AZUELA-Mala Yerba. Esa Sangre - Mariano Azuela

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De muy distintas pocas son estas dos

obras de Mariano Azuela (1875-1952).


Mala hierba apareci en las
postrimeras del rgimen porfirista y
constituye una imagen de la situacin en
que se encontraban los trabajadores del
campo respecto de los dueos de las
haciendas. Esa sangre, publicada
despus de la muerte del escritor, lleva
adelante su accin con los personajes de
Mala yerba que sobrevivieron a la
Revolucin, y en el mismo escenario de
esa novela. El antiguo dueo de aquellas
tierras, viejo y miserable, regresa a San
Francisquito y pretende recuperar lo
que, antes de la Revolucin, le haba
pertenecido No obstante la distancia
temporal en que fueron concebidas, en

ambas novelas predominan el acierto


descriptivo y el espritu de observacin
que fueron caractersticas sobresalientes
de Azuela.

Mariano Azuela

Mala yerba. Esa


sangre
ePub r1.0
IbnKhaldun 19.10.15

Ttulo original: Mala yerba (1909) y Esa


sangre (1958)
Mariano Azuela, 1958
Editor digital: IbnKhaldun
ePub base r1.2

Mala yerba y Esa


sangre
En vsperas de ajustarse veinte aos de
la extincin del doctor Mariano
Azuela, el Fondo de Cultura Econmica
rene en un volumen de su Coleccin
Popular
dos
de
los
relatos
sobresalientes en la obra del ms ledo
de nuestros novelistas: Mala yerba y
Esa sangre. Ambos figuran entre las
muy contadas producciones del doctor

Azuela que se relacionan entre s


porque uno de los personajes que
aparecen en primer trmino en las
pginas de aqulla: Julin, cruel
hacendado, es eje de la segunda,
rebasado el otoo de su vida. Por tal
razn, Esa sangre viene a continuar,
hasta su fin, el asunto iniciado en Mala
yerba, y las dos narraciones se deben
considerar como inseparables, a pesar
de que tres decenios medien entre la
elaboracin de una y otra: como en la
comedia
de
Pirandello,
aquel
personaje alojado en la memoria del
autor le lleg a exigir un da que no
dejara trunca la trayectoria de su
existencia.
El doctor Azuela haba escrito la

parte inicial, Mala yerba, antes de que


la Revolucin mexicana lo envolviese
en la vorgine que lo llev a trazar las
pginas definitivas de Los de abajo y
otras novelas de la lucha civil y de los
cambios
que
produjo
en
la
transformacin
social
mexicana.
Apareci Mala yerba en 1909, como
antecedente y preludio de aquel
movimiento, por las injusticias que
denuncia, en el mal trato que infligan
hacendados explotadores, a los
campesinos inermes, y la falta de
garantas en la aplicacin parcial de
las leyes que debieran protegerlos. Por
tal fecha de su publicacin, Mala yerba
est situada junto a Los fracasados la
inconformidad
que
revela
es

igualmente prerrevolucionaria y Sin


amor, que muestra otro aspecto de la
vida mexicana en ciudades del interior
de la Repblica, por aquellos aos que
preceden al estallido del movimiento
armado.
Antes de escribir esas obras, el
doctor Mariano Azuela haba visto
publicada slo una novela corta: Mara
Luisa (1907). Al trazarla ampli, bajo
el influjo de lecturas de novelistas
franceses
del
naturalismo,
las
impresiones que l, estudiante de
medicina en Guadalajara, haba
recogido en sus primeros contactos con
la clnica, el anfiteatro y el examen de
alguna enferma prxima a la muerte.
En la novela que sigue: Los fracasados

y en la que viene despus: Sin amor, el


estudiante va a reunir observaciones
recogidas en el trato con la gente que
vive en la poblacin donde pasa los
meses que transcurren entre dos cursos
y donde el mdico se abrir camino
despus de recibirse.
Para escribir Mala yerba, en
cambio, el novelista evoca el campo de
la regin, vecina a la tierra natal
Lagos de Moreno, en el Estado de
Jalisco, donde en los meses de
vacaciones anuales, de la infancia a la
pubertad, dejaba correr el tiempo cerca
de la gente del campo, al descubrir
cada da aspectos diferentes de la
naturaleza, all ms prdiga y variada.
El doctor Azuela record esas

excursiones, al contar la historia de la


mayora de sus libros, en pginas
llenas
de
inters
y
escritas
apasionadamente, para cumplir lo
estatuido por El Colegio Nacional,
corporacin a la que perteneci hasta
su muerte, y las reley, a solicitud ma,
ante alumnos universitarios, en el
curso que dediqu a estudiar su obra.
Tengo presente, no slo por esta
circunstancia sino por la fuerte y bella
plasticidad de su prosa, la sntesis que
all hace del asunto de Mala yerba, al
detenerse en la descripcin del campo
y de los personajes descollantes de la
obra: el cruel, egosta hacendado
Julin y, sobre todo, la verdadera
figura central: Marcela.

El nombre de esa vigorosa figura


femenina, en torno a la cual giran los
deseos
masculinos,
dio
justificadamente el ttulo que mereca
la obra, en la traduccin al ingls qu,
hizo con soltura Anita Brenner, en
1932, un ao antes de que pasara a la
lengua francesa, en versin de
Mathilde Poms, con el de Mala
semilla Mauvaise graine que ella
prefiri darle. Su prologuista: Jos
Mara Gonzlez de Mendoza no
hubiera podido encontrar otro mejor,
para esa obra el doctor Azuela,
acert a sealar all las cualidades del
relato y a precisar en qu consiste el
valor de esa obra literaria, la cual,
despus del xito obtenido con Los de

abajo, alcanz en otras lenguas, no


slo en la espaola, el triunfo que
mereca: Mala yerba es una novela del
campo mexicano, en donde aviva la
intensidad de las pasiones, propia del
medio, el racial desdn al dolor y a la
muerte. Es un drama de odio y de amor.
Mejor dicho, de amoros; en torno a la
bella aldeana, apetitosa fruta salvaje,
giran,
amantes
sucesivos,
el
degenerado vstago de una ruda
familia de hacendados; el joven
labriego, valiente hasta la temeridad,
robusto y noblote, pero tan cndido que
raya en tonto; inclusive cierto
ingeniero norteamericano que as
comienza su aclimatacin. La moza
nada tiene de pazguata: se sabe

deseable y, rstica Celimena, hace de


la coquetera su mejor arma. Es un tipo
ms bien que un carcter, como lo son
en general, los protagonistas, de los
primeros libros de Azuela, a quienes,
quizs mejor que por sus nombres,
podra denominarse por sus cualidades
representativas.
En aquellas pginas record
tambin el doctor Azuela, vvidamente,
el paisaje, la gente de su regin de
Jalisco, y la huella tan profunda que
desde la adolescencia dej en l la
impresin de los hombres quienes a
juicio de los adultos que en sus paseos
lo acompaaban, eran muy malos.
Dese, desde entonces, el doctor
Azuela escribir una novela cuyo asunto

se desarrollara en aquel medio, entre


campesinos que a la vez teman y
admiraban al amo: Julin, por su
crueldad y por sus hazaas de jinete
que le ayudaban a rendir las
voluntades femeninas en sus dominios.
Faltaba el tema, que el azar puso en
sus manos, segn el mismo autor, en
esas pginas, refera: En los pueblos
de mi Estado sin mdico legista oficial,
se impona gratuitamente el cargo, por
turno, a los residentes en l. La
casualidad me llev un expediente para
emitir mi dictamen en un proceso por
homicidio calificado. Retuve el legajo
en mi despacho para estudiar con
calma el asunto. Comenc a leerlo y
desde las primeras diligencias me di

cuenta de que era precisamente lo que


yo buscaba, no como perito sino como
novelista. Me interes tanto el caso que
lo le de cabo a rabo como la novela
ms intensamente vivida.
Tal fue el punto de partida del
relato que el doctor Azuela intitul,
provisionalmente, segn apuntaba,
Mala yerba, ttulo que ha conservado,
en espaol, hasta el presente. De los
personajes cuyos rasgos retiene la
memoria, con los de Marcela y Julin,
se hallan entre los primeros el anciano
seor Pablo que, a raz de la muerte
del vaquero defensor de la hembra,
relata crmenes de los asesinos, los
hacendados Andrade; to Marcelino y
el mayordomo Gertrudis, eliminado al

final, y entre las mujeres, Mariana y


doa Poncianita. Escenas de trabajo,
de juego y deporte en las que Julin
sobresale, animan el relato donde el
autor hace alternar el gil dilogo de
los campesinos, con las magnficas,
sobrias descripciones.
Esa sangre apareci publicada,
pstumamente, en 1956. La dio a
conocer en Letras Mexicanas el Fondo
de Cultura Econmica. Fue comentada
por la crtica, al editarse; mas no
alcanz entonces una popularidad tan
extensa como la de su antecesora.
Aunque aparecida un ao despus de
La Maldicin, que el doctor Azuela
haba escrito y revisado de fines de
1948 a los comienzos de 1949, la

terminacin del relato cuyo asunto


principia con Mala yerba puede
corresponder a los finales del decenio
precedente 1931-1940, en el cual
el novelista puso atencin en temas que
se relacionan con el agrarismo
simulado. De haber sido as, la
elaboracin de Esa sangre debiera
situarse al lado de dos novelas
anteriores: Avanzada y Nueva burguesa
que el autor concluye en 1940. Por el
ao en que se publica, es la ltima de
todas. Dentro de su bibliografa, viene
a cerrar la produccin novelesca
iniciada por l, con Los fracasados y
Mala yerba.
Tales datos permiten advertir que
ambas novelas: Mala yerba y Esa

sangre ahora, por primera vez,


impresas aisladas de las dems en este
tomo sirvieron al doctor Azuela, al
mismo tiempo, de puntos de partida y
de llegada, en la tarea que como
novelista se impuso. En las dcadas
transcurridas desde sus comienzos, el
narrador haba ganado al evolucionar
a travs de relatos extensos o cortos
con los que perfeccion su tcnica,
sin abandonar el realismo dentro del
cual se haba situado: la prosa era
cada vez ms gil y flexible. El lector y
el crtico interesados en seguir esa
transformacin
del
novelista
y
cuentista, que pasaba fcilmente de la
ciudad al campo en sus novelas y
novelas cortas, podra preguntarse por

qu retom el asunto de Mala yerba y


torn a aqul, pasados seis o siete
lustros.
En otras de sus novelas haba
mostrado algunas secuencias y
consecuencias de la Revolucin,
muchas veces inconforme con los
resultados que diferan de aquellos que
soaba el idealista revolucionario, en
la mocedad y la plenitud de su
existencia.
Inconforme
con
las
desviaciones, inevitables en cualquier
movimiento innovador, las denunciaba
infatigable, disgustado por los
aspectos negativos que l descubra y
revelaba a cada instante. Por eso en
varias de su sobras revel, anverso y
reverso, el pasado y el presente de

hombres y cosas, al contrastar sus


recuerdos con la realidad que palpaba;
sobre todo, al tratarse del terruo, de
la regin jalisciense que mejor
conoca: Los Altos.
En algunas de sus novelas,
tambin sobre todo, en las
posteriores a Los de abajo haca
sentir al lector los efectos que el paso
del tiempo haba producido, no slo en
el protagonista de cada una de ellas;
como buen narrador, estaba consciente
de que el tiempo no transcurre en vano:
los caracteres se modifican, aunque
que subsistan en ellos los rasgos que
los definen. Hay en Mala verba
elementos que vala la pena mostrar
despus de haber pasado por la prueba

de fuego: el crisol de la Revolucin


mexicana. All est, en primera lnea,
Julin Andrade quien representa, como
ltimo descendiente varn, al heredero
de una dinasta de hacendados crueles,
de strapas locales que el ttulo de la
obra define: mala yerba la cual,
segn el proverbio, nunca muere.
En vez de seguir su trayectoria
vital, desde los comienzos de la lucha
hasta su terminacin que pudo
haberle dado material para una
novela-ro de caudalosa corriente el
doctor Azuela prefiri hallar de nuevo
al protagonista, pasado el momento de
la victoria, cuando se iniciaba el
reparto de aquellas propiedades que
algunos de los triunfadores vean como

botn por ellos fcilmente conquistado,


de las cuales podan disponer a su
antojo. Mas era preciso, para l,
justificar el retorno tardo al escenario
que conoci en la infancia y que
describira ampliamente en la tercera
de sus obras narrativas: Mala verba.
Tal justificacin se halla en Esa sangre,
donde se explica la ausencia de Julin:
sus viajes y aventuras por pases de
Centro y Suramrica, de donde retorna
agauchado, segn el voseo en que al
principio incurre.
Era natural que el buen jinete
escap de quienes lo odiaban por ser el
ltimo varn que representaba a los
Andrade, al verse despojado de sus
tierras pensara en ir hacia el Sur del

Continente, a pases de buenos


caballistas. De all regresa envejecido,
mas an brioso. Para subsistir sin
trabajar cmo iba a hacerlo un
Andrade? acude a recursos de
pcaro: la trampa, el prstamo, el
engao y aun el hurto, para l es slo
restitucin que debe aplazar, aunque no
est seguro de realizarla algn da.
Julin pasa de Mxico a San
Francisquito; orientado por su primo,
mi Pabln, socio de la hermana de
aqul, Refugio, en la venta de gallinas,
va en busca de ella al pueblo y con su
apoyo vuelve a la que fue hacienda de
San Pedro, abandonada, ruinosa. Las
descripciones del terruo en Esa
sangre, contrastan con las que traz en

Mala yerba. Los veinte aos corridos


desde que Julin parti hacia el Sur
del Continente despus de haber
cumplido su condena por el asesinato
de la amante que intent matarlo y de
llegar a coronel, con Villa, han
transformado el pueblo: al crecer
perdi, con su paz, la serenidad y la
belleza.
El retorno a San Pedro de las
Gallinas
muros
desamparados,
tierras sin cultivo le permite conocer
a la joven sobrina de la asesinada,
Marcela tambin: catorce floridos
aos, y en el primer encuentro, Julin
fracasa como tenorio; ella lo ve, slo,
al derrotarlo, compasiva: por ser viejo
y pobre. Fracasa igualmente en sus

propsitos de recuperar las tierras que


fueron suyas al ir del campo a la
ciudad y en las tentativas por
imponerse a sus paisanos, en
discusiones y pendencias: nadie
recuerda a los temidos Andrades, a no
ser por el odio heredado.
En tal etapa algunos de los
personajes de Esa sangre se aproximan
a los de otras novelas del doctor
Azuela en que aparecen fuereos
arrojados a la capital o desplazados en
su terruo por el movimiento
revolucionario,
como
en
Las
tribulaciones de una familia decente y
La lucirnaga. Refugio est ms
prxima a aqullas; Julin, su
hermano, a alguno de los caracteres de

la segunda. Este ltimo, envejecido,


amargado por sus derrotas como Don
Juan en decadencia, vencido como
rijoso, es slo, finalmente, un borracho
pendenciero, a quien desdean Tencho
y el segundo Gertrudis y a quien estafa
el Fruncido, al ofrecerle supuesta
ayuda para recuperar sus tierras. Slo
est a su lado, fraternalmente, la
abnegada Refugio que no confa en los
propsitos de enmienda del ebrio, a
quien desea volver al buen camino y al
que trata de apartar del fin inevitable
que lo amenaza.
La
fiesta
anual
de
San
Francisquito, con su culminacin: las
competencias del coleadero, en las que
van a enfrentarse los jinetes favoritos,

unida al ltimo encuentro con Marcela


cuya hermosura aviva el dbil fuego
viril de Julin preparan el desenlace,
con la ridcula intentona del fanfarrn
fracasado pblicamente. El ttulo de la
novela: Esa sangre nota en la cual el
autor insiste en su relato se justifica
por completo en la ltima escena,
donde la maldad se impone y la
venganza une, en la muerte, a hermano
y hermana, como el lector podr
comprobarlo.
FRANCISCO MONTERDE

Mala yerba

I
ENCORVADO y trmulo, apoyndose en un
leo a guisa de bordn, sali seor
Pablo de una msera casuca, y de cara al
poniente, una mano en visera para ver
mejor, grit carraspiento y desapacible:
Eh, Marcela: anda, muchacha
corre, que ai vienen ya las vacas!
De trecho en trecho, en un
amontonamiento de nubarrones como de
cinc gaseoso, se abran claros dejando
escapar finsima llovizna de sol

tamizado, en anchas rfagas de luz


plida. Hacia el orto espumeaban nveos
copos de errantes nubecillas. De vez en
vez, parvadas de avichuelos se
levantaban del llano llevndose en sus
alas, en cristalizacin de luz, los dbiles
destellos del ocaso. Saturado de tenues
aromas, el aire precursor de la tormenta
soplaba rumoroso, sacudiendo las cimas
de los olmos y arrebatndoles lustrosas
hojitas verdes. En medio de inmensos
cuarterones
de
tierra
arada,
bambolebanse las cabezas oscuras de
los mezquites solitarios, encrespando
sus rizadas cabelleras.
Bajo una franja perla de sol,
tramontando la colina, asom el reguero
de vacas en retorno, como un puado de

patoles vivamente coloreados. Un grito


atiplado y un silbido de cuando en
cuando, ensordecidos por la lejana,
anunciaban la vuelta de la ordea.
Tras la tarde nublosa venase la
noche cargada de tempestad. Las reses
desaparecan en una hondonada para
surgir de nuevo ya en la cercana. La voz
y los silbidos del vaquero se hicieron
netamente perceptibles. Vacas pintas de
negro y blanco, hoscas de dorados
lomos, barrosas de pelo sucio, en un
vaivn de sepia deslavado y negro
endrino, surgieron en el altosano.
Aija! aija! aija y aija!
A cada grito, un silbido vibrante
rasgaba el aire.
Del jacalucho sali presurosa una

muchacha, apretando los ajos como si la


luz hiriese sus pupilas. Cogise la rada
falda de chomite en un puado y ech a
correr por el linde del sembrado.
Contonebase
su
recio
cuerpo
pubescente cual ancas de potranca, sus
pies chatos y desnudos castaeteaban en
el suelo con firmeza montaraz de animal
que no siente pedruscos ni malezas. Se
tir por el barrial, acopiando tepetates
en su ancho delantal azul.
Aija! aija y aija!
El grito vigoroso del vaquero se
reforzaba ahora con el no menos
vibrante de la hembra.
Erguida, levantando gallardamente
un brazo, lanzaba terrones que se hacan
polvo en los flancos de las vacas. A

cada impulso se estremecan sus duros


senos y sus carnes frescas y pujantes se
delineaban airosamente.
Gran tarde, triunfal hasta de la
mansedumbre anidada en los bovinos
ojos. Las reses, alborozadas de
improviso, llegaban al corral retozando,
despus de haber hecho vanos los
esfuerzos del vaquero y de la muchacha
por alejarlos de la labor. Las caitas
apenas se alzaban un palmo del surco, y
si era un peligro el apetito goloso del
rumiante, mayor lo era la pezua que
pasaba dejando destrozos por el
surquero.
Seor Pablo, a pesar de su
corcova, de sus frgiles miembros de
octogenario y de sus ojos de cristal

apagado, abri con presteza la puerta


del corral, sacando una a una las agujas
de pesado encino que iban de un lado a
otro de dos enormes cuartones verticales
de mezquite. Vacas barrosas de ancho
braguero blanco, atigradas de narices
romas, negras de melanclicos ojos, no
pudiendo gastar ms sus arrestos en
alegres correras, aglomeradas a la
puerta se embestan. Resbalaban las
encornaduras por las ancas de las
vecinas o se encontraban en ruidoso
choque.
Renqueando de tanto corretear,
flojamente cado el calzn de un lado
hasta el huarache, remangado el otro
hasta la raz de su cobrizo muslo, el
vaquero se detuvo a corta distancia de la

muchacha, mientras el ganado segua


entrando. De uno de sus hombros penda
erizo capote de palma enrollado. En una
mao llevaba la honda y un manojo de
tronadoras aromticas en la otra.
Vete vete que el amo nos
est mirando dijo ella.
Lejos de cohibirse, el mozo dej
blanquear sus dientes en una sonrisa
socarrona, le arroj a la cara el puado
de flores y pas de largo, murmurando:
El amo? Pa ponerle las
chivarras!
El amo don Julin era un seco
grandulln, forrado de gamuza de los
pies a la cabeza, de alazanado bigotillo
y ojos dulzones, un tanto afeminados. A
un lado de la puerta del corral

escuchaba la pltica interminable de


seor Pablo, el sirviente mas viejo de
San Pedro de las Gallinas. Buenas migas
haban hecho el fiel jornalero y el
vstago ms tierno de los Andrades,
aqul
por
su
ascendiente
de
experimentado campirano y servidor de
los ms apegados a la casa y ste como
nio mimado a quien sorprenden los
mostachos todava a la falda de la nana
(que de eso y ms haba servido el viejo
bonachn). Pero a ltimas fechas se
haban resfriado
sus
recprocas
confianzas. Seor Pablo husmeaba que
el nio le hacia el amor a su hija
Marcela, y aunque no diera crdito del
todo a los rumores que le llegaban,
porque bien saba de lo que es capaz una

mala lengua, no por eso dejaba de


inquietarse, en previsin de un desastre
cierto, si la muchacha le daba oidos.
Tampoco a Julin Andrade le satisfacan
ahora las plticas de seor Pablo, cuyo
carcter se haba ensombrecido mucho
desde que en sus ojos lagrimeantes
aparecieron las opalescencias de las
cataratas. En vez de divertirlo con sus
cuentos pavorosos de espantos y
aparecidos, con sus narraciones
pintorescas de asaltos a la diligencia y
otras aventuras muy interesantes, haba
dado en la mana de pronosticarlo todo,
y con un pesimismo implacable. El ao
actual, por ejemplo, se iba a perder:
sera peor que el pasado y el maz
llegara hasta las nubes. Habra una

mortandad de animales y cristianos


como cuando el clera grande. Hombre
de edad y de experiencia, fundaba sus
afirmaciones en bases incontrovertibles:
el gallo haba cantado a las once de la
noche; los coyotes aullaron toda la
maana en la Mesa de San Pedro; el
cerco de la luna traa puro aire, y qu
ms! Marcela vio nacer el ao nuevo en
un apaste de agua: por las seas que dio
poda uno jurar que si ciertamente no
sera de sangre, s de una sequa fatal.
No escuchaba Julin tan funestos
pronsticos, en primer lugar porque en
aquellos precisos momentos el cielo con
sus truenos y relmpagos estaba dndole
un ments solemne y, adems, porque se
le quemaba la sangre de ver el juego que

Marcela traa con el vaquero.


El ganado acababa de entrar: a la
zaga un magnfico toro criollo, color de
jicote, chato, gestoso, de encornadura
abierta y corta, de enormes lomos,
enroscando lentamente su cola delgada y
flexible, solemne y altivo como un
sultn. De vez en vez su negro hocico se
alzaba en sordo mugido, en accin de
gracias al cielo quizs porque dable le
haba sido divertir sus mocedades con
tan abundante serrallo, en tanto llegaba
su turno a la coyunda, al yugo y al
abasto.
Buenas tardes les d Dios dijo
el vaquero quitndose su campanudo
soyate y entrando en el corral con
mansurronera irritante.

Marcela volvi tambin a su jacal


con una sonrisa perversa y provocativa.
A Julin no le caba el furor en el
cuerpo. Sus ojillos azulosos flameaban,
un cerco rojizo brot en sus carrillos
paliduchos de producto degenerado,
podrido; y en su rostro se expandieron
manchas
amoratadas
de
sangre
descompuesta.
Rod un trueno por las nubes, la
negrura del cielo creci.
Paulatinamente la luz fue cediendo
a la invasin de sombras que, alzndose
de las hondonadas, poco a poco
envolvan hasta las crestas ms altas de
las sierras lejansimas.
Entrecerrados los ojos por el
hbito de rehuir la luz, seor Pablo

prosegua
su
cansada
pltica.
Lamentbase de la poca hombra de
bien de la gente de hoy en da.
Aist pa no dejarme mentir el
mediero de la Tinaja. Hombre de Dios!
Pos no ha dejado enquelitar la milpa no
ms por puritita desidia! Esas tierras tan
geas de lo mejor de la hacienda
no van a dar este ao ni rastrojo. Tierra
muy juerte pa la que se necesita ervo
no un entelerido que no puede con la
mancera Nada que se viene el
yerbaje, las caitas se tuercen muertas
de sed y el maldito quelite se lo traga
todo. Pior me diga aste de ese del
Chiquigite: deja engramar y en la
macolla se horcan las caitas recin
nacidas. Ni pasto para las borregas! Y

as estn todos, seor: uno raya surco


sin buscarle la contra a la corriente; otro
deja su labor sin escardar. Qu mano!
Pronto habr tierras que sern puros
barriales, de ponerse uno a llorar. Que
bien se echa de ver la falta que hace el
amo don Esteban! Como luego dicen:
Naiden sabe el bien que tiene hasta que
lo ve perdido.
Seor Pablo lo dice no para que el
nio Julin lo tome como a modo de
regao ni enojo qu capaz! sino
meramente como un buen consejo. Al fin
todava estaba muy tiernito para estas
fatigas del campo. Y remataba con su
muletilla:
Mientras Dios la vida me d,
aunque sea con mi esperencia seguir

haciendo por la casa.


Anudado sobre su bordn, la
cabeza entre las rodillas, haca recaer la
charla sobre la cra de ganado fino.
Divino Rostro! Aquellos animalazos
necesitaban ms cuidados y melindres
que todo un seor obispo.
Julin dej al viejo engolfado en su
nuevo tema y silenciosamente escap en
seguimiento de Marcela que, con el
cntaro al hombro, acababa de salir
rumbo al arroyo.
Eh, Marcela, esprame!
Su voz era quebradiza.
Cerca de un seto de jarales, a la
margen del riachuelo, la alcanz.
Vlgame Dios, hombre, no
comas ansia! Qu no miras que en

toava es de da?
Y a m qu me importa que nos
vean?
A ti no te importa? Pos a m
tampoco; pero sbete que ya me vas
cansando con tus modos y ya no quero
ser diversin de babiecos
Y bruscamente, con inesperada
fuerza, retir el brazo que estrechara su
cintura. De un empelln apart lejos al
mozo.
Marcela Marcela! Mira que
t s, de veras, me la ests colmando
Marcela, t me engaas hasta con el ms
desgraciado de mis peones Y si
sigues as te juro que si sigues as
Marcela!
Su voz era ronco gemido de bestia

frentica, las palabras ardan en su boca,


sus dedos se crispaban.
Pero no; ahora no vengo a
reclamarte Mira, anoche te armaste y
por ms que te toqu Te ests
haciendo muy mala! Bueno, a la noche
me dejas la puerta abierta. Te la
perdono, si es la ltima que me haces.
Mira, si no me dejas abierto Vamos,
Marcela, no seas as
Y de improviso la volvi a coger
en sus brazos, y sus labios sedientos
cayeron sobre ella en besos furiosos,
por la cara, por el cuello, por el pecho.
Ya no vea sangre, su nariz no la
olfateaba, no se crispaban ms sus
manos al deseo de mojarse en esa sangre
tibia que escapa de una herida recin

abierta. Sus apetitos, espoleados por la


resistencia de la hembra, hasta el
paroxismo, le daban una fuerza nueva a
los alientos atvicos de su especie de
machos domadores de doncellas. Y bajo
el mpetu irresistible de la bestia
excitada caa vencida la muchacha,
pronta ya a ofrendar el holocausto
impuesto como una maldicin a su raza
pasiva y desventurada.
Son un puetazo formidable.
Julin cay con la cara baada en
sangre. Marcela se incorpor y tembl
de espanto. A su lado, el vaquero
todava con los puos apretados, con la
mirada descompuesta, se mantena no
menos azorado de su hazaa.
Vete vete, por Dios! vete

pronto!
clam
ella,
huyendo
aterrorizada.
Paso a paso el vaquero se alej.
De pronto, de entre los jarales
sali una rfaga de fuego y un tiro
reson. El vaquero se estremeci, dio
unos pasos ms, se bambale y cay
desplomado.
La tormenta se cerna ya en la
negrura de la noche: el relmpago abra
su bocaza de fuego y con estrpito
avanzaba la tempestad, desencadenada,
por las cimas de los rboles y por las
peas de la Mesa de San Pedro.

II
ANDE, cuente, seor Pablo
exclamaron los peones haciendo ruedo
al viejo, que despus de haber lanzado
una maldicin al asesino del vaquero,
sala tembloroso y sollozando.
S, ahora s voy a decirles
quines son estos desalmados y de qu
raza penden. Ladrones, bandidos de
camino real, as como se los digo!
Habl enardecido y ya bajo el peso
abrumador de la revelacin que iba a

hacer. Volvi una vez ms su rostro de


roble milenario hacia el interior del
cuartucho, donde sobre un petate se
estiraba rgido el vaquero, en medio de
cuatro flacos cirios.
Espantados de antemano, los
rancheros esperaban la relacin que,
como de viejo, mucho habra de
interesar y ahondar en sus molleras
atiborradas de leyendas y consejas.
Graves y poderosas seran seguramente
las razones que lo decidan a decir mal
de los patrones, l que siempre haba
sido la ms viva alabanza de ellos.
Ech muchos improperios, y a cada
uno su voz se haca ms trmula. De
cuando en cuando sus brazos
sarmentosos se levantaban trgicamente.

Afilados y descoloridos, los rancheros


se espantaban de las tonantes
imprecaciones, como en remotos
tiempos los cristianos de una
excomunin mayor.
Invocaba seor Pablo el Gran
Poder de Dios y clamaba justicia al
cielo contra aquella raza miserable de
asesinos. Cay luego en una pausa
prolongada, atrajo a su memoria cansada
los hechos que habra de referir. De
pronto, como volviendo en s, pregunt
por to Marcelino, que era como uno de
los odos de don Julin. Le aseguraron
que el hombre no haba asomado las
narices por todo eso, y entonces el viejo
se dispuso a hablar.
Del jacal se escapaba clido olor

de muchedumbre aglomerada. Se
rezaban rosarios y rosarios sin
descanso. De vez en cuando se oa un
canto horriblemente lgubre, el Alabado
que ha de entonarse para huyentar al
diablo. Ah estaba el muerto, cubierta la
cabeza con ancho paoln floreado, su
camisa de manta nueva restirada sobre
el pecho y dejando escurrir un filetillo
de sangre negruzca en los tepetates. Las
amarillentas velas goteaban, formando
torcidas cabelleras en torno a su flacura
mortecina. El rumor montono de los
rezos se rompa a las veces por el aullar
lgubre de los perros azorados.
De valientes tenan fama los
abuelos de mis amos, los que de all de
las Espaas, del otro lado del mar,

vinieron a este reino. Valientes? De


veras que s: ni quien se los niegue, ni
quien se los quite. De stos, de los de
hoy en da, nada tengo que decirles:
ustedes los conocen, ustedes los estn
viendo. Cundo en jams de los
jamases se ha visto que le hayan pegado
a un hombre como Dios Nuestro Seor
manda? Cundo uno de estos
mancebitos ha peleado pecho a pecho y
sin chicana? No, eso nunca lo vern sus
ojos. Ellos? Cortarle la cara a una
mujer, clarearle el estmago a sus
queridas. A los hombres? Cazarlos
como a las liebres. No miento, siores,
no miento. Aist mi ahijado, aist la
muestra con este probecito muchacho.
Porque, s, siores, el tal Julin lo ha

muerto. Mi ahijado estaba platicando


sanamente con mi hija; el don Julin
escondido entre los jarales; y todo fue
un dicir Jess: el tiro que suena y el
muchacho que cai redondito. Eso es ser
valiente? Raza de asesinos raza de
bandidos Pero no lo hurtan, lo
heredan.
Sofocado por la excitacin,
descans breves instantes.
Ya haba odo yo decir, seor
Pablo, que los patrones fueron de mero
camino real.
Cllate, muchacho entremetido.
Mocosos estos! Les falta la esperencia;
no saben que una palabra les puede
costar la pelleja. Ustedes oigan, vean y
callen. Djenme hablar a m solo: al fin

ya estoy ms palotra que parsta.


Tantas veces le he mirao la cara a la
muerte que hasta le voy perdiendo el
miedo. Que me maten ellos o que me
mate Dios que me cri, qu ms da?
De qu sirve en el mundo un carcaje
como el mo? S s decirles que mucho y
muy grande ser el consuelo que me
quede, contndoles, antes de estacar la
zalea, quines jueron estos tigres
sanguinarios, los Andrades.
Su voz se haca cada vez ms
solemne;
chispeaban
sus
ojos
concentrando la poca luz que an
quedaba en sus pupilas empaadas. La
luna caa de lleno en el patio y daba a
los rostros un aspecto pavoroso.
Vengar a mi padre, aunque sea

de puro pico Pos ai tienen ustedes no


ms que un da llegaron a este Mxico
dos gachupines muy mancebos y muy
bien dados; pero ms limpios de
morralla que las palmas de mis manos.
Contaba mi padre (que Dios tenga en su
santo descanso) quizque los traiban
como lastre del otro lao del mar.
Hombres muy aguerridos que en luego
lueguito se dieron a conocer por su
hombrada, de mera ley. Lo que se
llama valientes! Y qu hombrazos,
Seor de la Misericordia! Han visto
ustedes el San Cristbal de San
Francisquito? Hum! Pos digan que eso
es nada comparao con el mentao don
Inacio. Con una se las cuento todas. Una
vez, por lo que ustedes queran y manden,

un cristiano hizo emberrenchinar al amo


don Inacio Andrade. Qun sabe a qu
palabras mayores llegaran que el amo
se puso redepente de tostar chiles. Pel
los ojos, buscando piedra, garrote,
algo Nada, no ms la silla de montar
en mero en medio del patio. Verla el
hombre y echarse sobre ella todo jue en
un abrir y cenar de ojos. Derechito al
sable le da el jaln, y ah vienen con
todo y sable, la funda, las tapaderas, las
arciones, el fuste y hasta los suaderos. Y
todo le pasa volando sobre la cabeza
hasta cair del otro lao, mientras que la
espada, reluciente como el sol, se le
queda pandeando en la mano. Ese mero
era el amo don Inacio!
Abra muy grandes los ojos,

rendido por la misma emocin,


repitiendo con iguales palabras, gesto y
pausa, aquel relato tan bien sabido ya de
todo el rancho. Era uno de tantos
arrebatos de irresistible admiracin: la
parlisis que agarrota al lebratillo ante
el hocico abierto y los ojos fascinantes
de la boa. No obstante otros propsitos,
todos se sentan arrastrados por un acto
de ciega veneracin hacia el hombre
superior: el hombre-fuerza. Influencias
ancestrales los inmovilizaban al pie de
sus propios verdugos.
El viejo nada nuevo haba dicho,
pues, y los mozos se sintieron
defraudados. Quizs, fueran ciertos los
rumores: A to Pablo le falta un tornillo
en la cabeza. Pero comenzando su

nueva narracin, su voz tom inflexiones


imprevistas. La llegada de los Andrades
por Veracruz a Mxico. Su primera
aventura en el camino costeo, que
habra de decidir de su suerte. Ellos
venan en la azotea de la diligencia, a
precio nfimo de pasaje, entre maletas y
bales. Adentro un viejo matrimonio
espaol de regreso de Europa a sus
ricas propiedades de Amrica. Los
asaltos a la diligencia eran el pan de
cada da. Y en un asalto se realiza la
proeza portentosa de los hermanos
Andrade: que los tres solitos ponen en
fuga a los bandoleros, dejan patitiesos a
sus dos paisanos y al cochero en medio
del camino, y con dos supervivientes se
reparten amigablemente el botn.

Los bobalicones escuchan a seor


Pablo a baba cada. Siguen los
merodeos por la sierra, nuevos asaltos a
los caminantes, robos fabulosos por
haciendas y poblachos.
Una madrugada acabaron con sus
acuaches, cuando pa nada les servan ya.
Y ya buscaban la derecera del camino
real, cuando en lo ms cerrado del
monte, en las ramas de un encino, se oye
un ruido muy extrao. Alzan la cara y ai
no ms que se van topando con un
muchacho trepado en un rbol. Pos
qu buscas ai, t?. Aqu me agarr la
noche, amo. Vine con mi pap a la lea y
se me perdi la vereda. Y all arriba
la andas buscando?. No, amo: me
trep de miedo a los animales. Los

gachupines han de haber entrado en


temidecies. Pu que el muchachillo los
hubiera visto matar a sus compaeros!
Bueno, pos lo ques hora la sigues con
nosotros. Tampoco sabemos bien a bien
el camino y a ver si juntos damos con
l. El mancebito no tena pelo de tonto.
Ech de ver que, si no les deca s a
cuanto ellos quisieran, la tena ya segura
al otro mundo. Pos tan bien supo
metrseles a los siores que cuando
llegaron a tierra de cristianos era ya su
mozo de estribo. Nueva vida,
costumbres las mesmas. Compran
ganado y lo revenden y siguen haciendo
plata. No les miento a ustedes, cuando
compraron esta hacienda contaba mi
padre la pagaron en purititas onzas de

oro y a basca de gato.


Y ahora comienza lo mero geno,
siores. Con harto dinero, dueos de
muchas haciendas, no hubo uno que les
dijera, por ai te pudres. Y el que quera
dar guerra no la daba pa rato: se lo
quitaban de enfrente en un decir Jess.
Al que no le guste el fuste que lo tire y
monte en pelo. Dende entonces naiden
ha hecho ms desgracias con los probes,
que estos demonches de Andrades.
Y digan ustedes que hoy es nada
Y el muchachillo, pues en qu
par, seor Pablo?
All voy, hombre; djame
resollar
Se limpi el sudor que escurra por
su ardorosa frente, con ancho paoln

azul, deslavado y burdo.


Ese inocente lo saba todo; esa
criatura vido cuando los ladrones
llegaron cerca de donde l haca su lea
y vido cmo acabaron con sus
compaeros cosindolos a pualadas.
Viva en un ranchito de la sierra y no les
tena miedo a los ladrones, porque ellos
de por s no son malos: nunca daan al
probe; de lo contrario, si uno les hace
una valedura no se dan por bien
servidos. Pero viendo lo que vido, se
llen de azoro y se trep a lo ms alto
de un rbol. Cuando lo jallaron, hizo de
tripas corazn y ya no busc ms que
salvar el cuero. Bueno, pos les digo a
ustedes que los Andrades no han tenido
nunca un sirviente a quien haigan

querido tanto. Aguerrido como ellos, les


daba la mano en toititas sus trevesuras.
Pero la de malas! El tal Marcelino le
tena idea y un da lo emborrach, y lo
hizo desembuchar cuanto de los amos
saba. Las resultas? A los pocos das
amaneci desbarrancado abajo de la
Cuevita.
Entonces se era, pues, su
padre?
Mi padre, s, siores. El que les
sirvi de rodillas para que lo mataran
como lo harn conmigo el mesmo da
que esta pltica se sepa Epa, t, no
anda por ai to Marcelino?
Los peones se miraron. Y fue su
silencio solemne y terrible: juramento
tcito de callar y de vengar ms tarde la

sangre de tanta vctima desventurada.


Seor Pablo, que jams haba
llorado delante de hombre, se puso a
sollozar como mujer.
Se sigui hablando de la Cuevita.
Escondite situado en escarpaduras
inaccesables de la Mesa de San Pedro,
en donde los Andrades cometan los
asesinatos que necesitaban guardarse en
absoluta reserva. Nadie ms que ellos
mismos y sus cmplices conocan su
entrada. Abierta en la viva roca, un
peasco la tapaba por completo.
Ora s, muchachos, ya es tiempo.
Vyanse ya. Apenas llegarn cuando el
sol est alto. Pronto esta gota serena me
quitar la vista poca que Dios me ha
dejado: pero todava se me afigura que

destingo el lucero de la maana.


Hubo un rumor general. El cadver
del vaquero, que pareca haber crecido
mucho, fue levantado en brazos de
cuatro garridos mozos y puesto en un
cajn negro con ancha cruz blanca a
todo lo largo de la tapa. Las mujeres
lloraban, el aullido de los perros creca.
Muchos hombres, la mirada tristemente
puesta sobre el fretro, esperaban de pie
para formar el cortejo.
Entonces apareci to Marcelino.
Gertrudis, que digas en el
Registro Civil que muri de jiebre.
A los que momentos antes
expresaran
entereza,
echando
maldiciones de los Andrades, la
presencia de to Marcelino les convirti

en humo sus bravos arrestos. Apenas si


Gertrudis se atrevi a gruir una
insolencia, escurriendo el bulto rumbo a
su casa, eludiendo el cumplimiento de la
orden.
Parti la fnebre procesin por el
camino real y de pronto rompise el
imponente silencio de los campos de
nuevo con el Alabado, aquel canto que
brotaba de los varoniles pechos con
desgarradora melancola y tristeza
sobrehumana. Dijrase el canto de
muerte no de un hombre, sino de una
raza entera, enferma de siglos de
humillacin y de amargura.

III
MUY SATISFECHO, el Sargento renda su
declaracin frente a la desteida mesa
del juzgado y ante el negro humor del
seor Alcalde Constitucional de la Villa
de San Francisquito.
No era pobre hazaa, a la verdad,
la del jefe del destacamento rural. En
una sola noche se haba despachado a
descarga cerrada a un viejo maestro de
abigeato, desolacin de criaderos y
espanto de serranos; luego daba de

narices con el cortejo fnebre que iba


por el camino de San Pedro de las
Gallinas, descubra un lo, aprehenda a
los sospechosos y, para rematar la faena,
en dos por tres se apoderaba de don
Julin, el matoncillo ms feroz de los
Andrades.
Acabbamos de cumplir con el
encarguito del seor Director Poltico
prosegua con entusiasmo, sin reparar
en la actitud francamente hostil del
supremo magistrado cuando a eso de
las cinco, al bajar la sierra de San
Pedro, omos el Alabado all por el
camino real. Vamos, muchachos: donde
hay difunto hay mezcal. A ver si la
Providencia nos socorre con un traguito
para esta desvelada. No le miento a

usted, seor Juez: tres noches de fatiga,


tres noches de no pegar las pestaas.
Desde que el peridico hace su
escndalo, nos cuesta mucho trabajo
hacerles el deber a todos los que
tenemos en lista. Hay que caminar
leguas y ms leguas hasta dar con algn
rinconcito adonde esos amigos del
chisme no alcancen con las narices. Y
quebrando hoy uno aqu, maana otro
ms all, nos llevamos una friega de
cien mil de a caballo, con perdn de
usted, mi jefe. Ya ver si a esas horas
nos caera mal un aguardientito. Bueno,
pues para no cansarle su atencin, en
menos que se lo cuento bajamos al
camino real. El sustazo que les dimos!
Nos tienen tanto miedo a los de la

Montada, que la verdad ni se las ol


siquiera. Les ped la maana y nos la
dieron de buen modo; para repetir,
naditita que nos hicimos del rogar y ya
despus del ltimo trago, cuando
nosotros cogamos nuestra vereda y
ellos seguan por su camino, no s por
qu me vino al pensamiento preguntarles
por el difunto. Y sa fue una de hacer
pucheros y de mirarse unos a otros y de
querer hablar todos y no animarse
ninguno. Pues, no seor, que les destap
su contrabando. Sin ms ni ms hago que
abran el cajn del muerto. A ver,
amigos, por qu est esa camisa llena
de sangre? Ustedes no se perjudiquen,
yo ya lo saba todo y no ms los he
querido tantear. Si me dicen la verdad,

tan amigos como siempre, pero si me


quieren contar cuentos, a ms de alguno
trueno. Pos la mera verd de Dios
respondi el menos aturdido nosotros
nada de criminoso tenemos en esta
muerte y si lo llevamos a enterrar es
porque fue nuestro compaero, y. Y
luego se hizo bolas; pero lo que pude
sacar en claro fue que don Julin
Andrade es el asesino. No quiero
cansarlo, seor Juez: aprehend a unos
cuantos, que se los tengo aqu afuera, y a
don Julin le puse un cuatro en el que
cay como una zorra. Nos arrimamos
calladitamente a la hacienda de San
Pedro, azorrill la mitad de mis
muchachos entre los nopales, a espaldas
de la casa grande, con orden de atrapar

a cualquiera que buscara salida por la


puerta de campo. Entonces llegu con
mis otros soldados por el frente,
armando gran escndalo. Que se d
preso don Julin Andrade y que si no me
lo entregan por la buena, yo lo saco vivo
o muerto. Y que esto y que lo otro. En
sas sali un ranchero de malos
modales, pero a quien un cintarazo a
tiempo le apag el coraje. Y ya todo
par en negarnos a su patrn. Estbamos
en esa porfa: l a que sin orden por
escrito de las autoridades no nos dejara
entrar, nosotros a vocifera y vocifera,
dndole no ms tiempo al tiempo,
cuando ah vienen mis muchachos con la
prenda bien trincada. Ja, ja, ja! Ni
campo le dimos de vestirse; vena en

paos menores; y de por el amor de


Dios nos pidi que siquiera le disemos
licencia de ponerse sus trapitos. Y aqu
los tiene usted a todos juntos: al viejo
que rindi ya su declaracin, a un tal
Perfecto Romo que dice que lo sabe
todo y a una muchacha que anda tambin
enredada en el cuento. Ah tiene a don
Julin Andrade y a su servidor para lo
que a bien tenga el jefe que mandarle.
Cuadrse militarmente, una mano
recta en el chac, la otra al borde de la
cinta roja de su enlodado pantaln, y
haciendo
girar
sus
talones
gallardamente, se despidi.
El alcalde ech sapos y culebras
entre dientes, inclin la cabeza sobre su
verdosa carpeta, esquivando el galante

saludo, y permaneci callado. Desde


que haba llegado al villorrio aquel
diablo, como jefe del destacamento de
gendarmera
montada,
el
seor
magistrado haba tenido que desatender
su hortaliza y su ordea de chivas, con
incontable
nmero
de
procesos
criminales. No pareca sino que por
verdadero sport el maldito sargento se
dedicaba a echarles mano a todos los
valientes que tenan cuentas con la
justicia. Pero el caso actual era peor: se
trataba de un Andrade; de sobra se saba
el seor Juez con quin se las iba a
haber, y porque se lo saba el humor se
le agriaba mayormente. Avezados a los
peores lances, los Andrades eran unos
acabados leguleyos; al dedillo conocan

los vericuetos y escapes de la ley para


salir airosamente del ms intrincado
matorral. Con ms ardides que el ms
listo tinterillo, saban salir limpios de
toda culpa.
Rascse, pues, la cabeza, escupi
su bilis e inquiri con impaciencia:
Ya est eso, don Petronilo?
S, seor, ya est respondi el
secretario, levantando las narices de
entre las hojas del incipiente legajo,
luego de apuntar las ltimas palabras
del sargento.
Que pase el acusado Por qu
delito se le trae aqu, don Julin?
Yo qu s sala de mi casa,
dos soldados se me echaron encima, me
trincaron y me trajeron: eso es todo.

El Alcalde haca su interrogatorio


como distrado; sin levantar los ojos;
destrozaba, insistente, una mancha de
tinta en la carpeta con la punta de su
cortaplumas.
Qu ropa traa cuando sali?
En paos menores.
El reo vacil al decir estas
palabras: vea el lazo.
En paos menores? Es muy
extrao. A ver, explqueme usted
Sala
digo
a
cierta
necesidad
Hombre! Usted es de los que
salen al campo a eso?
Mi padre est enfermo, duerme
en un cuarto inmediato al mo y yo deba
pasar precisamente por all No

duerme ms de un ratito en la
madurgada. Por no despertarlo, pues,
prefer salir al campo.
Pues es una salida muy
cndida, don Julin.
Respondo a lo que me pregunta.
Julin se puso altanero y el Alcalde
se amostaz. El interrogatorio se
complic en detalles topogrficos y
otras minucias, sin resultado prctico
alguno. Y como por tal camino nada se
sacaba de provecho, el juez enderez
sus preguntas por otro derrotero.
Convengo, don Julin, en que
todo eso que me dice usted sea cierto;
pero no me explico entonces por qu se
neg a la autoridad.
Claro! A mis hermanos tantas

veces han ido a molestarlos con chismes


de stos, que ya nuestros sirvientes
tienen la costumbre de negamos a toda
gente de armas, sea quien sea.
Perfectamente! Vamos a otra
cosa. Conque antier, a las seis de la
tarde, en dnde se encontraba usted?
En la hacienda; estaba mirando
llegar el ganado. Veo las reses y las
cuento: es costumbre ma.
Usted conoce a Marcela
Fuentes, don Julin?
S, seor.
La vio usted esa tarde?
S, seor.
Y tuvo ocasin de hablar con
ella?
Cuando acab de entrar el

ganado ella sali por agua al arroyo y yo


la segu.
Y?
Nada, que la segu porque
Porque?
Porque es mi querida.
Ante tan inesperado arrojo, el
Alcalde se detuvo perplejo y conturbado
durante cortos instantes.
Hace usted bien habl despus
con emocin y vacilante, hace usted
muy bien en seguir este camino que es el
ms corto y el nico que lo puede
favorecer. S, don Julin, debe saber que
el Juzgado tiene ya los datos necesarios
y que si lo interrogo a usted es slo por
llenar las formalidades de la ley. Por
consiguiente, con su declaracin y sin

ella ps! Es evidente, pues, que su


confesin franca y llana le da derecho a
todas las atenuantes. Para abreviar le
suplico que me aclare slo un punto
oscuro todava: uno de los testigos
asegura que usted le peg a Jess
Rodrguez siendo agredido por l; pero
hay otro que asegura que el agresor fue
usted. Podra darme algunas luces
acerca de este particular?
Julin dijo algunas palabras
cortadas, confusas, ininteligibles.
Helado sudor escurra por su
frente: haba visto de nuevo el lazo ya en
los momentos en que iba a caer dentro
de l. Su voz, de tan dbil, se extingui.
Y ocultando la fuerza de su emocin, se
fingi asombrado y atontado.

Yo no entiendo digo no s
qu es lo que me est preguntando.
Me acaba de decir que Marcela
Fuentes es su amante, verdad? Pues
tampoco yo entiendo, y puesto que se
empea en que hemos de ir parte por
parte, vamos despacito, pues; pero le
aseguro que as sale perdiendo. Dice
que el amante de Marcela Fuentes es
usted. Bien. Y Jess Rodrguez, qu era
de ella, don Julin? Hay quienes
aseguren que el occiso era tambin
amante de esa muchacha. Diablo! De a
cuntos se gasta esa chiquilla, don
Julin?
El semblante del acusado se cubri
de palidez, cual si le hubiesen fustigado
el alma.

El Alcalde levant los ojos y una


sonrisa de triunfo se dibuj en sus
labios.
Ya lo ve: se le pregunta slo
porque se es nuestro deber. Antes de
carearlo con los testigos, lale, don
Petronilo, el testimonio de Pablo
Fuentes: quizs con eso sea bastante
para que don Julin vuelva sobre sus
pasos.
Al or el nombre de seor Pablo, a
Julin Andrade se le pleg la boca
oblicuamente, y un ojo, medio cerrado
de ordinario, desapareci en un
fruncido. Breves momentos no ms:
mientras acumul sus energas a punto
de desfallecer. Entonces, inmovilizado
su rostro como una mscara de granito,

indomable y altivo, escuch la lectura


de la declaracin de Pablo Fuentes.
Don Petronilo, el secretario, era un
sujeto mugriento, tartamudo y tan
atrozmente miope, que necesitaba meter
las narices entre las hojas de los
expedientes para cumplir con su
cometido. Empez a gangorear un
baturrillo de frases medio comidas,
slabas repetidas dos y tres veces, y con
tantas interrupciones, que de repente
pareca que su respiracin se
paralizaba, por ms y ms grande que
abra la boca para alcanzar aire. Cuando
termin la lectura, Julin echaba chispas
de regocijo.
Lo oy usted, don Julin? Un
testigo presencial que lo dice todo.

Insiste an en negar los hechos?


No entend muy bien lo que el
seor ley. Pablo Fuentes declara
haberlo visto todo?
Todo, s, seor respondi el
Alcalde en son de triunfo.
La reanimacin de Julin fue
completa; las lneas de su rostro se
enderezaron, irgui su escueta figura, se
compuso la cabeza alborotada y,
reteniendo apenas un suspiro de
liberacin, respondi con energa:
Seor Alcalde, no entiendo nada
de lo que usted est haciendo, ni puedo
saber todava qu papel hago yo en este
mitote. Creo que se estn burlando de
m. Porque, seor, no s qu pueda
haber visto ese infeliz de Pablo Fuentes,

enfermo de cataratas, que ni los bultos


puede distinguir a toda la luz del da.
A ver ese expediente, don
Petronilo.
Ley rpidamente la declaracin y,
serenndose en breve, continu con
calma y gravedad:
Veremos, veremos. Que entre de
nuevo el testigo Pablo Fuentes.
Tentaleando los muros, vacilante el
paso, plida la faz, entr el anciano;
levant la frente y estir las cejas,
esforzndose por recoger la mayor
cantidad de luz posible e intentando
distinguir
las
siluetas
de
los
circunstantes. Profundamente inclinada
despus la cabeza, oy la declaracin
leda por el propio Alcalde.

Es cierto lo que aqu est


escrito, Pablo Fuentes?
No, siores, yo a naiden vengo a
culpar, no es verdad que yo haiga visto
nada; dije y repito lo que me cont mi
hija Marcela, cuando arrend del arroyo
a poquito del balazo. Hum!, pos quiba
yo a destenguir a estas horas, siores?
Qu no miran sus mercedes lo que ya
no ms me queda de ojos?
El Alcalde, encolerizado, tron:
Puede salir Pablo Fuentes.
Luego, volvindose a su secretario:
Don Petronilo, ha hecho usted un
pan como unas hostias. Es usted el
imbcil de siempre. Yo tengo la culpa,
por tener estos empleados.
Don Petronilo quiso dar disculpas;

pero la lengua se le agarrot, sin acertar


a decir una palabra cabal.
Ha
puesto
usted
como
declaracin de ese anciano lo que l
cont que le refera la muchacha. Sea
por el amor de Dios! Sea por el amor
de Dios, don Petronilo!
!
No, no me diga nada; mejor
cllese. Basta! Que entre Marcela
Fuentes.

IV
MOMENTO de expectacin: el mvil
obligado de los delitos a diario
cometidos; entrada en escena de la
mujer motivo. El Alcalde no pudo
resistir al deseo de levantar la cabeza.
Levantronla tambin el secretario y el
escribiente.
Siempre lo mismo: repeticin
indefinida del tipo con sus dos variantes
principales: la especie vulgar, ruda y
tosca, tan desprovista de atractivos

fsicos que hace dudar de que por sus


deplorables prendas pueda derramarse
una gota de sangre, que obliga a pensar
en que los actos a que ella haya orillado
a sus amantes tienen tanto de criminales
como los del toro que a cornadas se
quita de en medio a su rival, el gallo que
rasga las carnes al que pretende cantar
en su muladar, el triunfo eterno del
fuerte; y a veces, muy raras, la muchacha
sensual y sabedora del podero de su
carne fresca y sabrosa; la mujer ardiente
que provoca conflictos porque en ellos
se recrea, que lleva al peligro a sus
adoradores para solazarse en l;
refinada en el vicio y con la intuicin de
que la temeridad fustiga el deseo e
intensifica el placer.

Marcela entr encogida y con los


ojos bajos. El rebozo tornasolado
envolva sus redondos hombros y su
ancha espalda; la blusa transparente
orlada de encajes dejaba, a trechos,
desnudos, llenos y bronceados, las
manos delgadas y nerviosas, el cuello
ondudulante en suaves estremecimientos,
los brazos tersos y bien modelados. Para
explicarse el delito de sangre que all se
ventilaba, era bastante contemplar
aquellos ojos dulces, aquella boca
plegada a veces por un gesto de natural
coquetera, aquella nariz levemente
entreabierta y hecha a las tremulaciones
del pecado. El Alcalde tuvo una
sensacin de bienestar inefable y dio
principio a su interrogatorio, ya de buen

talante.
La muchacha habl con timidez, los
ojos bajos, las manos desmenuzando las
barbas del rebozo. Imponanla el gesto
grave del Juez, la austeridad del local y
la circunspeccin de los asistentes. A
preguntas y repreguntas fue conducida
insensiblemente a referir su vida de
meretriz del rancho. Descorri el velo
de la hija del campo que, al despertar su
pubertad, sabe ya que su fuerza mayor
ser el ser codiciada por alguno de sus
amos; que si sus prendas personales
logran el hechizo, mientras dure habr
felicidad en su casa: las mejores tierras
para la familia, los prstamos que no se
apuntan, y para ella las telas de lana y
seda, los listones de raso, las botas de

charol, y el hablar recio, el holgar, el


embriagarse en las bodas, fandangos y
ferias, y el ser agasajada por todas
partes.
Cuando alz de pronto los ojos, se
qued atnita. Encontraba en las
miradas del seor Alcalde, del
Secretario y del Escribiente, el ardor de
una llama muy conocida por ella. Sus
timideces de fingido pudor se esfumaron
entonces, desapareci su turbacin, y
tuvo al instante plena conciencia de su
poder y la intuicin de la igualdad del
hombre, sea cual fuese su jerarqua
social, cuando se ha dejado postergar
por el ltigo de la lujuria. Dejse de
encogimientos y melindres; sus ojos
matreros que encontraban refugio y

simpata mal disimulados, tomronse


francamente provocativos. Dio a sus
palabras acento dulce en armona con su
gesto sensual, con el movimiento de
hombros y caderas y con la suave
ondulacin de su pecho. Su boca se
pleg en un mohn que le era peculiar:
incentivo y reto para besarla, para
morderla, para beberle toda el alma. Sin
darse cuenta de ello, el Juzgado caa
bajo la influencia de un ejemplar de
hembra que acumulaba todas las
voluptuosidades del sexo y haca
estremecer la sala entera de lujuria.
Con ingenuidad rayana en impudor,
respondi al interrogatorio ocioso con
detalles de sus cadas suplementarias:
las artimaas para engaar a la

fierecilla del amo siempre y en todas


partes, sin temores ni zozobras; lo
mismo en la espesura del bosque cuando
se va a la lea, como entre los jarales
del arroyo al oscurecer; en la desolacin
del barbecho, como bajo el cielo
estrellado; en las cuencas negras de las
barrancas y entre los riscos asoleados
de la montaa: siempre y en donde
quiera que el macho poderoso solicit
su inagotable ddiva de amor.
En tan amena como indiscreta
declaracin se solazaban la ardiente
muchacha, como el Alcalde y los
presentes al acto judicial. Sobrecogidos
de pavor, los pudibundos aclitos de
Temis no podan impedir la profanacin
de su austera deidad en el propio recinto

destinado a su culto: el triunfo magnifico


de Afrodita.
Hostigado por el resquemor de las
posibles hablillas de sus subalternos, el
Alcalde repar en que hasta aquel
instante no se haba dicho una sola
palabra conducente al esclarecimiento
del delito y hacindose violencia, con
voz incierta y apenas perceptible,
interrumpi:
Hbleme usted ahora de lo que
ocurri ayer por la tarde en el rancho,
que es por lo que se le ha trado aqu.
Marcela se turb, volvi a tomar su
humilde continente, esper breves
momentos para juntar alientos, arregl
su mascada de seda anudada al cuello,
aboton su blusa, e iba a reanudar su

declaracin, cuando, al volver la cara


hacia el patio, sus ojos se encontraron
con otros ojos. Empalideci hasta
ponerse ceniza; sus lneas se
descompusieron; y si el compasivo don
Petronilo no le apronta una silla, habra
cado desvanecida.
Nada imploraban aquellos ojos de
cobra; ordenaban sencillamente, con la
inexorable fuerza de quien sabe que
tiene que ser obedecido. Pesaba sobre
Marcela el poder tremendo de la
arrogante raza de violadores a quienes
jams ninguna de sus vctimas entreg a
la justicia. Machos hercleos que con su
brutalidad misma llevaban el encanto de
su belleza y vigor fsicos; atractivos
incomparables y supremos deleites de

las hembras. No vea Marcela ya al


producto degenerado, y enfermizo, al
ltimo retoo podrido, sino al amo
omnipotente que se aduea de la mujer
que se le antoja sin la ms leve
resistencia.
Su voz opaca y dbil y su faz
ensombrecida y abatida no tradujeron ya
el odio acerbo al verdugo, seor de la
gleba. Ahora Marcela deca que ella
baj al agua, que don Julin la sigui,
que la requera de amores cuando se oy
un tiro. Que ms tarde supo que haba
resultado muerto un pen; pero que
ignoraba dnde ni quin dispar.
El Alcalde, que se crea al cabo de
su labor, mont en clera:
Usted miente cnicamente; el

juzgado no es burla de nadie. Sepa que


si sigue mintiendo ser puesta en prisin
como encubridora del asesinato. Ha
dicho su padre toda la verdad y la
declaracin nueva que est usted dando
la lleva a la crcel.
He dicho lo que s respondi
Marcela sin inmutarse.
Muy bien Don Petronilo, el
careo con Pablo Fuentes.
Entr de nuevo el anciano y
escuch la lectura de su declaracin ya
debidamente reformada.
Qu dice usted de esto?
Todo es cierto y muy cierto. se
es mi dicho, siores.
Y usted, seora?
No digo sino que mi padre, como

es bien sabido en todo el rancho, no ve,


ni oye, ni entiende. Est distrado el
pobrecito!
Cmo?
El Alcalde arda: Conque uno
pretende que el viejo est ciego y ahora
la hija resulta con que est loco!
En seguida el otro testigo, don
Petronilo.
Diga usted, Romo: cmo es
cierto que Julin Andrade es el autor
material del homicidio perpetrado en la
persona del que en vida se llam Jess
Rodrguez?
Qu! Por ms que el ranchero abre
los ojos y estira los labios, le es
imposible comprender una sola palabra
de la jeringonza del juzgado. Y como

Marcela est enfrente de l y por detrs


est don Julin, el mejor camino que le
queda es el de hacerse el aturdido que
nada sabe ni entiende.
Media hora de lucha infructuosa.
Empapado en sudor, el Alcalde se pone
en pie, saca su reloj y menea la cabeza.
Don Petronilo susurra al odo
de su secretario, ya va a dar la una:
corra, me riega la alfalfa, les echa
pastura a las chivas y corta calabacitas
tiernas, que de paso le deja a Mara
Engracia.
Luego, mirando al patio:
Seor Sargento, lleve usted a la
crcel a esta mujer.

V
MURMURANDO
insolencias,
Julin
Andrade se alej del jacal de Marcela,
despedido bruscamente como perro de
casa ajena. Y cundo, seor? Ahora
que vena de la prisin con todo el
entusiasmo y fogosidad acumulados en
dos semanas de sombra e inercia.
Porque Marcela, que supo mantenerse
tan bravamente hermtica y serena ante
el habilsimo interrogatorio del Alcalde,
ahora que Julin llegaba desbordante de

gratitud y loco de amor, soando en unos


rollizos brazos abiertos, lo rechazaba
con gesto hosco y palabras acres, con
una negativa pertinaz que extremaba sus
deseos hasta el paroxismo. Y era que la
presunta prueba de amor no significaba
sino lo que la tortilla dura que se arroja
al cesto de un limosnero. En sus ojos, en
su boca, en sus ms insignificantes
movimientos no haba, pues, ms que
una repulsin profunda y como
escupitajos que le lanzara al rostro.
Por momentos su ruindad y
cobarda pugnaban por surgir a su
conciencia; en el fondo de su
pensamiento se remova la presuncin
de su crimen, pero al mismo tiempo la
conviccin del fatuo que siempre

encuentra perfecto cuanto peor hace. La


idea de su miseria moral y de su
envilecimiento se agit slo como las
ondas de una cinega removida: ondas
que cabrillean y mueren en su propio
fango antes de reformarse.
Haba llegado ya a las puertas de
sus caballerizas. Se detuvo un instante,
mene la cabeza y empuj.
Un Andrade cree en Dios y,
despus de Dios, en sus caballos. A los
ricos y variados ejemplares que sus
cuadras albergan debe fama y honores
en toda la Repblica. Gentes de ferias y
juegos pronuncian su nombre con
respeto. Cuando un Andrade sufre o se
fastidia, no tiene ms que entrar a sus
corrales y seguramente que a la puerta

dejar cuantas penas le aflijan.


Al chirrido de los goznes
relincharon las bestias con regocijo,
asomando sus cabezas finas y sus ojos
inteligentes por los barrotes ms altos
de los compartimientos. La luna
derramada en el menudo empedrado del
corral entraba en angostas randas
plidas por las bocas semicirculares de
los cajones. Julin salt las trancas de
uno de ellos y registr minuciosamente
muros y piso. Las paredes estaban
limpias como porcelana. (Sin hiprbole
puede asegurarse que la habitacin de un
Andrade mucho tiene que envidiarle a la
de sus caballos). Cogi un puado de
arena del suelo para cerciorarse de que
no estaba mojada por las deyecciones de

las bestias, sino bien seca y removida.


