Politicas de La Memoria 16 PDF
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ndice
Instantneas: Los juicios al Mal. Verdad, Justicia y Derechos Humanos en Argentina . . . . . . . . . . . .5
Dossier Discutir la hegemona. Perspectivas poshegemnicas y poltica latinoamericana. . . . . . . .14
Amador Fernndez Savater La clave del cambio social no es la ideologa, sino los cuerpos, los hbitos
y los afectos. Entrevista a Jon Beasley-Murray . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .17
Sebastin Carassai, Poshegemona y Spinoza. Para una crtica de la teora poltica de Poshegemona de
Jon Beasley-Murray . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .21
Marcelo Starcenbaum, Poshegemona: notas sobre un debate . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27
Rodrigo Nunes, Entre Negri y Laclau: los lmites de la multitud . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39
Lugares de la Memoria
Mara Virginia Castro, La biblioteca de Samuel Glusberg en el CeDInCI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50
Horacio Tarcus, Las afinidades anarco-bolcheviques de Horacio Quiroga . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60
Dossier Itinerarios de Maritegui en Amrica Latina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65
Jorge Myers,Maritegui en Montevideo. La presencia del intelectual peruano
en la generacin del Centenariodurantelos aos locos1917-1933 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 68
Patricio Gutirrez Donoso,Itinerario del pensamiento de Jos Carlos Maritegui
en Chile. 1926-1973 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79
Ricardo Luis Hernndez Otero,Maritegui en Cuba en la Dcada crtica.
Corresponsales, colaboradores y estudiosos (segunda aproximacin) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 98
Horacio Tarcus, Las polticas culturales de Samuel Glusberg.
Correspondencias mariateguianas entre Buenos Aires, Santiago, Lima y La Habana . . . . . . . . . . . . 124
Historia intelectual europea Homenaje a Jos Sazbn
La crisis del marxismo (IV)
Miguel Candioti, El Marx de Gentile. Retroceso de la filosofa de la praxis
a la vieja praxis de la filosofa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 167
Giovanni Gentile, La filosofa de la praxis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .169
Adrin Celentano, Althusser, el maosmo y la revolucin cultural . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 220
Louis Althusser, Sobre la revolucin cultural . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 227
Estudios sobre comunismo
Vctor Augusto Piemonte, La compleja relacin entre la direccin del Partido Comunista
de la Argentina y la representacin de la Comintern ante la ruptura de 1928 . . . . . . . . . . . . . . . . . 236
Pablo Fontana, Cine y colectivizacin. Imgenes para un orden nuevo
en los campos soviticos (1929-1941) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 245
Instantneas
Seores, de pie, por favor, orden el lunes 22 de abril de 1985 el secretario de juzgado
ante la entrada a la sala de los jueces integrantes de la Cmara Nacional de Apelaciones en
lo Criminal y Correccional Federal de esta ciudad. Y entonces, ante la mirada expectante y
el aliento suspendido del pblico presente, los responsables mediatos de los ms atroces
crmenes cometidos en la Argentina entre 1976 y 1983, se pusieron de pie, inmortalizando
as, sin saberlo, una emblemtica fotografa de justicia.
La escena daba inicio al Juicio a las Juntas Militares y se repetira en todas y cada una de sus
setenta y ocho audiencias, como tambin se repetira la orden inapelable del presidente de
la Cmara ante las exclamaciones de espanto, condena o aprobacin de ese mismo pblico:
Silencio en la sala!
En el transcurso de aquel histrico juicio, el Nunca Ms se erigira como lema y expresin
de una voluntad colectiva de cerrar para siempre el feroz ciclo de sangre y plomo de
la historia reciente argentina. Podra decirse, sin embargo, que el Juicio a las Juntas no
fue un fin, sino un comienzo. Si haba respondido a la estrategia jurdica diseada por el
radicalismo que distingua niveles de responsabilidad y apostaba a una justicia retroactiva
y preventiva a la vez, pero bsicamente limitada, que oficiara de clausura al problema de las
violaciones a los derechos humanos la sentencia de la Cmara, al ordenar la investigacin
y el enjuiciamiento de quienes haban ejecutado las rdenes de los ex-comandantes y de
todos aquellos que hubieran tenido responsabilidad operativa en las acciones, inauguraba
un nuevo captulo que se revelara tan extenso como sinuoso y cuyas principales curvaturas
son por todos conocidas.
La fuerza arrolladora del aplauso estridente y aun as contenido que sigui a las
palabras finales del alegato del fiscal Julio Csar Strassera devino en indignacin y tristeza
cuando, diecinueve meses despus, la sancin de la Ley de Obediencia Debida garantizaba
la impunidad de los crmenes cometidos, impunidad que se coronara ms tarde con los
indultos menemistas. La ilusin democrtica llegaba a su fin, al igual que los ecos de aquel
aplauso. Comenzaba, as, la larga dcada de los noventa.
Pero si hay algo que caracteriz al movimiento de derechos humanos en la Argentina fue la
bsqueda sin pausa de estrategias que hicieran mella en aquella impunidad y avanzaran en
el establecimiento de la verdad y la justicia.
Los procesamientos por el robo de bebs delito que finalmente no haba sido juzgado
en el Juicio a las Juntas y que tampoco haba sido alcanzado por los beneficios de las leyes
de Punto Final y Obediencia Debida; las presentaciones y peticiones ante organismos
internacionales y estados extranjeros que dieron impulso a los Juicios por la Verdad en
Argentina y a los juicios a represores en el exterior; y la pericia jurdica demostrada por
el CELS en el caso Poblete-Hlaczik que culmin el 6 de marzo de 2001 con la declaracin
por parte del juez Cavallo de la invalidez, inconstitucionalidad y nulidad de las leyes
de Punto Final y Obediencia Debida; son hitos elocuentes en la historia de esa bsqueda
de ribetes ejemplares.
En ese marco, sobrevino la crisis del 2001, primero, y el kirchnerismo, despus. Y con l,
se abri un nuevo captulo.
En materia poltica, el kirchnerismo supo enhebrar identidades y sensibilidades dispersas
en torno a un proyecto que funcion no slo como movilizador de una renovada prctica
militante sino tambin como espacio simblico de identificacin y pertenencia.
Dejando a un lado, slo por el momento, la naturaleza, modalidades e implicancias de su
vnculo con las organizaciones de derechos humanos, baste decir que desde el Estado fue
un gran impulsor en materia de polticas pblicas de memoria y, en el terreno de la justicia,
fue un aliado clave en el recorrido que culmin con la anulacin por parte del Congreso
de la Nacin de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida el 21 de agosto de 2003 y la
declaracin de inconstitucionalidad de esas mismas leyes por parte de la Corte Suprema de
Justicia el 14 de junio de 2005.
Y fue entonces cuando todas aquellas causas por violaciones a los derechos humanos que
haban quedado truncas en los ochenta se reabrieron; al tiempo que fue posible iniciar
otras nuevas.
Hoy, los crmenes de antao estn siendo juzgados.
A treinta aos de la sentencia de la Cmara en el Juicio a las Juntas, las cifras que arrojan
los procesos judiciales en curso, segn el informe de la Procuradura de Crmenes de Lesa
Humanidad, actualizado al 30 de septiembre de 2015, indican que:
De 514 causas,
-233 (45%) estn en etapa de instruccin;
-116 causas (23%) han sido o estn siendo elevadas a juicio;
-18 causas (3%) estn actualmente en juicio;
-en 147 (29%) se ha dictado sentencia.
Por su parte, sobre un total de 2166 imputados,
-883 (41%) estn bajo procesamiento;
-622 (29%) han sido condenados;
-57 han sido absueltos;
-196 no tienen resuelta su situacin procesal;
-a 113 se les ha dictado la falta de mrito;
-a 11, el sobreseimiento;
-57 estn prfugos;
-227 han fallecido sin sentencia
Las cifras no hablan por s mismas, es cierto, pero constituyen indicadores necesarios a la hora
de ponderar no slo el mapa actual de la Justicia sino, tambin, los diferentes balances sobre l.
Es cierto que no se ha alcanzado toda la verdad. Pero es cierto, tambin, como sealara
en el contexto de estas declaraciones el Colectivo de Trabajo de Historia Reciente que
en representacin del CeDInCI integro, que es mucho lo que en trminos de verdad se ha
logrado desde la creacin de la CONADEP, en diciembre de 1983, hasta los juicios actuales.
En cuanto a estos ltimos, se advierte, pusieron en evidencia la materialidad de la represin
en provincias que se imaginaban al margen de los crmenes de Estado, iluminaron complicidades corporativas e identificaron la sistematicidad de las violencias sexuales padecidas en
los centros clandestinos de detencin (https://www.facebook.com/La-democracia-se-construye-con-verdad-y-con-justicia-754093651383346/?fref=ts).
Es cierto, por otra parte, como han sealado intelectuales y profesionales del derecho, que
en Argentina no se han diseado estrategias o dispositivos jurdicos que estimulen la palabra de aquellos que, por su participacin directa o indirecta en la represin ilegal, pudieran
aportar informacin sobre la suerte de los secuestrados, sobre sus cuerpos, sobre los nios
apropiados. Incluso, como sugiere Carolina Varsky en Hacer Justicia, deberan pensarse
formas de reconocimiento a la cooperacin, tanto sea aplicando las escalas penales vigentes como mediante una reforma procesal que incluya las bonificaciones por cooperacin,
siempre que estas formas no impliquen amnistas encubiertas.
Pero en todo caso, no puede dejar de admitirse que a lo largo de ms de treinta aos han
sido pocos, muy pocos, los que rompieron el silencio. Aun, durante el prolongado reinado
de la impunidad; aun hoy, cuando muchos ya han sido condenados y, en consecuencia, tendran poco y nada que perder.
Parece, entonces, ms certero sealar que si no hubo ms verdad, monseor, no fue precisamente por el efecto de una justicia arrolladora. Si no hubo ms verdad fue porque
detrs del silencio abroquelado de los que saben, hay menos vergenza que compromiso
y lealtad, hay menos temor que espritu de cuerpo, y, sobre todo, no hay arrepentimiento
sino conviccin ideolgica, adhesin a lo actuado y reivindicacin poltica. Y, si esto es as,
no hay, como ha sealado recientemente Claudia Hilb en la revista Criterio, escena posible
para el dilogo y la reconciliacin que se demandan.
Finalmente, si no hubo ms verdad fue porque no slo callaron y callan quienes mancharon sus manos con sangre sino, tambin, muchos otros que acompaaron entusiasta o
tmidamente los mtodos del Mal; y entre esos otros, buena parte de la Iglesia. Entonces,
si esa Iglesia ha de integrarse a la bsqueda de la verdad, bien podra hacerlo no tanto reclamando vallas a una justicia que ya bastante tarde ha llegado, o bregando por un perdn
finalmente imposible, sino rompiendo ella misma su propio silencio; abriendo ella misma
sus propios archivos; aportando ella misma la informacin obtenida a travs de su propia
complicidad que, se sabe, no se agota en la tristemente clebre figura de Christian Von
Wernich. Y, as como durante los aos del horror, curas, capellanes y obispos descendan
a los infiernos de los centros clandestinos para llevar consuelo y paz espiritual a quienes
las faenas rutinarias de las salas de tormento comenzaban a pesarles en la conciencia, bien
podran ahora, curas, capellanes y obispos, llevar su palabra cristiana a aquellos mismos
hombres y alentarlos a encaminarse por el camino del arrepentimiento y la confesin.
Los procesos judiciales en curso han sido impugnados tambin a partir del viejo libreto de
que constituyen actos de venganza y/o manifestaciones llanas de una cultura de la venganza (vase, por ejemplo, el editorial de La Nacin del 23-11-2015, que ha provocado pblico
repudio comenzando por los trabajadores de ese diario). Estos procesos, en un escenario
social hegemonizado por una verdad incompleta que deliberadamente calla en torno de
los crmenes cometidos por los grupos terroristas de la dcada del setenta, estaran siendo escenario de las ms graves violaciones a los principios bsicos del derecho penal y a
los derechos humanos en general.
Lo que sigue es, apenas, un puado de consideraciones.
Respecto de la verdad incompleta: es cierto que en el combate simblico por dotar de
sentido al pasado se enfrentan distintas memorias que, en tanto tales, se sustentan sobre
recuerdos, representaciones y valoraciones de ese pasado y, tambin, sobre olvidos. Es
cierto, a su vez, que entre los varios relatos que han surgido y circulado por el espacio pblico hay uno que parece haber logrado imponerse por sobre los dems, alcanzando, principalmente en la ltima dcada, la estatura de una suerte de memoria oficial. Y es cierto,
finalmente, que ese relato que articula palabras, smbolos, representaciones y sentidos
provenientes del movimiento de derechos humanos con aquellos otros emanados del seno
de la militancia revolucionaria setentista es hoy un gran deudor de la historia. Lo es en lo
que en l hay de olvidos, de desplazamientos semnticos, de silencios. Lo es en su pereza
crtica que, refugindose en la legitimidad indiscutible de sus fines de justicia y en las fibras
sensibles de la causa que representa, ha preferido la iconografa emotiva y sacralizada a las
interpelaciones que sabe debiera afrontar para dar cuenta de la complejidad y las condiciones de posibilidad de la tragedia vivida. Y esas interpelaciones incluyen, por supuesto,
al conglomerado de la revolucin all donde buena parte de sus propios principios tico-polticos, concepciones y prcticas participaron del entramado trgico que sell su suerte.
Pero si puede decirse que la izquierda setentista ha sido ms parca que generosa en la revisin crtica de aquellos principios, concepciones y prcticas, no puede dejar de indicarse, a
su vez, que esa parquedad no fue hermtica. En efecto, ha habido muchas voces emanadas
del seno de aquella militancia que no slo han estado dispuestas sino que, adems, han
impulsado la deliberacin pblica en torno a la experiencia revolucionaria; basta atender a
las cifras de edicin de las publicaciones destinadas a tal fin (de las cuales la revista Lucha
Armada es un ejemplo representativo) o a la repercusin del debate generado a partir de
la Carta del filsofo Oscar del Barco a la revista cordobesa La Intemperie, para ponderar
el alcance y la circulacin de dichas voces. Y esto por no mencionar la libertad de expresin
con la que contaron, a lo largo de cuarenta aos, los enemigos polticos e ideolgicos de
aquella izquierda, incluidos los dos peridicos de mayor circulacin a escala nacional.
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Para la primera estrategia (su tratamiento como crmenes de guerra), se necesita la verificacin de un conflicto armado de carcter no internacional. Si ste se verificara, las partes
beligerantes quedaran comprendidas por el artculo 3 comn a las Convenciones de Ginebra (que prohbe homicidios, ejecuciones sumarias, toma de rehenes, mutilaciones, tortura,
tratos crueles, etc.). Ahorrndonos los argumentos relativos a la dificultad de establecer
en trminos fcticos la existencia de un conflicto armado interno de dos o ms partes beligerantes, esta posibilidad queda descartada por el carcter consuetudinario sumamente
reciente del artculo 3 comn (1995) que impide aplicarlo retroactivamente a los setenta.
Frente a esta imposibilidad, se ha esgrimido el apoyo del gobierno cubano a los grupos
armados locales para que el conflicto adquiera status internacional y quede entonces s
comprendido en las Convenciones de 1949. Esta estrategia tambin ha fracasado pues para
que un conflicto se internacionalice no alcanza para que una de las partes obtenga financiamiento o recursos de un estado extranjero sino que se reclama de ese estado una
intervencin directa de su tropa y una participacin en la planificacin y supervisin de las
operaciones militares. Opcin descartada.
En cuanto a la segunda opcin, la del tratamiento de los actos de terrorismo como crmenes de lesa humanidad, deben considerarse dos cuestiones fundamentales: una relativa al
sujeto activo de esos crmenes (esto es, quin puede cometerlos) y otra relativa al elemento general de contexto que define la categora de lesa humanidad, en oposicin a un acto
criminal individual. Por obvias razones, omitir esta segunda cuestin, detenindome muy
brevemente en la primera.
Tal como est concebida en la actualidad, la categora de crmenes de lesa humanidad no
slo comprende crmenes cometidos en conexin con una poltica estatal o bajo su amparo, sino tambin actos cometidos en virtud de una poltica organizacional. Sin embargo,
esta inclusin de agentes no estatales en el crculo de sujetos activos de los crmenes de
lesa humanidad es, tambin, de desarrollo reciente (1992) y, por ende, no aplicable para la
Argentina de los aos setenta, por no mencionar el hecho de que aquella inclusin slo es
posible cuando esos agentes no estatales participan de las caractersticas de los autores estatales en tanto ejercen algn dominio o control sobre territorio o gente y llevan adelante
una poltica de caractersticas similares a las de la accin estatal. Como quiera que sea, fin
del recorrido para el caso argentino.
Por supuesto que todo esto no quita legitimidad ni a las demandas ni al dolor de los familiares de las vctimas de aquellos actos. Y no somos pocos quienes sostenemos que esos
actos ni pueden ni deben ser borrados de los relatos pblicos del pasado. Pero no son
punibles; porque por su propia naturaleza, han prescripto. Y no estara de ms recordar
que durante el enfrentamiento poltico radical de los setenta, fuera de los pocos hechos
que s han sido efectivamente juzgados, fue el propio Estado argentino, bajo el mando del
peronismo en el poder, primero, y de las Fuerzas Armadas despus, quien renunci a los caminos jurdicos para investigar y juzgar esos actos, optando confesamente, en su lugar, por
una estrategia en la que la caza de brujas y la tortura reemplaz al trabajo de inteligencia;
el asesinato y la desaparicin, al juicio; en definitiva, el crimen, a la ley. Y nuevamente me
eximo de referirme, esta vez, a los propsitos ltimos de disciplinamiento poltico-social
del rgimen implantado en 1976, propsitos que exceden con mucho la voluntad punitiva
sobre los actos terroristas si es que stos ltimos tuvieron alguna relevancia final en la
determinacin de aquellos propsitos.
Finalmente, el gobierno de Ral Alfonsn, entendiendo que los grupos revolucionarios armados haban sido los mximos responsables de la violencia desatada en los setenta,
orden la investigacin y la persecucin penal de los lderes de aquellas organizaciones a
travs del Decreto 157, decreto por el cual fue detenido, juzgado y condenado Mario Eduardo Firmenich, quien permaneci en prisin hasta diciembre de 1990, momento en que fue
beneficiado por el indulto presidencial.
Respecto del postulado de la venganza, slo dir, por cortesa, que si hay algo que precisamente no ha habido a lo largo de cuarenta aos, es venganza; ni un solo acto de venganza.
Habindose comprobado el secuestro de miles y miles de personas; habindose comprobado la aplicacin masiva de los ms variados y atroces mtodos de tortura, incluidos
los sexuales; habindose comprobado las ejecuciones sumarias nuevamente de miles
y miles; habindose comprobado la deliberada, planeada y confesa desaparicin de sus
cuerpos; habindose comprobado la existencia de maternidades clandestinas, de partos
encadenados y vidas robadas; a lo largo de cuarenta aos, no se ha cometido un solo
acto de venganza. Notable. Ms an: habindose identificado a buena parte de los autores
mediatos e inmediatos de estos crmenes y vejmenes, y aun cuando toda posibilidad de
justicia pareca definitivamente clausurada, ni las miles de vctimas directas, ni los miles y
miles de seres queridos de los desparecidos, ni los miles y miles de quienes se identificaron
con su causa o se consideraron sus herederos, han apelado una sola vez a la Ley del Talin.
Insisto: es notable.
Ms notable an si se atiende al hecho de que buena parte de las vctimas, de sus familiares
y allegados y, en buena medida, la causa por ellos representada s particip durante
los aos setenta de una cultura poltica que inclua a la venganza entre sus prcticas y
sentidos. Pero del canto que prometa vengar a los muertos de Trelew, o el que reclamaba
hacia finales de la dictadura paredn, paredn, de los ajusticiamientos en represalia,
o de la consigna que adverta al enemigo ni justicia a los juicios actuales, parece no ser
poco lo que en aquella tradicin poltica y cultural ha cambiado.
Tambin debe decirse, a su vez, que esos cambios no dejan de convivir con nociones, reflejos, sensibilidades y sentidos propios del horizonte de la Revolucin. Convivencia, por
supuesto, no libre de tensiones. Dicho en otras palabras: la militancia revolucionaria setentista fue un actor protagnico aunque no exclusivo en la conformacin del movimiento de derechos humanos en Argentina y en el impulso de polticas pblicas de memoria y
justicia; y hoy, ese movimiento y esos escenarios de memoria y justicia llevan su impronta.
E imagino que es precisamente esa impronta, entre otras cuestiones ms objetivables y sin
duda atendibles, aquello que genera rechazo, irascibilidad y, finalmente, condena de buena
parte de la intelectualidad argentina. Y entonces aqu s, me gustara referirme a las valoraciones que, en diversos medios, ha vertido el historiador Luis Alberto Romero (ver, por
ejemplo, Los Andes 29/09/2015 o Criterio de diciembre) en torno a los juicios en curso,
valoraciones que s son compartidas por otros.
Su balance es netamente negativo pues advierte all una escasa o nula verdad obtenida y
la motivacin de la venganza; cuestiones ambas a las que ya me he referido. Ms importante, entiende que en el transcurso del desarrollo de estos juicios en exacta contraposicin a los de 1985 se ha daado severamente al estado de derecho y el principio de
la ley. Asegura que se lo ha daado por los psimos procedimientos; porque se castig
masivamente y al bulto; porque se han negado sistemticamente las solicitudes de las
prisiones domiciliarias; porque todo acusado es culpable de antemano y debe demostrar
all su inocencia y no a la inversa; por los nombramientos de fiscales ad hoc; porque
los juicios fueron manipulados sin disimulo por el gobierno y sus militantes, entre otras
varias impugnaciones.
Nuevamente, apenas algunas consideraciones.
Es cierto que la retrica kirchnerista, y muchas de sus concepciones y prcticas polticas,
son herederas de aspectos poco reivindicables de la experiencia setentista. Es cierto, a su
vez, que buena parte de su estrategia de acumulacin devino en cooptacin de las organizaciones de derechos humanos cuyo valor poltico y fuerza simblica radicaba, precisamente,
en su autonoma. Y no son menores los costos de esta cooptacin, en varias direcciones.
De all que desde el Colectivo de Trabajo de Historia Reciente mencionado anteriormente,
se sealara que:
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corresponde que la voluntad y la accin del Estado en esta materia se mantengan al margen
de todo uso partidario, sectario o clientelar. El acceso a los archivos pblicos de la represin,
reconocido en las disposiciones que los constituyeron, no puede ser arbitrario o discrecional.
La configuracin de los sitios de memoria, su uso, y los relatos que guan a sus visitantes
deben comprometer amplios procesos de deliberacin colectiva y excluir toda banalizacin
o faccionalismo para as evitar que la elaboracin de la historia y el ejercicio de la memoria
queden presas de tutelas o monopolios.
Pero tambin es cierto que la discrecionalidad, la arbitrariedad, el faccionalismo y el tutelaje no son invenciones kirchneristas. La Argentina no ha sido precisamente un derroche
de virtudes republicanas a lo largo de su historia. O acaso, por echar mano de un ejemplo
cualquiera, las relaciones clientelares y los nombramientos por decreto de funcionarios
y comisiones ad hoc, Justicia incluida, son invenciones o exclusividades del kirchnerismo?
Por supuesto que esto no exculpa a nadie de nada, siguen siendo fenmenos reprobables,
pero a la hora de los balances no puede obviarse el escenario poltico-institucional de largo
plazo en el que estos procesos judiciales se inscriben. Realmente son estos juicios los que
han daado un pre-existente y consolidado estado de derecho?
Ya s, me consta: son varios los profesionales del mundo del derecho que han admitido
en privado, por supuesto la existencia de no pocas irregularidades en los procedimientos, lo cual puede abrir las puertas a alguna duda respecto del debido proceso;
pero tambin han admitido y ya no tan en privado que las irregularidades en materia
procedimental no son privativas de los juicios de lesa humanidad; y cualquier pantallazo
por los procesos penales comunes puede dar cuenta de ello.
S, tambin, que cierta ductilidad de la figura del partcipe necesario no es un problema
menor a la hora de juzgar responsabilidades y muy probablemente esa ductilidad constituya un terreno frtil para que por all germinen dispositivos de una justicia sustantiva y no
ya procedimental que definitivamente no descarto que habiten los sistemas de valores
y sensibilidades que porta buena parte de los actores en juego. A fin de cuentas, all y ac,
antes y ahora, la justicia no ha sido nunca un entramado impoluto de instituciones, leyes
y sujetos que permanece ajeno a las muchas pugnas polticas, ideolgicas, culturales, etc.;
sino ms bien, expresin y parte nodal, a la vez, de aquellas pugnas.
Pero ms all de esto realmente se ha castigado masivamente y al bulto?
Carezco de competencias en materia de derecho, pero si se atiende al informe de la Procuradura anteriormente citado, que seala que fueron 622 personas (un 29% de las imputadas) las que han sido condenadas (no sabemos con qu penas); al tiempo que si sumamos
las 57 absoluciones, los 113 dictados de falta de mrito y los 11 sobreseimientos, obtenemos
un total de 181 personas (11,25%) que no lo han sido. Pues entonces, pareciera que el castigo no ha sido ni tan masivo, ni tan al bulto.
Por aadidura, al cierre de esta edicin (diciembre de 2015) un comunicado oficial del CELS
ofreca nuevas cifras, de las cuales interesa destacar: un total de 199 personas a quienes se
les dict la falta de mrito (y no ya 113) y 56 sobreseimientos (en lugar de 11). Finalmente,
indica que de 1120 personas detenidas, 435 cumplen arresto domiciliario; y de los condenados, 109 se encuentran en libertadhasta que se confirme su sentencia.
Ojo, que quede claro: si se ha faltado al debido proceso, por excepcional o nimia que esa
falta haya sido, creo que deberamos pronunciarnos por su rectificacin en vez de aclamar,
festivos, que hay uno ms adentro. Pero que esa falta no constituya argumento para impugnarlo todo ni que ese monitoreo devenga en traba para el ejercicio de una justicia que,
de nuevo, bastante tarde ha llegado.
Por ltimo, un breve comentario respecto de la presin del pblico durante las audiencias.
Sin mayores sorpresas se advierte que no es fcil que reine el silencio en la sala. Hay muchos aos acumulados de dolor, de frustraciones, de ansias contenidas. Hay muchos aos
acumulados de impunidad que slo pudieron ofrecer prcticas de denuncia (Si no hay
Justicia, hay Escrache). Entonces, cuando la escena de justicia finalmente llega, la cosa se
desmadra. Es cierto.
Recientemente, Ludmila Schoenle ha publicado un interesante artculo en Clepsidra, sobre
lo que ella llama desbordes y en el cual analiza el despliegue poltico y las disputas por el
sentido del pasado, que se ponen en escena en estos juicios.
Romero, por su parte, atendiendo a la dimensin teatral de la justicia, encuentra all un parentesco con la experiencia y los sentidos jacobinos y, sobre todo, la mano de un gobierno
(el kirchnerista) quien se cree poseedor de la suma del poder pblico. Y no le gusta.
Yo no s si han sido el gobierno kirchnerista y sus militantes quienes han impulsado estas
escenas. A estas alturas, tampoco me interesa demasiado. Confieso que tambin veo ah
cierta pasin de tribuna, cierto ADN jacobino de larga tradicin, tan caro a nuestra cultura
poltica. Y confieso, adems, que a m tampoco me gusta, slo que por otros motivos.
Aqu se estn juzgando crmenes que ataen a la universalidad del ser humano.
Que la tribuna no aturda; que la escena no se partisanice; que antes de cerrar filas y sellar
lazos entre unos, convoque a otros.
Que no se olvide que si el paradigma de los derechos humanos ha sido, en gran medida,
legado de la militancia revolucionaria, lleva la marca de la cultura de la revolucin. Y esa
marca constituye su taln de Aquiles, toda vez que el fundamento humanista no logra ser
aprehendido masivamente, ms all de las fronteras de nuestra trgica historia reciente.
La justicia lleg tarde, es cierto; y no es justo. Pero tampoco lo es, por supuesto, que la
impotencia ante esa tardanza y una torpe voluntad por repararla devengan en nuevas injusticias, por excepcionales o secundarias que stas sean.
Lo logrado no es poco y merece el reconocimiento de quienes creemos que la verdad y la
justicia son pilares fundamentales del sistema democrtico.
Tampoco son pocas las deudas, las alertas y las rectificaciones pendientes.
Pero ninguna de todas ellas debe considerarse al precio de renunciar a la Justicia. Ninguna
de todas ellas debe empaar u obliterar algo fundamental: un crimen de lesa humanidad es
uno que, por su naturaleza aberrante, ofende, agravia, injuria a la humanidad en su conjunto.
Por eso no prescribe.
Por eso es inamnistiable.
Por eso, un crimen de lesa humanidad, ni puede ni debe subsumirse nunca a una pulseada
poltica; porque la aberracin de ese crimen es un Mal, as, con maysculas, que pesa sobre
la conciencia humana.
Por eso, entonces, quienes nos encolumnamos tras el fundamento humanista, no podemos
menos que pronunciarnos, una vez ms, en pos de que todos aquellos acusados de haber
participado del diseo y de la ejecucin de aquel Mal comparezcan ante la Justicia.
Y por eso, tambin, quienes nos encolumnamos tras el fundamento humanista, no podemos menos que pronunciarnos, una vez ms, porque esa Justicia no caiga cautiva de
la pasin partisana; pues, en rigor, debe responder a una ofensa que trasciende causas,
identidades y fronteras.
En la legitimidad de sus principios y procedimientos, y en la solemnidad de sus ceremonias,
se juega, sin duda, el alcance de su legado.
An es nuestra oportunidad, pero esta vez es la ltima.
Entonces:
Que comparezcan. Que se pongan de pie. Y que se haga silencio en la sala.
Vera Carnovale
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Dossier Poshegemona
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Discutir la hegemona
Perspectivas poshegemnicas
y poltica latinoamericana
Por su parte, desde su base en Madrid, Amador Fernndez-Savater es un constante propiciador de debates relativos a las relaciones entre ideas y movimientos sociales ciudadanos
(en especial, aunque no solamente, los vinculados a los movimientos del 15-M espaol).
Sebastin Carassai es investigador del CONICET y del Centro de Historia Intelectual. Ha
publicado The Argentine Silent Majority. Middle Classes, Politics, Violence and Memory in the Seventies (Duke University Press, 2014), una versin abreviada de este libro
en espaol,Los aos setenta de la gente comn. La naturalizacin de la violencia (Siglo
XXI, 2013),y numerosos trabajos sobre teora poltica y el pasado reciente en Argentina.
Marcelo Starcenbaum es docente e investigador en la Universidad Nacional de La Plata,
donde est finalizando sus estudios de Doctorado en Historia con la tesis Itinerarios de
Althusser en Argentina: marxismo, comunismo, psicoanlisis (1965-1976). Es coeditor de
Demarcaciones. Revista Latinoamericana de Estudios Althusserianos, y autor de numerosos ensayos sobre historia intelectual e historia del marxismo. Rodrigo Nunes, finalmente, es profesor de filosofa moderna y contempornea en la Pontifcia Universidad Catlica
de Ro de Janeiro (PUC-Rio). Es autorde Organisation of the Organisationless: Collective
Action After Networks (Londres, Mute/PML Books, 2014), y recientemente organiz un
En ese marco, no han sido muchas las propuestas que se dieron a la tarea de debatir ese
estado de situacin, tanto en relacin al terreno que posibilita como a las vas alternativas
que su presencia dominante obtura. Una de las ms destacadas provino del libro del profesor de literatura Jon Beasley-Murray Poshegemona. Teora poltica y Amrica Latina.
Publicado originalmente en ingls en 2010 e inmediatamente traducido al castellano por
la editorial Paids, las discusiones que propici en la izquierda intelectual norteamericana
hasta ahora han encontrado eco limitado en medios de habla hispana (y ello a pesar de que
el texto, desde su ttulo y los casos que elige para discutir la perspectiva de la hegemona,
se propone expresamente intervenir en el campo de debate intelectual sobre el continente).
En atencin a la relevancia de los temas tericos, polticos e histricos que la cuestin moviliza, Polticas de la Memoria cobija en sus pginas el presente dossier, que tiene como
punto de partida y objeto principal de discusin las proposiciones del libro de Beasley-Murray, pero que se aventura an ms all. La entrega se abre con el meditado reportaje realizado al autor de Poshegemona a comienzos de este ao por Amador Fernndez-Savater
en el diario espaol Pblico, y se sigue de contribuciones especialmente elaboradas para
este nmero por Sebastin Carassai, Marcelo Starcenbaum y Rodrigo Nunes. Jon Beasley-Murray se doctor en la Universidad de Duke, y ahora ese profesor en Vancouver, Canad. Actualmente trabaja, entre otros temas, en el proyecto La Multitud Latinoamericana.
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Dossier Poshegemona
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1- Pablo Iglesias deca el otro da, en un programa de La Tuerka (n. del ed.: programa de televisin conducido por Iglesias)
dedicado a Podemos y el populismo, que la ideologa es el
principal campo de batalla poltico. T sin embargo lo ves
muy diferente
Jon Beasley-Murray. S, desde luego. Me parece que esa idea
(de que la ideologa es el principal campo de batalla) implica
que la tarea poltica ms urgente es la de educar a la gente,
mostrarles que las cosas no son como aparecen. Por eso los
proyectos de hegemona son siempre esencialmente proyectos
pedaggicos y la teora de la hegemona otorga tantsima importancia y centralidad a los intelectuales (algo muy visible en
Podemos). Es un error histrico de la izquierda occidental.
Ms all de la condescendencia implcita, lo que presupone esta
actitud es que lo que cuenta en el fondo es la opinin y el saber.
Y yo estoy ms bien de acuerdo con lo que dice Slavoj Zizek:
en general, la gente ya sabe, sabe que el trabajo es una esclavitud, sabe que los polticos son unos mentirosos y los banqueros
unos ladrones, que el dinero es una mierda y los ricos no lo son
por una virtud propia, que la democracia liberal es un fraude y
que el estado reprime ms que libera, etc. Todo eso es parte del
sentido comn actual. Y an as, cnicamente, actuamos como si
estas ficciones fueran verdaderas.
El cinismo actual puede haber roto con una complacencia y credulidad previa, pero las cosas siguen ms o menos igual. Lo cual
sugiere que la lucha ideolgica no slo no tiene la centralidad
que tena antes sino que en realidad nunca la tuvo. La lucha por
la hegemona siempre funcion como una distraccin o una cortina de humo que oscureca poderes y luchas ms fundamentales.
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Dossier Poshegemona
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2- Pero en el libro no slo hay crtica de esta idea de hegemona, sino la exposicin de otra manera de entender los
procesos polticos y vitales.
Jon Beasley-Murray. S, en el libro trato de esbozar otra teora
para explicar, por un lado, la razn del orden social, es decir, por
qu la gente no se rebela cuando ms esperamos que se rebele.
Es una pregunta bsica de la teora poltica, desde tienne de la
Botie hasta Gilles Deleuze, pasando por Spinoza o Wilhelm Reich:
por qu las masas desean su propia servidumbre y represin?
Y, por otro lado, intento pensar tambin la otra cara de la moneda: por qu la gente se rebela en un punto en el que ya no
aguanta ms. Mi respuesta es que la poltica no tiene tanto que
ver con la ideologa, como con la disposicin de los cuerpos,
su organizacin y potencias. Para entender esto, propongo los
conceptos de afecto, hbito y multitud.
Qu puede el lenguaje?
10- El lenguaje es (o puede ser) cuerpo o cae siempre del
19
Dossier Poshegemona
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Jon Beasley-Murray. S, una lectura equivocada de Poshegemona sostiene que digo que el lenguaje no cuenta. Pero es obvio que un discurso (en el sentido de un discurso poltico, pero
tambin de una conversacin entre amigos, un eslogan gritado
en una manifestacin, un libro ledo en una biblioteca, etc.) puede ser un acontecimiento y tocar los cuerpos. Lo que yo creo
con Deleuze, Flix Guattari o Michel Foucaultes que no se
explica un texto a travs de lo que representa o significa, sino del
modo en que funciona. Vase por ejemplo mi lectura en el libro
del famoso Requerimiento colonial, supuestamente una justificacin del derecho espaol en territorio americano, dirigido al
indgena para informarlo y educarlo, pero que tena sus efectos
principales en habituar y moldear los cuerpos mismos de los
conquistadores.
12- Los movimientos polticos que te interesan son enigmticos, invisibles, misteriosos y fuera de lugar. No representan ni se dejan representar. Funcionan de alguna manera
como los propios afectos: opacos y sin discurso articulado,
sin demanda ni proyecto. Pero ese tipo de fuerza, puede ser
algo ms que destituyente? Puede convertirse tambin en
Poshegemona y Spinoza
La crtica se concentra en las teoras de la hegemona y de la sociedad civil que, cada una a su modo, se resisten a despertar de
aquella ensoacin.Suscultores, por lo tanto, continan aplicndolas y reformulndolas como si el mundo del que pretenden
dar cuenta realmente existiera. La primera sera el rasgo distintivo de los estudios culturales, cuyo desenlace acaba siempre
reproduciendo el populismo que intenta entender. La segunda
da sustento al discurso de los nuevos movimientos sociales, reproduciendo a su tiempo tambin lo que trata de entender, en
este caso, el neoliberalismo. La teora de la sociedad civil sera
cmplice de la contencin estatal; la de la hegemona, por su
parte, de la fantasa populista.
La teora poshegemnica se probara en la historia de Amrica Latina, desde la poca de los conquistadores hasta nuestros
das, por lo que cada captulo de este libro se organiza en torno
a un ejemplo histrico latinoamericano. La mayora de ellosprovienede los ltimos treinta aos del siglo XX y de los primeros
del XXI. La nica excepcin es el que corresponde al prlogo,
en donde se sostiene que el Requerimientoel texto que los
conquistadores redactaron poco tiempo despus de comenzada
la presencia en su nuevo mundo habra sido un mecanismo
propiamente poshegemnico, en tanto habra operado por debajo de la conciencia o la ideologa (p. 25), amenazando menos
a quienes estaba dirigido (los indgenas) que a quienes deban
imponerlo (los dominadores espaoles).
La constitucin, lo que el libro afirma, descansa en tres conceptos: afecto, hbito y multitud. Partiendo de Gilles Deleuze y de
Pierre Bourdieu, afecto y hbito se enlazan en una teora desti*
UBA/UNQ-CONICET
Estructura y argumentos
de Poshegemona
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Dossier Poshegemona
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rales, y cmo esa trada (hegemona-populismo-estudios culturales), al hacer nfasis exclusivamente en la cultura y abogar
por un(falso) anti-institucionalismo, desatenderael problema
del Estado, cuyo funcionamiento y expansin ocultara. De este
modo, pasara por alto que el Estado asegura el orden social
mediante el hbito, verdadero motor de la accin despojada del
disfraz de un contrato social ficticio, manteniendo una ilusin de
hegemona que alimenta el sueo de un todo social armnico.
Hegemona-populismo-estudios culturales operaran, as, para
Beasley-Murray, una serie de nocivas sustituciones; la primera
sustituira la poltica por la hegemona (y por ello sera antipoltica); el segundo sustituira la relacin institucional habituada
por el antagonismo discursivo y la multitud por el pueblo (y
entonces sera pura representacin); y los ltimos sustituiran
el hbito por la opinin, el afecto por la emocin, y la lucha por
la moral (y de ah que su verborragia articulada constituira un
silencio cmplice, p. 78).
El segundo captulo intenta mostrar, a partir del anlisis de la experiencia de Sendero Luminoso en Ayacucho a comienzos de los
aos ochenta, cmo la teora de la sociedad civil y su correlato
poltico, el neoliberalismo, seran la verdad de los nuevos movimientos sociales y cmo esa trada (sociedad civil-neoliberalismo-movimientos sociales), al hacer nfasis exclusivamente en
el potencial democratizador de esos movimientos y apostar por
una gobernabilidad que encause ese mismo potencial, ocluira la
forma en que el Estado termina monitoreando y coaccionando
todo el espacio de la sociedad civil en nombre de la eficacia econmica y la legitimidad poltica. De este modo, pasara por alto
las relaciones afectivas irreductibles que sostienen y subvierten
el orden social, ignorando que la sociedad civil acaba siempre
protegiendo las fuerzas del mercado y del Estado de las que
pretende guarecerse. Sociedad civil-neoliberalismo-movimientos sociales operaran tambin su propia serie de sustituciones:
al fijar su utopa en la comunicacin perfecta entre ciudadanos
y Estado, la sociedad civil quedara subsumida al interior de la
maquinaria estatal, y la multiplicidad quedara reemplazada por
la unidad, la heterogeneidad por la identidad, y lo singular por
el consenso. As como en el primer captulo el peronismo serva
para demostrar que la teora de la hegemona era ensoacin,
puesto que el populismo argentino se habra basado en el hbito y la habituacin ms que en la ideologa y el discurso, en
este segundo captulo Sendero Luminoso sirve para denunciar
el sueo propio de la teora de la sociedad civil, en tanto que ese
movimiento guerrillero probara que si los nuevos movimientos
sociales se tomaran en serio el poder que se les atribuye disolveran la sociedad civil y en lugar de la fantasa del consenso
irrumpira la radicalidad del afecto.La segunda parte de Poshegemona trata de lo mismo que la primera, slo que por la va
afirmativa. El nfasis que en la primera parte se otorga a negar la
pertinencia de las teoras de la hegemona y de la sociedad civil
para explicar el orden social, se desplaza ahora a la afirmacindel afecto y del hbito como aquello que permitira comprender
no ya la dominacin sino fundamentalmente su eventual subversin. La crtica central a aquellas teoras, recordemos, era que
otorgaban realidad a un conjunto de efectos ilusorios y trascendentes (soberana, ideologa, representacin, etc.) reprimiendo
lo que efectivamente ordena y transforma la realidad inmanente. La cara afirmativa de esa crtica, tesis que se desarrolla en los
dos captulos de esta segunda parte, es que esa represin nunca
es exitosa; el afecto siempre retorna, el hbito siempre permanece. Ambos, afecto y hbito, seran dos formas de nombrar una
misma realidad inmanente segn se quiera referir al movimiento
o al reposo. Afecto sera la forma dinmica del hbito; hbito
sera la forma esttica del afecto.
El tercer captulo, entonces, tiene como objeto conceptualizar, a
partir del ejemplo histrico del Frente Farabundo Mart para la
Liberacin Nacional (FMLN) en El Salvador, una poltica del afecto partiendo de la filosofa de Deleuze. El afecto es mltiple, mvil y pre-personal; su ser es devenir, puro flujo afectivo (p. 130).
Sometido a fuerzas que quieren domesticarlo, a operaciones
trascendentales que buscan capturarlo y finalmente reprimirlo,
los afectos son convertidos en emociones, y en esa conversin
se opera una nueva serie de sustituciones: lo colectivo es sustituido por lo individual, lo singular por lo personal, lo activo por
lo reactivo, lo inmanente por lo trascendente y la cultura por el
Estado. Este ltimo, casi como si se tratara de un Hegel al revs, seca la sociedad civil de afectos, impone (ms que expresa)
una racionalidad y determina los yoes legtimos e ilegtimos. El
FMLN ejemplificara cmo el afecto puede ser tanto un arma
como una morada donde habitar segn una lgica opuesta a la
de la hegemona (p. 132), posibilitando formas de comunidad y
de coexistencia alternativas a la jerarqua estatal. La resonante
toma del hotel Sheraton, en noviembre de 1989 (que para Beasley-Murray anticip el atentado contra las torres gemelas de
2001), habra puesto en evidencia que la captura estatal puede
ser evadida mediante un xodo (p. 145); los guerrilleros del
FMLN desaparecieron repentinamente recordndonos que la
divisin entre cultura y afecto es slo aparente. En nuestra era
poshegemnica, sostiene Beasley-Murray, esa apariencia habra
quedado al desnudo y el terror se habra diseminado por toda la
sociedad. El propio Estado se habra vuelto afectivo (aunque se
tratara de afectos de baja intensidad: montonos, rutinarios e
intrascendentes, p. 166) y tambin terrorista.
El cuarto captulo se centra en el afecto regulado entendido
como una fuerza plegada sobre s misma (p. 166), es decir, en
el hbito. El caso histrico que ilustra este desarrollo terico
es ahora el Chile del final de la dictadura de Pinochet y de la
transicin democrtica, y el propsito del captulo podra formularse en trminos anlogos al del anterior: se trata de teorizar
una poltica del habitus, partiendo en este caso de la sociologa
de Bourdieu. El hbito es sentido comn corporizado, lo social
hecho cuerpo, denomina todo aquello que explica en cada caso
la reproduccin de un determinado orden de cosas. Como el
afecto, existira por debajo de la conciencia y del discurso, para
hablar en los trminos de Beasley-Murray,pero diferira de aqul
en que ms que destruir y crear, preserva y conserva. Sin embargo, desde la perspectiva poshegemnica, no hay razn para
Comentario crtico
Lo primero que sobresale en este libro es la ambicin de su proyecto terico. Lo segundo, la radicalidad de sus tesis a veces
2
23
Dossier Poshegemona
24
Estas mismas preguntas valen para el peronismo dado que, segn Beasley-Murray, adems de ser este el movimiento populista ms exitoso
de todos los tiempos (p. 42), logr ser la representacin misma de la
hegemona (p. 43).
Esta afirmacin, por otra parte, resta especificidad a los anlisis que se
realizan en los primeros captulos acerca del populismo y del neoliberalismo, ya bastante poco especficos entre s a este respecto. Si en el
primer captulo se sostiene que en el populismo la identificacin con el
movimiento se vuelve identificacin con el poder constituido (p. 48) y
en el segundo que los regmenes neoliberales transforman silenciosa y
eficientemente el poder constituyente en poder constituido (p. 107), es
decir, que populismo y neoliberalismo haran exactamente lo mismo, aqu
se afirma que eso sucede con todo orden poltico y poco despus que
siempre ha sido as hasta el presente. Intentando describir la operacin
especfica que cada orden poltico desarrollara en lo que hace a la relacin poder constituyente-poder constituido, Beasley-Murray termina
describiendo, en cambio, una operacin que sera comn a todo orden
poltico hasta el momento.
25
Dossier Poshegemona
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Poshegemona
I.
Hacia el ao 2005, la editorial inglesa Pluto public un libro
del socilogo canadiense Richard Day que llevaba como ttulo
Gramsci is Dead.1 Tal como indicaba el para nada eufemstico
ttulo, su libro propona un reexamen de los esquemas interpretativos a travs de los cuales se haba pensado la accin poltica
durante el siglo XX. Tomando como referencia la experiencia de
los movimientos anarquistas y anti-globalizacin, Day sugera
que las nuevas formas que por entonces adquira la intervencin
poltica accin directa, decisiones colectivas, spokecouncils
implicaban el cierre de un ciclo poltico caracterizado por la hegemona de la hegemona. Ese mismo ao, la editorial Siglo XXI
reeditaba un clsico de la historia del pensamiento marxista en
Amrica Latina, La cola del diablo de Jos Aric.2 Como es ampliamente conocido, aquel texto consiste en un relato de la encarnadura poltica y terica de Gramsci en la izquierda argentina
y latinoamericana. A modo de explicitacin de las singularidades
de su historizacin, Aric se diriga sin rodeos al lector de su
obra: desde hace ms de treinta aos la figura de Gramsci me
acompaa como la sombra al cuerpo, como una presencia que
acude diariamente a mis llamados y con la que entablo infinitas
disquisiciones imaginarias.3
Las condiciones de posibilidad de estos discursos permiten advertir las significaciones divergentes que puede producir un trabajo de deconstruccin radical del concepto de hegemona, por
un lado, en espacios acadmicos y militantes europeos y nortea*
UNLP/IdIHCS-CONICET. Debo algunas de las ideas aqu expresadas a conversaciones mantenidas con Bruno Bosteels, Gerardo Muoz, y Sergio
Villalobos-Ruminott.
ibd., p. 30.
II.
Podra afirmarse que lo que subyace a la formulacin del concepto de hegemona en el trabajo de Lash es un cuestionamiento
27
Dossier Poshegemona
28
ibd., p. 56.
10
Nicholas Thoburn, Patterns of Production. Cultural Studies after Hegemony, op. cit., p. 88.
12
29
Dossier Poshegemona
30
III.
En un sentido anlogo a las transformaciones operadas en la
tradicin britnica de los estudios culturales, los movimientos
que marcaron la renovacin de los estudios latinoamericanos
desarrollados en Estados Unidos estuvieron atravesados por un
quiebre epistmico que trascenda los mbitos especficos de
produccin terica. Tal como reflexionaba Alberto Moreiras en
el libro que fuera uno de los principales hitos de aquella transformacin, las condiciones de posibilidad del discurso latinoamericanista a comienzos del siglo XXI divergan radicalmente
de las que sostuvieron dicho discurso en dcadas anteriores. Si
antes lo que subyaca a la produccin de los estudios latinoamericanos era un universalismo cientfico que intentaba sintonizar
historias particulares con epistemologas generales, la crisis de
los elementos estructurantes de dicho sustrato llevaba al discurso latinoamericanista a transitar cierta precariedad de la
experiencia.15 Los efectos de dicho pasaje eran percibidos de tal
manera que lo que consideraba en crisis era la propia funcin
crtica de las humanidades:
nos tendremos que preguntar sobre el status de la esttica
en la reflexin contempornea, y si todava puede proveer, tal
como lo hizo anteriormente, una apertura paradjica a un afuera de la historia en relacin al cual la razn podra proseguir su
voluntad de verdad contra la fetichizacin de lo real.16
ibd., p. 14.
18
ibd., p. 68.
14
ibd., p. 69.
15
16
19
ibd., p. 16.
21
Gareth Williams, The Other Side of the Popular. Neoliberalism and Subalternity in Latin America, Durham, Duke University Press, 2002, p. 3.
22
La consecucin de un pensamiento ms all de la hegemona y el Estado-nacin implicaba un trabajo de tipo fragmentario sobre la cultura
latinoamericana. En el libro de Williams esto se expresaba, por ejemplo,
en abordajes de lo popular en El Salvador a travs de literatura sobre
violencia poltica, de la literatura en un mundo posnacional a partir de
La ciudad ausente de Ricardo Piglia, o del vnculo entre neoliberalismo
y comunidad en Chile a travs de la obra de Diamela Eltit y Paz Errzuriz.
En el caso de Moreiras se expresaba en lecturas de, entre otros, Antonio
Cndido, Jorge Luis Borges, Angel Rama y Jos Mara Arguedas.
24
31
Dossier Poshegemona
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ley-Murray acompaaba esta reflexin sobre la operatividad histrica del concepto de hegemona con una certeza que afectaba
al concepto ms all de su historicidad, aquella que asegura que
dicho concepto nunca explic el orden social.
Consciente de la radicalidad de esta afirmacin y de los interrogantes que el concepto abra para el anlisis de la sociedad contempornea, especialmente alrededor del cundo y el cmo del
nacimiento de una era poshegemmica, Beasley-Murray priorizaba la explicitacin de un conjunto de problemas relativos a la
encarnacin temporal de la poshegemona. Por un lado, el declive de la ideologa como sntoma visible de la condicin poshegemnica. De acuerdo a Beasley-Murray, la teora de la hegemona
haba entrado en crisis debido a que la prdida de importancia
de las ideologas socavaba la premisa de que la eficacia social de
la ideologa constituye el fundamento de todo orden social. Al
igual que en las reflexiones de Thoburn, aqu tambin resuenan
los ecos de una transicin desde la sociedad disciplinar foucaultiana hacia la sociedad de control deleuziana: mientras la ideologa sigue una lgica de representacin y la hegemona resuelve
los conflictos a travs de un Estado trascendental, la lgica de la
poshegemona se aplica de manera inmediata y ubicua, y el Estado se vuelve inmanente al cuerpo social. Por otro lado, el pasaje
del discurso al afecto. Al respecto, Beasley-Murray da lugar a
las interpretaciones que tienden a enfatizar la importancia del
cinismo en una era posideolgica, caracterizacin que conlleva
la certificacin de la obsolescencia de la crtica ideolgica, en
tanto el orden social es mantenido por fuera del discurso.25 Es
por ello que la poshegemona implica el pasaje de la retrica de
la persuasin a un rgimen en el que los efectos son producidos
por el afecto. En un sentido spinociano, un rgimen en el que importa ms el orden de los cuerpos que el orden del significado.26
Asimismo, la delimitacin de un orden posideolgico mediado
por el afecto entroncaba con el giro hacia la multitud que se
operaba por entonces en el discurso marxista, apuntalado fundamentalmente por el trabajo de Negri. Vnculo que generaba
un doble registro en los argumentos de Beasley-Murray. Uno de
orden terico, que implicaba una relectura del problema de las
clases mediado por el problema de la produccin: Marx estaba
equivocado: la historia de las sociedades hasta nuestros das es
menos la historia de la lucha de clases que, ms importante an,
la historia de la lucha por producir las clases.27 Otro, vinculado al
trabajo emprico en el campo de los estudios latinoamericanos,
el cual ya no estara mediado por el concepto de hegemona sino
25
Ver: Slavoj iek, El sublime objeto de la ideologa, Mxico D.F., Siglo XXI,
1992 y Peter Sloterdijk, Crtica de la razn cnica, Madrid, Siruela, 2006.
26
27
por el de poshegemona: es inevitable que la multitud latinoamericanista se entrecruce con la multitud latinoamericana cuya
historia an no ha sido escrita y cuyo futuro no ha sido hecho.28
desempean un rol clave en su desmantelamiento.30 Segn Beasley-Murray, el cambio social se logra nicamente afirmando el
poder constituyente de la multitud.
La hegemona no existe, ni nunca ha existido. Vivimos en tiempos poshegemnicos y cnicos: nadie parece estar demasiado
convencido por ideologas que alguna vez parecieron fundamentales para asegurar el orden social. Todo el mundo sabe,
por ejemplo, que el trabajo es explotacin y que la poltica es
un engao. Pero siempre hemos vivido en tiempos poshegemnicos: de hecho, la ideologa nunca ha asegurado el orden social.
Creer, no importa cunto, en la dignidad del trabajo o en el altruismo de los representantes electos nunca fue suficiente para
mantener unido un orden de cosas. El hecho de que los individuos ya no presten su consenso tal como alguna vez lo hicieron
y de que todo siga casi igual demuestra que el consenso nunca
fue un problema.29
ibd., p. 124.
29
31
32
ibd., p. 16.
ibd., p. 21.
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IV.
ibd., p. 216.
35
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Gramscianismo cuya expresin ltima sera Hegemona y estrategia socialista de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe.
39
40
41
Actualmente la reflexin de Moreiras en torno a la poshegemona se encuentra desplazada hacia el concepto de infrapoltica, ver Infrapolitics:
the Project and his Politics. Allegory and Denarrativization. A Note on
ras, John Beverley calific a las lecturas de la realidad latinoamericana desde el paradigma de la poshegemona como una forma
de ultraizquierdismo acadmico.42 En tanto su aproximacin a los
gobiernos progresistas de Amrica Latina est mediada por el
concepto badiouano de evento algo inesperado, impredecible, radicalmente contingente y sobredeterminado, que no obstante abre toda una nueva serie de posibilidades ,43 Beverley
consideraba que la preocupacin de los estudios latinoamericanos deba ser la de cmo ser fiel a dicho evento.44
De all que el apotegma leninista operara como visibilizador de
un conflicto en lo que respectaba al vnculo entre trabajo intelectual y realidad poltica: contribuye lo que hacemos a una
crtica necesaria y renovadora de las nuevas posibilidades, o ms
bien en nombre de una radicalizacin ms profunda y autntica, no obstaculiza esa posibilidad y llega, en algunos casos, a
hacer una causa comn con la oposicin burguesa?.45 En este
sentido, Beverley lea en el concepto de poshegemona un modo
de aproximacin a la realidad latinoamericana que no atiende la
complejidad de la implementacin de un nuevo orden poltico,
en el que el Estado es un espacio necesario en la disputa por el
cambio. Por ello, dicho concepto no sera ms que una expresin
ms de la impaciencia milenarista y pequeoburguesa por la inminencia del comunismo.46
Esta misma idea de desfasaje entre una interpretacin de la
realidad latinoamericana mediada por el concepto de poshegemona y las particularidades de la coyuntura poltica del continente se expresa en dos de las lecturas ms interesantes que
Posthegemony, TRANSMODERNITY: Journal of Peripheral Culture
Production of the Luso-Hispanic World, University of California, Vol.
5, N 1, 2015, pp. 9-35. Para una primera recepcin de dicho concepto, ver
Jorge Alvarez Ygez, Lmites y potencial crtico de dos categoras polticas: infrapoltica e impoltica, Poltica Comn. A Journal of Tought,
University of Michigan, Vol. 6, 2014.
42
43
d.
44
45
46
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49
Bruno Bosteels, Gramsci at the margins, Radical Thought on the Margins, Princeton University, Mayo de 2013.
50
Los otros ejercicios atendidos por Bosteels son los cifrados en Peter Thomas, The Gramscian Moment. Philosophy, Hegemony and Marxism,
Londres, Brill, 2009 y Vivek Chibber, Postcolonial Theory and the Specter of Capital, Londres, Verso, 2013.
V.
Hemos sealado recientemente que las lecturas de Bosteels y
Ricca se destacan por compartir la advertencia acerca de la significativa ausencia de los itinerarios gramscianos en la historia
poltico-intelectual latinoamericana en unas discusiones que,
precisamente, tienen a la realidad poltica del subcontinente
como objeto privilegiado de reflexin.52 Afirmamos all que se
podran proseguir estos parmetros de lecturas y preguntar
cun legtimo, y cun productivo en trminos interpretativos y
polticos, resulta un planteo de problemas nodales de la historia latinoamericana, como la constitucin del orden social o el
desarrollo de experiencias polticas que intentaron modificarlo,
desde un distanciamiento radical con el esfuerzo empeado en
el mismo sentido por generaciones de intelectuales y militantes
polticos del continente. Es decir, qu legitimidad le depara y qu
productividad auspicia un ejercicio de replanteo de la hegemona
en Amrica Latina que no da cuenta del trabajo poltico-intelectual de un Jos Aric, un Arnaldo Crdova, un Bolvar Echeverra
o un Ren Zavaleta Mercado. En otras palabras, cmo discutir
51
52
los problemas relativos a la hegemona en las sociedades latinoamericanas, tan relevantes como el significado del populismo
y el sentido de los nuevos movimientos sociales, sin un anclaje
en el resultado de un trabajo de ms de cincuenta aos en pos
de traducir a Gramsci a la realidad del continente.
Resulta indudable, sin embargo, que el libro de Beasley-Murray
representa el punto de llegada de una serie de elaboraciones
tericas alrededor de la poshegemona y de un conjunto de fructferas utilizaciones de aquel concepto en el anlisis de diversos
fenmenos polticos y culturales del continente. Esta constatacin revela que el paradigma poshegemnico goza de legitimidad
en el campo de los estudios latinoamericanos y que ha contribuido a renovar de manera significativa los parmetros interpretativos del estudio de problemas fundamentales de la realidad
latinoamericana.53 En este sentido, una vez advertida la genealoga gramsciana en Amrica Latina como el blak hole de las discusiones en torno a la poshegemona, una operacin de lectura
centrada en la persistencia de la oposicin entre el paradigma
poshegemnico y los itinerarios de Gramsci en el continente slo
conducira a clausurar el dilogo con una incipiente tradicin intelectual que hace descansar sobre la realidad latinoamericana una
gran parte de sus desarrollos tericos. Por ello, en la senda abierta por las lecturas de Ricca y Bosteels pero con el objetivo de evitar una superposicin entre los debates tericos de los estudios
latinoamericanos y la historia intelectual latinoamericana, intentamos conectar ambos registros mediante la problematizacin
de algunos ncleos argumentales de Beasley-Murray a partir de
las recientemente editadas Nueve lecciones sobre economa y
poltica en el marxismo de Jos Aric.54
Si un replanteo de los problemas relativos a la hegemona en
el seno de los estudios latinoamericanos debe confrontar legtimamente con la obra de Laclau, y una reconstruccin de los
mismos problemas en los marcos de la historia intelectual latinoamericana debe remitir necesariamente a los itinerarios tericos y polticos de Gramsci en Amrica Latina, nos preguntamos
qu nos devuelve la obra de los gramscianos latinoamericanos
cundo le formulamos las mismas preguntas que la poshegemona le formula al paradigma laclauiano. Este mecanismo de
interrogacin nos ha conducido a la problematizacin de dos de
los parmetros analticos a travs de los cuales Beasley-Murray
interpreta el vnculo entre marxismo, hegemona y populismo.
En primer lugar, la postulacin del populismo como elemento
atractivo y seductor para una prctica poltica desorientada por
el declive del marxismo. De acuerdo con esta explicacin, la crisis experimentada por el marxismo en la dcada de 1970 habra
derivado en posicionamientos tericos que conciben a la hegemona como nica forma posible de la poltica y contribuyen a
ocultar otros modos de ordenamiento de la lucha poltica. Al
sustituir la poltica por la hegemona y evitar el problema del
53
54
Material que rene las clases dictadas por Aric en el Colegio de Mxico
en 1977.
Estado, la teora de la hegemona no sera otra cosa que una antipoltica. En segundo lugar, la caracterizacin de la teora de la
sociedad civil como factor dinamizador de un contexto signado
por la crisis del socialismo real, el surgimiento del neoliberalismo tecnocrtico y el escepticismo frente a la poltica. Segn
esta interpretacin, el arraigo del discurso de la sociedad civil en
Amrica Latina en la dcada de 1980 habra implicado la valorizacin de la esfera de mediacin entre el Estado y el mercado, lo
privado y lo pblico, lo universal y lo particular. Al contribuir a
mantener la ficcin del pacto social, la teora de la sociedad civil
no sera otra cosa que una herramienta de gubernamentalidad.
El reciente repaso realizado por Anne Freeland del giro
gramsciano en Amrica Latina proporciona un vector que facilita
la conexin entre la discusin terica acerca de la poshegemona
y los itinerarios tericos y polticos de Gramsci en el continente.55 Como bien demuestra Freeland, muchas de las operaciones
de renovacin terica implicadas en la lectura de Gramsci desarrollada en Amrica Latina hacia fines de la dcada de 1970 y
comienzos de la de 1980 coincidieron con algunas de las transformaciones de la teora social contempornea. Al respecto, la
autora advierte la compatibilidad existente entre la traduccin
de Gramsci hacia la tesis de la democracia como valor universal,
tal como se formula en los trabajos de Carlos Nelson Coutinho,
con la jerarquizacin de la sociedad civil y la promocin de los
movimientos sociales, tal como se desarrolla en la obra de Jean
Cohen y Andrew Arato. Sealamiento sumamente significativo,
en tanto son precisamente los trabajos de Cohen y Arato a los
que remite Beasley-Murray a fines de constatar la consolidacin
de la tesis de la sociedad civil como factor dinamizador de un
contexto signado por la crisis poltica. Es por ello que puede
afirmarse que, en cierto sentido, algunos de los parmetros de
historizacin que sustentan el paradigma poshegemnico son
claramente trasladables a la historia intelectual latinoamericana. Efectivamente, la mayora de los ejercicios de relectura de
Gramsci llevados a cabo por intelectuales latinoamericanos
durante la dcada de 1980 estuvieron mediados por la centralidad del discurso de la sociedad civil. En un contexto en el que
se conjugaban los ejercicios de revisin del marxismo-leninismo
y los procesos de transicin a sistemas polticos democrticos, la
tradicin gramsciana se lig estrechamente a operaciones de valorizacin de la esfera de mediacin entre el Estado y el mercado, lo
privado y lo pblico, lo universal y lo particular. De este modo, al
igual que para la teora social contempornea, en la historia intelectual latinoamericana las formulaciones en torno a la sociedad
civil contribuyeron a mantener la ficcin del pacto social constituyndose, por lo tanto, en herramientas de gubernamentalidad.
Sin embargo, una lectura de las Nueve lecciones de economa y
poltica en el marxismo nos ha permitido delimitar un posicionamiento terico y poltico distinto de aquel con el cual confronta la propuesta poshegemnica. Si bien Aric atraves hacia fi55
Anne Freeland, The Gramscian Turn: Readings from Brazil, Argentina and
Bolivia, A Contracorriente. Una revista de historia social y literatura
de Amrica Latina, North Carolina State University, Vol. 11, N 2, invierno
de 2014, pp. 278-301.
37
Dossier Poshegemona
38
En una intervencin reciente, Antonio Negri desliza un interrogante que expresara el diferendo terico esencial que lo separa
del pensamiento de Ernesto Laclau: Es posible y deseable que
subjetividades sociales heterogneas se organicen espontneamente, o deben estar organizadas previamente?.1 Quienes tengan familiaridad con ambos autores reconocern con facilidad en
la primera alternativa la postura de Negri, y en la segunda la de
Laclau. Por su parte, en una resea de Imperio Laclau tambin
presentaba el diferendo en trminos de una disyuntiva: o bien
se afirma la posibilidad de una universalidad que no es polticamente construida y mediada, o bien se afirma que toda universalidad es precaria y depende de una construccin histrica a
partir de elementos heterogneos.2 Y continuaba:
Cules son las condiciones para la eliminacin de cualquier forma de representacin? Obviamente, la eliminacin de cualquier
tipo de asimetra entre sujetos polticos actualmente existentes
y la comunidad en general. Si la volont gnrale es la voluntad
de un sujeto cuyos lmites se confunden con los de la comunidad, no hay necesidad de ninguna relacin de representacin.3
En definitiva, ambos autores plantean la divergencia en trminos de una disyuntiva fundante entre inmanencia (Negri) y
transcendencia (Laclau).
Dicho resumidamente, lo que me gustara argumentar aqu es
que, si estas disyuntivas logran identificar correctamente la distancia que separa estas dos posturas tericas (y las consecuencias prcticas que de all se siguen), no agotan el campo de posi-
56
Ibd, p. 6.
39
Dossier Poshegemona
40
Por ello, hay buenas razones para por lo menos sospechar situaciones de contrabando normativo cuando lo deseable se
presenta no slo como posible sino tambin, bajo ciertas condiciones, como necesario. En estos casos, el registro prescriptivo
contamina el descriptivo, el objetivo poltico inficiona al discurso analtico, y se proyectan los efectos prcticos que el anlisis
deseara producir en las cosas mismas como algo ya dado y de
alguna manera inevitable. Resulta de all una doble restriccin
del papel de la contingencia en la poltica: desde una posicin
que se supone absoluta es decir, no contingente en su limitacin
subjetiva, sino capaz de descortinar sub specie aeternitatis los
lmites de lo posible y lo necesario se determina qu debe, o por
lo menos qu absolutamente no puede, pasar.
De lo que se trata finalmente es de las fronteras de lo posible.
Adems de su crtica de la demofobia de la teora poltica tradicional, Negri y Laclau sin dudas estn de acuerdo en que la
representacin es siempre fallada. La cuestin es si una representacin que no puede realizarse ni de hecho ni de derecho,
porque siempre hay algo que le escapa, puede y de hecho debe
necesariamente sin embargo realizarse como hecho es decir,
producirse como efecto temporario de estabilizacin. Tal es la
posicin de Laclau. O si lo mltiple, que no se deja representar
ni de hecho ni de derecho y sin embargo acaba siempre representado como hecho, puede un da dejar de serlo y manifestarse
directamente como mltiple. Tal es la posicin de Negri.
de definicin mutua entre produccin de la multitud y produccin del comn.7 Desde un punto de vista sociolgico, el poder
constituyente de la multitud aparece en las redes cooperativas
y comunicativas del trabajo social.8 Es en este sentido que se
puede decir que se trata de un actor activo de auto-organizacin: la creciente tendencia a que el trabajo devenga comn
es decir, que tenga cada vez ms como condicin y resultado el
comn: conocimiento, informacin, relaciones afectivas, cooperacin y comunicacin9 tiende a realizar la auto-organizacin
productiva de la multitud.
Esto hace que, por una parte, la multitud sea tambin un concepto de clase, desde que se comprenda la explotacin como
explotacin de la cooperacin de singularidades, o sea, el comn.10 Por otra parte, adems, la tendencia a la auto-organizacin productiva es tambin lo que crea las condiciones para que
la multitud sea polticamente autodeterminada: capaz de expresarse polticamente sin necesitar de la intervencin de un sujeto
externo, soberano.
La produccin comn de la multitud implica una forma de poder constituyente en la medida en que las mismas redes de
produccin cooperativa designan una lgica institucional de la
sociedad [] La estructura institucional futura de esta nueva
sociedad est empotrada en las relaciones afectivas, cooperativas y comunicativas de la produccin social. Las redes de
produccin social, en otras palabras, ofrecen una lgica institucional capaz de sostener una nueva sociedad. El trabajo social
de la multitud conduce as directamente a la proposicin de la
multitud como poder constituyente.11
5
6
Ibid., p. 349.
Ibd.
10
11
13
Podemos identificar un movimiento equivalente en Laclau: desde Hegemona y Estrategia Socialista, el declive de una poltica basada en la
clase obrera funciona como revelacin ntica de una verdad ontolgica
ms profunda que la identidad nunca est dada, sino construida discursivamente, y que la poltica no sigue ninguna lgica objetiva, sino que
depende de la articulacin hegemnica. Sin embargo, lo que se descubre
all no es un contenido determinado, como en Negri, sino una lgica o
forma que puede ser ocupada por cualquier contenido. Sobre la elisin
de la diferencia entre la realidad del capitalismo globalizado y la teora
de la hegemona, as como sobre el dficit normativo de esta ltima,
vase Simon Critchley, Is There a Normative Deficit in the Theory of Hegemony?, en Simon Critchley y Oliver Marchart (eds.), Laclau: A Critical
Reader, Londres, Routledge, 2004.
14
Michael Hardt y Antonio Negri, Multitude, op. cit., p. 222. A esta democracia que todos creamos y mantenemos colaborativamente por medio
de nuestra produccin biopoltica llamamos absoluta.. Ibd., p. 351.
16
Ibd., p. 220.
17
18
Ibd., p. 357.
19
Ibd., p. 357.
41
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42
21
Jon Beasley-Murray, Posthegemony. Political Theory and Latin America, Minneapolis, University of Minnesota Press, 2010, p. xvi.
22
Gilles Deleuze y Flix Guattari, LAnti-Oedipe, Paris, Minuit, 2001, pp. 50-1.
23
Pero esto quiere decir que tampoco la multitud puede ser tratada como totalidad colectiva. Ella no puede ser una unidad con
fronteras fijas, o solo puede aparecer como tal bajo el efecto
perspectivo de una operacin que la totaliza, que constituye la
apariencia de una totalidad colectiva. Como advierte tienne Balibar, gobernantes y gobernados, soberano y ciudadanos, todos
pertenecen a la multitud.24 Ni la representacin ni el soberano
existen como algo efectivamente exterior o distinto de la multitud. Como dira Gabriel Tarde:
Sin duda hay siempre un asociado que representa y personifica
el grupo entero o entonces un pequeo numero de asociados
[] Pero este jefe o estos jefes son siempre tambin miembros
del grupo, nacidos de su padre y su madre y no de sus representados o asociados colectivamente.25
El problema de la concepcin negriana de multitud est justamente all. Aunque la multitud sea definida como una totalidad
distributiva o un todo que no se totaliza una multiplicidad,
un plano de singularidades, un conjunto abierto de relaciones,
que no es homogneo ni idntico consigo mismo y tiene una
relacin indistinta, inclusiva con su fuera,26 el concepto es al
mismo tiempo puesto a operar como totalidad colectiva. Ms
precisamente, como sujeto transhistrico del cual se podra efectivamente (no metonmicamente, no por sincdoque) predicar
tendencias, intereses y una voluntad cuya universalidad ya est
dada, por lo menos, en s faltando apenas el proyecto poltico para que se reconozca, o sea, se constituya tambin para s.
Esta oscilacin se manifiesta en una serie de problemas. Lo ms
evidente es la dificultad de pensar una totalidad distributiva potencialmente omni-inclusiva27 que al mismo tiempo existira en
antagonismo irreconciliable con su Otro, el poder constituido.
Jon Beasley-Murray presiente la tensin cuando sugiere que no
puede haber distincin categorial entre multitud e Imperio, o
sea, que la frontera entre constituyente y constituido no es real,
de una parte, como suele ser el caso en Laclau. La sincdoque se deja
comprender tambin como realidad extra-discursiva, como por ejemplo
cuando una protesta (que, por ms masiva que sea, nunca corresponder
a la totalidad de la comunidad que potencialmente interpela) representa un todo para otros. Sobre este tema, vase Rodrigo Nunes, Pack of
Leaders: Thinking Organisation and Spontaneity with Deleuze and Guattari, en Andrew Conio (ed.), Occupy. A People Yet to Come, Londres,
Open Humanities Press, 2015.
24
25
tienne Balibar, Spinoza and Politics, Londres, Verso, 2008, p. 70 (nfasis en el original).
Gabriel Tarde, Monadologie et Sociologie, Le Plessis-Robinson, Institut
Synthlabo, 1999, p. 68.
26
Michael Hardt y Antonio Negri, Empire, Cambridge, MA, Harvard University Press, 2000, p. 103.
