Viaje de Oriente - Le Corbusier
Viaje de Oriente - Le Corbusier
Viaje de Oriente - Le Corbusier
(Le Corbusier)
EL VIAJE DE ORIENTE
Coleccin de Arqtc!.'.
PRINTED IN SPAIN
IMPRESO EN ESPAA
ISBN: 84-505-0396-5
D E P ~ S I T OLEGAL: V. 3.978 - 1992
Pg.
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Oriente es todo lo contrario de Europa; su viaje hacia Constantinopla, lo opuesto de lo que fueron sus movimientos europeos.
Aquella intencin tan precisa que v t e s le diriga a cada lugar, no
NOTA
A MI HERMANO,
E L MSICO ALBERT JEANNERET
BIEN
BERLIN,
ALGUNAS IMPRESIONES
CVIA~ANDO
66
AMIGO Perrin:
Un saludo! Si Octavio, en su calle de la Sorbona, en Pars,
leyera este honorable diario, demasiado hospitalario, ya habra
recibido de l, en un idioma adornado con imgenes, sus condolenc i a ~encuadradas en negro, ya que ese nifio, antes de nacer, est en
muy mal estado y a punto de morir. Me he comprometido a
escribir una notas de viaje, icasi un diario!... Y soy el ms
desdichado de los hombres: pues eso es, no lo niegues, el summum
del aburrimiento; y el sentimiento de aguar la siesta de tantos
compatriotas me atormenta. Por eso acudo a ti. Amas las formas
(plsticas, se entiende) casi tanto como Georges y conoces la
belleza de una esfera. Vengo a hablarte de vasijas, de vasijas
campesinas, de alfarera popular. Incidentalmente, me interesar
por algunos puertos de mi ruta, y mi redactor quedar satisfecho.
Marius Perrenond, nuestro alfarero de los talleres, hubiera merecido, al parecer, esta epstola "ceramicolgica"; pero Marius todava
no ama la esfera lo suficiente: para ti pues estas historias de glibos
y mis xtasis.
T conoces esas alegras: palpar la panza generosa de una vasija
. y acariciar su cuello grcil, y luego explorar las sutilezas de su
bufetes mal concebidos; y casas de siluetas sorprendentes, heterclitas, absurdas, que de ningn modo dispensan -ioh mi
amigo escultor!- la suciedad de las esculturas intiles y su falta
de tacto.
Vivimos, <no es cierto?, en un medio inviable, desorganizado
-inorganiwdo...
Ir hasta el final y te dir en dos palabras una cosa bastante
chocante, inquietante tambin: esos alfareros "se burlan" de su
arte. Sus dedos trabajan; no su espritu, no su corazn. Y abren
unas bocas atnitas cuando penetramos en sus tiendas y hacemos
un saqueo. Y ten por seguro que entre sus productos, hoy
heterognes, nos presentan precisamente los malos, ajados, de un
gusto a veces indignante, copias deseadas de chapuzas entrevistas
iin da de mercado en el puesto de un vendedor ambulante venido
de la gran ciudad. Su arte ya no es ms que una supervivencia, y
en Knajivaze, en los Balcanes, por ejemplo, si pasas dentro de unos
aos, ya no encontrars all ni una sola de las piezas que te
mostrar cuando vuelva: tenan ya veinte aos de edad y las
habamos desenterrado entre los desperdicios en que se llenaban de
Considerando esto, Auguste,
polvo esos "pecados de juventu C...
que prepara su doctorado en historia del arte, se sinti de pronto
trastornado por el alumbramiento de una teora reveladora. Tuvo
el sentimiento de esa crisis ltima que atraviesan los jarros de
Hungra y de Serbia y, examinando de un sola vez todas las artes
y todos los tiempos, fund la teoria del "momento psicolgico de
la alfarera popular en las artes del siglo XX". E n alemn eso queda
mucho mejor: "der psychologische moment..., etc.". Auguste, te lo
confo, nunca se sali con ello. Y n o seria yo quien pudiera
ayudarle; en cuanto a ese segundo hijo en mal estado, muerto sin
haber visto la luz y que har llegar a Auguste las condolencias de
Octave, encuadradas en negro y en una lengua vdica, te voy a
decir a qu nidos exquisitos nos llev nuestra locura.
las encierran altos muros por todas partes. Hazte una idea de la
impresionante unidad y de su amplio carcter arquitectnico: un
solo material: un revoque amarillo intenso; un solo estilo; un cielo
uniforme y nicamente las acacias de un verde tan extrao. Las
casas se alinean en ella, poco anchas pero muy profundas, cada una
con su remate bajo, sin cubierta en voladizo, as como un frontn
sobre el interminable muro, del que desbordan las copas de los
rboles, los racimos de las parras y los ramos de rosas trepadoras
que llenan de encanto los patios escondidos detrs. Esos patios
debes concebirlos como una habitacin, la habitacin de verano,
puesto que las casas se apoyan todas a igual distancia de la tapia, y
las ventanas se abren en una sola fachada, tras una arcada. Cada
casa tiene de este modo su patio, y la intimidad es tan perfecta
como en esos jardines de los frailes de la Cartuja de Ema, donde
nos sentamos, acurdate, invadidos por el spleen. La belleza, la
alegra, la serenidad se concentran aqu, y un ancho porche con
arco de medio punto, cerrado por una puerta barnizada de rojo o
verde se abre sobre el vasto exterior! El emparrado construido con
listones proyecta una sombra verde, y las arcadas blancas del
contrafuerte y los tres grandes muros de cal blanca, repasados cada
primavera, una pantalla tan decorativa como los fondos de las
cermicas persas. Las mujeres son muy bellas; los hombres muy
limpios. Visten con arte: sedas fulgurantes, cueros entallados y
policromados, camisetas blancas ribeteadas con bordados negros;
las piernas nerviosas y los pequeos pies desnudos son de una piel
morena y fina; las mujeres se mueven con un balanceo de caderas
que se despliega como la falda de una bailarina, los mil pliegues de
los vestidos cortos en los que las flores de seda encienden bajo el
sol fuegos de oro.