Espolvore entre sus manos las pasturas
de los pesebres en menudos fragmentos
de pajitas plateadas y ligeros granos de
cebada. Una yegua orizbaya fij en l
sus ojos cafeoscuros, estremecindose
al contacto de la mano que pasaba por
su terso lomo desde la paleta hasta las
ancas. Frotla repetidas veces para
asegurarse de que haba sido baada y
pasada por el ayate. Entr despus a
otro cajn. Un potro negro olfate y
lami con mansedumbre la mano que se
le tenda.
Con una re tostada, quin le
lia montado al Mono?
De un ruinoso jacalucho con acceso
al propio corral, sali un mocetn

engullendo un taco de tortillas y


mascullando:
Naiden le ha montao al Mono.
Yo en persona lo truje al agua.
Luego, limpindose las barbas con
el revs de la blusa y deglutiendo como
un buey:
Sepa su merc que lo que el
potro tiene es que est ispiao. Con la
calor y tanto llover se les pica la
pezua. Luego con cualquier rajuela que
se le jaiga encajao aist ya renqueando.
Naiden le monta al Mono: sepa el patrn
que yo no estoy pintao en la pader, ni de
nia bonita pa que naiden venga a
divertirse con sus animales.
Sin dejar de hablar, el pastor haba
entrado ya al compartimiento. El Mono

era un potro rabe, color de azabache,


muy esbelto y arrogante. Gertrudis lo
hizo dar unos pasos, le cogi una pezua
entre las manos:
Ora no ms lo ver el amo.
El noble animal se abandonaba
dcilmente al hurgar del pastor,
mirndolo con curiosidad.
Espera dijo don Julin, deja
encender un cerillo; as a tientas no ms
lo maltratas.
Pero antes de que se encendiera la
luz, Gertrudis le puso el pedrusco en las
manos:
Mrelo, aqu est! no se lo
dije?
Julin no respondi. Chocbale la
altanera con que su pastor haba vuelto

de Morency; pero lo disimulaba en


gracia a que era muy cumplido en sus
obligaciones. Por otra parte, tan grato le
era tener a su servicio aquel insolente
lebrn, como pudiera serle un perro
bravo. Y a eso precisamente deba
Gertrudis el disfrutar en la casa de
tantas prerrogativas como cualquiera de
las bestias finas.
No he buscado corredor para la
Giralda. Dado el caso, te animaras a
correrla? Cmo te sientes de las
corvas?
Ust es quien ha de tantearse,
patrn; ya sabe que por mi lao no hay
portillo. Cierto que he echao carnazas y
estoy de peso, pero
Julin, a horcajadas sobre un

travesao, no haca ms caso de su


caballerango. Ya su pensamiento vagaba
por otra parte. De pronto dio un salto y
se encamin hacia un rincn del corral
apretado de follaje, y seguido de
Gertrudis como de su perro fiel se abri
paso entre el herbazal, desapareciendo
uno y otro por una angosta hendedura
abierta en la pared y escondida por la
yerba.
Qu lstima de animal!
exclam Julin ya del otro lado,
detenindose ante las trancas de una
pequea caballeriza. Haber venido a
menos por lo mismo que vale tanto.
Una yegua arrogante llenaba con
sus ancas redondas todo el delantero de
su cajn. Al blanco mate de la luna se

apagaba su oro requemado. La Giralda


era un ejemplar de formas, proporciones
y color y, adems de su sin igual
gallarda, tena el mrito de haber
llegado a campen de la Repblica.
Nadie supo siquiera el alcance justo de
su carrera, porque siempre asegur su
triunfo al arrancar del cordel, y los
aconsejados corredores se limitaban a
darle la velocidad mnima y suficiente
para ganar la partida. Pero eso mismo
fue su ruina, porque no encontrando
rival se convirti en onerosa e
improductiva carga para sus dueos. Y
se la tena casi olvidada, cuando a
Julin se le ocurri una idea muy audaz
y temeraria. Un tapado con los Ramrez,
carreros del Refugio, de fama tambin

muy bien habida. Condicin nica: las


bestias haban de ser escogidas
precisamente entre las de sus
respectivas caballerizas. Se fijaron
fecha y monto de la apuesta. Entonces,
rodendose de infinitas precauciones,
Julin compr a unos jugadores de
Puebla la famosa Giralda y la trajo a
San Pedro de las Gallinas una noche, sin
que supieran qu bestia haba comprado
ni los mismos que la condujeron.
Sabe el amo cmo resultara
esto ms seguro y ganancioso? Consiga
su merc la receta que los gringos tienen
pa cambiarle el color a un caballo. Yo
o decir poall en Morencia que los
tien al modo que les da su gana.
Bah! qu pintarla ni que

teirla! El que se ensarte que se!


Pos ser al modo que el amo
diga; pero yo s decirle que los siores
del Refugio son medio corajudos y pue
que le den una muhina.
Y a ti te da tos por eso?
No llega a tanto mi cuidao no
sera el primer cario que un cristiano
me hiciera o a la visconversa Lo
digo por el patrn.
Por m? Piensas, pues, que
sta que traigo fajada en la cintura la
cargo con cagarrutas de borrega?

VI
AMOSTAZADO todava, sali Julin
Andrade paso a paso fuera de los
corrales. En pleno llano y bajo un cielo
cuajado de estrellas sinti de nuevo la
herida y la opresin tremenda en su
pecho.
No faltaba ms! La quiero y la
tendr. Lo que sucede es que me he
vuelto idiota. A quin se le ocurre ir a
pedir de caridad lo que por derecho es
suyo? Me humill por gratitud, y con eso

la pelada se ha crecido. Mi
agradecimiento porque me supo salvar
de la crcel o de algunos miles de pesos
mal gastados, ella lo toma como pasin.
Ja, ja ja! No nace todava sa
bah, con hacerle un cario, un poco
brusco, se amansa!.
Sus pasos ensordecidos por la
yerba y su sombra que se deslizaba
detrs de las tapias de la casa grande
despertaron a los perros de la peonada;
se oyeron furiosos ladridos; pero en
cuanto los animales reconocieron al
amo, se alejaron muy quietos y
meneando la cola. Julin tom por
espaldas de la casa de Marcela, atisb
unos instantes y sigui el cercado de
huizaches, entrando por la puertecilla

trasera.
El viejo roncaba. Marcela en la
otra puerta departa con las vecinas. Se
oan las voces de los peones cerca de la
era. A horcajadas sobre las varas de un
carromato empinado algunos, otros
sobre el estircol y muchos de panza al
aire, mirando las estrellas, contaban el
cuento de La infeliz Mara. Las
plticas interrumpidas por los perros
habanse reanudado ya.
Soy yo, Marcela habl Julin
muy quedo, acercndose de puntillas.
Marcela en el batiente fingi no
haberlo escuchado.
Pos s, se Refugia, cierto y
muy cierto, si no ha sido por m lo
funden y ah estara mirando el sol por

cuarterones. No dije nada, pa qu? No


le parece que es no ms echarles
odiosidades a los de la casa? A fin de
cuentas ni les hacen nada; pagan y, en
menos que se lo digo ah estn otra vez
de vuelta. Si hay, gracias a que el tal
Julin es un don Julin Miserias; si no,
desde cundo anduvieran aqu tambin
sus hermanos dando guerra. Pero por no
aflojar cuartilla es capaz el condenado
de dejar que se pudra en la crcel la
misma madre que lo pari. Y que ansina
no juera, se Refugia, con que uno los
hunda resucita el difunto? Lo que s
decirle de verd es que no lo hice por
querencia ni mucho menos Uno
condesciende a veces cierto pa
qu negarlo? Pero sa es ya harina de

otro costal. Quin habra de querer a


ese desgraciado que no tuvo valor
siquiera pa matar por delante al
difuntito? Eso s, sea Refugia, en lo
de asesino ni quien se le pare por
enfrente al tal Julin As como lo est
oyendo Que me calle? Hum, pos
ust de veritas no me conoce bien
planchada! Se lo dir a l en sus
mismas barbas, si barbas le llegan a
salir al muy!
Marcela
dejaba
correr
a
borbotones las injurias, embriagada en
la venganza ms grande de su vida.
Y aquellos insultos que no habran
pasado nunca ni por la mente de don
Julin, lejos de despertar en l instintos
homicidas, que por alusiones ms leves

e inocentes le acometieran otras veces,


fueron acicate para su lujuria como la
disciplina para la devota histrica
mordida por la bestia carne. Un
calosfro recorri su cuerpo, tremularon
sus piernas, y jams la vehemencia del
deseo carnal lo acos con tal furia.
La noche fue asilencindolo todo;
las comadres se retiraron al interior de
sus chozas. Marcela fue la ltima. Ni
siquiera fingi extraarse de la
presencia de Julin. ste haba cado ya
a sus pies sollozante. De las splicas
reiteradas pas a la lucha, y la lucha se
trab encarnizada entre el macho
famlico y la hembra embravecida. Para
Marcela era un instante de repugnancia
infinita. Escap de repente, y en loca

carrera huy por el llano silencioso.


l se quedaba con piltrafas de sus
ropas en las manos, y ella, casi desnuda,
a la luz de la luna, hua, hua a cobijarse
tras las oscuras madejas de los sauces.
Y cuando por final de la carrera, a
travs de los campos iluminados de
ncar, de una ninfa negra y de un stiro
escueto, ella hubo de rendirse agotada,
l, lejos de saciarse como el tigre
hambriento en su presa, se ech otra vez
a sus plantas sollozando como un nio.
Aqu estoy! Qu ms
quieres, pues? exclam Marcela
desfalleciente, ansiosa de dar fin a un
tormento que no poda soportar ms.
No as no!
Entonces qu?

Marcela! que me quieras


Oh, no!
Mira que te puedo matar.
A la dbil y lechosa palidez de la
luna centell la hoja afilada de un pual.
No, no tengo miedo; mtame
ya eso es mejor
Mira, Marcela
Sera mejor. Hazlo de una vez.
Marcela!
S, anda, ya s que si no es hoy
ser maana, cualquier da Anda, s,
de una vez Cobarde! Asesino!
Marcela!
S asesino, asesino!
Por el amor de Dios, Marcela,
cllate
Anda, pgame. A las mujeres s

has de saber herirlas aqu


Y desgarrando las nicas ropas que
cubran su busto desbordante, present
el pecho desnudo para que en l se
saciara la bestia.
Qu esperas, cobarde, asesino?

Sigui una escena absurda. Julin,


lvido como la muerte, envain
lentamente la daga, y entonces ella,
enloquecida, obsesionada por la idea de
morir, levant la mano y se la estamp
en la cara.
Marcela! gimi Julin, no
te mato porque porque no puedo
porque mira porque te quiero con
toda mi alma! Te amo, te adoro!
Y volvi a caer de rodillas. Y ella,

espantada de vivir todava, se alej de


nuevo por el campo. Desnuda como una
bestia salvaje, solemne cual si hubiese
vislumbrado en su conciencia aquel
momento de sublime vengadora de su
infortunada casta, march serenamente
en el silencio de la llanura, desnuda
como un bronce y baada por las
dbiles rfagas de la luna que se
esconda tras las montaas.

VII
PESARE a seor Pablo, sus funestas
previsiones resultronle fallidas: el
temporal de lluvias fue un derroche del
cielo y pocos aos habran de dar
cosecha ms abundante que la de
entonces.
Aquella fresca maana de agosto,
en el verde afelpado de los milpales
tremolaban millaradas de espigas de
plata, movibles cual bayonetas de
apretada e incontable infantera; los

nopales, coloradeando de tunas,


desaparecan a trechos bajo los mantos
pomposos de las yedras y salpicados
por vivsimos matices, azules, morados
y escarlatas. Los chayotillos se
enredaban a los arbustos; en los
cercados colgaban, entre anchas hojas
verdes, jaltomates como ojos de liebre
asustada. Las trepadoras correteaban y
ascendan en intrpido asalto de la
montaa. A la falda de la mesa de San
Pedro extendanse pastales inmensos
donde un hombre poda hundirse hasta la
cintura; franjas de labores verdinegras,
dilatadas extensiones de fango bajo un
tapiz rosado de moco de pavo, o
ricamente recamadas del amarillo clido
del botn de oro. Y diseminadas a

profusin por todas partes las estrellas


dulces y carnosas; las cinco llagas y mal
de ojos de pistilos negros como
ignferas miradas de felino. Bajo las
estalactitas de esmeralda, de los pires
y sauces, correteaba dulcemente el
arroyo de aguas lmpidas y arenas de
oro. En recodos sombros irrumpan
lujuriosamente albos, rosados y azules
girasoles y calditos como brasas. El
perfume de romerillo, del ans del
campo, de las maravillas mojadas, se
expanda tenuemente en la fragancia del
monte. Y en aquel despertar glorioso de
la maana garrulaban millares de
millares de vidas, cantando la vida:
ensueos de cenzontles, ternuras de
chirinas, querellas de gorriones,

sollozos de torcaces, burlas de


huitlacoches; millares y millares de
piquitos vueltos al sol naciente,
pidiendo un beso de luz al prorrumpir de
toda una pubertad fecunda ya.
Formando variados grupos en las
afueras de la hacienda los peones
esperan las rdenes del amo. Se ha dado
fin a las labores de beneficio y hay que
esperar la madurez propia para los
despuntes, durante dos meses al menos.
Entretinense algunos mozos en rer
a expensas de un bienaventurado,
hacindolo
rabiar.
Arrjanle
piedrecillas a la cara; el idiota rumorea
una insolencia y ellos se aprietan el
estmago, a risa y risa. El sol acaricia
con el calor de sus primeros rayos

lomos broncneos, mal abrigados por


hilachentos jorongos.
Los viejos hacen ruedo aparte. Se
comenta la llegada de un americano;
unos dicen que viene a comprar caballos
finos, otros que a trazar una presa que el
amo don Julin tiene en proyecto ha dos
aos. Tal asunto provoca obligada
discusin; todo el mundo sabe de presas
y tomas de agua y cada cual se apresta a
emitir su parecer. El de seor Pablo es
adverso naturalmente; en ese depsito
de agua lo que el nio don Julin va a
hacer es tirar su dinero, regalrselo al
gringo.
Pos si gringo viene a deregir
tercia Gertrudis, el pastor de
caballerizas, mocetn robusto que desde

su regreso de Morency gusta de tomar


parte en consejo de gente seria, si
gringo es, ya pueden contar con que la
presa est hecha. Yo no s la que cargan
esos demonches, pero pa lo que yo les
vide poall en Estados Unidos, stas
son tortas y pan pintaos. Con decirle,
seor Pablo, que levantan diques de
purito jierro.
La que cargan esos gringos? Ya
s bien su diablito Vamos, hombre,
Gertrudis, no nos queras poner los ojos
verdes ni seas guaje; la que train es la
de llevarse toda nuestra plata pa su
tierra. A ver en qu pararon las
mentadas vacas holandesas? Unos
animalazos quizque de veinte cuartillos
de leche no haban de bajar. Y s?

quin les conoci tamaa maravilla?


Lo que todos vimos bien fue que en
menos de un ao fueron estirando la
pata, una por una.
No, seor Pablo; de eso tienen la
culpa no ms los patrones. Con sus
miserias, con peones de a real y racin,
metiendo el ganado en corrales como
ste, claro que eso haba de resultar. Por
all se hace harta plata, es cierto, pero
harta plata se gasta tambin.
Y ah dio fin la charla, porque los
viejos se percataron de que to
Marcelino haba llegado al portal de la
casa. Aquella ave negra tena el don de
extinguir la pltica ms animada con
slo su cercana. Por otra parte el tal
morenciano volva de los Estados

Unidos con unas altaneras y unos


modos, de dar miedo. Dispersronse
pues, dejando solo al pastor.
Este muchacho acabar mal
dijo sentenciosamente uno de los viejos
; se le afigura que todos son moros
con tranchetes; y aqu no estamos en su
Morencia.
Si le digo ast, compadre
habl otro, que tamaito ansina me ha
dejao lotro da. Ai tiene que to
Marcelino le jue a reclamar por qu no
haba cumplido la orden del amo, de
sacar l mero en persona la boleta de
entierro del dijunto Jess, y que por su
culpa haban metido a don Julin a la
crcel. A su gen parecer, qu piensa
que le respondi Gertrudis? Pos qul

ganaba sueldo como pastor de las


caballerizas y no como alcahuete de
naiden. Y que se enoja to Marcelino y
le avienta una manotada, y que el
chirrin se le volti por el palito: ah
qu tunda de manazos le ha puesto el
muchacho!
Pos que se encomiende a Dios!
No sabe el alacrn que se ha echao al
seno.
En el corral se daba ya fin a la
ordea. Las vacas, dciles, tomaban la
puerta, con sus becerros a la zaga, ahitos
de chupar ubres enjutas; otras,
adormiladas al borde de una zanja,
laman las ancas de sus cras.
chate la Hormiga gritaba el
ordeador con voz cansada.

Eh, Hormiga!
Se abra una puerta y de un
corralillo escapaba a todo correr una
ternerita rubia en derechura de la vaca
que, sujeta va por el pial, la acoga
tendiendo su hocico en sordo mugido. La
becerra atacaba con vigor la ubre
rebosante y el ordeador esperaba a que
las tetillas se pusieran erectas para
arrebatarla con su tosca mano de la boca
espumosa. Suspenda luego al animalito
de las astas de la vaca y comenzaba un
sonoro chisgueteo de gruesos y blancos
chorros de leche.
En el corral saturado del aroma
campestre difundanse el olor del
estircol y el de la leche recin
ordeada.

Quin es ora tu novia, pues,


Tico?
El idiota, tartamudo, estir las
lneas de su rostro, las contrajo, abri
enormemente los ojos y despus de
muchos intentos logr decir:
Pos ora es pos ora es
se se Marcela
Estrepitosas carcajadas acogieron
su respuesta. Tico rea tambin con la
malignidad posible a su rudimentario
cerebro dejando entre sus belfos
eternamente abiertos y cados una hebra
cristalina. Avivado el regocijo de los
peones, caldebanlo con insinuaciones
cada vez ms atrevidas.
Cllense! dijo ceudo el
morenciano, qu no miran que aist

ella y los est oyendo?


Afuera, cerca de su jacal, Marcela,
en camisa muy escotada, llamaba a sus
polluelos chasqueando la lengua.
Qu dices, Tico? Voltea no
ms! Con razn hasta la baba se te
cai!
En un montn de estircol, los
avichuelos, con las patas abiertas y
echadas hacia atrs, desparpajaban la
basura y hundan sus picos vidos de
gusanillos. Al or la voz conocida de
Marcela, se precipitaron desalados
hacia el tamo de maz que les arrojaba a
puados.
Lejos de contenerse los mozos con
el regao oficioso de Gertrudis, ahora
ponderaban al epilptico las delicias

que Marcela prometa. Y Tico, la faz


amoratada y cubierta de erupciones, con
su eterna sonrisa de piedra, palpitaba en
bestial lascivia.
Quemndose de coraje, Gertrudis
no tomaba resueltamente la defensa de la
mujer zaherida por la canalla, slo por
el temor de que lo metieran en chismes.
Bonito papel el suyo entonces!
Picoteaban los animalillos con
frenes; una polla cay sobre el grano
que otra le disputaba; se arm la
contienda, el gallinero entr en alboroto,
las contendientes se persiguieron, todas
cacarearon, hasta que el gallo se percat
del sucedido, irgui su cabeza de
asesino malhumorado y gru sorda
amenaza. Con lo que bast. Tres

picotazos sin consecuencias; unas


cuantas plumas al aire y se acab el
escndalo.
Marcela regres al jacal sin volver
los ojos siquiera a los gandules; pero al
entrar hizo tal rabieta que el rabn
chomite se unt a sus muslos y a sus
piernas bien formadas, descubrindolas
basta muy arriba de los tobillos.
Los peones aclamaron con
entusiasmo:
Viste, Tico, qu chamorros tiene
tu novia?
Y prosigui la broma para el
bienaventurado cuya vida inferior
estriba en comer, en rascarse la barriga
al sol y en seguir la primera falda que se
atraviesa en su camino, hasta que un

recio puntapi le apaga los alientos o el


acceso
epilptico
lo
tiende
despatarrado.
La Marcela te ech ojo
rumore Andrs al oido del morenciano.
A m? Bah, se necesitara no
tener vergenza! Ni me andes diciendo,
porque de verd te digo que maldito lo
que esas chanzas, me cuadran.
Hubo un movimiento repentino en
toda la peonada; todos se pusieron de
pie. Al crujir de los goznes se abrieron
las hojas del portn, y montando los
mejores caballos de las cuadras salieron
don Julin y el ingeniero americano.
Aqul vesta un terno de gamuza de
venado, sombrero ancho de pelo crudo,
espuelas incrustadas de plata; el

husped llevaba un grueso saquitrn de


casimir, pantalones subidos a media
corva y un panameo, bajo cuyas alas
estrechas escapaban mechoncillos de
pelo alazn tostado. Poco se le daba al
hombre de la risa que su indumentaria
provocara en la peonada; sus ojillos
azules deslavados, tras de gafas de
gruesos cristales, cintilaban de regocijo;
su cara de camarn cocido se inundaba
de alegra y de sol, y sus pulmones se
ensanchaban como para aspirar de un
golpe el aire de la campia fragante. A
un llamado de Julin dos peones se
precipitaron a recibir sus rdenes. Las
trasmitieron luego y la peonada se
dispers por los llanos como parvada de
palomas.

Dos hombres se quedaron solos; se


miraron un instante sin disimularse su
odio profundo. Pero ninguno se atrevi a
un gesto ms ni a decirse una palabra.
Se alejaron entonces en opuestas
direcciones.
Su mutuo aborrecimiento provenia
de sus ambiciones comunes. Andrs
aspiraba a ser el mozo de estribo de don
Julin, sin ms merecimientos que su
edad; pero como su propia sombra,
siempre y en todas partes, se le
interpona el viejo Marcelino con el
ascendiente de su lealtad de perro y el
de haber sido el consentido del amo
grande, don Esteban. Slo que uno vea
decrecer su poder con los aos que le
doblegaban y el otro aumentar su

predominancia con las energas


desbordantes del que ha comenzado a
ser hombre.
Sentan, pues, que uno de los dos
sobraba en el mundo y que los estorbos
hay que quitrselos de enfrente cueste lo
que cueste.
Trasponiendo la lnea azul de una
loma y en la lejana se esfumaba apenas
el ganado. Todo se haba quedado ya
solo y, en silencio, seor Pablo ech las
trancas del corral de las vacas y tom la
vereda
del
arroyo
caminando
penosamente; cuando lleg al borde de
un vallado reconoci su maguey, cort
del sembrado vecino un largo tallo de
calabaza y, hundindolo en el manantial
de aguamiel, chup el lquido dulce e

incoloro hasta agotarlo; despus se ech


en el llano a roncar a la sombra de un
mezquite, en espera del medioda para
regresar a su casa.

VIII
EH, TICO qu buscas ai? Qu
susto me has dado, animal! Qu queres
pues? No te han echao la gorda en tu
casa? S, se les ha de haber olvidado
como siempre a sus conveniencias
pa que otros te mantengan Vamos,
aist eso, trgatelo
Tico cogi al vuelo la tortilla y la
devor ruidosamente, sin quitar un
instante sus ojos de Marcela. Se limpi
las lgrimas que la humareda del fogn

le haca fluir y clav otra vez en ella su


risa de mascarn y su lasciva mirada.
Palmoteando una bola de masa,
Marcela volva hacia l su rostro de
cuando en cuando; pero su pensamiento
ausente mantena absortos sus ojos. La
horrible pesadilla, la visin alucinante
de la daga desnuda la haca tiritar. Quiz
desde el momento en que ofreci su
pecho desnudo al pual homicida, sin
temor alguno a la muerte, produjrase el
gran derrame interno de todas las
energas acumuladas y el agotamiento de
su impasibilidad de hembra poderosa.
Porque ahora Julin no slo le inspiraba
aversin profunda sino un terror
inaudito.
Oh, si me encontrara un hombre

que quisiera sacarme de este purgatorio,


me ira con l, fuera quien fuese!.
Que esperas todava, mierda?
exclam incorporndose tras el
metate, huyendo de sus negros
presentimientos y reparando en los ojos
del idiota, que no saba esconder el
brillo de lujuria que le quemaba.
Bah, si este bruto estar tambin
daado!.
Y sonri, consciente de su poder
para imponerse con la fuerza del ms
rabioso deseo a cualquier macho que se
le pusiera enfrente.
Qu te decan esos perdularios,
Tico?
Je, je, je pos pos que qu
genas piernas tienes

Hombre! y t que te mueres


porque hagan mofa de ti! verdad?
Animal! No echas de ver que eso es lo
que hacen noms? Mira, otra vez que te
lo digan, les respondes que ms te
cuadran las de sus mujeres y que te las
empresten pa una madrugada Oste?
Ora s, ya puedes ir largndote a tu
casa
Acentu la ltima frase con la
repugnancia invencible que el epilptico
inspiraba a todas las mujeres. Acab de
fregar el metate y en una batea junt el
agua sucia, sali luego a tirarla a una
pila de cantera a espaldas de la casa. En
un corralito cercado de huizaches y
varaduces un cerdo grun y tardo se
levant al ruido del nejayote borbotante,

y meti el hocico en la pileta,


desparramando ansioso el agua turbia.
Buenos das, Marcela.
Epa, t, Gertrudis! Qu
milagro de Dios es ste, hombre? Digo
si pa m es la vesita.
S, tena ganas de saludar a las
amistades y a eso mero vine Denque
llegu de Morencia
S, t, ya te acabars con tu
Morencia; apenas te cabe en la boca
No me digas, no me digas, que tengo
mucho sentimiento contigo porque no
habas venido Pero entra, hombre
Aunque sera geno que jueras primero
a darte una asomadita all por el arroyo;
nadita que a mi pap le cuadra que me
vengan a vesitar. Ya habrs odo por ai

el runrn de la gente; me han metido en


una de chismes que slo Dios Y como
el probe viejo es el que la lleva, yo, la
mera verd, no quero darle ms en que
sentir. Pero pasa, qu caramba!, al cabo
ha de estar dormido orita. Nunca viene
por ac en antes de medioda.
Entraron uno tras de otro.
Todava ests aqu, demonche?
Pngote la cruz Pos qu esperas
que no la sigues? Agarra ese
banquito, Gertrudis, y sintate. Mira no
ms qu hombrazo te hiciste poall!
Con monoslabos y medias
palabras el morenciano responda a la
locuaz amiga. Su intento de exhibicin
era por lo dems evidente. En vez de las
burdas ropas de manta, negras de sudor

y tierra, llevaba restirado pantaln de


mezclilla con botones y remaches de
latn, corbatn encendido, tirantes
morados a cada lado de la lustrosa
pechera planchada, zapatn americano,
reluciente de pura grasa, con fieros
clavetones; todas las modas y novedades
tradas de Morency.
Pos s, yo bien he echao de ver
que por eso no has venido a verme. Pero
no creas, lo ms que cuentan son puras
mentiras y chismes. La que arma todo el
brete es sea Melquias, que ya se le
quema la cazuela por el tal don Julin pa
su hija Anselma. El canijo de don
Julin! Como si el desgraciado
estuviera de antojo! Y luego ya t sabes:
al que mat un perro le llaman

mataperros.
Sin embargo, no te quejars
muncho de tu querer observ el
morenciano con sorna, si bien su voz
estaba apagada y enronquecida.
Vlgame Dios, Gertrudis, no
hay quen me salga con otro cuento!
Mira, por Dios y esta cruz te digo que
too lo que hay de cierto en esto es que
pos s, hombre ha habido, ha habido,
a qu negar la luz del da? Ya t
sabes que quen manda, manda Pero de
eso a que yo haiga sido su querer,
mienten y retemienten.
Has de ser de munchas
esigencias pa que el hombre no te
cuadre con ese lomo que Dios le ha dao
y con tu corazn que pa naiden falta

Mira, hombre, yo no quero que


t me hables ansina! Bien saben Dios y
t que pa ti siempre he sido otra cosa
Mala gente! A que no te acuerdas de
all cuando ramos unos chamagosos
todava!
Marcela suspira, su voz decrece,
decrece, se llena de ternura, y las
lgrimas la turban, la hacen quebradiza,
hasta extinguirse en un dulce rumor.
Reminiscencias de sus primeros aos;
evocaciones de una mirada, un gesto,
una palabra. La vida infantil rota de
repente al despertar de sus almas en la
desfloracin de un beso en pleno
corazn del bosque.
Valdra ms que nunca me
acordara!

Y como arrepentido de haberlo


dicho, al instante el morenciano desva
la conversacin. La enfermedad de
seor Pablo que ha acabado con sus
ojos; el fro y las nevadas all en el
Norte; el dinero que se gana la gente
trabajadora en los Estados Unidos y los
jornales miserables de Mxico.
Marcela
le
escuchaba
sin
interrumpir su faena. Acabado el aseo
de la cocina, suspenda ahora, de largas
espinas de maguey clavadas en los
adobes, ollas y cazuelas por la oreja, en
torno de un cromo mugriento donde San
Camilo y los diablos se disputaban el
alma de un agonizante. De espaldas y en
flexin se arredondeaban ms an las
morbideces de su dorso, de sus

hombros, de sus caderas y sus muslos;


tras los pliegues verticales del chomite
sus recias piernas se delineaban
fuertemente y quedaban al desnudo sus
tobillos bronceados bajo la franja verde
del guardapolvo.
Magnetizado, Gertrudis avanz
paso a paso y la abraz por la cintura.
Sin protestar, Marcela volvi el rostro
sonriente y empurpurado, radioso bajo
el encanto de la caricia ardorosamente
deseada y provocada. Sus labios se
juntaron.
Un grito sobreagudo y el epilptico
se desplom, los ojos en blanco tras las
rbitas, contorsionado el rostro,
espumeante la boca, todo su cuerpo
sacudido por violentas convulsiones.

Pasaron tres minutos y fue quedndose


silencioso, paralizado, inerte.
Epa, t, Marcela, pos ora qu
hacemos? Croque ya se muri
No, hombre, es el acidente; le da
toos los das. Vamos a llevarlo al cuarto
de mi papa, porque lo ques ora no
despierta en toa la maana. Ven,
aydame pues
El cuerpo, pesado como un buey,
fue conducido a rastras de un cuartucho
al otro.
Cuando se quedaron solos,
Gertrudis, limpindose la frente, dijo
sombro:
Pos ora s adis, Marcela,
hasta otra vista
Cmo? te vas?

Adis
Pero si ni te lo puedo creer
Ahogando su pesar hondsimo, que
trasluca el acento quebrado de su voz y
la tremulacin de su mano, cogi la
tosca y encallecida del morenciano.
Adis, pues
Eh, qu tendr yo?, se dijo
Gertrudis en la soledad de la montaa,
presa de inexplicable inquietud. Pero
qu he hecho yo?, exclam angustiado
y sintiendo todava la humedad de los
Libios de Marcela.
Y ella, absorta mucho tiempo,
clavadas las pupilas en el cielo
insondable, fijo su pensamiento en el
sacio, sinti de repente mojarlos los
ojos y las mejillas y susurr: Eh, qu

tengo yo?.

IX
AL MEDIODA Marcela coge la hoz
clavada en las junturas del muro, se echa
una soga al hombro y parte. No hay un
celaje que tamice los rayos cenitales; el
cielo est limpio como un satn. En las
ramazones se acurrucan silenciosos los
pjaros; las gallinas, a la sombra de
mezquites y huizaches, matizan el verde
esmalte del prado con el vivo colorear
de sus plumajes; jaspes de oro y negro,
capuchas de perdiz, albos plumones

esponjados; reflejos metlicos, crestas


sangrientas y ojos inyectados. Unas
esconden la cabeza bajo un remo; otras,
como insoladas, abren el pico.
Marcela entra en el milpal,
abrindose paso a travs de una
apretada fila de lampotes y maz de teja,
cuyos aurinos florones cabecean al
separarse bruscamente. Los tallos de las
aceitillas y las blancas flores
despetaladas caen al rudo golpe de la
hoz. Zigzaguea la rozadera a lo largo del
surquero y las caas se doblegan al
paso de la robusta moza.
Al cabo de media hora regresa por
el mismo surco, recogiendo los haces de
yerba tronchada, enrollado el mandil a
la cabeza y la gavilla de pastura a todo

el caber de sus brazos enarcados. Tira al


suelo el pesado montn y ya fuera de la
milpa se detiene a tomar aliento,
sudorosa.
Un alfombrado encendido se
extiende a sus pies: cinco llagas y
lampotillos, yedras azules, maravillas
moradas y blancas estrellas. Como
ptalos arrancados por el viento
revolotean vividas mariposas. Una
liblula hiende el aire abrasador con su
mirfico tis bordado de oro. El sol
quema, los pjaros se pierden
discretamente en las enramadas; la
inmensa sabana est desierta. Como una
voz vagarosa y llena de misterio
desciende el rumor de la montaa. De
cara al poniente yrguese la Mesa de

San Pedro como un monstruo que


contemplara impasible las llanuras
verdes, las lomas azules, las plidas
serranas esfumadas apenas en el azul
zafirino que se pierde en el infinito azur.
Hacia el suroeste blanquea el risueo
casero de la peonada de San Pedro de
las Gallinas.
Entrecerrados los ojos por la
deslumbrante claridad, Marcela percibe
los adobes negruzcos del mesn, los
muros encalados de la vinata de Juan
Bermdez y hasta el color de la falda de
Mariana. Pero nada de lo que
insconscientemente buscan sus ojos: ni
una bluza azul, ni un pantaln de
mezclilla. Su pecho sigue oprimido bajo
una tristeza indefinible.

Afianza en slido y estrecho nudo


el pesado tercio de yerbas y ya se
apresta a levantarlo y a ponerlo sobre su
espalda cuando un ruido de caas
bruscamente derribadas la hace volver
la cara.
Oh, mocho bueno, don Jolin,
mocho bueno, pero ost no ser buen
amigo, ost no ensear m mejor ganado!
Al ingeniero americano se le tuerce
el cuello de voltear a ver a Marcela,
hasta entrar por la gran puerta de la
hacienda.
La
muchacha,
que
sostuvo
impvida las miradas de tan inopinado
adorador, se desternilla de risa. Sazona
su regocijo el picante de Julin, mudo
testigo de la escena. Ya lleva para un

derrame de bilis! Y con eso basta para


sentirse librada de sus penas. Ella otra
vez, ella, la que jams supo ceder a
otros impulsos que a los de su deseo o
de su ciego capricho. El malestar, la
vaga tristeza, el desasosiego que le
dejara la visita del morenciano se
desvanece en su ltimo xito; y su buen
humor renace slo de pensar en el mal
rato que le da a su amo.
A Julin la visita del americano le
haba cado como agua de mayo. Lo vio
llegar con sus tripis, teodolitos,
estuches y dems avos y sali a su
encuentro
hondamente
regocijado.
Imaginbase que con la atiborrada que
iba a darse ahora de clculos y
proyectos acabara de desechar

seguramente la malhadada y ridcula


pasioncilla que le tena cogido. Huyendo
de la soledad y del aislamiento se haba
entregado a las rudas faenas del campo,
al igual que cualquier pen. As distraa
sus pensamientos durante el da, y por la
noche su cuerpo se entregaba a un
profundo sueo. Discutironse, pues,
proyectos y ms proyectos.
Yo creo que aunque la cebada
cuesta menos, el chilar rinde ms, mster
John.
Con una sola cosecha de chile
paga la presa, don Jolin.
Pero es mucho gasto. Adems,
si se nos viene el barrenillo?
Oh, no, gente que entienda, que
cuidar la tierra limpia y tamao

cosechn!
Y si viene un granizal?
Don Jolin, entonces ost querer
dinero como agua del cielo.
Despus de una larga discusin se
vena a parar en las mismas indecisiones
del principio; pero el ingeniero supo
sacar avante la aprobacin de sus
trabajos, lo nico que a l le interesaba.
Justamente esa maana salieron a tirar
las lneas de los cimientos de la presa y
Julin acab de convencerse, con los
hbiles razonamientos del americano, de
que todas las ideas que seor Pablo le
haba metido en la cabeza eran
descabelladas,
slo
gruidos
inofensivos de perro viejo.
Al atardecer, cuando Marcela,

cntaro al hombro, baja al agua, lo


primero que encuentra es al atribulado
mster John. Buena de corazn,
caritativa por temperamento, inagotable
en sus ddivas de amor, le lanza una
mirada incendiaria, pliega los labios en
su mohn peculiar y pasa de largo altiva
y airosa, segura de que el ritmo de sus
movimientos y la gallarda de sus lneas
dirn ms y mejor de lo que con
palabras pudiera prometer.
Fascinado, el ingeniero va a
seguirla cuando aparece el morenciano,
cual brotado de la tierra. Marcela cruza
sus ojos con l, y mster John siente una
ducha helada. Una mirada torva del
mocetn lo hace calcular sin
matemticas la potencia de sus msculos

y medir con sus propios pies,


incontinenti, la distancia que lo separa
de la casa grande.
De regreso del arroyo, Marcela
enarca su recia cadera al peso del
cntaro lleno sobre uno de sus hombros.
Pero ahora no viene con miradas
insinuantes, ni con provocadoras
sonrisas; ms parece que ha llorado. Sus
ojos buscan algo a lo lejos y de pronto
se detienen en un bulto azul que se
perfila en el llano, all por el casero
que se esfuma en las ltimas luces del
tramonto.
Oh, la mochacha ser mocha
hembra, don Jolin!
Ps no vale un comino!
Mire mister John, mientras nos hacen el

chocolatito, venga para ensearle algo


que no conoce. Sgame.
Atraviesan un amplio patio de
limoneros. El americano se detiene a
respirar a plenos pulmones el perfume
exquisito y raro en la rstica fragancia
del valle aromoso slo a cactus,
mezquites y huizaches. El ambiente es
sedante para sus nervios excitados.
En su tierra no se usan de estos
patios yo tambin he ido all.
Llevamos una partida de caballos hasta
San Antonio. Diablo! Viven ustedes en
palomares: casas y casas hasta llegar al
cielo. Ya no miraba la hora de largarme
de all; se me figuraba que de repente se
me
venan
encima
aquellas
masamostras. Duramos no ms de una

semana y poco falt para que me sacaran


extraviado con tanta gente y apretura
Eh, qu tal? Mire, mster, sta es la
vaquera para el trajn de lazar y
colear
Haban llegado a un pasillo y
Julin levant una gruesa manta de ixtle,
dejando al descubierto dos hiladas de
sillas de montar, a horcajadas sobre
toscos burros de madera.
Tiente no ms purito tanate de
toro; da usted con todo y bestia en el
suelo antes de que al tirn de la reata se
zafe la cabeza de esta silla. Y qu me
dice de la charra? Tiente; vaquerillo de
piel de tigre Vea qu cosa ms
primorosa!
Se le desat la lengua. Y como

dudara de que su husped comprendiera


tanta minucia de carreras, coleaderos,
rodeos y otras charreadas, le hablaba a
gritos, imaginndose seguramente que
mientras ms alto subiera la voz, mejor
se hara entender.
Oh, s, mocho bueno, don
Jolin, mocho bueno! asinti el
americano, mascando un pedazo de
tabaco y estudiando un plan para
apalabrarse con la hembra esa misma
noche.
Risa da ver cmo nos pintan
ustedes. Pero s le digo que para eso de
ponerle una mangana a una yegua bruta o
tirarla de las orejas, nosotros los
dejamos a ustedes con la baba cada.
Qu tal lustre? Curtido de Oaxaca; no

lo hay mejor en todo Mxico.


Chapetones de pura plata y este bordado
de hilo de oro de lo mero fino. Un
platacal de veras, mster! Mire, esta
reatita es chavinda ganadora corriosa
como un taray y para un pial no conoce
compaero.
Oh, s, mocho bueno, don
Jolin!
Mire qu espada. Toledo
legtimo. La cojo por el puo, pongo la
punta en el suelo y hago un arco
cabalito. Qu tal hoja, eh?
Amo, amo, acaba de parir la
Gobernadora; ande su merc, venga a
ver noms qu potrillo; est que ni
pintao Yo se los dije. Va a ver su
merc cmo es del Mono. Por ningn

lao niega al tata


Mster John, vamos al corral,
ande vngase.
Mochas gracias, don Jolin, mi
doler la cabeza y quiere dormir.
Sin escucharlo, Julin corre
alborotado tras de Andrs a ver la nueva
cra.
El ingeniero, con la idea ya
clavada en la mollera de una aventura
donjuanesca a medianoche, respir al fin
con desahogo y se puso en fuga hacia su
pieza, en el fondo de la casona. Al
atravesar la sala donde vegetaba el
valetudinario anciano, se regocij de
haber escapado a la segura exhibicin
de los avos de labranza ah
aglomerados; rejas, coyundas, arados y

timones en cada rincn; bateas, canastos,


cuernos blancos de cal, debajo de las
sillas y la cama. Entr en su cuarto y al
instante se meti en el lecho.
Diablo de gringo tan flojo! se
dijo Julin media hora despus, cuando
viniera a llevarlo a cenar. Ni
siquiera he podido ensearle mis armas
de fuego!.
Un museo, comprendiendo desde la
pistola de chispa del tiempo del cura
Hidalgo hasta la pequea y rebruida
escuadra del ejrcito federal de don
Porfirio. Todas a la cabecera de la
cama, ocupada ahora por el ingeniero,
enguirnaldando y haciendo marco a una
afligida Dolorosa con siete espadas
colosales abiertas en abanico sobre el

corazn.
Pero el americano roncaba
profundamente y Julin tuvo que salir de
puntillas para no turbar su sueo.
Madre, dame de cenar; el gringo
ya rindi. Farolones estos! Tamaas
manotas y tamaas patotas! Que hacen y
tornan! Ya se ve: una vueltita a caballo y
se le acab el aliento. As lo viera yo
pegado a la canasta. A ver si no escupa
hasta los bofes.
En la cocina, arrimado a una
rstica mesa trashumando ajos y
cebollas, con el sombrero hasta las
narices, comenz a comer ruidosamente
con avidez. Luego que calm sus
primeros mpetus, habl con la boca
llena:

Ahora s est todo arreglado;


planos, presupuesto, tirada la lnea de
los cimientos y pagado el trabajo del
ingeniero. Se los aviso.
Y a nosotras qu nos va?
respondi una trapajosa muchachota, de
voz hombruna y gesto altivo.
Les va, hermana, que el da de la
Asuncin se bendecir la primera piedra
de la presa y tendremos fiestecita. Les
va que tienen que prevenir la casa,
porque quiero convidar al seor cura de
San Francisquito, a Gabriel, a mi to
Anacleto, a ta Poncianita
Ah, qu tanteada! sa s que no.
Convida al dianche en persona; pero por
vida tuya que si traes a la ta le arao la
cara. No ms eso nos faltaba!

Para rer a carcajadas, Julin se


despach el bocado, empinando de un
sorbo una olla de agua azul, mientras
que su hermana, de frente y clavada de
codos sobre la mesa, le contestaba con
energa.
Vlgame Dios, hija, no digas
eso!
Madre, no la quiero. No me
gusta decir lo que no siento. Ya me
figuro que todo es llegar y comenzar a
dar rdenes y a ponernos a todas a su
mando. Para ella nunca estn las cosas
bien hechas; da consejos hasta de lo que
no entiende; a todo le halla defectos y
slo lo que ella dice y hace est bien
dicho y hecho. No, Julianito, no nos
traigas a la ta. No la quiero, no la

quiero, y no la quiero!
Julin, riendo todava, tendi su
platillo, que doa Marcelina por
segunda vez colm de frijoles con chile
verde deshebrado.
No sabes lo que ests diciendo,
Cuca. Ta Ponciana nos va a servir
mucho a la mera hora de la hora. En la
presa se nos va a ir un dineral y si la
cosecha no se logra ella sabr sacarnos
de apuraciones: tiene plata como maz.
He vivido en su casa y lo s
mejor que t, hermano; pero s decirte
tambin que primero le sacas una onza
al cromo de seor San Jos que tlaco a
la ta Ponciana. Dios te ampare si a ella
te atienes!
Bueno, convengo en que no

resulte de tu agrado esa visita; pero algo


hemos de hacer unos por los otros.
Como luego dicen: Hoy por ti, maana
por m. Yo le traigo a mi Pabln
Peor! y se?
No me echen al agua que mi
hogo. No le pondrs tamaa jeta a tu
futuro. Ja ja ja!
Cuca se puso en pie haciendo un
gesto de disgusto y sali en seguida de
la cocina. Julin empin otro jarro de
agua y sigui lucia su alcoba.
Doa Marcelina, como todas las
noches, luego que se qued sola,
encendi un cabo de vela de Nuestro
Amo y comenz a rezar y a persignar
bendiciendo rincones, puertas y
ventanas, hasta acabar por una abierta al

occidente en direccin de la capital, de


la penitenciara, donde sus dos hijos
mayores purgaban delitos de sangre.
Madre
cristiana,
posea
la
firmsima esperanza de que, mediante
sus preces y sus lgrimas, sus hijos
volveran regenerados.

X
A LA falda de la Mesa de San Pedro,
entre aosos encinos y resquebrajados
mezquites llorando espesa goma,
nopaleras y pencas alzadas al cielo
como manos chatas e implorantes,
yrguese la faz risuea de la casa grande
de San Pedro de las Gallinas, la que en
lechas no remotas fuera la matriz de la
gran hacienda de San Pedro, con sus
blancos portales encalados, su mirador
de ladrillos rojos y dos oscuras

ventanucas en el fondo. En contraste con


su rstica gracia y sencillez, en cada uno
de sus ngulos lzanse pesados fortines
poligonales de angostas rendijas bien
mordidas por la metralla, desperfectos
religiosamente
conservados
como
blasn del ms alto valor. Abajo del
saliente mirador se abre la entrada
principal defendida por enorme puerta
de mezquite y mohosa herrajera,
testimonio fehaciente de la inquieta vida
de los moradores que tales guaridas
hubieran
menester
para
dormir
tranquilamente.
Se dice por toda la comarca que
los Andrades no entraron en juicio sino
hasta la hora y momento en que la
manaza de don Porfirio apabull los

alientos de las hordas de bandidos que,


con humos de fogueados militares,
fueran por largos aos la plaga ms
calamitosa del pas. Desde las guerrillas
de Independencia hasta el triunfo de
Tuxtepec los Andrades haban hecho un
feudo de la provincia, y an se
escalofran muchos viejos al solo
nombre de un Andrade. Gracias tambin
a la revolucin, la prolfica especie
qued bien mermada. Cuando el abuelo,
el nico superviviente a las contiendas y
refriegas, estir la pata, piadosamente
auxiliado y con seales de muerte muy
ejemplar, slo quedaron en el mundo
tres herederos legtimos: doa Ponciana,
don Esteban el primognito y don
Anacleto el jocoyote. Tres fracciones

hicironse por consecuencia de la


propiedad. La Mesa de San Pedro para
doa Ponciana. El ganado es ganado;
por tanto el ganado para las mujeres,
deca axiomticamente el viejo. A don
Esteban le toc San Pedro de las
Gallinas, llamado as por la abundancia
de tales bpedos que bastaban para surtir
plazas hasta de remotos pueblos. Y a
don Anacleto, San Pedro Abajo. La
sabidura del testador realiz el milagro
de satisfacer a los tres hijos. Doa
Ponciana con los ricos pastales,
magueyeras inagotables y criaderos de
primer orden; don Esteban con las
tierras de mejor calidad y ms
susceptibles de mejora, y don Anacleto
con el terreno ms vasto, sobrado para

llenar sus necesidades de borrachn cuya


vida discurra de rancho en rancho, de
bodorrio en bodorrio, siempre a caza de
amigos, fiestas y divertimientos, sin ms
gastos que los propios, muy exiguos, y
los de su acompaante, un grandulln
con aires de babieca, a quien llamaba mi
Pabln, y por mi Pabln conocido de
todo el mundo. Producto adquirido
detrs de la iglesia, mi Pabln daba
punto y raya a su padre y seor, lo que
no era poco para los dieciocho aos
escasos que contaba.
En tal medio cay doa Marcelina,
siendo su historia de las ms triviales de
la poca. La muchacha del pueblo que
gust al rapaz latrofaccioso y que es
arrebatada del hogar en cualquier noche

orgistica de aguardiente, de mujeres y


de sangre. Si algo tena que agradecer a
don Esteban slo era el que se hubiese
prendado de sus cualidades hasta el
punto de hacerla su legtima esposa.
El primer vstago trajo la
resignacin; con los siguientes la casa se
pobl de gritos y de alegra; parntesis
muy breve de felicidad para la madre,
porque los cachorrillos muy pronto
sacaron las uas y ensearon los
dientes. En hora aciaga renacan sus
turbios atavismos. Lejos de encontrar
los mozalbetes un mundo dispuesto a
festejar su gracia y travesura, y
autoridades srdidas, cosa que por la
buena o por la mala consiguieran sus
progenitores, el intruso destacamento

rural de San Francisquito, sin


urbanidades ni miramientos, de buenas a
primeras les echaba garra por un
qutame esas pajas. El mayorcito, por
ejemplo, entr a la penitenciara
asombrado: quin de los Andrade no
haba asesinado a alguna de sus
queridas, sin dejar de dormir una sola
noche en su casa? Otro le sigui antes de
seis meses, por ms inocente fechora.
Un octogenario viene por el camino real;
el Andrade, en direccin contraria,
monta un corcel brioso y de falsa rienda;
se encuentran de pronto en una curva
pronunciada; el caballo es pajarero, da
la estampida y por poco tira al mozo.
Estas cosas le dan coraje a cualquiera,
qu diablo!, saca uno su pistola y zas!

El ms mocito, un decadente digno de


la pluma de Thomas de Quincey, le
abri el vientre a una mujer encinta slo
por darse un espectculo novedoso.
Por el honor del nombre, algo haba
hecho Julin: dos homicidios calificados
de los que supo salir avante y cuando no
cumpla
veinte
aos.
Miembro
inofensivo, por ltimo, era Gabriel, un
matn en ciernes que, gracias a nuestro
seor el alcohol, habase estancado
desde sus ms tiernos aos en
perdulario marrullero y gruidor, perro
viejo y desdentado. Su amor a los
espirituosos era tan grande, que ni su
propio padre don Esteban se avino a
soportarlo en el seno del hogar. Viva el
pobre diablo cosido a las faldas de una

horripilante
pulquera
de
San
Francisquito que le daba todo: amor,
comida y vino.
En medio de tal negrura discurran
dos vidas dulcemente dolorosas y
tristes, la de doa Marcelina, madre
abnegada hasta el herosmo, y la de
Refugio su hija, que poseyendo los
rasgos varoniles y fieros de la casta, su
gesto altivo y recio continente, llevaba
el alma profundamente sencilla y recta
de la madre.
Como es de regla en gentes de esta
ralea, las mujeres no tenan voz ni voto
en su propia casa; su misin era la de
contemplar atnitas la grandeza de sus
terribles seores, estar prontas a
adivinarles sus menores pensamientos y

a servirles de rodillas si ellos as lo


pedan.

Al berrear de los becerros, cuando se


daba comienzo a la ordea, despert
Julin. Vistise y, ya al salir, repar en
que no llevaba nada en la cintura. La
vspera en la noche, como de costumbre,
haba suspendido su pistola a la
cabecera de su cama, ocupada ahora por
el ingeniero. A tientas y de puntillas
entr en la alcoba, tropezando aqu con
una silla, ms all con la misma cama.
Apenado por su involuntaria falta de
atencin, encendi un cerillo; pero al
tomar su revlver repar en que la cama
estaba vaca. Al instante y por extraa

asociacin le vinieron dos nombres a la


mente: mster John y Marcela. La idea
era absurda, pero de una violencia
abrumadora. Fue a la puertecilla que
daba al campo y la encontr abierta.
Entonces, seguro, regres al cuarto y
sac un pual que estaba debajo del
colchn, se lo puso en la cintura y sali.
Agazapndose entre la yerba, muy
lentamente, para no despertar a los
perros, se encamin hacia las espaldas
de la casa de Marcela; salt el cerco de
huizaches y se detuvo breves instantes.
Su corazn lata con regularidad
pasmosa, su pulso era firme y sosegado;
sus msculos no tremulaban y se senta
dueo y seor de todas sus facultades.
Dio un salto y se precipit en la

oscuridad de la casuca.

XI
SUSTENTADAS sus recias posaderas por
monumental burra canela, contra viento
y marea lleg la ta Poncianita a San
Pedro de las Gallinas una bella maana.
Nada haba valido, pues, el ponderarle
en larga carta los males que aquejaban a
Julianito, la erisipela ampollada que lo
tena en el lecho. Se le haba advertido
con toda oportunidad la decisin de
diferir la fiesta inagural de la presa.
Con todo y eso ir; pues ya hice la

intencin; el seor cura est convidado


ya para el quince de agosto, y llueva o
truene, el quince de agosto pondremos la
primera piedra dedicada a Mara
Santsima de San Juan. No han de llegar
a tanto los males de mi sobrino que por
eso deje de hacerse un bochinchito.
Tengo antojo de ccono con pulque de
las magueyeras de San Pedro y de que
Juliancito me baile el jarabe y me cante
la valona como l lo sabe hacer.
Ay, chulas de mi vida
exclam apendose penosamente y
sacudiendo los insubordinados pliegues
de sus enaguas de manta estampada,
qu camino tan pesado! O ser que se
va uno haciendo vieja! Marcelinita,
qu haces?, ests buena? Cuca, ven

ac, qu hermosota ests, muchacha!


El vivo retrato de tu padre. Hagan de
cuenta que vieron a Estebanito cuando
todava no le pintaba el bozo.
Sudando y pujando lleg apenas a
uno de los poyos del zagun, donde se
dej caer.
Djenme descansar tantito. Ay,
hija de mi alma, si la cara la heredaste
de tu padre, no sus modos! Dime, qu
escurrimiento es ese? Qu desabrida y
qu pan con atole ests, chula! Ven,
abrzame, apritame, que somos de la
misma sangre. Todos los Andrades
hemos sido reaspaventeros, pero t, ni
de la familia pareces, encanto. De
dnde te vendr lo encogido y esa
sangre de horchata?

Doa Marcelina contestaba con


sonrisas de resignacin y obligados
monoslabos, mientras que Cuca se
acordaba de su promesa a Julin: Si me
trae a la ta Ponciana le arao la cara.
Agradzcame que con todos mis
aos venga a salvarlas del compromiso
que se han echado encima; maana llega
el seor cura, y eso de atender a los
seores eclesisticos tiene su ms y su
menos. Ustedes, tan alzadas por ac, se
asustarn ya no ms de ver gente. Dios
de mi vida, escog la burra canela por
mansita y para no cansarme tanto, y
estoy rendida! Las primeras leguas, s,
camin tan a gusto que pude rezar mi
rosario de quince cabalito; pero de la
bajada de los Caballos para ac qu

trabajos, Seor! Es una vergenza que


Julianito tenga ese camino.
Eso deca, caminando ya adelante
de las dos mujeres, en direccin de la
salona donde vegetaba don Esteban.
Perfectamente inmvil en un gran
equipal de cuero, el viejo no daba ms
seales de vida que en la llama ardiente
de su mirada.
Echse sobre l doa Ponciana
llorando a lgrima viva. Lo abraz, lo
besuque y lo estrech con emocin
cada vez ms grande. Y para mejor
afirmarle su cario le espet una
jaculatoria: Dios Nuestro Seor
quiera y la Madre Santsima del Refugio
me lo ha de conceder, hermanito, que
tengas una muerte tan ejemplar y tan

santa como la de nuestro padre: bien


merecido te tienes el no pasar ni por las
llamas del purgatorio!.
Su voz velada se entrecortaba por
el llanto:
Lo nico que te encargo,
hermanito de mi alma, es que ante la
presencia de su Divina Majestad le
pidas por nosotros los pecadores que
nos quedamos slo ofendindole con
nuestros pecados en este destierro, en
este valle de lgrimas
Sola don Esteban tener ganas de
entender y en esa vez muy a las claras lo
manifest, dejando escapar de su
coricea laringe un formidable gruido.
Pues ya te salud, Estebanito
agreg imperturbable la ta, sacando

grueso reloj chapeado de entre las


pretinas; ya volver a platicar contigo
ms despacito, que tiempo no ha de
faltar. Va a ser la una ya, y es mi hora de
la guardia de honor del Sagrado
Corazn de Jess.
No quieres antes saludarle a
Julianito? habl doa Marcelina.
Tiene muchas ganas de verte, pero no
sale de su pieza todava.
Anda, t de mi corazn, cmo
no! Pues no se me haba olvidado ya
este figuroso! Les digo que llega uno
aturdido con tanto sol. Si, anda, vamos
luego a ver al consentido Julianito,
alma ma, me haba olvidado de ti. Pero
qu es eso, chulo? Dios me proteja!
Hijo de mi corazn, eso no es erisipela!

Las cinco llagas de Cristo! Muchacho


de mis pecados, dejaras de ser
Andrade! Mira noms qu moretes! Si
te hubieran puesto vino aromtico era la
hora en que estaras bueno y sano. Por
qu no preguntan a quien ms sabe,
Marcelinita? No te apures, mi alma, yo
te curo ahora y para pasado maana no
te dar vergenza que te vea la gente.
No faltaba ms! Ay, Julianito, yo no s
qu les ha sucedido a ustedes que se han
hecho tan dejados! Pregunten quines
fueron sus tatas. Pero tal ha de ser la
voluntad de Dios y hasta puede que sea
para bien. A fin de cuentas, es mejor que
ya se les vaya quitando lo mitotero.
Anda, pero si ahora que me estoy
fijando, sta es la sala de mis padres.

Ay, Marcelinita, han hecho ya recmara


de lo mejor que esta casa tiene, su sala.
Miren, pnganme cuidado, el padre
Comendador de la Merced, que era un
sabio fue de peregrino a los Santos
Lugares, deca que slo por las
pinturas esta sala vale un dineral. Dios
tenga en su santo reino a mis padrecitos!
Cunto recuerdo para llorar! Cuca,
breme bien esa puerta; quiero verlo
todo para hacer memorias.
Las lgrimas irrumpan en crisis y
las carcajadas con igual facilidad.
Refiri historias de sus progenitores y
dio detalles interminables de sus
costumbres. Aqu se sentaba a hacer
costura mi nana Chonita, en aquel rincn
rezaba el Sbado Mariano mi tata

Monchito. Y a medida que evocaba un


difunto, haca un panegrico, resultando
que de los Andrades no haba uno que
no llevara camino de beatificacin.
Porque dirn lo que quieran de ellos,
mialmas, pero los de nuestra sangre
nunca pelearon en contra de la religin.
A gloria de Dios que si dieron guerra,
slo fue para matar chinacos!.
Oiga, ta Poncianita observ
Refugio, despegando por primera vez
sus labios, y es cierto que Pablo, el
de mi to Anacleto, es hijo de una
monjita que se robaron de un convento?
Han visto deslenguada! Qu
sabes t de esas cosas, nia? A los
padres orles su misa y dejarlos! Qu
hablas t de la religin! Mira, nia,

esas cosas no estn bien a tu edad ni a


ninguna. Si tu madre no ha sabido darte
educacin, no creas que yo por eso vaya
a soportarte. Entiende que yo estoy aqu
y no soy tu espantajo. Mira la que no
quiebra un plato!
Un gesto de doa Marcelina
contuvo a su hija, pronta a responder y
con una sonrisa de tremenda irona en
los labios.
Doa Ponciana se hizo la
desentendida y prosigui impertrrita.
Esta sala la hicieron mis
abuelos. Por su recuerdo siquiera deban
ustedes haberla conservado como ellos
la dejaron. Ven esa jaculatoria
desteida ah en la pared de enfrente?
Me la s de memoria, como todas las

que estn escritas aqu. Mi padre nos la


lea desde que tuvimos uso de razn y
antes de aprender a leer ya nos la
sabamos de cuerito a cuerito. Porque
los Andrades siempre hemos sido muy
religiosos. Van a orla de un tirn.
Enderez su busto de salchicha,
mene tres repliegues de su cuello,
entrecerr los ojos y carraspeando
comenz su recitacin con voz ladina. El
vendedor
de
novenas,
triduos,
apariciones y sucesos milagrosos de la
Villa de San Francisquito haba hecho
escuela. Al final de la primera estrofa,
un torrente de lgrimas le cort la
palabra y as se quedaron pendientes
para mejor ocasin las alabanzas
escritas en letras de molde en las

paredes, dentro de cuadrilongos


enguirnaldados de almagre desteido,
alternando con pinturas murales del ms
demonaco
realismo;
angelitos
abotagados
y
piernudotes
que
ofrendaban devotamente al ojo de cartn
de la Divina Providencia en lo alto de la
cabecera, un ojo torvo dentro del
tringulo simblico que de secante
impo hiciera por cada uno de sus
costados;
fetos
alados
ofrecan
chiquigites (industria genuina de San
Francisquito) colmados de flores y
frutos. Unos alzaban sus incensarios,
mofndose de las leyes ms elementales
de la fsica; otros sonaban los timbales y
platillos. Con tal decoracin armonizaba
el cielo raso, un cielo legtimo donde

anidaban alicantes y ratonviejos en los


cuernos de una luna de manta de no
malos bigotes, en el revs de un sol de
tez bermeja como de fraile bien servido
y en las tiras de lienzo que servan de
sostn a las estrellas.
Doa
Marcelina,
con
el
pensamiento siempre en sus hijos,
interrumpi las reminiscencias de doa
Ponciana:
No has visto a Gabriel?
Pues, t, mucho hace que no lo
veo. Te dir, l me procura muy poco.
Como les tengo tanto horror a los
borrachos! Hace cuatro meses me fue
con la embajada de un prstamo.
Cuatro reales noms, ta Poncianita.
Le tron los dedos, mi alma. Ya t me

conoces; con ese vicio yo no puedo ver


a nadie, ni a los de la misma familia.
Desde entonces ni ms Bendito sea
Dios! Yo no s de dnde le vendr lo
borracho a este muchacho; de nuestra
familia no. Los Andrades toman, s,
toman su copita como toda gente
decente, sin descompasarse ni mucho
menos. Y de los muchachos presos qu
has sabido, Marcelinita?
Escribi Lenchito; dice que l
est bien, pero que a Ramoncito ya lo
sacan al sol en silla de manos; las
humedades de la celda le han
empeorado su reumatismo
Los sollozos le cortan la palabra.
A Monchito no lo volver a ver!
S, vida ma, empense y

squenlos de la crcel, cueste lo que


cueste!
Es un dineral lo que piden. Slo
para el gobierno son diez mil pesos y no
s qu tantos ms para los licenciados.
Pues hagan un sacrificio y
paguen lo que les pidan.
Es lo mismo que yo pienso; pero
a Julin se le ha metido ese brete de la
presa y no quiere soltar ni tlaco.
La verdad, ta Poncianita
irrumpi Cuca, nosotras no tenemos
ms esperanzas que usted.
Hija de mi alma!
Ante tan imprevisto ataque doa
Poncianita
abri
los
ojos
desmesuradamente, sin hallar al punto
armas para repeler la agresin.

Qu bueno fuera! Qu ms
quisiera yo! Pero si vieran, de veras,
qu escasa de centavos estoy ahora. Con
estos aos tan malos, las cosechas
perdidas, el maz tan caro Oh, les
aseguro que ya no hallo la puerta!
Callen, callen, ni me vuelvan a hablar
de dinero!
Cuca apenas contena la risa. Doa
Marcelina estaba pasmada de la audacia
de su hija.
Pero si usted no tiene gastos
ningunos; para usted, tita, querer es
poder.
Eso se te figura, chamagosa.
Calla, te digo, qu entiendes t de
dinero?
Bueno, ta Poncianita, usted nos

quiere mucho a todos sus sobrinos y


ahora no va a encontrar pretexto que
poner. Nos presta noms veinte yuntas
de bueyes, Julin nos da lo que falte y
los muchachos saldrn pronto en
libertad. Para usted veinte yuntas es
nada como quien le quita un pelo a un
buey
Hija, vamos!
Ay, Marcelinita, qu nia tienes!
Mira la mosquita muerta, tiene ms
alilayas que un licenciado
Ms se empeaba doa Ponciana
en desviar la conversacin, mayor
esfuerzo pona en sostenerla Refugio.
Por fin la ta, rabiosa, acosada por todos
lados, se puso en fuga so pretexto de sus
devociones. Cuca lanz una sonora

carcajada y dijo:
Ah qu mi tia Poncianita!, est
creyendo, pues, que lo que digo es en
serio? Si slo ha sido para que mi
madre y Julin se convenzan de lo que
les asegur una noche: Primero le
sacan una onza de oro a la estampa del
Cura Hidalgo que a mi ta Ponciana
cuartilla. Ja, ja, ja!
Doa Ponciana se puso lvida.

Ave Mara en esta casa; buenos das


les d Dios
Anacleto! exclam doa
Ponciana reconociendo en seguida la
voz aguardentosa de su hermano.
branse las puertas que aqu

viene la alegra
Don Anacleto
y su hijo
desensillaron y, rodeados de las
seoras, se quitaron las espuelas. Aqul
llevaba sus ropas habituales; ancho
calzn de manta, chaparreras de
vaqueta, blusa de rayadillo azul y ancho
sombrero de petate; el mozalbete,
sombrero de pelo canario, bufanda de
estambre de siete colores y pantalonera
de venado oliendo a corambre todava.
Este muchacho anda miando ya
detrs de los romerillos observ doa
Ponciana al estrechar en efusivo abrazo
a su sobrino.
Ay, qu chula ests, nia
Refugita, qu cachetes; ganas me dan de
morderlos! dijo to Anacleto,

mirndola de hito en hito.


Luego, volvindose de soslayo al
grandulln, aadi muy bajo:
ndele, mi Pabln, no se las
coma
De un tremebundo abrazo el viejo
borrachn estuvo a punto de derribar a la
crnica doncella, su hermana.
Entraron. El viejo, charlando
confianzudamente; el mozo corlado por
su falta absoluta de maneras.
Dgame qu es lo que le ha
pasado a mi sobrino? Dizque un gringo
lo puso moro a trompadas? La verdad,
yo no lo he pasado a creer, porque
Julianito es de la familia y a nosotros
nadie nos ha tentado la cara.
Puras mentiras, Anacleto se

apresur doa Ponciana; invenciones


de las malas lenguas; una mojada en el
sol, una erisipela mal cuidada y eso es
todo
Pues ello ser o no ser; pero yo
necesito hablar con mi sobrino. Los
Andrades semos de los hombres y por la
vida de la madre que me pa riente,
que si ha habido algn jijn chi que
le haiga puesto la mano a Julianito ya
puede irse componiendo. No faltaba
ms! Qu dice, mi Pabln, cmo se
tantea?
Pos ai ast es el qui di dicir
Hasta hgale jaln respondi el
mancebo a la sordina.
As mero me cuadra, mi Pabln.
Miren, nias, mi Pabln es de los

hombres y no se apellida Andrade


noms dioquis. Epa, t, Refugia, no
tienes por all un traguito de mezcal? Si
vieran que ya me ponen malo las
andaditas a caballo; pero, no me lo han
de creer, con una nadita as de
aguardiente se me quita siempre esta
polisma: dicen que es irritacin, que son
puras bilis Bien a bien no s qu ser
esto.
S, to; no un traguito, le voy a
traer una botella de cuartillo y medio;
pero entren ac al comedor.
Refugio, como al descuido, mir
sonriendo a doa Ponciana
La vieja ta se hizo la sorda.
Comindose el coraje con sus rezos,
prometise no poner nunca ms los pies

en la casa de aquella gente


malagradecida que no comprenda que
slo ella los sacaba de su compromiso
con el seor cura.

