Derecho A La Pereza - Paul Lafargue-Original PDF
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UN DOGMA DESASTROSO
Seamos perezosos en todas las cosas, excepto al amar y
al beber, excepto al ser perezosos.
Lessing
Una extraa locura se ha apoderado de las clases obreras de
las naciones donde domina la civilizacin capitalista. Esta
locura trae como resultado las miserias individuales y sociales
que, desde hace siglos, torturan a la triste humanidad. Esta
locura es el amor al trabajo, la pasin moribunda por el trabajo,
llevada hasta el agotamiento de las fuerzas vitales del individuo
y de sus hijos. En vez de reaccionar contra esta aberracin
mental, los curas, los economistas y los moralistas han sacralizado el trabajo. Hombres ciegos y de escaso talento, quisieron
ser ms sabios que su dios; hombres dbiles y despreciables,
quisieron rehabilitar lo que su dios haba maldecido. Yo, que no
me declaro cristiano, economista ni moralista, planteo frente a
su juicio, el de su Dios; frente a las predicaciones de su moral
religiosa, econmica y libre pensadora, las espantosas consecuencias del trabajo en la sociedad capitalista.
En la sociedad capitalista, el trabajo es la causa de toda
degeneracin intelectual, de toda deformacin orgnica. Comparen, por ejemplo, el pura sangre de las caballerizas de Rothschild, atendido por una turba de lacayos bimanos, con la tosca
bestia de los arrendamientos normandos, que trabaja la tierra,
recoge el estircol y cosecha. Observen al noble salvaje que los
misioneros del comercio y los comerciantes de la religin no
corrompieron todava con el cristianismo, la sfilis y el dogma
del trabajo, y observen luego a nuestros miserables sirvientes
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de mquinas3.
Cuando en nuestra civilizada Europa se quiere volver a
encontrar un rastro de belleza natural del hombre, debe rsela a
buscar a las naciones donde los prejuicios econmicos todava
no extirparon el odio al trabajo. Espaa, que lamentablemente
se est degenerando, puede todava vanagloriarse de poseer
menos fbricas que nosotros prisiones y cuarteles; el artista se
regocija admirando al atrevido andaluz, moreno como las castaas, derecho y flexible como una vara de acero; y el corazn
del hombre se conmueve al or al mendigo, soberbiamente
envuelto en su capa agujereada, tratar de amigo a los duques de
Osuna. Para el espaol, en el que el animal primitivo no est
an atrofiado, el trabajo es la peor de las esclavitudes 4. Tambin los griegos de la poca dorada despreciaban el trabajo:
slo a los esclavos les estaba permitido trabajar: el hombre
libre slo conoca los ejercicios corporales y los juegos de la
inteligencia. Era tambin el tiempo en que se caminaba y se
respiraba en un pueblo de hombres como Aristteles, Fidias,
Aristfanes; era el tiempo en el que un puado de valientes
aplastaban en Maratn a las hordas del Asia que Alejandro iba
luego a conquistar. Los filsofos de la antigedad enseaban el
desprecio al trabajo, esa degradacin del hombre libre; los poetas cantaban a la pereza, ese regalo de los dioses:
O Melibae, Deus nobis haec otia fecit5.
Cristo, en su sermn de la montaa, predic la pereza:
Miren cmo crecen los lirios en los campos; ellos no
trabajan ni hilan, y sin embargo, yo les digo: Salomn, en
toda su gloria, no estuvo nunca tan brillantemente vestido6.
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nacimiento, el privilegio de ser ms libres y ms independientes que los obreros de cualquier otro pas de Europa. Esta idea
puede tener su utilidad para los soldados, dado que estimula
su valor; pero cuanto menos estn imbuidos de ella los obreros
de las manufacturas, mejor ser para ellos mismos y para el
estado. Los obreros no deberan jams considerarse independientes de sus superiores. Es extremadamente peligroso estimular semejantes caprichos en un estado comercial como el
nuestro, donde, quizs, siete octavos de la poblacin tienen
poca o ninguna propiedad. La cura no ser completa en tanto
que nuestros pobres de la industria no se resignen a trabajar
seis das por la misma suma que ganan ahora en cuatro.
