AZUELA-Mala Yerba. Esa Sangre - Mariano Azuela
AZUELA-Mala Yerba. Esa Sangre - Mariano Azuela
AZUELA-Mala Yerba. Esa Sangre - Mariano Azuela
Mariano Azuela
Mala yerba
I
ENCORVADO y trmulo, apoyndose en un
leo a guisa de bordn, sali seor
Pablo de una msera casuca, y de cara al
poniente, una mano en visera para ver
mejor, grit carraspiento y desapacible:
Eh, Marcela: anda, muchacha
corre, que ai vienen ya las vacas!
De trecho en trecho, en un
amontonamiento de nubarrones como de
cinc gaseoso, se abran claros dejando
escapar finsima llovizna de sol
prosegua
su
cansada
pltica.
Lamentbase de la poca hombra de
bien de la gente de hoy en da.
Aist pa no dejarme mentir el
mediero de la Tinaja. Hombre de Dios!
Pos no ha dejado enquelitar la milpa no
ms por puritita desidia! Esas tierras tan
geas de lo mejor de la hacienda
no van a dar este ao ni rastrojo. Tierra
muy juerte pa la que se necesita ervo
no un entelerido que no puede con la
mancera Nada que se viene el
yerbaje, las caitas se tuercen muertas
de sed y el maldito quelite se lo traga
todo. Pior me diga aste de ese del
Chiquigite: deja engramar y en la
macolla se horcan las caitas recin
nacidas. Ni pasto para las borregas! Y
toava es de da?
Y a m qu me importa que nos
vean?
A ti no te importa? Pos a m
tampoco; pero sbete que ya me vas
cansando con tus modos y ya no quero
ser diversin de babiecos
Y bruscamente, con inesperada
fuerza, retir el brazo que estrechara su
cintura. De un empelln apart lejos al
mozo.
Marcela Marcela! Mira que
t s, de veras, me la ests colmando
Marcela, t me engaas hasta con el ms
desgraciado de mis peones Y si
sigues as te juro que si sigues as
Marcela!
Su voz era ronco gemido de bestia
pronto!
clam
ella,
huyendo
aterrorizada.
Paso a paso el vaquero se alej.
De pronto, de entre los jarales
sali una rfaga de fuego y un tiro
reson. El vaquero se estremeci, dio
unos pasos ms, se bambale y cay
desplomado.
La tormenta se cerna ya en la
negrura de la noche: el relmpago abra
su bocaza de fuego y con estrpito
avanzaba la tempestad, desencadenada,
por las cimas de los rboles y por las
peas de la Mesa de San Pedro.
II
ANDE, cuente, seor Pablo
exclamaron los peones haciendo ruedo
al viejo, que despus de haber lanzado
una maldicin al asesino del vaquero,
sala tembloroso y sollozando.
S, ahora s voy a decirles
quines son estos desalmados y de qu
raza penden. Ladrones, bandidos de
camino real, as como se los digo!
Habl enardecido y ya bajo el peso
abrumador de la revelacin que iba a
de muchedumbre aglomerada. Se
rezaban rosarios y rosarios sin
descanso. De vez en cuando se oa un
canto horriblemente lgubre, el Alabado
que ha de entonarse para huyentar al
diablo. Ah estaba el muerto, cubierta la
cabeza con ancho paoln floreado, su
camisa de manta nueva restirada sobre
el pecho y dejando escurrir un filetillo
de sangre negruzca en los tepetates. Las
amarillentas velas goteaban, formando
torcidas cabelleras en torno a su flacura
mortecina. El rumor montono de los
rezos se rompa a las veces por el aullar
lgubre de los perros azorados.
De valientes tenan fama los
abuelos de mis amos, los que de all de
las Espaas, del otro lado del mar,
III
MUY SATISFECHO, el Sargento renda su
declaracin frente a la desteida mesa
del juzgado y ante el negro humor del
seor Alcalde Constitucional de la Villa
de San Francisquito.
No era pobre hazaa, a la verdad,
la del jefe del destacamento rural. En
una sola noche se haba despachado a
descarga cerrada a un viejo maestro de
abigeato, desolacin de criaderos y
espanto de serranos; luego daba de
duerme ms de un ratito en la
madurgada. Por no despertarlo, pues,
prefer salir al campo.
Pues es una salida muy
cndida, don Julin.
Respondo a lo que me pregunta.
Julin se puso altanero y el Alcalde
se amostaz. El interrogatorio se
complic en detalles topogrficos y
otras minucias, sin resultado prctico
alguno. Y como por tal camino nada se
sacaba de provecho, el juez enderez
sus preguntas por otro derrotero.
Convengo, don Julin, en que
todo eso que me dice usted sea cierto;
pero no me explico entonces por qu se
neg a la autoridad.
Claro! A mis hermanos tantas
Yo no entiendo digo no s
qu es lo que me est preguntando.
Me acaba de decir que Marcela
Fuentes es su amante, verdad? Pues
tampoco yo entiendo, y puesto que se
empea en que hemos de ir parte por
parte, vamos despacito, pues; pero le
aseguro que as sale perdiendo. Dice
que el amante de Marcela Fuentes es
usted. Bien. Y Jess Rodrguez, qu era
de ella, don Julin? Hay quienes
aseguren que el occiso era tambin
amante de esa muchacha. Diablo! De a
cuntos se gasta esa chiquilla, don
Julin?
El semblante del acusado se cubri
de palidez, cual si le hubiesen fustigado
el alma.
IV
MOMENTO de expectacin: el mvil
obligado de los delitos a diario
cometidos; entrada en escena de la
mujer motivo. El Alcalde no pudo
resistir al deseo de levantar la cabeza.
Levantronla tambin el secretario y el
escribiente.
Siempre lo mismo: repeticin
indefinida del tipo con sus dos variantes
principales: la especie vulgar, ruda y
tosca, tan desprovista de atractivos
talante.
La muchacha habl con timidez, los
ojos bajos, las manos desmenuzando las
barbas del rebozo. Imponanla el gesto
grave del Juez, la austeridad del local y
la circunspeccin de los asistentes. A
preguntas y repreguntas fue conducida
insensiblemente a referir su vida de
meretriz del rancho. Descorri el velo
de la hija del campo que, al despertar su
pubertad, sabe ya que su fuerza mayor
ser el ser codiciada por alguno de sus
amos; que si sus prendas personales
logran el hechizo, mientras dure habr
felicidad en su casa: las mejores tierras
para la familia, los prstamos que no se
apuntan, y para ella las telas de lana y
seda, los listones de raso, las botas de
V
MURMURANDO
insolencias,
Julin
Andrade se alej del jacal de Marcela,
despedido bruscamente como perro de
casa ajena. Y cundo, seor? Ahora
que vena de la prisin con todo el
entusiasmo y fogosidad acumulados en
dos semanas de sombra e inercia.
Porque Marcela, que supo mantenerse
tan bravamente hermtica y serena ante
el habilsimo interrogatorio del Alcalde,
ahora que Julin llegaba desbordante de
VI
AMOSTAZADO todava, sali Julin
Andrade paso a paso fuera de los
corrales. En pleno llano y bajo un cielo
cuajado de estrellas sinti de nuevo la
herida y la opresin tremenda en su
pecho.
No faltaba ms! La quiero y la
tendr. Lo que sucede es que me he
vuelto idiota. A quin se le ocurre ir a
pedir de caridad lo que por derecho es
suyo? Me humill por gratitud, y con eso
la pelada se ha crecido. Mi
agradecimiento porque me supo salvar
de la crcel o de algunos miles de pesos
mal gastados, ella lo toma como pasin.
Ja, ja ja! No nace todava sa
bah, con hacerle un cario, un poco
brusco, se amansa!.
Sus pasos ensordecidos por la
yerba y su sombra que se deslizaba
detrs de las tapias de la casa grande
despertaron a los perros de la peonada;
se oyeron furiosos ladridos; pero en
cuanto los animales reconocieron al
amo, se alejaron muy quietos y
meneando la cola. Julin tom por
espaldas de la casa de Marcela, atisb
unos instantes y sigui el cercado de
huizaches, entrando por la puertecilla
trasera.
El viejo roncaba. Marcela en la
otra puerta departa con las vecinas. Se
oan las voces de los peones cerca de la
era. A horcajadas sobre las varas de un
carromato empinado algunos, otros
sobre el estircol y muchos de panza al
aire, mirando las estrellas, contaban el
cuento de La infeliz Mara. Las
plticas interrumpidas por los perros
habanse reanudado ya.
Soy yo, Marcela habl Julin
muy quedo, acercndose de puntillas.
Marcela en el batiente fingi no
haberlo escuchado.
Pos s, se Refugia, cierto y
muy cierto, si no ha sido por m lo
funden y ah estara mirando el sol por
VII
PESARE a seor Pablo, sus funestas
previsiones resultronle fallidas: el
temporal de lluvias fue un derroche del
cielo y pocos aos habran de dar
cosecha ms abundante que la de
entonces.
Aquella fresca maana de agosto,
en el verde afelpado de los milpales
tremolaban millaradas de espigas de
plata, movibles cual bayonetas de
apretada e incontable infantera; los
Eh, Hormiga!
Se abra una puerta y de un
corralillo escapaba a todo correr una
ternerita rubia en derechura de la vaca
que, sujeta va por el pial, la acoga
tendiendo su hocico en sordo mugido. La
becerra atacaba con vigor la ubre
rebosante y el ordeador esperaba a que
las tetillas se pusieran erectas para
arrebatarla con su tosca mano de la boca
espumosa. Suspenda luego al animalito
de las astas de la vaca y comenzaba un
sonoro chisgueteo de gruesos y blancos
chorros de leche.
En el corral saturado del aroma
campestre difundanse el olor del
estircol y el de la leche recin
ordeada.
VIII
EH, TICO qu buscas ai? Qu
susto me has dado, animal! Qu queres
pues? No te han echao la gorda en tu
casa? S, se les ha de haber olvidado
como siempre a sus conveniencias
pa que otros te mantengan Vamos,
aist eso, trgatelo
Tico cogi al vuelo la tortilla y la
devor ruidosamente, sin quitar un
instante sus ojos de Marcela. Se limpi
las lgrimas que la humareda del fogn
mataperros.
Sin embargo, no te quejars
muncho de tu querer observ el
morenciano con sorna, si bien su voz
estaba apagada y enronquecida.
Vlgame Dios, Gertrudis, no
hay quen me salga con otro cuento!
Mira, por Dios y esta cruz te digo que
too lo que hay de cierto en esto es que
pos s, hombre ha habido, ha habido,
a qu negar la luz del da? Ya t
sabes que quen manda, manda Pero de
eso a que yo haiga sido su querer,
mienten y retemienten.