XII
MIRA, Anselma, mira cmo Gertrudis
no quita los ojos de Marcela.
Pero t, si no lo paso a creer.
Bah, te digo que lo tiene daao!
Pos muy aturdido ser si se
enamora de esa Pero, por ms que t
me digas, no, no lo paso a creer.
Hum, es que has visto muy poco
mundo! Mira, Anselma, de que los
hombres dan en eso, son ms duros que
una calavera de burro.

Si lo que se te afigura, Mariana,


juera cierto, dende cundo estaran
enredados.
No queda por ella, jralo, mujer;
l es el que no se anima. Las dos
muchachas callan. Ta Melquiades, la
madre de Anselma, se acerca a ellas. Es
una vieja corcovada y tosigosa.
Qu haces, Mariana? Buenas
tardes te d Dios.
Cmo le va, ta Melquias?
Oigan, qu han ido decir por
ai? Quizque los amos no estn aqu?
Eso dicen, que salieron muy de
maana a un da de campo. Pero, mire,
all viene sabelotodo. Epa, t, Andrs
Payaso de los tteres No
oyes?

Qu le duele, ta enjurtido?
Tu ma drina!
Cllese, no se diga ansina, que
pa los fros que vienen me va a hacer
falta Anselma y ust tiene que ser
mi madrina.
Pior, t, por chulo! No los
busco de tu pelaje tercia encolerizada
la muchacha.
Vaya! no te enojes, mi alma,
que ans mero, como t, me la dio el
padre de penitencia.
No te aflijas, alma en pena: no
ha de ser pal pior puerco la mejor
mazorca salta ta Melquiades.
Carcajadas como matracas de
Semana Santa acogen los dicharachos
cambiados entre la ta y el pen que sale

de la troje hecho un fantasma, blancos


de tamo los enmaraados cabellos,
blancas las cejas, blancas las cobrizas
espaldas empapadas de sudor. Acosado
por las hembras que se hacen una en el
ataque, abandona el campo. Coge a dos
manos el cntaro que est a un lado de la
puerta, empina, y un grueso chorro de
agua zafirina gorgotea en su garganta, sin
que de sus gruesos labios escape una
sola gota. Limpia su frente sudorosa con
ancho paliacate de flores rojas que se
anuda a su cuello, con l se cubre la
boca y la nariz despus, y se cuela en el
granero.
La charla de las comadres, que
esperan sus raciones, prosigue. En un
crescendo de aguacero torrencial se oye

el resbalar del maz sobre las hojas de


lata perforadas de los harneros,
fuertemente sacudido por la manaza del
pen. Una nube cerrada de polvo se
levanta, y los trabajadores, que van y
vienen con bateas a la cabeza, del fondo
de la troje a los cnicos receptculos de
los harneros, se esfuman en el tamo.
Apartando moloncos y hojas secas, silba
la escobilla que acaba la limpia.
El olor seco del tamo se difunde,
apagando la frescura y la fragancia que
llega de las praderas.
Pos si los amos no estn en casa,
cuente con que to Pablo va a ser el que
nos reparta las raciones. Mire, comadre
Petra dice ta Melquiades al odo de
su vecina, mientras yo me arrimo a to

Pablo y le bigo el agua, ust se va a la


pila del frijol eh?
Y si no nos llaman juntas?
No li hace, nos hacemos
zorongas y de toos modos nos metemos a
un tiempo. Al cabo to Pablo no mira.
Yo le doy pltica y ust
Ya las estoy oyendo, se
Melquiades; ande, que lo sabrn mis
nios interrumpe una vieja asmtica,
que abre los ojos, la boca y las narices,
a cada inspiracin.
Y a ust quin le dio vela en el
entierro, sea Antonia?
Naiden me la da; yo me la tomo.
Oiga, pos entonces dgales a sus
nios tambin que ust y yo nos
levantamos del potrero todas las noches

la lea que gastamos


Miente, que a m me dejan sacar
lo que yo quiero, a m me la dan
A ust se la dan? Pos yo me la
tomo, porque como dice el dicho: el que
a la iglesia le sirve, de la iglesia se
mantiene. Y a ms que ni le est eso de
andar ora con sus temideces; acurdese
de las canastas de tunas que, ao por
ao, nos robamos del monte pa ir a
venderlas a San Francisquito. No me
pele tantos ojos! Ya se le haba
olvidado? Coma hojas de lantn que son
regenas pa la memoria.
Cllense, djense de pleitos, que
ah viene Marcela y sa s sabe de los
amos.
Epa, t, Marcela, ven ac.

Al or ese nombre la vieja asmtica


frunce el ceo, Anselma alza los
hombros despectiva y Mariana se
levanta y se aleja del grupo.
Oye, t, quizque no estn aqu
los amos? Pos qun va pues a
repartirnos las raciones?
Ha de ser la nia Cuca, ta
Melquiades, ella jue la nica que no
sali en desta maana.
Pos adnde jueron, t?
Croque ahora jue la bendicin de
la primera piedra de la presa.
Primera piedra? Qu trazas!
Ms piedras nos queres volver con tus
cuentos.
Cierto, se Melquias; vino
padrecito del lugar, aqu estn los amos

grandes y otras munchas vesitas.


Anda, pos pue que digas verd.
Y ahora que estoy haciendo acuerdo,
muy cierto lo que t dices; antier que
vine a mercarle un queso a la nia Cuca,
se api en la puerta de la casa grande
una curra petacona. Por ms seas que
lleg montada en una burra canela, as
de grande Quin ser ella, t?
Es hermana del amo don
Esteban. Pos quin haba de ser?
Mira qu reguajolota soy. Muy
verd lo que t me dices; pos ora que
me acuerdo son sus mismas faiciones
Hum, pos ni les cuento! Han echao
una peliada la nia Cuca y esa siora,
que slo santas les falt que icirse.
Ande, estse! cuente, cuente,

se Melquias.
Se form un corro de curiosas y
Marcela se alej discretamente.
Oiga, doa Marcela, que el amo
don Julin jue tambin a la fiesta?
Marcela repara con extraeza en
Anselma que la ha seguido, y tuerce la
boca sin responderle.
Oiga, le pregunto, tambin
Julianito anda all?
Pos si te interesa tanto saberlo
pregntaselo a la noche.
Pior! sa ser ast vaya!
Y t por qu no? Si lo mientas
con tanta confianza, has de tener por
qu al menos, ganas no te faltan,
verd?
Como ya las dos han alzado mucho

la voz, las carracas se percatan y se


acercan. Pero Anselma cede al instante.
La pobre moza que dio ya su resbaln,
sin que de nadie sea misterio, vive en la
creencia de que su secreto slo es de
ella, de Dios y de l; y huye por
miedo a que las malas lenguas la metan
en cuentos con una de tantas.
Todo lo que est contando son
puros chismes y mentiras grue la
vieja asmtica, en una interrupcin del
relato interminable de ta Melquiades;
lo que es de mis nios naiden diga nada,
porque aqu estoy pa defenderlos de
toda perra, mordulla y argendera:
Argendera yo, se Antonia?
Que la lengua se me pudra si hay
algo de verd en too lo que est

diciendo. Sepa que mi nia Cuca no es


capaz de eso. A qun le falta la tortilla,
a qun los alimentos cuando las
enfermedades nos ponen en la miseria,
malagradecidas? Aist se Agapita que
no me dejar mentir, aist mi compadre
Bonifacio y tantos y tantos Y yo
tambin: qu juera de m sin la carnita
que nunca me falt, sin los pollitos en mi
mera graved y mi vino blanco pa la
convalecencia? Despus de Dios a ellos
les debo la vida y mi sal.
La voz gruona se corta por un
brusco acceso de tos; la cara de la vieja
trnase negruzca, sus ojos se salen de
las rbitas. Cualquiera habra credo
que iba a estirarse la ltima defensora
de los Andrades, la vieja nodriza de la

manada de chacales. Pero el acceso


pasa pronto; se Antonia, respuesta y
con mayores bros, acomete de nuevo.
No, ya no me diga la ltima
palabra grita se Melquia des, ya
cllese; ya adivino lo que nos va a dicir,
que si no juera por sus nios no estara
tan aliviada. Mire, lo qui ha de hacer es
dejarnos en su testamento la receta que
tan gena y sana la ha dejao Qun
quite y algn da se nos ofrezca Le
rezaremos un padrenuestro y un
avemara.
No, la verd ha de icirse, lo que
es en eso yo convengo con se Antonia;
los siores sern muy matones y
malentraas; pero las nias
Matones y malentraas mis

nios,
se
Agapita?
Guzga,
malagradecida, dime por qun vives y
por qunes no te faltan nunca las tortillas
ni los frijoles? Miren, pa que no me
colmen la medida, les voy a dicir qunes
tienen la culpa de veras y por qunes
mis probres nios sufren destierro,
crceles y privaciones Por sas, si,
por sas!
Y sus garras de gaviln se tienden
sealando a Marcela y a la hija de se
Melquiades.
El siseo de la multitud y el crujir
de los goznes de la puerta
interrumpieron la disputa. Todo el
mundo se haba puesto de pie al parecer
la nia Cuca. Saludando con llaneza,
Refugio atraves entre los grupos de

peones y mujeres y entr en la troje.


Ces al instante el ruido estridente
de los harneros y poco a poco fue
asentndose la densa nube de tamo, a la
vez que la turbulenta comadrera hizo
silencio.
Refugio sac una hoja de papel de
su gran delantal de percal y comenz a
pasar lista:
Esteban Gordillo cuatro das y
medio.
La mujer del interpelado, con un
chico a cuestas, entr saludando
melosamente, luego se inform de la
salud del amo don Esteban y de cada
uno de la familia, extendiendo al pie del
montonazo de maz su tilma.
Dos almuditos y un cuartern

repercuti estentrea la voz del medidor


por los mbitos sombros de la troje.
Cleto Ramrez, cuatro das.
A cada hombre, Refugio marcaba
en la lista una cruz con un lpiz rojo. El
ruido y el desorden subieron de pronto;
atropellndose
las
comadres
se
aglomeraron a las puertas de la troje.
Mariana y Anselma juntas, lamentndose
sta de las palabras injuriosas de se
Antonia. Qu iban a pensar de ella
ahora! Sealarla al igual de Marcela!
No les hagas caso. Todas
sabemos bien que t no eres una de sas.
Mira, mira cmo Gertrudis y Marcela no
se quitan los ojos. Te digo
La voz se le cort por la emocin.
Sus ojos se arrasaron.

Se lo merece por muy bestia.


Es que yo le tengo volunt si
vieras
Si, t, volunt! Estate, dolor
de estmago, ya te voy a dar tu t!
La risa maliciosa de Anselma y sus
dos ojillos avispados se clavaron en los
ojos negros y ardientes de Mariana.
Vlgame, mujer!
Hum!, pos qu piensas que no
te lo he echao de ver?
Palabra que no es ms que
inters de amigos, Anselma.
Pablo Fuentes, su racin grit
Refugio con voz firme y bien timbrada.
Entonces se produjo un movimiento
de intensa curiosidad.
La querida de don Julin frente a

frente de la nia Cuca.


sta hizo un mohn a la proximidad
de Marcela; pero rehzose en seguida,
apartando su mirada de ella y
volvindose a su lista. Marcela haba
entrado cortada y sin alzar los ojos,
derecho al medidor que la acoga con
malvola sonrisa.
Y eso fue todo, para desazn de las
comadres que se esperaban escena de
mayor inters. Apenas se Antonia
gru con voz de cannigo decrpito:
Vergenza haba de tener pa no
ponrsele ni por enfrente a mi nia!
Y mientras gangoreaba sus injurias,
reventando de clera, las otras viejas se
apretaban el estmago de risa.
Con sacos a la espalda, canastos

sobre la cabeza, muchas con la carga de


semilla y un canijo suspendido a los
hombros, se dispersaban ya por las
veredas. Las muchachas ayudaban a las
viejas, conduciendo el resto de la cra.
Mira, Tico exclam un
holgazn viendo salir a Marcela, ah
viene ya tu novia. A que no le das un
pellizco en los cachetes?
A que s!
Pos ndale, ponte avispa, que ya
est aqu.
Marcela pas cruzando una fugaz
mirada con el morenciano.
Tico, en vez de seguir el consejo,
pleg el rostro haciendo pucheros. Slo
unos instantes: mientras la garra de
hierro de Gertrudis lo mantuvo inmvil.

Y nadie se atrevi a sonrer, porque


todos se dieron cuenta de que aquello
poda pasarse de broma.
Entonces Gertrudis, sin volver ni
una vez el rostro, se alej.

XIII
AY! ay! mi riuma!
exclam Mariana de repente encogiendo
una rodilla y apretndola a dos manos,
mientras que una mueca de dolor turbaba
su cara triguea y sus ojos de
extraordinaria viveza. Adelntense, ta
Melquias, porque yo no puedo seguirlas
a ese paso. Anselma, qudate conmigo a
descansar un ratito, mientras que me
pasa esto.
Las rucias vejarrucas, sin parar

mientes en los aspavientos de Mariana,


siguieron de largo, en tanto que las dos
mozas se apartaban hacia la fresca
sombra de un mezquite. A su proximidad
alz el vuelo con algaraba una parvada
de bucheamarillos.
Mentiras, Anselma, no tengo
nada.
Con presteza alarg y encogi la
pierna, riendo a media voz.
Sabes?, vamos a esperar a este
bruto de Gertrudis Por vida de mi
madre que yo no le dejo enredar con
esa desgraciada!
Qu piensas hacer, Mariana?
inquiere Anselma, abriendo con
asombro sus ojillos pizpiretos.
Lo vas a ver. Yo no s lo que

ste vaya a pensar de mi; pero si con el


consejo que le voy a dar no queda bueno
antes de dos semanas pierdo. Es mi
secreto, no me preguntes, te lo dir
despus. Qu quieres? Le tengo
volunta. Es tan bueno! Hay que sacarlo
de ese lodazal
Echadas boca abajo sobre el
mullido csped aspiran el aroma y la
frescura del campo.
De modo que t crees que sea
capaz de casarse con ella?
Es un pazguato!
Y t quisieras mejor?
Yo nada, mujer, ya me canso de
decrtelo, le tengo volunt y ya.
Anselma no replica, pero levanta la
cabeza y su mirada picaresca se llena de

expresin; la risa zumba en sus


dientecillos de roedor travieso.
Eres testaruda, Anselma
T, que me quieres hacer tragar
piedras
Y que fuera? no valdr yo
ms que sa? Tan poco favor me
haces?
Lo que yo digo es que miras
puros moros con tranchetes. De dnde
te vino a la cabeza eso de que Gertrudis
se quiere casar con ella?
Bien se ve que no tienes nadita
de mundo, Anselma; Gertrudis est
daado yo no se lo que ella le habr
hecho. Y lo mero malo es que la
Marcela y don Julin andan a la grea; y
si l se la quiere quitar de encima, la

casa lo mismo que a las otras; y yo te


juro que va a dar con Gertrudis, que es
el hombre ms tonto que yo conozco.
Anda, no me cuentes! Ya
perdieron Marcela y el amo?
Todo el mundo lo sabe; desde la
noche en que se la hall con el gringo no
se ha vuelto a parar en su casa Pero
oye, cunto inters pones en esto Mira
que t eres la que ahora me ests dando
en qu pensar. Ay, Anselma, eso noms
te faltaba!
Vlgame Mariana!
Anselma, muy encendida, no poda
esconder su regocijo.
Un vozarrn las interrumpi a lo
lejos.
Oigan, chulas, si vieran que no

les est eso de agarrar sol a estas horas.


Lo que es ansina menos van a jallar
marido. Sganla pa sus casas, mialmas,
que el comal las est esperando.
Pior, viejo malcriado! A ust
qu?
El bromista sigui su vereda sin
esperar ms rplicas. Nerviosa, Mariana
se puso en pie, levant la cabeza en
direccin a las paredes de la casa
grande que asomaban entre la arboleda.
Erguida y esbelta, destacbase su blanca
camisa y su zagalejo escarlata en el
verde formidable de la campia infinita.
Como nada percibiera de lo que
sus ojos buscaban, se ech de nuevo de
bruces, hundindose en el zacate.
Mancebos y mujeres rezagadas

pasaban con sus fardos. Alguien se


inform de la causa que detena a las
muchachas y ofreci sus buenos
servicios de componedor; sobara la
pierna enriumada tan bien, que en un
decir Jess la nia podra hasta galopar.
Pero Mariana, de negro humor ya, lo
despach en hora mala.
Por fin apareci el morenciano
cabizbajo, abstrado.
Ay ay que te pica! que
te pica, Gertrudis!
l, que no haba reparado en las
muchachas, se detuvo sorprendido y
tirando manotadas al aire, hasta que las
carcajadas le hicieron comprender la
chanza.
Por Dios, Gertrudis, te has

vuelto un manso; ests ya como el burro


de la leche; ni las orejas alzas!
Cmo les va? De veras, no
las haba visto
Ya no ves nada. Quin sabe qu
se te ha metido en la cabeza que en vez
de mirar pa fuera no ms miras pa
dentro! Qu, ests malo, hombre?
Yo? ms geno que toas
ustedes juntas
A ti te han hecho dao Pero
mira, slo por eso que tu querer ni caso
te hace, que se muere de risa de verte
como perro enjerido
Ou me dices?
Anselma se haba incorporado.
Mariana, lnguidamente echada boca
abajo, levantaba una pierna que caa

sobre la otra. Su cabeza se apoyaba


sobre sus manos abiertas.
Gertrudis repara en la carne virgen,
en la madurez sabrosa que se le ofrece.
Si Mariana no hubiera cogido tanta
prisa! Pero, la verdad, eso de que las
mujeres le hablen a uno, casi es cosa de
no aguantarse. Y vuelve a reparar en las
curvas insinuantes, en el rico manjar de
feminidad ardorosa, mientras que un
pensamiento intruso le ennegrece el
humor: Mariana sera ma, slo ma!
mientras que Marcela Pero por
qu Marcela, Dios del cielo?.
No pongas esa cara, hombre, que
no es pa tanto. Te lo digo por tu bien;
pero no te hagas un inocente, que eso a
tu edad choca. Mira, hombre, quieres

curarte de veras de ese mal de corazn?


Yo tengo un remedio que en jams de los
jamases miente arrmate
Mal de corazn es el que ustedes
padecen, locas, y pa eso yo tambin s
cul es el mejor remedio.
Incorporadas las muchachas al
calor de la charla, se acercaron a
Gertrudis.
Mira, no te salgas con chistes;
ponte la mano sobre el corazn y
responde con un s o un no, como si te
estuvieran
confesando.
Ests
enamorado de la Marcela?
Por ms que el morenciano
previera el paradero de aquella pltica,
no pudo resistir la oleada de rubor que
le subi a la cara. Y constreido a

disimular su turbacin, inclinando la


cabeza, escondiendo el rostro, buscaba
en las pretinas de su pantaln de
mezclilla un nudo de tabaco.
Invenciones de la gente
rumore como si ello se le diera muy
poco, invenciones de los que no
tienen qu hacer.
Bueno, pos t te sales con la
tuya; pero yo me quedo con la ma y
digo que este macho es mi mula, sabes?
Sin alzar los ojos de una hoja de
maz que pas dos veces por el borde de
sus gruesos labios, y luego de
encarrujarla ya llena de tabaco, se dijo:
Pobre de Mariana! Quiere dar
consejos de amor ella que est
esperando marido hace no ms treinta

aos. Cree que no se le adivina que todo


es puro odio y envidia que le tiene a la
otra.
Te quiero dar la receta, porque
eres un papanatas que necesita ayuda.
Arrmate y oye. Hazlo como te digo y si
antes de dos semanas no me das la razn
a m me cuelgan del mezquite que ms
te cuadre.
Tan pudibunda como coqueta,
Mariana mir de todos lados cual gandul
que va a hacer una travesura; luego,
rpida, encendidos los carrillos, acerc
sus labios ardientes al odo del
morenciano y rumore breves palabras.
Hecha un granate, al momento se volvi
de espaldas, llevse el delantal a la cara
y exclam:

Ora s, lrgate de aqu, vete


Gertrudis, con soma, contrado el
ceo, golpe con su eslabn un
pedernal; brot una chispa amarillenta y
se difundi el humo aromoso de la
yesca.
Bueno, bueno; no me hace falta
tu consejo hoy por hoy pero si algn
da
Todava ests aqu, cuerno de
Judas? Anda pronto, que no tengo
cara con que verte.
Por eso pues. Mariana, qu jue
lo que le ijiste? Judos! me tienen
como los pastores en Beln.
Mariana se acerc al odo de
Anselma y susurr unas palabras tan
quedas que pareca que temiera hasta de

la indiscrecin de las urracas


voltijeantes en el ramaje.
Ay, mujer, qu brbara! Ja,
ja, ja! Mariana, tienes ms valor que
el que le habla a un muerto!

XIV
GERTRUDIS se aleja de las muchachas
presa de inquietud y desasosiego. Bien
se comprende lo que arriesga Mariana;
se juega el todo por el todo. Su envidia
a Marcela es clara. Pero ha cogido mal
camino: para atrapar marido tiene
ciertamente ms mundo del que una
mujer honrada ha menester. As es que
en vez de componer las cosas en su
provecho las pone peor. Ah, pero las
mujeres son el vivo demonio! Conque

si de veras el consejo fuera resultando


provechoso?
Llega al casero de la peonada y no
halla su campo. Se mete a su cuarto, un
cuchitril del mesn de Juan Bermdez, y
tampoco encuentra qu hacer all. Al
medioda no se acuerda siquiera de que
no ha almorzado y sale a la puerta a
cada instante a ver el cielo. Nada, el
sol no camina, parece que se ha clavado
en el espacio! Y la diablica idea no se
quita de su pensamiento; ah la siente
como una estaca. l, a la verdad, no est
malo de eso de que Mariana pretende
curarlo. Qu capaz! Enamorado l de
Marcela? Ni ahora ni nunca. Marcela le
gusta, Marcela le hace buen placer. S,
es cierto que donde ella no est todo le

parece solo, aburrido, triste. Pero es


porque ha estado acordndose de
Morency, cuando all tan lejos se pona
a pensar tanto en ella: la chicuela que
jugaba todo el da cuando iban a cuidar
los becerros; la chiquilla que bes en la
boca, quin sabe por qu, la vspera de
su marcha a los Estados Unidos.
A efecto de distraer sus
pensamientos sale al corral. Como todos
los sbados, ese da hay gran
movimiento de arrieros. Durante dos
horas, bajo un diluvio de sol, se
emborracha del olor penetrante de las
cuadras apretadas de borricos, y en el
trajn de descargar adormece sus
inquietudes.
Al sol por fin le ha dado gana ya de

descender. Pero un sordo trueno se alza


tras la Mesa de San Pedro; luego otro
ronco y sonoroso la hace retemblar. El
morenciano
mira
con
intenso
desconsuelo una nube coronando la
cresta de peascos, una nube que va
creciendo
y
ennegrecindose
rpidamente y que se toma espumosa e
hirviente como el vaho de un crter. En
breve el horizonte se cubre de la
arrumazn avasalladora; en el denso
manto del vendaval todo se va borrando:
casas blancas, la sierra azulosa, los
campos floridos. Comienzan a caer
gruesas gotas, por fin, que lo hacen
meterse de nuevo en su cuarto.
Afuera zumba el viento huracanado
y la lluvia atruena torrencial; dentro

todo ha quedado bajo la calma y la paz


de la resignacin.
No hay remedio piensa; esta
tarde no la ver. Hay agua para toda la
noche.
Y boca arriba, tirado en un petate,
echa bocanadas de humo, aspira con
fruicin el humo del tabaco y de la hoja
de maz y se queda silencioso,
adormecido, escuchando el estruendo de
la lluvia.
Cunto tiempo ha pasado?
Despierta con sobresalto. La tempestad
va lejos ya; se oye apenas una menuda
lluvia y luego no ms las gotas que caen
de los tejados y las ramazones. Una
franja luminosa se cuela por la puerta, y
l, que no ha pegado los ojos, se los

restriega como quien acaba de pasar por


un largo sueo, y se incorpora
apresuradamente sintiendo que aquel
pedazo de sol le ha baado el alma.
Una gran tarde de cielo lmpido y
aire fragante. El sol se hunde dorando
cerros y valles. El morenciano siente su
alma agigantada y sedienta.
Remanga su calzn a media pierna,
se pone los guaraches y, envuelto en su
jorongo musgo, sale en derechura de la
hacienda con el corazn que se le
escapa.
El sol se ha hundido ya; un tinte de
topacio se descorre como tenue pelcula
sobre el fondo de zafir; un filetillo de
lumbre tiembla en las aristas de las
casucas y en las lomas. Los charcos

parpadean como estrellas cadas en el


llano; los arroyos en minsculas
cascadas
espumeantes
rumorean
cadenciosos; la cinta negra de la
carretera deja ver las rodadas de los
carros en dos lneas paralelas, brillantes
de agua.
Antes de llegar a la casa de seor
Pablo da una vuelta por los alrededores.
Todo est bien; bajo el portalito de la
troje, el viejo da conversacin nutrida a
los vaqueros. Entonces, ahogndose de
emocin, se va derecho al jacalucho.
Marcela dispensa eh? pero
como est lloviendo me met digo
La voz seca y gutural casi se
extingue.
Estupefacta, Marcela se pregunta

qu significa eso. Mira por un ventanuco


el cielo como un satn. Si se habr
vuelto loco este hombre!
Y l sigue dando disculpas y
contradicindose. De pronto, sin ser
invitado a ello, quizs por lo inoportuno
de su visita, coge un banco de tres patas
y se sienta.
Marcela, sintate t tambin
tengo que hablar contigo
Afuera mugen las vacas, se oyen
los cantos estridentes de los grillos y de
las ranas, el berrear de los becerros
enchiquerados. Dentro de la choza,
nada: silencio del morenciano que no
sabe por dnde comenzar; silencio de
Marcela que no entiende y est llena de
zozobra.

Los pensamientos confusos de


Gertrudis se revuelven en su mente
entrechocndose;
sus
ideas
son
borrosas, opuestas, contradictorias y
slo lo aturden ms. Porque ahora ni l
mismo sabe a qu ha ido all. S, l iba a
otra cosa; pero apenas se enfrent con
ella y toda la cabeza se le ha vuelto
maraas. No, l nunca la ha deseado
as as como se lo aconsej la prfida
Mariana.
Marcela pronuncia de pronto,
y se detiene para tomar aliento, yo
necesito decirte es decir yo quiero
hablar contigo Vamos, es cosa de
que Dime podramos hablar?
Cundo?
Ay, hombre! Por Dios! No me

mires ansina, que hasta horror te tengo


No s qu queres decirme; pero, la
verd, juere lo que juere, mejor cllate.
Ya sabes que te quero mucho, pero
ansina vas a hacer que hasta miedo te
cobre
Pero de veras me queres t,
Marcela?
Qu preguntas, hombre! Si eso
lo sabes tan bien como yo; pero deja
este misterio y hblame de otro modo,
como siempre nos hemos hablado, como
amigos que hemos sido siempre
Ansina no! ansina no!
La faz del morenciano resplandece;
el fuetazo imprime a sus pensamientos
una orientacin definida.
Bueno, pos mira, Marcela, yo

vena a otra cosa pero eso no lo


que yo quero es muy distinto Cmo
te dira? Bueno, pos que t dejaras
de mira que pos que ya no hagas
eso me comprendes? Mira, otro
modo de vivir ya s, eso es, otra
vida
Por qu me dices eso?
Por esto
Gertrudis
siente
confusin,
vergenza, como si alguien lo estuviera
sorprendiendo en una accin muy vil, y
su voz tiembla insegura otra vez; pero lo
que viene de muy adentro se impone con
fuerza inexorable:
Por esto porque quero que
seas mi mujer
Tu mujer! Yo tu mujer?

Marcela empalidece y siente fro.


Jrame por ese Dios que est en
los cielos que ya no
Marcela calla y deja transcurrir
instantes de suprema angustia.
Cmo no te animas a esto?
prorrumpe l, pasmado de tal
monstruosidad.
Entonces Marcela vislumbra el
rayo de luz libertador. S, es doloroso lo
que va a hacer: es el asesinato a
mansalva del nico amor puro, del nico
amor casto de su vida. Su pensamiento
coincide punto por punto con el
malvolo de Mariana: entregarse a
Gertrudis para matarle la ilusin, para
salvarlo de ella misma.
El tono de su voz adquiere un

encanto indefinible entonces; se acerca a


l y sus brazos clidos le rodean el
cuello, lo envuelven en una oleada de
voluptuosidad calosfriante. Y lo atrae a
su pecho muy suave, muy tiernamente.
Sus carrillos frescos rozan las speras
mejillas de Gertrudis; sus labios
ardientes mariposean palpitantes y
sensuales por las hspidas barbas del
macho que se retira brusco e
intempestivo.
No, Marcela eso no
Su pecho indmito se estremece
ahogando un sollozo; las lgrimas se
agolpan a sus ojos resecos. Y dice con
inmenso desconsuelo:
No me entiendes, Marcela no
me entiendes

Y Marcela, que se ha asomado a lo


ms profundo de aquella alma ingenua y
ha ledo en ella como al travs de un
cristal, exclama, desfalleciente:
S, Gertrudis, todo lo entiendo
Entonces jrame que nunca
ms
Con voz quebradiza y angustiada
Marcela jura.
Gertrudis le coge la mano.
Adis
Y escapa como un loco. Quiere que
las estrellas del cielo empalidezcan a la
floracin de estrellas que ilumina su
alma. Marcela redimida ya! Y suya,
slo suya
Y Marcela absorta, estupefacta ante
el absurdo, ante lo imposible, gime:

Yo esposa de Gertrudis? Nunca!


.

XV
UN DOMINGO por la tarde, de vuelta de la
Villa, seor Pablo lleg a morirse a su
casa. Marcela se le haba hudo.
Sabedores del caso, las mozas de San
Pedro se miraron de soslayo; pero algo
vieron tan extrao en la curtida faz del
viejo que ninguna se atrevi ni a sonrer.
Los amigos, hacindose desentendidos,
guardaron a su vez piadoso silencio.
Todo habra sido igual; de seor Pablo
no quedaba ya ms que el cascajo, y se

mantena en pie slo como esos viejos


robles heridos por el rayo y con el
corazn hecho cenizas. Y una blanca
maana de noviembre, el mismo
acompaamiento que meses antes
escuchara sobrecogido de pavor la
negra historia de los Andrades en torno
del cadver del vaquero asesinado,
ahora segua el cajn que se tragara al
viejo narrador.
Gran maana de primer helada.
Alburas inmculas revestan los
penachos
de
los
olmos,
se
desparpajaban en los pastos acamados;
blancas gasas flotaban en un cielo
tmidamente azul y el mismo sol
naciente, contagiado, asomaba anmico
sobre la blanca crestera.

De uno y otro lado del camino se


extendan maizales de ventrudas
mazorcas, despuntados ya, tremolando al
vientecillo helado jirones de hojarasca.
Los peones rezaban por el alma del
difunto; pero con pensamiento distrado:
el matrimonio a vuelta de pizcas, el
marrano para engorda, la compra
anhelada del caballo o del borrico, la
apuesta para las carreras del ao nuevo:
todo lo que se poda soar de una
prspera cosecha.
Y ni siquiera el Alabado, aquel su
canto lgubre, tena acento ni alma.
Alzbanse
las
voces
varoniles,
destempladas y montonas, cual cantigas
de iglesia.
La misma tierra con sus pomas

ostensosas pareca burlarse del que en


vida pretendiera haberle arrancado sus
secretos. No era, a la verdad, da
propicio a la muerte. La madre tierra y
el padre sol estaban de fiestas y haba
que celebrar con ellos las bodas de oro
en los panojales, las bodas de plata en
las alamedas yertas y las bodas de
esmeralda en los trigales prometedores.
Apenas si se ensombrecieron los
rostros cuando la ltima paletada aplan
la fosa. Los rancheros derramaron una
mirada melanclica sobre el montn de
tierra removida que en breve quedara
hollada, aplanada y perdida en una
tumba annima. Dieron vuelta y
desfilaron gravemente, sin que una sola
palabra turbara el seco chasquear de sus

guaraches y zapatones por el polvo


suelto del cementerio.
Les parece que hagamos la
maana? propuso austero uno de
ellos, ya en las afueras, mirando un
tenducho.
Nadie contest, pero era tan
atinada la idea que, calladamente y sin
perder su aire fnebre, mozos y viejos
entraron en una taberna. Pedro, el
carretero, desanud su ceidor azul y
cont los centavos. Libaron pronto y en
seguida se alejaron sin que se turbara un
punto su recato y compostura.
A poco andar, el morenciano se
detuvo a la puerta de otra cantina,
entorn los ojos y tendi una mano
invitando a entrar a sus compaeros.

Despus del primer tendido todo el


mundo estuvo acorde en que el cuerpo
peda refrigerio y descanso. Un anciano
dio un gran suspiro y, aludiendo al
difunto, hizo filosofa sobre lo
ensenificante que en el mundo semos,
luego hubo sermn con la obligada
ancdota del mal cristiano que quiso
mofarse de un difunto y se qued
patitieso cuando ste se enderez
respondiendo: Como te ves me vi,
como me ves te vers.
Entretanto los ms mozos haban
hecho su mundo aparte en el extremo
opuesto de la tienda. Vino la segunda
hilera de tequilas y un poquillo de
regocijo. Gertrudis desenroll la vbora
de cuero que llevaba a la cintura y la

hizo vomitar sonorosos pesos duros y


tostones sobre el mostrador, pidiendo
ms copas. La conversacin tom color.
Se habl de Marcela, la hija de seor
Pablo. El morenciano se escabull hacia
los viejos.
Pos yo vide en el peso de la
medianoche dijo el carretero, los ojos
avispados ya y la lengua fcil al
gringo aquel que le dio de moquetes al
amo rondando la hacienda.
Que
capaz!
exclamaron
muchos.
Despus de lo ocurrido entre Julin
y el ingeniero, era materialmente
imposible suponer que ste pusiera
nunca ms los pies en dominio de los
Andrades.

Pa nosotros son la jiebre, pa los


de juera no son araas que pican
repuso Pedro, bajando mucho la voz y
con gesto receloso.
Lo que yo s terci otro es
que la Marcela, de que iba a la Villa,
entraba a la casa del gringo ese.
Puros dceres noms. Lo cierto
es que hoy ni de ella ni de l dan razn.
A bien que, pa lo que ella sirve, ha de
andar dndole vuelo a la carlanga.
Reptalas, amo dijo uno al
cantinero.
Ya
la
jcara
se
armaba
formalmente. Un gendarme se haba
apostado en la esquina. Pero como el
tendero cuidaba de sus clientes, les
advirti luego el peligro: El

Ayuntamiento est urgido de gente que


trabaje sin sueldo en los empedrados.
Advertencia ms que suficiente para
amedrentar a los borrachitos que
salieron luego muy humildes y callados,
aunque un tanto bamboleantes, y
cogieron camino de su rancho.
Me voy a la lea, Mariana, ah te
dejo, al cabo esos amigos la perdieron
ya y no habr quin venga a darte guerra
dijo Juan Bermdez a su hija, al
pardear la tarde, dejndola tras el
mostrador de la vinata, entregada a sus
largas ensoaciones.
Mariana alz la cabeza asintiendo
con un guio, luego volvi a dejarse
mecer por el arrullo de sus
pensamientos.

Hundidos los carrillos entre sus


manos muy limpias y muy roas, de
codos en el basamento del ventanuco
que haca de mostrador, frente al casero
de doradas techumbres de paja y
parduscos muros de adobe, sigui con
embeleso las volutas grises de las
humaredas incipientes que de trecho en
trecho manchaban la aurina inmensidad
de los campos y de los cerros escuetos y
cascajudos. A su lado se ergua ventruda
olla de barro vitroso, derramando por
sus bordes la espuma del pulque en
fermentacin. Unos cuantos botellucos
verdes y apastes rojos y redondos
completaban la cantina.
Los que de regreso del entierro
vinieron a acabar su borrachera a la

vinata haban desaparecido ya, unos


conducidos por sus mujeres o sus hijos
ms pequeos a sus chozas, otros tirados
y roncando a las sombras de mezquites y
huizaches.
Y Gertrudis, por qu no se ha
parado hoy por todito esto? Gertrudis
tambin fue al entierro y ha de andar
borracho. En dnde habr quedado,
pues?. Lstima de muchacho! Ahora
que las cosas se estaban poniendo tan
bien. Y cualquiera pensara que esa
mana que ha cogido de beber vino es
por lo de la Marcela. Justamente desde
que desapareci la moza, Gertrudis se
emborracha. Afortunadamente Mariana
sabe muy bien que no es por eso.
Infinidad de veces, siempre que el

mezcal se le trepa a la cabeza, el


morenciano ha dicho que la tal Marcela
se burla de los hombres porque no se ha
encontrado todava uno que sepa
marcarle un cachete con la punta del
cuchillo. No la puede ver ni pintada!
Ja, ja, ja!
Pero
su
risa
declina
insensiblemente en honda melancola, y
cuando menos lo piensa est llorando.
Llorando, y lo que es peor, sin saber por
qu.
Loca de ella, s, loca que se
atormenta
con los
celos
mas
inmotivados y ms tontos! Cundo
estuvo Gertrudis ms cordial y
expresivo? Lo cierto es que ella lo
quiere con alma, vida y corazn y se

encela hasta de su propia sombra.


El consuelo entra como rfaga de
sol despus de la tempestad. En verdad,
el mancebo antes tan tosco y tan bruto se
ha vuelto un terrn de amores; la va a
ver muy seguido, siempre sus ojos la
andan buscando. Sangre de Cristo! Con
esos modos de mirar que tiene, da antojo
de cogerlo a pellizcos. Y es un pcaro
acabado; el otro da le cogi un cachete
al descuido, y cuando ella le ri por su
atrevimiento, l solt la risa, una risa tan
sabrosa que daba gana de apagrsela a
puritos besos. Y peor cuando le pide una
cancin. Apretaditos, muy apretaditos
los dos, ella siente desfallecimientos,
una falta de voluntad y un extrao
abandono de todo su cuerpo y de toda su

alma.
Uy, qu miedo!
Y bruscamente se pone en pie, sus
odos zumban, y sus ojos se dilatan, y
llena de zozobra se persigna y reza con
paroxstico fervor: Ave Mara Pursima
del Refugio. Sin pecado original
concebida. Tentaciones del demonio!.
Y bajo la imperiosa necesidad de
echar fuera al enemigo malo, se pone a
dar vueltas aprisa, aprisa, a lo largo de
la vinata, hasta fatigar el cuerpo. Cuando
se ha tranquilizado un tanto, busca qu
hacer. Saca un chiquihuitito y de ah una
escobeta de lechuguilla un peine de
cuerno y una cazuelita con moco de
membrillo. Vuelve a sentarse tras del
mostrador. Un espejito redondo, mas

pequeo que la palma de una mano, le


sirve de tocador. Deshace su nutrida
trenza en un raudal de pelo negro y
crespo que cae abundoso de cada lado
de sus carrillos febriles.
Lo extrao piensa cediendo a la
invencible obsesin es que l no
venga sino de que se pone alegre. Ah,
tan chocantes que son los hombres
borrachos! Pero, qu caray!, si lo que
pretende es otra cosa.
Hum!, eso s que no. Mariana sabe
bien lo que son los hombres. Dejara de
ser quien es para dar un resbaln a estas
horas. Por vida de Dios y Mara
Santsima que eso nunca. El que la
quiera la ha de tener por derecho, con la
bendicin del cura, como Nuestra Santa

Madre Iglesia lo manda. Que para eso


mero, para no llevarle una vergenza a
su marido, ha sabido ser honrada
siempre. Y su indmita actitud y sus
grandes energas de eso cabalmente le
vienen.
La escobeta pasa y repasa sus
cabellos desenredados en haces sedosos
e hilos suaves. De pronto los invierte
totalmente y su cara se pierde bajo un
manto negrsimo que resbala sobre sus
hombros y alcanza sus senos apenas
esbozados.
Buenas tardes te d Dios,
Mariana.
Sobresaltada porque ha conocido
la voz, bruscamente se endereza y
separa sus cabellos en dos gruesas

matas, asomando su carita delgada, su


frente pequea y comba, sus ojazos
negros, vivos y brillantes, su nariz fina y
sus labios escarlata.
Traigo el clico, Mariana;
cuceme unas hojas de naranjo.
Qu tal! No te lo he dicho?
Esa maa que has cogido de beber
tanto! Mira noms qu cara trais!
No me regaes, ndale pon la
agua luego, lueguito.
Compungido, el morenciano inclina
la cabeza y se oprime a dos manos el
estmago.
Gertrudis, sentado en el poyo a un
lado del oscuro ventanuco, espera,
doblegada la cerviz.
Ya la puse en la lumbre,

Gertrudis.
Ahora Mariana reanuda con
inconsciente coquetera la faena de su
peinado. Mientras, el morenciano la
mira y la remira. Ah, si ella pudiera
arrancarme la espina que se me ha
encajao aqu en la mera chiche!.
Mariana abre una raya muy derecha
en medio de su cabeza, desvala en la
frente hacia un remolino por donde
escapa un gracioso ricillo. El muclago
ha dado a sus cabellos brillantez de ala
de cuervo.
Te dejo tantito, oigo ya el hervor
del agua.
Mariana recoge sus cabellos en un
nudo improvisado y corre a preparar el
brebaje.

La taza vaporizante expande el


perfume delicado de la infusin. Sobre
el lquido verdoso y difano Mariana
vierte a boca de botella un chorro de
aguardiente. Los ojos del morenciano
brillan con avidez.
A los primeros tragos su dolor se
disipa, las lneas de su rostro se
despliegan como por encanto, su mirada
se anima, y cuando escancia las heces,
deja escapar un suspiro de satisfaccin.
La alegra de la vida; un raudal de
juventud corre por sus venas. Y al
volver los ojos, agradecido, encuentra
otros ojos que se lo comen y unos
carrillos que se le ofrecen como
riqusimo manjar. Qu tonto soy: estar
siempre con la pincin de la otra,

cuando hay tanta mujer buena, bonita y


honrada!. Y ex abrupto exclama:
Mariana, te casaras conmigo?
La moza, tan lista para acometer, se
demuda y busca la primera salida falsa:
Anda qu cosas tienes!
Toma la guitarra y canta No ests
disvariando, hombre
Y re, pero sus labios tiemblan, su
cara se pone como amapola, sus oidos
zumban y las palabras se le ahogan:
Anda, canta una cancin Toma
la guitarra y no digas cosas
El sol, all a lo lejos, esconde ya la
mitad de su gnea comba, las sombras
agigantadas de los huizaches y nopales
se dejan engullir por la sombra invasora
que enorme asciende de las hondonadas.

La tarde se extingue: en la lejana


braman las vacas.
Mariana sale por la puerta del
mesn y viene a sentarse en el mamposte
de ladrillo, muy cerca del morenciano,
sobre cuyas rodillas pone la guitarra
destemplada.
Gertrudis comienza a torcer las
clavijas, luego sus dedos toscos
desfloran las cuerdas gemebundas,
primero en vibraciones aisladas como
lamentos, luego en acordes y arpegios
rebosantes de expresiva ternura.
Una nube ensombrece su taz
radiosa. Se aproximan ms, ensayan a
media voz, se igualan en tono y surge la
cancin:

Pero oyes, Mara,


dicen que ya no me
queres.
Es lnguida, en terceras que se integran
como los pos de una pareja de torcaces
en su canto monorrtmico. Una grave,
melanclica; la otra aguda y llena de
dulzura.
La tonada se repite a cada nueva
estrofa. Ellos parecen perdidos en su
mundo interior. Las notas se vigorizan,
surgen llenas y se prolongan luego hasta
desvanecerse tenues como suspiros,
como que no pudieran acabarse nunca.
Aquel canto es como el de las
currucas en el saucedal, cual el del
viento gemebundo que abanica los

yertos varillajes de los olmos: una voz


perdida entre las mil con que el alma de
los campos solloza sus tristezas
infinitas.
Gertrudis y Mariana no saben
siquiera de aquel momento supremo y
nico de su vida, en que les ha tocado
compendiar en s mismos toda la
melanclica poesa de sus praderas
desoladas y la intensa tristeza de su raza
sufridora y resignada.
Cuando en un acorde seco termina
la cancin, se miran extraadamente.
Quin sabe qu abismo se ha abierto
entre los dos.
Y permanecen mudos largos
minutos, mientras que la cancin va
perdindose como un sollozo, de lejana

en lejana, en la afliccin de la tarde; en


el momento en que el ocaso, radiosa
pulida de moribundo, derrama su paz
sepulcral en los campos ateridos, en las
ramazones
esquelticas,
en
los
remolinos como sudarios flotantes, en la
Mesa de San Pedro, tmulo colosal,
frreo y herrumbroso.
Mariana, que sorprendi la congoja
de nuevo en la mustia faz del
morenciano, ha comprendido plenamente
su fracaso. Y ella, que momentos antes
escondiera su inmenso regocijo por la
brusca declaracin de Gertrudis, ahora
pugnaba como un titn por esconder
entre los jirones de su alma la vergenza
de su derrota final.
Cuando oscureci y l quiso

ceirle su brazo a la cintura, ella lo


alej y con rencor que le corroa la
garganta dijo:
Vete vete es hora de que te
vayas

XVI
ECHA aqu dijo Julin.
Gertrudis destap el olote de la
botella y verti sobre el hueco formado
por las manos juntas de Julin un chorro
claro y lmpido.
Cgemela muy bien del bozal.
Julin desparram una mezcla de
tequila, vinagre y mezcal sobre la cruz
de la Giralda, abri las manos y con
fuerza y prontitud la frot del lomo al
encuentro y en todo lo ancho del

abdomen. Nuevos chorros empaparon


las paletas de la yegua y la vigorosa
friccin descendi de los ijares a los
muslos y a las corvas delgadas y enjutas.
Estrechamente sujeto, el animal volva
de vez sus ojazos curiosos hacia el amo,
cual si comprendiese la faena. Su piel se
estremeca en suaves ondulaciones de
alcohol fro.
Julin acab sudoroso, con
respiracin anhelante, las manos rojas a
verter la sangre. Entonces Gertrudis
envolvi la yegua rpidamente con
mantas de jerga, dejndole slo
descubiertas la cabeza cada y lnguida
y las patas muy derechas, como
enclavadas en la arena. Luego, para
evitar
intempestivas
y
funestas

corrientes de aire fro, llen el claro de


la puerta con un petate.
Lo que es a este animal no le
montas sin collar. Yo no quera; pero,
por lo que hoy he visto, nadie lo puede
correr en puro pelo.
Como lo mande el patrn.
Tiene un modo de arrancar, que
en la pura salida te despacha a pepenar
las muelas a ca mi seor Jesucristo. T
cmo te tanteas?
Ah, no, lo que es por mi, pierda
su merc cuidao! Cierto que el animalito
tiene su maa; pero croque me cri entre
las patas de los caballos pa que hasta
orita no me infunda mayor recelo. Pero,
como digo, se har al modo que el amo
lo mande.

Qu te le habas de quedar! Si
ahora en un ensayo noms ya te daba
fiebre qu ser cuando el animal sienta
la vara? Porque eso si quiero que no nos
deje con la curiosidad de saber todo lo
que pueda dar de s; al cabo es la ltima
de su vida. Le bajas la vara y duro
d donde diere.
Un olor acre e irrespirable se
difunda por todo el cajn. La Giralda
sudaba copiosamente.
Ya est echando el molimiento.
Vmonos saliendo, Gertrudis.
El sombrero a media cabeza, las
manos abajo de la espalda, haciendo
rechinar sus bayos zapatones, Julin
pase de largo a largo de la caballeriza,
absorto. De tarde en tarde se acercaba a

la boca del cajn, separaba levemente el


petate y vea con atencin.
De espaldas al muro, bajos los
ojos, Gertrudis esperaba las rdenes del
amo.
De veras que la demontre de yegua
tiene su maa; pero si el patrn no se
armara, la verdad l la montaba en pelo.
Tan feo que ha de verse uno pegado
como chapuln al collar y all delante de
tanto seor decente. No, lo bonito es el
corredor en camisa y calzn blancos
noms, los cabellos parados como el
animal lleva sus crines en la
vertiginosidad de la carrera; uno
haciendo brillar su pelo de oro al sol, el
otro tendido airosamente como guila
que hiende el aire. El vrtigo de la

carrera! Caramba, si slo por sentirlo


se puede correr una buena bestia! Y
despus, el retorno triunfal muy pasito a
pasito, conteniendo los mpetus del
animal que resopla ansioso, en tanto que
a uno y otro lado de la pista se levanta
el huracn atronador de los aplausos. Y
si le tocaba la de malas? Si del vrtigo
de la carrera iba a dar al otro, al ltimo?
Gertrudis alza los hombros con desdn y
sonre con esa sonrisa que a veces hace
de un idiota un hroe.
Hombre, Gertrudis, y t no
sabes del gringo aquel que vino a tirar el
plano de la presa?
Vaya una pregunta! Gertrudis hace
un gesto, de mofa tal vez, de rabia
contenida quizs. Menea la cabeza y

tiene la osada de no responder.

Seora Melquiades, buenos das.


Buenos das le d Dios, nio
Juliancito. Cunto gusto de verlo en la
casa de los probes! Pase, nio, pase; no
est aqu Anselma, pero orita mesmo la
voy a arrendar.
Encorvada sobre el metate, se
Melquiades, desde el rincn oscuro de
la cocina, habla. Levanta su cabeza
enmaraada y sucia; hunde las manos en
el apaste de los machiges y desprende
costras secas de masa de sus brazos.
Con una garra de rebozo en la cabeza, el
delantal a medio cubrir sus senos
colgantes y pellejudos, se incorpora

mostrando su cuello de caduco zopilote


y
sus
brazos
sarmentosos
y
apergaminados.
El gustazo que a la demontre de
muchacha le va a dar! Conque ayer pas
su merc por aqu, qu le parece que
me dijo Anselma? Mama, mama, mira,
ai va el nio Juliancito, asmate: la
misma cara del Santo Nio de Atocha.
Remata la vejarruca con una
risotada de cascajo, y Julin, que
adivina la intencin ltima, tiene un
arranque de munificencia:
Qu marranos tiene, seora
Melquades! Esos talachudos no le van a
pagar ni el trabajo de engordarlos. Vaya
maana a la hacienda por una puerca
prieta que pare en estos das; se la doy a

medias.
Alma ma de su merc tan
geno, amo don Julianito; slo Dios ha
de pagarle tantas caridades que hace con
los probes! Pero sintese, nio, en un
decir Jess alcanzo a Anselma. Sali a
pepenar moloncos y hojas pa la puerca.
Apenas ir al barbecho.
No corre prisa, ta Melquiades.
Ah, pero si a ella tanto que le
cuadra verlo! Le digo que la probecita
es de tan gen natural, que el da que se
le jue a su merc la vieja esa, la
mentada Marcela, no pudo probar el
sueo en toa la noche, reteapuradsima
porque asigur que su don Juliancito
estara hecho un veneno. Si le digo que
no quisiera que a su merc le diera el

aire.
Tan inoportuna alusin pliega la
frente de Julin.
Sintese aqu, nio, voy
corriendo a trairla, y dispense la corted
de silla; a fin que est en la casa de los
probes.
Sale volando la bruja y Julin,
medio aburrido, se hace tres dobleces en
una sillita de tule.
Regresan madre e hija, y sta,
enrojecida y con aspavientos y
melindres de nia bonita, hace que
Julin repare en que no est del todo
desechable, sobre todo por aquello de
matar el gusanillo que tanto dao le
sigue haciendo. Qu mejor remedio que
un amorcito de pasatiempo?

La charla incesante de se
Melquiades llena los huecos que pudiera
dejar el silencio obstinado de los
pichones. Una botella de mezcal se
queda a la mitad, en una vuelta de boca
en boca. Anselma se enciende; brillan
sus ojos. En la paliducha faz de Julin
aparecen dos chapetones amoratados y
en sus ojos azulosos chispean vagos
fulgores.
Ya sabe que se le va el pastor,
amo?
Quin? Gertrudis?
S, est noms esperando que
pase la carrera. Dizque unos seores
particulares le ofrecen genos destinos
all en la Villa.
No me ha dicho l nada.

Cmo se lo haba de decir a su


merc, si todo el brete que trai es por la
tal Marcela.
Julin siente un estacazo en el
pecho, pero se refrena.
Marcela! qu tiene que ver
con se?
Cmo qu, nio Julianito!
No sabe su merc pues que est
enamoradsimo de ella?
Gertrudis? No lo creo
Los tics sacuden sus lneas
convulsas.
Tan es ansina, que su merc
tendr que verlo.
Julin se muerde los labios. No
gusta de tratar asuntos tan graves con la
primer comadre, pero tampoco puede

fingir indiferencia por lo que tanto le


interesa. Opta por guardar silencio, y
desde ese instante el humor se le agria a
punto de que la misma sea Melquades
se da cuenta de su torpeza. En otra
vuelta se escancian las ltimas gotas de
mezcal.
Vaya al mesn, ta Melquades y
dgale a Mariana que mande una botella
de tequila.
Julin tiene la cara ya muy roja y la
nariz erecta.
Ta Melquiades, regocijada de
dejar solos a los pichones, musita por el
camino padrenuestros y avemaras.
nimas benditas del Purgatorio, que
este milagro se me haga. Santo Nio de
Atocha, te prometo una vela de a dos

riales y una misa rezada con devocin si


me lo haces.
A su retorno asoma discretamente y
mira con infinita decepcin a sus
polluelos alicados, silenciosos y
tristones. Maldita idea la de haber
hablado de Marcela! Tan de buen humor
que lleg el nio! Pero ya todo lo
compondr el aguardientito.
Y Marcela est pues en la Villa,
se Melquiades?
S sior, lo pasa el amo a
creer? La muy sinvergenza vive
amartelada con el gringo aquel que trujo
su merc a cosas de la presa. Y a m
naiden me quita de la cabeza que
Gertrudis se va a la Villa a servir, slo
para tenerla ms cerca. Hay hombres

tan sinvergenzas, nio Julianito! Y


habiendo dnde escoger: tanta mujercita
hacendosa, muy de su casa y de muncho
juicio
Se Melquiades se acerca a su
hija, que est haciendo el papel ms
desairado, pues que Julin no repara
siquiera en que se la ha cosido a un
cuadril, y le dice al odo:
Arrmate, arrmate ms
De pronto parece despertar Julin,
vuelve la cara hacia la muchacha, la
mira libidinosamente. Anselma baja los
ojos, pudibunda y empurparada. Y
entonces l brutalmente la coge y se la
pone sobre las rodillas.
Ta Melquiades respira como quien
acaba de ganar una partida muy difcil, y

discretamente se eclipsa.

XVII
DE FIESTAS estaba esa noche San
Francisquito: los mesones y casas de
alquiler atestados de carreteros; las
cuadras no podan albergar ms bestias,
y las gentes que seguan llegando iban y
venan en ruidoso tropelo por los
empedrados, en busca de un corral
siquiera para sus caballos. Los venteros
no ponan los pies en el suelo, prontos a
servir a tanto amo gritn o impertinente;
pero midiendo como madejas de seda la

paja y el rastrojo. Los fonduchos


centuplicaban sus tarifas y la fatiga de
las fregonas, y contenan apenas la
multitud de rancheros en alegre
yantazgo. Caras regocijadas e ingenuas;
ojos lmpidos, azulosos; barbones
cejijuntos; sombrerazos hundidos hasta
las narices; rostros bonachones y
radiantes de estupidez.
En la plaza reinaba igual vocero y
desorden. Lo mismo que en otras partes
no se hablaba sino del tapado. Emitanse
mil
conjeturas
como
verdades
indefectibles acerca de las bestias y se
auguraban triunfos al capricho de cada
quien.
Dando
las
ocho,
Gertrudis
desensillaba tranquilamente en la casa

de su amo. Retras su arribo cabalmente


para evitar el mosquero de preguntones
que le habra asaltado. Pero, a esa hora
y con su vestido de morenciano, pudo
aventurarse a meterse entre los grupos
de rancheros sin ser reconocido.
Vagando sin rumbo fijo, se detuvo
ante una casita muy iluminada, alegre y
recin pintada. A travs de la gasa de
una cortina haba credo ver un rostro
conocido. Pero no; era una dama
elegante, vestida de blanco y slo con
unos ojos que Bah, si no se viera que
era de veras decente l habra jurado!

Que la libre Dios de ponrsela por


enfrente!
Sigui adelante y, a poco andar,

unos finos y sonorosos taconcillos le


hicieron volver el rostro. Se repleg a la
pared para dejarle el paso. En dnde
diablos me habr metido?.
Mirndolo con irritante pertinacia,
la mujer vestida de blanco pas en la
oscuridad.
Ay, ya s! Con razn esta curra
me ha hecho acordarme de la otra
Mulas de la misma manada! M qu
caso! Una seora sola a estas horas por
la calle? A otro perro con ese hueso.
Muchas gracias, no fumo Bonito modo
de prepararme pa la carrera de
maana.
Sus sospechas se confirman: la
dama se ha plantado y le espera en la
esquina. Caramba! Sacarle la vuelta no

es cosa de hombres. Bah, qu diantre,


le dir que nones y se tapar bien los
odos!
Pero al llegar a la esquina
alumbrada dbilmente por un farol se
queda estupefacto.
Ella! s, ella!.
Te vi, Gertrudis, te quise
conocer y sal a seguirte a ver si
era cierto. Qu ganas tena de verte!
Un sordo murmullo, algo que puede
ser clamor del animal herido, algo que
tiene mucho de la bestia azuzada, es la
contestacin del morenciano.
No me respondes; ests sentido.
Tienes razn pero mira, oye
Y Marcela habla, habla aprisa,
siguiendo
el
torrente
de
sus

pensamientos que se desbordan y se


confunden. Sus frases no tienen sentido
ni sus palabras se coordinan.
El morenciano la contempla
embobecido. Con sus gasas blancas, su
pelo sedeo en cocas encrespadas, sus
ojos negros como jaltomates y sus labios
como un corazn de tuna, est adorable.
Ha sido por ti, slo por ti; te
lo juro por esta cruz que beso. As me
salvaba y te salvaba a ti Yo te quero
con toda mi alma, pero t jerraste el
camino. Dios del cielo! De dnde te
vino el mal pensamiento de ser mi
marido? Yo tu esposa? Yo?
una de tantas!
Y prorrumpe en sollozos, mientras
que el morenciano se acuerda del pual

que lleva en la cintura.


Es por dems que me mires
ansina T no sabes lo que yo te
quero! A naiden ms en la vida!
S, slo t slo t Ja, ja, ja!
Marcela sonre con risa amarga, a
la vez que tiende su mano regordeta y
suave y coge la de Gertrudis ms fra
que el acero empuado ya.
S, ya lo saba. Todos me lo han
dicho. Que el da que dieras conmigo
ja, ja, ja! No sers t se Es tan
imposible como hacer da de la noche
Porque mira, arrmate, porque t me
queres tanto como yo a ti
Sigue hablando y Gertrudis,
adivinando hasta en sus ms ntimos
pensamientos, vencido, ms que por las

palabras, por el acento ingenuo y el


gesto casi infantil de la muchacha, va
soltando poco a poco la empuadura del
cuchillo hasta abandonar su mano entre
las dos ascuas que la aprisionan.
No, t no puedes matarme
porque nunca te hice traicin Como
soy, ansina me quisiste. Ansina me has
querido Yo te dije que s un da y no
te lo cumpl. Pero eso era imposible,
imposible de los imposibles. Casarnos,
nunca! Yo no s decirte por qu, pero
ansina es.
Entonces
Marcela
cambia
bruscamente de voz y de gesto:
Sabes a qun de veritas le tengo
mucho miedo? Al don Julin; se me
matar, se nos matar a los dos

Marcela dilata sus ojos alucinados


y tiembla de los pies a la cabeza.
Un miedo horrible, te digo!
La barrera de nieve sigue
fundindose; pero an lucen en la mente
de Gertrudis rudimentos de moral, de
religin, de honor.
Gertrudis, vente pa ac. Ai viene
el cuico Vamos a platicar a donde
naiden nos estorbe Ven a mi casa.
A tu casa nunca! prorrumpe
l, retirando bruscamente la mano, hosca
de nuevo la mirada y enronquecida la
voz.
Pero si no te he de ir a perder,
criatura.
Marcela desgrana una carcajada.
Ir al infierno contigo pero no

a tu casa.
Y se deja conducir como un manso
corderillo.
El maldito modo que tiene ella de
dominarle! Imposible de creer lo que
dice; ella tan altiva y tan soberbia jura
que lo ama, y no puede ser sino porque
as lo siente.
Empujan una puerta y los baa una
bocanada de luz que ilumina una franja
de empedrado y el muro frontero de la
calle.
Ascienden la escalera y Marcela
grita:
Pablo, echa la llave del zagun y
si viene mster John dile que sal y te
dej encerrado.
Ah! entonces es cierto,

pues?
S, Gertrudis; pero no cosa de
amor
Miedo,
puro
miedo
Aborrezco a Julin con toda mi alma y
le tengo un miedo horrible Por eso me
jull del rancho T no comprendes
Gertrudis siente que la sangre le
hierve, y va a ofrecer la fuerza de su
brazo para defenderla, a tiempo que algo
como una ducha helada lo agarrota. Han
entrado en una recamarita muy coqueta,
iluminada en rosa por tres foquillos
incandescentes que se abren en sus
guardabrisas como una corola invertida,
sobre una esplndida cama de encino
ricamente ataviada. Gertrudis ve a
Marcela y su garganta se anuda. Porque
no es ella, su Marcela. Mentira, su

Marcela nunca se puso afeites, su talle


nunca estuvo aprisionado en esos
varillajes extraos, ni calz jams botas
de glac dorado.
Marcela, yo no quero estar
aqu no me jallo Dejamirme
S, nos vamos los dos. Ya s que
estas cosas no te cuadran Vamos
adonde t mesmo me lleves. Pero
esprate un ratito Me quito estos
trapos que te dan en cara y me pongo
mis naguas de percal, as como andaba
en el rancho. Verd que eso mero es lo
que t queres?
Cmo no amarla, cmo no
adorarla, Dios de los cielos, si todo lo
adivina!
Con impudor inconsciente ella deja

caer la falda que se abullona a sus pies,


y desanuda su cors Sus senos ruedan
sobre los encajes finos y sus piernas se
modulan tras el negro sedeo,
descubierta desde el borde de los
volantes bordados de la enagua de linn.
Al morenciano se le va la cabeza;
un silln de mimbres cruje y casi
revienta al peso tosco que se ha
desplomado encima.
Marcela est ya lista: un rebozo de
hilo, un chal de lana bien escondido
detrs y la falda de gasa area.
Enero sopla y el cielo cintilante se
pierde, a trechos, en jirones aperlados.
Parten y no hablan. Parece que
cuanto tienen que decirse dicho est.
Caminan, caminan hasta salir del

poblacho.
Vamos all pronuncia ella
desfalleciente cuando deja muy atrs el
ltimo farol.
S, vamos all responde
Gertrudis con voz velada y como un eco
lejano.
Y aquel all son sus campos
amados, all adonde cantan los gallos
perdidos en remotas rancheras, all
donde el silencio de las noches es
matizado con aullidos de coyotes y
ladrar de perros.
Entran por fin a un barbecho
infinito de soledad y de silencio.
Ya estn all, en sus praderas
idolatradas, all donde hubieran soado
en secreto la mutua realizacin de sus

amores inconfesos, en sus campos


adorados donde al tropezar sus labios en
juegos
de
nios
supieran
prematuramente del supremo deleite del
amor; sus campos saturados con los
mejores aos de su vida, aquellos
campos que tanto llor cuando parti
para Morency siguiendo a su viejo padre
y adonde volva sin l, y en busca de una
boca de una boca que ahora todo el
mundo poda besar
Y su silencio acaba en lasitud.
Caen en el surcal, y ah, en medio del
oro del barbecho, en la desolacin
infinita de la naturaleza baada de luna,
enero riega sobre ellos las blancas
flores de himeneo de su menuda lluvia
de nieve.

XVIII
UN NUTRIDO aplauso se hizo or a la
hora en que Julin Andrade lleg a la
cantina principal, punto de cita de los
ms connotados carrereros. Con eso y
dos copas de coac, los ltimos
nubarrones que enturbiaban el espritu
del mozo se disiparon del todo. Charros
atrabancados
siguieron
llegando:
atravesaban los cabestros sobre la
banqueta y se metan con mucho ruido de
espuelas y rechinar de zapatos. Cuando

no hubo sitio vaco, con desenfado


treparon al mostrador y al sotabanco.
All estaba ya to Anacleto, camisa de
manta nueva, cotona de gamuza sudosa y
abrillantada a fuerza del sol y aire;
afuera, entre piafantes bestias, su alazn
brioso, digno de hacerle compaa al
Mono de Julin. Encogido y hosco, mi
Pabln, de blusa crujidora de holanda,
pantalonera de venado, sombrero de
pelo verde y galn de oro, y mascada
solferina, se perda entre la bulliciosa
multitud. Su orizbaya, de falsa rienda
apenas, reluca entre las yeguas y los
potros como onza de oro acabada de
troquelar. De intruso en el crculo se
haba colado tambin Gabriel, el
hermano mayor de Julin, borrachn

escandaloso, desdeado de los suyos.


Escupa por un colmillo y tosa recio
cuando algn pelagatos, su compaero
de juergas, acertaba a pasar por las
inmediaciones. Su carrooso jamelgo,
tomado de ocasin, soportaba con
mansedumbre tan cristiana como la de su
amo los trompicones y coces de los
arrogantes corceles en torno.
Mil blancas polvaredas se alzaban
en las cercanas del corredero.
Catrincillos del poblacho, salta que
salta por los surcos de salitre, doblados
los pantalones, invertidas las faldas de
sus sombreros y cubiertos de tierra
blanca, llegaban entre los grupos de a
caballo, irradiando alegra por cada
poro de su cuerpo.