De esta manera, cerca de un siglo antes de Guizot, se predicaba abiertamente en Londres el trabajo como un freno a las
nobles pasiones del hombre.
Cuanto ms trabajen mis pueblos, menos vicios habr,
escriba Napolen desde Osterode el 5 de mayo de 1807. Yo
soy la autoridad [...] y estara dispuesto a ordenar que el
domingo, luego de la hora de la misa, las tiendas se abrieran y
los obreros volvieran a su trabajo.
Para extirpar la pereza y doblegar los sentimientos de arrogancia e independencia que ella engendra, el autor del Essay on
Trade... propona encarcelar a los pobres en las casas de trabajo
ideales (ideal workhouses) que se convertiran en casas de
terror donde se hara trabajar catorce horas por da, de tal
manera que, restando el tiempo de la comida, quedaran doce
horas de trabajo plenas y completas.
Doce horas de trabajo por da: he ah el ideal de los filntropos y de los moralistas del siglo XVIII. Cmo hemos sobrepa6
sado ese nec plus ultra! Los talleres modernos se han convertido en casas ideales de correccin donde se encarcela a las
masas obreras, donde se condena a trabajos forzados durante
doce y catorce horas, no solamente a los hombres, sino tambin
a las mujeres y a los nios!Y pensar que los hijos de los hroes
del Terror se dejaron degradar por la religin del trabajo al
punto de aceptar despus de 1848, como una conquista revolucionaria, la ley que limitaba a doce horas el trabajo en las fbricas! Proclamaban, como un principio revolucionario, el derecho al trabajo. Vergenza al proletariado francs! Slo los
esclavos hubiesen sido capaces de tal bajeza. Hubieran sido
necesarios veinte aos de civilizacin capitalista para que un
griego de los tiempos heroicos concebiera tal envilecimiento.
Y si las penas del trabajo forzado, si las torturas del hambre
se abatieron sobre el proletariado, en mayor cantidad que las
langostas de la biblia, es porque ha sido l quien las ha llamado.
Este trabajo, que en junio de 1848 los obreros reclamaban
con las armas en la mano, lo impusieron a sus familias; entregaron a sus mujeres y a sus hijos a los barones de la industria.
Con sus propias manos, demolieron su hogar; con sus propias
manos, secaron la leche de sus mujeres; las infelices, embarazadas y amamantando a sus bebs, debieron ir a las minas y a
las manufacturas a estirar su espinazo y fatigar sus msculos;
con sus propias manos, quebrantaron la vida y el vigor de sus
hijos. Vergenza a los proletarios! Dnde estn esas comadres de las que hablan nuestras fbulas y nuestros viejos cuentos, osadas en la conversacin, francas al hablar, amantes de la
divina botella? Dnde estn esas mujeres decididas, siempre
correteando, siempre cocinando, siempre cantando, siempre
sembrando la vida y engendrando la alegra, pariendo sin dolor
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telas de algodn, el seor Pinet sus botines para sus queridos piecitos fros y hmedos. Vestidas de pies a cabeza y
vivaces, ser un placer contemplarlas. Vamos, nada de tergiversaciones: usted es amigo de la humanidad, verdad?
Y cristiano antes que mercader, no? Ponga entonces a disposicin de sus obreras la riqueza que ellas le construyeron
con la carne de su carne. Usted es amigo del comercio?
Facilite la circulacin de las mercancas; he aqu a los consumidores todos juntos; brales crditos ilimitados. Usted
est obligado a drselo a negociantes que no conoce, que
no le han dado nada, ni siquiera un vaso con agua. Sus
obreras cumplirn como puedan: si el da del vencimiento,
ellas dejan que protesten su firma, usted las declarar en
quiebra, y si ellas no tienen nada que pueda ser embargado,
usted les exigir que le paguen con plegarias: ellas lo
enviarn al paraso, mejor que sus 'bolsas negras' [curas]
con su nariz llena de tabaco.
En vez de aprovechar los momentos de crisis para una distribucin general de los productos y una holganza y regocijo
universales, los obreros, muertos de hambre, van a golpearse la
cabeza contra las puertas del taller. Con rostros plidos, cuerpos enflaquecidos, con palabras lastimosas, acometen a los
fabricantes:
Buen seor Chagot, dulce seor Schneider, dnnos trabajo; no es el hambre sino la pasin del trabajo lo que nos
atormenta!.
