fra por el


aire nocturno. En algunos sitios
reflejaba el halo reluciente de las
lmparas ocultas entre cortinas de hojas.
En otros era transparente y se poda ver
la hierba oscura y descolorida, el cielo
vaco, y el fino gajo plateado de la luna.
Las mariposas nocturnas se movan; una
nubecilla rodeaba cada lmpara, que l
haba cubierto con tela metlica. No
entraba en sus planes que sus criaturas
se chamuscaran. Los colores eran ms
bonitos de lo que haba esperado. Verde
hierba, blanco papel, amarillo crema,
gris luminoso. La enorme mariposa (era
una Gran pavn, el nico satrnido
britnico) se abra camino hacia el

exterior rajando el capullo, sacudiendo


el tejido arrugado de las alas, mirando
fijamente con sus grandes ocelos y
meneando dbilmente las antenas
emplumadas. William nunca dejaba de
tener una sensacin de absoluta
maravilla ante este proceso. Una oruga
entera rebosante de vida, de un verde
claro con rayas marrones y peludas
verrugas amarillas, desapareca dentro
de un capullo y se transformaba en una
especie de natillas informes. Y de las
natillas sala la Gran Pavn, con los
ocelos engarzados en terciopelo castao
y un cuerpo grueso de piel color ratn.
Oy el clic de la puerta al abrirse, y
la oy a ella escuchando en el umbral a

ver si l estaba all. Luego oy sus pies


sobre el mrmol, amortiguados por las
zapatillas, y el frufr de su falda. Y
entonces hizo su aparicin, con un traje
de noche plateado, de enaguas lilas.
Morpho eugenia. La oscuridad le
quitaba a su cara incluso el poco color
que tena normalmente.
Aqu est. Siempre hace usted lo
que dice que va a hacer. Sus mariposas
estn tratando de inmolarse como las
viudas hindes.
Como puede usted ver, les he
puesto una tela metlica a las luces para
protegerlas. No s por qu son tan dadas
a ofrecerse en holocausto. No s si se
puede explicar como una funcin de

alguna
estrategia
normal
de
supervivencia que se anula con nuestra
costumbre de entrometernos poniendo
luces artificiales relucientes. Me he
preguntado si se guan por la luz de la
luna y confunden las velas con cuerpos
celestes muy brillantes. No la encuentro
una hiptesis satisfactoria del todo. Por
qu no se sienta, a ver si las mariposas
nocturnas se creen que usted es la luna,
de la misma forma que las diurnas la
confundieron con las flores y el cielo?
Se sent a su lado en el banco, y su
presencia lo inquiet. Estaba dentro de
la atmsfera, o la luz, o la fragancia que
ella desprenda, como un barco se ve
arrastrado por un remolino, como una

abeja cae en el lazo del perfume


procedente del cuello de una flor.
Qu es eso?
Una Gran Pavn recin salida.
Una hembra. Dentro de poco, cuando ya
est fuerte, le quitar la tapa y la soltar.
Parece muy dbil.
Se necesita mucha fuerza para
salir de la pupa. En el momento de la
metamorfosis es cuando todos los
insectos son ms vulnerables. Cualquier
depredador los puede picotear.
Espero que aqu no haya ninguno.
Qu va!
Menos mal. Qu bonito est esto a
la luz de la luna, con las mariposas
dando vueltas tranquilamente.

Esto es lo que me prometa a m


mismo a cambio de conseguirle su nube
de mariposas. Este ratito aqu sentado
tranquilamente con usted. Nada ms.
Ella inclin la cabeza, como si
estuviera examinando atentamente a la
Gran Pavn. Una mariposa chocaba una
y otra vez contra el cristal, pareca que
intentado entrar, y a sta se uni otra. La
trmula hembra se estremeci y sacudi
las alas.
No me conteste, y no piense que
hablo para asustarla o molestarla
Slo quiero decirle que no puede saber
lo mucho que estos escasos momentos
significan para m, cmo los recordar
siempre: su cercana, su serenidad Si

las cosas fueran diferentes, tal vez le


dira cosas muy distintas. Pero s
cmo son las cosas, soy razonable, no
tengo ninguna esperanza Salvo quiz
ser capaz de decirle algo en pocas
palabras y honestamente, porque no creo
que eso pueda herirla
Grandes insectos avanzaban por el
suelo negro, con las alas extendidas. Se
vea a ms tratando de introducirse a la
fuerza por un pequeo agujero que haba
en el panel de la puerta del invernadero.
Ms an bajaban volando del techo,
lanzndose a ciegas en la penumbra. Las
pequeas conmociones de los bichos en
las paredes y el techo de cristal
aumentaron en nmero e intensidad.

Avanzaban: un ejrcito desordenado,


impetuoso, que chocaba contra la cabeza
de Eugenia, que zumbaba contra su piel;
treinta, cuarenta, cincuenta, una nube, los
machos de la Gran Pavn saliendo de la
noche para abalanzarse sobre la hembra
aletargada. Llegaron ms. Y ms.
Eugenia trat de apartarlos, se sacudi
la falda, se quit a tirones los que se
haban prendido en sus mangas, en las
hendiduras de su vestido. Empez a
gimotear.
Llveselos. No me gustan.
Son los machos de la Pavn. Los
atrae la hembra de alguna extraa
manera. La llevar a la otra punta del
invernadero All, ve? La seguirn y

la dejarn a usted
Aqu hay otro, atrapado en el
encaje. Voy a chillar.
Regres abrindose paso entre la
multitud de machos que avanzaban a
ciegas, y meti los dedos en el encaje
del cuello para sacar al intruso.
Debe de ser el perfume
Eugenia lloraba.
Ha
sido
horrible,
como
murcilagos, como fantasmas, qu cosa
ms asquerosa.
Tranquilcese.
No
quera
asustarla.
l estaba temblando. Ella le pas
los brazos por el cuello y apoy la
cabeza en su hombro, y se qued as

dejando que soportase su peso.


Querida
Lloraba.
No quera
No se trata de usted exclam,
usted trataba de ayudarme. Es por todo.
Soy tan desgraciada.
Es por lo del capitn Hunt? An
llora tanto su prdida?
l no quera casarse conmigo. Se
muri porque no quera casarse
conmigo.
William la estrech mientras ella
segua llorando.
Eso es una tontera. Cualquier
hombre querra casarse con usted.
No fue realmente un accidente.

Eso es lo que dijeron. l lo hizo porque


no quera casarse conmigo.
Y por qu no? pregunt
William, como uno interrogara a un
nio que ve un duende imaginario donde
no hay nada.
Y cmo lo voy a saber? Pero as
fue. Lo tengo muy claro que no
quera Se haba preparado la boda,
los trajes Yo ya tena toda mi ropa, se
haba comprado todo, los vestidos de
las damas de honor, las flores, todo.
Pero l no poda soportar
Me tortura usted diciendo esas
cosas. Mi mayor deseo en el mundo,
como ya debe saber, sera ser capaz de
pedirle que fuese mi esposa. Cosa que

no puedo hacer, porque usted tiene una


fortuna, y yo no puedo sostener a una
esposa, y ni siquiera a m mismo. Lo s.
Pero me resulta insoportablemente
doloroso orle hablar de esa manera y
ser incapaz yo mismo
No necesito casarme con nadie
rico dijo Eugenia. Ya lo soy yo.
Hubo un largo silencio. Algunas
mariposas macho ms, muy decididas,
pasaron torpemente por delante de ellos
y se unieron a la alfombra hirviente de
machos que tapizaba las paredes de
alambre de la caja de la hembra.
Qu est diciendo?
Mi padre es un hombre
bondadoso, y cree en la hermandad

cristiana, en la igualdad de todo el


mundo a los ojos de Dios. l cree que
usted es un hombre de grandes dotes
intelectuales, que l considera muy
valiosas, tan valiosas como las tierras y
la renta y las cosas. Me lo ha dicho.
Lo mir con los mismos ojos
enrojecidos, hinchados y vulnerables.
Podra haber una doble boda
dijo Eugenia. No debera casarme
despus, de Rowena, sobre todo si de
verdad me voy a casar.
William trag saliva. Una mariposa
le roz la frente. Ola los espectros de
los olores de la selva y el aliento dulce
y espeso de las gardenias. Una mariposa
pequea, un rtido rosa, estaba posada

en el lustroso pelo de Eugenia, bajo su


barbilla. El corazn le doy un vuelco.
Quiere que hable con su padre?
Maana?
S dijo Eugenia, y alz la boca
para que la besara.

William haba supuesto que la


actitud de Harald respecto a l
cambiara bruscamente en el momento
en que sacase a relucir la cuestin de
casarse con Eugenia. Harald haba sido
vagamente amable, y a veces haba
parecido
que
casi
le
estaba
sorprendentemente
agradecido
a
William por su conversacin y su

atencin. Ahora, se deca a s mismo,


eso cambiara. El patriarca blandira la
espada defensora. Hara que percibiese
el atrevimiento de su propia falta de
perspectivas y de posicin. Casi seguro
que lo echara de all. La absoluta
seguridad de Eugenia de que eso no
sera as slo reflejaba su inocente
confianza. Se encontr en pugna consigo
mismo. Morir si no puedo tenerla,
clamaba su sangre en su propio tono. Y
aun as tena sueos que eran
reminiscencias de los inducidos por los
espritus del caapi, sueos de raudos
vuelos sobre los bosques, de planear a
gran velocidad por encima del mar,
impulsado por el viento de las alturas,

de luchar contra los rpidos de los


recodos ms altos del Amazonas, de
abrirse camino entre las enredaderas
con un machete.
Le cont a Harald que llevaba
tiempo amando a Eugenia en silencio, y
que slo haba cado en la cuenta por
casualidad de que ella le corresponda,
o podra corresponder al menos sus
sentimientos. No haba querido hacerlo
a espaldas de su padre, se haba
propuesto no decir nada, pero ahora le
pareca que deba preguntar, y que si era
rechazado debera irse.
Desgraciadamente s que no tengo
nada que ofrecer que pueda compensar
mi falta de perspectivas.

Usted es valiente e inteligente, y


amable dijo el padre de Eugenia.
Todas las familias tienen necesidad de
esas cualidades si quieren sobrevivir. Y
al parecer usted cuenta con el amor de
Eugenia. Tengo que decirle que dara
cualquier cosa por ver feliz a Eugenia.
Ha tenido muchos problemas y yo casi
haba perdido la esperanza de que
reuniese las fuerzas necesarias para
alcanzar su propia felicidad en este
terreno. Ella dispone de su propia
fortuna, que es vinculante y permanecer
en sus propias manos.
Tal vez se debiera a la falta de valor
de William Adamson, o fuera quiz una
muestra de la delicadeza o el tacto

adecuados, el que no sacase a relucir en


ese momento la cuestin de las
capitulaciones, de los acuerdos de
manutencin,
de
sus
propias
expectativas. Resultaba algo ms que
vulgar, siendo hombre y no aportando
nada, preguntar qu podra recibir, de
recibir algo. Harald segua hablando,
con soltura, distradamente, haciendo
promesas calurosas e imprecisas.
William era lo bastante astuto como para
darse cuenta de esa imprecisin, pero no
tena deseos, ni de hecho razones, para
poner peros o exigir claridad.
Podra quedarse aqu dijo
Harald, con esta familia, de momento;
usted y Eugenia, de modo que cuando,

como usted bien podra desear, haga


otro viaje, ella se encuentre entre su
propia gente. No creo que vaya a
apetecerle cambiar enseguida, creo que
ser muy feliz aqu. Espero que haga
viajes ms tarde, si le apetece. Espero
que s le apetezca, y poder serle de gran
ayuda a ese respecto. Y tambin espero
que entretanto consienta en dedicar parte
de su tiempo a la conversacin con la
generosidad que ya ha demostrado con
creces. Eso espero. Me doy cuenta de
que me abro camino mucho mejor entre
las maraas del pensamiento sobre
nosotros mismos y el mundo en el que
estamos, contando con el beneficio de la
claridad de su mente. Hasta podramos

dejar constancia por escrito de nuestras


discusiones como si fueran una especie
de dilogo filosfico.

Por lo visto, tendra que pagar con


sus pensamientos. Eso era algo que
poda permitirse fcilmente, algo que
poda hacer de la misma forma que
respiraba aire o coma carne y pan. Y
durante el tiempo que transcurri entre
la aceptacin de Eugenia y su boda, que
fue lo ms corto que se pudo para que no
hubiera que retrasar el matrimonio de
Rowena, justo el necesario para la
confeccin del traje de novia, William
charl con Harald Alabaster. l mismo

haba rechazado la religin de


tormentos, sufrimientos y promesas de
felicidad de su padre con un suspiro de
alivio: el suspiro de alivio del cristiano
cuando se le cae la carga del hombro
tras el Cambio de Piel. Pero Harald
estaba parcialmente metido en esa piel.
Sus pensamientos le suponan un
tormento; su propio rigor intelectual, una
fuente de privacin y de dolor.
Hablaba a menudo de la locura de
aquellos que argumentaban sin poder de
conviccin en favor de la existencia de
Dios, o de las verdades de la Biblia,
cosa que iba en perjuicio de su propia
causa. Cmo se atreva William
Whewell a afirmar que la duracin de

los das y las noches se ajustaba a la del


sueo del Hombre?, preguntaba Harald.
Estaba dolorosa y gloriosamente claro
que toda la creacin viva y se mova a
un ritmo que responda al calor y la luz
del sol y a su retirada: la savia corra
por los rboles, las flores se abran y se
cerraban, los hombres y las bestias
dormitaban o cazaban, el verano segua
al invierno. No debamos ponernos en el
centro de las cosas, a menos que
pudiramos percibir de verdad que
estbamos all. No debamos hacer a
Dios a nuestra imagen y semejanza, o
pareceramos tontos. Era porque
esperaba, porque a veces esperaba ms
all de toda creencia, que se pudiese

demostrar la existencia de un Creador


Divino ms all de una duda razonable,
por lo que no poda soportar aquellos
razonamientos sobre las tetillas de los
machos y la cola rudimentaria del
embrin humano, que vean al Creador
como un artesano revoltoso que haba
cambiado de opinin a medio camino.
Un hombre poda comportarse as, pero
Dios no, si pensaban con claridad, sin
dejarse nublar por la emocin, un solo
momento. Y sin embargo haba
argumentos provenientes de la analoga
entre la Mente Divina y la mente humana
que aceptaba, que le servan de apoyo,
que no descartaba.
Qu me dice del argumento de la

belleza? pregunt a William.


Qu clase de belleza, seor? La
de las mujeres, la de los bosques, la
belleza de los cielos, la de los
animales?
La de todos ellos. Me gustara
afirmar que nuestra capacidad humana
para amar la belleza de todas estas
cosas (para amar la simetra, y la
gloriosa claridad, y la intrincada
excelencia de las formas de las hojas, y
los cristales, y las escamas de las
serpientes y las alas de las mariposas)
indica en nosotros algo desinteresado y
espiritual. Un hombre que admira una
mariposa es ms que una bestia bruta,
William? Desde luego es ms que la

propia mariposa.
El seor Darwin cree que la
belleza de la mariposa existe para atraer
al macho, y que la belleza de la
orqudea est diseada para facilitar que
la abeja la fecunde.
Y yo le contesto que ninguna abeja
ni ninguna orqudea experimenta nuestra
exquisita sensacin de alegra al ver la
perfeccin de los colores y las formas
de estas cosas. Y vamos a suponer que
un Creador cre el mundo entero por el
placer de establecer la variedad de las
especies, de las piedras y la arcilla, de
la arena y el agua, no? Slo vamos a
imaginarnos a ese Creador precisamente
porque nosotros mismos estamos

posedos por una necesidad de fabricar


obras de arte que no pueden satisfacer
ningn bajo
instinto
de
mera
sobrevivencia o de perpetuacin de las
especies, sino que slo son bellas, y
complejas, y nos sirven de alimento
espiritual?
Un
escptico,
seor,
le
respondera que nuestras propias obras,
tal como dice usted, no son distintas del
reloj de Paley, del que l dijo que
llevara a cualquiera a deducir un
Hacedor cada vez que se encontrase dos
ruedecillas engranadas. Tal vez la
sensacin de pasmo ante la belleza, ante
la forma, de la que usted habla no es
ms que lo que nos hace humanos en vez

de brutos.
Yo creo, igual que el duque de
Argyll, que la brillantez superflua de las
aves del paraso es un poderoso
argumento a favor de que quiz, en
cierto sentido, el mundo original fue
hecho para disfrute del hombre. Porque
ellas no pueden recrearse en ellas
mismas, como nosotros en ellas.
Danzan para sus compaeras,
como hacen los pavos y los pavos
reales.
Pero no siente que su propia
sensacin de asombro corresponde a
algo que va ms all de usted mismo,
William?
La verdad es que s. Pero tambin

me pregunto qu tiene que ver esa


sensacin de asombro con mi sentido
moral. Porque no parece que esa
Creacin que admiramos tanto posea un
Creador que se preocupe de sus
criaturas. La Naturaleza tiene rojos
colmillos y garras, tal como dijo el
seor Tennyson. La selva amaznica
despierta en efecto un sentimiento de
asombro por su abundancia y
exuberancia. Pero all hay un espritu, un
espritu terrible de lucha estpida o de
inercia indiferente, una especie de
codicia vegetal e inmensa decadencia,
ante las que resulta mucho ms fcil
creer en una descuidada fuerza natural.
Porque supongo que no aceptar los

viejos argumentos destas, segn los


cuales los tigres y las lujuriantes
higueras fueron diseados para proteger
los misterios de la vejez del ciervo y de
la podredumbre de los troncos de los
rboles, en mayor medida de lo que
acepta las ideas de Whewell sobre el
da y la noche
El mundo ha cambiado tanto,
William, en lo que llevo de vida. Soy lo
bastante mayor como para haber credo
de nio en nuestros Primeros Padres en
el Paraso, en Satn oculto tras la forma
de la serpiente, y en el arcngel con la
espada llameante cerrndoles las
puertas. Soy lo bastante mayor para
haber credo, sin cuestionrmelo, en el

Nacimiento Divino en una noche fra con


el cielo lleno de ngeles cantores y los
pastores contemplndolos maravillados,
y los reyes exticos avanzando por la
arena sobre camellos con ofrendas. Y
ahora se me presenta un mundo en el que
somos lo que somos por las mutaciones
de una gelatina blanda y de la materia
clcica del hueso a lo largo de un
nmero inimaginable de milenios; un
mundo en el que los ngeles y los
demonios no se baten en los Cielos por
la virtud y el vicio, sino que comemos y
somos comidos y absorbidos para
formar otra carne y otra sangre. Toda la
msica y toda la pintura, toda la poesa
y todo nuestro poder son sobre todo una

ilusin. Me descompondr como una


seta cuando llegue mi hora, que no est
lejos. Es probable que el mandato de
amarnos los unos a los otros no sea ms
que un prudente instinto de sociabilidad,
de proteccionismo paternal, en una
criatura emparentada con un gran simio.
Sola gustarme ver cuadros de la
Anunciacin, el ngel con sus alas
baadas de arco iris, del que la
mariposa y el ave del paraso eran ecos
pobres e imperfectos, sosteniendo el
lirio blanco y dorado y arrodillndose
ante una muchacha pensativa que estaba
a punto de ser la Madre de Dios, el
amor hecho carne, el conocimiento que
se nos daba, o se nos prestaba. Y ahora

es como si todo eso se hubiera borrado,


y hay un teln de fondo negro en un
escenario vaco, en el que se ve a un
chimpanc, de ojos perplejos, cejas
sobresalientes y con una dentadura
grande y fea, sujetando a su cra peluda
contra el pecho arrugado, y eso es el
amor hecho carne?
S mi respuesta: Lo es. Si Dios
hace algo, lo hace en el simio para
convertirlo en hombre; pero no puedo
medir mi prdida, es la fosa de la
desesperacin misma. Empec mi vida
como un niito cuyos actos se fundan en
el registro dorado de sus acciones
buenas y sus acciones malas, donde
podran ser sopesadas y examinadas por

Alguien de ojos misericordiosos hacia


quien yo caminaba, tambalendome paso
a paso. La termino como una hoja
reducida a su esqueleto que se convierte
en humus, como un ratn tronzado por un
bho, como una ternera que va al
matadero, a travs de una puerta que
slo se abre de un lado, hacia la sangre,
el polvo y la destruccin. Y entonces
pienso: Ninguna bestia bruta podra
tener semejantes pensamientos. Ninguna
rana, ni siquiera un sabueso, podra
tener una visin del ngel de la
Anunciacin. De dnde sale todo eso?
Es un misterio. El misterio puede
ser otro nombre de Dios. Se ha
sostenido, con razn, que el misterio es

otro de los nombres de la materia;


nosotros somos la Mente y tenemos
acceso a ella, pero la Materia es
misteriosa por su propia naturaleza, por
mucho que decidamos analizar las leyes
de sus metamorfosis. Las leyes de la
transformacin de la Materia no la
explican de una forma convincente.
Ahora est usted ponindose de
mi lado. Y sin embargo tengo la
sensacin de que todos estos
razonamientos no son nada, tan slo los
movimientos de unas mentes que no
estn capacitadas para llevarlos a cabo.
Y luego est la esperanza, y
tambin el miedo. De dnde proceden?
De nuestras mentes?

Lejos del estudio hexagonal, se


prestaba mucha atencin a los misterios
de lo mundano y de lo material. Eugenia
y Rowena, y las otras muchachas
tambin, ya que iba a haber toda una
corte de damas de honor, se pasaban el
tiempo probndose cosas. Un flujo
constante de modistas, sombrereras y
costureras entretejan sus caminos
entrando y saliendo de los distintos
cuartos y tocadores. Se podan tener
extraos vislumbres de las damitas,
inmviles, envueltas en seda, mientras
sus pequeas sirvientas, pulcras y
modestas, con la boca erizada de

alfileres y las manos ocupadas en


chasquear las tijeras, daban vueltas a su
alrededor. Se hacan los preparativos de
los nuevos dormitorios de William y
Eugenia. Ella le llevaba a veces
muestras de telas cruzadas de seda o de
damasco para que les diese el visto
bueno. l tena la sensacin de que no
era posible negarse y, en cualquier
caso, le interesaban lo bastante poco los
caprichos de su muchachita como para
que le divirtieran ligeramente toda
aquella laboriosidad y toda aquella
demostracin de buen gusto, aunque le
haca menos gracia ser l mismo el
centro de atencin del sastre y el ayuda
de cmara de Lionel Alabaster, que le

confeccionaban un vestuario que no slo


consista en su traje de boda, sino en la
ropa de campo adecuada para un
caballero: pantalones de montar,
americanas, botas A medida que se
aproximaba la fecha, las cocinas
empezaron a oler deliciosamente con la
coccin de hornadas de pasteles, jaleas
y pudines. Ahora se esperaba que
William, prcticamente al contrario que
antes, se sentara en el saln de fumar
con Edgar y Lionel y Robin Swinnerton
y sus amigos, cuya conversacin giraba
siempre en torno a dos temas: los
misterios de la cra de caballos y
sabuesos, y la realizacin de apuestas y
la aceptacin de desafos. Despus de

unos cuantos vasos de oporto, Edgar se


pona siempre a relatar los momentos
ms importantes de su vida. La vez en
que l y Sultn haban volado por
encima del muro para caer en una
explanada lejana, donde casi se haban
partido el cuello. La vez en que haba
hecho saltar a Ivanhoe por una ventana
del vestbulo, y haban salido patinando
hasta el otro lado sobre una alfombra
turca. La vez en que haba atravesado el
ro crecido con Ivanhoe, y casi se los
haba llevado la corriente.
A William le gustaba quedarse
tranquilamente sentado en su rincn
durante estos relatos, invisible, o eso
esperaba, tras una nube de humo. A

Edgar se le hinchaban las venas de las


sienes y del cuello. Tena fuerza bruta y
a la vez un temperamento nervioso,
como su caballo. Su voz iba de un
murmullo profundamente melodioso a
una especie de grito ahogado
desagradable al odo. William lo
juzgaba. Pensaba que era probable que
muriese de una apopleja en un futuro no
demasiado lejano, lo que no tendra
ninguna consecuencia, ya que su
existencia careca por completo de
finalidad o de valor. Se imaginaba al
pobre caballo bufando y deslizndose
por el suelo del vestbulo, las ancas de
seda retorcidas por la tensin. Y al
hombre, rindose como se rea en

accin, mientras lo haca bailotear


sobre la piedra como nunca habra
hecho en plena naturaleza. William no se
haba deshecho enteramente de la
religin hipercrtica de su padre.
Juzgaba a Edgar Alabaster a los ojos de
un Dios en el que ya no crea, y lo
encontraba falto de virtudes.
Una noche, slo una semana antes de
la boda, se dio cuenta de que Edgar
tambin lo juzgaba a l. Estaba cmoda
e invisiblemente sentado mientras Edgar
contaba una historia de meterse con un
calesn por los estrechos huecos que
haba entre siete setos, y debi de dejar
que sus pensamientos le aflorasen a la
cara, porque se encontr con el rostro

caliente
y
rojo
de
Edgar
desagradablemente cerca del suyo.
Usted no debe de tener el coraje
ni la fuerza para hacerlo, seor. Se
queda ah sentado y sonre como un
tonto, pero usted no podra conseguir
una cosa semejante.
Seguro que no dijo William
pacficamente, las piernas estiradas
hacia adelante, los msculos relajados,
como saba que deberan estar,
enfrentados a semejante agresin.
No me gusta su actitud. Nunca me
ha gustado. S que en el fondo me
desprecia.
No es sa mi intencin. Ya que
vamos a ser cuados, espero no dar esa

impresin. Estara muy mal.


Ja! Cuados, dice. No me gusta
la idea. Usted no tiene clase, seor,
usted no es un buen partido para mi
hermana. Su sangre no tiene categora,
es vulgar.
No acepto lo de que no tiene
categora ni lo de vulgar. Soy consciente
de que no soy un buen partido porque no
tengo porvenir ni dinero. Su padre y
Eugenia han tenido conmigo la gran
amabilidad de pasarlo por alto. Espero
que usted sepa aceptar su decisin.
Ms bien debera usted desear
batirse conmigo. Le he insultado. Es
usted una criatura miserable sin
educacin ni valor. Debera levantarse,

seor, y enfrentarse conmigo.


Yo creo que no. En cuanto a lo de
la educacin, tengo a mi padre por un
buen hombre, un hombre honrado y
amable, y no encuentro otra buena razn
para respetarlo ms que su gran xito.
En cuanto a lo del valor, creo que debo
sealar que he vivido diez aos en el
Amazonas en condiciones muy duras,
que he sobrevivido a conspiraciones
para matarme y a serpientes venenosas,
y que un naufragio y quince das en un
bote salvavidas en medio del Atlntico
tal
vez
puedan
compararse
razonablemente a hacer que un pobre
caballo entre en una casa por la ventana.
Creo que s lo que es el verdadero

valor, seor. Y desde luego no consiste


en responder con puetazos a los
insultos.
Bien dicho, William Adamson
dijo Robin Swinnerton. Bien dicho,
mi compaero en estas lides del
matrimonio.
Edgar Alabaster agarr a William
por el cuello de la chaqueta.
No la tendr, me oye? No est
hecha para nadie como usted. Levntese.
Por favor, no me eche el aliento a
la cara. Parece usted un dragn
enfadado. No va a conseguir que
deshonre una casa y una familia a las
que espero pertenecer.
Levntese.

En el Amazonas, los jvenes de


las tribus que se vuelven estpidos con
el alcohol se comportan como usted. A
menudo acaban matndose los unos a los
otros en un descuido.
No me importara que usted
acabara muerto.
No. Pero le importara acabarlo
usted. Y a Eugenia le importara mucho
si se tratase de m. Ella ya ha
No haba sabido adnde estaba
yendo a parar. Estaba horrorizado de
que su lengua, por muy indignado que
estuviera, hubiese llegado tan lejos
como para citar al amante muerto de
Eugenia. El efecto que produjo en Edgar
incluso aquella alusin a medias,

inmediatamente
abortada,
fue
sobrecogedor. Se puso blanco, se
incorpor torpemente y se sacudi con
fuerza el polvo de los pantalones varias
veces. William pens: Ahora intentar
matarme de verdad, y esper el golpe,
gir para evitarlo, para saltar a un lado
y darle una patada en la entrepierna.
Pero Edgar Alabaster se limit a emitir
un sonido incoherente y ahogado, y sali
de la habitacin mientras segua
sacudindose la ropa con las manos.
Lionel dijo:
Le ruego que que no tenga muy
en cuenta a Edgar. Se pone como loco
cuando bebe, y luego se tranquiliza; a
menudo no recuerda lo que ha pasado.

Fue la bebida lo que le hizo insultarlo.


Me alegro de poder aceptar esa
explicacin.
Mi compaero en estas lides es un
buen hombre, un hombre civilizado. No
somos guerreros armados, verdad?
Somos hombres civilizados, con sus
batines puestos, que se quedan sentados
como es su deber. Le admiro, William.
Edgar es un anacronismo. Apuesto a que
usted crea que no conoca esa
palabra
Al contrario. Gracias por su
amabilidad.
Tendremos que vernos a menudo a
lo largo de nuestros matrimonios.
Ser todo un placer.

Ms tarde le result difcil recordar


exactamente las emociones del da de su
boda. Sac en conclusin que todas las
ceremonias traan consigo, adems de
una
sensacin de
trascendencia
intensamente vivida, otra intensificada
de irrealidad, como si l fuera un
espectador en vez de un participante.
Pensaba que esta sensacin de estar al
margen derivaba de la carencia de una
simple creencia en la historia cristiana,
en el mundo cristiano, tal como Harald
se
lo
haba
descrito
tan
conmovedoramente.
Analogas
irrelevantes se abran camino entre las

cortinas de su ojo interior, incluso en


aquellos momentos tan sagrados, de
modo que, mientras permaneca junto a
Robin Swinnerton bajo el rgano
atronador de la iglesia parroquial de
San Zacaras y vea cmo avanzaban
Eugenia y Rowena por el pasillo del
brazo de Edgar y Lionel, pensaba en los
festivales religiosos de Par y Barra, en
las grotescas imgenes de la Virgen,
adornada con encajes y cadarzos y
cintas de plata, sonriendo perpetuamente
de camino a la iglesia y an ms all,
hacia las danzas de los poblados indios,
donde l pareca un enano al lado de
seres enmascarados con cabezas de
lechuza, o de ibis, o de anacondas.

Y aun as, fue una boda muy inglesa,


muy buclica. Eugenia y Rowena iban
vestidas como hermanas, pero no como
gemelas, con trajes de seda blanca con
largas colas de encaje, una toda
adornada con capullitos rosas, y otra, la
de Eugenia, con nata y oro. Ambas
llevaban coronas de los mismos
capullos, y collares de perlas. Las dos
sostenan tambin una mezcla de lirios y
rosas; su perfume lo mare mientras el
cortejo llegaba hasta el sitio donde l
aguardaba para recibirla. Tras ellas
vena una corte de niitas, con cintas y
gallardetes en rosa y oro, que llevaban
vestidos de redecilla blanca y fajines de
raso. La iglesia estaba abarrotada: la

ausencia de amigos y familiares suyos se


vio compensada con creces por las filas
de Alabaster y Swinnerton y de amigos
de las cercanas, y dems parientes,
todas con la cabeza cargada de flores y
cintas. Rowena estaba colorada de la
emocin, y Eugenia blanca como la cera,
con un toque dorado en las pestaas
abatidas, los labios plidos, y las
mejillas uniformemente descoloridas
por igual. Hicieron sus promesas ante
Harald, que cas a sus dos hijas con una
sonora satisfaccin en la repeticin de
las frases y habl brevemente de la
conmovedora naturaleza de una doble
boda, lo que dejaba ms claro que nunca
que la familia aumentaba el nmero de

sus miembros ms que verse despojada


de ninguno de ellos; porque Rowena
permanecera en la parroquia, y Eugenia
en casa por el momento, ahora que
William Adamson se encontraba all, lo
que era motivo de alegra.
Debera haber sido consciente,
pensaba, de aquellas dos almas que
hacan juntas sus promesas, pero no lo
fue. Fue consciente de todos los
delicados adornos que envolvan el
cuerpo de Eugenia, del perfume de las
flores, y de la perfeccin y la claridad
con las que deca sus responsorios, al
contrario que Rowena, que se
embrollaba y se trabucaba, y se llevaba
la mano a la boca, y sonrea a su marido

pidindole perdn. Eugenia miraba


directamente al frente, al altar. Cuando
l le cogi la mano para ponerle el
anillo, tuvo que empujar, que forcejear,
como si el dedo no tuviera voluntad o
vida propia. Y pens, all de pie en la
iglesia, en la circunferencia de sus
faldas, estara tan entumecida de noche
en la cama?, qu iba a hacer? Y
entonces consider cuntos hombres en
su situacin deban de haber tenido
aquellos pensamientos secretos, todos
ellos acallados e indecibles. Y pens, a
medida que volvan a posarse en la
iglesia, que entre las damas respetables
con sus casquetes de flores y los oscuros
hombres con sus corbatas de seda, entre

los sirvientes modestamente ataviados


con sus sombreros de paja y los escasos
braceros del fondo, todo el mundo en la
boda tendra un pensamiento secreto
sobre l y ella, cmo se comportaran
aquellos dos cuando los dejasen juntos a
solas? La imaginacin de cada uno de
ellos le cosquilleaba, le aguijoneaba y
se agarraba a l a medida que pasaba
por delante de ellos. Ella era demasiado
inocente para saber, pens. Intent
imaginarse
a
lady
Alabaster
proporcionando informacin a Eugenia,
y no pudo. All estaba, en primera fila,
sonriendo benignamente de malva
brillante.
Todo el mundo sobrevive a su noche

de bodas, pens, mientras regresaba


parpadeando a la luz del patio de la
iglesia, a la chchara de los pjaros en
los rboles y a los grititos agudos de las
niitas. La especie se propaga, las nias
inocentes se convierten en esposas y
madres, en todas partes, todos los das.
La mano de Eugenia reposaba muy
quieta en la suya, la cara blanca, el
aliento dbil. No tena ni idea de lo que
estaba pensando o sintiendo.
Las niitas les tiraban ptalos que
una repentina rfaga de viento alz en el
aire como una nube de alas, rosas,
doradas y blancas. Se arremolinaban en
torno a las dos parejas, emitiendo sus
ruiditos agudos, y lanzando sus

delicados misiles.

El da transcurri entre comida y


discursos y carreras por el csped, y al
final hubo un baile. Bail con Eugenia,
que segua blanca y silenciosa, mientras
meda atentamente sus pasos. Bail con
Rowena, que se rea, y con Enid, que le
habl de su llegada a la casa como de la
de un nufrago desconocido. Vio pasar a
Eugenia en brazos de Edgar, y luego en
los de Lionel, y despus en los de Robin
Swinnerton, y pareca que todo el mundo
daba vueltas medio mareado incluso
cuando par la msica. Cuando por fin
los jvenes Swinnerton se retiraron y

los Alabaster empezaron a hacer los


preparativos para la noche, no saba
muy bien adonde ir y nadie le ofreci
ayuda. Edgar y Lionel ganduleaban en el
saln de fumar, y pens que no sera
bien recibido incluso si quisiera estar
all, que adems no quera. Harald se
cruz con l en el pasillo, le hizo
detenerse y dijo:
Dios te bendiga, hijo. Pero no
le dio ningn consejo.
Lady Alabaster se haba retirado
temprano. Las pertenencias de William
se haban trasladado de su cuartito del
tico a su nuevo vestidor, que daba a la
nueva alcoba dispuesta para l y para
Eugenia. Se encamin hasta all,

nervioso y solo (Eugenia ya haba


subido), sin estar seguro de cul era el
ceremonial a seguir, si es que haba que
seguir alguno.
En su vestidor, un ayuda de cmara
estaba abrindole la cama y templndole
las sbanas, una actividad que seguro se
juzgaba
innecesaria.
Le
haban
preparado una nueva camisa de dormir,
y unas flamantes zapatillas de seda,
bordadas por Eugenia. El ayuda de
cmara, una criatura delgada vestida de
negro, de largas manos blancas y suaves
bigotes rojizos, verti agua de un jarro
azul en su jofaina, y le proporcion
jabn y una toalla. Le seal los nuevos
cepillos de pelo con revs de marfil, un

regalo de Eugenia, y sali rpidamente


de la habitacin haciendo una
reverencia, casi sin sentir. William fue
hasta la puerta que comunicaba las dos
habitaciones y llam con los nudillos.
No tena ni idea de cmo estaba ella, de
en qu estado se encontraba, de lo que
deba hacer. Crea vagamente que
podran consultrselo el uno al otro.
Pasa dijo la clara voz, y l
abri la puerta para encontrarla de pie
en medio del crculo replegado y
arrugado de su vestido, con todo el
encaje desparramado por el suelo y los
hombros blancos sobresaliendo de su
combinacin, marmreos e intocables
como los haba visto aquella primera

noche. Su tocado estaba tirado sobre la


cmoda, y haba empezado a
marchitarse. Su doncella estaba
quitndole las horquillas del pelo. Le
caa en arroyuelos encrespados sobre
los hombros. La doncella, una muchacha
delgada, con un vestido de pao negro,
cepillaba aquel cabello sedoso, pasada
tras pasada. Se alzaba elctricamente
para ir al encuentro del cepillo, y se
quedaba all pegado, hinchndose como
un globo, hasta la siguiente pasada.
Crepitaba.
Lo siento dijo l. Me ir.
Martha
slo
tiene
que
desabrocharme
y
acabar
de
cepillarme Necesito por lo menos que

me lo cepille doscientas veces cada


noche si quiero que mi pelo tenga algo
de vida. Espero que no ests demasiado
cansado.
Qu va! dijo l, de pie en el
umbral. Era blanca toda ella. Hasta sus
pezones deban de ser blancos. Record
a Ben Jonson. Pues as de blanca, as
de suave, as de dulce es ella! Entonces
se sinti un intruso, con toda su ropa
encima, delante de Martha, la doncella,
que comparta su incomodidad, que
torca la cabeza y cepillaba y cepillaba
y cepillaba, cada vez ms absorta.
Eugenia no se senta incmoda. Se
sali del anillo de las colas de encaje y
las sedas flotantes desechadas.

Como ves dijo, ya casi


hemos acabado. Ocpate de estos
encajes, Martha, deja de cepillarme
hasta que los hayas quitado de aqu. No
creo que todo esto est como esperabas
encontrarlo. Te gustan tus aposentos?
Prest especial atencin a los colores
que parecas preferir: una especie de
verde, con toques de carmes en algunos
sitios. Espero que todo est a tu gusto.
Claro que s. Es todo precioso,
muy acogedor.
No tires, Martha. Desabrchame,
aqu y aqu. Slo me llevar un
momentito, William.
Le estaba diciendo que saliera.
Regres a su vestidor, dejando la puerta

entornada, y se puso su propia camisa de


dormir y las zapatillas bonitas. Luego
esper, de pie a la luz de la vela, con la
luz de la luna tras ella: una curiosa
figura amortajada, atenta a los ruiditos.
Oy ir y venir a la doncella, oy crujir
la cama cuando Eugenia se subi a ella.
Y luego oy a la doncella llamar
suavemente a su puerta para abrirla
despus.
La seora ya est preparada para
usted, seor. Si no le importa entrar,
todo est listo.
Y le sostuvo la puerta abierta, e hizo
una reverencia, y dobl hacia fuera la
punta del embozo y sali rpidamente de
la habitacin con pasos silenciosos y los

ojos bajos.

Le daba miedo hacerle dao a


Eugenia. Tambin le daba miedo, de un
modo ms oscuro y apremiante,
mancharla, como la tierra manchaba la
nieve del poema. l no llegaba puro
hasta ella. Haba aprendido cosas,
muchas cosas, en los disolutos lugares
de baile en Para, en las horas de sueo
despus de las danzas en los poblados
de los mulatos, cosas que era mejor no
recordar
aqu,
aunque
esos
conocimientos podran tener su utilidad.
La vio incorporada en la cama, que era
amplia, tena cortinas y una serie de

edredones de plumas de ganso, fundas


de almohada guarnecidas de encaje
blanco y cojines mullidos, amontonados
los unos sobre los otros: un nido
acogedor en medio de una caja
severamente amenazadora. Cmo deba
de temer la hembra inocente el poder del
macho, pens. Y con razn; ella tan
delicada, tan blanca, tan intacta, tan
intocable. Se qued all parado, con las
manos en los costados.
Bueno dijo Eugenia. Aqu
estoy, ya ves. Aqu estamos.
Ay, querida. No me puedo creer lo
feliz que soy.
Vas a coger fro, si no te lo puedes
creer lo suficiente como para venir hasta

aqu y meterte dentro.


Llevaba un camisn con un bordado
calado, y el pelo bien cepillado
desparramado en abanico sobre los
hombros. Su rostro bailaba ante sus ojos
a la luz de las velas, en torno a las
cuales bailoteaba y se precipitaba una
sola mariposa nocturna, una armio
parda. Cuando se aproxim hasta ella,
lentamente, muy lentamente, temeroso de
sus propios conocimientos ilcitos y de
su poder, ella solt una risita, apag de
repente la vela, y se sumergi bajo las
sbanas. Una vez metido en la cama, ella
extendi sus brazos invisibles hacia l y
William busc su suavidad, que
descubri al tacto. La abraz con fuerza

para evitar los temblores, los suyos y


los de ella, y le susurr entre el pelo:
Te he amado desde el primer
momento en que te vi.
Ella respondi con una serie de
sonidos sin articular, dulces y
lastimeros, mitad de miedo, mitad los de
un pjaro que se acomoda. l le acarici
el pelo, los hombros, y sinti que lo
cean sus brazos, sorprendentemente
fuertes y seguros, y luego la vacilacin
de sus piernas contra las suyas. Ella se
hunda ms hondo y ms adentro, y
tiraba hacia aquel nido oscuro y
templado, casi asfixiante, en el que cada
vez aumentaba ms el calor, y con l una
humedad que brotaba rpidamente en su

piel, en la de ella, entre los dos.


No quiero hacerte dao dijo, y
los gemiditos y grititos e insinuaciones
de placer e incitacin de ella se
volvieron ms perentorios mientras se
retorca risuea, primero contra l, y
luego apartndose. La sigui un rato,
tropezando con sus manitas calientes
donde pona las suyas, armndose de
valor para tocarle los pechos, el vientre,
el hueco de la espalda; y Eugenia
responda con suspiritos, si de miedo o
de satisfaccin no lo saba. Y cuando,
por fin, su propia urgencia lo desbord,
y entr en ella con un grito
estremecedor, sinti sus dientecitos
afilados en el hombro, mientras lo

reciba,
palpitante,
doliente
y
desfallecida.
Ah dijo, entre el calor y la
humedad, eres pura miel, eres tan
dulce, querida.
Oy una extraa risita ahogada, algo
entre la risa y el llanto, proveniente de
su garganta. Pens en los misterios del
conocimiento, en lo que el hombre y la
mujer, al igual que los animales, podan
hacer si seguan sus instintos sin temor.
Ella, la blanca y fra Eugenia, le hunda
la cara caliente en el cuello, y le besaba
una y otra vez donde le lata la vena.
Tena los dedos enredados en su pelo,
las piernas entrelazadas con las suyas, y
aqulla era Eugenia, de quien haba

dicho que morira si no poda tenerla.


Ah, querida ma dijo, vamos
a ser tan felices, vamos a ser tan felices
juntos, esto es desbordante.
Y ella soltaba risitas ahogadas, y
giraba sobre su espalda y tiraba de l, y
peda ms. Y cuando se durmieron,
inquietos, William se despert en la
oscuridad del amanecer para ver que
ella tena sus enormes ojos clavados en
l, y se encontr con que sus manos le
acariciaban las partes ntimas y los
ruiditos sollozantes empezaban otra vez,
y le pedan ms, y ms, y ms an.
Y entonces la doncella llam a la
puerta, con el agua caliente y el t
maanero y las galletas, y Eugenia gir

sobre s misma y se apart, rpida como


un lagarto sobre una piedra caliente, y se
qued inmvil, como la bella durmiente,
la sonrosada cara serena bajo su pelo.

De modo que vivi feliz para


siempre? Entre el final del cuento de
hadas con su triunfo nupcial, entre el
final de la novela con su visin moral
obtenida a duras penas, y el breve atisbo
de muerte y obligada descendencia, yace
una pseudo-eternidad de armona,
apacible y tranquila, de cario creciente
y retoos balbuceantes, de huertos
maduros y campos de maz de pesadas
mazorcas, recolectados en noches

calurosas. William, como muchos seres


humanos, se esperaba algo parecido en
algn tranquilo rincn de sus emociones
y, aunque no lo habra reconocido si se
lo hubieran preguntado, se habra
mostrado
debidamente
precavido
respecto al incierto futuro. Desde luego,
esperaba que se desarrollase una
especie de nueva comunicacin ntima
entre l y su esposa y, de alguna manera,
contaba con que fuese ella quien la
iniciara. Las mujeres eran expertas en
cuestiones emocionales, y gran parte de
las cosas que le preocupaban: su
ambicin, su deseo de descubrir cosas,
sus ganas de viajar, parecan temas
inadecuados para exploraciones tan

delicadas. Durante las primeras semanas


de su matrimonio tuvo la sensacin de
que sus cuerpos se hablaban el uno al
otro en una especie de revoloteo de oro
fundido que los baaba, una especie de
tienda radiante de tacto sedoso y
suavidad reluciente, de manera que los
silencios largos y tiernos eran una forma
natural de comunin a la luz mundana y
gris del da. Luego, una tarde, su mujer
vino hasta l con los ojos bajos y dijo en
un susurro sereno que crea estar
esperando un nio, que crea que podan
esperar un feliz acontecimiento. Si su
primera emocin fue un pinchazo de
miedo, se apresur a ocultarla, para
acariciarla y felicitarla, para hacerla

volverse, risueo, y decirle que pareca


muy distinta, una criatura nueva,
maravillosamente misteriosa. Ella se
sonri rpida y brevemente al orlo, y
luego dijo que no se senta del todo ella
misma, que se encontraba un poco mal,
que tena algunas nuseas, aunque sin
duda era de lo ms normal. Y tan
deprisa como se haba abierto la puerta
de su felicidad, se cerr de golpe de
nuevo, el jardn dorado de las noches, la
miel y las rosas. Dorma solo, y su
mujer dorma sola en su nido blanco y se
hinchaba poco a poco, mientras se le
desarrollaban unos pechos enormes y
una papada cremosa, junto con el bulto
que llevaba delante.

Con
su
embarazo,
Eugenia
desapareci en un mundo de mujeres.
Dorma mucho, se levantaba tarde, y se
retiraba otra vez al atardecer. Se
entretena haciendo ropitas de encaje,
fajitas de gasa, gorritos con cintas, y
calcetines diminutos. Se pasaba horas
sentada mirando en el espejo la
redondez cremosa de su cara, mientras
tras ella su doncella le cepillaba una y
otra vez el pelo, que se volva ms
brillante a cada pasada. Se le hincharon
los tobillos; se quedaba tumbada en los
sofs, con un libro cerrado en la mano,
mirando al vaco. A su debido tiempo la
espera lleg a su fin, se llam al doctor,
y se retir a Eugenia a su habitacin con

una multitud de enfermeras y sirvientas,


una de las cuales, tras un periodo de
casi dieciocho horas, anunci a William
que era el feliz padre no ya de una, sino
de dos criaturas vivientes, dos nias, las
dos en perfecto estado. Mujeres
atareadas se deslizaban por delante de
William mientras asimilaba esta
informacin, cargadas con cubos de
lavazas inidentificables y cestos de
paos manchados. Cuando entr para
ver a Eugenia, estaba recostada sobre
almohadas recin almidonadas, con el
pelo adornado con una cinta azul
celeste, y el cuerpo oculto hasta la
barbilla bajo colchas inmaculadas. Sus
hijas yacan junto a ella en un cesto,

como dos huevos en una caja, fajadas


como momias diminutas, las caritas con
manchas pasajeras de color rojo y marfil
y azul pizarra, estrujadas bajo capotas
sujetas con imperdibles. Haba un olor a
lavanda proveniente de las sbanas, y
perduraba an toda otra serie de olores
debidos
al
alumbramiento,
posteriormente disimulados, de carcter
furtivo, lechosos y sanguinolentos.
William se inclin para besar a su mujer
en la mejilla, que estaba fra, a pesar de
que tena gotas de sudor en el
nacimiento del pelo y a lo largo del
labio superior. Eugenia cerr los ojos.
l se senta enorme, sucio, inflado,
impropio en aquella habitacin, entre

aquellos olores. Eugenia dio un


suspirito, sin decir nada.
Estoy muy orgulloso de ti dijo
William, a la vez que senta cmo su voz
masculina grua y raspaba entre
aquellas capas de suavidad.
Ahora tiene que irse, est agotada
le dijo la comadrona.

A las nias les pusieron de nombre


Agnes y Dora, y las bautiz Harald en la
capilla. Para entonces, ya tenan cara.
Idnticas caras, idnticas bocas que se
abran en idnticos momentos, idnticas
mejillas e idnticos ojos azules.
Recordaban al propio Harald, eran de

pura cepa. Tenan una ligera pelusilla


blanca en sus cabecitas palpitantes.
Como las cras de cisne le dijo
William a Eugenia, una vez que se
encontr, en contra de su costumbre,
sentado a su lado en el saln, cuando la
niera baj a las nias para la visita
diaria a su madre. T eres como el
plumn del cisne, y ellas son tus cras.
No se parecen nada a m.
Eugenia, embozada en chales de
seda, sac una mano de entre las nias y
le cogi la suya.
Ya se parecern dijo, con una
nueva esperanza de matrona. He visto
tantos bebs Cambian de una semana
para otra, incluso de un da para otro.

Los parecidos pasan por sus caritas


como las nubes, a pap un da, al abuelo
el otro, a la ta Ponsonby el martes y a la
bisabuela el viernes a la hora de cenar.
Es por lo blandos que son, los
pobrecitos, por lo plsticos; de repente
ves tu propia barbilla en Agnes y a una
de tus abuelas sonrindote desde los
ojos de Dora a poca paciencia que
tengas.
Seguro que tienes razn dijo
William, a la vez que notaba con
sorpresa y satisfaccin que la manita
redonda segua en la suya, que aquellas
yemas tan suaves seguan en contacto
con su palma.
A las niitas las amamantaba una

nodriza, Peggy Madden, que no se


corresponda en absoluto con las
fantasas de William al respecto, quien
se imaginaba una mujer de imponente
aspecto, toda abundancia y generosidad,
con los brazos gordos y el regazo
amplio, adems del pecho capaz. Peggy
Maden era una criatura delgada, con el
cuello largo como una grulla, y brazos
de alambre. Por regla general, llevaba
un vestido color tierra, abotonado hasta
la barbilla, bajo un delantal azul marino.
Bajo esta ropa discreta y modesta, se
vea
que
sus
pechos
eran
desproporcionados,
dos
globos
prominentes sin relacin alguna con su
elegante cintura y sus hombros

delicados. Su contemplacin haca que


William tomara incmoda conciencia de
la correspondiente hinchazn que
provocaban en su cuerpo. De todas
formas, la existencia de Peggy haba
restablecido el uso del cuerpo de
Eugenia, y William, de retirada, se
encontr la puerta del dormitorio de ella
insinuantemente abierta, y un fuego
clido parpadeando ms all. Se adentr
en su resplandor, y fue recibido en la
cama con los mismos arrumacos
acogedores, el mismo xtasis fulgurante,
los mismos grititos que antes, slo que
la piel estaba ms blanda y dilatada, que
los pechos donde reclinaba su cabeza
triunfante eran ms grandes y

azucarados, que el centro estaba ms


blando y replegado. Y el modelo
completo se reprodujo otra vez: las
breves semanas de placer, los largos
meses de languidez amistosa y
excluyente, la fabricacin del nido, el
nacimiento de su hijo, otra cra de cisne
con la cabeza blanca, y vuelta a
empezar, exactamente igual, hasta que
tuvo otro par de gemelas, Meg y
Arabella. Eugenia dijo que el nio tena
que llamarse Edgar, y sa fue la nica
vez que puso pegas o que trat de
hacerse valer. Haba un Edgar en cada
generacin de Alabasters, dijo Eugenia
poniendo morritos y metiendo su
generosa barbilla. William dijo que su

hijo no era un Alabaster sino un


Adamson, y que deseara darle un
nombre de su propia familia, por poco
distinguido que fuera.
No veo por qu dijo Eugenia.
No vemos a tu familia, ni nos tratamos
con ella, ni parece que vayamos a
hacerlo. Tu familia no viene hasta aqu,
y Edgar no los va a conocer, supongo.
Nosotros somos tu familia, y creo que
debes reconocer que hemos sido buenos
contigo.
Ms que buenos, querida, ms que
buenos. Slo que
Slo que?
Me gustara tener algo mo. Y mi
hijo es mo, en cierto modo.

Ella lo medit entristecida, confusa.


Luego dijo pacficamente:
Podramos llamarlo William
Edgar.
Mi nombre no, el de mi padre,
Robert. Robert es un bonito nombre
ingls.
Robert Edgar.
Pareca una descortesa protestar
porque le pusieran Edgar despus de
eso. Y al nio se le conoci por Robert,
y a veces William pensaba que vea su
propia mirada despierta en la cara de la
criaturita, aunque el nio, como los
otros cinco, era sobre todo un Alabaster,
una criatura plida, bien dibujada,
nerviosa. Cinco en tres aos era, incluso

en aquellos das, una familia extensa y


rpida, una masa de carne infantil
tambaleante como una camada de
cachorros, se sorprendi William
pensando una vez. Porque no era feliz.
Tal vez no hubiera sido nunca
exactamente feliz, aunque tena lo que
haba deseado, lo que haba escrito en
su diario que haba deseado.

No era feliz por muchas razones.


Ante todo, y todos los das, le
preocupaba haber perdido sus objetivos,
incluso su vocacin. No poda pedirle a
Harald que le ayudara a organizar otra
expedicin, con unos hijos recin

nacidos tan pequeos; pareca una


grosera. Volvi a ponerse a catalogar la
coleccin de Harald, y dedic horas y
das y semanas de trabajo a enmarcar
especmenes, a inventar ingeniosas
formas de almacenaje, y hasta a
comparar,
bajo
el
microscopio,
hormigas y araas africanas con las
procedentes de Malaya y de Amrica.
Pero la coleccin era tan aleatoria, tena
tantas lagunas, que a menudo se
descorazonaba. Y aquel trabajo no era
para lo que estaba hecho. l quera
observar la vida, no conchas muertas,
quera conocer los procesos de las
cosas vivientes. A veces estableca una
analoga, casi amargamente, entre la

coleccin de litros y cajas torcicas y


patas de elefante y plumas del paraso
de Harald con el interminable libro
circular de Harald sobre el Plan divino,
que se meta en un lo tras otro, que
pasaba de un claro momentneamente
iluminado al matorral espinoso de la
duda honesta.
Cuanto ms miraban los dos pieles,
dientes, flores, picos y trompas, ms
consciente se haca l de una inmensa
fuerza
inexorable,
fortuita
y
constructiva, que no era paciente porque
era necia y descuidada, que no amaba
porque era implacable descartando lo
intil o lo daado, que no era artstica
porque no hacan falta maravillas para

abastecer sus delicadas y brutales


energas, sino que era compleja, bella y
terrible. Y cuanto ms se deleitaba en
las propias observaciones derivadas de
los trabajos que iba haciendo, ms
vanos y patticos le parecan los
intentos de Harald de arrojar una red de
teologa sobre ella, de buscar en sus
manejos y en sus cavilaciones un espejo
de su propia mente, de exigirle bondad o
justicia. A veces habra discutido
ferozmente con Harald; siempre
experimentaba una especie de inhibicin
a la hora de expresar con total claridad
lo que crea, porque se senta en deuda
con aquel hombre mayor que l, adems
de deferente y protector. Y era lo

bastante arrogante para creer que, si


deca todo lo que pensaba de verdad,
llevara a su mecenas y suegro a la
desesperacin ms absoluta. Y tambin
era lo suficientemente humano como
para que le repugnase hacerlo.
Pero esa inhibicin acrecentaba la
soledad que era su otro problema. Haba
estado solo en las selvas del Amazonas.
Se haba sentado junto a un fuego en un
claro, mientras escuchaba aullidos de
monos y zumbidos de alas, y se haba
dicho a s mismo que habra dado
cualquier cosa por escuchar una voz
humana, una pregunta convencional,
Qu tal ests?, un comentario banal
sobre el tiempo, o sobre el montono

sabor de la comida. Pero all tambin


haba tenido conciencia de s mismo: un
ser pensante que sobreviva gracias a
aguzar su ingenio, una mente en un
cuerpo frgil, bajo el sol y la luna,
baado en sudor y en los vapores del
ro, picado por mosquitos y moscas
agresivas, con los sentidos alerta por las
culebras y los animales de los que poda
alimentarse. Aqu, en medio de la
cerrada y complicada sociedad de la
casa de campo, se senta solo de una
manera diferente, a pesar de que casi
nunca estaba exactamente solo. No tena
cabida en el mundo femenino de la
cocina, el cuarto de los nios, y el
saloncito. A sus pequeas se las pasaban

de mano en mano, de la nodriza a la


niera, las llevaban en cochecitos y las
alimentaban con frascos y cucharillas.
Su mujer sesteaba y cosa, y sus
sirvientas la alimentaban y acicalaban.
Las otras muchachas se ausentaban para
hacer una cosa u otra, se vestan y se
desvestan y jugaban a juegos
complicados por las noches con palitos
y cartas alfabticas, con tableros y
dados. Los jvenes no solan estar en
casa y, cuando lo estaban, se pasaban el
tiempo fumando y haciendo ruido. Le
gustaba Robn Swinnerton, a quien
pareca caerle bien, pero las relaciones
entre Eugenia y Rowena se haban
enfriado cuando Rowena no haba tenido

nios y Eugenia s, y los Swinnerton


solan salir de viaje a los Lagos, o a
Pars o a los Alpes.
Los criados siempre estaban
ocupados y, en general, callados. Se
perdan de repente tras sus propias
puertas en zonas misteriosas en las que
l nunca se haba internado, aunque se
los encontraba en todos los recodos de
los lugares en donde se desarrollaba su
propia vida. Le preparaban el bao, le
abran la cama, le servan la comida y le
retiraban los platos. Se llevaban su ropa
sucia y se la traan limpia. Tenan tantas
cosas que hacer urgentemente como
pocas los nios de la casa. Una vez que
se haba levantado a las cinco y media

porque no se poda dormir, haba


cruzado una puerta que llevaba a la
cocina, con la intencin de coger un
poco de pan y caminar hasta el ro, para
ver el amanecer sobre el agua, y haba
sorprendido a una ayudante de cocina,
un diminuto duendecillo negro con una
cofia, que llevaba una escoba y dos
cubos enormes, y que dio un gritito al
verlo, porque no se lo esperaba, y dej
caer un cubo con gran estrpito. Al
percibir seales de movimiento, l mir
en el cubo y vio un hervidero de
escarabajos negros, de varias pulgadas
de fondo, que se tropezaban y agitaban
las patas y las antenas, pringados de
algo gelatinoso.

Qu est haciendo? le haba


preguntado.
He estado vaciando las trampas
contest la nia. No era ms que una
nia. Le temblaba la boca. Cuando
baj, el fregadero estaba lleno de
bichos, seor. Tengo que colocar las
trampas por la noche, la seorita Larkins
me ense cmo, se pone melaza en uno
de estos cubos de lata tan profundos, y
as caen dentro y no pueden ponerse
derechos. Y luego tengo que sacarlos y
echar agua hirviendo encima. Se
asombrara de ver cmo vuelven, seor,
da igual a cuantos achicharre. Odio el
olor dijo, y luego, como temerosa de
aquel comentario humano, agarr el

cubo. Le ruego que me perdone


dijo vagamente, segura de que, de alguna
manera, estaba equivocada.
Se le pas por la cabeza la idea de
hacer un estudio sobre aquellos
escarabajos, que eran tan abundantes y
tan poco deseados.
Me pregunto si hay alguna manera
de ver cmo se reproducen. Cree usted
que podra conseguirme unos veinticinco
ejemplares gordos y saludables? A
cambio de algo, claro.
Comen casi de todo dijo,
supongo. Son unos bichos asquerosos, te
estallan bajo los pies por la maana. No
creo que a la seorita Larkins le guste
que coja ninguno vivo si a usted le da lo

mismo, quiere que los abrase, y pronto,


antes de que los seores se levanten. Le
preguntar de su parte, pero no creo que
le haga gracia.
Su aliento tena un ligero olor que se
distingua a cierta distancia. Tanto la
melaza como los insectos que se
revolvan y crepitaban tenan un olor
penetrante y enfermizo. Retrocedi,
olvidndose del pan. Ella recogi sus
cubos, mientras se le tensaban los
msculos de sus hombros delicados y de
su fino cuello. No pudo ponerse a
imaginar su vida, sus hbitos de
pensamiento, sus esperanzas y sus
miedos. Pas a tener una confusa
impresin de ella en la memoria, con sus

colepteros atrapados, debatindose sin


esperanza.

Si tena un sitio era en los espacios


entre la molicie acolchada de la familia
y las jerarquas de sirvientes encerradas
en los ticos, los stanos y los trasteros.
En el cuarto de estudio, por ejemplo,
donde a veces se descubra a s mismo
observando a las habitantes de la
colmena y del invertido hormiguero de
cristal, ambos consolidados con xito y
en pleno funcionamiento. Se iba hasta
all cuando saba que las nias estaban
jugando fuera o de paseo, y de vez en
cuando se encontraba con Matty

Crompton, cuya posicin en la casa,


pensaba a veces tristemente, era tan
incierta como la suya. Los dos eran
pobres, los dos empleados a medias, los
dos, ahora, parientes de los amos, pero
no amos. No se lo contaba a Matty
Crompton, que se andaba con ms
cautela con William desde su
matrimonio y se diriga a l con
puntilloso
respeto.
Empez
a
preguntarse cmo pasara los das, de la
misma forma que tambin empez a
fijarse en el duro trabajo de criaturas
como el duendecillo que achicharraba a
los escarabajos, y lleg a la conclusin
que a Matty Crompton se le peda que
fuese til sin adjudicarle ningn

puesto que la degradara. A las mujeres


se les daba mejor ocuparse en algo til,
supona. Las casas como aqulla las
llevaban mujeres, y estaban pensadas
para ellas. Harald Alabaster era el amo,
pero constitua, hasta donde llegaba el
runrn de los relojes y los engranajes
domsticos, un deus absconditus que lo
pona todo a funcionar, y tal vez pudiera
pararlo con un solo toque, pero tena
poco que ver con la utilizacin de la
energa.
Fue una sugerencia casual de Matty
Crompton, de cualquier forma, lo que le
llev a emprender de nuevo una
actividad con una finalidad concreta. Se
la encontr una maana de finales de

primavera, sentada en la mesa, enfrente


del hormiguero con un platito de
porcelana con trocitos de fruta, de pastel
y de carne, y un gran cuaderno, en el que
escriba afanosamente.
Buenos
das,
espero
no
molestarla.
De ningn modo. Estoy haciendo
experimentos sobre el comportamiento
de estos fascinantes animalitos. Sin
duda, a usted mis investigaciones le
parecern muy toscas.
l lo puso en duda, y le pregunt qu
estaba estudiando.
He estado poniendo distintos
alimentos en la superficie de la tierra
del tanque, y contando el nmero de

hormigas
que
se
apresuran a
aprovisionarse de comida y lo rpido
que acaban con ella, y cmo lo hacen.
Acrquese y mire; les atraen mucho los
trozos de meln y de uvas; a este
pedacito de fruta dulce le ha llevado
casi exactamente media hora convertirse
en poco ms que un acerico viviente.
Siempre empiezan por lo mismo,
mordiendo la fruta y absorbindola
desde abajo, enterrando sus cuerpos en
ella si se puede y chupndola poco a
poco hasta que la dejan seca. Mientras
que los trocitos de jamn los levantan a
pulso varias hormigas a la vez, y los
introducen en el nido por las rendijas de
la superficie, donde se los pasan a otras

hormigas. No se puede dejar de admirar


la manera que tienen de comunicarse las
unas a las otras la existencia del meln o
del jamn, el nmero de hormigas que
hace falta para chuparlo o transportarlo.
Parece que sus mtodos no tienen orden
ni concierto, pero son tan deliberados
Estoy convencida de que todo este
hormigueo se puede traducir en
mensajes dados y recibidos. Espero que
mi Formica prima no se ahogue en el
jugo. Lleva sin moverse de ah lo menos
diez minutos.
No me diga que ha llegado a
reconocer a las hormigas una por una.
Durante unas cuantas horas puedo
seguir a una, si es que alguna vez tengo

unas cuantas horas, pero no se me


ocurre ningn mtodo para marcar a
alguna de modo que pueda reconocerla
cuando la vuelvo a ver. Me he fijado en
que algunas hormigas, me parece, son
mucho ms activas que otras, incitan a
las otras a moverse, cambian de
actividad o de direccin. Pero nunca
puedo quedarme lo suficiente de una
sola vez.
Si marcsemos a una con
cochinilla, puede que sus compaeras la
rechazasen
Seguramente sera una manera
pero se vera el color?
Puedo ver su cuaderno?
Mir sus dibujos, perspicaces y

cuidadosos, a lpiz, con tinta india, de


hormigas alimentndose, de hormigas
luchando, de hormigas levantando parte
del cuerpo para regurgitarse el nctar
las unas a las otras, de hormigas
acariciando larvas y cargando pupas.
Hace usted que me avergence,
seorita Crompton. He estado dndole
vueltas en secreto a la interrupcin de
mis esperadas investigaciones sobre la
vida de los insectos en la cuenca del
Amazonas dada la buena suerte que
tengo ltimamente Y aqu est usted,
haciendo lo que yo debera estar
haciendo, observando el mundo
desconocido que tenemos a mano.
Naturalmente, mi radio de accin

es ms limitado. Estoy acostumbrada a


fijarme en lo que tengo ms cerca.
Sinti su mirada examinndolo,
tasndolo.
Si en algn momento dijo
quisiera hacer un estudio del gran
hormiguero del que sali esta colonia,
por ejemplo, estoy segura de que podra
contratarnos a m y a las nias como
humildes ayudantes y encargadas de
cuentas
He visto nidos tanto de
Acanthomyops fuliginosus como de la
Formica sanguinea que se dedica a
atrapar esclavas cerca de nuestra
ciudadela
original.
Un
estudio
comparativo podra ofrecer mucho

inters
Pero no podemos ver lo que pasa
dentro, como aqu
No, pero podemos inventar
medios y maneras de ver muchas cosas.
Le estoy muy agradecido, seorita
Crompton.
Estuvo a punto de decir: Me ha
devuelto usted cierta esperanza, pero
se dio cuenta a tiempo de que no vena
al caso, y hasta era un poco desleal.
Esta conversacin tuvo lugar, por lo
que pudo recordar luego, en la
primavera de 1861, poco despus del
nacimiento de Agnes y Dora. Llevaba en
Bredely casi un ao exacto. Ms tarde,
vera en esta conversacin el origen del

estudio cada vez ms ambicioso de las


comunidades de hormigas y, en menor
medida, de las colmenas de las
inmediaciones del Hall, que a lo largo
de los tres aos siguientes iban a
realizar l mismo y un equipo de
ayudantes: las nias del cuarto de
estudio y la seorita Mead, el chico del
jardinero y su hermanito, y la propia
Matty Crompton, despierta y eficiente.
Las hormigas son animales estacionales,
que viven intensamente en los meses de
verano y duermen cuando hace fro.
William empezaba a descubrir en 1861
que su propia vida estaba sujeta a las
mismas fluctuaciones estacionales. El
renovado inters de Eugenia por l, una

vez las niitas se encontraron a salvo en


el cuarto de los nios con Peggy
Madden y sus pechos hinchados,
coincidi as con los acontecimientos en
el campo a los que Matty Crompton le
invitaba a prestar atencin. Eugenia, la
respetable madre, ya nunca estaba
dispuesta a unirse a ningn paseo
comunitario por la orilla del ro, por no
hablar de andar revolviendo la tierra del
bosquecillo de los olmos, pero sola
aparecer por all una o dos veces,
exquisita y vulnerable, vestida de
muselina blanca, con cintas azul celeste
y una sombrillita blanca, y se quedaba
esperando que le hiciera caso, cosa que
le premiaba con una sonrisita lenta y

secreta. Despus, la mayora de las


veces se daba la vuelta y regresaba
despacio hasta la casa, sabiendo que l
tena que seguirla, que soltara su
desplantador y se unira rpidamente a
ella, que su mano lcita descansara
amorosamente en su fajn azul mientras,
con una cierta conciencia, se iran
adentrando en sus propias habitaciones.
No obstante, de una manera un tanto
fortuita, en ese primer ao se
descubrieron y clasificaron varios
nidos.
Haba un nido madre, con un tmulo
de seis pies y una ciudad subterrnea de
aproximadamente cuatro, al que la
vivaracha
Margaret
apod

irrespetuosamente el nido Osborne, por


la residencia de verano de la reina
Victoria. Tena sus satlites o colonias,
el Tronco del Bosquecillo de Olmos, la
Colonia de las Zarzas y el Nido del
Muro de Piedra, y una que haba cado
en desuso, denominada por la seorita
Mead, que tena un toque potico, el
Pueblo Desierto. Fue tambin la seorita
Mead la responsable del nombre del
Tronco del Bosquecillo de Olmos, una
acertada descripcin de la localizacin
del floreciente nido nuevo en el tocn
del rbol, pero una referencia adems al
poema de Robert Browning Nostalgia
del hogar en el extranjero, en el que se
describe la nostalgia del expatriado por

la primavera inglesa, que William haba


experimentado tan intensamente en
medio del calor constante, sin
estaciones, de los trpicos.
Ay, quin estuviera en Inglaterra
ahora que all es abril
y cualquiera que se despierte en
Inglaterra
ve, por sorpresa, una maana
que las ramas ms bajas y el haz de
matas
que rodean el tronco del olmo se
cubren de hojitas,
mientras el pinzn canta en una rama
del huerto
en Inglaterra, ahora mismo!

Hasta la primavera siguiente, en


1862, la aoranza contraria de olores
tropicales, de monos aulladores, del
espacio del ro y de la gente indolente
que haba conocido, no se hizo sentir
con su propia fuerza. En 1861 les dijo a
la seorita Mead y a Matty Crompton
cunto haba significado ese poema para
l, cmo se haban grabado en su
imaginacin las hojitas y la frescura de
la primavera, y ellas respondieron que
todo eso les pareca muy interesante. El
Nido Madre y sus satlites eran todos
ciudades de la hormiga de los bosques,
Formica rufa. Pero tambin se
descubrieron ciudades de hormigas

negras, Acanthomyops fuliginosus, y de


hormigas
amarillas
del
csped,
Acanthomyops umbratus, y de las
ferruginosas
esclavistas,
Formica
sanguinea. La seorita Mead quera
ponerles de nombre a las ciudadelas de
estas ltimas Pandemnium, segn la
ciudad de los demonios de Milton, y se
qued en el claro, con sus anteojos
brillando a la luz del sol, y recit El
paraso perdido.
pero sobre todo el espacioso
vestbulo
totalmente plagado, tanto su suelo
como su aire
acariciados por un frufr de alas al

rozarse.
Eso eran abejas dijo Matty
Crompton. Sigue diciendo,
Igual que las abejas
en primavera, cuando el sol transita
por Tauro,
rebosan racimos de su populosa prole
por toda la colmena; entre frescos
rocos y flores
vuelan de ac para all, o sobre la
alisada tabla,
la colonia exterior de su ciudadela
hecha de paja,
con blsamo recin frotada, detallan y

cotejan
sus asuntos de estado: as de densa la
etrea multitud
bulla y se apretaba; sin embargo, a
una seal,
oh, maravilla!, los que hasta entonces
parecan
superar en tamao a los hijos gigantes
de la tierra,
ahora menores que los ms diminutos
enanos, en un angosto espacio
se apian incontables, como esa raza
de pigmeos
tras la cordillera india; o mgicos
elfos,
cuyas juergas nocturnas, a la vera de
un bosque

o de una fuente, algn campesino


rezagado ve
o suea que ve, mientras en lo alto la
luna
se posa conciliadora, y ms cerca de
la tierra
sigue, rodando, su plido curso; en
sus risas y bailes
absortos, ellos con msicas alegres le
encantan los odos;
de contento y miedo al tiempo, el
corazn le da un vuelco.
Deberamos rebautizar la colmena
con el nombre de Pandemnium si
vamos a hacer referencia a Milton.
William se dio cuenta de que las

observaciones de Milton sobre las


abejas eran exactas, y de que la seorita
Crompton se saba su Milton
extraordinariamente bien.
Me hicieron aprenderme ese
pasaje de memoria como ejemplo de
comparacin heroica dijo la seorita
Crompton. La verdad es que no me
arrepiento, es muy bonito, y no se puede
decir que me costara aprenderlo. Tengo
buena memoria, se me quedan las cosas
rpidamente. Pero si le ponemos
Pandemnium a la colmena, qu
nombre vamos a darle al hogar de las
hormigas esclavistas?
Qu comercio ms horrible!
dijo la seorita Mead, con inusitada

vehemencia. Nunca he llorado tanto


con un libro como con La cabaa del to
Tom. Rezo todas las noches por la causa
del presidente Lincoln.
Se acababan de producir los
primeros enfrentamientos en la guerra
entre los estados. En Bredely haba
divisin de opiniones respecto a este
tema (gran parte del dinero de la familia
provena del comercio de algodn de
Lancashire), y por consiguiente no se
discuta a fondo sobre l. William le
cont a la seorita Mead que haba visto
el funcionamiento de la esclavitud en las
plantaciones de caucho brasileas, y
estaba de acuerdo en que era tremenda,
a pesar de que funcionaba de otra

manera en aquel pas donde slo una


pequea parte de la poblacin era
racialmente pura, ya fuera blanca, negra
o india.
Varios de los compaeros ms
agradables que tena all dijo eran
negros liberados, hombres de slidos
principios y amable disposicin.
Qu interesante! dijo Matty
Crompton.
Y hay una ley que les prohbe a
los portugueses hacer esclavos a los
indios, comprndoselos cuando son
nios a los jefes de las tribus. Eso ha
dado lugar a que los comerciantes
portugueses de carne humana empleen un
curioso eufemismo. Utilizan la palabra

rescatar (resgatar) para decir que


compran gente. La tribu de Manaos es
muy guerrera y hace esclavos a sus
prisioneros, que son luego rescatados
por los portugueses y forzados a la
esclavitud. As que resgatar es la
palabra corriente para la compra de
nios a lo largo del ro. Con lo cual se
degrada el concepto de rescate, tanto en
un sentido teolgico como humano.
Qu horror! dijo la seorita
Mead. Y usted vio esas cosas
Vi cosas que ni se me pasara por
la cabeza contarles dijo William,
por miedo a provocarles pesadillas.
Pero tambin vi inconcebibles muestras
de bondad humana y de sana

camaradera, sobre todo entre la gente


de raza negra y mixta.
Volvi a sentir la mirada penetrante
de la seorita Crompton. Era como un
pjaro, de vista aguda y atenta.
Me gustara que nos contara ms
cosas. No deberamos vivir a espaldas
del resto del mundo.
Reservar mis relatos de viajes
para las veladas de invierno junto a la
chimenea. Ahora tenemos que ponerle un
nombre al nido de las Formica
sanguinea.
Podramos llamarla Atenas con
toda justicia dijo la seorita
Crompton, ya que la civilizacin
griega, que tanto admiramos, se fund

sobre la esclavitud, y hasta me atrevera


a decir que no habra brillado con tanto
esplendor a no ser por ella. Claro que su
arquitectura, si se puede denominarla
as, es menos gloriosa.
Las diminutas habitantes del lugar
correteaban bajo sus pies o entre ellos,
nerviosas e irritables, acarreando
pedacitos y hebras de esto y de lo otro.
Propongo el Fuerte Rojo dijo
William. Suena bastante guerrero, y
hace alusin al color de las Sanguinea.
El Fuerte Rojo entonces dijo
Matty Crompton. Me consagrar a su
geografa y a su historia, si no ab urbe
condita, al menos a partir de nuestro
descubrimiento de l.