Has de ser de munchas
esigencias pa que el hombre no te
cuadre con ese lomo que Dios le ha dao
y con tu corazn que pa naiden falta
Adis
Pero si ni te lo puedo creer
Ahogando su pesar hondsimo, que
trasluca el acento quebrado de su voz y
la tremulacin de su mano, cogi la
tosca y encallecida del morenciano.
Adis, pues
Eh, qu tendr yo?, se dijo
Gertrudis en la soledad de la montaa,
presa de inexplicable inquietud. Pero
qu he hecho yo?, exclam angustiado
y sintiendo todava la humedad de los
Libios de Marcela.
Y ella, absorta mucho tiempo,
clavadas las pupilas en el cielo
insondable, fijo su pensamiento en el
sacio, sinti de repente mojarlos los
ojos y las mejillas y susurr: Eh, qu
tengo yo?.
IX
AL MEDIODA Marcela coge la hoz
clavada en las junturas del muro, se echa
una soga al hombro y parte. No hay un
celaje que tamice los rayos cenitales; el
cielo est limpio como un satn. En las
ramazones se acurrucan silenciosos los
pjaros; las gallinas, a la sombra de
mezquites y huizaches, matizan el verde
esmalte del prado con el vivo colorear
de sus plumajes; jaspes de oro y negro,
capuchas de perdiz, albos plumones
cosechn!
Y si viene un granizal?
Don Jolin, entonces ost querer
dinero como agua del cielo.
Despus de una larga discusin se
vena a parar en las mismas indecisiones
del principio; pero el ingeniero supo
sacar avante la aprobacin de sus
trabajos, lo nico que a l le interesaba.
Justamente esa maana salieron a tirar
las lneas de los cimientos de la presa y
Julin acab de convencerse, con los
hbiles razonamientos del americano, de
que todas las ideas que seor Pablo le
haba metido en la cabeza eran
descabelladas,
slo
gruidos
inofensivos de perro viejo.
Al atardecer, cuando Marcela,
corazn.
Pero el americano roncaba
profundamente y Julin tuvo que salir de
puntillas para no turbar su sueo.
Madre, dame de cenar; el gringo
ya rindi. Farolones estos! Tamaas
manotas y tamaas patotas! Que hacen y
tornan! Ya se ve: una vueltita a caballo y
se le acab el aliento. As lo viera yo
pegado a la canasta. A ver si no escupa
hasta los bofes.
En la cocina, arrimado a una
rstica mesa trashumando ajos y
cebollas, con el sombrero hasta las
narices, comenz a comer ruidosamente
con avidez. Luego que calm sus
primeros mpetus, habl con la boca
llena:
quiero, y no la quiero!
Julin, riendo todava, tendi su
platillo, que doa Marcelina por
segunda vez colm de frijoles con chile
verde deshebrado.
No sabes lo que ests diciendo,
Cuca. Ta Ponciana nos va a servir
mucho a la mera hora de la hora. En la
presa se nos va a ir un dineral y si la
cosecha no se logra ella sabr sacarnos
de apuraciones: tiene plata como maz.
He vivido en su casa y lo s
mejor que t, hermano; pero s decirte
tambin que primero le sacas una onza
al cromo de seor San Jos que tlaco a
la ta Ponciana. Dios te ampare si a ella
te atienes!
Bueno, convengo en que no
X
A LA falda de la Mesa de San Pedro,
entre aosos encinos y resquebrajados
mezquites llorando espesa goma,
nopaleras y pencas alzadas al cielo
como manos chatas e implorantes,
yrguese la faz risuea de la casa grande
de San Pedro de las Gallinas, la que en
lechas no remotas fuera la matriz de la
gran hacienda de San Pedro, con sus
blancos portales encalados, su mirador
de ladrillos rojos y dos oscuras
horripilante
pulquera
de
San
Francisquito que le daba todo: amor,
comida y vino.
En medio de tal negrura discurran
dos vidas dulcemente dolorosas y
tristes, la de doa Marcelina, madre
abnegada hasta el herosmo, y la de
Refugio su hija, que poseyendo los
rasgos varoniles y fieros de la casta, su
gesto altivo y recio continente, llevaba
el alma profundamente sencilla y recta
de la madre.
Como es de regla en gentes de esta
ralea, las mujeres no tenan voz ni voto
en su propia casa; su misin era la de
contemplar atnitas la grandeza de sus
terribles seores, estar prontas a
adivinarles sus menores pensamientos y
oscuridad de la casuca.
XI
SUSTENTADAS sus recias posaderas por
monumental burra canela, contra viento
y marea lleg la ta Poncianita a San
Pedro de las Gallinas una bella maana.
Nada haba valido, pues, el ponderarle
en larga carta los males que aquejaban a
Julianito, la erisipela ampollada que lo
tena en el lecho. Se le haba advertido
con toda oportunidad la decisin de
diferir la fiesta inagural de la presa.
Con todo y eso ir; pues ya hice la
Qu bueno fuera! Qu ms
quisiera yo! Pero si vieran, de veras,
qu escasa de centavos estoy ahora. Con
estos aos tan malos, las cosechas
perdidas, el maz tan caro Oh, les
aseguro que ya no hallo la puerta!
Callen, callen, ni me vuelvan a hablar
de dinero!
Cuca apenas contena la risa. Doa
Marcelina estaba pasmada de la audacia
de su hija.
Pero si usted no tiene gastos
ningunos; para usted, tita, querer es
poder.
Eso se te figura, chamagosa.
Calla, te digo, qu entiendes t de
dinero?
Bueno, ta Poncianita, usted nos
carcajada y dijo:
Ah qu mi tia Poncianita!, est
creyendo, pues, que lo que digo es en
serio? Si slo ha sido para que mi
madre y Julin se convenzan de lo que
les asegur una noche: Primero le
sacan una onza de oro a la estampa del
Cura Hidalgo que a mi ta Ponciana
cuartilla. Ja, ja, ja!
Doa Ponciana se puso lvida.
viene la alegra
Don Anacleto
y su hijo
desensillaron y, rodeados de las
seoras, se quitaron las espuelas. Aqul
llevaba sus ropas habituales; ancho
calzn de manta, chaparreras de
vaqueta, blusa de rayadillo azul y ancho
sombrero de petate; el mozalbete,
sombrero de pelo canario, bufanda de
estambre de siete colores y pantalonera
de venado oliendo a corambre todava.
Este muchacho anda miando ya
detrs de los romerillos observ doa
Ponciana al estrechar en efusivo abrazo
a su sobrino.
Ay, qu chula ests, nia
Refugita, qu cachetes; ganas me dan de
morderlos! dijo to Anacleto,
XII
MIRA, Anselma, mira cmo Gertrudis
no quita los ojos de Marcela.
Pero t, si no lo paso a creer.
Bah, te digo que lo tiene daao!
Pos muy aturdido ser si se
enamora de esa Pero, por ms que t
me digas, no, no lo paso a creer.
Hum, es que has visto muy poco
mundo! Mira, Anselma, de que los
hombres dan en eso, son ms duros que
una calavera de burro.
Qu le duele, ta enjurtido?
Tu ma drina!
Cllese, no se diga ansina, que
pa los fros que vienen me va a hacer
falta Anselma y ust tiene que ser
mi madrina.
Pior, t, por chulo! No los
busco de tu pelaje tercia encolerizada
la muchacha.
Vaya! no te enojes, mi alma,
que ans mero, como t, me la dio el
padre de penitencia.
No te aflijas, alma en pena: no
ha de ser pal pior puerco la mejor
mazorca salta ta Melquiades.
Carcajadas como matracas de
Semana Santa acogen los dicharachos
cambiados entre la ta y el pen que sale
se Melquias.
Se form un corro de curiosas y
Marcela se alej discretamente.
Oiga, doa Marcela, que el amo
don Julin jue tambin a la fiesta?
Marcela repara con extraeza en
Anselma que la ha seguido, y tuerce la
boca sin responderle.
Oiga, le pregunto, tambin
Julianito anda all?
Pos si te interesa tanto saberlo
pregntaselo a la noche.
Pior! sa ser ast vaya!
Y t por qu no? Si lo mientas
con tanta confianza, has de tener por
qu al menos, ganas no te faltan,
verd?
Como ya las dos han alzado mucho
nios,
se
Agapita?
Guzga,
malagradecida, dime por qun vives y
por qunes no te faltan nunca las tortillas
ni los frijoles? Miren, pa que no me
colmen la medida, les voy a dicir qunes
tienen la culpa de veras y por qunes
mis probres nios sufren destierro,
crceles y privaciones Por sas, si,
por sas!
Y sus garras de gaviln se tienden
sealando a Marcela y a la hija de se
Melquiades.
El siseo de la multitud y el crujir
de los goznes de la puerta
interrumpieron la disputa. Todo el
mundo se haba puesto de pie al parecer
la nia Cuca. Saludando con llaneza,
Refugio atraves entre los grupos de
XIII
AY! ay! mi riuma!
exclam Mariana de repente encogiendo
una rodilla y apretndola a dos manos,
mientras que una mueca de dolor turbaba
su cara triguea y sus ojos de
extraordinaria viveza. Adelntense, ta
Melquias, porque yo no puedo seguirlas
a ese paso. Anselma, qudate conmigo a
descansar un ratito, mientras que me
pasa esto.
Las rucias vejarrucas, sin parar
XIV
GERTRUDIS se aleja de las muchachas
presa de inquietud y desasosiego. Bien
se comprende lo que arriesga Mariana;
se juega el todo por el todo. Su envidia
a Marcela es clara. Pero ha cogido mal
camino: para atrapar marido tiene
ciertamente ms mundo del que una
mujer honrada ha menester. As es que
en vez de componer las cosas en su
provecho las pone peor. Ah, pero las
mujeres son el vivo demonio! Conque
XV
UN DOMINGO por la tarde, de vuelta de la
Villa, seor Pablo lleg a morirse a su
casa. Marcela se le haba hudo.
Sabedores del caso, las mozas de San
Pedro se miraron de soslayo; pero algo
vieron tan extrao en la curtida faz del
viejo que ninguna se atrevi ni a sonrer.
Los amigos, hacindose desentendidos,
guardaron a su vez piadoso silencio.
Todo habra sido igual; de seor Pablo
no quedaba ya ms que el cascajo, y se
alma.
Uy, qu miedo!
Y bruscamente se pone en pie, sus
odos zumban, y sus ojos se dilatan, y
llena de zozobra se persigna y reza con
paroxstico fervor: Ave Mara Pursima
del Refugio. Sin pecado original
concebida. Tentaciones del demonio!.