Este traje nos encanta; la gente contrasta y armoniza con los
grandes muros blancos y con los cestos de flores de los patios, en
los cuales dan, a las calles tan distinguidas, por momentos una
VIENA
Respeto para
ellos! Seria ridiculo que tambin ellos se aburriesen. De ese modo
los pobres se verian privados del espectculo de sus diversiones y
ya no se lo pasaria bien ni la ms minima parte de la humanidad.
Jean Rictus soliloquiaba a propsito de esta cuestin ya en la
segunda estrofa de su clebre lamentacin.. .
Hoy es pues "Blumen Tag", fiesta de las flores, profusin de
colores y ostentacin de lujo. Las calles que llevan al Prater estn
abarrotadas de una muchedumbre inmunda. La interminable avenida que marca con una linea sin fin el parque donado por el
emperador a la ciudad, tiene sus laterales, bajo los arcos de los
rboles, atestados de una masa tan pobre, tan "sin trabajo", que
encuentra el recurso de venir aqui a exacerbar sus rencores de
desdichada, o simplemente a saciar su curiosidad: ipueblo pobre de
Viena (que ya conoci hace cuatro aos), nada simptico, srdido,
de rostro inexpresivo! Durante tres horas nos hemos codeado con
l sin llegar a amarlo, pues a Auguste, al igual que a mi, no nos
gusta tener compasin... Que mis amigos de Lo S e n t i d e me
perdonen por estas impresiones rpidas y superficiales...!
En la nave de la gran avenida se desbordan los carruajes y los
coches de lujo. Todo queda oculto bajo las flores; y bajo esos ramos
'
EL DANUBIO
sin limites. Pero, sobre esta llanura se extiende una lenta humareda
negra donde desaparece la trama de calles. Ochocientos mil
habitantes se han precipitado en ella en cincuenta aos. Y el
desorden bajo formas pomposamente equivocas ha hecho sospechosa a esta ciudad. Yo no puedo, sorprendido de entrada por la
ostentacin de estilos diversos y contrapuestos. Bordean el ro pero
no se ponen de acuerdo para hacerle un cortejo armonioso. Sobre
lo alto, un palacio monstruoso se apoya en una iglesia antigua
restaurada recientemente.
Sin embargo sobre ese mismo monte, ms cerca de la ciudadela, unas casuchas antiguas son como una floracin entre las acacias.
Moradas simples. Estn unidas por unos muros de donde surgen
los rboles. Nacen de forma natural sobre ese terreno atormentado. Nos hemos quedado horas sobre este monte apacible oteando
cmo se encendan sobre Taban invadido por la noche, las
pequeas luces tranquilas de las veladas. La calma era grande. De
pronto se levant una lenta e inefablemente triste melopea. Era un
saxofn o un cuerno ingls; escuchaba con ms emocin que
cuando se oye al pastor flautear su viejo canto a la muerte de
Tristn. Extraa consonancia grandiosa en la naturaleza adormecida.
?Saben ustedes, lectores, que mi hermoso gran Danubio fue
mutilado por un "tipo" y unas tijeras? Sus molinillos grises me
haban inpresionado en gran manera, la noche en que bajamos de
Budapest a Baja. Bajo la luna habia habido un complot grandioso
de silencio, de negro y de blanco y de inmutabilidad. El viga
habia puntuado el silencio con un sonido de campana trgicamente
sola, cada vez que apareca muy a lo lejos, la luz de una linterna
suspendida sobre la corriente... De todo eso, las tijeras del
redactor en jefe de la Feuille 'Avis de La-Chaux-de-Fonds os han
permitido ver un imbcil embozado a la manera de Napolen en
una manta, de pie bajo la luna y el viento seco, a solas ante un
'
y para siempre habis sido privados del privilegio de ser evocadoras! Trajano ha escarbado un poquito vuestras rocas y tallado -eso
s- una inscripcin muy bella. Y saliendo de all el Danubio fue
enteramente otro: violento, oscuro, agitado. Es Bulgaria. Cara a
cara con las dunas tambin; desnudas y pardas, o bien la llanura
inundada: es Rumania. El silencio y la soledad se obstinan en
torno a este alma trgica removida por la marejada. Antes el codo
de Belgrado, era tan sereno, tan azul! Ahora tan s61o grupas
redondas y a veces derrumbadas, de tierra amarilla que un csped,
lugar a lugar, intenta recubrir. Ni un rbol, ni un arbolillo: la
aridez en toda su grandeza. Nada de casas. El nico signo de vida
es el reventarse atormentado del ro que retumba, esta maana,
erizado de crestas de espuma, de las orillas austeras y mudas. Un
montecillo de repente, se mueve y se derrumba. Pensamos en
algn sbito alud, en algn deslizamiento de la arena tostada:
-son- unas ovejas en grandes rebaos que un pastor -punto negro
sobre el c i e l e , conduce delante de l. En algn oasis, en la falda
de dos o tres dunas opuestas, se encava un pueblo. Tejados
violceos y fachadas frescamente repintadas, desaparecen bajo las
acacias. Es el decimocuarto da desde Viena; por la tarde habremos
llegado a Bucarest. Ya no veremos ms el gran ro, nuestro nuevo
amigo. Lo atravesaremos durante algunos minutos, dentro de ocho
das, para pasar a Bulgaria y, apuntando sobre el paso del Schipka,
resueltamente hacia el Oriente. Nos habamos detenido en Negotine, Serbia, en el patio de un albergue, cercado por paredes blancas
y cubierto por un emparrado. La sombra es verde sobre los manteles. Por doquier el sol de mediodfa tuesta la llanura. Una treintena
de invitados, burgueses de pequea ciudad perdida, celebran una
boda y observan una calma tediosa. Algunos habladores empedernidos intentan de vez en cuando un brindis sin inspiracin. Un
hombre gordo y sanguneo arenga no obstante con virulencia y
hace rodar unos ojos furibundos hasta que la aprobacin se expresa
BUCAREST
SENORA:
No recuerdo ni dnde era, ni cundo! Pero ciertamente
Carmen Sylva acababa de publicar un exquisito libro, y "los
Anales" habfan dado el retrato de la reina-poetisa, y usted se habfa
conmovido por la simplicidad de sus atavfos, por la fineza de sus
cabellos grises y de sus bondadosos ojos acogedores. Y "Los
Anales" habfan proclamado, iqu alma de artista arda detrs de ese
modesto cuadro!