Y una o dos veces ms se la


encontr trabajando diligentemente,
registrando episodios de la vida de la
colmena y la ciudad. Las hormigas de
los bosques de toda aquella parte de
Surrey escogieron la fiesta de San Juan
para su vuelo nupcial. Nadie haba
contado con eso en 1861; de hecho, los
jvenes y las ocupantes del cuarto de
estudio estaban todos participando en
una merienda de fresas en el csped,
cuando cientos de criaturas aladas,
aturdidas y tambaleantes, machos y
hembras, cayeron del cielo sobre los
sandwiches de pepino y la nata lquida

de las jarritas de plata, escabullndose a


toda prisa por parejas, ahogndose en
jugo de fresas y en Orange Pekoe,
trepando por cucharillas y servilletitas
bordadas. Eugenia se enoj mucho, y se
quit con dos dedos y una quisquillosa
mueca de disgusto varios machos que
erraban por el cuello de su vestido,
ayudada por William, que apartaba de
una manotazo la multitud de patitas que
se agarraban a su pelo y a su quitasol.
Las niitas corran de un lado a otro
chillando y sacudindose la ropa. La
seorita Crompton sac su cuaderno de
apuntes y se puso a dibujar. Cuando
Elaine trat de echar un vistazo a sus
bocetos cerr el cuaderno de golpe y lo

meti en su cesto, para dirigir su


atencin a la batalla entre los Alabaster
y las hormigas, sacudir el mantel con un
vigoroso tirn y guardar la mantequilla.
Las hormigas muertas y las moribundas
se acumulaban en sedosos montoncitos
plateados y negros. La cocinera los
barra del alfizar de la cocina con una
escoba. Mientras las criadas se
apresuraban a meterse dentro con las
cosas de la merienda, William tuvo otro
vislumbre de su diminuto duendecillo de
los
escarabajos,
que
trotaba
porfiadamente por la hierba con la
pesada tetera. La seorita Crompton,
eximida de su responsabilidad, sac de
nuevo su cuaderno de dibujo. William

(estaba en el final de su segunda luna de


miel) sigui a Eugenia al interior de la
casa para que se cambiara de vestido,
para asegurarse de que ningn bicho de
la plaga se haba quedado atrapado en
algn volante o algn pliegue de
algodn almidonado.

Durante el invierno, incmodo por el


fro, tanto por el humano de Eugenia
como por el climtico, William tuvo su
primera discusin real con Harald
Alabaster. El fro tampoco era bueno
para Harald. El estudio estaba todo lo
lejos posible de la cocina y de las
instalaciones de la calefaccin para que

el amo de la casa se viese libre de los


olores de la comida y del humo; por
consiguiente, incluso con un fuego
encendido en el hogar, era demasiado
fro para trabajar. El invierno aport
vitalidad a los hombres ms jvenes de
la casa. Edgar y Lionel se pasaban el
tiempo fuera, disparando o cazando, y
regresaban con pesadas cargas de
animales sanguinolentos, con las plumas
o la piel salpicadas de sangre, y sangre
a menudo tambin en sus manos y en sus
ropas. Su vitalidad haca que el
aislamiento de su padre pareciese an
mayor. Pareca casi confinado en su
estudio, y era prcticamente invisible
cuando se paseaba por los pasillos o se

quedaba rondando el umbral del clido


nidito de su mujer. Mand un criado
para pedirle a William que fuese hasta
all y viese un pasaje nuevo que haba
confeccionado sobre las evidencias de
la providencia divina.
Pens que le interesara echarle
un vistazo, sobre todo porque contiene
ciertos argumentos, ciertos ejemplos,
que caen dentro de su especialidad. He
llegado a este razonamiento siguiendo la
direccin del misterio y la certeza del
amor. Tal vez tenga usted la bondad de
echarle una ojeada.
Le alarg sus papeles, escritos con
una letra diminuta y precisa, que
empezaba a mostrar seales del temblor

de
las
manos
ancianas,
del
debilitamiento de los nervios y los
msculos. El papel estaba muy
trabajado, y recordaba una especie de
labor de retales, con prrafos tachados
con rayas negras, reinsertados ms
arriba o ms abajo, encerrados en
redondeles o partidos. William se sent
en la silla de su suegro y trat de
encontrarle un sentido, mientras su
irritacin iba en aumento. Era una nueva
exposicin de viejos argumentos,
algunos de los cuales el propio Harald
ya haba descartado, por insostenibles,
en sus conversaciones.

Te alabar, clama el autor del


salmo 139, porque estoy formidable y
maravillosamente
hecho:
Qu
admirables son tus obras! Y eso mi alma
lo sabe bien. Y el salmista contina
casi como si estuviese al tanto de los
debates en boga sobre el origen de los
seres vivos y el desarrollo de los
embriones. No se te ocultaba mi
sustancia cuando en secreto era formado
y misteriosamente plasmado en las
entraas de la tierra. Ya vieron tus ojos
mi sustancia, aun siendo imperfecta; y en
tu libro estaban escritos todos mis
miembros, que a continuacin fueron
forjados, aun antes de existir el primero
de ellos. Cun preciosos me son

tambin, oh, Dios, tus pensamientos!


Qu ingente el nmero de ellos! Si
quisiera contarlos, son ms que las
arenas: cuando despierto, an estoy
contigo.
Todos
hemos
tenido
estas
intuiciones, estas inspiraciones, de
temor reverencial por estar formidable
y maravillosamente hechos, y es nuestro
instinto natural dar por sentado un
hacedor de semejante complejidad, de
la que nuestras mentes desarrolladas
apenas pueden creer que haya surgido
por pura casualidad. El salmista se
anticipa as a los tericos de la
evolucin con su conocimiento de la
perfeccin de la sustancia y la forja

continua que lleva a producir seres


vivos. Antes escribe sobre la amorosa
solicitud de Dios para con el nio an
no nacido, en el versculo 13: Porque
t has posedo mis entraas: t me has
protegido en el seno de mi madre. Es
razonable preguntar de qu manera se
diferencia semejante Deidad de lo que
el seor Darwin denomina Seleccin
Natural, cuando escribe: Puede decirse
que la seleccin natural es un escrutinio
de da en da y de hora en hora, a lo
largo y ancho del mundo, de cada
variacin, hasta de la ms mnima, en el
que se descarta lo que est mal, y se
preserva y acrecienta lo que est bien;
un trabajo silencioso e imperceptible,

cuando quiera y dondequiera que se


presenta la oportunidad, de mejora de
cada ser orgnico
Y no es este amoroso cuidado otra
manera de describir la providencia por
intercesin de la gracia de Dios en la
que tradicionalmente se nos ha enseado
a creer? No podramos de hecho
argumentar que la nueva forma de
entender los medios por los que se
efectan esos cambios providenciales
del seor Darwin no es en s misma una
nueva providencia que contribuye tanto
al avance y desarrollo humanos como a
nuestra capacidad de asombrarnos, de
conocer, de fomentar y restaurar esas
fuerzas que Dios ha puesto en

movimiento, y a las que el seor


Richard Owen ha descrito como el
operar continuo de una transformacin
ordenada? Nuestro Dios no es un Deus
Absconditus, que nos haya dejado a
oscuras en un yermo estril, ni tampoco
un Relojero indiferente que haya
enroscado un muelle para contemplar,
desprovisto de pasin, cmo se
desenrosca lentamente camino de una
inercia final. l es un artesano
cuidadoso, que constantemente inventa
nuevas posibilidades a partir de las
abundantes gracias y materias primas
que les proporciona.
No hace falta ser Pangloss[9] para
creer en la belleza, la virtud, la verdad,

la felicidad y, por encima de todo, en el


compaerismo y el amor, tanto humano
como divino. Evidentemente no todo
conduce al bien en el mejor de los
mundos posibles, y sera el colmo de la
locura, del espejismo, pretender deducir
la existencia de Dios de los alegres
brincos de los corderos saltarines, de la
luminosidad de los rannculos, o incluso
de una promesa de arco iris en un cielo
tempestuoso, a pesar de que el escritor
del Gnesis ofrece a menudo a todos los
hombres la imagen del arco-iris como
una promesa de que, mientras perdure,
la siembra y la cosecha, el fro y el
calor, el verano y el invierno, el da y la
noche no cesarn. En la Biblia se nos

dice que la tierra est maldita desde la


Cada del Hombre; se nos dice que la
maldicin fue suprimida en parte tras el
Diluvio; y se nos dice tambin que
nuestra propia naturaleza destructiva
puede ser redimida, es redimida, por el
rescate pagado por Nuestro Seor
Jesucristo. El rostro de la tierra no es
siempre sonriente, incluso si Dios nos
habla por boca de las piedras y las
flores, de las tempestades y los
torbellinos, o hasta de la humilde
diligencia de las hormigas y las abejas.
Y se puede discutir, si es nuestro deseo,
una mejora de nuestra propia naturaleza
maldita, que se resuelve por s misma en
nuestra vida cotidiana, con muchos

contratiempos, con muchos esfuerzos,


desde el da en que Nuestro Seor nos
orden Ama al prjimo como a ti
mismo y se revel como el Dios del
Amor, as como el de la Potestad y de
una especial Providencia.
Hablemos, como l, en parbolas.
Sus parbolas estn sacadas de los
misterios de esa Naturaleza, de la cual,
si hemos de creer su Evangelio, l es
Hacedor y Sustento. Nos habla del
nacimiento de los gorriones y de los
lirios del campo que no se afanan ni
hilan. Nos habla, incluso l, del
despilfarro de la Naturaleza, que tanto
espanta al Laureado, en Su parbola de
las semillas que caen entre las malas

hierbas o en terreno pedregoso. Si


consideramos las humildes vidas de los
insectos sociales, creo que podremos
discernir verdades que son paradigmas
en clave para la comprensin de
nosotros
mismos.
Se
nos
ha
acostumbrado a pensar en el altruismo y
la abnegacin como virtudes humanas,
esencialmente humanas, pero al parecer
no es as. Esos animalitos las ejercitan
ambas, a su manera.
Se sabe hace tiempo que, tanto en las
comunidades de abejas como de
hormigas, slo hay una verdadera
hembra, la Reina, y que el trabajo de la
comunidad lo desempean hembras
estriles, o monjas, que se encargan de

la alimentacin, la construccin y la cra


de toda la sociedad y su colonia.
Tambin se sabe desde hace tiempo que
los propios insectos parecen capaces de
determinar el sexo del embrin, o larva,
segn la atencin que le dedican.
Chambers nos dice que la fase
preparatoria de la Abeja Reina lleva
diecisis das; de las estriles, veinte; y
de los machos, veinticuatro. Parece que
las abejas amplan la celda de la larva
hembra, hacen un agujero piramidal para
permitir que adopte la vertical en vez de
la posicin horizontal, la mantienen ms
caliente que a otras larvas, y la
alimentan con una clase especial de
comida. Estos cuidados, incluido el

acortamiento del estado embrionario,


producen una verdadera hembra, una
reina destinada, como muy bien dicen
Kirby y Spence a disfrutar del amor, a
consumirse de celos y de ira, a ser
incitada a la venganza, a pasar el tiempo
sin hacer nada. El seor Darwin ha
reconocido con pesar la ferocidad con
la que las envidiosas reinas vigilan y
asesinan a las hermanas que van
surgiendo en la colmena. Se pregunt si
esta matanza de las recin nacidas, si
esta autntica masacre de inocentes, no
demostraba que la Naturaleza en s
misma era cruel y derrochadora. Se
podra suponer a la inversa que se da
una especial providencia en la

sobrevivencia de la reina ms adecuada


para proporcionar a la colmena nuevas
generaciones, o al enjambre un nuevo
comandante. Sea como sea, es cierto que
el desarrollo ms largo de las obreras
produce una criatura muy distinta, una
criatura, de nuevo en palabras de Kirby
y Spence, celosa del bien de la
comunidad, una defensora de los
derechos pblicos, que disfruta de
inmunidad ante los estmulos del apetito
sexual y los dolores de la reproduccin;
laboriosa,
trabajadora,
paciente,
ingeniosa,
hbil;
constantemente
ocupada en criar a las ms jvenes, en
recolectar miel y polen, en elaborar
cera, en construir celdas, y lo que es

ms, en prestar la atencin ms


respetuosa y asidua a cosas que, si sus
ovarios se hubieran desarrollado, habra
detestado y perseguido con una furia
sumamente vengativa hasta destruirlas!.
No creo que sea una tontera afirmar
que la sociedad de las abejas se ha
desarrollado gracias a las pacientes
monjas que convierten su trabajo en una
primitiva
forma
de
altruismo,
abnegacin y amorosa dedicacin. Y an
resulta ms asombrosamente cierto
respecto a sus hermanas, las hormigas
obreras, que se saludan las unas a las
otras con grandes demostraciones de
afecto y delicadas caricias, que siempre
se estn ofreciendo traguitos de sus

clices de nctar recolectado, mientras


se apresuran a llevrselo a las
habitantes desvalidas y dependientes de
sus criaderos. Tambin las hormigas,
aunque no se sabe cmo, son capaces de
determinar el sexo de las habitantes de
sus criaderos, de modo que la
comunidad reponga el nmero deseable
de obreras, machos o reinas frtiles en
sus distintas pocas. El cuidado de sus
compaeras podra considerarse en s
mismo una providencia especial, si se
pensara que es consciente, o una
autntica eleccin moral. Se ha puesto
mucho empeo en intentar distinguir la
voz de la autoridad en estas
comunidades: se trata de la reina o de

las obreras, o de algn Espritu de la


Ciudad ms omnipresente, localizado en
todas partes y en ninguna, que determina
estas cuestiones? Qu es lo que dicta el
movimiento coherente de todas las
clulas de mi cuerpo? Yo no; a pesar de
que tengo Voluntad, e Inteligencia, y
Razonamiento. Crezco y envejezco
segn leyes que obedezco y no puedo
alterar. Y eso mismo hacen estas
criaturas menores de la tierra. Qu
nombre le pondremos a la Fuerza que
las dirige? Pura Casualidad o amorosa
Providencia? En el pasado, los hombres
de Iglesia siempre hemos dado una
respuesta. Vamos a acobardarnos
ahora? Los cientficos que tratan de

explicar
fenmenos
como
el
desarrollo de los embriones de hormigas
han recurrido a la idea de una forma
formativa, una Fuerza Vital, que tal vez
resida
en gmulas
infinitamente
numerosas. No podemos preguntarnos
con razn qu est detrs del poder
formador, de la Fuerza Vital, de la
fsica? Algunos fsicos han llegado a
hablar de una x o una y desconocidas.
No es posible que esta x o esta y sean
el Misterio que ordena las conductas de
las hormigas y de los hombres, que
mueve el sol y las otras estrellas, como
escribi Dante, a travs de los cielos: el
Espritu, el Aliento de Dios, el Amor
Mismo?

Qu lleva a la Humanidad a anhelar


la Confirmacin Divina, la certeza del
Cuidado Divino y la mano ordenadora
del Creador y Perpetuador Divino?
Cmo habramos tenido el ingenio
necesario para inventar un concepto tan
pasmoso si nuestras mentes diminutas no
se correspondieran con cierta Presencia
verdadera en el Universo, si no
percibiramos confusamente y no
NECESITRAMOS an ms decisivamente
un Ser semejante? Cuando vemos el
amor de las criaturas por su
descendencia, en la mirada tierna de una
madre humana inclinada sobre su nio
desvalido, que sin su amorosa vigilancia
sera
absolutamente
incapaz
de

sobrevivir un da de hambre y sed, no


sentimos que el amor es el orden de las
cosas, de las que somos una parte
maravillosa? El Laureado trata de lleno
las terribles cuestiones negativas en su
gran poema[10]. Nos permite echar un
vistazo al nuevo rostro de un mundo
regido sin propsito alguno por la
Casualidad y la pura Suerte. Nos
presenta, con canto lastimero, la
posibilidad de que Dios no sea ms que
nuestra propia invencin, y el Cielo una
piadosa ficcin. Da a la Duda nacida del
demonio la importancia que se merece, y
hace que sus lectores se estremezcan con
esa angustia impotente que es parte del
espritu de nuestro tiempo.

Ay, a pesar de que confiamos en que


el bien
ser la meta definitiva del mal,
las punzadas del ser, las faltas del
deseo,
los fallos de la duda y las manchas de
sangre;
en que nada camina con pies sin
propsito;
en que ni una vida ser aniquilada
o arrojada como basura al vaco,
cuando Dios haya acabado su
coleccin;
en que ni una lombriz es partida en
vano;

en que ni una polilla con vanos


deseos
se consume y marchita en un fuego sin
fruto,
sino que redunda en beneficio ajeno;
fijaos bien, no sabemos nada de nada;
slo puedo confiar en que el bien
sobrevenga
al fin, dentro de mucho tiempo, para
todos,
y todo invierno se convierta en
primavera.
As discurre mi sueo: mas qu soy
yo?
Un nio pequeo que llora en plena

noche:
un nio pequeo que llora por la luz,
sin ningn otro idioma ms que su
llanto.
En el siguiente poema, el seor
Tennyson an escribe con ms fuerza
sobre la crueldad y la indiferencia de la
Naturaleza, que grita: No me preocupo
de nada, todo pasar, y del Pobre
Hombre:
quien confiaba en que Dios era pues
el amor
y el amor la ley final de la Creacin
(aunque Natura, rojos colmillos y

garras,
con gran violencia chillaba contra su
credo).
Y cmo responde a esta terrible
acusacin? Responde con la verdad del
sentimiento, al que no debemos ser
impermeables, a pesar de que pueda
parecer puerilmente simple, ingenuo,
casi impotente. Podemos aceptar esta
verdad del sentimiento desde el fondo
de nuestro ser, cuando las cuestiones
difciles han aturdido y embotado
nuestros intelectos?
No Lo encontr en mundo o sol

alguno,
ni en ala de guila u ojo de insecto;
ni en las preguntas que se hacen los
hombres:
las nimias telaraas que tejemos.
Si, cuando la fe se haba dormido,
escuchaba una voz: No creas ms
y oa una costa siempre batida
que se hunda en un pilago sin Dios,
un calor en mi pecho derreta
lo ms fro de la razn glacial
y, como un hombre airado, el corazn
se alzaba y responda: He sentido.
No; como un nio inseguro y miedoso.

Pero aquel clamor ciego me hizo


sabio;
yo era entonces como un nio que
llora,
mas que, al llorar, siente a su padre
cerca.
Y lo que soy contena de nuevo
lo que es, pero ningn hombre
entiende;
y de lo oscuro salan las manos
que a Natura traspasan, moldeando
hombres.
No fue una autntica orientacin la
que posibilit que el seor Tennyson se
convirtiese de nuevo en un nio, y

sintiese la Paternidad del Seor de los


Anfitriones? No fue significativo que
las clidas y organizadas clulas de su
corazn y su sangre circulante se alzasen
contra la razn glacial? El nio que
llora de noche no recibe ninguna
ilustracin, sino la caricia clida de una
mano paternal, y as cree, as vive su
creencia. Estamos hechos de un modo
maravilloso, a Su Imagen, padre e hijo,
hijo y padre, de generacin en
generacin, misteriosamente y segn un
orden dispuesto.

Harald se haba puesto la capucha


de su toga por el fro. Su rostro

alargado, sobre el cuello esculido,


escrutaba a William mientras lea,
tasando el parpadeo de sus ojos, la
presin de sus labios, los gestos
aislados de asentimiento o negacin de
su cabeza. Cuando William hubo
terminado, Harald dijo:
No est usted convencido. No
cree que
No s cmo puedo creer o no
creer. Como dice usted de forma muy
elocuente, es una cuestin de
sentimiento. Y no puedo sentir que estas
cosas sean as.
Y mi razonamiento en base al
amor, al amor paternal? Es
rimbombante. Pero voy a responderle

como lo hace Feuerbach, Homo homini


deus est, nuestro Dios somos nosotros
mismos, nos veneramos a nosotros
mismos. Hemos fabricado a nuestro
Dios a partir de una analoga engaosa,
seor; no quiero ofenderle, pero llevo
varios aos pensando sobre esto;
fabricamos imgenes perfectas de
nosotros mismos, de nuestras vidas y
destinos, como hacen los pintores con el
Ecce Homo, o con la escena del Establo,
o como usted dijo una vez, con una
Criatura alada de cara seria hablndole
a una muchacha. Y adoramos estas
cosas, igual que los pueblos primitivos
adoran las mscaras del terror, el
caimn, el guila, la anaconda. Se puede

argumentar cualquier cosa en base a una


analoga, seor, que es lo mismo que no
argumentar nada. Mi punto de vista es
se. Feuerbach comprendi algo
fundamental sobre nuestras mentes.
Necesitamos descubrir una bondad
amorosa en la realidad; y a menudo no
la encontramos, as que nos inventamos
un Padre divino para un nio que llora
de noche, y nos convencemos a nosotros
mismos de que todo est bien. Pero, en
realidad, muchos gritos quedan sin ser
odos para siempre.
Eso no es una refutacin.
Dada la naturaleza del caso, no
puede serlo. Deja el asunto exactamente
donde estaba al principio. Deseamos

que las cosas sean as, de modo que


inventamos un cuento o un cuadro que
dice: Somos as y as. Tambin podra
usted decir que somos como hormigas,
de la misma forma que es probable que
las hormigas se desarrollen hasta ser
como nosotros.
Claro que lo podra decir. Creo
que todos somos una misma vida,
penetrada por Su amor. Eso creo y eso
espero.
Cogi de nuevo sus papeles con
manos cuidadosas, en las que los
papeles temblaron. Las manos eran
marfileas, con la piel sutilmente
arrugada por todas partes, como la
costra de un charco de cera, y bajo ella

haba
seales
moradas,
bultitos
artrticos, manchas irregulares, marrones
como el t. William observ cmo las
manos doblaban los papeles vacilantes y
sinti una pena enorme por ellas, como
por unos animalitos enfermos y
moribundos. La carne bajo las uas
callosas era crea y estaba exange.
Tal vez se trate de una carencia
emocional ma, seor, el que no pueda
sentir la fuerza de su argumento. La
trayectoria de mi vida, de mi trabajo, me
ha cambiado mucho. Mi propio padre
era el vivo retrato de un Juez terrible,
que predicaba ros de sangre y
destruccin, y cuya profesin tambin
era sangrienta. Y luego el inmenso

desorden, la indiferencia hacia la escala


y las preocupaciones humanas, en el
Amazonas, no han alentado en m
precisamente una propensin a descubrir
la bondad de las cosas.
Pero espero que la haya adquirido
aqu. Porque debe usted saber que
nosotros tenemos que considerar su
llegada como una providencia especial,
para construirle una nueva vida a nuestra
querida Eugenia, y ahora a sus
pequeos.
Estoy muy agradecido
Y feliz y contento, espero. La
cansina voz anciana persisti en el aire,
qued colgando como una pregunta.
Muy feliz, claro, seor. Tengo

todo lo que haba deseado, y ms. Y


cuando me paro a pensar en mi futuro
Ya pondremos los medios, en la
medida que usted se merece, no tenga
miedo. An no se puede pensar en
abandonar a Eugenia; no iba usted a
decepcionarla de esa forma; su felicidad
es muy reciente; pero, a su debido
tiempo, ver todas sus necesidades
cubiertas, y muy generosamente, no
tema. Le considero un hijo mo. Y me
propongo proporcionarle los medios
necesarios. A su debido tiempo.
Se lo agradezco, seor.
Haba escarcha en el interior de las
ventanas, y una acumulacin de lgrimas
involuntarias en los bordes rojos de los

ojos velados.

A William no se le invitaba a unirse


a las diversiones de Lionel y Edgar,
aunque Eugenia s sala a caballo hasta
las reuniones previas a las caceras con
un vestido de terciopelo, y regresaba
colorada y sonriente. Haba una
conspiracin tcita, casi podra haberla
llamado as, para dar por sentado que, al
no ser un autntico caballero, no tendra
la habilidad ni la valenta suficientes
para esos pasatiempos corteses, por muy
ingeniosamente que hubiese resistido en
el Amazonas. Daba largos paseos por el
campo, la mayora de las veces solo, a

veces con Matty Crompton y las


pequeas. Se esperaba tambin que se
uniese a los juegos vespertinos en el
saln, donde a lady Alabaster le gustaba
jugar al domin, a los palillos, o al
Black Mara, y donde de cuando en
cuando se organizaban charadas muy
ambiciosas. Una vez hizo que todas se
rieran mucho comparando estas
charadas con las fiestas del poblado de
los indios, en las que todo el mundo iba
fantsticamente vestido, y en donde una
vez se haba encontrado a un bailarn de
color con una camisa roja de cuadros, un
sombrero de paja, una red y una caja, en
la que reconoci una parodia de s
mismo. Tambin provoc grandes

risotadas
una
representacin
especialmente
ingeniosa
de
[11]
AMAZONAS , en la que AM la
represent Lionel en el papel de Moiss
oyendo la Voz de Dios[12] procedente de
la zarza en llamas, una fantstica
creacin de ramas de tejo, seda roja y
oropel de Matty Crompton. A la
representaron los nios y la seorita
Mead, que fingieron estar dando una
clase para aprender el alfabeto, en la
que se arrancaron manzanas de un rbol
de papel, salieron volando abejas de una
colmena, y un cocodrilo animado
mordisque los talones de todo el
mundo[13]. ZONAS consisti en una

escena de amor en la que Edgar, vestido


de etiqueta, le puso un precioso
cintillo[14] plateado a Eugenia en la
cintura. AMAZONAS fue el propio
William, remando en una canoa hecha
con un banco dado la vuelta tras unos
juncos de papel y unas enredaderas
colgantes de lana, observado por una
tribu de nios indios, pintarrajeados y
con plumas, capitaneados por Matty
Crompton con un manto impresionante,
de plumas pintadas, y una mscara de
halcn. Mariposas de papel de seda
bailoteaban en las plantas de
invernadero
amontonadas
en
el
escenario, y vistosas culebras hechas de
cuerda y papel siseaban y serpenteaban

de un modo muy teatral.


Willam felicit a la seorita
Crompton por el decorado de este tour
de force, cuando se la encontr al da
siguiente enrollando las cintas carmeses
y doblando el oropel de la zarza
ardiente.
Era fcil saber de quin era la
ingeniosa mente que se esconda detrs
de todas estas cosas bonitas dijo.
Hago lo que se tercia lo mejor que
puedo dijo ella. La actividad aleja
el aburrimiento.
Se aburre a menudo?
Procuro evitarlo.
Eso no es una respuesta.
Supongo que todos sentimos que

tenemos ms habilidades de las que se


nos exigen en nuestra vida cotidiana.
Le dedic una de sus miradas
penetrantes mientras se lo deca, y l
tuvo la incmoda sensacin de que slo
haba contestado a aquella pregunta que
se entrometa en su vida personal para
sonsacarlo. Empezaba a darle un poco
de miedo la agudeza de Matty Crompton.
Siempre lo haba tratado con mucha
benevolencia, y nunca haba descubierto
su juego de ninguna manera. Pero senta
una especie de furia reprimida en ella,
de la que no estaba nada seguro que
quisiera saber ms. Se controlaba mucho
a s misma, y William pensaba que
prefera dejar las cosas as. Sin

embargo, respondi porque necesitaba


hablar, y no poda hablar con Harald o
con Eugenia de estos asuntos. Sera una
equivocacin. Por lo menos en aquel
momento, en aquella coyuntura.
De hecho yo siento algo parecido
de cuando en cuando. Es curioso que en
el Amazonas me despertase todos los
das soando con la suave luz inglesa,
con cosas simples y maravillosas como
el pan, la mantequilla, en vez de la
eterna mandioca. Y ahora me despierto
soando con la cortina de la selva, con
el movimiento del ro, con mi trabajo,
seorita Crompton. Aqu no tengo
trabajo, mi propio trabajo; aunque mi
vida no podra ser ms agradable, ni mi

nueva familia ms amable.


Cre que trabajaba con sir Harald
en su libro.
Lo hago, pero no se me necesita
realmente, y mis opiniones mis
opiniones, en resumen, no estn
totalmente de acuerdo con las suyas. l
quiere que haga de advocatus diaboli de
sus razonamientos, pero me temo que le
altero y no contribuyo mucho al avance
de la obra
Tal vez debera escribir usted su
propio libro.
No tengo opiniones formadas que
ofrecer, y ningn deseo de que nadie se
convierta a mis propios puntos de vista,
por lo dems bastante dudosos.

No hablaba de opiniones.
Quiz hubiese un cierto matiz de
desprecio, no estaba seguro, en su voz
incisiva. Quera decir un libro de
hechos. Un libro de hechos cientficos,
como el que slo usted est capacitado
para escribir.
Tena intencin de escribir un
libro sobre mis viajes; s que esos
libros tienen mucho xito; pero todas
mis notas detalladas, todos mis
especmenes se perdieron en el
naufragio. No tengo coraje para
inventrmelo, aunque pudiera.
Pero ms a mano ms a mano
hay cosas que podra observar y sobre
las que podra escribir.

Ya me lo ha sugerido antes. Estoy


seguro de que tiene razn, le estoy muy
agradecido. De hecho me propongo
empezar un estudio minucioso de los
nidos del Bosquecillo de Olmos tan
pronto como vuelvan a la vida en
primavera; pero un estudio cientfico
requerira mucho tiempo, y mucho rigor,
y yo esperaba
Usted esperaba
Yo esperaba poder realizar otro
viaje al extranjero para recoger ms
informacin del mundo inexplorado; me
gustara hacerlo; sir Harald insinu, o
ms bien prometi, que me ayudara
Matty Crompton apret bien fuerte
sus labios angulosos.

El libro que me gustara verle


escribir dijo no es un estudio
cientfico importante. No se trata de la
obra de su vida; sino de un libro que
creo que podra serle til, y me
atrevera a decir que tambin
beneficioso, en un futuro prximo. Creo
que si se pusiese a escribir una historia
natural de las colonias durante un ao,
o dos si sintiese una absoluta necesidad,
tendra usted algo muy interesante para
un pblico muy amplio, pero tambin
con un valor cientfico. Podra dedicar
sus grandes conocimientos a tratar
concretamente de la vida de estas
criaturas, hacer comparaciones, hablar
de sus parientes amaznicas, pero

contado de una forma accesible, con


ancdotas, y folclore, e historias sobre
cmo se hicieron las observaciones
Lo mir directamente a los ojos. Los
ojos oscuros de ella destellaban. Capt
la idea.
Podra
ser
interesante,
y
divertido
Y divertido repiti la seorita
Crompton. A las nias les servira de
ocupacin. Yo misma me sentira
orgullosa de ayudar. La seorita Mead
hara lo que pudiera. Veo a las nias
como personajes del drama. Porque
tiene que ser un drama desde luego, si
queremos que le interese a todo el
mundo.

Debera escribirlo usted misma,


me parece. Es idea suya, y se llevara
usted la fama
Qu
va,
no
tengo
los
conocimientos suficientes, ni el tiempo
libre, aunque es difcil decir en qu paso
los das; no me veo como escritora, sino
como ayudante, seor Adamson, si me
aceptara. Sera un honor. Puedo dibujar
y anotar, y copiar si es necesario
Le estoy extraordinariamente
agradecido.
Ha
cambiado
mis
perspectivas
Casi nada. Pero creo que servir
de algo. Con buena voluntad y mucho
trabajo.

En la primavera de 1862,
aproximadamente en la poca del
nacimiento de Robert Edgar, empez la
observacin organizada de las hormigas.
Se trazaron mapas de la ciudad y de sus
satlites de los alrededores, y se
registraron cuidadosamente todas sus
entradas y salidas. Se hicieron dibujos
del modo en que de noche se cerraban
las puertas de la ciudad, con barricadas
de ramitas, tras las cuales dorman las
vigilantes. Se hicieron mapas de los
senderos de las hormigas forrajeras, y
prudentes investigaciones de las
cmaras de cra, los huevos, las larvas y
las pupas que formaban a la vez la

poblacin de la ciudad y su tesoro


viviente. Se realiz una especie de
censo de los huspedes y parsitos de la
comunidad. Haba una poblacin
floreciente de ganado de fidos en el
Tronco
del
Olmo,
asiduamente
acariciado y mimado por sus hormigas
guardianas para provocar la secrecin
de gotas de dulce roco de miel,
ansiosamente sorbido y almacenado.
Haba gran cantidad de huspedes de
paso, cuya presencia era alentada o
tolerada: el escarabajo, Amphotis, que
peda insistentemente sorbos de nctar a
las obreras que venan de vuelta, pero
que, a cambio, pareca segregar algn
man maravilloso que sus anfitrionas

raspaban y laman enrgicamente en sus


litros y en su trax; otro escarabajo,
Dinaida,
que
pareca
yacer
tranquilamente por los corredores, y que
engulla unos cuantos huevos cuando
nadie lo vigilaba. Se estudi y
document todo el proceso de limpieza
del nido, a medida que los convoyes de
hormigas fluan hacia el gran montculo
de basura, cargando con comestibles
triturados, excrementos repugnantes y
los cadveres de sus hermanas muertas o
moribundas. Gran parte de los procesos
internos del nido (la laboriosa
parturicin de la reina, su acicalamiento
y nutricin constantes por parte de las
obreras, cmo se llevaban y cuidaban

los huevos, cmo trasladaban los huevos


y las larvas a cmaras de cra que eran
ms templadas o ms fras) podan verse
en el nido con paredes de cristal del
cuarto de estudios, donde ponan a las
niitas a documentarse de muy buena
gana sobre una cmara de cra, o sobre
la reina, una hora o dos seguidas.
William hizo un estudio de los
comestibles introducidos por dos
entradas concretas durante toda la
estacin, y crey percibir claras
variaciones estacionales en lo que se
elega y se ofreca, dependiendo de la
necesidad que las larvas tenan de
secreciones, o ms tarde de carne de
insecto, y cmo se reduca esta

necesidad, en la ltima parte del ao, de


alimentar las miradas de bocas
dependientes. William y la seorita
Crompton empezaron a confeccionar
juntos una historia militar de toda la
sociedad, que acab guardando una
notable semejanza, en ciertos aspectos,
con las artes humanas de la guerra, con
repentinas invasiones de un ejrcito en
la fortaleza vecina de otra comunidad.
Observaron cercos llevados a cabo con
xito y luchas que terminaban en tablas o
en
retiradas
simultneas.
Matty
Crompton hizo algunos dibujos muy
inspirados de formicae luchadoras; se
sentaba en un morn de hierba mientras
William yaca completamente tumbado

en tierra, identificando las oleadas de


atacantes y defensoras.
Cmo puede sobrevivir algo con
una cintura como un pelo me asombra
dijo. Parecen tan vulnerables, con
esas patitas que les sobresalen y esas
antenas tan delicadas, y sin embargo
estn armadas con aguijones y unas
mandbulas feroces, pueden rebanar y
perforar tan bien como cualquier
caballero armado, y adems estn
blindadas. Qu le pareceran unas
cuantas ilustraciones caricaturescas para
su texto? Mire, he dibujado una con un
estilete, y aqu otra con un casco con
visera y una especie de llave inglesa
muy pesada.

Me parece que podran aadirle


mucho inters humano dijo William
. Se ha fijado en lo rpido que
pueden cortar antenas y patas y partirse
las unas a las otras por la mitad? Y en
cuntas combatientes avanzan con
ayudantes colgando de las patas para
enfrentarse a una adversaria? Dgame,
de qu puede servirles semejante
ayuda? No es ms bien un estorbo?
Djeme ver dijo, a la vez que
se pona de rodillas a su lado. Anda,
pues es verdad. Nunca dejan de
sorprenderme. Mire a esta pobrecita
toda retorcida para picar a una
adversaria que lleva una terrible tenaza
en la cabeza. Morirn las dos, como

Baln y Balan, supongo.


Llevaba una falda de algodn
marrn, y una blusa a rayas arremangada
hasta los codos. Su cara la ensombreca
un sombrero de paja bastante rado con
una cinta carmes floja, y todo ello
constitua el atuendo que usaba siempre
para la exploracin de las hormigas. A
esas alturas, l ya conoca todo su
guardarropa; no era muy extenso: dos
faldas de algodn, el traje de los
domingos, en verano, de popelina
marinera, con una coleccin de cuellos
almidonados, y tal vez cuatro blusas
diferentes, en colores ocres y grises. Era
delgada y huesuda; se descubri a s
mismo estudiando ensimismado los

huesos de sus muecas y los tendones


del dorso de sus manos morenas
mientras ella dibujaba. Sus movimientos
eran rpidos y decididos. Un golpecito,
un barrido, una serie de ganchitos y
curvitas, y apareca una reproduccin
esquemtica exacta de mandbulas de
hormiga tronchando patas de hormiga,
de trax de hormiga y gastrios de
hormiga retorcidos por el dolor o el
esfuerzo de infligirlo. Al lado de estas
imgenes ilustrativas trotaban diminutas
hormigas soldado antropomrficas, con
espadas, rodelas, tridentes y cascos en
la cabeza. Su trabajo la absorba.
William se encontr de pronto inhalando
intensamente lo que deba de ser su olor

particular: un olor a axila ligeramente


cido procedente del interior de las
mangas de algodn a la luz del sol,
mezclado con una tintura de algo que
poda ser verbena de limn, y con un
toque de lavanda, bien de su jabn, bien
de las hierbas del cajn donde se
guardaban sus blusas. Aspir an ms
profundamente. El cazador que llevaba
dentro, ahora en desuso, tena un sentido
del olfato altamente desarrollado. Haba
animales de la selva cuya presencia
perciba con toda clase de sentidos que,
supona, no se haban desarrollado en
los ingleses de ciudad: un escozor en la
piel, una fluctuacin en el delicado
revestimiento nasal, un estremecimiento

del cuero cabelludo, una alteracin de


su sentido del equilibrio. Todos ellos lo
haban atormentado en las calles de
Londres, donde haban reaccionado de
ms a la cebolla frita y las aguas
residuales, a las prendas de los pobres
de ciudad y los perfumes de las seoras.
Volvi a aspirar, en secreto y en
silencio, el perfume que identificaba a la
seorita Crompton al aire libre. Ms
tarde, en el dormitorio de Eugenia,
cuando ella lo reclam, y l se enterr
en los olores de las sbanas limpias y de
su sexo fluido, de sus clidos cabellos y
su boca jadeante, aquel olorcillo
penetrante regres brevemente como un
fantasma del mundo exterior, y l se

qued perplejo un momento, mientras


apretaba a Eugenia contra el colchn
mullido, pensando en lo que podra ser,
y record las antenas cercenadas y las
atareadas muecas de Matty Crompton.

Matty Crompton le dio un nombre,


por lo menos un nombre de pila, a la
nia a la que l se refera como el
duendecillo de los escarabajos, a quien
reclut para que vigilase el nido de las
Formica sanguinea en sus tardes libres.
Su nombre result ser Amy, y la seorita
Crompton afirm que le vendra bien un
poco de aire fresco, al no tener familia
ni sitio adonde ir, as como ganar unos

cuantos peniques extras. Se sentaba


junto al hijo del jardinero, al que hubo
que disuadir de que le metiera ciervos
volantes por el cuello, pero era
observadora. Fueron ellos dos los que
alertaron a William y a la seorita
Crompton del cambio en las actividades
de las hormigas esclavistas. Tom dijo
que haba visto algunas Formica
sanguinea como rondando, segn sus
propias palabras, el Nido del Muro de
Piedra; y un da, a instancias de Tom,
Amy lleg corriendo por el csped
gritando:
Rpido, vengan! Rpido! Tom
dice que est saliendo un gran ejrcito
de las sangrientas, como si fueran

gaseosa. Dice Dice que vengan


rpido, que pasa algo. Yo tambin las he
visto, parecen una salsa hirviendo.
Vengan!
Segua siendo una cosita menuda,
encorvada y plida, pero el proyecto y
Tom haban proporcionado un poco de
color a sus mejillas; y estaba
adquiriendo una belleza como de pjaro,
de la que era completamente
inconsciente.
William
y
Matty
salieron
disparados, armados con taburetes
plegables y cuadernos, y llegaron a
tiempo de ver surgir de repente, tras
mucho meneo de antenas y de patas y de
carreras aparentemente intiles, a las

fuerzas de las esclavistas muy


decididas, guiadas por una avanzadilla
de
exploradoras
especialmente
excitadas, a travs de las treinta o ms
yardas que separaban sus tmulos ms
pequeos del Tronco del Olmo. Salieron
en tropel formando varios regimientos,
acompaadas, como William seal
debidamente, de una fuerza considerable
de hormigas de los bosques esclavas,
cuyo comportamiento pareca ser
idntico al de sus amas.
William escribi lo que vieron, y se
lo ley ms tarde en alto a Matty
Crompton y al resto de los ocupantes del
cuarto de estudio.

El gran asalto de las esclavistas tuvo


lugar un caluroso da de junio, cuando la
temperatura llevaba un buen rato
aumentando sin parar, y con ella las
actividades de las Formica sanguinea,
segn
informaron
a
nuestros
historiadores sus espas y piquetes. Eso
nos llev a preguntarnos si las redadas
de esclavas, al igual que otros xodos
masivos y cambios de poblacin, son
instigadas por el calor del sol. Las
hormigas no se mueven con tiempo
fresco, y duermen de noche, incluso en
los placenteros das de verano; son
animales de sangre fra, y necesitan del
calor exterior para llevar a la prctica
sus deseos y sus planes. Sea como fuere,

la cercana del solsticio de verano


suscit en las ciudadanas Formica
sanguinea un zumbido creciente de
conversacin y actividad. Llegaban
mensajes cada vez ms rpida y ms
frecuentemente. Se podan ver cada vez
ms exploradoras espiando el pacfico
abastecimiento de las hormigas de los
bosques, u hollando senderos entre su
nido y el de sus vctimas incautas.
Por fin, a alguna seal, esperada
ansiosamente por las multitudes
chismosas e indignadas que se haban
apresurado a acudir al agora en la cima
de su montculo, los ejrcitos rojos se
dividieron en cuatro grupos, que
partieron en lnea recta por el terreno,

siguiendo
rutas
bien
definidas,
utilizadas, sospechamos, en anteriores
asaltos. Cuando los cuatro regimientos
haban tomado posiciones alrededor del
Nido del Tronco del Olmo, pudimos
observar a las cabecillas de los cuatro
correteando excitadas como diminutos
Napoleones a lo largo de las filas, para
fomentar el valor y la decisin con
golpecitos de sus antenas y sacudidas de
sus cuerpos. De repente, las soldados
que formaban el primer grupo de
sanguneas se movieron de comn
acuerdo para tomar al asalto las
entradas (cuidadosamente cerradas de
noche con barricadas, y ahora
francamente abiertas a la estimulante luz

del sol). El segundo regimiento, el


tercero y el cuarto patrullaban las
posiciones que haban tomado, con
energas y ferocidad renovadas.
Las hormigas de los bosques
salieron resueltamente para rechazar a
las
ladronas
y
secuestradoras.
Meneando sus antenas y apresurndose
como locas, mordan las patas y las
cabezas y los palpos de las atareadas
hormigas sanguneas, para intentar, a
menudo con xito, sujetar a las
invasoras y aguijonearlas a muerte.
Observamos que las sanguneas no
tomaban represalias a no ser que se les
impidiera completamente el paso. Slo
tenan un propsito: secuestrar a las

criaturas que an no haban salido de


sus capullos en la cmara de cra, y
llevrselas de vuelta, en sus delicadas
mandbulas, a su propia fortaleza.
Mientras las hormigas de los bosques
militares luchaban para entretenerlas,
las cuidadoras de las criaturas
indefensas agarraban a sus hermanas
pequeas y trataban de ponerlas a buen
recaudo. Resultaba muy extrao ver a
las hormigas de los bosques, de idntico
aspecto a las habitantes del Tronco del
Olmo, precipitarse por los corredores
del castillo y asir pupas que no ponan a
salvo, sino que devolvan a los
terraplenes y cuerpos defensores de las
sanguinea que las aguardaban, las

cuales constituan la retaguardia para un


regreso sin peligros al Fuerte Rojo.
ramos un nmero suficiente de
observadores como para asegurarnos
completamente, gracias al reiterado
rastreo de ejemplares sueltos de
sanguinea y hormigas de los bosques,
de que las habitantes del Tronco del
Olmo no distinguan a las rubicundas
extranjeras de las esclavas de su propia
raza, as que las atacaban por igual.
Todo se termin asombrosamente
deprisa. Hubo muy pocas bajas. Las
hormigas sanguneas no haban realizado
ninguna carnicera, y haban actuado con
tanta rapidez, con tanta resolucin, que
las defensoras de las hormigas de los

bosques, revanchistas como eran con la


invasiones territoriales agresivas de su
propia especie, se haban quedado
desconcertadas y perplejas, y haban
permitido que sus atacantes llevasen a
cabo su asalto limitado sin oponer una
resistencia muy eficaz. Y en fila
regresaron las invasoras victoriosas,
sosteniendo con cuidado las cras
capturadas, cuyo destino era vivir y
morir como sanguinea (y no como
verdaderas hormigas de los bosques),
alimentar y criar a las pequeas
sanguinea, y responder al calor del sol
concentrndose para atacar a unos
padres y hermanas a los que ya haban
olvidado. No pareca que hubieran

conseguido que el nmero de ocupantes


de la cmara de cra mermase tan
seriamente como para alterar el modo de
vida del Tronco del Olmo, que, tras el
alboroto, sigui siendo muy parecido.
No violaban ni se entregaban al pillaje,
como los soldados humanos, no
saqueaban ni destruan. Venan, vean y
vencan; lograban su objetivo, y se iban
otra vez. Se cree que no se dedican a la
captura de esclavas ms que una vez al
ao, as que tuvimos suerte (como las
propias sanguneas) de tener buenos
espas que nos alertasen de este
interesante acontecimiento.
Las esclavistas inglesas no estn tan
especializadas como otras esclavistas

ms grandes. A stas se las conoce como


hormigas amazonas, aunque no son
originarias de la cuenca del Amazonas,
sino que comnmente se las encuentra en
Europa y Norteamrica. Las amazonas
(la Polyergus rufescens, por ejemplo)
nunca excavan sus nidos ni se ocupan de
sus cras. Se les otorga ese nombre
probablemente porque como las clsicas
guerreras amazonas, que eran todas
mujeres, acaudilladas por una reina
feroz, han reemplazado las delicadas
virtudes domsticas asociadas al sexo
femenino por la beligerancia. A
diferencia de las hormigas sanguneas,
las amazonas han desarrollado unas
herramientas y unas armas para la lucha

y el latrocinio que son incapaces de


llevar a cabo cualquier otra funcin, y
dependen enteramente de sus esclavas
para alimentarse y abrillantar su rojiza
armadura. Sus mandbulas no pueden
sujetar las presas: tienen que rogarles a
sus esclavas que las alimenten; pero
pueden matar y pueden cargar. Podra
decirse que la Seleccin Natural ha
perfeccionado el carcter de mquinas
guerreras de estas criaturas, pero, en el
transcurso de ese proceso, las ha hecho
inexorablemente
dependientes
y
parsitas. Habra que preguntarse si no
deberamos aprender algunas lecciones
de esta situacin social curiosa y
extrema.

De hecho, la Naturaleza nos


ensea cosas dijo la seorita Mead
. Ahora mismo se est librando una
guerra terrible en el Atlntico, no slo
para asegurar la liberacin de esos
desgraciados esclavos, sino la salvacin
moral de aquellos cuyo ocio y cuyo
enriquecimiento se basa en sus crueles
actividades.
Y se nos anima dijo Matty
Crompton a que luchemos del lado de
los comerciantes de esclavos para
defender el trabajo, es decir el pan de
cada da, de nuestros propios obreros de
las fbricas de algodn. Y nuestros
filntropos, en cambio, intentar liberar a
esos esclavos que parecen mquinas de

su trabajo especializado. No s dnde


vamos a ir a parar con todas estas ideas.
La analoga es una herramienta
resbaladiza dijo William. Los
hombres no son hormigas.

Sin embargo, en los calurosos das


que siguieron al solsticio de verano,
cuando aumentaron la vigilancia para
poder observar, si era posible, el vuelo
nupcial de las reinas y sus pretendientes,
le result difcil no ver su propia vida
en trminos de una analoga con las
diminutas criaturas que haca de menos a
los humanos. Haba trabajado tanto,
observando, contando, diseccionando,

rastreando, que sus sueos estaban


plagados de antenas espasmdicas,
ejrcitos en avance, mandbulas
rechinantes y ojos oscuros, inescrutables
y complejos. Su visin de sus propios
procesos biolgicos: su delicioso y
frentico
apareamiento,
tan
abruptamente finalizado, su consumo de
las comidas habituales preparadas por
las fuerzas oscuramente silenciosas que
habitaban tras las puertas forradas de
tapete, la misma regularidad de sus
observaciones,
dictada
por
la
regularidad de los ritmos del nido, le
llevaron sin que se diera cuenta a verse
a s mismo como una especie de
complicada suma de sus clulas

nerviosas y sus deseos instintivos, de


sus respuestas sociales automticas de
respeto o de obligatoria amabilidad o de
cario paternal. Una hormiga en un
hormiguero no estaba aqu ni all, era
prescindible, no era nada. Esa sensacin
se intensific, a pesar de reconocer el
aspecto inexorablemente cmico de su
reaccin, al registrar el destino de las
hormigas macho. Este pasaje no se lo
ley en alto a todo el equipo de
investigadores; se lo ense en invierno,
tras haberlo reescrito varias veces, a su
colaboradora jefe, Matty Crompton.
En 1862, tambin tuvimos la suerte
de poder observar el espectculo de la

danza nupcial de los miles de reinas


aladas y pretendientes aspirantes que
plagaron el Nido Osborne y el Tronco
del Olmo, como a una seal dada, a un
toque de trompeta, o al taido resonante
de un gong. Ojos jvenes y vigilantes
haban observado cmo los machos
trataban de abandonar el nido das antes,
y cmo guardianas muy decididas los
haban retenido hasta el momento
sealado. Tenamos una ligera idea de
cundo se producira, porque habamos
anotado la fecha exacta de las
ceremonias nupciales del verano
anterior, cuando las parejas que daban
vueltas y ms vueltas haban sucumbido,
como otros tantos caros o ngeles

cados, a una asfixia cremosa o a la


muerte, al ahogarse en una caldera
humeante de fragante Mysore[15] en
medio de nuestra merienda de fresas
campestre. El da sealado en 1862 era
el 27 de junio, y todos los invitados al
baile salieron en nubes de gasa y
remontaron el vuelo en frgiles
chapiteles. Muchas hormigas consuman
su unin en pleno vuelo, abrazndose
mutuamente muy por encima de la tierra.
Parece que las hormigas de los bosques
se aparean en realidad en tierra; el
tamao de los machos de esta especie se
aproxima ms al de las reinas que el de
muchas otras, en las que la reina puede
superar a su consorte veinte veces o ms

en volumen, y puede transportar


fcilmente a su amante a travs de los
cielos. En esta ocasin fuimos incapaces
de comprobar si la reina de las hormigas
de los bosques practica la poliandria,
aunque se sabe que otras especies de
hormigas lo hacen; esperamos ser
capaces de contemplarlo ms de cerca
el ao que viene. Pero s observamos
cmo forcejeaban y se peleaban
ferozmente montones de cuerpecitos
negros, envueltos en sus difanos velos,
y cmo a cada reina se la disputaban
diez o veinte pretendientes muy
decididos,
que
se
agarraban
furiosamente los unos a las patas de los
otros para encontrar un punto de apoyo

en algn sitio; cosa que recordaba ms a


un partido de rugby que al elegante
minueto para el que podra parecer
diseada su sedosa vestimenta. Las
pequeas obreras se mantienen a la
expectativa y observan, tirando en
ocasiones de alguno de los actores del
apasionado drama. Cabra imaginar que
experimentan una cierta complacencia
en la inmunidad que las protege de ese
terrible deseo, tan asesino y suicida
como amoroso, que impulsa a las aladas
criaturas sexuadas. Tambin parece que
tienen cierto inters en organizar las
cosas de modo que salgan bien, y le dan
un tirn o un empujn o un pellizco a
alguno de los combatientes abrazados;

no podramos determinar el propsito de


estas intervenciones, aunque en otras
razas de hormigas ms primitivas, donde
el acoplamiento tiene lugar en el nido,
se sabe que las obreras controlan el
acceso de los machos a las reinas,
eligiendo a los que sern admitidos ante
su presencia y a los que habr que
mantener a raya a golpe de mandbulas y
aguijn.
Qu animado, qu festivo, qu feliz
pareca el baile! Qu trgico su
resultado para casi todos los
participantes! El vuelo nupcial de las
hormigas de los bosques ofrece un
ejemplo absolutamente conmovedor del
funcionamiento secreto e inexorable de

la Seleccin Natural, de forma que a


cualquiera que lo contemple le
impresionar
a
la
fuerza
lo
exhaustivamente que parecen explicarlo
las ideas del seor Darwin. Los machos
forcejean poderosamente para poseer a
las reinas aladas; deben demostrar la
potencia de su vuelo, sus habilidades
combativas, su capacidad de atraer y
ganarse la confianza de la hembra
cautelosa, caprichosa como es al poder
elegir entre un nmero casi infinito de
amantes que la presionan. Y las propias
reinas, que surgen a cientos, deben
poseer fuerza y habilidad, y astucia y
tenacidad, para sobrevivir algo ms que
unos instantes a la fecundacin llevada a

cabo con xito, por no hablar de las que


requiere fundar un nido. Los momentos
en el cielo azul, el vertiginoso torbellino
con sus trajes de gasa dura solamente
unas cuantas horas. Luego deben
despojarse de sus alas, como una
jovencita que se sale dando un saltito de
sus velos de novia, y escabullirse para
encontrar un lugar seguro donde fundar
una nueva colonia. Muchas se convierten
en presas de pjaros, de otros insectos,
de ranas y sapos, de erizos y pisotones
de humanos. De hecho, slo unas pocas
se las apaan para abrirse camino de
nuevo bajo tierra, donde pondrn sus
primeros huevos, criarn a su primera
prole de hijas (unas enanas raquticas,

frgiles y lentas, estas nias prematuras)


y, a su debido tiempo, a medida que las
obreras se hagan cargo de la
organizacin de la cmara de cra y el
aprovisionamiento de comida, olvidarn
que una vez vieron el sol, o que
pensaron por s mismas, o que
escogieron un sendero por el que
corretear, o que volaron en el azul en
pleno verano. Y se convertirn en
mquinas de poner huevos, gordas y
relucientes, incesantemente lamidas,
acariciadas, tranquilizadas y calmadas:
verdaderas Prisioneras del Amor. sta
es la verdadera naturaleza de la Venus
bajo la Montaa: en este mundo en
miniatura una criatura inmovilizada por

su funcin reproductora, por la ciega


violencia de sus pasiones.
Y qu pasa con los machos? Su
destino, an ms patticamente, sirve de
ejemplo a la implacable determinacin
fortuita de la Madre Naturaleza, de la
Seleccin Natural. Se cree que los
primeros machos de las hormigas
primitivas eran tambin en cierto sentido
obreros, miembros de la comunidad.
Pero, a medida que las sociedades de
insectos se hicieron ms complejas, ms
autnticamente interdependientes, las
formas sexuales de las criaturas
implicadas se volvieron ms y ms
especializadas. No todo el mundo sabe
que las hormigas obreras pueden poner

huevos (y de hecho lo hacen de vez en


cuando) de los que parece que slo
salen criaturas macho. Pero, por lo
visto, nicamente lo hacen si la reina
est enferma, o el nido amenazado. En
general las reinas prohjan a la
comunidad entera, y su cuerpo se ha
transformado para ser capaz de hacerlo,
se ha hinchado de huevos, los suficientes
huevos fertilizados por un nico
encuentro matrimonial para toda una
generacin. Los cambios en la forma del
cuerpo, segn la funcin requerida, se
dan en todas las sociedades de insectos.
Hay hormigas cuyas cabezas encajan
exactamente en los agujeros de los tallos
de las plantas en las que viven, que

cuando no estn obturados se convierten


en entradas y salidas. Hay hormigas,
conocidas como hormigas odres, que
cuelgan de los techos de sus stanos
como odres vivientes, infladas de nctar
almacenado. Y los machos tambin se
han especializado, de la misma manera
que las manos de una fbrica son manos
especializadas en la fabricacin de
horquillas o de abrazaderas. Toda su
existencia est enfocada solamente al
vuelo nupcial y a la fertilizacin de las
reinas. Tienen los ojos grandes y
penetrantes. Sus rganos sexuales, a
medida que se acerca el da fatal,
ocupan casi todo su cuerpo. Son
amorosos proyectiles volantes, poco

ms que los dardos ardientes del alado


dios del Amor de los ojos vendados. Y
tras su da de gloria, son innecesarios y
superfluos. Corretean de ac para all,
sin propsito fijo, con las alas sucias. A
la mayora se les rechaza en las puertas
de sus nidos natales, y se les aleja para
que vaguen desorientados hasta morir en
las noches frescas de finales de verano y
principios de otoo. Al igual que los
znganos de la colmena, ellos no se
afanan, ni tampoco hilan, aunque
tambin como a los znganos se les
mima en las primeras fases de su vida;
son bellos parsitos consentidos, que
ensucian y entorpecen los tranquilos
trabajos del nido, a los que hay que

alimentar con roco de miel y acicalar


despus en los corredores. Tambin los
znganos, cuando se acerca el otoo, se
topan con un destino terrible. Una
maana en la colmena una misteriosa
Autoridad arma y alerta a las hermanas
obreras, que caen sobre las hordas
durmientes de holgazanes de terciopelo,
y proceden a arrancarles miembro a
miembro, a pinchar, a cercenar, a cegar,
a poner de patitas en la calle a los
heridos, y a negarles despiadadamente
su readmisin. Cun prdiga es la
Naturaleza con sus semillas, con sus
hijos, fabricando miles para que uno
solo pueda transmitir su herencia a sus
descendientes.

Muy elocuente coment Matty


Crompton, secamente. Me muero de
pena por todos esos pobres machos
intiles. Tengo que admitir que nunca
haba pensado en ellos bajo ese punto de
vista. No le parece que puede que haya
sido un tanto antropomrfico en la
retrica que ha elegido?
Cre que sa era nuestra intencin
en esta historia: atraer al mayor nmero
posible de personas a base de contar
verdades, verdades cientficas, con un
toque fantstico. Tal vez me haya
excedido. Puedo rebajarlo un poco.
Estoy completamente segura de
que no; servir perfectamente tal como
est; apelar a los sentimientos

dramticos del pblico. Se me ha


ocurrido la idea de escribir yo misma
algunas fbulas verdaderas, que
acompaen mis dibujitos de cruces entre
hadas e insectos. Me gustara emular a
La Fontaine, el cuento de la cigarra y la
hormiga, ya sabe, slo que con ms
precisin. Y he estado coleccionando en
un cuaderno las citas literarias que
pens que podran ponerse como
encabezamiento de sus captulos. Es
importante que el libro sea precioso,
aparte de profundo y fiel a la verdad,
no le parece? He encontrado un poema
maravilloso de John Clare, ese pobre
loco,
que
como
la
colmenaPandemnium de Milton parece indicar

que las hadas son slo insectos


antropomrficos. Me gusta su Venus
bajo la Montaa. Est relacionada con
toda la Gente Pequeita que vive bajo la
Colina en los cuentos de hadas
britnicos
tradicionales.
Estoy
convencida de que muchos de los
demonios voladores de los muros de las
iglesias estn inspirados en los ciervos
volantes y en sus frentes. Pero no paro
de hablar! Aqu est el Clare. Dgame lo
que piensa. Tanto las soberanas como
las obreras eran hombres para l, ya lo
ver.
Qu prodigio asombra al curioso,
mientras contempla

la ciudad de la hormiga negra, junto a


un rbol carcomido
o la loma de un bosque! Ignorantes,
meditamos:
al detenernos, enojados, no sabemos
lo que vemos,
tanto gobierno y razn parece haber
all;
algunas vigilan, y otras se apresuran a
afanarse,
arrastrando servilmente sus cargas de
tallos doblados;
y lo que es ms prodigioso, cuando el
peso de la carga impide
que una o dos hormigas la acarreen,
rpidamente entonces
una multitud se apia en torno para

ayudar a sus compaeras.


Seguro que hablan un idioma de
susurros,
demasiado sutil para que lo oigamos;
y desde luego sus maneras
demuestran que poseen reyes y leyes,
y que son
vestigios deformes de los tiempos de
las hadas.
Tena entusiasmo, tena recursos,
pens William. En parte deseaba poder
confiarle su carcter de zngano, como
cada vez tenda ms a verlo, aunque,
claro, era imposible por toda clase de
razones. No poda traicionar a Eugenia,
o degradarse a s mismo quejndose de

ella. Adems, quejarse de esa manera


hara que pareciera tonto. Haba
suspirado por Eugenia, y tena a
Eugenia, y su cuerpo era esclavo de
Eugenia, como tena que resultarle
evidente, en aquella comunidad cerrada,
incluso a un ser asexuado como Matty
Crompton.
Le llamaba la atencin pensar en
ella como en un ser asexuado. Aquella
idea deba de haber salido de alguna
comparacin con las hormigas obreras.
Era seca, era Matty Crompton.
Comenzaba a ver que no soportaba a los
tontos gratuitamente. Empezaba a pensar
que aquel cuerpo afilado y huesudo,
aquellos ojos negros y despiertos,

contenan toda clase de ambiciones


frustradas. En cuanto al libro, rebosaba
decisin
e
ingenio.
Estaba
absolutamente empeada no slo en que
se escribiera, sino en que tuviera xito.
Por qu? l mismo tena el sueo
tcito, apenas reconocido, de conseguir
el dinero suficiente para poder partir
otra vez hacia el hemisferio sur sin
ayuda de Harald ni de Eugenia; pero la
seorita Crompton no poda querer eso
mismo, no poda saber que l lo quera,
no poda querer que se fuese cuando l
contribua tanto a hacerle la vida
interesante. No crea que fuera un ser tan
altruista.

El final del verano le hizo pensar de


un modo bastante amargo en el destino
de los znganos, no slo en lo relativo a
l mismo y a las hormigas, sino tambin
en lo relativo a los dems miembros
masculinos de la casa. Harald andaba
enredado en los problemas del instinto y
la inteligencia, y pareca que se le haba
paralizado la facultad de pensar. Lionel
se haba roto un tobillo saltando el muro
de un parque por una apuesta, y estaba
echado en la terraza, en una tumbona de
caa, desde donde se quejaba en voz
alta de su inmovilidad. Edgar sala a
cabalgar, y les haca largas visitas a
varios hacendados vecinos. Robin

Swinnerton y Rowena haban regresado


a las inmediaciones, y seguan sin
descendencia. Robin invit a William a
cabalgar con l, y le dijo que le
envidiaba la suerte que tena:
Un hombre se siente un imbcil,
ya sabe, cuando un heredero no hace
acto de presencia a su debido tiempo y,
a diferencia de Edgar, yo no tengo
hijitos naturales por toda la regin para
demostrar que, si quiero, puedo
engendrarlos.
No s nada de la vida privada de
Edgar.
Un autntico centauro, o debo
decir un stiro? Un hombre con muchos
apetitos; no se salva ni una, dicen,

excepto las muchachitas de reputacin


ms intachable, que se proponen
conquistarlo inocentemente, y de las que
l huye como de la peste. Dice que le
gustan los revolcones. Yo creo que un
hombre no debera comportarse as,
aunque no se puede negar que muchos lo
hacen, tal vez la mayora.
William, a punto de indignarse
honradamente, se acord de varias
criaturas de piel dorada, ambarina o
color caf, a las que haba amado en
noches calurosas, y sonri molesto.
La avena silvestre dijo Robin
Swinnerton, segn Edgar, es ms
fuerte y ms sabrosa que la cultivada.
Siempre quise comprometerme con una

sola, para la que me haba estado


reservando.
No lleva mucho tiempo casado
dijo William incmodo. Estoy seguro
de que no debera perder la esperanza.
No la pierdo dijo Robin.
Pero Rowena est alicada, y ve la
felicidad de Eugenia con cierta envidia.
Sus pequeos dan muy bien el tipo, son
autnticos Alabaster.
A veces pienso que es como si el
ambiente lo hiciera todo y la herencia
nada. Maman la esencia de los
Alabaster, y se convierten en perfectos
Alabaster en pequeito; rara vez
descubro algo mo en su expresin
Pens en las hormigas de los

bosques esclavizadas por las sanguinea,


y se estremeci. Los hombres no son
hormigas, se dijo William Adamson, y
adems la analoga no serva; una
hormiga de los bosques esclavizada
parece una hormiga de los bosques,
aunque puede que a una sanguinea le
huela como ella misma. Estoy
convencido de que su forma de
reconocerse depende casi por completo
del olfato. Aunque es posible que se
orienten por el sol, y eso tiene que ver
con los ojos.
Est usted en las nubes dijo
Robin Swinnerton. Si est de acuerdo,
le propongo una galopada.

Una maana temprano, ese otoo, un


desagradable incidente le revel a
William el centauro o el stiro que
Edgar llevaba dentro. William se haba
levantado temprano e iba de camino
hacia el patio de las cuadras cuando oy
una especie de sonido ahogado en un
lavadero a un lado del pasillo, y torci
hacia ese lado para investigar. En el
lavadero estaba Edgar, inclinado sobre
la pila, de espaldas a William. William
se dio cuenta poco a poco de que Edgar
tena sujeto a su duendecillo de los
escarabajos, Amy, cuyos rizos se haban
hecho ms brillantes y espesos con el
verano, aunque su cara segua siendo

blanca y afilada. Edgar la haba doblado


hacia atrs, y tena una mano tapndole
la boca y la otra incrustada en su
corpio. Las nalgas le abultaban detrs,
y tena los genitales empotrados contra
las faldas de Amy.
Se pregunt si debera batirse en
retirada. Amy dio un grito inarticulado.
Edgar dijo:
No saba que tuviera usted ningn
inters en esta cosita.
No lo tengo. No es un inters
personal, sino en su bienestar en
general
Ah, en su bienestar en general.
Dile, Amy, te estaba haciendo dao?
Te molestaban mis atenciones tal vez?

Amy segua doblada contra la pila.


Edgar retir el brazo de sus ropas con la
prudencia de un pescador de truchas
abandonando un arroyo lleno de ellas.
Se podan ver las marcas de sus dedos
en la piel de Amy, alrededor de la
barbilla y de la boca. Ella trag aire.
No, seor. No, seor. Ningn
dao. Estoy perfectamente, seor
Adamson. Por favor.
William no tena claro lo que
significaba esa splica. Quiz ella
tampoco. En cualquier caso, Edgar dio
un paso atrs, y ella se irgui con la
cabeza colgando, mientras las manos
recomponan, nerviosas, los botones y la
cinturilla.

Creo que debera disculparse,


seor, y dejarnos a solas dijo Edgar
fra y enfticamente.
Pues yo creo que Amy debera
salir corriendo dijo William. Creo
que hara mejor en salir corriendo.
Seor? le dijo Amy muy bajito
a Edgar.
Sal corriendo entonces, mocita
dijo Edgar. Siempre te puedo
encontrar cuando me hagas falta.
Su boca amplia y plida no sonri
mientras lo dijo. Era la constatacin de
un hecho. Amy les hizo una vaga
reverencia a los dos hombres, y se
escabull a toda prisa.
Los criados de esta casa dijo

Edgar no son asunto suyo, Adamson.


No paga usted sus honorarios, y le
agradecera que no se entrometiera.
Esa chiquita no es ms que una
nia dijo William. Una nia que no
ha tenido una infancia propiamente
dicha
Tonteras! Es un bonito paquetito
de carne, y le late el corazn cuando se
lo busco, y se le abre la boquita dulce y
ansiosamente. Usted no sabe nada,
Adamson. Me he dado cuenta de que
usted no sabe nada. Vulvase a sus
escarabajos, y a sus bichos. No le har
dao a esa pollita, puede creerme. Slo
le aadir un poco de especias
naturales. De todas formas, no es asunto

suyo. Usted es un advenedizo.


Y an tengo que aprender de qu
le sirve usted al mundo, o a cualquiera
que viva en l dijo William, mientras
creca su indignacin. Para su sorpresa,
Edgar se ri con eso, brevemente y sin
esbozar ninguna sonrisa.
Ya se lo he dicho dijo. Me he
dado cuenta de que no sabe nada.
E hizo a William a un lado y sali
hacia las cuadras.

Se juntaron todas las partes del libro


de una manera provisional en el invierno
de 1862. Su ttulo definitivo iba a ser

LA CIUDAD PLAGADA
Una historia natural de la sociedad de
un bosque;
sus formas de gobierno, su economa,
sus armas
y sistemas de defensa;
sus orgenes, expansin y decadencia.
William trabajaba en l con bastante
regularidad, y Matty Crompton lea y
revisaba los borradores, y haca copias
en limpio de las versiones definitivas.
Siempre haban tenido en mente dedicar
un verano ms a la comprobacin y
revisin de las observaciones del
verano anterior. Datos de dos aos eran
mejores que de uno, y William escribi

rpidamente con muchos interrogantes


algunas observaciones comparativas
entre varias regiones de hormigas del
mundo. El proyecto de un libro
publicable slo lo compartan, por un
acuerdo tcito, William y Matty
Crompton: en realidad, no haba ninguna
razn aparente por la que tuviera que ser
as, pero los dos se haban comportado
como conspiradores desde el principio,
como si la familia fuese a pensar que el
estudio de las hormigas era un
divertimento educativo y familiar, el
tiempo libre de un caballero empleado
en algo til, mientras que ellos, los
escritores, saban que era otra cosa.
El libro tom forma. La primera

parte era narrativa, una especie de viaje


de descubrimiento de las nias a los
misteriosos mundos que las rodeaban. El
captulo I iba a ser
LOS EXPLORADORES
DESCUBREN LA CIUDAD

y William escribi escenas de las nias,


de Tom y Amy, de la seorita Mead y
sus comparaciones poticas, aunque se
encontr con que era incapaz de
convertirse a s mismo o a Matty
Crompton en personajes, y utiliz una
voz narradora que era una especie de
Nosotros regio o cientfico, para

incluirlos a los dos, o a uno de los dos,


en determinados momentos. La seorita
Crompton mejor considerablemente
esta parte con pequeos detalles
olvidados de la rivalidad amistosa entre
las niitas, o con fragmentos de
meriendas que las hormigas forrajeras
se haban llevado por la fuerza.
El segundo captulo era
DENOMINACIN Y TOPOGRAFA
DE LAS COLONIAS

y luego vena la parte ms seria, en la


que se describan sus trabajos:

Constructoras, barrenderas,
excavadoras.
El cuarto de los nios, el dormitorio, la
cocina.
Otros habitantes: animales domsticos,
plagas, predadores,
visitantes ocasionales y ganado.
La defensa de la ciudad. Guerra e
invasin.
Prisioneros del Amor: las reinas, los
znganos,
el vuelo nupcial y la fundacin de
nuevas colonias.
El orden cvico y la autoridad: cul es
el origen
del poder y las decisiones?