27
Sin embargo, l mismo se deja llevar nuevamente por la tentacin del Sujeto, y algunas pginas despus reintroduce las fronteras que haba cuestionado: La multitud, en resumen, es activa,
mientras el estado es reactivo.29
Con esta operacin de totalizacin, la carta de la multitud30 se
juega no dos veces, como observa Vittorio Morfino, sino tres. La
potencia de la multitud es el origen del poder constituido, pero
es como si este poder, una vez constituido, fuera una realidad
separada cuyos efectos de totalizacin dejan de determinar a la
multitud. En cuanto totalidad colectiva, la multitud puede ser
tratada como un sujeto [siempre ya] comunista que no sera
atravesado, incitado y restringido por innombrables instrumentos de control biopoltico.31 Esta realidad fantasmtica que es el
poder constituido paradojalmente adquiere entonces el status
de Otro realmente existente, un afuera ms all de las fronteras de la multitud. Hay la auto-organizacin de la inmanencia de
un lado y su hetero-organizacin parasitaria del otro; es como
si la hetero-organizacin parasitaria no fuera justamente, como
vimos arriba, una operacin por la cual una parte de la totalidad distributiva crea efectos de totalizacin que producen una
apariencia de totalizacin o subsuncin. La consecuencia de la
sustancializacin de la inmanencia (su transformacin en Uno
o totalidad colectiva) es que la transcendencia, que haba sido
definida como ilusin, deja de ser considerada como el proceso
u operacin interna al propio proceso auto-organizativo de la
inmanencia que crea esta ilusin, y pasa a ser tratada como algo
que transciende efectivamente la inmanencia: su afuera, su Otro.
Por medio de este artificio conceptual, que transforma un movimiento o tendencia (la transcendencia como ilusin interna a
la inmanencia) en dos dominios ontolgicos distintos (el constituyente y el constituido), la inocencia de la multitud se mantiene siempre a salvo. La muerte de los procesos constituyentes
nunca es interna, un lmite al que llega la propia potentia, sino
que viene siempre desde fuera, como bloqueo impuesto por la
potestas. De all la dificultad que tienen Hardt y Negri, como observa Beasley-Murray de modo certero, para pensar el concepto
que debera dar cuenta del proceso por el cual la inmanencia
28
29
Ibd., p. 170.
30
Vittorio Morfino, The Multitudo According to Negri: On the Disarticulation of Ontology and History, Rethinking Marxism: A Journal of Economics, Culture & Society, Vol. 26, n 2, p. 237.
31
Alberto Toscano, Always Already Only Now: Negri and the Biopolitical,
en Timothy Murphy y Karim Mustafa (eds.), The Philosophy of Antonio
Negri. Volume Two: Revolution in Theory, London, Pluto, 2007, p. 113.
33
34
Michael Hardt y Antonio Negri, Commonwealth, Cambridge, MA, Harvard University Press, 2009, p. 355.
35
Ibd., p. 357.
36
37
43
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El mismo error parece repetirse cuando Multitud opone el Chronos lineal y acumulativo de la actividad interna de la multitud
al Kairs de la decisin poltica que rompe con toda mediacin
externa. Pues cuando hablamos del cerebro, la economa, el lenguaje o el software como modelos, nos referimos precisamente
a la decisin o innovacin
es decir, al Kairs. Aquello que se
ve desde fuera como un solo Chronos o duracin auto-organizada es, visto desde dentro y de cerca, en sus mediaciones infinitesimales, una multiplicidad de Kairoi y Chronoi de diferentes
amplitudes y duraciones. Se trata, para decirlo con Gabriel Tarde,
del tiempo de la invencin y la imitacin: los flujos imitativos
como condicin para que la invencin aparezca en los puntos
en que cruces inauditos entre diferentes flujos tienen lugar, y la
invencin como aquello que da origen a nuevos flujos imitativos.
Auto-organizacin y hetero-organizacin
En la inmanencia, propiamente hablando, todo es auto-organizado, en el sentido de que no hay nada externo a la inmanencia
que la podra organizar desde fuera ni un centro que organice
38
44
39
Ibd., p. 421.
45
40
Ibd., p. 25.
46
Ibd.
41
Ibd., p. 422.
47
42
48
Ibd., p. 85.
43
49
Ibd., p. 98.
todo.50 Pero el prefijo auto- refiere all al mismo ser o la inmanencia lo nico que se puede concebir como causa sui, no
a los entes o res singulares, que siempre actan los unos sobre
los otros en grados variables de reciprocidad. Vista por dentro,
desde el punto de vista de las singularidades, lo que aparece sub
specie aeternitatis como auto-organizacin es siempre accin
sobre acciones,51 hetero-organizacin.
De esto se sigue que la oposicin entre auto- y hetero-organizacin no puede coincidir con la oposicin entre inmanencia y
transcendencia.52 Hay siempre algunos que actan directa o indirectamente sobre el todo; hay siempre sincdoque, partes que
para otras partes logran representar el todo, o por lo menos a
ms que a s mismas. La soberana no es una realidad separada
que podra ser destruida de una vez por todas, sino el caso extremo de desaceleracin y estabilizacin del movimiento continuo
de emergencia y desvanecimiento de ncleos de organizacin:
cuando la ilusin del uno se solidifica y crea efectos de totalizacin que inhiben la circulacin de la capacidad de innovacin.53
Como sugieren Deleuze y Guattari a partir de una lectura de
Pierre Clastres, el estado existe desde siempre (y siempre existir) por lo menos como tendencia virtual: la cuestin es si existen fuerzas y mecanismos que puedan impedir que los puntos
50
51
52
53
54
Gilles Deleuze y Flix Guattari, Mille Plateaux, Paris, Minuit, 2004, p. 540.
55
Vittorio Morfino, The Multitudo According to Negri, op. cit., pp. 236-7.
56
Ver la observacin de Laclau: Quizs la incoherencia ltima de [Imperio] es que el libro proponga fragmentos de un programa poltico perfectamente aceptable, mientras sus condiciones de implementacin se
encuentran negadas por las categoras tericas y estratgicas centrales
en que el anlisis est basado. Las multitudes nunca son espontneamente multitudinarias; solo pueden serlo por medio de la accin poltica.
Ernesto Laclau, Can Immanence Explain Social Struggles?, op. cit., p. 10.
57
Michael Hardt y Antonio Negri, Multitude, op. cit., p. 358 (nfasis mo).
45
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59
60
poltica, de su realidad como intervencin; pero no es la naturaleza de la representacin como sincdoque que declara ya dado
el sujeto mismo que se propone articular (un populus, an cuando el nombre de este populus sea multitud)?
Esta sera, en efecto, una lectura habilitada por los mismos Hardt y Negri en un pasaje revelador:
Quizs necesitemos reinventar la nocin de una teleologa materialista que Spinoza proclam en los albores de la modernidad cuando afirm que el profeta produce su propio pueblo.
Quizs junto con Spinoza deberamos reconocer el deseo proftico como irresistible [] Hoy un manifiesto, un discurso poltico, deberan aspirar a ocupar una funcin proftica spinozista,
la funcin de un deseo inmanente que organiza la multitud.61
Sin embargo, si, como reconocen ellos, el concepto de multitud puede ser acusado de anarquismo y vanguardismo64 a
la vez, es porque esas acusaciones mutuamente contradictorias
son ambas verdaderas en la medida en que registran no meramente los dos polos de una oscilacin interna al discurso (la
multitud como totalidad distributiva y Sujeto), sino tambin su
ambigedad entre dos registros (analtico y poltico) y la varia61
62
63
64
Ibd.
69
Ibd., p. 225.
70
Ibd., p. 234.
65
71
Ibd., p. 229.
Ibd., p. 226.
66
67
72
Ernesto Laclau, Can Immanence Explain Social Struggles?, p. 5. Ver tambin Ernesto Laclau, On Populist Reason, op. cit, pp. 148-9.
47
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73
74
Antonio Negri, O Poder Constituinte, op. cit., p. 42. Ver: las crticas de
Hardt y Negri a Foucault y Deleuze, ambas las cuales tienen que ver con
la ausencia de un sujeto (humano) a que se pueda atribuir la produccin
biopoltica. Michael Hardt y Antonio Negri, Empire, op. cit., pp. 28-29.
75
76
Ibd., p. 49. Segn Negri, en Maquiavelo, Spinoza y Marx [] [e]l concepto de creacin es reconducido radicalmente al ser humano afirmacin
que, por lo menos en relacin a Spinoza (pero tambin de alguna manera
en cuanto a los otros), es altamente cuestionable. Ibd., p. 426.
77
Ibd., p. 53.
78
80
81
As, por ejemplo, la nocin de individuo social recuperada de los Grundrisse por autores como Negri y Paolo Virno: atribuir toda la historia
de la innovacin tecnolgica y social a la humanidad considerada como
un nico sujeto es construir una totalidad que sirve para proyectar un
futuro en el que la innovacin tecnolgica y social no pueda ser privadamente apropiada.
82
83
85
Ibd., p. 229.
86
49
Lugares de la memoria
50
CeDInCI / UNSAM
Agradezco a Horacio Tarcus, con quien hemos debatido muchas de las
cuestiones planteadas en este artculo, que adems ha ledo con atencin y
extrema generosidad. Tambin a la buena predisposicin de Eugenia Sik y
Toms Verbrugghe, referencistas de Sala del CeDInCI, y a mi colega Romina
Ramos, por facilitarme el acceso irrestricto a la biblioteca personal de
Samuel Glusberg. Las imgenes que ilustran este trabajo fueron gentilmente
tomadas por Gisela Losicer, y se reproducen con autorizacin del CeDInCI.
Nacional de Lans), Jorge Abelardo Ramos (en la Biblioteca Nacional), Jos Mara Aric (en la Universidad Nacional de Crdoba),
Norberto Rodrguez Bustamante y Juan Jos Real (en la Facultad de
Sociales de la Universidad de Buenos Aires: la biblioteca central de
dicha casa de estudios fue bautizada precisamente con el nombre
del primero de estos intelectuales, cuyos libros constituyen parte
sustancial del acervo bibliogrfico all disponible a la consulta).
Desde el catlogo en lnea de la Biblioteca Nacional de Maestros
es posible acceder por ttulo, autor o tema a los volmenes conservados de otras cinco importantes bibliotecas personales: las de los
escritores Leopoldo Lugones que fue adems el mtico Director
del establecimiento sito en el Palacio Pizzurno , Alejandra Pizarnik y Mara Hortensia Lacau, las del historiador Ricardo Levene y
de la pedagoga Cecilia Braslavsky. En el sitio web de la Biblioteca
Nacional de Maestros estas cinco bibliotecas personales aparecen
claramente diferenciadas del fondo bibliohemerogrfico general y
su descripcin enriquecida por notas que remiten a la presencia de
la rbrica de su poseedor, dedicatorias y/ o marginalia y subrayados
en los volmenes que las integran. El principal elogio que podra
hacrsele a este trabajo de catalogacin es la apuesta por hacer
explcita la ineludible relacin existente entre produccin propia y
libros ledos. Para el caso de Leopoldo Lugones, se procedi a la
digitalizacin pgina por pgina de 41 ttulos -libros, ponencias, artculos- de su autora (entre primeras ediciones y reediciones), que
conforman la Coleccin Leopoldo Lugones (http://www.bnm.me.
gov.ar/cgi-bin/wxis.exe/opac/?IsisScript=opac/bibdig.xis&dbn=LUGONES&ver_form=2), poniendo esta coleccin en vnculo con la
totalidad de la biblioteca personal conservada.
La explicitacin de la relacin de mutua implicancia entre biblioteca
y obra (o entre lectura y escritura) adopta otra forma en el caso de
Ricardo Levene, de quien la Biblioteca Nacional de Maestros recibiera
en donacin -amn de sus libros- numerosos documentos personales.
En este caso, ambos acervos se ponen en vnculo: el archivo personal (algunos de cuyos documentos estn en lnea reproducidos
en formato digital, bajo http://www.bnm.me.gov.ar/cgi-bin/wxis.
exe/opac/?IsisScript=opac/bibdig.xis&dbn=LEVENE&ver_form=2)
y la nmina de los aproximadamente 12.000 ttulos (entre libros
y revistas) que fueran parte de su biblioteca (bajo http://www.
bnm.me.gov.ar/cgi-bin/wxis.exe/opac/?IsisScript=opac/opac.xis&dbn=HISTO&ver_form=1&sala).
Contra el tratamiento indiscutiblemente modlico en lo que respecta al tratamiento y puesta en acceso del acervo donado por el
hijo de Levene a la Biblioteca Nacional de Maestros, el desguace
del archivo y biblioteca personal de Alejandra Pizarnik muestra el
desinters del Estado argentino en intervenir con una poltica fuerte de preservacin patrimonial (y, toda vez que fuere necesario, de
inversin) para que los archivos y bibliotecas personales no terminen siendo capturados por instituciones extranjeras, cuando no en
manos de coleccionistas privados.
Fruto de una donacin de su amiga y albacea Ana Becci, la Biblioteca Nacional de Maestros ostenta dentro de su acervo 2266 monografas (entre libros y revistas) pertenecientes a la biblioteca per-
51
Lugares de la memoria
52
Samuel Glusberg no son, claro est, todos los libros que Glusberg compr y/ o ley a lo largo de sus 89 aos, sino apenas los
volmenes que tuvo consigo hasta el final de sus das en la casa
de Ingeniero Maschwitz, y, lo ms importante, los que viajaron
y volvieron con l embalados en cajas luego de su extenso autoexilio en Chile (1935-1973).
Al respecto, interesa el concepto de biblioteca virtual opuesto
al de biblioteca real que despliega Daniel Ferrer en Un imperceptible trait de gomme de Tragacanthe (2001). All, Ferrer nos
alerta de no ir a buscar de manera crasamente emprica a
una Biblioteca Personal el conjunto de las lecturas realizadas a
los largo de una vida por una figura determinada, sino de hacer
extensiva esta indagacin a otros espacios, a los fines de aproximarse a un sistema de lecturas que, en definitiva, es siempre una
biblioteca virtual.
Por ejemplo, a leer actos de lectura en los epistolarios, donde
invariablemente los intelectuales hacen ostentacin de los ttulos que estn consumiendo frente a sus amigos o colegas. O en
sus semblanzas autobiogrficas, donde por lo general el relato
del acceso al mundo de los libros ocupa un lugar central. O en
sus entrevistas pblicas. O en sus diarios ntimos y memorias.
En el caso de Samuel Glusberg, su repertorio de lecturas no
slo consta profusamente en las cartas expedidas o recibidas
por l, sino que es objeto del comentario de terceros. As, una
carta del 7 de septiembre de 1935 dirigida por Horacio Quiroga
a Ezequiel Martnez Estrada revela que Glusberg ley un libro
hoy olvidado pero que fue por entonces una suerte de best-seller La historia de Saint Michele de Axel Munthe (ttulo que
no se encuentra entre los 1622 ttulos que fueran de su propiedad hoy disponibles en el CeDInCI a la consulta). 4 Asimismo,
nos enteramos por la semblanza de su autora Trayectoria de
Horacio Quiroga (1980) que ste le regal el libro Anaconda
(en la segunda edicin de B.A.B.E.L.) reencuadernado en piel
de anaconda! cuando Glusberg lo visit en enero de 1926 en
su hogar misionero. Si bien la biblioteca personal contiene un
ejemplar de Anaconda (publicado en 1942 en la Biblioteca de
escritores de la democracia americana, con un estudio preliminar de Lzaro Liacho), ste no sera el ejemplar que interesa para
reconstruir el tenor de los intercambios pruebas de imprenta
por pieles de serpiente que signaron la peculiar amistad entre
editor y editado. 5
4
No obstante, el valor de muestra de los 1622 ttulos de esta biblioteca personal se mantiene: alcanzan y sobran para inferir los variados intereses de Glusberg, que lea en traduccin francesa y espaola a determinados autores judo-alemanes (Franz Kafka, Heinrich
Heine), pero tambin en alemn. Aquejado de una discreta bibliofilia, entre los ejemplares de su propiedad, hallamos, por ejemplo, el
precioso tomito de Das Buch der Lieder, de Heinrich Heine, editado
en Berln por la Schreitersche Verlagsbuchhandlung (c. 1890).
Traduccin al castellano
de Samuel Glusberg de
versos pertenecientes
a la vigsima estrofa
de Die Heimkehr [El
regreso al hogar], en
Das Buch der Lieder.
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Lugares de la memoria
54
Por lo mismo, no es casual que entre los 1622 ttulos conservados, se cuenten los siguientes tres estudios firmados por el
crtico uruguayo: Las races de Horacio Quiroga: ensayos (Montevideo, Asir, 1961); Narradores de esta Amrica: ensayos, que
incluye el trabajo Horacio Quiroga: vida y narracin (Montevideo, Alfa, 1961), y Genio y figura de Horacio Quiroga (Buenos Aires, EUDEBA, 1967). Tambin, el Diario de viaje a Pars
(Montevideo, Nmero, 1950), de autora de Horacio Quiroga,
pero exhumado, prologado y anotado por Rodrguez Monegal.
La presencia de estos cuatro ttulos, cuidadosamente marcados
(cuando no enriquecidos con breves enmiendas) por Glusberg,
da pbulo a la presuncin de que ste sigui muy de cerca las
diligencias de Rodrguez Monegal en tanto exegeta y administrador de la obra quiroguiana.
Ahora bien: qu otras cuestiones permitira reponer el contacto
directo si se quiere emprico, pero nunca fetichista con los
1622 libros que pertenecieran a Samuel Glusberg?
Para dar respuesta parcial a una pregunta de carcter tan ambicioso, quisiera proponer un primer recorte: los 68 ttulos editados
por Samuel Glusberg en B.A.B.E.L. presentes en su Biblioteca,
que armaran una posible sub-coleccin conformada por ttulos
de narrativa, poesa y ensayo. En otras palabras: dicha sub-serie
quedara as constituida por la seleccin de 68 ttulos de entre los editados por Samuel Glusberg en B.A.B.E.L., tanto en su
poca portea ms pujante 1921/28 como en su relanzamiento
chileno en el ao 1940 y durante sus ltimos estertores en
sede argentina durante fines de los aos setenta y el primer ao
de la dcada del ochenta, y que ste eligi conservar hasta el fin
de sus das en los anaqueles de su biblioteca personal.
En orden alfabtico (segn ttulo): Alabanzas (1933), de Hernn
Gmez; Amrica inicial: arco, parbolas y otras curvas (1931),
Libro del gay vivir (1923), Los hijos de Llastay (1926), Los trabajos y los das: Gergicas (1928) y Nocturnos (1932), de Luis
Leopoldo Franco; Aprender a escribir (1956) e Historia de la
biografa (1959), de Alone; Motivos del cielo (1924), Argentina:
poesas (1927), Humoresca (1929) y Radiografa de la pampa
(1933), de Ezequiel Martnez Estrada; Baile y filosofa (1928), de
Roberto Gache; Conciencia histrica (1952), De un lado y otro
(1952), Heine: El ngel y el len (1972) y una 2 ed. corregida y
disminuida titulada ahora El ngel y el len (sin fecha), El espritu criollo: Sarmiento, Hernndez, Lugones (1951), Imgenes
de Lugones (1981), La levita gris: Cuentos judos en ambiente
porteo (1924), Manuel Rojas, narrador: 1896-1973 (1976), Memoralia (1978), Ruth y Noem (1934), Spinoza, guila y paloma
(1978), Trayectoria de Horacio Quiroga (1980), Tres clsicos
ingleses de la Pampa: F.B. Head, William Henry Hudson, R. B.
Cunninghame Graham (1951) y Trinchera (1932), de Enrique Espinoza (seud. de Samuel Glusberg); ed. facsimilar de Coplas por
la muerte del Maestre de Santiago don Rodrigo Manrique, su
padre (1947), de Jorge Manrique; 2 ed. de El salvaje (192?), El
desierto (1924), Los desterrados: tipos de ambiente (1926) y
Pasado amor (1929), de Horacio Quiroga; De Stendhal a Gourmont (1923), de Ricardo Senz Hayes; Deshecha rosa (1954), de
Manuel Rojas; Desobediencia civil: 1849-1949 (1949), de Henry
David Thoreau; El dueo del incendio y otros cuentos (1929), de
Guillermo Guerrero Estrella; El grillo (1923), de Conrado Nal
Roxlo; El jardn secreto (1923), de Evar Mndez; El licenciado
vidriera: novela ejemplar (1947), de Miguel de Cervantes Saavedra; El pequeo arquitecto (1956), de Mara Carolina Geel; El
romancero alucinado: 1920-1922 (1923), de Enrique Gonzlez
Martnez; Enrique Heine: el poeta de nuestra intimidad (1927?)
y La jofaina maravillosa: agenda cervatina (1922), de Alberto
Gerchunoff; Estudios helnicos (1923), Filosofcula (1924), Estudios helnicos IV. Hctor el domador (1924), ed. revisada de
Historia de Sarmiento (1931), 2 ed. de Estudios helnicos I. La
funesta Helena (1924), La Grande Argentina (1930), Las horas
doradas (1922), Los crepsculos del jardn (1926), Nuevos estudios helnicos (1928), nueva ed. corregida de Odas seculares
(1923), Poemas solariegos (1928), Romancero (1924) y Estudios
helnicos II. Un paladn de la Ilada (1923), de Leopoldo Lugones;
Eutrapelia (1956?), de Jos Santos Gonzlez Vera; Israel, Israel!
(1970), de Fernando Gonzlez-Urzar; La civilizacin manual: y otros
ensayos (1925), de Baldomero Sanin Cano; Las hermanas tutelares (1923), de Rafael Alberto Arrieta; Las noches florentinas (1923),
de Heinrich Heine; Las tardes (1927), de Francisco Lpez Merino;
Manual de la historia de la literatura espaola: desde sus orgenes hasta nuestros das (1926), de James Fitzmaurice-Kelly; Nuestra
Amrica (1919), de Waldo Frank; Pensamientos (1927), de Marco
Aurelio con prlogo de Roberto Gache; Proverbios morales (1947),
de Sem Tob de Carrin; Seis ensayos en busca de nuestra expresin
(1927), de Pedro Henrquez Urea, y Tres novelas del Plata (1928),
de Arturo Jimnez Pastor.
Se observa que de estos 68 ttulos publicados entre 1919 y 1980
bajo el sello B.A.B.E.L. y presentes en su biblioteca personal, slo 9
fueron reencuadernados en tela y cuero, cosidos, ostentando sobre
el lomo, amn del ttulo, un tejuelo donde se lee en letras doradas
E.E. (Enrique Espinoza), las iniciales de su editor y propietario. Son
los ejemplares correspondientes a los ttulos, tambin en letras de
oro: Humoresca, de Ezequiel Martnez Estrada; El desierto, Los desterrados: tipos de ambiente y Pasado amor, de Horacio Quiroga; Filosofcula, Odas seculares, Los crepsculos del jardn y Romancero, de Leopoldo Lugones, y Las tardes, de Francisco Lpez Merino. 6
Libros de L. Lugones
editados en B.A.B.E.L
y reencuadernados por
su editor y propietario
en tela y cuero, con el
tejuelo E. E..
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Lugares de la memoria
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(Pars, Louis Conard, 1908) y La main gauche (Pars, Louis Conard, 1910), de Guy de Maupassant; Misas herejes. La cancin
del barrio (prlogo de lvaro Melin Lafinur: Buenos Aires, La
Cultura argentina, 1917), de Evaristo Carriego; Puritania. Fantasas y crnicas norteamericanas (Santiago de Chile, Nascimento,
1934), de Ernesto Montenegro y Fbula de Polifemo y Galatea
(Madrid, ndice, 1923), de Luis de Gngora y Argote.
En resumen: mediante esta intervencin en la materialidad misma de los volmenes que constituyen su biblioteca personal
conservada, Glusberg armara una coleccin bajo la sigla en oro
E. E., constituida por un total de 80 ttulos, de los cuales slo
9 fueron efectivamente publicados por l en B.A.B.E.L.. Es altamente significativo que elija pasar a reencuadernacin prcticamente todos los volmenes de su propiedad originalmente
editados en rstica firmados por Len Trotsky, Waldo Frank,
Manuel Rojas, Guy de Maupassant, Leopoldo Lugones y Horacio
Quiroga, tal como se refleja en la nmina desplegada arriba.
Me gustara ahora proponer un segundo recorte sobre esta coleccin de 80 ttulos, tomando slo aquellos que son de autora
de Horacio Quiroga a los fines de analizar de manera contrastada el cdigo de notacin y sistema de subrayado presentes
en los volmenes, todo lo cual nos permitira arriesgar algunas
hiptesis sobre el modus legendi del editor de B.A.B.E.L., que
sola usar raya simple al margen de pgina, prrafos tildados,
cruces, escassimas frases subrayadas y palabras englobadas, y
gustaba de corregir maniticamente toda errata que le saliera
al paso. La eleccin de Horacio Quiroga no es caprichosa, sino
que parte de la constatacin de que el encuentro entre el joven
Glusberg y el autor de Los arrecifes de coral fue un momento
crucial en la vida de ambos.
Para el editor, porque Quiroga no slo haba sido tal como afirma
en la pgina 51 de la primera edicin de Gajes del oficio una lectura decisiva en momentos en que daba sus primeros pasos como
escritor, sino tambin porque el hecho de ganarse al autor salteo
para el catlogo editorial de B.A.B.E.L. le permitira rpidamente
quedar posicionado como uno de los ms exitosos entre sus pares.
Para Quiroga, porque Glusberg no slo se transformara en uno
de sus amigos y gestores ms incondicionales, sino tambin en un
interlocutor de lujo para dirimir cuestiones tan trascendentes como
la consolidacin de un universo narrativo propio y un lugar especfico en el sistema literario.
Tal como sostiene Rodrguez Monegal en Sobre el estilo (1953),
ensayo incluido en Las races de Horacio Quiroga, no tiene mayor
asidero el lapidario juicio sobre la prosa quiroguiana emitido por
Guillermo de Torre en el marco de su Prlogo a los Cuentos escogidos (Madrid, Aguilar, 1950). 7 Contra l, y en una formulacin
punto por punto coincidente con el ideal literario que el propio
Quiroga despliega en su Declogo del perfecto cuentista (1925),
Rodrguez Monegal reivindica la sobriedad, elipsis y eficacia de
esta prosa. No obstante, si se comparan tal como han decidido
hacerlo de manera sistemtica los editores Jorge Ral Lafforgue y
Napolen Baccino Ponce de Len para armar en 1993 una heterodoxa edicin gentica (habida cuenta la total ausencia de manuscritos) de todos los cuentos de Quiroga las primeras ediciones en
prensa peridica y aquellas primeras, segundas y/ o terceras, aparecidas como libro en su mayor parte en B.A.B.E.L., es indudable
que del vnculo profesional con Glusberg, con su intercambio incesante de ideas, lecturas y (last but not least) pruebas de imprenta,
el estilo de Quiroga saldra beneficiado, en tanto en las sucesivas
formulaciones de un mismo cuento vemos agudizarse precisamente estos rasgos de sobriedad, elipsis y eficacia.
Fragmento de
El desierto (Buenos
Aires: Babel, 1929), con
claros ecos autobiogrficos, destacado con
raya simple al margen y
parcialmente subrayado
por Samuel Glusberg.
Clebre recurrencia de
la preposicin en del
primer prrafo de
La gallina degollada,
marcada por Samuel
Glusberg con su cdigo
de palabras englobadas.
Escriba, por momentos, una prosa que a fuerza de concisin resultaba confusa;
a fuerza de desalio, torpe y viciada. En rigor no senta la material idiomtica,
no tena el menor escrpulo de pureza verbal. (de Torre, 1950: 19)
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Lugares de la memoria
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Resumen
De las escasas bibliotecas de autor conservadas
en nuestro pas, la biblioteca personal de Samuel
Glusberg en guarda en el Centro de Documentacin e Investigacin de la Cultura de Izquierdas en
la Argentina presenta una interesante particularidad,
porque su propietario, adems de escritor y un lector extraordinario, fue, fundamentalmente, un editor.
De los 1622 ttulos que constituyen esta biblioteca,
sobresalen aquellos firmados por Horacio Quiroga,
quien mantuvo con Glusberg no slo una intensa
amistad, sino tambin una de las ms fructferas
relaciones intelectuales de nuestro campo cultural.
Glusberg marca y subraya los libros de su propiedad,
pero tambin interviene en la materialidad misma
de los volmenes, reencuadernando ochenta ttulos
que haban sido originalmente publicados en rstica:
nueve de ellos, en la mtica editorial B.A.B.E.L., de
la cual fuera su editor.
Palabras Clave
Glusberg; Quiroga; Biblioteca personal
Abstract
Within the few existing personal libraries in our
country, Samuel Glusbergs private library stored
in the Centro de Documentacin e Investigacin de
la Cultura de Izquierdas en la Argentina shows an
interesting feature, as his owner, besides being a
writer and an extraordinary reader, was essentially
a publisher. From the 1622 titles composing this library, stand out the ones written by Horacio Quiroga,
who maintained with Glusberg not only an intense
friendship but also one of the most productive relationships of our cultural field. Glusberg marks and
underlines his books. But he also modifies their material nature by rebinding 80 volumes, which had originally appeared in paperback -nine of these by the
mythical B.A.B.E.L., the publishing house of his own.
Keywords
Quiroga; Glusberg; Personal library
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1
2
Quien quiera leer a Quiroga desde la perspectiva derechista, imperialista y racista de Kipling se desconcertar con los textos
que damos a conocer aqu, pues el autor de Los desterrados,
formado en el esprituo antiburgus del modernismo rubendariano y lugoniano, fue particularmente sensible a este momento
anarco-bolchevique. Es as que en marzo de 1920 publicaba Lo
que no puede decirse en la revista portea El Hogar, crnica en
la que protestaba ante la imposibilidad de se que hablara siquiera en la prensa argentina de la experiencia en curso del pas de
los soviets. Es posible que haya sido esta nota la que impuls a
los jvenes de Insurrexit a visitarlo. Aunque no es descartable
la hiptesis inversa: que haya sido la visita de los jvenes la que
motiv esta as como las sucesivas crticas de Quiroga en las pginas de El Hogar: en el nmero de mayo publicaba Ante la hora
presente, un alegato contra la mecanizacin y deshumanizacin
del trabajo moderno, y en el de agosto reseaba Asesino, un
cuento del pacifista hngaro Andreas Latzko que aprovechaba
para hacer or su alegato antibelicista. 6
Estos textos de El Hogar, junto con los de Insurrexit, dan cuenta
de las afinidades electivas de Horacio Quiroga con el momento
anarco-bolchevique. Todos estos motivos de denuncia moral de
la modernidad capitalista estn presentes en ellos, destacndose sobre todo en los de Insurrexit la crtica del indiferentismo
individualista de los jvenes universitarios frente a la degradacin humana que haba significado la guerra y ante la miseria
social que padeca el mundo del trabajo en los aos de posguerra. El Grupo Insurrexit, con su revista, apareci ante los ojos
de Quiroga como una esperanza de redencin de esa juventud
hundida en su vanidad narcisista, y a ellos confi los dos textos
que transcribimos a continuacin.
H.T.
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Lugares de la memoria
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El Despertar
La propaganda post-guerra
Para Insurrexit
Por Horacio Quiroga
Recuerdo perfectamente la impresin que sufr al tener una tarde por delante las frentes
despejadas y la mirada de fuego de cuatro muchachos que anunciaban la aparicin de un
nuevo rgano universitario sumamente curioso esta vez: Insurrexit.
Flua de aquellos cuatro muchachos, y no gota a gota sino a chorros, tal cantidad de indignado amor, tal generoso entusiasmo, que el que los oa se puso a pensar en el extrao dios
que se apiadaba al cabo del honor de los jvenes argentinos, cuando le permita a aquel
por fin inundar de roja y pura sangre el muerto corazn de los estudiantes universitarios.
Porque, en efecto, nada ms triste nos ha sido en los ltimos diez aos diez siglos que
ver la indiferencia, la sequedad y la estrechez mental de nuestra lrica flor de sangre; de
nuestra juventud universitaria cuya nica preocupacin consisti, a raz del desastre moral
que nos leg la guerra con las bellas e inteligentes cabezas cadas hacia el corazn en
pulir, bruir y esmaltarse las uas.
Hemos visto a estos jvenes mientras los hombres maduros y pesados de familia clamaban
de indignacin ante la miseria social expuesta a llaga viva en estos momentos, como los
hemos visto alzar impasibles los brazos ante el espejo para aplastar, calmar, suavizar el
peinado de moda que deja la frente al descubierto.
Qu deja al descubierto esa tensa cabellera? Qu pasa dentro de esas frentes estatuarias
que no permite al cerebro una congestin liberadora en un momento en que la especie
humana uno mismo est jugando su honor?
Nada pasa. No hay sino un sueo, una ilusin, una esperanza y una franca actitud definida:
la cajita de celuloide con su surtido de pulidores y esmaltadores de uas.
Hemos visto despus el over-all. Pero el traje azul es una librea de vergenza para todo
aquel que no lo lleva sobre el cuerpo sudado de trabajo. El oficinista y el estudiante de
over-all estn robando una dignidad que no merecen. La honesta pobreza del muchacho
puede muy bien ser sobrellevada con un trabajo de brin o de lo que fuere, pero de un
aspecto urbano y habitual. El corte obrero no es en la inmensa mayora de los casos sino
una farsa denigrante, una disimulacin de una pobreza que avergenza y que no se podra
ocultar con un traje comn; y en el mejor de los casos una tontera de muchacho que cree
alcanzar as, vestido de over-all-delantal, un aristocrtico aspecto de chauffeur o de aviador.
Todo pasa; pero lo que ahora despierta es ms serio. Los cuatro muchachos de Insurrexit nos han
mostrado que la sangre juvenil es una cosa demasiado rica para que pueda ser gastada toda ella
en el rtmico vaivn del brazo de un intelectual brundose las uas.
Cuando en la ltima guerra las mujeres, hallando un magnfico adorno el tener hroes en
su familia, enviaron a la muerte a sus hijos y esposos, se levant la voz de Latzko contra
esa monstruosa coquetera.
Los hombres, ya se sabe, estaban borrachos de proclamas, mentiras y alcohol. Pero el matar es en suma una vieja y legtima coquetera del animal. Para el corazn de las mujeres no
haba lugar en esta terrible matanza, fuera del de hacerse arrancar desesperadas los brazos
tras el tren que se llevaba, degollados ya de antemano, a sus propios maridos.
Pero como esta actitud no es gallarda, las mujeres inventaron la de tener hroes de su apellido. Y haciendo flamear banderitas desde los balcones o empujando hasta el mismo tren a
sus hijos, no hubo una sola madre que gritara: No s si sers un hroe despus de muerto;
pero te vas a matar, hijo mo de mis entraas!
No hubo una sola; tal por lo menos debemos de creerlo, desde que los peridicos europeos,
retumbantes de madres y novias asesinas, no registraron un solo caso de amor. Tal fenmeno
nos pareci insuperable, y lo es. Pero despus de tres aos los combatientes aliados hallan
un corolario de propaganda post-guerrera.
En los ltimos das hemos visto pasar una cinta de cine destinada a hacer lucir el generoso
espritu de los triunfadores. Mostrbase en dicha cinta la felicsima vida de los hurfanos
de la guerra. Por decenas, cientos y miles iban desfilando las criaturas alegres, cuyos padres
haban sido asesinados y cuyas madres haban muerto despus. Pasaban unos tras otros,
muy bien vestiditos, contentsimos de posar ante la mquina. Grandes oficiales, sonrientes
tambin, guiaban a la piara de hurfanos por entre las bateras de los acorazados, dejndolos solazarse a su gusto.
Y todo esto con leyendas de propaganda que decan: Los hurfanos orgullosos de visitar
los buques que les dieron libertad. Y finalmente una vista con este ttulo: Un hurfano
monta sobre el can que mat a tantos enemigos. La infeliz criatura contenta golpeaba
con las piernas el can, mientras las conductores de la recua sonrean orgullosos ante el
objetivo, pensando: Y bien, vean cmo los aliviamos, vean cmo les hacemos olvidar de
su desgracia.
Horacio Quiroga
Pues bien: yo tengo dos hijos. Y los veo saltando de gusto ante el can que me mat hace
un ao...
Lo hacen solos? Seran capaces mis hijos de hacer tal cosa? No; les dan caramelos para
que lo hagan.
Pasa los lmites de la misma matanza este horrible engendro de hipocresa que pretende
aliviar la orfandad paseando a los inocentes mrtires por entre caones cada una de cuyas
granadas los dej hurfanos; engaando con confites y ropitas de lujo a sus vctimas de una
segunda generacin; como engaaron a sus padres asesinados con una bandera de humanidad, como nos engaaron a nosotros con la libertad de los pueblos chicos.
[Transcripto de Insurrexit. Revista universitaria n 9,
1 de Mayo de 1921, p. 3]
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Dossier
Itinerarios de Maritegui
en Amrica Latina
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Maritegui en Montevideo
La presencia del intelectual peruano en la
generacin del Centenario durante los aos locos 1917-1933
Jorge Myers*
Historia olvidada:
la historia intelectual uruguaya 1917-1933
El humo de las bibliotecas incendiadas a lo largo del siglo XX
llega hasta nuestro siglo XXI y sigue dificultando nuestra visin de la historia intelectual de muchos pases y de muchas
formaciones ideolgicas de entonces. En la historia intelectual
de Uruguay, la generacin de 1917 (tambin llamada generacin del Centenario, o generacin de 1915 o de 1920) ha sido
vctima de una triple oclusin: interrumpido su ciclo vital por la
dictadura de Terra (1933-1938), primero; fue repudiada luego y
sepultada en el olvido por la generacin siguiente (aquella de
1939 o 1945, cuyo smbolo de identidad ms tangible supo
ser el peridico Marcha); para sufrir finalmente una definitiva
obliteracin de la memoria colectiva como consecuencia de la
accin sistemtica de la dictadura militar (1973-1985), que busc
borrar toda huella de cultura progresista del legado nacional.1
*
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caso de los socialistas y hasta cierto punto, sin reconocer explcitamente que sta era su postura, en el de algunas corrientes
dentro del anarquismo. Slo el partido comunista identificado como lo estuvo hasta 1935 con una poltica de lucha frontal
de clase contra clase y de rechazo a cualquier posible alianza
con partidos de otro signovea entonces en el batllismoy
en todo el arco partidario de la democracia uruguayauna forma verncula de fascismo pequeoburgus: y an en este caso
sus periodistas deban elegir caminos a veces sorprendentes
para lograr imprimirle cierta verosimilitud a su condena total
a la experiencia de reformas democrticas y sociales en curso.
No debe sorprender entonces que si la Argentina de Yrigoyen
se le pudo presentar a Jos Carlos Maritegui vanguardista y
marxista sin ser, segn Oscar Tern, ni jacobino ni bolchevique5
como alternativa inmensamente preferible al Per de Legua,
en el marco de aquella dursima encrucijada que debi enfrentar
a fines de los aos 1920, tanto ms lo poda hacer el Uruguay de
los herederos de Jos Batlle y Ordoez.
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El poeta sumo no es slo el que, quintaesenciados sus recuerdos, convierte lo individual en universal. Es tambin, y ante
todo, el que recoge en un minuto, por un golpe milagroso de
intuicin, la experiencia o la emocin del mundo. En los perodos tempestuosos es la antena en la que se condensa toda la
electricidad de una atmsfera henchida.14
La Pluma no estuvo, en efecto, sola en el regocijo que le provocaba Amauta y su resurreccin. Referencias a esa revista de tono
ms exuberante aparecieron por la misma poca en La Cruz del
Sury en la efmera revista Vanguardia. Revista de Avance (dirigida por Juan Carlos Welker y Juvenal Ortiz Saralegui). El primer
nmero de esta ltima de septiembre de 1928inclua en el
primer lugar en una lista de revistas amigas ntimas (publicada
en su pgina de apertura) a amauta de jos carlos maritegui,
per (le seguan en orden de afecto ntimo guerrilla de blanca
luz brum, Buenos Aires, reflector de arturo tronkoso, chile,
la cruz del sur de las places, morenza, hnos. guillot, y mndez
magarios, montevideo y otras 14 ms); y en una nota breve en
la pgina 9 del mismo ejemplar exclamaba la redaccin:
10
Ibid., p. 42.
11
Ibid., p. 43.
12
Ibid., p. 42.
14
16
13
15
Ibd., p. 96.
17
Se trabaja en la iniciativa de celebrar algunos actos intelectuales, como demostracin de simpata y con objeto tambin de
arbitrar recursos, a fin de que pueda venir al Plata el prestigioso
escritor peruano Sr. Carlos Maritegui, que por sus notorias luchas en pro de una reforma social de su patria, se halla hostilizado por el gobierno conservador y dictatorial que en ella impera.
Hostilizado, enfermo y sin recursos, el director de Amauta, necesitara para salir del Per, el apoyo de sus amigos del Plata y
de los elementos que aqu sienten solidaridad por la causa de
la libertad de Amrica y del Hombre. Lograr el objeto que se
proponen sus amigos de Buenos Aires y de Montevideo, sera
una hermosa demostracin de solidaridad espiritual americana.
La Pluma se adhiere cordialmente a esos propsitos.18
Adems de los dos artculos de su autora que la revista public, aparecieron en tres otras ocasiones en La Pluma referencias
directas a Maritegui y su obra. La persecucin padecida por
Maritegui en 1927 su condena a prisin primero, su arresto
domiciliario despus fue una de esas ocasiones (en tanto fue
ste un hecho que provoc una onda continental de simpata
hacia su persona, incluso entre los intelectuales de familias ideolgicas distanciadas de la propia). En marzo de 1928, el nmero 5 de la revista incluy una semblanza elogiosa de la revista
Amauta y de su autor con motivo del fin de la persecucin a
Maritegui por Legua y la reanudacin, por consiguiente, de la
publicacin intelectual peruana. La nota titulada, simplemente, Amauta (cuyo autor probablemente haya sido, por razones
estilsticas y de tono, Alberto Zum Felde) deca lo siguiente
al respecto:
Ha provocado unnime regocijo en los crculos intelectuales de
toda Amrica la reaparicin de Amauta, la revista que dirige en
Lima el afamado escritor Carlos Maritegui, rgano de la nueva
generacin peruana, que lucha tanto por la renovacin literaria, como por ideales sociolgicos de un profundo valor humano y americanista. Amauta es, en efecto, por encima de todo,
ciones para tratar las graves dolencias fsicas que iban minando
su salud, y que le profiriera tambin algn sosiego luego de las
turbulentas persecuciones que lo venan acosando con creciente
ahnco desde 1927; y segundo, a su muerte sbita cuando ese
traslado ya estaba en marcha, en 1930. En una nota titulada
Pro Maritegui, publicada en septiembre de 1928 un nmero que tambin inclua un artculo del historiador peruano Jorge
Basadre sobre Romain Rolland, los editores de La Pluma se
solidarizaron con la campaa entonces en curso para financiar el
traslado de Maritegui desde Per a Buenos Aires:
18
73
74
Zum Felde admiraba en Maritegui la cientificidad de su proyecto intelectual aunque no bebiera de las mismas fuentes
cientfico-doctrinarias que el peruano; valoraba el esfuerzo
por elaborar un anlisis cientfico de la sociedad peruana (en un
momento cuando l estaba empeado en hacer lo mismo para el
caso uruguayo aunque en su caso el marco no fuera el marxista empleado por Maritegui) y celebraba la precisin de una
prosa que dejaba atrs la retrica un poco nebulosa heredada
del idealismo arielista y espiritualista de las primeras dcadas
del siglo XX (herencia con la cual l tambin estaba en vas de
romper, luego de haber sido un rodoniano apasionado en su
juventud). Un cuarto de siglo ms tarde Zum Felde volvera a
referirse directamente a la obra de Maritegui, con argumentos
que permiten intuir que a pesar de la mayor acritud de su impugnacin al marxismo como teora cientfica de la sociedad y
su corolaria condena del mismo en la obra del peruano, segua
valorando la matriz no-idealista de la misma, es decir, la aplicacin de un dispositivo de interpretacin cientfico al anlisis
de todas las facetas de la sociedad y de la cultura peruanas.
Como si se hiciera cargo, a tantos aos de distancia, del silencio
que en las primeras lecturas uruguayas de los Siete ensayos
haba pesado sobre el sptimo ensayo dedicado a la literatura,
reconoca ahora en 1954 que no solo era el ms largo dentro del libro sino que presenta (...) la singularidad de ser (...)
dentro de la crtica literaria hispano-americana, la ms brillante
interpretacin de esa ndole y la aplicacin de tal criterio hecha
con mayor talento20 Esa ndole y tal criterio eran referencias, claro, a la perspectiva marxista que haba informado toda
ese libro siendo el doctrinarismo marxista una hipertrofia
deformante del elemento vlido de verdad que contiene, por
efecto del exclusivismo de su funcin segn AZF por lo cual
elaboraba a continuacin:
Mas, reiteramos, no es ante la crtica imparcial su marxismo lo que le valoriza, sino y a pesar de l el haber puesto
sobre el tapete crtico el proceso caracterolgico de su literatura nacional, estudiado en relacin con su proceso histrico y
dems factores concretos, posicin hasta entonces no existente, ya que en ste, tanto o ms que en los otros aspectos de su
19
20
Por ello mismo era valorado por Zum Felde, en una poca cuando arreciaban los vientos helados de la Guerra Fra, como un
libro crucial dentro de la literatura hispano-americana.
Cartel y La Cruz del Sur tambin recogieron la noticia de la
muerte de Maritegui y se pronunciaron, en el marco de esa
luctuosa coyuntura, sobre la importancia del intelectual y de su
obra. En su quinta entrega, del 15 de abril de 1930, en una nota
sin firma escuetamente titulada (y equivocndose en cuanto al
nombre de pila!) Juan Carlos Maritegui, deca, en prosa que
aspiraba a potica:
La pualada de la noticia desde el barracn de los avisos telegrficos de un diario. La pualada trapera hasta lo hondo, de pual
clavado. Se ha ido Maritegui y, con l, se ha ido el nimo de un
hombre libre. Quisiramos hablar de toda su obra. Como en las
composiciones nuevas, son tantos los temas que ms vale asistir
mudamente a la contemplacin del conjunto. Maritegui hizo la
luz. Y picane la marcha de ese Per que no va todo lo bien que
deseamos. Maritegui, sin quererlo l, sin darse cuenta, tuvo discpulos en toda Amrica latina. Discpulos que y esta ser la
revancha de sus penurias! sern mariateguistas pese a quien
pese. Porque las semillas que volc Maritegui eran de seleccin
y fermento asegurado. Cartel cumple con el deber de divulgar la
espantosa nueva por el sector de su derrotero ideolgico.
Ibd., p. 557.
23
americanos. En los tres primeros ensayos que integraban el septeto, el peruano haba aplicado el mtodo marxista muy exacta
y rigurosamente al estudio de la realidad social y de la historia
econmica del Per para forjar una interpretacin radicalmente
nueva de sus problemas y sus derroteros. Comparaciones como
las que Maritegui haca entre la organizacin de la propiedad
agraria en Rusia y en el Per, analizando ambas a travs del prisma marxista, le parecan a Morenza perfectamente logradas. Por
ello pudo concluir la porcin sustancial de su resea con una
comparacin elogiosa entre el libro de Maritegui y otro, similar,
de Georges (SIC) Plkhanov sobre la historia social de Rusia y
el siguiente juicio: el libro, considerado desde el punto de vista
marxista, es sencillamente admirable.24
Merecen ser destacados otras dos observaciones de la resea
de Morenza. La primera, previsible, consisti en la crtica a la
heterodoxia del marxismo de Maritegui. Mientras que Morenza consideraba que en las porciones ms logradas de los Siete
ensayos se haba aplicado el mtodo marxista muy exacta y rigurosamente, en cierto momento el rigor analtico desapareca,
al verse suplantado por otra teora, que, en nuestro concepto,
carece de valor revolucionario. Nos referimos a la teora de los
mitos.25 Cuando, en clave soreliana, Maritegui haba pronunciado la frase es el mito, la idea de la revolucin socialista, en
ese momento l habra abdicado de todo rigor marxista, de toda
correccin revolucionaria, ya que su aplicacin puede dar lugar
a graves extravos doctrinarios.26 Aclaraba Morenza lo siguiente:
Aceptar la aplicacin de este concepto significara admitir que la
historia no es, tal como lo proclam Marx, la historia de la lucha
de clases y que, por consiguiente, no est determinada por la
evolucin de la produccin econmica. En una palabra, significa
descartar la idea ms dinmica de la concepcin marxista.27
Esta duda acerca de una posible deriva heterodoxa del pensamiento revolucionario de Maritegui quizs explique la admisin,
por cierto sorprendente, hecha por Morenza al final del texto
donde admite que su resea de tono tan consagratorio es
en realidad una resea de los primeros tres ensayos del libro,
no del libro en su conjunto (cuyo contenido temtico enumera
sucintamente). La segunda observacin, menos inmediatamente
previsible que la primera, consisti en el sistema de relaciones
de parentesco que Morenza postul para el escrito de Maritegui. Morenza lo ley en clave historiogrfica: los Siete ensayos
ms all de su intencin revolucionaria y de su empleo exitoso
del materialismo cientfico como herramienta de anlisis que le
reconoca se inscriban dentro de una tradicin historiogrfica
de duracin ms larga que la marxista, aquella que reconoca en
lo social el motor de todos los dems cambios en una sociedad
y que habra aparecido condensada inicialmente en los nombres
de Guizot, Thierry y Mignet. Es decir, sin decirlo explcitamen24
25
26
Ibd., p. 13.
27
Ibd., p. 13.
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materia econmico-financiera.32
de La Cruz del Sur la importancia de conocer la nueva produccin intelectual brasilea. Ante la observacin de su quizs putativo entrevistador acerca de la acusacin lanzada por Waldemar
Bandeira en la Gazeta de Noticias a los uruguayos por su desinters en la produccin intelectual del Brasil, respondi Morenza:
La acusacin es justa. [...] Y si tenemos en cuenta aade la
seriedad e importancia del movimiento intelectual del Brasil resulta, tambin, deprimente. Acusa en nosotros falta de curiosidad, cierto grado de inercia mental que no es, ciertamente, muy
halageo. Todava contina diciendo estamos a tiempo de
subsanar esa deficiencia. Los jvenes intelectuales del Uruguay
deben interesarse por las manifestaciones del espritu del gran
pas norteo. El Brasil no es solamente la tierra productora de
caf, azcar, bananas y maderas finas: es, tambin, un vasto
campo de ideas, un interesante laboratorio intelectual. Su juventud estudiosa realiza, actualmente, un esfuerzo grande para
dar a la cultura de su pas una fisonoma propia, para libertarlo,
dentro de lo posible y legtimo, de todo tutelaje extrao.31
31
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Ibd., p. 11.
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Ibd., p. 11.
36
Ibd., p. 11.
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destilaba informacin precisa y actualizada, la solucin propuesta, aunque sin duda lejos de ser original, destila una evidente
resonancia epocal, y patentiza cun presente estaba en la mente
de los intelectuales uruguayos de la poca el internacionalismo
mundializado de las luchas de liberacin nacional que haban
cristalizado en vsperas de la Gran Guerra o en su inmediata estela. Confirma el carcter antiimperialista de ese momento, al
menos, del pensamiento del hoy fantasmtico Jaime L. Morenza.
Un ltimo dato curioso en relacin a Morenza, ese esfumado de
la historia uruguaya. En ese mismo nmero de la revista, se anunciaba en la pgina 29 que ya estaba en prensa, en la Editorial La
Cruz del Sur, un libro de Jaime L. Morenza, de ttulo intrigante:
Inquietudes del momento (Estudios sobre el imperialismo).
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represente el pensamiento del Per y por supuesto el de Amauta, que nos dice Barrio leo de punta a cabo.7 El inters por
esta dimensin cultural de la labor de Maritegui cobra una mayor dimensin en la pluma de Gabriela Mistral, que publica una
extensa carta en la revista Amauta reivindicando la funcin de
la Escuela Pblica en Chile. La escuela nueva es una creacin espiritual que slo pueden hacer hombres y mujeres nuevos nos
dice con fuerza y poesa, verdaderamente asistidos de una
voluntad rotunda de hacer otra cosa. Cuando la gracia nos ha
cogido y nos ha quemado ideologa, costumbre y manera vieja,
entonces se puede ser maestro de la escuela nueva.8
A travs de estos intercambios se pone de manifiesto hasta qu
punto la figura de Maritegui ha comenzado a trascender el escenario peruano para ir adquiriendo una dimensin continental,
trascendencia en buena parte lograda gracias a la notable difusin de la revista poltico-cultural Amauta que l mismo haba
concebido, organizado y echado a caminar con un grupo de amigos desde septiembre de 1926 y que continuar publicndose
hasta su muerte, en 1930.9 A propsito de Amauta es posible
leer en el diario El Mercurio de febrero de 1929:
Entre las ms importantes y difundidas revistas especiales estn en primer lugar Amauta, que responde al criterio literario
y social de un grupo considerable de gente nueva bajo la direccin de Maritegui. Es un mensuario nutrido y valeroso, que
tiene anexo un quincenario popular titulado Labor.10
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1929, p. 26.
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En abril de 1930, su organismo resentido y debilitado (haba debido sufrir ya la amputacin de su pierna derecha) no logra seguir soportando y fallece sin haber iniciado el viaje.21 A propsito
de su deceso, Ral Silva Castro, el mismo que hiciera la resea
de 1926 en El Mercurio, escribiendo ahora en Atenea, la revista
que publicaba la Universidad de Concepcin, redacta en mayo de
1930 un bello homenaje:
Maritegui ha muerto dice el cable, Maritegui ha muerto
repetimos, en voz baja y con lgrimas en los ojos los que fuimos sus amigos, aunque sin verlo nunca; los que entendemos el
significado de su misin, aunque jams nos fue dado sondear en
su espritu En este pobre continente disperso, desigual, lleno
de rencores recprocos y de incomprensiones, la unificacin ser
ms difcil. Maritegui era uno de los pocos aglutinadores.22
Homenaje que replica tambin El Mercurio de Valparaso. Puede decirse que pocos hombres de Amrica aade Silva Castro conocan tan precisa y profundamente como Maritegui
la doctrina marxista. Sus tentculos de sus juicios, en todas sus
publicaciones se ver luego reflejada la penetrante ideologa de
Carlos Marx.23
El Mercurio de Santiago tambin se suma al homenaje, ahora
bajo la pluma de Rafael Maluenda,24 quien destaca que su as20
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La rplica llega desde el Per a la revista ndice a travs de Marcos Chamudez, quien seala que Magda Portal, militante en las
filas de la APRA (partido del cual Haya de la Torre es padre espiritual), est impuesta mejor que ninguna otra persona de la honda
divisin entre estos hombres, pero reafirmado las diferencias de
horizonte poltico de Haya y Maritegui, recalcando la dificultad
del APRA como partido de frente unido para luchar contra la
mquina imperialista. El APRA, recuerda Chamudez, no se detiene en cobijar solamente al proletario sino que recibe tambin
al gamonal, al industrial criollo, al profesional burgus. Se trata,
pues de un frente nico, y en este sentido Maritegui no
quiso hacer demagogias ni que nadie las hiciera a su sombra.32
La polmica que se prolonga en la revista ndice entre la herencia y labor poltica de las dos grandes figuras del Per, disputa
que se entrelaza en los enmaraados aos treinta, complejizando en un grado mayor la recepcin de la obra y el pensamiento
de Maritegui en el mbito local. Sin embargo, dichos aos no
son impedimento para que el pensamiento de Maritegui circule
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por los diferentes pliegues de nuestra historicidad, siendo recepcionados en diferentes espacios poltico-culturales, dando a
conocer, su figura y su obra.
Cuando an no se apagaban los ecos de la noticia de su deceso,
dos meses despus la revista Mstil, del Centro de Estudiantes
de Derecho de la Universidad de Chile, rinde homenaje a Maritegui en un nmero especial.33 Dicho homenaje se entrelaza
con la discusin que en torno a la Reforma Universitaria estaba
en cuestin en el perodo, a propsito de ello la juventud de la
poca reivindicar una Universidad y Educacin al servicio de un
hombre nuevo. Es relevante agregar que el artculo incorpora
el pensamiento de Maritegui, en la produccin y en la contingencia local.34 En relacin a esta razn Amrico Rhusso escribe:
El rgimen econmico y poltico determinado por el predominio de las aristocracias coloniales que en algunos pases
hispano-americanos subsiste todava aunque en irreparable
y progresiva desilusin, ha colocado por mucho tiempo a las
universidades de la Amrica Latina bajo la tutela de estas oligarquas y de su clientela. Esta exgesis fundamental de Maritegui del sistema educacional universitario y que sin ninguna
modificacin alcanza a todo el rgimen educativo de estos pases, sirve de punto de partida al ilustre camarada peruano para
concluir que el origen del movimiento renovador universitario
es netamente clasista y por tanto econmico.35
Es Eugenio Orrego Vicua36 quien en el mismo nmero de homenaje de Mstil resea el libro escrito dos aos antes por
Maritegui, los Siete ensayos de interpretacin de la realidad
Peruana. Estamos nos dice Orrego Vicua ante el ms sustantivo libro que de la vecina literatura conozco. Maritegui aplica los principios del Materialismo histrico para intentar una
revolucin completa del Per. Si no puede afirmarse que lo ha
logrado por completo, cabe s decir que nadie ha realizado una
labor de interpretacin ms slida, ms sincera, ms cientfica.37
En una publicacin especial de la revista Mstil, reseada como
Ediciones Mstil,38 donde Eugenio Orrego Vicua publica el folleto Maritegui,39 texto de una conferencia que fue dictada en
la Universidad de Chile y de Concepcin en mayo de 1930, y
a nuestro entender primer estudio referente a la vida y labor
de pensador de Moquehua. Maritegui seala Orrego Vicu33
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Sin duda la presencia de Maritegui se hace ms extensa y circula en amplios sectores intelectuales buscando situar, traducir, su pensamiento en la problemtica nacional. Dentro de esta
dinmica, el diario Crnica anuncia la fundacin de un Centro
Cultural de Propaganda Socialista que llevar por nombre Jos
Carlos Maritegui. Dicho Centro tendr por principal objeto el
estudio y divulgacin de la doctrina socialista, contenida en la
obra de Carlos Marx y cuyo nombre es Jos Carlos Maritegui42
agrega con respecto al Centro el artculo del peridico La
Crnica que llevar el nombre de uno de los valores revolucionarios de la Amrica, el socilogo peruano que, a travs de la
teora marxista, enfoc con agudeza el problema peruano y por
extensin todos los problemas americanos, y que al socialismo
le tocar resolver.43
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Ibd. p. 8.
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Ibd. p. 2.
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El Centro abri las puertas al pblico, el da mircoles 3 de febrero de 1932, en la calle Ahumada 144 de la ciudad de Santiago,
ofreciendo cursos que comprendan materias previas al estudio
del marxismo, como la economa poltica clsica y otros netamente de divulgacin cultural y de utilidad prctica.44 El primer curso fue inaugurado por don Ramn Alzamora,45 que dict
una charla sobre la Personalidad de Maritegui,46 continuando
el sbado 6 de febrero de 1932 por don Jorge Rubn Morales,
abogado, quien diera comienzo a su curso de sociologa marxista, en el cual estudiar los orgenes sociales de la civilizacin,
de acuerdo con la interpretacin materialista de la historia.47
El Centro estaba abocado a desarrollar una intensa labor cultural, pedaggica y poltica.48 La informacin recogida muestra
que estaba ligado al Partido Socialista Marxista, agrupacin que
con posterioridad, formar filas en la conformacin del Partido
Socialista de Chile.49
Una nueva recepcin local se realiza a travs del peridico Izquierda. Semanario de la Izquierda Comunista (seccin chilena de la Liga Comunista Internacional bolchevique-leninista).50 Es en este semanario que encontramos el artculo de
Maritegui, Punto de vista Anti Imperialista,51 presentado en
la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana de Buenos
Aires en junio de 1929.52 Seala la presentacin:
Publicamos hoy algunos fragmentos del interesante trabajo
44
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Waldo Frank, Una palabra sobre Maritegui, en Jos Carlos Maritegui, Defensa
del marxismo. Polmica revolucionaria, Santiago, ENE, 1934, pp. 5-6.
56
Luis Nieto, Jos Carlos Maritegui. Con motivo del quinto aniversario de su
ingreso al silencio, en Hoy, n 182, Santiago, 15 de mayo 1935, pp. 41- 42.
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Ibd. p. 42.
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un discurso que record a los cados en las luchas por la liberacin del continente y en especial a la figura continental de Jos
Carlos Maritegui.71 A propsito seala que con su muerte
Lo que se va vislumbrando en Maritegui para las diferentes tendencias de la izquierda chilena nucleadas en el Frente Popular,
es la figura de un aglutinador, un convocante, un luchador. Es as
que en diciembre de 1937 un nmero especial dedicado a la Revolucin Rusa de SECH, la revista de la Sociedad de Escritores de
Chile, se reproduce un escrito de Maritegui titulado Genealoga
del Socialismo,73 ensayo que corresponde al punto cuatro de la
primera parte de Defensa del Marxismo.74 All critica Maritegui
al poeta Paul Valery por exponer una lnea genealgica que comienza en Kant, pasa por Hegel, el cual engendr a Marx. Dicha
filiacin, segn Maritegui, no importa ninguna servidumbre del
marxismo a Hegel ni a su filosofa. Marx, en primer lugar, no
se propuso nunca la elaboracin de un sistema filosfico, sino
de un mtodo de interpretacin histrica, destinado a servir de
instrumento a la actuacin de su idea poltica revolucionaria.75
Tambin podemos dar cuenta que en el octavo aniversario de
su muerte Armando Bazn recuerda a Maritegui, sealando
que toda su obra est animada de una fe indeclinable en los
altos destinos humanos, como buen marxista crea que era el
proletariado a quien corresponda empujar a la humanidad hacia
ese mejoramiento en esta hora de la historia.76 El mismo Bazn
publica en enero de 1939, en el diario La Opinin un artculo
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Armando Bazn, Hace ocho aos muri un gran americano: Jos Carlos
Maritegui, en Frente Popular, ao II n 493, Santiago, lunes 24 de abril
de 1938, p. 3.
81
Paralelamente encontramos en la revista Aurora, ligada al Partido Comunista, un artculo de Gerardo Seguel, El Inca Garcilaso
y Jos Carlos Maritegui. El Inca Garcilaso escribe Seguel
fue el fundador de la literatura peruana, el patriarca del pensamiento peruano Jos Carlos Maritegui es ya el producto del
siglo XX, hijo de un perodo bien maduro de nuestro tiempo, es
el heredero intelectual del Inca Garcilaso.82 Por su parte, escribe Maritegui en los 7 ensayos que Garcilaso naci del primer
abrazo, del primer amplexo fecundo de las dos razas, la conquistadora y la indgena. Es, histricamente, el primer peruano, si
entendemos la peruanidad como formacin social, determinada por la conquista y la colonizacin espaola.83
Una Biografa de Jos Carlos Maritegui la primera de una
importante dimensin y entre cuyas lneas se ocultan elementos heterodoxos es publicada gracias a la pluma de Armando
Bazn, discpulo y amigo de Maritegui. Editada por Zig-Zag en
Santiago de Chile en 1939, el trabajo de Bazn permite captar en
la poca, su dimensin humana y poltica:
Todo movimiento literario o artstico nos dice Bazn tiene
su nexo visible o escondido con un movimiento de ndole social o poltico el marxismo, sola decir a veces Maritegui, es
el camino nuevo por el que muchos hombres encauzan ciertos
anhelos eternos, que son privativos de la humanidad: anhelo de
libertad, anhelo de fuerza de sacrificio por los dems y por uno
mismo, anhelo de inmortalizarse en la historia, tambin acaso.
A veces creo que se trata de una nueva forma de vivir el sentimiento religioso. Pero tambin es algo mucho ms concreto: es
un mtodo de conocimiento que nos lleva a una nueva concepcin del mundo.84
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Flix Lizaso, Hombre De Letra Viva, en Babel, Vol. II, n 10, Santiago,
abril 1940, pp. 30-32.
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Armando, Bazn, Biografa de Jos Carlos Maritegui, Santiago, ZigZag, 1939, p. 114. Un captulo indito de la biografia de Maritegui fue
anticipado en el diario Frente Popular: Los Albores de Jos Carlos
Maritegui, en Frente Popular, ao III, n 796, Santiago, martes 18
de abril de 1939, p. 3. Una relaboracion de la Biografa de Jos Carlos
Maritegui, fue publicado ulteriormente por Lima como: Armando
Bazn: Maritegui y su tiempo, Lima, Amauta, 1978, quinta edicin.
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Tambin desde la revista Babel, el peruano expatriado Ciro Alegra resalta su fina sensibilidad, catador seguro, maestro de tcnica, dueo de los secretos de la expresin, aprehendi con mirada certera todas las huidizas formas estticas. Habra fulgido
muy alto tan solamente como escritor. Pero su espritu era una
brasa ardiente y no pudo, ni quiso, mantenerse ajeno al conflicto
fundamental del hombre.98 Para el autor de El mundo es ancho
y ajeno, Maritegui era un intelectual que funda pensamiento y
accin, era un espritu profundo que tomaba para la revolucin
todas las grandes manifestaciones del Hombre.99 Maritegui es
presentado de esta manera en Chile como el ejemplo del compromiso de un hombre que en las peores condiciones de vida
supo sacar lo mejor del pensamiento del ser humano para un
mejor entendimiento de la realidad sin apego a dogmatismos.
La realidad le atrae a Maritegui escribe el cubano Flix Lizaso como a todos los genuinos creadores, con la realidad se
enfrenta, para recrearla, pero no se trata de un realismo convencional, como aquel que hizo escuela, donde lo ms era creacin
de laboratorio, aqu la realidad es el trasunto humano palpitante y limpio de toda ancdota fantstica. Su puesto est entre los
definidores de la realidad, de una especfica realidad, por cuya
transformacin trabaj.100 Esta visin crtica de la realidad que
rodea el mundo social y poltico de Maritegui se acrisola el pensamiento de intelectuales con un compromiso de vida. Un ao
despus de la aparicin de la revista Babel y justamente para
el dcimo aniversario, aparece en el peridico Que Hubo en la
Semana de Santiago, dirigido entonces por Enrique Delano,101 un
homenaje a Maritegui donde seala el mrito fundamental de
ser un idelogo, no solamente porque fue el primer importador
del marxismo al Per, sino que fue un marxista, es decir, un creador. No fue el citador de Marx, para hacer de esas citas un escabel poltico, sino que fue el hombre que penetr hondamente
en lo que l llam la realidad Peruana cre en la doctrina poltica, en la actitud sentimental, en la expresin pictrica, literaria y
potica. l fue el creador del orgullo de ser indio.102
Paralelamente, Armando Solano recordaba en Atenea. Revista
mensual de Ciencias, Letras y Arte103 que Maritegui haba sido
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En 1960 Lautaro Yarkas publica en Atenea un minucioso artculo titulado Jos Carlos Maritegui, novelista,117 comentando La
novela y la vida. Sigfried y el profesor Canella, que aparece
113
Ibd., p. 59.
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Ibd., p. xxii.
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canzar el socialismo. Es la particularidad del marxismo de Maritegui que no encajaba en la visin del marxismo-leninismo que
se pregonaba, dificultando su recepcin local.
La muerte de Stalin (1953) y el XX Congreso del PCUS (1956) inaugur una nueva poca del comunismo latinoamericano pro-sovitico. La disolucin del Cominform (1956) no signific la abolicin de los vnculos polticos e ideolgicos entre los partidos
comunistas ni el liderazgo sovitico. La orientacin de la URSS
favorable a la coexistencia pacfica institucionalizada y su moderacin del final de la Guerra fra fueron traducidas por los partidos comunistas latinoamericanos como una lnea de apoyo a gobiernos capitalistas considerados progresistas y/ o democrticos.
Fue la Revolucin cubana la que subvirti claramente la problemtica tradicional de la corriente marxista hasta entonces hegemnica en Amrica Latina. Por un lado, demostr que la lucha
armada poda ser una manera eficaz de destruir un poder dictatorial y pro-imperialista y abrir camino hacia socialismo. Por otro
lado, demostr la posibilidad objetiva de una revolucin, combinando tareas democrticas y socialistas en un proceso revolucionario ininterrumpido. Estas lecciones, que se encontraban en ntida contradiccin con la orientacin de los partidos comunistas,
estimularon el surgimiento de corrientes marxistas que seguan
el ejemplo cubano,123 en un proceso en que la juventud se suma
al impulso. La sensibilidad de poder construir un mundo nuevo se
expresaba en el ambiente revolucionario de los 60.
Por lo tanto la Revolucin cubana abre un nuevo perodo para el
marxismo latinoamericano despus de 1960. El nuevo escenario
genera una bsqueda terica y poltica para comprender y pensar nuestra realidad. Comienza un perodo que recupera algunas
ideas vigorosas del comunismo original de la dcada de 1920.
Aunque no existi continuidad poltica e ideolgica directa entre
los dos perodos, los castristas redimieron a Maritegui por una
lado y por el otro rescataron a Juan Antonio Mella como fundador del Partido Comunista Cubano (1925).
Referencias bibliogrficas
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1927, en Correspondencia (1915-1930), Introduccin, compilacin y
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de 1930, en Archivo del Escritor, Joaqun Edwards Bello, Biblioteca
Nacional, Santiago.
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1923, en Correspondencia (1915-1930), op. cit.
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Maritegui, Jos Carlos, Carta a la clula aprista de Mxico, Lima, 16 de
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Maritegui Jos Carlos, Carta a Samuel Glusberg, Lima, 10 de enero de
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Petrovick Julin, Carta del Per, en ndice, ao I, n 9, Santiago de Chile,
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Chamudes Marcos, Carta del Per Maritegui y Haya de la Torre, en
ndice, ao I, n 9, Santiago, diciembre de 1930.
II. Diarios y peridicos
Crnica. Santiago 1932-1934.
Diario Ilustrado. Santiago, 1902-1970.
El Mercurio. Santiago, 1925-1973.
El Mercurio. Valparaso, 1925- 1935.
El Siglo. Santiago, 1940-1973.
Frente Popular. Chile para los chilenos, Santiago, 1936-1940.
Izquierda. Semanario de la Izquierda Comunista
(seccin chilena de la liga comunista internacional BolcheviqueLeninista). Santiago, 1933-1936.
La Opinin. Diario Independiente. Santiago, 1932-1951.
Labor: quincenario de informacin e ideas. Lima, 1928-1929.
III. Revistas
Alerce. Revista de la Sociedad de Escritores de Chile, Santiago, 19611964. Director: Gonzalo Rojas
Amauta (1926-1930). Edicin facsimilar, Lima, Empresa Editora
Amauta, 1976, 6 vols.
Anuario Mariateguiano. Lima, Empresa Editora Amauta, 1989-1998.
Atenea. Revista mensual de Ciencias, Letras y Artes. Concepcin,
Universidad de Concepcin, 1924-1973.
Aurora. Alianza de intelectuales para la defensa de la cultura.
Santiago, primera poca n 1 (julio 1954) - n 7 (noviembre 1956).
Segunda poca: n 1 (1964) a n 17 (agosto 1968). Director: Volodia
Teitelboim, excepto el n 5-6, dirigido por Nibaldo Martnez.
Babel. Revista de arte y crtica. Santiago, 1939-1951. Director:
Samuel Glusberg.
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ANEXO DOCUMENTAL
I.
Carta de Carlos Manuel Cox
a Joaqun Edwards Bello
Lima, 6 de marzo de 1927.
Joaqun Edwards Bello.
Consulado de Chile, Paris.
Muy estimado compaero.
Por su libro Nacionalismo Continental, memorable enseanza para
los intelectuales de panten de que est plagado nuestro continente, y por la prensa hondamente que lo propaga, conocemos su
pensamiento, tan generoso y tan nuevo, Amauta, que desea hacer un
sincera campaa Americanista, adems de la domstica, lo considera
entre el nmero de sus amigos y colaboradores. Le rogamos, en tal
sentido, nos enve sus muy interesantes ensayos, que sern acogidos
con profundo agradecimiento.
Le adjuntamos algunos nmeros de nuestra revista que le indicarn el espritu de que est armada. Reciba un saludo muy atento de
nuestro director Jos Carlos Maritegui, de la redaccin de Amauta
y de su atento amigo y compaero.
C.M. Cox
Fuente: Archivo del Escritor Joaqun Edwards Bello, Biblioteca Nacional,
Santiago de Chile.
II.
Carta de Jos Carlos Maritegui a Joaqun Edwards Bello
Sociedad Editora Amauta
Lima, 27 de diciembre de 1929.
Estimado amigo y compaero:
No he tenido ms noticia de Ud. despus del envo de la penltima
edicin de EL ROTO que unas lneas de afectuoso recuerdo al margen de un recorte de La Nacin. Hace pocas semanas, remitindole
poesa de Eguren y los ltimos nmeros de Amauta reclamaba
sus noticias. Pero despus he sabido por Concha Romero de James
que los envos de La Nacin corren el riesgo de todas las redacciones y que no haba llegado jams a sus manos, por ejemplo, el
ejemplar de 7 Ensayos de Interpretacin de la realidad Peruana
que le dediqu.
Repito hoy el envo de mis 7 Ensayos y le ruego que, al acusar recibo
de estas lneas y el volumen, me haga saber si ha recibido tambin el
libro de Eguren, donde a Ud. se le recuerda siempre con gran aprecio.
Tengo el proyecto de establecerme en Buenos Aires por algn tiempo. He recibido la invitacin de La Vida Literaria en das en que
III.