Pero aquf me tiene a punto de demoler su dolo, seora,
iporque he visto el palacio donde ella fulgura! Me concederis,
verdad, que los muros de una morada reflejan al alma que la habita,
y, considerando que yo no juzgo ms que por lo que me muestran
mis ojos, despus de haberme ledo, me perdonar!
Pero de hecho, usted conoce el Greco! Exactamente!: Domnikos Theokopoulos. Un resucitado de tres o cuatro aios. El
milagro tuvo lugar en el Saln de Otoo de 1908. Y fue una gran
alegrfa para los enamorados del arte esa exposicin retrospectiva y
rehabilitatoria. El Greco, era para los historiadores del arte,
TIRNOVO
'
Desde entonces, he sabido que una costumbre religiosa obliga a blanquear con
cal durante las grandes fiestas religiosas. Religin tilmente policaca. El azul que
encuadra puertas y ventanas ahuyenta las moscas.
E N TIERRA TURCA
CONSTANTINOPLA
'
'
El monte Athos.
86
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LAS MEZQUITAS
ESnecesario un
ese cementerio forma pendiente hacia el patio por el otro lado del
santuario. Una pared de piedra tallada, horadado con mil aberturas
enrejadas, deja al otro lado las calles bordeadas de ham. Unos
portales monumentales, grandes como casas, abren hasta los
caminos enlosados del atrio. Los ham forman alrededor unos
cuadrilteros severos. Sobre sus tejados en terrazo, se alinea la
multitud de pequeas cpulas de plomo. Se alinean, se miden y se
proporcionan con el santuario de que dependen. Pues comprenden
las escuelas de imanes alrededor de los patios sombreados de
arcadas, ricos de flores y de emparrados, y los caravanserrallos de
dobles prticos superpuestos, animados del murmullo de las fuentes.
Flanqueando el santuario, son necesarios adems unos minaretes bien elevados a fin de que a horas convenidas segn el sol, se
escuche a lo lejos la voz estridente de los mue&
llamando y
cantando. Y desde all arriba caen unas notas impresionantes. La
ciudad de madera est alrededor. El santuario blanco levanta sus
bvedas sobre sus grandes cubos de obra, en su ciudad de piedra.
Una geqmetria elemental da disciplina a esas masas: el cuadrado, el cubo, la esfera. En plano, es un complejo rectangular de eje
nico. La irradiacin de los ejes de todas las mezquitas en tierra
musulmana, hacia la piedra negra de la Kaaba, es un grandioso
smbolo de la unidad de la fe.
Una tarde, al fondo de Estambul, cerca de las "grandes
Murallas", reventado por tantas idas y venidas, vi cmo fosforeaba,
en el tumulto crepuscular, la cpula y los minaretes de Sultn
Selim. Iba hacia alli. En las calles tambin fatigadas por el
hormigueo diurno, los ltimos turcos me contemplaron pasar con
sorpresa: al caer el sol, Estambul vuelve a ser integramente turca,
ya que los de Pera dicen: "iTenga cuidado no vaya alli, no se quede
'
'
alli; son unos brbaros, le matarn!" Segu una calle por encima de
las extensas huertas, luego vinieron los hans, a continuacin el
muro, despus el espacio vaco con algunos cipreses; unas tumbas
circundadas por sus vallas se adosan a la mezquita asi como unas
"turbas", grandes como baptisterios. Una alta pared de desmonte
est sumida en la sombra; el Cuerno de Oro pierde toda forma en
medio de la noche. Y sobre el cielo, est la hilera negra de las
grandes mezquitas. En el patio, el rumor del templo de agua no
traspasa las nubes de sombra que descienden de los prticos
cupulados.