Tras esto, William planeaba algunos


captulos ms, abstractos e inquisitivos.
Discuta
consigo
mismo
varios
encabezamientos posibles.
Instinto o inteligencia
Estrategia o Casualidad
El individuo y la mancomunidad
Qu es un individuo?
Eran cuestiones que le preocupaban
personalmente, y de un modo tan
profundo como le preocupaba a Harald
la cuestin del Plan y el Autor del Plan.
Discuta consigo mismo en el papel, sin
estar muy seguro de si sus cavilaciones

merecan publicarse.
Podramos sealar que existe una
continua disputa entre los seres humanos
que estudian a estas criaturas sobre si
poseen, individual o colectivamente,
algo
que
pueda
denominarse
inteligencia o no. Tambin podramos
sealar que la actitud del observador
humano se tie a menudo de lo que
deseara creer, de su actitud hacia la
Creacin en general, es decir, de una
tendencia muy generalizada a ver todas
las dems cosas, ya sean vivas o
inanimadas,
en
trminos
antropomrficos. Nos preguntamos qu
utilidad tienen para el hombre otras

criaturas vivientes, y uno de los usos


que hacemos de ellas es tratar de
utilizarlas como espejos mgicos que
reflejen nuestras propias caras con
alguna diferencia. Buscamos en sus
sociedades analogas con las nuestras,
estructuras de poder, formas de
comunicacin. En el pasado se crea que
tanto las hormigas como las abejas
tenan reyes, generales y ejrcitos.
Ahora sabemos ms cosas, y
describimos a las hormigas obreras
hembras como esclavas, monjas u
operarias de fbrica. Los que hemos
llegado a la conclusin de que los
insectos carecen de lenguaje, de la
capacidad de pensar, de inteligencia,

y que slo tienen instinto tendemos a


describir sus acciones como las de
autmatas, a los que imaginamos como
pequeos inventos mecnicos que van
zumbando por ah igual que relojes a los
que se ha dado cuerda.
Aquellos que desean creer que se da
una especie de inteligencia en el nido o
en la colmena pueden sealar otras
cosas adems de la maravillosa
matemtica de las celdas hexagonales de
las abejas, de la que recientes
pensadores opinan que slo consiste en
una funcin de sus movimientos
constructores y de la forma de sus
cuerpos. Nadie que se haya pasado
largos periodos observando cmo

resuelven las hormigas el transporte de


una pajita difcil de manejar o una
voluminosa oruga muerta a travs de los
intersticios de un suelo de barro se
sentir capaz de argumentar que sus
movimientos son fortuitos, que no
resuelven problemas todas juntas. He
visto a un equipo de una docena de
hormigas maniobrar con un tallo tan alto
para ellas como un rbol para nosotros,
con casi tantos falsos comienzos,
aparentemente vlidos, como los que
realizara un equipo similar de
colegiales, antes de descubrir qu
extremo haba que introducir primero y
en qu ngulo. Si esto es instinto, se
parece a la inteligencia en lo que tiene

de encontrar un mtodo particular para


resolver un problema especfico. M.
Michelet, en su reciente libro, LInsecte,
incluye un pasaje sumamente elegante
sobre la respuesta a los ataques
saqueadores de una polilla grandona,
Sphinx atropos, que fue introducida en
Francia en la poca de la Revolucin
Americana, probablemente como oruga
de la planta de la patata, protegida y
extendida por Luis XIV. M. Michelet
escribe elocuentemente sobre la terrible
apariencia de este ser siniestro,
marcado con bastante precisin con
una fea calavera de color gris intenso;
en realidad es nuestra mariposa de la
muerte. Le encanta la miel, y saquea las

colmenas, a la vez que se come huevos,


ninfas y pupas en sus estragos. El gran
Huber decidi proteger a sus abejas, y
su ayudante le cont que las abejas ya
haban resuelto el problema, ya fuera,
por ejemplo, con una variedad de
barreras experimentales (construyendo
nuevas fortificaciones con ventanas
estrechas que no dejaban pasar a la
gruesa invasora); ya fuera fabricando
una serie de barreras con muros
consecutivos en forma de zigzag tras las
estrechas entradas, que configuraban una
especie de laberinto serpenteante en el
que la mariposa de la muerte no poda
meter su corpachn. A M. Michelet le
fascina todo esto; para l demuestra la

inteligencia
de
las
abejas
concluyentemente. Lo llama el Coup
detat de los animales, la revolucin
de los insectos, un golpe asestado no
slo a la mariposa de la muerte, sino a
los pensadores como Malebranche y
Buffon, que negaron a las abejas
cualquier capacidad de pensar o enfocar
su atencin en nuevas direcciones. Las
hormigas tambin pueden fabricar
laberintos y aprenderse laberintos
hechos por los hombres; algunas mejor
que otras. Prueban todas esas cosas que
estos animalitos son capaces de un
desarrollo consciente? El orden de sus
sociedades es infinitamente ms antiguo
que el nuestro. Se descubren hormigas

fosilizadas en las piedras ms antiguas;


se han comportado como lo hacen ahora
durante un nmero inimaginable de
milenios.
Tienen
costumbres
profundamente arraigadas (por muy
complejas y sutiles que puedan ser);
siguen a una fuerza rectora: una pauta
instintiva, rgida e invariable como los
cauces de piedra, o son blandas,
dctiles, flexibles, maleables, gracias al
cambio y a su propia voluntad?
Mucho, muchsimo, casi todo,
depende de lo que pensamos que es esa
fuerza, ese poder o ese espritu que lo
baa todo, llamado instinto. En que
se distingue el instinto de la
inteligencia? Todos debemos admirar el

milagro de las aptitudes heredadas, la


sabidura heredada de una reina
fundadora de una nueva colonia de
hormigas que nunca ha salido del nido
paterno, que nunca se ha dedicado a
excavar o a recolectar comida, y sin
embargo es capaz de criar a sus
pequeos, de alimentarlos y cuidarlos,
de construir su primer hogar, de abrir
los capullos de las pupas. Esto es
inteligencia heredada, y es parte de la
sensatez y la inteligencia difundidas por
toda la comunidad, que les proporciona
a todas la capacidad de saber cmo
responder a las necesidades de las
dems de la forma ms adecuada. El
debate entre los defensores del instinto y

los de la inteligencia alcanza su punto


culminante al considerar al Vigilante
que, en nombre de toda la comunidad,
toma decisiones, como cuntas obreras,
cuntas soldados, cuntas amantes
aladas o reinas vrgenes puede necesitar
una comunidad en cualquier momento
dado. Esas decisiones tienen en cuenta
la comida disponible, el tamao de la
cmara de cra, la fuerza de las reinas en
activo, la muerte de otras, la estacin,
los enemigos. Si estas decisiones se
toman por Casualidad, entonces estas
comunidades atareadas y eficientes estn
regidas por una serie de felices
accidentes, tan complejos que la
Casualidad debe parecer tan sabia como

muchas deidades locales; si se trata de


una respuesta automtica, en qu
consistira
la
inteligencia?
La
inteligencia que dirige las actividades
de la reina fundadora, o de la obrera
adulta, es la inteligencia de la propia
Ciudad, del conglomerado que cuida del
bienestar de todas y prolonga su vida, en
el tiempo y en el espacio, de modo que
la comunidad es infinita y eterna, a pesar
de que tanto las reinas como las obreras
sean mortales.
No sabemos del todo lo que
queremos decir ni con la palabra
instinto
ni
con
la
palabra
inteligencia. Dividimos nuestras
propias acciones en las gobernadas por

el instinto (la succin del pecho que


realiza un recin nacido, el regate del
corredor para evitar el peligro, el
olisquear nuestro pan y nuestra carne
para detectar signos de putrefaccin) y
en las gobernadas por la inteligencia
(previsin,
anlisis
racional,
pensamiento reflexivo). Cuvier y otros
pensadores compararon las labores del
instinto con las de la costumbre, y
el seor Darwin ha sealado sutilmente
que en los seres humanos la
comparacin nos da buena cuenta del
marco mental bajo el que se lleva a cabo
un acto instintivo, pero no de su origen.
Qu inconscientemente se llevan a cabo
muchos actos habituales, a menudo, de

hecho, en franca oposicin a nuestra


voluntad consciente, aunque puedan
modificarlos la voluntad o la razn!.
Tenemos que ver las acciones de las
hormigas y las abejas como si
estuviesen
controladas
por
una
combinacin de instintos tan constantes
como los movimientos engullidores y
natatorios de la ameba, o tenemos que
ver su comportamiento como una
combinacin de esos instintos, de
hbitos adquiridos y de una inteligencia
rectora que no reside en ninguna
hormiga en particular, pero a la que
pueden acceder cuando hace falta? Una
combinacin
semejante
gobierna
nuestros cuerpos. Nuestras propias

clulas nerviosas responden a estmulos,


y responden con mucha intensidad a las
emociones del pnico, el amor, el dolor
o la actividad intelectual, despertando
con frecuencia la posibilidad de nuevas
puestas en prctica de nuestras
habilidades de las que no sabamos
nada. stas son cuestiones profundas,
sobre las que han reflexionado todas las
generaciones de filsofos, pero a las que
ninguna de ellas ha dado una respuesta
satisfactoria. Dnde residen el alma y
la mente en el cuerpo humano? En el
corazn? En la cabeza?
Y de verdad encontramos la
analoga
con
nuestros
seres
individuales, o con las cooperativas

clulas de nuestros cuerpos, ms til


cuando entendemos a las hormigas? He
podido observar a hormigas solas que
normalmente se movan ms nerviosa y
enrgicamente, exploraban territorios
ms lejanos, se acercaban a otras
hormigas para que se interesaran por
actividades nuevas o para exhortarlas a
realizar mayores esfuerzos. Se trata de
personas aisladas de su sociedad,
inquietas e ingeniosas, o de clulas
grandes y bien alimentadas en los
centros de energa? A m me gustara
considerarlas criaturas aisladas, llenas
de amor, de miedo, de ambicin, de
angustia, y sin embargo tambin s que
su naturaleza se vera alterada por

completo
si
cambiasen
sus
circunstancias. Agiten a una docena de
hormigas en un tubo de ensayo, y caern
unas encima de otras y se pelearn
furiosamente. Separen a una obrera de
su comunidad, y dar vueltas y ms
vueltas, y caer taciturnamente en coma
y aguardar la muerte: no sobrevivir
mas que unos das como mucho.
Aquellos que dicen que las hormigas
tienen que comportarse ciegamente
como les dicta el instinto estn
convirtiendo el instinto en un Dios
Calvinista, en otro nombre de la
Predestinacin. Y los que observan
reacciones similares en los seres
humanos, que pueden perder la voluntad

y la memoria tras lesiones fsicas o


traumas, que pueden haber nacido sin la
capacidad de razonar que nos hace
humanos (o que la pueden perder, por la
presin de un deseo extremo, o de un
extremado temor a la muerte), estn
sustituyendo la Predestinacin del
cuerpo y del instinto por el control de
hierro de una Deidad amorosa y
vengativa, sentada en un Trono dorado e
inmutable en un Cielo de Cristal.
La terrible idea (terrible para
algunos, terrible, tal vez, para todos en
un determinado momento o de una
determinada manera) de que estamos
biolgicamente predestinados como
otras criaturas, de que slo nos

diferenciamos de ellas en el ingenio y en


la capacidad de reflexionar sobre
nuestro destino sigue discretamente de
cerca al juicio arrogante que hace de una
hormiga un autmata espasmdico.
Y qu podemos aprender, o tal vez
tememos aprender o evitamos aprender,
de la comparacin entre nuestras
propias sociedades y las de los insectos
sociales?
Podemos ver sus comunidades como
verdaderos individuos, de los que sus
criaturas independientes, al realizar sus
funciones, vivir y morir, no son ms que
clulas que se reponen y renuevan
constantemente. Esto encajara con la

fbula de Menenio en Coriolano de la


repblica como un cuerpo, cuyos
miembros al completo sirven a la
prolongacin de su vida y de su
bienestar, desde los dedos de los pies
hasta el vientre voraz. El profesor Asa
Gray, de la Universidad de Harvard, ha
argumentado convincentemente que en el
caso del mundo vegetal, al igual que en
la rama de las comunidades animales de
corales, es la variedad lo que es
individual, ya que las criaturas pueden
dividirse y propagarse asexuadamente
sin perder la vida. La comunidad de las
hormigas es ms variada que la de los
corales, en la divisin del trabajo y en
la variedad de formas que alcanzan sus

criaturas, pero es posible creer que sus


fines ni son ms complejos ni difieren
mucho. Consisten en la perpetuacin de
la ciudad, de la raza, de la casta
original.
Hice un amigo belga en mis viajes
por el Amazonas, que era un buen
naturalista, poeta en su propia lengua, y
muy dado a la meditacin sobre las
cuestiones ms profundas de la
existencia.
Escribi
descorazonadoramente sobre los efectos
en los animales sociales de la gran
elaboracin del instinto social, que se
desarrollaba en su mayor parte,
afirmaba, a partir de la familia, las
relaciones madre-hijo, la agrupacin

defensiva de los grupos primarios. l


estaba en la selva porque no era un ser
sociable, sino un aspirante a Hombre
Salvaje, solitario y romntico, pero sus
apreciaciones sobre estos asuntos no
dejan de ser interesantes. Cuanto ms
perfecta es la asociacin, deca, ms
probabilidades existen de que se
desarrollen severos sistemas de
autoridad, de intolerancia, represiones,
y una proliferacin de reglas y
reglamentos.
Las
sociedades
organizadas, deca, tendan a la
condicin que se da en las fbricas, en
los cuarteles, en las galeras, sin ocio ni
descanso, en donde se utiliza
despiadadamente a las criaturas en base

a su rendimiento funcional hasta que se


agotan y se las puede desechar.
Calificaba memorablemente a ese ser
social como una especie de
desesperacin pblica y vea las
ciudades de las termitas, en las que a las
compaeras
se
las
convierte
racionalmente en comida cuando ya no
son tiles, como una parodia de los
parasos terrestres hacia los que los
planificadores sociales de las ciudades
y las comunidades humanas tienden con
tanta ilusin. La Naturaleza, deca, no
desea la felicidad. Cuando le repliqu
que las comunidades de Fourier estaban
basadas en la bsqueda, consentida por
la razn, de placeres e inclinaciones

(1620 pasiones, exactamente), dijo con


aire pesimista que estos grupos estaban
condenados al fracaso, bien porque se
desintegraran en un caos belicoso, bien
porque la organizacin racional
sustituira la Armona por el militarismo
tarde o temprano.
Repliqu a eso que Raumur
afirmaba haber observado hormigas que
jugaban como los antiguos griegos,
entregndose a luchas inofensivas en
das soleados. Desde entonces, debo
confesar que he observado varias veces
lo que me pareci ser este fenmeno
ldico, slo para llegar a la conclusin
al examinarlo ms de cerca de que lo
que estaba contemplando no era un

juego, sino una guerra en serio, librada,


como suele suceder con las guerras entre
hormigas, por objetivos limitados y sin
ningn nimo de masacre en masa.
Alfred Wallace, que viajaba por los
mismos sitios en aquel momento, y es un
socialista convencido, muy influido por
la visin y los resultados prcticos de
los afortunados experimentos de Robert
Owen en New Lanark, intent ver el
problema a una luz ms suave y ms
amable. Owen, argumentaba, haba
demostrado con sus experimentos
sociales que el ambiente poda, en gran
medida, modificar la personalidad para
bien (que ninguna personalidad es tan
mala como para que no pueda mejorarla

mucho un entorno realmente bueno que


opere sobre ella desde la primera
infancia, y que la sociedad tiene el
poder de crear ese ambiente). El
restringido aumento de Owen de la
responsabilidad individual de sus
trabajadores, su preocupacin por su
educacin personal, mejoraron los
deseos de stos, que eran el modo de ser
particular de cada uno de ellos. Wallace
escribi (cito una carta indita): La
herencia, gracias a la cual, ahora
sabemos, reaparecen continuamente las
caractersticas ancestrales, proporciona
esa
infinita
diversidad
de
personalidades que es la autntica sal de
la vida social; por medio del ambiente,

incluida la educacin, podemos as


modificar y mejorar la personalidad
hasta ponerla en armona con el entorno
real de su poseedor, y de este modo
adecuarlo a la realizacin de alguna
tarea til y agradable en la gran
organizacin social.
Me he apartado mucho, pensarn
ustedes, del Tronco del Olmo y del
Osborne, del Fuerte Rojo y de la Ciudad
del Muro de Piedra. De hecho estas
cuestiones
fundamentales
de
la
influencia de la herencia, el instinto, la
identidad social, la costumbre y la
voluntad, surgen a cada momento en
nuestro estudio. Descubrimos parbolas
dondequiera que miremos en la

Naturaleza, y las construimos ms o


menos sabiamente. Los pensadores
religiosos han visto en el amor de madre
e hijo, del Padre y el Hijo, un reflejo de
las relaciones eternas entre la Causa
Primera con el Mundo Creado y con el
Hombre mismo. Mi amigo belga vea el
amor, por otro lado, como una respuesta
instintiva que llevaba a la formacin de
sociedades que an proporcionaban una
identidad ms restringida y funcional a
sus miembros. He mencionado el papel
del Instinto como Predestinacin, y de la
Inteligencia como algo que reside ms
en las comunidades que en los
individuos. Preguntarnos qu son las
hormigas en su mundo desbordante de

actividad es preguntarnos quines somos


nosotros, cualquiera que sea la
respuesta
William se qued mirando su pgina.
Haba dado rodeos y ms rodeos, sin
pensar realmente en su publicacin,
porque si lo hubiera hecho, pens,
lamentablemente, al menos por lo que se
refera al pblico numeroso y joven
previsto por Matty Crompton que
seguramente lo leera para cultivarse,
tendra que haber prestado ms atencin
a las susceptibilidades de sus padres y
tutores. Pens en aadir aquella coletilla
tan til de El Anciano Marinero de
Coleridge

Reza bien quien bien ama,


lo mismo al hombre que al ave y a la
bestia.
Decidi entregarle sus pginas a
Matty Crompton, y calibrar, si poda, su
respuesta. Le sorprenda no saber nada
de sus opiniones religiosas. Un amigo de
Charles Darwin le haba contado una
vez que casi ninguna mujer estaba
preparada para cuestionarse las
verdades de la religin. Se le ocurri
entonces que todo lo que acaba de
escribir iba, de alguna manera, en contra
de lo que Harald Alabaster trataba de

decir; ms an de lo que sala a relucir


en su escritura, porque como la mayora
de sus contemporneos, tena cierto
miedo de expresar plenamente, incluso
ante s mismo, su autntica sensacin de
que el Instinto era Predestinacin, de
que l era una criatura tan dirigida,
determinada,
constreida
como
cualquier cosa que volara o se
arrastrara. Escriba sobre la voluntad y
la razn, pero no senta, en sus huesos,
en la percepcin de su propio peso
dentro de la masa de vida que se debata
sobre la tierra, que fueran entidades muy
poderosas o importantes, como lo eran
para un telogo del siglo XVII a los Ojos
de Dios, o para un descubridor de

nuevas estrellas exultante de poder. Sus


clulas nerviosas le daban punzadas, le
dola la mano, tena la cabeza llena de
una niebla negra y reptante. Su vida le
pareca una lucha fugaz, un escabullirse
por oscuros pasillos sin ninguna salida a
la luz.
Cuando le entreg sus reflexiones
finales a Matty Crompton para que las
leyera, descubri que aguardaba
ansiosamente su opinin. Ella se llev
las pginas un da, y las trajo al da
siguiente, diciendo que eran exactamente
lo que se necesitaba, precisamente unas
consideraciones
generales
tan
escrupulosas eran las que acrecentaran
en gran medida el atractivo del libro

para un pblico amplio, y llevaran a


que se discutiese sobre l en todos los
crculos.
Le parece posible aadi
que pueda haber generaciones futuras
que sern felices creyendo que son seres
finitos sin ms vida que sta, o que su
modo de ser se ver plenamente
satisfecho con el papel que jueguen en la
vida de toda la comunidad?
Ya existen esos seres, supongo.
Viajar produce un curioso resultado: que
todas las creencias parecen ms ms
relativas, ms tenues. Me impresion
mucho la incapacidad general de los
indios del Amazonas para imaginarse
una comunidad que no residiese en las

orillas de un ro inmenso. No son


capaces de preguntar: Vives cerca de
un ro?, slo Cmo es tu ro? Es
rpido o lento, vives cerca de los
rpidos o de posibles avalanchas de
tierra?. Se imaginan el mar como un
gran ro, estoy seguro, por mucho que
intentemos describirlo de un modo claro
y fiel. Es como tratar de explicarle a un
ciego los principios de la perspectiva,
cosa que intent una vez. Y eso me llev
a preguntarme sobre qu no reflexiono,
qu hechos importantes ignoro en mi
representacin del mundo.
Muchos, la mayora, no tendran
su humildad y su prudencia intelectual.
Eso cree? Los que no aceptan los

descubrimientos del seor Darwin se


dividen en los que estn muy enfadados
y completamente seguros de que tienen
razn (los que dan patadas a piedras
imaginarias, como el doctor Johnson
cuando refuta a Berkeley), y aquellos,
como sir Harald, cuya bsqueda de
garantas, de confirmaciones de su Fe
est cargada de problemas, de angustia
en realidad.
La sabidura de la serpiente tal
vez dara a entender que refuerce su
causa con vistas a una posible
explicacin que podra cuadrar con la
Providencia.
Usted cree que debera hacer
eso?

Creo que un hombre debe ser lo


ms veraz posible, o nunca se
descubrir toda la verdad. No debe
decir nada que no piense.
Hubo un silencio. Matty Crompton
hoje rpidamente las pginas.
Me gust su pasaje sobre
Michelet dijo, acerca de los
estragos de la Sphinx atropos. Es
asombroso cunto ganan los animales,
cunto misterio, cunto encanto de
cuento de hadas, con los nombres que
les otorgamos.
En la selva sola pensar en Linneo
constantemente. Lig el Nuevo Mundo
tan inextricablemente a la imaginacin
del Viejo cuando les puso a las

macaones los nombres de los hroes


griegos y troyanos, y a las Heliconiae
los de las musas. All estaba yo, en
aquellas tierras en las que ningn ingls
se haba adentrado antes, y a mi
alrededor flotaban Helena y Menelao,
Apolo y las nueve musas, Hctor y
Hcuba y Pramo. La imaginacin del
cientfico haba colonizado la selva
inexplorada antes de que yo llegase.
Tiene algo de maravilloso dar nombre a
las especies. Poner una cosa que es
salvaje, y rara, y desconocida hasta ese
momento, bajo la red de la observacin
y el lenguaje humanos; y en el caso de
Linneo, con tanto ingenio, tanto orden, y
utilizando tan alegremente nuestra

herencia de mitos, cuentos y personajes.


Quera llamar a la Atropos la Caput
mortuum, sabe?, la Cabeza de la
Muerte exactamente, pero el sistema de
nomenclatura requiere un monoslabo.
As que escogi a la Furia ciega
con sus Tijeras abominables. Pobrecito
insecto inocente, que su vida diminuta
tenga que soportar la carga de semejante
significado Me choc en parte la
Sphinx atropos porque yo tambin he
estado escribiendo Y lo que he estado
escribiendo ha acabado por relacionarse
curiosamente justo con estos nombres
que eligi Linneo; he sacado muchas
enseanzas tanto del Systema Naturae
como de la copia del Theatrum

Insectorum de Thomas Mouffet que est


en la biblioteca de sir Harald.
Me tiene asombrado con sus
habilidades. Latn, griego, una mano
excelente para el dibujo, un vasto
conocimiento de la literatura inglesa
Fui educada con mis superiores en
las clases de un obispo. Mi padre fue el
tutor y la mujer del obispo tena muy
buenas intenciones. Le agradecera
mucho dijo, al parecer pasando
rpidamente por alto cualquier otra
cuestin personal que le echara un
vistazo a este escrito cuando tenga un
momento libre. No pretenda ms que
una fbula ilustrativa, ya lo ver; estaba
entretenida rastreando la etimologa de

la Cerura vinula y otra Sphinx,


Deilephila elpenor, y se me ocurri
escribir una fbula didctica sobre
estos bichos tan curiosos; pero me
parece que me entusiasm demasiado y
he escrito una cosa ms larga de lo que
pensaba, y demasiado ambiciosa tal vez
para un simple cuento en clave; y ahora
no s qu hacer con ella.
Debera publicarlos con su propio
nombre, un volumen entero de esos
cuentos.
Nunca he credo que tuviera dotes
creativas. Ha sido la crnica de nuestras
ciudades de insectos lo que me ha
animado a convertirme en autora. Pero
no creo que tenga mucho mrito. Confo

en que usted sea despiadadamente


honesto dicindome los fallos que tiene.
Estoy seguro de que me llenar de
admiracin dijo William honesta pero
distradamente. Matty Crompton se
qued pensativa mirando hacia abajo,
sin enfrentarse a sus ojos.
Ya le he dicho, en otro contexto,
que no debe decir nada que no piense.

Ley su cuento de noche en la cama,


a la luz de una nueva vela. Al otro lado
de la puerta que separaba su habitacin
de la de su mujer pudo escuchar una
nueva clase de sonido, regular y
confortable: los recientes ronquidos de

Eugenia; un zureo, como de paloma


torcaz, un silbidito, como de uas sobre
seda, y luego un ronquido como de foca
hambrienta.
Las cosas no son lo que parecen
Haba una vez un campesino que lo
pasaba muy mal labrando sus tierras,
que estaban llenas de espinos y de
cardos. Tena tres hijos, demasiados
para heredar aquel terreno tan difcil,
as que al menor, de nombre Seth, se le
envi a recorrer mundo con un hatillo de
comida y ropa, en busca de fortuna.
Viaj por todas partes, cruzando una y

otra vez los mares, hasta que un da


naufrag de verdad, y se vio arrojado a
una costa arenosa con unos cuantos
compaeros. No tenan ni idea de dnde
estaban (el viento los haba apartado
completamente de su ruta), pero juntaron
los paquetes de los vveres que haban
salvado, y se dispusieron a ascender por
la playa e internarse en los extensos
bosques que tenan delante. Oan las
risas de los pjaros y de los monos, y
vean los relampagueos secretos de
miradas de alas en las copas de los
rboles, pero no encontraban ni rastro
de viviendas humanas, y estaban a punto
de decidir que eran los nuevos
gobernadores de una isla deshabitada

cuando se toparon con unos rastros y un


sendero que luego se abri en una
amplia vereda entre los rboles, por la
que siguieron andando.
Despus de un rato, llegaron hasta un
muro liso y alto, demasiado alto para
ver por encima de l, con una puerta que
estaba cerrada con llave. Discutieron un
momento entre s, y llamaron con los
nudillos, y la puerta se abri de pronto
ante ellos sobre unos goznes suaves y
engrasados, y luego se cerr detrs con
la misma facilidad, a pesar de que
pareca que no haba nadie que la
sujetara. Y oyeron cmo encajaban los
cerrojos y los seguros en su sitio dentro
de la gran cerradura. Ante lo cual, uno

era partidario de dar la vuelta, y otro de


que se dispersaran y se escondieran,
pero los dems, incluido Seth, queran
seguir audazmente hacia adelante. As
que continuaron andando, mientras
atravesaban suelos de mrmol y salones
frescos y espaciosos, mientras oan el
chapoteo de las fuentes en los patios y
cuchicheaban sobre la suntuosidad de la
arquitectura y del mobiliario domstico.
Y por fin se encontraron en un
comedor de gala, con una gran mesa de
bano servida con un exquisito festn:
apetitosas tartas y pasteles, deliciosas
jaleas y cremas de vainilla, montaas de
frutas relucientes, y vasos llenos de vino
centelleante. Se les hizo la boca agua de

una manera tan exagerada al verlo que,


sin ms dilacin, se sentaron, se
sirvieron y se pusieron a comer
desordenadamente hasta que se les
salieron los jugos por las comisuras de
la boca, porque estaban medio muertos
de hambre. El nico que no comi fue
Seth, pues su padre siempre le haba
dicho que se asegurase de no comer
nada que no le ofrecieran gratuitamente.
De nio haba recibido buenas palizas
por entrar sin permiso en los huertos
vecinos, y se andaba con pies de plomo.
Cuando llevaban un rato comiendo, y
estaban medio atontados del atracn,
oyeron un sonido de campanillas y
cuerdas de arpa, y una puerta al otro

extremo de la sala se abri de golpe


para dar paso a una extraa
concurrencia. Haba un mayordomo, que
pareca ms una cabra que un hombre;
una ternera muy bonita, blanca como la
leche, con rosas entrelazadas en los
cuernos; una comitiva de garzas reales y
de ocas, adornadas todas con collares
salpicados de rubes y zafiros; unos
gatitos peludos, muy, muy bonitos,
algunos de color azul plateado y otros
de un color cervatillo que tiraba al rosa;
un elegante galguito plateado, con
cascabeles alrededor del cuello, y una
preciossima spaniel King Charles, de
largas y sedosas orejas rojizas y
enormes y suplicantes ojos castaos. Y

en el medio haba una dama, de aspecto


alegre y acogedor, vestida un poco
como una pastora, con una capota con
volantes y un precioso mandil bordado,
y duea de unos hermosos tirabuzones
blancos que le llegaban hasta los
hombros. En la mano llevaba el cayado
de pastora ms bonito del mundo,
decorado con cintas plateadas, rosas y
azul celeste, y tena una sonrisa la mar
de encantadora, y unos ojos de lo ms
chispeante. Todos los marineros
naufragados se sintieron hechizados de
inmediato por su presencia, y empezaron
a sonrer tontamente entre la grasa y el
zumo de frutas que les resbalaba por los
labios y la barbilla. Era fcil ver que no

trabajaba de pastora, sino que se trataba


de una gran dama que haba elegido
vestirse as, por condescendencia o
sencillez de espritu.
Qu
encanto
exclam
recibir una visita inesperada! Comed lo
que queris, servos vino hasta que
desborden las copas. Me encanta tener
visitas.
Y los marineros le dieron las
gracias, y se pusieron a comer otra vez,
porque aquellas palabras les haban
vuelto a despertar mucha hambre, a
todos excepto a Seth, si bien es verdad
que ahora le haban invitado, conque no
iba a infringir la prohibicin de su
padre. Pero segua sin tener ganas de

darse un banquete. La deliciosa dama


vio que no coma, y la cabra le tendi
una silla, de modo que, ms o menos, se
vio obligado a sentarse. Y cuando vio
que no coma, la encantadora dama se
acerc con un frufr de sus bonitas
faldas e insisti en ofrecerle platos de
toda clase de golosinas, a la vez que le
serva vasos de julepe cordial y jarabes
aromticos, que parecan llamas
bailarinas dentro del cristal.
Tienes que comer dijo, o
desfallecers de hambre, porque se ve
que habis tenido un viaje horrible, y
estis sucios de sal y muertos de
cansancio.
Seth dijo que no tena hambre. Y la

dama, sin perder el buen humor ni la


sonrisa, le cort unos trozos de frutas
exquisitas con un cuchillo de plata, y los
coloc en abanico, como una flor: rajas
de meln, rodajas de naranja reluciente,
olorosas uvas negras y manzanas
blancas y crujientes, porciones de
granadas carmeses tachonadas de
semillas de bano.
Te
considerar
terco
y
maleducado dijo ella, si ni siquiera
pruebas un pedazo de manzana, o una
uva bien madura, o un sorbo de zumo de
granadas.
As que por pura vergenza cogi
una porcin de granada, que pareca
menos sustanciosa que la pulpa crujiente

de la manzana, y se comi tres semillas


negras con su dulce gelatina color
sangre.
Uno de sus compaeros eruct y
dijo:
Usted debe de ser un Hada muy
importante, seora, o Alteza, para tener
todas estas cosas en medio de una zona
deshabitada.
Claro que lo soy dijo ella.
Soy un Hada a la que le gusta hacerles
agradables las cosas a los mortales,
como podis ver. Mi nombre es doa
Cottitoe Pan Demos, que quiere decir
para todo el mundo, sabis?, y eso es
lo que soy yo. Soy para todo el mundo.
Mi casa est abierta para todo el que

venga. Todos sois bienvenidos.


Y puede hacer magia?
pregunt el cocinero del barco, que no
era ms que un nio demasiado crecido
para su edad, y asociaba la magia a
trucos y desapariciones, a plumeros y
ramilletes que salan de la nada.
Claro que puedo dijo con una
risa argentina.
Ensenos, ensenos algo de
magia dijo el cocinero, relamindose.
Bueno dijo ella, puedo hacer
que este festn se desvanezca en un
periquete. Y toc la mesa con su
cayado de plata, y desapareci todo,
aunque la fragancia de la fruta, y el
sabor de la carne, y el fuerte aroma del

vino permanecieron en el aire. Y os


puedo encadenar a las sillas sin cadenas
dijo con una sonrisa an ms alegre, y
a una imperiosa sacudidla de su cayado
los marineros se dieron cuenta de que ya
no podan ponerse de pie ni alzar las
manos de las sillas.
Eso no ha estado muy bien dijo
el cocinero. Djenos marchar, seora;
tenemos que volver para reparar nuestro
barco y reanudar el viaje.
Qu desagradecidos son los
hombres! dijo la dama. No se
quedan les demos lo que les demos; no
se dedican a descansar, sino que se
hacen a la mar. Cre que a lo mejor os
gustara quedaros y formar parte de mi

familia durante un tiempo. O para


siempre. Mi casa est abierta a todo el
que venga.
No, muchsimas gracias, seora
dijo el cocinero. Me gustara irme
ahora.
No creo dijo ella, y le toc en
el hombro con su cayado de plata, que
se
alarg
a
ese
efecto.
E
inmediatamente, con un extrao grito
medio humano, el cocinero se convirti
en un gran cerdo, por lo menos a juzgar
por su cabeza y sus hombros, con un
hocico hmedo, grandes colmillos, y
cerdas. Slo sus pobres manos,
agarradas a la silla, seguan siendo
manos, manos duras como pezuas,

peludas y torpes. Y la dama fue dando la


vuelta a la mesa, y tocando a cada uno
de los marineros, y cada uno de ellos se
convirti en una especie diferente de
cerdo, desde el gran jabal blanco hasta
el pulcro tostado con manchas negras,
desde el sanglier francs hasta el azul
de Bedford. A Seth le interesaba la
variedad de especies de cerdo, a pesar
del gran peligro que corra. Fue el
ltimo al que tocaron con el cayado, que
le produjo una especie de choque
elctrico por todo el cuerpo, como un
mordisco de serpiente. Se llev una
mano a la cabeza para palparse el
hocico y cul no sera su sorpresa al
darse cuenta de que, a diferencia de sus

hermanos, lo poda hacer. Su cara


pareca exactamente la misma, su nariz,
su boca, sus cejas. Pero senta una
especie de picor y de ajetreo en la
cabeza, y se toc arriba y result que su
pelo brotaba hacia fuera como agua de
una fuente, formando una especie de
melena retozona.
Doa Cottitoe Pan Demos se ri de
buena gana al verlo.
Nunca s qu efecto producir mi
magia en los que slo comen
frugalmente dijo. Me parece
precioso el pelo de tu cabeza, mucho
ms bonito que esos colmillos y esas
cerdas. Pero sigues teniendo que formar
parte de nuestro grupo, sabes? Te

pondr a trabajar de porquero; cro a


mis cerdos en el fondo de las cavernas
rocosas que hay debajo de este palacio,
porque a los cerdos no les hace falta la
luz del da, y te ensear cmo tienes
que prepararles el pienso y limpiar sus
pocilgas, y me temo muy mucho que se
te castigar terriblemente si no lo haces
bien. Porque todos debemos cooperar,
ya sabes, por el bien de nuestra casa.
Ven conmigo, querido.
Y condujo a todos los animales (los
nuevos cerdos y las ocas y las garzas
reales, la ternera y la vieja cabra) a trote
rpido por los pasillos, rindose
melodiosamente cuando sus torpes
pezuas les hacan resbalar, blandiendo

su bonito cayado que se clavaba


despiadadamente
dondequiera
que
tocase pellejo o pelo. Y bajo el palacio,
se encontraron con una enorme sucesin
de corrales, cavernas y jaulas, en los
que languidecan toda clase de criaturas:
dciles conejos, apacibles liebres
palpitantes, pavos reales con la cola
ajada y sucia, unos cuantos burros, unos
cuantos patos de Barbary, y hasta un
nido de ratones blancos.
No tienes por qu escuchar los
ruidos que hacen dijo doa Cottitoe
Pan Demos, a no ser que quieras, y te
aconsejo que no, porque hacen una
mezcla muy desagradable de gruidos,
chillidos, rebuznos y graznidos, que es

mejor ignorar. Me temo que tendr que


encerrarte con ellos; puedes dormir
sobre esta paja fresca, y aqu tienes una
deliciosa rebanada de pan de hace slo
una semana, y una estupenda agua de
manantial que beber, as que no tendrs
razones para quejarte de tus diversiones.
Seguro que ests de acuerdo conmigo en
que no hay nada ms saludable que el
buen pan y el agua clara. De vez en
cuando te enviar mensajes a travs de
una de las criaturas de la casa; las ocas
pueden llevar cestitos, y a la spaniel se
la ha entrenado para llevar cartas en la
boca a buen recaudo. No necesitas
preocuparte por cmo responderme.
Debes hacer lo que yo te diga, sas son

las normas, y desgraciadamente


cualquier infraccin tropieza siempre,
me temo, con las ms terribles
consecuencias. Eso lo dejo a tu
imaginacin. S que la imaginacin se
alimenta estupendamente a oscuras de
pan y de agua, un poco como las
semillitas que brotan debajo de la tierra;
puedes imaginarte toda clase de
consecuencias, querido. Que tengas
felices sueos.
Y, tras decir esto, cruz rpidamente
las puertas del stano, haciendo tap, tap,
tap con sus zapatillitas de diamantes, y
con su gran capota balancendose sobre
sus bucles blancos como la nieve. Y el
pobre Seth se qued casi a oscuras,

rodeado de ojos afligidos que lo


miraban fijamente, ojos medio humanos
en rostros peludos, o que se esforzaban
para verlo entre las arrugas de su piel de
cerdo, baados de lgrimas relucientes.
El pobre Seth lo pasaba muy mal en
aquellas cavernas miserables. Haca lo
que poda para que las cosas les fueran
ms fciles a los animales, en parte
porque tema el poder vengativo del
Hada, pero tambin porque le daba
lstima su situacin desesperada. Les
enjugaba las lgrimas, les curaba las
llagas, les cambiaba el agua y escuchaba
sus sollozos y sus gemidos, que le
hacan mucho dao, tal vez porque no

poda traducirlos en las palabras que


queran ser. De cuando en cuando
tramaba planes de fuga. Se abalanzara
sobre la puerta. Sobornara a la spaniel
King Charles. Un da intent de hecho
hablar con la perrita.
Supongo que t tambin eres un
ser humano encantado le dijo, sin
duda una persona muy hermosa, a juzgar
por el pelo lustroso y los ojos que tienes
ahora. Te ruego que asientas con la
cabeza si ests dispuesta a ayudarme a
pensar una manera de escapar de esta
servidumbre, que no puede resultarte
ms agradable que a m, aunque tu suerte
sea ms llevadera.
Pero el animalito se limit a echarse

a temblar: se le puso el pelo de punta, y


gimote para apartarse de la puerta y
regresar a los corredores. Cuando l se
le acerc, se puso a gruir, temblando
an, y le mordi la mano.
Tras este fracaso, se volvi a su
rincn, se sent en la paja, y llor
amargamente. Sus lgrimas caan cada
vez ms deprisa y por ms sitios,
humedeciendo el polvo que haba a sus
pies y colndose misteriosamente por
los rincones. De repente se dio cuenta
de que desde haca un ratito una voz
insignificante y ronca no paraba de
balbucear a gritos:
Para, me ests ahogando, para.
Mir alrededor buscando a aquel

interlocutor invisible, pero no vio a


nadie.
Dnde ests? dijo por fin.
Aqu, a tus pies, en medio de toda
esta agua salada.
Conque mir hacia abajo, y all
estaba una hormiga negra como el
azabache, bastante grande, enroscada en
una de sus lgrimas, con todas aquellas
patas como hebras pegadas a su cuerpo,
y las antenas colgando. Deshizo la
lgrima con una pajita, y sostuvo la
pajita para que el animalito se subiese a
ella.
Por qu ests ponindolo todo
perdido de barro? pregunt la
hormiga.

Porque estoy preso, y nunca


saldremos de este agujero. Mi vida est
acabada.
Yo puedo entrar y salir.
Ya veo. Pero t eres una criatura
diminuta y yo soy un enorme zoquete que
no vale para nada. Esto no tiene
remedio.
No empieces a llorar otra vez. Te
puedo hacer un favor, porque me has
salvado la vida, a pesar de que fuiste t
quien la puso en peligro. Espera un
momento.
Y el animalito se fue corre que te
corre, y desapareci en una grieta de la
roca de la caverna. As que Seth esper.
No tena muchas ms opciones, pensara

lo que pensara de la capacidad que tena


la hormiga de brindarle alguna ayuda
material. Tras un buen rato, vio que
meneaba sus antenas como una loca en
el borde de la grieta, y que luego se
abra paso a duras penas, seguida de dos
compaeras. Cargaban entre las dos un
paquete del tamao de una gran miga de
pan, un buen colchn de plumas segn su
escala, que arrastraron hasta sus pies y
depositaron en tierra. Haba algo casi
invisible envuelto con mucho esmero en
un trozo de hoja seca, cosido o atado
con un hilo que apenas se distingua.
Toma dijo la hormiga. Esto
servir.
Qu hago con eso?

Comrtelo, naturalmente.
Qu tiene dentro?
Tres semillas de helecho. Son
especiales. Fueron recogidas ms all
del muro, claro.
Titube. Estaba a punto de
preguntar: Qu efecto me va a
hacer?, cuando la hormiga dijo en un
tono casi tan enrgico como el de doa
Cottitoe Pan Demos:
Deprisa!
As que se lo puso en la punta de la
lengua, donde se le disolvi con un
sabor a sombras del bosque, y sinti
algo parecido a un hormigueo en la
venas y un vrtigo horrible, y lo
siguiente que supo fue que se encontraba

al lado de la hormiga y ya slo meda,


ms o menos, el doble que ella. Tena un
aspecto mucho ms amenazador y
misterioso ahora que ella era ms
grande o l ms pequeo. Sus grandes
ojos negros lo examinaban desde sus
oscuras ventanas relucientes. Aquellas
mandbulas como tijeras de podar se
abran y se cerraban.
Ahora estoy peor que antes dijo
l. Ahora an valgo para menos.
Cualquiera de esos cerdos o de esos
burros me puede aplastar sin darse
cuenta. Las gallinas y las palomas me
pueden comer. Por favor, devulveme a
mi tamao normal.
Te dije respondi la hormiga,

en lo que ahora era una mezcla de


estampido y crepitacin que puedo
salir y entrar. Si yo puedo, t tambin.
Sgueme, por favor.
Y de esta forma comenz un viaje
terrible, a travs de tneles de tierra que
serpenteaban y torcan en todas
direcciones, con la hormiga portavoz a
la cabeza, y las otras ayudando a Seth a
abrirse paso en aquella oscuridad
absoluta a fuerza de cogerlo por sus
extremidades y empujar y tirar, con
suavidad y precisin. Ellas pisaban con
delicadeza y l resbalaba, tropezaba,
hasta que despus de un rato, al doblar
una esquina muy pronunciada, salieron
casi de repente a la clara luz del sol, y

como l no la haba visto durante tanto


tiempo, no haca ms que guiar los
ojos, que se le llenaron de lgrimas.
No poda ver dnde se encontraba,
porque estaba bien hundido entre las
races de un csped muy extenso y
tupido, y su campo visual se reduca a
cierta gravilla pedregosa y al techo
oscilante del bosque de hierbas. Las
hormigas le sugirieron que trepase al
rosal que haba all cerca, conque as lo
hizo, subindose con cuidado a las
espinas ms grandes como un ladrn que
escalase las defensas de un castillo. Y
cuando ya estaba muy arriba y haba
salido al aire libre, y poda ver a larga
distancia, vio que se encontraba en una

especie de jardn amurallado, con


rboles frutales entrelazados que crecan
al sol junto al muro, y con cspedes, y
bancos de piedra, y arriates de flores, y
parcelas de hortalizas, de hierbas, de
frutas blandas, que se extendan hasta
donde le alcanzaba la vista. Pero todo
era tan excesivamente exagerado para su
nueva perspectiva que se empez a
marear muchsimo, y tuvo que agarrarse
muy fuerte de una hoja y cerrar los ojos
un momento para defenderse del terrible
carmes de los ptalos de rosa, grandes
como alfombras persas, o del resplandor
del bosque de hierbas, tan ancho como
el Canal de la Mancha.
Imaginaos una manzana roja, dura y

reluciente y pesada como el Albert Hall,


colgada de un cable, oscilando sobre
vuestra cabeza indefensa. Imaginaos
entonces cunto ms terrible tiene que
parecer la montaa veteada y esfrica,
maravillosamente rayada de morado
brillante, rodeada de una cresta verde y
mullida y con dobleces que forman
grietas y hendiduras, que es una col
reluciente rebosante de vigor, lista para
ser cosechada. Seth se vio desbordado
por una mezcla de temor reverencial, de
aprensin, y de admiracin por el
enorme poder que haba detrs de toda
aquella floracin. Baj a tierra de
nuevo, y dio las gracias a las hormigas
por su amabilidad. Pens que podra

intentar vivir en el jardn hasta que fuera


capaz de encontrar una manera de
recuperar su forma original y rescatar a
sus camaradas. Crea que podra
esconderse lo suficientemente bien de
doa Cottitoe Pan Demos, a no ser,
claro, que ella supiera un truco que lo
descubriese. Este pensamiento lo
desanim un poco. Empez a apartarse
deprisa del muro del castillo por el
bosque de hierba, como si le sirviera de
algo distanciarse de su radio de accin.
Las hormigas lo haban ayudado. Tal vez
encontrara a alguien ms que le ayudase,
se dijo a s mismo, para darse nimos.
Poda or todas clase de sonidos a su

alrededor. Algunos de ellos los habra


odo en su estado natural: los gorjeos
fluidos de los pjaros, que ahora eran
como una orquesta tocando en una
catarata; el intenso zumbido de las
abejas, que se precipitaban de una flor a
otra. Tambin oa sonidos que nunca
habra escuchado sin aguzar el odo: la
masticacin, y los mordiscos, y el ruido
de sierra de miles y miles de bocas que
se coman hojas y flores, frutos, pulpas y
huesos. Oa deslizarse a las orugas por
la tierra cerca de l, como trenes
viscosos y bocas sedientas que
absorban el roco y los jugos. Despus
de un rato se acostumbr a todos estos
ruidos, como un hombre que camina

despreocupadamente entre el trfago de


una gran ciudad, y empez a mirar a su
alrededor con mayor confianza. Al salir
del tnel de hierba, se encontr al borde
de una plantacin de frambuesas. Pens
que tal vez podra arreglrselas para
arrancar una frambuesa y comer un trozo
(de repente tena hambre), y comenz a
trepar por el tallo de una, una mano tras
otra, como sola hacer en sus das de
navegacin. Con este mtodo consigui
aproximarse al remate baado por el sol
de un muro bajo, contra el que se
alzaban las caas, y estaba a punto de
alargar el brazo para alcanzar un fruto
cuando oy un siseo lento y amenazador
proveniente de las hojas. Y del muro le

lleg una especie de gruido carrasposo


que daba miedo, como la voz de un
cocodrilo enfadado.
Por las ramas del frambueso se
arrastraba la ms terrible de las
criaturas, un repugnante dragn de morro
chato, con una cabeza horriblemente
hinchada y unos ojos enormes que
miraban fijamente. Y a lo largo del
muro,
emitiendo
aquel
gruido,
avanzaba otra meneando una cola
ahorquillada que pareca una tralla, a la
vez que alzaba una boca muy grande y
cavernosa con la que grua muy fuerte.
Esta ltima tena el lomo color vino, y la
cabeza y la cola de color verde claro.
Se mova lentamente, como en un

vaivn, mientras que la bestia con ms


aspecto de serpiente rezumaba sobre la
rama.
Seth se ech hacia atrs, buscando
desesperadamente un arma. Encontr en
el muro una lasca de pizarra que podra
servirle, en caso necesario, para cortar
o apualar, y cogi un puado de
piedrecitas para arrojrselas.
Fuera! grit. Atrs!
La serpiente de las ramas se
bambole de un lado a otro. Habl con
una especie de voz espesa e hinchada,
como si tuviera la boca llena de cosas
asquerosas.
Soy-muy-desagradable-en-efecto.
Voy-a-hacerte-mucho-dao. Soy-muy-

peligrosa. No-deberas-acercarte.
Y la de la pared dijo:
Soy-muy-cruel. Me-lo-como-todo.
No-dejar-ni-los-huesos.
Atrs! grit Seth. Poda oler
sus clidos alientos, carnosos y
cargados. Le tir un guijarro a la de la
cola ahorquillada, que se detuvo y
contrajo la piel, y luego avanz otra vez.
Seth crey que haba llegado su hora; no
poda escapar porque tras l se alzaba el
muro escarpado, y delante tena a la
serpiente de la cabeza gorda. Estaba
atrapado entre las dos.
Y justo en ese momento, alguien
descendi muy rpido del cielo en el
extremo de una larga cuerda de seda,

que no pareca estar sujeta a ningn


lado. Dos relucientes zapatos negros se
posaron de un saltito, y sobre ellos
alguien largo y delgado y negro: una
criatura de cuatro patas, que result ser
una forma humana, femenina, con un
abrigo largo y negro y una capotita
blanca que protega una carita plida
con unas grandes gafas de concha
apoyadas en una nariz afilada. Iba
envuelta en una capa larga y plateada.
La persona en cuestin enroll la cuerda
de seda cada del cielo, y la dej a sus
pies.
Buenos das dijo. Parece que
tiene problemas.
Estoy a punto de que me coman

vivo dragones y serpientes.


No creo dijo. Son amigas
mas, Deilephila elpenor, y Cerura
vinula. Les da usted tanto miedo como
ellas a usted. Cuentan muchas mentiras
sobre s mismas, y se hinchan para
aterrorizar a quienes creen que pueden
hacerles dao. No creo que esta criatura
vaya a haceros dao dijo a los
dragones. Lo habis asustado muy
bien. Pero ya basta. Tenis que daros
prisa y comer ms. No os queda mucho
tiempo.
Tienen un aspecto terrible y
peligroso.
Les encantar saberlo. No es
cierto, Elpenor? A que s, Vinula?

Fjese bien en Vinula, seor, y ver que


sus verdaderas mandbulas ocupan un
pequeo espacio bajo la gran Mscara
que le ensea al mundo. Y mire cmo se
desinfla Elpenor, y ver que sus
terribles ojos slo son dos puntos de su
parte de atrs, bien hinchados para hacer
que parezca ms pequea su autntica
cabeza, que ya es muy pequea. La
verdad es que tiene un morrito
encantador, ms parecido al de un
cerdito que al de un enorme Dragn. Las
cosas no son siempre lo que parecen,
sabe? Le importara decirme su
nombre?
Me llamo Seth.
Yo soy la seorita Mouffet. Le

tendi una mano huesuda. Le gustara


merendar conmigo? Supongo que debe
de haberse escapado de las pocilgas, y
tal vez yo pueda ayudarle, si confa en
m.
As que Seth se sent en el remate
del muro con la seorita Mouffet, quien
le ofreci pan y queso y manzanas que
sac de su cesto, todo lo cual tena el
tamao adecuado para l en su estado
actual, y tambin para ella. La seorita
Mouffet lo mir cariosamente con
aquellos ojos que relucan tras las gafas,
y le cont cosas del Jardn.
El Jardn es de doa Cottitoe Pan
Demos, que lo usa para cultivar frutas y
verduras para su mesa, y flores para

decorar su tocador y su saln; tambin le


gusta pasearse por l, como ver,
porque doa Cottitoe es buena jardinera,
y se le dan estupendamente las plantas.
Pero tambin hay otras criaturas que se
pasan la vida aqu, y no estn sujetas a
la autoridad de doa Cottitoe; que
vinieron del otro lado del muro, y tienen
otras intenciones. Elpenor y Vinula son
criaturas de este tipo en cierto sentido, o
se convertirn en criaturas de sas,
como espero que pueda ver, porque a
pesar de que han nacido en este Jardn, y
no tienen recuerdos de ningn otro lugar,
no estn sujetas a sus leyes y lo
abandonarn. Y muchas otras criaturas
se cuelan en el Jardn con paraguas de

seda, o con cuerdas muy largas como


hago yo. Y muchas ms se introducen
por las madrigueras y las grietas de la
tierra, porque el Jardn es parte del
reino de un Hada mucho ms poderosa
que doa Cottitoe, que le permite que lo
cuide, pero a quien le gusta ver cmo les
va a sus criaturas, y enviar y recibir
mensajes de este lado del muro. Mire la
hierba, y ver que est sealada por
todas partes con cuerdas de seda, como
en la que vine yo; cada una pertenece a
una araa, que har aqu su nido, y tejer
su tela, y se mantendr al acecho. Y
tambin los pjaros, y las semillas
aladas de algunos rboles, que entran y
salen dando vueltas, y las nubes de

polen procedentes de otros, y los


parasoles del perifollo y del diente de
len, todos llevan mensajes.
Y quin es el Hada? Me
ayudara a m y a mis pobres
compaeros encantados? Y quin es
usted?
Yo soy la Registradora de este
Jardn, o ms bien se podra decir la
Espa, porque doa Cottitoe no sabe de
mi existencia. Cuido de las criaturas
como Elpenor y Vinula, y de usted,
parece ser. Un pariente mo de otro
mundo era uno de los grandes Dadores
de Nombres, uno de los grandes
historiadores de este Jardn. Fue l, de
hecho, el que les puso sus nombres a

Elpenor y a Vinula, que son unos


nombres tan preciosos como poemas,
sabe? Yo misma salgo en un poema,
La pequea seorita Mouffet se titula;
sin embargo se presta a confusin
asociarme a las araas, eso s, pero
insinuando tambin que yo, la prima del
autor de Theatrum Insectorum sive
Animalium Minimorum podra tener
miedo de una araa, cuando en realidad
soy la registradora de sus nombres y
caractersticas, adems de una buena
amiga.
Cunteme sobre los nombres
poticos de Elpenor y Vinula, seorita
Mouffet. Porque yo tambin provengo de
una familia campesina, en la que poner

nombres a las cosas es una aficin


familiar.
Pues sabr usted que Elpenor
era el nombre de un marinero griego,
que fue convertido en cerdo por una
pariente de doa Cottitoe llamada Circe,
y mi padre escogi ese nombre por el
aspecto de hocico de su narizota. Tiene
una pariente pequea llamada Porcellus,
cochinillo, por la misma razn. Y el
nombre de Vinula es Cerura vinula:
Cerura por dos palabras griegas,
(keras), cuerno, y (oura), cola,
porque de su cola, ya sabe, salen como
dos cuernos, que adems son duros. Y
mi pariente llam Vinula a una oruga
elegante, vive Dios, y ms bonita de lo

que se pueda imaginar. Los nombres,


mire usted, son una forma de entretejer
el mundo relacionando unas criaturas
con otras, y una especie de
metamorfosis, podra decirse, derivada
de una metfora, que es una figura
retrica para que una idea se impregne
de otra.
Claro dijo Seth, que segua el
curso de sus propios pensamientos.
Claro, son orugas. Cre que eran unas
serpientes horribles, o lagartos.
Lo mismo les sucede a los seres
humanos grandes y a los pjaros
hambrientos. En eso consiste su
inteligencia. Y como todas las
verdaderas orugas, se convertirn en

seres alados. Y entonces se les aaden


nombres y se les cambian otra vez. S
dnde algunas hermanas de Elpenor
estn a punto de salir de sus escondites.
Quiere venir y verlas? Creo que pueden
ayudarle. Porque le llevan mensajes muy
especiales al Hada del otro lado del
muro, y en cierta forma se les ha puesto
esos nombres por Ella, y a lo mejor se
dignan llevarlo ante Su presencia, si
tiene usted el valor.
As que fueron por el remate del
muro, acompaados por las orugas
dragones, que se arrastraban muy
afanosamente. Y despus de un rato
descendieron en un rincn lejano del

jardn, donde un elegante sauce daba


sombra a macetas de hierbas y a una
parcela de hortalizas, con apretadas
filas de puerros como pilares verdes de
una catedral, hojas de zanahoria con
aspecto de helechos como palmeras
exuberantes, y emparrados de hojas de
patata, en donde se poda ver a una
oruga enorme mascando grandes
bocados que rasgaba y desgarraba con
mucha fuerza.
sta es una pariente de Elpenor
dijo la seorita Mouffet. Su nombre
es Manduca, que en latn quiere decir
simplemente glotona, que no es muy
bonito, pero es lo adecuado, sabe?,
porque es tan grande, y ha de crecer

tanto, que tiene que comer muy rpido. A


m me parece muy bonita, a pesar de ese
nombre tan feo. Por aqu hay varios
parientes de Elpenor alimentndose de
adelfas, que no es una de las protegidas
de doa Cottitoe, sino que entra volando
con la brisa colgada de fibras de seda y
puede hacer su guarida en cualquier
mella o cualquier grieta. Y a los
parientes de Vinula se les puede ver por
todo ese rbol, porque les encantan los
sauces. Si se acerca al rbol, le
ensear las crislidas que tejieron las
Vinula para pasar el invierno dentro,
descansando. Mire, all, en aquella
rendija de la corteza.
Seth mir, pero no consigui ver

nada.
Tiene que estar a punto de salir en
cualquier momento dijo la seorita
Mouffet. Estoy aqu para anotar la
fecha de su transfiguracin.
No veo nada de nada.
Y sin embargo es su casa, o su
cuna, o hasta su fretro, si se lo quiere
llamar as dijo la seorita Mouffet.
Est fuertemente tejido con una seda
preciosa; se enrosca sobre s misma y
devana esa hebra tan suave a partir de su
propia sustancia, utilizando su cabecita
a modo de lanzadera. Cada una
construye una casa caracterstica.
Manduca no teje seda, sino que se
fabrica un caparazn crneo, como un

fretro de momia egipcia, de un color


caoba muy oscuro, y lo entierra
profundamente en la tierra, donde yace
tranquilamente a la espera. Y Elpenor se
fabrica un estuche similar, slo que ms
plido, y lo esconde en la superficie del
terreno. Debe de haberlos visto, cuando
era ms grande. Puede que hasta haya
roto alguno, mientras cavaba en su
jardn. Su padre debe de desenterrarlos
muy a menudo, en ese terreno lleno de
espinos. Pero si, por casualidad, abre el
fretro mientras su constructora duerme,
no se encontrar ni una oruga ni una
mariposa plegada, sino una sopa
amarilla, como la yema de un huevo, que
parece producto de la putrefaccin y es

el material de la vida y del propio


renacimiento. Porque las cosas no son lo
que parecen, como debe recordar usted
siempre.
Lo har dijo Seth, y guiado tal
vez por este excelente principio, o quiz
por el estremecimiento que preceda a la
transformacin, de repente fue capaz de
ver la crislida de Vinula, que era una
gran tienda, o nido, en la corteza del
rbol, tan maravillosamente tejido con
trocitos de corteza, de serrn y de
madera, que pareca una prolongacin
del propio rbol y no tena nada que ver
con las orugas o las mariposas. Pero de
su interior sali la cabecita blanda, y
luego los finos hombros, y despus las

alas ceidas, hmedas y trmulas de la


mariposa, que se agarr a la corteza del
rbol con sus delicadas patitas, lnguida
y exhausta.
Se le secar la piel, y esperar a
que se le endurezcan las alas con el aire
y la luz dijo la seorita Mouffet, que
evidentemente era una persona a la que
le produca un gran placer instruir a los
dems. Mientras tanto, aqu hay una
hermana de Elpenor, que ya ha
encontrado la salida, y est esperando a
que anochezca. A m me parece muy
bonita, con ese cuerpo y esas alas rosas
rayadas de ese verde musgo tan
precioso. Es como el capullo de una
rosa de musgo, aunque no se la llame

as. Es una gran mariposa azor


elefante[16].
Qu nombres ms raros dijo
Seth, a la vez que estudiaba a la hermosa
criatura rosa, con las alas en punta y el
trax peludo. Porque un elefante y un
azor no se parecen en nada, as que
cmo va a parecerse Elpenor a los dos a
la vez?
La seorita Mouffet se qued
perpleja un momento. Luego dijo:
Su familia son las mariposas azor
nocturnas. La Manduca glotona tambin
es una mariposa azor. Se las llama as
por la precisin y la rapidez de su
vuelo, y por la forma puntiaguda de la
cabeza. Supongo que lo de elefante es

una reminiscencia de su morro en el


estado de oruga. Su nombre cientfico es
Sphinx deilephila elpenor. Deilephila es
una palabra bien bonita que significa
amante de la noche, porque le gusta
volar en el crepsculo.
Y Sphinx? pregunt Seth.
La seorita Mouffet baj la voz.
Sphinx es uno de los nombres de
la gran Hada. En parte significa la que
propone enigmas. Y tambin la que los
resuelve. Le encantan estas mariposas
porque son enigmas, como ella.
Qu es un elefante y un cerdo y
un amante del crepsculo y un monstruo
del desierto a la vez? dijo Seth
queriendo ayudar.

S, esa clase de enigmas, pero no


slo sos respondi la seorita
Mouffet.
Y cul es el verdadero nombre
de Cerura Vinula? pregunt Seth,
mientras observaba que las alas, al
secarse, se convertan en la ms bella
plata flotante, salpicada de oro y de
humo gris, y que el cuerpo hmedo, al
hincharse, resultaba estar cubierto por
una piel gris ceniza.
Es la mariposa minino[17], como
puede ver, y pertenece a la familia de
las Notodonta, de (notos),
espalda, y (odontos) diente;
como ve, tiene puntas afiladas en las
alas superiores. Tambin es una especie

de remedo de dragn en reposo, pero es


suave y delicada.
Pero ahora se acerca la noche, y la
mariposa nocturna ms grande, la
esfinge cuya larva era Manduca, la
hambrienta,
debe
de
estar
desperezndose, lista para volar ms
all del muro. Podra pedirle que lo
llevara, porque se presentar ante Ella.
Pero el viaje da mucho miedo, y el lugar
donde Ella reside no es para miedicas.
Porque hay que adentrarse en las
Sombras y an ms lejos, y pocos
regresan de all.
Y Ella me ayudar?
Nos ayuda a todos, aunque
algunos no sabemos reconocer su

manera de ayudarnos.
Me devolver mi forma anterior?
Lo transformar, porque se es su
trabajo. Puede que el cambio consista en
una restitucin.
Entonces ir dijo Seth.
Llveme hasta la mariposa.
En un primer momento, cuando vio a
la gran esfinge, pens que era bonita y
tranquila, porque sus alas estaban
salpicadas de vivos matices, sombra
tostada y carboncillo, rosa oscuro y
plata, hermosamente veteados. Tena
largas antenas emplumadas, que
tremolaban levemente en aquel aire cada
vez ms oscuro, y su voz era dulce y
soadora. La seorita Mouffet se puso

delante de ella, y le pregunt si llevara


consigo a aquel humano metamorfoseado
hasta Su reino, y ella contest,
vocalizando dulcemente:
Si eso es lo que quiere, encantada.
Primero, que vea su montura
dijo la seorita Mouffet, que de pronto
pareca ms alta y ms negra y ms
derecha; y su capa plateada, ms
misteriosa y lunar.
Y la gran mariposa despleg sus alas
(las traseras eran doradas como la luna,
con una orla de holln), y all, en su
lomo, bordada en su propio pelo, haba
una mscara que te miraba fijamente, y
que poda parecer la de un chacal, la de
un demonio, o la de una calavera

humana con cuencas seas que una vez


haban tenido ojos. Y Seth tuvo un
momento de terror, al pensar en
internarse en las tinieblas a lomos de
una calavera, y hasta pens: Las cosas
no son lo que parecen, y tal vez la
seorita Mouffet sea una bruja, y
Madame Esfinge sea sencillamente una
polilla horrible y voraz.
Cul es el verdadero nombre de
esta mariposa? pregunt, aunque en el
fondo saba la respuesta.
Es la mariposa de la muerte,
Sphinx acherontia atropos respondi
la seorita Mouffet. El Acheron es el
Ro del Dolor en el inframundo, donde
tiene usted que ir, y Atropos es la Parca

que corta el hilo de la vida con sus


terribles tijeras, pero no tenga miedo y
responda a la pregunta del Hada, y todo
le saldr bien. Agrrese fuerte a la
esfinge, sin que le importen las figuras
que pasen flotando a su lado, y recuerde:
las cosas no son lo que parecen, y la
calavera no es el rostro de la Atropos,
sino un nido acogedor donde se puede
usted resguardar si se atreve.
As que Seth se subi a aquella
espalda enorme, desde donde ya no
poda ver las cuencas de la muerte
porque ahora eran mullidos cojines
marrones, y se despidi de la seorita
Mouffet.
No me ha dicho nada de la

pregunta.
Le dije que Ella era la fuente de
los enigmas, pero tambin de las
soluciones dijo la seorita Mouffet.
Y si no tiene usted miedo, y recuerda
que las cosas no son lo que parecen,
seguro que encuentra la respuesta
Y si no la encuentro?
La contestacin de la seorita
Mouffet se perdi entre el ruido que
hicieron aquellas alas enormes cuando
la mariposa alz el vuelo batindolas
rtmicamente, para internarse enseguida,
por encima del muro, en la oscuridad
que haba ms all.
El viaje estuvo lleno de horrores y

delicias, que vosotros mismos podis


imaginar. A veces la luna se vio
oscurecida por grandes alas ganchudas
como de cuero, otras la tierra brill
plateada y tranquila all abajo. Volaron
y volaron, sobre mares y ciudades, ros
y bosques, e iniciaron un descenso largo
y lento en un barranco entre rocas que no
se acababa nunca, tan profundo que
pareca que las estrellas se haban
desvanecido por encima de l. Y a
medida que el cielo y la luna y las
estrellas iban desapareciendo, una luz
diferente desvelaba otro mundo, un
mundo negro baado por parpadeantes
fuegos plateados, y con visos de los
colores del arco iris, cuya fuente no se

poda distinguir. Y finalmente la


mariposa se pos en lo que pareca ser
la escalinata de un templo excavado en
una cara de la roca, rodeado por un
espeso bosquecillo de rboles negros,
silenciosos y vigilantes. En la escalinata
del templo haba una esfinge mucho
menor, de color verde hierba, con las
alas traseras doradas, y cierto aspecto
de hojas terrenales en aquel lugar
oscuro.
sta es una pariente ma
susurr Acherontia atropos. Su
nombre es Proserpinus proserpina, y
ella y su familia se ocupan
constantemente de la Seora. Ella te
conducir hasta la Gruta, a travs del

Jardn, si lo deseas.
As que Seth desmont, y sigui a la
voladora mariposilla verde. Tras las
puertas del Templo haba un jardn
cerrado y soador, donde todo dorma.
Campos de margaritas cerradas se
extendan bajo aquella extraa luz
uniforme, cercados por espalderas de
aguilea tambin cerrada donde
anidaban pjaros dormidos, y por
rboles soolientos bajo los que
dorman culebras enroscadas y corderos
con los hocicos metidos entre las
pezuas, y muchos otros animales, todos
inmviles y en tranquila espera. Slo las
mariposas se movan: alas de plata, alas
ocres, alas de tiza que visitaban las

flores y revolvan el aire quieto con


penachos silenciosos.
Al final llegaron a una gruta, de la
que pareca salir la luz a raudales, ahora
blanca, ahora fragmentada en muchos
colores. Las mariposas nocturnas
bailoteaban ante la luz, y tras ellas haba
un tupido velo de hebras de seda
vivientes, que no paraban de moverse de
ac para all. Y sobre la gruta estaba
escrito: Soy todo lo que ha sido y ser,
y ningn mortal ha descorrido an mi
velo. Y Proserpinus proserpina
bailoteaba ante la seda dorada que
pareca devanada de la luz del interior.
Y dentro haba una Figura que sostena
un bculo, o un huso, y a la que no se

poda distinguir por culpa de todo el


material viviente que hilaba en el
interior de la luz. Pero Seth crey ver un
rostro de gran belleza, baado por un
resplandor dorado, y luego le pareci
distinguir a un len, clido y rubicundo,
con el labio alzado como en un rugido y
los dientes ensangrentados. Y se postr
en tierra y dijo:
Os ruego que me ayudis. He
venido hasta aqu para suplicaros ayuda.
Una polilla marrn oscura, con lo
que aparentaban ser jeroglficos
garrapateados en las alas delanteras que
arrastraba por el suelo, dijo:
Soy Noctua caradrina morpheus, y
estoy al servicio de la hacedora de

sueos. Se te ordena que te eches ante el


umbral y duermas entre el polvo, y
aceptes los sueos que puedas tener,
sean buenos o malos.
Me dormir muy a gusto dijo
Seth. Tengo mucho sueo. Me gustara
dormir aqu, incluso en el suelo.
As que se ech entre el polvo en el
umbral de la Gruta del Hada, y
Caradrina
morpheus
revolote
pesadamente sobre sus prpados,
espolvorendolos como con un holln
marrn, y l cay en un sueo muy
profundo. So con manos amables que
le acariciaban la frente, y con un aliento
clido y sangriento en sus odos, y oy
una voz que clamaba: No temas ms,

y otra que deca: No me importa nada,


todo tiene que desaparecer, y vio en su
sueo todo lo existente, como un ro
enorme que corra hacia el borde de una
gran catarata y se precipitaba en un
aluvin de materia entremezclada,
lquidos y slidos, sangre, pellejos y
plumas, hojas y piedras, y se despert
con un alarido terrible, y la luz uniforme
segua siendo la misma.
Y la Figura de detrs del velo se
dirigi a l directamente en voz baja,
una voz que no era masculina ni
femenina, y le pregunt quin era y qu
quera.
De modo que lo explic, y pidi
ayuda para l y para sus compaeros.

Y la voz dijo:
Antes de que se te pueda ayudar,
tienes que responder a mi pregunta.
Lo intentar dijo Seth. Ms
no puedo hacer.
Mi pregunta es: Cul es mi
nombre?
Y en su mente resonaron muchos
nombres juntos, nombres de hadas y
diosas, y tambin de monstruos, como un
ruido de agua en sus odos. Y no pudo
escoger. As que se qued mudo.
Tienes que decir algo, Seth.
Debes nombrarme.
Cmo os puedo nombrar a vos,
que tenis ms nombres que todas las
criaturas, que tienen tantos cada una, y

Elpenor es Elefante, Azor, Cerdo,


Amante del Crepsculo y Esfinge, y slo
es una diminuta mariposa rosa? Cmo
os puedo nombrar, cuando os ocultis
tras un velo, e hilis vuestro propio
escondite, y confeccionis vuestra
propia luz? Qu sera para vos
cualquier nombre que yo eligiera? No os
puedo nombrar, y sin embargo creo que
me ayudaris, porque la seorita
Mouffet me dijo que lo harais, si lo
deseabais, y yo creo yo creo que sois
pura bondad
Y en ese momento todas las
mariposas nocturnas se pusieron a
revolotear como locas, y la luz del
interior se estremeci de risa, y la voz

dijo:
Has
resuelto
el
enigma
estupendamente, porque es verdad que
soy pura bondad, y se es uno de mis
nombres, uno de los mejores. Se me
conoce como Seora de la Bondad en
muchos sitios, y has respondido a mi
pregunta findote de m. As que te
ayudar; te enviar de vuelta al jardn de
doa Cottitoe Pan Demos, y tambin
enviar a Caradrina morpheus contigo,
que puede colarse en el palacio y en el
jardn y, con su polvo mgico, sumir a
todo el mundo en un sueo profundo. Y
algunos vern cosas agradables y otros
las vern horribles porque, a pesar de
que Caradrina morpheus parece una

criatura insignificante y sombra, tiene


otro nombre, y otro aspecto, porque ella
tampoco es lo que parece, y tambin es
Phobetor, la Aterradora. Es una buena
aliada para ti, aunque su poder sobre
doa Cottitoe no puede durar mucho,
porque doa Cottitoe tiene mucha fuerza
de voluntad, y romper el encanto hasta
en sus sueos tenebrosos. As que debes
apurarte y rescatar a esas criaturas
hechizadas, cosa que hars tocndolas
con esta hierbita insignificante, que se
llama Moly. Y t recuperars tu forma
anterior, a tu vuelta, del mismo modo.
Aqu, como tal vez hayas observado,
tienes muchas formas y muchos tamaos,
porque eres como se refleja en la pupila

de mi Ojo, que no puedes ver, ya que se


esconde tras el velo y se contrae o se
dilata como una luna oscura, como la
pupila de un gato enorme. Y lo que yo
veo y lo que mi Ojo refleja es tu
revestimiento exterior, que contiene el
ser en que te convertirs, como la pupa
de la Atropos, a la que se denomina as
por una mueca de madera, o por una
niita, lista para crecer. A mis ojos
sigues siendo pequeo, Seth, y puedes
hacerte ms grande o an ms pequeo,
o desaparecer, con un solo guio mo.
Puedes ver a mi discpulo, o a mi ttere,
segn escojas el bien o el mal. Todo
tiene dos caras. Las cosas no son lo que
parecen.

Y el ser que estaba tras el velo solt


una risita y luego un suspiro, y debi de
parpadear, porque Seth pudo apartar la
mirada, y all estaba la suave y zumbante
Atropos, que aguardaba para llevarlo de
vuelta, con Caradrina morpheus
revoloteando a su alrededor.
Y todo result como la Seora de la
Bondad haba profetizado. Esperaron
junto al muro a que cayesen las sombras
de la noche, y entonces Morpheus sali
revoloteando, como una hoja barrida por
el viento que cruzara el csped y
traspasara el umbral para adentrarse en
el gran saln, donde despleg las alas, y
se transform en una criatura

monstruosa, del tamao de un guila


enorme, y luego las sacudi y llen la
estancia de una nube de polvo castao
oscuro en suspensin. Y la cabra y la
ternera y la spaniel se quedaron donde
estaban como bloques de hielo o de
mrmol; y doa Cottitoe esgrimi su
cayado de plata para golpear al
monstruo, estornud por culpa del
polvo, como una anciana que hubiese
inhalado demasiado rap, y se qued
congelada en su sitio. Y entonces Seth
entr por una puerta lateral, y fue
corriendo a las Pocilgas y liber a sus
camaradas, que se pusieron a mirar
alrededor y a pestaear, y que por poco
lo matan con tanta emocin porque se

haba olvidado de recuperar su propio


tamao. As que lo hizo, surgiendo entre
ellos como por arte de magia, mejor
dicho, por arte de magia, para su gran
asombro y satisfaccin.
Y mientras se alejaban corriendo del
palacio para emprender una nueva
aventura, Seth oy un zumbido en su
odo, y all, flotando en el extremo de un
cordn de seda, y ms pequea que su
dedo meique, estaba la esbelta figura
delgada y negra de la seorita Mouffet,
sostenida por su capa de seda gris como
si tuviera alas, y con sus anteojos
reluciendo de satisfaccin. Y Seth le dio
las gracias, y sigui corriendo, porque
tena que encontrarse a millas de

distancia antes de que el jardn


retumbase con la clera de doa
Cottitoe Pan Demos.

