Salvación y Condenación

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Salvacin y condenacin

Cul es el asunto ms importante que tiene el hombre entre manos? Cul es su negocio primordial, cul su
principal afn? Sin lugar a dudas, salvarse. Ese es el negocio ms importante de nuestra existencia. A su lado
todo lo dems es secundario, lo eterno es definitivamente algo que no podemos obviar a cambio de lo
cotidiano...

Los seres humanos tenemos muchas y diversas ocupaciones. Con algunas nos ganamos el pan de cada da, de
acuerdo a nuestra profesin u oficio. Con otras llenamos nuestro tiempo libre. Son nuestros hobbies, algn
deporte o alguna aficin. Otras ocupaciones forman parte de nuestras obligaciones, segn nuestra situacin en la
vida: educar a los hijos, en el caso de los padres; cuidar de su hogar, en el caso de las esposas, etc. A estas
ocupaciones les dedicamos la mayor parte de nuestro tiempo, atencin y fuerzas. Pero en lo que es ms importante,
en el negocio de nuestra salvacin, casi nunca pensamos; apenas de vez en cuando, si alguna vez lo hacemos
Esa no es una actitud razonable. A lo ms importante se le debera asignar la primera prioridad, a pensar en ello
ms que en ninguna otra cosa. Sin embargo, le solemos asignar la ltima de nuestras prioridades, si es que la
incluimos del todo entre nuestras preocupaciones. Quiz porque es algo que damos por descontado.
Pero estamos seguros de nuestra salvacin? Estamos seguros de ir al cielo? Soy consciente de que existe una
doctrina que afirma que la persona que cree en Cristo tiene asegurada su salvacin, haga lo que haga. Pero esa
doctrina tiene muchas contradicciones en la Biblia y yo me temo que trgicamente ha mandado al infierno a mucha
gente que se crea salva. Yo soy de los que piensan que para ser salvos no basta haber credo una vez, haber
entregado su vida a Cristo haciendo una oracin, sino que hay que seguir creyendo, hay que perseverar en la fe
hasta el fin de la existencia. Y que es necesario obrar en consecuencia, porque la fe sin obras est muerta (Stg
2.26).
Y quin te asegura que perseverars en la fe? Si vives oscilando entre el espritu y la carne como una veleta
movida por el viento, y no ambos (G 5.17), es poco probable que te salves, a menos que Dios te d la gracia del
arrepentimiento al ltimo momento. En otras palabras, aunque ciertamente podemos confiar en las promesas del
Seor de guardarnos, podemos perder la salvacin si no le somos fieles, porque sus promesas son condicionales.
Jess dijo: De qu le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma? (Mi 16.26)
Qu le aprovecha al hombre ganar el mundo y todo lo que desee poseer si al final se pierde? De qu te sirve
alcanzar todo el xito que tu corazn desea? De qu te sirve haber llegado a ser famoso, que todo el mundo te
admire? De qu te sirve haber ocupado los ms altos cargos, haber sido homenajeado y envidiado, haber sido
inmensamente rico y poderoso, si al final te vas al infierno? Te consolars en el infierno recordando todas las
cosas buenas que gozaste y todos los amores que disfrutaste?
De qu te sirve que pongan a las calles tu nombre en varias ciudades, que te levanten monumentos en las plazas,
que impongan una condecoracin pstuma a tu viuda, que los medios de comunicacin lamenten tu muerte, si no
vas al cielo? De qu te sirven all abajo todos los placeres que gozaste, todas las conquistas amorosas que hiciste,
todas las satisfacciones y todos los gustos que pudiste darte?
Porque todas las cosas buenas y bellas y agradables que podemos lograr en esta vida algn da terminan; todo,
todo, lo que alcanzamos en la tierra algn da llega a su fin. En cambio, lo que viene despus nunca termina, dura
para siempre. Entonces qu importa ms? lo transitorio o lo eterno? ganar el mundo o salvar su alma? La
respuesta es obvia. Y ntese que Jess lo pone casi como un dilema entre dos posibilidades mutuamente
excluyentes: es una cosa o la otra. Es arriesgado querer tener las dos cosas a la vez, porque ganar el mundo puede

hacerte perder tu alma (ver nota 1).


