Tesis Barthes PDF
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ROLANDBARTHES:ELGRADOCEROYCLAVESTERICASDESU
OBRACRTICA
Directoresdetesis:DonEnriqueBaenaPea
DoaRosaRomojaroMontero
INDICE
PRLOGO......................................................................................................................................... 4
INTRODUCCIN Y ESTADO DE LA CUESTIN ....................................................................... 8
NADEAU Y BARTHES HABLAN SOBRE LA LITERATURA .......................................... 62
PARTE I....................................................................................................................................... 66
ESCRITURA CRTICA Y PENSAMIENTO LITERARIO........................................................ 66
CAPTULO I: EL GRADO CERO .................................................................................................. 67
La crtica de Jean Piel............................................................................................................... 67
EL CUESTIONAMIENTO DE THIBAUDEAU .................................................................... 69
COMENTARIOS DE KELLY, KEK Y POZUELO ............................................................... 74
RECEPCIN SEGN CALVET Y COMPOSICIN SEGN GIL, ROGER, WISEMAN Y
ROBBE- GRILLET ET ALII................................................................................................... 78
LA BSQUEDA SEGN BLANCHOT, KEK, BIDENT, MARTY, SAMOYAULT ET ALII.
.................................................................................................................................................. 90
SARTRE Y BARTHES: ENFOQUES DE LAVERS, JAMESON, CULLER, MORIARTY,
SONTAG ET ALII................................................................................................................. 104
COMPROMISO Y LIBERTAD EN EL GRADO CERO. LA CRTICA DE GIORDANO,
DUBOIS ET ALII. ................................................................................................................. 124
MITOS LITERARIOS Y SUEOS....................................................................................... 133
LA SOMBRA DE SAUSSURE ............................................................................................. 141
ESTILO .................................................................................................................................. 150
ESCRITURA. LA POESIA NO ESCRITURA. ................................................................... 160
BARTHES Y CAMUS El extranjero..................................................................................... 189
POLMICA CON CAMUS................................................................................................... 196
CAPITULO II: EL ESTILO........................................................................................................... 204
CAPITULO III LA MUERTE DEL AUTOR................................................................................ 232
INTRODUCCIN A LA LECTURA Y A LA MUERTE DEL AUTOR ............................. 234
LA MUERTE DEL AUTOR.................................................................................................. 256
LALECTURAYELSUJETOENS/ZYENSADE,FOURIER,LOYOLAETALIA.............................. 275
LALECTURAYELSUJETOENELPLACERDELTEXTO .............................................................. 292
HACIAUNATEORADELALECTURA ...................................................................................... 301
UN RECORRIDO POR LA DESAPARICIN DEL SUJETO. POSIBLES INFLUENCIAS
SOBRE BARTHES................................................................................................................ 310
LA MUERTE DEL YO.......................................................................................................... 322
El RETORNO DEL SUJETO. ............................................................................................... 332
PRLOGO
Al profundizar en el estudio de la obra de Barthes, se hizo evidente que por lejanos que
pudieran parecer a primera vista unos postulados de otros, exista un mundo subterrneo
que los conectaba a todos y de ah la necesidad de ampliar el nmero de estaciones o
captulos de nuestro trabajo. El devenir del pensamiento barthesiano parece a veces
desubicarse hasta el punto de hacer que nos preguntemos el porqu de sus sucesivas
afiliaciones y desafiliaciones filosficas, crticas e ideolgicas, mxime en un autor que
piensa que todo fue ya escrito, y para lo que solo creemos encontrar respuesta en su
permeabilidad y flexibilidad intelectual. Nuestro crtico frecuentemente olvida que las
etapas de emergencia, esplendor y decadencia de una institucin revisten, la mayora de las
veces, un carcter cclico, y, as, tambin las fases de una idea recorren un camino paralelo.
La cultura junto con una de sus representaciones ms nobles la literatura ya haba
sufrido la puesta en duda de las vanguardias. La sublevacin contra el lenguaje, el juicio, al
que se le somete, podra tomarse por uno de los momentos ms virulentos en tiempos
culturales de revolucin. Barthes lo vivir ms tarde intensamente, al sentir que estaba
constituido precisa y esencialmente de palabras.
Carcter de rebelda asume su consideracin del silencio, heredada de grandes poetas
predecesores, de la que su anhelado grado cero parece en cierto grado partcipe, sin
acompaarla siquiera de una explicacin argumentada como si nos hallsemos ante un
acontecimiento y no ante una idea. En El imperio de los signos al explicar la naturaleza del
haik explicita su pensamiento de manera inteligible, aunque su aclaracin de que la
brevedad del haik no es formal no nos permite considerar que ahora ofrezca la llave
maestra para abrir los pasajes que quedaron oscuros en El grado cero: La brevedad del
haik no es formal; el haik no es un pensamiento rico reducido a una forma breve, sino un
acontecimiento breve que encuentra de golpe su forma justa. La medida del lenguaje es lo
ms impropio para Occidente; no es cuestin de que se haga demasiado largo o demasiado
corto, sino que toda su retrica le obliga a desproporcionar el significante y el significado,
ya sea diluyendo al segundo bajo las olas habladoras del primero, ya sea
profundizando la forma hacia las regiones implcitas del contenido. (Barthes, 2007, pg.
92)
Hemos intentado ofrecer el estado de la cuestin desde la ptica ms objetiva posible,
registrar el mayor nmero de voces, tanto anteriores como recientes, que se han
pronunciado sobre Barthes, yuxtaponindolas en torno a un mismo tema y aportando
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o si es meramente una obra de exageracin retrica, algo dicho para atraer la atencin, pero
no para tomar en serio. Thody, que considera que la sociedad francesa es especialmente
opresiva con sus intelectuales, alude a un artculo de Barthes, publicado en el Times
Literary Supplement, consagrado en 1971 al problema y naturaleza de la crtica literaria, en
el que Barthes alegaba que la burguesa tal como Marx la defini, la clase de terratenientes,
patronos, ejecutivos haba sido desalojada del poder no por el proletariado o por la baja
clase media sino por el Estado. (Thody, 1977, pgs. 35 y 36)
Segn Thody, la propia rplica de Barthes a cualquiera que atrajese su atencin
hacia la intolerante naturaleza de algunos de sus pronunciamientos literarios podra sin
duda correr paralela a la apologa sartreana de la violencia revolucionaria. Sartre mantiene
que toda violencia procedente de los oprimidos es solamente una contra-violencia
provocada por la violencia constantemente ejercida contra ellos por la verdadera estructura
de la sociedad burguesa imperialista, y Barthes podra argumentar que su intolerancia hacia
el teatro comercial es solamente una legtima respuesta a la intolerancia que el teatro
comercial puede mostrar respecto a la vanguardia. (Thody, 1977, pg. 36)
La idea de la literatura como mmesis recorre un largo camino en el pensamiento
esttico europeo y fue central en el concepto de la novela en el siglo XIX francs. Uno de
los mritos de Barthes como pensador literario, a juicio de Thody, reside en su
cuestionamiento de este axioma. Barthes sugiere, escribe el crtico, que nosotros no
deberamos pensar en la literatura como mmesis sino como semiosis, para verla no como
la imitacin de la realidad sino como la invencin de nuevos modelos por medio de signos.
Thody constata que Barthes no es el nico en cuestionarse por qu un cambio en nuestra
manera tradicional de pensar es necesario, si queremos comprender el aspecto central de la
condicin humana como la narracin de historias o la comprensin de historias y cita a
escritores como Malcolm Bradbury que formul las preocupaciones de Barthes mejor que
ste mismo al escribir que las novelas cuentan o relatan algo; algo que ellas inventan y que
sta sera la mayor paradoja de la novela. En el teatro Thody distingue escritores como
Anouilh y Genet que han insistido en que sus obras no deben ser vistas sino como
artefactos existiendo por derecho propio. Aade que novelistas como Robbe-Grillet y
Philippe Sollers han explicado en teora y mostrado en la prctica que la ficcin puede ser
tan poco representacional como la ms abstracta de las artes visuales. Barthes, a su parecer,
destaca de esos otros escritores en dos sentidos: es un pensador ms sistemtico, un
hombre cuyas teoras han sido desarrolladas bajo la luz de ideologas tales como el
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escritura sin color era demasiado querido para Barthes como para abandonarlo
completamente y de ah su permanencia en el horizonte de su obra como una clase de
utopa del lenguaje. (Lavers, 1982, pgs. 84 y 85) En cuanto a la poesa, que, en El grado
cero, poda escapar a consideraciones ticas, porque nace de la violencia hecha al lenguaje
social, se torna en El mito de hoy tan ineficaz como el grado cero. Intentando alcanzar lo
natural, no el significado social de las cosas, el lenguaje potico es una presa ideal para el
mito que lo usa para significar poesa misma. No obstante, Lavers advierte que en esta
obra de nuevo la poesa concebida como un realismo ontolgico, esto es, como un medio
de alcanzar la realidad por s misma, es una solucin tan tentadora para Barthes que es solo
sumergida, y hace un triunfante regreso en sus ltimas obras.
La autora subraya la va mencionada por Barthes en la introduccin a El grado cero
donde Barthes identificando la significancia de la escritura sin color la empareja con el
modo conversacional y, al final, es una de las dos soluciones que resultan viables. Remarca
tambin que el primer autor en dar con esta solucin fue Cline, que impresion a Sartre
profundamente y probablemente le sugiri el estilo de las conversaciones en Los caminos
hacia la libertad, obra que Barthes tena en mente en el captulo de El grado cero y cuyo
mejor exponente moderno es Raymond Queneau.
Considera que esta opcin se vio determinada por la oportunidad de encontrar un apoyo
en el nuevo humanismo del existencialismo, que haba al final integrado la historia en
lugar del ser basado en esencialismo de clase. Al mismo tiempo el escritor podra llegar a
ser el deseado miembro del movimiento humanista que, en los tempranos artculos de
Sartre en Les Temps modernes, haba explcitamente solicitado la cooperacin de la
literatura. De ah la solucin del habla. El habla expresa libertad por su forma y unin con
la comunidad por su contenido (Lavers, Annette, 1982, pg. 86)
Este habla, contina Lavers, desaparece rpidamente de los textos de Barthes sobre
literatura y es reemplazada por la ltima solucin, que podra ser llamada la de la mscara.
ste es el modo de escritura descrito principalmente en trminos de la prctica de Flaubert
y est totalmente desconectado de los dos oficialmente favoritos, el habla o el grado cero.
La autora considera esto muy importante porque mostrara que, desde el comienzo, Barthes
tena en mente, adems del grado cero utpico, dos serias soluciones rivales al problema de
la escritura. El contrapunto entre ellas es, a menudo, responsable de lo que aparece como
repentinos cambios o inconsistencias en su pensamiento (Lavers, 1982, pg. 86). Solucin,
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que, a juicio de Lavers, no es adoptada por Barthes en un futuro, por ser insatisfactoria en
tanto que garantiza una tica- salvacin solo a un especializado tipo de trabajo, limitado
por su verdadero proyecto, que es el de transcender los lmites de una literatura
inconsciente. (Lavers,1982, pg. 87)
Lavers piensa que, aunque las soluciones al problema de escritura e historia preocupan
al escritor en general, Barthes est claramente hablando en su propio nombre. Tambin
seala cmo en la galera de tipos literarios descritos en El grado cero hay uno que ocupa
una verdadera posicin deprimida: el intelectual, que aparece simplemente como el
practicante de un subtipo de escritura poltica. Adems, est dirigido a la historia y
aterrorizado por lo que l cree ser la mejor adecuada respuesta a ello: la accin o, al menos,
la clase de escritura poltica axiolgica que esclarezca y juzgue de un golpe. (Lavers, 1982,
pg. 87)
Jouve indica que es precisamente en la poca en la que compone El grado cero cuando
Barthes lee los Escritos sobre el teatro. Lo que le seducira en la apologa brechtiana del
teatro pico sera la correlacin establecida entre la transformacin de la sociedad y la
evolucin del arte. La idea principal, a juicio del autor, que Barthes retiene de la obra de
Brecht es que no hay esencia del arte eterna como hace constar en Ensayos crticos (Jouve,
1986, Paris, pg. 17)
Jameson observa que Barthes haba desarrollado una teora en El grado cero para
explicar el fenmeno de la doble funcionalidad. La literatura, como actividad
convencionalizada- como lo que posteriormente iba llamar institucionalizacin de la
subjetividad- es el prototipo mismo de esas ambiguas sustancias con funcin doble que
tienen un significado y al mismo tiempo llevan una etiqueta. La literatura-explica Jamesonpor la complejidad de su estructura es una construccin elevada a una potencia mayor que
la transparencia del objeto normal del estudio lingstico: en ella la relacin ordinaria
significante/significado se complica mediante otro tipo ms de significacin que se refiere
a la naturaleza del propio cdigo. De modo, que cada obra literaria, independientemente de
su contenido determinado, significa tambin la literatura en general. En la novela del siglo
XIX, el pass simple y la tercera persona narrativa son los dos signos cuya funcin es
avisarnos de que estamos ante la narracin literaria oficial; y esas marcas peculiares o
signos son algo diferente en su naturaleza del corpus general de la prescripciones
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lingsticas en un periodo dado de la historia del lenguaje (que de algn modo estn a este
lado de la literatura), as como del estilo. (Jameson, 1980, pg. 156)
As que la historia de esos signos literarios-prosigue Jameson- permitira la
posibilidad de un modo histrico de examinar la literatura radicalmente diferente de la
historia del lenguaje, por un lado, o de la evolucin de los estilos, por otro. Antes bien,
constituira una especie de historia de la propia institucin literaria, en la medida en que el
signo literario revela la distancia obligatoria que se da en un perodo determinado entre
el lector y el producto literario y tambin entre el escritor y el producto. (Jameson, 1980,
p. 157)
Jouve aprecia una modulacin de la idea de que no hay esencia eterna de la literatura en
el transcurso de los aos sesenta en los que comienza a postular la idea de que es posible
desvelar ciertas caractersticas ontolgicas de la literatura independientemente de su
realidad histrica (Jouve, 1986, pg. 17). No obstante, matiza el autor, desde El grado
cero, aunque estuviera centrado sobre el anlisis histrico de la literatura, tambin
apareca la tentacin de extraer una forma atemporal de lo literario, si bien bajo la forma de
un ideal a conseguir: el de la escritura blanca (Jouve, 1986, pg. 20). Sin llegar a asumir
plenamente su bsqueda de un modelo atemporal por estar la obra demasiado marcada por
el anlisis sartreano, es decir marxista, del hecho literario. (Jouve, 1986, pg. 21).
En History or literatura? Lavers arguye que la nueva aproximacin de Barthes a la
escritura sobre literatura suprime lo individual, al autor, precisamente como la historia
moderna reemplaz las crnicas reales. Pero, excluido desde el punto de vista de la
institucin del lenguaje, lo individual regresa desde otro ngulo. Aserto que refrenda con
una cita de Barthes: Es virtualmente imposible abordar la creacin literaria sin postular la
existencia de una relacin entre la obra y algo adems de la obra. Durante largo tiempo,
apostilla Lavers, esta relacin fue considerada causal: de ah la expresin de fuentes,
gnesis, reflexin, etc. Esta representacin de la relacin creativa ahora parece demasiado
simple. De ah la necesidad de pasar de la nocin de obra como producto a la nocin de
obra como signo. Si bien Barthes, admite Lavers, aborda en su artculo la cuestin de cmo
transponer las unidades del plano de la expresin y del plano del contenido, nunca
menciona la palabra en conexin con el referente. No obstante, el problema dominaba en
gran medida en su artculo no slo porque el eslabn entre texto y referente era la principal
preocupacin de la prctica acadmica habitual, sino porque la ms sofisticada distincin
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Respuesta de Kafka, que, como su ttulo sugiere, es tambin una solucin a la crisis de
Barthes. La visin sobre Queneau en Ensayos crticos es radicalmente diferente de la
mostrada en El grado cero, que pareca ofrecer un medio de salvar el vaco entre escritor y
sociedad a travs del uso del habla diaria. Ahora, por el contrario, destaca Lavers, lo que se
considera notable es el control de Queneau de la gran tradicin de la literatura francesa que
le permite burlarse de ella a cada nivel. Queneau logra esto sin mostrar su irona, por un
juego dentro del lenguaje mismo, un movimiento que es profundamente contrario a la clara
conciencia del clasicismo. Aqul, sin permanecer fuera de lo que critica, no est
comprometido, sino conscientemente puesto en compromiso. Lavers reconoce que es
difcil adivinar por qu Barthes sinti que las admoniciones eran un signo de mala fe, pero,
al conjeturar Barthes que Queneau, psicoanalizando la literatura, se haba psicoanalizado
tambin y purgado de una ms bien terrible Imago de la literatura, es fcil creer que
Barthes estaba tambin realizando un psicoanlisis sobre s mismo. (Lavers, 1982, pgs.,
91 y 92).
Volviendo a las reflexiones de Jouve hay que destacar que tambin seala la deuda de
Barthes con Jakobson del que toma prestada la idea de la literatura como prctica reflexiva,
centrada en la combinacin de significantes. La definicin de la funcin potica del
lenguaje como objetivo del lenguaje permitira aprender la literatura como palabra de lo
intransitivo inevitablemente consagrada a la ambigedad de los contenidos. Finalmente
Jouve recalca que el anlisis barthesiano de Zazie dans le mtro muestra como cada suceso
del relato de Queneau confirma de manera notable la definicin de la literatura como
sistema de posicin/ decepcin de sentido. (Jouve, 1986, pg. 30)
En Y at-il un signifiant littraire? Jouve recuerda las palabras de Barthes en Ensayos
crticos respecto al estatuto de la literatura: Hay un estatuto particular de la literatura que
depende de esto, de que ella est hecha con el lenguaje, es decir, con una materia que es ya
significante en el momento en que la literatura se apodera de ella (E.C, 263, ditions du
Seuil, collection Points, 1981 citada por Jouve, 1986, pg. 31). El problema, sintetiza
Jouve, para la literatura es hacer un lenguaje de las condiciones mismas del lenguaje,
concepcin que considera vinculada al pensamiento de Mallarm (Ibd. pg. 31)
En el apartado We are all part of Robbe- Grillet Lavers sostiene que Barthes no
pens en responder explcitamente a la cuestin de qu es la literatura hasta despus de la
aparicin de Mitologas, y su cambio un tanto misterioso. Como es mostrado, argumenta la
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aunque le parece difcil imaginar que la dividida mente de Barthes no encontrase esas
ambigedades bienvenidas. Lo que los griegos percibieron en la naturaleza era un inmenso
escalofro de significado, al que dieron el nombre de Pan. Esta imagen, recalca Lavers, es a
menudo tomada por Barthes para transmitir significancia, que es todava difusa, no
reducible a un sentido o incluso al sentido sino que es simplemente algn sentido. Barthes
comprendera que la exencin del significado es slo una piedra filosofal, una utopa
intelectual, otra versin del grado cero. Pues la obra necesita algn sentido, precisamente,
como necesita alguna trama, incluso si solo es para perpetrar su propia destruccin.
(Lavers, 1982, pg. 93)
Lavers cita la publicacin del libro de Bruce Morrissette sobre Robbe-Grillet como un
factor de refuerzo del sentimiento de Barthes del fundamental carcter elusivo de las obras
literarias. As, nos dice que el descubrimiento del complejo de Edipo, que Barthes haba
equiparado con la ficcin, ahora revelado en el corazn de la obra de su arquetpico antinovelista, reforz las conclusiones de Barthes en lo referente a la multiplicidad de
interpretaciones de Racine y jug un papel en la formulacin final de su doctrina. La
posicin de Barthes estara epitomizada por su memorable frase en su artculo sobre el
libro de Morrissette: todos somos partes de Robbe-Grillet. La nueva doctrina de Barthes
sobre la literatura ahora pareca ultra-estable puesto que poda sobrellevar los dos
principales problemas que haban cargado su temprana obra: permita, por fin, una solucin
a la acuciante cuestin del compromiso y permita la integracin del lector/crtico tanto en
ciclo vital de la obra como en el proceso creativo. (Lavers, 1982, pg. 94)
Lavers revisa la serie de imgenes a travs de las cuales Barthes pretende transmitir su
nueva doctrina, presentes en su mayor parte en Ensayos Crticos. La definicin de la
literatura es una clase de ostinato recorriendo el libro. Orfeo, al que Lavers denomina el
santo patrn de El grado cero, est igualmente omnipresente en los Ensayos crticos, como
Mallarm y tambin Proust que realiz su trabajo a partir de su preparacin para escribir.
De nuevo, subraya la autora, desarrollando las ideas contenidas en el mito de Orfeo, el
escritor es visto como Moiss, pero un Moiss que no puede ver la Tierra Prometida o
Erifile, el nico carcter inventado por Racine y el nico trgico en su obra Ifigenia, que
Barthes representara en trminos marxistas, Erifile es nada, Ifigenia tiene todo. Como
una troyana llevada lejos por Aquiles (en un modo que recuerda las doloridas
descripciones de la Pasin de la literatura en El grado cero) Erifile pregunta la edpica
cuestin que es la de la literatura misma: quin soy yo? Como Eurdice muriendo cuando
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Orfeo se gira para contemplarla, como el escultor Sarrasine en S/Z, muere cuando al final
conoce la respuesta. Lavers lee el simbolismo de esta concepcin de la literatura en los
siguientes trminos: hay un significado, pero la literatura muere si ese significado es
establecido explcitamente. (Lavers, 1982, pg. 94)
Lavers tambin considera significativa la comparacin del escritor con La Bruja de
Michelet y con el doctor brujo visto por Lvi- Strauss y concluye que estructuralmente este
papel no es diferente de la vacuna que Barthes haba acusado al mundo Burgus de
inocularse l mismo contra dialectos, historia e innovacin. Es esta comprensin, prosigue
Lavers, la que prepara la caracterizacin de la literatura como una actividad
fundamentalmente irrealista y conservadora. Las entidades a las que Barthes compara la
literatura son similarmente ambiguas, oscilando entre una infinidad de significados y una
combinacin de una serie limitada de elementos: el homeostato de Ashby, la moda y el
bajel Argo. Despus de ampliar esta cita con otros ejemplos menos recurrentes en la obra
barthesiana, Lavers juzga que Barthes ha encontrado una respuesta a la cuestin, pero una
que, conforme al estructuralismo, es la opuesta del hombre: el lenguaje. Lo que restara es
la cuestin de un conveniente discurso para hablar acerca de la literatura. Ya no sera
bastante decir que existe una responsabilidad de las formas; el eslabn entre esas formas y
la sociedad a la cual ellas responden debera ser reflexionado. Lavers completa esta
presentacin con un reexamen del ensayo Historia o Literatura?, que Barthes incluy en
Sobre Racine. (Lavers, 1982, pg. 95).
Un artculo que ha llamado particularmente la atencin de la crtica en Ensayos crticos
es crivains y crivants (1960, Arguments), que reaparecer en este estudio tambin.
Susan Sontag hace mencin en el eplogo del libro titulado La escritura misma: sobre
Roland Barthes del que tomamos nota aqu junto con importantes reseas de otros autores.
Susang Sontag aprecia que gran parte de la obra de Barthes est consagrada a retratar la
vocacin del escritor: desde los primeros estudios iconoclastas, incluidos en Mythologies
(1957), del escritor visto por los dems, del escritor como farsante, por ejemplo, en
Lcrivain en vacances, hasta los ensayos ms ambiciosos sobre la forma en que escriben
los escritores, o sea sobre el escritor como hroe y mrtir, por ejemplo en Flaubert y la
oracin, sobre la agona de estilo del escritor. Los maravillosos ensayos de Barthes
sobre escritores deben ser interpretados como diferentes versiones de su gran apologa de
la vocacin del escritor. (Sontag, 1983, pg. 344)
21
Otra diferencia subrayada por Sontag es la divisin que Barthes efecta de los tipos de
escritores entre aquellos que escriben algo (lo que Sartre entiende por escritor) y los
autnticos escritores, que no escriben algo sino que, ms bien, escriben. Barthes- nos
explica-Lavers avala este sentido intransitivo del verbo escribir no solo como fuente de
felicidad del escritor, sino tambin como modelo de libertad. Para Barthes, lo que convierte
a la literatura en un instrumento de oposicin y subversin no es el compromiso que la
escritura contrae con algo ajeno a s misma (con un fin social o moral), sino una
determinada prctica de la escritura misma: excesiva, juguetona, intrincada, sutil,
sensual(Susan Sontag, 1983, pg. 348)
Funt tambin le presta atencin a esta distincin: Existe el escritor informativo- que
Barthes llama el crivant como forma distinta del crivain- que no altera el lenguaje
como existe sino que lo acepta y lo emplea como una herramienta para la comunicacin de
una informacin pre-formulada. Su trabajo puede ser aceptado o rechazado sobre la base
de la informacin que transmite pero la separacin del acto de escritura (o lo que podra ser
mejor llamado, aunque sin denigracin, transcripcin) de su producto es evidente. Esto se
muestra, por ejemplo, en el hecho de que no podra tolerar un examen psicoanaltico de su
obra, que podra ser irrelevante en cualquier caso. Para el crivain, por otra parte, el
lenguaje es, en s mismo, el gran problema. Su accin es inmanente en su objeto, es
ejercida sobre su propio instrumento. (Gane, 2004, vol. III, pg. 138)
Tambin Jouve al abordar la cuestin del autor hace mencin a la famosa distincin
entre escritor y escribiente. La distincin entre escritor y escribiente es, segn Jouve,
crucial en la reflexin crtica de Barthes. Mientras que el escritor, hombre de lo
intransitivo, considera el lenguaje como un fin en s mismo, el escribiente, hombre de lo
transitivo, solo ve en las palabras un vehculo del pensamiento. El primero trabaja la
palabra, el segundo la utiliza. En otras palabras, matiza Jouve, el lenguaje es para el
escritor un hacer, para el escribiente el soporte de un hacer. No es entre la actividad
literaria y la actividad crtica por donde cruza la lnea divisoria, sino entre la verdadera
literatura y la pseudo-literatura. Las nociones de escritor y escribiente no apuntan,
segn Jouve, a la clasificacin, sino a la evaluacin. El autor opina que la distincin
escritor/crtico es de otro orden; ella est fundada sobre la diferencia de los objetos
contemplados: el objeto del escritor es el mundo; el del crtico el lenguaje del escritor.
Ambas prcticas manifestaran lo indirecto. Sin embargo, puntualiza Jouve, lo indirecto del
escritor es asumido, mientras que lo del crtico no lo es. El crtico, a diferencia del escritor,
22
trmino para escritor. Pues para el mero usuario del lenguaje, la persona que simplemente
escribe lo que podra por lo dems decir oralmente, Barthes haba intentado encontrar
nombres menos consagrados: scripteur en El grado cero, y aqu crivant. Esto parece
relegar al intelectual (o crivain-crivant) a un reino exterior de la literatura. Pero ahora,
apunta Lavers, observa una resurgencia a la manera del fnix. Llama, adems, nuestra
atencin sobre el dato de que la posicin del adjetivo (crivant) despus del nombre en
francs claramente sita el nfasis en el escritor (crivain). l es, contina la autora, el
hroe de todo el artculo incluso cuando, como un dios disfrazado, usa el lenguaje como un
mero scriptor. La genealoga, para Lavers, del intelectual difiere en este artculo de la
ofrecida en El grado cero, dado que es conferida mayor importancia al contenido. Aade
que la distincin tambin envuelve el elemento del tiempo. Mientras el deber del
intelectual es consignar lo que piensa inmediata e inequvocamente, el escritor debe
cumplir con el ritmo determinado por el desarrollo de las formas, una ley en s misma.
(Lavers, 1982, pg. 88)
En La literatura, hoy, respuesta a un cuestionario elaborado por la revista Tel Quel
(1961) y recogida en Ensayos crticos (Barthes, 1983, pg. 187-199), Barthes caracteriza la
literatura mediante una comparacin con la moda, explicable por la publicacin prxima
de su obra Sistema de la moda. Califica a ambos sistemas como homeostticos, sistemas
cuya funcin no es comunicar un significado objetivo, exterior y preexistente al sistema,
sino tan slo crear un equilibrio de funcionamiento. Barthes considera que deben ser
revisadas las ideas que se han tenido de ambos sistemas, partiendo de la base de que moda
y literatura son sistemas significantes cuyo significado queda por principio burlado. Para
hacer ms grfica la idea y, tal vez, tambin con el propsito de desvincular de la
modernidad o de la temporalidad puntual el trmino sistema tan en boga desde el
estructuralismo, crea un smil con la mtica nave Argo: Ambas son como la nave Argo:
las piezas, las sustancias, las materias del objeto cambian, hasta el punto de que el objeto
es peridicamente nuevo, y sin embargo el nombre, es decir, el ser de este objeto siempre
sigue siendo el mismo; se trata, pues, ms que de objetos, de sistemas: su ser est en la
forma, no en el contenido o en la funcin. (Barthes, 1983, pg. 189)
Barthes afirma que la historia de la literatura como sistema significante nunca ha sido
llevada a cabo; durante mucho tiempo, escribe, se ha hecho la historia de los gneros.
Despus, bajo la influencia ya de Taine ya de Marx se emprendi la historia de los
significados literarios. Barthes destaca, como exponente mximo en esta empresa, la
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aportacin de Goldmann, que, no obstante, considera incompleta por postular una relacin
analgica entre el trmino histrico y el literario y por representar, a su entender, un
determinismo disfrazado. Para Barthes sera preciso hacer, aunque reconoce la dificultad
de la labor, una historia de las significaciones, es decir, la historia de las tcnicas
semnticas gracias a las cuales la literatura impone un sentido (aunque sea vaco a lo que
dice). (Barthes, 1983, pg. 190).
Interrogado por el periodista acerca de los peligros concernientes a su creencia de que
cada escritor que nace, abre en l el proceso de la literatura (en sntesis: que el
replanteamiento se convierta en un nuevo ritual literario y que se persiga
deliberadamente el fracaso), Barthes puntualiza que existen dos tipos de fracaso: el
fracaso histrico de la literatura, hoy reducida a formular preguntas al mundo, mientras que
el mundo alienado, necesita respuestas; y el fracaso mundano de la obra ante un pblico
que la rechaza. Respecto al primer fracaso, que estara reservado al escritor, a juicio de
Barthes, slo cabe la resignacin; respecto al fracaso mundano, opina que sera dominio de
socilogos o historiadores y advierte que la sociedad rechaza muy pocas obras, negando la
existencia de la cultura del fracaso, de la que el periodista habla. (Barthes, 1983, pg. 191)
En el transcurso de la entrevista explica que dentro de muchas limitaciones actuales,
hay varias maneras de hacer literatura: hacindola acordar con los valores de la sociedad,
hacindola el instrumento de un combate de liberacin de la sociedad o, por ltimo, se
puede conceder a la literatura un valor interrogativo en el siguiente sentido: la literatura se
convierte entonces en el signo (y quizs el nico signo posible) de esa opacidad histrica
en la que vivimos subjetivamente; admirablemente servido por este sistema significante
deceptivo, que, a mi entender, constituye la literatura, el escritor puede entonces a un
tiempo insertar profundamente su obra en el mundo, en las preguntas del mundo, pero
suspender esta insercin precisamente all donde las doctrinas, los partidos, los grupos y
las culturas le dictan una respuesta (Barthes, 1983, pg. 192). Barthes responde tambin a
la cuestin de la existencia de un criterio de calidad de la obra artstica, manifestando cierta
cautela porque considera la calidad literaria como una impresin de rigor ante la
imposibilidad de llevar a la praxis, por su inaprensibilidad a travs de la obra de un
escritor, la propuesta de Valry, que pretenda fundar toda crtica en la evaluacin de la
distancia que separa a la obra de su proyecto. Barthes la considera plausible pero poco
practicable, muestra de ello es que declare que la calidad de una obra podra definirse
como su distancia ms corta con respecto a la idea que la ha hecho nacer. Otro tema que el
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representa el status quo (de hecho, Barthes se abstiene de procesar a ningn crtico en
concreto y arremeter ms contra la sociedad que contra los crticos). El artculo arranca
con una presentacin dramtica que apunta ms como responsables de este rechazo a las
emociones y sentimientos que a las razones intelectuales. Para ello, escribe una mxima
psicolgica todo terreno en la que insertar el rechazo que ha sufrido Mobile: Detrs de
todo rechazo colectivo de la crtica habitual con respecto a un libro, hay que buscar lo que
ha sido herido. Lo que Mobile ha herido es la idea misma de Libro. Barthes deja entender
que este hecho sucede con frecuencia y que en el caso Mobile alcanza ms trascendencia
por el hecho de que la libertad que el autor se toma con respecto al Libro se aplica a un
gnero por el que la sociedad muestra el mayor liberalismo, y que es la impresin de viaje
(Barthes, 1983, pg. 211). De nuevo saca a la palestra en contra de la crtica y en defensa
del escritor la libertad amenazada fuera de los lugares comunes, argumento no carente de
demagogia en la Francia de su poca: Ahora bien, la sociedad tolera mal que se aada a
la libertad que ella da una libertad que se toma. En una literatura en la que cada cosa ocupa
su lugar, y en la que solo hay seguridad, moral, o ms exactamente an, pues est hecha de
la mezcla astuta de la una y la otra, higiene, como se ha dicho en este orden, la poesa, y
solo la poesa, tiene por funcin recoger todos los hechos de subversin que conciernen a
la materialidad del libro. (Barthes, 1983, pg.212)
Para Barthes el hecho de que la infraccin fuese buscada por el autor y no fuese algo
fortuito agrava lo sucedido. Se detiene, para combatir cualquier reproche de negligencia
sobre la obra, a detallar por qu razones la composicin de Mobile est pensada y cmo
pueden aprenderse de su rechazo dos razones que conciernen a la naturaleza tradicional del
libro. A travs de esta exposicin podemos averiguar cul es la crtica que Barthes ha
considerado ms perjudicial a la obra: decir de Mobile que no es un libro es
evidentemente encerrar el ser y el sentido de la literatura en un puro protocolo, como si
esta misma literatura fuese un rito que perdiera toda la eficacia el da en que se omitiese
formalmente una de sus reglas: el libro es una misa, que importa poco que sea dicha con
devocin, con tal de que toda ella se desarrolle dentro de un orden(Barthes, 1983, pg.
213). A continuacin, pasa a considerar la continuidad del discurso literario como uno de
los valores tradicionalmente esenciales, consagrados por una crtica para la que, segn
Barthes, la literatura debe ser un relato, una fluencia de palabras al servicio de un
acontecimiento o de una idea que hace camino hacia su desenlace o conclusin. Al
tiempo que achaca a la crtica, guardiana del Libro sagrado, una oposicin a toda
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apropiacin, la de las enciclopedias, es decir, de todo saber que quiere dominar el plural de
las cosas sin por ello confundirlasFormalmente el orden alfabtico tiene otra virtud: al
romper, al negar las afinidades naturales de los Estados, oblig a descubrirles otras
relaciones, tan inteligentes como las primeras, puesto que el sentido de todo este
combinado de territorios vino despus, una vez estuvieron todos alineados en la bella lista
alfabtica de la Constitucin. (Barthes, 1983, pg. 217)
Con motivo del comentario de Mobile nos brinda su concepto personal de la figura del
escritor: el escritor no se define por el empleo de los tiles especializados que exhibe la
literatura (discurso, poema, concepto, ritmo, rasgo de ingenio, metfora, segn el catlogo
perentorio de nuestros crticos), a no ser que se considere la literatura como un objeto de
higiene, sino por el poder de sorprender, al rodear una forma, sea cual sea, una colusin
particular del hombre y de la naturaleza, es decir un sentido: y en esta sorpresa, la forma
gua, la forma vela, instruye, sabe, piensa, compromete; este es el motivo de que no pueda
tener otro juez que lo que encuentra; y aqu, lo que encuentra; (Barthes, 1983, pg. 218).
Otros aspectos reseables de su crtica son la atencin prestada:
-al orden fragmentario de Mobile que, segn Barthes, destruye en el discurso la nocin de
Parte y remite a una movilidad infinitamente sensible de elementos cerrados (Barthes,
1983, pg. 218)
-La funcionalidad de los objetos en Mobile, que, segn Barthes, aseguran a la obra su
grado de credibilidad, no realista, sino onrica. Los objetos-explica Barthes- hacen
arrancar: son mediadores de cultura infinitamente ms rpidos que las ideas, productores
de fantasmas tan activos como las situaciones; generalmente estn en el fondo mismo de
las situaciones y les dan su carcter excitante, es decir, propiamente movilizador que hace
a una literatura verdaderamente viva. (Barthes, 1983, pg. 220)
La consideracin de que en Mobile no hay, desde cierto punto de vista, ningn
tema, y, por lo tanto, ninguna obsesin: la repeticin de los elementos no tiene
manifiestamente ningn valor sicolgico, sino solamente estructural. A raz de esta
constatacin, contrapondr la esttica de la obra a la esttica tradicional donde todo el
esfuerzo literario consiste en disfrazar el tema, en darle variaciones inesperadas, en Mobile
no hay variacin, sino solamente variedad, y esta variedad es puramente combinatoria.
(Barthes, 1983, pg. 222)
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gnero ni hace alusin directa a ninguna obra literaria que, a su juicio, merezca dicha
denominacin, de tal modo que cuando cree necesario aclarar algn paso recurre al cine
para ejemplificarlo. Tan slo apreciamos dos reparos: la tarea de desacralizar la obra de
masas y la condicin de no hacer de ella una obra de arte clsica disfrazada. Barthes sabe
encontrar la riqueza de todo producto cultural y propone las modificaciones pertinentes
para que la explicacin del texto se adece a este posible nuevo objeto de estudio. Arranca
el artculo definiendo que la explicacin del texto es una crtica de lenguaje y que, por
tanto, incluye un comentario filolgico y un anlisis retrico, cuyo objetivo es hallar las
partes (aristotlicas) de la fbula. Ejercicio, a su juicio, fructfero cuando se aplica a
obras que han sido construidas siguiendo las mismas normas que aqul y que corre el
peligro de convertirse en escolstico cuando se adapta a obras surgidas de la modernidad.
Paso seguido, Barthes define la obra de masas como obra extra-lingstica o que, en
cualquier caso, mezcla cdigos diferentes (palabra, imagen, msica), pero cuya
peculiaridad ms notoria es que es una obra desacralizada, en la medida en que no es
antolgica, no la produce una seleccin, ni pasa por el filtro de una cultura y de una
historia. Tambin la define como obra inmediata, es decir, desprovista de toda mediacin
tica. Admite la posibilidad de que estructuralmente tambin difiera de las obras clsicas
sin detenerse a precisar en qu sentido; tambin la considera candidata, dada la importancia
que gozan los temas en ella, a una crtica temtica muy activa, capaz de encontrar redes de
temas en obras infinitamente variadas. En ella, nos dice, los imperativos de consumo
determinarn la composicin del relato y habr obligatoriamente (es la exigencia esttica,
superior a la exigencia racional) una peripecia. Barthes agrupa todas las exigencias a las
que debe responder la obra de masas con el nombre de pertinencia interna de la obra: las
obras de masas son estrechamente pertinentes, mientras las de vanguardia impertinentes.
Barthes se declara incapaz de prescribir con detalle las modificaciones que debera padecer
la explicacin del texto de la obra de masas, no obstante seala la conveniencia de revisar
nociones crticas como las de la originalidad y la necesidad de aceptar la nocin de
pertinencia esttica, es decir, de lgica formal. A estas reglas aade otras ms ticas: el
planteamiento de la crtica de la obra de masas en relacin con los grandes temas humanos
de la alienacin y la cosificacin, en la consideracin de que la obra de masas (como toda
obra) nunca es inocente y el uso de la obra de masas para explicar al alumno su propio
tiempo y facilitarle la comprensin de una modernidad que, segn Barthes, se sita
demasiado a menudo fuera de la enseanza.
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Barthes haba recibido la influencia de los formalistas rusos y que incluso cinco aos ms
tarde en Sade, Fourier, Loyola reaparece esa concepcin de una realidad atemporal (Jouve,
1986, pg. 22). Pero Barthes, expone Jouve, abandonara pronto el concepto de estructura
por el de estructuracin. La idea de una esencia de la literatura est siempre presente, pero
cambia de lugar. Lo literario no residira ya en la conformidad con un modelo, sino en el
dinamismo textual de produccin que genera toda obra. Jouve toma nota de que la
literatura tal como se define en S/Z no debe buscarse en el producto sino en el trabajo de
produccin. (Jouve, 1986, pg.22)
Lavers recalca que la recusacin del cambio analgico entre historia y literatura puede
incluso ser una implcita limitacin de excitantes aproximaciones modernas a la sociologa
e historia del arte y la literatura. Y recuerda cmo las causas de la moderna crisis en El
grado cero eran presentadas como analgicamente referidas: la quiebra de la escritura
sigue a la quiebra de la sociedad y Barthes estableca explcitamente que la manera de
regresar la escritura a la unidad solo podra proceder de una transformacin anloga a la de
la base social. Todo esto, prosigue la autora, era renunciado por la nueva doctrina de la
literatura de Barthes. l iba en lo sucesivo simplemente a establecer la ausencia de
cualquier reconocible lazo entre historia y constructos humanos y preocuparse solo por la
exploracin de las tcnicas semnticas que mostraran cmo cualquier significado poda
ser impuesto, incluso uno vaco. Lavers constata que Barthes no iba a abordar el
problema de las formas y la historia de nuevo. En Crtica y verdad (1966), que cita como
ejemplo, aparece la historia mencionada como prerrequisito antes que las tres
aproximaciones congruentes con la literatura, potica, crtica y lectura; pero su vnculo no
es reflexionado. Lavers encuentra aqu tambin la explicacin al hecho de que Barthes no
se aprovechara de los ms sofisticados modelos desarrollados durante el periodo
estructuralista: estructuralismo para l, explica la autora, haba llegado a significar la
dependencia del carcter sistemtico de la interpretacin del sentido ms que de la
referencia. (Lavers, 1982, pg. 98). Los problemas discutidos en Historia o literatura? y
el uso en grado de tentativa de figuras y funciones, adems de la distribucin en los ejes
sintagmtico y paradigmtico, en El hombre raciniano eran de hecho las primeras
formulaciones de la potica moderna estructural y anlisis de narrativa. Muchos de estos
puntos, matiza Lavers, iban a ser restablecidos seis aos despus en Crtica y verdad, pero
por entonces su ambivalencia acerca del estructuralismo en la literatura haba llegado a ser
tan grande como su desconfianza hacia el psicoanlisis. (Lavers, 1982, pg. 99)
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Lavers entrev una importante razn para evaluar el peso que la metfora de la moda, a la
que Barthes dedic el estudio Systme de la mode (1967), obra sobre el problema de las
formas y la historia. As nos informa de que Barthes estaba muy impresionado por el hecho
de que el estudio de la moda de Kroeber sobre tres centurias reconociera dos
descubrimientos que coincidan los mtodos de historia a largo plazo en la escuela de los
Annales y las intuiciones de los escritores estructuralistas como Lvi- Strauss. Una era que
la historia no interviene como contenido en la configuracin de la forma. La historia podra
a lo sumo acelerar ligeramente la endgena rotacin de formas y esa rotacin no sera
azarosa sino una racional alternancia de formas posibles. Este sorprendente fenmeno,
postula Lavers, pareci a Barthes probar concluyentemente que la historia o, al menos, la
historia de las formas estaba ms all del alcance de una consciente intervencin y
explicacin analgica. De ah que moda y literatura- y quizs historia humana-pudieran ser
comparadas al homeostato de Ashby. (Lavers, 1982, pg. 97)
En el artculo De la ciencia a la literatura Barthes define negativamente a la ciencia por
aquello que no la caracteriza y, finalmente, despus de descartar como definitorios: el
contenido, el mtodo, la moralidad y el mtodo de comunicacin, procede a valorar
positivamente como esencial su estatuto, es decir, su determinacin social: cualquier
materia que la sociedad considere digna de transmisin ser objeto de una ciencia. La
ciencia es, escribe Barthes, la que ensea. Barthes caracteriza la literatura por la posesin
de todas las caractersticas secundarias de la ciencia, es decir, todos los atributos que no la
definen. El rasgo que, a juicio suyo, las diferenciara es, en principio, tambin comn; pero
asumido de forma distinta por ambas: el lenguaje. Barthes hace referencia al momento en
que histricamente el lenguaje perdi autonoma en el dominio de la ciencia: a partir del
siglo XVI, el desarrollo conjugado del empirismo, el racionalismo y la evidencia religiosa
(con la Reforma), es decir, el desarrollo del espritu cientficohaya ido acompaado de
una regresin de la autonoma del lenguaje, que desde ese momento quedar relegado al
rango de instrumento o de buen estilo mientras que durante la Edad Media la cultura
humana, bajo la especie del Septenium, comparta casi a partes iguales los secretos de la
palabra y los de la naturaleza (Barthes, 1987, pgs.13-21, artculo que haba sido
publicado en el Times Litterary Supplement, 1967)
Barthes considera la literatura derivada del clasicismo y del humanismo el momento en
el que el lenguaje se despoja de su instrumentalidad. Citando a Jakobson, suscribe que lo
potico(es decir, lo literario) designa el tipo de mensaje que tiene como objeto su propia
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anlisis sino como actividad de escritura, abolir la distincin, que procede de la lgica, que
convierte a la obra en un lenguaje-objeto y a la ciencia en un metalenguaje, y poner de esa
manera en peligro el ilusorio privilegio que la ciencia atribuye a la propiedad de un
lenguaje esclavo. (Barthes, 1987, pg. 17)
Barthes considera ilusorio hacer del lenguaje un simple mdium del pensamiento. Para
l tan solo la escritura tiene la posibilidad de eliminar la mala fe que conlleva todo lenguaje
que se ignora a s mismo, y, adems, realiza el lenguaje en su totalidad. Considera que el
discurso cientfico, recurrido como instrumento de pensamiento a modo de estado neutro
del lenguaje, se arroga una autoridad que es la escritura la que debe poner en cuestin.
(Barthes, 1987, pg. 18)
Barthes considera que entre la ciencia y la escritura existe una tercera frontera que la
ciencia tiene que reconquistar: la del placer, del que solo se atrevi a realizar algunas
exploraciones el barroco literario. (Barthes, 1987, pg. 19)
Barthes reivindica una mutacin de la conciencia, de la estructura y de los fines del
discurso cientfico, al tiempo que responsabiliza a las ciencias humanas como reductoras
del lugar cada vez ms exiguo que ocupa la literatura, a la que comnmente se acusa de
irrealismo y de deshumanizacin. Realza la idea de que el papel de la literatura es el
representar activamente ante la institucin cientfica lo que sta rechaza, la soberana del
lenguaje. Barthes opina que el estructuralismo es el que puede replantear el problema del
estatuto lingstico de la ciencia, al tener por objeto el lenguaje, pero es necesario que
previamente supere la etapa en la que se halla de metalenguaje de la cultura, ya que la
oposicin lenguaje-objeto y metalenguaje sigue sujeta al modelo de una ciencia sin
lenguaje. Barthes considera posibles dos vas para que el estructuralismo se vuelva
homogneo respecto a su objeto: la formulacin exhaustiva o la escritura integral; de ellas
Barthes defiende la segunda por la cual la ciencia se convertira en literatura, en la medida
que la literatura ha sido siempre la ciencia, puesto que todo lo que las ciencias humanas
estn descubriendo hoy, la literatura lo ha sabido desde siempre; la nica diferencia est en
que no lo ha dicho, sino que lo ha escrito. (Barthes, 1987, pg. 20-21)
En Laventure littraire de lhumanit, I Barthes sostiene que aproximarse al texto
literario a travs de sus efectos sera irrisorio y para ejemplificar la dificultad de respuesta
recurre a una imagen bastante impactante preguntndose qu sucedera si al cuerpo social
le amputramos La divina comedia o Ulises. Entiende que cada vez se sabe menos cmo
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definir la literatura y muestra cmo algunas de las tentativas definitorias han perdido
vigencia. La basada en la estructura, es decir, por la combinacin de un contenido y una
forma estara puesta en tela de juicio ya que el fondo de una obra es infinito, retrocede
sin cesar, y las tcnicas modernas de anlisis no hacen aparecer ms que nuevas formas de
contenido. La definicin basada en la funcin antropolgica o social tampoco sera
incuestionable porque la funcin es incierta, hoy en da se habra perdido la seguridad de
que la literatura sirva simplemente para instruir, para distraer, ni siquiera para expresar,
representar o reflejar: no hay justificacin teleolgica: la literatura tal vez no sirva para
nada. Tambin niega que se pueda definir en virtud de su valor esttico, moral y filosfico,
teora que habra contado con gran predicamento porque, a su juicio, la modernidad tiende
a separar lo literario de lo humano (denunciado como un engao) y a igualar el texto, el
poema, la escritura o el acto teatral con las subversiones ms fuertes que la humanidad
pueda osar. A la enumeracin de tentativas definitorias aade su personal definicin: As,
como el buque Argo, que conservaba siempre el mismo nombre aunque todas sus piezas
fuesen cambiando poco a poco, la literatura no es en el fondo ms que el nombre estable de
una fuga incesante de conceptos, formas y experiencias (Bordas, 1970 Prefacio a
Encyclopdie Bordas, Tomo VIII)
En este mismo artculo Barthes define la literatura como la ciencia negra, la que, al
margen de la razn, acepta mezclarse con los mitos, los fantasmas y las experiencias lmite
de la humanidad. Saber que no se enuncia a travs de un discurso cientfico. Comprende
que la diferencia entre la ciencia cientfica y la literatura es que la primera no trata de
pensar su propio discurso, mientras que la literatura se constituye siempre como un
discurso sobre el discurso, como crtica del lenguaje.
En Levaluation littraire Jouve hace notar que la repulsin de Barthes por la mala
literatura recubre exactamente el desagrado experimentado ante lo falso natural de las
mitologas: el texto legible, como el mito, es la inversin de la cultura en naturaleza,
prctica hipcrita que rehsa la ostentacin franca de su cdigo retrico. Lo legible, aade,
es lo mtico: un sentido ltimo que naturaliza todo. Y, de hecho, priva al lector de toda
libertad, de todo poder, en la medida en que es imposible re-escribir un texto demasiado
cerrado. (Jouve, 1986, pg. 50)
Jouve estima que es en el combate con el significado, que tiende siempre a imponerse
contra el libre despliegue del significante, donde se juega el valor del texto. Si el sentido lo
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textual de una liberacin cultural. Para encontrarle un sentido a esta contradiccin, Jouve
invoca la concepcin particular que Barthes tiene del mito. Segn el punto de vista que uno
adopta, el mito es alienacin, reduccin, agresin, o liberacin, despliegue, goce (l abre el
plural del sentido multiplicando los niveles de significaciones). En lo que concierne al
anlisis de la escritura como el significante del mito literario, Barthes ha pasado solamente
del primer punto de vista al segundo, puntualiza Jouve. Es as como la escritura rechazada
en El grado cero, como el espejo de la consciencia burguesa, es exaltada en Sade, Fourier,
Loyola, como lenguaje abierto, liberado, incierto. El autor, como colofn a estas
consideraciones, aade que el lenguaje literario es una mitologa, pero una mitologa
franca: ella enarbola los signos de su artificialidad. La literatura no es una prctica, aqu, de
poder; ella no trata de establecer un sentido, un sistema, una verdad. En la medida en que
ella se asume como lenguaje, ella no plantea el significante como medio, sino como fin.
(Jouve, 1986, pgs. 40-41).
Por nuestra parte observamos que en el captulo dedicado a Loyola Barthes alude a la
contribucin de los jesuitas en la formacin del concepto que actualmente se tiene de la
literatura. Los reconoce herederos y propagadores de la retrica latina a travs de la
enseanza, cuyo monopolio tuvieron en la antigua Europa; ellos legaron a la Francia
burguesa la idea del escribir bien, cuya censura se sigue confundiendo a menudo con la
imagen que nos hacemos de la creacin literaria. (Barthes, 1977, pgs. 45-46)
En Investigaciones retricas I, La antigua retrica Barthes haba abordado tambin el
tema del influjo de la orden de los jesuitas en el sistema de enseanza francs. Como inicio
haba sealado la fundacin del gimnasio San Jernimo, convertido enseguida en foco
cultural, que sera imitado en Estrasburgo y Nimes, y haba cifrado en tres siglos el perodo
de su imperio. Barthes nos informa all de que cuarenta colegios siguieron muy pronto el
modelo jesutico. Un momento crucial fue la codificacin de la enseanza que realizaron
seis jesuitas en 1586 cuyo fruto sera la Ratio Studiorum adoptada en 1600 por la
Universidad de Paris. Esta Ratio, nos dice Barthes en Investigaciones Retricas I, consagr
la preponderancia de las humanidades y de la retrica latina. En esta enseanza la
retrica lo dominara todo. (Barthes, 1982, pg. 37)
En su obra Sade, Fourier, Loyola observa que los jesuitas rechazaron ese prestigio de la
literatura que ayudaron a formar en el libro de su fundador. As destaca que un Padre
incluso escribi que en los Ejercicios todo era laborioso, literariamente pobre y que el
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autor solo aspiraba a ofrecer la expresin ms justa, la transmisin del don que l mismo
haba recibido de Dios. Aqu aprecia Barthes una intencionalidad: el descrdito de la forma
que sirve para exaltar la importancia del fondo. (Barthes, 1977, pg. 45)
A esta idea de la escritura como instrumento o decoracin Barthes opone otra idea
posible de la escritura: ni decorativa ni instrumental, es decir, en suma, secundaria pero
previa, antecedente al hombre, al que traspasa, fundadora de sus actos como si fueran
inscripciones. Tomando sus palabras en sentido literal no podemos dejar de advertir
cierta evolucin respecto a sus postulados en El grado cero donde la escritura neutra, tan
ensalzada por l, tena la virtualidad de recuperar la condicin primera del arte clsico: la
instrumentalidad, pero sin estar al servicio de una ideologa dominante.
Vicenta Hernndez en su ensayo El yo en el texto: el estilo como posibilidad de un
psicoanlisis textual, publicado en Autor y texto, fragmentos de una presencia, describe
la teora de la literatura que nos dej Barthes en sus trminos ms positivos dejando a un
lado los momentos sombros en la reflexin barthesiana:
Fragmentariamente y entre digresiones dej una teora de la literatura como placer, como
libertad: la libertad del juego elaborado frente al cdigo de la lengua. En lugar de aceptar o
rechazar el cdigo, se trata de jugar con l, de domesticarlo, de adaptarlo al deseo. Y la
nocin de deseo no contradice en modo alguno la de trabajo: la estilstica nos muestra
precisamente la posibilidad de leer el deseo en los desvos (sintcticos, lxicos,
rtmicos), porque este trabajo de desplazamiento que el escritor realiza sobre la lengua se
deriva tambin de su responsabilidad sobre la forma, y provoca, adems del cart
estilstico, su emergencia como sujeto, en cuyo gozo sita Barthes la verdad de la
literatura; entendiendo este goce de manera doble y simtrica: goce del escritor, goce del
lector, placer del texto. (Josefina Bueno Alonso et alii, 1996, pg. 138)
En la Leon, obra clave barthesiana sobre la literatura, despus de denunciar cmo la
lengua entra al servicio de un poder y cmo se confunden en ella ineluctablemente el
servilismo y el poder, de modo que solo puede existir libertad fuera del lenguaje, presenta
la literatura como reducto de la libertad frente al poder del lenguaje y, adems, la
caracteriza como engao, como seuelo, que permite escuchar la lengua fuera del poder, en
el esplendor de una revolucin permanente del lenguaje (Barthes, 1978, pgs. 15-16).
Advertimos aqu la semejanza con los planteamientos de Blanchot en Le livre venir
donde se afirma en el apartado Parole de pote et non de matre que el lenguaje, en el
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axiomtico del vocabulario oficial francs para los asuntos africanos, que no tena valor
alguno de comunicacin sino solo de intimidacin. Es ms, caracterizaba el vocabulario
utilizando en su definicin el trmino escritura despojado del prestigio con que lo haba
revestido en El grado cero de la escritura (Barthes, 1980, pgs. 140-147): Por lo tanto,
constituye una escritura, es decir, un lenguaje encargado de operar una coincidencia entre
las normas y los hechos y de otorgar a una realidad cnica la fianza de una moral noble. En
general, es un lenguaje que funciona esencialmente como un cdigo; en l, las palabras
tienen una relacin nula o contraria a su contenido. Es una escritura que se podra llamar
cosmtica puesto que tiende a recubrir los hechos con un ruido de lenguaje o, si se prefiere,
con el signo suficiente del lenguaje.
Barthes propona numerosos ejemplos para demostrar el uso polticamente
comprometido, que se estaba haciendo del lxico. Pero, especialmente, nos interesa de su
exposicin las conclusiones generales del anlisis, que dedujo a partir de los trminos
recopilados, por el grado de concrecin y claridad alcanzado. All, nos dice que el
predominio de los sustantivos en el vocabulario estudiado guardaba relacin con el enorme
consumo de conceptos necesarios para cubrir la realidad. Barthes pensaba que el desgaste
de este lenguaje no atacaba de la misma manera a verbos y sustantivos: destruira al verbo
e hipertrofiara el sustantivo. La inflacin moral, sostena Barthes, no se asienta ni sobre
objetos ni sobre actos, sino sobre ideas, nociones, cuyo conjunto est determinado por la
necesidad de un cdigo cristalizado ms que por una forma de comunicacin. Por el
contrario adverta que el lugar del verbo se reduca: el verbo alcanza penosamente solidez
semntica slo referido al futuro, a lo posible o a la intencin, en una lejana en la que el
mito corre menos riesgo de quedar desmentido. Barthes citaba en su apoyo las hiptesis,
que le parecan aplicables al caso, de los gramticos Damourette y Pichon que entre otras
aportaciones haban distinguido el plural masivo y el plural numerativo; segn la primera
expresin, el plural destila una idea de masa; segn la segunda, insina una idea de
divisin. Adems, Barthes atribua al adjetivo un papel ambiguo (pero sorprendentemente
importante en este caso) que, a su juicio, proceda del sentimiento de que los sustantivos
que se emplean, a pesar de su carcter prestigioso, tienen un desgaste que no se puede
ocultar. El adjetivo tendera a liberar al sustantivo de sus decepciones pasadas, a
presentarlo en estado nuevo, inocente, creble. El adjetivo conferira al discurso un valor de
futuro. El pasado y el presente es asunto de los sustantivos, grandes conceptos en que la
idea exime de la prueba. No obstante, Barthes en la poca de Mitologas reconoce que la
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instrumentalizacin abusiva del lenguaje tiene un lmite en la salud del lenguaje que le
permite sacudir ese yugo: Gracias a la impotencia de su esfuerzo, estos malos adjetivos
logran manifestar, en ltima instancia, la salud del lenguaje. Aunque la retrica oficial
intente multiplicar las coberturas de la realidad, hay un momento en que las palabras se
resisten y la obligan a revelar bajo el mito la alternativa de mentira o verdad: la
independencia existe o no existe y los dibujos adjetivos que se esfuerzan por otorgar a la
nada las cualidades del ser constituyen la confirmacin de la culpa
En la Leon observamos que Barthes menciona a Nietzsche y a Kierkegaard como
singulares excepciones que supieron salir de la pared cerrada del lenguaje, pero no los
propone como modelos imitandos por considerarlos inalcanzables: Slo se puede salir
al precio de lo imposible: por la singularidad mstica, tal como la describe Kierkegaard,
cuando define el sacrificio de Abraham como un acto inaudito, vaco de toda palabra,
incluso interior, alzado contra la generalidad, el gregarismo, la moralidad del lenguaje; o
incluso por el amen nietzschiano, que es como una sacudida jubilatoria dada al
servilismo de la lengua. Pero a nosotros, que no somos caballeros de la fe ni superhombres,
solo queda, si puedo decirlo, hacer trampas con la lengua, engaar al lenguaje. (Barthes,
1978, pg. 16)
No obstante su pensamiento debe mucho a Nietzsche no solo formalmente, como cabe
observar en su estilo e incluso en la adopcin de expresiones muy similares a las vertidas
por Nietzsche en Sobre la verdad y mentira en sentido extramoral como la de El lenguaje
es una legislacin que Nietzsche ya haba patentado (Nietzsche, 1988, pg. 43), sino en la
concepcin de la no inocencia del lenguaje y del valor relativo de la verdad frente a la cual
Barthes parece estar siempre en guardia. Podemos confrontar para demostrarlo el pasaje
siguiente extrado de la Leon (Barthes, 1978, pgs. 12 y 13) y pasajes extrados de Sobre
la verdad y mentira en sentido extramoral (Nietzsche, 1988, pgs. 39-52) en los que
Nietzsche desarrolla la idea de que el concepto de verdad ha sido asentado mediante la
ayuda del lenguaje:
El lenguaje es una legislacin, la lengua es el cdigo de ella, porque nosotros olvidamos
que toda lengua es una clasificacin, y que toda clasificacin es opresiva: ordo quiere decir
a la vez reparticin y conminacin. Jakobson lo ha mostrado, un idioma se define menos
por lo que permite decir, que por lo que l obliga a deciryo estoy obligado siempre a
elegir entre lo masculino y lo femenino, el neutro o lo complejo me estn vedados;
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igualmente yo estoy obligado a marcar mi relacin con el otro recurriendo sea al t sea al
usted: el suspenso afectivo o social me es negado. (Barthes, 1978, pgs. 12 y 13)
Oigamos a Nietzsche:
pero ya que el hombre, quiere existir, a la vez por necesidad y por aburrimiento, de una
forma social y gregaria, necesita un tratado de paz y, conforme a ello, procura que
desaparezca de su mundo al menos el ms brutal bellum omnium contra omnes. Este
tratado de paz, sin embargo, conlleva algo que tiene aspecto de ser el primer paso en la
consecucin de ese enigmtico impulso hacia la verdad. Porque en este momento se fija lo
que desde entonces debe ser verdad, esto es, se inventa una designacin de las cosas
uniformemente vlida y obligatoria, y la legislacin del lenguaje proporciona tambin las
primeras leyes de la verdad: pues aqu se origina por primera vez el contraste de verdad y
mentira: el mentiroso utiliza las designaciones vlidas, las palabras, para hacer aparecer lo
irreal como realEl hombre solo quiere la verdad en anlogo sentido limitado () El no
hacer caso de lo individual y lo real nos proporciona el concepto del mismo modo que
tambin nos proporciona la forma, mientras que la naturaleza no conoce formas ni
conceptos, ni tampoco, en consecuencia, gneros, sino solamente una X que es para
nosotros inaccesible e indefinible. Pues tambin nuestra contraposicin entre individuo y
gnero es antropomrfica y no procede de la esencia de las cosas, aun cuando tampoco nos
atrevemos a decir que no le corresponda: porque eso sera una afirmacin dogmtica y,
como tal, tan indemostrable como su contraria (Nietzsche, 1988, pg. 42 y 43) () Qu
es la verdad? Un ejrcito mvil de metforas, metonimias, antropomorfismos, en una
palabra, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas, adornadas
potica y retricamente y que, despus de un prolongado uso, a un pueblo le parecen fijas,
cannicas, obligatorias: las verdades son ilusiones de las que se han olvidado que lo son,
metforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible (Nietzsche, 1988, pg. 45)
Francisco Jarauta en el ensayo Fin-de-sicle: ideas y escenarios se ocupa del
magisterio que ejerci Nietzsche y expone en sentido lato las consecuencias de la muerte
de Dios anunciada por Nietzsche en relacin no solo con el sujeto, sino con el lenguaje
mismo: La muerte de Dios, expone, anunciada por Nietzsche, la muerte del Yo, del sujeto
del saber clsico, ha abierto el espacio de la precariedad: el tiempo de la caducidad y del
precipitarse de las cosas y las palabras en el abismo del tiempo: ha dado lugar al gran
experimento nihilistaNo hay discurso sobre este tiempo; lo posee el enigma y su
52
exploracin queda suspendida. Es as que la muerte del Yo, del sujeto clsico, penetra en el
interior de la escritura misma, que se hace conflicto de fragmentos, espacio aforstico
incomponible. La antigua transparencia del lenguaje, que aseguraba la verdad de la
representacin, se hace opaca, se fragmenta, abandona el ideal de verdad, el proyecto de un
saber capaz de reunir el mundo en la perspectiva del sujeto que sobre l proyecta su visin
o su deseoEste nuevo espacio, en el que todo nombre se fragmenta, ser el lugar en el
que otro nombrar conduzca al individuo al umbral de otra experiencia, aquella que no
podr regresar al viejo horizonte de la transparencia del todo, en la suposicin de que
existiera un lenguaje que garantizaba por su idoneidad aquella verosimilitud. (Rocha,
Teresa (ed.), 1998, pg. 34)
Regresando al concepto de la literatura en la Leon destacamos que despus de enunciar
las tentativas, representadas por Kierkegaard y Nietzsche y difcilmente accesibles a la
comunidad, de escapar al poder del lenguaje, aboga por la nica solucin al alcance: hacer
trampas con la lengua, engaar al lenguaje. Barthes termina por llamar Literatura a esa
trampa saludable, a ese seuelo que permite entender la lengua fuera del poder, en el
esplendor de una revolucin permanente del lenguaje. Previamente escribi que se
esperaba de los intelectuales una rebelin contra el Poder; no obstante, a su juicio, la
verdadera guerra ha de librarse contra los poderes, que se inscriben en la lengua. (Barthes,
1978, pg. 12)
Barthes, como era de esperar, no intenta en este momento, sentar ctedra y utiliza la
frmula Yo entiendo por Literatura en lugar de la literatura es: no un cuerpo o una
serie de obras, ni incluso un sector de comercio o de enseanza, sino la prctica de
escribir. Yo aspiro, contina, en ella al texto, es decir el tejido de significantes que
constituye la obra, porque el texto es el afloramiento mismo de la lengua, y porque es en el
interior de la lengua donde la lengua debe ser combatida, desviada: no por el mensaje del
cual ella es el instrumento, sino por el juego de las palabras de la que ella es el teatro.
(Barthes, 1978, pg. 16)
Barthes considera en esta ocasin equivalentes, literatura, escritura y texto. Asevera que
las fuerzas de libertad que estn dentro de la literatura no dependen de la persona civil ni
del compromiso poltico del escritor, que aqu presenta humildemente como un seor
entre otros, ni siguiera del contenido doctrinal de su obra, sino del trabajo de
desplazamiento que ejerce sobre la lengua. Barthes reconoce que la conclusin lgica de
53
54
una semiologa ortodoxa, la semiologa de los lingistas y procuran excluir a Barthes del
campo de su ciencia. Ms an, Mounin en un captulo de su obra Introduccin a la
semiologa, titulado la semiologa de Roland Barthes escribe: No se puede hablar
cientficamente de l; se lo considera un terico cuando no es ms que un ensayista que lo
confunde todo. En suma, Barthes no hace semiologa, practica psicoanlisis social
(Georges Mounin, Introduccin a la semiologa, Paris, ditions de Minuit, 1970, citado por
Calvet, 1992, pg. 225)
Roland Barthes en Leon (1978) esboza dos momentos en la evolucin de la semiologa,
tal como l la entiende: el primero se remontara a los alrededores de 1954 y gravitara
alrededor de Sartre, Brecht y Saussure, a los que erige como deseables faros de una ciencia
de los signos que activase la crtica social; lo primordial para Barthes habra sido describir
cmo una sociedad produce estereotipos que ella consume como sentidos innatos, como
naturales. La semiologa, tal como la entiende Barthes, habra nacido de la intolerancia a la
mezcla de mala fe y de buena conciencia que caracteriza la moralidad general, y que
Brecht habra llamado, oponindose, el Gran Uso. La lengua trabajada por el poder. Esta
primera etapa de la semiologa sera sucedida por otra, tras la ruptura que supuso mayo del
68, en el que no le pasa desapercibido a Barthes, tan sensible a los abusos de poder, un
fenmeno paradjico: Se ha visto que la mayora de las liberaciones postuladas, las de la
sociedad, la cultura, el arte, y la sexualidad, se enunciaban bajo especies de un discurso de
poder: se vanagloriaba haciendo aparecer lo que haba sido aplastado sin ver lo que, de ese
modo, se aplastaba en otros lugares (Barthes, 1978, pg. 34)
Vicenta Hernndez en El yo en el texto: el estilo como posibilidad de un
psicoanlisis textual, publicado en El autor y el texto, fragmentos de una presencia
aprecia la influencia lacaniana en la pesimista declaracin de Barthes de que el lenguaje
era fascista, pesimismo aliviado por su concepcin de la literatura:
Se ha dicho que Barthes caa en la exageracin cuando en la Leccin inaugural de su
entrada en el Collge de France deca que el lenguaje era fascista y que la lengua como
cdigo y como sistema de valores es tambin una ideologa opresiva. Lacan haba dicho de
alguna manera lo mismo: la lengua es siempre la lengua del Otro, algo que se nos impone,
algo a lo que no podemos escapar. El Otro es lo opuesto al deseo.
Hasta aqu nada cabra decir, y estaramos inmersos en el ms puro pesimismo. Pero
Barthes ofrece tambin la va de escape: frente al fascismo de la lengua un abrupto camino
57
guardada: es el momento de ir all. La semiologa literaria sera ese viaje que permite
desembarcar en un paisaje libre por deshederacin: ni ngeles ni dragones estn all para
defenderla; la mirada puede dirigirse, no sin perversidad, sobre cosas antiguas y bellas,
cuyo significado es abstracto, caduco: momento a la vez decadente y proftico, momento
de apocalipsis dulce, momento histrico del mayor goce. (Barthes, 1978, pg.41)
La idea barthesiana de la prevalencia de la forma sobre el contenido, a nuestro juicio,
no responde a un ideal esttico literario, sino a la conciencia casi gorgiana del carcter
todopoderoso del lenguaje, que l se siente obligado a proclamar y contrarrestar mediante
la prctica escritural de la fragmentacin o digresin. A veces, nos parece, que la
concepcin barthesiana se acomoda ms al mito de Perseo, que debe rehuir la mirada de la
Gorgona (el influjo del poder) para no perder la vida, que al mito de Orfeo que tanto
cautiv a Barthes: Lo que puede ser opresivo en una enseanza, no es finalmente el saber
o la cultura que vehicula, son las formas discursivas a travs de las cuales se proponen.
Puesto que esta enseanza tiene por objeto, como he tratado de sugerirlo, el discurso
tomado en la fatalidad de su poder, el mtodo solo puede realmente inscribirse en los
medios propios para frustrar, desapoderar, o por lo menos aligerar ese poder. Y yo me
persuado cada vez ms de, sea escribiendo sea enseando, que la operacin fundamental de
este mtodo de separarse es, si se escribe, la fragmentacin, si uno expone, la digresin, o
por decirlo con una palabra preciosamente ambigua: la excursin (Barthes, 1978, pg. 42)
Jean Louis Calvet describe la acogida de la conferencia, de la que hemos entresacado las
ideas principales, por el pblico: Pero el conjunto deja a muchos insatisfechos. Al salir de
la sala cuando Alain Robbe- Grillet expresa en voz alta su admiracin por lo que acaba de
or, una periodista de Nouvelles Littraires exhibe una actitud agresiva: Pero, en
definitiva, qu es lo que ha dicho? En suma, no ha dicho nada. Robbe-Grillet toma con
buen humor todo aquello, pero la ancdota simboliza bien una seal de los tiempos.
Barthes irrita a una parte del pblico. Sin embargo la atmsfera de esta leccin es muy
particular. En la sala, donde estn representados todos sus allegados, muchas personas
muestran los ojos llenos de lgrimas (Calvet, 1992, pg. 260)
Una perspectiva ms positiva se vislumbra en la valoracin de Bittner Wiseman. La
autora opina que la Leon es un manifiesto del postmodernismo. Entendiendo por tal una
actitud ante el pasado, una actitud que se convierte en la sospecha que de que la distincin
entre pasado y presente est disolviendo incluso la idea de seres humanos como centros de
59
la historia anticuado, como lo primitivo est sordo al grito de la cultura fuera de lugar.
Lo postmoderno y lo primitivo permanecen en una relacin formal: el primero incluye
tanto lo clsico como lo moderno, el segundo excluye a ambos. Esta relacin puede ser
explorada solo despus de las articulaciones de la oposicin entre clsico y moderno que
figuran centralmente en El grado cero, S/Z y El placer del texto, segn Bittner Wiseman.
Adems, seala El grado cero como la obra que data el nacimiento de lo moderno y entona
un himno a la ceguera de Orfeo. (Bittner Wiseman, 1989, pg. 17)
Bittner Wiseman en Certain Old and lovely Things aborda el tema del concepto de la
literatura presente en La Leon. Literatura y semiologa, expone, estn caracterizadas de
manera que la literatura es una evasin de los poderes de asercin y sujecin en el lenguaje
y semiologa es el espectculo de lo que las ciencias no muestran, es decir, el lugar del
sujeto humano en los lenguajes de la ciencia. La autora constata que la Literatura es
caracterizada por Barthes con los trminos de artimaa, impostura y seuelo
haciendo trampas en nombre y servicio de la libertad. Barthes pensaba que la libertad era la
habilidad de escapar tanto al poder como a la subyugacin del otro ya que el lenguaje nos
impone su esquema clasificatorio, forzndonos a hablar y escuchar a su manera, la libertad
desgraciadamente solo puede existir fuera del lenguaje. A juicio de Bittner, el mensaje de
La Leon es que nosotros debemos adoptar alguna apariencia, debemos aparecer bajo
algn disfraz, aunque no hay manera racional de decidir cul o incluso de delimitar el
campo de alternativas. Tambin opina que, al comienzo, esa semiologa, tal como Barthes
la concibe, dramatiza la relacin entre lector y texto en un modo que fuerza la cuestin
para todo lector de cualquier texto de cmo un texto dado tiene que ser ledo, y al mismo
tiempo indefinidamente pospone la respuesta del texto. La pregunta de cmo leer un texto
dado no es acerca de lo que el texto significa sino acerca de qu clase es, es decir, acerca
de las reivindicaciones que hace y por ello de las actitudes que sus lectores tienen que
tomar respecto a l. (Bittner Wiseman, 1989, p.19)
Bittner considera que una de las primordiales inferencias de la lectura de La Leon es que
si la literatura es un discurso no asertivo, el proyecto de la semiologa es convertir todo
discurso en literatura. Para la autora La Leon es obra de un alto post-estructuralismo, en la
que el post-estructuralismo invoca una teora del lenguaje que comparte con la lingstica
saussureana los principios de la arbitrariedad y la autonoma del lenguaje. La central
preocupacin del post-estructuralismo barthesiano, establece Bittner, es concebir
estrategias de lectura que debiliten el poder; consciente, sin embargo, de que el poder
61
tradicionales, no tienen esta especie de energa de testimonio sobre las clases dominantes
que las de Zola. Barthes se cuestiona sobre la ausencia, al lado de los textos lmites, de los
textos de experiencia de una literatura propiamente realista, que pinten de una manera
crtica, desmitificante, la sociedad. Nadeau replica que este fenmeno es propio de Francia
y propone como ejemplo de lo contrario a la literatura latino americana que opera una
renovacin de las tcnicas novelescas y una puesta en cuestin de las realidades sociales.
Es decir, un compromiso total que pasa por el compromiso primero en la escritura.
Barthes, al intervenir de nuevo, introduce en la conversacin el trmino texto que no
correspondera al sentido burgus de la literatura. Lo define, primeramente, por ser una
prctica que implica la subversin de gneros (Nadeau et Barthes, 1980, pg. 38). Despus,
parece abstenerse de proponer una definicin para evitar, como declara, recaer bajo una
crtica filosfica de la definicin. Por otra parte, aade que no cree que el texto se pueda
definir como un espacio aristocrtico de escritura. Piensa que se deberan revisar las
especies de divisiones ticas y estticas entre la buena y la mala literatura. As, le parecera
criminal (utilizamos el mismo adjetivo) postular una separacin entre, por ejemplo, la
escritura llamada demente y la escritura no demente: el verdadero lmite para Barthes
radicara entre lcrivance y la escritura; ella tiene relacin con el lugar del sujeto en la
enunciacin, segn este lugar sea asumido o no. Es asumido en la escritura, no es asumido
en lcrivance-repite de nuevo. A continuacin, define la escritura como una accin
intransitiva, como una perversin en el sentido de que ella no procrea y se sita al lado del
goce. Barthes cree que la produccin literaria est marcada cada vez ms por un foso entre
una produccin corriente que reproduce los modelos antiguos, frecuentemente con talento,
con una aptitud sensible a la captacin de la actualidad, la sociedad, los problemas, y por
otra parte una vanguardia, muy activa, poco legible, pero muy investigadora. (Barthes y
Nadeau, 1980, pg. 41). Barthes prosigue su reflexin proponiendo, sorprendentemente,
como ejemplo de literatura bastante tradicional al nouveau roman (Barthes y Nadeau,
1980, pg. 42). Al efecto menciona la realizacin de un anlisis de la Jalousie como una
novela de la decepcin de la clase colonial a punto de perder sus colonias. Tambin predica
de esta corriente la legibilidad y la ausencia de una revolucin en la lengua. El nouveau
roman, agrega, ha modificado ciertas tcnicas de la descripcin, ciertas tcnicas de
enunciacin, ha sutilizado las nociones de psicologa del personaje, pero no se puede decir
que represente una literatura lmite. Barthes anuncia que las zonas intermedias de la
literatura, los escritores medios, los escritores menores- por relacin a los gneros- estn
llamados a desaparecer. Reconoce, tambin, tener una cierta idea utpica de la literatura o
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65
PARTE I
66
Jean Piel aborda la cuestin del papel de la crtica al mismo tiempo que hace una resea
de El grado cero en el ensayo titulado La fonction sociale du critique (Avril, 1954,
Critique janvier, pgs. 3 a 12). En el artculo hace referencia a la aportacin de Barthes
despus de presentarnos el panorama que observa en el dominio de la crtica, donde el
volumen de publicaciones crticas es imponente, pero pocos especialistas hacen exclusiva
y abiertamente profesin de juzgar las obras de otro. Comparte la opinin de Blanchot y de
Naudeau de que la vida posible de la obra solo comienza cuando ella sale de las manos del
autor. En su opinin, haciendo regresar la obra al mundo social, el crtico le da vida y
duracin. La funcin que desempea una tal crtica es realmente creadora: dando una
forma, un rostro a la poca literaria, ella permite a esas virtualidades que son las obras
desenvolverse (Piel, 1954, pg. 5). A continuacin, recopila algunas de las concepciones
de crticos destacados sobre la disciplina partiendo de Thibaudet, cuya imagen de la crtica
como puente ha sido retomada por sus sucesores, al tratar de definir la tarea. Para Nadeau,
escribe Jean Piel, el papel del crtico es revelar la existencia del puente,
frecuentemente invisible, que forma la obra entre el creador y el consumidor, y amarrarla
slidamente a las dos orillas. El crtico, segn Nadeau, se apodera de la obra, lanzada al
azar del tiempo; abrevia su recorrido, la fija momentneamente y teje rpidamente entre la
obra y el pblico los mltiples hilos que la tendrn un da prisionera. De las obras as
fijadas de una vez por todas, no hay gran cosa que esperar: ellas, segn Nadeau, se secan y
mueren inmediatamente. As, comenta Jean Piel, paradjica y casi trgicamente, el crtico
solo hara una obra loable y leal cuando fracasa, cuando se debe confesar vencido ante la
resistencia de la obra, cuya vitalidad, perennidad, valor verdadero se encontraran desde
entonces demostrados. (Piel, 1954, pg 7)
Jean Piel interpreta la profusin de esas imgenes y la profundidad de su derrotismo
como testimonio de un malestar cuyas manifestaciones no han cesado apenas de agravarse
desde har unas cinco dcadas y admite que los errores de la crtica han contribuido a crear
este clima, pero opina que tales consecuencias constituyen una prueba ms de la extensin
de las responsabilidades sociales del crtico, de la importancia que reviste el problema de la
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crtica desde que se comienza a reflexionar sobre la evolucin de los fenmenos culturales
en nuestra sociedad. (Piel, 1954, p. 7)
A continuacin, subraya que el ensayo de Barthes, al que califica como brillante, no
aborda directamente el problema de la crtica, pero su esfuerzo de interpretacin de los
desarrollos inauditos de la historia literaria desde hace un siglo, en sus relaciones con los
otros aspectos de la historia, parece de naturaleza a iluminarlos con una luz nueva. Nos
brinda un resumen del contenido del libro y expresa sus reservas respecto a la que
considera temible temporalizacin establecida por Barthes; tambin opina que la relacin
entre los dos rdenes de fenmenos-los fenmenos econmicos, por una parte, a los cuales
Barthes hace alusin, un poco confusamente, bajo su aspecto estructural, y los fenmenos
de consciencia que estn en el origen de las obras de arte, por la otra-no parece, a su juicio,
necesaria con evidencia. (Piel, 1954, p. 9)
No obstante, destaca como esclarecedora la presentacin de la historia contempornea
como la de las invenciones de nuevas escrituras, en el sentido de la palabra inventada por
Barthes, que puede retenerse como una hiptesis cmoda de pensamiento, aunque no se
pueda predecir con certeza el destino que merecera la sutilidad de su inventor. Jean Piel
suscribe las palabras de Michel Vinaver en Essai sur un Roman (dans Lettres Nouvelles,
juin-juillet, 1953). El escritor no est solamente aislado de su pblico y de los otros
escritores, sino tambin lo est de sus propios escritos que, tan pronto como son realizados,
se demudan, enriquecindolo con algunos procedimientos forjados abriendo camino. De
ah la bsqueda angustiada, por parte de los mejores escritores, de incesantes renovaciones
formales, a menos que se hundan pronto en el confort de la imitacin poco a poco
degradada de su invencin inicial: Tal vez no deberamos asombrarnos que la grandeza de
los escritores de nuestros das sea generalmente breve. (Piel, 1954, pgs. 9 y 10).
Se considera que el inters esencial del anlisis de Barthes reside en el nuevo esfuerzo
que representa por integrar la historia de la literatura moderna en la historia simplemente y
se estima que no es seguro que ese libro, que afirma con insistencia la existencia de
relaciones entre el malestar incuestionado de la produccin artstica y el de la consciencia
colectiva en nuestras sociedades, nos ilumine definitivamente sobre la naturaleza concreta
de esas relaciones. Se pregunta si no sera acaso una de las tareas de la crtica seguir este
camino. A juicio de Jean Piel, en una sociedad como la suya donde la posibilidad de
difusin de las obras no cesa de extenderse, es el crtico el que se designa a s mismo para
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expresar la conciencia social frente a las obras creadas en la soledad por los artistas, su
verdadera vocacin, si tiene una, le impone colocarse como observador en las encrucijadas
de la actividad artstica y de las otras actividades sociales. Adems se pregunta, partiendo
del hecho de que la crtica parece zafarse cuando se trata de cumplir esa funcin y de que
ella materializa el malestar mismo de la sociedad, si no constituir una de las causas
esenciales del malestar literario contemporneo. (Piel, 1954, p. 10)
A su juicio, los crticos ms rectos, los ms conscientes de la complejidad de una poca
en plena mutacin, se sealan todos por un sentimiento de inferioridad, es decir, de
culpabilidad, por decirlo todo, por una humildad temerosa frente a responsabilidades que
no se atreven a afrontar (Piel, 1954, p. 10). Al abordar la funcin de la crtica, Jean Piel
hace alusin al trabajo de Roland Barthes manifestando que el crtico debe situarse en el
corazn mismo de su poca para responder a la comunicacin que los hombres de la poca
esperan del crtico, que quedar por debajo de su tarea si se limita a ser un observador
especialista de esta problemtica del lenguaje en que se ha convertido, segn Roland
Barthes, la literatura contempornea, y a dar cuenta de la multiplicacin de las formas
objeto que constituyen las escrituras modernas. Todo lo que puede permitirse un tal crtico,
en opinin de Jean Piel, es partir a la caza de las novedades ms sorprendentes para divertir
a sus lectores: se convertira as en un coleccionista, un apreciador de tonos, un
degustador de escrituras. Es una actividad que puede ser divertida, es decir, de una
utilidad secundaria, pero que, al arrastrar a esos especialistas en el ddalo de los modos
de expresin y en el de la Moda simplemente absorbera su atencin hasta el punto de
disimularles lo esencial: la aportacin que representa la obra nueva a lo que es necesario
llamar la mitologa de la poca. (Piel, 1954, pg. 12)
EL CUESTIONAMIENTO DE THIBAUDEAU
Arrancaremos el tema con las respuestas de Barthes a un cuestionario guiado por Jean
Thibaudeau destinadas a una serie de entrevistas televisadas bajo el ttulo general
Archives de XX sicle y publicadas en la obra Barthes, el proceso de la escritura,
(Argentina, Ediciones Calden, 1974) en las que se alude extensamente a la gnesis,
influencia y expectativas de Barthes sobre el libro. A continuacin, haremos una breve
referencia a la entrevista realizada por Nadine Dormoy y tambin, acto seguido,
incluiremos dentro del prembulo el pasaje que el propio Barthes dedica a El grado cero
en Mitologas; por ltimo, expondremos el contexto cultural que, a juicio de los crticos,
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trmino, del que se defiende aduciendo que ha ledo mucho menos de lo que Thibaudeau
pudiera suponer. (Barthes, 1974, pg. 48)
Varios lustros despus de la publicacin de El grado cero en Encuentro con Roland
Barthes, publicado en The French Review de 1979, Nadine Dormoy observa que hay
formas de lenguaje de las que Barthes desconfa particularmente, proponiendo como
ejemplo el aserto de Barthes en El grado cero de que el pretrito indefinido y la tercera
persona de la novela no son otra cosa que ese gesto fatal mediante el cual el escritor seala
con el dedo la mscara que lleva puesta (Dormoy, 2002, pg. 178). Barthes introduce una
matizacin mediante una hiptesis: digamos que, si quisiera escribir una novela, me
incomodara un poco utilizar l, ella, el pretrito indefinido, y dar nombres propios a
mis personajesPorque todo eso forma parte de un cdigo completamente gastado; si
empleara esas formas, querra decir que asumo el cdigo en su desgaste. No es imposible;
podra decir que lo asumo y aceptar escribir una novela como antao; pero eso crea
problemas importantes. Existe una resistencia a ciertas formas. (Dormoy, 2002, p.179).
En el apartado El mito como lenguaje robado de Mitologas (Barthes, 1980, pg.
225-232) Barthes, al tiempo que expone la relacin entre lenguaje y mito, hace alusin
explcita a su obra El grado cero y consagra un apartado al estilo y al lenguaje potico.
En l hallamos pasajes pertinentes para nuestro objeto de estudio. Pasajes, que no
transcribiremos aqu en su integridad, pero s por extenso. Apreciamos, en un primer
acercamiento, que Barthes caracteriza a la lengua de modo paralelo a la caracterizacin,
que ya hiciera, de la literatura, esto es, con la posesin de seales que evidencian una
intencionalidad.
La lengua, que es el lenguaje ms frecuentemente robado por el mito, ofrece una
resistencia dbil. Contiene en s ciertas disposiciones mticas, el esbozo de un aparato de
signos destinados a manifestar la intencin que la hace emplearHay que recordar una
vez ms que la privacin de sentido no es de ningn modo un grado cero, por lo que el
mito puede perfectamente apoderarse de l, darle, por ejemplo, la significacin del
absurdo, del surrealismo, etc. En el fondo slo el grado cero podra resistir al mitoHe
aqu otro lenguaje que resiste, cuanto puede, al mito: nuestro lenguaje potico. La poesa
contempornea es un sistema semiolgico regresivo. Mientras que el mito apunta a una
ultrasignificacin, a la amplificacin de un sistema primero, la poesa, por el contrario,
trata de reencontrar una infrasignificacin, un estado presemiolgico del lenguaje; en
71
76
Pozuelo Yvancos considera numerosos los textos extrables que sealaran a Barthes
como germen terico de la deconstruccin, tanto en coincidencias terminolgicas que no
pueden ser, a su juicio, casuales como la direccin concreta de la nocin de escritura en
tanto fuerza de produccin primaria y de vnculo con la ideologa y la historia, como
ciencia supraindividual y previa al habla, rasgos que, junto a otros ms especficos, definen
tambin el sentido derridiano. Por ltimo, aun reconociendo que no puede ofrecer datos
acerca de la cercana estilstica entre este ensayo y los de Derrida en el espacio que
dedica al tema, aventura la idea de que es un ensayo deconstructivista avant la lettre
(Pozuelo Yvancos, 1994, pg. 145)
Rybalka Michel se encuentra en una posicin prxima a Pozuelo Yvancos (aunque solo
circunscrita a un tramo de la trayectoria de Barthes) cuando en Barthes and Sartre
establece en la trayectoria intelectual de Barthes una cuarta fase ms ntima, una fase de
suave, anti-teora, deconstruccin. Barthes ya no sigue ningn modelo mientras se refiere
en ocasiones a Nietzsche. Barthes caracteriza nuestro tiempo presente como un momento
de suave apocalipsis y su propsito es reintroducir ciertas formas de sentimentalismo y
hedonismo en el discurso. Rybalka advierte que Sartre hace un esfuerzo similar al
barthesiano de pensar contra s mismo, como ponen de manifiesto sus titubeos acerca del
marxismo, pero rechaza severamente cualquier idea de frivolidad o de modo. En este
aspecto, incidentalmente, el ltimo Barthes se acerca a Jean Cocteau. (Mike Gane and
Nicholas Gane, 2004, p. 199)
77
Raymond Queneau haba intentado en vano hacer publicar El grado cero en Gallimard,
segn nos informa Calvet. Luego Jean Cayrol y Albert Bguin renovaron el intento y el
libro, cuyo ttulo est tomado del artculo de Combat de 1947, y que contiene los artculos
de 1950, a los cuales se agregan algunos inditos, fue aceptado por Seuil. Con este primer
libro entra en la casa editora a la que estar vinculado toda su vida. Cuando sale su libro
Barthes indica en su dedicatoria a Nadeau que ese libro le corresponde de derecho.
Tampoco se olvida de su estancia en Alejandra con Greimas, al que le enva un ejemplar
con parecida dedicatoria. (Calvet, 1992, pg. 134).
Philip Thody, en Roland Barthes, a conservative estimate, constata tambin que el xito
granjeado por Barthes le permitira no vocear sus mercaderas. Desde 1953, Barthes slo
escribira generalmente bajo encargo.
En cuanto a la recepcin por la prensa, Calvet ofrece un resumen de los artculos
favorables y desfavorables ms significativos que le siguieron: Maurice Nadeau le dedic
ocho pginas en Les lettres nouvelles en un tono elogioso (julio de 1953), FranceObservateur que tambin la acogi favorablemente, hizo una resea de tres pginas (11 de
junio de 1953), en Mdecine de France Guy Dumur la ponder mucho. Calvet destaca que
los elogios no slo proceden del crculo prximo a Barthes y hace referencia a una resea
elogiosa de Dominique Arban en Le Monde, aunque deja entrever que la autora entendi la
obra de modo singular (3 de octubre de 1953). Tambin destaca el artculo de Roger
Nimier en Carrefour favorable para Barthes (8 de abril de 1953) y sobre todo el escrito por
B. Pontalis en Temps modernes, la revista de Jean Paul Sartre, (noviembre de 1953, pgs.
934-938) que seala insuficiencias en la obra de Barthes: El rigor de las distinciones y la
seguridad a veces irritante del tono parecen disimular alguna dificultad en el pensamiento
de Barthes y luego se pregunta si hay que contentarse con reprochar a la perspectiva de
Barthes su esquematismo y confiar en el mtodo que l quiere promover. Para Calvet, que
echa en falta en el artculo de Pontalis alguna alusin que relacionase a Barthes con Sartre,
el concepto barthesiano de escritura podra corresponder al concepto sartreano de
compromiso y por tanto hablarse de cierta convergencia filosfica entre ambos. (Calvet,
1992, pg. 135)
78
Por nuestra parte tales insuficiencias no nos parecen derivadas del esquematismo del
ensayo, sino del ejercicio de una crtica destructiva por parte de Barthes, una especie de
Requiem, que por su propia naturaleza no ofrece un modelo alternativo concreto estable.
De hecho, a veces, expresa redundantemente varias ideas. Haciendo difcil distinguir si se
trata de la reiteracin retrica que busca captar la voluntad del oyente o del lector o bien un
rasgo inconsciente de su estilo. La idea de la destruccin no solo se plasma en la
presentacin estereotipada y casi estandarizada de la produccin literaria sino en las
imgenes y mitos como el de Orfeo y Eurdice al servicio de una personalizacin de la
literatura que conlleva la consideracin mortal de su naturaleza (donde atisbamos un
anticipo de La muerte del Autor). La creacin literaria al desamparo del genio y de las
musas parece ahora un precipitado de agentes sociales y personales indisoluble e
indiscernible.
Marie Gil, en Roland Barthes au lieu de la vie, observa que en esta compilacin de
textos publicados en 1953 se opera una refundicin y una complementacin de los
artculos publicados desde 1947 en Combat: por la composicin en dos partes y la adicin
de ciertos textos, as como por la reescritura general que borra la evolucin de su
pensamiento ideolgico cada vez menos marxista. Marie Gil expone que Barthes se siente
seguro del combate que dirige en aras del compromiso poltico e histrico del lenguaje
literario, que rene las tesis sobre literatura de Sartre y de Camus en las perspectivas
formal e histrica originales. (Gil, 2012, pg. 184)
Philippe Roger, que tambin detiene su atencin en la composicin heterclita de la obra,
evala en alto grado la repercusin de la obra Barthesiana en el fenmeno de la
interrelacin de disciplinas con la literatura en el captulo Pseudo- Barthes de su obra
Roland Barthes, Roman. Primero, procede a enmarcar la obra en el contexto cultural de
postguerra representado por Sartre, Blanchot y los Estudios de estilo de Leo Spitzer
(Roger, 1986, p.46).
Hacemos un inciso para destacar que es precisamente a Leo Spitzer a quien atribuye
Hernndez Vista el mrito de haber patrocinado el encuentro de la Lingstica y la
Literatura, poniendo a su servicio su sensibilidad, su cultura y su preparacin lingstica de
consuno. Y ha ido ms lejos an, al proclamar la necesidad de un mtodo cientfico, el del
crculo filolgico. Prescindiendo de los juicios de valor que formula Hernndez Vista, es
conveniente exponer su anlisis porque nos da pistas sobre los pasos de Barthes, aunque no
79
Objeto por medio del acto ltimo de todas las objetivaciones, la destruccin: sabemos que
el esfuerzo de Mallarm se centr sobre la aniquilacin del lenguaje, cuyo cadver, en
alguna medida, es la Literatura. Partiendo de una nada donde el pensamiento pareca
erguirse felizmente sobre el decorado de las palabras, la escritura atraves as todos los
estados de una progresiva solidificacin: primero objeto de una mirada, luego de un hacer
y finalmentede una destruccin, alcanza hoy su ltimo avatar la ausencia: en las escrituras
neutras (Barthes, 2012, pg. 11)
Philippe Roger opina que, en cuanto a la composicin, hay remiendos en esta coleccin
de ensayos; no solamente porque estn cosidos juntos artculos ya aparecidos en otros
lugares y textos inditos, cuya composicin se escalona en una media docena de aos, sino
porque se encuentra en ella un curioso revoltijo de lenguajes heterclitos que se
encabalgan sin fundirse nunca completamente. Ms de una vez, opina el crtico, el
reencuentro de esos lenguajes no evoca tanto la imagen barthesiana de la encrucijada
como aquella, ms brutal, de una colisin que conferira al libro su tensin, su
nerviosismo- y a sus tesis una sospecha de desequilibrio. (Roger, 1986, pg. 302)
Roger propone como ejemplo el tratamiento reservado a las escrituras blancas que
estn en el corazn de la pesquisa; esas escrituras, las de Camus, Blanchot, Cayrol, forman
objeto de un anlisis que las mide con la medida de las ambiciones que Barthes les presta;
y este anlisis desemboca en la constatacin de un callejn sin salida ya registrado, que
resume la frase: Desgraciadamente, nada hay ms infiel que una escritura blanca. Pero la
paradoja, observada por Philippe Roger, de esta lucidez crtica desmitificadora es
inscribirse en un mito de la Literatura en proceso de prdida; mito tan intratable como
injustificable, que irriga sordamente tanto el cuadro sociolgico como las ideas
lingsticas. Constata que el prefacio evoca esas mismas escrituras blancas bajo otro
tono, hacindolas pasar por el ltimo momento de una Pasin de la escritura (D/Z, 10).
(Roger, 1986, pg. 303)
Philippe Roger despus de releer el compendio y confrontar la versin definitiva y los
estadios anteriores (proporcionados por los artculos de Combate) concluye que lejos de
poder imaginarlos sobre el modelo de un ir y venir dialctico, la sinuosidad de la reflexin
de Barthes, entre 1944 y 1955, traduce ms bien la atraccin ejercida por dos polos
antagnicos, entre los cuales solo es posible una mediacin retrica: un sentimiento
trgico de la escritura y, por otra parte, la seduccin intelectual que ejercen sobre l los
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principios de explicacin puestos a su alcance tanto por el anlisis sartreano como por
una sociologa marxista. Dos tipos de discurso incompatibles que todo el arte de Barthes,
en El grado cero, no llega a acoplar en sistema. Es ms, comenta Philippe Roger, el libro
de 1953 lejos de marcar, al hilo de sus correcciones y aadidos, un militantismo
acrecentado y una politizacin ms franca, se seala por una insistencia ms pblica que
en los artculos de Combate sobre la esencialidad del drama de la escritura, as como por
una toma de distancia mucho ms espectacular respecto a las formas actuales, observables,
del compromiso de la literatura. (Roger, 1986, p. 310).
Las dos adiciones (escritas para la edicin en libro, y que no deben nada a los artculos
de 1947, 1950 o 1951) estn insertadas, a distancia la una de la otra, en la primera y
segunda parte; ellas son sin embargo complementarias: la primera la emprende con el
realismo contemporneo; la segunda con las escrituras intelectuales.(Roger, 1986, p.
311)
Adems, opina que el captulo Escritura y revolucin- el nico indito de la segunda
parte, que, por otra parte, retoma casi sin cambio los artculos encargados y publicados por
Maurice Nadeau- es un ataque a fondo, apoyndose en citas, contra dos sostenedores del
realismo socialista francs, que son tambin los ms duros panfletarios de la prensa
comunista: Roger Garaudy y Andr Still. Su escritura novelesca, escribe Barthes,
multiplica los signos ms gruesos de la Literatura; bajo pretexto de realismo, ella
contina asumiendo sin reserva las preocupaciones formales del arte de escribir pequeo
burgus. (Roger, 1986, p. 312)
Despus de este vapuleo, la conclusin parece benigna- apostilla Roger, que sugiere que
tal vez esta sabia escritura de los revolucionarios traduce el sentimiento de una
impotencia para crear desde ahora una escritura. Conclusin que en realidad retoma una
lnea de argumentacin contra la cual los idelogos literarios del PCF luchan ferozmente,
puesto que contradice las tesis jdanovianas en vigor sobre la Literatura positiva, posible
y deseable hic et nunc. Surgida de considerandos un poco diferentes, la incredulidad que
Barthes testimonia al respecto de la nueva literatura realista de los comunistas enlaza con
la de Andr Bretn formulada veinticinco aos antes en la que manifestaba su falta de fe en
esta literatura porque en periodo revolucionario, el escritor o el artista, de formacin
necesariamente burguesa, es por definicin inepto para traducirla. (Roger, 1986, p. 312)
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Roger responde a la hipottica objecin de que estos autores por su estilo pudieran
desagradar a Barthes sin por ello inferirse que no se identifique con el pensamiento
marxista y sartreano, llamando la atencin sobre el hecho de que la segunda adicin
significativa de la edicin de 1953: el captulo titulado Escrituras polticas, marca
todava ms netamente la preocupacin de Barthes por desolidarizarse del compromiso de
la escritura, tal como se practica, esta vez, no en la novela comunista, sino en las revistas
de la izquierda no comunista lo ms ceido posible a las posiciones que deberan ser las
de su detractor. Porque no es ya a cualquiera de sus avatares desviados, sino a la escritura
marxista y a las escrituras intelectuales en primera lnea, la de Los Tiempos modernosa las que Barthes, aqu, va a enfrentarse. Esas escrituras que l llama indiferentemente
intelectuales o polticas van a ser objeto de un anlisis indito en 1953 que no es
menos devastador que el de Escritura y revolucin (Roger, 1986, p. 315).
No obstante es necesario que apuntemos al hecho de que Barthes en su desaprobacin del
naturalismo no disiente de todos los tericos marxistas. As, Lukcs, al que no menciona
Philippe Roger, tiene un anlisis de la decadencia de la novela francesa (Balzac, Stendhal y
Zola, 1952), donde escribe sobre la ilusin del naturalismo, la creencia de que el artista
puede volver a atrapar el sentido de la realidad mediante la mera acumulacin. All donde
el realista selecciona, el naturalista enumera. Como el maestro de Tiempos difciles, de
Dickens, el naturalista pide hechos y ms hechos. Zola tena apetito insaciable del detalle
circunstancial, pasin por la medida del tiempo y los inventarios. Su gusto por lo vivo era
el que puede respirarse en una factura comercial. Pero esta teora de la novela, arguye
Lukcs, era radicalmente falsa. Lleva a la muerte de la imaginacin y al reportaje. Lukcs
no se compromete con su visin crtica. Celebra a Balzac, hombre de principios realistas y
clericales. Condena a Zola, progresista en el sentido poltico, y arspice del realismo
socialista (Steiner, 1982, pg. 332)
Opinamos que la huella marxista es cuestionable no por la puesta en la picota de las
obras de algunos escritores de ideologa izquierdista, sino porque, en primer lugar, la clase
social, continuamente invocada, por Barthes: la burguesa, la bestia negra de los sectores
comunistas, es presentada, a fin de cuentas, como autoconsciente de limitaciones que no
puede superar. En segundo lugar, aadimos la subestimacin barthesiana de la capacidad
innovadora del proletariado.
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democrticas. Georges Sand resolva el problema de las clases casando las princesas con
los pastores. Victor Hugo rehabilitaba al presidiario de gran corazn, una el descendiente
de los grandes burgueses con la hija de la prostituta. Mientras que los grandes romnticos
soaban los cuentos de hadas, los conflictos sociales se envenenaban por el odio, la
humillacin y el temor. La revolucin industrial haba reunido en las grandes ciudades un
proletariado miserable y desesperado. La burguesa senta miedo. Desde haca treinta aos
ella combata en dos frentes. Antes de que ella hubiera tenido tiempo de consolidar por la
potencia industrial sus ganancias de la Revolucin, su serenidad estaba ya perturbada por
las nuevas fuerzas sociales, todava confusas en 1830, ms coherentes en 1848, cuando
ellas enarbolaban ya la bandera roja, organizadas en fin y poseyendo una doctrina desde
1870. Las capas superiores de la burguesa tendan a aliarse con los partidarios del Antiguo
Rgimen, monarquistas, orleanistas, o legitimistas e, incluso si ellas aceptaban
tericamente 89, ellas estaban resueltas a retrasar todo lo posible la evolucin hacia la
libertad y la igualdad. La filosofa oficial del rgimen se pone al servicio del orden
establecido; el idealismo humanitario, sutilmente vaciado de su contenido, es reducido a
una fraseologa decorativa. En todas las ctedras de Francia, los discpulos de Victor
Cousin invocan Platn, Socrates, Leibnitz, Spinoza, la esttica, la tica, la ciencia, los
grandes principios y los grandes hombres prara justificar la propiedadLa gran burguesa
en otro tiempo volteriana, acogi con alegra una religin que condenaba los insatisfechos
y permita al partido del orden reinar sin oposicin (Tison Braun, Tome I, 1890- 1914,
1958, Tome I, pg. 38)
Adems, el famoso manual de literatura La littrature franaise du sicle romantique
perteneciente a la coleccin Que sais-je? abre precisamente su tercer captulo bajo el
epgrafe de La generacin del segundo imperio (1850).
Philippe Roger subraya que Barthes utiliza, por primera vez, el trmino scripteur
para calificar a los adeptos de las escrituras intelectuales; trmino situado, a tenor de sus
palabras, a medio camino entre el militante y el escritor, extrayendo del primero una
imagen ideal del hombre comprometido, y del segundo la idea de que la obra escrita es un
acto. Tambin, le sorprende al estudioso de Barthes el hecho de que describa la literatura
marxista como tautolgica, desde el momento en que cada palabra es slo una referencia
exigua al conjunto de los principios que la sostienen de una manera inconfesada.
Suspendiendo todo plazo entre la denominacin y el juicio, esta escritura tiene por
funcin economizar un proceso (DZ. 21). Philippe Roger considera que el aserto
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barthesiano de que todo escrito poltico solo confirma un universo policial, al igual que
toda escritura intelectual instituye una paraliteratura, que no osa decir su nombre es
premisa de la clusula inexorable: El callejn sin salida de esas escrituras es pues total,
ellas slo pueden remitir a una complicidad o a una impotencia, es decir, de todas formas,
a una alienacin (Roger, 1986, p.316)
Roger realza, como dato significativo de las posiciones de Barthes, la manipulacin a la
que somete el artculo de 1950, convertido en conclusin del compendio. Por un lado,
Barthes borra la referencia explcita a la tragedia contenida en el ttulo y la substituye
por el eufemismo: La utopa del lenguaje; por otro, retoca el final del texto y este
retoque, a juicio del crtico, no es superficial; pues lo que decae es toda apelacin a la
funcin cientfica, toda la promesa de un maana maravilloso, hecha en 1950 al hombre
reconciliado por el saber. Roger cita la versin original:
El objeto mismo de su reflexin (la de escritor) se le escapa en parte: el hombre eterno
constitua el monopolio de los filsofos y de los escritores burgueses; el hombre histrico
pertenece tambin a los historiadores, a los socilogos, a los lingistas, a toda una clase de
tcnicos, designados por tareas precisas, y liberadas por ello de este terror de una
responsabilidad vaga y general, que consistira en el lenguaje de la condicin intelectual, y
no en su empresa. Frente a la funcin cientfica (puesto que ahora hay ciencias del hombre)
la escritura literaria se vuelve cada vez ms un signo magnfico y desierto. Confrontado
por todas partes con la exigencia de un conocimiento total, desgarrado entre su lucidez y su
lenguaje, apenas necesario, el escritor est separado de los hombres, de los que l
considera la condicin, por todo el espesor de un mito muerto que lo mantiene prisionero
de sus ritos. Entonces solo el saber puede reconciliarlo con cualquier momento de la
Historia que lo espera, cualquiera que sea. Pues es toda la literatura degradada por su
forma la que est precisamente amenazada en beneficio de una literatura de explicacin y
de combate (Le sentiment tragique de lcriture, Combat, 14 dcembre 1950) (Roger,
1986, p.317)
Mientras que en 1953, el acento final es bien diferente. Ninguna palabra de ese saber
que sera el patrimonio de toda una clase de tcnicos. La frase de Barthes As, salvo
renunciar a la Literatura, la solucin de este problema no depende de los escritores (DZ,
64) le parece altamente significativa a Roger, pues ve en ella la reafirmacin de la
impotencia del escritor para hacer de ella la razn de ser del hecho literario-la razn
86
87
Como colofn a este apartado transcribiremos el demoledor juicio que Robbe- Grillet
hace del estilo compositivo de Barthes, al que parece atribuirle la funcin de desvertebrar
ms que la de estructurar.
Robbe-Grillet en Pourquoi jaime Barthes dedica una atencin especial a El grado cero
caracterizando la estructura de deslizamiento que observa en la obra, como opuesta al
pensamiento conceptual en la medida en que esta estructura abandona sin cesar las
posiciones que ella aparenta haber conquistado, hasta tal punto que afirma retener de la
obra ms la forma que el contenido por la ausencia de una idea firme. Por nuestra parte,
nos adherimos en lo pertinente a la forma que causa desconcierto en el lector sin
posicionarnos sobre la vala conceptual o formal de la obra tan controvertida.
Transcribimos casi en su integridad el prrafo de Robbe-Grillet que se apoya en ejemplos
concretos y que constituye tal vez una de las crticas ms duras que ha recibido El grado
cero: Nos encontramos al principio del Grado cero de la escritura una serie de metforas,
concernientes a la lengua como naturaleza, que se suceden de esta forma. Si estuviramos
ante un pensamiento conceptual normalmente organizado, esta serie metafrica cercara
cada vez ms un objeto cuya densidad crecera sin cesar; mientras que, cuando se lee ese
texto con atencin, se percibe que es todo lo contrario. Se parte de algo firme. se sabe que
la lengua es un cuerpo de prescripciones y de costumbres comn a todos los escritores de
una poca (es neto, es as) y, enseguida, esto comienza a deslizar: lo que equivale a decir
que la lengua es como una Naturaleza que se desliza enteramente a travs de la palabra del
escritor, sin darle, sin embargo, forma alguna, incluso sin alimentarla. Ah hay una
especie de timo pues en realidad, aquello no equivale en absoluto. Es una idea que se ha
deslizado, y va a continuar deslizndose as, de metfora en metfora. Aunque, en una sola
pgina, se habr, no tomado pie, sino perdido pie: el nadador creyendo estar en las aguas
bajas que van a permitirle tocar fondo habr por el contrario perdido fe completamente,
perdiendo incluso la nocin de pie puesto que se ve flotar en alta mar. Desde el final de la
primera pgina, yo floto, y si yo me aferro al texto en tanto que texto que yo recito de
memoria, es porque yo no puedo aferrarme a un pensamiento firme que sera para m la
esencia del texto. Ese texto no es separable, para retomar las frmulas sartreanas en un
contenido y en una forma, yo no puedo encontrar otra cosa que la forma, ella no tiene otro
contenido que esta especie de deslizamiento que se ha producido. Y eso me parece
caracterstico (Robbe- Grillet, 2001, pg. 29- 30)
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90
Segn Lvi- Strauss, explica Frdric Kek, todo el lenguaje est constituido sobre un
vaco, o ms bien sobre un desplazamiento originario entre el sentido y la ausencia de
sentido, como lo muestra el anlisis lingstico del fonema cero: la dinmica histrica
del lenguaje solo se explica si se supone que hay en el origen un significante flotante, vaco
de todo sentido, que llama a un significado para ocuparlo, llamada nunca satisfecha y
siempre vuelta a relanzar. A partir de ese desplazamiento originario las relaciones entre
significantes y significados son posibles en su dinmica propia, y es por el hecho de ese
desplazamiento que la cultura se separa de la naturaleza, puesto que ella plantea a partir del
vaco primordial un orden enteramente nuevo, que en seguida intenta organizar de manera
que sus reglas sean tan universales como las de la naturaleza. Barthes, contina Kek (F.
Kek, 2005, pg.302), propone aqu un anlisis comparable de la escritura literaria. Al
plantearse como Forma pura, la literatura moderna rompe con la lengua, orden natural
planteado por la literatura clsica: La lengua es como una Naturaleza que se desliza
enteramente a travs de la palabra del escritor, sin darle, sin embargo, forma alguna,
incluso sin alimentarlaLa lengua est ms ac de la Literatura (Barthes, D/Z, pgs. 1718). Por el contrario, a partir del momento en que la escritura literaria se ha manifestado
como Forma pura, el espanto ante el vaco de esta Forma la conduce a constituir un nuevo
orden, que es anlogo al de la naturaleza, aun cuando es, sin embargo enteramente social e
histrico: es aquello que Barthes llama el estilo: La lengua est ms ac de la Literatura.
El estilo casi ms all: imgenes, elocucin, lxico, nacen del cuerpo y del pasado del
escritor y poco a poco se transforman en los automatismos de su arte. As, bajo el nombre
de estilo, se forma un lenguaje autrquico que se hunde en la mitologa personal y secreta
del autor, en esa hipofsica de la palabra donde se forma la primera pareja de las palabras y
las cosas, donde se instalan de una vez por todas, los grandes temas verbales de su
existencia (Barthes, D/Z, pg. 18)
Kek intrepreta que el estilo, tal como es concebido por Barthes, introduce una dinmica
histrica en el orden de la lengua porque introduce una profundidad natural en la
horizontalidad cultural de la lengua comn: constituye la escritura literaria como factor
esencial de la cultura, puesto que produce la inteligibilidad en una pluralidad de niveles de
significacin (Kek, 2005, pg.303). Se puede decir entonces que la literatura moderna se
presenta como una combinatoria estructural de muchos niveles que permiten describir algo
como una lgica completamente cultural constituida a partir de la naturaleza o de las
cualidades sensibles, de manera que el escritor expresa las sujeciones y las posibilidades de
91
su peso sensible. Esto explicara que el ltimo Barthes sea tan poco estructuralista,
justificando entonces el juicio de Lvi-Strauss, segn el cual, el anlisis estructural no
estaba en su naturaleza. Pero tal vez, sugiere Kek, es necesario buscar las razones de este
fracaso menos en la psicologa de Barthes que en la situacin de la crtica literaria que
intenta tomar distancia de su objeto, aun cuando ella est todava muy prxima, si bien la
alternativa para ella est entre la lectura literal y el formalismo puro (Kek, 2005, pg. 309)
Funt tambin destaca que una decisiva influencia fue ejercida particularmente sobre
Barthes por Claude Lvi- Strauss quien, basando sus mtodos extensamente en los de la
lingstica estructural, haba rigurosamente llevado a cabo la examinacin de la relacin y
transformacin de sistemas de puras formas en el campo de la antropologa. (Funt David,
2004, p.126, vol. III)
Cristophe Bident en Le geste thtral de Roland Barthes opina que Barthes no es
hablando con propiedad un crtico literario. Barthes se libra, a su juicio, muy raramente al
ejercicio de la hermenutica. Se interesa ms bien por el teatro del lenguaje (II, 27), por
la teatralidad de la escritura. Estima que la introduccin de El grado cero de la escritura
vale como un anticipo de la obra; aparte de que los foutre y bougre remiten a otro
pensador de la teatralidad (Hbert), el rpido exordio dice, segn el crtico, mucho sobre el
trabajo de Barthes. Bident describe mediante contraposiciones atenuadas por el adverbio
solamente la variedad temtica de la obra barthesiana: No solamente, opina respecto a
El grado cero, se tratar de hermenutica, de crtica de la significacin, sino que se tratar
de la exencin o de la suspensin del sentido. No solamente se tratar de la comunicacin
del signo y de semiologa, sino de historia, de historiar las formas poticas. La hazaa del
libro, a su juicio, consiste en mostrar que incluso la escritura neutra o blanca solo
llega, contrariamente a lo que se dijo otrora e incluso actualmente, por una determinacin
histrica. Para este crtico las clebres pginas sobre el pasado simple y la tercera persona
no son otra cosa que el juego teatral por el cual un gnero, la novela, se hace conforme a
una representacin social, citando a Barthes nada ms que el gesto fatal por el cual el
escritor muestra con el dedo la mscara que lleva (I, 195). En consecuencia Bident reduce
el valor que haya de atriburseles a la idea, lengua y estilo, al contenido e incluso a la
forma, porque Barthes va derecho al anuncio, a la sealizacin, a la enorme paradoja que
denomina La soledad de un lenguaje ritual y que inscribe cada escritura en un concepto
histricamente determinado del modo de representacin que ella se da a s misma (I, 171).
93
l considera que Barthes est excesivamente atento a la sealizacin tcnica del desgaste
de la literatura burguesa o revolucionaria. (Bident, 2012, pg. 23)
Bident especifica que, si bien el ttulo de la obra designa esta parte de la escritura
contempornea que Barthes nombra alternativamente tambin blanca o neutra, Barthes
se limita a consagrarle solo uno o dos captulos del conjunto. Y si, adems, grado cero es
el calificativo retenido para el ttulo, no es el trmino ms corrientemente utilizado en el
cuerpo del volumen, en el que Barthes prefiere la palabra neutro. Todo, prosigue, est
dicho del inters fascinado y de la sospecha de idealismo mantenidos respecto a lo
neutro. Entre los dos trminos lingsticos provistos del mismo valor amodal, Barthes
elige aqul que es susceptible de producir mayor resonancia en primera pgina y la
posteridad le dar la razn. Barthes disimula su inters por la escritura de Camus, de
Cayrol o de Blanchot. De manera tanto ms significativa e inesperada porque su
conocimiento de la lingstica, al parecer, era entonces superficial y porque no menciona
ni siquiera el nombre de Brondal, del que dir haber tomado prestado el ttulo. (Bident,
2012, pgs. 59 y 60)
Bident declara que se esperaban ms reflexiones sobre Camus, al que haba dedicado ya
un artculo en julio de 1944 sobre Ltranger y al que habra de volver, despus de dos
lustros para poner en evidencia la tragedia solar que constituye la novela. Entre tanto,
leera a partir de Camus a Cayrol y a Blanchot. De la literatura del segundo La part du feu,
escribe Bident, Barthes retendra las pginas sobre Kafka y Mallarm, la literatura
impersonal y la muerte del lenguaje. Tambin, aduce el crtico, se puede razonablemente
pensar que ha meditado las largas pginas finales de la coleccin, La literatura y el
derecho a la muerte, cuando afirma que el pensamiento en la escritura puede guardar
toda su responsabilidad, sin recubrirse de un compromiso accesorio de la forma en una
Historia que no le pertenece (I, 218), lo que, segn Bident, es una manera de inmiscuirse
en el debate que opone a Blanchot con Sartre sobre las nociones de compromiso; ni una
sola vez sin embargo cita una novela o un ensayo de Blanchot. (Bident, 2012, pgs. 60 y
61)
Bident reclama nuestra atencin sobre el hecho de que Barthes consagre poco espacio a
las escrituras de grado cero en El grado cero y el que inscriba esas escrituras llamadas
neutras o blancas en el movimiento histrico que esboza y por el cual apunta a
describir la historia de las escrituras a partir de la exposicin de sus signos (el arte crtico
94
del alfiler con el cascabel). Y en este cuadro, la escritura en el grado cero solo es una
mitologa suplementaria de la escritura; ella no representa ni el desvanecimiento ni la
realizacin de esas mitologas que ella propaga o deja propagar a pesar de ella. El discurso
mitolgico entiende marcar as que el neutro no es un concepto metafsico, sino un
concepto histrico. Interpreta, adems, que por esta doble determinacin de la escritura
neutra, la interna de su estilo, y la externa de su concordancia con un concepto
determinado de la historia, Barthes intenta desprender al lector y desprenderse l mismo de
un poder de fascinacin. l describe una escritura neutra toda entera aprisionada entre su
afirmacin y su mitologa, su inocencia y su culpabilidad, su moral y su nihilismo. l
inaugura as, prosigue Bident, lo que denominar su pensamiento del tourniquet: esta
palabra transparente, inaugurada por El Extranjero de Camus, realiza un estilo de la
ausencia que es casi una ausencia ideal de estilo; la escritura se reduce entonces a una
especie de modo negativo en el cual los caracteres sociales o mticos de un lenguaje se
abolen en beneficio de un estado neutro e inerte de la forma. (Bident, 2012, pgs. 61-62)
Por nuestra parte, vislumbramos en el ideal de la escritura blanca, con su uso econmico
del lenguaje, el paso antepenltimo al silencio dignificado por algunos poetas. La cuestin
no es exclusiva en Barthes, afecta a escritores europeos y franceses anteriores a l. Steiner
menciona algunos ejemplos muy ilustrativos que podran acompaar al sentimiento
lingstico trgico barthesiano.
Sobre el abandono de la palabra Steiner realiz un interesante estudio (1961) que abarca
desde filsofos a escritores de literatura. El ms grande de los filsofos modernos fue
tambin el ms profundamente dedicado a escapar de la espiral del lenguaje-afirma
Steiner. La obra entera de Wittgenstein comienza preguntndose si hay una relacin
verificable entre la palabra y el hecho. Lo que llamamos hecho pudiera ser acaso un velo
tejido por el lenguaje para alejar al intelecto de la realidad. Wittgenstein nos obliga a
preguntarnos si puede hablarse de la realidad, si el habla no ser slo una especie de
regresin infinita, palabras pronunciadas a propsito de otras palabras. Wittgenstein se
centr en este dilema con una tenacidad entusiasta...Wittgenstein incluira en la categora
de lo inexpresable (lo que l llama lo mstico) a la mayora de los sectores tradicionales de
la especulacin filosfica. El lenguaje slo puede ocuparse significativamente de un
segmento particular y restringido de la realidad. El resto-y, presumiblemente, la mayor
parte-es silencio (Steiner, 1982, pg. 45)
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Steiner manifiesta que la eleccin del silencio por quienes mejor pueden hablar es, a su
parecer, histricamente reciente. El mito estratgico del filsofo que opta por el silencio
debido a la pureza innegable de su visin o a la falta de preparacin de su auditorio tiene
precedentes muy antiguosPero la eleccin del silencio por parte del poeta, el escritor que
a mitad de camino abandona la modelacin articulada de su identidad, son cosas nuevas.
Se presenta, como una experiencia obviamente singular pero formidable en sus
implicaciones generales, en dos de los principales maestros, forjadores, presencias
herldicas, si se quiere, del espritu moderno: en Hlderlin y en Rimbaud. (Steiner, 1982,
pg. 76)
Creemos que no es un fenmeno tan reciente como seala Steiner, pues ya Gorgias
teoriz sobre ello, aunque su confianza en el poder mgico de las palabras sobre la realidad
es indiscutible y no tan pesimista como el de Wittgenstein. Pensamos que es ms probable
la afinidad de Barthes con Gorgias que con Wittgenstein, dado el inters de Barthes por la
retrica clsica. Concretamente encontramos ecos del pensamiento gorgiano en obras ms
tardas de Barthes como Leon con su declaracin de que el lenguaje es fascista y otros un
poco ms dbiles en S/Z.
Tomas Calvo nos brinda en resumen los argumentos lingsticos que esgrime Gorgias:
Gorgias utiliza el mismo tipo de razonamiento que los eleatas para llegar a conclusiones
que contradicen frontalmente a las afirmaciones de aqullos. El escrito Acerca del no ser
aparece estructurado en tres tesis a favor de las cuales se arguye sucesivamente: a) nada
hay o es; b) si lo hubiera, no sera cognoscible ni pensable para el hombre; c) si fuera
cognoscible, no sera comunicable a los dems. Parmnides haba afirmado la existencia de
una conexin esencial entre realidad, conocimiento y lenguaje. Las tres tesis de Gorgias
vienen a contradecir y negar la existencia de tal conexin.
En resumen los argumentos son de dos tipos:
1. Las palabras responden a la experiencia que de la realidad tiene el que las pronun-
cia. Ahora bien, la realidad experimentada por el que habla no es la misma que la
realidad experimentada por el que escucha. Luego, el que habla no comunica la realidad al que escucha puesto que no la comparte con l.
2. La realidad y el lenguaje son cosas distintas. La realidad no puede convertirse en
lenguaje, las cosas no pueden convertirse en palabras. Y puesto que lo que profe96
palabra, degradada por el uso desde hace tanto tiempo, ya no significa nada. Est vaca de
sentido, desangradaLas palabras, como los hombres, sufrenUnas pueden sobrevivir;
otras no tienen salvacinEn la noche todo se confunde: ya no hay nombres ni formas.
(Steiner, 1982, p. 82)
Quiz por influencia de Heidegger, y del comentario de Heidegger sobre Hlderlin, la
reciente filosofa lingstica francesa asigna una funcin especial y una prestigiosa
autoridad al silencio. Para Brice Parain, el lenguaje es el umbral del silencio, Henri
Lefebvre dice que el silencio est dentro del lenguaje y al mismo tiempo en sus
fronteras. Buena parte de esta teora de la palabra depende de las estructuras organizadas
del silencio en el continuo y en consecuencia indescifrable cdigo lingstico. El silencio
tiene un decir distinto del decir ordinario, pero de todos modos se trata de un decir
significativo. (Steiner, 1982, p. 82)
Bident advierte que a lo largo de toda la obra se encuentra cierta indecisin sobre el
valor de lo neutro y seala que en el curso sobre Lo Neutro, Barthes se considerar
incapaz de conferirle una amplitud terica. Sin embargo, objeta Bident, lo neutro producir
entonces una ilusin ptica inversa, pasando casi por la categora susceptible de acoger
todo el recorrido. La incapacidad terica con la que se engalana Barthes significa ms bien
una voluntad de duda metdica y un rechazo a dilucidar una nocin fascinante y dudosa,
que producir vstagos irreductibles a toda sublimacin, demasiado prximos tal vez de la
sublimacin: la mscara, el mate, el haber estado all, la suspensin o la exencin de
sentido. (Bident, 2012, pg. 63)
A continuacin exponemos resumidamente la catalogacin de Bident de los cuatro usos
diferentes del neutro que Barthes usa en la poca de los aos cincuenta y sesenta:
1. l rechaza generalmente la significacin comn de la palabra que utiliza, como mitlogo materialista consecuente, de manera crtica. Ningn signo sabra ser neutro,
es decir, sin determinacin y sin efecto. Despus de recopilar numerosos ejemplos
en los que Barthes utiliza el trmino con caucin concluye el apartado afirmando
que en arte, la significacin comn de la neutralidad no se reduce a una copia neutra, objetiva y minuciosa de lo real. No hay neutro analgico (I, 1124). Si hay neutro, es diacrtico.
98
vamente, es la misma, pero cuyo uso riguroso permite una descripcin sistemtica,
analtica y crtica. Segn la descripcin semiolgica, el grado cero no es nunca
nulo y juega un papel plenamente significante (I, 958), en el interior de una
combinatoria que multiplica las oposiciones binarias: positivo vs negativo, marcado
vs no marcado, neutro vs ambiguo. Barthes le concede algunas veces un valor
ejemplar: el grado cero no es hablando propiamente una nada (contrasentido sin
embargo frecuente) es una ausencia que significa; uno toca aqu un estado diferencial puro; el grado cero testimonia el poder de todo sistema de signos que hace sentido as con nada. Barthes, puntualiza Bident, se refiere a Brondal, pero tambin
a Martinet, a Frei, a Blanch. Cita a Lvi-Strauss y su descripcin del man como
un valor indeterminado de significacin, en l mismo vaco de sentido, susceptible
de recibir cualquier sentido, cuya nica funcin es colmar una distancia entre el
significante y el significado (I, 778). En el acopio de ejemplos Bident recala en un
parntesis de Sistema de la moda cuya ficcin de lenguaje describe precisamente
las estticas que retienen a Barthes: el gesto de la idea mallarmeana, el terror blanchotiano y el gestus brechtiano (qu Borges imaginar una lengua donde decir las
cosas sera negarlas de pleno derecho, y donde sera necesaria la adjuncin de una
partcula afirmativa para hacerlas existir?) (II, 989). Segn este uso se comprende
bien, el neutro es ms difcil de institucionalizar que el grado pleno(II, 1003)
3. Aade a los anteriores los casos en que Barthes cede a la presin del sintagma que
cuentra un cuarto al que denomina fenomenolgico. Fuera de Sartre y particularmente del Sartre de L`Imaginaire et de La Nause, Barthes se arriesga raramente a
evocar los fenomenlogos. De hecho cuando l se arriesga a definir el neutro, en
una definicin de inflexiones fenomenolgicas, es por derivacin de un razonamiento semiolgico: si la marca es una existencia superlativa, explica l, entonces la no-marca no es una carencia, sino la existencia simple, privada de acento, lo
neutro (II, 1016). Es porque el neutro, prosigue Bident, suspende el sentido, rehsa la trascendencia fatal y corrompe todo efecto mitolgico por lo que asume una
99
responsabilidad esttica y moral. Barthes medir esta idea por medio de las primeras novelas de Robbe-Grillet y el teatro. El primer campo fracasa a medida que
Robbe-Grillet cambia de escritura: Barthes abandona a aqul que haba tomado el
relevo de la escritura blanca y a quien reconoca un verdadero poder novelesco por
su tcnica de la insignificancia, su atencin a la extensin objetiva, su puesta en
suspenso de la interioridad. Pues, segn Barthes, (Bident, 2012, pg. 68) el error
(terico) de Robbe-Grillet estaba en creer que hay un estar-all de las cosas, antecedente y exterior al lenguaje, que la literatura se encargara de encontrar en un ltimo arranque de realismo. Es, concluye, paradjicamente porque en el teatro hay
y no hay un estar all de las cosas, por lo que el teatro permanece como lugar privilegiado encargado de manifestar la determinacin fenomenolgica del neutro. (Bident, 2012, pgs.63-69)
Bident supone que Barthes cree salir de la trampa del neutro representando una
fenomenologa teatral contra la fascinacin por la escritura literaria, una lectura de Brecht
contra una lectura de Robbe-Grillet, de Blanchot o de Camus. Considera que El grado cero
de la escritura ha trabajado en una distanciacin de los signos; pero tambin ha servido, en
la biblioteca de Barthes a distanciar lo neutro. A partir del ao siguiente, Brecht aportar la
legitimacin de este movimiento. El neutro ocupar entonces un lugar fuerte y dialctico
en el corazn de la teatralidad, por ello desaparecer con el teatro para volver con l.
(Bident, 2012, pg. 70)
Bident se percata del lugar decisivo que la neutralizacin ocupa tambin en Elementos
de semiologa y Sistema de la moda, cuya exposicin sintetizamos a continuacin. Primero
retenemos el concepto de neutralizacin que consiste en anular un criterio distintivo, una
oposicin pertinente, una marca de diferenciacin interna al sistema. Sera una operacin
exterior al sistema que se ejerce sobre el sistema que practicara con un mismo gesto una
afirmacin total del valor (el valor de la Moda) y un nihilismo perfecto (una doble
indiferencia a la distincin significante: totalizacin del sentido y rotacin del signo
dominante). Lo neutro sera lo que prohbe la neutralizacin (la naturalizacin) y lo que
permite la operacin dialcticala negatividad abierta. El neutro es todo salvo lo
neutralizado. Nada que ver con la postulacin positivista, totalmente virtual, de que
existira un estado neutro del lenguaje, sea un cdigo de referencia al cual las
escrituras proporcionaran tantos alejamientos y ornamentos (II, 1268). La prctica de la
suspensin del sentido es justamentenos dice-la respuesta de la escritura a esta anulacin
100
cientfica, una especie de sintagma en libertad provisional que crea cada vez sus propias
leyes de funcionamiento, sin consideracin privilegiada a tal o cual cdigo de un sistema
exterior y previo. (Bident, 2012, pgs. 77-78)
Bident seala el regreso de lo Neutro en el curso del Colegio de Francia para 1978, pero
fechando en 1973 su reconsideracin del tema: Al trmino de El grado cero de la
escritura, yo deca que de hecho esta escritura blanca no existe, que ella es siempre
recuperada, apropiada y que por tanto, sobre este plano, el escritor estaba consagrado a una
tarea trgica. Entonces, es siempre aquella idea. Ahora, observen, yo he cambiado un poco,
porque en el fondo yo concibo la escritura como una especie de actividad que denomino
atpica, es decir, sin lugar y en una cierta medida sin propiedad (IV, 479). Es por lo
cual la escritura blanca haba podido encontrar un lugar indiscutible en la lista de las
prcticas textuales de significancia y de goce (IV, 458) (Bident, 2012, pg. 120).
Bident concluye el captulo argumentando que Barthes terminar en su trayectoria
intelectual por refutar lo que se llama la utopa del tercer trmino. No ya porque el
combate entre distanciacin e histeria, a fuerza de ser repetido y mal repetido, se haya
desgastado, inadaptado o hecho demasiado teatral, es decir, se haya l mismo
histerizado. Es tambin porque Barthes termina por reconocer que el neutro debe entrar en
la danza dialctica. La refutacin de la posicin tercera arrastra entonces lgicamente con
ella la del grado cero. Lo Neutro no es el tercer trmino-el grado cero- de una oposicin a
la vez semntica y conflictual, es, en otro nivel de la cadena infinita del lenguaje, el
segundo trmino de un nuevo paradigma, cuya violencia (el combate, la victoria, el teatro,
la arrogancia) es el trmino pleno. (Bident, 2012, pg. 123)
Aadimos a esta interpretacin de Bident la de allegados a Barthes intelectual y
afectivamente:
ric Marty afirma que lo neutro es una cuestin que, desde El grado cero de la escritura
recorre toda la obra, adoptando formas diversas segn los momentos. Adquiere formas
melanclicas en Lo neutro. Adopta una forma ms utpica en El placer del texto, por
ejemplo, donde el neutro tiene cierta perversidad. Cuando Barthes suspende la oposicin
masculino y femenino, lo hace en una especie de posicin perversa, en la que el neutro
desempea ese papel en tal momento. Es todo lo contrario del neutro de Blanchot, que es el
mismo desde el principio al fin, que es un neutro murmurante, de inframundo, de lo
101
102
Tanto Sartre como Barthes poseen en comn un amor incomensurable por las palabras.
La diferencia principal que apreciamos entre ambos radica en que el primero profesa una fe
mayor en la supervivencia de la literatura como muestra en su obra Les Mots recordando
sus inicios: Je lai dit plus haut: pour avoir dcouvert le monde travers le langage, je pris
longtemps le langage pour le monde. Exister, ctait possder une appellation contrle,
quelque part sur les Tables infinies du Verbe; crire ctait y graver des tres neufs ou- ce
fut ma plus tenace illusion- prendre les choses, vivantes, au pige des phrases: si je
combinais les mots ingnieusement, lobjet semptrait dans les signes, je le
tenaisTerroriste, je ne visais que leur tre: je le constituais par le langage; rhtoricien, je
naimais que les mots: je dresserais des cathdrales de paroles sous loeil bleu du mot ciel.
Je btirais pour des millnaires. Quand je prenais un livre, javais beau louvrir et le fermer
vingt fois, je voyais bien quil ne saltrait pas. Glissant sur cette substance incorruptible:
le texte, mon regard ntait quun minuscule accident de surface, il ne drangeait rien,
nusait pas. Moi, par contre, passif, phmere, jtais un moustique bloui, travers par les
feux dun phare; je quittais le bureau, jteignais: invisible dans les tnbres, le livre
tincelait toujours; pour lui seul. Je donnerais mes ouvrages la violence de ces jets de
lumire corrosifs, et, plus tard, dans les bibliothques en ruines, ils survivraient
lhomme
Barthes admiraba a Sartre tanto como para inmiscuirse en las polmicas que Sartre
entablaba y tomar partido por aqul. Prueba de su admiracin es que lo tomara como
referente para sus afirmaciones y para sus negaciones. En un principio nos pareci injusta
y malevolente la respuesta de Barthes acerca de que Sartre haba respondido a la cuestin
de qu es la literatura desde el exterior, pero despus reparamos que no era
premeditadamente un juicio despectivo contra Sartre sino una justificacin o disculpa por
una toma de posicin propia. Sea como fuere, analizar la cuestin desde el exterior
garantiza un mayor grado de objetividad y en un momento posterior, aunque Barthes no
reconociese su desplazamiento en la consideracin del problema, apelara a instancias
como el lector dotndolo de un papel clave y una libertad que ya estaban presentes en
Qu es la Literatura?
104
que conciernen ms a nuestro estudio, como la de que Sartre adopt una posicin antipoder, que ms tarde se transform en una lucha contra un orden poltico preciso, mientras
que Barthes abog un no-poder y descubri en el texto literario un index du dpouvoir.
En su Leon, atacara la libido dominandi. (Gane, 2004, pgs. 15 y 16, vol. I)
Para Barthes, la negativa de la bipolaridad de sexos le permite evitar la tragedia y
contemplar una feliz sexualidad. En Sur Racine Barthes escribe que el Padre y la Mujer
son dos figuras del Pasado y deben ser destruidas. Sartre, presumiblemente, slo ha
destruido la figura del padre (Gane, 2004, pg. 17, vol. I)
Barthes estaba obviamente marcado por Qu es la Literatura?, y en El grado cero
acogi varias ideas sartreanas: la de que la literatura debera tener una relacin vital con la
historia y la sociedad, que la escritura implica una eleccin ideolgica, que los escritores
del siglo dieciocho estaban en una privilegiada situacin, y que 1848 era un viraje histrico
hacia la modernidad. En el mismo libro, Barthes tambin estaba intentando marxizar el
compromiso sartreano y disenta de la nocin de Sartre de que un lenguaje efectivo
polticamente es directo y transparente. Larvatus prodeo era su lema. (Gane, 2004, pg.
17, vol. I)
Frente a la distincin de Barthes entre crivains y crivants Rybalka contrapone la
concepcin de Sartre Los crivants son aquellos que
posicin en los problemas del da y que escriben algo. Los crivains son aquellos que han
realizado la ms elevada eleccin de escribir, intransitivamente, como Flaubert o
Mallarm. Sartre mismo, alrededor de 1958-1960, admitir que Mallarm est engag
dans le langage y crear para Flaubert la nocin de engagement littraire; Sartre rehus,
sin embargo, aceptar la distincin entre crivains y crivants, partiendo de que las dos
actividades implicadas estn inextricablemente conectadas y no pueden ser separadas.