A William le sorprendieron mucho


los vuelos de la imaginacin de la
seorita Crompton. Lo desasosegaron de
un modo que no pudo analizar y, al
mismo tiempo, su propia imaginacin no
acababa de conseguir verla escribiendo
esta historia. Siempre le haba parecido
fra, y en este cuento, aunque estuviese
escrito un poco en broma, palpitaba
cierta clase de emocin. Esper un da o
dos antes de devolvrselo, y en ese
tiempo pareci que ella lo evitaba.

Finalmente, reuni el valor necesario en


sus manos, junto con aquellas pginas
audazmente escritas, y le sali al paso
en la habitacin que ocupaban por las
maanas.
He estado esperando a devolverle
su obra. Estoy muy sorprendido y lleno
de admiracin. Es todo tan divertido y
tan elocuente La verdad es que est
tan llena de sorpresas.
Ah dijo ella, y luego: Me
temo que me dej llevar demasiado.
Cosa que no suele sucederme, o que no
me sucede nunca. Me empezaron a
intrigar las orugas. Se acuerda de
cuando la pequea Amy trajo la gran
mariposa azor elefante, diciendo que

crea que era una especie de lagarto?


Pues yo pens que aquella cosa era una
especie de figura retrica andante, y
empec a consultar etimologas, y
result que todo se me escapaba de las
manos. Era como si algo tirase de m,
quisiera o no; el lenguaje, claro, que me
llevaba de la Esfinge a Morpheus y a
Thomas Mouffet. Supongo que mi
Hermes era Linneo, que no aparece.
Desde luego, es la mar de
ingenioso.
Me temo dijo la seorita
Crompton con cautela que es
demasiado didctico. Que tiene
demasiado mensaje. No le pareci que
tena demasiado mensaje?

No, no creo que sea as. La


impresin que me dio fue como la de un
misterio que se va enmaraando, como
el enigma de la propia esfinge, un
personaje realmente portentoso. Creo
que a los lectores infantiles les va a
parecer instructivo y divertido a la vez.
Ah dijo la seorita Crompton, y
luego: La verdad es que quera
escribir un cuento fantstico, no una
alegora.
En cierto momento me pregunt si
doa Cottitoe Pan Demos era la Iglesia.
Como los obispos llevan bculo Hay
unas alegoras religiosas muy bonitas
con las mariposas, dado que Psique es
Alma y el nombre griego para

mariposa
No tena grandes aspiraciones, se
lo puedo asegurar. Mi mensaje iba unido
al ttulo.
Las cosas no son lo que
parecen dijo William. Bueno, por
lo menos eso es cierto. Es una buena
leccin. Poda haber incluido el
fenmeno de mimetismo que se da entre
las mariposas inofensivas y las
venenosas que observ Bates
Es verdad. Pero el texto ya era
demasiado largo para lo que pretenda
ser. Me alegro de que me lo haya
devuelto.
Creo que debera explotar mucho
ms esa faceta. Tiene usted una

imaginacin realmente frtil.


Gracias dijo la seorita
Crompton, con una brusquedad final que
no vena a cuento.

En la primavera de 1863, Eugenia


dio a luz a Meg y a Arabella, dos
criaturitas plidas y delicadas, tan
parecidas como dos guisantes de una
vaina. En verano, con precisin
cientfica, William comprob y elabor
sus observaciones sobre las colonias de
hormigas, a la vez que se las arreglaba
para contemplar el apareamiento de las
sanguinea ese ao, as como el de las
hormigas de los bosques, lo que dio

origen al experimento que puso en


marcha su coup de thtre. Introdujo en
el nido de cristal de las hormigas de los
bosques del cuarto de estudio dos o tres
reinas sanguinea, probablemente recin
fecundadas, que haba atrapado tras su
vuelo nupcial.
Lo que sigue es una historia de
paciencia y subterfugios, de decisin y
podero racial. La pequea reina
aguard pacientemente fuera del nido,
sin ofrecer resistencia a las obreras de
la colonia que la atacaron, con la cabeza
gacha en gesto de sumisin y negndose
al combate, para regresar nicamente
cuando las guardianas de la ciudad

haban ido a ocuparse de sus asuntos.


Poco a poco se abri paso a lo largo de
los angostos tneles que la conducan al
centro del nido. La desafiaron una o dos
veces, y se repleg, como un conejo ante
un sabueso que se le acerca. En otro
momento, una defensora de la ciudad
ms inquieta, o ms lista, la atac
abiertamente,
agarrndola
y
mordindola, mientras trataba de apuntar
su aguijn contra la rubicunda armadura
nueva de la joven princesa. Entonces, la
joven intrusa se espabil, y devolvi el
ataque, asiendo la cabeza de su atacante,
y cercenndola limpiamente con sus
mandbulas. Lo que hizo despus fue
realmente asombroso, teniendo en cuenta

que apenas acababa de salir del refugio


de su capullo y difcilmente haba visto
otras hormigas, amigas o enemigas.
Recogi los tristes despojos de su
valerosa oponente, y sigui su camino,
siempre hacia el interior, cargando con
el cuerpo muerto por delante de ella.
Esto debi de confundir tanto a las
habitantes del nido, debi de enmascarar
con tanta eficacia su rareza, su olor
extrao, que esta Medea fue capaz de
introducirse en una grieta contigua a la
cmara misma donde dorman las reinas
del nido de cristal. All se qued, con el
cuerpo enemigo atravesado en el
umbral, inmvil y alerta. Nos tememos
que tambin hambrienta, porque no la

vimos alimentarse durante todo ese


tiempo. Y entonces, un da, empez a
socavar el terreno otra vez, obedeciendo
a algn consejero interior en lo referente
a lo que haba tras la delgada pared que
estaba
destruyendo,
hasta
que,
finalmente, irrumpi en la cmara de las
soberanas, donde sus esclavas se
dedicaban a lamer aquellos cuerpos
enormes y a llevarse sus huevos a la
cmara de cra. La reina roja mir a su
alrededor, y avanz dispuesta a atacar.
Las reinas negras estaban hinchadas de
huevos y nadando en el lujo de su harn.
No contaban con tener que luchar, y no
tomaron represalias con una furia
equivalente a la fuerza desarrollada en

el asalto por la agresora, que enseguida


haba montado encima de una
desgraciada y le cortaba la cabeza con
un preciso movimiento de sus
mandbulas. Se produjo cierta agitacin
y cierto desconcierto entre las doncellas
de las cmaras de cra y las de las
damas, pero ninguna se enfrent a la
regicida, que se qued exhausta un rato,
sin librar de su abrazo mortal a su
adversaria.
Y durante muchos das ms sigui
sin librarla de su abrazo. Comenz a
moverse con mayor libertad por la
cmara, pero siempre a caballo, por as
decirlo, de la cscara sin vida de su
rival, como si fuera un fantasma, o un

demonio que poseyera y animara la


marioneta de una reina. Y entonces puso
sus primeros huevos, que fueron
servilmente recogidos y transportados
hasta su cuna por las esclavas de las
hormigas de los bosques, exactamente
como si aquella farsante, aquella
impostora, fuera la verdadera heredera
de la asesinada. El aspecto de los
huevos difiere considerablemente de los
de sus rivales, pero parece que eso no
supone ninguna diferencia para las
nodrizas, que los reconocen por los
escasos rastros del olor de la pobre
madre muerta que an quedan en su
asesina. Y las criaturas rojas crecern
entre las negras y, durante un tiempo,

trabajarn juntas y, quin sabe, tal vez


lleguen a ser ms numerosas que las
hormigas de los bosques, y puede que el
palacio cambie de forma, y la colonia,
en su estado actual, muera. O quiz se
pierda el linaje, y el nido de cristal
vuelva a manos de sus soberanas
anteriores. Esperaremos ao tras ao,
estacin tras estacin, a que el reino
subterrneo nos revele su historia
secreta
En los primeros das de aquel otoo,
a medida que disminua la actividad en
el nido, se llev el libro a trmino, y sus
pginas (la ciencia de William, las
meditaciones de William, los precisos

dibujos explicativos de la seorita


Crompton)
fueron
esmeradamente
reunidas y copiadas con la firme
caligrafa de esta ltima. William
escribi a un amigo del Museo
Britnico, preguntndole como de
pasada por casas editoriales para un
posible proyecto futuro, y la seorita
Crompton empaquet el manuscrito y se
fue hasta la ciudad ms cercana que
tena mercado, con el pretexto de ir a
buscar unas botas de invierno nuevas.
Porque no me fo de que la
administradora de correos del pueblo no
le cuente a todo el mundo que no s qu
grueso paquete ha salido para donde
haya salido; y no queremos llamar la

atencin sobre algo que puede resultar


un esfuerzo totalmente infructuoso,
verdad? Cuando el libro est
bellamente encuadernado, y listo para
que lo reseen, entonces tenemos que
ser francos. Pero ese momento an no ha
llegado.
Crea que bamos a incluir
algunos cuentos suyos en el texto. Tal
como est, tenemos una cuantos poemas
ilustrativos: Clare, y Wordsworth y
Milton y dems, pero ni una sola fbula
de las suyas.
Me desanim un poco con el tono
y la extensin de Las cosas no son lo
que parecen. As que me contuve, y
pens que intentara reunir una

coleccin de cuentos de sos. Me


encantara tener mis propios ingresos.
Suena muy raro? No s cmo decirle lo
mucho que me gustara.
Mi deseo habra sido que, por su
propio bien, se hubiera puesto a escribir
un poco antes.
Es que estaba esperando a mi
musa. Nuestras hormigas, sabe usted?,
fueron mis musas. Ellas me inspiraron.

Cuando lleg la carta del seor


Smith, segua sin parecer el momento
adecuado para explicarles a los
Alabaster que se haba convertido en
autor. Matty Crompton le llev la carta a

su propio estudio, donde estaba


montando una piel muy frgil de un
pjaro de Mxico. Nunca la haba visto
tan llena de vida; tena las mejillas
amarillentas coloradas, y el aliento
entrecortado. Se dio cuenta de que
llevaba semanas vigilando las idas y
venidas del cartero, como un halcn. Se
qued en el umbral, con los puos
apretados entre las faldas, y los
msculos tensos y angulosos, mientras l
lea la carta, al principio para s mismo,
y luego, casi en un susurro, en alto.
Estimado seor Adamson:
Hay que felicitarlo a usted de
corazn por su ingeniosa Historia

Natural, que es exactamente la clase de


libro del que el mundo de las letras no
puede prescindir en este momento. Tiene
todo lo que pueda desearse: abundancia
de hechos, reflexiones tiles, drama,
humor, y diversin. Nos alegramos
mucho de que haya elegido nuestra casa
para su publicacin, y esperamos llegar
a un feliz acuerdo en cuanto a lo que, sin
la menor duda, ser una asociacin
sumamente provechosa.
Matty Crompton suspir muy fuerte,
y se apoy desfallecida contra la jamba
de la puerta.
Lo saba. Desde el principio. Lo
saba. Pero tena tanto miedo

No me lo puedo creer
No debe usted ser demasiado
optimista. No tengo ni idea de las
ganancias que puede dar un libro que
tenga xito.
Ni yo ni yo. Hizo una pausa
. No me apetece nada decrselo a sir
Harald. Est muy atascado con su propio
proyecto. Ayer mismo rompi varios
fajos de sus escritos. Me parece que no
le he prestado el apoyo que necesita
Lo comprendo
Al fin y al cabo, tal vez no sea
demasiado seguro an como para
contarlo. Quiz deberamos guardar
silencio un poco ms de tiempo. Lo
hemos hecho tan bien hasta ahora

Por m encantada de seguir as. La


impresin, mejor dicho, la sorpresa,
ser an ms grande cuando tengamos
que descubrir lo que hemos estado
haciendo

Tambin contaba, aunque William no


poda hablar de eso, la turbacin que, en
compaa de los Alabaster, le producan
sus ltimos contratiempos con Edgar.
Porque haba notado (haba ido
invadiendo muy despacio, demasiado
despacio,
el
mbito
de
sus
preocupaciones) que su duendecillo de
los escarabajos, Amy, ya no trotaba por
los pasillos con sus cubos, ya no

escapaba a la explanada en su da libre.


De hecho, se haba dado cuenta poco a
poco de que Amy ya no estaba all. Le
pregunt a la seorita Crompton si saba
dnde estaba Amy, y la seorita
Crompton respondi lacnicamente que
crea que Amy haba sido despedida.
William no quiso investigar ms, pero
unas preguntas que le hizo de pasada a
Tom, el hijo del jardinero, provocaron
una explosin repentina, ahogada (de
una forma igualmente repentina) por la
prudencia.
Amy est en el asilo de los
desamparados con su beb, seor, o si
no ir a parar all cualquier da de stos.
Pero si no es ms que una nia Y no

tiene ningn carcter, seor No s


qu va hacer. Cualquiera sabe
Pobrecita
A William empez a hervirle la
sangre al recordar a Edgar en el
fregadero, al recordar la curvatura
sumisa de la columna vertebral de Amy.
Sali, sin pensrselo ms, hacia el patio
de las cuadras, donde Edgar estaba
ensillando a Ivanhoe.
Quera decirle algo.
Qu pasa? Sin siquiera volver
la cabeza.
Espero que lo que le pasa a la
pobre Amy no tenga nada que ver con
usted.
No s nada, ni me importa nada de

la pobre Amy.
Me parece que miente. Esa pobre
chica tiene problemas, y usted es la
causa.
Saca
usted
conclusiones
rpidamente. Y en cualquier caso, no
veo qu tiene que ver con usted.
Edgar solt la cincha que haba
estado ciendo firmemente al vientre de
Ivanhoe, se enderez, y mir a William
con una ligera sonrisa en su cara plida.
Qu inters tiene en este asunto?
pregunt
despacio
e
intencionadamente.
Una
simple
cuestin
de
humanidad. No es ms que una nia. Una
nia que me cae bien, que me preocupa,

y que ha tenido una infancia penosa


Ah, es usted un socialista al que le
preocupan las fregonas. Podra
preguntarle hasta dnde le ha llevado su
preocupacin. Nadie que nos haya
observado a los dos tendra la menor
duda sobre quin ha pasado ms tiempo
con esa mujercita, no es cierto? Piense
en cmo se tomara la gente su inters.
Pinselo.
Eso es ridculo. Y usted lo sabe.
Y yo le digo lo mismo, sus
acusaciones son ridculas. La chica no
se ha quejado, y usted no puede hacer
nada para refutar lo que yo afirmo.
Cmo que no? Puedo ir a buscar
a Amy y preguntrselo

Eso no servira de nada, se lo


puedo asegurar. Y debera pensar en lo
que podra parecerle a Eugenia. O en lo
que yo podra decidir contarle a
Eugenia.
Edgar pareca tan contento consigo
mismo que William se qued perplejo
un momento, y pudo sentir cmo le
estallaba la sangre en la cabeza.
Podra estamparlo contra la pared
dijo William. Pero eso no le
servira de nada a Amy. Habra que
asegurarle el porvenir.
Y usted debera dejrselo hacer a
quienes pueden hacerlo dijo Edgar,
entre los cuales no se cuenta usted; ya se
ocuparn ellos de eso como crean

conveniente. Mi madre mandar algo de


regalo. Es cosa suya. Usted mismo ha
comprobado que somos bastante
generosos, supongo
Ya me ocupar de que se haga
algo.
No, me ocupar yo. La chica
estaba a nuestro servicio, y a no ser que
quiera pasarle por la cara a Eugenia su
inters por ella
Se volvi hacia su caballo, lo sac
fuera, y mont.
Que pase un buen da, cuado
dijo Edgar, y clav los tacones en
Ivanhoe, que con el susto dio un brinco y
se alej trotando.

No consigui hablar de Amy con


ninguna de las mujeres, ni con lady
Alabaster, ni con Eugenia, ni con Matty
Crompton. Edgar haba despertado en l
cierta
vergenza
masculina,
desproporcionada e inhibitoria, por su
carencia de poder y su impotencia.
Pens en reunir la suma de dinero que
pudiera, por muy miserable que fuese, y
pedirle a Tom que se la diera a Amy; y
luego pens en la inutilidad de esa suma,
en las malas interpretaciones a las que
se prestara su actuacin, y no hizo nada.
Bien podra ser que, desperdigadas por
Brasil, hubiera criaturas de ojos claros y
piel oscura con su sangre en las venas, a

cuyo sustento no contribua, y que no


saban nada de l. Qu derecho tena a
erigirse en juez? No era cosa suya
preocuparse por Amy, en eso Edgar
tena razn. As que flaque, y no hizo
nada; mientras tanto, caba presumir que
el reloj biolgico de Amy segua dulce o
dolorosamente su curso inevitable.

En el invierno de 1861, Edgar se


haba pasado la mayor parte del tiempo
a la caza del zorro, o de cacera con una
escopeta, y la familia haba sido en casa
an ms sedentaria y femenina que en
verano. En este invierno de 1863,
mientras se imprima la historia de las

hormigas, Robin Swinnerton le pregunt


a William con cierta timidez si le
importara cazar, porque tena un
caballo que necesitaba hacer ejercicio, y
poda montarlo. Ningn Alabaster se lo
haba propuesto, ni siquiera haban
supuesto que pudiera interesarle, y tal
vez otras circunstancias, el tacto o la
delicadeza que le deba a la familia, le
habran llevado a declinar la oferta de
Robin, pero estaba enfadado con Edgar,
y lleno de nervios por la marcha de su
libro. No quera quedarse quieto en
casa. As que acept, y sali un par de
veces con la yegua de Robin, Beauty,
que saltaba perfectamente, como un gato,
pero no era la montura ms rpida del

mundo. Casi era feliz atravesando los


crespos prados ingleses en la maana
gris, oliendo el cuero encerado y las
clidas crines y el cuello lustroso de
Beauty, oliendo tambin, ms all de
estos olores animales, el otoo entero y
el rastrojo y los helechos, o una
vaharada de humo de lea, un aroma
penetrante de hojas de espino aplastadas
que repentina y sorprendentemente,
mientras Beauty alzaba las orejas y se
enderezaba con un golpe de aire
hundiendo los cascos en el barro, le
recordaba el olor secreto de Matty
Crompton, sus axilas angulosas, aquel
toque acre entre la lavanda y el limn.
Los cazadores se reunieron un da en

las afueras de la Posada del Laurel, en


una aldea vecina. Edgar y Lionel se
alejaron a caballo inmediatamente
detrs del montero mayor, en el lugar
que sola corresponderles. No se dieron
por enterados de la presencia de
William en la cacera, como si en el
mundo exterior no hubiera que mantener
las mnimas normas de cortesa que
regan en Bredely Hall. Saludaron a
Robin, cuando no estaba con William, y
eso llev a William a retroceder
mientras el grupo de cazadores apretaba
el paso, y a partir en la retaguardia. Ese
da los cazadores se dispersaron
rpidamente y a bastante distancia;
William oy cmo se desvaneca el

sonido del cuerno, y el dbil eco de las


galopadas, mientras l mismo se las
entenda an con un tranquilo sendero
trillado entre setos altos. Fue all donde
un mozo de cuadras de Bredely, al que
slo conoca de vista, se puso a su
altura, montado en una flemtica jaca, y
le dijo:
Seor Adamson, se le ruega que
vuelva con la seorita Eugenia, por
favor, seor.
Se ha puesto enferma? Pasa algo
malo?
No sabra decirle, seor. No creo
que sea nada malo o me lo habran dicho
al darme el recado, pero no han aadido
nada. Se le ruega que vuelva con la

seorita Eugenia.
William se enfad un poco. Dio la
vuelta, mientras oa el cuerno y los
ladridos de los sabuesos, y se puso en
camino a buen trote; Eugenia nunca
solicitaba su presencia, as que el asunto
deba de ser urgente. Los setos se
deslizaban a los lados; galop
pacficamente a travs de unos cuantos
campos y dobl hacia el interior en las
verjas de los establos. El mozo de
cuadra le cogi las bridas, y William
sali deprisa hacia la casa. No haba
nadie por all. En las escaleras se
encontr con la doncella de Eugenia.
Se encuentra bien mi esposa?
Supongo que s, seor.

Dnde est?
Creo que en su habitacin, seor
dijo la muchacha, sin sonrer. Le
cepill el pelo, me llev su desayuno, y
me dijo que no se la molestara hasta
despus de la cena. Pero me parece que
sigue all.
Haba algo extrao en la conducta de
la chica. Algo furtivo, algo de aprensin
y tambin de agitacin. Baj los ojos
recatadamente y sigui bajando las
escaleras.
William subi, y llam a la puerta de
Eugenia. No hubo respuesta. Se puso a
escuchar, con el odo pegado a la
madera. Dentro haba movimiento, y
tuvo la sensacin de que alguien,

alertado, se pona a su vez a escuchar


atentamente y se quedaba quieto. Intent
abrir la puerta, pero estaba cerrada con
llave. Volvi a escuchar, y luego dio un
rpido rodeo por su propia habitacin y
por el vestidor, y abri la puerta sin
llamar.
Eugenia estaba echada en su cama,
casi desnuda, aunque una especie de
nglig le colgaba an de brazos y
hombros. Ahora estaba mucho ms
rechoncha, pero segua siendo blanca
como la seda e igual de apetecible.
Cuando vio quin era, se sonroj; una
gran oleada de un rosa furioso inund su
cara, su cuello, sus pechos. De pie,
cerca de la cama, con la camisa puesta y

nada ms, haba un hombre, un hombre


corpulento de espaldas a William:
Edgar.
Un
olor
inconfundible,
almizclado,
salobre,
afrodisaco,
terrible, llenaba el cuarto.
William no saba qu sentir. Sinti
asco, pero ningn terror primitivo.
Sinti que una risa macabra estallaba en
su interior ante el grotesco aspecto de
Edgar y ante su propia idiotez
boquiabierta. Se sinti humillado, y al
mismo tiempo muy poderoso. Edgar
solt una especie de bramido ahogado, y
por un momento William le ley el
pensamiento: que le sera ms fcil
matarlo ahora, rpidamente, antes de que
pudieran pasar o saberse ms cosas.

Ms tarde iba a pensar que Edgar


pudra haberlo matado, si no lo hubiera
pillado con el rabo entre las piernas.
Porque una polla desnuda, que hace un
par de minutos signific poder en
presencia de la hembra, resulta
vulnerable y ridcula cuando hay tres
personas en la habitacin.
Vstase le dijo bruscamente a
Edgar.
Edgar tante torpemente tratando de
obedecerle. William se volvi ms
tajante.
Vamos. Vyase de una vez.
Ni el hermano ni la hermana podan
decir: No es lo que t te piensas, y
ninguno lo intent. Edgar no consegua

sacar los pies por sus pantalones de


montar. Se tambale y jur en voz baja.
William segua mirando a Edgar
fijamente y no miraba a Eugenia. Cuando
Edgar se agach para calzarse las botas,
William, que empezaba a marearse y a
temblar embargado por una poderosa
emocin, le dijo:
Cjalas, llveselas en la mano
con las dems cosas, y salga de aqu.
Edgar abri la boca, no dijo nada, y
la volvi a cerrar. William le seal la
puerta con la cabeza.
Le he dicho que se vaya.
Edgar cogi las botas, la chaqueta,
el ltigo, y se fue.
William mir a su mujer. Jadeaba.

Sin duda, era de miedo, pero aquellos


jadeos recordaban bastante a los del
amor, que l conoca.
T tambin. Vstete. Vamos
tpate.
Eugenia volvi la cabeza hacia l
sobre la almohada. Tena los labios
entreabiertos y las lnguidas piernas an
separadas. Alz una mano trmula y
trat de tocarle una manga. William se
apart bruscamente como si le hubiese
picado algo.
Vstete repiti en un tono
cortante.
Ella se arrastr muy despacio fuera
de la cama, y recogi sus ropas. Estaban
desperdigadas por toda la habitacin.

Las medias en la alfombra, las bragas en


una silla, el cors tirado sobre un
taburete.
Parece una casa de putas dijo
William, diciendo sencillamente la
verdad, y delatndose a s mismo por
aadidura, cosa que pas inadvertida.
Dios santo, se acord entonces de haber
pensado que podra mancillarla. Su
malestar iba en aumento. Ella correteaba
por all, encorvada, tapndose los
pechos con los brazos, gimiendo.
No me puedo poner esto sin
Bella Aydame.
No quiero ni tocarte. Djalo. Date
prisa. Ests horrible.
Obedeci, y se puso un vestido

blanco que colgaba extraamente de su


carne sin comprimir. Se sent ante el
espejo y se pas el cepillo por el pelo
automticamente un par de veces.
Cuando contempl su propia cara, unas
cuantas lgrimas se desbordaron entre
sus preciosas pestaas. Se qued
sentada, pesadamente, frente al espejo.
Qu vas a hacer?
No lo s dijo William
sinceramente. Estaba echando la vista
atrs, pero con dificultad. No quiero
que pienses que tienes que mentirme,
Eugenia. Esto lleva pasando mucho
tiempo, no es verdad? Todo el tiempo
que llevo aqu?
Vio cmo desfilaban las mentiras

por su cara, igual que nubes por delante


de la luna. Luego se estremeci, y
asinti con la cabeza.
S.
Cunto tiempo?
Desde que era muy pequea. S,
muy pequea. Empez como un juego.
Seguramente no lo puedes entender.
No. No puedo.
Al principio pareca que no
tena nada que ver con el resto de mi
vida. Era algo simplemente secreto
que era, ya te imaginas como otras
cosas que no se deben hacer, pero que
las haces. Como tocarte a oscuras. T no
lo entiendes.
No, no lo entiendo.

Y luego luego cuando iba a


casarme con el capitn Hunt l vio
vio bueno, no tanto como has visto
t pero lo suficiente como para
imaginrselo. Y se obsesion. Se
obsesion completamente. Entonces le
jur que se acabara Y se acab de
verdad Quera casarme, y ser buena,
y como las dems personas y le
le convenc de que estaba equivocado.
Fue muy difcil, porque no deca lo que
se tema no poda decirlo en alto Y
entonces fue cuando me di cuenta de
lo horrible que era y de lo horrible
que era yo.
Slo que no podamos parar. No
creo que l se atragant al referirse

a Edgar tuviera siquiera intencin de


parar l l es fuerte y claro, el
capitn Hunt alguien le hizo ver
vio no mucho pero lo suficiente. Y
nos escribi una carta terrible a a
los dos y deca rompi a llorar
de repente que no poda vivir
sabindolo
aunque
nosotros
s
pudiramos. Eso era lo que deca. Y
luego se peg un tiro. En su escritorio
haba una nota para m, en la que deca
que yo sabra por qu haba muerto, y
que esperaba que pudiese ser feliz.
William la vea llorar.
Pero incluso despus de eso
seguiste.
A quin poda recurrir?

Segua llorando. William repas su


vida.
Recurriste a m dijo. O me
utilizaste, de todas formas. Empezaba
a encontrarse realmente mal. Todos
tus hijos, que responden de un modo tan
sorprendente al tipo exacto de la
familia
No lo s, no lo s. Me asegur de
no poder saberlo grit Eugenia con un
nuevo tono agudo como de loca. Empez
a balancearse adelante y atrs,
exageradamente, golpeando el espejo
con la cabeza.
No hagas tanto ruido dijo
William. No te interesa llamar ms la
atencin.

Hubo un largo silencio. Eugenia


gema, y William segua de pie,
paralizado por una furia y una indecisin
en pugna. Cuando sinti que no poda
prolongar aquella escena insoportable
un solo momento ms, dijo:
Me voy. Ya hablaremos despus.
Qu vas a hacer? pregunt
Eugenia, con una vocecita neutra.
No s lo que voy a hacer. Ya te lo
dir cuando lo sepa. Bien puedes
esperar a que tome una decisin. No te
preocupes, que no me matar.
Eugenia lloraba en silencio.
Ni tampoco lo matar a l dijo
William. Quiero ser un hombre libre,
no un asesino convicto.

Qu fro eres dijo Eugenia.


Ahora s que lo soy dijo
William, mintiendo al menos en parte.
Se retir a su propia habitacin, y cerr
la puerta con llave de su lado.

Se tendi en su propia cama y, para


su sorpresa posterior, cay de inmediato
en un sueo profundo, del que se
despert igual de repentinamente e
incapaz, por un momento, de recordar
qu haba sucedido que era terrible,
aunque si recordaba que haba sucedido
algo. Y entonces se acord, y se sinti
mal y sobreexcitado, e inquieto, y no
poda pensar qu iba a hacer. Se le

pasaban toda clase de cosas por la


cabeza.
Divorcio,
huida,
una
confrontacin con Edgar en la que le
hiciera prometer que se ira y no
regresara jams. Poda hacerlo? Lo
hara? Poda quedarse l mismo en
aquella casa?
No obstante, se levant, se puso su
ropa de casa, y baj a cenar; all, aparte
de la ausencia tanto de Edgar como de
Eugenia, las cosas eran como todas las
noches: la bendicin de Harald, las
rias de las niitas, y una especie de
ruido entre la rumia y el sorbetn que
haca lady Alabaster. Los criados
servan los platos, y luego se los
llevaban, en silencio, discretamente.

Tras la cena, alguien propuso jugar a las


cartas, y William pens rehusar la
invitacin, pero Matty Crompton le dijo
por los pasillos, de camino al saln
donde se serva el t:
Oh, qu tendris, caballero
armado, / que vagis solo y plido?
Tengo aspecto de que me pasa
algo? pregunt William, obligndose
a
s
mismo
a
hablar
despreocupadamente.
Tiene usted un aire meditabundo
dijo su amiga. Y est sumamente
plido, si no le importa que se lo diga.
No pude galopar dijo William
. Me llamaron de vuelta Se
detuvo al considerar por primera vez lo

extrao de aquel aviso. La seorita


Crompton pareci no darse cuenta.
Reclam su ayuda en un juego de
anagramas con lady Alabaster, las nias
mayores, y la seorita Fescue, con quien
siempre se contaba para que ayudara a
lady Alabaster. Se colocaron en torno a
la mesa de juego, a la luz de un quinqu.
Parecan todas tan cmodas, pens
William, tan inocentes, tan a gusto
El juego consista en construir
palabras con cartas del alfabeto,
adornadas con bonitos dibujos de
arlequines, monos, colombinas y
demonios con tridentes. Cada uno tena
nueve letras, y poda pasar cualquier
palabra completa que consiguiese

construir en secreto a otro jugador, que


deba cambiar al menos una letra y
seguirla pasando. El juego estribaba en
no quedarse con las letras que llevaran
un demonio, que eran, de una forma
bastante aleatoria, algunas de las letras
ms difciles, como la Q y la X, y
algunas de las ms solicitadas, como las
es y las eses. William jugaba sin
concentracin, pasando palabras fciles
como era, suya y ma, a la vez
que
acumulaba
demonios.
En
determinado momento, al encontrarse
con O F X N I T S C E, se espabil de
golpe, y fue capaz de obsequiar a Matty
Crompton con INSECTO, a pesar de que
eso supona quedarse con una X que

llevaba un demonio. La seorita


Crompton, a quien la luz de la lmpara
le dejaba el rostro prcticamente en
sombras, solt un bufidito de risa ante
esa palabra, medit un rato sobre ella,
reorden las cartas, y se la volvi a
pasar. l estaba a punto de sealar que
las reglas no permitan devolver la
misma palabra despus de aadirle o
quitarle una letra, cuando vio lo que ella
le haba pasado. All estaba,
descansando inocentemente en su mano,
INCESTO.
Baraj
precipitadamente
aquella evidencia, levant la vista, y se
encontr con sus inteligentes ojos
oscuros.
Las cosas no son lo que parecen,

dijo Matty Crompton afablemente.


William mir sus cartas, y vio que poda
construir otra palabra, y deshacerse de
la X, y responder de paso a su mensaje.
As que le devolvi su palabra, y ella
solt otro bufidito de risa, y el juego
prosigui. Pero ahora sus ojos se
encontraban de cuando en cuando con
los de ella, que tenan un brillo de
complicidad y, s, de emocin. Y no
saba si le consolaba o le asustaba ms
el que ella lo supiera. Cunto tiempo
llevaba sabindolo? Cmo? Qu
opinaba? Su sonrisa no era de
conmiseracin,
ni
tampoco
era
provocativa, reflejaba ms bien
satisfaccin y diversin. El azar que

dispona las letras era casi sobrenatural.


Le haca tener la sensacin, que en
ocasiones tenemos muchos de nosotros,
de que por mucho que protestemos nos
mueve el azar, y de que, zarandeado por
golpes y sacudidas, existe realmente un
Plan, un Destino, que nos tiene en sus
manos.
Era posible, claro, que ella le
hubiese amaado las cartas de alguna
manera. Le gustaban los acertijos.
Observ el rpido movimiento de sus
muecas precisas y finas, cuando le
pas FNIX a Elaine, deshacindose
claramente de la peligrosa X. Le
pareca un inocentn, una pobre
vctima? Siempre le haba visto de esa

forma? Las cosas no eran lo que


parecan, en efecto.
Al final del juego, se las arregl
para decirle en voz baja:
Tengo que hablar con usted.
Ahora no. Luego. Ya encontrar el
momento. Luego.

Le costaba dormir esa noche. Al otro


lado de la puerta cerrada con llave
estaba Eugenia. No consegua orla
roncar, y no la oa moverse, y un par de
veces resisti el impulso de entrar y ver
si se haba matado. Pensaba que no lo
hara; no era de sas; aunque, claro, no
saba nada de ella, despus de aquella

maana. Todo lo que crea que saba se


haba derrumbado. O tal vez no. En
parte haba sabido que no conoca a
Eugenia. Haba pensado que o no tena
ninguna vida interior, o la guardaba
bajo llave, donde l no poda acceder a
ella. Le haban hecho algo terrible. Y a
ella tambin, pens. Quiz debiera
desear matar a Edgar. Salvo que, en
ciertos aspectos, incluso Edgar no era
tan sencillamente odioso en aquella
situacin infernal. Era ms impulsivo, y
menos brutal y desptico de un modo
arrogante y vulgar de lo que haba
parecido.
William oy un golpecito en la
puerta del pasillo, que entonces se abri

silenciosamente para dejar pasar a una


figura oscura. Era la seorita Crompton,
vestida an con su ropa de da, que
consista en una falda larga de seda
negra y una blusa de popelina gris. Se
qued en el umbral de la puerta, y le
hizo una sea sin decir nada. William
sali de la cama y se envolvi en su
bata. La sigui en silencio por el
pasillo, y subi tras ella un tramo de
escaleras que daba a un largo rellano
convenientemente alfombrado de pana,
para cruzar por fin la puerta de lo que
vio enseguida que era su dormitorio.
Ella puso la vela sobre el pequeo
tocador. La habitacin era angosta, como
una caja alta, y tena una silla recta y

dura y una cama estrecha con un cabezal


de hierro forjado y un edredn
acolchado blanco, primorosamente
doblado. Haba una librera diminuta, en
roble oscuro, y libros por todas partes
donde se poda ponerlos, debajo de la
silla, sobresaliendo de cajas que haba
bajo la cama, debajo del tocador En
la parte de atrs, la puerta tena ganchos
de los que colgaba el reducido vestuario
que l conoca tan bien. Bajo la ventana
haba una pequea cmoda, sobre la que
reposaba un cristal con unas cuantas
cardenchas y cpsulas de amapolas. Eso
era todo.
Coja una silla, por favor dijo la
seorita Crompton. Espero que no

piense que esto se parece demasiado a


una conspiracin.
No respondi l, aunque en
parte lo pensaba. Le resultaba incmodo
estar encerrado con ella, en su sitio
privado.
Quera usted hablar dijo ella, a
la vez que se sentaba en el borde de la
cama, y pareca que se quedaba un poco
perpleja porque no saba por dnde
empezar.
Esta noche me pas usted una
palabra dijo l. Y hoy alguien me
mand llamar para que volviese a casa,
cuando no se me necesitaba. Cuando
ocurra de todo, menos que se me
necesitase.

Yo no lo mand llamar dijo ella


, si eso es lo que est pensando. Mire,
en una casa hay gente que sabe todo lo
que pasa, gente invisible; y de vez en
cuando la casa simplemente decide que
algo tiene que ocurrir. Creo que ese
mensaje le lleg tras una serie de
malentendidos que, a cierto nivel, eran
muy intencionados
Hubo otro silencio. Estaban muy
incmodos juntos; ahora se encontraban
en su territorio, en el pequeo territorio
que ella gobernaba.
Pero usted sabe lo que vi dijo
l.
S. En las casas hay personas,
entre los habitantes visibles y los

invisibles, absolutamente invisibles para


ambos, que pueden saber muchas cosas
o nada, segn elijan. Yo eleg saber
ciertas cosas, y no saber otras. Ha
acabado interesndome saber cosas que
tengan que ver con usted.
Me han utilizado. Me han puesto
en ridculo.
Incluso si eso fuera as no es lo
ms importante. Quiero saber lo que
siente. Necesito saber qu va a hacer.
Le choc su extraa manera de
decirlo, pero no hizo comentario alguno.
Contest apesadumbrado, lo mejor que
pudo.
Supongo que mi sentimiento
predominante es el de que soy libre.

Tendra que estar escandalizado, o


con ganas de vengarme o humillado
y a ratos, siento todo eso pero sobre
todo, tengo la sensacin de que ahora
puedo irme, puedo dejar esta casa,
puedo volver a mi verdadero trabajo
Evidentemente no puedo. Tengo
cinco hijos y una esposa, y no tengo
ingresos aunque podra buscar
trabajo
Se habl de sufragar una nueva
aventura amaznica
Ahora no puedo coger ni un solo
penique de los Alabaster. Tiene usted
que darse cuenta de eso; empiezo a
pensar que usted se da cuenta de todo.
Tengo que irme de aqu, y pronto. Y no

volver nunca. No me interesa


desquitarme. Le pedir le pedir
dinero a Edgar, para Amy No me
importa lo que le parezca, me asegurar
de que Amy tenga una renta de por
vida Y luego me ir. Y no volver
nunca. Nunca.
Esa frase haca que se emocionase.
Usted es la nica a la que echar
de menos sigui diciendo. En el
fondo de mi corazn nunca he sentido
ningn cario por todas esas
criaturas plidas.
Eso puede ser fruto del momento.
No, no. Puedo irme. Me ir. Mi
libro nuestro libro dar algn
dinero Se puede ganar ms.

He vendido mis cuentos de hadas


dijo Matty Crompton.
No puedo aceptar No me lo
estaba ofreciendo Perdone
He dado algunos pasos dijo
Matty Crompton con una voz tensa.
Enteramente sujetos a su aprobacin.
Tengo tengo una letra de cambio del
seor George Smith que debera ser ms
que suficiente y una carta del seor
Stevens en la que se ofrece a gestionar
la venta de especmenes igual que
antes y una carta de un tal capitn
Papagay, que zarpa de Liverpool hacia
Ro dentro de un mes. Tiene dos plazas
libres.
Efectivamente, es usted un hada

buena dijo William con una pizca de


rebelda. Sacude la varita, y tengo
todo lo que deseo, antes de que me d
cuenta de que lo deseaba.
Me limito a observar, a
ingenirmelas como puedo, a escribir
cartas, a estudiar su manera de ser
dijo Matty Crompton. Y usted lo
desea realmente. Acaba de decirlo.
Dos plazas dijo William.
Ir con usted dijo la seorita
Crompton. Usted me ha despertado un
gran deseo de ver todos esos sitios
paradisacos, y no descansar hasta que
haya visto el gran Ro y respirado el
aire del Trpico.
No puede hacer eso dijo

William. Piense en la fiebre, piense


en todos esos animalitos terribles que
pican, piense en la comida montona y
escasa, en los hombres tan brutos que
hay por all, las borracheras
Y sin embargo usted desea volver.
No soy mujer.
Ah, y yo s.
No es sitio para una mujer
Pero all hay mujeres.
S, pero no de su clase.
No creo que sepa usted qu clase
de mujer soy.
Se levant, y se puso a pasearse por
la habitacin, como una prisionera en
una celda, en un cuartito. l se qued
callado, observndola.

Usted no sabe que yo soy mujer


dijo ella. Por qu no puede seguir
todo igual? Usted nunca me ha mirado.
Su voz tena una nueva dureza, un
matiz nuevo. No tiene ni idea de quin
soy. Ni siquiera tiene idea de qu edad
tengo. O s? Piensa que tendr entre
treinta y cincuenta aos, confiselo.
Y si sabe tan bien lo que pienso,
es porque deba de querer que lo
pensara.
No obstante, era verdad lo que ella
deca. No tena ni idea, y eso era lo que
haba pensado. Ella sigui pasendose.
Pero, ya que lo ha sacado a
colacin, dgame entonces qu edad
tiene.

Tengo veintisiete aos dijo


Matty Crompton. Slo tengo una vida,
y ya se me han pasado veintisiete aos, y
me propongo empezar a vivir.
Pero en la selva tropical no, en el
Amazonas no. Es la Selva Esmeralda,
que parece un paraso terrenal, hasta que
se da uno cuenta de que todas las casas
estn cerradas, de que slo hay vida
vegetal, y ningn animal, de que un
pobre hombre tiene la cara con una
costra de mosquitos, y su comida es un
hervidero de ellos, y le sangran las
manos. En muchos aspectos ese sitio es
un Inferno
Pero usted va a volver.
Mi trabajo est all. Y s cmo

vivir esa vida.


Aprender. Soy fuerte. No he
vivido entre algodones, en contra de lo
que parece. Tengo recursos. No es
necesario que se ocupe de m, una vez
haya terminado el viaje.
Es como un sueo.
No. Es lo que voy a hacer.
Apenas reconoca a la seorita
Crompton prctica e irnica de los
primeros tiempos. Sigui pasendose y
se volvi. Se balance un poco adelante
y atrs, con una mano en la cadera.
Seorita Crompton, Matty
Mi nombre dijo ella es
Matilda. De noche, aqu arriba, no hay
ninguna Matty. Slo Matilda. Mreme.

Y se llev las manos a la cabeza y


deshizo las trenzas de pelo que llevaba
sobre las orejas, y se lo ahuec, se
acerc y se puso delante de l. Y el
rostro que enmarcaba aquella cabellera
oscura era anguloso, y estaba ansioso y
hambriento, y l vio con cunta
elegancia se daba la vuelta y dijo:
Me he fijado en tus muecas,
Matilda. He soado con ellas de vez en
cuando. Tienes unas muecas muy
poco corrientes.
Slo quera que me vieras dijo
Matilda, con menos confianza, una vez
comprob que l la haba visto
realmente. l vio que tena los pmulos
altos y acusados, que la boca era dura,

no era suave, pero estaba llena de vida.


Vio lo rpido que giraba su talle, y
pens enseguida en un galgo.
No creo que eso fuera lo nico
que quisieras.
Quiero que seas feliz dijo
Matilda intensamente.
William se puso de pie, la mir a los
ojos, y le puso las manos en la cintura.
Lo ser dijo. Lo ser.
La atrajo haca s, a la inflexible
Matty Crompton, a aquella nueva
Matilda hambrienta.
Me quedo aqu? le pregunt.
O me voy?
Me gustara que te quedaras
dijo Matilda. Aunque aqu no se est

muy cmodo.
Si vamos a viajar juntos, ya vers
como esto acabar parecindonos el
paraso de la comodidad.
Y en cierto sentido, y en muchos, as
fue.

Dos escenas ms. William fue a ver


a Eugenia para comunicarle sus
decisiones. Haba dado a entender que
estaba enferma, y ordenado que le
sirvieran las comidas en su cuarto, cosa
que no era lo suficientemente inslita
como para provocar ningn comentario
en la casa. Le envi un recado a travs
de su doncella, en el que le deca que

deseaba discutir ciertas disposiciones


con ella. Cuando entr en su habitacin,
vio que se haba arreglado con mucho
esmero. Llevaba un vestido de seda gris
plata, con lazos azul celeste, y un
ramillete de capullitos de rosa en el
pecho. Pareca mayor; el barniz de
serenidad se haba desvanecido, y haba
sido sustituido por una nueva suavidad,
una nueva sensualidad manifiesta.
As que ya has decidido dijo.
Cul va a ser mi destino?
Tengo que confesar que me
interesa ms el mo. He decidido
dejarte. Me ir con una expedicin a
explorar las partes ms lejanas del Ro
Negro. No tengo intencin de regresar a

esta casa.
Supongo que querrs que te
extienda un taln para el pasaje, para tus
gastos y todo eso.
No. He escrito un libro. Con ese
dinero ser suficiente.
Y hablars con alguien se lo
dirs a alguien?
A quin se lo puedo decir,
Eugenia, sin destrozarlo al contrselo?
Lo nico que puedo decir es que tienes
que vivir contigo misma, que tienes que
vivir como puedas contigo misma.
S que estuvo mal dijo Eugenia
. S que estuvo mal, pero tienes que
entender que no lo senta as Fue
creciendo poco a poco, de juegos

infantiles completamente inocentes y


naturales que a nadie le parecan
mal Nunca he sido capaz de hablar
con nadie de ello, tienes que
perdonarme por hablarlo contigo S
que te he ofendido, a pesar de que
intentaba que me quisieras Si hubiese
podido hablar con alguien, tal vez me
habra hecho ver lo mal que estaba.
Pero l crea que no Deca que
hay personas a las que les gusta poner
normas y otras a las que les gusta
saltrselas Me hizo creer que todo era
completamente natural y as era, era
natural. No se alz ninguna voz en
nuestro interior para decirnos que
era antinatural.

Los criadores saben dijo


William secamente que incluso los
matrimonios entre primos hermanos
provocan que se hereden los defectos
que aumente el parecido
Eugenia abati las pestaas.
Eso es un comentario muy cruel.
Apretaba sus manos, nerviosa, sobre
el regazo. Tena las cortinas medio
corridas para protegerse de la luz del
sol y ocultar las sombras producidas por
las manchas de sus lgrimas. Era
encantadora, y complaciente, y amoral, y
l sinti que ahora estaba esperando que
se fuera para poder reanudar su propia
nutricin, su comunin consigo misma.
En cierto sentido, lo que le haba

sucedido a Eugenia no le convena, y l


estaba a punto de eliminar aquel
inconveniente: l mismo.
Morpho eugenia dijo, eres
preciosa
No me ha hecho ningn bien
dijo Eugenia ser guapa, que me
admirasen. Me gustara ser diferente.
Pero William no pudo tomrselo en
serio, mientras la vea componer el
gesto de la boca, y abrir aquellos ojos
tan grandes, y mirarlo esperanzada.
Adis, Eugenia, no volver.
Nunca se sabe respondi
distradamente, apartando ya la atencin
de l, con un delicado suspirito de
alivio.

Y la segunda escena es muy


diferente. Imaginad al resistente barquito
Calypso avanzando velozmente a travs
de la noche en medio del Atlntico, lo
ms lejos de tierra que estar en
cualquier momento de este viaje. El
cielo es una insondable extensin de un
color negro azulado, salpicada por la
corriente fluida y tachonada de
lentejuelas de la Va Lctea, que reluce
y se desliza con soles y lunas y mundos,
grandes y pequeos, como semillas
esparcidas. El mar tambin es una
profunda extensin de un color negro
azulado con nervaduras verdes,

coronada, cuando se da la vuelta, de


espuma plateada y crestas arrugadas de
etrea agua salada. Tambin est
plagada de placton fosforescente, de
Medusae, que nadan con cilios
diminutos, y ofrecen una especie de
imagen invertida de la profusa sopa de
estrellas. William y Matilda estn en la
cubierta, apoyados en la borda, viendo
cmo la proa del barco cabecea arriba y
abajo.
Ella lleva un chal carmes, y una
paoleta de rayas en el pelo, y el viento
le revuelve las faldas en torno a los
tobillos. La mano morena de William le
sujeta la mueca morena apoyada en la
borda. Respiran aire salado y esperanza,

y su sangre fluye cargada de ilusin de


futuro; y ste es un buen lugar para
dejarlos, en la cresta de la ola, entre los
setos y los campos verdes y ordenados y
la masa de selva serpenteante y tenaz
que se extiende por la costa amaznica.
El capitn Arturo Papagay, para
quien sta es su primera travesa con ese
cargo, se acerca, y esboza una sonrisa
franca, una mezcla de dientes blancos en
una cara tostada con unos ojos oscuros y
risueos. Le ha trado al seor Adamson
una curiosidad. Es una mariposa que un
guardia marina ha encontrado en el
cordaje. Es dorada como el mbar, con
una orla oscura en las alas, que estn un
poco despeluchadas, incluso radas. Es

una Danae, dice William, emocionado,


Danaus Plexippus, de la que se sabe que
realiza grandes migraciones a lo largo
de la costa americana. Son potentes
voladoras, le explica a Matilda, pero los
vientos pueden arrastrarlas cientos de
millas mar adentro. Matilda comenta a
William y al capitn Papagay que sus
alas an estn impregnadas de vida.
Me llena de emocin dice.
No s muy bien si se trata de temor o de
esperanza. Es tan frgil, y se la puede
aplastar tan fcilmente, y est tan lejos
del sitio adonde se diriga. Y sin
embargo sigue viva, y radiante. Bien
mirado, es asombroso.
Eso es lo ms importante dice

el capitn Papagay. Estar vivo.


Mientras uno sigue vivo, bien mirado,
todo resulta asombroso.
Y los tres se pusieron a mirar, con
renovado inters, los puntos de luz que
haba en la oscuridad que los rodeaba.

El ngel conyugal

I
Lilias Papagay tena una imaginacin
desbordante. En su profesin, era una
cualidad sospechosa, aunque necesaria,
y haba que vigilarla, que reprimirla.
Sophy Sheekhy, quien vea con sus
propios ojos y oa con sus propios odos
a los visitantes del otro mundo, era
aparentemente ms flemtica y prctica.
Hacan buena pareja por esa misma
razn, tal como la seora Papagay haba
intuido cuando a la vecina de al lado, la
seora Pope, le haba dado un autntico
ataque de histeria al or a su nueva
institutriz hablando con la prima
Gertrude y su hijo pequeo, Tobas,

ahogados ambos haca muchos aos.


Estaban sentados a la mesa del cuarto de
los nios, dijo Sophy Sheekhy, y sus
ropas, si bien totalmente nuevas y secas,
despedan un olor a agua salada.
Queran saber qu haba sido del reloj
de pared del abuelo que, en tiempos,
estaba en el rincn del cuarto. A Tobas
siempre le haba gustado cmo el sol y
la luna se perseguan el uno al otro por
la esfera con sus caras sonrientes. La
seora Pope, que haba vendido el reloj,
no quiso escuchar ms. La seora
Papagay ofreci asilo a la serena y
menuda seorita Sheekhy, que recogi
sus escasas pertenencias y se mud. La
propia seora Papagay nunca haba ido

ms all de la escritura automtica (a


pesar de que deba reconocer que la
haba practicado mucho), pero crea que
Sophy Sheekhy podra obrar prodigios.
De cuando en cuando provocaba pasmo
y asombro, en efecto, pero no lo haca a
menudo.
Pero
precisamente
esa
parquedad era una garanta de
autenticidad.
Al final de una tarde borrascosa de
1875, avanzaban a lo largo del paseo
martimo de Margate, para tomar parte
en una sesin de espiritismo en el saln
de la seora Jesse. Lilias Papagay, unos
pasos por delante, llevaba un vestido de
seda color vino tinto con una cola con
volantes, y un sombrero cargado de un

plumaje oscuramente reluciente: negro


azabache, esmeralda tornasolada, azul
liblula iridiscente sobre rechonchos
soportes azul ultramar de alas sueltas
con airosas plumas de cola, como las
alitas que revoloteaban en el gorro o en
los talones de Hermes en las pinturas
antiguas. Sophy Sheekhy llevaba un traje
de lana color paloma con el cuello
blanco, y un prctico paraguas negro.
El sol se pona sobre el agua gris: un
gran disco rosa oscuro del color de una
quemadura reciente, en un bao de
rojiza luz dorada vertida entre las barras
de nube acerada, como el resplandor del
fuego de una parrilla bruida.
Mire dijo Lilias Papagay,

haciendo seas con una imperiosa mano


enguantada. No ve al ngel? Vestido
de nubes y con un arco iris en la cabeza,
como si su cara fuera el sol, y sus pies
columnas de fuego. Y en la mano, un
librito abierto.
Vea sus msculos y sus tendones
nubosos abarcando el mar; vea su
clido rostro rojo y sus pies ardientes.
Saba que se estaba esforzando.
Deseaba hacerlo as para ver a los
habitantes
invisibles
del
cielo
entregados a sus asuntos, y el aire alado,
cubierto de plumas. Saba que aquel
mundo penetraba e interpenetraba ste,
el Margate slido y gris, igual que
Stonehenge y la catedral de Saint Paul.

Sophy Sheekhy coment que era, en


efecto, una puesta de sol espectacular.
Una de las piernas de fuego del ngel
fulgur y se extendi, dejando fugaces
ondas rosas en el agua apagada. Su
tronco gris e hinchado se inclin y se
torci, ceido de oro.
Nunca me canso de ver la puesta
de sol dijo Sophy Sheekhy. Su cara
era plida como una luna llena; estaba
un poco picada con crteres de un ligero
ataque de viruela, y ensombrecida en
algunos sitios por unas cuantas pecas.
Tena la frente despejada, y una boca
gruesa y descolorida, cuyos labios
solan descansar juntos tranquilamente,
igual que sus manos entrelazadas. Las

pestaas eran largas, sedosas, y casi


invisibles; se le vean un poco las orejas
venosas, bajo unas pesadas ondas de
pelo color heno. No se habra
sorprendido si le hubiesen dicho que el
sol y la luna son magnitudes constantes
para la percepcin del ojo humano, que
les otorga dimensiones soportables,
aproximadamente del tamao de una
guinea. Mientras que la seora Papagay,
como William Blake, habra imaginado
a toda una hueste de la Corte Celestial
cantando: Santo, Santo, Santo es el
Seor
Todopoderoso;
o
como
Swedenborg, que vea grandes huestes
de criaturas celestiales flotando en el
espacio como espadas llameantes. Un

grupo de gaviotas enfadadas se


disputaban un bocado en el aire; se
elevaban juntas, chillando y dndose
golpes, a medida que el ngel de la
seora Papagay se apagaba y se
derreta. Su ltimo resplandor hizo que
un rubor momentneo cruzase la cara
blanca de Sophy. Apuraron el paso. La
seora Papagay nunca llegaba tarde.

El grupo habitual se reuna en el


saln de la seora Jesse. No era una
habitacin confortable; la seora Jesse
no posea el don de hacer acogedores
los sitios; tena una ptina de polvo, el
barniz estaba un poco rayado, y las

cortinas de encaje algo radas. Haba


muchos libros en vitrinas de cristal, y
varias colecciones de piedras y de
conchas acumulando polvo en cuencos y
cajas. En la ventana haba un telescopio
de latn perfectamente limpio, y otros
instrumentos nuticos: un sextante, un
cronmetro, compases, ocupaban su
propia vitrina. Reluciendo sobre el
terciopelo carmes, tambin estaba la
Mdaille de Sauvetage en Or del
capitn Jesse, especialmente acuada
para l por el emperador Napolen III, y
la Medalla de Plata de la Sociedad
Humanitaria Real, un objeto como una
luna del tamao de un plato. El capitn
Jesse haba obtenido estas dos

condecoraciones tras retirarse a


Margate, donde, a falta de una lancha de
socorro oficial, haba reanimado, nada
menos que en tres ocasiones, a los
pescadores y echado al agua un bote,
manejando l mismo el timn, para
rescatar barcos que se iban a pique en
medio de galernas en alta mar. Haba
salvado a la tripulacin entera en cada
ocasin, un barco francs, un barco
ingls, y un barco espaol. Eso fue antes
de que la seora Papagay lo conociese,
pero nunca se cansaba de escuchar los
detalles de aquellos rescates a la vez tan
prcticos y tan romnticos. Lo vea todo,
lo viva todo: la turbulencia de las
aguas, el azote de sus crestas, el aullido

de aquellos muros que se desintegraban;


los chillidos y los rugidos de la galerna,
las estrellas como puntos entre las
veloces nubes de tormenta, las luces de
los faroles como alfilerazos en la
furiosa oscuridad, la resolucin del
capitn Jesse amarrando cuerdas
mojadas con manos expertas, trepando a
gatas de vez en cuando por cubiertas
chorreantes e inclinadas, bajando por
una escalera resbaladiza hasta el
remolino de una cabina burbujeante para
rescatar al diminuto grumete francs,
poniendo a salvo aquel cuerpo liviano y
semiconsciente con su propio cinturn
salvavidas, aunque, igual que muchos
capitanes, no saba nadar.

William no sabe lo que es el


miedo deca la seora Jesse, con
aquella voz firme y resonante, y el
capitn asenta tmidamente con la
cabeza y murmuraba que, al parecer, no
tena cabida en su carcter, que
simplemente haca lo que le pareca
mejor en cada momento sin contar con
que lo que podra costarle; de todos
modos, no tena la menor duda acerca de
que el miedo les era til a la mayora de
los hombres, pero, por lo visto, no
formaba parte de su naturaleza, as que
no tena ningn mrito; de hecho, el
verdadero valor slo se daba en los que
tenan miedo, pero l era como el
prncipe de aquel cuento de hadas, no se

acordaba de cul exactamente, y no


saba muy bien en qu consista aquello,
aunque supona que haba visto sus
efectos en los dems, cuando se paraba
a pensarlo, cosa que tal vez no hiciera lo
bastante a menudo; no, no pensaba sobre
eso lo suficiente. La conversacin del
capitn
Jesse
era
copiosa
e
indiscriminada, lo que no dejaba de
resultar sorprendente en un hombre de
accin con una apariencia tan digna.
Estaba de pie, delante de la repisa
de la chimenea, alto y erguido, con su
pelo cano y su barba totalmente blanca,
hablando con el seor Hawke, en quien
se conjugaban diversos oficios, dicono
de la Iglesia de la Nueva Jerusaln,

editor de la Hoja Espiritual, delegado


del Fondo de Ayuda a los Marineros,
coordinador de las reuniones nocturnas.
El seor Hawke no tena ningn aspecto
de azor[18]; era un hombre bajo y
regordete, como una manzana, pensaba
la seora Papagay, con un vientre
esfrico y unos relucientes carrillos
rojos tambin esfricos, sobre los que
flotaban mechones de pelo leonado bajo
un crneo calvo, redondo y rosa. A su
juicio, tendra unos cincuenta aos, y no
se haba casado. Tanto l como el
capitn Jesse eran hombres que
sostenan una corriente continua de
conversacin, sin escuchar demasiado
las respuestas del otro. El seor Hawke

era un experto en teologa. Haba sido


ritualista, metodista, cuquero, baptista,
y ahora vena a parar, definitiva o
temporalmente, a la Iglesia de la Nueva
Jerusaln, que haba empezado a existir
en el mundo espiritual en el ao 1787,
cuando la antigua orden haba
desaparecido, y aquel Coln espiritual,
Emanuel Swedenborg, haba realizado
sus viajes a travs de los diversos
cielos e infiernos del universo, y a quien
se le haba revelado que este ltimo
tena la forma de un Humano Divino, y
que cada cosa espiritual o material
corresponda a alguna parte de este Gran
Hombre infinito.
El capitn Jesse y el seor Hawke

estaban tomando t. El capitn Jesse


hablaba del cultivo del t en las laderas
de las montaas de Ceiln, y lo
describa tras tomrselo.
aromtico y con un sabor
fresco, seor, como aqu una infusin de
hojas de frambueso, el t transportado
en arquillas reforzadas con plomo
siempre tiene un regusto mohoso para
los que lo han probado en su lugar de
origen, sacado de sencillos cuencos de
terracota no ms grandes que este
salero; sabe a tierra, seor, y a sol, a
autntico nctar.
El
seor
Hawke
hablaba
simultneamente de que Swedenborg no
cesaba de tomar caf, a cuyos nocivos

efectos
algunos
espritus
no
precisamente gloriosos haban achacado
sus visiones.
Porque el caf, al actuar sobre un
temperamento puro, dicen que produce
excitacin, insomnio, una actividad
anormal de la mente y de la imaginacin,
y visiones fantsticas; y tambin
locuacidad. Doy crdito de estos efectos
del caf, he observado que son as. Pero
es un pedante en medicina quien insine
que los Arcana o el Diarium salieron de
una taza de caf. Aunque no deja de
ocultarse una verdad en eso. Dios hizo
el mundo y, por lo tanto, todo lo que
contiene, incluido, supongo, el arbusto
del caf y su semilla. Si el caf

predispone a la clarividencia, no veo


que los medios no justifiquen el fin. Sin
duda, los videntes son estructuras tan
uniformes como los cristales, y en su
preparacin no se omite ni una droga ni
una baya cuando hace falta. Vivimos en
una poca materialista, capitn Jesse;
dejando a un lado la metafsica, ya pas
el tiempo en el que se creaba cualquier
cosa a partir de la nada. Si las visiones
son buenas visiones, su origen material
tambin es bueno, me parece. Que las
visiones critiquen pues el caf y
viceversa.
S de alucinaciones causadas por
el t verde respondi el capitn Jesse
. Tenamos una marinero lascar que

vea constantemente demonios en las


jarcias hasta que un compaero lo
convenci de que restringiera la
cantidad que ingera.
La seora Papagay se acerc a la
seora Jesse, que comparta el sof con
la seora Hearnshaw, y ofreca t en
tazas ribeteadas con gruesos capullos de
rosa y llamativos nomeolvides. La
seora Hearnshaw estaba de luto
riguroso, vestida completamente de seda
negra, con un sombrero de encaje negro
sobre su abundante cabello castao, y un
enorme relicario de bano que colgaba
sobre su pecho redondo de una cadena
de eslabones de azabache labrado. Tena
la piel cremosa y los ojos grandes, de

color marrn claro pero hundidos en un


gris azulado, y su boca cada reflejaba
cansancio. Acababa de enterrar a la
quinta Amy Hearnshaw en siete aos;
todas haban tenido una vida muy corta,
entre tres semanas y once meses, y a
todas las haba sobrevivido el pequeo
Jacob, un nio de tres aos, guapo y
enfermizo. El seor Hearnshaw permita
a la seora Hearnshaw que acudiese a
las sesiones, pero l no asista. Era
director de un pequeo colegio, y tena
firmes creencias cristianas un tanto
tenebrosas. Crea que la muerte de sus
hijas eran tribulaciones que Dios le
haba enviado para ponerlo a prueba y
castigarlo por su falta de fe. Pero no

llegaba a insinuar que hubiese algo


esencialmente malo o perverso en las
actividades espirituales: ngeles y
espritus abarrotaban las pginas del
Viejo y del Nuevo Testamento. La
seora Papagay crea que permita a su
esposa venir a las sesiones porque, si
no, la intensa violencia de su dolor le
pareca insufrible y desconcertante.
Formaba parte de su modo de ser y de su
oficio el reprimir las muestras de
excesiva emocin. Si a Annie se la
consolaba, su casa estaba ms tranquila.
O eso supona que podra l razonar la
seora Papagay, una gran tejedora de
narraciones a partir de las sutiles hebras
de las apariencias, las palabras y los

sentimientos.
A la seora Papagay le gustaban las
historias. Las hilaba con carretes de
cotilleo u observacin; se las contaba a
s misma por la noche o cuando iba
andando por la calle; constantemente se
vea tentada a irse de la lengua para
recibir a cambio valiosos atisbos de
otros argumentos, de otras cadenas de
causas y efectos. Cuando se haba
quedado viuda y sin medios, pens en
escribir cuentos para ganarse la vida,
pero sus habilidades lingsticas no
estaban a la altura o manejar la pluma
con la intencin expresa de escribir para
el pblico la inhiba; por la razn que
fuera, lo que escriba era una porquera

afectada y empalagosa, carente de


inters hasta para sus propias
ambiciones, por no hablar de las de
cualquier lector annimo. (La escritura
automtica era diferente.) Se haba
casado con el seor Papagay, un capitn
de origen mestizo, porque, como Otelo a
Desdmona, la extasiaba con cuentos de
sus aventuras y sus padecimientos en
lugares remotos. Se haba ahogado haca
diez aos, en el Antrtico, o por all
cerca, o eso crea ella, porque desde
entonces nadie haba vuelto a ver al
Calypso ni a nadie de su tripulacin.
Realmente asisti a su primera sesin
para averiguar si era viuda o no, y la
respuesta, como suele suceder, fue

ambigua. La mdium de aquella vez, una


aficionada,
emocionada
con
el
descubrimiento reciente de sus poderes,
haba dictado un mensaje de Arturo
Papagay, identificando su ondulado pelo
negro, su diente de oro, su sello de
cornalina, y exigiendo comunicarle a su
amor ms preciado que descansaba en
paz, y que deseaba que ella estuviese
tranquila y contenta como l de que se
acercase el tiempo en que el primer
cielo y la primera tierra desapareceran,
y ya no habra mar, y Dios secara todas
las lgrimas de sus ojos.
La seora Papagay no estaba segura
de que este mensaje proviniese de
Arturo, cuyos trminos cariosos eran

ms concisos, ms crudos y ms picaros,


y quien habra sido incapaz de descansar
felizmente en paz en un mundo donde ya
no hubiera mar. Arturo siempre tena que
estar haciendo algo, y el mar tiraba de l
como un imn: su olor, su aliento, su
peso movedizo y peligroso, cada vez
ms profundo. Cuando la seora
Papagay prob por su cuenta con la
escritura automtica por primera vez,
recibi lo que sin ningn gnero de
dudas le parecieron mensajes de Arturo,
de antes o de aquel momento, vivo o
muerto, enredado en las algas o en su
memoria.
Sus
decentes
dedos
escribieron imprecaciones en varios
idiomas de los que no saba ni palabra,

y nunca se molest en traducirlas,


porque saba de sobra lo que
significaban aproximadamente, con
tanta jota, tanto cu y tanto co: las
palabritas de Arturo cuando se pona
furioso, las palabritas de Arturo cuando
experimentaba un intenso placer. Ella
haba dicho, como en sueos: Ay,
Arturo, ests vivo o muerto? y la
respuesta haba sido: Mala-mar lioconchas arena arena rompe rompe
rompiente c.j.j.c. mala Lilias, infin chel
mar fu sopra noi richiuso.
De lo que dedujo que, en resumidas
cuentas, probablemente se haba
ahogado mientras luchaba por salvar su
vida. As que se puso de luto, admiti

dos huspedes, intent escribir una


novela, y se dedic cada vez ms a la
escritura automtica.
Poco a poco se fue haciendo un
hueco en la comunidad de aquellos que
pretendan conectar con el mundo de los
espritus. A la gente le gustaba que se
sumase a las sesiones de las casas
particulares, porque en su presencia los
visitantes invisibles siempre daban ms
golpecitos y enviaban mensajes ms
detallados y ms sorprendentes que las
vagas promesas a las que eran
propensos. Empez a ser capaz de caer
en trance y a experimentar una especie
de desmayo, caluroso, fro, hmedo,
nauseabundo y penoso, por la prdida de

control, para alguien tan perspicaz y


metdico como la seora Papagay. Era
consciente, desde el otro extremo de un
tnel reticular color crema, color
gusano, de cmo golpeaban la alfombra
sus propias botas, de cmo se
esforzaban sus propias cuerdas vocales
mientras aquellas voces speras
hablaban a travs de ella. Se daba
cuenta de que hasta ahora no haba
estado completamente segura de que la
escritura automtica no la realizase
alguna otra parte de su Yo coherente.
Por medio de ella se manifestaban
alternativamente un espritu bueno
llamado Pomona y otro malicioso y
entrometido llamado Dago. Ahora que

contaba con la compaa de Sophy


Sheekhy, caa en trance menos a menudo,
porque Sophy pareca deslizarse
fcilmente hacia otro mundo, dejando
tras ella a una criatura fra como el
barro, cuyo aliento apenas empaaba
una cuchara de plata. Relataba extraas
visiones y extraos dichos; era capaz de
explicar, con una exactitud asombrosa,
dnde haba que ir a buscar los objetos
y los parientes perdidos. La seora
Papagay estaba convencida de que
Sophy poda hacer que los espritus se
materializaran si quera, como el famoso
Florence Cook y su espritu Katie King.
Sophy, que tardaba en dar muestras de
curiosidad y en ver sus propios

intereses, haba dicho: Qu?, y


aadido que no acababa de imaginarse
por qu los muertos iban a querer
recuperar sus cuerpos, era muchsimo
mejor estar como estaban. No existan
para realizar trucos de circo, deca
Sophy Sheekhy. Eso les hara dao. La
seora
Papagay
era
demasiado
inteligente para no comprender su punto
de vista.
Ahora, sin apenas darse cuenta pero
con una mnima astucia, se haban
deslizado
del
mundo
de
los
experimentos meramente amateurs y
particulares al mundo exquisitamente
organizado
de
las
mdiums
remuneradas. Nada vulgar: regalos de

los caballeros que organizaban estas


cosas, honorarios por consultas. (Estoy
en mi derecho, seora Papagay, si
recurro a sus habilidades como podra
recurrir a las de un ministro de la
Iglesia, un gran msico, o un sanador.
Todos nosotros debemos poseer los
recursos necesarios para mantener
unidos el cuerpo y el alma, hasta el
bendito momento en el que crucemos la
meta para unirnos a esos otros, ms
all.)
La seora Papagay era el tipo de
mujer inteligente que se cuestiona las
cosas, el tipo que, en una poca anterior,
habra
sido
una
monja
con
preocupaciones teolgicas, o que, en una

posterior, habra seguido una carrera


universitaria, como filosofa, psicologa
o medicina. De cuando en cuando se
haca grandes preguntas, como por qu
los muertos precisamente ahora, tan
recientemente y con tanto empeo,
haban elegido irrumpir de nuevo en el
territorio de los vivos con golpecitos,
palmaditas, mensajes, emanaciones,
materializaciones,
floraciones
espirituales y estanteras de libros
viajeras. No saba mucha Historia,
aunque haba ledo todas las novelas de
Walter Scott, pero se imaginaba que
alguna vez tena que haber habido una
poca en la que se fuesen al ms all y
se quedasen all. En los das de los

Discpulos y de los Profetas que los


haban precedido, era verdad, los
hermosos ngeles entraban y salan
volando de las vidas de la gente,
trayendo consigo luces brillantes y
delicadas, msica celestial, y una rfaga
de misteriosa importancia. Los padres
de la Iglesia tambin los haban visto, y
algunos haban contemplado espritus
inquietos. El padre de Hamlet caminaba,
y muertos amortajados chillaban y
farfullaban en las calles de Roma;
siempre haba habido, la seora
Papagay estaba completamente segura,
extraas apariciones locales de poca
monta en las carreteras, los caminos
apartados y las viviendas viejas, cosas

que se ponan a dar sacudidas, o


despedan olores desagradables o
taidos encantadores, cosas que venan
y clavaban en ti una mirada horripilante
o hacan que se te helaran los huesos y
que te afligieras: el fantasma, el duende,
la
presencia
tenaz
de
algn
malhumorado granjero muerto o de una
muchacha que sufra muchsimo.
Pero aquellos nuevos ejrcitos de la
noche, tos y tas, poetas y pintores,
nios
inocentes
y escandalosos
marineros ahogados, que parecan estar
detrs de cada silla y encerrados en
cualquier armario, que se congregaban
en masa en el jardn y suban en tropel
por las escaleras, de dnde haban

salido repentinamente?, qu queran?


En los muros de las viejas iglesias, tras
el altar de la Capilla Sixtina, se les
poda ver en sus antiguos sitios de
costumbre sentados en filas apretadas en
la corte celestial coronada de oro, o
gimiendo y retorcindose en los brazos
de chivos negros con ardientes lenguas
rojas, camino del infierno. Los haban
sacado de su sitio los nuevos
conocimientos? Las estrellas brillaban y
se precipitaban en espacios vacos,
haba soles que podan sumir este
pequeo mundo en el fuego, como una
pepita de naranja en las brasas. Bajo el
infierno estaban los campos verdes de
Nueva Zelanda y los desiertos rojos de

Australia. La seora Papagay pensaba:


ahora lo sabemos, nos imaginamos que
es as, estn perdiendo su dominio sobre
nosotros arriba y abajo. Y sin embargo
no podemos soportar el pensamiento
subsiguiente, que nos convertimos en
nada, como los saltamontes y el ganado
vacuno. As que les pedimos, a ellos, a
nuestros ngeles personales, que nos
tranquilicen. Y acuden, acuden a nuestra
llamada.
Pero no era por eso, lo saba en el
fondo de su corazn, por lo que se
desplazaba hasta las sesiones, por lo
que escriba y daba golpecitos y
vociferaba, era por el presente, por ms
vida en el presente, no por la otra vida,

que sera como era, como siempre haba


sido. Porque qu le aguardaba a una
viuda dudosa en apuros, si no la
represin y el tedio? No poda soportar
quedarse sentada charlando de gorritos y
bordados, del eterno problema de las
criadas, quera vivir. Y este comercio
con los muertos era la mejor manera de
saber, de observar, de amar a los vivos,
pero no como se mostraban cuando se
sentaban educadamente a tomar el t,
sino en su yo ms ntimo, en sus deseos
y sus miedos ms profundos. Se le
revelaban a ella, a Lilias Papagay, como
nunca lo habran hecho en sociedad. La
seora Jesse, por ejemplo, no era rica,
pero s toda una dama, los familiares del

capitn Jesse eran terratenientes. La


seora Papagay no se habra mezclado
con los Jesse a no ser por la democracia
del mundo de los espritus.