Carta de Jos Carlos Maritegui a Joaqun Edwards Bello
Evidentemente incompleta.
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Palabras liminares
Dcada crtica denomin Juan Marinello a la transcurrida entre 1920 y 1930 en Cuba.1 No vamos a citar su breve definicin
al respecto ni aquellos acontecimientos de los que fuera activo
participante y lcido testigo y que le sirvieron como ejemplos
para fundamentar sus criterios al respecto. Preferimos presentar, de manera acaso catica para posibilitar la mejor comprensin de la singularidad y complejidad del lapso, una sumaria relacin que muestre aspectos, momentos, hechos, personajes, de la
situacin econmica, poltica, social, histrica, artstica y literaria
de aquellos convulsos aos. Lo ms interesante, a mi modo de
apreciar las cosas, fue la emergencia de nuevos actores hasta
entonces marginados parcial o totalmente del acontecer pblico
(mujeres, obreros, estudiantes, intelectuales y artistas), que en
no pocas ocasiones se agruparon para la consecucin de sus fines y objetivos especficos o comunes. La nacin se vea abocada
*
A partir de 1925 todo fue cambiando de modo drstico. La implantacin de un gobierno de mano fuerte (encabezado por Gerardo Machado), prometedor (y promotor) de ciertas mejoras a
la vez que entregaba ms al pas a los monopolios yanquis, con
sistemticos ataques a la libertad de prensa y amenazas de una
frrea represin (que incluira el asesinato como una de sus ms
socorridas armas: el de Mella en enero de 1929 sera un ejemplo
paradigmtico, pero no el nico) ante cualesquiera acciones en
su contra, fue radicalizando posiciones en casi todos los rdenes
y sectores de la vida nacional. Los intentos de prorrogarse en el
poder llevaron a los estudiantes a la reorganizacin de sus movimientos reinvindicadores (1927) y los convirtieron de hecho en
la fuerza ms combativa ante las nuevas situaciones que se iban
planteando en lo poltico y en lo social. Los sindicatos se fortalecieron hasta alcanzar una slida unidad que les permiti organizar triunfalmente una huelga general (1930). Intelectuales, escritores y artistas tambin se politizaron, pero poco a poco fueron
dispersando sus esfuerzos a travs de publicaciones de diverso
cariz ideopoltico, aunque todas afiliadas a la nueva esttica de
vanguardia que lograba cada vez mayor auge. Se organizaban
conciertos y exposiciones de msica y arte nuevos que aireaban
el ambiente. El Grupo Minorista se desintegraba poco a poco
tras una intensa actividad.
En lo especficamente literario, el verso se renovaba y diversificaba en lneas como el purismo, la poesa proletaria, social, o
afrocubana; la narrativa daba muestras igualmente de intentar,
sin lograrlo del todo entonces, ponerse a tono con los nuevos
tiempos, tendencias y temas; el ensayo ofreca obras de notable
inters que enfocaban los ms acuciantes problemas del pas; el
teatro, aunque no faltaron esfuerzos para ponerlo al da de cuanto ocurra fuera, no lograba concreciones escnicas de avanzada.
Otras manifestaciones de la cultura tambin definan orientaciones diferentes en la dcada, a travs de nuevas instituciones
como la Sociedad del Folklore Cubano (1923), la Institucin
Hispano Cubana de Cultura (1926), el Lyceum y Lawn Tennis
Club (1928). Publicaciones de antao establecidas como El Fgaro (1885-933), Revista Bimestre Cubana (2 poca, 1910-59),
Bohemia (1910), Orto (Manzanillo, 1912-57), Cuba Contempornea (1913-27), se abran en diversa medida a las emergentes
inquietudes, estticas y autores; pero la tnica de los nuevos
tiempos la ofreceran Social (1916-33; 1935-38), Chic (1917-27),
Carteles (1919-60), Revista de Avance (1927-30)2, el renovado
Suplemento literario (1927-30) del Diario de la Marina, Amrica Libre (1927), atuei (1927-28), Antenas (Camagey, 192829), Revista de Oriente (Santiago de Cuba, 1928-32), Revista
de La Habana (1930).3
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Cuando llega a Cuba el primer nmero de Amauta [] le arrebataramos a Luis F. Bustamante los ejemplares que haba recibido. Rubn hojeaba, con febril regocijo, sus pginas aromosas
an a tinta fresca. La exhortacin al combate que irradian constitua un acicate y un reto para los movimientos intelectuales y
polticos de izquierda en nuestra Amrica. Una revista as era la
que urga en todos los parajes del continente.16
En este ao 1926 se data la primera carta conocida de Maritegui hacia Cuba (octubre 24), dirigida a Emilio Roig de Leuchsenring, principal animador del Grupo Minorista y director literario
de Social. Dcele Maritegui en esta carta:
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de Mendoza, Flix Lizaso, Francisco Ichaso, Armando Maribona, Mart Casanovas, Sarah Pascual, Juan Jos Sicre, Luis Lpez
Mndez, Juan Marinello, Federico Ibarzbal, Orosmn Viamontes, Delahoza, Mazikes, Gastn Lafarga, Gerardo del Valle.
Dos das despus, la pgina Arte y artistas a cargo del cataln Mart Casanovas, uno de los editores fundadores de Revista de Avance (y sobre el cual se volver en otro momento de
estos apuntes), del Magazine ilustrado semanal de Heraldo
de Cuba, reproduca el importante texto de Maritegui Arte,
revolucin, decadencia, precedido por una breve nota en que
se expresaba:
El reciente encarcelamiento de Jos Carlos Maritegui, y la
supresin de Amauta, la magnfica revista por l dirigida, dan
un inters de palpitante actualidad a este estudio certero, del
vigoroso escritor peruano, uno de los ms perseguidos por las
tiranas cesreas de hispanoamrica [sic], sobre las novsimas
corrientes artsticas, presentando puntos de vista de una acuciosa originalidad.
De ese texto mariateguiano el jovencsimo Jos Antonio Foncueva aprehende ideas para fundamentar su crtica a la tesis de la
deshumanizacin del arte propugnada por Jos Ortega y Gasset,
en artculo que publica en la revista obrera Aurora apenas un
mes despus.22 De Foncueva debe aadirse por ahora que, segn
testimonio suyo, desde las pginas de El Estudiante, su revista
americana por la revolucin integral, de orientacin netamente
vanguardista en su nueva etapa de 1927 (al parecer dos nmeros, hasta el momento inencontrables), fue la primera revista
que protest en Cuba de las arbitrariedades del civilismo contra
el grupo de Amauta.23
El mismo Heraldo de Cuba, en su edicin del lunes 4, titulaba
del siguiente modo una informacin en su tercera pgina: MAGDA PORTAL Y SERAFN DELMAR EN LA HABANA. Tras brindar
la noticia y ofrecer datos sobre ambos poetas, sealaba:
Nuestros huspedes pertenecen al grupo de la revista Amauta, que diriga Maritegui, revista que ha sido el
blanco de las iras de Legua. La publicacin de Amauta,
una de las revistas continentales de ms amplitud de visin e ideologa, ha sido prohibida y encarcelados o deportados casi todos los que se reunan en torno a ella.
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Ver su Carta a Maritegui (enero de 1928, por error suyo dice 1927),
en Jos Carlos Maritegui: Correspondencia (1915-1930), ed. cit., t. 2, p.
345. Con esta misiva, en que lo saluda como camarada, envi Foncueva
tres ejemplares de su revista y le indica que en las pginas 5, 12, 14 y
17, podr ver usted nuestras protestas y votos de adhesin a la obra
gigantesca de la nueva generacin peruana, generacin abnegada y
heroica, hermana de la de aqu en la lucha por la reivindicacin social y
poltica del continente nuestro.
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indoamrika y sera dirigida por l. Para esa publicacin solicitaba la colaboracin de la vanguardia peruana tal vez la primera del continente y especialmente la de usted, como mentor
ideolgico de esa juventud hermana. Asimismo le brindaba su
humilde auxilio tanto para conseguir colaboracin, como para
allegar recursos econmicos con que publicar Amauta, pues
en Cuba queremos a Amauta como cosa nuestra.28
Pareciera ser a ese ofrecimiento al que se refiere Maritegui
cuando, en una tarjeta fechada el 12 de marzo de 1928, le dice a
Roig de Leuchsenring: Nos ha escrito, supongo que por insinuacin de Ud. Jos A. Foncueva, ofrecindose para propagar Amauta en Cuba,29 pues ya en los nmeros de la revista vanguardista
de orientacin aprista antes aludida atuei, de cuyo equipo formaba parte Foncueva, comienzan a aparecer anuncios de
Amauta a partir de su penltimo nmero (5, mayo de 1928). Nos
inclinamos mejor a pensar que debe tratarse de un planteamiento hecho en una carta posterior la segunda de Foncueva a
Maritegui, lamentablemente perdida y a la cual debi acompaar su ensayo Novsimo retrato de Jos Mart, incluido en
Amauta en abril de ese ao. Nos basamos para esta conjetura,
adems, en lo expuesto por Tristn Marof en una misiva a Maritegui (desde La Habana y fechada el 22 de abril de 1928) donde
le expresa que he arreglado con Foncueva para que les sirva de
agente. Es serio y estarn contentos,30 lo cual es una primera
prueba de que el joven cubano se desempe como agente de
Amauta en La Habana durante algn tiempo.
Jos Antonio Foncueva (La Habana, 1910-1930) puede estimarse
uno de los ms fervientes admiradores cubanos de Maritegui
en estos aos. Se sabe que le escribi al menos tres cartas en
1928. La tercera de ellas (20 de septiembre), cuando atuei ya
haba dejado de salir y Maritegui se hallaba en franca y abierta
discrepancia con el APRA peruano, permite corroborar su condicin de agente de Amauta. Vase el siguiente fragmento de
la misma:
Esta es la tercera carta que le dirijo. Las dos anteriores no han
obtenido respuesta, por lo que supongo que habrn sido interceptadas por la polica peruana o por la polica cubana. Esto
ltimo no tendra nada de extrao, pues aqu la desfachatez de
la dictadura llega hasta a declarar por medio de sus peridicos
oficiosos que la correspondencia privada de los elementos revolucionarios cubanos es sometida a la censura.
Los paquetes correspondientes a los nmeros 14 y 15 de Amauta le han sido devueltos a ustedes. Yo me aperson en la Administracin de correos a reclamarlos y se me dijo que estaban
de la prensa epocal. Pero debe quedar claro que todos los peridicos
dieron a los hechos parecida cobertura, tanto en atencin y extensin
cuanto en enfoque.
25
26
Se cita por Ral Roa, Bufa subversiva [2da. ed.], La Habana, Centro Pablo
de la Torriente Brau, 2006, p. 296. El texto de Maritegui debi leerlo en
La escena contempornea, que, como ya qued sealado, circulaba en
Cuba desde fines de 1925.
27
28
Jos Antonio Foncueva, Carta a Maritegui (enero de 1928), ed. cit., p. 345.
29
Entre las fotocopias que hace aos realic de cartas de, o a, cubanos
aparecidas en Correspondencia (1915-1930) no aparece esta tarjeta,
que reproduje en Jos Antonio Foncueva: Escritos, ed. cit., p. [51]. Por
ello, se incluye textualmente en el ANEXO III.
30
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Esta carta, que forma parte del fondo Jos Antonio Fernndez de
Castro que atesora el Instituto de Literatura y Lingstica Jos Antonio
Portuondo Valdor en La Habana, la reproduje en el trabajo Maritegui
y Cuba en la dcada crtica: corresponsales, colaboradores y estudiosos,
incluido en el volumen Maritegui, ed.cit., pp. 159-160. Y puede leerse
en el ANEXO IV.
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frecuente colaborador44 o el propio Carpentier, uno de los editores fundadores y que se retir de la publicacin apenas salido el
nmero inicial.45 Estas cuestiones se discutan con frecuencia en
revistas y peridicos de esos aos, as como en cartas, segn se
ha podido verificar despus. Hay incluso una de Luis Cardoza y
Aragn presencia asidua en la revista cubana a Maritegui
(Navidad de 1929) donde le manifiesta que Revista de Avance
es en realidad una publicacin un tanto tmida, conservadora.46
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Foncueva, en la tercera de sus cartas antes citada, felicita a Maritegui por su nota y censura acerbamente a los editores de
Revista de Avance. En su prlogo a Correspondencia (19151930), Antonio Melis considera las misivas de Foncueva las ms
interesantes entre las incluidas en el libro como muestras del
intercambio epistolar de Maritegui con escritores cubanos, por
los asuntos tan polmicos planteados en ellas por el joven cubano. Dcele este en la carta de referencia:
Los compaeros y yo le felicitamos por su notita en Amauta
contra la cochina boutade de Gimnez Caballero que sancionaron los conservadores espaolizantes, jesuitas y apolticos
editores de 1928. Haca falta darles a estos excelentes amigos
una vapuleada inteligente como la que usted merecidamente
les ha dado. Nosotros ya hemos denunciado en mltiples ocasiones, desde las columnas de Atuei y de los peridicos y revistas en que colaboramos, el reaccionarismo disfrazado y la
hipocresa seudovanguardista de los 5, que ahora solo son 4
por la defeccin de Tallet, el que ms vala del grupo. Pero el
pblico supona que nuestra actitud se deba exclusivamente
a una rivalidad administrativa, de publicacin a publicacin.
Amauta los convencer de la razn que nos asista, cuando
los censurbamos.47
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Ver nota 33. La carta de Maach de hace ya tres meses a que alude
Maritegui en la suya no aparece tampoco en Jos Carlos Maritegui:
Correspondencia (1915-1930), ed. cit.
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El fallecimiento de Maritegui el 16 de abril de 1930 caus honda conmocin en los medios culturales cubanos, no as en la
prensa diaria, que se limit a informar brevemente sobre ello
y sobre su entierro, a partir de cables de la Associated Press54.
En el diario El Mundo, la nota informativa era excesivamente
escueta, y desactualizada, por dems, pues dejaba congelada su
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Y tras el cual se aada una emotiva carta suya fechada en Nueva York el
12 de mayo, que se recoge en el ANEXO XI.
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Por tratarse del texto del ms joven de los escritores cubanos que
homenajean a Maritegui en este nmero de la revista, porque no
se posee noticia de que se haya vuelto a publicar, por su calidad y
emotividad, por haber alcanzado posteriormente Novs Calvo tan alto
sitial en las letras cubanas y latinoamericanas del siglo XX y por las
ya mencionadas dificultades para acceder a ejemplares de Revista de
Avance, consideramos procedente su reproduccin en el ANEXO XII.
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encargarse de hacer llegar, al Comit creado en Lima para racaudar fondos para los hijos de Maritegui, las cantidades que se le
enviasen y dar cuenta de las contribuciones en su seccin Almanaque. Convendra hacer aqu un sucinto recuento de la presencia de Maritegui y sus publicaciones en las pginas de Revista de
Avance, a travs de su reciente edicin multimedia. En realidad,
no fueron muchas las referencias anteriores a las Discrepancias
aparecidas en el nmero 25 (agosto 15, 1928). En la seccin Directrices, una nota titulada Maritegui, Amauta (nmero 8, junio
30, 1927, pginas 181-182), expresaba textualmente:
Noticias muy escuetas, llegadas directamente de Lima, nos
informan del encarcelamiento del admirable escritor peruano
Jos Carlos Maritegui, de la supresin de la revista Amauta,
que Maritegui dirige y de la clausura de los talleres en que esa
revista se editaba. Ni que decir tiene que esas drsticas medidas
obedecen a una orden comn dictada por el presidente Legua.
Tampoco es necesario sealar los pretextos de esa represin.
Jos Carlos Maritegui es el lder inmaculado, austero, abnegado, de la juventud peruana que desde hace algn tiempo viene
abonando doctrinalmente la conciencia pblica del Per con
nueva ideologa poltica, social y econmica. No senos oculta
el linaje radical de esas tendencias, ni el derecho que los gobiernos burgueses como el de Legua tienen de precaverse contra ellas. Pero es triste tener que decir todava, en pleno siglo
XX, que las ideas slo se combaten lcitamente con las ideas.
Atinada o equivocadamente, Maritegui y sus amigos aspiran
al mayor prestigio, engrandecimiento y bienestar de la patria
peruana. La valerosa revista Amauta traduca con fervor nobilsimo y serena claridad esos honrados anhelos.
1927, hace constar su ms enftica protesta contra aquellos
actos del dictador peruano y les enva su mensaje de simpata a
la revista limea y a su valeroso inspirador.
Y se especifica que se hallan depositados y a la venta en la librera capitalina Minerva. En el 45 (abril 15, 1930) en una resea
de la seccin Letras sobre Multitud. La ciudad y el campo
en la historia del Per, de Jorge Basadre, Marinello habla de la
vibracin apasionada y sabia de Maritegui (p. 124); ms adelante, en la pgina de anuncios del mismo nmero, se seala que
Amauta est a la venta en la Librera Minerva, pero sin ms
detalles, lo cual se repite en el inmediatamente posterior (46,
mayo 15, 1930), donde tambin se ofrece la noticia del fallecimiento de Maritegui, como ya se dej apuntado, y en Xavier
Abril, nota de Almanaque (p. 160) sobre el paso de este por
La Habana en trnsito hacia Madrid, se le valora, se comenta
muy favorablemente su encuentro con los editores de Revista
de Avance, se menciona a Amauta y se dice que l haba lamentado el fin presumible en aquel momento de Jos Carlos
Maritegui. Ya antes se ha escrito en estos apuntes sobre el
contenido del nmero 47 (junio 15, 1930), dedicado en buena
parte a Maritegui; baste aadir ahora la reiteracin del anuncio
sobre la venta de Amauta en Minerva. Y en el prximo (48,
julio 15), al parecer por primera vez,65 se publicita Amauta, no
como publicacin en venta, sino como una ms entre el conjunto
de revistas cubanas y latinoamericanas promovidas por Revista
de Avance desde sus entregas: se explicita su lema (Doctrina,
Literatura/ Arte, Polmica) y se seala que la dirige Ricardo
Martnez de la Torre. Por ltimo, en el nmero 49 (agosto 15),
en el artculo El caso de Max Daireaux, Luis Alberto Snchez
vuelve a mencionar a Maritegui (p. 235) y a Amauta (p. 236)
y en la parte de Almanaque destinada a Publicaciones recibidas, tambin por primera ocasin se ofrece el sumario de una
entrega de Amauta (nmero 30) y se la vuelve a publicitar en
la pgina de anuncios, con la referencia a su entonces director,
Martnez de la Torre.
Una investigacin a fondo para precisar la repercusin de la
muerte de Maritegui en la intelectualidad cubana a travs de la
prensa del momento y de correspondencia, contina como una
tarea pendiente, pero factible, a pesar del deterioro de gran par65
Una maana, yendo en el subway, se enter, al ojear un peridico que otro lea, del fallecimiento de Jos Carlos Maritegui,
a quien tanto admiraba. Era un escueto cablegrama procedente
de Lima. La noticia le anubarr el nimo. El prematuro deceso
del brillante idelogo marxista y excepcional escritor constitua
una prdida irreparable para el movimiento comunista peruano
y un golpe dursimo para la revolucin latinoamericana.66
Debe recordarse que Martnez Villena fue uno de los ms entusiasmados con la lectura de La escena contempornea cuando
este corri de mano en mano entre los intelectuales y escritores cubanos desde finales de 1925.67 Tambin consideramos
justo aadir lo que sobre este sensible deceso, ocurrido apenas
cuatro das despus de la tambin prematura muerte (con slo
veinte aos acabados de cumplir) de uno de sus ms brillantes
discpulos, colaboradores y admiradores en Cuba, Jos Antonio
Foncueva, publicara el diario de Cienfuegos El Comercio (julio 3,
p. 4). Se trata del artculo de Antonio Soto [Paz], enviado desde
la capital y titulado Aspectos habaneros. Maritegui y Foncueva.68 Hasta donde sabemos, fue la nica persona entonces que
los relacion, pero sin dar a conocer, sin embargo, los vnculos
reales que haban existido entre ambos y sin decir que Foncueva
haba sido uno de los escasos colaboradores cubanos de Amauta, lo que s hizo su compaero Francisco Masiques, oculto tras
su seudnimo Nicols Gamoln, desde las pginas de Social,69
Aunque, como se ha expresado, no se ha tenido acceso a una
coleccin de Amauta, hay aspectos relacionados con Cuba en
sus pginas de insoslayable mencin, los cuales resumo a travs de comentarios de Fernando Martnez Heredia al final del
panel en que se present la versin original de este trabajo. Se
refera all Martnez Heredia a un artculo sobre el pintor cubano
Eduardo Abela y al manifiesto de la Liga Antimperialista de las
Amricas Contra el terror, la reaccin y la traicin en Mxico,
donde se habla del asesinato de Mella y se condena la prisin
del lder sindical antimperialista cubano Sandalio Junco (ambos
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Fue incluido en Escritos de Jos Antonio Foncueva. Ed. cit., pp. 283-286.
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POST SCRIPTUM
El cataln Mart Casanovas:
un amautense cubano desde Mxico
Casi dcada y media despus de escrita y leda la versin inicial
del texto precedente, el ya para entonces Instituto de Investigacin Cultural Juan Marinello realiz en su sede, los das 15 y 16
de julio de 2014, el evento: CREACIN HEROICA. Taller sobre
la vida y el pensamiento de Jos Carlos Maritegui, en el cual
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present el trabajo Viajero que vas por tierra y por mar: Estancias y presencias de Mart Casanovas: un amautense cubano, en
cuyas conclusiones destacaba que
ni Catalua (donde apenas se le conoce), ni Mxico (donde residi por casi un cuarto de siglo y cuya ciudadana adopt) lo han
reclamado como autor nacional. Cuba, donde [] vivi solo por
algo ms de ocho aos en dos momentos bastante separados
en el tiempo, s lo ha acogido, como evidencia su inclusin en el
Diccionario de la literatura cubana y en la Historia de la literatura cubana. En Cuba reposan sus restos. En la Universidad de La
Habana se gradu su hija Luisa Casanovas Estap (hasta donde
se conoce viva an en Estados Unidos), directora del Colegio
Mart de Santa Clara hasta el momento de la nacionalizacin de
la enseanza en 1961 [] En Cuba nacieron cinco nietos suyos
[] Por todas las consideraciones hasta aqu expuestas estimo
que Mart Casanovas debe incluirse como uno ms de los miembros de la familia cubana de Maritegui. De este modo, saldo
una deuda y subsano una omisin cometida hace ya catorce
aos en este mismo lugar y en circunstancias como las que hoy
nos renen de nuevo: el homenaje al Amauta, en esta ocasin
con motivo de los ciento veinte aos de su nacimiento, homenaje que hago extensivo a Casanovas por similar motivo.
Pronto se vincular al Grupo Minorista, colaborar en Venezuela Libre y firmar la Declaracin (mayo de 1927) en que
el Grupo expone sus doctrinas en lo poltico, lo social y lo artstico-literario. Ya para entonces figuraba como uno de los
editores-fundadores de Revista de Avance (iniciada en marzo
de ese ao), en cuyas pginas dej ensayos, artculos y notas
sobre artistas plsticos cubanos, as como reseas de libros y
Segn referencias de la prensa, su llegada a Mxico se produjo a comienzos de la segunda quincena de septiembre de 1927.
No menos intensa que la desplegada en La Habana, aunque s
ms dilatada, parece haber sido su actividad en la nacin azteca, donde permaneci hasta 1951 y cuya ciudadana adopt. Limitndonos a la dcada que nos ocupa, puede decirse que fue
uno de los firmantes del Manifiesto Treintatreintista contra la
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A travs de Labor (mayo 1929) nos informamos de una exposicin de arte mexicano realizada en Chiclayo por iniciativa de
Casanovas (Visit la ciudad?). Igualmente tenemos referencias
de otras colaboraciones suyas en la publicacin vanguardista peruana Boletn Titikaka, de la ciudad de Puno: Afrocubanismo
artstico (marzo, 1928), Plstica mexicana (agosto, 1928) y La
nueva pintura de Mxico. Testimonio de cultura indoamericana
(enero, 1929), pero tampoco se ha podido acceder a ellas. En el
Boletn se constata tambin su firma en una carta colectiva a
nombre de la clula del APRA en Mxico (diciembre, 1927).
En la Correspondencia de Maritegui hay varias referencias a
Mart Casanovas que son muestra de cunto se apreciaba su
vala intelectual y de cmo se articulaban las redes de colaboracin entre las revistas de orientacin vanguardista en Amrica
Latina en aquellos aos finales de la dcada de 1920. No dudamos que Casanovas haya colaborado en otros muchos peridicos y revistas de Mxico y de otros pases de Amrica Latina
desde entonces y hasta la dcada de 1950.
Se conoce que entre 1951 y 1964 Casanovas viaj por pases de
Amrica del Sur y Europa (incluidos algunos del extinto campo
socialista, al parecer acompaando a su hija mexicana Helia, cantante de msica popular de su pas y de otros de Latinoamrica),
que perteneci a la Organizacin Internacional de Periodistas,
que fue corresponsal de publicaciones cubanas como el diario
El Mundo y la revista semanal Bohemia (en Europa y Mosc, a
partir de 1960 y 1964, respectivamente). En la primera se desempeara, tras su reencuentro fsico con el pas en 1964, como
comentarista de asuntos internacionales y tambin firmara trabajos sobre temticas literarias. Escribi, asimismo algunos prlogos, entre ellos el de la rbita de la Revista de Avance (Eds.
citadas), cuya seleccin estuvo a su cargo.
Como habr podido apreciarse en esta breve sntesis, la presencia fsica de Mart Casanovas en Cuba fue harto efmera. Pero los
frutos de su labor aqu, incluso remitindonos slo a la ms conocida (y reconocida) hasta ahora, han quedado como muestra
de una sostenida dedicacin a empeos que hoy forman parte
insoslayable del patrimonio y la tradicin culturales de la nacin cubana. La historia de la cultura cubana contempornea no
puede imaginarse sin esos hitos de la dcada crtica que fueron
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II.
COMPAERISMO INTELECTUAL75
ANEXOS
I.
CARTA AL REPRESENTANTE DEL PER74
La estricta censura impuesta a la prensa independiente y a las empresas cablegrficas del Per, por el gobierno del Presidente Legua,
no permiti el conocimiento en Cuba de las represiones reiniciadas
en aquel pas contra los intelectuales de vanguardia agrupados en
torno a la revista Amauta, que dirige el joven y notabilsimo escritor
Jos Carlos Maritegui. Diez das despus de producidos los actos
en que se concret esa represin, un cable procedente del Ecuador
dio cuenta suscintamente del desarrollo de los sucesos que despus
fueron confirmados totalmente con la presencia en Cuba de los jvenes y valiosos poetas peruanos Magda Portal y Serafn Delmar,
expulsados de Lima.
Los minoristas y otros profesionales e intelectuales cubanos, al tener noticia de esos hechos, y, atentos como hemos estado siempre
a todas las actividades del pensamiento latinoamericano e interesados, como era nuestro deber de compaerismo y amistad intelectual, por la suerte de los escritores peruanos, ahora en desgracia
y encausados o presos, dirigimos un cablegrama al Presidente del
Per intercediendo por la libertad de los escritores, artistas y estudiantes detenidos, en general, y en especial de aquellos cuyos nombres conocamos: Jos Carlos Maritegui, Blanca Luz Parra del Riego,
Serafn Delmar, Magda Portal y Alfredo Mir Quesada, cablegrama
que nos hizo el honor de encabezar con su firma ilustre el glorioso
maestro de la joven intelectualidad cubana y una de las figuras contemporneas del pensamiento americano, Enrique Jos Varona.
[Copia textual del telegrama, que ya tengo]
A este mensaje contest el Presidente Legua, con el siguiente cable
que firma Denegri, su secretario particular.
Lima, 19 7, 8 p.
Enrique Jos Varona, Roig, Habana.
El Sr. Maritegui no est preso. Su cablegrama nos extraa.
Denegri, Secretario del Presidente.
Como se ve, la respuesta del Presidente Legua negaba rotundamente la veracidad del encarcelamiento de Maritegui pretendiendo
aminorar la ansiedad que esa noticia produca en la intelectualidad
cubana y evitar su repercusin forzosa en el resto del Continente.
Posteriormente nos hemos enterado que Maritegui recobr la libertad, despus de varios das de guardar prisin, por el temor que
produjo en el nimo de Legua su resolucin de declararse en huelga
de alimentos y la seria alteracin sufrida en su quebrantada salud.
Conviene sealar que Jos Carlos Maritegui ha perdido sus dos
piernas a consecuencia de una larga enfermedad.
Los dems intelectuales detenidos los creemos confinados an en
la trgica prisin poltica de la Isla de san Lorenzo. La deportacin
75
74
Social, La Habana, agosto, 1927, pp. 5-6, seccin Notas del Director
literario.
115
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III.
TARJETA DE MARITEGUI A ROIG DE LEUCHSENRING76
ningn inters para la polica. Le ruego enviarme Social. La administracin de Amauta le mand ejemp. del No. 10 para que encargara
Ud. la venta de la revista a una librera de La Habana. Nos ha escrito,
supongo que por insinuacin de de Ud. Jos A. Foncueva, ofrecindose para propagar Amauta en Cuba.
Le encarezco hacer llegar a Tristn Maroff la carta adjunta y le reitero las protestas de mi amistad devotsima.
Jos Carlos Maritegui [Impreso y con su rbrica]
Lima, 12 de marzo/28.
IV.
CARTA DE MARITEGUI A JOS ANTONIO
FERNNDEZ DE CASTRO77
Lima, 1 de Agosto de 1928
Seor don Jos A. Fernndez de Castro
La Habana
Muy estimado compaero:
Desde que recib, con una carta de Tristn Maroff, una colaboracin
de Ud. para Amauta, me asedia el propsito de escribirle, pero el
excesivo trabajo que me ha legado un perodo de crisis en mi salud
ha venido aplazando esta satisfaccin.
Hoy decido escribirle estas cuatro lneas, como mensaje inaugural
de mi amistad, dejando para una prxima ocasin la carta con que
quisiera empezar nuestro dilogo.
Le enviamos una coleccin de la segunda poca de Amauta. En el
No. 15 encontrar Ud. su hermoso artculo que me ha gustado mucho por su emocin y su fuerza.
Tristn Maroff me pide, a nombre de Ud., colaboracin para para
[sic] El Diario de la Marina. La inicio por el momento con la adjunta copia de una carta a Garca Monge, desmintiendo las gratuitas
afirmaciones de un artculo, transcripto por Repertorio Americano,
sobre Gorki y los soviets, debido al numen y a la garrulera de Cristbal de Castro. Lamento no tener a mano un recorte de mi impresin
sobre la novela Los Artamonov, parea ajuntrsela tambin. Pronto
le enviar colaboracin especial.
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77
Esta carta forma parte del fondo Jos Antonio Fernndez de Castro
que atesora el Archivo Literario del Instituto de Literatura y Lingstica
Jos Antonio Portuondo Valdor, en La Habana. Fue incluida en
Ricardo Luis Hernndez Otero: Maritegui y Cuba en la dcada crtica:
corresponsales, colaboradores y estudiosos, texto aparecido en
Maritegui, ed. cit., pp. 159-160.
V.
CARTA DE MARITEGUI A JORGE MAACH78
Lima, 28 de septiembre de 1929.
Sr. D. Jorge Maach.
La Habana
VI.
DISCREPANCIAS79
En el ltimo nmero de la revista Amauta, de Lima, llegado a nuestras manos, aparece transcrita, con una apostilla condenatoria bajo
el epgrafe de Nota polmica, la Oda al Bidet, de Ernesto Gimnez Caballero, que se public, por primera vez, en un nmero de
1928. Ignoramos si la copia ha sido hecha directamente del original
publicado por nosotros o de alguna reproduccin en la prensa americana, pues, contra lo usual en estos casos, Amauta se limita a la
insercin y al comentario escuetos, sin sealar procededencia.
La Nota polmica declara en sntesis que la precita composicin de
Gimnez Caballero es un testimonio de acusacin para el pleito del
meridiano y que existe motivo para denunciar estos frutos de la
teora de la deshumanizacin del arte.
Hasta aqu la impugnacin no nos concierne. Honradsimos de que
un escritor como el Sr. Gimnez Caballero se acogiera, en aquella
sazn, a nuestra hospitalidad, no debemos llevar sta al punto de
subrogarnos en un derecho de defensa que slo a l le incumbe y
cuyo ejercicio, en todo caso, estara fuera de lugar en esta seccin.
Es sobreentendido que las responsabilidades de una publicacin se
circunscriben a las secciones no firmadas que en ella aparecen, ya
que otra cosa sera poner en tela de juicio la aptitud de sus colaboradores para mantener sus puntos de vista. La ndole de nuestras colaboraciones no responden [sic], pues, de un modo estricto, al criterio
unnime de los editores de 1928, que slo se manifiesta difana e
ntegramente en los aportes de redaccin. Aqullas se aceptan o rechazan atendiendo a que acusen o no cierto grado de estimabilidad
puramente artstica.
Pero aade Amauta que el Sr. Gimnez Caballero es un literato de
talento extensamente divulgado en los pases que, aunque sus vanguardias protesten, rinden todava a la vieja metrpoli largo y puntual
tributo y hay el peligro de que de esta actitud se enamoren muchos
de esos jvenes desorientados que no saben separar en lo contemporneo, los elementos de revolucin de los elementos de decadencia.
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118
Reiteradamente hemos acogido en nuestras pginas el aporte, solicitado o espontneo, de la nueva literatura espaola, que hemos alternado con lo continental y lo vernculo, sujetndonos a un exclusivo
criterio esttico y sin exigir a firma alguna certificado de nacionalidad
que la respalde. Nos interesa, por tanto, desvirtuar la reticencia que
subraya estas palabras.
Habla Amauta de rendir tributo. Quin a quin? Nosotros a la
vieja metrpoli al insertar en nuestra revista los specimen de su actual literatura o la vieja metrpoli a la joven Amrica cuando enva
para nuestra revista la contribucin de sus hombres mejores? No
hay en este apreciar unilateralmente las cosas un empaamiento de
visin, que es lo que menos conviene a nuestra Amrica, cuyos hombres debemos aspirar, ms que los otros, a ver las cosas limpiamente, sin la retcula de los prejuicios pasatistas? Si tributo, en el sentido
que da Amauta a esta palabra, es publicar en nuestras revistas el
aporte de la buena literatura espaola de hoy, qu publicacin americana no ha rendido ese tributo, ms o menos largo y puntual? Acaso Amauta? No, que en sus pginas hemos visto con frecuencia colaboraciones espaolas y en este mismo nmero en que aparece la
nota condenatoria para la Oda de G. C. y se habla despectivamente
de la greguera castiza y aventurera, se inserta un artculo en elogio de Ramn Gmez de la Serna. No habr un exceso de suspicacia,
un pasarse de picado, como por aqu decimos, en ese querer hallar
relaciones de dependencia y nostalgias de coloniaje en el hecho de
que un americano no se recate para gustar tambin de lo bueno que
hoy en Espaa se hace? 1928 se ha apresurado siempre a registrar
en sus pginas las novedades literarias y artsticas que en los Estados Unidos se producen. En nuestro pasado nmero publicamos la
primera traduccin hecha en castellano de la parte inicial de The
Bridge of San Luis Rey, la gran novela de Thornton Wilder. Quiere
esto decir que aprobemos los gestos imperialistas de ese pueblo?
En el caso de la Oda del Sr. Gimnez Caballero no fue la excelencia
literaria que Amauta reconoce en su autor ni mucho menos ese
largo y puntual tributo lo que decidi la publicacin. Tampoco la
motiv una simpata por nuestra parte con la teora de la deshumanizacin del arte. Este intento de valorar el arte segn sea humano
o deshumanizado nos parece en exceso esquemtico, y la discusin
que lo mantiene sobremanera ociosa. El arte no es bueno ni malo
porque sea humano o deje de serlo. Su autenticidad responde a
criterios estticos y no morales ni sociales. Publicamos, pues, la
composicin del Sr. G. C. porque la juzgamos de un genuino valor
esttico, cuyo grado no importa ahora precisar.
Incidentalmente, referimos parte de lo dicho en esta nota a la publicacin por nosotros del reciente ensayo de Hernndez Cat Esttica
del tiempo: lo Nuevo, lo Viejo y lo Antiguo. En ese ensayo se formulaba una posicin literaria en cierto modo adversa a las tendencias estticas que 1928 ha venido divulgando y encareciendo entre
nosotros. Le dimos cabida, por tratarse de un trabajo de manifiesta
excelencia y porque entendemos que uno de los modos de contribuir al enraizamiento de las nuevas ideas consiste en ofrecerles una
VII.
JUAN MARINELLO SOBRE MARITEGUI80
De esa condicin provincial que quizs toca a su fin, nace el hecho
de que hasta hoy las inquietudes americanas no sean otras que las
europeas. No quiere esto decir que falte a los americanos conciencia
de sus problemas ni que sus mejores hijos hayan dejado de penetrar
sus factores. Quiere decfir, s, que hasta ahora las soluciones han ido
a buscarse al viejo laboratorio. Debe seguir siendo fatal esta postura? Jos Carlos Maritegui, una de las ms nobles y fuertes cabezas
hispanoamericanas, cuya americanidad nadie puede poner en duda,
ha expresado recientemente la necesidad del saber europeo para
enfocar las cuetsiones de esta banda atlntica., Esta posicin, que
no niega capacidad genuina a las mentes americanas y solo denuncia
un estado constituyente, parece la mejor si se se la entiende como
el autor de los Siete Ensayos: si de lo europeo se aprovecha la informacin cernida por siglos de riguroso laboreo y de ella se aisla lo de
humana medida para confrontarlo con nuestras realidades. Por este
camino se ir con la solucin americana a los comienzos de una
culturaactitud que logre dar en su da normas al viejo maestro.
Entonces el temblor inicial de la inquietud nacer en este Continente. Cuando alcancen nuestras soluciones por americanasestatura
humana. Entonces Amrica recordemos el dicho de Waldo Frank
se justificar ante el mundo.
VIII.
LA MUERTE DE JOS CARLOS MARITEGUI81
La muerte de Jos Carlos Maritegui, por ser duelo de la Amrica nueva, es duelo de 1930. La noticia de su partida hiere como
cosa cercana, entraable. A la cordialidad con los editores de esta
revista se uni siempre su atencin vigilante por la vida de 1930.
No hace an tres meses que fuimos honrados con la representacin
de Amauta, la revista que fue proyeccin natural de la obra y de
la vida de Maritegui y Amauta nos representa ahora en el Per.
Si cupieran orgullos en las tristezas sinceras podramos decir, orgullosamente, que ha muerto uno de los nuestros. Mejor, decir que se
ha ido un espritu de excepcin, rico de claridades desusadas en la
conducta y en la obra. Ms justo, afirmar que nos ha dejado una de
las cabezas directoras de la nueva conciencia indoamericana.
IX.
LA MUERTE DE JOS CARLOS MARITEGUI:
DUELO DE AMRICA82
J[os] A[ntonio] F[ernndez] de C[astro]
El cable escueto y parco dio la noticia. En su tierra natal, vctima de
la misma enfermedad que lo aquejaba desde haca ya mucho tiempo,
acaba de morir uno de los escritores jvenes de ms prestigio en
toda la Amrica Latina: Jos Carlos Maritegui, peruano.
Posiblemente, J. C. M., el desaparecido director de la revista Amauta,
no tendra ms de 35 aos. Ignoramos todos sus amigos de Cuba detalles respecto a los primeros aos de su vida. Como dice muy bien
Blanca Luz Brum, en un artculo publicado en el nmero de enero de
la revista Crisol, que dirige en Mxico J. de D. Bojorquez, todos los
espritus americanos ansiosos de renovacin, lo conocimos cuando
nos pas su tarjeta de visita con aquel primer libro suyo Escena Contempornea, en el que recoga sus vibrantes ensayos escritos durante seis aos de destierro en Europa. Y es verdad que fue en este interregno, atento y sabio espectador de los acontecimientos polticos
que se desarrollaron en esa poca, la reconstruccin de Alemania, el
Tratado de Rapallo, el inicio de la Nep, el auge del fascismo.
En ese libro suyo est toda la Europa de esos das, vista por un espritu genuinamente joven, genuinamente revolucionario. Maritegui
es en Escena Contempornea el ejemplo ms claro que tiene ante s
la joven intelectualidad americana, que no tiene complicidad con el
pasado, porque se ha colocado frente al espectculo poltico y social
de sus respectivas patrias, en actitud crtica y colaboricionista [sic].
Nobles espritus que lo conocieron y lo trataron y que ms tarde fueron y son amigos nuestros, dijeron a este redactor de la Revista de La
Habana, de la persona y la obra de Jos Carlos Maritegui. Tristn
Maroff, Luis Bustamante, Carmen Saco, durante las temporadas que
han vivido en esta ciudad, compartieron con nosotros largas horas
de conversacin, en las que era tema principal y preferido el escritor
peruano. Por ellos nos fueron conocidos detalles de la tremenda
81
82
X.
[NOTA NECROLGICA EN SOCIAL]83
[Emilio Roig de Leuchsenring]
Una de las ms altas y representativas figuras de la joven intelectualidad indoamericana contempornea, el peruano Jos Carlos Maritegui, acaba de fallecer en Lima, donde resida. Literato, pensador,
filsofo, socilogo, su nombre era conocido, respetado y admirado
en todo el continente y en Espaa. Desde la revista Amauta, y desde las pginas de sus dos libros La Escena Contempornea y
Siete Ensayos de interpretacin de la realidad peruana , libr
con inteligencia y valenta superlativas las ms brillantes campaas
83
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XI.
CARTA DE WALDO FRANK84
Nueva York, mayo 12, 1930.
Queridos amigos de 1930:
No, cuando escrib esas palabras sobre nuestro bienamado, Jos Carlos Maritegui, no saba que hubiese muerto. No obstante, creo que
deben publicar sin cambio alguno lo que entonces escrib. La esencia
de mi profunda veneracin por el hombre est en esas palabras;
la forma apremiada se justifica por mi desconocimiento de su desaparicin. Pero la especie de declaracin definitiva que su muerte
demanda, en este momento como nunca est ms all de m. Me
siento todava demasiado conmovido por un sentimiento de prdida
personal para escribir acerca de l otra vez. Si ustedes quieren, pues,
queridos hermanos, pueden publicar junto con esta carta las palabras que ya les mand.
Ustedes saben que todo estaba arreglado para que Jos Carlos fuese
a Buenos Aires. (En esta jeliz consumacin, creo que nuestro hermano Samuel Glusberg fu el factor principal). Para m, este traslado de
Jos Carlos a la ms grande ciudad de la Amrica Hispana era el ms
feliz de los acontecimientos. Por lo pronto, tena esperanzas de que
en Buenos Aires encontrase auxilios mdicos que le salvasen verdaderamente. (l tambin tena esta esperanza). Pero an ms: estaba
yo seguro de que en ese ms ancho escenario se realizara ms plenamente su gran contribucin a la causa americana. Hace cien aos,
el paso de Bolvar y San Martn del Atlntico al Pacfico fu el sm84
XII.
SU EJEMPLO85
Lino Novs Calvo
Ahora que l ha callado; y no antes, cuado l hablaba. Entonces lo
escuchbamos, discpulos atentos, que no lo negaremos nunca. l
nos ha enseado a decir s o a decir no, a los nicos que lo diremos
siempre, an cuando sea en parbola. An cuando los dems todos
digan lo contrario., Y ahora que es de l diremos s: Que su odio fue
desprecio y su amor trabajo. Que la Amrica le queda en deuda y
que habr que pagrsela con honradez, devocin y fe.
Mucho nos ha legado. Abri la tierra, quem la grama, la abon de
amor. No vio nada: intuy el fermento. Se meti en ella, puso all su
esfuerzo, sin pensar en que la tierra se comera su cabeza demasiado
pronto. Esa cabeza tan dura, tan erguida, tan humilde, tan vasca,
antes de pudrirse de ideas. Como si la tierra fuera el sol al servicio
de Legua. No saben que l es impudrible; que era, hasta, a prueba
de soles. Ninguno pudo sofocarle el aliento, tomado de muy lejos,
como para un buceo muy largo. Como para subir mucho tiempo, por
la historia arriba, hasta volver a nosotros.
Y trajo aprendidos los caminos y muchas muestras de su peregrinaje. Y volvi luego sobre lo andado para colonizarlo. Nada estar
terminado mientras tenga algo que aadir a lo por m escrito, vivido y pensado. Y siempre tiene, porque sus ideas se nutren de
sus sentimientos y pasiones. Pero sus pasiones son invertibles, capital en circulacin que hace nacer otro. Son lo que l quera que
fuese toda riqueza: hombra libre, consciente, en el trabajo total.
La religin del trabajo, por el bien comn y la edificacin del alma.
Para que el espritu pueda serlo entero y darse pleno al mundo. Para
eso meti su sangre en las ideas, y por eso se le acab tan pronto.
Porque las prodig a todos y las dej en la tierra. Era lo que estas
85
precisaban, para vivir al aire. Suyas y de otros, sus opiniones le pertenecen porque viven en l, nutridas de amor, por el pan de todos.
XIII.
ASPECTOS HABANEROS. MARITEGUI Y FONCUEVA86
Antonio Soto
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122
Bolvar y Mart. Toda causa justa y noble tuvo en Maritegui un paladn fervoroso y valiente. Conoci de persecuciones y encarcelamientos. Y aun cuando su cuerpo yaca en el lecho de Procusto de un
silln de invlido, su espritu jams se rindi, dando ejemplo [de] que
para un hombre de ideales levantados, la energa anmica es siempre
superior a cualquier debilidad fsica.
Jos Antonio Foncueva tambin fue un hombre de ideales y a quien
tampoco acompa la fortaleza corporal. Su paso por la vida fue
breve, muri a los 20 aos y su labor mltiple y enjundiosa, a pesar
de su corta existencia, lo coloca entre las figuras ms destacadas
de la juventud revolucionaria de nuestro continente. Fund El Estudiante, antena magnfica de inquietudes juveniles, colabor en Atuei,
Indoamrica y otras publicaciones de la vanguardia de izquierda de
Nuestra Amrica y sus estudios sobre Mart, este estudio tan luminoso y concienzudo, Ingenieros y los problemas cubanos, visto
desde su verdadero aspecto, sin eufemismos patrioteros y con limpieza de corazn, de un corazn de hombre enamorado de la justicia,
quedarn como pginas brillantes de la capacidad de un muchacho de
veinte aos que saba pensar por cuenta propia y que senta en lo ms
profundo de su espritu la gran tragedia social de nuestra poca y de
nuestra patria. Jos Antonio Foncueva traz la senda que otros seguirn. No estamos de acuerdo en algunos de sus puntos de vista, en las
cuestiones sociales, pero no obstante reconocemos que fue un joven
de talento, un espritu generoso y un carcter sincero. Y esto es suficiente, para que en una poca de camouflages polticos, bastardas
sociales y literaturas de pacotilla, le rindamos tributo: fue un joven
que por lo menos tuvo el valor de ser sincero y de ser rebelde. Y ante
la atona social de una gran parte de nuestras clases intelectuales, su
ejemplo es magnfico.
Jos Antonio Foncueva y Jos Carlos Maritegui, perdurarn siempre
en el recuerdo de todo espritu emancipado: su obra quedar, otros
seguirn sus huellas. Y por ellos y otros como ellos, nuestra Amrica
ser algn da libre. La libre Amrica de Mart.
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124
Correspondencias mariateguianas
entre Buenos Aires, Santiago,
Lima y La Habana
Horacio Tarcus*
El ltimo nmero de Amauta apareci en Lima en agosto-septiembre de 1930, cinco meses despus de la muerte de Jos
Carlos Maritegui.1 Como en los dos nmeros anteriores, la direccin haba quedado a cargo de Martnez de la Torre. El lugarteniente de Maritegui haba mantenido durante esos meses un
delicado equilibrio entre, por una parte, la continuidad editorial
de la revista y la lealtad al proyecto de su fundador y, por otra
parte, la nueva lnea que vena a imprimirle Eudocio Ravines, el
emisario de la Komintern. Testimonio de esta tensin es el aviso
que Ravines hizo imprimir en la contratapa de este ltimo nmero, donde se anunciaba a los lectores de Amauta el lanzamiento
de El Mensajero Comunista. Martnez de la Torre advirti la
maniobra cuando la tapa ya estaba impresa, de modo que slo
alcanz a pedirle a los trabajadores de la empresa Minerva que
el aviso en cuestin fuera entintado y que se sobreimprimiera
el anuncio de Defensa del marxismo, el libro de Maritegui. El
lector curioso podr descifrar, mirando al trasluz del rectngulo
negro, el malogrado aviso de Ravines.2
CeDInCI/UNSAM - CONICET.
Una primera versin de este texto fue presentada en las VIIas Jornadas de
Historia de las izquierdas del CeDInCI (Buenos Aires, noviembre de 2013)
consagradas a La correspondencia. en la historia poltica e intelectual latinoamericana. Agradezco los atinados comentarios de Laura Fernndez
Cordero y Martn Bergel, as como el permanente apoyo de Jos-Carlos
Maritegui (n) desde Lima y de Ricardo Melgar-Bao desde Mxico.
Mensajero comunista. Semanario poltico de clase. Director: Ricardo
Martnez de la Torre. Secretario de Redaccin: A. Navarro Madrid. Colaboracin nacional y extranjera. Aparecer en breve. 8 pginas, 5 centavos. Martnez de la Torre lanzar en 1931 la revista comunista Frente,
pero por fuera del recin fundado Partido Comunista del Per.
muchos aos,3 Pesce y Portocarrero, los dos delegados del Partido Socialista del Per que haban arribado a Buenos Aires con
las tesis redactadas por Jos Carlos Maritegui, fueron all severamente cuestionados por Victorio Codovilla, el secretario del
Bur Sudamericano de la Internacional Comunista, as como por
la totalidad de los dirigentes del Komintern all presentes. Sin
deponer las normas de la camaradera, los delegados peruanos
fueron invitados a encuadrarse poltica e ideolgicamente. El encuadramiento no significada slo un cambio de programa y de
la lnea de accin, ni siquiera se limitaba a rebautizar al recin
fundado Partido Socialista del Per como Partido Comunista.
Implicaba una total reestructuracin organizativa, dentro de la
cual la figura intelectual de Maritegui, su fundador, pasaba a
ser profundamente disfuncional, por no hablar de su revista
Amauta, un modelo de eclecticismo pequeoburgus a los ojos
de la ortodoxia comunista en proceso de consolidacin.
A pesar de su rol de fundador, de propiciador, de organizador,
de editor e incluso de todo su carisma, desde entonces Maritegui comienza a quedar polticamente aislado. Segn diversos
testimonios, la clula comunista del Cuzco, los jvenes de Lima
que venan acompaando a Maritegui en la empresa del PSP
y en la de Amauta, y probablemente los mismos Pesce y Portocarrero, se habran ido plegando a las posiciones ortodoxas.
Incluso Martnez de la Torre, una de las figuras ms prximas a
Maritegui, comienza a mostrarse furibundamente antitrotskista, partidario de construir una organizacin de acero, monoltica,
sin fisuras, inflexible en los principios, con todo lo cual fue alejndose de ese Partido Socialista concebido como una organiza-
El hombre clave, con la autoridad poltica para terminar de desplazar a Maritegui y transformar el partido y clausurar la empresa de Amauta, lleg a Lima en febrero de 1930: se llamaba
Eudocio Ravines.
Deportado tempranamente por Legua, de Buenos Aires fue a
Pars, donde luego de formar parte del grupo aprista, rompi
por su cuenta con Haya e inici una amistad con Henri Barbusse,
decisiva para que al poco tiempo emprendiera un viaje a Mosc,
donde permaneci varios meses, formndose en la escuela de
cuadros de la Komintern.5
Ravines colaboraba en Amauta y, a juzgar por la correspondencia entre ambos, el respeto con Maritegui era recproco. Sin
embargo, llegaba desde Mosc a Lima con una misin clara, despus de entrevistarse con dirigentes de la estatura de Piatnitsky
y Zinoviev, y el choque con la postura de Maritegui sera inevitable. El propio Ravines ha dejado en sus memorias La gran
estafa una versin anglica de su misin y de la confrontacin
con Maritegui:
Partido Socialista o Partido Comunista? Tal era el enigma. [...]
Desde el primer momento llegamos a una conclusin neta: no
se trataba all de ideas, sino solamente de palabras. Si el partido
se llamaba socialista o comunista, ello no iba a cambiar un pice
la esencia del movimiento, ni la sustancia de la doctrina o del
programa. Con uno u otro nombre, de lo que se trataba era de
organizar una seccin peruana de la Internacional Comunista.6
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de Glusberg sera su slido conocimiento de los problemas sociales y de la visin proftica de las Amricas.21
un error por cada lnea y una omisin por cada prrafo, puede leer con
provecho el afanoso estudio de Miguel Rodrguez Ayaguer, Waldo
Frank y su primera visita a la Argentina, en Paula Bruno (coord.), Visitas
culturales en la Argentina. 1898-1936, Buenos Aires, Biblos, 2014.
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Hoy mircoles
VILLA OCAMPO
SAN ISIDRO
F.C.C.A
Samuel:
Para poner en claro lo que yo espero personalmente de la revista que nos propusimos hacer, voy a tratar de decrtelo.
Con toda franqueza, estimo que estoy ms dotada (y ms diversamente dotada) de lo que se piensa (y que Franck,28 no s
cmo, sabe). Pero hasta el momento presente no ha servido
para nada, o casi. Lo que prueba que hay un grave defecto en la
maquinaria, en alguna parte. Irremediable o no? Habr que ver.
V.29
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Sic.
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Para entonces, las expresiones de Victoria hacia Glusberg pasan a ser desdeosas. Por ejemplo, escribe en una carta a Mara
Rosa Oliver inmediatamente anterior a su partida: Anoche estuve con Glusberg y le advert que todo queda ensuspensohasta
mi regreso. Lo que no s es hasta dnde nos llevar el apunte.33
Segn el testimonio del propio Glusberg, cuando Victoria regres de los Estados Unidos en compaa de Delia del Carril, sin
darme una mano en mi empeo de traer a Jos Carlos Maritegui
a Buenos Aires, nada tena que ver ya con aquella empresa.34
Lo que no le impidi apropiarse del proyecto de la revista, que
finalmente, a sugerencia de Ortega, fue rebautizada Sur. El viejo proyecto cooperativo haba devenido su empresa privada. El
Comit Americano, un Comit Extranjero. Su primer nmero
aparecera en enero de 1931, con periodicidad trimestral, su clsica tapa blanca y la flecha emblemtica dibujada por Eduardo
Bullrich. En la carta abierta que en ese nmero inicial Victoria
dirige a Frank no hay, desde luego, mencin alguna a Glusberg ni
al proyecto inicial de Nuestra Amrica.35
La muerte de Maritegui el 16 de abril de 1930, pues, le haba
impedido a Glusberg apadrinar la instalacin del peruano en
Buenos Aires y el relanzamiento porteo de Amauta. Al mismo
tiempo, la apropiacin por parte de Victoria de la revista que
haban pergeado Glusberg y Frank en 1929, frustraba el proyecto de Nuestra Amrica. Pero Glusberg no se da fcilmente
por vencido. Porque entre tanto La Vida Literaria continuaba
tejiendo sus redes latinoamericanas y estrechaba lazos, sobre
todo con otras tres colegas del continente: revista de avance de
La Habana, Presente de Lima e ndice de Santiago. Sin la fuerza
de gravitacin de Maritegui en Buenos Aires ni los recursos de
Victoria, era imposible lanzar Nuestra Amrica slo desde Buenos Aires. Pero estas cuatro revistas La Vida Literaria, revista de avance, Presente e ndice bien podan fundirse en una
sola, editada en forma simultnea en Buenos Aires, La Habana,
Lima y Santiago. Tan extensas fueron las redes epistolares y las
solidaridades americanistas, que Glusberg lleg a soar incluso
con reunir revistas de ocho capitales latinoamericanas (sumando
tambin Montevideo, Mxico, Bogot y Caracas). Si bien el proyecto no alcanz a concretarse, el seguimiento de sus vicisitudes
podr echar nueva luz sobre la tupida red de relaciones intelectuales y revisteriles en un perodo de transicin, el que va de las
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Enrique Espinoza, Gajes del Oficio, Santiago de Chile, Extremo Sur, s/f.,
pp. 32-33.El ltimo documento del compromiso de VO con el proyecto
comn de Nuestra Amrica es un borrador de tapa de la revista (un
mapa del continente americano) firmado por Victoria Ocampo el 8 de
julio de 1930. En Fondo Glusberg, CeDInCI.
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La campaa americanista de
La Vida Literaria
En el ao 1928 el proyecto editorial de Samuel Glusberg muestra signos de afirmacin en la escena cultural local. No slo se
ha convertido para entonces en el editor de figuras mayores de
la escena literaria argentina como Leopoldo Lugones y Horacio
Quiroga, sino que su sello Babel cosechaba adems cierta reputacin editorial dando a conocer las obras de los escritores
de la nueva generacin, como Alfonsina Storni, Nal Roxlo, Luis
Franco, Rega Molina y Martnez Estrada. Su militancia a favor
del libro americano lo llev a desplegar mltiples iniciativas:
en septiembre de 1928 lo encontramos como organizador de
la primera Exposicin Nacional del Libro, que presidi Enrique
Larreta en el Teatro Cervantes, y en la que participaron, entre
otros, Lugones, Quiroga, Fernndez Moreno y Jorge Luis Borges; y un mes despus en la fundacin de la Sociedad Argentina
de Escritores (SADE), integrando su Comisin Directiva con el
cargo de tesorero).
A mediados de ese ao de 1928 Glusberg consider insuficiente
el modesto boletn mensual que editaba desde 1921 con el nombre de Babel y concibi un peridico literario de aparicin mensual. A comienzos del ao anterior Ernesto Gimnez Caballero
haba lanzado en Madrid La Gaceta Literaria, un peridico literario en formato tabloide en cuyas pginas Guillermo de Torre
haba proclamado a Madrid como meridiano intelectual de Hispanoamrica, desatando respuestas airadas y risueas en buena
parte de las revistas del nuevo continente, desde Martn Fierro
hasta revista de avance, pasando por La Cruz del Sur, La Pluma
y Amauta.36 Glusberg adopt el formato de La Gaceta Literaria
para concebir La Vida Literaria,37pensndola al mismo tiempo
como su antagonista americanista. La revista de Glusberg fue
una suerte de versin americanista de La Gaceta, que durante
sus cuatro aos de vida se ufan de la autonoma de la literatura
y la cultura americanas respecto de cualquier tutela espaola.
El peridico de Glusberg puede ser pensado tambin como una
suerte de expresin literaria de una sensibilidad americanista
mayor, una trama de alcance continental que se vena tejiendo
desde 1918 con creciente intensidad a travs el movimiento de
la Reforma Universitaria, con sus congresos universitarios y sus
revistas estudiantiles.38 Asimismo los intelectuales fueron nodos
36
37
38
decisivos en la construccin de esa red, desde la Unin Latinoamericana de Jos Ingenieros hasta las Ligas Antiimperialistas de
fines de la dcada de 1920.39 Tambin los escritores de la nueva
generacin se hicieron eco de esta sensibilidad americanista, sobre todo a travs de sus revistas40 y sus campaas a favor del
libro americano.
Editorial Babel y La Vida Literaria fueron los dos pivotes a travs de los cuales Glusberg llevaba a cabo una verdadera militancia a favor del libro americano en un contexto en que los autores
de nuestro continente deban editar sus obras no slo en las
casas espaolas como Sempere, Prometeo, Jorro, Renacimiento,
Calpe o Mundo Latino, sino incluso en Garnier de Pars. A travs
de su sello Babel, Glusberg haba arriesgado la edicin portea
de autores latinoamericanos cuando apenas se hacan conocidos
entre nosotros a travs del periodismo cultural o la docencia,
como el colombiano Baldomero Sann Cano (uno de sus primeros libros, La civilizacin manual y otros ensayos, apareci en
1925) o el dominicano Pedro Henrquez Urea (cuyos Seis ensayos en busca de nuestra expresin public Babel en 1928).
Pero ser sobre todo a travs de La Vida Literaria que Glusberg
desplegar una intensa campaa americanista. Se vali para ello
de diversas estrategias. Por una parte, cultiv una frondosa relacin epistolar con autores latinoamericanos y con grupos editores de revistas, a los que les propona intercambio de publicaciones as como canje de avisos. Es as que La Vida Literaria publica
reseas y avisos de revistas como Amauta de Lima, revista de
avance, Archipilago y Social de La Habana, Contemporneos
y Forma de Mxico, Convivio y Repertorio americano de Costa Rica, Atenea de Concepcin y Universidad de Bogot, entre
muchas otras, al mismo tiempo que estas revistas dedican avisos
(incluso pginas enteras) a difundir el catlogo de Ediciones Babel de Buenos Aires.
Por otra parte, public con regularidad autores de todo el continente, en muchos casos nombres que el pblico porteo lea
por primera vez, cuyos textos solicitaba a travs de la correspondencia o bien escoga de entre las revistas recibidas. Aunque la cita de procedencia era infrecuente en la poca, Glusberg
aprovecha para indicar la revista de donde fue tomado el texto,
presentando al autor y al mismo tiempo a la publicacin. Sin
parangn con otras revistas argentinas de su tiempo, La Vida
Literaria public a lo largo de sus cuatro aos de vida textos
de Alfonso Reyes, Baldomero Sann Cano, Blanco Fombona, Pedro Henrquez Urea, Jos Eustasio Rivera, Augusto dHalmar,
Arturo Uslar Pietri, Fernando Ortiz, Anita Brenner, Carlos Eduardo Fras, Marta Brunet, Joaqun Edwards Bello, Jaime Torres
Bodet, Jos Carlos Maritegui, Antenor Orrego, Alejo Carpentier, Juan Marinello, Jorge Maach, Francisco Ichaso, Mariano Picn-Salas, Luis Alberto Snchez, entre muchos otros. Incluso en
el primer nmero de La Vida Literaria, de julio de 1928, pueden
leerse las Cartas sin permiso de Alfonso Reyes y una primera
resea de revista de avance, publicacin que haba comenzado
a recibir regularmente como intercambio de la revista Babel y
de otro de sus proyectores revisteriles: los Cuadernos literarios de Oriente y Occidente (1927-28).41
La revista de avance haba aparecido en La Habana en marzo
1927, impulsada por un consejo editor que formaron los jvenes
cubanosAlejo Carpentier, Francisco Ichaso, Jorge Maach y Juan
Marinello junto al cataln Mart Casanovas.42 Con un diseo de
vanguardia, el ttulo revista de avance (siempre en minsculas)
iba precedido por un cabezal en cuerpo mayor con las cuatro
cifras del ao de aparicin, de modo que muchos la nombraban como 1927, 1928, 1929 y 1930. Fue la revista por excelencia de la vanguardia cubana, no slo literaria, sino tambin
plstica y musical. En el terreno de las artes, organiz en 1927
la Exposicin Arte Nuevo de La Habana, punto de partida de
la vanguardia plstica en ese pas, conviviendo en sus pginas
ilustraciones dePablo Picasso con otras deDiego Rivera y Jos
Clemente Orozco. De un modo en cierta manera equivalente al
proyecto de Amauta, los ndices de revista de avance podan
combinarlos estudios de Enrique Jos Varona con los de Bertrand Russell, los textos de Fernando Ortiz y de Lydia Cabrera
con los Georg Brandes, la poesa negra y la poesa experimental,
los escritos recuperados de Jos Mart con los ltimos poemas
de Jean Cocteau. La revista dedic nmeros especiales a Waldo
Frank, a Jos Carlos Maritegui, a Ramn Gmez de la Serna y a
los nuevos escritores Mxico, pues mantena estrechos vnculos
con el grupo que en la capital azteca editaba Contemporneos.
La crtica ha sealado sus vnculos con otras revistas de su poca, como Amauta de Lima, La Pluma de Montevideo o Repertorio Americano de Costa Rica, pero ha pasado ostensiblemente
por alto a La Vida Literaria.43
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42
40
43
Todava en el nmero siguiente Glusberg reproduce una entrevista de Alejo Carpentier a Einsenstein fechada en Pars en enero
de 1929, donde relata un encuentro que mantuvo junto a Robert
Desnos con el director del Acorazado Potemkin.46
Como sabemos, fue Glusberg el promotor de la gira latinoamericana de Waldo Frank, que se extendi de septiembre de
1929 a enero de 1930. La Vida Literaria no slo se ocup de
retratar su larga estancia en Buenos Aires, sino que fue siguiendo el itinerario del americano a travs de las sucesivas escalas
Santiago, La Paz, Lima y La Habana e incluso promovi a
travs de Sann Cano una visita de Frank a Cali que no alcanz
a concretarse.47 Cuando la revista de avance anunci el inminente arribo de Frank a La Habana para dictar tres conferencias de la Institucin Hispanocubana de Cultura, no dej de
agradecer el concurso ofrecido por Glusberg y por Maritegui.48
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45
46
47
Waldo Frank en Lima, LVL n 18, Lima, marzo 1930; Waldo Frank en
La Habana y La invitacin colombiana, ambos en LVL n 19, Lima, abril
1930, p. 5.
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Tambin la campaa cultural de Glusberg a favor del libro americano encontr eco favorable en otras capitales del continente
y estrech an ms las redes latinoamericanas. Maritegui, que
diriga la Coleccin Amauta de la Editorial Minerva, elogiaba
pblicamente las iniciativas editoriales de Glusberg en Argentina y rompa lanzas a favor de La batalla del libro en su propio pas,49 propiciando en Lima una exposicin semejante.50 Los
jvenes cubanos tambin ensayaban por entonces un proyecto
editorial que llev el mismo nombre de la revista,51 de modo que
Flix Lizaso le anunciaba en carta a Glusberg que la revista de
avance haba informado en sus pginas de la Exposicin del Libro de Buenos Aires, a la vez que inspirndonos en su ejemplo,
proponemos hacer algo semejante. No s el xito que podamos
tener; pero estamos poniendo inters en la idea. Le agradecera
mucho cuanto pudiera hacernos en favor de ella, con los editores de la Argentina.52 Glusberg, a su vez, informa desde La Vida
Literaria:
La revista cubana 1928 se propone realizar a mediados del ao
prximo una Exposicin del Libro Americano, movida por el
ejemplo de LVL, que prepara una exposicin idntica en Buenos Aires. Reproducimos ms abajo el manifiesto de la notable revista de Cuba y recomendamos muy especialmente a los
autores y editores nacionales que remitan un ejemplar de sus
obras a nombre del organizador de la exposicin, D. Flix Lizaso,
Apartado 2228, La Habana.53
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Cuando cerraba el primer nmero, el consejo editor fue sorprendido con el cable que anunciaba la muerte de Maritegui. Una
columna de ltimo momento prometa un examen ms detenido
de su obra, pero anticipaba un juicio:
En sus ensayos queda enclavada la realidad poltica, social e
intelectual del Continente. Su aliento, como el de un creador,
anim y dio vida a la cultura peruana. Bajo su direccin la revista
Amauta fue la ms libre, la ms elevada tribuna de las jvenes
generaciones. Un nuevo mtodo crtico naci con l.66
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66
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68
En principio, antes de extenderse a otras capitales, Glusberg propone unir cuatro revistas de cuatro capitales que visit Frank en
su gira latinoamericana:
Glusberg contrasta el espritu americano pregonado por las diversas revistas con la dbil integracin cultural entre los pases
del continente, lo que se evidenciaba en la escasa circulacin de
libros y revistas entre las diversas capitales:
uno de los libros fundamentales de Frank, nuestro grande y comn amigo, sino tambin de Mart, Bunge y otros. Con esta unin
aseguraremos en primer trmino que el peridico circule en
nuestros pases en una cantidad tal y con una frecuencia que no
estamos en condiciones de alcanzar por separado nunca jams.
70
Glusberg, que antes que un plcido escritor es el hombre orquesta de Ediciones Babel y de La Vida Literaria, pens con detenimiento el costado material del proyecto colectivo: direccin
colegiada, aportes societarios, costos de papel, composicin e
impresin, envos de una capital a otra, avisos, suscripciones,
ventas, intercambios, canjes.... Su propuesta era la edicin de
un peridico del formato de La Vida Literaria (tabloide), de 8
pginas cada entrega, que se imprimira y se distribuira en forma
rotativa. Cada grupo nacional editara un nmero mensual con
un tiraje de 6000 ejemplares, de los cuales 1500 se venderan
en el marcado local y los otros 4500 se despacharan a las otras
tres capitales, a razn de 1500 ejemplares para cada una.
A poco de andar el camino conjunto, Glusberg no duda en la
incorporacin de nuevos grupos de Mxico, Colombia, Uruguay:
De todas partes me llega la misma voz. El proyecto revisteril
debe unificar tambin la campaa a favor del libro americano.
El poeta Ortiz de Montellano, director de Contemporneos de
Mjico, me dice en una carta que tengo ganas de publicar en VL:
creo que debemos hacer todo lo posible por difundir el libro
71
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136
NDICE
rgano del Grupo ndice
Santiago Chile
Comit Directivo:
Mariano Picn-Salas
Ricardo M. Latcham
Eugenio Gonzlez
Jos Manuel Snchez
Y aade Glusberg:
Este problema del libro americano lo tengo muy bien estudiado
en 10 aos de constante dedicacin. Creo que es un asunto de
publicidad y de intervencin de los mismos intelectuales por
medio de peridicos frecuentes y de tiraje relativamente elevado, 8 o 10 mil lo es para un peridico intelectual. No en vano
que esperemos la solucin de los gobiernos o de los libreros,
los unos como polticos y los otros como comerciantes se desentienden de todo aquello que no tiene una gran clientela, y
nuestro problema est en conseguir 1000 lectores en cada uno
de nuestros pases. Nada ms que mil. Basta.72
Ibid.
PRESENTE
Peridico inactual
Lima
Per
Comit de redaccin:
Csar Barrio
Jorge Basadre
Carlos Raygada
Luis A. Snchez
lcides Spelucn
72
Mariano Picn-Salas somete a discusin el proyecto de Glusberg
dentro del Grupo ndice y se apresura a responderle:
El proyecto ha despertado entusiasmo; naturalmente habra
que pensar en algunas modificaciones. Se me ocurren desde
luego dos: 1): no es posible equiparar para el intercambio de
ejemplares, plazas de posibilidades econmicas tan distintas
como Buenos Aires y Santiago. Se me ocurre que si Uds. estuvieran en posibilidad de intercambiar los 1500 ejemplares de la
revista que se les enve desde Stgo. no slo por ejemplares de
la revista de Buenos Aires, sino por otras revistas, publicaciones, etc. a fin de salvar las diferencias de posibilidad adquisitiva y de poblacin, con la variedad de artculos comerciales, la
economa del proyecto sera ms sencilla. []. 2) Creo un poco
difcil que en la actualidad, dada la situacin poltica momentnea del Per pueda reconstituirse el grupo Presente del Lima.
Pero dadas nuestras vinculaciones con los muchachos peruanos
que se estrecharon cuando la visita de Luis Alberto Snchez a
Santiago, podramos proponerles que se juntaran al grupo chileno, mientras ellos pueden hacer una vida autnoma. Nuestra
inteligencia con dicho grupo es cordialsima.74
75
73
74
El proyecto de revista continental haba sido discutido y aprobado por el grupo peruano con tal entusiasmo75 que hasta consideraron la incorporacin de otras capitales revisteriles como
Mxico y Montevideo:
El modesto editor conoca bien el terreno, incluso estaba ensayando una experiencia piloto de venta de revistas latinoamericanas. Es que a travs de un aceitado sistema de canjes, Glusberg enviaba mensualmente un paquete con varios ejemplares
de La Vida Literaria a Santiago, Lima y La Habana, al mismo
tiempo que reciba otros tantos ejemplares de ndice, Presente
y revista de avance que pona a la venta en sus oficinas. Como
puede verse en forma destacada en un aviso aparecido en La
Vida Literaria en agosto de 1930, Glusberg ha unificado los
precios de las diversas revistas a moneda argentina, ofreciendo
unas y otras a 20 centavos. Al menos desde el punto del valor
de cambio, las revistas ya comienzan a ser igualadas para ser
intercambiables:
REVISTAS AMERICANAS
DE VENTA EN NUESTRA ADMINISTRACIN
1930
Revista de avance
Habana
Cuba
Editores:
Fco. Ichaso
Flix Lizaso
Jorge Maach
Juan Marinello
Snchez y Picn-Salas mantenan paralelamente su propia correspondencia y sus encuentros, donde apareca constantemente la preocupacin
por hallar en el continente una capital que, por los bajos costos de impresin y el cuidado de la edicin, pudiera concentrar la publicacin del libro
americano. En este marco, el primero le escribe al segundo: Me congratulo de que Glusberg entre en el asunto, pues tengo mucha confianza en
su condicin de catador de pblico, a pesar de que hay quienes le sindican
como demasiado amigo de Lugones, Cancela y Quiroga. No participo de
tal prejuicio, como lector que soy y colaborador por ende de L.V.L..
De L.A. Snchez a M. Picn-Salas, Lima, 4 de julio de 1930, en Delia Picn
(comp.), op. cit.,t. I, pp. 247-50.
77
137
138
la Universidad, al intentar una manifestacin de protesta contra la medida poltica de posposicin de la apertura del curso
y contra el rgimen poltico imperante, fueron brbaramente
atropellados por la polica. Como consecuencia de esta dragonada, un estudiante acaba de morir al escribirse estas lneas y
otros se encuentran heridos y nuestro coeditor Juan Marinello
sufre prisin, acusado de instigador de los hechos.