(Gane, 2004, pg. 18, vol. I)
Rybalka observa que Barthes define el texto en la poca de S/Z de una manera que
Sartre no considera aceptable: no es una lnea de palabras liberando un simple significado
teolgico (el mensaje de un Autor- Dios) sino un espacio multidimensional en el que la
variedad de escrituras, ninguna de ellas original, armonizan o desentonan. El texto es un
tejido de citas extrado de innumerables centros de cultura. Sartre tambin disentira de la
distincin hecha en S/Z entre le lisible y le scriptible; en 1939, sin embargo, ataca la
concepcin del novelista como un autor-dios, y recientes estudios de La Nusea han
106
grado cero como signo de la novela francesa tiene cierta conexin con postulados
existencialistas: Esto es porque la naturaleza de la imaginacin, como fue explorado
fenomenolgicamente por Sartre en Limaginaire, es negar el mundo de la percepcin para
sustituir sus propios constructos por esta. El que la vida mental para Sartre est dominada
por la autoconciencia explica el fundamento ontolgico para la responsabilidad del escritor
y la necesidad de compromiso. Tal conclusin es muy difcil de refutar para Barthes
porque acepta el anlisis de Sartre de la imaginacinEsta muerte impuesta en el no
refinado material de la experiencia por orden artstica usa la lgica en lugar de una
verdadera temporalidad. El tiempo percibido por el lector en los tiempos gramaticales de la
novela es solo una imitacin, una parte del efecto realidad. Barthes describe esto en
trminos obviamente inspirados por la famosa expresin de Malraux, a menudo citada por
Sartre, de que la muerte convierte la vida en destino. (Lavers, 1982, p. 65)
Lavers expone lo que Barthes asumi y lo que obvi de la obra de Sartre Qu es la
Literatura? sin pasar por alto que para muchos escritores humanistas tradicionalistas la
innovacin de Sartre consistente en ofrecer un marco para el proceso creativo y su
recepcin en trminos de produccin y consumo pareci indecorosa; innovacin que, por
el contrario, retom Barthes tambin en Mitologas. Piensa que, al responder que se escribe
para el pblico y que la literatura es comunicacin, Sartre proporcion una matriz
susceptible de reinterpretacin en trminos de teora de la informacin. La escritora
sostiene que el uso de la teora de la informacin por Barthes y Sartre es muy diferente.
Para Barthes proporciona un fundamento primero para la definicin de originalidad
(gracias a la nocin de informacin), ms tarde para la del texto infinitamente polismico o
plural (gracias a la nocin de ruido, la aleatoria interferencia de lecturas individuales- una
palabra polismica tiene mltiples significados, aunque limitados en nmero en un estado
de lenguaje dado). Para Sartre, precisa Lavers, esta misma interferencia permite al escritor
traducir lo vivido en toda su opacidad. (Lavers, 1982, p. 69)
Lo ms llamativo de todo, a su juicio, es su diferente actitud respecto a la negatividad.
En El grado cero y Mitologas la incertidumbre acerca del futuro es una negra noche del
alma; incluso con la esperanza de un futuro utpico, Barthes amargamente observa que la
revolucin est obligada a tomar prestado de lo que quiere abolir la forma de lo que quiere
crear. En Sartre y en Marx encontramos, precisa Lavers, advertencias contra el idealismo
de planear demasiado precisamente un futuro que es esencialmente impredecible. Su
negatividad ms bien representa posibilidades por explorar. Estas diferencias de actitud,
108
argumenta la autora, resaltan en los diferentes modos en que Sartre y Barthes puntan las
aventuras del escritor francs de origen burgus. Qu es la Literatura? como El grado
cero, subraya la escritora, es una especie de cuento con moraleja del cual Sartre ilumina los
momentos ms representativos. Es una imagen de progreso futuro, un proyecto en lugar de
la utopa perdida de Barthes. (Lavers, 1982, p. 70)
Lavers detalla ms diferencias entre las dos obras. As, expone que Barthes comienza
con el Renacimiento como un mito de naturaleza explorado a travs de la madre lengua,
mientras que Sartre comienza con el siglo doce, donde encuentra (mucho ms que Barthes
en el siglo diecisiete) un pblico real, aunque restringido a una lite. En el cuadro sartreano
del siglo diecisiete la represin es ms acentuada que la cordialidad; pero la literatura
todava desempea su parte ontolgicamente crtica y esto es precisamente lo que ha
garantizado su perdurable excelencia. Lavers subraya desde qu momento el anlisis de
Sartre y el de Barthes coinciden: El siglo XVIII es el momento en que el pblico virtual y
real, por vez primera, coinciden en cierto sentido: la burguesa, cuyas quejas estos
escritores expresaron, estaba oprimida. Como clase habl el lenguaje de lo universal
tcticamente (incluso sin conciencia de ello), para reclamar sus derechos; pero este
lenguaje fue odo donde no se pretenda. El proletariado en el siglo XIX comenz a usar el
mismo principio como palanca para su propia emancipacin, reclamando para ellos lo que
la burguesa haba logrado durante la Revolucin. Entonces, el escritor como portavoz no
era necesitado ya por su pblico real, la burguesa, y la divisin en la sociedad lo
enfrent con un dilema: o mantener la imagen y el papel forjado por las luchas del siglo
dieciocho, transfiriendo su objeto de la burguesa al proletariado; o guardar su pblico real
y comenzar una agonizante revaluacin de su imagen y papel. La mayora de escritores
eligi lo segundo. (Lavers, 1982, p. 70)
La explicacin de Lavers aqu, a nuestro juicio, clarifica el artculo en trminos
generales, pero colisiona con el siguiente pasaje de Barthes: la escritura es por lo tanto
esencialmente la moral de la forma, la eleccin del rea social en el seno de la cual el
escritor decide situar la Naturaleza de su lenguaje. Pero esta rea social no es de ningn
modo la de un consumo efectivo. Para el escritor no se trata de elegir el grupo social para
el que escribe, sabe que, salvo por medio de una Revolucin, no puede tratarse sino de una
misma sociedad. Su eleccin es una eleccin de conciencia, no de eficacia. Su escritura es
un modo de pensar la Literatura no de extenderla (Barthes, 2012, pg. 16)
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literatura es desde hace cien aos un juego peligroso con su propia muerte, es decir, una
manera de vivirlaEsto define un estatuto propiamente trgico: nuestra sociedad,
encerrada por el momento en una especie de callejn histrico, solo permite a su literatura
la cuestin: quin soy yo? Ella le prohbe por el mismo movimiento la cuestin dialctica:
qu hacer? La verdad de nuestra literatura no es del orden del hacer, pero ella no es
tampoco del orden de la naturaleza: ella es una mscara que se seala con el dedo.
(Barthes, 1983, pg. 128)
Philippe Roger pregunta retricamente qu decir, si la posicin literaria de Sartre es
ambigua, de la posicin crtica de Barthes. Pues, segn l, El grado cero, donde el ensayo
parece replegarse sobre s mismo, y el metalenguaje esforzarse en su prdida en el
vrtigo metafrico, se escribe bien en los confines de la crtica y en el borde extremo de
la Literatura, en un no man`s land (a menos que este hombre no sea Blanchot) ms
prximo al territorio del escritor que al campo de investigacin de una crtica neosartreana. Para Philippe Roger la deuda del Barthes de 1953 al respecto de Sartre, si no es
dudosa, cuenta menos que la manera como es liquidada: por una radicalizacin del anlisis
(una inmersin en las races del Mal de la escritura) que deshace los poderes de la Historia,
y reduce sta a las tareas de camarera de una Literatura moderna calzada con el coturno
trgico (en 1959, todava, la compara a riphile de Iphignie, que muere de conocerse,
pero vive de buscarse); y sobre todo, a ese retorno hacia el interior de la cuestin de la
escritura que transforma insidiosamente la condicin de escritor en prueba solitaria de un
fatum. (Roger, 1986, pgs. 305-306)
Barthes, a juicio de Philippe Roger, ha erigido un enrejado de lectura materialista
histrica sobre un texto que, por otra parte, solo toma de los anlisis de Sartre una
ontologa vaca: como si esta insuficiente cobertura estuviera all solamente para hacer ms
manifiesta, por contraste, la desnudez esencial de ese lamento sobre la Literatura
expirante. El crtico, en consecuencia, acoge con extrema prudencia los testimonios tardos
de Barthes sobre un sartrismo resuelto que habra, desde la Liberacin, guiado su
reflexin. Philippe Roger cita algunas entrevistas periodsticas y radiofnicas en las que
Barthes retoma el tema e interpreta dichas declaraciones como un intento de recrear con
todas las piezas una continuidad de obediencia y de inspiracin all donde se revela al
contrario una fractura brutal y como un enmascaramiento de una crisis intelectual que se
puede situar entre los aos 1954 y 1955-un ao despus de la aparicin de El Grado cero
(Roger, 1986, p.307).
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por Calvet) dans sa Presence des Temps Modernes, l crivain nest ni Vestale, ni Ariel:
il est dans le coup, quoi qu`il fasse, marqu, compromis, jusque dans sa plus lointaine
retraite. Si, certains poques, il emploie son art forger des bibelots d`inanit sonore,
cela mme est un signe: c`est qu`il y a une crise des lettres et, sans doute, de la Socit, ou
bien cest que les clases dirigeants l`ont aiguill sans qu`il sen doute vers une activit de
luxe, de crainte qu`il n`aille grossir les troupes revolutionnaires (Situations II, page 12)
(Calvet, 1973, pg. 28)
Jameson atribuye un cierto valor especulativo a la teora de Barthes, pues, segn nos
dice, en la poca en que escribi el ensayo todava no existan ejemplos de escritura
blanca como tal. Su ejemplo contemporneo principal, El extranjero de Camus es
percibido por Jameson como estilizado y retrico, el tipo mismo de escritura cargada de
signos, como ya se ha dicho. (Fredric Jameson, 1980, p. 160)
Moriarty opina que El grado cero de la escritura deriva su fuerza-y sus tensiones- de su
pluralismo terico. Al igual que muchos otros comentaristas observa que El grado cero de
la escritura es una respuesta a la obra de Sartre Quest-ce que cest la littrature? (1947)
tanto evocando como afinando el argumento del ltimo de que la escritura es siempre una
eleccin de valores en una concreta situacin. Para caracterizar esta situacin, Barthes
recurre ms que Sartre a la terminologa marxista, aunque Sartre tambin usa el trmino
burgus libremente para denotar como Barthes tanto una especfica posicin de clase y
su estatus tico correspondiente. Moriarty entabla una comparacin entre ambas obras en
Writing and Responsability en los siguientes trminos: el trabajo de Barthes, como el de
Sartre, adopta la forma de un reconocimiento histrico de las trayectorias de la literatura,
aunque su preocupacin es, a la vez, histrica y geogrficamente ms estrecha. Ninguna de
las espaciosas referencias a la Edad Media o a la literatura americana: el marco de la
referencia es exclusivamente la literatura francesa desde el siglo XVII con nfasis en los
siglos diecinueve y veinte; pero mientras Sartre excluy la poesa de su anlisis como un
campo no significativo de compromiso, Barthes va ms lejos que su predecesor en
demostrar como el lenguaje potico es tambin una negociacin entre el escritor y el
mundo. Tanto Barthes como Sartre protestan contra una concepcin de la literatura como
una calidad de visin y expresin intemporal, al tiempo que rechazan la lnea cultural e
ideolgica del Partido Comunista Estalinista Francs; pero desde la izquierda, no desde el
centro. (Moriarty, 1991, pg. 31)
117
El grado cero de la escritura aporta una novedad, segn Moriarty: no ya los escritores y
su relacin con el lenguaje, no ya la relacin entre el escritor y el pblico que conforma la
materia de Quest-ce que cest la littrature? sino esa relacin como actualizada en la
verdadera textura de sus obras. La importancia real de El grado cero de la escritura
descansa, nos dice, en su intento de evitar la anttesis entre historia y forma consagrada en
los debates literarios preponderantes, los marxistas insistiendo en los orgenes histricos y
el contenido de la obra literaria y permitiendo a la burguesa apropiarse de la forma como
su preocupacin exclusiva, para consolidar su auto-identificacin como el protector de
valores culturales contra la despreocupacin cultural marxista. (Moriarty, 1991, pg. 33)
Moriarty considera que la cualidad de opacidad con la que reviste Barthes el estilo
parece enlazar con la descripcin de la poesa de Sartre, donde las palabras adoptan
identidades objetivas por derecho propio que comprometen la capacidad comunicativa de
la expresin, y por ello su aptitud para llevar a cabo un compromiso tico o poltico. Pero
si se toma esta conexin al pie de la letra, podra sorprender hallar que Barthes asocia
escritura tambin al eje vertical. Y esto ilumina la discrepancia entre las teoras de lenguaje
que sustentan ambas obras. (Moriarty, 1991, pg. 34)
No deja de ser curioso que Barthes cite a Char como exponente de la poesa moderna,
poeta que contaba con la adhesin profunda de Albert Camus, autor de un prefacio en la
edicin alemana de los poemas. Tal vez, Barthes sintonizaba con el Argumento que Char
redact para El poema pulverizado: los hombres de hoy quieren que el poema sea a
imagen de su vida, hecha de pocas consideraciones, de poco espacio, y quemada de
intolerancia (Lagarde, 1973, pg. 541). Mientras que en este artculo no cita a Ponge, en
quien lleg a descubrir Sartre el poeta ms prximo al existencialismo y que estaba a favor
del sometimiento absoluto de la poesa al objeto, caracterstico de una de las grandes
corrientes de la literatura contempornea, cercano al nouveau roman. Aos ms tarde de
la publicacin de El grado cero de la escritura, en 1963, en la revista Art de France se
poda leer, bajo la firma de Francis Ponge, un pome-art potique donde la funcin del
poeta se defina en reaccin a la vez contra el lirismo y contra la metafsica en el sentido,
por el contrario, de una especie de objetividad. Los crticos consideran que rechazaba la
potica de Baudelaire y Mallarme de un poder creador del lenguaje, y, al mismo tiempo,
la hiptesis de una eventual redencin potica o esttica (Andr Lagarde, 1973, pg. 541)
118
Moriarty advierte otra similitud con la obra de Sartre. As nos dice que como Sartre,
Barthes toma el siglo diecisiete como punto de referencia clave en su anlisis diacrnico.
Pero mientras Sartre discuti la literatura clsica en trminos de la relacin del escritor con
su pblico aristocrtico y la ideologa dominante que l comparte con ellos, Barthes enfoca
en su lugar un cierto ethos lingstico como factor unificante. La cualidad caracterstica de
este ethos, siendo la escritura equiparada a la persuasin, es identificada con la claridad,
realzada con ciertos ornamentos retricos tradicionales. El trabajo del gramtico clsico de
purificar el lenguaje reduce los recursos expresivos, as reduciendo todo el lenguaje francs
a una escritura, haciendo algunas cosas decibles y otras no. La estandarizacin del lenguaje
limita la representacin de seres humanos a lo que es compatible con los cnones de
gramtica, vocabulario, y sintaxis, ayudando de esa manera, Barthes sugiere, a acoger el
mito de una naturaleza humana universal. (Moriarty, 1991, pg. 37)
Moriarty dedica gran atencin a la sospecha barthesiana acerca del realismo como teora
de la literatura y categora de textos. Barthes, a diferencia de Lukcs que concibe la
produccin del texto como una traslacin del acto de ver, concibe el realismo como un
conjunto de procedimientos de significacin. Uno no puede mostrar realidad en el
lenguaje, slo puede significarla. Esto parece, nos dice, proceder de la perspectiva
saussureana bsica de que el lenguaje no es una nomenclatura, un conjunto de nombres
correspondiendo y necesariamente reflejando un conjunto de cosas. Un texto no puede ser
una fotografa, el resultado de una directa emanacin de aquello a lo que se refiere. Su
compromiso con la realidad estara siempre mediatizado por el lenguaje. Barthes, aade
Moriarty, considera que los textos realistas del siglo diecinueve estn fundados en una
serie de convenciones lingsticas y que los procedimientos por los cuales los escritores
realistas bajo discusin (Daudet, Maupassant, Zola) estn esencialmente significando
realidad y literatura descansan en la combinacin de diferentes lenguajes. (Moriarty,
1991, pgs.38 y 39)
Moriarty observa que este posicionamiento barthesiano contra la novela realista guarda
relacin con la crtica poltica del Realismo Socialista de la doctrina oficial comunista.
Sartre haba ya criticado la poltica del PCF de acercamiento a la burguesa, y la
consecuente adopcin de un lenguaje poltico designado para ocultar el carcter proletario
del movimiento. Barthes, escribe Moriarty, comprende que el Realismo Socialista prolonga
esta estrategia adoptando las tcnicas del naturalismo de la pequea burguesa, su
particular mezcla de construcciones elaboradamente literarias con fragmentos de lenguaje
119
vista se dobla con un pensamiento marxista y con una reflexin sobre la lengua que
acabar por oponer el juicio de Barthes sobre Flaubert al de Sartre. Este ltimo concibe el
lenguaje natural como un instrumento inocente, del que el escritor puede servirse para
instaurar una relacin directa con la sociedad; la literatura tiene por funcin principal la
comunicacin y la forma es solo un mal necesario, tolerable mientras sirva de soporte a la
idea, pero condenable desde que pretenda precederla. Lentegre precisa que Barthes asume
las premisas sartreanas de eleccin, responsabilidad y libertad sin creer en la eficacia del
lenguaje, incapaz de dominar las infraestructuras y escapar a los datos objetivos de la
comunicacin literaria, desconfianza que le hace entrever a Barthes la necesidad de situar
en el corazn mismo del lenguaje literario una dimensin formal susceptible de escapar a
todo constreimiento de orden social o sicolgico. (Lentegre, 6 Diciembre 1980, pgs.1516)
Cabra afirmar, a nuestro juicio, que las propuestas de El grado cero pueden enlazar con
propuestas terico-lingsticas universales muy antiguas como las de Dante con su
definicin del volgare illustre; recogidas en De Vulgari Eloquentia (1303-1308) (de las
que hemos tenido noticia gracias a Josep M Nadal citado por Velln Lahoz, 2004, pg.
113) situando el debate sobre la lengua en el centro del discurso humanstico desde dos
perspectivas: una diacrnica (que no revestira inters referir aqu
por referirse a la
evolucin de las lenguas vulgares) y otra sincrnica, que transcribimos: una sincrnica, en
lnea horizontal, que establece la controversia entre norma y uso, entre el discurso
cientifista de raz aristotlica que fija las bases de un proceso normativizador de la lengua,
guiado por la tutela del ars gramtica, y, en el otro extremo, el ideario utopista de tendencia
platonizante que rechaza el dominio de unas reglas sometidas al registro escrito-culto,
anteponiendo el ingenium la oralidad, la creatividad individual, como referentes de la
competencia lingstica.
Si bien Barthes, opina Lentegre, no se libera todava de la dicotoma Forma /Contenido,
implicada por la matriz sartreana de su pensamiento y por toda la cultura francesa de la
poca, plantea, sin embargo, las bases de toda la reflexin moderna sobre la forma, tal
como se desarrollar en Francia a partir de l. A su juicio, el nfasis de Barthes sobre una
tica del decir, que es consciencia del acto en el producto y no sumisin a un arte dictado
por el genio, devuelve al proceso literario su dinamismo puesto que seala la operacin
formal realizada por el escritor mientras que la obra se escribe: es un paso en la direccin
121
de la teora estructural, en la que el acto, liberado de todo residuo subjetivo, solo ser un
proceso formal realizndose segn sus propias leyes. (Lentegre, 1980, pgs. 16-17)
Bittner Wiseman seala el influjo de Sartre desde otra perspectiva y opina que El grado
cero de la escritura es un esbozo de una tica de la escritura, una traslacin de la vida a la
literatura del problema que era central en el pensamiento de Sartre, concretamente, una vez
que Dios ha muerto cmo se pueden justificar las acciones del hombre. La muerte de Dios,
sostiene Bittner, es remplazada aqu por la desacralizacin de la literatura que se produce
cuando hacia mediados del siglo diecinueve se hizo evidente que la ideologa burguesa no
era la expresin de la verdad universal y de ah que su escritura no fuera la expresin de
una esencia intemporal del ser humano. Bittner mantiene que el reconocimiento de que la
humanidad es producida por los cambios del tiempo y los objetos de su atencin por la
mano u ojos del hombre despoja a la literatura de su privilegio sacerdotal, aunque no de su
poder. (Bittner Wiseman, 1989, pg. 22)
El problema de cmo actuar, afirma Bittner Wiseman, conectado con el de por qu
actuar, llega a ser en una tica de la escritura el problema de cmo y, ms acuciantemente,
por qu escribir. La autora corrobora su persistencia todava en el ao 1979 en el que
Barthes declarara que la inhabilidad de la literatura para probar que lo que es dicho vale la
pena decirlo es su esencial tormento (Bittner Wiseman, 1989, pg. 22).
Susan Sontag opina que Gide y Sartre fueron los dos escritores-moralistas ms
influyentes en el siglo XX en Francia y la obra de estos dos hijos de la cultura protestante
francesa sugiere opiniones morales y estticas totalmente opuestas. Pero es precisamente
este tipo de polarizacin-estima Sontag- el que Barthes, otro protestante sublevado contra
la moral protestante, procura evitar. No obstante su condicin de gideano flexible, Barthes
est ansioso por reconocer tambin el modelo de Sartre. Barthes-escribe la autora-hace
muchas concesiones a la visin sartreana de la literatura y el lenguaje, por ejemplo, al
situar la poesa con las otras artes y al identificar la literatura con la prosa, con la
argumentacin. La opinin de Barthes sobre la literatura en sus escritos posteriores era ms
compleja. Aunque nunca escribi sobre la poesa, sus pautas para la literatura se
aproximaban a las del poeta- aprecia Sontag. La autora reconoce que Barthes concuerda
con Sartre en que la vocacin del escritor tiene un imperativo tico, insiste en su
complejidad y ambigedad. Sartre apela a la moralidad de los fines. Barthes invoca la
122
moralidad de la forma, lo que hace que la literatura sea un problema, lo que hace que la
literatura sea. (Susan Sontag, 1983, p.346)
Sontag tambin compara los diversos tipos de sobreestimacin de la literatura realizada
por ambos: Acusado de reducir con l la literatura (a poltica), Sartre protest diciendo
que sera ms correcto acusarlo de sobreestimarla. Si la literatura no es todo, no vale una
sola hora de los esfuerzos de un individuo-declar durante una entrevista en 1960-.Esto es
lo que entiendo por compromiso. Pero la actitud de Sartre al hiperbolizar la literatura a
todo es otra forma de menoscabo. A Barthes tambin se le podra acusar de sobreestimar
la literatura-de tratar la literatura como todo-pero por lo menos formul un buen alegato
en favor de su posicin. Porque Barthes comprendi (como no lo comprendi Sartre) que
la literatura es en primer lugar, y en ltimo lugar, lenguaje (Susan Sontag, 1983, p. 347)
A juicio de la autora, la diferencia ms notable entre Sartre y Barthes (de la que nosotros
tomamos nota por su posible repercusin en las obras de ambos) es la profunda de
temperamento. Sartre tiene una cosmovisin intelectualmente brutal, una cosmovisin que
reclama simplicidad, resolucin, transparencia; la cosmovisin de Barthes es
irrevocablemente compleja, consciente de s, refinada, irresoluta. Sartre estaba ansioso,
demasiado ansioso, por buscar la confrontacin, y la tragedia de su gran carrera, de la
forma en que emple su formidable intelecto, consisti precisamente en su predisposicin
a simplificarse a s mismo. Barthes prefera evitar la confrontacin, eludir la polarizacin.
Define al escritor como el observador que se alza en la encrucijada de todos los otros
discursos: lo opuesto de un activista o un proveedor de doctrina. (Susan Sontag, 1983,
pg. 348)
Sin duda Susan Sontag no se equivoca, dado que en el hombre hay tres sistemas, el ello
o subconsciente, el yo y el superego. El ello es la sede de los impulsos y deseos; el yo es el
centro de las percepciones y de las acciones, y mediante ellas establece el contacto con la
realidad, y el superego es la instancia donde estn internalizadas, las normas morales y
sociales y los sentimientos de de autoestimacin y autovaloracin. El que Barthes desee
evitar la confrontacin debe residir en alguno pero sera excesivo predicarlo en todos estos
sistemas.
123
modernas, que silencian o destruyen los signos de la tradicin sirven a la Historia porque
revelan su proceso. Ellas demostraran, por medio de su enjuiciamiento, que las
evidencias son, en verdad, compromisos histricos que se desconocen como tales. Las
escrituras modernas, segn Barthes- insiste Giordano-realizan un trabajo de crtica
ideolgica: quitan el velo que enmascara el verdadero sentido (el sentido histrico, en su
versin marxista) que subyace a las elecciones formales. (Giordano, 1995, p. 13)
Giordano hace un seguimiento de la nocin barthesiana de compromiso de la obra
despus de El grado cero y comprueba su vigencia dos dcadas ms tarde, aunque
transfigurada, al comienzo de La leccin inaugural. Despus de explicitar que la literatura
aparece en este momento posterior no como una institucin sino como una prctica de
escribir, tambin subraya que Barthes ahora alude a una responsabilidad de la forma que
no puede evaluarse en trminos ideolgicos. Asimismo nos explica que la continuidad
entre la nocin de El grado cero y la de La Leccin est sealada por el reconocimiento en
ambas del valor social de la forma (por eso se habla de compromiso y de
responsabilidad), pero ese valor es en un caso el de lo especfico y en el otro de lo
Irreductible. Ya no se trata- prosigue- por el recurso a lo ideolgico, de apreciar a la
literatura de acuerdo a evaluaciones que no consideran ms que su poder de representar las
tensiones de un orden de sentidos exterior a ella (lo Social, lo Histrico). La diferencia que
separa las dos obras es, segn Giordano, que la problemtica de la forma deja de ser moral
para convertirse en tica.
Creemos, a diferencia de Giordano, que la diferencia es ms acusada de lo que l seala
con estos dos trminos, uno latino y otro griego que pueden considerarse prcticamente
sinnimos. En El grado cero la problemtica del lenguaje se situaba en un devenir
histrico-social del lenguaje, en la Leon se sita en la esencia misma del lenguaje, en sus
normas gramaticales.
Para desambiguar la frase anteriormente citada, Giordano tiene que escribir a pie de pgina
que ha tomado la diferencia moral/tica en su sentido spinoziano como ha sido transmitido
por Deleuze: de un lado est la moral como forma de los valores transcendentes y del otro
la tica como tipologa de los modos inmanentes de existencia; de un lado el Bien y el Mal
como valores superiores, ms all del mundo y del otro lo bueno y lo malo como
afecciones que aumentan o disminuyen la fuerza de existir. (Giordano, 1995, pgs. 16-17)
125
Giordano glosa las palabras de Barthes de que existe una cierta tica del lenguaje
literario (segn la cual la literatura afirma su valor por fuera de todas las evaluaciones) que
es necesario afirmar con insistencia porque continuamente la niegan los saberes que
circulan alrededor de la escritura (hay que contar entre ellos a las teoras y las crticas
literarias) aclarando que la responsabilidad a la que se refiere Barthes no es la de someter
la forma a alguna moral establecida, reconocindole a su existencia especfica un valor
derivado de esa moral, sino la de inventar una forma animada por fuerzas intempestivas
capaces de crear nuevos valores, los valores inauditos de una existencia irreductible.
(Giordano, 1995, pg. 17)
No obstante podemos objetar que Barthes no ha escrito nada que soporte, de forma
inmediata, esta interpretacin, aunque est en consonancia con el talante Barthesiano y le
confiera ms coherencia y plenitud. Suponemos que Barthes flirteaba con el marxismo y
con el pensamiento filosffico sartreano cuando empleaba la palabra moral, porque no se
ocup de marcar las distancias de la moral que invocaba con la que imperaba en los
crculos intelectuales de la poca.
Jacque Dubois en Hacia una crtica literaria sociolgica estudio incluido en la obra
Hacia una sociologa del hecho literario expone que, segn Roland Barthes, las estructuras
formales no estn sometidas sino indirectamente a la influencia de lo social, y la evolucin
histrica pesa ms sobre el ritmo de sus mutaciones que sobre ellas mismas. Lo esencial es
ver con el mismo autor, por qu caminos los hechos de expresin se implican y penetran en
una relacin con el contexto social. (Jacques Dubois, 1974, pg. 68)
Opinamos que Barthes no hace, de hecho, alusin a las estructuras formales en la etapa
de El grado cero y no sabemos a ciencia cierta que entiende Dubois por ellas. Hay que
tener en cuenta que el mismo Barthes hace afirmaciones al respecto que luego desmiente.
Habla del compromiso con la Forma como uno de los valores ms altos sin especificar qu
entiende por Forma y la rpida definicin que hace de ella en el pasaje: Pero toda Forma
es tambin Valor; por lo que, entre la lengua y el estilo, hay espacio para otra realidad
formal: la escritura, descontextualizada podra significar que tanto la lengua como el
estilo y la escritura son Formas. Un trmino muy cercano signos formales aparece
lastrado de connotaciones negativas y cuando, hecho poco frecuente, menciona el trmino
tema (lo ms cercano al contenido) nos hace dudar de su real posicin ideolgica. As al
abordar la literatura naturalista llega a escribir: Sin duda el fracaso no se encuentra slo
126
la moderna conciencia del escritor de que esto es imposible, imposible por el hecho de que
las formas de la literatura ahora tienen que ser escogidas obvia aadir que el quid de la
cuestin est para Barthes en la comprensin por la propia burguesa de que su ideologa
no es la nica y precisar que lo que debe ser escogido es la escritura, pues Barthes cree que
el elenco de formas a disposicin para el escritor est muy limitado y su originalidad tiene
una duracin limitada. A continuacin, aade otro razonamiento que nos parece discutible
desde varios puntos:
Si las esencias intemporales fueran el contenido de la literatura, ellas podran dictar su
forma, variaciones formales corriendo al servicio de la retrica y la intencin de persuadir
al lector de la verdad all expresada. La modernidad aparece con la comprensin de que no
existen tales esencias y que de ah en adelante el contenido de la literatura debera ser
figurado por sus formas (Bittner Wiseman, 1989, pg. 18).
En primer lugar, la cuestin de la existencia de una esencia intemporal del hombre y de
la cultura o de la Naturaleza es una cuestin de conciencia individual y la literatura es
patrimonio universal cuyas obras responden a distintas ideologas. El contenido de la
literatura no tiene por imperativo alguno que incluir esos temas, pero tampoco tiene que
exclurlos. En segundo lugar, de la prtasis Si las esencias intemporales fueran el
contenido de la literatura, no se sigue como consecuencia posible que ellas pudieran dictar
su forma y nos preguntamos qu impide objetivamente el concurso de la retrica en este
logro.
Bittner Wiseman explica que no solo las formas tienen que ser elegidas, sino tambin
las razones para elegir, que, a su vez, estn relacionadas con las decisiones acerca de lo que
la literatura es, aquello para lo que sirve, y lo que tiene que hacer en la sociedad en que
aparece. Elegir una forma es elegir un mundo, pero a la luz del reconocimiento de que no
existen esencias, el escritor no puede expresar su forma del mundo como la verdad del
mundo. A lo sumo, puede convocar un mundo, donde las convenciones literarias sean
pactos entre el escritor y la sociedad que anuncien las actitudes compartidas de autores y
de su pblico hacia los mundos convenidos arbitrariamente. Bittner Wiseman admite la
objecin de que es necesario para hablar de actitudes compartidas que el escritor y el lector
hayan clarificado cul es la relacin entre la literatura y la sociedad. Pues uno de los
turbadores efectos del reconocimiento de que el tiempo lo cambia todo y de que la creencia
en la existencia de naturalezas a-histricas solo refleja un deseo de permanencia es
128
129
riesgo de una nueva legalidad. La autora sostiene que la ltima distincin se torna en El
placer del texto una distincin entre textos de placer y textos de goce; aqu los riesgos de la
nueva legalidad son explicados en detalle y las alternativas que se enfrentan al lector
moderno no estn limitadas a rechazar un componente de la pareja contraria o a estar
suspendido entre ellas, como estaba el escritor moderno y el hroe trgico en El grado cero
de la escritura y El hombre raciniano respectivamente. Abolir la literatura, interpreta la
autora, concebida como el modelo de literatura es entregar el verdadero deseo que se siente
por la literatura, por sus responsabilidades y por sus placeres, esto es el motivo para abolir
su pasado para hacer una creacin propia. La destruccin de la tradicin de la literatura se
derrota a s misma por destruir la razn para derrotarla-analiza Bittner Wiseman. (Bittner
Wiseman, 1989, pg. 35-36)
Bittner Wiseman destaca que en la concepcin barthesiana el padre es el pasado y la
divisin la fundamental estructura del universo trgico. Estructura, cuyo referente
encuentra la autora en el mundo moderno tal y como Barthes lo construye en El grado
cero de la escritura. La divisin entre clsico y moderno resultante de las divisiones dentro
de las clases sociales, lenguajes y conciencias desmentira la creencia de la literatura en su
propia intemporalidad y en la unidad y universalidad de lo que expresa, creando una
divisin en el escritor moderno. Reconociendo, prosigue Bittner, su confinamiento dentro
del pasado de la literatura y la imposibilidad de abandonar la lnea de ascendencia, el
escritor moderno asume la responsabilidad de la literatura y de sus transgresiones contra la
historia. Ser moderno sera negar el valor, la fuerza, y el poder del pasado y el relato del
pasado que es historia. Llamando transgresin a la negacin es precisamente admitir que la
historia no puede ser correctamente denegada; pero asumiendo la negacin de la literatura,
el escritor niega la historia. (Bittner Wiseman, 1989, pg. 36)
Bittner Wiseman extiende la comparacin al tema de la trascendencia de las
contradicciones: El hroe trgico reclama totalmente la responsabilidad cuando se trata de
la cuestin de asumir las ancestrales transgresiones que l no ha cometido, pero se declara
impotente cuando se trata de trascenderlas. Lo que el escritor moderno no puede trascender
es la contradiccin implcita en su creencia de que el tiempo conlleva cambio y divisin en
su estela, por una parte, y su adopcin de la negacin del tiempo de la literatura, por la
otra. He aqu la tragedia como el espectculo de lo imposible: resueltamente binaria,
paradjica y no dialctica; aqu no hay mediacin, solo cambio total. (Bittner Wiseman,
1989, pg. 36)
132
Aos ms tarde, en la Sesin del 15 de diciembre de 1979 resaltar una nocin de Sartre
relativa a la prdida de libertad del escritor, a cuyas consecuencias el escritor se resiste:
Para Sartre, una vez que uno ha muerto solo existe a travs del otro (y aun as: existir es
ya falso). El prjimo, para Sartre, es quien nos fija objetivamente, ignora para siempre
nuestra Subjetividad, es decir, nuestra libertad. Escribir no es sabio (lo dijo al comienzo)
en el sentido de que es someterse enteramente, completamente a la mirada (= la lectura) del
otro (Escribir= Ideal del Yo, lo Simblico, el lenguaje); cuando escribo, al trmino de mi
escritura, el Otro fija objetivamente mi subjetividad, niega mi libertad: me pone en la
posicin del Muertoel escritor siempre quiere reclamar un suplemento de subjetividad,
de libertad; quiere vivir an: es el libro que quiere hacer. (La preparacin de la novela.
Notas de cursos y seminarios en el Collge de France, 1978-1979 y 1979-1980, 2005,
pg. 229)
Durante la celebracin de esos cursos Barthes aclara su concepcin del compromiso
acentuando an ms la soledad del escritor que ya mencionaba en El grado cero de la
escritura a partir de una discrepancia con la opinin de Kafka: Kafka: la historia literaria
se presenta como un bloque inmutable, digno de confianza que el gusto del da no puede
daar demasiado. Mi opinin, evidentemente, es que ese bloque ya no es inmutable, y
que el gusto del da descalabra ese bastin y lo aniquila. De all, la angustia de
separacin, de abandono, del que se queda dentro. La literatura: sostenida por una clientela
de desclasados: somos exiliados sociales y llevamos la literatura en nuestro magro
equipaje. Porque es un Desclasado, el escritor se plantea, con energa, a veces con histeria,
el problema del Compromiso: El mundo me ha expulsado, a toda costa quiero volver a
entrar= es el compromiso. Y porque soy una especie de persona despreciada de lo Real,
no puedo hacerme reconocer sino al precio de cierta oblacin. (Barthes, 2005, pg. 362)
MITOS LITERARIOS Y SUEOS
El mito de Orfeo est muy presente en la poesa, Quevedo, Mallarm, Rylke, Pierre
Emmanuel son algunos de los poetas que han sentido inters por el mito. Barthes alude
recurrentemente a l, pero refirindose solo al fatdico instante en que Orfeo pierde a
Eurdice definitivamente. Lo sorprendente es que diversos poetas (includo Barthes) no
culpan al poeta que ha malogrado no solo su objetivo sino el regreso al mundo de los vivos
de Eurdice por transgredir el contrato con Plutn. Como no sealan que de haber estado
133
Orfeo junto a ella no hubiese sido perseguida, en aquel momento, por Aristeo y no hubiera
encontrado la muerte al ser mordida en su huida por una serpiente.
En El grado cero de la escritura encontramos referencias explcitas e implcitas al mito
de Orfeo. Ya en el prlogo hallamos un eco del mito en el esbozo que hace de la escritura
del ltimo siglo: Desde hace cien aos, toda escritura es un ejercicio de domesticacin o
de repulsin frente a esa Forma- Objeto que el escritor encuentra fatalmente en su camino,
que necesita mirar, afrontar, asumir, y que nunca puede destruir sin destruirse a s mismo
como escritor. La Forma se suspende frente a la mirada como un objeto, hgase lo que se
haga es un escndalo: esplndida, aparece pasada de moda; anrquica, es asocial; particular
en relacin con el tiempo o con los hombres, de cualquier modo es soledad. Casi al final
del prlogo al hablar de la coetnea existencia de una escritura blanca vuelve de nuevo a
invocar el mito: como si la Literatura que tiende desde hace un siglo a transmutar su
superficie en una forma sin herencia, slo encontrara la pureza en la ausencia de todo
signo, proponiendo en fin el cumplimiento de ese sueo rfico: un escritor sin Literatura.
(Barthes, 2012, pg. 10)
En el apartado de El grado cero Qu es la escritura? Barthes regresa al mito a la
hora de definir la lengua del escritor: la lengua del escritor es menos un fondo que un
lmite extremo: es el lugar geomtrico de todo lo que no podra decir sin perder, como
Orfeo al volverse, la estable significacin de su marcha y el gesto esencial de su
sociabilidad (Barthes, 2012, pg. 13)
La presentacin barthesiana de la literatura como Orfeo ascendiendo de los infiernos:
mientras avanza, sabiendo sin embargo que conduce a alguien, lo real-que est detrs de
ella y que ella retira poco a poco de lo innominado-respira, marcha, vive, se dirige hacia la
claridad de un sentido; pero despus, cuando ella se vuelve hacia lo que ama, no queda en
sus manos nada ms que un sentido nombrado, es decir un sentido muerto (Ensayos
Crticos, 1983, pg. 317) no dista mucho, a nuestro juicio, de la lectura del mito que hace
Blanchot (Blanchot, 1968, pg. 227): El error de Orfeo parece estar entonces en el deseo
que le empuja a ver y a poseer Eurdice, a l cuyo nico destino es cantarla. Slo hay Orfeo
en el canto, no puede haber relacin con Eurdice salvo en el seno del himno, solo hay vida
y verdad conforme al poema y por l, y Eurdice solo representa esa dependencia mgica
que fuera del canto hace de l una sombra y solo lo hace libre, vivo y soberano en el
espacio de la medida rfica
134
Para Roger el tema del desgarramiento proviene tanto de Sartre como de Blanchot, cuyos
estudios (sobre Mallarm, Kafka) fundan sobre una fenomenologa de la obra un
pensamiento de la literatura como prueba de la imposibilidad. Tras su estela, Barthes ve
que la modernidad comienza con la bsqueda de una literatura imposible. Y es un tema
blanchotiano que circula en Barthes con el regreso insistente del mito de Orfeo. Un
anuncio de Maurice Blanchot, al principio de Lespace littraire, designa las pginas sobre
la mirada de Orfeo, como el punto hacia el que se dirige todo el libro. La escritura es ah
dada por la absoluta paradoja del comienzo imposible. Para Roger hay en El grado cero de
la escritura no solo uno sino dos Orfeos que traducen tambin el compromiso sobre el cual
se establece este libro- Jano. El de Blanchot, por una parte, evocado a propsito de
Mallarm y del silencio; pero tambin anticipndose a ste en la primera pgina del texto,
otro Orfeo ms discreto y mundano (menos metafsico) cuyo mito remite a la sociabilidad
del escritor y a su situacin en relacin con la lengua lugar geomtrico de todo lo que no
podra decir sin perder, como Orfeo al girarse, la estable significacin de su accin y el
gesto esencial de su sociabilidad. A su juicio, este Orfeo alegoriza la problemtica
barthesiana ms novedosa y provisionalmente alejada de la fenomenologa: a la vez el
reconocimiento de la lengua como horizonte (lo que conduce abiertamente la literatura a
una problemtica del lenguaje) y la propuesta de lo que podra llamarse una sociobiologa del escritor. (Philippe Roger, 1986, p. 47)
Lavers tambin en Roland Barthes: Structuralism and After examina los mitos a los que
Barthes recurre y marca las diferencias respecto a su fuente: se puede acceder a la
literatura a travs de un mito. Blanchot propone las figuras de Orfeo y las sirenas, y
Barthes aade toda la serie en Ensayos crticos. El escritor es como Orfeo deseando
devolver al mundo (encarnar en palabras) la muerta Eurdice (o esa inspiracin que llega
del ms all de la literatura). La condicin es no mirarla (concentrarse en la tcnica). Pero
cediendo a una ms alta tentacin, l compulsivamente la mira y la pierde: l no puede
lograr la muerte literaria, el silencio que podra seguir al agotamiento del sujeto. De ah el
impulso por un nuevo intento que debe ser similarmente rechazado. Con la interpretacin
de Barthes del sueo rfico del escritor como un homicidio se aade un nuevo giro
que supera a Blanchot en terrorismo. Mientras ellos comparten una escala de valores,
Blanchot estaba sobre todo intentando sugerir la dialctica de la creacin y sintiendo jbilo
ante la obra como la consecuencia. Pero para Barthes el original descenso hacia las
135
palabras es una Cada, por ello l iba ms tarde en su carrera a valorar la materialidad del
discurso. (Lavers, 1982, p. 64)
La tendencia de Barthes a enfatizar la accin ms que sus resultados, o como l hizo en
su fase post-estructuralista, estructuracin ms que estructura se hace ms evidente a la luz
del segundo mito de Blanchot-explica Lavers. Las Sirenas ejercan una atraccin
irresistible, pero lo extrao proceda del hecho de que todo lo que ellas hacan era
reproducir la usual cancin de la humanidad; pero siendo solo bestias, aunque hermosas, al
actuar as ellas levantan la sospecha que desde que ellas pueden cantar como hombres, toda
cancin humana era de hecho inhumana.. Las Sirenas fueron vencidas por el poder de la
tcnica, esto es por Ulises, quien, como la tcnica siempre hace, reclama disfrutar su
cancin sin peligro para l mismo. Pero l no escap completamente a su poder; l fue
arrastrado a travs de Homero a un relato de sus aventuras, una Odisea. (Lavers, 1982, p.
64)
Lavers explica que la inhumanidad de las Sirenas y la muerte de Eurdice obedecen a la
concepcin del lenguaje y de la literatura: para Blanchot, Sartre, Barthes y todos los
seguidores de Mallarm, lenguaje y por ello literatura existe fundamentalmente como una
relacin con ausencia. El signo es al mismo tiempo una marca y una ausencia. (Lavers,
1982, p.64)
Marie Gil interpreta la figura de Orfeo, que relaciona toda la obra de Barthes desde el
prefacio de El grado cero hasta La habitacin clara como portavoz de lo que es la
literatura: una transgresin. Para esclarecer la comparacin de la transgresin del lenguaje
con la transgresin que supone el gesto fatal de Orfeo, Marie Gil contrapone la actitud del
hablante con la actitud del escritor: No nos giramos sobre el signo al hablar: Orfeo se gira,
el escritor mira la lengua de frente, y perdiendo la lengua encuentra la poesa. Acto
seguido descubre otros paralelismos con elementos del dominio literario a los que se presta
la interpretacin simblica del mito: la escritura es una transgresin de la superficie lineal,
es vertical y profunda, silenciosa, como la ascensin de Orfeo. Luego est el paso del estilo
a la escritura, de la ensambladura de palabras al acto social de la publicacin: la toma de la
lira. Est tambin la dimensin histrica del paso al orfismo, pues el lenguaje clsico
(citando a Barthes) instituye un mundo donde los hombres no estn solos, donde las
palabras no tienen nunca el peso terrible de las cosas, donde la palabra es siempre el
encuentro del otro, y no silencio y petrificacin por la mirada, aade Marie Gil. La autora,
136
tradicin, sociedad, e historia, por un lado, y la divisin de lenguajes por otro, no pueden
ser evadidos. (Bittner Wiseman, 1989, pg. 30).
Cada una de las dos partes de El grado cero de la escritura, advierte Bittner, detalla
estrategias para derrotar la literatura o debilitar el lenguaje literario. Incapaz de liberar un
nuevo lenguaje literario, el escritor puede aceptar y realzar la literatura existente o
rechazarla y exorcizarla. El exorcismo era lo requerido para cuando algo, aqu literatura, se
concibe a s mismo como teniendo un valor trascendente y por tanto sagrado. Hay,
explicita Bittner, dos modos de acercar el lenguaje a la tierra: uno a travs del silencio, el
otro a travs del habla, en cada uno la escritura est en el grado cero. Bittner admite que la
escritura concebida como un registro del habla podra ser considerada como un habla
silenciosa, pero niega que la concepcin de la escritura moderna introducida por Barthes
sea la de una sierva del habla sino ms bien la de una actividad que mantiene con la
literatura tradicional precisamente la relacin que el hijo mantiene con el padre en el mito
de la horda. La escritura tendr poder solo cuando la literatura, como la tradicin la ha
definido, est muerta, pero la escritura, el deseo de escribir ama la tradicin de la que ha
nacido y tambin le es odioso verla morir. (Bittner Wiseman, 1989, pg. 30)
Bittner tambin interpreta el mito de Orfeo: La primera va para despojar la literatura
de su pretensin a una verdad a-histrica es hacer lo que Orfeo hizo para salvar a Eurdice,
a la que l amaba: l la entreg. Esto es lo que el escritor moderno hace: abandona el
grabado contextual, las redes de relaciones de palabras que es el lenguaje; l abandona el
habla; l abandona la comunicacin. En silencio y soledad, entonces, el poeta confronta la
palabra potica como un objeto solitario. Barthes llama a esto el sueo rfico de un escritor
sin literatura, y ello ilustra el doble lazo en el cual Barthes coloca al escritor moderno. Los
dioses permiten a Orfeo llevarse a Eurdice del inframundo con la condicin de que l no
mire hacia ella, de que l se ciegue para lo que ama; si l mira, ella no estar all para verla
o tenerla. El amante sin la amada, el escritor sin la literatura, aguarda la ltima nocin de
Barthes de la escritura como un verbo intransitivo, una escritura no sierva de la tradicin, y
la entrega del objeto que es, necesariamente, al mismo tiempo la entrega del sujeto. Es
negociando los trminos de esta ltima entrega donde reside la singular contribucin de
Barthes. En este primer libro, sin embargo, el escritor que ha entregado el lenguaje para
debilitar el lenguaje literario, esto es, el poeta moderno, no escribe. (Bittner Wiseman,
1989, pg. 31)
138
Tal vez la definicin misma del dios, sea cual sea la religin a la que pertenezca, es
enredar al sujeto humano en la contradiccin de su deseo: si Orfeo (fbula citada con
frecuencia, desde El grado cero de la escritura) obedece al dios y no mira a Eurdice,
renuncia al placer incomparable del fantasma, cuya orden es inmediatamente, pero si se
gira hacia ella, pierde el goce para siempre. Orfeo es pues inmovilizado, recuperado: ms
hago por salir de all, ms me hundo; ms deseo, ms pierdo; ms me rebelo, ms me
alieno; ms transgredo, ms confirmo; ms ataco, ms consolido; ms me esfuerzo hacia el
grado cero de la escritura y ms realizo el grado pleno, el signo fuerte, etc. Toda
negatividad se transforma en positividad, tal es la dura ley de la Historia: ella regula a la
vez lo que hubiera llamado en otro tiempo los grandes imperios (toda Revolucin, as
parece, se convierte en Estado, en Nacin, en Rgimen) y las prcticas ms ftiles (yo no
veo mis faltas tipogrficas excepto cuando leo mis pruebas sin buscarlas). En resumidas
cuentas, girarse es excluirse: Orfeo, es el que canta y se separa (no haba predicado la
homosexualidad?; es tambin aqul, que no girndose, combate la enfermedad de la
mirada, la histeria (no haba condenado los desenfrenos de las Mnades?); pues si l
hubiera mantenido la orden del dios hasta el final, por prudencia vital, l se hubiera
convertido en el hombre de lo indirecto: desear sin mirar, hablar metafricamente, no
hablar tpicamente. (Barthes, 2010, pg. 283)
Bernard Comment en Roland Barthes, vers le neutre considera que Barthes se plantea
una cuestin que es propia tambin de la literatura moderna, que se interroga y escribe para
saber si ella puede y debe escribir. Cuestin que Comment considera sometida a tensin en
las dos visiones contrarias del mito de Orfeo que importunan el presente de la escritura. De
un lado, est la teora irrespetuosa y mortificadora, que ejemplifica con una cita extrada de
El grano de la voz: En el fondo, el hroe epnimo, el hroe mtico de la teora, podra ser
Orfeo, porque es precisamente aquel que se gira sobre lo que l ama, a reserva de
destruirla. (GV, Seuil, Paris, 1981, pg. 136). Comment analiza que cuando se pasa al otro
lado, el de la escritura, la proposicin se invierte y se apoya en la siguiente cita de El grado
cero de la escritura: El lenguaje mallarmeano es Orfeo que no puede salvar lo que ama
salvo renunciando a ello y que sin embargo se vuelve un poco (DZ, 1953, p. 55). Tambin
advierte una radicalizacin en la siguiente cita de Ensayos Crticos: Se podra decir, yo
creo, que la literatura es Orfeo remontando los infiernos; mientras que ella va delante,
sabiendo que ella conduce alguien, lo real que est detrs de ella y que ella saca poco a
poco de lo innominado, respira, marcha, vive, se dirige hacia la claridad de un sentido;
140
pero tan pronto como ella se gira sobre aquellos que ama, no queda ya entre sus manos
sino un sentido nombrado, es decir un sentido muerto (E.C, Seuil, 1965, pg. 265).
Abundan las ocasiones de este imperativo a no volverse, a ir hacia adelante, resueltamente
hacia adelante, hacia un horizonte sin duda inaccesible, pero al principio de una bsqueda
obsesionada por su imposibilidad, esto mismo delante de lo cual nosotros caminamos sin
mirarlo (BL, Seuil, 1984, p. 371). (Comment, 1991, pg. 17)
La contorsin, explica Comment, que implica mirar o no mirar a Eurdice parece
resumir lo mejor posible la doble postulacin que habita y motiva la actividad barthesiana.
Por una parte, un proceso del sentido que debera permitir la revelacin de aquello de lo
que pretendemos liberarnos; por otra, la necesidad de entrever lo que podra decirse, verse,
pensarse de otra manera, una vez salido de nuestros cuadros y lmites: una pronunciacin
de lo que no es todava, de lo que no podra ser; una voluntad de adelantamiento hacia lo
impensable. Comment cita al propsito un pasaje extrado de Sollers crivain: Nosotros
solo tendramos que elegir entre el conformismo (de derecha, de izquierda) y el parloteo;
nada hacia delante; qu luto, qu asfixia, qu aburrimiento! l, tiene los hilos al mismo
tiempo; l va, doble, apuntando a la vez al futuro social y al futuro textual; l no se gira
hacia el lenguaje. Sus amigos o sus enemigos, l nos mantiene a todos vivos. (Bernard
Comment, 1991, pg. 18)
Comment cita otra figura mtica que acompaa a la escritura para marcar la
imposibilidad con la que tropieza: la de Moiss. Para este crtico la versin de Moiss que
nos ofrece Barthes en El grado cero de la escritura tiene reminiscencias blanchotianas:
La literatura llevada a las puertas de la Tierra prometida (DZE, 55, Seuil, 1953), es
decir, a las puertas de un mundo sin literatura, de la que correspondera sin embargo a los
escritores testimoniar y se pregunta retricamente si es necesario colegir de la nueva cita
sobre Moiss, que encontramos en El placer del texto, un sentimiento de impotencia:
una cultura futura, surgida de una revolucin radical, inaudita, imprevisible, de la que
l que escribe hoy solo sabe una cosa: que, como Moiss, no entrar all (PT, p. 63, 1973,
Seuil) (Bernard Comment, 1991, pg.19)
LA SOMBRA DE SAUSSURE
En el apartado Langue Annette Lavers sostiene que el hecho de que la dialctica del
lenguaje y del habla son el verdadero cimiento de El Grado Cero no ha sido reconocido y
que se ha concedido excesiva importancia a la entrevista de Thibaudeau y a que en el
141
segundo prefacio para Mitologas Barthes declare que ley a Saussure solo ms tarde, en el
transcurso de su escritura de Mitologas, como es reflejado en su posterior El mito de
hoy, Pero precisamente a causa de la posicin de Saussure como padre fundador de la
moderna lingstica, no era necesario pronunciar su nombre para que sus ideas fueran
asimiladas. La autora cita, como ejemplo, a Merleau- Ponty que en su Fenomenologa de
la percepcin (1945) solo alude a la famosa distincin sin mencionar el nombre de
Saussure (presumiblemente muy famoso). Lavers explica la relevancia de esto por la razn
de que muchas de las metforas de Barthes parecen sealar a la Fenomenologa de la
percepcin como una importante fuente de inspiracin; por ejemplo, el habla vista como
un movimiento horizontal con el lenguaje como un slido residuo o deposito levantado
bajo ella, que es el principal esquema en El grado cero. La autora aade que la precariedad
de movilidad es un tema mayor del existencialismo y que Sartre estaba usando palabras
como significante y significado en los inicios de la dcada de los cuarenta por ejemplo en
Esbozo para una teora de las emociones o en su artculo Aminadab sobre Maurice
Blanchot. A ello suma Lavers el que Blanchot mismo muestre en su revisin del libro de
Barthes no solo que el concepto de lengua era perfectamente comprendido sino que la tesis
de Barthes cobraba sentido solo en relacin a ste. (Lavers, 1982, pg. 51)
Lavers considera que la definicin de lengua dada en El grado cero era bastante tcnica
para sorprender al pblico puesto que no acentuaba los elementos sino las relaciones:
sabemos que el lenguaje es un corpus de normas y hbitos comunes a todos los escritores
de un periodo (Z, 15). Esto, explica la autora, evoca la estrictamente saussureana
definicin de lengua ofrecida por Viggo Brondal (de quien tom la nocin de grado cero)
que Barthes cita una dcada ms tarde en Elementos de Semiologa. La proximidad del
nombre de Brondal al de Merleau Ponty en su ltimo libro sugiere, opina Lavers, que
Barthes no haba cambiado sus referencias sino simplemente haba enriquecido su
trasfondo terico: algunos de los principales principios de la moderna lingstica eran parte
de su pensamiento desde el comienzo. (Lavers, 1982, pg. 51)
Annette Lavers advierte que es importante no hacer a Saussure sinnimo de la
Lingstica entonces o ahora, y especialmente en relacin con Barthes por dos razones:
primero, las nociones bsicas del Curso eran percibidas ambivalentemente por Barthes,
cuya crtica era similar a la realizada hoy por un creciente nmero de lingistas de una
inclinacin sociolgica; segundo, porque despus de todo exista una genuina afinidad
entre las intuiciones de ambos no solo en sus ensayos y originalidad sino en la manera de
142
En el apartado Speech Lavers expone que es difcil al principio ver cmo los lenguajes
cambian, al estar el escritor encerrado, y cmo puede innovarse o hacer una declaracin,
pero tal factor de movilidad estara presente despus de todo, invisible al principio porque
no es nunca formalmente introducido. ste sera el habla, la otra parte de la dicotoma
saussureana. El habla, escribe Lavers, es invocada de modo discreto como una herramienta
entre el estilo y la escritura, pero es usada sin ser teorizada. El estilo y la escritura, precisa
la autora, son descritos por medio de la misma profunda metfora, el gradual depsito y la
semilla en desarrollo; en contraste, el horizontal, movimiento del habla es el lugar del
intercambio social. Estilo y escritura son claustrofbicas; el habla es abierta, porque sus
secretos son disipados por su propia duracin (Z, 17), y porque es potencialmente el lugar
de encuentro de todos los hombres. La autora tambin seala el enlace de esta concepcin
con el pensamiento existencialista, para el que el habla es el verdadero smbolo de libertad
y autonoma, y El grado cero trata tanto de libertad como de la escritura. (Lavers, 1982,
p.58)
Lavers analiza la que considera baja posicin asignada a la crucial nocin del habla en
El grado cero es sin ninguna duda estructural, un patrn- interferencia entre varias bien
conocidas oposiciones. La distincin saussureana entre lenguaje y habla debe competir con
lenguaje y estilo y habla y escritura. Esto no concuerda, observa Lavers, con el
pensamiento de Barthes fundamentalmente dualstico, un rasgo que sin duda lo predispuso
tambin a la obsesin estructuralista con las oposiciones binarias (Lavers, 1982, p. 60).
La autora aventura que Barthes podra ser diagnosticado en trminos de lo que los
psicoanalistas llaman una divisin del objeto en un buen y mal aspecto, evitndose as
una deprimente ambivalencia, hacia la que el obsesivo temperamento de Barthes lo
inclinaba demasiado. A su juicio en El grado cero debido a esas diferentes posibilidades de
clasificacin, habla y escritura se hacen recprocamente redundantes, puesto que ellas
deben representar individualidad y libertad de eleccin, aunque en diferentes modos. Esta
equivalencia estructural tambin explica cmo fue posible que esos dos conceptos
cambiaran sus connotaciones ms tarde en la carrera de Barthes. Sera solo cuando la
escritura fracasa en mantener su valor liberador cuando es reemplazada, aunque
extraoficialmente, por el habla. (Lavers, 1982, p. 60)
Lentegre seala la confusin que existe en las pginas de El grado cero de la escritura
entre el concepto de Lengua, en el sentido saussureano y el de norma lingstica: aunque
144
Lentegre explica que estas oscilaciones provienen de que Barthes, al definir la lengua, est
orientado por una doble preocupacin; por una parte, le parece necesario separarse lo ms
netamente posible de los conceptos comunes, y se apoya entonces sobre lo que la
terminologa lingstica le sugiere como ms abierto y ms abstracto; por otra parte, debe
acentuar la oposicin entre lengua y escritura, para que esta ltima aparezca como el solo
espacio posible de la eleccin intencional: Barthes insiste, entonces, sobre el aspecto
coercitivo de la lengua como fenmeno social impuesto. La metfora del horizonte
sostiene el postulado de que la lengua es una Naturaleza, puesto que slo la escritura debe
ser considerada como un pacto social. (Lentegre, 1980, p. 19)
Segn Lentegre, Barthes se apropia de la teora de Saussure, porque converge entonces
perfectamente con la huella marxista que desea dar a su interpretacin del fenmeno
literario. As como marxista Barthes atribuye a priori un valor tico positivo a los
lenguajes sociales, cuya transparencia (la sinceridad?) y naturalidad se oponen al
disfraz (el trmino es de Saussure) de los lenguajes escritos. El empoissement de la
lengua moderna aparece entonces, netamente, como una marca propia del lenguaje escrito,
una clausura, a la cual Barthes dar el nombre de mscara. Lentregre considera que el mito
de la denotacin dimana de que la lengua sea considerada como un cdigo, es decir, como
una reunin de signos naturales teniendo por fin la comunicacin transparente, mientras
que toda forma de escritura es un segundo cdigo (no todava un cdigo segundo) que
aade a la clausura puramente social de la denotacin una clausura artificial, de tipo
retrico. Este segundo cierre- que es el fenmeno de la connotacin- est hecho no de
signos sino de seales. Son las groseras suplementarias del Padre Duchne, como las
escrituras de todas clases recontadas por Barthes en El grado cero. Sin embargo, los
desarrollos de la lingstica moderna- de los que Barthes obtendr provecho en Elementos
de semiologa-muestran bien que esa relacin debe invertirse: la lengua no es un cdigo,
sino un sistema formal, donde los signos son ya realizaciones de substancia. La denotacin
es un estado ideal de Parole, es decir, la posibilidad ms simple de realizacin del
esquema de estructura en un proceso. A continuacin, Lentegre, que se apoya en Eco,
seala el error de perspectiva que subyace a esta definicin, ya que es el cdigo el que es el
dominio de la seal, mientras que la lengua natural es un proceso de significacin marcada
por la pluralidad de sentidos. La transparencia estara al lado de la seal y la opacidad al
lado del signo. Esto deja entrever la razn por la cual los primeros anlisis semiolgicos de
Barthes se consagran esencialmente a de-construir signos ideolgicos, hallando signos de
146
cualidad diferente (las escrituras no ideolgicas) que parecern, sin embargo, poseer la
misma funcin: Barthes ha descubierto intuitivamente un fenmeno universal, y que su
sistema de oposicin est fundado sobre un error de perspectiva. No es a la lengua oral
(denotacin) a la que es necesario oponer la lengua escrita (connotacin), sino a la
connotacin ideolgica (el mito) al que es necesario oponer la connotacin retorica (la
escritura). A partir de Mitologas, seala Lentegre, Barthes va a buscar una nueva
definicin de escritura, que vacilar hasta dejar de ser una dimensin privilegiada del
lenguaje literario para transformarse en el proceso de la significacin por excelencia.
(Lentegre, 1980, pgs. 26-27)
ngeles Sirvent, por el contrario, opina que Saussure no se encuentra entre los pocos
lingstas que Barthes conoce al escribir El grado cero de la escritura. No obstante,
reconoce el acierto de Coquet al sealar el paralelismo que la dicotoma escritura/estilo
presenta respecto a la de lengua/parole de Saussure: Roland Barthes cuyo mrito en El
grado cero de la escritura era hacer aparecer la dimensin social de la literatura, apresada
en el concepto de escritura, opuesta a la dimensin individual concretizada por el concepto
de estilo. Se reconoca all, una nueva vez, la utilizacin de la dicotoma
lenguaje/palabra (Jean Claude Coquet, Lcole de Paris, Hachette, 1982, p. 12, citado por
Sirvent, 1992, pg 79)
A las influencias marxista y sartreana Moriarty suma la de la lingstica estructural a
travs de Brondal. La inspiracin estructuralista aparece, segn l, ms plenamente en un
modo de pensar basado en oposiciones binarias, en el recurrente contraste entre los ejes
verticales y horizontales. Barthes trata con anticipacin un problema mayor de la
lingstica saussureana. Saussure haba distinguido lengua de parole, el lenguaje como
un sistema de las pronunciaciones individuales que el sistema hace posible. La concepcin
de lengua no est lejos de la referencia barthesiana al lenguaje como un cuerpo de
prescripciones y hbitos comunes a todos los escritores de un periodo dado. Ahora
parole para Saussure es un acto individual de voluntad e inteligencia. Pero esto sugiere
que no existen constricciones en la actividad lingstica individual aparte de las del
lenguaje mismo. Tal libertad incondicionada parece problemtica, y uno deseara postular
un trmino medio conectando la actividad concreta individual con la estructura abstracta
del lenguaje. El logro paradjico de El grado cero de la escritura es descubrir un trmino
medio que ofrece una solucin a ambos problemas, que sirve para introducir tanto un
margen de libertad existencialista como un nivel ms elevado de condicionamiento en el
147
ejercicio del lenguaje. El lugar de valor es tambin el lugar de constriccin. Este tercer
trmino sera la escritura. El escritor de Barthes elige como el de Sartre, pero lo que l
elige no es una postura ideolgica que es expresada en la escritura: la escritura es un
posicionamiento mismo. (Moriarty, 1991, pg. 32)
Moriarty piensa que el esquema ternario- lengua, estilo, escritura-es complicado por una
poderosa oposicin binaria. Dos formas de lenguaje son comparadas respecto a su modo de
producir significado. El habla ordinaria es un ejemplo del primer tipo. El significado de
una pronunciacin no es determinado por los elementos individuales, las palabras, sino
puramente por su combinacin: ellas solo entregan su significado cuando la pronunciacin
es completada y as el significado las atraviesa en un contante proceso. Esto puede ser
llamado el eje horizontal del lenguaje, y prevalece no solo en el habla ordinaria sino en
contextos lingsticos ms restringidos, por ejemplo, en la prosa y poesa del clasicismo
francs, donde lo que cuenta no son los elementos individuales sino las relaciones que
toman forma entre ellos cuando el discurso se despliega; por lo cual, Barthes asocia el
discurso clsico y quizs por extensin todo el eje horizontal con el lgebra, donde el valor
de un elemento en una ecuacin es estrictamente determinado por sus relaciones con otros.
Sin embargo, hay otro aspecto del lenguaje, la capacidad de palabras individuales en
ciertas circunstancias de evocar inmediatamente una realidad fuera de s mismas,
independientemente del movimiento de pronunciacin. Aqu Barthes recurre a imgenes de
verticalidad, opacidad, profundidad. La aparicin de este otro tipo de significado es
favorecido por la discontinuidad sintctica, pues cuanto ms rgida es la sintaxis, ms
constrie las posibilidades significativas de las palabras individuales. (Moriarty, 1991, pg.
33 y 34)
Moriarty recalca que el estilo pertenece al eje vertical, puesto que segn la definicin
barthesiana, las figuras de estilo son aquellas cuya funcin no es agotada por su
contribucin a especficas pronunciaciones, y que aqu evocan algo ms, algo fuera del
lenguaje, alojado en el cuerpo del escritor. (Moriarty, 1991, pg. 34)
En 1965 dentro del captulo Certain Old and Lovely Things Bittner subraya las
diferencias entre Saussure y Barthes pasando por Jakobson y Lacan. Mientras, escribe
Bittner, Saussure sostuvo que los tems en el eje vertical eran parte del lenguaje in
absentia y que el lenguaje estaba solamente constituido por el eje horizontal, Jakobson
explica que el lenguaje est tan constituido por el eje vertical como por el horizontal, y
148
149
ESTILO
Lausanne, prface de Thierry Malunier, p. 177 citado por Raffaella Di Ambra, 1996, pg.
448)
Di Ambra enfoca la nocin de estilo presente en El grado cero estableciendo una
comparativa con la nocin que se desprende de la obra barthesiana anterior. Barthes
adopta en El grado cero de la escritura una visin ms radical sobre el estilo que en 1944.
Esta visin de estilo parece plantear lo que ser definitivamente su posicin esttica, es
decir, el el estilo est hecho de lenguaje y surge del cuerpo del autor, de sus secretos, de
sus pasiones, de sus recuerdos. Para Barthes, desde 1953, se trata solo del cuerpo y de lo
vivido del escritor. El estilo compromete pulsionalmente la corporeidad real del sujeto que
escribe: constituye el goce y tambin la tica, de donde la parte del deseo no puede ser
reprimida: todo estilo es la metonimia del deseo de escribir. (Raffaella Di Ambra, 1996,
pg. 449). En tanto que sistema de expresin y mitologa personal, el estilo constituye pues
la especificidad del autor, su desvo singular, y va ms all de la estilstica puramente
formal.
Raffaella Di Ambra se equivoca cuando afirma que el estilo es tambin una escritura. La
razn de este error se debe muy probablemente a la longitud de los prrafos barthesianos y
a un deslizamiento de lectura causado por el curso desbordado de palabras que requiere
una atencin mxima por parte del lector para no descontextualizar. As, obvia el autntico
sujeto (continuo escrito) cuando define al estilo como un signo total, eleccin de un
comportamiento humano, afirmacin de cierto Bien, comprometiendo as al escritor en la
evidencia y la comunicacin de una felicidad o de un malestar (Raffaella Di Ambra, 1996,
pg. 451)
Transcribimos el prrafo de Barthes en cuestin:
Lengua y estilo son antecedentes de toda problemtica del lenguaje, lengua y estilo son el
producto natural del Tiempo y de la persona biolgica; pero la identidad formal del escritor
slo se establece realmente fuera de la instalacin de las normas de la gramtica y de las
constantes del estilo, all donde lo continuo escrito, reunido y encerrado primeramente en
una naturaleza lingstica perfectamente inocente, se va a hacer finalmente un signo total,
eleccin de un comportamiento humano, afirmacin de cierto Bien, comprometiendo as al
escritor en la evidencia y la comunicacin de una felicidad o de un malestar, y ligando la
forma a la vez normal y singular de su palabra a la amplia Historia del otro. (Barthes,
2012, pg.15)
151
conciencias y terminan por retornar siempre (p. 5). Juzga la empresa de Barthes, en El
grado cero de la escritura como extremadamente curiosa, paradjica e irnica sin saber si
el mismo Barthes era consciente de ello. Posteriormente, se detiene en explicar cmo la
concepcin tradicional del estilo que siempre dispuso de una vertiente colectiva y otra
individual, una faz girada hacia el sociolecto y la otra hacia el ideolecto con su
distincin ternaria de estilos sufri una mutacin con la muerte de la retrica en el siglo
XIX por la que el lado colectivo y deliberado del estilo fue relegado en beneficio del estilo
considerado como expresin de una subjetividad, (pg. 6) y luego lo confronta a las
reflexiones barthesianas para poner de manifiesto cmo lo que la retrica llamaba el estilo
regresa en su obra bajo el amparo del trmino de escritura: Barthes retomando la cuestin
en medio del siglo XX, distingue la lengua, como algo socialmente dado donde el escritor
no puede nada y el estilo, segn el sentido nico que se impuso desde el romanticismo,
como naturaleza, cuerpo, singularidad inalienable en la que tampoco puede nada porque es
su propio ser. Pero esta dualidad no le basta para describir la literatura. De repente, entre
las dos, entre la lengua y el estilo, los dos impuestos, Barthes inventa la escritura. Lengua
y estilo son fuerzas ciegas; la escritura es un acto de solidaridad histrica. (D. Z. 1953,
Paris, Seuil, p. 14) Las escrituras-avanza Barthes- son varias en un momento dado, hoy por
ejemplo, pero ellas no tienen un nmero infinito, son solamente algunas entre las cuales es
necesario elegir. De hecho, slo son cuatro- la trabajada, la populista, la neutra y la
hablada-, e incluso tres, pues la segunda, la populista, solo es una variante de la primera, la
trabajada (p. 45, DZ). Hay, en resumidas cuentas, tres escrituras: la trabajada, la neutra y la
hablada (p. 49, D.Z.) Qu extrao! Esta triparticin se parece hasta confundirse- no
solamente por la cifra de tres-a los tres estilos de la vieja retrica, el alto, el medio y el
bajo (Antoine compagnon, 1997, pp. 5-13, p. 6)
Piensa, pues, Compagnon que con la escritura, Barthes ha reinventado lo que la retrica
llamaba estilo: la eleccin general de un tono, de un ethos, si uno quiere (D.Z., pg. 14
citado por Compagnon 1997 en pg. 6), Barthes ha reencontrado bajo el nombre de
escritura lo que durante un milenio se haba llamado estilo, es decir, la triparticin de los
genera dicendi. Compagnon observa que Barthes no era deudor en aquella poca de
Saussure ni de Bally, que haba rehabilitado bajo la apelacin de estilo un componente
colectivo de la parole diferente de la lengua y contrasta las conclusiones de ambos: El
estilo de Bally era una cua entre la lengua y la parole de Saussure. Pero si el estilo de
Bally no era literario, la escritura de Barthes es la definicin de la literatura: Situada en el
153
corazn de la problemtica literaria que solo comienza con ella (D.Z., pg. 15 citado
por Compagnon, 1997, pg. 7)
Compagnon se inclina a pensar que Barthes no saba que l recaa sobre la vieja nocin
retrica de estilo bajo el nombre de escritura. La retrica-nos dice-haba desaparecido de la
enseanza despus de 1870. Barthes perteneca a la segunda generacin de bachilleres que
no haban aprendido los rudimentos de la retrica. No obstante, lo que Barthes realiza, a su
juicio, es una renovacin del estilo en el sentido retrico. Su escritura, aunque se distingue
del estilo en el sentido individualista, no se identifica con el estilo tal como la tradicin
germnica lo elabor en el transcurso del siglo XIX: el estilo como Kultur, es decir,
como idea, como esencia de un grupo, de un periodo o de una escuela, e incluso de una
nacin. Barthes, subraya Compagnon, regresa muchas veces sobre la eleccin inseparable
de la escritura: la escritura es, pues, esencialmente la moral de la forma, es la eleccin del
rea social en cuyo seno el escritor decide situar la Naturaleza de su lenguaje. Eleccin,
responsabilidad, libertad, concluye Compagnon, la escritura es retrica, no orgnica. La
invencin barthesiana de la escritura probara el carcter ineluctable de la nocin retrica
de estilo. (Compagnon, 1997, pg. 7)
Constatamos, por nuestra parte, que Barthes se pronuncia de forma ambivalente sobre el
estilo en Mitologas en el apartado La crtica ni-ni, como si pretendiese desclasarlo
siendo imposible excluirlo:
Nada puede escapar al cuestionamiento de la historia, ni siquiera el escribir bien. El estilo
es un valor crtico perfectamente situable en el tiempo, y argumentar en favor del estilo
justo en el momento en que escritores importantes se han lanzado contra este ltimo
bastin de la mitologa clsica, es mostrar, por lo menos, cierto arcasmo. No, volver una
vez ms al estilo, eso no es aventura. Mejor aconsejado, L`Express public en un nmero
posterior una pertinente protesta de Robbe- Grillet contra la actitud de recurrir
mgicamente a Stendhal (Est escrito como si fuera Stendhal). La alianza de estilo y
humanidad (Anatole France, por ejemplo) es posible que no sea suficiente para fundar la
literatura. Inclusive, es de temer que el estilo, comprometido en tantas obras falsamente
humanas, se haya vuelto un objeto a priori sospechoso o, en todo caso, un valor que solo se
debera acreditar al escritor con beneficio de inventario. Esto no significa, por supuesto,
que la literatura pueda existir al margen de determinados artificios formales. Pero, mal que
le pese a nuestros Ni-Ni, tan adeptos a un universo bipartito en el que ellos seran la
154
poesa clsica y la poesa moderna. As, mientras la poesa clsica, sumergida como toda
literatura en la literatura burguesa, solo se distingue de la prosa que ella contiene
virtualmente por la voluntad retrica de embellecimiento, la poesa moderna es objetiva,
la primera siendo un gesto social, portador de euforia, y la segunda un gesto de ruptura que
excluye a los hombres. (Lentegre, 1980, pgs.21-22)
La oposicin funcin/objeto se corresponde as directamente a la oposicin horizontal
/vertical, que Lentegre interpreta en el sentido lingstico de sintagma y paradigmadicotoma que se redobla con una ltima pareja en oposicin perteneciente al lenguaje
psicoanaltico: lo superficial / lo profundo. A su juicio, aunque la obra provenga de
intuiciones absolutamente originales en la poca, el triple paralelismo obstaculiza una
teorizacin concreta, sobre el plano semiolgico, de los fenmenos observados, en la
medida en que conlleva una metaforizacin de la teora, manteniendo los hechos en el
interior de una postulacin rgida de origen ideolgico. Esta triple oposicin sera el
desarrollo de la pareja fundamental: naturaleza /sociedad de origen sartreano y marxista.
La verticalidad, postula, hace coincidir lo que no entra en una cadena funcional con el
secreto, es decir, con todo lo que, dentro de la definicin de estilo, significa el algo del
escritor y lo asla de la comunidad de los hombres, puesto que se trata de una naturaleza.
Barthes puede as afirmar que la poesa no conoce la escritura: solo hay en ellas estilos,
es decir, lo profundo, lo expresable que pasa a la expresin independientemente del control
voluntario del escritor. Situando-observa Lentegre-la intencionalidad exclusivamente
dentro de la escritura, es decir, sobre un plano sintagmtico donde dominan las relaciones
funcionales entre las palabras, Barthes termina por aumentar, a la vez, el peso de la nocin
de separacin y el de la dicotoma Forma /Contenido; puesto que solo valora la forma en la
medida en la que ella es el vehculo de un cierto contenido que no la precede-y aqu reside
toda la diferencia con la nocin tradicional de literatura como expresin-sino que est en
ella misma, es decir, su voluntad de entrar en el pacto social separndose de la ideologa
burguesa. (Lentegre, 1980, pgs. 22 y 23)
En un ltimo anlisis- apunta Lentegre-, la oposicin entre lo funcional y lo objetivo
puede reconducirse a otra metfora, la que funda la pareja opacidad / transparencia en
la descripcin del proceso por el cual la escritura clsica- transparente, funcional,
comunicativa- se transforma en legua moderna opaca, donde se depositan
sedimentaciones cada vez ms densas, y de donde emergern no solamente las escrituras,
sino tambin las formas solitarias, objetivas y anti-comunicativas de la poesa moderna.
157
Son las premisas sartreanas, segn la autora, las que han conducido Barthes a privilegiar la
transparencia y la comunicacin, y en consecuencia atribuir a la escritura neutra el
privilegio de ser una palabra transparente, como la de Camus que reencuentra la
condicin primera del arte clsico: la instrumentalidad. (Lentegre, 1980, pgs. 23-24)
ngeles Sirvent estudiando las vicisitudes del binomio escritura/ estilo a travs de las
obras de Barthes observa que la concepcin de la escritura conserva su dimensin social
en obras como Mitologas, Ensayos crticos o Elementos de semiologa e incluso en obras
tan posteriores como Sistema de la moda. Sirvent se detiene en la definicin de escritura y
estilo que Barthes nos ofrece en Elementos de semiologa y establece los modelos que
sirvieron de inspiracin a Barthes en su formulacin: el estilo de un escritor, aunque
el estilo est siempre impregnado de ciertos modelos verbales salidos de la tradicin, es
decir, de la colectividad; se puede, en fin, ampliar la nocin y definir el idiolecto como el
lenguaje de una comunidad lingstica, es decir, de un grupo de personas interpretando de
la misma manera todos los enunciados lingsticos; el idiolecto correspondera entonces
aproximadamente a lo que se ha intentado describir en otro lugar bajo el nombre de
escritura. (Elments de smiologie en Laventure smiologique, Paris, Seuil, 1985, pg.
26, citado por Sirvent, 1992, pg. 80)
Sirvent detecta el influjo recibido por Barthes para forjar su particular concepcin de
determinadas categoras lingsticas que emplea: Barthes siguiendo a Jakobson, quien
haba puesto en tela de juicio la nocin de idiolecto propugnada por Martinet como los
rasgos del lenguaje que caracterizan a un individuo, y haba defendido por el contrario que
el lenguaje se socializa inevitablemente, propone aplicar la nocin de idiolecto no slo al
estilo sino tambin a la escritura. (Sirvent, 1992, pg. 80)
Bittner destaca, a su vez, que El grado cero de la escritura pone el acento en lo
individual como La cmara Lcida. El estilo en El grado cero de la escritura, destaca
Bittner Wiseman, es individual, no social. La nocin de lo individual juega un creciente
importante papel en los escritos de Barthes; en La cmara Lcida, agrega la autora,
aparece la escandalosa sugerencia de que podra existir una ciencia de lo individual.
Inscritos dentro de esas escrituras estn los conceptos y afirmaciones, figuras y topos de la
antigua Grecia: la sugestin de la ciencia de lo individual es un escndalo, por ejemplo,
porque contradice la afirmacin indiscutida de Aristteles de que solo lo general es
conocido y lo particular es meramente percibido. (Bittner Wiseman, 1989, pg. 24)
158
Bittner resalta que la definicin de estilo barthesiana alude a que lo que subyace bajo
sus manifestaciones en imaginera, diccin y vocabulario, concretamente a fragmentos de
una realidad ajena al lenguaje. Bittner explica que Barthes sita el inconsciente en el
cuerpo. l sera griego en este sentido, pues la psique de Aristteles es una substancia
area esparcida a travs del cuerpo entero, no una cosa aparte o una cosa confinada dentro
de las neuronas del cerebro; y tambin es moderno, subraya la autora, pues el constructo
del estadio del espejo de Lacan muestra la visin del nio de su cuerpo en un espejo como
el comienzo de una imaginacin del mundo, que necesariamente permanece imaginaria
hasta que el lenguaje aparece para soportar su expresin. Ahora bien, Bittner constata que
no hay sombra de Aristteles o de Lacan cuando Barthes llama al estilo solo metfora, la
equivalencia de la intencin literaria del autor y la estructura carnal. La autora, adems,
atisba el origen aqu del entrelazamiento de literatura y cuerpo del escritor que desemboca
en la reescritura de Barthes del concepto de cuerpo humano como parte de su construccin
de un concepto postmoderno del sujeto humano. (Bittner Wiseman, 1989, pg. 25)
Bittner halla similitud entre los planteamientos de Barthes y Jakobson. Bajo su criterio,
el materialismo de Barthes debilita el psicologismo de Saussure: su identificacin del eje
vertical con el eje de la metfora, de la similitud y del parecido, asociada con la
conferencia Las dos clases de Afasia, pronunciada en 1956, prepararan el camino para
la materializacin del lenguaje del post- estructuralismo (Bittner Wiseman, 1989, pg.
27).
Por ltimo, para cerrar el captulo del estilo aadimos que Barthes cree que una
aproximacin al lenguaje hablado puede dar cuenta de la disparidad social. Cree que la
pertenencia a una clase social determina el dominio lingstico y que el anlisis del
lenguaje de un hombre nos proporcionara algo as como su ADN social. En definitiva,
identifica clase y factor lingistico-cultural. Creemos que esta creencia se fundaba en una
ley que ha perdido vigencia en el siglo XX, entre otras razones porque ignora la distincin
entre inteligencia natural e inteligencia adquirida y si bien sigue siendo una barrera que
representa una desventaja para las clases desfavorecidas no es una prisin o un obstculo
insalvable. Abordamos esta cuestin porque encontramos una estrecha conexin entre el
determinado registro de una lengua y el estilo. Barthes inconscientemente parte de la
presuncin de que la lengua hablada y la literaria son actos bien distintos, de ah que
reconozca como novedosa la aportacin de Queneau: Queneau quiso precisamente
mostrar que la contaminacin hablada del discurso escrito era posible en todas sus partes, y
159
una conciencia infeliz y tuvo que elegir el compromiso de su forma, sea asumiendo, sea
rechazando la escritura de su pasado. Sin transicin Barthes expone su conviccin de que
la Literatura en su totalidad, desde Flaubert hasta la actualidad, se ha transformado en una
problemtica del lenguaje, pero no se detiene a profundizar en qu sentido hemos de
entender esta llamada problemtica del lenguaje, a la que alude, acto seguido, de
mencionar el compromiso de la forma requerido al escritor. Barthes establece varios
estadios que atraviesa la escritura, representados cada uno de ellos por un escritor: el
primero, del que sera exponente Chateaubriand estara caracterizado por una escritura que
solo se mira a s misma y por una, todava, prevalente funcin instrumental; el segundo,
representado por Flaubert instituye a la Literatura como objeto, en el que la fabricacin fue
significada, es decir, en palabras de Barthes, por primera vez dada como espectculo e
impuesta; el tercero, liderado por Mallarm que se centr sobre la aniquilacin del
lenguaje, cuyo cadver, en alguna medida, es la Literatura; y por ltimo el de el grado
cero de la escritura, en el que, sorprendentemente, ampla el nmero de representantes
citados a ttulo de ejemplo: a l correspondera la escritura de Camus, la de Blanchot o de
Cayrol, la escritura hablada de Queneau. Barthes concluye el prlogo con la aseveracin de
que existe una realidad formal independiente de la lengua y del estilo que une al escritor
con la sociedad y que la intencionalidad de su trabajo es hacer sentir que no hay Literatura
sin una Moral del lenguaje.
Alberto Giordano expone en Roland Barthes, literatura y poder que El grado cero de
la escritura propone las categoras fundamentales para la construccin de una historia
formal de la literatura y esboza, a propsito de la literatura francesa, las lneas bsicas, los
grandes perodos en los que se desarrolla la historia. A diferencia de las visiones
tradicionales-observa Giordano, que encadenan cronolgicamente escuelas, obras y
autores, en la historia formal se suceden escrituras, es decir, modos de significar la
Literatura, modos de sealar lo que se quiere que la Literatura sea y deje de ser, en un
momento determinado. Esta historia de las escrituras es una historia especfica, una historia
que obedece a leyes propias, pero responde, en ltima instancia, a la Historia total, a la
Historia profunda: el devenir histrico tal como lo interpreta el marxismo segn
categoras econmicas, filosficas y polticas, categoras a las que la de escritura debe
subordinarse (Giordano, 1995, pgs. 11 y 12).
Giordano realza el hecho de que el reconocimiento de la especificidad literaria supone
siempre la reduccin de la literatura a una generalidad exterior a ella. La historia de las
161
162
quizs estaba provocada por su contemporneo estudio de Michelet. (Lavers, 1982, pg.
48).
Lavers toma nota de que, en el pargrafo que apertura el texto, se dice que Hbert hace
uso de un modo de escribir cuya funcin no es solo comunicacin o expresin. Esta nueva
funcin era la imposicin de algo ms all del lenguaje, que es tanto Historia como la
postura que adoptamos. Y destaca que tres mensajes son enviados en cada instancia de
expresin literaria, en adicin al contexto: (Lavers, 1982, pg. 49)
Lavers observa que el texto inicial dice: yo soy un texto literario y yo soy una parte de
la literatura de un particular periodo y el autor dice: yo estoy eligiendo este particular
modo de escribir para comprometerme (Lavers, 1982, pg. 49)
Encontramos alusiones a este prrafo inicial en otros pasajes de su libro. As Lavers
escribe que no est claro si Barthes consideraba la estrategia lingstica revolucionaria de
Hrbert instintiva o consciente y apostilla: Aunque la carga de El grado cero es mostrar
que cuando la Historia es negada es cuando est ms inequvocamente en funcionamiento,
la conciencia de un escritor no es enteramente irrelevante (Lavers, 1982, pg. 52).
Lavers afirma que tres diferentes tipos de estudio siguen a esto. En lo que concierne al
segundo, la historia de los signos de la Literatura, Barthes nunca super el brillante
bosquejo ofrecido en la segunda parte de El grado cero. El primero: La identificacin
formal de la literatura es una preocupacin de su fase estructuralista y el tercero: el estudio
de la forma como el lugar de compromiso que constituye el corazn del libro. El mensaje
no es siempre expresado tan conscientemente. Escribir puede involuntariamente revelar,
como Barthes muestra, mala fe o inconsciencia. Pero en el crculo de su propia clase el
proceso es hiperconsciente, hasta el punto de la inhibicin, y esta angustiosa bsqueda est
presente en muchos pasajes. (Lavers, 1982, p. 49)
El desaliento del crtico es comprensible, nos dice Lavers, en vista de la concepcin de
Barthes de los diversos elementos de la estructura que identifica a travs de una
aproximacin que combina fenomenologa con lingstica. En este momento l ha definido
escritura como una serie de signos no relacionados con las ideas, el lenguaje o el estilo y en
la parte sincrnica de El grado cero, examina la relacin de estos tres componentes. Lavers
evala en su estudio este particular, prestando particular atencin a la formulacin de
163
actitudes bsicas que configuran gran parte de la ltima obra de Barthes. (Lavers, 1982, p.
49)
En el apartado Contenido Lavers destaca el hecho de que las ideas o contenido son
generalmente descartadas por Barthes como irrelevantes para un estudio formal. La autora
considera, tambin, la alegacin barthesiana de que la ideologa pequeo burguesa de
Michelet no induca a sospechar el extraordinario despliegue de su temtica e imaginacin
estilstica por la cual Sartre lo haba alabado como genio autntico y escritor en prosa de la
grandeza. (Lavers, 1982, p. 50)
El nico caso, apunta Lavers, en el cual es imposible decir si Barthes est hablando
acerca de forma o contenido es aqul en el que esta diferencia es inmaterial, el lugar
comn. Aqu dos planos emergen, por decirlo as, privando al hablante de toda
individualidad y cualquier deseo de dar su sello al lenguaje de la tribu. (Lavers, 1982, pg.
50).
Lavers aprecia que Barthes ha tratado el contenido en modo ambiguo y que los otros
dos elementos en la estructura, el lenguaje y el estilo, son meramente formales. Tambin
remarca que ellos son descritos en muy diferentes maneras. Mientras la nocin de estilo
obviamente deriva de su personal experiencia, la nocin del lenguaje parece tomada
prestada del concepto saussureano de lengua, que forma una fundamental dicotoma
cuando est asociada con el habla. (Lavers, 1982, pg. 51)
Lavers advierte las contradicciones que pueden discernirse en la nocin de escritura en
El grado cero: Pues los modos de escritura que el autor encuentra disponibles, y entre los
que l debe elegir para expresar su libre compromiso, estn por definicin manchados con
el uso sociolectal. Ellos significan tanto literatura como una cierta actitud tica y deben por
lo tanto ser reconocidos como tales por el receptor del mensaje. La Historia as lo fuerza a
significar la literatura en trminos de posibilidades fuera de su control (DZ, 8). Lavers
realza que los modos que constituyen escritura como un sistema de valores no son
evocados por Barthes ni en sentido positivo ni como riqueza de elecciones o formas
maleables. Ms bien ellos son lenguajes solidificados definidos por la inmensa presin de
todos los hombres que no los hablan y por su propio coercitivo poder (Lavers, 1982, pg.
55)
164
Lavers considera fuera de cuestin que algunas de esas elecciones podran ser
ticamente neutrales. Barthes tiene principalmente en el pensamiento en este momento la
situacin del intelectual de gustos literarios muy exigentes cuyas convicciones, sin
embargo, le fuerzan a refrendar un tipo de escritura poltica de una vehemencia ajena a su
natural reserva: Escribir aqu parece la rbrica que uno subscribe al final de una
proclamacin que uno no ha escrito por s mismo. (Z, 32-3). Para Lavers es obvio que la
principal fuente en el descubrimiento del fenmeno llamado escritura aqu era la
escritura poltica contempornea. Pues Barthes aborda la descripcin de este particular
gnero en primer lugar y comienza describiendo la nocin en todas partes usando las
mismas metforas para escritura y para poder poltico. Otra razn por la que la escritura no
puede ser neutral es la reserva que abruma al verdadero escritor a la vista de las manidas
formas literarias: pero esto es agravado por la comprensin de que cualquier esfuerzo
creativo se cosifica por los intentos de explotarlo. (Lavers, 1982, p. 55)
En el apartado The problematics of modern writing Lavers estima que es til explicar
detalladamente las implicaciones de la visin barthesiana del escritor moderno porque no
fue nunca sustancialmente alterada: 1. El contenido es considerado irrelevante para el
problema y, en cualquier caso, como el ejemplo del lugar comn mostraba, sujeto a los
mismos dilemas. Esto es importante en vista de la creencia de Barthes de que no hay
pensamiento sin lenguaje (Z., 89). 2. El lenguaje es, en realidad, tanto coercitivo como
negativo; ste determina que el escritor no pueda hacer otra cosa que ofrecer orientacin
en materias de pertenencia social, valor artstico y existencia. 3. Escribir solo, a travs de
sus diversos modos, puede especificar el compromiso del escritor; pero estos modos estn
histricamente determinados por factores socio-econmicos sobre los que la accin del
escritor no puede tener influencia (Z, 21). 4. Incluso dentro de la superestructura, es poco
lo que el escritor puede hacer para modificar los modos existentes de escribir, debido a las
dialcticas contradicciones entre comunicacin e innovacin. Lavers aprecia que el tema
de El grado cero, como sin duda el de El mito de hoy, es contado enteramente desde el
punto de vista del escritor aislado o el mitologista; aqul al que la revolucin podra ayudar
poniendo un fin a su exilio. Ya que: 5. El estilo mismo no es libre en su fuente, siendo casi
biolgico, con no clara intervencin de las preferencias conscientes y un esfuerzo
orientado. 6. En cualquier caso, el estilo, al ejemplo de la escritura como libertad, es solo
un mero momento; pronto el escritor se convierte en el esclavo imitador de su original
creacin, la sociedad degrada su escritura a una mera forma. (Lavers, 1982, p. 56)
165
166
pero haba sido impactado por lecturas de lingstica, plantea el problema de la libertad y
de la exigencia en el lenguaje escrito y no oral, en la condicin desgarrada del escritor:
ante la pgina en blanco, el juego ligero de aqul que habla, eligiendo sus palabras segn
su capricho y su invencin ya no es posible. A juicio de Lombardo, la indecisin
barthesiana entre la escritura y el estilo da tambin cuenta de la presencia de la voz en la
escritura (es en este sentido estimable el trabajo del historiador Michelet que pretendi
entregar las voces de los que hicieron la historia), la voz escrita provoca, nos dice, otro
desplazamiento importante de las leyes de la lingstica saussureana que concibe una
divisin simple entre el sujeto activo que habla y el sujeto pasivo que escucha. Pues
cuando se escucha, no se recibe nicamente la voz del otro, sino que se divaga, por la voz
propia encerrada en el cuerpo, en asociaciones particulares, o se instaura un dilogo con el
que habla, un ncleo de interlocucin que se convertir en alocucin, voz sonora cuando se
tome la palabra. (Patricia Lombardo, 1982, pg. 726-733)
ngeles Sirvent realza de manera ms decidida que Patricia Lombardo la influencia que
la lectura de la obra de Michelet ejerci sobre los planteamientos de El grado cero de la
escritura. As subraya cmo Roland Barthes en la Leon reconoci que deba a Michelet la
consideracin de la escritura como una moral de la forma (D.Z., 15) y la evidencia de la
dimensin histrica que envuelve a todo proceso cultural. Sirvent considera que Barthes
lleg ms lejos que las ticas marxistas y sartreanas de la escritura, al considerar que la
escritura es de entrada un acto tico. Adems, estima legtimo sostener que la esencia de la
escritura radica en su dimensin social. Por lo cual no sera posible identificar literatura y
escritura. Esta ltima supone una postura y un compromiso del escritor respecto al mundo,
y especialmente, desde el siglo XVII al XX, una forma de asumir o denegar el
condicionamiento burgus del escritor. (Sirvent, 1992, pg. 76-77)
Lombardo considera que en Roland Barthes tambin se opera una coincidencia entre el
trmino estilo con el de escritura en el momento en el que el autor est fatigado de la
semiologa, del texto y de la ortodoxia lacaniana: es el momento del regreso al cuerpo, a
su propio cuerpo, fuera del lenguaje, fuera del sistema; momento propiamente anrquico,
encerrado en el secreto del cuerpo del escritor, su estilo, del que Barthes habla en El grado
cero. (Lombardo, 1982, pg. 726-733)
Angeles Sirvent observa que en S/Z y en Lempire des signes el inters por la escritura
traslada su centro pivotante, no estableciendo su relacin tanto con la moral del lenguaje
169
170
proyecta a partir de ese momento hacia algo ms que un mero idiolecto personal. (Sirvent,
1992, pg. 83 y 84)
ngeles Sirvent cita otras declaraciones de Barthes que sirven para matizar la cuestin,
pertenecientes a una entrevista realizada por Guy Scarpetta en 1971 (Digressions,
entrevista realizada por Guy Scarpetta, Promesse, n 29, primavera, 1971, recogida en El
grano de la voz, p. 114, 1981, Pars, Seuil citado en la pg. 84 de La teora textual
barthesiana):
El trabajo de escritura en el que nosotros pensamos actualmente no consiste ni en mejorar
la comunicacin, ni en destruirla, sino en adornarla delicadamente () una nueva etapa
empezada aqu y all en el ltimo siglo, se ha iniciado, donde ya no es el sentido que es
producido (liberalmente) plural en el interior de un solo cdigo (el de escribir bien) sino
el conjunto mismo del lenguaje (como jerarqua fluctuante de cdigos, de lgicas) lo que
es contemplado, trabajado
Palabras que para ngeles Sirvent no reflejan el nuevo rumbo de su escritura textual
que aparece como una inversin y transposicin de la literatura. De este modo la escritura
concebida como texto de ruptura, como texto lmite, slo puede ser estudiada, asimilada,
por la escritura misma. La nueva escritura- puntualiza ngeles Sirvent- que Barthes
propone ser intransitiva, se caracterizar por su pluralidad, por defender la jouissance,
por aceptar en su seno el juego de la intertextualidad y las nuevas orientaciones del
psicoanlisis lacaniano (Lcriture et lexprience, 1967, pg. 8 y 12, Philippe Sollers,
Paris, Seuil, 1971). Dicha consideracin aparecer con mayor pujanza en la obra de
Barthes a partir del inicio de la dcada de los sesenta. As, El imperio de los signos surge
como una prctica de la escritura en donde lo esencial, dice Julin Gallego (Roland
Barthes. L`empire des signes, Revista de Occidente, n 95, febrero 1971, p. 244, citado
por Sirvent), no es decir, sino solo escribir. (Sirvent, 1992, pg. 85)
Lourdes Royano en su ponencia Roland Barthes, una propuesta de relativizacin del
significado (publicada en El autor y el texto, fragmentos de una presencia, coord.
Josefina Bueno, 1996, pgs. 145-155) puntualiza que para Barthes- que toma la expresin
de los Goncourt- la escritura es una realidad formal intermedia entre la lengua como
cdigo interindividual y el estilo como opcin personal y subjetiva. Por ello, la escritura
sera una funcin, la relacin entre la creacin y la sociedad, el lenguaje literario
transformado por su destino social, la forma captada en su intencin humana y unida as a
171
sombra de una duda comienza a elevarse con respecto a su uso. Toda una serie de
escritores, prosigue, preocupados por asumir a fondo la responsabilidad de la tradicin, va
a sustituir el valor del uso de la escritura por un valor-trabajo. Se salvar la escritura, no en
funcin de su finalidad, sino por el trabajo que cuesta realizarla.
Es obvio que Lourdes Royano siente una viva admiracin por Barthes que se trasluce en
el juicio que emite sobre l. Despus de aceptar el anlisis propuesto por Barthes sobre la
novela naturalista-su fracaso formal y terico- y el del realismo socialista francs, destaca
la valenta de la opinin barthesiana y la ptica personal con la que interpreta a los autores
y su obra: Es un crtico comprometido con su idea. Si juzga duramente, antes ha
demostrado por qu. Su teora sobre la evolucin de la literatura- o de la escritura como
prefiere llamarla-, aceptada o denostada, est ah.
Al abordar el tema de la poesa como no escritura, Bittner saca a la palestra el tema de
la lectura que, a primera vista, nos pasara desapercibida en esta obra y reitera la alusin al
devenir post-estructuralista futuro de Barthes. En este sentido afirma que la palabra potica
es el lugar del libre juego de la cadena significante de asociaciones a lo largo de la que el
lector post-estructuralista se mueve. Pues, cuando las conexiones privilegiadas
culturalmente entre las palabras estn suspendidas, como lo estn en la palabra
funcionando poticamente, la palabra significa precisamente aquellas entre las
innumerables posibles conexiones que los lectores marcan en su lectura. En el ms tardo
post-estructuralismo de Barthes la lectura es una clase de escritura y todos los textos
pueden ser ledos como si fueran lo que Barthes dice en El grado cero que los poemas
modernos son. No obstante Bittner subraya una importantsima diferencia: Para el Barthes
de 1953, la pre-estructural palabra potica, la poesa moderna, est lejos de ser una clase de
escritura hasta el punto de que es el lugar donde la escritura alcanza el grado cero. Pues la
escritura moderna, la escritura que debe elegir sus formas es un constructo de lenguaje y
estilo, y desde que la poesa moderna es un rechazo del lenguaje, es un rechazo de la
escritura.. Esto es decir, aclara, que la concepcin de la escritura de Barthes cambia
radicalmente despus de que el estructuralismo se arroje al campo, mantenido vigilado por
el existencialismo, del modernismo, cuyo hroe, la eleccin, es desterrada por el
estructuralismo. (Bittner Wiseman, 1989, pg. 28)
Bittner Wiseman explica que la poesa moderna no es un modo de escritura porque su
impulso a ser sui generis, que la gua a vaciar sus palabras de los significados recibidos
173
tanto como a apartarlas del horizonte social que es el lenguaje, destruye el alcance tico de
la poesa. No puede haber un ethos particular ms de lo que puede haber un lenguaje
privado. La autora precisa que el gesto verbal, el vaciado apunta, como Barthes dice, a
modificar la naturaleza; no es una actitud de la conciencia hacia la naturaleza dada que es
lenguaje, cuyas formas estn producidas por la historia, sino "un acto de coercin. El acto
de coercin es la exclusin de los seres humanos de lo que la naturaleza deviene cuando es
cuestionada por las palabras de la poesa, que prefiguran un espacio fragmentado de
solitarios objetos, objetos aparte unos de otros y de nosotros porque no los usamos. Bittner
hace constar que en 1977 Barthes dir que el lenguaje cotidiano, inevitablemente asertivo
coacciona no excluyendo los seres humanos, sino atrapndolos, haciendo imposible para
ellos escapar de su poder. Dado que su poder determina su libertad, la coaccin no excluye
a los seres humanos sino a las elecciones. (Bittner Wiseman, 1989, pg. 29)
Lugar destacado merece la crtica que realiza Blanchot en la que dedica importancia a la
concepcin y evolucin de la escritura y el grado cero. Maurice Blanchot en Le livre
venir (1959) consagra un apartado a la valoracin positiva de esta obra (Blanchot, 1959,
pg. 301-307). En un ensayo reciente, escribe, en uno de los raros libros en los que se
inscribe el futuro de las letras, Roland Barthes ha distinguido la lengua, el estilo y la
escritura. Blanchot se adhiere a los postulados barthesianos en la primera parte de su
reflexin e integra un resumen de los conceptos distinguidos por Barthes, aunque el
resumen es muy valioso por su claridad y su estilo literario no nos detendremos en l dado
que supondra filtrar dos veces el pensamiento de Barthes. Barthes, segn Blanchot,
pretende transmitirnos que hubo una poca en la que la escritura, siendo la misma para
todos, era acogida por un consentimiento inocente. Todos los escritores tenan una
preocupacin: escribir bien, es decir, elevar la lengua comn al grado ms alto de unidad
de perfeccin o de acuerdo con lo que ellos buscaban decir; haba para todos unidad de
intencin, moral idntica. No sucede igualmente hoy, observa Blanchot. Los escritores,
prosigue, que se distinguen por su lenguaje instintivo, se oponen ms todava por su actitud
frente al ceremonial literario: escribir, es entrar en un templo que nos impone,
independientemente del lenguaje que es nuestro por derecho de nacimiento y por fatalidad
orgnica, un cierto nmero de usos, una religin implcita, un rumor que cambia, por
anticipacin, todo lo que nosotros podemos decir, que lo carga de intenciones tanto ms
activas cuanto que ellas no se confiesan, escribir es rehusar pasar el umbral, rehusar
escribir. Despus de insistir en esta idea Blanchot define el grado cero de la escritura.
174
Escribir sin escritura, conducir la literatura a ese punto de ausencia donde ella
desaparece, donde nosotros no tenemos que temer sus secretos que son mentiras es el
grado cero de la escritura, la neutralidad que todo escritor busca deliberadamente o sin
saberlo y que conduce algunos al silencio. A continuacin Blanchot somete a una crtica
la viabilidad que puede tener en el campo de la creacin literaria la aspiracin al grado
cero, presentndolo como un estado utpico del lenguaje que no garantiza llegar a buen
puerto y ofrecindonos una imagen de la literatura como experiencia total irreductible al
uso de determinadas frmulas. Blanchot se pregunta que supondra el retorno a la lengua
inmediata o a la lengua solitaria que habla instintivamente en el escritor y poco o poco va
demostrando cmo ese regreso hipottico mediante una liberacin del lenguaje ritual es
difcil. Resumiendo la reflexin de Blanchot: primero porque la lengua inmediata no es tal,
est cargada de historia e incluso de literatura y sobre todo por el carcter proteico de la
lengua bajo la mano del que pretende escribir y la fuerza de transformacin que ejerce
sobre lo representado. Querer alcanzar la inocencia o lo natural del lenguaje hablado, dice
Blanchot, es pretender que esta metamorfosis podra calcularse a la manera de un ndice de
refraccin, mientras que es una decisin que libra a lo indeciso al que la lleva. Cree, en
definitiva, que para alcanzar lo que Barthes denomina estilo no solo hay que separar la
literatura, sino reencontrarla y luego hacer callar la profundidad vaca de la palabra
incesante. A diferencia de Barthes, Blanchot opina que la literatura como experiencia total
es una cuestin que no puede ser reducida, por ejemplo, a una cuestin de lenguaje (a
menos que bajo este punto de vista todo se ponga en marcha). Para Blanchot la sujecin a
un ceremonial literario no garantiza en modo alguno que encontremos la literatura, ni
tampoco a la inversa. Orientndonos, por una reflexin importante, concluye Blanchot,
hacia lo que ha llamado el grado cero de la escritura, Roland Barthes, tal vez, ha designado
tambin el momento en el que la literatura podra comprenderse. Pero en ese punto ella no
sera una escritura blanca, ausente y neutra, ella sera la experiencia misma de la
neutralidad, que nunca uno escucha, porque cuando la neutralidad habla, solo el que le
impone silencio prepara las condiciones de la alianza, y sin embargo lo que hay que
escuchar es la palabra neutra, lo que ha sido siempre dicho, no puede dejar de decirse y no
puede ser odo. (Blanchot, 1959, pg. 301-307)
DEFICIENCIAS
Antes de sealar las deficiencias que crticos eminentes formulan, sealaremos unas
que, a nuestro juicio, no han recibido la suficiente atencin. Para evitar sealar como tal
175
aquello que nos ha desagradado, dejamos a un lado nuestra impresin de la falsa naturaleza
marxista de este ensayo, a la que ya hemos aludido, y evitaremos hacer una larga
enumeracin de las contradicciones que jalonan no la trayectoria intelectual de Barthes,
sino las que aparecen en un mismo texto (ya hizo esto Ren Pommier en su obra Sur le
Racine de Roland Barthes evitando al lector el tedio con un sentido del humor
extraordinario).
Barthes no nos brinda suficientes elementos de juicio para dirimir cul es su distancia
respecto a la concepcin del arte por el arte y el Parnaso. Si bien parece distante por su
valoracin del grado cero de la escritura, podra parecer tambin cercano por su rechazo a
la concepcin instrumental del lenguaje. La deificacin barthesiana de la Forma parece en
este sentido equvoca; lo cierto es que no se hace eco de las opiniones estticas de Gautier,
que Saulnier sintetiza magnficamente: Toda su vida, l afirma la autonoma del arte.
Desde 1832, contra los saint- simonistas y otros: Para que sirve l? Sirve para ser
bello. En general, desde que una cosa se hace til, cesa de ser bella. En 1834, contra los
periodistas tartufos, los Catones a tanto la lnea. Solo es verdaderamente bello lo que no
puede servir para nada; todo lo que es til es feo, pues es la expresin de alguna necesidad,
y las del hombre son ignobles y desagradables. En 1856, convirtindose en director de la
revista El Artista, cuyo ttulo dice el programa: El arte para nosotros no es el medio, sino
el fin. (Saulnier, 1972, pg. 68)
No nos parece legtimo que Barthes utilice prcticamente un mismo argumento aureolado
de valores positivos para ensalzar la obra de un escritor y luego constelado de valores
negativos para criticar la obra de otros. En primer lugar, a todos los lectores les consta la
excelencia del estilo de Flaubert, pero nos preguntamos con qu fin Barthes valora su
trabajo de la forma y luego realiza a propsito de Maupassant, cuya excelencia es
reconocida por la crtica, el siguiente juicio de valor: Se conocen las declaraciones de
Maupassant con respecto al trabajo de la forma y todos los procedimientos ingenuos de la
Escuela, gracias a los cuales la frase natural se transforma en frase artificial destinada a
testimoniar su finalidad puramente literaria, es decir, aqu, del trabajo que ha supuesto.
Sabemos que en la estilstica de Maupassant, la intencin del arte est reservada a la
sintaxis, el lxico debe quedar ms ac de la Literatura. Escribir bien- en adelante el nico
signo del hecho literario-es cambiar ingenuamente un complemento de lugar, poner en
valor una palabra, creyendo con eso obtener un ritmo expresivo. Pero la expresividad es
un mito: no es sino la convencin de la expresividad. Esta escritura convencional siempre
176
fue terreno predilecto para la crtica escolar que mide el precio de un texto segn el trabajo
que cost.
Otra cuestin que nos parece arbitraria es consagrar casi enteramente el anlisis de la
novela al uso del pretrito indefinido y a la tercera persona de la Novela, a los que define
como el gesto fatal con el cual el escritor seala la mscara que lleva. Todos los
francfonos aprecian el uso del pretrito indefinido como algo inslito en el lenguaje
hablado, matiz cuya dimensin no captamos los que hemos aprendido su lengua a travs de
la literatura, pero siendo un tiempo que est presente en otros gneros literarios no es de
extraar que aparezca en la obra de Historia que tambin pretende una expresin esmerada.
Por tanto nos parece excesiva la siguiente afirmacin: la finalidad comn de la Novela y
de la Historia narrada es alienar los hechos: el pretrito indefinido es el acta de posesin
de la sociedad sobre su pasado y su posibleEsto debe relacionarse con cierta mitologa
de lo universal, propia de la sociedad burguesa, cuyo producto caracterstico es la Novela:
dar a lo imaginario la sancin formal de lo real, pero dejarle a ese signo la ambigedad de
un objeto doble, a la vez verosmil y falso, en una operacin constante en todo el arte
occidental para el que lo falso se iguala con lo verdadero, no por agnosticismo o por
duplicidad potica, sino porque lo verdadero supone un germen de lo universal
Hemos consultado la obra de dos crticos franceses, Roland Bourneuf y Ral Ouellet,
autores de una obra titulada La novela para precisar ms lo que supone el pretrito
indefinido. En el captulo Punto de vista citan la explicacin de Roland Barthes sobre el
pretrito indefinido sin entrar en mayores valoraciones. No obstante, especifican an ms
su papel proponiendo como ejemplo a Balzac (Bourneuf y Ouellet, 1983, pg. 110):
El pretrito indefinido y la tercera persona del singular traducen tan explcitamente el
orden y el funcionamiento de un mundo o de una sociedad, que el novelista podra, caso de
quererlo, no intervenir para emitir juicios o decir lo que hay que pensar. La narracin de
los acontecimientos, que ha jerarquizado los hechos y los ha situado en una secuencia
explicativa, lo ha dicho todo. Lo que pueda aadir el novelista no ser ms que reflexiones
morales o filosficas, o, simplemente, redundancias. Balzac, al intervenir en una narracin
en pretrito indefinido, olvida por un momento su papel de historiador de las costumbres
para meterse a moralista o actuar de testigo del presente, como el historiador que intercala
en su narracin un juicio personal o una reflexin moral: pasa entonces a otro sistema
temporal, el del discurso:
177
Despus de dar una vuelta por la galera, el joven mir alternativamente al cielo y a su
reloj, hizo un gesto de impaciencia, entr en un estanco, all encendi un puro, se plant
ante un espejo y se mir el traje, algo ms rico de lo que permitan en Francia las leyes del
gusto (Balzac, Gambara, citado por Benveniste en Problmes de lingistique gnrale,
Paris, Gallimard, 1969)
Lo primero que no compartimos es la primaca concedida al uso de la tercera persona
en la Novela ni la comparacin de J. Csar, que recurra al uso de la tercera persona
precisamente para ocultar su condicin de juez y parte en los hechos reales, con el
novelista Balzac. Existe un proverbio latino que podemos aplicar al caso: Entre dos cosas
contrarias, es necesario que una sea verdadera y la otra falsa. El pretrito indefinido no
puede al mismo tiempo conferir carcter ficticio al relato histrico y carcter realista a la
Novela.
En segundo lugar, la presentacin de la novela, aparentemente novedosa, que hace
Barthes, no se aparta mucho de la definicin de gnero, aunque l la adorna de una
disertacin filosfica cuya validez es potica y subjetiva. En la palabra novela podemos
encontrar las siguientes acepciones: 1. Obra literaria escrita en prosa y que narra una
historia real o ficiticia. 2. Gnero literario al que pertenecen estas obras en prosa. 3.
Historia real que parece ficticia por ser muy interesante y sorprendente. 4. Relato
inventado o falso.
De lo que se infiere que la Literatura no estara defraudando, en consecuencia, a ningn
lector con el gnero novelesco.
Tambin sorprende que pase por alto las caractersticas de la Novela que no comulgan
con lo social y que estn en la base del nacimiento del gnero: protagonistas que estn al
margen de la sociedad por circunstancias particulares; y, tambin, pase por alto que la
lectura de este gnero permite al individuo evadirse de la sociedad por requerir un retiro
para su lectura.
Algo que causa perplejidad es que se centre en los signos formales que caracterizan,
segn l, poderosamente el gnero: la tercera persona y el pretrito indefinido. Cuando nos
hallamos ante el gnero literario ms abierto en composicin y estructura, que permite la
mezcla del verso y la prosa y admite reglas de composicin y temtica muy variada.
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anlisis. Tambin estima que la idea de una criture classique apenas es esbozada
(Culler, 1987, pg .34) y que no analiza con detalle cmo sera posible determinar las
implicaciones polticas de la literatura experimental. (Culler, 1987, pg. 35)
Calvet aprecia la falta de rigor terminolgica en Le Degr zro, al menos, desde la
perspectiva del lector moderno, pues Barthes por una parte no conoca todava la
lingstica con la salvedad de Brondal y, por otra la lingstica todava no se haba
definitivamente posicionado en la materia. Barthes, adems, solo conoca a Hjelsmlev por
un artculo de Martinet. (Calvet, 1973, pg. 34). No obstante, Le degr zro de l`criture
contiene ya, a su juicio, la nocin en germen de la connotacin cuya formulacin
encontrar ms tarde Barthes en Hjelsmlev.
Constata que algunos pasajes en la obra comportan una afirmacin terica y una
afirmacin metodolgica que sita el libro en el corazn de una semiologa futura (Calvet,
1973, pg. 35):
-L`affirmation thorique d`abord: la communication n`est pas la seule fonction des
systmes smiologiques, il en est d`autres, une au moins, celle de signal, par laquelle se
manifeste lidologie.
-laffirmation mthodologique ensuite: cette fonction seconde, nous allons la chercher un
niveau second, celui o le discours devient la forme d`un autre discours.
Giordano, por su parte, pasa revista a la exclusin de la poesa moderna de la
problemtica de la literatura, expuesta en un pargrafo de la primera parte del libro y si
bien considera discutibles, en principio, los postulados de Barthes acerca de la no
existencia de una escritura potica en la modernidad, como s la haba en la poca clsica,
porque la autonoma del nuevo lenguaje potico es tan violenta, tan radical la
descomposicin a la que somete el discurso que destruye todo alcance tico, califica de
contradictoria con lo anteriormente preconizado la segunda parte del libro en la que
convoca el nombre de Mallarm para identificar un cierto compromiso de la forma. No
obstante Giordano no devala a Barthes por incurrir en estas contradicciones y nos dice:
Acaso podamos, imaginando sus razones, aprender ms de este equvoco-si lo que nos
interesa es apreciar la afirmacin irreductible de la literatura-que del conjunto de las
certidumbres histricas, sociales y literarias propuestas explcitamente (Giordano, 1995,
pg. 14)
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escritor quera decir, Barthes no cita las famosas lneas de L`Art potique (1674) de
Boileau que encarnan esta visin de la relacin entre ideas y lenguaje: Ce que lon conoit
bien snonce clairement, Et les mots pour le dire arrivent aisement (Philip Thody, 1977,
pg. 7). La visin de Barthes completamente contradice la de Boileau. Para l, como para
Tristan Tzara, El pensamiento se hace en la boca, y no hay forma de separar el
pensamiento del lenguaje que lo expresa. Los dos llegan a la existencia simultneamente al
igual que el autor, como Barthes explicara en La muerte del autor, nace al mismo
momento que su texto. Pero los escritores franceses anteriores, explica Barthes en El grado
cero, no reconocen la verdad obvia de que el pensamiento no puede ser separado de las
palabras que lo expresan. Thody explica ms extensamente los sucesos histricos a los que
aludi Barthes: La ruptura ms acusada se produjo en 1848, cuando la sociedad francesa se
dividi en tres clases antagnicas: la clase trabajadora industrial; la aristocracia
terrateniente; y la dominante clase media que controlaba la produccin y distribucin de la
riqueza. Hasta los sucesos de junio de 1848, la clase media haba vivido en un estado de
euforia social e intelectual (Philip Thody, 1977, pg.7). Pero en Junio de 1848, los talleres
nacionales recientemente establecidos quiebran y los trabajadores empleados son arrojados
a la calle. Ellos rehusaron dispersarse; y lejos de demostrar una existencia de armona
social suministrndoles una paga por no tener actividad, la clase media encarg al General
Cavaignac dispararles. La guerra de clases revel un universo en el que ni la literatura ni la
comunicacin humana podran entenderse como garantizadas. Si uno mira nicamente al
contenido de su obra, reivindica Barthes, Balzac y Flaubert difieren mutuamente sin dejar
de pertenecer a una misma escuela. Pero si se observa la escritura de cada uno de ellos y el
modo de escribir, ellos estn separados por el hito de 1848. El primero pertenece a la
tradicin clsica y considera el lenguaje como el natural instrumento para comunicar
hechos e ideas de la experiencia humana. El segundo ya tiene una suspicaz y
autoconsciente actitud hacia el lenguaje. Flaubert solamente puede escribir proclamando la
naturaleza artificial de la actividad literaria que ha adoptado. La literatura ha dejado de ser
considerada como algo natural. Ya no es el inevitable resultado de la habilidad del pueblo
para hablar o escribir. Parece como el producto de las sociedades particulares, variando
con ellas como las leyes o las religiones varan, y en ningn modo garantizada como una
parte automtica e integral de la condicin humana. (Philip Thody, 1977, pg. 8)
La explicacin- prosigue Thody-es claramente marxista en la importancia que Barthes
da a la influencia de los factores socio-econmicos en el desarrollo de la literatura y estilos
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trabajos, toda la diferencia del mundo entre el concepto de hombre en Pascal o Bossuet y la
aproximacin totalmente nueva ejemplificada por Rousseau o Diderot, y Barthes parece al
principio, aprecia Thody, un tanto perverso al sugerir que no es el caso. Su originalidad
como pensador literario sin embargo descansa en su presteza en llevar su preocupacin por
la forma a su lgica conclusin, y as hacernos comprender, observa Thody, que los
agnsticos o adoradores de la Naturaleza del siglo XVIII en ningn modo rechazan lo que
tal vez haba sido la ms importante conquista intelectual y literaria de sus piadosos aunque
atormentados predecesores: un modo de escritura basada sobre la reivindicacin de
Descartes de que puesto el sentido comn es el constructo ms igualmente distribuido en el
mundo, todos los seres humanos son iguales en su habilidad para seguir y ser persuadidos
por una serie de argumentos coherentemente presentada. A continuacin, Thody manifiesta
una semejanza de Barthes con Sartre, pasada por alto generalmente, explicando que en
1938 Sartre haba declarado al disertar sobre la obra de William Faulkner que la tcnica de
un novelista siempre implica una metafsica, y El grado cero de la escritura es en diversas
maneras un intento de transferir esta reivindicacin sobre el ms amplio dominio de la
literatura en prosa. En ello reconoce Thody la aplicacin de la sabidura popular que se
plasma en el proverbio no es lo que se dice, sino la manera como se dice algo y la ms
elaborada formulacin de McCluhan que formula la misma idea de un modo ms
elaborado escribiendo que El mdium es el lenguaje (Thody, 1977, pg. 13). Thody se
sirve de estos ejemplos, para subrayar la destreza de Barthes, al mostrarnos cmo
perogrulladas que damos por descontado en el dominio de la cultura popular tambin
pueden ser usadas para iluminar un rea que es considerada a menudo ms importante por
su contenido que por su forma: la de la escritura descriptiva, narrativa o ideolgica.
Quizs, intuye Thody, quiere sugerirnos que nosotros siempre nos hemos engaado
pensando que usamos el lenguaje. Quizs, es el lenguaje el que nos usa a nosotros. Esto es
algo ms trascendental, en su opinin, que la reivindicacin de Sartre acerca de la
metafsica implicada en una forma, puesto que efectivamente niega que ninguna til
distincin puede ser realizada entre forma y contenido. (Thody, 1977, pg. 13)
El Barthes de El grado cero de la escritura, contina argumentando Thody, tambin
difiere de Sartre y de la mayora de crticos anteriores en otro aspecto esencial: l cambia el
nfasis sobre el escritor como individuo por el del escritor como portavoz casi annimo de
un grupo social. El esencial concepto de la lengua de Saussure es la idea de que nada
individual puede alterar su estructura bsica. Es algo que est completamente fuera del
188
As nos presenta la obra como una novela dominada por la prosa, que no admite imgenes,
melodas o invenciones nacidas de las palabras y que rechaza toda belleza externa,
admitiendo como nica metfora la historia misma. Barthes (Barthes, 2002, pg. 40) en su
artculo Reflexiones sobre el estilo de El extranjero considera, por el contrario, que la
obra no rompe con las costumbres y finalidades de una literatura inteligente, es decir,
dirigida. Encuentra en ella el deseo de agradar al pblico, el concierto de los
procedimientos retricos y un trabajo de elaboracin que, a primera vista, podra
considerarse en contradiccin con el absurdo. Si bien, en un momento dado, manifiesta
que no puede hablarse de estilo del libro, resalta, no obstante, que est bien escrito sin
incurrir en negligencia alguna apartndose tanto de los engaos como del desprecio de la
forma (Barthes, 2002, pg. 40). Barthes define este estilo, que no busca la imagen pero
tampoco la teme, como extrao y explica que el placer del lector procede de la
concordancia de la historia y de la lengua. Tambin le atribuye a Camus el mrito de haber
creado la lengua de una cierta ausencia o, al menos, de una presencia sin pasin. Barthes
subraya que esta ausencia de pasin no se inscribe en la rbita de la evasin mstica o del
estupor estoico y para delimitarlo procede a una descripcin que arranca con una aparente
contradiccin y que termina con una personificacin: su estilo tiene algo de
indiscretamente atento; es un estilo indiferente, pero no soador, insensible, pero no
inhumano; un estilo que cree en los Buenos y en los Malos, pero no reivindica nada. Entre
las cualidades estilsticas de la obra incluye la conservacin del mlos que podra
condensar o representar todo el arte de escribir e inserta a manera de bastidor para
encuadrar la obra de Camus tanto el patrn clsico de gran obra y escritor, como el de las
innovaciones surrealistas: Las grandes obras son aquellas que tienen un buen tempo (Las
relaciones peligrosas, Lucien Leuwen, etc.). El gran escritor detesta el estilo de gnero,
pero no escribe nada que no tenga un cierto tono; y se ve por el ejemplo de El extranjero
que el estilo de raza es, en resumidas cuentas, ms hbil y menos fatigante que el estilo de
genio (Cline) (Barthes, 2002, pgs. 40-41). En fin, este estilo no es seco; tiene la especie
de ternura familiar de las cosas cotidianas y, sobre todo, llamea, no se prohbe de lo que
podra llamarse lo irracional del estilo, es decir, si se quiere, las imgenes, teniendo en
cuenta lo que esta palabra se ha enriquecido desde las incursiones surrealistas (Barthes,
2002, pg. 40-41). Sartre en Explicacin de Ltranger (Febrero de 1943) (Sartre, 1985,
pg. 75) reconoce tambin el enlace de la obra con cierta tradicin clsica: el corte de su
estilo de ensayista y cierto gnero de siniestro solar, ordenado, ceremonioso y desolado,
todo anuncia un clsico, un mediterrneo. En l todo, inclusive su mtodo recuerda a las
190
no digo nada. Considera que la razn del entorpecimiento de la segunda parte estriba en
que el procedimiento, la puesta en escena del proceso, son, en ocasiones, totalmente
fcticos; la fatalidad-prosigue-parece creada completamente por la sociedad, y sta, mezcla
de hipocresa y temor, ideales y rdenes, somete a un juicio arbitrario a un cierto tipo de
hombre cuya ingenuidad desconoce su orden. Blanchot est lejos de reducir al protagonista
de El extranjero a esta oposicin entre realidad humana y realidad social. El extraamiento
representara para el crtico el sentido que adquiere la existencia cuando se la observa
desde la exterioridad de los modos de pensar y sentir que el empleo de las palabras hace
explcito.
Por su parte Sartre s pone el acento en la oposicin (Sartre, 1985, pg. 77) de Mersault
y la sociedad: El extranjero que quiere describir es justamente uno de esos terribles
inocentes que constituyen el escndalo de una sociedad porque no aceptan las reglas de su
juego. Vive entre extraos, pero para ellos es tambin un extrao. De su comentario se
colige que distingue dos partes diferenciadas, de las que le parece especialmente
displicente la primera bajo unas consideraciones literarias claramente divergentes de
algunos planteamientos mantenidos por Barthes en El grado cero de la escritura. El
disentir de Barthes respecto a Sartre no adquiere un cariz de enfrentamiento declarado, ya
que propone a otros autores como representantes de la corriente denostada por Sartre.
Sartre opina que la primera parte de L`tranger presenta un mal comn a muchos
escritores contemporneos, cuyas primeras manifestaciones ve en Jules Renard: la
obsesin del silencio y, tras subscribir las palabras de Paulhan que haba visto en ello un
efecto del terrorismo literario, procede a reducir al absurdo esta teora que encabeza
irnicamente con la mxima de Heidegger de que el silencio es el modo autntico de la
palabra: Slo calla quien puede hablar. Camus habla mucho en El mito de Ssifo, e incluso
charla. Y sin embargo nos confa su amor al silencio. Cita la frase de Kierkegaard: El ms
seguro de los mutismos no consiste en callar, sino en hablar y aade por su cuenta que
un hombre es ms un hombre por las cosas que calla que por las cosas que dice. As, en
Ltranger se ha propuesto callarse. Pero cmo callarse con palabras? Cmo se puede
expresar con conceptos la sucesin impensable y desordenada de los presentes? Este
desafo implica el recurso a una tcnica nueva.(Sartre, 1985, pgs. 83-84)
Barthes opina, sin secundar a Sartre, en Reflexiones sobre el estilo de El extranjero
que Camus no ha cado en la tentacin, que podra acechar a un joven novelista en la
creacin de un drama del absurdo, de decir no al estilo o de renunciar a procedimientos
192
tales como cultivar la frase sin verbo y sin relativo (Barthes, 2002, pgs. 39-44). Tampoco
se pronuncia sobre la posible influencia de Hemingway revelada por Sartre ni aprecia
falsedad alguna en relacin a la obra y al artista. As mientras Sartre afirma que Camus
mientecomo todo artista- porque pretende restituir la experiencia desnuda y filtra
socarronamente todas las relaciones significativas, que pertenecen tambin a la experiencia
(Sartre, 1985, pg. 87); Barthes sostiene que la obra desorganiza una explicacin y hace
callar una mentira, tcita y molesta, la obra se suspendera en la mirada de todos como un
no- sentido tan ineluctable como el no-sentido mismo de la creacin. Por esta razn se
atreve a decir que en el Mito, Camus habra podido aadir a su galera de personajes
absurdos, al estilista, que conoce la mscara que lleva, y no la lleva ingenuamente en la
mano (Barthes, 2002, pg. 42). El anlisis verbal tambin difiere en ambos: Sartre cree
que Camus abandonando el uso de un pretrito indefinido ha decidido hacer su relato en
pretrito perfecto para acentuar la soledad de cada unidad fraseolgica. Con este tiempo
Camus, en opinin de Sartre, disimula la verbalidad del verbo: el verbo queda roto,
dividido en dos: a un lado encontramos un participio pasado que ha perdido toda
trascendencia, inerte como una cosa; y al otro lado el verbo ser que no tiene ms que el
sentido de una cpula, que une al participio con el substantivo como el atributo con el
sujeto; el carcter transitivo del verbo ha desaparecido y la frase se ha coagulado; su
realidad ahora es el nombre. En vez de lanzarse como un puente entre el pasado y el
porvenir, no es ya sino una pequea substancia aislada que se basta a s misma (Sartre,
1985, pgs. 88 y 89) Barthes, que valora positivamente el uso del pretrito compuesto, no
replica al anlisis sartreano con ninguna argumentacin y al tiempo de establecer
asociaciones y comparaciones invoca la tragedia griega sin recoger el testigo de Sartre que
pona en tela de juicio hasta el gnero novelesco de la obra destacando su similitud con un
cuento de Voltaire (Sartre, Madrid, 1985, pgs. 91 y 92): la descripcin absurda necesita
tiempos a la escala de su temblor; ella renuncia con gusto al pasado simple, tiempo puntual
y romntico, fatigado por Flaubert, para adoptar el pasado compuesto, mezcla de presente
y de pasado, donde el suceso suficientemente decantado, resuena todava sordamente, a la
vez lejano y presente, distinto y extrao, inaccesible e individual como un fenmeno de
tragedia griega. (Barthes, 2002, pg. 44)
En 1954 Barthes vuelve a dedicarle un artculo a El extranjero llamado El extranjero,
novela solar donde recuerda la aparicin de El extranjero como un hecho social. Barthes
evoca el anlisis que se hiciera en el momento de la publicacin dejando entrever que
193
desde aquel entonces su significancia ha sufrido alguna modificacin. Entre los precursores
de la obra menciona a Kierkegaard, el existencialismo alemn, Kafka, los novelistas
norteamericanos, Sartre y toda una constelacin de pensadores o de creadores provenientes
de orgenes y de pocas diversas. Es significativo que Barthes mencione a Kafka, cuya
relacin con la obra de Camus fue puesta de relieve, pero negada rotundamente por Sartre
y que aluda a Kierkegaard, citado, a juicio de Sartre, por Camus sin comprenderlo (Roland
Barthes, 2002, pgs. 75 y76). En la mencin a los novelistas americanos si sigue a Sartre
que consideraba a Hemingway como una de los modelos estilsticos de El extranjero.
Si en el anterior artculo era la cuestin estilstica la que haba secuestrado su atencin,
ahora es la cuestin filosfica y psicolgica la que despierta su inters: Toda una
constelacin de pensadores o de creadores provenientes de orgenes y de pocas diversas
se reuna desordenadamente en la conciencia del pblico para definir en ella un nuevo mito
de la libertad: el hombre privado de sus coartadas. Apartado por su lucidez de sus refugios
anteriores (Dios, la Razn), arrojado sin quererlo a una soledad tan grande que hasta la
fecha no haba podido mirarla a la cara, en ella es consciente sin embargo, hasta la
tragedia, de su solidaridad con un mundo que no comprende (Barthes, 2002, pg. 76).
La obra ha sido minuciosamente estudiada por infinidad de crticos, pero la manera de
formular Barthes sus impresiones parece novedosa: Por lo tanto, lo que Meursault hace
cesar con su mirada es una complacencia; su silencio sobre las buenas razones del mundo
es puro, a tal punto que lo retira de una complicidad y deja ante l el mundo al descubierto:
el mundo se convierte en el objeto de una mirada, y eso es lo que el mundo no puede
tolerar: cuando Meursault se convierta en un asesino, su proceso no ser tanto el de un acto
como el de una mirada; en Meursault se condena al mirn, y no al criminal.
Comprendemos que esta promocin del hombre- totalmente nueva porque es distancia de
la Mirada, y ya no rebelin del Gesto o de la palabra, como en la mitologa romntica,
nietzscheana o revolucionaria- haya podido concordar con los grandes temas de la nueva
filosofa: aqu como all, el hombre no abandona la sociedad por Dios, ni a Dios por el
Mal, ni lo uno y lo otro por una utopa: el hombre permanece en su lugar, solidario de un
mundo en el que se encuentra sin embargo absolutamente solo. (Barthes, 2002, pgs. 76
y 77)
Tampoco pone en duda el gnero, como hiciera Sartre, de la obra de Camus: la
determina como novela densa y menuda como una joya y la compara a La princesa de
194
Clves y Adolphe. Tambin hace referencia a la estela que ha dejado la novela. El camino
trazado por Camus-nos dice- ha sido hollado por muchos y toda una literatura lazarena,
segn la palabra de Cayrol, se ha desarrollado, dndole al hombre, creyente o no, la
inocencia, la sabidura y la soledad de un resucitado. Barthes contrapone su visin de la
novela de hace diez aos influenciada por la crtica general y su percepcin actual que
viene, segn l, a completar ese primer anlisis y a explicar esa desviacin apreciada en la
trayectoria de las obras de Camus que no es tan marcada como se pretende: Hace diez
aos, acaparado como muchos otros por la tesis del momento, haba visto sobre todo su
admirable silencio, que la igualaba con las grandes obras clsicas, todas ellas producidas
por un arte de la ltote. Ahora, a mis ojos, se descubre todo un calor en ella, y un lirismo
que sin duda se habra reprochado menos a las obras posteriores de Camus si se lo hubiese
sabido entrever en su primera novela. (Barthes, 2002, pgs. 77 y 78).
Barthes, adems, parece querer justificar por qu la obra no ha de considerarse una tesis
con el argumento de que en ella el hombre se encuentra provisto, no solamente de una
moral, sino tambin de un humor. De ah en adelante el propsito de Barthes en su artculo
es realzar la vinculacin que guarda la obra con las mitologas antiguas atisbando una
relacin, que nos parece forzada, con la Fedra de Racine. Presenta a Mersault como un
hombre carnalmente sometido al Sol y otorga al Sol un valor casi parangonable al Fatum
clsico. Barthes estudia la funcionalidad del elemento mtico en la obra: Los tres episodios
de la novela (el entierro, la playa, el proceso) estn dominados por esa presencia del Sol;
el juego solar funciona con el rigor mismo de la Necesidad antigua. (Barthes, 2002, pg.
78).
Tambin aprecia las variantes que experimenta el Sol distinguiendo (resumiendo su
exposicin), en una primera aparicin, el sol funerario cuya funcin sera alumbrar y de
enviscar el absurdo de la escena; en una segunda aparicin, el sol de la playa que
transformara toda materia en metal; y finalmente, en la audiencia en que se juzga a
Meursault, un sol seco, un sol-polvo, el rayo vetusto del hipogeo. El papel que reconoce
Barthes al sol, elemento suficiente, a juicio de l, para configurar la obra como una
tragedia (idea ya presente en "Reflexin sobre el estilo de El extranjero), es tal que llega a
escribir que la mezcla del sol y de la nada sostiene el libro a cada palabra: Mersault no
solamente se enfrenta con una idea del mundo, sino tambin con una fatalidad- el Solextensiva a todo un orden ancestral de signos, pues en este caso el Sol lo es todo: calor,
adormecimiento, fiesta, tristeza, potencia, locura, causa e iluminacin. Por otra parte, esta
195
Calvet subraya la importancia de esta polmica, ya que, a su juicio, Camus empuj quiz
sin saberlo a Barthes a situarse filosficamente. Barthes haba recibido, escribe Calvet
(Calvet, 1992, pg. 152), el encargo de escribir dos textos sobre Camus para dos revistas
del mismo gnero, Le Bulletin du club du livre franais y Le Bulletin du club du meilleur
livre, revistas destinadas a los miembros de cada club de venta de libros por
correspondencia. El extranjero, novela solar se publica en 1954 y La peste, Anales de
una epidemia o novela de la soledad? aparece en 1955. Camus que haba ledo el segundo
artculo antes de su publicacin, reaccion en el mismo nmero de la revista, Barthes le
responde con una carta publicada dos meses despus en abril. El esquematismo con el que
expone Calvet la polmica deja en suspenso la cuestin de cmo Barthes pudo calificar de
insolidaria una obra como La peste. Por ello creemos que es necesaria aqu una explicacin
ms amplia que la que ofrece Calvet y una lectura no mediatizada de los artculos en
cuestin. Valiosa es, sin embargo, la remisin que hace Calvet de esta cuestin a la
polmica entre Camus y Sartre, a su ruptura, nacida del fenmeno staliniano de la URSS:
en mayo de 1952, en Les temps modernes, Francis Jeanson haba criticado severamente El
hombre sublevadoEn el mismo nmero, Sartre daba una estocada: su moral se
transform primero en moralismo, hoy no es ms que literatura y maana tal vez sea
inmoralidad.
Barthes realiza una crtica en el artculo La Peste, Anales de una epidemia o novela
de la soledad? de la obra La peste partiendo de que la obra es smbolo de la Ocupacin
francesa y del hecho de que La peste no diga que el mal tiene algunas veces un rostro
humano. Defenderse de la peste, afirma Barthes, es, a pesar de los esfuerzos del libro,
problema de conducta ms que de eleccin. Pero defenderse de los hombres, agrega
Barthes, ser su verdugo para no ser su vctima, comienza all donde la Peste no es
196
nicamente la Peste, sino la imagen de un mal con rostro humano. Para Barthes todos los
episodios del libro pueden ser traducidos en trminos de Ocupacin y de Resistencia y
ubica en esta profundizacin histrica de La peste el surgimiento del malentendido que
opone a Camus a una parte de los intelectuales franceses. Barthes se pregunta si una
moralidad de la solidaridad-de una solidaridad de un contenido poltico reflexionado puede
ser suficiente para combatir el mal de las cosas y si es suficiente ante el mal de los
hombres. Subraya que la historia no slo propone plagas inhumanas, sino tambin males
humanos tan mortferos como aqullas y, por ello, hay que cuestionarse si basta ser
mdico, y si, por temor a convertirse en un verdugo a su vez, es necesario vendar las
heridas sin atacar los golpes que las hacen. Para Barthes la respuesta que ofrece Camus es
la necesidad a toda costa de no ser ni verdugo ni vctima y por ello Barthes cree oportuno
contestar una Moral que supone el riesgo de hacer al hombre cmplice de un mal del cual
solo quiere curar los efectos y, adems, opina que esta eleccin solo puede conservar la
inocencia en soledad. Solo en este contexto tiene algn sentido la afirmacin con la que
concluye Barthes su artculo: su autor, primer testigo de nuestra historia presente ha
preferido finalmente rehusar los compromisos- pero tambin la solidaridad- de su combate.
(Club, febrero de 1955, Bulletin du Club du meilleur livre) (O.C. Vol. I, pgs.452-456, ed.
du
Seuil,
1993).