Una maltrecha diligencia se detuvo


en medio de una nube de polvo;
descendieron damas empingorotadas,
graves y austeras como devotas en
Viernes Santo. La aristocracia de San
Francisquito.
La multitud creca ms y ms.
Marejada
de
soyates,
jamelgos
extenuados, de orejas cadas, y corceles
de pura sangre.
La pista se estiraba como cinta
negra, muy recta y muy larga, en una
planicie reverberante de blancura
salitral.
A los cables tendidos a uno y otro
lado an nadie se acercaba. Apenas de
trecho en trecho alzbanse en sus
cabalgaduras, escuetas y melanclicas,

los guardas municipales, con sus


bigotazos negros prolongados por los
barbiquejos, como perros con tramojo.
A un lado se levantaba apretada fila de
olmos, desnudos como haces de pas de
plata; del otro, una nube de polvo
impalpable; ms lejos, millaradas de
volutas blancas y, al fin, cenando el
horizonte, una nube gris e impenetrable
de tierra.
Aperonse de unos borricos con
aparejo multitud de mozas de la vida
alegre, jacarandosas y marchitas como
rosas de papel de china. Sin saber que el
bermelln ostensible de sus carrillos y
el torpe lpiz negro de sus ojos de
nictlopes
fueran
insultos,
bombardeaban luego a los charros ms

gallardos. Un viejo enclenque y


encorvado casi desapareca bajo enorme
canasta pizcadora reventando de
comistrajos. Con ollas y cazuelas de
ccono a cuestas, gordas comadres
sudaban a chorros. Recuas enteras
llegaban con cargas de quiote, caas de
Castilla, huacales de naranjas y de
limas.
Hubo un momento en que Jos
remolinos de polvo se esfumaban en un
cortina impenetrable de tierra. El sol
dardeaba deslumbrante; la gente de a pie
se defenda, al arrimo de los glaucos
troncos de los olmos; los de a caballo, a
la sombra de rizados perules. Se
hablaba desmayadamente; las riendas
caan laxas sobre las crines; los

prpados se entrecerraban abrumados.


Todo el mundo esconda lo mejor
posible su zozobra.
De extremo a extremo los puestos
desplegaron sus blancas alas y se
comenz a or el chirriar de la manteca.
Sobre el rumor confuso de aquel mar de
gente se levant una voz que pas como
un relmpago de boca en boca: Los
Ramrez. Media docena de geros
pecosos, de cabellos azafranados e
hirsutos, en arrogantes corceles,
haciendo rechinar los correajes de sus
sillas plateadas, se detuvieron en una
entrada de la pista. Uno de ellos, el ms
viejo, haciendo caracolear su caballo,
se adelant y la recorri paso a paso,
registrando minuciosamente el terreno.

Adis, don Jesusito: ya sabe que


soy con ust, mi patrn.
Por ust doy tronchao, mi jefe.
El charro se toc levemente el
sombrero, correspondiendo al saludo de
los descamisados.
Los
grupos
comenzaron
a
concentrarse y pronto los cables podan
apenas
contener
la
apiada
muchedumbre.
Faltaba noms media hora para la
carrera. La inquietud tornbase en
impaciencia. Las mil suposiciones que
corran acerca de las bestias del tapado
exteriorizbanse con creciente ardor; se
habl mucho en voz baja. Cada quien
pretenda poseer el secreto y aconsejaba
piadosamente a su vecino. Inicironse

las apuestas en favor de los Ramrez.


Hay rumores de que han trado un
caballo fenmeno de los Estados
Unidos. Se puede apostar tronchado.
La afluencia cesa; el polvo se
apaga en la lejana. Lo que antes fuera
sordo murmullo es ahora vivo vocero.
Trascienden el pulque y el mezcal.
Aumenta la impaciencia, los sombreros
de anchas alas giran sin cesar, los
rostros cejijuntos se vuelven a cada
instante hacia el camino, hasta que por
fin, en una ltima avalancha, aparecen
los Andrades, que es el ms escogido
grupo de charros. To Anacleto en
medio, mi Pabln a su izquierda y Julin
a su derecha, haciendo caracolear al
Mono. Al mismo tiempo, y como

brotados de la tierra, surgen en camisas


de lona gris, ribeteadas de rojo, los
animales de la carrera.
La entrada de Julin a la pista fija
por un instante todas las miradas. Es una
fuerza de atraccin ineludible, igual a la
de una mujer hermosa que se presenta en
un saln. El rudimentario sentimiento
artstico del rudo hombre del campo
revelado en su boba admiracin al
corcel de pura sangre.
El Mono haca cabriolas. El negro
satinado de su cuello y de sus ancas
ondulosas se desparramaba en madejas
nutridas y sedeas de azabache, limpias
y frescas como cabellera de gitana.
Sujeto al freno, su cabeza se yergue,
encorva el pescuezo como resorte de

acero, su hocico tasca el freno dejando


escapar blancos copos de espuma por
entre los filetes bordados de plata.
Ostenta gruesos chapetones niquelados
en la frente endrina, y sobre los
pectorales combos y pujantes, cual los
de una bailarina etope; relampaguean
arreos argentados a cada lado de sus
narices anhelantes y de sus ojos
impetuosos.
Pero las miradas no pueden
detenerse ms en l; bruscamente todo el
mundo concentra su atencin en las
bestias encamisadas que siguen a
distancia
de
Julin,
conducidas
estrechamente de la brida por los
caballerangos.
Con ansiedad imposible de

esconder, Julin entrevera sus miradas


en las filas de uno y otro lado. Busca
unos ojos, espera una saeta que de un
momento a otro habr de clavrsele en
el corazn. Y porque la espera, mayor es
su tortura. Pero al llegar al extremo
opuesto respira con desahogo. Ella no
est! Tanto mejor. Aprieta las piernas, y
el Mono, que siente una mosca, se crece
en gallarda; sus corvas muy derechas,
inflexibles, como vaciadas en una pieza,
avanzan con movimientos rtmicos y
contenidos; ondulan las redondas ancas;
el cuello esbelto y flexible se estremece
en una cadencia de color y de forma.
En el sitio de arranque, Gertrudis
est ya en ropas ligeras esperando la
lucha.

Mil veces mejor que ella no haya


venido, porque si la veo con ese gringo,
aqu se arma la de Dios es Cristo. Y
justamente cuando Julin piensa eso,
torna sus ojos hacia un puesto de comida
y se queda estupefacto. Ella! En pleno
florecimiento, cual nunca la hubiese
visto as de hermosa.
Marcela, incapaz de sostener la
mirada de Julin, baja los ojos.
l no puede contener la tensin de
sus nervios; aprieta las piernas, las
espuelas se clavan en los ijares; el potro
se dispara y un brusco tirn de riendas
lo sienta sobre las patas traseras que
abren dos rayas paralelas en cuatro
metros de terreno.
se es el Mono, don Julin!

exclama entusiasmado el juez de partida.


El traje de pueblo hace ms
provocativas las formas de Marcela.
Lleva una gardenia prendida en sus
trenzas negras y rebruidas. Julin se
relame y quiere hablarle. Aunque sea
dos palabras noms. Pero si la diablo
de mujer le va a hacer una de las suyas?
Si lo va a poner en ridculo all donde
todo el mundo los est observando?
La Giralda! exclama el ms
joven de los Ramrez, reconociendo
demudado a la yegua que va pasando.
Qu Giralda ni qu jijos de!
Qu conocimientos de tal! No
seas!
El muchacho se desconcierta; pero
un rpido juego de gestos de su hermano

mayor y un tirn de la cotona, todo


inadvertido por los curiosos en tomo, le
hacen comprender su indiscrecin.
Al instante se pone a charlar como
perico y despista a los que le escuchan
como al propio orculo. Y entonces,
seguro ya de que su estupendo
descubrimiento no fue nunca misterio
para sus hermanos, sigue el mismo juego
de ellos. Se aleja, se entrevera con los
rancherillos piltrafientos, y sin ser
advertido alarga un fajo de billetes a
uno de ellos, rumora breves palabras a
su odo y se marcha luego a repetir la
maniobra en otros sitios.
Por segunda vez las bestias de
juego recorren paso a paso la pista. La
polvareda, apagada ya, no impide

examinar detenidamente a los animales


enmantados. El vocero va en aumento.
Rancheros irrespetuosos hacen
entrar a viva fuerza sus matalotes hasta
las primeras filas; los de a pie se
entreveran con los hocicos espumosos
de los caballos. Potrancas y potrillos se
reconocen, se desean; algunos vuelven
melanclicamente sus cabezas y
relinchan la nostalgia de sus cuadras.
En el extremo de partida se han
situado los Andrades, en la meta los
Ramrez.
Cien pesos a la rubia es el
primer grito que rompe la algaraba
general.
Una avalancha de encamisados
pasa ofreciendo dinero en favor de la

yegua.
Quin quiere cien a la rubia?.
Doy cincuenta al caballo.
Aqu doscientos a la rubia!.
La muchedumbre toma dinero por
todas partes. Los que han reconocido a
la Giralda se guardan el secreto como
riqusimo hallazgo, medio desvanecidos
de emocin; los que confan en el
caballo fenmeno, trado de los Estados
Unidos, toman cuanto pueden apostar
por l.
Aturde la grita de los corredores;
las apuestas se cruzan rpidas e
incesantes.
En el arranque, los corceles
esperan bajo sus mantas, enseando
noms las erguidas cabezas y las patas.

Uno es oscuro, de gran alzada, de


gruesas piernas y musculacin de acero;
la otra, fina de formas y tostada como
oro viejo. Zulema dicen las grandes
letras rojas de la camisa de la yegua;
Nern es el nombre del caballo.
Doscientos a la yegua. Quin
quiere cien a la yegua?.
Con entusiasmo delirante, dentro
del cable van y vienen los gritones con
las manos desbordantes de billetes y
pesos fuertes. Se entreveran, se
estorban, se atropellan; aqu se detienen,
corren a un llamado ms all; sus manos
se vacan y, como por milagro,
reaparecen al instante con ms pesos y
billetes. El vocero no deja or nada
distinto; pero se adivina ya una lucha

desigual. Un ro de dinero, nacido quin


sabe dnde, viene corriendo a favor de
la yegua. Los Andrades parecen ajenos
al juego y se mantienen en sus puestos
sin emocin. En cambio, la alegra ms
sospechosa brilla en las miradas felinas
de los Ramrez. Comienza la zozobra.
Corre el rumor de que, vindose
perdidos, ellos mismos estn apostando
a la contraria. Y entonces el combate
afloja. Los voceadores s desgaitan,
van y vienen con los puados de dinero
que todo el mundo rehusa de pronto.
Doy setenta y cinco a la yegua!
Yo doy tronchado a la yegua!
Quin quiere pesos a cuatro reales?
Pero los esfuerzos son intiles y el
timbre suena al fin, anunciando el final

de las apuestas.
Como relmpagos los voceadores
desaparecen de la pista.
Callosos pechos treman de
emocin. El Juez de arranque est ya en
su sitio, los veedores a cada lado del
cordel. Es el momento de descubrir las
bestias. Lentamente, teatralmente, los
corredores desabotonan las camisas de
sus corceles.
Un grito como un chispazo
elctrico recorre el circuito humano.
Una exclamacin unnime pasa como
lvida rfaga por los rudos semblantes:
La Giralda!.
Es un robo. Salgan siquiera al
camino real, bandidos!
La gendarmera rural realiza el

milagro de sofocar oportunamente un


tumulto, poniendo a buen recaudo al
inconforme.
Cinco minutos grita el Juez de
partida, fijos los ojos en su cronmetro.
Las dos bestias lucen sus sedas al
claror refulgente del medioda; la yegua
dardea su oro; el caballo su esmalte
endrino.
Julin ora mira a Gertrudis, ora a
Marcela.
El morenciano, hosco, pide el
collar al viejo Marcelino y lo ajusta
holgadamente al onduloso de la Giralda.
Hasta entonces repara Julin en la
gardenia que Gertrudis lleva prendida
en la pechera, la misma que ha
desaparecido de las negras trenzas de

Marcela.
Su boca se seca y rechinan sus
dientes.
Qutale eso, Gertrudis! ruge
con voz descompuesta y rostro
cadavrico.
Gertrudis se vuelve inalterable y en
vez de ojos encuentra brasas, pero
sostiene tan serenamente la aguda
mirada, que Julin tiene que volverla
hacia otro punto.
Sonriendo, despectivo, Gertrudis
coge el collar del cuello de la yegua y lo
rompe de un tirn arrojndolo como al
descuido a las patas del Mono que se
encabrita.
Los ojos de Julin son dos puales.
Tres minutos anuncia el Juez

con voz estridente.


Hombre, Juliancito, mira lo que
vas a hacer. A esta yegua nadie le ha
montado nunca sin collar. Mata al
muchacho clama el to Anacleto.
Mis corredores han de ser
corredores, y si no que se los lleve la
No tenga cuidado el amo; nada le
hace afirma Marcelino, mostrando sus
dientes agudos de lobo.
Pero Gertrudis nada escucha ya. A
un tiempo han saltado los rivales sobre
los sedeos lomos y ensayan a ponerse a
un tiempo preciso en la raya.
Dos minutos
Asi no la montes, Gertrudis, te
va a matar llega una voz perdida entre
la multitud agitada.

Marcela intensamente plida se


acerca a la pista y permanece exttica.
El morenciano pertenece slo a su
yegua; es el alma misma de la Giralda, y
lo que afuera bulle no existe ms para
l.
Un minuto
Silencio formidable. Los dos
animales retroceden de la raya, paso a
paso avanzan y se igualan, a un tiempo
psanse cuatro pezuas en el cordel y un
grito agudo y doble hiende los aires.
Tendido, untado al lomo de la Giralda,
Gertrudis sale arrebatado en un
torbellino de tierra.
Instantes despus la Giralda
recorre triunfal y muy lentamente la
pista; su pelo de metlicas tonalidades

muestra las huellas de las pantorrillas y


los talones, cual si se le hubiesen
incrustado, y el morenciano, sin
sombrero, la grea al aire, lleva
madejas de crines en las manos e hilos
rubios en los dientes.

XIX
DE REGRESO de las carreras llegaron los
Andrades con un noticin que
revolucion a todo San Pedro de las
Gallinas. Los pacficos labriegos
sintieron corazonadas de mal augurio;
muchos pechos femeniles palpitaron con
azoro y otros con el regocijo y los
deseos mal contenidos de los quince
aos. Doa Marcelina sufri un
desvanecimiento y Refugio llor
lgrimas de regocijo. Que ya van a salir

excarcelados los Andrades; que con


desprendimiento, apenas para visto, don
Anacleto ha facilitado el pago al
Gobierno por la libertad de sus
sobrinos. All en la vieja salona donde
vegeta don Esteban, to Anacleto refiere
por centsima vez cmo ocurrieron las
cosas, y por centsima vez le escuchan
atnitos don Esteban, que entiende
cuando le da la gana, doa Marcelina,
que tiene surcos en las mejillas, de
llorar, y Refugito, que en fuerza de las
circunstancias, hase visto constreida a
dar placentera acogida a las galanteras
intempestivas de mi Pabln.
Pues s, hermano repite don
Anacleto, ya con la mirada brillante y
erectas las rojas narices, en los

comienzos de la primera borrachera del


da, ya vas a tener el gustazo de dar
un estrechn a esos buenos mozos. Pues
no faltaba ms! Ser uno de la misma
sangre y no hacer nada por ellos. Buen
trabajo que me dio el rasabioso de
Juliancito! Quin lo haba de creer!
Pero nada le valieron sus alifafes, le
apret duro la clavija y tuvo al fin que
convenir. Como ustedes saben, en los
cuatro mil pesos de la apuesta bamos
por los. No ms cay el dinero en mis
manos y le dije: Mire, amigo, dos mil
son de usted, dos mil mos; bueno, pues
ahora todos son suyos; noms coja esos
centavos y vyase al lugar, hable con sus
licenciados para que echen luego,
lueguito, a los sobrinos de la crcel.

No, to Anacleto, no hay con qu


pagarle pronto, estamos llenos de
compromisos. Y que esto y que lo otro
y que va y que vino y que fue y que
volvi. Quin ha dicho aqu nada de
pagar, Juliancito? ndele pues, haga lo
que le mando; pero antes pguele a su
corredor, que muy bien ganados se tiene
sus cuatro mil reales. Qu corredor,
nias! En mi vida he visto cosa igual!
Demontre de pelao; pues no le ha
puesto la vara a la Giralda, en puro
pelo! Les digo que es el mismo
demonio. Bueno, como les iba contando,
compromet a Julianillo, le piqu la
cresta, delante de todo el mundo, y ah
venimos a la Villa con todo y su muina y
coraje. Estaba de tostar chiles.

Llegamos a casa del licenciado y eso fue


de partes y partes al Gobierno todo el
santo da de Dios, hasta que dejamos el
negocio redondito. Cuatro mil pesos
nada menos por la libertad de los
sobrinos. Dentro de dos o tres semanas
los tendremos aqu en la casa, pues.
Qu dice usted de esto, nia Refugito?
Qu le parece, doa Marcelina? Ni
ganas de ver a esos buenos mozos,
verdad?
Nadie, ni menos Julin, que vctima
de su horrendo humor se mantena a
distancia del grupo, sospechaba adnde
habran de parar los desprendimientos
del to.
Bueno
prosigui
ste,
cambiando bruscamente de voz, pues

ahora tenemos que hablar de otra cosa,


eh? Pnganme cuidado, hermano,
Marcelinita, y principalmente ust, nia
Refugito.
Removi sus cansadas posaderas,
arrastrando el equipal se acerc al viejo
valetudinario y, mirando por un
momento interminable su cigarro,
despus de echar una bocanada de humo
a la cara de sus parientes, dijo apausada
y solemnemente, con la gravedad que el
estado de su embriaguez le permita:
Ustedes habrn odo decir por
ah Pero ahora que me estoy
acordando qu decir ni qu decir! Lo
que se ve no se pregunta Estos dos
demonches de muchachos
Se detuvo; sus ojos enrojecidos y

brillantes de malicia se posaron sobre


los primos que se mantenan sentados
lado a lado.
Ante una alusin tan inesperada,
doa Marcelina dej de llorar su
regocijo y clav sus atnitas miradas en
mi Pabln y Refugito.
La muchacha, lejos de ruborizarse,
se haba puesto lvida de indignacin.
Pero una y otra enmudecan, pendientes
an de los labios del vejete ebrio.
Lo de menos habra sido traer al
seor cura; pero ya pens: A qu
vienen todas esas polticas entre los de
la familia?. No les parece que lo ms
claro es lo ms decente? Bueno, pues
vengo a pedir la mano de Refugito para
mi Pabln y sanseacab. Qu dices t

de esto, hermano?
El interpelado lanz un gruido de
marrano amarrado y su mano trmula se
agit; un dedo, todo arrugas, se despleg
con inaudito esfuerzo. Cualquiera habra
dicho que mostraba la puerta al
pretendiente; pero la interpretacin de
tal gesto fue otra para don Anacleto:
Ya lo ven, nias, ya lo oyen!
Quiere decir mi hermano que cuanto
antes sea, mejor.
Las caras compungidas de las
mujeres se encontraron en su indecisin.
Al fin Refugio respondi resuelta:
To Anacleto, la verdad es que
usted est engaado, nada de lo que
piensa es cierto. Puede preguntrselo al
mismo Pablo. Verdad, primo, que mi to

est mirando lo que no hay?


Je je je! Mi padre tiene
mejor vista que ust, Refugito. Je
je je!
Doa
Marcelina
estaba
consternada; Refugio se retorca las
manos.
Por Dios, madre, digo la pura
verdad!
Entonces Julin se acerc:
Mira, Anacleto, las cosas han de
hacerse bien a bien y como Dios manda.
Cada cosa quiere su cosa. T pides a
Refugio para Pablo y ests en tu ms
legtimo derecho. Bueno, mi madre te
pone un plazo para la contestacin, y
ella est en lo justo.
Y a qu vienen plazos? Entre

Pablo y yo no hay nada, ni ha habido, ni


habr jams Entonces? Si le digo
pues que no, desde ahora mismo, a nadie
le hago un desaire.
Ah, sobrinita, conque as!
Hum pos est bueno est bueno!
El viejo sonrea, los ojos fijos en
el suelo. Arroj el cigarro con mal
reprimida clera y exclam:
Pos entonces a ensillar, mi
Pabln Ya lo vido, amigo, resultamos
aqu de ms ndele, salga y ensille,
vamos a ver dnde no salimos
sobrando
Anacleto
prorrumpi
angustiada doa Marcelina no tomes
esto a desaire; pero ponte t en nuestro
lugar

Al
viejo
paraltico
le
relampagueaban los ojos de alegra.
ndele mi Pabln prosigui
don
Anacleto
despectivamente,
levantndose a duras penas, escupiendo
por un colmillo y sordo a las disculpas
de la afligida madre. ndele a
ensillar. Qu quiere, amigo, nosotros no
semos de botita amarilla, ni bufanda de
estambre, ni chaqueta de casimir
francs! Quin se lo manda ser pelao,
mi Pabln? ndele, sgale y ensille
su recua! Qu no le da vergenza?
Acurdese que usted es de los meros
hombres y nadie le ha araado nunca las
barbas Porque no es usted de los que
manchan el pabelln de los Andrades.
Julin se acerc y en voz baja dijo

a doa Marcelina, implorando todava:


Djelos, madre, djelos que se
larguen lejos al tal!
Conque ya nos veremos, nias;
adis, hermano; hasta ms ver,
Julianillo
Anacleto, por Dios, no tengas
ese genio, no te vayas as! Dame un
plazo siquiera No es posible que
salgas de esta casa de esa manera,
despus del beneficio tan grande que nos
has hecho.
Ah, madre, pierde cuidado
salt Julin, no te apures, que no hay
compromiso alguno! To Anacleto, aqu
tienes tu dinero. Si algn da lo necesito,
ir por l a tu casa.
Hombre, Julianillo, quin se

acordaba ya de esto! Cabal, cabal!


Dices muy bien, amigo, pero retequebin
que hablas. Vengan ac buenos mozos,
que no hay ms amigo que es Dios ni
mejor pariente que un peso en la bolsa.
Conque vindonos Arrmese el
prietito, mi Pabln, y aydeme a subir,
que ya est chocheando su padre.
Franquearon el portn y ya en
pleno campo raso el viejo lanz un
grito:
Mi Pabln, apriete la cincha que
le voy a meter un caballazo pa que se le
enfre la muina Compngase, mi
Pabln, que me fui
Arroja su potro oscuro a la vez que
el muchacho alinea su orizbaya.
Chocan con estrpito y, a un ruido

hueco, viejo y cabalgadura dan


formidable batacazo en los tepetates.
El bruto mansamente se endereza y
se mantiene quieto en espera de su amo.
Pero ste no puede moverse y gime
adolorido:
Ay ay ay! Hombre, mi
Pabln, mire noms qu porrazo me ha
dado!
Ah, qu mi padre! Pos pa
qu se atraves ansina? Parece que no
sabe Eso se saca por pendejo!

Retrado a sus negros pensamientos,


Julin vio desaparecer a sus parientes
con muda indiferencia. Su faz
patibularia esconda una fragorosa

tempestad interior.
En ese momento acert a pasar el
viejo Marcelino con una brazada de
hojas crepitantes de maz.
Oye, Marcelino, vino ya
Gertrudis?
No, amo; ni tiene a qu venir
Cmo?
Sign razn carg ya para juera
con sus tiliches. Pero si al amo se le
ofrece algo.
La cara mortecina del sirviente
escudria con avidez el semblante de
Julin. El amo chico nunca haba
querido hacer su confidente al pobre
viejo que tan buenos servicios supo
hacer a los seores grandes. Muy mal
he de cairle pa que destinga al mocoso

Andrs Hum! ya veremos ya


veremos aqu estamos sobrando uno
de los dos o Andrs o yo.
Julin
sostiene
una
lucha;
comprende la mirada inquisidora de
Marcelino, y su rebelda y su
obstinacin crecen. No quiere implorar
ayuda de nadie, por no descender al
punto de una confesin absurda; de
mostrar su llaga, incurable quizs; de
ensear a un msero pen su alma
corroda de celos y de impotencia. Y
hace un esfuerzo de serenidad
imposible; pero el viejo perro ve muy
bien el brillo conocido de la mirada del
felino, el msculo que sacude un
espasmo y la faz asimtrica.
To Marcelino comprende que tiene

que llegar su hora y sigue su camino con


la brazada de rastrojo.
Primo exclam de repente
Pablo, entrando a trote al patio,
dispensa la grosera; mi padre est all
afuera con una pata desconchinflada; lo
tumb el cuaco. Dame licencia de
meterlo aqu no ms en mientras voy a
traer a ta Remigia la componedora.
Anda, hombre, vamos por l; no
me digas ms.
Las seoras, que se dieron cuenta
del caso, entraron en consternacin y se
apresuraron a preparar alojamiento al
to. Doa Marcelina arm un
desvencijado armatoste y lo acolchon
con tilmas
hilachentas.
Refugio
amontono los olotes del cuartucho

hmedo y oscuro en un rincn.


Barrieron, trapearon y, cuando lleg don
Anacleto gimiendo y lloriqueando, ya
todo estaba listo.
Nias, un vasito de mezcal de
por el amor de Dios pidi el
lesionado para apagar su sufrimiento.
No uno, sino repetidos vasos llenos
son necesarios para sostener al hombre
y ponerlo a roncar como un cochino.
Cuando despert, dando terrible
alarido
y
lanzando
tremenda
interjeccin, dos garrudos rancheros lo
tenan inmovilizado de pies y manos, y
ta Remigia, la curandera del Refugio,
acababa de dar un formidable tirn a la
luxada cadera, haciendo entrar con un
trac neto y sonoro la pierna en su lugar.

Y aunque el resto se redujo a


maniobras de masaje un tanto bruscas, el
to sigui dando desgarradores lamentos
que no hubieran de cesar sino hasta la
hora y momento en que la comadre, con
una sonrisa de triunfo y sonando sus
veinte reales en la bolsa, dio sus
disposiciones complementarias: una
bilma de palo lechn en el golpe; no
beber leche ni atole blanco en quince
das, so pena de que se formen las
materias y todo se eche a perder.

XX
TODAS las tardes, al oscurecer, cuando
el ganado se ha recogido y rumian
somnolientas las vacas en la majada,
mientras los toros cruzan sus recias
encornaduras en la postrer disputa del
da, aparecen en la loma, al poniente de
la Casa Grande, dos borrosas siluetas,
don Julin y Marcelino, de regreso de la
presa en construccin a punto de
terminarse ya. Los vaqueros los esperan
para echar las trancas del corral y

volver luego a sus hogares. Pero aquella


tarde primaveral los peones vieron
cmo, al llegar al ngulo donde
divergentes veredas confluan, amo y
mozo se desviaban hacia la ranchera
parpadeante en rojizas lucecillas, en la
inmensidad de rizadas y tiernas
ramazones, en el boscaje vagamente
perfilado sobre una radiacin luminosa
de anaranjado diluido.
Buena seal dijo el carretero
, al amo se le va a espantar la murria.
A poco le cuadra Mariana ora! Van
derecho a casa de ta Melquias. Me
alegro y me retealegro. Yo le tena buena
disposicin a Anselma; pero lo hacen a
uno menos, noms porque lo miran
probe. Y ms gusto me da porque van a

quedarse como el perro de las dos


bodas, sin una y sin otra. Ya se les
quemaba la cazuela, creiban que iban a
meterse en el corazn del amo. Y nada,
qu ya les oli su maz podrido y se los
avienta a las puras narices!
Y cuenta el desairado pretendiente
cmo el amo don Julin logr conquistar
a Anselma o, mejor dicho, cmo se dej
conquistar por ella. Y dice que los
proyectos de las viejas dieron al traste;
pues con una sola visita hubo para que
al amo se le acabaran las ganas de
volver a poner ms ah sus pies.
Pa m no es que le tenga mala
voluntad a la muchacha observa
alguno sino que est enhechizado.
Miren cmo ya parece charal. Qu va a

poder querer a las mujeres!


Sign razn, lo tiene ansina
Marcela la de seor Pablo. Pa m
tambin es reteverd; yo vide una noche
a ta Crescencia con sus dos hijas que
las traiba a vistas Don Julin, como
si pa maldita de Dios la cosa! Les digo
que ni alzaba a verlas.
Yo lo que vide, lotro da, fue a
se Remigia, la de El Refugio, que pa
eso de curar enyerbaos no tiene
compaera. Toda una tarde se estuvo all
adentro con el amo.
Echaremos pues las trancas,
muchachos; lo que es ora no viene hasta
la madrugada.
Crujen las agujetas de encino
enfilndose en los orificios de los

soportes: Al rudo rechinar despiertan


las vacas y mugen. Despus todo vuelve
al sosiego, y la soledad y el silencio
reinan de nuevo. Los peones se meten al
portalito, trepan al carromato, se tiran
boca arriba y, mirando al cielo que
comienza a cintilar, prosiguen sus
relaciones.
Andrs, el mozalbete que aspira al
puesto defendido por Marcelino, habla
con encono de ste, vaciando todos sus
odios y envidias. Cuenta que slo a
fuerza de bajezas el viejo mozo de don
Esteban ha recobrado su predominio,
ganndose las confianzas del amo chico.
Se dicen horrores de Marcelino. La
exaltada imaginacin de los labriegos
encuentra ancha veta que explotar en las

mil leyendas que corren de boca en boca


acerca del cmplice de las fechoras de
don Esteban Andrade. Cada cual refiere
la parte de historia que sabe. Hay quien
diga haber escuchado una noche, en la
vinata de Juan Bermdez, a Marcelino,
borracho, contando el nmero de
homicidios perpetrados por sus propias
manos. Mostraba una daga de una hoja
muy fina con muchas rayas: por cada
raya un cristiano. Otro, aterrorizado,
refiere que oy de boca de Juan
Bermdez que Marcelino, ebrio, haba
dado un pormenor de cmo l y don
Esteban hacan perdedizos a los que
estorbaban. Era en un sitio muy
escondido de la Mesa de San Pedro,
llamado la Cuevita. A la medianoche

sacaban a los hombres, amarrados los


codos tras de la espalda, con un trapo
metido entre los dientes, y al llegar a la
boca de un foso recin abierto, a una
seal de don Esteban, Marcelino, sobre
el cuello bien tendido de la vctima,
rjale! un tajo certersimo; y caan
como los bueyes en el abasto.
Andrs callaba ahora, temeroso de
que los peones excitados repararan en
que cualquier elegido por los Andrades
para mozo de estribo a tales faenas
estaba destinado. Procur encaminar la
conversacin por otros derroteros; pero
todo en vano; una vez puesto en tensin
aquel resorte, materia de pltica haba, y
de sobra, hasta rayar el alba.
Mariana, Mariana, unas bandejas

de pulque.
Julin, sin apearse del caballo,
doblada la cerviz, meta la cabeza por la
ventanuca de la vinata.
Marcelino apenas poda creerlo.
Cualquier otro habra desesperado del
silencio pertinaz de su patrn. Cuatro
meses ya de mutismo absoluto, cuatro
meses de aguantarse aquel genio
endemoniado. Pero todo cambia
repentinamente. Por quin sabe qu
conductos lleg a odos de Julin que
Gertrudis, el morenciano, apurado por
despilfarros de la Marcela, se
enganchaba con muchos trabajadores a
Morency. Y con eso haba sido bastante
para que los negros pensamientos se
ahuyentaran y su acritud se tornara en

regocijo. Esa misma noche, deshechos


los hielos, invitaba llanamente a su fiel
criado a echar unos tragos a la cantina
de Juan Bermdez.
El viejo Marcelino presiente la
hora de realizar al fin sus ensueos. Si
al amo se le ofrece uno de esos
servicios de que tanto gustaba don
Esteban, est ya asegurado el porvenir
de un pobre viejo a quien odia todo el
mundo y que, intil para las rudas faenas
del campo, est prximo a verse
abandonado, sin familia, sin pan y sin
hogar.
Mariana, que ha vuelto con dos
vasijas de barro rebosantes de pulque,
se mantiene de pie y respetuosa,
esperando que sus clientes las agoten.

Julin se anima, galantea a la muchacha;


aunque ahora, sin que l sepa a punto
fijo por qu, le es menos atrayente,
Mariana, flor exquisita, extica y rara en
los campos incultos, contrasta por su
finura y esbeltez, por su neurosis de
gente civilizada, con todas aquellas
hembras panzudas, piernudotas y recias
de pechos como vacas suizas. En ms de
una ocasin sus ojos perturbaron ya a
Julin Andrade.
Se retira con Jas vasijas vacas,
enciende luces e invita a los honorables
visitantes a entrar en la vinata. Ellos no
se hacen del rogar, abandonan sus
cabalgaduras al cuidado de un chico
oficioso que se apronta, y pasan.
Mariana exclama Julin sin

pizca de mala intencin, a ti te est


haciendo falta tu media naranja.
Pero Mariana, que tiene su
pensamiento bajo la obsesin aplastante
de su fracasado amor, piensa que de
todo el mundo es sabido su intento vano
de matrimonio, y siente encono, saa y
mofa de su dolor en las palabras ms
sencillas; con el corazn sublevado de
odio para todos los hombres y para toda
la humanidad, los ojos ardiendo de
clera, responde con inesperada altivez:
Ms falta le est haciendo a
usted la suya Y as se queda.
Ante un ataque tan imprevisto,
Julin abre los ojos.
Marcelino sonre despectivamente.
En lo que han quedado los Andrades!

Qu esperanza que uno de aquellos


viejos, de veras hombrecitos, hubiera
aguantado un segundo noms semejante
chifleta! Este infeliz, insultado por una
mujer, todo lo compone con rerse, s,
con rerse como un imbcil, como Tico
el bienaventurado; y no sabe qu
contestar.
Julin ciertamente calla, pero
buscando la manera de apagar el insulto
con otro mayor, ms mordaz, ms
doloroso, que haga verter sangre del
alma. Estudia, pues, a Mariana
detenidamente, la escudria de los pies
a la cabeza.
Ella est de pie, con un cantarito
entre los brazos, pronta a llenar de
nuevo los apastes.

Julin ve de pronto su venganza.


Pero, mujer, qu te ha
sucedido? Ests hecha una compasin!
Marcelino, ya le viste la pata de
gallo a Mariana? Ja ja ja
ja! Ya Mariana tiene pata de gallo,
Marcelino!
Y hasta espoln responde el
viejo, arrimando la luz de un farolillo a
la cara empurpurada de la muchacha.
Ja ja ja! A poco te has
hecho vieja de la noche a la maana? A
m no me la pegas, Mariana; t ests
dando gato por liebre. Marcelino, esta
chicharra vieja se pone colorete.
Amo y criado ren a carcajadas, y
la guasa prosigue brutalmente.
Anda, abuelita, repite los

vasos a tu salud.
A cada nueva libacin Marcelino
en seal de respeto se aleja, vuelve la
espalda a su patrn y de un sorbo se
voltea la jcara hasta morder el barro.
A Mariana se le agolpan las
lgrimas y los sollozos. Julin ha dado
un certero golpe. Desde la gran
desilusin final se ha dejado de alios y
composturas, y los treinta aos se le han
echado a la cara con refinamientos de
crueldad. Su color quebradizo est
marchito, sus ojeras, antes un tanto
sugestivas, se han tornado en cuencas
cenicientas de matices mortecinos. Si
algo restaba en sus negrsimos ojos de
aquella luminosidad esplendente, no era
ms
que
un
odio
enorme,

inconmensurable y eterno a la vida; el


anhelo dolorosamente melanclico de la
desaparicin, el abatimiento final de la
doncella frustrada que tardamente
derrama
lgrimas
por
el
desvanecimiento de toda una vida
estril, encerrada en una esperanza, en
un deseo sano y casto.
No te arrugues, cuero viejo
que te quiero pa tambor! grita Julin
ya en plena excitacin alcohlica.
Mariana, busca novio, agrrate al primer
tacuache que se te ponga enfrente.
Yo ya soy vieja, nio Julin, y
peores cosas me han de suceder; pero
qu vergenza que a usted, tan buen
mozo, tan jovencito y con tanto dinero,
lo hagan menos! Que uno de sus

sirvientes le haya quitado la novia!


Ja ja ja!
La risa de Mariana adquiere una
sonoridad metlica, estridente; risa
histrica.
A Julin se le pone erecta una
venilla azul que serpentea en su frente
paliducha. No encuentra contestacin y
finge haber llegado al momento de
embriaguez en que se comienza a no
entender. Balbucea insolencias y frases
sin sentido.
Marcelino, estupefacto, sale a la
defensa del amo:
No te apures, Mariana, que las
cosas no son lo que parecen. Ya ves que
no dice nada, ni te responde pues l
sabe bien su cuento.

Con paciencia y un ganchito,


Marcelino, hasta las verdes se alcanzan
ulula Julin.
S, dicen que la paciencia es
virtud de los burros responde
Mariana, inaudita.
Marcelino, helado, piensa: Oh,
de los Andrades no queda ya ms que el
nombre!. Pero le falta algo ms que
escuchar.
Mire, nio don Julin, lo que ha
de hacer es ayudar a esos pobres
muchachos para su camino. Ya que su
dinero de las carreras les sirvi para
tanto tiempo, acbeles de hacer el favor:
auxlielos para un buen viaje a
Morencia.
Julin salta de su asiento; pero no

para romper aquella boca que as lo


injuria, sino para informarse de lo que
tanto le ha intrigado. Cmo sabe
Mariana eso? Quin le ha contado que
Gertrudis se lleva a Marcela? Y pierde
los estribos del todo, mientras que tanto
Mariana como Marcelino se burlan
interiormente de l.
Intensamente regocijada del mal
que hace, Mariana sonre radiosa de
venganza y afirma que todo lo sabe de
buena fuente, que antes de dos semanas
muy lejos de San Pedro de las Gallinas
estarn ya los amantes envidiados.
Marcelino, Marcelino, ya es muy
noche; los caballos, Marcelino.
Julin se ha puesto ansioso y en su
mirada hay vaguedades de locura.

Marcelino, qu hacemos?
exclama cuando se han alejado del
casero.
El viejo socarrn finge ingenuidad:
Si su merc est resuelto ya, no
hay otro remedio. Vamos a la Villa, se la
quitaremos y si l quiere estorbar
pior pa l!
Impacientsimo, Julin afirma que
se le ha ocurrido igual cosa, pero que
eso pasa de difcil. Las maldecidas
gentes del Gobierno han dado en cobrar
por la vida de cualquier pelagatos
infeliz una barbaridad de dinero. Ah
estn sumidos en la crcel sus hermanos
por falta de cuatro mil pesos. Este
maldito Gobierno no se llena nunca! No
parece sino que la gente trabajadora

tiene obligacin de juntar dinero y ms


dinero para tanto haragn. Y tras ese
pretexto vienen otros ms poderosos
an. Slo que el verdadero est tan
escondido que ni al mismo Julin se le
asoma. No es capaz de confesar su
miedo aterrador al morenciano. No
quiere ni acordarse de que en ms de
una ocasin, camino ya de San
Francisquito, con el firme propsito de
ajustar sus cuentas a Gertrudis y a la
querida, ha vuelto bridas en breve. La
maldita
imagen indeleble; mis
corredores han de ser corredores o se
los lleva. Y Gertrudis, que va a
correr la Giralda sin collar audacia
mortal slo le ha contestado con su
mirada terriblemente serena; unos ojos

que le burilaron en el alma una


impresin de terror implacable.
S, amo, ya s que hoy es la de
malas pa los patrones; pero si uno sabe
darse sus maas
Qu haras t, Marcelino?
Hum, pos ni me lo pregunte; lo
llevaba all arribita, a la Cuevita y
luego ya podan venir los de la Montada
a buscarlo el amo noms diga
A Marcelino le castaetean los
dientes; un raudal de juventud y vida
nueva circula por sus venas. Aunque
est frontero a los sesenta, caramba!,
todava se siente capaz de gozar a su
modo; cada cual tiene el suyo. Sus
dientes entrechocan y el placer se hace
tan intenso que supera las pobres fuerzas

del viejo, quien, para ocultarlo y poder


resistirlo mejor, vese constreido a
buscar pretexto que le sincere ante s
mismo. Y lo encuentra.
Yo me comprometo a traerle aqu
mesmo a Gertrudis, amo; pero su merc
va a hacer tambin algo por este viejo,
verdad? Estoy en la miseria, la gente
no me puede ver ni pintado y cualquier
da amanezco tieso en el chiquero.
Di di qu pides?
El amo don Esteban me quera
mucho; pa m las mejores tierras. Hoy
no puedo trabajar su merc tiene muy
buenos caballos en sus caballerizas el
Mono es un buen cuaco.
Julin gime como si hubiese
recibido
intempestivo
sofocn.

Conque el Mono pide este salvaje a


cambio de Gertrudis? Qu tal canalla
de gente es toda sta? Mi mejor caballo
a cambio de se! Todos iguales; atajo
de bandidos!.
El Mono sera tuyo, Marcelino
prorrumpe hacindose violencia.

Mariana ha redo con crueldad al


principio; ha gozado acordndose noms
de la tortura en que puso a Julin; pero
despus de reflexionar un poco le viene
a la cabeza extraa idea. Una sospecha
inaudita, terrible. Aquella retirada
intempestiva de Julin. Su despertar
instantneo de la embriaguez. Dios mo,
si habr hecho una barbaridad! Y cada

vez ms luminosa aparece la idea en su


mente. Del desasosiego va a la angustia.
Dios del cielo, que no vaya a suceder
semejante cosa! Si ella no ha tenido la
intencin Madre ma del Refugio!
Y se pone a rezar con gran
devocin ante una estampita de la
Virgen. Madre ma, que no caigan en
manos de esos hombres que no caiga
Gertrudis en sus manos, ni.
Sus labios se rebelan a pronunciar
el nombre aborrecido; pero su corazn
enorme lo dice. Y cae de rodillas ante la
Virgen del Refugio, estrepitosamente
sacudida por el llanto.
Ni Marcela!

XXI
EL BRIOSO potro cabecea, a veces bufa
cuando imprevisto tropiezo le detiene;
pero avanza siempre seguro la empinada
cuesta entre escarpaduras de la Mesa de
San Pedro. La luz del amanecer, en una
franja rosada de cada lado de la Mesa,
va diluyndose en el esplendoroso
violeta de un cielo apagado ya de
estrellas. La tenue claridad empieza a
filtrarse en sombras vagas; luego
rboles, rocas, grangenos y nopales

destcanse distintamente. De pronto,


hacia la empinada cresta ptrea asoma
una aureola de luz roja, un ro de oro se
desborda inundando las sabanas blancas
e inmensas con manchones de tiernos y
rizados retoos primaverales.
El caballo de Julin se encabrita,
se niega a seguir adelante; la espuela, al
hincarse, slo le hace revolverse sobre
sus tensas corvas. Como un sonmbulo,
Julin apenas se da cuenta de que han
llegado al lmite de lo accesible y al
punto preciso de cita. Marcelino, talache
en mano, est esperndolo desde la
madrugada y l an no repara en su
presencia.
Apase, se sienta al borde de la
meseta, encajonado entre dos peas, las

piernas oscilando sobre el abismo.


Abajo lzanse los peascos como
cristalizaciones gigantescas de slice en
agujetas verticales y delgadas; ms
abajo an, la inmensidad del valle
repulido como la superficie de un cartn
de agrnomo; grandes cuadros y
cuadrilongos de tierra divididos por
negros
surcos
prodigiosamente
paralelos, manchones plomizos de
abandonados barbechos, claros de
eriales blancos como marfil bruido,
superficies de malezas glaucas, lneas
que se entreveran en madeja, cercas de
piedras mohosas, nopaleras bordeando
largusimos vallados, el camino real
como delgada culebra de alabastro. Y en
aquel vasto campo donde el saucedal, a

orillas del ro, describe una gallarda


curva cual lira gigantesca, las yuntas de
bueyes llevando tras de s un monito
blanco encorvado sobre la mancera y
seguido de la negra cauda del surco
recin abierto, parecen inmviles,
enclavadas en la tierra. A plena luz del
da lzanse ya los remolinos del polvo,
dbiles como los que un soplo pudiera
levantar. Los viandantes bosqujanse
como hormiguitas de movimientos ms
lentos que las manecillas de un reloj.
Pero Julin escapa al espectculo;
una visin roja se lo borra todo. La
tragedia en preparacin lo obsesiona y
le da la ambliopa de la sangre. Una
idea da vueltas en su cerebro como
rueca sin fin y es imposible arrojarla de

all.
Marcelino, pues, ha llegado al
escritorio y da el aviso ansiosamente
esperado: Ya est aqu Gertrudis.
Pues que entre responde Julin,
psalo al escritorio. Pero hay que sacar
la cuenta de las raciones atrasadas que
se le deben. Marcelino sale. Marcelino
vuelve a entrar: Ya est aqu
Gertrudis. Ahora han entrado los dos.
No hay tiempo de nada. Marcelino le ha
puesto la pistola amartillada sobre el
pecho. Lo dems. S, lo dems que es
muy fcil. A la Cuevita. Y falta una
cosa. Qu falta, seor, qu falta? Ah
s, una cosa muy divertida! Ja ja, ja!
Marcelino quiere como premio el
Mono. Descuida, Marcelino, se te dar

tu premio.
Y Julin re con risa de supremo
deleite, exquisita floracin del placer
ms refinado.
Marcelino ha comenzado a trabajar
ya, apartando cactus y grangenos que
enraizan en las junturas de la boca de la
Cuevita. La pica repercute lgubre, pea
por pea, y su ronco retumbo asciende y
desciende por la abrupta crestera hasta
que Julin despierta como de una
pesadilla.
Marcelino, por Dios, no hagas
tanto ruido.
Cuando Julin se levanta y va a
ayudarlo en la fatigosa faena, han
transcurrido ya dos horas. Marcelino lo
ha limpiado todo y slo falta levantar la

enorme pea que cierra la entrada de la


Cuevita. Tras largos y prolongados
esfuerzos logran al fin bornearla. Los
dos se mantienen de pie para respirar,
profundamente fatigados.
Julin alza la cara y ve las siluetas
negras de los cuervos bajo la diafanidad
azul. Arriba de su cabeza se levantan
peascos enormes cortados a pico y, por
encima todava, la cresta circular de la
montaa cual ptrea corona de un
coloso. Peas cobrizas y herrumbrosas,
repujadas por el beso candente de
millares y millares de soles; peas
oblicuamente sobre la cima como si se
extasiaran en su propia contemplacin,
abras enormes de entre las que surgen
fofos colorines balanceados por el

viento sobre la nada, tremolando sus


hojas coriceas cual mariposas verdes
borrachas de insolacin; grangenos
abotagados
como
miembros
de
elefancaco estiran sus brazos deformes
e hincan sus garras en las hendeduras de
las rocas. Y hay un glauco invasor que
llena todos los resquicios y lo mismo
flota en apretados haces entre las peas,
que cobija bajo su piadosa sombra a los
caracoles resbalados de los helechos, el
glauco de las varacenizas, sacudido por
el viento, incensando a la maana con el
perfume de la montaa.
Hacia los bordes del desfiladero
sopla el viento en rfagas tremendas;
pero ah donde todo es enorme, apenas
se percibe la caricia del coloso.

Los hombres continan en su ruda


faena; en un vigoroso empuje hacen girar
la piedra. De canto ha dado media
vuelta sobre el desfiladero, bambolea de
un lado, luego de otro, pierde el
equilibrio y en su desprendimiento
parece llevarse a Marcelino que tiende
sus manos con desesperacin, cual si
quisiera detenerla.
Julin contempla embelesado el
descenso retumbante de la roca que salta
y
salta
arrastrando
pedruscos,
desgajando troncos, arrebatando las
copas de los rboles y las pencas de los
nopales, hasta agotar su fuerza a
distancia que los ojos no alcanzan ya.
Julin sonre con sonrisa de demente,
contemplando la cara plida de

Marcelino.
Quedamos bien! Pos con qu
vamos a tapar eso ora, amo?
Caracoles piensa Marcelino
mirando los ojos vagorosos de Julin
que lo oye sin comprender, ni por
pensamiento me pas que este patrn
fuera tan probecito de alma. Se ha vuelto
loco noms de pensar en lo que vamos a
hacer.
Y con el sano propsito de
distraerlo e infundirle un poco de nimo,
comienza a referir aventuras del amo
don Esteban, all en sus mocedades.
Oh, el amo don Esteban nunca se tent
el corazn para quitarse de enfrente al
que noms comenzaba a estorbarle! A
los nios Andrades de hoy en da les

suceden tantas desgracias por eso,


porque se pasan de buenos. La gente
abusa siempre del que se deja. Y cuenta
cmo por aquella negra garganta,
acabada de abrir, desaparecieron
muchos que ni tanta guerra dieron.
Y si Gertrudis no quiere venir,
Marcelino? exclama Julin de
repente, angustiado ante tan tormentosa
idea.
De eso pierda cuidao el amo.
Queda de mi cuenta. Si entre semana,
cuando ust est en la casa, l no quiere
venir, lo que es un domingo me lo
retetraigo.
Pero entonces
Entonces cuando su merc est
aqu de vuelta

Julin en su potrillo, a pie el viejo


Marcelino,
comienzan
a
bajar
silenciosamente de la sierra.
Ante un monte espeso de nopalera,
detinese el viejo:
Mire, nio, ah donde se mira
ese nopal manso nos jallamos una vez,
su pap y yo, a un muchachillo que
andaba apiando tunas. El amo su pap
era retetravieso. Chelino me dijo,
agrrame a ese muchacho; ya vers la
diablura que le voy a hacer; no le
quedarn ganas de volver a robarse mis
tunas. Me baj de mi caballo y en dos
por tres lo pepen. Un mocito de diez
aos, un demonche que chillaba, loco de
miedo. El amo, a risa y risa, le quita la
cuchilla y le tumba los calzones

zas zas! de donde semos lo que


mero semos ni rastro! Me acuerdo
y echo el estmago de pura risa
Carcajadas estrepitosas acogen el
relato de Marcelino, y Julin asegura
que aquello tiene tanta gracia que vale la
pena de repetirlo el da que se pueda
ofrecer.

XXII
CUANDO Mr. John se instal en San
Francisquito, pueblo cercano a un gran
puente de la lnea del F.C.M. que estaba
en construccin, el vecindario se
alarm. Era bastante con que el
advenedizo viniera de esos pases
infectos donde prosperan las nefandas
doctrinas de Lutero, para que las gentes
pudibundas y asusdizas temieran el
contagio y aun la muerte eterna de
algunas almas buenas. Tal sentimiento se

amengu bien pronto, porque Mr. John


se ocupaba de vinos buenos y manjares
bien condimentados, pero nunca de
religin. Adems, su bolsillo supo
captarse sucesivamente las simpatas del
cantinero, de la casera, del sastre, de la
planchadora, y aun ablandar la rgida
austeridad de algunos ancianos que le
consultaban asuntos de su profesin. A
los mozos, claro!, desde el principio se
los ech en la bolsa.
Pero un da corri la voz de que el
ingeniero, tras de raptarse a una
rancherita de San Pedro de las Gallinas,
haba emprendido un viaje a los Estados
Unidos. Y antes de tres meses, cuando
an estaban calientes los comentarios
del extraordinario caso, el gringo

regres con todo y hembra, alquil la


mejor casa del pueblo y se instal en
ella con desenfado. Entonces s que se
pusieron erectos los pelos de muchos
venerables pechos. Graves jefes de
familia, matronas pasadas de los
cincuenta, y todos aquellos que por
hbito, edad o enfermedad vivan
condenados a la continencia, pusieron su
grito en el cielo.
Gastaba la diablica mujer tal
desenvoltura y desparpajo, que los
mozos que antes jams hubieran
reparado en la rancherilla flechadora de
los domingos en la misa de once, ahora
se desalaban por alcanzar una mirada o
un mohn siquiera.
A fin de poner coto a semejante

escndalo, reunironse en concilibulo


muy comentado el seor cura, el maestro
de la escuela de nios y el Alcalde. En
casos parecidos siempre se lleg a
pronta y fcil determinacin: el
destierro. La mujerzuela que osaba
poner los pies en San Francisquito
anocheca en su casa y amaneca a
muchas leguas de distancia, seguramente
custodiada por personas de conciencia y
edad respetables. Mas el caso en
cuestin no era un lugar comn;
vulnerbanse los derechos civiles de un
sbdito norteamericano y el primero en
formalizar su veto fue el mismo seor
Alcalde.
As,
acordaron
las
conclusiones
siguientes:
primera,
exctese a los fieles a elevar sus ms

fervientes plegarias a su Divina


Majestad, pidindole, con gran dolor de
su corazn, remedio para muy grave
necesidad; segunda, procuren los
vecinos privar a los amancebados de
todo auxilio as de servicios personales
como provisiones de boca, vestimenta,
etc. (no olvidando que hay que
aborrecer el pecado, pero nunca al
pecador); tercera, verifquense solemnes
cultos en honor de San Judas Tadeo,
patrono contra visitas inoportunas;
cuarta y ltima, distribyanse los gastos
de triduos, rosarios, misas y novenarios
entre los vecinos principales por su
piedad y temor de Dios.
Las aflictivas voces se hicieron or
ms pronto de lo que el cura hubiera

deseado; a medio novenario apenas,


desaparecieron el gringo y su concubina.
Por lo dems, los chicos, que con
tanto fervor desearan el arraigo de la
planta venenosa, se cuidaron de no
traslucir nada el da que de buenas a
primeras reapareci Marcela bajo nuevo
atavo. La entallada falda estilo sastre
habase trocado por flotante enagua de
gasa, la camisa de aplanchada pechera y
rojo corbatn por una blusa de encaje y
rebozo de bolita.
Miel sobre hojuelas, pues; salvo
las maneras un tanto despectivas con que
ella regresaba y la fiera altivez de su
nuevo acompaante.
El domingo de Pascuas, a la hora
en que la banda municipal desgarraba el

aire con sus agrios latones y sus locos


golpes de platillos y tambora, lleg
Gertrudis muy inquieto:
Marcela, ponte tus trapos y
vamos a los toros.
Son de aficionados; a mi esos
curros no me divierten.
Aqu ms nos hemos de aburrir.
Adems, mira cunta gente; es
hilo que no se corta. Quedaremos como
cigarros en cajetilla.
Si ella se niega a ir, algn motivo
oculto tiene, piensa el morenciano con
su irreprochable lgica de Otelo. Por lo
que mayormente se encapricha. Marcela,
que sabe de dnde son los toros de lidia
y presume una de tantas escenas de celos
estpidos si Gertrudis se encuentra con

Julin, permanece inmutable. Pero el


morenciano encontr ya un argumento
sin rplica.
S, ya s por qu no quieres ir; te
da vergenza que esos curros te vean
conmigo.
ndale pues, hombre, vamos
adonde te d tu gana!

Marcela viste sus ropas domingueras.


Qu Gertrudis! No sabe lo que est
haciendo. Que logre de veras aburrirla y
ya ver si ella es capaz o no de ponerlo
celoso. Imbcil, que se labra su
desgracia por mero antojo! De nada le
sirve que ella le sea fiel, en nada
aprecia el sacrificio que ha hecho

aceptando un arrimo modestsimo,


cuando hay un mundo fastuoso y
deslumbrante que se brinda por
satisfacer sus ms insignificantes
deseos. Como si el dolor fuera para l
importantsima necesidad de vida,
apenas se retira de sus brazos frvidos,
cae en la maldecida tarea de su suicidio
lento. Puesto que en el presente de
Marcela nada hay vituperable, vamos a
buscar, vamos a escarbar con
encarnizamiento idiota sus palabras y
sus gestos ms insignificantes; vamos a
revivir todo un sucio pasado hasta que
removido el fango nos intoxiquemos en
sus propias emanaciones. Intilmente se
le ha entregado ella con un amor
profundo y completo. Se ha propuesto

borrarlo todo, aniquilndose en sus


brazos; ha deseado con vehemencia
morir en uno de esos raptos de locura
para matarle su tormento. Y Gertrudis
noms haciendo renacer el fantasma del
pasado con una vida tan intensa, que el
presente se esfume y desaparezca.
Cuando llegan a la plaza de toros,
miran a Julin Andrade entre un grupo
de alegres mozalbetes. El morenciano
desva el rostro evitando el encuentro de
sus miradas. Marcela choca la suya en
un chispazo rapidsimo, intenssimo.
Bah! El pobre Julin! Al fin y al
cabo todo su delito estaba en haberla
amado como un loco, como nadie en el
mundo hasta entonces la haba amado.
Y ella? Dios mo, nunca fue ms cruel

con un msero cachorro!


Ya en el tendido de sol, Marcelino
llega y toma asiento cerca de Gertrudis.
En breve comentan y charlan como
viejos amigos.

XXIII
GENTO alegre y vocinglero borbotaba
en el gradero, en los palcos primeros y
segundos. Hasta ese momento haba
guardado compostura y mansedumbre,
soportando la grita insulsa de los curros,
y la petulancia de los aficionados,
quienes,
sintindose
autnticos
Bombitas, ostentaban tieso y tendido
calas, chaquetilla alamarada, pantaln
laso en los bajos, fieramente ajustado a
la cintura y a las combas posaderas. Los

incipientes coletudos haban hecho ya


picadillo de los tres toretes lidiados;
pero el cuarto y ltimo una pesada
broma del maldito ganadero a las
primeras de cambio puso patas arriba al
desprevenido capitn de la cuadrilla,
sembrando el pnico hasta en los
mismos palcos. A cada voltereta de un
pen desmaybase una nia, y los
dems, con cara de pan de cera,
imploraban los burladeros. Y como al
toro se le haba cercenado media
encornadura,
mayormente
eran
saboreados los tumbos y porrazos por la
plebe. Cuando lleg el turno a los
banderilleros, hasta los mismos ccoras
de los palcos se contagiaron del terror
de sus compinches.

No te fes, Paco, abre bien los


brazos!
Cuarteando, Paco!
No, por ah no tienes salida,
Paco!
Ahora es tuyo, Paco!
Pero
el
desdichado
Paco
mantenase impvido, cados los brazos,
contristada la faz y presa del ms hondo
desaliento. El pueblo se impacientaba;
comenzaban a lanzarle pullas. Resuelto
de repente, Paco levant las fisgas,
humedecilas con la punta de la lengua,
y se enfrent con el torete:
Je! je! je!
En vano Paco haba gastado una
semana en aprender a cecear y a dar
acento gachupn a sus voces; a la hora

suprema todo se le olvid y sus


llamadas ms tenan de humilde splica
que de reto. Excitados sus nervios, no
poda estarse quieto un momento.
Entonces se oy un vozarrn:
Brincas ms que una mariagorda.
Aquel grito, en contravencin
manifiesta con el reglamento de plaza
que prohibe toda especie de bromas a
los seoritos, desat una tempestad mal
contenida de gritos, silbidos y
naranjazos. Qu vergenza que tal
desaire se hiciera a un animal tan lindo!
Y nadie se contuvo ya para lanzar sus
cuchufletas, a las que segua una silba
atronadora.
Entretanto el toro se mantena a
media plaza, muy sereno. Los lidiadores

escapaban a la lluvia de naranjas y


tepetates, al arrimo de los burladeros, y
la presidencia, presta a evitar un motn,
dio rdenes al trompeta. Un agudo y
sonoro toque y un aplauso unnime.
El ruedo quedaba ahora a merced
de los lazadores. Apuestos mozos en no
menos gallardos caballos cruzan la
plaza, reata en mano, bajo el sordo
rumor del pblico apaciguado ya.
Empiezan a caer crculos, elipses que no
tocan ni las astas de la res. sta lo mira
todo con curiosidad y, altiva, no se
mueve siquiera de su sitio. Y como la
torpe faena se prolonga sin resultado, el
pblico comienza a impacientarse y otra
vez los ceceos sordos, los gritos
sofocados, los silbidos perdidos, hasta

que la bronca estrepitosa sacude de


nuevo la plaza.
Un grito gutural, estentreo,
suficientemente poderoso para dominar
el vocero atronador, se levanta,
repercute, se agiganta y va pasando de
boca en boca hasta convertirse en una
sola voz confusa, colosal y unnime.
Que baje Julin Andrade!.
Los charritos del villorrio se
queman, hacen esfuerzos inauditos;
alguno logra poner un lazo; pero mal
prevenido, desconcertado por la
emocin, deja que la reata se le vuelva
madeja en la mano; arranca el toro,
encabritase el caballo, y cuando el
afortunado lazador no sabe todava qu
hacer, la reata ha pasado toda por su

palma dejndole una rozadura que lo


despacha al corral.
El pblico alla, zumban las
risotadas y el grito vuelve a levantarse
como una sola voz de millaradas de
bocazas
abiertas,
de
faces
descompuestas
y
sin
expresin
individual.
Que baje Julin Andrade!
Las miradas convergen hacia un
sitio nico. Julin Andrade, de pie, mira
con fijeza un punto perdido en el tendido
de sol, brese paso entre la multitud,
salta ligeramente la barrera y
enfrentndose a la presidencia, con
estudiada modestia, pide permiso de
lazar.
Al aplauso rabioso mzclanse

grandes alaridos de salvaje regocijo e


injurias para los muchachos de la
localidad.
Julin, desdeando los bellos
corceles que se le ofrecen con
benevolencia, se cuela en las cuadras
para regresar momentos despus
caballero en macilenta jaca de pica, con
una reata nueva, tiesa, flexible y
crujiente:
Abajo la yesca! Abajo la
yesca! Esos de San Pedro de las
Gallinas!
Rancherillos
patizambos
de
garrientas y sudosas cuerapas saltan
presurosos en auxilio de su amo. Cogen
la cuerda que el toro lleva al cuello y
pasean de nalgas media plaza,

arrastrados por un tirn intempestivo del


animal.
Sonriendo,
Julin
desenrolla
lentamente la reata; su mano izquierda
mantiene la brida y el rollo, y su derecha
hace crculos en el aire con una lazada
estrecha. Cautelosamente toma el flanco
de la res que lo espera sin recelo. De
repente hinca la espuela, el caballuco se
tira al galope en derechura del toro; el
asa ha crecido en tanto y en una
vistossima serie de espirales en el aire
da una vuelta entera en tomo. Julin, al
acercarse a los cuernos, vuelve
bruscamente grupas, y en el preciso
momento en que se ha puesto de
espaldas al toro, le deja caer
suavemente el lazo sobre las ancas. Al

contacto arranca el animal, y es un


movimiento rapidsimo y un solo ruido
seco: el crujir de la reata por la cabeza
de la silla, el tirn del jamelgo que
patiabierto se mantiene rgido y la cada
del toro perfectamente enlazado de las
patas.
Las dianas se ahogan en la gritera
y en los aplausos. Cuando Julin deja el
rocn, antes de saltar la valla, vuelve
otra vez sus ojos al tendido de sol y
levemente se lleva la mano al sombrero,
cual si ofreciera su faena triunfal a
alguien a quien el pblico no puede
descubrir. Y all mismo, donde todo el
mundo de pie aplaude con frenes,
Marcela echa un poco atrs su busto y
corresponde al saludo, enviando con la

punta de los dedos un beso


imperceptible
Julin,
radiante,
asciende sin parar mientes en la lluvia
de sombreros que le cae.
Lo que sea, to Marcelino
exclama Gertrudis embelesado, la
verd no se ha de negar; pero lo que es
pa eso de una crinolina estos patrones
las pueden.
Y cndidamente sigue su charla sin
haberse dado cuenta lo menos del mundo
de la pesada chanza que su amante le
jug en las propias barbas.

XXIV
DESPUS de la corrida, Marcela observ
un cambio notable en Gertrudis. A la
vigilancia irritante que le haca
quemarse de celos por motivos balades
suceda un descuido manifiesto.
Alejbase a diario y cada vez ms de
casa;
regresaba
a
horas
desacostumbradas, y a ltimas fechas en
tal estado de agitacin que bien a las
claras trasluca lo que para Marcela
desde mucho antes fuera manifiesto: la

imposibilidad de seguir su vida en


comn por ms tiempo.
Un da busc a Gertrudis un sujeto
desarrapado y de extico atavo.
Ah, s, por las seas que me das,
s quin es l respondi Gertrudis a
Marcela, ando buscando trabajo y l
me lo ha prometido bueno.
Despus el morenciano se demud,
quiso decir algo, pero cuando sus labios
iban a desplegarse, la garganta se le
cerr y se detuvo abrumado,
limpindose la frente empapada en
sudor.
Y Marcela, indecisa, angustiada, ya
con la presuncin de los pensamientos
que maduraban en el cerebro de
Gertrudis, senta la inminencia del

derrumbe y de la ruptura indefectible.