Sin embargo, nosotros le dedicamos todo nuestro esfuerzo a ganar el mundo, a alcanzar metas terrenales, pero
nunca o casi nunca ponemos nuestra vista en la meta eterna, en salvar nuestra alma. Puede haber cosa ms
absurda? Nos preciamos de ser lgicos y razonables en nuestras decisiones. Pero en el asunto de nuestra salvacin
nos portamos como brutos que no piensan. Nos comportamos como los incrdulos que se imaginan que con la
muerte todo termina. Pero no termina. Recin comienza. All est la verdadera meta de nuestra vida: Pasar nuestra
eternidad con Dios. Y si fallamos en lo definitivo de qu nos sirvi el preludio?
Cunta gente perdi su alma persiguiendo satisfacciones fugaces, momentneas! Placeres que deben ser
renovados a cada instante y que al final cansan! Vali realmente la pena sacrificar la salvacin eterna a esas
quimeras? Vender su primogenitura por un plato de lentejas? (Gn 25.2734). Hay ocasiones en que por un mal
paso se arruina toda una vida. Peor es el caso de los que, por lograr una ambicin momentnea, venden
literalmente su alma al diablo y renuncian al cielo.
No valdra mas bien la pena sacrificar todas las satisfacciones de esta vida, soportar si fuera necesario todos los
sufrimientos, con tal de ganar el cielo? En qu consiste la felicidad del cielo? Tenemos alguna idea? Hay quienes
piensan que el cielo es un lugar aburrido. Pasarse toda la eternidad alabando a Dios! Tocando el arpa montado en
una nube como lo pintan algunas ilustraciones! Pero la Palabra dice: Cosas que ojo no vio, ni odo oy, ni han
subido en corazn de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman (1 Co 2.9).Cmo sern esas
cosas?
Yo me las imagino a la manera de un sueo recurrente que sola tener antes y del que sola despertar lleno de una
gran alegra. A quin no le agrada llegar a una hermosa plaza rodeada de bellos palacios de mrmol de esplndida
arquitectura, y que tenga en el centro una fuente de agua adornada con estatuas? (ver nota 2). La bella arquitectura
clsica de amplios espacios y armoniosas proporciones tiene la virtud de llenar nuestra alma de un placer esttico
inenarrable.
Pues yo me imagino al cielo como una bella ciudad as como describe el Apocalipsis a la Nueva Jerusaln que
tiene al centro una gran plaza rodeada de palacios a cul ms imponentes y hermosos. Al llegar all somos
invitados a entrar y conocer el palacio que ms nos atraiga. Ingresamos a un inmenso saln, maravillosamente
decorado, cuyas paredes cautivan nuestros ojos mientras las recorremos con la mirada antes de fijarnos en los
frescos y ornamentos del techo. De ah pasamos a otro y a otro que nos asombra por sus dimensiones y nos
deslumbra por su belleza. Nunca hemos visto tantas maravillas juntas! Nuestro pecho salta de un gozo que nunca
hemos sentido! Jams hablamos 'contemplado algo tan bello como lo que ven nuestros ojos!
Y qu son esas maravillas que estamos viendo? En la primera sala vemos la justicia de los juicios de Dios que a
cada cual asigna la recompensa que le toca. En otra sala vemos la infinita sabidura de Dios que rige el mundo. En
otra contemplaremos la providencia divina que prev todas las cosas y provee a todas las necesidades humanas.
Ms all veremos la compasin que se inclina a socorrer a los hurfanos y desvalidos. Todas las formas como Dios
auxilia a los que padecen dificultades. Cmo sufri con nosotros viendo como pasbamos por las inevitables
pruebas.
Entonces nos sern claras, clarsimas todas las cosas que ac no entendamos; todas nuestras incgnitas sern
resueltas, todas las preguntas que nos hacamos encontrarn respuesta. Y estaremos extasiados contemplando la
belleza de Dios, inmarcesible para los hombres en la tierra, pero all tan cercana que podremos tocarla. All
comprenderemos cunto Dios nos ama; comprenderemos el sentido de todos los acontecimientos de nuestra vida,
los sucesos tristes y los que nos alegraron. Entenderemos por qu nos ocurrieron tales y tales cosas.