En la Carta de Albert Camus a Roland Barthes sobre La peste (O. C. Vol. I pg. 457458, Editions du Seuil, 1993) Camus manifiesta elegantemente su disentimiento respecto a
la interpretacin de Barthes y, en concreto, respecto a la afirmacin de que La Peste funde
una moral antihistrica y una poltica de la soledad. Acepta la transposicin de La Peste a
la lucha de la resistencia europea, pero asevera que es algo ms que una crnica de la
resistencia. Respecto a la comparacin con El extranjero, Camus alega que, de haberla, la
evolucin se ha operado desde una revuelta solitaria al reconocimiento de una comunidad,
cuya lucha es necesario compartir. En tercer lugar, Camus utiliza uno de los comentarios
de Barthes sobre la obra: la importancia del tema de la separacin de los personajes que se
aman para neutralizar la oposicin entre amigo y militante, que poseen en comn la virtud
de la fraternidad. As Rambert, que encarna ese tema renuncia a la vida privada para unirse
al combate colectivo. Por ltimo, Camus agrega que La Peste finaliza con el anuncio y la
aceptacin de las luchas que vendrn. Camus manifiesta su tolerancia frente a diversas
crticas formuladas contra la obra, aunque no las comparta, manifiestando sin ocultar su
tristeza que est totalmente desprovisto de fundamento el juicio de que l rehse la
solidaridad de la historia presente. En cuanto a la pregunta barthesiana de qu haran los
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Calvet interpreta un tanto libremente una de las rplicas de Camus presentndola como
una pregunta a Barthes de si estaba a favor del realismo en literatura (Calvet, 1992, pg.
152). Textualmente Camus slo haba dicho: me parece legtimo tambin criticar la
esttica (muchas de sus observaciones estn iluminadas por el hecho de que yo no creo en
el realismo en arte). En ellas vemos, pero tampoco estamos en condiciones de afirmarlo,
tan slo algo de irona, pero en modo alguno una pregunta velada.
Calvet seala que la afirmacin de Barthes de hablar desde el materialismo histrico era
la nica posible frente a las preguntas de Camus, pero provocara cierta reaccin. As en La
Nouvelle NRF, Jean Gurin se pregunta si Barthes, el autor de las pequeas mitologas del
mes es marxista. Y en Les Lettres Nouvelles, Barthes responde en un artculo titulado
Soy marxista? que esa pregunta tiene resabios de maccarthysmo (julio-agosto 1955).
Calvet opina que, independientemente del grado de realidad de esta filiacin, no puede
considerarse a Barthes como un especialista en marxismo. (Calvet, 1992, pg. 153)
Marie Gil en Roland Barthes au lieu de la vie sostiene que Barthes (Gil, 2012, pg. 215)
analiza La peste como elemento ordenador de un vivir juntos que estructura la crnica
que es La peste. Para Marie Gil el motivo central del anlisis se lo proporcion a Barthes
su propia experiencia de la tuberculosis. Esta autora califica la lectura de Barthes de
inteligente y cree que Camus la consider de igual modo, pero reaccion muy vivamente al
rechazo de la interpretacin histrica. Como es frecuente en algunos estudiosos de Barthes
toma partido llegando a afirmar que la crtica que realiz Barthes de la novela era positiva
y que algunos de los alegatos que Camus formula en su respuesta se fundan en el
argumento de autoridad del nmero: todo el mundo ha reconocido que se trataba de una
parbola contra el nazismo. Pero Marie Gil no expone qu razones tena Camus, cuya obra
es de incuestionable valor literario y filantrpico para afirmar que La Peste era una
parbola sin serlo. De hecho, hay pruebas tanto literarias como extraliterarias que lo
avalan. Al contrario que Marie Gil, que considera la carta como un ejemplo de didactismo
auctorial, creemos que Camus ha recurrido al argumento cuantitativo para no pronunciarse
ex cathedra como autor omnisciente. Tampoco compartimos la opinin de que Camus finja
aceptar que se ponga en tela de juicio la dimensin moral o esttica de su obra y muestre
que para iluminar esas ltimas basta comprender que l no cree en el realismo artstico.
Camus no estaba en situacin de necesidad, su obra suscit crticas virulentas en algunos
sectores, pero fue un xito incontestable: de factu, lo que escribe Camus es que son las
observaciones barthesianas las que quedan iluminadas por el hecho de que l no crea en el
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realismo, afirmacin que se presta a lecturas dispares. Lo cierto es que Camus ya haba
declarado en 1952, como seala Calvet (Calvet, 1992, pg. 152): comienzo a cansarme un
poco () de los censores que siempre solo pusieron su silln en el sentido de la historia y
es en este cansancio en el que encontramos la explicacin de su rpida contestacin al
artculo de Barthes que redobla su fuerza por el efecto acumulativo. Barthes no llega a
hacer una afirmacin tan rotunda como la de rechazar la interpretacin histrica en el
artculo sobre La Peste, si bien la carta con la que responde a la de Camus asume esta
intencionalidad. La aparicin del trmino historia en el artculo barthesiano La peste,
Anales de una epidemia o novela de la soledad es muy significativa por su carcter
reiterativo. Barthes menciona numerosas veces el trmino historia que constituyen, tal
vez, una refraccin de la polmica suscitada a propsito de los comentarios de Jeanson
sobre la obra Hombre en rebelda. Crtico y obra de Camus que Barthes no nombra a pesar
de estar publicada con anterioridad al artculo. Mangesh Kulkarni en Nueva mirada sobre
el debate Camus- Sartre (Kulkarni, 2010 pp. 37-47) evoca cmo Camus se quej de que
Jeanson le atribuyese una tesis que de ninguna manera era suya: todo el mal se encuentra
en la historia y todo el bien fuera de ella Lettre au directeur des Temps Modernes 1952
(Les Temps Modernes, Agosto, pgs. 317-333). En realidad, prosigue Kulkarni, El hombre
en rebelda apunta a demostrar que el puro anti-historicismo es tan peligroso como el puro
historicismo: ya se siten los valores por encima de la historia, ya se identifiquen pura y
simplemente con ella, se termina en los dos casos en el nihilismo. No contento con mal
interpretar el texto, Jeanson proporciona una explicacin biogrfica ficticia para la
supuesta antipata de Camus hacia la historia. Segn l, Camus habra descubierto la
historia al abandonar su idilio algeriano para participar en la Resistencia. Y como las
esperanzas que haba cifrado en la Resistencia no se materializaban, sufri una desilusin
frente a la historia y se retir a su burbuja. Camus objeta que l se alist en Algeria en la
lucha contra la injusticia colonial y que nunca consider la Resistencia como una forma de
historia feliz y cmoda, y que tampoco tuvo la menor intencin de replegarse sobre una
existencia de otium artstico (Kulkarni, 2010, pg. 39); sin pretensin de efectuar un
recuento exhaustivo, seleccionamos las siguientes menciones del trmino historia por
Barthes: La Peste no es una novela, es una crnicaEsto quiere decir que todos los
objetos ordinarios de la novela, el hombre, el amor o el sufrimiento son vistos aqu a travs
de la transparencia y el alejamiento de una historia colectiva, recorrida diariamente sin
dejarse nunca penetrar por una significacin propiamente histrica, A medio camino
entre la Historia y la Novela, La Peste podra haber sido una tragedia. Barthes, en un
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corto espacio, como vemos, presenta la significacin histrica como un elemento ausente
en la concepcin de la novela camusiana y seguidamente presenta la historia como molde
al que se aproxima dicha novela. Barthes vertebra su anlisis en la falta de correspondencia
de la obra con un arquetipo de novela emparentada con el materialismo histrico y por
momentos desaprueba en Camus, lo que elogiar en Brecht. La crtica que realiza Barthes
tiene como objetivo tambin explicar el malentendido que ha surgido entre Camus y una
parte de los intelectuales despus de la aparicin de La Peste, no quedando claro si
pretende asumir la funcin de portavoz de la faccin crtica hostil o conciliador entre las
dos (Kulkarni, 2010, pp. 37-47). La cuestin ms controvertida para la poca fue, como se
infiere de las interrogantes formuladas por Barthes, la suficiencia de la moral de la
solidaridad planteada por Camus frente al problema del Mal causado por el hombre contra
el hombre.
Segn Claude Coste, la novela de Camus decepcion a Barthes por la debilidad de su
compromiso poltico: Camus no va lo suficientemente lejos y falta a la obra una verdadera
interrogacin sobre las causas. Coste sintetiza en grado extremo la crtica de Barthes y la
respuesta de Camus reduciendo los elementos que se prestan a ambigedad: Barthes
afirma preferir la historia a la crnica, la poltica a la moral, la eleccin a la conducta, el
compromiso a la solidaridad. La Peste peca por una falta de compromiso real contra los
males humanos claramente definidos; en trminos marxistas y brechtianos, falta a Camus
un gestus social. En su respuesta, publicada en la misma revista, Camus rehsa la
acusacin de antihistoricismo, de apoliticismo y de individualismo. La Peste remite en
principio a la Resistencia, pero tambin a lU.R.S.S. y a todas las tiranasBarthes afirma
hablar en nombre del materialismo histrico y centra el debate sobre el punto capital de lo
simblico. Qu extensin puede darse a un personaje, a una situacin? Al arte del
smbolo que juzga siempre un poco ambiguo, Barthes prefiere un arte literal? (Claude
Coste, 1998, pg. 103)
Coste se pregunta si la argumentacin de Barthes es realmente satisfactoria. La
polmica haba incomodado a Barthes, segn este crtico, menos porque subestima La
Peste que por ponerle en falso consigo mismo. Coste destaca que el artculo se dirige
contra un autor, que Barthes haba admirado mucho y la polmica sobre La Peste
testimonia sino una verdadera negacin, al menos una distancia que no es fcil de escribir.
En el fondo, La Peste decepciona a Barthes por razones que no quiere confesar. Muchos
artculos de Mitologas la emprenden con el cine de buenos sentimientos, de
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Moreau en Plaisir du texte, plaisir du style considera que la actitud de Barthes hacia el
estilo superaba el concepto denostado del momento. El estilo, argumenta, es algo indigno,
hoy en la mayora de los tericos, como responsables de mltiples confusiones: se le ha
reprochado a la vez su colisin con el trmino abusivo de autor (el estilo sera el reflejo
desnudo del signatario y debera ser estudiado como tal), su comodidad cuando se trata de
separar groseramente-se hace siempre, aunque vergonzosamente el fondo de la forma.
Aade que el Estilo est bajo sospecha incluso por los escritores por razones de orden casi
tico: desprecio de una visin decorativa de la literatura, riesgos del narcisismo y del
exhibicionismo, desprecio del individualismo burgus, deseo de equipo o de anonimato,
deseo de otra forma de participacin en el trabajo literario. (Moreau, Jean, A., 2007, pgs.
199 a 201)
A su juicio, la posicin de Barthes est ms matizada. Si es el trmino de escritura el
que se retiene, justamente, de El grado cero de la escritura, la palabra estilo ha jugado un
gran papel en el libro. Palabra vertical, se distingue menos de la lengua de la que es su
correlato. El trmino de escritura se transformaba de manera considerable: permita lavar
las supuraciones subjetivas del estilo; poda beneficiarse, como palabra nueva de la
aportacin de la nocin marxista de produccin, mientras que El grado cero deca que en
poesa moderna no haba escritura, sino solamente estilo. Sollers, de acuerdo con Barthes,
pide, para la lectura de Nombres, que se tenga en cuenta solamente dos niveles de escritura,
lo que en otro tiempo era el estilo convirtindose en la pre-escritura, huella pura,
aprehensible en el nivel ms profundo.
Vamos a enfocar este apartado desde dos perspectivas, una que contemple la posicin
que le otorga Barthes en el fenmeno literario y otra que tenga por objeto los artificios
literarios, las particularidades del lenguaje barthesiano. Haremos una escala en la primera a
travs del artculo de Barthes El estilo y su imagen y algunas manifestaciones publicadas
en revistas, pero como nuestro objetivo primordial es observar el concepto de estilo
presente en las obras cumbre de Barthes, no agotaremos esta primera vertiente en un
primer abordaje. Distinguiremos, pues, entre el estilo en Barthes y el estilo de Barthes.
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Observamos que el mismo Barthes subvierte la idea de gnero en la medida en que busca
fundamentos nuevos para la distincin genrica y no recurre a las definiciones
tradicionales. Como ejemplo, podemos citar el principio de su artculo Maupassant y la
fsica de la desgracia en la que marca la oposicin entre cuento y novela no conforme al
criterio literario tradicional sino de acuerdo con principios de carcter filosfico:
Nos hemos preguntado a menudo en qu se oponan el cuento y la novela. Creo, por mi
parte, que en un determinado uso de la catstrofe. La novela, la buena, la verdadera, la que
nos implica lenta y seguramente, no es, con la mayor frecuencia, ms que la historia de una
degradacin: la desgracia novelesca nunca es pura, tiene un grosor ms existencial que
conceptual. Con el cuento, ocurre todo lo contrario: la desgracia existe en l como un acto
solitario, indiscutible (la desgracia o la felicidad, es lo mismo): las situaciones no se
encadenan, no se pierden, se afrontan y rompen. La catstrofe tiene, en la novela, algo de
orgnico, y en el cuento, algo de mecnico. Probablemente por eso, el cuento depende
fcilmente de una especie de didactismo: en l ocurre sin duda alguna cosa, y alguna cosa
convincente (mientras que una verdadera novela, como Guerra y paz, es profundamente
ambigua). El cuento es una creacin a menudo ms intelectiva que onrica: la novela
siempre es ms o menos una pasin de la desgracia; el cuento es ms bien su demostracin.
Y tal vez, en la medida en que los franceses han preferido, en general, la literatura del
balance moral a la de la implicacin pasional, han podido escribir excelentes cuentos.
(Maupassant y la fsica de la desgracia, Bulletin de la Guilde du Livre, 1956, p. 119120, Barthes, 2002, pg. 119-120)
Sus juicios de valor difieren en el tiempo de las opiniones vertidas por Barthes en el
curso de la entrevista publicada, en Espaa, en los aos setenta. As, Antoigne Compagnon
en una entrevista dirigida por Raphal Enthoven constata que hubo un distanciamiento
entre Barthes y la vanguardia, cuya causa haba defendido en los aos sesenta, pero no
establece un trmino post quem para su regreso a los clsicos y sita este giro, de manera
imprecisa, en los ltimos aos de su vida. En palabras del propio Barthes (Enthoven, 2010,
pg. 94-95):
L`avant-garde, n`est ce pas, d`abord elle change, cest sa dfinition mme. Une avantgarde, c`est quelque chose de mobile, a dpend de l o on place l`arrire garde, et
lavant-garde, a change. D`abord, il y a eu des poques o il ny avait pas davant- garde
du tout. La chose et le mot sont assez rcents, finalement, a date de la fin du XIX sicle,
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le fait quil y ait une avant gardeJe crois que, disons, pour parler trs noblement, a date
du moment o est apparu les premiers signes d`un dchirement de la conscience dite
bourgeoise. ce moment-l il y a eu des avant-gardes, tantt hyper-esthtisantes, tantt
politises. Depuis une quizaine d`annes, nous sommes habitus une avant-garde qui se
situe, ce que j`appellerai dans le dpicement de la langue, c`est--dire qui exploite fond
la libert de dpicer, de deconstruire la syntaxe, de dtruire la reprsentation, la lisibilit,
le vraisemblable de ce qui est crit.
-Comme Joyce linaugur
-Oui, cest a, alors la suite de grands modles, qui sont ou Joyce, ou Lautramont, ou
Artaud justementMais il est trs possible que bientt on arrive une autre avant-garde,
qui serait moins tapageuse, si vous voulez- je n`emploie pas le mot dans un sens pjoratif -,
une avant-garde qui essaierait de travailler ou de produire du nouveau dans une reprise
d`un art de la rpresentation, de la figuration, du ralisme. a c`est tres posible
(Enthoven, 2010, pg. 94-95)
Respecto al gnero potico, ric Marty repara en lo poco que Barthes habla de poesa
francesa u occidental. En el curso sobre La preparacin de la novela, habl de las cartas de
Rimbaud, pero no de sus poemas. En el fondo la nica poesa que le interesa, y la nica de
la que ha hablado en su obra es la poesa japonesa y el haiku. Hay una exclusin por su
parte del corpus potico francs, y esta exclusin se produce por una razn simple: l no es
sensible a la poesa francesa, con la salvedad de Ponge, que tiene una escritura muy literal;
pero Barthes apenas soporta el nfasis potico, la metfora, la hiprbole, todas las huellas
de la genialidad potica. l est por el contrario fascinado por la literalidad. (Enthoven,
2010 p. 121)
Segn Jameson, el estilo de Barthes es un intento de prestar una segunda voz al
significado, de articular su organizacin antes de que encuentre su versin oficial y final en
el propio significante primordial, en el texto. El suyo es un estilo de nombres y adjetivos,
de neologismos, opcin de la que l mismo es perfectamente consciente. Abreviamos la
cita extrada de Mitologas que Jameson transcribe: Pero por definicin, puesto que es
el diccionario el que los proporciona, esos conceptos no pueden ser histricos. Lo que
necesito con mayor frecuencia es conceptos efmeros, vinculados a contingencias
limitadas: en ese punto los neologismos son inevitables (Jameson, 1980, pg. 154)
211
abriga un centro vaco- si se quiere- , y en s mismo representa una forma, una estructura
que, como escribe Barthes, Implica un goce inmediato: es el fantasma de un discurso, un
bostezo de deseo (Roland Barthes par Roland Barthes, pg. 103, citado por Adolfo
Garca Ortega en el prlogo de El imperio de los signos, 2007, pg. XV)
Adolfo Garca Ortega destaca cmo Barthes introduce paradojas mediante conceptos de
asociacin temeraria e insospechada; descontextualiza trminos que, a la luz de su nueva
colocacin en frases extensas y abiertas al contraste, sirven para profundizar o expandir un
leve aroma metafrico, una precisin ms acusada y amplia. Es el gran creador- escribe- de
los parntesis en un estilo conjuntado sobre la base de prismas distintos, parcelas de
sintagmas dentro de sintagmas, que se encadenan por invisibles puntas de iceberg (debajo
est todo un terreno ignoto de nuevas perspectivas). Y la relacin de los opuestos, en su
prosa, contribuye a la densidad de su pensamiento, frgil en apariencia y slido en
realidad, pues provoca un pasmo por su alto grado de intuicin. (Garca Ortega en el
Prlogo de El imperio de los signos, 2007, pg. XVI)
En la entrevista Veinte palabras clave para Roland Barthes Roland Barthes reconoce
su preferencia por el fragmento. Declara que, al releer sus libros ha constatado que siempre
haba escrito segn un modo de escritura corta, que procede por fragmentos, por cuadritos,
por pargrafos titulados, o por artculos- hubo, nos dice, todo un periodo de su vida en el
que l solo escriba artculos, no libros. Es el gusto por la forma corta, que en este
momento se sistematizaba. Lo que all est implicado desde el punto de vista de la
ideologa o una contra ideologa de la forma es que el fragmento rompe la estratificacin,
la disertacin, el discurso que se construye con la idea de dar un sentido final a lo que se
dice, lo que es la regla de toda la retrica de los siglos precedentes. Por relacin a la
estratificacin del discurso construido, el fragmento es un aguafiestas, un discontinuo, que
instala una especie de pulverizacin de las frases, de las imgenes, de ideas, de las que
ninguna arraiga. (Barthes, 2005, pg. 180 y 181)
En Roland Barthes por Roland Barthes manifiesta tambin su consciente predileccin
por el fragmento: Su primer texto ms o menos (1942) est hecho de fragmentos; esta
eleccin la justificaba entonces a la manera gidiana porque es preferible la incoherencia al
orden que deforma. De hecho, no ha dejado de practicar, desde entonces, la escritura
corta: pequeos cuadros de Mitologas y de El imperio de los signos, artculos y prefacios
de los Ensayos crticos, lexas de S/Z, prrafos titulados del Michelet, fragmentos del Sade
213
palabra. Barthes, escribe Compagnon, cuando le decan que su neutro y su vouloircrire no eran en absoluto ajenos a ciertos temas presentes en Blanchot, adoptaba una
expresin de respeto un poco asustada, como un nio, una pequea avestruz sorprendida
con los dedos en la mermelada. (Critique 38, II, 1982, p. 678)
Reda Bensmaa expone cmo Barthes confiere a su escritura el cariz de un desafo y se
pregunta cul puede ser el sentido de la resistencia y de la persistencia de los Gneros que
la Historia de la Literatura la institucin literaria- nos ha legado. Toda la atencin que
Roland Barthes haba concedido a la economa del texto fragmental o del Texto- le parece
ligada a la tctica de verificar en cierto sentido que no solamente el texto fragmental es
posible, sino que es como la matriz de todos los gneros: no la Mezcla de gneros sino
el gnero de la autogeneracin. (Reda Bensmaa, 1986, pg. 11)
Para Reda Bensmaa El placer del Texto, Fragmentos de un discurso amoroso y Roland
Barthes por Roland Barthes inauguran una va nueva de investigacin y de interrogacin
de la literatura, al mismo tiempo que un nuevo estilo o tipo de escritura: ms prximo al
ensayo del tipo de Montaigne que al ensayo crtico tal como J. P. Sartre buscaba
definirlo y renovarlo en los aos cincuenta. (Reda Bensmaa, 1986, pg. 10)
As este crtico de Barthes estima que un ensayo como S/Z no debe ser ledo como un
texto de R. Barthes entre otros, sino como un libro- bisagra, como un texto programtico
que dibuja su libro futuro o el texto escribible, segn la terminologa barthesiana de S/Z.
(Reda Bensmaa, 1986, pg. 11)
Almeida Ribeiro en la ponencia Barthes: la Bruyre do sculo XX, presentada en el
Coloquio Barthes celebrado en Lisboa en 1982, advierte un rasgo estilstico comn en La
Bruyre y en Barthes. Primero, observa que ambos cultivan el fragmento; aunque en
Mitologas de Barthes no podamos todava hablar de escritura fragmentaria, si se entreve
su llegada por la concisin y la brevedad de cada captulo; los dos, adems, se interesan
por el comportamiento humano, aunque Barthes se interesa fundamentalmente por el
comportamiento colectivo inconsciente. (VV. AA, 1982, pg. 269)
Robbe-Grillet en Pourquoi jaime Barthes nos ofrece ambiguamente una imagen de
Roland Barthes, cultivador del fragmento, brillante como escritor de un tipo moderno de
novela pero desclasificndolo al tiempo de la categora de pensador: El fragmento
barthesiano se desliza sin cesar y su sentido se sita no en los pedazos de contenido que
215
van a aparecer aqu y all sino en el hecho mismo del deslizamiento. El pensamiento
barthesiano (entre comillas, porque yo clasifico los pensadores en otro lugar) est en el
deslizamiento y de ningn modo en los elementos entre los cuales el pensamiento se habr
deslizadopara m Barthes era, de una parte, un novelista y, por otra, un novelista
moderno. Caracterizndose el novelista moderno por este fenmeno: en lugar de presentar
un texto, como la novela balzaciana, bien ordenada, alrededor de su ncleo slido de
sentido y de verdad, la novela moderna solo presenta fragmentos que, adems, describen
siempre la misma cosa y esta misma cosa no siendo nada. (Robbe- Grillet, 2009, pg. 31)
Serge Doubrovsky seala, de igual modo, que Barthes estilsticamente est ms
emparentado con la Rochefoucauld o con La Bruyre, a los cuales ha consagrado estudios
admirables, que con Montaigne. Doubrovsky anota algunas contradicciones de Barthes
entre el gusto declarado y la prctica literaria: Mientras que el hombre declara con la
mayor sinceridad del mundo su aversin por la frmula neque (P.R.B, p.214), cita de
Prtexte: Roland Barthes, Colloque de Cerisy, Paris, Christian Bourgois, 10/18, 1978),
el escritor resopla en el neque hasta el infinito: en Racine: le possible n`y est jamais
que le contraire, la littrature n`est bien qu`un langage, c`est--dire un systme de
signes, etc. Habra lugar para estudiar, en Barthes, la retrica de la definicin (atribucin
de esencias). Con el gesto restrictivo de neque hace pareja el gesto universalizante del
tout: On trouvera donc dans toute criture l`ambigit d`un objet qui est la fois
langage et coercition (DZ, Le Degr zro de lcriture; Nouveaux Essais critiques, Paris,
d. Du Seuil, Points, 1972, pg. 18). Doubrovsky deriva de la creencia Barthesiana de
que toda escritura participa de una coercin la conclusin lgica de que la mxima, al
contrario del texto moderno, que, segn el precepto de Mallarm, cede la iniciativa a las
palabras, es una violencia mxima hecha al lenguaje; la ltote o la elipsis, entiende
Doubrovsky, instituyen un rgimen de sujecin; la brevedad del discurso es el ejercicio de
una castracin. Por consiguiente podra hablarse, en su opinin, de una nueva
contradiccin: Barthes quiere la fluidez del estilo, pero execra el flumen orationis.
Quiere la libre circulacin del sentido, pero lo inmoviliza en la serie de los neque y los
cest. Su ideologa pone el sentido en movimiento perpetuo, pero su estilo lo detiene.
(Doubrovsky, 1981, pgs. 348 y 349)
Eric Marty disiente de la idea de una similitud de Barthes con Rochefoucauld en la
naturaleza del fragmento, pero se expresa en trminos muy semejantes a los de
Doubrovsky, al que no cita, en la apreciacin del carcter violento del fragmento e incluso
216
Nos parece muy probable que la importancia de la metfora en Barthes responde tambin
al influjo de Nietzsche. Asi, podemos constatarlo en el siguiente pasaje de Lo Neutro en el
que Barthes afirma la aportacin de Nietzsche y transcribe un pasaje probatorio del
filsofo. Es evidentemente Nietzsche quien mejor ha desmontado el concepto: Todo
concepto nace de la identificacin de lo no-idnticoentonces, concepto: fuerza reductora
de lo diverso, del devenir que es sensible, la isthesisentonces, si se quiere rechazar la
reduccin, hay que decirle no al concepto, no utilizarlo. Pero entonces, cmo podramos
hablar, nosotros, los intelectuales? Mediante metforas. Reemplazar el concepto con la
metfora: escribir. (Introduction thoretique sur la vrit et le mensonge au sens extramoral, Paris, Flammarion, 1969, la edicin GF, 1991, citado por Barthes, 2004, pgs.
216 y 217)
En Roland Barthes por Roland Barthes el autor comenta algunas de las figuras que
emplea. Hacemos alusin a ellas porque, al figurar en un libro pseudo-autobiogrfico,
entendemos que le son especialmente caras. As, al recordar la pregunta sobre el sentido de
su frase la escritura pasa por el cuerpo reflexiona que la causa de la oscuridad se debe
entre otras causas al cultivo de la elipsis en el plano formal y a la reducida concepcin que
la opinin pblica se forja acerca del cuerpo. Al mismo tiempo aprovecha para meditar
sobre la naturaleza del lenguaje. La elipsis-nos dice-perturba justamente porque representa
la horrorosa libertad del lenguaje, que, de alguna manera, no tiene medida obligatoria: sus
mdulos son totalmente artificiales, puramente aprendidos. (Barthes, 2004, pg. 108)
Tambin se ocupa de la figura de la anfibologa, que explica a partir de la palabra
entendimiento: La palabra entendimiento puede designar una facultad de inteleccin
o una complicidad; por lo general, el contexto obliga a escoger uno de los dos sentidos y a
olvidar el otro. Cada vez que encuentra una de esas palabras dobles, R. B., por el contrario,
conserva en la palabra sus dos sentidos, como si uno de ellos le guiara el ojo al otro y el
sentido de la palabra estuviese en ese guio, que hace que una misma palabra, en una
misma frase, quiera decir al mismo tiempo dos cosas diferentes, y que se goce
semnticamente de la una por la otra. sta es la razn de que a estas palabras se las llame
en varias ocasiones preciosamente ambiguas: no por esencia lxica (pues cualquier
palabra del lxico tiene varios sentidos), sino porque gracias a una especie de suerte, de
buena disposicin, no de la lengua sino del discurso, puedo actualizar su anfibologa, decir
entendimiento y simular que me estoy refiriendo principalmente al sentido intelectivo,
pero dando a entender el sentido de complicidad. (Barthes, 2004, pg. 99)
218
Culler opina que, como escritor, Barthes es nico y formidable: un maestro de la prosa
francesa que forj un lenguaje nuevo y ms vivaz para la discusin intelectual. Opta por
una sintaxis poco exacta y de oposicin, en la que une frases o clusulas que enfocan un
fenmeno desde distintos ngulos, logrando as dar concrecin sensual a los conceptos
abstractos. El fundamento de su arte, precisa Culler, consiste en aplicar un trmino, junto
con sugerencias de cul es su contexto usual, a un contexto bastante diferente; esto quiz se
nota mejor en aquellas metforas en que se hace explcito el contexto original: No me
restauro (como se dice de un monumento). Segn Barthes, su imaginacin es ms
homolgica que metafrica, ms dada a comparar sistemas que objetos particulares
(Barthes par Barthes, pp 62/64, citado por Culler). Esto es a la vez una caracterstica de su
estilo y una estrategia analtica general, como cuando trata una actividad como si fuera un
lenguaje e investiga los posibles elementos constitutivos y distinciones que esto implicasostiene el crtico. (Culler, 1987, pg. 122)
Su estilo nos parece un reflejo de su moral. As nos emocionan las palabras de Barthes
acerca de la adjetivacin: En cuanto al adjetivo, no tengo nada que aadir. No es un
problema de obra novelesca, es un problema de vida vivida, de vida relacional de todos los
instantes con el otro. Sin duda, poner un adjetivo a un ser, aun cuando ese adjetivo sea
laudatorio y bienhechor, implica fijar un poco al ser en una especie de esencia, de imagen,
y por consiguiente, a partir de cierto grado de sensibilidad, se convierte un poco en un
instrumento de agresin. Dicho esto, es una lucha muy utpica pues no se puede hablar sin
adjetivos (De la entrevista Encuentro con Roland Barthes realizada por Nadine Dormoy
y publicada en The French Review, 1979 (Barthes, 2002, pg. 179)
En su obra Lo Neutro. Notas de Curso y seminarios en el Collge de France, 19771978, Barthes escribe que, desde el punto de vista del valor (evaluacin, fundacin de
valores), es decir, con respecto al deseo de Neutro, el estatuto del adjetivo es ambivalente:
(Barthes, 2004, pg. 103)
1) Por una parte, como calificante, se adosa a un sustantivo, a un ser, embadurna
al ser: es un super-calificante, un epteto: colocado sobre, adjunto a; sella el ser
como una imagen fija, lo encierra en una especie de muerte. En este sentido es un
contra-Neutro potente, el anti- Neutro mismo, como si hubiera una antipata de
derecho entre el Neutro y el adjetivo.
219
221
y la ampulosidad el vaco de pensamiento (), y gritando bien alto que el rey est
desnudo. (VV.AA, 1982, pg. 157-158)
Gabrielle Lefbre y Jean Franais Gautier compartieron criterios parecidos sealando a
Barthes como el iniciador de una moda en la que era necesario hablar no diciendo nada o
muy pocas cosas en un mximum de palabras muy complicadas para parecer serio. (Ibd.,
p. 158)
Vilhena destaca, para evitar malentendidos, que de los diecinueve textos presentados en
la introduccin de la obra, para probar que se trata de un lenguaje universal, ninguno de los
ejemplos haba sido extrado de obras de Roland Barthes, pero s de las de sus probables
discpulos y concluye su estudio con la observacin de que la prensa extranjera haba sido
la ms respetuosa a este respecto con Roland Barthes. Si bien, en general, las principales
crticas haban recado sobre sus plagiadores. (Ibd. p. 160)
Advertimos que Raymond Picard se haba adelantado en el tiempo a estos autores
cuando en su obra sostena:
Imaginons, pour grossir un peu les choses, un ouvrage qui dfinirait Corneille par
lactualisation hroque d`une thique projective, et qui verrait au contraire dans Racine
la figuration prsentielle d`une historisation anthropologique; ne serait-il pas agaant de
dcouvrir, aprs avoir un peu cherch, que cest tout simplement la traduction (excrable),
en jargon la mode, du trop fameux: Racine peint les hommes tels qu`ils sont, Corneille,
tels qu`ils devraient tre? (Picard Raymond, 1965, pg. 56)
M. Margarito transcribe un pasaje de Barthes extrado de Roland Barthes par Roland
Barthes donde l mismo considera que la dificultad de comprensin de sus textos reside en
las numerosas elipsis que practica:
Il saperoit alors combien de tels noncs, si clairs pour lui, sont obscurs pour beaucoup.
Pourtant la phrase nest pas insense, mais seulement elliptique: cest l`ellipse qui nest pas
supporte (RB, 1975, Seuil, p. 83, citado por M. Margarito, 1982, p. 189)
M. Margarito, tras sus observaciones sobre el tipo de lectura que requieren los textos de
Barthes, aade que no solamente las elipsis sino la misma ortografa acta como un freno
para la carrera de los ojos y, por consiguiente, supone una invitacin a la reflexin.
Fenmeno que observa en el tema de la prefijacin: Barthes separara el prefijo de la base
222
lxica a fin de que cada uno de los componentes conserve su identidad. El guin tendra el
valor de una pausa en msica, de un reflector encendido para una fotografa. Aludiendo a
la presencia del guin en trminos como r-crire, im-pertinent expresa: en la desunin de
la unidad grficamente coalescente, l retrae a la superficie uno de los trnsitos
etimolgicos, a travs del tiempo, del tema en cuestin. (M. Margarito, 1982, p. 190)
En cuanto al significado M. Margarito esboza provisionalmente tres tipos de definiciones
en los textos de Barthes:
La definicin sinonmica
La definicin crtica
La definicin sorpresa
223
224
225
(yo no puedo confiar en la creencia tradicional que postula un divorcio de naturaleza entre
la objetividad del sabio y la subjetividad del escritor (p. 10 M). Implcitamente, el autor
parece abatir las tradicionales barreras de gnero entre novela y ensayo de igual modo
que en Roland Barthes par Roland Barthes. (Franois-Denve, 2002, pg. 53)
Calvet, al que tambin nos remite M. Margarito, aunque no incluye en su artculo las
aportaciones de aqul, dedica un captulo al neologismo, dada su importancia en la obra de
Barthes. Calvet considera que la lectura del texto de Barthes es con frecuencia difcil por la
floracin de trminos desconocidos o inesperados en tal uso. En Mythologies Barthes les
haba reivindicado un lugar: Or ce dont j`ai le plus souvent besoin, c`est de concepts
phmres, lis des contingencies limites: le nologisme est ici inevitable
(Mythologies, p. 218, 1957, Seuil). Para hacerlo ms accesible al lector Calvet ofrece un
pequeo lxico de los trminos barthesianos ms caractersticos: los acuados por l, los
rescatados del olvido y los prstamos lingsticos recibidos a veces de otros campos. En
este ltimo caso Calvet nos explica la transformacin que el trmino ha sufrido en manos
de Barthes. De ellos, a ttulo de ejemplo, seleccionamos el trmino Logothte:
Logothte (Sade, Fourier, Loyola).
Le libre des logothtes, des fondateurs de langues reoit ici les trois auteurs que le titre
prcise, mais il en va de mme pour le Balzac de S/Z, pour Michelet, Racine: lcrivain de
Barthes est toujours celui qui cre une langue, un logothte, mais qui permet aussi, au
creux de cette langue, une co-existence entre l`metteur (l`crivain ) et le rcepteur (le
lecteur): cest cette forme de communication qui deviendra plus tard le plaisir du texte.
(Calvet, 1973, pgs. 161-181)
En la entrevista Encuentro con Roland Barthes, publicada en The French Review,
1979, Barthes presenta el uso del neologismo como un recurso ante ciertas carencias de la
lengua nativa puntualizando que suplementar la lengua es una idea de Mallarm. Segn
el cual, la escritura, la literatura o la poesa sirven para suplementar la lengua. A
continuacin, Barthes explica la motivacin subyacente: La lengua, tal como la describen
el lxico y la gramtica, es algo que tiene lagunas importantes, donde el sujeto siente que
no puede expresarse a travs de unos medios finalmente bastante pobres, sintcticos o
lxicos, que la lengua le da, y por otra partela lengua obliga a hablar de una determinada
manera e impide hablar de otraEl discurso, la literatura, todo lo que hacemos con la
lengua sirve para dar a la lengua suplementos que le faltan. Mi discurso, en cierto modo,
228
lucha contra la lengua. Por una parte, est obligado a utilizar la lengua, encuentra lo que
puede decir en la lengua, y al mismo tiempo lucha contra ella. Es una posicin muy
dialctica. Pero eso pertenece a todas las lenguas. No hay una lengua ms pobre que otra.
A veces, cuando siento que una palabra francesa no expresa bien la riqueza de lo que
quiero decir, la riqueza de connotacin, la riqueza cultural, en ese momento utilizo una
palabra extranjera, como una palabra griega, que es una palabra relativamente ms libre y
menos hipotecada por el uso.
Chantal Thomas en su artculo L`ore de l`criture interpreta algunos de los rasgos
estilsticos barthesianos: su gusto por el fragmento, la rareza del signo de exclamacin en
sus escritos, el uso de los dos puntos, la frmula on sait que y los parntesis. (VV.AA,
2003, pg. 79 y 80)
Roland Barthes, escribe Thomas, elige el fragmento por motivos conceptuales: ste
rompe el avance retrico del discurso por desarrollos sucesivos, su tendencia al nfasis. La
interrupcin se abre bruscamente sobre una duda, una pregunta, una ausencia: el momento
en el que se piensa en otra cosa, o bien en la misma, pero de otra manera. El fragmento
permite tambin una movilidad, una eleccin entre muchas disposiciones. All, indica,
donde la palabra discursiva debe seguir un encadenamiento lineal, el fragmento recortado
reencuentra las posibilidades de diseminacin de la poesa. Nos recuerda que Barthes
compara el recorte que produce un fragmento de lectura (que l llama, en S/Z, lexa) con el
gesto del arspice recortando con el extremo de su bastn un pedazo de cielo) (Ibd., 2003,
pg. 79)
Chantal tambin llama nuestra atencin sobre el hecho de que Roland Barthes no haga
uso del punto de exclamacin sino muy raramente para no remarcar ni el entusiasmo ni la
indignacin ni la clera. Su puntuacin excluye incluso los puntos suspensivos, que, como
subraya Grevisse, son utilizados para reproducir el camino caprichoso del monlogo
interior. Roland Barthes, a juicio de esta autora, parece querer mantenerse a distancia del
surgimiento de la emocin y del carcter imprevisible y peligrosamente inefable de la
interioridad. (Ibd., 2003, p. 79)
El signo de puntuacin ms utilizado, siguiendo a Chantal Thomas, es el de los dos
puntos perteneciente ms al registro de la vida intelectual que al de la vida emotiva. Ms
exactamente, pertenece al registro de una vida intelectual que se presenta con calma,
229
230
231
CAPITULO III
LA MUERTE DEL AUTOR.
No sabemos si Barthes, siendo crtico literario, haca uso de su sentido del humor cuando
deca no leer en su integridad las obras, pero lo cierto es que concede en sus libros una
gran importancia a la lectura y que tal comentario solo es concebible en una sociedad
tolerante. Ese desinters por una lectura integral es con toda probabilidad inversamente
proporcional a la hegemona de la censura, como podemos leer de una ancdota de la vida
de Racine relatada por Mangel: En 1658, Jean Racine, que tena entonces dieciocho aos,
mientras estudiaba en la abada de Port- Royal des Champs bajo la mirada vigilante de
maestros religiosos descubri por casualidad una antigua novela griega, Las historias
etipicas de Tegenes y Cariclea, cuyas ideas sobre el amor trgico quiz, recordara aos
ms tarde, cuando escribi Andrmaca y Berenice. Racine se fue con el libro al bosque
que rodeaba la abada y haba empezado a leerlo con avidez cuando lo sorprendi el
sacristn, que se lo arrebat y lo arroj al fuego. Poco despus el muchacho consigui un
segundo ejemplar, que tambin fue descubierto y condenado a las llamas. Eso lo anim a
adquirir un tercer ejemplar y a aprenderse la novela de memoria. A continuacin entreg el
libro al intransigente sacristn, diciendo: Queme tambin ste, como hizo con los otros.
(Mangel, 1998, pg. 90)
Declaracin barthesiana de dejacin episdica de la lectura que no encierra ninguna
audacia si la comparamos con las elevadas exigencias para una lectura significativa que
Kafka muestra en su correspondencia privada de la que nos brinda un pasaje Alberto
Mangel en Una historia de la lectura (Mangel, 1998, pg. 138-139):
En general-escribi Kafka en 1904 a su amigo Oskar Pollak-, creo que solo debemos leer
libros que nos muerdan y nos araen. Si el libro que estamos leyendo no nos obliga a
despertarnos como un mazazo en el crneo, Para qu molestarnos en leerlo? Para que
nos haga felices, como dices t? Cielo santo seramos igualmente felices si no tuviramos
ningn libro! Los libros que nos hacen felices podramos escribirlos nosotros mismos si no
nos quedara otro remedio. Lo que necesitamos son libros que nos golpeen como una
desgracia dolorosa, como la muerte de alguien a quien queramos ms que a nosotros
mismos, libros que nos hagan sentirnos desterrados a las junglas ms remotas, algo
232
semejante al suicidio. Un libro debe ser el hacha que quiebre el mar helado dentro de
nosotros. Eso es lo que creo.
La crtica ha prestado especial atencin a la teora de la lectura en Barthes, ya en su
relacin con el tema del autor o bien considerndola en s misma. Muchos son los
estudiosos que han investigado y analizado la lectura: algunos otorgndole un lugar de
primaca y otros abordndolo de manera tangencial. De entre los estudios sobre la teora
de la lectura en Barthes debemos destacar la monografa que Nicolas Carpentiers ha
consagrado al tema por la visin general que ofrece. Trabajo que resumiremos intercalando
en un primer momento reflexiones de otros crticos insignes como Thody y de Diego, solo
a ttulo de ejemplo, o ampliando las citas de los pasajes clave, antes de centrarnos en La
muerte del autor y la exposicin pormenorizada de otros anlisis que son tan profundos
como los de Carpentiers, pero de carcter ms concreto y por tanto, a nuestro juicio, ms
esclarecedores. El lugar de la lectura aqu responde a la primaca excepcional que adquiere
con la prdida de protagonismo del autor.
Thody advierte un vnculo entre las perspectivas de Barthes sobre la literatura y aquellas
que Sartre haba expresado en 1947 en Quest-ce que cest la littrature? Para Sartre la
actividad de lectura sera posible solo porque la mente humana es libre. Libre, es decir,
para transcender las mismas palabras hasta el significado que ellas evocan. Thody cita el
pasaje en el que Sartre relata su experiencia como lector: Cuando yo leo Crimen y
Castigo, explica Sartre, yo transporto el carcter de Raskolnikov a la vida aniquilando
las negras marcas sobre las blancas pginas. Es precisamente a causa de que no tengo que
deletrear cada palabra individualmente por lo que puedo trascenderlas y entender el libro
como un todo, y porque no estoy sujetado por las mismas palabras por lo que llevo a
Raskolnikov a la vida prestndole mi propia habilidad para sentir esperanza, terror y
desesperacin. Tal actividad, mantiene Sartre, podra ser imposible si la mente estuviera
como un caracol arrastrndose a lo largo de un sendero incapaz de despegarse el mismo de
lo que est inmediatamente all. Barthes-observa Thody-lleva este razonamiento a un
estadio ms alto sosteniendo que nuestro conocimiento de un texto es solo posible porque
el texto mismo no tiene un significado fijado, definido, interno e inalterable que la mente
del lector inevitablemente reconocer como una verdad evidente. Lo que la literatura hace,
en la visin de Barthes, es plantear al lector un rompecabezas. Thody compara esta
concepcin con el objetivo que Wittgenstein persigue mediante su tcnica en Philosophical
Investigation cuando constantemente invita al lector a mantener su consideracin de
233
conceptos en diversas formas para liberar su mente de que cada expresin en un lenguaje
debe tener un solo significado final. El significado de un texto no puede ser cualquier cosa,
sino lo que el lector mismo decide elegir, manteniendo constantemente en el pensamiento
el infinito nmero de posibles significados que Barthes ms tarde llamar su infinito
carcter escribible. (Thody, 1977, pgs. 96 y 97)
234
Desde hace una veintena de aos, existe, diversamente trabajada, una teora de la
escritura. Esta teora intenta sustituir la antigua pareja obra/autor, que ha absorbido desde
hace un siglo toda la energa de la crtica y de la Ciencia literaria, por una nueva pareja:
escritura/lectura. La teora nueva postula, pues, una teora de la lectura, pero es necesario
reconocer que esta segunda teora est mucho menos elaborada que la primera. Es tiempo
de trabajar en ella: primero, porque, sobre ese problema de la lectura, es posible hoy hacer
converger ciencias nuevas: la sociologa, el psicoanlisis, la historia misma: en fin, porque
hay actualmente sino crisis, al menos, mutacin de las condiciones tcnicas y sociales de la
lectura. (PL, 1455) (Carpentiers, 1998, pg. 20)
Jos Luis de Diego presenta de una manera ms amplia el contexto cultural en el que se
enmarca la teora de la lectura de Barthes, subrayando que el creciente inters por la lectura
y por el lector no es de carcter aislado. De Diego menciona, al igual que Carpentiers, el
estructuralismo y la aportacin de Umberto Eco, pero completa el cuadro distinguiendo
tres perspectivas diferentes en torno a la lectura. Primero explica que la crisis en la teora
literaria contempornea de los llamados sistemas totalizantes, omnicomprensivos, como
lo fueron el estructuralismo y el marxismo posibilitaron la apertura hacia nuevos rumbos,
relativistas y contextualistas y que Barthes fue un protagonista central de esa crisis y de
esta apertura. Estas tres perspectivas diferentes son: (De Diego, 1993, pgs. 54 a 56)
1. Una perspectiva sociolgica, una sociologa de la comunicacin y distribucin de la
literatura. Se enmarcan en esta tendencia los trabajos de Robert Escarpit, en los cuales las
herramientas de la sociologa- estadsticas, cuestionarios, anlisis de variables-permiten
establecer pautas para la discusin de categoras como la literatura popular o de niveles de
lectura de acuerdo con la condicin social del pblico lector, recorridos de textos, etc.
2.-Una perspectiva anclada en la tradicin hermenutica, particularmente en la
revaloracin de la obra de Hans Gadamer a partir de los trabajos de Hans Jauss y Wolfgang
Iser. As se condiciona la interpretacin de los textos literarios desde la actualizacin del
horizonte del lector. La construccin del horizonte-o, mejor dicho, los horizontes de
expectativa y de experiencia- permiten establecer las diferentes lecturas que distintas
sociedades en distintas pocas hacen de un mismo texto. El sentido de un texto, por lo
tanto, no se agota en s mismo, sino que circula y se transforma.
3.-El desarrollo de los estudios semiticos tambin deriva hacia una preocupacin que
apunta al lector, la lectura y el sentido. Luego de escribir sus conocidos La estructura
235
ausente y Tratado de semitica general, Umberto Eco publica Lector in fabula. All se
formulan categoras centrales en la semitica de la narracin como lector modelo,
estrategia/s, interpretacin/uso, etc. Existe una articulacin de sentido entre el lector
modelo o lector que el texto prev y el lector real. De esa articulacin depende la
resolucin del acto de lectura. Eco explica los diferentes niveles de articulacin a partir de
la participacin del lector real en el mecanismo de sentido. De este modo, habr lectura,
interpretacin o uso del texto. (De Diego, 1993, p. 56)
Jos Luis de Diego considera reveladoras estas perspectivas, aunque no se desarrollen
exactamente en los mismos aos. Para l es altamente significativo el hecho de que los
autores mencionados en diferentes momentos de sus obras se distancien y polemicen con
Barthes por su asistematicidad. Frente a la tendencia a adoptar tcnicas de la sociologa,
incorporarse a la tradicin hermenutica, o desarrollar categoras de la semitica en una
teora de la lectura, que implica situarse- aunque a veces crticamente- en la seguridad de
saberes consagrados, Barthes-afirma Jos Luis de Diego-opta por la actitud inversa:
elabora sus posiciones tericas a partir de categoras que roba de otros saberes y que, en
su escritura, se deforman y potencian con nuevos sentidos. Quizs el ejemplo ms visible
sea el uso libre que Barthes hace de categoras derivadas del psicoanlisis. (De Diego,
1993, p. 56)
Barthes en Por una teora de la lectura(1972) sustenta que desde hace unos veinte
aos, existe una teora de la escritura que trata de sustituir la antigua pareja obra/autor,
que durante el ltimo siglo ha absorbido toda la energa de la crtica y de la Ciencia
Literaria, por una nueva pareja: escritura/lectura. La nueva teora parte del postulado de
una teora de la lectura, que, a juicio de Barthes, est mucho menos elaborada que la
primera. La necesidad de crearla sera perentoria porque de hecho, escribe, la nica idea
que se ha tenido hasta ahora del lector es vagamente proyectiva y, en segundo lugar,
porque hoy da es posible hacer converger ciencias nuevas sobre la lectura (la sociologa,
la semiologa, el psicoanlisis, o la historia misma) y, en ltimo lugar, porque se registra en
la actualidad una mutacin de las condiciones tcnicas y sociales de la lectura. Barthes
puntualiza que el trmino teora no quiere decir forzosamente disertacin filosfica o
sistema abstracto sino descripcin, produccin pluricientfica, discurso responsable que
acepta ponerse a s mismo en duda como discurso de la cientificidad. Barthes considera
que la lectura es un problema realmente interdisciplinar y que no es excesivo usar varias
disciplinas para responder a su problemtica, pues para l la lectura es un fenmeno sobre236
fundada en una lgica muy distinta de la del Cogito; y si recordamos que para Freud la
escisin del yo se liga fatalmente a las diferentes formas de la perversin, tendremos que
aceptar que la lectura viva es una actividad perversa, y que la lectura es siempre inmoral.
Carpentiers subraya que en Rponses (1976) la necesidad de interesarse en el lector es
reiterada por Barthes, del extenso prrafo transcribimos un fragmento:
En realidad, nos falta, actualmente, a la vez una retrica y una psicologa (en el sentido
moderno del trmino) del lector, es decir un conjunto de reflexiones que consideren al
lector como el verdadero sujeto del acto de lectura (Rponses, 450 citado por Nicolas
Carpentiers, 1998, pg. 21).
Carpentiers nos informa de que un ao ms tarde en Question de tempo Barthes de
nuevo aludi al olvido de la lectura y durante el coloquio de Cerisy seal la emergencia
progresiva de una reflexin sobre el acto de leer. Estas manifestaciones avalan, segn
Carpentiers, el valor de precursor de Barthes que desde 1968 anuncia las obras de finales
de los setenta que comenzarn a inclinarse sobre el acto interpretativo. Aunque pudiera
objetarse (como el mismo Carpentiers lo reconoce) que no basta la indicacin de un olvido
para fundar una teora, su insistencia en sealarla es significativa. Para cerrar el captulo
El olvido de la lectura Carpentiers recoge una de las declaraciones vertidas por Barthes
en Critique et autocritique en la que se muestra esperanzado acerca de una teora de la
lectura que no considera utpica:
Yo creo que ahora se podra comenzar a edificar una teora de la lectura, pues se dispone
de ciencias anejas (lingstica, semitica, psicoanlisis) que son ciencias que se sitan al
nivel de la lectura de sentido (Crtique et autocritique, 995, citado por Nicolas
Carpentiers, 1998, pg. 23)
En el apartado La actividad del lector Carpentiers escribe que, contra la concepcin
tradicional de la obra como objeto provisto de una significacin preestablecida, Barthes
afirma que el texto se caracteriza por una especie de decepcin de des-apoderamiento del
sentido (NEC, 1360), caracterstica que Carpentiers aclara precisando que no poseyendo el
texto significacin, sta es aportada por el lector. As lo corrobora un pasaje del Placer del
texto de Barthes:
238
No hay detrs del texto alguien activo (el escritor) y ante l alguien pasivo (el lector):
no hay un sujeto y un objeto. El texto destruye las actitudes gramaticales. (PlT, 1503
citado por Nicolas Carpentiers, 1998, pg. 23).
Lejos de ser una recepcin, precisa Carpentiers, la lectura es una actividad: ella no
recibe una significacin anterior que el texto solo expresara, sino que ella produce sentido.
As, Yo leo el texto es un enunciado inexacto, como deja constancia la cita de S/Z
seleccionada por Carpentiers:
() yo no le hace sufrir una operacin predicativa, consecuente a su ser, llamada
lectura, y yo no es un sujeto inocente, anterior al texto y que se servira de l como de un
objeto a desmontar o de un lugar a investir. () Leer () no es un gesto parsito, el
complemento reactivo de una escritura que nosotros adornamos con todos los prestigios de
la creacin y de la anterioridad. Es un trabajo (S/Z, 559-560 citado por Nicolas
Carpentiers, pg. 24, 1998)
Frente a otros pensadores Barthes, destaca Carpentiers, es el nico en subrayar que, de
manera recproca, el lector existe nicamente por relacin al escritor que no es un sujeto
todo-poderoso anterior al texto, pero nos recuerda que en 1948 en Quest-ce que cest la
littrature? Sartre subrayaba la actividad del sujeto leyendo:
() el objeto literario es una extraa peonza, que slo existe en movimiento. Para hacerla
surgir, es necesario un acto concreto que se llama lectura () Fuera de esto, solo hay
trazos negros sobre el papel (Sartre 1958:48)
El texto, segn Sartre y Barthes, solo existe porque es ledo. Estos autores anuncian,
apunta Carpentiers, las teoras modernas de la lectura que se fundan todas sobre el
postulado de la actividad del lector. (1998, p. 24)
Segn Carpentiers, Barthes intenta pensar juntos el texto y la lectura, como deja bien
claro el artculo Texto:
se trata de incluir en la prctica textual la actividad de la lectura- y no solamente la de la
fabricacin del escrito () No solamente la teora del texto extiende al infinito las
libertades de la lectura (), sino que insiste mucho sobre la equivalencia productiva de la
escritura y de la lectura, (T, 1685-1686). (Carpentiers, 1998, p. 25)
239
En el apartado Las competencias del lector Carpentiers expresa con mayor claridad el
pensamiento de Barthes al respecto. As, nos explica que para Barthes los cdigos
culturales activados por el lector provienen de ese inmenso espacio cultural del cual
nuestra persona solo es un pasaje. Despus de citar un pasaje de Barthes en el que la
competencia del lector es identificada con la cultura, cita uno perteneciente a Rponses
en el que Barthes precisa esta competencia aadiendo una dimensin social y afectiva
configurndola de tal modo que podramos ver en ella un anuncio de las hiptesis de Eco,
de Otten y de Dufays:
Nosotros aadimos una infinidad de connotaciones, es decir, de sentidos profundos, que
emanan sea de nuestra cultura, sea de nuestro nivel social; o de nuestra historia nacional; o
del grupo social; o incluso, simplemente, de nuestra situacin afectiva (Rponses, 451
citado por Carpentiers, 1998, pg. 26).
Carpentiers sostiene que el lector, segn Barthes, no es la expresin de una interioridad
cualquiera que trascendera el lenguaje, sino un sujeto incluido en el lenguaje. Igualmente,
la objetividad es un sistema imaginario como los otros y una nocin problemtica.
Igualmente la lectura no comporta riesgos de objetividad o subjetividad a menos que
uno defina, equivocadamente, segn Barthes, el texto como un objeto expresivo.
(Carpentiers, 1998, pg. 29):
Abrir el texto, plantear el sistema de su lectura no es solamente solicitar y mostrar que se
puede interpretar libremente; es sobre todo, y mucho ms radicalmente, llegar a reconocer
que no hay verdad objetiva o subjetiva de la lectura, sino solamente una verdad ldica (EL,
962).
Esta verdad ldica, aade Carpentiers, est relacionada con la cuestin del plural del
texto. Barthes seala que la utilizacin de los cdigos por el lector no puede reducir el
texto a la monosemia. Sera muerta una lectura que limitara el texto a un nico
sentido, como corrobora la cita a la que nos remite:
Hay lecturas muertas (sometidas a los estereotipos, a las repeticiones mentales, a las
palabras de orden) y hay lecturas vivas (produciendo un texto interior, homogneo a una
escritura virtual del lector) (PL, 1456 citado por Carpentiers, 1998, pg. 30)
240
243
semnticos
simblicos:
hasta
ese
punto
leer,
es
escribir
verdaderamente: yo escribo o yo reescribo el texto que leo. (Carpentiers, 1998, pg. 68)
Carpentiers comenta que desde temprano puede encontrarse en el corpus barthesiano los
grmenes de una reflexin asociando lectura y multiplicidad, si bien, en principio, la
formul en trminos negativos: leer, avanza Barthes, no consiste en seguir linealmente el
hilo de la historia, sino tambin en explorar los diversos niveles de significacin de ella.
Este crtico retrotrae a 1954 el inters por el tema, aunque sin pretender que la lectura
244
plural est teorizada ya en Michelet. En esta obra, dice Carpentiers, Barthes estigmatiza
una lectura estrictamente lineal, no obstante todava aparecen convicciones ancladas en una
concepcin clsica de la lectura que se borraran en escritos posteriores como la pretensin
de una lectura total, la obligacin de situarse en el seno de un lmite temtico, la confusin
entre el texto y el autor (Barthes habla de leer Michelet). (Carpentiers, 1998, pgs. 68 y 69)
Carpentiers considera que en Introduccin al anlisis estructural de los relatos todava
est en fase de desarrollo la teora de la lectura barthesiana porque si bien sugiere la
necesidad de prctica una lectura plural y evitar una aproximacin unilateral, todava evoca
el sentido que sera necesario aprehender diversificando las aproximaciones. Es decir, se
tratara menos de hacer aparecer las significaciones que de multiplicar los niveles de
anlisis en aras de aprehender un sentido nico. (Carpentiers, 1998, pg. 70)
En el apartado La lectura, del texto, su diseminacin, no su verdad Carpentiers
explica que para Barthes la lectura no es un acto de recopilacin, sino un gesto
respetuoso de dispersin. Definiendo la lectura, prosigue, como el gesto que toma acta
de la dispersin del texto, Barthes rompe con la filologa, la interpretacin, la
hermenutica para hablar de la lectura del texto, de su diseminacin, no de su verdad.
Barthes, contina Carpentiers, desaprobara la idea de que una lectura que no aade nada
sea una lectura fiel porque vendra a desconocer la naturaleza misma de la escritura que
ofrece a la lectura lo que podra llamarse paradjicamente un suplemento original de
sentido, cuyo despliegue se operara por una lgica simblica de asociaciones.
(Carpentiers, 1998, pg. 72).
En el apartado A la escucha del paragrama el estudioso aprecia como Barthes
prosigue su descripcin de la lectura plural con la ayuda de un concepto saussureano y
kristeviano: el paragrama, cuyo examen ofrece gran inters. As, en Sobre la lectura
Barthes evoca una lectura paragramtica ligada con la diferencia, con la multiplicidad,
con el plural. El concepto de paragrama es considerado por Barthes como fundamental
para la crtica de su propia obra (Carpentiers, 1998, pg. 73).
El trmino paragrama haba sido creado por Saussure para designar una figura
consistente en deslizar, en la secuencia grfica o sonora de una palabra, de una expresin o
de un enunciado, las letras de otra palabra, de otra expresin o de otro enunciado, en orden
o por inversin. Julia Kristeva, a diferencia de Saussure que lo situaba del lado del autor,
considera este fenmeno como una propiedad del texto literario. Del paragramatismo
245
saussureano Kristeva retiene sobre todo que la obra est tejida de retculas semnticas.
Barthes, observa Carpentiers, (pg. 74) reconoce deber el concepto a Kristeva, pero
rpidamente haciendo sufrir una torsin a la definicin kristeviana, asocia el
paragramatismo al gesto de la lectura, observacin que ratifica con un pasaje de Barthes
procedente de Sur la lecture:
El lugar especfico del lector es el paragrama tal como ha obsesionado a Sausurre:
una lectura verdadera, una lectura que asumira su afirmacin, sera una lectura loca, no
porque ella inventara sentidos improbables (contrasentidos), no porque ella delirase, sino
porque ella percibira la multiplicidad simultanea de los sentidos, de los puntos de vista, de
las estructuras (Sur la lecture, 383 citado por Carpentiers, 1998, pg. 75)
Para Barthes, puntualiza Carpentiers, el paragrama no concierne al autor, como en
Saussure, ni incluso el texto, como Kristeva, sino al lector. Carpentiers entiende que la
lectura paragramtica solo es anomal porque se separa de una manera de leer unificante y
reductora que la tradicin filosfica ha impuesto como normal. Leer, al modo plural, no
significa delirar, sino des-leer, es decir, leer sin legein, sin voluntad de conducir el plural
al singular. (Ibd., p. 75)
Adems, estima que Sur la lecture desarrolla dos caractersticas de la lectura
paragramtica, de las que la primera concierne al trabajo del lector y nos sita ante la
paradoja del lector: Es comnmente admitido, piensa Barthes, que leer consiste en
descodificar cartas, palabras, sentidos, estructuras, y esto parece difcilmente contestable.
Sin embargo, acumulando las descodificaciones, quitando el seguro del sentido que
representa la referencia al autor, el lector atrapado en una paradoja, no descodifica, el
sobre-codifica; el lector no descifra, produce, amontona los lenguajes, se deja infinita e
incansablemente atravesar por ellos: el lector es esa travesa; mientras la segunda asocia
la lectura y la escucha, que es explicada en un texto redactado en colaboracin con Roland
Havas Escucha, artculo escrito para la Enciclopedia Enaudi, del que da cuenta
Carpentiers (Carpentiers, 1998, pgs. 78 y 79).
De los pasajes de Barthes citados por este autor nos interesa especialmente la conclusin
del artculo Sobre la lectura, ya que los restantes constituyen una acumulacin de
pruebas sobre lo ya dicho y porque, en l, se comprueba cmo Barthes es consciente de
haber introducido una ruptura, de haber pasado de un anlisis estructural a una teora de la
lectura: La lectura, es precisamente esta energa, esta accin que va a atrapar en el
246
texto, en ese libro, aquello que no se deja agotar por las categoras de la Potica; la
lectura, sera en suma la hemorragia permanente, por donde la estructura- paciente y
tilmente descrita por el anlisis estructural-se derrumbara, se abrira, se perdera,
conforme en esto con todo sistema lgico que en definitiva no puede cerrar nada-...: la
lectura, estara all donde la estructura se trastorna (SL, 384 citado por Carpentiers, 1998,
pg. 80).
En el apartado La indecibilidad Carpentiers explica con un ejemplo extrado de S/Z el
problema de la indecibilidad de las lecturas planteado por la no eleccin de un sentido
entre otros posibles. Tomar en cuenta el plural del texto obliga entonces a reconocer el
carcter indecidible de las interpretaciones. Lo que Barthes llama indecibilidad, prosigue el
crtico, es la presencia en una misma secuencia de dos o ms cdigos (), de tal manera
que el lector no pueda decidir, en una situacin cualquiera, cul tiene razn y cul se
equivoca (L`Express va ms lejos con Roland Barthes, 1029). As, a ttulo de
ejemplo, el narrador de Sarrasine titubea al decir a Madame de Rochefide quin es el
Adonis representado por Vien. En este momento, el discurso mezcla dos cdigos: el cdigo
simblico, en el cual la vacilacin del narrador se explica por el tab que recae sobre la
palabra castrado y el cdigo hermenutico, en el cual la vacilacin es solo una
suspensin de respuesta, exigida por la estructura dilatoria del relato. Barthes se cuestiona
cul de los dos cdigos es prevalente y concluye que nadie en el mundo (ningn sujeto,
ningn dios del relato) puede decidir sobre ello. En el relato, lo simblico y lo operatorio
son indecidibles, sometidos al rgimen del y /o. Tambin elegir, decidir sobre una jerarqua
de cdigos, sobre la predeterminacin de los mensajes como lo hace la explicacin de
textos, es impertinente, pues es aplastar la trenza de la escritura bajo una voz nica (S/Z,
606). No obstante la indecisin de los cdigos, matiza Barthes, no ha de entenderse por ella
una debilidad del texto. (Carpentiers, 1998, p. 81)
Carpentiers percibe una relacin entre las reflexiones barthesianas y los anlisis
efectuados por Lucette Finas que insiste sobre la multiplicidad de las significaciones que
hace difcil tomar cualquier decisin. Si ella afecta en Finas a una palabra y a una frase, en
Barthes, la indecibilidad, en los dos casos, extiende la indecisin al contexto (Carpentiers,
1998, pg. 83).
Tambin compara la indecibilidad barthesiana y lo indecidible derridiano. Mientras
que Barthes relaciona la primera con la pluralidad semntica, Derrida asocia lo indecidible
247
Carpentiers aprecia cierta proximidad de estos postulados con lo que Derrida llama en
La dissmination el gesto desdoblado de la lectura: sera necesario, con un solo gesto,
pero desdoblado, leer y escribir. Y no habra comprendido nada del juego aquel que se
sintiera de repente autorizado a aadir cualquier cosa () Recprocamente, no leera ni
siquiera aquel al que la prudencia metodolgica, las normas de la objetividad y los
guarda fuegos del saber impidieran plantear el suyo. Para Barthes como para Derrida,
escribe Carpentiers, se trata de leer desplegando las potencialidades semnticas de la obra,
sin decir cualquier cosa, parafrasear creativamente. (Carpentiers, 1998, p. 87)
A juicio de Carpentiers, Barthes insiste sobre la tensin de la lectura plural- oscilando
entre el desarrollo de las virtualidades y el respeto de las articulaciones-, pero no
proporciona apenas precisiones sobre el lmite infranqueable.
La originalidad de su trabajo radicara en la insercin de la teora del texto- desarrollada
con Tel Quel- en el seno de una reflexin sobre la lectura. Carpentier yuxtapone a estas
reflexiones un texto de Barthes (que no comenta limitndose a insinuar el alcance poltico
derivado del lugar concedido al plural), en el que, a nuestro juicio, el establecimiento de un
determinado sentido es presentado casi como la manzana de la discordia que las
Instituciones anhelan y al que pueden retrotraerse las divergencias en muchos mbitos.
Barthes en este texto es fiel a su talante integrador y el cargo formulado en modalidad
interrogativa por Carpentier de incurrir en la contradiccin de uniformar la actividad
interpretativa con la concesin de la primaca a la lectura plural no nos parece aqu
probado plenamente; pues es lo propuesto y no la arrogancia inherente a formular una
propuesta lo que debe examinarse. La lectura plural, a nuestro juicio, es perfectamente
cohonestable con las lecturas nicas, Sin embargo la lectura nica no es cohonestable con
la plural. Barthes incurre en su trayectoria en numerosas contradicciones que inducen a los
crticos a ver contradicciones por doquier. (Carpentiers, 1998, pgs. 88 y 89)
Si es lcito introduciremos un pasaje Barthesiano extrado de La Antigua retrica, para
reiterar, a travs de sus palabras, que Barthes aspira a una coexistencia no a una
prevalencia ideolgica. As predicar de la disputatio un cierto sentido neurtico: Si
quisiramos evaluar el sentido neurtico de semejante ejercicio, sin duda deberamos
remontarnos a la maj de los griegos, esa especie de sensibilidad conflictual que hace
intolerable para un griego (luego para un occidental) toda puesta en contradiccin del
sujeto consigo mismo; basta forzar a un interlocutor a contradecirse para reducirlo,
249
250
251
As, Daz advierte que todava subsista el autor en Sur Racine que se contentaba con
desear pdicamente que la crtica tradicional simplificara menos la relacin de la obra y el
autor y admitiera relaciones de irona o denegacin entre ellos. En adelante, se mover ms
radicalmente en la perspectiva sistemtica de la muerte del autor y la literatura slo
enunciar la ausencia de un sujeto (Crtica y verdad, 71). Daz observa que Roland Barthes
no se contenta con postular un grado cero de la autora; l no se limita a reducir el autor
de la novela al narrador, ese puro instrumentador objetivo de la digesis, como lo haba
hecho la potica del relato. Daz reconoce como influjos en la retirada del autor en Crtica
y verdad la impersonalidad mallarmeana, la impotencia blanchotiana as como la mecnica
deshumanizadora de lo simblico lacaniano. Despus sintetiza los pasos que ha seguido en
el tiempo la denegacin del autor barthesiana y cul de ellos se revela ms propio de
Barthes: Despus de haberse formulado en credo historicista, luego formalista, luego en
dogma estructural-religioso, la (d)negacin barthesiana del autor va a asumir una ltima
posicin: la de la revuelta filial contra el Autor dueo (La que ha marcado con su estilo).
Daz cree que Barthes no ha fundado slidamente su perspectiva de liberacin del autor,
pues apuntala su tesis por medio de consideraciones un poco esquemticas sobre la historia
del concepto de autor, omitiendo el recuerdo de los principales apstoles que, antes que l,
han cantado la muerte de Dios. Daz prcticamente no sostiene en su trabajo la figura del
lector ascendente tras la muerte del autor. Es ms, opina que no se aspira a derecho
sucesorio alguno con esta rebelin: El rechazo de la figura del autor no se hace en nombre
de la ciencia a fundar, sino contra la ciencia instalada; contra la exigencia positivista de
que todo texto, de que todo fenmeno tambin, sea originado. Y toma aspecto de una
revuelta filial contra una instancia paternal opresiva. Revuelta tanto ms radical cuanto que
el hijo no aspira a apoderarse, tan pronto su padre muerto, de los atributos de su autoridad,
sino que suea con aniquilar irreversiblemente el cetro. Despus de que el estudio
lingstico del aparato formal de la subjetividad nos ha mostrado que el pronombre sujeto
es una forma vaca, especie de bastn- testigo que se pasa sin maneras en el intercambio
conversacional, cmo persistir dndole un valor de signo real?
Aunque el objeto del estudio de Jouve es principalmente la nocin de literatura
barthesiana, sus reflexiones sobre la lectura adolecen de claridad y originalidad y son
dignas, por tanto, de un apartado independiente. Basta reparar que contempla el tema de la
lectura en Introduccin al anlisis estructural de los relatos, obra que suele obviar la
crtica en este tema, a pesar de que el tema de la lectura no ocupa un lugar tan extenso
252
como para considerarlo evidente. Su exposicin, adems, seala los pros y los contras
de la lectura textual de un modo ms preciso que Carpentiers.
Jouve en Leffet littrature sostiene que Barthes al igual que Mallarm quiere que sea
el auditorio el que escriba el libro: la lectura no debe ser consumo, sino creacin. Leer
consiste ms en re-escribir una obra combinando las diversas formas puestas en juego por
la escritura que en recibir un producto ya constituido. (Jouve, 1986, pg. 79)
Jouve transcribe una cita de Introduccin al anlisis estructural de los relatos en la que
Barthes entrev a propsito del relato el modo de aprehensin que definir ms tarde la
lectura de tipo textual: Comprender un relato, no es solamente seguir el devanado de
una historia, es tambin reconocer all grados, proyectar los encadenamientos horizontales
del hilo narrativo sobre un eje implcitamente vertical; leer (escuchar) un relato no es
solamente pasar de una palabra a la otra, es tambin pasar de un nivel a otro (ASR, 14-15
Introduction lanalyse structurale des rcits, in Potique du rcit, ditions du Seuil,
collection Points, 1977 citado por Jouve). Adems, Jouve halla en Michelet presente la
teora de que la sucesin no es la nica dimensin del relato y que la lectura integrativa es
la que permite abrazar la obra en profundidad, siendo el relato no solamente una superficie
sino un volumen: No se puede leer Michelet linealmente, es necesario restituir al texto
sus fundamentos y su red de temas: el discurso de Michelet es un verdadero criptograma,
es necesaria una reja, y esta reja es la estructura misma de la obra (M, 180 Michelet par
lui mme, ditions du Seuil, collection crivains de toujours, 1954 citado por Jouve, 1986,
pg. 81 a la que pertenece el prrafo anterior tambin)
Jouve realza tambin que la idea de que en el texto primaran las relaciones entre los
niveles sobre la linealidad de las secuencias verbales est muy cercana tambin al sistema
de funcionamiento que Julia Kristeva denomina como modelo tabular. (Jouve, 1986,
pg. 81). Ms adelante escribe que la legibilidad perfecta impedira toda invencin por
parte del receptor y anulara su poder de creacin (Ibd., pg. 83). El cdigo interno de la
obra no sera prescriptivo sino simplemente limitativo. Jouve apoyndose en las mismas
palabras de Barthes entiende que la lectura nos ofrece la obra fuera de la situacin que la
ha engendrado y que esta distorsin planteada por el tiempo entre la escritura y la lectura
da todo el poder al lector: La misma obra, leda de maneras diferentes parece contener dos
proyectos opuestos: aqu un para- m (y qu destreza! Esta mxima atraviesa tres siglos
para venir a contarme), all, un para-s, el del autor, que se dice, se repite, se impone,
253
como encerrado en un discurso sin fin, sin orden, a la manera de un monlogo obseso
(NEC, 69 Nouveaux essais critiques, in Le degr zro de lcriture, ditions du Seuil,
collection Tel Quel, 1966 citado por Jouve, 1986, pg. 82)
A juicio de Jouve, La Introduccin al anlisis estructural de los relatos muestra cmo
el lector estructura el relato dando implcitamente un nombre a cada secuencia. Las
nominaciones, precisa, no son el hecho exclusivo del terico, aserto que ratifica con las
palabras textuales de Barthes: ellas forman parte de un metalenguaje interior al lector (al
auditor) mismo, que percibe toda serie lgica de acciones como un todo nominal: leer es
nombrar (ASR, 29, Introduction lanalyse structurale des rcits, in Potique du rcit,
ditions du Seuil, collection Points, 1977 citado por Jouve, ibd. en pg. 83). ste anlisis,
indica Jouve, se halla tambin en S/Z: Leer, en efecto, es un trabajo de lenguaje. Leer es
encontrar sentidos y encontrar sentidos es nombrarlos (S/Z, 17, ditions du Seuil,
collection Points, 1976 citado por Jouve, 1986, pg. 83)
Jouve explica que, en la concepcin barthesiana, el trabajo de creacin dejado a la lectura
es proporcional a la textualidad de la obra leda y que ser en el texto moderno, el texto
escribible, donde el acto de leer se confundir plenamente con el acto de escribir. En el
apartado Rvolution/libration: le Texte contre la Langue Jouve explica que el efecto
primero de la lectura literaria, aqul que Roland Bartes no pondr nunca en tela de juicio,
es de orden tico-poltico. El texto sera una liberacin: permitira al lector desprenderse
del enviscamiento ideolgico del lenguaje comunicativo. El enemigo sera la lengua con
toda la coaccin y poder que ella vehicula.
254
solamente en la relacin entre ellas. Cuando ha descubierto lo que imaginaba ser el centro,
no hay nada, y desde cierto punto de vista es una maravillosa ilustracin de la visin de la
personalidad humana implcita tanto en el existencialismo como en la observacin que
David Hume hizo acerca de encontrar en su interior, cuando l miraba, solo un haz de
sensaciones. Es tambin una manera de mirar a la experiencia que establece un paralelo
con la visin de Barthes de cmo es una obra literaria. (Thody, 1977, pg. 97)
De aqu, infiere Thody, se sigue que la visin expuesta en Critique et Vrit y presentada
en una forma ms compleja y elaborada forma en S/Z o Sade, Fourier, Loyola, de que la
persona que se dirige a una obra de literatura esperando informacin sobre sociedad,
revelaciones acerca del autor o conocimiento del comportamiento de otros seres humanos
est haciendo lo que Gilbert Ryle podra haber llamado un error categrico. l est
buscando algo en la literatura que no puede dar, y el hombre que imagina que l ha
aprendido realmente algo acerca de los campesinos de Maupassant o de la sexualidad
humana de Racine est viviendo en el paraso de un iluso. La nica cosa que el lector ha
hecho es reforzar sus nociones previamente existentes haciendo a Maupassant o Racine
encajar en la cuadrcula de nociones ya hechas en su propia mente, y esto puede conducirle
precisamente al error denunciado por Flaubert en Madame Bovary o Barthes mismo en
Dominici ou le triomphe de la littrature: el de asumir que la vida es como los libros que
se han ledo. (Thody, 1977, pg. 98)
Segn Raman Selden, lo que se podra llamar la etapa post-estructualista de Barthes
queda bien reflejada en el ensayo La muerte del autor. Selden desestima que se trate de
una restauracin del dogma de la Nueva Crtica sobre la independencia (autonoma) de la
obra literaria respecto de su fondo histrico y biogrfico. La Nueva Crtica crea que la
unidad de un texto radicaba no en la intencin del autor, sino en su estructura, aunque,
prosigue Selden, esta unidad autosuficiente posea, segn dicho punto de vista, conexiones
subterrneas con el autor porque constituye una compleja proclamacin verbal que se
corresponde con las intuiciones que ste tiene del mundo. Para Selden la formulacin de
Barthes es totalmente radical en su rechazo de semejantes consideraciones humanistas. Su
autor se encuentra desprovisto de toda posicin metafsica y reducido, nos dice, a un lugar
(una encrucijada) por donde el lenguaje, con su infinito inventario de citas, repeticiones,
ecos y referencias, cruza y vuelve a cruzar. De este modo el lector es libre de entrar en el
texto desde cualquier direccin, no existe una ruta correcta. Aqu la muerte del autor es
algo casi inherente al estructuralismo, ya que considera los enunciados individuales
259
260
texto literario y, a la inversa, si la obra reduce los sentidos ella misma pondr de manifiesto
su parquedad. (Sirvent, 1989, p. 150)
En el desarrollo de su artculo Barthes hace una afirmacin un tanto cuestionable, la de
que histricamente el imperio del Autor haya sido tambin el del crtico y la de que la
crtica, por nueva que sea, cae desmantelada a la vez que el Autor. Entendemos que
Barthes pretende alejar de la crtica toda sospecha de ser beneficiara del cambio de status
del autor y que nos hallamos aqu ante una proyeccin inconsciente de la figura del crtico
a la del escritor, aunque sea en su fatal devenir. Barthes cree que la actividad del crtico se
vea facilitada en el pasado al estar acotada por la tarea de hallar al Autor, con cuyo
hallazgo se explicaba el texto. Infiere de la nueva situacin en la que la literatura rehsa
la asignacin al texto de un secreto, es decir, de un sentido ltimo, su entrega a una
actividad contra-teolgica, revolucionaria en sentido propio, pues rehusar la detencin del
sentido, es, en definitiva, rechazar a Dios y a sus hipstasis, la razn, la ciencia, la ley.
(Barthes, 1987, pg. 70)
Para apoyar sus postulados menciona las investigaciones de Vernant que han sacado a
la luz la naturaleza constitutivamente ambigua de la tragedia griega; en sta, el texto est
tejido con palabras de doble sentido, que cada individuo comprende de manera unilateral;
no obstante, existe alguien que entiende cada una de las palabras en su duplicidad: el
lector.
Barthes concluye el ensayo con un extrao panegrico del lector, al que no haba
privilegiado tanto en Crtica y verdad, donde era diferenciado explcitamente del crtico.
Lo consideramos extrao porque, si bien declara su primaca sabemos que para devolverle
su porvenir a la escritura hay que darle la vuelta al mito: el nacimiento del lector se paga
con la muerte del Autor, despersonaliza al lector hasta el punto de hacerlo parecer slo un
excipiente para la obra: el lector es el espacio mismo en que se inscriben, sin que se
pierda ni una, todas las citas que constituyen una escritura; la unidad del texto no est en su
origen, sino en su destino, pero este destino ya no puede seguir siendo personal: el lector es
un hombre sin historia, sin biografa, sin psicologa; l es tan slo ese alguien que mantiene
reunidas en un mismo campo todas las huellas que constituyen el escrito. (Barthes, 1987,
pg. 71)
265
La pasividad del lector es bien distinta de la del hombre nietzscheano que, habra de
sostenerse por s mismo con la muerte de Dios. El ttulo y la equiparacin Autor- Dios es
buena prueba de esa alusin literaria a Nietzsche.
Cristina de Peretti della Rocca en su ensayo El intrprete tambin tiene la palabra: la
lectura segn Nietzsche hace una breve resea del escrito de Foucault Nietzsche, Freud,
Marx (Minuit, Paris, 1967) en la que destaca que Foucault ha sealado cmo estos
pensadores, con su genealoga, su interpretacin psicoanaltica de los sntomas y su teora
de la alienacin del ser y de las ideologas respectivamente, han iniciado una nueva poca
de la interpretacin del discurso en general, calificada por Ricoeur como escuela de la
sospecha.
La interpretacin inaugurada por Nietzsche no tendr que restituir, nos dice Peretti della
Rocca, un significado original, un origen privilegiado, fundacional, una evidencia inicial
que la palabra representara, sino que debe ser produccin activa de palabras, de discursos.
Las palabras provocan nuevas palabras, los discursos provocan nuevos discursos. No
existen signos originales: tan solo interpretaciones que se implican y se entrecruzan en una
tarea infinita, nunca acabada, que debe retomarse constantemente. (De Peretti della Rocca,
1987, pg. 69)
Barthes no menciona el escrito de Foucault ni expone el influjo filosfico que habra de
ejercer Nietzsche con su inversin del platonismo en la concepcin de la representacin
como algo sin fundamento, como algo que pone de manifiesto un vaco esencial. Peretti
della Rocca no asume las contradicciones del pensamiento de Nietzsche, de tal modo que
omite mencionar el pasaje De leer y escribir de As habl Zaratustra en un ensayo que
precisamente versa sobre la lectura segn Nietzsche y solo hace una fugaz alusin a Ecce
Homo remarcando cunto se compromete Nietzsche, en palabras de Foucault, sin clarificar
en qu sentido. Advertimos que, pese al ttulo del ensayo, el objeto de estudio de Peretti ha
sido primordialmente la concepcin del lenguaje de Nietzsche y el concepto de verdad en
uno de los textos de Nietzsche ms lgicos desde la perspectiva de un lector medio Sobre
verdad y mentira en sentido extra-moral.
Creemos conveniente citar los pasajes en los que Nietzsche alude al lector, por mucho
que al leer el pasaje Del leer y escribir nos sorprenda tristemente Nietzsche:
266
Solamente amo yo lo que se ha escrito con la propia sangre, de todo cuanto se ha escrito.
Escribe con sangre y aprenders que la sangre es espritu. No es fcil comprender la sangre
extraa. Detesto a todos los perezosos que leen. Aquel que conoce al lector, ya nada hace
por el lector. Un siglo ms de lectores y hasta el espritu oler mal. Si todos tuvieran el
derecho de aprender a leer, a la larga se estropear no slo la escritura, sino tambin el
pensamiento. En otros tiempos, Dios era el espritu. Despus se hizo hombre. Ahora se ha
elevado al populacho. Quien con sangre escribe mximas, no quiere ser ledo, sino que se
le aprenda de memoria. El camino ms corto sobre las montaas va de una cima a otra;
pero para seguirlo es preciso poseer largas piernas. Las mximas deben ser cspides y
aquellos a quienes se habla, hombres grandes y vigorosos. (Nietzsche, 1979, pg.43)
En Ecce Homo en concreto en el captulo Por qu escribo libros tan buenos Nietzsche
se burla desmedidamente de las crticas que han suscitado algunas de sus obras y esboza
una teora acerca del motivo del valor errado, a su juicio, de esta crtica, que entrara en
contradiccin con la despersonalizacin que hace Barthes del lector para elevarlo:
Una cosa soy yo, otra cosa son mis escritos () Pero estara en completa contradiccin
conmigo mismo si ya hoy esperase yo encontrar odos y manos para mis verdades () No
quiero ser confundido con otros, - para ello, tampoco yo debo confundirme a m mismo
con otros () Mi triunfo es precisamente el opuesto al de Shopenhauer, -yo digo non
legor, non legar-() Con tanto mayor motivo intento ofrecer una explicacin.-En ltima
instancia nadie puede escuchar en las cosas, incluidos los libros, ms de lo que ya sabe. Se
carece de odos para escuchar aquello a lo cual no se tiene acceso desde la vivencia.
Imaginemos el caso extremo de que un libro no hable ms que de vivencias que, en su
totalidad, se encuentran situadas ms all de la posibilidad de una experiencia frecuente o,
tambin, poco frecuente, -de que sea el primer lenguaje para expresar una serie nueva de
experiencias. En este caso, sencillamente no se oye nada, lo cual produce la ilusin
acstica de creer que donde no se oye nada no hay tampoco nadaEsta es, en definitiva,
mi experiencia ordinaria y, si se quiere, la originalidad de mi experiencia. (Nietzsche,
1971, pg. 55)
Bremond y Pavel en De Barthes Balzac, Fictions dune critique, critiques dune
fiction opinan crticamente que la nocin nietzschiana de muerte de Dios no es en
absoluto generalizable a la muerte del autor. Pues los filsofos y los telogos que
piensan descubrir las intenciones de la divinidad en el libro del mundo proponen una
267
nociones era la de la muerte del autor. En el ensayo titulado The Intentional Fallacy, por
ejemplo, Wimsatt y Beardsley se rean de la idea de que la intencin autorial debiera ser
una consideracin crtica (pp. 115-116). No debera confundirse la crtica de la literatura
con la psicologa del autor, ellos explicaban; no hay motivo para buscar evidencia de la
intencin del autor. Si la intencin est realizada en la obra, decan, la realizacin est all
en la obra; y si no es realizada, no es de inters. Lo que cuenta siempre es el texto literario,
un objeto pblico, y no la intencin (posiblemente indescubrible) detrs de l. Mientras
esas ideas se extendan, en las academias de USA, en UK, F. R. Leavis ejerca una
influencia similar con su insistencia de que el acto crtico era una cuestin de compromiso
sensitivo, inteligente, y maduro con las palabras en la pgina. Hacia finales, insiste Carlier
de nuevo, de los 60 la nocin de que los factores biogrficos deberan ser descuidados por
los crticos estaba ya extendida. Y, en 1968, Roland Barthes brillantemente ret esta nueva
ortodoxia usando un mtodo muy tradicional: el mtodo de la stira. Usualmente, el
satrico exagera y conduce a un extremo absurdo la idea que l desea ridiculizar.
Frecuentemente, tambin, su narrador es un carcter que honestamente recomienda la
deplorable nocin. Carlier considera indicio de este valor satrico la imitacin ingeniosa de
la tesis de Wilde de que Life imitates Art, el narrador reivindica que el histrico
Montesquieu deriva del ficticio Charlus descrito por Proust, y explica que la vida no
hace ms que imitar el libro, y el libro mismo es solo un tejido de signos, una imitacin
que es perdida, infinitamente diferida. Precisamente, arguye Carlier, como los narradores
de Swift podran conducir una idea satirizada desde un punto original de plausibilidad
hasta un clima de descarrilamiento, as el ficticio narrador creado por Barthes es
caracterizado como uno cuya demencia rompe la inicialmente plausible apariencia. Este
punto de demencia es alcanzado, prosigue el crtico, cuando el narrador dice que al rehusar
asignar significacin al texto, liberamos una actividad que es verdaderamente
revolucionaria puesto que rehusar fijar significacin es, en el fin, recusar a Dios y a sus
hipstasis-razn, ciencia, ley. El narrador, a juicio de Carlier, se revela como un
trastornado atesta, uno cuyo ataque contra el autor literario es realmente un ataque contra
el ltimo autor, Dios; y su desquiciamiento se hace explcito por su deseo de negar la razn
misma. Carlier esgrime que existen varias pistas para la subyacente caracterizacin y
propone como ejemplo la afirmacin de Barthes de que el autor es una figura moderna
emergente de la Edad Media con el empirismo ingls y el racionalismo francs, citando
ejemplos para desvirtuarla de la Antigedad clsica. Afirmacin que nosotros no
compartimos, porque la entendemos en el contexto de la sociologa literaria marxista que
269
sostiene el nacimiento del artista despus de la prdida de poder del sistema gremial
medieval. Otra pista menos discutible es la de que el narrador, al advertirnos contra
arrogantes recriminaciones (como hace al final del ensayo), nos advierte contra l
mismo. (Ibd., pg. 117) No obstante, si consideramos que este rasgo es propio de la
vehemencia declamatoria de Barthes que se manifiesta en muchos de sus ensayos, no
podemos conceder eficacia probatoria al juicio puramente lgico que realiza Carlier a
partir de la declaracin barthesiana de que el texto es en lo sucesivo hecho y ledo en tal
manera que en todos sus niveles el autor est ausente. Segn l, lo que Barthes est
recomendando es que el texto debera ser en lo sucesivo hecho y ledo. Pero en lugar de
exponer as el elemento de fantasa llena de deseo, lo obscurece empleando
inapropiadamente la gramtica de la declaracin factual. (Ibd., pg. 118)
Carlier halla otro indicio de la tcnica satrica en el elemento, a nuestro juicio no
meditado, de la deliberada auto-contradiccin. Lo ejemplifica por medio de la referencia
que Barthes hace a Proust, al que Barthes despus de permitir al narrador negar la actividad
personal del autor (es el lenguaje que habla, no el autor), presentado como visiblemente
preocupado con la tarea de hacer borrosa la relacin entre el escritor y sus personajes: una
declaracin que concede la importancia de ver al autor como un creador inconfundible. Lo
mismo aprecia en la nocin de que es el Lenguaje que habla, no el autor: esto le parece a
Carlier tan lgico como decir que el pensamiento piensa, no el pensador. Otra
contradiccin obvia sera que este declarado enemigo de la razn, el narrador ficticio
imaginado por Barthes, es obligado a usar los procedimientos de la razn para hacer su
caso comprensible. Cuanto ms se excusa, ms se acusa. En cualquier caso, concluye, si l
es solo, como insiste, un diccionario ya formado, incapaz de originalidad y esclavizado por
la circulacin del discurso como cada autor, no habra razn por la cual sus argumentos
requeriran atencin. Como colofn a estas evidencias internas, aade una amplia
evidencia contextual para verificar la proposicin de que La Muerte del Autor es un
ataque satrico contra el sesgo anti-biogrfico de la moderna crtica: el hecho de que el
ensayo est firmado por Roland Barthes. Si los comentaristas han imputado cierta
hipocresa al ensayo de Barthes, esto solo mostrara que han interpretado el ensayo
demasiado literalmente. Error de credulidad en la interpretacin que Carlier atribuye al
gran nmero de nociones anti-democrticas y anti-racionalistas que han sido extendidas en
algunos crculos tericos, por lo cual algunos lectores han observado literalmente, en lugar
de irnicamente, los similares rasgos en el ensayo de Barthes: el tono de intolerante
270
asertividad, el confesado desprecio por el racionalismo etc. (Gane, V.III, 2004, pg. 118 y
119)
En Le livre venir Blanchot indica la tentacin que lleva al lector a creer que la lengua
del poeta es la del dueo, pero nos advierte de que interpretar as la obra de arte y de la
literatura es sin embargo traicionarla. Es desconocer la exigencia que existe en ella. Es
buscarla, nos dice, no en su fuente, sino cuando, atrada en la dialctica del dueo y el
esclavo, se ha convertido en instrumento de poder (Blanchot, 1959, pg. 51). Tambin
dignifica la instancia del lector combatiendo el temor reverencial hacia la obra. Una lectura
atormentada, escrupulosa, una lectura que se celebra como los ritos de una ceremonia
sagrada, plantea por adelantado sobre el libro los sellos del respeto que la encierran
pesadamente. El libro no est hecho para ser respetado y la ms sublime obra de arte
encuentra siempre en el lector ms humilde la medida justa que la hace igual a s
mismaLa prontitud del libro a abrirse y la apariencia que guarda de estar siempre
disponible no significa que est a nuestra disposicin, significa ms bien la exigencia de
nuestra completa disponibilidad. (Blanchot, 1959, pg. 133)
Moriarty tambin dirige su atencin al estudio del artculo La muerte del autor, del
cual destaca la estructura fragmentaria, sus prrafos discontinuos no articulados por una
lnea lgica. Moriarty parte del supuesto de que una pronunciacin lineal parecera sugerir
el desarrollo de un mensaje hacia una conclusin predestinada. El fragmento, aduce, por el
contrario, impide al discurso ser coherente en la pronunciacin continua de un sujeto
singular: esto es desautoriza el discurso. Porque lo que est en juego en La muerte del
autor es no solo la subversin de la ideologa de autora sino la de la autoridad en todas
sus formas. Moriarty resalta como el autor en la cultura occidental es una autoridad
porque en la ideologa literaria predominante funciona como una barrera contra la
interpretacin: el texto no puede significar lo que el autor no quiso conscientemente
significar. Pero no es la nica figura de autoridad: sociedad e historia, en resumen,
cualquier idea que pueda ser presentada como el significado del texto, puede ser invocada
en la misma forma. La estructura fragmentaria, argumenta, impide que un ltimo
significado cierre sus operaciones. Esto favorece, sin embargo, la multiplicacin de
discursos que el ensayo identifica como una caracterstica del texto. Moriarty defiende que
La muerte del autor yuxtapone, no haciendo intento de sintetizar, una pluralidad de
discursos: histrico, literario-histrico, lingstico, poltico, no concediendo a ninguno la
primaca sobre los otros. Esto encarna la definicin del texto como un tejido de citas
271
del que se haya elaborado todo esfuerzo. Barthes nos ofrece una definicin de la lectura
aproximativa a la suya de la escritura: leer es hacer trabajar a nuestro cuerpo.
LALECTURAYELSUJETOENS/ZYENSADE,FOURIER,LOYOLAETALIA
Culler en su enfoque, sin contemplar ya el vnculo de la lectura con la muerte del autor,
aprecia que un rasgo fundamental de las versiones barthesianas de la literatura a partir de
S/Z es la facilidad con que lector y texto intercambian papeles en las historias que relata: la
historia del lector estructurador de textos se convierte en una historia del texto manipulador
de lectores. En el artculo Texte, Thorie du de la Enciclopaedia Universalis, Barthes
escribe que el significado pertenece a todos y contina: Es el texto el que obra
incansablemente, no el artista ni el consumidor. En la siguiente pgina se revierte a la
primera posicin: la teora del texto exonera de todo lmite a la libertad de leer
(autorizando la lectura de una obra pretrita desde un punto de vista enteramente
moderno), pero tambin insiste en la equivalencia productiva entre lectura y escritura. La
celebracin del lector como productor del texto es igualada por la descripcin del texto
como fuerza dominadora. El resultado es que la atencin se centra en esta interaccin,
evitando al mismo tiempo un punto de vista que aliente una investigacin sistemtica.
(Culler, 1987, pgs. 136 y 137)
Aitor Ibarrola-Armendariz en Who killed the Author and Why? publicado en Autor y
texto: fragmentos de una presencia sostiene que las perspectivas que observamos en S/Z
(1970) y El placer del texto (1973), que han sido definidas respectivamente por Howard
como una potica y una ertica de la lectura, no son diferentes de aquellas que los crticos
americanos de la recepcin defendieron en los setenta y los ochenta. Quizs, apunta
Ibarrola- Armendariz, una de las pocas prominentes diferencias entre Barthes y los crticos
de la recepcin es que l todava garantiza la posicin central a la escritura en todas sus
investigaciones. Ibarrola- Armendariz realza los puntos de interseccin que pueden
conectarlos. La mayora de los crticos de la recepcin han tenido xito en objetivar la
experiencia del texto exponiendo que las interpretaciones son siempre alcanzadas intersubjetivamente. Desde una perspectiva sustancialmente pragmtica, ellos mantienen que el
dualismo a menudo establecido entre la absoluta verdad y el total relativismo no tiene
sentido cuando consideramos que las comunidades de lectores comparten sus marcos de
referencia y sus criterios sobre la validez de la interpretacin. Ibarrola cita a Stanley Fish
en este sentido: los significados no son objetivos porque ellos siempre han sido el
275
trataba de: 1 renunciar a estructurar el texto que debemos leer (escribir) por grandes masas
segn los principios de la composicin retrica: Todo significa sin cesar y muchas veces,
pero sin delegacin a un gran conjunto final, a una estructura final (S/Z, 18); 2 trabajar,
analizar ese texto nico hasta el extremo del detalle remontando las venillas del
sentido; 3 substituir el modelo representativo por otro modelo que evite penetrar, retornar
el texto tutor, dar de l una imagen interior (Ibid.): (el paso a paso) no es solo la
descomposicin (en sentido cinematogrfico) del trabajo de lectura; un ralent si se
quiere, ni completamente imagen, ni completamente anlisis.; 4 jugar sistemticamente
con la digresin (Rda Bensmaa, 1986, p.13)
Escribiendo sus ltimos Ensayos, Roland Barthes siguiendo la exposicin de
Bensmaa-aplicar cada uno de los principios de ese programa pero esta vez no a la lectura
de un texto sino a la produccin y a la escritura de un texto nico. A juicio de Bensmaa, es
como si, al escribir El placer de un texto, Fragmentos de un Discurso Amoroso, Roland
Barthes hubiera definitivamente renunciado a la crtica para comprometerse en una
empresa de reversin o de mutacin del texto: de ahora en adelante, se tratar menos
de interpretar el texto amado en vista de la produccin de su sentido que de ponerse a
escribir un texto nuevo a partir de fragmentos no totalizables: precisamente aquellos que el
lector del texto asla en el momento en el que toma su placer (PdT., 14). Bensmaa
califica los textos que Roland Barthes ha escrito siguiendo la estela de S/Z con el adjetivo
de rflchissants clasificndolos a medio camino entre el texto escribible y el texto
legible. Segn l, hay dos maneras de leer S/Z y por consecuente los textos que anuncia y
que de una cierta manera hace posibles y necesarios: se puede leer como un texto terico
(reflexivo)-uno ms sobre la literatura, la narracin, la Forma, etc.; pero se puede
tambin leer como texto reflexionante, es decir como un texto que ha transgredido la
barra paradigmtica- el divorcio infranqueable como deca Barthes en S/Z que la
institucin literaria haba mantenido entre el fabricante y el usuario del texto, el texto
literario y el texto crtico. (Rda Bensmaa, 1986, p. 16)
Rda Bensmaa descubre la relacin existente entre el ensayo barthesiano y las
identidades del autor y del lector. A su juicio, desde el momento en que la identidad y la
unicidad del sujeto de la enunciacin (el Autor) del texto ensaystico son fortuitas y
parcelarias-otros sujetos distintos del Autor pueblan el ensayo- la identidad y la unicidad
del lector mismo son subvertidas. Lejos de remitir por su lectura y por la aprensin de su
Unidad a un lector unificado e idntico a s mismo, el Ensayo es ese texto que destruye la
277
279
La libertad del significante- apostilla Sirvent- implica que un trmino pueda hablar de
forma distinta a distintos lectores e incluso a un mismo lector en momentos diferentes.
ngeles Sirvent nos informa de que los estudios de Barthes amplan los horizontes de
lectura pluri-isotpica a la que Greimas haba aludido incluso para los textos no poticos.
No se trata solo de que una obra se constituya en tanto que pluralidad de significaciones, lo
cual ya supone un verdadero progreso respecto de la verdad de la obra que propona la
crtica tradicional, sino de una pluralidad de lecturas posibles. (Sirvent, 1992, p. 117).
Tambin resalta que la caracterstica del texto es su carcter abierto y expone la crtica que
Albadalejo realiza de estos presupuestos: El texto de Barthes no se presenta al lector en la
comunicacin como objeto significante acabado sino que ha se ser terminado de construir
en la lectura, que est provista de polisentido, nocin sta que, como recuerda Garca
Berrio, tiene su origen en el Formalismo Ruso (Garca Berrio, Significado actual del
formalismo ruso, Barcelona , Planeta, 1973, p. 151, citado por Albadalejo Mayordomo,
La crtica lingstica en Aulln de Haro y otros, Introduccin a la crtica literaria
actual, Madrid, Playor, 1984, p. 173).
Sirvent expone el peligro de defender la pluralidad de lecturas enunciado por
Albadalejo apoyndose en Garca Berrio, Vera Lujn e Hirsch: Resultado del carcter
pluri-significativo del texto es la pluralidad crtica. Por esta va se llega al extremo de
defender en S/Z la posibilidad de cualquier lectura, considerando que el texto es una
galaxia de significantes, no un significado estructurado. Una concepcin extrema como
sta conlleva la negacin de la comunicacin; a este respecto escriben Garca Berrio y
Vera Lujn: Si cualquier lectura es posible y vlida es que la obra carece de significado.
Es preciso que en el texto exista una estructura significativa constante junto a la cual se
sita una periferia connotativa que permite una necesariamente limitada pluralidad de
lecturas. La obra es portadora de significado y por ello es significante; la destruccin del
significado de la obra implica la destruccin de la obra misma. La negacin del significado
de la obra es una negacin del autor (Albadalejo Mayordomo, ibid., p. 174. Albadalejo
nos remite en esta cuestin a Garca Berrio- Vera Lujn, Fundamentos de teora
lingstica, Madrid, Comunicacin- Alberto Corazn, 1977, p. 260; Garca Berrio, Crtica
formal y funcin crtica, Lexis, 1, 2, p. 194 y Texto y oracin, Analecta Malacitana, 1,
1, p. 145 y 146; E. Hirsch, Teora dell`interpretazione e critica letteraria (version italiana)
Bolonia, Il Mulino, 1973, p. 14, citados por Sirvent, 1992, pg. 118)
280
Sirvent destaca que la ilegibilidad de los textos es positiva para Barthes en tanto se aleja
a la obra del puro consumo pasivo y la convierte en juego, en produccin. Con ello, el
texto abolira o, al menos, acortara las distancias entre escritura y lectura, no en el sentido
de que el lector intensifica su proyeccin en la obra sino enlazndolos en una misma
prctica significante (Sirvent, 1992, p. 119).
Sirvent nos recuerda que el ejemplo ms patente de identificacin de lectura y escritura
es ofrecido por Barthes con S/Z. Barthes- anota- intenta en ella incentivar la identificacin
de lectura y escritura. No se trata de pasar de la escritura a la lectura, o de la literatura a la
lectura, o del autor al lector, sino de cambiar de objeto, de cambiar de nivel de percepcin:
la escritura y la lectura deben concebirse y redefinirse juntas. Si se asla la lectura de la
escritura se dar lugar a una teora de la literatura de orden sociolgico o fenomenolgico
en la cual la lectura ser asumida en tanto que proyeccin de la escritura y el lector
considerado como, en palabras de Barthes, el hermano mudo y pobre del escritor.
(Sirvent, 1992, p. 120)
ngeles Sirvent muestra que la identificacin entre escritura y lectura no ha sido
siempre evidente en la obra de Barthes. As, en Crtica y verdad Barthes pona su nfasis
en distinguir al crtico (deseo del lenguaje de la obra) del lector (deseo de la obra), y lo
haca, paradjicamente, a partir de la nocin de escritura. Sirvent justifica tal contradiccin
en la trayectoria de Barthes teniendo en cuenta el contexto en que dichas afirmaciones
fueron hechas: Hay que recordar en este sentido que en 1966, momento en que se publica
Critique et vrit, la mutacin respecto al sentido de la crtica se haba ya operado dejando
sta de lado sus pretensiones cientficas para reivindicarse como escritura, aboliendo as
los pretendidos gneros literarios. No ocurre lo mismo con la nocin de lectura, que
todava aparece rodeada de un halo de pasividad. La relacin del lector con la obra se
centraba en el deseo: el lector deseaba la obra, se identificaba con ella. Observamos pues
que la lectura no ha adquirido todava esa dimensin productiva que le concede la teora
del texto en la que Barthes participar aos despus; desde estas perspectivas es lgico
pensar que Barthes intente delimitar ambos acercamientos al hecho literario. (Sirvent,
1992, pgs. 123-124)
Jos Luis de Diego tambin repara que la nocin de plural- que ya haba aparecido en
Crtica y verdad- asociada a la teora de la intertextualidad, que Kristeva haba postulado
pocos aos antes, permite una nueva aproximacin a la lectura y destaca que, en S/Z, as
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283
la grave contemplacin de un destino; es, entre otras cosas, esa costumbre provenzal de
decir milli (mademoiselle) Rousset (Barthes, 1977, pgs. 12 y 13)
Hablbamos de una consideracin aparentemente ms ntima porque, a ciencia cierta,
no sabemos si estas palabras estn dictadas por el ejercicio de una irona retrica similar a
la que practicaba Juvenal cuando deca que el peor de los crmenes de Nern era recitar
versos. Puede estar expresndose seriamente Barthes cuando, haciendo portavoz al texto,
prioriza el recuerdo de lo trivial sobre el del destino trgico de una vida?
Barthes en Lo Neutro. Notas de Curso y seminarios en el Collge de France, 1977-1978
declarar, ms tarde: Leer al autor muerto es, para m, algo vivo, pues estoy perturbado,
desgarrado por la conciencia de la contradiccin entre la vida intensa de su texto y la
tristeza de saber que est muerto: siempre me entristece la muerte de un autor, me
conmueve el relato de las muertes de autor. (Barthes, 2004, pg. 55)
En ciertos pasajes podemos detectar alguna contradiccin en el decurso de su
razonamiento que tal vez sea consecuencia del estilo de Barthes tan proclive al contraste:
as no explica por qu es preciso para una dialctica retorcida que haya en el Texto un
asunto digno de ser amado ni tampoco en qu consiste esa dialctica retorcida. Incluso
podramos decir que el principal argumento aportado por Barthes en el siguiente pasaje es
la perfeccin y la belleza de su prosa potica, que l mismo, al final, dinamita con la
inclusin abrupta y antagnica de trminos vulgares. Destacamos que aqu no aparece el
lector como el causante de la muerte del lector, sino, en ltimo trmino, el Texto mismo,
que haba sido presentado al principio del prrafo como el vector del retorno del autor. Por
ltimo, subrayamos que la pasin barthesiana por la escritura fragmentaria es exportada a
la misma vida:
Pues si es preciso que para una dialctica retorcida haya en el Texto, destructor de todo
asunto, un asunto digno de ser amado, ese asunto est disperso, un poco como las cenizas
que se arrojan al viento despus de la muerte (al tema de la urna y de la lpida, objetos
fuertes, cerrados, instituidores del destino, se opondran las astillas del recuerdo, la erosin
que no deja de la vida pasada ms que algunos repliegues); si yo fuera escritor, y estuviera
muerto, me gustara mucho que mi vida se redujera, gracias a los cuidados de un bigrafo
amistoso y desenvuelto, a algunos detalles, algunos gustos, algunas inflexiones, digamos:
biografemas cuya distincin y movilidad pudieran viajar ms all de cualquier destino y
llegar a tocar, a la manera de tomos epicreos, algn cuerpo futuro, prometido a la misma
284
dispersin; una vida horadada, en suma, como Proust supo escribir la suya en su obra, o
incluso un film, a la antigua, del que toda palabra est ausente y cuyo raudal de imgenes
(ese flumen orationis en el que tal vez consista la porquera de la escritura) sea
entrecortado, a la manera de hipos salutferos, por el negror apenas escrito del subttulo, la
irrupcin desenvuelta de otro significante: el manguito blanco de Sade, los floreros de
Fourier, los ojos espaoles de Ignacio (Barthes, 1977, pg. 13)
Barthes se resiste oficialmente a afirmar que exista un influjo de la vida del autor sobre
la obra en Sade, Fourier, Loyola. Si bien escribe como eplogo de la obra un captulo
titulado Las vidas en el que expone algunos datos biogrficos de Sade y Fourier, niega
que las experiencias de Sade hayan servido de modelo a las escenas de su obra, recurriendo
a otra dimensin no suficientemente especificada, de carcter casi metafsico, que
constituira el origen de las escenas vitales y las literarias. Aparte de este Deus ex
machina (la vida como espejo del arte) o como concrecin de l, llega a interponer entre
la vida y la obra de Sade, como instancia mediadora o lugar de interseccin, la escritura
para evitar la relacin de causalidad vertical entre ambas (Barthes, 1977, pg.190): Basta
leer la biografa del Marqus despus de haber ledo su obra para convencerse de que fue
un poco de su obra lo que l puso en su vida- y no lo contrario, como la presunta ciencia
literaria quera hacrnoslo creer-. Los escndalos de la vida de Sade no son los
modelos de las situaciones anlogas que encontramos en sus novelas. Las escenas reales
y las escenas fantasmizadas no estn dentro de una relacin de filiacin; todas ellas no son
ms que duplicaciones paralelas, ms o menos fuertes (ms fuertes en la obra que en la
vida), de una escena ausente, no figurada, pero no inarticulada, cuyo lugar de no figuracin
y de articulacin no puede ser ms que la escritura: la obra y la vida de Sade atraviesan por
partes iguales tal regin de escritura.
En el captulo Sade I haba demostrado cmo es la escritura de Sade la que sostiene
en definitiva a Sade completo y haba desafiliado la obra del autor hasta hacerla eco de s
misma, proponiendo como ejemplo 121 Journes de Sodome: la ciudad suscitada por
Sade, y que al comienzo creamos poder describir como una ciudad imaginaria, con su
tiempo, sus costumbres, su poblacin, sus prcticas, esa ciudad est enteramente
suspendida de la palabra, no porque sea la creacin del novelista (situacin por lo menos
banal), sino porque en el interior mismo de la novela sadiana hay otro libro, libro textual,
tejido de pura escritura, y que determina todo lo que ocurre imaginariamente en el
primero: no se trata de relatar, sino de relatar que se relata. Esta situacin fundamental de
285
la escritura tiene por muy claro aplogo el argumento mismo de las 120 Journes de
Sodome: sabemos que en el castillo de Silling toda la ciudad sadiana- condensada en tal
lugar- da vuelta hacia la historia (o el grupo de historias) que es solemnemente narrada
cada noche por sacerdotisas de la palabra, las historiadoras. Esta preeminencia del relato la
establecen protocolos muy precisos: todo el horario de la jornada converge hacia su gran
momento (la noche), que es la sesin de las historias;los sujetos de intemperancia estn
sentados, a la disposicin de los seores que deseen experimentar con ellos las
proposiciones adelantadas por la historiadora (Barthes, 1977, pgs. 40-41)
Despus de hablar del biografema, Barthes describe la lectura que ha realizado de los
autores sobre los que versa la obra desde un prima nietzscheano, lectura que responde
fielmente al modelo de crtica literaria que anhelaba y para la que reivindica no solo
derechos sino obligaciones como, por ejemplo, practicar una asepsia ideolgica y asumir la
responsabilidad que desde su situacin le corresponda:
El placer de una lectura garantiza su verdad. Leyendo textos y no obras, ejerciendo sobre
ellos una videncia que no va a buscar su secreto, su contenido, su filosofa, sino tan
solo su dicha de escritura, puedo tener la esperanza de arrancar a Sade, Fourier y Loyola de
sus avales (la religin, la utopa, el sadismo); intento dispersar o eludir el discurso moral
que se ha pronunciado sobre cada uno de ellos, no trabajando como lo hicieron ellos
mismos, sino sobre lenguajes, despego el texto de su mocin de garanta: el socialismo, la
fe, el mal. Por all mismo obligo (tal es por lo menos la intencin terica de estos estudios)
a desplazar (pero no a suprimir; tal vez incluso a acentuar) la responsabilidad social del
texto. Algunos creen poder situar con absoluta certidumbre el lugar de esa responsabilidad:
tal sera el autor, la insercin de ese autor en su tiempo, su historia, su clase. Sin embargo,
otro lugar sigue siendo enigmtico, escapa por ahora a todo esclarecimiento: el lugar de la
lectura. (Barthes, 1977, pgs. 14 y 15)
En el captulo dedicado a San Ignacio de Loyola, concretamente en el apartado El
texto mltiple aborda de nuevo el tema de la lectura, cuya potencialidad vara en
dependencia del destinatario, al menos as se desprende del anlisis que Barthes realiza de
los Ejercicios de San Ignacio de Loyola, en el que distingue cuatro textos. La inclusin del
cuarto texto: el procedente de Dios nos parece disentir de su concepcin de una literatura
con poder de formular preguntas leales, preguntas totales, cuya respuesta no se
presuponga, de un modo o de otro, en la forma de la pregunta. En el prefacio a su libro
286
responda a ese lenguaje: existe pues, concluye Barthes, entretejida en la letra de los
Ejercicios, una respuesta de Dios, de la que Dios es donador y destinatario, al ejercitante;
cuarto texto anaggico propiamente dicho, ya que es necesario ascender, de relevo a
relevo, de la letra de los Ejercicios a su contenido, y luego a su accin, antes de alcanzar el
sentido ms profundo, el signo liberado por la divinidad. (Barthes, 1977, pg. 47)
En el apartado titulado El meta-libro del captulo consagrado a Fourier aparece
tambin una reflexin sobre la lectura de la obra de Fourier que recoge algunos pasajes
hilarantes de este escritor sin indicarnos la obra de la que forman parte. Barthes comienza
definiendo el meta-libro como el libro que habla del libro. Luego especifica los efectos que
opera en el lector el hecho de que Fourier pase el tiempo hablando de su libro: de modo
que la obra de Fourier que nosotros leemos, mezclando los dos discursos en forma
indisoluble, forma finalmente un libro autonyme dentro del cual la forma dice la forma
incesantemente. (Barthes, 1977, pg. 97)
Fourier, nos dice Barthes, acompaa muy lejos a su libro. Por ejemplo, imagina un
dilogo entre el librero y el cliente. O inclusive, sabiendo que su libro ser procesado,
establece todo un sistema institucional de defensa (tribunal, jurado, abogados) y de
difusin (el lector rico que quiera esclarecer algunas dudas llamar al autor para pagarle
lecciones, como las de ciencias y artes: es un gnero de relaciones sin consecuencia, como
con un comerciante al que se le compra: despus de todo, es un poco lo que hace hoy el
escritor que sale a dar conferencias para volver a decir con palabras lo que dijo en
escritura)
En cuanto al libro mismo, supone una retrica, es decir la adaptacin de tipos de
discurso a tipos de lectores: la exposicin se dirige a los Curiosos (es decir, a los
hombres estudiosos); las descripciones (ojeadas sobre los goces de los Destinos privados)
se dirigen a los Voluptuosos o Sibaritas; la confirmacin, apuntando los yerros
sistemticos de los Civilizados presas del Espritu Comercial, se dirige a los Crticos.
Distinguiremos trozos de perspectiva y trozos de teora (I, 160); habr resmenes
(abstractos), compendios (concretos a medias), disertaciones profundizadas (cuerpos de
doctrina). De all se deriva que el libro (punto de vista mallarmeano en cierto modo), no
slo est dividido, articulado (estructura banal), sino incluso sujeto a la movilidad,
sometido
un
rgimen
de
actualizacin
intermitente:
invertiremos
captulos,
deseamos colocarnos, en ltima instancia, el libro slo est hecho de saltos, perforado,
como los manuscritos mismos de Fourier (en particular Le Nouveau Monde amoureux), a
los que les faltan palabras incesantemente, rodos por las ratas, reducidos de tal modo a las
dimensiones de un criptograma infinito cuya clave se dar ms tarde.
Barthes compara el modo de lectura de la Edad Media con la oposicin fourierista entre
la ojeada resumen y la disertacin, aunque extrae consecuencias contrarias a las que cabra
esperar de la utilizacin de tal mtodo. Nos parece muy probable que Barthes se proyecte
en Fourier convirtindolo en exponente anacrnico de la teora del vaco del lenguaje,
apoyndose en el empleo que hace Fourier de la figura retrica de la contra-paralipsis
(reverso de la paralipsis, figura retrica que consiste en decir que no se va a decir y, por lo
tanto, en decir lo que se pretende callar: no hablar de: siguen tres pginas); pero la
contra-marcha de Fourier, adems traduce, en opinin de Barthes, el temor neurtico del
fracaso y muestra decticamente el vaco del lenguaje: cogido dentro de las redes del
meta-libro su libro no tiene tema: su significado es dilatorio, desplazado sin cesar ms
lejos: el significante se extiende tan slo a cuanto alcanza la vista, en el futuro del
libro(Barthes, 1977, pg. 99)
Barthes inserta, como hemos anteriormente mencionado, en su exposicin sobre Fourier
una digresin explicativa del modo de lectura de la Edad Media, a la que se asemejara la
lectura que requiere la obra de Fourier, fundado sobre la discontinuidad de la obra: no
solamente el texto antiguo (objeto de la lectura medieval) era roto y sus fragmentos se
combinaban enseguida en forma diversa; era normal inclusive sostener sobre un tema dos
discursos independientes y concurrentes, colocados sin vergenza dentro de una relacin
de redundancia: ars minor (resumen) y ars major (desarrollo) de Donat, modi minores et
modi majores de los Modistas, es la oposicin fourierista entre la ojeada resumen y la
disertacin. (Barthes, 1977, pg. 98).
En Investigaciones Retricas I, La antigua retrica Barthes dedica unas lneas a Donato:
Donato (hacia 350) produjo una gramtica abreviada (ars minor) que estudia las ocho
partes de la oracin, en forma de preguntas y respuestas, y una gramtica desarrollada (ars
major). La fortuna de Donato es enorme; Dante lo coloca en el cielo (al contrario que
Prisciano); algunas de sus pginas se contaron entre las primeras impresas, al igual que las
Escrituras; dio su nombre a tratados elementales de retrica, los donatos. En este pequeo
tratado de retrica de Barthes tambin encontramos una referencia a los Modistas (Barthes,
289
1982, pgs. 30 y 31), gramticos que fueron llamados as porque escribieron tratados
intitulados De modis significandi. Los tratados de los Modistas, nos dice, presentan dos
formas: los modi minores, cuya temtica aparece modo positivo, es decir, sin discusin
crtica, en forma breve, clara muy didctica, y los modi majores, en forma de quaestio
disputata, es decir, con el pro y el contra, mediante preguntas cada vez ms
especializadas).
En el ensayo De la obra al texto publicado primeramente en Revue desthtique y
recogido posteriormente en El susurro del lenguaje Barthes reflexiona de nuevo sobre la
lectura al presentar su concepto de texto. Barthes limita las inferencias que pueden
extraerse del rol creciente del lector, sealando que la lectura no puede marcar las
diferencias entre los libros: la lectura cultivada no se diferencia estructuralmente de la
lectura de tren (Barthes, 1994, pg. 79). No discutimos este aserto, pero si advertimos que
Barthes regresa sobre sus pasos y disimula la retirada de posiciones ms radicales acerca
de la autora y la lectura con la socorrida diferenciacin entre obra y texto que le permite
introducir mayor nmero de enmiendas. Hemos de admitir, sin embargo, que la dualidad
autor/ escritor y obra / texto ya estaba emergente en La muerte del autor, aunque de un
modo menos contundente. As Barthes nos presenta al texto como puente entre la lectura y
la escritura: El Texto exige abolir (o al menos disminuir) la distancia entre la escritura y la
lectura, y no por medio de la intensificacin de la proyeccin del lector sobre la obra, sino
leyendo a las dos dentro de una misma prctica significante. Barthes esboza una breve
historia de las relaciones entre lectura y escritura utilizando como trmino ante quem la
instauracin de las culturas democrticas: en la poca de la mayor diferenciacin social,
leer y escribir estaban a la par entre los privilegios de clase (Aunque lo que de ordinario
se produjera entonces fueran discursos, y no textos); Luego culpabiliza al sistema
educativo correspondiente a la era democrtica de practicar una discriminacin respecto a
la escritura. De sus palabras se infiere que dicha postergacin es fruto de una
determinacin poltica o ideolgica que siempre antecede al acto de censura, pero ni
demuestra ni siquiera presenta de forma verosmil las causas de este relego que
sobrevuelan fantasmalmente en su discurso. Por tanto, para Barthes la exigencia,
presentada como un avatar de la moda, al maestro de ensear al alumno a expresarse no
deja de ser un contrasentido: La escuela Secundaria se enorgullece de ensear a leer
(bien) y ya no de ensear a escribir (el sentimiento de esta carencia vuelve a ponerse hoy
290
erticas, concluye, del pasado ya no son posibles: la escritura y la lectura son ahora
prcticas clandestinas.
En el apartado Cuerpo de Variaciones de la escritura juega con el alcance del
proverbio Es verdaderamente un asno por natura quien no puede leer su escritura,
proverbio que solo tiene como punto de mira la escritura en el sentido grfico,
extendindolo a la escritura en general y con esta soldadura de la acepcin concreta y
abstracta de la palabra escritura hace una nueva incursin en la problemtica del sujeto:
Este gracioso proverbio es errneo. Qu puedo leer yo de m mismo? Acaso no soy
justamente yo el que huye a mi interpretacin? Qu puedo saber de mi cuerpo? Una
imagen especular invertida y plana. Qu puedo saber de mi escritura? A lo sumo, su nivel
de adecuacin a la cultura que me circunda, a algunos modelos apreciables. Fuera de eso,
respecto de mi escritura conozco lo que s de mi cuerpo: una cenestesia, la experiencia de
una presin, de una pulsin, de un deslizamiento, de un ritmo: una produccin, no un
producto, un goce y no una inteligibilidad (Campa, 1989, pg. 62)
LALECTURAYELSUJETOENELPLACERDELTEXTO
Jos Luis de Diego escribe, refirindose a la obra El placer del texto, que en 1973 el
mtodo provisional y sujeto a correcciones que se haba planteado en S/Z ya ha
desaparecido. La asistematicidad terica se manifiesta en la digresin y el fragmento. De
Diego se distancia de la interpretacin de que las posturas de Barthes, en la medida en que
abandona un discurso sistemtico y cientfico, tienden hacia el individualismo y el
hedonismo. Reconoce que la recurrencia en el texto del 73 a lo asocial, lo atpico y la
ficcionalidad del lector parece colocar a su discurso fuera de toda referencia histrica,
social o poltica: Barthes deja de ser un pensador crtico y deriva hacia la exaltacin de
un placer individual y aristocrtico; sin embargo, argumenta contra esta versin
hedonista de El placer del texto la profunda radicalidad de algunos de sus fragmentos en
los que se cuestionan axiomas ideolgicos fuertemente arraigados en hbitos culturales y
sociales. De Diego reconstruye estos axiomas y establece una sistematizacin en el texto
barthesiano (De Diego, 1993, pg. 59):
1. Leer correctamente es respetar el sentido que el autor dio al texto. Cuestionar este
axioma no es, en rigor, tarea de El placer del texto, apostilla De Diego. Ya en los
sesenta, Barthes se haba ocupado de demoler la figura del autor como depositario
del sentido de un texto, aunque existiera un inters por el narrador en tanto figura
292
ella es enlazado con una confortable prctica de lectura. El segundo es el moderno texto, el
texto de dicha que impone un estado de prdida, el texto que desacomodadesestabiliza
las presunciones histricas, culturales e ideolgicas del lector, la consistencia de sus
gustos, valores, memorias conduce a la crisis su relacin con el lenguaje. (Bittner
Wiseman, 1989, pg. 87)
Bittner Wiseman estudia todas las peculiaridades atribuibles al texto de placer
barthesiano frente a postulados que ya estaban bien arraigados intelectualmente como el
saussureano. El texto de placer refuerza las cmodas creencias del lector acerca del mundo,
de s mismo, y del lenguaje y, particularmente, en las creencias debilitadas por Saussure
tempranamente en el siglo XX de que habla y escritura son medios por los cuales las
personas se expresan a s mismas y representan el ya presente mundo, y que el habla ocupa
el lugar de honor para representar lo que la escritura, el registro del habla, presenta solo
indirectamente. Saussure, escribe Bittner Wiseman, despleg un lenguaje como una serie
de diferencias extendidas a travs de los ejes perpendiculares, residiendo su significado en
las relaciones de diferencia, no en las intenciones de los hablantes. El sujeto del lenguaje
no iba a ser contemplado ms como la fuente del significado del lenguaje. Pero lo era por
aquellos todava supeditados al texto de placer. La autora alude al marco intelectual
filosfico de la obra desvelndonos de este modo la dimensin novedosa que supone la
consideracin por Barthes de este tipo de texto, apuesta que nos habra pasado
desapercibida: Cuando, es ms, el sujeto humano era replegado en su inconsciente por
Freud, y cuando Lacan anunciaba que la estructura del inconsciente era la estructura del
lenguaje como fue revelada por Saussure, se hizo imperativo reconsiderar el ego
cartesiano, esa consciencia constitutiva del mundo y por ello del lenguaje. Cuando,
finalmente, la historia fue concebida por Hegel y concretizada por Marx, se hizo
imperativo representar en nuestro pensamiento el tiempo y los cambios que conlleva en su
lugar. Pero, de nuevo, aquellos esclavizados por el texto de la tradicin no sintieron la
necesidad de reconsiderar Descartes ni de representar el tiempo. (Bittner Wiseman, 1989,
pgs.87-88)
Bittner Wiseman examina las consecuencias que el texto de dicha o de goce conlleva. El
texto de dicha impone un estado de prdida: el mundo objetivo y el ser subjetivo son
perdidos por el autor que acepta el reto del texto moderno. Los objetos libres del lenguaje y
los sujetos son perdidos, con la consecuencia de que el esquema conceptual cuyo profundo
corte divide objeto de sujeto es incierto. Pues, cada uno de ellos, concebidos ahora como
297
convenciones del lenguaje est unido en el lenguaje que los convoca. La adecuacin de las
formas tradicionales de ver, sostiene Bittner, son retadas, pues el lector no puede concordar
las viejas maneras de observar con la suposicin de que puede conferirse sentido al texto
moderno. Si la literatura representa la realidad, entonces las obras de los modernos no son
literatura y ningn sentido puede conferrseles. Si, sin embargo, objeta Bittner, se les puede
conferir un significado, la literatura moderna no imita sino que hace otra cosa. No
representa lo que ya est hecho sino que hace algo nuevo que es a lo que hace referencia.
(Bittner Wiseman, 1989, pg. 88)
Bittner Wiseman en su anlisis del texto moderno bajo la concepcin barthesiana presta
atencin al hecho de que los textos modernos elevan la conciencia de los lectores acerca de
cmo el significado es producido; pues esos textos tienen sentido solo cuando lo reciben, y
ellos lo reciben en el acto de la lectura. Los sentidos son siempre nuevos; ellos moriran
cuando la lectura se detuviese. La despertada consciencia invita a la conclusin de que
ningn texto tiene un sentido anterior a ser ledo y que la actividad creadora de sentido es
la misma a pesar de todo lo que es ledo. Aferrarse, nos advierte Bittner, a las creencias
acerca del lenguaje impuestas por el texto tradicional, habiendo sido esas creencias
desestabilizadas por un encuentro con el texto moderno es ser dividido doblemente.
(Bittner Wiseman, 1989, pg.88)
No obstante Bittner matizar ms claramente en lo sucesivo el papel del lector del texto
tradicional y del texto de vanguardia. As, despus de subrayar nuevamente cmo el texto
de vanguardia y su tipo de lectura sitan bajo nuestra atencin la produccin de sentido,
sostiene que la demanda del texto moderno es que los lectores hagan algo para conferir
sentido al texto, pues si es abordado pasivamente con las tradicionales creencias acerca de
las relaciones entre literatura y vida, palabras y mundo, el texto no tendra sentido. La
tradicin cartesiana es hacer de la verdad un supremo valor residente en la referencia de
una representacin (significante) a lo que es representado (referente) donde la referencia es
mediada por el concepto (significado) del objeto representado. (Bittner Wiseman, 1989, p.
93). Mimesis, puntualiza la autora, cede el camino a la semiosis. Para descubrir cmo la
semiosis funciona, el lector debera llegar a ser como el escritor, alguien para quien el
lenguaje constituye un problema, que es consciente de la profundidad del lenguaje, no de
su instrumentalidad o belleza. Esto describira que el lector que est esforzndose en
construir algo con el texto moderno descubra cmo el lenguaje funciona en l y, sobre
todo, cmo el lenguaje funciona en cualquier lugar, incluso en el texto clsico y en el
298
299
En el artculo Par dessus lpaule publicado en la revista Critica, n 318, 11, 1973 y
recogida en la obra Philippe Sollers ou l`impatience de la pense, coordinada por Anne
Deneys-Tunney, Barthes mantiene ambiguamente el imperio del lector. Ambigedad que
se deriva de emplear el vocablo actor para designar al lector, trmino que por su semejanza
fontica nos evoca al autor y por introducir con su fina irona una cita religiosa, aplicada al
lector plural. El papel del lector, en definitiva, ya no estriba en la usucapin de los
derechos del autor: En el texto (en la obra), es del actor del que es necesario ocuparse.
Pues el que realiza el texto es el lector; y ese lector es plural (Car mon nom est Lgion,
disait le dmon); para un texto, hay una multitud de lectores: no solamente individuos
diferentes, sino tambin en cada cuerpo ritmos diferentes de inteligencia, segn el da,
segn la pgina. (Anne- Deneys- Tunney, 2011, pg.206). Para dar una idea aproximada de
ese plural, distingue en la lectura de H varios rdenes de lectura: el primer orden es
301
individual y radica en las diversas aproximaciones lectoras a la obra que denomina con los
siguientes trminos: en picada, apreciando, en desenvolvimiento, a ras de tierra,
a cielo abierto. La primera consiste en escoger por intuicin o imantacin frases
interesantes; la segunda en la delectacin de la lectura; la tercera correspondera a la
lectura corriente y legal, avanzando independientemente de los estados de nimo que
suscite la lectura al lector; la cuarta es una lectura minuciosa y la ltima una lectura una
visin del libro entero como un objeto distante en un determinado contexto. El segundo
orden de lectura es sociolgico: el lector rehusara separar la obra de su acogida crtica; se
considera la obra como un acto (textual) y se suman a este acto las reacciones que provoca,
como si esta reaccin fuera parte del texto. (Barthes, Par dessus lpaule publicado en
Philippe Sollers ou limpatience de la pens, 2011, pg. 207). El tercer orden o espacio
es histrico: el texto se ofrece a lectores que no viven en el mismo tiempo de lectura,
aunque sean contemporneos biogrficamente.
El final del artculo corrobora nuestras sospechas, pues mediante una interrogacin
desiderativa expresa el anhelo de incluir en la lectura el conocimiento que se posee del
autor, tildando de falsa la idea de la objetividad. Barthes parece postular una especie de
diarqua autor- lector, despus de reivindicar el derecho a practicar una crtica afectuosa sin
que sea tenida, a causa de esto, por parcial: Es necesario leer H, no frente al libro como si
se tratara de un producto conservado que se contempla y consume en ausencia de todo
sujeto, sino por encima del hombro de aqul que escribe, como si nosotros escribiramos al
mismo tiempo que l. (Barthes, Par dessus lpaule recogido en Philippe Sollers ou
l`impatience de la pense, 2011, pg. 208)
Jauss, en Pour une hermneutique littraire (Jauss, 1988, pgs. 366-377) examinando el
tema de los diversos horizontes de la lectura, somete a revisin un artculo de Barthes
Analyse Textuelle dun conte d`Edgar Poe. En principio expone que la hermenutica de
las filologas clsica y moderna tena por principio subordinar las apreciaciones estticas a
la comprensin histrica. Jauss opina que aquella no vea que el carcter esttico constitua
un puente hermenutico, que era necesario introducir en la interpretacin. El
descubrimiento de la alteridad, de un lejano especfico en la actualidad misma de la obra,
exige una lectura reconstructiva, que podra comenzar por la bsqueda de cuestiones- la
mayor parte del tiempo, implcitas- a las cuales el texto, en su poca, era respuesta.
Interpretar un texto debera incluir dos cosas: por un lado, su respuesta a las expectativas
formales prescritas por la tradicin que le precede, y, por otro su respuesta a las cuestiones
302
de sentido, tales como sus primeros lectores podan planterselas en su propio mundo
vivido histrico (Jauss, 1988, p. 365). La reconstitucin del primer horizonte de espera
sera solo un regreso al historicismo si la interpretacin histrica no sirviera a su vez para
pasar de la cuestin: Qu deca el texto? a la de Qu digo al sujeto del texto? Si la
hermenutica literaria, como la teolgica o la jurdica debe poder pasar, gracias a la
interpretacin, de la comprensin a la aplicacin, esta aplicacin no sabra abocar a una
aplicacin prctica; por el contrario, el momento de aplicacin permite satisfacer la
necesidad, no menos legtima, de medir y extender, en la comunicacin literaria con el
pasado, el horizonte de su propia experiencia confrontndolo con la experiencia del otro.
La omisin de la separacin de los horizontes puede tener consecuencias que el anlisis de
la recepcin de la novelita de Poe propuesta por Roland Barthes pone en evidencia (Jauss,
1988, p. 366). Su fuerza reside en la demostracin de que la descripcin estructuralista del
principio narrativo, que hace del texto una variante de un modelo preexistente, puede
transformarse en un anlisis textual de la significancia, que comprende el texto como un
proceso, como una produccin continua de sentidos, o ms exactamente de posibilidades
de sentidos (las formas, los cdigos, segn los cuales los sentidos son posibles). Su
debilidad reside en una fusin inocente de horizontes: segn Barthes, la lectura debe ser
inmediata y a-histrica (nosotros tomamos el texto tal como es, tal como nosotros lo
leemos). Pero ella solo se realiza por un superlector, que pone en juego, a propsito
del siglo XIX, un saber histrico completo, y que se encarga, en el proceso de recepcin
ante todo de los pasajes que permiten la asociacin de los cdigos culturales y lingsticos.
No se tratara de relacionar, en Barthes, la interpretacin con el proceso de la percepcin
esttica: sta, en tanto que cdigo de actantes y en su relacin con el cdigo o campo
simblico solo sera a su vez un cdigo entre otros cdigos (los cdigos cientfico,
retrico, cronolgico, de la finalidad, etc.). As se pone en accin una lectura que no es ni
histrica ni esttica, una lectura subjetiva e impresionista, y esto aun cuando ella debe
servir de fundamento a la teora que quiere que cada texto sea un tejido de textos- el juego
abierto de una intertextualidad flotante en el combate de los hombres y de los signos. La
hermenutica literaria que Barthes considera como un cdigo enigmtico (para l) no
busca ya hoy interpretar el texto como desvelamiento de una sola verdad que estara
escondida en l. A la teora de texto plural y a la idea de una intertextualidad
concebida como produccin infinita y arbitraria de posibilidades de sentidos y de
interpretaciones no menos arbitrarias, ella opone la hiptesis de que la concretizacin
progresiva e histrica del sentido de una obra literaria sigue una cierta lgica, que se
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310
del autor a la de la explicacin del texto por la vida y la biografa, restriccin que la
historia literaria sugiere sin duda.
Entre la muerte pura y simple del autor y la reduccin del estudio literario a la
determinacin de su intencin Compagnon enumera diversas alternativas representadas
por Wayne Booth, Grard Genette, Kate Hamburger, Umberto Eco que han distinguido el
autor emprico, el autor implicado, el editor, el narrador homo- o hetero-diegtico (presente
como personaje en la historia o ausente de la historia), el protagonista, el lector ideal, el
lector emprico. La muerte del autor, a pesar de su violencia, ha inaugurado una lnea de
investigacin productiva-apostilla.
Tambin hace referencia al trabajo de Foucault Les Mots et les choses (1966) como un
reclamo irnico del autor para introducir la constatacin del desdibujamiento moderno del
autor, obra en la que haba utilizado los nombres de autor para remitirnos no a sus obras en
su individualidad inalienable, siguiendo el mito de la unidad de la creacin, sino a grandes
textos colectivos, para desvelar los discursos transindividuales, lo que llamaba la masas
verbales, que no estaban escandidas por las unidades habituales del libro, de la obra y del
autor.
Compagnon tambin destaca la crtica que Foucault realiz de las obras de Blanchot y
de la nocin de escritura o de texto que las vanguardias impusieron a la nocin de obra
para tomar acta de la muerte del autor, pues consideraba que esta nocin heredaba la
dimensin sagrada que era imputada al autor romntico, ella transpona en un anonimato
transcendental, los caracteres empricos del autor. En definitiva ella mantena la
transcendencia de la literatura. Foucault emita una reserva en relacin con los textos
capitales de Blanchot, L Espace littraire (1955) y Le Livre venir (1959), sospechosos
de perpetuar, sin los santos patrones del canon literario, una religin de la literatura con sus
mrtires y su Dios ausente.
Ramn Prez Parejo en Desde la muerte del autor de Barthes al renacimiento de
anonimia en Internet retrotrae el origen de la cuestin a un momento anterior; la crisis de
la autora tiene un origen filosfico, segn explica. Est asociada a la crisis del yo de la
Viena de fin-de-sicle y a la filosofa del Lenguaje inaugurada por Wittgenstein con el
Tractatus en los aos 20. Esa crisis se vincula tanto con la muerte de Dios planteada por
Nietzsche como con la muerte del arte augurada por Hegel y Marx, ideas que reaparecen
en obras fechadas a finales del XIX y comienzos del XX. En el mbito de la Literatura, la
311
reflexin sobre la crisis de la autora tiene sus antecedentes en la poesa del Romanticismo
con autores como Novalis, Keats y Poe. Los principales antecedentes, segn este crtico, se
hallan en el periodo 1850-1950-en el eje Simbolismo-Modernismo-Vanguardiascoincidiendo con un periodo de crisis del lenguaje potico que tiene en Baudelaire,
Rimbaud y, sobre todo, Mallarm sus principales artfices. Ramn Prez Parejo destaca la
importancia de la aportacin de Hofmannsthal con su Carta de Lord Chandos de 1902,
pero considera que la crisis de la autora strictu sensu se produce a finales de los aos
sesenta y comienzos de los setenta a partir de las reflexiones de Jacques Derrida, Foucault
y Roland Barthes.