II
La seora Jesse era una mujer bajita
y guapa, de unos sesenta y pocos aos,
con una cabeza imponente que a veces
pareca demasiado grande para su
cuerpo menudo. Los ojos, de un azul
muy claro, destacaban en aquel rostro
agitanado de cutis moreno, de rasgos

marcados, y con un acusado perfil. Su


pelo negro y fino, entreverado de gris,
segua siendo abundante; lo llevaba
peinado en delicadas crenchas, que
caan a los lados de su cara. Tena
manos de pjaro, una mirada penetrante
tambin de pjaro, y una voz
asombrosamente grave y resonante. A la
seora Papagay le haba sorprendido
mucho su fuerte acento del Linconshire.
La seora Jesse era dada a enfticas
declaraciones; la primera vez que la
seora Papagay la haba visto, se haba
entablado una discusin sobre el
proceso del dolor, y la seora Jesse
haba asentido solemnemente con la
cabeza: Lo conozco. Lo he sentido,

como una especie de coro trgico. He


sentido de todo; lo conozco todo. No
quiero ninguna emocin nueva. S lo que
es sentirse como una piedra. Si esta
nota proftica y repetitiva le recordaba a
la seora Papagay al terrible cuervo del
seor Poe con su Nunca ms, era en
parte porque la seora Jesse siempre iba
acompaada de su propio cuervo
domstico, Aarn, al que llevaba atado
a la cintura por una correa de cuero y al
que alimentaba con carne cruda de una
siniestra bolsita que viajaba con l.
Aarn asista a las sesiones, lo mismo
que Pug, un animal color elefante con
unos diminutos dientes marfileos que
descansaban sobre sus labios flccidos,

y unos inteligentes y protuberantes ojos


marrones. Pug era insensible a las
fluctuaciones de emocin que se
producan en torno a la mesa, y sola
quedarse echando un sueecito en el
sof; a veces hasta roncaba o emita
otros ruidos hmedos y explosivos en
los momentos ms delicados. Aarn
tambin era motivo de distracciones en
los momentos de intensa concentracin:
un tamborileo de garras, un graznido
estridente y repentino, o el frufr de sus
plumas cuando se sacuda.
La seora Jesse era la herona de
una historia trgica. En su juventud,
cuando tena diecinueve aos, haba
amado, siendo correspondida, a un

brillante joven, un amigo universitario


de sus hermanos, que haba visitado la
rectora donde la familia viva recluida,
y que se dio cuenta casi inmediatamente
de que eran almas gemelas y le pidi
que fuera su esposa. El destino, tomando
en un principio la forma del padre
mundano y ambicioso del joven, haba
intervenido. Se le prohibi verla, o
comprometerse con ella, hasta que
cumpliera los veintin aos. Ese da
lleg y se fue: a pesar de la ausencia y
la oposicin constantes, los amantes
haban perseverado fielmente en su
verdad, el uno con respecto al otro. As
que se anunci el compromiso, y el
joven pas unas Navidades entraables

con su amada y su familia. Tambin se


intercambiaron cartas en las que
expresaban su devocin. En el verano de
1833, l haba viajado al extranjero con
su padre, y escrito a Emily (Ma douce
amie) desde Hungra, desde Pesth, de
camino a Viena. A principios de octubre,
el hermano de la seora Jesse recibi
una carta del to del joven. La seora
Papagay se saba de memoria el
principio. Se lo haba odo decir a la
seora Jesse con su voz profunda y
melanclica; y tambin al capitn Jesse,
palabra por palabra, con su barboteo
superficial y monocorde:
Mi querido seor:

Le escribo por expreso deseo de


una familia sumamente afligida,
porque, desde el abismo de dolor en el
que han cado, no tienen fuerzas para
hacerlo ellos mismos.
Su amigo, seor, y mi queridsimo
sobrino, Arthur Hallam, ha dejado de
existir; ha sido voluntad de Dios
apartarlo de este primer escenario de
la existencia, para conducirlo a ese
Mundo mejor para el que fue creado
El pobre Arthur tuvo un ligero
ataque de escalofros (de los que
padeca a menudo), orden que
encendieran el fuego, y charl tan
animadamente como siempre. De
repente perdi el conocimiento, y su

espritu lo abandon sin dolor. El


mdico trat de extraerle algo de
sangre, y al analizarla todos opinaron
que no poda haber vivido mucho
ms
La joven haba bajado las escaleras,
esperanzada, al or llegar al cartero, y
cuando su destrozado hermano le ley
aquello en voz alta, el mundo se
desvaneci ante sus ojos en sombras, y
fue vctima de un profundo desmayo;
pero el despertar haba sido mucho ms
terrible, ms traumtico, que el primer
golpe; as lo contaba ella, y as lo crea
la seora Papagay; incluso lo
experimentaba de tan intensa que era la

narracin.
Parece relataba la seora Jesse
que se fue tan silenciosamente, de un
modo tan imperceptible, que su padre
fue capaz de sentarse junto al fuego con
l, creyendo que estaban leyendo en
compaa, hasta que le choc que el
silencio fuera demasiado largo, o tal vez
que algo no iba bien, no se sabe, y l no
lo recuerda. Porque cuando toc a mi
querido Arthur, no tena la cabeza en una
postura del todo natural y tampoco
contest, as que se mand llamar un
mdico, y se le abri una vena en el
brazo y otra en la mano; todo intil, se
haba ido para siempre.
Tras aquel da negro, ella se haba

encerrado durante todo un ao en su


dormitorio, postrada por el dolor y la
impresin, para reaparecer luego ante su
familia y sus amigos; la seora Papagay
no se imaginaba la escena desde el
interior del cuerpo de la joven, como le
suceda con la primera conmocin, sino
a travs de los ojos perplejos de los
presentes cuando ella haba entrado
lentamente en la habitacin, dolorosa y
orgullosamente erguida, de luto riguroso
pero con una rosa blanca en el pelo,
como a su Arthur le gustaba verla.
Regresaba al mundo pero no era de este
mundo, tena el alma enferma y moraba
en las sombras. Tarde, demasiado tarde,
como ocurre siempre en las historias

trgicas, el adusto padre se arrepinti de


su crueldad, y la amada de su hijo fue
invitada a aquella casa a la que nunca
haba acudido con su amante; se
convirti en la amiga ntima de su
hermana, en la hija viuda de su
apenada madre, y en la destinataria, tal
como se hizo saber, de una generosa
renta de trescientas libras al ao. Estas
cosas siempre son secretas pero siempre
se saben, el chisme vuela en un susurro
de saln en saln, se alaba la
generosidad y a la vez se cuestiona el
motivo en tono despectivo: para
comprar afecto?, para aliviar la culpa?,
para
asegurarse
una
devocin
perpetua? Esto ltimo no se haba

conseguido ni total ni perfectamente,


porque all estaba el capitn Jesse.
Cmo o dnde pasaba exactamente a
formar parte del cuadro, la seora
Papagay no lo saba. Segn los rumores,
aquel matrimonio represent una cruel
desilusin tanto para el viejo seor
Hallam como para el hermano de la
seora Jesse, Alfred, el mejor amigo de
Arthur. A la seora Papagay le haban
enseado, con la ms absoluta reserva,
una carta de la poetisa Elizabeth Barrett
(antes de convertirse en la seora
Browning y de unirse ella misma a la
feliz congregacin de los espritus) en la
que calificaba el comportamiento de la
seora Jesse como una desgracia para

las mujeres y el colmo de la maldad.


La seorita Barrett se refera
desdeosamente al capitn Jesse (en
aquel entonces, 1842, el teniente Jesse)
como a un teniente grandn.
Despreciaba tanto al novio como a la
novia por haber aceptado continuar
recibiendo la renta que el viejo seor
Hallam, con suma generosidad, no haba
retirado. Y lleg al colmo de la
indignacin con lo que la seora
Papagay estaba a veces dispuesta a
considerar como un toque potico y
romntico: el nombre que le haba
puesto a su primer hijo, Arthur Hallam
Jesse. Eso fue un querer agarrarse
desesperadamente
al

sentimentalismo pero fall!, haba


sentenciado la seorita Barret, haca ya
tantos aos. Tal vez la seora
Browning
habra
sido
ms
comprensiva?, se preguntaba la seora
Papagay. Su compasin haba aumentado
de una forma tan maravillosa con su
propia fuga y su propio matrimonio
Por lo que respecta a la seora
Papagay, le gustaba pensar que le haban
dado ese nombre como una garanta de
perpetuidad, como una manera de que su
amante muerto siguiera vivo, como una
confirmacin para los creyentes de la
maravillosa comunidad del mundo de
los espritus. Porque el propio Seor
haba dicho: En el Cielo no hay

matrimonio
ni
concesin
en
matrimonio. Aunque de nuevo Emanuel
Swedenborg, que haba estado all,
haba visto los matrimonios de los
ngeles, que se correspondan con la
unin entre Cristo y Su Iglesia; as que
se lo saba de otro modo, o al menos
poda explayarse sobre por qu Nuestro
Seor haba dicho eso, cuando el amor
conyugal era tan importante para los
ngeles. Llamar Arthur Hallam Jesse al
hijo mayor no fue muy afortunado, como
se vio despus. Era una especie de
militar, pero pareca vivir en un mundo
propio, quiz porque, como en el caso
del capitn Jesse, sus ojos azul claro no
vean mucho ms all de sus narices.

Tena, al igual que sus padres, un rostro


de una belleza romntica y al mismo
tiempo dulcemente afable. El viejo
seor Hallam era su padrino, y tambin
lo era del hijo mayor de Alfred, a su vez
piadosamente bautizado in memoriam,
aunque esto no se desaprob de la
misma forma, ya que Alfred Tennyson
haba escrito In Memoriam, que hizo de
Arthur Hallam, A. H. H., un objeto de
duelo nacional veinte aos despus de
su muerte, y que ms tarde llev a la
nacin a confundir de algn modo a su
joven promesa con el tan llorado
prncipe Alberto, por no hablar del
legendario rey Arturo, la flor y nata de
la caballera y el alma de Bretaa.

Sophy Sheeky se saba de memoria


trozos enteros de In Memoriam. Le
gustaban los poemas, pareca, a pesar de
que nunca consegua que le interesara
una novela; un rasgo curioso de sus
gustos, pensaba la seora Papagay.
Deca que le gustaba el ritmo, que la
conmova; primero el ritmo, y luego el
significado. Por lo que se refiere a la
seora Papagay, le gustaba Enoch
Arden, un cuento trgico de una marino
naufragado que volva a su hogar para
encontrar a su esposa felizmente casada
con hijos, y que mora virtuosamente
resignado. El argumento recordaba al de
la novela fallida de la seora Papagay,
en la que un marinero, el nico

sobreviviente de un buque quemado en


medio del ocano, habiendo sido
rescatado tras muchos semanas flotando
en una balsa bajo el sol ardiente, as
como encarcelado por una cariosa
princesa tahitiana, secuestrado por
piratas, presionado por un buque de
guerra que haba vencido a los piratas, y
herido en una gran batalla, volva hasta
su Penlope para encontrarse con que se
haba casado con su odiado primo y era
madre de muchos pequeos que tenan
sus rasgos pero no eran suyos. A la
seora Papagay esto ltimo le pareca
un toque sutil y trgicamente irnico,
pero no le daba la imaginacin para el
incendio, la esclavitud, Tahit y las

rondas de enganche, a pesar de que


Arturo haba hecho que todo aquello le
pareciese de verdad cuando caminaban
por los Downs[19] o se sentaban de
noche junto al fuego. Segua echando de
menos a Arturo, sobre todo porque no se
haba presentado otro amante que la
distrajese. Le gustaba especialmente un
poema del Laureado sobre los peligros
del retorno de los muertos.
Pueden los muertos, cuyos ojos
moribundos
se cerraron con llantos, reanudar su
vida,
que se encontrarn con un cruel

acogida
de la madre y el hijo cuando se
levanten.
Bien estuvo, una vez templados por el
vino,
brindarles una lgrima benevolente,
hablar de ellos, querer que estuvieran
aqu,
considerar su recuerdo medio divino;
pero si se presentaran los que se
fueron,
veran a sus novias en distintas
manos,
y al rudo heredero pasear por sus
tierras

decidido a no cederlas ni un solo da.


S, pues, aunque su hijo no fuese de
sos,
de igual modo el seor an amado
hara
que la confusin fuese peor que la
muerte,
al tirar los pilares de la paz
domstica.
Ay, amigo mo, pero vuelve hasta m:
pese a los cambios que hayan forjado
los aos,
sigo
sin encontrar
un solo
pensamiento
que clame en contra de mi deseo de ti.

Ay, amigo mo, pero vuelve hasta


m, murmuraba para s la seora
Papagay, junto con la reina y
muchsimos
hombres
y mujeres
afligidos, en un gran suspiro rtmico de
desesperada esperanza. Y eso mismo
senta, seguro, Emily Tennyson, Emily
Jesse, el amor que aquel joven haba
saboreado con la mitad de su mente pero
que no haba tocado; porque ella lo
llamaba en sus sesiones, deseaba verlo y
orlo; para ella estaba vivo, aunque
llevara ausente cuarenta y dos aos, casi
el doble de su estancia en la tierra.
Nunca haban logrado comunicarse con
l de un modo que no dejara lugar a
dudas, ni siquiera Sophy Sheekhy; y la

seora Papagay, una experta en


autoengao e imgenes vanas, slo
poda admirar la entereza con la que la
seora Jesse se negaba rotundamente a
dejarse seducir por simulacros, o
espritus displicentes, a mover mesas
con sus propias rodillas o a instarlas, a
ella y a Sophy, a mayores esfuerzos.
Se ha ido muy lejos haba dicho
Sophy en una ocasin, tiene muchas
cosas en que pensar.
Siempre las tuvo dijo la seora
Jesse. Y se nos dice que no
cambiamos ms all de la tumba, que
slo continuamos por el camino en el
que estamos.

III
El sof donde Emily Jesse estaba
sentada con la seora Hearnshaw era
amplio, tena el respaldo alto, y estaba
tapizado con un lino estampado,
diseado por William Morris, en el que
se vea una espaldera con ramas oscuras
que se cruzaban al azar y a la vez se
repetan geomtricamente, sobre un
misterioso fondo verde oscuro; el color,
pensaba Emily, con el inveterado
romanticismo de su familia, de las
profundidades del bosque, de los
bosquecillos sagrados, de los claros de
hoja perenne. Las ramas estaban

tachonadas de florecitas blancas como


estrellas, y entre ellas serpenteaban
granadas carmeses y doradas, y
pajaritos con crestas azules y rosas, el
pecho moteado de color crema y los
picos curvos: una especie de hbridos
imposibles entre los exticos periquitos
amaznicos y el zorzal ingls. Emily no
se preocupaba mucho de la casa, crea
que en la vida haba cosas ms
importantes que las vajillas y los asados
domingueros, pero disfrutaba del sof,
del entretejido que el seor Morris
haba hecho de una especie de serie
acabada y formal de objetos mgicos
que le recordaban su infancia en la
rectora blanca de Somersby, cuando los

once haban jugado a Las mil y una


noches y a la corte de Camelot, cuando
sus hermanos, de elevada estatura,
haban esgrimido sobre el csped
caretas y floretes mientras gritaban:
Toma, traidor con pintas de sapo!, o
haban defendido con palos el
puentecillo que cruzaba el arroyo,
posteriormente inmortalizado, de los
chicos del pueblo, como Robin Hood.
En aquel entonces, all todo tena dos
caras: era verdadero y querido, cercano
y actual, y a la vez reluca mgicamente
y despeda un vago perfume fro a
mundo perdido, a huerto de rey, al jardn
de Haroun-al-Raschid. Las ventanas del
comedor gtico que su padre

furiosamente enrgico, el rector, haba


construido con sus propias manos y la
ayuda de Horlins, su cochero, podan
verse, con una imaginacin despierta, de
dos maneras: como troneras que
sirvieran de marco a damas vestidas a la
ltima moda, listas para escabullirse en
direccin a sus citas, o como ventanas
mgicas tras las que Ginebra y la
Azucena[20] aguardasen a sus amantes
con el corazn palpitante. El sof del
seor Morris admita esos dos mundos;
se poda sentar uno en l, y haca alusin
al paraso. A Emily le gustaba eso.
Haba habido un sof amarillo en el
cuarto de estar de Somersby donde se
sentaba la seora Tennyson a zurcir la

ropa, y los pequeos retozaban como


una camada de cachorros o como las
olas de un mar picado, agitndose a su
alrededor. All se haba sentado Emily a
solas con Arthur, en aquella visita
navidea, el bello Arturo con sus rasgos
cincelados y su aire de conocer los
caprichos y las coqueteras del sexo
femenino. Le haba pasado la mano por
el hombro, su amante aceptado, y su
delicada boca le haba rozado la
mejilla, la oreja, la ceja morena, los
labios. Hasta ahora poda acordarse de
cmo temblaba Arthur, ligersimamente,
como si no pudiese controlar del todo
las rodillas, y a ella la haba invadido el
miedo; ahora no poda acordarse

exactamente de qu: de verse


desbordada?, de responder de una
forma inapropiada o inadecuada?, de
perderse? l tena los labios secos y
templados. Escribi a menudo sobre el
sof amarillo despus de eso, apareci
en sus cartas, un misterioso objeto
macizo con un sentido ambiguo,
mezclado con suspiros chaucerianos
sacados de algn romance ideal.
Ay, mi Emily
ay, que nos dejas
ay, mi reina sin corazn.
l

se

haba

perdido

tanto

el

principio como el final de este lamento:


Ay, la muerte, mi Emily!
Ay, que nos dejas!
Ay, mi reina sin corazn! Ay, mi
esposa!
Ella se lo deca a s misma de vez en
cuando: Ay, mi reina sin corazn! Ay,
mi esposa!, cosa que nunca haba
llegado a ser. Pobre Arthur. Pobre Emily
desaparecida, con sus largos bucles
morenos y su rosa blanca. Tras aquel
delicado abrazo ella haba quedado tan
conmocionada en cuerpo y alma que
guard cama durante dos das, aunque su

corta visita apenas haba durado dos


semanas. Le escribi notitas desde su
encierro en un italiano encantadoramente
impreciso (o eso le haba parecido a
Arthur), que l le corrigi pacientemente
y le devolvi con la pgina marcada en
donde las haba besado. Poverina, stai
male. Assicurati chio competisco da
cuore al soffrir tuo. Un verray parfit
gentilhombre, Arthur.
La seora Hearnshaw no se fijaba en
el sof. Estaba contndoles su desgracia
a Emily y a Sophy Sheekhy, que se haba
colocado en un taburete cerca de ellas.
Pareca tan fuerte, sabe, seora
Jesse?, mova los brazos con tanto vigor
y daba unas patadas con sus muslitos y

sus piernitas Y me miraba tan


tranquila con aquellos ojos llenos de
vida. Mi marido dice que tengo que
aprender a no encariarme tanto con
estas criaturitas que estn destinadas a
pasar tan poco tiempo con nosotros.
Pero cmo no voy a encariarme? Es lo
natural, me parece. Se han desarrollado
debajo de mi corazn, querida, he
sentido cmo se revolvan de miedo,
cmo temblaban.
Hemos de creer que son ngeles,
seora Hearnshaw.
A veces soy capaz de creerlo.
Otras me imagino cosas terribles.
Diga lo que se le pase por la
cabeza dijo Emily Jesse, le sentar

bien. Mire, los que hemos sido heridos


en lo ms profundo sufrimos por todos
los dems, en cierta forma nos han
destinado a que soportemos su dolor.
Nos lamentamos por ellos. No es
ninguna vergenza.
Doy a luz a la muerte dijo la
seora Hearnshaw, expresando el
pensamiento con el que se paseaba
constantemente. Poda haber aadido:
Me doy horror a m misma, pero se
contuvo. La imagen mental de los
miembros moteados tras la convulsin,
del lecho de arcilla spero y mohoso la
acompaaba siempre.
Es todo lo mismo dijo Sophy
Sheekhy. Lo vivo y lo muerto. Como

las nueces.
Vea con mucha claridad aquellas
formas diminutas, enroscadas en sus
cajitas, como los lbulos blancos de
piel marrn de las nueces secas, y un
punto ciego como la cabeza de un
gusano abrindose camino hacia la luz
entre un follaje areo. Vea mensajes
a menudo. No saba de quin eran
aquellos pensamientos, si suyos o de
otra persona, si provenan del exterior, o
si todo el mundo vea mensajes
similares de su propia cosecha.
El capitn Jesse y el seor Hawke se
unieron a ellas.
Nueces? dijo el capitn Jesse
. Tengo debilidad por las nueces. Con

vino de oporto, despus de la cena,


pueden resultar la mar de sabrosas.
Tambin me gustan las verdes y
lechosas. Se dice que recuerdan al
cerebro humano. Mi abuela me cont
cmo se utilizaban en ciertos remedios
campestres que deban de estar ms
cerca de la magia que de la medicina.
No le habra interesado esa
comparacin a Emanuel Swedenborg,
seor
Hawke?
La
nuez
encefalomrfica?
No recuerdo haber ledo nada en
contra de las nueces en sus escritos,
capitn Jesse, aunque son tan
voluminosos que seguro que hay alguna
referencia escondida en alguna parte.

Cuando pienso en las nueces siempre me


acuerdo de la mstica inglesa doa
Julian de Norwich, a la que se le revel
en una visin todo lo que es como una
nuez en su propia mano, y a la que el
propio Dios le dijo: Todo estar bien,
y t misma vers que toda clase de
cosas est bien. Yo creo que puede que
lo que ella viera fuera el pensamiento de
un ngel, tal como se presentaba en el
mundo de los espritus o en el de los
hombres. Puede que en cierto modo
fuera una precursora de nuestro Coln
espiritual. Sabrn que l cuenta cmo
vio un hermoso pjaro en las manos de
sir Hans Sloane, en el mundo de los
espritus, que no se diferenciaba en lo

ms mnimo de un pjaro similar de la


tierra, siendo, sin embargo, segn se le
revel, nada menos que el afecto de un
determinado ngel, y desapareciendo al
cesar la actividad de ese afecto. Ahora
bien, parece que el ngel, al estar en el
cielo, no sera consciente de esta
aproximacin indirecta al mundo de los
espritus, porque los ngeles lo ven todo
en su forma ms elevada, el Humano
Divino. Se nos dice que a los ngeles
superiores los que se acercan a ellos
desde abajo los ven como niitos,
aunque no es as como se ven a s
mismos, porque sus afectos nacen de la
unin del amor a la bondad, de un padre
anglico, y del amor a la verdad, de una

madre anglica, en amor conyugal.


Y el propio Swedenborg vio aves
en sus estancias en el mundo de los
espritus, y se le revel que en el Gran
Hombre los conceptos racionales tienen
apariencia de pjaros. Porque la cabeza
se corresponde con los cielos y el aire.
De hecho experiment en su propio
cuerpo la cada de ciertos ngeles que
se
haban
formado
opiniones
equivocadas en su comunidad sobre los
pensamientos y su afluencia; sinti un
temblor terrible en los nervios y en los
huesos; y vio un pjaro oscuro y feo y
dos delicados y bonitos. Y estos pjaros
corpreos eran los pensamientos de los
ngeles, y l los vea en el mundo de sus

sentidos: bellos razonamientos y feas


falacias. Porque a todos los niveles todo
se corresponde, desde lo ms puramente
material a lo ms puramente divino, en
el Humano Divino.
Extrao, muy extrao dijo el
capitn Jesse, con cierta impaciencia. Al
ser un gran charlatn, no poda escuchar
pasivamente mientras el seor Hawke
desenmaraaba para los presentes todas
las hebras que conectaban al Humano
Divino con los terrones de barro de este
mundo. Una vez haba empezado, el
seor Hawke era dado a extenderse, y
explicaba los Arcana y los Principia, la
Clavis
Hieroglyphica
Arcanorum
Naturalium et Spiritualium, los misterios

de la Influx y la Devastacin, el Amor


Conyugal y la Otra Vida, porque slo
mediante su exposicin el seor Hawke
poda sostener en el aire todas las
pelotas de su sistema a la vez, por as
decirlo: un arco de malabarismo
teolgico, que Sophy Sheeky vio un
momento, durante su digresin sobre los
pjaros, como una rfaga de palomas
buchonas y de trtolas de collar.
En ese mundo, en el mundo
espiritual dijo el seor Hawke, les
llega la luz del sol espiritual, y no
pueden ver el correspondiente sol
material de nuestro mundo muerto. Para
ellos se trata de una profunda oscuridad.
Tambin hay algunos espritus bastante

corrientes que no pueden soportar las


cosas materiales, por ejemplo, los del
plaera Mercurio, que corresponden en
el Gran Hombre a la memoria de las
cosas, extrada de las cosas materiales.
Swedenborg los visit, y se le permiti
que les enseara prados, tierras de
barbecho, jardines, bosques y arroyos.
Pero los detestaban, detestaban su
materialidad, les gusta el conocimiento
abstracto;
as
que
llenaron
meticulosamente
los
prados
de
serpientes y los oscurecieron, e hicieron
que los arroyos se pusieran negros. Tuvo
ms xito al ensearles un agradable
jardn repleto de lmparas y de luces,
porque eso apelaba a su inteligencia, ya

que las luces representan las verdades.


Y tambin al ensearles corderos, cosa
que aceptaron, porque los corderos
representan la inocencia.
No muy distintos a algunos
predicadores dijo la seora Jesse,
los espritus del plaera Mercurio.
Capaces slo de pensar en abstracciones
relacionadas con otras abstracciones.
Tampoco muy distintos a ciertos
salvajes dijo su marido. Los que
navegaron con el capitn Cook solan
contar cmo los salvajes de Nueva
Zelanda parecan incapaces de ver el
barco anclado en la baha. Se ocupaban
de sus asuntos como si no estuviese all,
como si todo fuese igual que siempre,

mientras pescaban y nadaban, ya saben,


o hacan sus hogueras para asar los
peces que haban cogido y todo eso, o
cualquier otra cosa a la que se
dedicaran. Pero en el momento en que se
arriaron los botes y se hicieron a la mar,
fue como si los hombres se hiciesen
visibles, y provocaron que los salvajes
se pusieran muy nerviosos, que se
concentrasen muchas filas de ellos en la
playa
y
agitasen
los
brazos
saludndolos, y empezasen a gritar y a
bailar como locos. Pero el barco
pareca que no podan verlo.
Cualquiera pensara que podra haber
funcionado una analoga, que podran
haber credo que se trataba de alguna

gran cosa blanca con alas, alguna fuerza


espiritual o qu se yo, si no podan verlo
como un barco, pero no, no podan verlo
en absoluto, al parecer, nada de nada. Lo
cual contribuye, a mi entender, a reforzar
la teora de que el mundo de los
espritus puede estar yuxtapuesto a ste,
puede acribillarlo por todas partes como
los gorgojos el pan, y podramos no
verlo porque no hemos desarrollado una
manera de pensar que nos permita verlo,
entienden?, como sus mercuriales o
mercurianos, que no queran saber nada
de campos ni de cosas, o como los
propios ngeles que slo pueden ver el
sol como una profunda oscuridad,
pobrecitos.

Aarn, el cuervo, que estaba posado


en el brazo del sof, eligi ese momento
para alzar sus dos alas negras en el aire,
casi batindolas, y luego las volvi a
acomodar, con un frufr de plumas y
varios movimientos espasmdicos de su
cabeza. Dio dos o tres pasos de lado
hacia el seor Hawke, que retrocedi
nervioso. Al igual que muchas criaturas
que causan temor, Aarn pareca
animarse con las seales de angustia.
Abri su grueso pico azul y grazn,
echando la cabeza a un lado para
observar el efecto que haba producido.
Los prpados de sus ojos tambin eran
azulados y de reptil. La seora Jesse le
dio un tirn a su correa a modo de aviso.

El seor Hawke haba preguntado una


vez el origen de su nombre, suponiendo
que tena algo que ver con el hermano de
Moiss, el sumo sacerdote que llevaba
las campanas y las granadas diseadas
por Dios. Pero la seora Jesse
respondi que su nombre obedeca al
moro de Titus Andronicus, una obra de
la que el seor Hawke no saba nada, al
no tener la erudicin de los Tennyson.
Una criatura negra, que se
alegraba de su color, seor Hawke
haba dicho ella en pocas palabras. El
seor Hawke le contest que crea que
los cuervos eran, en general, pjaros de
mal agero. El cuervo de No, segn la
interpretacin de Swedenborg de la

Palabra, representaba a la mente


caprichosa vagando sobre un mar de
falsedades.
Las
falacias
crasas
e
impenetrables haba dicho mirando a
Aarn son descritas segn la Palabra
como bhos y cuervos. Como bhos,
porque viven en las tinieblas de la
noche; como cuervos, porque son
negras; como en Isaas 34, 11: La
lechuza y el cuervo morarn en ella.
Los bhos y los cuervos son
criaturas de Dios replic la seora
Jesse en esa ocasin con cierto humor
. No me puedo creer que algo tan
encantador, tan suave y tan perplejo
como un bho pueda ser una criatura del

mal, seor Hawke. Fjese en las


lechuzas que le respondan al muchacho
de Wordsworth, y en cmo imitaba l su
ulular. Mi propio hermano, Alfred, tena
mucho xito en ese tema cuando era
nio, poda imitar a cualquier ave, y
haba toda una familia de mochuelos que
venan cuando los llamaba para darles
de comer con la punta de los dedos, y
uno que se convirti en miembro de
nuestro hogar y vagaba por all sobre su
cabeza. Tena un cuarto debajo del
tejado de la rectora, bajo el gablete.
La expresin de su rostro se suaviz,
como siempre que se acordaba de
Somersby. Sac una bolsita de cuero y
ofreci al cuervo un pedacito de algo

que pareca hgado; l lo cogi con un


rpido picotazo, lo volte y se lo trag.
La seora Papagay estaba fascinada con
los pedacitos de carne de la seora
Jesse. La haba visto meter a escondidas
en su bolsita los restos de la carne asada
de la cena, para el pjaro. Haba algo
desagradable en la seora Jesse, as
como algo puro y trgico, claro. All
sentada, con aquella ave de mirada fija y
aquel monstruoso perrito gris de
colmillos afilados y cabeza abombada,
era como una cabeza erosionada y
vigilante entre dos grgolas del tejado
de una iglesia, pens la seora Papagay
un momento, por la que hubiesen pasado
siglos de viento y de lluvia mientras ella

miraba fijamente, desgastada y tenaz, al


infinito.

El seor Hawke insinu que, si ya


estaban preparados, deban formar el
crculo. Se puso una mesa redonda,
cubierta con un tapete de terciopelo con
flecos, en el centro de la habitacin, y el
capitn Jesse coloc las sillas en su
respectivos sitios, mientras se diriga a
ellas como si fueran criaturas vivas,
venga, vamos, no seas pesada, ya
est bien. La seora Jesse suministr
papel en abundancia, varios lpices y
plumas, y una gran jarra de agua con
vasos para todo el mundo. Se sentaron,

en una penumbra nicamente iluminada


por las llamas parpadeantes del fuego
del hogar. La seora Papagay inform
acerca de que as era cmo se haca en
los crculos espiritistas ms avanzados.
Pareca que a los espritus les daba
miedo la plena luz, o que les
incomodaba; la composicin de sus
rayos no era la adecuada, haba
explicado una vez un caballero
cientfico muerto en labios de una
mdium americana, Cora V. Tapman; un
ambiente ideal para su manifestacin era
la tranquilizadora luz violeta. A Emily
Jesse le gustaba el resplandor del fuego.
Crea firme y sinceramente que los
muertos tenan vida y se moran de ganas

de comunicarse con los vivos.


Como su hermano Alfred, como los
miles de fieles preocupados para los
que en parte hablaba, senta deseos,
apremiantes pero amenazados, de saber
que el alma individual era inmortal.
Alfred, a medida que se iba haciendo
viejo, se volva ms y ms vehemente
respecto a ese tema. Si no haba otra
vida, les gritaba a sus amigos, si se le
demostraba que eso era as, se
precipitara al Sena o al Tmesis,
metera la cabeza en un horno, se
envenenara o se pegara un tiro en la
sien. A menudo se deca a s misma los
versos de Alfred:

Que todo el que parece algo


independiente,
variar sus contornos y, al fusionarse
los alrededores del ser, se hundir,
volviendo a emerger en el Alma total.
La fe es tan borrosa como desabrida:
la forma eterna seguir separando
al alma eterna de sus proximidades;
y yo lo reconocer al encontrarnos.
Le gustaba eso. La fe es tan borrosa
como desabrida era un buen verso.
Pero tambin le gustaba el fuego del
hogar y parte de aquel antiguo yo infantil
suyo, que esperaba maravillas. Haban
jugado a juegos campestres junto al

fuego los once nios hacinados en la


bonita rectora; se haban contado
cuentos aterradores y visiones mgicas
los unos a los otros. Su anciano padre se
volvi medio loco de rabia y de
desilusin y de frustracin intelectual. Y
de beber, para hacer honor a la verdad.
La mitad de los nios sufrieron de
melancola; uno de ellos, Edward, a
quien no se mencionaba nunca, fue
encerrado a perpetuidad en un
manicomio de York. Septimus se
tumbaba, afligido, junto al fuego, y
Charles se aficion a los sueos del
opio. Con todo, haban sido felices,
recordaba, muy felices. Le cogieron el
gusto a la oscuridad. Vean cosas

extraas y les entusiasmaba contarlas.


Horatio, su hermano pequeo, al pasar
en pleno crepsculo de camino a casa
por delante del Bosque Encantado, entre
Harrington y Bag Enderby, vio una
repulsiva cabeza humana, aparentemente
cercenada, que corra a su lado en el
interior del bosque mientras lo miraba
fijamente por encima del seto. El propio
Alfred durmi con cierta ceremonia en
la misma cama de su padre, menos de
una semana despus de su muerte,
deseoso, deca, de ver un fantasma. La
rectora estaba tan increblemente
silenciosa sin los aullidos y los
estrpitos de su padre, que las nias le
suplicaron que no tratase de despertar a

aquel espritu perturbado. Pero Alfred


se haba aferrado a su idea, a caballo
entre lo morboso y lo sobrenatural. Se
encerr en aquella habitacin mal
ventilada y apag la vela. Y pas una
noche tranquila, inform a la maana
siguiente, pensando mucho en su padre,
en su amargura, su desdicha, su intelecto
privilegiado, sus ataques de penetrante
sensatez, a la vez que se esforzaba en
ver cmo se paseaba a grandes
zancadas, alto e imponente, por delante
de la cama.
O cmo te echaba la mano al
cuello dijo Horatio, que es que no
tienes ningn respeto.
A ti no se te va a aparecer ningn

espritu, Alfred dijo Cecilia. Eres


demasiado despistado para ver ninguno,
no eres receptivo.
Los espritus no se aparecen a los
hombres que tienen imaginacin, creo
dijo Alfred, y prosigui hablando de un
pastor de ganado que haba visto el
fantasma de un granjero asesinado, con
una horquilla que le sala de las
costillas. Arthur Hallam le haba
descrito cmo Alfred haba ledo su
nico documento, titulado Fantasmas, a
los Apstoles de Cambridge, aquella
sociedad erudita de jvenes que iban a
convertir el mundo en algo a la vez ms
justo y encantador.
Tenas
que
haberlo
visto,

queridsima Nem, tan terriblemente


guapo y tan terriblemente tmido y
avergonzado, apuntalado contra la
chimenea y escrutando sus pginas, para
poner entonces la voz del narrador de
cuentos del rincn de la chimenea de
Sidney, y aterrorizarnos a todos con su
horrible semblante.
Una vez, haba ledo la primera
parte del documento en una reunin de
los Tennyson de Somersby.
El que tiene el poder de hablar del
mundo espiritual, habla de un modo
sencillo de un tema importante. Habla de
la vida y de la muerte, y de las cosas de
la otra vida. Levanta el velo, pero la

forma que hay detrs est envuelta en


una oscuridad ms profunda. Alza la
nube, pero oscurece la perspectiva.
Abre con una llave de oro las verjas de
hierro del osario, las abre de golpe de
par en par, y hace salir de las tinieblas
interiores las colosales presencias del
pasado, majores humano; algunos como
vivieron, aparentemente plidos, y
ligeramente sonrientes; algunos como
murieron, repentinamente helados an
por el fro de la muerte; y algunos como
fueron enterrados, con los prpados
cerrados, con los sudarios y las mortajas
que los cien.
Los oyentes se arriman los unos a
los otros, tienen miedo de su propio

aliento, del latido de sus corazones. La


voz del que habla solo, como un arroyo
de montaa en una noche tranquila, llena
e inunda el silencio
A Arthur le haban encantado sus
reuniones donde se contaban historias,
el toque dramtico, el acento moribundo
que proporcionaba el grupo al relato de
los dems. El hogar de Arthur, deca, era
correcto y formal. Su hermano, sus
hermanas y l mismo eran los
supervivientes de una familia casi tan
numerosa como los Tennyson. Se les
vigilaba angustiosamente por si daban
seales de decadencia, se les protega
como a un tesoro, se les ejercitaba en la

virtud y se les educaba con rigor. No


corran a lo loco por los campos ni
daban tumbos por los setos, no
disparaban con arcos y flechas ni
cabalgaban libremente por la campia.
Os quiero a todos, les haba dicho a los
Tennyson, con la cara arrebolada de
felicidad, sabedor de ser tambin l
portador de felicidad, porque ellos le
queran a su vez; era bello y perfecto,
iba a ser un gran hombre, un ministro, un
filsofo, un poeta o un prncipe. Matilda
lo llamaba el rey Arturo, y lo haba
coronado con hojas de laurel y acnitos
de invierno. l tena paciencia con
Matilda, que era un poco extraa, un
poco brusca y cortante, debido a que de

pequea la haban dejado caer de


cabeza y no haba quedado bien.
Matilda, a diferencia de Alfred, tena
apariciones de verdad. Ella y Mary
haban visto cmo una figura alta y
blanca, amortajada de la cabeza a los
pies, avanzaba por la vereda de la
rectora y desapareca luego a travs de
un seto en un sitio donde no haba ningn
hueco. A Matilda se le saltaron las
lgrimas de la impresin, llor y aull
como un perro, y se revolc en la cama
muerta de miedo. Unos das despus fue
Matilda la que se acerc andando hasta
Spilby y recogi en la oficina de correos
aquella carta terrible.

Su amigo, seor, y mi queridsimo


sobrino, Arthur Hallam, ha dejado de
existir; ha sido voluntad de Dios
apartarlo de este primer escenario de
la existencia, para conducirlo a ese
Mundo mejor para el que fue creado.
Muri en Viena a su regreso de
Buda, de apopleja, y creo que sus
restos llegarn por mar desde Trieste.

IV
El seor Hawke los coloc. l se
sent entre Sophy Sheeky y Lilias

Papagay, con un ejemplar de la Biblia y


otro de Cielo e Infierno de Swedenborg
delante de l. La seora Jesse estaba al
lado de la seora Papagay, y al otro lado
tena a la seora Hearnshaw. El capitn
Jesse se sent entre la seora
Hearnshaw y Sophy Sheekhy, en una
especie de parodia del protocolo de una
cena cuando no haba hombres
suficientes. Era costumbre del seor
Hawke empezar la sesin con una
lectura de Swedenborg y otra de la
Biblia. Emily Jesse no estaba
completamente segura de cmo haba
conseguido convertirse en la figura
central, cuando hasta la fecha no haba
demostrado tener ningunas facultades

medimnicas. Al principio se haba


alegrado de poder contarle los
prometedores, si no alarmantes,
resultados de sus primeros y cautos
experimentos espirituales. Al igual que
su hermano mayor, Frederick, y su
hermana, Mary, era una abnegada devota
de la Iglesia de la Nueva Jerusaln de
Swedenborg, y tambin una espiritista
convencida.
Mientras
que
los
espiritistas
reivindicaban
a
Swedenborg, que haba realizado unos
viajes tan trascendentales al interior del
mundo espiritual, como a un fundador de
la fe, muchos de los swedengborgianos
ms ortodoxos contemplaban con recelo
lo que vean como un inseguro y

peligroso juego de poder de los


espiritistas. El seor Hawke no se haba
ordenado pastor de la Nueva Iglesia,
sino que era un predicador errante, a
quien le estaba permitido hablar pero
que careca de un rebao que guiar; un
grado, como nunca se cansaba de
explicar, al que Swedenborg se haba
referido como sacerdos, canonicus o
flamen. Se sent de espaldas al fuego y
ley en alto:
La Iglesia de la tierra ante el
Seor es un nico Hombre. Se
divide tambin en grupos, y cada
grupo es a su vez un Hombre, y
todo lo que est en el interior de

ese Hombre est tambin en el


Cielo. Cada miembro de la
Iglesia es adems un ngel del
cielo, porque se convierte en
ngel tras la muerte. Por otra
parte, la Iglesia de la tierra,
junto con los ngeles, no slo
constituyen las partes internas
del Gran Hombre, sino tambin
las externas, las que se
denominan cartilaginosas y
seas. La Iglesia genera todo
esto, porque en la tierra a los
hombres se les proporciona un
cuerpo en el que lo esencial
espiritual est revestido de lo
natural, lo cual da lugar a la

conjuncin entre el Cielo y la


Iglesia, entre la Iglesia y el
Cielo.
La lectura de hoy de la Palabra
continu est tomada del Libro de la
Revelacin, captulo veinte, versculos
del 11 al 15.
Y vi un gran trono blanco, y al que
estaba sentado en l, de cuya presencia
huyeron la tierra y el cielo; y no hubo
lugar para ellos.
Y vi a los muertos, grandes y
pequeos, que estaban delante de Dios;
y fueron abiertos los libros; y fue abierto

otro libro, que es el libro de la vida; y


fueron juzgados los muertos por las
cosas que estaban escritas en los libros,
segn sus obras.
Y el mar entreg los muertos que
estaban en l; y la muerte y el infierno
entregaron los que estaban en ellos; y
fueron juzgados, cada hombre segn sus
obras.
Y la muerte y el infierno fueron
arrojados al lago de fuego. sta es la
segunda muerte.
Y el que no fue hallado escrito en el
libro de la vida fue arrojado al lago de
fuego.
Este

pasaje

del

Libro

de

la

Revelacin hizo que un estremecimiento


de placer recorriese el esqueleto de la
seora Papagay, a la que le encantaban
sus sonoras resonancias y sus vistosos
colores: escarlata, oro, blanco y el
negro del abismo. Tambin le
encantaban, le haba sucedido desde
nia, todas aquellas visiones e imgenes
extraas: los ngeles enrollando el teln
de fondo de los cielos y despejndolos
para siempre, las estrellas cayendo del
cielo al mar como una lluvia de dorados
globos llameantes, los dragones y las
espadas, la sangre y la miel, las plagas
de langosta y las huestes de ngeles,
esas criaturas puras y blancas y a la vez
de ojos ardientes, arrojando sus coronas

doradas por todos lados en un mar


cristalino. Se haba preguntado a s
misma cada vez ms a menudo por qu a
todo el mundo le encantaban tanto la
ferocidad de san Juan y su terrible
visin, y se haba respondido de varias
maneras, como una buena psicloga, que
a los seres humanos les gustaba que los
aterrorizasen; no haba ms que ver
como disfrutaban con los cuentos ms
horribles del seor Poe, con los pozos,
los pndulos, los enterrados vivos. No
slo eso, les gustaba que los juzgasen,
le pareca; no podan proseguir si sus
vidas carecan de importancia, de una
importancia absoluta, a ojos de un ser
ms elevado que los observaba y les

confera realidad. Porque si no hubiese


muerte y juicio, si no hubiera cielo e
infierno, los hombres no seran nada ms
que bichos, nada ms que mariposas y
moscardas. Y si eso era todo, sentarse y
sorber t, esperar que fuera la hora de
acostarse, por qu se nos haba
otorgado semejante gama de cosas que
adivinar, que esperar, que temer, y que
iban ms all de nuestros voluminosos
pechos encerrados en sostenes, o de
nuestros problemas con las estufas? Por
qu aquellas criaturas blancas y etreas
encumbradas sobre nosotros, o la mujer
revestida de sol y el ngel que se alzaba
en l?
A la seora Papagay no se le daba

bien dejar de pensar. Tenan por


costumbre
sentarse
en silencio,
formando un crculo, levemente cogidos
de las manos para fundirse en uno solo,
a la expectativa: una mente pasiva para
que la utilizaran los espritus, para que
entrasen en escena y hablaran a travs
de ella. Al principio haban empleado
un sistema de golpecitos y de respuestas,
uno para s, dos para no, y de cuando en
cuando an les sobrecogan repiques
estrepitosos que venan de debajo de la
mesa, o sacudidas de su superficie bajo
los dedos, pero esperaban a que los
espritus diesen seales de su presencia,
y entonces se dedicaban a la escritura
automtica: tenan que sostener todos

una pluma sobre el papel; todos, excepto


el capitn Jesse, haban producido algn
escrito, largo o corto, que luego haban
examinado y sobre el que se haban
preguntado cosas. Y as, si el da era
bueno, los visitantes hablaban a travs
de Sophy o, ms raramente, a travs de
ella misma. Y una o dos veces, Sophy
pudo verlos, pudo describir lo que vea
a los dems. Haba visto al sobrino y a
las sobrinas muertas de la seora Jesse,
los tres nios de su hermana Cecilia:
Edmund, Emily y Lucy, muertos
respectivamente a los trece, a los
diecinueve y, precisamente el ao
anterior, a los veintin aos. Tan lentos,
tan tristes, pens la seora Papagay,

aunque los espritus haban dicho lo


felices que eran y lo ocupados que
estaban en una tierra veraniega entre
flores y huertos con una luz maravillosa.
Era el matrimonio de su hermana,
Cecilia, lo que se celebraba al final de
In memoriam como el triunfo del amor
sobre la muerte, con los piececitos de la
novia en zapatillas. La seora Papagay
los poda ver, trastabillando sobre las
lpidas de los muertos en la vieja
iglesia. Pero vivimos en un valle de
lgrimas, tuvo que admitir la seora
Papagay, necesitamos saber que existe el
pas del verano. El nio nonato que era
la esperanza futura del poema del
Laureado haba venido y se haba ido,

como el propio A. H. H. Con quien, por


alguna razn, ninguno de ellos, ni
siquiera Sophy Sheekhy, era capaz de
establecer comunicacin.
El fuego del hogar proyectaba
sombras sobre las paredes y los techos.
La melena de pelo cano del capitn
Jesse destacaba como una corona, su
barba pareca la de un dios, y se
reconoca la suave cabeza negra de
Aarn en una silueta humosa y oscilante.
Tenan las manos completamente
iluminadas. Las de la seora Jesse eran
largas y tostadas, manos de gitana con
chispeantes anillos rojos. Las de la
seora Hearnshaw eran delicadamente
blancas, y estaban cubiertas de anillos

de luto que contenan en estuchitos el


pelo de los desaparecidos. Las del
seor Hawke eran arcillosas, y con unos
cuantos pelos pelirrojos. Tena las uas
muy cuidadas, y llevaba un sello con una
hematites. Era aficionado a dar
palmaditas y apretones para animar y
tranquilizar a sus compaeros. La
seora Papagay tambin poda percibir
sus rodillas, que de cuando en cuando
rozaban las suyas, y estaba segura de
que tambin las de Sophy Sheekhy.
Saba, sin necesidad de pensarlo, que el
seor Hawke era un hombre excitable en
ese sentido, que le gustaba la carne
femenina, y pensaba mucho y muy a
menudo en ella. Saba, o crea que

saba, que le gustaba la idea de los


muslos plidos y frescos de Sophy
Sheeky,
que
se
imaginaba
desabrochando el suave corpio sin
adornos, o pasando las manos por
aquellas piernas plidas que haba
debajo del vestido color paloma. Saba,
casi igual de seguro, que Sophy no
responda a su inters. Vea las plidas
manos de Sophy, de un color crema
hasta debajo de las uas, inmviles e
inertes en sus garras, y sin ningn sudor
que denotase una respuesta, de eso la
seora Papagay estaba segura. A Sophy
parecan no interesarle aquella clase de
cosas. Parte de su xito espiritual poda
deberse a aquella cualidad intacta suya.

Era un recipiente puro, fresco, que


aguardaba como en sueos.
La seora Papagay tambin saba
que el seor Hawke haba considerado
la posibilidad de que ella misma fuera
una fuente de consuelo animal. Le haba
pescado mirndole el pecho y el talle,
como tasndolos involuntariamente; y
senta cmo sus dedos templados
masajeaban su palma en momentos de
excitacin. Una o dos veces le haba
descubierto tasando su boca gruesa y los
rizos an juveniles de sus cabellos.
Nunca
le
haba
dado
alas
voluntariamente, pero no lo rechazaba
de una vez por todas, como poda hacer,
cuando tena las manos muy largas o se

frotaba contra ella. Trataba de sopesarlo


todo. Crea que cualquier mujer que se
lo propusiese poda arrancarle al seor
Hawke
una
peticin,
si
era
razonablemente pechugona y l le
gustaba un poco. Quera ser la seora
Hawke? La verdad era que necesitaba a
Arturo, necesitaba lo que Swedenborg
llamaba las delicias conyugales de la
vida matrimonial. Quera dormir con
unos brazos masculinos rodendola,
entre el perfume de las sbanas
matrimoniales. Arturo le haba enseado
muchas cosas, y ella haba sido una
alumna aplicada. Arturo tuvo el valor de
hablarle a una esposa con los ojos
desmesuradamente abiertos de lo que

haba visto en varios puertos, de las


mujeres que le haban entretenido; y se
extendi cada vez ms cuando vio que
su sorprendente esposa no se ofenda,
sino que demostraba sentir curiosidad
por los detalles. Lilias Papagay, ya lo
creo, le poda ensear al seor Hawke,
o a algn otro hombre, un par de cosas
que le sorprenderan. Si poda ponerse a
ello despus de Arturo. Una vez haba
tenido una pesadilla terrible, en la que
abrazaba a Arturo y se encontraba
devorada por una gran anguila marina,
un dragn o una serpiente marina que, de
alguna forma, haba absorbido o
extrado a medias partes de l. Aunque
el sueo ocasional en el que l

regresaba talmente a la vida casi le


haca ms dao al despertarse. Ay,
amigo mo, pero vuelve hasta m, se
dijo la seora Papagay a s misma y a su
hombre muerto. Su pulgar extendido se
vio calibrado, y frotado, por el pulgar
tieso del seor Hawke. Intent
concentrarse en el objetivo de la
reunin. Se reproch su propia
reincidencia al contemplar la fuerza
expectante de la cara amplia y suave de
la seora Hearnshaw.

A Sophy Sheeky se le daba mucho


mejor vaciar su mente que a la seora
Papagay. De hecho, antes de que la

seora Papagay la hubiera llevado a


hacer
de
ello
una
profesin,
constantemente haba disfrutado, o se
haba asustado o sentido incmoda con
aquel deslizarse dentro y fuera de
distintos estados de conciencia, igual
que poda deslizar su cuerpo dentro y
fuera de sus varios vestidos y abrigos,
dentro y fuera del agua templada o del
fro aire invernal. Una de sus lecturas
bblicas favoritas, y tambin una de las
del seor Hawke, porque le permita
reflejar
las
experiencias
de
Swedenborg, era la ancdota de san
Pablo en 2 Corintios 12.
Conoc a un hombre en Cristo, que

hace catorce aos (si en el cuerpo, no lo


s; si fuera del cuerpo, no lo s: Dios lo
sabe) fue arrebatado hasta el tercer
cielo.
Y conoc tal hombre (si en el cuerpo
o fuera del cuerpo, no lo s: Dios lo
sabe).
Que fue arrebatado al paraso, y oy
palabras inefables que el hombre no
puede decir.
De tal hombre me gloriar, mas de
m mismo no he de gloriarme, sino en
mis flaquezas.
Le gustaba aquella frase equivoca
que se repeta si en el cuerpo, no lo s;
si fuera del cuerpo, no lo s, Dios lo

sabe. Describa gran parte de sus


estados y se poda usarlo, como la
poesa, para inducirlos con el reiterativo
murmullo de su ritmo. Si no parabas de
decrtelo a ti mismo, al principio se
volva muy extrao, como si todas las
palabras estuviesen locas y erizadas de
pelitos de cristal reluciente, y luego muy
sencillo y carente de significado, como
transparentes gotas de agua. Y estabas y
no estabas all; Sophy Sheeky se
quedaba sentada como una monja gris
con el rostro bajo, y vea algo. Qu
vea? La propia Sophy no crea que se
diese una gran discontinuidad entre las
criaturas y los objetos que se encontraba
en sueos, las que vislumbraba a travs

de las ventanas o por encima del dique


martimo, las evocadas en los poemas o
en la Biblia, o las que no venan de
ninguna parte y se quedaban un rato; se
las poda describir a los dems, se las
poda ver, oler, or, casi tocar y
saborear: algunas eran dulces, otras
ahumadas. Echada de noche en su cama,
esperando dormirse, vea procesiones
de todas clases, a veces en el aire a
oscuras, a veces con los mundos que
traan
consigo,
desconocidos
o
familiares: dunas desiertas, brezales con
maleza, el interior de armarios oscuros,
el calor de lumbres, huertos cargados de
fruta. Vea bandadas de pjaros y nubes
de mariposas, camellos y llamas,

hombrecitos negros y desnudos y


muertos amortajados con la mandbula
sujeta, erguidos y resplandecientes. Vea
lagartos ardiendo y familias de esferas
doradas, enormes e infinitesimales, vea
lirios transparentes y pirmides andantes
de
cristal.
Otras
criaturas
indescriptibles
vagaban
por
su
conciencia: algo parecido a una pantalla
morada de chimenea, con unos brazos
orlados de plata, se aproximaba, se
abra y se cerraba, dando una sensacin
de gran contento; y una especie de erizo
naranja de pura angustia se hinchaba y
estallaba delante de ella. Muchas de
ellas nunca trataba de describrselas a
nadie. Eran su mundo. Pero parte de

estas cosas que venan, o que podan ser


evocadas,
eran
seres
humanos
completos, con sus rostros y sus
historias, y haba aprendido lenta y
dolorosamente que se la requera, en
ambos lados al parecer, para que
mediase entre stos y aquellos otros que
ni los vean ni los oan. Cuanto mayor
era el peso de la esperanza, cuanto
mayor el absorbente remolino de dolor
que aqu clamaba una y otra vez por
ellos, ms le costaba a Sophy Sheekhy
hacer lo que le pedan, invitar a aquellos
visitantes en particular entre todos los
dems, hacerles quedarse y hablar. A
veces tena la sensacin de que la
asfixiaban: los vivos, no los muertos.

Aquel da, al tranquilizarse, percibi


que la habitacin estaba llena de
actividad. Tena por costumbre recorrer
despacio el crculo con la vista, para
ver a sus miembros de una forma
abstracta, sopesando, como si fuera con
su sangre y con sus huesos, las
preocupaciones y los movimientos de la
mente, para luego deshacerse de ellos y
permanecer a la escucha. A menudo, en
torno al crculo de los vivos, vea otro
de criaturas que pugnaban por entrar,
ansiosas y atentas, deseosas de pblico,
listas para ponerse a dar vueltas en
corro, para soltar risitas ahogadas, o
para aullar. Se mir tranquilamente las
manos, vio cmo un dedo del seor

Hawke acariciaba la membrana que una


los suyos, haciendo que se quedasen
helados como un muerto, fros como una
piedra; as que permaneca all sentada
con una pesada mano de mrmol, con la
vida encogida en el corazn. Mir al
seor Hawke y vio en su lugar, como
sola sucederle, una especie de criatura
roja de terracota cascada, que de algn
modo le recordaba a Pug, o a una figura
vidriada de un len chino, o a un acerico
de raso erizado de alfileres con la
cabecita de cristal; una cosa del color
de la punta rabiosamente reluciente de
aquella parte del seor Pope que l
llevaba agarrada delante, apuntando
tiesa hacia arriba, el da que haba

entrado sonmbulo en su buhardilla,


mientras soltaba gemiditos roncos, antes
de que ella consiguiera que su propio
cuerpo estuviese completamente helado
como un pescado muerto, helado como
un melocotn de mrmol, en el momento
en que el seor Pope haba puesto una
mano caliente sobre l, y retrocedido de
un salto, abrasado por el hielo.
A la seora Papagay la vea como la
seora Papagay, porque la quera como
era, aunque vea su cabeza toda
coronada de plumas de pavo real y de
ave lira y de las avestruces ms blancas,
igual que una reina de los mares del sur.
A la seora Hearnshaw sola verla toda
mojada y con las mollas de grasa

relucientes de agua, como una sirena


sacada de las aguas, como un enorme
len marino que se quejase al cielo
sobre una roca. A veces le pareca ver a
travs de la seora Hearnshaw como a
travs de un florero o un cliz inmenso
en el que las formas se debatan
vagamente, igual que melocotones en un
tarro. Y al lado de la seora Hearnshaw,
sujetando su propia mano, estaba el
capitn Jesse. Una vez, al mirarlo, haba
visto a un gran animal de plumaje
blanco, un animal con unas alas
inmensas y poderosas y un pico cruel,
confinado en su cuerpo, apretujado tras
sus costillas, como algo enjaulado que
miraba al exterior con unos ojos

dorados e inhumanos. Despus, estaba


segura de que haba sido despus, el
capitn Jesse le haba enseado sus
grabados del gran albatros blanco que
haba visto en sus exploraciones
polares. Le haba contado muchas cosas
de los desiertos de nieve y de los perros
que tiraban de los trineos y tenan los
ojos zarcos, y a los que se coman
cuando estaban agotados. Le haba
hablado de grietas donde los hombres se
hundan sin dejar rastro en extensiones
de hielo verde como esmeraldas; el
poeta tena razn, le deca el capitn
Jesse a Sophy, es justo ese verde, el de
las esmeraldas, es cientficamente
exacto, querida, y muy loable.

Por lo que respecta a la seora


Jesse, Sophy Sheekhy la vea a veces
joven y hermosa, con un vestido negro y
una rosa blanca en aquel pelo azabache,
como a l le gustaba verla. Haba
percibido
que,
al
contemplar
desinteresadamente a casi cualquier
mujer, sala a relucir el fantasma de la
muchacha que en su da haba sido, a la
par que la vieja bruja en la que iba a
convertirse. Tambin vea a la seora
Jesse como a una bruja, envuelta y
encapuchada con andrajos y harapos
muy negros, de barbilla puntiaguda y
nariz afilada, y con un costurn
desdentado por boca. La muchacha no
dejaba de esperar, y las manos

arrugadas de la vieja descansaban junto


a las garras del cuervo o acariciaban la
flccida molla de grasa del cuello de
Pug.

Por qu no cantamos un poco?


sugiri la seora Papagay. Le
corresponda
a
ella
guiar
el
acercamiento al mundo de los espritus
despus de que el seor Hawke hubiese
hecho valer la autoridad de la Palabra.
Su himno favorito era el del obispo
Beber Santo, Santo, Santo, gusto que
comparta con el Laureado y con Sophy
Sheekhy, que se senta traspasada por
cristalinos dardos de pura alegra con la

estrofa:
Santo, Santo, Santo! Todos los Santos
Te adoran
arrojando coronas de oro al mar de
cristal;
querubn y serafn, postrndose ante
Ti
que fuiste, y eres, y sers por siempre.
La seora Hearnshaw, sin embargo,
tena predileccin por Hay un hogar
para los nios pequeos y
En torno al Trono de Dios un coro
de ngeles gloriosos hay siempre.

Estrellas ven, dulces arpas sostienen,


cien sus cabezas coronas de oro.
As que los cantaron los dos,
mientras alzaban rtmicamente sus
manos unidas formando un corro, y
sentan como la fuerza pasaba de un
dedo a otro: una pulsacin elctrica a lo
largo de la cual los hilos de
comunicacin se podan abrir a la tierra
de los muertos.

El fuego se apag un poco. La


oscuridad se hizo ms espesa. Sophy
Sheekhy dijo, clara y distendidamente:
Aqu hay espritus, siento su

presencia, tambin me huele a rosas.


Nadie ms se da cuenta de este fuerte
olor a rosas?
La seora Papagay dijo que crea
que ella tambin perciba el olor. Emily
Jesse aspir con fuerza por la nariz, y le
pareci que captaba un rastro de rosas
entre el aliento a hgado de Aarn y los
restos que an quedaban de un pedo de
Pug, pero todos estaban demasiado bien
educados como para comentarlo.
Sniff, sniff, sniff haca el seor
Hawke, y Sophy le dijo amablemente
que se quedase quieto, que las cosas no
se haran manifiestas si l se esforzaba,
que deba darles paso, ser pasivo,
recibir. Y de repente la seora

Hearnshaw grit:
Ah, ya lo huelo, ya lo huelo, me ha
venido como una rfaga de jardines en
verano.
Se me ocurre dijo la seora
Papagay que tenemos que imaginarnos
una rosaleda con macizos de rosas, y
prgolas de rosas, y cspedes mullidos,
y grandes arriates de rosas de todos los
colores, rojas y blancas y color crema y
de todos los rosas posibles, y amarillas
tirando a dorado, y de colores
inimaginables en esta tierra, rosas
encendidas como el fuego, rosas con el
corazn azul como el cielo y de
reluciente terciopelo negro
Se las imaginaron. Ahora todo el

mundo perciba la exquisita fragancia.


La mesa que estaba bajo el crculo de
manos empez a tabletear y a moverse.
Hay algn espritu ah? dijo la
seora Papagay.
Tres rpidos golpecitos afirmativos.
Es un espritu conocido?
Toda una pltora de golpecitos.
He contado quince dijo el
capitn Jesse. Quince. Cinco por tres.
Cinco espritus que conocemos, que
ustedes conocen. Deben de ser sus
pequeas, seora Hearnshaw.
A Sophy la invadieron el dolor y la
esperanza y el miedo de la seora
Hearnshaw, como un pico enorme que la
desgarrase. Grit involuntariamente.

Tal vez sea un espritu maligno


dijo el seor Hawke.
Quieren hablar con nosotros?
pregunt la seora Papagay.
Dos golpecitos de indecisin.
Con uno de nosotros quiz?
Quince golpecitos otra vez.
Quieren hablar con la seora
Hearnshaw?
Tres golpecitos.
Si cogemos las plumas, las
guiar? Nos dir quin es?
Quin va a escribir? pregunt
la seora Papagay a los visitantes.
Examin a los componentes del crculo
de uno en uno, y los espritus se fijaron
en ella, en la seora Papagay, como

haba esperado y credo que ocurrira.


Poda sentir el tirn entre la seora
Hearnshaw y Sophy, un tirn de puro
dolor y una especie de vaco reluciente,
y supo por instinto que tena que
intervenir, si haba que enfrentarse a
aquel anhelo voraz en vez de
aumentarlo. Quera un buen mensaje
para aquella pobre mujer desposeda,
les rez un poco a los ngeles para que
la consolaran; que se consuele, les dijo
mentalmente, antes de coger la pluma y
vaciar la cabeza como era debido para
que los mensajes le corriesen por los
dedos.
Siempre haba un momento de temor
cuando su mano empezaba a moverse sin

ninguna voluntad por su parte. En una


ocasin, cuando estaba de visita en los
South Downs en casa de una prima, la
haban llevado a ver cmo trabajaba un
zahor que iba sosteniendo sobre un
prado una rama ahorquillada de
avellano hasta que la ramita se
levantaba sola y se retorca entre sus
manos. l se haba fijado en la nia
morena que estaba entre los familiares
escpticos de su pueblo, y le tendi la
ramita, dicindole: Prueba t, venga,
prueba. Ella se qued mirndola como
si fuera un cuchillo, y su padre se ri y
dijo: Vamos, Lilias, no es nada ms que
un trozo de madera. Y al principio
haba sido madera, madera cortada,

madera muerta; y ella empez a avanzar


con cara de palo por la hierba, pensando
que era tonta. Y entonces, de pronto,
algo se verti a lo largo y dentro de la
rama que la hizo encabritarse y
corcovear y retorcerse entre sus manos,
y ella haba dado semejante chillido de
miedo que todo el mundo la crey, nadie
pens que estuviera de broma. Ahora
era fcil presentar este experimento
como un primer contacto con los
poderes del magnetismo animal. La
seora Papagay lo contaba en los
crculos espiritistas como un momento
de fuerza espiritual vertida en sus dedos;
una temprana indicacin de los poderes
que podra tener. Pero, en su momento,

haba enfermado de miedo, y ahora,


siempre que coga la pluma, por mucho
que rebosara fe y esperanza, la pona
enferma una especie de miedo animal.
Porque las plumas podan asumir ellas
mismas el control como las ramas de
avellano. La ramita de avellano
corcoveaba y se retorca entre las manos
de una nia, y qu quera decir eso?
Invisibles canales de agua fra que
corran por debajo de la tierra. Y la
pluma La pluma corcoveaba y se
retorca entre sus dedos inertes, y qu
fuerza era la que formaba las letras?
La escritura automtica de la seora
Papagay tenda a comenzar con una
especie de vaivn que rebuscaba entre

sartas de palabras, como si estuvieran


enganchadas las unas a las otras, hasta
que de los garabatos surga un mensaje o
una cara, puesto que un lpiz
serpenteante poda ir deslizndose hacia
la representacin de unos ojos
habladores bajo una gruesa ceja, o
cambiar de tempo y pasar de unas
marcas sin objeto a una descripcin
urgente y precisa. El lpiz escribi:
Manos manos cruzadas manos
mano encima debajo sobre entre
bajo manos manitas morcillosas
manitas morcillosas regordetas
Corona Rosas manos sacudidas
con lo sobre una calva calle

sobre una calva calavera no


calavera suave cabeza puertas
del cielo abrieron en cabecita
fras manos tan fras tan fras
manos no ms corona rosas AMY
AMY AMY AMY AMY quireme te
quiero te queremos en el jardn
rosa te queremos tus lgrimas
nos hacen dao nos queman la
delicada piel como hielo quema
aqu fras manos son rosas te
queremos.
Hable, seora Hearnshaw dijo
la seora Jesse.
Sois mis nias? Dnde estis?

Crecemos en un jardn de rosas.


Somos tus Amys. Te vemos te
velamos vemos todo lo que
haces te reunirs con nosotras
pasado un tiempo pasado un
tiempo.
Os reconocer? pregunt la
mujer. Recuerdo el olor de sus
cabecitas le dijo a Emily Jesse.
Ahora
somos
mayores.
Crecemos y nos hacemos sabias.
Los ngeles nos sonren y nos
ensean a ser sabias.

Tenis algo que decirle a vuestra


madre en particular? dijo la seora
Papagay.
La pluma garrapate una larga curva
en el papel, y de repente empez a
escribir incisivamente, sin la letra
redondeada e infantil que haba
empleado hasta el momento.
Hemos visto formarse un
hermano o una hermana nueva
como una semilla terrenal que
crece en la oscuridad, nos
regocijamos a la espera de esa
criatura en la tierra oscura y en
este jardn de rosas. Deseamos
que la aguardes con esperanza

y amor y confianza pero sin


temor, porque si se dispone que
venga pronto a esta tierra
veraniega ser ms feliz y t
soportars el dolor ante esa
certeza como soportars el
dolor de su venida soportars el
dolor de su ida nuestra muerte
querida madre muerte querida
te queremos y t tienes que
quererla. No debes darle
Nuestro Nombre. Estamos aqu
y vivimos para siempre y
compartimos Nuestro Nombre
pero basta. Somos los cinco
dedos de una mano rosa.

La seora Hearnshaw pareca estar


en trance de disolucin. Se le
estremecan las carnes, le temblaban; el
rostro alargado se le haba vuelto
resbaladizo por efecto de una clida
pelcula de lgrimas, le temblaban
tambin los pechos enormes, y sus
brazos ocultaban manchas de humedad.
Cmo tengo que llamarla? dijo
. Con qu nombre?
Hubo
una
pausa.
Luego,
penosamente, en letras maysculas:
ROSA. Una pausa ms larga.
MUNDI.
Luego, con la letra incisiva:
Rosamunda, Rosa de esta Tierra

as que esperamos que se quede


un poco contigo y te haga feliz
en tu Tierra oscura querida
Mam no nos es dado saber si
ser as y nos encantar tener
una nueva Rosa en nuestra
corona si ha de suceder pero
ella ser fuerte si t eres fuerte
vivir en tu tierra muchos aos
en eso confiamos y eso
esperamos queridsima Madre
muerte.
Era una peculiaridad de la escritura
automtica de la seora Papagay formar
la palabra muerte cuando quera decir

claramente querida[21], y viceversa.


Se escapaba a su control, y los
participantes haban decidido no darle
mucha importancia, exceptuando al
seor Hawke, que se haba preguntado
si habra un significado o una intencin
oculta en la similitud de las dos
palabras. La seora Papagay estaba en
cierto modo aterrada por la seguridad
con la que los espritus haban
proclamado tanto que la seora
Hearnshaw estaba esperando otro beb
como que ese beb sera nia. Prefera
que los mensajes fuesen ms
discretamente ambiguos, como los del
Orculo de Delfos. La seora Jesse
estaba secndole las lgrimas a la

seora Hearnshaw con un pauelo


arrugado que tambin haba utilizado
para limpiarse los dedos despus de dar
de comer a Aarn. Sophy Sheekhy se
haba puesto de una especie de color
nacarado mate, y estaba inmvil como
una estatua. El seor Hawke hizo
hincapi, como sola, en el aspecto
cientficamente verificable de toda
aquella escritura tan tiernamente
conmovedora.
Es una autntica profeca, seora
Papagay. Que puede ser verdadera o
falsa.
La seora Hearnshaw se vio
anegada por otro torrente de agua
salada.

Ay, seor Hawke, pero se es


precisamente el quid de la cuestin.
Llevan razn en lo que han dicho. Slo
lo s con certeza desde hace una
semana, y no le he dicho nada a nadie, ni
siquiera a mi querido marido, pero es
como ellas dicen, estoy esperando otro
nio y, si he de ser sincera, estaba en un
estado de mucho ms miedo que
esperanza, cosa que con mi experiencia
es fcil de entender, me parece, y de la
que no se me puede culpar, y mis
queridas pequeas se han fijado en mi
miedo, lo han entendido, y han tratado
de consolarme. Su cuello largo y
blanco cloqueaba con los sollozos.
Hice todo lo que pude para evitarlo

Haba perdido completamente la


esperanza Slo tena miedo, mucho
miedo.
La imaginacin incontenible de la
seora
Papagay
se
introdujo
rpidamente en el dormitorio conyugal
de la seora Hearnshaw, pasmada,
salaz, excitada. Vio cmo aquella mujer
grande y llorosa se cepillaba el pelo;
deba de tener un cepillo de marfil
bastante bueno, s, y un pequeo espejo
de bastidor, y llevara una especie de
peinador de seda negra, un peinador de
luto; estara cepillndose su espeso
cabello y se habra quitado todas
aquella joyas: aquellas cruces y
relicarios de bano y de azabache, los

anillos y los brazaletes de luto; yaceran


tristemente delante de ella entre las
velas, como un pequeo santuario en
honor de las cinco Amys. Y entonces
entrara l, el pequeo seor
Hearnshaw; era un hombre menudo,
como una avispa negra, con unos bigotes
negros muy tiesos para hacerlo parecer
ms grande, para inflarlo, y una cresta
de hirsuto pelo moreno en la cabeza,
como las crines rapadas de un caballo.
Y dara alguna muestra de que aquello
era lo que quera. Tal vez se acercara
sigilosamente y alzara una o dos trenzas
y besara la nuca de su triste cuello, o la
acariciara con los dedos, si le daba por
ah. Y la cabeza de la pobre mujer se

inclinara cada vez ms, porque quera


cumplir con su deber conyugal pero
tena miedo, tena miedo ya desde el
principio, de la semilla arrojada en su
interior La seora Papagay le atiz un
buen golpe en toda la cabeza a aquella
imaginacin suya tan calenturienta, pero
no la poda parar El seor Hearnshaw
agarraba a la seora Hearnshaw y la
empujaba hasta la cama. La seora
Papagay reconstruy el lecho, le puso
cortinajes de terciopelo rojo y luego los
hizo
desaparecer,
dada
su
inverosimilitud. Era una cama grande y
oscura, de eso estaba segura, y amplia,
como la seora Hearnshaw; tena un
edredn de seda morada y unas sbanas

de lino limpias que olan a lavanda. Era


una cama a la que haba que trepar, y la
seora Hearnshaw trepaba despacio,
tras haberse quitado el peinador, y
vestida ahora de algodn blanco
adornado con bordados calados
entrelazados con cintas negras. Sus
pechos enormes se bamboleaban dentro
de la bolsa formada por el camisn
mientras se inclinaba sobre la cama y se
meta dentro, con l siguindola de
cerca, bien agarrado a sus voluminosas
ancas; as era como lo vea la seora
Papagay: el hombrecito empalmado,
metindola a ella a empujones, como a
una cerda en una cuadra. Vea sus
piernas blancas bajo el camisn a rayas,

cubiertas
de
pelitos
negros
entrecruzados como garabatos. Eran
unas
piernas
delgadas,
fuertes,
angulosas, incmodas.
Y luego, el dilogo.
Querida, necesito
No, por favor, me duele la cabeza.
Lo necesito. De verdad. S
amable conmigo, querida. Lo necesito.
No lo puedo soportar. Tengo
miedo.
Ya se cuidar el Seor. Tenemos
que hacer Su Voluntad y confiar en Su
Providencia. Mientras le pinchaba la
cara con los bigotes, y las manitas
tiraban de la carne abundante, y las
rodillitas angulosas se movan cada vez

ms cerca de sus blancos costados.


No s si
La seora Papagay, con un ataque de
indignacin, vio que el hombrecito
montaba y bombeaba una y otra vez,
como un poseso, de un modo masculino,
sin
consideracin.
Entonces
se
arrepinti y se enfad consigo misma
por su propia dramaturgia, que la haba
hecho
indignarse,
y
trat
de
imaginrselo de otra forma: dos
personas desconsoladas, que se queran
mutuamente, que se volvan a oscuras la
una hacia la otra, dejando cada una a un
lado su dolor, para abrazarse en busca
de consuelo; y al calor del consuelo
surga, naturalmente, una punzada de

deseo. Pero aquello no le pareca tan


natural como la primera escena. La
seora Papagay regres al presente, a la
sesin (toda aquella accin haba
tomado cuerpo para luego desvanecerse
en un abrir y cerrar de ojos), y se
pregunt si las dems personas se
contaran mentalmente cuentos como
aqul, si todo el mundo se inventaba a
los dems, a los vivos y a los muertos,
si a aquello que saba de la seora
Hearnshaw se le poda llamar
conocimiento o no eran ms que
mentiras, o las dos cosas, puesto que los
espritus haban sabido lo que la seora
Hearnshaw haba confirmado, que en
efecto estaba encinta.

V
Hay algo en la habitacin
anunci Sophy Sheekhy como en sueos
. Entre el sof y la ventana. Un ser
vivo.
Todos miraron hacia el oscuro
rincn; los que estaban frente a Sophy
Sheekhy, especialmente Emily Jesse, que
se encontraba justo enfrente de ella,
volviendo la cabeza y torciendo el
cuello, para ver tan slo los borrosos
contornos de las granadas y los pjaros
y los lirios del seor Morris.
Puede verlo claramente?
pregunt la seora Papagay. Es un

espritu?
Puedo verlo claramente. No s lo
que es. No puedo describirlo. Hasta
cierto punto. La mayora de los colores
no tienen nombre.
Descrbalo.
Est hecho de cierta sustancia que
tiene aspecto de No s cmo
decirlo De cristal trenzado, de
caones de pluma, o de tubos huecos de
cristal, todos entrelazados como trenzas
de pelo o como esos cuadros donde se
ven los msculos de hombres
despellejados todos imbricados Pero
stos son como de cristal fundido.
Parece que est muy caliente, suelta una
especie de luz brillante y efervescente.