Y estos miserables, que apenas tienen la fuerza como para
mantenerse en pie, venden doce y catorce horas de trabajo a un
precio dos veces menor que en el momento en que tenan pan
sobre la mesa. Y los filntropos de la industria aprovechan la
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definir quin tendra el privilegio exclusivo de vender en Amrica y en las Indias. Miles de hombres jvenes y fuertes enrojecieron los mares con su sangre durante las guerras coloniales
de los siglos XVI, XVII y XVIII.
Los capitales abundan tanto como las mercancas. Los rentistas ya no saben dnde ubicarlos; van entonces a las naciones
felices que se tiran al sol a fumar cigarrillos, para construir
lneas frreas, levantar fbricas e importar la maldicin del trabajo. Hasta que esta exportacin de capitales franceses se termina una maana por complicaciones diplomticas; en Egipto,
Francia, Inglaterra y Alemania estuvieron a punto de tomarse
de los cabellos para saber a qu usureros les pagaran primero;
o por las guerras de Mxico, donde se enva a soldados franceses para hacer el trabajo de alguaciles para cobrar las deudas
impagas11.
Estas miserias individuales y sociales, por grandes e innumerables que sean, por eternas que parezcan, desaparecern
como las hienas y los chacales ante la proximidad del len,
cuando el proletariado diga: Yo quiero que terminen. Pero
para que tome conciencia de su fuerza, el proletariado debe
aplastar con sus pies los prejuicios de la moral cristiana, econmica y librepensadora; debe retornar a sus instintos naturales,
proclamar los Derechos de la Pereza, mil veces ms nobles y
ms sagrados que los tsicos Derechos del Hombre, proclamados por los abogados metafsicos de la revolucin burguesa;
que se limite a trabajar no ms de tres horas por da, a holgazanear y comer el resto del da y de la noche.
Hasta aqu, mi tarea fue fcil: no tena ms que describir los
males reales bien conocidos -lamentablemente- por todos nosotros. Pero convencer al proletariado de que la palabra que se les
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ayudantes.
He aqu algunas cifras que prueban cun colosal es este desperdicio de fuerzas productivas:
Segn el censo de 1861, la poblacin de Inglaterra y del
pas de Gales comprenda 20.066.224 personas, de las cuales 9.776.259 eran del sexo masculino y 10.289.965, del
sexo femenino. Si se restan aqullos que son demasiado viejos o demasiado jvenes para trabajar, las mujeres, los adolescentes y los nios improductivos, ms las profesiones
ideolgicas como el gobierno, la polica, el clero, la magistratura, el ejrcito, los eruditos, artistas, etc., luego las personas exclusivamente dedicadas a comer del trabajo de
otros, bajo la forma de renta de la tierra, de intereses, de
dividendos, etc., y finalmente, los pobres, los vagabundos,
los criminales, etc., quedan aproximadamente ocho millones de individuos de los dos sexos y de todas las edades,
incluyendo a los capitalistas ocupados en la produccin, el
comercio, las finanzas, etc. Entre estos ocho millones, se
cuentan:
Trabajadores agrcolas (incluyendo pastores, criados y
criadas que habitan en el establecimiento agrcola)
1.098.261;
Obreros de las fbricas de algodn, de lana, de worsted,
de lino, de camo, de seda, de encajes y otros 642.607;
Obreros de las minas de carbn y de metal 565.835;
Obreros empleados en las fbricas metalrgicas (altos
hornos, laminados, etc.) y en las manufacturas de metal de
todo tipo 396.998;
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empearon en imponer la prctica a los capitalistas. El proletariado enarbol la consigna el que no trabaja, no come; Lyon,
en 1831, se rebel por trabajo o plomo; las guardias nacionales de marzo de 1871 declararon a su levantamiento la Revolucin del Trabajo.
A este arrebato de furor brbaro, destructor de todo goce y
de toda pereza burgueses, los capitalistas no podan responder
ms que con la represin feroz; pero saban que, si haban
podido reprimir esas explosiones revolucionarias, no haban
ahogado en la sangre de sus masacres gigantescas la absurda
idea del proletariado de querer imponer el trabajo a las clases
ociosas y mantenidas, y es para evitar esta desgracia que se
rodean de pretorianos, policas, magistrados y carceleros mantenidos en una improductividad laboriosa. Ya no se puede conservar la ilusin sobre el carcter de los ejrcitos modernos.