Y bajo la imperiosa necesidad de
echar fuera al enemigo malo, se pone a
dar vueltas aprisa, aprisa, a lo largo de
la vinata, hasta fatigar el cuerpo. Cuando
se ha tranquilizado un tanto, busca qu
hacer. Saca un chiquihuitito y de ah una
escobeta de lechuguilla un peine de
cuerno y una cazuelita con moco de
membrillo. Vuelve a sentarse tras del
mostrador. Un espejito redondo, mas
Gertrudis.
Ahora Mariana reanuda con
inconsciente coquetera la faena de su
peinado. Mientras, el morenciano la
mira y la remira. Ah, si ella pudiera
arrancarme la espina que se me ha
encajao aqu en la mera chiche!.
Mariana abre una raya muy derecha
en medio de su cabeza, desvala en la
frente hacia un remolino por donde
escapa un gracioso ricillo. El muclago
ha dado a sus cabellos brillantez de ala
de cuervo.
Te dejo tantito, oigo ya el hervor
del agua.
Mariana recoge sus cabellos en un
nudo improvisado y corre a preparar el
brebaje.
XVI
ECHA aqu dijo Julin.
Gertrudis destap el olote de la
botella y verti sobre el hueco formado
por las manos juntas de Julin un chorro
claro y lmpido.
Cgemela muy bien del bozal.
Julin desparram una mezcla de
tequila, vinagre y mezcal sobre la cruz
de la Giralda, abri las manos y con
fuerza y prontitud la frot del lomo al
encuentro y en todo lo ancho del
Qu te le habas de quedar! Si
ahora en un ensayo noms ya te daba
fiebre qu ser cuando el animal sienta
la vara? Porque eso si quiero que no nos
deje con la curiosidad de saber todo lo
que pueda dar de s; al cabo es la ltima
de su vida. Le bajas la vara y duro
d donde diere.
Un olor acre e irrespirable se
difunda por todo el cajn. La Giralda
sudaba copiosamente.
Ya est echando el molimiento.
Vmonos saliendo, Gertrudis.
El sombrero a media cabeza, las
manos abajo de la espalda, haciendo
rechinar sus bayos zapatones, Julin
pase de largo a largo de la caballeriza,
absorto. De tarde en tarde se acercaba a
medias.
Alma ma de su merc tan
geno, amo don Julianito; slo Dios ha
de pagarle tantas caridades que hace con
los probes! Pero sintese, nio, en un
decir Jess alcanzo a Anselma. Sali a
pepenar moloncos y hojas pa la puerca.
Apenas ir al barbecho.
No corre prisa, ta Melquiades.
Ah, pero si a ella tanto que le
cuadra verlo! Le digo que la probecita
es de tan gen natural, que el da que se
le jue a su merc la vieja esa, la
mentada Marcela, no pudo probar el
sueo en toa la noche, reteapuradsima
porque asigur que su don Juliancito
estara hecho un veneno. Si le digo que
no quisiera que a su merc le diera el
aire.
Tan inoportuna alusin pliega la
frente de Julin.
Sintese aqu, nio, voy
corriendo a trairla, y dispense la corted
de silla; a fin que est en la casa de los
probes.
Sale volando la bruja y Julin,
medio aburrido, se hace tres dobleces en
una sillita de tule.
Regresan madre e hija, y sta,
enrojecida y con aspavientos y
melindres de nia bonita, hace que
Julin repare en que no est del todo
desechable, sobre todo por aquello de
matar el gusanillo que tanto dao le
sigue haciendo. Qu mejor remedio que
un amorcito de pasatiempo?
La charla incesante de se
Melquiades llena los huecos que pudiera
dejar el silencio obstinado de los
pichones. Una botella de mezcal se
queda a la mitad, en una vuelta de boca
en boca. Anselma se enciende; brillan
sus ojos. En la paliducha faz de Julin
aparecen dos chapetones amoratados y
en sus ojos azulosos chispean vagos
fulgores.
Ya sabe que se le va el pastor,
amo?
Quin? Gertrudis?
S, est noms esperando que
pase la carrera. Dizque unos seores
particulares le ofrecen genos destinos
all en la Villa.
No me ha dicho l nada.
discretamente se eclipsa.
XVII
DE FIESTAS estaba esa noche San
Francisquito: los mesones y casas de
alquiler atestados de carreteros; las
cuadras no podan albergar ms bestias,
y las gentes que seguan llegando iban y
venan en ruidoso tropelo por los
empedrados, en busca de un corral
siquiera para sus caballos. Los venteros
no ponan los pies en el suelo, prontos a
servir a tanto amo gritn o impertinente;
pero midiendo como madejas de seda la
a tu casa.
Y se deja conducir como un manso
corderillo.
El maldito modo que tiene ella de
dominarle! Imposible de creer lo que
dice; ella tan altiva y tan soberbia jura
que lo ama, y no puede ser sino porque
as lo siente.
Empujan una puerta y los baa una
bocanada de luz que ilumina una franja
de empedrado y el muro frontero de la
calle.
Ascienden la escalera y Marcela
grita:
Pablo, echa la llave del zagun y
si viene mster John dile que sal y te
dej encerrado.
Ah! entonces es cierto,
pues?
S, Gertrudis; pero no cosa de
amor
Miedo,
puro
miedo
Aborrezco a Julin con toda mi alma y
le tengo un miedo horrible Por eso me
jull del rancho T no comprendes
Gertrudis siente que la sangre le
hierve, y va a ofrecer la fuerza de su
brazo para defenderla, a tiempo que algo
como una ducha helada lo agarrota. Han
entrado en una recamarita muy coqueta,
iluminada en rosa por tres foquillos
incandescentes que se abren en sus
guardabrisas como una corola invertida,
sobre una esplndida cama de encino
ricamente ataviada. Gertrudis ve a
Marcela y su garganta se anuda. Porque
no es ella, su Marcela. Mentira, su
poblacho.
Vamos all pronuncia ella
desfalleciente cuando deja muy atrs el
ltimo farol.
S, vamos all responde
Gertrudis con voz velada y como un eco
lejano.
Y aquel all son sus campos
amados, all adonde cantan los gallos
perdidos en remotas rancheras, all
donde el silencio de las noches es
matizado con aullidos de coyotes y
ladrar de perros.
Entran por fin a un barbecho
infinito de soledad y de silencio.
Ya estn all, en sus praderas
idolatradas, all donde hubieran soado
en secreto la mutua realizacin de sus
XVIII
UN NUTRIDO aplauso se hizo or a la
hora en que Julin Andrade lleg a la
cantina principal, punto de cita de los
ms connotados carrereros. Con eso y
dos copas de coac, los ltimos
nubarrones que enturbiaban el espritu
del mozo se disiparon del todo. Charros
atrabancados
siguieron
llegando:
atravesaban los cabestros sobre la
banqueta y se metan con mucho ruido de
espuelas y rechinar de zapatos. Cuando
yegua.
Quin quiere cien a la rubia?.
Doy cincuenta al caballo.
Aqu doscientos a la rubia!.
La muchedumbre toma dinero por
todas partes. Los que han reconocido a
la Giralda se guardan el secreto como
riqusimo hallazgo, medio desvanecidos
de emocin; los que confan en el
caballo fenmeno, trado de los Estados
Unidos, toman cuanto pueden apostar
por l.
Aturde la grita de los corredores;
las apuestas se cruzan rpidas e
incesantes.
En el arranque, los corceles
esperan bajo sus mantas, enseando
noms las erguidas cabezas y las patas.
de las apuestas.
Como relmpagos los voceadores
desaparecen de la pista.
Callosos pechos treman de
emocin. El Juez de arranque est ya en
su sitio, los veedores a cada lado del
cordel. Es el momento de descubrir las
bestias. Lentamente, teatralmente, los
corredores desabotonan las camisas de
sus corceles.
Un grito como un chispazo
elctrico recorre el circuito humano.
Una exclamacin unnime pasa como
lvida rfaga por los rudos semblantes:
La Giralda!.
Es un robo. Salgan siquiera al
camino real, bandidos!
La gendarmera rural realiza el
Marcela.
Su boca se seca y rechinan sus
dientes.
Qutale eso, Gertrudis! ruge
con voz descompuesta y rostro
cadavrico.
Gertrudis se vuelve inalterable y en
vez de ojos encuentra brasas, pero
sostiene tan serenamente la aguda
mirada, que Julin tiene que volverla
hacia otro punto.
Sonriendo, despectivo, Gertrudis
coge el collar del cuello de la yegua y lo
rompe de un tirn arrojndolo como al
descuido a las patas del Mono que se
encabrita.
Los ojos de Julin son dos puales.
Tres minutos anuncia el Juez
XIX
DE REGRESO de las carreras llegaron los
Andrades con un noticin que
revolucion a todo San Pedro de las
Gallinas. Los pacficos labriegos
sintieron corazonadas de mal augurio;
muchos pechos femeniles palpitaron con
azoro y otros con el regocijo y los
deseos mal contenidos de los quince
aos. Doa Marcelina sufri un
desvanecimiento y Refugio llor
lgrimas de regocijo. Que ya van a salir
de esto, hermano?
El interpelado lanz un gruido de
marrano amarrado y su mano trmula se
agit; un dedo, todo arrugas, se despleg
con inaudito esfuerzo. Cualquiera habra
dicho que mostraba la puerta al
pretendiente; pero la interpretacin de
tal gesto fue otra para don Anacleto:
Ya lo ven, nias, ya lo oyen!
Quiere decir mi hermano que cuanto
antes sea, mejor.
Las caras compungidas de las
mujeres se encontraron en su indecisin.
Al fin Refugio respondi resuelta:
To Anacleto, la verdad es que
usted est engaado, nada de lo que
piensa es cierto. Puede preguntrselo al
mismo Pablo. Verdad, primo, que mi to
Al
viejo
paraltico
le
relampagueaban los ojos de alegra.
ndele mi Pabln prosigui
don
Anacleto
despectivamente,
levantndose a duras penas, escupiendo
por un colmillo y sordo a las disculpas
de la afligida madre. ndele a
ensillar. Qu quiere, amigo, nosotros no
semos de botita amarilla, ni bufanda de
estambre, ni chaqueta de casimir
francs! Quin se lo manda ser pelao,
mi Pabln? ndele, sgale y ensille
su recua! Qu no le da vergenza?
Acurdese que usted es de los meros
hombres y nadie le ha araado nunca las
barbas Porque no es usted de los que
manchan el pabelln de los Andrades.
Julin se acerc y en voz baja dijo
tempestad interior.
En ese momento acert a pasar el
viejo Marcelino con una brazada de
hojas crepitantes de maz.
Oye, Marcelino, vino ya
Gertrudis?
No, amo; ni tiene a qu venir
Cmo?
Sign razn carg ya para juera
con sus tiliches. Pero si al amo se le
ofrece algo.