Al da siguiente volvi el
desconocido. Marcela le sigui con la
mirada, luego sali tras l hasta la
puerta de un mesn. Ah entr el
hombre. En el mismo zagun tom
asiento frente a una mesita en torno de la
cual se agruparon muchos rancheros. Sus
mujeres esperbanlos en la banqueta con
tamaa cara boquiabierta vuelta hacia la
multitud.
Son los
que
vienen a
engancharse para Morencia. El viejo
que escribe ah es el contratista.
Marcela lo comprendi todo al
instante.
El domingo en la tarde lleg el
morenciano con la faz sombra, turbia la

mirada y ronca la voz. Ella sinti el


momento temido y esperado y reuni
toda su energa.
Marcela, quiero mis trapos, me
voy a San Pedro de las Gallinas.
Cmo! Qu dices? T te
vuelves a San Pedro? Pero te has
vuelto loco, hombre de Dios?
Estoy en mi juicio cabal ruge
el morenciano montando en clera.
Entindeme replica Marcela
con entereza, entindeme, Gertrudis;
yo no te detengo; haz lo que te d la
gana; pero, por Dios!, que volver a San
Pedro es una barbaridad. En tu pellejo
yo nunca pondra ms los pies en tierras
de Andrades.
Hum, t piensas que el tal Julin

me asusta! Ja ja ja! Pa l y
todos los suyos tengo! Y a ms que
esto es slo cosa ma
Marcela se sonroja, su mirada se
nubla, y se abstiene de responder.
Perctase el morenciano de su
brusquedad y dulcificando un tanto la
voz aade:
No, mujer, no tengas cuidado por
eso, no hay peligro. Es negocio ya
arreglado. Voy por unos centavos que me
debe don Julin. Por no verle la cara, he
hecho trato con to Marcelino. Por cinco
pesos me consigue que el escribiente me
entregue mi dinero; todo es cosa de que
vaya un domingo, cuando el amo anda
por ac.
Si por dinero lo haces, te digo

que ah te quedan todava dos papelitos


de a veinte.
sos son para ti rumorea el
morenciano, cambiando de voz y con los
ojos rasos.
Marcela hace un esfuerzo por
mantenerse serena. Bien sabe que una
palabra, un solo gesto suyo bastarn
para echar abajo los proyectos de
Gertrudis. Mas a qu prolongar una
situacin que de todos modos habr de
derrumbarse? Sus labios se mantienen
trmulos; su redonda garganta djase
sacudir por un cabrilleo de sollozos que
se agolpan.
Y Gertrudis habla, revela al fin
todo aquello que tan trabajosamente
vena elaborndose en su rudo cerebro;

la idea que hasta hoy por un milagro de


la Santsima Virgen ha brotado al fin. S,
l tena imperiosa necesidad de un
consejo, y por casualidad en misa mayor
vio al seor cura en un confesonario, y
la gracia de Dios baj del cielo. El
padrecito le mostr el origen de los
males que le afligen, de sus dolores y
sufrimientos. Todo ha sido por el
pecado! Despus le seal el remedio,
le ense el camino de su salvacin: O
te casas con esa mujer o.
Y Gertrudis se detiene porque la
lengua se le ha hecho un nudo. Entretanto
Marcela se ha ido serenando
paulatinamente a punto de que el acto
terrible pasa casi sin sentirse. Ella no
sabe por qu; pero encuentra un

Gertrudis empequeecido, digno apenas


de conmiseracin.
Y l prosigue. Que en cuanto el
seor cura lo acab de confesar,
presurosamente cogi de la parroquia en
derechura del mesn y est apuntado ya
para el enganche que otro da saldr
para Morency. Y sta es la prisa que
tiene de recoger el dinero que Julin le
adeuda.
Luego, presa de extrema exaltacin,
trnase a su vez consejero. Que por eso
deja a Marcela ese dinero, para que se
aparte de su vida de pecado; que es un
aviso de Dios Nuestro Seor que le da
tiempo todava de arrepentirse.
Haz lo que quieras. Maana
llega aqu por tus trapos cuando vuelvas

de San Pedro; tengo que lavarte unas


camisas.
El morenciano se queda atnito.
Quizs esperaba un rapto de dolor, un
torrente de lgrimas, el desbordamiento
de lamentos de la amante enloquecida
por el terrible golpe. Y nada, Marcela le
ha respondido imperturbable. Y
Gertrudis, que tal vez ha sentido por
primera ocasin una herida mortal en su
vanidad de amante idolatrado, no puede
volver atrs y ha de constreirse
irremisiblemente a cumplir su palabra.

Han empujado la puerta de la calle,


Marcela se estremece despertando de su
letrgica tristeza.

Ests aqu?
La hoja cede a un leve empuje.
Yo soy, Marcela, yo soy,
enciende una luz.
Marcela ha reconocido a Julin; su
silueta delgada se ha esfumado en la
sombra del cuarto.
Oh! vyase! vyase!
Marcela, qu mala lias sido
siempre conmigo! qu mala!
Tentaleando se acerca, la coge
entre los brazos y la cubre de frenticas
caricias.
Por Dios, vete que no dilata en
venir.
No tengas cuidado; all afuera
Andrs est cuidando. Qu mala gente
eres, Marcela!

Un desbordamiento impetuoso e
irresistible de abrazos, de besos, de
todos los deseos por tanto tiempo
contenidos, se abate sobre ella en los
furiosos ardores de un incontenible
sensualismo. Y su feminidad asaltada en
un momento de desfallecimiento, de
abdicacin absoluta de la voluntad, no
la deja defenderse; sus dbiles protestas
se pierden ahogadas entre besos y
sollozos.
En el silencio de la alcoba se
escuchan sus respiraciones lentas. Uno y
otra se han perdido en pensamientos
divergentes. De improviso, Marcela se
pregunta por qu Julin se ha metido en
su casa, cuando tiene un miedo cerval al
morenciano. Si sabra la partida de

Gertrudis! Se inquieta y se exalta. Y va a


inquirir cautelosamente cuando Julin se
endereza dando un suspiro de
satisfaccin y se sienta a vestirse.
Cmo! te vas? exclama
ella escondiendo su pesar y la angustia
de una idea terrible.
S, chata, dej varios asuntos
pendientes en la hacienda y
Oh, no, no puede ser no te vas
hasta maana esprate aqu hasta
maana!
De veras, es cosa urgente.
Te vas en la madrugada.
No, no puedo y temo que vaya
a llegar tu tu se
Marcela respira con tranquilidad.
No hay pues peligro. Julin nada sabe,

puesto que teme la vuelta de Gertrudis.


Y sin instarle ms lo deja partir.
Durante largos minutos se mantiene
absorta, estupefacta. No parece sino que
todo lo que acaba de ocurrir ha sido un
sueo, un sueo molesto, una pesadilla
de esas que dejan el cuerpo como
magullado.
Paulatinamente
va
despertndose su espritu y poco a poco
la escena ocurrida se reproduce flgida
en su imaginacin en toda la fuerza de su
estupidez y su ignorancia. Qu accin
tan inmunda! Manchar as un recuerdo
sagrado cuando no se pierden todava en
los mbitos del cuartucho las ltimas
palabras de Gertrudis! Maldecidos
Andrades! Raza de cerdos!
Su alma entra en ebullicin,

sacdenla millares de odios acumulados


por su casta eternamente dominada,
infeliz casta de esclavos. La sola
posibilidad de caer otra vez bajo el
yugo de un Andrade pnela fuera de s.
Su angustia infinita declina en amargo
llanto. Cual si hubiesen transcurrido ya
muchos aos de la partida de Gertrudis,
evoca su recuerdo en pleno ensueo,
rememora aquella figura eternamente
dolorida que surge en manifiesto
contraste con la del cnico Andrade, del
maldecido Andrade que, saciado ya,
acaba de salir sin pronunciar una
palabra de cario, sin un gesto siquiera
de cordialidad. Y llora, y llora, y
cuando raya el alba no se evaporan sus
lgrimas de la almohada.

XXV
NO, NO es muerto, es herido, yo vide
que se bulla.
Les digo que es matao, y muy
bien matao; viene envuelto en un petate.
S, si ha de ser matao; no mira
que no resuella.
Dicen que es de San Pedro de
las Gallinas.
A las ltimas palabras, Marcela,
que ha despertado con gran sobresalto
por lo que escuchara fuera, se pone

prontamente en pie y se viste con


precipitacin. La charla comadreril
llgale en fragmentos; ora habla una con
acento agudo, ora replica la otra en un
rumor sordo y confuso. Y todo para
aumentar al extremo su inquietud.
Apenas se ha vestido y corre como una
loca a la calle. Las comadres tienen mil
versiones: una sostiene que slo es un
herido a juzgar por lo caricontento de
los que le traen; otra que es uno de los
de la gendarmera rural; sta que fue una
ria en la hacienda de El Refugio y la de
ms all que es un pen de San Pedro de
las Gallinas; Marcela no puede sacar
nada en claro y va derecho a las
Consistoriales donde se expone a los
matados, mientras llega a dar fe el

Alcalde constitucional.
Alcanza el cortejo y distingue luego
gente conocida, gentes de San Pedro de
las Gallinas. Las fuerzas la abandonan;
para no caer se sienta en la banqueta,
imposibilitada para mover un solo dedo.
Oye, Pedro, quin es el muerto?
To Marcelino responde el
carretero de San Pedro de las Gallinas
. To Marcelino que amaneci
desbarrancado en la ladera, abajo de la
Cuevita.
Marcela vuelve en s. Cuando, de
vuelta de su casa, escucha todava en sus
odos to Marcelino desbarrancado
abajo de la Cuevita, le vienen
recuerdos pavorosos. S, as dijeron
tambin hacia diez aos, cuando,

chiquilla todava, dej de ver para


siempre a su viejo abuelo, el consentido
de los Andrade. Y se acuerda de las
caras y gestos extraos que ponan su
padre y toda la gente de San Pedro
cuando alguien deca: Amaneci
Fulano desbarrancado abajo de la
Cuevita. Aos ms tarde supo con
espanto del asesinato perpetrado por los
viejos amos en la persona de su abuelo y
comprendi el significado de la frase
misteriosa.
Marcelino desbarrancado abajo
de la Cuevita. Dios mo!, y Gertrudis
que andaba por all, y to Marcelino que
estaba de acuerdo para cobrarle un
dinero, y la prisa de Julin para regresar
al rancho. La inquietud ms terrible

volvi a hacer presa de ella. Si sera


oportuno presentarse al Juzgado y dar un
pormenor de lo que ella saba y que
pudiera interesar para el caso de to
Marcelino? Mas a qu conduca todo si
a fin de cuentas nada cierto saba de
Gertrudis? Qu le importaba que el
muerto fuera Marcelino o cualquiera
otro, segura de que Gertrudis no lo haba
sido?

Pas el medioda. En los carbones, ya


cenizas, se consumieron las provisiones.
Al choque de las ideas ms absurdas y
contradictorias cedan las energas de
Marcela.
Avanz la tarde. Su angustia se hizo

insoportable. Si Gertrudis no vuelve


antes del tren de las ocho, su cabeza
estallar.
En la casa del frente, los zapateros
golpean sin cesar, y aquel golpeteo seco
del martillo parece caer sobre la tapa de
un fretro, de un fretro que no pueden
acabar nunca de cerrar.
De pronto brota una cancin, un
cantar hondo y melanclico, de esos que
ya otra vez la haban hecho llorar.
Marcela no resiste ms, coge su rebozo
y se lanza a la calle.
No sabe propiamente adnde va,
qu
busca,
ni
qu
espera.
Automticamente llega a la puerta del
juzgado y sin vacilaciones se cuela hasta
la mesa del augusto Constitucional.

Seor Juez, yo tengo muchas


cosas que declarar sobre ese muerto que
han trado esta maana.
El Alcalde alza la cabeza y frunce
el ceo con dureza tal, que al mejor
dispuesto le hubiera hecho el efecto de
una ducha helada; pero ella, la cara
encendida, rojos los ojos y vaga la
mirada, hace tan deshilvanada relacin
del sucedido, que el seor Alcalde no
puede menos de rechazarla por
incoherente y oficiosa. Las viejas son
chismosas por naturaleza y el Juzgado
tiene de sobra para divertirse y no dar
odos a la primera comadre que se
presente. Y cuando ella insiste en que
Marcelino no se ha desbarrancado, sino
que debe de ser una de tantas vctimas

del asesino don Julin Andrade, el


Alcalde repara fijamente en su
semblante y la reconoce.
Ah! Es pues usted? La
querida de don Julin?
Hubo algo de eso, seor
Ahora no. Y si vengo a decir lo que s,
es porque los conozco, s quines son y
de lo que son capaces; ellos asesinaron
a mi abuelo Y la mera verd, seor
Juez, el mero inters que aqu me trae es
mi hombre a quien ese don Julin
no puede ver ni pintao
Seora truena el inmaculado
alcalde, irritadsimo por el cinismo
incomparable de la mujerzuela y su falta
de respeto, seora, le falta a usted lo
mejor para tener cara con que

presentarse en este sitio la


vergenza!
Marcela sale cortada, mientras que
don Petronilo se violenta por no
intervenir en favor de esa mujer que, en
su humilde parecer, tiene sobradsima
razn. Pero quin va a hacer despertar
las furias del superior? Pobrecito
seor!, siempre est quejndose de la
enormidad de trabajo; siempre est
evadiendo todo lo que de algn modo
pueda acrecentarlo. Mal dispone del
tiempo miserable que sus labores le
dejan para atender la huerta de alfalfa,
las verduras y la cra de chivas. Y por
eso el secretario doblega la cerviz con
santa resignacin. S, no se poda dudar,
esa mujer era entrometida, enredosa y

embustera: se le conoca de sobra.


Desolada, Marcela torna a su casa.
A cada bulto que se perfila azuleando en
la blanca polvareda del camino real
renacen su esperanza y alborozo. Qu
caramba! Con tal de que a Gertrudis no
le haya ocurrido nada, poco importan
los cobardones de San Pedro de las
Gallinas. Por apocados ms merecen.
Oscureci, lleg la noche, y nada
de Gertrudis. Si seria mentira su
promesa de volver por su ropa; si sera
slo un pretexto para dejarla sin un
adis siquiera. Ojal y as fuera! S,
aunque nunca la volviese a ver.
Pero sus lgicas reflexiones no
disipaban un punto su dolor; la angustia
de la indecisin torturaba su alma sin

cesar.
Al toque de nimas rechin la
puerta. Marcela detuvo su respiracin;
luego sinti su cuerpo de plomo; alguien
acababa de entrar.
Soy yo, Marcela, no te asustes
Andrs, esprame en la esquina.
Vete, por Dios que no dilata
en llegar!
Marcela estaba helada.
Julin clav en ella sus ojos llenos
de malicia. Una sonrisa diablica se
esboz en sus labios.
Quin? Tu se? No le
tengas ya miedo!
Marcela siente las mandbulas
anquilosadas, un fro glacial la
inmoviliza. Hace un esfuerzo tremendo.

Puesto que es preciso hacer comedia


para saberlo todo de una vez, que sea
pronto.
De veras, Julin? Ah, qu
gusto! Y su voz se apaga casi.
De modo que ya no he de tener miedo
de l?
Julin duda, se mantiene perplejo
unos instantes y, vacilando an, replica:
Luego, es cierto? De veras lo
aborreces?
Oh, le tengo un miedo!
Siempre me quera matar por nada
Ja ja ja! Pues por esa
parte puedes ya vivir tranquila.
La risa sarcstica, estridente,
desgarradora, resuena en el corazn de
Marcela como un cristal que se hace

aicos.
Julin, quiero vino anda a
traerme vino pero mucho vino!
As me cuadras ms, mi prieta
voy fuera Andrs, Andrs, v por una
botella de coac.
No prorrumpe ansiosa ella,
no, que no vaya l, quiero Martel,
Martel legtimo. Anda t, Julin, t
mismo, amorcito mo
l sale y entorna la puerta y
Marcela se yergue con trgica fiereza.
Pasmosa serenidad se aduea de ella;
firme, con la vela en la mano, seguro el
pulso, se encamina al cuarto contiguo.
De un humilde clavijero de pared
penden las ropas de Gertrudis. La
prueba es dura y no puede resistir; su

cabeza se hunde entre los lienzos


flcidos y sus ojos se mojan. Pero no
hay tiempo que perder, su debilidad es
de segundos; se endereza, estira su brazo
y del bolsillo de un pantaln saca un
cuchillo largo y puntiagudo. Lo esconde
tras la floja manga de su blusa y sus
dedos doblados ocultan la pata de
venado de la empuadura.
Julin vuelve, jacarandoso, con
botellas en las manos. Marcela le espera
serenamente en el mismo sitio donde la
dejara.
Bebe t primero.
No, t
No, te digo que t primero.
Julin se lleva la botella a la boca
y Marcela se levanta. Pero sus piernas

flaquean, su mano tremula y se rebela, y


cuando en un impulso formidable e
imposible como el de un febricitante
bajo horrible pesadilla alza su brazo,
sus dedos se entreabren y la cuchilla cae
tembloreando sonora en los ladrillos.
Con ojos aterrorizados Julin da un
salto
atrs.
Y va
a
correr
desaforadamente cuando oye a sus
espaldas el pesado cuerpo de Marcela
que cae desvanecida. Estupefacto, se
detiene y regresa. Mira con faz acerada
y yerta el imperceptible ondular de su
pecho erguido. Una sonrisa cristaliza en
su semblante paliducho con manchas de
sangre deslavada y podrida. Se inclina,
recoge la daga y oprime entre sus dedos
firmes la pata de venado.

XXVI
EL
SEOR
Alcalde,
grave
y
parsimonioso, da vueltas de un extremo
al otro; de vez en vez se detiene,
observa el trabajo de su secretario;
luego, impaciente un tanto, reanuda su
vaivn.
Don Petronilo se encorva sobre una
mesita, y el garrapateo de su nerviosa
pluma macula una hoja blanca.
inmediatamente se translad el
personal del Juzgado al lugar de los

acontecimientos, que es la casa nmero


23 del Callejn de los Varilleros, y da fe
tener a la vista el cadver de una mujer
que se encuentra en el suelo, boca arriba
y baada en sangre. Es de color moreno,
ojos y cabellos negros, viste blusa de
percal y enaguas de gasa color de rosa.
Examinado que fue, se le vio una herida
punzocortante situada en el pecho
izquierdo, abajo del mameln, de cinco
centmetros de longitud y de profundidad
no determinada. Cerca de la mano
derecha se le encontr una daga (al
parecer,
cuerpo
del
delito)
ensangrentada hasta el puo; la hoja es
de acero, mide quince centmetros de
longit y la cacha es una pata de
venado

en seguida, examinado Julio


Barba, vecino de esta Villa, de oficio
zapatero, de cincuenta y dos aos de
edad, previa la protesta de conducirse
con verdad, declara: que el cadver que
tiene a la vista es de la que en vida se
llam Marcela Fuentes, que la conoce
hace tres meses ms o menos, que esa
mujer, acompaada de un tal Gertrudis
(cuyo apellido ignora), vino a habitar
esta casa que est precisamente frente a
la que el ocupa con su taller de
zapatera. Interrogado sobre los
acontecimientos, afirma que hoy, por
tener recargo de obra, todava a las ocho
de la noche estaba trabajando; que como
haca mucho aire, haba cerrado la
puerta de la calle; que estaban dando los

clamores de las ocho cuando oyeron un


grito muy agudo, como de mujer; que
entonces l y sus oficiales se levantaron
y corrieron a asomarse por la hendidura
de la puerta; que como el farol estaba
muy cerca pudieron distinguir a un
ranchero de camisa de manta y sombrero
de soyate, montado en un caballo rosillo
y teniendo de la brida a otro caballo
prieto muy grande que pareca fino; que
a los pocos instantes sali de la casa de
enfrente un charro flaco, alto, vestido de
gamuza, sombrero galoneado, el que
brinc sobre el caballo prieto, echando
a correr luego a todo galope. Que
aquello lo hizo pensar en alguna
desgracia; pero que les dio miedo salir y
slo hasta que pas un buen rato se

haban animado a acercarse a esa casa.


Que dicha casa se encontraba
alumbrada, que llamaron repetidas
veces a la consabida Marcela y, como
nadie respondiera, decidieron dar aviso
desde luego al comisario del cuartel.
El juez abanica su rostro, fatigado
quin sabe por qu, con su negro y
sudoso cubetn. El secretario acaba de
levantar el acta y se limpia la frente,
agotado.
Despeje usted la sala, don
Petronilo.
Todos los curiosos se retiran.
Enfrese, don Petronilo, con eso
basta.
El secretario pasea por sus
prpados cerrados la punta de dos

dedos, luego abre y cierra los ojos


repetidas veces para limpiarse bien las
telaraas de la fatiga.
De la que nos hemos escapado!
prorrumpe adulador el magnfico don
Petronilo.
El magistrado inmculo mueve la
cabeza desolado; sus orejas se ponen
encendidas.
Pero, hombre, don Petronilo, es
posible que en veinte aos de trabajar
juntos no haya podido ensearle siquiera
a callar lo que no le importa?
Verdaderamente
debo
ser
muy
desventurado!
El incorregible don Petronilo abre
ojos y boca, totalmente desconcertado.
Est fuera de duda; su superior no le ha

entendido. Por qu lo querella as? Y


tmidamente se atreve:
Quiero decir, seor juez, que si
el sargento calamidad estuviera todava
en el pueblo, no nos quitbamos este
juicio de encima ni con un trisagio Es
la misma mujer que estuvo esta tarde en
el juzgado!
Bien y qu?
Acurdese usted conjeturando
se puede llegar a
Pero, dgame, don Petronilo,
usted quiere hacer de la Justicia un
juego de muchachos? Cree usted que se
pueda proceder por meras conjeturas
que son del dominio interno de un
particular? Don Petronilo, no se le
olvide que hay un delito muy grave que

se llama de difamacin y que esc


delito se castiga fuertemente. Don
Petronilo, mucho cuidado, que se mete
en las once varas de la camisa.
El pobre secretario se calla.
Ciertamente el saber de su superior le
anonada. A l, pobre escribientillo del
tres al cuatro, tan sencillo que le parece
todo. Y casi le viene gana de
arrodillarse, pedir perdn por sus tontos
pensamientos,
jurar
por
la
diezmillonsima vez que no volver a
hablar ms de lo que no entiende.
igame, don Petronilo, qudese
usted acabando de enfriar; yo ya tengo
mucho sueo y me voy a acostar.
Maana, muy tempranito, me va a
ordear las chivas, y quiero tambin que

me saque unos camotes del surco para


Mara Engracia. Hasta maana, don
Petronilo.

Esa sangre

I
ERA UN cuarto mal enjalbegado,
apestoso a gallinero, con un tapete de
plumas que volaban al ms leve soplo
del viento. Mi Pabln lo llamaba mi
despacho.
Estaba regateando una jaula de
pollos con un revendedor del mercado
de San Lucas cuando el mensajero le
entreg un telegrama y la libreta para
que pusiera su firma. Negligentemente lo
dej sobre un huacal de gallinas y sigui

averiguando.
Su desbordante barriga le abra la
camisa hasta abajo del ombligo y haca
penosos sus movimientos y anhelante su
respiracin. Por su frente untuosa
escurran gruesas gotas de sudor entre
largos hilos rucios.
Se fue el cliente, se agot la
mercanca
y
entonces
recont
minuciosamente el dinero de la venta,
hizo un nudo con los pesos en un
pauelo, otro con los centavos en otro y
meti los billetes en una cartera de
cuero sucio y apergaminado. Ya se iba
cuando repar en el telegrama. Rompi
el sobre. De la Secretara de Guerra?
Qu pitos tengo yo que tocar all?
Hijos de la retostada!.

Rumoreando cuantas insolencias se


saba, fue a lavarse la cara y las manos
en un gran lebrillo de barro, luego se
puso un sweater de algodn verde
cotorra y un pantaln de pana azul de
ms de un mes de planchado. Sali y
esper en la esquina un PenitenciaraNio Perdido. Se baj frente a Palacio
refunfuando an.
El gobierno me ir a devolver
mis tierras? Bandidos! Fui coronel y
hoy ni recluta! Tuve mi hacienda y
caballos finos y ahora vendo huevos y
gallinas.
Asunto personal con el general
Del Ro dijo un oficial, regresando
con el telegrama. Espere.
El general Del Ro, carrero como

yo. Hoy con una gran chamba en Guerra.


sa es leche! Vamos a ver.
El general se lo llev al corredor.
Su primo vive. Quiere volver a
Mxico. Es peligroso; est exhortado.
Dgale que espere a que prescriba su
causa.
Desprendi una hoja de su libreta y
puso unos garabatos.
Con este nombre y con esta
direccin, entiende?
A mi Pabln le importaba ms su
negocio de gallinas y no volvi a
acordarse del primo. Pasaron, pues, dos
o tres aos, y una tarde, poco antes de
oscurecer, estando amarrando con
mecates unos huacales vacos para
devolverlos a San Francisquito, alguien

empuj la puerta.
Entre No hay nada, perdone
por Dios.
No vengo a pedir limosna
Era un viejo sucio y andrajoso, de
rostro apergaminado. Su voz cavernosa
de alcohlico lo inquiet con vagos
recuerdos de familia.
Diga
No me reconocs, pues?
Digo casi no
Tu primo
Ah! Julin?
Julin Andrade, se mero.
Est bien pero digo
Tampoco te habra identificado.
Ests tan panzn y tan viejo
Bueno, s pero la polica

Julin estall en una carcajada.


Este mi Pabln! No os
asusts Prescribi la causa Cinco
dlares al guarda aduanal y aqu me
tens
De contrabando?
Por Guatemala Me pegu de
mosca en trenes de carga y bueno,
ests enfermo?
Mi Pabln tena una gordura fofa y
esponjosa, color acerado, casi lvido en
los prpados, gruesas venas azules
culebreaban en sus sienes, bajo los
cabellos ralos y speros.
Dijo que no tena nada: vahidos,
moscas volantes, estrellitas, cosas que
no importaban.
Pero t s ests huesudo y

arrugado bueno
La mala vida; tantos aos en
tierra ajena, amansando cuacos,
corriendo a salto de mata, a veces sin
dinero y t ya sabs: esta sangre que
uno tiene y que de nada y nada hierve.
Vendrs con hambre?
Veo que vos todo lo tens.
No falta pero mejor no me
hables en latn.
Julin prorrumpi en una risotada y
prometi que ya se ira quitando poco a
poco voces y malas maas que de por
all traa.
Mi Pabln le seal con la punta
de la nariz un banco de tres pies para
que se sentara, acerc una mesa de
ocote, puso sobre ella una Primus y la

encendi.
Tienes que saber, primo, que
desde la hora y momento en que me le
pel a Villa, en San Francisquito, no he
podido ver la ma. Comiendo mal,
durmiendo donde a uno lo coge la noche,
ayunando a fuerza Bueno, es cuento
muy largo.
Yo tambin entr en la bola. Que
pasa Diguez por Lagos pisndole la
cola a Villa y que se me mete lo loco y
que nos dimos el primer encontronazo
con Fierro.
Lo s
Se le dilataron los ojos y la nariz al
olor de la fritanga. Dentro de una
cacerola tiznada sobre la parrilla, mi
Pabln haba vertido el contenido de una

ollita de barro.
Y en qu par?
Nada: tres estrellitas ganadas a
lo puro macho.
Julin volvi a soltar la carcajada:
Mi coronel vendiendo gallinas y
blanquillos!
Sucedi el silencio cortado por un
remolino de dientes flojos atacando un
taco de frijoles en una tortilla correosa
como cuero.
Y voy a San Francisquito
agreg luego que se le desocup la boca
. Pero no quise pasar sin venir a
saludarte. Y vaya si me dio trabajo dar
contigo!
Buen apetito, primo.
Cllate! Ajusto hoy tres das sin

probar bocado Pero mejor no me


hagas preguntas sigue contando.
No tengo qu Eso fue todo
Digo, vino Crdenas y que dizque yo era
callista, entiendes?, y que hacen garras
mi rancho y entonces yo dije como
David: Tiro el arpa, y me vine.
Y ahora
Dando la espalda, Julin hurgaba
una alacena empotrada en la pared.
Conque tambin tenemos leche
y caf?
Mi Pabln inclin la cabeza como
si le abrumara el destino, sac una
cafetera de hoja de lata abollada y una
jarra de peltre despostillada. Puso a
calentar el caf y la leche, empuj el
mbolo de la Primus y a poco todo

estaba hirviendo.
As pas y uno tiene el alma
en el cuerpo y me dio tanto
sentimiento que Por eso me tienes
aqu trabajando.
Quiere decir que si con Diguez
ganaste tres estrellitas con Crdenas
perdiste hasta los calzones.
Su carcajada fue menos hueca y
ensordecida porque iba cobrando
aliento con el confortante refrigerio.
Qu poda hacer?
Defenderte como nos hemos
defendido siempre los Andrades.
Mrame las manos; tienta ni un callo
ni una dureza. He recorrido la mitad de
la tierra, he conocido gente, mucha
gente, he pasado hartas hambres y

dormido donde me ha cogido la noche


No una vez he visto el sol por
cuarterones y qu? y qu? En
verdad te digo que eso no estuvo bueno.
Para eso hay en el mundo tanto bruto que
trabaja para los vivos.
A medida que coma se pona ms
locuaz y el tono de su voz se haca ms
fuerte y jovial.
Mi Pabln sirvi caf y leche, fue a
la alacena y trajo azcar, bolillos y un
bollo de mantequilla. Julin se
entusiasm:
Te quejas de puro vicio, mi
Pabln. Veo que te das vida de Seora
Ilustrsima y eso s me parece bien
Buena comida, buena bebida y buena
cama No te digo ms porque no

quiero que delante de tu mayor te pongas


colorado.
Se acab la taza de caf, no dej
migaja de pan en la mesa y todava
volvi a llenar la taza con la leche que
quedaba.
Alab a Dios y hasta se acord de
la familia.
Bueno, quedamos yo t y
pra de contar. Ah, no me acordaba!,
tambin tu hermana Refugito.
Vive mi hermana? exclam
sbitamente emocionado.
En San Francisquito, ms pobre
de lo que yo estoy pero vive y
Bueno, ya te lo dije todo.
Julin solt una gruesa palabrota y
mi Pabln una retahila de insolencias,

dedicadas a este bandido gobierno que


nos quit hasta la camisa.
Julin se haba puesto grave y
pensativo, y como quien de pronto
encuentra lo que le hace falta, dijo:
Mi cuerpo como que me pide
algo no s qu Si tens por all algo
para quitarme el sabor de la cena
Digamos es un decir un
aguardientito.
Mi Pabln respondi que la
pobreza lo haba vuelto abstemio, aparte
de que el vino lo atarantaba y el mdico
se lo haba quitado.
El vino malo hace dao, pero el
vino bueno da larga vida, primo.
Trajo un botelln de barro de
Guadalajara muy oloroso y le sirvi una

olla de agua fra.


El viejo la hizo gorgotear en su
garganta, eruct ruidosamente, sintiendo
la plenitud y satisfaccin de quien hace
mucho tiempo no ha comido tan bien. Se
hizo fanfarrn:
Te juro que me siento como un
muchacho de veinte aos. Dices que me
ves flaco y arrugado. Figuraciones! Te
garantizo que no es por la edad:
asistencia es lo que me hace falta. Las
humedades y tanta traspasada me han
hecho duras las piernas y me duelen por
las reumas. Pero hoy las ciencias estn
muy adelantadas y todo es cosa de pagar
buenos mdicos y medicinas caras. Pero
tambin s decirte de verdad que con
tanto guamazo que la vida me lia dado

ya no soy el don Julin que conociste.


Arrastrando unas piernas rgidas y
flacas se encamin paso a paso a un
catrecito perdido entre cerros de
huacales y se tir en l, bostezando.
Debajo cloqueaba una gallina, amarrada
de las patas, pico abierto sobre el suelo.
Con los propios pies hizo saltar las
botas de vaqueta recocida en aceite y se
difundi una peste tan penetrante que mi
Pabln retir el cajn que le serva de
silla y abri la puerta de par en par.
Pues ha de saber mi Pabln
que

II
CON QUIN piensas que me top al
salir de Buenavista? Jess me guarde!
Con don Pedro Garca del Ro. S, el
charro que conocimos en las carreras de
Puebla; pero no aquel hombrazo abierto
y campechano que siempre estaba
enseando la mazorca y riendo de todo;
no, seor, ahora era un militar de caqui,
sombrero tejano, estirado como
verduguillo y con tamaa jeta. Me
escabull entre los pasajeros y como

flecha fui a dar en un hotelillo de


enfrente.
Me vera? No me vera? Un
tequila. Haba otros dos en la cantina y
yo no quitaba la vista del zagun. Que
fuera entrando! Te acuerdas de don
Pedro? Carrerero y amigo muy parejo;
pero t sabes que villistas y carrancistas
juntos cuidado!
Tres tuve que empinarme para dar
tiempo. Y dije ya se fue. Sal muy
campante y lo primero que veo es a don
Pedro en la puerta Ni remdio!
Seor don Pedro Garca del Ro.
Hola, don Julin Andrade!
Cunto bueno por ac! Pero qu
diablos significa ese uniforme?
Se me agarrot la lengua.

Vaya y quteselo no se
preocupe, hoy por ti y otro da ser por
m. El mundo va patas arriba y no
sabemos por dnde saldr el sol
maana.
Me coge del brazo y entramos a la
cantina. Pero ya no fue tequila sino
coac del bueno.
Tengo unas bestias que le va a
dar gusto verlas.
Dos copas ms y me despach a
quitarme el uniforme que le estaba
haciendo comezn. Nos citamos a otro
da entre once y doce en la misma
cantina.
Me trat muy bien, pero yo le tena
recelo, t sabes cmo es uno. Y a la
hora dije: Obra de Dios!, y lo fui a

buscar.
Se acord de la carrera de la
Giralda y, murindose de risa, me
palme la espalda y me dijo:
Gente muy brava la de su tierra!
Nos tomamos unas copas y luego un
forcito nos dej en la ex-garita de
Peralvillo.
Va a ver la sorpresa que le tengo.
Entramos en un viejo mesn
desempedrado; dos tipos de caqui y
polaina se cuadraron.
Por eso, pues, don Pedro, qu
grado tiene?
No me mira esta aguilita?
Caramba!
Hizo bien en meterme a la bola.
En seis meses de correras por

haciendas y ranchos he hecho ms que


en veinte aos de carrerero.
Fuimos a las caballerizas. Un catrn
de sombrero de lana y dos charritos de
corbata solferina estaban cerca de los
pesebres viendo unos caballos.
El general Obregn hizo que
Villa enseara el cobre y a usted le
toc la de perder pero aqu veremos
cmo
Quiero perder cien pesos con el
que me monte a la Onza agreg
dirigindose a los charros que se
miraron asustados.
El catrn, que ms bien pareca
gabacho, solt la risa.
La apuesta no va con mi amigo
don Julin, que no es charrito de

banqueta.
Precioso animal de veras, primo:
una onza acabadita de troquelar.
A que no me dice de que tatas
pende este animalito, don Julin?
Del Mono y de la Giralda le
respond sin ms.
Le atin, de las caballerizas de
San Pedro de las Gallinas.
Verdad de Dios que no llor, no
ms porque entre hombres es cosa mal
vista. Qu tiempos! Por vida de Dios
que han de volver
Resulta que el argentino porque
gabacho no era estaba haciendo tantas
alabanzas de la potranca con los
charritos, que me dio coraje y pens:
A que les pongo a estos facetos la

muestra de cmo se maneja una bestia!.


Dicho y hecho.
Con permiso, mi general.
Salt las trancas. El animalito no
ms se estremeci cuando le acarici el
hocico y le pas la mano por el lomo y
el encuentro. Suavecito, como media de
seda bien restirada, mi Pabln. Luego,
como quien no quiere la cosa, le met la
jquima y no ms par las orejas. Le
puse la barbada y me pel los ojos como
si quisiera reconocerme. Ya eres ma,
linda de mi corazn! El palafrenero me
segua dando lo dems. Cuando le ech
los sudaderos hinch las narices
resoplando y hasta quiso pararse de
manos. Nada, amigo, que la ensillo y
que le monto. La mov pa ac y pa all

hasta que me hart.


Se me sale el corazn no ms de
acordarme. Qu tiempos! Tienen que
volver o me quiebro!
Para qu te cuento? Al del
sombrero de lana le retozaba la alegra
en los ojos y a los charritos se les
pusieron los cachetes como para tostar
chiles.
Lo convido a comer, amigo me
dice el che.
Fuimos a un restaurant por Bolvar,
comimos y bebimos como prncipes. Al
salir me dijo:
Tengo una estancia en la
Argentina donde se paga mejor que aqu.
Yo le doy trabajo como arrendador.
Don Pedro solt la carcajada.

Don Julin es hacendado


Se mortific, me dio muchas
disculpas, nos tratamos de igual a igual.
El general me dio algunas comisiones:
compr algunos animales y vend otros.
Pero que comienza el run run de
que Villa se estaba reorganizando en el
Norte, y luego que ya vena con un
mundo de gente sobre la capital Me
entraron corvas, a qu negarlo? De
veras que me dio miedo. T habrs odo
decir lo que haca con los desertores.
Santo Nio de Atocha, scame de esta
apuracin! Y dije: Me le pego al
argentino, d donde diere, yo no me
quedo en Mxico.
Estaba arreglando sus petacas y le
dije:

Oiga, che como que me estn


dando ganas de irme siempre con usted.
Si viera que ya estoy harto de
revolucin y me gusta conocer tierras y
ver caras nuevas.
Vmonos. Arregle sus papeles.
No tengo ninguno.
Bueno, ya ver cmo lo paso.
Salimos por Veracruz. El viaje fue
largo y con algunos contratiempos, pero
llegamos sin novedad. Me trat como
compaero y me puso al frente de una de
sus estancias. El primer ao todo fue
vida y dulzura. Refugito me mandaba
dinero a cada vez que se lo peda. Y el
mismo da que me qued sin trabajo ella
me escribi noticindome que el
gobierno se haba echado sobre nuestros

bienes, que se haba venido a vivir a


San Francisquito y estaba cosiendo
ajeno.
Ello fue que esa noche ca preso.
All, como en todas partes, hay
malcriados y uno me mir como si yo
fuera animal de museo. Un piquete entre
las costillas y seis meses zampurrado en
la prisin. Ahora s me vuelvo a
Mxico. Pero con qu ojos, divino
ciego? Mi patrn se me neg. Como si
en la vida nos hubisemos conocido. Me
qued con la pluma en el aire. Sin
dinero y en tierra ajena. Pero cuando a
uno se le voltea la suerte y con esta
sangre que nos hierve de nada y nada!
Ya tena conseguido trabajo cuando di
con uno de esos lebrones que a todo el

mundo le alzan golilla. Mala mano! Lo


ensart por el ombligo. Homicidio; diez
aos de crcel. Me les pel y desde esa
hora y momento ah ando como el judo
errante, pasando hambres y miserias y
exhortado en todas partes
Por eso, pues, ya te dormiste,
mi Pabln?

III
ESTACIN ferrocarrilera tipo estandar:
muros blancos, techo de zinc, un gran
tinaco de agua. El pasillo con sus
pizarrones sucios de tiza, sala de espera
y andn. Del oriente llega la carretera y
se prolonga recta por la calle principal.
Camiones de pasajeros y de carga dando
tumbos por los baches, zumbando en las
anfractuosidades de un pavimiento
triturado.
Me habr apeado en otra

estacin?.
Lleg de mosca en un tren de carga
a medianoche, durmi sobre una banca
de la sala de espera, de un tirn porque
sus comensales corrientes eran las
pulgas y las chinches. El brusco estrujn
del barrendero lo despert cuando el sol
entraba a torrentes por las ventanas y los
pasajeros aglomerados en filas en el
andn esperaban el tren de Jurez.
Tom rumbo al centro por
Francisco I. Madero, desconociendo an
a su pueblo. Pisos sobrepuestos al azar
o al capricho, ventanas achaparradas
con pretensiones modernas, rompan
totalmente la unidad de las viejas
construcciones que, aunque del ms
humilde tipo colonial, agradaban por la

sencillez y sobriedad de sus marcos de


cantera labrada, sus grandes puertas y
ventanas de mezquite, enrejados de
forja, obra primorosa de los herreros
locales. Dijrase que la revolucin,
envidiosa de una obra de paz y de
armona, sembr los grmenes de una
leperocracia que habra de florecer
sobre los escombros de su pasado.
Julin no era capaz de pensarlo,
pero lo senta en forma de inquietud
enojosa e inexplicable. Comenz a
reconocer lo suyo: un largusimo muro
inclinado siguiendo el declive de una
acequia azolvada y abandonada. Los
baos de Los Marqueses desembocando
en las arenas del ro. Se acord de las
lindas muchachas que salan con toallas

a la espalda, destrenzadas, sueltos los


cabellos gotean agua como diamantes.
Pilas de ladrillo, mortero de arena y cal
en gran ruedo, lo hicieron reconocer la
crcel en reparacin, la crcel que
visit muchas veces por el gusto de
hacer santiaguitos y disparar su pistola
para asustar a los facetos. branse
jijos de esto y jijos del otro, que aqu
est Julin Andrade su mero padre!. Y
bala y bala.
De miedo de encontrarse con algn
amigo o conocido en las miserables
ropas que llevaba, torci por su
izquierda, apartndose de la avenida, y
en el momento mismo sinti gran alivio
en su pecho. ste s era su San
Francisquito, con sus eternas casas de

adobe, jacales con tejados de paja o


zacate, todo hecho a la buena de Dios y
todo en la soledad y el silencio. De
cuando en cuando aparece a lo lejos,
vago fantasma, una mujer de rebozo y
descalza, un muchacho en calzn blanco,
el aguador arreando sus burros. Haba
largos corrales cercados de rganos
disparejos en apretada fila; detrs el
obrajero secaba al sol, en largos
cordeles, la hilaza teida de ail. En
otros gruan los cerdos de una engorda.
Engorda de cerdos y de turicates. Por
eso el barrio se llama de El Turicate.
Silencio y paz de pueblo muerto.
Como si toda su vitalidad se la hubiera
chupado la calle del centro. A diez
cuadras de distancia se oye el canto del

gallo y hasta el llanto del nio.


Y ni remedio! Haba que volver al
centro a tomar informes. Y en el centro
suspir con todos sus pulmones al
reconocer la parroquia y or sus viejas
campanas tan dulces, tan tristes y tan
solemnes. Los ojos se le arrasaron. Y la
lluvia de recuerdos se encontr con
otros: el parin de gruesas columnas
dricas, despostillado, sus arcos de
medio punto, austeros y de una sencillez
ejemplar. Dentro, la botica de El
Refugio, el Hotel de San Francisco
(antes la Casa de la Diligencia) y El
Barrilito, cantina para la gente decente.
A contraesquina la casa seorial de los
Ramrez de la hacienda de El Refugio.
Vivir don Jesusito? Hasta el pequeo

San Antonio de cantera con su nio en


los brazos, dentro de la hornacina de la
esquina. Bien hecho, seores Ramrez,
porque no han dejado manchar su
bandera! Todo igual!
El que viene all me informa.
Hola, amigo don Cornelio!
Dispense si me equivoqu Su misma
cara Ah, con razn! Dice usted bien,
si su padre don Cornelio viviera tendra
ya que andar a gatas. Dme usted razn
de la seora doa Refugito Andrade?
Pero el interpelado contest de
mala manera que no conoca a ningn
Andrade.
Ni remedio: vamos a la cantina a
tomar un refrigerio. Pidi un tequila
doble. Un mocetn bien dado, risueo y

amable se la sirvi. Tampoco l saba


de los Andrades. Arrastrando una pierna
de palo fue a despertar a un parroquiano
que se haba quedado dormido frente a
su copa, sobre el mostrador.
S, me acuerdo de un tal don
Julin, era un perdulario que se perdi
cuando Villa. Mala yerba! Los que lo
dieron por muerto no le rezaron ni un
padre nuestro y a nadie le hizo falta.
Trag saliva: Est bien, veremos
si con dinero, buenos vinos y buenas
muchachas no hago yo que estos
desgraciados se acuerden de Julin
Andrade.
Mejores informes obtuvo de un
viejo sordo y con cataratas que venda
dulces y peridicos en la banqueta,

afuera del portalito.


Ya s! Bsquela por El
Turicate. No necesita ms seas.
Pregunte no ms por doa Cuca la
pollera.
Otro golpe a la dignidad. Doa
Cuca la pollera! Hasta adnde hemos
bajado. Peor de lo que ms malo
esperara. Apret las quijadas para no
estallar. No le dio trabajo dar con ella.
Sali a abrirle una mujer flaca, alta,
huesuda y canosa.
Qu se le ofrece?
Doa Refugito Andrade?
Se vieron perplejos, comenzando a
reconocerse. El viejo, de rostro
apergaminado, andrajoso y vagabundo,
la despistaba. Pero, como mi Pabln,

por el acento de su voz lo reconoci.


Hermanita de mi corazn!
Las arrugas se juntaron con las
arrugas y las lgrimas se anegaron en
lgrimas. Julin apretaba los prpados;
no quera cerciorarse de la pobre ruina
de su hermana. Qu distinta de aquella
Refugito en la flor de su edad. Una
muchachota alta, derecha, de voz grave y
ademanes hombrunos. Eres muy
marota, la reprenda constantemente
doa Marcelina, su madre, cuando
luchaba con sus hermanos y los venca,
cuando pialaba una vaca, montaba un
potro de falsa rienda, cargaba la
carabina para cazar liebres o cortaba
lea a filo de hacha.
Haciendo un esfuerzo ella se

deshizo de l, que no la soltaba de los


brazos. Aquellas efusiones sentimentales
nunca fueron propias de la familia. Se
miraron: iguales de tendinosos sus
cuellos, de sarmentosos sus largos
brazos.
Y tambin encorvada la espalda.
Los aos! Y fue como si hubiera
llovido ceniza sobre su corazn.
Y bien, Julin?
Una voz grave, casi gutural.
Hombruna y fuerte como siempre.
Pues nada aqu me tens tan
pobre como t.
No me falta qu comer, visto
como la gente, pago mi renta y no le
debo un centavo a nadie.
Buena madera! exclam

Julin enseando las tres o cuatro viejas


clavijas que le tambaleaban en la boca y
dndole cariosas palmaditas en la
espalda.
La negrura del alma de Julin
qued deshecha como las nubes
desbaratadas por el viento. Con alegra
vivificadora en sus ojos mustios, en sus
miembros entorpecidos por la miseria y
los aos, iba de un lado al otro del
cuarto, incansable en sus preguntas: los
parientes, los amigos, la hacienda, la
casa, todo lo que haba quedado.
Irrumpi una manada de guajolotes
dando estridentes graznidos; un hombre
los pastoreaba, cargado de pollos y
gallinas atadas por las patas, cabeza
abajo, abriendo tamao pico, medio

sofocados: pollos y gallinas en las


manos, a la espalda. El cuarto se llen
de cacareos y de acre olor a corral.
Mientras ella regate precios,
seleccion aves y las meti en grandes
jaulas de carrizo, Julin hurg alacenas
y escondrijos en busca de comestibles.
Dio con una cazuela de arroz cocido y
un bolillo de desgranar los dientes. No
esper siquiera a calentarlos. Y se
acab de confortar cuando, terminadas
las cuentas de compra y venta, ella abri
un viejo aparador de ocote.
Debs saber que vengo a
veros
Y qu visin es sa! Habla
como cristiano
Y
a
reclamar
nuestras

propiedades.
Abri los ojos y lo vio,
estupefacta.
Es una vergenza que
Se le atragant el bocado. Se
empin hasta la ltima gota de leche y
sigui devorando la ltima mitad de una
torta de granillo claveteada de
piloncillo.
T eres hembra: punto final
Pero ese bragueta de mi Pabln dnde
dej los calzones?
Refugito se ruboriz, hizo un
esfuerzo para dominarse y dijo con voz
grave y apagada:
Nadie diga de esta agua no
beber.
Dnde se consigue un caballo?

pregunt levantndose del asiento,


arqueando sus piernas duras y chuecas.
Se enjuag la boca, hizo un buche de
agua y la arroj en los ladrillos.
El regocijo de Refugito se empa.
Julin llegaba a un Mxico que no era el
que haba dejado. No sospechaba que en
veinte aos todo era muy distinto. Se
dej embargar por un sentimiento de
piedad y de dolor.
Tengo urgencia de ver en qu
estado quedaron nuestras tierras.
Tierras porque fue lo nico
que no pudieron llevarse.
Quin me alquilar un caballo?
Tena metida como cua en la
cabeza que recobrara sus propiedades y
que las mujeres eran pusilnimes y nada

entendan.
Procura a Chon el de El Macho
Prieto.
Quin es Chon?
Sobrino de don Jesusito.
De los de El Refugio.
Mancebito cuando t te fuiste.
Andrades y Ramrez nunca nos
llevamos. El viejo es buena gente, pero
me gustara que sus parientes me
sintieran la mano.
Ave Mara Pursima!
Volvi sus ojos y su compungido
rostro al cielo, luego los entrecerr
bajando la frente y musit una oracin.
Riendo estrepitosamente, Julin
cogi su sombrero y, a la puerta, dijo:
Bromas, Refugito. No soy ni

sombra de lo que fui; vengo de paz y no


a buscarle camorra a nadie.
Dios te oiga!

IV
REFUGITO se puso un chal negro verdoso
en la cabeza y fue a rezar a la parroquia;
a pedirle a Dios que le iluminara la
inteligencia, en tanto Julin fue a la
posada de un tal Camilo Muoz que
tambin alquilaba bestias.
Necesito una remuda.
Tengo una yegua mora muy
mansita. Dos cincuenta diarios. Me
conviene.
Traiga la responsiva y se la

lleva.
Los Andrades no tenemos mejor
responsiva que nuestra palabra.
El mesonero lo vio de arriba abajo,
dio media vuelta y dijo:
Ser sereno, pero yo no le veo
linterna.
A Julin se le trabaron las quijadas,
pero sali refrenando su ira. Habrse
visto! Si ser verdad lo que dice
Refugito: El apellido Andrade suena ya
como olla rajada. Y que el mundo va al
revs y que otras gentes y otras cosas.
Habr que ver. Porque yo como Santo
Toms.
Su chasco se alivi en el mesn de
El Macho Prieto. Chon Ramrez, no ms
oy el nombre de Julin Andrade, pel

los ojos y abri los brazos.


Lo dbamos por muerto, don
Julin! Qu vientos nos lo han echado
por ac?
Dame otro abrazo, Chon
Ramrez. Hasta que me encontr con
gente
Chon Ramrez era un chamaco
cuando las glorias de don Julin, pero se
acordaba hasta de la famosa carrera de
la Giralda en que Andrades y Ramrez
se iban a coger a balazos.
Tengo urgencia de la bestia,
Chon.
Bestia la tengo, pero me faltan
silla y freno, se los llev otro con mi
caballo alazn.
Por silla y freno no me apuro.

Vamos a ver ese animalito.


Y el mismo da, por la tarde, sali
en un jamelgo peludo y costilln del
Turicate a la carretera como quien va
adonde el sol se mete. De cotona y
calzoneras de gamuza con botonadura de
acero, sombrero gacho y arrugado de
lana, botines bayos con resortes flojos
como acorden reliquias de su difunto
padre, que Refugito conservaba con
piedad filial y reverencia haba
dejado en casa el sucio maquinof, los
pantalones de lona y las altas botas de
vaqueta curada con que lleg del
Suchiate.
Preguntando a los transentes cogi
el camino de San Pedro de las Gallinas
que, a poco andar, de va de ruedas

estaba reducido a vereda irregular y


anfractuosa. Se dej guiar por el animal
a la buena de Dios. Despus de trotar
media hora en el silencio de los campos
desiertos, encontr a un muchacho
montado en pelo, en una burra parda,
cantando Aventurera. Ms delante otro
chico arreaba a una mula prieta cargada
de botes de leche.
Va bien, sta es la vereda de San
Francisquito.
El cielo se haba nublado y lejos,
por el oriente, ruga ensordecido el
trueno. Y qu buena falta est haciendo
el agua! Las milpas, gereando apenas,
estaban torcidas; las matas de frijol en
flor caan mustias por la seca.
Sinti honda opresin en el pecho;

pero no por eso: para nosotros los


Andrades primero Dios y nuestros
caballos, lo dems pal chucho. Aparte
de que estas tierras son ajenas.
En las altas ramas de un mezquite
desgajado por el rayo crascitaban dos
cuervos como comadres en altercado.
Ms delante pajare el rocn al
levantarse de un matorral dos palomas
pintas en agudo y estridente desplegar
de sus alas. Rozando los surcos del
barbecho, se posaron ms delante en un
nopal chaveo, coloradeando de tunas.
Se le hizo agua la boca, pero fue
ms grande la urgencia de llegar a la
hacienda.
Tir de pronto de la rienda,
parando en seco a la bestia que no ms

puj y abri las patas.


Desgraciados! Esto es lo que
han dejado estos hijos de la
Apret las piernas, ech el cuerpo
atrs y levant la rienda, todo a tiempo y
en un solo movimiento automtico.
Pajarera la maldita bestia! Lo habra
echado por el pescuezo, sin sus nervios
y sus msculos de ranchero. Le dio
gusto; viva en ellos todava. Cosas
vistas, envejecidas, comenzaron a
cobrar sentido. La nube de mosquitos
que se le metan a los ojos, a la boca, a
la nariz y hasta a los odos y lo
obligaron a encender un cigarro; el triste
canto de la torcacita en un nopal, el
lamento de la alondra una nota aguda
y larga, tres graves y cortas en el

tupido saucedal cuando comienza a


meterse el sol, y el perfume de la flor de
Santa Mara, de los romerillos, del
limoncillo y del ans del campo.
Embriaguez total de todos sus sentidos.
San Pedro de las Gallinas! En el valle,
en el bosque en el cerro, el leit motiv de
la sinfona de la tarde millones de
millones de veces repetida y siempre
nueva a cada da. Cosas que se sienten y
ya.
El sol rasg momentneamente las
nubes, hundindose en un mar de llamas,
y las sombras, apenas esbozadas, se
alargaban al pie de los huizaches, de
mezquites y nopales, cuando su silueta
angulosa se recort al filo de un
altozano en un fondo de topacio y

arabescos del mezquital.


Erguido, firmes las piernas sobre
los estribos, tendi la mirada en torno.
Ahora s! Todo lo suyo lo que haba
sido suyo. Tierras engramadas, lagunas
azolvadas bajo inmensos tapetes de
jilote morado y las florecillas blancas y
menudas del otoo que se anuncia.
Vastas superficies ondulantes de zacatn
en espiga como plumeros de plata.
Terrenos enormes de tepetates y arenales
abiertos por los arroyos. Todo
silencioso, desierto, triste.
Pero cuando se puso fuera de s fue
al descubrir algo como una gran verruga
plana, griscea, sobre el tupido
herbazal. Mi casa!
Tendrs que verlo con tus propios

ojos, hermanito. Yo tambin me vol,


pagu licenciados para reclamar al
gobierno; licenciados y gobierno me
dieron atole con el dedo hasta que me
dejaron sin camisa.
Pero a la voz de Refugito haba
respondido otra voz interior muy
profunda con un no. Qu entienden las
mujeres!
El cambio brusco de panorama, su
reintegracin a su pueblo, por ms aos
que hubieran pasado, despertaron
deseos y hbitos perdidos. Quiso
entonces comodidades, dinero, poder y
respeto. No era capaz de concebirse de
otro modo dentro de sus propios
terrenos. Por eso se resista a que lo
reconocieran en ropas tan miserables y

alojado en una pobrsima casa del


pobrsimo barrio del Turicate. Fue,
por tanto, su primer encuentro con una
realidad cruel lo que lo oblig a
detenerse, sofocado. Dio una larga
fumada al cigarro y permaneci esttico
largos momentos, incapaz de tomar una
resolucin.
El cielo se haba encapotado,
mugi ms cerca el trueno, ahora tras la
mesa de San Pedro, desaparecieron los
mosquitos impertinentes y pasaron
grandes bandadas de pjaros hacia las
cimas de las arboledas, zumbando como
rfagas de viento.
Levant la cabeza, hinc espuela y
dijo:
Vamos; al mal paso darle prisa.

Baj por un campo de garabatillos


en flor que lo dilataron el pecho con su
tenue aroma.
Tambin dijo Refugito que, despus
de haber fraccionado las propiedades,
mataron a muchos hacendados y a otros
los arrojaron a la mendicidad. Tampoco
lo crea Julin. Hasta el que sufre de un
mal incurable abriga una esperanza hasta
su ltimo momento.
Hay una tabla de salvacin. El
gobierno dice: el que no trabaja no
come, y dice bien. Pero yo respondo:
Se acabaron ya los ricos? No, seor,
ahora son cien y mil veces ms. Esto
quiere
decir
que
hay nuevos
procedimientos para hacerse rico, y para
hacerse rico mucho ms y ms pronto

que antes. Y eso es lo que yo debo


aprender.
El caballo se resista a seguir
caminando porque lo haba metido por
un chicalotal, amarillando de flores
como lago de oro tierno. El cielo se
ennegreca ms, las nubes se hinchaban
y el trueno se oa cada vez ms cerca.
Vamos por partes. Qu quiere el
gobierno? Gente que sepa trabajar la
tierra,
buenos
ciudadanos
que
contribuyan con su grano de arena al
incremento de la produccin y con ello a
la prosperidad. Poco ms o menos, eso
fue lo que le en el peridico en que
Refugito trajo un kilo de frijol ojo de
liebre.
A duras penas logr sacar el

caballo del chicalotal y ahora avanzaba


penosamente por un banco de arena
donde se le hundan las patas. El arroyo
al desviarse de su antiguo cauce,
reducido ahora a un hilillo de agua zarca
y transparente que corra temblorosa
entre jarales y yerbecillas, haba dejado
arenales.
Su empeo en consolarse fue vano:
llevaba la espina clavada y un estado de
indecisin, de inquietud casi angustiosa,
como el presentimiento de un fracaso en
el que no poda consentir. La visin de
una maana de niebla, muy distinta de lo
que sus sueos de vagabundo le haban
prometido. El tiempo y la distancia lo
embellecen todo, pero la cruda realidad
es otra.

Es cierto que hay otros caminos,


por ejemplo el que Refugito aconseja:
sienta cabeza, hermano, olvdate de
borracheras, pleitos y amoros cosa
que est muy bien y casi casi por dems
en una persona de edad. De qu me
sirve entonces mi experiencia en tanto
ao de vivir en tierra extraa? Tampoco
es cierto que est viejo: cansado,
enfermo, mal cuidado es otra cosa Un
buen mdico, medicinas caras y
caramba!, puede que hasta sea capaz de
algunas travesuras.
Por ltima vez el sol volvi a
rasgar la densa nube haciendo arder
media cima de un mezquite y un costado
de la mesa en una luminosa franja de oro
fluido, mientras la sombra patinaba en

un matiz igual las estribaciones de las


rocas, los ramajes y las achinadas
malezas. Dur un instante, pero en ese
instante Julin descubri un ngulo de la
derruida casona, una dbil columna de
humo desparpajada a poca altura.
Despus en las mrgenes de un arroyo,
una becerra aeja, de blanco y negro,
paciendo. Levant la cabeza, lo mir
con sus ojos negros inexpresivos, torci
el rabo y rumiando tom la vereda de la
casa. Luego todo entr en sombra, la
nube se trag hasta la ltima brizna de
luz y se oscureci todo el valle.

V
AVE MARA en esta casa!
Un gusgo hirsuto, flaco y
desdentado sali a recibirlo con
ladridos de obligacin molesta del
corralito de un jacal de paja, arrimado a
los derruidos muros. Cloquearon las
gallinas trepadas en un tepozn, con
alarma. El interior del jacal estaba
dbilmente iluminado y por su angosta
puerta asom una cabeza mechuda y el
can de una carabina.

Qu se ofrece?
Soy gente de paz, forastero,
perd la vereda de San Francisquito.
No da con ella a estas horas.
Amarre su caballo del mezquitito y
ntre.
A su edad y en ese matalote
Ya el hombre estaba afuera, pero
sin dejar de la mano el rifle.
Nos han dado tantos sustos que
siempre est uno con el Jess en la
boca.
Como que conozco esas
facciones
Ande!
Eres de los Fuentes.
Pos pu que s
Del difunto Pablo Fuentes

Le choc el tuteo.
Por qu se ofreci?
Conozco esta finca como
conocer mis manos.
Me llamo Pomposo Fuentes.
Cerca de cuarenta aos viv en
esta finca.
Asiguro que no como gan.
Tampoco a Julin le son bien el
tono irrespetuoso y un tanto zumbn del
palurdo. Nunca los gaanes hablaron as
a los amos. Sonri con amargura.
ntre, que ya se solt el agua.
Rugan las nubes amontonadas,
negras y revueltas a la luz del relmpago
incesante, y la lluvia haba llegado
descendiendo en densa y cerrada cortina
por la falda de la mesa. Persog su

caballo del brazo de un mezquite, cubri


la teja con las arciones y regres
arrastrando las espuelas. Entraron.
Aguas eloteras
A buena hora! Tres semanas de
calma y las milpas como rabos de
cebolla. Mal ajo pal agua!
Pomposo reclin su rifle sobre la
pared en un ngulo del jacal.
La revolucin nos ha dejado
muchos cicateros y malcriados y por
eso, una armita sirve siempre por lo que
pueda ofrecerse.
Una vela de sebo iluminaba el
cuarto, en uno de los ngulos haba dos
mujeres dando la espalda.
Los de San Pedro de las Gallinas
nunca fueron dejados.

En los gruesos labios de Pomposo,


sin pelo de barba, relumbr una hilera
de blancos dientes. Robusto, de pelo
crespo y revuelto, de color cobrizo,
mostraba una desenvoltura que nunca
tuvieron los peones de antes. Vesta traje
de domingo: combinacin de mezclilla
tiesa y crujiente, borcegues de vaqueta
amarilla y camisa rayada de cretona.
Y las tierras?
Dan para comer apenas. Vinieron
los agraristas, medio comieron el primer
ao y ni ms
Hace falta gente que sepa
trabajarlas.
Mete el cntaro, Marcela
La voz femenina y el nombre fue
como descarga elctrica dentro del

pecho de Julin. Se le anud la lengua y


se le sec la boca.
Usted lo dice y sabr por qu
Son tierras de cien por uno
habl dominando su emocin.
Pomposo le respondi con una
sonrisa francamente irnica.
Este patn me ve peor vestido que
l y me cree su igual.
Si la voz femenina acababa de
turbarlo, la aparicin de la muchacha
que llamaron Marcela lo dej
deslumbrado. Sali del cuarto y su
silueta esbelta y sus ojos aquellos
ojos!, lo dejaron esttico, arrobado.
Otro habra formado la seal de la
cruz, pero los Andrades no crean en
aparecidos ni le tenan miedo al diablo.

Sinti el golpe como badajo de campana


en el corazn. Y un diluvio de recuerdos
inund su pensamiento. Tiempos buenos
de veras! Vida de perpetuo holgorio,
carreras,
coleadero,
fandangos,
apuestas, amoros, borracheras, celos,
venganzas y siempre aqu y en todas
partes los Andrades nmero uno.
Maquinalmente haca preguntas a
Pomposo para que l mismo enhebrara
el hilo de ms recuerdos y lo dejara en
paz con lo suyo. El ranchero, una vez
que tena la palabra, era capaz de
dormir al ms despierto con su
sonsonete sin matices ni puntuacin. Era
su manera de descansar al regreso de
sus agotantes labores.
a Refugio? Dende que ha que

la enterramos una comida de tunas y


carne de puerco, se tapi de las dos vas
y Tambin estn ya bajo tierra sea
Melquias, Juan Bermdez y Andrs el
caballerango.
Entr la muchachilla empapada; la
camisa y la angosta falda de manta
embarradas al pecho, al vientre, a las
caderas y a los muslos. Desnuda como
quien dice. Puso el cntaro sobre el
poyo de cantera a un lado de la puerta y
tiritando, sonriente, se arrim al fogn
donde una corona de llamas lamia el
fondo tiznado de la olla del nixtamal. El
chucho entr chorreando agua hasta por
las orejas y, gimiendo como una
criatura, se acerc al fuego, metindose
entre las mujeres.

Y Mariana?
Cllese! La hija de Juan
Bermdez tuvo un nio del muchacho
Andrs, se le muri de soltura y ahora la
ver muy viejita, jorobada y con un
bordn en una mano y una canastita en la
otra, pidiendo limosna de casa en casa
en San Francisquito. Anselma en el
hospital escupiendo los bofes, dicen que
el tis se la est comiendo.
Quines quedan, pues?
El tableteo de la lluvia resonaba
con fuerza, el viento naca estremecer el
techo de paja, el vendaval se haba
desatado con toda su fuerza.
Unos se fueron a la pizca de
algodn a La Laguna y ni ms se ha
sabido de ellos, otros andan por los

ranchos y pocos quisieron ser agraristas.


Y t?
Como la madrepea respondi
mostrando una vez ms su blanca
dentadura.
La mujer, arrimada al metate,
estaba echando tortillas, un nio en
cueros gateaba en la tierra suelta y otro
mayorcito, en camisn de rayadillo,
armaba carretas y bueyes con dorados
rastrojos.
La muchacha se levant a traer
unos leos de un rincn y los meti en el
fogn que chisporrote en vivo fuego.
Tu hija?
Por qu se ofreci?
Se parece a otra muchacha que
conoc en este rancho

Dicen que es el vivo retrato de


mi ta la dijunta Marcela.
Como una gota de agua a otra
gota de agua.
Su mala muerte hizo bulla. Pue
que lo haiga odo decir. Le cost aos
de crcel al mentado don Julin
Andrade.
El viejo puj como si le hubieran
dado un golpe en la boca del estmago.
Con las humedades se me
remueven las reumas. Tambin he
pasado trabajos.
Pomposo se quit la cotona y la
llev a una estaca entre manojos de
mecates, coyundas y barzones.
Sobrino de Marcela Fuentes, y
Marcela Fuentes una de las cuentas

grandes del rosario de Julin. Clavel


cortado al amanecer cuando apenas va a
abrirse su corola Despus? bueno,
ella tuvo la culpa Si las mujeres no le
hicieran a uno tanta perrada Dios la
haya perdonado! Eso y uno que tiene
esta sangre que hierve de nada y nada.
Punto final.
Por bonitas fueron famosas las
muchachas de San Pedro.
La chica, llamada Marcela, volvi
un momento su cara traviesa y l se
sinti como fulminado por aquel par de
estrellas que alumbraron en sus ojos.
Qu te pasa, Julin Andrade?
Qu mitotito te est bailando en el
cuerpo? Acurdate de tus promesas y
de que nunca alguno de tu apellido se

muri del mal de corazn.


Y
para
aquellas
lindas
muchachas hubo siempre buenos mozos
que les gastaban harta plata y cargaban
buenas armas por lo que se pudiera
ofrecer.
Estate, dolor de estmago!
Era la voz desentonada de la mujer.
Pomposo Fuentes deton en alegre
carcajada y el viejo, fijando sus ojos de
gaviln en ella con su cara de cuero
arrugado y sus prpados ribeteados de
rojo, hizo rer tambin a la muchachilla
Marcela.
Amain la lluvia. Se oa el
murmullo ensordecido y arrullador de
una fina llovizna. Hilillos negruzcos de
agua resbalaban del techo de paja y

zoquite por el muro de adobe, y una gota


de agua caa acompasadamente en un
apaste a mitad del cuarto.
La mujer estir un petate, puso
encima una cazuela, luego sobre una
servilleta de manta un montoncito de
tortillas calientes y chiles verdes recin
cortados. Pomposo fue a sacar de una
arguenita, entre jitomates y cebollas, una
botella tapada con un olote.
Sentados en cuclillas cenaron con
apetito y luego dieron un buen trago de
mezcal de la botella.
Pomposo, que haba perdido ya
todo recelo al fuereo, habl de las
dificultades que le haba dado beneficiar
el pedazo de tierra que ao por ao
sembraba, para levantar de diez a quince

hectolitros de maz cuando mejor le iba.