Ellos son mantenidos en forma permanente slo para reprimir
al enemigo interno; es as que los fuertes de Pars y de Lyon
no fueron construidos para defender la ciudad contra el extranjero, sino para aplastar una revuelta. Y si fuera necesario un
ejemplo irrefutable, podemos mencionar al ejrcito de Blgica,
ese paraso del capitalismo; su neutralidad est garantizada por
las potencias europeas, y sin embargo su ejrcito es uno de los
ms fuertes en proporcin a la poblacin. Los gloriosos campos
de batalla del valiente ejrcito belga son las planicies de Borinage y de Charleroi; es en la sangre de los mineros y de los
obreros desarmados que los oficiales belgas templan sus espadas y aumentan sus charreteras. Las naciones europeas no tienen ejrcitos nacionales, sino ejrcitos mercenarios, que protegen a los capitalistas contra la furia popular que quisiera condenarlos a diez horas de trabajo en las minas o en el hilado.
Entonces, al ajustarse el cinturn, la clase obrera desarroll
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A lo que el pueblo, engaado en su simpleza por los moralistas, no se atrevi jams, un gobierno aristocrtico se atreve.
Despreciando las altas consideraciones morales e industriales
de los economistas, que, como los pjaros de mal agero,
crean que disminuir en una hora el trabajo en las fbricas era
decretar la ruina de la industria inglesa, el gobierno de Inglaterra prohibi por medio de una ley, estrictamente observada, el
trabajar ms de diez horas por da; y como antes, Inglaterra
sigui siendo la primera nacin industrial del mundo.
Ah est la gran experiencia inglesa, ah est la experiencia
de algunos capitalistas inteligentes, que demuestran irrefutablemente que, para potenciar la productividad humana, es necesario reducir las horas de trabajo y multiplicar los das de pago y
los feriados; pero el pueblo francs no est convencido. Pero si
una miserable reduccin de dos horas aument en diez aos
cerca de un tercio la produccin inglesa18, qu marcha vertiginosa imprimir a la produccin francesa una reduccin legal de
la jornada de trabajo a tres horas? Los obreros no pueden comprender que al fatigarse trabajando, agotan sus fuerzas y las de
sus hijos; que, consumidos, llegan antes de tiempo a ser incapaces de todo trabajo; que absorbidos, embrutecidos por un solo
vicio, no son ms hombres, sino pedazos de hombres; que
matan en ellos todas las facultades bellas para no dejar en pie,
lujuriosa, ms que la locura furibunda del trabajo.
Como los loros de la Arcadia, repiten la leccin de los economistas:
Trabajemos, trabajemos para incrementar la riqueza
nacional.
Idiotas! Es porque ustedes trabajan demasiado que la
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maquinaria industrial se desarrolla lentamente. Dejen de rebuznar y escuchen a un economista; no es un guila, no es ms que
el seor L. Reybaud, que hemos tenido la alegra de perder
hace algunos meses:
La revolucin en los mtodos de trabajo se determina,
en general, a partir de las condiciones de la mano de obra.
En tanto que la mano de obra brinde sus servicios a bajo
precio, se la prodiga; cuando sus servicios se vuelven ms
costosos, se busca ahorrarla19.
Para obligar a los capitalistas a perfeccionar sus mquinas
de madera y de hierro, es necesario elevar los salarios y disminuir las horas de trabajo de las mquinas de carne y hueso.
Las pruebas que apoyan esto? Se las puede proporcionar por
centenares. En la hilandera, el telar intermitente (self acting
mule) fue inventado y aplicado en Manchester porque los
hilanderos se rehusaron a seguir trabajando tanto tiempo como
hasta entonces.
En Estados Unidos, la mquina se extiende a todas las
ramas de la produccin agrcola, desde la fabricacin de manteca hasta la trilla del trigo: por qu? Porque el estadounidense, libre y perezoso, preferira morir mil veces antes que
vivir la vida bovina del campesino francs. La actividad agrcola, tan penosa en nuestra gloriosa Francia, tan rica en cansancio, en el oeste americano es un agradable pasatiempo al aire
libre que se hace sentado, fumando negligentemente la pipa.