La cara mortecina del sirviente
escudria con avidez el semblante de
Julin. El amo chico nunca haba
querido hacer su confidente al pobre
viejo que tan buenos servicios supo
hacer a los seores grandes. Muy mal
he de cairle pa que destinga al mocoso
XX
TODAS las tardes, al oscurecer, cuando
el ganado se ha recogido y rumian
somnolientas las vacas en la majada,
mientras los toros cruzan sus recias
encornaduras en la postrer disputa del
da, aparecen en la loma, al poniente de
la Casa Grande, dos borrosas siluetas,
don Julin y Marcelino, de regreso de la
presa en construccin a punto de
terminarse ya. Los vaqueros los esperan
para echar las trancas del corral y
de pulque.
Julin, sin apearse del caballo,
doblada la cerviz, meta la cabeza por la
ventanuca de la vinata.
Marcelino apenas poda creerlo.
Cualquier otro habra desesperado del
silencio pertinaz de su patrn. Cuatro
meses ya de mutismo absoluto, cuatro
meses de aguantarse aquel genio
endemoniado. Pero todo cambia
repentinamente. Por quin sabe qu
conductos lleg a odos de Julin que
Gertrudis, el morenciano, apurado por
despilfarros de la Marcela, se
enganchaba con muchos trabajadores a
Morency. Y con eso haba sido bastante
para que los negros pensamientos se
ahuyentaran y su acritud se tornara en
vasos a tu salud.
A cada nueva libacin Marcelino
en seal de respeto se aleja, vuelve la
espalda a su patrn y de un sorbo se
voltea la jcara hasta morder el barro.
A Mariana se le agolpan las
lgrimas y los sollozos. Julin ha dado
un certero golpe. Desde la gran
desilusin final se ha dejado de alios y
composturas, y los treinta aos se le han
echado a la cara con refinamientos de
crueldad. Su color quebradizo est
marchito, sus ojeras, antes un tanto
sugestivas, se han tornado en cuencas
cenicientas de matices mortecinos. Si
algo restaba en sus negrsimos ojos de
aquella luminosidad esplendente, no era
ms
que
un
odio
enorme,
Marcelino, qu hacemos?
exclama cuando se han alejado del
casero.
El viejo socarrn finge ingenuidad:
Si su merc est resuelto ya, no
hay otro remedio. Vamos a la Villa, se la
quitaremos y si l quiere estorbar
pior pa l!
Impacientsimo, Julin afirma que
se le ha ocurrido igual cosa, pero que
eso pasa de difcil. Las maldecidas
gentes del Gobierno han dado en cobrar
por la vida de cualquier pelagatos
infeliz una barbaridad de dinero. Ah
estn sumidos en la crcel sus hermanos
por falta de cuatro mil pesos. Este
maldito Gobierno no se llena nunca! No
parece sino que la gente trabajadora
XXI
EL BRIOSO potro cabecea, a veces bufa
cuando imprevisto tropiezo le detiene;
pero avanza siempre seguro la empinada
cuesta entre escarpaduras de la Mesa de
San Pedro. La luz del amanecer, en una
franja rosada de cada lado de la Mesa,
va diluyndose en el esplendoroso
violeta de un cielo apagado ya de
estrellas. La tenue claridad empieza a
filtrarse en sombras vagas; luego
rboles, rocas, grangenos y nopales
all.
Marcelino, pues, ha llegado al
escritorio y da el aviso ansiosamente
esperado: Ya est aqu Gertrudis.
Pues que entre responde Julin,
psalo al escritorio. Pero hay que sacar
la cuenta de las raciones atrasadas que
se le deben. Marcelino sale. Marcelino
vuelve a entrar: Ya est aqu
Gertrudis. Ahora han entrado los dos.
No hay tiempo de nada. Marcelino le ha
puesto la pistola amartillada sobre el
pecho. Lo dems. S, lo dems que es
muy fcil. A la Cuevita. Y falta una
cosa. Qu falta, seor, qu falta? Ah
s, una cosa muy divertida! Ja ja, ja!
Marcelino quiere como premio el
Mono. Descuida, Marcelino, se te dar
tu premio.
Y Julin re con risa de supremo
deleite, exquisita floracin del placer
ms refinado.
Marcelino ha comenzado a trabajar
ya, apartando cactus y grangenos que
enraizan en las junturas de la boca de la
Cuevita. La pica repercute lgubre, pea
por pea, y su ronco retumbo asciende y
desciende por la abrupta crestera hasta
que Julin despierta como de una
pesadilla.
Marcelino, por Dios, no hagas
tanto ruido.
Cuando Julin se levanta y va a
ayudarlo en la fatigosa faena, han
transcurrido ya dos horas. Marcelino lo
ha limpiado todo y slo falta levantar la
Marcelino.
Quedamos bien! Pos con qu
vamos a tapar eso ora, amo?
Caracoles piensa Marcelino
mirando los ojos vagorosos de Julin
que lo oye sin comprender, ni por
pensamiento me pas que este patrn
fuera tan probecito de alma. Se ha vuelto
loco noms de pensar en lo que vamos a
hacer.
Y con el sano propsito de
distraerlo e infundirle un poco de nimo,
comienza a referir aventuras del amo
don Esteban, all en sus mocedades.
Oh, el amo don Esteban nunca se tent
el corazn para quitarse de enfrente al
que noms comenzaba a estorbarle! A
los nios Andrades de hoy en da les
XXII
CUANDO Mr. John se instal en San
Francisquito, pueblo cercano a un gran
puente de la lnea del F.C.M. que estaba
en construccin, el vecindario se
alarm. Era bastante con que el
advenedizo viniera de esos pases
infectos donde prosperan las nefandas
doctrinas de Lutero, para que las gentes
pudibundas y asusdizas temieran el
contagio y aun la muerte eterna de
algunas almas buenas. Tal sentimiento se
XXIII
GENTO alegre y vocinglero borbotaba
en el gradero, en los palcos primeros y
segundos. Hasta ese momento haba
guardado compostura y mansedumbre,
soportando la grita insulsa de los curros,
y la petulancia de los aficionados,
quienes,
sintindose
autnticos
Bombitas, ostentaban tieso y tendido
calas, chaquetilla alamarada, pantaln
laso en los bajos, fieramente ajustado a
la cintura y a las combas posaderas. Los
XXIV
DESPUS de la corrida, Marcela observ
un cambio notable en Gertrudis. A la
vigilancia irritante que le haca
quemarse de celos por motivos balades
suceda un descuido manifiesto.
Alejbase a diario y cada vez ms de
casa;
regresaba
a
horas
desacostumbradas, y a ltimas fechas en
tal estado de agitacin que bien a las
claras trasluca lo que para Marcela
desde mucho antes fuera manifiesto: la
me asusta! Ja ja ja! Pa l y
todos los suyos tengo! Y a ms que
esto es slo cosa ma
Marcela se sonroja, su mirada se
nubla, y se abstiene de responder.
Perctase el morenciano de su
brusquedad y dulcificando un tanto la
voz aade:
No, mujer, no tengas cuidado por
eso, no hay peligro. Es negocio ya
arreglado. Voy por unos centavos que me
debe don Julin. Por no verle la cara, he
hecho trato con to Marcelino. Por cinco
pesos me consigue que el escribiente me
entregue mi dinero; todo es cosa de que
vaya un domingo, cuando el amo anda
por ac.
Si por dinero lo haces, te digo
Ests aqu?
La hoja cede a un leve empuje.
Yo soy, Marcela, yo soy,
enciende una luz.
Marcela ha reconocido a Julin; su
silueta delgada se ha esfumado en la
sombra del cuarto.
Oh! vyase! vyase!
Marcela, qu mala lias sido
siempre conmigo! qu mala!
Tentaleando se acerca, la coge
entre los brazos y la cubre de frenticas
caricias.
Por Dios, vete que no dilata en
venir.
No tengas cuidado; all afuera
Andrs est cuidando. Qu mala gente
eres, Marcela!
Un desbordamiento impetuoso e
irresistible de abrazos, de besos, de
todos los deseos por tanto tiempo
contenidos, se abate sobre ella en los
furiosos ardores de un incontenible
sensualismo. Y su feminidad asaltada en
un momento de desfallecimiento, de
abdicacin absoluta de la voluntad, no
la deja defenderse; sus dbiles protestas
se pierden ahogadas entre besos y
sollozos.
En el silencio de la alcoba se
escuchan sus respiraciones lentas. Uno y
otra se han perdido en pensamientos
divergentes. De improviso, Marcela se
pregunta por qu Julin se ha metido en
su casa, cuando tiene un miedo cerval al
morenciano. Si sabra la partida de
XXV
NO, NO es muerto, es herido, yo vide
que se bulla.
Les digo que es matao, y muy
bien matao; viene envuelto en un petate.
S, si ha de ser matao; no mira
que no resuella.
Dicen que es de San Pedro de
las Gallinas.
A las ltimas palabras, Marcela,
que ha despertado con gran sobresalto
por lo que escuchara fuera, se pone
Alcalde constitucional.
Alcanza el cortejo y distingue luego
gente conocida, gentes de San Pedro de
las Gallinas. Las fuerzas la abandonan;
para no caer se sienta en la banqueta,
imposibilitada para mover un solo dedo.
Oye, Pedro, quin es el muerto?
To Marcelino responde el
carretero de San Pedro de las Gallinas
. To Marcelino que amaneci
desbarrancado en la ladera, abajo de la
Cuevita.
Marcela vuelve en s. Cuando, de
vuelta de su casa, escucha todava en sus
odos to Marcelino desbarrancado
abajo de la Cuevita, le vienen
recuerdos pavorosos. S, as dijeron
tambin hacia diez aos, cuando,
cesar.
Al toque de nimas rechin la
puerta. Marcela detuvo su respiracin;
luego sinti su cuerpo de plomo; alguien
acababa de entrar.
Soy yo, Marcela, no te asustes
Andrs, esprame en la esquina.
Vete, por Dios que no dilata
en llegar!
Marcela estaba helada.
Julin clav en ella sus ojos llenos
de malicia. Una sonrisa diablica se
esboz en sus labios.
Quin? Tu se? No le
tengas ya miedo!
Marcela siente las mandbulas
anquilosadas, un fro glacial la
inmoviliza. Hace un esfuerzo tremendo.
aicos.
Julin, quiero vino anda a
traerme vino pero mucho vino!
As me cuadras ms, mi prieta
voy fuera Andrs, Andrs, v por una
botella de coac.
No prorrumpe ansiosa ella,
no, que no vaya l, quiero Martel,
Martel legtimo. Anda t, Julin, t
mismo, amorcito mo
l sale y entorna la puerta y
Marcela se yergue con trgica fiereza.