Nos detendremos unos momentos, saltando el orden cronolgico, en la carta de
Hofmannsthal, que solo cita Ramn Prez Parejo, y que, segn su mismo autor, revelaba la
tortura de percibir cmo un hombre solitario se siente atado a la sociedad por medio del
lenguaje. Primero, porque nos parece muestra no del arrebatamiento de la obra al autor por
obra de un tercero, sino del sentimiento de alienacin de un autor respecto a su obra. En
segundo lugar, porque ejemplifica un sentir del lenguaje como irrealidad e insuficiencia
que se extiende a la propia vida, como resulta, y viceversa. En ltimo lugar, porque sirve
de muestra de cmo un proceso de crisis de identidad camina de la mano de una
desintegracin del lenguaje (la desintegracin y la desarticulacin de la lengua es sntoma
de enfermedades tan graves como la esquizofrenia):
Y suponiendo que sea el mismo, cmo explicar entonces que de mi inconcebible yo se
hayan borrado todas las huellas y cicatrices de esa creacin de mi pensamiento en tensin,
a tal grado que desde vuestra carta, que tengo delante, me est mirando con ojos fros y
extraos el ttulo de aquel pequeo tratado, que incluso no reconoc en seguida tal ttulo
como una unidad familiar de palabras coherentes, sino solo pude entenderlo palabra por
palabraEn lo ms ntimo, me senta impedido de emitir juicios acerca de los asuntos de
la corte, los incidentes en el Parlamento, o lo que se quierasuceda que las palabras
abstractas a las cuales, sin embargo, ha de recurrir la lengua a fin de poder formular el ms
intrascendente juicio valorativo, literalmente se me pulverizaban en la boca, como si
fuesen hongos podridosLo que quiero decir es que la lengua en que, acaso, me fuere
dable, no ya escribir sino pensar, no sera el latn, ni el ingls, ni el italiano o el espaol,
sino un idioma cuyo vocabulario ignoro, aquella lengua en que me hablan las cosas mudas
y en la cual quiz deba yo un da, desde la tumba, responder de mis actos ante un juez
desconocido.
312
La concepcin clsico romntica del arte haba entendido la obra como resultado de la
voluntad de expresin de un sujetoEstos presupuestos se ven derogados a lo largo del
desarrollo de la poesa moderna. Rimbaud describe la actividad creadora, en sus cartas,
como una actividad en la que otro interviene. Mallarm da un paso ms y convierte la
autodisolucin del yo individual en presupuesto de la produccin de obras absolutas.
La importancia de Mallarm puede ser considerada crucial tambin en la tesis moderna
de la lectura. Jean Pierre Richard en el apartado Formas y medios de L`Univers
imaginaire de Mallarm considera demostrada, a travs de las notas recientemente editadas
por Jacques Scherer, la preparacin de la obra mallarmeana Libro y se pronuncia muy
positivamente sobre esta obra de la que dan cuenta diversos borradores incompletos. La
idea central, afirma Jean- Pierre Richard, resida en el proyecto de una serie de lecturas
pblicas, dirigidas a un pblico restringido. El lector deba utilizar un nmero fijo de hojas,
y, de lectura en lectura, retomar cada vez las mismas pginas, pero en un orden diferente.
Cada disposicin nueva provocara la aparicin de un nuevo sentido, y, cuando todos los
rdenes hubieran sido intentados, el pblico se habra encontrado en posesin de una
significacin total o absoluta. Ms adelante explica (Jean- Pierre Richard, 1961, pg. 570)
que al orden interno de las hojas Mallarm quiso hacer corresponder una disposicin del
pblico. Cada pgina leda, y proyectada fuera del volumen, se dirigira imaginariamente a
un lugar particular; y la sesin deba acabarse cuando todos los oyentes hubieran sido
sucesivamente conmovidos por una lectura especialmente dirigida hacia cada uno de ellos.
Richard evala el alcance de esta propuesta muy positivamente: Por la primera, y por la
nica vez de su historia, el fenmeno literario es objeto de una preocupacin totalEn esta
perspectiva, la consumicin no difiere tampoco de la produccin, y el libro proviene de los
versos que l se dirige. Autor, libro, lector, solo son los soportes de una metamorfosis
continua; ellos prefiguran las coordenadas vivas, y muy exactamente aparejadas, de un
espacio nico y plenamente literario: es decir, de un espacio donde la literatura, crendose
continuamente ella- misma a partir de ella misma sola, solo utilizara todo lo que le es
exterior, real, o no- literario como punto de apoyo enseguida sobrepasado. (Jean- Pierre
Richard, 1961, p. 570)
Valry sistematiz el concepto potico de Mallarm. El yo no se expresa, ms bien, crea
configuraciones en las que otros reconocen expresin. Christa Brger y Peter Brger
exponen cmo los planteamientos divergentes de Valry y Bataille convergen finalmente
en el mismo plano: Valry que intenta purificar el pensamiento de las escorias de la
313
gran ignorancia y un don que no est dado de antemano, que es necesario cada vez recibir,
adquirir y perder, en el olvido de uno mismo. (Blanchot, 1955, pg. 252) Blanchot define,
ms adelante, leer no como escribir de nuevo el libro, sino como hacer que el libro se
escriba o sea escrito (Blanchot, 1955, pg. 254), esta vez, sin el intermediario del escritor,
sin persona que lo escriba. Sin que l lo sepa, afirma Blanchot ms adelante, el lector est
comprometido en una lucha profunda con el autor: cualquiera que sea la intimidad que
subsista hoy entre el libro y el escritor, toda lectura, en la que la consideracin del escritor
parece jugar un papel tan grande, es una toma de partido que la anula para devolver la obra
a ella misma. El lector es forzosamente annimo. No aadiendo, nos dice Blanchot, su
nombre al libro, borrando ms bien todo nombre, por su presencia sin nombre, por esa
mirada modesta, pasiva, intercambiable, insignificante bajo la presin de la cual el libro
parece escrito, aparte de todo y de todos. El libro, en su opinin, tiene cierta necesidad del
lector para afirmarse cosa sin autor y tambin sin lector. La lectura hace que el libro, la
obra devenga obra aparte del hombre que la ha producido (Blanchot, 1955, pg. 254). La
lectura no hace nada, segn este autor. Ella deja ser lo que ya es. En Lazare, veni foras
Blanchot representa una lnea distinta a la de Barthes y su futuro concepto de texto; no
obstante, Barthes recoger el testigo en determinado punto del recorrido. Transcribimos
por su importancia un fragmento extenso de este apartado: La lectura que toma la obra
por lo que ella es y, as, la libera de todo autor, no consiste en introducir, en el lugar, un
lectorque, a partir de todo esto, comenzara, con la otra persona que ha escrito el libro un
dilogo. La lectura no es una conversacin, ella no discute, no interroga. Ella no pregunta
nunca al libro y, con mayor razn, al autor: Qu has querido decir? Qu verdad me
aportas? La lectura verdadera no pone en cuestin al libro verdadero; pero ella no es
tampoco una sumisin al texto. nicamente, el libro no literario se ofrece como una red
fuertemente tejida de significaciones determinadas, como un conjunto de afirmaciones
reales: antes de ser ledo por alguien, el libro no literario ha sido ledo por todos, y es esta
lectura previa la que le asegura una firme existencia. Pero el libro que tiene su origen en el
arte no tiene su garanta en el mundo, y cuando es ledo, no ha sido nunca todava ledo,
alcanzado su presencia de obra solo el espacio abierto por esta lectura nica, cada vez la
primera y cada vez la nica (Blanchot, 1955, pg. 256). En el apartado Comunicacin
de L`espace littraire Blanchot presenta al autor usurpando el papel del lector
anticipndose a una funcin que no le es propia, usurpacin comprensible por llegar al
autor en el curso de la gnesis los momentos que prefiguran la exigencia de la lectura: El
escritor no puede nunca leer su obra por la razn misma que le presta la ilusin de leerla.
315
l es, dice Ren Char, la gnesis de un ser que proyecta y de un ser que retiene. Pero
para que el ser que retiene, el ser que da forma y medida, el formador, el Comenzador,
alcance la metamorfosis ltima que hara de l el lector, es necesario que la obra acabada
se le escape, escape a aqul que la ha hecho, se acabe separando, se realice en esta
separacin que la desase definitivamente, separacin que toma entonces la forma de la
lectura ( y donde la lectura toma forma) (Blanchot, 1955, pg. 266). En general, el lector,
contrariamente al escritor, escribe Blanchot, se siente ingenuamente superfluo. l no
piensa que hace la obra, pero, para Blanchot, la obra permanece fuera de la aproximacin
ms ntima del lector: la obra est libre del lector y esta libertad procura la profundidad de
sus relaciones con ella. El mantenimiento a distancia, restablece la distancia que hace la
libertad de la acogida y que se reconstituye sin cese a partir de la pasin de la lectura que la
abole. Este lector blanchotiano, que reconoce la obra sin l, es lo que acaba la obra, lo que
alejndola de todo autor y de la consideracin de haber sido hecha, la da por lo que ella es.
Inferimos que Blanchot, por tanto, desvincula la obra de cualquier ttulo de propiedad o
tutor, estar en pie de igualdad es lo ms idneo para un acercamiento a la obra terminada:
Como si la difuminacin de la lectura, que la vuelve inocente e irresponsable de lo que
hace la obra, estuviera, por esto mismo, ms prxima a la obra hecha, a la esencia de su
creacin, que el autor que cree siempre haber hecho todo y haber creado todo (Blanchot,
1955, pg. 267)
Prez Parejo aborda tambin la cuestin de la autora en manos de la Deconstruccin
escribiendo a este respecto:
En el mbito de la crtica al pensamiento de Platn, que, segn Derrida, planea
omnipresente en la cultura occidental, el pensador francs acusa al griego de incurrir en el
llamado falogocentrismo. Con este trmino se nombra un anhelo ms de la Metafsica de la
Presencia. En sntesis, sta consiste en el afn de la cultura y la filosofa occidentales por
hallar verdades objetivas en las que instalarse que se correspondan con verdades objetivas
reales. Con esta metafsica ha creado una serie de oposiciones, consideradas verdades
irrefutables-
como
los
dualismos
natural/artificial,
interior/exterior
al
sistema,
paterna y con el orden y la jerarqua masculinos. Con este argumento, que en realidad
desvela y denuncia una especie de falacia ad auctoritatem, se pone en tela de juicio el afn
de toda la metafsica tradicional, la cual siempre anhela un origen para todo acto, una
presencia objetiva, un asidero del que partir, un creador, un Autor. (Desde la muerte del
autor de Barthes al renacimiento de anonimia en Internet, Madrid, 2004)
Vias Piquer en Historia de la crtica literaria considera otros factores que prepararon
el camino a la proclamacin de Barthes en 1968 de la muerte del autor: las tendencias de
la crtica objetiva de la nueva crtica en las que el individuo como creador consciente
pierde todos sus derechos, pues el psicoanlisis ve en la obra el reflejo del inconsciente del
creador, la mitocrtica (que parte de la teora del inconsciente colectivo de Jung) ve en la
obra el reflejo del inconsciente colectivo, y la crtica marxista considera que la obra es la
manifestacin de una visin del mundo colectiva. El anlisis estructural prescinde por
completo de la bsqueda de causas externas y, adems, se niega a convertir el sujeto en una
causa explicativa. (Vias Piquer, 2007, pgs. 436-437)
Tambin arguye este terico que la ruptura con la idea tradicional de que la literatura es
la expresin de un mundo ofrecida por la visin peculiar de un creador hace que el
estructuralismo intente incluso sustituir el concepto mismo de literatura por el de escritura
o texto, con lo que se pretende decir que es el lenguaje mismo el que habla y ya no el autor,
como asegura Roland Barthes en La muerte del autor.
Vias selecciona un pasaje del ensayo en el que evidentemente se muestra que lo que se
quiere es sustituir por el propio lenguaje al que hasta entonces se supona que era su
propietario:
La escritura es ese lugar neutro, compuesto, oblicuo, al que van a parar nuestro sujeto, el
blanco-y negro en donde acaba por perderse toda identidad, comenzando por la propia
identidad del cuerpo que escribe
Vias advierte que Barthes ya haba defendido esta idea en Crtica y verdad. Escriba
all: El autor, la obra, no son ms que el punto de partida de un anlisis cuyo horizonte es
un lenguaje: no puede haber una ciencia de Dante, de Shakespeare o de Racine, sino
nicamente una ciencia del discurso (Crtica y Verdad, Siglo XXI, Madrid, 1972, p. 63).
As, se entiende que escribir consiste en alcanzar, a travs de una previa impersonalidadque no se debera confundir en ningn momento con la objetividad castradora del novelista
317
realista-, ese punto en el cual solo el lenguaje acta, performa, y no yo (La muerte del
autor en El susurro del lenguaje, 1987). Decretada la muerte del autor, deja de tener
sentido la idea de que las obras tienen un nico significado (el mensaje que el autor ha
querido comunicar) y gana terreno otra idea, la de que el texto es un tejido de citas
provenientes de los mil focos de la cultura. De modo que el escritor-dice Barthes-se limita
a imitar un gesto siempre anterior, nunca original; el nico poder que tiene es el de mezclar
las escrituras. (La muerte del autor en El susurro del lenguaje, 1987, p. 69)
Por ltimo Vias aprecia que entre este ensayo de 1968 y El grado cero de la escritura
hay un sentido ligeramente distinto de la nocin de escritura. La diferencia reside en el
hecho de que en 1953 a Barthes le interesaba sobre todo referirse a la ideologa de los
escritores y demostrar cmo sta queda reflejada en sus obras. En El grado cero de la
escritura lo que la escritura pone al descubierto es la relacin existente entre la creacin
literaria y la sociedad, el grado de compromiso que mantiene el escritor con su realidad
social.
Vias aade que Barthes examina la obra en relacin con otros procesos culturales y llega
a la conclusin de que la literatura es un sistema funcional en el que hay una constante (la
obra) y una variable (la poca en la que es leda). La reaccin del lector est condicionada
por la poca en que vive, por su lengua, por su ideologa, etc., de modo que las
interpretaciones en torno a una misma obra pueden variar. Las reacciones del lector
dependen de su contexto histrico puesto que este determina la cosmovisin de cada
individuo.
Selden en Historia de la crtica literaria del siglo XX (Akal, ed.2010) seala que el
marxismo y el psicoanlisis se preocupan por poner en cuestin la concepcin idealista del
sujeto-esto es, el sujeto centrado sobre s mismo, esencialmente consciente y libre en el
sentido de que antecede a las determinaciones sociales o de cualquier otro tipo-. Lacan y
Althuser son los que elaboraron una concepcin anti-humanista del sujeto determinado por
el inconsciente y /o la ideologa.
Raman Selden en Teora literaria contempornea considera que Bakhtin, al sostener la
apertura y la inestabilidad de los textos literarios, inici una fructfera tendencia, en la que
encuadra a Barthes con ciertas reservas. Bakhtin parte de que las grandes obras de la
literatura pueden poseer diferentes niveles y resistirse a la unificacin: un punto de vista
que deja al autor en una posicin mucho menos dominante en relacin a sus escritos. En l,
318
319
ric Marty entiende que en el interior de la cuestin de la muerte del autor subyace una
idea utpica, una especie de idea del texto: el texto que anula al libro, el texto que anula al
autor, el texto que anula la obra. El texto que es una especie de red de smbolos, y se puede
pasar de Pars- Match a Proust, de James Bond a Flaubert, en una clase de juego en el que
el lector es una especie de sujeto totalmente soberano, en el sentido de Bataille, que
fragmenta, que absorbe, que es como un depredador anrquico y violento. De ello, la obra
puede salir malparada. Y es lo que la Universidad ha reprochado al carcter salvaje de esta
lectura. (Enthoven, 2010, pgs. 58-59)
Raphal Enthoven encuentra un pasaje titulado Centre ville, centre vide de la obra
El imperio de los signos que puede servir de ilustracin a la teora de la desaparicin del
sujeto en el que Barthes compara las ciudades a ideogramas, a una especie de texto
permanente, de texto continuo, cuyo centro est vaco. ric Marty establece un paralelismo
entre centre ville y centre libre, poniendo de relieve que es el vaco lo que autoriza la
proliferacin del texto. Considera la concepcin de Barthes como un sntoma del
pensamiento de su poca. De la idea de la antimetafsica, la idea de librarse del hombre,
del yo. Aunque Barthes lo hace a su manera, no lo hace filosficamente, no lo hace
dogmticamente. Pero construye un pensamiento que se enclava en el discurso de la poca.
Lo ejemplifica con la fotografa comentada por Barthes del jardn zen: Nulle fleur, nul
pas: o est l`homme? Dans le transport des rochers, dans la trace du rteau, dans le travail
de l`criture. Esta especie de evaporacin, apostilla ric Marty, o de evaporacin del alma
o del yo es para Barthes una utopa y un deseo que se inscribe en una corriente de
pensamiento de los aos setenta. (Enthoven, 2010, pgs. 116 a118)
Acerca de la lectura Barthes, bien fuera movido por una captatio benevolentiae o por un
arrebato de sinceridad, hizo unas declaraciones a Jean-Marie Benot, que causaron
sorpresa. Es interesante y significativa la traslacin a trminos filosficos que hace su
interlocutor y el humor de Barthes aceptando tal interpretacin para, ipso facto, reiterarse
en lo dicho claramente.
Barthes: Un libre nest pas fait pour tre lu intgralement. Et a, il faudrait l`admettre. Je
veux dire, tout le monde devrait ladmettre. On devrait liquider une fois pour toutes le surmoi de lecture, et admettre que a se lit, quil y a des passages qui se sautent, etc.
320
-Ce que vous rcusez, au fond, cest un discours de matrise double: la matrise de l`auteur,
sur le sens, et la matrise du lecteur, que le lecteur croirait obtener en s`appropriant
lintgralit du texte
-Oui cest a. Il faudrait absolument arriver concevoir, je dirais vraiment assumer soimme, que la socit assume, que les livres ne sont pas faits pour etre lus en entier. Car
cest en fait ce qui se passe.
Raphal Enthoven aade que Barthes mismo cita el ejemplo de su propia lectura del
libro A la recherche du temps perdu, explicando que hay montones de pginas que es
necesario saltar, que de lo contrario se nos caeran de las manos, y que el placer de la
lectura es tambin lo arbitrario del lector que va all donde su corazn le dice ir. (Enthoven,
2010, p. 59)
ric Marty completa la intervencin anterior con una ancdota divertida acerca de
Barthes: Respecto a Proust, l dice que no se salta nunca los mismos pasajes, de ah que
pueda releerlo con gran frecuencia porque no es nunca el mismo libro. Finalmente lee
entre lneas que estamos en el reencuentro de la gran tesis de Barthes acerca de la muerte
del autor de los aos setenta (Enthoven, 2010, pg.59)
En la entrevista Una conversacin con Roland Barthes, recogida en El grano de la
voz, Stephen Heath como interlocutor plantea que el anlisis de Sarrasine, que present
Barthes como una teora del texto, parece un ejercicio de enseanza de lectura y le
pregunta a Barthes si no se podra definir toda su obra como propedutica de lectura.
Barthes asiente y responde que lo que trat de iniciar en S/Z es una identificacin de las
nociones de escritura y lectura. Pues piensa que si ambas se separan se produce una teora
de la literatura que jams podr ser ms que una teora de orden sociolgico o
fenomenolgico, segn la cual la lectura ser siempre definida como una proyeccin de la
escritura y el lector como un hermano mudo y pobre del escritor.
En esta misma entrevista manifiesta que es paradjico que nuestra civilizacin endoxal,
civilizacin de masas, que vive y est cubierta por un mundo de estereotipos y de
repeticiones, se declare con mucha grandilocuencia absolutamente alrgica a todo texto
que parece repetirse, que parece contener repeticiones. Lo ejemplifica con el caso del libro
de Guyotat Eden Eden Eden, que fue declarado ilegible por casi la totalidad de la crtica,
porque parece repetirse. Habra, nos dice, que tratar de sugerir a los lectores que hay varios
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323
dilatndose en un devenir perpetuo. Esto lo realiza, por ejemplo, mediante la figura retrica
de la prolepsis (Ibd., 2010, pg. 11)
Segn Jay, Barthes se propone de-construir o reconstruir- el fundamento ontolgico,
de ah que el texto funcione con tanto rigor contra el ser nostlgico. Jay no ve, como otros
crticos, en esta obra un tmido acercamiento al sujeto y a pie de pgina escribe
subordinadamente en calidad de nota aclaratoria un prrafo extrado de Roland Barthes que
puede servir incluso de objecin a su tesis desarrollada y de apoyo para los que ven en
Roland Barthes por Roland Barthes un lugar de transicin terico a posiciones que se
daban por abandonadas: Barthes se da cuenta, y conviene tenerlo presente, que su propio
texto no puede permanecer vaco de tal deconstruccin. De Roland Barthes transcribe:
tengo la ilusin de creer que al quebrar mi discurso dejo de discurrir imaginariamente
sobre m mismo, que ateno el riesgo de trascendencia; pero como el fragmentoes
finalmente un gnero retrico, y la retrica es ese estrato del lenguaje que mejor se presta a
la interpretacin, al creer que me disperso lo que hago es regresar virtuosamente al lecho
del imaginario (Barthes, Barcelona, Kairs, 1978, pg. 104, citado por Jay en El ser y el
texto: la autobiografa, del romanticismo a la posmodernidad)
Para Peter Brger, citado por Luppi, el postestructuralismo abord al sujeto desde
Marx, Freud y la lingstica estructural, lo cual tiene consecuencias tambin para la
determinacin del yo que escribe. No es ste el que aparece como origen del texto, sino el
lenguaje mismo. La literatura deja de ser el lugar donde podra encontrarse el yo para ser
el lugar en el que se pierde. Para Brger, ese lugar de la unidad apririca de autor y yo
expuesto en la autobiografa tradicional lo ocupa en Roland Barthes el escritor y su
imaginario. Barthes, afirma Luppi, sondea la nocin lacaniana de sujeto como producto
del imaginario y con eso juega al disponer las fotos de la propia vida en el comienzo del
libro. La relacin entre el sujeto y su imaginario es la que Brger ve como tensin de
fuerzas antagnicas, una lucha del yo con el yo (a partir de Valry): el escritor se ve
obligado a entrar en combate con lo que llama mon imaginaire (); el imaginario es la
tentacin de hablar de s (). El lenguaje parece como embrujado: eso que se opone al
imaginario es de nuevo el yo. (Luppi, 2010, pg. 9)
Juan Pablo Luppi comenta a propsito de este artculo que la apelacin a la retrica no
alcanzara, en Barthes, para liquidar la lucha de fuerzas que se desencadena al querer decir
yo; paradjicamente, nos dice Luppi, una lucha ocasionada por el lenguaje intenta ser
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resuelta con los materiales y las limitaciones del lenguaje. Ante el callejn, agrega, Barthes
retoma el gesto de revolucionar las clasificaciones, levantando el valor nuevo de la
escritura, que es desbordamiento que arrastra el estilo hacia otras regiones del lenguaje y
del sujeto, lejos de un cdigo literario clasificado. Las diversas puestas en abismo del
libro, sus recurrencias sobre s mismo-advierte Luppi-en varios pasajes que destacan el
sintagma este libro, tambin dan cuenta de las tensiones del yo que desestabilizan el
cdigo autobiogrfico, en el cual contina indefinidamente la lucha entre el yo y el
imaginario, impidiendo el establecimiento de un saber o un sentido unvocos: Este libro
est hecho de lo que yo no conozco: el inconsciente y la ideologa, cosas que slo se
hablan por la voz de los otros. Yo no puedo poner en escena (en textos), como tales, lo
simblico y lo ideolgico que atraviesan por m ser ya que soy su mancha ciega (lo que me
pertenece de suyo es mi imaginario, mi fantasmtica: de all este libro) (Luppi, 2010,
pgs. 11 y 12)
Jay insiste en la idea de que el nico hogar que Barthes realmente profesa es el lecho
del imaginario, expresin que considera como una forma de manifestar que Barthes est
ms a sus anchas en la actividad de composicin de Barthes que en ninguna otra parte y
que parece identificar meramente con ficcin. En contradiccin aparente con algunas de
sus reflexiones Jay escribe en el mismo artculo que si existe algo susceptible de ser tenido
por un avance en lo que representan los Cahiers de Valry y Roland Barthes habr que
buscarlo en el terreno de una conciencia del propio yo agudizada en la forma de sus textos.
Estima que lo que aleja a estas dos obras de las obras auto-reflexivas de Wordsworth, S.
Agustn y Eliot (lo mismo que, a la inversa, las vincula con Sartor Resartus) es la
voluntad perceptible en sus esfuerzos por crear una forma discursiva que registre por s
sola, claramente, y que adems incorpore un nuevo saber acerca del sujeto.
Paul Jay considera que una vez que la idea del propio yo se desembaraza de la
biografa, el texto autobiogrfico ya no puede seguir siendo un simple relato, puesto que
debe desdoblarse de manera ms elptica y puramente discursiva (Jay, 1993, pg. 212).
Para Jay el modo discursivo de Barthes, puesto que sita plenamente el yo del escritor en
los momentos de la composicin textual, pretende rehuir las contradicciones ontolgicas
que se dan en la narracin autobiogrfica entre el escritor y su sujeto, al tiempo que
representa el abandono de la esperanza teraputica apreciable en S. Agustn, Wordsworth y
Proust. Una vez evaluada la revolucin de la autobiografa de Barthes contra la forma
autobiogrfica misma, Paul Jay postula que siempre se produce una pugna al trasponerse el
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escritor en un texto literario de tipo reflexivo y que dicha pugna se convierte en Roland
Barthes en un nexo privilegiado, productivo y creativo (Jay, 1993, pg. 215). El yo que
figura en esta obra, nos dice, est generado a partir de la contradiccin que se da entre el
escritor y sus ideas, y de esa confrontacin emerge Barthes. Despus subraya lo que
vincula la obra de Barthes a las de carcter ms ortodoxamente autobiogrfico en el
hincapi que hace Barthes en la confrontacin y en la resistencia, en el papel del lenguaje
en la composicin de su sujeto autobiogrfico. As, acercando la obra de Barthes a las
Confesiones de San Agustn nos dice: Barthes descubre, con Agustn, que el saber del
hombre es un despilfarro de las palabras.
Luppi afirma acerca del papel del lenguaje en la composicin del sujeto que el libro de
Barthes pone en prctica por anticipado el abordaje demaniano de la autobiografa como
figura de lectura; el sujeto juega consigo mismo como efecto de lenguaje, como el vaco
que permite tejer una palabra, proponiendo y practicando un uso del lenguaje como origen
de s mismo. (Luppi, 2010, pg. 13)
Tambin aduce en un pasaje anterior que Barthes parte de una desestabilizacin de los
gneros, que en su caso adopta, desde los 60, el tono desafiante de la vanguardia. As uno
de los muchos fragmentos autoreferenciales de Roland Barthes por Roland Barthes matiza
su asertivo ttulo (El libro del Yo) jugando con las posibilidades de cruce entre ensayo y
novela y da cuenta de la tensin irreductible por la cual se define ese yo Todo esto
debe ser considerado como algo dicho por un personaje de novela- o ms bien por varios
(). La intrusin, en el discurso del ensayo, de una tercera persona que no remite, sin
embargo, a ninguna criatura de ficcin, marca la posibilidad de remodelar los gneros: que
el ensayo confiese ser casi una novela: una novela sin nombres propios. (Luppi, 2010,
pg. 8)
Villena en Roland Barthes del yo de hielo al yo incendiado aprecia el libro en otra
lnea y nos confiesa que entre todos los destructores del yo que le resultaban enemigos
salv solo a Roland Barthes, porque le pareca un enamorado secreto de ese yo asediado,
pues estaba a favor del estilo y el estilo- precisa Villena- es una rbrica, algo que no puede
prescindir del ego; en esta lnea admite que puede existir yo escondido, yo elidido, yo
escindido, yo enmascarado, yo excusado, yo preterido y hasta yo flagelado, pero la
muerte del yo es solamente un aspecto que asume el yo vivo. Opina nuestro autor que la
moda del estructuralismo y del Tel Quel era una moda fra y que la semiologa trajo ms
327
calor. Villena entiende que fro significa que el yo finge no estar. Que el yo se parapeta, y
juega a la humildad desde el orgullo. Frente a esta lnea se alza Roland Barthes par Roland
Barthes (1975), cuyas fotografas como prueba la del adolescente, vestido, en la playa con
la leyenda de Nosotros, siempre nosotros no pueden interpretarse como la muerte del
yo. Interpreta que Barthes so en un momento dado con una escritura nueva, menos
construida, basada en el fragmento y en el destello. Lo que le emparentaba tambin con la
novela del Nouveau Roman, empresa (Sarraute, Robbe- Grillet, Duras) de la que Carlos
Puyol ha dicho que era el suicidio de la novela. El autor se detiene a analizar un texto
perteneciente a Roland Barthes par Roland Barthes: La diosa H. El poder de jbilo de una
perversin es siempre subestimado. La ley, la Doxa, la Ciencia no quiere comprender que
la perversin, simplemente, hace feliz; o para precisar mejor, produce un excedente, soy
ms sensible, ms perceptivo, ms locuaz, mejor distrado, etcy en esos ms se aloja la
diferencia (por lo tanto, el texto de la vida, la vida como texto): desde entonces es una
diosa, un rostro invocable, una va de intercesin. Texto en el que ve la lucha entre el
Barthes de la escritura helada (el crtico que desdea al yo) y el Barthes que pugna por
nacer a una escritura clida, relegada por los efluvios del yo mismo; del yo que se siente
confortable. Para Villena Barthes ansiaba exclamar yo.
Barthes, prosigue, estuvo tericamente del lado de los que consumaban la repensada
destruccin de la novela: Pierre Guyotat en Edn, Edn, Edn o en Prostitucin, pero
Villena supone que de haber vivido se hubiese sentido ms reconfortado con una
resucitada, una traidora, Margarite Duras en El amante. (VV.AA., 1993, pgs. 81 y 82)
Los autores de la muerte del yo-pese a que la semiologa intentaba rescatarlo- tuvieron
un logro que hizo furor, convertir el texto en gnero literario. Resultaba, constat en su da
Villena, absurdo y viejo (el texto era una vanguardia) hablar de novela, ensayo o poesa.
Lo que la escritura pergeaba eran textos. Por aquel entonces, se deca, que en el texto no
haba yo porque todo es- pero tampoco se dice nosotros. El texto era palabra sagrada y
como tal fue recibido el libro barthesiano El placer del texto (1973) que sin semejarloinicia la mudanza. En lnea crescente Fragmentos de un discurso amoroso es un ensayo
creativo-fragmento, es una palabra prestigiosa de la escritura- que pugna por decir yo.
Libro, al que ha calificado como caliente, en el que el discurso amoroso (plural) oculta un
singular: yo amo. Villena considera indicativas las frases: Yo no puedo escribirme. Cul
sera ese yo que se escribira? y nos recuerda el estado de indefinicin e inmanencia que
328
late en Fragmentos de un discurso amoroso contra la muerte del yo. (VV.AA., 1996, pgs.
82 a 84)
Villena quiere subrayar de la entrevista que realiz a Barthes y ms tarde public en
Insula una respuesta contundente de Barthes: Mi deseo es hacer ahora una novela. Estoy
cansado de crtica y la confirmacin de lo que el entrevistador ya sospechaba: el
desplazamiento de Barthes hacia s mismo. Luis Antonio de Villena concluye el artculo
con un semblante de Barthes rubricado por una afirmacin sobre La Doxa: Roland
Barthes fue un crtico magnfico que escamote el yo. Y un hombre-que quiso volverse
escritor, novelista que tard en conocer los deleites que el yo le reservaba. El dramaestril, luego vencido-de tener que nombrar la homosexualidad. La Doxa-escribi
Barthes- es un mal objeto porque es una repeticin muerta, que no viene del cuerpo de
nadie, si no es, precisamente, del de los muertos (VV.AA., 1996, pg. 86)
Enthoven seala la conveniencia de preguntarse por el estatuto de aqul que dice
je, cuando habla de la novela, de esta primera persona, de la subjetividad que afirma
cuando habla de su vnculo afectivo con la novela, y de la dificultad misma de escribirla,
aludiendo a las siguientes declaraciones de Barthes (Enthoven, 2010, pg. 53):
Mon lieu affectif, vivant, bien sr, nest pas avec mon pass, il est avec mon present,
dans ses dimensions affective, relationnelle, intellectuelle. Par consequent, si je fantasme
d`crire un roman, le matriau, le seul matriau que je puisse envisager de me donner, c`est
mon prsent, Et ici, tout de suite, un problme qui va orienter le cours de cette anne: peut
on faire du rcit, ou du roman, avec du prsent? comment concilier, comment dialectiser la
distance implique par l`nonciation de l`criture d`une part, et d`autre part la proximit,
lemportement du prsent, qui est vcu mme l`aventure? Parce que le prsent cest ce
qui colle, cest ce qui colle moi, comme si on avait le nez sur le miroir. Et si on a le nez
sur le miroir, on ne peut pas voir ce qu`il y a dedans, ou on le voit d`une faon difficile.
Donc le prsent, pour quelquun qui veut crire, a revient avoir le nez coll la page.
Or, comment crire longuement, couramment- puisque c`est ainsi que je fantasme le
roman, comme une criture longue, comment crire longement, couramment, d`une faon
courante, coule, en ayant un oeil sur la page
cours au Collge de France, 1977-1978, coll. Traces crites, Seuil, citado por Enthoven)
ric Marty piensa que es un je que esconde un il en el fondo. Para Barthes el je
de Proust, era un je que era la mscara para un il. El il aparece muy frecuentemente
329
en el curso, Barthes le da nombres, como scripturus nombrando aqul que quera escribir
una novela. Pues ese je es tambin un je alegrico, en un sistema de parole muy
complejo y mltiple, y que en todo caso, no es de ningn modo Roland Barthes como
individuo emprico, sino el enunciador, el escritor. (Enthoven, 2010, pg. 55)
Carles Besa Camprubi en La recherche de Barthes aproxima las escrituras de Proust y
Barthes en torno a la autoproteccin del yo. Podra decirse, afirma, que Barthes se
exhibe en la medida en que disimula sus intenciones egostas bajo el escudo del
metalenguaje cientfico, como si no pudiera despojar a su yo de toda secuela romntica
ms que recurriendo al lenguaje axiomtico, disolviendo al sujeto en su idea. De ah,
prosigue, la impresin de distancia que percibe el lector ante sus ltimas obras. As, en
Fragmentos de un discurso amoroso- que se presenta como un diccionario de las figuras
del amor- el yo personal da paso constantemente al yo filosfico a travs del aparato tutelar
de las citas y las referencias a Goethe, Freud o Lacan. Besa Camprubi, como ejemplo de
este procedimiento, cita Roland Barthes par Roland Barthes, obra en la que el autor se
designa a s mismo utilizando principalmente la tercera persona y el presente de indicativoel tiempo de la generalizacin-para intentar convencernos de que lo que leemos no relata
una experiencia singular, sino comn o compartible. Besa Camprubi tambin pone de
relieve el uso de Barthes de la mxima como otro recurso de Barthes para ocultar su
presencia. Ello no significa que Barthes no sea consciente de la mala prensa de que goza el
gnero de la mxima: su uso, indisociable de la ideologa clsica- del Logos y la Doxa que
tanto pretende aborrecer Barthes-, parece comulgar con una idea esencialista del hombre a
la que es difcil subscribirse en nuestros das. Ante tal contradiccin-apunta Besa- Barthes
parece haber sentido la necesidad de justificarse al final de su autobiografa, donde arguye
una razn emotiva: yo escribo mximas para tranquilizarme: cuando una preocupacin
sobreviene, yo lo ateno remitindome a una fijeza que me sobrepasa. Desde esta
perspectiva, infiere Besa, el salto del yo al nosotros o al on expresara la necesidad
de dotarse de un calmante contra el miedo o el desasosiego personales. (J.Bueno, 1996,
pg. 300)
Vicenta Hernndez lvarez en El yo en el texto: el estilo como posibilidad de un
psicoanlisis textual resalta la importancia de las teoras de Lacan tanto respecto al sujeto
como a la prctica de una escritura fragmentaria:
330
el que produce una Obra, sino la estructura formal del texto- los protocolos de produccin
y de enunciacin que ella forja-, la que produce a la vez los enunciados y los sujetos que
sern los soportes. (Rda Bensmaa, 1986, pg. 81)
Bensmaa analiza entre las repercusiones de la renuncia a la economa del Sujeto la
reconsideracin de la categora clsica de pensamiento, bajo la idea de que, desde el
momento en que el discurso del ensayista no descansa sobre la identidad y la cohesin
previas de un Sujeto o sobre la unicidad de un Principio, es la categora de pensamiento
misma la que se encuentra a su vez puesta en cuestin y subvertida: El ensayo no se
presenta ya como un texto homogneo que expone un pensamiento, sino como una
mquina literaria destinada a producir efectos o como dice Roland Barthes, como un
pensamiento de los efectos. (Rda Bensmaa, 1986, pg. 88)
El RETORNO DEL SUJETO.
Claude Coste en El regreso del sujeto sostiene que el regreso del sujeto anunciado ya
en el artculo Las salidas del texto se inscribe en un movimiento general a cuya cabeza
puede citarse al mismo Foucault con su artculo Autorretrato. El regreso viene facilitado,
a su juicio, porque la Teora del Texto deja un lugar importante al sujeto, el aquello
habla no excluye un yo hablo; esta cohabitacin paradjica se expresa en la estela del
concepto de genotexto elaborado por Julia Kristeva, cuya reflexin sobre la significancia
dar lugar a una de las raras influencias que Barthes reconoce en su obra, incluso si su
propio trabajo consiste en simplificar y reinvertir afectivamente los conceptos- las
palabras que le parecen. Claude Coste sintetiza esclarecedoramente los conceptos de
fenotexto y genotexto: el primero es el texto actualizado, escrito segn los cdigos
culturales; el genotexto reagrupa el conjunto de los procesos de generacin que testimonian
la presencia sensible del escritor en el juego de los significantes. Segn Coste, esta anttesis
est en el origen de la oposicin barthesiana entre texto de placer y el texto de goce. Al
texto de cultura se opone el texto que deconstruye la cultura; tras el uso que hace Barthes
de los trminos apartndose de su modelo, Claude Coste delimita el influjo ejercido por
Kristeva en dos puntos: la presencia del cuerpo y la dinmica de una productividad.
Barthes extiende el campo de aplicacin de la significancia abrindolo a la totalidad de lo
sensual y reduce su aportacin reconduciendo el genotexto a la idea, muy antigua en l, de
evaluacin fundadora como manifestacin de la existencia y de la creacin artstica (Coste,
1998, pp. 163 y 164)
332
persona objetiva (II 420). La relacin del enunciado a la enunciacin que permiten los
shifters parece contener la cuestin en el campo cerrado de la escritura sin reparar en la
subjetividad exterior. Para salir del cierre, es necesario pasar por un rechazo del
objetivismo positivista. As, la nueva subjetividad se construye un poco por defecto, menos
por ella misma que contra ciertas ilusiones. La causa del sujeto, aduce Coste, progresa por
el absurdo: si el texto histrico no puede adornarse con la buena conciencia de la
subjetividad para hacer estructuralmente contrapeso a los errores del positivismo. Ya que
pretender que la historia parece contarse sola (II 420) manifiesta pura y simple ilusin.
El positivismo, prosigue argumentando, cree en la desaparicin completa del sujeto y del
significado ante el referente. Lo que muestra Barthes es que el significado es inalienable en
el discurso histrico; se deducir que es necesaria una forma de sujeto para asumir (o
rehusar asumir) la eleccin de las palabras y la seleccin de los sucesos. (Coste, 1998,
pg. 172)
Finalmente Coste dirige su atencin tambin a la nueva subjetividad procedente de la
teora del texto, afirmando que la nueva subjetividad se ha manifestado sobre todo por lo
que ella no era, esencialmente el sujeto psicolgico y unitario de la filosofa clsica. Ligada
a la significancia como til de de-construccin, el detalle da al sujeto la ocasin de
producirse sino delante al menos en el fondo de la escritura. (Coste, 1998, pg. 173)
Observamos que en los ltimos tiempos Barthes se aferr a la literatura y a la escritura
para honrar la memoria de su madre y depararle una forma de subsistencia in futurum. A
su juicio, ella necesitaba un lugar en aqullas precisamente por no haber escrito, de lo que
se infiere que en este momento es la nica instancia garante de inmortalidad para l. As
en Diario de Duelo expresa su voluntad de no pasar pgina:
Escribir para acordarse? No para recordarme, sino para combatir el desgarramiento del
olvido en cuanto que se anuncia absoluto. El -pronto- ya no hay ninguna huella, en
ninguna parte, en nadie.
Necesidad del Monumento
Memento illam vixisse (Barthes, 2009, pg. 125)
335
pregunta por el ser de la literatura. Adems, dedica un pasaje a Bachelard al que no cita en
Sur Racine, pero que algunos consideraron como fuente de inspiracin para Michelet par
lui mme (influencia negada por Barthes). En cambio, en este ensayo que podramos
considerar como un borrador de Histoire o litterature? ni menciona a Mauron,
representante de la psicocrtica y acreedor de Barthes, ni atribuye logro literario alguno
al psicoanlisis, de cuyo vocabulario se servir para escribir Sur Racine; aunque aprecia el
avance que ha experimentado esta corriente, enumera autores que han sido estudiados bajo
esta perspectiva sin especificar ni el autor ni el ttulo de la obra con la salvedad del estudio
de Baudelaire por Sartre:
Hay actualmente en Francia un afinamiento todava ms notable de la crtica psicolgica.
La crtica propiamente psicoanaltica no depende de la literatura, porque para ella, la obra
de arte no es ms que el material de un psico- diagnstico que apunta a definir la neurosis
del escritor. Es as que a travs de sus obras se ha psicoanalizado a Racine, Hugo,
Baudelaire, Mallarm; pero sobre este punto, el estudio ms convincente, marcado por el
genio mismo del autor, es todava el anlisis que Freud ha hecho de La Gradiva de Jansen,
porque es la cualidad misma de una novela la que es explicada y no solamente su
significacin neurtica
En este ensayo apreciamos la presencia de uno de los rasgos de estilo que Susan Sontag
detecta en la estructuracin de los escritos de Barthes, el estilo codificador, frontal, del
discurso intelectual francs, una rama de la tctica retrica que los franceses llaman, sin
mucha precisin, cartesiana. Sontag admite que, aunque algunas de las clasificaciones que
emplea Barthes son normales, muchas son inventos ideados por el propio Barthes con el
fin de fundar un argumentoLas taxonomas de Barthes nunca son estticas. A menudo el
fin consiste precisamente en que una categora subvierta a la otra. Susang Sontag considera
que estas clasificaciones son poco elegantes, hacen hincapi en la naturaleza tercamente
explcita del discurso, y son mucho ms poderosas como instrumentos para darse algo que
decir. (Susan Sontag, 1983 pgs. 339 y 340)
Dcadas ms tarde Barthes vuelve a hacer referencia a las corrientes crticas que en el
pasado conoci y constata como se han extinguido en el momento en que imparte los
cursos y seminarios en el Collge de France (1978-1979 y 1979- 1980):
Hace diez aos, habra podido hacer sobre la crtica literaria una exposicin actual y
animada. Esa crtica, rica y diversa: marxista (Lukacs, Goldmann), temtica (Bachelard,
337
de la nueva crtica. Se la denomina crtica temtica porque sus seguidores consideraban que el tema de la obra era un indicio muy significativo del peculiar universo mental del autor. Creen que el sentido de la obra no se agota en la investigacin
cientfica y buscan acercarse a la obra con una actitud de simpata que les permita
captar, no las estructuras objetivas, sino las subjetivas, las que tienen que ver con el
impulso creador del autor, pues se proponen recrear la experiencia creadora y llegar
as hasta el yo profundo del escritor. En este tipo de crtica- cuya afinidad con la estilstica idealista resulta evidente- destacan: Georges Poulet y Jean Starobinski.
Pensamos que Vias ha intentado resolver el puzle que componan las diversas
corrientes crticas agrupadas bajo el trmino de nouvelle critique de una manera
artificiosa en aras, tal vez, de una mayor claridad. Pero el panorama crtico era realmente
complejo y no reductible a una frmula binaria. Esta clasificacin hace caso omiso de la
existencia incluso de varias crticas temticas y su vinculacin en mayor o menor grado a
Bachelard, al que generalmente se encasilla dentro del psicoanlisis. Anne Clancier en
Psicoanlisis de la crtica literaria nos advierte: al abordar el estudio de la crtica
temtica conviene no caer en dos errores: uno, que la crtica temtica es solamente una; y,
segundo que procede exclusivamente de Bachelard. (Clancier, 1979, pg. 194)
El aunamiento de la crtica marxista, estructuralista y psicoanaltica, que hace Vias,
tambin lo practica R. Selden en Historia de la crtica literaria del siglo XX pero haciendo
gravitar el psicoanlisis en torno a Lacan y subrayando la crtica que ejercieron Lacan y el
marxista Althuser contra el estructuralismo del que haban recibido influencias. Ubicando
la transicin del estructuralismo al postestructualismo en el proceso mediante el cual una
metodologa bastante unificada se disgreg en una pluralidad de enfoques tericos. Dentro
de esta diversidad, el marxismo y psicoanlisis seran, junto a la deconstruccin, las dos
posturas ms importantes. (Selden, R., 2010, pg. 227)
Para poder establecer una delimitacin precisa no se debera hacer abstraccin del
factor cronolgico ni tampoco olvidar que corrientes como el psicoanlisis tuvieron una
340
dilatada existencia. Dentro del psicoanlisis anterior a 1950 tambin podemos hablar de
varios tipos de crtica: Mauron, creador de un mtodo literario que en 1948 se denomin
psicocrtica tuvo cuidado en distinguir lo que separaba su psicocrtica de los otros tipos de
crtica que utilizaban ms o menos el psicoanlisis, de los que ha tomado nota Anne
Clancier: Entre ellos (Mauron) indica estas tres direcciones principales: por una parte, las
obras de patografa donde el escritor y su obra son considerados como parte del material
que permite comprender mejor ciertos mecanismos psicolgicos, tal es el caso de los
ensayos de Ren Laforgue, en particular de su obra El fracaso de Baudelaire. Por otra
parte, los estudios de la psicobiografa que unen estrechamente la obra y la vida del creador
e intentan aclarar la una por la otra. El primer ejemplo de este gnero fue el de Edgar Poe
de Marie Bonaparte. La redaccin de esta obra fue seguida de cerca por Freud que la
aprob e hizo su prlogo. Por ltimo, un tercer tipo de crtica psicoanaltica que ha salido
ms bien de los trabajos de Jung que de Freud, a continuacin los de Charles Badouin y de
Gaston Bachelard en Francia, que se interesa sobre todo por la prolongacin del mito
colectivo en la obra individual. Los numerosos estudios contemporneos de crtica
temtica han nacido de sta lnea. (Clancier, 1979, pg. 242)
Vias es de los crticos que sealan de forma ms temprana el surgimiento de la
polmica entre Roland Barthes y Raymond Picard pues sita el origen del conflicto en el
trabajo de Barthes El grado cero de la escritura (1953) donde el autor, en tono irreverente
acusaba a la crtica universitaria de valorar los textos en funcin del trabajo que
conllevaban. (Vias Piquer, 2007, pg. 434)
La polmica contra Picard fue la ms significativa y la que alcanz mayor repercusin en
los medios. No obstante, constatamos que, en otras ocasiones, concretamente en 1955
Barthes haba arremetido temerariamente contra la que l denominaba la crtica burguesa,
que haba juzgado severamente la obra teatral de Jean Paul Sartre titulada Nekrasov, stira
abierta de la gran prensa anticomunista. Barthes sera uno de los pocos crticos a su favor.
Jean Louis Calvet nos informa de que la pieza de Jean Paul Sartre caus un gran
escndalo: tomando una posicin en favor del partido comunista, atacando a la prensa de
derecha y su propaganda anticomunista a travs del personaje Jules Palotin, director del
Soir Paris, evidente caricatura de Pierre Lazareff y de France Soir, Sartre se atrajo las
crticas negativas de la inmensa mayora de los medios de prensa; especialmente cidas
fueron las crticas de Paris Match, de LAurore o de Le Figaro. La reaccin de L`Express,
341
como indica Calvet, fue ms inesperada. En l Franoise Giraud, que no sola escribir
comentarios teatrales, pero estaba vinculada con Lazareff, escribi un artculo demoledor.
En palabras de Simone de Beauvoir, citada por Calvet, Franoise Giraud se hizo invitar y
rpidamente se convirti en la crtica dramtica de L`Express, despus de la renuncia del
crtico precedente. vidamente dej por los suelos a Nekrasov y casi todos los peridicos
siguieron el ejemplo. No obstante en L`Express existan posturas divergentes que, en
protesta, presentaron su dimisin. En una carta personal Franoise Giraud, 29 de enero de
1990, de la que Calvet extrae un fragmento, se refiere a aqul momento negando que se
sintiera afectada por la polmica desatada: Tengo muy pocos recuerdos sobre ese
particular. Me acuerdo de que estuve en una de las primeras representaciones y que la
pieza me pareci francamente mala, con esa caricatura de Lazareff tan fuera de lugar
Pero en aquella poca no se atacaba a Sartre sin atraerse todos los rayos del cielo. Sartre
era sagrado y de su pluma slo podan salir perlas. Si se deca lo contrario, uno era
inmediatamente clasificado entre los cerdos de derechas vendidos al imperialismo. As y
todo, he publicado esas pocas lneas en L`Express que causaron un poco de alboroto. Eso
es todo lo que puedo decir. (Calvet, 1992, pgs. 150 y 151)
Simone de Beauvoir, refiere Calvet, comentara: Una pieza puede desafiar a los crticos
cuando cuenta con los favores de la platea; ese es el caso del teatro de Anouilh: gusta a los
ricos. Pero Nekrasov fustiga precisamente a la gente que asegura buenas entradas. Los que
fueron a ver la pieza se divirtieron pero se juraron decir a sus amigos que se haban
aburrido. La burguesa digiere, con el pretexto de la cultura, no pocos insultos: esa espina
se le haba quedado clavada en la garganta. Nekrasov slo tuvo sesenta representaciones.
(Ibd.)
Jean Louis Calvet cita entre los intelectuales que defendieron la obra a Jean Cocteau, a
Gilles Sandier y a Roland Barthes. Pero se pregunta si a ste ltimo le gust la pieza o bien
quiso acudir en auxilio de un autor que estimaba desde haca mucho tiempo y que
consideraba atacado por la burguesa. Este bigrafo de Barthes recoge el testimonio de
Bernard Dort en el que declara que tanto l como Barthes haban apreciado realmente
Nekrasov y que vean en ella el nacimiento de una comedia satrica francesa en la lnea de
Brecht, testimonio del que se separa Calvet sugiriendo que Barthes estaba buscando
blancos que atacar y comparando la actitud de Barthes en este tema con la que manifest
frente a Poujade, que se encontraba en pleno ascenso en aquella misma poca y se diriga
hacia un xito electoral en enero de 1956. En Les Lettres Nouvelles Barthes haba
342
publicado una crnica en la que lo atacaba Poujade y los intelectuales, recogida luego en
Mitologas; su defensa de Nekrassov as como su ataque a Poujade, afirma Calvet,
constituyen una vez ms su manera particular de elegir su campo, que es resueltamente
antiburgus. (Ibd.)
Centrndonos en el artculo escrito sobre Nekrasov observamos que Barthes llega a
suprimir en una ocasin el trmino de crtica insinuando que en el rechazo de esta obra
subyacera, en nuestra opinin, una lucha de clases:
La bourgeoisie a toujours eu une ide trs tyrannique mais trs selective de la ralit: est
rel ce quelle voit, non ce qui est; est rel ce qui a un rapport immediat avec ses seuls
intrts
Barthes le reprocha, sobre todo, a la crtica el haber disfrazado las razones autnticas de
su rechazo hacia la obra y, por consiguiente, la acusa de hipocresa. Adems,
sobredimensiona el fracaso al calificar la crtica negativa sobre Nekrasov como ejecucin
legal de Sartre. Barthes, consciente de su exceso verbal, justifica el uso de este trmino
atribuyndole (en un inciso explicativo, que supone una brusca ruptura del tono) una gran
importancia comercial a la crtica. Cabe afirmar que, por medio del humor intelectual y de
la acentuada dramatizacin, est caricaturizando y mofndose de la crtica que ha evaluado
a Sartre. Dudamos de que a Sartre, a esta altura de su trayectoria profesional, le preocupase
tanto el devenir de su obra como objeto de consumo. Encontramos, adems, rasgos de
humor no solo en la acentuacin de los contrastes sino en la ingeniosidad de algunos de sus
adjetivos como crypto-ractionnaire y en el plano fnico en las aliteraciones producidas
por la repeticin de participios:
Au moment mme o l`on excutait Sartre (et l`on sait l`importance commerciale de la
critique), on pleurait abondamment sur lui: on pourrait mesurer l`anticommunisme de
chaque critique au bruit de ses sanglots: atterre, attriste, consterne, vous reconnatrez l
la presse d`extrme- droite ou crypto-ractionnaire. La solicitude de nos critiques envers
Sartre est si grande, qu`aprs l`avoir excut, on va mme jusqu`a lui refaire gentiment sa
pice. (Barthes, Nekrasov juge de sa critique, Thtre populaire, n 14, juillet-aot
1955)
Despus de haber desenmascarado a la crtica procede a desenmascarar las palabras
que ocultan las preferencias de aquella:
343
Nekrasov et t sauv et cajol, s`il s`tait agi d`une pice ambige (ce qu`on appelle:
complexe), d`une pice inoffensive (ce qu`on appelle: impartiale), dune pice dgage (ce
qu`on appelle: littraire). Malheureusement, Nekrasov est une pice politique, rsolument
politique, d`une politique que l`on n`aime pas, et c`est pour cela qu`on la condamne.
Barthes fustiga lo que l llama crtica eterna con motivo de la defensa de Nekrasov por
recurrir, aun cuando el mvil autntico de la condena de la obra era de ndole poltica, a los
siguientes argumentos:
-Al mito de la separacin de gneros, que daban por muerto pero cuya muerte a medida
permite su resurreccin en aras de una santa causa.
-La invocacin al buen gusto literario subrayando en Nekrasov presuntas faltas de gusto.
-La moral y la psicologa de las esencias burguesa. Segn la cual, Nekrasov ignora la
coartada psicolgica de una naturaleza humana compleja, donde el bien y el mal se
entremezclan inextricablemente, lo que autorizara desde hace siglos todas las pasividades y
todas las palinodias. (Barthes, 1993, Oeuvres compltes, pg. 502-506)
Respecto a la tendencia crtica, Wahnn sostiene que en realidad Barthes no perteneca
del todo a ninguno de los bandos en conflicto. Si Barthes tuvo que elaborar su propio
mtodo crtico entre estructural y psicoanaltico, fue en realidad por su falta de sintona
tanto con los presupuestos de la crtica tradicional, positivista, como con los de la moderna
crtica interpretativa que, a su juicio, eran muchas veces los mismos. El objetivo de la
crtica no era solo la crtica universitaria sino que apuntaba tambin a la crtica
psicoanaltica y la sociolgica representadas respectivamente por Charles Mauron y Lucien
Goldmann. (Wahnn, 2005, pg 105-116)
Wahnn establece que los primeros signos de discrepancia con estas dos corrientes
crticas datan de 1959, fecha de la publicacin en Politica del artculo Nuevos caminos de
la crtica literaria en Francia, donde Barthes comentaba el libro de Lucien Goldmann
sobre Racine, El hombre y lo absoluto. El dios oculto. En su exposicin Barthes identific
las limitaciones de la crtica literaria sociolgica y las de la crtica literaria en su conjunto.
Dichas limitaciones, prosigue Wahnn, tenan que ver con la fidelidad de los crticos a una
idea heredada del siglo XIX: la de que existira siempre una relacin entre la obra literaria
y un ms all de ella misma.
344
Et toutes significations tant reconnues prsomptives, comment ne pas prfrer celles qui
se placent rsolument au plus profond de la personne (Mauron) ou de monde (Goldmann),
l o on a quelque chance d`atteindre une unit vritable? (Barthes, 1963, pg 151)
Consideramos que el pasaje citado por Wahnn como demostrativo de la crtica
Barthesiana a Goldmann es ambivalente. Pues si bien considera que Goldmann ha
incurrido en un error de planteamiento recurriendo al postulado analgico que tanto
desaprobaba Barthes, lo expresa en trminos ms propios de una queja que de una protesta
al emplear las palabras mme y cde:
Mme Goldmann, si soucieux de multiplier les relais entre l`oeuvre et son signifi, cde
au postulat analogique: Pascal et Racine appartenant un groupe social politiquement
du, leur visin du monde reproduira cette dception, comme si l`crivain n`avait d`autre
pouvoir que de se copier littralement lui-mme.(Barthes, 1963, pg. 153)
Seguimos el criterio de Wahnn en la apreciacin de que desde el punto de vista de
Barthes, la adscripcin de Racine al gnero trgico no poda explicarse en funcin de
causas o motivaciones biogrficas, sino ms profundamente estticas.
Aunque Barthes no pertenezca a ninguna de las dos crticas, discrepamos de la autora en
la opinin de que el artculo Las dos crticas fuese escrito para oponer ambas a una
tercera crtica, pues Barthes es por naturaleza ms proclive a aceptar la pluralidad y
colaboracin enriquecedora de crticas que el predominio excluyente de alguna. En todo
caso creemos que pide carta de ciudadana para la crtica fenomenolgica, la crtica
temtica y la crtica estructural.
Recordamos algunos de los pasajes que escribi Barthes en su artculo La crtica ni-ni
de Mitologas:
Por supuesto, esta hermosa moral del tercer partido termina necesariamente en una
nueva dicotoma, tan simplista como la que se pretenda denunciar en nombre de la
complejidad. Si, es posible que nuestro mundo sea alternado; pero lo seguro es que para
esta escisin, no existe tribunal. Los jueces no estn a salvo, tambin ellos estn
completamente metidos en nuestro mundo (Barthes, 1957, p. 148)
346
Toda libertad concluye siempre por reintegrar alguna coherencia admitida, es decir un
a priori. La libertad del crtico no consiste en rechazar una tendencia (imposible!), su
libertad radica en mostrarla o no. (Barthes, 1957, pg. 149)
Aos ms tarde en su obra Lo Neutro. Notas de Curso y seminarios en el Collge de
France, 1977-1978, Barthes responder a la acusacin de existir contradicciones entre su
artculo titulado la crtica ni-ni y su defensa de lo Neutro. As, escribe sobre una carta que
ha recibido: en 1956, desacredito el ni-nismo y en 1978 tiendo (aparentemente) a hacer el
elogio de lo Neutro. Qu sucede? Contradiccin? Por esta vez, no ir a la deriva, sino
que responder es decir tomar partido sobre la relacin entre el ni-nismo y lo Neutro.
Dice que lo Neutro tiene relaciones con el ni-nismo y, sin embargo, es absolutamente
diferente:
1) El ni-nismo: ninguna radicalidad, conducta social, tctica: expresin interesada de
una posicin poltica=retrica (persuasin) de esta posicinretrica del
balanceopero en el balanceo nnico, hay en realidad un resto: bajo la retrica nini, hay finalmente una opcinun gran rgano de prensa de la retrica ni-ni: Le
Monde: balanceo perpetuo; pero lo que Le Monde balancea no es la custodia, sino
la frula: un golpe a la derecha obliga a un golpe de izquierda y
recprocamente=retrica del maestro sadiano: castigar de ambos lados para gozar
dos vecesun resto=el goce; en Le Monde hay un resto: una impresin de centro
izquierda (vanse los editoriales de Fauvet)pequeo trabajo hecho con
estudiantes norteamericanos (antiguo): artculo sobre la universidad: rasgos por /
rasgos contrahaba finalmente un rasgo de ms de un ladose ve la mitologa:
gran diario imparcial y, sin embargo, gran figura moral del juez: imparcial y
partidario (cuestiona aqu no una opcin sino una retrica)lo Neutro no es social
sino lrico, existencial: no es apropiado para nada, y mucho menos para persuadir
de una posicin, de una identidad: no tiene retrica; el ni-ni sostiene el discurso del
amo: sabe, juzga lo Neutro no sabe podra decirse, para retomar categoras
nietzschianas: el ni-nismo es afirmativo-reactivo lo Neutro es negativo-activo.
Termina su exposicin calificando el ni-nismo como la copia-farsa de lo Neutro.
(Barthes, 2004, pg. 131)
347
misma causa que en Las dos crticas adujera para el abandono de esta cuestin: En
verdad, se ve mal que se pueda emprender una historia de la literatura sin que uno se
interrogue en primer lugar sobre su ser mismo. Qu puede ser, literalmente, una historia
de la literatura, sino la historia de la idea misma de literatura? Esta especie de ontologa,
recayendo sobre uno de los valores menos naturales que existen, no se encuentra en
ninguna parte. Y esta laguna, no se percibe inocente: si uno se interroga minuciosamente
sobre los accidentes de la literatura, es que su esencia no plantea dudas; escribir parece tan
natural.De ah, en tantos historiadores literarios, tal frase inocente, tal inflexin de
juicio, tal silencio, destinados a testimoniar este postulado: que nosotros debemos descifrar
Racine, no en funcin de nuestros propios problemas, sino por lo menos bajo la mirada de
una literatura eterna, de la que se pueden discutir los modos de aparicin, pero no el mismo
ser. (Barthes, 1963, pg. 145)
El crtico para Barthes tiene que admitir que su objeto mismo bajo su forma ms general,
es la literatura, que se le resiste o que le huye, no el secreto biogrfico de su autor.
Tambin critica el postulado de la analoga que es una prueba del compromiso
ideolgico de esta crtica y que implicara la certidumbre de que escribir nunca es nada
ms que reproducir, copiar, inspirarse en, etc., A lo que Barthes objeta que la similitud no
es en modo alguno la relacin privilegiada que la creacin mantiene con lo real. La
imitacin tiene caminos tortuosos; tanto si se la define en trminos hegelianos como
psicoanalticos o existenciales, una dialctica poderosa distorsiona incesantemente el
modelo de la obra, lo somete a fuerzas cuyo valor debe ser establecido no en funcin del
propio modelo, sino del lugar que ocupa en la organizacin general de la obra. Barthes
reprocha a la crtica universitaria el que al centrarse en el detalle, se expone al riesgo de
ignorar el sentido funcional. (Barthes, 1977, pgs. 295 y ss.)
Barthes descarta que el rechazo implcito de la crtica universitaria hacia la otra crtica
responda al temor frente a lo nuevo y explica que el psicoanlisis ha sido reconocido por
esta crtica porque la crtica psicoanaltica sigue practicando una esttica de las
motivaciones fundada por completo en la relacin de exterioridad. Para Barthes la llamada
crtica universitaria es permeable a nuevas corrientes y tendencias crticas que no
practiquen un anlisis inmanente de la obra y, por tanto, podr acoger en su seno a la
historia (incluso si se hace marxista), la psicologa (incluso si se hace psicoanalista). Lo
que quedara proscrito por la crtica universitaria sera la crtica fenomenolgica (que
350
explicita la obra en lugar de explicarla), la crtica temtica (que reconstruye las metforas
interiores de la obra) y la crtica estructural (que considera la obra como un sistema de
funciones). (Barthes, 1977, pg. 298)
En este ensayo Barthes hace alusin a la acogida que ha recibido la obra de Mauron en
el mbito universitario en trminos aparentemente objetivos, pero lejanos al homenaje, a
nuestro juicio, algo ambiguo que le tributa en su obra Sur Racine. Por ello, no nos resulta
sorprendente que Ren Pommier en su obra Le Sur Racine de Roland Barthes se refiera a
Charles Mauron y, menos comprensiblemente, a Lucien Goldmann como los dos grandes
rivales de Roland Barthes y objete que no mencione en su lugar algn crtico perteneciente
a la llamada crtica universitaria: Nada ms que sobre Racine, se podra ya establecer una
bibliografa bastante larga con los libros y los artculos que es absolutamente intil
leerLos dos grandes rivales de Roland Barthes, Charles Mauron y Lucien Goldmann,
son tan incapaces como l de ensearnos algo sobre la tragedia raciniana. Despus de
sealar los fallos que, segn cree, presentan dichos estudios, los absuelve del grado de
necedad imperante en la poca. (Pommier, 1988, pg. 407)
Despus, Barthes baraja diversas razones que pueden explicar la aversin de la crtica
universitaria al anlisis inmanente, reconociendo que, por el momento, solo pueden ser
conjeturas: quiz sea por sumisin obstinada a la ideologa determinista, que exige que la
obra sea el producto de una causa, y que las causas exteriores sean ms causas que las
dems; quiz tambin porque pasar de una crtica de las funciones y de las significaciones
implicara una conversin profunda de las normas del saber, es decir, de la tcnica, es
decir, de la profesin misma del universitario. (Barthes, 1977, p. 299)
Finalmente, tal vez, buscando la complicidad de cierto sector de los lectores opone la
seleccin elitista universitaria a la apertura popular de un mtodo ms accesible al gran
pblico (ntese que en su obra Crtica y verdad abandona este populismo):
No hay que olvidar que, dado que la investigacin an no se ha deslindado de la
enseanza, la Universidad trabaja, pero tambin otorga los ttulos; necesita pues una
ideologa que se articule en una tcnica suficientemente difcil como para constituir un
instrumento de seleccin; el positivismo le proporciona la obligacin de un saber vasto,
difcil, paciente; la crtica inmanente-al menos eso le parece- solo pide, ante la obra, una
capacidad de asombro, difcilmente mensurable: se sorprende pues que vacile antes de
transformar sus exigencias. (Barthes, 1977, pg. 299)
351
352
El aserto de Barthes de que Toda crtica debe incluir en su discurso (aunque sea del
modo ms velado y ms pdico) un discurso implcito sobre s misma; toda crtica es
crtica de la obra y crtica de s misma; para utilizar un juego del palabras de Claudel, es
conocimiento del otro y co-nacimiento de s mismo en el mundo nos parece lo ms
destacable del ensayo por su claridad meridiana, por no estar concebida meramente para
abrir fuego contra otras corrientes crticas y porque su sencillez le confiere mayor realce, al
contrastar con su estilo habitual un tanto ampuloso. Se apoya Barthes en una cita de
Claudel de gran fineza y sutilidad para dar un paso ms al frente. As si Claudel habla de
co-nacimiento, Barthes habla de crtica de s misma, olvidando el viejo principio de que no
se puede ser juez y parte en una causa.
Seguidamente enuncia cul debe ser el objeto de la crtica, que ms tarde reiterar en
Crtica y verdad y otros escritos: El objeto de la crtica no es el mundo, es un discurso,
el discurso de otro: la crtica es discurso sobre un discurso; es un segundo lenguaje, o
meta-lenguaje (como diran los lgicos), que se ejerce sobre un lenguaje primero (o
lenguaje- objeto)Porque si la crtica no es ms que un meta-lenguaje, ello equivale a
decir que su tarea no es en modo alguno la de descubrir verdades, sino slo valideces
(Barthes, 1977, pg. 304). En s, un lenguaje no es verdadero o falso, es vlido o no lo es:
vlido, es decir, que constituye un sistema coherente de signos. Las reglas que condicionan
el lenguaje literario, no afectan a la conformidad de ese lenguaje con lo real (sean cuales
sean las pretensiones de las escuelas realistas), sino tan solo en su sumisin al sistema de
signos que el autor se ha fijado (Barthes, 1977, pg. 305)
Todorov en su obra Critica de la crtica tras apuntar al efecto profilctico que pueda
haber tenido el discurso de Barthes en la atmsfera de arrogancia que caracteriza la
comunidad intelectual, se interroga retricamente sobre el significado del renunciamiento
al discurso que tiene la verdad como horizonte y si ha de verse all algo distinto al
relativismo generalizado. Finalmente, reconoce preferir los libros ms personales de
Barthes. (Todorov, 1984, pg. 79)
Sabemos que el mismo Barthes era consciente de sus vaivenes que justific en cierta
medida en los cursos y seminarios del Collge de Francia:
Quiero sealar de paso que cambiar es un acto que plantea muchos problemas a la
Doxa; la infidelidad es siempre mal vista, aunque se la pueda denominar conversin. Lo
que la Doxa admira es la fijeza, la resistencia de la opinin (por qu? Tal vez, resto de la
353
354
con la cual la literatura tendra que vrselas es una verdad de adecuacin (Charlus, es el
conde de Montesquiou), la rehsa, y piensa que la crtica no tiene que ocuparse de ella;
ciertamente; pero la literatura no ha aspirado nunca a ese tipo de verdad, y la novela de
Proust es verdadera en otro sentido de la palabra (que no ignoraba Spinoza cuando se
interrogaba sobre la verdad de la Biblia).
Por ltimo tambin deja entrever Todorov que no le bastan las razones que aduce
Barthes para separar crtica y verdad: La coexistencia actual de muchas ideologas, de
muchos puntos de vista, parece a Barthes una razn suficiente para que la crtica renuncie
para siempre a hablar en nombre de principios verdaderos. (Todorov, 1984, pg. 76)
Cuando los artculos Las dos crticas y Qu es la crtica? se publicaron al ao
siguiente en Essais critiques la primera reaccin se produjo. En una resea que apareci en
Le Monde (16 de marzo de 1964), Raymond Picard, profesor de la Sorbona calific esta
disertacin como una ftil e irresponsable difamacin que poda conducir al lector
extranjero a error sobre la Universidad francesa.
Culler sugiere tmidamente que Picard puede haberse sentido molesto por la alusin que
hace Bartes sobre l en un ensayo que Picard no menciona, Histoire ou littrature, en Sur
Racine. All Barthes crtica con agudeza las fallas de varios libros sobre Racine, incluida la
tesis doctoral de Picard, La Carrire de Jean Racine- una entre muchas obras
admirables que sirven a una causa confundida (p. 167 Sur Racine citado por Culler,
1987, pg.74)
ric Marty en Roland Barthes, el oficio de escribir considera Sur Racine como uno de
los objetos intelectuales ms simblicos de la crisis de la Universidad cuya culminacin
seran de algn modo los sucesos de 1968: crisis institucional (los nuevos saberes se
constituyen fuera de los mbitos universitarios), crisis del mandarinato (ese libro pone en
entredicho la autoridad del saber de los mandarines), crisis intelectual (Racine ya no es
Racine). El alcance subversivo del libro le confiere, a su juicio, un fuerte valor simblico
que no tienen las obras estructuralistas. Al tiempo destaca su vala derivada de inscribirse
en un proceso de la cultura patrimonial por la modernidad. Finalmente ric Marty pone de
relieve los lazos de anticipacin que tiene Sur Racine con el ltimo Barthes, en especial el
de Fragmentos de un discurso amoroso. (Marty, 2007, pg. 120)
356
Thody nos informa de que la segunda parte de Sur Racine era de hecho una reedicin de
un ensayo que haba originalmente aparecido en Thtre Populaire en 1958, y claramente
deba mucho a las ideas que Barthes haba estado desarrollando acerca de Brecht.
El tercer ensayo de Sur Racine Histoire ou Littrature, precisa Thody, no estaba
tampoco calculado para complacer a los entendidos. Tambin haba aparecido primero
como un artculo, en 1960 en Annales, y consista en un enrgico recorrido crtico a travs
de un nmero de recientes obras sobre Racine y el siglo diecisiete generalmente. El hecho,
como Raymond Picard seal, de que Barthes no pareciese conocer que ciertas
monografas incluso cruciales existan rest validez a algunas de sus quejas acerca de la
inadecuacin de la reciente erudicin. As, Barthes haba dado a entender que nadie
realmente conoca quin iba al teatro en los das de Racine, cuando un vistazo al libro de
John Lough`s Paris Theatre Audiences in the Seventeenth and Eighteenth Centuries o a la
propia crtica de Picard en The Revue des Sciences Humaines podra haberle informado
que dos tercios de la audiencia provenan de la aristocracia. (Thody, 1977, pg. 57)
Thody sostiene que la publicidad dada al violento ataque de Picard hizo de Barthes, al
menos temporalmente, un nombre familiar, y ayud a hacer al pblico general ms
consciente de los cambios que haban llegado sobre la escena literaria ahora que la
Segunda Guerra mundial estaba verdaderamente acabada y la guerra argeliana misma
estaba comenzando a alejarse en el pasado. En el periodo inmediato de postguerra-precisa
Thody- la fama de Malraux, Sartre y Camus haba dado la impresin de que la literatura
francesa iba a permanecer dominada por problemas polticos y morales. La querella
Barthes/Picard mostr que el nfasis haba regresado a preocupaciones ms intelectuales,
filosficas y esencialmente literarias. (Thody, 1977, pgs. 57-58)
Thody sintetiza la irritacin de Raymond Picard en dos cuestiones principales: en primer
lugar a Picard le pareci objetable lo que pareca ser una injustificada divisin del mundo
de la crtica francesa literaria entre los ngeles del estructuralismo y los machos cabros de
la Sorbona; y, en segundo lugar, los gratuitos ataques, inicialmente publicados en el
extranjero, contra una institucin que estaba haciendo lo mximo que poda en difciles
circunstancias. (Thody, 1977, pg. 59)
Thody escribe que la querella Barthes/Picard iba a ser ms tarde frecuentemente
interpretada en trminos polticos como un enfrentamiento entre Derecha e Izquierda y
Jean Thibaudeau, en France Nouvelle, lleg tan lejos que la describi como precursora de
359
los sucesos que iban a conmover la estructura poltica de Francia como consecuencia de la
revuelta estudiantil del 68. La recepcin poltica, admite Thody, de Sur Racine fue en
verdad ms entusiasta en la Izquierda que en la Derecha, y un crtico en Les Temps
Modernes de Jean- Paul Sartre acus a Picard de patriotismo intelectual por preferir a
Descartes sobre Kant. Bastante interesante, sin embargo, Nouvelle Critique ou Nouvelle
Imposture no haba sido originalmente encaminada ni para una amplia audiencia ni para
una lectura que pudiera ponerse de lado automticamente con una aproximacin progresiva
o conservadora a la crtica literaria. Las primeras ochenta pginas, describe Thody, de su
formato final ms bien pequeo-contiene 148 en total-haban aparecido primero no en la
muy tradicional Revue d`Histoire Littraire de la France sino en la ms eclctica y
sociolgicamente reformista Revue des Sciences Humaines. Fue publicado en Lille y
editado al mismo tiempo por un independiente protestante llamado Albert- Marie Schmidt,
que, hasta abril de 1966, tambin editaba el peridico Protestante Reforme. El ensayo de
Picard fue llamado originalmente Nouvelle critique ou nouveau dlire, y apareci en enero
febrero de 1965. Esta obra emergi de su respetable refugio de controversia acadmica
solo cuando Jean- Franois Revel descubri su existencia y la tom para la serie Liberts
que l diriga en la casa editora de Jean- Jacque Pauvert. (Thody, 1977, pg. 60)
Thody estima que el hecho de que el panfleto que luego tom el nombre de Nouvelle
Critique ou Nouvelle Imposture apareciera en tal coleccin y bajo tal editorial debera
quizs haber hecho muy difcil su presentacin en Tel Quel y en La Quinzaine littraire
como parte de un complot fascista. Jean Franois Revel era el ms irreverente de los
hombres. En 1965, el verdadero ao de la Querella, public un ensayo titulado En
France que contena la frase El general de Gaulle tiene perfectamente razn al pensar
que l encarna Francia. l se equivoca creyendo que esto sea halagador para l y en la
coleccin Liberts haba publicado tambin traducciones de Por qu no soy cristiano
de Bertrand Russell y el ensayo de Bakunin sobre la libertad. Pauvert, seala Thody,
tambin haba realizado la publicacin de la obra del Marques de Sade y en 1965 haba
sido juzgado y multado. Barthes estaba muy lejos de poder quejarse de ser atacado por una
conspiracin organizada de la derecha. El tono del ensayo de Picard, sin embargo, era
bastante agudo y completamente coherente con la determinacin de Revel de hacer
Liberts una serie tan controvertida como fuera posible. (Thody, 1977, pg. 61)
Incluso Charles Mauron, apunta Thody, cuya residencia en Aix-en Provencenormalmente lo mantena lejos de las polmicas parisinas, aadi una larga nota a su
360
ltimo libro Le dernier Baudelaire, para dejar bien clara su posicin. Thody expone
sintticamente el contenido: Mauron explicaba que l no intentaba analizar al autor. l
coincida con Raymond Picard en que esto era una tarea imposible, especialmente, para un
escritor que haba muerto durante cientos de aos y no haba dejado papeles privados. Ni
intentaba tomar el lugar de la crtica clsica ni establecer sus propios criterios estticos
para juzgar obras de arte. Vea la psico-crtica como un medio de enriquecer los mtodos
tradicionales, mostrando cmo la subyacente estructura de ciertas obras de arte
corresponde a patrones que existen en la mente inconsciente del autor y que se repiten en
una manera que el mismo autor no haba pretendido. Pierre Daix, indica Thody, Tambin
apoy a Barthes desde un punto de vista marxista en Nouvelle Critique et art moderne,
mientras en 1971 Lucien Goldmann resumi lo que l senta desde un punto de vista
ligeramente menos ortodoxo en Situation de la critique racinienne. (Thody, 1977, pgs. 61
y 62)
El lenguaje, escribe Barthes sobre El hombre raciniano, es un poco psicoanaltico,
pero el tratamiento apenas; legtimamente, porque existe ya un excelente psicoanlisis de
Racine, que es el de Charles Mauron, a quien debo mucho; de hecho porque el anlisis que
se presenta aqu no concierne a Racine, sino solamente al hroe raciniano: evitando hacer
inferencias de la obra al autor y del autor a la obra; es un anlisis voluntariamente cerrado.
(Barthes, 1963, pg. 5)
No obstante en Literatura y significacin entrevista publicada en Ensayos Crticos y
previamente en la revista Tel Quel, (1963) Barthes haba mostrado cierto recelo respecto a
la crtica practicada por Mauron, al que no consideraba como un pleno exponente de la
crtica de la significacin, que para ser verdadera debera estar fundada en la atencin
concedida a la organizacin de los significantes mucho ms que en el descubrimiento del
significado y de la relacin que le une a su significante. Como si la aceptacin de la obra
de Mauron necesitase justificacin, Barthes explica que el hecho de que el significante en
el caso de Mauron se desprenda mal de la expresin cara a la antigua psicologa era el
motivo por el cual la Sorbona acababa de ingerir tan fcilmente el psicoanlisis literario,
bajo las especies de la tesis de Mauron. (Literatura y significacin publicada en Tel Quel
en 1963 y posteriormente en Ensayos crticos, Barthes, 1977, pg. 320)
Respecto a las sospechas de Picard sobre el influjo real de Mauron en Barthes, ngeles
Sirvent matiza que si Barthes no utiliza el tratamiento psicoanaltico es porque la validez
361
de tal mtodo estriba para l en la estructuracin que permite realizar en la obra literaria.
Adems advierte que existe en la tesis de Mauron un vocabulario nuevo, acorde con las
nuevas visiones del siglo XX, que la separa de lo que se ha venido en llamar crtica
universitaria. (Sirvent, 1989, pg. 51)
Thody observa que Barthes reconoce su deuda con Mauron en la primera pgina de Sur
Racine y opina que existe un nmero de obvias similitudes entre las dos obras. Ambos
insisten en el papel de las mujeres opresivas en la obra de Racine, ambos consideran
Pyrrhus, en Andrmaca, el carcter investido con las aspiraciones y problemas propios de
Racine, y tambin sealaran cun inadecuados son los padres generalmente en Racine
La descripcin de Barthes del papel de Junia en Britnico deriva, segn el crtico, del
anlisis de Mauron escrito ms sobriamente. Thody yuxtapone ambas descripciones:
Junia en Sur Racine es la virgen consoladora por un papel de esencia, puesto que
Britnico encuentra en ella exactamente lo que viene a buscar. Mauron haba indicado que
Nern, como Pyrrhus en Andromaque, est huyendo de una mujer peligrosa, viril y
agresiva capaz de apelar una ayuda armada, y haba escrito lo que l estaba buscando
poseer, en Junia, una tierna, melanclica cautiva, a la cual l le ofrece el cetro y que lo
rehsa por fidelidad a un antiguo amor. Por razones, escribe Thody, que son
manifiestamente claras para un freudiano que haya ledo Roland Barthes par Roland
Barthes existe una particular sensibilidad en un numero de ensayos de Barthes hacia la
figura de madre posesiva y castradora. No es, por ello, sorprendente que su situacin
personal poda haberlo hecho, aunque a nivel inconsciente, simpatizante con ciertos
aspectos de la aproximacin de Mauron. Pero, a diferencia de Barthes, Mauron no crea en
la muerte del autor, en la irrelevancia de detalles biogrficos para el significado de una
obra de arte. (Thody, 1977, pgs. 76-77)
Thody estima, aunque Mauron jugase solo una pequea parte en la Querelle des
Critiques que sigui a la publicacin de Nouvelle Critique ou Nouvelle Imposture en
octubre de 1965, una observacin en L`inconscient dans l`oeuvre et la vie de Racine que
parece casi como una rplica directa a la reivindicacin de Picard de que las tragedias de
Racine eran el triunfo de una deliberada y consciente creacin. Mauron haba escrito que
sin conocerlo el ms lcido de los escritores modelaba su obra sobre el Inconsciente
llegando a obtener, durante el curso de la creacin, un intuitivo conocimiento de lo que no
era consciente. (Thody, 1977, p. 82)
362
Thody aprecia que la manera como escribi Mauron acerca de su propia obra durante la
primera parte de su carrera tiene una fascinante y sorprendente parecido con la visin sobre
literatura que Barthes mismo iba a desarrollar ms tarde en su carrera. Barthes tanto en
Sade, Fourier, Loyola (1971) y su ms oscura y aforstica obra Le Plaisir du Texte (1973)
insiste tambin sobre lo que l llama la ldica cualidad de la actividad literaria, y enfatiza
la manera con la cual los escritores que l admira crean patrones bastante gratuitos que no
tienen relacin necesariamente con la vida real. Mauron se acerca a anticipar la esttica
tarda de Barthes cuando compara el divino juego de un artista con el de un nio que
destruye un modelo de cubos coloreados para construir nuevos. Tambin, anuncia una
importante parte de la actitud estructuralista hacia el arte cuando escribe que los individuos
en una sociedad descrita en literatura son como en un ajedrez, piezas que cuentan por razn
de sus relativas situaciones, y el ejemplo que l utiliza para ilustrar su argumento es casi
exactamente el mismo que el usado por Saussure en El Curso de lingstica general. A
esto Thody aade que cuando Mauron sugiere que es equivocado alabar a Proust como un
gran psiclogo, mientras en realidad es un gran poeta, se acerca a la ambicin de Barthes
y sus seguidores en presentar la literatura como una actividad totalmente autosuficiente.
(Thody, 1977, pgs. 84 y 85)
Ante la diversidad de pareceres, hemos intentado averiguar sin sentirnos determinados
por los grandes conocedores de Barthes cul poda ser la deuda de nuestro autor respecto a
Charles Mauron, cuya obra cita a pie de pgina: Linconscient dans l`oeuvre et la vie de
Racine. El mismo Barthes haba manifestado que no pensaba sumirse en el mundo de
Racine, pero contbamos con el dato de que la obra de Mauron analizaba tambin las
tragedias y los hroes racinianos. Desafortunadamente, no encontramos la impronta que
Barthes declara haber recibido. Ms an, Barthes diverge radicalmente en muchos
aspectos y hay momentos en que parece parodiarlo.
Ambos coinciden en la consideracin de Fedra como una de las obras cumbres de
Racine. Aun en el supuesto de que Mauron no represente un valor fiable para Barthes, es
innegable que su estudio sobre Fedra est bien documentado y que Barthes podra haber
recogido el testigo. No obstante, Barthes hace al principio tan slo una alusin velada y no
exenta de burla que demuestra, al menos, que haba ledo el estudio de Mauron. Nos
referimos a la frase Dire ou ne pas dire? Telle est la question con la que abre Barthes su
anlisis de Fedra aludiendo a que Mauron, tal vez desacertadamente, haba establecido una
comparacin entre Hamlet e Hiplito en su anlisis de Fedra. (Mauron, 1969, pg. 146)
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365
dans Phdre, les choses ne sont pas caches parce qu`elles sont coupables (ce serait l une
vue prosaque, celle d`Oenone, par exemple, pour qui la faute de Phdre n`est que
contingente, lie la vie de Thse); les choses sont coupables du moment mme o elles
sont caches: l`tre racinien ne se dnoue pas et c`est l qu`est son mal: rien natteste
mieux le caractre formel de la faute que son assimilation explicite une maladie
(Barthes, 1963, pg. 116)Tout leffort de Phdre consiste remplir sa faute, c`est-dire absoudre Dieu.
Ren Pommier en Roland Barthes ras le bol! critica un anlisis de Barthes, del que
podemos considerar una muestra el final de Fedra arriba transcrito. Segn Barthes, dice
Pommier, Todo Racine consiste en este instante paradjico en el que el nio descubre que
su padre es malo y quiere sin embargo permanecer como su nio. Para permanecer como
tal, es necesario que el hijo borre la injusticia del padre hacia l, hacindose l mismo
culpable para merecer retroactivamente sus golpes. As la teologa raciniana es una
redencin invertida: es el hombre quien rescata a Dios. Pero esta teora, afirma Pommier,
que aspira a resumir todo Racine se apoya solo sobre la palabra de Orestes que,
constatando que los dioses se han ensaado siempre injustamente contra l, concluye que
es necesario merecer su clera y justificar su odio. Ningn otro personaje de Racine habla
nunca de justificar a los dioses mereciendo su odio. La tesis de Barthes se apoya en una
sola cita y, lo que es ms, su interpretacin constituye un completo contrasentido. Orestes,
afirma Pommier, no se comporta como un nio que se hara culpable para justificar
retroactivamente la injusticia de su padre. l se comporta como un nio que sabiendo que
su padre le castigar haga lo que haga, decide hacer todo lo que quiere, dicindose
irnicamente ahora sabr por qu me castiga. Orestes piensa poco en justificar a los
dioses, y es con Yocasta, el personaje de Racine que denuncia ms su injusticia. l lo hace
antes de caer bajo la locura. Lejos de creer que su crimen ha justificado los dioses, l
piensa que ellos lo han forzado a cometerlo para hacerle alcanzar el colmo de los dolores.
(Pommier, 2006, pg. 83)
Pommier repara que Ifigenia y Fedra son las dos tragedias profanas en las que los dioses
representan el mayor papel. Sin embargo, en la de Fedra, no aparece ms que in extremis
en la ltima frase: Tout leffort de Phdre consiste remplir sa faute, c`est dire
absoudre Dieu. Pommier constata que Barthes no ofrece ninguna explicacin de esta
extraa afirmacin y aade que es fcil encontrar versos en los que Fedra acusa a los
366
dioses de ser responsables de su pasin funesta, pero es imposible encontrar uno solo en el
que ella piense absolverlos: ella los acusa en el momento de morir.
No obstante Barthes no estuvo solo al interpretar en esta lnea la accin divina, Michel
Butor en su artculo Racine et les dieux, publicado en Repertoire I aborda la crueldad de
los dioses: no se molesta a un dios impunemente. Para Agamenn, en Ifigenia, los dioses
son crueles y sordos; en Fedra, los dioses son crueles hacia Teseo porque lo escuchan.
Lo que les hace actuar la mayor parte del tiempo es el odio, esto es evidente aqu en lo que
concierne a Venus. No se puede desconfiar lo bastante de los dioses (Butor, 1960, pg.
53). Butor insina que la creencia potica de Racine se opone tan violentamente, tan
peligrosamente, a la religin establecida que el fracaso de la pieza era inevitable. El
pblico ha rechazado delante de lo que le era propuesto, delante de ese regreso virulento
sobre la escena de la religin pagana, de ese mundo antiguo blandido como un instrumento
de protesta. (Butor, 1960, p. 54)
Para Goldmann en Situation de la critique racinienne la nica interpretacin fiel al texto
de Racine es la interpretacin trgica, que hace de Fedra y de la divinidad la pareja central
de la pieza, en relacin a la cual los otros personajes se encuentran desvalorizados.
Hiplito, que podra parecer a primera vista, como un personaje positivo, virtuoso, es en
realidad un dbil, al que la menor dificultad y el menor problema le provocan el deseo de
huirAricia, creacin de Racine ha sido introducida en la obra para imposibilitar la
interpretacin que hara de Hiplito un solitario rehusando el compromiso y el mundo
(Goldmann, 1971, pgs. 83-84)
No obstante, en Le Dieu cach, Goldmann escriba sobre tres personajes, entre los que
solo descollaba Fedra: los dioses, cuyo mutismo y condicin de espectadores recalcaba, y
con ellos la conciencia de Fedra en relacin a la cual su comportamiento real es vicio y
falta, pero tambin el mundo- Hiplito, Teseo, Aricia, Oenone- que en relacin a Fedra, no
tiene ninguna realidad y ningn valor, si no es el de ser ocasin de su falta y de su regreso
a la realidad. (Goldmann, 1959, pg. 422)
Thody presta atencin a la caracterizacin que Barthes hace de Fedra. Fedra, escribe el
crtico, se siente culpable por su amor hacia Hiplito- ella tambin es presentada como una
agresiva mujer de tipo masculino, del tipo que Barthes llama viriloide- y tambin
interioriza su culpabilidad de tal modo que ella se suicida. Thody nos advierte de que si
seguimos esos modelos recurrentes en las obras de Racine, como sugiere Barthes, nosotros
367
apegados a la nocin barthesiana del escritor como experimentador pblico, que el crtico
experimenta con rellenos, poniendo a prueba en un autor o una obra los lenguajes y
contextos que encuentra a disposicin. Es as, contina Culler, como Barthes presenta Sur
Racine: Pongamos a prueba en Racine, en virtud de su mismo silencio, todos los
lenguajes que sugiera nuestro siglo. (Culler, 1983, pg 53)
Vicent Jouve en La literature selon Barthes acenta esta idea, sealando varios pasajes
en la obra de Barthes que la ejemplifican y estableciendo la filiacin con sus posibles
fuentes de inspiracin. Transcribimos un prrafo extenso de este estudio, porque tambin
da cuenta de la evolucin sutil del carcter simblico de la obra en la trayectoria
ensaystica de Barthes (Jouve, 1986, pgs. 74 y 75):
La obra es siempre deceptiva: ella se ofrece como enigma, cuestin sin respuesta. Ella
slo puede adquirir sentido a travs de la palabra que el lector profiere para colmar su
silencio. Ahora bien, siendo cada lector el producto siempre diferente de una cultura, de un
lenguaje y de un imaginario, los tipos de respuestas posibles a la cuestin planteada por la
obra son tericamente ilimitados: La respuesta la da cada uno de nosotros, aportando su
historia, su lenguaje, su libertad; pero como historia, lenguaje y libertad cambian
infinitamente, la respuesta del mundo al escritor es infinita (SR, 7). El texto no existe
en tanto que sentido; se presenta como una red de formas que corresponde al mundo
completar...
La significacin de la obra no conoce lmites, esta afirmacin permanecer constante de
un extremo a otro de los escritos de Barthes. La pluralidad del sentido es primero
tmidamente afirmada bajo la gida de Jakobson en Historia o Literatura?, la ltima
parte de Sur Racine; Barthes habla de la obra de apariencia solitaria, siempre ambigua
puesto que ella se presta a la vez a muchas significaciones (SR, 138). (En estos primeros
tiempos, el plural de la obra revela simple ambigedad: si la obra rehsa la unidad de
sentido, es porque ella es simblica. A continuacin, sin embargo, a partir de la nocin de
texto y sus implicaciones tericas, Barthes modifica sensiblemente su punto de vista. El
cdigo simblico, como lo mostrar S/Z no es ms que uno de los numerosos cdigos que
tejen el texto.)
Culler desaprueba la definicin que sostiene Bartes de las obras racinianas como un
lugar vaco eternamente abierto a la significacin y explica Sur Racine como consecuencia
de la concurrencia en la obra de tres acercamientos que no son fcilmente combinables: la
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exilio del rey, amenazante porque no se sabe nunca si el Rey est vivo o muerto (Amurat,
Mithridates, Teseo) (Sur Racine, p. 15 y 16)
Jean Molino considera imposible pronunciarse sobre el valor de verdad de la frase citada,
puesto que ella est compuesta por una multiplicidad de proposiciones que toman su valor
de dominios diferentes. As se explican, escribe, las dificultades que hay al criticar un
trabajo tal: hay pocas posibilidades de que frase criticada, crtica y respuesta se siten
sobre el mismo nivel de anlisis. Pues los elementos retenidos se sitan indiferentemente al
nivel del significante, del significado y del referente, del texto y del decorado. Pero
admitiendo la confusin de los niveles que da un mismo valor a todos esos elementos,
Molino se pregunta cmo retiene Barthes los elementos que tienen una relacin
semntica con la habitacin. (Molino, 1969, fasc. II, p. 146)
Molino trata de sacar a luz los procedimientos por los cuales Barthes retiene los
elementos que tienen una relacin semntica con la palabra Habitacin. Constata que
parece haber un inventario del campo semntico habitacin en las tragedias Britannicus,
Esther y Athalie. En otras tragedias de Racine, hay un sustituto de la habitacin, el exilio
del rey, sea en Mithridates, Fedra y Bajazet. Es sorprendente constatar, afirma Molino,
como en La Tebaida, Alejandro el Grande, y sobre todo en Andrmaca, Brnice e
Ifigenia, no hay ni exilio del rey, ni lugar invisible o temible en el que el Poder est
agazapado: Pirro, Tito y Agamenn estn bien all, su potencia se manifiesta a plena luz y
no tiene necesidad de esconderse, ni de ser un secreto ni de ser invisible. Una nueva
sustitucin, concluye, como la primera (sustitucin habitacin-exilio real) slo tendra
valor preciso en la medida en que un procedimiento de conmutacin o de equivalencia
fuera indicado. (Molino, 1969, fasc. II, p. 147)
Tambin atrae la atencin de Molino el tipo de estructuracin que realiza Barthes de los
lugares trgicos: la habitacin, la Ante-Cmara, y el Exterior. Bajo el epgrafe de
Comentario Jean Molino expone que el punto de partida es interesante, en la medida en
que sobrepasa y busca una profundizacin de las perspectivas tradicionales. Pero considera
que no puede calificarse de estructura la relacin que mantienen entre si estos lugares
trgicos conforme a una mnima definicin de estructura: conjunto de relaciones
consideradas como caractersticas y definidas sin ambigedad. La estructura aqu, para
Jean Molino, aparece como una simple configuracin en la cual la nica relacin es la de la
sucesin lineal. Acepta que existe otro nivel, en el que los objetos mantienen entre ellos
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subjetividad, dice tambin que la primera regla objetiva es anunciar el sistema de lectura,
entendiendo que no existe neutro
Molino realiza una crtica de la metodologa de Barthes no en nombre de una posicin
ideolgica concreta, sino de una cientfica: Lo que se debe exigir a los anlisis de Barthes,
no es la Verdad; para permanecer sobre sus propias posiciones metodolgicas, lo que se le
exige, es la validez: es decir que su lectura, su sistema sea el que fuere, debe ser vlido
para el conjunto de los objetos de los que quiere dar cuenta, es decir, el teatro de Racine.
Hay tambin que cumplir una exigencia positivista o pseudocientfica. Si Barthes presenta
un sistema, una estructuraes necesario que esta estructura sea definida, coherente y de
cuenta de los objetos que ella pretende estructurar. (Molino, 1969, fasc. II, pg. 153)
Molino no oculta que, a su parecer, las estructuras de Barthes no poseen ninguna de esas
propiedades. Considera que constituye una causa ms confusa que la de la crtica
tradicional: el mtodo de Barthes refleja la ambigedad de la crtica literaria de la poca:
por una parte la conciencia aguda de la necesidad para la crtica, si no de transformarse
ipso facto en ciencia, al menos de apoyarse sobre un procedimiento riguroso, pero con el
lastre del principio de la relatividad. Barthes parte de la evidente constatacin de que la
obra del crtico es relativa a su tiempo, a su mundo, para inferir un principio de relatividad
absoluta: En resumen, es necesario que a la duplicidad fatal del escritor, que interroga
bajo la apariencia de afirmar, corresponda la duplicidad del crtico, que responde bajo
apariencia de interrogar
Molino encuentra que se ha relegado el principio de la verdad. Barthes est en
condiciones favorables para ridiculizar la concepcin banal de la verdad. Pero, a pesar de
todo, parece viable, nos dice el profesor, introducir un procedimiento ms modesto y no
menos riguroso: no se trata de que un discurso crtico tenga pretensin de alcanzar la
verdad, se trata de mantener a cada instante la garanta que ofrece un procedimiento de
validacin. (Molino, 1969, fasc.II, p.153)
Para el profesor Molino Barthes rinde un mal servicio a la ciencia y a la literatura. Los
ensayos como los crticos tienen su lugar y su sentido: ellos constituyen con frecuencia,
adems de su valor intrnseco, como el anuncio metafsico de una ciencia venidera; pero
si un da algo como una ciencia de la literatura debe ver el da, no ser ms que gracias a
un conjunto de investigaciones y actividades cuyo primer carcter responsable d un
procedimiento de validacin. (Molino, 1969, fasc. II, p.154)
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El HOMBRE RACINIANO
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En The Tragic Hero Bittner Wiseman entabla una inteligente comparacin entre el
anlisis del mito de Edipo de Lvi- Strauss y el anlisis del hroe raciniano por Barthes.
As destaca que delimitar la clase de aquellos con los que el individuo puede emparejarse
para confinar el deseo y terminar la competencia con el padre no es, sin embargo, confinar
el deseo de las criaturas de soberbia voluntad que podran ser algo por s mismas. Cuando
Lvi-Strauss, prosigue Bittner, usa el relato de Edipo para demostrar que los mitos son
herramientas lgicas para tratar la contradiccin, clasifica el matrimonio de Edipo con
Yocasta como una sobrevaloracin de las relaciones de sangre y su asesinato de Layo
como una minusvaloracin de las relaciones de sangre donde las acciones constituyen una
pareja. El hroe raciniano, por otro lado, es aquel que minusvalora la relacin paterna de
sangre, deseando matar el padre no para sobrevalorar la relacin maternal, para poseer a la
madre, sino para buscar una salida en el futuro, tener una identidad que no sea una funcin
de su linaje, para tener una respuesta a la cuestin Quin soy yo? que no adopte la
forma de Yo soy a, hijo de B, hijo de c, y as.
Hay conflicto -afirma Bittner- en el hroe hijo no porque ame al padre al que matara,
aunque sea posible, no porque l sienta gratitud por su vida, aunque sea posible, sino
porque el padre personifica lo que el hijo pudiera ser, y romper con l es romper con la
imagen de su deseo, con la imagen de todo lo que ha sido visto. La autora indica que matar
o abandonar al padre no es olvidar lo que l le haba enseado. Al contrario, la memoria es
un lazo que vincula haciendo el pasado presente y poniendo un ancla en el futuro, y olvidar
es romper ese lazo entre pasado y futuro. Abandonar al padre es abandonar las categoras,
las clasificaciones, dentro de las cuales todo puede ser pensado, hablado, visto, odo. Es
abandonar argumenta Bittner- el lenguaje, el sistema de relaciones sin las cuales nada
puede tener significacin, y el deseo del hijo es tener lo que el padre tiene, significacin. El
hroe hijo quiere ser alguien, proyectar una sombra. Sin duda, l quiere ser lo que el padre
es, y queriendo esto l sobrevalora la relacin paternal de sangre. En la primitiva horda,
insiste Bittner, lo que el padre tiene que el hijo desea, la madre y sus hijas, se vuelven tab.
En el universo raciniano construido por Barthes, lo que el padre tiene que el hijo desea es
una identidad que es existencial no lineal. (Bittner Wiseman, 1989, pg. 80)
En A whole landscape in a Bean Lavers hace una interesante alusin a Sur Racine
declarando que el alejamiento del inters de los personajes es reflejado por un rechazo a
tratar los autores de textos como un sustrato de conciencia, permanencia e identidad detrs
de los personajes, mantenindolos juntos para el lector a travs de cualesquiera
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Apreciamos, por otro lado, ms la huella de Sartre en la concepcin del otro como
alienante el infierno son los otros que en la imposibilidad de elegir entre un poder
absoluto y un amor absoluto, pues el hombre sartreano est condenado a ser libre. Por
ltimo aadir que el espacio podra ser, a su vez, la proyeccin del conflicto ms que factor
coadyuvante.
Barthes pone por ejemplo de esta dialctica impotente, la relacin de obligacin que une
la mayora de las parejas racinianas. Situada en principio en el cielo de la moral ms
sublime (Yo os debo todo, dice el individuo raciniano a su tirano), el reconocimiento se
revela a menudo como un veneno (SR, pg. 31.) La necesidad en cierto modo matemtica
de ser agradecido designa el lugar y el momento de la obligacin: la ingratitud es la forma
obligada de la libertad. Barthes califica de parental la ingratitud raciniana: El hroe debe
ser agradecido hacia su tirano exactamente como el nio hacia los padres que le han dado
la vida. Pero por eso mismo, ser ingrato es nacer de nuevo.
Ren Pommier afirma irnicamente que es una suerte que los personajes de Racine no se
parezcan sino excepcionalmente al hombre raciniano de Barthes: pues habran todos
sufrido la misma suerte que Eteocles y Polinices cuyo odio congnito no ha conseguido
emocionar a nadie (ejemplo en el que se haba basado Barthes para apoyar su anlisis
comprensivo de la totalidad). (Pommier, 1988, pg. 396)
Ren Pommier declara abiertamente que Barthes, ms que al enamorado, prefiere ver en
el hombre raciniano al violento, al hijo acosado por el terror del Padre, a la criatura
obstinada en hacerse culpable para justificar la Divinidad. Considera que la primera faceta
es el trmino de una tradicin bien establecida de la crtica raciniana, pero tiene el defecto
de ser poco apta para hacer nacer la piedad trgica y a la que slo Nern respondera.
(Pommier, 1988, pg. 397)
Tanto para Bonzon como para ngeles Sirvent, pese a que Barthes presente
ocasionalmente identificada la sangre y el destino, dichos elementos estn disociados,
segn se deduce del estudio de la figura del Padre raciniana. Dicha figura no se constituyeapunta la autora- para Bonzon en tanto que representacin de la sangre ni siquiera del
poder; ste no sera ms que una consecuencia de su ser y ese ser representa el pasado y al
mismo tiempo el destino. Ambos tambin comparten la creencia de que es peligrosa la
generalizacin y caracterizacin barthesiana de la relacin de Dios y su criatura como la
nica en Racine. A este respecto Sirvent cita la reflexin de Bonzon: Si uno tiene en
379
cuenta el mito de Padre e Hijo, que Barthes discute extensamente, la respuesta podra ser
afirmativa. Pero una cierta confusin resta debido, al parecer, al empleo de un vocabulario
freudiano que tiene como objetivo aqu la mitologa prebblica, el Antiguo Testamento y el
cristianismo (y adems especialmente el jansenismo), que, en el mismo Freud, no tiene
significacin religiosa sino en la aplicacin del esquema mtico a los problemas de la
historia de las religiones propiamente dichas. (Bonzon, La nouvelle critique et Racine,
Paris, Nizet, 1970, citado por Sirvent, ngeles, 1989, p. 109-110)
A propsito de la figura del padre nos parece significativo que Barthes la reutilice en un
momento posterior en relacin con el lenguaje en Au sminaire:
El Padre (continuemos un poco soando sobre ese principio de inteligibilidad), el Padre
es el Hablante, el que tiene discursos fuera del hacer, cortados de toda produccin, el
Padre, es el hombre de los Enunciados. Tambin, nada hay ms transgresivo que
sorprender al padre en estado de enunciacin; es sorprenderlo en ebriedad, en goce, en
ereccin: espectculo intolerable (tal vez: sagrado, en el sentido que Bataille daba a esa
palabra), que uno de los hijos se apresura a recubrir-sin lo cual No perdera all su
paternidad. Aqul que muestra, aqul que enuncia, aqul que muestra la enunciacin, no es
ya el Padre. (Barthes, 2007, pg. 141)
Sirvent hace un juicio de valor positivo del Hombre raciniano calificando de
acertadas las intuiciones de Barthes respecto a unas tragedias de las que nos ofrece una
nueva visin estructuralista, si bien su modelo estructural no siga una linealidad por ser su
primer acercamiento estructuralista a la literatura (Sirvent, 1989, p. 111)
Desde una perspectiva distinta Ren Pommier opina acerca del hombre raciniano segn
Barthes, en resumen:
-La teora del Padre es totalmente arbitraria. Racine no ha pretendido presentarnos
personajes inmaduros ni dignos de la psiquiatra. El hombre raciniano, segn Barthes lo
presenta, sera un neurtico, que cambia de neurosis como se cambiara de camisa.
(Pommier, 1988, pg. 397). Roland Barthes era perfectamente libre de no estudiar en la
tragedia raciniana ms que los personajes-reconoce Pommier. Pero al hacer esto, hace
precisamente lo que reprocha a la crtica tradicional: privilegia a la psicologa, aunque
evite cuidadosamente pronunciar la palabra. Lo que, a juicio de Pommier, resulta ms
grave y hace de su hombre raciniano un ser rocambolesco es el olvido de Barthes de la
380
situacin de poder obligar a alguien a hacer lo que no quiere y usar ese poder cuando se
quiere vehementemente que otro haga lo que no quiere hacer y otra estar naturalmente
inclinado a obligar a otro a hacer lo que no quiere. (Pommier, 1988, p. 400)
-Barthes no ha tenido en cuenta la mala suerte, una mala suerte de la que los personajes
culpan a los dioses o a la fatalidad, a falta de saber que el verdadero responsable es el
dramaturgo- subraya Pommier. (Pommier, 1988, pg. 403)
- Barthes, a su juicio, manifiesta una clara indiferencia al arte de Racine. Insensible a su
arte es, por ello, incapaz de reconocer los errores que comete en algunas de sus obras.
(Ibd., pg. 404)
El apartado Tcnicas de agresin en Sur Racine desarrolla el modo en que se ejerce la
relacin de autoridad. Primero, Barthes presenta la relacin de autoridad como
recprocamente conformadora del tirano y su vctima y, luego, concretiza la forma que
reviste la ofensiva de A contra B: Todas las ofensivas de A procuran dar a B el ser mismo
de la nada: se trata de hacer vivir al otro como una nulidad, de hacer existir, es decir
prolongar, su negacin, se trata de robarle continuamente su ser, y de hacer de este estado
sustrado el nuevo ser de B.
Otra variante para Barthes es aquella en la que A da a B la vida de un puro reflejo; se
sabe que el tema del espejo, o del doble, es siempre un tema de frustracin:...Se ve, se trata
siempre de frustraciones mucho ms que de robos (es aqu donde podra hablarse de
sadismo raciniano: A da para tomar, he aqu su tcnica esencial de agresin; busca infligir
a B el suplicio de un goce interrumpido. (SR, Suil, 1963, p. 32-33)
Despus menciona como arma comn de todas las anulaciones la Mirada, idea que ya
haba desarrollado Starobinski, tomando como punto de apoyo a Spitzer, en su ensayo de
1954 Racine y la potica de la mirada en donde tambin explica el sadismo Raciniano.
No obstante, Barthes no nombra a Starobinski. ngeles Sirvent, crtico especializada en
Barthes, tampoco cita a Starobinski como posible fuente sino a Sartre que haba dedicado
en su obra El ser y la nada un gran nmero de pginas para hablar de la mirada como
medio para que el individuo tome conciencia de s mismo no slo como sujeto sino, y
principalmente, como objeto. (Sirvent, 1989, pg. 107).
Pero podemos comprobar mediante una confrontacin del apartado Tcnicas de
agresin barthesiano con el ensayo de Starobinski una deuda o, tal vez, coincidencia
382
385
infancia y de amor flechazo por unas nuevas. A su juicio, adems, esta clasificacin es
una generalizacin imprudente pues excluye la existencia de formas intermedias. A lo que
se sumara la generalizacin abusiva que practica Barthes entre por una parte El Eros
sororal y el amor compartido y por otra parte, El Eros acontecimiento y el amor no
compartido. (Pommier, 1988, pg. 18)
Ren Pommier recopila un gran nmero de ejemplos que sirven para refutar esta
identificacin, pero para evitar una exposicin prolija recogeremos primordialmente
aquellas observaciones que se refieran a Fedra, obra cumbre de Racine, en su contra- tesis
barthesiana:
nosotros
encontramos
en
Fedra
un
amor
desgraciado,
que,
pensar que Roland Barthes no se acuerda ya muy bien de lo que escribi en la primera
parte. A Pommier le resulta sorprendente que Xiphares sea definido por ese Eros sororal,
que es siempre la expresin de un vnculo ambiguo, a la vez seguridad y miedo. (Pommier,
1988, p. 45)
En el captulo II de su estudio titulado La escena ertica Pommier juzga que la teora
barthesiana de La escena ertica parece presentarse bastante mal. A su juicio lo esencial
se encuentra al comienzo del primer pargrafo: El Eros raciniano slo se explica a travs
del relato. La imaginacin es siempre retrospectiva y el recuerdo tiene siempre la acuidad
de una imagen, he aqu el protocolo que regula el intercambio de lo real y de lo irreal. El
nacimiento del amor es recordado como una verdadera escena: el recuerdo est tan bien
ordenado que est perfectamente disponible, uno puede recordarlo a placer, con la mayor
posibilidad de eficacia (Pommier, 1988, p. 60)
Del gran nmero de objeciones basadas en pasajes racinianos nos ceimos al referente a
Fedra, cuyo relato, a su juicio, no corresponde a la descripcin que Barthes hizo de la
escena ertica. No hallndose a la vista el cuadro que se esperaba. La evocacin del
primer encuentro de Fedra con Hiplito se reduce a la evocacin de la conmocin que ella
resinti y contradice completamente lo que Barthes escribe, dos lneas despus de haber
invocado el ejemplo de Fedra: el sujeto vive la escena sin ser sumergido ni decepcionado
por ella. Parece, apostilla Pommier, que, por el contrario, Fedra haya sido completamente
sumergida y que ninguna escena ha podido gravarse en su recuerdo. (Pommier, 1988,
p.85)
En el captulo III de su estudio Pommier aborda el tema de El tenebroso raciniano. En
este captulo observa que Barthes concluye de sus consideraciones sobre el carcter
pictrico de la escena ertica, que todo fantasma raciniano supone- o produce- un
combate de sombra y de luz. Los juegos de luz y sombra, no se explicaran solo por
razones de orden esttico: ellos traduciran la naturaleza misma de El Eros raciniano que
sera siempre inspirado por un personaje sombro a un personaje solar; o por un
cautivo a un tirano, definindose el carcter solar por la potencia. De las rplicas y
ejemplos que Pommier aduce nos limitamos a subrayar el relativo a Fedra: tambin,
cuando Roland Barthes escribe que Fedra, hija del Sol, desea a Hiplito, el hombre de la
sombra vegetal, de los bosques, habramos deseado que justificara esta afirmacin. Pues
no solamente ni aqu ni en otro lugar Fedra piensa en dar de su amor la explicacin que da
388
Roland Barthes, sino que ella est persuadida de que no hay que buscar explicacin
psicolgica a un amor que le ha sido enviado por los dioses como as cree. (Pommier,
1988, p.127)
A esto Pommier aade que si Hiplito es el hombre de los bosques, lo es tambin de las
playas arenosas, dependiendo todo de la actividad a la que se libre. Acerca de este caso
aadir ms adelante: Es cierto que existe un lazo muy fuerte entre el sentimiento
obsesivo que Fedra tiene de su ascendencia solar y su amor por Hiplito. Pero la tesis de
Roland Barthes es empezar la casa por el tejado, tomando el efecto por la causa. No es a
causa de su ascendencia solar por lo que Fedra ama a Hiplito; por el contrario, es a causa
de su amor adultero e incestuoso por Hiplito por lo que Fedra est obsesionada por su
ascendencia solar: desde que ella se ha enamorado de su hijastro, Fedra se siente
constantemente contemplada y juzgada por su ancestro.(Pommier, 1988, p. 149)
A Ren Pommier la explicacin que Roland Barthes nos da de El eros raciniano en el
captulo La escena ertica le parece contradecir todas las palabras anteriores e incluso
posteriores. En este sentido invoca el captulo titulado El dogmatismo del hroe
raciniano que considera una nueva teora de El Eros raciniano y que, a su juicio, anula
la del tenebroso. Roland Barthes sostiene en ella que el movimiento liberatorio del
hombre raciniano es puramente intransitivo y encuentra su mejor ilustracin en el
sentimiento amoroso: parece que en Racine el verbo amar es por naturaleza
intransitivo; aquello que es dado, es una fuerza indiferente a su objeto y, para decirlo todo,
una esencia misma del acto, como si el acto se agotase fuera de todo trmino
(Pommier, 1988, p. 160)
Pommier considera que es necesario elegir para tomar en serio una u otra teora entre la
del Eros intransitivo o la del tenebroso raciniano. Pero estima imposible tomarlas en
serio a ambas a la vez, pues si verdaderamente el amor es indiferente a su objeto, entonces
poco importa que sea sombro y poco importa que sea solar. Pero la peor falla, en su
opinin, no sera la contradiccin que subyacera a esta coexistencia sino la carencia total
de fundamento. Limitamos la argumentacin de Pommier, seleccionando tan solo Fedra de
los ejemplos propuestos: Toda la tragedia de Fedra radica en el hecho de que, bien lejos
de experimentar un amor intransitivo, ella est totalmente imantada por el ser, al que
debera amar menos que a ningn otro. Si la confesin de Fedra a Oenone es tan penosa,
389
tan difcil, si la nodriza, para arrancrsela, debe amenazarse con matarse, es porque el amor
de Fedra tiene un nombre. (Pommier, 1988, pg. 161)
Si, continua Pommier en su refutacin, fuese necesario creer a Roland Barthes, el
simbolismo tradicional, que asocia la sombra al mal y la luz al bien, estara invertido en la
obra de Racine. Y, por ello, seran necesarios ejemplos ms probatorios y numerosos que
los que escasamente aparecen en Sur Racine. Respecto a este tema la posicin de Pommier
es contundente: Contrariamente a lo que afirma Roland Barthes, la sombra y la noche en
Racine son ms inquietantes y malficas que tranquilizadoras y benficas. Pero la otra
mitad de la tesis del crtico (el sol es siempre inquietante) es todava ms falsa que la
primera. Pues, esta vez, es imposible encontrar un solo ejemplo que pueda ilustrar su
proposicin. Quien dudase, no tendra ms que pasar revista-y ello es ahora fcil gracias a
la valiosa Concordance de Freeman y Batson- a todos los empleos de las palabras sol y
da que se encuentran en RacineNo solamente estas palabras no tienen nunca un valor
peyorativo, sino que son siempre utilizadas en un sentido laudatorio (Pommier, 1988, pg.
168)
Ren Pommier subraya claramente que Racine no escribe tratados sobre el amor, sino
tragedias: l tiene un sentido agudo de la psicologa, y especialmente de la psicologa
amorosa, pero la psicologa no es su fin. l no es un terico, sino un poeta y un
dramaturgo. l no pretende proponernos ideas generales sobre el amor y todava menos
ideas nuevas. Es como autor trgico como trata del amor, y, para un escritor trgico, el
amor, y, sobre todo, el amor no compartido, es en principio un sujeto excepcionalmente
dado a conmover a los espectadores, al mismo tiempo que le proporciona naturalmente
aquello de lo que tiene necesidad para construir su intriga: una situacin de conflicto
agudo. (Pommier, 1988, pg. 175)
En la segunda parte de su obra que encabeza con el epgrafe La relacin fundamental
Ren Pommier se pronuncia en el captulo I con cierto grado de jocosidad acerca de la
distincin barthesiana entre el verdugo y la vctima. As seala como fundamento ltimo
de las propuestas barthesianas el propsito de engatusar al lector: Barthes no ignora que el
mejor medio de embaucar (a los simples) es poner a la inversa lo que esperaran de otro.
Durante toda su juventud, ellos han ledo o escuchado decir en el liceo o en la universidad
que la tragedia raciniana estaba con frecuencia fundada sobre un conflicto de amor que
opone dos seres del cual uno ama y el otro no ama, y estarn encantados de aprender que
390
no se trata de ningn modo de esto y estarn todos dispuestos a aceptar sin plantearse
dudas la demostracin que se les va a hacer.(Pommier, 1988, pg. 192)
Limitando el escrutinio de Ren Pommier a Fedra leemos: No hay doble ecuacin,
tampoco, en Fedra. Si el segundo elemento de la doble ecuacin existe, puesto que Fedra
ama a Hiplito, que no la ama, falta el primero. Aunque Roland Barthes cita a Fedra e
Hiplito entre las parejas fundamentales de la relacin de fuerza, no se podra pretender
que Fedra tiene todo poder sobre Hiplito. Si Fedra ha tenido en otro tiempo, gracias al
amor que Teseo le profesa, no todo poder, sino cierto poder sobre Hiplito, que ella ha
hecho exiliar a Trecn, esta relacin de fuerza no es ya, al comienzo de la obra, ms que
un mal recuerdo. Hiplito, lejos de estar sometido a la autoridad de Fedra, ha sido
encargado por Teseo de cuidar de ella durante su ausencia y adems, despus del anuncio
de la muerte de Teseo, Trecn reconoce enseguida a Hiplito como su rey y es Fedra quien
viene, en la escena segunda del acto V, a pedirle proteccin para su hijo. Como lo destaca
Raymond Picard, al que cita Ren Pommier, la relacin de fuerza est a la inversa de lo
que pretende el crticoLa situacin de Hiplito no podra ser asimilada a la de un cautivo
sometido a un poder absoluto. Si es cautivo no lo es de un poder, de una fuerza, sino
de un escrpulo moral, de un deber, o de lo que l considera como tal que le impide
hablar (Pommier, 1988, pg. 198)
Pommier suscribe la objecin que Jacques Truchet (La tragdie classique en France,
pgs.195-196) dirige a la llamada relacin fundamental, que incluso correspondiendo a
una realidad, precisara la verificacin de la excepcionalidad de su frecuencia en Racine. A
continuacin, transcribimos integramente la objecin de orden lgico ms importante que
Pommier realiza a la ecuacin de relacin de fuerza entre los personajes racinianos
mantenida por Barthes: Roland Barthes no ha comprendido el mecanismo, puesto que
no teme hacerlo funcionar al revs. Contrariamente a lo que pretende, es el segundo
elemento, la relacin de amor, el elemento esencial, y es el primero, la relacin de
autoridad, el que es funcional en relacin al segundo. Con toda evidencia, si un conflicto
de amor entre un personaje A, que ama un personaje B, que no lo ama, constituye, por su
inters humano y su valor emocional, un sujeto de predileccin para un autor trgico, este
conflicto no permite, por s solo, anudar una accin. Cmo anudarla si no hay otra
relacin entre A y B, si B tiene gusto de enviar a paseo a A sencillamente? Es necesario
introducir entre A y B otra relacin que obliga a B a tener en cuenta los sentimientos de A.
Si el autor dramtico tiene gusto por lo novelesco, puede, seguramente, tener recurso a
391
incapaz de comprender, a saber, que un personaje que sacrifica su amor propio tiene
grandes posibilidades de ser ms conmovedor que aqul que hace lo contrario. (Pommier,
1988, pg.245)
Pommier considera secundario el captulo On y el captulo La divisin como un
captulo de transicin. De este captulo contesta la concepcin barthesiana de que el hroe
trgico est dividido, pero que no hay que ver en esta divisin un debate entre el bien y el
mal, sino simplemente un debate. Concepcin errnea para Pommier que considera
injustificada la neurosis que predica Barthes del personaje raciniano (Pommier, 1988,
p.247). A su vez, puntualiza que el captulo siguiente titulado El Padre, esencialmente, es
una reanudacin de la teora ya presentada, y al parecer pronto olvidada, en el tercer
captulo titulado La horda (Pommier, 1988, p.250). Donde expona una hiptesis osada,
formulada por Darwin, retomada por Atkinson y sobre la cual Freud ha credo poder
apoyarse en Totem y Tab y en Moiss y el monotesmo. Pommier discrepa en la aplicacin
de esta teora a las tragedias racinianas. Piensa que para llegar a esta conclusin se ha
apoyado en Mauron con cuyo trabajo entabla una comparacin: Como Mauron, Barthes
superpone las diversas tragedias de Racine para constituir una tragedia esencial. Como
aqul, reparte los personajes en un pequeo nmero de figuras elementales y dicho
reparto se opera de una manera con frecuencia arbitraria y sin vacilar en fabricar
artificialmente las figuras de las que tiene necesidad. (Pommier, 1988, pg. 251)
No obstante Pommier repara que si el mtodo recuerda el del inventor de la
psicocrtica, en el detalle los anlisis de Roland Barthes conducen a resultados muy
distintos de aquellos a los que ha llegado Mauron. En este sentido llama nuestra atencin
sobre el hecho de que para Mauron el padre aparece en la tragedia raciniana con Mitrdates
y para Roland Barthes, por el contrario, no hay tragedias en las que no est real o
virtualmente presente. Luego, seala el sentido lato que Barthes confiere a la palabra padre
y la jerarqua de los hroes racinianos a la que recurre y que, a juicio de Pommier, parece
contradecir todas sus observaciones anteriores sobre la divisin del hroe raciniano y
sobre su mal profundo, la fidelidad: El hroe experimenta al respecto del padre el
horror mismo de un enviscamiento (SR., p.56). Esta afirmacin tiene, parece, un alcance
general: ella supuestamente se aplicara a todos los hroes racinianos sin excepcin.
Entonces, la clasificacin que Roland Barthes establece, algunas lneas ms lejos, vendra a
probar lo contrario. A este horror del enviscamiento parecen escaparse los hroes de dos
de las tres categoras que el crtico distingue, los de la primera y los de la tercera. Para las
393
Padre y la del hijo, puesto que Roland Barthes nos revela en el captulo titulado La falta,
que en Racine, solo hay una relacin la de Dios y la de la criatura. Habiendo partido con
la intencin de reconstituir una especie de antropologa raciniana, Roland Barthes habra
descubierto que el hombre raciniano se defina, en ltimo anlisis, por su relacin con
Dios, y por tanto una antropologa raciniana desembocaba necesariamente sobre una
teologa raciniana (Pommier, 1988, p. 343)
Es ms, Pommier, acto seguido, afirma que Barthes parece olvidar su teologa
raciniana tan pronto como la expone. Ha de tenerse en cuenta que no haba estado
presente en la primera parte de El hombre raciniano, y que, en la segunda parte, los
anlisis que nos propone de las diferentes tragedias de Racine no la tienen en cuenta.
Pommier no lo considera extrao porque para l es una de las teoras ms artificiales de
Barthes y cita para mayor abundamiento que no ha conseguido convencer a los ms
fervientes admiradores de Barthes, M. Guy de Mallac y Mme Margaret Eberbach. El
hecho, aade, de que Dios est con frecuencia ausente de la tragedia de Racine no ha sido
un obstculo para Roland Barthes. Cree que Barthes ha efectuado fcilmente la transicin
del Padre a Dios y del Hijo en la criatura desde el momento en que afirmaba que el Padre
es inmortal, porque lo Anterior es inmvil (Pommier, 1988, pg. 344)
Pommier conjetura que Barthes debi haber presentido que el lector podra sufrir cierto
desconcierto al constatar que la relacin fundamental de la tragedia raciniana se
modificaba sin cese y que despus de haber sido la del amante y la del verdugo y la de la
vctima, luego la del Padre y la del hijo, era ahora la de Dios y la criatura. Y por ello se
esforzar en intentar convencerlo de que no ha olvidado todo aquello que haba escrito
previamente, y, para hacer esto, retoma todas las diferentes definiciones que ha dado de la
pareja raciniana juntas, como si ellas no hubieran sido ms que aproximaciones sucesivas,
como si lejos de contradecirse, esas diversas teoras no hicieran sino reflejar el movimiento
de un pensamiento que, lentamente pero de forma segura, se precisara y se profundizara.
Pommier, en suma, opina que corresponderan, cada vez, a un cambio radical de
perspectivas y conduciran a una nueva definicin de la esencia misma de la tragedia
raciniana; y considera que esta nueva definicin no solo es arbitraria, sino perfectamente
incompatible con la precedente. (Pommier, 1988, pg. 345)
Ahora, enfatiza Pommier, se ve la naturaleza exacta de la relacin de autoridad. A no es
solamente potente y B dbil. A es culpable, B es inocente. Pero como es intolerable que la
395
considerar laicas, y por la imposibilidad de construir, a partir de las seis otras, una
concepcin precisa y coherente de la divinidad y de sus relaciones con el hombre. A estas
dificultades aade la de la existencia de dioses profanos mltiples y diferentes en las
mismas obras. (Pommier, 1988, pg.368)
Pommier reprocha a Barthes que, en lugar de comprender por qu en Racine los dioses
son tan frecuentemente injustos y acusados a causa de su injusticia, prefiera cultivar la
paradoja y para hacerlo no haya dudado en dar un giro de ochenta grados y despus de
haber definido al hroe raciniano como aqul que sin cese denuncia la injusticia del
Cielo, no haya temido en un segundo momento, definirlo como aqul que quiere siempre
justificar al Cielo injusto, hacindose l mismo injusto (Pommier, 1988, pg. 369). Ren
Pommier piensa que para no poder soportar la idea de un Dios injusto, sera necesario que
el personaje fuera fuertemente creyente y religioso y que, una vez estuviera instalada esta
idea, no distara en dudar de la existencia divina (Pommier, 1988, pg. 370). Tambin
seala que la acusacin contra los dioses es inversamente proporcional a la responsabilidad
de los hombres: cuanto ms culpables aparecen los hombres, menos se piensa en acusar a
los dioses. (Pommier, 1988, pg. 373)
Pommier tambin descarta la hiptesis de Michel Butor. Considera que no es necesario
apelar a una obsesin secreta de Racine para explicar el odio de los dioses que se encuentra
tan frecuentemente en las tragedias y que, por otro lado, encontramos en muchos autores
trgicos (Pommier, 1988, pg. 382). Como colofn a estas consideraciones escribe con
cierta dosis de humor: por el contrario, nosotros no llegamos a comprender lo que, fuera
de una eventual perturbacin cerebral, podra llevar a un hombre a creer en un Dios
injusto, que debera rescatar perdindose a s mismo. Invertida la idea de Redencin
alcanza el colmo de la extravagancia y lo absurdo (Pommier, 1988, pg. 384).
REACCIONES ANTE SUR RACINE
Fluchre, Roland Barthes no dice en ningn lugar que sea despreciable: l opone una
crtica animada y variada, que es el producto de la poca y que todava no ha adquirido
suficientes ttulos de nobleza para ser llamada universitaria. Esta terminologa, a su
parecer, solo constituye un instrumento cmodo de designacin. El contenido ser el que
se quiera que sea. Le gustara que se la llamase simplemente la crtica. Para concluir
subraya el valor positivo de las jergas que atraen la curiosidad de los jvenes estudiantes y
que proporcionan un sentido nuevo y fascinante.
Ren Girard en La Pense critique (n 205, junio de 1964) en un extenso artculo
titulado Racine, pote de la gloire sostiene de manera ambivalente: La crtica
relacionada con el marxismo y el psicoanlisis es la nica que en nuestros das vuelve a
encontrar el sentido de lo trgico raciniano. La crtica humanista no quiere saber de otra
cosa que no sea el discurso potico mismo
En el artculo titulado La nouvelle critique? une imposture, un delire publicado en Le
Figaro littraire y firmado por Guy le Cle`h (14 a 20 de octubre de 1965) Raymond Picard
declara que no tiene absolutamente nada en contra de Rolad Barthes, sino que, por el
contrario, siente una gran simpata. Recuerda que se conocieron en Londres y que por ello
fue para l doloroso escribir el libro que no arremete contra toda su obra. Destaca el
carcter estimulante y divertido de Mitologas y el xito merecido de sus cursos en Les
Hautes tudes. Sin embargo, considera una imprudencia que Barthes haya escrito sobre
Racine.
Picard sita el origen de la querella en una ofensiva extraa e innecesaria contra una
crtica universitaria que no existe en nombre de una nueva crtica que tampoco existe.
Picard seala que ya haba reaccionado en un artculo de Le Monde. Se poda, en su
opinin, hacia 1930, hablar de una crtica universitaria, pero ahora Barthes reacciona
extemporneamente cuando ataca en la actualidad ese animal mitolgico.
Jaime Moreno Villarreal en La posteridad del libro de Barthes, destaca que otros dos
artculos, que daban cuenta del advenimiento de una crtica literaria nueva en Francia
seran igualmente objeto de la polmica de Picard; sus autores eran Jean-Pierre Richard
(Quelques aspects nouveaux de la critique littraire en France) y Jean Starobinski (Les
directions nouvelles de la recherche critique), ambos directamente relacionados con la
llamada Escuela de Ginebra. La inclusin de estos nombres en la querella nos sirve para
entender que la nueva crtica no era por identidad estructuralista. Adems, Moreno
400
admirable que ha podido escribir: Y la muerte, a mis ojos robando la claridad, / Devuelve
al da, que ellos manchaban, toda su pureza), intentar dilucidar el sentido particular que
ese gran enfrentamiento csmico alcanza en el universo raciniano, es, con toda evidencia,
hacernos llegar a su centro vivo, al hogar de su irradiacin ntima. Que la tentativa de
Barthes sea exitosa o no, eso queda, ciertamente, abierto a la discusin. Rechazar como
insignificante esta tentativa, mientras que ella constituye el medio de acceso a una de las
significaciones esenciales, es, para el crtico de hoy, una imperdonable ceguera.
(Doubrovsky, 1966, pg. 116)
Jacqueline Piatier (Le Monde, 23 de octubre de 1965) anota que la tctica de Picard, al
examinar los principios de la nouvelle critique, es sorprenderla en flagrante delito de
contradiccin consigo misma y no alberga ninguna duda de que consigue su propsito.
Esta crtica declara vana toda explicacin biogrfica. Pero ante el abuso que ella hace del
psicoanlisis, subraya Picard: Quin ha dado pues tanto lugar a la infancia del escritor,
a sus gustos culinarios, a sus relaciones familiares?
La nueva crtica pretende no interesarse ms que en la obra y, en realidad, la desarticula
haciendo estallar el cuadro propiamente literario de cada creacin particular, novela,
poema o tragedia, y poniendo sobre el mismo plano, para el estudio del escritor, la carta
ntima, la obra concertada, la nota garabateada, el comentario crtico, el borrador o el
testimonio. Todo esto responde a una cierta concepcin de la obra literaria-subraya Piatier
que cita a Picard:
Ellos (los nuevos crticos) la consideran en efecto como una coleccin de signos cuya
significacin est en otro lugar, en otro lugar psicoanaltico (fijado por ejemplo en la
infancia del escritor), o en otro lugar pseudo-marxista de una estructura econmicopoltica, o en otro lugar de tal o cual universo metafsico que sera el del autor, etc., etc.
(Nouvelle critique ou nouvelle imposture, Jean Jacques Pauvert diteur, Hollande, 1965, p.
113)
Por el contrario, Serge Doubrovsky en su obra Pourquoi la nouvelle critique encuentra
paradjicamente prximos ciertos puntos de vista de la crtica de Raymond Picard con una
definicin de la crtica ofrecida por Roland Barthes en su obra Ensayos crticos: No es la
menor paradoja de esta querella que Raymond Picard y Roland Barthes estn, sin que se
den cuenta, de acuerdo sobre el fin, sino sobre los medios, de la crtica. Cuando Roland
Barthes escribe que es la atencin concedida a la organizacin de los significantes lo que
403
inditos, mientras que la crtica antigua, a pesar de todas sus cualidades, no hace ms que
arrojar una vana mirada hacia atrs
Piatier vuelve a abordar el tema de Nouvelle critique ou nouvelle imposture en Le
Monde (9 de abril de 1966) donde califica el folleto de Picard como ataque mordaz y
espiritual
En Le Nouvel Observateur (3-9 de noviembre de 1965), Jean Duvignaud, antiguo
compaero de Thtre populaire haba firmado un artculo Le dernier dbat de lavant
garde que contena ms de una reserva: Barthes no poda hacer peor eleccin que la de
Racine para continuar su investigacin. En todo caso la manera en que aborda al autor de
Fedra mutila tanto al poeta como al crtico
Philippe Roger tambin advierte que este artculo est lejos de hacer inclinar la balanza
en favor de la nouvelle critique, cuyos altercados con la ancienne son al principio
comparados a un galanteo. Jean Duvignad defiende all a Barthes por sus otros libros;
tambin le hace un cumplido por lo menos mitigado: hay fracasos que son tan interesantes
como los xitos: el fracaso de Barthes en comprender e interpretar a Racine lo es tanto ms
cuanto revela, como podra hacerlo un test, la inspiracin general de este mtodo de
desciframiento de signos y smbolos, mtodo que se destruye l mismo al desarrollarse y se
recompone para destruirse de nuevo. (Roger, 1986, pg. 183)
La semana siguiente en Le Nouvel Observateur (10-16 de noviembre de 1965) bajo el
ttulo de Si ce nest toi, contina Philippe Roger, Barthes ejercita una especie de derecho
de respuesta, cuyo tono amargo seala hasta que punto el juicio de Jean Duvignaud le ha
parecido insatisfactorio. Por ms que afirme que le desagradan los ajustes de cuentas
personales, su argumento es temiblemente ad hominem, pues pinta a un Picard batallando
con deslizamientos, guios y la vestidura moral de un comediante, tomando por lo ms
bajo la literatura, la poesa, el psicoanlisis, el marxismo y ofreciendo una imagen
caricaturesca del racionalismo conformado por astucias y pequeeces. En suma, y es la
ltima palabra de Barthes, si Picard representa algo es la figura del pen.
Esta virulencia, presiente Philippe Roger, es la de una soledad; y la amargura de
Barthes es perceptible, por tener que hacerse su propio campen en una palestra
periodstica como Le Nouvel Observateur, de la que podra haber esperado un tono ms
amistoso. Y esto, tanto ms, porque el mismo Barthes haba, diez aos antes, consagrado al
406
reedicin de uno de los libros que han suscitado ms comentarios entre los crticos Le
Degr zro de lcriture de Roland Barthes y la de una compilacin de escritos de Lanson
publicada por Henri Peyre.
Despus de citar las obras principales de Lanson, Principios de composicin y estilo e
Historia de la literatura francesa, Guissard subraya la hostilidad que siente Barthes hacia
Lanson y sus discpulos y cmo simplifica su papel de perturbador considerando
lansonianos todos los profesores de letras engendrados por la universidad francesa.
Guissard transcribe para ilustrar su exposicin un prrafo de Roland Barthes perteneciente
a Las dos crticas publicado en Ensayos crticos:
Actualmente en Francia tenemos dos crticas paralelas: una crtica que, para simplificar,
llamaremos universitaria y que practica en lo esencial un mtodo positivista heredado de
Lanson y una crtica de interpretacin, cuyos representantes, muy diferentes unos de otros,
puesto que se trata de J-P. Sartre, G. Bachelard, L. Goldmann, G.Poulet, J. Starobinski,
J.B. Weber, R. Girard, J.-Richard, tienen en comn lo siguiente : que su acercamiento a la
obra literaria, puede vincularse ms o menos, pero en todo caso de un modo consciente, a
una de las grandes ideologas del momento, existencialismo, marxismo, psicoanlisis,
fenomenologa, por lo cual podra llamarse a esta crtica ideolgica, por oposicin a la
primera, que rechaza toda ideologa y afirma basarse en un mtodo objetivo.
Guissard destaca que la consciencia de Barthes de que la crtica ideolgica o crtica de
interpretacin no tendra apenas adeptos si los universitarios no tomaran parte. Toma nota
tambin de que Barthes acusa a los profesores de pretender abstenerse de posiciones
ideolgicas, cuando el positivismo es una ideologa igual que las otras. Una ideologa que
se oculta y que no quiere decir su nombre; un mtodo que rehsa ir a los subterrneos de
la obra literaria Lo que se rechaza es el anlisis inmanente
Guissard seala que la Universidad no responde jams en cuerpo constituido a sus
detractores. Los universitarios son libres de responder cada uno por su cuenta. Uno de ellos
Picard ha observado con un placer no disimulado que la comn aversin hacia Lanson
no basta para cimentar la unidad entre marxistas y existencialistas. Guisard esgrime otro
razonamiento que vlidamente podra haber aducido Picard: el estructuralismo, querido por
Roland Barthes, corriente profunda pero todava titubeante de la etnologa de LvyStrauss y de la crtica literaria, no constituye tampoco un lazo evidente entre las
heterogneas corrientes.
408
Sobre Sur Racine afirma Guissard que lo menos que puede decirse es que las posiciones
de Barthes son desconcertantes. Se pregunta, despus de varias lecturas, si Racine era l
mismo para sus comentadores de ayer y de hoy, si Bajazet, Hiplito y Hermione nos
haban mostrado hasta ahora un rostro enmascarado, si los textos ilustres se prestan
verdaderamente a una tal exgesis y si esta exgesis no abre la puerta a lo arbitrario, a
superestructuras crticas que no tienen otra explicacin que la visin subjetiva y no tienen
ninguna razn de detenerse entonces.
A juicio de Guissard, Picard no ha tenido dificultad en demostrar la dbil fuerza
probatoria de las tesis de Barthes y en pocas pginas desarrolla una discusin al puro estilo
universitario. Se parecera, dice Guissard, a una defensa de tesis, en el momento en el que
el futuro doctor sufre el asalto de las objeciones. Extrae del librito el siguiente prrafo: La
manera crtica de Barthes participa de dos actitudes bien conocidas, que parecan
irreconciliables, la actitud impresionista y la actitud dogmticaLa tentativa podra tener
normalmente por efecto confirmar en sus mtodos menos ambiciosos a aquellos que se
adhieren todava a los valores de objetividad y de coherencia. Acaso no tienen derecho a
decirse si no es preferible determinar de manera slida tal pequeo hecho concerniente a
Racine que edificar una interpretacin grandiosa de las tragedias que se derrumbara bajo
el primer estudio serio?
Guissard cree que Picard ha efectuado una ejecucin con estas declaraciones y cita a
Henri Peyre, para el que Lanson es capaz de reservar sorpresas a Roland Barthes y a otros
si quisieran leerlo: Lanson se ayudaba de la historia, de la sociologa, de la psicologa y si
hubiera venido ms tarde habra acogido al psicoanlisis, a Gaston Bachelard, a Blanchot y
a J.P. Richard. Tal vez sea necesario, opina Guissard, que Barthes regrese a las fuentes
lansonianas para constatar en persona si puede extraer tanta riqueza.
Tambin considera que se trata de algo ms que de disputas de iniciados y querellas
palaciegas en las cuales el pblico comn no participa. En realidad, se trata de la literatura,
de su interpretacin y de su destino.
