Viaje de Oriente - Le Corbusier

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Charles-Edouard Jeanneret

(Le Corbusier)

EL VIAJE DE ORIENTE

Coleccin de Arqtc!.'.

Primera edinn: 1984


Segunda edinn: Enero 1993

Ttulo original: Lo Voyage d'Onknt


Ilustracin de la cubierta: Ch.-E. Jeanneret,
dibujo de la Acrpolis de Atenas.

PRINTED IN SPAIN

IMPRESO EN ESPAA
ISBN: 84-505-0396-5
D E P ~ S I T OLEGAL: V. 3.978 - 1992

Pg.
.
-

Prlogo. por J. M. Torres . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .


Nota . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
EL VIAJE D E ORIENTE
A mi hermano. el msico Albert Jeanneret . . . . . . . .
Itinerario del Viaje de Oriente . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Algunas impresiones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Carta a los amigos de los Talleres de Arte de la
Chaux-de-Fonds . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Viena . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
ElDanubio ..................................
Bucarest . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Tirnovo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
En tierra turca . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Constantinopla . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Las mezquitas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Las sepulturas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Ellas y ellos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Uncaf . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Ssamo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Dos embrujos. una realidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
El desastre de Estambul . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Mezcolanza. retornos y afioranzas . . . . . . . . . . . . . . . .
El Athos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
ElPartenn . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
En Occidente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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A Franczsm Jarauta, prcfaczo de otra c h e de viajes.

ICEN los que han tenido ocasin de conocerlo, que la claridad y


la precisin en las razones que dan origen a un libro, proporcionan
a su autor una profunda sensacin "estante, firme, cercana a esa
placidez del demiurgo que conoce con precisin absoluta el mvil
de su creacin".
Si eso es cierto, como minimo oblicuas y tortuosas se me
presentaban las circunstancias que habian acompaado a la primera
edicin del Vyage a l'orient de Le Corbusier. Sumergido en ese
otro tipo de lecturas que realizadas con un inters muy preciso
sacan un brillo distinto del texto, aquel placer que en otra ocasin
la lectura del Vyage me habia deparado, quedaba esta vez amortiguado, empeado en responder aquello que ya desde el principio se
haba convertido en mi acompafiamiento: un repiqueteo de fechas,
la de su escritura por un lado y la de su publicacin por otro, con
un intervalo "inmenso" y bastante inquietante de cincuenta y
cuatro aos entre ellas. *

* Charles Edouard Jeanneret, h Corbusier, naci el 6 de octubre de 1887, "a las


21 horasn, en La-Chaux-de-Fonds, Suiza. Fue arquitecto pero le gustaba afiadir
tambin urbanista, poeta, pintor, filsofo y hombre de letras. En 1911 realiz un
viaje al Oriente. Todas las notas, impresiones y comentarios del viaje quedaron
recogidas en Vcyage a POn'ent. Este libro fue publicado por vez primera en 1965, aAo
de su muerte.

<Por qu Le Vyage a i'orient haba permanecido esos largos


aos encerrado, guardado, "intilmente" escrito, salvo las noticias
aparecidas en el peridico local La Feuille d'Auis de La-Chaux-deFonds? Si es cierto que en 1914 la guerra interrumpi el propsito
de su publicacin, ?por qu hacia 1929, fecha de la aparicin del
primer volumen de las obras completas, en el prlogo no se hace
de l mencin alguna, y los dibujos de Oriente aparecen de una
manera tan displicentemente amontonados con los de otros viajes?
Y en julio de 1965, <qu fue lo que motiv ese resurgir de aquel
diario? <Qu quiso entregarnos que fuesen "ms" que nicamente,
y como en un principio fueron, unos recuerdos de viajes?

1911. Detrs de l queda ya esa malla espesa de recorridos y


viajes europeos que tan cuidadosamente ha ido trazando, dejndose
conducir por los sealamientos que los unos hacen de los otros:
detrs de cada movimiento, de cada viaje, una ciudad, un nuevo
lugar de trabajo, un hombre. Como si ya supiera que su historia
s610 puede tener forma y volumen incluyendo, clausurando, para
poder continuarla, la que antes ellos escribieron. En el prlogo a
su primera edicin de las Obras Completas, all donde se ve obligado
a depurar y condensar el recuerdo de lo que fueron los comienzos,
en clido homenaje, est su reconocimiento: L'Epplatenier que "fut
un pdagogue captivant"; Eugene Grasset, l'un des peres de l'esprit
de 1900; Auguste Perret, "le constructeur"; y W. Ritter, Tony
Garnier y Ozenfant, y tambin Berlague, Tessenow, Van de Velde,
Beherens...
Y es en ese trajinar de su vida, entre los conocimientos de los
unos y de los otros, donde l construye ya en ese instante su
propio andamiaje, esqueleto bablico, exponente oficial de la
universalidad secular del mundo. Y a en ese momento, el arquitecto ha

entrevisto todos los lmites de la amplitud generosa de su historia.


Antes de que el trabajo cotidiano empiece a darle forma, la misma
intuicin que antes le impulsaba a conocer en cuerpo y alma a sus
maestros, le conducir tambin a la bisqueda de lo opuesto y que no le
puede ser dado en Europa: la posibilidad de lo probable, la oportunidad del
azar, los lmites de otro tipo de soledad. "Et lentement, petit A
petit, je me suis affermi, j'ai dcouvert que l'on ne pouvait compter
que sur ses propres forces"... Y lentamente, poco a poco, he ido
convencindome, he descubierto que slo puedo contar con mis
propias fuerzas.

l, y con l toda su historia, ser un constante recorrerse de


manera cclica y entera, insistiendo en lo que de proyeccin tienen
los inicios para explicar los finales. Pocas veces volver a encontrarse una mezcla tan intensa de pasado y de futuro en una misma
persona. Nada es fortuito, ni banal, ni extrao a esta determinacin moral de la vida para quien se sabe visto y escuchado por los
tiempos: cada acto, cada gesto tiene, entre pasado y futuro, un
lugar preciso, una conjuncin repleta de armona. Ni el ocio, ni los
tiempos aparentemente vacos, quedan excluidos de esta especie de
inmortal poder, de este sistema de fuerzas. Son movimientos que
arrastran sobre las espaldas todas las obsesiones, con la certeza de
que el viaje, determinacin insoslayable, no es para ellas un olvido
o un abandono. A lo sumo, un pequeo aplazamiento.

Oriente es todo lo contrario de Europa; su viaje hacia Constantinopla, lo opuesto de lo que fueron sus movimientos europeos.
Aquella intencin tan precisa que v t e s le diriga a cada lugar, no

por l mismo, sino por el conocimiento que le iba a deparar


aquel que lo habitaba, es ahora un relajado abandono por las
ciudades que le conducirn hacia Oriente. El cuerpo las va
recorriendo de una manera cmoda, distendida, pero la mirada,
atenta y tensa, queda continuamente suspendida entre la vida tan
distinta que diariamente va descubriendo y el deseo de medirla con
su mundo de referencias. Nada queda excluido de esa atencin
fascinada. Todo, desde lo ms fastuoso a lo ms trivial, desde los
objetos sublimes de culto hasta aquellos otros de uso cotidiano, es
intensamente escrutado. Pero, por encima de todo ello, de lo que
habla Le Vgage a POrient es del paisaje y de los hombres. Y no
poda ser de otro modo. La mano ha ido dibujando sobre el bloc
Canson todo lo que sus ojos han visto, intentando entender su
construccin y su forma. Pero luego estn esos otros tiempos
muertos, esos momentos hacia la cai'da de la tarde, en los que el
viajero sentado a la puerta de un caf o detrs de sus cristales,
vuelve a deshacer el recorrido de aquel dia de viaje. Lejos ya del
lugar donde surgi el dibujo, los espacios en blanco de las hojas se
van llenando de otros comentarios. El objeto que lo cautiv en el
sol implacable de la maana, bajo la luz distinta del crepsculo
pierde la claridad de sus limites, la precisin de sus formas. Las
notas se van llenando de matices que nacen ya con forma de
recuerdo. Son otras palpitaciones que invocan a lo ms interior, a
lo ms intimo de uno mismo. Exultante y apasionado en esa escritura,
la reduce mAs y ms slo a palabras sueltas entre interjecciones, con
el propsito de condensar en la mnima expresin su afinidad con los
descubrimientos. Lo que queda escrito acaba por incluirlo todo. Y
esa pluralidad tan viva siempre acaba por recalar en el paisaje y el
hombre. Con esta condicin nacieron las pginas del Vgage. La
referencia a la arquitectura est en el origen pero el compromiso de
un diario o del libro de viajes siempre acaba por serlo con uno
mismo. Tal vez aqur' aprendi L. C. a cruzar, ya para todos sus
futuros escritos, la vida con el otro argumento. Sus textos sern

siempre un doblete entre lo uno y lo otro. Y ese ser siempre dos


cosas es lo que proporciona a su escritura esa condicin tan
intensa.

Pero el encandilamiento y la fascinacin producen placer pero


no conocimiento que pueda ser inmediatamente traducido: veinte
aos precis Sthendal para poder "expresar su pensamiento", para
poder repre~entaren las primeras pginas de L a Cartuja de Parma, en
lugar de decir, o simplemente cantar, su amor por Italia. Conocemos ms, al volver y al movernos sobre los temas que nos son
familiares, insistiendo con nuestro mirar hasta el agotamiento
aquello de lo que conocemos sus envolventes: la mirada, repitiendo
siempre los mismos recorridos, acaba por descubrir los indicios
ms ocultos, diminutos signos que estallan convirtindose en
reveladores de todas las diferencias.
Al final, ya en Occidente, despus del viaje, tendr que decir
"... j ai vingt ans et je ne puis pas rpondre ...". Aquel cmulo de
pasiones no puede ser dicho en el instante de su reencuentro, en el .
momento de situarse de nuevo en Centro-Europa. Aquella gris y
fra Europa le devuelve al centro de todas aquellas obsesiones que
le habian acompaado desde atrs en todo el viaje, y que aparecen
ahora con una fuerza renovada. La relectura de todo lo escrito no
podia asumir otra condicin que la de un bellisimo diario de viaje.
Slo su publicacin inmediata hubiera tenido sentido. No fue
posible en aquel momento. Y el tiempo amonton sobre esos
recuerdos capas y capas de otros argumentos para acabar amortiguando la potencia con la que nacieron.
7

No es difcil intuir, aunque slo sea por ley de vida, qu fue


capaz de motivar, en 1965, la publicacin definitiva de lo ms
bonito que L. C. haba escrito. La historia de L. C. podra
escribirse en clave de sucesivas recuperaciones: la de l entero an
est entre nosotros pendiente; la que l realiz consigo mismo, y
de manera sistemtica, es la ms impresionante de la historia de la
arquitectura; la que l realiz con la historia de su viaje a Oriente,
de las ms hermosas. Porque no se trataba sin ms de rescatar un
viejo escrito, convertir su publicacin en un trmite, una vez
pasado aquel primer momento en que la edicin caa por su propio
peso.
Cincuenta y cuatro anos despues, L. C. al releerlo encontraba
en el Voyage una direccin y un sentido que su propia fascinacin
le haba impedido descubrir. La nueva lectura, por esos efectos de
perspectiva del recuerdo, los agrandaba al desprenderlos de su
minucia cotidiana. El tiempo le proporcionaba una significacin
ms genrica que la de una pura narracin de un viaje. Le Voyage a
I'Orient ya no le perteneca. Esa experiencia de su vida adquira una
condicin ms simblica y entraba con derecho propio en ese otro
terreno de la cultura, donde los fragmentos de la vida de un
hombre acaban por ser parte de todos los hombres, o al menos, de
unos cuantos entre ellos.
Pero no haba sido slo el tiempo el mediador de esta
recuperacin como si todo se tratase de un juego de casualidades.
Lo que haba entremedio de un momento y otro de su vida era slo
su propia obra. Como ocurre cuando identificamos sbitamente un
trozo de la realidad como parte de un sueno, l reconoce que todo
aquel material acumulado, escrito en el Vcyage, ya ha sido utilizado
por sus propias manos. Aquel viaje haba quedado transformado en
una memoria vaga, difusa, de la que l extraa tan slo sus reflejos.
A l se haba constantemente remitido en ese momento de la vida
en que se atraviesa la lnea de sombra, cuando los ideales de

juventud son abandonados para dejar paso a otras ms serenas, y a


veces ms amargas inquietudes. Al leer el manuscrito, los recuerdos del viaje se cruzan insistentemente con el grueso de sus ltimos
trabajos. Texto y obra acaban por entenderse y l es el lugar donde
se produce esa transferencia.
Nada, sin embargo, podrfa explicar menos lo que insino que
entender que Oriente est detrs de la Capilla de Ronchamp, el
convento de La Tourette, o los palacios de Chandigard. Estos
proyectos tendremos que verlos siempre de otra manera. Si entre el
viaje y estos proyectos existe un hilo delgado y sutil, es algo que no
puede ser cogido sin temor de que se nos rompa. Pero esa
alternancia existe y es cierta: esos ltimos trabajos de su vida le
conducan de nuevo a Oriente con la misma claridad con la que l
reconoca que sus ltimas obras eran la forma posible de aquella
vida descubierta en el Vcyage. En su texto l lefa ahora la Memoria
de aquellos proyectos.
Por el Vcyage habfa pasado la vida. Y el tono y la nota con que
haba sido escrita eran idnticos que los de su voz en 1965. Porque
en uno y otro momento tomaba de la vida su esencia y no los
bienes que ella otorga. Aquel texto que nunca tuvo pblico y que
naci para no ser otra cosa que l mismo, a fuerza de no querer ser
haba trascendido el movimiento de los tiempos. Y con el mismo
pulso y la misma letra, estaba Le Corbusier en ese momento
escribiendo su ltimo fragmento Rien n'est transmissible que la pense.
Slo es transmisible el pensamiento.
JOS M.. TORRES N ADAL
Murcia. Barcelona, abril 1984

NOTA

N 1911 Charles-Edouaid Jeanneret, dibujante en el taller de


Peter Behrens, en Berln, decide, con su amigo Auguste Klipstein,
emprender un viaje cuyo fin es Constantinopla. Con muy poco
dinero, ambos amigos van a recorrer, de mayo a octubre, Bohemia,
Serbia, Rumania, Bulgaria y Turqua.
Charles-Edouard Jeanneret descubre entonces la arquitectura:
juego magnfico de formas bajo la luz, sistema coherente del
espritu.
A lo largo de este viaje, de Dresde a Constantinopla, de Atenas
a Pompeya, Charles-Edouard Jeanneret mantiene un carnet de
ruta. Anota sus impresiones y realiza un montn de dibujos que le
ensean a mirar y a ver. De sus notas extrae algunos artculos, una
parte de los cuales ser publicada por L a Feuille d'Avis de
La-Chaux-de-Fonds, Ms tarde reagrupar y completar esos textos
para hacer un libro. Libro que, bajo el ttulo Le Vyage dd'Orient,
deba ser publicado por Gaspar Valette en 1914 en el "Mercure de
France". La guerra impidi la aparicin y el manuscrito se
amonton ante los archivos de Le Corbusier. 54 aos despus
de su viaje, decide publicar por fin l libro, testigo de sus
vacilaciones, de sus descubrimientos de joven. En julio de 1965

corrige el manuscrito J , \ I I i recurrir a ningn documento, lo anota


escrupulosamente.
de Oriente, que Le Corbusier consideraHe aqu pues este I
ba como una docun~er-it:icin importante y significativa sobre el
ao decisivo de su fi,rm,ic:n de artista y de arquitecto.

A MI HERMANO,
E L MSICO ALBERT JEANNERET

BIEN

lo sabes, cunto hubiera querido que lo que aqu te dedico


fuese mejor! Pero no tengo nada ms. Sabes bien cun empaadoras de alegra han sido para m estas lneas -escritas para un
pblico que por lo dems no ha querido saber nada de ellas-, y
cun turbadoras de la serenidad a la que todo me invitaba all. T e
las doy para poderte dar algo hoy, pues me apetece darte algo hoy.
T u mscara ha viajado de una punta a otra - e l Danubio,
Estambul, Atenas- en medio de papelotes entre los que se extravi,
no por culpa ma. Era tu mscara, pero no del todo exacta. La he
bosquejado sin saberlo t, en la Wald-Schenke de Hellerau en
Navidad de 1910: tragabas unas lonchas de morcilla sobre el pan
con mantequilla (iuno de esos mens a que nos constrea nuestro
bolsillo en este pas!). Esa morcilla y esa mantequilla me repugnaban, t te las tragabas glotonamente. Me parecas a ciertas horas, y
en esa precisamente, increblemente glotn... Ese croquis fue
entonces como una protesta. As te soaba y as te creo. 2Acaso no
ests encantado de ello?
Me contaban el otro da el absolutismo con que t defendas mi
francs -durante tu estancia aqu, este verano-, mi muy pobre,
triste, incapaz francs: ste era para m -dibujante- el nico medio

de expresin en esas horas en las que me senta vibrar. Te haban


citado una frase ininteligible, un monstruo tal como esos que saba
suscitar el tipgrafo de la Feuille d9Avis y tal como los que tambin
tolera "nuestro amigo de la familia el impresor de ese peridico.
T habas contestado que era perfecta, perfecta, y que no queras
or nada ms sobre ello.
As, querido hermano, hace aos que nos prestamos ayuda.
No dejaremos de hacerlo, <verdad? En medio de las fluctuaciones
de estima que nos reservan incluso los ms queridos -pues no
pueden sustraerse del todo a la influencia de la opinin-, que
nuestro afecto permanezca rgido, inflexible, absoluto -como el
horizonte de all, entre Lemnos y Egeo.
y7

ITINERARIO DEL VIAJE


D E ORIENTE. 1911

BERLIN,

Dresde, Praga, Viena, Vacz, Budapest, Baja, Giorgavo,


Belgrado, Knajevaz, Naitscha, Bucarest, Tirnovo, Galvoro,
Schipka, Kasanlic, Andrinopla, Rodosto, Constantinopla, Dafn,
Brousse, el Athos, Salnica, Atenas, Itea, Delfos, Patrs, Brindisi,
Npoles, Roma, Pompeya, Roma, Florencia, Lucerna.

ALGUNAS IMPRESIONES

CVIA~ANDO

66

de este modo, largos meses, en pases siempre nuevos


-preguntaban el otro da en Berln dos encantadoras compatriotasno embotar usted sus facultades admirativas, no deslustrar la
frescura de sus emociones para no ver ya las cosas sino bajo una
mirada un poco desengaada, un poco hastiada? A veces, durante
nuestras ltimas entrevistas, sus juicios fueron tan imprevistos y
nos sorprendieron tanto... Ahora parte usted hacia Oriente;
adivinamos que su intencin es no perderse nada de lo que la ruta
ofrezca a izquierda y derecha...
Cuntas impresiones, pues, diversas y mltiples!... Nuestra
pregunta tiene sentido. No nos guarde ningn rencor."
En definitiva, era verdad: bajo las pesadas bvedas del Tiergarten, o a lo largo de los glaucos canales de la Spree, en nuestros
paseos al atardecer, nos haba ocurrido que, al regreso de una
matadora excursin entre los ddalos pedregosos de ciudades viejas
o nuevas de Germania, hablsemos mal de una catedral venerada,
o cubrisemos con un punto de interrogacin esa ciudad famosa
tendida en la desembocadura de un ro en la llanura y dominada
por un "burg" demasiado romntico; de echar pestes contra
cualquier otra mueca medievalesca encuadrada en un chasis de

torreones, fosas y muros almenados, y contra ese rictus equivoco


que, bajo un yelmo pico, aparece completamente acuchillado por
negras chimeneas de fbrica y acaparrosado por la lepra de
srdidos y malolientes humos. A esa visin, convertida en teatral,
yo le haba opuesto otra menos de moda por ser felizmente menos
conocida: una serena sonrisa bajo un cielo azul dispuesto en torno
a piedras esculpidas y revoques cuidadosamente pintados sobre
espigas de oro donde estallan las rojas flores, donde el azul celeste
se intensifica en estrellas profundas. Haba hablado con entusiasmo
de ciertas realizaciones modernas y, en definitiva, haba criticado la
Alemania medieval, en provecho de las tranquilas obras de hace
cien o doscientos aos. El romanticismo indiscreto, verbo tan
lejano a nuestro pensamiento, me habfa exasperado. La admiracin
haba enmudecido varias veces, cuando el gusto infecto de los
hacedores de remates y de torres haba echado, por ejemplo, sobre
un rfo de cuerpo real que corria entre rudas rocas rojas erizadas
o, ms lejos, tendido como un dios viviente sobre una llanura a la
que bendice, un expolio de espadachin. Las grandes avenidas
anegadas bajo el verdor, enlosadas con un asfalto tan pulido por
los automviles que el sol poniente se refleja en l en una infinita
linea de fuego jalonada por mil columnas negras de los rboles, se
me habian aparecido, en ciertas horas, como grandiosas creaciones.
Y las srdidas callejuelas alrededor de las catedrales insulsamente
restauradas, enterradas bajo los salientes excesivos de las descuidadas fachadas, las pestilencias que se estancan en ellas, las gentes
turbias que en ellas se soterran y la pandilla hormigueante de
chavales chillones, a menudo me habian hecho huir... mientras
Baedecker caia pasmado, y para manifestar su alegra descolgaba
estrellas del cielo para hacer con ellas simples, dobles o triples
asteriscos laudatorios. Haba molestado, pues, a castellanas en otro
tiempo altivas, ridiculizado a "viejos verdes" fatuos o maltratados,
demasiado nuevos ricos siglo XIX. Algunos nombres -bellisimos

nombres- los habia marchitado. Pobres nombres, pobre magia de


las palabras que yo hago desvanecer! Decepcionante hecatombe.
Para que me absolvieran, habia sido preciso explicarse: En
primer lugar, habia aventurado, existen famas sobreestimadas. En
el mundo del arte, tan codeado a menudo por el de la moda, hay
acaparadores y "faroleros". Tambin se encuentran en l modestos
y tmidos. A los alborotadores "reclamistas" se oponen los serenos
inconscientes.
Por otra parte, ustedes dicen, seoritas, que un aficionado de
arte tiene siempre, a pesar suyo, la cabeza un poco al revs, a los
ojos de los dems, y sepan que yo, por ejemplo, tengo un to
irremediablemente persuadido de que juzgo a tontas y a locas con
el nico fin de contrariar la opinin general.
Y a fin de cuentas, si la belleza me parece ante todo hecha de
armona y no de grosor, de extensin, de altura o de sumas
gastadas o de estallido teatral, aado, a esta manera de ver, esta
manera de ser: soy joven -pecado efimerw, joven y por consiguiente dado a juicios temerarios. Venero el eclecticismo, pero
espero a tener el pelo blanco para entregarme a l a ciegas. Al
contrario, abro bien los ojos a mi alrededor, mis ojos de miope
detrs de las gafas -esas tristes gafas que confieren un aire doctoral
o de "clergyman". Suelto muchas tonterias. Me ocurre -tanto
peor- que cambio de chaqueta, entre la desaprobacin de mis
allegados, y me contradigo ms de lo que est permitido. Es asi
que en dias de enojo, resoplo, mientras que otras veces, seoritas
curiosas, me siento profundamente conmovido, recorriendo un
pais de ensueo al ritmo de schenos subyugantes, conquistado
enteramente por la gran Armonia!
No, seoritas escpticas, viajando uno no se hastia. Uno se
vuelve tan slo un poco aristcrata en sus amores, y a fe mia que
ello tiene mrito, en estos tiempos en que todo se socializa, y
sobre todo para un lector de La Sentinelle. Este viaje de Oriente,

lejos de las enmaraadas arquitecturas del Norte -respuesta a una


llamada persistente del sol, de las grandes lneas de mares azules y
de las grandes paredes blancas de los templos-, Constantinopla,
Asia Menor, Grecia, Italia meridional-, ser como una vasija de
glibo ideal, del cual sabrn esparcirse los ms profundos sentimientos del corazn...
iAsi es como a las dos de la madrugada, en el barco blanco
descendiendo por el inmenso ro entre Budapest y Belgrado, no
acabo -olvidando ir al puente, a ver la luna ya llena subir a travs
del ddalo de los astros!

CARTA A LOS AMIGOS


D E LOS "TALLERES D E ARTE"
D E LA CHAUX-DE-FONDS

AMIGO Perrin:
Un saludo! Si Octavio, en su calle de la Sorbona, en Pars,
leyera este honorable diario, demasiado hospitalario, ya habra
recibido de l, en un idioma adornado con imgenes, sus condolenc i a ~encuadradas en negro, ya que ese nifio, antes de nacer, est en
muy mal estado y a punto de morir. Me he comprometido a
escribir una notas de viaje, icasi un diario!... Y soy el ms
desdichado de los hombres: pues eso es, no lo niegues, el summum
del aburrimiento; y el sentimiento de aguar la siesta de tantos
compatriotas me atormenta. Por eso acudo a ti. Amas las formas
(plsticas, se entiende) casi tanto como Georges y conoces la
belleza de una esfera. Vengo a hablarte de vasijas, de vasijas
campesinas, de alfarera popular. Incidentalmente, me interesar
por algunos puertos de mi ruta, y mi redactor quedar satisfecho.
Marius Perrenond, nuestro alfarero de los talleres, hubiera merecido, al parecer, esta epstola "ceramicolgica"; pero Marius todava
no ama la esfera lo suficiente: para ti pues estas historias de glibos
y mis xtasis.
T conoces esas alegras: palpar la panza generosa de una vasija
. y acariciar su cuello grcil, y luego explorar las sutilezas de su

glibo. Las manos metidas de nuevo en lo ms profundo de los


bolsillos y los ojos medio cerrados, dejarse embriagar dulcemente
por el hechizo de los esmaltes, el estallido de amarillos, el
aterciopelado de los azules; fijarse en la agitada lucha de brutales
masas negras y de elementos blancos victoriosos...
Eso se comprende mejor todava, si se imagina, despus de los
agotadores meses de viaje, mi estudio quizs coquetn, azulado por
el humo de los cigarrillos y, hundidos en sillones, t y los amigos,
o, tendidos sobre divanes, vosotros, a quienes ver de nuevo
despus de tantos aos y a quienes har el favor de mis narraciones para adormecer despertares! Las vasijas de las que voy a
hablarte estarn ahi redondendose poderosamente.
Sepas que nos hemos asegurado desde Budapest un arsenal de
panzas y golletes capaces de hacer reales esas horas evocadas.
Sabiamos atravesar tierras donde el campesino artista armoniza
magistralmente el color con la linea, y la linea con la forma; y
estbamos enfermos de codicia. Pasos sin fin! Contrapasos incluso
bajo la lluvia torrencial, que hacen gemir a Auguste, ese compaero de mis miserias, hasta que al fin descendimos hasta las grutas
"alibabescas". Entonces, ya fuese en una oscura tienda o en un
stano pobre de Budapest, o an en un desvn acolchado por un
polvo envejecido, en la hora trrida del mediodia, en una aldea de
la llanura hngara, eso fue la orga irrefrenada. Es algo que se
siente! Los tarros estaban ah, en su alegre estallido y su sana
robustez, y su belleza era consoladora. Para desentraarlos habiamos pasado revista a toda la triste trasteria sin patria y sin familia
que inunda Europa entera; e incluso aqui, en Hungria, donde el
campesino sabe obrar como un gran artista, habamos encontrado
la oferta de los comerciantes ms humillante todava y la influencia
de la moda sobre las almas an simples ms desastrosamente
efectiva. Habia demasiadas cristalerias multicolores, con ramajes
dorados, demasiada vajilla maculada con una intolerable ornamen-

tacin de pechinas Luis XV o de florecillas aliadas al gusto de los


ltimos aos. Nos haba sido preciso rehuir "la europeizacin"
invasora y embrutecedora hasta en los tranquilos refugios donde
sobrevive -apagndose, pronto sumergida- la gran tradicin popular.
El arte campesino es una impresionante creacin de sensualismo esttico. Si el arte se eleva por encima de las ciencias, es
precisamente porque, al encuentro con stas, excita la sensualidad,
despertando profundos ecos en el ser fsico. Le da al cuerpo -al
animal- su parte justa, y despus, sobre esta base sana, propia de la
expansin de la alegria, sabe levantar las ms nobles columnas.
Asf, este arte popular, como una inmutable caricia clida, envuelve
a la tierra entera, cubrindola de las mismas flores que unen o
confunden a las razas, los climas y los lugares. La alegra de vivir
de un bello animal se ha extendido sin coacciones. Las formas son
expansivas e hinchadas de savia; la lnea sintetiza siempre los
espectculos naturales u ofrece, justo al lado y sobre el mismo
objeto, los hechizos de la geometrfa: sorprendente conjuncin de
los instintos rudimentarios y de aquellos susceptibles de las ms
abstractas especulaciones. Tambin el color no es de descripcin
sino de evocacin; siempre simblico. Es fin y no medio. Est para
la caricia y la embriaguez del ojo y as, paradjicamente, con un
estallido de risa, zarandea a los grandes gigantes trabados, ilos
mismos Giotto, los mismos Greco, los Czanne y los Van Gogh!
Considerado desde un cierto punto de vista, el arte subsiste
a las civilizaciones ms altas. Permanece como norma, especie
de medida cuyo patrn es el hombre de raza - e l salvaje, si t
quieres.
Ya te estoy danto la lata, amigo Perrin y sin embargo esas
alfarerfas de Hungrfa y de Serbia bastarfan para interminables
charlas, puesto que en ellas se podra circunscribir el estudio del
arte annimo y tradicionalista.

Djame retener esas dos cosas que nos impresionaron cuando


nuestra visita a los alfareros de la llanura hngara y de los Balcanes
serbios, y para que descanses y sientas envidia te describir pues
alguno de los pueblos danubianos.
Hay en primer lugar, entre esos hombres que no razonan, la
instintiva apreciacin de la Anea orgnica, nacida de la correlacin de
la linea de mayor utilidad y de aquella que encierra el volumen ms
expansivo -por tanto el ms bello-. "La belleza, me habia dicho un
da M. Grasset en Pars, es la alegra. ?Para qu, aada, copiar
alguna yema encogida? Es monstruoso!" La alegra es el rbol
extendido, con su grandioso follaje, con sus flores, con todos sus
frutos! La belleza es ese esplndido despliegue de juventud. As
pues, esas alfareras son jvenes, sonrientes -permteme esos
calificativos-, con sus glibos desplegados hasta el lmite del
estallido, y qu contraste ofrecen -nacidas en el torno del alfarero
de pueblo, cuyo espiritu simple no vagabundea ms lejos, crelo,
que el de su vecino el tendero, pero cuyos dedos obedecen
inconscientemente a las rdenes de la tradicin secular, que
contrasta con esas formas de una fantasa inquietante, de una
imbecilidad estupefacta, concebidas no se sabe por quin, en el
anonimato de las grandes fbricas modernas; no se trata aqu sino
de los caprichos de un necio, de un dibujante de baja almunia, que
trata estas formas con el nico fin de diferenciarlas de las que
dibuj la vspera. A lo largo del Danubio y ms adelante en
Andrionopla, encontramos de nuevo exactamente esas formas que
cubrieron de negros arabescos los pintores micnicos; iqu persistencia en una ruta normal! Tampoco conozco nada ms lamentable
que esa mania de hoy de renegar de las tradiciones con el solo fin
de crear lo "nuevo" ansiado. Esta desviacin de las fuerzas
creadoras repercute en todos los dominios del arte, y no nos
proporciona solamente teteras nada prcticas, tazas feas, pobres
macetas de glibos invertidos; tenemos tambin sillas que duelen y

bufetes mal concebidos; y casas de siluetas sorprendentes, heterclitas, absurdas, que de ningn modo dispensan -ioh mi
amigo escultor!- la suciedad de las esculturas intiles y su falta
de tacto.
Vivimos, <no es cierto?, en un medio inviable, desorganizado
-inorganiwdo...
Ir hasta el final y te dir en dos palabras una cosa bastante
chocante, inquietante tambin: esos alfareros "se burlan" de su
arte. Sus dedos trabajan; no su espritu, no su corazn. Y abren
unas bocas atnitas cuando penetramos en sus tiendas y hacemos
un saqueo. Y ten por seguro que entre sus productos, hoy
heterognes, nos presentan precisamente los malos, ajados, de un
gusto a veces indignante, copias deseadas de chapuzas entrevistas
iin da de mercado en el puesto de un vendedor ambulante venido
de la gran ciudad. Su arte ya no es ms que una supervivencia, y
en Knajivaze, en los Balcanes, por ejemplo, si pasas dentro de unos
aos, ya no encontrars all ni una sola de las piezas que te
mostrar cuando vuelva: tenan ya veinte aos de edad y las
habamos desenterrado entre los desperdicios en que se llenaban de
Considerando esto, Auguste,
polvo esos "pecados de juventu C...
que prepara su doctorado en historia del arte, se sinti de pronto
trastornado por el alumbramiento de una teora reveladora. Tuvo
el sentimiento de esa crisis ltima que atraviesan los jarros de
Hungra y de Serbia y, examinando de un sola vez todas las artes
y todos los tiempos, fund la teoria del "momento psicolgico de
la alfarera popular en las artes del siglo XX". E n alemn eso queda
mucho mejor: "der psychologische moment..., etc.". Auguste, te lo
confo, nunca se sali con ello. Y n o seria yo quien pudiera
ayudarle; en cuanto a ese segundo hijo en mal estado, muerto sin
haber visto la luz y que har llegar a Auguste las condolencias de
Octave, encuadradas en negro y en una lengua vdica, te voy a
decir a qu nidos exquisitos nos llev nuestra locura.

Aquel mircoles 7 de junio, por la maana. El gran barco


blanco haba dejado Budapest la vigilia, cada la noche. Ayudado
por la violenta corriente, haba descendido por la inmensa va
lquida que marcaban con un jaln negro a derecha e izquierda las
dos riberas lejanas, reunidas en el horizonte en su huida infinita.
Todos, casi, dorman: los privilegiados sobre banquetas de terciopelo rojo en el saln para fumadores de 1.. clase; los campesinos,
hombres y mujeres, amontonados, con innumerables paquetes a
menudo decorados con bordados brutales y alegres. En el gran
cielo, la luna apagaba las estrellas. No conoca nada de los pases
que atravesbamos, porque nadie habla nunca de ellos. Y, sin
embargo, me daba la impresin de que tena que ser muy bello,
muy noble. Te reirs!, sabes, t que te acuerdas con emocin de
nuestras tardes de domingo en los Conciertos Colonne, Csabes lo
que me induca a penetrar en algn rincn de esa llanura de la que
no saba ni vea nada? Los primeros compases de la Condenacin
de Fausto, que nunca he odo sin ser trastornado por su lenta y
melanclica majestad... Durante esa noche no poda dormir. Solo
en el puente superior, envuelto en mi abrigo, ante... un atad
cubierto por un gran velo negro bordado con un ribete de plata y
dos coronas de flores. Esta sinfona de negros y blancos bajo la
luna y sobre este espejo centelleante, todo ese aparejo nutico
pintado de un blanco deslumbrante, las bocas abiertas de los
ventiladores, las orillas negras, el sombro atad como una gran
mancha muda, la silueta movediza del capitn yendo y viniendo
all arriba, en la pasarela, y tan s610 el murmullo de los dos pilotos
en la ropa y, brutalmente, de pronto, marcando lentamente la ruta,
la campanada sombra del viga cada vez que en medio del agua
brillaba una lucecita -lamparilla de uno de esos pequeos molinos
adormecidos sobre el ro de los cuales te volver a hablar-, ese
atad inquietante con su negro sudario y las dos coronas de noche,
ante el cual siempre volver a ver sin cesar esta conspiracin del

silencio y de la horizontalidad de todas las lneas: henchan el


corazn de una gran serenidad, turbada a veces por un escalofrio
de exaltacin, de una aspiracin que las lgrimas habrian satisfecho.
Preguntaba al capitn, y despus, en un descanso de los
bostezos de quienes dorman indiferentes sobre el rico terciopelo
de las banquetas, explicaba mis deseos, diciendo que era pintor y
que buscaba un pais que hubiese mantenido su carcter integro...
Los informes concordaron lo bastante para incitarnos a bajar, al
alba naciente, a una orilla a ras de agua, a una media hora de la
pequea ciudad de Baja. A lo largo del camino, en pastos medio
sumergidos, pacan grandes bueyes grises "a la egipcia". Cuando
desembocamos en la plaza, al lado de la iglesia de un barroco
bastante hngaro, fuimos casi zarandeados por un grupo de
peregrinos lamentablemente pobres, llevando estandartes marcados
con cruces. La cabeza descubierta, hombres y mujeres salmodiaban
por el descanso de sus almas, con una gran lasitud, mendigando
algn escaso blo, y se iban harapientos hacia algn lugar de
santidad. Nos encontrbamos ya en el mercado hormigueante, ms
atestado de campesinos que de mercaderas; pues, en este pais -lo
comprobamos en seguida- son necesarias una o dos mujeres,
agachadas todo el da detrs de un pequeo cesto de frutas o de
legumbres, para vender el equivalente a una moneda de veinte
cntimos. As, de la misma manera, encontraremos a menudo a lo
largo del camino dos o tres mujeres que apacentan una vaca, y, en
las ciudades, alguna vieja bruja que agarra una cabra con una
cuerda y le hace comer las hierbas crecidas entre los adoquines.
Pero ya, ms all de los canastos de cerezas, de las legumbres y del
puesto de los carniceros, Auguste haba percibido resplandores de
esmaltes, y gritado, como el viga de Coln: "Tarros!"
Haba all una cantidad innumerable de ellos, ordenados sobre
el pavimento como manzanas en una bodega. No resultaba fcil

entenderse con los mercaderes; hacamos nuestros primeros pasos


en el mundo de la pantomima: hasta aqu, habamos recurrido
siempre a hablar alemn. Los gestos tomaron pues el lugar de las
palabras, y todo fue tan bien que al cabo de media hora, despus
de haber atravesado buen nmero de calles bajo un sol ya trrido,
llegamos a ese desvn de las Mil y Una Noches donde Ali-Bab,
por fortuna, chapurreaba algunas palabras en la lengua de Guillermo 11 de Hohenzollern, emperador y sacerdote del Buen Gusto; las
manos hinchadas de trabajar el barro, nuestro hombre gesticulaba
lentamente y sin pasin por encima de la multitud muda y negra
de sus vasijas, inmovilizadas desde el invierno en la penumbra de
esas vetustas paredes de madera.
Hecha nuestra eleccin, volvimos a descender la escalera; nos
presentaron a la abuela, que nos estrech las manos durante largo
rato; despus visitamos las habitaciones, donde traslucia por todas
partes ese mal gusto de baratilla de gran ciudad que ser, en la
teora de Auguste, iuna piedra angular, piedra psicolgica! Por fin
nos encontramos en el taller, donde el hombre aquel no trabajaba
ms que en invierno, ocupado en el verano en las labores del
campo; un taller simple, rudimentario, pero metido al fondo de un
patio exquisito invadido de rosas, y donde se levanta oblicuamente,
formidable, el gran mstil negro arqueado que, al bajar, permite
sacar el agua del pozo. El brocal, amigo escultor, en absoluto es de
piedra cincelada sino que, rebozado de blanco, lo adornan verdaderas flores rojas y azules en su exuberante crecimiento. Son
admirables esos pueblos de la gran llanura, e imagnate su gran
estilo. Las calles p&enecen a la llanura, rectas, muy anchas,
uniformes, cortadas en ngulo recto, marcadas infinitamente por
las bolitas de las acacias enanas. El sol se aplasta ah dentro.
Estn desiertas, la vida en ellas es furtiva, de paso, al igual que
en la inmensa llanura de la que son los vertederos, los centros
vitales. De alguna manera son como enormes hendiduras, ya que

las encierran altos muros por todas partes. Hazte una idea de la
impresionante unidad y de su amplio carcter arquitectnico: un
solo material: un revoque amarillo intenso; un solo estilo; un cielo
uniforme y nicamente las acacias de un verde tan extrao. Las
casas se alinean en ella, poco anchas pero muy profundas, cada una
con su remate bajo, sin cubierta en voladizo, as como un frontn
sobre el interminable muro, del que desbordan las copas de los
rboles, los racimos de las parras y los ramos de rosas trepadoras
que llenan de encanto los patios escondidos detrs. Esos patios
debes concebirlos como una habitacin, la habitacin de verano,
puesto que las casas se apoyan todas a igual distancia de la tapia, y
las ventanas se abren en una sola fachada, tras una arcada. Cada
casa tiene de este modo su patio, y la intimidad es tan perfecta
como en esos jardines de los frailes de la Cartuja de Ema, donde
nos sentamos, acurdate, invadidos por el spleen. La belleza, la
alegra, la serenidad se concentran aqu, y un ancho porche con
arco de medio punto, cerrado por una puerta barnizada de rojo o
verde se abre sobre el vasto exterior! El emparrado construido con
listones proyecta una sombra verde, y las arcadas blancas del
contrafuerte y los tres grandes muros de cal blanca, repasados cada
primavera, una pantalla tan decorativa como los fondos de las
cermicas persas. Las mujeres son muy bellas; los hombres muy
limpios. Visten con arte: sedas fulgurantes, cueros entallados y
policromados, camisetas blancas ribeteadas con bordados negros;
las piernas nerviosas y los pequeos pies desnudos son de una piel
morena y fina; las mujeres se mueven con un balanceo de caderas
que se despliega como la falda de una bailarina, los mil pliegues de
los vestidos cortos en los que las flores de seda encienden bajo el
sol fuegos de oro.
Este traje nos encanta; la gente contrasta y armoniza con los
grandes muros blancos y con los cestos de flores de los patios, en
los cuales dan, a las calles tan distinguidas, por momentos una

complementariedad extraamente feliz. Al describirse todo esto,


vuelvo a mi comparacin de antes, acordando que otra vez de un
gran tablero de Ispahan copiado en el Louvre tiempo atrs, en
donde pequeas mujeres vestidas de azul salpicado de amarillo, de
amarillo estriado de azul viven felices en un jardfn. El cielo es
blanco; animando toda la superficie, un rbol despliega sus hojas
amarillas; su tronco azul claro se ensancha, y sus ramas llevan
flores blancas y granadas verdes. Las flores en la verdsima pradera
son negras y blancas, y sus hojas amarillas y azules. La alegra
brota, sorprendente, en ese decorado nico. No sabes cunto me
entusiasm ese tablero...! Y as era entre el alfarero de Baja y entre
sus vecinos, tras el alto y tranquilo muro horadado por una gran
puerta redonda para los carros y otra muy pequea para la gente;
sta da directamente a la arcada. Solos en la calle, salpicada toda
ella de pequeas acacias formando bolas verdes, entre la exuberancia de las parras y las rosas trepadoras, los tringulos amarillos de
los remates bajos se asentaban en calma frente a frente de una
punta a otra. Te digo, Perrin, que nosotros, los civilizados del
centro, somos unos salvajes, y te estrecho la mano.