Hay algunos hombres con grandes vestidos oscuros, haciendo
sus abluciones; despus, uno tras otro, atravesando el enlosado de
mrmol, levantarn por un extremo la pesada puerta rebajada de
cuero y de terciopelo rojo, bajo el goteo de las estalagtitas en el
cielo, antes que la noche encrudezca las cosas, hay una inmersin
de ail en los verdes esmeralda; parece que los grandes vientres
redondos de las cpulas expulsen el calor absorbido; esas formas
fosforean, verdes en un verde ms profundo, disco magistral
flanqueado por dos fustes, por emncima del cuadrado de los
prticos.
La puerta retumb. Un techo de estrellas se extenda, formado
por zonas concntricas, encima de las gentes que rezaban. Era
como una gasa quieta, formada por el centelleo de mil lamparitas y
las cuatro paredes en cuadro del santuario estaban desmesuradamente alejados de ella. El rumoreo piadoso suba a travs, muy
arriba en el bosque de hilos suspendidos que la llevaban hasta
perderse en la falda de la cpula. Este techo ficticio de luz, a tres
metros por encima de las esteras, y el inmenso espacio de sombra
que se redondea por encima, son una de las ms poticas creaciones arquitectnicas que conozco. Estaban sobre varias lneas en
Los Turbs son grandes tumbas, las de los grandes personajes.
diversos rincones de la nave, con los pies descalzos, y se arrodillaban a menudo, todos juntos. Repetian "Al" con una voz profunda
luego que el Imn de la tribuna lo hubiese proferido, habiendo
esperado largos segundos, con la cabeza en el suelo, o de pie, con
la mirada hacia el mirhab y las manos en seal de adoracin.
Despus, uno de la multitud enton un credo, con una voz de
cabeza aguda, la de la liturgia; los sonidos, modulados siguiendo
una horizontal, tenian impulsos sbitos y caidas lamentables,
melanclicas, tristes, tristes! Despus se pusieron en pie y se
fueron. Cuando sali, quedaban algunos en la noche. Uno de ellos
se acerc y me dio la mano, y se burlaba de lo que nosotros no
podhmos comprender asi como de mi expresin de despecho.
Vinieron el resto y unos pocos me dieron tambin la mano. Los
dej y me fui hacia el puente. Sabia que me seria preciso andar dos
horas hasta mi casa; estaba feliz en medio de un silencio lleno de
cosas.
Las cercas talladas de los cementerios bordean esta via, mostrando por sus aberturas el sueo de todas esas tumbas. Cuntos
templos de agua en su obra preciosa, asi tan hermosos como los
quiso el sultn donante que instituy para toda la eternidad el don
del agua en este lugar, para que pueda ser venerado! Ved los
cuadrilteros de los hans y "sultn Mehmed" con dos minaretes
rococ y una gran cpula, y luego una puerta que cierra el patio.
Dos turbas o una sola, en su forma prismtica, donde yace un
sultn bajo unas pullas, rodeado por los fretros de sus mujeres;
despus, adems, paredes de cementerios. El Acueducto, espectro
bizantino ennegrece la oscuridad de la noche, moderno en su larga
forma de buque aflorado de ojos de buey. Se tropieza con Chah
Zad, la extraa mezquita reinante sobre grandes tumbas.
No encontraba a nadie. Algunas farolas alumbraban aqui una
gran pared agujereada de arcadas en la ptina dorada del mrmol;
unas rejas de bronce complicaban locamente sus telas de araa;
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LAS SEPULTURAS
'
'
ELLAS Y ELLOS
&N
los mismos ojos hmedos adoro a un gato, una miniatura
persa y cualquier pequeo bronce de Camboya, y tambin las
mujeres pequeas y los pequeos borricos de Estambul. Ah veo
puntos de relacin y afinidades. Me siento en un medio aristocrtico: un gato, una mujer pequea y los pequeos borricos de
Estambul hacen belleza cada segundo de su vida (perdn! Me
comprometo demasiado englobando a los segundos); una miniatura
persa nos muestra Rafael ("el amigo de cada uno") grosero como
pan de centeno; y, en el Museo Guimet, hay una Siva de bronce
que, a escondidas, acariciaba con los dedos -s, cuestin de sentir
este pequeo escalofro, que dan un gesto o una palabra atrevida
hacia alguien que se adora, que nos turba y a quien se lo queremos
decir-. A esa hora circulo de Brindisi a Npoles por la llanura de
Tarento y, en el coup, hay unas bellas, poderosas, enormes
italianas. Esta noche he dormido, entre Corf y Brindisi a travs
del Adritico sobre la madera del puente con una gata en mi
estmago, a manera de estufita; y, por una de esas fantasas del
pensamiento, me entregu por entero, a recordar una miniatura
persa arrancada semanas atrs, a uno de los bandidos del Bazar de
Estambul: un hombre ha raptado a su amante; ha levantado el
corcel negro que la llevaba, lo ha puesto en sus espaldas, apretn-
dolo fuertemente por las patas; detrs suyo hay unas rocas rojas,
que de una zancada salta como un loco; ella, ahi muy soadora,
con una mano cerca de la boca y con la otra mantenindose sobre
la silla.
Asociacin de ideas heterclitas, aviso del contraste y de las
analogias, y luego deduccin! No digas entonces que es incoherencia! Pues yo pretendo que los pequeos asnos de Estambul tienen
la espalda, el vientre y la carita pintada por un persa y que las
pequeas seoras de ahi, mueco de seda cereza, mueco color
poso-de-vino, mueco azul y mueco de bano, furtivos en esas
callejuelas que conocis, o puestos con propiedad sobre sus asientos al borde de las Aguas Dulces o bajo los pltanos de Beicos -yo
pretendo que son exquisitos como persas, hermosos como gatas, y,
si os hablara de su cara -que uno puede descubrir- so citara an
el Extremo Oriente, una Camboya menos sana y un poco desfavorecida, con esculturas de alabastro pintadas de bermelln y negro,
que hacen raro. Las arrebatadoras formas de Siva las guardo para
los pequeos borricos, mis amigos.