Pasmosa serenidad se aduea de ella;
firme, con la vela en la mano, seguro el
pulso, se encamina al cuarto contiguo.
De un humilde clavijero de pared
penden las ropas de Gertrudis. La
prueba es dura y no puede resistir; su
XXVI
EL
SEOR
Alcalde,
grave
y
parsimonioso, da vueltas de un extremo
al otro; de vez en vez se detiene,
observa el trabajo de su secretario;
luego, impaciente un tanto, reanuda su
vaivn.
Don Petronilo se encorva sobre una
mesita, y el garrapateo de su nerviosa
pluma macula una hoja blanca.
inmediatamente se translad el
personal del Juzgado al lugar de los
Esa sangre
I
ERA UN cuarto mal enjalbegado,
apestoso a gallinero, con un tapete de
plumas que volaban al ms leve soplo
del viento. Mi Pabln lo llamaba mi
despacho.
Estaba regateando una jaula de
pollos con un revendedor del mercado
de San Lucas cuando el mensajero le
entreg un telegrama y la libreta para
que pusiera su firma. Negligentemente lo
dej sobre un huacal de gallinas y sigui
averiguando.
Su desbordante barriga le abra la
camisa hasta abajo del ombligo y haca
penosos sus movimientos y anhelante su
respiracin. Por su frente untuosa
escurran gruesas gotas de sudor entre
largos hilos rucios.
Se fue el cliente, se agot la
mercanca
y
entonces
recont
minuciosamente el dinero de la venta,
hizo un nudo con los pesos en un
pauelo, otro con los centavos en otro y
meti los billetes en una cartera de
cuero sucio y apergaminado. Ya se iba
cuando repar en el telegrama. Rompi
el sobre. De la Secretara de Guerra?
Qu pitos tengo yo que tocar all?
Hijos de la retostada!.
empuj la puerta.
Entre No hay nada, perdone
por Dios.
No vengo a pedir limosna
Era un viejo sucio y andrajoso, de
rostro apergaminado. Su voz cavernosa
de alcohlico lo inquiet con vagos
recuerdos de familia.
Diga
No me reconocs, pues?
Digo casi no
Tu primo
Ah! Julin?
Julin Andrade, se mero.
Est bien pero digo
Tampoco te habra identificado.
Ests tan panzn y tan viejo
Bueno, s pero la polica
arrugado bueno
La mala vida; tantos aos en
tierra ajena, amansando cuacos,
corriendo a salto de mata, a veces sin
dinero y t ya sabs: esta sangre que
uno tiene y que de nada y nada hierve.
Vendrs con hambre?
Veo que vos todo lo tens.
No falta pero mejor no me
hables en latn.
Julin prorrumpi en una risotada y
prometi que ya se ira quitando poco a
poco voces y malas maas que de por
all traa.
Mi Pabln le seal con la punta
de la nariz un banco de tres pies para
que se sentara, acerc una mesa de
ocote, puso sobre ella una Primus y la
encendi.
Tienes que saber, primo, que
desde la hora y momento en que me le
pel a Villa, en San Francisquito, no he
podido ver la ma. Comiendo mal,
durmiendo donde a uno lo coge la noche,
ayunando a fuerza Bueno, es cuento
muy largo.
Yo tambin entr en la bola. Que
pasa Diguez por Lagos pisndole la
cola a Villa y que se me mete lo loco y
que nos dimos el primer encontronazo
con Fierro.
Lo s
Se le dilataron los ojos y la nariz al
olor de la fritanga. Dentro de una
cacerola tiznada sobre la parrilla, mi
Pabln haba vertido el contenido de una
ollita de barro.
Y en qu par?
Nada: tres estrellitas ganadas a
lo puro macho.
Julin volvi a soltar la carcajada:
Mi coronel vendiendo gallinas y
blanquillos!
Sucedi el silencio cortado por un
remolino de dientes flojos atacando un
taco de frijoles en una tortilla correosa
como cuero.
Y voy a San Francisquito
agreg luego que se le desocup la boca
. Pero no quise pasar sin venir a
saludarte. Y vaya si me dio trabajo dar
contigo!
Buen apetito, primo.
Cllate! Ajusto hoy tres das sin
estaba hirviendo.
As pas y uno tiene el alma
en el cuerpo y me dio tanto
sentimiento que Por eso me tienes
aqu trabajando.
Quiere decir que si con Diguez
ganaste tres estrellitas con Crdenas
perdiste hasta los calzones.
Su carcajada fue menos hueca y
ensordecida porque iba cobrando
aliento con el confortante refrigerio.
Qu poda hacer?
Defenderte como nos hemos
defendido siempre los Andrades.
Mrame las manos; tienta ni un callo
ni una dureza. He recorrido la mitad de
la tierra, he conocido gente, mucha
gente, he pasado hartas hambres y
II
CON QUIN piensas que me top al
salir de Buenavista? Jess me guarde!
Con don Pedro Garca del Ro. S, el
charro que conocimos en las carreras de
Puebla; pero no aquel hombrazo abierto
y campechano que siempre estaba
enseando la mazorca y riendo de todo;
no, seor, ahora era un militar de caqui,
sombrero tejano, estirado como
verduguillo y con tamaa jeta. Me
escabull entre los pasajeros y como
Vaya y quteselo no se
preocupe, hoy por ti y otro da ser por
m. El mundo va patas arriba y no
sabemos por dnde saldr el sol
maana.
Me coge del brazo y entramos a la
cantina. Pero ya no fue tequila sino
coac del bueno.
Tengo unas bestias que le va a
dar gusto verlas.
Dos copas ms y me despach a
quitarme el uniforme que le estaba
haciendo comezn. Nos citamos a otro
da entre once y doce en la misma
cantina.
Me trat muy bien, pero yo le tena
recelo, t sabes cmo es uno. Y a la
hora dije: Obra de Dios!, y lo fui a
buscar.
Se acord de la carrera de la
Giralda y, murindose de risa, me
palme la espalda y me dijo:
Gente muy brava la de su tierra!
Nos tomamos unas copas y luego un
forcito nos dej en la ex-garita de
Peralvillo.
Va a ver la sorpresa que le tengo.
Entramos en un viejo mesn
desempedrado; dos tipos de caqui y
polaina se cuadraron.
Por eso, pues, don Pedro, qu
grado tiene?
No me mira esta aguilita?
Caramba!
Hizo bien en meterme a la bola.
En seis meses de correras por
banqueta.
Precioso animal de veras, primo:
una onza acabadita de troquelar.
A que no me dice de que tatas
pende este animalito, don Julin?
Del Mono y de la Giralda le
respond sin ms.
Le atin, de las caballerizas de
San Pedro de las Gallinas.
Verdad de Dios que no llor, no
ms porque entre hombres es cosa mal
vista. Qu tiempos! Por vida de Dios
que han de volver
Resulta que el argentino porque
gabacho no era estaba haciendo tantas
alabanzas de la potranca con los
charritos, que me dio coraje y pens:
A que les pongo a estos facetos la
III
ESTACIN ferrocarrilera tipo estandar:
muros blancos, techo de zinc, un gran
tinaco de agua. El pasillo con sus
pizarrones sucios de tiza, sala de espera
y andn. Del oriente llega la carretera y
se prolonga recta por la calle principal.
Camiones de pasajeros y de carga dando
tumbos por los baches, zumbando en las
anfractuosidades de un pavimiento
triturado.
Me habr apeado en otra
estacin?.
Lleg de mosca en un tren de carga
a medianoche, durmi sobre una banca
de la sala de espera, de un tirn porque
sus comensales corrientes eran las
pulgas y las chinches. El brusco estrujn
del barrendero lo despert cuando el sol
entraba a torrentes por las ventanas y los
pasajeros aglomerados en filas en el
andn esperaban el tren de Jurez.
Tom rumbo al centro por
Francisco I. Madero, desconociendo an
a su pueblo. Pisos sobrepuestos al azar
o al capricho, ventanas achaparradas
con pretensiones modernas, rompan
totalmente la unidad de las viejas
construcciones que, aunque del ms
humilde tipo colonial, agradaban por la
propiedades.
Abri los ojos y lo vio,
estupefacta.
Es una vergenza que
Se le atragant el bocado. Se
empin hasta la ltima gota de leche y
sigui devorando la ltima mitad de una
torta de granillo claveteada de
piloncillo.
T eres hembra: punto final
Pero ese bragueta de mi Pabln dnde
dej los calzones?
Refugito se ruboriz, hizo un
esfuerzo para dominarse y dijo con voz
grave y apagada:
Nadie diga de esta agua no
beber.
Dnde se consigue un caballo?
entendan.
Procura a Chon el de El Macho
Prieto.
Quin es Chon?
Sobrino de don Jesusito.
De los de El Refugio.
Mancebito cuando t te fuiste.
Andrades y Ramrez nunca nos
llevamos. El viejo es buena gente, pero
me gustara que sus parientes me
sintieran la mano.
Ave Mara Pursima!
Volvi sus ojos y su compungido
rostro al cielo, luego los entrecerr
bajando la frente y musit una oracin.
Riendo estrepitosamente, Julin
cogi su sombrero y, a la puerta, dijo:
Bromas, Refugito. No soy ni
IV
REFUGITO se puso un chal negro verdoso
en la cabeza y fue a rezar a la parroquia;
a pedirle a Dios que le iluminara la
inteligencia, en tanto Julin fue a la
posada de un tal Camilo Muoz que
tambin alquilaba bestias.
Necesito una remuda.
Tengo una yegua mora muy
mansita. Dos cincuenta diarios. Me
conviene.
Traiga la responsiva y se la
lleva.
Los Andrades no tenemos mejor
responsiva que nuestra palabra.
El mesonero lo vio de arriba abajo,
dio media vuelta y dijo:
Ser sereno, pero yo no le veo
linterna.
A Julin se le trabaron las quijadas,
pero sali refrenando su ira. Habrse
visto! Si ser verdad lo que dice
Refugito: El apellido Andrade suena ya
como olla rajada. Y que el mundo va al
revs y que otras gentes y otras cosas.
Habr que ver. Porque yo como Santo
Toms.
Su chasco se alivi en el mesn de
El Macho Prieto. Chon Ramrez, no ms
oy el nombre de Julin Andrade, pel
V
AVE MARA en esta casa!
Un gusgo hirsuto, flaco y
desdentado sali a recibirlo con
ladridos de obligacin molesta del
corralito de un jacal de paja, arrimado a
los derruidos muros. Cloquearon las
gallinas trepadas en un tepozn, con
alarma. El interior del jacal estaba
dbilmente iluminado y por su angosta
puerta asom una cabeza mechuda y el
can de una carabina.
Qu se ofrece?