VIENA

LOSricos, para socorrer a los pobres, se divierten.

Respeto para
ellos! Seria ridiculo que tambin ellos se aburriesen. De ese modo
los pobres se verian privados del espectculo de sus diversiones y
ya no se lo pasaria bien ni la ms minima parte de la humanidad.
Jean Rictus soliloquiaba a propsito de esta cuestin ya en la
segunda estrofa de su clebre lamentacin.. .
Hoy es pues "Blumen Tag", fiesta de las flores, profusin de
colores y ostentacin de lujo. Las calles que llevan al Prater estn
abarrotadas de una muchedumbre inmunda. La interminable avenida que marca con una linea sin fin el parque donado por el
emperador a la ciudad, tiene sus laterales, bajo los arcos de los
rboles, atestados de una masa tan pobre, tan "sin trabajo", que
encuentra el recurso de venir aqui a exacerbar sus rencores de
desdichada, o simplemente a saciar su curiosidad: ipueblo pobre de
Viena (que ya conoci hace cuatro aos), nada simptico, srdido,
de rostro inexpresivo! Durante tres horas nos hemos codeado con
l sin llegar a amarlo, pues a Auguste, al igual que a mi, no nos
gusta tener compasin... Que mis amigos de Lo S e n t i d e me
perdonen por estas impresiones rpidas y superficiales...!
En la nave de la gran avenida se desbordan los carruajes y los
coches de lujo. Todo queda oculto bajo las flores; y bajo esos ramos

de efimeras, otras efmeras -otras flores, como dira el poeta-,


muchachas, mujeres hermosas sonren, quiz algo depravadas, algo
enardecidas de deseo. Sefiores de negro hacen de segundos violines
en la orquestacin de los colores, y sirven inevitablemene de tema
de las intrigas que se traman en torno a rosas lanzadas -flores de
lis ofrecidas cnicamente-. Estas fiestas vienesas, envueltas en su
atmsfera de egosmo y de aristocrtica depravacin, son contadas
por M. William Ritter, perfumadas y mrbidas en la de sus Lys y
de sus rosas".
Pero nosotros, agobiados por el calor de la tarde, observamos
slo superficialmente; sin enredarnos en el lio de losflirts distinguidos, no registramos ms que el elegante aligeramiento de los
coches, rosas, o azules, amarillos, verdes o tambin rojo cruel, o
negros y blancos, grises y blancos, grises o blancos, completamente
blancos. E n la explosin de los colores, resultan muy hbiles esas
dos grandes damas que se hacen llevar de paseo bajo un dosel de
adormideras blancas con semillas negras. Constatamos que las
flores naturales son eclipsadas por las flores de papel; muy bien
hechas y desproporcionadas, stas, a lo lejos, en los centelleos de
las idas y venidas, son como grandes extranjeras tropicales, a cuyo
alrededor se pueden oler nuestras rosas de Europa, nuestros iris y
nuestras grandes flores de lis envenenadas de perfumes.
Resulta tambin que en esos frvolos cortejos donde se gastan,
en un esfuerzo por la belleza, unas sumas de locura, la finalidad se
escapa: pues, si el detalle interesante se manifiesta en ellos, el
conjunto se resiente, no existe. Ello es comprensible, ya que nadie
se ha preocupado por ello. Pero la unidad de bien es tan potente
que salva la situacin: aparece, desde ese momento, a travs de la
columnata negra de los troncos de rboles que soportan la inmensa
cuna que se aleja hasta perderse de vista, un desfile asombroso; el
ojo se turba, un poco enloquecido por ese cine caleidoscpico en el
que danzan las combinaciones de colores ms vertiginosos. Se trata

simplemente de la Viena distinguida que se divierte, y de la Viena


pobre que contempla el espectculo...
Al caer el sol. En el arrabal lleno de rboles, se extiende un
patio muy grande bordeado de pabellones bajos, horadados de
arcadas. Lo introducen dos pilones, y enfrente una barra amarilla
lo cierra, manchada por la lnea regular del verde oscuro de los
postigos: he ah un gran palacio, ostentado segn el gusto majestuoso de Luis XIV.
Se atraviesa hasta el corazn mismo del palacio, esa gran
superficie impasible y de repente, sin aviso, se despliega el
espctculo de un jardn a la francesa, pero un jardn pasmoso.
Simple hasta la pobreza! Pero no, colosal. Un parterre que parece
cuadrado, inmensamente ancho y profundo, completamente plano
y sobre el que se adivinan, en el breve escorzo de la perspectiva,
los compartimentos geomtricos y los bordados de boj. Ningn
rbol turba esta superficie donde todo se muestra. Entretanto, a
izquierda y derecha, erguidas de pronto, se manifiestan dos formidables murallas de verdor, cortadas con hacha, inflexiblemente
lisas, inflexiblemente horizontales. Y de una altura enorme
-desconcertante cuando, totalmente abigarrada de colores, se
percibe a sus pies, la muchedumbre que se pasea. Una colina al
fondo, coronada por una triste columnata, detiene la vista. Pero, si
se vuelve la cabeza, ahf est de nuevo la gran banda amarilla, la
gran muralla con su tico tranquilo, noblemente levantada, y
puntuada de verde oscuro por la multitud de los postigos cerrados.
Ensombrecida en medio de ese cuadro distinguido, sobrevive la
Viena del viejo "aristcrata". En las salas oscuras y quietas donde
los muebles recubiertos con fundas, los retratos de las paredes
evocan con cuchicheos los recuerdos pomposos del Schoenbrunn
de antao, cuando los carruajes piafaban en el patio y en medio de
los compartimentos con bordados a la francesa, como mariposas de
seda, los cortesanos se ocupaban de sus minuciosos asuntos...

... Nos estrecha la mano, el hombrecito aficionado. Hemos


llamado a la puerta, sin ms, para satisfacer nuestra pasin por la
pintura impresionista. Los cuadros del pequeo sefior son a veces
hermosos y se lo decimos abundantemente. iDebe padecer frios
contratiempos el pequeo coleccionista que ha sumido en minsculos cuadros cien mil fabulosos! Hay tantas de esas pequeas
mamarrachadas anchas como una biblia de abuela que ha arrancado
aqui por diez mil coronas, all por slo cinco mil. La gente que
pasea a lo largo de esas paredes atiborradas de celebridades goza
mal y emite el elogio errneo. La iluminacin es horrible y el
medio infecto; los muebles son de mal gusto. Pero el pequeo
coleccionista tiene cuadros de Manet, Courbet, Delacroix! Sus
joyas le llenan de un orgullo inquieto que solicita la aquiescencia,
la admiracin, la comunin de los dems; y absorbe nuestras
exclamaciones con avidez. Considerando este hombrecito, este
ambiente y estas obras de maestros, un malestar nos embarga. <No
ser sino un snob, un apasionado patolgico, sin un amor sano o
razonado por el Arte?
Ya estamos en la calle conversando sobre los coleccionistas de
cuadros. Auguste tiene que sufrir el relato de una visita anloga
que hice recientemente a Hagen en Westfalia a un clebre mecenas
cuya alma es la de un precursor. En su villa, edificada por el gran
artista Van de Velde, viven las obras de los modernos titanes. En
el gran vestbulo, se espera el dueo del lugar, en un coloquio
emocionado con esas cinco mujeres que ofrecen flores misticas a
un nifio extasiado: "El Elegido" de Hadler hace presentir, desde el
umbral de esta morada, el alma del que la habita; en la sala de
msica, un gran Vuillard y unos Van Gogh atormentados y unos
Gauguins tranquilos; y los muros, de nuevo con los muebles, crean
un estado de nimo. A travs de la gran ventana del estudio, las

'

' Estamos en 1910.


40

amplificadas formas de un Maillol blanquean bajo la luz del jardin...


No hay un solo rincn de esta casa que no encierre el ensueo. La
impresin es profunda, poco a poco uno se siente poseido de una
admiracin, de un afecto fraternal por este hombre joven que
sonrie en ese ambiente y se esfuerza por expandir los rayos de su
inteligencia superior y de su bondad.
... Pero veamos la pintura vienesa de hoy. Traspasemos ese
umbral, que hizo poca, de la "Secesin". En la sala de honor,
caeremos (y desde muy alto) sobre el seor Roll... de Paris! iEl
seor Roll de Pars, uno de los "grandes" de la "Nacional", o de los
"franceses", husped de la Secesin vienesa! Curiosa insignia para
la oficina! Asimismo, nuestros entusiasmos repliegan sus alas y,
enloquecidos, buscan a lo largo de otras molduras el man del
consuelo. Intiles esfuerzos: la banalidad se exhibe, la mediocridad
se pone en evidencia. Luego, pasemos rpidamente otra vez bajo
esta cpula en otro tiempo simblica de los triunfos de Klint y de
Hodler, y, de nuevo sobre la Karlsplatz, contritos por esos veinte
pavos echados a perder, en ruta hacia "Hagenbund"!
Hagenbund, en un tono menos malo nos muestra los esfuerzos
de otra asociacin de artistas -Pero no nos ensea nada. Sin
vacilacin renunciamos de comn acuerdo-, Auguste muy irritado,
y yo muy afligido. En el Knstlerhaus, la exposicin de los artistas
reaccionarios de Viena.
Dios mio, dnde hay materia para la emocin? Muy cansados,
pasamos a la obra de Koloman Mosert, expuesta en Mietke... iAh,
al diablo pues la pintura moderna de Viena! Ahora estamos ya
desconcertados. Ni el Luna Park, ni el Klein Venedig en el Prater,
no nos restablecern de este desastre! La moderna Galeria donde
cuelgan algunos famosos franceses est cerrada! Ha venido del
cielo esta inspiracin que nos conduce a travs de los vestibulos y a
los corredores pomposamente repugnantes de la Galeria Imperial,
hacia ese gran rstico, ese poderoso pintor, ese apasionado de la

vida, ese extravagante imaginativo, ese estilista grandioso, y ese


impresionista sorprendente, nacido trescientos afos antes que
Coubet, hacia ese viejo Pieter Breughel que canta con toda su alma
en las "Estaciones" y las "Kermesses", la alegra de vivir, su
admiracin y su amor por esta buena Tierra donde se encuentra
bien, que le da fuerza y alegra porque est llena de belleza, y de
salud.
Eso es lo que retendremos de la Viena de la pintura, ms que
las espldndidas superficialidades de Velzquez, ms que las carnes
de Rubens, tan pujantes en Munich, pero aquf repulsivas.
Viena vale por su msica (he disfrutado ampliamente de ella,
cuando Mahler estaba en el plpito de la pera) y por su
arquitectura barroca. Hoy desaparecen esas nobles iglesias, esas
casas principescas del XVI! y del XVIIIbajo la invasin de la
construccin moderna, el medio es masacrado sin piedad y es
preciso refugiarse en el retiro de los viejos parques a la francesa,
Schoenbrunn y quiz an mejor, los jardines del Belvdere. Un
descuido me ha hecho olvidar el Augarten. Uno puede tambin
consolarse del mal gusto que inunda las avenidas con una arquitectura advenediza y grandilocuente, esencialmente vienesa, partiendo
en busca de las ltimas creaciones de arquitectos de la joven
escuela: obras llenas de buen sentido, aunque al mismo tiempo
locas. An as este consuelo no es asequible para todo el mundo,
porque en el bullicio insensato de esta ciudad demasiado densa,
casi hace falta, para descubrir esas obras, un olfato profesional.
De manera que en definitiva, de Viena la impresin permanece
gris, una vez ms y a pesar de los esfuerzos sinceros de asimilacin;
deslucidos por una atmsfera de grandeza financiera carente de
gusto, que pesa, apabulla y ofusca. Gris, permanece la Viena de
hoy, para nosotros que no hemos hecho ms que pasar sin penetrar
hasta su alma.

EL DANUBIO

EL Orient Express no se retrasa. Atraviesa los paises, mugiendo,


resoplando unos minutos apenas en la triste parada de las grandes
estaciones -insensible a las bellezas naturales que pasan a su lado o
a las que molesta. Hay que resignarse incluso, con l, a la ida como
a la vuelta, a no ver nunca en la llanura donde discurre la Maritza,
elevarse sobre la colina de Andrinopla, el Gloria Deo de sus tres
incomparables mezquitas. Renunciamos al Orient-Express.
Sobre el mapa, un ro colosal discurre desde los Alpes hasta el
Mar Negro, circula durante dias a travs de llanuras que se nos
dicen casi desiertas y que siempre inunda. Sobre el mapa, los trazos
rojos de las vias frreas no se acercan a los azules meandros salvo
aqu o all donde los atraviesan. Para asegurar sobre el recorrido
del Danubio el trfico de viajeros y de mercancias, se han
construido grandes barcos blancos, con ruedas; descienden y
remontan el rio, durante el verano diariamente, ms raramente en
invierno. A bordo la instalacin resulta muy confortable. La parte
delantera constituida por una cala, donde dormitorio y restaurante
se juntan en uno, hace las veces de segunda clase, completado por
un fumadero y un puente descubierto, barrido por los terribles
vientos. La maquinaria separa de la primera clase. En esas
exhalaciones ftidas de aceites quemados se amontonan los campe-

sinos con sus fardos inconcebibles: hombres nsticos, vestidos a la


manera ancestral, disfrutan de esta manera las primicias de una
civilizacin europea ornada a sus ojos de tantos alicientes que les
fascina y les trastornar. Veremos cambiar su modo de emperifollarse con las fronteras -Austria, Hungra, Serbia, Bulgaria, Rumania.
Eso variar de los bordados brillantes de la "Puszta" (llanura
hngara) a los oscuros y speros de Serbia, de las pieles blancas a
las pieles negras, de las lanas blancas guarnecidas de negro hasta
esas otras de un moreno natural tal como las que proporcionan los
millares de manadas que pueblan los Balcanes. A veces se ven
hombres salvajes, cubiertos con pedazos de ropa mantenidos sobre
el cuerpo por una red de bramantes; el cotidiano desnudarse les
resultara penoso; ellos son los que yacen con los corderos y los
caballos bajo las estrellas, en la gris Puszta o sobre el rido Balcan.
La primera clase de nuestros grandes barcos est bastante bien.
Terciopelos rojos por todas partes, buen gusto, flores en las mesas
del fumador. Y sobre el muy amplio puente, agrupados, bancos
confortables, mecedoras, bajo una gran tienda protectora. Se come,
se bebe a buenos precios. El precio del trayecto, insignificante; por
diez francos pagamos un billete de estudiante, de Viena a Belgrado
en segunda clase. Pero, tan ricos como un mendigo de Espaa,
difcilmente nos resignamos al inconfort de proa. Cada vez que
subiremos a un barco, contaremos esta sencilla historia al hombre
con galones que ejerce el mando: "Disculpe, capitn, la primera
clase es injuriosamente ms chic que la segunda; nos parece que
como estudiantes ..." Y as les parecer tambin, a esos gentlemen
con galones, ya viens, ya magiar, ya nimano. iY as es como descendemos el Danubio por unos pocos francos, en mecedora bajo
una tienda protectora, y sobre los terciopelos del fumadero!
Embarcamos a las 10 de la noche, en un lugar de los
alrededores vieneses, con una muchedumbre de campesinos carga-

dos de bolsas y cestos deseosos como nosotros de disfrutar de esta


noche gratuita ofrecida por la Ca, puesto que la salida no tendr
lugar hasta la maana. Esa gente tiene un billete de tercera clase;
se hacinarn unos sobre otros, al lado, encima o bajo sus fardos,
para mantenerse caldeados sobre ese puente abierto a los cuatro
vientos. Nosotros no gozamos en esta primera noche de los
mencionados terciopelos. Los bancos, que rpidamente son ocupados, son de tela encerada. Llegan nuevos viajeros que quisieran
desalojar: se duerme profundamente. Se vengan, durante casi toda
la noche, golpearn el cartn, acompaando el ruido de los puos
sobre la mesa, interjecciones de uso en estos juegos. Los cigarrillos
harn una neblina densa tan insoportable a los ojos como la luz
dejada encendida. Y adems, habr un viejo infeliz resfriado que
toser sin freno y se obstinar cada cinco minutos en perseguir,
renegando, un gusano imaginario. Hay gente con prejuicios;
Europa crea con respecto a Oriente leyendas sobre este particular,
y as pretende que en este pas todo sea sucio cuando en definitiva
todo est bastante limpio. El mismo Auguste delira a veces por la
noche, en guerra contra animalillos invisibles. Los viajeros respetables subieron a bordo al salir el sol y el barco se march contra un
violento viento hacia Budapest. ?Qu decir de esta travesia, yo que
no s escribir? Como mucho sufri amasijo todavia bien poco
sensible- huellas amplias pero imprecisas, como aquellas, que en
sus formas infantiles, nos transmiten esas cermicas que pueblos
jvenes hicieron hace miles de aos, en esas tierras desde donde
escribo. Para evocarlo, es preciso haber superado el tema. Yo fui
subyugado y aplastado. Las impresiones -lo confieso- fueron
enormes, inesperadas. Me agarraron lentamente. Esta carrera de
tres das hacia Budapest la hicimos en catorce. Permanecimos en el
puente, para contemplar siempre un espectculo incesantemente
unido pero poco a poco cambiante; nuestros libros quedaron
cerrados sobre las rodillas. Fue una gran dicha, una serena alegria.

Perdn por estas pocas lneas, plidas, incapaces! La marea sucia


de la gran ciudad pronto se vuelve nacarada, despus azul:
Valseamos deliciosamente sobre el Straussiano "Danubio Azul".
Yo haba pensado en un azul de colada, fue un ncar lquido
aumentando hasta el palo, al anochecer. Descendamos sobre el
curso rpido de ese caudal inmenso. En mi imaginacin remontaba
este ro ms all de los Alpes y me acordaba de una tarde en que,
partiendo hacia Berln -bastante angustiad-,
tuve una visin
punzante: de un cementerio que me haba sonredo, colgado del
monte de Donaustauf no lejos de Ratisbonne, era la inmovilidad
absoluta de una gran serpiente roja extendida en el suelo de la
llanura morena invadida por la noche. Tanta calma me habia hecho
dao. De nuevo en mi imaginacin descenda por el ro en la
direccin indicada por la proa del barco. Belgrado yaca a su codo,
puerta mgica del Oriente. A continuacin venan los ecos trgicos
del Desfile de Kasan, sangrante de combates seculares. Las
"Puertas de Hierro", eran las cohortes cuadradas donde se haban
erguido las "guilas" de Trajano. Yo la vea, esa Va Sagrada,
pasmarse en medio del oro de los trigos rumanos donde el cielo
desaparece en la luz y donde el ruido se ha callado para siempre. Y
ms abajo, era la total entrega a Oriente de esas aguas. Y yo segua,
turbado, esas peripecias que iban a ser las mas.
Es una soledad increble. Durante horas no se ve nada a
derecha, ni a izquierda, ms que una horizontal de rboles pequenos en su alejamiento, y azules bajo la luz. La marea les alcanza y
les anega. Unos fiordos parecen abrirse poniendo cielo en ese poco
de tierra. Fantasma blanco, nuestro barco nada en un elemento
inabarcable. ?Cmo diferenciar este cielo de la corriente que lo
absorbe? Ya no hay vida sino en el cielo. Drama de las nubes que
la corriente repite, que balbucea a travs del velo de sus olas. Ni
una casa. Ni un barco hacia arriba. De vez en cuando, sin
embargo, un imponente remolcador y sus satlites, en su negra

marcha solemne. Mientras, tocamos, aqu o ms all, un pequeo


pontn, una cabaa para el viga. Una carretera se escapa,
dirigindose hacia la gran "puszta". En el pontn esperan unos
equipajes con ardientes corceles y cocheros que pertenecieron un
dia a las hordas de Atila, magiares altivos y adornados. Retiran sus
enganches; la vida se pierde con ellos en un torbellino de
polvareda. Ha vuelto el silencio.
Todava soledad. En plena mitad del ro una fila de molinos,
construidos sobre unos barcos amarrados, molinos pequeitos,
encantadores, cerrados como una arca; estn flanqueados por una
gran rueda ms espesa que alta construida con cercos ligeros
provistos de paletas grises, grises como el arca, adems, como el
gris luminoso del paisaje. Nos reportan a la China, esos pequeos
molinos finos como delicadas cesteras.
Por la maana habia aparecido una roca pica, esfinxica. Sobre
su formidable cabeza, una larga columna sostena una virgen,
mientras su espalda de rasos cspedes crudos se erizaba de speras
placas morenas perforadas, restos de antiguas murallas y de
furiosos torreones. Presburg habia levantado sobre un monte el
bloque cbico de su fortaleza. Despus esta guerrera aparicin se
habia desvanecido en el azul y gris de la llanura. De nuevo la
"puszta" se extendfa, indefinidamente.
Me parece estar en algn ro amaznico, tan lejanas estn sus
orillas, y sus arboledas inexplorables. Las pequeas nubes redondas
de la tarde abren unos ojos vagamente blancos. Ahora ya no se ve
nada ms que una horizontal; ilos meandros hacen que sea
continua de una orilla a otra!
Si yo fuese pescador o mercader a lo largo de esas riberas,
tallara religiosamente en madera, un poco a la manera china, un
dios que seria este ro y al que adorara. En la proa de mi barca,
mirando vagamente ante l, sonriendo, lo levantara no menos que
en tiempo de los normandos. Mi religin no sera, sin embargo, en

absoluto de terror: serena, pero sobre todo admirativa. Estergn


apareci, extraa silueta: un cubo y una cpula llevada por muchas
columnas. De lejos, cada una adivina una maravilla. Cubo donde se
nueve un ritmo admirable y que los montes nacientes presentan
como una ofrenda sobre el altar que ellos le dedican.
En fin, en la hora en que todo se abandona a la poesa, bajo un
cielo verde, fue en el ro un inmenso abanico de lamas negras y
de lamas de oro, en grandes ondas diluidas de rosa; y, surgiendo,
nos rodearon unos montes, de perfiles voluntarios. Evocacin
violeta de una Grecia que augurbamos hecha de este modo, pero
todava ms arquitectnica. Pues los montes sern de piedra y el
abanico ser el mar.
Bajamos a Vacz dormitando tan dulcemente en el follaje de
acacias. No convena en absoluto que Budapest terminase este da
inolvidable. Al da siguiente, a medioda, nos ahogamos en la
llanura. Un tren de suburbio nos lleva lentamente hacia Budapest.
La pueblan campesinos endomingados. Tipos bellos de hombre;
jvenes, nerviosos, vestidos de tela negra luciente, de corte
ajustado. Llevan unas rosas en el ojal, tres, cuatro a la vez, o sobre
el sombrero. Las mujeres son morenas, como de una materia dura,
enrgicas. En una gama menor, sus vestidos. Tienen tambin rosas
en la mano, de carne, de sangre, de mbar o alabastro. Ello pinta
sobre el negro de sus delantales, tableros decorativos tal como se
ven en los museos histricos, arte de campesinos ricos, en el siglo
XVIII.

Por qu deberia hablar de Budapest si no la he comprendido,


si no la he amado? Me pareci como una lepra en un cuerpo de
diosa. Hay que subir a la ciudadela para ver lo irreparable de esta
ciudad malograda. A su alrededor, un vibrante organismo de
montes palpitantes. Una efusin generosa de flujo nacrado asciende lentamente de la llanura. El Danubio cerca los montes, los
condensa en un poderoso cuerpo que mira de frente la extensin

sin limites. Pero, sobre esta llanura se extiende una lenta humareda
negra donde desaparece la trama de calles. Ochocientos mil
habitantes se han precipitado en ella en cincuenta aos. Y el
desorden bajo formas pomposamente equivocas ha hecho sospechosa a esta ciudad. Yo no puedo, sorprendido de entrada por la
ostentacin de estilos diversos y contrapuestos. Bordean el ro pero
no se ponen de acuerdo para hacerle un cortejo armonioso. Sobre
lo alto, un palacio monstruoso se apoya en una iglesia antigua
restaurada recientemente.
Sin embargo sobre ese mismo monte, ms cerca de la ciudadela, unas casuchas antiguas son como una floracin entre las acacias.
Moradas simples. Estn unidas por unos muros de donde surgen
los rboles. Nacen de forma natural sobre ese terreno atormentado. Nos hemos quedado horas sobre este monte apacible oteando
cmo se encendan sobre Taban invadido por la noche, las
pequeas luces tranquilas de las veladas. La calma era grande. De
pronto se levant una lenta e inefablemente triste melopea. Era un
saxofn o un cuerno ingls; escuchaba con ms emocin que
cuando se oye al pastor flautear su viejo canto a la muerte de
Tristn. Extraa consonancia grandiosa en la naturaleza adormecida.
?Saben ustedes, lectores, que mi hermoso gran Danubio fue
mutilado por un "tipo" y unas tijeras? Sus molinillos grises me
haban inpresionado en gran manera, la noche en que bajamos de
Budapest a Baja. Bajo la luna habia habido un complot grandioso
de silencio, de negro y de blanco y de inmutabilidad. El viga
habia puntuado el silencio con un sonido de campana trgicamente
sola, cada vez que apareca muy a lo lejos, la luz de una linterna
suspendida sobre la corriente... De todo eso, las tijeras del
redactor en jefe de la Feuille 'Avis de La-Chaux-de-Fonds os han
permitido ver un imbcil embozado a la manera de Napolen en
una manta, de pie bajo la luna y el viento seco, a solas ante un

atad! Slo hubiera faltado el "ser o n o ser" que en semejantes


circunstancias se hubiera podido saltar. Adems -para acabar con
este "tipo '- ilas clases de Baja os ofrecieron la desagradable
sensacin de una descripcin incoherente, incomprensible! Pobres
clases! Quitadle a un hombre su cabeza, un pedazo de pecho, una
pierna y hacedle un retrato! D e las calles de Baja, grandes canales
abiertos a la llanura se han hecho "diversiones" de esta llanura,
cuando lo que haca falta era que fuesen sus "vertederos". Las
tijeras, lo s, actuaban de buena fe, aspirando a depurar un estilo
incierto. He reconocido su intencin caritativa, pero les he dado
las gracias. Pues, permtanme una vez ms esto, lector a quien
fatigo: yo no os ofrezco literatura, ya que nunca aprend a escribir.
Habiendo educado mis ojos en el espectculo de las cosas, intento
deciros, con palabras sinceras, lo bello que he encontrado. Y mi
estilo es confuso, al igual que es confusa todava mi comprensin
de las cosas. El "grafo", el primer da quiso evitar el enojo de un
to! De qu manera se habra ofendido uno de mis tos por
confesaros nuestros puntos de vista diferentes! El "grafo" quiso
pues, en este primer artculo, que un amigo se persuadiera de mi
deformacin de pensamiento y n o as un to. Pero se trataba de un
to y asi todo ello vena a ser ms divertido. iSi hiciera falta pasarse
toda la vida sin embrollar nunca ni un poquito de los parientes,
significara ganarse su venganza a la hora precisa del testamento, a
causa de tanta indiferencia!
E n fin, quisiera todava que se leyese en los prrafos consagrados a los objetos de barro populares, que el color es a menudo
simblico pero n o siempre. iYa me tenis otra vez hablando de
alfarera! iFatal inclinacin que me aleja de mi ruta! Para echar un
vistazo a Caribdis caigo en Scylla! y continuaremos descendiendo
el Danubio entre Baja y Belgrado: La corriente muerde las praderas
tendidas muy lejos, perforadas por charcas de agua y sembradas de
enormes esferas grises -mimbres gigantes montados sobre troncos
7

de un tal dimetro, y tan atormentadas que parecen ms bien


rocas-. Unos caballos pueblan esas extensiones que bandadas de
ocas cubren de nieve. Todo se encuentra en una lnea horizontal
sobre la que se acumulan y se yuxtaponen, en la que ellas se
confunden. Es como en geometra, un plano visto en seccin. Este
plano es la "puszta" sin lmites con su hormigueo de vida. Algunas
garzas se elevan pesadamente y evolucionan, presentando las fases
decorativas grabadas con tanto verismo en las maderas japonesas.
Raramente, no muy alto, pasa un guila.
Nos caldeamos bien, por un momento, a propsito de esttica:
un estudiante de arquitecto de Praga, conocido la vigilia, multiplica
sus anatemas contra algunos puentes de hierro lanzados audazmente sobre el agua. Son siempre del mismo tipo: una larga viga rgida
y horadada, obra maestra de ligereza y de tcnica. Y como se
imagina la atmsfera de la oficina donde han sido calculados esos
hierros y tornillos, nuestro hombre no quiere concederle nada ms
que el desprecio. Nosotros defendemos la bella tcnica moderna y
decimos todo lo que le deben las artes, de expresiones plsticas
nuevas y de realizacin atrevidas y el campo esplndido que ofrece
al constructor liberado desde ese momento de los clsicos servilismos. La Halle aux Machines de Pars, la estacin del Norte as
como la de Hamburgo, los autos, los aeroplanos, los vapores y las
locomotoras nos parecen argumentos decisivos. Pero el amigo se
queda irritado; echa de menos la hoja de acanto y el Poseidn en
hierro fundido, sobre esas vigas largas que corren como un expreso
y no retienen el alma ni la estorban por ms tiempo.
En la noche alguien seal Belgrado. Y durante dos das
enteros, nos desilusionamos -ioh cun fuertemente, cun definitivamente! Ciudad cien veces ms incierta que Budapest! Puerta de
Oriente, la habiamos imagihado hormigueante de vida colorista

'

Uno de esos puentes es obra de Eiffel.

poblada de caballeros relumbrantes, cargados de condecoraciones,


portando un penacho fino y calzados con botas lacadas!
Capital irrisoria; peor: ciudad deshonesta, sucia, desorganizada. Una situacin admirable, para ms seas, como Budapest. En
un lugar retirado, un museo etnogrfico exquisito, con tapices,
vestidos y... vasijas, hermosas vasijas serbias, de esas que iremos a
buscar en lo alto del Balcn, hacia Knajewatz. Se llega por un
pequeo ferrocarril belga, vertiginosamente inseguro, agarrado a lo
largo de la frontera blgara. Al lado mismo de esta via, en el
mismo barranco, se construye una nueva linea llamada "estratgica". Est expuesta directamente al tiroteo de los fusiles blgaros, y
suprimir en un ao la explotacin de la linea belga. El ingeniero
francs que nos lo cuenta, ocupado en la perforacin de un tnel,
lloraria ante semejante sinsentido.
Continuamos a pie y en carromato. ildeal, la campifia serbia!
Las carreteras huelen a manzanilla. Los trigales remueven la
llanura y adems, sobre los altiplanos, los cultivos infinitos de maiz
dibujan sobre el negro-violeta de las tierras, un arabesco expansivo,
indolente y cargado de lasitud. El cementerio de Negotine es una
tipica muestra. Ya hablaremos tambin de cementerios, pero
aguardemos Estanbul.
Es una broma el desfile de Kasan -una balandronada de palabras
sonoras. Un amigo me escribia en Berlin este invierno: "y eso no
vali ms, a pesar de que el cielo ennegreciera y se llenara de
rayos".
Puertas de Hierro! No os encontramos, o mejor, no supimos
haceros revivir! Un dique moderno y enteramente fallido os
supone el estigma flagrante del filisteismo de un tcnico desalmado

Esta impresin data de 1910. Yo tenla 23 aAos. La Serbia estaba entonces


sojuzgada por los Habsburgo desde hacia mucho. La rebelin estall en Sarajevo
(junio 19 14) y desencaden la Gran Guerra del 14-1 8.

y para siempre habis sido privados del privilegio de ser evocadoras! Trajano ha escarbado un poquito vuestras rocas y tallado -eso
s- una inscripcin muy bella. Y saliendo de all el Danubio fue
enteramente otro: violento, oscuro, agitado. Es Bulgaria. Cara a
cara con las dunas tambin; desnudas y pardas, o bien la llanura
inundada: es Rumania. El silencio y la soledad se obstinan en
torno a este alma trgica removida por la marejada. Antes el codo
de Belgrado, era tan sereno, tan azul! Ahora tan s61o grupas
redondas y a veces derrumbadas, de tierra amarilla que un csped,
lugar a lugar, intenta recubrir. Ni un rbol, ni un arbolillo: la
aridez en toda su grandeza. Nada de casas. El nico signo de vida
es el reventarse atormentado del ro que retumba, esta maana,
erizado de crestas de espuma, de las orillas austeras y mudas. Un
montecillo de repente, se mueve y se derrumba. Pensamos en
algn sbito alud, en algn deslizamiento de la arena tostada:
-son- unas ovejas en grandes rebaos que un pastor -punto negro
sobre el c i e l e , conduce delante de l. En algn oasis, en la falda
de dos o tres dunas opuestas, se encava un pueblo. Tejados
violceos y fachadas frescamente repintadas, desaparecen bajo las
acacias. Es el decimocuarto da desde Viena; por la tarde habremos
llegado a Bucarest. Ya no veremos ms el gran ro, nuestro nuevo
amigo. Lo atravesaremos durante algunos minutos, dentro de ocho
das, para pasar a Bulgaria y, apuntando sobre el paso del Schipka,
resueltamente hacia el Oriente. Nos habamos detenido en Negotine, Serbia, en el patio de un albergue, cercado por paredes blancas
y cubierto por un emparrado. La sombra es verde sobre los manteles. Por doquier el sol de mediodfa tuesta la llanura. Una treintena
de invitados, burgueses de pequea ciudad perdida, celebran una
boda y observan una calma tediosa. Algunos habladores empedernidos intentan de vez en cuando un brindis sin inspiracin. Un
hombre gordo y sanguneo arenga no obstante con virulencia y
hace rodar unos ojos furibundos hasta que la aprobacin se expresa

con ruidos diversos y de circunstancias. Pero ahi se encuentran


unos zingaros, diez o quince hombres, agrupados en la cabecera de
la mesa. Juegan y cantan casi sin cesar, una extraa msica.
Nuestros odos se habitan dfcilmente a esas asonancias y ritmos
nuevos; la educacin musical occidental se restringe demasiado a
nuestras propias creaciones; y an as los conciertos no nos las
revelan sino muy poco -un trmino medio adquirido, de buen
tono-, nada demasiado nuevo ni nada tampoco de la msica de
antao.
Sin embargo, el patio se va llenando de sonidos, y algunos
cuartos de hora ms tarde, ya me encuentro cautivado por entero,

y entusiasmado. Mis recuerdos de la "Capilla rusa", se reavivan.