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estupefacta y aterrorizada.
Si la clase obrera, tras arrancar de su corazn el vicio que la
domina y que envilece su naturaleza, se levantara con toda su
fuerza, no para reclamar los Derechos del Hombre (que no son
ms que los derechos de la explotacin capitalista), no para
reclamar el Derecho al Trabajo (que no es ms que el derecho a
la miseria), sino para forjar una ley de bronce que prohibiera a
todos los hombres trabajar ms de tres horas por da, la Tierra,
la vieja Tierra, estremecida de alegra, sentira brincar en ella
un nuevo universo...Pero cmo pedir a un proletariado
corrompido por la moral capitalista que tome una resolucin
viril?
Como Cristo, doliente personificacin de la esclavitud antigua, los hombres, las mujeres y los nios del Proletariado
suben penosamente desde hace un siglo por el duro calvario del
dolor; desde hace un siglo el trabajo forzado destroza sus huesos, mortifica sus carnes, atormenta sus msculos; desde hace
un siglo, el hambre retuerce sus entraas y alucina sus cerebros...Oh, pereza, apidate de nuestra larga miseria! Oh,
Pereza, madre de las artes y de las nobles virtudes, s el blsamo de las angustias humanas!
APNDICE
Nuestros moralistas son gentes muy modestas; si bien
inventaron el dogma del trabajo, dudan de su eficacia para tranquilizar el alma, regocijar el espritu y mantener el buen funcionamiento de los riones y otros rganos; quieren experimentar
su uso sobre el pueblo, in anima vili, antes de volverlo contra
los capitalistas, cuyos vicios tienen la misin de excusar y
autorizar.
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ganancias sin mentir, y qu es ms vergonzoso que la mentira? Entonces, debe considerarse como bajo y vil el oficio
de todos los que venden su trabajo y su industria; porque el
que da su trabajo por dinero se vende a s mismo y se
coloca en la categora de los esclavos26.
Proletarios, embrutecidos por el dogma del trabajo, escuchen las palabras de estos filsofos, que se las ocultan con
tanto celo: un ciudadano que entrega su trabajo por dinero se
degrada a la categora de los esclavos, comete un crimen, que
merece aos de prisin.
La hipocresa cristiana y el utilitarismo capitalista no
haban pervertido a estos filsofos de las repblicas antiguas;
hablando para hombres libres, expresaban ingenuamente su
pensamiento. Platn, Aristteles, estos grandes pensadores -a
los cuales nuestros Cousin, Caro, Simon no les llegan ni a la
suela de sus zapatos ponindose en puntas de pie-, queran que
los ciudadanos de sus repblicas ideales vivieran en el ms
grande ocio; porque, agregaba Jenofonte,
el trabajo ocupa todo el tiempo y con l no hay ningn
tiempo libre para la repblica y los amigos.
Segn Plutarco, el gran mrito de Licurgo, el ms sabio de
los hombres, para admiracin de la posteridad, fue el de haber
brindado ocio a los ciudadanos de la repblica prohibindoles
todo oficio27.
Pero, respondern los Bastiat, Dupanloup, Beaulieu y
dems defensores de la moral cristiana y capitalista, estos pensadores, estos filsofos preconizaban la esclavitud. Perfecto,
pero poda ser de otro modo, dadas las condiciones econmicas y polticas de su poca? La guerra era el estado normal de
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libertad.
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NOTAS
[1] Descartes, Ren; Las pasiones del alma.
[2] Doctor Beddoe; Memoirs of the Anthropological Society; Darwin,
Charles; Descent of Man.