Soy gente de paz, forastero,
perd la vereda de San Francisquito.
No da con ella a estas horas.
Amarre su caballo del mezquitito y
ntre.
A su edad y en ese matalote
Ya el hombre estaba afuera, pero
sin dejar de la mano el rifle.
Nos han dado tantos sustos que
siempre est uno con el Jess en la
boca.
Como que conozco esas
facciones
Ande!
Eres de los Fuentes.
Pos pu que s
Del difunto Pablo Fuentes
Le choc el tuteo.
Por qu se ofreci?
Conozco esta finca como
conocer mis manos.
Me llamo Pomposo Fuentes.
Cerca de cuarenta aos viv en
esta finca.
Asiguro que no como gan.
Tampoco a Julin le son bien el
tono irrespetuoso y un tanto zumbn del
palurdo. Nunca los gaanes hablaron as
a los amos. Sonri con amargura.
ntre, que ya se solt el agua.
Rugan las nubes amontonadas,
negras y revueltas a la luz del relmpago
incesante, y la lluvia haba llegado
descendiendo en densa y cerrada cortina
por la falda de la mesa. Persog su
Y Mariana?
Cllese! La hija de Juan
Bermdez tuvo un nio del muchacho
Andrs, se le muri de soltura y ahora la
ver muy viejita, jorobada y con un
bordn en una mano y una canastita en la
otra, pidiendo limosna de casa en casa
en San Francisquito. Anselma en el
hospital escupiendo los bofes, dicen que
el tis se la est comiendo.
Quines quedan, pues?
El tableteo de la lluvia resonaba
con fuerza, el viento naca estremecer el
techo de paja, el vendaval se haba
desatado con toda su fuerza.
Unos se fueron a la pizca de
algodn a La Laguna y ni ms se ha
sabido de ellos, otros andan por los
VI
CON TIERRAS as, qu negocio?
Cierto:
puros
barriales,
hormigueros; donde no crece el
chicalote, ya todo es pura grama.
Entonces?
El hombre vive siempre a la
esperanza. He pasado ya muchas pestes,
hambres y necesidades y no voy a
perder el ayuno a los tres cuartos para
las doce.
Bendito sea Dios!
pap?
Pior a sta qu le importa?
Digo respondi humilde y en
voz baja la muchachita porque da
lstima tan pobre y tan viejito!
Perro que ladra no muerde
Ni de viejos dejaron de ser
malos todos.
Quin te lo cont? Pero si a eso
viene yo sabr cmo hacerle para que
nuestra compaa no le guste, como la
suya no nos cuadra.
Pobre viejito! repiti en voz
casi imperceptible la muchacha. Y en el
tepozn una torcacita cant:
Fea t! Fea t!.
VII
QUE TODO se paga en la vida? Santo y
bueno!, yo no digo que no; pero no ha
sido ya bastante con estos veintitantos
aos que he pasado de tierra en tierra,
sin derecho ni a mi propio nombre,
sufriendo hambres, desnudeces y
necesidades de toda clase? Tambin la
justicia se fue ya del mundo? Yo ya s lo
que me va a alegar Refugito: Castigo
de Dios por nuestros pecados. Bueno,
y t que eres una santa por qu ests
bailoteando.
Todava volvi una vez ms la
cara, el trastumbar una loma y tomar la
vereda a la carretera de San
Francisquito. En el derrumbamiento de
lo que fue suyo slo quedaba intacta,
altiva sobre aquella desolacin, la
enorme masa azulina de la mesa de San
Pedro.
Dice Refugito que el que de su casa
se aleja no la halla como la deja.
Montones de piedras y adobes, las
caballerizas cuarteadas, derrumbndose
de un momento al otro; las tierras de
labor deslavadas por el agua o
convertidas en chicalotales; los
agostaderos invadidos por el nopal, el
huizache y el garabatillo. Y como si
los ojos.
Digo por qu tanto coche?
Fue a atender a otros pasajeros que
entraron pidiendo cocacolas heladas.
Son veinte centavos.
Julin puso la moneda sobre el
mostrador, mirando fijamente al
dependiente descorts.
Cllate la boca! As los vers a
todos. Una codicia de dar miedo.
Un veinte por un mezcal y
como si te lo dieran de limosna. Era lo
que les faltaba a estos piojosos
huevones sinvergenzas adems!
Refugito baj los ojos. Estaba
acostumbrada al trato con gentes de baja
condicin, pero todos saban respetarla
y mantenerse a distancia, sin que se los
VIII
QU ES esto, Chon Ramrez?
Cllate la boca! La civilizacin
que nos lleg de golpe a San
Francisquito.
A Julin le hizo comezn el tuteo.
Pero siempre dijo bien Refugito: No
debes presentarte en esa facha con tus
conocidos.
Se cierran fondas y mesones, se
abren hoteles, restoranes, cenaduras
Vienen chales, refugiados y judos;
IX
EL MESONERO encendi el farol del
zagun. Julin no tena traza de acabar
nunca el relato, auxiliado con una
segunda de Cerro Prieto a punto ya de
terminar. Ni las caras se vean. De tarde
en tarde Chon lo interrumpa con
chacotas irrespetuosas. Pero estaba tan
rico el mezcal!
Estbamos,
pues,
en los
preparativos para otro encuentro cerca
de Len. Los carrancistas con la paliza
Yez
Y dijiste pies para cundo
son?
La carcajada son por todo el
barrio.
Hijo de un Si no lo hago as
me quema
Que vivan los dorados de San
Pedro de las Gallinas!
Desgraciado! Te habra visto
con los calzones en la mano! No sabes
cmo era cuando estaba enojado!
Julin se escurri las ltimas gotas
que quedaban en la botella, sac luego
un tostn de la bolsa y dijo:
Anda a llenarte otra vez la
botella.
De cundo ac los Ramrez
ansia
Con el sombrero en la zurda paraba
los tajos; lo esper de firme y
asestndole un garrotazo de costado lo
volte boca abajo en el suelo.
Ya lo viste, Julianito? Te digo
que los Andrades ya no soplan!
Y sin darle lugar a rehacerse a
puntapis lo sac del mesn, cerr la
puerta y ech la tranca.
Siempre me pic, dijo sintiendo
un dolorcillo en el pecho. Se puso bajo
el farol. Le escurra sangre de los dedos
y tena una mancha roja en la camisa.
Acustate, voy a la botica a
comprar blsamo tranquilo para darte
una frotacin.
Es que estoy muy hobachn,
X
CUANDO la aurora apunt en la sierra se
ape del tren de carga en una estacin
de bandera entre Celaya y Quertaro.
As, de tramo en tramo, viajando
siempre de noche, dando un tostn al
garrotero si por su mala suerte lo
descubra, en seis noches termin su
carrera. En Buenavista se meti entre
veladores y peones de va, logrando
salir de la estacin sin que repararan en
l. Durmi en una banca de la sala de
XI
ENTR regocijado pensando en el gran
gusto que iba a dar a Refugito con el
resultado de sus gestiones; pero,
vindole la cara, exclam:
Llorando? Qu te pasa?
Coloc la caja de cartn sobre
unos huacales y tom el telegrama que
Refugito le mostr como respuesta.
No es posible! Si estaba bueno
y sano y
Slo haba ledo el primer rengln,
Refugito?
Fue mi segundo padre
Volva sus ojos al cielo, se retorca
las manos, empapado el rostro en
lgrimas.
Me ofendes. No digas eso.
Entonces yo estoy de ms en la casa?
Basta con que llevemos la misma sangre
para que mi Pabln me pueda tanto
como a ti. Pero hay cosas que no tienen
remedio. se es el fin que todos hemos
de tener y hasta pecado mortal ser no
conformarse con la voluntad del que
todo lo puede.
Quiso abrazarla, consolarla, pero
ella lo rechaz, echndose su chal negro
a la cara, sacudida de nuevo por los
sollozos.
cincuenta pesos?
No me preguntes. Es slo una
prueba de que nuestro negocio est
arreglado.
Lo
miraba
con
ojos
de
incredulidad, de asombro.
No seas tonta! Deja de llorar y
ve a hacer tus compras Hay cosas
que no tienen remedio, c!
Dijo una insolencia y Refugito le
rog encarecidamente le tuviera respeto
en su dolor siquiera.
Despus de abrazarla, sin poder
contener su regocijo, sac el traje de
Las Fbricas Universales y lo puso
sobre una silla. Luego del veliz de lona
sac un pliego con sello oficial y se lo
ofreci:
XII
EL CORAZN de San Francisquito estaba
encerrado en el portal: la botica, el hotel
y la cantina. En un extremo, el ms
cercano a la parroquia, los ventrudos
jarrones de agua de color, el botamen
alemn en marfil y oro, el reloj un
len que asusta a los muchachos
guiando los ojos al fondo y contra el
muro, los dependientes con sus largos
sacos de dril abotonados, y la clientela
desconsolada y aburrida de ver matracas
XIII
EL SEOR presidente municipal?
El jefe est dando audiencia a
una comisin de agraristas dijo un
gendarme de uniforme gris muy
deslavado con vivos remiendos de
mezclilla azul. No se puede agreg
alineando horizontalmente su macana.
Yo tambin soy agrarista dijo
Julin con desenvoltura, y puede que
tambin pueda.
Se le col, dejndolo con tamaas
tapas.
Era un cuarto largo, mal encalado y
sin ventanas, como troje de hacienda.
All en el fondo, donde haba una mesa
rodeada de gaanes, al pao del muro se
adivinaba un don Lzaro Crdenas de
medio busto y una linda muchacha
acariciando la cabeza de un pobre
jumento: Tome Coca-Cola bien fra.
Se adelant haciendo sonar sus
tacones, pero no logr hacerse or. Entre
muchos hombres de huaraches, soyates,
combinaciones grises y azules, uno de
pantaln cachirulado y chamarra de lona
bien planchada con ademanes y tono
oratorios tena la palabra. Los dems
asentan peridicamente a lo que deca
como nios de escuela que saben su
leccin.
Esper pacientemente a que
terminaran. Los vio salir levantando una
nube de tierra con sus huaraches y
zapatones,
y
se
acerc
muy
ceremonioso:
El seor presidente municipal?
En qu se le puede servir?
respondi un sujeto prieto, chaparro, de
pelo arisco y sin barba.
Julin le entreg un pliego.
Sin levantar la cabeza, mirando con
indolencia al bolero que le estaba dando
grasa, pas el oficio a su subalterno.
De la comandancia
Volvi el oficio el empleado, un
tipo flacuchn que hablaba como flauta y
perdonarme.
Mejor hubiera pedido limosna,
que sufrir el bochorno de tener un
hermano que
No pudo acabar. Su lengua se neg
a articular la palabra. Estaba sofocada y
su voz vibr como cuerda de acero.