Ahi habia habido combinaciones nuevas, infinitamente ms decorativas -poderosas como las sopranos sobreagudas, coros de
mujeres y voces de solo, y corales de nios-. Hay tambin aqu
timbres nuevos, no a causa de sus instrumentos parecidos a los
nuestros, sino de sus combinaciones ritmicas y armnicas. Y
adems, es un simbolismo musical que ignoramos, imposible entre
nosotros, en nuestro periodo de individualismo. Asi como gracias
a los Slavianski de Agreneff habamos sentido los ros inmensos y
lentos, cmo rodaban sobre las estepas ilimitadas, asimismo oigo
en Negotine la voz del dios que hubiera venerado en mi barca: el
gran Danubio y la "puszta" que lo besa, l, el dominador sereno. O
mejor, son los himnos a ese dios, los suspiros, las languideces y los
sobresaltos violentos de su pueblo acampado en estas tierras
inmensas, los que empujan a la movilidad, al vagabundeo sin fin, a
la celosa libertad, extremosa, integral -y que despierta en cada
alma el sentimiento de una gran dignidad. Un pueblo canta,
acurrucado cerca de las cenizas de un hogar en los rosados
atardeceres, verdes y azules y se entrega, al alma ardiente que la
agita. Y esta llanura, estas estepas y estas flores, que s610 despiertan el sentimiento de las cosas sin permitir su percepcin, no

podan expresarse ms que con la msica, arte de subjetividad y de


sueAo. Nuestro Bello Danubio se deifica en el canto y el juego de
los zngaros. La forma es la de una "csardaz" hngara -violines,
cellos y contrabajos, pero ningn diablico cmbalo. El jefe, de
pie, bardo popular, canta el canto de su pueblo. Inventa unos
grupos, siguiendo la emocin que le embarga; los elementos son
seculares. Nada fijado de antemano. Dice su credo, y los dems se
lamentan o quedan pasmados, o estallan en gritos, fieles a su
pensamiento. La voz en solo cuenta un pensamiento dulce -o la
cuerda de mi sola. De repente, el bloque se quebranta, y surge un
cubo de msica; todas las voces salen al unsono y los instrumentos
adornan el fondo, de pim'cati o de arabescos en serpentina. El
bardo recita un nuevo pensamiento que conmueve la "csardaz"; y
todos aplastan sus llantos en las cuerdas oscuras. El bardo canta
solo, un sueo de esperanza; y la alegra surge como una torre
formidable rodeada de resplandores de acero, de tintineo de armas
bajo el sol glorioso... Pero he aqu que el gran ro se desborda; la
voz grave sacude con estremecimientos las gruesas cuerdas de los
contrabajos; mientras que una voz solista sube como una elega, la
noche cae del todo azul; la horizontal infranqueable separa al
tiempo que los une, a lo lejos, la tierra murmulleante y el cielo
iluminado de estrellas... Slo el bardo queda de pie. Todo termina
sobre una geometra grandiosa. Bach y Haendel han alcanzado las
mismas alturas, y tambin los italianos del siglo XVIII. Los
himnos han sido como grandes cuadrados dispuestos como torres.
Y los han religado murallas almenadas por donde corra un
arabesco. Precisamente el da anterior, por la maana, habiamos
visto a la orilla del ro, veintisis torres cuadradas flanqueando un
gran muro recto. El rub de los frascos que se vacan en el patio
del albergue es exquisito y proviene de las cepas bordelesas
tratadas sobre la colina por unos especialistas franceses. Tambin
artistas, estos viticultores que permiten al hombre verterse en el

estmago esos rincones de paraso entero; cosa que hace, bien es


verdad, divagar un poco y andar de travs. P e r o a fin de cuentas
s610 los animales caminan siempre derecho y no salen nunca del
camino! Para esos dos que se casan, no se toca msica del Moulin
Rouge. Bravo! Pero esos que los rodean (parientes, amigos)
fastidiosos o indiscretos tienen ellos mismos, me parece, el sentimiento de su inutilidad en este lugar. Utilizan mucho del rub de
los frascos para sacudir su malestar; quieren sentirse alegres en un
dia calificado "de fiesta" -o hundirse en un aturdimiento tranquilizador. Yo he bebido tambin mi parte del vinito de Negotine. Y,
perdido en alguna quimera, siento que un drama siquico une esos
seis seres -un hombre, una mujer, dos madres, dos padres- en ese
patio donde los zngaros dejan hablar a la raza, el gran pueblo de
los muertos a travs de las canciones seculares. Los zngaros elevan
para los esposos sus voces pesadas de pensamientos; y su msica
cava una fosa ante los fastidiosos que han sentado a la mesa aqu
unas costumbres ridculas. Quisiera que se fueran al diablo, esos
inoportunos! Quisiera ver esas dos madres a quien se quita un hijo
y una hija, y esos dos padres quienes, como en tiempos de los
patriarcas, cierran una alianza y unen sus troncos, y esos esposos
que van a recibir la ltima ofrenda -quisiera verlos sin que
hablaran, comiendo unos platos ligeros, evitando las asechanzas de
los vinos socarrones, sentados en un cuarto blanco con paredes
desnudas. Ah, se elevaria la melopea de la inmensa llanura
proclamando la inmutabilidad, y la voz del ro diciendo el eterno
movimiento. Las grandes estrofas llenaran la blanca y desnuda
habitacin, y la sabia de la raza penetrara la sensibilidad de los
corazones. Cuando se hubiera resuelto el dibujo de las lneas
meldicas, quisiera ver a las dos madres marcharse uniendo sus
ldgrimas de gozo y las ldgrimas de la aoranza, y a los dos padres,
citando el pasado, hablar del porvenir. iY yo quisiera que se
quedaran solos en la sala blanca y desnuda, esos dos seres que, a lo

largo de los das pasados y futuros, no contarn en absoluto un


solo minuto equivalente a este!
Auguste segua extrayendo el rub de los pequeos frascos.
Pero, cosa rara, no pudo soportarlo, y por la tarde se sinti
enfermo.

BUCAREST

(Carta a una dama que me cont un dfa su admiracin por Carmen


Sylva, reina de Rumania.)

SENORA:
No recuerdo ni dnde era, ni cundo! Pero ciertamente
Carmen Sylva acababa de publicar un exquisito libro, y "los
Anales" habfan dado el retrato de la reina-poetisa, y usted se habfa
conmovido por la simplicidad de sus atavfos, por la fineza de sus
cabellos grises y de sus bondadosos ojos acogedores. Y "Los
Anales" habfan proclamado, iqu alma de artista arda detrs de ese
modesto cuadro!
Pero aquf me tiene a punto de demoler su dolo, seora,
iporque he visto el palacio donde ella fulgura! Me concederis,
verdad, que los muros de una morada reflejan al alma que la habita,
y, considerando que yo no juzgo ms que por lo que me muestran
mis ojos, despus de haberme ledo, me perdonar!
Pero de hecho, usted conoce el Greco! Exactamente!: Domnikos Theokopoulos. Un resucitado de tres o cuatro aios. El
milagro tuvo lugar en el Saln de Otoo de 1908. Y fue una gran
alegrfa para los enamorados del arte esa exposicin retrospectiva y
rehabilitatoria. El Greco, era para los historiadores del arte,

obstinados en los Murillo, Zurbarn, y los Velzquez, un incidente


cronolgico apenas sealado. Ante el maestro, los escuderos
antedichos habian levantado la cabeza descaradamente durante
trescientos aos. Y no obstante, Czanne est ya muerto! y
Czanne fue uno de los que ms am al Greco y extrajo el
modernismo que este precursor haba inscrito en sus telas desde
hace 300 aos. Era verdad que los grandes salones de pintura de la
segunda mitad del siglo XIX cerraron resueltamente, y todos los
aos, sus puertas al genial Czanne. Le falt a este "honrado"
morir escarnecido por la muchedumbre... Pero gran sacerdote, en
verdad, del santuario cuyos fieles habian nacido de Courbet y
Manet.
Dios mo! En esta ocasin, la muchedumbre de Pars no hizo
otra cosa que la de cualquier otra parte! Fue, como a menudo, la
expresin de ese slido sentido comn que consagra la mediocridad y se rebela instintivamente contra los esfuerzos nuevos. iEste
gento de Paris! Qu feliz seria al proscribir a esos poetas, pintores
y escultores, esos msicos que, en medio de la ingratitud, reavivan
el gran hogar del arte! Romain Rolland ha escrito un libro entero
para revelar a Paris su fuerza, e introducir a la muchedumbre en
casa. Sobre la parte delantera del lugar, sin embargo -en la
avenida de los nuevos ricos, la multitud sobre el empavesado va a
empacharse de literarismo pictrico en los dos salones oficiales.
Ante sus ojos, cada ao, diez mil telas frescas excitan su curiosidad
boba ahf donde revolotean a placer las musas banales. En el saln
de Otoo, en los Independientes -campos de batalla en otro
tiempo picos-, la multitud se va a hacer cabriolas y a desternillarse: se cree en el circo. Se re... iporque constata la idiotez
insoportable de aquellos a quienes sus hijos admiran!...
Y dicho todo eso, con una inmodestia descarada, comprender,
seora, cunto crea en la excelencia de Carmen Sylva, puesto que,
franqueando el umbral de su morada iba a encontrar ocho cuadros

de El Greco colgados en las paredes de sus habitaciones y de su


sala de msica.
No voy a fatigarla con la descripcin de esos cuadros pero
intentar, a fin de permanecer en el tema, hablarle.de sus cuadros.
De aquellos de donde emergen esos colores nacidos como de
Czanne, esa ordenacin agitada y ese dibujo extrao, esas formas
y esas manchas desconcertantes aristocratismo espaol trascendente, filtrado a travs de una sangre helnica, sensualidad grandiosa de misticismo catlico en carnes enfebrecidas. Por otra parte
es en tiempos de Felipe el Catlico, y esos cuadros, son Toledo y
son El Escorial. No se concibe el Greco sin esa epoca y sin esas
arquitecturas. Los tiempos han pasado; queda Toledo. Morena roja
cuyas piedras son casas; derrumbamiento en cascada en los flancos
de una roca erigida sobre un altiplano rojo bordeado de montes
negro-azul o gris-ceniza. Una garganta profunda, al pie de los
muros, forma una arruga sin luz. Un cielo pesado posa su placa de
ultramar en esa aridez. Es rugoso como una tierra cocida que un
exceso de calor hubiese hecho estallar. Pero bajo esta dura corteza,
las paredes que ofrecen su asilo al Greco en el misterio glacial de
las capillas blancas, son uniformes y pintadas con cal. Blancas,
crudas, impasibles, son para esta pintura rutilante el medio necesario y majestuoso.
Subamos por la escalera de honor del palacio de Carmen Sylva;
nos costaba mucho creernos en la realidad. Era muy feo. Pasamos,
Dios sabe cuntas salas en el barullo de las cuales encontramos los
Greco que andbamos buscando.
De los ocho que debimos ver, cuatro estaban desgraciadamente en Sinaia, la residencia de verano. Las habitaciones que atravesamos eran mezquinas y fallidas. Desde el piso hasta el techo, se
acumulaban innumerables bibeiots, toda la quincallera de arte de los
xtasis "homaisianos". No podamos dar crdito a nuestros ojos.
Los lacayos nos sealaban, aqu y all, siempre en algn rincn

perdido y negro, ese San Jorge, esa Natividad, esta Boda de la


Virgen, para los que Auguste habia emprendido este viaje. Numerosos bodrios estaban en lugares de honor, infames; y encima de
los muebles, retratos fotogrficos, como en casa de mi conserje, en
Paris. He tomado nota, para que usted me crea, seora, de la sala
donde se encuentra la Boda de la Virgen. Las dimensiones son tres
metros de ancho, seis de profundidad. La mitad de la habitacin
est sobrealzada a la altura de un peldao y aislada en medio de
una columnata de madera donde cuelgan unas cortinas. Detrs de
esas cortinas est el cuadro, no sobre la pared iluminada, era mejor
colocar un cuadro del mismo tamao, un episodio de la guerra
franco-alemana, con humareda, caones, muertos y cascos con
punta. iY franceses derrotados! Ambos cuadros distan un metro. A
lo largo de una estanteria que rodea la habitacin, unos sesenta
soldaditos de madera equipados de distinta manera. iCara a cara del
Greco, una chimenea muy grande... en madera, hecha "para la
galeria"! Enfrente del Greco y tapndolo un poco, un busto en
mrmol blanco de la reina. Sobre algunas mesas, un calendario, y
fotografias amontonadas, en marcos de cuero o de peluche. E n
cuanto un resalte de basamenta es suficientemente ancho, vasijas,
toda una serie de cosas innobles en avalorios, o conchas Luis XV
se renacimientean con tontos mascarones. Despus, justo al lado,
algunas soberbias vasijas campesinas de Valaquia. Figrese adems el techo sostenido por pesadas cnsolas de madera falsa,
luego, cuente con nosotros, en este espacio de tres metros
por diez, dividido en dos niveles: siete mesas y veladores,
un enorme pupitre, tres bufetes, siete sillones. Reparamos en
algunos de estos cubiertos de peluche rojo, incluidos pies y
respaldo. Flecos y borlas dan a entender a cualquiera la posicin
del propietario.

Y en la sala de msica, a donde van a jugar como en un


templo, los jvenes protegidos que la reina-mecenas atrae desde

Europa, es peor, se lo juro: ipara no crerselo!... iY el cuarto Greco


que languidece ahi... es falso!
Por eso, Madame, ya no creo en "Los Anales" ni en Carmen
Sylva! Por lo dems esta seora es de una familia alemana
demasiado buena y se me aparece sin gusto artistico, su marido y
su palacio forman una cosa heterclita sobre los pavimentos
ardientes de Bucarest, que dicen tantas cosas. Dicen con potencia
la supremacia de la carne, y sobre ellos se aplasta una implacable
sensualidad. Bucarest est toda ella llena de Paris; ms an. Las
mujeres bajo la luz terrible, se peinan y son hermosas y se adornan
todas con toilette5 exquisitas. No nos son extranjeras cuyos vestidos supondrian ya en si mismos una barrera: en los carruajes, a la
vuelta de las Carreras, durante ese largo desfile en la Via Victorii,
estaban acostadas perezosamente, y sus toilette5 de Paris con tejidos
suntuosamente sobrios, sus grandes sombreros negros o grises o
azules que una enorme pluma agita -o tambin sus pequeitos
tocados sobre cabellos invasores- la pintura de sus ojos y de sus
bocas, sobre una tez siempre tranquila, las formas nobles de bellos
cuerpos bajo la caricia de los tejidos -todo nos empujaba a
reconocerlos, a admirarlos... y nos acordbamos con las mismas
melancolias, las seductoras visiones del Paris chic. Se siente que,
fatalmente, todo aqui mueve al culto de la mujer; y aparece que el
idolo de esta ciudad, la gran diosa, es solamente la mujer, por
razn de su belleza.
No se burle, seora, si he quedado deslumbrado. Adems, ahi
olia por todas partes a 45, con obstinacin - e l 4 5 que venden los
zingaros. iY otra vez, helas ahi, mujeres esplndidas! Teces amarillas bajo cabellos negros, ojos bajo los cuales se utiliza el vocablo
embrujador. Y vestidos claros y sencillos, de donde salen manos
para destacar sobre el marfil de los 45, el coral de las uas pintadas.
Los zingaros se nos convertirn en un simbolo, nica expresin
posible de esta ciudad donde hemos sido torturados.

Innumerables carruajes piafan. Cocheros eunucos, muy gruesos


y hablando con voz aguda, lanzan sus corceles fogosos y esplndidos a travs de los "calei" abarrotados. Todos esos cocheros estn
casi de pie, enlutados con una toga de terciopelo azul oscuro. Y el
tintineo de los mil cascos sobre el duro empedrado es una msica o
un ritmo que casi no se extingue en toda la noche.
<Qu decirle de esta ciudad llena de rboles, que se extiende
lejos, pero ofreciendo siempre el aspecto cerrado de un barrio de
"petits maitres"? Los pisos no sobrepasan el segundo, y las calles se
cierran pronto. La arquitectura es futil como la vida de aqui;
Escuela de Bellas Artes por doquier, ya que aqui slo trabajan los
arquitectos diplomados de Pars. Si es banal, es que no es feo,
debido a la unidad de procedencia, Bucarest no tiene ni la
heteroclidad ni las fealdades de las ciudades alemanas. Los ojos no
se detienen ni en los perfiles conocidos, ni en las guirnaldas
conocidas de memoria. Son enteramente libres y se van con los
dolos que pasan y en Bucarest es domingo toda la semana...
Permita que empleando el lenguaje libre del "pintor aficionado"
le diga en tres lneas, seora, con colores y con manchas, el alma
de esta ciudad donde los corazones austeros se atormentan.
Conocimos en la terraza de un caf famoso a los pintores y
escritores de Rumania. Y, puesto que ramos franceses, fuimos
recibidos con una gran afabilidad. Esos pintores eran los de la
"Juventud Rumana" -una "secesin" tambin, llegada hasta aqui.
Nos gustaron porque nos hablaban fogosamente de sus artes
nacionales, y vibramos al unsono a propsito de encajes y de
cermicas populares.
Despus, solos, fuimos, bajo la Rotonde, a ver el desafio que
esos jvenes lanzaban, en obras revolucionarias, a los obstinados
de rutina. Pues bien, esos imbciles se han dejado asesinar por
Europa! Tuvimos que soportar paredes enteras de academicismo
munjqus y cimacios cubiertos con atonas venidas del Quai

Voltaire. Esos jvenes que, antes de sublevarse, tuvieron la dicha


de nacer a orillas del Doboritza y brincar en las "vias" y las
"caleie", olvidaron -cuando quisieron decir "yo", de pie ante una
tela, la orgistica paleta en mano-, la mordedura de su carne y su
sed de desenfrenos bizantinos. iY su corazn no se ha sumergido
en el olor deshonesto de los h.rque venden las bellas zingaras! Sus
telas son "mamarachadas" (permitame esta palabra valiosa). Por
qu ellos no pintaron "mamarachadas"? Y eso, en una plstica que
hubiera sido zingara, y en un color terrible en que amarillos limn
ahogados en verde sucio habrian excitado los violetas podridos. El
blanco de los h.ry el bermelln de las uas ahi hubiesen sido como
gritos. El gran negro, brutal, imperioso habria invadido y "marginado" ese sincope de colores. Y ahi en medio, se habria desparramado el rosa incomparable, que todos los pueblos primitivos y
sanos adoran y prodigan, porque es el de la verdadera carne. Esta
pintura, como la sonrisa amarilla de los zingaros, sus sencillos
cuerpos le habrian dado ritmo. iY se habria sabido, vindola, que
ah abajo hace tanto calor y que la llamada de la ciudad es tan
fuerte que las arterias casi se rompen y que el cerebro estallaria y
que de noche no se puede dormir!

TIRNOVO

TODO lo largo de Bulgaria, como en un jardin. A la vera de la


via, es una cenefa loca de rosas de malva, de capullos amarillos, de
camo azulado y de achicoria, de amapolas y de escabiosas. Y los
grandes cardos forman placas vinosas sobre parterres blancos y las
matas en flor. Los trigales vienen hasta el borde de la va. A lo
lejos continan apuntndose los rboles frutales, lagos amarillos
que zfiros clidos cepillan. Pero cuando el tren hubo alcanzado las
altiplanicies todo habia vuelto de nuevo a la severidad.
En la hora del crepsculo, he subido sobre la roca inmensa que
la ciudad escala -morena tumultuosa de casas engarzadas con
caminos. El viento soplaba, limitando los altiplanos que el tren
atraves esta maana perpendicularmente al Danubio, unos montes se habian elevado de repente, formados por asentamientos de
piedra muy estrechos anegados en inmensos bancos de arena. Una
fisura profunda, casi un "can", almenada de rocas en asentamientos horizontales, deja paso al amarillo rio. Desde esta altitud
rida donde slo manzanillas florecen y perfuman, en la abertura
del gran portal de pies rectps rocosos, se ve la llanura. El sol se ha
puesto justamente ah, y, muy al fondo, sangra una inmensa
horizontal: Ahf debe estar el Danubio. Al otro lado, en hemiciclo,
los Balcanes se rizan y se levantan en esta hora adorablemente

azul. Un friso de un cobalto ligero, sefiala en la lejana la cadena


ms alta donde serpentea el Schipka, puerta de Turqua que
franquearemos a caballo dentro de algunos das. Al pie de ese
monte donde estoy acostado, la cinta amarilla del ro rodea la
ciudad segn un 8 nervioso, aqu, la corriente esparcida forma
islotes de arena; all, comprimida, la sacuden los rpidos. Rebaos
de grandes bueyes estn zambullidos en el ro. Los bueyes son
grises, con el vientre casi blanco y el lomo negro suavemente
ligado al tono de los costados; sus ojos tienen la dulzura y la belleza
de los de las gacelas y sus cuernos las coronan de majestad como
en los bajo-relieves egipcios. A medioda, habiamos visto centenares de bfalos negros tendidos en las zonas lodos del rio. Dorman,
inmersos en el agua limonosa, ofrecindonos un espectculo
inesperado. Sus cabezas se alargan siempre horizontalmente y sus
blancos ojos parecen discurrir pensamientos lgubres bajo frentes
tenebrosas. De volumen formidable, tienen un color sobrecogedor,
oscuro como un velo fnebre, opaco como tinta estropeada, y al
verlos avanzar con sus cuernos vueltos hacia atrs y sus morros
baveantes, uno tiene miedo. Ya entiendo que el pintor del siglo xv
haya uncido esos trgicos animales, al Carro de la Muerte, al Carro
de la Vanidad y al Carro del Vicio, en esos famosos retablos de la
Academia de Siena que pudimos mirar con emocin. Entonces
habamos credo que se trataba de una pura invencin de pintor
inspirado.
Al fondo del "can", los pastores han entrado en el agua para
cazar ante ellos a los bueyes abrumados de calor. A travs de la
gran puerta rocosa, mis ojos erran por ltima vez por esta
horizontal llena de noche que marca Europa; y desciendo de nuevo
esas pendientes donde se desploma la cascada de las casas.
iQu extraordinaria ciudad de la cual nadie jams habl,
perdida lejos de las grandes lneas de comunicacin! Auguste dice
que se puede comparar con la vila de Espaa. Esa fue sin

embargo la residencia medieval de los zares de Bulgaria. Tirnovo


no tiene nada de pueblo. Miles de casas la constituyen; se han
agarrado a los labios de las rocas verticales, luego se han acumulado unas montando sobre la espalda de otras hasta la cima de este
monte que es como una torre. Las paredes son blancas y los
enmaderados negros, las rechumbres como la corteza de un rbol.
Visto de lejos es una rida estratificacin. Algunas manchas
blancas, ms grandes, sealan las iglesias, no bizantinas sino
barrocas y emparentadas a las exquisitas arquitecturas de las
montaas bvaras y tirolesas. Hemos recorrido largo rato las calles
de Tirnovo donde el extremo pintoresco sigue siendo atrayente por
razn de la perfecta limpieza. Nada detesto tanto como los pueblos
donde el "literarismo" y el sentimentalismo de tantos pintores se
complacen, porque el estircol invade las callejuelas y el barro ha
salpicado hasta los tejados. Esta suciedad delata siempre una
negligencia de mal presagio y se puede dar como seguro que las
poblaciones que se abandonan a vegetar son pobres y no cultivan
ningn arte. Cuando la sangre es joven y el espritu sano, el
sensualismo corriente afirma su ley. Los hombres trabajan menos y
buscan el bienestar. Cuidan sus moradas con una solicitud que nos
parecera exagerada. Las quieren limpias, alegres y confortables: las
adornan con flores. Se visten con bordados donde los colores
encendidos expresan su alegria de vivir. Su vajilla est decorada
con flores, llena de arte, y alfombras tejidas por las mujeres,
siguiendo una tradicin secular, recubren el piso de madera que se
cuida con esmero. Y a cada primavera, la casa que aman recibe su
traje renovado: deslumbrante de blancura ella sonreir durante
todo el verano a travs de los follajes y las flores que le sern
deudoras de su esplendor.
En Tirnovo, las habitaciones estn blanqueadas con cal y es tan
bonito que me impresion mucho. Ya el ao pasado, me haba
entusiasmado, en Mittenwald, en los Alpes de Baviera, con la

potencia decorativa que adquiran las gentes y las cosas frente al


blanco de las habitaciones de campesinos. Serbia, Rumania, Bulgaria, Constantinopla y el Athos de donde vengo, han confirmado
ms an esta impresin. En Tirnovo se blanquea cada habitacin
antes de Pascua y antes de Navidad, y de este modo la casa siempre
est radiante.
Cada casa tiene su habitacin principal; una ventana muy
grande ms ancha que alta cuadriculada con cristales, da sobre los
rboles y las flores del jardn, y, debido a la situacin nica de esta
ciudad, un perfil audaz y brutal de monte, y un torrente amarillo,
vienen a encuadrarse en la geometria del ventanaje. Estas habitaciones son tan pequeas que la ventana ocupa toda la pared y
siempre se le adosa una galeria, dominando el alud de casas; esta
galera es un trabajo fino de carpintera y el perfil de los pilares y
de la cubierta recuerda las hornacinas exquisitas de los muebles del
Islam. En esta encantadora exiguidad, los hombres se arredosan
sobre sofs fumando tranquilamente. Parecen una pintura persa
puesta dentro de un marco morisco. La puerta del jardin es rosa y
verde; el cercado no es mayor que una habitacin y un emparrado
lo cubre todo. Rosas y tulipanes, y tambin muchos 4 s de olor
prfido y claveles y jacintos. Capas de piedra blanca que enlosan el
suelo ah donde las flores no han invadido. Ya he dicho que las
paredes estn blancas y a veces azules como lo ms profundo del
mar.
Entramos hacia el atardecer, en una de esas pequeas iglesias
precedidas por un soportal azul tenue. En el iconostasio, engarzada
cada una en una hornacina de oro que hubiera podido esculpir un
hind o un chino, veintinueve iconos brillaban con sus cielos de
oro y con las aureolas de sus santos. Eran del ms hermoso estilo,

'

Desde entonces, he sabido que una costumbre religiosa obliga a blanquear con
cal durante las grandes fiestas religiosas. Religin tilmente policaca. El azul que
encuadra puertas y ventanas ahuyenta las moscas.

ms italianas que bizantinas, y enlazarian bien a Cimabue con


Ducio. Uno se siente muy conmovido ante semejante conjunto, en
la paz de un santuario, en la hora placentera. Y aqu me embriagu
tanto como tantas veces en la pequea galeria de los primitivos
italianos del Louvre, donde la Gran Madona es un credo, y donde
San Francisco, fulminado por un xtasis recibe los estigmas
despus de haber predicado a los pjaros y a los animalillos del
bosque.
Al dia siguiente tuvimos una gran alegria: en un pueblo, al pie
del Schipka sangrante, tuvimos ocasin de comprar a un prroco
pobre algunos viejos iconos donde unas aureolas de oro resplandecen sobre cielos de fuego. Despus el Balcn nos reserv la
desilusin de ser verde y azul, frondoso y cubierto de bosques,
cuando habiamos pretendido que era rojo e inexorable, rojo como
una tierra que ha bebido tanta sangre, y rojo como es debido para
que un ataque de bandidos tenga algn aspecto pictrico. Ay! iDe
bandidos tampoco nada! En medio de la noche descendimos
pendientes incmodas manteniendo los caballos por las riendas, y
nos adentramos en el nico albergue donde unos hombres bastante
sucios ya dormian en todos los bancos. Y como casi nunca se
pierde un extranjero por esas carreteras apartadas, no les gust en
absoluto el recibirnos. A decir verdad el malestar apenas dur; sin
protocolo nos pusieron en una habitacin que slo dos camas
ocupaban -dos jergones rebentados, cubiertos con una sbana
repugnante, sobre la cual decenas de chinches morian de hambre.
Y como despus de dos horas, yo estaba completamente devorado;
y los perros ladraban a lo lejos, salt por la ventana y me fui
montaa arriba. Me detuve en un rbol y alli dormi profundamente ..., ien pleno corazn del Balcn! Qu hubiera dicho mi mam, al
saberlo!
Escribo estas lineas desde una isla desierta donde la imbecilidad
de una cuarentena nos encierra por varios dias con un puado de

compafieros de infortunio. iY ya estoy harto de contar las noches


pasadas bajo las estrellas, sobre el duro puente de los barcos que
nos han llevado hasta aquf, o sobre la arena de esta isla que un sol
terrible encandece, y tambin acaricia a unos pocos kilmetros de
aquf, los mrmoles adorables del Partenn que todavfa no he visto!

E N TIERRA TURCA

E Kasanlik (donde desde hace quince dias, el Valle de las Rosas


ha confiado sus perfumados tesoros a las retortas), hasta Stara
-Zagora, repostamos. Nos levantamos a las tres de la madrugada. Somos seis, muertos de sueo, calentndonos en un carromato
sucio y descubierto, minsculo. Los tres caballos corren como
diablos y nos lanzan sobre carreteras lamentables que a menudo se
confunden con el torrente.
Adelantamos a unos zingaros turcos en migracin. Unos
hombres grandes con turbante y camisa abigarrada; mujeres cubiertas con un velo azul ail, bordado color de vino. Las chicas son
muy bellas, mucho ms que las mayores, pronto marchitas. Todas
llevan la falda-pantaln, la muy elegante falda-pantaln, sencilla y
plstica. Los pequeos, casi desnudos, pipian, como es natural.
Toda esa gente va a pie; unos asnos llevan enormes fardos. El
Balcn al extremo de la meseta es azul-negro y el sol no se dejar
ver hoy. A cada instante sobre la estrecha carretera pasa algn
viejo turco encima de un pequeo asno -tan pequeo que el viejo
"entiarado" con un turbante, parece gigantesco; sus piernas patalean a quince centimetros de tierra a razn de ms de sesenta
latidos por minuto; pues el asno trota constantemente y parece que

quiere caer hacia adelante. iEs valiente, el borrico, deliciosamente


concienzudo! Y el viejo turco es esencialmente simptico.
Aqu tenemos el primer cementerio turco. Se extiende al
extremo de la pequea ciudad donde, en cada jardn que visitamos,
nos haban dado confituras de rosas, y luego, con amplias sonrisas
nos haban conducido de nuevo rocindonos con unas gotas de
agua de rosas, iagua de rosas del Valle de las Rosas! E n esos patios
minsculos corra el agua de una fuente de mrmol y todo estaba
cubierto con flores en medio de bordados de boj tallado y de
senderos de arena blanca, bajo una gran parra generosa. Las
paredes eran de un blanco resplandeciente; a veces pintados
tambin con cal ultramar. As el cementerio une la ciudad con la
llanura y le da una puerta de ensueo. Las piedras erizan como
menhires una maleza de cardos; pero hay muchos que son minsculos. Es incoherente, sin orden y sin medida, sin designacin, sin
sentencia ni smbolo: un pedazo de roca alargado hincado en tierra.
Grandes plantas como muecos contribuyen, sobre esta vasta
meseta, a dar la impresin de crecimiento vertical; sus flores son
amarillo-limn, color nico sobre el gris rico de las piedras toscas y
los azules desecados de los cardos. Rebafios de corderos y de
bueyes solitarios pastan en la invasin de hierbas, en esta serena
ciudad de los muertos.
Los ferrocarriles carecen de exactitud. Pero Auguste constata
que llegamos a pesar de todo a Andrinopla. Son ya diecisiete horas
de retraso: ioh!, ilas tempestades repentinas y las inundaciones, y
los jefes de estacin! iEn la portezuela, la aparicin de unos
salteadores! iEscalan el vagn y somos pues doce hombres en esta
berlina de diez plazas! Nuestros bandidos a la Decamps son unos
tipos bonachones, cultivadores que mueven la cabeza mientras ven
sobre el amarillo ro enfurecido cmo miles de gavillas de oro
corren como una marejada. Pero apestan a ajo de una manera
inaguantable. Alguien me ha dado una rosa en Siemen; pego la

nariz a ella; Auguste recibe mis lamentos; mientras fuma su


pipa, filosofea, y filosofando, pipea.
El paisaje est pintado por Decamps. Verdaderamente, el
infeliz ha dado con la nota apropiada: cielo negro de tormenta
sobre el que la montaa se levanta en ocre claro; los rboles
concentran una sombra opaca y dura y las nubes forman unas
placas trgicas sobre el suelo. Es un marco para batallas. Manadas
de bueyes grises y de bfalos negros que disfrutan plcidamente del
inesperado bao que, desde ayer por la tarde les ofrece el Maritza
desencadenado; los bfalos revolcados hasta el cuello en el agua
amarilla levantan la cabeza ensombrecida y rumian.

Y Andrinopla apareci en el resplandor de la gran luz de la


tarde. Andrinopla es como el alzamiento de esta enorme meseta,
resuelto en una bveda magnifica. Formidables minaretes en la
lejania son finos como colas de caballo de las marismas -exaltan y
dirigen rectamente hacia arriba este gran empuje. Tres enormes y
grandiosas mezquitas ms vienen a sostener, de abajo a arriba, este
gozoso esfuerzo. "Sultan Selim" hizo a la ciudad una tiara de
magnificencia absoluta. La vieja capital de los turcos se ha
mantenido llena de nobleza. En sus puras costumbres orientales,
los buenos viejos turcos que la habitan se nos aparecen como
santos. Fuimos mimados, lo que equivale a decir saludados por
todos y mirados con benevolencia. En los cafs -a la turca, claro
est- el patrn (cav@) acurrucado en un sof, se toma molestias y
viene a traer con una pinza el carbn ardiente, sacado del horno,
que debe encender nuestros cigarrillos. Estamos sentados en la
calle, bajo un emparrado. Unos turcos curiosos se interesan y
forman circulo. Un vendedor de pasteles nos ofrece su mercancia y
no concibe que le paguemos. Zarandeo dos vasos de agua y los
rompo. Y el caudji se ofende porque quiero reponrselos; desde su
ventana ampliamente abierta donde, acurrucado sobre un divn,

fuma el narguile, sonre, da las gracias, saluda, y ni siquiera acepta


el precio de sus cafs.
Abrimos unos ojos como naranjas a las escenas que se multiplican en la calle. Enfrente nuestro, un hombre est sentado sobre
una estera delante de su casa. Ante l dos macetas de geranios
rosas. Tiene la cabeza afeitada as como una tonsura pero la
tonsura ha ganado terreno hasta la frente. Es el peinado de verano
del turco, y es extraamente poderoso. Un colega se acerca
llevando una inmensa regadera. Nuestro hombre se pone entonces
de rodillas, en la postura de la adoracin, avanzando la cabeza
entre los geranios; y el amigo fiel le riega la cabeza generosamente;
el agua se vierte de la gigante regadera, sin fin; el paciente que
ruge de gozo muestra con el dedo, unos instantes, el lugar de su
crneo donde la aspersin es ms favorable. Se pone en pie, se
acurruca de nuevo y, con las manos en las rodillas, espera detrs
de las macetas de geranios la cada de la tarde y la venida del
fresco. La calle donde paladeamos innumerables cafs (cuestan un
cntimo, esos chiquitines!), sube hasta el Sultan Slim Djami y est
cubierta en todo momento de emparrados alcanzando la calzada y
dando alegra y sombra. Imaginad adems un poco en todas partes
una fuente de mrmol marfilino o algn minarete puntiagudo
dando un blanco resplandor en la dulzura del azur. Suben y bajan
pequeos borricos, extraordinariamente cargados inexplicablemente. Ya que estos animalillos trabajan siempre con seriedad, con
toda su alma. Es curioso ver a esos viejos pcaros indolentes
ponerles a la espalda, ya un paquete de hierbas frescas apiladas al
travieso, desplomadas hasta el suelo y llevando consigo un entero
rincn del oloroso prado; ya enormes cestas llenas de tomates, de
cebollas y de ajos. Todo ese fardo, el borrico, el turco, la paja o los
tomates, es tan ancho que a menudo ocupa toda la calle. Seguramente por ello que, por temor a los empujones, bajo el soportal del
Viejo Bazar, ese planchador de ropa se ha instalado en un armario

suspendido sobre el suelo; el cristal sustituye los tableros de las


puertas; iel hombre en su poco trivial morada, se halla as al abrigo
de los asnos... y del fro! Un colega, en Kasanliz, para trabajar el
cuero, habia descubierto qu confortable morada resulta una gran
perrera; en su casa tambin haba profusin de vidrieras. El
simptico viejo era jorobado, calvo y llevaba gruesas gafas. Su
choza yaca en medio de la plaza y se vendan, a su lado y enfrente,
cadenas de ajos, cebollas y puerros.
Comemos en un restaurante tpico. Alli solamente llegan
turcos, quietos en sus grandes vestidos negros, severos bajo sus
turbantes blancos o verdes. Se lavan las manos y la boca con jabn,
en el aguamanos de mrmol, y el dueo se evade de sus hornillos
para ofreceiles un pailo. Inspeccionan las ollas, deciden su eleccin, luego vienen a sentarse con gravedad. No hablan. En este
pequeo local donde se amontonan cinco mesas de cuatro personas, hay un silencio que no pesa nada. Tenemos la impresin de
estar entre una compaa muy distinguida. Toda una pared del
local cuadrado est hecho con ventanas que dan a la calle; los
hornillos se apoyan en ella y las grandes aberturas dejan escapar
aromas que expanden por toda la calle el renombre del cafetn. Al
lado de los hornillos hay una gran losa de mrmol espeso que sirve
de aparador, sobre el cual se muestran vveres, tomates, pepinos,
judas, melones y sandas - e n resumen, todas las cucurbitceas que
enloquecen a los turcos. Se nos sirve una sopa de pasta bien pesada
con limn, despus unas pequeas sandas rellenas y arroz apenas
reventado, salteado en aceite. Los turcos casi no comen carne.
Cindonos al rgimen vegetariano, no tienen necesidad de cuchillos; as el cuchillo de mesa es desconocido. A este men muy rico
se d a d e n siempre algunas tazas de zumos de fruta, zumo de
cereza, de pera, de manzana o de uva, que se bebe con cuchara, el
vino est vedado por Mahoma. Los turcos aristocrticos del
antiguo rgimen, para comer, usan slo los dedos y un pedazo de

pan; se desenvuelven con gran distincin. E n todo momento, un


chiquillo provisto de un fez, ceido con un cinturn de lana que le
hace parecer tan ancho como alto, corre de uno a otro comensal
blandiendo un bastn largo coronado con una enorme crin de
papel blanco. Ante el alboroto producido y en medio de la
perturbacin atmosfrica provocada por su artefacto, las moscas se
alejan por millares... pero, muy desengaadas, y pronto repuestas
de su terror, reinician al poco su ensordecedora ronda.
Antes de poner pie en tierra de Bizancio, tuve la oportunidad
de saborear en Rodosto, pequeo puerto exquisito acostado en la
ladera de un cerro a orillas del Mrmara, un toque muy turco, pero
turco nuevo-rgimen.
Invitado a cenar en casa de unos comerciantes conocidos al
azar de un encuentro, pas la velada con ellos en su jardn. El
triunfo de esos seores fue el hacer descender de las tinieblas de un
gran rbol una colosal lmpara de gas incandescente, tan grande
como una lmpara de arco de la Potzdamer Platz en la Brandenburges Thor. "iOchocientas velas!", as se proclam, iy se dio la
luz! Lo tenamos encima de la nariz, a un metro sobre la mesa. Y
hablamos de progreso, de nueva constitucin, de civilizacin.
Terminamos con la msica y esos seores siempre amables subieron a buscar su instrumento -una mandolina y una guitarra. Un
criado llen la mesa de cuadernos de msica. Despes se me exigi
que dijera mi amor por la msica seria, o por la msica frvola, por
el vals o por el madrigal. Y como yo no llegara a declararme tan
categricamente, diciendo que me gustaba toda la msica, parecieron descontentos, y despus de haber afinado los instrumentos
durante ms de una hora y haber arrugado los innumerables
cuadernos de msica, tocaron para m en dos minutos un fragrnento que representaba el toque de retreta en un cuartel -es decir un
son de trompeta y despus tambores que poco a poco mueren a lo
lejos! Despus quisieron llevarme al "Club", al Club tout court

(pronnciese "Klab", por favor). Se trataba de una terraza muy


hermosa que dominaba el mar. La luna ahogaba en azul las
hmedas llanuras... y, de las ventanas abiertas y honradas de luces
del Club, estallaba una fanfarria estruendosa, triunfante. Subimos.
Era la fanfarria de los empleados de comercio fundada a raz del
advenimiento de la Constitucin. El entusiasmo de esos jovenzuelos y de esos viejecitos, soplando como posedos en un tubo de
madera o de latn era emocionante! La armona se elevaba,
bienhechora, en alas de la fe... Y en la pared, un gran cuadro al
leo mostraba en tamao natural a Orfeo clsicamente semidesnudo, sentado y llorando con su lira. Ante l, dos cabras, un len en
el bosque, un gallo a sus pies acompaado por una hurraca; y una
gallina. Todo eso a la manera de Puvis de Chavanne. En el jardfn,
unos bajorrelieves antiguos algunos muy bellos, pero puestos ah
como lo serfan en un museo; esplndido sarcfago del siglo 111, en
donde botellas de limonada estaban inmersas en agua fresca...
E n el hotel, sobre las sbanas, la negrura de los chinches
equilibraba sin esfuerzo la blancura de la ropa sin lavar.