La propuesta de Glusberg no poda llegar a La Habana en momento ms inoportuno, pero an as fue positivamente considerada por el grupo editor de revista de avance. Una vez leda,
Lizaso se la entreg a Maach, y este a su vez se la envi a
Marinello, que estaba clandestino en una hacienda de su familia:
No hizo sino llegarme su carta, y aprovech que deba visitar a mi
compaero Maach para drsela a conocer. Como era algo que
deba leerse con detenimiento y releerse, le dej su carta. Y l
despus, pensando que ese era mi intento, se lo remiti a Marinello, a su obligado escondite donde hace dos meses que est,
sustrado a nuestro contacto, y sustrado a la persecucin de que
era objeto. Su carta no me ha sido devuelta todava, y le escribo
de primera intencin, sin base concreta. Lo primero es decirle
que el proyecto ha gustado a todos los que lo han conocido, y
a m desde luego. Que nos parece viable, aunque difcil en esta
situacin nuestra. Pero esperamos que con la ayuda de muchos
amigos, podamos lograr lo que nos es indispensable: un nmero
de anuncios suficientes para asegurar la economa (de las suscripciones, ya lo sabe Vd., no puede hacerse depender nada).79
Glusberg proponiendo salir adelante, en principio, con cuatro capitales, ahora bajo el nombre de Continente. Un mes despus82
despacha a Buenos Aires un diseo de prospecto de la que sera
la nueva revista:
Esta misma carta nos lo muestra en la clandestinidad, organizando la resistencia a la dictadura, en condiciones que hacen
imposible pensar en una revista de carcter intelectual, incluso
poltico-intelectual.
Despus de la salida de la Crcel he estado jugando la cabeza
a la polica, detenido unas veces, libre otras, escondindome
para ser ms til como ahora que, desde un encierro amabilsimo, me comunico por las noches con mis estudiantes y hacemos mucho porque esto deje de ser el rebao pastoreado por
un jefe incivil. Lo que aqu ocurre es horroroso: muertes misteriosas a diario, atropello a cada minuto de derechos que Espaa
no mancill. Da vergenza hablar de estas cosas.81
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81
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Me pregunta usted por mis compaeros de revista de avance. Polticamente, andan mal, muy mal, psimamente. De ellos,
el de ms personalidad, el talentossimo Jorge Maach, est
de caudillo programtico del ABC, tendencia fascistizante, en
franca connivencia con la Embajada yanqui. Qu dolorossima
cosa! Lizaso e Ichaso son seguidores, eficaces auxiliares de Jorge Maach. Ahora Jorge es director de Accin, peridico del
ABC y Lizaso e Ichaso le secundan en sacar este peridico que
es, desde luego, como hecho por hombres de sus capacidades,
una excelente publicacin. Tienen, porque la postura derechista
franquea estas cosas, dinero, apoyo de las corporaciones norteamericanas y auxilio econmico del comercio espaol. Solo
yo he tomado hacia la izquierda de aquel grupo de 1927-30.
Despus de todo enfocando las cosas en buen marxismo
as tena que ser y en verdad ellos son los que han respondido
lealmente a sus imperativos de clase, y de formacin intelectual
y de insercin epocal. Han sido fieles a la burguesa. Son burgueses los tres hasta la mdula. Cuando la burguesa caiga amn, caern con ella. Yo, que lamento profundamente
esta definicin anti-revolucionaria de mis compaeros de ayer,
no dejar un momento de combatirlos polticamente y de sealar el efecto horrible que a los intereses populares han tan
buenos talentos.85
CONTINENTE
Buenos Aires / Lima / La Habana / Mxico
Sobre las tensiones entre hispanismo, americanismo de izquierda y comunismo ortodoxo en la vida y la obra de Marinello, v. Rafael Rojas, op. cit.
Sobre la experiencia poltica del ABC y la acusacin por los comunistas
de organizacin fascistoide, v. Jorge Domingo Cuadriello, El ABC fue
otra esperanza de Cuba, en Espacio Laical n 32, La Habana, abril de
2012, pp. 82-88.
85
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140
volucionaria realmente eficaz. Hace pocos nmeros del Repertorio que le, en un artculo sobre Maritegui de el [sic] aprista
Cox, que este haba dicho a alguien: Admiro apasionadamente
a Trotzky, pero aplaudira a Stalin si lo fusilase. Yo, que soy un
apasionado del valor humano de Bronstein, no llorara su muerte. Pero, qu lejos nos llevara todo esto, Glusberg querido Y
yo tan sin tiempo para mis mejores devociones.86
Archivos consultados
Fondo Samuel Glusberg, CeDInCI / UNSAM, Buenos Aires.
Fondo Mara Rosa Oliver, Fondos Especiales, Universidad de Princeton.
Fondo Victoria Ocampo, Academia Argentina de Letras.
Fondo Waldo Frank, Colecciones especiales, Van Pelt-Dietrich Library,
Universidad de Pennsylvania.
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Decadencia. Revistas vanguardistas en Amrica Latina (1924-1931),
Buenos Aires, Ediciones de la Facultad de Filosofa y Letras. Universidad
de Buenos Aires, 2009.
Leante, Csar, La Revista de avance, en Cuadernos Hispanoamericanos
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--------------------, Vanguardistas en su tinta. Documentos de la
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Marinello, Juan, Sobre la revista de avance y su tiempo, en Bohemia,
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Picn, Delia (comp.), Mariano Picn-Salas y sus amigos, Caracas, Universidad
Catlica Andrs Bello / Universidad de Los Andes, 2004- 2006, 3 vols.
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Rexach, Rosario, La revista de avance en La Habana. 1927-1930, enCaribbean
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Ripoll, Carlos, La generacin del 23 en Cuba y otros apuntes sobre
el vanguardismo, New York, Las Amricas Publishing Company, 1968.
-----------------, ndice de la revista de avance (Cuba, 1927-1930), New
York, Las Amricas Publishing Company, 1969.
-----------------, La Revista de Avance (1927-1930), vocero de vanguardismo
y prtico de revolucin, en Revista Iberoamericana, vol. XXX, n 58,
julio-diciembre, 1964, pp. 261-282.
Snchez, Luis Alberto, Testimonio personal. Memorias de un peruano
del siglo XX, Lima, Mosca Azul, 1969-88, 6 vols.
Tarcus, Horacio, Maritegui en la Argentina o Las polticas culturales de
Samuel Glusberg, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 2002.
------------------- , Revistas, intelectuales y formaciones culturales izquierdistas en la Argentina de los 20, nmero especial sobre Revistas literarias/culturales latinoamericanas del siglo XX,Revista beroamericana
n 208-209, Universidad de Pittsburgh, julio-diciembre 2004, pp. 749-772.
Varios Autores, Maritegui, La Habana, Ctedra de Estudios Antonio
Gramsci del Centro de Investigacin y Desarrollo de la Cultura
Cubana Juan Marinello, 2002.
Verani, Hugo J., Las vanguardias literarias en Hispanoamrica; en Sal
Sosnowski (ed.), Lectura crtica de la literatura americana: Vanguardias y tomas de posicin, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1997, p. 9 y ss.
En todo caso, para 1934 se ha instalado con vigor entre los antiguos hermanos americanistas el debate que dividir aguas durante todo el corto siglo XX. Ya no se habla en la correspondencia de revistas comunes. Nuestra Amrica ha pasado al olvido.
86
Ibid.
ANEXO DOCUMENTAL I
CORRESPONDENCIA ENTRE
MARIANO PICN-SALAS, LUIS ALBERTO
SNCHEZ Y SAMUEL GLUSBERG
I. DE SAMUEL GLUSBERG A
MARIANO PICN SALAS
LA NOTA LITERARIA
CRTICA
INFORMACIN
BIBLIOGRAFA1
141
142
dor muchas palabras sobran. Ya volveremos a hablar de algunas otras cosas. Por ejemplo, sobre la necesidad de dar un
aspecto exterior a todas las ediciones del peridico y lo que es
ms importante un contenido ms o menos parejo. As calculo
dos pginas de colaboraciones locales, quiz una primera pgina de Directrices; una pgina por lo menos con firmas de los
cuatro pases en donde ms circulara el peridico; una pgina
de ficcin o sea de relatos, cuentos, aplogos. Obra de imaginacin. Una pgina europea (traduccin), una de noticias acerca
de espectculos artsticos, cine, teatro y de novedades literarias,
no con el criterio de crnica informativa de los diarios; y una
revista de revistas. Puede objetarme que tengo demasiado presente LVL. Pero estoy dispuesto a aceptar todas las innovaciones
y hasta creo que algunas secciones pueden llevar los ttulos de
nuestros actuales peridicos.
En fin, estudie bien todo este proyecto con sus compaeros y
contsteme. Creo que en un par de meses podemos ponernos
de acuerdo, sin necesidad de ningn congreso. Waldo Frank nos
apoyar decididamente y hasta nos escribir una introduccin
como leader. Tengo mucha fe en la obra que est escribiendo sobre nuestros pases y creo que debemos prepararnos para darle
toda la trascendencia que se merece y hasta editarla. De realizarse la unin de nuestros peridicos estoy seguro de que pronto podremos hacerlo, cumpliendo as con el viejo sueo de Sarmiento.
Cuanto la incorporacin de nuevos grupos de Mxico, Colombia,
Uruguay, estoy igualmente seguro de que lo conseguiremos y as
nuestras entregas tendrn en lugar de 8 pginas, muy pronto 16.
De todas partes me llega la misma voz. El poeta Ortiz de Montellano, director de Contemporneos de Mjico, me dice en una
carta que tengo ganas de publicar en VL creo que debemos hacer todo lo posible por difundir el libro de Amrica en Amrica,
sin necesidad de la consagracin por las editoriales espaolas.
Este problema del libro americano lo tengo muy bien estudiado en 10 aos de constante dedicacin. Creo que es un asunto
de publicidad y de intervencin de los mismos intelectuales por
medio de peridicos frecuentes y de tiraje relativamente elevado, 8 o 10 mil lo es para un peridico intelectual. No en vano
que esperemos la solucin de los gobiernos o de los libreros,
los unos como polticos y los otros como comerciantes se desentienden de todo aquello que no tiene una gran clientela, y
nuestro problema est en conseguir 1000 lectores en cada uno
de nuestros pases. Nada ms que mil. Basta.
He estudiado tambin muy detenidamente la parte econmica
de este proyecto de un peridico comn intermediario de nuestras ideas y nuestros libros. Creo que con solo un presupuesto
de 100 dlares mensuales podemos llevar a cabo la publicacin
de NUESTRA AMRICA si nos conformamos con el papel de diario, en lugar del papel pluma. De seguro cualquiera de los peridicos que publicamos ahora una sola vez por mes cuesta ms.
143
144
Puedo asegurarle que su proyecto ha sido aceptado ya por Basadre, Sabogal, Barrio, Spelucn, Raygada, Bustamente, por todos.
No hay una sola duda. Nuestro obstculo est en la imposibilidad de imprimir hoy en Lima un peridico, y en las escasas posibilidades de una compra abundante. Las gentes viven en tren
de polticos y la crisis es cada da ms grave. Por eso desconfo,
hoy, despus de haber confiado ampliamente. Esto no quiere decir nada contra la idea. Al contrario, le insto a llevar a cabo la
idea. Somos dos grupos momentneamente coactados: Habana
y Lima. Pero no crea que esto dura. En julio, para cuando usted
quiere el peridico, estaremos en libre pltica, por supuesto.
Yo creo que, dentro de una o dos semanas, nuevamente estar
en la calle, vencedor diligente y afanoso, o vencido igualmente
afanoso aunque en otro sentido. De modo que, por hoy, a fin
de no tener demoras en este proyecto que yo considero como
cosa propia, debemos confiar en solo dos centros[:] Argentina y
Chile. Si Mxico entra, los grupos podran formarse por el instante as: Argentino-Uruguayo supongo que el futbolismo no
trascienda a los escritores, Peruano-Chileno y Cubano-Mexicano Novo no creo que se lleva bien con Villaurrutia, aunque
tal vez las cosas hayan cambiado. Sera conveniente que esto
lo arreglase Alfonso Reyes o Genaro Estrada. Escrbale a Reyes
sobre esto, y yo, por mi parte, lo instar a lo mismo.
Tal como van las cosas, creo que no sera rara mi emigracin. No
me resigno a que mi pas viva esta vida absurda y vergonzosa de
la fuerza erguida como nica solucin, para proteger a los viejos
polticos, origen ellos de Legua, excusa ellos de Legua y sucesores qu horror ellos de Legua. Si as fuera ir a Chile, y,
seguramente, entonces cumpla mi plan de conferencias en Buenos Aires. No me descuide, pues, eso. Hoy por hoy, me siento,
aunque ms en la lucha, ms libre para actuar y moverme. He
desmaraado muchas ataduras, porque en la brega es preciso
sentirse ms dueo de s mismo.
Escrbame, pues, y metmosle el hombro a esta idea nuestra. Los
amigos aqu se deciden por Nuestra Amrica como ttulo. Yo voto
por La Otra Amrica. Nuestra Amrica est gastado. El peridico de ese ttulo, el libro de Bunge y el de Frank lo han convertido
en lugar comn. Al libro de Frank le ha hecho dao el ttulo, por
lo de Bunge, que es un antecedente. Voto por La Otra Amrica.
He ledo en el repertorio Americano el sumario de los dos primeros nmeros de su revista, y me han interesado muchsimo.
Tngame de todos modos por su admirador y amigo
Flix Lizaso
Direccin:
Comisin del Servicio Civil
Habana, Cuba
Fuente: Una hoja membretada, una carilla, dactilografiada.
Fondo Samuel Glusberg, CeDInCI.
La obra no aparecer por CIAP sino en Per como Amrica: novela sin
novelistas, Lima, Librera Peruana, 1933.
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Repblica de Cuba
Comisin del Servicio Civil
Particular
Repblica de Cuba
Comisin del Servicio Civil
Repblica de Cuba
Comisin del Servicio Civil
La Habana, agosto 22, 1928
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1929
Revista de Avance
Apartado 2228
La Habana Cuba
1929
Revista de Avance
Apartado 2228
La Habana Cuba
Editores
Frco. Ichaso
Flix Lizaso
Jorge Maach
Juan Marinello
[La Habana, 1929]
1929
Revista de Avance
Apartado 2228
La Habana Cuba
Con esta misma fecha le envo a Vd., para que se sirva hacerlos
llegar a dicho colaborador suyo, un ejemplar de esa obra, acompaado de unas lneas de agradecimiento.
Permtame que le felicite del modo ms encarecido y cordial por
la brillante labor que viene Vd. desarrollando con su simptica publicacin. Uso la palabra simptica muy calculadamente,
queriendo indicar que en La Vida Literaria encontramos aquellos criterios, actitudes, firmas, que nos son gratos. Gracias a Vd.
podemos decir que est hoy algo ms cerca la Repblica Argentina.
Ya Lizaso nos ha hablado de su deseo de que le enviemos colaboracin para un Nmero cubano de su peridico. Hemos
aceptado gustossimos esa honrosa invitacin y ya estamos preparando el envo.
Yo mismo, que me encargu del nmero cubano para La Vida Literaria, solo he recogido hasta ahora unos versos y un artculo.
Pero me voy a proponer hacerle un envo rpido.
Jorge Maach
Gen. Aranguren, 70
La Habana.
Fuente: Una hoja membretada, un carilla dactilografiada. Fondo
Samuel Glusberg, CeDInCI.
14
Ahora le mando un artculo de Jos Mart totalmente desconocido, pues lo public en 1883, y no ha sido recogido en sus
obras publicadas hasta ahora. Yo encontr una coleccin muy
rara, quiz la nica que exista en Cuba de un peridico editado
en New York, y de all he copiado unos 75 artculos, que empiezan a publicarse en la revista Bimestre de Cuba, con un artculo
preliminar en que relato las actividades americanistas de Mart
en los distintos peridicos de Amrica- Ese artculo que le mando se refiere a la Argentina. Si Vd. lo publica, muy bien; si no le
interesara, no tenga pena.
Editores
Frco. Ichaso
Flix Lizaso
Jorge Maach
Juan Marinello
La Habana, noviembre 18, 1929
Le quiere, su afmo.,
Flix Lizaso
[Manuscrito, en margen izquierdo, se lee entrecortado porque a la hoja tiene un corte central:] Si publica est / /simar en una nota que estn //ario ms completo
y ordenado // personas que poseyeran cartas / / copias?
Y si quisiera reservarlo para el nmero cubano, muy bien tambin. Yo estoy haciendo un artculo para Vd.; precisamente sobre
la utopa americanista de Mart. Y me voy a empear en una
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JUAN MARINELLO
ABOGADO
HABANA
1930
Revista de Avance
Apartado 2228 La Habana - Cuba
Telfono A-7316
Ingenio Pastora
dic. / 29 / 29
Sr. Samuel Glusberg
Buenos Aires
Mi querido Samuel Glusberg:
No quiero que las quietas vacaciones a que me ha obligado la angustiosa brega habanera, impidan expresarle mi gratitud por la
atencin prestada por usted a mis cables inquiriendo el paradero
del gran Waldo Frank.
Ya sabe ested, desde luego, que tuvimos aqu en La Habana al gran espritu. Que nos unimos mucho a l. Que ley
tres conferencias admirables. Que 1929 ya 1930 le ofreci
un modesto pero sincersimo homenaje. Que WF dijo de usted
cosas bellsimas y cordiales. Y que no tenemos la traduccin de
Our America, con gran duelo de los admiradores numerosos que
por aqu dej el gran escritor yanqui.
Sigue recibiendo la revista? Creo que los ltimos nmeros
valen la pena, y significan un buen paso de adelanto respecto
de las anteriores. De La Vida Literaria nada he de decirle. Se
nos ha hecho cosa preferida y ya necesaria. Muy interesante el
nmero norteamericano.
Muy pronto le llegar una cosa ma que creo ha de interesarle
por la proyeccin americana que he querido darle.18 Me interesa
mucho su opinin y la de La Vida.
Lo abraza,
Juan Marinello
18
1930
Revista de Avance
Apartado 2228 La Habana - Cuba
La Habana, marzo 19, 1930
Sr. Samuel Glusberg
Rivera Indarte 1030
Buenos Aires
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Editores
Frco. Ichaso
Flix Lizaso
Jorge Maach
Juan Marinello
[La Habana, 1930]
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Surco (La Habana, n 1: agosto 1930 n 7: febrero 1931) fue una revista
dirigida por Fernando Ortiz, Lizaso integraba el equipo de redaccin.
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Revista de Avance
Apartado 2228 La Habana - Cuba
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Ya se imaginar qu gusto me dara echar a la Amrica un volumen desde esa matriz poderosa del Plata. Pero ya no estn
las letras nuestras para hijos desmedrados. No quiero darle una
sensacin de elaborada modestia. Me apresuro a reconocer, con
no demasiada complacencia, que en mi ya larga vida periodstica
larga de una veteranidad juvenil han ido quedando por ah algunos artculos que, hilvanados en ensayo, presentaran algn decoro y hasta beligerancia. Pero habra que eslaborarlos, y me falta
todava tiempo para ello, amigo Glusberg. Todava no estoy en
el trance del ttulo ltimo de DOrs: todava no estoy tranquilo.29
Quin lo estar en esta Cuba tiranizada y esquilmada que estamos
viviendo los escritores cubanos de hoy? Algo en particular los escritores porque esta dictadura es del tipo que se esmera en ofender sobre todo la inteligencia. Vivimos censurados, desorientados,
acosados, envilecidos por el silencio, por la palabra atragantada.
As y todo, yo buscara tiempo y humor para esa junta de papeles
que Vd. me pide, si no me tuviese embargado hasta el ltimo
minuto de ocio la biografa de Mart que vengo escribiendo
para la Espasa-Calpe (no me gusta la Editorial ni la Coleccin
Vidas del Siglo XIX en la que ha de figurar mi tomo, pero
a la fuerza ahorcan). Como tengo que defenderme contra el
asedio de muchas responsabilidades en el orden econmico, el
trabajo de ganar no me deja margen ms que para un libro de
cada vez. Quin sabe cundo termine la biografa me deje seducir por esa posibilidad a que Vd. me tienta tan amablemente.
La tendr muy en cuenta.
Yo veo que el proyecto triple o triresponsable encuentra obstculos. Luis Alberto Snchez, de quien no tengo carta hace un
siglo, debe de estar secuestrado por la triste solucin peruana.
A Ortiz de Montellanos le escribir, segn Vd. me sugiere, aunque no s, sospecho que esa gente de Contemporneos no se
avendr con nosotros sino en ese terreno previo e intrascendente de las amabilidades, en que ya Vd. los ha encontrado. Si ellos
pueden, como parece, seguir haciendo Contemporneos sin esfuerzo, gracias a no s qu milagroso padrinaje, cmo esperar
que la sacrifiquen para poner el hombro a una tarea esforzada y
de menos concentrada satisfaccin?
Si nosotros no hemos empujado ms nuestra adhesin es porque an hallamos los tiempos poco maduros. Cuba atraviesa,
adems de lo que Vd. sabe y le dejo dicho, una crisis econmica
tan pavorosa que ya nadie lee ni los peridicos. Sera temerario
embarcarse ahora en una conquista de suscripciones para una
revista de cierto decoro intelectual. Nos parece mejor esperar
un momento de resurreccin que ya no debe tardar mucho.
Tenga en cuenta, por otra parte, que la persecusin poltica nos
tiene a todos dispersos y con el alma en vilo: sin poder siquiera
reunirnos por lo dems, estoy tan interesado como siempre
en el proyecto. Sigo considerndolo magnfico; pero, por lo mis29
Juan Marinello.
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Habana.
Un gran abrazo de
La Habana,
Enero10
1933.
Marinello
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El Marx de Gentile
Retroceso de la filosofa de la praxis a la vieja praxis de la filosofa
Miguel Candioti*
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sino tan slo un conjunto de nuevos datos, de nuevas experiencias, que entran en la conciencia del historiador.11
Frente a esta compulsiva serie de negaciones croceanas reacciona Gentile en su primer ensayo, que no por eso constituye una
defensa de Labriola ni del materialismo histrico aunque por
momentos pueda parecerlo, sino ms bien una forma diferente de cuestionarlos. Como se ver a continuacin, la postura de
Gentile en sus dos escritos es, sin embargo, infinitamente
menos enrevesada y sutil que la de Croce, pues se reduce bsicamente a una constante aproximacin al materialismo histrico
desde una perspectiva hegelianizante1,12 que le permitir sencillamente aplaudirlo o denostarlo en la medida en que lo considere
en consonancia o en desacuerdo con ella. Lo cual no resta inters o pertinencia al estudio del planteamiento gentiliano, sino
todo lo contrario; ya que ofrece tambin a los partidarios del
materialismo histrico una ocasin privilegiada para intentar
determinar exactamente la relacin entre el pensamiento de Hegel y el de Marx.
As como el segundo escrito de Gentile girar en torno a las
Tesis sobre Feuerbach (1845), el primero toma como texto marxiano clave el clebre fragmento del Prlogo a la Contribucin a la crtica de la economa poltica (1859), en la traduccin
ofrecida por Labriola en su primer ensayo.13 A partir de la lectura
de ese pasaje, Gentile concluye que el materialismo histrico, si
bien excluye todas las visiones ideolgicas, que en la interpretacin de la historia parten del supuesto de que obra o actividad
humana sea lo mismo que arbitrio, eleccin y diseo14, a la vez
admite la existencia de un proceso histrico necesario e inmanente15, y este reconocimiento de la necesidad histrica que
en Labriola resulta recurrente16 es precisamente lo que, segn
Gentile, caracteriza a una filosofa de la historia como tal. De
ah su rechazo rotundo a la primera negacin de Croce. Y de ah
tambin el sealamiento de una evidente analoga formal entre
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Se atribuye a Marx el mrito de haber comprendido siguiendo en esto a Hegel que la historia humana es un devenir
segn un proceso de anttesis, y el mrito de haber visto
oponindose en esto a Hegel que no es la Idea ni ningn
otro ente abstracto lo que se desarrolla dialcticamente, sino
la sociedad misma; vale decir la sociedad en lo que tiene en s
misma de esencial y originario, a saber: el hecho econmico,
del cual dependen y se derivan todos los fenmenos sociales.
Por lo tanto, es preciso distinguir dos cosas en la doctrina histrica de Marx: la primera, tomada de Hegel, que es el proceso
dialctico; y la segunda, el contenido o sujeto de este proceso,
que se contrapone al de Hegel. As que son dos los aspectos
a partir de los cuales debe ser considerada esta doctrina por
quien pretenda hacer de ella una valoracin terica: el aspecto
de la forma, y el aspecto del contenido.17
17
terico, encontraba por primera vez su adecuada expresin en la conciencia de su propia necesidad; o sea en la conciencia de ser el resultado y la
solucin de la actual lucha de clases. [...] De esta lucha el Manifiesto encuentra la gnesis, determina el ritmo de evolucin, y presagia el efecto
final. En tal concepcin histrica reside toda la doctrina del comunismo
cientfico. Desde este punto en adelante los adversarios tericos del socialismo ya no son llamados a discutir sobre la abstracta posibilidad de
la democrtica socializacin de los medios de produccin [...]. Aqu se
trata, en cambio, de reconocer o de no reconocer en el curso presente
de las cosas humanas una necesidad que trasciende toda simpata y todo
asentimiento subjetivo por nuestra parte. Se encuentra o no la sociedad
actual, en los pases ms desarrollados, en una situacin tal que debe
desembocar en el comunismo por las leyes inmanentes a su propio devenir, dada su actual estructura econmica, y dados los conflictos que
esta por s y en s misma necesariamente produce hasta resquebrajarse
y disolverse? [...] Nuestros propsitos son racionales, no porque estn
fundados en argumentos extrados de la razn razonante, sino porque se
derivan de la objetiva consideracin de las cosas; lo que equivale a decir
de la dilucidacin de su proceso, que no es, ni puede ser, un resultado de
nuestro arbitrio, sino que, por el contrario, a nuestro arbitrio vence y subyuga. (cfr. In memoria del Manifesto..., pp. 476-477); Esta concepcin
histrica, elevando a teora esa necesidad [bisogno] de la nueva revolucin social, que se haba hecho ms o menos explcita en la conciencia instintiva del proletariado y en sus movimientos apasionados y repentinos,
al tiempo que reconoca la intrnseca e inmanente necesidad [necessit]
de la revolucin, cambiaba el concepto de sta. Lo que haba parecido
posible a las sectas de los conspiradores, como algo que pueda desearse
segn un plan y predisponerse a voluntad, se volva un proceso [objetivo
y necesario] susceptible de ser favorecido, respaldado y fecundado. (cfr.
ibid., p. 485); Estamos ante una concepcin orgnica de la historia. Aqu
es la totalidad y la unidad de la vida social lo que se encuentra ante nuestra mente. (cfr. ibid., p. 526).
Cfr. Gentile, Una critica del materialismo storico, p. 36.
En esta misma lnea siempre confundiendo la genuina crtica al objetivismo con una simultnea refutacin del materialismo, Gentile rechazar de plano la explicacin de la filosofa
hegeliana ofrecida por Engels en Del socialismo utpico al
socialismo cientfico.19 Se queja de que el planteamiento engelsiano haga de Hegel un Platn al atribuir a la Idea una existencia
independiente del mundo real, y al mundo objetivo una existencia independiente de la subjetividad que lo conoce:
Se ha dicho y se suele repetir que quien quiera entender la
Lgica de Hegel, debe antes leer la Fenomenologa, y acordarse que la clave de sta reside en el criticismo kantiano. Ahora
bien, aqu Engels no sospecha siquiera esta exigencia histrica;
y hablando, como se ha visto, de la idea hegeliana, muestra no
saber nada de esa subjetividad o humanidad de la ciencia, que
equivale, despus de Kant, a lo que comnmente se denomina
objetividad.20
Y agrega:
Es preciso, por lo tanto, abandonar las metforas; e incluso
hablando de teora objetiva y realista y materialista del proceso histrico, recordar que se trata siempre de una elaboracin
cientfica (tal que puede resultar necesaria para las mentes de
todos y entonces valer como universal) de conceptos nuestros
(produccin, forma de produccin, intercambio, sociedad, etc.);
nuestros ni ms ni menos que ese concepto teolgico y metafsico de la Providencia, con el que la vieja filosofa de la historia
haca ajustarse a fines preestablecidos el curso de los aconte-
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cimientos humanos.21
a Hegel porque, en verdad, dicindose materialistas en el sentido propio de la palabra, creen haber hecho saltar lo absoluto
por el aire, para atenerse a los hechos, a los datos de la experiencia, es decir, a lo relativo. [] Pero el problema comienza
cuando, hecha la sustitucin, lo relativo es obligado a hacer
las veces de absoluto []. El proceso de lo absoluto se determinaba a priori, precisamente porque es el proceso dialctico
de lo inmanente []. Acaso lo relativo, la materia propia de la
experiencia, es determinable a priori? He aqu la razn de todas
las dificultades de Croce: todas las cuales se pueden resolver,
ya que creemos haberlas resuelto, solamente reconociendo al
materialismo histrico esas caractersticas de filosofa de la
historia que luego, a su vez, conducen necesariamente a este
absurdo: a hacer un a priori de lo que es emprico, a considerar
determinable a priori lo que pertenece a la experiencia, y por
tanto a prever [] un hecho []. El hecho no se prev porque
no es objeto de especulacin, sino de experiencia; y por eso
no pertenece a la filosofa de la historia, sino a la historia pura
[] la cual slo se ocupa, como todos saben, de lo ya acontecido. [] As que, en definitiva, el materialismo histrico, si bien
pretende ser ms que una simple visin metodolgica, til al
historiador, considerado desde el punto de vista filosfico slo
resulta ser una de las ms desgraciadas desviaciones del pensamiento hegeliano, en cuanto conduce a una metafsica (ciencia
necesaria y absoluta) de lo real, pero entendido como objeto
a la manera prekantiana; y, lo que es peor, lleva a la concepcin de una dialctica, determinable a priori, de lo relativo. Pero
como simple visin metodolgica, resulta de gran ayuda a la
conciencia del comunismo crtico?24
En otras palabras: es preciso reconocer que todo es conocimiento, o sea, la verdad y la vigencia del idealismo postkantiano. La
crtica al objetivismo de la dialctica marxista no deja as lugar
a ninguna consideracin materialista de la historia. Todo lo que
aparece como objetivo no es ms que una configuracin subjetiva (cognitiva). No hay un mundo afuera del sujeto cognoscente, no existe una realidad extraconceptual que lo condicione
de ningn modo; no existe un contenido (objetivo, emprico,
a posteriori) que no est plenamente subordinado a la forma
(subjetiva, pura, a priori).
De este modo, si se reduce el materialismo histrico a la pura
forma, al mero concepto de un proceso necesario de desarrollo
histrico-dialctico, vale decir, si se convierte a Marx en Hegel,
se puede entonces reconocer validez, coherencia y cientificidad
a la nueva filosofa de la historia, dejando de lado por ahora que su especulacin conceda al sustrato econmico el
lugar privilegiado:
Lo que hay de esencial en el hecho histrico es para Hegel la
Idea, que se desarrolla dialcticamente; para Marx, la materia
(el hecho econmico), que se desarrolla de igual manera; y si
Hegel con su Idea poda hacer una filosofa de la historia, ha de
poder hacerla tambin Marx; y se le debe conceder que precisamente su ciencia, y no el impulso de la fe, lo lleve a prever
aquello en que la sociedad presente devendr, cuando sea que
eso ocurra.22
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No se nos oponga que el materialismo histrico parte del estudio emprico de la historia. Parte s, pero no se detiene all; y llega a una concepcin nica de toda la historia. Ya notamos en su momento cundo el
materialismo histrico deja el terreno de la experiencia y alza el vuelo a
la especulacin. (cfr. ibid., 56-57 n.)
Cfr. M. Candioti, Prctica y poder social. Una reconstruccin de la teora general de Karl Marx, tesis doctoral en Humanidades, Barcelona, Universitat Pompeu Fabra, 2014, cap. 3: Prctica y nece(si)dad(es).
Discorrendo di socialismo e di filosofia. Lettere a G. Sorel (Roma,
Loescher, diciembre de 1897). Ver ms arriba la nota 3.
Per la interpretazione e la critica di alcuni concetti del marxismo (Atti
della Accademia Pontaniana di Napoli, vol. XXVII, 21 de noviembre de
1897) y Le livre de M. Stammler (en el Devenir social de noviembre de
1898). Ambos fueron luego reunidos por el autor, a finales de 1899, en el
citado libro Materialismo storico ed economia marxistica.
Se trata, sobre todo, de artculos aparecidos en revistas de Francia, Italia
y Alemania. Gentile solamente dar cuenta de la lectura de dos de ellos
publicados en italiano: La necessit e il fatalismo nel marxismo (en la
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as integralmente entendido est implcito el desarrollo respectivamente proporcionado y proporcional de las actitudes
mentales y de las actitudes operativas, as, por otra parte, en
el concepto de la historia del trabajo est implcita la forma
siempre social del trabajo mismo, y el variar de esta forma: el
hombre histrico es siempre el hombre social, y el presunto
hombre presocial, o supersocial, es un parto de la fantasa: y
as sucesivamente.36
39
K. Marx, El capital, I, trad. P. Scaron, Mxico, D. F., Siglo XXI, 2009, p. 216.
Los filsofos slo han interpretado el mundo de diversas maneras; de lo
que se trata es de transformarlo (cfr. Thesen ber Feuerbach, p. 7); de
lo que se trata, en realidad y para el materialista prctico, es decir, para
el comunista, es de revolucionar el mundo existente, de atacar prcticamente y de hacer cambiar las cosas con que nos encontramos (Marx y
Engels, La ideologa alemana, p. 46).
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176
III
Algunas repercusiones
de los ensayos de Gentile
Al parecer, Labriola nunca se ha molestado en responder a las
crticas de Gentile, como en cambio s lo hizo aunque sea de
manera breve con las de Croce y Sorel.45 Las pocas cartas a
Gentile conservadas dan la impresin, en lo que respecta al primer ensayo gentiliano, de una actitud benevolente y paternal
por parte de Labriola hacia alguien que est acabando sus estudios y apenas iniciando su carrera como docente e investigador.
De hecho, Gentile le reprochar amablemente que en el Discorrendo... no tuviera en cuenta ninguna de sus observaciones.46
En cuanto al segundo ensayo, luego de recibir el volumen que lo
contiene, y en el marco de las mltiples decepciones sufridas de
parte de quienes crea sus secuaces, Labriola slo enva (el 30 de
agosto de 1899) la siguiente respuesta significativamente escueta, que tal vez sea el nico testimonio escrito al respecto:
Recibo ahora [...] su libro La filosofa di Marx. Apenas lo he
hojeado materialmente. Me apresuro a preguntarle si recibi
(lo mand hace tiempo a Campobasso) mi pequeo opsculo
A proposito della crisi del Marxismo, que era en realidad un
extracto de la Rivista [Italiana] di Sociologia, y una diatriba contra Masaryk. Suyo, A. Labriola.47
42
43
Ahora bien, Gentile, del todo posedo por la orientacin gnoseolgica del
idealismo, la fue desarrollando con impecable rigor hasta resolver el proceso de lo real en la conciencia que el sujeto tiene de l, que finalmente
se resuelve todo en el acto en el cual se vuelve consciente de ello, el acto
mismo de la autoconciencia, que no slo es un poner, sino tambin un autoponerse. Demostrada la practicidad del conocer en cuanto el conocer
es hacer, es verdad tambin, recprocamente, que la praxis se resuelve
por completo en la actividad del pensamiento, por lo que en la actualidad
del acto se concreta el fiat de la creacin. En esto Gentile mantendr una
plena coherencia, rechazando toda distincin. El punto de llegada de la
impostacin gnoseolgica del idealismo, fascinado por la sntesis a priori
cognoscitiva, y preocupado por liquidar los ltimos residuos de la cosa en
s, deba ser el actualismo. (Cfr. E. Garin, Cronache di filosofia italiana:
1900-1943, Bari, Laterza, 1966, p. 215).
Pero tambin en este caso es Labriola quien da pie al equvoco: Me espero una dada Scrates-Marx, porque Scrates fue el primero en descubrir
que el conocer es un hacer, y que el hombre conoce bien slo lo que sabe
hacer. (cfr. Discorrendo..., p. 732 n.).
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49
50
Ver el Postscriptum y el Prface a la edicin francesa del Discorrendo..., que llev por ttulo Socialisme et Philosophie (Lettres G. Sorel), Paris, V. Giard & E. Brire, 1899 (enero).
Cfr. el apndice a la ya citada 5 ed. de Gentile, La filosofia di Marx.
Studi critici, pp. 269-274.
Ese trabajo de Labriola, que luego fue incluido como apndice a la segunda edicin (1902) de Del materialismo storico. Dilucidazione preliminare, data de junio de 1899, y por tanto no pudo ser considerado
por Gentile en su segundo ensayo (acabado en febrero de ese ao). Un
extracto de los textos de Masaryk criticados por Labriola fue publicado,
por primera vez en castellano, en Polticas de la memoria, n 14, verano
2013/2014, pp. 31-58, bajo el ttulo Masaryk y la crisis del marxismo,
traducidos por Cecilia Gil Mario y Virginia Castro, con revisin tcnica,
notas e introduccin de Horacio Tarcus.
Cfr. Materialismo storico ed economia marxista, cap. 3: Per la interpretazione e la critica di alcuni concetti del marxismo, pp. 74-75.
Ver, adems de Materialismo storico ed economia marxistica, la seleccin de su correspondencia con Gentile acerca del tema en el citado
apndice de La filosofia di Marx, pp. 173-288. Cfr. tambin Polticas de
la Memoria, n 15, ya cit., pp. 169-90, y E. Agazzi, Il giovane Croce e il
marxismo, Torino, Einaudi, 1962.
Cfr. Materialismo storico ed economia marxistica, p. XI. Ver las elogiosas remisiones a Gentile que se encuentran, sobre todo, a lo largo de todo
51
52
53
54
de la filosofa de la praxis como la peculiar traduccin al italiano de las Tesis sobre Feuerbach hechas por Gentile, es en
dos destacados autores marxistas de la primera mitad del siglo
XX, que por lo dems presentan marcadas diferencias entre s:
Rodolfo Mondolfo y Antonio Gramsci. Seguramente el impacto
fue mucho mayor en el primero, quien, aunque se asuma como
marxista y se propona continuar la obra de Antonio Labriola,
no lograba pensar el materialismo histrico sin el filtro decisivo
de algunas claves de lectura gentilianas. Esto se puede observar
con la mayor claridad a partir de uno de sus primeros ensayos
sobre el tema: La filosofia del Feuerbach e le critiche del Marx
(La Cultura Filosofica, III, 1909), luego reeditado con el ttulo
Feuerbach e Marx.53 All, Mondolfo no slo imita a Gentile en
el gesto formal de presentar una traduccin y una interpretacin de las Tesis de Marx, sino que tambin lo repite de manera
evidente en el contenido de la una y de la otra. No obstante,
tambin es posible sealar varios matices novedosos aportados
por Mondolfo, los cuales ciertamente merecen ser estudiados.54
55
tra marxismo e democrazia, Firenze, Polistampa, 2007; Marcella Pogatschnig, El otro Mondolfo, Buenos Aires, Biblos, 2009; Cristina Corradi, Storia dei marxismi in Italia, Roma, Manifestolibri, 2011; F. Frosini,
Rodolfo Mondolfo, en Enciclopedia italiana di scienze, lettere ed
arti. Il contributo italiano alla storia del pensiero. Ottava appendice,
Roma: Istituto della Enciclopedia Italiana, 2012, pp. 615-22.
Cfr. A. Gramsci, Quaderni del carcere, ed. V. Gerratana, Torino, Einaudi,
1975, Q 4, <37>, p. 455. Para indagar ms a fondo en la relacin entre
Gentile y Gramsci, recomiendo los siguientes estudios, que adems
junto a otros ya citados a propsito de Mondolfo permiten trazar una
historia completa de la filosofa de la praxis entre Labriola y Gramsci:
L. Paggi, Gramsci e il moderno principe. I. Nella crisi del socialismo
italiano, Roma, Editori Riuniti, 1970; F. Frosini, Filosofia della praxis, en
Le parole di Gramsci. Per un lessico dei Quaderni del carcere, ed.
F. Frosini y G. Liguori, Roma, Carocci, 2004, pp. 93-111; id., La religione
delluomo moderno. Politica e verit nei Quaderni del carcere di
Antonio Gramsci, Roma, Carocci, 2010. Me permito remitir tambin a M.
Candioti, Gramsci y la praxis como actividad sensible, en Gramsci y la
sociedad intercultural, ed. G. Pala, A. Firenze, y J. Mir Garca, Barcelona,
Montesinos, 2014, pp. 241-51.
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56
57
Cfr. Gentile, La filosofia di Marx, pp. 9-10. Cabe recordar que durante
el mismo 1937, luego de 11 aos de reclusin, el fascismo haba logrado
vencer definitivamente la resistencia fsica de Antonio Gramsci.
V. I. Lenin, Carlos Marx (Breve esbozo biogrfico con una exposicin del
marxismo), en id., Obras completas. Tomo XXII, Madrid, Akal, 1977, pp.
133-183 (aqu 180). Este artculo fue originariamente publicado en el Diccionario Enciclopdico Granat, 7 edicin, Mosc, 1915, vol. XXVIII.
Resumen
El presente artculo pretende ofrecer un panorama
crtico de las dos contribuciones de Giovanni Gentile
al debate sobre el materialismo histrico que marc
el inicio del marxismo terico italiano en el ltimo
lustro del siglo XIX. Ese debate, en el que tambin
participaron Antonio Labriola, Benedetto Croce,
Georges Sorel y otros autores, estuvo atravesado
por el problema de la relacin entre el materialismo
histrico y la filosofa. A diferencia de otros autores,
Gentile opta desde el inicio por afirmar el carcter
filosfico e incluso metafsico de la teora de Marx,
a la que interpreta en todo momento desde una
perspectiva hegelianizante. As, las consideraciones
positivas del materialismo histrico como filosofa
de la historia (en el primer ensayo) y como filosofa de la praxis (en el segundo) obedecen solamente a un autoreconocimiento del hegelianismo, que
naturalmente encuentra su lmite decisivo en la imposibilidad de comprender el materialismo prctico
introducido por Marx.
Palabras clave
Karl Marx, Giovanni Gentile, materialismo histrico,
filosofa de la historia, filosofa de la praxis.
Abstract This article aims to provide a critical outlook on the two contributions of Giovanni Gentile to
the debate on historical materialism which marked
the beginning of Italian theoretical Marxism in the
last five years of the nineteenth century. That debate, in which Antonio Labriola, Benedetto Croce,
Georges Sorel and other authors participated too,
revolved around the question of the relation between historical materialism and philosophy. Unlike
other authors, Gentile states from the beginning
the philosophical and even metaphysical nature of
Marxs theory, which he always interprets from a
Hegelian perspective. Thus, positive considerations
of historical materialism as philosophy of history
(in the first essay) and as philosophy of praxis (in
the second one) are only due to a self-recognition
of Hegelianism, that naturally finds its critical limit
in the impossibility of understanding the practical
materialism introduced by Marx.
Keywords
Karl Marx, Giovanni Gentile, historical materialism,
philosophy of history, philosophy of praxis.
La filosofa de la praxis
Giovanni Gentile
Karl Marx, Zur Kritik der politischen konomie, Erstes Heft, Berlin, Verlag von Franz Duncker (W. Bessers Verlagshandlung), 1859, Vorwort,
pp. III-VIII. En castellano: Contribucin a la crtica de la economa poltica, Prlogo, existen numerosas ediciones. N. de M.C.
Las palabras entrecomilladas ms arriba pertenecen al mencionado Prlogo de la Contribucin a la crtica..., aunque seguramente Gentile las
reproduce a partir de la cita hecha por Engels en la ya mencionada Nota
preliminar. En cualquier caso, resulta fcil advertir que aqu Gentile est
simplemente siguiendo y parafraseando este breve prefacio engelsiano,
el cual empieza recordando lo anotado por Marx en 1859 sobre el largo
manuscrito redactado en Bruselas en 1845-46, y luego aade los comentarios que sobre ese texto y ese perodo formula Engels casi treinta aos
ms tarde. Sin embargo, cabe subrayar que eso es todo lo que Gentile poda saber en 1899 sobre ese importante escrito de los aos cuarenta que
slo empezara a darse a conocer en 1924 desde Mosc, y que an no
era denominado por el ttulo con el que hoy lo conocemos: Die deutsche
179
180
10
Per linterpretazione e la critica di alcuni concetti del Marxismo, memoria presentada en la Academia Pontaniana, ronda del 21 noviembre de
1897 (Napoli, 1897; trad. en el Devenir Social, ao IV, febrero y marzo
de 1898) p. 22. N. de G.G. [Se trata de uno de los textos propios sobre
Marx y marxismo que Croce reuni y public en 1900 como libro: cfr. Materialismo storico ed economia marxistica, Roma-Bari, Laterza, 1973,
pp. 53-104 (aqu 76). Existe una edicin en castellano: Benedetto Croce,
Materialismo histrico y economa marxista, Buenos Aires, Imn, 1942,
trad. de O. Caletti rev. por R. Mondolfo. N. de M.C.].
Son, escribe, apuntes para un trabajo an por hacer, no destinados en modo alguno a la imprenta, pero inestimables como
el primer documento en el que se deposita el germen genial
de la nueva intuicin del mundo (der neuen Weltanschauung).14
mina las tesis sobre Feuerbach de Marx. La redaccin en Bruselas no
habra sido durante enero, como apunta Gentile, sino en algn momento
situado entre finales de febrero y junio de 1845. Pero adems hay otro
elemento mucho ms relevante que no se conoca en 1899, a saber: el
hecho de que la versin publicada por Engels presenta modificaciones
calladamente realizadas por l mismo a las once tesis de Marx, probablemente en el afn de hacer ms comprensible un texto que no haba
sido destinado por su autor a la publicacin. El escrito original vera la
luz ms de un tercio de siglo despus, al mismo tiempo que la parte de
La ideologa alemana que se ocupa de Feuerbach, en el volumen 1 del
Archiv K. Marksa i F. Engelsa, editado en 1924 por el Instituto Marx-Engels de Mosc, bajo la direccin de David Riazanov (cfr. A. Bortolotti,
Marx e il materialismo: dalla Sacra famiglia alle Tesi su Feuerbach,
Palermo, Palumbo, 1976; B. Andras, Karl Marx/Friedrich Engels, das
Ende der klassischen deutschen Philosophie: Bibliographie, Trier, Karl
Marx Haus, 1983; B. Burkhard, Bibliographic annex to D. B. Rjazanov and
the Marx-Engels Institute: Notes toward further research, Studies in
East European Thought, 30 (1), 1985, pp. 75-88; G. Labica, Karl Marx.
Les Thses sur Feuerbach, Paris, Presses Universitaires de France, 1987;
P. Macherey, Marx 1845. Les Thses sur Feuerbach. Traduction et
commentaire, Paris, ditions Amsterdam, 2008; M. Candioti, El carcter enigmtico de las Tesis sobre Feuerbach y su secreto, Isegora, n
50, 2014, pp. 45-70). Por lo dems, la existencia de dos versiones de las
Tesis sobre Feuerbach no ha sido, en general, suficientemente destacada por quienes han publicado el texto en castellano, empezando por las
casas editoras de Mosc, que propagaron tambin este descuido en otras
lenguas. As, aun luego de que la versin de Marx se diera a conocer en
1924, ha seguido publicndose la de Engels de manera acrtica, predominante y hasta exclusiva. La primera presentacin en castellano del escrito
original es la de Wenceslao Roces incluida como apndice en la primera
edicin integral de La ideologa alemana en nuestra lengua (ver nota 3).
Es posible, pues, remitir a sta como traduccin del texto original (cfr.
Tesis sobre Feuerbach [M], en K. Marx y F. Engels, La ideologa alemana, Barcelona, Grijalbo, 1970, pp. 665-668), y a las diversas ediciones en
castellano realizadas en Mosc, como traduccin de la versin retocada
por Engels (cfr. Tesis sobre Feuerbach [E], en K. Marx y F. Engels, Obras
escogidas, 3 vols., Mosc, Progreso, vol. 1, 1981, pp. 7-10.) Sin embargo,
debe tenerse presente que, como se ver en lo que sigue, todas estas
traducciones son considerablemente defectuosas. Por este motivo, sern
oportunamente revisadas en base a una clsica edicin en alemn (respectivamente: Thesen ber Feuerbach [M] y Thesen ber Feuerbach
[E], en K. Marx y F. Engels, Werke [MEW], vol. 3, Berlin, Dietz, 1978, pp
5-7 y 533-35). Para un cotejo y anlisis detallado las diferencias entre la
versin marxiana y la versin engelsiana de las Tesis, y una consideracin
de los motivos que pueden haber llevado a Engels a introducir cambios
en cada una de ellas, vanse los trabajos arriba citados de Arrigo Bortolotti, Georges Labica y Pierre Macherey. N. de M.C.
Pero dado que son muchos en torno a Labriola, tambin Iliacos intra muros12, los que creen que l, contra las intenciones
de Marx, ha ampliado sin un buen fundamento el alcance de la
doctrina materialista de la historia, ser de ayuda presentar los
documentos del pensamiento genuino del propio Marx.
II
11
12
Alusin al siguiente verso de Horacio: Iliacos intra muros peccatur et extra (Ellos pecan dentro y fuera de las murallas de Troya); cfr. J. Borrs,
ed., Diccionario citador de mximas, proverbios, frases y sentencias
escogidas de los autores clsicos latinos, franceses, ingleses e italianos, Barcelona, Imprenta de Indar, 1836, p. 143. Labriola haba utilizado
la frase completa en el marco de sus crticas a la inmensa ignorancia de la
obra de Marx y Engels reinante en Francia y en Italia (cfr. Discorrendo...,
carta II, p. 671.). Gentile aqu parafrasea y vuelve en contra de Labriola
esas palabras, aun cuando l mismo no constituye precisamente una excepcin al fenmeno deplorado por el autor de las cartas a Sorel: No es
de extraar entonces que fuera de Alemania [] muchos escritores []
hayan sentido la tentacin de extraer, o de crticas de adversarios, o de
citas incidentales, o de apresuradas inferencias sacadas de pasajes especiales, o de vagos recuerdos, los elementos para forjarse un marxismo
de su propia invencin y a su manera. (cfr. ibid., p. 668) N. de M.C.
13
14
Op. cit., p. IV. N. de G.G. [Las palabras en alemn que aparecen entre
parntesis, tanto en el cuerpo del texto como en sus propias notas, son
siempre aadidos de Gentile. Como se ver mejor en lo que sigue, la traduccin de Weltanschauung como intuicin del mundo no es inocua.
La palabra alemana Anschauung, derivada de anschauen (mirar, ver), tiene dos grandes acepciones. Por un lado, hay un sentido especficamente
filosfico que instaura Kant y que se traduce habitualmente como intuicin. Sin embargo, este significado filosfico kantiano es inversamente opuesto al latino-cartesiano proveniente de la filosofa medieval
y an predominante en las lenguas romances, segn el cual intuir
(intueri) es conocer sin intervencin alguna de la sensibilidad, vale decir,
de manera directa, mediante el puro entendimiento (cfr. por ej. R. Descartes, Reglas para la direccin del espritu, ed. y trad. J. M. Navarro
Cordn, Madrid, Alianza, 1984). Para Kant, en cambio, la intuicin al
menos la humana equivale precisamente a lo que hoy denominamos
percepcin, esto es, a la captacin de datos aportados por la sensibilidad, diferentes de los conceptos que, por su parte, son los elementos
propios del entendimiento. De ah que, en su anlisis del conocimiento
humano, l da casi siempre por sobrentendido el carcter sensible (sinnlich) de la intuicin o las intuiciones (Anschauungen), y slo rara vez
181
182
tales de su lgica: que hay siempre un perfecto paralelismo entre forma y contenido. Crtica injusta, porque Hegel no negaba
la transformacin del contenido en las diversas formas; ni, por
tanto, que contenido y forma en filosofa, y contenido y forma en
religin procediesen conjuntamente y con perfecta correlatividad.
No negaba, digo, la diversidad de los contenidos concretos, tal
como son realizados en las dos formas diferentes; pero afirmaba
la identidad del contenido abstractamente considerado, en cuanto se lo considera trascendentalmente separado tanto de la forma
filosfica como de la forma religiosa.16 Por lo dems, segn Hegel,
la forma del sentimiento (propio de la religin) es la forma ms
inadecuada al contenido espiritual. Este contenido, Dios mismo,
slo est en su verdad en el pensamiento y como pensamiento.17
Feuerbach, sin embargo, en la Esencia del Cristianismo (1841)
se opuso a esta sentencia, afirmando que entre filosofa y religin hay una oposicin diametral, como entre lo sano y lo enfer16
17
mo, al ser una producida por el pensamiento, y la otra por la fantasa y el sentimiento. Fe y ciencia, pues, no pueden conciliarse
en paz amistosa. Hegel haba dicho que el hombre se reconoce
en su Dios; en cambio, hay que decir que Dios se conoce en el
hombre. O sea: en la religin el hombre no quiere ya conocerse
a s mismo, y ni siquiera conocerse a s mismo incompletamente
(representarse), sino que quiere satisfacerse a s mismo, en sus
necesidades fsicas. Dnde reside entonces para el hombre la
propia esencia individual? En una continua satisfaccin de las
propias necesidades orgnicas. Y esto es lo que l quiere encontrar en Dios. El sentimiento egosta, insatisfecho con la finitud
de la vida real, empuja al hombre a sublimarse en una potencia
infinita que es poder divino, omnipotencia para satisfacer todas
sus necesidades. Por lo tanto, el hombre mediante la religin no
se reconoce a s mismo como espritu, como absoluto, como universal en Dios; sino que este absoluto, espritu, universal, debe
en cambio reconocerse en el individuo particular, que como
organismo fsico vive a travs del incesante proceso del surgimiento y de la satisfaccin de las necesidades. La verdad del
individuo, pues, no reside en el universal, sino la verdad de ste
en el individuo. La materia no se hace verdadera en el espritu,
sino ste en aqulla. Es el idealismo hegeliano invertido.
Y puesto que la raz de la religin se encuentra en el hombre
como individuo fsico, la teologa se transforma en antropologa, y sta es esencialmente materialista. Las necesidades que
impulsan la fantasa a la deificacin de las potencias humanas
elevadas al infinito son de hecho las necesidades fsicas; y la
esencia del hombre es entonces definida como puramente fsica
y orgnica.18
Ya en esta primera presentacin esquemtica del contenido de La esencia del cristianismo, Gentile simplifica, tergiversa e incluso invierte el
pensamiento de Feuerbach. En primer lugar, en cuanto a la relacin entre
religin y (auto)conocimiento humano, Feuerbach afirma all lo siguiente:
Con relacin a los objetos sensibles la conciencia del objeto es distinguible de la conciencia de s; pero en el caso del objeto religioso coincide
inmediatamente la conciencia con la autoconciencia. El objeto sensible
es exterior al ser humano, el objeto religioso est en l, le es interior; por
eso es un objeto que no le puede abandonar, como tampoco le abandona
su autoconciencia o su conciencia moral. [] Vale aqu, sin restriccin
alguna, la proposicin: el objeto del ser humano es su propia esencia
objetivada. [...] La conciencia de Dios es la autoconciencia del ser humano;
el conocimiento de Dios el autoconocimiento del ser humano. Conoces al
ser humano por su Dios, y viceversa, conoces su Dios por el ser humano;
los dos son una misma cosa. [] Pero si la religin, la conciencia de Dios,
es definida como la autoconciencia del ser humano, esto no lo debemos
entender como si el ser humano religioso fuera directamente consciente
de que su conciencia de Dios es la autoconciencia de su esencia, pues la
carencia de esta conciencia constituye justamente la esencia de la religin. Para eliminar este malentendido sera mejor decir: la religin es la
autoconciencia primaria e indirecta del ser humano. La religin precede
siempre a la filosofa tanto en la historia de la humanidad como en la
historia de los individuos. El ser humano busca su esencia fuera de s,
antes de encontrarla en s mismo. La propia esencia es para l, en primer lugar, como un objeto de otro ser. (L. Feuerbach, La esencia del
cristianismo, trad. J. L. Iglesias, Madrid, Trotta, 1995, pp. 64-65, trad.
rev.; cfr. Das Wesen des Christentums, ed. W. Schuffenhauer, Berlin,
Akademie-Verlag, 1956, pp. 49-51). Como puede observarse, no hay aqu
ninguna oposicin diametral entre religin y filosofa. En segundo lugar,
la nocin de esencia individual es completamente ajena a Feuerbach,
As es como el materialismo histrico descenda con lgica simple y evidente del materialismo de Feuerbach. Fuera del materialismo, pues, ninguna otra filosofa podr ser considerada
inmanente a la concepcin materialista de la historia. Pero veamos las observaciones que hiciera Marx en torno a esa filosofa
[el materialismo], al prepararse en 1845 para escribir su propia
orientacin filosfica. Para ello ofrecemos aqu traducidos lo
mejor posible los fragmentos publicados por Engels.22
1
El defecto capital de todo el materialismo pasado incluido
el de Feuerbach es que el trmino del pensamiento (Gegenstand), la realidad, lo sensible, ha sido concebido solamente
bajo la forma de objeto o de intuicin; y no ya como actividad
quien en todo momento se refiere a los avatares de la relacin de la conciencia individual con la esencia del gnero (o esencia de la especie,
Gattungswesen) y por tanto con lo universal, relacin que caracteriza a todo ser humano como tal y lo distingue del animal: la verdad del
individuo reside siempre en lo universal (cfr. La esencia del cristianismo,
pp. 53 y ss.). En tercer lugar, en esta obra Feuerbach se encuentra lejos
de esencializar el egosmo individualista que slo busca la satisfaccin de
las propias necesidades fsicas. Muy por el contrario, atribuye esa actitud
al predominio de la conciencia prctica en los judos heredado luego
por los cristianos, en oposicin al ideal griego que l abraza como
propio de la vida contemplativa y la teora como manifestacin ms
elevada de la esencia humana (ibid., passim). Feuerbach no es, pues, el
materialista vulgar y antiintelectualista que Gentile intenta caricaturizar
aqu y en lo que sigue; la vida espiritual es lo ms relevante y esencial del ser humano para ambos autores, que en esto son hijos de la
misma tradicin teoricista con la que romper el Marx revolucionario (sin
por ello caer en el practicismo antiintelectualista). N. de M.C.
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20
21
Resulta llamativo que Gentile omita aqu toda referencia al segundo ensayo de Labriola sobre el materialismo histrico (1896), en donde desde
el inicio se ataca con agudeza este tipo de banalizaciones crticas del materialismo en general; cfr. Del materialismo storico. Dilucidazione preliminare, en Antonio Labriola, Scritti filosofici e politici, ed. F. Sbarberi,
Torino, Einaudi, 1973, pp. 533 y ss. N. de M.C.
22
Se refiere a su propia traduccin alla meglio de las Tesis sobre Feuerbach (ver nota 13), incluida a continuacin en este ensayo de 1899.
Recordemos que se trata de la primera aparicin en italiano del texto
de Marx (segn la revisin de Engels), y la nica hasta 1902, ao en que
se public la versin de E. Ciccotti, mucho ms rigurosa (cfr. Bortolotti,
Marx e il materialismo..., 103), pero no por ello ms difundida. La versin gentiliana es tan inexacta que ser conveniente sealar en notas al
pie que no debern confundirse con las del propio Gentile sus defectos
fundamentales. N. de M.C.
183
184
24
Recordemos que el trmino griego praxis, que equivale a prctica en castellano, se incorpor a la lengua alemana sin ms modificaciones que la
mayscula inicial correspondiente a los sustantivos (Praxis). En italiano,
en cambio, adems de pratica, existe tambin una italianizacin de praxis
como prassi. Gentile prefiere esta ltima variante porque como se ver
a continuacin entiende la prassi en un sentido peculiar, que se aparta
de la pratica propiamente dicha. Tngase presente, pues, que todas las
apariciones de praxis en este texto corresponden a lo que el autor denomina prassi. N. de M.C.
La interpretacin de esta oracin inicial de la primera tesis condiciona
la comprensin de todo el texto de Marx (e incluso de toda su obra,
como ocurre segn veremos con el propio Gentile). Y esa lectura
del primer enunciado depende, a su vez, de cmo se entienda la palabra
alemana sinnlich(e). Cuando este trmino cumple la funcin de adjetivo
es susceptible de ser comprendido y traducido al castellano de dos maneras muy diferentes. Por un lado, como sensible, es decir, que puede
ser captado por los sentidos. Por otro, como sensorial o sensitivo, esto
es, propio de los sentidos mismos y su actividad cognitiva. Lo mismo vale
para los casos en los que sinnlich funciona como adverbio: puede leerse como sensiblemente o como sensorialmente. En cambio, la forma
sustantivada, Sinnlichkeit, presenta una ulterior dificultad. Para su traduccin al castellano podemos optar simplemente por colocar el artculo
neutro lo delante de sensible o de sensorial, con lo cual el nico
obstculo que nos queda por superar sigue siendo la necesidad de decidirnos por uno de esos dos significados. Pero si, en cambio, pretendemos
traducirla utilizando un sustantivo propiamente dicho, nos veremos ahora ante una palabra castellana que presenta la misma ambigedad que
el trmino alemn. En efecto, sensibilidad es un trmino equvoco que
puede significar ya la capacidad de sentir, ya las cosas sensibles en cuanto
tales (cfr. L. Althusser, Note du traducteur, en L. Feuerbach, Manifestes
philosophiques: textes choisis (1839-1845), Paris, Presses Universitaires de France, 1960, pp. 6 y 8). Y aunque tal vez esta segunda acepcin
nos pueda resultar inusual en castellano, el caso es que Feuerbach y Marx
utilizan Sinnlichkeit precisamente para aludir al mundo sensible (sinnliche Welt), real, material, en contraposicin al imaginario orden suprasensible de la teologa y el idealismo (o metafsica) en general. De hecho,
tambin emplean sinnlich(e) en ese sentido materialista. Por lo tanto, la
frmula menschliche sinnliche Ttigkeit, que Gentile traduce como attivit sensitiva umana entendindola como un proceso meramente cognitivo, en realidad corresponde a actividad humana sensible o actividad
sensiblemente humana (sinnlich menschliche Ttigkeit) en la versin
original de Marx (cfr. Thesen ber Feuerbach [E], p. 533; Thesen ber
Feuerbach [M], p. 5.), esto es, a la accin objetiva transformadora de
la realidad sensible como parte de ella, una actividad material que es,
por tanto, extramental, extraconsciente (aunque no necesariamente inconsciente). Sin embargo, toda la traduccin de Gentile gira en torno a
la comprensin de la prassi como una pura actividad cognitiva de la cual
brotara la realidad toda. All donde Marx est fundando un indito materialismo de la prctica (o materialismo prctico), Gentile slo encuentra,
pues, una versin ms del viejo idealismo subjetivo o subjetivismo. Eso
explica la peregrina conversin de Gegenstand (objeto) en trmino del
pensamiento, y que entienda lo subjetivo como pura interioridad cuando Marx tambin lo est sealando aqu como accin humana material,
sensible, objetiva, exterior a la mera conciencia (cfr. Candioti, Prctica y
poder social, pp. 45-144; id. El carcter enigmtico de las Tesis sobre
Feuerbach...). Para despejar toda duda al respecto, lase atentamente el
siguiente pasaje perteneciente a la parte de La ideologa alemana que se
ocupa de Feuerbach (escrita por Marx durante el mismo perodo): Feuerbach habla especialmente de la observacin [o intuicin, Anschauung]
de la naturaleza por la ciencia, cita misterios que slo se revelan a los
ojos del fsico y del qumico, pero qu sera de las ciencias naturales,
a no ser por la industria y el comercio? Incluso estas ciencias naturales puras slo adquieren su fin como su material solamente gracias al
comercio y a la industria, gracias a la actividad sensible de las personas
[sinnliche Ttigkeit der Menschen]. Y hasta tal punto es esta actividad,
este continuo laborar y crear sensibles [sinnliche], esta produccin, la
base de todo el mundo sensible [sinnlichen Welt] tal y como ahora existe,
que si se interrumpiera aunque slo fuese durante un ao, Feuerbach no
slo se encontrara con enormes cambios en el mundo natural, sino que
pronto echara de menos todo el mundo humano y su propia capacidad
de observacin [o de intuicin, Anschauungsvermgen] y hasta su propia
3
La doctrina materialista de que los hombres son el producto del
ambiente (Umstnde) y de la educacin, y cambian con los cambios del ambiente y de la educacin, olvida que el ambiente es
cambiado precisamente por los hombres y que el educador mismo debe ser educado. Ella acaba as, necesariamente, dividiendo
la sociedad en dos partes, una de las cuales es concebida como
por encima de la otra (por ej. en Roberto Owen). La coincidencia
del variar del ambiente y de la actividad humana slo puede ser
existencia. [...] Es cierto que Feuerbach les lleva a los materialistas puros
la gran ventaja de que ve cmo tambin el ser humano es un objeto
sensible; pero, aun aparte de que slo lo capta como objeto sensible y
no como actividad sensible, mantenindose tambin en esto dentro de
la teora, sin entender a los seres humanos dentro de su trabazn social
dada, bajo las condiciones de vida existentes que han hecho de ellos lo
que son, no llega nunca, por ello mismo, hasta el ser humano realmente
existente, hasta el ser humano activo []. No consigue nunca, por tanto,
concebir el mundo sensible como la actividad sensible y viva total de los
individuos que lo forman []. (Marx y Engels, La ideologa alemana,
pp. 48-49, trad. rev.; cfr. Die deutsche Ideologie, en MEW, vol. 3, pp.
44). N. de M.C.
25
Es decir, como actividad que hace, pone, crea el objeto sensible (gegenstndliche Ttigkeit). N. de G.G. [En este apunte de Gentile se hace
bastante evidente su forzamiento del texto de Marx, quien aqu no est
sealando una actividad objetivante (objektivierende) por parte de la subjetividad cognitiva, espiritual, interior, sino una actividad objetiva [gegenstndlich] por parte de la subjetividad prctica, material, exterior. Ms an,
reconocindola desde un nuevo materialismo, Marx est precisamente
subrayando esta actividad objetiva, real, sensible, frente a aquella otra,
esto es, frente a ese otro lado activo [] desarrollado por el idealismo,
en oposicin al materialismo, pero slo de un modo abstracto, ya que el
idealismo, naturalmente, no conoce la actividad real, sensible, como tal
(Tesis sobre Feuerbach [E], p. 7, trad. rev.; cfr. Thesen ber Feuerbach
[E], p. 533). N. de M.C.]
26
En realidad, esta ltima oracin afirma lo siguiente: Por tanto, no comprende la importancia de la actividad revolucionaria, prctico-crtica
(Tesis sobre Feuerbach [E], p. 7 , trad. rev.; cfr. Thesen ber Feuerbach
[E], p. 533.). N. de M.C.
27
Cfr. Candioti, Prctica y poder social, pp. 108-113; id., El carcter enigmtico de las Tesis sobre Feuerbach..., pp. 49-51. N. de M.C.
29
30
Esta expresin, que aparece tres veces en esta tesis, es traducida por
Gentile simplemente como sustrato (sostrato), pero corresponde literalmente a base terrenal o fundamento mundano. N. de M.C.
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35
Esta expresin que en ambos textos alemanes presenta la palabra praktische en cursiva correspondera a actividad prctica humano-sensible.
Aunque ya se subray ms arriba, en la nota 24, es importante volver a
recordar que por sensibilidad Marx no entiende otra cosa que realidad
sensible, objetividad material, y que por tanto, al igual que en el pasaje de
La ideologa alemana reproducido en esa misma nota, donde se lea que
Feuerbach no es capaz de concebir el mundo sensible como la actividad
sensible y viva total de los individuos que lo forman, de lo que aqu se
trata es precisamente de lograr captar lo sensible como [profundamente
atravesado y transformado por la] actividad prctica humano-sensible
(cfr. Thesen ber Feuerbach [E], p. 534; Thesen ber Feuerbach [M], p.
6), y no como una mera construccin humano-sensitiva.
36
Cabe sealar que, en este segundo punto, el propio Marx incurre en una
inexactitud, aunque poco relevante. Feuerbach, en realidad, siempre distingue entre gnero (o especie, Gattung) y esencia del gnero (Gattungswesen) (cfr. La esencia del cristianismo; Das Wesen des Christentums); y lo que concibe, efectivamente, como una generalidad interna,
muda, que une de un modo natural a los muchos individuos es la esencia
del gnero, y no el genero propiamente dicho, el cual no es para l otra
cosa que el heterclito conjunto real de los individuos humanos (cfr. Candioti, Prctica y poder social, pp. 162 y ss.).
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41
III
43
Y mencionados tambin en la oracin inaugural, publicada el ao previo, De nostri temporis studiorum ratione. Sobre esta doctrina de
Vico vanse los dos artculos del prof. F. Tocco: Descartes jug par Vico
(en Revue de mtaphysique et de morale, juillet 1896, pp. 568-572) y
Rassegna filosofica, en la Rivista dItalia, 15 agosto 1898, pp. 762-3;
ver asimismo la memoria Kant in Italien de Karl Werner (Denkschriften der Kaiserlichen Akademie der Wissenschaften in Wien, Philosophisch-Historische Klasse, Bd. 31, 1981), VII, pp. 350 y ss., donde se
cita toda la bibliografa anterior. N. de G.G. [De las dos obras de Vico
mencionadas hay traducciones al castellano realizadas por F. J. Navarro
Gmez: La antiqusima sabidura de los italianos partiendo de los orgenes de la lengua latina, Cuadernos sobre Vico, n 11-12, 1999-2000,
pp. 443-483; y G. Vico, Del mtodo de estudio de nuestro tiempo, en
Obras. Oraciones inaugurales. La antiqusima sabidura de los italianos, Barcelona, Anthropos, 2002. N. de M.C.]
45
46
Tal vez no est de ms advertir al lector que Gentile no nos est ofreciendo aqu una exposicin rigurosa de las ideas de Scrates, Platn y Vico,
sino ms bien una adaptacin de las mismas a su propio pensamiento. Y
lo mismo cabe decir de las afirmaciones de Antonio Labriola citadas a
continuacin. N. de M.C.
47
Op. cit., [carta IV] p. 43 (pp. 55-56 de la trad. franc.). N. de G.G. [Seguramente Labriola al escribir este pasaje tena en mente, sobre todo, las
afirmaciones de Engels sobre el agnosticismo y la cosa en s kantiana,
que se encuentran en el Prlogo a la edicin inglesa de 1892 de Del socialismo utpico al socialismo cientfico (cfr. K. Marx y F. Engels, Obras
escogidas, vol. 3, pp. 104-6) y que no tienen nada de subjetivistas. Cfr.
tambin la carta V, en Discorendo, pp. 706 y ss. N. de M.C.]
Se refiere al pedagogo alemn Friedrich Wilhelm August Frbel (17821852), discpulo del suizo Johann Heinrich Pestalozzi (1746-1827).
N. de M.C.
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50
Ibid. N. de G.G.
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mismo ha tenido como defecto grave, e incluso principal, el haber descuidado tal principio.51
Concepto que demuestra la agudeza filosfica del escritor. En
verdad, qu era en el fondo lo que l reprochaba al materialismo en la teora del conocimiento? Esto: considerar que el objeto, la intuicin sensible, la realidad externa es algo dado, y no
algo producido; de modo que el sujeto, entrando en relacin con
ello, debe limitarse a una pura visin, o mejor, a un simple reflejo, permaneciendo en un estado de simple pasividad. Marx, en
suma, reprochaba a los materialistas, y entre ellos a Feuerbach,
que concibieran el sujeto y el objeto del conocimiento en una
posicin abstracta, y por lo tanto falsa. En esa posicin el objeto
se hallara opuesto al sujeto y sin ninguna relacin intrnseca con
l, que accidentalmente lo ha encontrado, visto, conocido. Pero
este sujeto sin su objeto de qu es sujeto? Y este objeto sin su
respectivo sujeto de qu es objeto? Sujeto y objeto son dos
trminos correlativos, cada uno de los cuales conlleva necesariamente al otro. No son, pues, recprocamente independientes;
por el contrario, estn inescindiblemente ligados, de modo que
su realidad efectiva resulta de su relacin en el organismo, en
el cual y por el cual encuentran su realizacin necesaria, y fuera
del cual no son ms que abstracciones. La vida del sujeto reside
en su relacin intrnseca con el objeto, y viceversa. Si se escinde
esta relacin, ya no hay ms vida, sino muerte. Ya no hay dos trminos reales del acto de conocer, sino dos trminos abstractos.
Es preciso, por tanto, concebirlos en su mutua relacin, cuya
naturaleza es aclarada por lo que se ha dicho sobre la actividad
que es propia del conocer. Cuando se conoce, se construye, se
hace el objeto, y cuando se hace o se construye un objeto, se lo
conoce; por ende el objeto es un producto del sujeto, y puesto
que no hay sujeto sin objeto, es necesario agregar que el sujeto,
a medida que va haciendo o construyendo el objeto, se va haciendo o construyendo a s mismo: los momentos de la progresiva formacin del sujeto corresponden a los diversos momentos
de la progresiva formacin del objeto.