[3] Los exploradores europeos se detienen sorprendidos ante la belleza
fsica y el aspecto orgulloso de los hombres de los pueblos primitivos, no
manchados por lo que Paeppig llamaba el hlito envenenado de la civilizacin. Refirindose a los aborgenes de las islas de Oceana, lord George
Campbell escribe: No hay pueblo en el mundo que sorprenda ms a primera vista. La piel lisa y de un tono ligeramente cobrizo, los cabellos dorados y ondulados, su bella y alegre figura, en una palabra, toda su persona,
formaban un nuevo y esplndido ejemplar del genus homo; su apariencia
fsica daba la impresin de tratarse de una raza superior a la nuestra. Los
civilizados de la antigua Roma, los Csar, los Tcito, contemplaban con la
misma admiracin a los germanos de las tribus comunistas que invadan el
imperio romano. Al igual que Tcito, Salvino, el cura del siglo V que es llamado el maestro de los obispos, pona como ejemplo a los brbaros ante los
civilizados y los cristianos: Somos impdicos entre los brbaros, que son
ms castos que nosotros. Ms an, los brbaros se sienten ofendidos por
nuestras impudicias; los godos no sufren el hecho de que haya entre ellos
libertinos de su nacin; slo los romanos, por el triste privilegio de su
nacionalidad y de su nombre, tienen el derecho de ser impuros. (La pederastia estaba de moda entonces entre los paganos y los cristianos...). Los
oprimidos se van con los brbaros en busca de humanidad y proteccin.
(De Gubernatione Dei). La vieja civilizacin y el cristianismo naciente
corrompieron a los brbaros del viejo mundo, como el viejo cristianismo y
la civilizacin capitalista corrompen a los salvajes del nuevo mundo.
El seor F. Le Play, cuyo talento para la observacin debe reconocerse, as
como deben rechazarse sus conclusiones sociolgicas, contaminadas de
proudhonismo filantrpico y cristiano, dice en su libro Los obreros europeos (1885): La propensin de los Bachkirs por la pereza [los Bachkirs
son pastores seminmades de la ladera asitica de los Urales], los ocios de
la vida nmade, los hbitos de meditacin que hacen nacer en los individuos mejor dotados, otorgan a menudo a stos una distincin de maneras,
una agudeza de inteligencia que raramente se observa en el mismo nivel
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abril de 1880: Hemos odo sostener la opinin de que, aun sin Prusia,
Francia hubiera perdido de todas maneras los miles de millones que perdi
en la guerra de 1870, bajo la forma de emprstitos emitidos peridicamente
para equilibrar los presupuestos extranjeros; tal es tambin nuestra opinin. Se estima en cinco mil millones la prdida de los capitales ingleses
en los emprstitos a Amrica del Sur. Los trabajadores franceses no slo han
producido los cinco mil millones pagados a Bismarck, sino que siguen
pagando los intereses de la indemnizacin de guerra a los Ollivier, a los
Girardin, a los Bazaine y otros portadores de ttulos de renta que han causado la guerra y la derrota. Sin embargo, les queda un pequeo consuelo:
esos miles de millones no ocasionarn ninguna guerra de recuperacin.
[12] Bajo el Antiguo Rgimen, las leyes de la iglesia garantizaban al trabajador 90 das de descanso (52 domingos y 38 feriados), durante los cuales
estaba estrictamente prohibido trabajar. Era el gran crimen del catolicismo,
la causa principal de la irreligiosidad de la burguesa industrial y comercial.
Bajo la Revolucin, cuando sta se hizo dominante, aboli los das feriados
y reemplaz la semana de siete das por la de diez. Liber a los obreros del
yugo de la iglesia para someterlos mejor al yugo del trabajo.
El odio contra los das feriados no apareci hasta que la moderna burguesa industrial y comercial tom cuerpo, entre los siglos XV y XVI. Enrique IV pidi su reduccin al Papa, pero ste se rehus porque una de las
herejas ms corrientes hoy en da es la referida a las fiestas (carta del
cardenal d'Ossat). Pero en 1666, Prfixe, arzobispo de Pars, suprimi 17
feriados en su dicesis. El protestantismo, que era la religin cristiana adap tada a las nuevas necesidades industriales y comerciales de la burguesa, fue
menos celoso del descanso popular; destron a los santos del cielo para abolir sus fiestas sobre la tierra.
La reforma religiosa y el libre pensamiento filosfico no eran ms que los
pretextos que permitieron a la burguesa jesuita y rapaz escamotear al pueblo los das de fiesta.
[13] Esas fiestas pantagrulicas duraban semanas. Don Rodrigo de Lara
gana a su novia expulsando a los moros de Calatrava la Vieja, y el Romancero narra que:
Las bodas fueron en Burgos,
Las tornabodas en Salas:
En bodas y tornabodas
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