Jean Jacques Brochier en La vieille critique est mal partie (Les temps modernes,
Dcembre, 1965, pgs. 1140 a 1143) opina que la Historia de la crtica no habra retenido
la obra La carriere de Jean Racine de Picard de no haberse producido la publicacin de
Nouvelle critique ou nouvelle imposture a la que no reconoce otro mrito que su estilo.
409
problemas puesto que el ideal literario definido por las reglas es comnmente admitido y la
idea de la belleza en literatura parece adquirida de una manera universal. Inesperadamente
Kanters niega que dicha crtica haya existido en estado puro nunca y luego matiza el
alcance de esa crtica de polica, al afirmar que, aunque nunca han faltado gendarmes a
caballo, es una crtica sin importancia y sin eficacia. Sintetiza, a continuacin, la historia
de la crtica en un doble movimiento anlogo: por una parte, una crtica de los profesores
que defender las posiciones establecidas y, por otra, una crtica de los creadores que
reivindicar el derecho de estremecerlas. Kanters evala positivamente la labor de Sainte
Beuve como renovador de la crtica y como punto de referencia frente al que se definirn
dos tipos de crtica antecesoras de la crtica universitaria y de la nueva crtica, que lo
rechazan como modelo, desde perspectivas diversas: Pero l presta el flanco a dos rdenes
de crtica. Primero la crtica que se podra llamar lansoniana, puesto que nuestro Gustavo
Lanson ha dado la frmula frecuentemente citada: En lugar de emplear las biografas para
explicar las obras, l ha empleado las obras para constituir biografas. Luego, la crtica
proustiana: su famoso mtodo desconoce lo que una frecuentacin un poco profunda con
nosotros mismos nos ensea: que un libro es el producto de otro yo que aquel que
manifestamos en nuestras costumbres, en la sociedad, en nuestros vicios. La observacin
de Lanson nos pone sobre el camino de lo que ser la crtica universitaria, la observacin
de Proust sobre aqul en el que nacer la nueva crtica.
Ms tarde, para absolver a Lanson al que la nueva crtica ha subido en el banquillo,
Kanters destaca cmo Lanson, a diferencia de Taine que propuls el mtodo de explicacin
por las circunstancias hasta un rigor casi cientfico, determinismo que el mismo SainteBeuve consider demasiado rgido, intent conciliar la explicacin literaria y la
explicacin biogrfica e histrica y, aunque sus juicios ya no sean actuales, fue el primero
en rechazar toda pretensin cientfica de la crtica y de la historia literaria. Kanters piensa
que el lansonismo no merece las crticas de Pguy o de Barthes y para ejemplificar el
despropsito que sera criticarlo destructivamente, afirma que juzgar su mtodo, a travs de
las formas degeneradas que han surgido, sera tan injusto como reducir la nueva crtica a
M. Weber. Kanters opina que una obra que fuera la de nadie trabajando en ninguna parte es
una pura quimera y que cuando Proust dice que el libro es el producto de un yo distinto que
el que nosotros alcanzamos por la biografa tiene cierta razn, pero no tiene razn
totalmente, porque una dualidad interior absoluta es insostenible. Kanters sostiene que
existe entre el hombre de la obra y el hombre de la biografa una diferencia, pero tambin
413
una osmosis y por ello el mtodo beuviano o lansoniano recupera sus derechos o valor.
Kanters otorga el mrito de haber hecho accesible al pblico la fuente comn de la doble
vida del artista, que pasaba inadvertida al Proust de Contra Sainte Beuve, al
psicoanlisis. Desde una posicin neutral y conciliadora, cree que la nueva crtica no se
opone a la crtica universitaria en los valores positivos, sino que la prolonga y la
profundiza, pues aquella quiere que el estudio de las relaciones entre el hombre y la obra se
beneficie de los progresos que las ciencias humanas han realizado, gracias al psicoanlisis,
al marxismo y a los desarrollos postmarxistas en el estudio de la sociedad. Al igual que
otros crticos, censura el uso de determinada jerga, pero lo hace en tono humorstico como
si fuera un mal menor: Que la jerga de una cierta nueva crtica sea cmico y tanto ms
cuanto cubre las explicaciones del sueo por la virtud dormitiva y cuanto algunos de sus
maestros recuerdan a los de Molire no prueba nada contra una disciplina tan fundada en la
razn como la medicina misma. Kanters intercala estos elogios diplomticamente con
crticas ms aceradas. El peligro, y muy insidioso, es un peligro por exceso. La crtica
universitaria trata de iluminar la obra por lo que el escritor era, la nueva crtica por lo que
l no saba que era, es decir, por lo que no era. Tambin concede a Picard la razn en
cuanto a los abusos de la crtica psicoanaltica y trata de contestar a aquellos que
desaprueban a Picard por haber limitado su estudio a Sur Racine. El crtico examina
algunos acercamientos entre Michelet y Sur Racine. De los cuales el ms destacable es el
amor sororal, como lo indica la extensin que le concede: En el teatro de Racine, segn
Barthes, el acto de posesin sexual es casi reemplazado por una dominacin, una posesin
por la mirada echada sobre la pareja vencida, aunque no es un teatro de amor, sino un
teatro de voluntad de dominio y de victoria. Y para Michelet, el objeto del amor es menos
poseer la mujer que descubrirla es una ertica de la mirada, no de la posesin y Michelet
colmado no es nada ms que Michelet mirn y mirn de la mujer debilitada, ofrecida,
humillada. En Racine el sexo biolgico es menos importante que el sexo intelectual tal
como se manifiesta en la relacin de fuerza de las parejas, y los hroes micheletistas son
por definicin seres andrginos mientras que Michelet se vanagloria de ser un hombre
completo teniendo los dos sexos del espritu. Kanters manifiesta que no es ocasin de
discutir las interpretaciones en relacin con los dos escritores, pero se pregunta
retricamente si no es extraa esta coincidencia interpretativa y si no se podra inferir que
es la concepcin del amor de Barthes la que se superpone a la de los dos autores
estudiados. Tambin califica a Barthes implcitamente de psicoanalista amateur al
subrayar, a continuacin, que Mauron arriba a resultados mejores que los del psicoanlisis
414
condena a valer en tato que crtica lo que vale esta filosofa. La crtica, en su opinin, debe
poder extraer beneficio de todas las disciplinas.
CRTICAYVERDAD
El ataque de Picard no solo conmovi los medios de difusin sino que tambin suscit
en 1966 tres respuestas de mayor envergadura: Crtica y Verdad de Barthes, que marca su
entrada en la coleccin Tel Quel, No-critique et palo-critique ou Contre Picard de Jean
Paul Weber y Pourquoi la nouvelle critique de Serge Douvrovsky con las que de nuevo se
reaviva la controversia. La Gazette (26 y 27 de marzo de 1966) de Lausanne anuncia La
guerra de las dos crticas, mientras que La Tribune de Genve (9, 10, 11 de abril de 1966)
lo desmiente: No se desencadenar la guerra de las crticas. (Calvet, 1992, p. 189).
En La guerre des critiques naura pas lieu (9, 10, 11 abril 1966) Jean Vuilleumier
analiza el enfrentamiento invirtiendo las interpretaciones. Afirma que la antigua crtica se
designa como tal, atacando la nueva crtica. Su agresin, supone, no procede ni siquiera de
un rechazo, sino de una disposicin llamada a atravesar imperturbablemente las pocas.
La querella est ya dejada atrs, en opinin de algunos. Pero Vuilleumier se pregunta si
acaso ha tenido lugar. Para l la diferencia de los niveles antagonistas es tal, que un
verdadero enfrentamiento parece improbable.
Vuilleumier repasa la repercusin de la querella en la prensa. Constata que una parte de
la prensa ha saludado la aparicin del panfleto Nouvelle critique ou nouvelle imposture de
Picard con exaltacin: de Pierre-Henri Simon a Jean Cau, se puede encontrar la expresin
de una especie de entusiasmo vengador. Se tratara de una ejecucin, y las imgenes de
destruccin abundan bajo la pluma de los cronistas: Coup bien port Pearl Harbor de la
nouvelle critique Barthes au pilori Dcapiter un certain nombre dimposteurs etc.
A su entender, la oposicin que suscita la nueva crtica traduce la incertidumbre
imperante. Pues una posicin fuerte es siempre serena. A rengln seguido, menciona la
obra Critique et verit con la que Barthes responde a las provocaciones de Raymond
Picard. La presenta ms como una nueva aproximacin a las significaciones del lenguaje
que como una justificacin o alegato. A lo largo de su artculo se adhiere al pensamiento
que Barthes despliega en Critique et verit. Empieza Vuilleumier por poner en tela de
juicio la objetividad en nombre de la cual Picard reprocha el carcter inverificable de los
asertos de Barthes. Primero, sostiene que la objetividad que reposa sobre pretendidas
416
significacin, sino aquella que implica una hipersignificacin, no aquella que supone la
ausencia o el eclipse de los contenidos, sino aquella que reposa sobre su inagotable
densidad. En otros trminos, si estamos de acuerdo con Barthes en que la crtica no sabra
pretender descifrar el sentido de una obra, no es porque el sentido deserte, es, por el
contrario, porque existe en exceso de toda interpretacin posible, del mismo modo que la
ambigedad y la realidad del mundo estn completamente enteras en el excedente
irreductible de lo percibido sobre el acto de percepcinLa decisin de Barthes de detener
toda literatura en un sentido defraudado no es, en su propio vocabulario, inocente: ella
traduce un gusto, una eleccin personal, que hace de un momento de la historia literaria
(Kafka, Robbe-Grillet) la esencia de la literatura. (Doubrovsky, 1966, pg. 93)
Para concluir Vuilleumier seala el carcter perifrstico de la crtica en su presente: la
accin crtica revelara el carcter enigmtico de la obra que constituye su verdad. Y si el
sentido mltiple (el smbolo) se identifica con el fundamento del libro, describe al mismo
tiempo una ausencia que devuelve al lenguaje su funcin de mito.
Doubrovsky ya entrev el peligro que late bajo esta concepcin, aunque para advertir del
riesgo, no apunte en direccin a Barthes: La crtica es frente a la literatura como la rana
frente al buey: ella infla sus explicaciones, como sta su talla, con la esperanza de igualarse
a su modelo. Se sabe el final de la fbula. Esa desgracia, ese drama de la crtica, del que
hablamos Sera una tragedia? (Doubrovsky, 1966, pg. 80)
La publicacin Notre Rpublique (20 de mayo de 1966) publica tambin un artculo sobre
el tema: La guerra civil de las dos crticas. En este artculo Jean- Louis Bourlanges sita
en 1963 con la aparicin del libro de Barthes Sur Racine el enfrentamiento que describe en
trminos un tanto burlones: Hace tres aos que la crtica francesa se pone como un trapo y
ninguna esperanza de armisticio est permitida. Empieza por subrayar las virtudes del
panfleto de R. Picard, que considera como una obra maestra. Pues Picard en l se burla de
sus adversarios sin llegar a ser insultante y los ridiculiza sin mostrarse demasiado
despectivo. Mientras que no se podra decir lo mismo de los Nuevos Crticos: stos
comienzan por tratar a Raymond Picard de Pen, luego de vieja marquesa chocha, tras
lo cual su lder publica su manifiesto de intolerancia y de desprecio. Reconocidos los
mritos de Picard, Bourlanges resume las posiciones de ambos. Picard reprocha a su
adversario esencialmente el ser un bromista que hace pasar por Crtica lo que no son ms
que divagaciones personales, el ser un chapucero que malgasta un talento real en increbles
419
delirios verbales; el ser un pretencioso que se sirve de Racine como de un simple pretexto
para ensoaciones de un inquietante subjetivismo.
Frente a l, R. Picard opone un ideal armado de paciencia y modestia: el crtico de sus
deseos sera una especie de humilde investigador que se consagrara a extraer poco a poco
de la obra un cierto nmero de elementos objetivos y serios a partir de los cuales sera
posible establecer una interpretacin universalmente admitida.
La crtica literaria para Picard reclama las mismas precauciones que la investigacin
cientfica: a lo cual Roland Barthes responde acertadamente, segn el articulista de Notre
Rpublique, que las nociones de objetividad e imparcialidad estn vacos de sentido,
cuando se trata de literatura. Bourlanges encuentra plausible esta concepcin, ya que un
escrito no es un objeto como los otros, sino el lugar de una relacin entre dos sujetos o,
como dice Sartre, de una solicitacin mutua de dos libertades: el lector no es un simple
aparato de registro sino que, con sus prejuicios, sus valores, sus conocimientos, desempea
su papel. Bourlanges suscribe un aforismo de Barthes extrado de Crtica y verdad que
eleva al lector al papel de Dios: la obra propone, y el hombre dispone. Los grandes libros
no tienen un nico sentido, sino que son formas que sentidos ms o menos contingentes
histricos vienen a cubrir alternativamente. Por tanto, si las novelas de Paul Bourget estn
muertas, es porque hablaban un nico lenguaje, el de la burguesa de la Belle Epoque.
Bourlanges encuentra en esta concepcin una de las ideas maestras de Malraux que afirma
que las obras de arte solo deben sobrevivir a las civilizaciones cambiantes con la pluralidad
de un lenguaje renovado sin cesar.
En esas condiciones, concluye Bourlanges, la crtica no est en medida de alcanzar un
imposible universal, ella no puede ser ms que el testimonio de una cierta lectura: pero al
hacerse ese testimonio necesariamente por escrito, ella se torna en obra sobre una obra; a la
vez lectura y escritura, simple reflejo y creacin nueva, que no sabra escapar a una
ambigedad constitutiva. Sea como fuere, es necesario comprender que detrs de una
querella de universitarios, un debate fundamental se inscribe en la literatura.
El Nouvel Observateur (13 de abril de 1966) ofrece sus columnas a Picard que asevera:
Barthes se hunde en las tinieblas ms de lo que haba hecho antes. Unas semanas
despus el mismo semanario (30 de mayo de 1966) escribe el ttulo Barthes-Picard: tercer
round.
420
lo esencial contra las tesis tericas subyacentes a nuestros esfuerzos contingentes. Es una
actitud, por as decirlo, tradicional; no se reprocha apenas inexactitudes materiales; la nica
vez en que una tal objecin fue elevada, pudimos establecer que el error estaba del lado de
nuestro adversario, que haba ledo mal y citado mal a Hugo. Hay motivo para lamentar
que no se haya dedicado a examinar concretamente el dossier de nuestros anlisis
temticos, acto que hubiera hecho aparecer la solidez de nuestras interpretaciones
(Weber, 1966, pg. 40)
Weber toma distancias frente al psicoanlisis, pero de manera ms clara y directa que
Barthes en Crtica y verdad: El anlisis temtico no es un psicoanlisis porque niega la
pansexualidad y los instintos de muerte, la censura, la represin, el yo y el super ego, el
cdigo simblico, los complejos tradicionales de Edipo, de castracin de Electra, etc.;Y
basta comparar los resultados de Mauron que se obstina en aplicar estrictamente la retcula
freudiana con los alcanzados por nuestro propio mtodo aplicado a los mismos autores
para discernir toda la distancia que nos separa desde el punto de vista psicoanaltico, que
nosotros estimamos por otra parte, sobre el plano literario y esttico, al menos,
irremediablemente sobrepasado, es decir, caducado. (Weber, 1966, pgs. 43-44)
Tambin replica al reproche formulado por M. Picard de haberse detenido en la
biografa de los escritores sintindose Weber, por ello, clasificado entre los lansonistas
tradicionales, contra-argumento que transcribimos sin la modalidad de interrogacin
retrica: La diferencia capital, que, M. Picard no parece notar, entre el anlisis temtico y
el lansonismo tradicional es que nosotros procuramos comprender no slo la biografa sino
la obra a la luz de un tema oculto en los repliegues de la infancia, mientras que la crtica
clsica se condena a no comprender ni la vida ni la obra por su obstinacin miope en
coleccionar los sucesos de la vida adulta, ya predeterminada en una cierta medida por los
traumatismos anteriores (Weber, 1966, p.45)
De la obra de Weber No-critique et Palo-critique solo nos hemos hecho eco de la
postura frente a Lanson, del psicoanlisis (temas que tambin preocuparon a Barthes
aunque desde un posicionamiento distinto) y, por ltimo, de la valoracin del anlisis de
las frecuencias, aspecto en el que la distancia respecto a Barthes se agranda: M. Picard no
ha comprendido que solo cuentan para nosotros, sobre el plano de las constataciones
lexicolgicas, las frecuencias, y no las menciones aisladas (Weber, 1966, pg.107)
422
Han transcurrido muchos aos de la polmica pero todava se toma partido pro o versus
Barthes. As sus fieles amigos encuentran motivo de agravio hasta en la expresin je ne
comprends pas como podemos constatar en el dilogo entre Raphal Enthoven y Antoigne
Compagnon (Raphal Enthoven, 2010 pgs. 74-75):
A. C.: C`est un type de figure de style que Paulhan lui-mme aurait pu tudier dans ses
petites analyses rhtoriques, que lon nappelait pas encore smiologiques. Barthes est trs
sensible ce langage indirect. Lindirection du langage, celui qui dit je ne comprends
pas pour faire entendre: Il n`y rien comprendre. Et il repre cette figure dans la
critique bourgeoise, la critique des revues littraires, lgard dune littrature nouvelle.
C`est une critique que lon connait depuis le XIX sicle.
R.E.: C`est une figure que lon peut reprer galement dans les critiques de cette critique.
A.C.: Et dont Barthes lui-mme a souffert. Il en reparlera au moment o il sera attaqu par
Raymond Picard, la suite de son Sur Racine. Il retrouvera contre lui cette figure du je ne
comprends pas, comme position d`autorit pour faire comprendre qu`il n`y a rien
comprendre. Et donc pour discrditer lautre: cest un je ne comprends pas qui
discrdite.
Starobinski en La relation critique, pocos aos despus de la publicacin de Crtica y
verdad, declara que el debate le parece tardo, si hay una nueva crtica ella no se ha
hecho anunciar por un programa; ella ha comenzado por consagrarse a comprender y
explicar las obras a su manera. De repente, nos dice, se le ha pedido cuentas. Para la
defensa o para el ataque, los enunciados de principios y las reflexiones de mtodo han sido
alegados con el tono de la apologa o de la acusacin. Se ha podido operar una distorsin.
Las exposiciones tericas, lejos de haber constituido una premisa indispensable han
aparecido sobre la exigencia de circunstancias accidentales. (Starobinski, 1970, pg.10)
Tambin la crtica espaola se ha interesado vivamente por el tema especialmente en la
dcada de los ochenta. Es destacable la opinin de Bonzon (pg. 179 de La nouvelle
critique et Racine de Bonzon, Paris, Nizet, 1970, citado por Sirvent, 1989, pg. 23) que
escribi a este respecto: Es difcil no dar la razn, en todas las quejas precisas que
despierta, a Raymond Picard, y uno se pregunta leyndolo, cmo el adversario podr
defenderse. l lo ha hecho de una manera sutil, y siempre con el mismo tono de tranquila
423
certidumbre, en el opsculo titulado Crtica y verdad. Y esta pequea obra tiene el gran
mrito de elevar el debate.
ngeles Sirvent considera que Barthes cuando se refiere a la crtica universitaria, no
solo considera esta crtica positivista y analgica a la que Picard alude, sino tambin la
crtica esttica de Picard y la crtica psicolgica, practicadas igualmente por la Universidad
y a las que Barthes rechaza por ser insuficientes para acercarse al texto. La autora
reconoce, adems, que la polmica habra sido menos virulenta si Barthes no hubiera
generalizado haciendo coincidir prcticamente la crtica lansoniana con la crtica
universitaria. Sobre este particular Sirvent cita a R.-E. Jones, cuyas palabras transcribimos:
Al generalizar as, se corre el riesgo de recaer en el error. Primeramente, la crtica
universitaria francesa no ha surgido totalmente de la tradicin lansoniana; algunos de sus
representantes son ms atrevidos, ms vanguardistas que la crtica de la nueva ola, en el
sentido de que ya han sobrepasado las posiciones lansonianas, mientras que Mauron, por
ejemplo, no hay ido ms all de un positivismo estrechamente freudiano (Panorame de la
nouvelle critique en France, Paris, S. E.D.E.S, Robert- Emmet, p. 341, citado por Sirvent,
1989, Universidad de Alicante, pg. 57)
No obstante, Sirvent cree que Barthes hizo gala de su serenidad, tolerancia y amplio
juicio crtico en los aos que dur la polmica y principalmente en su obra Crtica y
verdad, en la cual responda a los escritos-calificados por la autora de panfletarios en
diversos momentos -de Picard. Con el propsito de subrayar la ausencia de fanatismo en la
crtica de Barthes cita la coincidente opinin de Robert- Emmet Jones (Panorame de la
nouvelle critique en France, Paris, S.E.D.E.S, 1968, p. 223): Contrariamente a la mayora
de los nuevos crticos Barthes no quiere dogmatizar sobre su mtodo o sus conclusiones.
(Sirvent, 1989, pg. 64)
Funt enmarca la oposicin de Barthes a Picard en la estela de la oposicin que mantuvo
contra un fenmeno ms generalizado, una clase de crtica que deriva del crtico francs
Gustave Lanson y se funda en la psicologa positivista de Thodule Ribot. En esta
perspectiva, segn Funt, escribir es siempre imitar, copiar, reproducir. La obra tendra
modelos y la nica relacin aceptada entre la obra y sus modelos sera la de la analoga
(Gane, 2004, vol. III, pg. 128)
Funt expone los tres principios que en la crtica acadmica, segn Barthes, permiten
comprender la obra literaria: las certezas del lenguaje, las implicaciones de la coherencia
424
burla despertada por Nouvelle Critique ou Nouvelle Imposture. No obstante, reconoce que
existe diversidad de pareceres y que el barthesiano ms leal preferira que su maestro fuera
juzgado ms por S/Z, LEmpire des Signes o Le Plaisir du Texte que por Sur Racine. Ellos
sostienen menos satisfactoriamente un ejemplo de estructuralismo de lo que Le Dieu cach
lo es del Marxismo o Linconscient dans loeuvre et la vie de Racine lo es del freudismo.
Culler, escribe Thody, considera que est malogrado por un engaoso lenguaje
psicoanaltico y una obscuridad innecesaria metodolgicamente y considera el libro de
manera clara mucho menos satisfactorio como ejemplo de estructuralismo que los ensayos
sobre Sade y Loyola. Thody observa que nadie concuerda con Culler y para ratificar su
juicio cita las opiniones de eminentes crticos: Michael Lane en Structuralism explicaba
que Sur Racine era el ms significativo y gratificante de todas las piezas de la crtica
estructuralista, mientras Thomas Merton, escribiendo en la Sewanee Review, la describi
como obra maestra de la crtica literaria aadiendo que su poder e impacto podra no ser
totalmente sentido por aquel que no hubiera estudiado Racine en un liceo francs, y que en
cierto sentido el estilo excesivamente asertivo de Barthes es una clase de contra-violencia a
la tradicin por la cual ningn estudiante, en el Continente, reciba permiso- hasta 1968para cuestionar las verdades recibidas del profesor. Si Crtica y Verdad es a este respecto
un mejor libro que Sur Racine es precisamente porque se convierte en una defensa de la
aproximacin pluralista de la que Sur Racine carece notablemente. En verdad, una de los
ms inesperados rasgos que caracterizan las ltimas etapas de la querella Barthes/Picard es
el hecho de que ambos reivindican que ellos representan una aproximacin reflexivamente
abierta. (Thody, 1977, pg. 90)
Thody aprecia en el trabajo que Barthes realiz de reunir y citar tantas de las crticas
que haba recibido un indicio de placer casi perverso que deriva del sentimiento de que est
siendo perseguido. El hecho de que la mayor parte de esos artculos hubieran aparecido en
publicaciones conservadoras le ofreci alguna verosimilitud a su alegacin de que el deseo
de poner los Nuevos Crticos en su lugar reflejaba una nostalgia por el Segundo Imperio.
Fue entonces, como todos los intelectuales de izquierda francesa podan estar de acuerdo,
cuando las opiniones disidentes haban tenido la mayor dificultad en hacerse escuchar, y la
decisin del gobierno de Napolen III de interponer una accin judicial tanto contra Les
fleurs du Mal de Baudelaire como contra Madame Bovary de Flaubert cuando fueron
publicadas en 1857 haba tenido una fuerte motivacin poltica. El Segundo Imperio es, sin
embargo, considerado por los intelectuales de izquierdas un segundo lugar conforme al
427
rgimen de Vichy de 1940-4, y era predecible que Philippe Sollers y Lucette Finas los dos
partidarios ms prximos a Barthes igualaran la actitud de Picard con la de la Inquisicin
y la de los partidarios de Ptain. La presuposicin, escribe Thody, de que las actitudes
filosficas y literarias inevitablemente tienen implicaciones polticas es, naturalmente, otra
reflexin de cun profundamente las ideas de Sartre sobre compromiso en literatura haba
afectado el clima literario en la postguerra de Francia. (Thody, 1977, pg. 90)
Thody analizando retrospectivamente los hechos considera que a Barthes le benefici el
ataque de Picard no solo por la publicidad sino porque le permitira deslizarse desde el
derivado y no convincente estructuralismo de Sur Racine a una posicin en la que l
expuso una visin ms interesante y desafiante de lo que la literatura es y de cmo
funciona. Thody considera que lo logr desarrollando las ideas implcitas en uno de los
mejores artculos en Mythologies, Dominici ou le triomphe de la littrature, donde
Barthes, reconociendo su deuda con Giono, escribi que los abogados procesando a
Dominici estaban pensando todo el tiempo en los trminos de un particular modelo: la
visin de cmo la gente se comportaba inspirada en los novelistas realistas del siglo XIX
tales como Zola, Maupassant o Daudet. Porque estos autores haban escrito lo que la
burguesa llamaba la literatura del documento humano. Para Barthes, colige Thody, la
verdadera claridad de la literatura realista la hace ms peligrosa. Seguramente sus lectores
piensan que descripciones tan comprensibles como las de Maupassant deben ser
verdaderas (Thody, 1977, pgs. 91-92)
Para Barthes, afirma Thody, la burguesa de 1965 era todava culpable de intentar
imponer la misma visin del lenguaje que haba denunciado al comienzo de su carrera en
Le degr zero de lcriture. Ellos estaban todava insistiendo en verlo solamente como
mdium para la transmisin de ideas que haban sido pensadas de antemano y rehusando
reconocer que es el lenguaje y solo el lenguaje lo que constituye la materia de la filosofa.
(Thody, 1977, pg 92)
Por lo cual, las crticas universitarias estaban todava cautivas por su presuncin de que
el lenguaje- prosigue Thody-es esencialmente instrumental y se mostraban tan hostiles a
los nuevos crticos incapaces de ver la literatura como realmente era: una constante lucha
creativa con el lenguaje mismo. Thody estima que, como rplica a la especfica crtica
hecha sobre Sur Racine en Nouvelle Critique ou Nouvelle Impostura, este argumento no es
particularmente convincente. En cierto sentido el crtico desaprueba que acuse al oponente,
428
del que no est libre ningn ser? Al decir estas palabras, estamos pensando en la oracin
Mas por qu, hoy, se realizan con la Crtica? que escribe como final abierto a un prrafo
en el que se describe cierto funcionamiento perverso del sistema frente a determinadas
obras literarias. Para evitar al mximo cualquier peligro de descontextualizacin al
analizarla, transcribimos el prrafo entero:
Hoy por hoy, la regresin inspira vergenza, exactamente como el capitalismo. De all
provienen singulares sofrenadas: se finge durante cierto tiempo encajonar las obras
modernas de las cuales hay que hablar, puesto que de ellas muchos hablan; luego,
bruscamente, habindose alcanzado cierta medida, se pasa a la ejecucin colectiva. Estos
procesos, llevados a cabo peridicamente por grupos cerrados, no tienen nada de
extraordinario; surgen en el trmino preciso de ciertas rupturas de equilibrio. Mas por
qu, hoy, se realizan con la Crtica? (Barthes, 1972, pgs. 12 y 13)
Nos llama fuertemente la atencin:
-la utilizacin por segunda vez del trmino ejecucin ahora sin entrecomillado.
Habiendo manifestado su incomodidad porque se utilizara en la prensa un extrao lxico
de ejecucin.
- el hecho de que califique a los grupos en cuyas manos est el destino de la obra de
cerrados, no siendo la accesibilidad o no accesibilidad a ellos relevante en lo narrado,
nos parece ms bien responder a un sentimiento de exclusin experimentado por Barthes
de cierto sector intelectual que deja en el anonimato.
- Tambin resulta significativo que utilice el trmino Crtica en maysculas en lugar de
la nueva crtica como cabra esperar y el uso de la preposicin con que no se
desprende fcilmente de su valor instrumental y de compaa. Separada de su contexto
parecera que es instrumento de ejecucin ms que objeto de la ejecucin.
-ticamente resulta asombrosa la deriva hacia un alarde de indiferencia que parece
censurable si se acepta la realidad de los hechos mencionados: no tienen nada de
extraordinario; surgen en el trmino preciso de ciertas rupturas de equilibrio.
En el prrafo siguiente l mismo responde a la pregunta formulada con una oracin que
demuestra en s misma el valor que el lenguaje reviste para Barthes, presentado bajo la
432
corriente una relacin fundamental y de sta una relacin escandalosa. (Barthes, 1972,
pg.22)
Barthes define en Crtica y Verdad el gusto como un sistema de prohibiciones, un
conjunto de interdictos que proviene indiferentemente de la moral y de la esttica y en el
cual la crtica clsica inviste todos los valores que no puede transportar a la ciencia.
(Barthes, 1972, pg. 23). Al abordar el tema del gusto, Barthes hace una defensa del
psicoanlisis y de la crtica psicoanaltica como si stos hubiesen sido burdamente atacados
por Picard. Defensa, por otra parte, dudosa porque es l quien identifica y nomina el sector
de la nueva crtica, al que se refera Picard negativamente en el pasaje al que nos remite
Barthes y porque el mismo Barthes al mencionarla inserta un juicio de valor poco
halagador discutible por muchas otras razones, y algunas de ellas psicoanalticas.
As dice Barthes: Quisiramos explicar una vez ms a la antigua crtica que el
psicoanlisis no reduce su objeto al inconsciente; que, por lo tanto, la crtica
psicoanaltica (discutible por muchas otras razones, y algunas de ellas psicoanalticas) no
puede al menos ser acusada de hacerse de la literatura una concepcin peligrosamente
pasivista puesto que para ella, por lo contrario, el autor es el sujeto de un trabajo
(Barthes, 1972, pg. 26)
Escribiendo sobre la claridad, que enuncia Barthes como ltima censura de lo verosmil
crtico, tan denostado por l, afirma que la claridad francesa es una lengua
originariamente poltica, nacida en el momento en que las clases superiores han deseadosegn un proceso ideolgico bien conocido- trocar la particularidad de su escritura,
erigindola en lenguaje universal, y haciendo creer que la lgica del francs era una lgica
absoluta. (Barthes, 1972, pg. 29)
Barthes en defensa de los lenguajes proscritos por la crtica escribe uno de los pasajes
ms destacables literariamente de Crtica y verdad:
Se dejar a la etno-psiquiatra la tarea de fijar su sentido, mientras se hace notar hasta qu
punto hay algo siniestro en ese malthusianismo verbal: Entre los papes dice el
gegrafo Baron-el lenguaje es muy pobre; cada tribu tiene su lengua, y su vocabulario se
empobrece sin cesar porque, despus de cada deceso, se suprimen algunas palabras en
seal de duelo. Acerca de este punto, les damos una leccin a los papes: embalsamamos
respetuosamente el lenguaje de los escritores muertos y rechazamos las palabras, los
436
sentidos nuevos que acuden al mundo de las ideas. Aqu doblan las campanas por el
nacimiento, no por la muerte (Barthes, 1972, pg. 30)
A lo largo de este apartado Barthes distingue entre claridad francesa y la claridad de
la escritura. Presenta la primera como una jerga: es un idioma particular escrito por un
nmero determinado de escritores, de crticos, de cronistas, y que, en lo esencial, no
remeda en modo alguno a nuestros escritores clsicos, sino solo el clasicismo de nuestros
escritores (Barthes, 1972, pgs. 30-31). Despus de sealar los defectos que, a su parecer,
presenta, expone una definicin de jerga adecuada para responder a los reproches que le
han hecho otros crticos por practicarla: La jerga es el lenguaje del otro; el otro (no es el
prjimo) es el que no es uno; de ah el carcter probatorio de su lenguaje (Barthes, 1972,
pg.32). Respecto al reproche de falta de sencillez en los escritos, Barthes devuelve la
acusacin, en un ajuste de cuentas, ilustrndola con varios ejemplos, uno de ellos extrado
de un artculo de J. Piatier que le era adversa dentro de la crtica periodstica. Al tiempo
que se anticipa a otra rplica manifestando que el lenguaje literario de la antigua crtica le
es indiferente. Indiferencia que, a tenor del contexto, puede interpretarse como declaracin
de renuncia ante una causa perdida: De hecho, el lenguaje literario de la antigua crtica
nos es indiferente. Sabemos que no puede escribir de otra maneraEs pues intil (y sin
embargo en ello se obstina lo verosmil crtico) pedir al otro que se re-escriba, sino est
decidido a re-pensarse. (Barthes, 1972, pg.33)
Doubrovsky en Pourquoi la nouvelle critique manifiesta compartir la misma opinin que
Barthes frente a la claridad francesa):
Se sabe bastante que nuestra admirable claridad que hace por otra parte la unidad con
nuestro
no
menos
admirable
clasicismo
son
las
virtudes
francesas
por
excelenciaNada ms antiguo, como se ve, que esta querella, que a su primer nivel,
quiero decir fundamental, es una querella de palabras. El mismo reproche regresa sin cesar
en los adversarios de Barthes y de sus camaradas en la nueva crtica: ellos no son claros,
ellos emplean una jerga, ellos no dicen simplemente las cosas, ellos complican todo,
y Racine en particular, que es tan sencillo. Esta inquietud est fundada: las palabras, si uno
no vigila hasta dnde irn? Hasta las ideas. Este es el drama (Doubrovsky, 1966, p. X)
Sobre la jerga ngeles Sirvent no considera aplicable al caso la opinin de Alicia Yllera
(Estilstica, potica y semitica literaria, Madrid, Alianza, 1979, pg. 83) que considera
como uno de los aspectos ms negativos de la crtica estructural, y, en general, de la
437
438
pueda ser propietario de cierta habla y que sea necesario defenderla como un bien en sus
caracteres de ser. Soy, pues, anterior a mi lenguaje? Qu sera yo, propietario de aquello
que precisamente lo hace ser? Cmo puedo vivir mi lenguaje como un simple atributo de
mi persona? Cmo creer que si hablo es porque soy? Fuera de la literatura quiz sea
posible mantener esas ilusiones; pero la literatura es precisamente lo que no lo permite. El
interdicto que se lanza sobre los otros lenguajes es una manera de excluirse uno mismo de
la literatura: no se puede ya, no debera poderse ya, como en los tiempos de Saint- Marc
Girardin, establecer la polica de un arte y pretender hablar de l. (Barthes, 1972, pg. 35)
No obstante Barthes fue ms sensible a este reproche de lo que en principio pudiera
imaginarse, prueba de ello es que en Roland Barthes por Roland Barthes demuestre una
cierta preocupacin por la incapacidad liberadora del lenguaje elegido (Barthes, 2004, pg.
154): Escribiendo tal o cual texto, experimenta un sentimiento culpable de jerga, como si
no lograse salir de un discurso demente a fuerza de ser particular; y si toda su vida, a fin
de cuentas, se ha equivocado de lenguaje?...Tal es la recada de la energa del lenguaje: en
su primer momento, escuchar el lenguaje de los otros y extraer de esta distancia una
seguridad y luego, en el momento siguiente, dudar de ese retraimiento: tener miedo de lo
que uno dice (indisociable de la manera como se dice).
Doubrovsky, que no es incondicional de Barthes, apoya la concepcin de la crtica
supra mencionada en su libro Pourquoi la nouvelle critique utilizando tambin el trmino
polica: La crtica solo es una actividad inofensiva y lejana en apariencia. Ella es, de
hecho, el aparato de control, la polica ltima que una sociedad se da para vigilar la
expresin del pensamiento y la conservacin de sus valores. De esta doble funcin, la
crtica tradicional se encarga lo mejor posible. Para el pasado, ella hace el cotejo, pone
etiquetas, mantiene el patrimonio nacional en buen estado, bajo vitrina. Para el presente,
bien entendido, en rgimen democrtico, ella no censura, ella informa; ella tiene, como se
dice, al pblico al corriente de lo que se hace en otros lugares; en la literatura, en las
artes, en la filosofa. (Doubrovsky, 1966, p. XI)
En La crisis del comentario Barthes brinda dos definiciones, la primera de las cuales
es formulada negativamente: El escritor no puede definirse en trminos del papel que
desempea o de valor, sino nicamente por cierta conciencia del habla y, en la segunda,
define al escritor como aqul para quien el lenguaje crea un problema, aqul que siente su
profundidad, no su instrumentalidad o su belleza. Si la crtica nueva, observa, tiene alguna
440
realidad, sta se halla, no en la unidad de sus mtodossino en la soledad del acto crtico,
afirmado en adelante, lejos de las coartadas de la ciencia o de las instituciones, como un
acto de plena escritura(Barthes, 1972, pg. 48). Barthes cree que el escritor y el crtico se
renen en la misma condicin difcil frente al mismo objeto: el lenguaje.
Nordahl Lund, completa la primera definicin de escritor con dos citas extradas de Sur
Racine, de las que transcribimos la primera: Frente a la ciencia, la crtica literaria no tiene
que aspirar a la pluralidad de la obra, sino a arriesgar intencionalmente un sentido
particular. La tarea del crtico ser entonces abrir la obra, no como efecto de una causa,
sino como el significante de un significado (Sur Racine, 158). (Nordahl Lund, 1981, pg.
27)
En la trayectoria de Barthes pueden apreciarse pronunciados cambios de direccin, salvo
en esta conviccin arraigada y profunda del valor demirgico del lenguaje. Son bien
numerosos los pasajes, pertenecientes a pocas muy distantes en el tiempo, en los que
Barthes rinde culto al lenguaje y, aunque, como el mismo Barthes reconocer en la dcada
de los setenta, se inscriba en un movimiento de pensamiento contemporneo que niega al
lenguaje cualquier carcter monolgico, es difcil encontrar a alguien que puje ms alto por
la potencialidad del lenguaje. Seleccionamos de sus declaraciones las que hiciera a Nadine
Dormoy en Encuentro con Roland Barthes, 1976, The French Review (Barthes, 2002,
pgs. 175-176) porque, adems de ser una muestra de esa fe inquebrantable que profesara
en Crtica y verdad por el lenguaje, nos informan de su opinin acerca de alguno de los
postulados de Georges Mounin en La littrature et ses technocrates. Nadine Dormoy
destaca que Barthes haba declarado en una de sus clases en el Collge de France que el
problema del lenguaje no es hacerse entender o comunicarse, sino hacerse reconocer por el
otro y Barthes por la extensin de su intervencin (transcrita, a continuacin, con breves
supresiones) demuestra cun fundamental es para l esta cuestin:
A decir verdad, no es una posicin muy personal. Es una posicin que resume todo un
debate, todo un movimiento de tipo epistemolgico. En general, los lingistas han
afirmado esta finalidad de la lingstica con cierta arrogancia. A la lingstica le estaba
prohibido interesarse por todo aquello que no fuese comunicacin. sa es la posicin, por
ejemplo, de un lingista como Mounin. Es una visin epistemolgica que reduce el
lenguaje a una pura actividad de comunicacin, algo a lo que se oponen efectivamente
todos los desarrollos actuales de la lgica, de la filosofa y del psicoanlisis. El ser humano
441
442
Regresando a la obra que nos ocupa: Crtica y verdad observamos que Barthes, despus
de citar la obra de Claude Lvi- Strauss Lo crudo y lo cocido que, en su opinin, propone
una retrica nueva de la variacin y compromete a una responsabilidad de la forma
inhabituales en los trabajos de ciencias humanas, diagnostica que existe una crisis general
del Comentario subsecuente al descubrimiento de la naturaleza simblica del lenguaje, o, si
se prefiere, la naturaleza lingstica del smbolo.
Conviene exponer a este respecto el comentario que efecta Egebak (Problmes de
Mthode, Revue Romane, 1966, t. I, pg. 128-131), quien seala que el punto de partida
de Bartes es la constatacin de la modificacin que la literatura ha sufrido con Mallarm y
el hecho de la doble funcin potica y crtica de la escritura estuviera convirtindose en
una sola funcin como ya haba escrito en Ensayos crticos.
Egebak aprecia que sobre la cuestin del lenguaje tambin inciden los esfuerzos del
psicoanlisis y de la antropologa ms avanzados por el momento: los de Lacan y LviStrauss que Barthes cita en su apoyo. Sin embargo- objeta Egebak- es el lugar en el que se
revelan los lmites del pensamiento de Barthes en su estadio actual, su falta de radicalismo
y de coherencia: al hablar de una crisis general del comentario y al encontrar su origen en
el momento en el que se descubre- o redescubre la naturaleza simblica del lenguaje, o si
se prefiere la naturaleza lingstica del signo. Para Egebak la naturaleza lingstica del
signo es una deduccin insostenible y, adems, resultara contradictoria con el
pensamiento de Lvi- Strauss que cita Barthes en este lugar. Es una deduccin, opina el
crtico, que prueba que Barthes se detiene en lo que podra tal vez llamarse el momento
lingstico en lugar de buscar como lo hacen Lacan y Lvi- Strauss- ms lejos de ese
momento con la ayuda de un mtodo extraido de la lingstica hacia la sintaxis prelingstica, hacia la articulacin ante-lingstica que es ya una funcin simblica, una
sintaxis vanguardista que est fundada en la experiencia y la percepcin humanas.
(Egebak, 1966, t. I, pg. 129)
El lenguaje hablado o escrito- prosigue Egebak-, el lenguaje segn los lingistas, es una
parte de esta actividad simblica (sin ser, bien entendido, su sola traduccin); hablar de la
naturaleza lingstica del smbolo es por consiguiente una prueba de falta de radicalismo.
Por otra parte, agrega, tal radicalismo slo puede ser obtenido por una orientacin hacia la
fenomenologa husserliana y su continuacin en filsofos como Heidegger y Merleau-
443
444
verdad (publicado en la obra Les chemins actuels de la critique, Pars, Plon, 1967, pgs.
181-187, discusin pgs.189-203, citados por Anne Clancier, 1979, pg. 233)
A esta lnea de primar la ambigedad apuntan las palabras de Umberto Eco en LOeuvre
ouverte, obra publicada antes que Crtica y verdad (Obra abierta, Barcelona, Seix Barral,
1965): para realizar la ambigedad como valor, los artistas contemporneos han recurrido
con frecuencia a lo informal, al desorden, al azar, a la indeterminacin de los resultados.
As, han intentado establecer una dialctica entre forma y apertura, que determinara en
qu lmites una obra puede acentuar su ambigedad y depender de la intervencin activa
del espectador, sin perder por ello su calidad de obra. Es preciso entender aqu por obra un
objeto dotado de propiedades estructurales que permiten, pero tambin coordinan, la
sucesin de las interpretaciones, la evolucin de las perspectivas (citado por Anne
Clancier, 1979, p. 281)
Raymond Jean, resume Anne Clancier, hace un estudio psicolgico de las relaciones de
la crtica con la obra. Piensa que la situacin del escritor frente a los crticos es peligrosa,
pues las relaciones del crtico con la obra no son por definicin ofensivas, sino agresivas.
Distingue tres tipos de crtica: la que corrige, la que ignora y la que recubre. (La palabra es
de Roland Barthes, que afirma que la funcin de la verdadera crtica no es revelar,
descubrir, sino ms bien recubrir la obra".) Raymond Jean ve en ello un peligro para el
escritor y para la obra, pero reconoce que los instrumentos de los que dispone la crtica
moderna- psicoanlisis, sociologa, lingstica, estilstica, anlisis marxista, etc., son
fuentes de luz especialmente vivas. Insiste igualmente en que la crtica por muy
clarificadora que sea, corre el peligro de doblar la obra y, coincidiendo con sta, llegar
casi a volatizarla. Incluso puede suceder que el discurso crtico sobrepase al discurso que
lo inspira. (Clancier, 1979, p. 233)
Raymond Jean denuncia un doble peligro por parte de los crticos y por parte del escritor.
Si a veces la crtica puede violentar a la obra, sucede tambin que se crea una simbiosis
entre la literatura y la crtica. As parece, contina Clancier, que ciertas obras actuales se
han hecho sobre una medida para ir por delante de una cierta crtica, en concreto la nueva
crtica. Nunca las obras se han estructurado tanto, nunca han tejido tantas redes de temas,
han cultivado tanto su ambigedad, han guardado tanto en secreto formas; todo sucede
como si la literatura multiplicase deliberadamente los signos vacos, dejando a la crtica
el cuidado de rellenarlosSe puede constatar que actualmente las separaciones entre
447
literatura creadora y literatura crtica se rechazan, que la obra es siempre crtica y la crtica
siempre obra. Raymond Jean, dice Clancier, piensa que este fenmeno puede favorecer
un sistema cerrado de la literatura, el escritor escribiendo para un solo pblico: la crtica.
(Clancier, 1979, p. 234)
Steffen Nordahl Lund en L`aventure du signifiant, une lecture de Barthes compara los
postulados barthesianos aqu defendidos acerca de los lugares de investigacin en el
conocimiento posible de la literatura con los que estableci en Sur Racine: Ciencia, Crtica
y Lectura. A su entender, es una reevaluacin de la separacin que ya proclam en Sur
Racine entre la literatura como institucin y la literatura como creacin, cuyo pasaje cita:
En suma, en la literatura, dos postulados: uno histrico, en la medida en la que la
literatura es institucin; el otro psicolgico, en la medida en que es creacin. Es necesario
pues, para estudiarla, dos disciplinas diferentes no slo de objeto sino tambin de mtodo.
En el primer caso, el ojeto, es la institucin literaria, el mtodo es el mtodo histrico en
sus ms recientes desarrollos; en el segundo caso, el objeto es la creacin literaria, el
mtodo es la investigacin psicolgica. (SR, 149, Seuil, 1963 citado por Nordahl Lund,
1981, pgs. 25 y ss).
Nordahl, centrando su atencin en las notas a pie de pgina de Crtica y Verdad,
subraya que cuando Barthes habla de naturaleza simblica del lenguaje sobre la que est
instituida la obra literaria, emplea la palabra smbolo que no distingue de la palabra
metfora en el sentido general que le ha dado P. Ricoeur: Hay smbolo cuando el lenguaje
produce signos de grado compuesto en los que el sentido, no contento con designar algo,
designa otro sentido que solo podra ser alcanzado dentro y por sus miras. (De l`
interpretation, essai sur Freud, Seuil, 1965. p. 25, citado por Barthes, 1972, p. 52)
Terminando el captulo de La lengua plural Barthes procede a proponer las
definiciones de ciencia de la literatura y crtica literaria. La primera sera el discurso cuyo
objeto es, no tal o cual sentido, sino la pluralidad misma de los sentidos de la obra y la
segunda aquel discurso que asume abiertamente, a su propio riesgo, la intencin de dar un
sentido particular a la obra. Para distinguirlas netamente hay que separar tambin la lectura
de la obra de su crtica: la primera es inmediata; la segunda est mediatizada por un
lenguaje intermedio que es la escritura del crtico. (Barthes, 1972, p. 58)
En el captulo La ciencia de la literatura Barthes establece positiva y negativamente el
objeto de estudio de esta nueva ciencia: su objeto (si algn da) existe no podr ser otro
448
que imponer a la obra un sentido, en nombre del cual se dara el derecho de rechazar los
otros sentidos: y por ello se comprometera (como no lo ha hecho hasta el presente). No
podr ser una ciencia de los contenidos (sobre los cuales slo puede tener poder la ciencia
histrica ms estricta), sino una ciencia de las condiciones del contenido, es decir de las
formas (Barthes, 1972, p. 59)
Nordahl Lund comenta que estamos ante posiciones de una ciencia que se investiga
todava. Primero, a travs de aquello que dar lugar a La Introduccin al anlisis
estructural de los relatos. Enseguida y sobre todo, porque la lingstica no puede por s
sola resolver las cuestiones que le plantean esos objetos nuevos que son las partes del
discurso y los dobles sentidos (CV, 63), tales esbozaran el camino a seguir por una
semitica narrativa. (Nordahl Lund, 1981, pg.26)
Egebak a este respecto, primero presenta en sntesis los tres discursos diferentes a que
dan lugar las concepciones barthesianas de la definicin del signo como pluralidad de
sentidos y el lenguaje como objeto crtico del smbolo: la ciencia de la literatura, cuyo
objeto es la pluralidad de los sentidos de la obra, o lo que es lo mismo, el sentido vacio que
soporta todos los sentidos; la crtica literaria que por su parte es dadora de sentido, un
segundo lenguaje cuya sancin no es el sentido de la obra sino el sentido de lo que se dice
de ella; la lectura que es una donacin silenciosa de sentido que precede a la escritura del
crtico y la produce. De esos tres discursos-indica Egebak-es el primero el que ser la
nueva retrica, una ciencia cuyo modelo ser lingstico y que ser una ciencia de las
condiciones del contenido (CV, ditions du Seuil, Paris, 1966 p. 57). Despus dirige
prcticamente toda su atencin a la idoneidad del trmino condiciones, empleado por
Barthes. Sustenta que las definiciones precedentes del smbolo y de la lengua simblica
prejuzgan ms bien una ciencia de las posibilidades del contenido y estima que esta
matizacin de valor crucial permitira transcender los lmites de la gramtica
transformacional (que el propio Chomsky haba detectado) propuesta como modelo de la
ciencia de la literatura. Egebak subraya que esta gramtica transformacional est fundada
explcitamente sobre la lengua excluyendo la parole y que una ciencia que desea
incluir la lingstica no puede ignorar la dialctica de la lengua y de la parole, puesto que
la obra literaria es esta dialctica misma. (Egebak, Problmes de mthode, Revue
romane, 1966, p. 130)
449
La figura Moussu, opina Philippe Roger, corre el riesgo de aparecer como un simple
accesorio retrico de la impostura, en su versin cautelosaLa figura Moussu, tropo de la
malicia, es demasiado maligno para ser tan honesto como su descripcin formal (la
subordinada ms importante que la principal) nos invitaba a creer. Pues su propiedad
secreta, que hace de ella el arma absoluta de defensa contra la Imago, es su
reversibilidad, es su imponderable direccin al deseo o a la retractacin. Malicia en la
malicia: Barthes nos ensea a reconocer la figura Moussu, pero se reserva los derechos
de interpretacin. El tropo, identificado, invita a un desplazamiento de intensidad: a buscar
el rasgo significativo en la subordinada, el inciso, la circunstancialpermanece muda, sin
embargo, en cuanto al valor de la intensidad. As y no sin humor, Barthes puede explicar
que, en Crtica y verdad, aplicada la ciencia de la literatura, la figura quera decir:
Qu broma! Atencin novatada!, pero que, en Sade, Fourier, Loyola el Si jtais
crivainquiere decir todo lo contrario, quiere decir: Qu deseo! Qu deseo
inconfesable!...Esta ltima malicia es bastante reveladora de la serenidad de Barthes en lo
que respecta a los reproches de duplicidad: serenidad que encuentra su fuente, se ha visto,
en la absoluta conviccin de una naturaleza literaria de su obra, es decir, de sus libros por
oposicin a los residuos de las disertaciones y al tejido conjuntivo de sus artculos
(Roger, 1986, pg. 179)
Lejos de que la duplicidad, asevera Philippe Roger, aparezca ante Barthes como la
forma posible de una impostura, es, por el contrario, concebida como una garanta contra la
imposicin de ideas. (Roger, 1986, pg. 179)
Incidiendo en esta idea de reserva barthesiana acerca de la viabilidad de una ciencia de
la literatura podemos aportar como prueba las palabras de Barthes en la entrevista
Encuentro con Roland Barthes de 1976 que revelan cierta desconfianza hacia el trmino
ciencia empleado en humanstica por la dificultad de sujetar a control el lenguaje con el
que se expresan las ciencias humanas. As en su respuesta a Nadine Dormoy, al
cuestionarle si el lenguaje cientfico es una escritura como las otras, Barthes parece ms
interesado en despertar la consciencia de la falta de asepsia ideolgica del lenguaje en el
campo de las ciencias humanas:
Yo no dira que la ciencia es una escritura, porque reservo la palabra escritura para formas
de lenguaje que valoro mucho en mi pensamiento. Pero sin duda, las ciencias llamadas
humanas, por oposicin a las ciencias llamadas exactas, necesitan el discurso corriente para
451
expresarse. Ahora bien, esas ciencias nunca ponen en duda el lenguaje que ellas mismas
emplean. Consideran que se trata de un lenguaje evidente, puramente instrumental, y no
piensan nunca que finalmente estn utilizando un discurso que tambin se encuentra
sometido a influencias ideolgicas, a exigencias de enunciacin. Hay en ello una especie
de impostura fundamental de la ciencia, de las ciencias que pretenden utilizar el lenguaje
como un simple instrumento, que no consideran el elemento, yo dira alucinado, por
retomar un trmino que ya he usado, del lenguaje. En todo discurso, hay siempre una
dimensin imaginaria acerca de la cual las ciencias humanas nunca se han hecho
preguntas, al menos por el momento.(Barthes, 2002, pg.177)
La cuestin de la viabilidad de una ciencia de la literatura es una cuestin que tambin
atrajo la atencin de la crtica hispnica en su momento, aunque algunos crticos se
inclinaban por identificarla con la estilstica, cuestin que no entra a considerar aqu
Barthes.
Antonio Tovar, citado por Hernndez Vista, deca en 1944:
Todava, si no queremos movernos dentro del capricho vago y subjetivo, no tenemos ms
remedio que acudir a los instrumentos conceptuales griegos, por sobados y marchitos que
estn. O medimos exactamente los tropos y figuras, o nos conformamos con apreciaciones
puramente arbitrarias. El nico intento racional, lgico, para analizar y medir las obras de
arte ha sido el griego. Se puede estar o no conforme con la ambicin racionalista de los
griegos, pero si se renuncia a ella hay que renunciar a entender y se deber conformar uno
con sentir, opinar, adivinar (Lingstica y Filologa Clsica. Su situacin actual, Madrid,
1944, p. 19)
Hernndez Vista recopila las declaraciones de Dmaso Alonso acerca de una ciencia de
la literatura en 1952:
El problema central de un conocimiento verdaderamente cientfico de la obra literaria
(antes aludido), problema no resuelto y que no tendr solucin-as lo creemos-mediante
una metodologa cientfica
Lo que buscamos es, pues, la posibilidad de un tercer conocimiento cientfico del hecho
artstico. Este deseo, esta bsqueda, se mueve reconozcmoslo- entre principios de
problemtica. Hemos tocado un problema pavoroso, general a las humanidades, ciencias en
deseo
452
que explicar sino una estructura cuya inteligibilidad debe ser completada, y
consecuentemente, su crtica no reivindica el carcter explicativo sino ms bien
comprensivo. Al cambiar su modelo crtico de la ciencia al lgico, de la verdad a la
validez, Barthes est intentando desarrollar una forma de crtica adecuada a la literatura
contempornea-en la cual el concepto de verosimilitud se ha vuelto irrelevante. (Gane,
2004, vol. III, pg. 138)
Funt explica que raramente se encuentre una clara distincin en la obra de Barthes
entre teora de la crtica y crtica misma sealando que el inters de Barthes est en el
significado del acto de escribir ms que en lo que ocurre en el interior del discurso escrito:
Mientras sus obras sobre Racine y Michelet revelan una comprensin profundamente
literaria, sus ms importantes ensayos recaen en la categora de teora de la crtica y
cuando, como frecuentemente sucede, tratan de una obra de Brecht o Butor o RobbeGrillet, ellos atacan ms a menudo la comprensin comn y crtica de tales obras que las
obras directamente. Escribir es, en s mismo, operar no sobre el mundo sino sobre el
lenguaje, transformar lenguaje y de ah transformar la comprensin. (Gane, 2004, vol. III,
pg. 138)
Funt explica que, al estar Barthes preocupado siempre con la investigacin de la
naturaleza de la literatura, raramente aparecen en los escritos crticos de Barthes explcitos
juicios de valor. Despus compara la concepcin de la crtica barthesiana con la crtica
popular contempornea: La ausencia de desarrollo de criterios de valor en los escritos de
Barthes es atribuible a su visin de que la evaluacin no es la primordial o dominante
cuestin de la crtica ms que a un descuido involuntario. La excesiva importancia dada en
general a la evaluacin en la crtica popular contempornea tiene, sin duda, una clase de
fundamento econmico. Esta crtica (mejor llamada revisin) est menos preocupada por
hacer manifiesta la significacin de la obra en cuestin que presupone un anterior
conocimiento de la obra por el lector de la crtica, que por proporcionar al pblico una gua
de aquello que es valioso leer en una sociedad en la que todos los libros no pueden ser
ledos. Una crtica en la cual el nfasis mayor es colocado sobre asignar un trmino de
valor a cada obra a menudo acaba en la visin de que el juicio de valor alcanzado
representa la culminacin del crtico, una conclusin de la que las premisas pueden ser
separadas. El sentido de crtico para Barthes supone examinacin o lgica ms que
evaluacin. El objetivo de este esfuerzo, pues, es siempre desconectar el Ser de la literatura
ms que juzgar obras individuales. (Gane, 2004, vol. III, pg. 139)
454
formas y de fuerzas (), la crtica debe vivir ella misma esta desaparicin del autor en el
texto para poder reencontrarlo en su lugar, desplazado, adyacente, descentrado,
irremplazablemente presente- ausente. Esta prueba de exencin es S/Z. Balzac desaparece
de ella para encontrase, al final del texto, convertido en el objeto de un cdigo entre otros.
(Sirvent, 1989, pg. 58)
Sirvent estima que esta forma de considerar al autor se potencia con el acercamiento de
Barthes al psicoanlisis, principalmente lacaniano. El mismo Barthes ha practicado sobre
su propia persona la dispersin del sujeto propugnada por el psicoanlisis, convirtindose
conscientemente en ese ser de papel. Del mismo modo que la presencia indirecta del autor
podra suponer un acercamiento entre ambas crticas, opina la autora, la posibilidad incluso
de una coexistencia de ambos mtodos no es descartada por Barthes en Los Ensayos
crticos, donde afirmaba que la crtica positivista podra descubrir los hechos, pero dara
libertad a la nueva crtica para interpretarlos con referencia a un sistema ideolgico
declarado. (Sirvent, 1989, pg. 59)
Barthes expone que esta ciencia tendr dos grandes territorios segn los signos que haya
de tratar; el primero abarcar todos los rasgos del lenguaje literario en su conjunto y el
segundo las partes del discurso de donde puede inducirse una estructura del relato, del
mensaje potico, del texto discursivo. (Barthes, 1972, pg. 63)
No obstante comprende que el modelo lingstico es insuficiente para resolver las
cuestiones que le plantean esos nuevos objetos que son las partes del discurso y los dobles
sentidos: ser necesario principalmente la ayuda de la historia, que le dir la duracin, a
menudo inmensa de los cdigos segundos (tal como el cdigo retrico) y la de la
antropologa, que permitir describir la lgica general de los significantes mediante
comparaciones e integraciones sucesivas. (Barthes, 1972, pg. 65)
El autor, la obra, no son, para Barthes, ms que el punto de partida de un anlisis cuyo
horizonte es el lenguaje.
En el apartado La crtica sita a sta entre la ciencia y la lectura. Diferencia crtica y
ciencia por el lugar que ocupan frente al sentido. La ciencia trata de los sentidos y la crtica
los produce. La relacin de la crtica con la obra es la de un sentido con una forma. Lo que
puede la crtica, afirma Barthes, es engendrar cierto sentido derivndolo de una forma que
es la obra. Barthes sostiene la tesis de que la crtica desdobla los sentidos, hace flotar un
456
segundo lenguaje por encima del primer lenguaje de la obra, es decir, una coherencia de
signos.
Junto a pasajes de gran claridad encontramos en Crtica y verdad, sobre todo en el
apartado referente a las sujeciones de la crtica, patentes contradicciones, seguidas de una
alusin a la acusacin lanzada por Picard de que la crtica no puede decir cualquier cosa.
La oscuridad del pasaje no se deriva del empleo del trmino anamorfosis que va
aparejado de su definicin: la anamorfosis misma es una transformacin vigilada, sino
de postular la no sujecin a ciertas leyes en un texto en el que prevalece cierto uso del
infinitivo con valor yusivo y cierto antagonismo a nivel semntico, salvo que otorguemos a
la expresin ciertas leyes el valor de la relatividad y a la expresin el mismo sentido le
restemos el valor de imperativo categrico:
la anamorfosis misma es una transformacin vigilada, ambas sometidas a sujeciones
pticas: de lo que refleja, debe transformarlo todo; no transformar siguiendo ciertas leyes;
transformar siempre en el mismo sentido. Estas son las tres sujeciones de la crtica
(Barthes, 1972, pg. 67)
No obstante cuando regresa al tema de la anamorfosis, al referirse al crtico que la
practica, el nivel de abstraccin de su teora, que puede pasar por inconcrecin en el
sentido ms peyorativo del trmino, a nuestro juicio, se modera:
Si el crtico est llamado a decir algo (y no cualquier cosa) es que concede a la palabra (la
del autor y la suya) una funcin significante y que, en consecuencia, la anamorfosis que
imprime a la obra (y a la que nadie en el mundo tiene el poder de sustraerse) est guiada
por las sujeciones formales del sentido: no se halla un sentido de cualquier modo (en caso
de duda, intntese hallarlo): la sancin del crtico no es el sentido de la obra, sino el sentido
de lo que dice sobre ella. (Barthes, 1972, pg. 68)
La primera sujecin, a juicio de Barthes, es la de considerar que en la obra todo es
significante. Barthes distingue claramente entre la regla de la exhaustividad y el control
estadstico que tratan de imponer al crtico. Agrega que, estructuralmente, el sentido no
nace por repeticin sino por diferencia, de modo que un trmino raro, desde que est
captado en un sistema de exclusiones y de relaciones, significa tanto como un trmino
frecuente. (Barthes, 1972, pg. 69)
457
aquel cuyo nombre se borra y cuya memoria se apaga. El creador carece de poder sobre
su obra. Escribir es cortar el lazo que une la palabra a m mismo, invertir el vnculo que
me hace hablar a un t hacerse eco de lo que no puede cesar de hablar Blanchot
determina as la escritura como una estructura casi loca dentro de la economa general del
ser, por la cual el ser no es ya una economa, pues ya no comporta, abordado a travs de la
escritura, ninguna morada ni interioridad alguna. El ser es espacio literario, es decir,
exterioridad absoluta, exterioridad del exilio absoluto. (Levinas Emmanuel, 2000, pg.
36-37).
Barthes propone la confusin misma del sujeto y del lenguaje, de modo que el crtico y
la obra digan siempre: soy literatura, y que, por sus voces conjugadas, la literatura no
enuncie jams la ausencia del sujeto (Barthes, 1972, pg. 74). Nos inclinamos por no
encasillar el tipo de crtica postulado por Barthes en la crtica de identificacin, tal como la
concibe Starobinski, en la que el crtico busca una intimidad, una complicidad total con la
subjetividad creadora, crtica que cuenta con el peligro de que a fuerza de mimetismo y de
simpata se llegue al silencio, y a que las dos palabras, la del autor y la del crtico se
confundan. Primero porque para Barthes el lenguaje no es el predicado de un sujeto, sino el
sujeto mismo (no habra, por tanto, encuentro de dos subjetividades personales) y en
segundo lugar por su consideracin de que es estril llevar de nuevo la obra a lo explcito
puro, puesto que entonces no habra ms que decir y la funcin de la obra no puede
consistir en sellar los labios de aquellos que la leen. (Barthes, 1972, pg. 75)
Barthes se aleja del psicoanlisis de manera implcita al sostener que el crtico no
deforma el objeto para expresarse en l, no hace el predicado de su propia persona
(Barthes, 1972, p. 74), presintiendo ya que el psicoanlisis estaba volviendo su atencin
hacia el lector o el crtico. En 1969 Mannoni (en Clefs pour l`imaginaire ou l`autre scne,
d. Seuil, Paris, 1969, citado por Anne Clancier, 1979, p. 138) se preguntar si es lo que
decimos acerca de lo que un texto dice lo que en realidad dice o lo que le hacemos decir.
Barthes declara su distanciamiento respecto al psicoanlisis y la sociologa por la
disparidad arbitraria de los lenguajes, el de la obra y el de la crtica, pues para Barthes el
crtico debe reproducir en su propio lenguaje las condiciones simblicas de la obra
(Barthes, 1972, pgs. 75-76). Expresa cul debe ser el camino con una personificacin que
nos remite evocadoramente al origen etimolgico de la palabra smbolo Es menester que
el smbolo vaya a buscar el smbolo. Sabido es que el smbolo estaba conformado en la
459
antigua Grecia por las dos mitades en las que se divida un objeto para sellar una relacin
adquirida. Por ejemplo: el forastero que se presentase con la mitad que faltaba a la piedra
de su pretendido anfitrin, recibira la hospitalidad de ste.
Barthes vuelve a manifestar cierta prevencin hacia la ciencia de la literatura
presentndola como un peligro emergente aun si la entrev para el crtico descrito como
infinitamente desarmado, que se encuentra en situacin desventajosa por la naturaleza de
la relacin que mantiene con el lenguaje porque no puede disponer del lenguaje como de
un bien o de un instrumento (Barthes, 1972, pg. 77). Lo que Barthes deja bien claro es
que esta ciencia no va a llegar de la mano de los crticos: es aquel que no sabe a qu
atenerse sobre la ciencia de la literatura (Barthes, 1972, pg.77). En socorro de la crtica
podra elevarse la irona concebida como la cuestin planteada al lenguaje por el lenguaje.
Barthes dice percibir la irona de los smbolos, una manera de poner en tela de juicio al
lenguaje por los excesos aparentes, declarados, del lenguaje (Barthes, 1972, pg.78).
Frente a la pobre irona volteriana, producto narcisista de una lengua demasiado confiada
en s misma, puede imaginarse otra irona
Ren Pommier manifiesta su indignacin ante este pasaje, llegando a decir que si debiera
elegir, entre todas las palabras ineptas que Roland Barthes ha podido escribir, aquellas
cuya estupidez le hubiera indignado ms elegira esas lneas de Crtica y verdad en las que
Roland Barthes ha llevado su presuncin hasta darle lecciones en materia de irona a
Voltaire, despus de haber pretendido que sus adversarios no percibiran nunca la irona y
el humor de los nuevos crticos. No esperamos, escribe, apenas encontrar la irona de
Voltaire calificada de narcisista, mientras que este epteto convendra mucho mejor sin
duda a la irona barroca de Roland Barthes: nos ha dicho en la pgina precedente, que esta
irona era una auto-irona. Pero sobre todo es muy interesante ver al autor del Roland
Barthes par Roland Barthes acusar de narcisista a otro, y, lo que es ms, a Voltaire, que
tena demasiado genio para tener el tiempo de ser narcisista. Roland Barthes, contina
Pommier, parece tener una concepcin del narcisismo particular. A sus ojos, un escritor es
narcisista cuando confa demasiado en la lengua. En otros trminos, el narcisismo, para
Roland Barthes, consiste en saber lo que se dice. Y, en ese sentido, Voltaire es un escritor
tan narcisista como poco narcisista Roland Barthes. (Pommier, 2006, p. 44)
Nordahl Lund en L`aventure du signifiant, une lecture de Barthes, en cambio, hace un
ligero apunte sobre la irona a la que alude Barthes: Ironia (barroca) de las formas: de
460
doble cara, descargada cada vez que una apariencia de sentido se esboza en el no- sentido
segn la economa misma de la risa, tal como Freud la ha mostrado en El humor (Le mot
desprit). (Nordahl Lund, 1981, pgs. 29-30)
En el captulo La lectura que cierra el tratado Crtica y verdad rechaza la concepcin
del crtico como lector en el cual otros lectores hayan delegado la expresin de sus propios
sentimientos o como representante de los derechos de la colectividad sobre la obra. La
razn para diferenciarlos estriba en la intermediacin de la escritura: Porque hasta si se
define al crtico como un lector que escribe, se est queriendo decir que ese lector
encuentra en el camino a un mediador temible: la escritura. (Barthes, 1972, pg. 79)
Barthes retrotrae a la Edad Media el surgimiento de la visin crtica. La Edad Media,
nos dice haba establecido en torno del libro cuatro funciones distintas: el scriptor (que
recopiaba sin agregar nada), el compilator (que no agregaba nada por cuenta propia), el
commentator (que no intervena en el texto recopiado sino para hacerlo inteligible) y, por
ltimo el auctor, (que expresaba sus propias ideas, apoyndose siempre en otras
autoridades). Para Barthes la visin crtica empieza con el compilator mismo y el crtico no
es otra cosa que un commentator, pero lo es plenamente: pues por una parte, es un
transmisor, reproduce una materia pensada; y, por otra, es un operador: redistribuye los
elementos de la obra de modo a darle cierta inteligencia, es decir, cierta distancia. (Barthes,
1972, pg. 80)
Otra diferencia entre crtico y lector para Barthes radica en el tono: en tanto no
sabemos cmo un lector habla a un libro, el crtico est obligado a tomar cierto tono, y
ese tono no puede ser sino afirmativoLo que dice el dogmatismo de la escritura, si lo hay
en ella, es un compromiso, no una certidumbre o una suficiencia: no es sino un acto, ese
poco de acto que subsiste en la escritura. (Barthes, 1972, pg. 81)
Barthes reflexiona en este captulo ms sobre la escritura que sobre la lectura que
pareca en principio el tema axial. En un primer momento, pensamos que la extensin que
aqu haba otorgado a la escritura era una reaccin frente a alguna consideracin
preeminente de la lectura, pero pronto descartamos esa interpretacin por la indisolubilidad
de la escritura y la lectura. Barthes atribuye un carcter perceptivo y sensitivo a la escritura
del crtico respecto a la obra: Es as como tocar un texto, no con los ojos sino con la
escritura, crea un abismo entre la crtica y la lectura, que es l mismo que toda
significacin establece entre su borde significante y su borde significado. La idea de que
461
el sentido de la lectura se establece ms all del cdigo de la lengua haba sido admitida
por Blanchot, que acentu el papel de la lectura y le atribuy ese tono afirmativo que
Barthes considerar tan solo bien privativo de la escritura. Blanchot haba postulado una
actividad crtica cimentada sobre un proceso de lectura que est en el ms all o en el ac
de la comprensin. Su lectura no hace nada, no aade nada: ella deja ser lo que es, ella es
libertad, no la libertad que da el ser o lo comprende, sino libertad que acoge, consiente,
dice s, slo puede decir s y, en el espacio abierto por ese s, deja afirmarse la decisin
consternadora de la obra, la afirmacin de que ella es y nada ms. (Blanchot, 1995, pg.
205)
Aos ms tarde Barthes expondr en un breve artculo publicado en Corriere della Sera
(1969) las diez razones por las que escribe sin siquiera mencionar su funcin de crtico.
Texto, que transcribimos en su integridad por su densidad y concisin, escrito en un estilo
sencillo y desprovisto aparentemente de pretensiones literarias:
No siendo escribir una actividad normativa ni cientfica, no puedo decir por qu ni para
qu se escribe. Solamente puedo enumerar las razones por las cuales creo que escribo:
1) por una necesidad de placer que, como es sabido, guarda relacin con el encanto ertico;
2) porque la escritura descentra el habla, el individuo, la persona, realiza un trabajo cuyo
origen es idiscernible;
3) para poner en prctica un don, satisfacer una actividad distintiva, producir una
diferencia;
4) para ser reconocido, gratificado, amado, discutido, confirmado;
5) para cumplir cometidos ideolgicos o contra-ideolgicos;
6) para obedecer las rdenes terminantes de una tipologa secreta, de una distribucin
combatiente, de una evaluacin permanente;
7) para satisfacer a amigos e irritar a enemigos;
8) para combatir o agrietar el sistema simblico de nuestra sociedad;
9) para producir sentidos nuevos, es decir, fuerzas nuevas, apoderarse de las cosas de una
manera nueva, socavar y cambiar la subyugacin de los sentidos;
462
464
es al menos el testimonio con que quisiera completar la tesis justa de Laporte-, en la trenza de la
obra puramente crtica, se nos pide que discernamos y, si es posible, que amemos el hilo de una
ficcin. En el momento mismo en que la novela, digamos histricamente, parece desaparecer de
nuestra cultura activa, cuando la distincin clsica de los gneros literarios parece abolirse, al fin,
en provecho de algo nuevo que llamamos, por simplificar, el texto, en ese momento Roger Laporte
viene a decirnos: Adivinemos en lo que cada uno de nosotros escribe la ficcin de escritura que
constituye su origen y su seduccin. (Barthes, 1972, p. 185)
Retornando de nuevo a las observaciones sobre Crtica y verdad recogemos las del crtico
Doubrovsky que hace referencia al pasaje, en el que Barthes esboza la condicin de crtico,
mostrndose de acuerdo en la estimacin de que el crtico no es un lector ordinario: a la
obra del escritor, el crtico responde, a su vez, por una obra. Es tiempo de comprender,
advierte Doubrovsky, que la crtica verdadera, aunque utilice diversos saberes, no es un
tipo especial de conocimiento, teniendo la literatura por objeto, sino una rama particular de
la literatura, que tiene la literatura por sujeto. Para Doubrovsky el crtico es tambin un
escritor: un escritor que escribe sobre literatura. Subraya que la evolucin del arte moderno
prueba que la crtica no es un gnero secundario de la literatura. Se sabe, nos dice, que ya
no hay obra literaria que no contenga una reflexin del escritor sobre la escritura, y donde
la escritura misma no constituya su propia contestacin. Admite que las relaciones del
crtico y del escritor no son los del escritor consigo mismo: pero el crtico es un escritor
exigido por un escritor, en la medida en que la escritura llama a la escritura. (Doubrovsky,
1966, pg. 249)
Todorov en Critique de la critique situar a Barthes entre los crticos- escritores, y esto
no slo por la calidad de su estilo, sino porque pone entre parntesis la dimensin de
verdad de la crtica y porque insiste, por el contrario, en su faceta ficticia o potica (en la
que el lenguaje deja de ser un instrumento para convertirse en un problema). (Todorov,
1984, pgs.77-78). Todorov cita como fundamento de sus palabras un pequeo texto
extrado de Crtica y verdad: Si la crtica nueva tiene razn de ser, ella est all:en la
soledad del acto crtico, afirmado adems, lejos de las coartadas de la ciencia o de las
instituciones, como un acto de plena escritura (Barthes, 1966, pgs. 46-47).
Todorov demuestra, en varias ocasiones, no compartir la actitud de Barthes respecto a la
verdad, pues opina que la literatura ya tiene una relacin con la verdad, y la crtica tiene
ms de una. Sin embargo, aprueba la idea de que el resultado de la actividad crtica sea un
libro, y que este hecho sea esencial. El trabajo de interpretacin-nos dice-, aunque revele
465
466
Bajo el epgrafe Un espritu socrtico advierte Piatier que si el lector medio pierde pie,
slo tendr que culparse a s mismo: ha sido advertido desde las primeras pginas. Ipso
dicto, Piatier compara a Picard con Roland Barthes: Raymond Picard arqueocrtico
escribe para todo el mundo y puede ser comprendido por cualquiera; Roland Barthes no
sabra dirigirse a la masa. El pensador permanece en el empreo. Que se tranquilice, no es
Crtica y verdad, la que lo har descender, apostilla con irona.
No podemos negar que existe una semilla de verdad en esta crtica. Tal vez Piatier tiene
en mente el siguiente apartado extrado del apartado Lo verosmil crtico (Barthes, 1972,
pg.15):
La antigua crtica no carece de relacin con lo que se podra imaginar de una crtica de
masa, por poco que nuestra sociedad se lance al consumo del comentario crtico de igual
modo que se entrega al consumo del film, de la novela o de la cancin; al nivel de la
comunidad cultural, dispone de un pblico, reina en las pginas literarias de algunos
grandes diarios y se mueve en el interior de una lgica intelectual que no permite
contradecir lo que proviene de la tradicin, de los Sabios, de la opinin, etc. Hay, en suma,
un verosmil crtico
Este verosmil crtico, opina Guglielmi, que transcribe la cita pidiendo al lector que
escuchemos a Barthes un poco, en Picard, Barthes et la critique en question
vive a costa de objetividad, de coherencia psicolgica, blande con gusto el criterio del
gusto, se re neciamente ante la menor alusin a la sexualidad, sita el campo de la
literatura en las regiones altas del espritu, reivindica la claridad ante todo, en nombre de
una lgica francesa (por otra parte mtica). Guglielmi considera muy pertinente y poltica
la observacin de Barthes de que los defensores de esta antigua crtica constituyen una
casta entre otras con sus grandes sacerdotes en Mauriac o Maurois, sus subdiconos en
Pierre- Henri Simon. (Guglielmi, Cahiers du sud, n 387-388, 1966, pg.328)
Tambin podemos encontrar en una extensa nota a pie de pgina una referencia muy
extensa de Barthes, teniendo en cuenta que dice no interesarse en la defensa particular de
Sur Racine, en respuesta a una crtica de carcter lingstico realizada por Picard y
refrendada en trminos generales por Piatier, a la que no le dirige las palabras custicas
empleadas contra el primero (Barthes, 1972, pg.18):
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469
creacin literaria, smbolo superpuesto al smbolo que es la obra, escrita ella misma en un
lenguaje simblico, al estar compuesta de los smbolos que son las palabras.
Piatier define esta teora como una pirmide de la cual Barthes no define ni siquiera la
palabra de base smbolo, sobre cuya acepcin juega, pues es evidente que las palabras son
signos que remiten a ideas y objetos y no se sigue que, incluso dotadas de mltiples
resonancias, quieran decir necesariamente otra cosa que aquello que ellas dicen. Barthes da
cuenta, a su juicio, de una cierta esttica conocida bajo el nombre de simbolismo, muy viva
todava hoy; invitando a encontrar una coherencia en el ms all de la obra que,
literalmente, parece desprovista de ella, esclarece bien la poesa moderna; pero parece
privilegiar las obras escritas en una lengua donde las palabras, elegidas por su ambigedad
o su esoterismo resplandecen. Ahora bien, toda la literatura francesa no es mallarmeana ni
gongorista. Su valor consiste tambin en una claridad de la expresin, en un lenguaje
describiendo un pensamiento o una visin del mundo. (La querelle de la nouvelle
critique, Le Monde, 9 de abril de 1966.)
Por ltimo Piatier desaprueba la banda publicitaria con la que se ha presentado a la
venta el libro: Es necesario quemar a Roland Barthes? Afirma que slo l podra creerse
objeto de una tal persecucin, no percatndose de que su absoluto y sus dogmas conducen
a una condena despectiva de lo que se hace fuera de ellos. (La querelle de la nouvelle
critique, Le Monde, 9 de abril de 1966.)
Ren Pommier comenta al respecto que no sabe si ha sido Roland Barthes quien habr
tenido la idea de escribir esta frase. Pero, incluso en el caso de que no haya sido, no ha
podido hacerse sin su consentimiento. (Pommier, 2006, p. 37)
Piatier advierte en Barthes la facultad de sublevar los nimos y le atribuye no sin
reservas el mrito de haber situado el lenguaje, que es el gran problema de los filsofos de
la poca, en el centro de la literatura: toda obra es una cuestin planteada al lenguaje.
Podr objetrsele, escribe la autora, justamente que la literatura no es slo eso, sino ms
todava, reprochrsele la manera de la que habla de ello, especialmente en Crtica y
verdad. Porque es como telogo y poeta, que no es la mejor manera de ver claro. La crtica
que el preconiza vuelve al poema. Las relaciones de la obra con su autor son desdeables,
el sentido que una creacin conlleva es tenido por insignificante. Esos excesos, que se
encuentran aqu hasta el extremo han provocado la reaccin de Picard, que no es la de un
antiguo contra un moderno sino la de un espritu lgico, de formacin y de gustos
470
literarios, que quiere que se hable de literatura en trminos claros y en lenguaje literario.
Pues el lector, tan querido para Roland Barthes, espera tal vez que el crtico le aporte otra
cosa ms que perfrasis poticas que obscurecen ms que esclarecen. El lector espera que
el crtico, expone Piatier, establezca un puente entre la obra y l, sobre todo cuando se
trata de literatura moderna en la que una novela de Robbe- Grillet no es legible como una
novela de Balzac ni siquiera como una novela objetal. (La querelle de la nouvelle
critique, Le Monde, 9 de abril de 1966.)
Nordahl Lund presenta una objecin a la obra adhirindose provisoriamente al
pensamiento althusseriano (Pour Marx) expone que no es la respuesta lo que hace a la
crtica, sino la cuestin misma planteada por la critica y que es en la cuestin misma, es
decir, en el sistema de referencia interno objetivo de las investigaciones: el sistema de
cuestiones que ordenan respuestas, donde sera necesario buscar los principios de
inteligibilidad de la antigua crtica (Nordahl Lund, 1981, pg. 32). Es comparando,
prosigue, los problemas planteados por el idelogo con los problemas reales planteados por
su tiempo al idelogo como es posible una puesta en evidencia del elemento propiamente
ideolgico de la ideologa. La esencia ideolgica no salta a los ojos, no se da a la lectura
inmediatamente, pero debe estar recogida en el continuo del discurso. Barthes, contina, no
plantea estas cuestiones previas a la comprensin de lo verosmil crtico, sino que
permanece en el nivel de las respuestas, en el nivel del sistema temtico de la
problemtica esttica, sin explicar ms sobre las relaciones con el dominio fundamental del
campo ideolgico existente y sin hacer intervenir el problema histrico, la historia real,
como principio de inteligibilidad de las formaciones ideolgicas (Nordahl Lund, 1981,
pg.32). Nordahl lund le reprocha a Barthes desde el punto de vista histrico el permanecer
en la superestructura: leer en el discurso manifiesto, la presencia de la esencia interior de la
ideologa. Su crtica sera insuficiente en la medida en que se contenta con superponer
solamente la antigua crtica a lo verosmil del pblico y constatar una cierta homologa
temtica, para enseguida emplear una mediacin social unilateral y no dialctica, en
trminos de depsito (lo verosmil ser depositado en el espritu de los hombres por la
tradicin, los Sabios, la mayora, la opinin corriente (CV, p. 14, citado por Nordahl
Lund, 1981, pg. 33). Aunque Nordahl Lund formula esta objecin no deja de reconocer
que Barthes comprende la importancia de una relacin de este orden como demostr en El
grado cero y Mitologas y, es ms, al final de su juicio de valor, casi la desvirta: Lejos
de los fantasmas de un subjetivismo deshistorizado, la crtica barthesiana est anclada en
471
una problemtica, basada ella misma sobre una aproximacin histrica al devenir de las
cosas, a partir de la cual se articula la desmitificacin de lo verosmil crtico, y la
revocacin de su pretensin de cientificidad, pues interrogar lo verosmil, revocarle su
modalidad postulada de dato inmediato, es contestar, es decir atentar al dominio de
existencia mismo de la antigua crtica y de su pretendido objeto. (Nordahl Lund, 1981, pg.
36)
Danielle Deltel enuncia los elementos que permiten considerar la obra Critique et verit
como un manifiesto en su articulo Critique et vrit de Roland Barthes: stratgie dun
manifeste. Despus de situar en el contexto cultural la obra, comienza por explicar cmo
se desarrolla el rito del nombramiento del movimiento del grupo, estableciendo tres etapas:
La de la citacin (ce qu`on appelle la nouvelle critique) a la apropiacin (el movimiento
es nombrado sin el entrecomillado y sin frmula introductiva) pasando por la aceptacin
forzada (puisque nouvelle critique il y a. p.10) (Deltel, 1980, n 40, Littrature)
Advierte Deltel que, aunque Picard haba pronunciado el nombre de escuela, Barthes
emplea el de movimiento. Nacido de una situacin de conflicto, el manifiesto es polmico;
pero el discurso terico tiene su lugar por definicin. Critique et vrit se organiza en dos
partes iguales, sin ttulos, separadas tipogrficamente por una pgina en blanco y
numeradas I y II. La primera, es un contra-ataque: Barthes responde a Picard. La segunda
parte, centrada en la nueva crtica, es una exposicin de principios. Pero Critique et vrit
tiende a presentar el cariz de un texto objetivo.
Critique et vrit, contina Deltel, aparece como un discurso segundo en el cual se
imprime en filigrana un discurso primero- el del adversario- que es citado, comentado,
desmantelado y reconstruido. Uno de los procedimientos consiste, en lugar de las citas
exactas, en la yuxtaposicin de trminos procedentes de un mismo dominio metafrico,
pero tomados prestados de autores diversos, y a veces incluso extrapolados. Creando una
acumulacin tanto ms cmica por venir acompaada de una graduacin calculada: on a
rv de blesser, de crever, de battre, dassassiner le nouveau critique, de le traner en
correctionnelle, au pilori, sur lchafaud (p.10- 11)
Adems el adversario es constantemente designado con un on colectivo e impersonal
salvo en una ocasin. Deltel ve en la voluntad de no nombrar al adversario un
procedimiento de doble efecto: es un signo de desprecio, es tambin el rechazo a
individualizar la querella, a reducirla a un conflicto de personas. Las notas a pie de pgina,
472
en las que se nombran los protagonistas y sus obras, tienen por funcin instalar un segundo
registro personal. Los solos adversarios en presencia en el texto mismo son la antigua y la
nueva crtica.
Otro procedimiento coadyuvante, a juicio de Deltel, es el empleo de un gran nmero de
giros impersonales y el empleo de la voz pasiva que ocultando las personas, tienden a una
representacin objetiva de la realidad. El ataque es conducido de manera apropiada a
eliminar el adversario y a persuadir al destinatario. Tambin repara en el hecho de que la
ausencia de subjetividad es considerada, convencionalmente, como un criterio de
cientifismo, al tiempo que el empleo del pronombre de primera persona para demostrar la
implicacin es una fuerza de persuasin que arrastra, por mimetismo, la adhesin del
lector.
El uso pronominal, analizado por Deltel, en esta obra es el de la primera persona del
plural, en el que identifica no a la colectividad de los crticos y Barthes sino al locutor y al
receptor, creando as un espacio de complicidad entre los interlocutores. No considera el
nous empleado por Barthes como el plural de modestia. Por su asociacin constante al
imperativo es uno de los procedimientos de intimacin. Su empleo rene al locutor y a sus
receptores en la condenacin del adversario. En la segunda parte hay un deslizamiento del
referente, aqu nous designar: las gentes de nuestra poca.
Deltel cierra su artculo con la frase final de Critique et vrit: La critique nest qu`un
moment de cette histoire dans laquelle nous entrons et qui nous conduit lunit- la vrit
de lcriture.
Ren Pommier en Roland Barthes Ras le bol! subraya como prueba de mala fe algunos
de estos procedimientos, pero recurre a un estilo rebosante de humor para rebatirlos. As,
explica el crtico, cuando al principio de Crtica y Verdad, Roland Barthes se queja
largamente de los ataques de los que ha sido objeto por parte de Raymond Picard y sus
partidarios, cuando l enumera, en una larga nota, todas las expresiones poco halagadoras
que Raymond Picard ha utilizado, se tiene la impresin que borrara con gusto de los
diccionarios todos los trminos peyorativos que han podido o hubieran podido aplicarle.
Tambin seala la mala fe de Roland Barthes cuando afecta creer que Raymond Picard le
ha reprochado su jerga. Raymond Picard haba sido sin embargo muy claro. (Pommier,
2006, pgs .5 y 6)
473
acusaciones de las que ha sido objeto, simulando desdear un medio muy fcil de
desacreditar a sus censores. Pommier comprende que todo el mundo est inclinado ms o
menos a pensar que est en posesin de la verdad y que los otros estn equivocados, pero a
no ser que se est totalmente engredo y completamente incapacitado para ponerse en el
lugar de los dems, las personas se guardan de aparentarlo. Bastara, nos dice, citar una
acusacin para refutarla y para desacreditar a aqul que la ha lanzado. Los que atacan
seran siempre vencidos y los que son atacados, siempre vencedores. (Pommier, 2006, pg.
17)
Pommier observa que Racine, lgicamente debera haber sido el autor ms citado. Es
Racine y no otro el autor que Roland Barthes habra debido movilizar en primer lugar, si
hubiera querido, no lanzar fumgeno, sino responder verdaderamente a Raymond Picard.
(Pommier, 2006, pg. 18)
Pommier considera que las citas de Mallarm o Lautramont que son incapaces de
justificar el Sur Racine han sido un gesto de complicidad con sus lectores que anteponen
estos autores a Racine. Constata que Barthes slo ha citado de los crticos que han escrito
sobre Racine a Poulet sin acompaar la referencia de ningn argumento, mientras que ha
preferido citar a crticos que han escrito sobre Mallarm, Verlaine, Baudelaire, Kafka,
Dante o Gngora, y obras o artculos de lingstica o de potica cuyas fechas de
publicacin son, en general, recientes (de los tres ltimos aos anteriores a la publicacin
de Critica y verdad).
No omitimos la broma que Pommier lanza al respecto por su ingeniosidad: Raymond
Picard lui a dit: Relisez donc Racine, et vous verrez que ce que vous avez dit, est
totalement arbitraire, et Roland Barthes lui rpond: Attendez un peu que l`article de
Severo Sarduy sur Gongora ait paru; attendez donc davoir pu lire l`article de Todorov sur
Les anomalies smantiques. (Pommier, 2006, pg. 19)
Pommier no se anda con miramientos al exponer lo que piensa de Roland Barthes y
parece querer traducirle a Barthes lo que diplomticamente le han dicho otros. As escribe
que cuando Raymond Picard acusa a Roland Barthes de delirar, no quiere evidentemente
decir que est loco. Es simplemente una manera menos brutal de decir que Barthes dice
tonteras. En lugar de estar satisfecho de que Picard haya utilizado un eufemismo, Barthes
demostrando mala fe, en opinin de Pommier, finge creer que Raymond Picard ha
empleado delirar en el sentido propio. (Pommier, 2006, pg. 24)
475
Tambin aprecia Pommier que Roland Barthes trata de diluir la acusacin dirigida por
Picard, queriendo hacer creer al lector que es la nueva crtica en su totalidad la que es
enfocada en el texto al que l hace alusin en la pgina sesenta y cuatro de Crtica y
verdad: Le critique ne peut dire n`importe quoi y a pie de pgina la resea Accusation
porte contre la nouvelle critique par R. Picard (op. cit., p.66). No obstante, si bien
pudiera hacerse extensiva esta crtica a ms autores, no es menos cierto, dice Pommier,
que, en el pasaje al que nos remite Barthes, no concierne ms que a l. (Pommier, 2006,
pg. 24)
La imagen victimista que Barthes presenta de s mismo y de la polmica nos resulta
inquietante:
Lo que sorprende en los ataques recin lanzados contra la nueva crtica es su carcter
inmediatamente y como naturalmente colectivo. Algo primitivo y desnudo ha empezado a
agitarse dentro de ellos. Nos dan la impresin de asistir a una suerte de rito de exclusin
celebrado en una comunidad arcaica contra un tema peligroso: (Barthes, 1972, pg. 10)
A pie de pgina escribe Barthes que cierto grupo de cronistas aporta al libelo de R.
Picard un apoyo sin examen, sin matices y sin discrepancias y enumera los peridicos que
han tomado partido por R. Picard. Pommier replica que no enjuicia si ha habido o no
examen cuando el que recibe el apoyo es el mismo Barthes.
M. Jacques Laurent, citado por Ren Pommier no ha pasado por alto el ridculo de la
situacin y nos dibuja un Roland Barthes presentndose al pblico sofocado como si
acabara de escapar de una ejecucin ritual meditada por una comunidad arcaica, cuyo
fanatismo estaba al servicio del oscurantismo, de la regresin y del capitalismo (Roman
du roman p. 194-195, citado por Pommier, 2006, p. 37)
Ren Pommier est convencido de que Roland Barthes ha inaugurado en los medios
intelectuales un modo cmodo de responder al libelo de un detractor. O bien ese libelo no
encuentra ningn eco en la prensa y en la opinin, y entonces no vale la pena responder; o
bien encuentra un cierto eco, y entonces se desacredita a s mismo y esto tanto ms cuanto
el eco es ms grande, a causa del carcter evidentemente colectivo que toma a travs de
l la ofensiva que ha lanzado. (Pommier, 2006, pg. 37)
Pommier pone bajo tela de juicio algunas de las afirmaciones que han vertido los
defensores de Roland Barthes, entre los que cita a M. Louis- Jean Calvet que haba escrito:
476
Acto seguido, pretende calmar las aguas revueltas de la crtica tradicional afirmando que la
libertad solo ha perdido a los dbiles y que nadie, pese a las taras y defectos de la crtica
tradicional, ha pensado en poner en entredicho sus mritos (Allemand, 1967, pgs. 17 y
18). Allemand considera lo ms acertado partir de la negacin de criterio absoluto; y,
siguiendo la estela de Barthes, considera que en la crtica, no hay criterio absoluto; solo
hay formas de coherencia posibles. La objetividad en la que declara creer Picard y tambin
los diversos tipos de aquella a los que alude le parecen una quimera. Tampoco rehsa
ocasionalmente la confrontacin directa explicando el xito cosechado por Picard por el
carcter custico de la obra, bien acogida por una multitud de lectores divertidos y por la
prensa, efecto que durara, segn l, hasta el da en que Roland Barthes respondi
publicando Crtica y verdad con el que replicaba a un R. Picard tan rodeado de amigos que
no se reconoca y, adems, la aparicin en abril de la obra de Doubrovsky: Pourquoi la
nouvelle critique, critique et objectivit. (Allemand, 1967, pgs. 31 y 32)
En el librito que dedica a la polmica Allemand incluye una disquisicin acerca de la
naturaleza cambiante de las palabras en relacin tanto con los objetos representados como
en relacin con el hombre. Cita la obra de Foucault Les mots et les choses en donde
encuentra apoyo para afirmar la existencia de un momento ya pretrito en que las palabras
habran sido para el hombre, estructuras del mundo exterior y donde las cosas le habran
pertenecido porque habra podido nombrarlas, al que seguira, despus, otro momento en el
que las palabras terminaran por confundirse con lo que designaban; desde entonces, ya no
es el hombre quien habla sino el mundo que se descubre a travs del acto esplndido de su
realizacin y que se desvela como pura significancia (Allemand, 1967, pgs. 52 a 54). Al
trmino de algunas consideraciones filosficas expone una concepcin del lenguaje
alternante como ser determinante y como ser determinado, como sujeto u objeto: A l (el
hombre) le corresponde exponer todo lo que experimenta, pues es, en el lenguaje,
prisionero del lenguajeYo me he apropiado de las palabras; yo las he asimilado; ellas
han terminado siendo lo que yo soy. En consecuencia, lo que est implicado en el lenguaje,
no es el mundo, sino el objeto imaginario al cual lo reduzcoNo hay lenguaje inocente,
lenguaje neutro. Nosotros estamos implicados en el mismo proceso porque todos estamos
acusados de causar menoscabo al mundo tratando de arrancarlo de su indeterminacin
original. El lenguaje solo es, a su vez, uno de los medios a los cuales recurrimos para
realizar la unificacin que emprendemos. (Allemand, 1967, p. 56 a 58)
479
Allemand subscribe la idea de Barthes de que una obra es eterna no porque imponga un
sentido nico a hombres diferentes, sino porque sugiere sentidos diferentes a un hombre
nico, que habla siempre la misma lengua simblica a travs de los tiempos mltiples.
Despus de caracterizar a Barthes por su postulado de que la obra ostenta por estructura
un sentido mltiple; a Serge Doubrovsky por la creencia de que la totalidad del sentido
est siempre, y por principio, en suspenso, tanto por la naturaleza del lenguaje como por la
situacin ontolgica e histrica de la obra y a Sartre por la tesis de que la obra no es
nunca un dato natural sino una exigencia y un don, afirma que los tres consideran que la
obra es multiplicacin de sentidos y no fijacin de un sentido, como quieren Raymond
Picard y los partidarios de la crtica idealista.
480
482
Entre los analistas que han censurado ms a Barthes se cita con frecuencia a Picard,
olvidando el juicio crtico tan desvalorizante que realiz Poulet en su obra La consciencia
crtica: de madame de Stael a Barthes, cuya primera edicin data de 1971. Poulet, que se
muestra muy contrario a la corriente estructuralista, resta importancia a la aportacin de
Barthes como crtico literario y explica la admiracin de aqul hacia Robbe Grillet por
poseer en comn la bsqueda de la expresin de una negatividad. A su vez, se refiere a El
grado cero de la escritura de manera francamente hostil, pero ello no es bice para que le
dedique a Barthes las mismas pginas que a Sartre en su libro. Para Poulet la funcin
crtica bajo el estructuralismo queda muy limitada y llamada preferentemente a analizar un
tipo de literatura objetiva de la que habla irnicamente: En lugar de afirmarse como
conciencia de la obra, el espritu consiente en no ser ya ms que el verificador. En razn de
esta renuncia, toda vida subjetiva se retira de la obra misma. Ya no se trata de un
pensamiento que se da objetos, sino de un conjunto de objetos que existen sencillamente en
sus relaciones recprocas. En resumen, bajo ese aspecto, la crtica se prohbe toda funcin,
salvo una sola: la percepcin de la realidad objetiva que constituye la obra. La crtica se
vuelve realidad objetiva de un entramado de signos. Razn por la cual una crtica as no
est nunca tan a gusto como cuando se ocupa de una obra en la que la parte subjetiva es
prcticamente nula, y la parte subjetiva supone la prctica totalidad de lo expresado
(Poulet, 1997, pg. 197).
Primero, Poulet nos presenta la visin que, a su juicio, tiene el estructuralismo de la
literatura con la pretensin mallarmeana de sustituir el ser verdadero de los objetos y del
yo por un ser verbal, la realidad por una palabra y, a continuacin, la concepcin de la
crtica literaria para este movimiento y para Barthes: En el discurso crtico de Roland
Barthes se percibe siempre la intencin de establecer, ms all del lenguaje objeto, otro
lenguaje, medium lingstico de donde toda designacin concreta sera abolida, de donde
toda significacin relativa a un mundo externo se desvanecera, y donde la objetividad
verbal, purgada de toda significacin externa y adventicia, se contentara con significarse a
s misma, y slo por su funcionamiento. La actividad literaria se convertira en una
combinatoria de movimientos verbales. En este grado, que es el polo opuesto del grado
cero de la escritura, la obra se revelara al crtico en una ausencia total de individualidad,
de subjetividad, e incluso de significacin. El acto crtico no tendra ms razn de ser que
484
en lingstica. El hecho de que el uso de un cdigo pueda durar mucho tiempo no sera
bice a su carcter histrico. En este artculo hace alusin a la fractura que supuso el siglo
XIX en la tradicin literaria anterior con trminos menos rotundos que en El grado cero de
la escritura, pues se limita a constatar la transformacin del cdigo retrico y la
subsiguiente ideologa de la literatura sin aventurarse a exponer de nuevo su antiguo
anlisis con enmiendas. Es ms, aunque destaca las aportaciones del marxismo, por una
parte, y las de Lukcs y Brecht, por otra, sugiere que el lenguaje literario es un campo que
no ha sido todava desentraado: En lo que concierne a la literatura, los significantes de
connotacin fueron estables durante ms de un milenio, y formaron lo que se llam la
retrica, cuyas figuras, perfectamente codificadas, regularon la significacin literaria
desde la Antigedad hasta el siglo XIX (al menos en Francia); sin embargo, parece que a
finales del siglo XIX se produjo una gran mutacin; unas figuras (elementos del cdigo)
desaparecieron y otras nacieron: el cdigo retrico se transform y, con l, por supuesto,
toda la ideologa de la literatura. Este tipo de fenmenos es el que debera estudiar una
crtica a la vez estructural e histrica; al revelar el carcter estable y perecedero de los
cdigos de escritura, descubrir, evidentemente, duraciones imprevistas, y tendr que
inventar un nuevo recorte del tiempo, es decir, una nueva inteligencia de la historia. El
marxismo ha logrado revelar, en trminos generales, la relacin entre la historia social y
los contenidos ideolgicos; con Lukcs y Brecht, se ha aproximado incluso a cierta idea de
la forma dada como gnero (novela, epopeya, tragedia); pero el lenguaje literario le
resulta an misterioso, y precisamente por eso una nueva crtica se ha vuelto
histricamente necesaria
En Encuentro con Roland Barthes publicado en The French Review, 1979 (Barthes,
2002, pg. 179) Barthes no tiene nada que objetar a la observacin de Nadine Dormoy
acerca del eclecticismo de su mtodo crtico. Ms an, parece hacer concesiones a los que
lo detractaron: S, siempre he querido utilizar lenguajes diferentes y nuevos sobre objetos
antiguos, as definira mi trabajo crtico. En algunos momentos, he podido utilizar bastante
ampliamente el lenguaje psicoanaltico, no siendo de ningn modo un especialista; ahora lo
hago mucho menos y, finalmente, ya casi no hago crtica. En mi curso, en el Collge de
France, ha podido ver que no trabajo una obra, sino que leo obras, y traslado trozos de esas
obras a un pensamiento que se sita fuera de la crtica, y que es ms bien una especie de
investigacin tica: cmo conducirse en la vida, cmo vivir. En resumidas cuentas, es
claramente una investigacin tica
486
jerarquas y es una realidad paradjica que combate los lmites y reglas de la racionalidad y legibilidad (Ibd., pg. 75)
3. El texto practica el aplazamiento infinito, diferimiento del significado, en una dilacin constante, como el lenguaje est estructurado, pero descentrado, sin cierre, sin
centro. Una infinitud que no remite a la idea de lo inefable, sino a la de juego, variacin y dislocacin (Ibd., pg. 76)
487
488
as, prosigue, el lector de Crtica y verdad, que olvide la cronologa exacta de la reciente
crtica francesa debe ser eximido si oye a Derrida en el debate de Barthes acerca de que el
lenguaje literario constituye lo que se llama una mise en abme, un discurso por naturaleza
sin naturaleza y (en oposicin al lenguaje prctico) Atpico, sin contingencia, algo
como una pura ambigedad. Sostenido en un significado vaco tal discurso carece de
fondo. (Frank Lentricchia, After the new criticism, Chicago, The University of Chicago
Press, 1980, p. 141, citado por Moreno Villarreal, 1992, pgs. 36 y 37)
Ccile Hanania en Roland Barthes y la etimologa en el apartado La crisis del
comentario sostiene que la aspiracin barthesiana a otra crtica, ms audaz, ms libre,
mezclando los lenguajes y asimilando las indagaciones ms modernas, no nace
simplemente de una disputa puntual y no es en absoluto reactiva (aunque su reflexin se
inscriba, en sus comienzos, en una contra corriente y una diferencia terica de manera
puramente defensiva). (Hanania, 2010, pgs. 118-119)
Su actividad y esta polmica estn alimentadas tambin, por un conjunto de reflexiones
contemporneas, de investigaciones y de mtodos nuevos que ponen en cuestin las
certidumbres del lenguaje. Piensa que sera harto difcil dilucidar si es la crtica o la
literatura la que ejerce en este momento su influjo modificativo en la otra. Hanania dibuja
el panorama intelectual de los aos sesenta en el que florecen trabajos de naturaleza
semiolgica, etnogrfica, sociolgica, histrica, filosfica y psicoanaltica, que sacan a la
luz la inestabilidad del lenguaje, los mltiples estratos del sentido que oculta, el juego del
poder que implica, desembocando en un cierto relativismo lingstico. (Hanania, 2010,
pg. 119)
Para Hanania, como hemos dicho, resulta difcil afirmar cul de las dos, la crtica o la
literatura, influencia y transforma a la otra. Se pregunta sin avanzar una respuesta si la
literatura, a consecuencia de una mutacin ocurrida entre fines del siglo XIX y el principio
del XX con escritores como Mallarm, Valry o Proust, autores de textos auto-reflexivos,
ha arrastrado (como cree Barthes) una modificacin del discurso crtico, en su contenido y
en su forma o si es el discurso crtico, el que, a consecuencia de un cambio de orden
epistemolgico, procedente, en particular, de las observaciones de Bakhtin sobre los textos
de Dostoievski, percibidos como un dilogo en movimiento y no ya como una forma
esttica, ha transformado su interrogacin sobre la literatura y los textos literarios.
(Hanania, 2010, pg. 119)
491
Hanania nos da cuenta del movimiento cultural que, destacando la inestabilidad del
lenguaje, los mltiples estratos de sentido que contiene y el juego de poder que implican,
arriba a un cierto relativismo lingstico: en los aos sesenta florecen los trabajos de
naturaleza semiolgica (Umberto Eco, Loeuvre ouverte, 1962) etnogrfico (Claude LviStrauss, Anthropologie structurale, 1958; La pense sauvage, 1962), sociolgica (Pierre
Bourdieu, Les hritiers, 1964), histrica (Michel Foucault, Les mots et les choses, 1966),
filosfica (Jacques Derrida, L`criture et la diffrence, 1967) o incluso psicoanaltica
(Jacques Lacan, crits I, 1966). (Hanania, 2010, pg. 119)
Hanania seala la atencin creciente que ejercen fenmenos como la fuerza de la
institucin en el discurso, el poder del locutor, el contexto social y el patrimonio cultural
entre otros que demuestran que la lengua, tal como se habla o escribe, no es una garanta,
una entidad univoca, estable y definitiva. Tambin se suma a lo anterior que la instancia
del otro en el lenguaje no es vista de manera positiva, potica o creadora como los
surrealistas, sino como una determinacin nefasta, un vehculo de poder y alienacin. El
inconsciente mismo, subraya la autora, es determinado por instancias sociales, familiares,
culturales. Motivo por el cual Barthes criticar vivamente el surrealismo. (Hanania, 2010,
pg. 120)
Hanania percibe que la conciencia de que la lengua vehicula un poder es muy viva en
Barthes que la expresa de manera virulenta: la lenguaes simplemente: fascista (Leon,
p. 14), retomando las palabras de otro lingista: Jakobson ha sealado que una lengua se
define no por lo que ella permite decir, sino por lo que ella obliga a decir (Bruissement, p.
132). La autora reconoce que el relativismo lingstico y la duda tienen ms importancia e
impacto en Francia donde la claridad de la lengua francesa, heredera de los axiomas
cartesianos y de los preceptos poticos de Boileau, ha sido considerada durante siglos
como el indicio de una superioridad del francs, ms apto que cualquier otra lengua para
expresar una idea precisa y adecuada. Esta claridad, considerada como una cualidad
inmutable e intrnseca del discurso francs, solo es como lo seala Barthes un atributo
puramente retrico (Degr, p. 43), una construccin artificial y laboriosa de la lengua, no
una esencia- suscribe la autora. (Hanania, 2010, pg. 121)
Si, aade Hanania, en el arte clsico una idea formada produce una palabra que la
expresa, la traduce (Ibd., p. 34) no sucede lo mismo en Barthes, para quien las
palabras no podran ser los reflejos simples y dciles de un discurso pre-organizado
492
493
Esta pensadora observa que Barthes, a diferencia de otros escritores, ante la tentacin
terica y la llamada de la literatura no bifurca el lenguaje en dos escrituras y por tanto su
eleccin no ha sido nunca ni plenamente realizada ni plenamente asumida: Ms que
ejercitarse en la obra de ficcin, Barthes ha preferido modificar los instrumentos de
especulacin crtica para mezclarlos con la literatura, y ha intentado una suerte de
transformacin del discurso terico en novelesco terico. (Hanania, 2010, pg. 126)
Hanania estima que la indagacin de Barthes no solo tiene valor heurstico sino tambin
reflexivo (reflexiona sobre su propia accin), pues pone al da otra escritura crtica. Su
concepcin del sentido y del signo anuncia que la forma que debe tomar prestado el
comentario crtico y su interrogacin, ms o menos desilusionada segn las pocas, sobre
las posibilidades del comentario crtico y el modelo de respuesta que sus textos
constituyen, salen de lo que convendra llamar una esttica. La estudiosa de Barthes dirige
su atencin a los medios nuevos de la escritura de Barthes, cuyo rasgo en comn sera que
no permite entrabar la multiplicidad de sentidos y de smbolos: la metfora, que tomar
cada vez ms importancia en sus escritos, los neologismos, las anttesis, las anfibologas y
otras ambigedades que no encierran el signo en un sentido claro y definido sin olvidar la
prctica etimolgica. Mtodos que, segn Hanania, han parecido a algunos (por ejemplo
Picard y Mounin) de mala fe, tanto esos viticos retricos y las chispas de sentidos que
resultan de ellos les han parecido contestables por su impresionismo. (Hanania, 2010, pg.
127).
No obstante, Hanania subraya que no solamente estaba en juego una poetizacin de la
crtica y el carcter hbrido del texto barthesiano, mezclando al crtico con el escritor y
entrecruzando dos lenguajes diferentes, uno conceptual y el otro ms imaginativo sino que
el cambio esttico implicaba tambin una mutacin cognitiva. De lo que se trataba era de
una lectura diferente, porque todas esas figuras modifican la aprehensin de los textos.
Ellas no permiten una comprensin racional y neta de las significaciones y de los anlisis,
solamente una aproximacin intuitiva y aproximativa.
Hanania explica que la crisis del comentario ha inducido a Barthes, y con l a todo un
grupo de pensadores contemporneos, a un nuevo modo de pensamiento y de investigacin
crtica que no reposa sobre anlisis estables y definitivos, sino sobre intuiciones y titubeos.
Barthes rechaza, por consiguiente, lo que es demasiado claro, demasiado neto, demasiado
494
una idea, para analizarla o sintetizarla haciendo de sus escritos textos legibles. Para
Hanania est claro que Barthes no ha pretendido haber hecho textos escribibles. A pesar de
las dificultades de lectura que conlleva su obra, Barthes se esforz en dotar su obra de una
coherencia racional. Hanania evoca cun frecuentemente Barthes haba declarado sentirse
en cierta ambivalencia en relacin con su propia escritura y sus teoras, y prisionero de dos
discursos conflictuales e ilustra este sentir con diversos pasajes extrados de la obra de
Barthes, de la que elegimos la ms directa vertida en Roland Barthes par Roland Barthes:
Yo soy ms clsico que la teora de texto que defiendo (RB, p. 73). Hanania, a su vez,
seala cmo en los aos 70 Barthes experimentaba una cierta vergenza al reconocer su
predileccin por las obras del pasado y cmo, cuando no ha reconocido esa suerte de
traicin a la vanguardia por gustos personales desusados, se ha justificado alegando la
imposibilidad de sustraerse a las leyes del lenguaje lgico. Tambin cabra aadir la duda,
que le asalta, de haberse equivocado respecto a los modernos, aade la autora.
Si Barthes ha postulado una nueva crtica, afirma Hanania, ha anunciado nuevas vas
para la investigacin ms que alcanzado un sistema innovador: de ah provendra la imagen
dulce-amarga y recurrente en sus escritos de la dimensin mosaica de su trabajo. La
escritora enjuicia esto como el indicio de un fracaso: su cuestionamiento sobre las
posibilidades y el estatuto de la escritura crtica y literaria le ha conducido no slo a un
dilema personal, sino a un callejn doctrinal sin salida. (Hanania, 2010, pg. 134)
Para definir la figura de Barthes como crtico literario, es forzoso referirse a su teora
esttica, no entendida como un compendio de normas por cuyo tamiz juzgar las obras
literarias, sino como peldao para captar mejor el status singular que le confera a la
literatura y al lenguaje, objetos, o mejor dicho, sujetos de su estudio. De entre los
estudiosos de la teora esttica Barthesiana nos remitimos a Barbe, no slo por su
interesante y singular punto de vista sino porque, al ser uno de los investigadores ms
recientes sobre el tema, brinda una panormica de los estudios ya realizados. Norbert
Bertrand Barbe ha estudiado profundamente la teora esttica barthesiana y ha descubierto
las races filosficas que le sirven de sustento. Barbe expone la gran dificultad que
conlleva la investigacin, (Barbe, 2001, pg. 104) pues Barthes no hace referencia
realmente explcita a la teora de uno o de varios filsofos precisos. No toma prestado de
ninguno de ellos su terminologa propia (salvo espordicamente de Hegel y Longin) y, por
ello, los textos de Barthes parecen ms ensayos filosficos que verdaderos trabajos
universitarios. Barthes, destaca Barbe, no toma prestada su teora a ningn filsofo en
497
particular para hacerla suya, el discurso de Barthes es ms bien una discusin (en el sentido
del siglo XVIII) y de ah esta cualidad de esbozo de sus textos tan sensible en Mitologas,
El placer del texto o en Ensayos crticos. Adems, segn Barbe, Barthes construye su
reflexin a partir de su propia cultura y no de textos precisos. As, cuando utiliza una
expresin no es precisamente en relacin con determinado autor, sino ms bien en
referencia a una teora esttica ambiente (Barbe, 2001, pg. 105). Barbe sostiene que las
contradicciones que presenta la esttica de Barthes pueden ser comprendidas partiendo de
los siguientes presupuestos: para Barthes el lenguaje oral constituye un punto de referencia
ms all del cual nace el sentido (la escritura) y por debajo del cual el sentido se diluye en
el mundo de lo vivo y del ruido (del cual es paradigma el Arte en el pensamiento
barthesiano). As, por un lado, la escritura aparece como metalenguaje, pues ella sirve para
volver explcito el sentido (inmanente al lenguaje) y, por otro lado, el Arte, que no revela
un discurso, sino expresin corporal, aparece como una disolucin de este mismo sentido
en la reproduccin in-intelectual de los objetos reales. (Barbe, 2001, pg.107). Barbe sita
el nudo de la diferencia barthesiana entre el Arte y la literatura en el hecho de que el Arte
implica el sentido (en el sentido en el que el artista slo expresa en bruto e intelectivamente
las impresiones que provoca el mundo real sobre l) mientras que la literatura explica el
sentido (pues, como escribe Barthes, ella corresponde a la racionalizacin consciente del
objeto contemplado o noema por la intencionalidad o noesis). La gran diferencia entre
Barthes y Hegel, a juicio de Barbe, es que Hegel piensa que la mayor transcendencia del
Intelecto humano se realiza en la filosofa, mientras que para Barthes se realiza en la
exgesis literaria. En el captulo El Dios del relato en la obra de Barthes Barbe afirma
(Barbe, 2001, pg.199) que para Barthes el origen del texto objeto filolgico, detentador
de la Letra se encuentra en una red abierta, que es el infinito mismo del lenguaje, l
mismo estructurado sin cierre y que, por su cualidad de abertura misma, se opone al Arte.
As Barthes, prosigue, identifica el Verbo con la Vida y el Mundo, dndole una dimensin
simblica divina, y, por otra parte, identifica el lenguaje con el Infinito primordial y al
escritor con el Dios que organiza este espacio, eligiendo, en el infinito de los posibles del
lenguaje, el mejor de los mundos posibles para la Creacin. Ms interesante an para
Barthes, nos dice Barbe, el texto, que preexistefilogentica y ontolgicamente al
hombre. El texto se identifica con el Dios del relato, tal como Barthes lo escribe en La
aventura semiolgica. Barbe indica que esta importancia del lenguaje (Barbe, 2001, pg.
200), como fuente de toda actividad intelectual, se encuentra en los estoicos, en la famosa
nocin de Logos que designa a la vez el lenguaje y la razn. Por otra parte, Barthes toma
498
prestada su terminologa de los estoicos, cuando, por ejemplo, opone doxa y paradoxa.
Barthes define el texto como una phantasia katakptik (presentacin comprensiva).
En repetidas ocasiones Barbe sostiene el origen estoico del pensamiento de Barthes,
proponiendo como ejemplo la consideracin de la literatura por Barthes como el momento
del pasaje entre el ego (el microcosmos) y la especie (el macrocosmos), es decir entre la
Physis (o pathos) y la norma (o ethos). Al contrario, el Arte es considerado como el
smbolo y el paradigma de la Naturaleza, desorganizada, pulsional, como una esclavitud
viviente. Es el texto quien debe permitir la recuperacin de ese mundo por las palabras.
Como crtico Barthes escribi no slo obras tericas sino infinidad de prefacios e
introducciones. De su extensa produccin destacamos por su especial relacin con el tema
que nos ocupa las obras: Michelet par lui mme, Sur Racine, Introduction lanalyse
structurale des rcits, S/Z, Sade, Fourier, Loyola, Le Plaisir du texte y los mejores
artculos en los que, defendiendo a algn autor de vanguardia como Brecht, Robbe-Grillet
y Sollers entre otros, aprovecha la oportunidad para mostrar sus ideales literario- crticos.
En La escritura misma: sobre Roland Barthes publicado como eplogo en Ensayos
crticos Susan Sontag atribuye la eleccin de algunos de estos autores a su propsito de
encontrar algo nuevo y desconocido para elogiar (lo que obliga a tener la disonancia
precisa con el gusto consagrado); o de elogiar de una manera distinta una obra conocida.
Cita, como ejemplo, el segundo libro de Barthes Michelet. Lo que le complaca a Barthes,
segn esta autora, era demostrar que obras inspidas y reaccionarias eran caprichosas e
implcitamente subversivas; descubrir en los proyectos ms extravagantes de la
imaginacin un extremo opuesto: en su ensayo sobre Sade, nos dice Sontag, un ideal
sexual que era en realidad un ejercicio de racionalidad delirante; en su ensayo sobre
Fourier, un ideal racionalista que era en realidad un ejercicio de delirio sensual. Despus de
aludir a la polmica que levant Sur Racine, subraya la tendencia de Barthes a cultivar el
tema literario marginal: una obra desprovista de importancia digamos Sarrasine de
Balzac- poda ser un texto maravilloso. Lo que para algunos pudiera ser muestra de
snobismo o signo de pedantera rancia es analizado por Susan Sontag de manera benvola:
Interpretar algo como un texto significa precisamente para Barthes, dejar en suspenso
las evaluaciones convencionales (la diferencia entre literatura mayor y menor), subvertir
las clasificaciones consagradas (la separacin de gneros, las distinciones entre las artes).
(Sontag, 1983, pgs., 336 y 337)
499
Conviccin pdica de que las clases sociales van a federarse, pero no a desaparecer.
500
El pueblo es infalible.
Inglaterra es prfida.
Predator Barthes caracteriza el discurso del mismo, precisando que es aquello que por lo
comn se considera estilo:
Michelet pertenece a este tipo de escritores predatores (Pascal, Rimbaud), que no pueden
escribir sin devorar a cada instante su discurso. Esa devoracin consiste para Michelet en
sustituir las cadencias del arte noble, por incisos bruscos, por interpolaciones (Barthes,
1988, pg. 30)Ms valdra oponer a los escritores escurridizos, como Chateaubriand,
por los que Michelet senta el ms vivo horror, a los escritores devoradores como el mismo
Michelet. Los primeros despliegan el discurso, lo acompaan sin interrumpirlo e
insensiblemente digieren la frase hacia una euforia finalEn cambio, los segundos,
amenazados con perder la presa si la hermosean demasiado, en todo instante la traspasan
con ademanes inconclusos, como el movimiento manaco de un propietario que
rpidamente se asegura de la presencia de su bien; entre ellos, ninguna cadencia final,
ningn despliegue, ningn deslizamiento horizontal del escritor a lo largo de su frase, sino
inmersiones cortas y frecuentes, rupturas de euforia retrica, en pocas palabras, lo que
Sainte-Beuve llam excelentemente el estilo vertical de Michelet. La frase de
Chateaubriand siempre termina en decorado, se le escucha deslizarse y luego terminar; la
de Michelet se traga y se destruye. (Barthes, 1988, pg.31)
El apartado titulado La prosa en Michelet merece especial atencin, dado el desinters
de Barthes por el gnero potico y por la obviedad con la que introduce una digresin
sobre la poesa:
Es necesario recordar aqu que la pareja Prosa-Poesa inquiet profundamente al siglo
XVIII; los Aufklrer franco-ingleses suponan a la prosa posterior a la poesa; en un
principio, el mundo haba hablado en verso, lo que, con una visin progresista de la
Historia, daba a la prosa un valor superior, puesto que era el lenguaje de una civilizacin
ms evolucionada. Para Michelet, la Prosa es un signo de lo homogneo, y en ese aspecto
es valor, fruto de una gracia o de una conquista (Barthes, 1988, pg. 37)
En el apartado Unin-Unidad insiste de nuevo en la superioridad de la prosa: La
prosa es superior en la medida en que es ausencia de caracteres individuales, producto de
una fusin y no de una coleccin y ms adelante encontraremos otro panegrico a la prosa
que ni siquiera glosa Barthes perteneciente a la obra de Michelet Introduccin a la Historia
Universal (Barthes,1988, pg. 49), hacindonos pensar que acepta sin reservas estos
postulados: En ninguna parte se muestra mejor el genio democrtico de nuestra nacin
502
que en su carcter eminentemente prosaico, adems de que por ese camino est llamada a
elevar a todo el mundo de las inteligencias a la igualdad (1831. Introduccin a la
Historia Universal (p.452)
Jean Pierre Richard relaciona la declaracin micheletiana de He nacido pueblo, yo tena
el pueblo en el corazn () Pero su lengua me era inaccesible. Yo no he podido hacerlo
hablar con el proceso paulatino de absentismo del autor: No solamente las palabras no se
parecen a las cosas, sino que el discurso producido por el escritor no alcanza nunca el
discurso de aquellos sobre los que l querra escribir. Escribir, desde entonces, e incluso
para el escritor crtico, es tal vez, comenzar a ausentarse. O comenzar por admitir este
absentismo mismo: Se fracasa siempre al hablar de lo que se ama comenta Stendhal
citado en el ltimo estudio de BarthesDe donde, ya, la conclusin de Michelet: Es pues
toda la palabra de Michelet, es decir, toda su obra, que lo transporta desgarrado lejos de su
paraiso; l ha sido, tal vez, el primero de los autores de la modernidad en poder cantar solo
una palabra imposible (Richard, 1981, pg. 297)
Siendo Michelet un historiador Barthes no poda preterir en su obra la concepcin de la
historia y el papel de las causas en el devenir histrico y a este respecto observa Barthes
que el carcter vegetal del impulso histrico excluye la causalidad. (Barthes, 1988, pg.44)
Conviene recordar que Barthes tambin observ la problemtica del yo en la
composicin de la obra micheletiana como puso de manifiesto en los cursos y seminarios
celebrados en el Collge de France (1978-1979 y 1979-1980) durante los cuales declar:
El cambio: la modificacin del yo puede ser tan acentuada que el escritor llegue a
cambiar de Obra en el curso de su fabricacin. Ruptura de Obra, caso flagrante que me
viene a la mente: Michelet est terminando su Histoire du Moyen ge, est en Luis XI,
normalmente est previsto que siga con los siglos monrquicos; ahora bien, tiene una
especie de iluminacin o de impaciencia radical: siente, decide (1842) que debe escribir
enseguida la Histoire de la Rvolution; se detiene y cambia completamente el curso de la
Historia (escribir la historia de los siglos XVI, XVII y XVIII ms tarde, y con otro estilo,
violento, parcial, un poco loco): Su yo ha cambiado y ese cambio oblig a un cambio de
obra...Hay explicaciones eruditas, biogrficas: a) Influencia de Quinet (militante de
izquierda); b) influencia de la juventud revolucionaria que segua sus cursos en el Collge
(cursos muy agitados); c) ataques de los ultramontanos que presionaban a Michelet para
503
que radicalizara su actitud, o ms bien sus posiciones (como se dice hoy), renegar de la
Edad Media y de la Iglesia. (Barthes, 2005, pg. 339)
COMENTARIO CRTICO
En la entrevista Roland Barthes se explica publicada en Lire (abril, 1979). El
entrevistador Pierre Boncenne le recuerda a Barthes que en el coloquio de Cerisy se haba
asombrado de que los periodistas no le hicieran jams preguntas sobre su Michelet par luimme, el libro, del que por un lado se hablaba menos y, por otro, era su predilecto y le
pregunta finalmente cul es el motivo de que le guste realmente ese libro.
Barthes comprendiendo, si nos es lcito formular una conjetura, que el entrevistador no ha
ledo Aujourd`hui Michelet en el que Barthes ya haba manifestado un alejamiento hacia
este autor en otro tiempo tan predilecto para l o, tal vez, intuyendo que su propio libro
podra sufrir el mismo olvido que Michelet, exclama: Ah, me tiende una trampa temible!
Pero es verdad, reconozco que la temtica de este libro me parece bien hecha. Adems,
Michelet sigue siendo bastante innovador porque es un historiador que ha introducido
verdaderamente el cuerpo humano en la historia. Por supuesto que se le pueden hacer una
cantidad de reproches de tipo cientfico: cometi muchos errores histricos. Pero toda la
escuela de los Annales, que se convirti en la escuela histrica viviente con Duby, Le Roy
Ladurie o Le Goff, reconoce lo que la historia le puede deber a Michelet. Michelet, que
reexamin y repens el cuerpo en la historia, con sus sufrimientos, sus humores, la sangre,
las fisiologas o los alimentos y Michelet, que fund la etnologa de Francia, alejndose de
la cronologa para mirar la sociedad francesa como los etnlogos miran a las sociedades
otras.
No obstante el dudoso inters que poda despertar una obra sobre Michelet (publicada
en 1954) ya lo haba temido Barthes incluso en la etapa de elaboracin de las fichas de la
obra. Calvet en Roland Barthes, biografa expone las dudas que asaltaban a Roland
Barthes sobre el sentido de su trabajo en ese mundo nuevo que iba a encontrar tras la
Segunda Guerra Mundial. Desde luego buscaba justificaciones y explicaba que el viejo
Michelet tena todava un pblico, solo que un pblico muy particular, viejos
universitarios, autodidactas que leen la historia de Francia en las bibliotecas, demcratas y
anticlericales del estilo de 1848 y agrega: y aislados como yo (Calvet, 1992, pg. 92)
504
En Reponses Barthes explica que le atrajo la lectura de Michelet por su fuerza barroca.
En Leysin pudo leerlo ntegramente y comenz a copiar sobre fichas las frases que le
agradaban por el motivo que fuera, o que, simplemente, se repetan; clasificando las fichas
como uno se divierte con un juego de cartas. l no poda ms que encaminarlo sobre una
temtica; no tuvo ms que escribirlo cuando Seuil le encarg un escritor de siempre. Este
tema no deba nada a Bachelard, por la sencilla razn de que no lo haba ledo- lo que no le
ha parecido una razn suficiente para protestar cada vez que se vincula Michelet par luimme a Bachelard Por qu iba a rechazar l a Bachelard? (Tel Quel n 47, automne 1971
pg. 94)
Marie Gil estima que la composicin, la yuxtaposicin del comentario y de la cita
evocan a Pguy, que Barthes cita y lee mucho durante esos aos-y la representacin
orgnica de la obra de Peguy, rizomtica segn Deleuze. Lo fragmentario est en el
origen de la obra que no es ms que una suma de fragmentos. Barthes califica su texto a
travs de la metfora del cuerpo y se inscribe, conscientemente o no, en la lnea de
Michelet y de Pguy: la escritura tiende a rencontrar no la vida de Michelet, sino una
red organizada de obsesiones, un todo orgnico. (Gil, 2012, pg. 207)
Barthes en Literatura y significacin, entrevista publicada por Tel Quel en 1963 y
posteriormente recogida en Ensayos crticos, acepta de buen grado la calificacin de
psicoanlisis sustancial formulada por el entrevistador como mtodo crtico practicado
en Michelet y contesta de forma algo evasiva a la doble interrogativa, no exenta de irona,
de si existe una cierta relacin entre la obra y l mismo, dado que otra aproximacin en
principio le parecera igualmente legtima, o de si hay objetivamente una adecuacin entre
un autor determinado y un determinado lenguaje crtico. Despus de dar algunos rodeos y
sin pronunciarse sobre la primaca del crtico o del mtodo en el anlisis crtico, Barthes
afirma que la crtica es libre, pero en resumidas cuentas su libertad est vigilada por
ciertos lmites del objeto que ella elige. En lo que concierne a su obra Michelet declara:
Qu inters puede haber en someter a Michelet a una crtica ideolgica, si la ideologa de
Michelet es perfectamente clara? Lo que reclama la lectura son las deformaciones que el
lenguaje micheletiano hizo sufrir al credo pequeo-burgus del siglo XIX, la refraccin de
esta ideologa en una potica de las sustancias, moralizadas segn una idea determinada del
Bien y del Mal polticos, y en esto el psicoanlisis sustancial (en el caso de Michelet) tiene
alguna probabilidad de ser total: puede recuperar la ideologa, mientras que la crtica
ideolgica no recupera nada de la experiencia de Michelet ante las cosas: siempre habra
505
que elegir la mayor crtica, la que ingiere la mayor cantidad posible de su objeto.
(Barthes, 1983, pgs. 322-324)
La recepcin, escribe Marie Gil, fue polmica: los ataques prefiguran los de Raymond
Picard y Ren Pommier contra Sur Racine y se declaran contra el pedantismo de una jerga
que no oculta ms que el vaco de un pensamiento: Eau- poisson, le lisse, la femmefraise des bois: mais Seigneur, dites- le en franais! Vous verriez alors que vos
dcouvertes sont des lieux communs, quoi des tiquettes comiques ajoutent la fausse
science (Un Michelet extravagant, Le Monde, 10 de abril de 1954). (Gil, 2012, pg. 208)
Ampliaremos por su inters la extensin que Marie Gil ha concedido al artculo Un
Michelet extravagant (Le Monde, 10 de abril de 1954, p.7): La coleccin de los
Escritores de siempre me desconcierta. El Michelet que acaba de publicar M. Roland
Barthes es un trabajo que no debera ser presentado al gran pblico. Estudio particular que
ser comprendido o discutido por los especialistas de la misma disciplina, permanecer
para el gran pblico lleno de obscuridades. El lenguaje de R.B. no se traduce fcilmente.
Haciendo el esferzo, el Michelet que aparece entonces es un enfermo, un ser agitado por
impulsos que apenas domina. l no los domina, ellos dirigen su obra y su estilo, que solo
es la expresin jaculatoria de un posesoSe debe publicar el Diario de Michelet, que
dicen compuesto de tales detalles. Si otorga la razn a la tesis de Barthes no me parecer
mal. Esas condiciones solo conciernen a los interesados Han conducido ellas acaso su
obra, como lo afirman M. Barthes y los nuevos psiclogos que recortan el hombre
guardando solo aquello que destruye con mayor seguridad lo que l crea ser y lo que se
crea que l era?
M. Gil sostiene que Michelet no corresponde a ninguna de las influencias
retrospectivas de los aos cincuenta que Barthes define en su autobiografa: Sartre, Marx,
Brecht. Tal vez, pertenece a la categora de libros en retraso, como observa ric Marty
pero no habra tenido esta factura en la poca del sanatorio y, considerando el Roland
Barthes, se le calificara ms bien de libro de anticipacin. Un plagio por anticipacin
(Pierre Bayard, Le Plagiat par anticipation, Paris, ditions de Minuit, 2009) de su propio
estilo, nacido del oportunismo revelado en Roland Barthes par Roland Barthes. Ms
profundamente si los oportunismos de la poca no funcionan, es precisamente la escritura
de Michelet la forma oportuna de este libro. De anticipacin lo es igualmente si se
considera su recepcin: los ataques prefiguran los de Raymond Picard y de Ren Pommier
506
contra el Sur Racine y contra la pedantera que no enmascara el vaco de una idea. (Gil,
2012, pg. 208)
Thody nos informa de que un eminente conocedor de la obra de Michelet, Claude
Digeon, acus a Barthes de presentar a Michelet como un obseso sexual, y la situacin
podra haber llegado a ser bastante molesta para la reputacin de Barthes si no hubiera sido
por la existencia de un Diario indito de Michelet. Poco despus de la aparicin de
Michelet por l mismo en la primavera de 1954, un artculo fue publicado por dos
historiadores, Lucien Febre y Daniel Halvy, que estaban entonces preparando una edicin
del Diario de Michelet. En el artculo se mantena que, por lo que ellos haban observado
en el Diario de Michelet, el anlisis de las peculiaridades sexuales de Michelet no era
descabellado. (Thody, 1977, pg. 24)
M. Gil se inclina a considerar Michelet algo ms que un autor oportuno, pues irradia
sobre la escritura de Barthes ms all de Michelet par lui mme, es aquel, adems, que ha
fundado la etnologa de Francia alejndose de la cronologa para contemplar la sociedad
francesa como los etnlogos contemplan las sociedades de los otros. Es Michelet mismo,
alejndose de la cronologa para acercarse a la etnologa, quien hace la transicin del
Michelet a las Mitologas. Es l quien instaura para Barthes la mirada alejada. (Gil, 2012,
p. 210)
Barthes escribi ms tarde que el historiador descubre el orden simblico que ser el del
psicoanlisis, la etnologa e incluso la semiologa:
Michelet on le sait, a fond ce qu`on appelle aujourd`hui encore avec timidit l`ethnologie
de la France: une faon de prendre les hommes morts du pass non dans une chronologie
ou une Raison, mais dans un rseau de comportements charnels, dans un systme
d`aliments, de vtements, de pratiques quotidiennes, de reprsentations mythiques, d`actes
amoureux. Michelet dvoile ce que l`on pourrait appeler le sensuel de l`histoire
(Modernit de Michelet, 1974, O. C. IV, 2005, p. 527)
Barthes, a juicio de la escritora, tuvo el genio de erigir la intertextualidad en principio
material explcito de composicin segn un saber hacer estilstico fundado sobre una
nocin primordial: la repeticin.
Es destacable en este tema tambin la contribucin de Sirvent. ngeles Sirvent explica
que ser precisamente el establecimiento de los temas lo que conducir a Barthes a escribir
507
Culler seala la coincidencia temporal de la obra de Barthes con la obra de Pierre Richard
titulada Littrature et sensation en la que se formula una premisa que parece cimentar
Michelet par lui mme: en la sensacin todo comienza: la carne, los objetos, los estados
de nimo componen para el sujeto un espacio primordial, y es aqu, en el afecto fsico,
donde nacen las formas, temas e imgenes literarios. (Culler, 1987, p. 50)
Thody realza la presencia en Michelet por l mismo de elementos subjetivos y
personales en la importancia que Barthes atribuye a ciertos temas fsicos recurrentes.
Barthes, contina el crtico, est claramente fascinado por lo untuoso, todas las superficies
envolventes, y las pginas en las que hace hincapi sobre la visin de Michelet del mundo
como un objeto deliciosamente liso y habla del pueblo como viviendo en la cmara de
incubacin en la que todo nace parecen mostrar sus propias obsesiones fsicas y
lingsticas ms que las de Michelet. (Thody, 1977, pg. 21)
Ms adelante Todhy afirma que Michelet par lui-mme podra ser visto como otro signo
de cmo la actitud existencialista lleva el romanticismo a su lgica conclusin. Para el
romntico, cuanto ms intensa es la experiencia, ms vlidas las ideas basadas en ella. Para
el existencialista ateo como Sartre, ninguna serie de ideas puede ser en ltimo trmino
verdadera, puesto que no existe Dios para garantizarla. Lo que ocupa la plaza de Dios es la
intensidad y autenticidad que el individuo logra a travs de su relacin con el propio
cuerpo y sus propias experiencias fsicas. Las ideas de Michelet, nos explica Thody,
pueden ser una completa tontera, pero ellas logran una cierta validez a travs de la red de
obsesiones fsicas que les dan vida. A su juicio, el razonamiento central en Michelet par
lui-mme puede ser visto como caracterstico de ciertas actitudes corrientes en la literatura
francesa de mediados del siglo XX. Michelet sera el producto de la vida intelectual
francesa de esta poca, con su trasfondo bachelardiano y sartreano y su automtica
presuposicin de que Marx est siempre en lo cierto y que la baja clase media siempre
equivocada. Segn Thody, un observador extranjero no puede evitar ver un paralelismo
entre Michelet par lui-mme y el movimiento intelectual con el que Barthes lleg a ser
asociado frecuentemente, el del estructuralismo. Para la lingstica estructural, el proceso
histrico que condujo al lenguaje a ser lo que es hoy mantiene solo un anecdtico inters.
Lo que importa es la manera cmo el lenguaje funciona aqu y ahora. Similarmente para
Lvi-Strauss, no reviste inters especular sobre cmo los mitos que encarnan ciertos
rasgos permanentes de la mente humana han llegado a asumir la forma particular en que l
los encontr-explica Thody. Estn simplemente aqu, como los medios por los cuales los
509
seres humanos entienden su propia experiencia, y deben ser estudiados sin referencia a su
gnesis. Y, para el Barthes de Michelet par lui-mme, la cuestin de qu accidentes en la
vida de Michelet lo condujeron a pensar y sentir como hizo nunca se eleva. (Thody, 1977,
pgs. 22-23)
Sirvent tambin pone de relieve que Barthes no pretende hacer un estudio objetivo de la
veracidad de las afirmaciones de Michelet, de la adecuacin de stas a los hechos
histricos, ni siquiera un estudio de la ideologa de dicho autor. Al leer su obra, encuentra
la atraccin por la sensibilidad, por las sensaciones que producen los objetos, que Barthes
volver a manifestar en Sade, Fourier, Loyola y que constituirn la base del hedonismo
que caracterizan las ltimas obras de Barthes. La vida de Michelet, matiza la autora, no
aparece como biografa; pero sus gustos, sus obsesiones, sus fobias, en definitiva, su ser,
queda claramente mostrado en las pginas de Barthes, constituyendo lo que Barthes
denomina una serie de biographmes (Sirvent, 1989, pg. 89). Sirvent aprecia que la
temtica substancial que Barthes presenta no est muy lejos de la propia consideracin de
la Historia micheletista, en la que Michelet ensalza y condena, no en virtud de sus
principios, sino, como dice Barthes, de sus Nuseas. A esto aade la autora una
caracterstica que podemos encontrar ms adelante en la propia obra de Barthes de un
modo ms o menos explcito: el que Michelet reduce al mnimo el aspecto psicolgico de
los personajes histricos, enmarcndolos en una substancia nica, una substancia
existencial que los caracteriza, normalmente ligada a una materialidad fsica. Es ms,
observa que es esta antropologa humoral del hombre histrico una de las facetas que ms
atraern a Barthes. Reduciendo al hombre a las substancias elementales, escribe Sirvent,
Michelet hace reposar en ltima instancia la historia sobre el cuerpo humano. (Sirvent,
1989, pgs. 90 y 91)
Barthes, observa Thody, se presenta a s mismo no como un crtico tradicional-alguien
que puede ofrecer un informado y sopesado juicio porque ha ledo una infinidad de librossino como un hombre que, como dice de s mismo en Roland Barthes por Roland Barthes,
sufre por una enfermedad particular: ver el lenguaje. Esta imagen que tiene de s mismo
como alguien obsesionado con el lenguaje, con el medio ms que con el mensaje, se aplica
tambin a aquellas obras que, como el libro sobre el historiador Michelet, podran parecer a
primera vista estar ms preocupadas con el contenido que con la forma. (Thody, 1977, p.