Hice mal
Y las santas reliquias?
Julin tuvo que retroceder tres
pasos. Tuvo miedo. En sus trances de
violencia, los Andrades lo mismo
hombres que mujeres mataban sin
tentarse el corazn. Refugito, totalmente
transfigurada, haba cogido un martillo y
lo blanda amenazante:
Respndeme: dnde estn mis
reliquias?
bocado pendiente.
Del Gertrudis aquel que corri
la Giralda
A Refugito casi se le acab el
aliento. Haba dicho cuanto tena que
decir y le temblaban los labios.
A su pesar, Julin arrug ms la
cara. Pero solt una risotada que son
como crujir de huesos. Se acerc de
nuevo a la mesa y sigui tomando su
caf con leche.
Canastos, hasta los hijos de mis
peones han llegado a autoridades!
El resto de la merienda transcurri
en silencio. Julin no sen ta
remordimientos con el recuerdo
inoportuno de Gertrudis, el corredor de
la Giralda, el to del otro Gertrudis,
XIV
AUREOLADA de chispas, el soplador en
una mano, con la otra las tenazas, sacaba
los carbones encendidos, soterrados
bajo una capa de ceniza, para prender la
lumbre. Atole y frijoles para el
almuerzo. El capital no daba para ms.
No poda resultar ms desvergonzado
entonces el saludo de Julin:
Desde que puse mi planta en este
pas nuestro, las mejores horas las he
pasado en tu casa. Dios te conceda una
larga vida!
Del disgusto de la vspera no
quedaba rastro. El perdn haba brotado
espontneo y sin reservas. A Refugito se
le dilat el pecho con la satisfaccin de
un alma contrita y pacificada. La
desvergenza del ebrio consuetudinario
era falta menos grave que la que ella
haba cometido. No tena derecho a
reprocharlo. Ni a darle consejos. Su
deber consista desde ahora en
conducirlo al buen camino por el
ejemplo. Hacer otro slo a Dios le
estaba dado. Sin vanidad, sin violencia,
advertirle en tal forma que l no
advierta que se le advierte. Rodearlo de
las pocas comodidades que ella puede
darle, conforme a sus necesidades de
viejo.
Desde ese da Julin la encontr
amable sin afectacin, santamente
serena, ora frente al brasero cocinando
sus alimentos, ora zurciendo la ropa
sentada en ancha silla de tule. Para
Julin esa paz espiritual slo se traduca
en manifestaciones materiales: estmago
satisfecho, cama limpia, habitacin
abrigada.
Prstame un quinto para hacer la
maana.
Quera volver a ser Julin Andrade
y no era ms que un borrachn de cantina
pobre. No conoca l mismo su tragedia.
Iluminado por el mezcal, dijo:
Estoy como hacha. Voy a buscar
a don Jesusito y, si lo intereso en el
De lo mo? Ja ja ja!
se le caldearon las orejas y se le
amorataron los labios. A esos hijos de
la china Hilaria del gobierno no les pido
yo ni madre y agot el caudal de sus
insolencias hablando de la revolucin y
de sus hombres.
Pero entonces Julin encontr
inesperadamente una voz en su favor.
Sanjuanita, puesta en jarras, dijo:
Don Julin tiene razn en pelear
por lo suyo. Y si pierde, bien perdido.
Pero no hay lucha peor que la que no se
hace.
Si Sanjuanita dice que eso est
bien, est bien, y ni quien diga lo
contrario. En lo que no estoy de acuerdo
con mi querida costilla es que se lleve
respondi
el
viejo
jubiloso,
levantndose con gran torpeza. Entr
trastabillando a su escritorio-habitacin,
mientras Julin apretando las manos
peda a Dios con gran fervor de su alma
que su amigo no se arrepintiera.
Sanjuanita se qued con l, picada
la curiosidad con lo de la devolucin de
sus propiedades, y Julin le dijo todas
las
mentiras
necesarias
para
emborracharla como en otra vez lo
hiciera con mi Pabln. Como pas
mucho tiempo y don Jesusito no apareca
con el dinero, Julin comenz a
alarmarse.
No, seguramente se qued
dormido dijo ella y se levant.
En efecto, el viejo se haba
hermana.
Toma estos centavos para que te
compres botines y ropa. El negocio
viento en popa como ves. Me voy a
Mxico a darle otro empujn a nuestro
asunto. Y mientras ve arreglando el
cambio de tus tiliches. Busca buena casa
en el centro. Quiero que, a mi regreso,
dejemos inmediatamente este mugrero.
Se rasc la espalda, donde un
dptero estaba certificando con la mayor
oportunidad su queja.
Refugito, con cien pesos en la
mano, segua dudando. Miraba a Julin
con irona
compasiva.
Conoca
demasiado las fanfarronadas de sus
hermanos. Y Julin encontr esa misma
noche la oportunidad de demostrarle que
no estaba equivocada.
XV
FUE EN El Barrilito. La primera de
compromiso,
la
segunda
de
agradecimiento y luego una copa tras
otra por el gusto de habernos vuelto a
ver. Y estaba la conversacin muy
animada cuando aparecieron las
supremas autoridades, el presidente
municipal, el delegado de la Nacional
Agraria y el comandante de la polica,
pidiendo cerveza. Don Jesusito, Pachito
Martnez su inseparable, un sujeto prieto
anoche, Refugito.
No se te echa de ver.
Pero ms que eso lo que me tiene
preocupado es que antes slo con los
vinos corrientes se me iba la cabeza
Ser la edad? Lo que fuere; ahora lo
que pas vol y me quedan ms firmes
mis buenas intenciones.
De buenas intenciones estn
apretados los infiernos.
Voluntad tengo y me sobra y
cuando digo no, es no.
Y cuando dices s, es no tambin.
Ya! Te ests poniendo otra
vez carrascalosa. Punto final. Te he
dicho que nuestro negocio va por buen
camino?
Tan bueno, que si sigues por l
XVI
JULIN fue a buscar a don Jess para
darle una satisfaccin. Se entretuvo
bobeando por los puestos del mercado
al aire libre, esperando que el viejo
saliera de su casa. Hizo preguntas
ociosas a los vendedores sobre precios
y calidad de los artculos, no sin or de
repente alguna respuesta grosera. Uno de
los contertulios de El Barrilito lo invit
a tomar una copa.
No, che, tengo una cita.
XVII
CON EL tiempo y la distancia es fcil
formar proyectos que se derrumban
como castillos de naipes en la
proximidad inmediata de personas y
cosas. Cuando Refugito, rendida de la
mquina, rota la cintura, adoloridos los
brazos y las piernas, hueca la cabeza,
apagaba la vela y se sala a tomar aire
fresco al quicio de su puerta, el silencio
y la soledad de la calle le permitan
concentrar todo su pensamiento en
entendimiento.
Mira, no soy ateo ni necesito que
me recuerdes mis obligaciones.
Slo quiero tu bien.
Me acuerdo de que mi difunto
padre deca que eras la ms viva de la
familia. Pero, no te ofendas, en cuestin
de negocios, los hombres. T tienes tu
proyecto y yo tengo el mo. Y lo tengo
tan bien estudiado, que si un ingeniero
tuviera que revisarlo, verdad de Dios
que no me dara vergenza.
Levant el extremo del mantel y
sobre la tabla de la mesa extendi una
hoja de papel. Sac su pluma fuente de a
tres cincuenta de La Princesa y traz
lneas y garabatos, puso letras y cifras, a
la vez que le explicaba.
XVIII
EN EFECTO, los Andrades no dejaron
amigos, sino malas ausencias. El desaire
que el delegado de la Agraria y el
presidente municipal hicieron a Julin
trascendi en seguida. El pueblerino
tiene un olfato finsimo y es bastante
ladino para adivinar que el que da un
resbaln no encontrar una mano que lo
ayude a levantarse, si no es pariente o
amigo. Don Gertrudis se lo cont al
Mocho, el Mocho a don Jesusito; ste a
Y si te digo que no te
contrapuntees con el Fruncido es porque
me prometi ayudarte.
Julin bruscamente cambi de gesto
y hasta rog al viejo que lo presentara
con l.
El
Fruncido
le
estrech
cordialmente la mano. Pero la suya era
una mano huesuda, hmeda y viscosa
que daba asco y horror. Animal de
sangre fra, despertaba en el acto una
repulsa irresistible.
Supe que me habl en la
comandancia, pero como yo no lo
conoca ni me lo presentaron Bueno,
eso ya no tiene caso. Conque usted es
de los famosos Andrades de la hacienda
de San Pedro?
XIX
DON JESUSITO le prest un caballo y
pocos das despus sali ms
preocupado y pensativo que nunca, en un
buen cuaco alazn de suave paso. Sus
esfuerzos por apagarse la verdad eran
como las nubes que se aglomeran y se
ennegrecen para no dejar al sol asomar
su rostro. Acto instintivo de propia
defensa cuando se presiente que la
derrota significa un derrumbamiento
total y definitivo. Quizs lo que ms le
reparando?
Vino un seor de San
Francisquito plegado de la boca
se
Qu sabes t? la rega la
mujer, hacindole seal de que se
metiera en el jacal.
Su silueta de terracota y su voz de
cristal no hicieron mella en Julin.
Apagados sus fuegos de tenorio, porque
otros lo estaban consumiendo, apenas
repar en la pequea Marcela.
Pomposo anda con los tractores
dijo la mujer ansiando que el viejo se
alejara. l sabe lo que sucede.
Azot el anca del caballo y dio
media vuelta bruscamente en direccin
del potrero. De pronto repar en el
mezquital.
Tres leguas sin pensar, sin sentir,
sin querer. Entreg el jamelgo,
enmudecido, sordo, ciego, mudo, volvi
a la casa de El Turicate. Refugito,
consternada, lo comprendi todo. Al
verla, recobr el uso de su razn:
Un despojo. Lo sabr el general
Garca del Ro. Te juro que esto no
podr quedar as.
Le espumarajeaba la boca como a
los perros rabiosos. A Refugito se le
arrasaron los ojos.
Dios nos ha de perdonar,
hermano: hemos sido bien castigados.
Prstame cincuenta pesos dijo
a otro da, acabando de almorzar.
Se fue a la calle e iba tan abstrado
Parsimoniosamente
puso
el
revlver en la funda y con todo y la
cartuchera la coloc sobre la repisa de
la Virgen del Refugio, cerca de una
veladora luminosa y roja como corazn
sangrante.