Me conquistaron desde el primer momento -se empieza por las
cosas sencillas. Ellas, ilas odi durante tres semanas sin querer
concederles nada de nada! Hay algo sobre lo que no haya lanzado
el anatema entonces? Despus, un dia, vi la alegria triunfal de las
mezquitas blancas, y regresando, dije a Klip (Klip es Auguste):
"Hay sol por alli! Y las pequeas, amigo Klip, son arrebatadoras
en el misterio de su velo negro, en su anonimato conmovedor de
sedas idnticas, en su aspecto de muecos que se parecen todos.
Encantadoras, a pesar y tambin, ahora, debido a esa segunda falda
lanzada sobre su cabeza y formando una impenetrable visera. Aqui
abajo est lleno de coquetas; te lo juro, viejo fakir huesudo, ellas
son casi todas jvenes, adorables, algo rellenas de mejillas, pero de
marfil con ojos de gacela tonta, ipara comrselas! Adems esos
velos guardan un misterio penetrable. Siento que las hay a millares
'
adelante uno slo sabr francs; los dems harn cabeza de turco
con ojos desencajados. Pero las esclusas del seor que habla
francs, han sido forzadas: ise desborda! "Si, seor, cuatrocientos
francos, os lo doy, palabra de honor! Y solamente a usted porque
es mi amigo (cuatro horas antes... buscaba una habitacin en Pera).
Porque usted es mi amigo y veo que es un conocedor; iaqui vienen
tantos imbciles! (aqui me tienes, muy suavemente, muy orgulloso
de mi mismo) y quiero tener el honor de venderle a un conocedor!
Quiero hacer un negocio con usted para comenzar, para que
vuelva a venir, ya que quedar contento! Quiero hacer un negocio
con usted... porque es sbado -para terminar la semana-!, porque
es domingo -es una fantasia que tengo, el domingo hay que hacer
un negocio, para que me traiga suerte; asi hago una rebaja enorme,
vendo perdiendo-; porque es lunes -para comenzar la semana-;
porque es mircoles y -entre nosotros-, es la mala temporada, no
se vende nada, vea mis libros (te ensea un registro con las pginas
en blanco), iah, seor, el clera!, iestamos a mircoles y todava no
he hecho nada! Seor, seor!, vea esta tela (lo has visto completamente pegado al ojo), sienta esta seda (tienes las manos llenas), iese
peso! Seor! (en medio de una nube de polvo levantado, os ponen
el paquete entero bajo el brazo). Despus: "Seor, por mi cabeza,
por mi honor!, ipor mi conciencia! Vaya por todo el Bazar!; y si
encuentra una pieza como sta, yo le doy sta, y el dinero incluido!
Salgo perdiendo! Tenga! (y ya se pone a susurrarte al odo), le he
dicho cuatrocientos francos; mis hermanos -ah estn mis hermanos-, mis hermanos no lo saben -no entienden francs-, estarn
furiosos; Dios sabe lo que me espera, iah, ser insultado!" Despus,
heroico: "Tanto peor, seor, hay das en que se pasa demasiada
hambre!" Una hora ms tarde, te has marchado, con el paquete
bajo el brazo. Has pagado ciento cincuenta francos. Y ests lleno
de remordimientos. Pues cuando los luises centelleantes han salido
de tu bolsa, has visto cmo sus ojos brillaban; ino han podido
FUE
'
'
121
E L D E S A S T R E D E ESTAMBUL
DESPIERTO de esa pesadilla. Trgica noche! Grandioso espectculo, hecho de fuego, de multitudes impasibles y de multitudes
desquiciadas, de gritos y de lgrimas; en otra parte, la fiesta y sus
fanfarrias, sus farolillos agrios y sus petardos imbciles. Miro por
la ventana, esta maana a las 9 bajo la luz blanca, Estambul
tranquilo no ha cambiado con el alejamiento. Las mezquitas, de
Suleimain a Mehmed, cortan el azur como siempre.
No se ve nada extrao. Y no obstante 9.000 casas son ahora
cenizas.
Ayer, estbamos en el lado opuesto de Estambul, entre Pera y
las Aguas Dulces de Europa, sobre un altiplano donde ni una sola
hierba encuentra refugio. Era la fiesta de la Constitucin; la Joven
Turqufa en masa asistfa al desfile. En el polvo rojo, opaco,
levantado en remolinos, eran los sueos de Raffet expresados en
ritmos "hodlerianos": asf sobre.la pared pintada de Iena, marchan
las filas apretadas de estudiantes armados, hasta el infinito. El
ejrcito haba desfilado; despus, inesperadamente, habfan sido los
bomberos, al completo, por centenares. Estbamos estupefactos:
qu hacia all, esa gente, en un da como ese? iEra sin embargo,
en ese pas de ataques disimulados y de complots, la hora propicia a
las venganzas reaccionarias! Precisamente la vigilia haba recorrido
SE
si el vocablo ha sido ciudadano (por espiritu patolgico de burguesismo), el alma, el deseo, la mano han sido salvajes. Ha sido pintado
furiosamente en un da de primavera, para todo el ao, slo para
ofrecer al campesino un decorado de fiesta, un lugar de reposo
abigarrado y alegre. Tiene que sentirse en limpio y en su palacio. De
este modo el salvaje se cubre de colores explosivos y busca la
belleza a su alrededor.