18)
510
tarde despertado por Sur Racine al escribir que para Michelet, La Sangre es la sustancia
cardinal de la Historia. (Thody, 1977, pg. 20)
ngeles Sirvent observa que los distintos temas que Barthes considera a travs de la
lectura de la obra histrica de Michelet quedan estructurados en tres grupos, que recuerdan
la triada hegeliana de tesis, anttesis y sntesis:
I. Temas malficos, a su vez subdividos en: Temas de lo seco; Temas de lo vaco y de
lo hinchado (que son los dedicados a la Edad Media o a la novela) y Temas de
la indecisin (respecto a la farsa italiana, el estudio de Lhonnte homme o de
personajes como Cond, Chantilly o Sade).
II. Temas benficos, a su vez, subdivididos en Temas de lo fecundo (la educacin, los
estoicos, la energa del siglo XVIII, figuras como Satn o la bruja, etc.) y
Temas del calor (el pueblo, Alemania, etc.).
III. Temas duales (gelfos y gibelinos, gracia y justicia o corazn y razn, entre otros)
(Sirvent, 1989, pg. 93).
La autora repara que este esquema no rige la composicin de Michelet. Sobre este
particular nos dice que Barthes acerca al lector a la obra micheletista a base de pinceladas
de los distintos momentos de su obra y que presenta a Michelet en la dispersin, siendo el
esquema temtico que ofrece al final de la obra la reagrupacin de las diferentes
observaciones que, a lo largo, de ella, han quedado de manifiesto (Sirvent, 1989, p. 93).
Desde su punto de vista, pese a lo que un sector de la crtica ha sostenido, el resultado final
de Michelet par lui- mme no se caracteriza por la clture. Esta obra le recuerda lo que
ser ms tarde S/Z: en ella Barthes ofrecer tambin une grille, una posible lectura a
partir de cinco cdigos y en este sentido tal adecuacin a los cdigos pareca limitar los
sentidos del texto pero, al mismo tiempo, lo que Barthes quera manifestar con ellos era la
pluralidad del texto mismo, carcter plural que es el que determina precisamente a la obra
abierta. (Sirvent, 1989, pg.94)
Otro aspecto que Sirvent resea es el recurso a la escritura fragmentaria que potencia la
dispersin del sujeto y la prctica de la estructuracin que Barthes defender a partir de
S/Z. Los temas, comenta la autora, no se clausuran sino que se entrelazan y se repiten.
Existe una red pero es una red mvil, abierta. (Sirvent, 1989, pg. 95)
512
Sirvent tampoco olvida hacer alusin a la variacin del inters de Barthes por la obra de
Michelet con su evolucin personal respecto a la escritura y aade a la perturbacin de la
discursividad que en la dcada de los setenta mantena vivo el inters de Barthes por la
obra de Michelet una perturbacin de gneros, que reforzara la teora de la modernidad
de Michelet puesto que permitira inscribirle en la lnea de la escritura como tal, de la
nueva narrativa que, psicoanalticamente hablando, se constituye en la ausencia de todo
Pre y que daba a Barthes un lugar incierto entre la literatura y la crtica. (Sirvent, 1989,
pg. 96)
Sirvent se hace eco de la opinin de Richard, que detecta en Barthes un alejamiento
progresivo del mtodo y de la concepcin de tema que dio lugar a dicha obra, aun sin
llegar a su abandono (Nappe, charnire, interstice, point, Potique, n 47, 1981, pp. 2978) y explica, por su parte, que dicho alejamiento se entiende por la evolucin misma del
psicoanlisis: En primer lugar se tiende a desechar lo implcito, temticamente, en la obra
por lo no dicho en ella, por lo inconsciente y, en segundo lugar, debido a la nueva
orientacin de L`imaginaire que pasa de ser un Imaginaire verdico, de estilo
bachelardiano, a un Imaginaire considerado como desconocimiento del sujeto en tanto
que tal, en la lnea de Lacan. Por otro lado, agrega la autora, se perfila dentro de la teora
materialista del texto un proceso al sentido que perjudicara a la nocin de tema a
pesar de que el tema se establece a partir de la reiteracin significante. (Sirvent, 1989,
pgs. 96-97)
La escritura de Michelet, sostiene Culler, no presenta nada de la reserva consciente de s
que Barthes dice admirar, pero parece ser una de sus pasiones al lado de Proust y Sade
(pg. 48-49). En su opinin, este libro trata de lo que en Le Degr zro Barthes llama style:
la red organizada de obsesiones manifiestas en el mundo imaginativo de Michelet.
Barthes descartara las ideas de Michelet en favor de lo que llamara una temtica
existencial, la intensa inmersin de su obra en varias sustancias y cualidades: la sangre, el
calor, la sequedad, la fecundidad, la suavidad, la licuefaccin. En palabras del mismo
Barthes citado por Culler: Hagamos a un lado la temtica existencial de Michelet y slo
queda un pequeo burgus que no merece su atencin. Culler, a su vez destaca que
Michelet se aparta de la cuestin de las implicaciones ideolgicas de la forma literaria
presentes en El grado cero para describir un universo de cualidades y sustancias
contrastantes. (Culler, 1987, pgs. 48-51)
513
podra alegarse que solo con las obras de Merleau-Ponty y libros como LEau et les Rves,
Littrature et sensation o Michelet par lui-mme la fuerza de la imagen cartesiana en el
pensamiento francs ha realmente comenzado a romperse. (Thody, 1977, pgs. 28 y 29)
Guy de Mallac y Margaret Eberbach no encuentran una coincidencia entre las ideas
bachelardianas y las desplegadas por Barthes en Michelet par lui mme, sino una fuente de
inspiracin. Como al mismo Barthes no le preocupaba que se citara entre sus fuentes a
Bachelard, procedemos a exponer la opinin de estos crticos, segn la cual la influencia de
Bachelard dominaba el anlisis de Barthes. Fundada sobre el estudio psicolgico del
papel de los cuatro elementos materiales (fuego, agua, aire y tierra) en la imaginacin
creadora, la crtica bachelardiana ayuda a Barthes a descubrir en Michelet lo que l
denomina temas sustanciales. Estructurando esos temas segn su relacin con las
cualidades fsicas hacia las cuales Michelet, por su eleccin de imgenes, demuestra ya
aversin, ya afinidad, Barthes accede a la red organizada de obsesiones. l, dicen
Mallac y Eberbach, esquematiza esas obsesiones sustanciales en temas malficos de lo
seco y de lo vaco y de lo indeciso, y en trminos benficos de lo fecundo y del
calor. Una tercera categora comprende los trminos emparejados y se encuentra
ilustrada por la cita de Michelet al comienzo del libro: Yo soy un hombre completo
teniendo por tener los dos sexos del espritu. (Guy de Mallac y Margaret Eberbach, 1971,
pg. 15)
Guy de Mallac y Margaret Eberbach encuentran en otros anlisis influencia freudiana y
Sartreana. Consideran bajo la primera influencia el captulo titulado La Historia que
nosotros ponemos muy tontamente en femenino, con su presentacin sexualizada del
Cristianismo y de la Revolucin, en la que Barthes habla de la savia de lo Justo y de la
Gracia siempre acoplada con la justicia (MI,49); donde advierte en Michelet la
complementariedad de las fuerzas que hace de la Historia un combate amoroso, en el
cual hay un acto de penetracin y con relacin a la cual el saber de Michelet es
violacin; y tambin el pasaje en el que explica el anticlericalismo de Michelet como
una transferencia y de las ms ingenuas gracias a la cual el historiador se convierte en el
Papa de la Revolucin. (Guy de Mallac y Margaret Eberbach, 1971, p. 18)
El anlisis existencialista, segn estos crticos, se revelara en el pasaje en el que
Barthes describe la vida real de los muertos histricos como una vida bruta, ciega,
desordenada, incompleta, absurda (MI, 75). Los dos autores subrayan la idea de Barthes
515
de que el estudio de los temas sustanciales permite comprender la obra de Michelet en los
nicos trminos razonables: como la expresin inconsciente de sus elecciones
existenciales, y no como la historia de una ideologa.
que injerta directamente el cuerpo en el lenguaje, sin pasar por ningn intermediario
racional (por ello entendemos la sujecin de la descripcin a una pauta, ya sea anatmica,
ya sea retrica). (Barthes, 1987, p. 248)
Luego pasa a explicar las causas por las que Michelet no es ledo en la actualidad: No
hay que olvidar que nuestros lenguajes estn codificados: la sociedad se prohbe a s
misma, con mil procedimientos, mezclarlos, transgredir su separacin y su jerarqua; el
discurso de la Historia, el de la gran ideologa moral (o el de la filosofa) se mantienen
puros de todo deseo; al no leer a Michelet, es su deseo lo que censuramos. De esa manera,
embrollando la ley discriminatoria de los gneros es como Michelet falta por primera
vez de su sitio: la gente sera, conformista, lo excluir de su lectura. Luego pasa a explicar
por qu tampoco recibe el reconocimiento de ninguna vanguardia.
Lo que realmente no toleramos, sostiene Barthes, es el pathos (habra sin embargo que
averiguar si no tenemos tambin el nuestro). El discurso de Michelet est evidentemente
lleno de esas palabras aparentemente vagas y sublimes, de esas frases nobles y emotivas,
de esos pensamientos engalanados y conformistas en los que nosotros ya no vemos sino
objetos distantes curiosidades bastante indigestas del romanticismo francs; un vibrato que
ya no es capaz de conmover nada en nosotros. (Barthes, 1987, p. 249-250)
Adems, hay que aceptarlo, no hay ningn escritor que produzca jams un discurso
puro (irreprochable, ntegramente incorruptible): la obra se fractura bajo el tiempo, a la
manera de un relieve krstico; siempre, en los ms grandes, en los ms audaces, en los que
ms nos gustan, hay lugares del discurso perfectamente antipticos.
Para renovar las palabras de Michelet, la cultura histrica tiene que ayudar a nuestra
lectura: hemos de adivinar cul era el juego del lenguaje en la poca en que escriba
Michelet. (Barthes, 1987, p.250)
Al tratarse de un texto (histrico), hemos de usar la referencia histrica con cinismo:
rechazarla cuando reduce y disminuye nuestra lectura; aceptarla, por el contrario, cuando la
extiende y la hace ms deleitosa. (Barthes, 1987, pag. 251)
La palabra no vive ms que en funcin de su contexto, y ese contexto ha de entenderse
de una manera ilimitada: constituye todo el sistema temtico e ideolgico del escritor y
tambin nuestra propia situacin de lector en toda su extensin y fragilidad. (Barthes,
1987, p.251)
519
En definitiva, las palabras nunca mueren, porque no son seres sino funciones:
simplemente sufren avatares (en sentido propio), reencarnaciones.
En Modernidad de Michelet Barthes postula que la potencia actual de un escritor
pasado se mide por los desvos que ha sabido imponer a la ideologa de su clase. El escritor
jams puede destruir su ideologa original, lo nico que puede es hacer trampas con ella.
Michelet no ha sabido o no ha querido hacer trampas con el lenguaje heredado del Padre:
Ahora bien, la ideologa pequeo burguesa, mostrada al desnudo, como es el caso de
Michelet, es de las que hoy da no tienen perdn, pues sigue siendo ampliamente la
nuestra, la de nuestras instituciones, la de nuestras escuelas, y, en esa medida, no podemos
tomrnosla a contrapelo, como podemos hacer con la ideologa progresista de la burguesa
del s. XVIII. Desde un punto de vista moderno-prosigue en su argumentacin-Diderot es
legible. Michelet casi no lo es. Todo su pathos le viene a Michelet, de hecho, de su
ideologa de clase, de la idea, de la ficcin, podramos decir, segn la cual las instituciones
republicanas tienen como finalidad no la supresin de la divisin del capital y el asalariado
sino la atenuacin y, en algn caso, la armonizacin de su antagonismo. De ah, por una
parte, todo un discurso unitario (diramos hoy un discurso de significado) que no puede
sino alienar a Michelet de toda la lectura psicoanaltica, y, por otra parte, un pensamiento
organicista de la Historia que no puede sino cerrarlo a toda lectura marxista. (Barthes,
1987, p. 258)
LA SORCIRE
Barthes plantea en primer trmino la ambigedad del gnero de La Sorcire que por un
lado sera un libro de Historia, al seguir el hilo del tiempo: desde la muerte del paganismo
hasta el alba de la Revolucin, y que por otro sera una novela, al estar ligado a una figura
(no a una institucin). Para Barthes este libro funda lo que podra llamarse una etnologa o
una mitologa histrica. Como Historia exorciza de una vez el fantasma de la explicacin
sicolgica: la hechicera ya no es un desfallecimiento del alma, sino el fruto de una
alienacin social. Michelet, en palabras de Barthes, corrige sin cesar la psicologa con la
historia, y luego la historia con la psicologa: de esta inestabilidad nace La Sorcire.
Antes de exponer otra perspectiva acerca del gnero de la obra indicamos que Georges
Bataille en La littrature et le mal no admite sin reservas que Michelet tenga razn al
relacionar los sabbats con las grandes y terribles revueltas de La Edad Media. Pero si
reconoce que los ritos de hechicera son los de los oprimidos: Una religin del pueblo
520
propio, que exige un deseo loco de libertad. Michelet vea en ello el giro que haba tomado
el Bien. l intent legitimarlo: la hechicera era la vctima y mora en el horror de las
llamas. De aqu, segn Bataille, arranca la inversin de los valores teolgicos que realiza
Michelet. El Mal no estaba al lado del verdugo? La hechicera encarnaba la humanidad
sufriente, que los fuertes perseguan. (Bataille, 1957, pgs. 71-85)
Bataille acepta parcialmente el fundamento de la perspectiva micheletiana; pero pone de
relieve que a travs de ella se sacrifica un anlisis ms profundo. Y desvela, haciendo
juicios de valor morales, que la defensa de Michelet disimulaba la fascinacin que senta
ntimamente ante el Mal. (Bataille, 1957, pg. 72)
La brujera, desde la percepcin de Barthes fiel a Michelet, no fue otra cosa que la
primera medicina que, cuando la exploracin de la Naturaleza pasa a manos de los laicos,
sabios y mdicos, entra en decadencia. Barthes seala el desinters de Michelet por la
Bruja en el momento en que, privada de una buena parte de su funcin curativa, solo
participa ya en cuestiones de pura magia (maleficios y hechizos) como confidente equvoca
de la seora (Barthes, 1983, pgs. 137-138). El libro de Michelet, explica Barthes, prosigue
con el conflicto entre la noche y el da, entre el Cura y el Mdico. Barthes aprecia la
inversin de funciones que ha efectuado Michelet: si durante la Edad Media era benfico
por ser el mismo mdico, Satn pasa ahora al enemigo del mdico, el Cura; y la Mujer, en
un principio esposa de Satn, se convierte en los tiempos monrquicos, en su vctima.
(Barthes, 1983, pg. 138)
Georges Bataille, a diferencia de Barthes que no pone en duda la justeza del anlisis
realizado en La Sorcire, cree que la caracterizacin micheletiana de la hechicera responde
al deseo humano de rehabilitar al prjimo que ha sido humillado por medio de una
idealizacin mistificadora: La debilidad de Michelet-no es generalmente la debilidad de
la inteligencia humana?- queriendo apartar la hechicera del oprobio, haberla hecho
sirvienta del Bien. l quiso legitimarla por una utilidad que ella habra tenido, cuando la
parte autntica de sus obras la sita fuera. (Bataille, 1957, pg. 82)
Bataille no deja de elogiar por ello la pretensin de Michelet de rescatar ese mundo del
oprobio y seala los contratiempos editoriales que sufri Michelet: la primera edicin bajo
el Imperio produjo escndalo y la polica la retir de la venta. El libro apareci en Bruxelas
en Lacroix y Verboeckloven. (Bataille, 1957, pg. 82)
522
Michelet y la Bruja tal como la describe en el primer estado. A partir de esta semejanza
Barthes, basndose en diversos textos y no exclusivamente en el que ocupa su estudio, pasa
a ocuparse sorprendentemente de aquello que conmueve a Michelet erticamente en la
mujer ms que del erotismo en su aspecto literario: la funcin sangunea que hace a la
Mujer ritmada como la Naturaleza y la confidencialidad con el marido, tema que para
Barthes est presente tambin en La Sorcire. (Barthes, 1983, pgs. 142 y 143)
Barthes resume en una frmula paradjica los recelos y los afectos de Michelet: lo que
Michelet conden en la solicitacin sacerdotal o satnica es tambin lo que siempre
describi con delicia: la posesin insidiosa, la insercin progresiva en el secreto de la
Mujer. (Barthes, 1983, pg. 143)
Georges Bataille aprecia el papel ertico conferido a la mujer por Michelet, pero no en
el mismo grado que Barthes. Adems, lo considera dentro de una tendencia literaria de
muy diversa ndole que ha dejado su impronta en el sistema actual de valores: Los acentos
que encontr Michelet para afirmar la eminencia de las mujeres en las obras malditas
parecen igualmente de los ms autnticos. El capricho, la dulzura femenina iluminan el
imperio de las tinieblas; algo en la hechicera, en contrapartida, se relaciona con la idea que
nosotros nos hemos hecho de la seduccin. Esta exaltacin de la mujer y del Amor, que
funda hoy nuestras riquezas morales, no extrae solamente sus orgenes de las leyendas
caballerescas sino del papel que la mujer tuvo en la magia: Por un hechicero, diez mil
hechiceras y la tortura, las tenazas, el fuego las esperaban. (Bataille, 1957, pgs. 7185)
Barthes analiza la presencia de Michelet como narrador en La Sorcire. Lo considera
como algo completamente distinto de una simple expansin romntica de la subjetividad;
compara a Michelet con un espectador que est a punto de ceder al trance. Algo muy
notable, en opinin de Barthes, es que Michelet no discute, a diferencia de cualquier
historiador positivista, en La Sorcire la eficacia del acto mgico. La narracin novelesca
le permitira omitir la causalidad, dado que en ella, la ilacin temporal sustituye siempre la
ilacin lgica. Esto le permite a Barthes sostener que la novela micheletiana est muy
cerca del relato mtico. De aqu no concluye Barthes que Michelet se haya alejado de la
verdad, sino todo lo contrario: La novela ayud a Michelet a comprender la brujera en su
estructura objetiva. (Barthes, 1983, pgs. 144-145)
524
Barthes concepta La Sorciere ms prxima a los trabajos de los etnlogos como Mauss
que a los de los historiadores positivistas, al escribir la historia de la Bruja (y no de la
brujera). La semejanza con la labor de Mauss estriba en la descripcin escasa de los ritos y
el no practicar un anlisis del contenido de las creencias; lo que atrae en la brujera es una
funcin personalizada. El no preocuparse por describir los ritos mismos equivala a sugerir
que apenas los distingua de las tcnicas. (Barthes, 1983, pg. 145)
Por ltimo, tambin atisba un anuncio de la prctica sociolgica. Michelet no ha hecho
de la Bruja, como el romanticismo ha podido concebir a otras figuras, la figura sagrada del
Singular. En vez de oponerse noblemente a la sociedad (como lo hace el puro rebelde), la
Bruja Micheletiana participa fundamentalmente en su economa. (Barthes, 1983, pg. 146)
Barthes repara que Michelet arrastrado por lo positivo describi muy poco o mal el
comportamiento de la sociedad normal frente a la Bruja; no dijo que en trminos de
estructura total, por ejemplo, la Inquisicin pudo tener una funcin evidentemente no
positiva, sino significativa, en una palabra que explot los grandes procesos de brujera con
vistas a una economa general de la sociedad. Al menos, aade Barthes, en varias
ocasiones, Michelet indic que entre la sociedad normal y la Bruja que estaba excluida
de ella haba una relacin de sadismo y no slo de eviccin, y que, por consiguiente, esta
sociedad consuma, si as puede decirse, la bruja ms que intentar anularla. (Barthes, 1983,
p. 147)
Barthes llega a apuntar que el intelectual, al que caracteriza como suficientemente
desgajado de la sociedad para contemplarla en su alienacin, como excluido del mundo y
necesario al mundo y dirigido hacia la praxis, pero solo participando en ella por el
lenguaje, sera el que recogera el testigo en el relevo a la Bruja. (Barthes, 1983, p. 147)
Como colofn Barthes hace un encendido elogio de Michelet como pionero de una
ciencia nueva de lo social. Los enemigos de Michelet, numerosos, desde Sainte-Beuve a
Mathiez, creyeron desembarazarse de l encerrndole en una potica de la pura intuicin,
pero su subjetividad, como hemos visto, no era ms que la primera forma de esa exigencia
de totalidad, de esa verdad de las comparaciones, de esa atencin a las cosas concretas ms
insignificantes, que hoy caracterizan el mtodo mismo de nuestras ciencias humanas.
Empezamos a saber que lo que en l se llamaba desdeosamente poesa era el esbozo
exacto de una ciencia nueva de lo social: gracias a que Michelet ha sido un historiador
desacreditado (en el sentido cientfico del trmino), pudo ser a la vez un socilogo, un
525
etnlogo, un sicoanalista, un historiador social; (1959, Prefacio) (Barthes, 1983, pgs. 148
y 149)
MYTHOLOGIES
A pesar del ttulo de la obra, Barthes no pretende recopilar las mitologas que se originan
o perduran en su tiempo con un mero afn compilador, sino desmantelar los mitos,
desnudarlos para contrarrestar su influjo ideolgico; para ello, pone en evidencia sus
funciones, que podramos resumir, segn la tesis de Rosa Romajaro que ha efectuado el
estudio de un corpus amplio de mitos, en las siguientes: 1. Funcin tpico-erudita, 2.
Funcin comparativa, 3. Funcin ejemplificativa, Funcin re-creativa o metamtica y
funcin burlesca.
Michael Kelly en Demystification: a dialogue between Barthes and Lefebvre ofrece
una razn de peso para incluir en este trabajo Mitologas, al sostener que el vnculo entre
escritura y revolucin en El grado cero es transferida a una aplicacin de anlisis
lingstico de la lucha social en el trabajo ms comprometido polticamente, Mitologas.
Las cincuenta y tres vietas de vida francesa en los aos cincuenta fueron escritas con el
propsito de exponer el engao ideolgico ocultado por la presentacin de sucesos
contemporneos. Barthes acept que esto implicaba una agenda poltica, aunque deja al
lector elaborar lo que podra ser su punto de vista. (Yale French Studies, n 98, 2000, pp.
79-97)
La tesis de Pozuelo Yvancos que alude a esta obra en Teora del lenguaje literario y la
enclava en la segunda etapa de la relacin de Barthes-deconstruccin, independientemente
de que sea o no sancionada por la crtica en general, constituye tambin una reflexin sobre
la metodologa crtica de Barthes; segn la cual, Mythologies no supone un giro brusco
respecto a El grado cero que constituira un primer jaln en la condicin de Barthes como
precursor del deconstruccionismo. Una buena fuente, a su juicio, es el libro Mythologies
(1957), reeditado en 1970, en el que Barthes propone una semioclastia o actitud de
remocin o desmontaje semiolgico del lenguaje de la llamada cultura de masas,
mediante el expediente de hacer ver que la cultura burguesa ha creado la idea de naturaleza
universal para lo que son sus propias mistificaciones. El anlisis de un material
semiolgico muy variado arroja la idea de que lo natural es solamente una idea creada
por la historia y la ideologa particular de la burguesa. Lo evidente, aquello que parece
imponerse por s mismo, el mito de lo natural es sometido por R. Barthes a una constante
526
528
ideologa, desplegada por el Estado. Kelly cita la obra de Lefebvre Critique of Every Life
(1947) en la que, trazando las formas con las que los escritores y artistas haban respondido
al mundo moderno durante ms de un siglo, adujo que ellos haban rechazado el
empobrecimiento real de la vida diaria bajo el capitalismo y haban buscado escapar de
varias formas de la irrealidad mistificada. El resultado es que el pueblo se haba tornado
ms ignorante e impotente en su vida real. El anlisis de Lefebvre era optimista, no porque
creyera que la mistificacin (o la ideologa) pudieran ser abolidas, sino porque pensaba que
podan ser transcendidas por conocimiento y accin. (Demystification: a dialogue
between Barthes and Lefebvre, Yale, French Studies, n 98, 2000, pp. 79-97)
Kelly pone de relieve la sorprendente aparicin de Lefebvre en Mitologas no como
filsofo sino como dramaturgo. Su obra, basada en la vida del filsofo dans Soren
Kieerkegaard, fue ocasin para una de las piezas ms custicas de Barthes, castigando a los
crticos conservadores que declaraban no entender una palabra de la obra. Atacando las
tcticas de la crtica ciega y muda, Barthes expuso la mala fe de los crticos que fingan
incomprensin con el objetivo de descartar las ideas marxistas y existencialistas sin tener
que discutirlas.
En este generoso respaldo de Lefebvre, Barthes, observa Kelly, opta por l como
compaero mitlogo y se compromete con su marxismo. Aspecto en el que existe cierta
controversia, pues l mismo se defini como marxista en este perodo, aunque fue ms
como una expresin de simpatas que como signo de obediencia doctrinal. Su estrategia
comn de desmitificacin est enraizada en la teora de la ideologa, que ve pensamiento y
lenguaje como producido por el pueblo en su actividad vital real, pero con la diferencia de
que el pueblo tiene una percepcin invertida de su actividad y relaciones.
Kelly aprecia en varios pasajes de Mitologas que Barthes celebra una relacin diferente
y directa del lenguaje con la realidad. Pero la idea es raramente examinada en detalle; en
parte, opina Kelly, esta reticencia puede surgir de cierta incomodidad, puesto que la idea es
expuesta en uno de los pasajes ms revolucionarios y romnticos de Barthes. En el que
absuelve a la Izquierda de fabricar mitos como funcin esencial y ofrece la Revolucin y el
proletariado oprimido o los pueblos coloniales como ejemplos de habla inmediata, liberada
de mitos meta-lingsticos, su nocin de lenguaje objeto es un punto importante en su
anlisis y sugestivamente evoca el concepto de Lefebvre de pensamiento accin. Barthes
reconoce, a su juicio, que los mitos dependen parasitariamente de un objeto-lenguaje, e
531
Zenkine hace una observacin sobre el gnero de Mitologas que considera extrapolable
a todas las obras de Barthes basndose en una declaracin formulada por Barthes en 1977,
al intervenir en el coloquio de Cerisy, por medio de la cual Barthes reconoca no poder
reutilizar un mtodo crtico una vez utilizado; para l los mtodos crticos eran
desechables: no se poda entrar dos veces en un mismo mtodo. As, el gnero de las
mitologas novelescas solo ha servido una vez como por otra parte todos los gneros en
los que trabajaba el escritor Roland Barthes. (Littrature, diciembre, 97 n 108, pg. 112)
El xito de esas crnicas-escribe Franois-Denve fue suficiente para que se proyectara
una recopilacin en 1956. Fueron dejados de lado un cierto nmero de mitologas, mientras
que otros textos fueron revisados, como el artculo Para una historia de la infancia
(Lettres nouvelles, febrero, 1955) retomado en parte en Juguetes o Rostros y figuras
(Esprit, julio, 1953) que figurar en El actor de Harcourt. Durante el verano de 1956,
Barthes trabaja en la publicacin del volumen. Piensa, en principio, entregar como
advertencia final un texto ms o menos autobiogrfico Mitologa de Roland Barthes,
antes de decidirse por un largo texto crtico El mito de hoy en da que regresa de manera
retrospectiva sobre la empresa y atena alguna vez la severidad de ciertos juicios (por
ejemplo sobre Minou Drouet). Publicar- agrega la escritora-otras mitologas, en Les
Lettres Nouvelles, en 1959. (Corinne Franois-Denve, 2002, pgs. 30 y ss)
Marie Gil nos da ms detalles sobre el abandonado proyecto de escribir una Mitologa
de Roland Barthes. Barthes se presentara en ella como objeto-producto de la pequea
burguesa. Este texto, que habra concretizado la distincin entre el sujeto y el objeto del
enunciado, reunidas sobre su persona la faz de intelectual y la faz del pequeo burgus
protestante, hubiera sido tambin una ilustracin de su dualismo. (Gil, 2012, pg. 224)
Respecto a la filiacin ideolgica de las Mitologas Marie Gil sostiene que
perteneceran por su autor a la crtica comprometida, si bien ellas son simultneamente
la primera toma de distancia explcita con la filosofa existencialista y Sartre por el espacio
que abren a la sociologa. Despus de hacer notar la evolucin que se aprecia entre las
pequeas mitologas y la compilacin final, desvela el encuentro que se opera en las
Mitologas entre la sociologa y la fenomenologa que propone una reinterpretacin crtica
y constructiva de las indagaciones sociolgicas, manifestacin del eclecticismo de Barthes.
As Barthes retoma en El Mito de hoy la idea de un sentido inalienable de las cosas de
Merleau-Ponty siguiendo la lnea de Mauss de precisar que la oposicin entre las escuelas
533
estructuralista y fenomenolgica debe ser matizada y precisada (Gil, 2012, pgs. 231-232).
Marie Gil opina que Brondal, conocido por Barthes gracias a Greimas, le influy ms
sobre la semiologa semitica que el pensamiento todava joven de Lvi-Strauss. (Gil,
2012, pg. 225)
Franois-Denve llama nuestra atencin sobre la composicin de los textos de
circunstancia dentro de un abundante paratexto que intenta conferir una unidad a esos
elementos tan dispares. Las Mitologas, como el plural indica, son pequeas fichas para
meditar, segn un mtodo predilecto por Barthes de fragmentacin y de escritura
centelleante, que ya se haba podido ver en accin en su Michelet. Aunque admite que los
textos pueden leerse desordenadamente, a la manera de un lxico, aprecia una fuerte
relacin existente entre ellos, brindndonos varios ejemplos. Realza el efecto que muy
probablemente persigue Barthes: La acumulacin, la repeticin crean un lazo de
insistencia que martillea el mensaje, como en el discurso poltico, o el discurso
publicitario: esta repeticin del concepto a travs de formas diferentes es preciosa para el
mitlogo, ella permite descifrar el mito: es la insistencia de una conducta la que revela su
intencin. (Franois-Denve, 2002, pg. 31)
Fages recalca cmo la compilacin que apareci en 1957 lo catapultar a la fama y le
conferir la imagen de un etnlogo de la sociedad. A su juicio, contribua a esta imagen el
eplogo terico del libro, viniendo a explicitar, y sistematizar el propsito barthesiano.
Fages constata que la mayora de los intrpretes comentan el ligero anacronismo de releer
el texto de Mitologas a partir de un modelo ulterior de anlisis y nos indica que lo ms
idneo es releer el texto en su recorrido primero; destacando la aportacin barthesiana en
cuanto a la modernizacin del ensayo (literario) y la innovacin en el periodismo diario.
En el tratamiento de los sucesos Mito adquiere el sentido, entonces corriente, de una
alienacin cultural por el imaginario y desmitificacin el de una operacin de lucidez.
(Fages, 1979, p. 53)
Franois-Denve en el apartado Paratexto por el contrario realza el valor de la
advertencia final del libro titulada El mito de hoy, que constituye una importante parte
de la obra. Al contrario que Fages considera que la advertencia final parece sin embargo
ms interesante para un examen en primer lugar, por el asidero ideolgico que ofrece al
resto de la obra. Barthes afirma en ella su orientacin poltica, y define en ella la misin y
las dificultades del mitlogo. Antes de proceder a un anlisis de las mitologas remarca la
534
preferencia de Barthes por la palabra semiologa que provendra del filsofo americano
Charles Sanders Pierce, mientras que semitica es una palabra del lingista suizo
Saussure, que haba definido la semiologa como ciencia que estudia los signos en el seno
de la vida social. Tanto para Saussure como para Pierce el signo es una realidad de dos
caras, en cuyo seno estn ligados la significacin (el contenido) y el vehculo de esta
significacin (la forma). Al contrario de Pierce, que tena una visin ms general de las
cosas, el signo es para Saussure ms propiamente lingstico; para l la lingstica, estudio
de la lengua definida como sistema de signos, es anterior y necesaria a toda semiologa,
estudio de los sistemas de signos en general. (Franois-Denve, 2002, pg. 32)
Guy de Mallac y Margaret Eberbach tambin consideran relevante la directriz que la
lectura adopte habida cuenta de las dos partes bien distintas. Si uno procede de la prctica a
la terica, el eje que relaciona las dos partes es ideolgico: el tema antiburgus. Pero hay
igualmente un eje semiolgico que relaciona las dos partes si se procede en direccin
inversa. Frente al dilema de una exposicin forzosamente lineal, eligen el comienzo por la
semiologa, guardando el espacio libre de recurrir al eje ideolgico. (Guy de Mallacy
Margaret Eberbach, 1971, pg.29)
Serge Zenkine interpreta la situacin del gran texto terico El mito de hoy al final de
la obra teniendo en consideracin el talante de Barthes: Preocupado por no mistificar su
lector- es esta la tendencia esencial de toda la obra-, tiene cuidado de situar ste despus, y
no antes de sus pequeas mitologas; el estatuto de advertencia final permite exhibir el
carcter tardo del texto. Barthes nos invita a acompaarlo en su recorrido intelectualmiren de qu observaciones he partido y vean a qu conclusiones finales he terminado por
llegar. El libro tambin ha estado dotado desde su primera edicin-es una prctica editorial
rara, y un caso nico en la obra de Barthes-de un prefacio y de una advertencia final,
ambas del autor-, sirviendo la primera para justificar la segunda. (Zenkine, Littrature, n
108, diciembre, 1997, pg.102)
El mito de hoy se postula cientfico (aunque igualmente comprometido
polticamente)-asevera Zenkine. Las pequeas mitologas de la primera parte estn lejos
de aspirar a algn valor cientfico; pero se separan de las formas tradicionales del ensayo
crtico; mientras que aqul es el manifiesto terico, ellas manifiestan la prctica. (Zenkine,
diciembre, 1997, pg. 103)
535
Marie Gil destaca la naturaleza distinta de El mito de hoy no solamente sobre el plano
genrico, sino sobre el plano filosfico, puesto que convoca la semiologa saussureana
hasta entonces ausente de los textos. El eplogo manifiesta un deslizamiento de la
dimensin sociolgica de los artculos y trata las mitologas como aplicacin de la
semiologa al mito social de la burguesa. Tambin cita, en el origen de esta lectura
saussureana, la influencia de Greimas, que, adems, de haber explicado Saussure a Barthes
durante sus conversaciones en Alejandra, haba publicado en 1956 el artculo La
actualidad del pensamiento saussureano. Marie Gil descubre que el trmino social al
que recurri Saussure en su definicin de la semiologa, ciencia que estudia la vida de los
signos en la vida social, en el que la lengua es la parte social del lenguaje no fue
aplicado durante los aos cincuenta en sentido estricto. Como William Lavov sostiene: la
nocin de social en Saussure solo significa plurindividual y no sugiere nada de la
interaccin social bajo los aspectos ms extendidos. (Gil, 2012, pg. 226)
Para Marie Gil Las Mitologas analizadas desde la perspectiva de El Mito de hoy son
la mise en abyme de un mtodo (la semiologa), dentro de la reactualizacin de la
semiologa que tiene lugar en los aos 1950-1958, por otro (la mitocrtica) del que sera
Barthes pionero en lo que respecta a la utilizacin del mito en un sentido metafrico, donde
sera instrumento y no objeto del anlisis sociolgico. (Gil, 2012, pg. 227)
Ms adelante en su trabajo llegar a postular que podra considerarse la semiologa no
como una ciencia recuperada para explicar sus mitologas del mes sino como un pretexto
para pasar de la descripcin de alegoras sociales a poner en evidencia las mentiras de la
sociedad. (Gil, 2012, pg. 230)
La descripcin de Zenkine de las mitologas destaca la importancia de Mitologas en la
obra de Barthes: Con frecuencia ellas sobrepasan incluso el marco de la actualidad,
comprometindose en el anlisis de los valores constantes de la cultura (de la cultura
francesa, al menos). Zenkine contrapone Mitologas a obras semiolgicas ulteriores
(Elementos de semiologa, 1965, Sistema de la Moda, 1967), que Barthes apreciaba poco y
de las cuales se distanci pronto y donde restringi su campo de exploracin, limitndose a
los hechos significantes consumados por el lenguaje. (Zenkine, diciembre, 1997, pg. 104)
Tambin destaca la singularidad del trabajo de Barthes oponindolo a la concepcin de
esta ciencia en Rusia. Si los grandes problemas y las ideas de directrices de la semiologa
eran internacionales, en cambio era sentida en la URSS como una actividad esotrica (al
536
abrigo de todo control ideolgico), mientras que Barthes aspiraba desde el principio a una
abertura democrtica, a romper los marcos estrechos de la ciencia oficial: la semiologa
se vinculaba a la tradicin francesa de las ciencias mundanas accesibles a todos.
Zenkine plantea la cuestin de si es apropiado considerarla como una obra literaria.
Partiendo del siguiente pasaje extrado de Quelques paroles de M. Poujade, en el que
aprecia cierta ambigedad y tras hacer abstraccin de las palabras pequeo burgus y su
comercio caracteriza negativamente la teora esttica de Barthes infiriendo que la ley de la
que Barthes parece separarse displicentemente es una ley general de la esttica y de la
creacin artstica: Ms all del contenido mismo de la frase, el balanceo de la sintaxis, la
afirmacin de una ley segn la cual nada se realiza sin una consecuencia igual, en el que
todo acto humano es rigurosamente puesto en contra, recuperado, en una palabra toda una
matemtica de la ecuacin tranquiliza al pequeo-burgus, hace un mundo a la medida de
su comercio. (Zenkine, diciembre, 1997, pg. 105)
No obstante, aunque condene la esttica en nombre de postulados ideolgicos, Barthes,
segn el autor, no renuncia a ella al nivel de sus impresiones inmediatas. Por lo cual, en su
exposicin final terica retoma la defensa de la plenitud inicial del mundo (de su sentido)
que es suprimido y vaciado por la forma parsita que releva un orden secundario
ideolgico: (Zenkine, diciembre, 1997, pg.107)
El sentido est ya completo, postula un saber, un pasado, una memoria, un orden
comparativo de hechos, de ideas de decisiones (Le Mythe, aujourdhui). (OE.C., T.1, p.
689)
La funcin del mito es evacuar lo real: es al pie de la letra un flujo incesante, una
hemorragia, o si se prefiere, una evaporacin, en una palabra, una ausencia sensible (Le
Mythe, aujourd`hui (OE.C., T.1, p.707)
Zenkine encuentra en la plenitud del mundo mitolgico una implicacin de su carcter
esttico y artstico, una situacin tpica del arte realista: el mundo desenmascarado y
criticado aparece a su crtico como un objeto de arte, lo que arrastrara analogas literarias:
el catch parece una tragedia griega, el Tour de Francia una epopeya. El crtico encuentra
caractersticas novelescas como la abundancia de nombres propios novelescos o
mticos de los que ofrece abundantes ejemplos o bien el hecho de que las instituciones
sociales mitificadas como la Literatura, la Armada, el Gobierno, dotadas de una mayscula
537
540
ngeles Sirvent postula que Barthes lleva a cabo en Mitologas su objetivo de realizar
una verdadera semiologa general del mundo burgus, entendiendo semiologa en un
sentido puramente saussureano, como ciencia que estudia el funcionamiento de los signos
en el seno de la vida social, trmino que Mounin no compartir y que propondr sustituir
por el de sintomatologa del mundo burgus ya que, desde su punto de vista, lo que
Barthes estudia no son nunca signos, en el sentido saussureano del trmino, sino la mayora
de las veces smbolos y con mucha frecuencia indicios. (Introduction la smiologie de
Mounin, Paris, Ed. de Minuit, 1970, p. 194, citado por Sirvent, 1989, p. 77). Sirvent opina
frente a las objeciones de Mounin que Mitologas se inscribe, como el mismo Barthes
explicita, tanto en una vertiente semiolgica como en una vertiente ideolgica que no
seran ms que las dos caras de una misma moneda, que es el mito. (Sirvent, 1989, pg. 77)
Sirvent estima que la denuncia ideolgica barthesiana se traduce tericamente en Le
mythe daujourdhui, en el que el crtico alude al mito como un signo segundo cuyo
significante estara configurado ya por un primer signo que sera el que la lengua
denotativa ofrecera. El mito, aade Sirvent, sera as un plus de significacin, un signo
ideolgico, un sistema semiolgico segundo. (Sirvent, 1989, pg. 79)
Aunque Sirvent aprecia un uso inadecuado en la obra del trmino metalenguaje-as
como del de significacin, que en Barthes recubre nicamente el signo segundo, al mito; de
trminos tan antitticos como parole, langue, systme, aplicados indistintamente al
mito; o de considerar al signo como unin de imagen acstica y concepto (asumiendo que
las correcciones al Curso de Saussure no haban sido publicadas) comprende que la
intencin de Barthes es, de todos modos, presentar al mito como un proceso connotativo,
lo cual queda de manifiesto por mltiples alusiones a lo que sin nombrarlo constituye un
proceso de connotacin. (Sirvent, 1989, pgs. 80 y 81)
Sirvent deduce que el inters que Barthes manifiesta por la connotacin se debe a
considerar a sta como un mtodo lingstico eficaz de denuncia ideolgica, denuncia que
ya haba dejado patente en Mitologas, donde aparece el primer intento de sistematizacin
terica de la connotacin-aunque Barthes lo denomine en aquel momento metalenguaje-.
La autora detenindose en la Retrica de la imagen expone cmo Barthes presenta la
ideologa como el dominio propio de los significados de connotacin que sern especficos
en cada momento histrico-social. Al mismo tiempo los significantes correspondientes,
prosigue la explicacin, son llamados connotateurs y el conjunto de estos connotadores
541
configura una retrica que se presenta como la faz significante de la ideologa. Para la
autora estos pensamientos se inscriben en un intento de repensar la retrica clsica en
trminos estructurales observando la posibilidad de establecer una retrica general o
lingstica de los significantes de connotacin. Sirvent apunta que las reflexiones sobre la
doble faz de la connotacin sern estudiadas en extenso en Elementos de semiologa.
(Sirvent, 1989, p. 144)
Mounin dirigi- expone ngeles Sirvent-duras crticas a la semiologa Barthesiana.
Sobre ellas refiere la autora: Mounin observa que el esquema que Barthes ofrece en
Mitologas traduce, aun sin utilizar la terminologa hjelmsleviana, los pensamientos de
dicho autor respecto a los lenguajes de denotacin y connotacin, y ello conducira, si
verdaderamente Barthes pretenda seguir a Hjelmslev,-lo cual no es seguro, y Mounin as
lo acepta, puesto que en ningn momento se da en la obra una referencia explcita a dicho
autor ni se dar, adems, hasta Elementos de semiologa- a dos inexactidudes: aquello
que en Hjelmslev es una lengua de connotacin, Barthes afirma que es un metalenguaje
porque es una segunda lengua en la cual se habla de la primera. Lo que es inexacto tanto
para lo que Hjelmslev estudia como para aquello de lo que Barthes esboza la descripcin.
Es cierto que el mito se aloja sobre un lenguaje inicial y que tanto connotacin como
metalenguaje pueden ser considerados como lenguajes segundos- de ah la confusin de
Barthes en Mitologas-pero, como vemos en Elementos de semiologa, son dos lenguajes
segundos con configuraciones distintas que no hay que confundir. (Sirvent, 1989, p. 147)
Sirvent ofrece una visin amplia de las diferentes opiniones suscitadas al respecto
mencionando entre ellas, en primer lugar, la de Nordahl Lund quien reconoce que en
Mitologas no se trata de la connotacin ni del metalenguaje en el puro sentido glosemtico
y que en el fondo tal confusin queda enigmticamente oscura en lo que respecta al mito
al que caracterizar como un metalenguaje connotativo. (Laventure du signifiant. Une
lecture de Barthes, Paris, P.U.F., 1981, pp.38 y ss citado por Sirvent, 1989, p. 148). A
continuacin, presenta la de Heath para quien la realidad es ms compleja: aunque el mito
es claramente un caso de connotacin, puesto que se constituye como una retrica que
articulara un mensaje ideolgico, puede a la vez, segn los sistemas de objetos
significantes sobre los que acte, utilizarse para hablar de estos objetos iniciales,
apareciendo como un metalenguaje. (Heath, Vertige du dplacement: lecture de Barthes,
1974, pg. 45, citado por Sirvent, 1989, p. 148)
542
que reconoce haber demostrado que en Barthes la oposicin estricta entre connotacin y
metalenguaje se aviene mal con el postulado del carcter globalizador de los sistemas
significantes verbales (alimentario, vestimentario, etc.), estos ltimos se encuentran
privados del sentido que les sera propio: su sentido les es impuesto por la lengua verbal.
Es por lo que las funciones connotativas y metalingsticas de la lengua verbal se
confunden. Zenkine seala que algunas de las incoherencias de la semiologa barthesiana
fueron corregidas a continuacin por el mismo autor. La incoherencia ms destacable, muy
comentada, es la de la confusin entre connotacin y metalenguaje desde los postulados de
Hjemslev que en su lingstica terica haba definido esos dos trminos como
complementarios: la lengua estando compuesta de un plano de expresin y de un plano de
contenido, el metalenguaje es un sistema segundo, cuyo plano de contenido est formado
por la lengua ordinaria (se puede hablar de un lenguaje objeto con la ayuda de un
metalenguaje- por ejemplo del metalenguaje lingstico), mientras que la connotacin es
un sistema segundo cuya lengua primera forma el plano de la expresin (la connotacin
produce sentidos nuevos injertndolos sobre los ya existentes). El mito barthesiano,
concebido tericamente,-opina- es un sistema de connotacin. (Zenkine, diciembre, 1997,
pg. 113)
No obstante, Zenkine considera valiosa esta indistincin de la connotacin y del
metalenguaje (Ibd., pg. 114) que, asombrosamente, consciente de su diferencia en un
momento posterior, continu durante un tiempo evalundolas casi anlogamente. Ms
adelante, (Ibd., pgs. 115-116) explica la actitud ambivalente de Barthes respecto al
metalenguaje teniendo en cuenta dos circunstancias: el deslizamiento de la nocin de
metalenguaje a una significacin diferente, designando cierta masa unida e indistinta que
invade el mundo de la conciencia social y el hecho de que el metalenguaje se defina
negativamente no por relacin a una cosa sino por relacin a una accin. Nacera de la
divisin social del trabajo, cuando al lenguaje del leador, operatorio, ligado a su objeto de
una manera transitiva se aade un metalenguaje general, elevado a cantar las cosas y no a
actuarlas, un lenguaje abstracto que no tiene lazo directo con la prctica.
Sin embargo, puntualiza Zenkine, Barthes le reconoce al metalenguaje un mrito, a
pesar de la hostilidad que muestra en principio: en el interior y por el metalenguaje las
cosas se socializan, toman un valor social. Para l, la semiologa barthesiana (pg. 118) y,
sobre todo, la teora de los sistemas significantes segundos mantiene lazos profundos con
545
los problemas de la economa poltica, cuya relacin ya haba sido ideada por Ferdinand de
Saussure (trabajo y salario- significante y significado). (Zenkine, pg. 117, diciembre 97)
La intuicin econmica de Saussure, sostiene Zenkine es desarrollada de hecho en las
mitologas con dos precisiones importantes: primero, el verdadero acercamiento de la
semiologa y de la economa se produce no al nivel del signo primario sino al nivel del
signo secundario (el mito); adems, se trata de una economa poltica dialctica y no
positivista, donde se haba detenido Saussure, la que impregna la teora barthesiana del
signo secundario, remontndose no slo a Marx sino a Hegel. El autor encuentra en un
pasaje extrado del captulo La Forma y el concepto un eco de la clebre dialctica del
Amo y del esclavo (desarrollada por Hegel en La fenomenologa del espritu) (Zenkine,
diciembre 1997, pg. 120):
Pero el punto capital en todo esto, es que la forma no suprime, ella solo lo empobrece, lo
aleja, lo tiene a su disposicin. Se cree que el sentido va a morir, pero es una muerte
disponible: el sentido va a perder su valor pero guarda su vida, de la cual se va a alimentar
la forma del mito (OE. C, T. 1, p. 690 Le mythe daujourdhui)
Zenkine echa en falta una referencia explcita de Barthes a la dialctica marxista y
hegeliana en la elaboracin de su teora del signo secundario; mientras que parece recurrir
con ms gusto a Freud, cuyo carcter dialctico es menos explcito. Considera (pg. 122)
que se debe a que la teora barthesiana del signo secundario slo es implcitamente
dialctica. A nivel de los gestos explcitos, conscientes y evaluativos del crtico semilogo
solo es una parodia de la dialctica. El movimiento progresivo de las transformaciones
dialcticas es remplazado, en esta casi dialctica, por un movimiento rotativo:
Para guardar una metfora espacial () yo dir que la significacin del mito est
constituida por una especie de torniquete incesante que alterna el sentido del significante y
su forma, un lenguaje objeto y un meta-lenguaje OE.C., T. I, pg. 693, Le mythe
daujourdhui) (Zenkine, diciembre, 1997, pg. 121)
Segn Andr Green, autor de Les Mythologies de Roland Barthes et la
psychopathologie, Barthes toma apoyo en la obra de Freud para afirmar algunas de sus
tesis. l mismo califica de psicoanlisis el esfuerzo de lucidez que lo anima a travs de sus
ensayos. El autor opina que la obra de Freud Psicopatologa de la vida cotidiana presenta
las mismas preocupaciones que Barthes: la denuncia del mito de la naturalidad, del sentido
546
comn, del conocimiento ingenuo. Freud tambin trata de mostrar que todos los aspectos
de la vida psquica en los que el hombre parece haber comprometido poco de s mismo,
estn cargados de sentido. De igual modo que el sentido significado significa precisamente
lo inverso de aquello a travs de lo cual se expresa, as Barthes nos muestra que detrs del
mito de una naturalidad de apariencia optimista, sonriente y benvola, se descubre la
alienacin del sujeto en una irresponsabilidad intemporal que lo encadena a una situacin
de estancamiento donde toda perspectiva se cierra sobre s misma. Pero all, precisa, donde
Freud retrocede penosamente de seccionamiento en seccionamiento en la historia
individual de un sujeto para encontrar las diversas significaciones incluidas en lo
irracional, Barthes extiende esas significaciones y las deja propagarse, a modo de mancha
de aceite, conduciendo al extremo las deformaciones de lo real a partir de un detalle
promovido al rango de signo. Para Green entre el psicoanlisis en tanto que mtodo de
desalienacin individual y la mitologa existe cierta contigidad por la consideracin de
que no es tan tajante la oposicin entre psicologa individual y colectiva, si se considera
que el otro juega siempre en la vida del individuo el papel de un modelo, de un objeto, de
un asociado o de un adversario. (Green, 1958, pgs. 408 y 409)
A juicio de Green, la cuestin de la constitucin del sistema de la realidad no puede
plantearse sobre el plano estrictamente personal. Fantasmas y realidad deben coexistir,
segn el doble parmetro del individuo y del grupo, cuyas lneas de fuerza parecen pasar
por el mito. El crtico percibe la analoga de los problemas que se plantea Barthes con el de
contra-transferencia psicoanaltica en la relacin con el enfermo. En ambos casos, el
hombre se interroga acerca del regreso sobre l de su accin en el mundo. Es tentador,
confiesa, acercar esta perpetua puesta en cuestin de uno en el anlisis no solamente para
el analizado sino para el analista, con la angustia que sobrecoge a Barthes en su examen
del papel de mitlogo que debe sin cesar, como el analista, regular su distancia con el
objeto: Nosotros bogamos sin cesar entre el objeto y su mistificacin, impotentes para
devolver su totalidad. Pues si nosotros penetramos el objeto, nosotros lo liberamos pero lo
destruimos; y si nosotros le dejamos su peso lo respetamos pero lo restituimos todava
mistificado. As, uno es siempre conducido a la dialctica del yo y del otro y a la
aniquilacin recproca de uno bajo la mirada del otro. La mitologa del mitlogo debe
hacerse. Green considera que Barthes ha comprendido el peligro de la mistificacin de la
desmitificacin: Lo que es necesario buscar es la reconciliacin de lo real y de los
hombres, de la descripcin y de la explicacin, del objeto y del saber. En efecto, concluye
547
549
desmitificador: crear mitlogos. Barthes admira esta detencin de la ruleta que l llama el
distanciamiento de Brecht.
El productor de mitos, siguiendo a Guy de Mallac y Eberbach, (individuo o sociedad)
elige intencionalmente su forma, entre muchas posibles histricamente, segn la
motivacin del significado que quiere transmitir, de manera que se establece una analoga
entre las dos, analoga sobre la cual puede jugar para inocentar su intencin. El mito es,
pues, una evaporacin de la historia en beneficio de una intencin ideolgica, una tentativa
de presentacin de la contingencia como fatalidad. (Guy de Mallac y Margaret Eberbach,
1971, pgs. 31 a 33)
Fages, a su vez, seala el carcter de continuidad, que revisten ciertos artculos como
LActeur d`Harcourt, L`crivain en vacances, Critique muette et aveugle, La
Critique nini con la obra El grado cero de la escritura, pues gravitan sobre la ostensin
de los signos de la literatura reconocida o del teatro expresivo de la tradicin burguesa que
denuncia con un humor irnicamente dulce Roland Barthes, pero en un momento en el que
esta puesta en evidencia se efecta por la prensa y la fotografa para gran pblico,
momento en el que la cultura burguesa se degrada en cultura de masa y a partir del
cual los signos debern hacerse particularmente ostensibles y astutos. (Fages, 1979, p. 54)
La inmersin en las Mitologas permitir- prosigue ms adelante el autor- sentir
distintos estados de nimo y matizaciones diferentes en el autor. Con Le monde o lon
catche, Le Tour de France comme pope aflora una connivencia secreta con la vena
ms popular de la cultura de masas. (Fages, 1979, pg. 55)
Del apartado que Fages dedica a Mitologas nos interesan especialmente aquellos
matices que han sido generalmente preteridos por los crticos bien por pasar desapercibidos
bien por no estimarlos significativos como los que se recogen en el siguiente fragmento:
Al lmite, en Mitologas, Roland Barthes profesa todava su afeccin a la verdad de los
objetos, de las sustancias: A propsito de los juguetes: Un signo consternante, es la
desaparicin progresiva de la madera, materia sin embargo ideal por su firmeza y su
ternura, por el calor de su contacto (). Es una sustancia familiar y potica, que deja al
nio en la continuidad del contacto con el rbol, la mesa, el tablero (Mythologies, Le
Seuil, 1957, pgs. 64-65, citado por Fages). Sin duda las tolerancias del autor hacia los
ritos, mitos y smbolos de carcter pico o enftico- se miden con el grado de arraigo
corporal o sustancial de los signos. En toda hiptesis, lo que es primero (mtico y corporal)
550
Flaubert. Por otra parte, las mitologas se incorporan a las escrituras: las escrituras se
desvelan entonces como los aspectos mticos de la literatura: mitologas provistas del
prestigio literario. Con relacin a esos robos del lenguaje- lenguaje corriente o lenguaje
literario-se abren dos vas para el mitlogo: la confrontacin del mito con la realidad,
pero aqu despunta el peligro del discurso ideolgico; el recurso a la poesa como
bsqueda del sentido inalienable de las cosas, pero el poeta se extrae del combate
ideolgico. Una sntesis aparece por el momento imposible. (Fages, 1979, pg. 65)
Parfois, ici mme dans ces Mythologies, jai rus. Souffrant de travailler sans cesse sur
lvaporation du rel, je me suis mis l`paissir excessivement, lui trouver une
compacit surprenante, savoureuse moi-mme. On est l dans ce qui permet de dtacher
les Mythologies, de les dsarrimer de l`poque o elles sont crites. (Mythologies, Seuil,
1957, p. 18)
Eric Marty observa que el j`ai rus introduce ms que una simple astucia, una
profunda dialctica. El pronombre de primera persona se convierte en algo indefinible. El
significado de esta expresin podra ser no he querido dar la leccin, yo no he querido ser
mi propio alumno, ser alumno de mi dogma, yo he jugado, yo he desbaratado mi propio
dogma, al introducir el contra-discurso y, en esta dimensin de demistificatin, tambin
hay mistificacin. ric Marty considera que Barthes est aqu muy prximo a Adorno: la
filosofa crtica no sabra esperar ninguna positividad definitiva; est positividad debe ser
necesariamente negada hasta en la razn instrumental que se encarga de la
desmitologizacin. (Marthy, 2010, pg. 24)
Precisamente, prosigue ric Marty, a propsito de Flaubert, Barthes dice: El mito roba
al lenguaje-el lenguaje de los hombres-, robemos pues al mito. El mito es lo que Barthes
llama un lenguaje robado. Es una expresin postmarxista, o posthegeliana, del mismo
modo que se puede decir que la plusvala es el trabajo robado. Y Barthes dice: robemos a
los mitos, recuperemos en el mito el lenguaje que l nos roba, convirtamos el proceso de
mistificacin en su contrario. El antdoto no es el discurso racionalista, positivista.
De 1953 a 1963 Barthes prosigue su actividad de cronista que le proporcionar la materia
de los Essais critiques. Calvet establece la procedencia de los artculos agrupados en esta
obra: los textos vienen de las Lettres Nouvelles (dos), de Critique (siete), de Thtre
populaire (siete) de Argumentos (cuatro), de Bref, Bulletin du T. N. P. (uno), de France
Observateur (uno), de Tel Quel (dos), de Mdiations (uno), del Times Literary Supplement
552
Reproche de Brecht a R. B. (Roland Barthes par Roland Barthes, 2004, pgs. 73 y 74)
R. B. parece que siempre quiere limitar la poltica. Acaso no conoce lo que Brecht
parece haber escrito expresamente para l?
Quiero, por ejemplo, vivir con poca poltica. Esto significa que no quiero ser un sujeto
poltico. Pero no que quiera ser objeto de mucha poltica. Ahora bien, en poltica se es
objeto o sujeto; no hay otra alternativa; no se puede ser ninguno de los dos, o ser los dos
juntos; parece pues indispensable que yo me meta en poltica, y ni siquiera me toca
determinar hasta qu punto debo meterme. Siendo esto as, es muy posible que mi vida
entera tenga que estar dedicada a la poltica, tal vez aun sacrificada a ella. (crits sur la
politique et la socit, pg. 57)
554
Su sitio es el lenguaje: es all donde toma o desecha, es all donde su cuerpo puede o no
puede. Sacrificar su vida de lenguaje al discurso poltico? Admite ser sujeto, pero no
charlatn poltico (el charlatn: el que suelta su discurso, lo cuenta y, al mismo tiempo, lo
notifica, lo firma). Y es porque no logra despegar lo real poltico de su discurso general,
repetido, por lo que lo poltico para l ha prescrito. Sin embargo, de esta prescripcin
puede al menos sacar el sentido poltico de lo que escribe: es como si fuera el testigo
histrico de una contradiccin: la de un sujeto poltico, sensible, vido y silencioso (no hay
que separar estas palabras).
Sirvent opina que no solo ser la ideologa brechtiana sino la forma en que Brecht
presenta dicha ideologa, y, al mismo tiempo, el valor que concede a los criterios estticos,
lo que ha fascinado a Barthes. Ms adelante, afirma que Barthes comparte con Brecht y
tambin con Sartre la idea de que el teatro es un medio de denuncia y que la idea
revolucionaria es la nica que justifica, al menos en estos momentos, al teatro. Sin
embargo, agrega Sirvent, lo que caracteriza a Brecht es que la ideologa que se manifiesta a
travs de sus obras est fuertemente organizada y no solo mediante palabras sino por todo
lo que configura el hecho teatral: vestuario, escenario, etc. La dramaturgia brechtiana,
como toda la prctica del Berliner Ensemble, se inserta as de lleno perfectamente en la
problemtica semiolgica (Sirvent, 1989, p. 71). A este respecto, aade tambin que si
Barthes habla con muchas precauciones de un cierto formalismo es debido a que la
semiologa era tenida en 1956 bajo sospecha de formalismo y faltaban todava algunos
aos para que se produjera la eclosin de la semiologa. (Sirvent, 1989, p. 72)
Brecht, como constata Michael Hollington, es una de las escasas referencias ms o
menos constantes, como se puede deducir de una entrevista concedida en enero de 1975:
Nosotros debemos mucho a Saussure, evidentemente, a Jakobson y a otros. Pero
finalmente, el nmero de personas que os impresionan realmente es limitado. Para m, fue
Sartre, fue Brecht, y esto contina, yo he tenido un lazo muy vivo con Brecht. Tambin fue
Benveniste. (VV.AA., 1993, pg. 219)
El inters de Barthes por el teatro fue temprano: en los aos treinta Barthes fue cofundador
del Grupo de teatro antiguo de La Sorbona. Barthes, indica Calvet, haba colaborado desde
1953 en la revista Thtre populaire que se torn en la primera defensora de Brecht
(Calvet, 2001, pg. 141).
555
556
los Centros dramticos de provincia, que trabajan tanto en el medio urbano como el rural,
los festivales de provincia y tentativas aisladas como la de Raymond Hermantier en Paris.
Hay que remarcar que en este artculo Barthes utiliza la expresin pblico de masas
sin el valor peyorativo que tradicionalmente arrastra la denominacin y con l que tambin
lo emplea en otras ocasiones. Piensa que el teatro popular de la actualidad ana tres
cualidades, que no son nuevas individualmente, pero cuya asociacin es revolucionaria:
alcanzar un pblico de masas, presentar un repertorio de alta cultura y practicar una
dramaturgia de vanguardia, como anunciaba al comienzo de su trabajo.
Nos parece particularmente interesante la reflexin de Thody sobre el papel que ocupa el
teatro en la crtica barthesiana. Segn Thody, existe un parecido entre las ideas de Barthes
y la teora y prctica de Sartre como dramaturgo. Sartre explic en 1946 que el recurso que
l y sus contemporneos haban hecho de los mitos griegos proceda de su deseo de
remplazar el anlisis psicolgico por el tratamiento de los asuntos morales y polticos
como conflictos de derechos. l tambin, como Barthes, preferira lo que llam un teatro
de situaciones a un teatro de caracteres y, en un contexto teatral, este ataque contra la
psicologizacin tambin gua a una visin totalmente diferente del papel del actor. ste no
es ya establecer una especie de comunicacin mgica entre l mismo y la audiencia,
capacitndoles para compartir cada humor y emocin que encarne. Es ahora capacitar la
audiencia para comprender intelectualmente lo que la situacin es. Cuando el teatro est
basado en dinero, hay un contrato por el cual el dramaturgo y el productor garantizan al
espectador un lujoso espectculo y una buena risa o llanto-en contrapartida por las cinco
libras que l ha pagado por su sitio en el patio de butacas. El teatro que Barthes considera
es ms intelectual y austero. (Thody, 1977, pg. 30)
Adems, Thody observa en ambos una pasin por la libertad que adopta la forma de
intentar proteger la libertad en su verdadera fuente: en la mente humana. Por ello Barthes
desarrolla una esttica del teatro que reduce sus efectos hipnticos a un mnimum y
tambin quizs por lo que difiere, al menos en un punto, de sus colegas intelectuales de
izquierdas-incluyendo al mismo Sartre- al tener poco entusiasmo por el cine. Para Barthes,
destaca Thody, hacemos completo uso de nuestra libertad solo cuando no estamos
sorprendidos por los bellos vestidos y la elaborada escenografa, o hipnotizados por la
elctrica personalidad de la actriz principal. (Thody, 1977, pg. 33)
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Thody expone que Sartre le sirvi de modelo a Barthes en otro aspecto. En 1943, Sartre
haba dado, destaca el crtico, un nuevo giro a la leyenda de Orestes usndola como la base
para una obra, Les Mouches, en la cual los franceses eran explcitamente apremiados para
rechazar el culto reacccionario a la culpa o el remordimiento avivado por el gobierno de
Vichy y eran compelidos a tomar el destino en sus propias manos. En el artculo que
Barthes public en Thtre Populaire, Comment reprsenter lantique, de nuevo, pareca
estar siguiendo el ejemplo de Sartre explicando que la obra original de Esquilo, La
Orestiada, era-al ser resituada en su histrico contexto- una incuestionable obra
progresiva. (Thody, 1977, pg. 33)
Thody considera el influjo que Brecht ejerci sobre Barthes. Lo que Brecht, escribe el
crtico, ensea por su teora y prctica en el teatro es, en la visin de Barthes, que los
sufrimientos que los hombres soportan son histricos y no naturales en origen, que ellos
proceden de la accin de otros hombres y no de algn hado inexorable o de la naturaleza
inalterable de las cosas. Estos son conceptos que Barthes explotar y explicar con ms
detalle en Mythologies, desarrollando una idea ms completa que solo comienza a
adumbrate en sus escritos sobre el teatro. Tambin se detiene Thody a explicar lo que
Barthes quiere decir en uno de sus artculos, al observar que el signo usado en el teatro
debe ser parcialmente arbitrario pues de otro modo se recaera en un arte expresionista,
un arte de ilusiones esenciales. Barthes estara sugiriendo precisamente por qu es
importante que Brecht sea un marxista que ha reflexionado sobre la naturaleza de los
signos. Si todos los signos, argumenta el crtico, significaran exactamente la misma cosa,
solo una cosa e inevitablemente una cosa, entonces una parte esencial de la libertad
humana podra desaparecer. El hombre no podra ya tener la habilidad de interpretar
sucesos en diversas formas y ver constantemente las cosas de forma diferente. Un mundo
en el que la palabra table, por ejemplo, tuviera solo un posible significado, definido para
toda la eternidad en el mismo modo en todos los diccionarios, sera un mundo en el que el
habla humana estara tan predeterminada que la verdadera idea de libertad simplemente no
podra surgir. Y si, contina explicndonos, en una manera menos rigurosa, la audiencia en
el teatro fuera cautivada por los signos desplegados ante ella, por el decorado y por el traje,
el teatro nunca podra llegar a ser lo que a Barthes le gustara: el lugar donde los hombres
encuentran o se hacen conscientes de la libertad que, como individuos, ellos tienen para
comprender y alterar la historia (Thody, 1977, pg. 34)
559
Como encuadre para algunos de los artculos ms significativos de Barthes sobre Brecht
transcribimos las diferencias entre las llamadas formas dramticas y picas de teatro
segn Brecht, al que Barthes apreciaba como terico. Cuadro tomado del prefacio de
Mahagonny y completado por Paolo Chiarini con otras diferencias que son mencionadas
por Brecht en diferentes escritos que extraemos del libro Brecht, siglo XX (dirigido por
Carlos Rodrguez, 1998, pg. 361):
1. La llamada forma dramtica, segn Brecht (potica idealista)
1. El pensamiento determina el ser (Personaje-Sujeto).
2. El hombre es algo dado, fijo, inalterable, inmanente, considerado como conocido.
3. El conflicto de voluntades libres mueve la accin dramtica; la estructura de la obra es
un esquema de voluntades en conflicto.
4. Crea la empata, consistente en un compromiso emocional del espectador, que le resta la
posibilidad de actuar.
5. Al final, la catarsis purifica al espectador
6. Emocin.
7. Al final, el conflicto se resuelve crendose un nuevo esquema de voluntades.
8. La harmatia hace que el personaje no se adapte a la sociedad y es la causa
fundamental de la accin dramtica.
9. La anagnrisis justifica a la sociedad.
10. Es accin presente.
11. Vivencia
12. Despierta sentimientos.
La llamada forma pica, segn Brecht (potica marxista)
1. El ser social determina el pensamiento.
(Personaje- Objeto)
560
564
convirti el Crculo de tiza en una especie de elega vibrante, una oda optimista a la
maternidad natural, eterna, mientras que el propsito especfico del Crculo es contraponer
triunfalmente a esta maternidad natural otra maternidad artificial, histrica, ganada por el
trabajo y la educacin, proponer en fin, como todo el teatro brechtiano, un cuestionamiento
de la naturaleza. Dast maternaliz hasta tal punto el papel de Groucha que, a pesar de las
cualidades personales de la actriz, el espectador olvidaba completamente que se trataba de
una falsa madre. Y tan pronto como deja de resultarnos evidente que Groucha no es la
Verdadera madre, la madre segn la sangre, desaparece todo el escndalo, el bienvenido
escndalo de que la historia pueda ocupar el lugar de la naturaleza: la obra pierde su
sentido. (Barthes, 2009, pg. 213-220)
Si bien no podemos opinar sobre la puesta en escena que llev a cabo Dast, s podemos
comprender que una maternalizacin de Groucha no es un desacierto y que no empece al
propsito de Brecht de contraponer la maternidad natural a la histrica. El mismo texto de
Brecht daba pie a esta interpretacin Cmo podramos calificar, sino de maternal, la
accin de Groucha al golpear con un leo a un cabo que ha descubierto y reconocido al
nio? Y la huda y la boda con el hombre moribundo? Es ms, cuando el juez desaparece,
el cantante anuncia la moraleja de la fbula:
Que las cosas irn a los que sean mejores para ellas. Es decir, los nios a los ms
maternales para que crezcan y se desarrollen, los coches a los buenos conductores para que
el viaje sea bueno, y el valle a los que lleven el agua para que d fruto.
A propsito de la caracterizacin de Madre Coraje aadimos ahora que Barthes
comparte la opinin ms extendida, y apuntada por el mismo Brecht, de una madre que
jams presenta al pblico un dolor esttico, un dolor aislado de su causa, es decir, del
sentido mismo de la obra. Madre coraje no es Nobe (no debe parecernos inocente de la
muerte de su hija) (Barthes, 2009, pg. 217). Como ejemplo, citamos entre estos autores a
Paolo Chiarini, estudioso de Brecht que censura a Di Fede por hacer del personaje vivo de
Madre Coraje un smbolo eterno, fuera del tiempo, del dolor humano y, sobre todo, de la
maternidad dolorosa, confirindole esa dimensin Miguelangeliana, esa estatuaria
adopcin de poses dramticas de dolor o de improviso enternecimiento que Brecht ha
querido siempre desterrar de la caracterizacin del personaje. En opinin de Paolo
Chiarini (Chiarini, 1969, pg. 185) la nana que Madre Coraje le canta a su hija muerta
creyendo que puede orla, no hay, pues, que leerla e interpretarla en clave sentimental,
567
sino con el despego que permita encuadrar el destino que le ha arrancado la hija a la madre,
no en la dimensin de una relacin biolgica y animal, sino en el mbito de una sociedad
culpable de la paradoja que obliga a Madre Coraje a exaltar como dadora de vida a esa
misma guerra que le va arrebatando a todos sus hijos. Asimismo, el sentido comercial de la
protagonista acaba por prevalecer como instinto de conservacin.
Barthes en Teatro capital recalca que la pretensin de Brecht no es arrastrar al
espectador hacia el sabor de un sufrimiento fatal, segn la moda romntica, sino, al
contrario, proyectar esta fatalidad fuera del pblico, sobre el escenario, darle la distancia de
un objeto preparado para la desmitificacin y ponerla finalmente a merced del espectador.
La revolucin de Brecht consiste, nos dice Barthes, en desdoblar la fatalidad del
espectculo y la libertad del espectador. Barthes explica poticamente en qu consiste esa
libertad: el espectador comprende que l tiene sus innumerables Guerras de los treinta
Aos; que es, como Madre Coraje, ciego, consciente nicamente de perder, con cada
batalla, un poco ms de lo que ama, pero comprende tambin que le basta con ver esta
fatalidad para que no quede de ella ms que una desgracia remediable (Barthes, 2009,
pgs. 111-120)
Regresamos ahora al artculo Brecht traducido en el que Barthes censura la
interpretacin que se ofrece del juez de pega, Azdak, en la obra dirigida por Dast, y
reprueba lo que considera un vicio profundo de la interpretacin, la tendencia a
sobrecargar, consecuencia del deseo del actor de ser amado; tcnica que se revela
especialmente inadecuada en la obra de Brecht, donde la riqueza de un personaje no es
caracterial, sino que corresponde siempre esencialmente a la situacin (poltica, social,
real). Desde la perspectiva de que las jvenes compaas no estn preparadas para la
representacin de Brecht y bajo el presupuesto de que los teatros acomodados o bien no lo
representarn o lo harn de forma desvirtuada, robndole el sentido revolucionario, realiza
un sorprendente llamamiento al pblico francs para que supla las carencias del espacio
teatral francs: Siempre se piensa que la tarea de los directores de escena consiste en
revelar una obra a un pblico pasivo e ignorante; en este caso debera poder invertirse la
historia: que el pblico ensee Brecht, que imponga poco a poco por s mismo la
correccin a los realizadores bloqueados en aquel impasse, en pocas palabras, que el
pblico francs comience por hacerse cargo l mismo del teatro de Brecht, y los
realizadores vendrn despus (Thtre populaire, marzo de 1957, escrito en colaboracin
568
con Bernard Dort publicado en Escritos sobre el Teatro, Roland Barthes, 2009, pgs. 213220)
En 1957 Barthes escribi otro artculo sobre Brecht breve, titulado Brecht, Marx y la
Historia en el que Barthes define el teatro de Brecht como algo ms que el mero teatro
histrico y subraya que, aunque debe mucho al marxismo, su obra no realiza la idea
marxista del teatro histrico que, a partir de su lectura de la correspondencia entre Marx y
Engels a propsito de la representacin de la tragedia Franz von Sickingen de Lassalle,
reformula en estos trminos: el autor dramtico debe llevar a la escena una Historia
enteramente inteligible () es necesario explicar sobre el teatro las relaciones sociales con
la misma verdad, el mismo realismo profundo que Balzac, por ejemplo, ha puesto en sus
novelas. Barthes declara algunas lneas despus: el teatro de Brecht no se da nunca como
la explicacin abiertamente histrica de los conflictos de clase; sus personajes pertenecen
todos a una clase determinada, pero no se puede decir que la representen como el pen de
un tablero o el signo de una lgebra histrica (Barthes, 1957, O. C. T. I, pg. 754).
Ejemplifica su aserto basndose en Madre Coraje que transcurre durante la guerra de los
treinta aos, pero la guerra de los treinta aos no es su tema. Comprende que el teatro de
Brecht no es un teatro de historiador, ni siquiera marxista: es un teatro que invita, obliga a
la explicacin, pero que no la da, es un teatro que provoca la Historia, pero que no la
divulga (p. 754). Para Barthes el teatro de Brecht es esencialmente mayutico; como toda
gran obra, la obra de Brecht solo es una introduccin. Barthes opina que la historia est en
todas partes en Brecht, pero como un fundamento, no como un sujeto; ella es el
fundamento de lo real, pero la luz dramtica ilumina aqu las superestructuras, los
sufrimientos y las coartadas de los hombres que son desgraciados en la medida en que no
comprenden a la historia que los lleva: pues comprender sera poder actuar. Esta presencia
(real) y esta distancia (imaginaria) de la Historia forman una contradiccin que da al teatro
brechtiano un sentido muy particular, formas frecuentemente paradjicas. Por ejemplo, es
constante que el Teatro cuya accin transcurre en nuestros das no sea un teatro de historia:
la Historia se conjuga siempre para nosotros en el pasado, nosotros creemos siempre que
somos la naturaleza y que cuando se trata de nuestro tiempo el arte debe expresar y no
explicar. El teatro de Brecht, contina Barthes, es en su mayor parte un teatro del presente,
pero este presente no es nunca intemporal, es un presente histrico, constitudo por un eje
de sucesos colectivos de importancia nacional o mundial. (Barthes, diciembre 1957, O. C.
T. I, pg. 754)
569
Barthes analiza las causas de la ambigua acogida de Brecht (su teatro parece demasiado
esttico al militante y demasiado comprometido al esteta), estimando que su teatro no es ni
teatro de historia ni teatro de accin y que su lugar reside en el espacio en el que
dramaturgo explicita una ceguera; Barthes encuentra en el hecho de que el teatro
brechtiano no sea reductible a historicismo la explicacin de que pueda alcanzar a una
gran audiencia, sin traicionar el principio profundamente histrico sobre el cual est
fundado. La Historia, que no es representada como un simple tipo de causalidad y
expresin de las estructuras verdaderas del pasado bajo la gida de Marx, est presente en
su obra de una manera difusa y estara al servicio, segn Barthes, de negar la existencia de
un mal eterno, y de sostener la creencia en la existencia de males remediables. (Barthes,
diciembre 1957, O. C., T. I, p.755)
Barthes se interes tambin por la interpretacin teatral y por el estatus del que gozaba
el actor, a su juicio, mal remunerado. En El mito del actor posedo opina que la sociedad,
considerando que la fama y el prestigio son un complemento salarial, ni remedia ni se
preocupa de la insuficiencia y precariedad econmica del actor. En contrapartida a esa
modalidad de pago anrquica la sociedad crea varios mitos, de los cuales el mayor consiste
en definir al actor en ejercicio como un posedo: el actor se incorpora a su personaje, se
encuentra habitado por l. Barthes detecta entre los elementos que conforman este mito
el tema del doble: el personaje funciona como el doble del actor, lo convierte en otro y
nos explica de forma tan esquemtica y contundente el transfondo de este mito que causa
la impresin de incurrir en flagrantes exageraciones, potenciada por el empleo de
expresiones tales como: sacrificio propiciatorio, vctima, perpetrar un crimen anlogo
consigo mismo etc. Si bien el estilo es propiamente barthesiano, la idea, que no era nueva,
ya la haba estudiado Freud, al que no cita (si bien utiliza un trmino muy caro al
psicoanlisis: la transferencia). As podemos esclarecer e iluminar el sentido del siguiente
prrafo del ensayo de Barthes, aparentemente hiperblico, cotejndolo con las reflexiones
de Freud acerca de la interpretacin: Se plantea aqu un juego muy antiguo con la muerte:
el actor muere para s mismo, sirve como alimento para su doble, se sacrifica, y por este
motivo es digno de admiracin. Este sacrificio est todava empapado de sacralidad, pues
es un sacrificio propiciatorio: le ahorra al espectador la necesidad de perpetrar un crimen
anlogo consigo mismo, el actor se ofrece como vctima al personaje en lugar del
espectador, que obtiene as todo el beneficio de la transferencia, sin asumir sus riesgos.
Aqu Barthes no est exponiendo sus ideas personales sobre la interpretacin sino las que
570
hay, desde esta perspectiva, una separacin entre el personaje representado y el actor que
lo interpreta, pues recordemos que este soporta una dosis de sufrimiento que no est
mediada por la ilusin propia del espectador sino que, como veremos, reescribe rasgos y
vivencias propios del actor.
No obstante Freud no considera negativamente la llamada y denostada por Barthes
posesin del actor por su personaje o, en otros trminos, despersonalizacin. Barthes
vuelve la vista al pasado de la mano de Lvi- Strauss esbozando una comparacin entre las
figuras del hechicero, en el que la posesin mgica conservaba su espectacularidad, porque
pretenda mostrar, a un tiempo, la posesin y el poder poseedor, lo que obligaba a
establecer cierta distancia entre uno y otro, y el actor en nuestra sociedad, del que se espera
y agradece que sea el personaje. En su exposicin hay argumentos que no nos parecen
suficientemente probados, a ttulo de ejemplo el de que el mito de la posesin (y ese es su
tercer elemento) mantenga al actor en un estatuto de exclusin, su estatuto constitutivo en
todas las sociedades preburguesas. Pues, aunque en Roma, que tomamos como ejemplo
por ser la sociedad del pasado que conocemos mejor, fuera una profesin infame la de
actor y pudiese acarrear incluso el desclasamiento a los intrpretes de los mimos, no vemos
porque haya de aducirse una razn psicoanaltica especulativa y no una social basada en la
moral anticonvencional de algunos de los actores o en el ejercicio de crtica, ya contra el
poderoso, ya contra los valores constituidos por el sistema, hecho que le valiera la prisin
a algn autor teatral. Por otra parte, la opinin barthesiana de que el mito de la posesin
ha pasado por un proceso de refinamiento, de correccin para acercarlo a lo natural:
ahora se exige que el actor sea posedo por su personaje y al mismo tiempo disimule los
signos de esta posesin adolece de cierta arbitrariedad y nos parece objetable:
principalmente, porque establece una ecuacin invertida entre el apoderamiento del
personaje por el actor y el apoderamiento del actor por el personaje; y, en segundo lugar,
por conferirle a un cambio en la esttica representativa, que puede ser consonante incluso
con las preferencias del actor, un valor coercitivo. Barthes asume, en definitiva, la funcin
de portavoz no elegido por los actores, a los que llega a calificar como explotados, como
podemos inferir del siguiente fragmento: Y es que lo ms inquietante del mito de la
poesin es que la mayor parte de las veces el propio actor parece crerselo y usarlo como
justificacin; acepta la propina de la sublimacin que la sociedad le tiende hipcritamente;
soporta salarios insuficientes, un estatuto precario, y todo porque est convencido de que
forma parte de su sacerdocio, de que hay una especie de gloria inestimable en el acto de
572
donde l se presta all, o no se presta. Esto es lo que hace que un actor tenga ms o menos
talento, genio e, incluso, que sea ms o menos compatible con ciertos papeles. Incluso
aquellos que tienen la ms extensa gama, despus de todo, pueden representar ciertos
papeles mejor que otros
Sobre la funcin del coro se pronuncian tanto Barthes como Lacan, aunque a Barthes
solo le interesa aquel estadio del coro antiguo en el que los espectadores eran tambin
actores: No cabe duda de que en las sociedades antiguas, abiertamente sacralizadas, el
espectador no era tan prudente, no haca trampas, asuma el mismo la posesin y no la
delegaba a nadie: en el teatro de aquellas sociedades no haba candilejas, es decir,
separacin fija entre el actor y el espectador; los espectadores eran tambin actores, como
en el primer coro antiguo, el ditirambo.
Para Lacan, dice Carolina Roldn, en la tragedia las emociones del espectador estn
garantizadas por medio del coro, quien se encarga del comentario emocional. El coro
es la gente que se emociona. No es necesario que el espectador se sienta conmocionado,
pues de todas maneras es contagiado por las emociones del coro. Para corroborarlo
selecciona el siguiente pasaje del seminario VIII de Lacan a propsito de Antigona:
Cuando ustedes estn a la noche en el teatro piensan en sus asuntitosNo se dan pues,
demasiado crdito; vuestras emociones estn tomadas a cargo de una sana disposicin de la
escena. Es el coro quien se encarga de ello. El comentario emocional est hecho; esto es lo
que constituye la mayor posibilidad de supervivencia de la tragedia antigua: l est hecho
La funcin del coro como condensador de goce para quienes ocupan las butacas es
abordada en el seminario XIX:
Cuando el actor lleva su mscara, su cara no gesticula, no es realista, el pathos est
reservado al coro que se da a l- es el caso de decirlo-lo pasa en grande, y, por qu? Para
que el espectador, digo aquel de la escena antigua, encuentre su plus de gozar comunitario
en l
De esta manera, as no se haga evidente el goce individual, el espectador participa del goce
comunitario agrega Carolina Roldn.
Obras citadas por Carolina Roldn:
(1973) Personajes Psicopticos del Teatro. En Obras completas (3 Ed.) Biblioteca Nueva. (Trabajo original publicado en 1942)
574
(1971) Carta a Ivette Guilbert. (1931) Epistolario II (1891-1939). Barcelona, Espaa: Plaza y Jans.
Lacan, J. (1959-1960) El seminario, Libro 7, La tica del psicoanlisis. Buenos Aires, Argentina: Paids.
(1958-59) El seminario, Libro 6, El deseo y su interpretacin, s/e.
(1970-1971) El seminario, libro 19,Ou pire, s/e
En los ensayos Siete Fotos de Madre Coraje (Barthes, 2009, pg. 253) y Comentario.
Prefacio a Brecht (Barthes, 2009, pg. 281-303), ambos ilustrados con fotografas de Pic,
Barthes profundiza sobre el contenido de la obra y se extiende en la descripcin del
decorado. Despus de leer diversos anlisis sobre la obra Madre coraje, dejamos a un lado
aquello en lo que Barthes converge con algunos crticos: como la deteccin de un cierto
juicio al lenguaje en la obra de Brecht, para subrayar lo ms original de la interpretacin de
Barthes. Barthes va ms all de la afirmacin de que la madre es un gran tema en el teatro
de Brecht y llega a distinguir en Madre Coraje dos madres: la madre tigre, la madre-jefa,
la madre de todos los matriarcados, y la mtica madre nutricia, definida por la
espontaneidad de su expansin (Catherine), imagen, tal vez, de la Tierra, de la naturaleza
misma, pero de una naturaleza privada de la palabra por la triste y salvaje historia de los
hombres. Entre estas dos madres, Brecht atribuye solo a la segunda un acto verdadero, a la
vez consciente y eficaz. Aparte de la caracterizacin de Catherine, hija soltera de Madre
Coraje, como madre en sentido metafrico, nos parece asombroso el poco espacio
concedido por Barthes en los artculos mencionados a la instrumentalizacin de la religin
por los poderosos y a la figura del sacerdote, en torno a los cuales se pronuncian muchos
comentaristas de la obra. De ella nos dice Egon Holthusen (1966, pg. 136): Cuando la
muda suspira, se aleja silenciosamente y pone en prctica su acto de salvacin, concreta
la verdad de la situacin y pone de manifiesto la falsedad de la cobarde oracin de los
campesinos, pese a los giros bblicoarcaizantes con que se formula.Queda as
dialcticamente subrayado el contraste entre la entrega sin resistencia de los no-mudos a su
situacin social, el miedo de los campesinos a los soldados, y de los soldados ante el
consejo de guerra, por un lado, y, por otro, la libertad que escapa a todos los
condicionamientos sociales en la persona que no puede hablarCuando el alfrez da
finalmente la orden de fuego y Catherine se desploma lentamente, se oye a lo lejos el ruido
de las campanas a rebato y los caonazos, y uno de los soldados dice: Ha ganado
ella!Una persona que no puede hablar, y, por lo tanto, tampoco mentir, que se alza
contra la piedad convencional de la cristiandad y se sacrifica, porque ama a su prjimo ms
575
que a s misma: cmo debe entenderse, si no es como una persona situada en la lnea de
Cristo?
Susan Sontag en La escritura misma: sobre Roland Barthes afirma que cuanto escribi
Barthes acerca de Brecht, al que descubri en 1954 (representacin de Madre coraje) y al
que contribuy a hacer conocer en Francia, tiene menos relacin con lo teatral que la que
tiene su consideracin de algunos temas como formas de lo teatral. En el uso frecuente que
hizo de Brecht en seminarios de la dcada de los setenta, cit los escritos en prosa, que
eligi como modelo de agudeza crtica. Quien finalmente le importaba, dice la autora, a
Barthes no era Brecht el autor de espectculos didcticos, sino Brecht el intelectual
didctico. (Sontag, 1983, pg. 356)
Hollington considera que Madre coraje pudo causarle a Barthes un impacto tan fuerte
por motivos psicolgicos: All vio la potencia de la representacin de la relacin madre
hijo, y, de hecho, es imposible cuando se evala la importancia de Brecht para Barthes, no
acordarse de que la relacin ms intensa de Barthes era la que mantena con su madre, o no
sugerir que esto puede tener que ver con la fuerza de su reaccin ante la piezaMadre
coraje, para Barthes, trata en parte del paso de la naturalidad supuesta de la maternidad a
modalidades madre-nio histrica y culturalmente elaboradas. (VV.AA., 1993, p. 220)
Hollington nos informa que Teatro Popular anud un contacto personal con Brecht,
quien sugiri que se condujera en sus pginas una especie de juego de ajedrez entre l
mismo y diversos jvenes autores dramticos franceses, en el curso del cual se discutiran
los ataques y contra-ataques de una pieza imaginaria. Podemos advertir que Barthes
consideraba que el trabajo de Brecht no solo propona una obra, sino adems un sistema,
fuerte, coherente, estable, tal vez difcil de aplicar, pero que posea al menos una virtud
indiscutible y saludable de escndalo y de asombro. (VV.AA., 1993, pg. 221)
De 1955 data esta resea sobre Brecht, al que calificar de contemporneo capital:
Sea lo que sea lo que finalmente se decida sobre Brecht, al menos hay que sealar el
acuerdo del pensamiento de Brecht con los grandes temas progresistas de la poca: que los
males de los hombres estn en manos de los propios hombres, es decir, que el mundo es
manejable; que el arte puede y debe intervenir en la historia; que hoy debe colaborar en las
mismas tareas que las ciencias, de las que es solidario; que necesitamos un arte de la
explicacin, y no ya solamente un arte de la expresin; que el teatro debe ayudar
576
su atraccin por la cultura oriental que es otro leitmotiv de la relacin de Barthes con
Brecht. El libro, agrega Hollington, es una especie de ficcin refinada, construccin
imaginaria de una regin utpica- el Japn proyectado por el deseo de Barthes- donde
prevalece una tica brechtiana de la significancia, en la que el sentido es afirmado pero no
llenado. (Ibd., pg. 221).Las afinidades, que Hollington vislumbra, recaen sobre tres
planos. El primero, moral, planteando de una manera general que los placeres son valores,
que pueden fundar un arte de vivir. El segundo, esttico, la disposicin formal lado a
lado, de la cual el signo es el catlogo o el inventario, que hace repertorio de los placeres
sin jerarqua aparente, sin coordinacin o subordinacin gramatical y sin progresin lgica.
Y el tercero en el que Brecht no es solamente un modelo para Barthes y su lista de
placeres, sino un ingrediente de dicha lista. (Ibd., pg. 222),
El desinters de Barthes posterior al deslumbramiento brechtiano por el teatro ha sido
explicado de diversa forma. Jean Loup Rivire expone las hiptesis que se han barajado
para explicarlo: en primer lugar, Bernard Dort ve en el apartamiento de Barthes del teatro
una consecuencia de la inadecuacin entre un teatro soado-un teatro utpico al que se
haba acercado por un momento con las puestas en escena de Brecht- y el teatro real.
Tambin propone otra hiptesis, en la que, nos dice, se guarda pdicamente de
profundizar: Tal vez el sueo ltimo de Barthes fuera expulsar al actor del teatro: su
cuerpo expuesto le fascina demasiado como para que no le estorbe y le haga experimentar
una combinacin de deslumbramiento y de nusea. Dort asocia esta ambivalencia,
prosigue Jean Loup Rivire, a la propia experiencia de Barthes como actor, cuando siendo
an un joven estudiante y miembro del Grupo de Teatro Antiguo de la Sorbona, interpret
a Daro en Los persas de Esquilo. Dort vea en esta experiencia ligada a cierto malestar,
por lo que permite adivinar el nico y escueto relato que hizo Barthes de ella- una especie
de escena primitiva. Tambin nos informa de que Jean- Pierre Sarrazac supone que la
emergencia progresiva del tema autobiogrfico en la obra de Barthes, que avanza desde un
pensamiento sobre la historia, la poltica y lo simblico hacia un trabajo sobre la memoria,
la subjetividad y lo imaginario, representa el paso de lo pico-y por lo tanto de lo teatrala lo novelesco. Su obra estara pues dominada al principio por la figura de Brecht, y ms
tarde por la de Proust. (Barthes, 2009, pgs. 16 y 17)
En efecto, Jean- Pierre Sarrazac, como hemos podido constatar, en su trabajo Le retour
au Thtre se interesa por el desencatamiento que experimenta Barthes hacia el teatro. A
juicio de Sarrazac, Dort nos da la clave del desmarcamiento de su amigo en las siguiente
582
Sarrazac apunta que Barthes no era en aquel momento el nico brechtiano lanzndose a
una rehabilitacin, via psicoanlisis, de lo psicolgico. Es ms, considera que Fragmentos
de un discurso amoroso, obra que considera un hibrido de ensayo y ficcin, de una cierta
manera iba a emplear el programa satreano de los aos 60 de un teatro dramtico no lejos
del pico y que no fuera burgus. Para este crtico Barthes adopta la posicin de un
moderno rapsoda: integra un narrador-pero un narrador ambiguo, menos pico que
novelesco, una voz proustiana en cierto sentido- en una dramaturgia que no deja de vacilary muy libremente de circular- entre dos modelos el brechtiano y elraciniano. (Sarrazac,
1996, p.19)
Por ltimo Jean Loup Rivire recoge la explicacin ofrecida por Philippe Roger basada
en que Tragedia y elevacin, la ltima de las Mitologas publicadas en Lettres
nouvelles, es un ataque a la poltica cultural de MalrauxEl alejamiento de Barthes tendra
su origen en la inadecuacin entre el teatro al que aspira y el que promete la nueva
Repblica gaullista. (Barthes, 2009, pgs. 16 y 17)
Philippe Roger matiza la admiracin que Barthes sinti por el teatro brechtiano o al
menos relativiza el desinters de Barthes en su defensa. En el ensayo Barthes dans les
annes Marx Roger examina ms el servicio que le prest el teatro de Brecht a Barthes
que viceversa. Es de los pocos autores en percibir la rareza de la palabra empleada por
Barthes para expresar su impresin blouissement y se pregunta qu puede haber menos
brechtiano que el blouissement del espectador, pues blouir es al lmite impedir ver,
impedir decir. El efecto Brecht se opone diametralmente a esta definicin. Roger
transcribe otro modo de expresarse, en un momento tambin prximo a la representacin,
de Barthes ante el mismo evento:
Cuando yo he visto la Madre Coraje del Berliner Ensemble, en 1954, yo he comprendido
de una manera clara (claridad no exclua, bien entendido, una viva impresin de belleza, y
por asi decirlo, una emocin profunda). Yo he comprendido que haba una responsabilidad
de las formas dramticas. (La rencontr est aussi un combat in Rendez- vous des
thtres du monde, avril 1957) (Roger, 1996, p. 55)
Roger propone hablar de iluminacin ms que de blouissement, de un eurka
jubilatorio ante Madre Coraje, pues es su propia versin del teatro la que reconoce. El
crtico de Barthes destaca los principales usos que hace Barthes de Brecht:
584
Un uso interno, que permite a Brecht poner un nombre a su deseo de teatro: pero
tambin va a servirle para enlazar los filos dispersos de su reflexin histrica sobre las
formas teatrales. Pues Brecht es siempre encomiado por Barthes como un refundador,
cuyas invenciones renuevan las ms antiguas funciones del teatro. Son los valores de
heredad, no de ruptura, los que Barthes pone en exergo-especifica Roger- y su brechtismo
es la afirmacin obstinada de una perennidad del teatro. El Brecht de Barthes sera
tradicin. Es el teatro clsico francs, desviado de su funcin trgica por la falsa tragedia
del siglo XVII el que es traicin. La socialidad del teatro brechtiano es la de las altas
pocas, lo que basta para llamarlo cvicamente justificado. Este teatro-aade Rogerpone la fatalidad sobre la escena y la libertad en la sala, haciendo de cada
representacin una deliberacin colectiva en la forma que Las suplicantes, La Orestada o
Antgona debatan ante la ciudad entera sobre el devenir de la ciudad, su poder de hacer
ella misma su destino por grandes iniciativas polticas. (Roger, 1996, pg. 56)
Roger califica como polmico el segundo uso que hace Barthes de Brecht. El brechtismo
es defendido para atacar. Ese gran maniqu es tambin un espantapjaros y ese modelo
ideal, principio de rechazos razonados. El crtico compara el papel del brechtismo con el
del concepto de literatura objetiva para el juicio literario. As como el Nouveau Roman
defendido por Barthes es el holograma de sus rechazos literarios, su brechtismo sera la
resultante de sus rechazos teatrales: rechazo de la falsa tragedia clsica francesa, rechazo
del Boulevard, rechazo del teatro alegrico, rechazo de los anticonformistas
anrquicos y del absurdo, rechazo del teatro de la pura revolucin como del teatro
progresista, rechazo del teatro histrico de estricta ortodoxia marxista. De lo que infiere
Philippe Roger un sentido utpico y no normativo del brechtismo de Barthes (Roger,
1996, p. 57). Este crtico no aprecia que se produjera un cambio en los gustos de Barthes y,
por tanto, considera que Brecht le permiti argumentar sus humores y que no fue la
medida a travs de la cual juzg todas las producciones. Es esclarecedor para Philippe
Roger el hecho de que Barthes encontrara su modelo ideal no en los escritos tericos de
Brecht, sino sobre la escena. (Roger, 1996, p. 58)
El tercer uso, que distingue, es lo que denomina un uso anti-marxista de Brecht por
Barthes. Barthes, segn Philippe Roger, va a procurar en Brecht una caucin, no solo
contra la concepcin marxista del teatro histrico, sino tambin mas audazmente contra
el concepto marxista de la Historia. Esas dos objeciones, precisa, de Barthes a Marx por
Brecht interpuesto aparecen relacionadas en el artculo de 1957 titulado Brecht, Marx y la
585
Historia. Barthes haba comentado que, a juicio de Marx y Engels, era necesario explicar
sobre el teatro las relaciones sociales con la misma verdad, el mismo realismo profundo
que Balzac. Mientras que Brecht por marxista que haya sido no haba seguido esta va ni
los preceptos de los padres fundadores (Ibd., p. 59). El teatro de Brecht, como apreciaba
Barthes, no puede ser llamado histrico. Pues la Historia est en Brecht en todos los
lugares, pero como un basamento, no como un sujeto. Philippe Roger opina que Barthes
rectifica el concepto mismo de Historia como un simple tipo de causalidad bajo la gida de
Brecht hacia su concepcin como categora general que se encuentra presente, pero de una
forma difusa, no analtica y nos explica que repudiar la historia objeto, rechazar el arte
reflejo o expresin directa de lo real, es evidentemente hacer actuar el brechtismo contra
el jdanovismo y desestimar, en el nombre de una Historia marxista mejor, las
reivindicaciones de peso del realismo socialista. Philippe Roger sita en el ao 1957, en el
que aparecen en volumen las Mitologas el momento en el que Barthes se forja tiles de
intervencin ms conformes a sus elecciones de escritor y que apuntan a desmitificar,
problematizar y provocar como Brecht la Historia. (Roger, 1996, p. 60)
Para Philippe Roger la razn mayor de la desafeccin ltima de Barthes al teatro es la
gestin de Andr Malraux mediante la cual se recupera por el Estado gaullista el proyecto
de Teatro Popular con la reorganizacin de los teatros nacionales y la creacin de centros
dramticos regionales, reforma sobre la que ironiz Barthes en el texto titulado Tragdie
et hauteur. (Roger, 1996, p. 61)
LA NOVELA
Antes de exponer la crtica que realiz Barthes sobre Robbe-Grillet nos parece conveniente
hacer alusin a uno de los escritos que Barthes public sobre la novela en general.
En 1955 Barthes public un ensayo titulado Petite sociologie du roman franais
contemporain (en Documents, febrero de 1955, editado en O. C., 1993, pg. 465-470) en
el que enuncia los caracteres fundamentales de la economa literaria francesa en el
contexto de una sociedad capitalista:
1. Tirana de los trusts distributivos
2. Sumisin de los novelistas al cuerpo distribuidor. Los derechos de autor son un salario disfrazado.
586
3. Los productos literarios estn ajustados a su consumidor: hay una literatura de lujo
y una literatura de masa.
Barthes reconoce que la realidad es compleja y que es necesario admitir un margen de
error en la categorizacin que pretende: los grupos sociales particulares que consumen un
arquetipo de novela. La complejidad deriva del hecho de que a la compartamentizacin
social de los pblicos de las novelas, se superponen filtros particulares, de menor
importancia, pero cuyo montaje compone finalmente la fisonoma particular del pblico de
cada novela. Dichos filtros son:
1. El filtro de base es un filtro social, cuyos elementos esenciales son:
a) La clase social (Barthes reconoce la existencia de excepciones)
b) La educacin, el nivel y el tipo de cultura;
c) La localizacin del domicilio. Barthes seala el factor de que se lea ms en el metro
y en la provincia que en Pars.
d) Las condiciones de trabajo. La alienacin del tiempo de ocio por el trabajo.
2. Un filtro antropolgico: pblico de mujeres, publico de jvenes.
3. Un filtro psicosocial, cuyos elementos principales seran: el activismo poltico o re-
ligioso y los fines (hay pblicos especializados agrupados alrededor de determinados temas)
4. Un filtro estacional: pblico de los premios literarios etc.
A continuacin, Barthes afirma que no se han realizado encuestas en Francia para el
anlisis de cada uno de esos filtros y explica que ofrecer un cuadro de los grupos del filtro
social como hiptesis de trabajo y no como presentacin cientfica de la cuestin. Esto nos
lleva a plantearnos por qu ha elegido el ttulo de Pequea sociologa de la novela
francesa contempornea para su disertacin y el problema de la procedencia de los datos
que ha barajado para la tipificacin si dichos datos de estratificacin no los ha obtenido del
trabajo de otros socilogos.
Barthes anuncia la descripcin de tres grupos de pblicos, dando para cada uno de ellos:
un arquetipo novelesco, el orden de la amplitud de la tirada, el complejo distribuidor, los
587
mitos de base, y la crtica que toma a su cargo la produccin novelstica del grupo. Dos de
los tres grupos: novelas de mujeres, novelas burguesas estaran, a su juicio, excluidos de la
literatura propiamente dicha.
1. Las novelas de mujeres que subdivide en dos arquetipos: a) las novelas de Delly, o
589
Ante esta situacin se produce, segn Barthes, la soledad del creador. La presin de los
hechos sociales y econmicos le crea a l tambin una clausura temible. Se halla
encerrado, a su pesar, a la vez en un gnero que se podra llamar la novela aristotlica y en
un pblico, que l no puede alcanzar. Dado que la sociabilidad es el fundamento
ontolgico del acto literario, a falta de poder escribir para los otros, el novelista debe fingir
creer que escribe para el otro.
Barthes no se pronuncia sobre las variaciones que ha sufrido el espectro del pblico
desde el siglo XIX ni sobre qu singularidad puede presentar esta situacin respecto a
momentos precedentes de la literatura francesa. Creemos que esta imagen sociolgica de la
novela francesa contempornea y de la soledad del artista, que Barthes presenta, no parece
diferir mucho de la del siglo XIX francs, de la que nos da cuenta Blas Matamoro en Saber
y literatura, abstraccin hecha de la crisis del modelo aristotlico de la novela:
Tambin se podr decir que, en los grandes ejemplos, el arte y en especial, la literatura-ha
excedido, expone Matamoro, el estrecho marco de la reproduccin ideolgica,
convirtindose en un aparato crtico de la misma sociedad que condicion e hizo posible su
existencia. Lo que ocurre, en este sentido, es que lo que recordamos de la literatura es,
normalmente, y por paradoja, la historia de sus excepciones. Pensemos en la poca de
Balzac, cuando la institucin-escritor gozaba de esplendor y el mayor prestigio que la
sociedad hubo de concederle y la imprenta (y, por lo mismo, la escritura literaria) era el
medio comunicativo por excelencia: aun mediando todo el brillo mundano y el xito
mercantil de su obra, Balzac fue mucho menos ledo que Eugenio Su, un folletinista de
nfima categora, fiel reproductor de la ideologa oficial. En tiempos de Flaubert, mientras
ste se mora de aburrimiento en su casa de campo o era procesado por porngrafo, el xito
institucional y comercial perteneca a figurones que hoy nadie recuerdaDe una u otra
forma, el gran escritor es siempre alguien que se margina, aunque sea en parte, de las
expectativas de la sociedad. Esta lo diputa para que reproduzca la ideologa, l se escabulle
en la traicin y seala las entretelas de la ideologa, levanta el velo y muestra o indica la
estructura de fondo. Los mitos son traducidos al lenguaje de la Historia, aunque ms no sea
de la historia narrada. (Matamoro, 1980, pg.61)
ric Marty opina que Roland Barthes tiene un discurso algunas veces muy violento
contra la novela, en el que no cuenta la impotencia ni la incapacidad de escribir una novela,
sino que se trata de un rechazo muy profundo y de una especie de fobia al relato, en tanto
590
que es profundamente inautntico y que se sustrae a la palabra del sujeto. (Enthoven, 2010,
pg. 57)
Marie Zenetti aade que el trmino novela en La preparacin de la novela como
sucede con frecuencia en Barthes no recubre exactamente el sentido que se atribuye a la
palabra novela. Recuerda que Barthes dice en la nota que resume su curso en el Collge de
France, que el comprende por novela una forma que estara en relacin por un lado con
la literatura y por otro con la vida. Pero lo que l busca sera un novelesco sin novela. La
novela representa ms bien un fantasma, el de una escritura justa que pasara tambin
probablemente por una especie de fragmentacin y no forzosamente por un relato
contnuo.
Antoigne Compagnon recuerda que en el curso sobre La preparacin de la novela se
concedi gran importancia a la forma que puede revestir la novela. Partiendo del rechazo
de Barthes por lo continuo, es difcil imaginar que escribiera una novela que no fuera un
lbum. La admiracin, en opinin de este crtico, que Barthes senta por Proust provendra
del hecho de considerar Au recherche du temps perdu como gnero partcipe tanto de la
novela como del ensayo. La narracin est asociada a algo que Barthes detesta, se puede
decir, desde siempre: el post hoc ergo propter hoc, la idea de que lo que viene despus
viene a causa de lo que la ha precedido. Es para Barthes el dispositivo mismo de esta
falsa lgica, de esta psima interpretacin del mundo. La nica manera de escapar de ah
en la escritura sera el fragmento. Pero el fragmento prohbe muy extensamente la novela.
(Enthoven, 2010, pgs. 88-89)
LA NOVELA: ROBBE-GRILLET
Lavers en Roland Barthes: Structuralism and After opina que los artculos de RobbeGrillet son ms sofisticados que las propias interpretaciones de RobbeGrillet: Barthes ve
en esas novelas un intento de destruir todos los bsicos elementos que permiten a la idea de
ficcin hacerse manifiesta: los caracteres y la fbula o relato. El relato es el ms resistente
de los dos: mientras sta proporciona la materia sobre la que la destruccin de la
convencin puede pesar, su persistencia no puede sino corromper la purificante empresa
del sueo rfico. La fbula dura en el tiempo, y el tiempo es un elemento vital en la idea
de la ficcin, la base de lo que Barthes llama la ilusin realista, o efecto de realidad
(Lavers, 1982, pg. 65)
591
temer una pronta resurgencia, bien visible despus de La Jalousie, de fuerzas subterrneas
que l se esforzaba hasta entonces por ignorar, a pesar de su constante presencia en
filigrana en Les Gommes y todava ms en Le Voyeur. El canto tentador de las pequeas
sirenas adjetivas, en ese Rgicide inaugural, le habra entonces enseguida obligado a
encadenarse al mstil de su demasiado frgil acorazado. (Robbe- Grillet, 2009, pgs. 6263)
En la misma poca, constata Culler, en que Barthes fue incendiado por Brecht se
convirti en defensor del novelista Alain Robbe- Grillet, a quien dedica cuatro de las
piezas de Ensayos crticos. Lo que toda mi vida me ha apasionado es la manera en que
los hombres hacen inteligible su mundo. Las novelas de Robbe- Grillet exploran este
proceso mediante un intento de eliminar el sentido, atrayendo as nuestra atencin hacia las
maneras en que estamos acostumbrados a hacer inteligibles las cosas. (Culler, 1987, pg.
63)
Culler establece el distinto alcance que las propuestas de Camus y Robbe- Grillet
tuvieron en el campo de la experimentacin formal a juicio de Barthes: La revuelta de
Camus contra la literatura no lo llev muy lejos, pues convirti la falta de sentido del
mundo en un tema; las cosas an tenan sentido: significaban el absurdo, como pronto
fue llamado por lectores y crticos. A Barthes le pareci que Robbe- Grillet estaba
intentando algo ms radical, pues la manera en que trataba de vaciar o suspender el sentido
era frustrando nuestras suposiciones acerca de la inteligibilidad y bloqueando nuestras
jugadas interpretativas regulares. Sus descripciones gratuitas y detalladas, sus personajes
vacos y tramas inciertas en un principio parecieron ilegibles, esto es, ininteligibles segn
las suposiciones usuales acerca de la novela y el mundo; pero Barthes vio en este rechazo
de toda historia, ancdota, psicologa de la motivacin y significacin de los objetos, un
poderoso cuestionamiento de nuestra ordenacin de la experiencia (Culler, 1987, pg. 63)
Culler desentraa cul es la motivacin del entusiasmo de Barthes ante la obra de
Robbe-Grillet. En primer trmino destaca cmo los escritos de este autor con sus
descripciones que bloquean la induccin de sentidos eran conceptuados por Barthes como
textos que son pura superficie en un campo, la novela, donde la profundidad y la
interioridad eran esenciales. En segundo lugar Barthes felicitaba a Robbe- Grillet por haber
adoptado una criture que rompe con la fascinacin de la narrativa. (Culler, 1987, pg.
64)
593
que Robbe- Grillet haba destacado en el coloquio de Cerisy de 1977: Barthes viniendo a
recordar que haba visto en el Nouveau Roman algo nuevo histricamente haba escuchado
a Robbe-Grillet apostillar: Si, claro, pero tal vez lo nuevo eras t (Roger, 1986, pg.
350)
Insistiendo en la condicionalidad del apoyo barthesiano Roger Philippe califica de
extrao el prefacio que escribi Barthes para el libro de Morrissette, Las novelas de RobbeGrillet y juzga que se inscribe en falso contra la obra que introduce. Pues bajo el ttulo: Le
point sur Robbe- Grillet? Barthes no hace justicia al trabajo de restitucin de una trama,
de un relato, al cual se ha entregado el comentador, ms que para deplorar el resultado: que
es, segn Barthes, producir del escritor una imagen reconciliada con los fines
tradicionales de la novela y reducir la parte revolucionaria de la obra (Roger, 1986,
pg. 351)
Por su parte Alain Robbe-Grillet, dato que seala Philippe Roger, en Le Miroir qui
revient realiza un retrato irnico de un Barthes contradictorio hasta la mala fe, que por la
tarde, tan pronto como descenda de la barricada (terica y terrorista) regresaba a su casa
para repantigarse a gusto con Zola, su prosa grasa y sus adjetivosA reserva de reprochar
su adjetividad a la nieve de Laberinto (Roger, 1986, pg. 352). Robbe-Grillet tambin
avanz una imagen de novelista de Barthes en Cerisy, al manifestar que con Fragmentos
de un discurso amoroso, no estaba en su primera, sino en su quinta o sexta novela, despus
de haber explicado, casi fenomenolgicamente, en qu su lectura de Barthes no era de la
misma naturaleza que aquella que l hubiera hecho de un pensador (Roger, 1986, pg.
352)
Para Philippe Roger este episodio revela mucho ms que una separacin entre los textos
defendidos pblicamente y las novelas ledas a escondidas y dejara entrever la profunda
ambivalencia de Barthes respecto a la literatura misma. (Roger, 1986, pg. 353) Roger
repara en el carcter excesivo de la reaccin de Barthes ante la suerte de reintroduccin de
la fbula y del suceso en Le Voyeur, que llega a Barthes hasta el punto de recurrir a una
imagen extravagante, reveladora de su barroquismo (por la distancia de los trminos de
comparacin) de un imaginario de la Literatura como encanto corruptor. l ve apuntar el
relato, en esa novela, como una mancha, un moho; l lo presiente o lo prev en el regreso
de ciertos objetos que nombra: un primer punto de deterioro en el sistema ptico del
595
Barthes es importante por el rigor del anlisis de Las Gomas y por su influencia sobre la
crtica consagrada al Nouveau Roman. Para Barthes, el objeto de Robbe-Grillet no es ni
centro de correspondencia ni abundancia de sensaciones y smbolos: es solamente una
resistencia ptica. Rehusando todo antropomorfismo, toda visin lamartiniana del
mundo, el novelista ataca el ltimo bastin del arte escrito tradicional, la organizacin del
espacio literario. En esta experiencia directa del entorno del hombre que constituye la
novela, la psicologa es rechazada, como el psicoanlisis o la metafsica.
En su anlisis de El Mirn, M. Blanchot se conmueve por la claridad sorprendente,
total, igual, que podra decirse montona y que aclara con evidencia ciertos de nuestros
grandes sueos: No es el novelista quien escribe su obra, es la obra que se busca a travs
de l. Tampoco se escucha en el relato una voz personal, sino en primer lugar la voz
misma del relato.
Para B. Morrissette, los objetos, sin constituir un smbolo o una correspondencia
baudeleriana, no son tampoco reducidos a sus superficies como escriba R. Barthes en
Literatura objetiva. La goma de la primera novela se carga de sentidos mltiples, se torna
soporte de ideas y de pasiones y hace un lazo entre la estructura edipiana de la intriga de
la novela () y la textura material de su mundo de objetos
Por oposicin a R. Barthes, Blanchot e Morrissette, L. Goldmann no estudia la obra
novelesca de Robbe Grillet en s misma; trata de descubrir qu importancia reviste en la
sociedad contempornea tratando de responder a la cuestin siguiente hay homologa
rigurosa de estructura entre las obras recientes de N. Sarraute, C. Ollier, Robbe-Grillet, y la
tercera fase del capitalismo occidental, marcada por la intervencin del Estado y la
creacin de mecanismo de autorregulacin econmica? Para Goldmann la respuesta es
afirmativa. Analizando brevemente las novelas de N. Sarraute y ms largamente las de
Robbe-Grillet, llega a la conclusin de que la estructura del mundo novelesco de los dos
escritores es anloga a la estructura esencial de la realidad social en el seno de la cual la
obra ha sido escrita
Imprescindible es detenernos ahora en los textos ms significativos de Barthes sobre
Robbe- Grillet. En Pre-novelas (Barthes, 2002, pgs. 81-83) Barthes declara que la
novela ha sufrido una crisis de estructura, y no de produccin. La confirmacin de este
hecho vendra dado por la circusntacia de que la mayora de las obras fuertes, de las obras
nuevas, que aparecen actualmente son novelas problemticas, donde la ficcin se duplica
597
con una puesta en duda de las categoras fundamentales de la creacin novelesca, como si,
ante la imposibilidad de la novela ideal, de la novela inocente, la Literatura tuviese que
decir ante todo cmo se la rehye y cmo se la mata, en suma, cmo se la rechaza. Por
tanto, entendemos que aqu cabra entender el trmino pre-novela en un sentido
afirmativo atribuyendo al prefijo el valor etimolgico de ir delante y no como un estado
embrionario o imperfecto de la novela. (Barthes, Paids, 2002, pg. 81)
De las referencias a los tres novelistas propuestos como ejemplo nos interesa el pasaje
dedicado a Robbe Grillet: El intento de Robbe Grillet no apunta, como el de Cayrol, a
volver a poner en duda la familiaridad del novelista respecto de su mundo; afronta otro
prejuicio de la novela clsica, por lo dems tan bien enraizada como la subjetividad del
creador: la organizacin del espacio literario. Hay que sealar que, de todas las
dimensiones de la novela, el Tiempo ha sido el primero en padecer los intentos de
destruccin o de revisin de los novelistas, por lo que el lector est familiarizado con las
tcnicas de retorno o de simultaneidad. El espacio, por su parte, permanece todava ms o
menos intacto. Robbe Grillet trabaja en introducir en el relato una mezcla nueva de espacio
y de tiempo lo que podramos llamar una dimensin einsteiniana del objeto. Esto es tanto
ms importante cuanto que, literariamente, vivimos an en una visin puramente
newtoniana del universo: Camus o Breton describen un paisaje como Chateaubriand o
Lamartine. (Barthes, 2002, pg. 82)
Al final del artculo expone las caractersticas comunes que presentan las obras de
Cayrol, Robbe Grillet y Jean Duvignaud. Para Barthes la funcin de la novela, dejada atrs
la descripcin de lo cotidiano, sera aplicar una duda esencial a los elementos ms comunes
y mejor recibidos de la factura novelesca: al espacio, a los objetos y a las distancias que
pueden separar al novelista del mundo y de su creacin. En este elenco de caractersticas la
ms notoria sera la ausencia de la psicologa, del psicoanlisis, de la metafsica o la
afectividad, corolario de la razn de ser de estas creaciones: acompaar al hombre lejos de
las profundidades, a la superficie de su dominio. Barthes descarta que estas obras corran el
riesgo de conformar una literatura inhumana. El colofn del artculo resume la razn de
esta preferencia literaria de Barthes por las que denomina pre-novelas frente a la novela
tradicional, no obstante apreciamos cierta reserva o reticencia latente bajo la estridente
expresin de patetismo admirable: Muy al contrario, esta puesta en duda de los
elementos ms simples de la novela tradicional estar justificada si logra liberar a la ficcin
598
599
600
historia: ellos comprendan bien que sin argumento, patolgico o moral, la novela escapaba
a esta civilizacin del alma, que ellos tienen a cargo defender). Hay un conflicto, desde la
perspectiva barthesiana, entre el mundo puramente ptico de los objetos y el de la
interioridad humana. Eligiendo el primero, manifiesta Barthes, Robbe-Grillet solo podra
estar fascinado por la aniquilacin de la ancdota. Ms adelante, despus de acentuar que
la novela de Robbe-Grillet permanece exterior a un orden psicoanaltico, explicar que si
el lector est tentado a leer los hechos como actos que revelan una patologa se debe al
prejuicio que nos hace atribuir a la novela la esencia de nuestro real. Nosotros, prosigue,
concebimos siempre el imaginario como un smbolo de lo real, queremos ver en el arte una
litote de la naturaleza, por ello muchos crticos ha renunciado a la literalidad cegadora de la
obra, para intentar introducir en este universo, donde todo indica sin embargo la plenitud
implacable, un aumento de alma y de mal, aun cuando precisamente la tcnica de RobbeGrillet es una protesta radical contra lo inefable. El ideal para Barthes sera prescindir de la
fbula y atribuye su presencia, aunque menguada en la obra de Robbe-Grillet, a la
concesin al pblico lector de una historia posible para evitarle los efectos demasiado
brutales de la pura negatividad.
Barthes manifiesta un extremismo crtico inslito al establer las expectativas que no
debera defraudar la obra de Robbe-Grillet: Se puede decir por el contrario que la
formalizacin de la novela, tal como la persigue Robbe-Grillet, solo tiene valor si ella es
radical, es decir, si el novelista tiene el coraje de postular tendencialmente una novela sin
contenido, al menos mientras desee levantar a fondo las hipotecas del psicologismo
burgus. Seguidamente Barthes deposita sus esperanzas y las dudas que abriga acerca de
la novela que, segn l prepara, sin cumplir por ahora, un descondicionamiento del lector
en relacin al arte esencialista de la novela burguesa. Barthes parece elevarla al empreo
reservado a unas pocas obras en el presente problemtico de la literatura y se pronuncia
sobre ella en unos trminos no lejanos de los postulados de El grado cero de la escritura:
Es un libro que solo se puede sostener como ejercicio absoluto de negacin, y es a este
ttulo como puede tomar lugar en esta zona muy delgada, en ese vrtigo raro en el que la
literatura quiere destruirse sin poderlo, y se comprende en un mismo movimiento,
destructora y destruida. Pocas obras entran en este margen mortal, pero son sin duda hoy
las nicas que cuentan: en la coyuntura social de los tiempos presentes () ella solo puede
existir bajo la figura de su propio problema, castigadora y perseguidora de s misma. Sea
cual sea la generosidad o la exactitud de su contenido, ella termina siempre por sucumbir
603
bajo el peso de una forma tradicional que la compromete en la medida en que sirve de
coartada a la sociedad alienada que la produce, la consume y la justifica.
Nos parece asombroso que tras el viraje de Robbe Grillet desde una Literatura
objetiva a una literatura de la subjetividad en la que proporcionaba interpretaciones
temticas, Barthes no le retirase su apoyo de forma clara, aceptando escribir el prefacio a
un nuevo libro. Tal vez, en el mejor de los casos, si no ponemos en duda su buena fe,
porque no dedujera que el segundo Robbe-Grillet negase necesariamente al primero. Es
interesante detenerse en Le Point sur Robbe- Grillet en el que habla de la existencia de
dos Robbe-Grillet (Barthes, O.C., T. I, Seuil, 1993, pgs. 1327-1332). Inicia el artculo con
una reflexin sobre el realismo literario. Constata que el realismo literario ha sido
considerado como una cierta manera de copiar lo real. Todo transcurre como si existiera
por un lado lo real y por otro el lenguaje, como si uno fuera antecedente del otro y el
segundo tuviera por tarea alcanzar atrapar el primero. Barthes distingue el rasgo comn
que subyace a la multiplicidad psicolgica, teolgica, social, poltica, histrica o incluso
imaginaria: parecer penetrada de sentido, de manera que la literatura realista francesa es no
solo analgica sino significante. Barthes observa que el objeto no tena un lugar original
salvo a ttulo de elemento esttico o de indicio humano en esta literatura, mientras que
Robbe Grillet trata del problema del objeto literario. En funcin de la consideracin del
objeto Barthes considera que existen dos Robbe-Grillet: el primero, para el que no
significan las cosas nada y que realiza una funcin catrtica: purificar las cosas del sentido
indebido que los hombres sin cesar depositan en ellas por medio de la descripcin. Este
empleo de la descripcin lo convierte en un escritor realista sin importar que la estructura
copiada sea o no verdadera o que el realismo de Robbe-Grillet sea o no objetivo, porque, a
juicio de Barthes, lo que define el realismo no es el origen del modelo sino su exterioridad
en relacin con la palabra que lo cumple. Este realismo tendra tanto una naturaleza clsica
por estar fundado en una relacin de analoga y una novedosa porque esta analoga no
remite a ninguna trascendencia. Destaca como meritorio en este primer Robbe-Grillet la
desmitificacin de las cualidades pretendidamente naturales de la literatura de
introspeccin (la profundidad siendo preferida a lo superficial) en beneficio de un estar all
del texto (que no debe confundirse con un estar all de la cosa), y el que rechace al lector el
goce de un mundo rico, profundo, secreto, en suma, significante. Para Barthes el
Robbe- Grillet primero no confiere al estado neurtico o patolgico de sus personajes el
valor tradicional de un contenido, sino que todo su arte consiste en defraudar el sentido al
604
mismo tiempo que lo utiliza, tcnica cuyo origen reside en la actividad surrealista. Despus
habla de un segundo Robbe-Grillet perceptible en esos mismos escritos y esas mismas
novelas (pero no de esos mismos comentarios) humanista, porque los objetos, sin
convertirse en smbolos, en el sentido fuerte del trmino, encuentran all una funcin
mediadora hacia otra cosa, faceta que ha estudiado, nos dice Barthes, Bruce Morrissette
mediante un mtodo a la vez descriptivo y comparativo. De este trabajo Barthes destaca: el
estudio de la estructura de la obra, no explorada hasta entonces y la reduccin de la parte
revolucionaria de la obra para reconciliarla con los fines tradicionales de la novela, a lo que
habra de aadirse una valoracin expresiva de la repeticin de determinados objetos y la
demostracin de que la novela de Robbe-Grillet es una historia con un sentido. Barthes
declara que no es necesario elegir entre ambos y que el mismo Robbe-Grillet es ambiguo
sobre su obra (adems de los cambios que la obra del autor naturalmente sufre). A
continuacin, Barthes hace una disertacin sobre la naturaleza de la literatura al hilo de la
cuestin de la significacin del mundo y las cosas: Ninguna literatura en el mundo ha
respondido alguna vez a la cuestin que ella planteaba, y es ese suspenso mismo lo que la
convierte en literatura: ella es el frgil lenguaje que los hombres disponen entre la
violencia de la pregunta y el silencio de la respuesta: a la vez religiosa y crtica en el
momento en que ella interroga, y a la vez irreligiosa y conservadora desde el momento en
que ella no responde: pregunta ella misma, es la pregunta que los siglos interrogan en ella,
no es la respuesta. Qu Dios, deca Valry, osara tomar por divisa: Yo decepciono? La
literatura sera ese dios; tal vez sera posible un da describir toda la literatura como un arte
de la decepcin. La historia de la literatura no sera ya entonces la historia de las respuestas
contradictoras aportadas por los escritores a la cuestin del sentido, sino ms bien por el
contrario la historia de la cuestin misma.
El error terico, a juicio de Barthes, de RobbeGrillet es solamente creer que hay un ser
ms all de las cosas, antecedente y exterior al lenguaje, que la literatura est encargada de
encontrar
en
un
ltimo
impulso
de
realismo.
De
hecho,
asienta
Barthes,
605
Barthes cree que esas formas vacas llaman irresistiblemente a un contenido, y se ven
poco a poco, en la crtica, en la obra misma del autor, tentaciones de sentimientos, regresos
de arquetipos, fragmentos de smbolos, en definitiva todo lo que pertenece al reino del
adjetivo, deslizarse en el soberbio estar- all de las cosas.
Philippe Roger que califica de momento tico el renunciamiento de Barthes a
normativizar, opina que aqul en el momento de escribir este prefacio sabe bien lo que
entonces toma fin: no un lamentable error sobre la verdadera naturaleza del trabajo de
Robbe-Grillet sino su propia pulsin de empresa sobre esta obra. Renunciando, escribe,
esboza ese movimiento tan particular de perpetuo regate de la consistencia de su propio
discurso, del cual har ms tarde profesin y virtud. (Roger, 1986, pg. 362)
PHILIPPE SOLLERS
Es curioso que en el dilogo ficticio, escrito por Barthes sobre Sollers, publicado en Le
Nouvel Observateur, n 739, 6/1/79, un hablante (la voz de Barthes probablemente)
replicando a la crtica de su interlocutor de que Paradis era ilegible respondiese en su
defensa que era legible (empleando el trmino en contra de sus propios presupuestos),
divertidoremovedor de muchas cosas en todas las direcciones- lo que es propio de la
literatura. (Barthes, 1979 pgs. 5-9)
En este dilogo ficticio de carcter panegrico Barthes justificaba la supresin de la
puntuacin del libro en aras de imprimir un ritmo de lectura diferente. Es ms, deca que
era ms lento de leer, porque era ms rico. Y comparaba la presentacin en fragmentos de
la obra con el trabajo proustiano suscitando la indignacin de su interlocutor por osar
comparar Sollers y Proust. Al hilo de esta protesta Barthes urde sus ideas sobre la vala del
escritor y su situacin en la vida social redimida gracias a la literatura, que exponemos a
continuacin:
-Desde el punto de vista de las prcticas y de los sufrimientos todo escritor puede
compararse a los ms grandes. Y me parece que el ejemplo de esos dos autores llama
nuestra atencin sobre una cierta tica del escritor, que le obliga a arriesgar enseguida el
enigma de su obra. (Proust lo ha dicho mil veces: no juzguis demasiado deprisa,
esperad.)El escritor est solo, abandonado por las antiguas clases y por las nuevas. Su
cada es tanto ms grave en cuanto que l vive hoy en una sociedad donde la soledad
misma, en s, es considerada como una falta. Nosotros aceptamos los particularismos, pero
606
no las singularidades; los tipos, pero no los individuos. Nosotros creamos (truco genial)
coros de particulares, dotados de una voz reivindicativa, vocinglera e inofensiva. Pero y el
aislado absoluto? Aqul que no es ni bretn, ni corso, ni mujer, ni homosexual, ni loco, ni
rabe, etc? Aqul que no pertenece ni siquiera a una minora? La literatura es su voz, que,
por una inversin paradisiaca, retoma soberbiamente todos las voces del mundo y las
mezcla en una especie de canto que solo puede ser odo si uno se dirige, para escucharlo
(como en esos dispositivos acsticos de una gran perversidad), muy a lo lejos, ms all de
las escuelas, las vanguardias, los peridicos y las conversaciones.
Interpelado por su interlocutor, el hablante (portavoz de Barthes) responde utilizando la
expresin cabeza de jbaro en alusin a la accin negativa de cierta crtica contra Sollers,
expresin que emplea tambin en el apartado El resumen del escrito Escritores,
intelectuales, profesores, donde se preguntaba irnicamente disertando sobre el ejercicio
escolar llamado reduccin de texto es realmente tan importante la diferencia entre una
cabeza de Jbaro vivo y una cabeza de Jbaro reducida? y declaraba que poda ser
declarado escritor, todo remitente cuyo mensaje (destruyendo de esta forma,
igualmente, su naturaleza de mensaje) no puede ser resumido (a saber, una cierta prctica
del significante): condicin deca- que el escritor comparte con el loco, el charlatn y el
matemtico, pero que precisamente la escritura tiene a su cargo especificar. (Barthes, 1974,
p. 14)
Barthes concluye el dilogo de esta forma:
Veo a Sollers reducido como una cabeza de jbaro: actualmente, ya no es ms que el que
ha cambiado de ideas (sin embargo, que yo sepa, no es el nico). Pues bien, pienso que
llega un momento en que las imgenes sociales deben ser llamadas al orden (Barthes,
2002, pg. 225)
Otro homenaje a Sollers viene dado en el artculo Par dessus lpaule, sobre el que
escribe Anne Deneys-Tunney que es uno de los primeros textos escritos sobre Philippe
Sollers. Barthes era entonces, como afirma, amigo de Philippe Sollers. Este texto fue
escrito en el momento de la aparicin de la novela de Sollers titulada H (H, Paris, Le Seuil,
1973). Aunque la visin de Philippe Sollers ha cambiado, pues se dispone de una visin,
segn la autora, ms completa de esta obra proteiforme, Barthes identific y se percat de
la cuestin principal que ella propona y que no ha cesado desde entonces de profundizar
durante estos treinta ltimos aos: la cuestin de la escritura; ello en una poca en la que
607
como un globo sin cordn; al desatar mi nombre, yo me hago discontinuo (me desacralizo).
Si todos explorramos as nuestro nombre, abandonaramos nuestra infatuacin, y todo ira
tal vez mejor en la famosa comunicacin. (Barthes, 2002, pg. 254)
Otros rasgos destacables, para Barthes, en H son:
- la economa retrica (a pesar de que el libro es dispuesto secretamente a la manera del
juego): la extensin deja de ser pertinente y, en este momento, Barhtes recuerda cuntos
gneros clsicos, literarios o musicales se han definido por la dimensin de sus obras.
(Barthes, 2002, pg.254)
- La ausencia de puntuacin, que derivara en una ausencia de frases, reemplazadas por
movimientos sintcticos, briznas de inteligibilidad y no por su contrario mecnico que
sera el parloteo. La obra de Sollers, nos dice, constituye un cierto proceso de la Frase.
Aqu Barthes introduce una digresin acerca de la significacin sospechosa de la Frase, a
la que define como artefacto lingstico y cuya existencia en la palabra viva no puede
juzgarse segura (Barthes, 2002, pg.255). Esta consideracin negativa halla su explicacin
en el recelo que senta Barthes ante cualquier elemento que pudiese prestarse a acentuar
ideolgicamente el lenguaje como arma de dominacin: el recorte presuntamente lgico
del discurso implica una ideologa, instala una tirana del significado; que en cierto modo
la frase es siempre religiosa, y que sus impugnaciones son siempre reprimidas
-las singularidades tipogrficas del libro, como toda la crtica ha puesto de manifiesto.
-el pasaje de los objetos sensuales en el discurso, cuyo efecto benefactor radica en que esos
pasajes son siempre legibles: si se quiere ser ledo, escriba sensual, recomienda el crtico.
Barthes alude de nuevo a una de las implicaciones de la retirada de la frase: el imperio de
la Palabra; y se pregunta si la humanidad empez por la Palabra o enseguida por la Frase.
Aventura la respuesta de que los hombres llegaron al mismo tiempo al Lenguaje, a la Frase
y a la Ley; y que el resplandor de la palabra, su sensualidad cercada, el retorno civilizado
del Referente solamente pueden sobrevenir al discurso como un desorden conquistado.
Para Barthes la palabra solitaria, la Palabra- Reina no se ofrece a ninguna interpretacin;
son la Ley y el sentido lo que se interpreta; con la Frase, con el sentido, comienza la guerra
sangrante de los lenguajes. (Barthes, 2002, pg. 257)
-la burla de lo abstracto como una de las funciones textuales de H. Barthes pone en vigor
aqu la distincin de la escribacin y de la escritura: la escribacin se presta al resumen, la
609
escritura no. H conlleva la idea displicente del resumen en su ms alto grado. (Barthes,
2002, pg. 258)
-H no se ofrece a un anlisis convencional crtico, pues H no permite la idea general. Los
fragmentos impiden que se produzca en el comentario el fantasma de la continuidad
(Barthes, 2002, pg. 258)
-el tipo de lectura que requiere la obra. Mencionando ahora la naturaleza ilegible de la
obra, Barthes se pregunta por el modo idneo de la lectura y propone una lectura de
asombro, cercana al sentimiento amoroso. (Barthes, 2002, pg. 258)
Acto seguido, Barthes se lamenta de la falta de franqueza de la crtica que recurre a
mtodos opacos para que no se trasluzca la ideologa que la dicta o para ponerse a cubierto
de rplicas. Barthes dista de ver en ello un intento frustrado del crtico de responder y
definirse claramente bajo la diversidad ideolgica de la poca o una valoracin asptica y
racional de lnea divergente a la suya. Hace poco, nos dice el autor, la crtica era ms
ingenua-o ms franca: los postulados se afrontaban sin rodeos: el clan catlico atacaba a
Gide porque era protestante, y esto se deca claramente. Hoy en da, la depreciacin de un
autor no se hace de manera directa; ahora, segn Barthes, se desplaza el objeto del ataque;
se finge poner la mira en los seuelos, en maniques. La revisin de la crtica recibida por
H ofrece para Barthes una muestra de algunos de estos procedimientos (Barthes no la
considera errada, sino manifiestamente tendenciosa): (Barthes, 2002, pg. 259)
-Lo nuevo, por ejemplo, no se ataca de frente; esto se haca impdicamente antao, pero
eso sera en la actualidad inconveniente: seramos arrojados al lado de los pasadistas, y la
prensa quiere ser joven; por lo tanto, la negacin se traslada al adversario: H aspira a lo
Nuevo, pero no es tan nuevo como parece: sigue el recuerdo de algunos discursos sin
puntuacin (en la masa cultural de la humanidad, encontramos ejemplos de cualquier
cosa). Para Barthes esta es una estrategia sumamente capciosa: al disociar H de lo nuevo,
se afirma al mismo tiempo la hostilidad al autor, se defiende el crtico de estar opuesto a
las novedades y se deja entender que tiene una gran cultura: jaffirme mon hostilit
lauteur, je me dfends d`tre moi-mme oppos aux nouveauts et je laisse entendre que
j`ai une grande culture. El hecho de que Barthes enuncie esta triple accin posible con un
sujeto de primera persona puede responder tanto a razones estilsticas como lgicas y
argumentativas: primero, la irrupcin de la subjetividad paradjicamente resta carcter
arbitrario a la predicacin del sujeto, pues las declaraciones de intenciones del yo estn
610
menos sujetas a discusin que las imputaciones de intenciones a terceras personas; tambin
podemos apreciar un nfasis en la implicacin de Barthes en lo que est enunciando, y una
indicacin de que est o ha estado en manos de Barthes la posibilidad de proceder
igualmente.
- Otro expediente utilizable por la crtica, a juicio de Barthes, es la invocacin a la Moda.
Considerando H un efecto de Moda, se reduce el texto a un fenmeno superficial.
Asociacin que para Barthes es injusta por reduccionista y adems pertinente a una
valoracin de la Moda como un fenmeno opuesto a la alta moralidad de los valores
profundos, sinceros y estables. (Barthes, 2002, p. 259)
-Otra aagaza de la crtica, prxima a la precedente, es la inclusin en lo que podemos
denominar la camarilla: H sera el producto sofisticado, esotrico, de un pequeo grupo
de intelectuales que vivira triunfalmente en su propio aislamiento, separado de las grandes
masas de la opinin (Barthes, 2002, p. 259). Al enunciar esta forma de proceder, Barthes
muestra un grado reaccionario muy superior al que nos tiene acostumbrados: Es
evidentemente invertir los papeles: el trabajo realizado en H trabajo amplio, profundo,
alejado de todo proyecto formalista- se cierra desde el exterior: su lnea de incomunicacin
la trazan otros; la claridad o la oscuridad no son cualidades de naturaleza, sino
disposiciones elegidas por el lector: la honestidad (liberal) no consistira en decirse
primero: si usted es incomprensible, es que yo soy tonto, ignorante o mal intencionado?
Para no comunicar es preciso ser dos. Esta reflexin es, en nuestra opinin, la ms
vehemente y visceral de Barthes, al punto que dirase que Barthes se est defendiendo de
la misma crtica, vieja enemiga conocida, que lo atac a l en el pasado; ahora Barthes no
busca razones para defender la causa, sino la recusacin de los jueces.