En cierto modo, tiene la forma de un


jarro o un frasco enorme, pero es un ser
vivo. Tiene unos ojos llameantes a los
lados de una especie de cabeza de
cristal alargada, y un pico muy, muy
largo o una trompa El cuello es
largo y est ligeramente inclinado, y la
nariz o el pico o la trompa metida
entre entre las trenzas de lo que, de
alguna manera, es un pecho ardiente. Y
por dentro es todo ojos, ojos dorados
En cierta forma tiene tres tres capas
de plumas, de todos los colores (no
puedo describirlos), tiene plumas que
forman como una niebla espesa, y una
gola bajo la cabeza y una especie
de capa rodeando la parte central Y

no s si tiene una cola o un rabo o unos


pies alados, no lo puedo ver, se
revuelve todo el rato, y brilla y echa
chispas y despide destellos de luz y
tengo la impresin, la sensacin, de que
no le gusta que lo describa con palabras
y comparaciones humanas que lo
degradan No le gust que dijera
jarro o frasco, sent su rabia, que era
caliente. Pero estoy segura de que quiere
que lo describa.
Es hostil? pregunt el capitn
Jesse.
No dijo Sophy Sheekhy
despacio. Se enfada fcilmente
aadi.
Cubiertos su vientre y sus muslos

de plumn dorado / y de colores


baados de cielo dijo la seora
Jesse.
Tambin lo puede ver usted?
pregunt Sophy Sheekhy.
No, citaba la descripcin del
arcngel Rafael en El paraso perdido.
Un serafn alado; tena seis alas para
resguardar / sus divinas facciones.
Es interesante dijo el capitn
Jesse lo de las alas de los ngeles. Se
ha sealado que un ngel necesitara un
esternn que le sobresaliera varios pies
para contrarrestar el peso de sus alas,
como un pjaro, como un pjaro grande,
saben?, un esternn arqueado.
Mi hermano Horado dijo la

seora Jesse observaba una vez a una


escultora que tallaba un retablo para una
iglesia, y la desconcert al decirle: Los
ngeles no son ms que una especie de
pollos mal hechos.
Qu frivolidad, seora Jesse!
dijo el seor Hawke. En un momento
as!
El buen Seor nos hace como
somos, seor Hawke contest la
seora Jesse. Sabe que un poco de
frivolidad es, en cierto modo, una
expresin de temor reverencial, de
nuestra propia incapacidad para
asimilar prodigios. Hemos de suponer
que
la
seorita
Sheekhy est
contemplando en este momento la forma

pura de un ngel? Un ngel hecho de


aire, como el del seor Donne
Entonces como un ngel, rostro y alas
de aire,
no tan puro como l, aun siendo
puro
Se puede comparar a un ngel con
una botella de cristal con trompa?
La sesin, aun siendo la mar de
intensa, visionaria y trgica, conservaba
elementos del juego de saln. No es que
la seora Jesse no creyera que Sophy
Sheekhy viese al visitante; estaba muy
claro que s; era ms bien que existan

toda una serie de reservas de


descreimiento, de escepticismo y de una
cmoda y consoladora ignorancia de lo
oculto, no reconocida, que funcionaban
como controles y propiciaban una
especie de prudente normalidad.
Es posible dijo el seor Hawke
juiciosamente que lo que ve la
seorita Sheekhy sea la forma que ha
tomado el pensamiento de un ngel en el
mundo de los espritus. Swedenborg
tiene muchas cosas curiosas que
contarnos de las emanaciones anglicas,
reliquias de pasados estados mentales
almacenadas interiormente para su
futuro uso. l crea, por ejemplo, que
esas emanaciones eran introducidas en

los nios mientras estaban en el vientre


materno, a modo de reliquias de pasados
estados de anglico amor conyugal; un
afecto es una estructura orgnica que
tiene vida, as que, en determinadas
circunstancias, puede que se nos haga
conscientes de l de un modo sensorial.
El seor Hawke, pensaba la seora
Papagay, teorizara aunque un enorme
querubn rojo con una espada llameante
avanzase hacia l para abrasarlo por
completo; explicara la situacin
mientras las estrellas cayesen del cielo
al mar como higos maduros de una
higuera sacudida.
Sophy Sheekhy observaba cmo la
criatura herva a fuego lento en el

interior de sus brillantes frondas. Le


haca tener fro y calor alternativamente;
la piel le palpitaba de color carmes, y
luego aquella marea caliente retroceda
y ella volva a sentirse plida, fra y
hmeda. El frasco o la vasija que era la
criatura pareca estar llena de ojos, estar
hecha de grandes ojos dorados, de la
misma forma que una masa de huevos de
rana lo est de gelatina. De todas
formas, tena la sensacin de que toda
aquella masa de visin ardiente no la
vea exactamente, que la conciencia de
la criatura de la habitacin donde se
encontraban y de todos los presentes,
era menos precisa, ms vaga, que la que
ella tena de la masa. Emita una serie

de notas dolorosas que le heran los


odos.
Dice: Escribe! dijo con un
hilo de voz.
La seora Papagay alz la vista,
toda preocupada, y vio que Sophy
Sheeky estaba pasndolo realmente mal.
Quin tiene que escribir? dijo
amablemente.
Sophy cogi una pluma. La seora
Papagay vio que tena rgidos los
tendones del cuello.
Tengan mucho cuidado les dijo
a los otros. Esta comunicacin es
peligrosa y dolorosa para la mdium.
Estense muy quietos y concntrense para
ayudarla.

La pluma dio una sacudidita, y


produjo una letra clara y elegante,
completamente distinta de los caracteres
de colegiala, grandes y redondos, de
Sophy.
T no eres ni fro ni caliente. Ojal
fueras fro o caliente!
Tu estupidez me da mucho que
pensar.
Tienes una obligacin moral y no
deberas
olvidar nunca a nuestra Dama que
est muerta:
Laodicea Laodicea

La pluma vacil y luego retrocedi,


tachando Laodicea para escribir muy
despacio y con mucho cuidado
Theodicaea Noviss Novissima.
Restos perdidos, sus amados
restos navegan por las plcidas
llanuras del mar tu oscura
carga. Perdida, perdida.
Tu oscura carga una vida
perdida.
La seora Papagay poda percibir la
emocin dividida pero fusionada de
todo el grupo. La seora Hearnshaw
estaba pasmada, le costaba respirar. El

seor Hawke permaneca alerta,


mientras su mente trataba de descifrarlo
todo.
Revelacin 3, 15-16 dijo. La
escritura encomendada al ngel de la
iglesia de los laodiceos. Conozco tus
obras, que t no eres ni fro ni caliente.
Ojal fueras fro o caliente! / Ms
porque eres tibio y ni caliente ni fro, te
vomitar de mi boca. Se nos reprocha
la falta de celo. Lo de la Theodicaea no
lo s; puede ser que no pongamos el
suficiente celo en promover el Reino de
Dios en Margate. Pero las palabras no
estn relacionadas.
Uno de los versos dijo el
capitn Jesse procede de In

memoriam, me parece. Es uno de los


versos sobre el barco que trae al muerto
a casa. Tu oscura carga, una vida
perdida. Es un verso que siempre he
admirado en especial, ya que el peso de
la carga, por as decirlo, es el peso de la
ausencia, de lo que ha desaparecido: una
vida perdida. Lo pesado no es lo que
queda, sino lo que no est all, lo que es
oscuro; creo que a esa figura se la llama
paradoja, no? El barco navega en una
calma siniestra por la plcida llanura
del mar, se desliza como un fantasma,
mientras soporta
Richard, para de hablar dijo la
seora Jesse. Todo el mundo sabe que
ese verso es del poema de mi hermano.

Los espritus suelen utilizar ese poema


para hablarnos, parece que es uno de sus
favoritos, y no slo en esta casa, donde
naturalmente ocupa un lugar central en
nuestros pensamientos, sino en muchas
otras, en muchas otras realmente
En la penumbra, volvi su rostro
oscuro y feroz hacia Sophy Sheekhy. A
su lado, el cuervo hizo crujir las plumas,
y el perrillo ense sus dientecitos
afilados.
A quin va dirigido este mensaje,
por favor? A quin y de quin?
Quin es nuestra Dama que est
muerta? aadi el seor Hawke,
amablemente, a la par que concentraba
su espabilada mente en el acertijo

espiritual.
Sophy Sheekhy se qued mirando al
visitante cuyos ojos hervan con una
especie de corriente inmaterial por
conveccin. Volvi a coger la pluma.
Tu voz est en el aire rodante
Te oigo donde corren las aguas
Te alzas sobre el sol naciente
Y cuando se pone eres hermoso.
Revelacin 2, 4.
El
seor
Hawke
intervino
inmediatamente.
El ngel que se alza sobre el sol
est de verdad en el Libro de la

Revelacin, pero no en el 2, 4, sino en


el captulo 19, versculos 17 y 18: Y vi
a un ngel que se alzaba en el sol, y
clam con gran voz, diciendo a todas las
aves que vuelan por el medio del cielo:
Venid y congregaos al festn del gran
Dios, que podris comer carne de reyes,
carne de capitanes
Todos conocemos ese texto, seor
Hawke dijo la seora Jesse. Y es,
como usted dice, Revelacin 19, 17-18.
El capitn Jesse, que haba cogido la
Biblia de la mesa, la ley amablemente.
Aqu est el versculo del captulo
2, versculo 4. Est dirigido al ngel de
la iglesia de feso. Pero tengo contra ti
que has dejado tu primer amor. Dios

mo, qu interesante. Qu puede


significar?
Quin es nuestra Dama que est
muerta? insisti el seor Hawke.
Es una traduccin del italiano, de
uno de los sonetos de la Vita nuova de
Dante dijo la seora Jesse
speramente. La Dama muerta es
Beatriz, que muri a los veinticinco
aos e inspir La divina comedia. El
poeta la conoci a los nueve aos y
permaneci fiel a su memoria, aunque se
cas, tras la muerte de ella. Nuestro
visitante no nos va a revelar, seorita
Sheekhy, a quin van dirigidos estos
consejos?
Sophy Sheekhy se qued mirando los

ojos hirvientes y las orlas de plumas.


Se est desvaneciendo dijo.
La pluma escribi: Ay, la muerte.
Ay, mi E. Ay.
Es para usted, seora Jesse dijo
la seora Hearnshaw, que estaba menos
puesta en la historia de la seora Jesse
y, por lo tanto, menos alarmada por el
carcter ligeramente amenazador de los
mensajes, interpretados en trminos de
esta ltima.
Eso he supuesto dijo la seora
Jesse. Pero no sabemos de quin.
Muchos espritus, vivos o muertos,
pueden entrar en el crculo, como todos
sabemos.
Levant las dos manos, y se las

llev a aquella cabeza suya con sus


crenchas de pelo oscuras como la plata,
rompiendo el crculo. Alertado por este
movimiento, el cuervo alz de repente
sus grandes alas y las bati por encima
de l, a la vez que abra su pico negro
para mostrar una lengua negra, afilada y
viperina, y daba una serie de gritos
chillones y speros. Oscuras sombras
emplumadas azotaron el techo. Pug sali
de su sueo e hizo un ruido, mitad
gruido ronco, mitad ronquido ahogado,
seguido de unos explosivos redobles de
su barriga. Un Vesubio liliputiense de
carbones se desmoron en el hogar
fulgurando espasmdicamente, primero
escarlatas y luego carmeses, con una

vaharada de gas. El visitante de Sophy


Sheekhy ya slo era unas cuantas lneas
brillantes en la oscuridad, un esquema
ms plido que los frutos dorados y las
estrelladas flores blancas del sof que
haba tras l, y luego nada. La seora
Papagay llev la sesin a trmino. Le
habra gustado muchsimo preguntarle
con detalle a la seora Jesse sobre el
significado de los mensajes del
visitante, porque estaba claro que para
la seora Jesse lo tenan (un significado
muy preciso), que los espritus haban
dado en la diana, y que la seora Jesse
no estaba dispuesta a compartir con los
dems lo que haba comprendido.
Normalmente tomaban una taza de t o

de caf tras sus esfuerzos, y discutan el


significado de lo que haba ocurrido,
pero en esta ocasin la seora Papagay
se dio cuenta de que la seora Jesse
estaba cansada y de que sera mejor que
se fueran.
La seora Jesse no se lo agradeci.
El capitn Jesse empez una laberntica
perorata sobre la descripcin que el
Laureado haca del mar en su gran
poema. Afirm que las estrofas sobre el
entierro en el mar eran especialmente
buenas.
Podra pensarse que es la visin
que tiene un hombre de tierra de esa
ceremonia, y se estara en lo cierto,
claro; a un hombre que viva en tierra el

mar le afecta de distinta manera que a un


marinero. Me parece que el mar es ms
prosaico y ms omnipresente y me
atrevera a decir ms misterioso para un
marino que para un hombre de tierra; un
marino se da cuenta a la fuerza de la
profundidad y la extensin de esa agua
salada en perpetuo movimiento que lo
rodea constantemente, y en la que no
podra sobrevivir; y tal vez eso le lleva,
lgicamente, a ver nuestra existencia
humana como algo precario y
transitorio; el hombre que vive en tierra
se deja llevar ms por una ilusin de
estabilidad y permanencia, claro, le
impresiona ms la desaparicin del
cadver en el agua, aunque yo nunca he

visto hundirse un cuerpo con su blanca


estela de burbujas, mientras el aire se
mete en el agua, saben?, y luego sale
otra vez, forzado a subir, a medida que
el cuerpo se adentra ms y ms despacio
en
ese
otro
elemento
donde
descansar Nunca lo he visto sin una
punzada de dolor y un momento de
espanto A todos los marinos les da
miedo ese elemento, y con razn Y se
sorprenderan de cuntos hombres de
mar se dicen a s mismos en voz baja
esos versos sobre la madre que suplica
que Dios salve a su hijo marino justo en
ese momento.
La lastrada hamaca que lo amortaja

se hunde en su inmensa y errante


tumba.
Eso de Inmensa y errante est
muy bien, muy, muy bien. Los hombres
de mar guardan el libro debajo de la
almohada,
saben?,
aprecian su
comprensin
Para ya de hablar, Richard dijo
la seora Jesse.

VI
Un cabriol se llev a la seora

Hearnshaw. El seor Hawke se ofreci


a acompaar a las dos seoras hasta su
casa; le cuadraba de camino, era de
noche, el paseo les sentara bien a todos.
Ya en la acera intent coger a ambas del
brazo, pero Sophy Sheekhy retrocedi y,
de alguna manera, acabaron avanzando
por el paseo martimo con el seor
Hawke y la seora Papagay al frente y
Sophy unos pasos detrs, como una nia
obediente. A lo largo del paseo haba
farolas de gas, cuyas llamas amarillas
bailoteaban y resplandecan. Ms all,
el mar estaba negro como la tinta, con
algn rizo que otro de cresta blanca
debido a la brisa que corra. Una
inmensa y errante tumba, ciertamente,

pens la seora Papagay. A estas alturas


Arturo no deba de ser ms que arena de
huesos blancos. Era probable que no
hubiese habido nadie que los envolviese
pulcramente en una hamaca lastrada. Ay,
amigo mo, pero vuelve hasta m. Nunca
ms, musit su mente.
Detesto a ese pjaro, seora
Papagay dijo el seor Hawke. Creo
que no pinta nada en semejantes
ocasiones. He tratado de insinuarlo,
pero la seora Jesse se hace la sorda. El
perrito no es un perrito agradable, es un
perrito apestoso, si he de ser franco,
seora Papagay. Pero a veces me parece
que ese pjaro est posedo por un
espritu maligno.

Me recuerda inevitablemente al
cuervo de Edgar Allan Poe, seor
Hawke.
Viejo cuervo siniestro y cadavrico
que vagas por la orilla de la noche
Dime cul es tu nombre seorial
en la orilla de la Noche Plutnica!
Pero el cuervo respondi: Nunca
ms.
Es difcil dijo el seor Hawke
adivinar si ese poema est compuesto
como una especie de broma macabra, o
como legtima respuesta al sentimiento
de prdida que tenemos por los seres

amados que se han ido. Tiene un


soniquete que es difcil tomarse en serio
en unas circunstancias tan tristes y
siniestras.
Es muy fcil de aprender dijo
la seora Papagay, y no hay quien se
lo saque de la cabeza una vez que se te
ha metido dentro.
Se apret ms el boa al cuello con la
mano que le quedaba libre, y recit sin
pensar:
Pero el cuervo continuaba incitando
mi alma compungida a la sonrisa,
y enseguida corr un mullido asiento
frente al ave, el busto y la puerta.
Entonces, tras hundirme en terciopelo,

me dediqu a ir encadenando
quimera con quimera, y a pensar
lo que aquella ominosa ave de
antao
lo que aquella siniestra, torpe,
horrible,
esculida, ominosa ave de antao
daba a entender al graznar: Nunca
ms.

Sentado cavilaba en estas cosas,


la cabeza blandamente apoyada
en forro de cojn de terciopelo
que la luz de la lmpara baaba,
pero cuyo terciopelo violeta

baado por la luz de aquella lmpara


ella no ha de oprimir, ay, nunca
ms!
La verdad es que es muy grfico
dijo el seor Hawke, dubitativamente
. Describe el dolor obsesivo, del que
usted, en su profesin, con sus dotes,
seora Papagay, tiene que saber ms de
lo necesario. Me ha impresionado
mucho lo apropiadas que resultaban
algunas de las comunicaciones de esta
noche a la situacin de la seora Jesse.
Pero tengo contra ti que has dejado tu
primer amor. A menudo se tienen
ciertos reparos sobre la conveniencia de
un segundo matrimonio, especialmente

ahora que se sabe que el compaero


humano sobrevive ntegramente como
espritu ms all de la tumba. Puede
parecer que unirse a un segundo
compaero es una equivocacin. Cul
es su opinin a este respecto, seora
Papagay?
En la India dijo la seora
Papagay creo que a las viudas se las
obliga a colocarse junto a sus seores en
la pira funeraria, y a someterse
voluntariamente a la incineracin. Me
cuesta imaginrmelo, aunque se hace, y
se dice que hasta es normal.
Haba intentado imaginrselo: la
mujer con su sari de seda, exaltada,
subindose al montn de madera

aromtica para abrazar la carne muerta y


embalsamada. Trataba de imaginarse las
llamas. Se imaginaba muy bien la
furiosa lucha involuntaria de la mujer
reacia, cuya juventud se rebelaba, y las
manos morenas y los rostros severos que
la derribaban, que la ataban, que la
vencan.
Pero en una sociedad cristiana
insisti el seor Hawke la seora
Jesse, por ejemplo, ha hecho bien o
mal?
La seora Jesse slo estaba
comprometida con aquel joven objet
la seora Papagay. No haba habido
boda.
A ese respecto dijo el seor

Hawke Swedenborg dice, como usted


sabe, que todos encontramos el
verdadero amor conyugal pero slo una
vez, que nuestras almas tienen un alma
gemela, otra mitad perfecta, que
deberamos buscar sin parar. Que un
ngel, hablando con propiedad, rene
dos partes en un todo, en amor
conyugal. Porque en el matrimonio
celestial, y el cielo es un matrimonio, de
y en el Humano Divino, la verdad se
junta con el bien, el entendimiento con la
voluntad, el pensamiento con el cario.
Porque la verdad, el entendimiento y el
pensamiento son masculinos y, segn se
nos dice, el bien, la voluntad y el cario,
femeninos.

As que una pareja casada en el


cielo no est formada por dos, sino por
un ngel; eso es lo que quieren decir,
nos explica Swedenborg, las palabras
del Seor: No habis ledo que al
principio el Creador los hizo varn y
hembra? Y dijo: Por esto dejara el
hombre al padre y a la madre, y se unir
a la mujer, y sern los dos una sola
carne. De manera que ya no son dos,
sino una sola carne. Por tanto lo que
Dios ha unido que no lo separe el
hombre.
Eso es muy hermoso y muy cierto
dijo
la
seora
Papagay,
distradamente. Su imaginacin no poda
engancharse al bien, a la voluntad, a la

verdad y al entendimiento; eran


palabritas fras y nulas, como monedas
idnticas de seis peniques, dejadas caer,
chine, chine, en el platillo de las
colectas un domingo. Poda imaginarse
una sola carne, la bestia de dos
espaldas, haba dicho Arturo, y una
deliciosa sensacin de disolverse y
desvanecerse en algo templado por toda
la parte delantera, desde el pecho hasta
la llave y la cerradura que los mantenan
unidos.
Con su mano libre, el seor Hawke
le dio una palmadita en la suya, que
descansaba recatadamente en el brazo
de l, y dijo:
Swedenborg
describe
las

bendiciones conyugales de los cielos de


una manera absolutamente preciosa,
absolutamente iridiscente. Nos cuenta
que, en el corazn del cielo, el amor
conyugal (que es un estado de inocencia,
seora Papagay) est representado por
varios objetos bellos, como por ejemplo
una virgen adorable en una nube
resplandeciente, o como atmsferas
brillantes como diamantes, y chispeantes
como si tuvieran carbunclos y rubes.
Todos los ngeles, seora Papagay, van
vestidos segn su naturaleza, porque en
el cielo todas las cosas se corresponden.
Los ngeles ms inteligentes llevan
prendas que relucen como llamas, y
otros emiten un resplandor como si

tuvieran luz, mientras que los menos


inteligentes llevan prendas de un blanco
claro o mate sin esplendor, y los menos
inteligentes an llevan prendas de varios
colores. Pero los ngeles del corazn
del cielo van desnudos.
El seor Hawke, que casi se haba
quedado sin resuello, hizo una pausa
para impresionar, y le dio unas
palmaditas a la mano enguantada de la
seora Papagay, que segua descansando
en su brazo. La seora Papagay se haba
distrado con la palabra carbunclos,
que ella siempre interpretaba, cuando
lea u oa algo sobre el cielo, en su
sentido terrenal o carnal, como bultos de
carne dura, hinchados y dolorosos, en el

pie, la nariz o la nalga. As que el


Humano Divino tiene carbunclos, trat
de decir una parte de ella que no poda
reprimir, una parte que tena que ver con
Arturo.
Swedenborg dijo el seor
Hawke portentosamente fue el primer
fundador religioso que le dio a la
expresin del placer sexual en el cielo
el lugar central que ocupa en muchos de
nuestros corazones terrenos; para
vaticinar y constatar as que el amor
terrenal y el celestial son realmente uno,
en su ms elevada expresin. Eso
supone una comprensin noble y
apabullante de nuestra naturaleza y
nuestro verdadero deber, no le parece?

Mejor es casarse que abrasarse


dijo
la
seora
Papagay
pensativamente, citando el tenebroso
consejo del misgino san Pablo, pero
pensando en el propio estado de su
mente y de su cuerpo. El seor Hawke la
haca tomar conciencia de aquel discreto
ardor suyo que le calentaba a ella el
costado.
Y usted, seora Papagay?
Pensara en algn momento en casarse
por segunda vez?
Lo haba sacado bien a colacin,
pens la seora Papagay, Interiormente
le dijo: Bravo! por haberlo hecho
as. Le estaba pidiendo algo, pero a la
vez les dejaba abierta a los dos una

retirada decente a lo puramente


espiritual. Era franco y era tortuoso.
Bravo!, se dijo la seora Papagay a
s misma, mientras contemplaba el mar
oscuro, y pensaba en Arturo en el fondo
de l. Era Arturo su alma gemela, la
otra mitad de su ngel? No lo saba.
Slo saba que Arturo haba satisfecho
su cuerpo de un modo que nunca
imagin, que la haba acariciado con una
mirada de llamas deliciosas, que todos
los das echaba de menos su olor: a
macho, a sal, a tabaco, a seco, a deseo,
en el interior de su nariz y de su vientre.
Y el cuerpo que le haba proporcionado
semejante placer nadaba hecho trizas y
jirones en alguna parte de toda aquella

masa de agua fra. La escritura


automtica haba empleado parte de sus
trminos de uso privado; manitas
morcillosas, haba dicho. Mira qu
manos y qu pies ms morcillosos
tienes, mi pequea Lilias, deca Arturo.
No saba si morcillosos sera una
mala traduccin de una palabra de las
muchas lenguas que saba, o una palabra
inventada para algo que le gustaba
lamer y acariciar. Supona que era casi
seguro que un capricho de su propia
mente haba introducido la palabra de
Arturo en el mensaje de las Amys de la
seora Hearnshaw. Pero tal vez hubiera
sido Arturo, para decirle que estaba all.
No s muy bien, seor Hawke

dijo la seora Papagay. Era feliz con


el capitn Papagay, y lloro su prdida, y
estoy resignada a llevar una vida
solitaria en esta tierra. Me las apao lo
mejor que puedo. Trato de ser buena y
activa. Es cierto que echo de menos el
estado de casada. Supongo que les pasa
a muchas mujeres, a muchos seres
humanos; al fin y al cabo es natural. No
s nada de almas gemelas. He visto
cmo se consuman por amor hombres y
mujeres, y no aspiro a eso, no consigo
imaginarme cmo podra ser. Pero el
consuelo de un hogar compartido, de una
vida compartida, del cario mutuo, s
que he de confesar que lo deseo, por
mucho que trate de conformarme con lo

que tengo.
Yo nunca he experimentado esa
felicidad y ese consuelo, seora
Papagay. Una vez pareci que s, pero
me quitaron la copa de los labios en el
ltimo instante, cuando los acercaba al
borde. Yo tambin tuve que resignarme a
esta vida a medias que es la soledad. No
creo que en ese momento hubiese
encontrado a mi alma gemela, aunque
entonces me lo pareci. Swedenborg
dice que el Seor en Su Humano Divino
comprende que los hombres pueden
casarse muchas veces en esta tierra, en
su sincera bsqueda de la nica alma
gemela verdadera, y no condena esos
matrimonios, tal como condena los

adulterios acometidos con un espritu


frvolo.
A la seora Papagay le pareca
difcil responder a eso.
Cree usted dijo que podra
haber alguna duda, seor Hawke, en lo
que se refiere a la identidad de esa
persona?
Creo que s, seora Papagay. Me
parece que un hombre puede mirar a
muchas mujeres y preguntarse: Ser
ella?, ser ella?, y dudarlo realmente.
Yo me lo he preguntado muchas veces.
Pero nunca la he reconocido.
Siguieron andando en silencio, y
Sophy Sheekhy iba flotando detrs de
ellos con sus botas color paloma.

Llegaron a la casa de la seora


Papagay, donde solan tomar los tres
juntos una copa de oporto o de jerez
antes de que el seor Hawke siguiera su
camino. Era una casa adosada, alta y
estrecha, con un llamador en forma de
grueso pez que le haba gustado a
Arturo, y al que Sophy le tena mucho
cario. A Betsy, la criada para todo, se
le haba mandado que les encendiese el
fuego en las fras noches de invierno,
cuando regresaban exhaustos de las
sesiones. Arda vivamente en el hogar
del saln, tras las altas y angostas
ventanas de aquella habitacin del

primer piso, tambin alta y estrecha. La


seora Papagay se ocup de las copas y
de las licoreras. El seor Hawke se
qued de pie junto al hogar,
calentndose las piernas. Sophy se sent
a cierta distancia del fuego y de los
otros dos, apoyada contra el respaldo,
con los ojos cerrados. El seor Hawke
se dirigi a ella.
Est usted muy fatigada, querida,
tras las experiencias de hoy? La criatura
que ha descrito era realmente extraa,
demasiado extraa para ser producto de
su imaginacin, un regalo maravilloso.
Estoy muy cansada dijo Sophy
Sheekhy. No creo que pueda con una
copa de oporto. Tomar un poco de

leche, si no es mucha molestia, seora


Papagay, y me retirar enseguida. Me
encuentro muy mal. Algo ha quedado sin
terminar. Me siento sobrecargada.
Necesito estar tranquila y quieta.
De hecho, apenas pudo alzar los
prpados para aceptar la leche, y los
miembros le pesaban como el mrmol.
Se la tom a sorbitos, mientras el seor
Hawke paladeaba su oporto, y el fuego
se avivaba un poco, disipando la mezcla
de humo y corrosin marina que pareca
dominar el ambiente de la habitacin.
Sophy
Sheekhy
se
levant
somnolienta y se fue a la cama. El seor
Hawke se sent en una butaca, de cara a
su anfitriona. Al moverse para volver a

llenarle la copa, la seora Papagay se


vio un momento en el espejo que haba
sobre la mesa, y pens que no haba
perdido del todo su atractivo. Tena
buen color, de vida, de salud; unas
buenas
pestaas
negras
seguan
sombreando sus grandes ojos oscuros, la
nariz se le haba afilado y curvado un
poco, pero dentro de los lmites del
buen gusto, y no haba ganado ni perdido
demasiado peso. Se top con su propia
mirada, desafiante, interrogativa, y
vislumbr al seor Hawke detrs de ella
calibrando su cintura, sus caderas, con
una mirada que ya conoca. De pronto
estuvo segura de que l iba a decirle
algo. Va a declararse y a exigir una

respuesta.
Se tom su tiempo con la licorera,
mientras pensaba lo que iba contestarle.
Disfrutara de una posicin mucho mejor
si fuera una mujer casada y respetable.
Necesitaba
compaa,
necesitaba
cotillear, alguien de quien ocuparse, y
Sophy Sheekhy no tena aspiraciones
sociales ni curiosidad; viva en otro
mundo, estaba muy claro. Al seor
Hawke deban de haberle enseado a
rerse un poco, a suavizar su
solemnidad; un hombre lascivo como
aqul no poda limitarse meramente a
sermonear tras las puertas cerradas de
un buen hogar. Me defender un poco, se
dijo a s misma, de lo que puede ser mi

mejor oportunidad. Por lo menos tengo


que
mostrarme
moderadamente
alentadora, tengo que responder con
cierto entusiasmo prudente, eso ser lo
mejor, dejarle sitio y ver quin es y qu
hace.
El seor Hawke se aclar la
garganta con un sonoro ejem.
Me gustara volver al tema de
nuestra charla anterior, seora Papagay.
Me
gustara
tratarlo
hipotticamente de un modo ms
personal. Aqu estamos los dos,
sentados junto al fuego, muy a gusto el
uno en compaa del otro, dira yo, muy
cmodos, disfrutando de las buenas
cosas de la vida y compartiendo tambin

elevados ideales, grandes intuiciones e


insinuaciones apremiantes se iba por
unas ramas por las que no quera irse,
pero sus aires de predicador podan con
l, insinuaciones apremiantes de lo
oculto, del mundo de los espritus, que
se nos echa encima por todas partes,
prximo y maravilloso.
Es verdad dijo la seora
Papagay. As es, y deberamos estar
agradecidos.
Eso sonaba un poco falso, pens.
Espero dijo el seor Hawke
haber aliviado un poco su soledad con
mi inters con mi comprensin
con mi cario, tal vez, seora Papagay?
Me he dado cuenta de eso dijo

la seora Papagay con una vaguedad


deliberada y solemne. No sabe si est en
una iglesia o en un cuarto de estar,
pens. Lo sabr alguna vez? En un
dormitorio, sera capaz de distinguir?
Rezaran interminablemente l y su
mujer junto a la cama, o incluso (su
imaginacin se haba disparado otra
vez) durante el acto?
Lilias dijo el seor Hawke.
Me gustara saber que tengo derecho a
llamarla Lilias.
Hace mucho tiempo que nadie me
llama Lilias dijo la seora Papagay.
Y entonces el seor Hawke hizo una
cosa terrible.
Job dijo, mi nombre es Job.

Y se arroj con todo su peso sobre la


seora Papagay, que se estaba sentando
en su sof de terciopelo color cereza; tal
vez porque perdi el equilibrio, pens
la seora Papagay despus; a lo mejor
slo quera sentarse a sus pies, o besarle
la mano, pero el hecho fue que descarg
ms o menos todo el peso de su pequea
y oronda persona contra su regazo de
seda negra, como cuando el Pug de la
seora Jesse daba un salto para dejarse
caer a plomo en el sof; de tal manera
que sus manos le toquetearon el pecho, y
su aliento, cargado de oporto, le invadi
los labios y la nariz. Y la seora
Papagay, aquella precavida mujer de
mundo, peg un grito y lo rechaz

automtica y decididamente con las


manos, con lo que l rebot de culo en
la esterilla de la chimenea, agarrado a
sus tobillos, mientras de la cara
amoratada le sala un sonido sibilante.

VII
Emily Jesse encendi el quinqu y se
puso a pensar en la escritura automtica.
La sirvienta, una muchacha desaliada,
agresiva e histrica, con tendencia a
desvanecerse en una neblina de vapores
de jerez y una capacidad demonaca

para provocar la evaporacin del


whisky en las licoreras y de las
cucharillas de plata en las cajas, se
llev las tazas de t y atiz el fuego
moribundo. El capitn Jesse se paseaba
por delante de la ventana, mirando las
estrellas, mascullando cosas sobre el
tiempo, como si tratase de conducir la
casa hacia algn puerto distante a travs
de simas insondables. No se poda ver
el mar desde la ventana, pero se podra
haber pensado que s, por la manera que
l tena de mirar hacia fuera.
Mascullaba observaciones matemticas,
y se haca comentarios a s mismo sobre
la visibilidad de Sirio, de Casiopea, de
las Plyades.

Para ya de hablar, Richard dijo


Emily
automticamente,
mientras
contemplaba los papeles con el ceo
fruncido. Una vez haba odo sin querer
cmo su cuada, Emily Tennyson, le
deca a alguien que Alfred tena que irse
a la fuerza de casa, con una excusa u
otra, si se enteraba de que el capitn
Jesse iba a venir, porque el capitn
Jesse parloteaba sin ton ni son y Alfred
necesitaba una tranquilidad absoluta
para componer su poesa. Arropa a
Alfred como a una momia, y le abrocha
los botones como a un beb, se deca
sin concesiones Emily Tennyson a s
misma, pero slo a s misma, porque los
Tennyson estaban muy pero que muy

unidos, y furiosamente apegados los


unos a los otros; todos, excepto el pobre
Edward en su manicomio. Y tambin
haban hecho todo lo posible para
quererlo e incluirlo en su crculo, hasta
que qued claro que no podan. Alfred
haba compuesto cosas muy buenas,
mejores que las de ahora, en medio del
restringido e ingenioso barullo de la
rectora; cosas con las que Arthur
disfrut muchsimo en 1829, en 1830,
durante aquellas pocas semanas, cuando
su airado padre se encontraba fuera, en
Francia, y todos haban florecido,
expansivos y juguetones. En aquel
entonces Alfred era un gran poeta, y lo
era ahora, y Arthur se haba dado cuenta

enseguida, con una seguridad deliciosa,


fortalecedora y serena.
Se puso a pensar en la letra de los
mensajes, tan diferente de los lazos y los
redondeles inocentes de Sophy Sheekhy.
Estaba a caballo entre la letra pequea y
rpida de Arthur y la de Alfred, tambin
rpida y pequea, pero menos apretada.
Titubeaba un poco en algunos sitios.
Tena la d minscula caracterstica de
Arthur, con un ganchito hacia atrs en la
parte de arriba, pero no siempre. Tena
esa d en las dos des de muerta[22]
(No olvidar nunca a nuestra Dama que
est muerta), y tambin en la polmica
y problemtica Theodicaea. Todos los
mensajes, sin la menor duda, guardaban

relacin con Arthur, y tal vez ella


debera haber gritado, de dolor y de
nostalgia, como haba hecho la seora
Hearnshaw, cuando haba visto sus
palabras, en una reproduccin pasable
de su escritura. Pero no lo haba hecho.
Se haba formulado preguntas. Haba
disimulado. Ella, la Dama de la eterna
devocin de su Arthur, Monna Emilia,
mi
Emilie,
queridsima
Nem,
queridsima Nemkin, saba, por ejemplo,
que aquellos versos de Dante no
procedan tan slo de la Vita Nuova,
sino tambin de la propia traduccin de
Arthur de los poemas en los que Dante
mostraba su devocin por su Dama
muerta, Monna Beatrice, hecha muy

poco antes de su muerte. Le haba dado


a ella Lamaro lagrima che voi
faceste para que la tradujera, para
tomarle el pelo por su mala memoria,
por sus construcciones imperfectas. La
amarga lgrima que provocaste,
referida a los propios ojos del poeta,
que se haban posado brevemente en
otra doncella, cuando tenan una
obligacin moral y deberan / no olvidar
nunca a nuestra Dama que est muerta.
A los peridicos espiritistas, a los
miembros de la Iglesia de la Nueva
Jerusaln los dejara pasmados que a un
doliente se le pudiera enviar un mensaje
tan bonito, tan privado, tan adecuado.
Pero an haba ms: aparte de la cita

habitual a aquellas alturas de In


memoriam, estaba la Theodicaea. A. H.
H. haba escrito la Theodicaea
novissima para aquellos intelectos
privilegiados, los Apstoles de
Cambridge, que la consideraron
absolutamente original y muy acertada.
l argumentaba que la razn del mal era
la necesidad que tena Dios de amor, de
la pasin del amor, lo que le haba
llevado a crear un Cristo finito, a modo
de objeto de deseo, y un universo
repleto de pecados y de penas, para
aportar un medio adecuado donde esta
pasin pudiera desarrollarse. La
Encarnacin, sostena Arthur, haba
hecho el amor humano (la tendencia a

una unin tan ntima, que prcticamente


equivala a una identificacin) uno con
el Amor Divino, de forma que la
amorosa muerte de Cristo era un camino
hacia Dios. A este respecto, Emily no
acababa de comprender por qu el mal
le era tan necesario a este Amor, y cmo
poda estar Arthur tan seguro. El ensayo
era abstracto y desbordaba pasin
humana. Arthur haba deseado que ella
no lo leyera.
Ms bien tiendo a sentir que
hayas ledo esa Theodicaea ma.
Tiene que haber confundido, ms
que aclarado, tu visin de esas
importantes cuestiones. No creo

que las mujeres tengan que


preocuparse mucho por la
teologa: nosotros, que somos
ms propensos a las sutiles
objeciones del Entendimiento,
tenemos ms necesidad de
blandir las armas que las abaten.
Pero donde se da una mayor
inocencia, hay materiales ms
capaces de una fe resuelta. Es
por medio del corazn, y no de
la cabeza, como todos debemos
convencernos de las dos grandes
verdades fundamentales, la
realidad del Amor, y la realidad
del Mal. No dejes, mi amada
Emily, que turbios recelos o

perplejidades
aturdan
tu
percepcin de ellas y del gran
Hecho que las acompaa, es
decir la Redencin, que las
convierte en objetos de gozo, no
de horror.
No creo que las mujeres tengan que
preocuparse mucho por la teologa. Esa
frase le haba parecido escalofriante y
repulsiva a la vez; se haba tomado
mucho trabajo, de una forma poco
metdica, en entender los recovecos y
las sutilezas de la Theodicaea, slo para
provocar una de las cartas ms
arrogantes de Arthur, que siempre la
hacan estremecerse un poco de

ansiedad y de otra sensacin indefinida,


consciente como era de su provinciana
falta de trato social y de su femenina
carencia de conversacin culta. Le era
difcil ahora, a los sesenta y cuatro aos,
recordar que Arthur slo tena veinte
cuando haba escrito aquello, y
veintids cuando muri. Era como un
joven dios. A todas las personas que
conoca les pareca un joven dios. No
haba sido tan arrogante cuando haban
estado cara a cara; se pona colorado
(en parte por el problema circulatorio al
que, incluso entonces, deba su
enfermedad) y las manos se le llenaban
de sudor, y la boca de ansiedad. Pero, en
total, slo haban estado frente a frente

durante cuatro semanas antes del


compromiso, y durante tres breves
visitas ms antes de su muerte. La
trataba como a una mezcla de diosa, de
ngel del hogar, de niita y de corderito
amaestrado. Se supona que eso no era
nada raro. No lo pareca. Lo haba
amado apasionadamente. Haba pensado
en l la mayor parte del tiempo, la
mayora de los das, tras aquel primer
abrazo nervioso en el sof amarillo.
Retom los escritos de los espritus.
Todo eran reproches, reproches
amargos, que aspiraban a hacer dao.
Eran intencionados.
Pero tengo contra ti que has dejado

tu primer amor.
Tu estupidez me da mucho que
pensar.
Restos perdidos.
La gente siempre est enfadada y
desilusionada, pens Emily Jesse. Le
habra gustado tanto hablar con el
desaparecido Arthur, confirmar que se le
perdonaba no haber sido capaz de ser lo
que la hermana de Arthur, Julia Hallam,
llamaba una monja devota. Pero tal
vez Arthur, como su familia, como
Alfred, tampoco la perdonase de
verdad. Guardaba en su escritorio una
carta de su sobrino, Hallam Tennyson,
quien llevaba el mismo nombre que su

propio hijo, Arthur Hallam Jesse, por el


desaparecido Arthur, y quien, como l,
era ahijado del anciano seor Hallam, el
cual haba sido exageradamente amable
con ella, como un memorial, in
memoriam.
Mi querida ta:
Se podr imaginar mi sorpresa
cuando se me hizo saber que un ejemplar
de los Restos de Arthur Hallam, con una
dedicatoria de su padre para usted, fue
puesto a la venta por un librero de Lyme
Regis. Mi Padre y yo damos por sentado
que el Volumen fue vendido en un
descuido (aunque no tenemos claro
cmo pudo suceder) y lo hemos puesto a

buen recaudo. Est aqu, en nuestra


Biblioteca, donde seguir guardado, a
no ser que usted sugiera otra cosa.
Entender usted el sentir de mi Padre al
realizar
este
desafortunado
descubrimiento
Estaba convencida de que era la
venta de los Restos lo que haba
disgustado a los espritus. Hasta poda
tratarse del propio disgusto de Arthur,
aunque tena la esperanza de que Sophy
Sheekhy, gracias a algn proceso de
magnetismo animal o de telegrafa
etrea, se las hubiese arreglado para
transmitir el rumor de la desaprobacin
de Hallam Tennyson, o la desilusin de

Alfred. Era verdad que no debera haber


vendido los Restos. Era de psimo gusto
haber vendido los Restos, de los que el
anciano seor Hallam slo haba hecho
imprimir un centenar de ejemplares con
un carcter privado, para los amigos
ntimos de su hijo y para su familia: el
testimonio de su genio, trgicamente
malogrado. Contenan escritos sobre
Dante y el Amor divino, sobre la
simpata y Cicern. Tambin incluan la
vigorosa resea sobre los Poemas de
Alfred, Principalmente lricos (1830),
que haba provocado la mofa del
quisquilloso Christopher North con
respecto a la pedantera sobrehumana,
o ms bien sobrenatural del joven

crtico, lo que haba despertado las iras


impotentes de todos los Tennyson, que
pretendan defender a los dos jvenes: a
Alfred, morbosamente sensible a la
crtica, y a Arthur, en apariencia ms
fuerte por una mera cuestin de orgullo.
Estaban adems los poemas del pobre
Arthur, incluidos los que le haba
susurrado reverentemente a ella, y
algunos de un amor anterior, Anna
Wintour, cuyas gracias, tal como hacan
los jvenes, le haba enumerado a
Emily, sentados en el sof amarillo,
ofrecindole su persona y todo lo que
haba llegado a ser hasta aquel momento
en su corta vida. Los poemas de Anna,
pensaba Emily, eran en general mejores

que los de ella; eran ms alegres, y


estaban menos llenos de incienso y de la
sensacin de santificacin. Tambin
haba un poema en el que se la invitaba
a ella, a Emily, a ingresar en el templo
de la poesa italiana, mientras se le
aseguraba que aquel festn musical, ese
placer que me debes, no le hara ningn
dao a su delicado espritu
ni hara menos querido
ese elemento del cual debes extraer tu
vida;
doncella y esposa inglesa.
Ese

poema

le

recordaba

sus

esfuerzos por dominar el italiano, para


agradarle. Era extrao que los espritus
hubiesen citado con semejante precisin
una de sus traducciones de la Vita
Nuova. l se las haba enseado
orgullossimo, pero no estaban incluidas
en los Restos. El viejo seor Hallam se
haba atrevido a quemarlas, al
encontrarlas demasiado literales en
realidad, y por consiguiente speras. A
ella casi le gustaba esa aspereza; tena
una especie de vigor masculino, una
especie de franqueza que le haban
enseado a apreciar. El viejo seor
Hallam se haba encargado de muchas
cosas, incluso de tener la culpa de haber
separado a los dos amantes, y de

preocuparse por el triste futuro de


Emily, que iba a estar al lado del suyo
propio: un futuro igual de triste. Lo
haba intentado, pens. No la haban
educado para que la rigurosa formalidad
de los Hallam le pareciese fcil. Le
gustaba Ellen, la hermana ms pequea,
que, como Arthur, no se dejaba llevar
por la dramtica tensin de las
diferencias sexuales, sino por una
especie de soltura amable. Pero la
verdad era que su amistad no haba
sobrevivido; es decir, no haba
sobrevivido a su matrimonio.
No es que hubiera tomado realmente
la decisin de vender los Restos. La
casa estaba llena de libros, y de vez en

cuando ella o Richard se deshacan de


un par de cestos, para hacer sitio a los
nuevos. Ahora que lo pensaba,
recordaba vagamente haber entrevisto
las cubiertas de los Restos entre otros
libros desalojados del mismo estante.
Las haba visto, pero haba hecho como
que no. Esperaba que Arthur la
perdonase. Los objetos que inspiraban
la devocin de sus feles, incluida ella
misma, incluida aquella muchacha
desesperada que se desvaneca por
momentos, le resultaban insoportables.
No estaba nada segura de que Arthur la
perdonase. Sus escritos eran la mejor
parte de s mismo, su futuro truncado.
No debera haber vendido los Restos, ya

fuera intencionadamente o no. Se senta


culpable.
Nunca le haban gustado los Restos,
al menos en parte, porque le recordaban,
inevitablemente y de un modo que la
pona enferma, aquella carta terrible.
Muri en Viena, a su regreso de
Buda, de apopleja, y creo que sus
restos llegarn por mar desde Trieste.
En aquellos primeros das, no le
gustaba pensar en el horrible destino de
aquellos restos de carne y de sangre, y
sin embargo algo la llev a hacerlo. El
cuerpo se pudra en la tierra, el espritu
volaba libre. Alguien le cont que el
corazn de Arthur lo enviaban en un
cofrecito de hierro aparte. Le haban

hecho la autopsia. Lo haban cortado en


pedazos, lo haban destrozado; pobre
Arthur, muerto e insensible; al mdico
le cost obtener una muestra de sangre y,
al examinarlo, todos opinaron que no
habra vivido mucho tiempo. Lo haban
desmembrado y examinado mientras se
iniciaba el proceso de descomposicin.
Ella se haba pasado su ausencia
imaginando su regreso: las manos
extendidas, los ojos risueos, la frente
despejada con el saliente de Miguel
ngel en el hueso de encima de los
ojos, del que se senta tan orgulloso. En
aquellos das no poda dejar de
imaginarse lo que iba a ser de todo eso.
La cosa que se acercaba tan despacio

por el mar la llenaba de un horror que


nunca le confes a nadie. El propio
Arthur tal vez lo habra comprendido.
Haba hecho una broma sobre el cadver
hediondo de la bella Rosamunda al
criticar el empleo que Alfred haca del
verbo evocar para describir los
perfumes del jardn de Las mil y una
noches. Puede que las abejas evoquen
la miel; puede que la primavera evoque
la juventud y el amor; pero para el uso
preciso de esa palabra no existe, nos
tenemos, ni en ingls ni en latn, mayor
autoridad que el monstico epitafio de la
Bella Rosamunda: Hic jacet in tomb
Rosa Mundi, non Rosa Munda, non
redolet, sed olet, quae redolere solet.

O quiz no lo habra entendido. Se


necesitaba
estar
profundamente
afectado, tocar la carne muerta con la
imaginacin y quedarse all, como haba
hecho ella durante todos aquellos aos
de enfermedad y de afliccin. Alfred
tambin haba estado all. Alfred
tampoco deca nada, pero a lo largo de
In memoriam se vea claramente que su
imaginacin haba afrontado y explorado
lo que quedaba, o lo que ya no quedaba
con un aspecto reconocible, de aquella
forma tan amada.
Viejo tejo que te agarras a las piedras
que nombran a los muertos que hay
debajo,

tus nervios lan la cabeza sin sueos,


tus races se enmaraan en sus huesos.
Pero eso era horripilante y en cierto
modo hermoso, al convertir a los
muertos en parte de la naturaleza. Peor,
ms brutal, era
No libro ninguna disputa con la
muerte
por los cambios que forja en forma y
rostro;
no hay vida inferior al abrazo de la
tierra
que pueda con l crecer o mi fe
espantar.

El desarrollo de la vida inferior


tambin haba rondado sus propios
sueos; de hecho slo dej de hacerlo
muy poco antes de In memoriam,
publicado en 1850, tras diecisiete aos
de la muerte de Arthur y ocho despus
de su matrimonio, que deba de haberla
purgado de horrores. In memoriam
reaviv muchas cosas que descansaban
en paz. El duelo de Alfred haba sido
largo y obstinado. En ltima instancia,
hizo del suyo, por muy intenso,
tenebroso y apasionado que fuera, un
motivo de vergenza. Sin embargo, ella
tambin tena sus momentos de
violencia. Al recibir la carta de Hallam
Tennyson, a solas en su cuarto de estar,

se haba paseado arriba y abajo como si


la habitacin fuese demasiado pequea,
y le haba gritado al vaco: Que lo
recupere y lo perfume con violetas! Las
violetas brotaban en In memoriam por
todas partes. Mi pesar / se convierte en
violeta de abril / que brota y florece con
las dems.
En aquella resea encarnizada,
Arthur haba escrito de Alfred: Cuando
muera este poeta, no se lamentarn as
las
Gracias
y
los
Amores,
fortunatque
favilla
nascentur
violae?, y Alfred le devolva el
cumplido al Arthur muerto, llorndolo
con violetas. Cuando tena pocos
nimos, cosa que tambin le suceda,

Emily Jesse comparaba los Restos con


el tiesto de albahaca de Isabella, que
produca hojitas con olor a blsamo
porque lo regaban con lgrimas de dolor
y extraa
el alimento adems, y la vida, de los
temores humanos,
de la cabeza invisible que se
descompona rpidamente.
Estaba mal, saba que estaba mal,
acordarse de Arthur en trminos de
cabezas en descomposicin y de
opresin moral. Cuando lleg a
Somersby, lo haba convertido en un

verdadero paraso particular, en un pas


de cuento. An lo poda ver, saltando
del calesn al csped, bajo los rboles,
abrazando a Alfred, a Charles, a
Frederick, sus amigos de Cambridge,
sonriendo afablemente a los muchachos
ms jvenes y al ramillete de muchachas
que se haban juntado, Mary la bella,
Cecilia la inteligente, Matilda la
inocente desencantada, Emilia, Emily, la
independiente y la tmida.
Las amo a todas les haba
dicho, sentado en el csped a la luz del
atardecer. Estoy enamorado de cada
una de ustedes, por muy romntico,
prosaico,
extrao,
fantstico,
o
decididamente realista que pueda

parecer.
Haba alzado los brazos formando
un gran crculo, en un gesto que las
abarcaba a todas y que resonaba o,
mejor dicho, era evocado en los gestos
de los olmos escoceses en In
memoriam, los rboles que posaban en
el campo sus oscuros brazos. Los
recordaba leyendo a Dante y a Petrarca
en voz alta, recordaba cmo cantaban y
tocaban el arpa; y los ojos y los odos
atentos y encantados de Arthur
proporcionaban a la msica una especie
de perfeccin en su intencin y en su
resonancia que nunca tena cuando la
familia tocaba y cantaba slo para s
misma. Y tambin esto lo haba captado

Alfred perfectamente, en efecto, en el


poema de la memoria, in memoriam, de
modo que, aunque su propia voz
fantasmal an sonaba a la fantasmal luz
de la luna en sus recuerdos particulares,
siempre iba acompaada de sus
palabras.
Qu felicidad, cuando en crculo
trazado
en torno a l, corazn y odo se
nutran
al escucharle, mientras tumbado lea
a los poetas toscanos sobre la hierba:
o en el atardecer dorado por completo
un invitado, o una hermana feliz,

cantaba
o acercaba hasta all un arpa y le
taa
una balada a la luna ahora ms clara.
Emily crea que, al principio, Arthur
haba estado indeciso entre enamorarse
de Mary o de ella misma. Ella era una
chica que reparaba inteligentemente en
todo, cuando no se dejaba desbordar por
un sentimiento apasionado, y en un
principio slo haba compartido la
veneracin general de los Tennyson por
aquel ser tan brillante. l se sentaba y
escriba poemas para las dos, para
Emily y para Mary; admiraba ambos
pares de ojos oscuros, traa ramilletes

de flores silvestres a las dos muchachas


de sus paseos por el bosque con Alfred.
Era todo un experto en coquetear con las
mujeres, como se estilaba en la ciudad,
cosa que asustaba ms Emily que a la
sosegada Mary, y la haca verse a s
misma como un ratn de campo, a pesar
de que antes de su llegada se haba
visto, especialmente cuando montaba a
caballo, como una independiente herona
de Byron, que slo aguardaba a que su
elegante prncipe la apartase de su
propio mundo. Definitivamente, Emily
decidi que l amara a Mary, a quien
ella tambin quera y segua queriendo
hasta la fecha, y con quien comparta las
esperanzas visionarias y las delicias de

la Iglesia de la Nueva Jerusaln y los


descubrimientos espiritistas.
Y entonces se encontraron en el
Bosque Encantado, l y ella, cuando
toda la familia, que estaba de excursin,
se haba separado de alguna manera. Fue
en abril de 1830, y el tiempo era
hmedo y haba una luz entre plateada y
dorada, y el cielo estaba lleno de
movimiento: largas y presurosas cintas
de nubes, velos de agua, destellos de
arco iris, y los rboles tenan los troncos
sombros pero rebosaban brotes de un
color verde claro, y la tierra ola a moho
y estaba salpicada por todas partes de
plidas anmonas y lustrosa celidonia
amarilla. Y ella se qued a un lado del

claro, jadeando porque haba estado


corriendo, y l al otro, con la luz tras l
como un halo, y el rostro en sombras: el
amigo de Alfred, Arthur. Y le dijo:
Parece usted, de verdad que s, un
hada vagabunda o una drada. En mi
vida haba visto nada tan hermoso.
Algunas mujeres, al rememorar esta
escena, tal vez habran recuperado su
antigua visin de s mismas para llenar
el espacio a este lado del claro, o para
contrapesar el de l, ansioso y sonriente,
en el suyo, pero Emily no se miraba
mucho al espejo, no era tan consciente
de su propia imagen. Ni siquiera
consegua acordarse de lo que llevaba
puesto, slo la energa del placer de

Arthur al verla, y de ella avanzando


hacia l, que en aquel momento no era el
amigo de Alfred, sino un hombre joven
que la vea y rebosaba recelo e ilusin a
partes iguales. As que ella haba
caminado hacia l sobre la alfombra de
flores, en medio de aquel olor a moho
de hojas, y l la haba cogido de las
manos para decirle:
Sabe que me parece que estoy
enamorado de usted desde siempre, y en
realidad slo puede ser desde hace un
mes?
Siempre pensaba en el ncleo de su
amor por Arthur de esa manera: en dos
criaturas juntando sus manos en un
bosquecillo frondoso y florido. Un

bosquecillo as, deca Arthur (porque


comparti con ella, se invent en
realidad, el carcter sagrado de aquel
momento), de tipo ingls, como los que
podran haberse hallado en Malory o
Spenser, como los eternos bosquecillos
sagrados de Nemi y Dodona. Diriga sus
cartas a Nem, a la queridsima Dod, un
balbuceo infantil de algo demonaco, o
eso esperaba ella. La comparaba con la
Bella Persa de Los recuerdos de las mil
y una noches de Alfred, con trenzas de
bano fragante, que forman un precioso
bucle
oscuro.
Comparaba
su
bosquecillo del Bosque Encantado con
las grutas y enramadas verdinegras de
aquella abigarrada visin, y recitaba,

con su voz clara y modulada, ms aguda


que el sonoro murmullo de Alfred, la
visin del ruiseor en el bosquecillo.
Y

los aires vivientes de la


medianoche
murieron junto al ruiseor mientras
cantaba;
pero no era l, sino algo que posea
la oscuridad del mundo, el gozo, la
vida,
el tormento, la muerte, el amor eterno,
que
no
cesaban,
mezclados,
desinhibidos,
al margen del espacio, reteniendo el
tiempo

En aquellos das, Somersby era un


lugar que la imaginacin haba creado y
vuelto eterno, un lugar que cantaba como
el ruiseor. La Oda a la memoria de
Alfred, como Los recuerdos de las mil y
una noches, fue el primer intento de un
joven, deca l, de dejar constancia de
la sensacin de que ya tena un pasado
propio irrevocable: sus lecturas
infantiles, el Paraso Terrenal en que
haba convertido el jardn. A medida
que se iban haciendo mayores, los
Tennyson recordaban cada vez ms el
jardn de la rectora en palabras de
Alfred.
O un jardn tupido de ramas

con trenzados paseos de la rosa


trepadora,
largos paseos que desciendan hasta
grutas crepusculares,
o se abran a rasos arriates
de lirios coronados, en pie
junto a la lavanda claveteada de
morado:
En dnde, apartados en la otra vida
de las tormentas pendencieras,
del fastidioso viento,
infundidos de nuevo de juvenil
fantasa,
podremos mantener una conversacin
con todas las formas
de la mente polifactica,
con aquellos a quienes la pasin no

haya cegado,
de pensamiento
infinita?

sutil,

de

mente

Amigo mo, vivir contigo a solas,


sera muchsimo mejor que poseer
una corona, un cetro y un trono!
Emily Jesse baraj los papeles de
los espritus con sus manos gitanas,
mientras volva a sentirse atrapada en la
espesura de pensamientos que rodeaban
aquel Somersby atemporal, hecho por
los hombres y para los hombres. All
estaba Alfred, deseando vivir a solas
con su amigo, a quien le aplic, sin
irona, el mayor elogio que Coleridge le

haba dedicado a Shakespeare, de


mente infinita. No era que estuviera
celosa de Alfred; cmo iba a estarlo?
Era con ella, con Emily, con quien
Arthur tena intencin de casarse, era su
proximidad la que le haca retener el
aliento, era en sus labios donde
depositaba aquellos besos nerviosos y
urgentes. Se mora de ganas de casarse,
se consuma de impaciencia, eso estaba
muy claro. Alfred era diferente. Alfred
haba puesto terriblemente a prueba la
paciencia de Emily Sellwood, la
hermana de la esposa tan amada de
Charles, Louisa. La haba atormentado
con su compromiso, subscribindolo y
anulndolo una y otra vez, durante doce

largos aos, para por fin casarse con


ella en 1850, el ao de In memoriam,
cuando ella tena ya treinta y siete aos,
y su juventud se haba ido para siempre.
En su momento, Emily Jesse haba
recibido unas cartas desesperadas de
Emily Sellwood, en las que le peda
alguna garanta de la continuidad de su
afecto y su amistad, mientras Alfred se
suma en la melancola, y no daba una
respuesta clara, y desapareca, y
escriba. Era curioso, pensaba siempre
Emily Jesse, que Emily Sellwood
contase una y otra vez la historia del
encuentro con Alfred en el bosque de
Holywell, cuando paseaba por l con
Arthur.

Llevaba mi vestido azul celeste


deca Emily Sellwood, y Alfred
apareci de improviso entre los rboles
con una larga capa azul, y me dijo: Es
usted una drada o una nyade, o qu es
usted? Y de golpe, yo estuve
completamente segura de que lo amaba,
y ese amor nunca ha flaqueado,
cualesquiera que fueran las tentaciones o
los sufrimientos.
Emily Jesse se imaginaba a los dos
jvenes conversando juntos en la
habitacin que compartan por las
noches. Se imaginaba a Arthur
contndole a Alfred, mientras fumaban
tumbados en los dos canaps blancos
del tico, la visin que haba tenido de

ella en el Bosque Encantado, y a Alfred


transformndolo en una especie de
poema dentro de su cabeza, que se
encontr representando de improviso,
enfrentado a otra Emily, con otro vestido
azul, del brazo de Arthur. Alfred lo
difuminaba todo en poesa tan pronto
Nunca haba sido muy capaz de
distinguir un ser humano de otro; Jane
Carlyle, una de sus ms ntimas amigas,
que se haba encontrado con l en una de
las reuniones teatrales de Dickens en
1844, haba visto cmo la coga de la
mano y le deca con la mayor seriedad:
Me gustara saber quin es usted; s
que la conozco, pero no recuerdo su
nombre. Emily Jesse crea que la

reaccin de Emily Sellwood a que la


saludasen como a un hada le haba
supuesto un duro destino, aunque a la
postre disfrutaba de una especie de
felicidad. Dos hijos y un devoto marido
laureado, que la paseaba por sus
dominios en un cochecito de invlidos.
Cuando las mujeres se dedicaban a
cotillear, lo saba, convertan los amores
en algo apasionante. Lo que deca un
hombre, su aspecto, a lo que se atreva,
su maestra, su encantadora timidez,
todos estos cuentos eran deliciosamente
entretejidos y calcetados mientras se
charlaba tranquilamente, de modo que
una mujer que volviese a quedarse a
solas con su supuesto amante, tras

haberle
pasado
revista
concienzudamente con sus hermanas y
sus amigas, se llevara un susto, tal vez
emocionante, tal vez intimidatorio, tal
vez descorazonador, por las diferencias
existentes con esa figura inventada. No
saba qu diran los hombres de las
mujeres cuando hablaban de ellas.
Normalmente se crea que tenan
distintos temas, y ms importantes, de
los que ocuparse. De pensamiento sutil,
de mente infinita. Arthur y Alfred
haban hablado de ella y de Emily
Sellwood, en qu trminos?
Si era totalmente honesta consigo
misma, la visin que haba tenido de
aquellas dos espaldas masculinas, de

aquellos dos pares de piernas que se


moran de ganas de llegar hasta el tico
de la camas blancas cuando suban por
las escaleras, era la de alguien excluido
del paraso. Se pasaban las horas
hablando del amor y la belleza, a veces
hasta el amanecer; ella perciba los ecos
del indescifrable flujo de palabras, el
murmullo meditabundo, la voz rpida,
concluyente y saltarina. De vez en
cuando les oa recitar. La Oda a un
ruiseor. Sobre una urna griega.
T, novia de la paz an no violada;
ella se saba las palabras, poda aadir
las dems, a medida que resonaba el
ritmo. Arthur haba alabado los poemas
de Alfred comparndolos con los de

Keats y Shelley. Lo denominaba poeta


de la sensacin, citaba las cartas del
joven poeta trgicamente muerto. Por
una vida de sensaciones ms que de
pensamientos!,
repeta,
aprobadoramente, alabando a Alfred por
abarcar las ideas del bien, la perfeccin,
la verdad, baadas por el colorido del
vigoroso principio del amor a la
belleza. El Dios de Arthur, afirmaba en
la Theodicaea, haba creado el
universo lleno de pecado y dolor para
poder experimentar el amor por Su Hijo,
al redimir este mundo cado y hacerlo
hermoso.
Una vez se los haba encontrado a
los dos sentados en el csped,

recostados en tumbonas de mimbre, y


con sus respectivas cabezas echadas
hacia atrs y apoyadas en unos cojines
maltrechos, mientras discutan, de un
modo muy masculino, la naturaleza de
las cosas. El humo de la pipa de Alfred
se ensortijaba en el aire y luego se
difuminaba. Arthur clavaba una y otra
vez en la hierba una especie de punta
con la que el jardinero (a quien los
Tennyson coartaban y recriminaban,
porque les gustaban las malas hierbas)
haba tratado de arrancar margaritas y
trboles sin mucho xito.
Todo proviene de la vieja y mtica
creencia neoplatnica deca Arthur.
La Mente, la mente suprema, Nus, se

sumerge en la Materia inerte, Hilo, y


crea la vida y la belleza. El Nus es
masculino, la Hilo femenina, de la
misma forma que Urano, el cielo, es
masculino, y Gea, la tierra, es femenina;
o que Cristo, el Logos, la Palabra, es
masculino, y el alma que l anima es
femenina.
La joven Emily Tennyson, que
llevaba su cesta de libros, con su Keats
y su Shakespeare, su Ondina y su Emma,
pas por delante de ellos y los escrut
escondida tras sus crenchas de pelo
oscuro. Se recostaron y la miraron con
satisfaccin. Entre los combados brazos
de mimbre sus manos casi se tocaban
sobre el csped, la una extendida hacia

la otra, una de un color moreno sucio, y


la otra bien cuidada y blanca.
Por qu? dijo Emily Tennyson.
Cmo que por qu, querida ma?
respondi Arthur. Qu preciosa
ests ah, contra las rosas, con el pelo
alborotado por el viento. No te muevas,
me encanta verte.
Haz el favor de decirme por qu
la Materia inerte es femenina y el Nus
que la anima masculino.
Porque la tierra es la madre,
porque todas las cosas bonitas salen de
ella: los rboles, las flores, los
animales.
Y el Nus, Arthur?
Porque los hombres llenan su

estpida cabeza de ideas, la mitad de las


cuales son meras quimeras, cosas sin
importancia, que les llevan por mal
camino.
A Arthur no se le daban bien las
bromas. Hablaba con demasiada
decisin, como si fuese a dar una
conferencia.
sa no es respuesta insisti,
ruborizndose.
Porque las mujeres son hermosas,
pequea, y los hombres son meros
amantes de lo hermoso, porque las
mujeres son buenas por naturaleza y
perciben esa bondad en los aposentos de
sus tiernos corazones mientras su sangre
pura no deja de entrar y de salir; y

nosotros, pobrecitos machos, slo


captamos la verdad porque somos
capaces de percibir vuestras virtudes,
para que nuestras elevadas fantasas
conserven los pies en la tierra.
sa no es respuesta.
Las mujeres no deberan ocupar
sus bonitas cabezas en todas estas
teoras dijo, empezando a cansarse.
Alfred se haba abstrado; sus largas
pestaas negras descansaban sobre sus
mejillas. Ella se fij en los dos dedos
que remataban los brazos flccidos,
relajados; tocaban la tierra, se
sealaban tranquilamente el uno al otro.

VIII
El fuego se apagaba, y Pug, que se
haba echado a dormir, roncaba y
babeaba. Aarn no estaba dormido; se
acerc de lado hasta Emily por la mesa,
con los hombros encorvados, y un
reluciente ojo negro fijo en ella.
Nunca ms le dijo Emily Jesse
al pjaro, con un humor un tanto negro, y
meti los dedos en su bolsita de cuero
para darle otra tajada. l se dio la
vuelta sigilosamente, guiando los ojos
para ver mejor, y abri el pico. El trozo
de carne, asada pero cruda y roja en los
bordes, y con una resbaladiza franja de

grasa, desapareci, volvi a salir, fue


nuevamente colocado y luego engullido
de golpe. Emily observ cmo
empujaban los msculos de la garganta.
El pjaro se sacudi y la mir, a la
espera de ms comida.
Tienes unas garras terribles,
feroces y curvas le dijo Emily, a la
vez que le tocaba la cabeza con un dedo
. Has dejado tus seales en todas las
sillas decentes de esta casa. No tienes
ninguna virtud. T y yo estamos viejos, y
correosos, y gastados.

Los haban educado para que fueran


generosos de espritu. El resentimiento

no era noble, y Emily esperaba no


tenerlo. Pero nunca acababa de darle
completamente igual el modo en que el
duelo de Alfred haba sobrepasado el
suyo. No slo lo haba sobrepasado, se
deca a s misma en momentos de cruda
franqueza, lo haba anulado y negado.
Haba sido ella, Emily, la que se
desmay; ella, Emily, la que vivi
encarcelada, sepultada en su dolor,
durante un ao; ella, Emily, la que hizo
llorar a todos los presentes al hacer su
aparicin vestida de negro, con aquella
rosa blanca en el pelo, como le gustaba
a l verla. Alfred no haba asistido al
funeral, y empez a escribir de nuevo, y
a ocuparse de su vida, mientras ella

yaca en su lecho de dolor y de agona.


Recordaba su cara entre las almohadas
mojadas, con las plumas del relleno
empapadas a travs del algodn.
Recordaba sus prpados hinchados, su
sueo intranquilo, y los terribles
despertares que la enfrentaban a la
verdad de la prdida. Su pesar por el
pobre Arthur, su mente brillante, sus
jvenes huesos, sus discursos y su
necesidad fsica de ella se haba
confundido con su propio terror a su
futuro ahora vaco; y eso la
avergonzaba, trataba de rechazar esos
pensamientos, con tanta fuerza que
regresaban todos juntos en momentos de
vaga conciencia, en despertares

somnolientos, o cuando abra de repente


los ojos a medianoche, a la espectral luz
de la luna.
El Somersby soado de Alfred, el
visitado jardn del paraso de Arthur, su
bosque silvestre, y el hogar de la
familia, con sus risas y sus cantos,
dependan de su presencia; dependan,
en cierta forma, de que ellos lo creasen.
Era diferente (haba sido diferente antes
de Arthur, y fue diferente otra vez tras su
muerte, en los largos meses de invierno)
para una joven que no tena ninguna
oportunidad
de
viajar,
ninguna
ocupacin, ningn motivo de alegra,
ms que esperar la llegada de un marido
o llorar a un amante muerto. Haba

querido salir de all, y como a cualquier


mujer (una criatura contradictoria) le
haba dado horror salir de all; as que,
cuando por fin los Tennyson se
decidieron a hacer una visita familiar,
fueron Alfred y Mary los que se
acercaron hasta Wimpole Street,
mientras ella, la elegida, se suma en las
profundidades de Somersby, en una
agona de terror a relacionarse
socialmente
por
sus
vestidos
impresentables y su acento del
Lincolnshire, y en un autntica agona
fsica de dolores de hgado y de falta de
riego sanguneo que la hicieron yacer en
un nido de sbanas y colchas, templada
con piedras calientes y alimentada con

deliciosos sorbos de coac con agua,


mientras lea a Keats adems de los
libros que Arthur le haba enviado:
Ondina, a quien l le haba dicho que se
pareca, y la Emma de la seorita
Austen. Un libro muy femenino; no
frunza el ceo, seorita Fytche, lo digo
como un cumplido; nadie ms que una
mujer o una dama podra poseer ese
tacto para la observacin minuciosa, y
ese sarcasmo tan sutil. Se haba
encontrado tan mal, todos aquellos aos
de su juventud Le escriba unas cartas
tan patticas y suplicantes al Viejo de
los Wolds[23], el dspota de su abuelo,
que haba desheredado a su padre pero
que era su fuente de dinero En ellas le

rogaba que le proporcionase el dinero


necesario para irse al continente o a
algn balneario, donde se le aliviaran
los sntomas, y un poco de alegre
compaa
iluminase
su
negra
desesperacin. Pero l se haba
mostrado inflexible, y ella se qued en
Somersby, su amada prisin. Sus
dolores haban sido bastante reales. Se
imaginaba a s misma, mientras yaca
enroscada sobre su propio vientre,
tierno e hinchado, como a un Prometeo
femenino,
cuyo
hgado
fuese
regularmente desgarrado por una enorme
y oscura ave rapaz. Consuma su vida.
Apenas consegua salir a pasear; una
especie de vrtigo la asaltaba en el

csped, como si una nube de alas


revolotease alrededor de su cabeza,
batiendo y canturreando en sus odos, y
haciendo que el aire que tena ante sus
ojos zumbara y ondease. Se acordaba,
medio siglo despus, de cmo se
quedaba all parada, tambalendose, y
cmo desandaba a tientas el camino
hacia la seguridad de su lecho y del
reducido y tenue resplandor de su
ventana. Arthur le haba ofrecido una
salida de todo aquello, deseada a
medias, y a medias temida, y haba
criticado su debilidad carta tras carta, a
la vez que se interesaba por su salud, y
la instaba a crecer mejor, ms fuerte,
ms ingeniosa, ms alegre, ms segura

de s misma.
Y por lo tanto, Emily, y
tambin porque mi amor por ti es
parte de mi religin, ningn
defecto que pueda descubrir en ti
lo menguar, sino al contrario, lo
estimular y exaltar. Porque tus
defectos, que se derivan de una
sensibilidad
sobreexcitada,
demasiado centrada en s misma
debido a las circunstancias,
tienen en cierta forma la
apariencia
de
virtudes,
especialmente
cuando
van
acompaados de la humildad de
confesarlos y del esfuerzo de

enmendarlos.
Su muerte, irnicamente, logr lo
que no haba conseguido su vida: la sac
de su bosquecillo, y la llev a
relacionarse con la buena sociedad. El
anciano seor Hallam la haba recibido
cortsmente en su casa. La hermana de
Arthur, Hellen, se haba hecho amiga
suya, y para ella escribi, con una
soltura y una agudeza nuevas y
deliciosas, descripciones de aquel
mundo suyo, tan poco potico.
Recuerda que, en esta parte
del mundo, nunca se ven iconos

tales como Wordsworth y


Coleridge; prcticamente nunca
viene a vernos nadie a nuestros
negros Wolds, aparte de vientos
poco afables que soplan sobre
gente poco afable; algunas veces,
en efecto, se ve a un decidido
cazador cruzando velozmente el
campo que hay al fondo del
jardn, pero estos seres ansiosos
que se dedican a quitar la vida,
convendrs conmigo, son peores
que nada.
Hasta neg la existencia del ruiseor
y su eterno prembulo en el bosquecillo,
al menos en Somersby.