Eso quiere decir que la ciudad no debe regresar al campo; eso
sera dar al malestar, la enfermedad como remedio. La ciudad debe
perseguirse y volverse a parir ella misma. Se lo debe y, por otra
parte, no podra hacer otra cosa.
A propsito de los carruajes y otros equipajes con ballestas que
se usan en los Balcanes: despus de dos horas de traqueteo en el
nico carromato del pueblo de Schipka, llegamos a Kasanlik; nos
dimos cuenta de que todos nuestros dientes se haban cado,
tenamos la boca llena de ellos. Y como pensamos abrirle proceso
al cochero figrate que descubri cuatro agujeros que habamos
hecho en la madera de su banco (nosotros o mejor la osamenta de
nuestros traseros). Entonces, con deferencia, estrechamos la mano
al buen hombre y le dimos cuatro cntimos para que se comprara
resortes -por favor! Auguste pensaba con horror en su diente
arrancada por el fgaro de Tirnovo, y, puesto que esta vez se haba
hecho sin dolor...
En la concepcin de una multirud de personas, del pueblo... y
de la mejor sociedad, un pintor que trabaja en la calle es algo como
un edculo pblico, kiosko de peridicos, o columna meteorolgica.
Vienen a verlo. Y hay que sufrir la muy penosa e indiscreta
presencia de un gentio de necios que ni siquiera regatean sus
reflexiones. Por otra parte uno puede darse por satisfecho si no se
plantan entre el tema y uno mismo!
Los amigos del viajero. Hay que escribirles cartas postales,
cartas; al partir os gritaron inperativamente: iy adems, traers
'
Mara Antonieta, con esas grandes damas jugando por las avenidas
del Prater un alegre da de mayo.
Vuelvo a la gravedad.
"iDoloroso, el encuentro de los turistas!", he escrito un dfa en
mi carnet de ruta. Son filisteos en xodo, marcados ms que nunca
porque estn fuera de su medio y forman mancha. Se les ve, pero
sobre todo se les oye, porque tienen la seguridad de gusto a ras de
suelo y recorren a largo paso los peregrinajes del arte pregonando
orculos...
La admiracin nunca se dirige al pensamiento del artista. La
fibra del "Strass y del Oro doblado" vibra siempre intensamente.
Se extasfan ante el trabajo: "Qu trabajo!" "Es un trabajo de
romanos!" "Est hecho completamente a mano!", sobre los materiales: "Nada de pintura, mosaico!" Concluyen: "iDios mfo lo caro
que debe haber costado!" Se van: "Si, era muy hermoso!" Y no
estn verdaderamente fuera de si ms que cuando se mezclan el
dorado, el nuevo rico, la inconveniencia, el horror desparramado.
Pues el pblico ya no comprende nada, ha perdido toda medida.
Lo agobian con teoras; no sabe ya lo que tomar para su purga o
educacin. Lleva en si, tambin, el espantoso germen que va
arruinando, en los paises castos, los corazones hasta entonces
sencillos y creyentes, las artes hasta aquf normales, sanas y
naturales. Lo que yo he visto durante el camino me quita para
siempre toda esperanza en el candor de las razas nuevas y deposito
todas mis esperanzas sobre los que, habiendo comenzado en la alfa,
est ya muy lejos, y conocen mucho. Por eso pienso que no hay
que reaccionar. Porque la depuracin es una necesidad vital e, igual
que huimos de la muerte, por simple deseo de vivir, volveremos,
s, a la salud de esta poca, salud adecuada a nuestras contingencias, y, de allf, a la belleza. En el mundo entero, se vuelve;
se nos han cafdo las vendas de los ojos. Al germen achacoso se
EL ATHOS
U N eclecticismo inquietante
trapense - e l silencio, el combate dentro de si mismo, casi sobrehumano, para llegar a echar sobre si, con una sonrisa antigua, la losa
de la tumba!
La primera tarde aquella en que desembarcamos en el puertecito de Dafni, me pareci descender a alguna isla de antao donde
cada vestigio se erige en evocacin con una poesia hecha con el
culto a las cosas terminadas. La hora no era slo buclica. Sino
ms bien llena de silencio y de calma y ante todo sagrada. Tres dias
en el mar establecen en el alma una quietud mvil donde la
ensofiacin toma vuelo, mezclada a las ms violentas acciones
concebidas por el espiritu para los aos que vendrn -sueos an,
no, esperanzas-. Sensaciones mltiples y extremas, viriles o lnguidas. Acciones, y reacciones continuas sobre este terreno llano del
bien estar de una travesia bajo el cielo del Islam, ni siquiera
inquietado para nosotros, durante las comidas en mesa de invitado
a las cuales escapamos. Plantados en la proa, vivimos como
gitanos, abriendo los ojos a los vientos mordientes del alba,
aplastados por el calor del znit. Y en las horas de la tarde,
sentados sobre grandes rollos de correajes o sobre el ancla, vemos
venir la inconmensurable riqueza del crepsculo y una misma
accin del cielo que se anima, encendiendo los trofeos fulgurantes
del sol y de nuestros msculos golpeados por la sangre que renace.