Julin insisti en que una fanega de
tierra de labor bien abonada y trabajada
siempre les haba dado cien por uno.
Eso sera el ao del clera.
Habl de su yunta de bueyes
buenos, pero ya muy viejos. Los iba a
vender al abasto y para eso los estaba
engordando. Comprara unos novillos de
primer ao y l mismo los amansara.
Tengo tambin una vaca horra y
una becerra pinta de ao, aparte de unos
cochinitos que si Dios lo quiere
Julin lo escuchaba distradamente.
De pronto su atencin se fij en la
Virgen de San Juan, en marco de hoja de
lata con calados y flores achinadas en el
mismo metal. Indignado la reconoci.

Bandidos! La misma que estuvo en la


cabecera de su padre don Esteban hasta
que rindi el alma.
S, los tiempos son otros y otras las
gentes, pero las cosas son las mismas en
ajenas manos.
Marcela, echa fuera el perro
La mujer tap las brasas del fogn,
luego puso un grueso tapete de yerba
seca para cubrir la puerta.
El perro gema quejumbrosamente,
golpeando la puerta con el hocico.
Luego se asilenci.
La mujer junt a sus hijos, se
acurrucaron cerca del fogn y apag la
vela.
A medianoche, en la oscuridad
impenetrable del cuarto, se removan

an las brasas de sus cigarros. Con voz


montona Pomposo segua hablando de
sus animales, de las milpas perdidas, de
los tractores que vendran a abrir tierras
nuevas. De tarde en tarde se interrumpa
y se oa el gorgoteo del mezcal en sus
gargantas.
Cuando se quedaron dormidos un
coyote
comenz
a
aullar
escandalosamente en los riscos de la
Mesa. La luna brillaba en un ciclo
despejado y sobre los campos regados
de diamantes.

VI
CON TIERRAS as, qu negocio?
Cierto:
puros
barriales,
hormigueros; donde no crece el
chicalote, ya todo es pura grama.
Entonces?
El hombre vive siempre a la
esperanza. He pasado ya muchas pestes,
hambres y necesidades y no voy a
perder el ayuno a los tres cuartos para
las doce.
Bendito sea Dios!

Nadie ha podido arrancarme de


la mata, y de aqu slo me sacarn con
los pies tiesos y derecho al camposanto.
Con la rozadera en la mano y
muchos mecates al hombro iba a cortar
quelite para sus reses.
Del suelo se levantaba una cortina
de niebla, cubriendo totalmente la mesa.
Era como un enorme vidrio deslustrado
que enmarcaba la tierra y se funda en el
cielo. Los mezquites y nopales ms
cercanos aparecan como dibujos
surrealistas: se alejaban como fantasmas
de vapor para desaparecer sumergidos
en la bruma.
Maana entrada en agua.
Julin dijo que antes de irse quera
ver en qu condiciones estaba la casa,

por lo que pueda suceder.


Pomposo frunci las cejas, alz los
hombros y dijo:
Marcela, lleva al seor: hay
muchos tuceros y no conoce la veredas.
No sea que se vaya a quebrar una pata.
Julin pas mala noche, el perro
ladraba lastimeramente y sin cesar;
luego aquella incansable gota de agua
zarpeando en el apaste. Eso fue y no fue.
Ni la serenata de la manada de coyotes a
la luz de la luna, a la madrugada, lo
habra despertado. A cosas peores
estaba hecho. Era la espina clavada en
el corazn, los recuerdos excitados por
la mujercita llamada Marcela, sus
formas mrbidas ya, sus ojos de
expresin atrevida, sus movimientos

sensuales, llamaradas que pusieron en


tensin hasta las fibras apagadas de sus
viejas carnes. Malos pensamientos?
Qu capaz! Deseos de admirarla, de
adorarla como a los santos del cielo.
Tanto as que si consegua recobrar sus
bienes y estaba decidido a ello, en
un descuido hasta pedira su mano, la
hara su esposa ante Dios y ante la Ley;
compartira con ella riqueza, honor,
respeto, todo a lo que se tiene derecho
en sociedad. Por qu no? El mundo
marcha y stos son otros tiempos y las
costumbres distintas; ahora ya no es
desdoro un matrimonio en que los
contrayentes son de clases muy distintas:
eso pas a la historia. Por otra parte,
aunque la gente, de palabra o por el

gesto, le daba a entender que estaba


viejo, no era cierto. Pero tendra que
estarlo y entonces necesitara una esposa
honesta, fuerte, joven, cariosa y capaz
de sacrificios. Refugito? La pobrecita
estaba ms achacosa que l y para ella
tambin sera gran consuelo tener una
compaera trabajadora, amable y alegre
como un jilguero en su jaula. Qu mejor
prueba podra dar a su hermana de que
obedeca sus consejos, sentando
cabeza?
Luego que la muchacha sali a
ensear la derruida casona a Julin, dijo
la mujer a Pomposo:
Para qu despachaste a la
muchachilla con ese viejo?
Por qu se ofreci?

Me late que es mal hombre.


Est ya como nuestro perro, ni
dientes tiene.
Dio una risotada y se alej entre el
herbazal.
Marcela, delante, fue sealando el
paso al forastero. Era una maana
aquietada por la niebla. Slo el dbil
canto de los pajarillos perdidos en las
cimas y el intermitente zigzagueo de una
negra golondrina lavada y rebruida,
que diagonalmente cruzaba el espacio,
daban seales de vida.
No se salga de la vereda porque
se atasca.
Sordo a la fresca y cantarina voz,
ciego a la ligereza del cuerpo esbelto de
venadito, Julin sentase dominado por

la ms amarga tristeza. Estaban dentro


de una pieza destechada, de muros
derrumbados y otros a punto de
desplomarse; en el piso haba crecido la
yerba que les llegaba a la cintura,
empapndolos. Apret con fuerza la
quijada cuando repar en los restos de
una pintura, fresco a la cal y cochinilla
haciendo cuerpo con el propio adobe:
una cabecita mofletuda, la raz del ala
de un angelito y una cornucopia
despuntada: la sal! Aqu nac, aqu me
cri, aqu pas los mejores aos de mi
vida. Y todo se acab.
Saltaron unos cimientos y entraron
a otro cuarto no destechado, pero
agrietado por las goteras.
Qutese de ai, qu no mira!

De entre rastrojos podridos


removidos sali desenrrollndose una
vbora y con agilidad maravillosa
desapareci por la juntura entre dos
adobes.
Si le ha picado no la cuenta.
Escaparon en seguida y salieron a
plena luz. El sol rasgando las nubes
apareci como gajo de lumbre
dardeando la niebla; comenz a
delinearse vagamente el filo de la mesa,
las nubes comenzaron a esfumarse
dbilmente sonrosadas.
Sobre la barda de la gran troje
derruida se desgran la risa de cristal de
una saltapared, saludando la cara
luminosa del sol que asom medio disco
baando los rosillales.

De modo que usted es tambin


nativo?
Se haba trepado en unos adobes,
restos del muro, y su voz era clara,
sonora como la maana.
El viejo gru que s, removiendo
con un jaral la yerba a donde habra de
poner los pies. Apareci el fondo de
vaqueta podrida del equipal donde don
Esteban, afsico y hemipljico, pas sus
postreros das. Y otra vez los recuerdos,
tenazas de acero, le trituraron el alma.
Removi
cochinillas,
insectos,
minsculos insectos. Un sapo, cegado
por el sol, dio un salto.
Todo se lo llev el demonio!
Qu rezonga?
La voz, campanita de plata, logr

por fin arrancarlo del estado de estupor


en que su impotencia para tomar
venganza inmediata lo tena agarrotado.
Levant la cabeza y se qued
deslumbrado. Ahora todo estaba
inundado de sol, polvaredas de cristal
se levantaban de la falda de la mesa, las
nubes se deshilachaban en un cielo de
ail. Luz, belleza, alegra. Torrentes de
sol descendan tangentes a los vastos
campos, rompiendo de una vez la
finsima bruma que an los arropaba,
cristalizando a millonadas de diamantes
sobre la yerba y las cimas finamente
dibujadas de los mezquitales. Y en ese
marco maravilloso, Marcela, la pequea
Marcela. Haba recogido su falda
mojada, mostrando sus piernas y la

mitad de sus muslos morenos, llenos,


duros y bien torneados.
Catorce aos no ms y ya una
mujer. Jess, Mara y Jos!
Le zumbaron los odos, la cabeza le
dio vueltas, batieron con fuerza sus
arterias en las sienes. Y adis las buenas
intenciones y las santas promesas, el
peso de los setenta, de sus piernas secas
y entumecidas. En un alarde de
rejuvenecimiento arm un brinco para
llegar hasta la muchacha sobre el muro
disparejo, pero con tino tan incierto que
dio el batacazo y se qued estampado de
boca en el lodo.
Marcela estall en una carcajada.
Encenegado
haca
intiles
esfuerzos para incorporarse; resbalaba y

caa de nuevo. Y Marcela, sin poder


contener la risa, le dijo:
Est ya muy mayor para la
travesura. Agrrese.
Afirmando bien las rodillas en las
desigualdades de la pared, se agach y
le tendi la mano.
Agrrese macizo no tenga
miedo no lo suelto.
La risa le segua repicando en la
garganta, sana, inocente, animal.
Apareci la cabeza de una zorra en
un hoyo y Julin crey que tambin se
burlaba de l con sus ojos de chaquira,
su sonrosado hociquillo y su nariz
anhelante.
Entonces, en un esfuerzo inaudito,
supremo, le cogi el puo y de un

brusco e inesperado tirn la hizo perder


el equilibrio y caer sobre l.
La chica no se acobard; con
violencia logr incorporarse, se mont
sobre l hincndole las rodillas sobre el
abdomen hasta sofocarlo y le tron dos
bofetadas.
De pie, encendidos los carrillos,
ardiendo los ojos, el pecho anhelante,
esper a que se levantara, recogi un
leo del suelo y reculando dos pasos, le
grit:
Lrguese de aqu, viejo
apestoso!
El becerro y la vaca enchiquerados
mugan de hambre. Parvadas de tordos
se desparramaban sobre la milpa y un
par de huilotas gimieron su canto eterno

entre las pencas de un nopal manso.


Pomposo regresaba con un enorme
tercio de quelite a la espalda.
Qu le pareci la casa?
Todo se lo llev el demonio!
No las tierras
Julin no alcanzaba saliva.
Con levantarle el bordo a la
presa y desenyerbar con buenos
tractores tierra nueva
Quin te va a hacer ese
milagro?
Dicen que el gobierno
Si es el gobierno ya puedes
esperar sentado y murete de hambre
mientras.
De todos modos son tierras que
se necesita trabajarlas.

Trabajarlas! Vengo de donde


dice el dicho: Ms trabajo cuesta
aprender un vicio que un oficio.
Mucha esperencia ha de tener en
eso.
Se ri de su propia socarronera y
fue a poner la pastura bajo el tejabn, en
un corralito que alegraban las ponedoras
con sus urgentes cacareos. La vaca y el
becerro bramaban de hambre.
Julin despersog el matalote que
pas la noche en agua, le apret la
cincha y, ya para montar, volvise para
decir adis y dar las gracias. Al pao de
la casuca como linda terracota estaba
ella. Se trag una maldicin, puso el pie
en el estribo y mont.
El chapoteo de la pezua en el

lodazal, el ladrido en falsete del perro


viejo y la risa de la muchacha, luminosa
y fresca como la maana, lo iban
siguiendo.
Lrguese, viejo apestoso!. La
cosa daba en qu pensar, despus de no
verse en el espejo por tantos aos. Bien
que los ms fieles espejos habran sido
mi Pabln y Refugito si no se hubiese
obstinado en no verse en ellos.
Se ech el sombrero a la cara e
hinc espuela.
La mujer tambin a la puerta del
jacal, desnudos el pecho y los brazos,
viendo que se alejaba y se perda entre
huizaches y nopales, dijo:
Bendito sea Dios! Ya se fue!

Por qu tanta tirria?


Es hombre malo.
Crees?
Hasta me late que es Andrade
Maldito sea!
A
Marcela
le
brillaron
extraamente los ojos, sus carrillos se
encendieron. El apellido lo conservaban
mejor las mujeres que los hombres y sus
fechoras se trasmitan en secreto con un
deleite pecaminoso.
Pue que no ms venga a
A tantearnos, Pomposo. No seas
guaje, quiere sus tierras.
Estn verdes La casa no le
gust.
Pero a lo dems no le tuvo asco.
Y si el gobierno se les da,

pap?
Pior a sta qu le importa?
Digo respondi humilde y en
voz baja la muchachita porque da
lstima tan pobre y tan viejito!
Perro que ladra no muerde
Ni de viejos dejaron de ser
malos todos.
Quin te lo cont? Pero si a eso
viene yo sabr cmo hacerle para que
nuestra compaa no le guste, como la
suya no nos cuadra.
Pobre viejito! repiti en voz
casi imperceptible la muchacha. Y en el
tepozn una torcacita cant:
Fea t! Fea t!.

VII
QUE TODO se paga en la vida? Santo y
bueno!, yo no digo que no; pero no ha
sido ya bastante con estos veintitantos
aos que he pasado de tierra en tierra,
sin derecho ni a mi propio nombre,
sufriendo hambres, desnudeces y
necesidades de toda clase? Tambin la
justicia se fue ya del mundo? Yo ya s lo
que me va a alegar Refugito: Castigo
de Dios por nuestros pecados. Bueno,
y t que eres una santa por qu ests

sufriendo penas y miserias como yo?


Explcame eso, t que sabes tanto. Uno
qu ms quisiera: ser bueno,
caritativo
Jija de la ch!
Una rama de huizache no ms. Le
tumb el sombrero y le dej un rosario
de cuentas de sangre en la cara.
Iba al trote bronco del caballo, que
al amor de su pesebre en El Macho
Prieto no necesitaba espuela ni vara.
Cada la cabeza, inclinada la espalda,
suelta
la
rienda,
se
renda
incondicionalmente, abrumado por el
fracaso. Ruinas como propietario, ruinas
como tenorio y el hombre entero una
ruina. Rechinaran sus dientes si no le
quedaran ms que dos clavijas

bailoteando.
Todava volvi una vez ms la
cara, el trastumbar una loma y tomar la
vereda a la carretera de San
Francisquito. En el derrumbamiento de
lo que fue suyo slo quedaba intacta,
altiva sobre aquella desolacin, la
enorme masa azulina de la mesa de San
Pedro.
Dice Refugito que el que de su casa
se aleja no la halla como la deja.
Montones de piedras y adobes, las
caballerizas cuarteadas, derrumbndose
de un momento al otro; las tierras de
labor deslavadas por el agua o
convertidas en chicalotales; los
agostaderos invadidos por el nopal, el
huizache y el garabatillo. Y como si

todo esto no fuera bastante, la burla y la


injuria de una mocosa insolente!
Ahora un tupido maizal. Una
mazorca rompiendo la panoja le ense
los dientes. Y eso es el colmo, porque
no lleva una sola gota de aguardiente en
la cabeza.
Lrguese
de
aqu,
viejo
apestoso!. Y desde ese instante todos
se burlan de m. Y as quiere Refugito
que me convierta en hombre bueno?
Entonces que me pongan el aparejo y me
monten. Un burro viejo no repara.
Apareci, por fin, la carretera
describiendo doble curva en torno del
vaso espejeante de una presa y de la
soledad, y el silencio pas a un sitio de
trfico intenso. Carros, camiones,

camionetas, trocas en un ir y venir


desaforado. Le zumbaban en la cara.
Pero qu diablos tengo yo! Uno
pas apretado de mezclillas azules, y
sos tambin le ensearon los dientes.
Como si hombres y cosas fueran testigos
de su cuita.
Pero el hombre hasta de sufrir se
cansa. Entr en reaccin con un apastito
de pulque fuerte que compr en una
tienducha, de un ranchito a la vera de la
carretera. No le caba duda ahora de que
su
imaginacin
le
deform
desmesuradamente lo acontecido. Esa
murria y esa tristeza no eran de ahora,
sino de siempre que amaneca crudo y
sin un centavo para curarse.
Pero esprenme tantito: luego que

tenga dinero, amigos, consideraciones y


dems les ensear a todos estos
desgraciados por qu me apellido
Andrade.
Puntearon las agujas blancas de la
parroquia en la azulosa lejana y, a poco
ms de caminar, el pueblo de San
Francisquito, su blanco casero como
nido de palomas, baado de sol.
El movimiento de vehculos se
acentuaba a medida que se acercaba al
poblado. En los suburbios sinti de
nuevo la necesidad del tnico. Se ape a
la puerta de una cantinucha, entr y
pidi una copa.
Tens feria? pregunt al
muchacho dependiente.
Eh? respondi, pelando

los ojos.
Digo por qu tanto coche?
Fue a atender a otros pasajeros que
entraron pidiendo cocacolas heladas.
Son veinte centavos.
Julin puso la moneda sobre el
mostrador, mirando fijamente al
dependiente descorts.
Cllate la boca! As los vers a
todos. Una codicia de dar miedo.
Un veinte por un mezcal y
como si te lo dieran de limosna. Era lo
que les faltaba a estos piojosos
huevones sinvergenzas adems!
Refugito baj los ojos. Estaba
acostumbrada al trato con gentes de baja
condicin, pero todos saban respetarla
y mantenerse a distancia, sin que se los

exigiera. Por qu Julin no? Entre qu


gente andara para que hubiera olvidado
hasta lo que mam de educacin en la
familia? Los Andrades, como todos los
rancheros, eran atrabancados y malas
lenguas, pero en la intimidad
respetuosos como los que ms pudieran
serlo de las mujeres. Poco importaba
que su orgullo ingnito los obligara a
tener un concepto de la mujer como de
condicin inferior: la respetaban y la
hacan respetar si era de su familia.
Desensill, at el caballo al
batiente de la puerta y carg con fuste,
sudaderos, freno y espuelas, a montarlos
en un burro de palo en el pasillo.
Refugito encendi el brasero, dej
puesta la cazuela de frijoles en la

lumbre y sali por blanquillos al


tendajn.
Julin comi con excelente apetito
y eso le despej la cabeza.
Como vos decs, ya no ms la
tierra queda: la casa grande est por los
suelos, los potreros engramados, todo es
garabatillos, huizaches, barriales y
arroyos. Pero la cosa no es tan negra
como vos la pints; hipotecando la finca
hasta dinero nos sobra; abrimos tierras
descansadas, levantamos el bordo de la
presa y os juro que con la primera
cosecha hasta el hipo se nos quita. Qu
decs vos?
Que me hables en cristiano y no
con esas visiones: me tienes harta con tu
os y con tu vos.

Se ri y sigui forjando proyectos


sin ton ni sn.
Refugito sin responderle lo oa.
Ms bien dicho no lo oa; estudiaba la
manera de adaptarse a una nueva vida,
sin renunciar a los preciosos bienes que
con tanto sacrificio haba conquistado:
el hbito del trabajo y la paz de su alma.
La entrada de Julin en su vida,
rompiendo las rejas del recinto donde
voluntariamente se haba recluido,
provoc primero un movimiento
defensivo, pero momentneo; lentamente
alumbr en ella la idea jubilosa de dar
un sentido ms amplio y generoso a su
existencia, haciendo entrar en ella a su
hermano.
Refugito no era no poda ser

razonadora, sino una gran intuitiva que


despus de un momento de zozobra y de
indecisin vio claro que cuanto pudiera
hacer por regenerarlo equivala a seguir
su misma vida, sin vanidades ni
festinacin,
procurando
las
comodidades compatibles con su
pobreza, sin contradecirlo ni lastimarlo
y pedir mucho a Dios por l.
Por tanto, no vari sus costumbres:
se levantaba con el alba, iba a misa,
dejando libre todo el da para sus
compras y venta de pollos, gallinas y
huevos, iba a la estacin del ferrocarril
y embarcaba cajas de aves y blanquillos
y a su regreso se meta a la parroquia,
siendo de las que salan cuando el
sacristn sonaba las llaves para cerrar.

Extrao tipo de beata que no se


relacionaba con las beatas sino con un
saludo de la ms estricta cortesa.
Educada en el rancho con la visin ms
amplia de la vida y del mundo, cuyas
ventanas fueron sus padres, sus
hermanos y todos sus parientes, gente de
aventura, holgorio, fiesta y escndalo,
nada la asustaba y su espritu de
tolerancia y generosidad rompa en
absoluto con el chismorreo, mezquindad
y gazmoera tan comunes en la gente de
sacrista.
Esa tarde Julin le pidi dos pesos
para pagar el alquiler del caballo.
Espera a que oscureza. No sea
que alguno de los viejos amigos o
conocidos te vean, y andas tan

desaseado y en una facha que pueden


hacerte algn desaire Eres tan
quisquilloso, que!
Pero Julin con el viejo vestido
ranchero de su padre, despus de tantos
aos de vagancia y andrajos, se senta
nuevo. Cogi el caballo del cabestro y
caminando a media calle tom rumbo al
mesn de Chon Ramrez. Tuvo
necesidad de recorrer la calle principal,
la nica que mereca el nombre de calle
y que era una prolongacin de la
carretera. Constaba de seis cuadras de
construcciones regulares, en el centro la
parroquia con su fachada barroca y sus
torres achaparradas de un solo cuerpo,
el portal al que los viejos seguan
llamando parin, con una botica, un

hotel y una cantina. Frente a la parroquia


haba un solar bardeado al que
pomposamente denominaban el Paseo. A
un costado el jacaln del cine, la
presidencia municipal y a tres cuadras
distantes al oriente la comandancia
militar, el juzgado y la crcel. En el
centro de la plaza un quiosco de madera
siempre en reparacin, tres enormes
fresnos frente a la parroquia y sendas
bancas de cantera amparadas bajo su
sombra.
En esta calle vivan los vecinos
acomodados y era de trfico muy
intenso. De extremo a extremo las
banquetas servan de mercado al aire
libre.
Julin vio venir a un charro de

hombros cados, desgarbado y piernas


en arco, y comprendi lo justo de la
advertencia de su hermana. Se ech el
sombrero a la cara y lo dej venir. No
era conocido suyo. Sigui por mitad de
la calle, bobeando. Su San Francisquito
era el mismo y no era el mismo. Pisos
sobrepuestos
sobre
antiguas
construcciones sobrias y severas
aparecan abigarradas y chocantes;
amontonamiento de ladrillos encalados
con agujeros cuadrados. Los mejores
edificios comerciales y hasta las casas
de habitacin pintarrajeadas a colores
detonantes, anunciando la nueva marca
de cigarros o cerveza, las pldoras
infalibles para las reumas, el especfico
maravilloso para los catarros y

resfriados, aparte de infinidad de


cartulinas amarillas de Mejoral.
Los camiones de pasajeros que
pasaban incesantemente en sentidos
opuestos se detenan los momentos
precisos para dejar y tomar pasaje.
Algunos pasajeros se bajaban a
desentumecer las piernas: quines
entraban a la iglesia, quines al
Barrilito, abrumados por la nube de
vendedores ambulantes que hacan su
agosto con ellos. Se oan los gritos
destemplados
de
los
chafiretes
anunciando rutas, las bocinas llamando a
los pasajeros, el estrpito de los carros
en marcha y el vocero de los pequeos
comerciantes ponderando su mercanca.
Medio aturdido, torci por una

callejuela al norte, a El Macho Prieto.


Y bruscamente la poblacin entr en
silencio: era un casero, sin luz, sin
transentes, sin seales ningunas de
vida.
Era
su
verdadero
San
Francisquito.

VIII
QU ES esto, Chon Ramrez?
Cllate la boca! La civilizacin
que nos lleg de golpe a San
Francisquito.
A Julin le hizo comezn el tuteo.
Pero siempre dijo bien Refugito: No
debes presentarte en esa facha con tus
conocidos.
Se cierran fondas y mesones, se
abren hoteles, restoranes, cenaduras
Vienen chales, refugiados y judos;

pintan las calles como campamochas y


nosotros, los nativos, no ms nos
quedamos milando.
Segn vengo observando, pocos
quedamos del tiempo en que se
amarraban los perros con longaniza.
Quedan o quedamos?
protest Chon Ramrez, soltando una de
su gloriosas carcajadas.
Aunque ya peinaba canas y tena
pata de gallo, Chon Ramrez era cuando
menos quince aos menor que el amo
don Julin Andrade. Y la segunda
carcajada de Chon Ramrez se oy en
todo San Francisquito. As era l.
Chonito es muy acabado, decan sus
parientes, amigos y conocidos. Pero esa
tarde Julin no estaba para bromas. Su

irritacin creca reparando en su rostro


arrugado y mustio, el mismo que haba
dejado tan fresco y lozano como el de
una quintaona.
Ests viejo, Chon Ramrez,
aunque lo disimulas con tu buen humor.
Ven a ver
De la mano lo condujo al rstico
corredor de adobe en bruto que
encuadraba
el
inmenso
corral
desempedrado.
Qu se hicieron aquellos cerros
de aparejos, sillas de montar,
albardones, y tanto avo de arrieros?
Jiede, don Julin verdad?,
pero a gasolina y aceite requemado, no a
bazofia de burro ni de caballo.
Ni rastros ya de aquella retahila de

barcinas reventando de paja o de


rastrojo. Ni las canastas pizcadoras ni
los carretones colmados de estircol.
De modo?
S, seor, las bestias al arado y
los bueyes al abasto.
Bajo la portalada de adobe crudo
se inclinaban algunas viejas carretas de
dos ruedas, varas abajo y dos o tres
autos chocados oxidndose con la
humedad de las goteras.
Qu capaz! Ni me lo suenes!
dijo Chon Ramrez rechazando el
alquiler de la remuda. Esprame
tantito. Voy por un mezcal Cerro Prieto
para que le demos el punto, de gusto de
habernos vuelto a ver.
Ni me lo ments, che; que de

orte no ms ya se me est haciendo agua


la boca.
Mira, mejor no me hables en
ingls y nos amanecemos.
Bien a bien unos tragos no hacen
dao y hasta le entonan a uno su cuerpo
fatigado. Porque en verdad te digo,
Refugito, que esto no es borrachera ni
mucho menos. T dirs lo que quieras,
pero toda tiene su pro y su contra y al
cuerpo hay que darle lo que pida y sa
es la mera ley de Nuestro Seor, que
para eso nos lo dio. Qu se dira en San
Francisquito si Chon Ramrez contara:
El famoso don Julin Andrade se le
raj a una triguea de Cerro Prieto!.
La bandera es lo primero y mientras
tengas alma en el cuerpo debes llevarla

siempre en alto. Porque el trabajo es que


uno se ra, despus todos quieren hacer
lo mismo. Aparte de que sabis, que sin
amistades ningn negocio se hace bueno.
Y la mera verdad de Dios es que lo
malo no est en el uso sino en el abuso.
Vino Chon con la morena y se
sentaron en la gradita de piedra del
zagn. Despus de ponerla a la mitad
en dos sendos tragos y de relamerse,
saboreando el sanluiseo, Julin puso
la negra entre los dos y Chon reanud
la conversacin con un preludio de
sabrosas carcajadas.
Conque, vamos a ver, don Julin
Andrade, qu fue de su vida?
Un viejo tic frunci la cara del
viejo, sacudiendo sus flojos pellejos: la

familiaridad del palurdo exceda ya de


toda ponderacin. Pero ese diablo de
mezcal est de chuparse los dedos y
vale bien la pena de que uno se haga
disimulado. Porque lo ven a uno viejo y
destrazado! Pero ya me baar, me
curar estas reumas que me afligen,
comprar un vestido nuevo y veremos
entonces si cualquier pelado de stos me
alza la cresta.
Pues ah tienes no ms, Chon
Ramrez

Fue as: una nube de langosta; limpiaron


cuadras y corrales, convirtieron
mansiones en zahurdas y haba tanto que
avanzar que cuando pasaron por la

hacienda de San Pedro de las Gallinas


no les dio la gana de or el relincho de
una bestia fina oculta en el breal de la
mesa. Despus de los gorrudos de
Panfilo Natera lleg otra avalancha de
yaquis con cara de dolos. Mara
Santsima! stos s eran hombres de
cuidado. Los ranchos y las haciendas se
quedaron solos, San Francisquito se
desplob, y a Julin Andrade se le
oscureci tambin el mundo. Pero un
perdido a todas va: mand bajar del
cerro al Mono, le puso la silla vaquera
con chapetones de plata y vaquerillos de
venado, se visti su terno de gamuza con
alamares negros de seda, el sombrero de
toquilla y galones de hilo de oro y, al
tronco del mejor cuaco de sus cuadras,

tom rumbo a San Francisquito.


Los patios de la estacin
hormigueaban de gente, y cuando
apareci la cabeza negra del tren del
Norte se desencaden un huracn de
gritos, vivas y aplausos.
Viva la gloriosa Divisin del
Norte!
Viva Francisco Villa!
Y entre aquella muchedumbre
enloquecida que ruga de entusiasmo, se
abri
paso
haciendo
bailar
cadenciosamente su caballo.
Viva Pancho Villa!
Vena de la Convencin de
Aguascalientes barriendo carrancistas
rumbo a la capital. Sus fuerzas haban
consumado el movimiento. En la

plataforma posterior del ltimo carro


apareci su cara cobriza, rubicunda, en
llamas. Sus ojos eran llamaradas.
Sombrerudos hercleos y arrogantes lo
rodeaban.
Mi general Villa.
Sus ojos de ave de presa no se
equivocaron. Desde el primer momento
haba advertido al jinete altivo del
caballo prieto y, a su seal, ya uno de
sus lugartenientes, especie de macehual,
chato, chaparro y lampio, se haba
apeado prontamente del carro.
Pero Julin le tom la delantera:
Mi general Villa, le traigo este
regalito. En todo Mxico no hay uno que
le mire el polvo. No le dar vergenza.
Cuando la multitud de peones que

se acercaba al carro del jefe norteo vio


que estaba abrazando a don Julin
Andrade, hizo una mueca de desencanto
y dio media vuelta. Los parias se
desperdigaron entre
la
multitud
clamorosa que segua dando vivas. Fue
una fortuna loca para Julin que Villa no
lo hubiera advertido.
El macehual llev la bestia al
furgn de los caballos finos, y momentos
despus el tren dio tres pitidos.
Julin no se ape del carro; con sus
maneras francas y desmaadas de charro
legitimo de los Altos de Jalisco supo
captarse al jefe, que lo incorpor desde
luego a su famoso estado mayor con el
nombre de los Dorados.
Y has de saber, Chon Ramrez,

que en el primer encontronazo que nos


dimos con los carranclanes se supo
quin es Julin Andrade. Qu quieres?
Por algo lleva uno en las venas esta
sangre que hierve de nada y nada.
No me digas?
Y as fue como en menos de dos
semanas y a puro tanate asegur mi
grado de coronel.
Pues a la salud de mi coronel
don Julin Andrade!
No pasaba inadvertido a Julin el
acento zumbn de las palabras de Chon
Ramrez ni sus estrepitosas carcajadas.
Le haca mal estmago con su cara de
mascarn, de narices romas y porosas,
sus ojos de cerdo y su ancha boca de
batracio.

Adems, si el vino de Chon era


alegre, el de Julin fue siempre sombro.
Como el de todos los Andrades. Era
fama que sus bochinches acababan
siempre a cuchilladas y balazos. Con
otros dos tragos dieron cuenta de la
negra de Cerro Prieto.
Julin acept un grueso cigarro de
hoja, dio dos largas fumadas y reanud
su relacin.
Una bala lo dej tendido al borde
de un vallado en los combates de
Celaya. Obra de Dios que los
carrancistas lo levantaron del campo
como suyo en la confusin de la pelea.
Del hospital de Celaya se fug todava
con la pierna entablillada, y fue a
presentarse a Villa en la estacin de

Trinidad, ms all de Irapuato.


El jefe estaba como perro de mal
con uno de sus generales, desertor
despus del desastre de Celaya. Un
dorado con dientes encasquillados de
oro lo baj del carro y se hizo cargo de
l.
Cuando se oy la descarga cerrada
Julin estaba haciendo la relacin de su
caso, de la que Villa qued tan
satisfecho que hizo que inmediatamente
le entregaran uno de los ternos nuevos
que acababa de recibir para su guardia
de Dorados.
Un grupo de campesinos se acerc
al carro de Villa. Le rogaron que los
escuchara. El patrn los haca trabajar
de sol a sol y con los tres reales de

salario que les daba no ajustaban ni para


las gordas.
Llamen a Yez dijo Villa a
uno de sus subalternos.
Sac un grueso fajo de billetes de
dos caritas y se los reparti a los
quejosos.
Vayan en paz. Todo se les
arreglar.
Lleg Yez.
Sigue a esos muchachos, vas con
ellos a su rancho, y no te quiero volver a
ver hasta que les dejes arreglado su
negocio.
Mi general Villa es as dijo un
dorado, cara de buldog y dientes de
oro.
Por similitud de ideas y

sentimientos haba congeniado con


Julin. Se emborrachaban juntos.
Mire con qu facilidad les
arregl su negocio a esos pobres
muchachos.
Julin difera tal vez en eso. Lo de
esos pobrecitos muchachos le tena sin
cuidado.
Es muy prontito, pero tiene muy
buen corazn.
Lo dej un tanto preocupado
pensativo.

IX
EL MESONERO encendi el farol del
zagun. Julin no tena traza de acabar
nunca el relato, auxiliado con una
segunda de Cerro Prieto a punto ya de
terminar. Ni las caras se vean. De tarde
en tarde Chon lo interrumpa con
chacotas irrespetuosas. Pero estaba tan
rico el mezcal!
Estbamos,
pues,
en los
preparativos para otro encuentro cerca
de Len. Los carrancistas con la paliza

que nos dieron en Celaya se haban


vuelto muy panteras y tenamos ganas de
darles una buena en la mera cholla. All
nos alcanz Yez. Entreg a Villa tres
talegas de pesos y un saco de lona
apretado de aztecas, hidalgos y
centenarios.
Para evitar reclamaciones
explic enseando sus colmillos de lobo
, suprim al que pudiera hacerlas.
Mralo qu contento se ha
puesto! me dijo el dorado cara de
buldog. Al jefe le gusta que le
adivinen el pensamiento. Por eso quiere
tanto a Fierro y a Yez.
Pero a Julin el suceso se le
indigest y ya no poda estar quieto un
instante. Villa era un hombre de peligro.

Y ms se puso despus de la batida


que Obregn le dio por ensima vez en
las cercanas de Len. Andaba como
perro rabioso y hasta sus ms
consentidos traan el Jess en la boca.
La retirada al Norte se impuso.
Camino de Aguascalientes el convoy se
detuvo en San Francisquito y, mientras
la mquina de Villa tomaba agua, Julin
baj a darse postn con sus paisanos.
Dorado de Villa! Lo rode un grupo
de charros bien apuestos; les contaba
hazaas reales e imaginarias, cuando
repara en un grupo de peones que se
encaminaban al carro de Villa.
Ay, viejo, sent que el corazn
se me cay entre las corvas! Eran mis
propios sirvientes. Y acurdome de

Yez
Y dijiste pies para cundo
son?
La carcajada son por todo el
barrio.
Hijo de un Si no lo hago as
me quema
Que vivan los dorados de San
Pedro de las Gallinas!
Desgraciado! Te habra visto
con los calzones en la mano! No sabes
cmo era cuando estaba enojado!
Julin se escurri las ltimas gotas
que quedaban en la botella, sac luego
un tostn de la bolsa y dijo:
Anda a llenarte otra vez la
botella.
De cundo ac los Ramrez

fuimos gatos de los Andrades,


Juliancito?
Estall en una carcajada.
Si nunca lo fueron, hoy ya es
hora de que lo vayan siendo.
Subieron las voces. Chon dijo que
los Andrades no peleaban de hombre a
hombre y le record a un tal Jess
Rodrguez asesinado de un balazo por la
espalda.
El viejo se levant trastabillando.
Como sombras chinescas, las
siluetas de los rijosos se proyectaban
sobre el muro, a la luz del grasiento
farol.
Uy, qu miedo! Los valientes
de las Gallinas!
Chon paraba los golpes con el

soyate en la zurda, dando brincos de


payaso y enardeciendo a Julin con
moquetes en la cabeza, de cuando en
cuando.
Te falta nervio, Julin Andrade!
Mejor ponte ya a rezar el rosario!
El viento removi el farol de la
calle y Chon descubri entonces la hoja
brillante de una navaja a la luz que
diagonalmente entr por el cubo del
zagun.
Ah! Eso? Quieres, de veras,
que te d unas guamazos?
Reculando, reculando, sin perderlo
de vista, ech una mano atrs, al tanteo
dio con la tranca de la puerta, reclinada
a un lado de ella.
Esprame tantito no comas

ansia
Con el sombrero en la zurda paraba
los tajos; lo esper de firme y
asestndole un garrotazo de costado lo
volte boca abajo en el suelo.
Ya lo viste, Julianito? Te digo
que los Andrades ya no soplan!
Y sin darle lugar a rehacerse a
puntapis lo sac del mesn, cerr la
puerta y ech la tranca.
Siempre me pic, dijo sintiendo
un dolorcillo en el pecho. Se puso bajo
el farol. Le escurra sangre de los dedos
y tena una mancha roja en la camisa.
Acustate, voy a la botica a
comprar blsamo tranquilo para darte
una frotacin.
Es que estoy muy hobachn,

Refugito, y con la caminata vengo


quebrado.
Refugito lo vio llegar renqueando y
oprimindose la rabadilla. Percibi sus
quejidos ahogados y el olor acentuado a
mezcal.
Mtete en tu cama, ya vengo.
Sali con una redoma verde y l se
desvisti dando lamentos y echando
insolencias. Colg la cotona y las
calzoneras de una alcayata; entre una
Refugiana y San Francisco de Ass, puso
los botines debajo de la tarima y se tap
con una frazada musga muy rala. Mala
suerte! Cuntas desgracias ocurridas en
un da! Mis propiedades en ruinas,
burlado por una mocosuela malcriada y
el agravio mortal que Chon Ramrez

acaba de inferirme. Y todo por qu?


Porque cumpl mi palabra de honor,
dominando esta sangre. Uno quiere
entrar por el buen camino y no lo dejan.
Refugito vino con el remedio, se
ech un chorro de l en la mano y le dijo
que se pusiera boca abajo.
Vlgame Dios! Mira no ms
qu moretn!
Una maldita cscara de pltano
en la banqueta. No ms di el batacazo y
con trabajo pude levantarme.
Ests tan estragado que se te ven
todos los huesos, hermano.
Qu quieres? La mala vida!
El olor de la friega con el de las
gallinas y sus deyecciones saturaban el
aire, de hacerlo irrespirable. Refugito

abri la ventana y Julin, sintindose


aliviado, dijo:
Cierto cuanto me dijiste de
nuestras propiedades, pero por otra cosa
s vengo contento: dos veces estuve en
trance de dar unos moquetes y supe
contenerme. Qu te parece?
Durmete
y
no
ests
desvariando.
De un chiquihuitito sac una vieja
camisa de Julin y se sent a
remendarla, a la luz de un aparato de
petrleo.
El silencio habra de ser su nueva
arma. Aceptaba de plano la situacin
con las molestias que necesariamente le
acarreara, compensadas ampliamente
con la satisfaccin de tener a su hermano

en la casa. Saba de sobra que el


designio de reconquistar sus bienes era
una locura peligrosa y se propuso desde
luego prepararlo para el desengao que
tendra que sufrir. Por de pronto cuanto
en su mano caba era ser prudente en sus
observaciones y consejos, atinada en sus
respuestas y no decir sino las palabras
necesarias. No le caba duda de que ya
haba incurrido en alguna de las suyas,
pero el hecho de que ahora no lo
presumiera con su cinismo habitual era
signo cierto de que pensaba ya en el
buen camino. Acabado su quehacer se
meti en la cama, apag la luz y rez por
Julin que ya estaba roncando.
Cuando a otro da, Refugito volva
de misa, l llegaba tambin del tenducho

de la esquina, oliendo a tequila.


Refugito puso sobre una pequea
mesa de ocote una servilleta y sobre ella
un plato hondo con menudo de res y fue
a la cocina por tortillas calientes.
Las hambres que habrs pasado!
le dijo vindolo comer con el ms
voraz apetito.
Bscame las escrituras de la
hacienda. Pienso ir a Mxico a hacer
mis reclamaciones.
Temo que te suceda lo que a m.
Yo nada tengo que perder,
porque todo me lo han robado. Pero
aparte de eso no hay peor lucha que la
que no se hace.
Se sent en el escaln de la puerta
del zagun y en la piedra lisa afil su

navaja y la asent en la suela de sus


zapatos, ensimismado en sus clculos
referentes al asunto de la hacienda. La
prob en el dorso de la mano y se
levant:
Ya vengo.
Fue a El Macho Prieto a dejar
aclaradas las cosas; pero se lo encontr
cerrado, y eso le dio en qu pensar. Le
habra atinado, sin saberlo?
Busca a don Chon? Pue que
est enfermo nunca deja de abrir le
dijo una vecina oficiosa.
Regres intrigado y contrariado.
Comoquiera que fuese, hay ofensas que
slo con sangre se pueden lavar. Y como
deca mi padre don Esteban: La
equivocacin ms grande que un hombre

puede cometer en su vida es no matar al


primero que lo insulta, porque despus
hasta los perros lo mean.
Refugito estaba hurgando un bal
de cedro oloroso a manzanas y sacaba
una porcin de baratijas que pona
cuidadosamente sobre una silla a su
lado.
Siempre has sido muy curiosa.
La segunda mitad de la vida la
vive una de recuerdos.
Y qu buscas?
Las escrituras mralas
Extrajo un lo de gruesos papeles
orinados y se los puso en las manos.
Documentos llenos de sellos con firmas
de la ms extravagante forma a la moda
de aquellos aos. Al desenvolverlos

escap un pequeo estuche de terciopelo


guinda que rod por los ladrillos. Julin
se apresur a levantarlo y Refugito a
quitrselo, exclamando:
Mis santas reliquias!
Julin sopes el relicario y dijo:
Oro puro
Guarda una astillita de la cruz de
Nuestro Seor Jesuscrito, huesitos de
santos mrtires, y es un regalo que dej
mi ta Poncianita y recuerdo de su visita
a los Santos Lugares.
Luego volvi a acomodarlo todo
con el mismo cuidado: guardapelos,
medallas milagrosas, un cabo de vela
del Jueves Santo, un panecito de tierra
de la Virgen de San Juan, reliquias y
objetos piadosos que haba dejado su

madre doa Marcelina y otros


adquiridos por ella misma.
A cualquiera habra llamado la
atencin en casa tan pobre tanta cosa de
valor: frenos, cabezadas, espuelas y
otros objetos que lejos de animar aquel
humilde albergue lo hacan ms
desolador,
recordando
vivamente
grandezas que nunca ms volveran. Con
qu gana Julin se habra deshecho de
tanta baratija si no lo contuviera el
respeto que su hermana por causas
que no alcanzaba a comprender le
infunda a cada vez ms. La verdad era
que pesaba sobre l cierta fuerza
misteriosa de superioridad mental. Que
lo haya comprendido o no, sera otra
cosa.

Refugito sali a llamar al


muchacho que a diario cargaba las cajas
de huevo o los huacales de gallinas a la
estacin, con destino a la capital y
consignados a mi Pabln, y dijo que no
regresara hasta las diez, de la
parroquia.
Si no ests, me dejas la llave del
zagun con don Rupertito, el del
tendajn.
Con las escrituras en la mano
Julin permaneci algunos minutos
meditando tristemente en su situacin.
Porque francamente eso de que la pobre
de mi hermanita tenga que mantenerme y
hasta darme dinero para los pequeos
gastos de la calle es cosa de no
aguantarse. Como si yo hubiera llegado

a la edad en que nada se puede ganar


con sus manos. Hay que ponerle trmino
a esta vergenza.
Insconscientemente se acercaba a
la petaquilla de cedro olorosa a
manzanas.
Con estos tres pesos que acaba de
prestarme ciertamente puedo llegar a
Mxico. Aunque mis piernas no me
ayudan como antes, tengo muchas maas
para treparme en los trenes y bajarme lo
mismo. Ira a Mxico y a tierra de
mecos. (Sac de la bolsa un alambre
retorcido y lo prob en la chapa del
bal). No hay pueblo ni ranchera donde
se le niegue a un pobre transente la olla
de atole, el taco de frijoles y un rincn
donde pase la noche. (El alambre

retorcido haba encontrado camino en la


chapa del bal). En las capitales no es
lo mismo; la gente es muy tirana y nadie
siente su corazn, as lo vean a uno
pereciendo de hambre o de fro.
Entonces
Fue entonces cuando con habilidad
de buen mecnico hizo saltar el pasador.
Sac el estuchito de terciopelo guinda y
lo meti en la bolsa y en seguida, con la
pericia de un verdadero ratero o
cerrajero, cerr de nuevo la petaquilla.
Era jueves y Refugito concurra
siempre a la Hora Santa. Termin el
rezo despus de las diez y llegando a su
casa pens que su hermano estara ya en
su cama. Pero despus de llamar
repetidas veces, sin que le abriera, fue a

pedir la llave a don Rupertito que haba


cerrado la tienda y tuvo que salir de su
cama para drsela. Pit el sereno muy
lejos una vez, dos veces y Julin no
llegaba. A las once se acost, pensando
que ya no tena remedio.
A esas horas, ciertamente, Julin
iba bien dormido en una gndola rumbo
a la capital.

X
CUANDO la aurora apunt en la sierra se
ape del tren de carga en una estacin
de bandera entre Celaya y Quertaro.
As, de tramo en tramo, viajando
siempre de noche, dando un tostn al
garrotero si por su mala suerte lo
descubra, en seis noches termin su
carrera. En Buenavista se meti entre
veladores y peones de va, logrando
salir de la estacin sin que repararan en
l. Durmi en una banca de la sala de

espera de segunda clase y ya bien alto el


sol se fue a la calle. Su primera
providencia fue buscar una platera. La
encontr por el Puente de Alvarado y
despus de echar las santas reliquias en
una coladera vendi el relicario en
quince pesos. A cambio de sus andrajos
y cinco pesos, en el mercado de Fray
Bartolom de las Casas le pusieron
otros limpios y se sinti tan elegante que
tuvo que entrar a la Conchita a dar
gracias a Dios por lo bien que
comenzaba el da. No se quiso acordar
del sacrilegio que acababa de cometer,
porque haba pensado que ni con toda la
madera del monte Lbano se ajustaba
para surtir a toda la cristiandad de
reliquias de la Santa Cruz. En cambio s

se arrepinti de todo corazn del robo


del
relicario,
que
por
ms
justificaciones que le buscara, no pudo
ser ms que robo. Hincado de rodillas,
pues, rez un rosario de cinco, luego,
los brazos en cruz, una estacin y
finalmente el yo pecador con fuertes
golpes de pecho, arrepentido de sus
pecados y recontando dentro del bolsillo
los pesos, tostones y veintes que le
sobraban para el desayuno, trenes y
camiones, ya que del resto se encargara
mi Pabln. Le prometi a la Virgen una
misa cantada de tres padres, un milagro
de oro macizo y no volver a
emborracharse, reir, ni enamorar, si se
le arreglaba el negocio del rancho,
porque slo un hombre con buen dinero

puede hacerse respetar y no caer en


tentacin. Al salir de la iglesia sac un
diez de nquel y lo deposit en el cepo
de la Virgen.
Y Refugito? Pierde cuidado,
hermanita, tu oro est seguro; te
devolver tu relicario con doble peso y
adems una cruz de marfil de Jerusaln
con vidrio de aumento para que puedas
ver la vera efigie de Nuestro Seor
Jesucristo.
Sorprendido de verlo tan apuesto,
mi Pabln lo recibi con un abrazo.
Di que es nada, primo
Esprate tantito y sabrs lo que es
canela!
Bueno digo yo
No tienes que decir sino que

nuestro negocio va por buen camino.


Sabes qu es lo nico que nos falta?
Digo por qu nos?
Darle un empujoncito, t bien
sabes, la mordida
Puso cara de dolor de estmago,
porque sinti que la lumbre le andaba
muy cerca, y por las dudas se previno.
Tartajoso y a medias palabras se hizo
entender: sera bueno que su primo en
vez de seguir soando con los ojos
abiertos, como l y su hermana Refugito
se pusiera a trabajar.
Trabajar!, trabajar! No han
aprendido todava otra tonada. Estoy
seguro, mi Pabln, de lo que has ganado
en civilizacin lo has perdido en esto.
(Hizo un ademn obsceno). Y los

bandidos han hecho con ustedes su


regalada gana por eso. Merecido se lo
tienen! Mira, stas son las escrituras de
San Pedro. Se las traigo a nuestro buen
amigo el general Garca del Ro para
que por sus influencias nos las hagan
buenas. No te remordera la conciencia
si por la miseria de trescientos pesos
dejramos de ir tan buen negocio?
Alma ma de los trescientos
pesos!
Ms gastas en billetes de una
lotera que nunca te sacas.
Fuiste muy vivo siempre
pero
No se necesitan ms que
trescientos pesos.
Y dale!

Tan seguros como si jamas


hubieran salido de tu bolsa, primo.
Trescientos pesos es mucho
dinero.
Ya cay. Julin conoca las maas
de todos sus parientes.
Naturalmente que participars en
las ganancias.
S pero yo, francamente peso
que no deja diez
Para qu es?
Se levant, lo cogi en los brazos y
le jur que no diez sino cien por uno le
rendira su dinero.
S pero sultame, me ests
ahorcando.
Lo encandil tan bien que, sin
discutir ms, mi Pabln se levant y

sac de un escondrijo un calcetn


remendado lleno de monedas de plata y
una que otra de oro, lo volc sobre su
mesa chorreada que lo mismo serva de
comedor que de escritorio.
Con ojos vidos Julin lo vea
contar y recontar el dinero y con
respiracin anhelosa le jur que se
saldra con la suya, recuperaran sus
propiedades, as tuviera que dar
mordida a todos esos bandidos del
gobierno.
Est bien digo, pero
Puso sus manos abiertas sobre las
pilitas de pesos como si con ellas
quisiera defender todava su dinero.
Pero yo qu seguridades?
Si mi palabra de honor no es

bastante, deposito las escrituras en tus


manos Quieres ms?
Un papelito, digamos
Naturalmente: un pagar con sus
sellos, estampillas
Consternado, mi Pabln le entreg
los trescientos pesos.
Se qued admirado; sus piernas se
hicieron ms flexibles, pudo caminar
ms derecho, la sangre se reparti
tibiamente por todos sus miembros y se
sinti nuevo. Hasta se gast un tostn en
un Ford que lo llev a Las Fbricas
Universales, en cuyos aparadores haba
visto en su primer viaje trajes de
casimir a cuarenta pesos. De all sali
con una gran caja de cartn dando
tropezones a un lado y otro. Una dama

obesa y de anteojos lo llam majadero,


a un fif muy alambicado le tumb el
sombrero con el extremo de la caja.
Entonces se acord de algo, y se abri
camino gritando ahi va el golpe.
Cruz la plaza de armas hasta el Cinco
de Mayo y de all sigui hasta Isabel la
Catlica, donde se detuvo para
orientarse. Precisamente ah estaba lo
que iba a buscar: un edificio de dos
pisos vivamente pintarrajeado con
enormes dentaduras blancas como la
porcelana y encas como rosas de
castilla. Se detuvo en las vitrinas a
escoger su modelo, ajustndose al
precio conveniente. Un charro de
poblada barba muy negra y sedosa
estaba
en
la
puerta.
Julin

despreocupadamente le pregunt qu tal


era el sacamuelas. Sin inmutarse, el
charro lo invit a pasar. Era charro y era
dentista, se entendieron y simpatizaron
en seguida; hablaron de caballos finos,
carreras, coleaderos y otras charreras y
acabaron tan buenos amigos que le hizo
un buen descuento en el precio del
trabajo. Cuarenta y cinco pesos por la
dentadura incluyendo la extraccin de
los pocos dientes y muchos raigones que
le quedaban.
En una semana qued remendado
de la boca y fue primero a la catedral a
dar gracias a Dios por tanto beneficio,
deposit un tostn en el cepo de la
Anima Sola y repiti los juramentos
rendidos en la Conchita.

Tres das lo hizo esperar el general


Garca del Ro para darle audiencia en
Guerra. Todo lo que pudo obtener fue
una tarjeta para el Departamento
Agrario, donde, despus de ms larga
espera, un jefe le dio un oficio para el
delegado de San Francisquito. Derecho
sali a comprar su boleto de segunda de
regreso a su pueblo. Apenas tuvo tiempo
de ir al despacho de mi Pabln, que
encontr cerrado. Ya la escribir
explicando bien las cosas, dijo y se
encamin a la estacin. Faltaban pocos
minutos para la salida y se encontr un
carro apretado de pasajeros, quimiles,
maletas y hasta gatos y gallinas
encostalados cuidadosamente para que
el conductor no los encontrara, previa

una pequea propina.


branle campo al viejito dijo
un tipo mal encarado con voz ronca y
grosera.
Dos chiquillos se apretujaron
contra la ventanilla y el viejito, ya
malhumorado porque se lo decan, se
acomod como pudo con su caja de
cartn de Las Fbricas Universales y
un velicito de lona. Se hizo violencia
para dar las gracias y hasta busc
motivo de conversacin con el palurdo.
Era una familia de campesinos
ensoberbecidos. Ocupaban toda una
cabecera del carro con sus tiliches y
miraban despectivamente a cuantos se
les acercaban. Beneficiados por la
revolucin. Casi una docena de crios

prietos, chorreados y mocosos, con


buenos vestidos de casimir o de seda y
calzado superior. La mujer, del tipo
otom ms puro, podra haber sido
modelo para la estatua de la estupidez.
Hablaban con el mismo tonillo insolente
del tata y dijeron que iban a San Juan de
Ro, como quien dice voy a Pars. Por
comodidad y aprovechar la vez de
cumplir su juramento, Julin se mostr
muy amable.
Qu tal pinta el ao?
As as
Respondi con indolencia. Tena su
pedazo de tierra, pero la trabajaba con
peones, porque le tena ms cuenta
cubrirle la espalda a su general don
Esteban Capetillo.

Julin comenz a incomodarse


porque le habl en el tono de los lderes
de pueblo, ponderndole la obra
reivindicadora de la resolucin en la
clase proletaria.
Un pistolero analfabeto, malcriado
e insolente como todos los de su
especie. Algo insoportable.
En ninguna parte del pas se
estn realizando los postulados como en
mi tierra con el gobernador Capetillo.
Julin se guard de todo
comentario,
pero
el
pelantrn
enchamarrado sigui de su propia
cuenta:
Hemos dejado el campo libre de
la mala yerba. Nada nos queda ya por
repartir. Cuando el gobierno del Centro

nos manda con sus papeles a cualquier


reaccionario
que
reclama
sus
propiedades, no ms le damos agua.
As los hemos ido asilenciando.
En la estacin de Tula se bajaron
muchos pasajeros y Julin, sin
despedirse, ni dar las gracias, levant su
caja de cartn y fue a sentarse en uno de
los asientos vacos.
Subieron ms rancheros y el carro
se llen de nuevo, pero tuvo buen
cuidado de no darle conversacin a
nadie.
As fue como el regocijo con que
sali de la capital se lo empa aquel
piojo resucitado. La verdad es que slo
con mucho dinero puede uno darse a
respetar ahora. Qu distinto est todo

esto! Hasta un gan nos alza golilla!


(El recuerdo inoportuno de Chon
Ramrez en el mesn de El Macho
Prieto). Pero ya hice mi juramento y lo
cumplo: dueo de mi hacienda,
levantada de nuevo mi casa, en
compaa de mi santa hermana, les dir
adis a las parrandas, a los pleitos, a las
mujeres Aunque bien visto, eso
no!

XI
ENTR regocijado pensando en el gran
gusto que iba a dar a Refugito con el
resultado de sus gestiones; pero,
vindole la cara, exclam:
Llorando? Qu te pasa?
Coloc la caja de cartn sobre
unos huacales y tom el telegrama que
Refugito le mostr como respuesta.
No es posible! Si estaba bueno
y sano y
Slo haba ledo el primer rengln,

pero al recorrer los siguientes cambi


bruscamente de cara y de tono:
Mentira! No contestes. Quieren
estafarte. Mi Pabln trabajaba por su
cuenta y no tena ningn socio. Suspende
tus remesas. Hoy mismo pongo un parte
a mi muy amigo el general Garca de
Len para que mande poner sellos en el
despacho. Mi Pabln tena su nudito y
nosotros somos sus nicos herederos.
Pues no faltaba ms!
Los ojos le brillaban de contento y
Refugito, ahogndose en llanto, le dijo:
Me da mucho sentimiento que
ests tan alegre. Parece como que lo
nico que te interesa es el dinero de mi
primo. Qu voy a hacer ahora, Dios
mo? Me he quedado en el abandono

Refugito?
Fue mi segundo padre
Volva sus ojos al cielo, se retorca
las manos, empapado el rostro en
lgrimas.
Me ofendes. No digas eso.
Entonces yo estoy de ms en la casa?
Basta con que llevemos la misma sangre
para que mi Pabln me pueda tanto
como a ti. Pero hay cosas que no tienen
remedio. se es el fin que todos hemos
de tener y hasta pecado mortal ser no
conformarse con la voluntad del que
todo lo puede.
Quiso abrazarla, consolarla, pero
ella lo rechaz, echndose su chal negro
a la cara, sacudida de nuevo por los
sollozos.

Julin se rasc la calva sebosa en


busca de una solucin.
Maldita sea mi suerte! El mesn
de El Macho Prieto, el palurdo
insolente del tren, la muerte del primo y
ahora hasta los reproches de mi
hermana. Adnde vamos a parar? Con
el poco dinero que le haba sobrado era
imposible resolver un problema de
urgencia inmediata. Mi Pabln podra
haber dejado dinero o no, el general
Garca del Ro tal vez quisiera ayudarlo,
tal vez no; pero ni mi Pabln ni el
general habran de dar el diario para ese
mismo da. Y dijo: A grandes males,
grandes remedios.
Toma, hermana
Qu? Un billete de a

cincuenta pesos?
No me preguntes. Es slo una
prueba de que nuestro negocio est
arreglado.
Lo
miraba
con
ojos
de
incredulidad, de asombro.
No seas tonta! Deja de llorar y
ve a hacer tus compras Hay cosas
que no tienen remedio, c!
Dijo una insolencia y Refugito le
rog encarecidamente le tuviera respeto
en su dolor siquiera.
Despus de abrazarla, sin poder
contener su regocijo, sac el traje de
Las Fbricas Universales y lo puso
sobre una silla. Luego del veliz de lona
sac un pliego con sello oficial y se lo
ofreci:

Lee este papel y convncete de


que no te hablo de memoria.
No entiendo.
Una orden expresa y terminante
al delegado de la Comisin Agraria en
San Francisquito para que se tramite lo
necesario a efecto de que me ponga en
posesin de las hectreas de terreno que
legalmente me corresponden.
Refugito sonri con amargura:
Escombros y chicalote, si bien te
va.
Que me dejen meterme como
cua y despus veremos.
Te metes en una cueva de
ladrones.
No ignoro que los agraristas,
solapados por el gobierno, asesinan a

los hacendados despus de robarlos;


pero conmigo la cosa no es tan fcil y
hemos de ver de cul cuero salen ms
correas.
En cmica actitud de reto irgui su
cabeza, estir sus piernas flacas y
chuecas e hinch la barriga.
Refugito se haba serenado, pero no
tanto para rer de la actitud y de la
ingenuidad de su pobre hermano.
Tranquilizada en cuanto al sustento,
dijo que iba a la parroquia a comenzar
los rosarios por el alma de su primo,
mientras hallaba trabajo para pagarle
tambin sus misas. Y volvi a llorar,
acordndose que si en su juventud fue su
pretendiente, despus sin inters ninguno
haba sido su protector encargndose de

la venta de su mercanca en la capital.


Julin se qued solo y otra vez se
rasc la cabeza. Ahora s me acab de
fregar! Qu demonios voy a hacer con
cinco pesos que me quedan en la bolsa?
Levant el traje de la silla, se lo
puso al brazo y sali a buscar una
planchadura. Volvi con una hoja nueva
de Gillette y se afeit, mirndose en un
pedazo de espejo colgado de la ventana.
Bueno, ahora vamos a la calle a ver
en qu paran estas misas.
Al da siguiente fue otro:
reanimado
porque
ahora
poda
presentarse decorosamente en cualquier
sitio, fue a una casa de baos y, poco
antes de comer, sali de su casa en El
Turicate, bien limpio, de vestido nuevo

y planchado, relucientes los dientes de


porcelana, se encamin a la calle
principal ms derecho que un poste y
dando taconazos en la banqueta. Detuvo
a un charro bien apuesto:
Perdone, adnde queda El
Barrilito?
Sin dignarse abrir la boca, el
charro tendi la mano y le seal el
portal. A un catrinfacio le pidi la hora
y ste, tan educado como el charro, le
ense el reloj.
Pero estos hijos de la chi
charra qu estn pensando? An
parecer limosnero? Desgraciados, ya
se les llegar su hora!
De joven le irritaba la curiosidad
del vecindario a cada vez que iba a San

Francisquito; ahora su indiferencia le


era ms dolorosa que una injuria o una
burla. Soy nadie, pues, todava?
Fundacin
colonial,
San
Francisquito permaneca aislado de los
centros de comercio y civilizacin y era
eminentemente
conservador.
Sus
habitantes principales eran criollos y
mestizos, abundaban los geros de
buena presencia, de barba negra y
cerrada, grandes ojos acogedores; las
mujeres eran bellas, de delicado perfil,
carrillos frescos y sonrosados, ojos
negros y pelo negro tambin. Haba
blancas de ojos zarcos o azules y pelo
castao. Buenas gentes y de una
indolencia estupenda. Quedaban viejos
del siglo pasado que caminaban

silenciosamente por las calles desiertas


de los barrios, con las manos por detrs
y a pasos de una lentitud desesperante.
Alguno se detena a seguir con los ojos a
la hormiga que llevaba una basurita a
cuestas, otro pasaba largos minutos
absorto viendo la tela de araa donde el
animalillo tena atrapada una mosca a la
que aprisionaba en una red de la misma
tela; el de ms all observaba el cartel
del cine anunciando las ltimas
aventuras de Tarzn, hasta que su propio
cuerpo los obligaba a reanudar su paseo
con la pasividad imperturbable del asno
que lleva su carga.
Un da llegaron los sombrerudos de
Natera, despus de su triunfo en
Zacatecas, y la gente se alborot

saliendo al fin de su sopor. Los viejos se


asustaron, las viejas rezaron el trisagio y
las muchachas casaderas hicieron
imposibles por ocultar su pecaminoso
alboroto.
Muchos aos despus vino otra
avalancha, pero de otro gnero: los
carreteros. Brigadas de ingenieros,
pagadores, sobrestantes, cabos, peones,
abriendo el camino precisamente a todo
lo largo de la calle principal. Fueron
vanas las protestas de don Jesusito
alegando que le mermaban seis metros
del frente de su casa, la reclamacin del
chato Camilo porque la carretera le
cortaba el agua de su huerta, el ocurso
firmado por millares de vecinos
quejndose de que se les prohiba el

trnsito a sus carros con llantas de


acero. Y mientras ellos gruan y
amenazaban, se fueron colando fuereos
prcticos, con pequeos negocios:
cenaduras, refrescos, restaurantes,
cafs, despus vinieron los del dinero
con hoteles y garajes, gasolineras, etc.
Algo totalmente desusado en la
poblacin. Y cuando el trfico comenz
a intensificarse con camiones de
pasajeros,
autos
particulares,
camionetas, motos, enormes trocas y
hasta canos de lujo, los nativos,
abriendo la boca, dijeron: Miren qu
caso! Pero los mozos sintieron como una
inyeccin de vida: vitaminas del
alfabeto cabal. Rompieron bravamente
con el marasmo hereditario, se hicieron

sordos a los gruidos de los ancianos


que, vencidos, con eso se contentaban.
No se iniciaba negocio al que no le
presagiaran el fracaso, con sonrisa
compasiva y gesto misericordioso.
Los habitantes se acostumbraron
entonces a ver a diario caras nuevas y el
forastero dej de ser artculo de gran
curiosidad. Ahora se interesaban por l
la plaga de los chafiretes, cargadores,
comerciantes ambulantes, boleros y
otros bichos de la misma fauna,
destinados
exclusivamente
a
esquilmarlo.
Todo eso Refugito se lo haba
dicho hasta el fastidio, pero l siempre:
Santo Toms ver y creer.
Vengo de El Barrilito.

Jess, Mara y Jos!


Slo
personas
decentes,
Refugito.
Las conozco.
No te alarmes. S dnde me
aprieta el zapato.
Qu pronto se llev el viento tus
juramentos!
De pasos ms peligrosos supe
escapar. No me has dicho que vivimos
en tiempos en que sin amistades o
influencias nada se puede arreglar?
Espero que los amigos me vengan como
agua llovida? Si uno no hace por entrar
en sociedad, nadie lo llama.
Haz lo que te parezca.
Pero su razn no era su razn: sta
dorma en la niebla de su subconciencia.