De quien poco ha conocido se dice que ha desarrollado poco
sus ideas, su pensamiento; y a medida que aumenta sus conocimientos (objeto), va creciendo respectivamente en el poder de
comprensin y de entendimiento (sujeto). El conocimiento, en
suma, es un desarrollo continuo; y, puesto que esencialmente no
es ms que una relacin entre dos trminos correlativos, equivale a un progresivo desarrollo paralelo de estos dos trminos.
Mientras que la raz, la causa permanente de este desarrollo
est en la actividad, en el hacer del sujeto que se forma a s mismo formando el objeto, crescit et concrescit52, (Aristteles).53
51
52
53
Ahora bien, cuando el materialismo dice: el espritu es una tabula rasa sobre la cual se van poco a poco escribiendo las imgenes del mundo exterior a travs de la accin de los sentidos,
se piensa por una parte esta tabula rasa, lista para recibir las
imgenes del mundo exterior, y por la otra los objetos de este
mundo, ya formados, acabados en s mismos; de modo que, si
les toca enviar imgenes hacia esa tabula, las envan, y si no,
permanecen siendo lo que son, sin perder nada de s, as como
nada adquieren al enviar las imgenes.
Esta es la posicin abstracta del materialismo, que no resiste
la crtica ms elemental. Quin inscribe las imgenes sobre la
tabula rasa? Las forma el sujeto o el objeto? Y si el sujeto y el
objeto existen sin estas imgenes, productos de la relacin en
la que ellos pueden entrar, si existen pues independientemente
el uno del otro, qu es sujeto como puro sujeto y qu es objeto como puro objeto? Preguntas a las cuales el materialismo
no puede responder sin contradecir sus presupuestos; porque,
como es sabido, algo abstracto no puede recibir ninguna determinacin sin concebirse en las condiciones en las que y por las
que es concreto, vale decir, sin negarse como abstracto.
Pero se debe reconocer el motivo legtimo que sugiere tal posicin: la as llamada objetividad del conocimiento, por la cual el
objeto debe ser objeto, puro objeto, sin mezcla de subjetividad.
Porque si el conocimiento adquiere valor del objeto del que nos
da la posesin, pierde este valor cuando el objeto es alterado
por el influjo o contacto del sujeto, que debe ser el principio
cognoscente opuesto al conocido. De ah la teora de las intuiciones, simples visiones que hacen pasar, sin la ms leve modificacin, la imagen sensible de los objetos externos a nuestro
espritu. Por lo tanto, puro objeto e intuicin son carctersticos
del objetivismo idealista o materialista al cual Marx quiere
contraponer el subjetivismo. Hasta ahora se ha concebido, dice
(fr. 1), la realidad como objeto, intuicin, no como actividad humana, como praxis, no subjetivamente. La realidad, pues, segn
l, es una produccin subjetiva del hombre; pero una produccin
de la actividad sensitiva (sinnliche Thtigkeit), no del pensamiento, como crean Hegel y los dems idealistas.
Desde Feuerbach, por eso, hay que volver hacia Hegel, que comprendi bien una verdad indiscutible: que el conocimiento es una
produccin continua, un hacer incesante, una praxis originaria. Pero
transferir este principio suyo desde la abstracta concepcin idealista
del espritu a la real y concreta actividad humana sensitiva. El idealismo no negaba a los sentidos; pero no los reconoca como tales, sino
ms bien como un momento del pensamiento, que no es activo o
productivo como sensacin, sino slo como pensamiento.
dad una sola e idntica cosa. Feuerbach, en suma, no fue consecuente consigo mismo: explic de un modo materialista la parte
prctica de la historia del Cristianismo, pero se detuvo ante las
ideologas, es decir, ante la parte especulativa, la ltima fortaleza que le opona el idealismo, y que l no logr conquistar. A
este propsito, frente al mismo problema, Labriola observa: Es
el difcil entendimiento de cmo nacen las ideologas desde el
terreno material de la vida lo que da fuerza al argumento de los
que niegan la posibilidad de una plena explicacin gentica (materialista)54 del cristianismo. En general es cierto que la fenomenologa o psicologa religiosa, como se prefiera, presenta grandes dificultades y lleva consigo algunos puntos muy oscuros.
[...] Pero es acaso esta dificultad psicolgica un privilegio de las
creencias cristianas? No es ella propia del generarse de todas las
creencias, e ideaciones mticas y religiosas? [...] Ocurre que estas
producciones psquicas de los hombres de los siglos anteriores
presentan a nuestro entendimiento una especial dificultad. No
podemos reproducir fcilmente en nosotros las condiciones
necesarias para aproximarnos al estado interior de nimo que
correspondi a esos productos. [...] En cambio, el cristianismo
(y aqu me refiero a la creencia, la doctrina, el mito, el smbolo,
la leyenda, y no a la simple asociacin en su oikonomika) nos
resulta relativamente ms fcil, en cuanto es ms prximo a nosotros. Vivimos en medio de l, y continuamente tenemos que
considerar sus consecuencias y sus derivaciones en la literatura
y en las varias filosofas que nos son familiares. Nosotros podemos observar cotidianamente cmo las multitudes combinan, al
por mayor, las supersticiones tanto atvicas como recientes con
una aceptacin mediocre o slo aproximada del principio ms
general que unifica a todas las confesiones: el principio de la
cada y de la redencin. Nosotros vemos la asociacin cristiana
en obra, tanto por lo que hace como por las luchas que sostiene;
y podemos remontarnos al pasado por combinaciones analgicas, que rara vez nos resulta efectivo utilizar en la interpretacin
de creencias remotas. Todava asistimos a la creacin de nuevos dogmas, de nuevos santos, de nuevos milagros, de nuevas
peregrinaciones; y, pensando en el pasado, podemos en buena
medida decir: tout comme chez nous!.55
Y bien, no se ve todos los das cmo estos dogmas se originan
de intereses, de necesidades materiales? Estos intereses prcticos, estas necesidades materiales tienen por objeto la realidad
sensible, que tienden a adquirir, a hacer. Pero ese objeto suyo no
es realmente distinto y separado del objeto del pensamiento,
como cree y quiere Feuerbach (sinnliche, von den Gedankenobjekten wirklich unterschiedene Objekte);56 porque, si as fuese, el
54
55
Op. cit. [carta IX], pp. 123-5 (pp. 163-6 de la trad. franc.). Ntese que el
prof. Labriola reproduce, al fin y al cabo, la posicin que Marx reprochaba
a Feuerbach: distingue la historia del cristianismo primitivo en la historia de dos procesos independientes, y cada uno autnomo: historia de la
doctrina (proceso ideolgico) e historia de la iglesia (proceso econmico)
p. 127. Pero advierte que la doctrina no es formacin primersima, sino
transformacin o derivacin bajo nueva forma de elementos preexistentes al cristianismo. N. de G.G.
Ahora bien, qu hizo Feuerbach en su Esencia del Cristianismo? Distingui entre las formas judaicas del Cristianismo y su
contenido terico; aqullas producto de la praxis, ste puro producto del pensamiento humano: una dualidad absoluta entre
hacer y teora, entre praxis y conocimiento, que son en realilibro II, p. 187). N. de M.C.
56
IV
58
De este modo, mientras que Marx distingue, dentro de la actividad humana en general, entre la actividad cognitiva (slo subjetiva, intelectual,
189
190
interior, abstracta) y la actividad prctica (que es adems objetiva, sensible, exterior, material, concreta), y da prioridad a esta ltima, Gentile
hace de la praxis la totalidad indistinta de la actividad humana, en la que
al igual que en toda la tradicin filosfica el hacer material aparece
perfectamente subsumido en el hacer intelectual. De ah la paradoja de
este verdadero realismo que, como vemos, equivale a la ms completa
negacin de toda realidad subsistente por fuera del acto de ser conocida
por el sujeto, vale decir, al ms estricto anti-realismo, al perfecto idealismo subjetivo. N. de M.C.
59
60
62
63
ra. As, si las circunstancias forman al hombre, y si son ellas mismas formadas por el hombre, es siempre el hombre el que obra
determinando circunstancias que despus reaccionan sobre l.
Se dice, sin embargo, que el hombre que obra es el hombre
social, la sociedad, mientras que el hombre sobre el que reaccionan las circunstancias es el individuo. Pero existe realmente
este individuo abstrado de la sociedad, o es una creacin de la
fantasa? Dnde es determinado por las circunstancias (sociales) este hombre, si no en la sociedad? En realidad, el hombre
que conocemos es el hombre social. Y no hay hombre que exista
en sociedad y no acte sobre ella, as como tampoco hay hombre sobre el cual la sociedad en la que vive no reaccione.
La teora del ambiente es, pues, derribada por el nuevo realismo, que empero no reniega del materialismo, sino que, por el
contrario, quiere confirmarlo y volverlo cada vez ms coherente.
Quiere corregir tambin esta vez la posicin abstracta en la que
los materialistas y utopistas haban colocado al hombre frente
al ambiente. Concebido este hombre en su vnculo real con la
sociedad es fcil elevarse del dualismo de ambiente e individuo
al riguroso monismo propio del materialismo. La actividad de la
praxis, la nica actividad originaria es dada la naturaleza de la
relacin entre sujeto y objeto la energa productiva del objeto, y tiene momentos de desarrollo perfectamente paralelos.
Ahora bien, si esta praxis es conocer y hacer, sus objetos son
tericos y prcticos, son conocimientos y hechos; y por tanto
tambin circunstancias, educacin, ambiente. Y con el crecer,
con el progresar, con el modificarse del objeto, tambin crece,
progresa y se modifica paralelamente el sujeto, por el hecho
mismo del crecer, progresar y modificarse del objeto. De modo
que el efecto reacciona sobre la causa, y su relacin se invierte [si rovescia], hacindose el efecto causa de la causa, la cual
se convierte en efecto sin dejar de ser causa, teniendo lugar,
pues, una sntesis de la causa con el efecto. La praxis, que tena
como principio al sujeto y como trmino al objeto, se invierte
[si rovescia] volviendo del objeto (principio) al sujeto (trmino).
Y por eso Marx apuntaba que la coincidencia del variar de las
circunstancias y de la actividad humana puede ser concebida y
racionalmente explicada slo como praxis que se invierte (nur
als umwlzende Praxis).64
Se trata, en conclusin, del ritmo habitual ya descrito (y no solamente descrito!) por el idealismo la nica orientacin que
haba desarrollado hasta Marx el principio de la praxis, pero
en el campo del pensamiento abstracto. Fichte deca tesis, anttesis, sntesis; ser, no ser, devenir deca Hegel. Y considerando
precisamente la vida real, ya Froebel, sobre las huellas de Fichte, haba fijado tambin l su trada, siempre con el mismo
significado dialctico: Satz [afirmacin], Gegensatz [oposicin] y
64
Cfr. fr. 3. N. de G.G. [Obsrvese como Gentile vuelve a repetir el mismo error de traduccin antes sealado, pero introduciendo una variante.
Ahora, en lugar de prctica invertida (prassi rovesciata), escribe directamente prctica que se invierte (prassi che si rovescia), frmula que R.
Mondolfo aplaudir y utilizar ampliamente (ver nota 28). N. de M.C.]
191
192
66
Cfr. Tesis sobre Feuerbach [E], p. 8 (tesis 5). Ver nota 35. N. de M.C.
68
Fr. 6. N. de G.G.
69
70
71
Cfr. Una critica del materialismo storico, pp. 16-7. N. de G.G. [El autor
remite a un pasaje de esa primera intervencin suya en el debate sobre
el materialismo histrico, de la que ms arriba en el texto introductorio se ha ofrecido un comentario general y la traduccin de algunos
fragmentos. La paginacin citada corresponde siempre a la siguiente edicin: Giovanni Gentile, Una critica del materialismo storico, en id., La
filosofia di Marx. Studi critici, 5.a ed., a cargo de V. A. Bellezza, Firenze,
Sansoni, 1974, pp. 11-58. N. de M.C.]
73
193
194
pues ella propiamente consiste en esa produccin. Esta produccin es precisamente su fin. Y si esta praxis se determina en la
sociedad, en la historia, entonces en la sociedad y en la historia
hay una inmanente finalidad de desarrollo. Todas sus formas son
el objeto, el fin de la praxis inmanente y originaria.74
VI
Crticas y discusiones
As es como del seno de la filosofa de Marx se derivan los fundamentos de su filosofa de la historia, que es en lo que ms se
centra hoy el trabajo de los intrpretes y de los crticos. El problema es doble: 1 concibi Marx su teora histrica como una
filosofa de la historia? 2 se puede, independientemente del
efectivo pensamiento de Marx, sostener el materialismo histrico con la envergadura y el significado de una intuicin filosfica?
Son dos cuestiones diferentes y distintas. Labriola las resuelve a
ambas afirmativamente; y precisamente porque su respuesta es
afirmativa no slo en lo que respecta a la segunda, sino tambin
respecto de la primera cuestin, a m me fue posible, en la precedente Crtica,75 extraer de sus escritos las caractersticas del
materialismo histrico de Marx considerado como una filosofa
74
75
En su notable texto titulado El mtodo de la economa poltica escrito en 1857 pero indito hasta 1903, y por tanto desconocido para
Gentile en 1899 Marx, a diferencia de lo que ocurre en las Tesis sobre
Feuerbach, s se centra en la actividad cognitiva como tal. All se lee lo
siguiente: Lo concreto es concreto porque es la sntesis de mltiples
determinaciones, por lo tanto, unidad de lo diverso. Aparece en el pensamiento como proceso de sntesis, como resultado, no como punto de
partida, aunque sea el verdadero punto de partida, y, en consecuencia, el
punto de partida tambin de la intuicin [sensible] y de la representacin
[der Anschauung und der Vorstellung]. [...] He aqu por qu Hegel cay
en la ilusin de concebir lo real como resultado del pensamiento que,
partiendo de s mismo, se concentra en s mismo, profundiza en s mismo
y se mueve por s mismo, mientras que el mtodo que consiste en elevarse de lo abstracto a lo concreto es para el pensamiento slo la manera
de apropiarse lo concreto, de reproducirlo como un concreto espiritual.
Pero esto no es de ningn modo el proceso de formacin de lo concreto
mismo. [...] Por lo tanto [...] la totalidad concreta, como totalidad del pensamiento, como un concreto del pensamiento, es in fact un producto del
pensamiento y de la concepcin, pero de ninguna manera es un producto
del concepto que piensa y se engendra a s mismo, desde fuera y por
encima de la intuicin [sensible] y de la representacin [der Anschauung
und Vorstellung], sino que, por el contrario, es un producto del trabajo
de elaboracin que transforma intuiciones [sensibles] y representaciones
[Anschauung und Vorstellung] en conceptos. (Elementos fundamentales para la crtica de la economa poltica (Borrador) 1857-1858, trad.
P. Scaron, vol. 1, Buenos Aires, Siglo XXI, 1971, pp. 21-22; cfr. Grundrisse der Kritik der politischen konomie, en MEW, vol. 42, Berlin, Dietz,
1983, pp. 35-36). Esta fundamental distincin entre el proceso histrico
y el proceso de su conocimiento es tan ajena a Hegel como a Gentile,
quien sencillamente se limita a sustituir, en el lugar de sujeto formador
de lo concreto, al pensamiento por la praxis, pero sin alterar en nada
el esquema subjetivista bsico de su maestro, esto es, sin distinguir entre
la actividad prctica y la mera actividad cognitiva, o, dicho de otro modo,
sin comprender mnimamente la diferencia entre lo concreto real y lo
concreto espiritual. N. de M.C.
Ver nota 72. N. de M.C.
de la historia. Benedetto Croce y Georges Sorel, que no han realizado siempre la debida distincin entre las dos cuestiones,76
responden resueltamente que no a la segunda, y tienden incluso
a dar una respuesta negativa tambin a la primera. Chiappelli,77
estudiando como historiador e intrprete el pensamiento de
Marx, y buscando las relaciones histricas de ste con el hegelianismo, ha respondido afirmativamente a la primera cuestin,
pero no a la segunda; y ha combatido en todos sus escritos la
doctrina del materialismo histrico.78
No hace falta repetir ahora las razones por las cuales en el
pensamiento de Marx, y de los comunistas subsiguientes que
quieren realmente contraponerse a los utopistas anteriores,
el materialismo histrico, fundamento de la nueva concepcin
comunista, ha sido y debe ser entendido como una autntica
filosofa de la historia.
Pero permtasenos una breve digresin, que procuraremos que
sea lo ms breve posible, sobre lo que han vuelto a escribir sobre este tema Croce y Sorel.
Segn el primero, el materialismo histrico, para que sea crticamente aceptable, debe ser tomado como un simple canon de
interpretacin histrica, que no comporta ninguna anticipacin
de resultados, sino solamente una ayuda para buscarlos; y que
es de origen completamente emprico.
Este canon de riqusima sugestin, por lo dems, debe apoyarse en el discernimiento del historiador; porque no siempre
puede aplicarse, e incluso es a veces completamente intil. Es,
en definitiva, una advertencia al historiador, para que ponga
atencin por si acaso los hechos que intenta reconstruir, en su
76
77
Alessandro Chiappelli (1857-1931): filsofo neokantiano, erudito y publicista italiano; profesor de historia de la filosofa en la Universidad de
Npoles (1887-1908). En el ltimo lustro del siglo XIX particip en el
debate italiano sobre el socialismo y el movimiento obrero, expresando
su posicin en el ensayo Le premesse filosofiche del socialismo (Napoli,
Tipografia della R. Universit, 1897) y luego en el volumen Il socialismo
e il pensiero moderno (Firenze, Le Monnier, 1897). Ms adelante adherira al fascismo. Cfr. CHIAPPELLI, Alessandro, Dizionario Biografico
degli Italiani, vol. 24, Roma, Istituto dellenciclopedia italiana Treccani,
1980, http://www.treccani.it/enciclopedia/alessandro-chiappelli_(Dizionario-Biografico)/. N. de M.C.
78
efectiva sucesin de causas y efectos, tuvieran su ms profunda raz en el as llamado substrato econmico de la sociedad.79
Ahora bien, me temo que con tal interpretacin el materialismo
histrico es negado en su parte esencial. Croce observa que el
historiador que cuenta con este canon se parece al crtico del
texto de Dante, que en el famoso canon de Witte80 (segn el
cual la leccin difcil es preferible a la fcil) sabe de tener un instrumento simple que le puede ser til en muchos casos, e intil
en otros, y cuyo uso recto y provechoso depende siempre de su
discernimiento.81 Pero esto equivale a afirmar que no siempre la
historia de los hechos humanos conduce a esa vida econmica
en la que para el materialismo histrico consiste el fondo real de
todas las cosas humanas. Porque si a ella condujese siempre y
en todos los casos, si la historia toda dependiese, como quiere
Marx, de las relaciones de hecho en las que el individuo vive en
sociedad para la necesaria satisfaccin de sus necesidades
que, como haba enseado Feuerbach, determinan su esencia,
no podra existir caso alguno en que el historiador no tuviese
que emplear este instrumento.
Para evitar esa consecuencia radical, a la que no s si Croce quiera llegar, hay que entender al materialismo histrico no como
un canon similar al de Witte, til en muchos casos y en muchos
otros no, sino como un canon, un instrumento a ser aplicado
siempre, caso por caso, por quien quiera escribir una historia realista sobre cualquier hecho social; vale decir, no como un canon
especial y de valor relativo, sino como un canon general y de
valor absoluto. De otro modo, la novedad del materialismo se
desvanece, y ste pasa a confundirse con ese realismo iniciado
en la historia moderna por nuestro Maquiavelo.
Ahora bien, un canon de valor absoluto no puede sustentarse
sin una filosofa de la historia que lo justifique y constituya su
fundamento racional. Qu quiere decir, en efecto, que todo
problema histrico debe resolverse a travs de la reduccin del
hecho a una x econmica, ms o menos difcil en tanto de ms o
menos mediata accesibilidad, si no que toda la realidad histrica
posee un Primero del que depende todo el resto, una sustancia
nica que es causa de los infinitos modos que en el desarrollo
histrico se manifiestan? Y qu es esta afirmacin si no el ncleo de una intuicin filosfica?
Este es el dilema: o el canon es especial y relativo, y el materialismo histrico es negado, o el canon es general y absoluto,
y el materialismo histrico es precisamente una filosofa de la
historia. Pero Croce no nos conceder que para el materialismo
histrico toda la historia sea reducida a la realidad econmica,
y rechazar la frmula que acabamos de mencionar, que huele
a metafsica y a monismo desde una milla de distancia. l sea79
80
81
83
84
Ver ms arriba la p. 37. N. de G.G. [Referencia a Una critica del materialismo storico, ver nota 72. N. de M.C.]
195
196
86
87
En realidad, la lectura atenta de esta carta no deja la idea de tal reconciliacin plena y armoniosa con Hegel y sus discpulos. Gentile no slo va
a buscar un texto claramente inmaduro, en donde un jovencsimo Marx
todava se mide exclusivamente con diversos tipos de idealismo, sino que,
una vez ms, fuerza los contenidos citados en aras de fortalecer su argumentacin tendiente a demostrar que Marx, a pesar de todo, siempre fue
esencialmente hegeliano. Reduccionismo que resulta del todo inaceptable, aun cuando la supuesta inversin materialista de la dialctica reali-
88
89
90
Es preciso volver a insistir sobre este punto: al hacer de las Tesis sobre
Feuerbach un texto filosfico especulativo, Gentile invierte por completo
el sentido del texto de Marx, el cual, muy por el contrario, est orientado
a subrayar el carcter prioritario y decisivo de la actividad humana material, de la subjetividad prctica, frente a la pura actividad o subjetividad
intelectual, y la necesidad de que sta se ponga conscientemente al servicio de aqulla. Ver notas 24 y 25. N. de M.C.
91
Op. cit., [carta VII] pp. 95 y ss. (trad. franc., pp. 126 y ss.). N. de G.G.
[Herbert Spencer (1820-1903) fue un pensador positivista ingls, creador
de un sistema de filosofa evolucionista que tuvo una considerable difusin en la Europa de finales del siglo XIX, tambin dentro de las filas del
socialismo. N. de M.C.]
92
197
198
96
La frase exacta de Horacio (Ars poetica, 173) es: laudator temporis acti, o
sea, alabador del tiempo pasado. N. de M.C.
Ver nota 52. N. de M.C.
nunca han faltado y tal vez si no interviene una profunda revolucin de la vida social nunca faltarn los explotadores y
los explotados, y la consiguiente lucha de clases.
Por lo tanto, la historia, o sea el progresivo desarrollo de la praxis, no puede no producir la divisin de la sociedad en clases, y
un antagonismo correlativo de intereses. Los explotados son el
sujeto de la praxis, los explotadores el objeto. stos multiplican
a aqullos por el invertirse [rovesciarsi] de la praxis, etc. Cmo
renunciar a la dualidad de sujeto y objeto? Bien que renunciaba
a ella, o habra podido hacerlo, el viejo materialismo abstracto, que de hecho representaba el punto de vista de la sociedad
burguesa;97 porque conceba al objeto como subsistente por s
mismo, independientemente del sujeto, ya formado y listo, no
producido gradualmente por una continua praxis; al punto que
el sujeto se reduca a una pura pasividad, a no hacer nada, a ser
absolutamente intil. Este es precisamente el concepto que el
burgus tiene del proletario.98 Todo est en el capital, en el dinero: el dinero hace dinero. Tampoco se entiende que el capital
es produccin del proletario, esto es, que el objeto es praxis,
obra continua del sujeto.Por eso yo digo que Marx, adversario y
crtico severo del materialismo intuicionista (anschauende Materialismus) u objetivista, como se prefiera, habra protestado
contra la interpretacin o limitacin que Croce hace de su concepto de lucha de clases, reducida a un simple hecho accidental.
Interpretacin que slo se puede fundar en la negacin o en la
falsa inteligencia de la praxis inmanente, generadora necesaria
de la sociedad, de la historia y de sus eternas contradicciones.
Finalmente, Croce objeta que si estas clases con intereses antagnicos no tienen conciencia de tal antagonismo, no es posible
que la lucha estalle, y por tanto las clases con intereses opuestos no estn en lucha. Pero quien acepta una de las primeras
proposiciones del materialismo histrico: no es la conciencia
del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, su
ser social es lo que determina su conciencia,99 no puede ver en
esta objecin dificultad alguna. Porque, en realidad, si es as, no
puede no haber perfecta adecuacin entre una clase social y su
conciencia: ya que cada una tiene sus necesidades econmicas, y
para satisfacerlas desarrolla esa praxis que es hacer y conocer al
mismo tiempo. El modo en que cada clase provee a sus propias
necesidades es determinado en la prctica, y as determinndose
se determina en el pensamiento.
En ntima conexin con estas observaciones se halla otro argumento de Croce tratado, con su habitual agudeza, en un pargrafo titulado: Sobre la conciencia cientfica frente a los programas
sociales;100 cuya conclusin sera puramente escptica: Frente
al futuro de la sociedad, frente a los caminos a seguir, es necesario repetir con Fausto: quin puede decir yo creo? quin
puede decir yo no creo?.101 Ser sta una angustia de los hombres de pensamiento, pero las grandes personalidades histricas
siempre se han caracterizado por su gran osada, y no por una
visin anticipada y cientficamente segura de los resultados. En
conclusin, no es posible deducir un programa prctico a partir
de proposiciones de pura ciencia, y por lo tanto tampoco a partir
del materialismo histrico. Lo cual podra coincidir con el citado enunciado de Marx, de que no es la conciencia del hombre
lo que determina su ser social, sino ste a aqulla; puesto que
la perfecta conciencia del proletariado moderno se determina
precisamente en la ciencia (en el materialismo histrico). Pero
la consecuencia que de all deduce Croce contradice a la intuicin materialista de Marx. El programa no es impuesto por la
doctrina; la conviccin cientfica no basta: se requiere la audacia
histrica. De este modo, si una proposicin estrictamente cientfica fuese la primera causa eficiente de un movimiento prctico
histrico, lo primero ya no seran los sentidos, sino el intelecto.
Y sta sera evidentemente la ms flagrante contradiccin en la
que podra caer el materialismo histrico. Cmo esta doctrina
ya lo preguntbamos en otra oportunidad, que presume de
explicar con el hecho sensible (= praxis) de la satisfaccin de las
necesidades, y por tanto en base a las reales relaciones econmicas en las que entra el individuo que vive en sociedad, la totalidad de la historia, hasta en sus ms altas y nobles ideologas, no
va a explicar a travs del mismo principio este hecho general de
nuestro tiempo, que es la conciencia terica y tica del socialismo, y en particular los especiales movimientos polticos en que
esta conciencia se desarrolla? La ciencia es un reflejo, un efecto,
no la causa de la prctica [pratica]. La realidad sustancial est en
la praxis, a la que luego corresponde en la mente de los hombres
una especial forma de conciencia y de ciencia; la cual podr, a lo
sumo, obrar sobre la realidad por un proceso de praxis invertida
[prassi rovesciata]. Pero el principio primero estar siempre en
la vida, en la realidad econmica.
Cfr. los fragmentos 9 y 10. N. de G.G. [Cfr. Marx, Tesis sobre Feuerbach [E], p. 9. N. de M.C.]
98
Una vez ms, Gentile confunde la parte de pasividad que es propia del
conocimiento sensible o emprico, con la pasividad en la prctica. O bien,
dicho de otro modo, confunde la actividad prctica, objetiva, transformadora del objeto material, con una actividad cognitiva objetivante, que
sera por completo creadora de ese objeto. Su propio concepto del proletario es, por tanto, el de un espritu absoluto o, por lo menos, el de un
filsofo especulativo. Ver notas 14 y 25. N. de M.C.
99
Marx, Zur Kritik d. pol. Oek., Vorrede; cfr. Una critica [del materialismo
storico], pp. 25 y ss. N. de G.G. [El autor cita aqu el famoso Prlogo
(Vorwort, y no Vorrede) de la Contribucin a la crtica de la economa
poltica (1859), y luego remite de nuevo a su ensayo precedente. N.
de M.C.]
Ahora bien, acaso es conciliable con tal intuicin el escepticismo de Croce? Considerado absolutamente, el escepticismo
no puede ser parte de un sistema metafsico; por el contrario,
supone siempre una crtica a los sistemas metafsicos. Y ya se
ha demostrado cmo la intuicin de Marx es por su naturaleza
metafsica, aferrando en la realidad inmanente a los variados fenmenos que la historia nos presenta en su curso. En este caso
particular, pues, est claro que Marx ciertamente no habra he100
101
199
200
102
Cuando Croce escribe lo deseable no es ciencia, y no es ciencia lo factible (p. 35), niega los fundamentos mismos de la filosofa de la praxis.
N. de G.G. [Cfr. Croce, Per la interpretazione e la critica..., p. 92. N.
de M.C.]
103
104
106
Se maravillar el lector de la extraa lengua en que se encuentra expresado en este artculo el pensamiento de Sorel. El cual evidentemente
ha sido traicionado por el traductor [G. Vailati], que, aunque es doctor
y tambin profesor, le hace decir, por ejemplo, desde la primera pgina:
Yo creo con l...! y otras cosas revolucionarias y peregrinas. N. de
G.G. [Cfr. La necesidad y el fatalismo..., pp. 83-84. N. de M.C.]
Ver Marx, Misre de la philosophie, Paris [V. Giard & E. Brire], 1896,
p. 151. N. de G.G. [Edicin en castellano: Miseria de la filosofa. Respuesta a la Filosofa de la miseria de Proudhon, Mxico, D. F., Siglo
XXI, 1987, p. 68. La publicacin original, en francs, data de 1847. N.
de M.C.]
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Tambin en su prefacio a Formes et essence du socialisme, de S. Merlino (Paris, Giard y Brire, 1898, [pp. I-XLV, aqu:] pp. IX-X), Sorel combate
la idea de la fatalit de la solution annonce par Marx; y escribe que
Engels avait beaucoup contribu fausser le principe marxiste, en introduisant une philosophie de lhistoire quil appelait dialectique, quil na pas
jamais justifie et quil est fort difficile de comprendre. As que, segn
Sorel, Marx no haba hablado de dialctica, y Engels escribi arbitrariamente en el Anti-Dhring esos dos captulos (XII y XIII de la primera
parte) sobre la Dialctica, uno de los cuales puede leerse traducido en
las cartas de Labriola a Sorel, en el volumen Discorrendo di filosofia e
socialismo. N. de G.G. [El autor confunde el ttulo del Labriola, Discorrendo di socialismo e di filosofia. Francesco Saverio Merlino (18561930) fue un abogado italiano, anarquista militante, crtico del marxismo
se concibe la necesidad (fatalidad) como una hipstasis con respecto a la sucesin de los fenmenos; una ley superior y externa
a las cosas, que regula ab extra [desde fuera] su marcha. Este
ciertamente no es el pensamiento de Marx, que, como vimos,
ya a los 19 aos haba pasado de la trascendencia a la inmanencia; y ya no volvi hacia atrs, sino al contrario, de Hegel pas
a Feuerbach precisamente para sustituir nuevamente (segn su
modo de ver) lo abstracto por lo concreto. Ahora bien, la necesidad propia de las cosas mismas, la necesidad inmanente a
la historia, no es fatalismo, como tampoco es verdaderamente
determinismo. El fatalismo supone el hado [fato] superior a los
hombres; pero all donde son los hombres mismos (no los hombres abstractos, sino los hombres concretos, sociales) los que
hacen la historia, no existe otra energa ms que la praxis que
es el hacer de ellos mismos. Es cierto que la sociedad presiona
sobre ese hacer y le da una direccin, pero la sociedad misma es
un producto de ese hacer.
La cuestin del fatalismo en la concepcin histrica de Marx haba sido agudamente tratada por Stammler126 en su renombrado
libro Economa y derecho segn la concepcin materialista
de la historia, que Sorel habra debido conocer. Ya en 1896 este
autor notaba que el materialismo histrico por l considerado
como una filosofa de la historia no es en absoluto un sistema fatalista.127 La creencia homrica, escriba, por la cual cada
hombre tiene preestablecida la meta de su vida, en un modo fijo
y absoluto, sin que sea posible levantar el velo que envuelve el
inevitable curso de los acontecimientos, dado que corresponde
a la infancia del intelecto, se encuentra en este perodo en gentes de los tiempos ms diversos y entre las circunstancias ms
variadas, tanto en los mahometanos devotos de Al como en los
hombres de cultura inferior de los pases occidentales de Europa. Pero no tiene nada que ver con la filosofa del materialismo.
Esta filosofa parte del comn principio de causalidad; acepta la
proposicin non datur fatum [no existe el hado], y se funda en
el principio de que no existe una necesidad natural ciega, sino
una necesidad condicionada y por tanto inteligible []. Pretende
captar la regular necesidad de los fenmenos econmicos segn
la ley de causalidad y en ella fundar la ley universal de la vida
social []. Adems, la concepcin materialista de la historia tampoco quiere ser fatalista en el sentido de aceptar la ley cientfi-
camente descubierta en el desarrollo de los fenmenos econmicos como un destino ineluctable para toda sociedad humana,
que sea necesario sufrir sin alterarse en absoluto, y, sobre todo,
contra el cual no sea posible ofrecer la ms mnima ayuda. Por
el contrario, la concepcin materialista de la historia admite generalmente que el hombre es capaz de volver tiles a los propios
fines las leyes naturales descubiertas cientficamente. Y remite
a la vulgar experiencia de la vida cotidiana; y a esta posibilidad
de usar las leyes para los propios fines la tiene por una cosa ya
decidida, tanto que Engels habla incluso de una direccin de los
fenmenos econmicos cientficamente reconocida como medio
para lograr un ordenamiento socialista de la sociedad: Es el salto de la humanidad del reino de la necesidad al de la libertad,
frase de ptimo sonido exterior y de claro contenido positivo.128
Nada de fatalismo, por tanto, sino conexin necesaria de causa y
efecto; o mejor an, necesidad lgica, racional, porque la causa en
la que se piensa es ms bien una causa final, por ese teleologismo
que, como observamos, es inmanente a la dialctica de Marx.
Tambin el determinismo presupondra una oposicin entre sujeto y realidad que Marx no admite. El principio de todo el hacer, de toda la historia est en el hombre en cuanto materia (el
cuerpo, para vivir, ha de satisfacer sus necesidades fsicas), como
para Hegel estaba en el hombre en cuanto pensamiento, en la
Idea. La necesidad, pues, tanto en Marx como en Hegel, se concilia con la libertad, en cuanto proviene del desarrollo espontneo
de la actividad originaria, segn su propia naturaleza. Por eso yo
hablara siempre de una dialctica necesaria, no de un fatalismo
de la historia, en la concepcin de Marx.
Por lo dems, con un marxista que escribe:129 Si se quiere que la
ciencia acepte lo que hay de cientfico en la obra de Marx, hay
que eliminar de ella los contrasentidos, las falsas interpretaciones: tambin hay que completarla y mejorarla,130 nosotros, que
aqu buscamos comprender y definir el pensamiento genuino
128
Op. cit., pp. 38-39. Me complace citar el pasaje que precede a esta proposicin de Engels en el Anti-Dhring (3 ed. Stuttgart, 1894, p. 306): Erst
von da an werden die Menschen ihre Geschichte mit vollem Bewutsein
selbst machen, erst von da an werden die von ihnen in Bewegung gesetzten gesellschaftlichen Ursachen vorwiegend und in stets steigendem
Mae auch die von ihnen gewollten Wirkungen haben. Cmo es que
se puede siquiera plantear la cuestin del fatalismo para autores que
escriben as? Ms bien dira que todo esto tal vez no habra podido ser
escrito por Marx, ms rgido que Engels en la concepcin de la dialctica
histrica. N. de G.G. [Son del autor todas las cursivas, tanto en las
citas de Stammler como en la de Engels, cuya traduccin al castellano
sera: A partir de ese momento harn los hombres su historia con plena
conciencia; a partir de ese momento irn teniendo predominantemente
y cada vez ms las causas sociales que ellos pongan en movimiento los
efectos que ellos deseen. Anti-Dhring. La subversin de la ciencia
por el seor Eugen Dhring, trad. M. Sacristn, Mxico, D. F., Grijalbo,
1968, p. 280. N. de M.C.]
129
Cfr. Sorel, La necesidad y el fatalismo..., p. 108; las cursivas son de Gentile. N. de M.C.
130
Sorel se muestra todava ms resueltamente heterodoxo en su ms reciente artculo: Marxismo e Scienza sociale, en Rivista italiana di Sociologia (enero 1899), ao III, fasc. I, pp. 69-81. N. de G.G. [Este artculo
fue luego incluido en G. Sorel, Saggi di critica del marxismo, ed. V. Racca, Milano-Palermo-Napoli, R. Sandron, 1903, pp. 169-188 N. de M.C.]
127
Wirtschaft und Recht nach der materialistischen Geschichtsauffassung, eine sozialphilosophische Untersuchung (Leipzig [Veit & Comp.],
1896), p. 37: Die materialistische Geschichtsauffassung ist nicht als ein
System des Fatalismus gemeint. N. de G.G. [Edicin en castellano: R.
Stammler, Economa y derecho segn la concepcin materialista de
la historia: una investigacin filosfico-social, trad. W. Roces (Madrid:
Ed. Reus, 1929). Benedetto Croce escribi una larga resea de este libro
aparecida en noviembre de 1898 en el Devenir Social, ao IV, n 11, pp.
804-816, con el ttulo Le livre de M. Stammler, y luego incluida como Il
libro del prof. Stammler en Materialismo storico ed economia marxistica, cap. IV. N. de M.C.]
VII
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VIII
Reciente interpretacin de la
filosofa de la prxis
Y veamos ahora en qu modo Labriola, en su ltimo libro, apunta a madurar esta filosofa.
Parece que l encuentra sus ms seguros y claros enunciados en
el Anti-dhring de Engels, del cual incluso traduce en apndice
el captulo que trata sobre la negacin de la negacin, con el fin
de explicar en qu consiste esa dialctica que tantas veces se
invoca para la elucidacin de lo intrnseco del materialismo histrico, y por la cual se pretende solamente formular un ritmo
del pensamiento que reproduzca el ritmo de la realidad que deviene.133 Reconoce francamente que Engels al escribir este libro
mostr una despreocupacin excesiva por la filosofa contem-
133
Op. cit. [carta X], p. 141 (p. 187 de la trad. franc.). N. de G.G.
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Ahora bien, yo pregunto ante todo: qu quiere decir una filosofa inmanente a las cosas sobre las que filosofa? La filosofa,
si filosofa sobre las cosas, no puede estar efectivamente en las
cosas, o ser de las cosas. Precisamente por eso slo se la puede
llamar inmanente de un modo metafrico. Y as, en el terreno
de lo metafrico, no creo que haya ninguna filosofa a la que se
le pueda negar el mismo derecho de llamarse inmanente a las
cosas; al menos ninguna filosofa ha renunciado jams a esta
pretensin. Y puesto que cuando se trata de definir las caractersticas especiales del materialismo histrico siempre se establece un tcito y explcito parangn con el hegelianismo, qu
filosofa ha alguna vez pretendido ms que sta captar la ntima
esencia de la realidad? La idea, que a travs de la naturaleza
alcanza el espritu y encuentra su forma ms alta en la filosofa, no es ella la realidad ms sustancial, o mejor an, la nica
realidad, al ser naturaleza, cosas y filosofa al mismo tiempo,
en una identidad inescindible? Y no deca por eso Hegel en su
Filosofa del derecho que lo que es racional es real, y lo que es
real es racional?143 Qu compenetracin ms ntima se puede
lograr entre cosas, o realidad, y filosofa, que la proclamada en
esta proposicin, que expresa uno de los principios fundamentales del hegelianismo? Si las cosas son racionales, est claro que
a ellas es inmanente una filosofa, vale decir, que residen en ellas
los fundamentos de su filosofa. Y resulta de verdad extrao que
tambin Labriola entienda aquel enigma como lo entenda o malentenda Engels, con ese tan inexacto conocimiento de la filosofa
hegeliana que fue sealado por m en su Anti-dhring. Ya mostr cmo la idea hegeliana inmanente a las cosas es confundida
por Engels con la idea platnica de naturaleza trascendente.144
144
Una critica [del materialismo storico], pp. 38-39. Ya en la primera edicin, como no tena a mano el texto alemn, cit la traduccin italiana del
opsculo de Engels Die Entwicklung des Sozialismus von der Utopie
zur Wissenschaft [Del socialismo utpico al socialismo cientfico] (que,
como se sabe, es un extracto de 3 captulos del Anti-Dhring: el primero
de la Introduccin y el primero y el segundo de la parte III), preparada
para la Biblioteca popolare socialista por el Sr. Pasquale Martignetti
(Milano, Fantuzzi, 1892) y por el mismo Engels reconocida en el prefacio
a la segunda edicin del Anti-dhring (ver la tercera edicin, Stuttgart
[Dietz], 1894, p. XIII). Pero el Sr. Sorel quien, por lo dems, no cita jams una sola frase de Marx o de Engels en versin original hace saber
en un artculo suyo publicado en la Critica Sociale de Turati (ao VIII, n
9, fasc. Del 1 de mayo de 1898, p. 135 n. 1. La crisi del socialismo scientifico) que esa traduccin es ms que libre, y por eso Giovanni Gentile
ha podido atribuir a Engels una exposicin verdaderamente fantstica e
incomprensible del hegelianismo. Y me quiere ensear que contar con
buenos textos debera ser la primera precaucin de las personas que se
preocupan por la ciencia. Yo le agradezco la advertencia, aunque tal vez
sea superflua. Pero quisiera decir al Sr. Sorel que la interpretacin platnica del hegelianismo que he reprochado a Engels no es finalmente
tan extraa y fantstica e incomprensible como a l le ha parecido, o a
l le ha parecido que a m me ha parecido. Yo solamente la he juzgado
equivocada, y as vuelvo a juzgarla ahora que la encuentro explcita en Labriola. Y en cuanto al texto original, debera tambin advertir el Sr. Sorel
que ste no da otra interpretacin del idealismo hegeliano. Aqu est el
pasaje correspondiente del Anti-Dhring para quien desee persuadirse
de ello: Hegel war Idealist, d.h., ihm galten die Gedanken seines Kopfs
Op. cit. [carta V], p. 57 (trad. franc., p. 74) N. de G.G. [A pesar de que la
cita est sacada de contexto, puede apreciarse que la segunda parte del
pasaje se refiere a la revolucin intelectual generada por los descubrimientos de Darwin, y a la consiguiente concepcin histrica de la naturaleza en s misma, ms all de las profundas y decisivas transformaciones
producidas en ella por la prctica humana, que es algo que Labriola no
se cansa jams de subrayar, y que es el motivo por el cual considera a
Marx y a Darwin como complementarios. Pero Gentile que parece no
entender la alusin a la teora darwiniana intenta sencillamente convertir tales expresiones de Labriola en una defensa de ese peculiar idealismo subjetivo o subjetivismo de la praxis que l mismo cree encontrar
en Marx. As, la naturaleza es histrica solamente en la medida en que es
una creacin de la praxis humana... N. de M.C.]
148
Op. cit. [carta V], p. 63 (trad. franc., p. 80). N. de G.G. [El agregado
entre parntesis es de Gentile. N. de M.C.]
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208
presentan los puntos de correlacin y de transicin de un proceso; y, en segundo lugar, por considerar esos mismos trminos del
pensamiento como un presupuesto, una anticipacin, o incluso
un tipo o prototipo de la pobre y aparente realidad emprica.156
Una especie de formacin mitolgica, concluye Labriola; fijacin
e hipstasis de lo que es un simple momento del continuo devenir real.
Pero por qu buscar esta crtica en Engels si ya se encuentra
en Hegel, e incluso, mucho antes, en Herclito, como seala el
mismo Engels?157 En efecto, ella se funda en la doctrina del devenir continuo de lo real, por lo cual cada momento es al mismo
tiempo positivo y negativo. Y Engels, en verdad, no hace ms
que repetir, sobre las huellas de Marx, el pensamiento de Hegel.
De quien, como ya notamos, Marx tom la crtica del intelecto
abstracto propio del conocimiento vulgar y de las ciencias particulares; intelecto que no capta las cosas en su nexo intrnseco,
sino las cosas en su inmediata particularidad, diferencia y oposicin. Para conocer las particularidades, escribe Engels, debemos aislarlas de su conjunto natural e histrico, y estudiarlas
cada una por s misma, en su propia naturaleza, en sus especiales
causas y efectos, etc. Y esta es ante todo la tarea de la ciencia
natural y de la investigacin histrica [].158 He aqu la propia
definicin del intelecto abstracto, del trennenden Verstand, al
que Hegel contrapone el denkende Geist o pensamiento especulativo. Y cuando, seala Engels mismo, este modo de ver
las cosas (Anschauungsweise), por obra de Bacon y de Locke,
pas de las ciencias naturales a la filosofa produjo la limitacin
del pensamiento que es propio de los ltimos siglos, el pensamiento metafsico.159 En definitiva, la metafsica combatida por
Engels es la misma metafsica combatida por Hegel, la metafsica
propia de los empiristas, de aquellos que desean transportar a
la filosofa el mtodo de las ciencias histricas y naturales. Y
por tanto tambin la metafsica de los modernos positivistas.
Es la metafsica negada por la dialctica, esto es, la metafsica
pre-hegeliana.160 Se entiende, pues, que la filosofa que debe per155
Parfrasis, junto con lo que sigue, de lo escrito por Engels en el Anti-Dhring, p. 67. N. de G.G. [Cfr. Labriola, Discorrendo... (carta V), p.
708 y Engels, Anti-Dhring, p. 111. N. de M.C.]
156
Diese ursprngliche, naive, aber der Sache nach richtige Anschauung von
der Welt ist die der alten griechischen Philosophie und ist zuerst klar ausgesprochen von Heraklit: Alles ist und ist auch nicht, denn Alles fliesst,
ist in steter Vernderung, in stetem Werden und Vergehen begriffen:
Anti-Dhring, p. 5. N. de G.G. [Esta concepcin del mundo, primaria
e ingenua, pero correcta en cuanto a la cosa, es la de la antigua filosofa
griega, y ha sido claramente formulada por vez primera por Herclito: todo
es y no es, pues todo fluye, se encuentra en constante modificacin, sumido en constante devenir y perecer. Anti-Dhring, p. 6. N. de M.C.]
153
154
En una resea de los [dos primeros] ensayos [sobre el materialismo histrico] de Labriola, en la Revue de mtaphysique et de morale, [ao V]
septiembre de 1897, p. 650, cit. por Sorel [en el ya referido Prface al
libro de S. Merlino], Formes [et essence du socialisme], p. VIII. N. de
G.G. [Ofrecemos una traduccin al castellano del pasaje de Andler: Para
Marx es vano preguntarse si el pensamiento nos ensea lo que son las
cosas en s mismas. Si podemos demostrar la verdad de nuestro pensamiento haciendo nacer los fenmenos que hemos pensado, lo incognoscible, que se dice oculto detrs de ellos, ya no importa. No se trata de
interpretar la naturaleza, sino de cambiarla. Este autor presenta as una
lectura practicista, no slo de la 11 tesis sino tambin de la 2; cfr. Tesis
sobre Feuerbach [E]. N. de M.C.]
157
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163
Ntese que toda esta crtica ya haba sido hecha por Marx en los fragmentos de 1845. N. de G.G. [Esto es algo que slo puede ser pensado por
quienes hacen una lectura hegelianizante de las Tesis sobre Feuerbach.
N. de M.C.]
164
Auch finden wir bei genauerer Betrachtung, dass die beiden Pole eines
Gegensatzes, wie positiv und negativ, ebenso untrennbar von einander
wie entgegengesetzt sind, und dass sie trotz aller Gegenstzlichkeit sich
gegenseitig durchdringen: Op. cit., p. 7. N. de G.G. [Tambin descubrimos con un estudio ms atento que los dos polos de una contraposicin, como positivo y negativo, son tan inseparables el uno del otro como
contrapuestos el uno al otro, y que a pesar de toda su contraposicin se
interpretan el uno al otro. Anti-Dhring, p. 8. N. de M.C.]
166
Cfr. por lo dems la advertencia de Labriola, op. cit. [carta V], p. 69, al
inicio. N. de G.G.
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169
Anti-Dhring, p. 11, cit. por Labriola [carta VI], pp. 76-77 (trad. franc., pp.
99 y ss.). N. de G.G.
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La tendencia, dice Labriola, es a superar la tradicional divergencia entre ciencias y filosofa, bajo la forma de una ciencia filosfica o de una filosofa cientfica. Muy bien, pero la tendencia, el fin
porta consigo la mediacin (que en dialctica, como se entiende,
no debe tomarse en el simple significado cronolgico), y por
tanto la filosofa no puede nunca cesar de existir; de otro modo,
como dira Hegel, tendramos la identidad abstracta y no la razn de ser o la realidad racional. La contradiccin, en definitiva,
no se supera pura y simplemente, sino que se supera alcanzando
la identidad que reside en el seno mismo de la diferencia. La
diferencia perdura: filosofa por una parte y ciencia por la otra.
La identidad verdadera, la identidad plena y concreta slo puede
vivir en la diferencia. Este pensamiento dialctico unifica el debe
y el haber, pero no por eso el deudor se convierte en acreedor.
Unifica el ser y el no ser, pero no por eso las cosas singulares
son y no son, segn nuestro gusto. Inmanencia s, pero al mismo
tiempo trascendencia. La pura inmanencia (entendida como simple identidad) es un momento de la vida y de la realidad, pero no
la vida y la realidad. La verdadera energa reside en extraer los
contrarios de lo uno, una vez encontrado el punto de la unin,
como adverta hace ya tres siglos Giordano Bruno. Por lo tanto
el uno, s, pero tambin los contrarios.
El mismo Engels declara que lo nico que de la filosofa desarrollada hasta ahora subsiste con independencia es la doctrina
del pensamiento y de sus leyes: la lgica formal y la dialctica.
Todo el resto se resuelve en la ciencia positiva de la naturaleza
y de la historia.174
Ahora bien dejando a un lado la lgica formal, que no s cmo
puede conciliarse con la dialctica, dado que mientras para
aqulla la contradiccin es la muerte, para sta es la vida del
pensamiento,175, qu es en definitiva la dialctica a la manera
hegeliana, como la entiende Engels, si no esa lgica real que, en
Hegel, contiene toda la filosofa? Y en verdad, si la dialctica se
contrapone a la lgica formal en cuanto sta es ciencia de las
funciones abstractas del pensamiento y aqulla es, en cambio,
la ciencia de las cosas consideradas en su intrnseca racionalidad, yo no s cmo no se salva de esta crtica demoledora
la filosofa entera y su parte ms substancial, la metafsica. La
lgica stricto jure [en estricto derecho], y la teora general del
conocimiento, prefiere decir Labriola.176 Pero quien mire en el
fondo de esta teora general del conocimiento debe encontrar
tambin una teora general del ser, si es buen marxista y pretende librarse de la acusacin de escolstico, que Marx inflige
a los investigadores de la manera por la cual el pensamiento
alcanza el ser, vale decir, a cuantos conciben el pensamiento en
oposicin con el ser (cfr. el fr. 2 sobre Feuerbach). Y me temo
que Engels y Labriola slo quieren combatir as la filosofa que
est por encima de las cosas y de las ciencias la hiperfilosofa,
como dice Labriola177, entendida en el sentido de la antigua
metafsica. La cual, en verdad, haba estirado la pata haca ya
tiempo, desde mucho antes de que Marx y los marxistas viesen
la luz. An sigue combatiendo, es verdad, a travs de lo Inconsciente de [Eduard von] Hartmann178 y lo Incognoscible de [Her174
Anti-Dhring, p. 11, cit. por Labriola [carta VI], pp. 76-77 (trad. franc., pp.
99 y ss.). N. de G.G.
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Karl Robert Eduard von Hartmann (1842-1906): filsofo alemn cuya obra
principal lleva por ttulo La filosofa de lo inconsciente (1869). N.
de M.C.
180
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Op. cit. [carta VI], p. 79 (trad. franc., p. 103). N. de G.G. [Cfr. ibid. N.
de M.C.]
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puede haber imaginado, una diferencia originariamente inherente a las proposiciones mismas, sino que nace de la consideracin
de nuestro saber y del modo como nosotros sabemos estas proposiciones, de tal manera que cada proposicin que para m es
solamente histrica, emprica, se vuelve una proposicin a priori
cuando yo directa o indirectamente llego a entender su necesidad interna. Ahora bien, debe ser posible, en general, conocer
como necesario todo fenmeno natural originario, puesto que, si
en general no hay azar en la naturaleza (y esto tambin lo dice la
filosofa de la praxis), no puede haber un fenmeno suyo originario que sea casual; si la naturaleza es un sistema, debe haber,
para todo lo que ocurre y se acta en ella, un nexo necesario
basado en algn principio que lo mantenga y unifique todo. Esta
necesidad interna de todos los fenmenos naturales se entiende
mejor si se piensa que no existe ningn sistema verdadero que
no sea un todo orgnico. Y si en cada todo orgnico las cosas
se sostienen y se apoyan recprocamente, la organizacin debe
preexistir como todo a las partes; as, el todo no surge de las
partes, sino las partes del todo. Por lo tanto decimos que no
es que nosotros conozcamos la naturaleza a priori, sino que la
naturaleza es a priori, vale decir, que en ella todo lo singular est
predeterminado por el todo, o sea por la idea de una naturaleza
en general. Pero si la naturaleza es a priori debe ser tambin posible conocerla como algo que es a priori, y esto es propiamente
el sentido de nuestra exigencia.184
Ahora bien, no veo cul de estas proposiciones en las que se
formula la doctrina del apriorismo schellinguiano puede o debe
ser refutada por los sostenedores de la filosofa de la praxis.185 Y
este mismo pasaje citaba uno de los ms sutiles entendedores
de Hegel, nuestro Bertrando Spaventa, con el fin de explicar a
los perpetuos y fastidiosos crticos del apriorismo idealista cul
es el sentido verdadero de lo a priori, sobre lo que la filosofa
idealista insiste, y cmo en la afirmacin de sus derechos no
resultan mnimamente perjudicados los de la experiencia.186
Muchos dicen ahora que Hegel desconoci enteramente los derechos de la experiencia, y recuerdan los orgullosos juicios por l
pronunciados, en sus lecciones de historia de la filosofa, contra
las ciencias experimentales, que siguiendo el ejemplo de Newton
184
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199
Ver Gentile, Rosmini e Gioberti, Pisa, Nistri, 1898, pp. 177 y ss. N. de
G.G. [Antonio Rosmini Serbati (1797-1855): sacerdote y filsofo italiano de
orientacin platnica, agustiniana y tomista. N. de M.C.]
200
Op. cit. [carta X], pp. 143 y ss. (trad. franc., pp. 191 y ss.). N. de G.G.
204
201
Johann Friedrich Herbart (1776-1841): filsofo y pedagogo alemn, crtico del idealismo hegeliano; ejerci una fuerte influencia en Antonio Labriola antes de que ste abrazara el materialismo histrico. N. de M.C.
205
Ver la carta VIII. Tambin haba reflexionado sobre esto Chiappelli, Socialismo e pessimismo, en el vol. Il socialismo e il pensiero moderno, Firenze
[Le Monnier], 1897, pp. 205-219. N. de G.G. [Ver nota 77. N. de M.C.]
206
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del bien y del mal, puramente relativas por naturaleza, se vuelven principios absolutos de la vida, y sus causas teleolgicas,
cuando en realidad no son ms que simples ideologas. Ahora
bien, como el materialismo histrico es la filosofa de la vida,
y no de las apariencias ideolgicas de sta, sobrepasa la anttesis del optimismo y del pesimismo, porque supera sus trminos
comprendindolos.207 De qu modo? Este camino doloroso de
la historia, al que se puede llamar la tragedia del trabajo208 tragedia que no era evitable porque no deriva de un capricho o pecado, sino de una necesidad intrnseca al propio mecanismo del
vivir social, conduce l mismo los medios necesarios para el
relativo perfeccionamiento, primero de poqusimos, luego de pocos, luego de un poco ms, y ahora parece que los prepara para
todos.209 Una vez, el mal de los esclavos era el bien de los amos;
despus el mal de los siervos fue el bien de los seores; luego el
mal de los proletarios ha sido el bien de los capitalistas; llegar
el tiempo en que esta contradiccin del mal que es un bien, y
del bien que es un mal, ser resuelta... en el bien de todos. El
cual, sin embargo, no oponindose ya al mal, en verdad no ser
ms el bien, sino la unidad del bien y del mal. Pero el triunfo del
comunismo no ser la obra de la eterna justicia. Esa [gran] seora benfica no remover ni una sola de las piedras del edificio
capitalista.210 En el mal presente los materialistas encuentran
precisamente el impulso del futuro, cuya llegada esperan de la
rebelin de los oprimidos, y no de la bondad de los opresores.
Qu significa todo esto? Que lo que es debe ser, que lo real es
esencialmente racional, tal como deca Hegel. La oposicin del
bien y el mal permanecer como una contradiccin del intelecto
abstracto, pero que el pensamiento especulativo resuelve, superndola, como a toda otra contradiccin. El bien y el mal no
existen en la realidad esencial, sino que, como dice Marx, son
ideologas. Del mismo modo, pues, el materialismo histrico y el
hegelianismo superan en teora el punto de vista pesimista y el
optimista. Pero de hecho ambos son sistemas puramente optimistas. Lo que es debe ser, la realidad es racional. Esta realidad,
en cuanto historia, representa el fatal camino del Espritu del
mundo hacia la libertad de todos, en Hegel; o bien, la elevacin
del hombre de la inmediatez del vivir (animal) a la libertad perfecta (que es el comunismo),211 en Marx. En la historia hay, pues,
una finalidad, puesto que cada paso se dirige hacia una meta, y
esta finalidad es esencialmente ptima. Y dado que la finalidad
es inmanente al proceso histrico ya desde su primer principio,
la intuicin marxista es de hecho optimista como la hegeliana, al
contemplar una historia que avanza hacia un fin que es el bien
de todos, el bien absoluto.
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209
210
211
Palabras de Labriola [carta VI], pp. 83-84; trad. franc., p. 109. N. de G.G.
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IX
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214
215
Idem. N. de M.C.
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217
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219
Carlos Marx, idealista nato, y que haba tenido tanta familiaridad, en el perodo formativo de su mente, con las filosofas de
Fichte primero y luego de Hegel, no se aproxim al materialismo
de Feuerbach olvidando todo lo que haba aprendido, y que se
haba hecho inherente a su pensamiento. No supo olvidar que no
hay objeto sin un sujeto que lo construya; ni supo olvidar que
todo est en perpetuo fieri [proceso], todo es historia. Entendi,
s, que ese sujeto no es espritu, actividad ideal, sino sensacin,
actividad material; y que ese todo (que siempre deviene) no es
el espritu, la idea, sino la materia. En tal modo, l crea avanzar
sobre esa va por la cual se haba encaminado pasando de Kant
y Fichte a Hegel, casi de una trascendencia idealista a una inmanencia; en tal modo, supona estar alejndose cada vez ms de lo
abstracto y acercndose a lo concreto. Pero en la cuestin de lo
abstracto y lo concreto, cmo no tener en cuenta la estupenda
crtica hegeliana del intelecto abstracto? Por lo tanto, materia s,
pero materia y praxis (es decir, objeto subjetivo); materia s, pero
materia en continuo devenir. De tal manera, l recoga la ms
bella flor del idealismo y del materialismo; la flor de la realidad
220
221
Nueva alusin a Una critica del materialismo storico, ver nota 72.
N. de M.C.
219
220
Althusser, el maosmo
y la Revolucin Cultural
Adrin Celentano*
CISH-IdIHCS-UNLP
A pesar del alejamiento de la URSS que establecen estas tesis, el comunismo chino nunca defini claramente la responsabilidad de Stalin en el
proceso de restauracin del capitalismo en ese pas.
La revista tuvo una tirada de un millar de ejemplares. De ah que no sorprenda que varios de esos ejemplares hayan llegado a nuestro continente
en los aos en que el maosmo ganaba la simpata de numerosos discpulos argentinos y latinoamericanos de Althusser. La nueva izquierda intelectual argentina se interes en el maosmo desde inicios de los sesenta,
especialmente los grupos editores de las revistas Pasado y Presente,
Fichas, Revista de la Liberacin, La Rosa Blindada y Los Libros. Varios
intelectuales ligados a esas publicaciones viajaron a China interesados
en la RC y difundieron en nuestro pas sus manifiestos y documentos.
Asimismo, desde 1965 el partido maosta Vanguardia Comunista public
informes y documentos sobre la Revolucin Cultural y foment las posiciones del PC chino entre las nuevas organizaciones de izquierda. En 1967
se fund el Partido Comunista Revolucionario, en el que se desarroll
una importante corriente althusseriana. Y en 1970 se public en el pas el
primer libro dedicado ntegramente a Althusser, Sal Karsz, Jean Pouillon,
En marzo de 1965, la revista parisina comenz a ser la vocera de los intelectuales en los que se referenciaba el crculo de
jvenes que la haba fundado. A su vez, bajo el liderazgo del
veinteaero Robert Linhart, el crculo confront abiertamente
con otra tendencia juvenil del PCF, la que, siguiendo al Partido
Comunista Italiano, defenda la transicin pacfica al socialismo y
el policentrismo del MCI. En enero de 1967, un mes despus del
nmero de los Cahiers Marxistes Lninistes dedicado a la RC,
el grupo de Linhart explicitaba su salida del revisionista PCF
para fundar un grupo que adhiriera a las posiciones maostas,
la Union des Jeunesses Communistes Marxistes-Lninistes (UJCML). Si bien el referente terico ms importante del grupo era
Althusser, ste y su discpulo tienne Balibar decidieron mantenerse dentro del PCF.4
Revisemos brevemente las publicaciones del filsofo en esos
aos para poder inscribir en la coyuntura su artculo sobre la RC.
Ambos textos fueron publicados en la revista comunista francesa La Pense, el primero en agosto de 1963 y el segundo en diciembre de 1962.
El ensayo Marxismo y humanismo haba sido publicado en la revista
cultural francesa Cahiers de lISEA en junio de 1964.
221
222
parte de esa crtica, pues apunta que si bien Altusser demostr el valor del marxismo como teora y su importancia para las
ciencias sociales, realiz un uso confuso del anlisis estructural
y desconect, como lo habra hecho en Lire Le Capital, el objeto
de conocimiento del objeto concreto.11 Luego de esta seccin,
Les Temps Modernes publica la crtica de Henri Edme a las tesis
de Balibar y Rgis Debray sobre las guerrillas castristas en Amrica Latina, tesis que haban sido publicadas en el quinto nmero
(junio-julio de 1965) de Cahiers Marxistes Lninistes.
En medio de ese debate, se realiza en abril de 1966 en Argenteuil la reunin del Comit Central del PCF que discute cuestiones ideolgicas y decide rechazar las tesis que Althusser vena
difundiendo. Desde entonces, Roger Garaudy sera consagrado
como lder filosfico del PCF. Basndose en los Manuscritos de
1844, Garaudy promova, en las revistas partidarias Cahiers du
Communisme y Nouvelle Critique, la lectura humanista de la
obra marxiana.12 En aquella reunin, Pierre Macherey defendi
en soledad el marxismo de Althusser, quien ese mes reafirm su
distancia con el humanismo y el historicismo en Matrialisme
historique et matrialisme dialectique, un artculo aparecido en
los Cahiers Marxistes Lninistes.
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12
13
Los otros artculos publicados son: Oser lutter, savoir lutter, lutter,
pp. 3-4; Sur la rvolution culturelle, pp. 4-16; La pense de Mao Tstoung, pp. 17-39; La dictature du proltariat en Chine (contradictions et
alliances de classes), pp. 40-62; La base sociale du rvisionnisme, pp.
62-78; y La pense de Mao Ts-toung, force politique: la consolidation
de la dictature du proltariat, pp. 79- 92. La revolucin cultural continu
concitando la atencin de la revista que le dedic el nmero siguiente.
La Revolucin Cultural,
el acontecimiento que posibilita
la reflexin sobre la poltica comunista
El aparato conceptual que despliega Sur la rvolution culturelle valida la RC desde un punto de vista terico, para el que
apela a un marxismo antieconomicista, antihistoricista y antihumanista, ante el que quedan pocas dudas de que su autor sea
Althusser. Seguramente, el anonimato le ofreca la posibilidad
de mostrar tanto la validez de ese aparato conceptual que al
interior del PCF haba sido desplazado por el humanismo de Garaudy como la continuidad entre sus conceptos y el apoyo al
curso poltico de los comunistas chinos que haban comenzado
a expresar los Cahiers Marxistes Lninistes. En ese sentido, el
anonimato parece estar decidido no por la intencin de Althusser de ocultar su compromiso maosta sino por la posibilidad de
tornar ms convincentes los argumentos que le propona adoptar al grupo editor. En efecto, varios jvenes que firmaron los
artculos del nmero trece de los Cahiers Marxistes Lninistes
tambin publicaron un estudio en la primera edicin de Lire Le
Capital. Adems, la inscripcin de los cuadernos en el maosmo
es explcita en sus avisos publicitarios: el retiro de tapa anuncia
la coleccin Economa y socialismo (en la que, bajo la direccin
del economista althusseriano Charles Bettelheim, se publicaron
obras sobre China); las pginas finales publicitan las obras de
Mao editadas por Maspero; y las pginas interiores invitan a los
lectores a suscribirse a las ediciones en francs de las publicaciones oficiales chinas Pekn Information, La Chine en Construction y Litterature Chinoise.
En el texto annimo la clave para analizar la RC la ofrece el
concepto de revolucin ideolgica de masas, una nueva categora con la que Althusser parece lograr trascender los lmites
tericos que habra encontrado su filosofa, tal como haba sido
desarrollada hasta 1965. La va para formular un marxismo que
otorgara ms peso a la dimensin ideolgica ya se insinuaba en
Contradiccin y sobredeterminacin, artculo en el que Althusser atenda a la sobredeterminacin de los procesos histricos
para mostrar que la determinacin econmica operaba slo en
ltima instancia, mientras que las instancias poltica e ideolgica primaban en ciertas coyunturas.15
15
De todos modos, la atencin a esas instancias no llev a Althusser a realizar extensos y profundos anlisis de esos procesos histricos a los que
le reconoca un estatuto propio ms all de la determinacin econmica.
Y el escaso anlisis de los procesos histricos fue una de las objeciones
ms frecuentes que le formul la intelectualidad de izquierda, como en
el caso de Perry Anderson, quien defendi a Althusser en el terreno del
marxismo occidental. Por otra parte, mencionemos que Anderson tambin le cuestion a aquel sus simpatas maostas (Perry Anderson, Teora,
poltica e historia. Un debate con E. P. Thompson, Buenos Aires, Siglo
XXI, 2013).
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224
16
17
En 1968 se elige esta segunda definicin para titular el reportaje a Althusser de Mara A. Machiocchi, aparecido en el semanario del PC Italiano
LUnit. Al ao siguiente, el reportaje es publicado en la citada primera
edicin en espaol de Para leer El capital.
Valindose de su concepto de sutura como un enlace de la filosofa con
sus condiciones (ciencia, poltica, arte y amor) que termina por obturar
a aqulla, sostiene Badiou en un texto de 1992: En un tiempo extremadamente corto, y en la potencia de un pensamiento completamente reunido
en torno de sus axiomas, Althusser pas de una sutura de la filosofa
a la ciencia (textos de 1965) a una sutura de la filosofa a la poltica,
esta ltima bajo el efecto del maosmo (poner la poltica en el puesto
de comando)y de la crisis concomitante del partido comunista francs
(AlainBadiou, Condiciones, Buenos Aires, Siglo XXI, 2015, p. 219).
La RC aporta una solucin totalmente nueva al problema planteado por Lenin. La tercera organizacin, responsable de la tercera revolucin, debe ser distinta del Partido (en su existencia,
y en su forma de organizacin) para obligar al Partido a distinguirse del Estado, en un perodo en que se ve al Partido en una
parcial pero inevitable confusin con el Estado.20
19
Annimo (atribuido a Louis Althusser), Sur la rvolution culturelle, Cahiers Marxistes Lninistes, n 14, noviembre-diciembre de 1966, pp. 8-9
(traduccin propia).
20
dem, p. 16.
21
225
226
Cualquiera que sea el partido que se haya tomado, no est permitido que un comunista trate de forma automtica, sin ms
prembulos, la Revolucin Cultural (RC) China, como un hecho
entre otros, como un argumento entre otros.
La RC no es inmediatamente un argumento: es ante todo un hecho histrico. Este no es un hecho como los dems, es un hecho
histrico sin precedentes.
Tampoco es ste un hecho histrico circunstancial, no es una decisin a propsito de la lucha del Partido Comunista de China
(PCCh) contra el revisionismo moderno, o del cerco militar y
poltico a China. Este es un hecho histrico de gran importancia
y de larga duracin. Es parte del desarrollo de la Revolucin China. Representa una de sus fases, una de sus mutaciones. Hunde
sus races en el pasado, y prepara su futuro. Como tal, as como
la Revolucin China, es parte al mismo tiempo, del Movimiento
Comunista Internacional.
Este es un hecho histrico que debe ser examinado en s mismo,
en su independencia y profundidad sin reducirlo pragmticamente a un aspecto de la situacin actual. Por otra parte, es un hecho
histrico excepcional. En primer lugar, no tiene precedente en la
historia, y, en segundo lugar, tiene un gran inters terico.
Marx, Engels y Lenin siempre han proclamado la necesidad absoluta de dotar a la infraestructura socialista, el espacio creado
por la revolucin poltica, una superestructura ideolgica correspondiente, es decir socialista. Para ella, se necesita una revolucin ideolgica, una revolucin en la ideologa de las masas. Esta
tesis refleja un principio fundamental de la teora marxista. Lenin
era muy consciente de esta necesidad, y el partido bolchevique
ha hecho grandes esfuerzos en esta direccin. Pero las circunstancias no han permitido que la URSS incorpore en su agenda
poltica una revolucin ideolgica de masas.
medios el primero en poner en el orden del da esta revolucin ideolgica de masas designada por la expresin RC.
Esta convergencia entre una tesis terica marxista que hasta el
momento ha permanecido en estado terico, y un hecho histrico nuevo, que est en realizacin, obviamente no puede dejar
indiferente a ningn comunista. Esta convergencia slo puede
suscitar un gran inters, poltico y terico. Por supuesto, la novedad, la originalidad, las formas inesperadas del acontecimiento
no pueden dejar de sorprender, confundir y requerir todo tipo
de preguntas. Lo contrario sera increble.
En tal caso, no es posible excluir un examen preliminar serio. Un
comunista no puede, a la distancia remota en la que estamos, pronunciarse sobre la RC, juzgarla, sin haber analizado al menos en
principio, los documentos originales a disposicin, y a la luz de los
principios marxistas, los fundamentos polticos y tericos de la RC.
1) En primer lugar debemos analizar la RC como un hecho poltico, que implica considerar tanto:
- La coyuntura poltica en la que interviene,
- Los objetivos polticos que establece,
- Los medios y mtodos que adopta y aplica.
2) Debemos examinar lo que el hecho poltico es a la luz de
los principios tericos del marxismo (el materialismo histrico,
materialismo dialctico) haciendo la pregunta de si este hecho
poltico est, o no, conforme con aquellos principios tericos.
Sin este doble anlisis, poltico y terico del que slo se puede formular un breve esquema aqu no es posible que un comunista francs juzgue la RC.
227
228
I
Anlisis poltico de la revolucin cultural
a) Coyuntura de la Revolucin Cultural
El PCCh, en sus declaraciones oficiales, hizo hincapi en la razn
poltica fundamental de la RC (ver los 16 puntos, el informe del
Comit Central, los editoriales del Remmin Ribao).
En los pases socialistas, luego de cumplida lo esencial de la
transformacin socialista de la propiedad de los medios de produccin, subsiste todava la cuestin: qu va seguir? Debera
continuar mediante la revolucin socialista y avanzar gradualmente hacia el comunismo? O detenerse a mitad de camino
y retrogradar al capitalismo? Esta cuestin se nos plantea de
forma aguda.22
La RC se presenta as, de forma inequvoca, como una respuesta poltica a una cuestin poltica extremadamente precisa. Esta
cuestin es declarada aguda y crucial. Esta pregunta crucial
es una cuestin de hecho, que pone al PCCh en una coyuntura
poltica definida.
De qu coyuntura se trata?
No es, esencialmente, como creen ciertos comentaristas de la
coyuntura mundial, a saber, el grave conflicto causado por
la agresin de EE.UU. contra el Movimiento de Liberacin de
Vietnam del Sur, contra el Estado socialista de Repblica de Viet
Nam del Norte y por las amenazas contra China. La coyuntura
que explica la RC es esencialmente interior al socialismo.
Pero esta coyuntura no es slo eso, ella est constituida esencialmente, por el conflicto entre el PCCh y Partido Comunista
de la Unin Sovitica (PCUS). Este conflicto es, en relacin con
la RC relativamente marginal. La RC no es principalmente una
respuesta a un conflicto, un argumento del PCCh en contra
del PCUS. La RC responde a otra cuestin fundamental, en la
que el conflicto es slo un aspecto o un efecto.
La coyuntura de la RC est constituida por los problemas actuales del desarrollo de la Revolucin socialista en China. El PCCh
habla de China cuando dice: La cuestin a la que nos enfrentamos de forma aguda. En efecto, no ofrece la solucin a los
dems pases socialistas, y no los invita a participar en la RC.