An no han iniciado los


ruiseores sus trinos? Ests
equivocada al creer que hay
algunos en Somersby, en la vida
hemos visto semejantes pjaros.
Hace mucho tiempo, en realidad,
vino uno en solitario hasta
Lincoln y gorje una temporada
en el jardn de un pobre hombre.
Por
supuesto,
acudieron
multitudes a verlo y a orlo. Al
hombre, que enseguida se dio
cuenta de que le estaban
pisoteando completamente sus
verduras (Sembraba una col, y
cuando creca, / siempre la

cortaba para cocerla!), le


sobraba brutalidad como para
disparar contra el aventurero
pjaro cantor. El muy patn,
poco amigo de msicas! Qu
significan todas las coles del
mundo comparadas con un
ruiseor?
Fue capaz de rerse un poco con
Emily, como no lo haba hecho, por
miedo, por amor, por humildad, con
Arthur. Brill un poco, dcilmente,
consciente en todo momento de su gran
dolor, en las cenas de los Hallam, donde
una noche el teniente Jesse, alto y joven,
se fij en ella. Haba llorado la muerte

de Arthur nueve aos, pensaba Emily.


Haba conocido a Arthur vivo durante
cuatro aos, de los que no haba pasado
ms que unas cuantas semanas en su
compaa. Haba llorado su muerte
nueve aos. Esperaba que los Hallam lo
comprendieran, que fuesen amables; no
poda pretender, sabiendo lo profundo
que era su dolor y cmo haban
concentrado sus esperanzas perdidas en
Arthur, que se alegraran precisamente.
Se mostraron, si no todos, al menos el
anciano seor Hallam, benvolos de una
manera muy correcta, muy corts: le
siguieron suministrando su dinero, en el
que ella se haba acostumbrado
confusamente a pensar como en su

independencia; no cortaron la relacin,


aunque saba que Julia, por lo menos,
hablaba mal de ella a sus espaldas
(como si yo fuese una coqueta sin
corazn, o peor an, una mujer
comprada, afirmaba la Emily indmita
cuando en algn momento dominaba
sobre la sumisa). Las relaciones se
enfriaron, hasta se agriaron. Hablaba
poco, y nunca de algo que concerniese a
los Tennyson, en ocasiones en las que
otras veces hubiese hecho alguna broma
discreta que habra sido aceptada. Se
haba dejado atrapar, y sostener, por su
cario pesaroso; y se senta atrapada, y
asfixiada, por su desaprobacin
silenciosa e implacable.

Tena nimos suficientes, pensaba,


como para lidiar con los Hallam, al
menos hacindolos desaparecer de vez
en cuando de su mente, como si nunca
hubieran existido. Desde su matrimonio,
haba viajado, haba estado en Pars
durante los alborotos de la Comuna,
haba recorrido los Apeninos y visto a
los Browning en su casa de Florencia.
Se haba mezclado en Londres con todo
tipo de gente, y si decida resultar un
poco excntrica, lo haca, a su juicio,
con una especie de encanto distante.
Poda hacer que la gente se riera, y
hablaba con los espritus. Pero no tena
nimos suficientes, pensaba en sus horas
bajas, para soportar ciertas heridas,

ciertos
dolores
indescriptibles,
infligidos por la obra maestra de Alfred
y su monumento a Arthur, In memoriam,
que ella admiraba e idolatraba, vive
Dios, tanto como cualquier otra persona,
porque expresaba exactamente el
carcter de su propio trauma y de su
propia pena, la estructura misma del
dolor y su lento proceso, las
transformaciones y transmutaciones del
pesar como la podredumbre en el
mantillo de tierra, como races y otras
cosas ciegas revolvindose en la tumba.
Tambin expresaba otras cosas: el deseo
de que los muertos estuviesen presentes,
una mano a la que asirse, el brillo de un
ojo, la voz, los pensamientos enunciados

y los silenciados. Converta en un


mundo infinito los lmites del csped de
la vicara y del horizonte plano del
Lincolnshire, ya fuera por tierra o por
mar. Se diriga a Dios y expresaba duda
y terror respecto a Sus propsitos. Se
abra camino a tientas en la espesura de
las fibras de su corazn y reptaba por su
sangre, una masa de nervios sin
conciencia, que era lo que haba
temido seguir siendo.
Pero Alfred haba vivido con su
pesar, y trabajado sobre l, durante otros
ocho aos ms, despus de esos nueve.
Ella se cas con Richard en 1842 y dio
por finalizado su duelo. Alfred haba
sufrido y escrito, trabajado y meditado,

desde el da de aquella carta terrible


hasta casi el da de su propia boda,
poniendo fin a su soledad en 1850, y
sacando a la luz In memoriam ese ao,
sin el nombre del autor en la portada: un
libro para Arthur, In memoriam A. H. H.
Alfred le era fiel, y ella no. Se haba
deshecho de ella el da de su boda, tan
callado y tan reservado como siempre,
refunfuando un poco como sola hacer;
y haba seguido escribiendo aquellos
poemitas escalofriantes y terribles,
donde se hablaba de la prdida, de la
derrota, de una nostalgia imposible de
apaciguar.
Ella crea que en aquel poema se la
acusaba. Al principio no lo haba ledo,

como hizo despus, del modo en que la


esposa, el hijo, el amigo o el enemigo de
un novelista hojea rpidamente las
pginas de sus ltimas historias
buscando rastros de su propia
existencia, cualquier cosa desde un
cuello de encaje hasta un defecto secreto
de su personalidad que crean haber
sido capaces de suprimir o de disimular.
Lo haba ledo con amor y con lgrimas,
tal como lea la poesa de Alfred,
lgrimas por Arthur, lgrimas por su
belleza deslumbrante. Las jvenes
haban tenido una sociedad potica
secreta en los tiempos de Somersby,
denominada
Las
Cascarillas;
descascarillaban el grano de la poesa

en apasionados debates, lean la poesa


sensual que les recomendaban Alfred
y Arthur; el propio Arthur reclamaba la
recuperacin de aquella palabra tan til
en el idioma ingls. Keats, Shelley,
Alfred Tennyson. El trmino que
expresaba su aprobacin en grado sumo
era endiablado, con lo que queran
decir
conmovedor,
inquietante,
apasionado. Emily Jesse se preguntaba a
veces (como no lo haba hecho la tmida
Emily Tennyson) qu haba tomado
posesin de ellas para que eligieran un
nombre tan seco y tan carente de vida: la
cpsula como de papel que envolva el
grano maduro. Haban ledo con amor, y
as lo haba ledo ella tambin, y an

poda leerlo, In memoriam. Saba que


era, y lo deca a menudo, el poema ms
importante de su poca. Y sin embargo,
pensaba en sus ataques de furia privada,
In memoriam apuntaba un dardo
abrasador a su propio corazn, luchaba
por aniquilarla, y ella senta ese dolor, y
no poda hablarle a nadie de l.
Su pequeo espectro apareca de vez
en cuando en el poema. Se vea a s
misma enseguida, en el sexto poemita, el
poema del marinero ahogado, donde
Alfred comparaba su propia espera por
el regreso de Arthur con una muchacha,
una paloma dcil e inconsciente.
Pobre muchacha que esperaba por tu
amor!, que elega una cinta o una rosa

para complacerle, y volva hasta el


espejo para colocarse bien un rizo,
mientras que en ese mismo momento su
futuro seor
se ahogaba al atravesar un vado,
se mataba al caerse del caballo.
Ay, pero de ella cul ser el fin?
Y qu es lo que me queda a m de
bueno?
Para ella, la perpetua doncellez,
para m no habr un segundo amigo.
Los rizos y la rosa eran suyos,
aunque Alfred hubiera hecho que el pelo
de la dcil paloma fuese rubio, en vez

de azabache. Arthur haba comparado en


una ocasin su voz a la de la dama de
Comus que acaricia el plumn
azabache de la oscuridad hasta que
sonre, y haba acariciado sus rizos
rebeldes mientras lo deca. Ella no
haba sido capaz de soportar la perpetua
doncellez, al margen de lo que Alfred
hubiera supuesto o deseado. Y en cierta
forma, que resultaba curiosa, aunque
poda tratarse de discrecin potica, el
poema haba convertido a Alfred en la
viuda de Arthur, incluso aqu.
Dos compaeros de matrimonio;
y al contemplarlos pens en ti
en la inmensidad y en el misterio,

y en mi espritu como en su esposa.


Y
Mi corazn, aunque haya enviudado,
no se quedar amando lo que fue,
sino que busca latir a un tiempo
con otro que temple un pecho vivo.
Y
Las cenizas de l ya no las ver
hasta recorrer toda mi viudez.
Alfred haba cogido a Arthur y lo
haba estrechado contra l, sangre con
sangre, hueso con hueso, sin dejar sitio
para ella. Era verdad que ms adelante
se haca referencia a su amor y a su
prdida en el poema, pero aquello
tambin resultaba doloroso, sumamente

doloroso. Alfred haba permitido que su


fantasa imaginase el futuro de Arthur,
los hijos de Arthur, los sobrinos de
Alfred, en los que se mezclaba su
sangre.
Tu sangre, amigo mo, y en parte la
ma;
puesto que ya se iba aproximando el
da
en el que deberas enlazar tu vida
a alguien de mi propia casa, y nios
tuyos
habran balbuceado to en mis
rodillas;
pero aquella hora frrea y despiadada

hizo un ciprs de su propia flor de


azahar,
desconsuelo de la ilusin, tierra de ti.
Me parece cumplir sus mnimos
deseos,
palmotear sus mejillas, llamarlos
mos.
Veo brillar las caras que nunca
nacieron
junto a ese fuego que jams fue
encendido.
Y estos nios que no haban nacido,
con una energa terrible, la perseguan a
ella y tambin a sus dos hijos
verdaderos, quienes llevaban los

nombres de los muertos: Eustace, el


menor, por el hijo desaparecido de su
to Charles, y Arthur Hallam Jesse, el
mayor, por Arthur. Pero no haba
sucedido lo que ella haba esperado.
Aquellas relucientes caritas de ngel
nonatas brillaban ms a los ojos del
mundo (y a los suyos, en los malos
momentos) que la pobre carita, mundana
e inquieta, de Arhur Hallam Jesse, a
pesar de lo guapo que era. Constitua
una molesta prueba viviente del fracaso
de su perpetua doncellez, y ella misma
no se senta cmoda con l y saba que
l lo saba, que le pareca fra. En el
poema de Alfred no haba lugar para
Arthur Hallam Jesse, aunque terminase

con la celebracin de una boda, con una


ambigua afirmacin del poder de la vida
sobre la muerte, una invocacin a una
nueva alma para que saliese de la
inmensidad / y amoldase su ser a unos
lmites. Alfred haba pasado por alto
su inoportuno matrimonio para celebrar
el de su hermana Cecilia con Edmund
Lashington, un amigo suyo y de Arthur,
perteneciente a los Apstoles,
digno, lleno de fuerza, tambin gentil;
tolerante, destacado, consecuente;
llevando todo ese peso del saber
sin esfuerzo, como una flor.

Las palabras de Alfred los haban


unido a ella y Arthur brevemente
tambin aqu:
Ni he sentido tanta felicidad desde
que l me confes que amaba a
una hija de nuestro hogar; ni
tenido desde aquel da oscuro un
da as.
No slo no poda haber celebrado el
da de su boda, que haba tenido lugar
unos meses antes que la de Cecilia, con
una rotundidad y una perfeccin
semejantes, sino que, de alguna manera,
se las haba arreglado para anularlo

completamente, como si nunca hubiera


existido, como si aquellas promesas
nunca se hubieran hecho, ni se hubiesen
engendrado aquellos nios en los que el
alma de A. H. H. habra encontrado
posiblemente un hogar nuevo y
adecuado.
Ahora aguardando a que la hagan
esposa,
sus pies, querido mo, sobre los
muertos;
tristes lpidas rondando su cabeza,
y las palabras ms vivas de esta vida
susurradas en su odo. Puesto est
el
anillo,
respondido

el

Quieres? y
el Quieres? preguntado, hasta
que de dos
su dulce S, quiero os ha hecho uno.

Ni considerarme del todo culpable


si me figuro a un invitado ms quieto
por ventura, si acaso, entre los dems,
y, aunque en silencio, dando la
enhorabuena.
Ella tambin quera a Cecilia. Los
desaparecidos hijos de Cecilia se
acercaban desde el mundo de los
espritus a travs de las voces de Sophy

Sheekhy y la seora Papagay. El


matrimonio de Cecilia haba sido feliz,
pero el nio, Edmund, el hijo a quien se
invitaba a existir en el poema, haba
muerto haca mucho tiempo, a los trece
aos, seguido de sus dos hermanas,
Emily y Lucy, a los diecinueve y los
veintiuno, durante aquellos aos tan
largos. Pero hasta Cecilia, la buena de
Cecilia, la convencional Cecilia, no
haba conseguido querer a Richard, y
alguien la oy expresar su temor, tras
una de las visitas de l, de que se
convirtiera en un cliente fijo. As
como el Richard marinero careca de
miedo de una forma sorprendentemente
ingenua, el Richard que se mova en

sociedad careca, de la misma forma


sorprendentemente
ingenua,
de
conciencia sobre los sentimientos de los
dems, sobre su irritabilidad o su
reserva. Hablaba sin parar, diciendo lo
que pensaba, lo que senta, como si todo
el mundo viviera confortablemente en un
espacio abierto, claro y uniformemente
iluminado, donde las cosas fuesen
exactamente lo que parecan ser, cosa
que a la gente la volva loca. O eso
sacaba Emily en conclusin cuando le
daba por ah. La mayora de las veces
no lo haca. Se encerraba en su aura
particular,
aquella
mezcla
de
excentricidad, de tragedia persistente y
de excesivas atenciones con Pug y

Aarn.

Si no hubiese sido por la


inconsciencia y la temeridad de Richard,
la perpetua doncellez muy bien podra
haber sido su destino y su futuro, y la
habran mimado y santificado. No se
haba enamorado de Richard de golpe,
como le haba sucedido en cierto sentido
con el luminoso Arthur en el Bosque
Encantado. Arthur la comparaba con
una flor trmula, o un ser, como la
propia Ondina, compuesto de elementos
ms sutiles que la tierra comn.
Richard se haba sentado frente a ella en
el comedor artesonado y oscuro de los

Hallam, como un joven convertido en


piedra por un genio, los pesados
cubiertos de plata en suspenso entre la
boca y su pollo estofado, y la mirada
abstrada, como si estuviese intentando,
le cont ella despus, resolver una
ecuacin muy difcil. Alguien dijo:
Qu es lo que le llama tanto la
atencin?
Y l contest tranquilamente:
Estaba pensando lo guapa y llena
de vida que parece la seorita Tennyson
a la luz de la velas. Nunca haba visto
una cara ms interesante.
Menudo cumplido dijo la
misma persona. Se trataba de Julia
Hallam, y lo dijo con unas gotitas de

limn, pens Emily al recordar cmo


haba bajado los ojos y se haba
quedado
mirando
su
pollo,
preguntndose si se habra sonredo
demasiado abiertamente, o si habra ido
demasiado lejos de alguna manera.
No es un cumplido insisti
Richard. Es lo que pienso. Lo que
pienso de verdad. No tengo por
costumbre hacer cumplidos.
Y recuper su actitud contemplativa,
sigui haciendo odos sordos a las risas
de sus compaeros de mesa, as que se
le enfri completamente el pollo, y los
dems invitados tuvieron que esperar a
que terminara. Ms tarde, Ellen y Julia
haban interrogado a Emily aquella

noche: Querida, has conquistado a


ese guardia marina papanatas?, y Emily
se haba redo con ellas, y les haba
contestado que no entraba en sus planes
hacer conquistas. Pero le gustaba
Richard porque la admiraba, cmo no
iba a gustarle?, incluso aunque su
admiracin la azorase. Un da se haban
llevado una alegra cuando apareci
detrs de ella en Wimpole Street, y se
puso a caminar a su lado, mientras
charlaba tranquilamente sobre las
dificultades de la vida en Londres
comparado con su hogar en Devonshire,
y la cogi del codo con una mano grande
y firme, para acabar diciendo, cuando se
separaron en la puerta de la biblioteca

circulante, que era adonde ella iba:


No era mi intencin incomodarla
en la cena, seorita Tennyson. De veras
que no. Dije lo que se me vino a la
cabeza. Siempre lo hago, no sabe la de
problemas que me da en la vida;
siempre ando metido en los o saliendo
de embrollos en los que no me haca
ninguna falta haberme metido, pero era
cierto lo que dije, la admiro
profundamente, y no se crea que voy por
ah halagando a las damas. No veo
muchas y, si he de decirle la verdad,
nunca me haba interesado ninguna. Pero
usted s. Usted me interesa.
Gracias, seor Jesse.
No, no se ande con remilgos ni se

sienta confusa, no quera ponerla en un


aprieto. Me pregunto por qu las cosas
ms sencillas son siempre tan
complicadas.
Simplemente
quera
decirle que admiro cmo ha superado su
enorme dolor
Me temo que no lo he superado, ni
lo superar.
No quera decir superado
exactamente, no es la palabra adecuada,
sino lo viva que est, y lo vital que es,
seorita Tennyson, es todo un estmulo.
Gracias.
Me parece que no me entiende.
No quera hablar tanto tan pronto, pero
me embalo, como el viento del norte, y
no puedo parar. No ha sentido nunca

que alguien tena que ver con usted en


cuanto lo vio? As de simple, tal cual:
que por todas partes hay personas con la
nariz como un pegote de masa y los ojos
como pasas, y otras como bustos
romanos, ya sabe, y entonces de repente
ve usted una cara que est viva (para
usted), y sabe que tiene que ver con ella,
que esa persona es parte de su vida, ha
sentido eso alguna vez?
En una ocasin dijo Emily.
Creo que en una ocasin.
Lo haba sentido? Estaban parados
en la calle y se miraban el uno al otro.
Richard arrug su frente suave y afable,
en su confuso intento de compartir con
ella lo que para l estaba perfectamente

claro. Hizo un movimiento extrao con


los brazos, mitad saludo, mitad preludio
de un abrazo, y se apart.
La estoy agobiando, seorita
Tennyson, me voy, espero que podamos
hablar ms adelante y que mi torpeza no
le sirva de excusa para rechazarme. Si
estoy en lo cierto, tenemos cosas que
decirnos, y si no, la cosa quedar muy
clara; nada de rencores, eh? As que
por el momento me despido de usted,
seorita Tennyson. Ha sido un placer.
Y se alej a grandes zancadas, muy
rpido, por la calle, dejndola sin saber
si echarse a rer o a llorar.

Haba insistido en cortejarla


resueltamente y, al parecer, sin ningn
temor al ridculo. Acompaaba a la
seorita Tennyson a museos y parques;
se sentaba, demasiado grandn para su
silla y bastante torpe con las tacitas de
porcelana, a escuchar cmo los Hallam
discutan lo que Arthur habra sido,
asintiendo sabiamente y mirando
fijamente a Emily. Por lo que se refera
a Emily, le devolva la mirada entre sus
rizos an lustrosos y abundantes. Ellen y
Julia decan de aquella cara alargada
que era necia y estpidamente afable. A
Emily
la
impresionaba

fundamentalmente su bondad. Pareca


que no haba maldad en Richard Jesse,
lo que haca que las burlas de otras
personas respecto a l le pareciesen
crueles y desproporcionadas. Tambin
se dio cuenta, al mirarlo bien, que haba
partes de l que le gustaban de una
manera fsica de la que no era decente
hablar. Tena unas hermosas cejas. Y la
boca tena una forma bonita. Su espalda
amplia y las piernas largas y fibrosas
eran elegantes y fuertes. Tambin tenan
algo de fuerte aquellas manos que hacan
repiquetear las tacitas en los platillos,
pero que sin duda seran distintas (haba
empezado a tratar de imaginarse su
vida) con los cabos en una ventisca. Se

dijo a s misma que era un hombre de


accin, no de palabras, a pesar del flujo
constante y uniforme de su verborrea, y
lo compar con los hroes navales de la
seorita Austen. Arthur le haba enviado
Emma, que le gustaba, pero su novela
secreta favorita entre las de la seorita
Austen era Persuasin, la historia de
una mujer que ya no estaba en su
primera juventud, relegada como una
vieja solterona, que amaba a un capitn
de mar, y confesaba: El nico
privilegio que reclamo para mi propio
sexo (no es muy envidiable; no hay que
codiciarlo) es el de amar el mayor
tiempo posible, cuando la existencia o la
esperanza se han agotado.

Se le declar en la casa de los


Hallam, sin pensar en que poda ser una
falta de delicadeza elegir un terreno que
Arthur podra haber pisado, o dirigirse a
una dama que estaba sentada en una
butaca de cuero oscuro en la que Arthur
tal vez se habra sentado. Los libros de
historia del anciano seor Hallam se
cernan sobre ellos, polvorientos,
correosos y oscuros. Una luz glacial
entraba desde la calle, la larga y
desagradable Wimpole Street de
Alfred, donde haba esperado con el
corazn en un puo la mano que no
podr estrechar nunca ms. Richard
acerc su silln al de Emily, haciendo
un ruido chirriante contra el suelo

barnizado. Ella junt las manos sobre la


rodilla, sintiendo que el anillo de Arthur
le cortaba los dedos.
Tengo que preguntarle una cosa
dijo Richard Jesse. No me resulta
fcil verla a solas, y me agobia la idea
de que las mujeres de la casa pueden
volver en cualquier momento. As que
ser breve; no se ra, soy capaz de ser
breve cuando se trata de una cuestin en
la que hay que actuar urgentemente,
puedo ser muy rpido cuando un barco
est encallando o cuando se aproxima
una tormenta
Una metfora curiosa dijo la
seorita Tennyson, mirando hacia l con
la cabeza de lado. Estamos

encallando o corremos peligro de


naufragar?
Espero que no. Pero sigo con lo
que estaba diciendo. Ya sabe lo que
tengo que decirle, verdad? Quiero
pedirle que sea mi esposa. No, no se d
prisa en contestarme. Yo tambin s lo
que usted tiene que decirme. Pero creo
de vers que podra ser feliz conmigo. Y
s que a m me sucedera lo mismo con
usted. No es una persona fcil de tratar,
permtame que le diga; se mueve por
impulsos y su vida est llena de
pequeos dramas, y no creo que tenga
usted demasiado sentido comn, si he de
serle sincero, pero creo que nos
llevaramos bien, sabe? Me parece que

cada uno de nosotros somos lo que el


otro necesita. Si es que un miembro de
la familia Tennyson puede soportar
escuchar una propuesta de alguien que
puede declararse de una forma tan torpe,
tan maladroit dijo al tratar de buscar
una palabra mejor. Ella abri la boca.
No, no diga nada. S que va a decirme
que no, y no lo puedo soportar.
Pinselo, por favor, medtelo; pinselo y
ver que sera perfecto. Por favor,
seorita Tennyson, piense en m.
Emily estaba emocionada. Tena
preparado un discursito, sincero en la
medida en que se le haba ocurrido,
sobre cmo un gran amor lo consume a
uno del todo, con una cita de Donne

incluida: Pero tras un amor as, ya no


se puede amar. Ella lo crea as. Lo
crea de verdad. Richard Jesse le puso
una mano grande sobre las suyas, y un
dedo de la otra sobre los labios.
No diga nada dijo.
No poda alzar las manos para
apartar su dedo. Cuando intent mover
los labios para hablar, se encontr
besando en cierta forma aquel ndice tan
largo. Abri los ojos lo ms que pudo y
se qued mirando fijamente los de l,
intensos, azules, decididos. Quera
decir: Parece usted un pirata
abordando un bergantn, pero no poda
hablar. Neg enrgicamente con la
cabeza, enfadada. El pelo le roz,

sedoso, los hombros. l le cogi una


trenza, con aquella mano injuriosa.
Precioso dijo. El ms bonito
que he visto en mi vida.
Es usted un tonto dijo Emily,
conmovida y alterada. Tengo ms de
treinta aos. No soy ninguna jovencita.
Ya se me ha pasado la edad de amar. Me
he resignado a mi vida de soltera. Soy
soy incapaz de sentir.
Pues a m no me lo parece.
Todos estos aos me he sentido
como una piedra. Estoy agotada de tanto
sentir. No quiero volver a sentir nada.
Pues yo no opino lo mismo. S
que no es usted una jovencita. Es mayor
que yo, eso lo sabemos los dos, no hace

falta que nos andemos por las ramas.


Las jovencitas son aburridas, son unas
cositas burbujeantes como la espuma,
llenas de aspavientos y de ideas
romnticas. Mientras que usted es una
mujer real, seorita Tennyson. Debera
casarse. No est usted hecha para ser
una ta solterona, lo s; la he observado
siempre con tanta atencin S que le
parece que debera ser as, pero no
haba pensado en m, no es cierto? No
me esperaba, verdad?
No dijo Emily con un hilo de
voz. No le esperaba.
Algo negro y cruel en su interior
quera pinchar su precaria confianza en
s mismo, derribarlo de un tortazo, hacer

dao. Y otra cosa diferente quera


hacerle feliz, defenderlo de semejante
brutalidad, de la que pareca tan
alegremente inconsciente.
Mi corazn, seor Jesse dijo,
qued sellado para siempre cuando
Arthur muri. Lo am totalmente y lo
perd. sa es mi historia. No puede
haber ms, ni para m ni para l.
No me importa que lo haya amado
dijo Richard Jesse. Si lo am tanto,
eso slo demuestra que puede usted
amar mucho y ser fiel; igual que s que
puedo hacerlo yo, aunque an no se me
haya puesto a prueba. No nos
olvidaremos de l, seorita Tennyson, si
se casa conmigo; el amor puede durar.

La admiro, de verdad que la admiro, por


su profundidad y su constancia.
A lo mejor slo quiere casarse
conmigo por eso, por l. Tal vez le
parezco digna de lstima; s que es
usted bueno, lo s perfectamente. No
necesito que me salven.
Maldita sea, no es un salvamento.
No se da cuenta? Si hiciera el favor de
escucharme Ya le he explicado que
algo me dice que podramos sentirnos a
gusto juntos, y tambin me lo dicen el
corazn y el hgado y mis terminaciones
nerviosas. Por qu no consigo hacerle
entender la pura verdad?
Se qued callada.
Tengo tantas ganas de abrazarla

dijo l. S que podra hacerla


sentir que lo que le digo estara muy
bien. Estas malditas butacas, y todos
esos libros mohosos, no son lo ms
adecuado Me gustara poder pasear
por la playa con usted, y escuchar a las
gaviotas Entonces, lo sentira ste
no es mi estado de nimo habitual, no he
dormido bien pensando en cmo iba a
decirle todo esto Esto que est
resultando peor que una batalla.
No puedo dijo ella en un
susurro.
Si
no
puede,
si
est
completamente segura de que no puede,
reptalo y me ir ahora mismo, y no
regresar nunca, no volver a verla en

mi vida. Me comprende? Me cree? Lo


digo de verdad. Si realmente es capaz
de decirme que no va a poder, que no
puede, que no quiere, me marchar. Ser
muy duro, pero no querr volver a verla.
Me oye?
No grite, seor Jesse. Van a venir
a ver qu pasa.
Qu importan los dems?
insisti l en su error. Emily, satisfecha
en parte por su atrevimiento, se levant
de golpe, en lo que tal vez constitua el
prembulo de su despedida. Pero no
dijo nada ni se fue a ninguna parte. Se
qued de pie, muda. l dio un paso
hacia ella (era incluso ms alto que sus
hermanos, y toda una belleza morena,

como tambin lo eran ellos) y le puso


aquellas manos grandes en los hombros.
Luego casi la levant del suelo, para
estrecharla contra su camisa y apoyar
dulcemente su cara en la de ella. Sus
manos y su piel le hablaban, la atraa
como un imn; era fuerte como un rbol,
un rbol en verano murmur la poetisa
que llevaba dentro, as que apoy la
cabeza en su hombro, y oy cmo
retumbaba y brincaba la sangre de los
dos.
Me est asfixiando No puedo
respirar, seor Jesse. No puedo respirar.
Respndame ahora
Sulteme. No puedo resistirme a
usted, por lo que veo. Sulteme.

Devulvame mi equilibrio.
Me gustara rugir como un len
dijo, lo bastante bajo. Pero ya habr
tiempo de eso, ya haremos lo que nos d
la gana cuando estemos casados.
No lo s dijo Emily, de nuevo
en el suelo, con una prudencia repentina.
Evidentemente, no haban hecho lo
que les haba dado la gana, aunque
hicieron muchas cosas juntos que ella
nunca habra hecho en el papel de ta
solterona y de mascota de los Hallam.
Le pareca que haba tenido en cuenta el
efecto que su abandono iba a causar en
los Hallam, pero no la consternacin y
la repulsa de los Tennyson, o de la
buena sociedad. En sus peores sueos,

aparecan todos formando un bloque en


su
contra,
acusadores,
heridos,
enfadados. Y con ellos, surga tambin
en sus sueos una criatura aislada, la
muchacha de negro con la rosa blanca en
el pelo, como a l le gustaba verla. A lo
largo de la vida, comprenda a veces
Emily Jesse, a uno no slo lo
acompaan los difuntos queridos y
acusadores, sino tambin el propio
espectro, tambin acusador, tambin
imposible de apaciguar.

IX

Sophy Sheekhy estaba frente a su


espejo con su camisn blanco. Se
miraba a s misma, y ella misma se
devolva la mirada. El espejo de la
cmoda de pino reflejaba el del bastidor
que se encontraba junto a la puerta, de
modo que se vea situada detrs de s
misma repetidas veces en una serie de
umbrales
verdiblancos
que
se
adentraban en una infinitud menguante.
Se llev un dedo a la sombra violeta que
haba bajo sus ojos fijos, y sus dobles se
tocaron simultneamente sus pieles
cristalinas. Se toc los labios, se inclin
hacia adelante y ech el aliento contra el
espejo, y todos sus rostros se empaaron
a la vez: nubes blancogrisceas

coronadas por un pelo claro, del que se


podra haber dicho que no tena color,
aunque habra sido una equivocacin;
era un pelo para el que no exista un
trmino adecuado, no tena nada que ver
con los animales suaves como el ratn o
la paloma, ni con las cosechas de maz o
de heno, ni tampoco con los metales
como el oro o el bronce, y sin embargo
era un pelo claro perfectamente
identificable, corriente, arquetpico.
Pero tantas no eran ninguna. Estaba en
todas partes y en ningn sitio. Tena la
vista clavada en las pupilas de sus ojos,
de los ojos de Sophy Sheekhy, de todos
aquellos ojos; en el aterciopelado punto
negro donde no haba nada, y no haba

nada realmente, all no haba nadie.


Una vez se haba hipnotizado a s
misma de aquella forma, y la seora
Papagay se la encontr rgida como una
piedra, erguida y con la mirada fija, fra
y hmeda al tacto. La seora Papagay la
atrajo con sus clidos brazos hacia su
pecho generoso, le ech una colcha por
encima, le dio un caldo cuando ella se
despert con un sobresalto y no poda
decir dnde haba estado. La seora
Papagay tena muy buen corazn, un
corazn como un zorzal marrn
acomodado en su nido acogedor. Haba
percibido su aleteo y regresado sin
miedo. En su infancia haba habido
veces en que haba provocado aquellas

ausencias y tenido menos suerte. Tena


maneras de salirse de s misma que de
muy pequea le parecan completamente
naturales, asequibles a todo el mundo en
el transcurso de la vida cotidiana;
naturales como beber sorbos de agua o
usar el orinal o lavarse las manos.
Conteniendo la respiracin de cierta
forma, o arqueando el cuerpo sobre la
cama y dejndolo caer otra vez,
rpidamente,
rtmicamente,
poda
conseguir una especie de Sophy
voladora, que flotaba apaciblemente
cerca
del
techo
y observaba
plcidamente la cascarilla, la plida
cascarilla inmvil que haba dejado
atrs, con los labios entreabiertos y los

prpados cerrados. Pero su madre, una


mujer impaciente de manos rojas y
bastas como ralladores de nuez
moscada, la haba trado de vuelta
bruscamente
abofetendola
y
sacudindola, tras lo cual Sophy se
haba pasado por lo menos un mes
vomitando, y casi se haba muerto de
inanicin. As que aprendi a tener
cuidado, y a controlar sus salidas y sus
retornos.
Tras ella, la habitacin era ahora un
puro rebullir, como si estuviese llena de
pjaros. Era la fatiga que se agolpaba en
sus odos, eran alas blancas que vera si
se daba la vuelta para mirar. Con el ojo
de su mente vea palomas de ojos

dorados, palomas por todas partes,


palomas que se acicalaban las plumas
sobre la cabecera de la cama y el
alfizar. Vea sus patitas rosas, tan
vulnerables,
tan indefensas,
tan
rasposas,
contonendose
y
encogindose, abiertas y cerradas.
Empez a or sus voces lquidas
borboteando entre todo aquel frufr. Si
se daba la vuelta, la habitacin tal vez
estara repleta de alas blancas. No saba
si creaba a las palomas con su
expectativa, si senta su presencia y las
haca visibles con su mente, o si las
palomas estaban all y simplemente daba
la casualidad de que ella era capaz de
verlas. A esas alturas saba que no poda

cambiarlas por papagayos, o por ostras,


o por rosas, gracias a un esfuerzo de su
voluntad. Eran independientes de ella,
hablaban entre s con sus diferentes
zureos,
consoladores,
airados,
jadeantes, amortiguados.
Se mir a los ojos y dijo, pero no a
s misma:
Ests ah? Lo llamaba a
menudo, y muchas veces lo haba
sentido en el cuarto, detrs de ella, a
aquel joven ansioso y esquivo, como a
las palomas, o a las otras criaturas que
de cuando en cuando rondaban o se
colaban o se paseaban por all. No
poda verlo, y l no hablaba, pero lo
senta all. Le pareca que quera abrirse

camino,
que
quera
establecer
comunicacin empleando el lenguaje
que ella haba aprendido desde que se
dedicaba a aquel oficio. A veces crea
que si le tuviera menos miedo, l habra
acudido haca tiempo. Se daba cuenta de
que estaba muy lejos, y fro, y perdido,
pero quiz no fuera as; tal vez un joven
tan bueno, tan perfecto no estuviera fro
y perdido, sino que supiera cmo
ascender a los cielos que el seor
Hawke describa tan lleno de razn. Ella
quera ser til, abrirle una puerta, pero
l no acuda. Tan slo una rfaga de aire
fro, un hueco entre las clidas aves y
sus pacficas ocupaciones, que le hizo
preguntar de nuevo:

Ests ah? Y le pareci que le


haban contestado afirmativamente.
Tambin de nia haba convocado a
la gente. Convocaba a personajes de
cuentos: al conmovedor prncipe ciego
de Rapunzel, al pobre Abel asesinado
de la Biblia, a un nio llamado Micky
que haba sido su mejor amigo hasta que
conoci a la seora Papagay, y que se
presentaba en cualquier estado: desde un
perceptible aire de presencia, pasando
por un imaginario nio agitanado de piel
morena,
hasta
prcticamente
un
conocido de carne y hueso, que se
sentaba en la cmoda y la zapateaba con
los talones, cuya ua rota o cuyo labio
araado poda ver perfectamente de una

semana para otra con sus propios ojos.


l simplemente estaba all. Otras veces
casi estaba, y ella doblegaba su
voluntad para hacerlo existir, le contaba
cosas que pareca entender. l no le
contaba nada. En ocasiones sus
esfuerzos para hacer aparecer a Micky u
otras presencias deseadas atraan a
inesperados visitantes no deseados. Una
niita enfadada que no paraba de
berrear y no haba quien la consolara,
una fra presencia masculina de una
estatura imponente que quera tirar de
ella, de Sophy, pero que no la poda ver,
se daba cuenta, como ella poda verlo a
l, con su barba azul de tres das y sus
ojos saltones. Haba habitantes de un

mundo diferente al de los visitantes


impasiblemente slidos (slo cinco o
seis en total), como los parientes
ahogados a los que haba recibido en
casa de su primera patrona, o la robusta
matrona que buscaba desesperadamente
un reloj perdido en el bosque de
Crimond, o el chico del vendedor
ambulante que le deca que echaba de
menos a su caballo a pesar de que lo
haba matado a coces, porque el viejo
Whitey no tena la culpa, sino que se
haba vuelto loco del dolor que tena en
las cernejas. Que ella supiera, ninguno
de estos espritus corpreos haba
asomado nunca la nariz en una sesin,
donde a los visitantes se les haca

aparecer voluntariamente con su deseo


comn o se les entrevea gracias a su
propio y vigoroso deseo de servirles de
ayuda, o donde se aprehenda en parte a
habitantes de otra dimensin (como la
criatura-licorera de ojos ardientes de
ese da; con mucho, la ms real hasta el
momento) pero que seguan sin ser tan
slidos como manzanas.
Sophy Sheekhy se peinaba el pelo y
las palomas rebullan y zureaban. Tena
tantas ganas de encontrar al joven
muerto para la seora Jesse Y
tambin quera encontrar al capitn
Papagay para la seora Papagay, pero
de alguna manera la misma fuerza de su
deseo de ayudar los mantena a

distancia. Las criaturas, los espritus,


acudan atrados por el descuido y la
distraccin, por el vaco mental, no por
un esfuerzo de atencin. Sin embargo,
senta que l no estaba lejos. Haba un
espacio fro entre las palomas donde tal
vez esperaba. No tena ni idea de su
aspecto, pero se lo imaginaba plido,
con rizos dorados, de frente despejada y
rasgos marcados, y con una boca ms
bien griega. (Saba lo del saliente de
Miguel ngel tanto por la seora Jesse
como por In memoriam.) La seora
Jesse haba afirmado una vez que haba
detectado la forma de su espritu en una
fotografa que le haban sacado en
Bristol, pero Sophy Sheekhy, que haba

estudiado detenidamente la borrosa


figura con un sombrero de copa que
apareca tras los hombros cubiertos por
una capa de la seora Jesse, no
consigui ver mucho ms que una piel
blanca como la tiza y unas cuencas como
carbones oscuros. Podra haberse
tratado de cualquiera, pens Sophy
Sheekhy, aunque la hermana de la seora
Jesse, Mary, estaba de acuerdo en que
tena un extrao parecido con Arthur, en
que su rostro y su postura se parecan
extraordinariamente a lo que ella
recordaba de l.
A veces poda provocar el necesario
estado mental, vago y flotante,
recitndose poesa a s misma. No haba

ledo mucha poesa antes de las


reuniones en casa de la seora Jesse,
pero all se haba aficionado a ella
como un pato al agua, que era una
metfora muy apropiada, porque flotaba
en ella, se zambulla y se chapuzaba en
su vigorosa corriente, que le daba
nimos. Las sesiones, no slo en casa de
la seora Jesse, se abran a menudo con
evocaciones
poticas
de
los
desaparecidos. Una de los poemas
favoritos era La Bienaventurada
Damisela de Dante Gabriel Rossetti.
Era tan bonito y tan triste, convena
Sophy Sheekhy con otros lectores: el
bendito ngel solitario y nostlgico,
asomado a la barandilla del cielo,

mientras a su alrededor las parejas de


amantes se unan, felices, una vez
enjugadas todas sus lgrimas: ngeles
conyugales que eran dos en uno, como le
gustaba sealar al seor Hawke, como
si
el
seor
Rossetti
fuese
swedenborgiano por pura intuicin. La
mente de Sophy Sheekhy era como un
ro, en las profundidades del cual unas
corrientes fuertes e incontrolables fluan
empujndolo todo, pero cuya superficie
estaba festoneada y emplumada con las
revueltas olitas del sentimentalismo
femenino habitual. Contempl su propia
cara en el espejo e imagin el rostro de
la Damisela, con su rosa blanca
particular, regalo de Mara, el cabello

rubio como el maz, el pecho que


templaba la barandilla a la que estaba
asomada. Sophy Sheekhy poda ver a
aquella muchacha apasionada en la
adusta y custica seora Jesse, con sus
manos apergaminadas y su cuello
arrugado, aunque tambin perciba otras
presencias, algo felino, algo parecido a
unas tijeras. Pero lo que realmente la
extasiaba, a veces literalmente, era la
Damisela del poema de Rossetti. Eran
las distancias. l saba algo que ella
saba tambin. Se qued mirndose a los
ojos en el espejo y recit su Casa
celestial.
Yace en el Cielo, a travs del flujo

del ter, como un puente.


Debajo, las mareas del da y de la
noche
con resplandor y oscuridad acordonan
la nada, hasta donde esta tierra
da vueltas como un mosquito inquieto.
A su alrededor, los amantes, de nuevo
reunidos
en medio de los vtores al amor
inmortal,
eternamente se decan entre ellos
sus nombres aprendidos de memoria;
y las almas que ascendan hacia Dios
pasaban junto a ella como tenues
llamas.


Ahora el sol se haba ido; la luna
rizada
era como una plumita
que revolotease all abajo en el
abismo; y entonces
ella habl mediante el tiempo en
calma.
Su voz era como la voz que tenan las
estrellas
cuando cantaban todas juntas.

Ojal l ya hubiese venido hasta m,


porque ha de venir, dijo.

Sophy Sheekhy estaba abrazada a s


misma y se balanceaba un poco, como
un lirio sobre su tallo, como una
serpiente frente al encantador, hacia
adelante y hacia atrs, y el pelo se le
levantaba y le resbalaba por los
hombros. Hablaba bajito, con una voz
pura y clara. Mientras lo haca, vea las
finas llamas, la luna rizada como una
pluma, y senta que se alejaba de s
misma dando vueltas como le suceda a
veces, igual que si hubiese acercado su
enorme ojo al agujero de un gran
calidoscopio donde su cara girase como
una pizca de oropel entre copos ligeros
como plumas, cristales de nieve,

mundos. Se oy decir a s misma, como


si se respondiese
l no vendr, dijo ella.
Y gimi: Estoy agotada,
Ojal estuviese muerta.
se era otro poema completamente
distinto. Al recitarlo tuvo fro por todas
partes. Se abraz ms fuerte a s misma
buscando consuelo, el pecho fro sobre
la fra repisa de sus brazos, los deditos
ceidos a las costillas. Estaba segura,
casi segura, de que alguna otra cosa
alentaba entre las plumas flotantes que
tena detrs. Los poemas eran como

voces que susurrasen al unsono. Sinti


una punzada de dolor, como un
carmbano entre las costillas apretadas.
De pronto oy el tamborileo del granizo,
o de la lluvia, en grandes rfagas contra
el cristal de la ventana, como semillas
esparcidas. Percibi un peso repentino
en la habitacin, un espacio pesado,
como el que uno siente al llamar a la
puerta de una casa, sabiendo de
antemano que est habitada, antes de que
se oigan los pies en la escalera, o un
crujido y un tintineo en el vestbulo.
Saba que no deba mirar detrs de ella,
y a sabiendas de eso empez a tararear
para sus adentros con aire somnoliento
La vspera de santa Ins en toda su

riqueza.
Se apag la candela cuando ella entr
corriendo,
se extingui su humito a la luz de la
luna.
Ella cerr la puerta, jade, igual en
todo
a espritus del aire, y a visiones
inmensas;
no pronunci una slaba, ni ningn
Ay de m!.
No as su corazn; su corazn locuaz
se dola elocuente en su suave
costado,
como un ruiseor mudo que hinchase
su garganta

en vano, y muriese, sofocado, en su


valle.
Fuera lo que fuera lo que estaba tras
ella suspir, y luego inspir con
dificultad. Sophy Sheekhy le dijo
indecisa:
Creo que ests ah. Me gustara
verte.
Puede que no te gustase lo que
vieras oy, o le pareci que oa.
Has sido t?
He dicho que puede que no te
gustase lo que vieras.
No tengo por costumbre que las
cosas me gusten o me disgusten se
encontr diciendo.

Cogi su vela y la sostuvo frente al


espejo,
invadida
an
por
la
supersticiosa sensacin, como aquellas
damas de los poemas, Madeline, la
Dama de Shalott, de que no deba
apartar la mirada del plano del cristal.
La vela provoc un trmulo resplandor y
cierta
tenebrosidad
en
las
profundidades, en las que le pareci ver
algo moverse.
No siempre podemos permitirnos
esos lujos.
Por favor le susurr al
espejo.
Sinti cmo la acechaba cada vez
ms cerca. Escuch las palabras del
poema, dichas en un tono irnico,

ligeramente cruel.
Se fundi con su sueo, al igual que la
rosa
combina su fragancia con la de la
violeta:
dulce solucin
Le tembl la mano, el rostro que
haba tras ella adquiri relieve y se
condens, se disip y volvi a
concentrarse, pero no era una cara
plida, sino veteada de morado, con
unos ojos azules de mirada fija y unos
labios finos y resecos sobre una barbilla
temblorosa. Hubo una repentina rfaga

de olor, ni a rosas ni a violetas, sino a


mantillo de tierra y a corrupcin.
Ves? dijo aquella voz tenue y
spera. Soy un muerto, lo ves?
Sophy Sheekhy tom aliento y se dio
la vuelta. Vio su propia camita blanca, y
una fila de palomas sobre el armazn de
hierro forjado del lecho, que se
arreglaban las plumas con el pico.
Entrevi un momento a un loro, escarlata
y azul, en el alfizar. Vio cristal oscuro y
lo vio a l, que luchaba, o eso le
pareci, por conservar su apariencia,
aquella especie de sustancia, toda junta,
en algo parecido a un terco desafo.
Supo inmediatamente que aqul era
el hombre. No porque lo reconociera,

sino por no hacerlo, y sin embargo


cuadraba
con
las
distintas
descripciones: los rizos, la boca fina, el
saliente de la frente. Llevaba una camisa
antigua de cuello alto, pasada de moda
cuando la madre de Sophy era una nia,
y pantalones de montar manchados. Se
qued all de pie, trmulo y taciturno. Su
temblor no era exactamente humano.
Haca que su cuerpo se hinchara y se
contrajera, como si primero aspirasen su
forma y luego la soplaran otra vez.
Sophy dio unos cuantos pasos hacia l.
Vio que tena las cejas y las pestaas
rebozadas de barro.
Soy un muerto volvi a decir
l.

Se apart de ella, caminando como


alguien que se acostumbra a andar tras
una larga enfermedad, y se sent en el
repecho de la ventana, desplazando as a
unos cuantos pjaros blancos que
salieron aleteando y se volvieron a
instalar al pie de las cortinas. Sophy le
sigui, y se qued de pie estudindolo.
Era muy joven. Los que lo haban amado
en esta tierra aguardaban su venida
como si se tratase de algn dios sabio
desaparecido anteriormente, pero este
joven era ms joven que ella misma, y
pareca que estaba al borde del
agotamiento ms absoluto a juzgar por
su estado. Le haban contado, en la
Iglesia de la Nueva Jerusaln, los

encuentros que haba tenido Swedenborg


con los recin fallecidos, quienes se
negaban a creer que estuviesen muertos
y asistan a sus propios funerales con
indignado inters. Ms tarde, deca
Swedenborg, los muertos, que se
llevaban consigo al otro mundo los
afectos y las mentalidades del espacio
terrestre, tenan que encontrar su
verdadera identidad y sus verdaderos
compaeros,
sus
compaeros
adecuados, entre los espritus y los
ngeles. Tenan que aprender que
estaban muertos, y luego proseguir.
Cmo te va? dijo ella. En
qu estado te encuentras?
Tal como me ves. Desconcertado

e impotente.
Se te llora mucho, se te echa
mucho de menos. Ms que a ningn ser
que yo conozca.
Un espasmo de angustia hizo que
aquella cara roja y sombra se
retorciera, y Sophy Sheekhy sinti de
repente en su sangre y en sus huesos que
aquellos llantos por su muerte le
resultaban muy dolorosos. Le depriman,
lo arrastraban hacia atrs o hacia abajo.
Movi su pesada lengua dentro de la
boca, falto de costumbre.
Camino. Entre dos mundos. Fuera
de uno. No te lo puedo explicar. No
formo parte de nada. Impotente y
desconcertado aadi, rpido y claro,

como si sas fueran palabras que


conociese, que hubiese domeado
tenazmente en el interior de su mente
durante aquellos largos aos que a l,
claro, no le pareceran aos. Miles de
siglos, a tus ojos, no son ms que un
instante que pas. Le habl de todo
corazn.
Eres tan joven
Soy joven, y estoy muerto.
Y no se te olvida.
De nuevo, la misma contraccin de
dolor.
Pero
estoy
solo.
Pura
autocompasin de un joven.
Me gustara ayudarte si pudiera.
Pareca que lo que necesitaba era

ayuda.
Abrzame dijo. Supongo
que no puedes. Tengo fro. Est oscuro.
Abrzame.
Sophy Sheekhy se qued blanca.
No puedes.
S que puedo.
Se ech en la cama blanca, y l se
acerc hasta ella, dando aquellos pasos
vacilantes y defectuosos, y se tendi a su
lado, y ella acun su cabeza y su hedor
en su fro seno. Cerr los ojos, para
poder soportarlo mejor, y sinti su peso,
el peso, ms o menos, de un hombre
vivo, pero de un hombre que no
respirara, un hombre inerte como un
trozo de carne. Tal vez ese peso la

matara, pens Sophy Sheekhy, mientras


las ondas de la superficie de su mente se
alejaban encrespadas del centro de
aquella charca oscura en un ataque de
terror. Pero las profundidades de la
charca la sostenan, a ella y tambin a
l, a Sophy Sheekhy y al joven muerto.
Bes sus rizos rubios con sus labios
ateridos, delicadamente. Poda percibir
l ese beso? Poda reanimarlo?
Qudate quieto le dijo, como
habra hecho con un nio rebelde.
l le puso una especie de mano en el
hombro, donde le quem como el hielo.
Dime algo.
Qu? Qu te voy a decir?
Tu nombre. Algo de John Keats.

Mi nombre es Sophy Sheekhy.


Puedo puedo recitarte la Oda a un
ruiseor, si te apetece
Dila, s.
Me duele el corazn, y un torpor
soporfero
embota mis sentidos, cual si hubiese
bebido
cicuta o hasta las heces apurado un
turbio opiceo
hace un instante, hundindome camino
del Leteo.
Lo conoca dijo l. El
poderoso principio del amor a lo bello.

Ahora me acuerdo. Recuper una


palabra para l: sensual. Mi palabra. No
sexual. Sensual. Su voz ronca
desfalleci y luego recobr su fuerza.
Por una vida de sensaciones ms que
de pensamientos. Las dos cosas han
desaparecido, me oyes?, desaparecido.
Sophy Sheekhy. Pistis Sophia. Los
poemas son los espectros de las
sensaciones, Pistis Sophia, los espectros
de los pensamientos, asaltan la mente,
querida, y tambin son pensamientos y
sensaciones, las dos cosas a la vez. Tu
pecho me da calor, Pistis Sophia, como
a una serpiente helada. Fue Pistis
Sophia, decan los gnsticos, la que
introdujo la primera serpiente en el

paraso.
Quin es Pistis Sophia?
Pues el ngel del Jardn, querida,
anterior al Hombre. El poderoso
principio del amor a lo bello. Eran
jvenes, Keats y Shelley. Les tengo
cario, eran tan jvenes Di ms
cosas. Escucho entre las sombras
Escucho entre las sombras; y ya que
tantas veces
casi me he enamorado de la plcida
muerte,
dndole dulces nombres en versos
meditados,
para alzar en el aire mi reposado
aliento,

ahora ms que nunca morir parece


hermoso,
cesar a medianoche sin sufrimiento
alguno,
mientras se est vertiendo el alma al
exterior
en semejante xtasis!
Aun as cantaras, vanos ya mis odos:
vuelto un trozo de tierra para tu
excelso rquiem.
La sensacin de no sentir
susurr la criatura que sostena en sus
brazos. Se estaba volviendo ms pesada.
Le costaba ms respirar. Sophy Sheekhy
titube.

T no has nacido para la muerte,


ave inmortal!
No han de pisotearte las progenies
hambrientas
Su compaero expir. Sinti su
aliento helado en la oreja.
Pero no era l, sino algo que posea
la oscuridad del mundo, el gozo, la
vida,
el tormento, la muerte, el amor eterno,
que
no
cesaban,
mezclados,
desinhibidos,
al margen del espacio, reteniendo el
tiempo.

Vio, en el medio de la habitacin,


una mano, una mano larga y morena, ya
entrada en aos, que tanteando
torpemente intentaba abrochar los
botones de un camisn. Vea la fila de
botones. Estaban mal alineados. La
mano los manoseaba. De pronto, la
mano apret la parte plisada del cuello
contra el pecho, como si hubiese sentido
por un momento la frialdad de la
presencia de ellos dos.
Mezclados, desinhibidos
dijo al odo de Sophy aquella voz fra y
apagada. Palabras bien escogidas y
llenas de significado. Saba que sera
tan grande como Keats, igual que
Coleridge vio en Wordsworth al poeta

ms grande desde Milton. Lo quera por


eso, tienes que creerme, Pistis Sophia.
Pues claro que te creo.
No veo No veo Sophia, no
veo T s?
No muy bien. Un poco. Una mano.
Un viejo, con una camisa de dormir, en
una habitacin con una vela Se est
llevando la mano a la cara, y se la
olfatea Lleva barba una barba
descuidada y medio gris manchada en
la boca Es un viejo guapo S quin
es.
No veo. Los dedos finos y fros
le palparon las pestaas como para
percibir su visin. Es viejo, no lo
veo. Creo que me huele un poco a su

tabaco. Se paseaba en medio de una


nube de l, ardiente y fragante, y entre
los residuos rancios de sus viejas
cenizas, de su escoria Qu hace?
Est sentado en su cama, y gira la
mano una y otra vez. Parece perplejo. Y
muy guapo. Y un poco despistado.
Creers que puedo or sus
pensamientos, pero no es as.

X
Alfred Tennyson senta, en efecto,
que algo se revolva en su cuarto. Senta

esa mezcla de excesiva quietud


ambiental y de hormigueo en la piel a la
que sola referirse como un ngel se
pasea por mi tumba, aunque saba
perfectamente que combinaba dos
supersticiones, los ngeles cuyo
silencioso trnsito por las alturas haca
que las charlas de sobremesa se
interrumpieran veinte minutos antes o
despus de la hora, y el escalofro
clarividente provocado por alguien que
pisaba el barro que en algn inexorable
instante del futuro sera excavado para
hacer sitio a sus restos mortales.
Tambin perciba que, de alguna forma,
su mano llamaba la atencin, as que
dej de intentar abrocharse los botones

y la levant como si fuera una criatura


extraa e independiente a la que tuviese
agarrada. Sus dedos eran largos y
morenos y todava fibrosos. Ni estaban
hinchados ni gordos, aunque sin querer
le haba odo comentar acremente a
Emily Jesse que desde que se haba
casado no haba movido un dedo para
servirse a s mismo. Algunos de sus
dedos estaban manchados de caoba
debido a que fumaba. Le daba miedo la
posibilidad de llevar consigo aquel
poderoso aroma sin notarlo. Su nariz
nunca recuperara la inocencia respecto
a aquel olor, del mismo modo que la de
un mozo de cuadra lo perciba todo a
travs de un clido vaho de crines,

sudor, pis y estircol de caballo. Era un


buen olor cuando, por as decirlo, estaba
vivo, pero ya era peor cuando se haba
enfriado. Como la columna de fuego de
noche y la columna de humo de da,
pens, ardiente y fragante, y luego meros
restos rancios, escoria antigua; bonita
palabra, escoria. Apestara? Se llev
las puntas de los dedos a la nariz.
Perciba el zumbido de pequeos
fragmentos voladores de conversacin,
que colgaban todo el rato en una nube
alrededor de su cabeza, al igual que los
velos de humo vivo y muerto, o las
motas de polvo en suspensin de los
rayos de luz, profusamente moteados,
como bellamente los haba descrito una

vez. Dejadme besar esa mano, oy, y


respondi: Dejad que me la limpie
primero. Huele a mortalidad. O en vez
de Lear, Lady Macbeth: Todos los
perfumes de Arabia no suavizaran esta
manita. O John Keats: Cuando este
afable escriba, mi mano, est en la
tumba. O peor, aquel fragmento suyo:
Esta mano viva, ahora clida y capaz
de estrechar con fervor, si fra se
encontrase
en el glacial silencio de la tumba, tus
das
rondara y helara tus noches
soadoras;
querras que sin sangre tu corazn

quedase
con tal que por mis venas corriese
roja vida,
y tu conciencia as calmar. Mas hela
aqu
Y a ti te la tiendo.
Recordaba cmo Arthur le haba
asustado con aquello en medio de la
oscuridad digna de un bho, pero
tenuemente iluminada por la luna, del
dormitorio de Somersby con sus dos
cainitas blancas.
Eso hace que valga la pena vivir
haba gritado Arthur entusiasmado,
que un hombre pueda escribir tan bien,
con la muerte mirndole a la cara, un

desafo as es muy noble.


l se haba hecho su propia idea de
las manos muertas en los poemas a
Arthur, y estaba orgulloso de ella.
Reflejaba la vida fraudulenta de lo
exnime, su imagen.
Y manos que a menudo apretaron las
mas
se batirn enmaraadas con las
conchas
Manos movindose, como hierbajos,
como restos flotantes, los tumbos de la
carne ahogada; haba captado el ritmo
de esos tumbos. Eran las manos de

Arthur lo que luego haba recordado ms


intensamente de la vida de Arthur. El
apretn de la mano de Arthur se haba
ido desvaneciendo en su interior como
una vela, primero poco a poco y luego a
borbotones, a lo largo de cuarenta aos.
Se mir las yemas de los dedos de una
mano y se las toc con la otra. Una
curiosa suavidad lustraba la piel de sus
nudillos, las rayas de la vida se haban
borrado, al contrario de lo sucedido con
su boca y con su frente. Se haba
acordado de la sensacin de la palma
clida de Arthur contra la suya, del
apretn entusiasta de Arthur. Ah era
donde Arthur se encontraba y se
mezclaba temporalmente con l, en el

apretn propio de un caballero ingls.


Viril, enrgico, la reafirmacin de un
contacto. Al encontrarse y al separarse.
Tras aquella carta terrible, se haba
atormentado ferozmente con el hecho de
que su mano an contaba con aquel
apretn. Hizo una poesa excelente con
aquello, una poesa excelente y tambin
obsesiva. Tena cientos de cartas. He
de decirle, seor, que yo tambin he
tenido exactamente esa sensacin: No
debera resultarme extrao. Su
perspicacia es una gran consuelo, pens
que tal vez querra saberlo.
Eso ocurri en un principio, cuando
a su cuerpo y a sus sentimientos les era
imposible reconocer lo que su cerebro

haba aceptado instantneamente. Se


haba imaginado al barco tocando tierra
y a los pasajeros descendiendo.
Y si con todos ellos se acercara
el hombre al que cre semidivino,
me estrechara de pronto la mano,
preguntndome mil cosas de casa.

Y no percib el ms mnimo cambio


ni trazas de muerte en esa figura;
segua siendo exactamente el mismo,
no debera resultarme extrao.
Eso era lo bastante preciso, pero se

haba terminado haca mucho tiempo.


Arthur haba muerto en el interior de su
propio cuerpo y de su propia alma
gradualmente, poco a poco, tal como se
produce la lenta muerte de un rbol, una
pulgada en un sitio, una sarta de clulas
en otro. Cuando Arthur se acababa de
morir, el repentino recuerdo de su
presencia fsica, un ademn de
impaciencia, una mirada alerta, haban
sido una pura tortura. Y despus,
tercamente, a medida que la carne y la
sangre fueron dando paso a las sombras,
intent retener a su amigo, encarnar sus
fantasas, ver lo invisible. Pero Arthur
sigui murindose.

No puedo ver del todo bien sus


rasgos,
cuando en tinieblas me afano en pintar
el rostro que conozco.
Frederick y Mary y Emily invocaban
a los espritus y a otras formas
desaparecidas, pero a l eso le daba
miedo y le produca repulsa; miedo a
dejarse engaar por los puntos
ulcerados del tejido de su propio
cerebro, repulsa a lo morboso. No voy
a volver a verlo, haba afirmado un par
de veces, decidida y brutalmente,
tomando conciencia de su prdida.
Puede que, tras el velo, fuera posible
alguna especie de unin mstica, luz con

luz, espritu con espritu, pero sus manos


permaneceran vacas, tanteando a
ciegas la ausencia.
Recordaba un da en el que Arthur y
l se haban pasado todo el rato
hablando en el csped de Somersby de
la naturaleza de las cosas, de la
creacin, del amor y del arte, de los
sentidos y del alma. La mano de Arthur
descansaba a unas cuantas pulgadas de
la suya, sobre la hierba clida entre las
margaritas. Arthur haba hablado de la
imaginacin sensual de Keats, que
creaba belleza; y de la que Keats deca
que poda comparrsela con el sueo de
Adn de la creacin de la mujer a partir
de la costilla ensangrentada que le

haban arrancado, se despert y vio


que era verdad. Y l, Alfred, haba
visto con el ojo de su mente, no al Adn
de Milton, sino al de Miguel ngel, con
su mano lnguida cobrando vida con la
energa; la energa elctrica, que
formaba un arco que iba desde la punta
del dedo de un Dios en las nubes hasta
la del suyo. Arthur haba dicho que qu
atrevido era aquello, qu impresionante,
y qu acertado. Por una vida de
sensaciones,
ms
que
de
pensamientos!, dijo Arthur a la luz del
sol de Somersby, y a continuacin se
puso a leer parte de aquella carta
maravillosa:

Es una Visin en forma de


Juventud, una sombra de
realidad que ha de sobrevenir. Y
esta reflexin me ha convencido
adems, porque ha venido a
auxiliar
otra
de
mis
especulaciones favoritas, la de
que en la otra vida nos
regocijaremos disfrutando de lo
que denominbamos felicidad
terrena, pero repetida en un tono
ms sutil
Arthur sigui hablando de Dante y
Beatriz y de la sensual construccin del
Cielo en los vagabundeos de la Divina
Comedia. Est claro, Alfred, que en los

dos casos tan diferentes de Keats y de


Dante, debemos tomar las pulsiones del
Amor terrenal como una vaga figuracin,
una vaga presciencia, un vago anuncio
del Amor Divino, no te parece?
Y l se recost en aquel asiento suyo
que cruja, con la mano colgando en el
mismo sitio, imaginndose el paraso y
queriendo a Arthur, y experimentando tal
felicidad, una felicidad tan inusual en un
Tennyson oscuramente morboso, en su
piel, en su carne y en sus huesos, que
slo pudo sonrer y mascullar su
aprobacin, y sentir el aire lleno de
palabras cantarinas que eran los tomos
informes de su propia creacin, que an
estaba por venir.

Miguel ngel haba amado a otros


hombres. Y l le haba dicho en broma a
Arthur ms de una vez que le quera
como Shakespeare haba querido a Ben
Jonson, esta idolatra de refiln; y los
dos encontraban siempre en los sonetos
de Shakespeare un verso que poder
ofrecer al otro como un regalo, una
gracia o una confirmacin. Saba del
fuego sin fruto en torno al cual volaban
sin quemarse las alas, sin consumirse, y
tambin
saba
a
la
terrible
tergiversacin que se haba expuesto al
manifestar exactamente su dolor y su
nostalgia en los poemas a Arthur sin
ninguna reserva. Al padre de Arthur no
le gustaba aquel tipo de relacin y haba

escrito despectivamente, tras la muerte


de Arthur y antes de que Alfred se
hubiese arriesgado a dejar que los
poemas a Arthur viesen la luz, sobre los
sonetos de Shakespeare.
Tal vez exista ahora una
tendencia, especialmente entre
los jvenes con un temperamento
potico, a exagerar la belleza de
estas notables producciones
El apego a cierta mujer, que no
parece haber conmovido muy
hondamente ni su corazn ni su
fantasa, fue supeditado en todo
momento al de un amigo; y este
ltimo es de un carcter tan

entusiasta, y las frases que


emplea
el
autor
tan
extravagantes, como para haber
sumido
en
un
misterio
inexplicable toda la obra. Cierto
es que, tanto en la poesa como
en la prosa de siglos pasados,
nos encontramos con un tono
afectivo ms ardiente en el
lenguaje de la amistad del que se
ha estilado desde entonces, y sin
embargo no se ha aportado
ningn ejemplo de una devocin
arrebatada semejante, de tal
idolatra de amor admirativo,
como la que el ser ms grande al
que la naturaleza haya dotado

jams de forma humana dedica a


un joven desconocido en la
mayora de estos sonetos A
pesar de los abundantes encantos
de estos sonetos, el placer de
una lectura atenta se ve
disminuido en gran parte por
estas circunstancias; y resulta
imposible no desear que
Shakespeare no los hubiese
escrito jams.
Henry Hallam haba destruido las
cartas de Alfred a Arthur. Saba muy
bien lo que el padre de Arthur tema y
sospechaba, a pesar de que l nunca
haba dejado que viese en su rostro o

percibiese en su voz una confirmacin


de sus sospechas, o un motivo de
inquietud. Haba aprendido muy pronto a
encubrir todo lo que senta, cualquier
apreciacin desagradable respecto a s
mismo o a los dems, con un halo
impenetrable de vaguedad. Se pas ocho
aos arrojndole chorros de borrosa
tinta negra a su querida Emily, como un
calamar que se batiese en retirada.
Nunca dio la menor muestra de enfado
ante el mensaje privado que detect en
el desprecio magistral que Henry
Hallam haba hecho de los sonetos,
aunque les dijo a otras personas,
repetidas veces, que los sonetos eran
nobles. Ahora se ocultaba por partida

doble tras la confusa vaguedad del genio


y tras la espesa capa de respetabilidad
de su poca, porque de un modo u otro
se haba convertido en un ciudadano
ejemplar de ella. Haba habido malos
momentos cuando era ms joven, cuando
los crticos se mofaban de sus frases
imprudentes, su descripcin de su
querido cuarto con sus dos canaps
blandos y blancos. La primera vez que
aparecieron los poemas a Arthur,
annimos, tal como seguan siendo en
cierto sentido porque nunca haba
permitido que su nombre apareciese en
la portada, un crtico escribi que haba
empleado mucho arte superficial en
una Amarilis de la Chancillera[24].

Ahora casi haba ms vida en la crudeza


salada de la herida que aquella frase
ingeniosa haba infligido que en el
recuerdo del tacto de la mano de Arthur.
Por muy grande que hubiera sido su
xito, jams haba superado el lastimero
desaliento que le producan las crticas
duras. Otro crtico pens que era una
mujer. Estos versos conmovedores
proceden evidentemente del corazn
rebosante de la viuda de un militar. Era
verdad, desde luego, que se haba
llamado a s mismo una y otra vez la
viuda de Arthur, pero eso slo era en el
sentido espiritual en que su alma, su
nima, se haba afligido. Crea que
todos los seres humanos importantes

abarcaban, en cierto modo, los dos


sexos. Cristo, el Hijo de Dios, el objeto,
en la Theodicaea Nuvissima de Arthur,
del Amor y la Nostalgia Divinas del
Creador, era a la vez hombre y mujer; en
el sentido de que era Dios encarnado,
era la Sabidura y la Justicia, que eran
masculinas, y la Misericordia y la
Piedad, que eran femeninas. Tanto l
como Arthur, sa era su concepcin,
tenan sus aspectos femeninos, porque
la piedad arraiga pronto en los
corazones sensibles, lo que slo
aumentaba su sensibilidad potica, su
energa masculina. Pero haba cosas que
detestaba, cosas que Arthur detestaba.
Cosas por las que seguro que se senta

secretamente atrado el crtico que


apunt lo de la Amarilis de la
Chancillera. Los hombres deberan ser
andrginos y las mujeres ginandras,
haba observado oportunamente, pero
los hombres no deberan ser ginandros y
las mujeres andrginas.
Haba compuesto un epigrama
Sobre uno que haca gala de sus
modales afeminados:
Mientras hombre y mujer estn sin
terminar,
aprecio el alma donde se funden
mujer y hombre,
que simboliza el plan completo de
Natura

respecto a machos y hembras. Mas no


es lo mismo, amigo,
la mujer masculina que el hombre
femenino.
Bastante bueno, pens, bien
expuesto. Un epigrama era una especie
de bombn, en cierto momento an no
estaba all, y al siguiente lo tenas
metido en la boca y no paraba de dar
vueltas, suave y dulce. La gente crea
que l era una vieja criatura inocente, lo
saba de sobra. Le seguan la corriente,
lo protegan. Pero saba ms de lo que
contaba; era un modo diplomtico de
seguir adelante en aquellos tiempos
gazmoos, y l era hijo de una poca

mucho menos inocente. Tanto Arthur


como l conocan las inclinaciones, y
algo ms que las inclinaciones, del
elegante Richard Monckton Milnes, su
compaero de Cambridge, cuyo inters
por los chicos guapos no dejaba de
burbujear en la superficie de su
conversacin y de la de otros. Tambin
saba, por medio de Arthur, de las
pasiones carnales que llevaban a
William Gladstone a rondar de noche las
calles en busca de aquellas mujeres, y a
arrepentirse despus, consumido por la
angustia. Un hombre sexual, deca
Arthur de Gladstone, quien haba
querido al brillante Arthur de Eton, tal
como Alfred quiso al de Cambridge.

Arthur no era un hombre sexual. Amaba


con un halo romntico. Haba escrito en
los poemas a Arthur
Sabore el amor tan slo a medias
y nunca bebi de la fuente intacta
y crea que era una apreciacin bastante
justa; crea que se habra enterado, si
Arthur hubiese atravesado alguna vez,
por as decirlo, el umbral de la
imaginacin para adentrarse en el hecho
carnal.
Por lo que haca referencia a s
mismo, l no se consideraba un hombre
apasionado, sus aprensiones sexuales,

por decirlo de algn modo, estaban


esparcidas por toda su creacin y se
confundan con ella, en forma de
capullitos reventones o del vaivn del
mar. El acto del amor le haba
parecido (meti el botn y lo sac de
su ojal, y encontr otro, pero segua sin
ser el correspondiente, as que hizo una
especie de doblez en el tejido). De todas
formas, haca mucho tiempo de eso;
Emily llevaba mucho tiempo invlida,
no tena por qu pensar en aquello.
Crea que se haba portado lo
suficientemente bien, lo crea de verdad.
Haba experimentado una especie de
bao de cario y de tranquilidad
cmplice; y supona que, de alguna

manera, eso era menos de lo que sentan


otros, pero no haba sido desagradable
ni inapropiado, estaba seguro, para el
gusto de Emily. Si tena que ser sincero,
se daba mayor emocin en el espacio
que separaba su dedo del de Arthur, con
todo lo que implicaba el relampagueo de
un alma en otra, la simetra y la empata
de sus mentes, la sensacin de
reconocimiento que haban tenido los
dos: de que en cierto sentido siempre se
haban conocido, de que no necesitaban
estudiarse mutuamente como suceda
entre desconocidos. Pero eso no los
converta en hombres como Milnes.
Eran como David y Jonatn, cuyo amor
mutuo era precioso, y sobrepasaba el

amor de las mujeres. Y sin embargo


David era el mayor amante de mujeres
de la Biblia, David haba enviado a Uria
a la muerte para poseer a Batseba,
David era ms hombre que todos los
hroes. La entereza fra de Arthur, su
aire de suficiencia trabajada e
independiente, atraa a almas ms
agitadas, ms nerviosas. Alfred saba
que William Gladstone an envidiaba en
cierto sentido la plenitud de su relacin
con el objeto de adoracin que tenan en
comn. Se sentan incmodos el uno en
presencia del otro, aunque unidos tanto
por la gran prdida que haban sufrido
como por el hecho de ser las eminencias
gemelas de su poca. Gladstone era del

tipo David. Pero Arthur quera a


Alfred. Se acordaba de que Arthur le
haba enseado el borrador de una carta
que le mand a Milnes, quien le haba
hecho una desaforada peticin de
amistad exclusiva, con su caracterstico
estilo apasionado. Deba de haber sido
en 1831. Al pobre Arthur slo le
quedaban dos aos de vida en aquel
momento. Le haba tendido su carta a
Alfred y haba dicho:
No s si est bien ensearle a
alguien una carta escrita a otra persona.
Pero quiero que la veas, Ally, quiero
que leas lo que le he escrito a Milnes
con toda franqueza. No digas nada, no
hagas ningn comentario, estara mal.

Limtate a leer lo que he escrito, y luego


le pondr un sello y lo mandar, tenga el
efecto que tenga. Espero que te des
cuenta de que mi franqueza est
justificada.
No tengo conciencia, mi
querido Milnes, de que, en el
sublime
sentido
que
t
acostumbras a darle a la palabra
Amistad, hayamos sido alguna
vez, o podamos ser, amigos. Y lo
que hace ms al caso, nunca me
imagin que pudiramos serlo, ni
pretend que t lo imaginaras.
No ridiculizo ese sentimiento
exaltado, Dios no lo quiera, ni lo

considero un mero ideal: lo he


experimentado, y me embarga
ahora mismo, pero, perdname,
mi querido Milnes, por ser tan
sincero, no es por ti. Pero la
simpata tiene innumerables
matices, y desgraciada sera la
condicin del hombre si los
rayos de sol nunca incidiesen en
l a no ser a travs de los cielos
despejados de un verano
tropical.
Sus miradas se haban encontrado.
Ves, Alfred? haba dicho
Arthur. Lo ves?
S que lo vea. Haba escrito en sus

poemas, deliberadamente,
Te am, espritu, y te amo, no puede
el alma de Shakespeare amarte ms.
Crea que eso era verdad.
Se sent en la cama y empez a
manosear otra vez sus botones
desparejados. Tena las piernas fras y
con carne de gallina; temblaba dentro de
su camisn. Era consciente de su propio
cuerpo con la aterrada compasin que
habra sentido por un buey mudo,
condenado al matadero, o por un
voluminoso cerdo de mirada astuta, cuya
amplia garganta estuviese destinada a

ser rajada en el apogeo de sus gruidos


y de sus sofocos. Cuando era ms joven,
cuando pareca que Arthur se acababa
de morir el da anterior, haba sentido el
carcter
antinatural
de
aquella
desaparicin en la punta de cada uno de
sus nervios vivos. Ahora que era un
anciano, vea que el joven que haba
sido se haba sentido eterno en el cnit
de sus fuerzas, de su capacidad de asir
las cosas, de dar zancadas, de inspirar y
expirar; todo lo cual se haba vuelto
ahora un problema. Se iba aproximando
a su aniquilacin, por muy transitoria
que esperase que fuera, paso a paso; y a
cada paso, su propia carne le pareca
una criatura de la que fuese responsable.