Despus, esas horas de la noche durante las cuales, inmvil,
simulaba dormir para, con los ojos abiertos, ver sin cesar las
estrellas y, las orejas atentas, sentir cmo se adormece todo
vestigio de vida y toma gloria el siIettcio. Asi he vivido intensamente
esas horas ms felices y ellas han dejado en mi, despes de tres
afios, su desptico recuerdo.
suficientes para acaparar mis fuerzas. As, tal casa, por sus
mltiples paredes divisorias, evocar el desagrado de topar con un
guijarro cado de la mquina quebrantapiedras y, an admirando a
Claude Monet, me saldr de mis casillas, y saludar a Matisse.
Todo Oriente me ha parecido forjado a golpes de smbolos.
Guardo la visin de un cielo amarillo a pesar de que muy a
menudo ser azul; la visin morena de las tierras y el recuerdo
nico de los templos de piedras y de las casas de hombres, de tapia
o de madera. Esta forma de pensar me har juzgar como loca la
bsqueda de una forma de vasija distinta a la forma milenaria
nacida en todas las latitudes. Y me gustaran las proporciones
geomtricas, el cuadrado, el crculo, y las proporciones de una
relacin sencilla y caracterizada.
Para manejar esas sencillas y eternas fuerzas, ?no se me
presenta el trabajo de toda una vida y la certeza misma de no llegar
nunca a una proporcin, una unidad, una claridad dignas incluso
de una insignificante casucha de provincias construida segn las
leyes inestimables de una tradicin secular?
As, durante el sol radiante que sigui a nuestro desembarco de
Dafni, he apreciado intensamente la ascensin oblicua de nuestras
mulas enlazando en su paciente marcha en la falda del enorme
monte, el mar y la cresta ms all de la cual, an ms infinita, se
nos apareca de nuevo el mar. Era la conjura de esos elementos
primarios - e l mar, la montaa y su sfmbolo atado por la Virgen- y
el embriagador abrazo de una velada hmeda, emanando voluptuosamente de esta pendiente en olores clidos colgados de tantos
rboles nuevos, a tantas especies simblicas desde siempre -moreras, olivares, higueras, vifias, y las zarzas inmensas, y los inalterables acebos-, y adems cipreses que nos sorprendieron muy arriba
en un rellano, cuando el sol haba enmudecido, como si fuesen
veinte centinelas melanclicos velando ese claustro tan extenso de
Chiropotam, y dominndolo. Mi mula iba ms lentamente, iba muy
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~ u l a nos
s acarrean, trotando y complotando sin duda una jugarreta.
Unas salamandras nos esperan al desembarcar en el patio del
gran skite: los monjes han acudido: "Franzuski", hemos dicho.
"iAh, Franzuski!" Manos cruzadas sobre el pecho, solicitud, alegria
en los rostros. Esa gente son activos ermitaos acabados de llegar
de la estepa rusa; y Francia es el pais de la Alianza. "Franzuski, ah,
Franzuski!" La mesa est dispuesta con tantos tomates rojos y
vinos superabundantes; se han bebido las mezclas de costumbre;
cabalgamos sobre el asno de Baco. Cae la tarde, el cielo cubierto de
estrellas, la mar ocupando todas las ventanas, lisa, acariciante.
Todavia una ampolleta de vino. Como tantas tardes, como todas
las tardes del Athos, el hospitalario y clido vino nos perturba la
cabeza y todo sonre; ila enfermedad se echa atrs... por esta noche!
La conocemos, y tambin las angustiosas galopadas en los oscuros
colores hasta... iAh! el Athos abre las puertas de sus conventos;
iah! El Athos vibra en sus skites con monjes trabajadores, y,
radiante, la hospitalidad beneficia al corazn! El vino de Athos
alegra esta tarde mi recuerdo!
El sol doliente de un da dedicado a amargos, a irremisibles
pequeos descubrimientos, haciendo tristes los efectos de vivir en
medio de una pequea ciudad me inclina a un recuerdo vago y
dulce, de melanclica incertidumbre, de radiante malestar. Hace
una hora, que en los grandes pliegues abiertos de una boca llena de
alegria he credo reconocer sin embargo como el lloro lejano de
una solitud inconfesada, y entre nosotros dos que nos despedamos
el uno del otro, expresarse el deseo de un impulso venido quizs
slo de mi -hacia una sencilla pero ardiente caricia-, goce que mi
edad y mi soledad reclaman -a veces- cuando un resplandor, una
sonrisa o un sol, o alguna msica inefable o dulzura del aire y de
las estaciones, dispone el cuerpo, con el corazn a l atado, a un
testimonio amical de ms efectiva simpatia... Las horas de Oriente
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Desde fuera, solo los atrios parecan a escala humana; obstruyendo el cielo, el escalonamiento de los antecuerpos, contrafuertes aadidos, la parte posterior de los arcos triunfales, la cpula,
formaban, vistos de cerca, un aglomerado espantoso. Pero el
nrtex oscuro, una vez franqueado el porche, engrandeca los
recuerdos de la poca de los grandes constructores, no slo por sus
mrmoles y el destello de sus mosaicos, sino por el sencillo y fuerte
alcance de su bveda como un hueco de sarcfago. Y la puerta de
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Contemplacin enfermiza.
En una noche de fiesta...
Visin fantstica del santuario de la Virgen...
En obscuro bside detrs del iconostasio.
El iconostasio flameaba de maravillosos oros atizados, despus
de un ao de oscuridad, por la antorcha fulgurante de las ofrendas
levantadas en el coro.