CONSTANTINOPLA

ERA Estambul, Escutari: una trinidad. Me gusta esta palabra,


porque tiene algo de sagrada.
Bebamos lentamente el mstic, el padre Bonnal y yo, en
nuestro balcn de Ainali -Tchechm- l, antes de su tarda cena,
yo, despusde comer en Estambul y haber atravesado otra vez el
puente. Desde nuestro mirador, ms all de la cada de los cipreses
de los Pequeos Campos, se vea el Cuerno de Oro. Ah debajo se
posa Estambul, una ancha barra de sombra que perfila sobre el
apagado cielo las siluetas de las grandes mezquitas. Cuando hay
luna -la tuvimos a veces- el mar, que se divisa ms all, enlaza con
un hilo chorreante los minaretes con los minaretes a lo largo de la
tenebrosa cima.
Haba cado la noche. Mis sentidos se me escapaban un poco.
?Soy yo el que suena, o mi narrador llevado de su fantasa? Su voz
rugiente pronuncia guturalmente la r. Sus gruesos ojos de absenta
bajo unas formidables cejas grises se anegan de agua y brillan. Es
amarillo y chorrea oro. Estn todos los mrmoles de todos los
palacios de Bizancio y todos los tesoros de los sultanes y todas las
gemas de los serrallos! Una Venus de oro macizo y una Ceres
encabezan el Khanal, la escalera del palacio de Justiniano que
desciende hacia la corriente. Unos caones de bronce encubertados
de oro yacen en la arena en la Punta del Serrallo, as como unas

diademas y anillos de esos de oro macizo, que ellas -las divinas


odaliscas turbadoras- ponian en sus tobillos desnudos y en sus
brazos redondos como serpientes. Cargadas de oro y con las uas
pintadas con cinabrio, se han apagado de esperar, mucho tiempo,
en sus magnificas jaulas, en lo alto de esta colina como proa en el
mar y que abre la corriente ante Estambul; y, porque una vez
desagradaron, han sido deslizadas en el interior de un saco, hasta
el fondo; hicieron "plaf' en el agua; los pececillos han sido los
ltimos en disfrutar de su carne, y el padre Bonnal pretende que
todo su ornato ha quedado alli, corno testigo. Euritmios de mrmol
se levantan de las olas y se repiten avanzando a lo largo de las
orillas. Innumerables lys plantados por doquier prueban que los
mrmoles son de oro debido a ese sol eterno; hacen sentir el peso
de sus perfumes apabullantes sobre las pulidas losas de porfirio, de
malaquita, de verde antiguo y de jade, en medio del centelleo de
ncares engarzados. E LLA -no s quin-, alguna Teodora, qu ms
me da, mientras tenga su aderezo de Rvena y sus ojos demasiado
abultados, rodeados de negro, le roan las mejillas -espera dentro de
alguna exedra la absorcin del fuego del dia por el azul lunar.
Cuando ella se asoma al borde de la escalera donde salpican las
olas, sus joyas se multiplican, las gemas toman un fragor duro y
la onda triunfante le devuelve el brillo a la cara. Unos soles rien
sobre las glicinas soando en los prticos y, asomados sobre las
olas, pasan perfumes. El cielo forma un charco de fuego como
sobre un icono y la locura de esta hora queda santificada del todo
por ello. Las olas vienen desde las "Aguas Dulces de Europa"
siguiendo una curva exquisita; si, no se trata de un sueo: las
riveras que los contienen se abultan como un inmenso cuerno de
la abundancia que se va desbordando hacia el mar, frente al Asia
sonriendo en sus montes con esa risa horizontal de un Buda en la
sombra de un santuario, bajo el estallido amarillo del oro que le
cubre.. .

Pero ya basta de ese amarillo malo. Obstinado, le juro al padre


Bonnal que eso n o es todo. Quiero que sobre su Cuerno de Oro
est Estambul, y que Estambul sea blanco, crudo como tiza y que
la luz cruja y que las cpulas hinchen el amontonamiento de los
cubos lechosos y que unos minaretes se disparen, y que el cielo sea
azul. Entonces habr terminado todo ese amarillo pervertido, todo
ese oro maldito. Bajo la luz blanca, quiero una ciudad toda blanca;
pero deben puntuarla verdes cipreses. Y el azul del mar dar la
rplica al azul del cielo.
Ahora bien, habiamos venido por mar, de manera clsica, para
ver desarrollarse esas cosas. Era un rodeo y tambin una idea
extraa que nos cost los chinches de Rodosto y trece horas de
mala mar sobre un barco pequeisimo. Al igual que esos peregrinos rusos el otro da echando una ojeada a la aparicin de la
Montaa Santa, estbamos sobre el puente, plenos de espera,
cuando aparecieron las Siete Torres. Despes fueron pequeas
mezquitas, despus las grandes, y las ruinas de los palacios de
Bizancio; al final Santa Sofia y el Serrallo. Y entramos en el
Cuerno de Oro, entre Pera dominada por la Torre de los Genoveses, y Estambul sembrada de minaretes -cada una sobre un monte,
frente a frente-, yo estaba violentamente emocionado, ya que habia
venido para adorar esas cosas que sabia tan hermosas.
El plomo del cielo dejaba rezumar el agua -agrisando el mar.
El Cuerno de Oro era de barro y sus orillas inciertas como las de
una marisma. Las mezquitas sucias como un viejo muro hacian
mancha sobre casas de madera oscura escalonadas en medio de
numerosos rboles. Ni siquiera vi Escutari: estaba detrs nuestro y
me olvid de mirar.
Marinos y mozos de carga chillaban y desde sus chalupas que
bailaban locamente, escalaban nuestro pequeo barco. Fuimos

'

'

El monte Athos.

desembarcados como ganado, con las mismas atenciones, y nos


encontramos desconcertados en plena mitad de una calle donde
hormigueaba un gento de griegos, alemanes, franceses, toda esa
mezcla sospechosa de Levante. Haba omnibuses. Y llova. Llovi
por espacio de cuatro das, y sobre todas las cosas se extendia
una lepra gris... Durante tres semanas esper que aligerase
ese peso sobre mi corazn. Fue preciso trabajar y sobre todo
querer amar.
Por lo que respecta a la Bizancio imperialmente disuelta, no se
puede, creo, hacerla revivir. Su alma ha dejado las pocas piedras
que perduran.
Durante tres semanas exacerb mis rencores contra esas cosas
que -yo estaba indignadw se haban disfrazado a su manera para
aparecer a la cita. Auguste tambin rabiaba. Y yo llegaba hasta a
preguntarme con angustia si no seria tan imbcil de permanecer
taciturno ante Estambul, ante Pera, ante Escutari.
Por fin tuve mi camino de Damasco y comprend esta Unidad
grandiosa y pude vivir, da tras da, esos principios trinitarios.
Pienso que son mutuamente indispensables el uno al otro, puesto
que sus caracteres son profundamente dispares, pero se complementan. Pera, Estambul, Escutari, una Trinidad! Si, porque la
Dulce Muerte tiene ah sus altares por todas partes y une los
corazones en la misma serenidad, y la misma esperanza. Pero
Escutari se atrinchera decididamente en el misterio de sus cipreses
donde se cubren de liquenes, sin que nadie se altere por ello, los
miles y miles de tumbas, y deja frente a frente, ms all del
Bsforo, en tierra de Europa, Pera y Estambul. Pera sobre un
monte mira a Estambul sobre sus colinas y la codicia. El Cuerno
de Oro, entre las dos, vegeta tono e informe. Pero las unen dos
puentes, uno casi abandonado, el otro sacudido por una vida febril.
Y adems para enlazarlas hay centenares de "caiks" pasando giles
y furtivos, entre velas infladas y pesados cascos de grandes buques

de vapor cuyo ronco aliento est acompaado por pesados humos


negros empujados todo\ ello\ hacia Estambul -a causa del Bsforo- donde lamen suciamente las pobres mezquitas en su inocente
blancura. Esos puentes, construidos sobre barcos, se abren durante
la noche para dejar el Cuerno de oro desbordar en una vez las
flotillas que se han formac-lo durante el da, mientras que uno a
imprecaciones, los barcos a velas,
uno, en medio de chillido\ \
grandes como los de C l i ~ s han
,
plegado su trapo, arqueado su
mstil y se han deslizado enrlc los pequeos puentes; despus, han
formado a izquierda y derct ha, dos bosques de mstiles que la
agitacin del agua remueve, o que la luz matadora de medioda deja
inmviles como minaretes.
El levantino, est alredecior de su formidable torre, en Pera en
su ciudad apretada, con su\ ,indares neoyorquinos al mismo tiempo
que diluvianos echando mlrd(Jas al Turco amodorrado en un kief
infatigable. Mientras las c,i\,lLde madera de grandes tejados a la
vista calientan sus colores iolceos en el frescor de verduras
generosas engarzados en cerc-illos cuyo misterio de que se agrupen
armoniosamente alredetlor tic odas esas cumbres que son grandes,
muy grandes mezquitas bldnt as, rina sobre Pera una atmsfera
envenenada en una luz irit xorable. Y las casas de piedra se
encaraman, se sobrepasan. citjilanzndose como domins de pie,
ofreciendo dos testeros b!anccakacribillados de ventanas, y despus
dos testeros de medianera\ rolas como sangre desecada. Y nada
suavizaba la dureza de eua\ 1 ~alencias.N o hay all ningn rbol,
debido al lugar que ocupari,!. Las calles suben como locas y
sofocan a las gentes sofocad,i\ ~,orla sed de ganancia; las casas casi
se juntan por los altos en algur IS calles demasiado estrechas. Y hay
tanto conjunto y tanta concor i incia, hay incluso una tal emulacin
en esa febril carrera, que Id i1;i dad se hace belleza, y Pera, terrible,
rida, seca y sin corazn, Llri limo pedrero sin compasin como
una Mesina derribada, Pern c , iermosa y grandiosa alrededor de su

gruesa torre redonda que es como una torre de guerra y un viga


belicoso arrogante como un condotiero.
No hay campanarios de iglesia que sobresalgan, ni campana
que suene; ya que <para quin seran las devociones? Hay devotas
de goce; buscan hacerse bonitas, a veces son cbic. iAh!, ipero no lo
consiguen como las de Bucarest!
Los muelles del Cuerno de Oro no estn logrados, y la boca del
Puente Nuevo es precaria; las calles caen ah adentro como los
generadores de un embudo en el cuello. Tambin se grita, ise dan
empujones! Se dan y se reciben golpes; y luego se abisman sobre el
puente en una masa densa, brutal que drena con dificultad la ronda
de los hombres de peaje con chaquetas blancas y mscara brutal
que extienden ambas manos y llenan sus alforjas, y chillan y hacen
mecas y se enmaraan en ese feo oficio que les enducere el corazn
y les llena de grasa sus gruesas manos con la mugre del metal.
Todo este aplastamiento en el borde estrecho del agua, es
Galata, zambullida en el mar, comprimiendo sus casas en un
relleno purulento. Un pueblo de descargadores y de hombres de
mar beben all el mstic, venden su pescado y comen sus preparados al ajo. Y los bancos levantan hoteles, las compaas martimas
sus agencias y las aduanas sus oficinas.
Impelido dentro de Estambul, todava se siente durante un
cuarto de hora ese flujo impuro. Las calles se prostituyen, renegando de sus siglos de vida turca, se venden a los mercaderes
codiciosos; incluso los templos de Al reciben la salpicadura. Y
despus uno sube y se aleja; se penetra en las calles bordeadas de
cementerios y de m turb^"^ y uno encuentra la tranquilidad cerca
de una fuente hermosa como un templo que guarda en ocasiones
un ciprs. Nos apartamos por callejuelas marcadas, de espacion en
espacio, por una gran casa de madera, konak o simple morada,
2

86

Sepulturas monumentales de los sultanes.

enlazndose a la siguiente por medio de un muro bien alto y


cerrado. Y la calles se curva, y no se ve nada ms que las dos altas
paredes rosas y como de carne de salmn. Y se es perfectamente
feliz, impresionado totalmente de la dicha de vivir que se siente
ms all de esos cincuenta centfmetros de ladrillo o de piedra, vida
de quimeras en jardines celosamente cerrados. Prisiones, es verdad,
pero prisiones de odaliscas. Y es pues para nosotros como una
estancia un poco dolorosa, melanclica, bienhechora.. . Sobre cada
cima de colinas que es la colina de Estambul, las "grandes
mezquitas" se hinchan y relucen blancas, figuran en sus patios
espaciosos rodeados de bonitas tumbas en los alegres cementerios.
Los "hansn3 hacen de ellas un apretado ejrcito de pequeas
cpulas y los aislados cipreses en los atrios desiertos, anan en un
mismo movimiento, a la alegria de los minaretes, la austeridad
negra de su estatura rigida y sufriente; las arrugas de sus troncos
expresan cun venerables son. Quisiera decir algo del alma turca;
ino lo conseguir! Ahi hay una serenidad sin limites. Lo llamamos
fatalismo para deslucirla: llammosla "Fe". Una vez que llamar
rosa -rosa y azul-; azul porque azul es la horizontal del mar, y azul
es el cielo. Ahora bien, aqui, no se ve nunca donde empieza uno
y termina el otro. Es pues una fe ilimitada y sonriente. iYo no he
conocido, ay de mi, ms que una fe torturante; se comprende esta
amistad que siento por los de ahf! (Digo "ahi"' porque ha sido
preciso dejarles, porque estoy enfermo y la direccin hacia Brindisi
-hacia la vuelta! <Pero sus agudos ojos y su nariz como picos de
guila? Son indicios de tormentas que estallan de repente en cicln.
iDebe ser grandioso el espectculo de sus desbordamientos, de sus
rabia irrefrenable! Al fondo de su alma rosa se esconde una hidra
temible y dolorosa. Demasiada serenidad lleva al dolor, por la
melancolia. Eso es lo que querfa decir. Les he visto sin decir
3

Vastas construcciones de piedra que rodean la mayor parte de las mezquitas.

palabra en medio de llamas fatales: Estambul ardia como ofrenda


demoniaca. iLes he oido en su misticismo punzante, ante Al, la
esperanza! Y he adorado todo lo que era suyo, ese mutismo y sus
rigidas mscaras -esa splica a lo Desconocido y su credo doloroso
en sus bellas pregarias. Y despus, mi oreja se hart de sus pasmos
de alma, en noches de luna y en noches completamente oscuras de
Estambul. iY esas melopeas ambulantes de todos los " m ~ e z z i n s " ~
sobre todos los minaretes, cuando llaman y cantan! Inmensas
cpulas se cierran sobre el misterio de puertas cerradas; minaretes
se disparan en el triunfo del cielo; cipreses verde-negro sobre la cal
de las grandes paredes, sacuden ritmicamente su cabeza, tal como
lo han hecho desde hace siglos, graves, inderrotables. Se ve
siempre un retazo de mar. Unas guilas planean, trazando por
encima de la geometria de las mezquitas un circulo perfecto, y
determinando en el espacio unos discos ficticios inmensos, horizontales. Sobre el obelisco ladrillado del Hipdromo, en esta hora
vibrante, frente a la mezquita de Achmed, hay siempre un guila,
sobre unas piedras conadas; mira por encima de su espalda negra,
no los muemites sobre los diez minaretes, sino el Asia ms all,
toda azul aunque rojiza, debido a la lejania -con sus montes infinitos que son como una seduccin.
Dentro de cada mezquita se reza y se canta. Te has lavado la
boca, la cara, las manos y los pies; y te postras ante Al, las frentes
golpean las esteras; salen roncas quejas, ritmadas segn un rito
admirable. Sobre su tribuna, dominando la llanura de la nave,
acurrucado, de pie, de cara a tierra, con las manos en gesto de
adoracin, el imn responde al imn del mirbab que conduce la
pregaria. A los extranjeros se les ha echado fuera, sin compasin.
Sin embargo varias veces he podido asistir a eso, acurrucado en la
Eunucos atados a la mezquita y que lanzan la llamada a la pregaria desde lo
alto de los rninaretes.

sombra de una hornacina y quizs debido al aspecto perfectamente


d i k o s o que no podfa disimular. Son millones en todo el Islam, los
que en el mismo minuto miran hacia la negra Kaaba en la Meca,
abriendo los brazos. Los horizontes infinitos muerden el disco
sangrante del sol, cuando todas las frentes irradian la misma
adoracin.
El alma trgica en la opacidad de noches sin luna, es explicada
del todo por la costumbre de los pregoneros de incendio.
Estambul es una aglomeracin apretada; toda mortal morada es
de madera, toda morada de Al es de piedra. Ya habfa dicho que
eso constituye en la pendiente de esta gran colina, un tapiz
suspendido, lanas violetas ahogadas en tonos esmeralda; las mezquitas, sobre las cresta, se sirven de grapas prestigiosas. Allf no hay
sino dos tipos de arquitectura: los grandes tejados aplastados,
cubiertos de tejas socavadas y los bulbos de las mezquitas con el
chorro de minaretes. Los cementerios enlazan unos con otros.
Cuando arde en Estambul demasiado apretado, entonces es terrible. Por la noche, vociferadores andan a trancos por las calles;
golpean con un grueso bastn dotado de hierro, sobre el pavimento de piedra dura. Y en s es, tan solemne como lo es bajo las
bvedas de Notre-Dame de Pars, el mismo ruido que abre paso a
la multitud, a los utensilios sagrados, a la santa comunin o a los
santos prelados.
Arde casi cada noche. Si corre viento -y venganzas solapadas-,
Estambul es devorado. Es atroz, grandioso. Es un flamero fenomenal que miramos con ojos hinchados de terror -nosotros-, europeos. Ellos dejan correr la llama, con el pensamiento que desde
siempre, esas cosas estn determinadas. Entonces, en medio de la
noche cmplice, el alma turca se arma de resignacin; las luces
permanecen apagadas y nadie est en vela. Hay un silencio que el
que no lo haya... odo, no puede imaginar.... Muy lejos, nuestros
nervi-os odos perciben el choque del metal sobre el gres de la

calle, y de repente, en la gran oscuridad, estalla un grito lamentable


de hombre que muere golpeado por un golpe traidor y que todava -.
expresa su horror. Es largo, todo eso dura segundos. Se sacude
bajo un ritmo oriental, como las palabras de los antiguos coros
griegos. Y se desploma en un estertor. La noche y el silencio
renuevan su complot, despus, inasperado, en un rincn de vuestra
casa, el metal tritura la piedra y surge la queja, otra vez conmovedora. El hombre grita en ese grito, que en tal lugar arde. Y, si hay
parientes de los siniestrados, se visten deprisa, empujan la puerta
de madera y se deslizan en el ddalo de los canales amurallados a
la que corona la noche de los rboles.
A manera de canon, en sncope, muy lejos a derecha e
izquierda, ahi abajo el borde del mar, y ms lejos en Kassim-Packa,
.el mismo grito ha surgido como un chorro de sangre. Y ayudndose con cipreses elevados, sube, sacudiendo con un escalofrio en
cada uno de sus konakss a los que dormian. Pues, sobre la amplia
torre redonda de los genoveses, en Pera, se han encendido cuatro
fuegos. Enfrente, sobre la cresta de Estambul, la Torre de fuego
del Seraski suspende dos fuegos. Y por todas partes se ha sabido,
los Mrmara y los del Cuerno de Oro, los de Askeuy y los de Top
Han, y los de Escutari en sus cementerios, que se quema y que
Estambul una vez ms se pulveriza.
Se dice que de esta manera, iesta ciudad muda la piel cada
cuatro aos! Las grandes mezquitas se mantienen irreductibles en
su cinturn de "hans". Bajo la caricia de las llamas relucen como
de alabastro, ms misticas que nunca, invulnerables templos de
Al!

Nombre de la Casa turca.

90

LAS MEZQUITAS

ESnecesario un

lugar silencioso que tenga una cara vuelta hacia


la Meca. Debe ser vasto para que el corazn est a su gusto, alto
para que las pregarias respiren all. Hace falta una amplia luz difusa
a fin de que no haya sombra alguna, y en todo el conjunto una
sencillez perfecta; y en las formas debe encerrarse una inmensidad.
El suelo debe ser ms extenso que una plaza, no para dar cabida a
las multitudes, sino para que los pocos que vienen a orar, sientan
alegra y respeto al sentirse en esta gran casa. Nada se escapar a
la mirada: se entra, se ve el inmenso cuadrado cubierto de esteras
doradas en paja de arroz siempre nuevas; ningn mueble, nada de
asientos, solamente algunos pupitres bajos a ras de suelo provistos
de coranes ante los cuales uno se pone en cuclillas; y de un vistazo
se ven los cuatro ngulos, se siente su presencia clara y se
construye el gran cubo perforado de pequeas ventanas de donde
se elevan los cuatro gigantescos torales que unen las pechinas;
entonces se ve centellear la corona luminosa de mil pequeas
ventanas de la cpula. Por encima, es un espacio amplio del que no
puede retenerse la forma; puesto que la semi-esfera tiene ese
encanto de sustraerse a la medida. Desde lo alto cuelgan verticalmente innumerables hilos; llegan casi hasta el suelo, reteniendo
unos listones donde se fijan las lamparitas de aceite, teora

cristalina rodando en circulos concntricos, posando por la tarde


un techo centelleante sobre la cabeza de los creyentes: en la
oscuridad del inmenso espacio se pierden entonces los hilos
interminables, subiendo apretados hasta lo alto de la cpula, entre
el cinturn de ventanas ahora apagadas.
El mirhab, frente a la entrada, no es ms que una puerta sobre
la Kaaba. No tiene saliente, no tiene cuerpo.
Todo esto se encontraba en medio de la majestad de un
rebozado de cal blanca. Las formas eran claras; la construccin
impecable mostraba toda su audacia. De vez en cuando una alta
basamenta de cermicas adorables producia una vibracin azul. Los
jvenes turcos, se han avergonzado de la sencillez de sus padres, y
todas las mezquitas de Turqua, salvo la de Brousse salvada por
Loti, han recibido la ofensa de una ornamentacin pintada innoble,
repugnante y escandalosa. Para que todava nos guste, es preciso,
ya lo he dicho, trabajar mucho y querer amar... Delante del
santuario hace falta un patio enlosado de mrmol, circundado por
un prtico; sobre las columnas de "verde antiguo" y de porfirio,
caen los arcos quebrados portando pequeas cpulas. Bajo ese
prtico se abren tres puertas, una al norte, otra al sur, y otra al
este. En el centro est el templo de agua para las abluciones, con
su encantador tejado en forma de kiosko y sus veinte o cuarenta
grifos abiertos dentro de unas tablas de mrmol, en el bajo de la
enorme pila, cilindrica y ms alta que un hombre. Desde fuera las
grandes paredes del patio forman un prisma severo de piedras
aparejadas; los tres portales se abren bajo una precipitacin de
estalagtitas. Este prisma seria en relacin al conjunto de la
mezquita como las patas de la gran esfinge que durante la noche
forma sobre la cresta de Estambul. Y adems se necesita un atrio,
rea desierta y pedregosa donde hay algunos cipreses. Unos
caminos enlosados conducen a las puertas de la mezquita y hacia el
cementerio invadido de hierbas locas bajo unos pltanos seculares;

ese cementerio forma pendiente hacia el patio por el otro lado del
santuario. Una pared de piedra tallada, horadado con mil aberturas
enrejadas, deja al otro lado las calles bordeadas de ham. Unos
portales monumentales, grandes como casas, abren hasta los
caminos enlosados del atrio. Los ham forman alrededor unos
cuadrilteros severos. Sobre sus tejados en terrazo, se alinea la
multitud de pequeas cpulas de plomo. Se alinean, se miden y se
proporcionan con el santuario de que dependen. Pues comprenden
las escuelas de imanes alrededor de los patios sombreados de
arcadas, ricos de flores y de emparrados, y los caravanserrallos de
dobles prticos superpuestos, animados del murmullo de las fuentes.
Flanqueando el santuario, son necesarios adems unos minaretes bien elevados a fin de que a horas convenidas segn el sol, se
escuche a lo lejos la voz estridente de los mue&
llamando y
cantando. Y desde all arriba caen unas notas impresionantes. La
ciudad de madera est alrededor. El santuario blanco levanta sus
bvedas sobre sus grandes cubos de obra, en su ciudad de piedra.
Una geqmetria elemental da disciplina a esas masas: el cuadrado, el cubo, la esfera. En plano, es un complejo rectangular de eje
nico. La irradiacin de los ejes de todas las mezquitas en tierra
musulmana, hacia la piedra negra de la Kaaba, es un grandioso
smbolo de la unidad de la fe.
Una tarde, al fondo de Estambul, cerca de las "grandes
Murallas", reventado por tantas idas y venidas, vi cmo fosforeaba,
en el tumulto crepuscular, la cpula y los minaretes de Sultn
Selim. Iba hacia alli. En las calles tambin fatigadas por el
hormigueo diurno, los ltimos turcos me contemplaron pasar con
sorpresa: al caer el sol, Estambul vuelve a ser integramente turca,
ya que los de Pera dicen: "iTenga cuidado no vaya alli, no se quede

'

'

Una de las grandes mezquitas de Estambul.

alli; son unos brbaros, le matarn!" Segu una calle por encima de
las extensas huertas, luego vinieron los hans, a continuacin el
muro, despus el espacio vaco con algunos cipreses; unas tumbas
circundadas por sus vallas se adosan a la mezquita asi como unas
"turbas", grandes como baptisterios. Una alta pared de desmonte
est sumida en la sombra; el Cuerno de Oro pierde toda forma en
medio de la noche. Y sobre el cielo, est la hilera negra de las
grandes mezquitas. En el patio, el rumor del templo de agua no
traspasa las nubes de sombra que descienden de los prticos
cupulados.
Hay algunos hombres con grandes vestidos oscuros, haciendo
sus abluciones; despus, uno tras otro, atravesando el enlosado de
mrmol, levantarn por un extremo la pesada puerta rebajada de
cuero y de terciopelo rojo, bajo el goteo de las estalagtitas en el
cielo, antes que la noche encrudezca las cosas, hay una inmersin
de ail en los verdes esmeralda; parece que los grandes vientres
redondos de las cpulas expulsen el calor absorbido; esas formas
fosforean, verdes en un verde ms profundo, disco magistral
flanqueado por dos fustes, por emncima del cuadrado de los
prticos.
La puerta retumb. Un techo de estrellas se extenda, formado
por zonas concntricas, encima de las gentes que rezaban. Era
como una gasa quieta, formada por el centelleo de mil lamparitas y
las cuatro paredes en cuadro del santuario estaban desmesuradamente alejados de ella. El rumoreo piadoso suba a travs, muy
arriba en el bosque de hilos suspendidos que la llevaban hasta
perderse en la falda de la cpula. Este techo ficticio de luz, a tres
metros por encima de las esteras, y el inmenso espacio de sombra
que se redondea por encima, son una de las ms poticas creaciones arquitectnicas que conozco. Estaban sobre varias lneas en
Los Turbs son grandes tumbas, las de los grandes personajes.

diversos rincones de la nave, con los pies descalzos, y se arrodillaban a menudo, todos juntos. Repetian "Al" con una voz profunda
luego que el Imn de la tribuna lo hubiese proferido, habiendo
esperado largos segundos, con la cabeza en el suelo, o de pie, con
la mirada hacia el mirhab y las manos en seal de adoracin.
Despus, uno de la multitud enton un credo, con una voz de
cabeza aguda, la de la liturgia; los sonidos, modulados siguiendo
una horizontal, tenian impulsos sbitos y caidas lamentables,
melanclicas, tristes, tristes! Despus se pusieron en pie y se
fueron. Cuando sali, quedaban algunos en la noche. Uno de ellos
se acerc y me dio la mano, y se burlaba de lo que nosotros no
podhmos comprender asi como de mi expresin de despecho.
Vinieron el resto y unos pocos me dieron tambin la mano. Los
dej y me fui hacia el puente. Sabia que me seria preciso andar dos
horas hasta mi casa; estaba feliz en medio de un silencio lleno de
cosas.
Las cercas talladas de los cementerios bordean esta via, mostrando por sus aberturas el sueo de todas esas tumbas. Cuntos
templos de agua en su obra preciosa, asi tan hermosos como los
quiso el sultn donante que instituy para toda la eternidad el don
del agua en este lugar, para que pueda ser venerado! Ved los
cuadrilteros de los hans y "sultn Mehmed" con dos minaretes
rococ y una gran cpula, y luego una puerta que cierra el patio.
Dos turbas o una sola, en su forma prismtica, donde yace un
sultn bajo unas pullas, rodeado por los fretros de sus mujeres;
despus, adems, paredes de cementerios. El Acueducto, espectro
bizantino ennegrece la oscuridad de la noche, moderno en su larga
forma de buque aflorado de ojos de buey. Se tropieza con Chah
Zad, la extraa mezquita reinante sobre grandes tumbas.
No encontraba a nadie. Algunas farolas alumbraban aqui una
gran pared agujereada de arcadas en la ptina dorada del mrmol;
unas rejas de bronce complicaban locamente sus telas de araa;

unos cipreses se alzaban por encima. Pegando mi cara contra las


barras de metal, distinguia unas tumbas. De vez en cuando, una
perspectiva dejaba ver a la izquierda, unas luces en las charcas del
Cuerno de Oro; a veces a la derecha, era el reflejo del Mrmara. E n
segundo plano, sobre una prominencia la "esfingica" aparicin de
Suleimani, la colosal mezquita, la obra de este hombre que
construy casi un centenar de ellas, y no s cuntos caravanserra110s. Unas turbs se combinaban con alguna escuela -sin duda una
donacin-. Y el camino proseguia entre arcadas ensombrecidas
donde de dia se mueve toda la turbulencia de la vida turca
desplegada en la calle.
De nuevo muertos dormian a la izquierda, a la derecha, en
ambos lados. Unos sultanes habian armado sus sobrios relicarios
iluminados por dentro con porcelanas a menudo bellas. Era ms
bien Bajazid la Mezquita de las Palomas, con sus minaretes
excepcionalmente alejados, formando el ngulo del Gran Bazar,
mientras que Nouri Osmani, la Mezquita de los Tulipanes,
marcaba lo opuesto. Uno percibe, plidos y muy alejados, sus
minaretes y sus muros muy adornados de un rococ extrao. La
columna Quemada, bizantina sobre un pedestal turco, lanza su
estilo de porfirio roto sobre la dentellada de los incendios y a la
que contienen unos circulos de hierro. Algunos cafs permanecian
abiertos todavia, ya a la moda europea, banales, con sillas de
Viena. Me acercaba al final; Santa Sofia iba a cerrar esta avenida
sin par que, unas horas antes, en un cielo fulgurante, haba
encabezado Mirimah Pacha, la "manca" la "Sin minaretes" posada
como un monolito imperativo sobre el almenado formidable de las
Murallas de Santa Sofia, la bizantina, con cuatro minaretes aadidos; al borde del antiguo hipdromo, se ve la inmensa Achmed que
tiene seis. Y la calle bruscamente dio un giro; el puente no quedaba
lejos. Pera aparecia en un brusco perfil. Y como ya era tarde, los
cuchitriles de Galata parecian dormir. Subi lentamente, fatigado,

96

en el polvo moreno de los Pequeos Campos. Topaba con


turbantes de mrmol, pobres decapitados. Y de improviso surgieron las claridades de los grandes cafs, donde tanta gente busca un
derivativo en las agradables, amaneradas, fciles e inevitables
msicas de Puccini.
Pero mi camino se alejaba de alli, desprovisto de casas,
dominando los Campos de los Muertos cuyos cipreses mueren en
medio de excesivo polvo. Entonces, volvindome antes de ganar el
umbral de nuestra casa, las vi a todas, las grandes mezquitas sobre
esa espalda magnifica de Estambul -desde Mirimah la manca, hasta
Achmed casi un anatema. Una niebla tapizaba el Cuerno de Oro,
que iba a volverse espesa hasta el amanecer y a ahogar Pera y
Estambul, salvo ellas, las invulnerables. Su pie anegado en este
mar algodonoso, cada una aislada en su bloque sinttico, sobre un
cielo descolorido de alba. Casi cada tarde destacan el ultramar de
sus siluetas grandiosas.

El sultn Achmed elevando seis minaretes en su mezquita excit la ira religiosa


del pueblo, pues slo la Kaaba en la Meca, habfa tenido ese nmero. Sorte
hbilmente la &cultad haciendo elevar a su cargo un sptimo minarete en la Kaaba.

LAS SEPULTURAS

SCRIBO estas notas desde un ruidoso caf de Atenas. Delante de


la terraza un pobre diablo ha puesto un fongrafo y espera a que
sus discos de gutta-percha hayan terminado de girar, para abordar
una colecta que nada le aportar; ihay tantas aqu de esas obsesionantes msicas "de brazos y cornetas"! Del pabelln en corola de
campanilla, salen unos cantos del Oriente, melopeas -una letana
que comienza por un grito en que se dice: "Yo vivo" largamente
elevado y que prosiguen en modulaciones descendentes, ya cansadas, que siempre recaen, muriendo sobre una nota mantenida
mucho tiempo, tanto como sea posible, en un esfuerzo que termina
por doblegarse.
Y eso me lleva de nuevo alli -primero en el barco donde todos
los que dormamos sobre el puente al aire libre vivimos los
inacabables nocturnos rascados en tiorbas y arrastrados con una
voz de cabeza. La pirmide del .Atas se adentraba en los colores de
la Virgen, completamente azul bajo la plata de la luna. Y ms
lejos, me reportan, esas letanias del fongrafo, a una realidad ya
difusa, en Estarnbul bajo la noche y en Estambul a medioda a la

'

'

El Athos es la montaa santa consagrada desde hace ms de mil aos a la


Virgen por la iglesia ortodoxa.

hora de los rezos. Si algn da dichoso me hace revivir esas msicas


lnguidas, sentir un mal incurable de este pas. Inquieto a veces,
me senta a gusto entre ellos, acostados apelotonadamente, los
ltimos con los antepasados, bajo los innumerables cipreses. All se
ergua una arboleda de estelas; el mrmol desaparece bajo los
lquenes, hasta tal punto son viejas. En Estambul son las mismas
que en Escutari y las de Escutari son las de Andrinopla, del
Bakkn, del Asia Menor y de todas partes, pienso. Estambul est
sumergido en tumbas. Nos gustan. Las hay incluso en los patios de
las moradas. Un domingo turco * vi por la rendija de una puerta,
un hombre sentado en su jardn, la espalda contra la columna
blanca de una tumba; soaba sin pensar en nada, pero yo estaba
impresionado por ello. Ya haba visto sobre el pavimento de los
patios de varias moradas en Rodosto y otros sitios, unas farolas
velar a los muertos de la familia en el mismo umbral de las puertas.
Constantinopla es un suelo desierto; se construyen casas, se
plantan rboles, y ah donde queda un poco de sitio, se entierra a
los muertos. Las tumbas penetran en las calles. Se instalan bajo la
hojarasca, forman batallones en unos recintos determinados alrededor de las mezquitas, con, los grandes turbs donde estn los
sultanes; y cardos azules florecen en este suelo. La vida del turco
discurre entre la mezquita y el cementerio, pasando por el caf
donde se fuma sin charlar. Es una suerte para los cafs tan
decentes hasta el umbral de los atrios, de encerrar en su propio
patio, sobre un tmulo rodeado de una reja, la sepultura de algn
santo. Todas las noches, desde hace siglos, arde una linterna que
alumbra el turbante de mrmol que a veces es repintado de rojo o
de verde, haciendo centellear el oro del epitafio con exquisitos
arabescos.
Los turcos festejam el viernes y sobre los edificios ondea entonces la media
luna sobre campo de prpura. Los israelitas celebran el sbado y los ortodoxos el
domingo.