Veremos cmo Dios vel por nuestro bien desde el nacimiento y desde an antes, y cmo nos salv de tantos
peligros. Cmo dispuso sabiamente todo lo que nos sucedi y lo que tuvimos en esta vida. Comprenderemos
cunto le cost a Jess salvarnos; comprenderemos cul fue el sufrimiento que tuvo que soportar para expiar
nuestros pecados. Cunto lo ofendimos e hicimos sangrar su corazn con nuestras infidelidades. Cmo nunca se
cans de perdonarnos aunque no lo merecamos.
Contemplaremos cmo Dios esper pacientemente que nos arrepintiramos y cmo nos estuvo invitando una y otra
vez que nos volviramos a l y no lo hicimos, desprecindolo. Comprenderemos el sentido de todos los
sufrimientos por los que pasamos y cmo en realidad fueron pruebas que Dios puso en nuestro camino para que
creciramos, o para que nos arrepintisemos. Todo lo que entonces veamos pasando de una sala a otra nos har
entender la incansable bondad de Dios que tuvo paciencia con nosotros y no nos dio el castigo que merecamos.
Entonces estallaremos en gritos de alegra y jbilo y agradecimiento a un Padre tan maravilloso.
Entonces entenderemos la frase de Jess: Siervo bueno y fiel... entra en el gozo de tu Seor (Mt 25.21). S, qu
gozo inimaginable! Oh, si los hombres supieran lo que arriba los espera! Cmo lo dejaran todo para asegurarse
la entrada! Pero an hay ms. "Entra en el gozo de tu Seor". T Seor Has odo? Dios es tuyo. Dios es nuestro.
No es lejano, distante, ajeno. Es nuestro Padre. Todos los tesoros que vemos ah son nuestra herencia eterna (Ef

1.14). Gozaremos de ella para siempre y nunca ms gustaremos del sabor de las lgrimas ni habr ms dolor (Ap
21.4). Entonces seremos consolados de todos nuestros trabajos y veremos que valan la pena. Oh s, cunto valan!
Ya no pensaremos ms en nosotros mismos. Estaremos absorbidos en el amor de Dios. Estaremos inundados,
arrebatados si se pudiera, fuera de nosotros mismos de tanta alegra; tanta que si fuera posible que muriramos,
temeramos morir de alegra.
Pero no. Esa alegra no es para muerte, sino para vida. Y cunta ms alegra sintamos con ms intensidad
viviremos. Cosas que ojo no vio ni odo oy... Quin puede imaginar lo que ser gustar del amor de Dios cara a
cara! Sin velos ni trabas! El amor humano es una pobre imagen del amor divino. Y, sin embargo, es nuestra mayor
fuente de felicidad en la tierra.
Cmo nos alegra estar junto a la persona amada, all quietos, sin decir nada! Su sola compaa nos basta. Eso es
nada comparado con estar junto a Dios. Es una plida imagen de lo que ser gozar eternamente de su presencia.
Sabiendo pues todo esto, conociendo cul ser la dicha eterna que ser nuestra qu debemos pensar acerca de lo
que sera perderla e irse al infierno? Cambiar la felicidad que nunca termina por el tormento que nunca acaba?
No alcanzar el fin glorioso para el que fuimos creados y desbarrancarnos?
Pensemos un momento en lo que significa perder a Dios, o mejor, perdernos de Dios. Cmo nos sentimos cuando
perdemos un objeto de gran valor para nosotros? O cuando perdemos al ser ms querido? A un hijo, a un esposo
o esposa? Muchas personas quedan desbastadas, o por lo menos muy afligidas y desconsoladas durante mucho
tiempo. Pero Dios es mucho ms valioso que ningn objeto, mucho ms valioso que el ser humano ms querido.
Dios es todo. Perderlo a l es perderlo todo y nada puede compensar esa prdida.