La antorcha en forma de rbol conffero, hordas superpuestas
de cirios flameantes y chorreantes, empalados cada segundo por el
sacerdote oficiante, a la pregaria de un peregrino llegado hasta aqu
a travs de la noche. Cirios de'cera virgen, dorada. Y el alarido, y
el grito, y el clamor, el jadeo, y la melopea, la agonizante melodia
de la frase litrgica. Y la cadencia, el scherzo, y la marcha en fuga
de la misma frase. Y la sinuosa y tenue intercesin de la misma
frase subyugada. Y la persecucin en las cabezas descompuestas de
los que estn aqui; su elevacin ms all del zarzal ardiente y del
ardiente vapor del incienso, ms all de la estrecha y profunda
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La irritacin largamente replegada se esfuerza y se levanta, y va
a estallar al fin. La fraileria, las paredes almenadas y las fortalezas
anacrnicas y los lacayos -tambin la chusma-, o la belleza
XTENDERE sobre todo este relato el color ocre rojo; pues las
tierras estn exentas de verdor y parecen de arcilla cocida. Y
cascajos negros y grises ondularn monstruosamente sobre inmensas extensiones, nicamente limitadas por rocas erizadas, o rechazadas por la inclinacin abrupta de los montes. Y entrarn en las
olas de las numerosas calas sin que siquiera el mar ni los aos
hayan dulcificado su spera estructura; sus mrgenes se deshilan
tambin en los confines de vastas extensiones rojas, ridas, desoladas. Asi se ofrecen desde Eleusis hasta Atenas los espectculos que
nos reserva cada paso. El mar siempre presente, livido bajo el
medioda, flameante al caer el dia, sirve de medida a la elevacin
de los montes cerrando el horizonte; el paisaje contraido ya no se
beneficia ms, pues, del espacio infinito que endulzaba las imgenes del Athos. La Acrpolis -esa roca-, surge en solitario en el
corazn de un marco cerrado. A la izquierda ms all del Pireo,
cuando del mar sube como una humareda, apenas se siente que la
pleamar est ah y que las flotas entran. El Hymeto y el Pentlico,
dos cadenas muy altas, dos grandes pantallas contiguas, se sitan a
nuestra espalda, orientando la mirada hacia el lado opuesto, hacia
el estuario de piedra, de arena del Pireo. La Acrpolis cuya cima
llana lleva los templos, cautiva el inters, como la perla en su
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Era el ao del gran clera en Oriente y ningn extranjero corra riesgos all.
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Es conveniente que nosotros los constructores, sepamos eso y
lo meditemos.
Los templos de la Acrpolis cuentan hoy dos mil quinientos
aos. No han sido conservados desde hace quince siglos. No slo
las tormentas han desencadenado sus acostumbradas trombas, pero
ms nefastas que los terremotos, tambin los hombres-trogloditas
ciertamente estupefactos de su herencia han habitado la colina. Y
han arrancado lo que crefan necesario, losas de mrmol y grandes
bioques, y han construido en mezcolanza de tapias y cascajos,
chozas para la chiquillada. Los turcos hicieron una fortaleza. Qu
mirador para un asalto! Un buen da, en 1687, el Partenn serva
de polvorn. Durante el ataque un obs revienta el tejado que
encenda la plvora. Todo salta...
El Partenn ha permanecido, desgarrado pero en pie y ah est:
Buscad sobre las columnas acanaladas, formadas, con veinte
asentamientos, la juntura de los tambores: no sc encuentra,
pasando la ua por esas zonas que se diferencian por la ptina
ligeramente diversa que cada mrmol sufre con el tiempo, la ua
no nota nada. Hablando con propiedad, la juntura no existe, y la
enrgica arista de los canales se prolonga como un solo trazo en un
monolito!
Poneos de bruces en el suelo delante de un fuste de los
Propileos y examinad su nacimiento. En primer lugar, os encontris sobre un suelo enlosado cuya horizontalidad es tan absoluta
como una teora. E n grandes placas, la masa de alabastro reposa
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E N OCCIDENTE
STOY muy afectado por todas esas cosas de Italia. Haba vivido
cuatro meses de magistral sencillez: el mar, montaas de piedra y
con el mismo perfil -Turqua con las mezquitas, las casas de
madera, los cementerios, el Athos con conventos cerrados como
una prisin alrededor de la nica iglesia bizantina; Grecia con el
templo y la cabaa: La tierra era desnuda. Era lgico que la vida
se concentrase en las aldeas. Y nada fuera de eso nos distraa: lo
sabamos.
Desde Brindisi, he visto todos los estilos y todos los tipos de
casas, y todas las especies de rboles y de flores, de hierba! Las
montaas tienen una figura. Los estilos se complican: aglomeracin a menudo dudosa.
Todo nos lleva a distinguir a los turcos. Eran educados, graves,
tenan el re~petode la presencia de las cosas. Su obra es inmensa y
bella, grandiosa. Qu unidad! ,Qu inmutabilidad! Qu sabidura!
Las tardes ante los atrios de las grandes mezquitas...
Por qu nuestro progreso es feo? Por qu los que todava
tienen sangre virgen se apresuran a sacar de nosotros lo peor?
Gustamos del arte? No es seca Teora seguir haciendo arte? Es
que ya nunca ms haremos Armona? Nos quedan santuarios para
dudar por siempre jams. All, no se sabe nada del presente, se est