Estambul no sobrepasa su formidable cerco bizantino y prefiere


aplastarse dentro de espacios demasiado reducidos. Estambul entierra a sus muertos en los Grandes Cementerios justo ms all de los
muros, ahora que dentro todas las plazas estn ocupadas. Desde el
Cuerno de Oro, descienden largamente hasta l, azules de cardos,
erizados de estelas, con grandes cipreses formando largas avenidas.
La niebla a veces sube muy pronto y entonces se entristece. Se
forma como un charco de sangre azulada en el horizonte anegado.
Grandes paredes de Bizancio marchitas por la derrota, en la
repeticin de sus enormes torres cuadradas, entonces es duro e
implacable, y he aqu que eso revela la angustia en mi corazn de
"giaour". Ellos lo ven sin inquietud porque tienen una religin
que no les hace temer la muerte.
Esa tarde, habia subido desde Avan Serai hasta Top Capou.
All es donde el panorama es grande, porque se ve en una vasta
depresin toda la muralla de una vez, con sus fosas y sus enormes
vertientes; detrs de las almenas varios carros podran correr de
frente. Unos torreones se derrumbaron en bloque, hasta dentro de
la fosa. Unas mujeres estaban acurrucadas sobre esos restos
antiguos; en sus negras capuchas parecen arpas. Aqu hay una y
ahi dos. Una austeridad dura reina otoalmente en los cipreses
ahogados en la niebla. Esas nieblas bajo esos cielos en su pesada
capa, dan una impresin de salvajismo brutal. Siento con espanto
el turbio Norte sobre cosas nacidas para la luz. De esas agarradas
a los ladrillos del viejo Bizancio, hay tambin morenas. Los
pliegues de sus capas encuadran su cabeza y se apartan sobre las
caderas, dndoles un aspecto de murcilagos inmviles. Son todava como ese demonio sobre las torres de Notre-Dame. Miran
rgidas hacia los grandes campos erizados de tumbas.

Nombre despectivo dado por el turco al cristiano.

Escutari es una necrpolis entre el polvo y el olvido. Eyoub es


un lugar santo. Creo que gusta hacer el ltimo sueo sobre esta
colina abrupta que domina las tumbas veneradas. Desde al11 se ven
las Aguas Dulces, el Cuerno de Oro todo entero y a los lejos Asia.
Cuando se vuelve a descender la antigua va enlosada, entre los
montculos coronados de estelas, te encuentras a ciertos turcos
benevolentes volviendo a su cabaa, en lo alto. Ante ellos, el santuario ha quedado en la sombra. Se ve la cpula casi desde
encima y, en el patio unos terrazos de gran belleza hacen un
vestfbulo real a ese otro campo de reposo donde hay tantas turbs
y tumbas sagradas, que unas mujeres vienen durante todo el da en
peregrinaje a ofrecer a los muertos pregarias como cuchicheos e
interminables contemplaciones. Despus, piadosamente, hacen que
algunos ciegos lancen unas medidas de granos de maz a las
innumerables palomas que rodean la cpula con la nube de sus
alas.

ELLAS Y ELLOS

&N
los mismos ojos hmedos adoro a un gato, una miniatura
persa y cualquier pequeo bronce de Camboya, y tambin las
mujeres pequeas y los pequeos borricos de Estambul. Ah veo
puntos de relacin y afinidades. Me siento en un medio aristocrtico: un gato, una mujer pequea y los pequeos borricos de
Estambul hacen belleza cada segundo de su vida (perdn! Me
comprometo demasiado englobando a los segundos); una miniatura
persa nos muestra Rafael ("el amigo de cada uno") grosero como
pan de centeno; y, en el Museo Guimet, hay una Siva de bronce
que, a escondidas, acariciaba con los dedos -s, cuestin de sentir
este pequeo escalofro, que dan un gesto o una palabra atrevida
hacia alguien que se adora, que nos turba y a quien se lo queremos
decir-. A esa hora circulo de Brindisi a Npoles por la llanura de
Tarento y, en el coup, hay unas bellas, poderosas, enormes
italianas. Esta noche he dormido, entre Corf y Brindisi a travs
del Adritico sobre la madera del puente con una gata en mi
estmago, a manera de estufita; y, por una de esas fantasas del
pensamiento, me entregu por entero, a recordar una miniatura
persa arrancada semanas atrs, a uno de los bandidos del Bazar de
Estambul: un hombre ha raptado a su amante; ha levantado el
corcel negro que la llevaba, lo ha puesto en sus espaldas, apretn-

dolo fuertemente por las patas; detrs suyo hay unas rocas rojas,
que de una zancada salta como un loco; ella, ahi muy soadora,
con una mano cerca de la boca y con la otra mantenindose sobre
la silla.
Asociacin de ideas heterclitas, aviso del contraste y de las
analogias, y luego deduccin! No digas entonces que es incoherencia! Pues yo pretendo que los pequeos asnos de Estambul tienen
la espalda, el vientre y la carita pintada por un persa y que las
pequeas seoras de ahi, mueco de seda cereza, mueco color
poso-de-vino, mueco azul y mueco de bano, furtivos en esas
callejuelas que conocis, o puestos con propiedad sobre sus asientos al borde de las Aguas Dulces o bajo los pltanos de Beicos -yo
pretendo que son exquisitos como persas, hermosos como gatas, y,
si os hablara de su cara -que uno puede descubrir- so citara an
el Extremo Oriente, una Camboya menos sana y un poco desfavorecida, con esculturas de alabastro pintadas de bermelln y negro,
que hacen raro. Las arrebatadoras formas de Siva las guardo para
los pequeos borricos, mis amigos.
Me conquistaron desde el primer momento -se empieza por las
cosas sencillas. Ellas, ilas odi durante tres semanas sin querer
concederles nada de nada! Hay algo sobre lo que no haya lanzado
el anatema entonces? Despus, un dia, vi la alegria triunfal de las
mezquitas blancas, y regresando, dije a Klip (Klip es Auguste):
"Hay sol por alli! Y las pequeas, amigo Klip, son arrebatadoras
en el misterio de su velo negro, en su anonimato conmovedor de
sedas idnticas, en su aspecto de muecos que se parecen todos.
Encantadoras, a pesar y tambin, ahora, debido a esa segunda falda
lanzada sobre su cabeza y formando una impenetrable visera. Aqui
abajo est lleno de coquetas; te lo juro, viejo fakir huesudo, ellas
son casi todas jvenes, adorables, algo rellenas de mejillas, pero de
marfil con ojos de gacela tonta, ipara comrselas! Adems esos
velos guardan un misterio penetrable. Siento que las hay a millares

que quieren ser bonitas; y cuando se tiene ese demonio, se rodean


todos los cdigos. Tienen una brizna de genio: esclavas de una
costumbre desptica -y quizs sabia- que nosotros hemos declarado fea y humillante, ellas cumplen con el milagro de hacerse
personal en un vestido donde no varia ni una sola costura, donde
ni un bordado, ni una combinacin distinta, ni una fantasa no les
deja desplegar su sin duda delicioso espritu de trapos viejos.
Cmo lo consiguen? Sencillamente porque tienen la voluntad de
ser bonitas y as, cumplen su primer deber de mujer, al contrario
de las de tu provincia, Klip, flamenco Auguste! l me arguy: "Y
las de la tuya?" Por lo que respecta a deciros algo ms sobre esos
pequefios muecos, eso seria obligarme a bordar. Ya que es el
reino de lo impenetrable, incluso para el bello "giaour" que
representaba Theophile Giutier pero es cierto para el seor Loti:
cuando se llevan galones en alguna parte, y se es francs, se
permanezca en Therapia, y se dirija una fragata, es muy posible que
alguna se sienta impresionada!
Mi nica aventura fue esta: durante una feria en el atrio de
Chah-Zad, me peleaba enrgicamente con una vieja turca (que no
pertenece a este captulo) con motivo de pequeas telas impresas
que las mujeres del pueblo llevan en la cabeza. Yo me enojaba por
los precios exorbitantes. A mi lado una voz dijo: "Sprechen Sie
deutsch?"
Era una de esas pequeas mujeres, mueco cereza bajo un lobo
negro, ella me salv de las garras de la vieja; consegu mis
pequeas telas. Entonces, muy decentemente ella dijo: "Guten Tag,
mein Herr", y desapareci con su dama de compaia, una negra.
Una masa de turcos sobre la gran escalera que nos dominaba,
mirando mientras abra unos ojos redondos: era, parece, mal
aceptado que un "giaour" hablase con una dama envelada en el
mismo corazn de Estambul. Un poco ms y se os linchar como
a un negro de los Estados Unidos; el turco no bromea en esos

asuntos y ya sabis que en el fondo de l dormita una hidra. Para


mi, yo estaba como es normal conmovido y encantado. Seria
ridculo que os dijese que era joven y exquisita y que durante todo
el tiempo en que estuvimos charlando, la admiraba a travs de su
velo. iPero a quienes escrib esa tarde alguna carta banal, supieron
que haba hablado con una divina cosita y que restara atontado por
ello por mucho tiempo!
En cuanto a "ellos"... dejmosles por hoy, a fin de que podis
ver todava algunos segundos entre las altas paredes carne de
salmn inundados de verduras blandas que algunos cipreses jalonan, correr furtivos, desde una puerta de madera que se cierra a
otra que se entreabre, unos pequeos muecos de seda, azulada a
veces, a menudo cereza, poso-de-vino y bano.
En cuanto a "ellos", son innumerables y de todas profesiones:
nada fulgurantes, para algunos turcos de ideas trotadoras, portadores de escombros, atados unos a otros a lo largo de los repechos de
Pera como una cadena de turistas sobre un glaciar; dos cestos se
equilibran a cada lado de su espina dorsal. Dentro de unas 28
cestas, se mete un metro cbico de deshechos, lo que eleva
considerablemente los gastos de excavacin de las casas. Llevan
adems unos ladrillos mantenidos por una cuerda, y sus campanillas hacen todas juntas un campanilleo. Dciles, transpiran bajo la
direccin de un borriquero moreno como el tabaco que les
administra toda clase de discursos. Llevan trotando todava, los
tomates reventados en medio de los follajes de las vias, o los
"carpous" pesados de delicioso perfume. En resumen, se les ve
por todas partes; son una poblacin entre la de Pera y la de
Estambul.
Su patrn, san Modesto: la Iglesia les ha dado uno, como para
arrancar su alma al turco, por afn de proselitismo. Sobre el monte

'

' Tipo de meln que constituye la base de la alimentacin turca en verano.

Atos, se celebra su fiesta. Ese dia, mulas y asnos n o dan golpe.


Estn con las patas arriba en las praderas y braman de bienestar;
me imagino el poco corriente concierto. Despus, reciben doble
racin, de manera que su gracioso vientre cuelga, con su terciopelo
tan finamente degradado de blanco, de gris y de moreno, y est
tenso como un tambor. San Modesto es un nombre venido del
cielo o de la Academia -debido a su fortuna- y de su perfecta
conveniencia. Pero estoy seguro que nunca imaginis, ya que
nunca los habis visto, los adorables pequeos servidores de este
simptico elegido. Ellos saben trotar con tacto y delicadeza, sin
levantar nunca la cabeza, aunque grandes perlas de cristal turquesa,
cornalinas y blancas, suspendidas de la frente, pudieran enorgullecerles. Su labio inferior cuelga lleno de mansedumbre, bien pulido
y lustrado, con algunos escasos pelos sembrados como sobre la piel
de un guante; y para cumplir esas rudas tareas, utilizan gestos de
saln. Aadid un vestido a la persa, y unos bellos ojazos negros
-como "ellas".

U N azar me condujo allt me perda en cualquier parte con tal de


escapar al Bazar. Todo es frescor y calma, pues unos rboles
seculares enmascaran el cielo. Grandes telas grises o encarnadas, o
rayadas de blanco, colgadas de los cuatro extremos con troncos de
rbol, penden sus vientres a pocos metros del suelo. Sobre los
crculos grises bordados de luto del irregular pavimento, danzan
los ruedos de luz blanca difusa a travs del follaje. Las pequeas
jaulas ricas donde se dan frente dos divanes y donde se prepara el
caf, marcan a un lado un lmite ininterrumpido; all, unas casas
turcas impiden la mirada tratando de deslizarse en la estrechez de
una calle serpenteante. Haba subido para llegar hasta all una
extraa escalera de piedra y haba pasado bajo una bonita puerta en
una alta pared. Numerosos bancos estn dispersos por todas partes,
formando apartados; unos tapices rayados en rojo, en negro y
amarillo los recubren; son profundos y tienen un respaldo y
reclinatorios, pues no son para sentarse: despes de descalzarse, te
acurrucas; eso da un aspecto muy gracioso, un aire muy formal,
muy limpio, y nos dispensa de nuestras maneras recodadas de
carpinteros abrumados o de jvenes juerguistas quemados. El caf
se sirve, como sabis, en tazas minsculas y el t en vasos en forma

de pera. Uno y otro cuestan un cntimo, lo que permite nuevas


series.
Un centenar de turcos charlan, sin un grito. El agua ronronea
en los narguiles y el aire se azulea con el humo. Estamos en el pais
de los tabacos exquisitos, se hace un uso desmesurado de ellos.
Cuando eso desquicia uno se modera, pero Auguste se suicida hasta
el final. Los fez se suman a los turbantes; los grandes vestidos
negros a los azules y grises. Vemos pasar a un viejo todo vestido
de rosa, que le da un aspecto de nio. Los viejos son siempre
amables, alegres, con la mirada viva, y nunca impotentes; la
oracin les vale esa salud, gracias a la gimnasia que exige; asi pues
se rien siempre esos viejos gentiles y se largan como hurones con
algn inseparable carpus bajo el brazo.
Encima de mi mesa se arquean hortensias azules; en otra parte
se trata de rosas y claveles; a dos pasos canta una pequea fuente
de mrmol en rococ turco. Unos gatos se pavonean, buscando
ovillos; y para dar un alma a este caf, he de decir que una inmensa
arcada de mezquita reposa sus seis pilares poligonales justo en
medio de los bancos; los capiteles son de un gunto extrao de
barroco espaol. Cinco pequeas cpulas conducen a la gran pared
uniforme que abre una estrecha y alta puerta de madera negra
donde lucen en complicado alineamiento, incrustaciones de ncar y
marfil. Los abigarrados tapices alcanzan las esteras de caa estendidas bajo las cpulas. El mue*
acaba de subir al minarete que
divisamos a travs del follaje y se expande la estridente llamada a
la oracin, las esteras se cubren de fieles que se arrodillan, se
levantan y adoran a Al.
Pero he aqui la nota conmovedora, determinante de la elevada
potica del turco: en medio de las mesas hay tres tumulos de
algunos metros, bordeados de piedra y guarnecidos con una fina
barrera de hierro; una linterna colgada de un rbol que ha crecido
alli, arde todas las noches para alumbrar las tumbas que se

levantan, estelas con escrituras castigadas con el ltigo, diciendo


sin duda, las virtudes de los valientes dormidos entre las races de
la gran higuera-que como su alma conduce al cielo. Es preciso que
estn entre los vivos para mantenerlos en Dulce Muerte. Esos
viejos bondadosos tan gentiles en sus vestidos infantiles, rosas,
azules y blancos, deben venir a saludarlos cada maana y decirles
con su barba, en un ceceo precipitado: "iSf, si, pronto venimos
nosotros, ya venimos, yo me alegro!"
No lejos del Bazar febril, el caf de Mahmoud Pacha, una
pequea mezquita con un minarete y una nica gran cpula que
sostienen cuatro muros completamente desnudos. Con Auguste
pasamos buen nmero de tardes.

EL Bazar! Se encuentran los peores horrores, el "souvenir~'para


turistas, bajo todas sus detestables formas, puesto que est hecho
para aparentar mucho y no costarle nada al comerciante. Se vende
a precios fabulosos embaucando perfectamente con un cacareo que
te ametralla a agentes que ya de por si no conocen nada y que
desaparecen felices de no haber dejado nada ms que el portamonedas! Se encuentran las ms desconcertantes ingenuidades. Todo,
naturalmente, es como antigua, como lo ms viejo, como prehistrico. Las porcelanas se despachan bajo rbricas diversas, viejo
Viena, viejo Meissen, vieja porcelana de Sajonia, vieja Venecia.
lmpara de petrleo se llamaria candelabro de Kuttaya: "ianticas!":
un cuenco de Porrentruy haria las veces de un muy antntico
fondo de nfora micnica -siempre a condicin que las ansas y los
golletes se hayan estropeado y las panzas reventado durante el
viaje. Adems, el apasionamiento es a la persa. Se podria creer que
esos seores del Bazar tienen conmigo las mismas debilidades. Por
eso me ofrecen como si viniera de Ispahan uno de esos platillos
fabricados a millares desde hace dos o tres aos, en la casa Villeroy
y Boch, en Alemania -burdas lozas pintarrajeadas a mano, nada
feas por otro lado, y vendidas por veinticinco pfennigs taza y
platillo. Mi ingenuo pretendia veinte francos! Otra ingenuidad: en

la vitrina de un tendero turco, hay pequeos lacados persas, no


demasiado buenos, adems de una caja de cigarrillos Murattis; ya
sabis, rojo y azul con hilos de oro. Era suficiente para que dijera:
"s, MOUSSU, Persa, 'antica', Moussu, Moussu!"
De esas ingenuidades, innumerables. No insisto.
Es Ssamo, porque uno encuentra y descubre bajo el amontonamiento de cosas de barro groseras, las ms fastuosas pepitas de
Oriente, desde el Islam europeo hasta el de las junglas que traen
aqui, trocito a trocito las solemnes caravanas, a travs de la arena,
los montes y los matorrales. Es un laberinto; Baedecker quiere que
nos hagamos con una brjula; un ddalo de galerfas y nunca, en
quilmetros de recorrido, un pedazo de cielo. Todo ,cerrado,
constreido, quieto; diminutas ventanas perforan la baja bveda de
can, y sin embargo una hermosa claridad reina. Por la noche
est desierto, durante el dia, furibundo. Cafdo el sol, caen pesadas
puertas, encerrando las fabulosas riquezas y se apaga el gran
rumoreo.
Al llegar siempre veia, advertido por los gritos de ese pueblo
extrao, un dios de metal sentado en el dintel del porche frotndose con las dos manos un grueso vientre dorado. Su boca tena unos
labios vidos, su frente huia como la de un orangutn. Sus narices
rezongaban y su mirada era inquieta. Tena largas orejas de burro.
El hierofante estaba all y recibfa con gestos viscosos un verbo
voluble y ensordecedor; tenia las mismas facciones que su maestro
y sus patas se las habfa robado al ms viejo de los hombres de peaje
del puente, que habia muerto de pena. Hablaba muy mal todas las
lenguas, vesta como nosotros, tena los cabellos rizados. Se
llamaba "La Grosera". Sobre los dos pilares del portal donde
estaba entronado ese dios habfa escritos los tres mandamientos:
"iRobars y mentirs!" "Mentirs para robar!" "iRoba, roba. roba!"
Me encontraba metido en la avenida central en pleno gritero.
Las tiendas a izquierda y derecha chorreaban como capillas de

quincallas infames y de tapices horrendos. Sin embargo, por dentro


haba muchas cosas hermosas fascinantes. Sabis que se admira con
ojos distintos cuando se puede comprar para apropiarse, y que en
los museos nace siempre un sentimiento de melancolia, por todas
esas cosas que se aburren, fros testigos, pero nunca compaeros
de todas las horas.
En una tienda no se entra: se es absorbido, empujado; se est
de lleno en la mquina y el "hacer" comienza. La verborrea es
insensata, eyaculada por cinco o seis que casi te han descuartizado;
en la tienda, de nuevo son varios los que chillan espantosamente.
Desde luego ellos saben antes que t lo que deseas: las paredes se
derrumban. El suelo se ele;a, las telas desplegadas os daan los
ojos en su vertiginoso renovarse, te las meten en las manos, para
palpar - e n las narices, para ver el trabajo. Hay bordados de
Boccharah, grandes como manteles, grandes alfombras de Esmirna, de Angora, de Persia, de lanas densas y profundas, gasas
bordadas de plata y tejidas en seda de Janina, las duras macedonias,
los fastuosos brocados, los terciopelos de Escutari, los cartuchos
impresos de Persia y la India. Todo se desploma, se despliega,
vuela, te golpea la cara y se amontona, en mescolanza, lo extraordinario con la basura.
Ante una seal de negacin, los muy vampiros ya han comprendido: "isi, no son telas lo que necesita, comprendo sus gustos,
mire, mire esto, vea esto todavia!" Desfilan cermicas, empachan la
parte superior de las vitrinas horizontales bajo cuyo cristal hay
joyas de latn dorado y marfiles en hueso: antiguas porcelanas de
Kuttaya, baldosas persas de precios fabulosos arrancados de alguna
mezquita derrumbada alli, vasijas de anchas panzas azules estriadas
de grietas donde se conservaban los alimentos en aceite: todavia
huelen mal y tienen la grasa de su olvidada funcin. Entretanto
tendris ocasin de recibir en plena cara un fusil albans estropeado o un kandjar de Damasco; el comerciante ha chascado de tan

bello! Os habrn obligado a dar un vistazo a unas hojalateras de


cobre cincelado que no queras ver, y puesto que habis hablado,
quizs, de lacados, he aqu, si, a manos llenas y dentro de algn
armario que buscan Coranes que van a hojearos a bocajarro,
febrilmente; le gritarn, cuando una figura ser de un arcasmo
sorprendente, de estilo ggido pero grandioso: "Seor, vea si es
natural (puesto que el pblico de hoy, y ellos lo saben, le gusta que
sea fotogrfico, con todos los botones y todas las hojas, vivo como
en el cine). Seor, parece como si fuera a hablar! Seor! Seor!
(siempre tienen miedo a que se les escuche slo con una oreja).
Seor, es antiguo!" Luego, el colmo del pleonasmo. "Seor, este
manuscrito, es totalmente a mano, palabra de honor!"
Mientras tanto las alfombras no han sido recogidas despus de
su cada, los bordados de sus pasmos, las cermicas hacen peligroso, ahora, cada movimiento. Ests completamente atrado por una
pequea persa vestida de escarlata bajo un baldaqun de oro, en un
jardn de Ispahan con tulipanes por todas partes, y jacintos -y ah
estn todava, sin aliento, los horribles discpulos de "La Groseria"
escrutando con ojos fuera de rbita la oscuridad de las paredes
rebosantes para encontrar la pieza que ha de perderos. Verdaderamente no se puede aguantar; hay demasiadas cosas locas en los
ojos, demasiadas evocaciones exquisitas que te lanzan a una
distraccin estpida. Es una borrachera, sin reaccin posible. Este
torrente, este glujo, esta avalancha, esta charlataneria te aniquilan,
te embrutecen.
iEsts a punto! No quieres comprar nada; has entrado ahi,
sonriendo. Pero te has atrevido a mirar demasiado ese Boccharah;
has fallado, iests perdido!
T has dicho: "Cunto?'"iHum,
hum, euh, euheuh... euh!
i Hum! Cuatrocientos francos, seor!"
Y t tambin has hecho "ihum!" Pero tu "hum" dubitativo era
todavia una farsa. Ellos jugarn la deliciosa comedia. De ahora en

adelante uno slo sabr francs; los dems harn cabeza de turco
con ojos desencajados. Pero las esclusas del seor que habla
francs, han sido forzadas: ise desborda! "Si, seor, cuatrocientos
francos, os lo doy, palabra de honor! Y solamente a usted porque
es mi amigo (cuatro horas antes... buscaba una habitacin en Pera).
Porque usted es mi amigo y veo que es un conocedor; iaqui vienen
tantos imbciles! (aqui me tienes, muy suavemente, muy orgulloso
de mi mismo) y quiero tener el honor de venderle a un conocedor!
Quiero hacer un negocio con usted para comenzar, para que
vuelva a venir, ya que quedar contento! Quiero hacer un negocio
con usted... porque es sbado -para terminar la semana-!, porque
es domingo -es una fantasia que tengo, el domingo hay que hacer
un negocio, para que me traiga suerte; asi hago una rebaja enorme,
vendo perdiendo-; porque es lunes -para comenzar la semana-;
porque es mircoles y -entre nosotros-, es la mala temporada, no
se vende nada, vea mis libros (te ensea un registro con las pginas
en blanco), iah, seor, el clera!, iestamos a mircoles y todava no
he hecho nada! Seor, seor!, vea esta tela (lo has visto completamente pegado al ojo), sienta esta seda (tienes las manos llenas), iese
peso! Seor! (en medio de una nube de polvo levantado, os ponen
el paquete entero bajo el brazo). Despus: "Seor, por mi cabeza,
por mi honor!, ipor mi conciencia! Vaya por todo el Bazar!; y si
encuentra una pieza como sta, yo le doy sta, y el dinero incluido!
Salgo perdiendo! Tenga! (y ya se pone a susurrarte al odo), le he
dicho cuatrocientos francos; mis hermanos -ah estn mis hermanos-, mis hermanos no lo saben -no entienden francs-, estarn
furiosos; Dios sabe lo que me espera, iah, ser insultado!" Despus,
heroico: "Tanto peor, seor, hay das en que se pasa demasiada
hambre!" Una hora ms tarde, te has marchado, con el paquete
bajo el brazo. Has pagado ciento cincuenta francos. Y ests lleno
de remordimientos. Pues cuando los luises centelleantes han salido
de tu bolsa, has visto cmo sus ojos brillaban; ino han podido

seguir la comedia hasta el fin, los groseros de "La Groserfa"! "En


cuanto ven el oro te saltan encima como chacales. A este respecto,
Auguste hizo esta frase grave: "iEsos tipos, creo que suefian de
hambre dorada, como los chinches de mi cama durante nuestra
ausencia de Brousse!"
Es un rincn del Bazar, un rincn griego. El turco ha sido
rechazado. Y despus se ha corrompido. A fin de cuentas era
honesto y saba lo que vendfa.

DOS EMBRUJOS, UNA REALIDAD

FUE

en medio de una multitud de Occidente, delirante de


entusiasmo patritico, en Npoles, ese domingo anochecido en que
se embarcaron treinta mil soldados para Tripoli, cuando se me
aparecieron esos recuerdos, surgidos de un prematuro olvido...
Nada esperamos de esta hora de crepsculo completo, donde el
aire, todavia lleno de molculas atiborradas de luz, vuelve gris y
opaca la oscuridad de la noche; las estrellas parpadean como topos
y la luna se entretiene. Sin embargo, el barco continuaba la
singladura hacia Estambul, azotado por el aire glacial del Bsforo.
Veniamos de Escutari, la necrpolis, donde habiamos estropeado
nuestros pies en los cardos de los campos tupidamente plantados
de estelas. Habiamos asistido al ardiente oficio de los "derviches
vocingleros"; de esa hora, nada dir puesto que no terminarfa
nunca.
El barco se encontraba a lo largo de los innobles palacios de
Bechigtache, ioh, Joven Turquia, qu premisas! P e r o qu es! Sobre
el monte de Estambul hay collares de brillantes suspendidos en el
cielo. Encima, se adivina una punta de alabastro, y debajo, un largo
fuste blanco acuareleado de las turbulencias de esa hora. Por otra
parte, se entra en el Cuerno de Oro y el tiempo es tibio; escapamos

a la cruda bofetada que sobreviene, por el estrecho, de las estepas


de los lobos y los Kimris de pelos rubios.
Hace un tiempo tibio y una calma turca. Es el ltimo barco y,
frente a la salvaje desgarradura de la negra Pera acribillada de
luces, hay unos collares alrededor de grciles cuellos de alabastro,
sobre toda la colina de Estambul. Relucen como relucen las
lamparillas de las mezquitas bajo las cpulas, por la tarde, en
teorias circulares. Son de oro y tiene cuatro lneas de fuego y,
mientras andamos, la noche se torna ms negra y pura. Oro y
negro, suprema elegancia, supremo poder! iY qu serenidad! Por
otra parte, no se ve nada en absoluto y no se oye ningn ruido.
Qu es pues? Son los turcos que estn de fiesta. Se siente bien que
las mezquitas rugen a esta hora, pregarias e historias que cuentan y
que escuchan acurrucados viejos turcos con grandes trajes, rosas a
veces, pero sobre todo negros; y turbantes verdes en medio de
turbantes blancos.
Mis ojos han comprendido. Bien a la derecha hay seis series de
tres collares superpuestos, porque se trata de la gran mezquita de
Achmed. Ese majestuoso cuadriltero, Pegaso descendido del cielo,
esas cuatro unidades a una inmensa distancia, eso es Santa Sofla.
Nouri-Osmani complica Bajadiz. Despus revelan que es una
esfinge, aquellos sobre los cuatro minaretes de Suleimani. Entonces, es la confusin, por causa del alejamiento perspectivo; deletreo
al azar Chahzad, Sultn Mehmed, Sultn Selim. Y en pie delante,
en cabeza del puente, los minaretes de Valid Djami tambin
resplandecientes.
Las cuatro de la madrugada, sobre el Puente Nuevo, entre Pera
y Estambul. Placas de niebla enmaraadas, oblicuas, desgarradas,
blancas en lo alto, en gris muy opaco. Quizs hay agua en el
Cuerno de Oro; n o se ve. Se agitan espesas gasas, palidecen, se
rasgan, se vuelven nieve. Luego caen borrillas pesadas, oscuras,
redondas, macizas. Se aplastan, lo ahogan todo, lo tapan todo; a las

cuatro de la madrugada, brumas espesas son ms oscuras que la


noche. El enmaraamiento recomienza, la oblicuidad se acusa, el
desplegamiento se hace en las alturas en abanicos estirados claros y
oscuros. Vapores poderosos se levantan y viven. Estoy a bordo en
una punta y sin barandilla, pontones entreabiertos; es casi vertiginoso. Escucho gritos, abajo, despus veo pasar unos aparejos,
mstiles oblicuos, grandes telas agitadas y oscuras. En las desgarraduras de bruma, veo las dos flotillas de la derecha y de la izquierda
tensar su tela y precipitarse hacia ese canal, entre los pontones
separados. Hay encontronazos, maniobras abortadas, soberbios
gritos y gestos sorprendentes. Y todo ese rato esos mstiles, esos
cabos y esas telas pasan y se adentran en lo opaco que ahora
ilumina el sol. Los alumbra, haciendo ms opacas las brumas.
Rasga todava ms esas nubes enmaraadas, abre boquetes profundos, alcanzando victorias; pero vuelven impetuosas como hordas,
del fondo del Cuerno de Oro donde debe haber agarradas a los
cipreses de los cementerios. He visto de repente, entera en la punta
del puente, la mezquita Valid, completamente negra. Despus ha
desaparecido. Entonces he mirado a lo alto, y ah estaba la esfinge
oscura de Suleimani pasando. Despus todo el bosque de mstiles de la izquierda fue enrojecida por el sol, y luego anegada en el
polvo del agua. El sol ganaba; la batalla era ms dura; las nubes
enloquecan; los barcos queran salir todos, por un instante se
senta, del lado del nrmara, la llanura hmeda del agua. Y se vea
un claroscuro de velas vibrantes, formando adorables tringulos.
En el canal, los barcos se apresuraban. A menudo hay un solo
tripulante en esos grandes barquichuelos como los de la Iliada; los
pies desnudos, tiene la barra horizontal del timn entre sus piernas

'

'

Suleimain es junto con Ahmed Djami la mayor mezquita de Estambul. Djami


significa Mezquita, pero a menudo se las designa por "Sultn" o "Pacha", en
recuerdo del que las construy.

121

curvadas; con las manos tira de las cuerdas, despus da un brinco,


agarrando la vasta tela que cruje y que el viento toma con
dificultad; luego toma una enorme percha y apoyndose en otros
barcos, empuja con todas sus fuerzas. Todo eso nos vala gestos
inauditos. Las nubes se apretaban; sin terminar nunca. Desde ese
fondo que ellas tornaban siniestro, rodaban con los barcos. El sol
se agotaba. Valid apareca siempre negra y, de Pera no se veia
nada. Sin embargo arriba iba hacindose rosa: Centenares de
barcos haban pasado, cuando vi esa cosa inolvidable, Suleimani,
rosa tibio, surga rodeada de telas oscuras. En un instante era color
ultramar sobre gasas rosas y enseguida de albastro en un fro de
granito. Y desapareca y regresaba, y toda la atmsfera resplandeca de rosa. El mar se afirmaba. An as el color naca siempre
menor. Muy lejos se vean barcos que se lanzaban en esta alegra.
El drama se precipitaba; los testigos se hacan ms numerosos.
Valid haba tomado posicin y se veia el adorable Roustem-Pacha
monostilo y muy pequeo. Jams he visto tan alta Suleimani;
podia creerse que estaba sobre una montaa y que en una noche se
haba tornado inmensamente grande. Me di la vuelta: en un
remolino de espuma azul y espuma coralina, estaba la Torre de los
Genoveses -fantstico espectculo. Est asomada, se apoya sobre
un recodo de grandes casas erizadas de chimeneas; es cilndrica, sin
una sola ventana, y lleva una corona que sobresale, cerrada,
obtusa, y dura como una pieza mecnica. Todo ese gigantesco
aparato oscuro formaba como un acorazado trgico. Crea escuchar
un alarido de sirena y present algo nefasto pues estaba un poco
fuera de mi.
Una gran nube rosa barri la aparicin. Volvi y desapareci
otra vez. Despus se afirm un disco rojo; lanzaba terribles dardos,
perfor las nubes, triunf. Y las mezquitas se volvieron blancas y
Estambul apareci, y la Torre de los Genoveses cabalgaba sobre
Pera inexorable, roja al final de su espalda de sombra.

Cuando se agitaron las ltimas bufandas vaporosas, crei haber


soado. Las velas desaparecian, un barco a vapor habia llegado a
Escutari. El puente se habia cerrado; y, en torrente, los de
Estambul, los hortelanos y los hama/s se precipitaron; los asnos
avanzaban galanamente con tomates entre el follaje de via; los
portadores chorreando ya de sudor caian aplastados bajo cargas
inconcebibles; flagelando sus endebles piernas golpeadas por los
mil pliegues de su estrafalario pantaln, se adentraron en el
embudo de Galata, ahi donde sube en escalera esa calle que lleva
cerca de la torre.
Fue una realidad, ineluctable! Nos marchamos. Dejamos la
ciudad conquistada y adorada. Nos habian dado un descanso de
veinticuatro horas, es decir que se nos hacia sufrir una cuarentena
joven-turca" en la desembocadura del Mar Negro. Fue sobre un
gran paquebote ruso completamente lleno de peregrinos negros,
judios huyendo de las persecuciones, persas, gente venida del
Cucaso y vestidos como en el teatro (iaunque mucho mejor!).
Debimos pasar de nuevo a lo ancho de Constantinopla. Fue en
plena tarde relumbrante. La singladura llevaba rpidamente sobre
ambas orillas verdeantes del Bsforo, nuestras miradas y nuestra
melancolia hacia los konaks de madera flotando en el agua. Unas
velas jugaban ante nosotros y fueron los anunciadores de la
aparicin; nos condujeron ahi donde Asia se aleja bruscamente de
Europa, ante aquello inolvidable. La luz estaba detrs de Estambul
que se convertia en su monolito. De la vibracin de luz le hacia
sobre el agua un zcalo de blancura por donde pasaban esas velas y
se instalaban los mudos paquebotes ancorados. En proa se escalonaban los tejados del serrallo en medio de cipreses y sicomores,
palacio de poesfa, creacin tan refinada que no puede soarse dos
veces. D e ahi partia la teoria que ya sabis. El vapor de luz sobre
el mar se fundia con ese contraluz, y ese gran contraluz, extendido
hasta Marimah, se destacaba sobre un cielo aniquilado de claridad.
<<a

No creo que jams vuelva a ver semejante Unidad! Pasamos


deprisa. Slo quise mirar el glauco del mar, donde la sombra del
barco determina profundidades inconmensurables. iY para mi fue
como si la vela de mi pequeo templo se hubiera rasgado tambin!