Nosotros en la tierra no podemos comprender lo que es Dios, su infinita grandeza y su infinito amor. Pero
traspuesto el umbral de la muerte y libertados de la materia que nubla nuestra visin, comprenderemos plenamente
lo que es el bien supremo, el bien infinito. As como la pena que sentimos cuando perdemos algo est en funcin
del valor que para nosotros tiene el bien perdido y cuanto mayor el valor, mayor el dolor cul puede ser nuestro
dolor si perdemos para siempre un bien cuyo valor inconmensurable entonces plenamente comprenderemos, el
bien al cual aspiramos con un ansia irresistible? La pena ser infinitamente mayor, desgarradora, insoportable.
Libre del peso de las ataduras del cuerpo el alma ser atrada irresistiblemente hacia Dios como las virutas de acero
son atradas a un poderoso imn. Ser atrada a la fuente de su vida, al origen de su ser, con ms fuerza que la que
impulsa al proyectil ms potente. Su meta, su blanco ser Dios. Pero si el alma ha muerto en sus pecados, si ha
rechazado el perdn gratuito que Dios le ofreca, ser rechazada en su carrera hacia l como por una barrera
impenetrable de cristal que le cierra el paso.
En el instante en que comparezca para juicio ante la presencia de Dios, su belleza, su amor, la deslumbrarn, pero
su miseria, su indignidad, su negrura, sern un obstculo infranqueable que le impedir acercrsele y la arrojar de
su trono. Sabr que ah est la felicidad suprema por la que suspiraba, que ah est todo lo que deseaba, todo lo que
en el fondo de su ser quera alcanzar cuando segua sus propios caminos y rechazaba orgullosamente a Dios. Pero
ahora todo orgullo ha desaparecido, toda suficiencia, y la realidad de Dios se le impone en toda su magnificencia y
verdad. Ver como otras almas a las que despreciaba se hunden gozosas en el seno de la divinidad; se precipitan en
los brazos del Padre que amoroso las acoge, y que ella perdi el derecho a esa dicha.
Comprender que ha perdido para siempre lo que pudo ser eternamente suyo, la dicha para la que fue creada, la
dicha que tantas otras alcanzan y que ella rechaz porque consciente y voluntariamente cerr los ojos a la verdad,
porque cerr su odos a la palabra de vida y la despreci. Y porque la rechaz, ahora es rechazada. S, rechazada
por aquello a lo que se siente desesperadamente atrada. Qu tensin terrible! Como una partcula de acero que
fuera a la vez atrada por un polo del imn y rechazada por otro. Alargar sus manos a los brazos que la atraen pero
que ahora se le cierran, y ser en cambio arrastrada por otra fuerza que la empuja al abismo.
Y no podr echarle la culpa a nadie de su desdicha. Comprender que esa felicidad que contempl un instante le
estaba destinada; que se le brind muchas veces la oportunidad de arrepentirse y no la quiso; que tuvo todo el
conocimiento requerido, cualquiera que haya sido su situacin en la vida, para escoger el camino de la verdad y de
la vida porque Dios da a cada uno la gracia necesaria. Recordar quiz cmo durante un tiempo se alegr en los
atrios de la casa del Seor, pero corno le volvi las espaldas seducida por el canto de sirena de los atractivos del
mundo. Que por un instante de placer efmero, perdi el placer que nunca termina, que por una gloria mundana
pasajera perdi la gloria eterna de la presencia divina.
S, a nadie podr culpar de su desdicha porque recordar entonces claramente cmo Dios la estuvo llamando sin
descanso y que le puso delante los medios para llegar al cielo y no quiso. Recordar con odio a los que le hablaron
de Dios, a los que la animaron, exhortaron, aconsejaron y no les hizo caso. Por qu no la obligaron? Por qu no
la encadenaron para que no pecara? Comprender que ella misma escogi el camino que lleva al abismo y cmo
ella se rea de las advertencias que le hacan; cmo incluso con lgrimas le rogaban que reflexionara. Comprender
que ahora ya no puede dar marcha atrs y rehacer el camino andado. Su suerte est echada. La puerta del banquete

celestial se le ha cerrado para siempre, y como una virgen necia se ha quedado afuera (Mt 25.1012).