- Otro ardid es la tctica de exclusin. Barthes, por ltimo, interpreta las respuestas
negativas de la crtica de una manera delirante: As los peridicos burgueses le dirn a
Sollers: Finalmente, lo que usted escribe es burgus; lo que usted hace no sirve a la
Revolucin. El argumento barthesiano de que la crtica pretenda dar lecciones al
adversario sobre su propio terreno, que, de hecho, es una torpeza frecuente en las
relaciones humanas, no nos parece inaudito. Lo que s nos parece inversosmil es que nazca
del propsito de retirar todo aliado a Sollers, como cree Barthes. La soledad que
experiment Barthes, ms o menos proporcional, en el asunto de la querella con Picard y
611
otras polmicas, parece planear aqu, aunque la situacin de Barthes no sea comparable
con la de Sollers. (Barthes, 2002, p. 260)
-La disociacin, figura contraria a la bien conocida de la amalgama, es otra de las figuras
supuestamente practicadas por la crtica y reprobadas por Barthes. Barthes la denomina
coloquialmente funcin gaffeuse, a cuyo servicio acta un procedimiento periodstico
que consiste en separar sistemticamente trabajos solidarios, dirigiendo cumplidos a
algunos autores para presentar los ataques a otros bajo visos de mayor objetividad, dejando
en suspenso cualquier opcin terica. Aqu Barthes se ofrece como ejemplo del que ha
recibido alabanzas por la crtica en perjuicio de sus camaradas Sollers y Kristeva. Parece,
en este apartado, que Barthes ha reaccionado contra la aplicacin del antiguo proverbio
latino, que no nombra, de divide ut vincas. (Barthes, 2002, p. 260)
En este artculo que data de 1973 atisbamos muestras de desafeccin de Barthes por
principios que haba abrazado casi incondicionalmente. Asi imaginndose en la piel de un
terico de la literatura (Si yo fuera un terico de la literatura), habla de la estructura de
las obras, de la que, segn dice, no se ocupara porque ella solo puede existir en el ojo de
ese animal particular, el metalingista. Inmediatamente compara la estructura con la
histeria, que es indudable si se le presta atencin y desaparece si se finge ignorar y termina
declarando que prefiere el espectculo (la ficcin) a la estructura, porque el final de toda
estructura es constituir una ficcin. Entendemos que Barthes destrona de nuevo la
estructura, ya anunciada en textos anteriores, y la trae a colacin de forma abrupta solo
como parte de la estrategia de defensa de la articulacin de H por Sollers.
Despus intercala algunas consideraciones acerca de la lectura y del abanico de lectores
de la obra de Sollers, de la que nos ocupamos en el apartado La lectura. La muerte del
lector y reivindica en la conclusin de su artculo el derecho a practicar una lectura
afectuosa que no sea considerada parcial. (Barthes, 2002, p. 260)
La obra de Sollers no cont con el apoyo del pblico ni siquiera de novelistas como
Alain Robbe- Grillet si leemos entre lneas su intervencin en el coloquio de Cerisy en el
que tambin intervino Barthes, defensor incondicional de Sollers, (Robbe-Grillet, Alain,
2009, pg. 27): Philippe Sollers ha reconocido l mismo, de todas maneras, en la
actualidad, su propio callejn sin salida, puesto que l no publica su Paradis en volumen.
l dice: yo voy a esperar un cierto tiempo para publicarlo. Yo dira que ha habido tambin
ese callejn sin salida, pero que es solo uno de los estados histricos de la vasta sucesin
612
de los callejones novelescos. No, yo creo que se espera todava otra cosa. Y, tal vez, se
esperara una novela, una clase de novelas, que tendra netamente ms lectores de los que
tienen las ltimas experiencias de SollersEsta apertura que se puede esperar de una
direccin imprevista (en la historia general de lo que yo llamara la entropa novelesca,
donde la literatura podr llegar un da a su propia muerte, en ese paisaje en continua
aventura), yo creo que ella descubrir all un camino totalmente nuevo, que no estar en
absoluto en la lnea de Sollers. (Robbe-Grillet, 2009, p. 27-28)
Antoine Compagnon sin intencin de difamar a Barthes, al sealar que algunas de sus
valoraciones sobre Robbe-Grillet se deban a planteamientos estratgicos, tambin
menciona el apoyo que prest a Sollers:
Barthes tait quand mme politique, il savait quel moment il tait judicieux de faire
alliance. On le voit bien la manire dont il a dfendu Robbe- Grillet- dans Critique puis
Tel Quel-, et Sollers un autre moment. Sans adhrer jamais totalement ni la literature
que produisait Robbe-Grillet, ni celle qui tait produite par Tel Quel. (Raphal Enthoven,
2010 pg.79)
Aunque Barthes, a nuestro juicio, ha prestado ms atencin a la figura del narrador que
a la de los personajes del mundo novelesco, debemos detenernos en la concepcin
barthesiana del personaje, cuyo papel representativo de una poca y de una determinada
concepcin novelstica destaca Sttafford. El crtico sostiene que el personaje literario es un
tema importante en la literatura de los aos sesenta. Barthes hace de l su teora estrella en
relacin con la promocin de lo novelesco sollersiano; la lingstica, la novela y la teora
literaria han aportado tambin su contribucin. Para Claude Bremond y Thomas Pavel, el
personaje literario desempea un papel tan central en S/Z que Barthes habra operado una
distorsin sobre su importancia en el cdigo smico (VV.AA, 2009, pg. 178). A su
entender, forma parte de la estrategia novelesca de Barthes aceptar el estatuto
contradictorio del personaje literario y explotar enseguida esta contradiccin. Su contrario,
la Despersonalizacin, incluso el anonimato, habra sido un tema mayor de la literatura
francesa de postguerra, sobre todo en el nouveau roman. En eco, prosigue Stafford, el
Barthes de S/Z sugiere que Lo que est caduco en la novela, no es lo novelesco, sino el
personaje (1970:102). Sin embargo, aprecia el crtico, Barthes parece reconocer, es decir,
aceptar la predominancia del personaje en lo literario. Desde su Introduction lanalyse
structurale du rcit en 1966, Barthes sealaba cmo los Formalistas rusos, Tomachevski o
613
Propp haban o bien considerado el personaje como despreciable o bien haban reducido el
nombre propio a una tipologa funcional de las acciones distribuidas por el relato, ideas
adoptadas en seguida por Todorov, Bremond, Greimas, Genette y Benveniste. Pero Barthes
reconoca que no hay mundo sin personaje o actante, y aada en una nota a pie de
pgina: Si une part de la littrature contemporaine sest attaque au "personnage" ce nest
pas pour le dpersonnaliser, ce qui est tout diffrent (1994 (1966): 91n2) (VV. AA, 2009,
pg. 179)
Stafford advierte que la novela radical de Philippe Sollers, Drame, datable de 1965,
deba segn Barthes, aceptar que el sujeto de esa novela, la lengua, es en s misma un tipo
de actante o personaje (1994:934). En el momento de la redaccin de S/Z, cuatro aos
ms tarde, Barthes habr convertido esta determinacin en una visin ms matizada del
personaje literario: Dun point de vue critique, il est () aussi faux de supprimer le
personnage que de le faire sortir du papier pour en faire un personnage psychologique. ()
los personajes son tipos de discursos y, a la inversa, el discurso es un personaje como los
dems. (VV.AA, 2009, pg. 180)
Lo que impide, a juicio, de Stafford, a Barthes escribir su novela en 1979 es el personaje
literario; se podran considerar las notas de conferencias que son La Prparation du Roman
como una actuacin de despersonalizacin (en la cual no hay novela, sino un acting out
de un novelista que quiere escribir), una etapa hacia la vida como literatura que Nietzshe
elogiaba. (pg.180). Prparation du Roman quiere llegar a la posicin utpica donde no
solamente el personaje es escamoteado (no hay novela, solamente lo novelesco), sino
donde el escritor, el crtico, el hombre acadmico es tambin borrado (VV.AA, 2009, pg.
182)
614
CAPTULO VII
SOBRE LOS ELEMENTOS DE ANLISIS (EL RELATO Y EL
DISCURSO)
Barthes cree que el anlisis narrativo por fuerza est condenado a un procedimiento
deductivo con la creacin de un modelo hipottico de descripcin a partir del cual buscar
las especies que a la vez participan y se separan de l. Segn su criterio, hay que considerar
la lingstica misma, que en otro tiempo se denomin Retrica, como modelo fundador del
anlisis estructural del relato. El relegamiento de la Retrica como til operativo para
Barthes, en Introduccin al anlisis estructural de los relatos, obedecera al hecho de su
aproximacin al campo de la literatura, cuando estaba separada ya del estudio del lenguaje
(Barthes, 1982, pg. 9). En El anlisis retrico, includo en Literatura y sociedad,
(Barthes, Roland, Doucy et alii, 1969, pg. 35) Barthes propone sustituir la definicin
funcional de la retrica por una definicin inmanente, estructural o informacional partiendo
de la base de que las funciones engendradas por las necesidades sociales, una vez puestas
en marcha o determinadas, adquieren una imprevista autonoma y se abren a nuevos
significados. En este ensayo Barthes define la literatura como una semitica connotativa,
como un doble sistema denotado-connotado, en el que el plano manifiesto y especfico,
que es el de los significantes del segundo sistema, constituira la retrica (Ibd., pg. 36).
Barthes sostiene en Introduccin al anlisis estructural de los relatos que le parece
razonable tener a la lingstica misma como modelo fundador del anlisis estructural del
relato. En El anlisis del relato declara que la lingstica de la connotacin, que no debe
confundirse con la vieja estilstica, ya que sta, estudiando los modos de expresin,
permaneca en el plano de la palabra; mientras que aqulla, estudiando los textos se sita
en el plano de la lengua, no est todava constituida; pero que ciertas indicaciones de los
lingistas contemporneos permiten atisbar dentro del anlisis retrico por lo menos dos
direcciones. En la primera menciona los trabajos de Jakobson y su definicin de la
literatura (obra y texto) como un mensaje que carga el acento sobre s mismo, definicin
que explicara por qu la funcin comunicativa no agota la obra literaria y que tambin,
segn Barthes, entraara una perspectiva sociolgica porque permitira evaluar
simultneamente el futuro del lenguaje literario y su situacin con respecto a los lenguajes
no literarios. La segunda exploracin del mensaje literario sera distribucional realizada por
una parte de la lingstica que se ocupa en definir las palabras no tanto por su significado
616
como por las asociaciones sintagmticas en las que pueden instalarse. El mensaje literario,
desde esta segunda perspectiva, puede ser definido como una desviacin de la asociacin
de los signos. (Doucy, Roland Barthes et alii, 1969, pg. 37).
Moriarty subraya que para aproximarse al discurso narrativo como lenguaje, Barthes
tena necesidad de dos pasos. Primero, puesto que la unidad ms amplia estudiada por la
lingstica es la oracin, para preservar el modelo lingstico, un discurso narrativo, o
cualquier otro discurso, tiene que ser considerado como una gran oracin. En segundo
lugar, para considerarlo como lenguaje, el discurso narrativo debe mostrar que incorpora el
significado y la forma, en los sentidos definidos por Benveniste. La forma de una unidad
lingstica es su capacidad para ser dividida en constituyentes de un nivel inferior, siendo
su significado-arguye Moriarty-su capacidad para participar en una unidad de ms alto
nivel. El analista tiene que estudiar el juego de niveles operativos en la narracin. En cierto
sentido, apunta el crtico, un nivel puede ser considerado independiente, pero una unidad
de un nivel dado puede participar en la total produccin de significado solo por ser
integrada en el siguiente nivel. (Moriarty, 1991, pg. 92)
Rafael Nez Ramos en Roland Barthes y el anlisis del relato literario observa cmo
el estructuralismo comenz siendo excesivamente tributario de la lingstica y la
antropologa y cmo los estudios sobre el relato parecieron alcanzar cierto rigor cuando se
ocuparon de las estructuras estables que subyacen en todo texto, pero en contrapartida
marginaron los aspectos literarios de los textos. (Nuez Ramos 1984- 1985, pgs. 143-150)
Barthes reconoce en Introduccin al anlisis estructural del relato que el anlisis del
discurso se halla todava en un nivel rudimentario. No obstante, destaca la aportacin de T.
Todorov, que retomando la distincin de los funcionalistas rusos, propone trabajar sobre
dos grandes niveles, ellos mismos subdivididos (Barthes, 1982, pg. 11): la historia
(argumento) que comprende una lgica de las acciones y una sintaxis de los personajes,
y el discurso que comprende los tiempos, los aspectos y los modos del relato.
A su vez Barthes propone tres niveles de descripcin (Ibd., pg. 12): el nivel de las
funciones (en el sentido que esta palabra tiene en Propp y en Bremond), el nivel de las
acciones (en el sentido que esta palabra tiene en Greimas cuando habla de los personajes
como actantes) y el nivel de la narracin (que es grosso modo, el nivel del discurso en
Todorov). Niveles que estaran ligados entre s segn una integracin progresiva: una
funcin solo tiene sentido si se ubica en la accin general de un actante; y esta accin
617
misma recibe su sentido ltimo del hecho de que es narrada, confiada a un discurso que es
su propio cdigo.
Rafael Nez explica qu diferencia reviste el concepto de funcin en Propp y en
Barthes (Nez, Rafael, 1984-1985, pg. 144). Propp conceba la funcin como la accin
de un personaje considerada desde el punto de vista de su participacin en el desarrollo de
la intriga. Vinculado el concepto, nos dice, a la conducta de los personajes, el
encadenamiento de las funciones no haca otra cosa que traducir la lgica del
comportamiento humano, segn mostraran los anlisis de Bremond; por su parte, Barthes
despojara el concepto de su valor puramente antropolgico.
Barthes en un ensayo posterior La concatenacin de las acciones 1969 (Patterns of
Literary Style, compilado por Joseph Strelka y recogido en La aventura semiolgica, 2009,
pgs. 267-268) nos brinda un resumen de las aportaciones realizadas en el campo de los
anlisis estructurales destacando, acto seguido, su aportacin personal que consistira en
una revalorizacin de aquellas funciones que tienen la apariencia de ser ftiles y
maquinales. Barthes, adems, cita y nos remite a pie de pgina, en contra de su costumbre,
a los trabajos de estos estructuralistas:
Se sabe que, segn los primeros anlisis estructurales del relato, un cuento es un
encadenamiento sistemtico de acciones, distribuidas entre un pequeo nmero de
personajes cuya funcin es idntica de una historia a otra. Analizando algunos cientos de
cuentos eslavos, Vladimir Propp tuvo el mrito de establecer la constancia de los
elementos (personajes y acciones) y de las relaciones (encadenamiento de las acciones) que
constituye con seguridad un cuento popular. Pero esta forma sigue siendo en Propp un
esquema, un diseo sintagmtico, surgido por abstraccin de los rumbos seguidos por la
accin en cuentos distintos. Levi- Strauss y Greimas, completando y rectificando a Propp,
intentaron estructurar este mtodo acoplando las acciones de la sucesin narrativa,
separadas en el curso por otras acciones y cierta distancia temporal, pero ligadas entre s
por una relacin paradigmtica de oposiciones (por ejemplo, carencia del hroe/reparacin
de esa carencia). Bremond, finalmente, estudi la relacin lgica de las acciones narrativas,
en la medida en que esta relacin remite a cierta lgica de los acontecimientos humanos,
sacando a la luz, por ejemplo, cierta estructura constante de la estratagema o del fraude,
episodios muy frecuentes en el cuento.
618
hacer y los otros a una funcionalidad del ser. Ambas unidades pueden permitir una cierta
clasificacin del relato: as algunos relatos son marcadamente funcionales (como los
cuentos populares) y otros son marcadamente Indiciales (como las novelas psicolgicas)
pasando por una serie de formas intermedias. Dentro de estas dos clases establece una
jerarqua. As dentro de las Funciones advierte que algunas constituyen verdaderos
nudos del relato, a las que llama cardinales, y otras no hacen ms que llenar el espacio
narrativo que separa a las funciones nudo, a las que llamar catlisis. Barthes determina
como requisito para considerar una funcin cardinal, el que la accin a la que se refiere
abra (o mantenga o cierre) una alternativa consecuente para la continuacin de la historia.
La funcionalidad de las funciones cardinales sera doble tanto cronolgica como lgica,
mientras que la de las catlisis sera cronolgica y no consecutiva. La funcin constante de
la catlisis es, segn Barthes, una funcin ftica, la de mantener el contacto entre el
narrador y el lector (Ibd. pg. 16).
Podemos constatar que el concepto de catlisis es empleado por Barthes con otro valor
especfico en El anlisis del relato publicado en Literatura y sociedad, Problemas de
metodologa en sociologa de la literatura, (Doucy, Barthes Roland et alii, 1969, pg. 37)
donde expone que las palabras se asocian entre s en base a una cierta escala de
probabilidades: perro se asocia espontneamente a ladrar, pero difcilmente a maullar,
aunque sintcticamente nada impida la asociacin de un verbo y un sujeto; a este
henchimiento sintagmtico del signo se le suele dar el nombre de catlisis. La catlisis,
agrega Barthes, mantiene una estrecha relacin con la especialidad del lenguaje literario;
dentro de ciertos lmites que han de estudiarse, cuanto ms aberrante es la catlisis ms
patente es la literatura.
Rafael Nez destaca la importancia de las catlisis en el ensayo de Barthes y recalca
que no se hallan sometidas a la intriga y que poseen lo que Tomachevski llama la funcin
de producir el efecto de realidad y abrir las vas de la imaginacin, como afirmar
posteriormente Barthes en Leffet du rel (Communications, n 11, Le Vraisemblable,
1968). Pero las catlisis, agrega Rafael Nez, recuperan una potencia significadora
inimaginable cuando suponen, simultneamente, un nuevo tipo de unidad, el indicio.
(Nez, 1984-1985, pg. 145)
Barthes distingue entre indicios propiamente dichos, que remiten a un carcter, a un
sentimiento, a una atmosfera, a una filosofa, e informaciones, que sirven para identificar,
620
investigadores actuales (Lvi- Strauss, Greimas, Bremond, Todorov) que, segn Barthes,
podran suscribir la proposicin de Lvi- Strauss: el orden de sucesin cronolgica se
reabsorbe en una estructura matricial atemporal. El anlisis actual tiende a descronologizar
el continuo narrativo y a tornarlo lgico. Para Barthes, siguiendo ahora a Propp, el tiempo
no pertenece al discurso propiamente dicho sino al referente: el verdadero tiempo es una
ilusin referencial, realista, como lo muestra el comentario de Propp y es a ttulo de tal
que debe tratarlo la descripcin estructural (Ibd., pg. 19).
Despus de remitirse a las contribuciones de Greimas, Bremond y Todorov en la
determinacin de la lgica que se impone a las principales funciones del relato, plantea la
cuestin de quin es el dador del relato y enuncia tres concepciones (Ibd., pg. 26). La
primera, segn la cual el relato es emitido por una persona en el sentido plenamente
psicolgico del trmino, el autor en el que se mezclan la personalidad y el arte para escribir
una historia. La segunda en la que el narrador es una suerte de conciencia total,
aparentemente impersonal, que emite la historia desde un punto de vista superior, el de
Dios: el narrador es a la vez interior a sus personajes (puesto que sabe todo lo que sucede
en ellos) y exterior (puesto que jams se identifica con uno ms que con otro). La tercera,
la ms reciente (Henry James, Sartre) sealara que el narrador debe limitar su relato a lo
que puedan observar o saber los personajes: todo sucede como si cada persona fuera a su
vez el emisor del relato. Barthes considera estas concepciones igualmente molestas en la
medida en que las tres parecen ver en el narrador y en los personajes personas reales,
vivas, como si el relato se determinara originalmente en su nivel referencial (se trata de
concepciones igualmente realistas). Barthes estima que narrador y personajes son
esencialmente seres de papel y cree que no ha de confundirse el autor material de un
relato con el narrador de ese relato. Los signos del narrador, nos dice, son inmanentes al
relato, mientras que el autor no dispondra de tales signos en el discurso, pues para ello
sera necesario suponer que existiese entre la persona y su lenguaje una relacin signaltica
que hara del autor un sujeto pleno y del relato la expresin instrumental de esta plenitud.
Moriarty, tras recordar que el estructuralismo pone en parntesis las intenciones
actuales del autor y los efectos actuales de la narrativa en los lectores reales, sostiene que
por el momento Barthes en este ensayo se concentra en los signos del narrador. El narrador
es, como el carcter, simplemente el lugar donde un nmero de signos estn integrados y la
comunicacin de conocimiento, por ejemplo, es una marca de la presencia del lector, como
aqul que carece de conocimiento. (Moriarty, 1991, p. 96),
622
La narracin propiamente dicha conoce, nos indica, dos sistemas de signos, personal y
apersonal, que no presentan forzosamente marcas lingsticas que aludan a la persona (yo)
y a la no-persona (l). El apersonal sera el modo tradicional del relato (Barthes, edicin de
1982, pg. 27), dado que la lengua ha elaborado todo un sistema temporal propio del relato
(articulado sobre el aoristo), destinado a suprimir el presente de quien habla. Sin embargo,
reconoce, la instancia temporal ha invadido poco a poco el relato siendo contada la
narracin en el hic et nunc de la locucin (definicin del sistema personal). La novela
psicolgica, puntualiza Barthes, est extraordinariamente marcada por una mezcla de
ambos sistemas, movilizando los signos de la no persona y de la persona (Ibd., pg. 28).
La psicologa, prosigue, no puede conformarse con un puro sistema de la persona, pues al
referir todo el relato slo a la instancia del discurso, o si se prefiere al acto de locucin,
queda amenazado el contenido mismo de la persona: la persona psicolgica (de orden
referencial) no tiene relacin alguna con la persona lingstica, la cual nunca es definida
por disposiciones, intenciones o rasgos, sino solo por su ubicacin codificada en el
discurso. Barthes apunta tambin al cambio de concepcin en el relato: hoy escribir no es
contar, es decir, que se cuenta, y remitir todo el referente (lo que se dice) a este acto de
locucin; por esto una parte de la literatura contempornea ya no es descriptiva, sino
transitiva y se esfuerza por realizar en la palabra un presente tan puro que todo el discurso
se identifica con el acto que lo crea, siendo as todo el logos reducido-o entendido- a una
lexis.
Moriarty recurre para explicar los postulados de Barthes a la distincin de Benveniste
entre discurso e historia. Historia es la presentacin de hechos que ocurren en un momento
dado, sin ninguna intervencin por la parte del narrador. Est apoyada en la tercera persona
(para Benveniste una no persona); en francs se usa el pasado histrico, un tiempo
puramente narrativo; la historia, en resumen, parece contarse a s misma. El discursocontina-es operativo cuando una persona se dirige a otra; donde una relacin entre
primera y segunda persona est en accin. Barthes, segn Moriarty, modifica esta
distincin extendiendo el modo persona (el que Benveniste llama discurso) para cubrir no
solo las pronunciaciones de la primera persona, sino aquellas pronunciaciones de la tercera
persona que podran ser reescritas en la primera persona. Esta distincin hara posible
clasificar las narraciones segn el tipo de pronunciacin que predomine. Moriarty cree que
Barthes est sugiriendo que hay un cambio histrico hacia la prevalencia del modo
personal. Este modo no ha de confundirse con la expresin de la subjetividad psicolgica.
623
626
Entre los estudios que se han realizado sobre esta obra es muy destacable la exposicin
de ngeles Sirvent, de la que ofrecemos un resumen a continuacin.
ngeles Sirvent explica con gran claridad la esencia de este trabajo de Barthes:
Reconociendo pues la homologa existente entre el nivel frstico y el nivel discursivo
Barthes observa en el relato-siguiendo adems a Greimas- las mismas categoras que
componen la frase: los sujetos aparecen opuestos a los predicados verbales, e igualmente
podemos encontrar, transformadas y aplicadas al relato, categoras verbales como los
tiempos, aspectos, modos o personas. As, la tipologa actancial propuesta por Greimas
encuentra en los diversos personajes del relato las funciones elementales del anlisis
gramatical. El punto de partida del anlisis estructural se establece en la teora lingstica
de los niveles, postulada por la Escuela de Praga y clarificada, segn Barthes, por Emile
Benveniste. (Sirvent, 1989, p. 189)
ngeles Sirvent desaprueba que Barthes anule el sentido en las relaciones
distribucionales, que, a juicio de la autora, se puede explicar por s mismo. A continuacin,
seala las convergencias y las divergencias del anlisis estructural de Barthes con los
principales tericos del tema que le habran servido de fuente, apartado que transcribimos
en su totalidad por su valor didctico: (Sirvent, 1989, p. 190)
Para realizar el anlisis estructural del relato debemos pues distinguir los diversos niveles
de descripcin y establecer a continuacin unas relaciones jerrquicas, integradoras. Estos
niveles variarn segn los autores. Para Todorov existen dos niveles: la historia, que
englobara una lgica de las acciones y una sintaxis de los personajes, y el nivel del
discurso, en donde se observaran los tiempos, aspectos y modos del relato (Tzvetan
Todorov, Les catgories du rcit littraire, Communications, n 8, 1966 y Lanalyse
structurale du rcit, Paris, Seuil, Points, 1981, pp. 132-153, citado por Sirvent, 1989, p.
191)
ngeles Sirvent nos recuerda que los trminos historia y discurso haban sido ya
formulados por Emile Benveniste, aunque en realidad fueron los formalistas rusos, como
dice Tomachevski, los que establecieron tal dualidad al confrontar la fable (lo que haba
ocurrido) al sujet (forma en que es conocido por el lector) (B. Tomachevski en
Todorov, Thorie de la littrature, Paris, Seuil, 1965, p. 268, citado por Sirvent, 1989, p.
191).
629
Barthes, sin embargo, establece tres niveles: el de las funciones, en el sentido de las
funciones de Propp y Bremond, es decir, de unidades sintagmticas que permanecen
constantes a pesar de la diversidad de relatos, el de las acciones, entendidas en el sentido
de los actantes de Greimas y por ltimo el nivel de la narracin, que correspondera
aproximadamente, como dice Barthes, al nivel del discurso de Todorov. En realidad,
ambas concepciones no estn tan alejadas si tenemos en cuenta que la lgica de las
acciones de Todorov, que al fin y al cabo corresponde a las funciones, es tomada en parte
de Bremond, y la problemtica del personaje en Todorov sigue, aun con ciertas variantes,
la formulacin de Greimas. (Sirvent, 1989, pgs. 191 y 192)
Sirvent observa que esta etapa Barthesiana, al relegar el nivel de las funciones al plano
del significado, est muy alejada de aqulla en la que reivindicar el placer del significante.
(Sirvent, 1989, p. 192)
La autora postula que aplicando la teora de los niveles de Benveniste a las funciones
barthesianas se puede concluir que las funciones distribucionales, caracterizadas por las
relaciones distribucionales, componen la articulacin del relato. Corresponderan a lo que
Benveniste ha denominado como la forma. Frente a ellas, las funciones integrativas,
cuyas unidades se integran en otras de orden superior, darn lugar al sentido. Respecto a
la forma del relato expone que sta se encuentra sometida a dos tipos de circunstancias:
la distorsin y la expansin. (Sirvent, 1989, pg. 196)
ngeles Sirvent considera que se puede estudiar el suspense como una manifestacin
de la distorsin narrativa, como una interrupcin de una secuencia que Barthes analizar en
S/Z con el nombre de cdigo hermenutico. Gracias a esta posibilidad de ruptura o de
entrelazado, la lgica del relato se separa de la lgica de la realidad. Barthes habla as de
un tiempo de relato temps logique que nada tiene que ver con el tiempo real. (Sirvent,
1989, pg. 197)
La autora clarifica que el sentido es una entidad estructural que nada tiene que ver con
el sentido que el mundo ofrece. Si el relato posee un sentido, escribe, no es porque tales
acciones correspondan a acciones posibles, como se planteara si se considerara el relato
como una prctica mimtica, sino gracias a su sintaxis narrativa, gracias a que la lengua del
relato, fuertemente estructurada, permite la integracin. (Sirvent, 1989, p. 198)
630
Sirvent expone que de los distintos modelos que Propp, Bremond, Todorov y Greimas
ofrecen para el estudio de los personajes Barthes escoger el modelo semntico de este
ltimo que estructuraba los diferentes personajes del relato segn tres pares de actantes:
sujeto/objeto, donador/destinatario y adyuvante/ oponente, actantes que aparecern segn
participen respectivamente en los ejes semnticos de la comunicacin, del deseo o la
bsqueda y de la prueba. La autora hace hincapi en que un actante puede englobar a
diferentes actores, diferentes personajes a los que se aplicarn las reglas de
multiplicacin, de sustitucin o de carencia, de duplicidad, etc.; gracias a ellas el modelo
estructural de Greimas con un pequeo nmero de actantes permitir el anlisis de gran
cantidad de relatos. (Sirvent, 1989, p. 199)
Sirvent nota que con ello se estara variando la consideracin del protagonista de la
historia, que no sera una persona psicolgica sino una persona gramatical. Tambin pone
su nfasis Barthes en que el autor material del relato no se confunda con el narrador de tal
relato, que sera una especie de persona lingstica; los signos del narrador se encuentran
en el propio relato y, por lo tanto, son perfectamente localizables gracias al anlisis
semiolgico. (Sirvent, 1989, p. 201)
631
S/Z
ante una teora liberadora del significante que libera al significante y que encuentra su
propia libertad por orden de esta accin misma, y que esta teora se extrae de la
experiencia-la prctica- de la lectura. (Heath, 1974, pg. 92)
Franois Flahault en Sur S/Z et l`analyse des rcits (Potique, 1981, n 47) opina que
la obra es un trabajo comparable al de Bacherlard con las obras de potica. Este arte de
reconstruir por la escritura los efectos, sentidos y degustados, del texto objeto implica que
ste haya sido instituido como substancia, fuente de placer, nos dice. El lector (Barthes)
experimenta cierto bienestar dejando desarrollar en l las emanaciones de Sarrasine; y, a
su vez, escribiendo S/Z las prolonga a su gusto y las punta con intensidades.
La importancia de esta obra es realzada por Culler que la define como la summa de
Barthes-un compendio de sus opiniones sobre literatura y un lugar de encuentro de
proyectos comnmente considerados contradictorios. Por una parte exhibe un impulso
metalingstico y cientfico considerable; desmenuza la obra en sus partes constitutivas,
nombra y clasifica con un espritu racionalista y cientfico. En su intento de explicar cmo
los lectores extraen sentido de las novelas, construye la potica esbozada en Crtica y
verdad. El hecho de que, agrega Culler, S/Z haya sido tenido por ejemplo extremo tanto
del estructuralismo como de postestructualismo sugiere que debemos considerar esta
distincin con sospecha. Para Culler esta obra abra un camino nuevo a los estudiosos de
Balzac. (Culler, 1987, pgs. 102- 103)
Andrew Brown en su obra Roland Barthes, The figures of writing opina que en Barthes
encontramos una revuelta contra la clase de purismo que declara toda interpretacin ilcita.
Tal purismo- prosigue- adopta formas religiosas, como la iconoclastia, la prohibicin de las
imgenes. Pero tal prohibicin tiende a generar imgenes de diferentes clases, verbales o
conceptuales. Aade que la decisin de Barthes es que la interpretacin debe ser plural
como expuso en Crtica y verdad y que el trabajo del crtico, ahora, es aplicar los modos
interpretativos de la propia poca- Marxismo, psicoanlisis, estructuralismo, y ello tanto a
textos contemporneos como a textos del pasado. Para Brown S/Z es la plasmacin ms
fiel de este propsito por ser una obra en la que los diferentes sistemas se interfieren
mutuamente y no son separables del texto que analizan. As Barthes hara uso de las
energas del psicoanlisis con su fundamental categora de la castracin para explicar por
qu Sarrasine mostrara tal preocupacin con el topos algo procedente de la nada en el
sentido econmico. Un anlisis puramente marxista de Sarrasine podra determinar que la
633
texto y contexto o barniz interpretativo por un lado, y entre los diferentes niveles
simblicos del texto y del sistema interpretativo por el otro lado. Brown aprecia que la
segunda clase de pluralismo en la interpretacin est ms cercana a la deconstruccin que
la primera clase de cariz ms historicista, pero le resulta difcil encontrar algn ejemplo de
anlisis deconstructivo sostenido en la obra de Barthes: S/Z es menos una obra de
deconstruccin que un estructuralismo explosionado, un anlisis estructural del relato en el
cual vemos el anlisis desestructurante, ms bien que la deconstruccin misma. Donde la
deconstruccin est consignada a un modo relativamente negativo, intentando desdecir
ms que decir de nuevo, Barthes est preparado a aportar su propio dibujo, to porre as well
as levare (Brown, 1992, pg. 161)
En el apartado From Scribbler to sculptor Brown expone la forma en la que Barthes
concibe el proceso de referencia en S/Z sin resolver sus problemas: en lugar del lenguaje
refirindose a un mundo exterior, el acto de referencia mismo es una clase de sealamiento
de una escritura a otra- aqu no hay necesidad de un salto desde una categora (la palabra) a
otra (el mundo) puesto que ambas estn subsumidas bajo la categora de escribir. Esto es,
en parte, porque Barthes piensa que la percepcin no puede ser separada del lenguaje en el
cual lo que es percibido es transcritoPor tanto escribir es menos representar el mundo
que continuarlo como un tissu, un rseau dcritures- et non un tableau que lcrivain
extrairait de sa conscience ou de la ralit. Y la creencia de Barthes de que el mundo est
ya escrito es en parte una consecuencia de aceptar seriamente la idea de Derrida de archicriture: en otras palabras Barthes piensa que toda articulacin es una clase de escritura,
dividiendo el mundo en diferentes aspectos en el verdadero acto de percepcin o en el
verdadero acto de la accin... (Brown, 1992, pgs. 163 y 164)
Moriarty, por su parte, en The post structural analysis of narrative expone los rasgos
que van alejando S/Z del estructuralismo. Hacia 1970 Barthes haba perdido la paciencia: la
exhaustiva tarea del anlisis es ahora considerado finalmente indeseable. El segundo
componente que observa en la crtica de Barthes al estructuralismo es la afirmacin del
valor. Plantear la cuestin del valor no es preguntar Qu es esto? sino Qu es esto para
m? (BL., 280/247). Esta no era una cuestin que la teora, indiferente al valor, pudiera
contestar () La evaluacin ahora estara ligada al deseo: al deseo de escribir y a liberar el
deseo de escribir de otra persona (Moriarty, 1991, p. 118). La lectura, para Barthes no es
un cruce entre dos entidades independientes, texto y yo. El yo es una pluralidad de otros
textos o cdigos, a los que no puede ser asignado ningn punto de origen, lo mismo es
635
contra S/Z apuntaban al rechazo de recurrir a las informaciones externas al texto, que
conduce a privarse de una cierta inteligencia de ste y a alentar un modo de lectura
impresionista susceptible de conducir a lo arbitrario y al parloteo. La primera acusacin,
prosigue Andrea del Lungo, recaa sobre la postergacin voluntaria de todo elemento
biogrfico, en particular el sujeto de la madre castradora, un tema que solo poda ser
comprendido si se piensa en las relaciones de Balzac con su propia madre. La segunda
acusacin concerna al olvido de la Historia y a la negligencia de los aspectos sociopolticos de un texto publicado algunos meses despus de la revolucin de Julio de 1830.
Andrea del Lungo, tras tomar nota de la ltima observacin crtica de Barberis
concerniente a la carga simblica sexual de Sarrasine explicable en funcin de las
relaciones de produccin, reproduce textualmente una de las deficiencias que descubra
Barberis en S/Z: la lectura de Barthes peca por idealismo y revela una especie de
primitivismo cultural, segn el cual se podra prescindir del corpus y hacer la metodologa
sin contenido (VV.AA., 2002, p. 113). Andrea del Lungo constata con sorpresa que
durante los aos setenta la crtica balzaciana no se pronuncia con la salvedad de Citron que
publica en L`Anne Balzaciane de 1972 el artculo titulado Interpretacin de Sarrasine,
interpretacin que se eleva punto por punto contra la de Barthes sin explicitarlo y
dirigindose ms al artculo de Jean Reboul que al autor de S/Z (Ibd., 2002, pg. 114).
Para este crtico, nos explica Andrea del Lungo, el sentido profundo de la novela resida en
el contraste entre dos formas de sexualidad: la de Sarrasine, que revela tendencias
inconscientemente homosexuales; y la del narrador, situado bajo el signo de la castracintema que Barthes ha extrado en S/Z donde l ha tenido fugitivamente la intuicin de la
verdad sin conseguir, en razn de las limitaciones impuestas por su mtodo, esclarecerla
completamente (VV.AA., 2002, p.115). Andrea del Lungo atribuye al influjo de estos
crticos el silencio sobre la obra de Barthes que no ha experimentado una revalorizacin
con el cambio de rumbo operado por los comentaristas de Balzac. Ms cercana en el
tiempo, la obra de Bremond y Pavel De Barthes a Balzac constituye tambin una
valoracin negativa de la aportacin Barthesiana. Desde la introduccin, apunta Andrea del
Lungo, los autores subrayan que en la ptica de Barthes, Balzac serva de ejemplo inslito
y vagamente vergonzoso de una especie que el devenir de la modernidad haba
determinado volver obsoleto: los escritores que...se obstinaban en producir lo legible.
Estos autores declaran que ha llegado el tiempo de desprender a Sarrasine del abrazo
barthesiano para defender y valorizar precisamente el rasgo que Barthes se esforzaba en
despreciar: su inteligibilidad. La segunda parte de la obra, debida a Bremond, se dedica a
637
atacar las incoherencias, que detectaba, de los cinco cdigos de S/Z y a poner en evidencia
que Barthes ha repudiado todo espritu de sistema (VV.AA., 2002, p.120). Esta lnea ha
sido abandonada por Nicole Mozet para quien, prosigue Andrea del Lungo, el verdadero
problema de la crtica es encontrar un trmino medio entre el delirio interpretativo
denunciado por Bremond y Pavel, y ese positivismo crtico que deja tambin escapar una
parte esencial del sentido. Mozet reconoce que, tras Barthes, se ha deconstruido cualquier
cosa no importa cmo, pero S/Z sacuda las rutinas de lectura y comunicaba el deseo de
leer a Balzac (VV.AA, 2002, p.121). Despus de hacer este recorrido por las vicisitudes
valorativas que ha sufrido S/Z a merced de los expertos de Balzac, Andrea del Lungo
destaca tres aportaciones barthesianas que mereceran una mayor atencin que la hasta
ahora recibida: primero, la idea del texto como tejido. Esta hiptesis implica a la vez una
lectura lineal y mltiple que se aplica muy bien al texto de Balzac; en segundo lugar, la
idea de la mmesis como copia, como representacin de una representacin ya codificada
cultural y artsticamente. El realismo, remarca Andrea del Lungo, reenva menos al mundo
que al discurso del mundo; en tercer lugar, la inscripcin de los saberes y sobre todo la
redefinicin de stos en el texto de Balzac. (VV.AA., 2002, p. 121-122)
Aunque son citados como casi visceralmente opuestos a Barthes por Andrea del Lungo
encontramos en Claude Bremond y Thomas Pavel algunas observaciones interesantes
sobre S/Z atinentes a la consideracin barthesiana del autor y del lector y al mtodo de
lectura practicado por el autor en esta obra, aunque, tal vez, en aras de conferir cierto
humor al texto un tanto extremas. Presentan S/Z como la defensora de una nueva visin de
la multiplicidad inherente a las obras literarias en su obra De Barthes Balzac, fictions
dun critique, critiques dune fiction. Un armazn de cdigos, nos dicen, engendra una
multitud de ecos cuyos reencuentros fortuitos e impersonales se llaman texto literario, en
un sentido nuevo del trmino. El escritor y el lector no gozan de ninguna prioridad y, como
el autor, el lector se sirve del texto para hacer resonar los grandes cdigos a su manera en
una operacin narcisista y aleatoria cuyo resultado es la reescritura, y si se tiene en cuenta
las relecturas sucesivas, la rescritura indefinida del texto. Ambos autores creen que Barthes
ha primado la atencin flotante tomada del psicoanlisis frente a la objetividad de la
estilstica y la concentracin subjetiva de la fenomenologa. El texto, critican con cierto
sarcasmo, est para servir al placer de un lector arbitrario y hedonista y la finalidad del
acto crtico se identifica con el gran asunto de la modernidad, que es la desintegracin del
Signo, opresor de la humanidad desde la aurora de los tiempos. Describen el mtodo
638
lectura de Sarrasine de Balzac. S/Z, recalca Lavers, apareci en 1970, el mismo ao que El
imperio de los signos, y estos dos textos, que, cada uno a su modo, ejemplificaban las
sensuales y sistemticas facetas de su autor, tambin representaban dos de las muchas
estrategias que el us en su asalto sobre el sentido unvoco, o quizs sobre el sentido
totalmente (Lavers, 1982, pg. 197).
Lavers aprecia la dificultad que entraaba para Barthes el hecho de que ya hubiera sido
analizada la obra por uno de los discpulos de Lacan, J. Reboul, y as llegara a Barthes ya
excesivamente determinada. Pues supona un obstculo para alguien que, al tiempo que
pretende de-construir el significado, se apoya de hecho en una sntesis de economa,
psicoanlisis y teoras literarias lingsticamente inspiradas, que es mucho ms fuerte como
dominio de lo que cualquiera de sus componentes podran haberlo sido aisladamente.
(Lavers, 1982, pg. 198)
Lavers advierte varios puntos en comn entre S/Z y Ensayos crticos. As el que Barthes
haga uso de varias metforas, como en Ensayos crticos cuando l intentaba formular su
nueva doctrina de la literatura; la misma-aade Lavers- ambigedad entre el orden
espontneo de naturaleza y la voluntad arbitraria de los seres humanos es observada en
ambos textos. (Lavers, 1982, pg. 200)
Ivn Villalobos Alpzar (2003, pg. 137-145) despus de poner de manifiesto la
influencia de Kristeva difusora de los trabajos de Bajtn, seala que la diferencia entre
Barthes y Kristeva radica en que para el primero todas las prcticas semiticas vienen a ser
reducibles al modelo lingstico, ya que Barthes invierte el programa semiolgico
saussureano que subordinaba la lingstica, en tanto sistema particular de signos, a la
semiologa como ciencia general de stos. Por el contrario, para Kristeva la semitica no
puede reducirse a las categoras lingsticas, so pena de empobrecer las diversas
manifestaciones que trascienden las categoras de la lengua. No obstante, en favor de
Barthes dice que su lingstica va ms all de la lingstica de los lingistas.
Villalobos destaca en este trabajo la trascendiencia que la teora de la intertextualidad
tiene sobre la teora de la lectura. A una teora de la intertextualidad debe ser concomitante
una teora de la lectura- Segn la teora de la intertextualidad, la lectura no es un acto
ingenuo, una correpondencia entre palabras y cosas, el paso de la letra leda a la cosa
referida.
642
Para Pozuelo Yvancos, como expone en la obra Teora del lenguaje literario, S/Z es la
obra cuyo lxico y conceptos reflejan mejor que ninguna otra la influencia derridiana.
Opina que el libro de Barthes presenta el estadio ms desarrollado y extremo de la ruptura
con la lengua literaria como principio objetual y discernible y, an ms, la ruptura del
signo como aliquid pro aliquo. Adems, llega a decir que S/Z es conscientemente el final
de la crtica y se constituye en un ejercicio de retrica acerca de la imposibilidad de la
interpretacin y del sentido. Observa que Sarrasine tiene aproximadamente trece mil
palabras y el comentario de Barthes unas setenta y cinco mil, repartidas en quinientas
sesenta y una lexas (unidades variables de lectura) examinadas segn cinco cdigos que se
van combinando sin un sistema y que pretenden dar cuenta de las mltiples connotaciones
y estratos posibles que intervienen en la lectura. Para este crtico el prefacio terico de la
obra es un programa de la deconstruccin llevada a la crtica prctica de un texto y al
mismo tiempo la justificacin de un exceso retrico (Pozuelo Yvancos, Ibd., pg. 148).
Yvancos expone resumidamente lo que le ha parecido ms significativo de S/Z: En primer
lugar y contra otros, Barthes comienza afirmando la irreductible individualidad de cada
texto sometido solo al paradigma infinito de la diferencia. (Barthes, 1970, pg. 10). La
nica evolucin posible es la de una prctica, la de la escritura, y un nico valor: lo
escribible. Los textos escribibles no son una cosa, sino un modelo productivo de
diferencias, de negaciones de sustituciones. Por ello, interpretar un texto no es darle un
sentido, sino apreciar su pluralidad, su continua mise en abyme, la prctica de una
galaxia de significantes y no una estructura de significados (ibd. pgina 12), en l no hay
comienzo, todo es reversible, se accede por mltiples entradas sin que ninguna pueda
llamarse principal, los cdigos que moviliza son indecidibles, no es posible una decisin
sobre su sentido, su nica medida es el infinito del lenguaje. La connotacin no es una
nueva pluralidad de lecturas sino una diseminacin de los sentidos (ibd. pg. 15), porque
la lectura no es inocente, sino el concurso del yo (lector), que es una pluralidad de otros
textos, de cdigos infinitos. La lectura es un trabajo de lenguaje, de nombrar los sentidos,
no de encontrarlos. No hay objetividad posible que seale la verdad de esa actividad de
nombrar los sentidos puesto que se cumple en el acto mismo de realizarlo. Barthes
explcitamente niega la construccin del texto (ibd. pg. 18) y relaciona esa falta con la
nocin de diffrence, de espaciamiento o aplazamiento infinito: el constante
desmoranamiento o deslizamiento (glissement) del sentido.
645
Bremond y Pavel puntualizan que Barthes estaba a la bsqueda de una visin nueva de
la individualidad del texto. As glosan la definicin de Barthes: Esta diferencia es, al
contrario, una diferencia que no se detiene y se articula sobre el infinito de los textos, de
los lenguajes, de los sistemas: una diferencia de la cual cada texto es la vicisitud en los
siguientes trminos: Esto viene a decir que la diferencia del texto obnubilada por el
anlisis estructural de los relatos, no es una marca de la individualidad concreta, sino la de,
precisamente, la falta de individualidad. Para estos autores Barthes ha generalizado
metafricamente la propiedad de los sistemas semiolgicos, en los que cada signo se define
por la sola propiedad de no ser idntico a ninguno de los otros signos, por la sola diferencia
que lo opone a todos los otros elementos del sistema, a la literatura, de modo que cada
texto literario individual sera el espacio indeterminado a travs del cual circulan las
sombras negativas de los otros. Como las diferencias, prosiguen Bremond y Pavel, son por
definicin negativas e inaprensibles individualmente, no es fcil establecer una tipologa de
los textos a partir de ellas. La nica posibilidad que encuentra Barthes consiste en enlazar
la evaluacin tipolgica de los textos a la prctica de la escritura. As distingue entre lo que
hoy es posible escribir y lo que no, eligiendo como valor lo escribible (Claude
Bremond/Thomas Pavel, 1998, pgs. 52 y 53) que, como observan ambos autores, es un
ideal que en ciertos pasajes parece oponerse a la bsqueda clsica de la legibilidad.
Despus de recopilar los pasajes en los que Barthes hace mencin de esta categora
exponen de manera sumativa (Ibd., pg. 54) todos los rasgos que lo conforman y lo
acompaan de una valoracin negativa: Norma literaria raramente realizada, opuesta a la
legibilidad clsica, confundindose con su propia crtica, pero escabullndose ante los
sistemas conceptuales ya constituidos, y representando el acto de escribir en su vivacidad
huidiza, lo escribible tiene todos los rasgos de una actividad de lite, atestada de teora,
inaprensible en sus propsitos, y tan caprichosa en sus juegos como la escritura automtica
de los surrealistas. No obstante, ya haban interpretado, de manera ms simple que
Barthes, que la prosa escribible es, a la vez, literatura y reflexin activa sobre la literatura.
Las primeras pginas de S/Z (Claude Bremond/Thomas Pavel, 1998, pg. 55), prescriben
Bremond y Pavel, debern leerse como la condenacin en trminos histricos de los textos
legibles, irremediablemente superados, en favor de la vanguardia escribible, nica forma
concebible de escritura contempornea.
En el ensayo La concatenacin de acciones de 1969 incluido en La aventura
semiolgica (ed. 2009) Barthes haba aludido a la diferencia entre el lector y el crtico
646
647
solo puede venir de una literatura que abole el circuito autor-lector concediendo a ste
ltimo un papel en la produccin del texto. Tambin perciben en este aspecto los ecos
del nietzscheismo semiolgico, doctrina muy estimada en la poca, que rehusaba a los
fenmenos textuales todo sentido pre-establecido. Ambos admiten provisionalmente esta
homologa, pero no consideran verosmil que se derive de la asimetra que se establece
entre los productores y los consumidores en el intercambio mercantil una relacin de
sometimiento (Claude Bremond/Thomas Pavel, 1998, pg. 57).
Culler, en cambio, aborda el tema de la lectura en Barthes, reflexionando, a veces, sobre
los mismos pasajes, sin intencin polmica y la presenta como uno de los objetos de
estudio de los estructuralistas. Considera que la preocupacin por el lector fue introducida
por las discusiones barthesianas de Robbe- Grillet, y que tras stas adoptara dos formas en
sus obras posteriores. Primero, nos dice, hay una suposicin de que las palabras y por tanto
las obras tiene sentido solo en relacin con convenciones discursivas y hbitos de lectura,
que se deben estudiar para comprender la estructura literaria. El lector es, aqu, importante
como depositario de convenciones, agente de su aplicacin. La potica se centra en la
inteligibilidad de la obra e introduce al lector no como una persona o una subjetividad, sino
como una funcin: la encarnacin de los cdigos que permiten la lectura. Ese yo que se
aproxima al texto es ya una pluralidad de otros textos, de cdigos infinitos, o ms
exactamente perdidos (cuyo origen se pierde)La subjetividad es una imagen plena, con
la que se supone que sobrecargo el texto, pero cuya plenitud, amaada, no es ms que la
estela de todos los cdigos que me constituyen, de manera que mi subjetividad tiene
finalmente la misma generalidad de los estereotipos (S/Z, pg. 16-17). Este lector aparece
tambin en una segunda hiptesis (de la que Culler encuentra tambin ejemplo en S/Z): que
la literatura ms interesante o ms valiosa es la que ejercita ms vigorosamente al lector,
desafiando y llamando la atencin a la actividad estructuradora que es la lectura. Lo que
est en juego en el trabajo literario (en la literatura como trabajo) es hacer del lector no ya
un consumidor, sino un productor del texto (Culler, 1987, pgs. 95 y 96)
Bremond y Pavel Creen que esta nocin de lector asociado a la produccin del texto es
utilizada para afirmar el aspecto normativo del discurso barthesiano que anhela un nuevo
gnero de texto literario, vaco de intencin y desprovisto de estabilidad intrnseca. No
obstante (Claude Bremond/Thomas Pavel, 1998, pg. 59), segn estos autores, Barthes
recurre al subterfugio de postular la existencia de lo escribible en los textos legibles bajo
una forma larvaria para salvaguardar la herencia literaria. La bsqueda de este origen
650
De Diego no aprecia una discontinuidad tan marcada entre Crtica y verdad y S/Z ni
psicoanaliza las razones ideolgicas, a diferencia de Bremond y Pavel, que pueden
subyacer a la nocin de lectura como referendum; si bien recalca que Barthes ha
recurrido para evaluar los textos legibles a una palabra prohibida cinco aos atrs: la
interpretacin, pero distancindose de la tradicin hermenutica: interpretar un texto no es
darle un sentido, sino por el contrario apreciar el plural del que est hecho. La nocin de
plural - que ya apareca en Crtica y verdad asociada a la teora de la intertextualidad,
que Kristeva haba postulado pocos aos antes, permite una nueva aproximacin a la
operacin de la lectura. (De Diego, 1993, pg.57)
Constatamos que Barthes cita la definicin de Hjelmslev, como una ms. As se deriva
de sus palabras: En Hjemslev, que ha dado una definicin, la connotacin es un sentido
segundo, cuyo significante est constituido por un signo o sistema de significacin
primero, que es la denotacin La crtica que los semilogos, a decir de Barthes, realizan
sobre la connotacin o mejor dicho sobre la jerarquizacin entre denotacin y connotacin
no le parece exenta de razn. Tambin expone los peligros que se derivaran de negar
universalmente este instrumento tipolgico: abolir el valor diferencial de los textos, rehusar
definir el aparato especfico de los textos legibles e igualar el texto limitado al texto lmite.
Primero, parece querer establecer su carcter necesario, y, luego, procede a definirla,
desdeando la definicin tpica de sentidos que no estn en la gramtica ni en el
diccionario de la lengua con la que est escrito un texto y tratando de diferenciarla, luego,
de la asociacin de ideas. Barthes la considera una relacin que puede ser nombrada de
diversos modos y para remarcar su importancia la describe desde diversas perspectivas:
definitoriamente, dinmicamente, funcionalmente, histricamente; como si la definicin no
pudiese dar cuenta de su esencia. Haciendo entrar en juego para la descripcin de esta
figura tanto la posibilidad de varios significantes como la de varios significados. A pesar
de esta prolijidad de descripciones (algunas tendentes a crear un pathos y una aureola en
torno a ella) y de la insistencia en la importancia que reviste para la literatura del
significado, la definicin como una relacin, una anfora, un rasgo que tiene el poder de
referirse a menciones anteriores, ulteriores o exteriores, a otros lugares del texto (o de otro
texto)" ser sucedida por otra en las antpodas de la anterior: topolgicamente asegura una
diseminacin (limitada) de sentidos, extendida como un polvo de oro sobre la superficie
aparente del texto (el sentido es de oro).
652
medir la polisemia. A juicio de estos autores, es una posicin difcil de mantener frente a
una doble crtica. Por una parte, se puede rechazar la connotacin -como una simple
elucubracin crtica opuesta a la verdad del texto. Por otra, se puede volver del revs
el argumento haciendo notar que retener la connotacin, es mantener tambin la nocin de
denotacin, cuya realidad es ante todo ideolgica, e incluso teolgica (cf. Derrida). Es dar
al texto un centro, un foco, un origen- dicho de otra manera limitarlo, bloquearlo. A esto
Barthes responde sealando el hecho de que los textos legbles, despus de todo, funcionan
y estn incluidos en el sistema de clausura de Occidente, fabricados segn los fines de
este sistema, entregados a la ley del Significado. En este sistema, solo la connotacin
permite dotar los textos de un valor diferencial. Denotacin y connotacin, indican los
crticos, instituyen una suerte de juego donde puede cobrar nacimiento simultneamente la
ilusin que hace al texto clsico, y su inocencia: fingiendo decir lo verdadero. As
concluye Barthes: si nous voulons nous accorder au texte classique, il nous faut garder
la connotation, vieille dit vigilante, ruse, thtrale, prpose reprsenter linnocence
collective du langage (S/Z, 16, citado por Guy de Mallac y Margaret Eberbach, 1971,
pgs. 111 y 112)
Roland Barthes, como remarca Fages, retoma la nocin de connotacin como palanca
de lectura para alzar las diferencias y un plural de cdigos en el texto clsico. A primera
vista, este texto se presenta con inocencia, pretende decir la verdad, referirse a lo real, a la
denotacin. Pero gracias a la lectura plural el analista desvela hasta en ese natural un
ardid ms, una connotacin suplementaria. En resumen, el texto clsico es plural por los
lugares, por los cdigos donde se organizan las connotaciones y la prueba de esas
diversas codificaciones ser su resistencia sistemtica. (Fages, 1979, p. 162)
Calvet viene a llegar a la misma conclusin recordando en su anlisis del texto los
referentes tericos seguidos y evitados por Barthes: la actividad de la lectura es entonces
una exploracin de diversas vas, exploracin que va a disponer de un medio de
investigacin: la connotacin. Definida en estricta ortodoxia Hjemsleviana, la connotacin
es la huella del plural del texto. Ella es un sentido que no est en el diccionario, una
diseminacin de las significaciones, la partida de un cdigo segundo, una alteracin de la
pura comunicacin, el lugar privilegiado de la evaluacin del texto. Ahora Barthes
rechaza el objetivo que persegua Propp para evitar que el texto pierda sus diferencias.
(Calvet, 1973, pg. 139)
654
La bsqueda del plural, observa Calvet, impone un anlisis paulatino, una divisin ms
afinada que la de Propp, una segmentacin en unidades de lectura: lexas. Barthes no las
segmenta en nombre de un determinado principio metodolgico sino en funcin de la
comodidad, puesto que se trata de recortar el significante, mientras que el anlisis recae
sobre los significados. As algunas solo comprenden una palabra y otras comprendern
varias lneas.
Las connotaciones para Flahault son definibles ms como resultante del funcionamiento
natural de la comunicacin que por su naturaleza de componentes del relato, se podra,
afirma el autor, proponer una descripcin de los significados de connotacin, una
descripcin muy diferente de la que ha dado Hjelmslev y ha retomado Barthes. Lo que
testimonia la pragmtica o la lingstica de la enunciacin es que el sentido de un
enunciado no es nunca completamente separable de las inferencias que desencadena en el
receptor. Todo enunciado proporciona, adems de un sentido explcito, indicios. Con
frecuencia, tales indicios se escapan (en el doble sentido del trmino) de aquel que habla.
Pero, a su vez, pueden ser deliberadamente proporcionados por el enunciado en la hiptesis
de que el destinatario (gracias al stock de representaciones que comparte con el emisor)
sabr reconstruirlas. El escritor debe estar dotado de esta forma de inteligencia: no cesa de
proponer enunciados al lector, de los cuales l mismo ha calculado cuidadosamente con
anticipacin el valor de indicio. La inferencia viene a confirmar un estereotipo y ste la
confirma a su vez. Resumiendo la exposicin, Flahault pretende demostrar que el cdigo
de las connotaciones y el cdigo cultural son las dos caras de un mismo mecanismo.
(Flahaut, 1981, pgs. 306-308)
ngeles Sirvent cita a Finkielkraut que realza la posibilidad ofrecida por la connotacin
de romper con los lmites del texto: De Mythologies a S/Z, del mito a los cdigos, se
puede leer como el triunfo de su despliegue. A pesar de los ataques que ha sufrido, la
connotacin permanece como un instrumento irremplazable, no solamente para
desenmascarar el abuso ideolgico bajo la ilusin de lo que va de suyo, sino, ms
generalmente, para suprimir los lmites de la desapropiacin, y abrir todas las escansiones
de la existencia a la perspectiva vertiginosa del libro (Alain Finkielkraut, Savoir vivre,
LArc, n 56, 1 trim. 1974, p. 71, citado por Sirvent, 1989, p. 233)
Raymond Debray Genette destaca que Barthes retoma en S/Z la reflexin sobre la
connotacin, que nunca abandon y fue su objeto esencial desde El grado cero de la
655
escritura: En una pgina curiosa da una definicin en diez puntos que es un buen ejemplo
de lo que podra llamarse la plurivocidad de una palabra donde los sentidos no se
contentan con existir unos al lado de los otros, sino que funcionan todos al mismo tiempo.
Reflexionar sobre la connotacin no equivale a privilegiarla. Toda connotacin puede
convertirse en connotacin en relacin con otro sentido desprendido, como puede,
transformndose en denotativa, devolver el valor de connotacin a lo primitivo denotado;
el sentido puede jugar y circular sin fin. Sin embargo, Barthes se consagra a describir de
qu forma los significados inauguran ese juego y va a cerrarlo en un texto que elige
considerar, por necesidades de la descripcin, como acabado en la ltima lnea. (Debray
Genette, 1970, pg. 122)
Segn Bremond y Pavel, Barthes ataca en este libro tanto la mmesis como la idea
reguladora de totalidad. Desde el punto de vista barthesiano, que no es prisionero de la
verdad ni de la verosimilitud, afirman, el recurso a la historia (rien nexiste en dehors du
texte) y a la inmanencia textual (il ny a jamais un tout du texte, il faut la fois
dgager le texte de son extrieur et de sa totalit) son abandonados, mientras que es
realzado el mensaje anticientfico (Claude Bremond/Thomas Pavel, 1998, pg. 64). A la
luz de la prdida mstica del sentido de la realidad que provoca en el lector es necesario
comprender, sugieren ambos autores, la crtica barthesiana de la subjetividad. Observado
de cerca, el yo del lector y el texto se disuelven, segn Barthes, en una pluralidad de otros
textos, de cdigos infinitos. La razn es que la plenitud de la subjetividad slo es un
ardid, ella es slo la estela de todos los cdigos que me hacen y se reduce a la
generalidad misma de los estereotipos. Bremond y Pavel entroncan el tipo de lectura
propuesto por Barthes con la atencin flotante recomendada por Freud a los psicoanalistas
(Claude Bremond/Thomas Pavel, 1998, pgs. 65 y .66). A continuacin, despus de hacer
un resumen en tono despectivo de las cuestiones que les parecen censurables de la teora
expuesta en S/Z, abordan la valoracin barthesiana de la objetividad de la crtica, cuyo
tratamiento desaprueban tambin: la objetividad es a la vez ilusin y amenaza: puesto que
todas las interpretaciones son posibles, aquella que aspira a la objetividad es tan imaginaria
como las otras. Pero la prioridad a la cual aspira la vuelve ms peligrosa que las
interpretaciones que confiesan de buen grado su carcter aleatorio. (El gesto castrador del
que habla Barthes afecta a la fecundidad de la imaginacin; la objetividad, deja entender
Barthes, es el solo sistema imaginario. La objetividad es un riesgo. Felizmente, sin
embargo, ese riesgo solo es activo si el texto literario es tomado como objeto expresivo.
656
vaca, intercambiable, perecedera. Se emparentara entonces con una mercanca como otra
cualquiera y perdera su especificidad. Pensar, prosigue ms adelante, que el sentido es
inagotable y se difracta en todas partes, sea cual sea la lectura, es adoptar una posicin
extrema que corre siempre el riesgo de renunciar a la evaluacin de las lecturas y por tanto
a su valor respectivo. Todas las lecturas, en opinin de este crtico, al igual que todos los
sentidos no valen: no por el hecho de que unos sean culturalmente ms legtimos que otros,
sino que algunos se revelan ms perspicaces, ms minuciosos, ms corrosivos que la
mayora. No hay, concluye, igualitarismo posible en ese terreno, salvo atenindose a una
visin estrecha a travs de una claraboya culturalista, que solo conceda importancia al
contexto de produccin y de difusin, negando a la obra el menor contenido y su materia
misma.
Grard Fabre sostiene que la aproximacin barthesiana rompe radicalmente con la
sociologa goldmanniana, aunque sin confrontarse directamente. A diferencia de
Goldmann, Barthes nunca opondr literatura mayor y literatura menor: ironizar sobre esa
divisin entre lo noble y lo trivial, que contribuye a hacer caer en la trampa de la literatura
como representacin del mundo real, pero en el sentido de copia. Para Fabre, con
Barthes nace el proyecto de una nueva ciencia del texto, de un anlisis focalizado
exclusivamente sobre el texto literario, y as liberado del ir y venir tautolgico e infecundo
entre lo imaginario y lo real. Aade que, para hacer esto, Barthes avanza bajo la bandera
del significante, a contracorriente de la fascinacin occidental por el significado. (Fabre,
2001, pg. 123)
Fabre precisa que la autonoma del hecho literario en relacin con el mundo real, tal
como la proclama Barthes, deja en suspenso la existencia misma de la estructura
representativa. Las dos instancias de lo real y de lo imaginario son, en verdad, autnomas,
pero el hecho de que estn aisladas no las abole: ellas sobreviven en tanto que instancias
separadas, irreductibles la una a la otra. Dirige nuestra atencin al hecho de que Barthes
proponga otra terminologa, sin por ello interrogar el corte real / imaginario: suceso
operable para llamar lo real; real novelesco para especificar un tipo imaginario. Esos
trminos mantienen una cierta ambigedad sobre la naturaleza de las dos instancias, pero la
estructura de base permanece con el relato, de una parte y la ejecucin, por otra, siendo las
dos acciones independientes. Fabre observa (Fabre, 2001, pg. 124) que Barthes rechaza la
teora del texto realista y sus implcitos en cuanto a la carga de realidad ms grande que
este gnero literario encerrara y que tambin introduce un lazo paradjico entre lo real y lo
658
imaginario mediante los cdigos culturales que parecen fundar lo real en la novela clsica,
a los que rebaja como si consistiesen en una mezcla desagradable de opiniones corrientes,
una capa asfixiante de ideas recibidas. La seduccin operada por la escritura bartesiana
radica en su preocupacin por hallar incansablemente el plural de los textos literarios, al
contrario de la sociologa de inspiracin goldmanianna encaminada a la bsqueda de una
monosemia con frecuencia ilusoria. Fabre glosa el fundamento del anlisis textual,
desarrollado por Barthes en S/Z, residente en el hecho de que la lectura produce una
pluralidad de sentidos: lo real, orden de lo operable, es un sistema de significados que
tiende a la monosemia, mientras que lo imaginario se construye como sistema de sentido
sacando a luz una galaxia de significantes: en esto es, contrariamente a lo real,
polismico. La operacin de sentido consiste precisamente en volver polismica la obra
literaria al mismo ttulo que toda forma originaria (Fabre, 2001, pg. 124)
Fabre subraya en repetidas ocasiones que el sistema literario de significantes, tal como
lo concibe Barthes, es irreductible a un sistema conceptual, al contrario de la concepcin
defendida por Lukacs y Goldmann y seala que tampoco puede haber mediacin entre lo
real y lo imaginario. Contra la idea simplista de una lectura asimilada a un referndum,
agrega Fabre, Barthes se esfuerza en defender el carcter activo de la lectura, en el cual ve
una verdadera respuesta al texto literario, respuesta en la que se albergara la operacin de
sentido. Barthes apuesta por un lector activo (actor), productivo (productor), e incluso
prolfico. l rechaza aislarlo en el papel de un receptor dcil frente a un sentido que
encontrara su origen en la figura mtica del autor (Fabre, 2001, pg. 125)
Sin embargo, aprecia Fabre, en S/Z el plural solo juega sobre los significados, aunque
Barthes lo funde sobre la galaxia de significantes a partir de la cual identifica el texto
ideal. Encuentra la justificacin en el hecho de que Barthes plantee la diferencia entre este
ltimo por una parte, y, por otra, el texto incompletamente plural, texto en el que el plural
es ms o menos econmico y cuya lectura se enfrenta a una estructura de los
significados. La pluralidad de los significados aparece pues como la etapa necesaria para
la edificacin de una teora liberatoria del significante. Segn Barthes, destaca Fabre, solo
existe un medio de hacer estallar la bifacialidad del signo de manera que los sentidos
proliferen: es el paso de la traslacin y de la repeticin de los significados de
connotacin al juego infinito de los significantes. El proyecto barthesiano est
circunscrito al lenguaje, sin que lo real y su representacin vengan a mezclarse. La
659
660
detalle del texto y contra la fuerza de los cdigos. Los anlisis propuestos en S/Z les
parecen, en determinados lugares, operar de esta manera, pero no siempre ni de manera
consecuente. La tercera hiptesis, que atribuira a los cdigos la produccin de lo
escribible les parece fcilmente descartable, porque los cdigos actan como principios de
estructuracin, como factores de legibilidad, mientras que lo escribible y su lectura plural
proceden, atenindose a Barthes, por oposicin a la estructura, es decir, por la
desestructuracin. Como colofn a este argumento de carcter especulativo aaden que
Barthes busca activamente el sentido nico del texto, que cree descubrir en un nivel de
abstraccin ms elevado que el que habra encontrado un anlisis realista. (Claude
Bremond/Thomas Pavel, 1998, pg. 79)
Culler entiende que Barthes sita los cdigos en relacin con la lectura del texto como
se infiere del siguiente pasaje: La fragmentacin barthesiana del texto en busca de
cdigos le permite realizar una lectura minuciosa, sin ceder a la premisa anglo-americana
de que en una lectura minuciosa hay que mostrar cmo cada detalle contribuye a la unidad
esttica del todo. Interesado en las cualidades plurales de la obra, se niega a buscar una
estructura total unificadora y ms bien se pregunta cmo funciona cada detalle y con qu
cdigos est relacionado, y se muestra muy inclinado a descubrirle a todo una funcin. Por
ejemplo, los detalles descriptivos aparentemente gratuitos, por su imposibilidad de
relacionarse con alguno de los cdigos que contribuyen a la trama, a revelar personajes, al
suspenso o a generar un sentido simblico, producen un efecto de realidad: por su misma
resistencia al sentido significan esto es lo real. (Culler, 1987, pg. 101)
Culler cita a pie de pgina el ensayo de Brbara Johnson que contrasta el enfoque
anticonstruccionista de Barthes con una lectura deconstruccionista, afirmando que su
rechazo a reordenar o reconstruir el texto hace que no se percate de la manera en que la
obra mina las presuposiciones del modo legible a que supuestamente pertenece The
Critical Difference: Barthes /Balzac, en (The Critical Difference, Baltimore, John
Hopkins Press, 1981)
Brian Gill, a su vez, en Structures d`auteur, metaphores de lecteur expone que a
primera vista parece que la nocin de cdigo en S/Z contribuye a liberar al texto de su
autor. No se consigue, a su juicio, comprender exactamente lo que Barthes quiere decir por
cdigo: es un trmino que emplea metafricamente, pero le parece claro que para Barthes
aqu, y a pesar del sentido habitual de la palabra en semiologa, no se trata de un cdigo
662
de los cdigos modernos. As, Barthes seala no solo positivamente su cultura, sino
tambin como verdica. Brian Gill denuncia el excesivo uso por Barthes de la frmula on
sait que, ya descrita por Doubrovsky como un signo de un cierto dogmatismo
Barthesiano,
con
la
pretensin
de
designar
lo
verdadero.
Adems,
predice
665
Fredric Jameson en La crcel del lenguaje. Perspectiva crtica del estructuralismo y del
formalismo ruso opina que lo que caracteriza al objeto ms tpico de la percepcin de
Barthes es una serie de seales dobles en la cosa significada, una estructura de funciones
dobles mutuamente irreductibles e inconmensurables, que operan en niveles totalmente
diferentes. Es como si, repara el crtico, semejante significado estructurado ambiguamente,
que parece proyectar dos tipos diferentes de significantes y localizarlos en su interseccin,
pudiera hacer sentir como una especie de densidad y resistencia por debajo de la
trasparencia de los signos. Jameson aprecia que la estructura doble iba implcita tambin en
las obras anteriores de Barthes, pero sostiene que es en S/Z donde Barthes descubre la
manifestacin ms explcita de dicha estructura doble, que ahora adopta la forma de un
relato dentro del relato. Jameson nos ofrece tanto un resumen como un anlisis de la obra
de Balzac verdaderamente valioso: El relato de Balzac nos habla al mismo tiempo de s
mismo y su tema, del arte y del deseo, que estn presentes ambos, con nfasis invertido,
tanto en el marco como en el cuento efectivo. En el marco, el narrador nos cuenta una
historia para seducir al lector; mientras que dentro de la propia historia un artista queda
destruido por su deseo, dejando tras s solo su representacin-una estatua y un retrato de
Zambinella- en la catstrofe final. Esa pasin es narcisismo y castracin: el enamorado
artista ve en realidad su propia imagen en el castrado de quien se enamora, de modo que en
este caso el gesto de castracin simblica o de renuncia sexual se ofrece como la fuente
misma de la productividad artstica, de igual modo que resulta ser en otro punto del relato
la fuente misma de la misteriosa fortuna de la familia Lanty (el xito de Zambinella como
prima donna). As, pues, esa fbula tiene algo que decir sobre los orgenes del arte clsico
y sobre los orgenes de la capitalizacin y de su relacin mutua; ahora bien, no deja intacto
el marco dentro del cual se cuenta. Antes bien, contamina en la misma medida al narrador
y al oyente, quienes se separan a su conclusin, en la atmsfera desexualizada y
desexualizadora, sin haber consumado su deseo. (Jameson, 1980, pgs. 148 a 150)
Con esta obra, segn Jameson, se est claramente ante lo que Greimas llama la
superposicin de un eje teleolgico y otro comunicativo: una isotopie o nivel narrativo se
refiere al deseo de un objeto, y la otra a la emisin de un lenguaje. La inversin que se
produce- en que el mensaje substituye al objeto y se convierte, por decirlo as, en un
mensaje sobre un objeto perdido-es profundamente representativa de la interpretacin
estructuralista en general.
666
estructura general, de la que luego derivaran los anlisis de los textos contingentes,
cuando postulaba que habra provecho en reconstruir una especie de gramtica del relato,
de lgica del relato (y en esa poca crea en esa gramtica), era para sealar lo que ya haba
dicho en Crtica y Verdad: el supery impuesto a los estudiantes, a los investigadores por
la concepcin tradicional de la literatura sobre todo por la crtica universitaria y por la
historia literaria, es un supery que se pretende cientfico; se polemiz contra la nueva
crtica, acusndola de no ser cientfica, arrojndola al lado de las elucubraciones
impresionistas y subjetivistas, cuando, en realidad, esta crtica universitaria no tiene en s
misma nada de cientfico; tratando sobre el relato desarrollaba la idea de que la ciencia
literaria-lo repito, si existe un da-no debe buscarse por el lado tradicional (historia,
contenido), sino por el lado de una ciencia de las formas del discurso, punto de vista que es
el postulado de trabajo de alguien como Todorov. En S/Z invirti, declara Barthes, esta
perspectiva, ya que rechaz la idea de un modelo que trasciende varios textos, para
postular que cada texto era su propio modelo, que cada texto debera ser tratado en su
diferencia que debe ser tomada en el sentido justamente nietzscheano o derrideano. El
texto est atravesado constantemente por cdigos, pero no es la realizacin de un cdigo,
no es el habla de una lengua (narrativa)
La primera regla de este anlisis intertextual sera, por ejemplo, comprender que el
intertexto no es un problema de fuentes, porque la fuente es un origen nombrado, mientras
que el intertexto no tienen origen localizable (Barthes, 1983, p. 144)
En LExpress va ms lejos conRoland Barthes Barthes explica sus pretensiones al
escribir S/Z al hilo de esta entrevista:
Lo que trat de mostrar es que este cuento pertenece a una categora de alta calidad, en
la que un relato exhibe su juego, se cuestiona y se representa en tanto relato. Puesto que
uno de los resmenes posibles del cuento es que el narrador est enamorado de una joven,
madame de Rochefide, a quien encontr en un baile, que l posee un secreto que ella no
conoce pero que tiene ganas de conocer, y que l mismo tienes ganas de pasar la noche con
esta mujer; se establece entre ambos un contrato tcito: una bella historia a cambio de una
noche de amor. (Barthes, 1983, pg. 96)
Toda la primera parte se desarrolla en un saln parisiense en tiempos de la Restauracin
y el tema explcito del cuento es una condena a la sociedad burguesa en tiempos de la
Restauracin. A partir de sus ideas monrquicas, Balzac la emprende contra el oro y la
669
especulacin, contra el oro de los nuevos ricos, y lo coloca en una simblica que es la del
oro sin origen, que no ha sido dignificado por un pasado terrateniente, como era el caso
para la nobleza. (Barthes, 1983, pgs. 96 y 97)
En la segunda parte, prosigue Barthes, Sarrasine se convierte en el relato de la castracin.
Zambinella, el personaje que constituye el corazn del enigma, es un castradoY el oro
sin origen de los nuevos ricos, ese oro casi alqumico puesto que surge de la nada,
corresponde a Zambinella que es la nada en la medida en que Zambinella es una falsa
mujer, un castrado-prosigue Barthes.
Stephen Heath nos ofrece un resumen tanto argumental como interpretativo: (Heath,
1974, pg 104):
Se trata de un relato de castracin (y, de golpe, de la castracin del relato). Sarrasine,
joven escultor francs, persigue ciegamente su deseo por la cantante Zambinella, que es
una soprano, un castrado; tambin acaba contemplando en la inversin del espejo S/Z, su
propia castracin, recibiendo l mismo la herida de una carencia. La narracin de esta
historia, ofrecida por el narrador a la mujer que ama a cambio de la posesin de su cuerpo,
encuentra igualmente la salida de la castracin: la mujer rechaza al narrador; castracin del
relato.
Monstruosidad de la castracin-observa Heath- que altera la permutabilidad regulada de
los sentidos, el orden del intercambio, que alcanza aqu al texto clsico que dirige la
plenitud del sentido al vaco. Esta permutacin del encadenamiento es visible en muchos
niveles: el relato no se marchande; la riqueza parisina no est fundada sobre ningn valor
pleno sino sobre el vaco del oro especulativo, surgido sin origen; la oposicin de los sexos
es transtornada. En suma, concluye Heath, es la claridad del intercambio-oposicin,
sustitucin, encadenamiento-, toda la legalidad del sistema, la que es puesta en tela de
juicio; lo que se desajusta es la anttesis, las barras de esta legalidad establecida, de la
institucin del sentido, de la representacin, del signo (Heath, 1974, p. 105)
Es obligado recoger las palabras de Barthes a propsito de la lectura y la crtica
manifestadas en LExpress va ms lejoscon Roland Barthes (1983). Barthes cuando es
advertido por el entrevistador de que su interpretacin corre el riesgo de no corresponder a
la del lector medio, que simplemente lee a Balzac y se deja atrapar, expone con gran
claridad sus reflexiones sobre la lectura y, en concreto, un cierto tipo de lectura que se
670
identificara con el ejercicio de la crtica bajo una sola condicin. Transcribimos por
extenso el fragmento de la entrevista muy hbilmente dirigida por el entrevistador, dado
que corresponde totalmente al objeto de nuestro estudio:
Yo mismo me dejo atrapar cuando leo a Balzac. Sin embargo, existen por lo menos dos
niveles de lectura. El lector del que usted habla es el lector ingenuo que lee a Balzac as,
espontneamente, que extrae placer de su lectura y encuentra interesante la historia, y tiene
ganas de ir hasta el final, de ver cmo termina. Ese lector consume la ancdota en su
desarrollo temporal, de pgina en pgina, de mes en mes, de ao en ao. A decir verdad,
lee el texto segn una lgica milenaria, ya que para nosotros, los occidentales, se remonta a
La Ilada y a La Odisea y prosigue ms o menos hasta Hemingway. Adems, est el lector
simblico, que ve ms profundamente y accede a la riqueza simblica del relato.
-Esos dos niveles coexisten en usted?
Por supuesto, y coexisten en todo hombre, no podra ser de otra manera. Pero dado que el
segundo nivel de lectura es inconsciente, el lector ingenuo lo ignora por definicin. El
orden simblico que coexiste con el segundo nivel de lectura es inconsciente. No poseecomo Freud lo ha mostrado-la misma lgica temporal, es un orden para el cual no existen
ni el antes ni el despus como en los sueos. Su tiempo es reversible, es una configuracin
simblica de fuerzas, de complejos, de imgenes. El del lector ingenuo, por el contrario, es
irreversible, esencialmente. El lector simblico es el que analiza el texto, extrae su
estructura significante. Lo que le permite precisamente dar cuenta de la actitud del lector
ingenuo, de comprender por qu se deja atrapar.
-Dicho de otra manera, junto con su segundo lector, lo que est definiendo es la crtica
S, pero a condicin de que ese lector se ponga a escribir, que se enfrente con la escritura
y tambin que la crtica no sea una cuestin de humor, como ocurre tan a menudo.
-Qu es la crtica segn usted?
Para m es una actividad de desciframiento del texto, y aqu pienso sobre todo en la
nueva crtica, como se la llama ahora. Porque en la antigua, en el fondo, no descifraba, ni
siquiera planteaba el problema del desciframiento.
Toda nueva crtica puede situarse en relacin con este horizonte. Desciframiento de
tipo marxista, psicoanaltico, temtico, existencial, en sus estilos muy diversos y segn
671
castracin. Tambin la barra (/) que opone la S de Sarrasine y la Z de Zambinella tiene una
funcin pnica: es la barra de la censura (Barthes, S/Z, Le Seuil, 1970, p. 113, citado por
Fages)
Sobre el nombre de Sarrasine Giordano en Roland Barthes. Literatura y poder, nos
recuerda que Barthes reconoce una falta ortogrfica (la s en lugar de la z) que interpreta
como un sntoma de la castracin de quien soporta ese nombre. Califica de audaz esta
propuesta, pero no la deslegitimiza: La audacia es notable, y quizs sea esa la enseanza
que S/Z transmite: leer, ensayar una lectura, es siempre un acto que exige audacia. Se trata
de todos modos de una audacia limitada, sujeta a ciertos lmites. Se lee para Otro, y la
presencia de ese Otro que leer nuestra lectura nos obliga a no transgredir el pacto de
verosimilitud que entre los dos se trama. Ninguna proposicin terica da cuenta en S/Z de
esta dimensin de la lectura, pero la interpretacin de Sarrasine es una teora en acto de
ella. (Giordano, 1995, pg. 91)
No nos detenemos en el comentario que el propio Barthes realiza sobre los nombres de
los protagonistas por considerarlo creativo en demasa, pero si son dignas de inters las
observaciones de Lavers acerca del monograma S/Z y su carcter de smbolo polivalente.
Lavers lo presenta como evocador de las oposiciones fonolgicas jakobsonianas y
semejante a la produccin de significado por oposiciones binarias. Lacan, escribe Lavers,
ve en la barra que separa el significante del significado, el insalvable vaco entre naturaleza
y cultura como est tipificado en el contrato. S/Z simboliza a cada nivel, el deseo y la
imposibilidad de atravesar el espejo: es la regla que produce la estructuracin. (Lavers,
1982, pgs. 200-201)
Retornando al tema de la intertextualidad, traemos a colacin una cita extrada del libro
Vertige du dplacement de Stephen Heath donde el autor subraya la conmocin que
consigue Barthes desarrollando la nocin de intertextualidad: concebir una memoria sin
nadie es disgregar algo la simple referencia al pasado, el texto no est ya afiliado, situado
en un contexto de afiliacin, sino asido de un tirn en un movimiento que sacude el
contexto para dirigir all textos futuros:
Dans ce qu`on appelle l`intertextuel, il faut inclure les textes qui viennent aprs: les
sources dun texte ne sont pas seulement avant lui, elles sont aussi aprs lui. Cest le point
de vue qua adopt de faon trs convaincante Lvi- Strauss, en disant que la version
freudienne du mythe d`OEdipe fait partie du mythe d`OEdipe: si on lit Sophocle, on doit
673
lire Sophocle comme une citation de Freud; et Freud comme une citation de Sophocle (
propos d`Actes X-XI, 1971, p. 190 citado por Heath, 1974, pg. 110).
Raymond Bellour, en la entrevista titulada Sobre S/Z y El imperio de los signos,
recogida en El grano de la voz, interroga a Barthes sobre el doble juego, de atraccin y de
retraccin, hacia la interpretacin psicoanaltica. Momento que aprovecha Barthes para
mencionar las fuentes de S/Z: Mi recurso al lenguaje psicoanaltico, como a todo otro
idiolecto, es de orden ldico, citacional y estoy persuadido de que es as para todo el
mundo con ms o menos buena fe. Uno no es nunca propietario de un lenguaje. Un
lenguaje solo se pide prestado, se pasa como una enfermedad o una moneda. Usted pudo
ver que en S/Z, contrariamente a toda deontologa, no cit mis fuentes (salvo el artculo
de Jean Reboul a quien debo el haber conocido el cuento de Balzac); si suprim el nombre
de mis acreedores (Lacan, Julia Kristeva, Sollers, Derrida, Deleuze, Serres, entre otros)-y
yo s que lo habrn comprendido- es para sealar que ante mis ojos el texto entero, de
parte a parte, es citacional; lo indiqu en mi presentacin recordando los papeles de
compilator y de auctor en la Edad Media. (Barthes, 1983, pg. 86)
El relato de Balzac, nos dice Calvet, est dividido en quinientas sesenta y una lexias
(semillas del sentido) y el conjunto del libro est organizado en noventa y tres partes o
captulos. Por qu noventa y tres?, le pregunta un da un amigo. Barthes le responde:
Porque es la fecha del nacimiento de mi madre.
ngeles Sirvent toma nota de que la inconsistencia en las unidades que componen la
teora textual Barthesiana, de la que da prueba la delimitacin de las lexas, es lamentada
por Vera Lujn quien, aun resaltando el desarrollo imaginativo y creacional de la obra
crtica de Barthes, echa a faltar en ella el rigor con que procede por ejemplo Todorov en
sus anlisis textuales (Roland Barthes: Una concepcin intransitiva de la escritura, tesis
de licenciatura presentada en la Universidad de Murcia, 1973, indita, p. 7, citada por
Sirvent, 1989, p. 224)
Barthes, segn ngeles Sirvent, no teme que la lectura se convierta en un acto
subjetivo, la arbitrariedad en el establecimiento de las lexas da prueba de ello. En realidad
Barthes no solo ha reivindicado el carcter plural constitutivo del texto sino la lectura
plural, la pluralidad de lecturas posibles. El anlisis textual supondra as un acto de
lectura, pero pausada y creativa, que seguira paso a paso los sentidos del texto (Sirvent,
1989, pg. 224)
674
675
adems: nosotros llamamos clsico todo texto legible (Magazine littraire, n 97, Paris,
Febrero de 1975)
Lo que no quiere decir, aclara Sylvaine Pasquet, que los textos clsicos son unicamente
legbles. Hay escribible en Michelet, Chateaubriand, Balzac, pero de modo distinto al de
Philippe Sollers o Sarduy, porque est producido dentro de una relacin diferente con la
lengua y con el espacio (ldico para stos ltimos) de los significantes.
Philippe Roger presenta esta obra como la apologa de la diferencia, del texto y de la
interpretacin as definida: Interprter un texte, ce nest pas lui donner un sens (plus ou
moins fond, plus o moins libre), cest au contraire apprcier de quel pluriel il est fait
Esta nocin de texto plural, galaxia de significantes y no estructura de significados
frappe d`insuffisance la estructuracin. Se tratar, expone Philippe Roger, en lo sucesivo
de diseminar el texto, de romperlo en lexas (unidades de lectura arbitrarias), de desvelar
en cada lexa la translacin y la repeticin de los significados para establecer no una
verdad del texto, sino su pluralidad misma. Renunciando a toda pretensin exhaustiva la
lectura no servir ms al texto, ella lo maltratar, le cortara la palabra para hacerlo
resplandecer mejor, dejando a los semas su dispersin, rehusando organizarlos para que
formen un mismo campo temtico. (Roger, 1986, p. 51-52)
Ms que con el esparcimiento libertario de las ideas de Mayo, el recurso que hace
Barthes a la nocin del Texto debe ponerse en relacin con la enseanza de Lacan (las
lexias del relato de Balzac, Sarrasine, se organizan alrededor de la castracin) y con la de
Jacques Derrida (Lcriture et la difference, 1966); pero tambin con el trabajo realizado
por Julia Kristeva, en Tel Quel y en Recherches pour una smanalyse (1969), donde se
encuentra cuestionado el imperio saussureano del signo y de su descripcin, a la que la
semiloga antepondr la explicacin- es decir: una escritura repetida y sistematizada.
(Roger, 1986, pgs. 51 y 52)
El libro aparecido en 1970, pero salido de un seminario que cubri los aos 1968 y 1969
marca, en opinin de Roger Philippe, ante todo la ruptura de Barthes con el sueo eufrico
de cientifismo. Su prefacio comienza por desaprobar la ambicin de los primeros analistas
del relato: ver todos los relatos del mundo. El gesto inaugural es aquel consignado ms
tarde en Roland Barthes par Roland Barthes (por el fragmento Doxa/Paradoxa), que
barre la ilusin agotadora de la exhaustividad estructural, para conjurar los efectos
676
qui sest fait au cours d`un sminaire de deux annes (1968 y 1969), tenu l`cole
pratique des hautes tudes. Je prie les tudiants, les auditeurs, les amis qui ont particip
ce sminaire de bien vouloir accepter la ddicace du texte qui sest crit selon leur coute
(S/Z, 7 citado por Philippe Roger, 1986, pg. 142)
A pesar de las distancias marcadas, aade Philippe Roger, S/Z es tributario de una
visin econmica del Relato que debe mucho a un cierto anlisis estructural. Pues la
lectura de S/Z retoma a su cuenta el presupuesto (inspirado en las lecturas de mitos de
Lvi- Strauss) de una inscripcin en abme, en todo texto llamado ejemplar, de la
relacin de intercambio que el texto instaura.
Fernando Belo en S/Z: una semitica extropolvel em cincias sociais? publicado en
Leituras de Roland Barhes comenta los primeros pargrafos del ensayo de Barthes, que
considera como una metodologa abierta de lectura plural de la pluralidad del texto. Una
tipologa relativamente enigmtica divide los textos en ilegibles, legibles y escribibles.
Belo, considerando que Barthes ha dejado en la sombra el texto ilegible, propone como
ejemplo el cuento popular que sirvi a Propp para inaugurar el anlisis estructural de la
narrativa y a Greimas para darle un estatuto de disciplina cientfica. Lo que lo caracteriza
como ilegible es su clausura especfica, a cargo de un cdigo bien/mal, que retira al lector
cualquier lugar que no sea el de una identificacin especular con el hroe, o de una antiidentificacin con el malo de la historia (VV.AA, 1982, p. 247); texto cuyo plural tiende a
un grado cero, incapaz justamente de dar cuenta de la sociedad en la que circul. El texto
legible, contina Belo suscribiendo ahora las palabras de Barthes, es el texto clsico, con
un plural ms o menos econmico, suficiente sin embargo para que el lector se desplace en
l, segn la diseminacin de las connotaciones, de la manera ejemplar como Barthes reescribe la novela Sarrasine de Balzac, diseminndola; S/Z es as un ensayo de lo escribible,
en el que lo semitico no es posible sino como ejercicio literario propiamente dicho. La
difuminacin de las fronteras entre la literatura y la semitica, al parecer de Belo, es lo que
caracteriza mejor el lugar original de Barthes, crtico literario, en cuanto escritor. (VV.AA,
1982, pg. 248)
Belo considera que, al establecer Barthes esta tipologa, se verifica la ruptura que
Barthes inaugura en S/Z con las preocupaciones estructuralistas que fueron suyas durante
los aos sesenta. Los operadores de lectura en S/Z, en su opinin, son mnimos y vagos:
connotacin, cdigo, secuencialidad. Pero son suficientes para saber que excluyen el
678
lenguaje); pues el ser de la escritura (el sentido del trabajo que la constituye) es impedir
que se responda a la pregunta: Quin habla?. (146/117, S/Z citado por Culler, 1987, pg.
100)
Opinin que no era unnime en la crtica. As, por ejemplo, Starobinski en La relation
critique que discrepa en diversos aspectos de Barthes pero no lo ataca frontalmente,
sostiene aunque yo s que no podr alcanzar al autor anterior a su obra, yo tengo el
derecho de preguntar al autor en su obra: quin habla? (Starobinski, 1970, pg. 23)
Franois Flahault en Sur S/Z et l`analyse des rcits se cuestiona qu significa el
trmino cdigo. Manifiesta que los cdigos le han servido a Barthes ms para escribir S/Z
que para profundizar en Sarrasine (Flahault, 1981, pg. 304). Entiende que no posee el
mismo sentido que en el anlisis estructural levi-straussiano. A su juicio, no son los
diferentes registros en los cuales se despliegan las oposiciones lo que Barthes tiene en
mente cuando utiliza el trmino cdigo, sino que se trata, dando por admitido que un
relato es un objeto complejo, de hallar las diferentes voces, de las que est compuesto.
Para cada lexa Barthes indentifica el (o los) tipo(s) de componente que ella soporta.
Tambin plantea la interrogante retrica de si los cdigos a los que Barthes ha recurrido
son constitutivos de todo relato, del relato balzaciano solamente, o especficamente de
Sarrasine, pues a su parecer esos cdigos son de una generalidad variable. (Flahault,
1981, pg. 305-306)
Sirvent constata que el trmino cdigo, tan querido por el estructuralismo, toma con
Barthes un sentido nuevo, el de voz del texto; los cdigos, las voces, diseminan as el
sentido venciendo la monosemia de la denotacin. (Sirvent, 1989, p. 230)
Lavers detiene su atencin tambin en los cdigos, que son descritos por el autor como
las fuerzas que aferran el texto, o voces que estn tejidas dentro de l y consigna el nombre
que Barthes emplea para referirse a ellos: La Voz de lo Emprico o experiencia en el
proairetismo. La Voz de la persona, en los semas; la Voz de la Ciencia, en los cdigos
culturales; la Voz de la Verdad, en el hermenutico y finalmente la Voz del Smbolo.
Lavers observa que este ltimo cdigo no es sujeto de comentario- todo el libro es de
hecho su comentario; lo que, a su juicio, contribuira a provocar cierta perplejidad. Ad hoc
seala la incertidumbre que se deriva del hecho de la referencia globalmente, por vez
primera, de Barthes al Intertexto individual en lugar de citar el captulo y la estrofa
cuando se sirve de los habituales topoi. (Lavers, 1982, pg. 200)
680
Barthes, comenta Lavers, advierte contra la estructuracin de los cdigos, siendo cada
uno un milagro de estructuras; y contra la estructuracin del texto dando una jerarqua de
los cdigos mismos. El orden, observa la autora, en que los trata, sin embargo muestra una
progresin a partir de dos cdigos en los que la flecha del tiempo no puede ser detenida o
reinvertida- el cdigo de las acciones y el de los enigmas- hacia aquellos que tratan de la
verdad sobre el mundo y la persona, dejando fuera de cuestionamiento que el cdigo
simblico es ms justo que los dems. La autora observa el mismo sesgo dentro del cdigo
simblico. Centrado en el cuerpo, que es el lugar de las tres entradas iguales a lo
simblico, concretamente sentido, sexo y creacin y, por ltimo, dinero, concede un
privilegio al trmino medio, a travs del cual los otros dos son percibidos. Lavers percibe
aqu el poder pasajero del psicoanlisis sobre Barthes en este periodo de su carrera. Todos
los cdigos en la concepcin barthesiana resultaran ser culturales y, por ello,
menospreciados como estereotipos. Barthes, objeta Lavers, no distingue una convencin de
una hiptesis: desde su punto de vista, la ciencia es tan mala como la ideologa. El cdigo
simblico, comparado con los otros cuatro, resultara ser simplemente la sntesis de lo que
ha llegado a ser lo vraisemblable de nuestro tiempo. (Lavers, 1982, pg. 201)
De hecho, constata Lavers, Barthes, a menudo, habla acerca de lo simblico no como un
cdigo, sino como un dominio, aunque no mantiene esta distincin rgidamente. La palabra
cdigo, segn la percepcin de Lavers, tiene un trasfondo negativo en S/Z refirindose al
esquema de comunicacin, mientras dominio o campo sugiere la libertad de movimiento
a voluntad, que es la idea que Barthes quiere promover. Pues lo que debe ser
experimentado es la polifona de voces, las posibilidades que ellas nos ofrecen para soar,
divagar y vagar, siendo percibidas como un gran apagamiento. Este trmino, nos informa
Lavers, usado en telecomunicaciones y que fue tomado por Lacan para denotar el
psicoanaltico concepto de disipacin del sujeto, muestra lo que estaba en juego en S/Z. A
pesar de su fuente, sugiere Lavers, apunta a la transicin entre la alianza con el lacanismo
dominante y las ms radicales tesis de los escritores de Tel Quel, donde el psicoanlisis no
es ya visto como una sicologa del sujeto y del otro, sino como un acceso a las infinitas
permutaciones de un lenguaje sin sujeto. (Lavers, 1982, pg. 201)
En relacin a la consideracin del cdigo simblico es destacable la opinin de Jouve,
para el que la afirmacin de que la significacin de la obra no conoce lmites permanece
constante en todos los escritos de Barthes. La pluralidad del sentido, a su juicio, fue
primero tmidamente afirmada bajo la gida de Jakobson; Nos recuerda el autor que en
681
acceso a la red de literatura sin representarla en miniatura (S/Z, 18-20/11-13, citado en pg.
121 de Moriarty). La lectura que Barthes propone, rompe el cuerpo del texto, el
significante, en unidades manejables llamadas lexias. Precisa, adems, que la relacin del
texto con el cdigo no es la del efecto con la causa, o la de palabra con la lengua, sino que
toma la forma de la citacin. (Moriarty, 1991, pgs.120 y 121)
Sarrasine, evala Sirvent, no se separa totalmente de la lgica del relato que se observ
en el anlisis estructural y ello por la amplia presencia de los cdigos hermenutico y
proairtico que mantienen la estructura de la obra. Barthes explicar al respecto que estos
cinco cdigos confieren al texto una cierta polifona, pero, de ellos, solo tres se presentan
con un carcter reversible y ajenos a la coercin del tiempo: los cdigos smico, cultural y
simblico, los otros dos: el hermenutico y proairtico establecen sus trminos segn un
orden irreversible que limita la pluralidad del texto clsico (Sirvent, 1989, p. 230)
Flahault declara que no reviste inters estudiar la pertinencia de estos cdigos en s,
salvo para comprender mejor el funcionamiento de un relato en general y no abriga dudas
de que el cdigo proairtico est presente en todo relato, porque la idea misma del relato
implica una accin, y, por consiguiente, tambin agentes, pacientes, circunstancias, tipos
de accin, medios, causas o motivos, efectos de sta; sucesos antecedentes, presentes o
futuros. (Flahault, 1981, pgs. 304 y ss.)
El cdigo hermenutico, abunda Flahault, vale para el conjunto de los relatos
enfocados alrededor de un enigma, con la condicin de que ste sea planteado no
solamente a ciertos personajes, sino tambin al lector. Se encuentra el cdigo del enigma e
igualmente el cdigo simblico en El anlisis textual de un cuento de Edgar Poe, que
Barthes ha consagrado en La Verdad sobre el caso de M. Valdemar.
Flauhault declina pronunciarse sobre la universalidad o particularidad del cdigo
cultural, pues dependera de la definicin de ste, que es difcil acotar en la exposicin
barthesiana. Esos diferentes cdigos, a su juicio no se encuentran justificados por el
contenido y la estructura especficos de Sarrasine (Flahault, 1981, p.306)
Lo fundamental estribra en dilucidar, en su opinin, la pertinencia de la divisin en esos
cinco cdigos. La falla que encuentra, por ejemplo, Flahault en el trabajo de Barthes en
cuanto a la secuencia de acciones es su inadecuacin a un recorte lexa por lexa; sera
necesario que el conjunto de la estructura diacrnica del relato sea reconstituida siguiendo
683
modalidades comparables a las de Propp, o de Cl. Brmond, o incluso a las que utilizara
un guionista metdico. (Flahault, 1981, p.306)
Tambin Flahault seala la ambigedad del cdigo cultural en S/Z: El caso en el que
Balzac testimonia su saber o su experiencia no debe ser confundido (como lo hace Barthes)
con aqul que su texto moviliza indirectamente tal elemento del saber compartido. Como
ejemplo del segundo propone: apareca en medio de los salones como esas hadas de
otro tiempo que descendan de sus dragones volantes para venir a perturbar las
solemnidades a las cuales ellas no haban sido convidadas (p. 53 S/Z). Y del primero, en
el que el autor se muestra garante de un juicio y pretende entregarnos al paso el fruto de su
experiencia, elige: vientos colados helados mezclados con el calor hmedo de los salones,
accidente bastante frecuente en el baile.(p.33 S/Z, citado por Flahault, 1981, pg. 309)
Aunque Flahault dedica un apartado de su estudio al simbolismo del relato, cdigo que
para Lacan en sus anlisis era el preeminente. Declara que ese componente est situado por
Barthes con mayor claridad en su comentario sobre el Caso de M. Valdemar, en el que,
por cierto, halla errores de lgica en su planteamiento (Flahault, 1981, p. 309). El
componente retrico, seala ms adelante Flahault, combinado con procedimientos de
acreditacin, tiene por funcin extraer el mejor partido del capital que le aporta el
componente simblico. Una buena parte de lo que Barthes imputa al cdigo hermenutico
(o cdigo del enigma) manifiesta componente retrico. La nocin del cdigo retrico
aparecer por otra parte en el anlisis del cuento de Edgar Poe. En este ltimo cuento
encuentra igualmente un anlisis ms claro de la combinacin de las dos fuentes
radicalmente heterogneas del cuento: de una parte, el contenido simblico; de otra, el
relato, lo ms objetivo y verosmil posible, de una experiencia presentada como
cientfica. (Flahault, 1981, p. 312)
Umberto Eco e Isabella Pezzini en Semiologa de las mitologas previenen al lector de
leer S/Z sirvindose de las categoras de los Elementos de semiologa como llave maestra,
pues las nociones de cdigo que aparecen en S/Z pueden despertar la perplejidad: a la luz
de teoras semiolgicas ms formalizadas, parece bastante difcil definir lo que Barthes
entiende verdadedaramente cuando habla de cdigos simblico, proairtico, hermenutico,
smico o semntico, y referencial o cultural. A medida que se los examina, cabe
preguntarse si no se trata siempre de la misma cosa, o de la misma modalidad interpretativa
de algo, presentado en cada ocasin con un nombre diferente y tras esta advertencia
684
concluyen que el cdigo que, en otros sistemas semiticos, es la instancia misma del orden
y de la precisin denotativa, se presenta aqu como un casi, casi un cdigo. (Eco y
Pezzini, 1982, pg. 3)
En la entrevista concedida a Raymond Bellour Sobre S/Z y el imperio de los signos,
recogida en El grano de la voz, Barthes mismo sintetiza los cinco grandes mapas
semnticos o cdigos. Confesando que no sabe si ese recorte posee alguna estabilidad
terica, pues para ello habra que hacer en otros textos experiencias similares:
El cdigo de las acciones narrativas (o cdigo proairtico, un trmino tomado de la
retrica aristotlica), que hace que leamos precisamente el cuento como una historia, una
sucesin de acciones. Culler nos explica que este cdigo consiste en una serie de modelos
de accin que ayudan al lector a ubicar los detalles dentro de las secuencias de la trama;
dado que tenemos modelos estereotipados de enamoramiento o de rapto o de
emprender una accin peligrosa, podemos situar y organizar tentativamente los detalles
que encontramos durante nuestra lectura. (Culler, 1987, pg. 98)
Podemos corroborar el inters que Barthes haba ya concedido (anteriormente a su
trabajo S/Z) al cdigo proairtico en su ensayo La concatenacin de las acciones en La
aventura semiolgica en el que manifestaba su voluntad de hacer una aportacin al anlisis
estructural del relato, analizando secuencias de acciones tomadas de un cuento largo de
Balzac, Sarrasine, y tratando exclusivamente de las formas narrativas. En l afirmaba que
la distincin de los cdigos no tena ms que un valor analtico porque el texto presenta
todos los cdigos mezclados y como trenzados. Aclaraba que propona llamar al cdigo de
las acciones narrativas cdigo proairtico tomando el adjetivo de Aristteles, al que
elevaba a la condicin de padre del anlisis estructural de las obras (Barthes, 2009, pgs.
267-281). Al establecer la ciencia de la accin o praxis, Aristteles la hace venir precedida
de una disciplina anexa, la proiresis, o facultad humana de deliberar anticipadamente
sobre el resultado de un acto, de elegir (es el sentido etimolgico) entre los dos trminos de
una alternativa aquel que realizaremos. Barthes recalcaba en este ensayo (Barthes, 2009, p.
271) que en cada nudo de la concatenacin de acciones el relato elige entre varias
posibilidades y esa eleccin compromete en cada caso el porvenir mismo de la historia.
Barthes habla del instinto de conservacin del relato que, de dos salidas posibles
implicadas por una accin enunciada, elige siempre la salida que hace rebotar la historia.
Consciente de la aparente simpleza de esta observacin, Barthes aade que el arte narrativo
685
cdigo
propiamente
semntico,
que
rene
significados
ms
menos
organizarlos para que formen un campo temtico, se les dejar en su dispersin. (Sirvent,
1989, p. 225)
Sobre este particular Debray- Genette en Roland Barthes. S/Z afirma tambin que la
originalidad de Barthes reside en tratar el cdigo smico sin sistematizar. Los semas, o
significados de connotacin propiamente dichos, solo son para l un punto de partida del
sentido. Barthes no los relaciona ni con personas ni con lugares ni con objetos, no los
recolecta ni en temtica ni en psicologa. Son nebulosas de sentido que emigran de
personaje en personaje. As deconstruye la psicologa balzaciana, escribe Debray-Genette,
mostrando por una parte cmo solo el nombre propio da la ilusin de individualidad y
permite a la persona existir fuera de los semas. Barthes distingue la figura, red
impersonal de smbolos manejada bajo un nombre propio, y la persona, libertad moral
dotada de mviles y de un exceso de sentidos, y es a la figura, lugar de transicin a la
que se vincula. Por otra parte, Barthes insiste- prosigue- sobre el doble juego del verismo
psicolgico y de la necesidad del discurso: tal personaje que parece obedecer a mviles
psicolgicos, obedece al mismo tiempo a las necesidades que tiene el discurso narrativo de
prolongarse. (Debray-Genette, 1970, pg. 123)
Moriarty advierte que la relacin del cdigo smico con el cdigo simblico necesita
clarificacin. A primera vista, dice Moriarty, el sema parece corresponder al ndicio, en
sentido estricto, en el sentido estricto de Introduction l`analyse structurale des rcits. Es
la Voz de la Persona; puesto que un carcter no es nada sino un agregado de semas
agrupndose bajo un nombre propio (S/Z, 74-5/68). Sin embargo, el manejo de los dos
cdigos en cierta medida hace caso omiso de la distincin, o, ms bien, muestra que
aquella est siendo continuamente pasada por alto en el texto. Difuminar los dominios de
lo smico y lo simblico es el caso del sema asimbolia (negativa a reconocer lo
simblico como tal). Esto es provocado por la negativa del narrador, despus de plantear la
anttesis entre calor y fro, vida y muerte, a reconocer que l mismo est implicado en ella
(p.13 S/Z). Pero rehusar lo simblico es ponerse en cierta relacin con ello, y, as, la
asimbolia cobra una dimensin simblica, como en 557, donde la asimbolia del narrador
simboliza la negacin del contagioso poder de la castracin. Y por esta negativa de lo
simblico l es castigado cuando Mme de Rochefide quebranta el contrato (una noche de
amor a cambio del secreto del viejo hombre misterioso): el narrador ha fracasado en
comprender que la castracin, que cree poder tratar como mero asunto de informacin para
687
que permite la reversibilidad del texto y que ms lo aleja de la legibilidad. (Sirvent, 1989,
p. 225)
Barthes aade que trat de mantener una cierta suspensin de jerarqua, o por lo menos
una jerarqua fluctuante, entre esas diferentes instancias segn las cuales poda leerse el
texto. Pero esa jerarqua se restablece como por s misma en la medida en que el texto
clsico da la primaca al cdigo hermenutico y al cdigo de las acciones. (Barthes, 1983
pgs. 82 y ss.)
Bremond en Variations sur un thme de Balzac advierte que a diferencia del cdigo
smico, cuya presentacin fue preparada por un largo alegato sobre el buen uso de la
connotacin, el cdigo simblico es introducido abruptamente y adems la expresin
cdigo simblico no da lugar a ninguna aclaracin. Para el crtico no existe una
demarcacin clara entre las unidades que permanecern referidas al cdigo smico y las
que irn a alimentar el cdigo simblico (Bremond, 1996, pgs. 135 y 136). Para
demostrarlo elige como ejemplo el lugar que el cdigo simblico reserva a las
connotaciones maternales del escultor Bouchardon. Del maestro de Sarrasine no dice
Barthes que tiene una connotacin maternal, sino que es simblicamente la madre. Su
estatuto textual solo le confiere una existencia anecdtica. l funciona en la economa del
texto como valedor de la madre, el otro a cuyo reconocimiento sirve de pantalla y del
cual asume por delegacin las funciones esenciales. (Bremond, 1996, p. 137)
Una parte de las connotaciones realzadas por Barthes va a escapar de esta forma a su
funcin habitual en el cdigo smico-argumenta Bremond- para servir a establecer los
jalones de otro relato, injertado sobre el de Balzac. Bremond destaca el hecho de que la
lexa 153, que resume la infancia de Sarrasine, habl del padre sin mencionar la madre.
Esta circunstancia sorprende a Barthes, que convierte el silencio del texto en informacin
positiva. Bremond considera ms probable, a diferencia de Barthes, que Balzac omitiese la
madre porque las relaciones no tenan pertinencia en la historia. (Bremond, 1996, p. 137)
Tambin repara que la lexa 172 enuncia que Bouchardon adivin la miseria en la que
se encontraba su alumno: lo socorri, le tom afecto y lo trat como a un hijo, hecho que
Barthes no valora segn cabra esperar como tematizacin de la anttesis paradigmtica del
buen padre adoptivo y del padre natural incomprensivo, sino como una representacin del
papel maternal. Bremond propone varios ejemplos de lexas como casos de desciframiento
del alcance simblico en contradiccin flagrante con los elementos del texto anecdtico.
689
Por ejemplo la lexa 186 indicando que Bouchardon haba dejado a Sarrasine en una
ignorancia profunda sobre las cosas de la vida y que Barthes descifra en el siguiente
sentido: La madre generosa pero abusiva (abusiva por su generosidad) ha rehusado al hijo
la iniciacin en las cosas de la vida (); Bouchardon ha condenado a Sarrasine al
celibato y ha ejercido a su respecto un papel castrador. (Bremond, 1996, p. 138)
Bremond dice dejar a otros la evaluacin de la parte de inversin autobiogrfica, muy
consciente e irnica, que ha motivado a Barthes para sustituir la historia relatada por
Balzac por el guin alternativo de otra aventura, la de un joven perturbado en el desarrollo
de su sexualidad por una tutela maternal catstrofica a fuerza de ser ejemplar. Adems se
contenta con constatar que el rechazo de la ancdota no desemboca, al menos en este
estadio del anlisis, en un campo de smbolos extratemporales e impersonales, sino en otra
ancdota, tan sometida como la primera a la necesidad de temporalizarse y encarnarse para
acceder al sentido. Simplemente difiere de la primera en que el que la tematiza se
encuentra ms fcilmente que en la otra (Bremond, 1996, pg. 141). A su vez, discute la
validez del aserto barthesiano de que el smbolo no hace acepcin de personas (lexa
138) y critica a Barthes por denunciar la lgica de la ancdota cuando le incomoda y
apoyarse sobre ella cuando le sirve. Constata que otra consecuencia del principio del
cdigo simblico segn el cual el smbolo no hace acepcin de personas debera ser el
rechazo de una investigacin simblica concerniente a la interioridad psquica de los
personajes. Estos solo tienen pertinencia en el plano de la ancdota, en los que funcionan
como agregadores de semas. La investigacin simblica minando la pantalla de la ancdota
disipa la ilusin de la persona: con ella desaparece el punto de apoyo de una simblica que
buscara el inconsciente de los seres de papel. Pero la exgesis simblica de S/Z da la
impresin de psicoanalizar a Sarrasine, al narrador y a Mme de Rochefide (Bremond,
1996, p. 144). El paso del plano de la ancdota al smbolo no corresponde en S/Z, a su
juicio, a pesar de las aserciones contrarias de Barthes, al desdibujamiento del personaje y
del sistema de personajes: el narrador, Mme de Rochefide, Sarrasine, Zambinella
permanecen, provistos de un yo individuado, en el nivel de una subjetividad consciente e
inconsciente, de atributos fsicos y morales ya estticos ya dinmicos y ese yo se
temporaliza en funcin de un destino irreversible que representa su verdad existencial ms
profunda. Bremond sostiene que un examen recapitulativo de las unidades realzadas como
pertenecientes al cdigo simblico permite verificar que se dejan reagrupar en secuencias
correspondientes sea al destino de uno de los principales personajes, sea al desarrollo de
690
las relaciones entre dos de esos personajes. Dichas unidades simblicas llegan a dibujar las
lneas de otra intriga: la versin barthesiana del texto propuesto por Balzac. (Bremond,
1996, p. 151)
Bremond desaprueba que Barthes intente dotar de un sentido esotrico el primer estado
de aplogo con que concluye la historia no se cuenta impunemente una historia de
castracin con la explicacin de que no se debe a que sea la historia de un castrado, sino a
que sea una historia: la castracin que causa sus estragos sobre la oyente y el narrador de
Sarrasine solo sera el smbolo de los efectos del relato (en general) sobre la situacin que
transforma. El crtico se plantea la interrogante de si esa evacuacin de todo contenido
temtico determinado en beneficio de una forma vaca que se torna su propio tema nos
entrega el sentido simblico ltimo del texto. Interrogante a la que trata de responder
contrastndola con el programa inicial, que asignaba al estudio del campo simblico la
tarea principal de mostrar que se accede a ese campo por varias entradas iguales, lo que
hace problemticas la profundidad y el secreto. Bremond nos remite a la afirmacin
barthesiana de que en el campo simblico, se puede entrar por tres vas, de las cuales
ninguna es privilegiada: la va retrica (el sentido), la via de la castracin propiamente
dicha (el sexo), la via econmica (el dinero), afirmacin que contradice el aplastante
privilegio concedido de hecho, a lo largo del anlisis de la novela, a la entrada del sexo.
(Bremond, 1996, p. 156)
Finalmente concluye que la crisis del arte de representacin que sera el significado
ltimo de S/Z supondra la condenacin de lo simblico como irremisiblemente ligado a la
representacin y por tanto a lo legible. Interpretando que la confianza otorgada por Barthes
a este cdigo era una aagaza. (Bremond, 1996, p. 158)
Alberto Giordano en Roland Barthes, Literatura y poder, desaprueba y trata de refutar la
tesis sobre los cinco cdigos defendida por Franois Flahault, que ya hemos expuesto. El
autor, nos dice Giordano, centra su comentario en el uso que hace Barthes de los cdigos,
pero lo hace en el marco de un desconocimiento del sentido de la estrategia barthesiana.
Para Giordano no tiene sentido alguno que Flahault se pregunte por la pertinencia de esa
divisin, ya que esa divisin no se sostiene en s misma, sino que se decide en el interior de
la lectura y es la lectura la que la impone (o no) como pertinente. Tampoco le parece
acertado que se detenga en las dificultades de generalizar el uso de los cinco cdigos en el
anlisis de otros relatos porque supone olvidar que de lo que se trata en S/Z no es de
691
proponer una teora para el anlisis de los relatos en general, sino de experimentar un texto.
En ningn lugar muestra Flahault, afirma Giordano, desconocer tanto el sentido de la
empresa barthesiana como cuando dice: los cinco cdigos le han servido a Barthes ms de
mdium, de soporte para escribir S/Z de lo que le han permitido profundizar en Sarrasine.
Tambin discute el dictamen de Flahault acerca del fracaso de S/Z en el intento de
someterse a las normas cientficas. Giordano replica: El malentendido es sorprendente.
Cmo no reconocer, estando Nietzsche de por medio, que la intencin de Barthes no es
(no puede ser) cientfica, que lo que Barthes se propone practicar es un simulacro de
ciencia para mostrar, en ese acto de enmascaramiento la imposibilidad de una ciencia de la
literatura? (Giordano, Alberto, 1995, pg.81)
Jos Luis de Diego en Roland Barthes, una babel feliz se enmarca en esta lnea trazada
por Giordano de considerar S/Z como una lectura concretizada y exenta de la pretensin
rigorista cientfica. Es ms, estima que el privilegio de la escritura sobre la ciencia resulta
una constante que Barthes no abandona aun en la euforia cientfica y que el rigor
impuesto desde la tradicin cientfica se diluy en los 70 de modo creciente (De Diego,
Jos Luis, 1993, pgs. 42 y ss.). En S/Z, a su juicio, tanto modelo como mtodo se
presentan como tentativos y de ningn modo exhaustivos. En relacin con el modelo, los
cinco cdigos que propone Barthes se admiten como limitados ya que puede haber ms
cdigos que el modelo no prev. Con referencia al mtodo, agrega, el paso a paso a
travs de las Lexias, no podra aplicarse a un texto moderno. De Diego considera que
esta precaucin respecto a la ciencia ya estaba presente en Crtica y verdad, en la que
Barthes defina el objetivo de una ciencia de la literatura a partir de la categora de
aceptabilidad tomada de Noam Chomsky (De Diego, 1993, p. 43). Comenta que aos
despus Barthes insistir en la nocin de aceptable como opuesta al sentido impuesto de la
verdad de la ciencia (De Diego, 1993, p.44). El crtico opina que Barthes se ocupa en
destruir la ecuacin de escritura con subjetividad y ciencia con objetividad. Por una parte,
la objetividad es un relleno del mismo orden: es un sistema imaginario como los otros
(aunque en l el gesto castrador se seale ms ferozmente) (S/Z, p. 7). Aprecia que la
nocin que ocupa el centro de esta tarea de cuestionamiento de la ciencia es la
diferencia. Barthes, nos dice, es consciente de que esta derivacin de su pensamiento
divide los caminos con sus viejos colegas. La ciencia es Indiferente y como tal no puede
dar cuenta del estremecimiento del sentido. Apoya sus asertos en las propias palabras de
Barthes, extradas de El Grano de la voz (p. 117): Esta investigacin del modelo cientfico
692
es perseguida todava por hombres como Greimas o Todorov. Pero la lectura de Nietzsche,
lo que dijo sobre la indiferencia de la ciencia, ha sido muy importante para m. Y Lacan as
como Derrida, me confirmaron en esa paradoja en la que hay que creer: cada texto es nico
en su diferencia, aunque est traspasado por repeticiones y estereotipos, por cdigos
culturales y simblicos. Son los aos de S/Z, resalta de Diego, en los que se cuestiona la
objetividad y se reconocen las limitaciones del mtodo y se exalta lo que los textos tienen
de diferentes.
Ms adelante, Jose Luis De Diego insiste en la particularidad de la lectura practicada
en S/Z: En S/Z, Barthes propuso un modelo de anlisis del relato que, grficamente,
denomin paso a paso. Luego, reconoci que este modelo no es aplicable a un texto
moderno por dos razones: a) porque el texto clsico es irreversible; el modelo se asienta,
por lo tanto, en una lgica de las acciones que el texto moderno no respeta; b) el modelo se
funda, adems, en una sujecin interpretativa de las connotaciones, y no es seguro que el
texto moderno, que apunta a una destruccin del sentido, posea sentidos asociados, es
decir, connotaciones. (De Diego, 1993, pg. 52)
Otro aspecto interesante lo aborda Rafael Nez Ramos en Roland Barthes y el anlisis
del relato literario percatndose de que en S/Z Barthes parece prescindir del trmino
Indicio que haba empleado en El anlisis estructural del relato, aunque no prescinde
del concepto. Al menos, dos de los cinco cdigos que postula como red que forma el texto
tienen ese mismo carcter fluctuante, inestable, asistemtico y fugitivo del indicio, apunta
Nez; son el cdigo de la connotacin, los semas, y los cdigos culturales, en los que la
heterogeneidad de los saberes a los que remiten determina una relacin encubierta,
implcita, en definitiva indicial, entre la expresin y el contenido. A su juicio, la
inestabilidad del indicio se traslada ahora a los cdigos. Lo que aqu llamamos cdigo,
son palabras de Barthes, no es, pues, una lista, un paradigma que haya que reconstituir a
toda costa. Nez precisa: El cdigo es una perspectiva de citas, un espejimo de
estructurasson otros tantos fragmentos de ese algo que ya haba sido ledo, visto, hecho,
vivido: el cdigo es el surco de ese ya (Nez Ramos, 1984-1985, p. 146)
Los cdigos representan posibilidades de extrapolacin o, quiz mejor, de intrapolacin.
Los cinco cdigos permiten inyectar en el texto informaciones que la lengua, el cdigo de
la lengua, no puede producir. Barthes ha dado un paso adelante reconociendo varias formas
de indicio, varios cdigos. (Nez Ramos, 1984-1985, p. 147)
693
En el texto menos plural los indicios- prosigue Nez Ramos- los interpreta el propio
narrador, un narrador autoritario y omnipresente que dirige el proceso de lectura. En el
texto autnticamente plural, las acciones, las palabras, los acontecimientos, se presentan
directamente, son ellos mismos los indicios, cuyas posibilidades de significacin quedan
intactas porque no son siquiera aludidas por el narrador. (Nez Ramos, 1984-1985, p.147)
Nez trata de disipar la sospecha de que utilizando el concepto de indicio, no siempre
la palabra, Barthes no haga sino perfilar tcnicamente y justificar cierto tipo de crtica, a la
que de una manera un tanto genrica y vaga podemos calificar de impresionista, en la que
el crtico proyecta sobre el texto todo su caudal cultural, pues aquella crtica consistira en
hacer de su discurso una parfrasis amplificadora del discurso de partida, otorgara un
sentido al texto. Siendo, entonces, una crtica autoritaria, paternalista y parcial porque, al
dar un sentido a la obra, ahogara, negara el plural del texto. Barthes, en cambio, asume
repetidas veces la indecibilidad del sentido. La pluralidad de cdigos qe se imbrican en una
lexa acarrea una pluralidad de sentidos, a veces alternativos. (Nez Ramos, 1984-1985,
p. 148)
Destaca que la actividad de Barthes en S/Z, como la actividad de la lectura, se esfuerza
por nombrar los semas connotativos, pero porque ese significador remite no tanto a un
nombre como a los restos del complejo sinonmico en el que es posible incluirlo y del
que se adivina el ncleo comn, y ello aunque el discurso nos encamine hacia otros
significados posibles, hacia otros sentidos afines. De ah que, aun dando nombre a los
semas, Barthes no designe el significado de la obra, no fije su sentido, simplemente
establece las vas que lo hacen posible, las condiciones del contenido, segn exige su
famoso postulado de Crtica y verdad (Nez Ramos, 1984-1985, pg. 59).
Nez sintetiza esta cuestin afirmando que tanto el concepto de indicio, apuntado en
Introduccin al anlisis estructural de los relatos, como los cinco cdigos presentados en
S/Z ponen de relieve que el sentido plural del texto procede no solo del sistema lingstico,
sino de un conjunto de convenciones y reglas implcitas de lectura que hoy est tratando de
descubrir y formular, en toda su generalidad, la pragmtica de la literatura. (Nez Ramos,
1984-1985, p. 149)
Calvet puntualiza que el cdigo es en S/Z algo muy distinto de lo que se entiende por
este trmino: no una estructura o paradigma, cuyos elementos se conferiran unos a los
otros su valor diferencial, sino direccin potencial de lectura o Voz (esas voces que
694
presiden la produccin del texto, que determinan sus lecturas y que son garantes de su
calidad plural). En cuanto a las lexas, su segmentacin es intuitiva: ningn criterio viene a
demostrarnos que es mejor segmentar en un lugar o en otro. No se trata, insiste Calvet, de
recortar unidades a dos caras isomorfas: la lexa no es ms que el significante, no le
corresponde necesariamente un segmento mnimo de significado. Barthes establece las
lexas que le convienen. (Calvet, 1973, pgs. 143-145)
Barthes en Una conversacin con Roland Barthes, aparecida originalmente en Signs of
the times, 1971, es entrevistado por Stephen Heath y responde que es en el nivel del cdigo
simblico donde se juega lo que se podra llamar la calidad de la obra, e incluso, dando a la
palabra un sentido muy serio, el valor de la obra: la escala de valor de las obras sera, en
lneas generales, la que va del estereotipo al smbolo. Mientras, en opinin de Barthes, la
simblica es muy pobre en la cultura de masas y, en contrapartida, lo estereotpico, lo
endoxal es muy importante; en las obras clsicas, la simblica predomina no solo por su
riqueza, densidad, amplitud, sino tambin por su carcter retorcido. (Barthes, 1983, pg.
144)
Stephen Heath recordando tal vez las propias palabras de Barthes en la entrevista Sobre
S/Z y El imperio de los signos, concedida a Raymond Bellour, afirma categricamente
que el anlisis textual no trata de estructurar los cdigos entre ellos. Mutacin
significativa en relacin al anlisis estructural: no hay por qu restablecer una estructura
esquivada; se trata de producir la estructuracin del texto en el paso de los cdigos. (Heath,
1974, pg. 102)
Marie Gil destaca por encima de otras influencias la ejercida por Lacan y considera que
el cdigo privilegiado de S/Z es el simblico a pesar del carcter eclctico del texto.
Piensa, como lo sugiere Marty que el seminario de Lacan sobre La Lettre vole de Poe
est en el origen del cdigo simblico entre los cinco cdigos de lectura de S/Z. En el
seminario sobre Sarrasine, Barthes quiere hacerse consciente de la verdadera dialctica
(en el sentido lacaniano, y no platnico) de la relacin docente: segn esta dialctica, la
escucha no es solamente activa-lo que no quiere decir gran cosa- la escucha es productiva:
al devolverme, aun en el silencio, pero por una presencia renovada, el anlisis de Sarrasine
que diriga, el auditorio, al que estaba unido por una relacin transferencial, modificaba sin
cese mi propio discurso (Rponses, O.C. III, p. 1036). Marie Gil concluye que no solo
695
el mtodo, el anclaje terico y el propsito son lacanianos en S/Z sino la fbrica del texto
mismo que se enraza en la filosofa del seminario. (Gil, 2012, pgs. 340-341)
Steffen Nordahl Lund en Laventure de signifiant. Une lecture de Barthes advierte
tambin la fuerte influencia de Lacan en el cdigo simblico, al que considera como
sistema privilegiado y expone la efectividad de este cdigo sin poner en cuestin la teora
barthesiana, como se infiere de las frecuentes citas textuales (Nordahl Lund, 1981, pgs.
98-99). Ocupado (el cdigo simblico), escribe Nordahl, por un solo objeto: el cuerpo
humano, y regulado por la metonimia, que es el tropo del deseo y del desplazamiento
(Lacan), este orden de lo simblico extrae paradjicamente su unidad de la transgresin
(topolgica), marca del exceso de lo que sobrepasa los lmites antropolgicos, de lo que
est a la vez ms all y ms ac de la naturaleza: la perfeccin y la carencia: el cuerpo
fetichizado (dispersado-o, en trminos lacanianos: parcelado) (Nordahl Lund, 1981, p. 98).
Lo que descubre la fuerza contagiosa de la metonimia es la abolicin de la anttesis, de la
diferencia, de las barras paradigmticas; es la carencia irradiante de la castracin, la
promocin catastrfica del vaco pandmico del deseo (Ibd., 221, 1970), Es en fin una
confusin generalizada de toda representacin, el hundimiento desencadenado de las
economas plenas de sentido, del sexo, del intercambio: No es posible entonces oponer
regularmente un contrario a otro, un sexo a otro, un bien a otro, ya no es posible
salvaguardar un orden de la justa equivalencia; en una palabra no es posible representar
(Ibd. 222, S/Z, Seuil, 1970).
Franoise Gaillard en el artculo Roland Barthes smioclaste? sostiene una
interpretacin distinta a la anterior. Para Gaillard el cdigo simblico es un cdigo ms y
del mismo rango que los otros. No tiene ninguna hegemona en el proceso de significacin:
no es erigido en supercdigo, cdigo de los cdigos que contendra la verdad por el
proceso de creacin de significantes, lo que hace su intervencin en S/Z problemtica,
indeterminable (Ibd., p. 22). Como est yuxtapuesto a las otras redes de significacin, sin
lugar privilegiado, exactamente compatible con las otras vas del sentido, su valor
transgresivo, su ser de escndalo, son recuperados para aparecer solo como una de las
modalidades del sentido. Lo simblico as contenido, prosigue Gaillard, no abole las reglas
del juego, las garantiza, al contrario, al descargarles su parte de negatividad; sta es tal vez
su funcin: cargarse de negatividad para liberar la positividad del juego, es decir, dejarlo
desarrollarse segn las modalidades de las que no es dueo. Por esta especie de
determinacin del margen de maniobra de lo simblico, el funcionamiento plural de las
696
redes de significacin se ve, en Sarrasine, dotado de una forma de objetivacin que hace
las veces de descentramiento. Gaillard considera esto sintomtico del fracaso de la lectura
propuesta por Barthes. Previamente valor que Barthes haba entrado en el juego del
sentido para sacudir desde el interior el modelo clsico de equivalencia unvoca que lo
funda, descubriendo la plurivocidad. A lo que Gaillard objeta que si bien esta plurivocidad
complica la relacin significante/ significado, no la destruye. La polivalencia no es la
ambivalencia, precisa Gaillard; sacada a la luz por una estratificacin del signo, ella se
presenta como una suma de equivalencias. La relacin que une al significante con el
significado por ser mltiple no es menos, en cada ocasin, unvoca. (Gaillard, 1974, p. 21)
El relevo del signo, concluye Gaillard, por la ambivalencia simblica no es por el
momento ms que una postulacin casi vaca. Elogia y sita la aportacin innovadora y
transgresiva de Barthes en la erotizacin de la relacin con el texto: Cette inscription de la
pratique scripturale dans le champ du dsir fait basculer toutes les traces de codification
pour leur faire jouer un autre jeu, qui les rend trangres elles- mmes, qui en dsorigine
les fondements thoriques (Gaillard, 1974, pg. 22)
Un mayor grado de escepticismo frente a la obra de Barthes es representado por LviStrauss, cuya irnica crtica pas totalmente desapercibida para Barthes porque el estilo de
la carta de Strauss no era distinto al que practicaba generalmente:
Strauss que no haba aceptado por razones cientficas la aplicacin del mtodo
estructural al anlisis literario, se sinti irritado, en opinin de Marie Gil, por el proyecto
de un anlisis estructural del relato de Sarrasine, aunque el texto presentaba un carcter
eclctico y post-estructural. Entonces responde al envo por Barthes de S/Z mediante una
carta argumentada en la cual seala a Barthes otra clave de lectura posible de la novelita de
Balzac: el incesto. Barthes tom esta demostracin muy en serio y la calific de
deslumbrante y de convincente, aunque se trataba de una carta irnica. Lvi- Strauss dijo
habrsela enviado para salir del mal paso en lugar de hacerle cumplidos que no senta. (Gil,
2012, pg. 342)
Barbara Johnson figura entre los escpticos respecto a la funcionalidad de este anlisis
de Barthes. Selden en La teora literaria contempornea resume el anlisis que Jonhson
realiza en la obra The Critical Difference. Demuestra, nos dice Selden, que tanto los textos
literarios como los crticos establecen un sistema de diferencias que atrae al lector con la
promesa de la comprensin. En S/Z Barthes identifica y desmonta la diferencia
697
ngeles Sirvent explica que en esta obra se ha pasado de la estructura, objeto del
anlisis estructural propiamente dicho, a la estructuracin, basada en la dispersin, en el
entrelazado de los cdigos, en su carcter deshilachado como dir Barthes, objeto del
anlisis textual. La estructuracin, prosigue la autora, se produce con el simple paso de los
cdigos, de aqu que este anlisis no pretenda conscientemente estructurar dichos cdigos,
ni distribuir los trminos que en l se encuentran. A este respecto, Sirvent cita un pasaje de
Barthes perteneciente a Sollers escritor: Si fuera un terico de la literatura, ya no se
ocupara de la estructura de las obras, que solo puede existir, en el fondo, solo en el ojo de
este animal particular, el meta-lingista, del cual es, en cierta manera, una propiedad
fisiolgica; la estructura es como la histeria; ocpese de ella, ella es indudable; finja
ignorarla, ella desaparece. (Sollers crivain, Paris, Seuil, 1979, pg.74, citado por Sirvent,
1989, p. 240)
Sirvent explica que Barthes alude de forma negativa al metalingista en el fragmento
anterior porque el discurso metalingstico haba adquirido, con el anlisis estructural,
claras pretensiones cientficas. Es ms, la autora demuestra que ya en 1967, poca en la
que todava se encuentra imbuido por este tipo de anlisis, Barthes expresa ya su rechazo a
unas interpretaciones cientficas que se pretendan definitivas y cmo, aos despus,
todava se lamenta de la posicin ambigua en la que se sita como partidario, a la vez, de la
crtica impresionista y de la crtica con pretensiones cientficas. En su recorrido a lo largo
de la trayectoria de Barthes Sirvent destaca que Barthes consideraba muy tiles los trabajos
de Todorov en la lnea de la ciencia de la literatura, pero con la apreciacin de que sta
deja de lado dos cuestiones muy importantes: por un lado, el discurso de la ciencia,
puesto que en realidad existen diversas posibilidades, diversos discursos en los que la
ciencia de la escritura podra expresarse. Adems, agrega la autora, Barthes haba optado
por renegar de Lcrivance y haba optado por que el discurso crtico se analogase al
literario, es decir, que reivindicaba para el crtico el papel del escritor. Con este propsito,
Sirvent transcribe un pasaje de Barthes perteneciente a Sur Le Systme de la mode,
(publicado en Le grain de la voix: Entretiens, 1962-1980, citado por ngeles Sirvent,
1989, pg. 242):
El metalenguaje cientfico es una forma de alienacin del lenguaje, es necesario
transgredirlo (lo que no quiere decir destruirlo). En lo que concierne al metalenguaje
crtico solo podemos considerarlo (tourner) instituyendo una especie de isomorfismo
700
701
Thody subraya que solo existen comas para separar los nombres de Sade, Fourier y
Loyola en el ttulo de la obra de Barthes y que la presencia de Ignacio de Loyola como la
tercera persona en esta trinidad del malo, el loco y el triste es principalmente justificable en
trminos de la aproximacin a la literatura estructuralista y no representacional que
informa toda la obra de Barthes. Pues el Santo catlico, como el malvado aristcrata y el
luntico filsofo, est obsesionado en contar. Ignacio de Loyola enumera pecados, tipos de
oracin, modos de preparacin espiritual y las ocasiones del da ms apropiadas para entrar
en contacto con Dios. Siendo, sin embargo, desde el punto de vista del estructuralismo
barthesiano, como Fourier que recuenta placeres y tipos de fruta. El contenido para el
estructuralismo, remarca Thody, es menos importante que la forma, de manera que el
Santo y el Utpico son hermanos de palabras con el encarcelado y fantico sexual que
clasific y analiz crmenes, perversiones sexuales y diferentes tipos de muerte; estableci
para sus libertinos un estricto horario para distintas actividades fsicas, y cre-como lo
hicieron Fourier e Ignacio-un mundo que existe en total aislamiento de la normal actividad
de la sociedad. E incluso el santo jesuita, inventando un lenguaje (criture) en el que el
creyente puede hablar a Dios, est realizando un acto revolucionario. San Ignacio est
capacitando a las personas para escapar de la Doxa, las opiniones recibidas, las ideas
preconcebidas que habitualmente los adhieren a modos convencionales de discurso.
(Thody, 1977, pgs. 127- 128)
Thody advierte que las pginas consagradas a Sade son ms numerosas que las de los
otros dos autores comentados y considera que, en el segundo ensayo sobre Sade que
Barthes escribe, resume su aproximacin a la literatura. Comentando la imposibilidad
fsica de las orgas descritas en la obra de Sade, y observando cun increble es que los
cuatro libertinos de Les Cent-Vingt Journes de Sodome puedan gobernar solos y sin
oposicin todo un castillo lleno de vctimas, se pregunta por qu el libro no sera ms bien
un programa que un cuadro. En opinin de Thody, cuando Barthes escribe, hablando
acerca de Sade, que no hay metalenguaje; o ms bien: no hay nada sino metalenguajes:
lenguaje sobre lenguaje, pues ningn lenguaje tiene un permanente dominio sobre el otro,
el crtico francs est exponiendo una visin que tiene fuertes analogas con la
interpretacin que puede hacerse de la teora de los juegos del lenguaje de Wittgenstein.
No hay, repara Thody, ni para Bartes ni para Wittgenstein ningn lenguaje que disfrute de
un lugar de honor sobre otros lenguajes, y, consecuentemente, ninguna forma suprema y
metafsica de conocimiento. Todas las formas de investigar sobre la conducta humana o la
702
constitucin de un mundo fsico son igualmente vlidas, desde que iluminan un aspecto
diferente del fenmeno que es estudiado. (Thody, 1977, pgs. 128)
Culler sostiene que en esta obra la analoga lingstica alcanza su desarrollo ms pleno:
estos tres autores son tratados como logotetas o creadores de lenguajes especiales.
Sade, prosigue el estudioso de Barthes, con sus narraciones exhaustivas de aventuras
sexuales, Fourier con su invencin de una sociedad utpica y Loyola con sus
prescripciones de ejercicios espirituales, todos ellos muestran la misma tendencia a
diferenciar, ordenar y clasificar; elaboran sistemas que, a modo de lenguajes, generan
significacin en el dominio que articulan. (Culler, 1983, pg. 55)
Adems de descubrir un rol crtico ms completo para el modelo lingstico, postula
Culler, Sade/Fourier /Loyola transforma un segundo aspecto de Sur Racine. All, la
aplicacin que hizo Barthes del lenguaje sexual o psicoanaltico a Racine y sus personajes,
puede haber parecido un intento de escandalizar a un pblico francs instalado en la
creencia de un decoro raciniano, pero en Sade /Fourier/Loyola Barthes muestra que est
especialmente interesado en los efectos que se producen al poner en contacto lenguajes
discordantes, como cuando los trminos tcnicos de la lingstica chocan con el violento
contenido de la visin sexual de Sade. No se trata aqu, indica Culler, de una burla a
monumentos culturales sino de una exploracin de los efectos de la combinacin de
lenguajes. (Culler, 1983, pg 56)
Culler vislumbra el propsito de Barthes, del que selecciona unas frases explicativas de su
ars operandi: Barthes no descubre temas de actualidad en estas obras, sino que busca
despegar al texto de su visin y propsito-el socialismo, la fe, el mal-, y robar su
lenguaje, fragmentar el antiguo texto de la cultura, del conocimiento de la literatura, y
desperdigar sus rasgos en formulaciones irreconocibles como se encubriran mercancas
robadas (Culler, 1983, pg. 58)
Culler comenta el carcter inslito de semejante programa para la crtica literaria e
interpreta que Barthes, en el acto de apropiacin del lenguaje de estos escritores, pretende
dilucidar las implicaciones que ciertas prcticas escriturales tienen para el significado y el
orden y no tanto interpretar o evaluar obras determinadas.