E L D E S A S T R E D E ESTAMBUL

DESPIERTO de esa pesadilla. Trgica noche! Grandioso espectculo, hecho de fuego, de multitudes impasibles y de multitudes
desquiciadas, de gritos y de lgrimas; en otra parte, la fiesta y sus
fanfarrias, sus farolillos agrios y sus petardos imbciles. Miro por
la ventana, esta maana a las 9 bajo la luz blanca, Estambul
tranquilo no ha cambiado con el alejamiento. Las mezquitas, de
Suleimain a Mehmed, cortan el azur como siempre.
No se ve nada extrao. Y no obstante 9.000 casas son ahora
cenizas.
Ayer, estbamos en el lado opuesto de Estambul, entre Pera y
las Aguas Dulces de Europa, sobre un altiplano donde ni una sola
hierba encuentra refugio. Era la fiesta de la Constitucin; la Joven
Turqufa en masa asistfa al desfile. En el polvo rojo, opaco,
levantado en remolinos, eran los sueos de Raffet expresados en
ritmos "hodlerianos": asf sobre.la pared pintada de Iena, marchan
las filas apretadas de estudiantes armados, hasta el infinito. El
ejrcito haba desfilado; despus, inesperadamente, habfan sido los
bomberos, al completo, por centenares. Estbamos estupefactos:
qu hacia all, esa gente, en un da como ese? iEra sin embargo,
en ese pas de ataques disimulados y de complots, la hora propicia a
las venganzas reaccionarias! Precisamente la vigilia haba recorrido

ms all del acueducto, el inmenso campo desierto que, dos anos


antes, haba desencadenado en Estambul una venganza poltica.
... As los bomberos de Constantinopla se pavonean hoy en la
fiesta, a pocas horas de Estambul, y Estambul arda socarronamente en tres puntos.
Cansados de la parada de la maana, leamos detrs de los
postigos cerrados. Por casualidad pegamos las narices a la ventana:
Estambul se coronaba de una gran humareda negra y las llamas
brotaban del edificio del Estado Mayor. En la calle, grupos de
"bomberos voluntario^^^, descalzos, pasaban corriendo y gritando
como locos.
Vestidos, descendimos rpidamente los Pequeos Campos de
Muertos, atravesamos Galata y llegamos al Cuerno de Oro sobre el
puente de barcos. Estambul se escalona en el amontonamiento
estrecho de sus infinitas casas de madera ahogadas en el verdor.
S610 las mezquitas y algunos edificios administrativos animan de
manchas blancas esa alfombra violcea y verde oscuro. La muchedumbre se aplastaba sobre el puente, precipitndose hacia el
incendio; se adivinaba ya el inmenso desastre. Subimos por las
tortuosas calles prximas al bazar y bordeadas de tiendas. Un
torrente de agua tiznada corre por alli; tambin un torrente de
haneal (cargadores) de pequeos artesanos que sin una palabra de
queja pero chillando para abrirse paso, mudan su mobiliario, sus
utensilios. La multitud curiosa sube y la polica todava no se ha
organizado. Aqu, sin embargo, ya tenemos la calle cortada; el
fuego prende las casas por los dos lados, consumiendo el barrio de
los carpinteros. En todas las calles vecinas las tiendas ya han sido
vaciadas, la mercanca est lejos, al abrigo en cualquier almacn o
en alguna mezquita transformada en guardamuebles. Los propietarios acurrucados con sus amigos y fumando, echan una mirada a
las llamas a punto de largarse. El fuego ha prendido simultneamente en tres puntos, primero en los edificios gubernamentales

que rodean al Ministerio de la Guerra. Despus el barrio adyacente


a Veni Valid Djami. Completando el tringulo, esas calles tan
turcas a lo lejos, cerca de la mezquita de Chah Zan, construidas en
madera, moradas de miles de pequefios artesanos. El inmenso
tringulo debia cerrarse y, como el viento extendia la llama, iba a
propagarse por la noche hasta Sultn Mehmed por un lado y el
mar, en Veni Capon, por otra parte formando un trapecio que
abarcaba dos millones de metros cuadrados!... Por la noche
estamos en la plaza del Sultn Bajaret. Los tres focos han confluido
y el viento cambia de direccin haciendo temer por el Bazar. Seria
una ruina espantosa. Los comerciantes, llegan uno a uno; se
iluminan las tiendas, las mercancias se acumulan ante las puertas.
Grupos de hamals conducidos por policas a caballo llegan y se lo
llevan todo. Pasan coches, sobrecargados, tirados por bueyes
impasibles o por caballos que se encabritan. A menudo se corre el
riesgo de ser aplastado.
El fuego avanza mordiendo las calles a cada lado, y las casas se
vacian una a una. Los pequeos artesanos continan mudando,
uno plegndose bajo un espejo enorme, otros tres bajo un armario
lleno de ropa. Otro, un carpintero lleva su caballete y le siguen sus
hijos con unas tablas. Mujeres cubiertas con velos desaparecen
lentamente, llorando y arrastrando unos chiquillos que gritan. Se
saca un muerto metido ya en su atad de una casa a la que van a
alcanzar las llamas; seis hombres encorvados, corriendo, se lo
llevan entre el gentio. <Dnde depositarn este extrao paquete?
La muchedumbre abarrota ,las calles, tranquila, curiosa. Molesta
a esos pobres hostigados por el fuego y que quisieran salvar sus
ropas; y ni un movimiento de compasin, de solidaridad lleva a esa
multitud de ociosos a cualquier movimiento de ayuda generosa.
Todos esos turcos de grandes vestidos de seda negra y turbante
blanco contemplan con gravedad; los cafs rebosan hasta las plazas
y los rboles a penas protegen a la gente de la lluvia ardiente de

carbones que vuelan frenticamente en el cielo. Los vendedores


callejeros sirven sus limonadas, sus jarabes, sus helados, venden
frutas. Da la impresin de un entreacto en un teatro muy grande,
con un espectculo inaudito, pero cuyo pblico estuviera fatigado
por resultarle conocido, y ya nada le interesase. Pues Estambul
arde asi desde hace siglos. El cielo del horizonte se ha vuelto negro
y, de verde esmeralda de hace un momento, se ha tornado ultramar
oscuro, ahogado en verde como la corriente ms glauca. Los
minaretes y las cpulas de Bajaret se elevan, con una esplndida
unidad; incomparablemente majestuosas, talladas en oro macizo. A
travs de las perspectivas en llamas, bajo la inmensa nube de humo
de oro, se perciben por un instante otros minaretes blancos como
un hierro al rojo vivo. Trombas de ascuas ardientes marchan
diablicas y danzando a llevar la devastacin a centenares de
metros. No se tiene el sentimiento del horror, porque no se ve
ningn rostro convulso, no se escuchan gemidos, ni otros gritos
que las injurias de los hamals sobrecargados, ni blasfemias; no se
elevan puos al cielo. Se est subyugado por una belleza extraordinaria; es una obsesin de grandeza. Estamos absorbidos por esas
columnas de oro como lo estn las casas y slo se busca calmar
esta pasin de belleza diablica que te trastorna. Se buscan los
bellos espectculos. Se discute sobre la fantasa que surge de las
cpulas y minaretes. Al fin se encuentra una porcin de esa
Constantinopla de grandeza y de magia que habamos soado. Un
soplo de locura imperialmente bizantina se mezcla con una cnica
voluptuosidad fatalista. Y si se va de un punto a otro, es por el
disco negro de una cpula que se destaca sobre un brocado de
fuego que se opone ms armoniosamente a la afirmacin grave de
un obelisco. Se dan vueltas alrededor del colosal brasero como
alrededor de una estatua; se campea delante de los ramos alegres
de chispas, buscando el punto de vista favorable como frente a una
pintura. Un astrnomo vera en esas tres fabulosas columnas de

humo chorreando carbn arrastrado, fantsticas y nuevas vas


lcteas. ES la exaltacin de la alegra! De qu alegra!
Lentamente, descendemos de nuevo hacia el Cuerno de Oro y
despus de haber admirado desde el puente el espectculo admirable de las mezquitas inmensas grandiosas de prpura y de oro, cien
veces ms grandes como jams las vimos a la luz del da, algo
fantsticas, algo locas. Remontamos los Pequeos Campos de
-Muertos donde, en la soledad de la arena tostada se descalzan las
ltimas tumbas. Desde la terraza de nuestra casa el espectculo se
sintetiza. Esta vez el Cuerno de Oro es de fuego (ila infame,
siempre tan tona!); chorrea como metal fundido y lleva la barra
negra del Estambul preservado. Sobre la cresta de la montaia, ah
donde de da se ve por encima de las casas el despliegue infinito
del mar de Mrmara y los montes de Asia, es ahora la llama de ese
colosal sacrificio. Las mezquitas Suleimain y Chah Zad pinchan
con sus minaretes puntiagudos y negros esta carne de fuego. La
mezquita Bajaret a la izquierda, la de Mehmed a la derecha, reciben
la caricia clida y se vuelven de alabastro. Sus minaretes se pierden
blancos y misticos en lo alto del cielo. Marcan los dos limites del
inolvidable altar... iY ms de dos mil metros los separan! El
acueducto de Valens parece quererlos reunir y, por los innumerables agujeros de sus arcadas, son como fuegos que saliesen por los
ojos de buey de un navo en llamas.
Es la una de la noche. El viento empuja las llamas ms lejos.
La grandiosa pelusa de fuego se redondea pesadamente y se pasma.
Aqu estamos ante este espectaulo que sobrepasa nuestras fuerzas
de comprensin y nos deja estpidos, tocados por una gran
melancola. Con angustia contemplamos ese dragn frentico que
se agita y sin cesar repetimos: es horrible, es horrible!...

MEZCOLANZA, RETORNOS Y ANORANZAS

SE

acab y apenas he hablado de nada! Ni siquiera una palabra de


la vida turca: iuna palabra!, eso seria un libro. Nuestras pobres
siete semanas no bastaron para vislumbrarla. Me he callado pues, a
este respecto. Creed que entre cada una de mis lneas faltan cien.
Hablar de Estambul y no decir su vida, es elevar el espiritu hacia
esas cosas que os he citado. Y si lo hubiera hecho, contndoos la
armonia de esta vida con ese medio, tambin se me hubiera
presentado la ocasin de hablaros del horrible desastre, de la
catstrofe inevitable que reducir Estambul a la nada: el advenimiento de los tiempos modernos. En este ao he visto el crepsculo de Constantinopla.
Aqui tenis pues, unas notas dispersas para reparar olvidos,
algunas vueltas atrs, y aoranzas.
Un santuario de fe catlica, muerto para nuestra raza, todava
rozado de almas, para unos pocos soadores vagabundos, se
oscurece con el negro de sus vetustas pinturas, y presenta al
visitante piadoso y escaso su iconostasia que se apaga en la sombra
con Cristo en la Cruz, en transfiguracin, en aparicin; y, en
medio, un ngel en un cielo de fuego, anuncia a una virgen
temblorosa una redencin para los siglos futuros. Es el "Paraso"
del Metropolit Primat, en Bucarest.

He citado a menudo algunas frases de mi augusto colega y, sin


embargo, nunca lo he designado. He aqui esta efigie. De raza:
flamenco, pero apasionado del parisinismo moderno. Su raza pesa
por su lengua en las "b" que aplasta. En lo moral: un tipo rico.
Adems he aqui algunos pequeos hechos reveladores. Se atreve a
amar a Jordaens, y Brouwer y Van Ostade; dice: "Vivan ellos!
iBeben y rfen, comen!" E n esos dfas en que pasamos una angustiosa miseria reducidos a pan negro (con todas las letras) desaparecia
en las esquinas para comprarse cigarros, a escondidas. Y crey
morirse cuando tuvimos que poner agua en las tazas de caf y en
las jarras de cerveza! iOtra traicin de su "ego"! (una vez que
habiamos pasado la noche sobre un banco) se despierta, se pone en
pie, abre los ojos embrutecidos por el sueno que se detienen
largamente en mi; al cabo de una eternidad, recuperando la
conciencia, se acerca ingenuamente: "ipodriamos peper una cerpeza!
Como si all, bajo el banco, hubiera un barrilito! Otro hecho
revelador: (en Pera) Auguste esta vez tiene los chinches, todos en
su cama. A las tres enciende la vela e inicia la chamuscada. Se irrita
persiguiendo bichejos aplastados que se infiltran en sus largas unas
(ipues va de elegante, este historiador de arte, este terico!).
Entonces los golpea sobre el mrmol de la mesa y los bichejos se
mudan; los atravesamos con una pluma de escribir, y los freimos;
los cadveres se ahogan en sebo caliente, constituyendo por la
maana, un turrn, eminentemente turco. Auguste transpira y, una
vez consumada la matanza, slo puede concluir: "ioh la la!, es
absolutamente necesario que me haga un cigarrillo!"...
Vuelve a dormirse, el bibern en la boca, feliz por la carnicera
y satisfecho de humo! iOtra cosa: es gascn adorablemente; tiene
una imaginacin traicionada por gestos notables y pensamientos de
impacto. Hizo creer a uno de los sobrinos del padre Bonnal que no
habia viajado ms all del Cairo, que, entre nosotros, el invierno
nos trae veinte metros de nieve. Veinte! El sobrino casi se

resfri... de embobamiento! Y luego: "si, un da en Florencia -ipor


cierto los florentinos no se baan nunca!-, la prueba es que ese da
en Florencia, me baaba para divertirme, justo debajo del PonteVecchio. Una multitud formidable estaba asomada en el pretil,
mirndome. Entonces, para escandalizarles, completamente desnudo en mitad del ro, encend tranquilamente un cigarrillo!...
Auguste, en lo fsico: la estatua de un fakir. Cuando busc una
habitacin en Pera, durante un da entero, mira de reojo los
ltimos carteles "habitacin amueblada" con la cara de un pescado
en un cesto -come con la conviccin de un gato que duerme y la
expresin seria de una vaca que bebe. iJordaens, Brouwer! Auguste, le rogar al editor de ese pequeo diario que omita, en el envo
de estos artculos, este documento denunciador.
El ex Metropolite Primat de Hongro-Valaquia, su santidad
Ghenadi, de alguna manera el Papa de estas comarcas, no hizo el
ruego antes de la comida, cuando nos recibi. Y habl de arte, de
economa poltica y social, y no pretendi sino recibirnos lo ms
alegremente posible. Tena la cabeza de un soberbio Pan "rubensiano" y la mesa estaba cubierta de 4 ~Habamos
.
paseado ese da, en
Bucarest de monasterio en monasterio, en el auto del ministro del
Interior. Todos los das no se parecen!
Filosofa bucarestiana, una noche despus de cenar. Auguste y
yo estamos de acuerdo: el protestantismo como religin, carece de
esta necesaria sensualidad que llena en lo ms profundo del
hombre, de los santuarios de los que apenas tiene conciencia y que
forman parte ya de su animalidad o quizs de su subconsciente
ms elevado. Esta sensualidad, que embriaga y escapa al poder de
la razn, es un fondo de alegra latente, y un collar de fuerza de
vivir del todo vibrante. Ronsard que amaba el catolicismo, porque
encontraba en l esta base indispensable, deca que si lo abandonaba, no sera nunca para hacerse pagano; entonces se ira entre los
salvajes, "que siguen felizmente la ley de la naturaleza". Puesto que

nosotros somos de aquellos a quienes ha herido la espantosa


austeridad de nuestra moral manca y desapropiada ...
Cuando veo pasar los convoy fnebres ortodoxos, en Pera, con
el muerto al descubierto sobre el que vuelan las moscas y que el sol
muestra plido y asqueroso, me indigna y me repugna. ?Por qu
esta ostentacin del horror? ?Es con el fin de hacer pensar a cada
uno de los que se encuentran con eso, que el fin llegar? ?No
deberan predicarnos mejor la Buena Vida? Vivir bien, en armona,
aprovechando los beneficios de la Tierra, es, me parece, nuestro
programa. El resto no es cosa nuestra. Cuando Ella venga,
tendremos que capitular, ya que Ella es la ms fuerte. Pero al
menos que antes de partir, tengamos algo, y que, para la partida,
hagamos buena cara...
Voy a contradecirme o a completarme: el arte campesino
procede del arte de la ciudad. Hay un caso particular. Es un
mestizo, pero bello, siempre con trazos interesantes, y, en todos los
casos, de una poderosa estatura. El arte salvaje es inicial. El
campesino es, afortunadamente cuando crea, un gran salvaje. Pero
tiene su mal gusto y su orgullo, y su pereza. iPor eso le roba a la
ciudad sus expresiones, sus vocablos y los devuelve con ingenuidad
e inconsciencia. Es una fuerza natural que surge a pesar suyo, y casi
contra ella. Eso es muy extrao y nos vale unas obras llenas de
torpezas y barbarismos. Y la torpeza se nos aparece bella, a los que
nos hemos convertido en refinados. Mirad las casas de campesinos
de la llanura rumana: tienen un brillo cegador y sorprendente; el
rebozado es blanco, el zcalo azul intenso; los ngulos pintados o
modelados, representan pilastras; las ventanas se rodean de columnas y de fronterones pintados en un azul extraordinario, realzado a
veces por un amarillo glorioso. Esos son los elementos arquitectnicos clsicos, pero empleados completamente de travs, puesto
que no hay base bajo las columnas ni entablamiento encima. El
capitel (la flor, el ornamento) es el objetivo y el trmino. Puesto que

si el vocablo ha sido ciudadano (por espiritu patolgico de burguesismo), el alma, el deseo, la mano han sido salvajes. Ha sido pintado
furiosamente en un da de primavera, para todo el ao, slo para
ofrecer al campesino un decorado de fiesta, un lugar de reposo
abigarrado y alegre. Tiene que sentirse en limpio y en su palacio. De
este modo el salvaje se cubre de colores explosivos y busca la
belleza a su alrededor.
Eso quiere decir que la ciudad no debe regresar al campo; eso
sera dar al malestar, la enfermedad como remedio. La ciudad debe
perseguirse y volverse a parir ella misma. Se lo debe y, por otra
parte, no podra hacer otra cosa.
A propsito de los carruajes y otros equipajes con ballestas que
se usan en los Balcanes: despus de dos horas de traqueteo en el
nico carromato del pueblo de Schipka, llegamos a Kasanlik; nos
dimos cuenta de que todos nuestros dientes se haban cado,
tenamos la boca llena de ellos. Y como pensamos abrirle proceso
al cochero figrate que descubri cuatro agujeros que habamos
hecho en la madera de su banco (nosotros o mejor la osamenta de
nuestros traseros). Entonces, con deferencia, estrechamos la mano
al buen hombre y le dimos cuatro cntimos para que se comprara
resortes -por favor! Auguste pensaba con horror en su diente
arrancada por el fgaro de Tirnovo, y, puesto que esta vez se haba
hecho sin dolor...
En la concepcin de una multirud de personas, del pueblo... y
de la mejor sociedad, un pintor que trabaja en la calle es algo como
un edculo pblico, kiosko de peridicos, o columna meteorolgica.
Vienen a verlo. Y hay que sufrir la muy penosa e indiscreta
presencia de un gentio de necios que ni siquiera regatean sus
reflexiones. Por otra parte uno puede darse por satisfecho si no se
plantan entre el tema y uno mismo!
Los amigos del viajero. Hay que escribirles cartas postales,
cartas; al partir os gritaron inperativamente: iy adems, traers

fotos y chucherias! Ya sudas mucho a la conquista del placer que


hay que arrancar luchando mucho. Los amigos te abandonan,
Incluso te tienen celos. Nunca se obtiene de ellos una respuesta.
Ignoran -?verdad?- tu direccin siempre cambiante. Si su prosa se
fuera a perder, llegar demasiado tarde, demasiado pronto... ioh mis
muy queridos, muy ocupados amigos! De las alegrias de Baedecker: E n un museo de mosaicos: "en la pared de la derecha, loros,
gato salvaje con una perdiz, sobre el pilar de en medio bajo el
mosaico unos peces. Asamblea de siete filsofos ..."
A propsito del Pentlico, el monte de donde provienen los
mrmoles radiantes de la Acrpolis: "la cima dotada de una seal
trigonomtrica estaba adornada en la antigedad con una estatua
de Atenea".
Finalmente, en Constantinopla, algo asi: "Alli, donde se encuentran actualmente los almacenes de estacin de mercancias, se
levantaba el templo de Venus ..."
Hubo la edad de piedra, la edad de bronce, la edad del hierro y
despus el siglo de Pericles. Dos mil trescientos aos ms tarde, la
edad de las latas de petrleo, abrazando toda la Europa oriental,
marca una nuava etapa de la civilizacin y de las artes aplicadas.
Hasta aqui se servian, en Oriente, de las nforas de tierra roja de
perfil puramente clsico. Algunas mujeres regresan an de las
fuentes con las actitudes de la Esther bfblica; pero son raras y las
grandes cajas de lata de diez litros provistas de un asa de madera
horizontal marcan en esta hora la agonia de las artes cermicas. La
lata, es menos quebradiza. Los pueblos no se detienen en sueos
poticos en el crepsculo de un oasis!
As, dentro de dos mil aos, bajo tres metros de detritus y de
humus, los hallazgos sern innumerables; y, en lugar de las tierras

'

El Baedecker es la "guia del viajero" impresa en diversas lenguas, parecida a la


"Joanne".

cocidas arcaicas, ser la marca apreciada de petrleos de Batoum.


Tambin saldrn a la luz bajo el Hipdromo, cristalerias con
conchas doradas venidas de Alemania, y discos de gramfono. Por
otro lado quin dice que cualquier mulo de los que, en Pompeya,
exhumaron la "Casa de los Amores Dorados" no descubra entre las
paredes de nuestras casas del Norte, escalones turcos fabricados en
Venecia y que en una caja de escalera de piedra artificiales que las
lavas de Pouillerel le entregarn intactas un negrito bien encerado
portando, encabezando la barandilla, la lmpara del Gusto. *
Aforismos turcos: Donde no hay casas, hay tumbas. Asi la
tierra est siempre habitada. En su tierra, el pais es un desierto;
donde se construye, se plantan rboles. En casa, el pais es un
paraso en relacin a Oriente; cuando edificamos, desplantamos.
Estambul es un vergel, La Chaux-de-Fonds, un pedregal.
La Joven-Turquia. A las Aguas Dulces de Europa. Unos turcos
en un caique, se han llevado el fongrafo y se dejan mecer al
murmullo de las ondas y a los gritos estridentes del horrible
trompetista. Los burgueses de Paris, en sus casitas de suburbio
ignoran un refinamiento semejante. En un caf bajo los pltanos,
un viejo toca la gaita indefinidamente; siempre la misma melopea
durante horas. Encarna, en ese instante, las persistencias profundas de la raza. Morir pronto y no le sustituir nadie: Path ya
franquea los umbrales, conquistador.
Estambul morir. Porque arde siempre y vuelve a construirse.
El inmenso barrio del acueducto de Valens, devastado hace
algunos aos, lo he visto reconstruido por una Compaia (isopesad
para Estambul el valor de las palabras!), por una compaia alemana
La piedra artificial, era el hormign que apareca en la obras. "Pouellerel" es
una montaiia redonda (eminentemente jursica) y el jursico es, por "esencia" sin
volcn. El "negrito" bien encerado estaba esculpido al inicio de las escaleras,
llevando una liimpara de origen veneciano y fabricada en serie, trado de un viaje de
bodas del pais de los Doges.

(despus de lo que he tratado de deciros sobre las calles de


Estambul, oscurecidas de follaje entre paredes color salmn,
temblad con la asociacin de esas dos palabras!).
iY lo que se ha escrito en los peridicos de all, despus del
desastre del que he tenido ocasin de hablaros, no lo habis
ledo!... iEl "progreso"! Me repito: los pueblos no se paran a soar
bajo el crepsculo de los oasis! iVan!... La casa de madera turca, el
konak, era una obra maestra arquitectnica... (Theophile Gautier
escribi en cada pgina de su libro que era una jaula para gallinas.)
Afirmad pues que los dogmas del arte son inmutables como los
del Santo Padre!
"Del clera y de la crisis de los carpous y peponis". Tesis para
economista social anmico! El carpous es un meln bien redondo,
liso verde oscuro por fuera, rojo granza con cogulos negros en el
interior. El peponi es un meln oblongo, completamente liso,
dorado-amarillo por fuera, dorado encarnado en el interior, y ms
perfumado an que el anterior. Ambos producen magistrales
diarreas. El turco por su parte lo digiere gallardamente: vive con
su harem y sus melones. Pero yo s que abusa de los segundos.
Cada maana he visto llegar al Cuerno de Oro decenas de barcos
amarillos de peponis y verdes de carpous. Un da en que cien turcos,
griegos, armenios o malteses estaban afectados por el contagio de
morir, una vez cada veinticuatro horas, porque el clera hacia
temblar hasta en Groenlandia, un jrman prohibi el consumo de
cat-pous y de peponi. iLo que ocurri despus, no lo s! Ya que
escapamos hacia Atenas!
El 17 de agosto de este ao, el tipgrafo de la Feuille dPAuis
hacia la colada en su casa, la prueba es que el 18, perseguido por
las preocupaciones domsticas escribi para la fiesta de las flores
en Viena: "el desbordamiento de colores y desplegamiento de
ropa". Era "desplegamiento de lujo" lo que tenia que ir. "De ropa",
eso no cuadraba verdaderamente con el espiritu Maria-Teresa,

Mara Antonieta, con esas grandes damas jugando por las avenidas
del Prater un alegre da de mayo.
Vuelvo a la gravedad.
"iDoloroso, el encuentro de los turistas!", he escrito un dfa en
mi carnet de ruta. Son filisteos en xodo, marcados ms que nunca
porque estn fuera de su medio y forman mancha. Se les ve, pero
sobre todo se les oye, porque tienen la seguridad de gusto a ras de
suelo y recorren a largo paso los peregrinajes del arte pregonando
orculos...
La admiracin nunca se dirige al pensamiento del artista. La
fibra del "Strass y del Oro doblado" vibra siempre intensamente.
Se extasfan ante el trabajo: "Qu trabajo!" "Es un trabajo de
romanos!" "Est hecho completamente a mano!", sobre los materiales: "Nada de pintura, mosaico!" Concluyen: "iDios mfo lo caro
que debe haber costado!" Se van: "Si, era muy hermoso!" Y no
estn verdaderamente fuera de si ms que cuando se mezclan el
dorado, el nuevo rico, la inconveniencia, el horror desparramado.
Pues el pblico ya no comprende nada, ha perdido toda medida.
Lo agobian con teoras; no sabe ya lo que tomar para su purga o
educacin. Lleva en si, tambin, el espantoso germen que va
arruinando, en los paises castos, los corazones hasta entonces
sencillos y creyentes, las artes hasta aquf normales, sanas y
naturales. Lo que yo he visto durante el camino me quita para
siempre toda esperanza en el candor de las razas nuevas y deposito
todas mis esperanzas sobre los que, habiendo comenzado en la alfa,
est ya muy lejos, y conocen mucho. Por eso pienso que no hay
que reaccionar. Porque la depuracin es una necesidad vital e, igual
que huimos de la muerte, por simple deseo de vivir, volveremos,
s, a la salud de esta poca, salud adecuada a nuestras contingencias, y, de allf, a la belleza. En el mundo entero, se vuelve;
se nos han cafdo las vendas de los ojos. Al germen achacoso se

opone el germen juvenil, vigoroso, radiante, nacido del "vencer


o morir".
-No queremos morir.
Pero la confusin es completa y la desviacin de los entusiasmos, irreparable. Un francs y su mujer, a quienes encontr en
Bulgaria, me dijeron en un tono lleno de alborozo cuando volvan
de Constantinopla: "Ah, s, es divertido, pero es una lstima que
las calles estn tan sucias". La seora, rpidamente corrigi: "No,
yo precisamente lo encuentro ChiC'. Los dos concluyeron que
estaban encantados de esos quince das pasados all. Nada informados, preguntamos a un blgaro lo que haba que ver, de Filipolis o
de Andrinopla. "iFilpolis, seores, es moderno, hay grandes calles
rectas, est limpio! iAndrinopla es una sucia ciudad turca!" Fuimos
a Andrinopla, pero pensamos que haba con todo algo a retener de
esa consideracin para el arte de maana. Un dentista griego que
encontramos en Constantinopla y que practica desde hace muchos
aos en el Cairo: "eAh, pero el Cairo?" Es cien veces ms bonito
que esto!, ciertamente, pues alii tienen a los ingie~es.Por todos los
diablos, es una ciudad como las de Europa! Les complacer, vern
algunas calles asfaltadas. Y adems hay tranvas, y hoteles, cincuenta, cien veces ms grandes que ste. No dejarn de ir a
Helipolis; all todas las casas son nuevas"; Aturdido, pido noticias
de la ciudad rabe, de la ciudad blanca, con "moncharabies" y
minaretes policromados, y del museo donde pronto estar todo
Egipto. "Si, si, lo conozco, pero en fin, eso no es el Cairo!" En
cambio conoca las Pirmides.

He esperado sesenta aos antes de haber podido designar el punto de inflexin


desde donde se ha extendido el conocimiento y el gusto por el arte de hoy. Fue el
inventor del clich "simili" con tramado quien provoc el empleo directo e integral
de la fotografa, es decir la utilizacin automtica, fuera del concurso de la mano,
verdadera revolucin!

EL ATHOS

U N eclecticismo inquietante

nos inclina cada d a a tolerancias


seniles, y menospreciamos lo presente. Qu frrago de vegestorios
ocupa la mayor parte de nuestra accin intelectual. Y la accin
prctica, efectiva, se enerva, se tambalea, casi llevando la cara en
la espalda, petrificada como la mujer de Lot, por haber mirado
atrs demasiado. Sin embargo a veces siente una vergenza
mortal, un desprecio de mi mismw, aviadores se matan para volar
como pjaros, buques insensatos, mundos nuevos salidos de la
nada de un siglo de trabajo de los ingenieros, se pierden en el mar
por haber querido ganar unas pocas horas en atravesar el ocano;
los montes perforados ya no son un obstculo, etc.
Al final de un concierto enredado de Bach y Haendel, ihe aquf
que surge el "final para rgano" de Franck! Gritos, jadeos, golpes,
marcha gigantesca, obstculo derribado y luz explosiva, en medio
de clamores y de los hans de hroes que choca! Todo el ser est
conquistado, renace y se levanta y el orgullo tiene derecho a estar
en nuestras frentes.
iOh, este Athos demasiado consagrado a la muerte, por voto de
aniquilamiento! Y tan mareado por una poesia lancinante. Si, ir, la
fuerza en los ~ U ~ O
y no
S para adormecerse en la lenta narcosis de
la "soi-disante" pregaria, sino iniciar la inmensa vocacin del

trapense - e l silencio, el combate dentro de si mismo, casi sobrehumano, para llegar a echar sobre si, con una sonrisa antigua, la losa
de la tumba!

La primera tarde aquella en que desembarcamos en el puertecito de Dafni, me pareci descender a alguna isla de antao donde
cada vestigio se erige en evocacin con una poesia hecha con el
culto a las cosas terminadas. La hora no era slo buclica. Sino
ms bien llena de silencio y de calma y ante todo sagrada. Tres dias
en el mar establecen en el alma una quietud mvil donde la
ensofiacin toma vuelo, mezclada a las ms violentas acciones
concebidas por el espiritu para los aos que vendrn -sueos an,
no, esperanzas-. Sensaciones mltiples y extremas, viriles o lnguidas. Acciones, y reacciones continuas sobre este terreno llano del
bien estar de una travesia bajo el cielo del Islam, ni siquiera
inquietado para nosotros, durante las comidas en mesa de invitado
a las cuales escapamos. Plantados en la proa, vivimos como
gitanos, abriendo los ojos a los vientos mordientes del alba,
aplastados por el calor del znit. Y en las horas de la tarde,
sentados sobre grandes rollos de correajes o sobre el ancla, vemos
venir la inconmensurable riqueza del crepsculo y una misma
accin del cielo que se anima, encendiendo los trofeos fulgurantes
del sol y de nuestros msculos golpeados por la sangre que renace.
Despus, esas horas de la noche durante las cuales, inmvil,
simulaba dormir para, con los ojos abiertos, ver sin cesar las
estrellas y, las orejas atentas, sentir cmo se adormece todo
vestigio de vida y toma gloria el siIettcio. Asi he vivido intensamente
esas horas ms felices y ellas han dejado en mi, despes de tres
afios, su desptico recuerdo.

Creo que la horizontalidad del mismo horizonte todos los das y


sobre todo, a medioda, la uniformidad imponente de los materiales
percibidos, instalan en cada uno la medida ms humanamente
perceptible del absoluto. iEn la irradiacin de la tarde, aparece la
pirmide de Athos! Como una efigie solemne, en varias horas se
levanta para, en un engrandecimiento precipitado sbitamente, nos
domine con sus dos mil metros surgidos del llano. Unos peregrinos, pobres diablos, ms apuntalados que nosotros bajo la progresiva presin de la imagen, guardan en su grupo un silencio radiante
o ansioso que, en el momento en que las hlices suspenden su
accin, confiere a las breves rdenes venidas de la pasarela alta, la
solemnidad de una parada. El chirriar de las cadenas, las ncoras
sumergidas, la inmovilidad...
La obsesin del smbolo es en el fondo de m de una expresin
-tipo del lenguaje, circunstancia al valor de algunas palabras. Su
causa es la vocacin: el rgimen de las piedras y las armaduras, de
los volmenes, de los llenos y los vacos, me ha valido una
comprensin quizs demasiado general de la vertical y de la
horizontal, del sentido de la longitud, de la profundidad, de
la altura. Y el considerar esos elementos, esas mismas palabras,
como detentores de significaciones infinitas, intiles a diluir ya que
la palabra en s, en su absoluta y fuerte unidad, las expresa a todas.
Llevado ms lejos, he concebido el dolor estratificado en percepciones amarillas, rojas o azules, violetas o verdes e insignificante el
detalle de las combinaciones, como el de los cambios tranquilos de
lfneas de la vertical a la horizontal -exluida la inclinacin bisectriz.
Que el ritmo ya organiza esos grandes trminos de expresin!
Dejar marchitar mi cultura, escrupulosa del detalle, que me
inculc un maestro. La consideracin del Partenn, bloque, columnas y arquitrabes, bastar a mis deseos como la mar en s misma y
nada ms que por esa palabra; como la Alfa en s, simbolo de
altura, de abismos y de caos, o la catedral, sern espectculos

suficientes para acaparar mis fuerzas. As, tal casa, por sus
mltiples paredes divisorias, evocar el desagrado de topar con un
guijarro cado de la mquina quebrantapiedras y, an admirando a
Claude Monet, me saldr de mis casillas, y saludar a Matisse.
Todo Oriente me ha parecido forjado a golpes de smbolos.
Guardo la visin de un cielo amarillo a pesar de que muy a
menudo ser azul; la visin morena de las tierras y el recuerdo
nico de los templos de piedras y de las casas de hombres, de tapia
o de madera. Esta forma de pensar me har juzgar como loca la
bsqueda de una forma de vasija distinta a la forma milenaria
nacida en todas las latitudes. Y me gustaran las proporciones
geomtricas, el cuadrado, el crculo, y las proporciones de una
relacin sencilla y caracterizada.
Para manejar esas sencillas y eternas fuerzas, ?no se me
presenta el trabajo de toda una vida y la certeza misma de no llegar
nunca a una proporcin, una unidad, una claridad dignas incluso
de una insignificante casucha de provincias construida segn las
leyes inestimables de una tradicin secular?
As, durante el sol radiante que sigui a nuestro desembarco de
Dafni, he apreciado intensamente la ascensin oblicua de nuestras
mulas enlazando en su paciente marcha en la falda del enorme
monte, el mar y la cresta ms all de la cual, an ms infinita, se
nos apareca de nuevo el mar. Era la conjura de esos elementos
primarios - e l mar, la montaa y su sfmbolo atado por la Virgen- y
el embriagador abrazo de una velada hmeda, emanando voluptuosamente de esta pendiente en olores clidos colgados de tantos
rboles nuevos, a tantas especies simblicas desde siempre -moreras, olivares, higueras, vifias, y las zarzas inmensas, y los inalterables acebos-, y adems cipreses que nos sorprendieron muy arriba
en un rellano, cuando el sol haba enmudecido, como si fuesen
veinte centinelas melanclicos velando ese claustro tan extenso de
Chiropotam, y dominndolo. Mi mula iba ms lentamente, iba muy

retrasado; caa la noche. iY habamos escalado tantas pendientes


abruptas y movidas en un impulso uniforme de ascenso! Un muro
de piedra seca comenzaba a morder la pendiente, que de pronto se
elev hasta parecer una gran muralla. A su pie se alzaban los
cipreses, dominando desde lo alto su masa gris. Mirad ese cielo
inefable!, despus, en la cima del muro, primera aparicin monstica, un joven pope de tez cetrina noblemente enmarcada por una
barba negra, me salud desde tan alto y con una inflexin del torso
enternecedora, con las manos en el pecho. La mula correte,
luego, en una fuente que surga a ras de la muralla, bebi
cumplidamente. Retomando un impulso con esa fuga juvenil y la
fuerza que las caracteriza, me condujo a la rampa, esta vez
ampliamente embaldosada hasta el patio donde vi muy de cerca el
primer convento.
iCuntos vimos en esos dieciocho das que siguieron! Pero esta
visin queda como la ms emocionante, la ms noblemente
bienhechora. Haba un porche de antigua fortaleza y el testero liso
de las murallas dominaba las habitaciones celulares con sus galeras
abiertas al mar, muy arriba sobre el cielo.
Desde ms lejos, habiendo hecho girar y detener a la mula, vi el
convento de encima y constat la deliciosa presencia de cpulas de
plomo, reminiscencias de Estambul. Un vasto plano horizontal
coronaba el cuadriltero de los edificios y conducia mi mirada
hacia muy lejos sobre la mar apagada. Los cipreses eran negros, el
convento del gris ms delicado, los olivares de plata verdosa y el
cielo de un verde crudo invadido por un violeta venido del mar y
de las blancas estrellas del znit, que entraron en escena en ese
decorado mvil cuya rampa luminosa se iba apagando y cuyo
cumplimiento se desplegaria en los negros y el oro, y el castaeteo
de los cascos de las mulas sobre el pavimento de gres de Karies
adormecida... Habamos vuelto a bajar tantas cuestas ya trepadas y
las casas habian aparecido situadas en medio de las vifias. Algunas

lmparas de petrleo ardian de las farolas fijadas aqui o alli. Un


silencio radiante nos dio la impresin de llegar realmente a una
tierra "prometida". Al final de la calle, una puerta abierta proyectaba una gran luz sobre la calzada, alumbrando una pared de via
donde vimos colgar unos racimos. Era el albergue y la gran sala
ridamente adornada con ineptos armarios de pared, que hoy en
dfa internacionalizan los cafs. Rpidamente atravesada, se abrfa
sobre una extensa galera de madera, verdadera construccin sobre
puntales, cuya altura nos pareci muy grande esa tarde. Unos
sarmientos, de la via a la antigua prgola, como la de la prensa de
Benozzo Gozzoli en Pisa y como el emparrado pintado de la "casa"
iluminada de abajo por las lmparas colgadas, ondeaban en el
espacio nocturno, desplazando todo sentimiento de valores y
ofreciendo a nuestro goce una impresin nueva, imperial, ligada
completamente a invenciones suntuosamente situadas... la colina
descenda hacia el mar y, desde una terraza suspendida bien en lo
alto, a la cual se accedia atravesando una amplia sala, se percibia el
mar, encuadrado en la arquitectura nerviosa de una parra de
madera, toda cubierta de via cuyos racimos azules y de oro
pendan pesadamente, el mar...
Dentro de nichos naturales, de hojas y tijeretas, se erguian unas
mesas; otras apoyadas al borde mismo de la barandilla, si privaban
a sus huspedes de los bosquecillos bquicos que hubieran colmado
a Silene, abrian al menos a los ojos de Baco y de los jvenes del
squito, el espacio ms noble y lleno de cielo, de mar donde
pasaban muy raramente chalupas de pesca, grandes movimientos
de suelo, vastos como la tempestad, donde crecian en prometedora
cosecha vidas, moras, aceitunas e higos. La noche era propicia a
toda contemplacin muy emocionada y debilitada por una tibieza,
una humedad del aire lleno de sal marina, de miel de frutas;
propicia tambin, bajo los emparrados caedizos y protectores, a las
promesas de los labios, a las embriagueces vinosas y amorosas.. .