Como el pez que se debate en la arena


ansioso de precipitarse al agua, as se
senta rodeado de una atmsfera
irrespirable, que no era la suya. La
actitud inesperada de las gentes del
pueblo le escoca, no se la poda
explicar porque no quera convencerse
del cambio radical verificado e
irreversible. Lo que haba dejado con
vida ahora se reduca a puros
escombros. Quedaba el pueblo gris con
sus casas de adobe y sus callejuelas
desempedradas que el polvo amortajaba
al ms dbil soplo del viento. Salvo
pocas excepciones, las cosas eran las
mismas, pero los hombres no. Por otra
parte, el hogar haba dejado de ser su
medio. Por sus hbitos ms quizs que

por sus vicios, por instinto, buscaba lo


que le fuera propicio.
La vida al arrimo de su hermana,
con sus eternos rezos, lamentos y
consejos, era algo duro para el que
media vida la haba pasado en fiestas,
juergas y diversiones, y la otra de judo
errante por Amrica del Sur y del
Centro huyendo de la polica y
arrostrando toda clase de miserias.
Tampoco el pueblito era divertido sin
amigos ni conocidos. Se aburra
mortalmente slo de pensar en que
tendra que aburrirse. Para un Andrade
vivir en San Francisquito significaba
tener dinero, amigos que le devuelvan su
rancho, conocidos y desconocidos que
lo teman, infundir pnico cuando uno se

enoja y hacerse amar de las mujeres que


le gustan. Sueos de borrachera o
crudez, porque ahora con todo lo
Andrade a cuestas slo era una cifra
negativa, cero a la izquierda de seis mil
unidades y cero en la tierra donde
imper como dueo y seor.
Sentirlo y no tener el valor de
consentirlo era el infierno en que se
estaba metiendo.

XII
EL CORAZN de San Francisquito estaba
encerrado en el portal: la botica, el hotel
y la cantina. En un extremo, el ms
cercano a la parroquia, los ventrudos
jarrones de agua de color, el botamen
alemn en marfil y oro, el reloj un
len que asusta a los muchachos
guiando los ojos al fondo y contra el
muro, los dependientes con sus largos
sacos de dril abotonados, y la clientela
desconsolada y aburrida de ver matracas

y almireces. El hotel en el centro, el


nico hotel con su enorme puerta
colonial claveteada de rosetones, sendos
asientos de cemento pintados de rojo al
pao, a uno y otro lado del cubo del
zagun y un muchacho de dedos siempre
negros con la sucia caja del betn y el
cepillo. En el corredor del hotel hay
muchas mesas y tiene acceso a la cantina
por un angosto pasillo. Ciertas personas
demasiado decentes, como don Simn
Archiga, prefieren tomar la copa en
alguna de esas mesitas. Se le llama
seor don Simn, tiene fama de sabio,
no admite compaa y huye siempre del
barullo de la cantina.
Aunque el letrero ya se borr, todo
el mundo conoce con el nombre de El

Barrilito a la cantina. Poco visitada en


el da, salvo a la hora del aperitivo, es
la ms concurrida desde que anochece.
Dos lmparas de kerosena descomponen
su luz tan blanca como intensa en vasos,
copas y vidrieras diseminadas en el
mostrador y en el sotabanco, en los
casilleros, y cuya reverberacin va ms
all de las losas del portal hasta el
empedrado de la calle.
Con permiso dijo Julin
metiendo
el
brazo
entre
dos
parroquianos para tomar una botana de
un platn de porcelana colmado de rajas
de queso aejo y cebollitas en vinagre.
Pretexto para acercarse y or algo
que le interesaba muy de cerca. Uno
haba dicho:

No ha querido dar el nombre del


agresor. Corre la voz de que fue un
fuereo.
Y el otro le respondi:
Por algo lleva el apellido de los
Ramrez.
Uno de los interlocutores era un
viejo de prpados hinchados, de palidez
enfermiza; vesta un traje muy usado de
casimir gris con grecas negras
acordonadas en las solapas y en la
espalda, pantaln muy ajustado con
trenzado de gamuza, zapatos amarillos
sin lustrar y un sombrero gacho de alas
anchas. El otro, menos viejo, era
corpulento, rojo como jitomate, nariz
curva, encendidos los ojos, siempre
bajo el ala de un gran sombrero de

palma. Mascaba chicle y escupa sin


cesar.
Si no lo ha querido entregar
dijo el cantinero que arrastraba una pata
de palo es porque tiene intencin de
saldar cuentas a lo macho.
Julin se sinti descargado del
peso de una montaa. Ahora saba de
cierto que haba prendido a Chon, y
eso era lo mismo que haber lavado ya la
afrenta.
El viejo de prpados hinchados,
despus de mirarlo con insistencia, se
acerc al otro, rumorendole algo al
odo.
No se te hace, Pachito
Martnez? agreg ya en voz alta.
Como puede que s, puede que

no respondi el que mascaba chicle,


llamado Pachito Martnez.
Hablo con el seor don Julin
Andrade?
Su servidor
Yo lo soy de usted. Me llamo
A ver, acurdese de m?
Ah, s don don
Don Jesusito, s seor, o don
Jess Ramrez, como quiera llamarme.
No te lo dije, Pachito Martnez?
Apretones de mano, estrechos
abrazos y te acuerdas de esto y te
acuerdas del otro y aqu unas copas de
coac para los amigos, Mocho.
Pilatos dijo el interpelado a su
dependiente, un muchacho en camisa y
pantaln de mezclilla, sirve copas.

Abre una Hennesy.


El dueo de la mejor cantina de
San Francisquito haba venido quin
sabe de dnde, pero con mucha mano
izquierda se apoder pronto de la
clientela ms productiva. Maduro, pero
fuerte y bien dado, de cabeza cuadrada,
pelo corto y spero como cepillo, la
camisa abierta desde su gran cuello de
toro hasta el ombligo pujante,
arrastrando su pierna de madero iba de
una parte a otra, cuidando de que se
atendiera a todo el mundo. Su sonrisa
socarrona, un tanto enigmtica, le daba
parecido con esos idolillos hindes
fabricados de tecali en Puebla. Nunca
disputaba por opiniones contrarias a las
suyas, mediaba en todos los conflictos

con tino y evitaba muchas rias


formales.
Te acuerdas de la carrera de la
Giralda, Pachito Martnez?
Prorrumpi en una carcajada ronca
y hmeda.
Nos quiso dar la gran fregada
Pero se la volteamos al revs
Bueno, lo que pas vol. Ya
quisiramos volver a aquellos tiempos
tan chulos! Verdad, don Julin? Los
Ramrez y los Andrades fuimos
colindantes, Pachito Martnez. Aqu la
hacienda de San Pedro, ac la del
Refugio y nuestras caballerizas para
poner escuela Miento, don Julin?
Don Jesusito era un manantial
inagotable de palabras, en tanto que el

colorado de la nariz ganchuda llamado


Pachito Martnez era un zongo al que se
le sacaban las palabras con tirabuzn.
Mirando siempre a sesgo bajo su ancho
sombrero de palma, mascaba chicle y
escupa.
Los circunstantes hicieron silencio,
interesados en el nuevo camarada, y un
charro joven, que a distancia formaba
grupo con otros, dijo:
Es de los Andrades con que
tanto nos encatarran los viejos?
Me
vienen guangos!
respondi otro con petulancia.
Don Jesusito, que hasta para hablar
se sofocaba, abra desmesuradamente
los ojos y se le amorataban los labios.
Acariciando la copa con toda la mano,

se la llev a la boca como buen catador


y dijo:
La leche de los viejitos, Julin
Salud
La apur a pequeos sorbos con
deleite, jurando que no haba mejor
medicina para los aos. Y cogi de
nuevo el hilo de la interrumpida charla.
Entonces no nos queramos muy
muchote, la verdad ha de decirse.
Andrades y Ramrez, perros y gatos en
un costal. Pero ahora todo se acab: nos
robaron
nuestros
caballos,
las
caballerizas se cayeron y nos echaron de
nuestro rancho con una mano por delante
y otra por detrs
Se acall el perro, se acab la
rabia coment Pachito Martnez y

puso una enorme escupida en el suelo.


Y aqu me tienes, Julianito, de
comisionista de cereales y ganado, con
lo que no me va tan mal. Me dejaron la
casa y no pago renta, saco para los
frijolitos y hasta para un coaquito en
das en que se repica gordo.
Le dio un abrazo, y Julin ahuec la
voz para decir que a l tampoco le haba
ido tan mal.
S, te fuiste con Villa, pero
despus ni tus luces.
Me fui a la Argentina con un
estanciero; compr tierras con reses y
buena caballada y ah vamos.
Pachito Martnez lo vio al sesgo y
masc chicle.
Pilatos don Simoncito hizo

sea el Mocho a su dependiente.


Asomaba un vejete alambicado,
vestido de catrn, por el pasillo que
comunicaba con el hotel, pidiendo se le
sirviera. Pilatos le llev un vermut con
un sifn de agua gaseosa y un vaso.
Fue necesaria la presencia de don
Simn Archiga para que Julin se diera
cuenta cabal que con ropa de catrn se
desentonaba en absoluto en aquel centro.
Encontr oportunidad de hablar con el
Mocho y le pregunt dnde podran
hacerle un traje de charro, bien cortado.
No hay otro como don Rosalo.
Bsquelo a la otra puerta de la
comandancia.
Le llaman el Muerto y est tsico
por ms seas dijo don Jesusito y dio

una gran carcajada.


Ni en Mxico hay un sastre que
le haga un pantaln de campana, como
los de don Rosalo dijo otro con
vanidad provinciana.
Pilatos inform a don Simoncito de
que el nuevo cliente de El Barrilito era
un estanciero de la Argentina.
Dile al Mocho que quiero
decirle dos palabras dijo don
Simoncito, poniendo el vermut en el
vaso y acabndolo de llenar con el agua
de sifn.
Dio un sorbo, sac un Reader
Digest y se absorbi totalmente en su
lectura.
Supe que mi hermana Refugito se
encontraba en mala situacin econmica

y vine a saludar a los amigos, en primer


lugar, y a reclamar mis propiedades.
Se hizo un silencio embarazoso.
Pachito Martnez cambi con don
Jesusito una mirada irnica, sonriendo
levemente. Todava hay candidatos al
Limbo, llenos de canas y arrugas.
Dnde vive este rico estanciero?
Julin debi sospecharse algo
porque en seguida les mostr el oficio
para el delegado de la Agraria y una
carta de recomendacin del general
Garca del Ro para el presidente
municipal de San Francisquito.
El viejo don Jess cambi
bruscamente de gesto y le dijo:
El presidente municipal es una
excelente persona, nadie le ha hecho

tantos beneficios al pueblo como l. Es


muy mi amigo y yo te presento. El
Fruncido es el delegado de la Comisin
Nacional Agraria y, aunque no tenemos
amistad, puedo tambin llevarte con l.
El
Mocho
se
acerc
a
interrumpirlos. Seor don Simn desea
conocer a don Julin Andrade y charlar
unos momentos con l.
Todos se vieron admirados y Julin
subi mucho.
Seor don Simn es un sabio
dijo gravemente don Jesusito. Sabe de
memoria la enciclopedia en tres tomos y
Je ha dado muchos panzazos a los
seores catedrticos de la XEW.
Julin sali del Barrilito con
Pilatos y le dijo que lo excusara porque

iban a dar las nueve y Refugito lo


esperaba en la puerta de la parroquia
para que la llevara a su casa. Prometi
solemnemente hablar con l en otra
ocasin.
Otra era la verdad; no le quedaba
un centavo ms en el bolsillo y su
desercin era de urgencia inmediata.
Iba dichoso taconeando con fuerza
por la calle principal, tom luego el
rumbo de los Turicates y lleg a su
casa, frotndose las manos con
alborozo:
Mrame, Refugito. Huleme! No
ms bes la copa. Querer es poder.
Ests convencida?
Refugito
lo
contempl
compasivamente, como una madre puede

mirar a un hijo caprichoso e


incorregible. El olor del alcohol llenaba
el cuarto.
Hasta un tal don Simn Archiga
quiere conocerme. Lo oyes?
Hombre sabio y muy catlico
dijo Refugito gravemente. Procura or
sus consejos y seguirlos.
En verdad te digo que en una
sola noche le tengo aventajado cuando
menos la mitad a nuestro negocio.
Se acost y so al Nio Jess
entre los doctores de la Ley. Despert
despejado, pero sin duda alguna sobre
su real situacin: Mndame dinero que
estoy ganando.
Refugito, prstame veinte pesos.
As, sin explicaciones ni pretextos.

Refugito no le contest entretenida en


calentar el almuerzo. Y Julin se acord
de Chon el de El Macho Prieto con el
que seguramente tendra que entenderse.
Pero, pasado ese penoso incidente, ya
podra
comenzar
su
obra
de
regeneracin de acuerdo con su santa
hermana y los juramentos que haba
hecho. Y reconoci el filo de su navaja.
Luego que acabaron de almorzar,
Refugito le dio un billete de cinco pesos
dicindole que as le seguira dando el
resto para que le durara ms. Y salieron
a la calle cada cual por su camino.

XIII
EL SEOR presidente municipal?
El jefe est dando audiencia a
una comisin de agraristas dijo un
gendarme de uniforme gris muy
deslavado con vivos remiendos de
mezclilla azul. No se puede agreg
alineando horizontalmente su macana.
Yo tambin soy agrarista dijo
Julin con desenvoltura, y puede que
tambin pueda.
Se le col, dejndolo con tamaas

tapas.
Era un cuarto largo, mal encalado y
sin ventanas, como troje de hacienda.
All en el fondo, donde haba una mesa
rodeada de gaanes, al pao del muro se
adivinaba un don Lzaro Crdenas de
medio busto y una linda muchacha
acariciando la cabeza de un pobre
jumento: Tome Coca-Cola bien fra.
Se adelant haciendo sonar sus
tacones, pero no logr hacerse or. Entre
muchos hombres de huaraches, soyates,
combinaciones grises y azules, uno de
pantaln cachirulado y chamarra de lona
bien planchada con ademanes y tono
oratorios tena la palabra. Los dems
asentan peridicamente a lo que deca
como nios de escuela que saben su

leccin.
Esper pacientemente a que
terminaran. Los vio salir levantando una
nube de tierra con sus huaraches y
zapatones,
y
se
acerc
muy
ceremonioso:
El seor presidente municipal?

En qu se le puede servir?
respondi un sujeto prieto, chaparro, de
pelo arisco y sin barba.
Julin le entreg un pliego.
Sin levantar la cabeza, mirando con
indolencia al bolero que le estaba dando
grasa, pas el oficio a su subalterno.
De la comandancia
Volvi el oficio el empleado, un
tipo flacuchn que hablaba como flauta y

se mova como ardilla:


Vaya usted a la comandancia
militar.
Tengo esta carta para usted
tambin dijo Julin, dirigindose al
presidente.
El prieto, chaparro y lampio ley
apenas el nombre del recomendado y
tom un color cenizo oscuro. Lo mir un
instante con ojos ensombrecidos y le
respondi con inesperada aspereza:
Bien
Se levantaron el presidente y su
subalterno y salieron. Julin se haba
quedado de pie, con el sombrero en las
manos, como si an esperara algo, hasta
que el gendarme le son las llaves y le
mostr la puerta. Habrse visto!

Lo pasas a creer, Refugito?


Estos pelados de la presidencia
municipal me trataron como a perro
ajeno.
Me alegro.
La respuesta lo dej estupefacto.
Refugito volva y revolva los mil
objetos guardados en su petaquilla de
cedro, presa de una exaltacin tan
violenta que no slo se trasluca en su
voz, sino en sus movimientos
incoordinados y en el brillo de sus ojos.
Julin comprendi, se mordi los
labios y humillado dijo:
Ya s por qu ests nerviosa!
Fue un abuso de confianza
pero yo no llevaba ni para el
desayuno
Hazme
favor
de

perdonarme.
Mejor hubiera pedido limosna,
que sufrir el bochorno de tener un
hermano que
No pudo acabar. Su lengua se neg
a articular la palabra. Estaba sofocada y
su voz vibr como cuerda de acero.
Hice mal
Y las santas reliquias?
Julin tuvo que retroceder tres
pasos. Tuvo miedo. En sus trances de
violencia, los Andrades lo mismo
hombres que mujeres mataban sin
tentarse el corazn. Refugito, totalmente
transfigurada, haba cogido un martillo y
lo blanda amenazante:
Respndeme: dnde estn mis
reliquias?

Estn ms seguras que en tu


misma petaquilla. Deja ese martillo.
Devulvemelas Las quiero
No necesito contarte mentiras.
Las tiene en su poder el seor cura de la
Conchita. Vend el relicario, pero te lo
devolver con doble peso Todo.
Con tal fuerza arroj el martillo
que hizo un boquete en la pared
descalichada.
Apenas puedo creer que t en
mi casa!
Se ech un viejo chal a la cabeza y
sali.
Julin se tendi en la cama; ya
tranquilo y tarareando una cancin
costea, se qued dormido.
Refugito entr a la parroquia y

todava le temblaban las piernas y le


repicaba el corazn. Se detuvo en uno
de los altares laterales, se puso de
hinojos ante Jess Nazareno y
sollozando y rezando permaneci all
muchos minutos. Bes la orla dorada de
la tnica morada cuando hubo de
recobrar por fin su equilibrio. No
lloraba por Julin, ni por sus reliquias,
lloraba por ella misma, con la tristeza
de ser la misma de antes. Ni el dolor, ni
la pobreza, ni los trabajos y sacrificios
pasados pudieron lavar las impurezas de
aquella sangre que a veces la abrasaba
las carnes, se le suba a la cabeza y la
hacia perder todo dominio sobre s.
Tristeza y terror, porque saba que en
esos momentos de arrebato poda llegar

a los peores extremos.


Y no eran simples suposiciones.
Tena diez aos la primera vez. Uno de
los peones entraba enconado bajo un
enorme canasto de maz y sin percatarse
pis un gatito blanco, encanto de la nia
que jugaba todo el tiempo con l. Lo
desnuc. Refugito, fuera de s, tom una
barreta de hierro y se la arroj a la
cabeza. No lo mat, pero el pobre
hombre qued idiota por sus das. Su
castigo lo encontr en cada encuentro
con l. La sangre de los Andrades
atemperada por la de su madre. Dios la
tenga en el cielo! Fue mrtir por su vida.
Su historia, historia de perenne
sacrificio. Botn de rosa que se abre al
amanecer, brutalmente tronchado por la

lascivia intemperante de uno de los jefes


pertenecientes a las hordas del
bandolero-guerrillero Juan Chvez,
terror de la comarca en los aos de la
guerra de Reforma. La ingnita bondad,
el candor y la inocencia se impusieron
al bruto y ste legitim su posesin,
desposndose con su vctima, como si
con ello le hubiera otorgado una gracia
excepcional. Marcelina fue la mrtir de
su esposo y de cada uno de los
cachorros que heredaron los instintos
erticos y sanguinarios de su progenitor.
El advenimiento de una nia Refugito
fue un consuelo y una esperanza. Pero
zanconcita apenas comenz a dar guerra:
azuzada por sus hermanos y aplaudida
por su padre, aprendi a montar potros

de falsa rienda, a lazar toros, a ordear


las vacas. Tir al blanco con rifle y
revlver y dijo palabrotas con la
naturalidad y sencillez de cualquier
carretero. A fuerza de paciencia y
bondad doa Marcelina la fue atrayendo
poco a poco a las tareas hogareas. Un
da su hermano mayor, de regreso de un
bodorrio, lleg borracho insultando a
las viejas. Refugito descolg la
escopeta con que cazaban liebres y le
dispar
a
quemarropa.
Sin
consecuencias, porque el arma no estaba
cargada. Pero con eso bast para sentar
un
precedente
de
libertad
e
independencia. Ni su padre ni sus
hermanos volvieron jams a molestarla.
Se asust tanto de lo que haba

hecho, que por algn tiempo perdi el


sueo, tuvo algunos ataques de nervios y
hubo que llevarla al pueblo a que le
curaran los nervios. Fue el primer
cambio de direccin en su vida. Se
consagr al hogar y a la defensa de su
madre. Vino la revolucin, las
expulsaron de sus propiedades, doa
Marcelina muri de la pena y Refugito
se qued sola en el mundo, sin ms
consuelo que el recuerdo de su santa
madre. Tuvo que trabajar, hacerse
comerciante, asociarse con mi Pabln,
su primo carnal, hasta conquistarse su
independencia econmica.
Pasada la crisis volvi a su casa,
cuando cerraron la iglesia. Julin,
amodorrado, permaneca tendido en su

cama. No se hablaron. Entr a encender


la lumbre para la cena.
Julin, todava con zozobra, se
atrevi a hablar primero:
Los negocios van muy bien
Silencio.
Pero sin dinero ni la hoja del
rbol se mueve.
Cuca tendi el mantel de manta con
deshilados rojos.
Tengo que volver a Mxico a
conseguirlo. Pero t
Por m no te preocupes.
Fue por un botelln y dos jarros de
barro, los puso sobre el mantel y trajo
luego la cafetera y la jarrita de leche.
Comenzaron a merendar. Y habl
ella, ya duea de s:

Vamos trabajando y djate de


historias.
Y esta orden del gobierno?
Si tienes en contra al presidente
municipal lo tienes perdido todo.
Tiene que acatar al gobierno del
centro por la buena o por la mala.
Sabes siquiera quin es el
presidente municipal?
Un mono de volantn con
chaqueta y pantalones.
Ese mono puede darte un dolor
de cabeza.
La tempestad haba pasado, pues,
sin dejar huella ninguna.
Se llama Gertrudis y es sobrino
de otro Gertrudis
Julin se enderez, dejando el

bocado pendiente.
Del Gertrudis aquel que corri
la Giralda
A Refugito casi se le acab el
aliento. Haba dicho cuanto tena que
decir y le temblaban los labios.
A su pesar, Julin arrug ms la
cara. Pero solt una risotada que son
como crujir de huesos. Se acerc de
nuevo a la mesa y sigui tomando su
caf con leche.
Canastos, hasta los hijos de mis
peones han llegado a autoridades!
El resto de la merienda transcurri
en silencio. Julin no sen ta
remordimientos con el recuerdo
inoportuno de Gertrudis, el corredor de
la Giralda, el to del otro Gertrudis,

presidente municipal. Los de su raza no


adolecan de tales debilidades pero s
vio claro que se presentaba ahora el
ltimo como obstculo muy serio para la
realizacin de sus anhelos.
Se retiraron de la mesa, Refugito a
remendar y Julin a seguir pensando. La
verdad es que ya le cargaba tanta
evocacin inoportuna. Chon Ramrez el
de El Macho Prieto, el difunto Jess
Rodrguez acostado por una certera bala
en la espalda, Gertrudis, bravo mastn,
que os morder la mano del que le dio
de comer, desbarrancado de la mesa con
ayuda de to Marcelino que lo sigui
porque no es bueno dejar testigos. Y la
que origin todas las tragedias, Marcela
Fuentes, hija de Pablo Fuentes, con una

daga enterrada en el corazn, en premio


de sus perradas. Todos en el
camposanto. Desfile de fantasmas que
no le quitan el sueo al que no cree en
aparecidos.
Lo que pas vol
Qu ests hablando?
Que el muerto a la sepultura y el
vivo a la travesura.
Ve a la iglesia y pdele a Dios
que te ilumine la inteligencia.
Uno qu quisiera?, pero no lo
dejan: si no te defiendes de los lobos te
comen.
Murmur una insolencia y se ech
una vieja tilma encima, ya tendido en su
cama. Refugito apag la vela, rez sus
devociones y se acost tambin.

XIV
AUREOLADA de chispas, el soplador en
una mano, con la otra las tenazas, sacaba
los carbones encendidos, soterrados
bajo una capa de ceniza, para prender la
lumbre. Atole y frijoles para el
almuerzo. El capital no daba para ms.
No poda resultar ms desvergonzado
entonces el saludo de Julin:
Desde que puse mi planta en este
pas nuestro, las mejores horas las he
pasado en tu casa. Dios te conceda una

larga vida!
Del disgusto de la vspera no
quedaba rastro. El perdn haba brotado
espontneo y sin reservas. A Refugito se
le dilat el pecho con la satisfaccin de
un alma contrita y pacificada. La
desvergenza del ebrio consuetudinario
era falta menos grave que la que ella
haba cometido. No tena derecho a
reprocharlo. Ni a darle consejos. Su
deber consista desde ahora en
conducirlo al buen camino por el
ejemplo. Hacer otro slo a Dios le
estaba dado. Sin vanidad, sin violencia,
advertirle en tal forma que l no
advierta que se le advierte. Rodearlo de
las pocas comodidades que ella puede
darle, conforme a sus necesidades de

viejo.
Desde ese da Julin la encontr
amable sin afectacin, santamente
serena, ora frente al brasero cocinando
sus alimentos, ora zurciendo la ropa
sentada en ancha silla de tule. Para
Julin esa paz espiritual slo se traduca
en manifestaciones materiales: estmago
satisfecho, cama limpia, habitacin
abrigada.
Prstame un quinto para hacer la
maana.
Quera volver a ser Julin Andrade
y no era ms que un borrachn de cantina
pobre. No conoca l mismo su tragedia.
Iluminado por el mezcal, dijo:
Estoy como hacha. Voy a buscar
a don Jesusito y, si lo intereso en el

negocio, negocio hecho. Nos vemos.


Aunque los contertulios de El
Barrilito lo saludaban y an se detenan
a platicar con l, la gente lo segua
mirando como forastero y lo llamaban
el Fuereo.
Se acord de las seas que don
Jesusito le dio de su casa; contraesquina
del portal, del lado de la cantina. Se
encontr con un charrito que le dio
precisos informes:
Sale de su casa despus de las
diez y regresa a la hora de comer. Si
quiere verlo con seguridad, bsquelo a
la hora del caf, porque ms tarde no se
puede contar con l.
Se situ, pues, en la esquina del
portal, esperando que dieran las diez.

Los vagos decentes de San Francisquito


distribuan su tiempo entre la cantina, la
plaza y la parroquia. Regularmente
despus de la misa de once, mientras
llegaba la hora de tomar el aperitivo, se
juntaban en el Paseo. Los mayores y ms
respetables, a la sombra de los fresnos
se sentaban en los asientos de cantera y
se entretenan hablando del tiempo,
murmurando de todo hijo de vecino,
comentando actualidades locales y
generales, discutiendo de poltica y
resolviendo los ms arduos problemas
nacionales y extranjeros. Los mozos,
entretanto, chacoteaban en el solar,
pomposamente llamado el Paseo,
corriendo carreras a pie, armando
crinolinas y floreos de reata. Solia

llegar alguno a caballo y haca


ejercicios de equitacin, saltos de
obstculos sobre la propia barda y
entonces hasta los ancianos se
contagiaban del entusiasmo de sus
muchachos.
Julin se distrajo reparando en que
la gente que conoci en su juventud era
slo una caricatura grotesca de lo que
fue: caras apergaminadas, puras arrugas
y bolsas, pellejo untado a los huesos;
muchachas, bellsimas en su tiempo,
aparecanle como alucinaciones de
ebrio delirante, que lo inquietaban
menos de lo que lo entristecan y eran
acicate para una pregunta nunca
formulada: tambin ser uno de estos
mamarrachos de pesadilla?

Despus se desvi su atencin


hacia el grupo de mozalbetes que
traveseaban en la plaza y, cuando menos
lo pens, ya el viejo don Jess iba ms
all de la parroquia. No solo; lo
acompaaba un sujeto mal vestido y
cobijado con una frazada. Se apresur a
darle alcance y de pronto reconoci al
propio Chon Ramrez sobrino del viejo
y el dueo del mesn de El Macho
Prieto. Sinti que el corazn le dio un
vuelco y, desazonado, dio media vuelta
tragndose una insolencia mayor. No por
miedo, qu caray! Ahora no iba en plan
de buscapleitos, sino de negociante que
slo se preocupa por su negocio. El
intruso podra frustrarlo todo, aparte de
que para lo otro habra tiempo sobrado.

Volvi despus de medioda a buscarlo


en su propia casa. Estaba an en el
comedor discutiendo con Sanjuanita
acerca de las virtudes profilcticas del
alcohol contra el asma. Ni los mejores
mdicos de Mxico haban podido
currsela, y contra hechos no hay
argumentos, tengo setenta y dos aos y
aqu me tienes vivito y coleando. Julin
se excus de la visita tan a deshora.
Tengo urgencia de estar maana
mismo en Mxico y no quise salir sin
despedirme de mis buenos amigos.
Estaba
tomando
caf
con
aguardiente o mejor dicho aguardiente
con caf. Se levant y dio un fuerte
abrazo a su amigo.
Sanjuanita, otra taza de caf para

nuestro gran amigo el seor don Julin


Andrade. Te acuerdas de la carrera de
la Giralda?
Sanjuanita volvi la cara, asustada.
Una de las beldades de cuando Julin
Andrade era un apuesto charro.
Huesuda,
reseca,
jorobada,
Sanjuanita, otro esperpento, gruendo
frases de cortesa, de mala gana puso
otra taza y don Jesusito se encarg de
ponerle tan medido el caf como
desmedido el aguardiente.
A despedirme y a algo ms. Si
usted me lo autoriza El fin principal
de mi viaje es una entrevista con el
general Garca del Ro, muy amigo de
verdad, y de paso podra hablarle
tambin de lo de usted.

De lo mo? Ja ja ja!
se le caldearon las orejas y se le
amorataron los labios. A esos hijos de
la china Hilaria del gobierno no les pido
yo ni madre y agot el caudal de sus
insolencias hablando de la revolucin y
de sus hombres.
Pero entonces Julin encontr
inesperadamente una voz en su favor.
Sanjuanita, puesta en jarras, dijo:
Don Julin tiene razn en pelear
por lo suyo. Y si pierde, bien perdido.
Pero no hay lucha peor que la que no se
hace.
Si Sanjuanita dice que eso est
bien, est bien, y ni quien diga lo
contrario. En lo que no estoy de acuerdo
con mi querida costilla es que se lleve

el aguardiente. Deja las cosas como


estn y nos amanecemos.
Bien sabes que lo hago por
obedecer al mdico. Todava pareces
chiquito! volvi a poner la botella
sobre la mesa. En tu salud lo
hallars!
Julin apart con suavidad la
velluda y arrugada mano de su amigo,
que de nuevo llenaba su taza de alcohol.
Se disculp: la importancia de sus
negocios le vedaba por ahora tomar.
Tomas en chiquihuite? No te
ests haciendo pato!
A la fuerza lo hizo empinar la taza
y Julin con cautela la escupi.
Lo acompaara toda la tarde,
pero aunque no me lo crea, voy apenas a

conseguir fondos para mi viaje. Tengo


un aviso de cheque de la Argentina
Pero este maldito servicio de correos!
El viejo cay en la trampa,
soltando una carcajada.
Estos Andrades! Quisquillosos
como el diablo!
Cunto necesita el amigo don
Julin?
Oh, no me diga yo no he
venido a eso!
Entonces para cundo son los
amigos? Le basta con quinientos pesos?
Recuerda que no puedes
disponer de un solo centavo; el lunes se
te vence el pagar exclam
sbitamente Sanjuanita, muy alarmada.
Vamos a ver si puedo

respondi
el
viejo
jubiloso,
levantndose con gran torpeza. Entr
trastabillando a su escritorio-habitacin,
mientras Julin apretando las manos
peda a Dios con gran fervor de su alma
que su amigo no se arrepintiera.
Sanjuanita se qued con l, picada
la curiosidad con lo de la devolucin de
sus propiedades, y Julin le dijo todas
las
mentiras
necesarias
para
emborracharla como en otra vez lo
hiciera con mi Pabln. Como pas
mucho tiempo y don Jesusito no apareca
con el dinero, Julin comenz a
alarmarse.
No, seguramente se qued
dormido dijo ella y se levant.
En efecto, el viejo se haba

quedado roncando en el silln del


escritorio. Sanjuanita lo removi con
fuerza hasta que lo hizo abrir los ojos.
Viejo borracho, ven para
acostarte en tu cama, viejo sinvergenza.
No solt los billetes que Sanjuanita
quiso recogerle. Llam a Julin y se los
dio, dicindole que lo esperaba por la
noche en El Barrilito, para que le
firmara un papelito.
Sanjuanita se qued echando rayos
y centellas y jur que el tal Julin
Andrade era un charlatn que hasta a
ella le haba puesto los ojos verdes, y
que no era tan tonta para haber confiado
a sus manos ni un centavo.
Con un argumento que ni con los
santos falla, Julin se present con su

hermana.
Toma estos centavos para que te
compres botines y ropa. El negocio
viento en popa como ves. Me voy a
Mxico a darle otro empujn a nuestro
asunto. Y mientras ve arreglando el
cambio de tus tiliches. Busca buena casa
en el centro. Quiero que, a mi regreso,
dejemos inmediatamente este mugrero.
Se rasc la espalda, donde un
dptero estaba certificando con la mayor
oportunidad su queja.
Refugito, con cien pesos en la
mano, segua dudando. Miraba a Julin
con irona
compasiva.
Conoca
demasiado las fanfarronadas de sus
hermanos. Y Julin encontr esa misma
noche la oportunidad de demostrarle que

no estaba equivocada.

XV
FUE EN El Barrilito. La primera de
compromiso,
la
segunda
de
agradecimiento y luego una copa tras
otra por el gusto de habernos vuelto a
ver. Y estaba la conversacin muy
animada cuando aparecieron las
supremas autoridades, el presidente
municipal, el delegado de la Nacional
Agraria y el comandante de la polica,
pidiendo cerveza. Don Jesusito, Pachito
Martnez su inseparable, un sujeto prieto

y de gruesos belfos al que llamaban don


Melitn, presentaron sus respetos; pero
Julin, no obstante que el viejo Ramrez
le haca seas para que se acercara, se
abstuvo de hacerlo. Haba reconocido a
Gertrudis en su rostro lampio, en su
pelo arisco, indmito y en su baja
estatura. El presidente municipal.
Tomaron su cerveza y se despidieron en
seguida. Don Jesusito dijo:
Te fijaste en el de la boca
chiquita? Pues se es el Fruncido,
delegado de la Comisin Nacional
Agraria. Pero no me hiciste caso.
Poco despus Julin comenz a ver
doble y a sentirse aligerado del cuerpo,
con treinta aos menos a cuestas, y grit:
Los de San Francisquito me

vienen guangos. Y se los digo con todo


el gaznate para que nadie se llame a
engao. Vengo a poner la muestra de
cmo han de fajarse los hombres los
pantalones a todos estos viejos bolsas.
Con razn les quitaron lo suyo y ni
siquiera las manos metieron!
Poco a poco, Julianito: una cosa
es to Domnguez y otra no la ch
Pachito Martnez, entusiasmado, se
arrisc el sombrero, masc chicle y
escupi. Solt dos roncas insolencias y
grit, como en el palenque, que todo el
mundo abriera ruedo.
La actitud de los dos viejos con sus
piernas tiesas y chuecas, abiertas y en
guardia, como gallos en la raya,
provocaron la hilaridad contenida de los

circunstantes. Pero el Mocho les frustr


el espectculo. Cuidadoso del prestigio
de su establecimiento, medi entre ellos,
los apart, los desarm con palabras
amables, y Pilatos, a seal suya, sac a
Julin por el pasillo a una mesa del
hotel, donde lo dej sentado.
Cuando despert, despegndose los
prpados, cegado por el sol que entraba
de lleno por la ventana, se qued
sorprendido: su cama, la casa de
Refugito y Refugito en persona
remendando los calzones de manta con
ms agujeros que un cedazo. Quin me
trajo? Cmo? A qu horas?
Refugito lo oy removerse en la
cama, dej su costura, se levant de
puntillas y sali a la calle con un

canastito y dentro una olla de barro y


una servilleta de manta.
Se ha vuelto a enojar. Primero por
sus santas reliquias, ahora por lo de
anoche. Sea por Dios! No tengo
remedio.
De repente le pas por la mente una
grave sospecha. Precipitadamente se
levant y se puso su ropa, hmeda
todava de vino y de lodo. Hurg los
bolsillos, los volvi al revs y, en
efecto, de los quinientos pesos de
prstamo no le quedaba ni un centavo.
Ebrio tirado?
Refugito lo encontr absorto,
sentado al borde de la cama, en camiseta
y calzoncillos, mirando los ladrillos.
Acerc la mesa, puso sobre ella una

servilleta, un plato hondo vidriado, y


dentro verti el menudo, media pata de
res, pancita achinada y menudencias
nadando en caldo colorado de chile,
oloroso y vaporizante.
Hermanita, eres una santa le
brillaban los ojos, y las alas de la nariz
se dilataban con deleite.
Refugito puso las tortillas calientes
envueltas en otra servilleta.
Y si fueras a la esquina por
media negrita de mezcal ni por las
llamas del purgatorio pasaras.
La emocin y la crudez ponan
temblor en su voz.
Come y calla.
Como trapo mojado sinti en la
boca la pancita de res. Dijo que mejor

esperara hasta que viniera el mezcal.


Refugito volvi con media botella.
Julin la tom con avidez, la hizo
gorgotear en su garganta, ponindola en
seguida sobre la mesa con un gesto de
beata satisfaccin.
Vicio, lo que se llama vicio, no
lo tengo. Una hora mala como puede
tenerla hasta el Santo Padre.
No digas tonteras.
Dej los platos limpios, volvi a
su cama y de nuevo se qued dormido.
Refugito fue a La Palestina a pedir
trabajo. As lo hizo cuando, despojada
de sus bienes, se qued sola en el
mundo. Aunque mal pagado, encontr
ah con qu comer siquiera. Hasta que su
primo Pablo, mi Pabln, la asoci al

negocio de venta de huevo y pollos que


tena en la capital. Su vida sigui en la
pobreza, pero con menos fatiga. Con
Julin el gasto habra de doblarse
cuando menos. Le ofrecieron en La
Palestina trabajo en costura de ropa de
municin muy mal pagado. Regres a su
casa abatida y desconsolada.
Julin estaba pasando y repasando
con la plancha su pantaln de casimir,
extendido sobre una tabla entre dos
sillas, levantando leve nubecilla de
vapor. Pero haca una y pensaba otra. En
verdad era una maraa en la cabeza de
don Jesusito, quinientos pesos prestados
y evaporados, Chon Ramrez y las
injurias a los de San Francisquito.
Estoy arrepentido de lo de

anoche, Refugito.
No se te echa de ver.
Pero ms que eso lo que me tiene
preocupado es que antes slo con los
vinos corrientes se me iba la cabeza
Ser la edad? Lo que fuere; ahora lo
que pas vol y me quedan ms firmes
mis buenas intenciones.
De buenas intenciones estn
apretados los infiernos.
Voluntad tengo y me sobra y
cuando digo no, es no.
Y cuando dices s, es no tambin.
Ya! Te ests poniendo otra
vez carrascalosa. Punto final. Te he
dicho que nuestro negocio va por buen
camino?
Tan bueno, que si sigues por l

vas a dar pronto con otro mejor: el


camposanto.
Tan mal me ves? O quieres no
ms picarme la cresta?
Levant el pantaln, lo extendi de
nuevo, marc el doblez y en seguida con
mucho cuidado lo puso a los pies de su
cama.
Te juro que sta fue la ltima!
De la semana?
Puso el saco sobre la tabla bien
desplegado, hizo un buche de agua y
sopl sobre l una finsima llovizna.
Hablar claro es honrado. Si el
casado por equis causa falta una semana
o un mes a su casa, est bien El que
no tiene obligaciones de familia?
Levant la plancha de las brasas y

la hizo dar un chasquido con el extremo


de un dedo mojado.
Con disimulo, como si buscara algo
perdido, se acerc a la alacena, sac la
botella y dio buen trago.
Uno no quiere, pero le cargan la
mano y ni modo.
Sigui hablando solo y planchando,
sin enterarse de que ya Refugito estaba
en la cocina.
Desde ah oa su interminable
monlogo. Seguramente el silencio le
haca dao. Necesitaba aturdirse con sus
propias palabras. La verdad pugnaba
por salir y l la estrangulaba porque le
tena miedo. Necesitaba que el mundo
girara al revs para satisfaccin de sus
anhelos. Pero era incapaz de revelar esa

lucha interior ni a su propia hermana.


Menos que a nadie, a su hermana. Nunca
un Andrade descendi de su empreo de
omnipotente macho a compartir sus
intimidades con un espritu inferior. Sea
la amante, sea la esposa, sea la hermana
y aun la misma madre, es una mujer. Y la
mujer, sea quien fuese, naci destinada a
servir a su dueo y seor.
Pero si l tuvo miedo, tambin ella
tuvo miedo: se tuvo miedo. Se haba
disciplinado
y haba
aprendido
sobriedad y equilibrio; pero de ese
modo soterraba en lo ms hondo y
tenebroso de su alma fuerzas que en
ciertos momentos irrumpan en forma
impetuosa y de una violencia
incontenible. Quin era la real hija de

los Andrades y hermana de los


Andrades? Si se hubiese atrevido a
formularse esta pregunta habra tenido
que confesar la marca indeleble de su
estirpe. Si en su adolescencia, casi en su
niez, se hizo respetar y temer de su
padre y de sus hermanos, era slo
porque ellos se admiraban a s mismos
mirndose en aquel espejo. Luchaba con
ellos de igual a igual y, cuando no los
venca con su brazo, los haca correr a
mordidas y araazos. El cambio
profundo en sus costumbres y maneras
fue el fruto de la dulzura de su madre al
educarla y ms tarde a los golpes
interminables e incesantes de la
pobreza, el cambio brusco de un mundo
de comodidades y de vida desahogada

al del trabajo rudo y perpetuo. Y as


lleg a creerse liberada de esa herencia
pesada. La oracin y el trabajo hicieron
que sus arrebatos fueran cada vez ms
raros y fugaces. Y ella abrigaba la
esperanza de que sus muchos aos
acabaran de hacer la obra.
Vagamente perciba el estado de
inquietud de su hermano. Por ms que lo
amara, no poda engaarse respecto a lo
que haba en l de falsedad e impostura.
Ni por un instante se lleg a arrepentir
de haberlo recibido en su casa; ms an,
tena la ntima conviccin de que tena
derecho a ello. Es verdad que la entrada
intempestiva de un elemento heterogneo
en su vida de orden, economa, quietud y
trabajo, significaba una profunda fisura

que ella y slo ella debera apresurarse


a llenar; pero si eso la turb en los
primeros momentos, del templo adonde
fue a orar, como a diario lo
acostumbraba, sali con una nueva luz
en el alma; un cario revivido que
acept con alegra, como un objeto ms
de sus afanes, con la dicha de
compartirlos con l.
Cuando Julin acab de planchar su
traje, lo puso a secar al sol, sobre el
respaldo de una silla, luego se acerc a
la puerta de la cocina y dijo:
Nos vemos, Refugito, voy a
desoxidar las bisagras.
Dios te acompae.

XVI
JULIN fue a buscar a don Jess para
darle una satisfaccin. Se entretuvo
bobeando por los puestos del mercado
al aire libre, esperando que el viejo
saliera de su casa. Hizo preguntas
ociosas a los vendedores sobre precios
y calidad de los artculos, no sin or de
repente alguna respuesta grosera. Uno de
los contertulios de El Barrilito lo invit
a tomar una copa.
No, che, tengo una cita.

Todava no poda libertarse de


ciertos vocablos exticos. Primero por
hbito, pero despus porque crea que
con eso se daba ms pisto, aunque
algunos se rean de l.
Cuando vio al viejo don Jess bajo
un arco del portal, saliendo a la acera,
despernancado, meneando la rabadilla,
corri a alcanzarlo.
Lo estoy esperando, don
Jesusito.
Para qu soy bueno?
Yo no s qu revoltura me
sirvieron anoche en El Barrilito, perd
la cabeza y parece que hice algunas
barbaridades
No te apures, los de tu familia
as fueron siempre. Y ya nos vemos; voy

a la estacin a documentar un carro de


frijol a Mxico.
No caba duda: el viejo estaba
resentido con Julin.
Si le falt al respeto, estoy
dispuesto a darle una satisfaccin
Sobre todo despus del servicio tan
grande que le debo.
Te digo que no te preocupes: son
cosas de la borrachera que a todos nos
suceden.
Quiero acompaarlo algunas
cuadras.
Hicieron las paces, caminaron
brazo a brazo y Julin jur que no
volvera ms a la cantina, que aparte de
que el alcohol empeoraba su ya mala
salud lo perjudicaba en sus negocios.

Tampoco las exageraciones son


buenas. Tomas la copa con tus amigos y
si no dejas que se te pase la mano, est
bien. Y
Con poco se content el viejo:
arrestos de aquellos caballistas de antes
de la revolucin, que a balazos saldaban
sus cuentas, eran ahora cosa de historia
o de leyenda. Como los perros viejos,
los viejos no ms se enseaban los
dientes.
Yo de mi cuenta te digo que
vicio, lo que se llama vicio, no lo tengo,
y cuando digo no, no.
Julin puj: sus mismas palabras en
boca ajena le sonaban mal.
A poco andar se despidi
satisfecho de haber contentado al amigo:

Hoy por la noche salgo a Mxico


a tratar mi negocio con el general Garca
del Ro y de paso le hablar de lo de
usted: que le devuelvan siquiera el
casco de la hacienda del Refugio que le
pertenece conforme a las nuevas leyes.
No te preocupes por eso. Me
gusta la calabaza pero nunca me como el
casco. Ve con Dios.
Lo que no dijo Julin fue que iba a
recoger los centavos que su primo
Pablo, muerto de repente e intestado,
hubiera dejado.
Chon
Ramrez
estaba
documentando el carro de frijol de su to
don Jesusito, cuando ste entr en el
despacho de express y carga de la
estacin. De codos sobre la mesa,

charlando desapaciblemente con el jefe


ferrocarrilero, estaba el Fruncido. Don
Jesusito se acord del asunto que Julin
habra de tratar con l y se lo
recomend.
Quin es l? pregunt el
Fruncido con la indolencia que le era
propia.
Precisamente Chon Ramrez le
puso el sobrenombre. El Fruncido tena
un costurn en la cara y al hablar
pareca que le estiraban una jareta en la
boca. Su apellido era Aguilar; era
capitn y jefe de destacamento local y
delegado de la Comisin Nacional
Agraria. Chon Ramrez, plegando con
dureza el ceo, le quit la palabra al
viejo:

Mi to es de buen corazn dijo


mirando fijamente al Fruncido y
recomienda a Satans Pregunte a
cualquier viejo nativo qu clase de gente
son los Andrades, mi capitn!
Cierto respondi el jefe de
estacin, que era uno de esos viejos.
Lo que dice Chon es verdad. Don
Jesusito es hombre bueno y por eso
Le
palme
la
espalda
cariosamente.
Tena una querida el tal Julin.
Si mal no recuerdo de nombre Marcela.
La cosa hizo mucho ruido. Se le fug
con el caballerango; a ste lo hizo
desbarrancar del cerro y a ella le dej
una daga en el pecho.
El Fruncido levant la cabeza,

frunci la boca e hizo brillar sus ojos de


lobo.
Chon Ramrez, con extrao
apasionamiento, hizo una larga relacin
de la vida de Julin Andrade y de las de
sus hermanos: raptos, violaciones,
asesinatos, peleas a balazos con los
rurales.
Y el gobierno? pregunt el
Fruncido, que escuchaba con el inters
ms vivo.
Para todos tenan. Todo lo
pagaban bien: autoridades polticas,
jueces, jefes de acordada. A veces haba
alguno que no era de venta y lo
zampurraban en la crcel; pero pronto
sala el dinero para comprar los pollos
ms gordos y de nuevo salan a dar

guerra con ms ganas.


Mi sobrino dice la mitad de la
verdad No eran no ms los
Andrades
Yo har cuanto pueda por su
recomendado, don Jesusito dijo el
Fruncido.
Y Chon Ramrez y el Jefe de
Estacin no hallaban qu cara poner.
Porque el Fruncido era el hombre
ms adulado y aborrecido del pueblo.
Insolente, vulgar y brutal, haca y
deshaca en San Francisquito. Lleg de
fuera impuesto por el gobierno y pronto
se supo que era tan ladrn como asesino.
Pona a prueba la paciencia del
presidente municipal, que a su pesar
toleraba sus arbitrariedades. Su egosmo

y crueldad con sus vctimas haca


contraste con la generosidad y buen
corazn de Gertrudis, adorado por el
pueblo por los beneficios que
constantemente le haca.
Julin parti rumbo a la capital y
Refugito a La Palestina a recoger
material para coser ropa de mujer y de
nios a destajo. De los cien pesos que
su hermano le entreg pomposamente, no
le quedaba nada: haba tenido que darle
la mitad para su viaje. Lo grave del caso
fue que el trabajo era mayor y las
fuerzas haban bajado mucho. La
sorprenda el primer canto del gallo
todava con la aguja en la mano, duros y
ardorosos los ojos. Se consol pensando
que todo se deba a haber perdido la

costumbre y que pronto trabajando


menos ganara ms. Un sbado en la
noche, despus de entregar su costura,
entr a la parroquia a sus rezos de
costumbre. Abri los ojos en su casa,
sin saber qu haba ocurrido. Dos
vecinas la estaban atendiendo y supo
que la haban trado del templo sin
sentido. Un vrtigo.
Le aconsejaron una Singer. El
trabajo se aliger, pero ms se
mermaron sus entradas con el abono
semanario de la mquina. Y esperando
la vuelta de Julin haca dos meses no
tena noticia de l mayormente
aumentaba su pena. Julin haba entrado
en su vida y se integraba con la suya. El
viejo sentimiento del deber arraigaba en

su alma tan hondamente como todo lo


que formaba su frrea contextura. Ya
vieja, solterona, en lucha despiadada
con la vida, haba pasado indemne de la
edad crtica, absorbida totalmente por el
trabajo y la pobreza. Su educacin
cristiana, el recuerdo perenne de su
madre y su espritu un tanto masculino la
salvaron del duro trance.
Su experiencia, tan dolorosamente
conquistada, la hizo comprender desde
el primer momento la tragedia de su
hermano, desbordante de esperanzas e
ilusiones de lo ms absurdo. Se lo
advirti y slo lo irrit ms. Esper que
hiciera su obra lenta pero irreversible.
En vano. Del Julin joven, impetuoso y
temerario, no quedaba ni sombra, es

decir, quedaban las palabras y las


ambiciones. Pero la inminencia del
desengao la inquietaba de da y de
noche por sus consecuencias.
Contra su voluntad, cediendo a la
insistencia terca de l, vendi el avo de
su negocio de aves. Antes de decidirse a
buscar trabajo otra vez, slo por dar
horas de gusto a Julin, gast los pocos
ahorros que conservaba en resanar y
blanquear la casa; con sus propias
manos, a fuerza de escobeta y
lechuguilla dej los ladrillos rojos y
relumbrosos. Se esmer en cocinarle
platillos rancheros que l saboreaba con
deleite. Y as, haciendo milagros de
economa y con otras privaciones,
consigui que sus mejores horas en el

pueblo fueran las que ella le daban en la


casa. Slo ella saba bien que aquella
situacin era ficticia. Era como la
piadosa mentira con que los familiares
de un enfermo desahuciado, que no se
alivia ni se muere, se estn consolando
constantemente.
Sin
valor
para
enfrentarse con la realidad, se agarran a
la ms falsa de las esperanzas: que
maana sea igual a hoy y a ayer, por los
siglos de los siglos.
Entonces fue cuando con ms
fervor iba a la iglesia a pedir a Dios que
sacara con bien a su hermano del
terrible trance que se acercaba.

XVII
CON EL tiempo y la distancia es fcil
formar proyectos que se derrumban
como castillos de naipes en la
proximidad inmediata de personas y
cosas. Cuando Refugito, rendida de la
mquina, rota la cintura, adoloridos los
brazos y las piernas, hueca la cabeza,
apagaba la vela y se sala a tomar aire
fresco al quicio de su puerta, el silencio
y la soledad de la calle le permitan
concentrar todo su pensamiento en

Julin. No saba nada de l, pero no le


extraara verlo de un momento a otro:
los Andrades partan de su casa y jams
escriban o hacan saber algo de ellos a
sus familiares, por ms tiempo que
duraran fuera. Pasaba largas horas
formulando planes para regenerarlo por
los medios ms suaves y convincentes.
El fin deba ser y esto era
incuestionable encontrar un trabajo
proporcionado a las escasas fuerzas que
le quedaban, sin estar con la esperanza
de retornar a su vida de ricos, que era lo
mismo que pedir al tiempo que
retrocediera. Retirado de las amistades
peligrosas y fortalecer sus buenas
intenciones convirtiendo palabras en
hechos. Buenas intenciones tuvo tambin

su padre don Esteban cuando se hizo


viejo; se hizo devoto, la Divina
Providencia no se le caa de la boca, iba
a misa y cuando alzaban se daba sonoros
golpes de pecho, besaba la tierra y con
gran dolor de su corazn se arrepenta
de sus pecados. Pero jams dej ttere
con cabeza hasta el da en que se qued
hemipljico y afsico, clavado en un
equipal por el resto de su vida. Pero si
tena poca esperanza de que la edad y
los porrazos recibidos en su vida
aventurera fueran un dique para sus
apetitos concupiscentes, s confiaba en
que por la intercesin de Nuestra Madre
Santsima del Refugio se le hara el
milagro.
Absorta en esas meditaciones vio

de pronto un bulto que doblaba la


esquina y tomaba en direccin de la
casa. Se incorpor alborozada. No se
enga; era l con su veliz en la mano y
algunos otros paquetes.
Se dieron un efusivo abrazo.
Entraron y ella encendi la luz y dijo
que iba a prepararle su cena.
No, espera. Quiero desde luego
darte una sorpresa: aqu tienes tus santas
reliquias Oro de 22 quilates.
Refugito tom el estuche con poco
entusiasmo y dudosa fe. Pero nada
objet.
Bien afeitado, reluciente la
dentadura, vistiendo el traje charro
cortado por don Rosalo, al que por
apodo llamaban la Muerte, y que por

ms seas estaba tsico (en un pueblo se


repiten las caractersticas de cada
vecino en forma inmutable y por los
siglos de los siglos), risueo como si se
hubiera quitado veinte aos de encima.
Cen, se quej del cansancio del
camino, dejando pendiente la relacin
de su viaje a otro da.
Y al otro da le dio un billete de a
cinco pesos y le dijo:
Mientras vas a comprar un buen
chocolate de metate y bizcochos finos,
yo enciendo y soplo la lumbre. Vengo
muy otro, lo vers.
Y as lo encontr a su regreso de la
plaza, soplando la lumbre y sin volver la
cara.
Pues s, seora doa Refugito,

vamos a comenzar una nueva vida. Se


acabaron las parrandas, borracheras,
mujerzuelas y berrinches. As como lo
est oyendo!
Refugito lo apart del brasero, sin
comentar.
El bruto de mi Pabln trabaj
como los burros tantos aos para
economizar una bagatela. Mil pesos y
centavos! Y se ponen muy anchos
cuando dicen: Vivo de mi trabajo! Y
sudando y pujando se mueren como l.
Fue como ducha helada para los
santos proyectos de Refugito.
Se alej a desempacar lo que haba
trado, mientras ella haca el chocolate.
Te traigo unos zarcillos de gata
engarzados en oro. Una estampa a

colores de la Virgen de Guadalupe y


muchas reliquias y cosas que a ti te
gustan mucho.
Tambin l quera adivinarle el
pensamiento.
Lo llam a desayunarse y, aunque
con mucho desaliento ya, le dijo:
He meditado un proyecto que si
t lo aceptas nos salva.
Se sonri: las mujeres siempre
daban en lo peor, cuando se metan en
negocios que no fueran los de atender su
casa.
Es trabajo adecuado a nuestra
edad y a nuestras fuerzas. Lo conozco y
con la ayuda de Dios nos saldr bien. Es
tiempo ya de que sientes cabeza.
Me parece estar oyendo a mi

santa madre. Dios la tenga en el cielo!


Qu es, pues, lo que has pensado?
Reorganizar simplemente el
negocio que me dejaba para comer sin
tener que afanarme tanto como con la
costura.
Julin acab de sopear el sabroso
chocolate con bizcochos de huevo y
dijo:
No hay que ser tan pesimistas.
Ni t ni yo estamos tan viejos, lo que
tenemos es mal cuidados. Comiendo
bien y tomando buenas medicinas vers
cmo nos pondremos.
Ms falta que medicinas nos
hace la ayuda de Dios. Te voy a llevar a
la parroquia a que juntos le pidamos por
nuestra salud y porque nos ilumine el

entendimiento.
Mira, no soy ateo ni necesito que
me recuerdes mis obligaciones.
Slo quiero tu bien.
Me acuerdo de que mi difunto
padre deca que eras la ms viva de la
familia. Pero, no te ofendas, en cuestin
de negocios, los hombres. T tienes tu
proyecto y yo tengo el mo. Y lo tengo
tan bien estudiado, que si un ingeniero
tuviera que revisarlo, verdad de Dios
que no me dara vergenza.
Levant el extremo del mantel y
sobre la tabla de la mesa extendi una
hoja de papel. Sac su pluma fuente de a
tres cincuenta de La Princesa y traz
lneas y garabatos, puso letras y cifras, a
la vez que le explicaba.

Vamos, pues, al costo: por


reparacin de dos piezas adonde
meternos de pronto, ponle doscientos
pesos. Para semilla de alfalfa,
compostura de la noria y compra de un
caballo o macho viejo, cualquier cosa y
en un descuido hasta me los fan. Bueno,
ponle ahora cinco vacas paridas, un
pen para que las ordee, les eche
pastura y las saque al campo, otro para
que lleve a San Francisquito la leche
Claro que con la leche misma se paga
todo y nos sobra! Veo que no crees lo
que te estoy diciendo y hasta como que
te quieres rer. Lo que te he dicho! Las
mujeres no entienden de negocios. Fjate
en que ya pas el tiempo del latifundio.
Las haciendas ms grandes han sido

repartidas. En Mxico, que estaba muy


atrasado, se ha aprendido mucho en muy
poco tiempo. Hoy no queremos grandes
extensiones de tierra, sino poca tierra
bien trabajada. Comprendes? T
quieres mejor una buena vaca y le
exprimes hasta la ltima gota de leche.
Alfalfa, maz, frijol y si se puede hasta
algo de hortaliza. Podemos cultivar
durazno, granada, higo, membrillo,
tejocote y una porcin de rboles
frutales, slo con tener unas cuantas
hectreas de tierra y agua
Lo oa como el espectador
indiferente al asunto que el actor est
representando con mucho entusiasmo.
Y como con la pura leche hemos
de sacar los gastos, el mejor da te

compro un automvil de segunda mano,


te enseo a manejar y puedes venir al
pueblo a or tu misa los das de fiesta.
Dios te haga un santo!
No lo crees?
T, mi padre y mis hermanos
nunca supieron ms que de criadero de
caballos finos y de jugar carreras.
Pues eso es mucho ms difcil
Magueyes y nopales abundan en la mesa.
No habr da en que nos falte algo para
refrescarnos la boca; hoy un cantarito de
pulque, maana una olla de colonche
Tambin te devolvern la mesa?
Julin no entenda de bromas y
ahora de viejo sola emborracharse
hasta con sus propias palabras. Dio un
gruido, tom el sombrero y sali

furioso, dando un portazo.


Encontr al delegado de la
Nacional Agraria en la comandancia
militar en descansada charla con don
Gertrudis. Parece que no repararon en
l. Siguieron hablando de terrenos
abandonados que el Fruncido se quera
adjudicar. El presidente municipal le
aseguraba que eran tierras buenas de por
s, descansadas por muchos aos, y que
el dinero que invirtiera en ellas se lo
devolveran en la primera cosecha.
Todo es cosa de que levante el
reborde de la presa y riegue algunas
fanegas de labor para hacerse rico.
La cosa le andaba muy de cerca a
Julin y de buena gana hubiera querido
meter tambin su cuchara, pero ellos le

estaban demostrando que era un don


Nadie en el pueblo. Dos veces haba
saludado sin obtener contestacin.
Lo nico que hay dijo don
Gertrudis es que el dueo tiene
muchas influencias y puede armarle un
lo, y si se lo propone hace que hasta el
destino le quiten.
El Fruncido acababa de tomar con
indolencia el oficio que Julin le alarg,
cansado de esperar.
Si cuento con usted, don
Gertrudis, como presidente municipal,
no habr problema dijo leyendo el
papel y devolvindoselo a Julin sin
mirarlo: Vuelva maana, ahora estoy
muy ocupado.
Julin se quej con Refugito de su

mala suerte. Estaba haciendo milagros


de continencia y de nada le valan. Las
autoridades son muy apticas y a todo le
ponen plazo.
Ella se afligi mucho cuando la
inform que la resolucin de su negocio
no dependa de don Gertrudis, sino del
jefe de armas, a quien llamaban el
Fruncido.
Es mal hombre, y yo que t
dejaba eso por la paz. Oye mi consejo y
vamos trabajando.
Habla de lo que entiendas.
Recuerda que los Andrades no
dejaron buenos recuerdos en San
Francisquito y no nos quieren
No me digas ms! Lo que
sucede es que la gente no es la misma y

a los Andrades nadie nos respeta porque


no nos teme porque como aqu lo
dicen no soplamos!
Estaba una vez ms ebrio de clera
y se aturda con su misma voz:
Pero cuidado! Este viejo
chueco y arrugado puede acordarles
quines fueron y quines son los
Andrades. Te lo juro!

XVIII
EN EFECTO, los Andrades no dejaron
amigos, sino malas ausencias. El desaire
que el delegado de la Agraria y el
presidente municipal hicieron a Julin
trascendi en seguida. El pueblerino
tiene un olfato finsimo y es bastante
ladino para adivinar que el que da un
resbaln no encontrar una mano que lo
ayude a levantarse, si no es pariente o
amigo. Don Gertrudis se lo cont al
Mocho, el Mocho a don Jesusito; ste a

Pachito Martnez y Pachito Martnez a


cuantos quisieron orlo.
Entr a la cantina, adusto y
sombro. Hubo siseos y murmuraciones
sordas que se apagaron al instante. El
vocero,
las
risas
y
chanzas
interrumpidas volvieron con ms
entusiasmo. Nadie lo invit a tomar la
copa, nadie le dirigi la palabra. Julin
pens que tomaban venganza y que su
reconciliacin con don Jesusito haba
sido comedia.
Pidi una doble de tequila, y
reparando en el Fruncido que estaba al
otro extremo del mostrador con otros
concurrentes, dijo al Mocho que se
acerc a saludarlo:
Ese desgraciado, cara de pan

crudo, hace que se me retuerzan las


tripas. Tienes algn remedio para eso?
dijo ponindose la diestra en la
cintura.
Don Jesusito, alarmado, le advirti
que el delegado de la Agraria era cosa
seria y mejor sera que no se
contrapunteara con l.
Si le da susto por el dinero que
le debo respondi Julin con altanera
aqu lo tiene desde luego.
Don Jesusito no se alter por las
malas maneras de Julin y le brillaron
los ojos vindolo sacar la cartera. Abri
la mano para que le contara sus billetes,
diciendo que ni por pensamiento haba
intentado cobrarle, pero el dinero nunca
llega en mala hora a la bolsa.

Y si te digo que no te
contrapuntees con el Fruncido es porque
me prometi ayudarte.
Julin bruscamente cambi de gesto
y hasta rog al viejo que lo presentara
con l.
El
Fruncido
le
estrech
cordialmente la mano. Pero la suya era
una mano huesuda, hmeda y viscosa
que daba asco y horror. Animal de
sangre fra, despertaba en el acto una
repulsa irresistible.
Supe que me habl en la
comandancia, pero como yo no lo
conoca ni me lo presentaron Bueno,
eso ya no tiene caso. Conque usted es
de los famosos Andrades de la hacienda
de San Pedro?

De las Gallinas grit en


falsete uno de los circunstantes, perdido
entre la multitud.
Julin se puso verde, adivin de
quin vena la injuria, pero como la voz
se perdi en la guasanga y el Fruncido
no dio seal de reparar en ella, trag
saliva y se hizo el sordo.
S que viene a buscar tierras de
trabajo. Es muy fcil: usted fue
revolucionario y como veterano de la
revolucin tiene derecho Yo le ayudo.
Lo dej con la boca abierta. Julin
no saba que hasta los que tiraron
cohetes a las tropas de Villa o de
Carranza en triunfo ingresaban como
veteranos de la revolucin.
Mocho, favor de dos coacs.

No importaba que de la herencia se


hubiera gastado ms de la mitad. San
Pedro de las Gallinas volva a ser suyo,
era suyo.
Vngase por ac dijo el
Fruncido, llevndolo aparte a una de las
mesas en el corredor del hotel, a m
me simpatizan los que no tienen miedo
de que los muertos se les aparezcan.
Su risa fue helada y macabra:
Conozco su historia
Pilatos vino a servirles. Julin
pidi dos coacs.
Qu proyectos tiene?
Mi negocio es fcil: desazolvar
la presa, levantar el borde, alquilar uno
o dos tractores para desmontar y abrir
tierras nuevas.

Hablaron y tanto se entusiasm el


Fruncido en el negocio, que contra su
costumbre fue l quien pag el consumo.
Le he prometido ayudarlo dijo
despus de permanecer todava frente a
la mesa en actitud meditativa, pero
hay muchos chismosos que pueden
acusarme de cohecho. Necesitamos de
terceros y dar algunas mordidas.
Cunto? pregunt Julin
clavndole los ojos como para penetrar
en lo ntimo de su pensamiento.
A su vez el Fruncido hubiera
querido escudriar cunto llevaba Julin
en la cartera:
Digamos, cinco mil pesos
digo es un decir.
En mi derrengada vida me he

juntado jams con tanto dinero. Digo,


mientras la hacienda no vuelva a mis
manos
Pongamos mil para comenzar
Pongamos trescientos cuarenta y
cinco, que es lo que me queda como
capital dijo Julin volcando sobre la
mesa los billetes que restaban.
El Fruncido los tom con avidez y
le dijo que le garantizaba el xito de sus
gestiones.
Volvieron brazo a brazo a la
cantina y los contertulios se humanizaron
con Julin. Pero el Fruncido pronto se
desentendi de l.
No se fije le dijo el Mocho;
as es.
Julin acept cuanta copa le

brindaron y perdi una vez ms la


cabeza. Se acord de Chon Ramrez y
grit que muchas mulas se haban
levantado con la revolucin como la
inmundicia cuando se revuelve el
charco.
Pachito Martnez se acerc al
Fruncido:
Lo dice por don Gertrudis, que
fue de San Pedro. Hijo de alguno de sus
peones.
Y Julin como si le dieran cuerda,
hasta que el Fruncido mismo se le
encar:
Don Gertrudis es mi amigo
dijo lvido y descompuesta la cara.
No le haga caso, mi capitn; a
Julin el vino lo vuelve loco dijo don

Jesusito interviniendo en la disputa.