En Placer/escritura/ lectura, entrevista recogida en El grano de la voz, Barthes
responde a su entrevistador, Jean Ristat, que siempre ha tenido un gran placer en leer a
703
Sade, contrariamente a la opinin corriente, segn la cual, Sade es un autor aburrido. Dice
leerlo como todo el mundo, de manera muy impertinente, saltando pasajes y no siempre los
mismos. Es el escritor que le ha dado el mayor placer de lectura. En cambio, considera a
Fourier ms antolgico. Hay trozos de Fourier que tienen un poder de caricia extremo;
pero tambin encuentra redundancias insoportables. Considera que es mucho ms difcil de
leer, porque no hay argumento, lnea novelesca. El placer de la factura es menos sintctico,
ms semntico, ms potico, en el sentido clsico del trmino. En cuanto a Loyola,
Barthes declara que no se puede hablar de ese gnero de placer, sobre todo cuando se est
lejos del discurso cristiano; tambin manifiesta que le sera imposible incluirse ni siquiera
a ttulo de rebelin. Su discurso no le dio placer, pero le dio los elementos de una
reconstruccin lingstica apasionante. Lo compara al placer que pudo sentir Champolin y
todos los descifradores de lengua, a los que Jakobson llama criptanalistas. (Barthes,
1983, p. 163)
Barthes declara no haber tenido ninguna intencin provocadora, al reunir los tres
autores, aunque no niega que exista efecto de provocacin (Barthes, 1983, pg. 173). Si
admite que, al emplear la expresin materialista para adjetivar a los tres escritores, pudo
incurrir en una especie de provocacin, pues no tom en cuenta el hecho de que Loyola era
un creyente. No obstante esclarece el empleo del adjetivo: A los tres los trat fuera de
todo contenido. Cuanto ms un autor se compromete en la escritura, ms se materializa,
ms evacua la carga idealista que puede haber en los contenidos que propone.
Barthes, requerido por Jean Ristat, aclara el sentido de la proposicin Sade, Fourier,
Loyola tienen en comn el hecho de teatralizar: aqu est hablando de otra teatralidad
distinta a la del teatro occidental, una teatralidad que se une a la idea de puesta en escena,
al sentido casi etimolgico de la expresin. Los referentes deberan ser buscados, ya sea
del lado de la escena freudiana, la otra escena, ya sea del lado de Mallarm, del libro por
venir: una teatralidad fundada sobre mecanismos de combinatorias mviles, concebidos de
tal manera que en todo instante desplacen la relacin entre el que lee y el que escucha.
A lo largo de la entrevista explica el lugar primordial que ocupan en la construccin del
libro los artculos consagrados a Sade. Primer sentido: Sade enmarca la totalidad. Por tanto
el libro no debe considerarse una triloga, un puro desfile. Existe la construccin de una
cierta perspectiva: Sade antes y despus. El segundo sentido es que Sade I ha sido escrito
como un artculo de acuerdo con una cierta discursividad. Sade II est compuesto de
704
En la entrevista Un gran retrico de las figuras erticas, dirigida por Jean- Jacques
Brochier, Barthes declara que lo que le interesa en Sade no es el aspecto transgresivo, sino
eminentemente el aspecto escritural: un hombre que, por la escritura, construye estructuras
novelescas extremadamente bien hechas que son tambin estructuras erticas: las figuras
son a la vez figuras erticas, posturas, y figuras retricas. Sade, a juicio de Barthes, es de
alguna manera un gran retrico de las figuras erticas. Es ms, cita Juliette como una gran
novela. (Barthes, 1983, pg. 261)
Barthes propone un reconocimiento de Sade a dos niveles: por una parte, como un buen
fabricante de historias, cosa que le parece evidente, y como productor de una frase tpica.
En los desarrollos erticos, la frase sadiana es de una belleza, de una limpieza increibles.
Bastara compararla con las novelas llamadas pornogrficas, se vera que la diferencia est
en el estilo. Sade produce en la literatura: una escritura perfectamente denotada. Cuando
describe en una frase un acto ertico, no hay absolutamente ninguna connotacin. La frase
es tan mate que ningn simbolismo puede intervenir. No hay, por ejemplo, ningn guio al
lector. (Barthes, 1977, pg. 263)
Barthes reitera que su propsito al reunir estos autores en el mismo libro es la condicin
de fundadores de un lenguaje. Los tres han elaborado una lengua, es decir un sistema de
unidades, de figuras, y todas sus obras son la representacin de ese sistema. El que quiere
inventar una lengua est obligado a tomar unidades semnticas y establecer una
combinatoria, una sintaxis. Es lo que ellos han hecho. Loyola combin figuras de
meditacin que eran en su mayora fantasas ms o menos msticas, para producir la lengua
de su misticismo; porque el misticismo de Loyola no es, por ejemplo, el de San Juan de la
Cruz. Los grandes msticos clsicos atraviesan el lenguaje para llegar ms all del
lenguaje; el lenguaje es su enemigo. Por el contrario, todo el esfuerzo de Loyola apunta a
producir lenguaje e imgenes, a ofrecer un lenguaje a los que hacen retiro espiritual.
Loyola produce la lengua del retiro espiritual. (Barthes, 1977, pg. 265)
En cuanto a Fourier, es evidente que se trata de un combinador de pasiones (contabiliza
1620), y que ha extrado de esas combinaciones unidades ms complejas, series, frases. El
falansterio es como un discurso.
En Placer/ escritura/ lectura, publicado en El grano de la voz, Barthes haba dicho a
propsito de Fourier, con el cual comparta gustos, lo importante que era el falansterio para
aqul en cuanto lugar organizado, cerrado, pero donde, sin embargo, el placer circula. El
706
sanatorio para tuberculosos, por ejemplo, en el momento en que estaba internado se pareca
mucho al falansterio. Hay, resalta Barthes, otro gran placer en Fourier: el elogio del
neologismo. (Barthes, 1983, pg. 178)
Gabriel Sausen Feil en el ensayo titulado Escritura biografemtica en Roland Barthes
defiende la tesis de que Sade, Fourier, Loyola es un libro compuesto por textos
biografemticos: en vez de detenerse en los elementos en los que cada uno de esos autores
es reconocido (pornografa: Sade; socialismo utpico: Fourier; mstica de la obediencia:
Loyola), Barthes se detiene en algo nuevo: identificar lo que hace de Sade, Fourier y
Loyola escritores. Desde su perspectiva si Barthes rene un escritor maldito, un filsofo
utopista y un santo jesuita es para enfatizar un modo distinto de apropiarse del autor.
Trtase de la apropiacin de un sujeto que est siempre disperso, dador de trazos
biografemticos. Los trazos son detalles que pasan desapercibidos por los bigrafos, por
estar desprovistos de significacin previa. Sausen Feil hace un recuento de los pasajes en
los que Barthes emplea la nocin de biografema, destacando precisamente la que se
encuentra en el prefacio de Sade, Fourier, Loyola, pero la ilustra con la ofrecida por
Haroldo de Campos: El biografema acontece cuando la vida y la obra se encuentran, se
vuelven indiscernibles. Se trata del encuentro entre la ficcin y lo real, entre lo imaginario
y la historia (Sausen Feil, 2010, pg. 30-39)
Sausen Feil opina que Barthes identifica lo que hace de los escritos de Sade, Fourier y
Loyola escrituras, aclarando que escritura es una nocin creada por Barthes para
diferenciar el escrito que tiene valor por s mismo, del escrito que slo tiene valor por su
contenido. Escritura es la expresin usada para el primer tipo, diferencindose, sobre todo,
del escrito transitivo, de aqul que enfatiza el hablar sobre. Mientras que la escritura es
intransitiva en el sentido de que su nfasis est en crear, en la propia escritura,
procedimientos para escribir. La escritura es, por tanto, despojada de cualquier vnculo que
justifica su existencia; lo que no es escritura, por el contrario, es un texto que apenas tiene
valor si desconsideramos esos vnculos.
Para Sausen Feil, al contrario que crticos como Lecumberri, no tiene trascendencia
preguntarse si esas lenguas corresponden a los de los autores o fueron inventadas en Sade,
Fourier, Loyola. La respuesta no le parece interesante en la medida en que el texto de
Barthes acaba teniendo valor por s solo, independientemente de que nosotros seamos, o
no, especialistas en Sade, Fourier o Loyola. Aventura la hiptesis de que tal vez haya
707
Nada ms deprimente que imaginar el texto como objeto intelectual. El texto es un objeto
placentero. El goce del texto con frecuencia no es ms que estilsticoA veces sin
embargo, el placer del texto se lleva a cabo de un modo ms profundo (y es entonces
realmente cuando podemos afirmar que hay texto): cuando el texto es literario (el libro)
transmigra dentro de nuestra vida, cuando otra escritura (la escritura del otro) acierta a
escribir fragmentos de nuestra propia cotidianeidad; en suma, cuando se produce una coexistencia
Barthes, que ha reflexionado mucho sobre el poder del lenguaje, parece postular desde
su concepcin utpica del lenguaje no utilitario que el influjo del texto no recaiga sobre los
actos del lector, aspiracin que parece propia de la ideologa. El lenguaje para Barthes es
un fin en s mismo, que puede establecer encuentros con el otro en una relacin de
igualdad como sugiere el adjetivo amistoso. Por tanto nos preguntamos si no actuar un
texto sera la otra cara de la moneda, la perfeccin del robo al lenguaje practicado por el
autor para luchar contra el monopolio ideolgico burgus: (Barthes, 1977, pg. 12):
Se trata de hablar ese texto, no de actuarlo, dejndole la distancia de una cita, la fuerza de
irrupcin de un trmino sorprendido, de una verdad de lenguaje; nuestra misma vida
cotidiana se vuelve entonces un teatro que tiene por decorado nuestro propio hbitat social;
vivir con Sade es, en ciertos momentos hablar sadianoUna vez ms, no se trata de
transportar a nuestra interioridad contenidos, convicciones, una fe, una Causa, ni siquiera
imgenes; se trata de recibir del texto una especie de orden fantasmtica: saborear con
Loyola esa voluptuosidad de organizar un retiro, de cubrir con ste el tiempo interior, de
distribuir sus momentos de lenguaje...El placer del Texto comporta asimismo un retorno
amistoso del autor
En el prefacio tambin encontramos el pesimismo barthesiano que niega la libertad del
lenguaje respecto a su creador burgus. Frente a esta hiptesis no propone la expropiacin
que convertira en legtimo propietario al nuevo poseedor, sino el robo (como si el lenguaje
se tratara de un bien material), que mantiene al poseedor en el campo de los proscritos. Es
decir, Barthes, no sabemos con qu grado de conciencia, valida totalmente el ttulo de
propiedad burgus del lenguaje y no lo considera como un bien susceptible de usucapin
(Barthes, 1977, pgs. 14-15). Tambin cabe que el trmino elegido refleje la concesin de
cierta positividad a las acciones contra el status quo:
709
es nada perturbadora y por ello recibir reproches. Tambin marca las distancias que
separan la visin de Barthes de la de Blanchot o Klossowski. El Sade de Barthes se
mantiene distante de la exaltacin surrealista como reacio a su espiritualizacin. (Gane,
2004, pg. 159)
Observa que Barthes procede de manera distinta a lo que es habitual en l, aproximando
a Sade con diversos grandes escritores de manera comparativa y nunca adversativa. El
paralelismo establecido se abstiene de descansar sobre la anttesis, a pesar del gusto
barthesiano por esta figura que ha comentado bajo el nombre del binarismo. Sade no es
opuesto a nada ni a nadie. (Gane, 2004, pg. 160)
Aqu caben, segn Roger, dos lecturas: en primer lugar, Se trata ante todo de retrotraer
Sade a la cultura- no sin comprometer los grandes nombres a los que es enlazado? O bien,
es una manera de sugerir una definicin de Sade como aquello a lo que nada es oponible?
(Gane, 2004, pg. 160)
Sobre el extrao emparejamiento que Barthes hace de Sade con otros autores, Roger
especula que o bien esas citaciones no designan una analoga real e ilustran una utopa de
escritura o bien como ltima hiptesis el nombre de Sade solo sera un mot- mana, una
palabra cuya significacin ardiente, multiforme y como sagrada parece responder a todo.
(Gane, 2004, pg. 161)
Aprecia que el nombre de Sade se introdujo poco a poco en la obra de Barthes.
Irreconocible, incluso, en Michelet por l mismo por los esfuerzos conjugados de Michelet
y Barthes y como demostracin transcribe las palabras brutales de Michelet sobre Sade,
recogidas por Barthes sin rebelarse: Sade viva, pero finalmente, la justicia regresando en
este mundo, el primer ensayo de la guillotina, le corresponda con derecho (Michelet,
Histoire de la Rvolution franaise, T.VII, livre XVIII, ch. 6, Pars: Laffont- Bouquins,
1979, T.II, p.784). No solo no se subleva Barthes sino que ni siquiera corrige el error que
incomprensiblemente comete Michelet al afirmar que Sade sali de prisin el 10 de
Termidor, error corregido ms tarde por Simone de Beauvoir en su trabajo Es necesario
quemar a Sade? (Simone de Beauvoir, Faut-il brler Sade?, Privilges, Paris: Gallimard,
1955, p. 28, citado por Philippe Roger, pg. 39). A esto se aade que la nica cita dedicada
en Michelet por Barthes a Sade no remite al pasaje de la muerte de Robespierre ni a ningn
otro pasaje con el que la conexin sea directa. Roger seala que ello est en consonancia
con la indiferencia en la que se mantuvo Barthes, durante muchos aos, hacia un personaje
711
y una obra que se encontraban sin embargo bajo el fuego de un incesante debate
intelectual, lanzado desde 1945 por Queneau y Paulhan y ms tarde continuado por
Bataille, Camus, Blanchot, Klossowski. El Sade de Barthes sera de segunda mano,
procedente de los autores anteriormente mencionados, pero luego lo asimilara como un
doble emblema: la afirmacin del atesmo y la eleccin del mal como prueba de la libertad
(Sade tomado de Simone de Beauvoir) (Gane, 2004, pgs. 162 y 163)
Despus de valorar la fugaz e infrecuente presencia de la figura de Sade en la obra de
Barthes, Philippe Roger demuestra que el tratamiento que recibe Sade en la obra de aqul
responde a una doble preocupacin: no abrumar un texto sobre el cual han pesado tantas
glosas y no ceder a su vrtigo. Otra de las paradojas que atraen la atencin de Roger es el
hecho de que Barthes se interese en las zonas amables de un texto violentamente,
mortalmente ergeno, con preferencia a aquellas que permiten una convivencia, dicha
eleccin sera fruto de una eleccin y no de una ingenuidad (Gane, 2004, pg.164). Nos
informa tambin de que el lazo entre Fourier y Sade estaba en las portadas de las revistas
de los aos desordenados precedentes a mayo del 68: algunos meses antes de
Sade/Fourier/ Loyola, al final del 1970, Pierre Kossowski haba dado en Topiques un Sade
y Fourier reeditado en 1972 y 1984. La inclusin de Loyola le permitira al mismo tiempo
desligarse de asignaciones ideolgicas asfixiantes. Al despolitizar la figura de Sade estaba
obligando, supone Roger, a desplazar la responsabilidad social del texto. El crtico hace
referencia al ataque que recibi Barthes por parte de la izquierda a la que su Sade pareca
demasiado ordenado para ser subversivo. Su opcin ha sido validada por el transcurso del
tiempo, pues ya no se oculta que el pensamiento de Sade es antipoltico. No obstante
contra la reduccin de Sade al texto reaccionaron intelectuales como J.-P. Faye, que
vinculaba a Sade con personajes de trascendencia histrico- poltica, hoy da todava no
corroboradas o mejor dicho desmentidas. (Gane, 2004, pg. 166)
Apreciamos que Barthes encuentra la vinculacin de lenguaje y poder representada
caricaturescamente en los personajes de la sociedad sadiana y aunque, normalmente, se
abstiene de formular juicios morales sobre los personajes y acciones de la obra del
aristcrata, hace una salvedad para expresar su rechazo frente a la exclusin de la
comunicacin verbal, que equipara con el asesinato por su poder amoralizante: De hecho,
y ste es el momento de decirlo, fuera del asesinato, solo hay un rasgo que los libertinos
poseen en propiedad y no comparten nunca, sea cual fuere su forma: la palabra. El amo es
el que habla, el que dispone del lenguaje en su integridad; el objeto es el que calla, el que
712
permanece apartado, debido a una mutilacin ms absoluta que todos los suplicios erticos,
de todo acceso al discurso, ya que no tiene ni siquiera ningn derecho a recibir la palabra
del amo. (Barthes, 1977, pg. 33)
Tambin encontramos en algunos pasajes de la obra un anlisis estilstico de cuo ms
tradicional: Sade practica corrientemente lo que podramos llamar la violencia metonmica:
en un mismo sintagma yuxtapone fragmentos heterogneos que pertenecen a esferas de
lenguaje separadas ordinariamente por el tab socio-moral: de la Iglesia, del bello estilo y
de la pornografaComenzamos a saber que las transgresiones del lenguaje poseen un
poder ofensivo al menos tan fuerte como el de las transgresiones morales, y que la poesa
que es el lenguaje mismo de las transgresiones del lenguaje, es siempre impugnadora en tal
sentido. (Barthes, 1977, pg. 36)
Ms adelante Barthes trata de desvelar qu se oculta bajo la calificacin de Sade como
montono por cierta crtica: ocurre a menudo que se le d la forma desengaada de un
disgusto esttico a la reprobacin moral Despus de especular sobre la unin, en la obra
de Sade, del libro y su crtica de una manera abstracta e imprecisa que la comparacin con
Mallarm no contribuye a aclarar, afirma que la combinatoria sadiana solo puede
parecernos montona, si arbitrariamente desterramos nuestra lectura del discurso sadiano a
la realidad que presumimos representa o imagina: Sade solo es aburrido si fijamos
nuestra mirada sobre los crmenes que refiere y no sobre los resultados satisfactorios del
discurso (Barthes, 1977, pg. 38)
Barthes considera que se ha condenado a Sade por tomar su obra errneamente como la
expresin de una realidad; argumento altamente probable en el dominio de la moral, pero
inconsistente, cuando no injusto, si se presenta precisamente como inductor de la confusin
ficcin-realidad al realismo, que Barthes al mismo tiempo ridiculiza y eleva a responsable
con la atribucin arbitraria de una capacidad censora muy mediatizada:
La condena legal impuesta contra Sade se funda, pues, sobre cierto sistema de la literatura
y ese sistema es el del realismo: l postula que la literatura representa, figura, imita;
que es la conformidad de tal imitacin, la que se ofrece al juicio, esttico si su objeto es
conmovedor, instructivo, o penal, si es monstruoso; que, por ltimo, imitar es persuadir,
seducir: punto de vista escolar en el que, sin embargo, se empea toda una sociedad con
sus instituciones.En efecto, la funcin del discurso no consiste en producir miedo,
vergenza, envidia, impresin, etc., sino en concebir lo inconcebible, es decir, en no dejar
713
nada fuera de la palabra y en no conceder al mundo nada inefable. (Barthes, 1977, pg.
39)
A la relacin de Sade con el realismo volver Barthes en Sade II en donde, despus
de preguntarse por qu no certificar el realismo de una obra interrogando no la manera
ms o menos exacta con que reproduce lo real, sino al contrario aquella con que lo real
podra o no efectuar lo que la novela enuncia, escribe: Sade opone radicalmente el
lenguaje a lo real, o ms exactamente se sita bajo la sola instancia de lo real del
lenguaje, y es por eso que pudo gloriosamente escribir: S, soy un libertino, lo confieso:
he concebido todo lo que se puede concebir en ese gnero, pero no he hecho de seguro
todo lo que he concebido y seguramente no lo har nunca. Soy un libertino, pero no soy un
criminal ni un homicida. Lo real y el libro estn cortados: ninguna obligacin los une:
un autor puede hablar infinitamente de su obra, pero nunca est obligado a garantizarla.
(Barthes, 1977, pg.149)
En la segunda parte de Sade Barthes inserta una disertacin acerca de la censura y su
antdoto, la invencin. Dicha disertacin es un alegato tambin contra la doxa:
A Sade se le censura aparentemente dos veces: cuando se le declara fastidioso, ilegible.
La verdadera censura, sin embargo, la censura profunda, no consiste en prohibir (en cortar,
cercenar, hacer padecer hambre), sino en alimentar indebidamente, en mantener, retener,
sofocar, enviscar dentro de los estereotipos (intelectuales, novelescos, erticos), en no dar
por todo alimento ms que la palabra consagrada de los otros, la materia repetida de la
opinin corriente. El instrumento verdadero de la censura no es la polica, es la endoxa. As
como una lengua se define mejor por lo que obliga a decir (sus rbricas obligatorias) que
por lo que prohbe decir (sus reglas retricas), asimismo la censura social no est all donde
se impide, sino all donde se obliga a hablar. La subversin ms profunda (la contracensura) no consiste, pues, forzosamente, en decir lo que contrara la opinin, la moral, la
ley, la polica, sino en inventar un discurso paradoxal (libre de toda doxa); la invencin (y
no la provocacin) es un acto revolucionario: ste no se puede llevar a cabo sino mediante
la fundacin de una nueva lengua. (Barthes, 1977, pg. 138)
En Vidas en el fragmento nmero 17 relata una ancdota de la estancia en prisin de
Sade que le sirve para protestar de nuevo contra la censura: En 1783, en Vincennes, la
administracin penitenciaria rehus dejar pasar al prisionero las Confesiones de Rousseau.
Sade comenta: Mucho me honran creyendo que un autor desta pueda ser un mal libro
714
para m; yo bien quisiera estar en eso todavaSabed que es el punto en que se est
respecto a ella el que vuelve mala o buena a una cosa determinada, y no la cosa en s
mismaPartid de all, Seores, y tened el sentido comn de comprender, al enviarme el
libro que os pido, que Rousseau puede ser un autor peligroso para toscos santurrones de
vuestra especie, pero que se convierte en un excelente libro para m. Jean- Jacques es para
conmigo lo que es para vosotros una Imitacin de Cristo La censura es detestable a dos
niveles: por ser represiva, por ser necia; de modo que siempre dan ganas,
contradictoriamente, de combatirla y aleccionarla. (Barthes, 1977, pg. 196)
Termina el apartado dedicado a Sade realizando una identificacin entre la represin de
la escritura y la censura del libro y una comparacin de esta represin a una castracin.
LOYOLA
Carlo Ossola en Laisser tomber lhistoire: la Vie de Loyola par Roland Barthes
(artculo publicado en la Rivista di letterature moderne e comparate, abril, 2003, Pisa)
presta atencin al hecho de que Barthes no escribiese sobre la vida del Santo: Barthes,
como la mula de Loyola deja caer la historia. En su opinin Barthes no se detiene como si
estuviera urgido por las demoras o fatigado por los bigrafos; por el contrario, elige
retirarse, tomar su retirada de la vida de Loyola porque ha comprendido que esta vida no
puede ser reducida, remitida a los biografemas. Nos informa de que Barthes en los
mrgenes de la edicin de El Diario de Loyola, que posea, ha sealado la recurrencia de
las lgrimas del Santo hasta el momento en que la contabilizacin de las lgrimas estalla
de mayo de 1544 a febrero de 1545-momento en el que el Diario es solo un registro de
lgrimas y detecta la presencia del tema de las lgrimas en el ensayo que Barthes consagr
a Michelet en 1954. Tres veces- contina Ossola- la misma rbrica, el hilo de las lgrimas,
haba anudado esa red organizada de obsesiones. El crtico marca una diferencia, no
obstante, con las lgrimas como medio de incubacin en Michelet (Otro medio de
incubacin: las lgrimas. Las lgrimas son un don; San Luis se las peda en vano a Dios;
Michelet ha conocido el poder germinante de los llantos: no lgrimas mentales, lgrimas de
metfora, sino lgrimas de agua y sal, que vienen a los ojos, a la boca, al rostro): Aqu el
paroxismo de las lgrimas no es el antiguo medio de incubacin; se hace torrente y
desierto, prdida y superabundancia, que devora los ojos, la palabra, la vida.
715
719
que nos ocupa sino en trminos generales y que procedemos a transcribir casi en su
integridad: (Lecumberri, 1981, pg. 34)
La incoherencia de estos conceptos dentro del complejo sistema lingstico que Barthes
predica de Loyola parece manifiesta: la conexin entre autor (Loyola) y reglas formales
aplicadas a la creacin del texto viene dada por la idea del cuerpo (deseo, placer del
texto, erotismo), distintas de las ideas del yo racional, lo cual abre un insalvable hiato de
irracionalidad entre placer del texto y cdigo formal del texto ignacianoPor un lado,
separa rigurosamente el sujeto de la persona del autor, presentndolo como forma vaca
que vienen a llenar los diferentes predicados, al igual que el personaje de una narracin;
pero esta perspectiva netamente semiolgica del sujeto (visto en el plano del significante,
como serie de rasgos) no puede por menos de remitir a un sujeto significado, es decir, al
valor del sujeto inscrito en una cultura determinada, como anclaje referencial de esa
cultura, lo que el propio Barthes llama effet de rel; el sujeto debe definirse por ese
contexto cultural. Ahora bien, los atributos que Barthes confiere a Loyola-en torno al
deseo, al erotismo de la construccin del texto no corresponden a la insercin cultural
religiosa y asctica de San Ignacio porque reducen el sujeto a mero registrador afectivo de
las estructuras en que se halla inscrito, confundindolo con la persona inautntica- el
escengrafo, el fetiche- dispersa en la gama del espectro lingstico. Llegados a este punto,
apenas ser preciso advertir que la inconsecuencia metodolgica de Barthes, al situar a
Loyola fuera del sistema cultural apropiado, conlleva una absoluta negacin de la
transitividad del texto porque el placer que condiciona el complejo sistema imaginativo de
San Ignacio provoca neurosis defensiva frente a la divinidad y finalmente mana
contabilizadora y un narcisista lazo de propiedad del ejercitante con sus propios
defectos, que impide toda relacin transferencial con lo sobrenatural. Por lo tanto, al
sealar la substitucin de la razn del Santo por el erotismo sealamos la raz de la
substitucin de la ideologa ignaciana-ascetismo, transitividad del lenguaje- por las de
Barthes- placer e inmanencia lingsticaEl texto de Loyola excluye taxativamente de su
horizonte cultural los supuestos de Barthes.
Sausen Feil, tal vez, por no ser especialista en San Ignacio, es ms permeable a la
presentacin que hace Barthes de San Ignacio de Loyola como creador de lengua y a la
exclusin del referente en la consideracin de la obra que Lecumberri: Barthes desva su
atencin de la realidad que juzga representarse en las obras de los escritores en cuestin,
hacia los discursos articulados en esas mismas obras. Entindase por discursos
720
Ejercicios, cuyo arte retrico apunta a la elaboracin de una interlocucin con Dios y, por
otro, confusamente, la devotio moderna de los msticos flamencos, Juan Clmaco y las
iglesias orientales, Juan de la Cruz y Ruysbroeck, todos aquellos, cuyas tcnicas apuntaban
solamente a realizar en s una teofana ntima, una unin con Dios. En esta divisin sita
del lado de Loyola un funcionamiento segn el discernimiento (discretio), es decir, la
seleccin por el lenguaje, pues el lenguaje es su horizonte definitivo. Una teofana que es
una semiofana, donde es el signo de Dios, ms que su conocimiento o su presencia lo
que se trata de buscar. Este Loyola, prosigue Roger Philippe, ofrece la imagen invertida de
la koin mstica caracterizada por la desconfianza hacia el lenguaje, el deseo de un
ms all del lenguaje o incluso La condenacin de todo lenguaje. Percibe que Barthes
opone dos misticismos, con los que hace el paradigma de dos relaciones con el lenguaje.
Los rasgos de Loyola que no tienen correspondencia en el otro paradigma son: la economa
global de la escritura en Loyola y el sujeto de Loyola, autor de los Ejercicios, cuyo yo,
nos dice Barthes, es slo un shifter, un vaco psicolgico sin valor de ser. (VV.AA, 1993,
pgs. 37-41)
Lecumberri en Roland Barthes y San Ignacio de Loyola considera que este contraste
tiene la intencin de crear entre los dos textos una distancia lingstica absoluta, pues
Barthes no tolera un trmino medio, siquiera modesto, formado con textos de la Devotio
conocidos por San Ignacio y ms afines a su mtodo de oracin y a su sistema lingstico,
en particular, al uso de imgenes, como la Vita Christi del Cartujano y el Exercitatorio de
Garca de Cisneros; tampoco, en opinin del crtico, tolera Barthes la mediacin de El
Diario de Loyola entre la mstica de unin de la Devotio moderna y los Ejercicios. Para
ello Barthes excluira tpicos comunes como el de la contemplacin e introducira la
imagen, movilizada por el placer que pretende incorporar cdigo lingstico y situacin del
habla. Lecumberri admite que existe cierta distancia entre Loyola y los otros msticos, pero
no tan total como pretende Barthes, pues ambas tendencias participan en el concepto de
contemplacin infusa. (LECUMBERRI, 1981, pg. 28-29)
Philippe Roger entiende que Barthes se identifica en cierta medida con Loyola: El lado
de Loyola es el del escritor dotado de todos los atributos barthesianos. Esas pginas datan
de 1971, es decir del culmen ambiguo en Barthes del reino de la Textualidad que define
sobre el modo de la teologa negativa: el texto no es esto ni aquello; ni la obra, ni su
contrario. Supone que aqu Barthes rene subrepticiamente lo que la Teora del texto
mantena separado: el escritor de texto trabajando en el infinito del lenguaje y el escritor
722
clsico, maestro de un arte del efecto. Larvatus prodeo detrs de la mscara de Ignacio
y ante los sustentadores multiplicados de la enunciacin que protegen el sujeto de Roland
Barthes por Roland Barthes. Philippe Roger subraya esa intencionalidad de Barthes al
comparar los preparativos de Los Ejercicios espirituales a los protocolos manacos
mediante los cuales el escritor encuadra su trabajo. No obstante precisa que el autorretrato
estructural hay que leerlo en el dptico entero.
La potica aplicada a los Ejercicios, afirma, permite a Barthes enunciar lo propio de su
deseo, en tanto que ha estado siempre inclinado entre su amor del sentido y su pasin por
lo que el nombra la exencin de sentido: el sueo de la escritura blanca.
El PLACER DEL TEXTO
Antes de abordar el anlisis de El placer del texto ilustraremos la exposicin con las
referencias alusivas a la labor de la crtica presentes en la obra por orden de aparicin:
I
Si acepto juzgar un texto segn el placer no puedo permitirme decir: este es bueno, este
otro es malo. Son imposibles entonces los premios, la crtica, pues sta implica siempre un
punto de vista tctico, un uso social y a menudo una garanta imaginaria. No puedo
dosificar, imaginar que el texto sea perfectible, dispuesto a entrar en un juego de
predicados normativos: es demasiado esto, no es suficientemente esto otro; el texto (ocurre
lo mismo con la voz que canta) no puede arrancarme sino un juicio no adjetivo: es esto! Y
todava ms: es esto para m! Este para m no es subjetivo ni existencial sino nietszchiano
(en el fondo es siempre la misma cuestin: Qu significa esto para m?...) (Barthes,
1974, pgs. 21-22)
II
Cmo leer la crtica? Una sola posibilidad: puesto que en este caso soy un lector en
segundo grado es necesario desplazar mi posicin: en lugar de aceptar ser el confidente de
ese placer crtico- medio seguro para no lograrlo-puedo, por el contrario, volverme su
voyeur: observo clandestinamente el placer del otro, entro en la perversin; ante mis ojos
723
el comentario se vuelve entonces un texto, una ficcin, una envoltura fisurada. Perversidad
del escritor (su placer de escribir no tiene funcin); doble y triple perversidad del crtico y
de su lector; y as al infinito. (Barthes, 1974, pg. 26)
III
La crtica se ejerce siempre sobre textos de placer, nunca sobre textos de goce: Flaubert,
Proust, Stendhal son comentados inagotablemente; la crtica dice entonces el goce vano del
texto tutor, el goce pasado o futuro: tienen que leer, yo he ledo: la crtica es siempre
histrica o prospectiva: el presente constativo, la presentacin del goce le est prohibida,
su materia predilecta es la cultura que es todo en nosotros salvo nuestro presente.
Con el escritor de goce (y su lector) comienza el texto insostenible, el texto imposible.
Ese texto est fuera del placer, fuera de la crtica, salvo que sea alcanzado por otro texto de
goce: no se puede hablar del texto, solo se puede hablar en l a su manera, entrar en un
plagio desenfrenado, afirmar histricamente el vaco del goce (y no repetir obsesivamente
la letra del placer) (Barthes, 1974, pg. 32)
IV
Cada vez que intento analizar un texto que me ha dado placer no es mi subjetividad la
que reencuentro, es mi individuo, el dato bsico que separa mi cuerpo de los otros
cuerpos y hace suyo su propio sufrimiento, su propio placer: es mi cuerpo de goce el que
reencuentro. Y ese cuerpo de goce es tambin mi sujeto histrico, pues es al trmino de
una combinatoria muy fina de elementos biogrficos, histricos, sociolgicos, neurticos
(educacin, clase social, configuracin infantil, etc.) que regulo el juego contradictorio del
placer (cultural) y del goce (no-cultural) y que me escribo como un sujeto actualmente mal
ubicado, llegado demasiado tarde o demasiado temprano (este demasiado no designa una
pena, ni una falta ni una desgracia sino solamente convoca un lugar nulo): sujeto
anacrnico, a la deriva (Barthes, 1974, pg. 79)
724
Thody observa que los juicios de valor literario basados sobre un razonamiento son
en el contexto de Le Plaisir du texte tan imposibles como indeseables: todo lo que el crtico
puede decir es: cest cela pour moi. En Flaubert solo existe lenguaje, y es un completo
error pensar que los textos pueden de algn modo imitar la realidad. Todos los textos
clsicos confirman nuestras perspectivas existentes y nos hipnotizan en la creencia de que
ciertas maneras de hablar son ms verdaderas que otras. Thody seala que existe un alto
grado de insistencia tanto en Sade, Fourier, Loyola como en Le Plaisir du texte en la idea
de reaccionar fsicamente a los libros que leemos, descifrndolos con nuestros cuerpos,
incluso regresando a la costumbre de leerlos en voz alta. Esta idea de que leemos para
disfrutar, comenta Thody, camina de la mano con el sentimiento casi obsesivo de Barthes,
propio de la izquierda, de ser perseguido por la sociedad en que vive. Pues el placer est
bajo el ataque tanto de la mayora conservadora como de la minora progresista. La
primera lo contempla bajo sospecha como un instrumento para disolver los hbitos
verbales y valores sociales establecidos, mientras el segundo adopta la visin puritana de
que el disfrute es una distraccin de las necesidades de la revolucin. (Thody, 1977, pg
132)
Thody aprecia una actitud sospechosa y austera hacia el lenguaje corriente que tiene
fuertes analogas con las preocupaciones de Antoine Roquentin, el hroe de la novela que
Sartre public en 1938 bajo el ttulo de La Nause. Pues precisamente como Roquentin se
senta disgustado por el modo en el que todas las palabras que tena que usar se quedaban
percudidas en las mentes de otras personas, as Barthes desea desnudar el lenguaje de las
espesas capas de piel muerta que siglos de uso han depositado sobre l. Su deseo, opina
Thody, parece similar al de Mallarm y al de T. S. Eliot de dar un sentido ms puro a las
palabras de la tribu, y existe el mismo impulso purista en accin en Le Plaisir du texte
como en Mythologies o Systme de la mode. Tambin aprecia el mismo celo proselitista de
remplazar la anticuada visin del lenguaje como un instrumento de comunicacin por una
nueva y purificada visin del lenguaje como el creador de su propia realidad. (Thody,
1977, pgs. 132-133)
Seguiremos las reflexiones de Bassam Quttous y Julia Ponzio sobre El placer del texto,
al abrir el tema, porque el orden y sistematicidad del primero sirven para dar una visin de
conjunto no solo bien documentada sino poco proclive a suscitar polmica por su sujecin
a criterios ya establecidos, aunque su aportacin no ofrezca la profundidad, entendida
como bsqueda de exhaustividad, que otros estudios expuestos a continuacin, y las
725
reflexiones de Julia Ponzio porque engarzan la obra en un estilo lrico no carente de juicio
crtico con el sentido obvio y el obtuso poco invocados a propsito de este tema.
Bassam Quttous en Two Approaches of pleasure: Coleridge and Roland Barthes
Compared deja sentado que tanto Coleridge como Roland Barthes han proporcionado
importantes perspectivas crticas para el anlisis del texto en el campo del placer. Ambos,
en su opinin, han contribuido a la teora crtica. El primero comenz con la imaginacin y
termin con el placer como un don de la imaginacin creativa. El segundo comenz con el
placer del texto con sus recursos epistemolgicos y termin con lo ficticio, como l mismo
declar, cuando dijo: Cmo podemos tomar placer? Solo si nosotros leemos esto como
una ficcin.
Mientras Coleridge, siguiendo a Quttous, intent intelectualizar la imaginacin sin
olvidar que la razn es el poder de las convicciones universales y necesarias, Barthes busc
estudiar las dinmicas del texto y el papel de la imaginacin distinguiendo entre dos clases
de texto: el escribible y el legible. (Quttous, 2005, p. 218)
Quttous estudia la teora del placer, cuyo proceso de reflexin divide, a efectos de
clarificacin, en cuatro categoras:
1. El recurso psicolgico, que hace referencia a Freud y Jung
2. La lingstica saussureana que puso los cimientos para el estudio del lenguaje.
3. La psicologa y lingstica Lacaniana, especialmente, su teora de la fase del espejo.
4. La lingstica estructural como se desarroll en el periodo durante el cual Barthes se
relacion con otros estructuralistas, tal como Claude Levi- Strauss y Michel Foucault.
(Quttous, 2005, p.221)
Despus del trabajo de Lacan sobre el deseo, escribe el crtico, muchos eruditos
observaron la relacin entre deseo como un trmino y concepto psicolgico y su
aplicabilidad al contexto de literatura. Ambos psicoanalistas y analistas textuales
contribuyeron introduciendo una lectura objetiva para el texto.
Quttous suscribe la opinin de Andrew Brown de que fue Barthes, en una revolucin
textual en la crtica, quien transformara el trmino placer, desde el nivel de deseo al
nivel de placer esttico. El inters de Barthes en el concepto de Ego freudiano le indujo a
726
sugerir que mientras el placer depende del yo sintindolo desde una perspectiva cultural, el
goce desafa radicalmente nuestras imgenes de ego y cultura de manera que, mientras el
placer puede quizs ser explicado en trminos histricos y sociolgicos, el goce como algo
asocial parece hallarse ms all de tales mediaciones. (Andrew Brown, Roland Barthes,
The Figures of Writing, New York, Oxford Univ. Press, 1992, p.230 , citado por Quttous,
2005, p. 220)
Quttous se hace eco de las conclusiones de Irena Makaryk, crtico que sostiene que en la
fase de El placer del texto Barthes tom la frmula lacaniana (el inconsciente es un
lenguaje estructurado con un sistema nico para s mismo) desde el nivel del deseo
psicolgico hasta el deseo del lenguaje de ser una parte de su teora en el texto. Por lo
tanto, Barthes desarrollara un contraste entre dos respuestas a la literatura: placer, que es
previsible, y jouissance que puede ser traducido como dicha. (Irena Makaryk,
Encyclopedia of Contemporary Literary Theory, Toronto, University of Toronto Press,
1993, p. 245 citada por Quttous , 2005, p. 220)
En la dcada de los 70, Barthes puso el nfasis, expone Quttous marcado por las
opiniones de Richard Miller, en la experiencia del cuerpo y en la sexualidad. En su obra
Barthes habra observado que el texto de placer ofrece confirmacin del conocimiento,
creencias y expectativas del lector, mientras el texto de dicha perturba las suposiciones
histricas, culturales y psicolgicas del lector (Roland Barthes, The pleasure of the Text,
Richard Miller, New York, Hill and Wangton, 1975, pg. 149, citado por Quttous, 2005,
p. 220)
La importancia, segn Quttous, de su teora procede de dos factores:
1. Permite mantener una equiparacin entre placer en forma escrita y placer en forma
lectora.
2. Hace referencia a un objeto esttico desconocido y al mismo tiempo a una esttica
literaria como dicha.
En su libro El placer del texto Barthes se establecera entre el placer y la dicha, porque
en francs el significado del trmino placer, algunas veces, incluye gozo o dicha y, otras,
se opone. (Makaryk, op. cit., 1993, p.607, citada por Quttous). En el ttulo del libro de
Barthes placer se utiliza en un sentido amplio que incluye dicha, mientras, en otras
ocasiones, los trminos son opuestos. Barthes manifest que deba aceptarlo y continu
727
con la ambigedad y la contradiccin, porque crea que placer y dicha son fuerzas paralelas
que no pueden nunca encontrarse. (Quttous, 2005, p. 220)
Esta ambigedad, hace notar Quttous, sita el gozo o la dicha en un espacio extrao ms
all del placer y del dolor. Barthes intenta hablar de ello, en diversas formas, en El placer
del texto y en otros escritos, pero no permanece conceptualmente o incluso
metafricamente fijo. Es un fenmeno ambiguo, unas veces, una experiencia de placer
intensamente subjetiva; otras veces, bastante cercana al miedo; en algunas, inmediata y, a
veces, casi mstica; en otras, bastante susceptible de un anlisis histrico y causal.
(Makaryk, pg. 236, citada por Quttous en Two Approaches of pleasure: Coleridge an
Roland Barthes Compared, 2005, p. 220). Es obvio que la doctrina de la dicha es
paradjica y, en su esencia, una celebracin de la contradiccin, escribe Quttous citando a
Makaryk (Irena Makaryk, Encyclopedia of Contemporary Literary Theory, Toronto,
University of Toronto Press, 1993, pg. 607).
El lector que pudiese experimentar dicha debe mantener tanto la lectura de placer como
la de dicha en perspectiva. Este lector debe vivir en la grieta existente entre la cultura y su
destruccin y simultneamente disfrutar la consistencia de su ser (esto es su placer) y
buscar su prdida (esto es dicha). Como ejemplo expone, siguiendo a Makaryk, que
Barthes afirm que la tragedia es de todas las formas la que ms contribuye a la dicha,
porque no es dramtica, ya que el final es conocido desde el principio, y as de todas las
lecturas, la de la tragedia es la ms perversa ofreciendo una difuminacin del placer y una
progresin de la dicha. (Encyclopedia of Contemporary Literary Theory, Toronto,
University of Toronto Press, 1993, pg. Makaryk, 608, citada por Quttous en Two
Approaches of pleasure: Coleridge and Roland Barthes Compared, Thagafat, 2005, pg.
219)
Barthes en la fase de la teora del texto, escribe Quttous, intent subvertir la tradicional
distincin entre textos populares y clsicos. Haba denunciado el texto clsico o lo que
haba llamado el texto legible en S/Z (1970), que es un tejido de clichs, y buscaba un texto
(escribible) que estuviese suficientemente libre de lgica y gramtica como para permitir al
lector tomar un papel activo en la textualizacin: escribir (citando a See Robert Scholes,
Semiotics and Interpretation, New Haven: Yale University press, 1982, p. 12). La mayor
parte de su escritura fue dedicada, caractersticamente, al placer del texto, considerando el
placer como una norma crtica y esttica. Barthes, suscribe Quttous, desea que nosotros
728
leamos El placer del texto desde la perspectiva de un voyeur que desea ver un texto de
dicha, un lugar de prdida y no un objeto terminado. (Makaryk, op. cit., p. 246, citada
por Quttous, 2005, pg. 219).
En esta tercera fase de postestructuralismo, Quttous reconoce, Barthes ha intentado
distinguir entre dos clases de textos: el escribible y el legible. El escribible es escritura
como acto y proceso no ejecutado. Es triunfalmente plural y en l por lo tanto la ideologa
(el valor de un significado sobre todos los otros) es anulada. El texto escribible no es una
estructura sino una estructuracin en la cual el lector no es ya un consumidor, sino un
productor del texto. Por el contrario los textos legibles son objetos terminados, productos y
no producciones. (Makaryk, p.616, citado por Quttous, 2005, pg. 219).
Para Barthes, afirma Quttous siguiendo a Robert Scholes (Semiotics and Interpretation,
New Haven: Yale University press, 1982, pg. 139) el texto clsico es todo legible, su rica
estructura de cdigos entrelazados obliga al intrprete a un papel de consumo pasivo del
cual solo un texto ilegible ofrece alguna esperanza de libertad.
Julia Ponzio en Le rythme et les nuances: la dimensin musicale du texte, al abordar
el tema de la oposicin entre sentido obvio y sentido obtuso que reposara sobre la
oposicin de repeticin continua y repeticin discontinua, propone como ejemplo el caso
de El placer del texto para corroborar esta teora. Ponzio hace una incursin en el tema del
lector en relacin al texto que capta todo nuestro inters y que exponemos, a continuacin,
con algunas omisiones. La repeticin del texto del lenguaje del bebe glotn, nos dice,
concierne al lazo entre el texto y su significado. El texto es un tejido de significantes que
tiene necesidad para su realizacin de ser enlazado con su propio origen, de reencontrar
aquello de lo que el significante es el representante. Un lector es necesario para que esta
conexin sea posible. El lector as entendido sera una categora general y su relacin con
el texto indiferente, engendrando el aburrimiento mortal de la repeticin de una conexin
que existe independientemente del yo lector. En este caso en el que el lector es empleado
como un simple medio y donde solo hay que repetir una conexin ya existente, la relacin
entre el texto y el lector es una relacin de necesidad y no de deseo. Este texto que
aburre sera lo contrario del texto de placer en el cual se establece entre el texto y el lector
una relacin de deseo. Ponzio se pregunta reflexionando sobre la aproximacin entre el
texto de dicha y el aburrimiento qu lazo existira entre el aburrimiento que reduce el
cuerpo a una generalidad o una pose y el texto de dicha. Para resolver la cuestin,
729
primeramente, separa el texto del placer del texto de dicha, creando as dos orillas. El
placer, hace notar, est relacionado con la posibilidad de producir araazos en el texto,
que se situaran en el plano horizontal de la trama. El lector saltara todo lo que se separa
de la linealidad del desarrollo de la trama. Los araazos no afectan al texto en profundidad,
sino que eliminaran aquello que no es esencial para la manifestacin del secreto diferido.
Por el contrario, en el texto de dicha, escribe Ponzio, los araazos se vuelven un
desgarramiento profundo. El desgarramiento del texto de dicha es interno al lenguaje. La
relacin entre significante y significado no es diferida como en el texto de placer. En el
texto de dicha se establecera entre ambos un espacio vaco que emancipa al significante de
su lazo semntico con el significado, abriendo paso a la significancia. El texto de dicha
constituye, siguiendo el anlisis de Ponzio, la imposibilidad del lazo semntico nico y
preestablecido entre el significante textual, el autor que se desvela ah y el lector que
establece constantemente la conexin. Seguidamente nos explica por qu en el texto de
dicha la historia es siempre la misma: No hay, como en la novela clsica, un personaje
buscando alcanzar un objetivo y obligado, para conseguirlo, a superar determinadas
dificultades. Es el lenguaje mismo el que se encuentra en dificultades. Ponzio infiere que
el aburrimiento en el texto de dicha resultara de la apertura permanente del abismo entre
significante y significado y de la aparicin de la significancia ms all del sentido.
(VV.AA., 2009, pg. 44 y ss.)
As, recapitula Ponzio, el primer tipo de repeticin consiste en un lugar obvio
(semntico) entre el significante del texto y su significado. En el texto de dicha
prevalecera lo que Barthes llama sentido obtuso, en el que la relacin directa entre el
significado y el significante est interrumpida: el sentido obtuso es un significante sin
significado (OE. C. III: 500). En este tipo de repeticin que tiene una relacin con el
tercer sentido, el sentido obtuso, el significante aparece no como una filiacin del
significado, no como su consecuencia, sino como una novedad sorprendente e inesperada.
El tercer sentido, la repeticin instantnea es la dimensin musical del texto. Se tratara,
explicita Ponzio, de una repeticin formal, en la que significante y significado se
encuentran siempre separados por un espacio imposible de completar, irremediablemente
distantes.
Lavers en The body under the body en Roland Barthes: Structuralism and after traza
el panorama cultural en el que vera la luz la obra El placer del texto. Entre los fenmenos
ideolgicos ms reseables cita la desmitificacin de la ciencia, que haba sido el dolo
730
supremo del siglo XIX. El surgimiento de los libros a principios de los setenta anunciando
la aparicin de un nuevo paradigma y sobre todo la idea comnmente admitida de la
carencia de una apropiada teora del sujeto y de la historia. Un omnipresente nihilismo
comenz a emerger, promovido por la desesperada bsqueda de instrumentos filosficos
que marcaba la credibilidad en declive de la empresa filosfica, o al menos de su viejo
modelo. Lavers considera que uno de los factores subyacentes ms obvios en esta situacin
era el colapso de muchas esperanzas polticas y que la primera respuesta a nivel intelectual
lleg con la llamada filosofa del deseo, tal como estaba representada en Deleuze y en
Anti-Oedipus de Guattari. Aunque el propsito no era criticar especficamente a Lacan, si
atacaba a sus discpulos en puntos de teora que eran reconociblemente los del maestro.
Pronto, expone Lavers, la crtica lleg a ser ms explcita y adquiri impulso desde la
rebelin general contra todas las formas de poder y dominio (Lavers, 1982, pg. 204).
El placer del texto es para Lavers un tpico producto del periodo de desmitificacin de la
ciencia, con su escepticismo acerca del desarrollo de la historia, su lenguaje sexual y su
cuestionamiento de todas las normas. La oposicin entre placer y gozo en la que el libro
est fundado se hace tan necesaria como incierta. El placer, observa Lavers, recibe tambin
un trasfondo cultural, que complica el cuadro. Denota un disfrute promovido por el
reconocimiento de las normas, una institucionalizacin de lo que estaba al principio
desorientando, mientras el gozo niega cualquier clase de maduracin cultural. El gozo
sera esencialmente individual e impredecible. Pero lo que proporciona otra fuente de
tensin entre los dos trminos claves es que en el habla comn el gozo podra ser el
continuo con el placer y no su contrario. (Lavers, 1982, pg. 205)
Lavers estima que la bancarrota terica de tantos sistemas anim a Barthes a confiar en
sus propias intuiciones en lugar de pensar, como escribi en Roland Barthes por Roland
Barthes bajo la tutora de un gran sistema, los de Marx, Sartre y Saussure. (Lavers,
1982, pg. 206)
Marie Gil nos informa de que la cuestin del placer, como la de la lectura, estaba
presente en los seminarios de Lacan, de Althusser y en los cursos de Deleuze durante los
mismos aos de la publicacin de El placer del texto. Tambin seala concomitancias con
el pensamiento derridiano de la poca. La Dissmination de Derrida aparece en 1972 y se
encuentra con El Placer del texto en diferentes puntos. Marie Gil se extiende sobre este
particular:
731
Los aos setenta corresponden al momento en el que la filosofa toma consciencia de que
ella est en sus afueras, en la sociologa y el psicoanlisis, y, sobre todo, en la literatura,
que convergen para iluminar la nocin de placer. El Placer del texto se inscribe en la
filosofa de la diseminacin, en la idea derridiana de un estiramiento del texto, y de un
nacimiento del detalle surgido de este estiramiento. Para Derrida la dicha es una promesa
de presencia y gozar es acoger esa presencia: pero existe otro tipo de placer, propiamente
textual, en la diseminacin. Cuando hay diseminacin, cuando el texto corriente se corta,
un paso en el lmite se produce: a partir del interior del sistema, el texto imprime en efecto
un movimiento de ficcin, que ritma el placer y la repeticin segn un corte mltiple que
es un corte de placer. Doble sentido del corte: el placer corta, y es un corte en el cual
beber. Para Mallarm, el agente o el motor del placer es un ms all del texto. Este ms
all no es nada, solo es una seduccin, pero es el motor de la ficcin. El momento formal
de la literatura es como un placer preliminar, una prima de seduccin. Es entonces a un
punto olvidado que es el del archi-placer, al que la lectura se refiere en Derrida, donde ya
no hay oposiciones. (Gil, 2012, pgs.372 y 373)
Qian Han, que estudia tambin el binomio placer/goce, en Un Roland Barthes entre le
texte el loeuvre retrata en un primer momento la situacin de la crtica francesa, al final
de los aos 60, exaltada por los nuevos conceptos de textualidad, texto escribible o ilegible
y la intertextualidad. Los tericos de la textualidad trataban de substituir la nocin de la
obra por la del texto, e invertir la jerarqua: el texto sera el valor, y la obra el contra-valor.
Barthes, escribe Qian Han, en el corazn de esa corriente haba publicado importantes
artculos para propulsar este movimiento de la obra al texto. Qian Han contrapone, en
primer trmino, la bsqueda tradicional, para la que la obra estaba en el ms all del texto,
aunque la obra y el texto fueran materialmente idnticos, y encarnaba el valor espiritual.
Para los crticos, era necesario, a partir del anlisis del texto, ir a la obra para unirse al
mundo espiritual del autor. Y, en segundo trmino, la nueva tendencia en la que los
investigadores, motivados por el xito de la lingstica moderna, no se contentaban ya con
esta manera de hablar de la literatura sin fundamento cientfico. (Qian Han, 2010, p. 188)
Philippe Roger estudia la posicin de este libro en relacin a la teora del texto. Empieza
por elegir la definicin de texto sugerida en Roland Barthes por Roland Barthes
constatando que el Texto oscila entre, por una parte, la palabra man, aquella expresin,
que, en el vocabulario de un autor, propone su significacin ardiente como respuesta a
todo (RB, 133, 1975) y, por otra parte, el numen: la orden silenciosa de los dioses.
732
Advierte que el Texto continu ejerciendo su autoridad sobre la crtica barthesiana mucho
despus de que Barthes hubiera renunciado a su man y califica de paradjico que se lea
El Placer del texto como breviario textualista, cuando este escrito liquida la referencia al
Texto. (Roger, 1986, pg. 128).
Indica que Barthes propuso dos genealogas distintas de la nocin de Texto, en Roland
Barthes par Roland Barthes. (RB, 1975, pg. 135). La primera figura en el fragmento
titulado: Doxa/ Paradoxa en la que el texto es considerado como una solucin (temporal)
al enviscamiento en la ciencia (con frecuencia muy triste) de los semilogos. El final del
fragmento, al mismo tiempo que acusa un cansancio respecto al Texto, sita todava el
sujeto en el lugar que se define por l. jen suis l: passablement fatigu, mais encore
dedans
Esta cronologa se encuentra desmentida en el mismo Roland Barthes par Roland
Barthes, por el cuadro titulado Fases (R.B, 148, 1975), donde una casilla es establecida
para la textualidad. Frente a esta casilla en la columna reservada al intertexto: Sollers,
Julia Kristeva, Derrida, Lacan; del lado de las obras: S/Z, Sade, Fourier, Loyola, El
imperio de los signos. Bajo ella se dibuja otra casilla, situada bajo la indicacin de la clase
moralidad, con la referencia intertextual de Nietzsche y en la que situara como obras
bajo esta gida El placer del texto y Roland Barthes por l mismo. (Roger, 1986, pg.
136).
Philippe Roger defiende la tesis de que El placer del texto est legtimamente excluido
de la fase de la textualidad y que la asociacin de S/Z a la serie bajo el ttulo de
textualidad tampoco es legtima sino que sera un desplazamiento operado
retroactivamente. Para l, quedara solo bajo el estandarte del Texto Sade, Fourier, Loyola,
pues la relacin de El imperio de los signos con la teora del texto sera de tipo ldico.
(Roger, 1986, p. 137)
El autor repara en la existencia de detalles altamente reveladores que demuestran el
alejamiento de Barthes de la primaca del Texto. As nos hace notar que el ttulo no es
falaz, salvo si ignoramos el peso del artculo: Le Plaisir du Texte y no Plaisir du Texte.
Adems agrega: Y si este libro permanece, tambin, inseguro, es a la imagen de la nica
tesis que defiende: de una incertidumbre de los efectos de cada texto (y particularmente
del texto que se toma por moderno), que desemboca, en las ltimas pginas, sobre una
duda metdica respecto a una relacin supuesta del texto (en tanto que pondra en realce la
733
Teora del-) con el placer: El lugar del placer en una teora del texto no es segura
(PLT, 1973, 102). El enunciado es modesto, pero la objecin a esta teora (de la cual la
pgina precedente acaba de recordar algunas tesis) es formidable; pues el valor se ha
deslizado de la nocin de texto a esta cuestin de la cual Barthes espera que las
sacudidas saludables conmocionen la teora: ella ha pasado del texto al placer que es
esta cuestin (PlT, 1973, 102). (Roger, 1986, pg. 147)
Daniel Bergez nos advierte de que concebir el itinerario barthesiano como una
evolucin del estructuralismo al placer de las palabras parece, en parte, errneo. Barthes
siempre ha reivindicado el placer del texto, para l mismo y por s mismo, fuera de las
reglas dictadas por la tradicin. El placer del texto es conocimiento del texto liberado de
los comentarios seculares. Si Barthes se opone, prosigue Bergez, a la lectura
psicologizante, impresionista del dilogo autor/lector, es porque el placer es ya del texto
y no implica la relacin intersubjetiva, y en ese sentido ficticia, entre el autor y el lector. Si
leer es desear la obra, su apropiacin es siempre deceptiva. La obra es esencialmente
plurvoca. (Bergez, 1996, pg. 172)
Eric Marty sostiene la pervivencia del estructuralismo bajo diversas formas en El placer
del texto, aunque la idea en principio parezca haber desaparecido. Observa su perduracin
en la presencia del fragmento. No solo-aduce Marty-porque ste tiene cualidades de
finitud, discontinuidad y cierre, sino tambin porque los fragmentos-como conjunto-son un
dispositivo especialmente estructural: el sentido se evapora en beneficio del valor, pues la
significacin se despliega en la dimensin relacional del fragmento con fragmento, y el
discurso fragmentario reemplaza el carcter lineal de la disertacin por la sincrona mvil
de un sistema. Eric Marty observa, no obstante, que el paradigma ha vacilado, los pares
binarios ya no conmutan, la estructura ha dejado de ser sabia. El crtico de Barthes
descubre que la novedad, asimismo, de El placer del texto reside en que lo fragmentario
tambin est, en cuanto estructura, al abrigo de lo subjetivo. (Marty, 2007, p. 142)
ngeles Sirvent, que s aprecia el giro definitivo que supuso este libro respecto al
estructuralismo, describe el entorno cultural y cita las obras, de las que es deudor Barthes
en esta modalidad del placer textual. Libros que proponan una mutacin de los mtodos
de la ciencia- como los crits de Jacques Lacan en 1966, De la Grammatologie de Jacques
Derrida en 1967, o Semiotik de Julia Kristeva, junto con la colaboracin de los miembros
de Tel Quel y que condujeron a Barthes a modificar su concepcin de la ciencia y del texto.
734
A estas influencias, aade Sirvent: la de Bertolt Brecht quien supo aunar el intelectualismo
de una obra de tesis con el derecho terico al placer. (Sirvent, 1992, pgs. 154-155)
Para Sirvent, Barthes inicia con este libro su etapa ms humanista. Al reivindicar el
placer del texto, reivindicar un hedonismo que le iba a separar de sus antiguos
compaeros estructuralistas ms preocupados por la estructura que por la estructuracin
del texto, estructuralismo que impeda la exploracin del sujeto siendo ste recuperado
gracias al psicoanlisis. Sirvent sita a Eco, ms preocupado por indagar las razones en
virtud de las cuales el texto puede proporcionar placer que en reflexionar sobre el placer
que proporciona el texto, entre los crticos (desde otra perspectiva) que no aplaudieron la
obra; aunque Barthes y Eco se hallaran prximos en la investigacin de las relaciones entre
placer y texto. (Sirvent, 1992, pgs. 156-157)
ngeles Sirvent opina que desde el momento en que el discurso crtico pierde la
dimensin cientfica que suele caracterizarlo para plantearse en tanto que discurso mismo,
en tanto que creacin, se est haciendo variar el centro pivotal de la crtica: de la ciencia
pasamos al placer o, como dice Barthes, se hace que la crtica adopte el sentido que
originariamente tena: recordemos todava una vez que criticar quiere decir: poner en
crisis, crisis del mtodo mismo, replanteamiento continuo de s misma. (Ecrivains,
intellectuels, professeurs, Tel Quel, 1971 citado por Sirvent, 1989, p. 244)
Tambin contempla al crtico propuesto por Barthes como un lector atento al placer del
texto que el escritor ofrece y, al mismo tiempo, un escritor que forja el placer de su texto
en el texto que es objeto de estudio. Aade la autora que el tipo de anlisis que tiene el
placer como principio crtico es el anlisis vlido para los textos totalmente plurales y
transcribe un fragmento del artculo Texte en el que Barthes escribe respecto a la ciencia
crtica postulada por la teora del texto: Es una ciencia del gozo, porque todo texto
textual(entrado en el campo de la significancia) tiende al lmite a provocar o a vivir la
prdida de consciencia (la anulacin que el sujeto asume plenamente en el goce ertico).
(Texte (THORIE DU), Encyclopaedia Universalis, vol. 15, 1973, pg. 1.017, citado
por Sirvent, 1989, pg. 246)
ngeles Sirvent recuerda que esta anulacin del sujeto como tal, su diseminacin en el
texto, es un hallazgo del psicoanlisis matizado por Julia Kristeva mediante el genotexto. Ello permitira, adems, recuperar en cierto modo la figura del escritor sin que nos
fuera impuesta su autoridad o su presencia. (Sirvent, 1989, p. 246)
735
ncessaire. On pourrait appliquer ses fragments (qui ne sont issus d`aucun tout) la lecture
expditive que les frres Marx font subir au contrat qu`ils examinent dans les coulisses de
l`Opra: Groucho dchire une clause ds qu`elle ne plat pas Harpo: celui-ci non, celui-l,
non plus, etc. Les notes, ce sont les jours qui passent. Il sagit en somme d`un journal de
plaisir, projet dans la gnralit, mais non dans quelque ordre que ce soit (sinon
alphabtique: drision de tout ordre). (Armine Kotin Mortimer, 1994, p. 149)
No podemos dar cuenta, por evitar prolijidad, de todas las supresiones que ha
descubierto Kotin (a cuya consulta remitimos) pero si de la funcionalidad de la escritura
por sustraccin que podra aplicarse a ms obras de Barthes. La escritura por sustraccin,
siguiendo a Kotin, permite evitar la fijeza del discurso ideolgico que toma ciertos
trminos por moneda corriente. Ella se alinea dentro de los ataques que Barthes ha dirigido
siempre contra el discurso consistente o solidificado, entre los cuales estn el empleo de la
paradoja, que se opone a la doxa; la contradiccin; el rechazo a la definicin; y la
fragmentacin, la pluralidad y el ruido de la lengua. Kotin cita en apoyo al propio
Barthes: Se trata de deshacer, destruir, dispersar el discurso disertativo (GV, 1981, Seuil,
p. 72). Un discurso contra-ideolgico, prosigue, rehusara nombrar al adversario y adoptar
un lenguaje estereotpico. Combatira la alianza del significante y del significado, as como
la homogeneidad de las imgenes y de los modelos, o lo que Barthes ha llamado, segn
Lacan, lo imaginario. En general, la escritura por sustraccin servira para depurar el
lenguaje barthesiano del discurso autoritario y dogmtico y marcara el paso de la escritura
a la lectura. (Armine Kotin Mortimer, 1994, p.150)
Despus Kotin procede a explicar la especificidad que reviste este tipo de escritura en
Barthes y que no ha de ser considerado limitado a confrontar lo que el texto es a lo que fue
y a lo que hubiera podido ser, citando una formula de Genette. La sustraccin, precisa en
su anlisis, tiene lugar en el nivel de la productividad de la escritura y de la lectura, no en
el nivel del producto (la escritura por substraccin sera genotextual, no fenotextual).
Contra lo comn, ella debilita la argumentacin y combate el aforismo o al menos lo que el
aforismo tiene de inequvoco. El texto operado por substraccin se hace el fragmento de un
fragmento-especie de fragmento potencia dos, podra decirse, el caso limite de lo
fragmentario- es decir, lo que hace destacar mejor el estado fragmentario del pensamiento.
Kotin realza tambin que la escritura por sustraccin, como la fragmentacin es
paradjicamente un operador de la pluralidad, perfectamente caracterstico de la nueva
toma de posicin marcada por El placer del texto que se puede caracterizar como post737
estructuralista. Kotin opina que la lectura perversa, que es la de la escritura por sustraccin
(la forma ms verdadera de la escritura), retira del texto su finalidad ideolgica. A su
parecer, desde el momento de El placer del texto los libros de Barthes tienen la lgica del
suplemento, en el que la substraccin asegura que tendr siempre un trabajo que hacer.
(Armine Kotin Mortimer, 1994, p.151)
Kotin ha clasificado las substracciones segn las categoras siguientes:
I.
II. Herencia: las indicaciones demasiado visibles. En esta categora se ordenan los
intertextos, los nombres propios y las comillas- todo lo que relaciona el texto
con una referencia, identificada o no.
III. Fragmentos: como la entrada titulada Journal citada al principio, muchos
fragmentos enteros son eliminados.
Lirismos y pudores, aade a la clasificacin, desaparecen en ms pequeo nmero: Barthes
eliminara la expresin personal para no limitar el placer a una forma individual, para
cerrar la entrada en la lectura biogrfica del autor. (Ibd. pg. 153)
Kotin ha encontrado en el manuscrito un fragmento concerniente a la lectura y que
luego fue suprimido del libro. En el libro ha quedado reducido a la referencia no hay un
sujeto (activo) y un sujeto (pasivo), mientras que en el manuscrito estaba completado por
un pasaje dos veces ms largo que elaboraba la nocin de equivalencia entre el lector y el
escritor y que no mostraba arrepentimientos en su elaboracin: Esta equivalencia de la
lectura y de la escritura (hay lectura, y no simple consumicin, desde que el lector es aquel
que quera escribir), no vale la pena buscarla en las profundidades msticas; ella est ya en
la prctica ms prosaica que regula toda relacin de placer con lo escrito. Las condiciones
en las cuales el escritor se pone a trabajar y el lector a leer estn muy cercanas: es la misma
demanda de un confort ritual; en los dos casos, se toma placer construyendo su encierro y
si se puede decir su espacio artesanal: la manipulacin del objeto escrito. La euforia de los
ritos de escritura y de lectura excede curiosamente su funcin simblica: habra un placer
738
del neurtico? Cmo psicoanalizar la voluntad del confort? (Armine Kotin Mortimer,
1994, pgs. 155 y 156)
Kotin interpreta esta supresin como praxis de su teora: Si Barthes escribe porque no
quiere las palabras que encuentra, acaso es que l no lee tambin por sustraccin? La
equivalencia de la escritura y de la lectura es de una importancia crtica para la prctica
misma de la sustraccin: la lectura sustractiva sera una neurosis. La neurosis de la lectura
no es solo la del otro sino tambin la del primer lector, Barthes mismo, porque releerse, es
sustraer.
Kotin explica cmo el mtodo de escritura barthesiana por sustraccin es una llamada a
una labor activa del lector: Sin embargo no se trata solamente de saber el efecto de la
escritura por sustraccin para Barthes, sino tambin para sus textos y sus lectores. Esta
escritura no es la propiedad de un autor. Es ms bien lo propio de la lectura, ejemplo
brillante de un escribibleComo la prdida, el texto sustrado desaparece para aparecer de
otra manera apuntando su desaparicin. La operacin deja en el texto una huella o un
surco, un espacio donde el agujero est marcado por sus bordes. Se sigue ese surco
leyendo, que se quiera o no. El suplemento interviene pues necesariamente cuando un
agujero se hace por la sustraccin: En efecto, desde que se est convencido de la realidad
de la Elipsis, por la naturaleza de las relaciones cuyos signos subsisten todava en las
palabras que conserva la frase usual, se debe confesar sin rodeos la necesidad del
suplemento para profundizar el sentido de la frase elptica. El suplemento tiene a la vez el
sentido derridiano- reemplazamiento y adicin- y el sentido barthesiano, que propone
nudos programticos: En un libro, hay nudos programticos remitiendo a un trabajo que
hacer (Suplemento)- en adelante el nuestro. (Armine Kotin Mortimer, 1994, p. 172)
No es balad la cuestin pronominal en esta obra sino que caracteriza el tipo de obra
crtica a la que Barthes aspira. Interesantsimas son las consideraciones de Sabine
Boucheron-Ptillon en Sur la polyphonie nociative dans le manuscrit et l`tat dfinitif du
Plaisir du texte de Roland Barthes donde defiende la idea de que el uso del pronombre de
primera persona por Barthes en esta obra marca el paso de una escritura crtica hacia una
escritura ms preocupada de ella misma, gracias a la cual el autor se convierte en un
ensayista, es decir escritor (Sabine Boucheron-Ptillon, 2002, pg. 153). En ese yo que
teje y estructura el ensayo se encarnan diversas fuentes enunciativas que recuenta a
continuacin. Este pronombre remite primero al texto, luego al escritor (a todo escritor e
739
Barthes atribuye al significante, pues el orden lgico y retrico no elegido depende del
significado e interpreta esta eleccin como sntoma de la emergencia de un aplazamiento
del argumento. (Moriarty, 1991, pg. 150)
Seabra considera que el libro se mueve en el espacio de la ambigedad, en la
duplicidad de significantes a la que hace apelacin: porque no hay una palabra francesa
que recubra al mismo tiempo el placer (la satisfaccin) y el gozo (el desfallecimiento). Es
entre estos dos sentidos opuestos por donde se abre el intersticio por donde se dejar ir el
texto barthesiano. (Seabra, 1980 pg. 82)
Jose Augusto Seabra en Do prazer ao Gozo: beira da terra prometida subraya que
solo la escritura (y no la lectura) puede hacer del texto esta doble fuente de placer y de
gozo. A travs de ella, el texto dejar de ser un mero objeto del deseo, para asumirse como
su propio sujeto: El texto que escribo debe probarme que me desea. Esta prueba existe es
la escritura (Le Plaisir du texte, Seuil, 1973, pg. 13-14). Con ello Barthes tiende a
desmarcarse de la pura crtica de lectura, cuyo ejemplo privilegiado es, segn l,
Barchelard, para quien los escritores no habran escrito nunca, siendo apenas ledos.
(Seabra, 1980 pg. 83)
Seabra entiende que la escritura crtica solo se puede ejercer a partir de los textos de
placer, no de los textos de gozo. Roland Barthes, movindose constantemente en la
frontera entre unos y otros no deja de situarse todava (provisionalmente) del lado del
placer y se interroga explcitamente sobre la forma en la que un texto acerca del placer
puede ser escrito y mirando siempre para el otro margen- el del gozo prometido-se da
cuenta de que tal texto solo puede ser dilatorio. De ello infiere Seabra que la forma
fragmentaria elegida sea la idnea. Tal es, nos dice, este libro de Barthes: una serie de
inscripciones breves (a veces dos o tres lneas, a veces una o dos pginas) que se suceden
sin orden aparente, fluctuando a la deriva. Se trata de las notas ms variadas, que pueden ir
del aforismo a los apuntes incidentales de lectura, pero girando polarmente en torno al
placer y al gozo- de modo a evitar la teora del texto. (Seabra, 1980 pg. 83-84)
Seabra no menciona la posible influencia de Nietzsche. Para l la influencia ms notoria
es la de La Rochefoucauld, a cuyas mximas se asemeja la estructura de las notas
barthesianas, en las que, a veces, irrumpen aquellas puntas de la escritura que Barthes
analiz tan bien, mostrando la funcin de placer subyacente a ellas. (Seabra, 1980, pg. 84)
741
Sirvent reconociendo la dificultad que entraa esta labor, sistematiza la oposicin entre
textos de placer y textos de gozo en torno a cuatro puntos: presencia del autor, de la
cultura, grado de expresin del placer y ritmo de lectura.
Respecto a la presencia del autor en el texto, Barthes distingue el texto de placer, en el
que la consistencia del escritor es patente, del texto de goce en donde el autor desaparece.
Sirvent aporta las declaraciones de Barthes en una entrevista donde la diferencia queda
ms claramente expresada que en El placer del texto (Vingt- mots-cl, Le grain de la
voix, p. 195, Paris, Seuil, 1981, citado por Sirvent, 1992)
El placer est ligado a una consistencia del yo, del sujeto, que se asegura en valores de
confort, de expansin, de comodidad- y para m, es todo el dominio, por ejemplo, de la
lectura de los clsicos. Por el contrario, el goce o la dicha es el sistema de la lectura, donde
la enunciacin a travs de la cual el sujeto, en lugar de consistir, se pierde, experimenta
esta experiencia de gasto que es propiamente hablando el goce
Sirvent indica que dos aos antes de aparecer El placer del texto ya se puede encontrar
en Barthes la idea de la evaporacin del sujeto en el texto ligada a la de placer. Hace
notar que dicho trmino englobara genricamente a la vez a los de placer y goce ya
que en Sade, Fourier, Loyola Barthes todava no haba establecido la confrontacin entre
ambos y adems porque entre el lmite absoluto del placer y el lmite absoluto del goce
existen estados intermedios y no barreras. (Sirvent, 1992, p. 158)
Para perfilar ms ntidamente estos conceptos Sirvent se detiene en la diferencia que
Barthes establece en El placer del texto entre figuration y reprsentation. La figuracin
supondra la presencia del cuerpo del autor, pero no de su persona, de su biografa. El
lector que deseara llegar a este cuerpo establecera as una relacin en cierto modo ertica.
La representacin, por el contrario, supondra la presencia incmoda del autor al no
plantearse bajo el prisma del deseo sino debido a un pretendido afn de verosimilitud, de
moral o de legibilidad, caractersticas tan propias de la novela tradicional. Sirvent concluye
expresando que la figuracin sera la forma de presentarse el autor en los textos de goce,
y la representacin la forma de hacerlo en los textos con pequeas dosis de placer, en los
textos muy legibles (Sirvent, 1992, pgs. 160-161)
El segundo lugar-continuando con la exposicin de ngeles Sirvent- es la cultura, el
papel de sta en el texto, lo que permite diferenciar ambos tipos de texto. Los textos de
742
placer dan al lector una sensacin de seguridad. La lectura es cmoda porque se inscribe
dentro de los lmites de la cultura tradicional. El significado se impone pues y dar como
resultado una literatura de orden moral, sociolgico, etc., en definitiva, una literatura
ideolgica. El texto de placer, como todo texto legible permite, de este modo, ser
resumido. Frente a ellos, los textos de goce no pretenden expresar nada. Sern totalmente
a-tpicos y a-tpicos. Rompen con la cultura y por tanto desconciertan, rompen con la
estructura del lenguaje y por tanto imponen un esfuerzo al lector pudiendo incluso
aburrirle. Dicho aburrimiento no es un signo negativo, es simplemente el resultado de una
determinada perspectiva. (Sirvent, 1992, pgs. 160-161)
El tercer lugar que establece ngeles Sirvent- est conectado con la posibilidad de
realizar una crtica de los textos de placer, mientras que el comentario de un texto de
goce se confundira con el propio texto. La diferencia estribara en que el placer del
texto se muestra, el goce solo aparece de entre lo que se dice. Barthes aqu estara
pasando del sentido usual de las palabras al sentido que poseeran teniendo en cuenta los
elementos que las componen. Con ellos-afirma Sirvent-Barthes se acerca a la opinin de
Lacan para quien el goce no aparece de forma inmediata sino que se percibe entre lneas.
Para el psicoanlisis el erotismo se centra en la intermitencia y no en la continuidad del
objeto ertico. (Sirvent, 1992, pg.163)
El cuarto criterio, siguiendo a esta autora, que permite establecer una sistemtica de la
oposicin de texto de placer/texto de goce se fundamenta en el ritmo de la lectura. Los
textos de placer conllevan una lectura de ritmo muy irregular y en general acelerada,
principalmente en los textos muy clsicos, muy legibles, en donde el placer del texto es
atenuado. Se busca los nudos de la intriga y ello hace que se produzcan saltos de lectura. El
lector selecciona as lo que es til para el desarrollo de la historia de lo que no lo es, no
respetando en absoluto el texto que el escritor ofrece e ignorando en este tipo de lectura los
juegos del lenguaje. Frente a ellos, la lectura de los textos de goce de estos textos
lmite debe hacerse lentamente, no omitiendo nada, observando los diferentes lenguajes
que el texto ofrece. (Sirvent, 1992, pg. 164)
Resumiendo las diferencias Sirvent destaca que de acuerdo con los presupuestos
barthesianos el placer del texto se produce con el movimiento de la historia, del discurso,
mientras que el goce del texto se produce con el movimiento del lenguaje. (Sirvent, 1992,
pgs. 163)
743
Sollers, aunque con muchos menos matices. La escritura no textual se presenta como
lineal, expresiva, causal, no inscrita y no ligada al espacio escrito mientras que la escritura
textual, los verdaderos textos, se presenta como una red de muchas dimensiones, cadenas
de generaciones y de transformaciones recprocas, sumas vacas de consumacin del
lenguaje por su articulacin. (Lcriture et lexprience, p. 12, Paris, Seuil, coll. Points,
1971, citado por Angeles Sirvent, 1992, pg. 167)
Bittner Wiseman, que se centra primordialmente en la lectura, comprende que Barthes
hace una distincin entre obras de literatura basada en sus caractersticos efectos sobre el
lector. El primero es el texto tradicional, el texto de placer que otorgara la euforia; el texto
que procede de la cultura y no rompe con ella es enlazado con una confortable prctica de
lectura. El segundo es el texto moderno, el texto de dicha que impone un estado de
prdida, el texto que desacomodadesestabiliza las presunciones histricas, culturales e
ideolgicas del lector, la consistencia de sus gustos, valores, memorias y conduce a la
crisis su relacin con el lenguaje. (Bittner Wiseman, 1989, pg. 87)
Bittner Wiseman estudia todas las peculiaridades atribuibles al texto de placer
barthesiano frente a postulados que ya estaban bien arraigados intelectualmente como el
saussureano. El texto de placer refuerza las cmodas creencias del lector acerca del mundo,
de s mismo, y del lenguaje y, particularmente, las creencias debilitadas por Saussure
tempranamente en el siglo XX de que habla y escritura son medios por los cuales las
personas se expresan a s mismas y representan el mundo ya presente, y que el habla ocupa
el lugar de honor para representar lo que la escritura, el registro del habla, presenta solo
indirectamente. Saussure, escribe Bittner Wiseman, despleg un lenguaje como una serie
de diferencias extendidas a travs de los ejes perpendiculares, residiendo su significado en
las relaciones de diferencia, no en las intenciones de los hablantes. El sujeto del lenguaje
no iba a ser contemplado ms como la fuente del significado del lenguaje. Pero lo era por
aquellos todava supeditados al texto de placer. La autora alude al marco intelectual
filosfico de la obra realzando de este modo la dimensin real que supone la consideracin
por Barthes de este tipo de texto: Cuando, es ms, el sujeto humano era replegado en su
inconsciente por Freud, y cuando Lacan anunciaba que la estructura del inconsciente era la
estructura del lenguaje como fue revelada por Saussure, se hizo imperativo reconsiderar el
ego cartesiano, esa consciencia constitutiva del mundo y por ello del lenguaje. Cuando,
finalmente, la historia fue concebida por Hegel y concretizada por Marx, se hizo
imperativo representar en nuestro pensamiento el tiempo y los cambios que conlleva en su
745
ellos significan son arrancadas, y las obligaciones del sujeto con las doctrinas recibidas de
su cultura son deshechas-el sujeto es arrancado de sus gustos, valores y recuerdos.
Significantes, en el fondo sonidos e inscripciones, y lectores, reducidos ahora a cuerpos, el
equivalente de los sonidos y las visibles marcas que son los significantes, flotan libres. Hay
un sentido, evala Bittner, en el que significantes y lectores no son nada; ellos son
seguramente no significantes hasta que los conceptos sean vinculados a las marcas
perceptibles y los objetos (objetos de pensamiento, objetos intencionales) sean vinculados
a las actitudes del lector. Hay, observa la autora, muchos objetos intencionales (conceptos)
con los que vincular significante y lector, pero no hay razn para autorizar la asignacin de
cualquier concepto al significante o a un lector mejor que a otro. El lector por ello,
coregrafiando su danza a travs de la red de signos que es el texto (cualquier texto que est
leyendo) se posiciona a s mismo ahora aqu, ahora all, donde cada posicionamiento, cada
paso es un llamamiento a cualquier sistema de significacin que vincular significante y
lector en el lapso que dure el paso. En la ausencia de razn para detenerse aqu ms que
all, el lector/ danzarn no se detendr. El lector al modo escribible, sostiene Bittner en su
anlisis de Barthes, no se identificara con los valores familiares. Tan pronto adopta un
punto de vista y una secuencia de actitudes, como se desliza a travs de cierto vaco lgico
hacia otro punto de vista, otra serie de actitudes. Esta cada, concluye la autora, a travs del
espacio vaco es el colapso o la cada del ser de la que Barthes habla. Esto es la
fragmentacin del ser que constituye la segunda divisin en el sujeto que mantiene los dos
textos en su campo y las riendas del placer y la dicha en sus manos. (Bittner Wiseman,
1989, pgs. 105-106)
Eric Marty afirma que para Barthes es menester reconsiderar- y ste es uno de los
grandes objetivos del libro-el par goce/placer; es menester quebrar y alterar el paradigma,
pues es ste el que devala y bastardea los dos trminos al inscribirlos en una realidad
estereotipada. Se trata en verdad de afirmar contra el mundo (la regla general, la
colectividad) las certezas absolutas del sujeto que se niega a ser intimidado por lo que l no
es y, en un primer momento metdico, por la idea de una jerarqua entre goce y placer, de
una superioridad o de un prestigio estructural otorgado por el conformismo intelectual o
popular al goce en desmedro del placer. (Marty, 2007, p. 140)
Moriarty relaciona la distincin placer /goce con la evaluacin de los textos en S/Z. El
texto de placer sera bajo otro nombre, el texto clsico legible y el texto de goce es el
texto escribible de vanguardia, a los que corresponderan dos patrones de lectura. Tambin
749
narrativa clsica con paciencia, atenta a la dimensin vertical del significado que la
confianza horizontal en la narrativa tiende a erradicar-la clase de lectura que Barthes ahora
declara apropiada a la lectura del texto moderno. Moriarty considera que las instrucciones
barthesianas de como leer un texto moderno o clsico son funcionales y por ello abiertas a
ser desobedecidas en nombre de la perversin (placer sin finalidad) y adems apelan a la
experiencia, por lo cual podran ser desafiadas tambin en el nombre de un orden posible
de experiencia alternativo al de nuestra cultura (Moriarty, 1991, pgs. 152-153). Despus
de reflexionar sobre el hecho de que de-construir la distincin de placer/goce como una
clasificacin de textos es cuestionar las dicotomas que regulan nuestra percepcin de la
cultura y despus de afirmar que una reconciliacin no puede darse ms que en la persona
del lector, observa que esta divisin dentro la cultura, reflejada dentro del sujeto, es
beneficiosa para el sujeto; intermitentemente invadido por el placer, desarraigado por el
gozo, disfruta de una gama variada de relaciones erticas perversas con los textos. La
Historia, en su opinin, no es trascendida: ms bien el sujeto de un placer textual se
precipita de la historia a un no-tiempo, a un no espacio (Moriarty, 1991, p. 154).
Moriarty concluye su trabajo remarcando el cambio de perspectiva que entraa la obra
El placer del texto: antes el texto clsico, la Obra, estaba asociada con la prdida, con el
fardo de una historia divisiva, que era libertada solo por el texto de goce, donde los
lenguajes circulan como diferentes, irreductibles, pero iguales. Ahora no es solo la
cohabitacin de lenguajes dentro del texto de goce lo que prefigura la utopa sino
precisamente la coexistencia del placer al lado del goce en el texto y en el sujeto. El goce
libera de la cultura a la que estamos atados por el placer, pero el placer puede ayudar a
liberar el goce de sus propios prejuicios, del estereotipo en el que el desafo al estereotipo
incesantemente sumerge (Moriarty, 1991, p. 154).
Del captulo que Fages consagra a El placer del texto nos parece valiossima la
interpretacin del juego dialctico entre el placer y la dicha: Ese juego dialctico entre
placer del texto y dicha del texto parece pues conducir a una preferencia, es decir a una
eleccin: el de la dicha o goce subversivo frente al placer apaciguador. Pero todo en
Barthes se resiste a fijar una simetra antittica, a sostener un combate dialctico. l frustra
el paradigma cuando este vira a la movilizacin polmica. La oposicin es tambin una
intercomunicacin. (Fages, 1979, p.201)
751
figura de toda la escritura de Barthes: placer en los lenguajes, gusto por la lectura,
seduccin de la cultura (estar afectado por los mitos y las escrituras de los cuales l ha
proporcionado el anlisis), pero al mismo tiempo transporte perpetuo, vrtigo por el
desplazamiento, dicha del significante. El lugar de este vano/hueco sera para Barthes el
texto. (Heath, 1974, pgs.161-162)
Heath especifica que Barthes no procede por oposiciones; sino que las habita para
inscribirse sobre los mrgenes, tercer trmino sin cese tomado prestado, desplazado:
mrgenes de dicha. Posteriormente sealar que el vano de la ventana es la posicin de la
neurosis (invocada por Barthes). El neurtico, explica Heath, es el que se instala all: ni
absolutamente loco ni absolutamente normal buscando el tercer trmino, momento de
la neurosis. Tambin define el lenguaje neurtico en palabras de Freud como dialecto del
lenguaje histrico, pero mientras que ste escapa a nuestro entendimiento, aquel conserva
algn parentesco con la expresin del pensamiento consciente. (Heath, 1974, p. 164)
Heath explica en qu consistira el grano, trmino que es introducido al final de El
placer del texto y desarrollado en El grano de la voz. El grano de la voz consistira en un
recorte del cuerpo y del lenguaje, el rencuentro entre una lengua y una voz. Se tratara, de
nuevo, de un desplazamiento: el grano no es ni la lengua ni la voz, categoras bien
delimitadas, sino lo que se hace escuchar en su articulacin, tercer trmino, que, una vez
ms, no opera ninguna sntesis: El grano sera esto: la materialidad del cuerpo hablando
su lengua materna: tal vez la letra; casi seguramente el significado (El grano de la voz,
pg. 58, citado por Heath, 1974, pg.166).
Heath tambin plantea la cuestin de placer y dicha tomando como plano de fondo la
doctrina freudiana en la que se inscribe (en cuanto al placer) y de la que, en ciertos
aspectos se separa (en lo referente a la dicha):
En cuanto a la dicha, Freud la relaciona con fuentes ms profundas, conduce a reencontrar
la idea de un alivio de tensiones. Es ah, tal vez, que el texto de Barthes nos ayuda a
desarrollar a desplazar- un poco el propsito freudiano. Para Barthes la dicha es funcin
de una prdida, de un transporte; no hay texto sin placer (al menos preliminar)pero el
texto de dicha es, sin embargo, radicalmente distinto al del placer: pulveriza esta
consistencia del yo que desempea en el placer un papel (ya no hay ms cuestin de la
invulnerabilidad de su majestad el yo, hroe de toda novela); alivio de tensiones a
753
condicin de entender por tal una cada, una destruccin, algo de pnico (Heath, 1974,
pg. 174)
Philippe Roger, por su parte, observa que la distincin entre placer y dicha desaparece
frente a los valores fuertes, nobles, momento en que ambos trminos se hacen
intercambiables y se encaminan hacia la conciliacin de las formas apoyndose en el
siguiente desplazamiento, que descarta como lapsus: Se nos habla sin cese del Deseo,
nunca del Placer; el Deseo tendra una dignidad epistmica, el Placer no. Y se dira que
la sociedad (la nuestra) rehsa (y termina por ignorar) de tal modo la dicha (PlT, 91,
1973, citado por Roger, 1986, pg. 157)
Philippe Roger finaliza su estudio sobre la obra destacando que las ltimas pginas de El
placer del texto consagran al texto como protector de la escritura futura: como verdadera
epoj y como ese neutro que sera la forma ms perversa de lo demoniaco (PlT, 102):
Al trmino del episodio textual, el texto no es repudiado; l es suspendido de sus
funciones, privado de su mandato-o de su man. Y, al trmino de este giro, la indiferencia (mala) regresar en in-distincin (propicia); al texto domesticado se le rogar
que se entienda con el seuelo magnfico de la Literatura. Es la leccin de la Leon, y
esta podra ser la muy simple conclusin de la era de la textualidad: yo puedo decir
indiferentemente: literatura, escritura o texto. (Roger, 1986, pg. 158)
Tras la etapa de S/Z, Barthes se propondra una semioclasta, intentar hendir la idea
misma de signo con la voluntad de buscar la jouissance. La dicha que Barthes revaloriza,
destaca Quian Han, se distingue del placer porque la primera se funda sobre la
heterogeneidad de la experiencia y el segundo sobre la homogeneidad: la obra place al
lector, y la textualidad lo estimula por la transgresin de lo que ya ha existido. El placer es
una repeticin de la belleza y la dicha procede de todo lo que abole ese estereotipo (Qian
Han, 2010, p. 189). Lo nuevo que Barthes opone a lo nuevo, puntualiza Han, muestra una
posicin revolucionaria: el valor no est ya en el genio que sabe complacer al pblico con
nuevas obras, sino en la prctica textual con la cual se desafa sin cese el orden del
discurso. Sera, por tanto, falso considerar la dicha como una sensacin personal, porque
ella solo es producida con la destruccin de la ideologa dominante de la burguesa que
reside en el lenguaje. Han considera que Barthes acepta, sin decirlo, la teora de Foucault
que pone en relacin el discurso y el poder, y toma la lengua por su enemigo principal. La
754
Para Fages una oposicin antigua en la obra barthesiana, la del escritor y del escribiente
adquiere en El placer del texto nuevas facetas. La escritura-el escritor-es del orden del
deseo y del placer. La escribancia- el escribiente est del lado de la necesidad o del lado de
la demanda social (tel un babil). A su juicio texto y escritura se implican tan
estrechamente en el discurso barthesiano que es imposible operar una diseccin. Propone,
por ello, situar el texto, que pone en juego la escritura como la lectura activa, al lado de
la teora; mientras que la escritura estara ms al lado de la prctica, del juego productivo
por el escritor. (Fages, 1979, p.198)
Heath detalla que el texto no termina de trabajar (al contrario de la obra que se fija a la
vista de la crtica o de la historia literaria y se pone en biblioteca). Es decir, la teora del
Texto solo puede coincidir con una prctica de la escritura (De la obra al texto, 1971, p.
232). Al texto responde la lectura, puesta en proceso del sujeto en la escritura. (Heath,
1974, p.137)
Ms adelante en el captulo consagrado a El placer del texto distinguir otra diferencia
esencial entre obra y texto segn Barthes: Al contrario de la obra clsica que intenta
confundir palabra y consciencia en la plenitud de un yo sin falta, tomando y fijando el
lector bajo el peso de la expresin de una autenticidad, el texto se hace como prdida de
consciencia, prdida que destruye toda unidad, y esto tanto del lector como del autor.
Es por relacin a esta prdida, a esta ilimitacin-se trata para el texto de retornar el
significado sobre el ritmo perpetuo del significante, de burlar la forclusion del trabajo de
la lengua- que una teora del texto tendra que plantearse la cuestin del sujeto. Barthes no
deja de hacerlo; lo que le conduce a efectuar un desplazamiento cuyo lugar brillante se
llama esta vez el placer y que desva-desatornilla- la ciencia del texto en ciencia de la
dicha o gozo (Heath, 1974, pgs. 150-151)
Heath reparar que: la ciencia del texto se construye, pero solo puede ser una ciencia
propiamente crtica, que ejecuta la crisis de toda enunciacin, comprendida all, regreso
basculante, la suya: ciencia crtica/crtica de la ciencia. Una ciencia tal no depende de la
lingstica (el texto no es un fenmeno lingstico sino el engendramiento que se inscribe
en l) ni siquiera de la semitica (si se entiende por tal cierto estructuralismo que busca
simplemente clasificar los enunciados y describir su funcionamiento); ella tendr que
constituirse como un semanlisis, articulacin crucial-que desplaza, y es ese
desplazamiento el que produce el texto como objeto nuevo-de la lingstica/ de la lgica,
756
del materialismo dialctico y del psicoanlisis como teora del sujeto. (Heath, 1974, pg.
138)
Sin aludir explcitamente a la textualidad Bittner Wiseman parece tenerla en cierta
medida presente en su reflexin, al afirmar que la ltima dcada del trabajo de Barthes
comienza la reconcepcin del ser postulada por Marx, Freud, Sartre, y Saussure:
caracterizando al escritor post-moderno como uno que es justo lo que escribe, donde lo que
escribe ya ha sido escrito antes: pues no hay nadie para originar, para autorizar, para ser un
autor. Su escritura puede conllevar cambios en lo ya escrito, pero no puede conocerlos: el
escritor es justo stos. La tragedia del escritor moderno, concretamente, la imposibilidad de
escribir literatura clsica, se transforma en comedia, considera la autora, pues el escritor
postmoderno no puede escribir nada excepto literatura clsica. Todo es una escritura de
nuevo del pasado ya escrito-sin duda, el pasado no es otra cosa que lo ya escrito-pues no
hay nada presente. (Bittner Wiseman, 1989, pg. 83)
Bittner Wiseman en Texts of Pleasure, Texts of Bliss sostiene que Barthes, algunas
veces, habla como si el acto de escritura fuera el acto de amor y la creacin de significado
fuera el clmax del amor, la dicha. Puesto que el individuo se pierde en el momento de la
dicha, esto parece como si una posible respuesta a la pregunta de cul es el criterio de lo
significativo, concretamente, esa dicha es su marca, tuviera la consecuencia de que la
respuesta a la cuestin de qu somos nosotros es aquello mismo que se pierde en el logro
del significado. Nosotros, interpreta la autora, nos cambiamos por un texto escrito. (Bittner
Wiseman, 1989, pg. 86)
En el fondo de la teora textual se encuentra, advierte ngeles Sirvent, la abolicin de
los gneros literarios como tales, de lo que sera exponente el siguiente pasaje de Barthes:
Si la teora del texto tiende a abolir la separacin de los gneros y de las artes, es porque
ella no considera ya las obras como simples mensajes o incluso enunciados (es decir de
productos terminados, cuyo destino estara cerrado una vez que hubieran sido emitidos)
sino como producciones perpetuas, enunciaciones, a travs de las cuales el sujeto contina
debatindose, ese sujeto es el del autor sin duda, pero tambin el del lector (Texte,
Encyclopaedia Universalis, vol. 15, 1973, pg. 1.016 citado por Sirvent, ngeles, 1989, p.
247)
ngeles Sirvent se apoya en las propias palabras de Barthes para profundizar y clarificar
el tema de que con la inclusin del psicoanlisis el anlisis del texto se separa
757
texto como lo vemos, el genotexto que lo precede. Lavers advierte que estos trminos no
deben ser equiparados con las estructuras superficiales y profundas de Chomsky: el
genotexto, o productividad significante, debera ser contemplado como lo que Freud llama
otro estadio, en el cual el drama inconsciente es continuamente desplegado. La manera
apropiada, expone Lavers, de aproximarse a un texto no es por ello la descripcin de una
estructura, sino la restitucin de la estructuracin o el movimiento estructurante
precediendo al texto. La diferencia entre feno-y genotexto no debe ser reducida a la
diferencia entre nonc y enonciation, puesto que este intento por Benveniste de
introducir el sujeto en la lingstica es todava concebido como un modelo
fenomenolgico: en la medida que postula un sujeto completo, no puede explicar las
modificaciones discernibles en el discurso del sujeto, que solo cobran sentido por la
referencia a procesos inconscientes y coacciones socio-histricas. (Lavers, 1982, pgs.
173-174)
Otro de los aspectos ms significativos de la teora kristeviana, en opinin de Lavers, es
que el genotexto no genera una sentencia basada en una forma lgica siguiendo el patrn
sujeto- predicado, sino un significante visto a diferentes estadios del proceso significante:
una palabra, un sintagma, una frase nominal, un pargrafo etc. Barthes ha mencionado
frecuentemente esas misteriosas unidades de significado que pueden consistir en ideas,
sonidos o ritmos y no corresponder a divisiones tipogrficas, gramaticales o lgicas-y l las
presenta en S/Z. (Lavers, 1982, p. 174)
Lavers suscribe la interpretacin de Franoise Gaillard que haba observado que el
uso de la imaginera sexual constitua una clase de sujeto de placer que ofreca
bienvenidas compensaciones para la de-construccin del sujeto y del autor que Barthes
estaba predicando en otro lugar. Tambin analiza que la necesidad de auto-expresarse
lricamente deba estar presente all mucho tiempo, pero haba sido alejada del disfrute por
todos los factores inhibidores enumerados en su autobiografa. Para Lavers el carcter
vedado de la subjetividad se debera a que el sujeto para Barthes no significaba una
imaginaria y decepcionante visin de nosotros mismos tanto como lo individual separado
de la comunidad y las soluciones que se le ofrecan eran: en primer lugar, era la supuesta
desintegracin del sujeto producida por el goce, ya obtenido por la lectura o escritura y otra
era aceptar el ser en parte modelado por la sociedad, y buscar integracin dentro de la
ltima. Es en este contexto en el que Lavers valora el papel del sujeto de placer. La
aceptacin puede ser obtenida sin una excesiva traicin de las teoras del individuo, puesto
759
(de goce) en los cmodos textos de placer, o de volver suficientemente legibles los textos
extticos postmodernos para que puedan generarse sus efectos de ruptura violentos y
orgsmicos.(Culler, 1983, pgs.114-115)
Culler encuentra apoyo en la declaracin de Barthes de que ni la cultura ni su
destruccin son erticos y que es la fisura entre una y otra la que se vuelve ertica. Otra
cuestin destacable para Culler es la del aburrimiento (insincero para Barthes) que
implican las discontinuidades, disolvencias, indeterminaciones y momentos de ilegibilidad
(Culler, 1983, p 115). La novedad, que descubre Culler, en la presentacin barthesiana del
aburrimiento radicara en que frente a la idea generalizada de que el aburrimiento es una
experiencia afectiva inmediata, Barthes lo revela como una categora terica que tiene un
papel importante que desempear en cualquier teora de la lectura. Tambin sopesa la
trascendencia que esta interpelacin al aburrimiento reviste: reflexionar sobre el
aburrimiento es pensar en los textos y las estrategias de lectura que requieren, empresa sta
ms terica que confesional. (Culler, 1983, p 116)
La valoracin que hace Culler de la obra es ambiguamente negativa e incluso algo
irnica; primero, haciendo una observacin en cuanto a su estructura y, luego, fijndose en
la relacin que sostiene con los trabajos anteriores de Barthes y con las tendencias
predominantes en la poca de su publicacin:
Si El placer del texto no parece tomarse a s mismo en serio como teora, evitando
conscientemente la continuidad, eso no significa que los lectores no puedan tomarlo en
serio, como fragmentos de una empresa terica continuada. El resurgimiento barthesiano
del hedonismo quiz sea su proyecto ms difcil de evaluar, pues parece caer en algunas de
las mistificaciones que l mismo delat, aunque no deja de desafiar a la ortodoxia
intelectual. Las empresas intelectuales ms importantes de la poca, especialmente las que
Barthes haba estimulado, haban dejado de hablar del placer por considerarlo
improcedente, de modo que su difusin del hedonismo fue un lance radical. Pero su
celebracin del placer del texto pareca dirigir la crtica literaria hacia valores que los
tradicionalistas jams haban abandonado, y sus referencias a los placeres del cuerpo
crearon para muchos un nuevo Barthes, menos prohibitivamente cientfico o intelectual. Su
caracterstica revuelta contra un clima intelectual que l haba contribuido a crear, lo volvi
en cierto modo ms digerible para un pblico amplio, pblico que ahora poda encontrar en
l a una figura familiar: el hombre de letras sensible, autoindulgente, que escribe sobre sus
763
764
Giordano opina que el rechazo moral que sintieron Culler y Huyssen les impidi una
lectura real de las obras de Barthes. Parece interpretar el juicio de valor que ambos
emitieron de la obra como un ataque personal contra Barthes, pues de las dos acusaciones
de las que sera objeto Barthes, la de haber regresado a las viejas modalidades de la crtica
impresionista y haberlo hecho para convertirse a s mismo en espectculo (traslacin un
tanto desorbitada del juicio de Culler), sera la ltima la que acapara agotadoramente su
defensa: Quien se tome el trabajo de leer, segn el orden de las razones ticas que gui su
escritura, El placer del texto, Barthes por Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso,
La cmara Lcida y ensayos como El grano de la voz y El tercer sentido, advertir que
si Barthes escribe en ellos sobre s no lo hace simplemente para celebrar sus intereses y
sus placeres, sino para tomarlos como puntos de efectuacin de una experiencia radical de
exploracin de s mismo, de interrogacin de los alcances ticos y morales de esa
construccin poltica que es su subjetividad. (Giordano, pg. 57)
Giordano enfatiza sobre el hecho de que Barthes escribe sobre sus propios placeres para
demostrar su impropiedad, para explorar-como Barthes dice- su propia estupidez, es
decir, su adhesin a cierta trama de lugares comunes de valores morales que constituyen
su subjetividad, para hacer sensibles los efectos de poder de los discursos que se
apropian de su habla y de su escritura para, despojndolo de su singularidad, convertirlo en
l mismo. Giordano entiende que esta experiencia tica de la interrogacin llevada a sus
ltimas consecuencias es tambin una poltica de resistencia. (Giordano, 1995, pg. 58)
Giordano subraya que esa bsqueda tica, que se vuelve inmediatamente poltica porque
suspende la voluntad de poder (la arrogancia) que circula en los discursos, es la
bsqueda de una respuesta a la pregunta nihilista ms profunda, la que Barthes- citando a
Nietzsche-formula en uno de los fragmentos de El placer del texto: Cmo instalar la
carencia de todo valor superior?. La subjetividad que experimenta sobre s, explica
Giordano, el poder de extenuacin de la literatura, la descomposicin de sus certidumbres
culturales (altas o bajas), es una subjetividad extraa, sin un fundamento firme, una
subjetividad incierta, que vacila entre el ser y el no ser. (Giordano, 1995, pg. 59)
Jos Luis de Diego advierte el sesgo poltico de la obra, que el mismo Barthes admiti
indirectamente en una entrevista de 1975, de la que el estudioso de Barthes selecciona el
siguiente momento: entrevistador-La verdadera bestia negra, es la doxa, y la irrupcin del
placer es un nuevo ataque contra ella. Barthes- S, cuando la doxa se ofrece como una
765
censura de placer, una censura de goce, el ataque contra ella se refuerza por una pulsin de
goce; explota, en ese encarnizamiento, si no violento al menos muy tenaz, contra el
consenso, las opiniones de la mayora (El grano de la voz, p. 228). Ya no se trata-analiza
J. Luis de Diego-del compromiso del escritor en tanto inclusin en la Historia, sino de una
exclusin de los lenguajes de poder mediante una actitud utpica y subversiva. La Doxaprosigue-se asocia, por un lado, con los modos de deformacin mtica que se operan en los
discursos sociales, y que una clase instaura como lo verdadero, lo natural. Por otro, con
ciertas formas inmanentes al discurso que lo esclerosan por dentro, lo cristalizan borrando
sus bordes inquietantes y subversivos. (De Diego, 1993, pg. 32)
Ms adelante, Jos Luis de Diego define la opcin poltica de Barthes como un
situarse en una ptica mvil enfrentada siempre al lugar que ocupa el estereotipo. Para l
esta estrategia mvil se encuentra claramente formulada en dos pasajes de El placer del
texto: Otro goce (otros bordes) consiste en despolitizar lo que es aparentemente poltico y
politizar lo que aparentemente no lo es. Pero no, se politiza lo que debe serlo y nada
ms (pg. 71, ed. du Seuil, 1973, El placer del texto, Mxico, Siglo XXI, 1974); y:
Cuanto ms una historia est contada de una manera decorosa, sin dobles sentidos, sin
malicia, edulcorada, es mucho ms fcil revertirla, ennegrecerla, leerla invertida. Esta
reversin siendo pura produccin, desarrolla soberbiamente el placer del texto (El placer
del texto, Mxico, Siglo XXI, 1974, pg. 44, citado por De Diego, 1993, pg.33)
De Diego observa que la alternativa oscilante- como en El grado cero- entre una
tragicidad y una utopa se radicaliza, como se infiere del pasaje de El placer del texto que
cita: o bien (deriva) en una prctica del mandarinato (alternativa de una extenuacin de la
cultura burguesa), o bien en una idea utpica (la de una cultura del porvenir, surgida de una
revolucin radical, inaudita, imprevisible, de la cual el que hoy escribe slo sabe una cosa:
que tal como Moiss no entrar en ella) (El placer del texto, Mxico, Siglo XXI, 1974,
pg. 64). De Diego repara subrayando el parntesis hasta qu punto Barthes era consciente
de sus posibilidades y de sus limitaciones ya que la alternativa-planteada en El grado cero
de la escritura en forma general-ahora se ha personalizado definitivamente. (De Diego,
1993, pg.33)
Calvet considera, a su vez, que El placer del texto ofrece pasajes sugestivos. Bajo la
apariencia de un libro diseminado y cuyo propsito sera la defensa del hedonismo (lectura
que la crtica ha generalmente propuesto: a ttulo de ejemplo la resea de B. Poirot766
767
neutro? Se ve bien que el placer del texto es escandaloso: no porque sea inmoral, sino
porque es atpico (O.C. IV, p.232)
Cita que Marie Gil analiza del modo siguiente:
De los dos lados a la atopa, tal es el recorrido poltico de Barthes: no solo renuncia a
una ideologa, renuncia a un compromiso, sino a un regreso sobre la doxa: dividida a
derecha como a izquierda, ella rehsa renunciar a las dicotomas y a los arquetipos. El
carcter propiamente revolucionario es el que rehsa el lugar como lugar comn, ya est
calificado por la derecha o por la izquierda. Rehusar el lugar comn, se ver, es lo que har
con la palabra fascista en la conferencia inaugural del Colegio de Francia: esto viene
para l a mostrar, ms que a rehusar, que la lengua fuerza a decir y que fuerza a decir a
travs del topos (Gil, 2012, pg.375)
Eric Marty observa que en el trmino placer se vio un trmino suave, complaciente,
liberal, en las antpodas del pesado puritanismo terico de esos tiempos; se vio el retorno
del individuo, del hombre probo, de la ideologa del gusto, y tambin, por ltimo, el
resurgimiento de la legibilidad, la sensualidad, lo amortiguado, contra la abstraccin y la
cerebralidad dominantes. Pero, a su juicio, el trmino placer fue ante todo un arma de
guerra, y a continuacin esta arma, como en todo combate bien librado, no tuvo un solo
adversario sino varios, y su objetivo no fue imponerse en una batalla sino ganar la guerra.
Es ms, considera que lo Neutro, evocado aqu como el otro nombre del placer, multiplica
adems los niveles y prohbe asimilar ese placer a equivalentes dulzones: el placer es
neutro, en cuanto tiene una funcin terica de neutralizacin. Tambin l, como antao el
grado cero, pero en un sentido inverso, destruye los paradigmas, las oposiciones lgicas,
la incompatibilidad de A y no A, la contradiccin, los valores establecidos, el ritual
literario y las momificaciones histricas. Se esbozan entonces una neutralizacin fecunda y
un Neutro de la abundancia. (Marty, p. 137 y 138)
Para completar el tema del papel que el lector y la lectura tienen reservado en El placer
del texto presentamos los pasajes en que aparecen transcritos literalmente por orden de
aparicin con algunas supresiones que no empaan el sentido. Antes nos parece importante
destacar que Barthes dirigindose a un potencial escritor le aconseja que pruebe al lector
que es deseado, siendo la prueba de ese deseo la escritura, que vendra a ser la ciencia de
los goces del lenguaje. Hablando del placer de la lectura Barthes detalla que ni la cultura ni
768
su destruccin son erticos, sera la fisura entre una y otra la que se vuelve ertica. Luego
precisar que la tmesis es la fuente o figura del placer. (Barthes, 1974, pgs. 12 y 13)
En ellos podemos apreciar que a la lectura del relato clsico consagra numerosas
referencias estableciendo tipos de lectura y lectores:
Sin embargo el relato ms clsico (una novela de Zola, de Balzac, de Dickens, de
Tolstoy) lleva en s una especie de tmesis debilitada: no lo leemos enteramente con la
misma intensidad de lectura, se establece un ritmo audaz poco respetuoso de la integridad
del texto; la avidez misma del conocimiento nos arrastra a sobrevolar o a encabalgar
ciertos pasajes (presentados como aburridos) para reencontrar lo ms rpido posible los
lugares quemantes de la ancdota (que son siempre sus articulaciones: lo que hace avanzar
el desvelamiento del enigma o del destino): saltamos impunemente (nadie nos ve) las
descripciones, las explicaciones, las consideraciones, las conversaciones; nos parecemos a
un espectador de cabaret que subiendo al escenario apresurara el strip-tease de la bailarina
quitndole rpidamente sus vestidos pero siguiendo el orden establecido, es decir:
respetando por un lado y precipitando por el otro los episodios del rito (como un sacerdote
que se tragase su misa). La tmesis, fuente o figura del placer, enfrenta aqu dos lmites
prosaicos: opone aquello que es til para el conocimiento del secreto y aquello que no lo
es; es una fisura producida por un simple principio de funcionalidad, no se produce en la
estructura misma del lenguaje sino solamente en el momento de su consumo; el autor no
puede preverla: no puede querer escribir lo que no se leer (...) (El placer del texto, Siglo
XXI, Espaa, 1974, pg. 18) Por lo tanto, hay dos regmenes de lectura: una va
directamente a las articulaciones de la ancdota, considera la extensin del texto, ignora los
juegos del lenguaje (si leo a Julio Verne voy rpido: pierdo el discurso, y sin embargo mi
lectura no est fascinada por ninguna prdida verbal, en el sentido que esta palabra puede
tener en espeleologa); la otra lectura no deja nada: pesa el texto y ligada a l lee, si as
puede decirse, con aplicacin y ardientemente, atrapa en cada punto del texto el asndeton
que corta los lenguajes y no la ancdota: no es la extensin (lgica) que la cautiva, el
deshojamiento de las verdades sino la superposicin de los niveles de la significancia ()
Pero paradjicamente (en tanto la opinin cree que es suficiente con ir rpido para no
aburrirse) esta segunda lectura aplicada (en sentido propio) es la que conviene al texto
moderno, al texto- lmite. (El placer del texto, Siglo XXI, Madrid, 1974, p. 20 y 21) Leed
lentamente, leed todo de una novela de Zola y el libro se caer de vuestras manos; leed
rpido, por citas, un texto moderno y ese texto se vuelve opaco, forcluido a vuestro placer:
769
usted quiere que ocurra algo pero no ocurre nada pues lo que le sucede al lenguaje no le
sucede al discurso: lo que ocurre, aquello que se va, la fisura de los dos bordes, el
intersticio del goce, se produce en el volumen de los lenguajes, en la enunciacin y no en
la continuacin de los enunciados: no devorar, no tragar sino masticar, desmenuzar
minuciosamente; para leer a los autores de hoy es necesario reencontrar el ocio de las
antiguas lecturas: ser lectores aristocrticos (Barthes, 1974, pg. 21)
No asombra que Barthes en un libro que constituye casi una apologa a la lectura y a la
escritura incluya un pasaje en el que decline analizar los bajos ndices de lectura:
Segn parece un francs de cada dos no lee, la mitad de Francia est privada- se priva del
placer del texto. Generalmente se deplora esta desgracia nacional desde un punto de vista
humanista como si despreciando el libro los franceses renunciasen solamente a un bien
moral, a un valor noble. Sera mejor hacer la sombra, la estpida y trgica historia de
todos los placeres objetados y reprimidos en las sociedades: hay un oscurantismo del
placer. (Barthes, 1974, pg. 60)
Cabe preguntarse si Barthes denomina perversas a determinadas lecturas por el solo
hecho de que el lector obvie su carcter ficticio, aunque sea provisoriamente, o bien se
auto-engae conscientemente:
Muchas lecturas son perversas, lo que implica una escisin. De la misma manera que el
nio sabe que la madre no tiene pene y sin embargo cree que ella posee uno (Freud ha
mostrado la rentabilidad de esta economa), el lector puede decir en todo momento: s muy
bien que no son ms que palabras, pero de todas maneras (me conmuevo como si estas
palabras enunciaran una realidad). De todas las lecturas, la lectura trgica es la ms
perversa: obtengo placer escuchndome contar una historia cuyo final conozco: s y no s,
hago frente a m mismo como si no supiese: s muy bien que Edipo ser descubierto, que
Danton ser guillotinado, pero de todas maneras En relacin a la historia dramticaaquella en la que se ignora el final-hay desaparicin del placer y progresin del goce (en la
cultura de masa actual donde se efecta un gran consumo de dramticas hay por lo tanto
poco goce). (Barthes, 1974, pg. 62).
Barthes muy proclive a las clasificaciones establece una tipologa de los tipos de lector:
Se podra imaginar una tipologa de los placeres de lectura o de los lectores de placer;
esta tipologa no podra ser sociolgica pues el placer no es un atributo del producto ni de
770
771
CONCLUSIONES
es el lenguaje antes del pecado, porque es el lenguaje antes del discurso, antes del
sintagma, abierto ya, sin embargo, a los tesoros del smbolo, por la riqueza sustitutiva de la
letra. (Barthes, 2009, pg. 143)
En Fragmentos de un discurso amoroso, en cambio, encuentra, partiendo de una
indistincin entre lenguaje y psique, una precaria tabla de salvacin espiritual recurriendo a
las palabras en su naturaleza de frmacos, para lo que sera necesario un grado de dominio
del lenguaje muy profundo: Cmo rechazar un demonio (viejo problema)? Los
demonios, sobre todo si son de lenguaje (y de qu otra cosa seran?), se combaten por el
lenguaje. Puedo pues esperar exorcizar (por m mismo) la palabra demoniaca que me
sugiere sustituyndola (si tengo el talento del lenguaje) por otra palabra, ms apacible (me
encamino a la Eufemia). (Barthes, 2007, pg. 91)
Como hemos tratado Barthes no propone el silencio meramente como alternativa a la
palabra. Es obvio que le parece preciso para iluminar la palabra ya sea para su bien o para
su mal. As escribe: el silencio es en l como un tiempo potico homogneo que se injerta
entre dos capas y hace estallar la palabra menos como el jirn de un criptograma que como
luz, vaco, destruccin, libertad. Esta visin del silencio nos evoca el mensaje de un verso
de Ren Char: Si lhomme parfois ne fermait pas souverainement les yeux, il finirait par
ne plus voir ce qui vaut dtre regard (Ren Char, Feuillets dHypnos)
As en Fragmentos de un discurso amoroso, al meditar sobre la carta amorosa sin
respuesta, compara la perseverancia del emisor frente a la voluntad del receptor de no
intervenir en el proceso comunicativo con la abnegada relacin maternal:
Aquel que aceptara las injusticias de la comunicacin, que continuara hablando
ligeramente, tiernamente, sin que se le responda, adquirira una gran maestra: la de la
Madre. (Barthes, 2007, pg. 53)
No obstante, el mismo Bartes en Lo Neutro. Notas de Curso y seminarios en el Collge
de France, 1977-1978 deja claro que el silencio no debe obstentar la soberana absoluta: El
pirroniano no se contradice hablando o callando segn la contingencia, es decir, como todo
el mundo: lo importante para l (aproximacin a lo Neutro) es que el juego de la palabra y
el silencio no sea sistemtico; que, para oponerse a la palabra dogmtica, no se produzca
un silencio igualmente dogmtico (Barthes, 2004, pg. 74)
774
Obviamente, el orculo de Barthes no era infalible, pero supo escuchar el latir del
momento. Y es que no siempre la medicina puede realizar pronsticos sobre la salud de los
pacientes. La poesa francesa tambin cuenta con poetas que no entregaron el testigo al
silencio, por mucho que lo bordearan, lo que juega a favor de la otra mitad en las tesis de
Barthes. Encontramos un ejemplo en los siguientes versos del poema Deux verbes en
creux de Jean Tardieu:
Si jtais celui qui coute /seulement pour couter/ Si jtais celui qui se tait/ simplement
pour se taire/ Vous ne cesseriez dcouter / Vous auriez peur que je me taise/ Mais je ne
me tais pas non je ne me tais/ pas encore. Je ne pourrai jamais/ me taire. Je ne cesse pas
dcouter/
Barthes de simbolizacin a una literatura cuyo eclipse adviene con el mito de Eurdice
que causa, por el empleo de la paradoja y la hiprbole, perplejidad y hasta suspensin del
sentido de lo real a aqul que sea sensible a las palabras: El lenguaje mallarmeano es
Orfeo que no puede salvar lo que ama sino renunciando a elloLiteratura llevada a las
puertas de la Tierra prometida, es decir, a las puertas de un mundo sin Literatura, del que
los escritores debieran testimoniar. El recurso a esta paradoja, a ttulo de ejemplo, nos
parece una licencia potica cercana a la persuasin: pues Orfeo no tena que renunciar a
Eurdice, solo deba apartar la vista de ella hasta llegar al mundo de los vivos. Hallamos
aqu una forma de cmo Barthes sabe apelar a los corazones, casi siempre descontentos,
para que aceptemos la faz ms extrema de la realidad y cmo capta ms a los lectores a
travs de la emocin que a travs de la razn, si no rechazamos una distincin entre ambas.
Segn se ha desarrollado, el crtico enton una especie de responso ante el panorama
desolado que se ofreca a su vista sin verse obligado a construir un modelo alternativo. Es
difcil dilucidar si la reiteracin de sus ideas es tan solo un recurso retrico que busca
captar la voluntad del lector por la va de la insistencia al estilo de Catn, el Censor, dentro
del canon, o bien un rasgo de perplejidad inconsciente. La idea de la destruccin no solo se
plasma en la presentacin inconsciente de la produccin literaria, sino bajo ciertos
estereotipos, en las imgenes y mitos, como el de Orfeo y Eurdice ya mencionado, al
servicio de un confinamiento en lo personal de la literatura que conlleva la consideracin
mortal de su naturaleza (en la que puede entreverse un anticipo de La muerte del Autor).
La creacin literaria sin el concurso de instancias como la inventio y la inspiracin parece
ahora un precipitado de agentes sociales y personales indisoluble e indiscernible.
775
776
Garca Berrio, que censura la comparacin efectuada por Barthes entre la literatura
clsica y la moderna, estima que en 1953 la caracterizacin del nuevo arte no consumaba
la ruptura con el ideal de significado, ni siquiera con el del contenido. La anulacin del
significado como tarea especfica y rasgo esencial de la escritura moderna, aparece por
tanto presentida como futuro, ms que categricamente concebida en El grado cero. En los
escritos breves contemporneos- considera Garca Berrio- agrupados despus en Ensayos
crticos y Mitologas, el relativismo escptico sobre el significado se recoge muy
frecuentemente, elevado por tanto a rasgo sintomtico del pensamiento barthesiano.
(Garca Berrio, 1989, pg. 203)
Suscribimos la opinin de Garca Berrio de que El grado cero no consumaba la ruptura
con el ideal de significado ni con el del contenido, pero pensamos que ya se encaminaba a
tmidos pasos hacia este derrotero por la exaltacin de la forma. La invocacin a la
mscara en la caracterizacin del texto literario en El grado cero no puede ser inventariada
como un elemento asociado al sentido, porque no hay nada que nos haga conjeturarlo en
este texto, tal y como aparecer definida en La cmara lcida al pie de la fotografa de
Richark Avedon, William Casby, nacido esclavo: La mscara es el sentido, en tanto que
absolutamente puro (Barthes, 1982, pg. 78)
La idea del carcter ficcional del lenguaje se mantendr, aunque las soluciones que
Barthes arbitre para contrarrestarlo parecen diferir en el tiempo: en El grado cero era la
reductibilidad al grado cero y en La cmara lcida, por ejemplo, la solucin parece radicar
en acrecentarlo: Es la desdicha (aunque quiz tambin la voluptuosidad) del lenguaje, ese
no poderse autentificar a s mismo. El noema del lenguaje es quizs esa incapacidad o,
hablando positivamente: el lenguaje es ficcional por naturaleza; para intentar convertir el
lenguaje en inficcional es necesario un enorme dispositivo de medidas: se apela a la lgica
o, en su defecto, al juramento; mientras que la Fotografa es indiferente a todo aadido: no
inventa nada; es la autentificacin misma: los artificios raros, que permite no son
probatorios; son, por el contrario, trucajes: la fotografa slo es laboriosa cuando engaa.
Barthes en El imperio de los signos aparece deslumbrado por la posibilidad lingstica
del japons de marcar la ficcionalidad de los personajes literarios:
como muchos lenguajes, el japons distingue lo animado (humano y /o animal) de lo
inanimado, en particular en cuanto a sus verbos ser; a partir de ah, los personajes ficticios
que son introducidos en una historia (del gnero: haba una vez un rey) estn afectados por
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es potico y subjetivo. De la misma definicin tradicional del gnero se infiere, por tanto,
que la Literatura no debe defraudar a ningn lector partiendo de la naturaleza de la novela.
Igualmente es significativo que el crtico pase por alto las caractersticas de aquellas
novelas que no encajan con lo social y que estn en la base del nacimiento del gnero: es
decir, protagonistas que estn enfrentados con la sociedad o al margen por las
circunstancias.
Sentidos crticos que ya hemos valorado: Barthes escribe que existe la novela epistolar
y la autobiogrfica, pero alude a ellas de puntillas como si constituyesen un grupo extinto.
Esto supondra introducir una valoracin meramente cuantitativa (en contra de su propia
opinin), pues, en primera persona, la literatura ha producido obras universalmente
conocidas de calidad excepcional, que ya presentan esa inmersin en el lenguaje hablado,
coloquial y culto que expresa el contenido de la contradiccin social de la poca; una
inmersin que Barthes reconoca como novedosa en algunos de los novelistas del siglo
XX. Por otra parte el pronombre de primera persona, tan relegado por el crtico en el
escenario de la novela, emerge necesariamente en los dilogos que se intercalan en la
novelstica del siglo XIX y XX.
Doubrovsky en Une criture tragique hace una reflexin acerca del devenir de la
primera persona en la historia de la literatura en la que podra encuadrarse la omisin que
hace Barthes del peso de este pronombre en la novela: En rgimen clsico, nosotros lo
hemos visto a propsito de Montaignetoda una retrica asigna al sujeto de la
enunciacin sus lugares tradicionales, sus posturas consagradas. En rgimen romntico, el
lugar de la enunciacin es confiado a un yo, solitario y soberano, cuyo tormento,
desgarro, al final del siglo XIX deja entrever que yo es otro. Reunida ilusoriamente bajo
la instancia del Yo, la enunciacin se dispersa de nuevo en la alteridad. (Doubrovsky,
1981, pg.335)
No obstante, Barthes, posteriormente, frente a sus postulados primeros hace un encomio
de Robbe-Grillet por apartarse de los procedimientos novelsticos, los que l mismo
estudiar en Introduccin al anlisis estructural de los relatos, y por su trayectoria
intelectual con arranque en una estereotipada visin del gnero de la novela, cuya
composicin se convirti en uno de sus sueos truncados.
780
El crtico tampoco pretende dar pruebas ni las aporta en los ensayos que no son
demostraciones cientficas, sino razones verosmiles, valoraciones subjetivas y
experiencias personales. El problema, a nuestro juicio, es que Barthes al haber obviado
caractersticas formales comunes al gnero da sensacin de que sus afirmaciones son
completamente asertivas. Ya mencionamos en el comienzo de esta investigacin la
adecuacin de una estructura dialogada a la presentacin de opiniones contrarias que no
son excluidas entre s (aunque parezcan excluyentes).
En cuanto a la estructura del ensayo barthesiano hemos visto cmo se integra en las
leyes comunes del gnero, presenta una estructura abierta: el tema no es tratado con
exhaustividad y los contenidos estn organizados con libertad, sin que exista un esquema
rgido. Abundan las digresiones, cuando el tema principal deriva hacia otros etc.
Para persuadir al lector, Barthes ha recurrido, en ocasiones, al argumento de autoridad
que aparece personificado en Sartre y en la corriente poltica ms que al empleo de una
lgica inductiva o deductiva (aunque recurra tambin a ambas). Barthes no desea lo
docente ni utiliza las transiciones necesarias para que los lectores sigan la
lgica/argumentacin desarrollada en las tesis, lo que favorece una ventaja para el lector.
Hay, pues, oscilaciones en su esquema lgico (sin que observe la posibilidad de que sus
ideas puedan ser objeto de refutacin).
La diversidad y la proliferacin de escrituras en El grado cero son consideradas, por
tanto, como una solucin precaria en conexin con un momento de crisis y hacia el futuro
como sntoma obligado de libertad y expansin.
Las ideas barthesianas de que las obras literarias transgresoras son recuperadas e
integradas al acervo literario, encuentra tambin un referente posterior en Starobinski, que
allega filosficamente el fenmeno. Ahora bien, Starobinski seala el papel activo que la
crtica y el lenguaje juega en esta insercin de lo original y transgresor en lo tradicional,
mientras Barthes no menciona nominalmente el agente que propicia esta incorporacin
como si se tratase de un sino inexorable: La tradicin hegeliana en la que vivimos nos
incita a recuperar como un momento del devenir del espritu, los grandes actos de ruptura
que, por el hecho mismo de haberse manifestado, de no ser reducidos al silencio y a la
oscuridad, no pueden hurtarse a la contemplacin deseosa de abrazar comprensivamente la
totalidad de lo real. (Starobinski, 1970, pg. 25 y 26)
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fuera idntica, ste no se comprara (ni se producira) ms que al ritmo, bastante lento, de
su desgaste;(Barthes, 2003 pg. 14)
Barthes y Brecht posean en comn ms de lo que en un principio pudiera pensarse,
dejado entre parntesis la ideologa marxista: un profundo amor por el teatro clsico. A
nuestro juicio, es el desprecio espordico que Barthes profesa respecto a lo psicolgico y
las conclusiones del anlisis que realiza Lasso de la Vega de la obra de Brecht ms que una
transferencia ideolgico- poltica de Barthes al teatro brechtiano lo que puede darnos
cuenta cabal del fervor que siente Barthes por Brecht. Lasso de la Vega sostiene que la
fundamentacin brechtiana de una esttica no aristotlica ha despistado a ciertos crticos
y les ha llevado a ignorar que las invectivas de Brecht-como antao las de Lessing-no van
contra Aristteles sino contra los intrpretes de un Aristteles mal comprendido. La
oposicin, segn Lasso de la Vega, entre drama griego y moderno se explica porque
algunos crticos se fijan en el factor psicolgico, cuando el teatro clsico slo en ltimo
trmino presta atencin, si es caso, al monlogo de su propia alma; mientras que al drama
moderno lo que ms importa es el drama del alma, el inters psicolgico. Lasso de la Vega
recalca que a Brecht poco le atrae el llamado drama psicolgico y que el teatro pico
evidencia una afinidad especfica con el helnico. A su juicio ambos poseen en comn el
mismo centro enucleador: la fbula. La tragedia griega narra una historia conocida, un mito
que se da por supuesto; toda suspensin dramtica en esa historia le es ajena. Los
espectadores- escribe Drrenmatt en Problemas del teatro- conocan los mitos de los que
trataba el teatroEl pblico saba que a lo que se iba no era a ver una materia nueva, sino
el tratamiento de la materia.(Lasso de la Vega, S., 1970, pgs.335 a 337)
A propsito del valor poltico de la obra de Brecth, Barthes hace una reflexin negativa
en La cmara lcida aduciendo una causa que bien podra hacerse valer para producir el
efecto contrario: Este callejn sin salida es un poco el de Brecht: fue hostil a la fotografa
en razn (deca l) de la debilidad de su poder crtico; pero su teatro mismo nunca ha
podido ser polticamente eficaz a causa de su sutilidad y su calidad esttica (Barthes,
1982, pg. 79)
En su anlisis tambin se adoptan otras razones en una perspectiva marxista al rescatar
de la visin decadente de la literatura, por ejemplo, a Flaubert redimido por el valor del
trabajo en el sistema de produccin literaria, presentndolo en un panorama literario muy
determinado por circunstancias socioeconmicas.
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Jean Marie Caplain en su artculo Le degr zero de lcriture, por citar un ejemplo de
entre los autores que no cuestionan el sesgo marxista, observ que los captulos sobre la
escritura de la novela y sobre la escritura potica parecen apartarse de la lnea marxista que
el autor se haba otorgado al principio, dado su propsito inicial de desvelar en las
escrituras la relacin entre la creacin y la sociedad, mientras que en Triunfo y ruptura
de la escritura burguesa se reencuentra directamente el propsito marxista del libro al
mismo tiempo que se entra en la cronologa (Caplain, LObservateur, 11 de junio de
1953)
Maurice Naudeau objeta con exquisitas formas crticas a Barthes, al que consideraba una
promesa, con la finalidad de que reconsidere algunos planteamientos: Nos habra gustado
que sealara el hecho de que si toda tentativa nueva de escritura se inscribe a fin de cuentas
en una historia, ella es originalmente y por naturaleza otra cosa: precisamente una
insurreccin contra la historia. No hay escritor que coja la pluma para inscribirse en una
corriente o representar su papel en un ballet. Quiere por el contrario intentar anular por su
obra todas las precedentes (Maurice Naudeau, 1953, pg. 598)
La originalidad aflora en su concepcin del estilo como necesidad y no como resultado de
una eleccin o de una capacidad, aunque extienda sus races profundamente en la tradicin.
Nos evoca la afirmacin de Buffon de que el estilo era el hombre. En el siglo XIX se haba
extendido esta visin subjetiva de estilo a travs del Romanticismo. Una visin existencial
e historicista que hereda Barthes y para la cual la obra literaria tena que reflejar la
experiencia vital de los individuos, por lo que la obra no poda ser perfecta ni acabada, sino
abierta a evolucin por estar realmente viva.
Si bien la concepcin de Barthes parece una exacerbacin de la de Buffon y en cierta
medida la inversin de la relacin incuestionable de dominio alma-cuerpo, es decir
espritu-materia, por la de cuerpo-alma. Barthes es coherente en esta cuestin, aunque no
deje de ser provocador. Si el estilo es el hombre, y el hombre no es libre, el estilo no es
libre Cmo podramos hablar de libertad humana si el lenguaje precede al pensamiento?
As Barthes parece convertir la libertad del escritor en una entelequia. El crtico no se
pronuncia sobre la cuestin de si la negacin de la libertad en el estilo es compatible con la
concepcin de posibilidades de estilo tal como las considera Nietzsche, pero en la
valoracin que hace estaba muy prximo: Comunicar un estado, una tensin interna de
pathos, por medio de signos, incluido el tempo (ritmo) de esos signos-tal es el sentido de
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No obstante, algunos de los crticos de Barthes niegan que el ensayo La muerte del
Autor est destinado a justificar una usurpacin de lugar. En este sector, Jos Luis Daz
considera que, prcticamente, no se no contempla en esta tesis la figura ascendente del
lector tras la muerte del autor. Es ms, entiende que no se aspira literariamente a derecho
sucesorio alguno con esta afirmacin y su desarrollo: Despus de que el estudio
lingstico del aparato formal de la subjetividad nos ha mostrado que el pronombre sujeto
es una forma vaca, especie de bastn- testigo que se pasa sin maneras en el intercambio
conversacional, cmo persistir dndole un valor de signo real?(Jos Luis Daz, 1984,
pgs. 44-51)
Bajo esta perspectiva, a nuestro juicio, el desarrollo de las ideas de Barthes establece un
paralelismo, anticipndose a la acusacin de que el crtico busque ocupar el lugar
preeminente que ha quedado desierto, segn el cual, histricamente el imperio del Autor ha
sido tambin el del crtico, y as la crtica, por nueva que sea, cae desmantelada a la vez
que el Autor. Por tanto, Barthes, segn tratamos, parece pretender alejar de la crtica toda
inculpacin que la haga beneficiara del cambio de status en lo referente al autor,
encontrndonos aqu ante todo frente a la proyeccin que acerca la figura del crtico a la
del escritor, aun en un mismo y fatal devenir. Barthes, pues, ve cmo la actividad del
crtico se vea potenciada en el pasado en su funcin acotada por la tarea de hallar al Autor,
con cuyo encuentro y hallazgo se explicaba el texto. En cambio, su inferencia de la
nueva situacin radica en que la literatura rehsa cualquier asignacin al texto de un
secreto, es decir, de un sentido ltimo, entregndose a una realidad contra-teolgica, es
decir, revolucionaria en sentido propio, pues rehusar la detencin del sentido, es, en
definitiva, rechazar a Dios y a sus hipstasis, la razn, la ciencia, la ley, segn escribe en
El susurro del lenguaje (pg. 70)
Pero Barthes, en su famoso ensayo, al final, construye un panegrico al lector, figura que
no haba privilegiado en Crtica y verdad, donde mantena su explcita diferencia del
crtico. Aspecto que consideramos sustantivo por la razn que da el crtico (sabemos que
para devolverle su porvenir a la escritura hay que darle la vuelta al mito: el nacimiento del
lector se paga con la muerte del Autor), aunque entendemos la generalidad impersonal
del concepto en el que an se mueve Barthes.
787
Esa perspectiva del lector diferencialmente nos retrotrae a la del hombre nietzscheano,
que habra de sostenerse por s mismo con la muerte de Dios, aunque su conceptualizacin
no es equiparable y Barthes haga alusin literaria a Nietzsche en el binomio Autor- Dios.
Un contrapunto se destaca en la tesis de Carlier, en Roland Barthes resurrection of
the author and redemption of biography, ya tratado, para el que Barthes estara
postulando a travs de la irona justamente la posicin contraria. Pero aceptar la
interpretacin de Carlier sera sustentar una separacin de La muerte del Autor del resto
de la produccin de Barthes, es decir pasar por alto paradjicamente las propias palabras
del crtico que dieron lugar a sus conclusiones y como escriba Barthes en Critique pied
doeuvre: Le texte seul, a nexiste pas. (Figaro, 1970)
Bredmond y Pavel, segn desarrollamos, a su vez, consideran, lo que no est exento de
ingenio, que mientras en el pensamiento de Nietzsche la retirada de lo divino favoreca el
desarrollo de una humanidad creadora de sentido, la retirada barthesiana del autor conduce
al triunfo del significante y no del significado, del cuerpo y no del espritu, de la voluntad y
no del esfuerzo. As pues, entienden que la liberacin del lector va unida a una de sus
pulsiones frente al sistema, a una clave paradjica, ya que ese texto tambin liberado del
autor adviene en forma de simulacro de ste. (Bremond y Pavel, 1998, pg. 58)
Hemos desarrollado, paralelamente, la forma en que la crtica de Barthes niega que las
asociaciones engendradas por la literalidad del texto sean anrquicas; siempre proceden de
determinados cdigos, modos lingsticos, estereotipos. La ms subjetiva de las lecturas es,
en su tesis, un juego realizado a partir de reglas que no proceden del autor, sino de una
lgica milenaria de la narracin del que nuestra persona no es ms que un episodio.
Asimismo sostiene que no hay verdad subjetiva u objetiva de la lectura, sino tan solo una
verdad ldica; aunque su concepto del trmino juego, como l mismo aclara, no ha de
considerarse como distraccin, sino como el trabajo resultante del que haya elaborado todo
esfuerzo. Barthes nos ofrece aforsticamente una definicin de la lectura que aproxima a la
componente de escritura: leer es hacer trabajar a nuestro cuerpo. (Barthes, 1994, pgs.
35-38)
La lectura llegara a ser una sntesis interdisciplinar, e igualmente su problemtica exige
una respuesta que sume varias disciplinas, ya que se trata de un fenmeno sobredeterminado que implica niveles de descripcin complejos.
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En Ce que jai tent? crire une lecture. Critique pied doeuvre Barthes haba
comparado las reglas de la composicin con la lgica de la lectura, aproximando en esa
direccin las actividades que entraan las figuras del autor y del lector: Aquellas
heredadas de la retrica pasan siempre por referirse a un modelo deductivo, es decir,
racional. Se trata, como en el silogismo, de obligar al lector a un sentido o a una salida: la
composicin canaliza; la lectura por el contrario (ese texto que nosotros escribimos cuando
leemos) dispersa, disemina (Le Figaro, cit., 1970, pg. 21)
En el detenimiento sobre los gneros literarios que hemos visto, subrayamos ahora cmo
el mismo Barthes, que haba escrito acerca de las tendencias de vanguardia hacia la
confusin de gneros en otro momento, metamorfosea las ideas tericas de modalidades de
escritura en la medida en que busca fundamentos nuevos para su distincin sin recurrir
para ello a las definiciones tradicionales. Una ejemplificacin de este desarrollo lo
aportamos en el principio que subyace a su ensayo Maupassant y la fsica de la
desgracia, donde se marca la oposicin entre cuento y novela ms all de todo criterio de
tipo tradicional o literario para fundamentarlo en argumentos de carcter filosfico.
Franoise Van Rossum Guyon, cuando public Nouvelle critique, ancienne querelle,
escrito ms probablemente con la intencin de contestar a Picard que con la de defender a
Barthes, nos daba asimismo las claves de la depreciacin del concepto de gnero literario
que ya era predominante en la poca en Francia: La cuestin de los gneros literarios est
estrechamente ligada a la de las convenciones estticas y reconocer al gnero un valor
explicativo es centrar la atencin sobre la autonoma de la obra de arte literario y sobre su
funcin Pero a la nocin demasiado esttica y marcada histricamente de gnero debera
sucederle la de Forma. (Van Rossum Guyon, 1966, pg. 324)
De otro lado, en la distincin barthesiana estudiada entre crtica y ciencia de la
literatura, hemos observado cmo practica dos lneas de trabajo distintas: una en la que
tratar de aplicar los principios de la disciplina de los estudios literarios, partiendo de las
leyes estructuralistas, y otra en la que se desenvolver segn la crtica literaria
complementando el texto creativo. La ciencia de la literatura aborda un lenguaje que es su
objeto y la crtica literaria se interesa en ese objeto que es el lenguaje mismo de la
literatura. Internarse y exponer el lenguaje mismo de la literatura quiere decir prolongar la
obra literaria, participar en ella, convivir con lo que ella tiene de creatividad (Manuel
Asensi, 2003, 388)
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