Es extrao que no hubiera aqui una arquitectura ms firme, y


algunas balaustradas de mrmol y que detrs nuestro el muro del
palacio no sea de estucado modelado en fantasias arquitectnicas
mostrando profundidades simuladas de atrios y que esta escalera
no suba a algn gineceo. Aunque mi corazn esta tarde se
complace igualmente dentro de alguna Hespride o Citerea que
Watteau imaginaria para nosotros.
El calor demasiado fuerte de esta noche y nuestro trasplante
tan sbito a la noche evocadora de un lugar como ese, ms que una
sensacin incluso pompeiana, vibra con una languidez ms prxima, y la soledad de mi corazn esboza en esta sensacin dorada el
negro vestido y la silueta aislada del apagado marqus y lejos del
grupo, lejos de las mesas bajo las tijeretas y las hojas apoyadas en la
barandilla, de espaldas, y perdido en la contemplacin del mar...
No, sta es la nica y muy sencilla fonda de Karis que, desde
hace mil aos, nunca alberg ni a una marquesa, ni una hetera, ni
siquiera una simple husped de paso. Pues esta tierra con horas de
los ms dionisiacos soles, de la noche ms elegiaca, no est abierta
sino a oscuros y pobres, o desamparados personajes, a nobles almas
de trapenses, a criminales que huyen de la justicia humana,
perezosos huyendo del trabajo, soadores, extticos, o solitarios!
Abundancia, vias, higos y moras, aceitunas y lamos, encuadran oratorios de un bizantinismo tmido, piedras secas, cpulas de
plomo, muy reducidas, muy pequeas, muros de fortaleza, puentes
levadizos, que al da siguiente, desde lo alto de la galera superior a
donde conduce la escalera, vimos extenderse innumerables sobre
los montes, sobre las rocas, sobre las playas, minsculos, inmensos,
alegres, trgicos, acogedores, severos y esquivos, abiertos, hipcritas, bajo un sol blanco, con el cielo y el espacio lleno de la claridad
radiante dando aspecto de muar a los campos lisos e ilimitados del
mar.

......................................................

Popes srdidos, lisiados, costrosos, quizs contaminados de


lepra, tendidos al borde de las carreteras de Karis, la ciudad,
suplican que alguien les eche una limosna. Indignan, por cuanto la
pereza, el vicio i q u i n sabe?-, testimonian que han llegado a esta
situacin. Si, no obstante, fuera una lamentable desgracia, que les
persigue sin descanso, que los ech a la Montaa Santa, como en
un puerto de salud... y que all hayan encontrado cruel egosmo e
indiferencia ante sus males. ?Que los sarmiento de via, las
higueras y las moreras, incluso el centeno de los corrales, se les
hubiese negado porque no lo haban adquirido? Las grandes losas
de las calles de Karis -no ms de cuatro o cinco calles- son duras
para sus llagas y qu lecho para su lasitud! La Virgen tiene su altar
en su gran montaa totalmente dedicada a su culto. Su altar tiene
el convento al pie de la montaa, sobre un parterre de arena, a la
orilla del mar; el convento es un gran cuadriltero perforado por
una puerta al final de un antiguo puente levadizo; las paredes
exteriores se baan en los fosos, desnudos excepto en su parte alta,
donde se adosan las galeras, y se abren las logias en el tercer o
cuarto piso. E n mitad del gran patio se encuentra la iglesia
metropolitana, bizantina de nacimiento, de forma, de principios
perpetuados. Hoy es bizantino todo el espritu de este convento y
la menor de sus piedras. Pero otros conventos, numerosos,
dieciocho creo, estn en la punta de las rocas inaccesibles como un
nido de guilas. Otras parecidas cerca del mar. Y por todas partes
el aspecto de otra poca y por la multitud de los monjes presentes,
la sensacin de un anacronismo desquiciante.
Descendemos a Karis, la ciudad, para asistir en el convento
dedicado especialmente a la Virgen Mara, a sus fiesta patronal, en
la orilla del mar, al pie de la formidable pirmide coronada de
mrmol blanco, el Athos, la montaa de dos mil metros. Cuando
el sol dar sobre la falda del monte, las puertas del Convento de los
fberos se cerrarn esa tarde, detrs de los peregrinos venidos de

toda esa pennsula, desde tan lejos para embriagarse de cantos


litrgicos o para comer, comer, los pobres, los crapulosos, los
miserables que se mueren de hambre, porque en esta fiesta anual el
refectorio, inmensa cuna de piedra animado por un antiguo dolo
(alma de un imperativo bside blanco) est abierto durante toda la
noche. Pero en la iglesia metropolitana de oscuras paredes impregnadas por innumerables y contiguos frescos herticos, se cantar
en la negra noche hasta la maana, las letanas punzantes, alucinantes...
Alegra, fiesta, sol y naturaleza enteramente cubierta de vias,
de higueras y de lamos; el mar enfrente marca el auge de la tarde
por su refraccin plida sobre el verde de esas tierras infinitamente
excavadas de valles. Bajamos hacia el mar. Una cerca; jvenes
ermitaos vestidos con la hopalanda azul de los frailes trabajadores
estn sentados en la puerta de la via. Su skite est cerca, tmulos
de piedras secas, abrigo de sus dos vidas. "Salut", les gritamos con
la alegra del momento. Uno de ellos rpidamente puesto en pie ha
corrido a la via y vuelve cargado de uvas, ofrenda espontnea.
Los dos ermitaos sonren, se inclinan, las dos manos cruzadas
sobre el pecho. "Salud, amigos, gracias, gracias!" Pasarn dos
meses sin que vuelvan a ver pasar extranjeros. Felices partimos
hacia el mar.

El mar est a lo lejos de,este convento encaramado. Desde


nuestras habitaciones blancas, la vista horizontal no tiene lmites,
ya que nunca hemos visto el horizonte en esta latitud y en esta
estacin; vapores calientes se interponen, ligando el mar al cielo y
s610 unos reflejos indican al ojo inquietado la presencia tangible de
una superficie de agua. Desde nuestras ventanas, la vista de pjaro
es vertiginosa; estamos en el piso ms alto del convento, a ras del

precipicio del rocoso pedestal. La Iglesia con su plaza pavimentada


de piedra gris es uniformemente de color sangre de buey; desde
abajo hasta las cpulas de plomo que son de un gris admirable.
Hemos penetrado en el refectorio, conducidos por el jefe
temporal de esos monjes trabajadores: esa multitud negra y melenuda se alza a cada lado de las dos largas mesas juntadas por un
bside santificado por un icono de oro, con la de los superiores
formando una herradura. Nosotros ocupamos el lugar vaco dejado
para el husped siempre esperado. El peregrino de Jerusaln no
vuelve a encontrarnos hoy, ese hombre que habla algo de francs,
ese hombre cuya belleza extraa, su actitud reservada, su ardiente
fervor nos intrigan. Cuando el jefe ha bendecido, segn creo, esos
alimentos, nos sentamos. Sobre las tablas de madera blanca las
manos de los frailes son rudas y callosas, hinchadas por el trabajo
de la tierra y hermanadas por la robustez, con los platillos y las
cazuelas de esmalte comunes a todos los campos y que implican la
tierra. Tres cazuelas frente a cada husped, contienen tomates
crudos, judas hervidas, pescados, nada ms. Y ante l un vaso de
vino y un cubilete de estao y un plato de centeno negro, pesado y
redondo, el tesoro cotidiano, el smbolo meritorio. Delante del
bside, los superiores parten el pan, comen y beben, la comida y el
vino en las cazuelas y los vasos verdes, sobre las tablas de madera
blanca, y nada ms. Una radiante animacin, colores tostados,
sonrisas para con nosotros y como si a menudo... iintentos de
conversacin, siempre fallidos! Rpidamente consumada la frugal
comida, asistimos de pie al desfile de hermanos y todos nos dicen
algo,, y muchos toman nuestras manos y las besan.
ste es el convento de frailes trabajadores de Karacallou! Su
hospitalidad frugal ha quedado para nosotros como una bendicin.
iBuena gente de Karacallou! Aado a este recuerdo el de mi
habitacin completamente blanca de cal donde dorma encima de
una ancha banqueta enrollado en el ms maravilloso tapiz bosniano

o valaquio, fanfarria de colores. Desde la ventana encaramada en el


fondo de un ensanchamiento profundo, vi tres veces al alba abrirse
el da en un espacio sin limite, mientras que a los pies de las
paredes, los olivos parecia que fuesen sobre la tierra minsculos
liquenes.
Mordiente incapacidad de fijar a travs de la pluma impresiones que en el fondo, pedazos de tierras, el aplomo de una rocas
rojas, los manteles de mar, han hecho gemir en lo profundo del ser
sin abrirles la puerta del dia! Mulas bromistas con aspecto de
ramera y malas a veces te mandan a rodar de una patada sobre la
falda de la arena inclinada asaltada por el agua. La conquista
esplendorosa de un sol blanco trastorna el sentido de los colores.
Uno o dos monjes, haciendo de ermitao en su skite, se inclinan,
negros, peludos e hirsutos con una sonrisa bondadosa o boba, con
las manos en cruz, en el umbral de una cabaa de piedras secas que
por otro lado raramente se encuentran. El convento de Prodomos,
del "Precursor", desaparece mientras proseguimos, traqueteados
sobre sillas de salvajes, en medio de rboles ridos, torcidos y
agrios, muy alto sobre la cuesta: en su despliegue rigido tiene el
aspecto del nivel de agua del albail, y seguimos con su horizontal
horizontes que no existen: hoy el mar no tiene todavia consistencia
ni limite... el barquichuelo de vela, cscara de nuez robusta, sortea
la ola corta y desaparece riendo, no lejos de la costa, paralelamente;
unas cuerdas, una vela, tres muchachos, y el apoyo, a la derecha,
de la tierra de Athos, infinitamente erguida y piramidal, de mrmol
en la cima. iAlmenas e inmensos muros, ciudadela salvaje, convent o para siervos de la Virgen! Vamos pues, gentes que escondian
celosamente su pereza piadosa, tesoros enviados hasta aqui en
ofrenda pia por trabajadores de un metropolitanato de una Grecia
ortodoxa y decadente o de una salvaje Serbia entregada al culto de
la cruz de brazos iguales. Guijarros, una cala; una morera ceida de
piedras en tiara y montada en lo alto, ensangrenta la arena de

alrededor con unos frutos tan maduros que caen derramndose,


Un porche muy dificilmente alcanzado, una vez guardados los
aparejos, un patio con una iglesia de una ortodoxia restaurada y un
tejado de chapa, glaciales corredores, inmensas salas desnudas para
los huspedes, la visita del jefe de los sacerdotes, su mesa, sus
comidas -la enfermedad, el vientre atenazado, los dolores, la
postracin, la inercia; la biblioteca vista entre dos crispaciones de
los intestinos... mulas bromistas que vuelven a galopar y levantan
la oreja curiosa y demasiado hartas de avena.
"La flota de Jerjes se aniquil al pie de esta inmensa roca",
estremecidos por lo cual mesuramos desde lo alto la terrible
profundidad y la negrura espantosa de un mar sin fondo. Adelante
los recuperadores de tesoros, adelante! Toda la flota de Jerjes, ese
conquistador, se consume en la espera bajo quizs dos mil metros
de agua. Rocas rojas y rectas. El csped pisoteado por nuestras
mulas se corta bruscamente a su cada vertical e inmensa como una
flauta gigantesca de un mundo dlfico. Se huele la catstrofe, la
implica; no imagino, incluso bajo un cielo como el de hoy tan
locamente esplendoroso, una chalupa aventurada sobre el aceite
azul en el pie profundo de este espoln: tendra miedo.
!Por Dios! iVeis la tempestad y su ataque insensato, su salida
maravillosa, su titnico hau, hau! Y ahi la tenis, la flota de Jerjes,
todas las ncoras escrutando perdidamente unos fondos que se
burlan de ellos, llevada sobre la falda de esta furia y con la frente
golpeando la roca; la rotura de los maderp, el dique seco, el
aplastamiento de los hombres, el descenso oblicuo de los guerreros
persas hacia las profundidades glaucas, los ojos cerrados, la boca
muy abierta -su llegada, la arena jams removida de las grandes
profundidades, visitantes inesperados de esas regiones con forma
de serenas. En lo alto, el cielo escupiendo, expulsando el agua, el
estrpito indescriptible de una mar en delirio, su choque inimaginable sobre el enorme espoln rojo -en lo alto del cual nuestras

~ u l a nos
s acarrean, trotando y complotando sin duda una jugarreta.
Unas salamandras nos esperan al desembarcar en el patio del
gran skite: los monjes han acudido: "Franzuski", hemos dicho.
"iAh, Franzuski!" Manos cruzadas sobre el pecho, solicitud, alegria
en los rostros. Esa gente son activos ermitaos acabados de llegar
de la estepa rusa; y Francia es el pais de la Alianza. "Franzuski, ah,
Franzuski!" La mesa est dispuesta con tantos tomates rojos y
vinos superabundantes; se han bebido las mezclas de costumbre;
cabalgamos sobre el asno de Baco. Cae la tarde, el cielo cubierto de
estrellas, la mar ocupando todas las ventanas, lisa, acariciante.
Todavia una ampolleta de vino. Como tantas tardes, como todas
las tardes del Athos, el hospitalario y clido vino nos perturba la
cabeza y todo sonre; ila enfermedad se echa atrs... por esta noche!
La conocemos, y tambin las angustiosas galopadas en los oscuros
colores hasta... iAh! el Athos abre las puertas de sus conventos;
iah! El Athos vibra en sus skites con monjes trabajadores, y,
radiante, la hospitalidad beneficia al corazn! El vino de Athos
alegra esta tarde mi recuerdo!
El sol doliente de un da dedicado a amargos, a irremisibles
pequeos descubrimientos, haciendo tristes los efectos de vivir en
medio de una pequea ciudad me inclina a un recuerdo vago y
dulce, de melanclica incertidumbre, de radiante malestar. Hace
una hora, que en los grandes pliegues abiertos de una boca llena de
alegria he credo reconocer sin embargo como el lloro lejano de
una solitud inconfesada, y entre nosotros dos que nos despedamos
el uno del otro, expresarse el deseo de un impulso venido quizs
slo de mi -hacia una sencilla pero ardiente caricia-, goce que mi
edad y mi soledad reclaman -a veces- cuando un resplandor, una
sonrisa o un sol, o alguna msica inefable o dulzura del aire y de
las estaciones, dispone el cuerpo, con el corazn a l atado, a un
testimonio amical de ms efectiva simpatia... Las horas de Oriente

en su claridad solar de cuatro horas despus de comer, en el clido


vientre del cielo blanco, extenuaban mis alegrias, ahogndolas de
aoranzas. La llamada resuena en lo ms profundo del cuerpo
solicitado y los signos inquietantes de ese paisaje que como
recuerdo yo evoco esta tarde, contraian mi pecho y trastornaban
mi espfritu. Felizmente una luz cegadora alejaba todo espanto de
pesadilla. En la cima verdaderamente aguda de la pirmide de
Athos, se sufrfa a su alrededor el imperceptible alejamiento. Y si,
para enderezarse, se sumergfan los ojos en el fondo de las valvas
acolchadas de luz, que forman los contrafuertes nacidos del mar, la
imagen se ofrecfa completamente desconocida, como de un contorno de tierra separado del ter. Pues el mar, trepidante de brillo
blanco, escapa a la bsqueda de la mirada y su huida abre ese
extrao vacfo que se percibe en una especie de pesadilla consciente, cuando imponindose una medida nos aventuramos a concebir
nuestro mundo rodando en el ter y trazar su ruta en medio de los
espacios infinitos. Asf, desde la cima de la pirmide de Athos, su
rastro sobre el mar a su alrededor, salvo en un istmo al oeste, se
anunciaba como el de un cuerpo cado en una inmensidad luminosa. Estamos en realidad en el umbral de una pequea capilla
votiva, pero no siento por ello ninguna emocin. Y sin embargo,
situada en el punto culminante de la tierra de la Virgen, debe ser,
para ciertos peregrinos venidos hasta aqui, como el pan sin
levadura de una comunin inefable. Comprendo que, al cabo de
semanas de mar, de dfas pasados de convento en skite y de skite en
convento, para llegar al ms prximo de la cumbre como ese de
Saint-Georges -despus de haber, acompaado por un gufa, trepado encima de una mula durante horas en una naturaleza salvaje e
inhabitada hasta un refugio en la parte baja de un pedrero de
mrmol; despus de haber atado su mula cerca de un pozo,
guardada por el gufa discretamente y, haber, en solitario, emprendido la ltima escalada del monte, el ltimo pedazo de mrmol, y

haber llegado, con una brusca zancada, a la plataforma cima1 desde


donde el infinito se hace con l, ese que viene a encontrar a su
Virgen, debe deshacerse en llantos, desplomarse en la contemplacin. Yo mido entonces la significacin de este aparato sin apaos
de un altar en duba blanca, de un icono en color sencillo, de una
pequea lmpara de aceite que el mismo peregrino reaviva con la
bombona colocada muy cerca, si por ejemplo la capilla ha permanecido mucho tiempo sin culto.
Realmente, tan adentro en el mar, tan alto en el cielo y en el
camino de Jerusaln, se ha alcanzado un santuario -ltimo como lo
son las notas extremas de una sinfona moderna. Y la Fe catlica,
portento de misticismo, transporta a ese creyente hacia las beatitudes.
Para mi, empujado a la accin por la via imperativa del
constructor que suea amalgamar en fuertes cadencias el hierro y
el hormign, me gusta saber que sobre este monte, en otros
tiempos, se habia alzado un Zeus de bronce. Los trirremos
juguetones saltaban sobre las olas bajo la mordida de los remos, y
el piloto y los comerciantes, los guerreros y los conquistadores,
miraban asomar a lo lejos, con un sentimiento de robusto orgullo,
la gran pirmide de Athos con su dios macho sentado, mientras
que, de los esclavos plegados sobre el remo, el torrente de
imprecaciones daba una grandeza ms impasible a los mares alegres
donde las locas carreras de los relucientes delfines parecian tejer la
red que ata los fondos, desde la superficie del agua hasta las
profundidades glaucas.
Entre esta visin robusta de los tiempos de la epopeya y la
imperturbable latencia de las razas del Islam, extendida sobre. todas
las tierras tostadas de los alrededores, esta ortodoxa presencia de
una vida monacal, de este bizantinismo vaciado hasta la nada sin
resonancia, me afecta. Descendidos de nuevo, primero los dos mil
metros de mrmol, despus de tierra calcrea morena nos lleva al

agua, por la skite Saint-Georges y la de Santa Ana, hasta el glacial


convento de San Pablo, no lejos de esa caleta pedregosa donde una
morera deja caer sus frutos demasiado maduros. Bien quisiera
dejar la isla! Pero es preciso esperar ocho das para que un barco
recale de nuevo en esas inactivas aguas. Despus de haber superado toda la grupa de la esfngica montaa, una maana radiante,
bajando sobre Russikon, nuestras mulas nos han llevado por
adustos caminos de via. Un pltano se eleva a la izquierda del
camino, solitario en esas vias y como una interpelacin. Solo, ha
hablado de Persia. Su estructura -su liso tronco- es tan gris como
un mrmol negro lavado por las lluvias, sus ms gruesas ramas
sobresalen como rayos y las ms pequeas caedizas como las
gotitas de un surtidor; y sus hojas nada frondosas, pero esparcidas
como sobre miniaturas: una hoja, otra detrs, hasta que la gran
mano abierta que es ese rbol, se haya llenado los dedos, de una
graciosa orfebrera de esmeraldas; mientras este ser erigido solo en
este lugar, elevndose desde las races sobre un fondo de mar,
vibre con un sonido lejano, potico y difuso, expresado con una
gracia de cuento de un Oriente distinto a ste, en el aire de oro
como esas ondas de polvo de laca, en esta tierra rosa como en
corales delicadamente iluminados, en medio de vias azules y de
un cielo a travs de estas hojas grciles, mucho ms dulce y mucho
ms tierno, como dentro de un sueo...

......................................................
Desde fuera, solo los atrios parecan a escala humana; obstruyendo el cielo, el escalonamiento de los antecuerpos, contrafuertes aadidos, la parte posterior de los arcos triunfales, la cpula,
formaban, vistos de cerca, un aglomerado espantoso. Pero el
nrtex oscuro, una vez franqueado el porche, engrandeca los
recuerdos de la poca de los grandes constructores, no slo por sus
mrmoles y el destello de sus mosaicos, sino por el sencillo y fuerte
alcance de su bveda como un hueco de sarcfago. Y la puerta de

eje en esa penumbra, nos abra de un golpe, las esplendores


luminosas de la inmensa nave. Loca zancada de espacio, colosal
hinchamiento de vaco habitable empujando hacia arriba los arcos
apuntados injertados de cuatro colgajos que llevaban ms all de
la irradiacin horizontal de las infinitas ventanas en corona, de la
bveda, ese solemne escaln. Dos cosas: el llano de la nave,
inmenso foro - e l bulbo hueco en loca extensin, gritando al
milagro, gritando a la obra maestra: el de los hombres. Isidoro de
Millet y Antemios de Tralles quien, en el ao 500, casi sin
precedentes, inventaron para hacer realidad su sueo, esos procedimientos constructivos y esos rganos de soporte.
Despus de este cntico imperial, el mundo de Oriente se call
durante siglos; y el alma bizantina perpetuada hasta nuestros das
por un extrao fenmeno de vitalidad madreprica, se osific bajo
las formas de santuario de "paracles", de "metropolites" -de
diminutivos de iglesias-, aquellas sin nada ms que cada convento
de Athos encerrado en su cuadriltero de edificios. Santa Sofa de
Constantinopla es la punta del Serrallo, entre Mrmara y el Cuerno
de Oro, lo que es en la Chalcidica, la pirmide de Athos: un monte.
El alma monstica de Athos, los ermitaos, los frailes priores,
imaginaron la visin de una cripta, encerraron el oro mrbido de
sus contemplaciones en la vlvula estricta y en penumbra, oscurecida de imaginerias, de un santuario. Pero tan disminuida de
volumen, esta arquitectura me arranca la admiracin y pasaron
horas hasta que pude deletrear el firme y dogmtico lenguaje. La
gran ruta de Asia dirigida entonces sobre Siracusa, el Perigord y
Espaa, sobre Venecia y Aquisgrn, ha pasado por aqui, aportando
sus combinaciones geomtricas, su aparato interior y su vestido de
sayal tirada en el exterior. Resentia muy fuerte esta nica y noble
tarea del arquitecto, que es la de abrir al alma campos de poesa
poniendo en juego con probidad, materiales con vistas a hacerlos
tiles. De dar aqui, a la Madre de Dios, una casa de piedra al

abrigo de los daos seculares y de situar los volmenes de esta


cmara fuerte de tal manera que un espritu se desprenda de ello,
imponiendo por una misteriosa relacin de formas y colores, el
respeto a cada uno, el silencio a las bocas y sin abrir en el ritmo
luces reservadas sino el arranque a las piedras y los labios a los
cnticos. Santa vocacin de los antiguos constructores!, pureza
perdida de sus intenciones, de sus esfuerzos. Disciplina desconocida desde entonces para nosotros, chapuceros de hoy. Por Dios!
Cun doloroso era en esos templos de Oriente el entusiasmo que
se apoderaba de nosotros! Y como, replegado, me senta lleno de
verguenza. Pero las horas pasadas en los silenciosos santuarios me
inspiraron un juvenil valor y leales deseos de ser un honesto
constructor. Visitante que pasa bajo las bvedas de los templos, si
n o eres constructor, no puedes concebir esas angustias ante los
imperiosos veredictos de las piedras. Estamos en una pobre poca
de escrupulosos artesanos y el cielo es piadoso por evitarnos el
encuentro con nuestros predecesores: nos miraran con una inquieta sorpresa, despus su clera caera sobre nosotros, y tendramos
que huir. El recuerdo siempre presente de su labor, me llena de
una inquietud consumidora y me hace temer cada orden por la cual
hoy en da, en nuestros dibujos, la obra se levanta.
La iglesia de Athos es una frmula lapidaria comparable al
brote del rbol que, muy pequeo, antes de las clidas lluvias de la
primavera, contiene bajo su broquel reluciente y firme, todos los
tesoros del verano, la flor -del otoo, el fruto-, y del invierno, la
lenta y oscura germinacin. Hay una cpula tan pequea -cuatro
metros en general-, y colocada de tal manera que, desde el vasto
exterior siempre acosado por las brisas del mar, por la vista de
ste, por la presencia del monte -cuando se ha atravesado el nrtex
y luego como un pronaos, aparece grande y suficiente, fuerte, alta,
colgada como un bulbo vaco visto en el tubo de un anteojo cuyo
tambor sorprendentemente elevado evoca enseguida la idea, lleva-

da sobre cuatro colgajos, por cuatro arcos anchos y lisos, alcanza el


suelo sobre cuatro simples fustes, casi siempre monolitos, redondos
y abultados, coronados por un capitel en forma de trapecio. El ojo
ha pasado precursor del espritu, desde el muy oscuro pronaos
donde las bvedas de can que se penetran, son a veces de
repente, a izquierda y derecha alzadas profundamente por un
tambor portador de cpula, en esta habitacin de superficie rigida
lujosamente pavimentada con un mosaico de mrmoles, de paredes
lisas en el cuadriltero terminal y con los cuatro fustes que
soportan la bveda, en una atmsfera de plata oscurecida por la
presencia innumerable de frescos alfombrados, nimbados de oros
apagados, tejidos de ocres rojos, de ultramar, de verdes, de cobalto,
y narradores de fuertes leyendas. En planta como en seccin, el
edificio se lee de una sola vez, la masa que aguanta y la masa
aguantada, paredes tensas como msculos y bulbos abocados a la
curva. Y la poderosa unidad de un lenguaje tan sobrio, confiere a
la impresin el valor del diamante. Es firme y duro, y sin duda la
cristalizacin de una claridad herenica combinada extraamente a
las indescifrables evocaciones asiticas.
He aqui recuerdos de pinturas descifradas en la noche de las
paredes y apreciados la mayorla a posteriori, despus que el
decepcionante reconocimiento de los infames retoques se haya
diluido en el tiempo y que el alma de estas cosas, desprendida del
hbito maculado, haya retomado la claridad de una majestuosa
religiosidad.
En una aparicin rosa, en el ngulo del entrepao, se levanta
juvenil y cndido, el principe de un pais -visin serbia o blgara.
Su actitud es retenida; las dos puntas de sus pies unidos, vacilantes
y deseosas de n o avanzar. E n el fondo negro del fresco, sus dos
brazos hacia delante ofrecen la maqueta de un santuario -la imagen
misma de esta iglesia, pintada completamente de rojo con cpulas
azules. Su ofrenda real se dirige a ese viejo, cinco veces mayor que

l, melenudo y barbudo, pope jefe del convento, vestido de sayal


negro y tan oscuro que slo la cabeza dolorosamente arrugada e
inclinada, y slo las manos tendidas hacia la ofrenda, dan un ritmo
de balanceo a los adornos vivarachos del prncipe. Dos santos
pasan por una nube rozndola ligeramente y diminutos, aureolados
de bermelln y de oro. Un prncipe croata, el da de su advenimiento, para ponerse a bien con el Cielo, habr mandado construir
all sobre la tierra de Athos, ese santuario donde, a la derecha del
porche, deba ser pintada esta imagen dedicatoria. En Lavra tengo
un recuerdo, de un infierno espantoso, cubriendo con su erupcin
de fuego, la pared de la izquierda. Oleadas fulgurantes salidas de
una atroz y formidable boca erizada de dientes que resoplan por las
narices, suben como un mar de ocre encarnado, hundiendo y
deslizndose, materia infernal en torrente vengador, describiendo
una espiral de pesadilla en una atmsfera ennegrecida. Y mucha
gente de nuestra especie, desnudos y bramando su angustia
testimonian las calamidades futuras del infierno donde "los condenados sern asados".
Pero en Filoten, ya no es esta visin medieval: es una Peri
del todo india sentada sobre un ser de sueo, dragn, hipogrifo.
Un gesto del dedo mantenido en vertical, impone silencio a la
bestia furiosa, en una ascensin vertical. iAh, no! A su lado, creo
acordarme de cierto desastre infernal; la bestia horrible de varias
cabezas babosas, cae en medio de los espacios, todas sus garras
desesperadamente abiertas para agarrarse, y la Peri cae, extendidos
sus brazos. Es acaso alguna sugestin apocalptica pintada al
fresco por un hombre de sangre sasnida que ha llevado hasta el
santuario cristiano las nostalgias dolorosas de los mitos asiticos?
Como un brocado, todos los muros estn cubiertos desde el
peristilo, el pronaos, hasta el santuario. La imaginera sube a los

'

' Genio bienhechor pero extravagante entre los orientales.

arquitrabes y a las arquerias, a los tambores hasta en las cpulas. Y


todos los dogmas estn inscritos y las leyendas y las acciones tiles
del hombre; y unos ex-votos o actos de fe; todo eso probablemente
es un orden deliberado y simblico, ocupando cada escena su lugar
jerrquico y, adems, cada sujeto y cada figura estn pintados con
una grandeza y en una escala dictadas por alguna fuerte o sutil
significacin. La estatuaria expirada bajo las proscripciones iconoclastas ha abandonado totalmente los lugares. Y este suntuoso y no
poco catico abigarramiento se ha apropiado tanto de la pared, que
slo el lenguaje autoritario de las grandes formas arquitectnicas y
el abandono de toda proporcin en las molduras permiten a las
iglesias de Athos permanecer fuertes y hermosas.
Adase que un iconostasio centellea en sus oros entre el
pavimento de mrmol y el arco triunfal, escondiendo bajo la pared
todas sus leyendas de la pasin, el secreto del bside y la mantiene
en la solitud. Fatigados no obstante, y visitantes demasiado
apresurados, demasiado distrados, demasiado poco cientficos, no
hemos sabido estudiar en esos inestimables museos de la pintura
bizantina. Todava ms. Hemos incluso a menudo echado pestes
contra las restauraciones mancilladas y hemos vuelto la espalda al
libro pintado que se nos abra, cada pgina del cual mereca
comprensin y amor. Las bibliotecas en pleno desorden, bibliotecarios que ignoran incluso de lo que disponen (maravillosos'
documentos) la imposibilidad en que nos encontrbamos para
hacernos comprender, la enfermedad que nos quitaba energa
-tantas cosas nos han empujado a dejar Athos con demasiada
precipitacin. Y s muy bien que nunca voy a volver... iEs preciso
encontrarse solo sentado en tu triste habitacin provinciana un
domingo desesperante de lluvia, para sentir con desgarramiento,
toda la felicidad dejada escapar! El recuerdo ms vivo se reviste de
prpura, de rosa y de ultramar, lleva corona centelleante y casulla
de oro, y el espritu, peregrino penitente, atraviesa tierras y mares

para regresar en algn extraamente preciso santuario, reencontrar


casi intactas las emociones vividas. En este momento tengo sin
embargo un testigo sobre la mesa: la copia emborronada de una
miniatura de algunos centmetros cuadrados hecha la maana de
nuestra partida de Athos, en la biblioteca del convento Roussikn.
En su campo ms pequeo que la palma de la mano, el infinito de
una llanura perdidamente verde -de ese verde malaquita que
precede la gran tormenta, visto una tarde en Rvena a la vuelta de
Saint-Apollinaire in Classe- ha logrado inscribirse bajo un cielo
dorado, el cielo inmenso y liso de los iconos.
Y una mujer vestida con un sayal negro, acurrucada en
pregaria, pero tan doblada, tan arcaicamente suplicante, deja or un
grito de abandono. La oscura nube est en un ngulo de la
miniatura, y algunos tallos floridos se inclinan as como la mujer
con la misma vehemencia de rfaga. Extraa fuerza de una torpe
imagen, pero tan pequea que, justamente, queda todo el espacio
para la imaginacin y no podemos agradecer lo suficiente al
iluminador ingenuo, de haber sabido conjuntar, hace ms de mil
aos, esos tres tonos elocuentes y crear la unitaria voluntad de ese
gesto. Un drama de alma reina en esta imagen.
Puesto que aqu se erige la fuerza, me parece ms sorprendente
todava el gran icono del refectorio de Iviron. Era una inmensa
bveda de piedra, concrecin completamente romana. Arcos de
doble punto ritmando la bveda, equilibran el peso de las piedras.
Estaba blanqueado de cal y el suelo ampliamente embaldosado. Las
tablas eran de enormes y espesas baldosas de mrmol blanco. Y
cada paso resonaba con solemnidad en el vestbulo desnudo y tan
blanco que los negros popes se levantaban no como un volumen,
sino como una mancha, casi un agujero. En el bside terminal
haba el gran icono, en lo alto de la pared, encuadrado en negro. El
oro del fondo est viejo. Es una Virgen ms poderosa que de
Cimabe.

Opino que as colocada una pintura es de toda elocuencia y no


de espiritu monstico como en todas las pequeas iglesias cubiertas
de frescos, clulas encerradas en un convento cuya puerta da a un
foso, bajo una grada, frente al puente levadizo, templo de gente
replegada en ella misma, que ha renunciado a conquistar, encerrados en su isla que ya no se atreven a dejar.
iOh, que cerrados estaban esos santuarios!
Y Santa Sofia me gusta que pertenezca a los innumerables
turcos, conquistada, me parece, una tarde dorada, una tarde de
apoteosis sangrienta, por Mahomet el Conquistador, que ha dejado,
en la inmensa nave gloriosa de transparencias del oro y de esmalte,
el soplo de las grandes pocas, el gran aire de las tierras y los
mares subyugados.
s.....................................................

Contemplacin enfermiza.
En una noche de fiesta...
Visin fantstica del santuario de la Virgen...
En obscuro bside detrs del iconostasio.
El iconostasio flameaba de maravillosos oros atizados, despus
de un ao de oscuridad, por la antorcha fulgurante de las ofrendas
levantadas en el coro.
La antorcha en forma de rbol conffero, hordas superpuestas
de cirios flameantes y chorreantes, empalados cada segundo por el
sacerdote oficiante, a la pregaria de un peregrino llegado hasta aqu
a travs de la noche. Cirios de'cera virgen, dorada. Y el alarido, y
el grito, y el clamor, el jadeo, y la melopea, la agonizante melodia
de la frase litrgica. Y la cadencia, el scherzo, y la marcha en fuga
de la misma frase. Y la sinuosa y tenue intercesin de la misma
frase subyugada. Y la persecucin en las cabezas descompuestas de
los que estn aqui; su elevacin ms all del zarzal ardiente y del
ardiente vapor del incienso, ms all de la estrecha y profunda

cpula, a travs de las glaciales y lmpidas zonas estrelladas, hacia


una lejana estancia...
De ah que sienta de repente, las sienes apretadas y las rodillas
rotas, ver desde muy arriba, pero en su envoltorio exterior, el
santuario de la Virgen de Athos, en Ivirn, el convento de los
iberos, a la orilla del mar, en plena noche avanzada. Envoltorio
rosado como el hierro en su ms intenso abrasamiento. E hinchada
alli, flexible, tan abajo en el mundo, en la orilla plana del mar, con
la gracia de sus formas ovoides irradiadas de claridad, como una
urna egipcia de alabastro donde ardiera una lmpara.
Urna singularmente viga, esta tarde, de los ms msticos
abandonos, de dones en su totalidad, arrancados al cuerpo carnal y
ofrecidos en dolorosas y sangrientas abluciones, al Ms all, al
Otro, a Quien, a Cualquier Otro que no sea l. Frenes comunicativo de esta hora y este lugar. En el trastorno de segundos en que
pierdes el dominio, la sensacin punzante de sentirse enteramente
solo, en una cripta dedicada a la ms ardiente presencia de una
divinidad suplicada, os abre el pecho, os abre el alma de par en par,
os arranca el corazn y lo echa jadeante en el rbol inflamado del
bolo de los peregrinos, cuya forma est as llena de imgenes de
las pregarias que dirigen.
Me pareci que toda la inmensidad de los aires y de las nubes,
y de inconmensurables espacios en altura y en extensin, eran
negros y privados de claridad. iY que participando de la vida de
una estancia en los limbos, senta venir de tan lejos, y llegando
hasta all, la conmocin del rito sagrado!
En la plana orilla del oscuro mar, arenas y olas enlazadas, las
caracolas de alabastro iluminadas -cinco pequeas caracolas, cinco
pequeas cpulas-, y adems absidiolos y el vinculo de los arcos
apuntados, y el porche en bveda de can recortado de penetraciones cilndricas, todo animado por la multitud entrando y
saliendo en masa en el atrio, sentados a la mesa en los refectorios;

y las cuatro alas en penumbra del convento de Ivirn, replegadas


alrededor del santuario, y sus fachadas de fuera, vueltas hacia la
noche, tres hacia el mar, una hacia la montaa.
De pie en el sitial donde el hermano Crisantos nos habia
colocado, sufrimos a lo largo de horas, el desarrollo continuo y
parecido de la ceremonia. Crisantos se coloc a nuestra izquierda y
se puso a cantar.
Es una loca fatiga que alucina. Pensad: hemos descendido, toda
la tarde, la montaa, con un calor doloroso y, hambrientos, hemos
tenido que explicar nuestro retorno a ese convento de donde ya
nos habamos despedido seis das atrs: "Venimos por la fiesta de
la Virgen, venimos por la msica, por los ritos, para vibrar con
vosotros, por tanta simpata que os tenemos. Murindonos de
hambre, Crisantos, ingenuo y sin pensar en ello, de todas maneras
nos ha empujado hacia la iglesia, nos ha abierto paso en la noche,
densa y pesada de peregrinos en multitud amontonada, y nos ha
dado los sitios de unos huspedes privilegiados, en el transepto, en
la hoguera de incienso, frente a frente al obispo y al mismo borde
del gran vaco dejado, que domina el iconostasio y donde arde el
rbol de los cirios... Ya que nosotros habamos venido para la
msica, los ritos... Pas medianoche, exaltando los espritus. De
pie en los sitiales, estbamos consumidos por la lasitud. Haban
pasado dos horas, extremando las cosas, los pobres viejos desplomados sobre las rodillas, somnolientos, encogidos. Nos moramos
de hambre, en este lugar tan cercano al altar y esperando que todo
acabara. Entonces el atenazamiento de la msica se haba exacerbado; iyo vagabundeaba a travs de mi pequea existencia, reviviendo fugitivamente unas horas olvidadas, y media todos los paises
cubiertos por la noche que me separan de un tejado donde
duermen unos amigos, donde reposan los mios! Pero mientras
todo duerme, como muerto, ?qu diablico frenes mstico aletea
bajo esas bvedas que un espejismo me hizo concebir hace un

momento como vistas desde el cielo, de alli donde las pregarias


deben desembocar, en forma de tabernculo caliente y delicado
como la urna de alabastro animada por la llama de la lmpara?
El obispo de Salnica que ha venido exprofeso, se ha revestido
de violeta; presidir este oficio de cripta -visin hind, visin de
edades perecidas, de razas desaparecidas, de cultos pavorosos.
Hasta la maana, de pie el obispo, asistir sin hablar ni moverse,
pero con la misin de estar aqui como el emisario celeste. El
silencio establecido por la somnolencia de la mayora, adormecidos
aqu o que se han dejado caer en las esquinas de los patios, en las
salas de banquetes abarrotadas, confiere a los restantes agitadores,
el sentimiento de una gran tarea a cumplir: iel alba debe encontrar
a la iglesia ardiente de rezos! Los muezzins no son nada en lo alto
de sus torres, para gritar en la luz de la tarde; los derviches de
Scutari no han hecho gala de un frenesi tan dulce, agudo: gritos del
corazn, gritos de fieras, alaridos. Los templos llenos parecen
prestos a estallar, las hebras de las frentes carmesi dibujan cuerdas
y cables nudosos. Esos cuatro o cinco que continan obstinadamente el canto, uniforme testarudo gritando de pasin, vuelven sus
caras convulsas hacia lo ,oscuro de la cpula, apoyados en los
reclinatorios de los sitiales. Una paz inmensa nos envuelve a
nosotros, los inmensamente afligidos; la noche, el mar, el monte
-nosotros, las cpulas asfixiadas de humaredas de cera y de
incienso, el gran clamor del grito de angustiosa llamada. Cerrando
los ojos al fin, tengo la visin de un sudario negro, jalonado de
estrellas de oro. Estoy en el sudario, pero desconocido por las
estrellas!
Como un maniqui, me arrastran hacia el refectorio.