Pero est claro que las condiciones de la RC no son slo los
problemas del desarrollo de la Revolucin china. A travs de la
coyuntura china es la coyuntura de todos los pases socialistas la
que es involucrada, directa o indirectamente. L
a coyuntura china
aparece, en efecto, como un caso particular de la coyuntura poltica de los pases socialistas en general.
b) Objetivos polticos de la
Revolucin Cultural
En todos estos mbitos, la RC plantea objetivos cercanos, definidos en funcin de sus objetivos a largo plazo. Todos ellos estn
229
230
c) Medios y mtodos de la
Revolucin Cultural
En cuanto a los medios y mtodos de la RC, ellos se basan en
el principio de que la RC debe ser una revolucin de las masas,
que transforme la ideologa de las masas, y est realizada por
las propias masas.
No se trata, simplemente, de transformar o reformar la ideologa
de algunos intelectuales o unos pocos lderes. Ni se trata slo
de transformar la ideologa del Partido Comunista, en el caso de
que eso fuese necesario. Se trata de transformar las ideas, las
formas de pensar, las formas de actuar, las costumbres de las
masas de todo el pas, varios cientos de millones de hombres,
campesinos, obreros e intelectuales.
Ahora, una transformacin de la ideologa de las masas no puede ser ms que obra de las masas mismas, actuando en y por las
organizaciones que son organizaciones de masas.
La poltica del PCCh consiste entonces en hacer el llamamiento
a las amplias masas y tener una mayor confianza en las masas,
e invitar a todos los responsables y dirigentes polticos a seguir,
sin reticencias, y con audacia, esta lnea de masas. Se debe dar
la palabra a las masas, y confiar en las iniciativas de las masas.
Los errores, inevitables en cualquier movimiento, suceden: ellos
sern corregidos en el movimiento, las masas se educarn ellas
mismas en la accin. Pero no se debe frenar de antemano el
movimiento, con el pretexto de posibles errores o excesos,
porque ello restringira el avance del movimiento. Tambin se
espera que haya resistencias, a veces considerables, al movimiento de las masas: son normales, porque la RC es una forma
de la lucha de clases. Estas resistencias provendrn de representantes de las antiguas clases dominantes; tambin pueden venir,
en algunos casos, de las masas mal dirigidas o utilizadas, esas
resistencias incluso pueden venir de algunos dirigentes del Partido mismo. Se tratar a todos estos casos diferencialmente, distinguiendo los enemigos de los amigos; y entre los adversarios,
distinguir los elementos hostiles, irreductibles, los dirigentes rutinarios o vacilantes, los desorientados y los pusilnimes. En ningn caso, incluso contra los enemigos de clase burguesa (cuyos
delitos se castigan por la ley), se deber recurrir a los golpes
o a la violencia, sino siempre al razonamiento y la persuasin.
Las masas slo pueden actuar dentro de las organizaciones de
masas. El medio ms original, la innovacin propia de la RC consiste en la aparicin de organizaciones propias de la RC, organizaciones distintas de otras organizaciones de la lucha de clases
(sindicato y partido). Las organizaciones propias de la RC son las
organizaciones de la lucha de clases ideolgica.
Estas organizaciones parecen haber surgido, en sus orgenes,
debidas a las iniciativas de base (creacin de los crculos, grupos de estudio, los comits populares). Como Lenin hizo con los
Soviets, el PCCh reconoci su importancia, las apoy y extendi
el ejemplo a toda la RC, y llam abiertamente a la creacin de
organizaciones propias para RC entre los obreros, los campesinos, los intelectuales y los jvenes.
El PCCh es muy cuidadoso para vincular estas nuevas organizaciones con las viejas organizaciones, los nuevos objetivos con
los antiguos objetivos. As se recuerda constantemente que la
RC se realiza bajo la direccin del Partido, y que los objetivos
de la RC deben ser constantemente combinados, en las fbricas
y en el campo, con los objetivos ya definidos por la educacin
socialista, y que las organizaciones estudiantiles no deben intervenir en las fbricas o unidades campesinas, donde los trabajadores y propios campesinos asegurarn ellos mismos la RC,
y que la RC no debe obstaculizar sino, en cambio, ayudar a la
produccin, etc.
Al mismo tiempo, el PCCh declara que son las organizaciones de
masas de la juventud, principalmente de la juventud urbana, integrada por los estudiantes secundarios y universitarios, las que
estn actualmente a la vanguardia del movimiento. Se trata de
una situacin de hecho, pero la importancia poltica es evidente.
Por un lado, en efecto, el sistema educativo vigente donde la
juventud es formada (no hay que olvidar que la escuela siempre
marca profundamente a los hombres, incluso durante perodos
de mutaciones histricas) fue, en China, el bastin de la ideologa burguesa y pequeoburguesa. Por otro lado, la juventud, que
no ha experimentado las luchas y las guerras revolucionarias,
constituye, en un pas socialista, un sector muy sensible, en el
que se juega una cuestin capital para el futuro. La juventud
no es un sector revolucionario por el simple hecho de haber
nacido en un pas socialista, ni crecer con los relatos de las
hazaas de sus mayores. Si, a pesar de todas las energas de su
edad, ella es, debido a errores polticos, abandonada al desarrollo en un desorden o en un vaco ideolgico, es entonces
efectivamente entregada a las formas ideolgicas espontneas
que constantemente llenan este vaco: ideologas pequeoburguesas y burguesas, ya sean heredadas del pasado nacional, ya
sean importadas del extranjero. Estas formas tienen sus puntos
de apoyo naturales en el positivismo, el empirismo y tecnicismo apoltico de los cientficos y otros especialistas. En cambio,
si un pas socialista asocia su juventud a una gran obra revolucionaria, si la educa en esta accin, no solamente la juventud
contribuir, en la RC, a transformar la ideologa existente y a
luchar contra la ideologa burguesa, ella se formar a s misma
y transformar su propia ideologa. En todo caso, a causa de su
juventud, la ideologa que sea acta en ella con mayor fuerza. La
cuestin es saber cul debe ser la ideologa de la juventud en un
pas socialista. Esa es una cuestin poltica de gran importancia.
La R.C. responde en general a esta pregunta. Las organizaciones
juveniles de la RC dan la respuesta por la juventud.
Por ltimo, cabe sealar que el llamado a la RC, la apelacin a
las masas, al desarrollo de las organizaciones de masas de la
II
Revolucin cultural
y principios tericos marxistas
Naturalmente este anlisis poltico de la RC plantea toda una
serie de problemas tericos. La RC destaca, en sus decisiones, un
nmero de tesis polticas nuevas: el riesgo de regresin de un
pas socialista al capitalismo, la continuidad de la lucha de clases
en un rgimen socialista despus de su transformacin, en lo
esencial, de las relaciones de produccin, la necesidad de una
revolucin ideolgica de masas y de organizaciones de masas
especficas para realizar esta revolucin, etc.
Estas nuevas tesis polticas se ajustan o no a la teora marxista?
La tesis central, que plantea los problemas tericos ms importantes, es la tesis de la posibilidad de regresin de un pas socialista al capitalismo. Con esta tesis se golpearn muchas convicciones, arraigadas en interpretaciones ideolgicas del marxismo
(interpretaciones religiosas, evolucionistas, economicistas).
Esta tesis es, de hecho, impensable si el marxismo es una filosofa de la historia de esencia religiosa, que garantiza el socialismo
en el presente como el objetivo por el que la historia humana ha
trabajado siempre. Pero el marxismo no es una filosofa de la
historia, ni el socialismo es el fin de la historia.
Esta tesis tambin sera impensable si el marxismo fuese un
evolucionismo. En una interpretacin evolucionista del marxis-
231
232
tralizacin poltica, a la utilizacin poltica y a la dominacin econmica de pases socialistas por el imperialismo. En efecto, es
impensable que un pas socialista puede seguir siendo socialista
si se basa en esta contradiccin: estar dotado de una infraestructura socialista y una superestructura ideolgica burguesa.
La RC saca sus conclusiones de esta contradiccin: debe hacerse la revolucin en lo ideolgico para dar a un pas socialista
dotado de una infraestructura socialista, una superestructura
ideolgica socialista.
Esta tesis de la posibilidad de un papel dominante de lo ideolgico en una coyuntura poltica de la historia del movimiento
obrero no puede sino golpear a los marxistas economicistas,
evolucionistas y mecanicistas, es decir, a aquellos que ignoran
la dialctica marxista. No es sorprendente que aquellos que
confunden contradiccin principal y contradiccin secundaria,
aspecto principal y aspecto secundario de la contradiccin, cambiando el lugar de las contradicciones y de sus aspectos, etc.,
sean, en suma, los que confunden la determinacin en ltima instancia por la economa con la dominacin de tal o cual instancia
(la econmica, la poltica, la ideolgica) en tal o cual modo de
produccin o en tal o cual coyuntura.
Decidir y adoptar la RC implica proclamar las dos tesis:
1. Es en el plano ideolgico que puede comenzar, en un pas socialista, el proceso de regresin, debido a que por lo ideolgico
es que pasan los efectos que afectan progresivamente el dominio poltico y luego el econmico.
2. Es por la revolucin en lo ideolgico y dirigiendo la lucha de
clases en lo ideolgico que se puede prevenir y revertir este proceso y mantener en un pas socialista la otra va: la va revolucionaria.
Formalmente, la primera tesis viene a decir: en un pas socialista
que elimin las bases econmicas de las viejas clases sociales
pueden creer que se suprimieron las clases y, por tanto, la lucha
de clases. La creencia de que la lucha de clases ha sido superada,
sucede cuando ella se sigue dando en el dominio poltico y en
el rea ms importante, en lo ideolgico. No ver que la lucha
de clases puede tener lugar por excelencia en el dominio de lo
ideolgico es abandonar el dominio de la ideologa a la ideologa
burguesa, y abandonar el terreno al adversario. Si el adversario
est en su lugar, sin ser identificado como enemigo y tratado
como un enemigo, entonces es l quien conduce el juego, y no
es de extraar que l est ganando terreno. Esto puede llevar al
establecimiento de mecanismos ideolgicos, polticas tendientes
a la restauracin del capitalismo. Lo que puede llevar a la neu-
De este modo es que la R. C. pone en juego los principios marxistas concernientes a la naturaleza de lo ideolgico.
La Revolucin Cultural quiere decir, en efecto, revolucin en los
dominios de lo ideolgico. Qu es el dominio de lo ideolgico?
La teora marxista muestra que toda sociedad se compone de
tres niveles. Instancias, dominios especficos
lo econmico
infraestructura
lo poltico
superestructura
lo ideolgico
Los niveles quedan articulados unos sobre los otros de una manera compleja. En sta lo econmico es lo que est determinando en ltima instancia.
Aunque lo ideolgico rige las relaciones vividas por los individuos en sus condiciones de vida, sus prcticas, sus objetos, sus
clases, sus luchas, su historia y su mundo, etc., lo ideolgico no
es de naturaleza individual o subjetiva.
Como todos los niveles de la sociedad, lo ideolgico est hecho con las relaciones sociales objetivas. Como hay relaciones
sociales de produccin (econmicas), hay relaciones sociales
polticas y hay relaciones sociales ideolgicas. Esta ltima expresin es de Lenin (en Quines son los amigos del pueblo?).
Ella debe ser tomada al pie de la letra. Para conocer lo ideolgico, se deben conocer las relaciones sociales y de lo que stas
relaciones estn hechas.
De qu estn hechas esas relaciones? Ellas no son solamente
producto de los sistemas de ideas-representaciones, sino adems de los sistemas de actitudes-comportamientos, y tambin
de los sistemas tericos y de los sistemas de prcticas. Lo
ideolgico comprende no slo los sistemas de ideas (las ideologas en el sentido estricto), sino tambin los sistemas prcticos
de actitudes-comportamientos (las costumbres).
Las ideas y las costumbres estn en relacin dialctica. Dependiendo de la situacin de clase, y segn la coyuntura, puede haber identidad general o parcial, o desajuste, o contradiccin entre las ideas y las costumbres, y tambin segn las regiones. En
la lucha ideolgica, es muy importante reconocer las ideas y costumbres que el partido del adversario ideolgico encarna, y es
muy importante distinguir entre las ideas, o entre las ideas y las
costumbres, diferenciarlas adecuadamente. Los grandes revolucionarios siempre han sido capaces de establecer estas distinciones y mantener lo que es bueno del pasado, rechazando lo que
es malo, tanto en las ideas, como en las costumbres. De todos
modos, una revolucin ideolgica debe ser necesariamente una
revolucin no slo en las ideas o ideologas, sino tambin en
las actitudes y comportamientos prcticos, o en las costumbres.
Apelando a una metfora arquitectnica (la de una casa: infraestructura / superestructura) slo decimos que la ideologa repre-
233
234
La RC aporta una solucin totalmente nueva al problema planteado por Lenin. La tercera organizacin, responsable de la tercera revolucin, debe ser distinta del Partido (tanto en su existencia como en su forma de organizacin) para obligar al Partido
a distinguirse del Estado, en un perodo en que se ve al Partido
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El comunista de origen suizo Jules Humbert-Droz, jefe del Secretariado Latino del Comit Ejecutivo (CE) de la Comintern
o Internacional Comunista (IC), entenda a comienzos de 1928
que la causa de la crisis interna experimentada por el Partido
Comunista de la Argentina (PCA), particularmente visible desde
mediados del ao anterior, resida en los mtodos de trabajo
empleados por su direccin.1
Segn el diagnstico de Humbert-Droz, exista en la direccin
del PCA una mayora, conducida por Rodolfo Ghioldi, y una minora, encabezada por Jos Peneln, pero la seccin argentina
de la IC no dispona realmente de un Comit Central (CC). Esta
situacin haba decantado en la formalizacin de un pedido de
intervencin para que la IC dirimiera los problemas internos del
PCA. No obstante, el encargado de elevar la solicitud no haba
sido el revolucionario ruso Boris Mikhailov, quien, enviado por
la IC para supervisar el desempeo de los principales partidos
comunistas de la regin permaneci en Sudamrica entre 1926
y 1927, operaba bajo los seudnimos de Williams y de Raymond.2 Por el contrario, el telegrama enviado a Mosc en el
que se solicitaba participacin sovitica llevaba la firma de Pedro Romo, quien por entonces oficiaba de secretario general del
PCA. El resto de la direccin del partido no haba estado al tanto
de la comunicacin entablada desde Buenos Aires. Esto llevaba
a Humbert-Droz a confirmar la suposicin de que, en consecuencia, el PCA no contaba con un CC. Peneln, de hecho, aseguraba haber tomado conocimiento pleno del telegrama despus
*
1
Ibd., p. 67.
Ibd., p. 93.
Ibd., p. 18.
Ibd., p. 36. Acordando con esta perspectiva, el ex miembro del PC de la
Regin Argentina Ruggiero Rugilo, recordar mucho tiempo ms tarde
que las presencias en el pas de Raymond y de Anselmi (alias del comunista italiano Isidoro Azzario, quien en nombre de la IC aconsej al PCA sobre la cuestin sindical) fueron determinantes para que se diera aquella
situacin en la cual todos estaban de acuerdo con Peneln y de buenas
a primeras, en pocos meses, haban cambiado de opinin, producindose
el enfrentamiento en el Comit Central. Emilio Corbire, Orgenes del
comunismo argentino (El Partido Socialista Internacional), Buenos
Aires, CEAL, 1984, p. 78.
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Manuel Caballero, La Internacional Comunista y la revolucin latinoamericana, 1919-1943, Caracas, Nueva Sociedad, 1987, p. 52.
Argentina. La crisis interna del P. Comunista, La Correspondencia Sudamericana. Revista quincenal editada por el Secretariado Sud Americano de la Internacional Comunista, 2 poca, (en adelante LCS), n 2,
15/8/1928, p. 13.
Tal era, segn la apreciacin de Codovilla, el caso del PC de Colombia.
Cfr. Lazar Jeifets y Vctor Jeifets, El Partido Comunista Colombiano, desde su fundacin y orientacin hacia la transformacin bolchevique. Varios episodios de la historia de relaciones entre Mosc y el comunismo
colombiano, Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura,
n 28, 2001, p. 29.
Dos palabras, LCS, n 1, agosto de 1928, p. 1.
La I Sesin del Secretariado Sudamericano de la Internacional Comunista, LCS, n 1, agosto de 1928, pp. 4-5.
Al reafirmar sus acusaciones de incurrir en prcticas socialdemcratas en momentos en que se incrementaban como nunca antes los ataques contra aquellos grupos que las llevaban a cabo,
el PCA clausuraba cualquier posibilidad de reincorporacin de
Peneln, o al menos la pona en un lugar en extremo dificultoso
para su concrecin.
La onda expansiva por la escisin tuvo implicaciones sobre la
eleccin premeditada de los representantes argentinos que deban asistir al prximo congreso de la IC. Los intercambios sobre
esta cuestin quedaban ahora reducidos a la contraposicin de
opiniones entre los dos lderes ahora indiscutidos del partido.
Codovilla haba propuesto a Antonio Cantor para que asistiera
como delegado del PCA al VI Congreso de la IC, aprovechando que se encontraba de viaje en Rusia. Ghioldi discrepaba con
esta eleccin, sugiriendo que Cantor poda representar mejor a
la Federacin Juvenil Comunista ante la Internacional Juvenil Comunista, por lo que propona a Pedro Romo como delegado del
partido. Pero Codovilla estimaba impoltico el hecho de que
asistiera al congreso de la IC uno de los dirigentes que haba
tomado parte en la crisis interna encabezando la posicin de la
mayora, por lo cual resultaba conveniente que permaneciera en
el pas y se reservara para tomar parte en el prximo congreso del PCA.45 El 13 de junio el PCA inform que dara respuesta prontamente al telegrama de Humbert-Droz sobre el envo
de delegados argentinos para participar en el VI Congreso de
la IC,46 y finalmente el 16 anunci que la decisin acerca de la
delegacin argentina estaba tomada.47 Se haba acordado que
viajaran Leonardo A. Peluffo y Carlos Ravetto en representacin del partido, en tanto que Alejandro Onofrio y Luis Riccardi
lo haran por la Juventud. Aunque una parte muy importante
de los cuadros de la juventud y el sindicalismo se haban ido
con Peneln para fundar el Partido Comunista de la Regin
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Peneln ha sido destituido por la IC del cargo de secretario sudamericano, La Internacional, ao XI, n 3231, 24/3/1928, p. 1. A partir de entonces,
el SSA fue reorganizado en funcin de las disposiciones soviticas trazadas seis aos antes por Mikhail Komin-Aleksandrovskii, primer emisario
de la IC en Argentina. Victor Jeifets i Lazar Jeifets, M. Aleksandrovskii.
Delegat argentiny v Kominterne. Delegat Kominterna v Argentine, Personazhi Rossiiskoi Istorii (Istoriya i Sovremennost), Sankt-Peterburgskii
Gosudarstvennyi Tejnicheskii Universitet, 1996, p. 230.
Olga Ulianova, Develando un mito: Emisarios de la Internacional Comunista en Chile, Historia (Santiago), Vol. 41, n 1, p. 115.
Secretariado Sudamericano de la IC, El movimiento revolucionario latinoamericano. Versiones de la Primera Conferencia Comunista Latino Americana. Junio 1929, Buenos Aires, La Correspondencia Sudamericana, 1930.
El problema del indio en el Per. Su nuevo planteamiento, El Trabajador Latinoamericano. Revista quincenal de informacin sindical, ao
I, n 9, 15/1/1929, p. 10.
Cfr. Jos Carlos Maritegui, Siete ensayos de interpretacin de la realidad peruana, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 2007, especialmente El
problema del indio y El problema de la tierra, pp. 26-85.
Cfr. V. I. Lenin, El derecho de las naciones a la autodeterminacin, en Obras
Completas, Buenos Aires, Cartago, 1970, t. XXI, pp. 313-376; El proletariado revolucionario y el derecho de las naciones a la autodeterminacin, t.
XXIII, pp. 39-46; Notas crticas sobre la cuestin nacional, Mosc, Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1952.
Consideraciones finales
Preocupado como estaba por crear las condiciones para el desarrollo prctico de un marxismo con raigambre nacional, Peneln
estim la imposibilidad de plantear una revolucin argentina
en el corto plazo. Fue por ello, segn observaba Rodolfo Puiggrs, que el miembro cofundador del PCA haba decidido dar
preeminencia al trabajo comunista por las reivindicaciones inmediatas de los asalariados en el espacio conseguido dentro del
Concejo Deliberante.59 De all que en dos aos de gestin febril
hubiera presentado alrededor de 400 proyectos destinados a
mejorar la vida de quienes habitaban en los barrios pobres de
la Capital. Puiggrs interpretaba que la crisis de finales de 1927
revela el inters que las facciones mayoritaria y minoritaria del
CE tenan por lograr para s mismos el reconocimiento moscovita del rol de genuinos conductores del PCA. No obstante, a
partir del anlisis de los documentos cursados entre la IC y su
seccin argentina se advierte una situacin diferente, en donde
queda al descubierto la bsqueda de legitimacin de la mayora
pero tambin el desinters del penelonismo en ese sentido. Si
los llamados verbalistas futuros creadores del Partido Comunista Obrero haban enviado su delegacin a Mosc para
contraponer su visin de los hechos conflictivos a la versin
brindada por la delegacin oficial, Peneln en cambio se opuso
sin miramientos al reclamo efectuado por el CE de la IC para que
asistiera con carcter de inmediatez a la sede oficial en Rusia.
57
58
59
El problema indgena en Amrica Latina, El Trabajador Latinoamericano, ao II, n 30, marzo-abril de 1929, p. 18.
En este sentido, discrepamos aqu con la hiptesis de Jorge Abelardo
Ramos, quien al entender que el comunismo argentino surge de una situacin artificial en un marco semicolonial, sin que la sociedad se hallara
preparada para recibirlo en su seno, adelanta la fecha de dependencia
del PCA respecto de la Unin Sovitica en una dcada. J. A. Ramos, El
Partido Comunista en la Poltica Argentina. Su Historia y su Crtica,
Buenos Aires, Coyoacn, 1962, p. 28. En la introduccin a una importante compilacin de documentos traducidos al castellano que aborda el
perodo anterior a la fractura penelonista, sus responsables indican con
gran acierto que el PCA no careca totalmente de iniciativas y opiniones
propias, sino que por entonces se permita discutir duramente con los
representantes de la Internacional en el pas, e incluso pedir a la IC su
desplazamiento. Daniel Campione, Mercedes Lpez Cantera y Brbara
Maier, Buenos Aires-Mosc-Buenos Aires. Los comunistas argentinos
y la Tercera Internacional. Primera Parte (1921-1924), Buenos Aires,
Ediciones del CCC, 2007, p. 24.
En palabras de Rodolfo Puiggrs, El concejal Jos F. Peneln no quera
ser atrado por el espejismo de la revolucin mundial y para evitarlo se
excedi en su celo por los asuntos municipales. R. Puiggrs, Las izquierdas y el problema nacional. Historia crtica de los partidos polticos
argentinos, Buenos Aires, Galerna, 2006, tomo III, p. 92.
Por todo lo dicho se puede concluir aqu que si una vez producida la ltima gran escisin del PCA de la dcada de 1920
no arribaron ms a la Argentina contingentes de representantes de la IC para seguir realizando trabajos de organizacin con
constancia, ello se debi en gran medida al hecho de que no
resultaba ya necesario mantener una vigilancia celosa sobre la
direccin argentina. De hecho, el grado de homogeneizacin poltico-ideolgica alcanzado en todos los niveles organizativos del
partido conllevaron al fin de la emergencia de nuevas facciones,
lo cual se tradujo con posterioridad en la cristalizacin de disidencias individuales y no-orgnicas hacia los postulados de una
direccin que ya no era mayoritaria sino totalizante.60 El grupo
de Peneln conform dentro del PCA un intento por situar en
un lugar de primer orden el problema de la nacionalizacin del
comunismo, en tanto que el sector reunido en torno de Rodolfo
Ghioldi pona el plano internacional en el eje de las acciones del
PCA. Era de esperar, en consecuencia, que aquellos que buscaban ser reconocidos como los representantes de la Comintern
en la Argentina encontraran el campo despejado para consumar
su objetivo una vez producida la escisin de 1928. Con el distanciamiento del sector contestatario de la direccin del PCA que
encarnaron Peneln y su crculo quedaron obsoletas las motivaciones que encontraba el CE de la IC para dirigir una mirada
atenta en un partido disciplinado que, a partir de entonces, ya no
represent desafos a las directivas votadas en Mosc.
Aunque la IC tena potestad para interferir en la vida interna de los
partidos comunistas suscriptores cuando lo considerase necesario,
las modalidades y sus alcances no estaban ni formalmente ni informalmente estipulados. Los pedidos de intervencin elevados al CE
de la IC por la direccin del PCA representan casos singulares en
los cuales el partido intervenido exigi un nivel de compromiso en
el arbitraje de sus conflictos internos mayor al que el organismo
internacional mismo se encontraba dispuesto a conceder. Particularmente interesante a este respecto fue la argumentacin implementada por Codovilla para apoyar la necesidad del concurso de
Mosc en los asuntos de la direccin del PCA. Este entenda que el
partido argentino tena la necesidad de plantear su problema a la
IC, ya que haba sido por su intermedio que las crisis intrapartidarias
anteriores haban arribado a resoluciones pacificadoras, producto de
la diagramacin de lneas polticas correctas, y era entonces cuando la unidad del partido haba sido apropiadamente reconstituida.61
Es decir, el propio Codovilla reconoca que se haba generado una
dependencia del PCA respecto de la IC para la adopcin de medidas
que le ayudaran a llevar a cabo su desarrollo en las formas ms
convenientes. Lo que quedaba en evidencia mediante este reconocimiento era que esta relacin de sujecin del partido argentino haba
sido construida principalmente por obra de su propio CC.
60
61
Cfr. Hernn Camarero, El tercer perodo de la Comintern en versin criolla. Avatares de una orientacin combativa y sectaria del Partido Comunista hacia el movimiento obrero argentino, A Contracorriente, Vol. 8,
n 3, Spring 2011, p. 213.
Secretariado de Pases Latinos, Comisin Argentina, sesin del 9/1/1928,
p. 91, Archivo IC, BCNA, r. 2. s. 15.
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244
Resumen
En su rol como jefe del Secretariado Latino de la Comintern, Jules Humbert-Droz sealaba en 1928 que
el origen de la crisis que atravesaba el Partido Comunista de la Argentina desde el ao anterior radicaba
en la convivencia de dos facciones enfrentadas que
redundaba en la inexistencia de un verdadero Comit
Central. El conflicto entre una minora de la direccin
del partido argentino liderada por Jos Peneln y una
mayora encabezada por Rodolfo Ghioldi decant en
el pedido formal por parte de este ltimo grupo para
que la Comintern decidiera de qu manera se deba
reestablecer la estabilidad intrapartidaria. Partiendo
de esta situacin problemtica se plantea en este
artculo que fue la misma direccin mayoritaria del
PCA la que, al solicitar la intervencin del Comit
Ejecutivo cominterniano en los asuntos internos de
la seccin argentina, condujo a un alineamiento dogmtico con la Internacional Comunista que hubo de
marcar la trayectoria del PCA durante todo el tiempo transcurrido hasta la disolucin de aquella.
Palabras clave
Partido Comunista de la Argentina, Comintern, Jos
Peneln, Rodolfo Ghioldi, Disidencia intrapartidaria
Abstract
In his role as head of the Latin Secretariat of the
Communist International, Jules Humbert-Droz pointed out in 1928 that the origin of the crisis the Communist Party of Argentina was going through since
the previous year stemmed from the coexistence of
two opposing factions and the lack of a true Central
Committee. The conflict between a minority in the
leadership of the Argentine party led by Jos Peneln and a majority conducted by Rodolfo Ghioldi resulted in the formal request of the latter group for
the Comintern to decide the path to re-establishing
the intra-party stability. Taking into consideration
this problem, the present article hypothesises that it
was the majority of the leadership of the PCA which,
by requesting intervention from the Executive Committee of the Comintern in the internal affairs of the
Argentine section, conducted a dogmatic alignment
with the Communist International, thus marking the
path for the PCA until its dissolution.
Keywords
Communist Party of Argentina, Comintern, Jos
Peneln, Rodolfo Ghioldi, Intra-party dissent.
Cine y colectivizacin
Imgenes para un orden nuevo en los campos soviticos (1929-1941)
Pablo Fontana*
La propaganda cinematogrfica
y el pblico campesino sovitico
La relacin de los lderes bolcheviques con el cine comienza con
la famosa frase de Lenin en tiempos prerevolucionarios: para
los bolcheviques el cine es la ms importantes de todas las artes y es el ms poderoso recurso para educar a las masas.1
*
1
FFyL / UBA.
Anatoly Lunacharsky, Conversation with Lenin. I. Of All the Arts..., en
Richard Taylor y Ian Christie (eds.), The Film Factory. Russian and Soviet Cinema in Documents 1896-1939, London, Routledge, 1998, p. 56-57.
Durante la guerra civil posrevolucionaria comenzaron los intentos de los bolcheviques por controlar la industria cinematogrfica para orientarla hacia fines propagandsticos que eran
entendidos como educacin poltica, pero el cine continuara
con cierta autonoma y sera recin durante el Primer Plan Quinquenal que se lograra un pleno control sobre el mismo y su
instrumentalizacin con fines propagandsticos, especialmente
durante los tiempos de Stalin, quien posea la ltima y decisiva
palabra sobre cada estreno, ordenando incluso cambios en las
producciones.2
El cine presentaba las ventajas de resultar atractivo para los
campesinos y era de gran utilidad ante la cantidad enorme de
analfabetos en las reas rurales. El destinatario de estas pelculas
era la sociedad sovitica en su conjunto, pero el bajo nmero de
proyectores en reas rurales signific una mayora del pblico
urbano, preponderantemente proletario, en gran parte de origen
campesino. Sin embargo, la poltica estatal de cineficacin del
campo, con proyectores mviles en camiones, trenes y barcos
o bien porttiles, durante el primer Plan Quinquenal y los aos
treinta, aument rpidamente el porcentaje de espectadores
campesinos: en 1928 haban 7331 cines en la Unin Sovitica y en
1940 nos encontramos con 29.274, en 1937 las reas rurales contaban con 13.000 proyectores mviles y 2.500 cines con equipos
para pelculas sonoras, y respecto al nmero de entradas de cine
vendidas, entre 1929 y 1940 se triplicaron y llegaron a 900 millones ese ltimo ao.3 El pblico campesino reaccionaba negativamente ante las tcnicas experimentales y el ritmo acelerado
2
245
246
Pablo Fontana, Cine y colectivizacin: la representacin cinematogrfica del proceso de colectivizacin sovitico, Ciudad Evita, Editorial
Zeit, 2012, pp. 142-145.
Precisamente el papel protagnico originalmente deba ser una campesina con el nombre de Ukraintseva. Vance Kepley Jr., The Evolution of
Eisensteins Old and New, Cinema Journal, Vol. 14, n 1, Fall 1974, p. 42.
8
9
Julian Graffy: Cinema, en Catriona Kelly y David Shepherd (eds.), Russian Cultural Studies. An Introduction, Oxford, Oxford University
Press, 1988, p. 176.
La Guerra Civil afect a la cultura poltica sovitica generando cambios
lingsticos que implicaron la adopcin de numerosas palabras del lxico militar. Cfr. Peter Kenez, The Birth of the Propaganda State. Soviet
Methods of Mass Mobilization, Cambridge, Cambridge University Press,
1985, p. 255. O an ms tempranamente en la organizacin del Partido
bolchevique, siendo tpico de sus miembros la utilizacin de vestimentas
de tipo militar.
Kepley, The Evolution of Eisensteins Old and New, p. 43.
Seguramente sea una referencia al panfleto Araas y moscas que se
vendi extraordinariamente en 1917. Cfr. Orlando Figes, La revolucin
rusa 1891-1924. La tragedia de un pueblo, Buenos Aires, Edhasa, 2000,
p.677.
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parte de los cristianos ortodoxos en la Unin Sovitica, en particular del campesinado. En el cine estalinista estos retratos parecen poseer un poder que es inherente a la imagen que reproducen. Cabe preguntarse si los espectadores, en forma consciente
o no, otorgaban el estatus al personaje asocindolo al cono,
que cobra poder propio. En el caso de la iconografa comunista
sovitica con Lenin en su cspide como fuente originaria de legitimacin, debido a su carcter de lder indiscutido del proletariado, incluso reivindicado por los campesinos. El punto de partida
del culto a la personalidad de Stalin fue relacionarlo a Lenin en
forma narrativa o bien iconogrfica. Luego los funcionarios del
Partido que planifican la produccin y administran el excedente
son asociados a Stalin a travs de su retrato.
La utilizacin cinematogrfica de estos retratos, as como las medallas, uniformes y otras caractersticas de las representaciones
del Partido, pueden interpretarse como una expresin, pero tambin como la reproduccin de esta jerarqua social que otorga
coherencia al nuevo modo de produccin para los sujetos implicados. La burocracia al constituirse en clase-estamental dirigente
traslad su carcter de inmensa red de relaciones personales de
dependencia a las relaciones de produccin. Estas imgenes expresan una diferencia fundamental con el sistema capitalista y su
fetichismo de la mercanca. Aqu un estatus de base poltica es
reforzado simblicamente en forma constante desde la estructura de poder poltico y los aparatos ideolgicos del Estado.
El carcter blico del enfrentamiento contra los kulaky, con
la consiguiente legitimacin de una jerarqua de liderazgo y el
otorgamiento de un carcter parental, especialmente paternal,
a las relaciones jerrquicas laborales y/o partidarias en el microcosmos campesino, son otros elementos que al ser escenificados expresaron y reprodujeron la fantasa ideolgica que
sostena las nuevas relaciones de produccin, en parte interiorizada mediante el cine desde la estructura de sentimientos
tradicional. En ste contexto de constitucin simblica del poder poltico tuvo lugar un ataque masivo a la institucin que se
presentaba como la principal alternativa ideolgica al Partido:
la iglesia, como puede observase en el cine de los dos primeros
perodos. Segn el historiador Peter Kenez la propaganda era
un componente esencial del sistema sovitico, no porque les
deca a las personas lo que tenan que hacer, sino porque ayudaba a definir lo que era el sistema poltico sovitico, influenciando a las personas en la definicin de s mismas como sujetos e
incluyndolas as en la esfera pblica.21
Durante el estalinismo la jerarqua sociopoltica fue reforzada
institucionalmente, exacerbada y dotada de una expresin simblica que tambin la reproduca. Medallas, uniformes, prendas
de origen militar y la restitucin de rangos militares zaristas a
mediados de los aos treinta, no eran sino parte de esta jerarquizacin extraeconmica en la que resida el modo de produccin
instalado. En La novia rica la escena de la cosecha posee ciertas
connotaciones blicas como una movilizacin en contra del ata21
26
27
Motion Picture in the Soviet Union 1918-1952. A Sociological Analysis, New York, Arno Press, 1973. Iury Bogomolov escribi: Su propia
pobreza era percibida como menos real. La opulencia en la pantalla era
para ellos evidencia de su existencia material, en Dimitry Shlapentoj y
Vladimir Shlapentoj, Soviet Cinematography 1918-1991. Ideological
Conflict and Social Reality, New York, Aldine, 1993, p. 22.
Peter Kenez, Soviet Cinema in the Age of Stalin, en Richard Taylor y Derek Spring (eds.): Stalinism and Soviet Cinema. The Politics of Soviet
Cinema 1917-1972, London, Routledge, 1993, p. 248.
Slavoj Zizek, Cmo invent Marx el sntoma?, en Slavoj Zizek, Ideologa.
Un mapa de la cuestin, Buenos Aires, FCE, 2005, pp. 347 y 350.
29
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252
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Resumen
A partir del anlisis de ocho pelculas soviticas sobre la colectivizacin rural rodadas entre 1927 y 1941
este artculo da cuenta de una serie de estrategias y
regularidades en las representaciones que permiten
diferenciar tres perodos especficos que coinciden
con diferentes objetivos del Partido Comunista sobre la economa rural. Por otro lado, a travs de las
imgenes en movimiento, se identifica la construccin
de un nuevo orden simblico que es expresin de la
ideologa del Partido durante el estalinismo y que ste
busca que el campesinado la adopte como propia para
construir una hegemona que legitime las nuevas relaciones de produccin instaladas en las reas rurales
durante la colectivizacin forzosa entre 1929 y 1933.
Palabras clave
Unin Sovitica, colectivizacin, cine, propaganda,
estalinismo.
Abstract
From the analysis of eight Soviet films about rural
collectivization filmed between 1927 and 1941 this article reports a number of strategies and regularities
in the representations that distinguish three specific
periods that match the objectives of the Communist
Party regarding of the rural economy. On the other
hand, through moving images, it is identified the construction of a new symbolic order that expresses the
ideology of the Party under Stalin and that aims to
peasants to adopt it as their own in order to build a
hegemony that legitimizes the new production relations installed in rural areas during the forced collectivization between 1929 and 1933.
Keywords
Soviet Union, collectivization, cinema, propaganda,
Stalinism.
Dossier 1918
254
1918.
El 11 de junio de 1918, a pocos das de la partida de Crdoba del interventor Matienzo y das antes de la eleccin de rector que conducira al punto ms lgido
del proceso reformista, el diario local La Voz del Interior ofrece testimonio de
la actividad de Sal Taborda a travs de dos crnicas de muy distinto tipo. La primera de ellas resea una conferencia dada por Taborda el 9 de junio, promovida
por el Centro Georgista y realizada en el saln de actos de Unione e Fratellanza;
la segunda hace lo propio con una velada nocturna de aquel da, organizada por
la Conferencia del Sagrado Corazn de Jess una asociacin de damas de caridad, en la que Taborda haba pronunciado un discurso que el diario transcribe.
Qu haca Sal Taborda en ambos sitios el mismo da? Qu distancia y qu
comunica esas intervenciones, esos auditorios y ese parejo reconocimiento? Podra Deodoro Roca, su compaero de ruta en ese tiempo, haber ocupado un lugar
anlogo? La convivencia de esas crnicas en una misma edicin de La Voz del
Interior dispara muchos interrogantes, en parte porque si, por un lado, reenva a
diversas formas de existencia social de Taborda en 1918, por otro tambin desestabiliza, o parece poder desestabilizar, algunos de los supuestos ms extendidos sobre la ciudad, la Reforma Universitaria y el personaje.1 A la vez, esa convivencia (y la
peculiaridad de aquella a la que remite) expone una situacin regular en la prctica
historiadora: la dificultad de situar ciertos testimonios efectiva o aparentemente
contrastantes, y aun de tratar con vastas zonas de ambigedad e indeterminacin
histricas.
La cuestin tiene, sin duda, un inters intrnseco, histrico. Pero ofrece, a la vez,
una renovada ocasin de ejercitar la mirada historiadora y movilizar los instrumentos del oficio. Este dossier intenta poner de relieve esa dimensin disciplinar
regular, para lo cual expone, en primer trmino, los materiales y resultados de un
ejercicio: los dos textos periodsticos del da 11 de junio (que aqu se transcriben)
fueron sometidos a la consideracin de un grupo de historiadores que mantienen grados diversos de familiaridad con los temas implicados y que practican,
tambin, diversas formas de historia intelectual o cultural.2 Se buscaba estimular
una mirada fresca sobre esos textos que todos vean por primera vez y poner en
1
Por comenzar, las simplificaciones derivadas de la amplia aceptacin del conflicto tradicin-modernidad
como fuerza motriz y marca constitutiva de la cultura cordobesa, o de la dominancia del frente catlico-conservador dentro del mismo.
El ejercicio fue desarrollado en el IV Taller de Historia Intelectual, co-organizado por el Programa de
Historia y Antropologa de la Cultura (IDACOR, CONICET-UNC) y por el Centro de Historia Intelectual de
la UNQ, que se realiz en Crdoba en octubre de 2014. All participaron tambin miembros del CEDINCI,
que acept generosamente la publicacin de este dossier en Polticas de la Memoria.
255
Dossier 1918
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I
Centro georgista
II
Vida Social
La comisin de damas,
que organiz el brillante
festival y un ncleo
de los intrpretes del
hermoso programa.
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Dossier 1918
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situd del consuelo, paz del alma que re por los ojos, mientras
no hayis hecho vibrar nunca una sola alma en la comunin
gloriosa de la vuestra.
No basta que una pedantera en boga condene la misericordia
como valor mortal y negativo; no basta con afirmar que la mano
que da se mueve a impulsos de un sport; no basta con repetir
tampoco la vieja frase de Toms de Kmpis: muchos siguen a
Jess hasta el partir el pan y pocos hasta beber el cliz de Pasin
[e?] vincular a la obra de la mujer nada ms que la sospecha
de un pensamiento subalterno es tanto como atentar contra el
tesoro ms preciado de la condicin humana, precisamente aqul
[por] el cual la condicin humana se realza y dignifica, precisamente aqul que es espejo de nuestro ser moral, precisamente
aqul que es cadena invisible y solidaria que ata un alma con
otra alma en la comunin sagrada de los mundos. Glorifiquemos, pues, la caridad de la mujer como el amor en accin.
Su caridad es Francisco de Ass derramando su infinita ternura
sobre los seres y las cosas; su caridad es la pasin avasalladora
de Teresa de Jess, su caridad es el milagro que convierte en rosal las limosnas de Isabel, la dulce reina de Hungra; su caridad
es el violn de Francisco Solano seduciendo el alma indmita del
brbaro; su caridad es San Vicente de Paul extendiendo su mano
protectora sobre la sien de la niez; su caridad es madame Hervieu, la santa de Sedn, redimiendo la existencia por medio del
trabajo; su caridad es Len Tolstoi, manteniendo con el esfuerzo
de su brazo doscientos refectorios para mitigar el hambre de su
pueblo; su caridad es Jess repartiendo la esencia de su alma
para todos los pueblos y las razas y extendiendo sobre la cruz
sus brazos descarnados como el abrazo gigante del ensueo. De
pi los corazones: Es que pasan las vrgenes de Sin!
Fuente: La Voz del Interior, Crdoba, Martes 11-06-1918.
Transcripcin: Mara Victoria Nez y Paula Molina Ordez
[Nota: ortografa y puntuacin actualizadas;
se sealan pasajes de transcripcin tentativa]
Un ejercicio
En la convocatoria a participar de la mesa experimental propuesta en torno a las intervenciones de Sal Taborda, y que dio
origen a este dossier, se afirma: la convivencia de esas dos noticias en una misma edicin [] plantea ntidamente una situacin
regular en la prctica historiadora: la dificultad de situar ciertos
testimonios efectiva o aparentemente contrastantes, y aun de
tratar con las vastas zonas de ambigedad e indeterminacin
histricas. La dificultad, que es regular en el quehacer del historiador (intelectual), se reconoce ante el contraste, y se es
para nosotros el problema: que el contraste sea una dificultad.
Referirnos a contrastes, reales o aparentes, operados entre
los testimonios con los que trabajamos, supone al menos que
contamos con ciertas condiciones entre las que se destacan la
unidad y la coherencia. Esa unidad puede estar vinculada con
el presupuesto de un autor al que adjudicamos aquellos testimonios y la coherencia que se deriva de una mirada de sus
producciones como partes de una obra. Aunque es verdad que
hay otros modos de dar sustento al reclamo de unidad y coherencia en anlisis que atraviesan autores y obras, en el caso que
nos convoca lo que decimos se expresa as: podemos suponer un
solo y mismo autor de los discurso que leemos, Taborda, y que
sus intervenciones pueden ser encuadradas en el marco general
de toda su produccin.
Esos supuestos son lo que quiero poner en tensin aqu. Y de
eso precisamente se trata, de la tensin. La constatacin de cierto defasaje entre textos de un mismo autor pone de manifiesto
la tensin misma del discurso, sa que, como historiadores, no
tenemos razn para intentar resolver. Si la tratamos como escollo, como peligro, evidenciamos con ello algunas de las formas
en que violentamos los textos en pos de una pretendida armona
que no slo simplifica las fases del proceso de lectura e interpretacin de los documentos, sino que opera sobre stos, inscribindolos en una temporalidad continua y uniforme, que presupone una nica racionalidad que avanza contra cualquier fisura.
*
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260
son comunes. Dar lugar a esas relaciones y no verlas como un escollo es condicin de posibilidad para tajear/comprender los discursos.
Si revisamos los textos de Taborda, es evidente que disparan
para lugares diferentes. Podramos suponer el establecimiento
de dos reglas de enunciacin diferentes que se despliegan en
funcin de objetos diversos que, en algn sentido, podran pensarse constituyendo campos discursivos separados. Podemos
reconocer que el discurso que tiene lugar en el Teatro Rivera
Indarte avanza sobre cuestiones referidas a la moral, y al hacerlo despliega un conjunto de afirmaciones que, acordes con esa
preocupacin, se entrelazan en lo que termina siendo un elogio
a la sociedad acomodada y selecta que se rene en la tertulia y
que se expresa fundamentalmente a travs de la imagen femenina. La conferencia ofrecida en el Centro Georgista tiene, por su
parte, otra finalidad y otro objeto.2 All se tematizan cuestiones
relativas a la poltica y, principalmente, a la economa, se elabora
una lectura de la historia de los pueblos occidentales, advirtiendo el lugar que en ello ocupan nuestras naciones y postulando
algunas de las medidas econmicas convenientes para avanzar
en la misma direccin de las naciones modelo.
Si nos atenemos a esta lectura, cuesta encontrar contrastes
pero no dejamos de observar tensiones. Al leerlos, parto del
presupuesto de que quien escribe se adecua en cada caso a las
reglas de enunciacin propias de los campos en los que se detiene, que pueden ser diversos aunque el autor sea el mismo.
Es decir, reconozco que las palabras de Taborda han sido dichas
en el marco de un discurso particular y que es all donde deben
ser ledas y comprendidas. Paralelamente, intento diluir lo ms
posible la centralidad otorgada al autor como fuente de unidad
de ambas manifestaciones. Cambio la centralidad del autor por
la de los enunciados y advierto que estos ltimos se despliegan
en universos regidos por reglas diferentes. Consecuentemente,
el contraste desaparece y slo aparece, tomando palabras de
Foucault, una vecindad llena de lagunas.
De qu nos sirve esta lectura, es una pregunta que podemos
hacernos, aun a riesgo de no encontrar una respuesta en absoluto satisfactoria. La primera respuesta que ensayo es que,
de seguir estas recomendaciones hermenuticas, estaramos a
salvo de caer en las generalidades que tanto molestan dentro
de la historia intelectual (otra generalidad, sin duda) y que tan
poco ayudan a comprender de esa historia. Con eso, ya hemos
avanzado algo. No obstante, me interesa dar un paso ms y reconocer que la riqueza de esa lectura va ms all de esa definicin negativa que es la constatacin de la necesaria dispersin
de enunciados. Pero para ello hay que dar todava un rodeo.
que esa dispersin o tirantez que notamos en los textos, esa diferencia no es la diferencia radical respecto de otras posiciones
con las que nos gusta contrastar al autor, porque de ser as habremos vuelto al mismo lugar del que partimos. Mirar de cerca
es para m, leer y releer los textos.
Brevemente, para terminar y en clave de coda o agregado, sumo
una reflexin ms. No es casual que sta sea la lectura que elijo
compartir. Estoy pensando el problema en general, como problema metodolgico, pero tambin la figura, ya fantasmagrica,
de Taborda. Y en este marco, se me representa como una cita
de lo que fue el primer ejercicio de hacer la historia de nuestras
ideas (pensamiento, filosofa, o como prefiera llamrsele) argentinas. Las dcadas del 20, 30 y 40 constituyen ese momento
en que la disputa por el predominio del mbito filosfico fue
tambin y ante todo la disputa por el predominio sobre la historia de la disciplina, tanto en trminos de contenido como de
mtodo. Los contrastes que nos convocaron y que se observan
en esos textos, la posibilidad de ver esos contrastes, tienen un
origen precisamente en la poca de Taborda. Es resultado de
algunos intentos de homogeneizar esa historia, con su consecuente descontextualizacin y anulacin de las diferencias.
Se trata del momento en que se despliegan una serie de condiciones o reglas que vienen a determinar no slo qu entra y
qu no dentro de la nueva disciplina, sino que vienen a imponer
las condiciones de la historia misma de nuestro pensamiento.
Desligada de los intereses, nuestra filosofa es el despliegue
de una idea. La filosofa es ahora un sistema que se cierra sobre
s mismo anulando toda porosidad posible. Si hubo alguna posicin porosa (quizs en algn sentido el positivismo la aportaba),
ello basta para considerarla una anomala y dejarla fuera de la
historia. Hacer la historia de nuestra filosofa era eso, modelarla
para que su consistencia se volviera homognea, fue pulir las
rajaduras que an quedaban abiertas.
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El factor Taborda
Alejandro Eujanian*
publicados y la fecha, el 11 de junio de 1918, cuando el movimiento reformista se expanda de los claustros a la ciudad y de
all al pas, para luego repercutir en toda Amrica Latina. A ese
acontecimiento qued asociado Sal Taborda, y por ello sirvi
de marco para la interpretacin de sus escritos tempranos. Sometidos tambin, en ms de una ocasin, a lecturas que tendieron a reducir esa etapa a meros anticipos de ideas que habra
desarrollado con mayor precisin el ensayista de la dcada de
1930 y comienzos de la de 1940. Aun as, es decir, a pesar de
ese anacronismo recurrente, quienes mejor y ms intensamente
han trabajado su obra parecen no ponerse de acuerdo sobre la
categora ms adecuada para incorporar sus ideas en una totalidad coherente.3 El anarquismo, el liberalismo o alguna forma de
nacionalismo telrico o popular aparecen como contenedores
siempre desbordados por un pensamiento que pone de manifiesto la profundidad de la crisis de la primera posguerra, antes
que proponer una alternativa para salir de ella.
Una lectura atenta a lo publicado en el peridico aquel 11 de junio de 1918 debiera ofrecer la oportunidad de leer a su autor en
el contexto de produccin y recepcin de sus discursos. Tambin
ofrece la posibilidad de detectar algunas de las diversas vertientes que confluyen en el reformismo y atraviesan las obras de
quienes ms influyeron en ese movimiento. De acuerdo a estos
criterios y a los datos suministrados por el propio peridico, decid realizar una operacin de lectura no sobre las conferencias
que dict sino sobre lo que el diario decidi publicar acerca de
aquellos dos eventos.
La primera pregunta es por qu el diario decide recoger dos conferencias dictadas por Sal Taborda. De dnde proviene su notoriedad o por qu el peridico considera que, en ese preciso momento, es necesario impulsar la imagen pblica del joven abogado.
3
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CONICET-INDES/UNSE.
N. de ed.: se refiere al actual Programa de Historia y Antropologa de la
Cultura del IDACOR, CONICET-UNC, hasta hace unos aos denominado
Cultura Escrita, Mundo Impreso, Campo Intelectual. .
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Los nuevos gobiernos de Amrica buscaron por todos los medios conservar el patronato de los reyes de Espaa y esto hace
una iglesia aristocrtica, que vive de la jerarqua y del principio
de autoridad, porque su posicin la orienta a coadyuvar a la
consolidacin del rgimen vigente, que es un rgimen de clase y por eso predispone a la psiquis colectiva en un sentido
favorable a los que mandan. De este modo, el mismo que por la
tarde deca el que tiene la llave del estmago tiene la llave de
la conciencia, poda por la noche, rodeado de seoras y seores
de las lites catlicas, citar a Tomas de Kempis y repetir cual letana De pie los corazones, porque pasan las Vrgenes de Sin.
El tipo de crtica que desarrolla sobre el catolicismo no lo pone
necesariamente en contradiccin.
Por eso, despus de la sorpresa que nos regala el azar del hallazgo de ambos textos en el diario, para entender mejor esta convivencia de los dos Taborda tal vez podamos explorar an otra
4
3
5
6
Mijail Bajtin, Las fronteras del discurso, Buenos Aires, Las cuarenta,
2011, p. 17.
Ervin Goffman, Les cadres de lexprience, Paris, Minuit, 1991.
Pablo Buchbinder, Historia de las universidades argentinas, Buenos Aires,
Sudamericana, 2005, p. 99.
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Para situar la emergencia de estos fragmentos de ideas y sensibilidades cruzadas, debemos retrotraernos unos aos y trasladarnos a la otra ciudad universitaria por antonomasia: La Plata.
Es all donde, a partir de 1908, Taborda cursa sus estudios de
Derecho, y es all donde retornar, en 1921 como rector del Colegio Nacional. Y si su paso por esta ciudad fue breve, sin duda
las influencias recibidas all lo marcaron. La Plata era por entonces la contracara de la Crdoba monrquica y monstica, para
decirlo en las palabras con que Julio Irazusta la recordara en
sus memorias, era la mquina de desenfrailar. Ideas que surcaban del idealismo wilsoniano al socialismo y del decadentismo
al positivismo ms duro, fueron su marca distintiva en las dos
primeras dcadas del siglo XX. Toda una esttica y una retrica
de la Reforma Universitaria fueron fundidas en este molde. La
potica modernista aport a su vez lo suyo, y como modelos
de aquellas oratorias quedaron, adems del propio Manifiesto
Liminar, el discurso que uno de sus jvenes malogrados, Hctor
Ripa Alberdi, recit (ste es el trmino apropiado) ante el pleno
del Congreso Internacional de Estudiantes en Mxico, en 1921.
Todo el festival que rodea la oratoria de Taborda va en aquel sentido, a medio camino entre decadentismo y modernismo, desde
el Phaeton de Saint Saens, un aficionado a las Ciencias Ocultas
y eslabn en el camino de la modernizacin musical, hasta la
declamacin de Medieval, de Ramn Goy de Silva. Las piezas
elegidas son propicias para la creacin de atmsferas enrarecidas, morbosas y decadentes; todas buscan a travs del smbolo
Esta invocacin de lo trgico era tambin una forma que recurrentemente utilizaban estos jvenes del costado ms idealista
de la Reforma. Brandn Caraffa, otro notorio participante de este
espacio y cordobs tambin, lo resumir as, un ao ms tarde,
respondiendo a una encuesta de la revista Nosotros: vivimos
un estado de nimo trgico, que nos hizo posible asimilarnos a la
inquietud enorme del mundo de post-guerra.
Sin duda hay algo aqu que llama a nuestra atencin. Es all
donde imaginbamos encontrar a Taborda, slo seis das antes
de la Asamblea Universitaria que culminar en la escandalosa
eleccin del rector Nores? Porque si una conferencia acerca del
georgismo, coronada con vagas recomendaciones acerca de la
necesidad de socializar la tierra, poda tener algn punto de contacto con los postulados reformistas, mucho ms difcil es entender, a primera vista, su participacin en el evento organizado
por las pas damas de caridad cordobesas.
Pero qu es lo que est por venir, qu es lo que anuncia esa marcha silenciosa de las vrgenes? Taborda no lo dice en forma directa, pero tras estas palabras su discurso encadena una procesin
de santos y laicos santificados de la que participan la duquesa de
Alenon y Madame Curie, Francisco de Ass y Santa Teresa de
Jess, San Francisco Solano y Tolstoi y, por ltimo, la que marca
el camino: Madame Hervieu, a quien llama la santa de Sedn.
Y aqu est, por fin, el lugar adonde segn nuestra impresin quera llegar Taborda. El lugar donde los dos discursos
que tuvo que preparar para aquel domingo cordobs de 1918
se encuentran, aunque su auditorio acaso no lo percibiera. En
la figura de Mme. Hervieu afinca el origen del catolicismo social francs, surgido al calor de la encclica Rerum Novarum. Ella
propuso reemplazar la antigua caridad por una poltica activa,
donde las familias obreras tuviesen una posibilidad de autogestin para su sostn econmico. A partir de estas ideas propone
y lleva adelante la fundacin de jardines obreros, una variante cristiana de los falansterios sansimonianos. Habrn advertido este giro del discurso sus devotas oyentes? Imposible
saberlo. Habrn percibido por un instante el acento decadente
de este (ya no tan) joven humanista? Agregamos nosotros que
en el discurso decadente, las hagiografas, las ciencias ocultas y
la magia disputan el espacio vacante del Dios Cristiano con la
Ciencia Positiva que vena a suplantarlo.
El discurso de Taborda y buena parte del pensamiento epocal
de la Reforma vacila entre estos trminos. Como lo postul Joris-Karl Huysmans en rebours, la biblia del decadentismo, esta
sensibilidad del fin de siglo propone la ligazn mtica entre el
ocaso de la cultura y la aparicin de formas inditas.
Un exceso de circunloquio, sin duda y, en esto los reformistas
(ya citamos a Deodoro, a Ripa Alberdi y a Brandn, y hay muchos
ms) fueron maestros. Esa retrica se perdi, como se agot
irremediablemente y en corto tiempo esa nueva sensibilidad
tan caracterstica del primer momento reformista, el momento
que podramos llamar argentino, antes que Amrica Latina impusiera (se adueara) por prepotencia de accin los contenidos
polticos y las formas estticas ms modernas y avanzadas del
movimiento, al atravesar el movimiento nacido en Crdoba la
doble puerta abierta en Mxico y Per.
UBA.
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272
Algunas cuestiones
I
La pregunta por el carcter de la cultura occidental destruida
por la Gran Guerra europea supona, para Taborda, la necesidad
de un ajuste con ese pasado que produjo el desastre y, al mismo
tiempo, el despliegue de esperanzas con tono americanista. As,
el ao 1918 encontraba a Sal Taborda interpelado por los ecos
de aquellos acontecimientos que anunciaban la inminencia de
una profunda transformacin a escala planetaria y sobre los que
no dejar de pronunciarse. Tempranamente sensibilizado por el
fenmeno anarquista, an desde la edicin platense de su libro
Verbo Profano, Taborda publicaba en aquel ao una serie de
textos producidos con anterioridad y modelados bajo un repertorio intelectual liberal. Conglomerado poltico y social amplio,
el grupo de las fuerzas liberales, como era reconocido por los
medios de prensa, inclua una diversidad de posiciones significativamente visibles en Crdoba desde fines del siglo XIX. Sendas
alocuciones de Taborda ante los auditorios del Teatro Rivera Indarte y la Unione e Fratellanza, evidencian tanto su prestigio de
orador cuanto la extensin de las instituciones culturales y de los
mbitos de sociabilidad abiertos al debate pblico en la ciudad. 1
En buena medida, la presencia de asociaciones y emprendimientos culturales, muchas veces tan intensos como breves, ponen
de relieve la vitalidad de un espacio cultural dinmico y abierto
a constantes recolocaciones. Ese arco de afinidades liberales
entre figuras polticas e intelectuales, si bien incluir a Taborda, no se agota en l. Desde su participacin en el Crculo de
*
1
UNC / IDACOR-CONICET
Ana Clarisa Agero, 1918 en Crdoba, en Adrin Gorelik (Dir.), Arenas
culturales. Para una historia cultural sudamericana, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, en prensa.
II
En la obra de Tabordahay un gran amor a la belleza y un bravo culto a la justicia. Con esas palabras el cataln Juan Ms y
Pi celebraba ese perfil intelectual tan slido en su conocimiento
jurdico como estticamente sensible. Su paso por la Facultad
de Derecho le haba permitido, asimismo, demostrar con sutiles
anlisis de las instituciones civiles el carcter eminentemente
arbitrario de las normas que reforzaban el dominio del Estado.
Ante las innovaciones provenientes de la sociologa y la legislacin obrera (ctedras universitarias que ocup en distintos
momentos de su vida), Taborda vea el Cdigo Civil como aquel
reducto de defensa de los intereses hechos [como un] cemen2
III
As las cosas, no sorprende encontrar a Taborda entre los principales animadores de dos asociaciones reconocidas como parte
de ese magma librepensador de la ciudad: el Centro Georgista y
Crdoba Libre. Aunque diferentes en sus referencias o en sus objetivos inmediatos, ambas parecen entrecruzar sus caminos muy
pronto. Tanto por sus integrantes como por su programa poltico-cultural, las dos asociaciones datan disparmente su inicio pero,
promediando el ao 1918, confundieron sus fronteras, al menos
durante los acelerados tiempos de la Reforma. Taborda comparti
ambos espacios junto con algunos de de sus ms cercanos compaeros de ruta. A los mencionados Capdevila y Arturo Orgaz, se
le sumaba Deodoro Roca y Vicente Rossi, quien en el local de su
Imprenta Argentina alberg las primeras sesiones de la Comisin
Directiva del Centro Georgista que todos ellos integraban.
Activo desde 1914, el Centro Georgista (luego renombrado Sociedad Georgista) congreg un variopinto conjunto de seguidores. Estudiantes universitarios, profesionales, comerciantes
pequeos y medianos, algunos residentes en el centro de la ciu3
4
5
IV
Entre quienes abrazaron igualmente el georgismo y la propuesta
de Crdoba Libre se contar Sal Taborda. Figura miscelnea, su
fluido transitar entre espacios puede comprenderse en los variados contextos a los que remite. Orador ante la devota Conferencia del Sagrado Corazn de Jess, Taborda no dej de combinar
astutamente, entre las figuras de la caridad catlica (Francisco
de Ass, Teresa de Jess o Vicente de Paul), la referencia a un
intelectual reconocido admirador del georgismo que, desde una
moral cristiana crtica de la jerarqua eclesistica, extendi su denuncia contra el latifundio y la dominacin estatal: Len Tolstoi.
273
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CeDInCI/UNSAM CONICET-UBA.
cionario que por entonces volva a manifestar Ingenieros, las Reflexiones de Taborda proponan una democracia americana en
la que no habra ms Estado de clase, no ms poltica de clase
y de fracciones; no ms justicia con distingos: no ms propiedad
monopolizada e inmovilizada; no ms ilustracin unilateral; no
ms instituciones eclesisticas como elemento de dominacin;
no ms moral de esclavos.1 Slo esa democracia lograra ser el
fallo inapelable, irrevocable, que expropia en beneficio de los
pueblos el Estado, la poltica, la justicia, la propiedad, la ilustracin, la religin y la moral. Y ese programa fue la base explcita
de La universidad y la democracia, el proyecto de Ley General
de Enseanza que present en el mencionado congreso estudiantil de julio de 1918 Emilio Biagosch, entonces un estudiante
avanzado de Derecho que formaba parte de la Junta Directiva de
la Federacin Universitaria de Crdoba (FUC) y diriga su encendido rgano, La Gaceta Universitaria.
El liderazgo que ejerca Taborda entre los reformistas era posible por las iniciativas que vena protagonizando en los aos
anteriores: adems del movimiento georgista que testimonia
La Voz del Interior, anim la Universidad Popular y el germen
de la Asociacin Crdoba Libre. En esos tres colectivos poltico-intelectuales, Taborda desarroll y difundi esa sensibilidad
anticlerical y crtica del capitalismo que tie el discurso ante
los georgistas del 9 de junio de 1918 y que logr prender en la
FUC, pues, desde su fundacin en mayo de 1918, sta se propuso
despegar la imagen del estudiante de la condicin de miembro
orgulloso de la elite poltico-econmica, cuestionada sistemticamente por las Reflexiones.
Pero desde el estallido de la Reforma la figura de capacitador
del soberano que pretenda ejercer Taborda en sus discursos
del 9 de junio se inscribe en un ciclo de creciente radicalizacin
poltica y de bsqueda de un destinatario masivo. En efecto, un
mes y medio despus apareca La Montaa, un boletn de doce
pginas que se presentaba como la publicacin de Crdoba Libre y que, a pesar de no consignar un comit editorial ni firmar
sus notas, parece haber sido la instancia elegida por Taborda,
Deodoro Roca y otros lderes de Crdoba Libre para persistir en
la construccin de una ideologa izquierdista revolucionaria del
movimiento estudiantil y de la movilizacin social.2 En noviembre de 1918, el liberalismo jacobino que propona el ttulo del
boletn encontraba una expresin sistemtica en un manifiesto
que enumeraba las reformas sociales a las que aspiraba Crdoba
Libre. Entre ellas se encontraban la separacin de la Iglesia del
Estado, la eliminacin del Senado, la ley del divorcio, la ley de
enfiteusis, la legislacin obrera y la reforma educativa.3
Sal Taborda, Reflexiones sobre el ideal poltico de Amrica, en Escritos polticos. 1918-1934,Crdoba, Editorial Universidad Nacional de
Crdoba, p. 118.
Para una caracterizacin de la publicacin, vase Natalia Bustelo, voz La
Montaa. Publicacin de Crdoba Libre, Proyecto Culturas interiores,
disponible en http://culturasinteriores.ffyh.unc.edu.ar. Fecha de consulta:
05/06/2015.
Sobre la Asociacin Crdoba Libre, vase Ana Clarisa Agero, voz Asociacin Crdoba Libre, Proyecto Culturas interiores, disponible en http://
culturasinteriores.ffyh.unc.edu.ar.
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276
277
El protagonismo de Taborda en el grupo Justicia y en la revista Mente marca su alejamiento de la sociabilidad georgista y
una opcin ms decidida por ese anarco-bolcheviquismo que
insinan las Reflexiones cuando, a pesar de llamar a una peculiar solucin americana, apelan no slo a George sino tambin
a Nietzsche, Bakunin y Stirner, critican al Estado, los partidos
polticos y la democracia electoral por su inexorable coercin
de la libertad y defienden la Revolucin Rusa no desde su aplicacin del marxismo sino desde los principios emancipatorios
anarquistas. Los lderes ideolgicos de la Reforma decidan su
inscripcin en el anarco-bolcheviquismo y con ello una precisin
de un programa revolucionario que profundizaba las distancias
con el apoliticismo de muchos estudiantes y que pona en riesgo
la adhesin masiva. Pero ese riesgo se asuma en un momento
en que, por un lado, amplios sectores del movimiento obrero
simpatizaban con un programa revolucionario y, por el otro, grupos estudiantiles de Rosario, La Plata y Buenos Aires, adems de
propagar iniciativas revolucionarias en la revista rosarina Verbo
Libre, la platense Germinal y la portea Bases sucedida a
fines de 1920 por la mtica Insurrexit, impulsaban una Federacin de Estudiantes Revolucionarios.
A mediados de 1920, los reformistas santafesinos consiguen que
Taborda quede a cargo de la ctedra de Sociologa de la Facultad de Derecho, ctedra a la que renuncia unos meses despus
para asumir, entre octubre de 1920 y abril de 1921, el rectorado
del Colegio Nacional dependiente de la Universidad de La Plata.
Probablemente en julio de 1920 apareci el ltimo nmero de la
publicacin del grupo Justicia, pero sus miembros persistieron en
su capacitacin del pueblo para la democracia americana durante
un tiempo ms, tanto desde la gestin del colegio platense, en el
que Taborda estuvo acompaado por Astrada y Biagosch, como
desde el consejo directivo de la Facultad cordobesa de Derecho,
en el que participaba Roca y al que se sumaron los dos primeros
cuando la fraccin antirreformista los expuls de La Plata.
Al poco tiempo, esa fraccin tambin consegua interrumpir en
Crdoba los proyectos del ala radicalizada de la Reforma, a lo
que se sum la prdida de masividad que trajo el retroceso del
ciclo de protestas obreras. Taborda decide partir a Europa a formarse en filosofa. En 1927 volvera a Crdoba y se sumara a
otra iniciativa colectiva: sucede a Astrada en Clarn, la peculiar
revista vanguardista cordobesa, ligada a una red de la Reforma
que ya no contiene expresiones revolucionarias.
Como cierre, subrayemos los rasgos que ilumina la colocacin
de los dos discursos en la serie de las iniciativas poltico-intelectuales que, bajo la decisin de capacitar al pueblo para el ejercicio de una democracia ms igualitaria, Taborda emprende en
los aos inmediatamente posteriores. En los meses siguientes al
9 de junio de 1918, Taborda pronunci discursos que, de modo
similar al preparado para el Centro Georgista, detallaban el
programa bajo el que deba constituirse un movimiento masivo
orientado a mejorar las condiciones polticas y econmicas del
pueblo. Con la organizacin estudiantil que prolong la Reforma,
sum a esas condiciones la transformacin del sistema educativo, y con ello el reemplazo de la figura del estudiante como
miembro de la elite poltico-econmica por un actor decisivo del
movimiento de cambio social. Pero el carcter confrontativo y
masivo que fue adquiriendo la movilizacin poltica argentina,
as como la ola revolucionaria que se registraba en el mundo
luego de la Revolucin Rusa, lo decidieron a desistir de la clave
latinoamericana y de una reforma legislativa escalonada desde
los principios georgistas, al tiempo que, si bien persever en la
desjerarquizacin de prcticas sociales como la caridad, abandon los discursos cargados de alegoras bblicas, como el pronunciado ante el Sagrado Corazn, para ensayar una prosa ms
llana y revolucionaria dirigida a estudiantes, intelectuales y la
sociedad organizada. Y hasta que esos bros revolucionarios se
calmen, Taborda apost a intervenir en el movimiento estudiantil desde una vanguardia revolucionaria que tuvo una breve
insercin institucional en el Colegio Nacional de La Plata y en la
Facultad cordobesa de Derecho.
Travesas
278
El fondo personal de Guillermo Facio Hebequer guarda un manuscrito de Abel Chaneton que contiene las impresiones registradas por ste en los das que rodearon al fallecimiento del artista. 1
Este manuscrito registra una caracterizacin entre romntica y
heroica de Facio Hebequer, sumada a ciertos recuerdos que se
entrelazan con la narracin de lo ocurrido en esos dos das. No
obstante, adems de insistir en la infinita bondad y la sensibilidad
que caracterizaba al artista, Chaneton necesit precisar que slo
en los ltimos aos de su vida Facio Hebequer se haba hecho militante para luego agregar: nada haba ms distante del alma de
un sectario del odio y de la envidia, que el alma buena de Guillermo Facio. Ambas aclaraciones revelan una cierta incomodidad
por parte del autor del manuscrito, la cual se presenta como un
indicio para explorar las modulaciones en el itinerario del artista.
En este sentido, otro pasaje del escrito intentaba precisar que:
Facio fue hacia el pueblo, no para exacerbar odios ni despertar
envidias. Llevbalo el propsito de sembrar cultura. Tena demasiado desprecio por todo lo que se llamaba burgus, para
proponerlo como paradigma a sus proletarios. Quera y crea
que era posible redimir la chusma por la influencia ennoblecedora del arte. Confiaba mucho ms que en los aforismos econmicos y en los postulados polticos, en la leccin de la obra
de arte.
Para esta edicin de Polticas de la Memoria se han seleccionado tambin algunas litografas del artista, fotografas provenientes de diferentes acervos y se
transcribe aqu uno de sus escritos ms emblemticos Incitacin al grabado publicado en 1933 en la revista Actualidad artstico-econmica-social.
FFyL / UBA.
Abel Chaneton, manuscrito, 28 y 29 de abril de 1935, s/p. Fondo Guillermo Facio Hebequer-Museo de Artes Plsticas Eduardo Svori, Ciudad
Autnoma de Buenos Aires. En adelante, la documentacin proveniente
de dicho acervo ser sealada como FGFH.
Tiempos de bohemia
Guillermo Facio Hebequer naci en Montevideo, Repblica Oriental del Uruguay, el 8 de febrero de 1889. Sus padres,
Eduardo Facio y Julia Hebequer, decidieron trasladarse a Buenos
Aires, en donde Guillermo se form como artista. Alberto Collazo sostiene que su familia gozaba de una buena posicin social;
2
En gran medida, dicha periodizacin coincide con la utilizada en la exposicin pstuma llevada a cabo en el Honorable Concejo Deliberante
de la Ciudad Autnoma de Buenos Aires y que estuvo focalizada en los
cambios advertidos en su obra plstica. En esa exposicin se establecieron tres perodos: 1914-1920; 1921-1929 y 1930-1935. Cfr. Catlogo de la
Exposicin Retrospectiva 1914-1935, Honorable Concejo Deliberante de
la Ciudad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1935.
279
Travesas
280
Alberto H. Collazo, Facio Hebequer, Buenos Aires, CEAL, Coleccin Pintores Argentinos del Siglo XX. Serie complementaria Grabadores Argentinos del siglo XX/4, n 84, 1982, p. 1.
1.
Facio Hebequer.
FFGH
10
11
Laura Malosetti Costa destaca la preocupacin manifestada por la Generacin del ochenta sobre el atraso en las artes plsticas de acuerdo
con su proyecto de nacin y respecto de otras artes como la literatura y
la msica, en particular la pera. Cfr. Laura Malosetti Costa, Los primeros
modernos. Arte y sociedad en Buenos Aires a fines del siglo XIX, Buenos Aires, FCE, 2001 y Las artes plsticas entre el ochenta y el Centenario, en Jos E. Buruca (Dir.), Nueva Historia Argentina. Arte, sociedad y
poltica, Buenos Aires, Sudamericana, 1999, p. 164, Vol. I. Sobre los inicios
de la conformacin de un campo artstico nacional y sus relaciones con
el proceso de construccin de una identidad nacional, Ver: Miguel ngel
Muoz, Un campo para el arte argentino. Modernidad artstica y nacionalismo en torno al Centenario, en Diana B. Wechsler (Coord.), Desde la
otra vereda. Momentos en el debate por un arte moderno en la Argentina (1880-1960), Buenos Aires, Ediciones del Jilguero, 1998, pp. 17-82.
12
13
Una breve historia y caracterizacin sobre el Saln Nacional puede consultarse en Mariana Fernndez, Sofa Jones, Mariana Luterstein y Ana
Schwartzman, El Saln desde adentro. Protagonistas y debates en el
marco de su Centenario, en Diana B. Wechsler [et. al.], Saln Nacional
100 aos. Palais de Glace, Buenos Aires, Secretara de Cultura de Presidencia de la Nacin, 2011, pp. 13-16.