El que est loco es usted, viejo
bolsa. Yo no peleo contra el capitn, que
es mi mero amigo y nmero uno aqu y
en tierras de mecos Lo digo por otros
facetos que esconden el bulto
Don Jess Ramrez oblig a salir a
su sobrino, que ya haba asomado la
cabeza dispuesto a aceptar el reto.
Luego hizo una sea al Mocho. ste
comprendi sin ms. Hizo que Pilatos
llevara un tendido de copas y con
habilidad puso en la mano de Julin la
que le haba preparado. Y todo result
bien porque a los cinco minutos se
qued roncando y, cuando cerraron la
cantina, Pilatos lo llev en un cochecillo
desvencijado, el nico de alquiler, al

barrio de los Turicates.


Su discupa fue la de siempre:
Se me pas la mano.
Y como siempre jur que nunca
ms volvera a El Barrilito. Y poco
falt para que ahora s cumpliera su
juramento. Comenz a tiritar con tal
fuerza que remova toda la cama, tuvo
retortijones, vmitos y amaneci con
cuarenta grados de temperatura. Vino el
mdico y dijo: infeccin intestinal, lo
picote, lo puso a pura agua y poco falt
para que lo matara de hambre. Cuatro
semanas en cama y sin aliento para
levantarse. Don Jesusito fue a visitarlo y
habra sido un problema decidir quin
de los dos estaba ms enfermo.
Abotagado de los pies, bolsuda la cara,

los labios morados y la respiracin


anhelante.
Ando tambin cayendo, Julianito.
No ms falta que Sanjuanita me lleve el
mdico y me quiten el trago. En menos
que te lo cuento me mandan al otro
mundo.
Lo oste, Refugito?
Los dos viejos estuvieron de
acuerdo. Julin declar que si no haba
consultado todava al mdico para sus
reumas era por el mismo temor.
No ms espero recobrar un poco
ms mi fuerza para ir a San Pedro de las
Gallinas.
Yo creo respondi don
Jesusito,
ya
levantndose
para
despedirse que lo mejor que puedes

hacer es poner tu pensamiento en otro


trabajo.
Lo oste, Julin? dijo
Refugito a su vez.
Julin refunfu diciendo que para
consejos con los que su hermana le daba
tena y hasta le sobraban.

XIX
DON JESUSITO le prest un caballo y
pocos das despus sali ms
preocupado y pensativo que nunca, en un
buen cuaco alazn de suave paso. Sus
esfuerzos por apagarse la verdad eran
como las nubes que se aglomeran y se
ennegrecen para no dejar al sol asomar
su rostro. Acto instintivo de propia
defensa cuando se presiente que la
derrota significa un derrumbamiento
total y definitivo. Quizs lo que ms le

dola era el hecho incontrovertible de


que su apellido no deca nada. Y eso es
tanto como caminar con su propio
cadver a cuestas. Si dej de ser el
fuereo nada gan con ser ahora una
cifra ms en las estadsticas del pueblo.
Eso determinaba en l un estado de
constante angustia, que con la privacin
del alcohol se le haca insoportable.
Quera lo imposible: que los hombres y
las cosas volvieron a ser como las haba
dejado. Viviendo en perpetua mentira,
senta que la base sobre la que l mismo
se sustentaba se iba desmoronando.
Lo mismo que don Jesusito le dijo
el Mocho, al que fue a saludar de paso:
Qu va a hacer a la hacienda de
San Pedro? Qudese quieto en su casa.

Es decir que todo el mundo saba


lo que l se haba obstinado en ignorar.
Dentro de breve tiempo sus ojos se
veran obligados a contemplar una luz
tan viva que lo dejaran ciego.
Ensimismado, lleg ms pronto de
lo que pensaba a sus antiguas
propiedades. Pero al reconocerlas
encontr cosas que no existan en su
primer viaje. Sobre las viejas ruinas de
la casona, ahora brillaba al sol un muro
recin encalado. Minsculos bultitos,
como hormigas arrieras, suban y
bajaban. Albailes?
Avanz, traspuso el mezquital y
bruscamente aparecieron, como negras y
enormes
orugas,
dos
tractores
arrastrndose pesadamente en un vasto

terreno al costado poniente de la casa,


uno de los potreros totalmente invadido
por huizaches, garabatillos, chicalotes y
nopales.
El potrero de la Tinaja!
Escupi una maldicin, hinc
espuelas y a gran trote se acerc a la
casona. Cerca de ella se levantaba una
densa humareda del horno donde
quemaban ladrillo. Estaban levantados
ya los muros de la sala y de dos
recmaras y haba zanjones abiertos
para cimientos nuevos.
Al ladrido ronco del perro viejo
sali la mujer de Pomposo.
Pomposo no est en la casa
dijo como si gruera.
Por orden de quin la estn

reparando?
Vino un seor de San
Francisquito plegado de la boca
se
Qu sabes t? la rega la
mujer, hacindole seal de que se
metiera en el jacal.
Su silueta de terracota y su voz de
cristal no hicieron mella en Julin.
Apagados sus fuegos de tenorio, porque
otros lo estaban consumiendo, apenas
repar en la pequea Marcela.
Pomposo anda con los tractores
dijo la mujer ansiando que el viejo se
alejara. l sabe lo que sucede.
Azot el anca del caballo y dio
media vuelta bruscamente en direccin
del potrero. De pronto repar en el

sentido de las palabras de la chiquillla


Marcela. Uno que tiene jareta en la
boca. El Fruncido? No es posible. No
lo creo.
Y no haber comprado siquiera una
pistola!
Conque siempre le cuadra la
tierra?
Era l: su tez cobriza, sus dientes
de elote tierno, su vozarrn y tono de
pazguato. Pomposo Fuentes, sobrino de
Pablo Fuentes, primo de Marcela
Fuentes. Qu ganas de remachar con
ste la cadena! Desgraciados!
Mire: con otra helada prieta
como la de esta maana queda la tierra
curada levant una mata de zacatn
que el tractor acababa de arrancar con

las races intactas y se la mostr.


Tractores de dnde?
Gertrudis cumpli su promesa
Y por cuenta de quin la
compostura de la casa? Tambin de
Gertrudis?
De otro que las puede
respondi con sorna: el Fruncido.
Sinti un golpe de sangre en la
cabeza, le zumbaron los odos, pero fue
como relmpago y se sostuvo en su
montura.
Los tractores hendan la tierra sin
prisas; sus agudos discos dentados se
enterraban haciendo gemir races y
yerbajos, levantando burros de tierra a
uno y otro lado en oleaje pulverulento y
continuo, dejando un terreno limpio,

listo para laborarlo. A distancia se


levantaban grandes humaredas de los
montones de yerbas, malezas y races
quemadas.
Julin torci la rienda y al paso del
caballo se levant una parvada de
tordos
y
magalones
que
se
desparramaron poco adelante a picotear
raicecillas y gusanitos.
Que Dios lo acompae le dijo
Pomposo, respondiendo a un saludo que
nadie le hizo, sonriendo con malicia del
gan cachazudo.
El paisaje otoal se diluy en un
fondo sin color ni sentido. Julin no
volvi ms los ojos a lo que dejaba para
siempre. Pomposo, con los belfos
abiertos, lo vio desparecer en el

mezquital.
Tres leguas sin pensar, sin sentir,
sin querer. Entreg el jamelgo,
enmudecido, sordo, ciego, mudo, volvi
a la casa de El Turicate. Refugito,
consternada, lo comprendi todo. Al
verla, recobr el uso de su razn:
Un despojo. Lo sabr el general
Garca del Ro. Te juro que esto no
podr quedar as.
Le espumarajeaba la boca como a
los perros rabiosos. A Refugito se le
arrasaron los ojos.
Dios nos ha de perdonar,
hermano: hemos sido bien castigados.
Prstame cincuenta pesos dijo
a otro da, acabando de almorzar.
Se fue a la calle e iba tan abstrado

que no repar en las gentes que le


saludaban a su paso. Pero al pasar por
una casa de empeo anacronismo
tolerado en virtud de la omnipotente
mordida bruscamente se detuvo y
entr. De pronto haba alumbrado un
designio en su mente.
Oiga, joven, enseme las armas
de fuego que tenga a remate.
Un chico mofletudo y sonrosado,
carirredondo como nio de nacimiento,
le puso sobre el mostrador una escopeta
averiada de la caja y una pistola de
chispa.
Mire, cuate, no soy del tiempo
del curidalgo ni la quiero para cazar
patos ni tampoco voy a poner museo.
Y luego preguntan por qu ser uno

de genio tan pronto. Desgraciados,


hijos de un tal por cual!
El dependiente tena unos ojos
vivos y picarescos de muchacho
bromista, pero el tono del viejo le dio
cuidado y, dejando de guasear, lo invit
a que entrara para ensearle lo que
mejor tena a la venta.
Qu pide por esta mugre?
Colt izquierda. Lo mejor de lo
mejor. Con cien pesos se queda con ella.
Es casi regalada.
Tiene buen mostrador, joven,
pero cien almacigos de ch es lo que le
doy por ella Treinta pesos y hasta las
ganas le pago.
Sesenta, y ni una palabra ms.
Pero qu no mira que hasta el

cilindro tiene pegado?


Regatearon mucho y se sali con la
suya, llevndosela por cuarenta y ocho
pesos. Rejuvenecido por la adquisicin
y una doble de tequila, volvi a su casa
contento y decidor. Porque ahora lo que
necesito es cambiar de tctica.
Cuando Refugito volvi de la calle
se alarm: Julin estaba muy atareado
frotando con una badana el can del
revlver que por el descuido y la
humedad estaba deslustrado. No
queriendo revelar la inquietud que el
arma le despert, Refugito se mantuvo
en silencio. Pero cuando se sinti
recobrada y duea de s, dijo:
Qu ttere es se?
Dicen que hoy los patos les tiran

a las escopetas quiero probar que las


escopetas no han perdido la memoria.
Y tus buenas intenciones?
Pal chucho! Para los dems
valemos slo lo que nosotros nos
hacemos valer entiendes?
Ahora, haciendo mover el cilindro,
despus de aceitarla, la vea satisfecho.
El que ama el peligro en l
perece.
Hombre
prevenido,
nunca
vencido.
Deja esa arma dijo mirando
que le meta los nicos cinco tiros de la
canana, y haca girar de nuevo el
cilindro.
Nunca te he contado mis
aventuras en Buenos Aires. All, como

en todo el mundo, hay malcriados


Aparte de que a m siempre me ha
gustado hacer que nuestro apellido
suene
Tena levantado el gatillo y
apuntaba al techo. La bala rebot en un
ladrillo estrellndolo. Refugito no
parpade siquiera. Se haba mantenido
erguida e inmvil. Julin dej a un lado
la pistola y vino a darle un abrazo:
Legtima madera de Andrade!
exclam jubiloso.
Maldita la gracia que me hacen
tus travesuras!
Travesuras y no Pueden ser
tan grandes como la parroquia.
Dame esa pistola para guardarla.
No. Las carga el diablo.

Parsimoniosamente
puso
el
revlver en la funda y con todo y la
cartuchera la coloc sobre la repisa de
la Virgen del Refugio, cerca de una
veladora luminosa y roja como corazn
sangrante.

XX
ESA MAANA Refugito hizo acopio de
voluntad y sentndose a un lado de l,
que acababa de vestirse para salir a la
calle, le dijo:
Aunque te falta valor para
confesrmelo, yo s que tu negocio est
definitivamente perdido. Julin no
pudo tragar saliva porque tena la boca
seca. Sin perder su gravedad amable,
Refugito prosigui: Yo te comprendo
y sufro contigo. Es muy doloroso ver

nuestras
ms
grandes
ilusiones
deshechas; pero
Pero qu?
No te enojes. Desde que llegaste
saba lo que tendra que suceder. Y
desde ese instante le he pedido a Dios
que me ilumine para ayudarte a salir de
este duro trance
Por eso, pues, adnde quieres ir
a parar con todo eso?
Soy la nica de la familia que te
quedo y no puedo querer sino tu bien, y
eso es todo lo que le he pedido al Cielo.
Y bien
Djate ya de historias dijo
bajando la voz atemorizada, abre los
ojos a la realidad y
Con un demonio, habla claro!

Vamos a trabajar. El negocio que


te he propuesto es muy sencillo, lo
conozco y nada arriesgamos en l. Tengo
ya una persona que me facilita los
elementos para comenzarlo.
No s de qu negocio se trata.
Vas a Mxico, alquilas una pieza
como la tena nuestro primo y yo desde
aqu te mando la mercanca.
Ech una insolencia, estallando
como dinamita:
No ms sa me faltaba!
Terminar mi vida vendiendo blanquillos
y gallinas. Ests loca?
Le temblaban los maxilares, las
manos y las piernas. Dijo una retahila de
malas palabras.
Refugito, sintiendo sublevarse su

sangre, lo contuvo:
Poco a poco Cllate Nadie
me ha faltado al respeto como mujer
decente que soy Menos he de
tolerarlo de ti de un hermano que as
me trata en mi propia casa
S, en tu casa en tu casa lo
entiendo: quieres darme a entender que
aqu estoy como un arrimado que aqu
salgo sobrando.
Si quisiera decirte eso, te lo
habra dicho ya. He vivido pobremente,
a nadie le he pedido nada y he comido y
he vestido con el trabajo de mis manos,
y decirlo no es hacer ofensa a nadie.
Y yo?
Tanto derecho tengo yo como t
al dinero que recogiste de mi primo. No

te lo haba pedido, pero ahora exijo que


me lo entregues. Quiero mi parte para
hacer con ella lo que me convenga.
Julin la oa abrumado, atnito. Se
haba olvidado de lo que de medular
haba en su hermana. Atropellando las
palabras, respondi con grosera (a falta
de razones). Dijo que el dinero que le
haba dado bien vala algunos platos de
frijoles acedos y tortillas duras. Furioso,
tom su pistola, agregando que se
largara adonde nadie lo estuviera
sermoneando.
Refugito le arrebat el revlver,
cogi a Julin por un brazo y lo empuj
con tal fuerza que lo ech a la calle. Ella
misma se senta otra: otra su voz, su
actitud otra, otro su rostro y todo de una

masculinidad sbita y temible.


Julin cerr la puerta con tal
fuerza, despus de algunos momentos de
indecisin entre quedarse en la calle o
en la casa, que el golpe repercuti tan
dolorosamente en el alma de Refugito,
que se dej caer de rodillas a los pies
de la imagen de la Virgen, ahogndose
en llanto. Rez sin saber lo que deca,
sin importarle las palabras, porque las
palabras nada decan de lo que ella
hubiera querido. No peda ahora por
Julin, peda por ella.
Cuando recobr la serenidad pens
que tena el deber de reparar su falta. Le
sac los tiros a la pistola con la
facilidad del que conoce las armas, la
puso dentro de un pauelo y bajo llave

la dej en su petaquilla.
Al anochecer se ech un abrigo
deshilachado a la espalda y se fue a la
calle. No por razonamientos ms o
menos fundados, sino por algo hondo e
ntimo, saba lo que deba hacer. La
sangre heredada de su padre, la de su
santa madre, la educacin que sta le
haba dado, la dolorosa experiencia de
su vida de pobreza y privaciones, todo
sin quejas ni protestas, formaba la
urdimbre inextricable de su carcter.
Cuando sali de la parroquia,
relampagueaba al oriente y se oa el
trueno de una tempestad que se acerca.
No se arredr.
Se acerc defendiendo el bulto en
la sombra, al portal. Julin entraba

acompaando a don Simn, de blusn de


holanda y sombrero en quesadilla, al
hotel. Se alej y fue a situarse a la
sombra de uno de los pilarones del
portal. Dos borrachines que venan
alegando necedades repararon en ella.
Uno se acerc un momento, le mir la
cara y solt una carcajada.
Una vieja!
Los gritos, las bromas, la algaraba
de los borrachos, el tintineo de copas,
vasos y botellas se oan distintamente.
La
noche
ennegrecida
por
el
amontonamiento de las nubes haca
aparecer como brasas de cigarro los
focos incandescentes espaciados de
cuadra en cuadra; pero la luz que sala
de El Barrilito baaba el portal con una

franja tan clara que se podan contar las


baldosas.
Esa noche El Barrilito arda. El
barullo de voces, risas, carcajadas,
chocar de cristales, dentro, concordaba
con el estallido de cohetes y cmaras,
repiques en los templos, celebrando
vsperas del acontecimiento anual.
Las llamadas continuas al Mocho y
a Pilatos eran dominadas a intervalos
regulares por un grito gutural y
desarticulado:
Arriba Tacho Ramrez!
Ese sombrero morrongo y ese
pantaln guango te los perdono dijo
Pachito Martnez no ms porque eres
nieto de don Jesusito.
Y porque mi nieto, como

caballista, no tiene cuate!


El grito ronco y destemplado se
repiti:
Tacho Ramrez es mi mero
gallo!
Habr que ver observ con
modestia el aludido. Vienen charros
de Jalisco, Zacatecas, San Luis, Mxico
y Aguascalientes.
Charritos de rinconera repuso
Pachito Martnez que no quera soltarlo
de los brazos.
Cuidado con los de Guadalajara
observ el Mocho, Tacho viene
muy obachn y pueden darnos ms de un
susto.
Tacho Ramrez, estudiante en
Guadalajara, estaba de vacaciones en

San Francisquito. Abierto, risueo,


siempre travieso y cordial, disfrutaba de
gran popularidad en el pueblo y las
muchachas ms guapas se moran por l.
Nieto del viejo don Jess, era el
campen de coleadero por sus grandes
dotes y prctica de caballista.
No se hablaba ms que del caballo
zutano o de la yegua mengana y que el 4
de octubre, fiesta titular del pueblo, y
que las carreras, el coleadero y toda
clase de charreadas.
En ese ambiente no pudo menos de
provocar hilaridad la presencia
intempestiva de Julin Andrade,
fuertemente cogido del brazo por seor
don Simn. Entraron por el pasillo del
hotel a llamar a Pilatos. Uno

desgarbado, flaco, todo arrugas, de


sombrero de palma cado sobre los ojos,
zapatos bayos de rechinido, traje de
charro cortado por don Rosalo; y el
otro, muy grave y enftico, de saquitrn
de holanda hasta la rodilla, sombrero
engomado de quesadilla, pantalones de
acorden y el inseparable paraguas
blanco en la mano.
Pilatos, seras tan gentil de poner
un vaso ms para su seora.
Lo haba atrapado al llegar al
Barrilito:
Mucho gusto, caballero. Si mis
ojos no me engaan tengo el honor de
saludar a nuestro interesante viajero
Quin? Yo?
Lo tom sin ms del brazo y

entraron al hotel. Luego a la cantina en


medio de la muchedumbre que la llenaba
de bote en bote. Pilatos abri los ojos y
la boca, sin entender, pero por s o por
no llev a la mesa un vaso ms con el
sifn de agua gaseosa, el vermut y el
jarabe de grosella. Y arrim, a seal de
don Simn, un asiento suplementario a la
mesa.
Gracias,
Pilatos,
puedes
ausentarte.
Me interesa usted, caballero, por
la informacin verbal y de primera mano
que puede darme de las costumbres
bonaerenses que ha tenido la fortuna de
conocer de visu.
Quin? Yo?
Seor don Simn no necesitaba que

le respondieran, sino un paciente auditor


que lo escuchara (a los de San
Francisquito los tena probados y le
huan como a la peste).
Reclin el paraguas blanco contra
el muro, colg su sombrero quesadilla
en el clavijero y sirvi.
Nada me es ajeno. Tengo el
diccionario enciclopdico en cuatro
tomos, soy asiduo lector del Readers
Digest y he puesto en apuros en ms de
una ocasin a los seores catedrticos
de la XEW. Y basta.
La algaraba en creciente de El
Barrilito lo haca levantar la voz para
hacerse or, mejor dicho para escucharse
l mismo.
Habl, pues, de cuanto saba de

Buenos Aires y con el tono enftico que


le era propio se lament de la
decadencia de las letras y las artes en
estos aciagos tiempos de revueltas, de
ambiciones
bastardas
y
de
confusionismo general, mientras Julin,
rebelde a la cultura, espiaba por el
pasillo, esperando de un momento a otro
la presencia del Fruncido al que tena
que arreglarle su cuenta.
En resumen, caballero, de qu
le sirven a la humanidad los desvelos de
Einstein, por ejemplo? Pongamos sobre
el tapete de la discusin mis
investigaciones acerca de los Tartesios
o mi refutacin a El origen de las
especies de Darwin. No prefieren estos
zafios, que est usted oyendo, sus piales

y sus manganas? Con quines se


quedara su seora?
Quin? Yo?
Fue el colmo. El sabio peg un
golpe seco sobre la mesa con la palma
de la mano y como en ese instante se
oyeran las nueve campanadas de reloj
de la parroquia, tom paraguas y
sombrero y, sin despedirse de Julin, fue
a pagar su cuenta a Pilatos.

XXI
ES LOCO? pregunt Julin,
mareado todava por la verborrea del
vejete, a Pilatos, que lo invit a entrar a
la cantina.
Es sabio respondi ste
gravemente.
Se sabe de memoria el
diccionario en cuatro tomos agreg el
Mocho, con sonrisa maliciosa.
Don Jesusito estaba ya sentado en
un banco, reclinado contra la pared,

incapaz de sostenerse en pie. Sus


prpados colgaban flojos y pesados y su
lividez acentuaba el amoratamiento de
sus labios. El Mocho cuidaba de
mantenerle la copa llena, y Pilatos de
poner rayitas en la pizarra.
Don Melitn, un viejo hercleo,
casi negroide, de dientes muy blancos y
colmillos acuminados, aburra al selecto
concurso con un estribillo:
Mocho, soy muy desgraciado.
Porque est podrido en pesos?
Mesmamente: cuando yo era
pobre los ricos mandaban y ahora que
soy rico nos manda la pelusa
Pero Pachito Martnez no se renda:
Tacho Ramrez es mi mero
gallo!

Nadie haca caso de ellos. Julin se


cercior de que el Fruncido no haba
llegado, pero s Chon Ramrez que lo
estaba mirando con una sonrisa cnica y
nada tranquilizadora. Estaba cerca de
don Melitn que se empeaba en que le
cantara El abandonado.
Mocho, soy muy desgraciado;
hasta el infeliz de Chon Ramrez me
quiere alzar golilla!
As anda el mundo, don Melitn
dijo Julin acercndose. Hoy es da
en que hasta los chuchos nos mean.
El Mocho, evitando la ria, se
llev a Julin:
Venga para presentarlo con
Tacho Ramrez, nieto de don Jesusito y
campen de coleadero.

Se dieron la mano como debe ser y


Tacho se fue luego con sus amigos los
muchachos, y Julin volvi, picado, con
don Melitn:
Oiga, don Melitn, segn veo en
San Francisquito todos son parientes, el
que no es Martnez es Ramrez
Y el que no es Martnez ni
Ramrez jiede a perro muerto.
Estallaron las carcajadas, Julin
pel la pistola y Chon hizo brillar una
daga. Pero all estaba ya el Mocho
inmovilizando la mano del mesonero de
El Macho Prieto, y don Melitn
desarmando a don Julin Andrade.
Djenlos
habl
Pachito
Martnez, despus de echar un charco de
saliva en el suelo. Tienen cuentas

pendientes y quieren arreglarlas como


los hombres.
Siempre fuiste muy soflamero,
Pachito Martnez exclam don
Jesusito bambolendose ya de pie cerca
de ellos; Tacho su nieto lo ayudaba a
sostenerse. Eres muy malilla de veras.
Los Ramrez le cantamos el alabado
hasta al que nos hace un feo. Aunque
pobre, Chon es mi sobrino y yo no lo he
de dejar manchar la bandera peleando
con un anciano. Yo te mando que te
largues a tu casa o al infierno
Tacho Ramrez es mi mero
gallo!
Deslumbrado por las lmparas de
gasolina, aturdido por el tintineo de las
copas y los vasos, y el barullo de la

concurrencia en plena ebriedad no pudo


sostenerse ms. Entre el Mocho y
Pilatos lo condujeron a la trastienda y lo
acostaron en un camastro. Tacho sali
por el coche de sitio para conducir al
abuelo a su casa y Julin se desliz
discretamente por el pasillo del hotel a
pedir un cuarto, cuando una mano lo asi
fuertemente del brazo.
Adnde vas?
Reconoci la voz de Refugito.
Arrebujada en su abrigo, no ms
asomaba los ojos.
Estoy esperndote desde las
siete
Me corriste de tu casa
No seas tonto. Mi casa es y ser
siempre tu casa. Camina

Soplaba un fuerte viento, las nubes


haban quedado deshechas y la noche
estaba despejada y fra.
La fiesta resucit a los muertos.
Adis, don Jesusito Adis,
Pachito Martnez
No le contestaron: uno porque no
oy y el otro porque oy. Los dos
pasaron de largo y no lo vieron. Viejo,
pobre y, lo que es peor, sin esperanzas,
quin le hace caso a uno!
Haba llegado entre los ltimos,
pero incapaz de contaminarse del
regocijo que esplenda en todas las
caras, llevaba el sombrero cado hasta
la nariz, desmayados los brazos y
sueltas las riendas sobre las crines de un
viejo rosillo alquilado. (Refugito lo

provea de todo).
Pero, caramba! Uno tiene el alma
en el cuerpo y mientras la sienta
Pasaron, pues, de largo, dando sabrosas
fumadas a sus cigarros y con veinte aos
menos en el cuerpo, por milagro del
sastre y del peluquero. Don Jesusito, de
viejo vestido de casimir gris con negros
cordones de seda, oloroso a kananga y
nafta; Pachito Martnez estrenando
cotona y pantalonera, todava con hedor
de curtidura, sombrero guinda de pelo
de conejo, de toquilla y ribete plateados.
Como siempre, el sombrero en los ojos,
mascando chicle y escupiendo.
Adis, Mocho.
Tambin muy apuesto, recin
afeitado, relucientes los cachetes y los

ojos, de chamarra y pantaln de


gabardina, la pata tiesa al aire,
montando una yegua orizbaya, vena de
la carretera y dijo que el hilo de coches
no se cortaba por ningn lado.
Trabajosamente pudo abrirse paso
entre el mar de vehculos que inundaba
la plaza y bloqueaba las bocacalles, un
lujoso Packard. Se detuvo y de pronto
se abri en buqu de frescas rosas.
Cuatro bulliciosas y lindas damitas y
una arrogante matrona de anteojos
ahumados y armadura de carey.
Admirablemente maquilladas, muy
elegantes, tocadas con pauelos de seda
de vivos y brillantes colores cubriendo
su pelo corto azafranado o negro
endrino. Saltaron con pasos menuditos

luciendo sus slacks, meneando sus


caderas de nade, sus diminutos pies
elegantemente calzados y armando gran
algaraba.
Qu es esto, Mocho?
Mexicanitas
Estamos en San Francisquito o
estoy desvariando sin gota de vino en el
estmago?
Pjaros nalgones! dijo el
Mocho, riendo estrepitosamente con
brutal descortesa.
Julin se tambaleaba de risa.
Todo se ha perdido observ
un transente en olor de santidad,
hasta la vergenza.
Eres mi mejor amigo, Mocho.
Se quej de sus paisanos, de los

desaires que le hacan, de la rapacidad


del sastre que por una planchada le
arranc dos pesos, del bolero que por
engrasarle las botas le sac un tostn, y
de ese infeliz de Camilo que por el
alquiler de la charchina que montaba le
haba cobrado lo que no vala.
Chon no le habra pedido ni un
centavo.
Chon el de El Macho Prieto?
Ni me lo mientes!
Estaba renegrido.
Es puro guaguarero. No le tenga
miedo
Miedo yo?
Iba a prorrumpir en la sarta de
insolencias que mejor se saba, pero el
Mocho haba desaparecido entre la

multitud, sin decirle adis.


Y esto es lo que me da ms tristeza.
Por qu lo hacen a uno menos cuando
llega abrindole los brazos a todo el
mundo? Tanto que quiero yo a mis
paisanos!
Adis, don Fabin.
Adis Tacho Ramrez pero no
Fabin sino Julin
Tambin pas de largo. Pero el
colegial siquiera me ha reconocido,
aunque sin acordarse de mi nombre. De
todos modos se le agradece.
Tacho Ramrez de lujoso terno de
venado, acompaaba a dos soberbias
morenas, una de falda corta, medias de
seda y brillantes zapatillas de charol; la
otra de zagalejo encarnado con mucha

lentejuela, camisola blanca sin mangas y


muy escotada con un bordado rojo de
motivos aztecas. A campo libre, Tacho,
colegial travieso, dio a la china poblana
una palmadita abajo de la cadera y la
nia se dispar como potranca fina
cuando siente la vara en la grupa. Dio
una carrerita, dando chillidos de
regocijo y una dama monumental,
bigotuda y bien pintada, que vena tras
de ellos, dijo enojada: Estos nios!.
Lo que yo te digo, Mocho.
No se acordaba de que iba solo.
Todo esto me entristece, pero est
bien. Como dice Refugito, cuando uno
acaba de despertar no puede ver la luz,
pero tampoco cuando uno comienza a
dormirse o a Mal ajo pa los malos

pensamientos. Cada edad tiene sus


gustos y sea por Dios y venga ms!

XXII
A CADA 4 de octubre y, por todo el da,
San Francisquito se viste de gala en tal
forma que ni en su casa lo conocen.
Invadido
por
una
muchedumbre
abigarrada que llega de los cuatro
puntos cardinales pierde totalmente su
color local. De lejanas tierras llegan
sucios camiones abarrotados de
pasajeros,
camionetas,
trocas
y
carcachas de toda especie. Los
automviles de lujo rebrillan por

instantes a la viva luz del sol y se


sumergen
inmediatamente
en
la
inundacin.
El aire arribeo barri a buena
hora las palmas del cielo, y esplende el
sol en esa fresca maana otoal.
El grupo de damitas de slacks
quiere llamar la atencin, pero las
medrosillas
pueblerinas
no
se
escandalizan de tan poco y ms bien
procuran aprenderles por si llega la
ocasin.
Llegan las reinas a la plaza muy
peripuestas,
montando
arrogantes
corceles y son acogidas con estrepitosos
aplausos. Sonren agradecidas y se
forma la cabalgata encabezada por ellas
y por don Jess Ramrez y Pachito

Martinez, los charros ms viejos y de


legtima cepa ranchera. No menos de
cien jinetes se alinean y comienza el
desfile rumbo al coleadero. Y las
aclamaciones.
Arriba don Jesusito!
Arriba Pachito Martnez!
Don Jesusito monta una yegua
tordilla de gran alzada; adornan el fuste
arneses
chamberineados,
reata
sanluisea en los tientos, cabezada de
estambre rojo, sarape del Saltillo,
cuidadosamente
doblado;
Pachito
Martinez, a caballo sedeo de pura
sangre, grullo, con vistosos arreos de
plata.
Hoy es la tuya, Melesio
Es un mozo cenceo, de blusa de

holanda, almidonada, pantaln azul con


rayas rojas muy vivas; monta un
precioso potro criollo, alazn tostado
que para las orejas y agita la cola con
prematuro entusiasmo, sin celo ni
envidia de los magnficos caballos
finos, porque sabe lo que lleva encima.
Se lleva la mano al sombrero y,
tocando apenas la falda, da las gracias.
Pero el que se gana el aplauso
unnime es Tacho Ramrez, tres veces
campen. San Francisquito no quiere
que el colegio le arrebate a su charro
ms joven y apuesto.
Terno de venado nuevecito tan
sobrio como su silla vaquera poblana
hecha para la travesura.
Tacho Ramrez es mi mero

gallo!
El inmenso valle donde se estira
recto el lienzo para el coleadero est ya
invadido por la alegre muchedumbre.
Ondulan las muselinas reas de
chillantes colores, los rebozos de hilo y
de seda, las albsimas blusas, en
combinacin improvisada de colores
que ni el genio del pintor logra nunca
superar en riqueza de gracia y de
matices. Es como si se hubieran
deshojado en el esmeralda del csped
cataratas de ptalos de flores.
No por severos son menos
llamativos los trajes de los charros en
los ms diversos estilos, desde las
clsicas cotona y pantalonera de gamuza
olorosas a buen curtido hasta la

chaqueta negra de casimir francs con


alamares perla o plata, el pantaln bien
ajustado al muslo y a la pierna, abierto
abajo en campana sobre el zapato bayo,
bien lustrado.
La cabalgata se abre paso entre
infinidad de vehculos, peatones,
rancheros a caballo. La plaza es un lago
de lujosos carros que rebrillaban al sol
sus charoles, camiones, camionetas,
trocas de estacas, que ir a vaciarse en
el campo de la charreada. Se oyen
incesantemente el aullido de alguna
sirena, los roncos golpes de bocinas,
notas de violines, contrabajos y pistones
ahogados en el vocero general.
Citadinos asoleados, rancherillos de
calzonera y soyate en ariscos matalotes,

se entreveran por todas partes bus cando


acomodo.
A uno de los jacaloncillos
levantados a la vera de la carretera, se
acerca Julin y se apea:
Un tequila doble
Hay ahora tanto motivo para
emborracharse.
Estoy muy triste y estoy muy
contento. Venga, pues, otra doble.
Cuando volvi a montar lo hizo con
ligereza. Se arrisc el sombrero y le
brillaron los ojos y los dientes.
A la bin, a la bin ran ran
ran! A la bin, bon, ban! Bonito,
chiquito arriba San Francisquito!
Fuereos: voces frescas, sonoras,
juveniles. Ms de un centenar de

muchachos y muchachas descienden,


ebrios de regocijo, de tres enormes
trocas, y se desparraman por el campo.
Una muchedumbre ansiosa se
arremolina a comprar boleto para el
gradero con una sola entrada. Muchos
ms son los que se contentan con el
espectculo de afuera y se dispersan en
busca de una buena sombra. Y en aquel
mar alborotado se agitan confundidos
los toscos sombreros de palma con las
cabecitas
maravillosas
de
las
muchachas, la gamuza y la popelina de
las chamarras con las brillantes blusas
de seda femeninas.
Julin va a la cola de la cabalgata,
triste otra vez, pero no tan triste como
San Francisquito se ha quedado, quieto y

sin un habitante.
De pronto el rosillo da el reculn y
se para. Es imposible avanzar ms. La
columna de charros acaba de entrar a la
pista y se oye como huracn el gritero,
los hurras y los aplausos a las reinas que
la encabezan. stas ascienden luego el
gradero a ocupar su sitio en el palco de
honor y de los trofeos. Y hacen visos la
lentejuela y la chaquira de los zagalejos
y los finsimos rebozos legtimos de
Santa Mara. Pero resplandecen ms an
los negros ojos y los apionados
carrillos.
Dice Refugito que ya nuestros
tiempos pasaron para siempre y yo digo
que no, porque mientras tengamos alma
en el cuerpo

Dio un grito con toda la fuerza de


sus pulmones, pero result como un grito
dado dentro de una olla rajada. Slo por
respeto a sus muchos aos no soltaron la
carcajada los que estaban cerca de l.
Se meti a viva fuerza entre las
cabalgaduras hasta llegar a la cabecera
del lienzo donde en apretada fila los
vaqueros tenan encorralados a los
toros. La pista se alargaba recta, blanca
y pareja. El vedor y las autoridades al
paso tardo de sus cuacos la recorrieron
primero; luego los charros que iban a
tomar parte en la lid pasearon en ir y
venir sus caballos para que conocieran
bien el terreno.
Limitaba el lienzo, de un lado, una
apretada fila de rboles sobre alto

borde, y del otro, separndolo del


gradero, una valla improvisada con
vigas horizontales sostenidas en slidos
postes enterrados en el suelo. La
abigarrada y bulliciosa concurrencia se
encrespaba como mar agitado sobre los
gruesos y speros tablones que servan
de asientos.
Los apuestos charros iban y venan
por la pista en los preliminares de la
diversin, luciendo sus bestias finas,
fogosas cabezas, orejas enhiestas,
hocicos espumeantes, sillas, arneses,
guarniciones que valan un capital,
sombreros galonados, trajes de corte y
estilo variado.
Julin solt una maldicin:
Si este lambrijo hijo de la ch

pensar que le tengo miedo!


No ms por no armar aqu un
escndalo y sobre todo porque quiero
cumplir la promesa que le hice a la
Virgen del Perdn Si no!
Chon Ramrez haba metido a la
fuerza su caballo prieto pegando con el
anca en el matalote de Julin. Injuria
sangrienta entre rancheros!
Felizmente acab de apartarlo de
los malos pensamientos Tacho Ramrez,
que quin sabe por qu se haba fijado
en l.
Una cerveza, don Fabin digo
don Romn
Ni don Fabin ni don Romn.
Tacho Ramrez. Pero no le hace. Venga
la negra y en el nombre sea de Dios

Ya hablaremos.
Estir el brazo, tom la botella y en
dos largos tragos la sabore con deleite.
No sabes mi nombre porque
apenas me conoces, pero eres ms gente
que todos sos
No ms, porque Tacho Ramrez
haba desaparecido, devorado por la
multitud. Menesteres ms urgentes lo
solicitaban dentro del coleadero.
Tacho Ramrez, un trago.
Ven, Tacho Ramrez.
Ya ni conoces, Tacho Ramrez.
Una cerveza, Tacho Ramrez.
Te esperamos al guajolote, Tacho
Ramrez.
De los palcos, de las gradas, de
dondequiera que haba lindas mujeres

Tacho Ramrez era vivamente solicitado.


Y Tacho tuvo que aceptar tanta copa que
cuando mont de nuevo en su caballo,
confiado a su caballerango, le daba
vueltas el gradero, la pista y la cabeza.
Melesio Contreras agradecera a tanta
beldad haberlo ayudado a quitar el
campeonato al mejor charro joven de
San Francisquito.
La hora se acercaba ya. Hubo un
movimiento
de
cabalgaduras,
impacientes montados y peatones
buscaron sitio para ver mejor.
En la grada creci el tumulto de
gritos, exclamaciones y aplausos.
Ora, Melesio Contreras!
Arriba Zacatecas!
Jalisco nunca pierde!

Arriba los panzas verdes!


Esos camoteros de Celaya
Tacho Ramrez es mi mero
gallo!
Melesio Contreras pas levantando
un aplauso.
Simpatizaba por su modestia. Ni su
traje, ni su caballo, competan en
galanura con los otros, pero su criollo
confiaba en su maestra y en la maestra
del que lo montaba.
Afuera el espectculo no era menos
interesante. De la arboleda haban huido
espantados los pjaros por la presencia
de tan extraos huespedes; pero una
pareja de torcacitas posadas en las altas
ramas de un olmo azafranado daban,
importunas, dos notas breves y

lacerantes para almas como la de Julin,


que no logr ponerse a tono con el
regocijo ambiente.

XXIII
LAS MANOS estn rojas de aplaudir y las
gargantas enronquecidas de gritar.
Aturden las porras aclamando a los
suyos, las bocas se desfiguran, los
brazos se levantan, se agitan las cabezas
enmaraadas y las botellas pasan de
mano en mano; refrescos, cerveza,
tequila.
Quines aplauden a su pueblo,
quines a su rancho, algunos a su patrn,
a su pariente o a su amigo.

En ese desbordamiento de alegra,


Julin, milpa helada, siente que ya ni el
alcohol puede devolverle el alma.
Un grito agudo galvaniza al
pblico:
Se vino!
Surgi al extremo del lienzo y
como un eco viene repercutiendo, pero
cada vez con ms fuerza, con ms voces,
creciendo como un huracn al llegar a la
cabecera opuesta.
Prieto, bragado y al trote. A medio
galope se acerca el coleador, su bastilla
se lo cierra contra el borde arbolado;
baja la mano, alza la cola y nada!
Se le fue. El novillo entra trotando
al corral.
No
hay cuidado,
Tacho

Ramrez!
Tacho da media vuelta, echndose
el sombrero a la cara, desmayados los
brazos y las piernas. Las malditas
copas!
El
vocero,
suspendido
un
momento, se renueva con entusiasmo
creciente. Se charla, se grita, se dicen
cuchufletas y se bebe, mientras aparece
el segundo.
Y aparece el otro.
Cuidado con la bandera de San
Francisquito, Pachito Martnez!
Es tuyo, viejo!
Josco, de pocas libras, pero bien
encornado y nervioso. Para Pachito
Martnez, que lo que le falta de fuerza lo
suple con maas. En su caballo bien

amaestrado no tiene trabajo en coger y


liarse la cola de la res en la mano, dar el
tirn y hacer maromear al astado.
La plaza se viene huracanada. Es el
delirio.
Da de tu santo, Pachito
Martnez!
Sin levantar el sombrero de sus
ojos, se lleva la diestra a la falda, dando
las gracias y mascando chicle.
Don Jesusito, desazonado por el
fiasco del sobrino, con la plana mayor
de los charros satisfechos, sonre
apenas.
El tercero desluce: el coleador no
logra ms que darle el sentn y la res en
seguida se levanta en fuga.
Bien o mal, la suerte se repite y los

que poco o nada entienden de ello se


abunen. El sol cenital derrite los afeites
y torna apayasadas muchas caras
bonitas. Al calor de hornaza se agrega la
desigualdad de las tablas tambaleantes
de los asientos. Algunos se levantan y
abandonan el gradero provocando
tumulto de los que de pie quieren
aprovechar los sitios desocupados, y a
la puerta hay una lucha entre los que
pugnan por entrar con los que quieren
salir.
La fiesta de afuera es otra y no
menos pintoresca. La multitud bajo la
tupida arboleda, disfrutando el frescor
de las cimas, en vecindad de enormes
cazuelas de mole de guajolote, de arroz
con huevo cocido, de chile verde con

carne de puerco y frijoles con queso de


hebra, se relame. En las brasas crepitan
las tortillas al recalentarse, y en lo ms
fresco del follaje se esconden,
defendindose del sol, las tinajas de
pulque y los cntaros de colonche.
Relampaguean los ojos de las
mozas, brillan los dientes de marfil,
arden los carillos apionados y los
brazos broncneos moldeados a torno. Y
el campo es como un inmenso sarape del
Saltillo con todos los colores del iris.
Refugito no podr decir que me he
portado mal. Unas cuantas copas de
tequila, una infeliz botella de cerveza y
ni siquiera una bofetada al desgraciado
de Chon Ramrez que le busca ruido al
chicharrn. Ni bebo, ni enamoro, ni

busco pleitos. La Virgen del Perdn me


lo tome en cuenta!
Pero el hombre propone y Dios
dispone. Mal dicho, el diablo dispone.
Y el diablo en su encarnacin ms
perfecta, los ojos maravillosos de una
mujer. Fue primero una de esas murgas
que abundan en Jalisco ejecutando sus
piezas con una expresin tan nica, de
un romanticismo tan contenido y
discreto, que en vano quieren mejorar
los maestros del arte.
Slo una gota faltaba para hacer
desbordar el vaso. Y esa gota cay con
un acento de inenarrable tristeza. Fue un
viejo vals de Abundio Martnez que
precipit una catarata incontenible en el
alma de Julin: das de juventud y de

alegra idos para no volver.


Y algo peor: el aguijn de una
avispa clavada en la espalda. Volvi la
cara.
Mara Santsima! Ella! Blusa de
percal, falda de franela roja con ancha
cenefa verde, rebozo cuapaxtli anudado
a la cintura, vueltos los extremos hacia
atrs sobre los hombros y los anchos
repasejos a la espalda, lado a lado de
una gruesa trenza, rebruida como el ala
del cuervo.
Y fue como si una ola de lava en
ignicin hubiera corrido por sus venas,
inundndole el cerebro y el corazn.
Como chispa que cae en el polvorn.
Cegaron sus ojos, se ensordecieron
sus odos, su corazn repic como

esquila rota.
Algo ms que el despertar de un
aletargamiento
a
una
realidad
intensamente vital como la del mundo
que estaba palpitando en tomo. Era un
pasado que rompa en torbellino
fulgurante. Esta pequea Marcela y la
otra Marcela y todas aquellas mujeres y
todos aquellos hombres y todos los
placeres y hasta la sangre que se haba
derramado y en la que sus manos se
haban mojado. Amigos, enemigos,
amantes, vino, juego, alegra y delirio.
Y sinti el deseo violento e
implacable de ser el que haba sido.
Siempre nmero uno aqu y en todas
partes. Que las mujeres se espanten, que
los hombres palidezcan, que se cierren

puertas y ventanas y los transentes


huyan, que la gente se esconda y el
pueblo se quede solo. Aqu estn ya
los Andrades!.
Y los Andrades pistola en mano,
diciendo maldiciones, hacen caracolear
sus caballos y si la gana les da entran en
ellos a la parroquia. Fue, por tanto, su
necesidad de gritar, necesidad de vivir:
detenerse habra sido lo mismo que
azotar en el suelo.
Se arrisc el sombrero, tendi la
rienda y apret las piernas.
branse!
El alarido, un varazo al jamelgo y a
contracarrera a la pista.

XXIV
ARRIBA Tacho Ramirez!
En la pista, a todo lo largo del
coleadero, de millares de voces se haca
una sola:
Arriba, Tacho Ramrez!
Al clamor delirante sucede enorme
silencio. Se oye distintamente el trote
del novillo, el del caballo retinto de
Tacho y el del bastilla que le cierra a la
res. Tacho se ha repuesto del todo y
viene seguro de s.

Los cuerpos se tienden en arco, los


rostros se contraen por la emocin. Igual
los partidarios de Tacho que los de
Melesio dilatan los ojos y suspenden la
respiracin. Melesio ya derrib su toro
con mano maestra y es preciso que
Tacho lo haga mejor y tome la revancha.
Se acerca, baja la mano, coge el
extremo de la cola, se la enreda en los
dedos, levanta la pierna, afirmndose y
cargando todo su cuerpo del lado
contrario, dispara el cuaco y da el tirn.
Todo con precisin, con elegancia, con
maestra.
Exactamente en el momento en que
se oy el alarido desarticulado y ronco
del viejo:
branse que aqu est Julin

Andrade su mero padre, hijos de la!


El refilonazo fue brutal. El bastilla
lanzado sobre la barrera cay
rompindose un brazo, recibiendo coces
del caballo encabritado. Tacho Ramrez
hizo circo en su animal, milagrosamente
se mantuvo en equilibrio, mientras el
toro, despus de dar una maroma, se
quedaba inerte con el espinazo roto.
Bruto!
Mariguano!
Bandido!
Borracho!
Era una tempestad de protestas a
todo pulmn. Miles de manos se alzaban
amenazantes y miles de bocas se
contorsionaban bramando:
Afuera con ese borracho!

Mndenlo al manicomio!
Afianzado
en los
estribos,
satisfecho de su hazaa, el viejo
Andrade regresaba sin premura hasta el
extremo de la pista en medio de
ensordecedora silba que era el aplauso
que l esperaba.
Aturdidos por su audacia, los de la
montada en vez de detenerlo se abrieron
para dejarle libre el paso.
Pero cuando volvi al extremo del
lienzo bruscamente desenfund su
revolver, torci el rostro en un grito
gutural:
El que sea hombre que me siga.
Y ocurri la catstrofe; su
catstrofe. A los gritos de las mujeres
asustadas sucedieron las carcajadas ms

ultrajantes. La pistola no funcionaba.


Chon Ramrez le sali al encuentro,
tom el revlver por el mismo can y,
rindose, dijo:
Se te olvidaron los tiros,
abuelito.
Estaba estupefacto, rodeado de la
polica y no hizo por defenderse. Los
miraba a todos como idiota. Lleg el
comandante de la polica y el Fruncido.
ste lo reconoci al instante y con su
indolencia habitual, dando media vuelta,
dijo a los agentes:
Sultenlo! Es manso y
menso.
Sus ojos claros no reconocieron ni
al mismo Chon Ramrez que le devolvi
la pistola, palmendole compasivamente

la espalda:
Estamos a mano, viejito.
Como un sonmbulo, se perdi en
el colmenar humano que se extenda por
el valle.
Octubre haba volcado amapolas,
violetas,
claveles,
azucenas,
pensamientos y todas las rosas de todas
las latitudes. La mujer!
Pero el corazn de la fiesta
pasando inadvertido lata detrs del
manteado
de
una
carpa.
Sus
palpitaciones eran ahogadas por el
vocero de fuera y el rumor desvado del
coleadero con peridicas explosiones
tempestuosas.
Pilatos, ayuda a don Julin a
bajar de su caballo y amarra el animal a

uno de los postes.


El Mocho era el amo de la carpa.
Fue arrastrando la pierna artificial a
tomar el nico asiento desocupado a una
mesa rodeada de las tres nias de
slacks, dos fifes que las galanteaban y
la voluminosa mam desbordando dos
asientos.
Pilatos, una cerveza helada.
La dama gorda hizo ademn de
desagrado, frunciendo la frente y
aflojando la jareta de su boca de
batracio. Sac de su bolsa un frasco
diminuto, se puso unas gotas de perfume
y mirando, los ojos en blanco, a los
currutacos, exclam:
Narciso negro de a veinte pesos
gramo.

El Mocho, con cara de dolor de


estmago, la vio como los nios miran a
las focas del circo.
Pilatos, en mangas de camisa,
sudoroso y encendido lleg con la
cerveza. As iban y venan los meseros,
sin poder darse abasto en el servicio,
solicitados de todas partes.
Las risas agudas de las muchachas,
el retintn de los cristales en las mesas,
en el mostrador, en las grandes tinas de
hielo constantemente removidas para
sacar cervezas y refrescos, daban la nota
ms alta en aquella algaraba de
manicomio.
Mocho, te felicito, porque ahora
s vas a dejar de ser soltero le dijo de
paso Tacho Ramrez, compensado de la

desazn sufrida en la pista por cuatro


soberbias morenazas que lo llevaban a
ocupar una mesa como a su Apolo en
apoteosis.
Reparando en la foca que estaba al
lado del Mocho, desenfadadamente
festejaron a Tacho con risas sonoras y
repetidas. Ella no se dign tomarlos en
cuenta.
Puro narciso negro de a veinte
pesos gramo, Memo.
Entretanto el viejo Andrade,
arrimado al cuadrilongo de tablones que
serva de mostrador entre una multitud
desaforada que peda a gritos refrescos,
cervezas o tequila, no lograba hacerse
or.
El Mocho le grit:

Venga, viejito; aqu le sirven lo


que pida.
Trmulo an, de color terroso,
duras las quijadas y ms arrugado que
nunca, Julin Andrade acudi presto a la
invitacin. El Mocho pidi una silla a
Pilatos y la hizo caber, con indignacin
de la dama gorda que retena su rabia.
Qu toma?
Mocho, eres buen hombre lo
que pidas.
Un tequila doble y una cerveza
helada.
Soy muy desgraciado, Mocho!
Cosas de la vida, no haga caso.
Valdra ms que la tierra me
hubiera tragado.
La de malas!

El honor vale ms que la vida!


Pilatos trajo la cerveza para su
patrn y la doble de tequila para don
Julin.
La algaraba nada dejaba or
distintamente. Entre las mesas discurra
trabajosamente
la
concurrencia:
chamarras, chaquetas, blusas de
holanda, trincheras y hasta el maquinof
de un ferrocarrilero. Hormigueaban las
cabezas femeninas bien peinadas, los
rostros encendidos por el calor y los
espirituosos, vestidos graciosos en color
y corte. Entre los encamisados de una
marimba, los uniformes imitacin piel
con grotescos dibujos nacionales a la
espalda, los mariachis y muchos
andrajosos de murgas locales. Las voces

de las cancioneras, los chirridos de los


violines, los arpegios de las guitarras,
rebuznos de metales y roncos quejidos
de los contrabajos, con las carcajadas,
gritos y vocero integraban una sinfona
imposible y magnfica de juventud y
alegra que ningn genio de la msica
lograr superar jams.
Puro narciso negro de a veinte
pesos gramo, Amadeo!
Fastidiado, el Mocho estir la
pierna de palo, levant una nalga y dijo:
Puro frijol bayo gordo de a
treinta centavos kilo!
Jupiterina, la dama gorda lo
fulmin; las nias de slacks y paos de
seda a la cabeza dilataron sus enormes
ojos de lechuzas, indignadas, y los fifes

que las acompaaban se pusieron en pie,


cuadrndose en actitud de reto.
El Mocho se levant sonriente e
impasible. Tocndose la cintura se alej
paso a paso, diciendo:
El que se queme, que sople.
Pilatos, ese viejo ya colg el
pico, mtelo a que duerma un rato.

XXV
FUE PROVERBIAL entre la familia el
orgullo de los varones. No se dio el
caso de que alguno de ellos hubiera
descendido hasta el extremo de hacer
confidencia a ninguna mujer de sus
sentimientos ms ntimos ni de sus ms
secretos desastres. Pero nunca, en su ya
larga vida, sinti jams el deseo ms
imperioso y violento de desahogar su
corazn como en esa noche. Sentase
humillado,
vencido,
deshecho.

Sorprendida, Refugito lo dej hablar sin


interrupcin para no cohibirlo, para no
avergonzarlo de aquella confesin tan
dolorosa. Nunca se haba imaginado que
el desastre moral de su hermano fuera
tan inmenso. Poco a poco fue cediendo
del sentimiento de consternacin
profunda al de la ms alta indignacin.
Julin le cont, como el desesperado
que
se
reabre
una
herida,
minuciosamente, uno a uno, los desaires
e injurias soportados desde su llegada al
pueblo. La forma humillante con que lo
trataban hasta los que decan quererlo
ms. El viejo, el briago, el mariguano. A
unos les inspiraba compasin, e
indiferencia a otros. Y del apellido de
que tanto se ufan la familia no quedaba

nada: El Fuereo y doa Cuca la


pollera.
Nunca dos hermanos se sintieron
tan fraternalmente unidos como en
aquellos momentos de crisis en que los
dos sufran por igual en su cuerpo y en
su sangre.
En los primeros instantes Refugito
concibi la idea de llevarlo a la iglesia
a orar, a implorar el consuelo nico que
les queda a los desahuciados del mundo:
Dios! Pero tuvo miedo de no llegar por
ese camino sino a lo contrario de lo
deseado, a la increpacin al cielo o aun
a la blasfemia. Y fue su falta de fe
momentnea la que la perdi. En un
estado de indecisin, mientras buscaba
otros
caminos
para
salvarlo,

insensiblemente fue cediendo hasta


quedar contagiada de su indignacin y
de su clera. Y por ese resquicio se
introdujo en su mente la voz omnipotente
de la sangre.
Y entonces su rostro, modelado por
una vida de resignacin acabada en
santa serenidad, se transform y
aparecieron los rasgos caractersticos
de su familia: la mirada del milano,
aguda, fra, reseca, un leve tic en la
cara, la lnea viril en el gesto y en el
ademn. La obnubilacin del enfermo
que entra en agona o la del que
comienza a perder la razn.
Yo tengo la culpa dijo con voz
ronca y apagada. Eres buen hermano,
porque nada me has reprochado

Sus ojos brillaron como afilada


lmina de acero y su voz adquiri
bruscas sonoridades metlicas.
Lo hice con buena intencin.
Abri la petaquilla, sac los tiros
envueltos en un pauelo y ella misma sin
que sus manos temblaran los puso en el
cilindro de la pistola.
Toma
Fuera de tiempo!
Para que te defiendas.
No tengo ya de quin. El ridculo
mata mejor que una bala.
Estoy avergonzada!
Has comprendido, verdad?
Ella misma puso el revlver
cargado en la repisa de la Refugiana, a
un lado de la veladora encendida.

Sinti que se haba quedado


dormido en su cama y sali de puntillas
a la humilde capilla del barrio a rezar
antes que dieran las nueve. A su estado
de clera suceda otro de opresin y
angustia muy extraos. No se arrepenta
de lo que acababa de hacer, y por eso
sufra sin saber por qu como cuando
hemos
refundido
algo
en
el
subconsciente y ese algo pugna por
abrirse paso a la luz.
Despus del rosario el sacerdote en
el plpito abri un libro y comenz a
leer. Su voz era lenta, montona,
fatigosa. Sentadas sobre sus talones
algunas beatas cabecearon, otras fueron
al confesonario y se acercaron a las
celosas.

Los pecados de los padres se


trasmiten a los hijos y a los hijos en
muchas generaciones.
Las palabras de las Sagradas
Escrituras pronunciadas por el sacerdote
llegaron a la mente de Refugito como un
chispazo que ilumin repentinamente su
alma. Sinti, a la vez que una inundacin
de luz en su cerebro, una angustia
tremenda en el corazn. Se levant tan
precipitadamente, que el capelln
suspendi momentneamente la lectura y
las beatas despertaron volviendo sus
ojos asustados.
Sali de la iglesia arrepentida de
su pecado, contrita y perdonada.
Todo se reduce a hacer desaparecer
esa pistola y a que Dios me ayude para

alejarlo de aqu. Cmo? Para Dios


no hay imposibles!
Algo extraordinario en una mujer
que nunca supo de neurosis ni cosa de
nervios: un temblor convulso la sacude
como ataque de malaria y un nudo en la
garganta apenas la deja respirar. Ocurre
en cuanto enciende un cerillo y repara en
la cama vaca. Y tambin el revlver
cargado por sus propias manos ha
desaparecido de la repisa de la Virgen
del Refugio.
Y como si le susurraran al odo
escucha las ltimas palabras de Julin:
Ese desgraciado del Fruncido me la
tiene que pagar Te lo juro!.
Encendi la vela de Nuestro Amo,
persign la casa en los cuatro puntos

cardinales y sigue rezando, con ella en


las manos, hasta que slo queda un
cabito y la cera se le derrite en los
dedos.
Oye las diez, las once y poco antes
de la una cruje la llave en la chapa.
Bendito sea Dios!
Entr. Jess, qu espantajo! Qu
fue?
Tiritando, envuelto con una frazada
y en cueros, descalzo y descubiertos los
calcaales. De dar vergenza!
Se me pasaron las copas,
hermanita Luego me resbal en un
charco y dej los pantalones en el lodo.
Y la vergenza?
Regame, dime lo que quieras.
Pero algo haba en el tono de voz

que la inquietaba. Menta seguramente,


pero ocultando ms de lo presumible.
Un amigo me prest esta
frazada Por favor, apaga la vela.
Refugito despert con la mano
puesta sobre el corazn, ahogndose en
una pesadilla. Perdida en un ddalo de
calles jams conocidas en su vida,
calles que se iban angostando,
retorciendo hasta dejarla en el filo de un
precipicio donde era imposible dar un
paso ms ni retroceder. Soplaba el
ventarrn que la hizo bambolear y era un
murcilago que, con su aletazo para
precipitarla al abismo, la despert.
Rez fervorosamente el bendito, se
tap con la sbana los ojos y no
despert sino al toque del alba. Poco

despus sala andando de puntillas a


misa.
A Julin no lo dejaba dormir el
dolor tenebrante en el pie y morda la
sbana para que Refugito no lo oyera
quejarse.

XXVI
OCURRI de otro modo de como l se lo
cont a Refugito. Cuando ella sali a
rezar, la vspera por la noche, creyendo
dejarlo bien dormido, se levant a
tientas, dio con la pistola, se la faj a la
cintura y se ech a la calle. La juerga
comenzada despus del coleadero se
prolongaba en todas las cantinas del
pueblo. Los gritos y las risotadas en El
Barrilito se oan hasta la plaza donde
paseaba la multitud en la serenata.

Entr sin saludar; como sonmbulo


pas entre los tomadores y tom por el
pasillo del hotel. Tom siti en una mesa
y tuvo que llamar tres veces a Pilatos.
Nadie le haca caso, ni siquiera por el
escndalo que promovi en el
coleadero. Se encontr cara a cara con
Chon el de El Macho Prieto y no se
inmut. Todo se lo reservaba para el que
ms lo haba agraviado. Y se sent,
resuelto a esperarlo.
Crgale aguardiente hasta que lo
duermas dijo Chon Ramrez a Pilatos,
pagando con uno de a cinco pesos.
Y se durmi hasta que un dolor
agudo en un pie, un dolor tan intenso
como si se lo estuvieran barrenando, lo
despert. Ola a cuero quemado. Lanz

una insolencia. Un calambre. Todava


no acababa de apagarse el cerillo
encendido sobre uno de sus zapatos.
Entonces repar en el grupo de charros
que lo rodeaban, festejando la travesura
de Chon Ramrez y reconoci al de la
boca fruncida, enjuto y paliducho.
Violentamente ech mano de nada. Su
revlver haba desaparecido.
As
sern
hombres,
desgraciados! Y usted, cara de fon
vaya y ch a su madre!
El Fruncido lo volte de un revs.
Muchachos,
qutenle
los
calzones a este infeliz y chenlo a la
calle.
Iba ya a distancia de El Barrilito
cuando Pilatos lo alcanz corriendo, le

dio una cobija para que se tapara y el


revlver que le haban quitado. El
Mocho se los mandaba.
Pero ms hondo que el dolor del
pie era el que le agujereaba el alma y
que calaba de vergenza. Por eso
cuando Refugito se levant y sali a la
calle, l, que no haba dormido un
instante, busc su ropa a tientas, se
visti, tom su pistola y se fue a la calle.
Haba amanecido y el sol comenzaba a
sacar chispas del pararrayo de la
parroquia. Cuando lleg a la plaza tea
de una las canteras de sus torres y
doraba los pretiles ms altos del
casero. Repicaban las campanas
llamando a misa, en las arboledas los
pjaros garrulaban su concierto matinal.

Todo era vida y alegra. De una casa de


baos salieron dos lindas mozas de
carrillos relucientes, goteando agua del
pelo. Entr, tom una ducha fra y dej
en prendas la navaja, porque se le
haba olvidado el dinero.
Sinti despejado el cerebro, el
corazn aligerado, sus miembros
extraamente flexibles y expeditos.
Hasta el dolor de la quemada haba
desaparecido. Se oan los gritos de los
transnochadores ya dentro de El
Barrilito. Lo raro fue la indiferencia con
que los escuch. Pas frente a la
parroquia, estaba entrando gente a misa,
pero a l no le hizo falta Dios, porque
como dijo Plaza ni amor al mundo, ni
piedad al cielo. Y sigui andando, ni

triste ni alegre, ni tranquilo ni enojado.


Su cerebro era como un reloj al que de
repente se le rompi la cuerda. Sus
piernas lo llevaban y sus piernas saban
adnde. S, tambin su corazn se haba
quedado vaco, sin amor y sin odio.
Refugito volvi de misa a su casa y
pens: Ha de haber salido a curarse la
cruda. Mientras voy a comprar mi
recaudo a la plaza.
Se senta cansada, la cabeza le
dola y le daba vueltas. La desvelada.
Pas frente a la botica. Ni el fresco de
la maana lograba disipar la niebla que
oscureca su pensamiento. Le latan las
sienes y la cabeza le segua doliendo.
Entr y all mismo se tom un cafin.
En la lechera pidi un litro,

compr en el mercado doce centavos de


menudo y seis de tortillas. Hizo que le
envolvieran un queso fresco en una hoja
de milpa.
Y estaba regateando las cebollas y
los jitomates que haban subido por una
prematura helada, cuando se oy un
balazo. Sinti una fuerte corazonada y se
enderez.
Son los charros que todava la
traen dijo la marchanta.
Dieron guerra toda la noche
agreg un cargador que estaba sentado
en la banqueta.
Un muchacho pas desaforado
preguntando por el gendarme.
Pleito, Otilio?
S, doa Rita, el Fruncido anda

agarrado con el fuereo.


Lvida, sin gota, de sangre en la
cara, Refugito confi su recaudo a la
marchanta y se encomend a Dios.
Usted tambin, mi alma? Va a
buscar una bala perdida?
Siguieron los disparos. Los
placeros confiaban sus puestos a otros,
apareci gente en puertas y ventanas, a
media calle, todos mirando a la multitud
encrespada como una ola, afuera de El
Barrilito.
Se acerc cuando iban saliendo dos
de la cantina, empuando sus pistolas y
arrimados a la pared, como si les faltara
fuerza para sostenerse con sus propia
piernas. Pero la sangre que les
chorreaba de la cabeza no permita

reconocerlos.
Estn borrachos, pens para
consolarse.
A fuerza de codos, pisadas y
empellones, lleg a primera fila del
ruedo que se haba formado como en una
pelea de gallos. Y como gallos estaban,
en efecto, hechos bola, cados los dos en
el empedrado. Uno consigui treparse
sobre el otro y le peg repetidas veces
en la cabeza con el can de la pistola,
como quien est haciendo picadillo.
No!
Fue el alarido de Refugito en el
momento de reconocer a su hermano.
Tan agudo, que ste volvi hacia ella su
cara tinta en sangre y destrozada. La
mir con sus ojos ya deslustrados que en

el mismo instante se acabaron de apagar.


El revlver se desliz de sus manos y
suavemente resbal de su contrincante.
Ciego por la sangre, aturdido por
los golpes, el Fruncido, que estaba
debajo, a tientas busc el pecho de
Julin para asegurar el tiro.
Cobarde!
Como loba hambrienta se arroj
sobre l y le arrebat la pistola.
Coincidieron el disparo y un grito
de muerte. Pero con la brizna de vida
que le quedaba la amartill en medio de
las cejas y le dispar.
Presos de la crcel municipal,
conducidos por un gendarme, vinieron a
levantar los cadveres en tres sendas
camillas, en medio de la consternacin y

silencio de los circunstantes.


Se oy un rumor apagado de voces:
Don Gertrudis
El presidente municipal lleg con
el comandante de la polica. Vio el
charco de sangre sin que se inmutaran
las lneas de su rostro ptreo y
enigmtico.
Se acab la mala yerba dijo
removiendo apenas sus gruesos labios
de indgena.
Cuentan en San Francisquito, como
cosa de milagro, que doa Cuca la
pollera se haba quedado con los ojos
abiertos como mirando al cielo y que
tena cara de santa.

Table of Contents
Mala yerba. Esa sangre
Mala yerba y Esa sangre
Mala yerba
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII

XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV
XXV
XXVI
Esa sangre
I
II
III

IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI

XXII
XXIII
XXIV
XXV
XXVI

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