Y a cada paso, el terror a ser meramente


barrido de un soplo, como un animal
cualquiera, era mayor. Cuando eran
pequeos haban cantado en la iglesia
que crean en la resurreccin de los
cuerpos y en la vida eterna. Supona que
habra habido una poca en la que toda
la colectividad de la iglesia creyese
triunfal e incuestionablemente en la
reconstitucin de los tomos de polvo,
en el vuelo conjunto de esquirlas de
hueso y copos de pelo cado en el
Triunfo final, pero ahora eso ya era
historia, y los hombres tenan miedo.
Una vez, de joven, paseando por
Londres, l mismo casi se haba
desmayado y cado al suelo al tomar

conciencia de repente de que todos sus


habitantes yaceran horizontalmente al
cabo de un siglo. Ahora los hombres
vean lo que l vea, la tierra repleta de
montones de cosas muertas: brillantes
plumas rotas y polillas marchitas,
gusanos estirados, masticados, partidos,
engullidos, apestosos bancos de otrora
relucientes peces, papagayos disecados
y pieles de tigre gruendo lnguida y
cristalinamente en las chimeneas,
montaas
de
crneos
humanos
mezclados con calaveras de monos y
calaveras de serpientes, con mandbulas
de burros y alas de mariposas,
convertido todo en un amasijo de humus
y de polvo, asimilado, regurgitado,

barrido por el viento, empapado de


lluvia, absorbido. Uno vea una cosa (la
Naturaleza con sus rojos colmillos y
garras), polvo y ms polvo, y crea otra,
o deca que la crea, o trataba de
creerla. Porque si no creas, cul era la
finalidad de todo: de la vida, el amor o
la virtud? A su queridsima Emily la
horrorizaba que pudiera abrigar
semejantes dudas. Haba tenido un
bonito detalle con ella en los poemas a
Arthur.
Dices, pero sin pizca de desdn, t,
la del buen corazn, cuyos ojos
garzos
compadecen a las moscas que se

ahogan,
me dices que la duda nace del Diablo.
Y luego haba proseguido alabando
los francos conflictos de Arthur con sus
dudas:
De fe confusa, pero de actos puros,
al fin consigui hacer sonar su
msica.
Alienta ms fe en una duda honesta,
creedme, que en la mitad de los
credos.
Pero l mismo vea ahogarse a las
moscas angustiado. Estaban vivas, se

debatan, zumbaban, y estaban muertas.


Eran cuerpos y la vida los habitaba,
daban vueltas por dentro del borde de un
jarro de agua, zumbaban, y ya no eran
nada. Y Arthur, tan resplandeciente de
vida? Si hubiese previsto la muerte de
Arthur, si verdaderamente hubiese
tomado conciencia de la muerte del
cuerpo de Arthur, en el tiempo en el que
lo haba conocido en vida, no podra
haberlo querido, no podran haberse
querido. Se dio cuenta de eso a fuerza
de escribirlo, no de pensarlo. l no era
listo como Arthur. No poda desarrollar
un razonamiento para salvar su vida, no
poda construir una teora o defender
una postura. Haba sido un miembro

mudo de los Apstoles, haba servido de


adorno a la chimenea y hecho bromas
mordaces y reservadas; haba recitado
versos y aceptado el reconocimiento a
su gran don, que pareca pertenecerle a
l slo en parte, quienquiera que fuera.
Pero luego haba cavilado sobre el amor
y la muerte, aquellas abstracciones
implacables,
con aquella
forma
astutamente inocente ideada para los
poemas a Arthur; una forma que pareca
tan sencilla: cancioncillas primitivas o
cantos de afliccin, pero cuyo camino
poda ir tanteando a travs de un
razonamiento, a travs de quiebros y
ms quiebros de ideas y de sentimientos,
para detenerse y volver a empezar; un

poema circunscrito a una rima[25], y que


sin embargo avanzaba tranquila e
inexorablemente. En este caso, del
abstracto Amor personificado a la pura
sexualidad animal, sin interrumpir su
meloda.
Si una voz de la que un hombre pueda
fiarse
tal vez murmurase desde su angosto
hogar:
las mejillas se hunden, el cuerpo se
dobla,
muere el hombre, no hay esperanza en
el polvo,
no podra yo decir que, siquiera aqu

y al menos una hora, ay amor, me


afano
en conservar con vida una cosa tan
dulce?
Debera volver la cabeza, escuchar
los gemidos del mar sin hogar, los
sonidos
de arroyos que arrastran, presurosos o
lentos,
colinas enicas, y esparcen as
el polvo de continentes que estn por
ver;
y el Amor respondera con un suspiro:
El
sonido
de
esa
costa
desmemoriada
alterar mis encantos cada vez ms,

medio muerto para saber que he de


morir.
Ay de m, qu provecho se puede
obtener
de un vano asunto? Si as se viese a la
Muerte
desde un principio, el amor no habra
existido,
o se habra ceido a algn otro
manejo,
mero compaerismo de vago talante,
o con su ms grosero y satrico
aspecto,
la hierba habra hollado, estrujado la
uva,
florecido y medrado al amparo del

bosque.
Desde que se haba convertido en
una eminencia se haba aficionado, de un
modo un tanto torpe, especialmente
cuando beba demasiado oporto, a
pronunciarse. Mientras observaba cmo
sus amigos, sus visitas, su hijo devoto,
sacaban sus cuadernos de notas y sus
lpices, le gustaba decir cosas como:
La Materia es un misterio ms grande
que la Mente. Nunca he sido capaz de
concebir que algo como el Ser est
separado de Dios y del hombre. Me
parece que el Ser es la realidad del
mundo. Se meta en un lo terrible si
trataba de seguir elaborando aquella

especie de profetismo, y deca, con lo


que confiaba que fuese una simptica
tendencia a la evasiva, que l no era
telogo. Ser era una palabra y un
concepto escurridizo. Prefera la
rotundidad de espritu, aquella palabra
antigua y precisa, el espritu del hombre,
el espritu que se haba hecho hombre, el
Espritu Santo, los espritus sobre los
que haba escrito en su ensayo
Apostlico, pero Ser tropezaba con toda
clase de sutilezas. Asenta sabiamente
cuando sus amigos fustigaban el craso
materialismo de la poca, pero a su
imaginacin la estimulaba la materia, la
densa solidez de la enormemente
excesiva cantidad de carne, de tierra, de

vegetacin, ya estuviera o no informada


por el Ser. Tambin me aterra la
profusa abundancia del mundo natural,
haba escrito, desde la exuberancia de
la selva tropical, hasta la capacidad que
tiene el hombre de multiplicarse; ese
torrente de nios. Si el hombre no era
una inteligencia anglica sus propios
pensamientos eran meras chispas
elctricas emitidas por una masa de
carne, plida y legamosa, como la de un
gusano.
Confo en no haber malgastado mi
aliento:
creo que no somos tan slo cerebro,
bromas magnticas; no en vano, cual

Pablo
con las bestias, me pele con la
muerte;
ni slo ingeniosas figuras de barro
Saba perfectamente lo que era sentir
que uno era un cuerpo. Qudate cerca, le
haba urgido a su amigo muerto, cuando
se vaya apagando mi luz, cuando la
sangre se arrastre y me acribillen los
nervios. Saba lo que poda hacerse con
palabras
como
arrastrarse
y
acribillar, saba cmo hacer tangible
la horrible visin de un mundo de
pesadilla, donde

en

tropel
se mueven caras
engurruadas
Bultos oscuros que se agitan
semivivos,
y perezosas costas sin lmite alguno;
Palabras preciosas y densas:
engurruadas, bultos, perezosas. Como
hollado y estrujado y florecido y
medrado. Pavorosas y tentadoras. Pero
lo otro, el mundo del Ser, de la luz, se
resista al lenguaje y segua siendo ms
efmero que etreo. Quin me librar
del cuerpo de esta Muerte?, se haba
preguntado san Pablo frenticamente.
Pablo era un hombre que saba mucho de
la masa de nervios y del espritu

atrapados en una red demasiado slida.


San Pablo haba escrito sobre el hombre
arrebatado al Tercer Cielo, si en el
cuerpo, no lo s; si fuera del cuerpo, no
lo s. Por lo que se refera a l mismo,
poda escapar de su cuerpo cayendo en
una especie de trance, como un
despertar, gracias a un mtodo
sumamente extrao: la repeticin
constante de dos palabras: su propio
nombre, hasta que la pura concentracin
en su yo aislado pareca destruir,
paradjicamente, los lmites de aquel
yo, de aquella conciencia, de modo que
l lo era todo, era Dios, y no se trataba
de un estado confuso, sino del ms
claro, del ms cierto, del ms

sobrenatural de todos, y estaba ms all


de las palabras, donde la muerte era
algo imposible y casi risible, y la
prdida de la personalidad (si es que
era eso) no supona ninguna extincin
sino la nica vida verdadera. Conoca
varias formas de perder la plena
conciencia; en su juventud haba temido
la epilepsia familiar, y vagado en medio
de la niebla como el hroe de su propia
Princesa o los ejrcitos contendientes
en la Morte dArthur, pero la prdida
del yo a fuerza de salmodiar su nombre
era distinta. Intent describirla en los
poemas a Arthur, con la esperanza, al
igual que Dante al comienzo del Paraso,
de estar hablando para aquellos que

tenan alguna idea de lo que era salirse


de uno mismo.
Trasumanar significar per verba
Non si pora: per lesiempio basti
A cui esperienza grazia serba.
Senta una especie de descontento
con
respecto
a
los
aspectos
trascendentales de los poemas a Arthur
desde un punto de vista meramente
artesanal; no le proporcionaban la
sensacin de acierto, tan ntimamente
conectada con un placer sensual, que le
daban los fragmentos macabros, o los
rboles, pjaros, jardines y playas

puntuales que aparecan y desaparecan


como visiones precisas. Haba reescrito
una y otra vez su tentativa de transmitir
aquel despertar.
Palabra por palabra y verso a verso,
el muerto me roz desde el pasado,
y de repente por fin pareci
que el alma viva insuflaba la ma;
la ma envuelta en ella y girando
en gloriosas cumbres de pensamiento,
era llevada ante lo que es, y oa
las sonoras pulsaciones del mundo,
msica enica que iba marcando
los pasos del Tiempo, golpes de azar,

la embestida de la muerte. Y mi
xtasis
termin ah, entreverado de dudas.
Vagos trminos! Difcil ceirse
a moldeadas formas de discurso,
o incluso alcanzar con el intelecto
lo que fui, a travs de la memoria:
ahora la tarde incierta revelaba
los oteros otra vez recostados
donde luca el ganado, y los rboles
posaban en el campo oscuros brazos.
Le haba dado muchas vueltas a
cmo poner aquellos dos versos sobre
las almas fundidas en una. Cuando

entreg su poema al mundo por primera


vez, no se lea lo mismo.
Palabra por palabra y verso a verso,
el muerto me roz desde el pasado,
y de repente por fin pareci
que su alma viva insuflaba la ma,
la ma envuelta en la suya
Lo haba cambiado. Haba tenido la
sensacin de que la primera versin
daba una impresin equivocada. Crea
que su trance significaba en realidad
que era arrebatado para sumirse en la
Gran Alma, de la cual tal vez tanto
Arthur como l formasen parte. Haban

hablado entre ellos de las razones por


las que el Inferno de Dante era mucho
ms convincente que el Paradiso, y
decidido que tena que ver con la
naturaleza ineludiblemente sensual del
lenguaje, de palabras como aliento, y
lengua, y colmillos, y los movimientos
de este afable escriba, mi mano, sobre el
papel blanco, dejando su estela negra
Quera que Arthur fuese como la Beatriz
del Paraso de Dante. Se imaginaba a
Arthur diciendo:
Se te hace difcil desentraarlo;
triunfo en perfecta bienaventuranza,
en la serena conclusin de todo.

Y rpido, muy rpido, la propia vida


del poema se deslizaba hacia su
verdadera definicin.
As que tengo trato con los muertos;
o me lo parece, diran ellos;
o as jugar el dolor con los smbolos
y el duelo se nutrir de quimeras.
Pero no se trataba de Beatriz, sino
de los amantes condenados, Paolo y
Francesca, cuyas almas entrelazadas en
su trmula llama infernal haban
suscitado tanta pena, tanto placer
sensual, en generaciones y generaciones
de lectores de Dante.

La vida de su poema resida en la


placidez de las vacas blancas y del
campo en los brazos oscuros de los
rboles. Estaba orgulloso de la frase
moldeadas formas de discurso;
expresaba en muy pocas palabras lo que
quera decir sobre la inquebrantable
estructura del lenguaje, y por lo tanto de
su propio poema, de los poemas a
Arthur. Adems moldear era una
buena palabra, te haca pensar. Te haca
pensar en el cuerpo de esta Muerte, en el
barro, en las cosas desmoronndose[26].
Era arte, era decadencia. No slo haba
escrito sobre ingeniosas figuras de
barro, sino tambin, en sus momentos de
duda, sobre los tics magnticos del

cerebro carnal, aunque en otra parte


haba aadido a su idea de lo que es
un par de manos de alfarero:
Y lo que soy contena de nuevo
lo que es, pero ningn hombre
entiende;
y de lo oscuro salan las manos
que a Natura traspasan, moldeando
hombres.
Moldear, desmoronarse Dios
insuflando vida al barro, Dios, o lo que
quiera que fuese, echndolo abajo otra
vez.

Si ese ojo que contempla la culpa


y la bondad, con poder para ver
entre el verde el rbol desmoronado,
y torres recin alzadas, cadas
Le pareca una estrofa esplndida, el
terror de aquel ojo viendo el humus a
partir del cual se moldeaba el rbol
verde, que a la vez contena las semillas
de su propia decrepitud: ah estaba, en
unas cuantas palabras el horror de
nuestro carcter mortal y la eternidad sin
sentido. Mira, todas tus trovas
enmudecen / antes de que un tejo se
desmorone Tus nervios lan la cabeza
sin sueos, / tus races se enmaraan en
sus huesos. Haba conseguido algunas

imgenes deliciosamente conmovedoras


a partir de sus poticos gritos de dolor
con cosas tan naturales como la cancin
de un pjaro, el trino que tomaba forma
en la garganta emplumada: breves
bandadas de cancin de golondrina / que
hunden sus alas en lgrimas y a ras
pasan. No hago ms que cantar puesto
que es mi deber, / y trinar al igual que
cantan los pardillos. Un paso ms, la
cancin de las criaturas, respecto a la
desesperacin de un nio pequeo que
llora por la luz, sin ningn otro idioma
ms que su llanto.
An hizo otra tentativa con los
botones, apartando la barba de su
camino, all donde los pelos haban

quedado atrapados en sus dedos torpes,


en el hueso blanco del botn. El espritu
no significa otra cosa que el aliento.
Haca mucho tiempo que se haba
entregado a repasar todo aquello
mentalmente de esa forma, entablando
viejas batallas, sufriendo dolores
antiguos. Ay, el ltimo pesar El pesar
poda morir. El pesar era como l, se
haca ms rgido y dola, responda cada
vez ms despacio a los estmulos; Arthur
se haba ido tan lejos Y su pesar y l
mismo se iban acercando a Arthur, o a la
aniquilacin, pari passu, menos fluidos
de lo que haban sido, ms taciturnos
cuando oan la llamada. Pero sa no era
toda la verdad, la verdad era que tanto

l como Arthur se haban filtrado en su


poema, se haban convertido en partes
de su tejido; una especie de semivida
moldeada de un modo material era lo
que le pareca a veces ese poema, algo
que no era independiente pero tampoco
parte de cada uno; no un apretn de
manos, sino una especie de vigoroso
parsito, como el murdago en los
robles moribundos con sus bayas
lechosas y sus misteriosas hojas
perennes. Tena toda clase de
preocupaciones
y
pensamientos
insidiosos sobre su poema. Tal vez lo
estuviera usando para mantener vivo un
recuerdo y un amor, y habra supuesto
una fuerza y una virilidad mayores

dejarlos morir. Tal vez estuviera usando


de algn modo errneo a su bienamado
para obtener su propio beneficio, su
propia fama, o ms sutilmente, haciendo
algo fantsticamente hermoso del horror
de la disolucin de Arthur, que habra
sido ms sabio, ms honesto, contemplar
con un dolor mudo y verdadero, incapaz
de comprender, hasta que su hiriente
claridad se desvaneciese como un fuego
consumido, o le hiciese cerrar sus
propios ojos. No se poda convertir a un
hombre en un poema, ni al cantante ni a
la cancin, ni a la garganta trmula ni al
rgido cadver.
Y sin embargo Sin embargo, si de
algo estaba seguro, era de que su poema

estaba vivo y era hermoso y verdadero,


como un ngel. Si el aire estaba repleto
de las voces espectrales de sus
antepasados, su poema les permitira
cantar a gritos de nuevo, a Dante y a
Tecrito, a Milton y al desaparecido
Keats, cuyo lenguaje constitua su otra
vida. Lo vea como una jaula redonda
que daba vueltas, en la que l era un
pjaro preso; una jaula como un globo,
rematada con las brillantes lneas de los
horizontes del amanecer y del
crepsculo. Lo vea como una especie
de mundo, un globo pesado, que
avanzaba dando vueltas en el espacio,
tachonado de todo lo que haba:
montaas y polvo, mareas y rboles,

moscas y orugas y dragones en el


lgamo, golondrinas y alondras y
palomas mensajeras, la oscuridad
lustrosa como el cuervo y el aire
veraniego, hombres y vacas y nios
pequeos y violetas, todos unidos por
hebras de lenguaje vivo como fuertes
cables de seda o de luz. El mundo era
una masa informe y terrible de la que su
poema constitua un brillante simulacro.
El mundo reventaba y resbalaba y se
expanda para tomar una forma
indefinida de la que su poema era una
imagen formalmente encantadora.
Mi sombra vida habra de ensearme
que la vida ha de vivir eternamente,

si no es oscuro el corazn de la tierra,


y polvo y cenizas todo lo que existe;
esta esfera verde, este globo de
llamas,
la fantstica belleza que se esconde
en un Poeta loco, cuando trabaja
sin ningn tipo de conciencia o de
meta,
por qu, para alguien como yo, eran
Dios mismo?
Apenas valdra la pena gustar
de cosas todas mortales, o tener
un poco de paciencia antes de morir,
sera mejor ya descansar en paz,

como aves que la hipntica sierpe


atrae
para echarlos, cabeza abajo, en las
fauces
de las tinieblas vacas, y cesar.
Tena miedo, muchsimo miedo, de
ceder a la tentacin de sobreestimar el
Arte. El arte era lo que le sobrevena
intensa y fcilmente; conoca la
tentacin de trabajar frenticamente sin
conciencia o meta alguna, sin parar de
cantar como el Ruiseor. Su amigo
Trench le haba dicho en Cambridge con
una seriedad apostlica y a la vez
tomndole el pelo: Tennyson, no
podemos vivir dentro del Arte! Haba

escrito El Palacio del Arte para


Trench y Hallam, y en l describa su
propia alma, para la que construy una
seorial casa de recreo, una espigada
torre en un risco muy alto, donde su
alma se poda sentar orgullosamente
regocijndose al sentirse viva,
Seor por encima de la Naturaleza,
Seor de la tierra visible,
Seor de los cinco sentidos,
diciendo
Como Dios, aqu estoy sentado sin
sostener ningn tipo de credo

pero contemplndolo todo.


Pero su alma imaginaria haba sido
arrojada desde su torre a un mundo de
pesadilla, y l mismo le haba dicho a
Trench apasionadamente: La vida
divina acompaa al hombre y est hecha
para l, y le haba enviado su alegora
con un poema dedicado, en el que le
deca:
Y el que al Amor excluya, a su vez se
ver
del Amor excluido, y yacer en su
umbral
aullando entre la sombras. No fue ste

el objetivo
de utilizar el barro de la tierra comn
moldeada por Dios, de templarlo con
lgrimas
de ngeles para darle perfecta forma
humana.
Ah estaban otra vez, el barro y el
humus y el moldeado. Escribas algo con
soltura cuando eras joven, y ms tarde te
dabas cuenta de lo difcil que era. De
pequeo le haba impresionado uno de
los libros de su padre en el que se
contaba que Gabriel y los ngeles se
haban compadecido de la angustia de la
tierra por miedo a verse implicada en la
ofensa del hombre. Los ngeles haban

tardado cuarenta das en dar forma


humana al barro. sa era una de las
razones de su inters por el humus y el
moldeado. Haba otras, desde luego:
contemplar a su padre presidiendo los
entierros en Bag Enderby en Somersby,
con voz de trompeta, y a veces
inflamado por el brandy; el barro en las
paredes de las tumbas, rebanado por las
palas de los sepultureros, mojado de
lluvia. (l haba aadido las lgrimas de
los ngeles por su cuenta.) Y ahora
estaba ese Darwin, escarbando en la
vida de la lombriz, ponindolo todo
perdido de mantillo y de humus; en la
vida de la terrenal humanidad hecha de
tierra. Pero, de todos modos, tambin

exista la esfera verde, el globo de


llamas. A Arthur le gustaba el Ruiseor
de su poema Las mil y una noches: al
margen del espacio, reteniendo el
tiempo con su cancin. Y el Ruiseor
haba encontrado su voz desafiante en su
poema a Arthur. Estaba all no slo
como contrapunto de las aves arrojadas
por la hipntica sierpe, sino tambin de
las encantadoramente inocentes: y
trinar al igual que cantan los pardillos,
o de la idea del lenguaje y de la cancin
como un narctico triste que aplacaba el
dolor.
El Ruiseor era la voz secreta del
Arte en el que Trench le haba dicho que
no poda vivir. Ahora era viejo, de

alguna manera se vea ms tentado a


vivir en l, tal como el nio haba
vivido en Las mil y una noches. A veces
vea a la queridsima Emily y al
responsable Hallam y a sus miles de
admiradores y sicofantes, y a la gente en
general pidindole cosas como sombras
precipitndose por una ladera, y
escuchaba las voces de los invisibles
como si fueran la nica realidad.
Ave silvestre, cuyos trinos de almbar
taen el Edn entre espinos floridos,
ay, dime dnde se mezclan los
sentidos,
ay, dime dnde se juntan las pasiones,

de dnde irradian: crueles extremos


usan
tus nimos en la hoja que se oscurece,
y en el centro del corazn de la pena
tu pasin abraza un jbilo secreto;
y

yo (mi arpa preludiaba la


desgracia),
yo no puedo mandar del todo en la
cuerdas;
el esplendor de la suma de las cosas
pasar como un relmpago y se ir.
El esplendor de la suma de las
cosas era un buen verso. Le haba
escrito
retricamente
(un
toque

shakespeariano) a Arthur sobre su


saber que la muerte ha hecho
hermosa su oscuridad contigo.
Pero haba hecho hermoso su poema
a costa de la muerte de Arthur, y tena
miedo de que esa misma belleza fuese
algo inhumano, animal y abstracto a la
vez, moldeado por la materia y sombro.

Un pensamiento amplio puede pasar


como un relmpago por sus sendas
habituales, como si las imgenes, las
conjunciones, los recuerdos dolorosos y

la claridad de que est hecho formasen


una bola apretada (en vez de estar
intercalados en una hebra como en un
collar) y fuesen entonces echados a
rodar todos a la vez a gran velocidad
por los tneles del cerebro. An no
haba conseguido meter el botn en el
ojal, y ahora dej de intentarlo y se
acerc con su vela al espejo, a pesar de
que saba que el reflejo de los ojales
poda prestarse a tanta confusin como
manipularlos sin verlos. La llama,
delante del negro estanque de cristal, se
abomb y fulgur un momento, blanco y
amarillo tenebroso, con un golpe de aire
inesperado, y l vislumbr una oscura
mancha de humo corriendo hacia atrs

por encima de su hombro. Puso la


palmatoria encima del tocador y se vio a
s mismo como a un demonio barbudo,
los ojos relucientes bajo sus cejas
pobladas, los dientes amarillos al
descubierto entre zarcillos de pelos. Vio
su propio crneo, que daba forma a su
carne blanda y a su envoltura de tensa
piel arrugada. Vio las enormes cuencas
de hueso, en cuyo interior sus ojos eran
oscuros brillantes chispeantes; gelatinas
hmedas, se dijo a s mismo,
lamentndose por sus pestaas cada vez
ms ralas, estudiando las cavernas de su
nariz. Vio que su aliento invisible se
ensortijaba fuera de su boca y alteraba
la llama de la vela, provocando rizos

ondulantes en la estela de humo. La


lucecita empez a parpadear y a
avivarse por momentos, en un puro
descontrol. El espritu no significaba
otra cosa que el aliento.
Este hermoso rostro en decadencia
me escruta. Se toc una mejilla. Helada.
El cuerpo de esta muerte.
Alfred Tennyson, Alfred Tennyson
le dijo. Ninguno de los dos, ni el
observador que diriga sus clidos
movimientos, ni aquel ser fro y
espectral de mirada fija, eran lo que la
gente entenda por Alfred Tennyson.
Alfred Tennyson, Alfred Tennyson,
Alfred Tennyson repiti, y luego ms
rpido, ms frenticamente: Alfred

Tennyson.
Alfred
Tennyson

deshacindolos a los dos cada vez que


nombraba aquella nada, aquella
incoherente,
terrible
y
breve
concatenacin de nervios y de mente. A
la par que se lamentaba por su blanca
garganta, de una piel tan inocente como
la de un beb bajo la raya de la camisa,
abroch por fin el botn con unos dedos
como clavijas que ya no le pertenecan.
La habitacin entera, ya mero espacio,
giraba vertiginosamente en torno a l. Se
defendi de s mismo con un movimiento
de sus brazos, aplastando la llama con
las mangas de su camisn, lo que
produjo un tufo a tela chamuscada y a
cera derramada. Fue tambalendose

hasta su cama y se tir torpemente en


ella, consciente de que no estaba
perdiendo el
conocimiento sino
perdindose a s mismo. El colchn de
pluma se desplaz y se hinch bajo sus
huesos; su caja craneal se hundi entre
las plumas de la almohada que cambi
de forma y solt un suspiro. Era un saco
de huesos sostenido por un saco de
plumas arrancadas. Era tan ligero como
el aire, era luz y era aire. Las voces no
paraban de cantar. En su juventud haba
tenido miedo, un miedo enfermizo, a esta
prdida de coherencia; haba sufrido un
ataque tras otro de un mal que le haca
caer al suelo. Primero, aquel aura
demasiado brillante, luego la cada

vertiginosa y los aullidos, como el Alma


en el Palacio del Arte. Haba escrito un
poema, El mstico, en 1830. Lo
recordaba verso por verso:
Ha hablado con los ngeles, le han
enseado tronos
Da y noche, ante l, se presentaron
siempre,
de la ms variopinta y caprichosa
ndole,
las
imperecederas
presencias,
sosegadas,
colosales, sin forma, ni juicio, ni
sonido,
dbiles sombras pero presencias que
no menguan,

sus rostros enfrentando las esquinas


del cielo:
de nuevo, sin embargo, tres sombras
frente a una,
la una delante, la otra detrs, tres que
son una
Una sombra en el medio de una
grandiosa luz,
un reflejo en el tiempo de la eternidad
toda,
un rostro majestuoso de una calma
perfecta,
tremendo por sus muchos ojos
inalterables
A menudo yaciendo totalmente
despierto,
y sin embargo al margen del cuerpo, y

tambin lejos
de intelecto, poder, y voluntad, ha
odo
cmo el tiempo flua en medio de la
noche
y todo se arrastraba hacia el da del
juicio.
Sophy Sheekhy vea aquel rostro
terrible, con sus luces resplandecientes,
y su humo y las cuencas de sus ojos,
como a travs de una ventana invisible
de su habitacin. El fro peso muerto era
cada vez mayor, y la empotraba contra la
cama de modo que no poda mover ni un
msculo, ni un prpado, ni siquiera su
garganta seca para tragar saliva. La

lengua pastosa y balbuceante le pregunt


con dificultad, pegada a su odo:
Qu ves?
Y ella vea, como a travs de un
cristal muy espeso, que la vieja figura en
camisn iba tropezando hasta la cama y
se estiraba bajo los pliegues de las
sbanas, y luego vio una especie de
calina formada por hebras devanadas
que emanaban de l, como si se tratase
de una oruga blanca tejiendo su capullo.
Las hebras relucientes salan de su boca
y le envolvan la cara, al principio
transparentes, y luego ms densas, para
dejar tan slo un perfil abrupto que se
iba suavizando cada vez ms, y el
devanado continu hasta que la forma

entera se convirti en una especie de


fardo alargado de una brillante materia
entretejida,
inmvil,
aunque
incandescente y activa, atareada y
radiante.
No puedo decir lo que veo.
Todo est oscuro. No veo
Sinti cmo trataba de agarrarse a
ella con unos dedos que se iban
desintegrando e intentaban meterse en su
carne como races que buscasen un lugar
estratgico. Pens que haba tenido
miedo en otros trances anteriores, pero
que aquel miedo no tena ni
comparacin con ste: pena y miedo,
miedo y pena, cada cosa haciendo ms
insoportable la otra. l quera

alimentarse de su vida, y estaba


invadiendo con su muerte la fibra misma
de sus nervios. El aspecto ms
superficial de sus pensamientos era que
nunca jams volvera a tratar de acceder
a la presencia de aquellos muertos
terribles; adems, esta vez tambin las
profundidades de los lugares oscuros y
silenciosos que haba en su interior se
haban visto sacudidos por el terror, el
terror de l, el de ella, el terror de que a
la carne le arrancaran la vida y la
energa del amor, en beneficio de lo que
fuera que quedara all una vez eso
hubiera desaparecido. l estaba
disgregndose, deshacindose, y ella no
poda, all echada, mantenerlo unido

entre sus brazos, ni tampoco or su voz


con sus odos; l ya no tena cara, ni
dedos; slo era una masa fra como el
barro, sofocante, hedionda, que le
taponaba la boca y la nariz.

XI
En el da del ngel el ambiente
estaba cargado, por la tormenta que se
avecinaba. La seora Papagay y Sophy
Sheekhy, que avanzaban por el paseo
martimo, pisaban entre relucientes
charcos oscuros rizados por el viento y

parcelas de un gris apagado. Sus faldas


atrapaban rachas de un viento hmedo y
pizarroso, y tenan que sujetarse los
sombreros, que amenazaban con salir
volando y rodar hasta el mar. Aves
blancas se lanzaban en picado y
chillaban y graznaban, se dejaban mecer
despreocupadamente por olas gris
marengo veteadas de arena, o se
pavoneaban con arrogancia en los
charcos. Sophy se fij en sus ateridas
patitas en el agua fra, con las garras
arrugadas, y se estremeci. La seora
Papagay olfate la sal y le pregunt a
Sophy si se encontraba mal.
Est usted gris, querida ma, tiene
un tinte gris en la piel que no me gusta

nada, y se ha puesto muy seria.


Sophy dijo con aire circunspecto
que, en efecto, no se encontraba muy
bien. Deca, casi en un susurro, y sus
palabras se las llevaba el viento, que no
estaba segura de tener fuerzas para
soportar la tensin de la sesin. La
seora Papagay le grit resueltamente:
Yo cuidar de usted, la rescatar
en cuanto vea que lo est pasando mal.
Sophy mascull que no era nada
fcil librar a alguien de los espritus.
Tena un cargo de conciencia, dijo,
mientras se sujetaba el ala de su
indmito sombrero con sus nudillos
blancos.
Puede ser le dijo a la seora

Papagay, a la vez que la haca detenerse


y escrutaba aquella cara con el mar
movindose detrs. Puede ser que no
estemos destinadas a pasarnos el tiempo
intentando establecer contacto con ellos,
seora Papagay. Puede que vaya contra
la Naturaleza.
La
seora
Papagay
replic
enrgicamente que desear hablar con los
muertos, segn les haban enseado, era
una aptitud natural de los seres humanos
en muchas sociedades. No haba ms
que fijarse en Sal y en la Bruja de
Endor, deca la seora Papagay; en
Odiseo ofrecindole a Tiresias cuencas
de sangre, o en los Pieles Rojas, que
vivan tranquilamente entre los espritus

de sus antepasados. A los espiritistas


siempre se les exhortaba a que se fijasen
en los pieles rojas, cuyas almas
angloparlantes eran invitadas habituales
de muchos salones britnicos; entre
antimacasares y loros disecados deba
de costarles entender algo. A la seora
Papagay le preocupaba que Sophy,
normalmente tan plcida, tuviese que
pararse en medio de una tormenta para
expresar sus dudas. Mir debajo del
sombrero de Sophy y vio que tena los
ojos baados en lgrimas.
Mi querida Sophy dijo la
seora Papagay, nadie la va a obligar
nunca a hacer algo que vaya en contra
de su propia naturaleza, algo para lo que

no se sienta con fuerzas. Podemos


ganarnos la vida de otra forma, podemos
admitir huspedes y dedicarnos a
labores de costura. Ya hablaremos de
eso.
Sophy se qued mirando fijamente a
travs de sus lgrimas el agua acerada,
la lnea oscilante del horizonte, el cielo
color acero. Espuma blanca, aves
blancas, blancas franjas de nubes
veloces que surcaban el gris.
Es usted muy amable dijo, y
le estoy muy agradecida; la verdad es
que la quiero por lo buena que es, y no
pienso defraudarla. Tengo menos miedo,
ahora que se lo he dicho a alguien. Me
alegro de seguir.

El viento aullaba al pasar,


burlndose con sus alaridos de estas
sobrias palabras de confianza humana.
Las dos mujeres se cogieron del brazo y
se apoyaron la una en la otra; luego
prosiguieron unidas entre las rfagas de
viento y se adentraron en la ciudad.

En el interior de la casa haba un


ambiente de mal humor y frialdad que
desalent a la seora Papagay en cuanto
entr. No haba visto al seor Hawke
desde la malhadada discusin sobre el
matrimonio en el cielo, y se tema que,
como mnimo, hubiese que alisar sus
plumas encrespadas. Se dio cuenta

inmediatamente de que la cosa an era


peor. Estaba sentado en un rincn,
sermoneando a la seora Jesse y a la
seorita Hearnshaw sobre la percepcin
fsica que Swedenborg haba tenido de
los espritus del mal, quienes insistan
en pensar que su oscuridad llena de
humo y sus asquerosos olores eran aire
puro, y su repugnante apariencia belleza;
quienes se adheran a la parte
correspondiente de lo que era su propio
lugar en el Humano Divino y emitan
sensaciones de angustia. Le haba
trado a la seora Jesse un ramo grande
y plido de rosas de invernadero, que la
doncella haba dispuesto en un centro de
plata en el medio de la mesa. Se dio por

enterado de la llegada de la seora


Papagay y Sophy Sheekhy con un rpido
gesto de cabeza. Dado su estado, la
seora Hearnshaw tena nuseas. Se
llevaba frecuentemente un pauelo de
encaje a los labios, y mantena su mano
izquierda pegada a las costillas, bajo su
pecho, como si su cuerpo contuviera a la
vez sus emociones y su nio an no
nacido. Hasta la seora Jesse pareca
inquieta y cansada. Por una vez, el
capitn Jesse no estaba hablando. Estaba
de pie en la parte salediza de la ventana,
la melena blanca orlada por el reflejo de
la luz del quinqu, contemplando aquella
oscuridad cada vez ms espesa, como si
su sitio, pens la seora Papagay,

estuviese all fuera, a la intemperie.


Se sentaron alrededor de la mesa en
un silencio aprensivo. De todos modos
el seor Hawke tena la cara colorada, y
an se le puso ms roja, como una
manzana reluciente o un querubn
enfadado, con el reflejo del fuego. No le
dio ni una oportunidad a la seora
Papagay, sino que dijo que tena que
hablarles de unas cuestiones muy
solemnes mientras se tranquilizaban los
nimos para recibir los mensajes del
mundo de los espritus y de los ngeles.
Haba estado pensando, deca, sobre el
carcter extraamente material del
testimonio swedenborgiano, y en su
relacin con la fe espiritista. Le haban

impresionado mucho, cuando ley por


primera vez los relatos de Swedenborg
sobre sus viajes por el Cielo y el
Infierno, las afirmaciones del sabio
acerca de haberles enseado muchas
verdades a los ngeles del cielo. Pero
por qu no iba a ser as? Un hombre que
viviese en dos mundos a la par
aprendera y enseara, por su mera
duplicidad, algo que ningn habitante de
un solo mundo podra sospechar. Los
ngeles no saban, hasta la visita de
Swedenborg, lo que era la materia, o
que era distinta del espritu. Slo
cuando lleg un hombre, que abarcaba a
la vez la materia y el espritu y la
diferencia entre ellos, se aport una

experiencia que explic en qu consista


esa diferencia. Se podra argir que la
visita de Swedenborg, considerada
como un experimento cientfico para sus
anfitriones
anglicos,
fue
una
experiencia positiva, tan necesaria para
arcngeles y ngeles, como para los
qumicos, filsofos y mecnicos. De
hecho, en toda sabidura, no hay ms
sustancia que el hecho, no hay nada tan
divino como la experiencia. Por eso el
Humano Divino es superior a los
ngeles, porque Su naturaleza es
Humana, y se corresponde perfectamente
con la duplicidad humana: materia y
espritu.
Adems, haba ms cosas que era

necesario saber sobre el carcter


material del Humano Divino. Se deca
acertadamente que, as como los ngeles
en el cielo, unidos en amor conyugal,
eran machos y hembras a la vez, lo
mismo suceda con el Humano Divino.
Verdad era, tal como Swedenborg haba
confirmado con su elocuente testimonio,
que en un momento preciso del tiempo y
del espacio, en un planeta de todos los
planetas inhabitados, el Humano Divino
haba tomado una forma humana
concreta y se haba convertido en un
hombre terrenal, de la terrosa tierra,
como haba escrito san Pablo. Verdad
era que los cielos eran macho y hembra,
porque procedan de la humanidad, que

era macho y hembra, a imagen de Dios


lo cre; macho y hembra los cre
(Gnesis 1, 27). Pero exista una
Doctrina adicional de Swedenborg
sobre la Humanidad del Seor que era
esencial conocer y comprender.
Mientras se encarnaba aqu en la tierra,
el Seor haba tenido a la vez una forma
humana procedente de Su madre humana
y una forma humana eterna proveniente
del hecho de Su Yo Divino, el Padre. Y
Swedenborg explicaba que el Seor,
sucesivamente, se haba despojado del
Humano dimanado de la madre, y
adoptado al Humano dimanado de lo
Divino de S Mismo. En la tierra tena
dos estados, uno llamado el estado de la

humillacin o exinanicin, y el otro el


estado de glorificacin o unificacin con
lo Divino, al que se denomina el Padre.
Se encontraba en el estado de
humillacin en la medida, y en el
momento, en que se hallaba en el
Humano procedente de su madre; y se
encontraba en el estado de glorificacin
en la medida, y en el momento, en que se
hallaba en el Humano proveniente del
Padre. En el estado de humillacin
rogaba a Dios como a un ser diferente
de S Mismo; pero en el estado de
glorificacin hablaba con el Padre como
Consigo Mismo. Su crucifixin era un
despojamiento
necesario
de
la
humanidad corrupta derivada de su

madre, para poder experimentar la


glorificacin y la unin con el Padre.
El primer hombre es de la tierra,
terreno; el segundo hombre es del Seor,
del cielo.
Cual es el terreno, tales son tambin
los terrenos; y cual es el celestial, tales
son tambin los celestiales.
Y como llevamos la imagen del
terreno, llevaremos tambin la imagen
celestial.
Pero yo os digo, hermanos: que la
carne y la sangre no pueden heredar el
reino de Dios; ni la corrupcin hereda la
incorrupcin.
Fijaos, os muestro un misterio: no

todos dormiremos, mas todos seremos


transformados.
En un instante, en un abrir y cerrar
de ojos, al ltimo toque de trompeta,
pues tocar la trompeta, los muertos se
alzarn incorruptos, y nosotros seremos
transformados.
1 Corintios 15, 47-52, dijo el
seor Hawke.
Se hizo un melanclico silencio
entre los miembros, en su mayor parte
femeninos, de su pblico, que sintieron
que se las reprenda individual y
colectivamente, como si les faltase algo
o, mejor dicho, como si les sobrase
demasiada carne. La seora Hearnshaw

apret an ms con los brazos la prisin


de ballenas que contena los aludes de
carne en cuyo interior sus huesos
enjaulaban al nio que iba creciendo
poco a poco, precariamente vivo. La
seora Papagay se manose la bolsita de
carne de la papada, mientras miraba
hacia abajo, para no encontrarse con los
ojos del seor Hawke. Sophy Sheekhy
se estremeci y se encogi an ms
dentro de su ropa. La seora Jesse
acarici la cabeza apacible y fea de Pug,
que roncaba. El capitn Jesse solt una
especie de bufido y trompete sin venir
a cuento:
Y los hijos de Dios vieron a las
hijas de los hombres, que eran

hermosas.
Hubo un silencio.
Perdone dijo el seor Hawke
, no alcanzo a ver la relevancia
Simplemente me gusta cmo
suena, seor Hawke, me da nimos, me
sugiere una especie de unin feliz entre
lo terrenal y lo celestial, sabe?, la
hermosura de las mujeres, y la
admiracin de los hijos de los hombres;
en los primeros tiempos, claro, en el
paraso, supongo.
Qu
interpretacin
tan
equivocada,
capitn Jesse.
Qu
equivocado est usted. Autoridades en
la materia estn de acuerdo en que los
as llamados hijos de Dios son los

ngeles cados que, de la lujuria que les


despertaba la belleza terrenal, cayeron
en la corrupcin, como ciertos ngeles
son dados a hacer, como tambin revel
Swedenborg. Hasta san Pablo, puedo
decirle, en un texto sumamente
interesante, nos advierte en contra del
excesivo deseo anglico de la
corporeidad femenina. Exige que la
mujer
vaya
cubierta
en
las
congregaciones, por una razn, que es
que la cabeza de cada hombre es Cristo,
pero la cabeza de la mujer es el hombre,
as que el hombre, dice san Pablo, no
tiene que taparse la cabeza, ya que es la
imagen y la gloria de Dios, pero la
mujer es la gloria del hombre.

Porque el hombre no es de la mujer,


sino la mujer del hombre.
Ni el hombre fue creado para la
mujer, sino la mujer para el hombre.
Y prosigue: Por esta razn, la
mujer tendra que albergar algn poder
en la cabeza, debido a los ngeles, que
es un versculo difcil de entender, pero
se cree que hace referencia a la
tentacin que se les present a los
ngeles cuando la congregacin de fieles
atrajo su atencin, la atencin de
aquellos ngeles que no estaban en
perfecta posesin de su naturaleza
espiritual
As que tenemos que suponer que

toda esos sombreros tan bien


confeccionados de nuestras grandes
damas, todas esas aves del paraso
sacrificadas y esas garcetas, todas las
araraunas y avestruces, todos los
arrendajos azules y palomas blancas
como la nieve, seor Hawke, son lo que
usted llama poder para esquivar la
lujuria de los ngeles? inquiri la
seora Jesse. Eso es lo que son:
poder, esas torres y torretas de pobres
criaturas muertas construidas para
asustar, como los salvajes con sus
mscaras de aves y sus doradas capas
de plumas; el poder que tiene el dinero
de fletar barcos que crucen los mares
para sacrificar pobres seres vivos

inocentes que cabeceen por encima de


las papadas, y revoloteen como
palomares porttiles con la brisa del
cotilleo.
San Pablo no tena conocimiento
de esas cosas, seora Jesse. Habl en
contra de la vanidad femenina y de la
lujuria del hombre, y explic que estos
asuntos no eran triviales, sino parte del
tejido mismo de las cosas, que
implicaban
Seres
celestiales
e
infernales, como ya nuestro gran profeta,
Swedenborg,
nos
ha
enseado
claramente. La vanidad femenina, en
todas su formas, le pareca una
abominacin, y eso incluira, desde
luego, la sombrerera moderna y sus

modas, como puede usted observar.


Dijo que si una mujer observ
el capitn Jesse tiene el cabello largo
es una gloria para ella.
S que lo dijo, en efecto, pero
continu; el versculo contina: porque
el cabello le fue dado para cubrirse.
Deba ir cubierta grit el seor
Hawke.
Cuando nos casamos dijo el
capitn Jesse, a Emily le llegaba el
cabello por debajo de la cintura, todo
rizado, me acuerdo. Me pareca
precioso. Era precioso.
Sigui el mismo proceso que todo
lo carnal dijo su mujer suavemente, a
la vez que se llevaba las manos a las

alas plateadas que enmarcaban su rostro.


Simplemente, han cambiado
dijo
el
capitn
Jesse.
No
precisamente en un abrir y cerrar de
ojos, aunque puede parecerlo, los aos
pasan muy rpido, y dnde estamos?, el
pie alado del tiempo pasa volando por
delante de nosotros, y hemos cambiado.
Emplea usted un tono muy frvolo
para hablar de misterios dijo el seor
Hawke.
Y usted est dispuesto a ser muy
severo con nosotros dijo la seora
Jesse, como si furamos la grey de
una iglesia, y no estamos en ninguna,
aunque nos hayamos reunido con un
serio propsito. Y me parece que

deberamos zanjar esta discusin y


pedirle a la seora Papagay que nos
serene y abra nuestros corazones a los
mensajes que los amados desaparecidos
puedan querer comunicarnos. Cree que
nos vendra bien cantar un poquito,
seora Papagay?
Me parece que el ambiente est
ligeramente cargado de electricidad,
seora Jesse. Percibo los esfuerzos de
espritus airados y maliciosos, cosa que
puede ser peligrosa. Creo que
deberamos cogernos de las manos y
pedir calma.
Tendi sus manos, al seor Hawke a
la izquierda, y a la seora Jesse a la
derecha. Sophy se las haba arreglado

para situarse entre la seora Jesse y el


capitn Jesse. Era superior a sus fuerzas
hundir sus dedos en la clera lujuriosa
del seor Hawke. La seora Hearnshaw
estaba entre el capitn Jesse y el seor
Hawke. La seora Papagay senta
grandes oleadas de un calor rojo
apagado (el calor sudoroso que
proporciona el pao) provenientes del
seor Hawke. Estaba toda contrariada,
se dijo a s misma, y no poda reunir y
reconocer los sentimientos individuales
como sola hacer. En cambio, y para
defenderse, pensaba, distanciada de los
dems, y la sesin nunca llevaba a
ninguna parte si ella pensaba. Eran
pensamientos bastante interesantes,

acerca de cmo podan desencadenarse


realmente batallas espirituales, incluso
en tranquilos salones costeros a la luz
del fuego, alimentadas por textos
arrojados como flechas, hechos de
palabras que servan para indicar cosas:
cabello, plumas, ngeles, hombre, mujer,
Dios. Haba habido una especie de
torneo de palabras entre el seor Hawke
y el capitn Jesse. Las palabras casi
eran cosas, en el sentido de que ella
haba visto, mientras ellos hablaban, una
cabeza de pelo, un sombrero, un cuerpo
masculino y alado ardiendo de deseo; y
sin embargo no eran cosas, del modo en
que su conocimiento del malestar de la
seora Hearnshaw era una cosa, o su

sensacin de la devastacin espiritual


de Sophy, que no saba a qu se deba,
pero no crea que fuese a la criatura
repleta de ojos de la semana anterior. El
estado de Sophy era desconcertante.
Pas a estudiar a la seora Jesse, que
tambin resultaba desconcertante, que
haba comprendido algo del mensaje de
la semana anterior que prefera no
compartir; la seora Papagay estaba
segura de ello. La seora Jesse haba
retirado una mano, y jugueteaba con las
tiras de cuero enroscadas a las patas de
Aarn. Estaba soltando a aquel pjaro
tan grande, y le masajeaba la piel negra
con los dedos, mientras l permaneca
en el borde de la mesa y se inclinaba y

sacuda las plumas. Luego dio un par de


pasos hacia el seor Hawke, con la
cabeza de lado y con su ojo negro y
reluciente como la tinta puesto en l. El
seor Hawke abri la boca para decir
algo, pero luego se lo pens mejor.
Aarn se llev el pico al pecho, se
encogi de hombros, y pareci
dormirse. La habitacin estaba llena de
fuerzas,
airadas
y
ansiosas,
desconsoladas y amorosas, cuyos
movimientos se mecan y batan en torno
a las cabezas inclinadas sobre la mesa.
El silencio se hizo ms denso. Cay
un ptalo. Una sbita rfaga de lluvia
azot los cristales; el capitn Jesse
volvi su enorme cabeza para ver qu

tiempo haca. La seora Papagay


propuso probar con la escritura
automtica. Acerc el papel, no quera
abusar de Sophy. Tras un momento, la
pluma escribi con toda confianza:
Bienaventurados los que lloran a los
muertos
porque SERN CONSOLADOS.
Hay alguien ah? pregunt el
seor Hawke. Algn mensaje para
alguno de los presentes en particular?
l no vendr, dijo ella.

Quin no vendr? dijo el seor


Hawke.
Arthur dijo la seora Jesse, con
un suspirito. Quiere decir Arthur,
estoy segura.
La pluma escribi rpidamente.
Y el que al Amor excluya, a su
vez se ver del Amor excluido, y
yacer en su umbral aullando
entre las sombras.
A la pluma pareci gustarle esta
palabra, porque jug con ella,
repitindola varias veces: aullando,
aullando, aullando, aadiendo

luego
aquellos
que
imaginan
pensamientos
inciertos
e
insensatos
aullando:
es
demasiado horrible
Un espritu potico dijo el
seor Hawke.
Las dos primeras son de Alfred
dijo la seora Jesse. La pluma debe
de haberlas pescado, por as decirlo, de
mi mente. La ltima es de Medida por
medida, un pasaje sobre el destino del
alma tras la muerte que a Alfred le
impresionaba mucho, como a todos. No

tengo ni idea de quin est profiriendo


estas cosas.
Uno ser consolado. Se
enjugarn todas las lgrimas.
Viene el novio. No sabis ni el
da ni la Hora en que viene.
Encended la lmpara.
Quin nos est diciendo estas
cosas? pregunt la seora Jesse.
No. Oh, no dijo Sophy Sheekhy
con la voz estrangulada.
Sophy grit la seora
Papagay.
Sophy sinti unas manos fras en el

cuello, unos dedos fros en sus labios


templados. Se le puso la carne de
gallina sobre los huesos del crneo, en
el dorso de los dedos, bajo las ballenas.
Empez a temblar y a sacudirse. Se ech
hacia atrs en su butaca con la boca
abierta y vio algo, o a alguien, que
estaba en la parte salediza del ventanal.
Era absolutamente enorme, pero muy
fino: una especie de columna de humo, o
de fuego o de nubes, sin una forma
exactamente humana. No era el joven
muerto, que le haba hecho sentir tanta
lstima; era una criatura viva con tres
alas que le colgaban sueltas a un lado.
De ese lado, el lado alado, era de un
color oro apagado, y tena el rostro de

un ave de presa, solemne, de ojos


dorados, con el pecho de plumas,
espolvoreado con partculas metlicas
calientes. Del otro lado, sumido en la
sombra, era gris como el barro hmedo,
e informe, con unos muones que
sobresalan a modo de brazos, mientras
mova algo que no era del todo una boca
para emitir un fino susurro. Hablaba con
dos voces, una musical, y la otra como
un crujido de papel.
Dile que la espero.
Que se lo diga a quin?
pregunt Sophy con una vocecita que
todos oyeron.
A
Emilia[27].
Triunfo
en
bienaventuranza plena. Dselo. Nos

uniremos y formaremos un solo ngel.


Aquello era desesperante para las
criaturas vivas de la habitacin.
Sophy dijo la seora Papagay
. Qu ves?
Alas de oro respondi Sophy
. Dice que la espera. Dice que les
diga que triunfa en bienaventuranza
plena. Dice que le diga a Emily a la
seora Jesse, a Emily que se unirn
y formarn un solo ngel. En la otra
vida, quiere decir.
Emily Jesse suspir profundamente.
Solt la mano fra de Sophy, y le separ
la otra de la de su marido, rompiendo
as el crculo. Sophy yaca inerte, como
un prisionero ante el inquisidor,

mientras contemplaba la mitad del ngel,


que nadie ms vea, y cuya presencia
nadie senta realmente, y Emily Jesse
hizo que su marido la cogiera de la
mano.
Bueno, Richard dijo, puede
que no siempre nos hayamos llevado tan
bien como debiramos, y puede que
nuestro matrimonio no haya sido un
xito, pero ese arreglo me parece
sumamente injusto, y no quiero tener
nada que ver. Juntos hemos pasado los
malos tiempos en este mundo, y lo nico
que me parece decente es que
compartamos los buenos, si hemos de
disfrutarlos, en el otro.
Richard le levant la mano y se

qued mirndola.
Caramba, Emily! dijo, y luego
otra vez: Caramba, Emily!
Normalmente no te faltan las
palabras dijo su mujer.
No, es verdad. Es slo que
crea crea que estabas esperando
una comunicacin de ese estilo. Nunca
me habra imaginado que ibas a decir
algo como lo que has dicho.
Puede que t tengas otra idea
dijo la seora Jesse.
Sabes que no es eso. He tratado
de ser comprensivo, he tratado de tener
paciencia, he respetado
Demasiado bien. Demasiado bien
lo has hecho, los dos

El capitn Jesse sacudi la cabeza,


como un nadador que sale a la
superficie.
Pero durante todas estas sesiones
he credo que estabas esperando
Le amo de verdad dijo Emily
. Es difcil amar a los muertos. Es
difcil amar a los muertos lo suficiente.
A la seora Papagay la hizo
inmensamente feliz este cambio. Quin
lo habra pensado, se dijo a s misma, y
sin embargo, qu acertado; slo cuando
el ngel la haba amenazado con perder
a su marido, haba dado por sentado que
ella lo vea de verdad, lo vea en
trminos de prdida, de la desaparicin
que eso implicaba, lo que le haba hecho

imaginarse su existencia sin l. Saba


que se estaba dejando llevar por su
romanticismo, pero se senta repleta de
una especie de placer burbujeante ante
el espectculo de las miradas, sagaces y
perplejas a la vez, que se cruzaban estas
dos personas mayores, de quienes cabra
suponer que no podan tener secretos el
uno para el otro, y sin embargo tenan
aquel tan importante. Qu interesante, se
dijo a s misma la seora Papagay, pero
la sac de su ensimismamiento una
especie de sonido ahogado que emiti
Sophy, quien se estaba poniendo de un
color horrible, una mezcla de ceniza y
ciruela y lapislzuli, mientras mova los
labios entumecidos. Solt un bufido,

trat de coger aire desesperadamente,


como si le estuvieran succionando la
vida. La seora Papagay se levant sin
hacer ruido, dio la vuelta, y puso sus
manos templadas en las fras sienes de
Sophy. Los taconcitos de Sophy
zapatearon la alfombra, su columna
vertebral se arque en un espasmo.
Tena los ojos abiertos, pero no vea
nada. Nunca le haba ocurrido nada tan
espantoso. La seora Papagay trataba de
hacer pasar amor y dominio,
contencin, por sus dedos. Sophy yaca
en trance en presencia de la ausencia,
una ausencia hecha de gotas de barro y
de polvo que caa de plumas colgantes.
Sophy sinti que l se debilitaba; dej

escapar aquel terrible suspiro susurrante


por su propia laringe; lo vea
desintegrarse, funesto, anhelante, en la
penumbra de lentejuelas que espumeaba,
herva, se balanceaba y era de nuevo
lquido negro. Volvi la cabeza hacia el
capitn Jesse y vio cmo su albatros
extenda las alas, sus enormes alas
liberadas, y cmo miraba fijamente con
su ojo orlado de oro.
Sophy dijo la seora Papagay.
Estoy bien dijo Sophy, ya.

La seora Papagay consider que


quiz sera mejor finalizar la sesin con
algunos mensajes escritos, tal vez

edificantes.
Siempre
resultaba
sorprendente cmo los vivos, en
presencia de los muertos, continuaban
preocupndose de sus asuntos vitales,
importantes y triviales. A nadie, salvo a
ella, le haba impresionado mucho el
estado de Sophy. Nadie haba temido
por ella. Como si todos supiesen que
Sophy estaba actuando, pens la seora
Papagay, aunque todos necesitasen creer
que no; de cualquier modo, crean lo que
necesitaban creer, pens, y as
mantenan a la oscuridad, a la feroz y
tambaleante oscuridad, en orden y a
raya. Por lo que se refera a ella, saba
que Sophy no actuaba, pero no poda ver
lo que Sophy haba visto. Ms tarde

pensara que tena que haber estado loca


para no imaginarse que las fuerzas que
haba en la habitacin podan ser
insaciables y peligrosas, pero, claro,
ella era como los dems; saba que, en
cierto sentido, todo era un juego de
saln, una especie de reunin donde se
contaban cuentos, o una charada, incluso
mientras sostena las manos mortalmente
fras de Sophy. De todas maneras,
acerc el papel hasta ella distradamente
y cogi la pluma, que se revolvi
juguetona en su mano y se puso en
marcha, como una posesa, sobre el
papel, con una letra fanticamente pulcra
y resuelta.

Ser de piedra el ngel Conyugal


que aqu est con su pesada cabeza
el gloriado muerto mirando atrs,
inerte, cubierto de musgo, solo?
El Santo Espritu pesca en la Nada
con la carnal Sophy sobre Su
Anzuelo
Los Hijos de Dios se juntan a ver
sus rollizos miembros y as gozar
El Gran Seor lanza all el sedal
con Sophy colgando a modo de cebo
quien alla en el cnit de la Gloria
al ceir la Divina Forma Humana
Caen ptalos de rosa de su pelo

que en el barro se vuelve evocador


de cienos rezumantes, del perfume
de un negro Hoyo o cubil Animal
Y mi Amor es convertirme en la
bestia
que era, y ya no es, pero es todava,
que dilata ojales rojos, los besa,
y hunde la garra en el festn carnal
Dulce Rosa del Mundo, Rosa
adltera,
puede que descanse en su urna, y
apeste
en tanto el llanto de Alfred se hace
tinta
para sembrar en ella quelque-chose

El ngel abre sus alas de oro


y alza muy alto la polla dorada
y hombre y mujer juntos se ayuntan
en un cadver que gime y canta
Pare dijo el seor Hawke.
Hay un espritu maligno presente. Son
ensueos obscenos a los que hay que
poner fin. Enciendan las luces, pare,
seora Papagay, tenemos que ser fuertes.
Despertado por esta voz enfadada,
Aarn se acerc cautelosamente por la
mesa, tir el cuenco de rosas, y sali
volando hasta la repisa de la chimenea,
dejando tras l una mancha oscura
cubierta de redondeles blancos.

Qu querr decir? dijo la


seora Hearnshaw, leyendo. Qu
querr decir?
Es obsceno dijo el seor
Hawke. No es apropiado para que lo
lean las seoras. Me parece que es la
comunicacin de un espritu maligno, al
que no debemos prestar odos.
Al or aquello, Aarn solt un
graznido estridente, tal vez afirmativo,
que los sobresalt a todos. Y Pug,
cambiando en sueos de postura, dej
escapar una serie de peditos como
detonaciones, y un fuerte olor a
putrefaccin. Emily Jesse, con los labios
blancos y apretados, cogi el ofensivo
papel y se lo llev hasta el fuego, donde

lo dej caer. Se riz, crepit, vir al


castao y luego al negro, y subi
volando, ceniciento, por la chimenea. La
seora Papagay, al ver a la seora Jesse,
supo que aqulla era la ltima sesin en
aquella casa, que haba sucedido algo
realmente
importante
y
que,
precisamente por eso, no se haran ms
intentonas. En parte lo senta, y en parte
no. Despus de que el seor Hawke se
hubiese marchado solo, armando mucho
jaleo, y de que el cabriol de la seora
Hearnshaw se la hubiese llevado, la
seora Jesse les prepar un t a la
seora Papagay y a Sophy, y dijo que
haba decidido que sera ms prudente
no tener ms reuniones de momento.

Algo est jugando con cosas que


para m son sagradas, y no soy yo,
seora Papagay, pero tampoco puede ser
ningn otro, y creo que no quiero saber
nada ms. Le parece que me falta
valor?
Me parece que es usted muy
sensata, seora Jesse, muy sensata.
Me consuela.
Sirvi el t. Los quinqus arrojaban
una luz clida sobre la bandeja. La
tetera era de porcelana, toda decorada
con rositas, carmeses y fucsias y azul
celeste, y las tazas tenan guirnaldas de
esas mismas flores. Haba pastitas
dulces, cada una con una flor hecha de
azcar glaseado, cremosas, violetas,

blancas como la nieve. Sophy Sheekhy


observ cmo sala por el pitorro el
chorro de lquido color topacio,
humeante y aromtico. Aquello tambin
era un milagro: que en China personas
de piel dorada, y en India personas de
piel broncnea, recolectasen hojas que
atravesaran a salvo los mares en barcos
de alas blancas, en cajas de plomo, en
cajas
de
madera,
resistiendo
tempestades y torbellinos, navegando
bajo el sol ardiente o la fra luna, para
llegar hasta aqu y ser servidas en
porcelana fina hecha de barro fino,
moldeado por dedos expertos en las
ciudades que se dedicaban a la alfarera,
cocido en hornos, vidriado con un barro

resbaladizo y reluciente, vuelto a cocer,


decorado con capullitos de rosa por
manos de artistas que sostenan unos
pinceles muy, muy delicados, que
giraban sutilmente sus tornos de alfarero
e implantaban, con un beso de pelos de
cebellina, capullos flotantes en un
terreno azul celeste, o en un terreno
completamente blanco; y que se trajese
el azcar de donde hombres y mujeres
negros trabajaban como bestias y moran
en condiciones terribles, para conseguir
aquellas flores exquisitas que se
deshacan en la lengua como los
pergaminos en la boca del profeta
Isaas; y que se moliese la harina, y se
batiese la leche para hacer mantequilla,

y ambas fermentasen juntas en aquellas


delicias momentneas, cocidas en el
horno de la seora Jesse y
elegantemente apiladas en un plato, para
ofrecrselas al capitn Jesse, con su
cabeza blanca como la lana y sus ojos
risueos, a la seora Papagay,
ruborizada e inquieta, a ella misma,
mareada, y al pjaro negro y al babeante
Pug, junto a los carbones ardientes del
fuego, a la benigna luz de las lmparas.
Habra sido tan fcil que cualquiera de
ellos no hubiese estado all para tomar
el t o probar los dulces. Las
tempestades y los tmpanos de hielo
podan haberse llevado al capitn Jesse,
el pesar o un parto podan haber

destruido a su mujer, la seora Papagay


poda haber sucumbido a la pobreza y
ella misma haber muerto como una
criada agotada; pero all estaban, y
tenan los ojos brillantes, y sus lenguas
saboreaban la bondad.

XII
Y cuando por fin se fueron, salieron
realmente a la oscuridad. Haca una
noche helada y borrascosa, con rociadas
de agua salada, y un ruido de agua
distante y cercana a la vez. De todos

modos, pensaron que iran andando


hasta su casa, preocupadas ya por
ahorrar. Porque si la seora Jesse no iba
a organizar ms sesiones y el seor
Hawke se haba enfadado y les era
hostil, qu iba a ser de ellas?
Apretaron el paso hacia el paseo
martimo, con el viento detrs,
precedidas por un parapeto de paraguas
abiertos. Despus de un rato, Sophy le
tir de la manga a la seora Papagay y
trat de gritarle discretamente al odo:
Creo que nos siguen. Llevo
oyendo pasos detrs desde que dejamos
la casa de la seora Jesse.
Me parece que tiene razn. Y
ahora que hemos parado, tambin han

parado. Es una sola persona.


Tengo miedo.
Yo tambin. Pero creo que
debemos quedarnos en el sitio, aqu,
bajo la farola, y dejar que nuestro
perseguidor
pase
de
largo
tranquilamente, o enfrentarnos a l.
Somos dos, y l uno. No me apetece
meterme en el laberinto de callejuelas
que hay detrs de la lonja de pescado
con alguien siguindonos. Se siente con
fuerzas, Sophy?
No, pero al fin y al cabo es de
carne y hueso, supongo.
Pero habitado por un espritu
vivo, querida, que tambin puede ser
peligroso.

Lo s. Pero de momento me dan


ms miedo los muertos. Vamos a
enfrentarnos a l. Puede que pase de
largo.
Se pararon, y los pasos que las
seguan tambin se interrumpieron, y
luego prosiguieron, ms lentos, ms
vacilantes. Permanecieron bajo la farola
que haban elegido, agarradas a sus
paraguas. Los pasos se fueron
acercando, y se vio que los daba una
criatura tosca con un sobretodo sin
forma y una gorra oscura. Cuando lleg
hasta ellas, se qued completamente
inmvil, all de pie, mirndolas.
Por qu nos sigue? dijo la
seora Papagay.

Ah dijo el observador. Eres


t. A oscuras no estaba del todo seguro,
pero ahora lo tengo muy claro,
clarsimo. Fui a tu casa, estaba todo
oscuro y cerrado, pero la mujer de la
casa de al lado me dijo que vendras por
aqu, as que me ech a andar; en el
portal haca fro y humedad, y ya he
soportado fro y humedad para ms de lo
que me queda de vida. No me conoces,
Lilias?
Arturo dijo la seora Papagay.
Naufragado dos veces dijo l
con cautela, y una arrojado a la
deriva. No recibiste mis cartas,
dicindote que volva a casa?
La seora Papagay neg con la

cabeza. Le daba miedo desintegrarse. Le


dolan los nervios, le estallaba la
cabeza, era como una vaca aturdida en
el matadero.
Te he dado un susto de muerte
dijo el capitn Papagay. Debera
haber esperado en el portal.
La seora Papagay viaj hasta la
fosa de su tumba, y regres de nuevo en
alas del viento. A su corazn y a sus
pulmones se les insufl vida, y ella dio
un grito vertiginoso.
Arturo, Arturo. Y solt el
paraguas que, atrapado por el viento,
sali volando por la calle como un
gigantesco vilano. Arturo grit la
seora Papagay. Y salt sobre l, de

modo que si l no hubiese estado all,


tan slido, para sostenerla, se habra
precipitado, inconsciente, sobre la acera
mojada. Pero estaba all, y la seora
Papagay cay en sus brazos, y l abri
el sobretodo y la atrajo hacia s, y ella
oli su olor de verdad: a sal, a tabaco, a
su pelo y a su piel, distintos de cualquier
otro pelo y cualquier otra piel del
mundo entero, un olor que ella haba
mantenido vivo cuando hubiera parecido
ms prudente dejarlo morir en la
memoria de su olfato. Y l enterr la
cara en su cabello, y ella lo rode con
sus brazos vacos en toda su amplitud,
enjuta pero viva, a la vez que recordaba
su hombro, sus costillas, su espalda, y

gritaba Arturo al interior de su


sobretodo y al viento.
Y Sophy Sheekhy se qued bajo la
farola, viendo cmo los dos se iban
enredando cada vez ms hasta
convertirse en uno solo, a medida que se
apretaban y se acariciaban y se
murmuraban cosas el uno al otro. Y se
puso a pensar en toda la gente de este
mundo cuyos brazos vacos suspiran por
estrechar a los muertos, y en cmo en
los cuentos, y a veces en la pura
realidad, el fro y el mar acaban
devolviendo lo que se han llevado, o
parece que se han llevado; y aquella
oscura unin azotada por el viento se
convirti en su mente en un todo

armnico con la visin del hogar de los


Jesse y el milagro del t. La vida en
brazos de la muerte, pens Sophy
Sheekhy
mientras
se
apartaba
discretamente del desmelenado arrebato
de la seora Papagay para volverse
hacia la negra tinta del mar y del cielo,
ms all de la luz de la farola.

AGRADECIMIENTOS

Me gustara dar las gracias a varias


personas por su ayuda, tanto prctica
como bibliogrfica. Ursula Owen y
David Miller me prestaron libros sobre
abejas y sobre ngeles. Mis editores
franceses, Marc y Christiane Kopylov,
anduvieron revolviendo en las libreras
de viejo de Pars. Lisa Appignanesi me
prest todos los Arcana Caelestia de
Swedenborg. Gillian Beer y Jenny
Uglow me hicieron sugerencias de

lectura cruciales. Chris OToole, del


Instituto Entomolgico Hope de Oxford,
y alguien con mucha paciencia de la
oficina de informacin entomolgica del
Museo de Ciencias me resultaron
extraordinariamente
tiles
e
interesantes. Mi hija Isabel Duffy,
Elizabeth Alien y Helena Caletta, las
libreras ms ingeniosas del mundo,
fueron igual de prcticas que de
pacientes.
Una obra de ficcin no necesita
bibliografa, pero me gustara dar las
gracias al coronel A. Maitland Emmet,
cuyo libro Los nombres cientficos de
los
lepidpteros
britnicos
me
proporcion felices horas de lectura e

inspir gran parte del cuento de Matty


Las cosas no son lo que parecen. La
Gua Collins de los insectos de Gran
Bretaa y Europa Occidental, de
Michael
Chinery,
tambin
me
proporcion un gran placer y mucha
informacin. Cualquiera que est
interesado en A. H. Hallam tiene una
gran deuda con el ltimo T. H. Vail
Motter, editor de Los escritos de Arthur
H. Hallam, y con Jack Kolb, editor de
sus Cartas. La magna edicin de
Christopher Ricks de las Obras
Completas de Tennyson es una fuente de
inspiracin constante. Tambin le debo
mucho a El desarrollo de una sociedad
de insectos de Derek Wragge Morley.

La habitacin a oscuras de Alex Owen


constituye un excelente estudio de las
mdiums del siglo XIX. Y aprend
mucho, y disfrut, con La muerte y la
otra vida en la literatura y la teologa
victorianas de Michael Wheeler.
Finalmente, este libro no se podra
haber escrito sin los fondos de la
Biblioteca de Londres.

Notas

[1]

Estilo de arquitectura gtica,


empleado en Inglaterra durante los
siglos XIV y XV, caracterizado por su
tracera de lneas verticales, sus arcos
de cuatro centros y sus bvedas en
abanico. (N. del T.) <<

[2]

Para la traduccin de las diversas


citas del Libro Sagrado que se hacen en
la novela nos hemos servido de la
versin conocida como la NcarColunga, la primera que se realiz
ntegramente en nuestro idioma a partir
del hebreo y del griego; si bien, al
tratarse de una versin de inspiracin
catlica relativamente contempornea,
tambin hemos consultado las conocidas
respectivamente como la Torres Amat
del P. Petisco y la Biblia del Oso o
Reina-Valera (esta ltima de orientacin
protestante,
pero
traducida
fundamentalmente del ingls), que son

las ms conocidas de las que se


encontraban disponibles en la Espaa
del siglo XIX. (N. del T.) <<

[3]

Regin llana de Inglaterra, al oeste y


al sur del Wash, formada por marismas
hasta que fue ganada al mar en los siglos
XVII, XVIII y XIX. (N. del T.) <<

[4]

Dios segn el Viejo Testamento en


Daniel 7, 9. (N. del T.) <<

[5]

El alucingeno ms poderoso de la
Amazonia, preparado a partir de
variedades de Banisteriopsis. (N. del T.)
<<

[6]

En castellano en el original. (N. del


T.) <<

[7]

Juego de palabras intraducible. Matty


dice the nest door (la puerta del nido),
que en ingls suena muy parecido a the
next door (la puerta de al lado, la casa
de al lado). (N. del T.) <<

[8]

Crepsculo, anochecer. (N. del T.) <<

[9]

Personaje del Cndido de Voltaire,


que es la encarnacin misma del
optimismo. (N. del T.) <<

[10]

Tennyson en In memoriam. (N. del


T.) <<

[11]

En ingls AMAZON, compuesto por


las tres slabas: Am, a y zon. (N. del T.)
<<

[12]

Am: en ingls, primera persona del


presente de indicativo del verbo ser; una
clara alusin al YO SOY EL QUE SOY
pronunciado por Dios. (N. del T.) <<

[13]

A de apple (manzana), b de bee


(abeja) y c de crocodile (cocodrilo). (N.
del T.) <<

[14]

Zone: en ingls antiguo, cintillo,


ceidor. (N. del T.) <<

[15]

T procedente de esa regin de la


India. (N. del T.) <<

[16]

Traduccin literal del nombre comn


ingls, al objeto de que conserve su
sentido el dilogo que sigue. En
castellano, esfinge mayor de la vid. (N.
del T.) <<

[17]

En castellano, harpa. (N. del T.) <<

[18]

En ingles, Hawke suena igual que


hawk: azor, gaviln. (N. del T.) <<

[19]

Rada situada al sudeste de la costa


de Kent, protegida por las Goodwin
Sands. (N. del T.) <<

[20]

Azucena es uno de los nombres


empleados por Tennyson en Los idilios
del rey para referirse a Elaine, la
doncella enamorada de Lanzarote del
Lago. (N. del T.) <<

[21]

En ingls, death y
respectivamente. (N. del T.) <<

dear,

[22]

En ingls dead. (N. del T.) <<

[23]

Cordillera de montaas cretceas al


nordeste de Inglaterra. (N. del T.) <<

[24]

Amarilis: pastora de una gloga de


Virgilio. Por extensin, cualquier joven
campesina.
Chancillera:
antiguo
tribunal de justicia, en alusin a la
profesin de Henry Hallam. (N. del T.)
<<

[25]

In memoriam, la larga elega que


Tennyson escribi en memoria de su
amigo, Arthur Henry Hallam, se divide
en 133 poemas independientes, escritos
todos ellos en un nmero variable de
redondillas. Dada la mayor cantidad de
slabas resultante de traducir los versos
octoslabos ingleses al castellano,
parece lo apropiado convertirlos en
endecaslabos blancos, de modo que las
redondillas se transformen en cuartetos
sin rima. Pero es prcticamente
imposible ceirse siempre a esa medida
sin traicionar tanto la riqueza verbal
como la densidad conceptual de

Tennyson. De ah que hayamos recurrido


en ocasiones a traducir alguno de esos
poemas en estrofas de cuatro versos de
doce o trece slabas, segn el caso
(reservando los alejandrinos para otras
composiciones citadas en la novela,
escritas originalmente en pentmetros
ymbicos); algo que esperamos resulte
menos inadecuado de lo que podra
considerarse en un principio, al tratarse
de la obra de un romntico tardo como
Tennyson que experiment a lo largo de
su vida con todo tipo de metros. (N. del
T.) <<

[26]

En ingls mould significa tambin,


entre otras cosas, moho y mantillo; y to
moulder, desmoronarse, convertirse en
polvo. (N. del T.) <<

[27]

<<

En italiano en el original. (N. del T.)

También podría gustarte