2.
Facio Hebequer,
Paniza y Torre Revello.
FGFH.
Situndose ya en los albores del Centenario, Facio Hebequer relata cmo descubri el cruce entre el mundo artstico y el mundo del trabajo al recordar que:
descubr el Saln Costa y el Witcomb. La impresin producida
por las pinturas que en ellos se exhiban fue desoladora. Me pareca que nunca podra llegar a hacer algo parecido. Abandon
totalmente mis lpices. Viv as, acobardado, dos, tres, cuatro
aos, hasta que un gran dolor y una circunstancia propicia me
condujeron al arte. Fue all por el ao 1912 1913. En una conferencia obrera en Barrancas, conoc a dos muchachos pintores:
se llaman Del Villar y Torre. Me llevaron a su pieza y los vi
281
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leo Tristeza.14 Sin embargo, no por ello prescindi de otras estrategias de legitimacin y reconocimiento, las que gradualmente posibilitaron que ocupara un lugar destacado como uno de
los exponentes del denominado arte social. Como se desprende del anlisis de los testimonios de la poca, Facio Hebequer
era considerado en la mayora de los casos como la piedra angular de la dulce bohemia boquense,15 una apreciacin que no slo
lo posicionaba como un mediador entre distintos artistas de la
zona, sino que tambin evidenciaba la recurrencia de dos tpicos
en los diferentes relatos: la bohemia y la identidad barrial como
parte de una trama ms amplia en donde la relacin existente
entre modos de vida, cartografas barriales y la vida cultural
de Buenos Aires en las dcadas de 1910 y 1920 dieron lugar al
surgimiento de diversos grupos y emprendimientos culturales,
entre los que puede mencionarse la Escuela de Barracas: Jos
Arato, Adolfo, los pintores de la Boca, el grupo de Boedo
y de Florida.
Por esos aos, Facio Hebequer trab vnculos de amistad con los
miembros de la Escuela de Barracas e inici algunos proyectos,
entre los que se destacan la organizacin del Saln de Obras Recusadas del Saln Nacional en octubre de 1914 y la creacin del
Saln de los Independientes en 1918. Estas experiencias, que reprodujeron la dialctica institucinantiinstitucin ya instaurada
por el Salon des Refuss de Pars en el ao 1863,20 se constituyen
en el relato de Facio Hebequer como un acontecimiento clave
en la emergencia de una nueva concepcin del arte impulsada
14
15
16
17
Miguel ngel Muoz, Los Artistas del Pueblo. 1920-1930, Buenos Aires, Fundacin Osde, 2008, p. 6. El peso de los barrios era tal que el grupo de Boedo, a propsito de la polmica con el grupo de Florida, aclaraba
que sus diferencias implicaban mucho ms que eso: No es una cuestin
de barrio como pretenden algunos, sino una cuestin de sensibilidad y
pensamiento [] Ellos van por la derecha y nosotros por la izquierda.
Ellos estn con Mussolini y nosotros con Lenin. Cfr. Dos palabras ms,
Los Pensadores, ao IV, n 114, Septiembre 1925, p. 1. Esta frase revela
la estrategia de polarizacin ideolgica que pretenda construir el grupo
de Boedo la cual, como ya se ha demostrado, debe ser matizada. Ver: entre otros, Claudia Gilman, Florida y Boedo: hostilidades y acuerdos, en
Graciela Montaldo (Comp.), Yrigoyen entre Borges y Arlt (1916-1930).
Literatura argentina siglo XX, Vol. II, Buenos Aires, Paradiso-Fundacin
Crnica General, 2006, pp. 44-62.
A fines de 1976 y principios de 1977 la revista de arte Pluma y Pincel.
Para la difusin del arte y la cultura latinoamericanos public las memorias de Facio Hebequer en ocho entregas, basadas en unos escritos del
artista que narraban los aos de la bohemia a partir de diversas ancdotas. Ver: Memorias de Facio Hebequer, Pluma y Pincel, ao I, n 17, 23
de noviembre de 1976, p. 10; n 18, 8 de diciembre de 1976, p. 16; n 20, 5
de enero de 1977, p. 24; n 21, 10 de enero de 1976, p. 6; n 22, 1 de febrero
de 1977, p. 13; n 24, 1 de marzo de 1977, p. 9.
18
19
20
Cabe destacar que el grupo de los Artistas del Pueblo tom distintas
denominaciones a lo largo de su historia: hacia 1913-14 fueron conocidos
como la Escuela de Barracas; luego, una vez fallecido Palazzo, en 1916, pasarn a llamarse el Grupo de los Cinco y, por ltimo, ya en los aos veinte,
los Artistas del Pueblo, denominacin con la cual fueron incorporados a
la historia del arte argentino contemporneo. Ver: Miguel ngel Muoz
y Diana B. Wechsler, Los Artistas del Pueblo, Buenos Aires, SAAP, 1989,
Patrick Frank, Los artistas del Pueblo. Prints and Workers Culture in
Buenos Aires, 1917-1935, Albuquerque, University of New Mxico Press,
2006 y Miguel ngel Muoz, Los Artistas del Pueblo, op. cit.
Miguel ngel Muoz, op. cit. p. 10. Sobre el problema de las representaciones urbanas en la modernidad ver: Laura Malosetti Costa, Pampa,
ciudad y suburbio, Buenos Aires, Fundacin Osde, 2007, pp. 33-41 y de
la misma autora, Collivadino, Buenos Aires, El Ateneo, 2006 y A.A.V.V.,
Collivadino. Buenos Aires en construccin, Buenos Aires, MNBA, 2013.
En el marco de la exposicin Impreso en Argentina: Recorridos de la
grfica social desde la Coleccin Castagnino+macro, Silvia Dolinko ha
sealado cmo el registro grfico de los mrgenes urbanos fue un tpico
abordado por artistas de diferentes generaciones, entre los cuales figura
Guillermo Facio Hebequer. Cfr. Impreso en Argentina: Recorridos de la
grfica social desde la Coleccin Castagnino+macro, Rosario, Ediciones
Castagnino+macro, 2012, p. 98.
Cfr. Donald Drew Egbert, El arte y la izquierda en Europa. De la revolucin francesa a Mayo de 1968, Barcelona, Ed. Gustavo Gili, 1981 [1969],
p. 183. El surgimiento del Saln de los Recusados debe comprenderse
en el marco del peso que detentaba una institucin como el Saln Nacional, el cual se presenta como un fuerte regulador de la produccin
artstica que marc, en sus diferentes etapas, las tendencias deseables,
conducentes a delimitar un arte oficial y correlativamente las exclusiones contribuyendo a generar espacios paralelos, alternativos, que
dinamizaron el campo artstico. Ver: Marta Penhos y Diana B. Wechsler,
Introduccin, en Tras los pasos de la norma. Salones Nacionales de
Bellas Artes (1911-1989), Buenos Aires, Ediciones del Jilguero, 1999, p.
7. Sobre el surgimiento del Saln de los Recusados Cfr. Saln Nacional
de Bellas Artes: La construccin de una tradicin, en Diana B. Wechsler
[et. al.], Saln Nacional 100 aos, op. cit., pp. 27-35.
La conmocin causada por aquel proceso revolucionario despert la atraccin de muchos artistas e intelectuales; en el caso
de Facio Hebequer puede constatarse en el envo de una colaboracin para la exposicin a beneficio de los hambrientos de
Rusia, convocada por la Cooperativa Artstica del PCA en 1922.27
Asimismo, segn Muoz, los Artistas del Pueblo se propusieron
trabajar para el pueblo por medio de un arte que ambicionaba
concientizar y promover la utopa revolucionaria. Para este autor,
dicha concepcin artstica se acercaba a lo que podra denominarse un realismo anarquista, dado que encontraba su basamento
en un conjunto de obras fcilmente comprensibles para los sectores populares, en tanto representaban la realidad cotidiana de
los oprimidos con el objetivo de educarlos desde una ideologa
cercana al anarquismo y a las concepciones artsticas de figuras
como Pierre Joseph Proudhon, Piotr Kropotkin, Len Tolstoi y
otros filoanarquistas como William Morris o Jean Marie Guyau.28
Retomando las crticas del artista vertidas hacia el campo artstico, cabe destacar que estas fueron intensificadas a partir del
impacto de la Revolucin Rusa en Argentina, que no slo tuvo
sus consecuencias en el seno del movimiento obrero sino tambin en aquellos intelectuales y artistas simpatizantes con una
causa que implicaba el nacimiento de una nueva cultura y, por lo
tanto, una reformulacin en sus producciones artsticas.25 Como
ha sealado Roberto Pittaluga, la Revolucin Rusa le otorg un
lugar a la revolucin y en un doble sentido,
por un lado, la revolucin ya no era un lugar futuro sino un presente, contemporneo [] El futuro tantas veces convocado se haba
21
22
Saln de Rechazados de 1914, Crtica, 8 de noviembre de 1935. Entrevista a Guillermo Facio Hebequer publicada post mortem, (FGFH). Facio Hebequer cuenta que se expusieron alrededor de sesenta obras de artistas,
entre ellos, Abraham Vigo, Riganelli, Arato, Stillo, Quinquela, Masalins,
Torre Revello y Palazzo.
Ibdem. Cabe sealar que ambos emprendimientos fueron relevantes para
la constitucin de futuras asociaciones como la creacin del Sindicato de
Artistas Plsticos en 1933 y otros contra-salones como, por ejemplo, el
Primer Saln de la Agrupacin de Intelectuales, Artistas, Periodistas y
Escritores (AIAPE) en 1935, en donde se anunciaba que los jurados seran
votados por los mismos expositores, dato relevante si se tiene en cuenta
que algunas de las obras presentadas all haban sido rechazadas por el
jurado del Saln Nacional.
23
24
25
Cfr. Beatriz Sarlo, La revolucin como fundamento, en Una modernidad perifrica. Buenos Aires 1920-1930, Buenos Aires, Nueva Visin,
2007, p. 122 y ss.
26
27
Cfr. Daniela Lucena, Arte y militancia: encuentros (y desencuentros) entre los artistas y el Partido Comunista Argentino, Ramona, n 74, septiembre de 2007, pp. 44-49.
28
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3.
Facio Hebequer,
Adolfo Montero, Juan
de Dios Filiberto,
Benito Quinquela
Martn, entre otros.
FGFH.
31
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4.
Facio Hebequer, Torre
Revello y Paniza.
Fototeca Fundacin
Espigas.
5.
Facio Hebequer, Torre
Revello y Paniza.
Fototeca Fundacin
Espigas.
33
30
desbarajuste romntico y juvenil, Filiberto particulariza la situacin econmica del artista con respecto a sus compaeros:
A Guillermo Facio Hebequer, el nico de la barra que tena
dinero, gracias a su puesto en lo de Bullrich, se le ocurri un
da comprar una lechera situada en los bajos de su casa. Deba administrarla el escultor Riganelli. Y bien, para celebrar la
adquisicin, decidimos disfrazarnos y hacer un gratuito reparto
de chocolatines, caramelos y bizcochos a la chiquilinada del barrio. Poco falt para que sta nos asfixiara con su aglomeracin
pedigea. Habr que decir que con estos procedimientos el
negocio tuvo que cerrar sus puertas bien pronto?34
Hacia la consagracin:
la exposicin individual de 1928
laciones intelectuales, artsticas y afectivas. En efecto, por intermedio del escritor Alfredo R. Bufano, en 1923 Elas Castelnuovo
lleg al estudio de Facio Hebequer, a quien calific con empata como un artista de filiacin crata, y a partir de all ampli
su crculo de amistades.37 Desde entonces, es posible advertir
lo que podra denominarse un trnsito compartido entre Facio
Hebequer y Castelnuovo, pues a partir de ese momento ambos
participaran de las mismas empresas poltico-culturales. Asimismo, el escritor incorpor ms adelante a esta relacin a su
amigo Roberto Arlt. Los tres compartieron algunas redacciones
de revistas, inquietudes polticas adems de artsticas y formaron parte de los primeros teatros independientes. Es probable
que la participacin de Castelnuovo en dichas tertulias haya
funcionado como un nexo entre el incipiente grupo de Boedo y
los Artistas del Pueblo, quienes establecieron una actividad conjunta cristalizada en una serie de revistas como Los Pensadores. Revista de seleccin ilustrada, arte, crtica y literatura y
Claridad. Tribuna del Pensamiento Izquierdista, en las que las
ilustraciones y los grabados de Arato, Bellocq, Facio Hebequer,
Vigo y las reproducciones de las obras del escultor Riganelli formaron parte de algunas de las portadas.38
La articulacin con el grupo de Boedo tambin llevara a Facio
Hebequer a colaborar en esas revistas a travs de su pluma. El
primer escrito firmado por el artista aparece en el nmero inicial
de la revista Claridad en 1926. En rigor, no fue estrictamente un
crtico de arte ni tampoco el virtual terico de los Artistas del
Pueblo, como lo haba llamado Ral Larra.39 Su perfil se asemeja
ms al de un polemista y, como tal, esos textos producidos al
calor del debate esttico y poltico de su tiempo permiten iluminar desde otra faceta el recorrido intelectual del artista desde
fines de los aos veinte hasta los inicios de la dcada siguiente.
En trminos generales, las primeras intervenciones escritas de
Facio Hebequer estuvieron centradas en el contexto del impacto de la modernidad en el campo artstico local, en donde su
polmica voz fue fundamental para la posterior construccin
del artista como ejemplo de militancia poltico-cultural.40 A su
37
Elas Castelnuovo, Memorias, Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1974, pp. 122-123.
38
39
40
Agasajarn a Filiberto, op. cit. La casa Bullrich era una de las casas de remate ms tradicionales de Buenos Aires. Comenz con remates de hacienda y propiedades, pero luego incluy tambin obras de arte y mobiliario.
35
Recuerdo que tenamos al barrio alborotado, pendiente de nuestras alegras y expansiones, de los muchachos, como nos decan cariosamente.
Se nos ocurran tantas cosas que el vecindario estaba siempre esperando
algo nuevo. Un 6 de enero, Quinquela Martn disfrazado de Rey Mago
reparti a todos los chicos del barrio, los juguetes comprados por Facio
Hebequer, que era el capitalista del grupo, pues cobraba un sueldo mensual de la casa Bullrich, en donde era tenido por un empleado modelo.
Los dems, en esa poca comamos de milagro. Riganelli, op. cit.
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42
44
La Asociacin Amigos del Arte fue una institucin privada que fue inaugurada el 12 de julio de 1924. Surgi como un emprendimiento de un
grupo de representantes de las lites, descendientes de las familias patricias, funcionarios, intelectuales y artistas que tena por objetivo propiciar
y difundir la obra del arte moderno pero tambin recuperar a artistas
del siglo XIX. Parte de la labor cultural consisti en la organizacin de
diversas actividades como exposiciones, conciertos, conferencias, entre
otras, por las cuales pasaron grandes exponentes de la cultura nacional
e internacional. La diversidad de dicha institucin qued registrada en las
diferentes exposiciones y conferencistas, entre los cuales pueden mencionarse: Filippo Marinetti, Leopoldo Lugones, Le Corbusier, Jos Len Pagano, entre tantos otros. Un anlisis de la institucin puede consultarse en
Patricia M. Artundo y Marcelo E. Pacheco, Amigos del arte. 1924-1942,
Buenos Aires, MALBA-Fundacin Costantini, 2008.
Los principales ejes del debate, centrados en el campo literario, pueden
consultarse en Leonardo Candiano y Lucas Peralta, Boedo: orgenes de
una literatura militante, op. cit, pp. 165-180. Sobre los mencionados posicionamientos en el campo artstico de la dcada del 20 Ver: Diana B.
Wechsler, El campo artstico de Buenos Aires en la dcada del 20, en
Miguel ngel Muoz y Diana B. Wechsler, Los Artistas del Pueblo, Buenos
Aires, SAAP, 1989.
46
Es probable que el coleccionista Rafael A. Bullrich con quien Facio Hebequer mantena un buen trato, haya influido en la decisin de exponer en
las salas de AAA. A su vez, Rafael era hermano de Eduardo Bullrich, uno
de los directores de la revista Martn Fierro en 1925 y miembro de la
comisin directiva de AAA en 1930 y socio de la casa Bullrich, entre otras
cosas. Estas consideraciones permiten matizar, una vez ms, aquellos antagonismos que reducen la complejidad de las redes y las vinculaciones
intelectuales. Cfr. Institucin, arte y sociedad: la Asociacin Amigos del
Arte, en Patricia M. Artundo y Marcelo E. Pacheco, Amigos del arte.
1924-1942, op. cit., p. 16 y 212.
47
48
Ibdem. En relacin con las exposiciones individuales de los denominados Artistas del Pueblo, Diana Wechsler conjetura que: Estas situaciones sealan posiblemente el abandono de las actitudes anrquicas que
los caracterizaron en la dcada anterior. Cfr. Impacto y matices de una
modernidad en los mrgenes, en Jos E. Buruca (Dir.), Nueva Historia
Argentina. Arte, sociedad y poltica, Vol. 1, Buenos Aires, Sudamericana,
1999, p. 293.
6.
Yola Grete y Facio
Hebequer. FGFH.
Por ltimo, cabe destacar que para esta misma poca el artista
comienza a padecer una afeccin en la vista como consecuencia
del uso de los cidos en la realizacin de sus aguafuertes. Con
el objetivo de continuar con su labor, resolvi el problema comprando una prensa litogrfica a Po Collivadino y, gracias a esa
nueva adquisicin, Facio Hebequer inici una amplia actividad
grfica que lo consolidar como litgrafo, siendo sus estampas
reproducidas en los principales medios de la izquierda local.
287
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el encargado de la pintura, mientras que Abraham Vigo estaba a cargo de la escenografa. Este proyecto sumara tambin
a Roberto Arlt a partir de 1932. Unos meses despus saldra a
la luz la revista Metrpolis. De los que escriben para decir
algo (1931-1932), rgano oficial del Teatro del Pueblo, en la que
participaran muchos intelectuales y artistas vinculados al grupo
de Boedo como Castelnuovo, lvaro Yunque, Roberto Mariani,
Nicols Olivari, entre otros. Adems de presentarse como un
medio de difusin de las actividades realizadas por el grupo
(conferencias, exposiciones de arte, conciertos, encuentros de
lectura, etc.), uno de los ejes centrales de la revista fue el de
polemizar sobre la responsabilidad social del artista.
La revista comenz a publicarse en un contexto crtico del cual
se haca eco, como queda de manifiesto en la frase que acompaaba al dibujo de Facio Hebequer para la portada de su primer
nmero publicado en mayo de 1931. Este sealaba: Mientras el
pas sufre una de sus grandes crisis polticas, sociales y morales,
los artistas realizan la fiesta de las artes. Despus quieren estos artistas que el pueblo no los desprecie.50 Esta breve pero
concisa afirmacin condensaba, por un lado, la preocupacin por
el impacto del crack econmico de 1929 y las consecuencias
del golpe cvico militar del 6 de septiembre de 1930 un ciclo
abierto de clara predominancia de la derecha en el poder, en
un primer momento bajo un gobierno con planteos de tipo corporativistas como el de Jos Flix Uriburu (1930-1932) y luego
a travs de la poltica fraudulenta y represiva del gobierno de
Agustn P. Justo (1932-1938) y, por el otro, la necesidad de
crear un espacio cultural que debatiera cul deba ser el papel
del artista ante la crisis sociopoltica y cuestionara la autonoma
del arte o lo que por entonces era denominado el arte por el
arte. Los anlisis sobre la crisis que provenan de ciertos sectores de izquierda sostenan que el capitalismo haba entrado en
un colapso terminal, y frente al cual, el modelo sovitico era observado por muchos intelectuales y artistas como un faro al que
seguir, pues all la cultura s estaba al servicio del pueblo. Poder
presenciar con sus propios ojos y ser testigos de los avances de
aquella sociedad radicalmente nueva fue el anhelo de muchos intelectuales, escritores y periodistas en Argentina y en el mundo y,
Facio Hebequer, a travs de Castelnuovo, no se qued al margen.51
En el segundo nmero de la revista Metrpolis, Castelnuovo
anunciaba su inminente viaje a la Rusia de los soviets. Pero su
propsito no resida en contar los preparativos del viaje o sus
expectativas personales, sino en destacar que Entre las cosas
que me llevar de aqu, figura, en primer trmino, una coleccin
de litografas, obra de un artista nuestro: Guillermo Facio
Hebequer las cuales pienso exponer luego en Mosc y Lenin-
50
51
Metrpolis. De los que escriben para decir algo (En adelante, Metrpolis), n 1, mayo 1931, portada.
Ver: Elas Castelnuovo, Yo vi! En Rusia. Impresiones de un viaje a travs
de la tierra de los trabajadores, en Sylvia Satta, Hacia la revolucin.
Viajeros argentinos de izquierda. Seleccin y prlogo de Sylvia Satta,
Buenos Aires, FCE, 2007, pp. 83-124.
La eleccin de esos temas, aclaraba Castelnuovo, no estaba determinada por su condicin social, pues al igual que otros amigos
y conocidos de Facio Hebequer coincida en que siempre haba
sido un hombre de buena posicin. Tampoco lo consideraba un
artista tendencioso, ya que para l lo era quien se supeditaba
a una doctrina y no a su corazn, lo que hara que dejara de ser
un artista para pasar a formar parte de alguna comparsa. Para
Facio Hebequer, leemos en la nota del escritor, pintar no es una
cuestin de forma sino de fondo, y posee un concepto religioso
del arte pues La idea de la fatalidad bblica est presente siempre en sus cuadros. Tambin est presente la idea de resignacin
y de la misericordia. Por ltimo, se remarcaba all otra cuestin:
Facio Hebequer nunca impona su criterio, sino ms bien deja
habitualmente en suspenso toda solucin.54 No obstante, esta
percepcin de Castelnuovo se contrapone con el giro que produce el artista, por estos aos, tanto en su obra como en sus
concepciones sobre el arte.55
Asimismo, Castelnuovo realizaba una equiparacin entre la
pintura de Facio y su propia literatura, ya que partiendo de la
base de que la pintura del artista se asemejaba al naturalismo
de su literatura, los dos compartan una visin piadosa de los
trabajadores en que el mundo de los pobres se representaba
como un infierno. Por todos estos motivos, el escritor conclua
que llevara sus obras a la URSS y all comprobara si el arte
nuestro poda interesar afuera, colocando de este modo a Facio
52
Elas Castelnuovo, Un pintor del bajo fondo porteo, Metrpolis, Buenos Aires, n 2, junio de 1931, s/p.
53
54
Ibdem.
55
Hebequer como el representante de un arte nacional.56 Sin embargo, como seal Sylvia Satta, Castelnuovo no imaginaba que
aquellas ideas se veran modificadas luego de su viaje a la URSS,
pues al calor de esa experiencia se produjo un viraje esttico e
ideolgico en su literatura. Tal como lo haba anunciado Castelnuovo, por intermedio de la Sociedad de Artistas Hispanistas,
las obras de Facio Hebequer fueron expuestas en Mosc y en
Leningrado, donde segn un titular del diario Crtica se cont
con la asistencia de treinta mil trabajadores. Ms all de la veracidad o no de esa concurrencia, la nota publicada en el diario
de Botana contena adems otro elemento de suma importancia:
por primera vez, Facio Hebequer era definido como un pintor
proletario que haba elegido no exponer ms en las galeras de
Florida ni en los crculos oficiales y haba optado por salir a la
calle y llevar su arte al mundo obrero, con sus exposiciones
barriales y muestras itinerantes en las puertas de las fbricas.
El uso de aquella categora lo desplazaba de artista del pueblo
a artista proletario, una nocin que comenzaba a ser debatida
en las revistas culturales del perodo y que tuvieron a Facio Hebequer en el centro de esas reflexiones sobre el significado y los
alcances del arte proletario en el mbito local.
Sin lugar a dudas, la dcada de 1930 abre una nueva etapa en la
trayectoria de Facio Hebequer. El viaje a la URSS no slo afect
a la literatura de Castelnuovo, sino que tambin impulsara su
acercamiento al PCA, acompaado por Arlt, Facio Hebequer y
Vigo. En marzo de 1932, en un intento de aproximar a los intelectuales al Partido, Rodolfo Ghioldi convoc a un grupo de escritores, entre ellos Castelnuovo y Arlt, para integrar la redaccin de
Bandera Roja. Diario Obrero de la Maana.57 Estos aceptaron
participar y probablemente hayan intervenido para incorporar
a Facio Hebequer a ese emprendimiento, quien tuvo a su cargo
la realizacin de la portada para el nmero especial dedicado al
Primero de Mayo.58
El diario sali a la calle por primera vez en abril de 1932, y en
el transcurso de ese mismo mes fue publicada otra revista tambin vinculada al PCA, Actualidad artstico-econmica-social.
Publicacin Ilustrada, con direccin de Castelnuovo y la colaboracin de Arlt y Facio Hebequer, entre otros. En esta nueva
publicacin, definida como una revista marxista desde su primer
nmero y sostenida por el PCA, se observa con mayor intensidad
el debate sobre el posible desarrollo de un arte proletario en
Argentina y es all en donde Facio Hebequer escribi sus ensayos ms radicales, adems de intervenir con su obra grfica. En
la mayora de los escritos de los aos treinta, Facio Hebequer
intent trazar planteos ms especficos sobre cmo articular el
arte y la poltica sobre la base de una posicin ideolgica cercana a la rbita cultural comunista. En ese afn, como ya se ha
sealado, lo primero que se advierte es un desplazamiento de
56
57
58
aquella pluma gil de los aos veinte hacia una escritura menos
atractiva y ms esquemtica que se esfuerza por adaptar el determinismo marxista en sus discursos, especialmente desde las
interpretaciones de Plejnov. Fueron cuatro los ensayos publicados por Facio Hebequer en Actualidad, entre los cuales uno
de ellos puede ser definido como su manifiesto artstico-poltico
Incitacin al grabado, que se reproduce a continuacin, ya que,
como indica su ttulo, el carcter del texto es declamatorio y
convoca al compromiso artstico-poltico de los artistas y a la
utilizacin del grabado como un insumo para la lucha local e
internacional en pos de la revolucin social.
Asimismo, en junio de 1932, en consonancia con la lnea editorial
de la revista, un comunicado firmado por Castelnuovo y Arlt
anunciaba la constitucin de la Unin de Escritores Proletarios
con el objetivo de incitar a la lucha de clases desde el mbito de la cultura. Al mes siguiente, tras la ruptura con el teatro
de Barletta un grupo disidente, dirigido por Ricardo Passano e
integrado por Facio Hebequer, Vigo, Castelnuovo y Rodolfo Kubik, creaba el Teatro Proletario. El coro del director antifascista
Kubik, del cual tambin formaba parte Facio Hebequer, era una
pieza primordial del nuevo teatro que deseaba llegar a las masas
por diversos medios, entre ellos la msica.
En el marco de esas bsquedas y de esos nuevos emprendimientos polticos y culturales, Facio Hebequer comenz a preparar
un cuadernillo de estampas Tu historia, compaero que
producira un punto de inflexin en su trayectoria y que podra
interpretarse como su primer manifiesto grfico, en tanto en l
emergen nuevos modos de representacin de los conflictos sociales y su posible solucin enmarcada en la doctrina marxista.59
A juzgar por sus memorias, ese fue un ao de una gran labor y
de un activo proselitismo poltico y cultural:
Grabo sin descansar durante unos aos y en 1933 salgo de nuevo a la calle. Pero ahora es la calle verdadera. Cuelgo mis grabados en los clubs, bibliotecas, locales obreros. Los llevo a las
fbricas y sindicatos y organizamos en todos ellos conversaciones sobre arte y realidad, sobre el artista y el medio social. En
todas partes destruimos un poco la creencia en el artista como
hombre superior y en todas, buceando en la entraa misma de
la creacin artstica, la vinculamos a la ubicacin especial de
su poca.60
Para un anlisis ms extenso de esta serie Ver: Magal A. Devs, Reflexiones en torno a la serie Tu historia, compaero de Guillermo Facio
Hebequer. Buenos Aires, 1933, Papeles de Trabajo. Revista electrnica
del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de
San Martn, ao 8, n 14, noviembre 2014, pp. 214-235.
60
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El FGFH cuenta con ms de treinta recortes sobre la noticias de su fallecimiento, entre ellos: El Pueblo tuvo en F. Hebequer al pintor de sus inquietudes, Crtica, 28 de abril de 1935; Falleci hoy el pintor Guillermo
Facio Hebequer, Noticias Grficas, 28 de abril de 1935; Guillermo Facio
Hebequer. Su fallecimiento, La Nacin, 29 de abril de 1935; Guillermo
Facio Hebequer. Falleci ayer en Vicente Lpez, La Prensa, 29 de abril
de 1935; Falleci el pintor Facio Hebequer, La Razn, 29 de abril de
1935; Muri el pintor del destino de los que caminan a contramano. Facio
Hebequer tradujo la desventura de la clase proletaria, ltima Hora, 29
de abril de 1935; Falleci el pintor Facio Hebequer, El Diario, 29 de abril
de 1935; El pintor Facio Hebequer. Falleci en Buenos Aires, La Plata,
Montevideo, 29 de abril de 1935; E morto Facio Hebequer. Il pittore del
proletariato, L Italia del Popolo, 29 de abril de 1935; Ha muerto Facio
Hebequer el artista que pint el dolor de los humildes, Democracia,
29 de abril de 1935; Muri Facio Hebequer. Cant cadenas rotas con
el ritmo de sus pinceles rudos y speros, Repblica Argentina, 29 de
abril de 1935; Guillermo Facio Hebequer. Falleci ayer en Vicente Lpez,
El Litoral, Santa Fe, 29 de abril de 1935; Fue emocionante el sepelio
de los restos de Facio Hebequer, Crtica, 29 de abril de 1935; Sepelio
de Guillermo Facio Hebequer, Noticias Grficas, 29 de abril de 1935;
Falleci el pintor Facio Hebequer, El Diario Espaol, s/d; Exequias
del Seor Guillermo Facio Hebequer, La Prensa, 30 de abril de 1935;
Fueron inhumados ayer los restos del pintor Facio Hebequer. Numerosa
concurrencia asisti al sepelio, La Vanguardia, 30 de abril de 1935; El
arte de Facio Hebequer, El Pas, Crdoba, 30 de abril de 1935; Trabajo,
dolor, miseria, Repblica Ilustrada, 30 de abril de 1935; Las exequias
de Hebequer, El Diario, 30 de abril 1935; Guillermo Facio Hebequer,
El Mundo, 30 de abril de 1935; Edmundo Guibourg, Un hombre de teatro, Crtica, abril 1935; Facio Hebequer. El prestigioso dibujante, pintor
y aguafuertista argentino falleci el domingo en Vicente Lpez, donde
resida, La Provincia, Santa Fe, 30 de abril de 1935; Guillermo Facio
Hebequer, Caras y Caretas, ao XXXVIII, n 1910, 11 de mayo de 1935; En
torno a Facio Hebequer. Un artista que estuvo al servicio de la causa proletaria, La Lucha, Paran, 10 de mayo de 1935; Era o pintor dos humildes
e dos revoltados. A morte de Guillermo Facio Hebequer na capital argentina, Diario da Noite, 24 de mayo de 1935; Ha muerto Facio Hebequer,
Labor, Bernal, mayo 1935; Facio Hebequer ha muerto, Confederacin
General de Trabajo, 3 de mayo de 1935; Guillermo Facio Hebequer, El
Trabajador del Estado, junio 1935; Facio Hebequer pint el dolor. Fue
un luchador incansable, La Senda, 30 de julio de 1935; Ha muerto Facio
Hebequer. Con l desaparece uno de los iniciadores ms consecuentes
del arte proletario de la Argentina, Seccin Socorro Rojo, s/d. Tambin
pueden encontrarse all una gran cantidad de recortes periodsticos que
anuncian y cubren los homenajes realizados al artista, sobre todo el llevado a cabo en el Concejo Deliberante.
Incitacin al grabado
El grabado, como es sabido, se obtiene por diversos procedimientos. Es indudable que la
calidad artstica de la estampa, depende en gran modo del procedimiento que se adopta;
procedimiento que cambia con el artista, dado que cada uno escoge aquella que ms se
aviene con su temperamento o sus inclinaciones particulares. Claro est, que, un buril, una
madera, un aguafuerte, una litografa, un barniz o un aguatinta, cada uno de por s y todos
juntos, tienen sus bellezas y sus lmites especficos. Se sabe lo que se puede exigir y obtener de la plancha o de la piedra, pero, siempre en la lucha que se establece entre la materia
y el artista, queda un espacio reservado al azar que constituye uno de los motivos ms poderosos de la atraccin que ejerce el grabado sobre el espritu. El manipuleo de los cidos
modifica en parte el trabajo del grabador y el resultado de su aplicacin trae aparejado un
cambio en la fisonoma del dibujo, que lo transforma qumicamente de una cosa dada en
otra ligeramente diferente. Introduce una variante que no es posible precisar. Los oscuros,
pueden de este modo, aparecer ms o menos intensos, los grises ms o menos finos y
los blancos ms o menos violentos. La parte reservada al azar queda a cargo de la accin
qumica y el artista suele aprovecharla acentuando o degradando los tonos de la estampa.
La invencin del grabado no puede atribuirse a un hecho fortuito. Surge por primera a vez
a fines del siglo XVIII, en forma definitiva, pero tiene sus races lejanas en la antigedad: los
dibujos en tierras cocidas de los caldeos, las piedras labradas egipcias y los sellos griegos
y romanos con sus antecesores naturales. Ciertos fenmenos contribuyen a provocar su
aparicin. En primer trmino, el uso del papel que por entonces comenz a difundirse.
Luego, el desarrollo de ciertas industrias, como la fabricacin de naipes. Ms tarde, la
ilustracin del libro y las estampas de carcter artstico, lo consagraron como un arte autnomo. Adems, el desarrollo siempre creciente de las necesidades espirituales a las cuales
responda ampliamente, aument sus acciones con la difusin de estampas a bajo precio.
En el Renacimiento, el grado se expande prodigiosamente y desde entonces se vincula tan
estrechamente a las luchas sociales que las distintas etapas de su historia son las mismas
etapas que ha recorrido la historia misma de estas luchas colectivas.
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Para cada virgen, para cada santo, para cada Jesucristo incluso, el pintor estaba obligado a
tomar como modelo a un gran personaje real del renacimiento, que resultaba invariablemente lo que hoy se llama un gran explotador o un malandrn de grandes proporciones. As
como la burguesa actual se hace pintar de general o de filntropo, la nobleza de entonces,
se haca pintar de mandona o de angelito. Fcil es deducir la impresin que producira en las
masas, oscurecidas y domeadas por la religin, ver a sus conductores a la diestra del padre
eterno, a la izquierda del Espritu Santo o desempeando el rol de San Pedro en la puerta
de bronce del paraso. El arte de entonces, como el de ahora, serva lisa y llanamente para
perpetuar los privilegios de la clase dominante.
Y si hace 150 aos esta tirana era tan absoluta que a Goya no se le permiti de ningn
modo y a ningn ttulo continuar las pinturas de la Iglesia del Pilar, porque en la alegora
de Mara Santsima como Reina de los Mrtires, hay figuras como la de la Caridad, menos
decente de lo que corresponde, recientemente el pintor mexicano Diego Rivera, ha debido
suspender la decoracin del Instituto Rockfeller en Nueva york, porque no accedi a eliminar del muro el retrato de Lenin.
Ilusiones democrticas
Hoy como ayer, la libertad del arte brilla por su ausencia. Cuando no pasa de ser una ilusin
artsticamente democrtica. Y no se hable de arte subalterno por estar al servicio de un ideal
poltico. Quizs, la pintura, no alcanz nunca un peldao ms elevado en su desarrollo, que
el del renacimiento. Tampoco se diga que el arte es el arte. Aquello era el arte religioso de un
tiempo determinado. No el arte eterno, que nada hay de eterno sobre la tierra.
La transformacin social que se avecina, variar, sin duda, fundamentalmente la produccin
artstica. A las formas impuestas por el individualismo que caracteriza a la sociedad burguesa, se opondrn, entonces, las formas colectivas que distinguirn a la sociedad del porvenir.
El arte podr de este modo recuperar su medio social: la multitud. El cuadro de caballete
ser suplantado por la pintura mural. Las masas, alejadas hoy de un arte decadente que no
sabe interesarlas ni comprenderlas, volvern a l con deseos renovados, cuando se opere
la transfiguracin. Esto, desde luego, se descuenta. Pero, entretanto, entre que un ciclo
histrico termina y comienza otro, entre que un mundo se derrumba y otro se levanta, qu
hacer? Sobre todo, qu hace para apresurar el cambio o la cada?
El Absolutismo Religioso
En la poca del mayor absolutismo religioso, grabada el Mantegna. Cuando la Inquisicin
y el feudalismo ahogaban toda libertad en Espaa, el viejo Goya, grababa. Bajo la restauracin francesa, grababan, asimismo, dos grandes herejes que se llamaron Monnier y Dumier.
Hoy, en iguales condiciones, graban artistas de la talla de Barlach, Kate Kolwitz, Grosz y
Maserel. No es una casualidad que el grabado, el ms alto, el de ms grandes valores, haya
revestido siempre un carcter revolucionario. Tampoco es una casualidad que todo artista
que sinti necesidad de participar en la lucha social apel sistemticamente a l.
Es que el grabado posee medios de expresin propios que escapan al dominio de la pintura.
La rapidez de su ejecucin, su espontaneidad, permiten al grabador exprimir ideas, intenciones y pensamientos, con la libertad que no permite la pintura. Por eso, tal vez, atrajo
inmediatamente la atencin y simpata de las masas, merced a su sello inconfundible de
arte eminentemente popular, arte de difusin y de propaganda, arte esencialmente social
que sobrepas todas las posibilidades de todas las dems manifestaciones de la creacin
plstica y hasta de la creacin literaria. La voz del grabado es hoy una voz que llega a todos
los rincones del mundo. La facilidad de su reproduccin, que la tcnica moderna ha perfeccionado maravillosamente, facilita la multiplicacin fantstica de la estampa, conservando
lo mismo su nobleza artstica y espiritual.
Fue por esto, quizs, que se volcaron hacia el grabado los artistas revolucionarios que aspiraron a comunicarse con las multitudes.
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Nacido en 1894 en Crdoba, Carlos Astrada se interes tempranamente por la filosofa recorriendo un verstil itinerario filosfico-poltico que se prolong hasta su fallecimiento en 1970 en
Buenos Aires. Ese itinerario nos leg una obra que se destaca no
slo por su originalidad, sino tambin por un esfuerzo, distante
del de la mayora de los filsofos acadmicos locales, por vincular estrechamente las nuevas corrientes filosficas con sucesivas modalidades de compromiso poltico.
En la ltima dcada, sobre todo luego de la documentada biografa de Guillermo David, la obra de Astrada ha despertado
un creciente inters.1 Nuevas investigaciones precisaron la peculiar concepcin existencialista que propuso en la dcada del
treinta as como ese heideggerianismo desde el que encabez la
(CeDInCI/CONICET/UBA).
**
(CeDInCI/CONICET).
fraccin de intelectuales laicos que apoyaron el primer peronismo.2 Y tambin fue analizada la conversin de Astrada desde los
aos cincuenta en un filsofo marxista vitalista, compaero de
Entre otros, han aparecido los siguientes anlisis: Jos Fernndez Vega,
En el (con) fin de la historia: Carlos Astrada entre las ideas argentinas,
en Cuadernos de Filosofa n 40, Buenos Aires, abril 1994; Horacio
Gonzlez, Carlos Astrada, de Lugones a Mao, en Restos pampeanos.
Ciencia, ensayo y poltica en la cultura argentina del siglo XX, Buenos
Aires, Colihue, 1999, pp. 129-140; Mara Pa Lpez, Vida y tcnica: los engarces de Sal Taborda y Carlos Astrada, en Hacia la vida intensa: Una
historia de la sensibilidad vitalista, Buenos Aires, Eudeba, 2009, pp. 93104; Esteban Vernik, Carlos Astrada: la nacin como mito y traduccin,
en Tenses Mundiais/World Tensions n 10, Fortaleza, 2010, pp. 35-53;
Mauro Donnantuoni, Carlos Astrada y la idea de un humanismo nacional, en Alejandra Maihle (comp.), Pensar al otro / Pensar la nacin,
La Plata, Al margen, 2010, pp. 170-202; dem., Peronismo, humanismo
e historia en La revolucin existencialista de Carlos Astrada, en Intersticios de la poltica y la cultura latinoamericana: los movimientos
sociales n 1, Crdoba, 2011; Nora Bustos, Carlos Astrada: Sociologa
de la guerra y filosofa de la paz, en Cuadernos de Marte n 1, Buenos
Aires, abril de 2011, pp. 103- 124; dem, La consideracin del mito como
constitutivo del designio humano en la obra de Carlos Astrada, en Estudios de filosofa prctica e historia de las ideas, Vol. 13, n 1, Mendoza,
enero-julio de 2011, pp. 9-16.
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rn estables, a pesar de las dismiles opciones filosficas e incluso polticas que realizar en las dcadas posteriores. En efecto,
en las intervenciones juveniles no slo se advierte ese espritu
de mordaz polemista que luego caracterizar a Astrada, sino
tambin su enfrentamiento a las filosofas deterministas, al capitalismo y al clericalismo desde el que emprender la bsqueda
de una filosofa capaz de pensar el tiempo presente. Pero si, en
los cuarenta, Astrada conciliar su oposicin al cientificismo con
el anticapitalismo y el anticlericalismo para apoyar al peronismo
y, en los cincuenta y sesenta, los vincular a distintas fracciones
del comunismo, ello es muy distinto en la temprana dcada del
veinte, pues entonces articula esas posiciones con un vitalismo
anarquista desde el que ensaya una orientacin revolucionaria
del emergente movimiento de la Reforma Universitaria. Y esta
breve caracterizacin nos permite anticipar que las pginas que
siguen no slo iluminan los inicios de un filsofo argentino que
contina siendo uno de los ms originales de nuestro mbito,
sino que tambin esbozan un olvidado captulo de la relacin
que se tram en Argentina entre filosofa e izquierdas.
A comienzos de 1927, Astrada le cede la direccin de la revista vanguardista Clarn (Crdoba, 1926-1927) a su amigo Taborda, pues en junio de ese ao partir becado por la Universidad
Nacional de Crdoba en viaje de estudios a Colonia, Alemania.4
Nuestro filsofo cuenta entonces con poco ms de treinta aos
y una formacin autodidacta en las ltimas corrientes europeas
tan profusa como para redactar uno de los dos artculos ganadores del concurso universitario sobre El problema epistemolgico en la filosofa actual.
las preguntas persisten.6 En efecto, los escritos de Temporalidad y la biografa muestran a un joven Astrada que, sin preocuparse por la poltica ni por las luchas universitarias, encuentra
en la literatura la posibilidad de reflexionar sobre la dimensin
moral y esttica del hombre. Pero las preguntas abiertas por la
carta citada comienzan a obtener respuesta cuando se repasan,
por un lado, algunas revistas que desde el estallido de la Reforma Universitaria buscaron construir una versin radicalizada de
ese movimiento que se expanda por el continente y, por otro,
la prensa de los llamados anarco-bolcheviques, es decir, del
sector del anarquismo argentino que entre 1917 y 1924 intent
renovar la tradicin crata y unificar a las izquierdas revolucionarias desde la conviccin de que el proceso revolucionario ruso, a
pesar de su provisional dictadura proletaria, estaba orientado
no slo por la emancipacin humana sino tambin por la liberacin individual.7
La gresca universitaria se haba instalado en Crdoba a fines de
1917, cuando la fraccin clerical-conservadora que conduca la universidad comenz a sufrir la insistente confrontacin del grupo de
estudiantes y graduados que se reuni en la FUC y que coordin
sus actividades con la masiva Asociacin Crdoba Libre y con los
universitarios de distintos puntos del pas.8 El 15 de junio de 1918,
el grupo renovador irrumpi en la asamblea que acababa de elegir como rector a Antonio Nores, el representante de la fraccin
clerical-conservadora. Esa toma marcara el inicio simblico de la
Reforma Universitaria, o bien del movimiento poltico-cultural que
durante dcadas hermanara a los estudiantes del continente bajo
6
Sobre los inicios de la FUC, ver: Gabriel del Mazo (comp.), La Reforma
Universitaria, FUA, Buenos Aires, 1927 (seis tomos); Luis Marc del Pont,
Historia del movimiento estudiantil reformista, Universitarias, Crdoba, 2005; Roberto A. Ferrero, Historia crtica del movimiento estudiantil de Crdoba (1918-1943), Crdoba, Alcin, 2012. Sobre Crdoba Libre,
Ver: Mina A. Navarro, Los jvenes de la Crdoba libre!. Un proyecto
de regeneracin moral y cultural, Nostromo Ediciones, Mxico, 2009, y
Ana Clarisa Agero, voz Asociacin Crdoba Libre, Proyecto Culturas
interiores, disponible en http://culturasinteriores.ffyh.unc.edu.ar. Fecha
de consulta: 05/06/2015; dem., 1918 en Crdoba, Arenas culturales.
Para una historia cultural sudamericana, Siglo XXI, Buenos Aires [en
prensa].
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acadmicos que alejara la formacin universitaria de las preocupaciones de las izquierdas. Para imprimir al movimiento estudiantil un carcter izquierdista, nacionalista o intrauniversitario, se volvieron frecuentes, tanto en Buenos Aires como en las
ciudades universitarias de Crdoba, Rosario, Santa Fe, La Plata
y Tucumn, la fundacin de grupos y revistas estudiantiles, la
organizacin de actos masivos y la participacin en asambleas y
reuniones en las que se decidieron huelgas y manifiestos.10
En Crdoba los jvenes abogados Deodoro Roca (1890-1942)
y Sal Taborda (1885-1943), lderes ambos de la mencionada
Asociacin Crdoba Libre, fueron quienes ms se comprometieron en la inscripcin del naciente movimiento estudiantil en las
izquierdas. Adems de ser actores centrales del amplio frente
de liberalismo cultural que se enfrent al clericalismo-conservador hegemnico en la universidad cordobesa, impulsaron la
identificacin de la Reforma con una izquierda revolucionaria
que, distante del liberalismo poltico, se vincul, al menos entre 1920 y 1922, a la fraccin del anarquismo que simpatizaba
con la Revolucin Rusa y tena en los porteos Enrique Garca
Thomas, Julio R. Barcos y Santiago Locascio a sus principales
referentes e impulsores.
Seis das despus del estallido de la Reforma, Roca tena terminado el Manifiesto liminar, un texto que, bajo la firma de la
Junta Directiva de la FUC, circul por el continente como el acta
fundacional de la Reforma. All los estudiantes cordobeses se
dirigan a los hombres libres de Sudamrica para informarles
sobre los acontecimientos que llevaron a la toma de la Universidad, pero tambin para invitarlos a impulsar la defensa tanto de
un gobierno universitario con participacin estudiantil como de
una sociedad autnticamente democrtica y justa. Una semana
despus de la aparicin de ese manifiesto, Taborda pona a circular sus Reflexiones sobre el ideal poltico de Amrica, un
10
A pesar de que los grupos izquierdistas lograron instalar escasos proyectos en las casas de estudio, sin duda tuvieron xito en la construccin
de una nueva identidad estudiantil. Como una breve prueba, traigamos
las tempranas observaciones que muy poco despus del estallido de la
Reforma realizaron dos intelectuales porteos comprometidos con distintas fracciones de la izquierda. En 1919 declaraba el entonces socialista
bolchevique Roberto Giusti: Nuestra juventud universitaria, que todava
era, hace pocos aos, casi sin excepcin mezquinamente tradicionalista y
conservadora, hasta asombrar a los extranjeros que la comparaban con la
de su propio pas; esa juventud sin ideales y ninguna preocupacin, salvo
la de conquistar el diploma, milita ahora en el ejrcito de los intelectuales y trabajadores que rien diaria batalla, en el peridico, la tribuna, el
sindicato, contra todas las fuerzas del pasado que se oponen a la improrrogable y legtima renovacin de la vida nacional. Bien s que an son
los menos; pero ya son muchos, cuando antes eran poquitsimos, y su
nmero va creciendo cada da (Giusti, Nuestra juventud, en Clarn, n 6,
Buenos Aires, 02/12/1919). Dos aos despus, formulaba un diagnstico
similar el pedagogo anarco-bolchevique Julio R. Barcos: Es sorprendente
y consolador el cambio que se ha operado en los ltimos cinco aos en
el espritu de la juventud argentina. Slo hace diez aos que los estudiantes asaltaban los locales gremiales y quemaban los diarios obreros
en nombre de ese mismo patriotismo mazorquero con que los apstoles
del capitalismo han organizado la actual Liga Patritica. Actualmente los
estudiantes estn provistos de una formidable escoba para barrer a los
profesores reaccionarios que ostensible o solapadamente son enemigos
de la reforma (Barcos, Problemas de la cultura argentina, en Cuasimodo n 20, Buenos Aires, 04/04/1921).
ensayo de ms de cien pginas en el que los estudiantes hallaban ms precisiones sobre el programa anticlerical y anticapitalista propio de la hora americana. E incluso el mismo Taborda
organiz, a mediados de julio de 1918, unas veladas para leer
fragmentos de ese programa a los ms de cincuenta veinteaeros de las distintas universidades argentinas que haban llegado
a Crdoba para participar del primer debate poltico-ideolgico
masivo sobre la Reforma, esto es, el Primer Congreso Nacional
de Estudiantes.
Por entonces, seguramente Roca y Taborda comenzaron a pergear el boletn La Montaa, cuyo nmero inaugural apareci en
agosto de 1918. A pesar de que no consign su comit editorial
ni llev notas firmadas, sin duda fue obra de aquellos ya que se
present como el rgano de la Asociacin Crdoba Libre cuya
Junta Directiva entonces estaba integrada por Roca, Taborda y
Sebastin Palacio y anunci como su lugar de redaccin la
convulsionada Facultad cordobesa de Derecho. Identificndose
con el liberalismo jacobino, las doce pginas de cada entrega
de La Montaa informaron sobre el movimiento estudiantil y,
como lo har Astrada desde 1919, buscaron multiplicar el sentimiento revolucionario que acompa el estallido de la Reforma.11
Si bien la historia de la Reforma no le ha reconocido a Astrada un
protagonismo tan central como el de Roca y Taborda, a partir de
1919 aqul tambin busc erigirse en un temprano gua revolucionario del movimiento estudiantil. El primer testimonio de ello
lo ofrece En la hora en que vivimos..., el texto que abre nuestro
dossier. Astrada ley ese encendido discurso ante la multitud de
jvenes que el 15 de junio de 1919 asistieron al Teatro cordobs
Rivera Indarte para celebrar el primer aniversario de la Revolucin Universitaria. A travs de la resea de La Voz del Interior,
sabemos que el acto fue organizado por la FUC y lo abri uno
de sus representantes, el estudiante Luis Ruiz Gmez. A esas
palabras siguieron las de Carlos Astrada, luego subi al escenario Jos M. Paussa, quien habl en nombre de la Liga de Libre
Pensamiento de Crdoba, el Dr. Arturo Orgaz y finalmente Enrique Barros, quien tambin represent a la FUC pero polemiz
con Ruiz Gmez. Tanto Orgaz como Astrada no representaron a
ningn grupo, pero fue el discurso de ste el que eligi La Voz
del Interior para reproducir das despus en sus pginas.12
En su discurso, Astrada le asegur al movimiento estudiantil que
se estaba viviendo una hora revolucionaria. Recogiendo el lan
vitalista enfrentado a la matriz positivista, propona que el estallido de la Reforma no era el correlato del desarrollo de las leyes
biolgicas o econmicas, sino la interrupcin de ese desarrollo,
o bien la apertura de una era vivida intensamente y guiada por
11
12
El mitin universitario, La Voz del Interior, Crdoba, 17/06/1919; La conmemoracin de la Revolucin Universitaria. La fiesta del Rivera Indarte.
Discurso del sr. Carlos Astrada, La Voz del Interior, 19/06/1919. Este
diario cordobs, de impronta liberal y distribucin masiva, se autoerigi
en un importante aliado de los reformistas y en un opositor enrgico del
diario, tambin masivo pero ligado a la cultura catlica, Los Principios.
13
En cuanto al vitalismo, su asistematicidad y diversidad han llevado a considerarlo no una filosofa sino un conjunto de tpicos que conformaran
sensibilidad. sta se apoyara en cierta lectura de Bergson, Simmel y
Nietzsche, entre otros, y se caracterizara por el rechazo a las explicaciones mecanicistas del hombre y de los procesos histricos, as como por
la postulacin de la vida como un flujo de creacin incesante. De ah que
esta metafsica de la vida cuestione la posibilidad de alcanzar verdades estables o ideales perennes, los que no seran ms que estructuras
producidas por la cultura moderna en las que la vida se ha anquilosado.
Para remediar ello debera buscarse que la intensidad de la vida volviera
a irradiar la poltica, el arte, la economa y principalmente al individuo, a
quien la corriente vital le exigira accin, creacin e intensidad. Sobre las
propuestas vitalistas argentinas contamos con el estudio de Mara Pa Lopez, op. cit. All se dedica un apartado a Astrada centrado en el momento
inmediatamente posterior al aqu analizado, cuando hacia 1925 deja de
pensar la creacin vital en estrecho vnculo con la apertura de un proceso
histrico revolucionario para preocuparse principalmente por la esttica.
14
Sobre la conformacin de la lnea terica gradualista al interior del socialismo argentino, ver Jos Aric, La hiptesis de Justo. Escritos sobre el
socialismo en Amrica Latina, Buenos Aires, Sudamericana, 1999; Horacio Tarcus, Marx en la Argentina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2007.
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17
Esa fuerte crtica a Unamuno es un interesante ndice del uso estratgico de los maestros de la juventud que realizaron nuestro filsofo y
el movimiento estudiantil en general. En efecto, en el referido discurso
ante el primer aniversario de la Reforma, Astrada citaba a Unamuno para
legitimar su definicin vitalista de patria; a los pocos meses, descalificaba
al efectista Unamuno por su conservadurismo poltico en el artculo
que glosamos; y, cuatro aos ms tarde, cuando Unamuno era desterrado
por la dictadura de Primo de Rivera, Astrada encabeza la campaa cordobesa de denuncia y publica en La Voz del Interior Unamuno, maestro
y amigo, un breve texto que, a travs del apoyo al insigne humanista
que sufra la opresin de la dictadura espaola, refrenda las luchas por
la libertad desplegadas en distintos puntos del planeta. Estos cambios
de posicin sugieren que, si bien el joven Astrada tendi a difundir un
vitalismo anarquista de cuo soreliano, al igual que otras figuras y grupos reformistas, no opt ciegamente por un gua intelectual sino que sus
preferencias intelectuales estuvieron acompaadas de citas y referencias
a figuras consagradas, como Unamuno, Ortega y Gasset, dOrs, Rolland o
Barbusse, que le permitan respaldar su posicin, pero no le impeda explicitar las distancias cuando esos referentes asuman posiciones conservadoras, como fue el caso de Unamuno ante Clart y el de Ortega ante la
posibilidad de revoluciones sociales cuestin sobre la que volveremos.
fraccin mayoritaria del anarquismo, que, a diferencia de Astrada, no se identificaba con el individualismo revolucionario ligado
a Stirner, Nietzsche y Sorel.
Ms precisamente, Astrada se vale del ideario anarquista no slo
para definir la ley (como el principio de obediencia), la sociedad (el estado social impuesto por la violencia) y la autoridad
(el rgano de imposicin), sino tambin para formular la nueva
orientacin que le habran logrado imprimir a la historia los anarquistas Alexander Berkman y Emma Goldman, y el bolchevique
Lenin. Desarrollando posiciones insinuadas en sus textos anteriores, Astrada sostiene que el carcter opresivo e injusto de las
leyes y de las instituciones polticas legitimara la irrupcin de la
violencia revolucionaria, pero la accin de revolucionarios como
Berkman, Goldman y Lenin no sera la consecuencia mecnica
de la opresin y la injusticia, sino una interrupcin del curso de
la historia. En esa interrupcin se hara evidente la concepcin
anrquica de la historia, o bien la caducidad del determinismo
histrico en general y del materialismo marxista en particular.20
Como mencionamos, estas tesis toman partido en dos polmicas
que recorren la cultura anarquista. Si bien la figura del revolucionario parece proseguir la moralidad integral caracterstica del
anarquismo, la exaltacin del individuo propuesta por Astrada
implica una intervencin sumamente discutida en la tradicin
libertaria, ya que el heroicismo de Stirner, Nietzsche y Sorel ledos en clave vitalista eran rechazados por el organizacionismo
del comunismo anrquico. Pero adems Astrada toma partido
en otro debate caro a las publicaciones anarquistas de esos
aos, el de la legitimidad de una dictadura proletaria. En este
texto y en los que enviar meses despus a las publicaciones
anarco-bolcheviques El Trabajo y Cuasimodo, Astrada aporta
argumentos para aceptar el sistema de los soviets y su dictadura
del proletariado, siempre y cuando sta tenga un carcter provisional orientado a instalar una igualdad y justicia que no atenten
contra la libertad individual.
El elogio de Astrada al revolucionario anarquista encuentra una
suerte de continuacin en el breve artculo que Mente publica
a continuacin, El soviet de Taborda. Nueve aos mayor que
Astrada, aquel ya era conocido por haber desplegado tpicos
libertarios en sus piezas teatrales La sombra de Satn (1916)
y El mendrugo (1917) y en su novela Julin Vargas (1918).21 En
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21
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estudiantil anarquista Germinal (La Plata, 1919-1920). Estas publicaciones estudiantiles junto a las fundadas en los meses
siguientes Insurrexit (Buenos Aires, 1920-1921, suerte de continuacin de Bases) y La Antorcha (Rosario, 1921-1923) convergieron en la breve Federacin Revolucionaria de Estudiantes, al
tiempo que establecieron proyectos comunes con grupos obreros revolucionarios.
En las filas libertarias, la revisin de la identidad anarquista
que emprenda Mente se vinculaba a la que realizaban publicaciones obreras como Bandera Roja (Buenos Aires, 1919), su
suerte de continuacin El Trabajo (diario porteo editado entre
1921 y 1922 sobre el que volveremos) y El Comunista (Rosario,
1920-1921), y a la prdica de revistas de perfil ms cultural como
Cuasimodo (Panam-Buenos Aires, 1919-1921) y la mencionada Va Libre. Esta red de publicaciones anarco-bolcheviques
recoga sus tesis tericas de los materiales rusos, alemanes e
italianos que traducan y ponan a circular distintas editoriales
libertarias y las revistas, de la rbita del PSI, Documentos del
Progreso (Buenos Aires, 1919-1921) y Spartacus (Buenos Aires,
1919-1920).24 A pesar de que compartan esas fuentes tericas,
los anarco-bolcheviques impulsaban una lnea poltica que mantena dos importantes diferencias con los socialistas revolucionarios nucleados en el PSI: por un lado, aquellos sostenan que
la unificacin del movimiento obrero no deba realizarse a travs
de un partido sino de una nueva central sindical y, por el otro,
intentaban que la vinculacin con Mosc se estableciera a travs
de la adscripcin a la Internacional Sindical Roja y no de la poco
autnoma Tercera Internacional.
A la rivalidad que los anarco-bolcheviques mantenan con el
PSI se sumaba la que les planteaba la fraccin del anarquismo
que, adems de impugnar la experiencia rusa por su autoritarismo, desde 1921 acusaba a sus simpatizantes anarquistas de
camaleones o anarco-dictadores.25 Como anticipamos, al menos hasta 1923 Astrada no se dej persuadir por los cuestionamientos anarquistas a la Revolucin Rusa y tampoco lo hicieron
otros integrantes del grupo Justicia. En efecto, si bien el ltimo
nmero de la publicacin del grupo apareci en julio de 1920,
sus miembros persistieron algn tiempo ms en su difusin del
anarco-bolcheviquismo entre el movimiento estudiantil. Y los
nuestras inquietudes.
24
Entre 1919 y 1921 no slo la gran mayora de los peridicos libertarios publicaban informacin y reflexiones alentadoras sobre el proceso ruso, sino
que adems varias colecciones editoriales anarquistas, como Fueyo, Argonauta y la Liga de Educacin Racionalista, pusieron a circular auspiciosos
folletos sobre la pedagoga revolucionaria y el sistema federalista sovitico.
25
espacios en los que experimentaron la aplicacin de esa orientacin vitalista-anrquica de la Reforma fueron el Colegio Nacional
dependiente de la Universidad Nacional de La Plata, el Consejo
Directivo de la facultad cordobesa de derecho y las publicaciones Cuasimodo y El Trabajo.
Los estudiantes no ignoraban que esa promesa dependa de su organizacin, pues Melo, adems de formar parte de la fraccin conservadora
del radicalismo, haba sido el abogado de la metalrgica Vasena e hijos
durante la lgida huelga de la Semana Trgica. Para un anlisis del proceso universitario, ver Hugo Biagini (comp.), La Universidad de La Plata
y el movimiento estudiantil. Desde sus orgenes hasta 1930, La Plata,
Edulp, 2001; Osvaldo Graciano, Entre la torre de marfil y el compromiso poltico. Intelectuales de la izquierda argentina 1918- 1955, Bernal,
Universidad Nacional de Quilmes, 2008; Marcelo Rimoldi, La Reforma
Universitaria en La Plata, La Plata, Instituto Cultural de la Provincia de
Buenos Aires, 2010.
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Pero ni los mtines ni la presin del Comit y de los editoriales de las revistas lograron mantener una gestin educativa con
una impronta tan marcadamente bolchevique. El 29 de marzo
de 1921 Melo y algunos consejeros superiores enfrentados al
rectorado de Taborda debieron renunciar, a pesar de ello la presin sobre Taborda y su grupo no ces y el 20 de abril fueron
apresados los veintiocho estudiantes que desde haca dos semanas mantenan la toma del Colegio, siendo Taborda separado
de su cargo. Una nueva prueba de la impronta revolucionaria de
esa gestin a la que dio su apoyo Astrada la ofrece la nota que
publica El Argentino luego del allanamiento del Colegio. Se lee
en el diario masivo que
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Los ocupantes del Colegio Nacional fueron desalojados ayer, en El Argentino, La Plata, 21/04/1921. El folleto sobre la educacin en Rusia perteneca a la Biblioteca de la Liga de Educacin Racionalista, que haba
fundado en la dcada anterior Barcos y que en los veinte tena una orientacin anarco-bolchevique. Por su parte, el peridico porteo Tribuna
Obrera se edit entre septiembre de 1920 y septiembre de 1921 en los
talleres grficos de La Protesta como reemplazo circunstancial del pe-
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34
Carta abierta del Dr. Sal Taborda dirigida al Dr. Nazar Anchorena, en
La Voz del Interior, 06/12/1922. En Buenos Aires esta carta fue difundida
por Cuasimodo y Renovacin, el boletn latinoamericanista que financiaba Ingenieros.
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Taborda asuman la tarea de despertar el inters por esa filosofa en el ambiente local y para ello prepararon dos ensayos
crticos que circularon no slo en la prensa universitaria sino
tambin en la anarquista.39
40
fuertemente comprometidos con la izquierda bolchevique: el fisilogo Georg Nicolai y el economista marxista Alfons Goldschmidt. Esta contratacin, que prometa elevar el nivel acadmico
y tico de la Universidad, representaba una clara conquista de la
fraccin ms radicalizada de la Reforma. Ante los primeros cuestionamientos de la fraccin conservadora, la FUC organiz un acto
que se propona rebatir a aquellos que impugnaban la contratacin de profesores que no fueran argentinos as como puntualmente a Nicolai y a Goldschmidt por su inscripcin en la izquierda.
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[su] fervor patritico por el cual el Estado capitalista le estar muy agradecido es, pues, un nuevo avatar de la Inquisicin
romana. No debe extraarnos este retoo raqutico de una fe
muerta, reducida hoy a simple jerarqua eclesistico-econmica,
ya que, segn nos dice acertadamente Bakounine, el Estado es
el hermano menor de la Iglesia; y el patriotismo esa virtud y
ese culto del Estado, no es ms que un reflejo del culto divino.
ste subray la importancia de tesis como las Simmel que explican la sociedad moderna en clave vitalista y no se resignan a un
diagnstico poltico que cancele las posibilidades de cambio social. Pero adems Astrada en persona se encarg de difundir un
diagnstico similar y de enfatizar la opresin sobre el hombre
producida por la tcnica, cuando cuestion la Deshumanizacin de Occidente en una conferencia que, bajo ese ttulo y el
auspicio de la Biblioteca Popular Bernardino Rivadavia de Villa
Mara, imparti en el Teatro Coliseo de Crdoba. 44
La otra va de la que se vali Astrada para combatir el pesimismo
poltico fue la refutacin de las tesis de La decadencia de Occidente de Spengler y de El ocaso de las revoluciones de Ortega
y Gasset, a quien Astrada identific como un introductor espaol del pesimismo cultural spengleriano.45 Para esta refutacin
Astrada prepar El alma desilusionada, un artculo que reproducimos como cierre del dossier y que originalmente apareci en
la revista Crdoba. Este decenario de crtica social y universitaria se edit en Crdoba bajo la direccin de Julio Acosta Olmos,
lleg a sacar 46 nmeros y puede identificarse como una suerte
de continuacin del mensuario Mente, pues, aunque en aquel no
se registra el entusiasmo revolucionario, ambas publicaciones se
vincularon con la cultura desde el ala radicalizada de la Reforma
y compartieron muchas de las firmas cordobesas.46
En 1923 esos intelectuales entre los que se encontraba Astrada y a los que se sumaban Nicolai y Goldschmidt ya no podan difundir los mismos bros revolucionarios que en el conmocionado 1920. De todos modos, se preocuparon por mantener
vigentes las denuncias polticas y el ensayismo libertario para
enfrentar el derrotismo que implicaba la aceptacin de una poltica meramente pragmtica. Un medio para ese enfrentamiento fue la difusin de El ocaso de las revoluciones, un ensayo
que Ortega acababa de publicar en su libro El tema de nuestro
tiempo y que el semanario Crdoba puso a circular en cuatro
entregas en su seccin La pgina de los maestros. Si bien Ortega era considerado un importante referente del vitalismo ligado
a la Reforma, a los colaboradores de Crdoba ese ensayo que
mostraba la imposibilidad de revoluciones que emanciparan a
la humanidad no les ofreca tesis que quisieran retomar. De ah
que Crdoba emprendiera la difusin de El ocaso de las revo44
45
Desde su conocida visita a la Argentina en 1916, Ortega ejerci una importante influencia sobre los jvenes intelectuales antipositivistas e incluso
su visin generacionista fue central en la primera historiografa de la Reforma, sobre todo a travs del lder Julio V. Gonzlez. Pero esa recepcin entusiasta de Ortega no impidi que Gonzlez y otros reformistas
inscriptos en la cultura de izquierda, como Astrada, cuestionaran el giro
conservador que realiz Ortega en su Espaa invertebrada, publicado
en 1921, y en El tema de nuestro tiempo, de 1923.
46
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destituido y desterrado, Astrada encabeza los actos y las colectas de la campaa en apoyo al maestro Unamuno, campaa
que tuvo en el semanario Crdoba su domicilio editorial y su
rgano de difusin.
En sus prximas intervenciones, Astrada continuar buscando
una filosofa que permita pensar el fluir de la vida pero ella ya
no estar enlazada con una salida social revolucionaria que remedie el anquilosamiento de la cultura moderna. Pasada la hora
revolucionaria, Astrada troca el vanguardismo poltico por la
interrogacin sobre la esttica y el arte vanguardista, al punto
que en 1926 funda en Crdoba una nueva revista Clarn que
se ofrece como el espacio de legitimacin de las expresiones
artsticas que arriban con el futurista Emilio Pettoruti. En cuanto
a las publicaciones reformistas de la dcada del veinte, el paso
de la hora revolucionaria se advierte no slo en la diversa intervencin que realizan en Crdoba los mismos intelectuales que
haban colaborado en la revolucionaria Mente, sino tambin en
otras publicaciones culturales ligadas a la Reforma. En La Plata
la aparicin del ensayo Nuevas Bases de Alejandro Korn en la
clebre revista reformista Valoraciones (1923-1928) esboza un
socialismo eticista y parlamentario que busca corregir tanto la
poca atencin a las desigualdades sociales del liberalismo como
la exaltacin bolchevique que haba realizado en 1919 una revista
como Bases. Pero el socialismo tico por el que opta Valoraciones no fue la nica opcin para mantener la preocupacin poltica de la Reforma ms all de la hora revolucionaria, pues los jvenes que se alejan de esa revista para fundar Sagitario parecen
convencerse de que la ausencia de un horizonte revolucionario
internacional poda ser reformulado desde ese latinoamericanismo antiimperialista que ya tena una importante circulacin
entre los estudiantes peruanos. Y esa opcin es tambin la que
siguieron las revistas reformistas rosarinas que reemplazaron a
las revolucionarias Verbo Libre y La Antorcha.
Volviendo a Astrada, si bien debern pasar algunos aos, nuestro filsofo se interesar nuevamente por esa gresca que lo
haba hermanado con Taborda y los dems miembros del grupo
Justicia, e incluso har del vnculo entre filosofa y poltica una
cuestin central de su produccin madura. Al respecto, mencionemos al menos que los primeros rastros de ese regreso a la
arena poltica son, por un lado, su participacin, en 1931 (inmediatamente despus de regresar de su estada europea), en la
campaa electoral de Deodoro Roca como candidato a intendente de Crdoba por la Alianza Civil y, por el otro, la firma en 1932
del polmico manifiesto del Frente de Afirmacin del Nuevo
Orden Espiritual (FANOE) elaborado por Taborda.47
47
Este manifiesto, firmado por varios filsofos antipositivistas e intelectuales vinculados al PS, se opona al cientificismo izquierdista del comunismo y el socialismo y propona completar las preocupaciones econmicas y polticas revolucionarias con una renovacin cultural ligada a las
filosofas espiritualistas, entonces hegemnicas en la academia. Esta
crtica anticapitalista a la cultura de izquierda sin un pronunciamiento
antifascista, que Taborda y Astrada venan formulando en sus ensayos
de esos aos, fue denunciada por la izquierda partidaria de formular un
Las ms claras excepciones historiogrficas a este olvido del ala radicalizada de la Reforma, adems de las obras de los intelectuales comunistas (Bernardo Kleiner, 20 aos de Movimiento Estudiantil Reformista:
1943-1963, Buenos Aires, Platina, 1964, y Gustavo Hurtado, Estudiantes:
reforma y revolucin. Proyeccin y lmites del movimiento estudiantil
reformista, 1918-1966, Buenos Aires, Cartago, 1990), son: Juan Lazarte
Lneas y trayectorias de la Reforma Universitaria, Buenos Aires, Argos,
1935, y principalmente los trabajos ya citados de Tarcus, op. cit.
49
Para un anlisis de esas acusaciones, ver: Kohan, op. cit., pp. 183-186.
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Resumen
A partir de un detenido rastreo biblio-hemerogrfico, el artculo analiza las breves y olvidadas intervenciones poltico-culturales realizadas por el joven
Carlos Astrada. Este destacado filsofo argentino
estableci, a lo largo de su verstil itinerario, una
estrecha vinculacin entre las nuevas corrientes
filosficas y distintas modalidades de compromiso
poltico. Hasta 1924 emprendi la bsqueda y difusin de una filosofa destinada a pensar y alentar,
en trminos vitalistas, anarquistas y revolucionarios,
la emancipacin social. Para ello, junto a Deodoro
Roca, Sal Taborda y otros jvenes intelectuales
cordobeses, Carlos Astrada particip de una breve vanguardia cultural que se propuso como gua
revolucionaria de la Reforma Universitaria. Especficamente, los artculos recuperados nos permiten
descubrir a un joven Astrada que, guiado por las
filosofas vitalistas y el pensamiento libertario, identific a la revolucin de los soviets como la apertura
de un ciclo en el que la humanidad intervendra en
el mecnico desarrollo histrico para colocar los
pilares de una sociedad ms justa y ms libre. En
el intento de rescatar los contextos en los que intervinieron los textos, este artculo no slo aporta
nueva informacin sobre los inicios de Carlos Astrada sino que tambin muestra que esos inicios se
inscriben en un original vitalismo anarquista.
Palabras clave
Carlos Astrada; Reforma Universitaria; Vitalismo,
Anarquismo argentino; Revolucin Rusa.
Antologa
Los textos
filosfico-polticos del joven
Carlos Astrada (1919-1924)
Abstract
Taking into account a detailed biblio-hemerographic seeking, this article explores the forgotten political interventions of the young Carlos Astrada.
Throughout a versatile itinerary, this outstanding
Argentine philosopher established close links between new philosophical currents and various forms
of political commitment. Until 1924, he sought to
conceive and spread a philosophy designed to encourage the social emancipation in terms of vitalism
and anarchism theories. To do this, along with Deodoro Roca, Saul Taborda and other young intellectuals from Crdoba, Carlos Astrada participated of
a brief cultural avant-garde movement that sought
to establish itself as a revolutionary guide for the
University Reform. Specifically, the texts gathered
in this article allow us to discover a young Astrada who, guided by vitalism and libertarian philosophies, identified the Soviets revolution as the starting point of humanitys intervention in the historical
process that would lead the society to its freedom.