......................................................
La irritacin largamente replegada se esfuerza y se levanta, y va
a estallar al fin. La fraileria, las paredes almenadas y las fortalezas
anacrnicas y los lacayos -tambin la chusma-, o la belleza

angelical, y la claustracin, y los peregrinos dulzones, extticos


confites, glotones, y esos bondadosos, inefables dos hermanos
hospitalarios de Karacallou; hermano "Flor de oro" tan reservado,
tan secretamente coqueto de dejar mesurar su muy real y bella
superioridad -iAh, ya estoy harto, igual que de la dulzura de esta
naturaleza, hinchada de sabia y hmeda de alegria, jadeante de
emparrados, todo eso eternamente, cada da, desplegado ante un
mar inmutable que atrae y se lleva peregrinos extticos y venales!
No se ve ni una mujer -falta pues de todo, en este Oriente cuya
mujer es incluso solamente para la vista el condimento primordial-, ni batallas, peleas, ni estallar guerras. Sino slo asechanzas
de lengua socarrona, alli, en la taciturna sala del protate, entre los
nueve epistates con caras de hienas o de Amfortes incurables.
No se ven nios! Nunca me hubiera credo capaz de esta
observacin! Pero sobre todo que me afectase!
Ni polluelos, ni pollinos, ni palomas.
Todo machos, solitarios y, si no corroidos por angustias, vacios
entonces de todo sentido marcial. ?Unos qu? Bajo el creciente
malestar del cuerpo, el cerebro recopila y agrava, conjeturando.
?Entonces qu, quedarse? iNo! Huir, huir de la montaa santa y de
sus dulzuras inquietantes o si no, como esos frailes sanos de
Karacallou, trabajar como negros, en los avellaneros, en los
trigales, en los olivares, en el remozamiento de salas y paredes. Ni
siquiera, puesto que por la tarde, tambin alli, las manos caidas
entre los muslos, la mirada siguiendo la corriente del pensamiento,
lleva... a los hermanos, oh tormento, triste estancia en Athos. Y
sin embargo se rebela en mi el sentimiento de reconocimiento, de
gratitud, de efecto, etc.
Sol implacable, mar lancinante, inmutable, demasiado, demasiado! iOh, pelearse, moverse, gritar, crear!

En un abatimiento total, en la vaga embriaguez de sentir


desplomarse el espacio, franquearse; en el tumulto de proyectos
inconscientes, de esperanzas sorprendentes, el barco zarpa, se
desliza, golpea el agua, encara de lleno el mar, se sumerge en l,
girando resueltamente hacia el Sur. Y nosostros, acostados de
espaldas entre tantos tipos de gente, vemos el inmenso triedro de
mrmol, la santa pirmide completamente azul bajo la luna llena,
todavia escondida detrs, dominarnos y ofrecer a nuestro deletreo
sus flancos constelados de fortalezas de negros monjes, almenas y
muros.
Y entonces elevarse la incomparable quietud y la trgica
latencia del alma de Oriente en lamentaciones, luego en cantos, en
melopeas, en letanias, en gritos de la garganta y de la nariz. Todo
eso con el acompaamiento de una extraa, bella y gran guitarra, u
en la respetuosa escucha de todos esos amantes del canto, que son
nuestros numerosos y desconocidos compaeros de viaje. Y sobre
este barco fletado por tal o cual compaia donde n o hay distincin
de clase, la tripulacin reducida a riada, se mezcla con nosotros y
escucha. Hay quienes van a Jerusaln; hay quienes huyen de Lods y
Kiew. Hay persas y caucasianos que van a la Meca. Otros hacia
Amrica, escapan a la quinta turca -jvenes de diecinueve aos, en
masa. A todos, extrao barco, y tambin a nosotros que vamos a
ver la Acrpolis, a todos nos acosa un sueo, una aspiracin, una
demencia.
Entra la noche, negra y dulce en los campos de nuestra visin,
el Athos ha desaparecido, pero hay tantas estrellas!

XTENDERE sobre todo este relato el color ocre rojo; pues las
tierras estn exentas de verdor y parecen de arcilla cocida. Y
cascajos negros y grises ondularn monstruosamente sobre inmensas extensiones, nicamente limitadas por rocas erizadas, o rechazadas por la inclinacin abrupta de los montes. Y entrarn en las
olas de las numerosas calas sin que siquiera el mar ni los aos
hayan dulcificado su spera estructura; sus mrgenes se deshilan
tambin en los confines de vastas extensiones rojas, ridas, desoladas. Asi se ofrecen desde Eleusis hasta Atenas los espectculos que
nos reserva cada paso. El mar siempre presente, livido bajo el
medioda, flameante al caer el dia, sirve de medida a la elevacin
de los montes cerrando el horizonte; el paisaje contraido ya no se
beneficia ms, pues, del espacio infinito que endulzaba las imgenes del Athos. La Acrpolis -esa roca-, surge en solitario en el
corazn de un marco cerrado. A la izquierda ms all del Pireo,
cuando del mar sube como una humareda, apenas se siente que la
pleamar est ah y que las flotas entran. El Hymeto y el Pentlico,
dos cadenas muy altas, dos grandes pantallas contiguas, se sitan a
nuestra espalda, orientando la mirada hacia el lado opuesto, hacia
el estuario de piedra, de arena del Pireo. La Acrpolis cuya cima
llana lleva los templos, cautiva el inters, como la perla en su

valva. No se recoge la valva sino por la perla. Los templos son la


razn de este paisaje.
iQu luz!
He visto, un mediodia, cmo trepidaban los montes como aire
caliente sobre una cacerola de plomo fundido.
Una mancha de sombra forma una especie de agujero. Ya no se
observa nada de penumbra. La unidad roja del paisaje se ha
comunicado a los templos. Sus mrmoles tienen un resplandor de
bronce nuevo sobre el azur. De cerca son en realidad tan rojos
como tierra cocida. Nunca en mi vida he sentido la ascendencia de
tal monocromia. El cuerpo, el espiritu, el corazn jadean, metidos
de repente en un puo.
Efectivamente se confirm la rectitud de los templos, la
adustez del lugar, su impecable estructura. El espiritu fuerte
triunfa. El heraldo demasiado lcido toma la embocadura del
bronce y profiere una estridente vociferacin. El entablamiento de
una cruel rigidez aplasta y aterroriza. El sentimiento de una
fatalidad extrahumana sobrecoge. El Partenn, mquina terrible,
tritura y domina; a 4 horas de marcha y a una de chalupa, desde
tan lejos, entroniza su cubo, frente al mar.. .
Y he deseado despus de semanas de aplastamiento en este
lugar brutal, que una tempestad viniera a ahogar en sus aguas y
remolinos el bronce spero de los templos...
iLlegada la tempestad, vi a travs de las anchas gotas de lluvia,
cmo la colina se tornaba blanca de repente y el templo centelleaba
como una diadema sobre el Hymete negro de tinta y el Pentlico
asolado por las trombas!

El dia ha sido clido. El toldo extendido en la proa donde


permanecemos, aprisionaba el aire. Hemos trabado conocimiento

con dos matemticas rusas de fsico viril, de poderosa mscara, de


anchos ojos. Les gusta conversar. Las horas pasan sin lecturas ni
borradores. El anochecer se anuncia porque se ven aparecer los
maestros afiladores trayendo platos de pequeos pulpos fritos -los
pulpos de Micenas. Nos levantamos de nuestra postracin, nos
sentamos sobre los correajes. Por una escalera $e hierro nos
deslizamos a la cocina para buscar el agua que uno mismo se
bombea y para sacar de un tonel un excelente vino de Sicilia. El
bueno del cocinero es de Siracusa; le declaramos: "Divolo, il vino
e buono!" Es casi todo lo que sabemos de italiano, pero el hombre
est satisfecho. Remontando rozamos unos toros atados al entrepuente. Son ochocientos que anteayer, a medianoche en Salnica,
fueron cargados durante un hermoso claro de luna. Ochocientos
toros de Tesalia. Llegaban, conducidos entre dos vallas. La gra
chirriaba sobre sus articulaciones; el poderoso gancho descenda
rpidamente sobre sus cabezas. En seguida un nudo corredizo
entre sus cuernos, una orden breve; el gancho subla llevndose
suspendida a los cuernos, esta enorme masa de carne; se describa
una gran curva; la mecnica relajaba su cadena; como una caja el
toro llegaba al fondo de la bodega, caa de espaldas, agitando uno
ojos despavoridos. Sin tener siquiera el tiempo de reponerse,
engarzado por una argolla el morro, es slidamente amarrado. En
la boca de la bodega, una lmpara colgada, alumbraba apenas las
giles siluetas de dos audaces vaqueros.
El cielo una vez cumplidas sus metamorfosis, el ltimo estallido de verde se ha apagado sobre el agua. Sobre alguna faceta
propicia de una ola, una estrella llega a reflejarse. El puente se ha
vaciado, slo somos tres o cuatro. Auguste ataca regularmente su
pipa es la hora dulce. Reina un enternecimiento; el recuerdo del
oriente que amo, vuelve a pasar mezclado a esos cielos dorados
vistos en los iconos. Los ojos se fijan al mismo horizonte, siempre
parecido. El sopor es completo. Todava un breve concilibulo de

los oficiales de cuarto, despus el paso montono del vigia sobre la


pasarela, muy alto. A travs de los cristales de la cabina del piloto
se ve girar la rueda del timn bajo el esfuerzo de dos hombres:
nico corazn que palpita en esta hora en que todo duerme.
He pasado todas mis noches de mar al raso, enrollado en una
alfombra multicolor de Rumania comprada en el convento Prodomos del Athos. Qu letania ms dulce nos meceria, sino la de las
olas separadas por el estrave en su frotamiento calado a lo largo de
la carena vibrante del esfuerzo de las hlices... Ruidos de ir y venir
han turbado el final de esta noche. Antes de la aurora penetraremos entre las tierras. Paciente silencioso, el gran barco desde hace
dos dias ha trabajado sin descanso. La tierra de Eubea est en
estribor, larga costra oscura. Auguste y yo, intercambiamos frases
en voz baja y sentimos una emocin real al imaginar que esta tarde,
habremos visto los inmortales mrmoles. La proa ha pivotado
largamente sobre la bisagra del timn; salvo a nuestra espalda, nos
rodean tierras por donde se introduce el mar. Aquf el Atica, aqu
el Peloponeso. Aqu el faro blanco, y, muy cerca, un puerto; aqu
unos montes singularmente nerviosos, muy poco parecidos a los de
Brousse y de detrs de Escutari. El 'mar est desierto; en esta hora
del alba nada de las innumerables chalupas llenas de "carpous", de
tomates y legumbres dirigindose como en Constantinopla hacia la
ciudad con el burdo apresuramiento de los grandes abejorros. Y
este pafs moreno parece un desierto. En el eje del puerto, muy a lo
lejos, en la falda de los montes formando arco, se muestra
extraamente un peasco, plano en la cumbre y flanqueado a la
derecha por un cubo amarillo. El Partenn y la Acrpolis!... Pero
no podemos creerlo; ni siquiera nos lo imaginamos, no nos
detenemos. Estamos desorientados; el barco no penetra en el
puerto, contina su marcha.
El peasco simblico desaparecido tapado por un promontorio.
El mar est extremadamente encerrado; rodeamos una isla. Rabia!:

diez, veinte naves estn all amarradas con pabelln amarillo, el


pabelln del clera, el de Kavas en el mar Negro de Tusla en el
Mrmara. El que ya conocemos, en efecto! D e repente la hlice
enmudece. Caen las ncoras. Nos detenemos, Se ha izado el
pabelln amarillo. Estupor! Zafarrancho, inquietud general. El
capitn se altera, se violenta, grita, insulta: las chalupas estn en la
mar. Valor, pasajeros de Atenas! Mezcolanza. Los bultos y
las cajas, los hombre y las mujeres descienden rodando por las
escaleras. Cuntos gritos, insultos, vociferaciones y, en todas las
lenguas! Sobre un pequeo muelle al que nos guan los remeros,
hay un seor con boina blanca, obsequioso con los ricos, brutal y
grosero con los pobres: un funcionario, un chupatintas! Barreras
enrejadas separan unos campamentos de barracas... La cuarentena!
Una cuarentena infecta en una isla desolada, grande como una
plaza pblica. Una cuarentena estpida, administrada contra todas
las leyes del buen sentido: esta cuarentena, un foco de clera. Aqu
funcionarios, all rateros, indeseables; una vergenza para el gobierno griego que instaur todo eso. Se nos retuvo durante cuatro
das, durmiendo entre desconocidos, en la miseria y las tijeretas,
bajo un cielo de fuego, sin que un solo rbol atenuara los rigores
en esta isla del diablo. Un restaurante -titulo pomposo-, lugar de
estafas, donde los que regentan este negocio, un diputado segn
parece, permiten que se venda el agua a cuarenta cntimos el litro
y obligan a comer suciedades a precios escandalosos. Ah, ?cmo se
las arregl la gente pobre, aquellos para quien un dracma es una
fortuna?
Era en la isla San Jorge, baha de Salamina, frente a Eleusis...
ioh, pasado, aplasta esta poca vil! picos lugares vilipendiados por

'

'

El dracma valia un franco. Para informacin: despus de cinco meses de viajes


en ese momento, de Praga a Atenas, habia gastado 800 francos (de 191 1) incluidas
las cargas de mi aparato fotogrfico.

unos descendientes fantoches, asi fue como os conocimos por


primera vez. Y nuestras quejas consignadas en el libro de viajeros
de esta isla, se encontraron en unnime compaia. Pero no, un
patriotismo ciego y estrecho, marginaba nuestras recriminaciones
con alabanzas ditirmbicas y granujas, firmadas Parapoulos, Danopoulos, Nikolesteos, Pitanopoulos, etc., bastaban para asegurar a
los administradores de esta infamia, la inmunidad y quin sabe si
tambin la recompensa honorifica.

Una fiebre sacuda mi corazn. Habiamos llegado a Atenas a


las once de la maana, pero yo inventaba mil pretextos para no
subir "ahi arriba" inmediatakente. Finalmente le expliqu a mi
buen amigo Auguste que no subiria con l. Que una ansiedad me
oprima, que estaba en una excitacin extrema y que tuviera a bien
dejarme solo. Bebi caf toda la tarde, y me absorbi en la lectura de
una voluminosa correspondencia recogida en Correos y que remontaba a cinco semanas. Despus recorri las calles esperando que
el sol bajara deseoso de terminar la jornada "ahi arriba", y que, una
vez abajo, no me quedara ms que ir a acostarme.
Ver la Acrpolis es un sueo que se acaricia2 sin imaginar
siquiera realizarlo. No s muy bien por qu esta colina encubre la
esencia del pensamiento artistico. S medir la perfeccin de sus
templos y reconocer que en ninguna otra parte son tan extraordinarios; y he aceptado desde hace mucho tiempo que aqui est como
el depsito del calibre sagrado, base de toda medida de arte. Por
qu esta arquitectura y no otra? Quiero creer que la lgica debe
explicar que todo est aqui resuelto segn la ms insuperable
frmula; pero el gusto, mejor dicho el corazn, que conduce a los
Estamos en 1911.

174

&

pueblos y dicta su credo, <por qu, a pesar de un deseo a menudo


de sustraerse a l, se lleva de nuevo, por qu lo llevamos de nuevo
a la Acrpolis, al pie de los templos? En mi es un problema
inexplicable. Cuntas veces toda mi persona se ha dejado llevar
por un entusiasmo absoluto ya frente a las obras de otras razas, de
otros periodos, de otras latitudes! ?Pero por qu, despus de tantas
otras debo designarlo como el Maestro incontestable el Partenn,
cuando surge de su bandeja de piedra e inclinarme, incluso lleno de
clera, ante su supremacia?
Y esta certeza ya presentida cuando concedia sin reserva al
Islam todas mis fuerzas admirativas, habia de expresarse de manera
formidable con la fuerza de las trompetas cuando cien bocas
soplando determinan un clamor, el mismo ruido de las cataratas.
Sin embargo, acordndome que Estambul del que habia esperado
tanto, no habia librado su secreto sino despus de veinte dias de
deseo y de trabajo, yo tenia en mi, cuando hube atravesado los
Propileos, el escepticismo deliberado del que cree inevitable la
desilusin ms amarga...
Con la violencia del combate, su gigantesca aparicin me
pasm. El peristilo de la colina sagrada estaba franqueado, y nico
y cuadrado, del nico trazo de sus bronceados fustes, el Partenn
alzaba el entablamiento, esa frente de piedra. Unas tarimas en la
parte inferior, servian de soporte y lo exalzaban con veinte
repeticiones. Nada existia ms que el templo y el cielo y la zona de
las losas atormentadas por siglos de depredaciones. Y ya nada de
la vida exterior se manifestaba aqu; nicos presentes, el Pentlico
a lo lejos, acreedor de esas piedras, portador en su falda de la
marmrea herida y el Hymeto coloreado con la ms opulenta
prpura.
Habiendo escalado unos peldaos demasiado altos, no tallados
a escala humana, entre el cuarto y el quinto fuste acanalado, entr
en el templo por el eje. Y habindome vuelto de repente, desde

este lugar antao reservado a los dioses y al sacerdote, abrazaba


todo el mar y el Peloponeso; mar flameante, montaias ya oscuras,
pronto mordidas por el disco solar. El precipicio de la colina y la
sobreeelevacin del templo por encima de las losas de los Propileos, apartan de la percepcin cualquier vestigio de vida moderna,
y, de una vez, dos mil aos son abolidos, una spera poesia
sobrecoge; la cabeza hundida en el hueco de la mano, caido sobre
uno de los peldaos del templo, sufres la sacudida brutal y te
mantienes vibrante.
El sol poniente golpear con su ltimo dardo esa frente de
metopas y de liso arquitrabe y, pasando entre las columnas,
atravesando la puerta abierta al fondo del prtico, despertaria, si
no estuviese dispersa desde hace mucho tiempo, la sombra agazapada al fondo del palco privado de su techo. D e pie sobre el
segundo escaln norte del templo, en el lugar preciso en que cesan
las columnas, seguia al nivel de los tres peldaos, la persecucin de
su horizontalidad ms all del golfo de Egina. Y a mi espalda
izquierda, elevndose en una extensin formidable, la pared ficticia
que constituye la repeticin de los canales vivos de los fustes,
tomaba la fuerza de una inmensa estructura blindada de acero, y las
"gotas" de los mtulos invocaban sus remaches.
Exactamente a la hora en que el sol da a tierra, un silbido
estridente echa al visitante y los cuatro o cinco 3 que han peregrinado desde Atenas, vuelven a pasar el blanco umbral de los
Propileos, luego una de las tres puertas y detenindose impresionados antes de iniciarse la escalera, midiendo a sus pies como un
precipicio de penumbra; y encogindose de hombros, sienten
chispear, inabarcable como el mar, un pasado espectral, una
presencia ineluctable.

Era el ao del gran clera en Oriente y ningn extranjero corra riesgos all.

El Templo de la Victoria Aptera como un viga en la cumbre


de un pedestal de veinte metros en piedra aparejada, domina hacia
la izquierda el nivel anaranjado del mar y proyecta en flamante
cielo la silueta del fuste de ngulo jnico de su pronaos. Piedras
esbeltamente talladas, dedicadas a la Victoria.
Queda, para calmar la fiebre, un delicioso crepsculo y el largo
paseo por las avenidas de la ciudad tan alegre y lmpida, al lado de
un buen amigo que, en esta primera tarde, por propia iniciativa
respetar el tcito contrato del silencio y de la placidez que nos
invade.

Desde la cima de la colina el cerrado contorno oprime, por sus


peldaos, los templos, y lanza al cielo sus colufinas apiadas de
diversas formas. Sobre el declive de la va que conduce al
Partenn, los peldaos tallados en el mismo peasco, oponen una
primera barrera. Pero por encima de ellos estn los grandes
escalones de mrmol, obstculo decisivo para la escalada del
hombre. Los sacerdotes salan del palco y bajo el prtico, sintiendo
a su espalda y a sus flancos, el regazo de los montes, su mirada
horizontal por encima de los Propileos, se diriga al mar y a los
montes lejanos que ste baa. En la llnea mediana del estuario en
cuyo fondo se levanta el templo, el sol describe su curso hasta el
ocaso; y en la poca de los calores caniculares, su disco toca las
tierras por la tarde en el mismo eje del templo. La corona de piedra
que limita el altiplano tiene el don de sustraer toda sospecha de
vida. El espritu despierto se embarga y se sumerge aturdido, en
una lejania que no es necesario reconstruir. Ya que tambin sera
hermoso, que independientemente de la realidad -esos templos,
este mar, esos montes, toda esta piedra y este agua-, fuesen aunque

slo por una hora, el sueo intrpido de un cerebro creador.


iExtraordinario!
La impresin fisica es que un hlito ms profundo dilata el
pecho. Que una alegria empuja hacia la roca desnuda, desprovista
de su antiguo adoquinado y os arroja de alegria en admiracin, del
templo de Minerva al templo de Erectea y de alli a los Propileos.
Por debajo de ese prtico se ve en su masa dominante, el Partenn
que echa hacia lo lejos su arquitrabe horizontal y opone a este
paisaje concertado, su frente como un escudo. Unos frisos todavia
presentes en lo alto del palco, ven correr giles caballeros. Yo los
veo con mis ojos de miope, en lo alto, tan claramente como si
pudiera tocarlos, tanta es la coincidencia entre la medida de su
prominencia y la pared a que se adosan. Las ocho columnas
obedecen a una ley unnime, brotan del suelo, parecen no haber
sido puestas, como asi fue hecho por el hombre, cimiento sobre
cimiento, pero dando a creer que suben del subsuelo; y su
surgimiento violento en su labrada envoltura lleva hasta una altura
que la vista no sabe apreciar, la lisa diadema de arquitrabe asentado
sobre los bacos. La austera abundancia de metopas y de triglifos
bajo el remache de las gotas del alero, desplaza la mirada ms all
de la cornisa izquierda del templo, hasta la columna extrema del
frontn opuesto, hacindole captar en bloque el gigantesco prisma
de mrmol tallado hadta lo alto con la rectitud de una matemtica
evidente y la nitidez que confiere a su labor el mecnico. Pero el
frontn occidbntal marcando con su cumbre la mitad del espacio,
afirma - e n concierto con los montes, el mar y el sol- la rigidez de
una mscara y su orientacin inmutable. Habia creido poder
comparar ese mrmol al cobre nuevo, deseando que fuera del color
asi sealado, esa palabra sugiriese el explosivo clamor de esta masa
extraordinaria levantada con la inexorabilidad de un orculo. Ante
la inexplicable agudeza de esta ruina, se ahonda cada vez ms el
abismo entre el alma que siente y el espiritu que mide.

A cien pasos de alli, presencia admitida por el indmito titn,


sonre sobre una base de paredes lisas, en flores de mrmol, carne,
viviente, el alegre templo de los cuatro rostros - e l de Erectea.
Su orden es jnico -de Perspolis, los arquitrabes. Se decia de
oro incrustado, de piedras preciosas, de marfil y de bano; el Asia
de los santuarios por una encantadora sorpresa haba echado algo
turbio en el acero de esa mirada, aprovechando que habia creido
poder sonrer. Pero gracias a Dios, los tiempos han tenido la razn
de su parte; y yo saludo la monocromia reconquistada para la
colina. Es preciso sealar, frente al Partenn descrito, la actitud
vertical de seis mujeres vestidas, portando el entablamiento de
piedra donde, por primera vez has aqui en el Atica, aparecieron los
dentellones. Mujeres extraiamente severas y meditabundas y que
portan sonrientes, tensas y sin embargo temblorosas -quizs la
expresin ms concreta aqui- una anchura insigne y una insigne
predominancia. Sin embargo el templo alegre de los cuatro rostros
ofrece a cada plano del cielo una cuota diferente. Lo adornan frisos
de hr
. de agua y de acanto, mezclados a las palmetas, elemento
sobrenatural. Y agujeros de sellado, encuadrados de manera netamente visible sobre la diadema del arquitrabe, prueban que unas
victorias corrian en actitudes de danzarinas; se sabe. Seguramente
esos mrmoles cincelados de bajo-relieves se estn pudriendo en
algn museo, pero n o lo recuerdo. Y en la cara norte, dominando
el enorme precipicio de la colina ceida en esta parte por paredes
verticales de piedra del Pireo mezcladas con tambores de antiguas
columnas, no conozco expresin alguna que refleje la cndida
elega de este prtico tetrstilo. Pero me gusta ms an, una vez
descansado, regresar en medio de los restos que siembran el suelo,
bajo la gida de las piedras que han sido levantadas de nuevo - e n
los Propileos-, deletrear el Partenn.
El da y las semanas pasaron en este sueo y esta pesadilla,
desde la maana esplendorosa, durante el mediodia embriagador,

hasta el atardecer cuando, de repente, el silbido de los vigilantes


nos arrancaba de all y nos expulsaba ms all de la pared
perforada por tres grandes puertas que a esta hora dominan, como
ya he dicho, una naciente oscuridad.
4

......................................................
Es conveniente que nosotros los constructores, sepamos eso y
lo meditemos.
Los templos de la Acrpolis cuentan hoy dos mil quinientos
aos. No han sido conservados desde hace quince siglos. No slo
las tormentas han desencadenado sus acostumbradas trombas, pero
ms nefastas que los terremotos, tambin los hombres-trogloditas
ciertamente estupefactos de su herencia han habitado la colina. Y
han arrancado lo que crefan necesario, losas de mrmol y grandes
bioques, y han construido en mezcolanza de tapias y cascajos,
chozas para la chiquillada. Los turcos hicieron una fortaleza. Qu
mirador para un asalto! Un buen da, en 1687, el Partenn serva
de polvorn. Durante el ataque un obs revienta el tejado que
encenda la plvora. Todo salta...
El Partenn ha permanecido, desgarrado pero en pie y ah est:
Buscad sobre las columnas acanaladas, formadas, con veinte
asentamientos, la juntura de los tambores: no sc encuentra,
pasando la ua por esas zonas que se diferencian por la ptina
ligeramente diversa que cada mrmol sufre con el tiempo, la ua
no nota nada. Hablando con propiedad, la juntura no existe, y la
enrgica arista de los canales se prolonga como un solo trazo en un
monolito!
Poneos de bruces en el suelo delante de un fuste de los
Propileos y examinad su nacimiento. En primer lugar, os encontris sobre un suelo enlosado cuya horizontalidad es tan absoluta
como una teora. E n grandes placas, la masa de alabastro reposa

sin embargo sobre un suelo artificial, hondos cimientos o mejor,


solevacin audaz. La base del fuste, festoneada por veinticuatro
canales es intacta como la admiracin que os produce. Y la losa
cavada a su alrededor a semejanza de un canaln de desage acusa
un arcn de dos o tres milmetros quizs. Esta medicin sutil
realizada hace dos mil aos -nimbo de un nacimient- es todava
sensible, tan fresca y neta como si el escultor hubiera llevado ayer
la tijera y la masa que han tallado ese mrmol.
La pared de tres puertas, ms ampliamente abierta en su mitad
para que los carros pudiesen entrar en los Panateneos, es un pao
de mrmol de mil adoquines ajustado hasta tal punto que provoca
lakaricia y la mano ampliamente desplegada querr penetrar el
espejismo de esos cimientos milenarios: la superficie tan lisa como
un espejo juguetea con las vetas diversas que propone cada
adoqun.. .
iOh, pero, n o examinemos los escombros proyectados por la
explosin! Sufrirais como yo, el aplastamiento de un arte incomparable y os entrara vergenza... pensando, por desgracia, en lo que
nosotros hacemos, nosotros en el siglo veinte.
A la izquierda del Partenn columnas enteras estn cadas,
echadas abajo - como un hombre que recibe plvora en plena cara.
Como los tambores escalonados, como los anillos de una cadena
rota. Uno no se imagina lo que son esas columnas, n o se les
concede si n o se las ha visto la grandeza que les transmiti Ictinos.
Su dimetro sobrepasa la altura de un hombre -medida colosal
empleada sobre una acrpolis, en un paisaje desierto fuera de todo
parangn comn entre los hombres. No se puede concebir que ese
dimetro sea tambin el de algunos engendros de nuestra Europa
central, bastardos de Vignola!
Bajo el arquitrabe unido, masa elocuentemente elstica, que
transmite al fuste el lastre entero del enorme entablamiento, la
esquina de los capiteles apenas abultada est atada con tres pe-

queos anillos cuya medida total se inscribe en la longitud de


una pulgada. Cada uno de esos anillos (ved desde el suelo este
capitel vuelto del revs) tiene su altura evaluada en milmetros en
una relacin de faceta y de cuello, que una alteracin insensible
reducira a la nada. Es bello pues, una vez medidas esas inslitas
verdades sobre los restos (testigos tiles) considerarlos bajo la
sombra de las cornisas4 y de constatar su indispensable funcin.
Horas laboriosas bajo la luz divulgadora de la Acrpolis. Horas
peligrosas, provocadoras de una desconsoladora duda en la fuerza
de nuestra fuerza, en el arte de nuestro arte. Ya que se prueba que
el helenismo sumergente est precisamente en esas cosas sealadas,
y los nombres de Ictinos, Callicrates y Fidias, se vinculan tanto a
los anillos de la equina como a la suprema matemtica del templo.
Aquellos que, practicando el arte de la arquitectura se encuentran en un momento de su carrera con el cerebro vaco, el corazn
roto de dudas, ante la tarea de dar forma viviente a una materia
muerta, podrn concebir la melancola de los soliloquios en medio
de los escombros -de mis charlas heladas con las piedras mudas.
Con las espaldas cargadas con un pesado presentimiento, muchas
veces he dejado la Acrpolis, sin atreverme a afrontar que habra
que trabajar algn da.

Un da. Alguna tarde, desde la falda del Licabete que domina la


Acrpolis, he visto ms all de la ciudad moderna encendiendo sus
luces, la colina desamparada, y su viga de mrmol el Partenn,
A ms de veinte metros de altura (al principio de este primer viaje de Oriente,
no tenia an el hbito de tomar las dimensiones exactas de los objetos que llamaban
mi atencin. D e todas formas la toma de conciencia de las dimensiones me afect
en seguida. De ah lo que yo llamo "el hombre del brazo alzado", clave de toda
arquitectura.

dominndola para conducirla, pareca, hacia el Pireo, al mar que


fue esa va vibrante a travs de la cual tantos tesoros conquistados
vinieron a alinearse bajo los prticos de los templos. Carena de
roca, osamenta trgica en una claridad que muere sobre todas esas
tierras rojas. Una claridad moribunda sobre la sed de la tierra roja,
coagula una negra sangre sobre la Acrpolis y su Templo - e l
impasible piloto que con todo el movimiento de sus costados
mantiene la direccin. Una serpiente de luz, se ilumina -boulevard
lmpido que envuelve la gran osamenta trgica y hacia la derecha
se desliza hacia plazas animadas de vida moderna.
Eso es en efecto lo infernal de la visin; un cielo vacilante se
apaga en el mar. Los montes del Peloponeso esperan la sombra
para desaparecer y, en la noche agarrada a todo lo que es firme, el
paisaje entero se suspende en la barrera horizontal del mar. El
oscuro nudo que abrocha el cielo a la noche de las tierras es el
negro piloto de mrmol. Sus columnas nacidas en la sombra,
portan la oscura frente, pero estallidos de claridad se funden entre
ellas como las llamas surgidas de los tragaluces de una nave
ardiendo.

'

Hoy he atravesado de nuevo los cascajos de un inmenso paisaje.


Haba tenido que beber bastante mastic5 para luchar contra el
clera de 1911 que invada todo el Oriente. En medio del
adormecimiento de las tierras, se abra una baha, en otro tiempo
consagrada a unos misterios: iEleusis! Entre los vestigios antiguos
la imaginacin reconstituye el dilogo de los mrmoles arquitrabados y de los horizontes del mar. El visitante asiste como un
S El mastic es, en oriente, un antepasado de la absenta, bebida que fue prohibida
en Francia el dla de la declaracin de la guerra de 1914.

extrao. El cielo es negro. El inmenso crisol removido ha cubierto


con su bveda las olas del bronce vertido en los golfos y las bahias
y algunas islas flotan a lo ancho, como escorias. El trenecillo me
condujo a travs de algunos intentos de cultivo. Pronto estuvimos
en lo alto de una colina; unas nubes llegadas pesaban como balones
sobre la baha semirredonda; tres pinos se retorcian en un desierto
de arena. Y muy lojos los montes con sus dentaduras descantilladas, desgarrando el abanico rosa de los postreros rayos, ayudaban
al verde de la noche a penetrar de vapores amargos la masa
palpitante del cielo.
Me penetr un frio, desterrando toda embriaguez. Estaba solo,
desde hacia muchos dias, y ya son siete meses viajando a travs de
Europa, desde Berln hasta aqu. La enfermedad me sofocaba.
Estuve como todas las noches, en un ruidoso caf; los agudos
violines atenazaban mi corazn. Ah est otra vez esta msica de
cafs chics y de malos establecimientos, inefables emisarios del
progreso europeo.
Hoy, todavia he bebido demasiado mastic. He visto llevar a
,muertos por las calles, con el rostro al viento, verde y cubierto de
moscas; sacerdotes con sus hbitos ortodoxos.
Ahi arriba a cada hora ms muerte. El gran golpe ha sido el
primero. Admiracin, adoracin y despus anonadamiento. Fue, y
ya se me escapa; me deslizo ante las columnas y el entablamiento
crueles, ya no me gusta ir. Cuando lo veo de lejos es como un
cadver. Se acab la ternura. Es un arte fatal del que no escapas.
Glacial como una verdad inmensa e inmutable. P e r o cuando veo
en mi cuaderno de notas un croquis de Estambul, se me calienta
otra vez el corazn!...

Hoy mi mensaje es ms digno. Hojeando las mil fotografas


clasificadas en las carpetas del Instituto Arqueolgico, he visto la
imagen de las tres Pirmides. La amplitud del hlito que modifica
las dunas ha barrido de mi espritu la queja de Edipo. La
conmocin extrema de todas esas semanas se disipa; tengo cosas
fciles, arquitecturas conocidas y soaba con un rincn de Italia,
una cartuja...
Mi decisin est tomada: no abordar ninguna nueva cultura.
El gesto de las pirmides es vasto y estoy demasiado fatigado. La
proa ser Calabria y no Chipre. No ver ni la Mezquitade Omar, ni
las Pirmides...
Y sin embargo escribo con ojos que han visto la Acrpolis y
regreso feliz.
iOh!
Luz!
iMrmoles!
iMonocroma!
Frontones abolidos, menos el del Partenn, contemplador del
mar, masa de otro mundo. El que toma aun hombre y lo coloca
por encima del mundo. iAcrpolis que acoge, que eleva! La alegra
del volver a acordarme me asalta por completo y es fortificador el
sentimiento de llevarme la vista de esas cosas como una parte
nueva de mi existencia, desde ahora inseparable.

E N OCCIDENTE

STOY muy afectado por todas esas cosas de Italia. Haba vivido
cuatro meses de magistral sencillez: el mar, montaas de piedra y
con el mismo perfil -Turqua con las mezquitas, las casas de
madera, los cementerios, el Athos con conventos cerrados como
una prisin alrededor de la nica iglesia bizantina; Grecia con el
templo y la cabaa: La tierra era desnuda. Era lgico que la vida
se concentrase en las aldeas. Y nada fuera de eso nos distraa: lo
sabamos.
Desde Brindisi, he visto todos los estilos y todos los tipos de
casas, y todas las especies de rboles y de flores, de hierba! Las
montaas tienen una figura. Los estilos se complican: aglomeracin a menudo dudosa.
Todo nos lleva a distinguir a los turcos. Eran educados, graves,
tenan el re~petode la presencia de las cosas. Su obra es inmensa y
bella, grandiosa. Qu unidad! ,Qu inmutabilidad! Qu sabidura!
Las tardes ante los atrios de las grandes mezquitas...
Por qu nuestro progreso es feo? Por qu los que todava
tienen sangre virgen se apresuran a sacar de nosotros lo peor?
Gustamos del arte? No es seca Teora seguir haciendo arte? Es
que ya nunca ms haremos Armona? Nos quedan santuarios para
dudar por siempre jams. All, no se sabe nada del presente, se est

en el pasado; lo trgico y la alegria exultante se tocan. Te sacude


por entero porque el aislamiento es completo... Eso ocurre sobre la
Acrpolis, sobre los peldaos del Partenn. Se ven realidades de
otros tiempos y ms all el mar. Tengo veinte aos y no puedo
responder.. .
Terminado de escribir en Npoles el 10 de octubre de 1911 por
Charles-Edouard Jeanneret. Releido el 17 de julio de 1965, en el 24
de Nungesser et Coti, por Le Corbusier.

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