XX
ESA MAANA Refugito hizo acopio de
voluntad y sentndose a un lado de l,
que acababa de vestirse para salir a la
calle, le dijo:
Aunque te falta valor para
confesrmelo, yo s que tu negocio est
definitivamente perdido. Julin no
pudo tragar saliva porque tena la boca
seca. Sin perder su gravedad amable,
Refugito prosigui: Yo te comprendo
y sufro contigo. Es muy doloroso ver
nuestras
ms
grandes
ilusiones
deshechas; pero
Pero qu?
No te enojes. Desde que llegaste
saba lo que tendra que suceder. Y
desde ese instante le he pedido a Dios
que me ilumine para ayudarte a salir de
este duro trance
Por eso, pues, adnde quieres ir
a parar con todo eso?
Soy la nica de la familia que te
quedo y no puedo querer sino tu bien, y
eso es todo lo que le he pedido al Cielo.
Y bien
Djate ya de historias dijo
bajando la voz atemorizada, abre los
ojos a la realidad y
Con un demonio, habla claro!
sangre, lo contuvo:
Poco a poco Cllate Nadie
me ha faltado al respeto como mujer
decente que soy Menos he de
tolerarlo de ti de un hermano que as
me trata en mi propia casa
S, en tu casa en tu casa lo
entiendo: quieres darme a entender que
aqu estoy como un arrimado que aqu
salgo sobrando.
Si quisiera decirte eso, te lo
habra dicho ya. He vivido pobremente,
a nadie le he pedido nada y he comido y
he vestido con el trabajo de mis manos,
y decirlo no es hacer ofensa a nadie.
Y yo?
Tanto derecho tengo yo como t
al dinero que recogiste de mi primo. No
la dej en su petaquilla.
Al anochecer se ech un abrigo
deshilachado a la espalda y se fue a la
calle. No por razonamientos ms o
menos fundados, sino por algo hondo e
ntimo, saba lo que deba hacer. La
sangre heredada de su padre, la de su
santa madre, la educacin que sta le
haba dado, la dolorosa experiencia de
su vida de pobreza y privaciones, todo
sin quejas ni protestas, formaba la
urdimbre inextricable de su carcter.
Cuando sali de la parroquia,
relampagueaba al oriente y se oa el
trueno de una tempestad que se acerca.
No se arredr.
Se acerc defendiendo el bulto en
la sombra, al portal. Julin entraba
XXI
ES LOCO? pregunt Julin,
mareado todava por la verborrea del
vejete, a Pilatos, que lo invit a entrar a
la cantina.
Es sabio respondi ste
gravemente.
Se sabe de memoria el
diccionario en cuatro tomos agreg el
Mocho, con sonrisa maliciosa.
Don Jesusito estaba ya sentado en
un banco, reclinado contra la pared,
provea de todo).
Pero, caramba! Uno tiene el alma
en el cuerpo y mientras la sienta
Pasaron, pues, de largo, dando sabrosas
fumadas a sus cigarros y con veinte aos
menos en el cuerpo, por milagro del
sastre y del peluquero. Don Jesusito, de
viejo vestido de casimir gris con negros
cordones de seda, oloroso a kananga y
nafta; Pachito Martnez estrenando
cotona y pantalonera, todava con hedor
de curtidura, sombrero guinda de pelo
de conejo, de toquilla y ribete plateados.
Como siempre, el sombrero en los ojos,
mascando chicle y escupiendo.
Adis, Mocho.
Tambin muy apuesto, recin
afeitado, relucientes los cachetes y los
XXII
A CADA 4 de octubre y, por todo el da,
San Francisquito se viste de gala en tal
forma que ni en su casa lo conocen.
Invadido
por
una
muchedumbre
abigarrada que llega de los cuatro
puntos cardinales pierde totalmente su
color local. De lejanas tierras llegan
sucios camiones abarrotados de
pasajeros,
camionetas,
trocas
y
carcachas de toda especie. Los
automviles de lujo rebrillan por
gallo!
El inmenso valle donde se estira
recto el lienzo para el coleadero est ya
invadido por la alegre muchedumbre.
Ondulan las muselinas reas de
chillantes colores, los rebozos de hilo y
de seda, las albsimas blusas, en
combinacin improvisada de colores
que ni el genio del pintor logra nunca
superar en riqueza de gracia y de
matices. Es como si se hubieran
deshojado en el esmeralda del csped
cataratas de ptalos de flores.
No por severos son menos
llamativos los trajes de los charros en
los ms diversos estilos, desde las
clsicas cotona y pantalonera de gamuza
olorosas a buen curtido hasta la
sin un habitante.
De pronto el rosillo da el reculn y
se para. Es imposible avanzar ms. La
columna de charros acaba de entrar a la
pista y se oye como huracn el gritero,
los hurras y los aplausos a las reinas que
la encabezan. stas ascienden luego el
gradero a ocupar su sitio en el palco de
honor y de los trofeos. Y hacen visos la
lentejuela y la chaquira de los zagalejos
y los finsimos rebozos legtimos de
Santa Mara. Pero resplandecen ms an
los negros ojos y los apionados
carrillos.
Dice Refugito que ya nuestros
tiempos pasaron para siempre y yo digo
que no, porque mientras tengamos alma
en el cuerpo
Ya hablaremos.
Estir el brazo, tom la botella y en
dos largos tragos la sabore con deleite.
No sabes mi nombre porque
apenas me conoces, pero eres ms gente
que todos sos
No ms, porque Tacho Ramrez
haba desaparecido, devorado por la
multitud. Menesteres ms urgentes lo
solicitaban dentro del coleadero.
Tacho Ramrez, un trago.
Ven, Tacho Ramrez.
Ya ni conoces, Tacho Ramrez.
Una cerveza, Tacho Ramrez.
Te esperamos al guajolote, Tacho
Ramrez.
De los palcos, de las gradas, de
dondequiera que haba lindas mujeres
XXIII
LAS MANOS estn rojas de aplaudir y las
gargantas enronquecidas de gritar.
Aturden las porras aclamando a los
suyos, las bocas se desfiguran, los
brazos se levantan, se agitan las cabezas
enmaraadas y las botellas pasan de
mano en mano; refrescos, cerveza,
tequila.
Quines aplauden a su pueblo,
quines a su rancho, algunos a su patrn,
a su pariente o a su amigo.
Ramrez!
Tacho da media vuelta, echndose
el sombrero a la cara, desmayados los
brazos y las piernas. Las malditas
copas!
El
vocero,
suspendido
un
momento, se renueva con entusiasmo
creciente. Se charla, se grita, se dicen
cuchufletas y se bebe, mientras aparece
el segundo.
Y aparece el otro.
Cuidado con la bandera de San
Francisquito, Pachito Martnez!
Es tuyo, viejo!
Josco, de pocas libras, pero bien
encornado y nervioso. Para Pachito
Martnez, que lo que le falta de fuerza lo
suple con maas. En su caballo bien
esquila rota.
Algo ms que el despertar de un
aletargamiento
a
una
realidad
intensamente vital como la del mundo
que estaba palpitando en tomo. Era un
pasado que rompa en torbellino
fulgurante. Esta pequea Marcela y la
otra Marcela y todas aquellas mujeres y
todos aquellos hombres y todos los
placeres y hasta la sangre que se haba
derramado y en la que sus manos se
haban mojado. Amigos, enemigos,
amantes, vino, juego, alegra y delirio.
Y sinti el deseo violento e
implacable de ser el que haba sido.
Siempre nmero uno aqu y en todas
partes. Que las mujeres se espanten, que
los hombres palidezcan, que se cierren
XXIV
ARRIBA Tacho Ramirez!
En la pista, a todo lo largo del
coleadero, de millares de voces se haca
una sola:
Arriba, Tacho Ramrez!
Al clamor delirante sucede enorme
silencio. Se oye distintamente el trote
del novillo, el del caballo retinto de
Tacho y el del bastilla que le cierra a la
res. Tacho se ha repuesto del todo y
viene seguro de s.
Mndenlo al manicomio!
Afianzado
en los
estribos,
satisfecho de su hazaa, el viejo
Andrade regresaba sin premura hasta el
extremo de la pista en medio de
ensordecedora silba que era el aplauso
que l esperaba.
Aturdidos por su audacia, los de la
montada en vez de detenerlo se abrieron
para dejarle libre el paso.
Pero cuando volvi al extremo del
lienzo bruscamente desenfund su
revolver, torci el rostro en un grito
gutural:
El que sea hombre que me siga.
Y ocurri la catstrofe; su
catstrofe. A los gritos de las mujeres
asustadas sucedieron las carcajadas ms
la espalda:
Estamos a mano, viejito.
Como un sonmbulo, se perdi en
el colmenar humano que se extenda por
el valle.
Octubre haba volcado amapolas,
violetas,
claveles,
azucenas,
pensamientos y todas las rosas de todas
las latitudes. La mujer!
Pero el corazn de la fiesta
pasando inadvertido lata detrs del
manteado
de
una
carpa.
Sus
palpitaciones eran ahogadas por el
vocero de fuera y el rumor desvado del
coleadero con peridicas explosiones
tempestuosas.
Pilatos, ayuda a don Julin a
bajar de su caballo y amarra el animal a
XXV
FUE PROVERBIAL entre la familia el
orgullo de los varones. No se dio el
caso de que alguno de ellos hubiera
descendido hasta el extremo de hacer
confidencia a ninguna mujer de sus
sentimientos ms ntimos ni de sus ms
secretos desastres. Pero nunca, en su ya
larga vida, sinti jams el deseo ms
imperioso y violento de desahogar su
corazn como en esa noche. Sentase
humillado,
vencido,
deshecho.
XXVI
OCURRI de otro modo de como l se lo
cont a Refugito. Cuando ella sali a
rezar, la vspera por la noche, creyendo
dejarlo bien dormido, se levant a
tientas, dio con la pistola, se la faj a la
cintura y se ech a la calle. La juerga
comenzada despus del coleadero se
prolongaba en todas las cantinas del
pueblo. Los gritos y las risotadas en El
Barrilito se oan hasta la plaza donde
paseaba la multitud en la serenata.
reconocerlos.
Estn borrachos, pens para
consolarse.
A fuerza de codos, pisadas y
empellones, lleg a primera fila del
ruedo que se haba formado como en una
pelea de gallos. Y como gallos estaban,
en efecto, hechos bola, cados los dos en
el empedrado. Uno consigui treparse
sobre el otro y le peg repetidas veces
en la cabeza con el can de la pistola,
como quien est haciendo picadillo.
No!
Fue el alarido de Refugito en el
momento de reconocer a su hermano.
Tan agudo, que ste volvi hacia ella su
cara tinta en sangre y destrozada. La
mir con sus ojos ya deslustrados que en
Table of Contents
Mala yerba. Esa sangre
Mala yerba y Esa sangre
Mala yerba
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV
XXV
XXVI
Esa sangre
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
XXI
XXII
XXIII
XXIV
XXV
XXVI