Mejor le hubiera sido perder todo lo que tuvo en vida, y como Job haber sido arrojado a un basural. Pero prefiri la
basura de la tierra a la dicha del cielo. Se dej engaar por el espejismo de la vanagloria de la vida, por la soberbia
de la gloria humana. Ah, si al menos pudiera consolarse amando a ese Dios que tanto la amaba! Al menos amarlo
de lejos aliviara su tormento, porque el amor, aun sin esperanza, consuela. Pero su voluntad se ha pervertido. Ya
no puede amar por ms que quiera. Slo puede odiar lo que ha perdido.
Entonces comprender cuan poco valan las satisfacciones por las que sacrific su destino, comprender cuan
insignificante era el oropel de una popularidad momentnea, cun vanos los halagos que le prodig el mundo; cun
intil todo el oro que pudo atesorar y la fortuna de la que se ufanaba y en la que pona su seguridad. Y como no
podr amar aunque quisiera, su amor frustrado se tornar en odio. Odio de Dios y odio de s misma. Odio al ser
que pudo ser todo para ella, y odio de s porque perdi su dicha eterna.
Que tortura horrible! Haber nacido para amar y ser amada y slo poder odiar! Saber que Dios es bueno y odiarlo
porque lo es! Ser carcomida entonces por amargos remordimientos, por el gusano que nunca muere (Mr 9.44). Le
ser dado ver la maldad de todos sus actos, la malicia de sus intenciones, la miopa de sus proyectos, la crueldad de
su ira, el sufrimiento de sus vctimas. El llanto de los desdichados que ella caus punzar sus odos con un sonido
terrible. La miseria, el hambre que provoc para enriquecerse le morder las entraas. Gritar basta, basta! No
quiero or su lamento! Pero no podr acallarlo
Ver lo absurdo de sus conquistas, la vanidad de sus xitos transitorios. Oh, cunto dara por poder comenzar de
nuevo si pudiera! Pero el vaivn de un pndulo implacable resonar en sus odos: Nunca ms, nunca ms, nunca
ms... Mirar en torno suyo y ver con horror lo que la rodea. Una oscuridad viscosa y a la vez transparente, un
hedor insoportable, un fuego devorador que le lame las entraas sin quemarla, un calor asfixiante que la ahoga, un
fro que le penetra hasta los huesos.. Y lo peor de todo la vista de esos seres asquerosos de formas grotescas que se
ceban de su angustia y aumentan sus torturas burlndose de ella, haciendo escarnio de su pena. Cmo querr el
alma dejar de ser, borrarse de la existencia, aniquilarse, desaparecer...!
Oh, lector amigo! No quieras t ir a dar a ese lugar. Dios te ha dado la oportunidad de decidir qu destino deseas,
de escoger entre la muerte y la vida. Este es el negocio de tu existencia. Escoge ahora la vida. No corras el riesgo
de perderte para siempre. Vulvete a Dios y pdele que perdone todas tus maldades. Pdele que, como al hijo
prdigo, te reciba en sus brazos y que no te deje zafarte de ellos. Y t no te sueltes de ese abrazo. Mira la cruz
donde tus pecados fueron clavados y que ella sea el puente que te lleve al cielo. (09.11.03)
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Notas
(1) Nosotros podemos ciertamente proponernos alcanzar metas en el mundo, y no es malo que lo hagamos, al
contrario, puesto que no hemos de estar ociosos. Pero ser necesario que las subordinemos a la salvacin de
nuestra alma y no sean un obstculo
(2) Si hubiere alguien que objetara que yo imagine un cielo con estatuas, habra que recordarle que no hay peligro
alguno de idolatra en el cielo, como no lo haba en el Lugar Santsimo, donde Dios orden que se pusiera dos
estatuas de querubines sobre el propiciatorio.
Acerca del autor:
Jos Belaunde N. naci en los Estados Unidos pero creci y se educ en el Per donde ha vivido prcticamente
toda su vida. Participa activamente en programas evangelsticos radiales, es maestro de cursos bblicos es su iglesia
en Per y escribe en un semanario local abordando temas societarios desde un punto de vista cristiano. Desde 1999
publica el boletn semanal "La Vida y la Palabra", el cual es distribuido a miles de personas de forma gratuita en
las iglesias de su pas. Para ms informacin puede escribir al hno. Jos a [email protected]

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