In an attempt to politically contextualize these unpublished texts, this article not only provides new
information about the beginnings of Carlos Astrada, it also shows that these beginnings were part of
an original anarchist vitalism.
Keywords
Carlos Astrada; Anarchism; University Reform; Vitalism.
Congrganos el primer aniversario de la revolucin universitaria. Al recordar aquella jornada, que abre una era de libertad y de cultura en la vida de nuestra nacionalidad, nos parece
ya lejana la hora en que la juventud de Crdoba afirm bien alto su noble anhelo de emancipacin espiritual. Tan intensamente hemos vivido!
Hasta ayer, Crdoba transcurra en la plcida vida monacal, reposando indolente en una fe
sin inquietud y sin grandeza fe que nunca supo de herosmo. Confiaba en el dogma de
la disciplina y del orden, la religin, hasta ayer imperante, estaba satisfecha de su mandarinismo que le permita conservar acrecindolos sus intereses materiales y eludir la vida histrica y las grandes preocupaciones del espritu. Mas lati con fuerza el corazn generoso
de la juventud, se manifest virilmente una aspiracin largo tiempo contenida, y pudimos
comprobar que la Crdoba catlica y materialista materialista por catlica haba caducado en las conciencias que era un conquistador vencido por su deleznable conquista.
Entiendo que venimos aqu no solamente a solidarizarnos con la obra iniciada, es decir
con un pasado, sino tambin con un porvenir, con nuestro porvenir, con la prosecucin
indefinida de nuestra obra, que por ser de vida y de amor no veremos concluida, pues ella
no ser ms que un momento de la vida y de la duracin espiritual de nuestro pueblo, que
lo habremos llenado con nuestros sueos; ella ser, en fin, el areo eslabn con que una
generacin, ofrendando en el altar de la patria soada, habr contribuido para la cadena de
la raza, para que sta persista en el tiempo, alcanzando en cada etapa de su vida ascendente una ms bella plenitud.
He dicho patria. Un sentimiento complejo y muy arraigado en nuestra afectividad nos vincula de modo permanente al suelo en que hemos nacido. Digamos cul es y cmo es nuestro
amor a la patria; hablemos, pues, de nuestro patriotismo, para distinguirlo distincin muy
necesaria en estos momentos de otro presunto patriotismo que nuestra conciencia de
hombres libres no puede aceptar sin traicionarse a s misma. Desde luego, nuestro amor
a la patria est muy lejos de ser semejante a la actitud de la mujer de Lot, inmovilizada,
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petrificada en la contemplacin del pasado. Las vidas que tocan a su ocaso no viven ya, apenas recuerdan; el recuerdo es la oracin que ellas musitan en las ltimas gradas de la vida,
antes de acogerse al templo misterioso de la muerte. No ser yo quien niegue al recuerdo
toda su belleza melanclica; pero cuando se es joven, cuando uno empieza a afirmarse en la
vida tiene que aumentar su hogar interior con la santa combustin de la esperanza. Y bien,
una patria no est sujeta al proceso de las vidas individuales, no puede envejecer, debe ser
siempre joven, y para ello tiene el derecho de contar con la perenne juventud espiritual de
sus hijos. Yo simbolizara a la patria antes que en una vida que declina, llena de recuerdos,
en la de un joven, pleno de esperanzas, que se inicia en la vida con un corazn puro, capaz
de todo impulso generoso. Nuestro patriotismo no puede ser mera contemplacin del pasado; ante todo y por sobre todo l debe ser voluntad de superar la patria del presente, de
realizar un nuevo ensayo de vida que implique ms altos valores humanos para el individuo
y la colectividad; en fin, nuestro amor a la patria, si ha de ser fecundo, debe traducirse por
una amplia visin del porvenir. Miremos ms nos ensea Unamuno, que somos padres de nuestro porvenir que no hijos de nuestro pasado, y en todo caso nodos en que se
recogen las fuerzas todas de lo que fue para irradiar a lo que ser. Sinteticemos nuestro
concepto del amor a la patria diciendo, con la hermosa frmula de Jaurs, que estamos
atados a este suelo por todo lo que nos precede y todo lo que nos sigue; por lo que creamos y somos creados; por el pasado y por el porvenir; por la inmovilidad de las tumbas y
por el mecimiento de las cunas.
Nuestros mayores duermen ya el sueo eterno en la inmovilidad de sus tumbas; muchas
de esas vidas han pasado por el prtico de la gloria y alientan inmortalidad. Tengamos para
todas ellas, para las de los hroes del pensamiento y de la accin que legaron su nombre
a la posteridad, para las de los humildes que pasaron inadvertidos y silenciosos, tengamos
para todas esas tumbas, que simbolizan el pasado de nuestro pueblo, un muy puro pensamiento, un emocionado recuerdo; pero volvamos nuestro ojos a este sublime mecimiento
de las cunas otro smbolo! el smbolo sagrado del porvenir de nuestro pueblo, bella
promesa de la eternidad del alma colectiva. Este mecimiento de las cunas es la vida misma
que, en un misterioso impulso creador, se afirma ms all de las tumbas y de las glorias del
pasado llevando en su seno el plasmo de insospechadas realidades.
Nosotros, trmino medio entre ambos extremos, tenemos una gran misin que cumplir: nos
corresponde elaborar un patrimonio espiritual para entregarlo, incontaminado, a las generaciones que nos sucedern; y habremos traicionado a la vida tenedlo por seguro si a
estas no podemos decirles en la muda elocuencia de las obras; esto es lo que hemos realizado, lo que hemos pensado, lo que hemos soado; concebid y realizad algo ms grande,
soad algo ms bello, y proseguid por la ruta del ideal.
Tenemos una misin que cumplir. Para concebirla con cierta claridad y despertar al sentimiento de la grave responsabilidad que ella entraa, debemos venir a una plena conciencia
de esta hora histrica que vivimos. La inquietud que hoy agita a todas las colectividades
humanas nos dice, en el lenguaje confuso pero elocuente del dolor y del presentimiento
que algo nuevo y grande se est gestando en las entraas de la humanidad; esa inquietud
es el sagrado temblor que anuncia el alumbramiento. Un hlito de tragedia y de lucha nos
envuelve; la angustia y la esperanza, en que se agigantan las almas, otorgan a esta hora
solemnidad y grandeza. Todos los pueblos de la tierra, inspirados en las normas de libertad
y justicia, postulan una vida ms humana y ms bella. La voluntad de los hombres, que en
un largo ostracismo ha adquirido el temple del acero, hoy se aplica, segura de s misma, a
los acontecimientos, y en un esfuerzo heroico est torciendo el curso de la historia para imprimirle la direccin que exigen superiores anhelos. Y esta intervencin directa de la voluntad y el pensamiento de los hombres en el devenir histrico no debe extraarnos; porque,
como muy bien lo hace notar Guido de Ruggiero, el pensamiento no es pura contemplacin
de la realidad, sino realidad histricamente determinada y obrando histricamente. Y por
qu no haba de ser tambin determinante de la realidad histrica el deseo de perfeccin,
la voluntad de realizar lo nuevo y vivirlo en cada momento de la duracin del espritu
colectivo? Nosotros no podemos concebir las humanas aspiraciones y todos los valores
morales que la fe en los ideales va creando en los espritus como una intil ensoacin, flotando como fuego fatuo sobre la corriente de la historia; antes por el contrario, pensamos,
que tales aspiraciones y valores son la levadura misma de la historia divino fermento
de la perfeccin! Si as no fuere, tanto el individuo como las colectividades tendran que
renunciar para siempre a ser cada vez mejores, a superarse humanamente; en tal caso la
vida humana habra perdido todo su significado. La realidad inmediata desmiente categricamente tal supuesto; y si no a qu responde la inquietud de esta hora? Sentimos que
hoy la vida humana est cobrando ms significado que nunca; es que la humanidad vive un
momento en que se est superando a s misma. Terminada la guerra europea contienda entre dos capitalismos se inicia en el mundo una verdadera cruzada para conquistar la
libertad y la justicia. Es un movimiento que persigue la elevacin de todas las patrias, para
que afirmando stas, de un modo integral, su personalidad histrica, su peculiar espritu,
puedan todas convivir fraternalmente en una humanidad mejor. Es una nueva vida que se
insina en el mundo y que desde ya se nos anticipa como una sntesis original; se trata,
puede decirse, de una nueva experiencia de humanidad, este nuevo ensayo de vida supone,
desde luego, la caducidad de muchos valores, el derrumbe de muchos dolos, el quebrantamiento de innmeras cadenas de todas las cadenas, que por siglos han impedido el libre
desenvolvimiento de la personalidad humana, ahogando toda posibilidad de vida superior.
Esta caducidad de los viejos e inhumanos valores no debe alarmarnos, porque al fin ser la
vida la que triunfe, dejando tras de s, como lastre muerto, todo aquello que no tiene fuerza
para vivir porque ya ha caducado en el espritu de los hombres.
Ahora s podemos decir con Nietzsche, que los dioses han muerto, y agregar que la ley, en
todo lo que se opone al espritu, tambin ha muerto. Algn da, quiz no lejano, podremos
decir con el apstol Pablo: ms ahora estamos libres de la ley habiendo muerto a aquella
en la cual estbamos detenidos, para que sirvamos en novedad de espritu, y no en vejez de
letra. Es una perenne verdad lo de que la letra mata y el espritu vivifica.
Quien abriga en su corazn la ley nos dice Unamuno est sobre la dictada por los
hombres; para el que ama no hay otra ley sino su amor.
Hemos afirmado, con Nietzsche, que los dioses han muerto; podemos decir, con ms verdad, que todava no ha nacido el Dios de libertad, de amor y de justicia; el Dios, creacin
viviente de la humanidad, de su espritu, que abismado ante el misterio de la vida y sobrellevando la incertidumbre suprema, slo pide bondad y amor para hacer menos penoso su
trnsito por la tierra. Oigamos a Guyau, el filsofo poeta: La humanidad ha esperado largo
tiempo que Dios se le aparezca, y l se le ha aparecido; y no era Dios. El momento de la espera ha pasado; ahora es del trabajo. Si el ideal no est completamente acabado, como una
casa, depende de nosotros trabajar juntos para hacerlo; y Guyau agrega: Yo ignoro lo que
puedo fuera de m, no poseo ninguna revelacin no escucho ninguna palabra resonante en
el silencio de las cosas, pero yo s lo que interiormente quiero y es mi voluntad la que har
mi potencia. La accin sola da la confianza en s, en los otros, en el mundo. S, depende de
nosotros trabajar en el ideal, irlo plasmando grande y bello. Agucemos, pues, nuestra sensibilidad y dejemos al corazn vivir sus libres impulsos, que as conquistaremos ese mundo
moral en que todas las almas se sienten solidarias en una idntica aspiracin, en una misma
obra de amor. Goethe, otro espritu todo amplitud y excelencia, nos dice que todo corazn
que quiere asegurarse de su propia espiritualidad no puede hacer profesin de indiferencia. Otra cosa no poda decirnos quien opuso al imperativo categrico y racional de Kant,
contemplndolo, el imperativo cordial; o sea este mandato silencioso del corazn que nos
lleva a sufrir con todos los que sufren, y a soar con todos los que suean.
Cmo trabajar en el ideal? Qu presupone de nuestra parte su realizacin? Ante todo es
necesario que conquistemos da por da la juventud de nuestro espritu; que alimentemos
nuestra ntima rebelda con nuevas y ms altas esperanzas es decir, que mantengamos
siempre vivo ese fondo de rebelda, que no es sino aspiracin hacia lo mejor, deseo de lo
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que an no ha sido pero que ser. Solamente los salvajes pueden creer, de acuerdo con la
frmula de un optimismo profundamente inmoral, que vivimos en el mejor de los mundos
posibles. A los que tal piensan se refiere Fichte en estas palabras: En su concepto, la historia ha cerrado ya muchas veces el crculo en que gira, no habiendo, por tanto, nada nuevo
bajo el sol, porque han secado la fuente de la vida eterna y dejan que la muerte contine
su camino y descanse a menudo entre los hombres. Nosotros no diremos, porque ello no
estara enteramente de acuerdo con la verdad, que vivimos en el peor de los mundos; pero
tenemos el derecho de concebir uno mejor, y de esforzarnos hacia l, rompiendo la marcha
con el corazn bien alto. Concebir ese mundo mejor es empezar a crearlo, porque el pensamiento, cuando responde a una necesidad ntima del ser, es ya una creacin. Vivamos, pues,
constantemente insatisfechos. Si el estado de cosas existente est lleno de sombras y de
miserias no lo aceptemos como nuestro destino natural; rebelmonos contra l en nombre
de los postulados de un sentimiento humano esencial.
Rebelda y amor son el resorte ntimo del ideal. Amamos lo mejor porque poseemos la
virtud de rebelarnos, y nos rebelamos porque nuestro espritu est ya tocado de un amor
anterior. Alguien podra objetarnos, en nombre de los cnones de la lgica, que incurrimos
en un crculo vicioso; nosotros le responderemos que es un crculo que est al margen de la
lgica, y que nos dice del profundo ilogismo de la vida; efectivamente, es un crculo mgico
que engendra su propia tangente, tangente que es idea en proyeccin al infinito.
Amor y Rebelda. He aqu el secreto de nuestra posibilidad de perfeccin. Gorki lo ha comprendido muy bien al escribir estas palabras, recientes: Cristo es la idea inmortal de la
piedad y de la humanidad; Prometeo es el enemigo de los dioses, el primer rebelde contra
el destino... Y ahora llega el da en que los dos smbolos el de la bondad y el de la piedad
y el otro de la soberbia y de la audacia se funden en el espritu del hombre en un solo
gran sentimiento y todos los hombres reconocern el propio valor, la belleza de sus aspiraciones y los vnculos de sangre que los ligan entre s. Y Gorki yendo ms all del odio, que
es inevitable en toda lucha, afirma la excelencia de su humansima concepcin con estas
palabras: la vida no tiene sentido sino a condicin de la victoria del amor. Al nombrar a
Gorki no puedo menos que recordar al titnico Dostoiewski, a este gran espritu cristiano,
floracin soberbia de aquel pueblo que en su ley fundamental ley que entraa el espritu
que animar la nueva vida ha escrito: supresin de la explotacin del hombre por el hombre, iniciando una nueva etapa para la vida de la humanidad, oigamos la voz proftica de
Dostoiewski: Guardamos la imagen de Cristo que lucir como un diamante precioso sobre
la fraternidad, ello vendr, ello vendr.
A nuestra legtima interrogacin sobre lo que pueda significar el advenimiento de una nueva era, responde muy bien el filsofo cataln Eugenio dOrs dicindonos en una de sus
admirables glosas: Nuestro instinto nos dice que una Era nueva es una nueva manera de
partir el pan. Podemos agregar que una nueva manera de partir el pan implica el advenimiento de un nuevo espritu, la instauracin de un nuevo ideal de la vida. Nuestra edad se
caracteriza por el predominio de las cosas y de los valores econmicos sobre el hombre.
Puede decirse, sin error, que la vida humana ha sido desplazada a un ltimo plano en la tabla de los valores. La personalidad est constreida por mil fuerzas que conspira contra su
libre desenvolvimiento; la humanidad se encuentra aplastada por la organizacin industrial
y econmica de la sociedad capitalista, que tiene por expresin poltica el Estado actual.
Tambin en la Edad Media el hombre sufri un largo eclipse. La iglesia, para llevarlo a la
beatitud en el otro mundo, lo encaden en ste. Mas viene el Renacimiento, lo que algunos
historiadores de la filosofa justamente han llamado el descubrimiento del hombre, y el
humanismo eleva la vida, imprimindole una nueva direccin. Con el Renacimiento surgen
los magnos problemas de la religin y del derecho natural; se constela de almas su cielo
magnfico y por su prtico augusto pasa, entre otras grandes figuras humanas, la de Giordano Bruno y la de Luis Vives; marchan hacia la resurreccin del hombre, y desde la cima
de su espritu contemplan el amplio panorama de una vida nueva. Sigue la Reforma, hija
espiritual del Renacimiento; en ella irradia el espritu de Lutero, y la libertad de conciencia
II
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que haya siempre ricos y pobres no quiere decir que unos ni otros lo sean de nacimiento,
y no estara de ms un turno. Con lo que no se resolvera la antinomia, pero cambiara de
sujetos. Lo de que siempre habr pobres y ricos se nos antoja una pseudo-antinomia. Se la
puede justificar racionalmente, torturando la inteligencia y la lgica; pero no se la lograr
asentar legtimamente en la razn aunque se la formule del modo ms filosfico posible
y es de notar que algunos economistas inspirndose en esta pseudo-antinomia han hablado de una filosofa de la riqueza y de una filosofa de la pobreza. Concedamos que
sea una verdadera antinomia; en tal caso, siendo ella la formulacin de algo enteramente
emprico, de lo ms transitorio y deleznable, los intereses de ndole material que pueden
darse en la vida del hombre y de la sociedad no cabe pensar en la posibilidad de sustituirla, superndola, por una antinomia que responda a preocupaciones humanas de orden
ms elevado? Mas desde otro punto de vista podra pensarse en la solucin, una solucin
sui generis, de esta y de las otras antinomias sociales: as como la antinomia de la razn
prctica se resuelve, segn Kant, con la creencia en una vida futura, as las antinomias de
lo que podemos llamar la razn social que es tambin una razn prctica se resolveran con la creencia en un estado social de relativa armona y libertad; o sea haciendo de
la utopa una realidad espiritual. Esta solucin, moviendo constantemente a los hombres
en el sentido del ideal, implica la perennidad de la lucha. Tratar de que la utopa sea en
nuestro espritu realidad viviente es, por cierto, noble y humansima tarea. Recordemos
estas hermosas palabras de Anatole France, dirigindose a los estudiantes franceses: No
temis pasar por utopistas, no temis construir en las nubes, forjar repblicas imaginarias
como Platn, Toms Moro, Campanella, Feneln Utopistas! Es la injuria acostumbrada que
los espritus limitados arrojan a los grandes espritus, y con la que los hombres polticos
persiguen a los soberanos del pensamiento.
.En esta hora de graves responsabilidades, los hombres libres del grupo Claridad, con su
decidida actitud en pro de la libertad y la justicia, vuelven por los fueros del pensamiento
soberano. Ante los desbordes y brutalidades del capitalismo ensorbercecido con su triunfo
pues en todos los pases, incluso los neutrales, ha triunfado a excepcin de Rusia, donde
la evolucin est dando buena cuenta de las seudo-antinomias el manifiesto de Anatole
France y sus amigos es una clarinada que llama a los hombres al combate espiritual para
afirmar la dignidad de la vida y en eterna belleza. No se trata de conquistar un estado social
paradisaco de absoluta paz, sino de superar esta mezquina forma de lucha, engendro del
srdido materialismo que caracteriza a la civilizacin capitalista en estas latitudes. Se aspira
a que la personalidad humana, liberada de la degradante servidumbre econmica, adquiera
su legtima primaca sobre las cosas. Postular un estado social mejor no quiere decir, de
ningn modo, que en l el hombre haya de colmar las ansias de su espritu, solucionando
definitivamente las dudas que lo atormentan. En vez de anegar sus inquietudes en una paz
de muerte, se plantear, con ms integridad quiz, los grandes problemas del mundo y de
la vida, y todos aquellos que ataen directamente a la naturaleza moral. Nuevos tiempos
engendrarn preocupaciones an no sentidas, y problemas nuevos se insinuarn a su sensibilidad siempre despierta.
Todo ideal, como que humanos sueos lo han generado, concibe una meta ms o menos
quimrica. Movindonos en la direccin que l nos seala, vamos interponiendo fatigas,
decepciones y esperanzas entre el presente que es descontento y la quimrica meta que
mientras ms se aleja ms nos alucina. As el hombre, de frente al misterio, va marchando
por el camino infinito de un combate eterno... No podemos lamentarnos de esta fatalidad
desde que ella nos obliga a superarnos constantemente. La vida del espritu, buscando con
heroico afn su propia plenitud, engendra la revolucin eterna que nos habla Chesterton.
Esta inquietud, esta mxima sed de perfeccin, se ha expresado mejor que en ningn otro
en el ideal anarquista. Nada de extrao tiene la aspiracin que entraa la comprensin anrquica es a la vez sentimiento del espritu y numen de la historia. Crdoba, diciembre de 1919.
[Carlos Astrada, Por el camino infinito..., en Clarn, Buenos Aires, enero de 1920]
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Travesas
318
III
El revolucionario eterno
... daba con su hacha en el tronco de las encinas sagradas, y los sometidos se
asombraban de no verlo devorado por el fuego celeste . . .
Mas Stirner.
. . . no se trata de calcular placeres, de hacer contabilidad y finalidad: se trata de ser y de
vivir, de sentirse ser, de sentirse vivir, de no ser una especie de mentira en accin,
sino una verdad en accin.
Guyau, Esquisse dune Morale..., pg. 248.
I.
Sabe de las adversidades que depara el combate de cada da y ha transformado en frrea
necesidad las contingencias de una vida azarosa y difcil. As va corriendo la gran aventura
de su ideal. Porque el revolucionario eterno es antes que nada un aventureronaturalmente del tipo elevadoque va jugndose todo en cada encrucijada de su lucha tenaz y heroica
contra los poderes constituidos.
Su vida, tocada de un ideal de perfeccin y reconfortada por una inalterable fe en su quijotesca empresa, dirasela area moneda de esperanza que con un desinters rayano en la
inconsciencia l arroja sobre el tapete rojo de la conspiracin.
Las persecuciones han hecho de la existencia del revolucionario eterno un constante sobresalto, y este ha llegado a ser su ritmo natural. Habituado a arriesgarlo todo necesita ya
del peligro como del aire que respira; su carrera de conspirador es un vrtigo a travs de
las emociones ms diversas.
En todas las circunstancias est por encima de los cnones de la moral de clase porque
posee el elevado sentido tico que emana de sus propias convicciones, probadas al fuego
del sacrificio cotidiano. Siempre en pos de la belleza eterna de la idea, desafa las asperezas
del camino sobrellevando la plenitud de sus sueos.
Soldado de una cruzada, para l no tiene tregua el combate por la libertad; eterno combate
creador que agiganta sus fuerzas e ilumina su espritu. Identificndose con la ntima fuerza
expansiva de la vida postula la libertad absoluta como imperativo categrico; como voz autntica que viene de las profundidades del espritu y que nos dice de su esencia anrquica.
Su ansia de libertad es intuicin de una belleza trascendente que no cristalizar en obra
inmortal porque ella es la vida misma que as nos incorpora a su movimiento ascendente
y nos eleva a un ideal de perfeccin, brindndonos su eternidad viva en el frgil vaso del
instante fugaz e inasible. Su inquietud es soplo que espolea las formas inertes, que agita las
vidas prosaicas y humildes; quiere redimir estas vidas, infundindoles su propios sueos, y
as incorporarlas a su luminosa trayectoria para correr juntos el albur de la gran quimera.
Su palabra ardiente es espritu que se infiltra en la vida de esos hombres agobiados por el
yugo de un trabajo inhumano y brutal diraselos fragmentos de materia obedeciendo a la
ley de la inercia csmica y los solivianta a la visin de un ideal.
1
319
Travesas
320
III.
Ya tenemos al revolucionario eterno expulsado de su pas de origen; no importa; apenas
llegado a la casa del burgus vecino, donde tambin los guardianes del orden velan por
los fueros de la Autoridad sacrosanta, lo veremos izar su bandera de combatiente invicto.
Expulsado de una y otra parte recorrer diversos pases arrojando a todos los vientos la
roja simiente. Siempre con su alma en trance heroico, viajar errabundo entre hombres desconocidos pero todos hermanos suyos hijos todos de un mismo dolor. En donde haga un
alto, all plantar su tienda de rebelde y dir a los hombres su palabra mstica, sealndoles
el camino que conduce a la liberacin a travs de la constante lucha. No peregrinar en
vano; a donde lo lleve su errante paso de soldado de la libertad dejar un poco de ensueo
en el alma de los oprimidos, hacindoles presentir la belleza eterna que encierra la vida
cuando se afirma como indefinida progresin creadora, tendiendo a travs del dolor y de la
muerte hacia un libre universo.
Revolucionario bajo todos los regmenes, lo fu ayer, lo es hoy y lo ser maana. Eterno
descontento jams podr satisfacerse con la cristalizacin de los ideales; siempre considerar lo que se realice en tal sentido como concreciones transitorias que han de ser obstculos para un perfeccionamiento ulterior. Su ideal de libertad se abre, como la vida misma,
de la cual es direccin tica cardinal, sobre una perspectiva infinita. Sobre este fondo de
infinitud y eternidad el hombre recorre la curva de su existencia buscando de realizarse a s
mismo como fin en s, mediante la diaria conquista de su libertad. Debe crear su propia vida
esforzndose en cada momento del devenir de su espritu, por llevar a plenitud sus ms
ntimas aspiraciones, sus mejores sueos.
IV.
En ocasiones el revolucionario eterno, forzado por las circunstancias, se conduce no ya
como agitador espiritual, sino como terrorista. Suele ser en pocas luctuosas para la libertad en que los desmanes del despotismo han pasado el lmite tolerable. Entonces asistimos
al espectculo, admirable de dignidad y de belleza, del hombre que se yergue solo en defensa de los fueros de la libertad, oponiendo a la violencia organizada del poder la violencia
personal que casi siempre va acompaado del propio sacrificio.
Acepta tan extrema situacin porque sabe con Guyau que: Quien no obra como piensa, no
piensa completamente. Pensando as, que es pensar vitalmente, el revolucionario eterno
ha llegado a la accin extrema. No nos alarme esta expresin: significa tan solo que la idea
ha rebasado el espritu, por exceso de vida, y se prolonga en accin para encarnar en insuperable belleza trgica. En este trance de su lucha el revolucionario eterno sin vacilar ha
jugado su vida. El sacrificio estaba en su camino de cruzado. Renn comprendi muy bien
estas almas, ciertamente de estirpe, cuando dice de ellas que cual mariposas vienen a morir en la luz de un ideal. Una muerte as es un acto de fe que vivifica el ideal y lo prolonga
ms all de la efmera vida individual en que transitoriamente encarn.
V.
Al hundir nuestra mirada en la realidad presente percibimos en toda su magnitud la epopeya libertaria que estn viviendo los pueblos; contemplndola, el espritu se siente algo
deslumbrado por su trgica grandeza al par que la gran visin lo reconforta y anima porque
en ella reconoce el mismo fuego purificador que lleva en s. Contemplando los acontecimientos a travs de ese prisma bsico que es la personalidad comprenderemos luego no
ms el papel fundamental que en ellos juega el revolucionario eterno. l es el fermento de
rebelin que en estos momentos lgidos trabaja a las multitudes que marchan hacia la insurreccin. l mantiene viva la llama del ideal y la levanta por encima de la cobarda ambiente;
as el aliento de los hombres libres llegar hasta ella, para abrillantarla y darle incremento.
Grande es Lenin este hombre emersoniano aplicando su voluntad de acero a los
acontecimientos para orientar la Historia en el sentido del ideal que l encarna en forma
admirable. Pero no menos grandes se nos ofrecen a nuestros ojos un Alejandro Berkman o
una Emma Goldman al intentar, llevados por esa impaciencia anrquica que caracteriza la
hora que vivimos, el derrumbe de las instituciones de la abominable plutocracia yanki o de
las libres instituciones de la gran democracia del norte que suelen decir los folicularios
del liberalismo poltico. El serfico lacayo de la plutocracia, Wilson, velando por el orden
creado para mayor gloria de los magnnimos reyes del acero, del petrleo, del carbn, del
cerdo, declar a Berkman y Emma Goldman personas undesirables, expulsndolos.
Es el sino del revolucionario eterno ser persona undesirable para los guardianes, ms o
menos electivos, del principio de autoridad. Pero l midiendo con su intuicin de vidente el
camino de la Historia, campo del eterno combate, podr decir al rebao de esclavos mostrndoles su bculo de peregrino del ideal; s, a todos los que atentan contra la belleza de
la vida, reducindola a servidumbre, podr decirles con Ibsen, el glorioso poeta: mi bculo
se mira en el lmpido mar de la libertad.
[Carlos Astrada, El revolucionario eterno, en Mente, Crdoba, n 1, mayo de 1920]
IV
Convencidos de que en esta hora en que el mundo asiste al nacer de una nueva civilizacin,
ningn espritu puede permanecer indiferente a los hondos afanes que lo presiden, a los
urgentes problemas que propone su advenimiento y a las comunes esperanzas que lo acompaan, sin abdicar la funcin que le est asignada en la actividad consciente, hermanamos
nuestros ideales y lo disponemos para las justas de la voluntad creadora bajo los prestigios
de la palabra Justicia. Suma y sntesis de los anhelos y de las aspiraciones que llenan, que
informan, que animan, que constituyen el proceso mismo de la historia del hombre, la erigimos en lema porque slo con ella podemos expresar el contenido mental de nuestra actitud.
En su nombre afirmamos:
Que el Estado vigente es un instrumento de coercin en lo interno y de conquista en lo
externo, que debe ser reemplazado por una forma cooperativa que importe la supresin
de las clases y que borre las fronteras trazadas por un nativismo sobrepasado para hacer
posible, con ambos procedimientos, la sociedad de los pueblos.
Que es necesario romper la estructura feudal que hace del trabajo una servidumbre, de
la produccin una buena presa para los piratas del robo y del monopolio; del derecho un
privilegio de minoras y del juez un gendarme del privilegio.
Que los valores morales enseados hasta el presente deben ser denunciados como negaciones destinadas a mutilar en el hombre el nico instinto que puede darle la posesin del
mundo y de los valores vitales que es el instinto de rebelin.
Aceptamos en toda su extensin y en todas sus consecuencias las responsabilidades que
emergen de esta apostura. Sin falsos alardes ni arrestos inoportunos, nos dignificamos
por la verdad y por el profundo respeto de nuestras ideas. Ajenos a la nocin jerrquica
que aspira a someter el msculo a la obscura servidumbre del intelecto, nos sentimos ntimamente identificados con la actividad del pueblo que produce, que crea, que ama y que
espera. Nuestra funcin es la que asigna la divisin del trabajo social a quienes aquilatan y
examinan los valores creadores en la obra que realiza, da a da, sin desalientos, con fines
determinados, la nueva civilidad.
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Travesas
322
La integracin del esfuerzo supone, desde luego, la integracin del designio. Queremos un
nuevo derecho, un derecho ms noble y ms alto, no el que se aplica en el tribunal de los
jueces sino en el tribunal de la justicia, segn la clsica distincin del estoico; queremos
una docencia mejor condicionada para los fines humanos; queremos un arte para todas las
almas; queremos una nueva organizacin econmica que corrija el desorden capitalista;
queremos una poltica de virtud de la cual todos los pueblos de todas las latitudes se reconozcan, se compenetren y se comprendan.
Nuestro pensamiento est en todo lo que signifique voluntad en accin. Con los que sufren
encadenados en las crceles de Estados Unidos; con los que dicen la buena nueva en Francia, en Italia y en Inglaterra; con los que derraman su sangre por la verdad en Irlanda y en
Alemania; con los que piensan e inquietan espritus en Espaa; con los que levantan su voz
en el Oriente lleno de sombras; con los hroes civiles de Rusia que han abierto con el ademn del sembrador la aurora del Hombre. Con los hermanos del mundo entero. Nuestro
lema es nuestra salutacin: Justicia!
Sal Taborda Carlos Astrada Emilio Biagosch Ceferino Garzn Maceda Deodoro
Roca Amrico Aguilera.
Mager su bien probada hidalgua la juventud fuera mancillada en su ejecutoria viril sino
supiera alzarse airada para borrar ofensas de villano sobre nombre de mujer. Por eso, hacindonos todos y cada uno responsables del mximo alcance de nuestras palabras, venimos a poner como una marca de fuego sobre el nombre de Carlos F. Melo, harto empaado
por ms de un lenguaje de politiquera criolla, el tilde definitivo de mal nacido y cobarde.
Mal nacido porque ningn hombre que se precie de tal es capaz de llevar su despecho hasta el punto de deslizar la insinuacin aviesa, buscando echar sombra sobre la honestidad de
mujeres, casi nias, que identificadas con el espritu de la Reforma, han sabido aquilatar su
pureza en el desprecio de algn convencionalismo de beata.
Cobarde, porque lanz la insidia escudado tras el prestigio del ms encumbrado sitial universitario que para vergenza de la propia causa estudiantil ha detentado hasta ayer.
Mal nacido y cobarde as denunciamos a Carlos F. Melo ante el infalible veredicto popular.
Gonzalo Muoz Montoro, G. [Guillermo] Korn Villafae, Hctor Roca, Luis Aznar, Carlos
Astrada, Hugo Novatti, Carlos A. Amaya, Alberto Britos Muoz, Juan Carlos Solanas, Ernesto L. Figueroa, Manuel T. Rodrguez, Oreste Giacobe, Edgardo C. Ricetti, Domingo Cera.
VI
infancia
Los hombres estn viviendo momentos difciles y presagiosos. Los tiempos son de lucha y
de riesgo, y un hlito de tragedia estremece la conciencia contempornea. Son los sntomas
premonitorios de uno de esos alumbramientos que dilatan el horizonte de la humanidad
sealndole una nueva etapa a recorrer en el sentido de la perfeccin inalcanzable.
El humano espritu atraviesa por un tramo de religiosidad tomamos esta palabra en su
ms puro sentido y destruyendo dogmas, muertas cristalizaciones habla el lenguaje de la
creacin y se complace presintiendo la infancia gloriosa de ideas no concebidas. Espoleado
por la inquietud de las nuevas formas, ilumina el escenario por la Historia, afirmndose en
un soberano esfuerzo de libertad.
El esfuerzo
Podr la lucha escptica proyectar su sombra glaciar sobre esta gran esperanza de la humanidad. Escuchando a esta dura, por cierto legtima desde que es hija del espritu crtico,
podremos preguntarnos si este nuevo afn no ser al fin de cuentas un nuevo dolor; si este
nuevo ensayo de vida al que nos encaminamos no implicar un nuevo error. Al interrogarnos as, atendemos tan slo a los resultados, sin reparar en el esfuerzo que nos conduce a
ellos, y que quiz lo sea todo. Pensemos, pues, yendo ms all de los resultados, es decir,
pensemos poticamente, y digamos con Goethe: El hombre yerra mientras camina. El
camino es la vida, el error ser una capa del humus del pasado insondable en que el espritu
hunde sus races en tanto brinda al porvenir nuevas floraciones; y en cuento al presente es
y ser siempre el puente que la eterna esperanza tiende a los ideales y a los sueos con que
el hombre va forzando su vida mientras camina protegido por el denso misterio.
Expectativa
Hemos escuchado a la duda para superarla. En cada hombre, consciente de su humanidad,
asistimos a la integracin del espritu crtico por la fe en la accin. El Espritu y la Historia se
identifican; es el signo del nuevo humanismo que adviene y superar al del Renacimiento,
por su contenido tico y por la integracin de valores que traer consigo. Escuchemos,
entonces, a nuestra esperanza de hombres libres. Arrojemos una mirada retrospectiva sobre el laborioso proceso del espritu filosfico a travs de las centurias. Reparando en las
etapas culminadas, que implican un avance, comprobaremos la realizacin progresiva de
la idea de libertad, las paulatinas conquistas del ideal de justicia. Al llevar ahora nuestra
mirada al escenario del presente promisor, nuestro espritu se siente presa de una intensa
expectativa. Es que est empeada en la lucha decisiva para afirmar los valores ticos de
la conciencia civil. En estos momentos lgidos un ideal integral trabaja la conciencia de
los hombres, y cada toque de fuego de la revolucin lo va perfilando en sus contornos
majestuosos...
Originalidad
Llamamos original a aquel momento del decurso de la Historia en que una gran idea comienza a realizarse, en que un gran ideal choca con el mundo de la realidad y su resonancia
lo dilata, y su mgica virtud comienza a transformarlo. Es lo nuevo que va elaborando al
discurrir histrico y con lo cual se enriquece el espritu de cada hombre; a su vez los hombres, mediante su participacin en el proceso de la historia, ascienden, segn la direccin
de un ideal a la conciencia de la humanidad. En este sentido, y contrariamente a la clsica
sentencia, pensamos que siempre habr algo nuevo bajo el sol.
Nuestra poca asiste a la originalidad de la creacin rusa.
Los idelogos reformistas pretenden que el ensayo de Rusia no ofrece ninguna novedad,
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Travesas
324
VII
La democracia y la iglesia
(Palabras pronunciadas en la Unione e Fratellanza el 23 de septiembre)
La Iglesia, una vez perdida su hegemona espiritual y poltica sobre los pueblos, se declar,
por exigencia de su propia dogmtica y para mejor servir sus intereses econmicos, aliada
incondicional de todos los poderes opresores contra los cuales el hombre viene librando
secular batalla, a lo largo del spero camino de la historia.
Hoy el catolicismo, prximo ya a cerrar la curva de su irremediable decadencia, nos habla
de justicia, se siente encendido de amor por los desheredados y, en un rapto de morbosa
generosidad, les promete para no perder la costumbre hasta el paraso... siempre que
ellos, los desheredados, renuncien a bregar aqu, en la tierra, por un lugar adecuado a su
condicin humana. Es el viejo lobo, eterno enemigo de la libertad y de la dignidad humana
que, ejercitando una vez ms su tctica oportunista y utilitaria tambin en bancarrota
se nos presenta, en una parodia de humildad y contricin, vestida con la piel del cordero.
Piel sacada a retazos de la letra del Evangelio, de ese Evangelio, incumplido en el occidente
llamado cristiano.
Pero nada significa esta postura arlequinesca que, a espaldas de la civilidad, el catolicismo
adopta en el intenso drama de los valores histricos que est viviendo la Humanidad.
Los tardos desvelos de la Iglesia por los problemas sociales y sus falaces promesas en
favor del mejoramiento econmico del proletariado no pueden inducir a error a la verdadera
democracia. Esta no hace consistir la realizacin de una relativa justicia social en la degradante ddiva de los que pretenden investir autoridad de amos por derecho divino; sino que sabe
perfectamente, y lo proclama, que ella ha de ser conquistada por sus fuerzas organizadas.
Con sobrada razn afirma Georges Sorel uno de los ms nobles pensadores del movimiento social contemporneo que a los ojos del pueblo la Iglesia no es ms que una
asociacin de gente interesada en el mantenimiento del orden actual, muy hbil y muy
ingeniosa en sus ensayos de organizacin.
Cuando signos evidentes nos dicen que el mundo marcha hacia el socialismo integral, no
es extrao que la Iglesia, que siempre fue hostil al movimiento proletario como buena
aliada del capitalismo y capitalista ella misma y que, desoyendo los clamores de justicia
econmica, lleg hasta negar la existencia de la cuestin social, no es extrao, decimos,
que, alarmada por el avance de la democracia, hable ahora un anodino y torpe lenguaje
reformista. As la vemos, en un espasmo de su bizantinismo agnico, ofrecer a los trabajadores una irrisoria panacea para sus hondos males, reclamando, en cambio, de ellos, con un
gesto de empedernido mercader, la obediencia a sus dogmas, la sombra servidumbre del
espritu, propicia a todos los despotismos.
Partida la Iglesia en su propio baluarte, y carente ya de poder poltico, se aferra cada vez
ms a los dogmas estatales. La religiosidad ha llegado a ser para ella, cosa secundaria.
El sentimiento religioso de los hombres, este resorte mgico que en otros tiempos obedeciera a la presin del dogma, que echaba mano de l con fines utilitarios, ya no responde
a la incitacin externa porque, en parte, ha cobrado autonoma, y lo que de l persiste en
su forma primitiva apenas satura las conciencias confesionales.
Como ya no puede reencender las hogueras en que purific a los herejes que se rebelaban contra su ortodoxia, la Iglesia, echando de menos los antiguos honores, acude a
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VIII
Los estudiantes de Crdoba a sus compaeros del Per
Vctor Haya de la Torre, Lima, Per:
Por su intermedio, noble amigo, enviamos a los compaeros del Per este mensaje fraternal. Sabemos de vuestras luchas civiles por la libertad sagrada del pensamiento, y no ignoramos que la alianza de la dictadura y del altar nada ha podido contra vuestra magnfica
decisin. Ha sido necesario que la carne se transformara en flor de martirio para daros la
razn. Triunfo sellado con sangre, triunfo perenne. La sangre estudiantil y proletaria derramada por dos sicarios de los strapas peruanos es nuestra sangre, no olvidaremos.
Y decimos a los perseguidores: no es Amrica tierra de esclavos. La Justicia se har.
Carlos Astrada, S. Soler, R. Vizcaya, julio Acosta, Olmos, Hctor Miravet, Vicente Catalano,
Esteban Casile, Carlos Brandn Carrafa, Juan Soler, Elas Dicovki, R. Carnero Vaca, J. Benjamn Barros, Horacio F. Taborda, Gregorio Bermann, Jos Malanca, Ceferino Garzn Maceda,
Antonio Pedone, H. Valazza, Francisco Vidal
Nosotros no compartimos esta manera de concebir los cambios sociales realizndose por
virtud mgica. Es indudable que la crisis blica de Europa ha apresurado la liquidacin inevitable de todo un estado social que entraa una injusticia secular. Mas la instauracin de
una nueva forma de convivencia social, segn normas de justicia y libertad, no se lograr
sino a travs de arduas luchas.
Actualmente el movimiento proletario mundial atraviesa por una honda crisis interna. Sus
diversos sectores estn empeados en una apasionada contienda ideolgica. La divisin
imperante en el campo obrero, originada en diferencia de doctrinas, y hasta de ideales, nos
prueba una vez ms, en contra de la concepcin materialista de la historia, exclusiva y deformante, que las ideas, ms que los apetitos, rigen y orientan a los hombres y a los grupos
sociales. Este momento de silencio en la lucha social no podemos interpretarlo como un
decaimiento de las fuerzas de la democracia proletaria. Pero, es lo cierto, de este silencio no
deja de aprovecharse en todas partes, la reaccin, que siempre acecha oportunidades para
desencadenarse. Es necesario, entonces, que estemos alerta.
En presencia de estos altibajos del movimiento social, debemos tener presente, para defendernos de infundadas y nocivas decepciones, las sabias palabras que Romain Rolland nos
dice haber odo de labios de Renn espritu que vivi orientado hacia la libertad, y que
nos legara una ciencia tan alta y tan bella:
En 1887 escribe Romain Rolland en un tiempo en que parecan triunfar las ideas de democracia y paz internacionales, conversando con Renan, o predecir a este sabio: Vosotros
veris venir todava una gran reaccin. Todo lo que nosotros defendemos parecer destruido.
Mas no es necesario inquietarse. El camino de la humanidad es una ruta de montaas que
sube en espiral, y por momentos parece que se retrocede, pero se asciende siempre.
S, por el camino que sube en espiral marchamos hacia una tierra nueva cuyos contornos
estn dibujados en el ensueo milenario que alumbra a la humanidad en sus afanosas jornadas de libertad y de justicia. Que los aparentes descensos, como los altos que en la marcha
esforzada hagamos, para rectificarnos o fijar su orientacin, nos tengan sin cuidado, si en
nosotros sentimos la presencia del ideal invisible.
IX
El alma desilusionada
Las esperanzas utopistas han muerto. El proceso del espritu revolucionario ha cerrado
su ciclo, y tras el vrtigo, engendrado por el apogeo del racionalismo, el alma se siente
desilusionada e invadida por letal fatiga. El hombre, decepcionado por el fracaso de los
artilugios racionales con que quera suplantar la realidad insobornable, ha abandonado su
actitud de altivo reto al destino. Su alma, despus de haber vivido momentos de elctrica
ilusin, ha cado en una especie de marasmo. Presa de la cobarda e inclinada a la servidumbre, ambula exange en busca de un amo, y se acoge, como a tabla de salvacin, a
groseras supersticiones.
Tal es el sombro cuadro que nos traza uno de los pensadores-guas de nuestro tiempo; la conclusin a que, en su reciente y notable ensayo El ocaso de las revoluciones, arriba Ortega y Gasset, despus de un prolijo y atento examen del estado actual
de nuestra civilizacin. Por va de comparacin, que aspira a ser probatoria, el filsofo
espaol ha incursionado, con la penetracin de un espritu dotado de sensibilidad histrica, por Grecia y Roma. Merced a este procedimiento comparativo ha logrado destacar en estas civilizaciones fenecidas etapas semejantes o idnticas a las recorridas por
la nuestra. De aqu concluye que las que an tiene que recorrer la civilizacin occidental no pueden diferir de las que se dieron en Grecia y Roma. De acuerdo a este itinerario predeterminado de nuestra civilizacin decadente, el idealismo revolucionario no
ha sido nada ms que un estado transitorio, una de las estaciones del camino recorrido.
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Frente a las arriesgadas predicciones histricas, que por explicar demasiado no explican
nada, cabe, y es necesaria, una explicacin ms modesta, de valor relativo, es decir, que no
exceda los lmites de la experiencia humana. Nosotros, desde luego, no la intentaremos
aqu. Aludiendo a una cuestin fundamental, queremos limitarnos a sealar, en contra de lo
que sostiene Spengler, la necesidad de restablecer una finalidad para la historia. Uno de los
ms penetrantes y eficaces crticos de la teora spengleriana, Kurt Sternberg, justamente
hace notar (Die philosophischen Grundlagen in Spenglers Untergang des Abendlandes,
en Kant-Studien, v. XXVII, 1922) que el autor de La decadencia de Occidente tiene razn
cuando protesta contra el modo de interpretar la historia, que consiste en dar a las propias
convicciones polticas, religiosas y sociales. Pero a rengln seguido, objetando a Spengler,
Kurt Sternberg escribe estas exactas palabras: Si bien no se puede considerar la historia de
acuerdo a un sentido y fin subjetivos, se la puede considerar y esto debe hacerse, si se la
quiere comprender segn un sentido y fin objetivos. Pero este sentido y fin objetivos de
la historia no podemos buscarlos ms que en la idea de la humanidad civilizada.
Porque hoy se acuse una variacin en el curso de la historia hecho que no se puede negar no nos es dable ver en este fenmeno uno de los signos de la supuesta decadencia.
El alma se siente desilusionada, esto es todo. Despus de haber desarrollado un esfuerzo
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Reseas
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Reseas crticas
A propsito de McMahon, Darrin & Moyn,
Samuel (eds.), Rethinking Modern European
Intellectual History, New York, Oxford University Press, 2014, 305, pp.
Es difcil recordar un momento donde la historia intelectual haya figurado tan centralmente
tanto en la vasta empresa historiadora como
en las humanidades en general (p. 3). A partir
de ste diagnstico inicial, MacMahon y Moyn
ofrecen una lectura colectiva de la situacin
actual de la historia intelectual, tomando en
cuenta la situacin perifrica que, hasta hace
poco tiempo, presentaba frente a otras zonas
historiogrficas ms fuertemente consolidadas
como la historia econmica o la historia social.
Esa visibilidad conseguida por la historia intelectual, especialmente en el caso europeo, ha
disparado una situacin paradojal de acuerdo a
los compiladores: la legitimacin de la sub-disciplina contra la tradicional historia de las ideas
o del pensamiento, propuls la sobre-fragmentacin de los objetos de estudio (acaso una
derivacin ms de L histoire et miettes como
refera Dosse) y el recproco abandono de la
discusin terica y conceptual sobre los alcances de una historia intelectual tensionada entre
un creciente nfasis transnacional y la continuidad de cierta perspectiva naciocntrica.
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Reseas
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cionales, con perspectivas tericas y metodolgicas renovadoras. Por ltimo, se trata tambin, y as la presenta su autor, de una obra de
historia intelectual, que se sita por ello en un
territorio dinmico de temas y debates.
La clave que Scarfi encuentra para abordar
el diseo del orden panamericano es la obra
y actividad de su principal idelogo, Brown
Scott, parte de un grupo de juristas liberales
norteamericanos que a comienzos del siglo
XX se propusieron como tarea la construccin
del derecho internacional. Estos desarrollaron
un discurso nuevo acerca del carcter de las
relaciones internacionales y las dinmicas de
resolucin de conflictos que utilizaba como
matriz los fundamentos del sistema jurdico estadounidense. Los principales instrumentos de
ese nuevo orden internacional deban ser las
cortes internacionales de justicia, encargadas
del arbitraje y de la resolucin pacfica y legal
de los conflictos entre naciones.
Los proyectos de Brown Scott buscaron promover esos principios en el continente americano a travs de la difusin de ideas, el armado de redes y la creacin de instituciones
que sirvieran a la construccin de un sistema
legal interamericano. Como argumenta Scarfi,
se trataba de un proyecto diseado con una
visin etnocntrica, poco sensible a las singularidades de los sistemas jurdicos locales en los
que pretenda influir. La misin civilizadora
de Brown Scott serva as a los fines de lo que
el autor concepta como imperialismo legal,
que pretenda instaurar la hegemona norteamericana a travs de la influencia cultural, y
que irradiaba las clsicas nociones asociadas al
excepcionalismo de aqul pas.
La estructura del libro se organiza en torno de
diferentes etapas o facetas del recorrido de
Brown Scott, una figura que combin exitosamente la labor acadmica y la iniciativa intelectual con la funcin pblica y la intervencin
poltica. A la creacin de instituciones legales y
revistas dedicadas a la disciplina que buscaba
consolidar, se suma su actividad en el Departamento de Estado norteamericano desde los
primeros aos del siglo XX, un momento clave
para los cambios de la poltica exterior del pas.
El captulo uno del libro aborda los proyectos
de Brown Scott para la implementacin de cortes internacionales y su participacin en las po-
333
Reseas
334
lleva a Costa Rica y Guatemala. Ese primer viaje, pues, esa asignatura del intelectual que
desde el Wilhelm Meister de Goethe le resulta constitutiva en su formacin: es el viaje
a tierras lejanas, donde conoce otras gentes,
otros intelectuales y otras mujeres, es decir,
los insumos fundamentales de una cultura ms
ampliada. El joven apasionado Jorge Zalamea
inicia as tempranamente el viaje que le fue
posible a Baldomero Sann Cano solo viejo, a
Jos Eustasio Rivera solo para morir en Nueva
York, a J. A. Osorio Lizarazo para servir a Pern
y Trujillo, o se le neg a Toms Carrasquilla por
quiebra o a Miguel A. Caro (tal vez por empecinamiento anacrnico).
El viaje de Jorge Zalamea es tratado aqu no
como episodio turstico, sino precisamente
como lo que es: una institucin intelectual. Es el
viaje que nos libera de los prejuicios o que debe
contribuir a ello. Para la poca (y quiz hasta
hoy) era una institucin para los privilegiados
que generalmente lo usaba, segn lo recuerda
ngel Rama, para echarse definitivamente a perder. El viaje es en Zalamea lo que fue para Bello, Bolvar, Sarmiento, Montalvo, Rubn Daro,
Mart, Joaquim Nabuco, Gonzlez Prada, Picn
Salas o Alfonso Reyes, es decir, la ocasin de
aprender, abrir horizontes intelectuales, ponerse al tanto de experiencias inditas e inusitadas,
en todo caso, imposibles de vivir en nuestro
estrecho medio. El viaje es en Zalamea, como
es aqu tan profusa y seriamente documentado,
la prueba de fuego para definir una vocacin
prematura y sentar las bases de una actividad
literaria de gran significacin para Colombia.
Zalamea entabla en ese primer periplo viajero
fuertes amistades en Mxico con Xavier Villaurrutia, Jaime Torres Bodet, Carlos Pellicer o Gilberto Owen (particularmente con este). Tras
retornar a Colombia de este viaje desde agosto
de 1925 a abril de 1927, se decide a publicar su
primera obra El regreso de Eva, que le tom
ocho aos de trabajo. No goz, con todo, esta
pieza dramatrgica de aceptacin. Zalamea,
como contrapartida, se consagra a la crtica
literaria, con un nimo profesional casi indito
en nuestro medio (a excepcin de Sann Cano o
Carlos A. Torres). Viaja a Espaa (quiz agotado del medio provinciano) a Espaa a finales de
ese mismo ao. All va a cimentar su personalidad intelectual y su obra literaria. La estrecha
amistad con el poeta, universalmente reconocido, Federico Garca Lorca es parte del inventa-
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La investigacin doctoral Jorge Zalamea, enlace de mundos. Quehacer literario y cosmopolitismo (1905-1969) fue posible gracias a la
circunstancia de que el hijo del poeta bogotano,
Alberto Zalamea Costa, pudo obtener en 2007,
luego de ser abandonado en un stano por 38
aos, el archivo de su polmico padre. Los numerosos documentos que son tratados en esta
investigacin, conforme lo confiesa el profesor
Lpez Bermdez, son apenas una parte de la
montaa de cartas, papel y documentos de muy
diversa naturaleza historiogrfica, encontrados
all. La paciencia para ordenarlos, clasificarlos,
analizarlos, y al fin, darles un orden argumentativo fascinante, se contrae a estas casi 600 densas pginas. Solo quiero reiterar el honor que
se me concede al presentarlas ante ustedes.
Algo ms romnticamente que Martnez Estrada, Jorge Zalamea sigui insistiendo, pero
desde Bogot, en colaborar para la causa de
Fidel Castro. Pero este gesto de compromiso
no pasaba de una elegante manera de aceptar
que las cosas haban cambiado muy profundamente. Su rechazo a la conquista del poder por
las armas fue sntoma de ello (o parte de su inteligencia crtica). Zalamea pidi a la juventud
universitaria conquistar el poder por la inteligencia (en un pas ms bien de mulas resabiadas). Su defensa a la revolucin cubana o su
crtica al Mxico ensangrentado de la masacre
de Tlatelolco, eran gestos desde la distancia.
pero inmediatamente, al descubrir all la escritura de la vida, fuerzan los lmites estrechos
para dar lugar al encuentro de esas formas con
el rgido mundo de las ciencias, tanto que por
momentos estas ltimas le disputan el predominio de la escritura.
Ya el ttulo del libro es sugerente: Jos Ingenieros y las escrituras de la vida. Se presenta
all una biografa, como la historia de una vida
que puede leerse, tal como haca el mismo Ingenieros, como historia de una escritura, que
aqu es biogrfica. Pasando por los diferentes
momentos de su obra, como vericuetos de un
pensamiento enredado, ella presenta a un Ingenieros autor de biografas que, al escribirlas,
relata y crea un marco para su propia vida. As,
desde ese comienzo en los Archivos de Criminologa y Psiquiatra, en el que priman los casos clnicos de los alienados o criminales, hasta
los escritos de la Revista Filosofa en que se
exaltan las grandes figuras de la ciencia local e
internacional, puede verse cmo el derrotero
de la escritura evidencia su esfuerzo por autodescribirse, ya como mdico experto, capaz de
descubrir los artilugios de la simulacin de sus
pacientes, ya como par cientfico e intelectual,
capaz de ocupar un puesto junto a los grandes
hombres de la nacin.
En esos primeros textos de los Archivos,
Fernndez muestra que la descripcin parece
querer ir ms all del cuerpo, complejizando la
nocin misma de vida, pero sin desprenderse
nunca de esa matriz biologicista. Aqu se sientan las bases de una escritura de la vida atada
siempre al cuerpo. Sin embargo, el discurso
clnico se sale de los mrgenes de lo observado no slo por su objeto sino tambin por
su forma y su aplicacin. El evolucionismo,
presente en esos escritos y rasgo relevante del
discurso positivista, es tematizado por nuestra
autora en relacin con su despliegue en el campo sociolgico. All, la tensin entre evolucin
y progreso es un ncleo duro en trminos de
ese exceso que supone la aplicacin del lenguaje y la lgica cientfica.
Esa preocupacin por la vida en sus manifestaciones anormales, degeneradas o, simplemente, clnicas, se traspone en la Revista de
Filosofa, aos despus, como inters por la
vida de los hombres clebres o ejemplares.
La excepcionalidad atraviesa el tercer captulo del libro de Fernndez, como paradigma de
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A propsito de Isabella Cosse, Mafalda: historia social y poltica, Buenos Aires, Fondo de
Cultura Econmica, 2014, 313 p.
El nuevo libro de Isabella Cosse se ocupa maravillosamente de un objeto entraable para
los miembros de, al menos, tres generaciones. Su escritura supuso a la autora, casi con
certeza, la dificultosa tarea de no dejar que
la agudeza analtica se rinda ante la ternura y
la melancola a las que Mafalda nos conduce,
y, a la inversa, evitar que las herramientas de
anlisis disecaran un objeto cultural vivo. La
autora evade ambos riesgos maravillosamente,
al entregarnos una obra fina, profunda, que sin
dudas constituye un aporte a las discusiones
sobre las vinculaciones entre cultura y poltica,
adems de la contribucin evidente a la historia del pasado cercano.
Cosse, con una lectura sobre la sensibilidad
marcada por su formacin temprana con el
maestro uruguayo Jos Pedro Barrn, parte
de una decisin terico-metodolgica que sostiene con solvencia: el humor es una va frtil
para el estudio histrico. El gesto analtico re-
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FICHAS DE LIBROS
Didier Eribon, Regreso a Reims, Buenos Aires,
Libros del Zorzal, 2015, p. 256
La literatura autobiogrfica es un gnero de recurrente aparicin en la vida cultural francesa
aunque, claro est, sin ningn tipo de exclusividad. Durante buena parte del siglo XX fue
cultivado por personalidades como Jean-Paul
Sartre, Simone de Beauvoir, Albert Camus o
Paul Ricoeur, por nombrar slo algunas de las
que lograron dejar su impronta. La reciente
aparicin en espaol del libro del socilogo y
ensayista Didier Eribon es parte de esta larga
saga de la escritura del yo que tanto aprecian
los intelectuales y el pblico galo. Publicado
por la editorial Fayard en 2009, la actual edicin en espaol es una oportunidad para que
el pblico argentino acceda a un libro que en
su pas de origen tuvo una fuerte repercusin
y reconocimiento.
Autor de una de las mejores biografas que se
hayan hecho sobre Michel Foucault, Eribon es
hoy unas de las figuras que concitan la atencin
en el siempre convulsionado mundo cultural
francs. Sus reflexiones sobre la cuestin gay,
las minoras y el psicoanlisis lograron granjearle un sin fin de alabanzas pero tambin de crticas. Su nuevo libro, Regreso a Reims, no fue
la excepcin. Sin embargo, no interesa reponer
aqu cules fueron los argumentos enunciados
tanto a favor como en contra. Ms bien, se
prefiere llamar la atencin sobre dos aspectos, quizs laterales, que se desprenden de su
lectura. Por un lado, la legitimidad que lo autobiogrfico todava conserva como forma de
intervencin y construccin de una propia trayectoria intelectual. Todo ello, cabe recordar,
muy a pesar de las observaciones que el autor
de Las Palabras y las Cosas haba enunciado
respecto a su irremediable declinacin. No obstante, Eribon no ha dejado de lado todo tipo
de advertencias realizadas al gnero, como las
que, por ejemplo, tambin su amigo personal
Pierre Bourdieu enunciara.
Por el otro, y aqu radica uno de los puntos
ms interesantes y potentes del libro, merece
destacarse la forma en que el autor pone en
prctica una faceta autorreflexiva a la hora de
reconstruir y analizar un recorrido personal,
utilizando para ello saberes proporcionados
por una literatura atenta a desentraar los fac-
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Enzo Traverso, Qu fue de los intelectuales?, Buenos Aires, Siglo Veintiuno editorial,
2014, p. 128.
Enzo Traverso ha publicado en los ltimos aos
una serie de trabajos tendientes a reflexionar
sobre diversos aspectos de inters para reas
como las Ciencias Sociales y las Humanidades.
Sus inquietudes intelectuales y polticas anudaron una amplia gama de cuestiones. El debate historiogrfico, las identidades colectivas y
los problemas relativos a la construccin de la
memoria, han sido algunos de los ejes a partir
de los cuales elabor una rica, compleja y productiva mirada sobre temas como Auschwitz,
la guerra civil en la Europa de entreguerras, la
violencia y la relacin entre historia y memoria,
tal como puede apreciarse en su sugerente La
historia como campo de batalla.
durante la dcada de 1980, implic segn Traverso, no solo su retiro del centro de atencin
en la vida de las sociedades occidentales, sino
tambin su reemplazo por nuevos agentes
componedores de procesos hegemnicos de
novedosa factura: medios de comunicacin,
periodistas, expertos y encuestadores. Asimismo, este cambio de escenario trajo aparejado
el predominio de un perfil neoconservador, en
contraposicin al modelo revolucionario o contestatario que predominara durante buena parte del siglo XX. Constatar tal situacin, obliga a
Traverso a replantear la comn idea que ligaba
a los intelectuales con la defensa de la libertad
y la igualdad, desde su nacimiento a partir del
caso Dreyfus. En la ltima parte de la entrevista, al tiempo que valora la preservacin de la
autonoma del espacio intelectual, no deja de
advertir los peligros implcitos conlleva dejar
de lado el ejercicio de la crtica y la consolidacin de los marcos estrechos que propone el
mundo acadmico global, en vista de conjugar
sus saberes con colectivos sociales contemporneos portadores de nuevas utopas.
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e) Sistema de citas
Polticas de la Memoria publica trabajos que contribuyan al estudio y reflexin de los debates actuales en torno a los estudios sobre:
f) No es necesario listar nuevamente la bibliografa al final, excepto si se consulta bibliografa no citada en el texto (Bibliografa
consultada).
g) Se solicita adems utilizar:
Itlicas slo para enfatizar conceptos y para palabras extranjeras (tertium datur)
Comillas tipogrficas xxx (y no "xxx"). En caso de entrecomillado dentro de citas usar comillas simples (xxx xxx xx)
Las aclaraciones acerca del trabajo (agradecimientos, mencin de versiones previas, etc.) se indicarn mediante nota al
pie al final de la primera oracin del artculo.
La adscripcin institucional de autora/autor se indicar mediante asterisco en el nombre, remitiendo a pie de pgina.
n en vez de N
Polticas de la Memoria
Polticas de la Memoria n 4 (2003) Editorial: Para una poltica archivstica
/ Notas: Ricardo Piglia, Guevara, el ltimo lector; Perry Anderson, La era de
EJH / Dossier Revisionismo histrico anti-antifascista y polticas de la memoria:
Bruno Groppo, Revisionismo histrico y cambio de paradigmas en Italia y Alemania; Enzo Traverso, La desaparicin. Los historiadores alemanes y el fascismo/ Dossier El marxismo de Germn Av-Lallemant y la experiencia del
peridico El Obrero (1890-1892): Horacio Tarcus, Un marxismo sin sujeto?
El naturalista Germn Av-Lallemant y su recepcin de Karl Marx en la dcada
de 1890; Ricardo H. Martnez Mazzola, Campeones del proletariado. El Obrero
y los comienzos del socialismo en la Argentina; Israel Lotersztain. De coimeros, marxistas y privatizaciones en el siglo XIX. El Obrero y la crisis del 90 /
Notas: Guillermina Georgioff, La cuestin nacional en el marxismo: una historia
de encuentros y desencuentros; Gabriel Rot, Notas para una historia de la
lucha armada en la Argentina. Las FAL; Vania Markarian, Los exiliados uruguayos y los derechos humanos: un lenguaje de denuncia o un programa emancipatorio? / Documentos inditos: Guillermo David, A la bsqueda de un
sujeto poltico: las afinidades electivas de Carlos Astrada; Diego Ruiz y Cristina
Rossi, Carta indita de Siqueiros; Cristina Rossi, A propsito de Berni y Ejercicio Plstico / Vida del CeDInCI: El patrimonio cultural del CeDInCI. Una visita
guiada; Grupos de investigacin; Proyecto de Microfilmacin; Segundas Jornadas de Historia de la Izquierda / Reseas crticas: a propsito de Juan Suriano,
Claudia Gilman, Situaciones y Zibechi, Duhalde/Prez, E. Torres, Vommaro, Iiguez y Marcos Lpez. Ilustraciones de la revista Nervio.
Polticas de la Memoria n 5 (2004) Editorial / En torno a las representaciones del pasado reciente: Alejandra Oberti / Roberto Pittaluga, Temas para
una agenda de debate en torno al pasado reciente; Ana Amado, El documental
poltico como herramienta de historia; Federico Lorenz, Pensar los setenta
desde los trabajadores / Utopas tardas, entre Europa y Amrica Latina: Robert Paris, Utopa y ciencia en el imaginario socialista; Tony Burns, Marxismo
y ciencia ficcin. Un homenaje a la obra de rsula K. Le Guin; Adriana Petra,
La utopa del individuo integral o el mito de la Arcadia sudamericana. Anarquismo, eugenesia y naturismo en el Viaje al pas de Macrobia; Laura Fernndez Cordero, Una utopa amorosa en Colonia Cecilia; Documento: Giovani
Rossi, Un episodio de amor en la Colonia Cecilia / Militancia y vida cotidiana
en los 60/70: Alejandra Oberti, La moral segn los revolucionarios; Alejandra
Ciriza/Eva Rodrguez, Militancia, poltica y subjetividad. La moral del PRT-ERP;
Documento: Luis Ortolani, Moral y proletarizacin / El Club alemn socialista
Vorwrts y los orgenes del movimiento obrero argentino (1882-1901): Horacio Tarcus, Entre Lassalle y Marx. Los exiliados alemanes en la Argentina de
1890 y la recepcin del socialismo europeo; Jessica Zeller, Entre la tradicin y
la innovacin. La experiencia del Vorwrts en Buenos Aires; Documento: Augusto Khn, Apuntes para la historia del movimiento obrero socialista en la
Repblica Argentina / Ideas y figuras de la izquierda argentina: H. T., Simn
Radowitzky y Salvadora Medina Onrubia. Anarquismo y Teosofa; Simn Radowitzky, Catorce cartas inditas de S. Radowitzky a S. Medina Onrubia; Martn Bergel, Mariana Canavese y Cecilia Tossounian, Prctica poltica e insercin
acadmica en la historiografa del joven Laclau; Claudia Bacci, Las polticas culturales del progresismo judo argentino. La revista Aporte y el ICUF en la dcada de 1950 / Vida del CeDInCI: Graciela Karababikian, Catlogo de
movimientos sociales de Argentina; Adriana Petra, Los socialistas argentinos
a travs de su correspondencia; Microfilmacin 2004; Ediciones digitales; III
Jornadas de Historia de la Izquierda: Los exilios en la historia argentina y latinoamericana / Reseas crticas sobre Silvia Licht, Maristella Svampa y Sebastin Pereyra, Roberto Bardini y Daniel Gutman, Plis-Sterenberg, Blanqui, Sarlo,
Sandra McGee Deutsch, Federico Neiburg y Mariano Plotkin y Daniel Lvovich.
Ilustraciones de Manuel Kantor.
Polticas de la Memoria n 6/7 (2006/7). Editorial. Debates e intervenciones a raz de la carta de Oscar del Barco: Victoria Basualdo, Horacio Tarcus /
Las Izquierdas, los intelectuales y la cultura frente a la dictadura militar: Jorge
Cernadas, Horacio Tarcus, Emiliano lvarez, Cecily Marcus. / Entrevista con
Enzo Traverso. Derivas del antiimperialismo latinoamericado de los aos 20:
Laura Erlich, Alexandra Pita, Martn Bergel, Daniel Kersffeld y Ricardo Melgar
Bao / Escrituras Libertarias: Michel Lwy, Martn Albornoz, Armando V. Minguzzi, Claudia Bacci y Laura Fernndez Cordero / Archivos del Sur: Roberto
Pittaluga, Adriana Petra, Mariana Nazar y Andrs Pak Linares / Vida del CeDInCI. Reseas crticas. Ilustraciones: Luis Seoane.
Polticas de la Memoria n 8/9 (2008/9) Tensiones entre memoria e historia: Daniel James / Crtica y defensa de la razn militante: Elas Palti, Horacio
Tarcus / Dilogo con Judith Revel / Pablo Ortellado, Pannekoek, Castoriadis,
Lefort: Dossier Socialisme ou Barbarie / Intelectuales a contracorriente: Vctor
Serge, Max Eastman, Tristn Marof, Mario Pedrosa / Variaciones sobre Ernesto Quesada: Laura Fernndez Cordero, Martn Bergel, Diego Pereyra, Sandra Carreras, Sol Denot, Gerardo Oviedo / Nuevas aproximaciones a la historia
de las izquierdas en Argentina: Ezequiel Adamovsky, Andreas Doeswijk,
Adriana Petra / Encuesta sobre recepcin: Jorge Dotti, Hugo Vezzetti, Alejandro Blanco, Mariano Plotkin, Luis Garca / Claudia Bacci y Mariana Canavese:
la recepcin argentina de Arendt y de Foucault / Historia reciente: Roberto
Pittaluga, Julia Rosenberg, Alejandra Oberti / Vida del CeDInCI / Reseas crticas sobre Bisso, Lorenz, Franco y Lewin, Tarcus, Funes, Blanco, Adamovsky,
Markarian, Longoni, Winock, Calabrese y de Llano, y la nueva edicin MEGA /
Recuerdos de Andr Gorz, Oscar Tern, Jos Sazbn y Jorge Schvarzer / Homenaje grfico al Mayo francs.
Polticas de la Memoria n 10/11/12 (2011/12) Las ideas fuera de lugar revisitadas: Roberto Schwarz, Mara E. Cevasco / Los archivos de las izquierdas
y el movimiento obrero / Intelectuales y constelaciones posnacionales: Siskind, Sapiro, Dujovne, D. Garca / Fuentes para una historia del feminismo argentino / Encuesta sobre libreras y editoriales en la formacin de las
generaciones intelectuales argentinas / Ingenieros y Lugones: modernismo y
socialismo fin-de-sicle: H. Tarcus / Romain Rolland y Stefan Zweig, la conciencia
trgica de la Europa de entreguerras: Afrnio Garca, David James Fisher / Tortti,
Piemonte, Viana: los otros rostros del socialismo argentino / Para una historia
del libro y las editoriales en Argentina: Sor, Barbeito, D. Garca / Reverberaciones de un debate: Sotelo, Petruccelli / Intervenciones: Adamovsky, Bergel,
L. I. Garca, Fernndez Vega, L. N. Garca / Vida del CeDInCI / Reseas y Fichas.
Polticas de la Memoria, n 13, (2012/13) Los Lugares de la Memoria: Philippe Artires y Dominique Califa, Bruno Groppo, Lucas Domnguez Rubio /
Dossier: Jos Ingenieros y sus mundos: Hugo Vezzetti, Ana Mara Talak, Lila
Caimari, Laura Fernndez Cordero, Claudio Batalha, Osmar Gonzales, Ricardo
Melgar Bao, Martn Castilla, Pablo Yankelevich / Historia del libro y la edicin: Martn Ribadero, Emiliano lvarez / Historia Intelectual: Carlos Altamirano, Emiliano Snchez / La crisis del marxismo: Sorel indito /
Encuesta: Peronismo y Cultura de Izquierdas: Aboy Carls, Adamovsky,
Aguilar, Anguita, Bergel, Feinmann, Fernndez Vega, Freibrun, Grimson, Jacoby, Kaufman, Mosquera, Salas Oroo, Sanmartino, Sarlo, D. Sazbn, Solana, Stefanoni, Tarcus / Marxismo hoy: Vivek Chibber, Federico Mare /
Adrin Gorelik sobre Sebreli y Buenos Aires / Las cartas del joven Aric /
Ilustraciones de Sergio Bordn.
Polticas de la Memoria, n 14, (2013/14) Instantneas: Democracia, poltica y representacin / Dossier: El gnero epistolar como desafo: Ccile
Dauphin, Lucila Pagliali, Laura Fernndez Cordero / Historia Intelectual europea Homenaje a Jos Sazbn. Dossier: Masaryk y la crisis del marxismo: Horacio Tarcus, Toms G. Masaryk, Emiliano Snchez / Historia
Intelectual latinoamericana: Natalia Bustelo, Karina Janello / Historia del
libro, la edicin y la lectura en Argentina. Dossier: Santiago del Estero: bibliotecas, grupos, revistas, libreras: Alberto Tasso, Ana Teresa Martnez,
Csar Gmez, Ana Beln Trucco / Izquierdas, prensa y edicin: Juan Buonome, Adrin Celentano / Bicentenarios. Celebracione y memorias nacionales: Pablo Ortemberg, Toms Straka / Variaciones sobre msic y poltica:
Christophe Prochasson, Martn Baa / Documentos: Agustina Prieto, Laura
Fernndez Cordero, Pascual Muoz / Ilustraciones de Norberto Gmez.
Polticas de la Memoria n 15 (2014/15) Croce indito: Cmo naci y cmo
muri el marxismo en Italia / Dossier La correspondencia en la historia intelectual:
M. Arnoux, A. Mailhe, G. Cabezas, M. Muiz, M. Chinski, E. Jelin, J. Myers, M.
Bergel, M. Ribadero, A. Celentano, M. Starcenbaum / Dossier Intelectuales
comunistas latinoamericanos: Rafael Rojas sobre Juan Marinello, Lincoln Secco
sobre Caio Prado Jr., Vania Markarian sobre Jos Luis Massera, David Schidlowsky
sobre Pablo Neruda, Adriana Petra sobre Hctor Agosti; Luciano Garca sobre
los psiquiatras comunistas argentinos / Los intelectuales europeos y la Gran
Guerra: Maximiliano Fuentes Codera, Daniel Sazbn / Bruno Groppo sobre la
memoria rusa y los usos del pasado / Carlos Barros: franquismo, historiografa
y memoria / Editoriales latinoamericanas: Valeria An sobre Era y Joaqun
Mortiz, Martn Corts sobre Folios / Grabados del Taller de Grfica Popular.