Sermones-El Nuevo Nacimiento

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EL NUEVO NACIMIENTO

El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. (Juan 3:3).

INTRODUCCIN: La clave del sistema evanglico


En la vida ordinaria, se ocupa el hombre con preferencia de las cosas que le son ms
necesarias para su existencia. Por eso en tiempo de hambre o escasez, nadie encuentra
extrao que el precio del pan sea el tema de todas las conversaciones; todos ven en ello una
cuestin de inters vital para el pueblo; nadie piensa en lamentarse por las continuas
declamaciones de todos, ni por leer constantemente en los peridicos, artculos que traten
sobre la materia.
Yo tengo una excusa de la misma naturaleza que presentaros, mis queridos oyentes,
para venir hoy a entreteneros con un asunto tan a menudo tratado como el nuevo
nacimiento. El tal asunto es, en efecto, de una importancia sin igual; es la clave, el punto
esencial del sistema evanglico; es un punto en que estn acordes todos los verdaderos
cristianos, sin excepcin. En cierto sentido, puede decirse que la regeneracin O EL
NUEVO NACIMIENTO (que son una misma cosa) es el fundamento mismo de la
salvacin, donde descansan nuestras esperanzas para el cielo; y lo mismo que un arquitecto
pone sumo cuidado para que el edificio que bajo su direccin se construye, est
slidamente sentado sobre su base, as debemos nosotros examinar diligentemente si, en
realidad, hemos nacido de nuevo, y estamos, en consecuencia, seguros para la eternidad.
Muchas almas se jactan de ser regeneradas que, en realidad, no lo son. Conviene, pues,
que cada cual examine esto a menudo, y es deber de todo ministro del Evangelio, tratar
frecuentemente este asunto, tan propio para que los hijos de los hombres se prueben
seriamente a s mismos; tan a propsito para que sondeen sus corazones y sus vidas.
Dando principio inmediato a la consideracin del texto, har primeramente ALGUNAS
EXPLICACIONES SOBRE EL NUEVO NACIMIENTO; en segundo lugar dir LO QUE
DEBE COMPRENDERSE POR EL REINO DE DIOS; despus examinaremos POR QU
UN HOMBRE, NO NACIDO DE NUEVO, NO PODR ENTRAR EN EL REINO DE
DIOS; y al fin, antes de terminar y en mi cualidad de embajador de Cristo, ABOGAR,
CONTRA VOSOTROS, LA CAUSA DE VUESTRAS ALMAS INMORTALES.

I
Ante todo, queridos amigos, deseara haceros comprender bien lo que es EL NUEVO
NACIMIENTO. Observad la figura empleada en el texto: dice que la persona ha de nacer

de nuevo. Evidentemente es esta una cuestin del todo distinta de ciertas reformas
exteriores.
Para que resalte mejor la diferencia esencial que existe entre un cambio de esta especie
y el cambio radical del nuevo nacimiento, permitidme recurrir a una especie de parbola.
Supongamos que en Inglaterra, por ejemplo, hay una ley prescribiendo que nadie puede ser
admitido en la corte, ocupar los empleos pblicos ni gozar de los privilegios pertenecientes
a la nacin, si no ha nacido en el suelo ingls. Supongamos, tambin, que sea sta una
condicin sine qua non (indispensable), una condicin que nada puede reemplazar; de
modo que, un hombre, no habiendo nacido en territorio britnico, aunque posea todas las
ventajas y todas las cualidades imaginables, por el solo hecho de ser extranjero, tiene que
ser privado del ttulo y derechos del ciudadano ingls.
Supongamos ahora, que un extranjero, un indio por ejemplo, llega a Inglaterra
queriendo, a toda costa y por cualquier precio, naturalizarse; l conoce sin embargo la ley
del reino; l sabe que esta ley es formal, absoluta, inmutable; no obstante quiere eludirla y
dice: Estoy dispuesto a hacer toda suerte de concesiones. En primer lugar cambiar de
nombre; en mi pueblo tena un nombre muy sonoro, me llamaba Hijo del viento de oriente,
pero en adelante tendr, como cualquiera de vosotros, un nombre cristiano; me llamar
Juan o Felipe, pues quiero ser ciudadano ingls. Lograr este hombre escapar as a las
exigencias de la ley? Vedle cmo se aproxima a la puerta del palacio y pide su admisin en
la corte.
-Ha nacido Vd. en Inglaterra? -tal es la primera pregunta que se le dirige.
-No -responde l-, pero he tomado un nombre ingls.
-Qu nos importa eso del nombre! -le replican-; la ley es positiva, y no habiendo
nacido en este pas, nunca ser admitido aqu; aun cuando llevara el nombre de los
prncipes de la sangre.
Queridos oyentes, esto es aplicable a cada uno de vosotros. Todos, o casi todos al
menos, hacis profesin de cristianismo. Viviendo en una comarca llamada cristiana,
consideris como una deshonra el no llamaros cristianos. No sois paganos ni infieles, judos
ni mahometanos. Estimis que el nombre de cristiano es recomendable y, en consecuencia,
queris llamaros as. Pero no os engais, pues no se es cristiano por llevar el ttulo de tal; y
el mero hecho de que exteriormente estis unidos a la religin del Evangelio u otra, por ser
la dominante en vuestro pas, de nada absolutamente os servir, si no llenis la condicin
precisa para ver el reino; y en otras palabras: si por el nuevo nacimiento no os ponis bajo
la direccin inmediata y exclusiva de Jesucristo.
Pero contina diciendo nuestro indio- estoy dispuesto tambin a renunciar a la manera
de vestir de mi raza; en adelante, adoptar los vestidos europeos, sometindome, si es
necesario, a las exigencias ms caprichosas de la moda; el ojo ms listo nada descubrir en
m que denuncie mi origen. Mirad: estas plumas con que adorno mi cabeza, las arrojo para
que las lleve el viento; mi mano no tomar ms el hacha y abandono para siempre este traje
especial. En lo sucesivo, ser ingls por mi vestido y por mi nombre. Ataviado as con traje
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de corte y vestido segn todas las reglas de la etiqueta, no podr presentarme ante Su
Majestad? Discurriendo de esta suerte, llama de nuevo a la puerta del palacio; pero vana
esperanza!, pues el acceso a la corte se le impide an; porque la ley exige que los que
entren sean ingleses de nacimiento, y toda la perfeccin y elegancia de su traje no basta
para subsanar la falta de la condicin impuesta.
As sucede a gran nmero de los que me oyen. Vosotros no llevis solamente el nombre
de cristianos, pues os conformis, adems, con las costumbres cristianas. Frecuentis
asiduamente la casa de Dios; los domingos vais a vuestras iglesias o capillas; os cuidis de
que se observen en vuestra familia ciertas formas religiosas, tal vez vuestros hijos os oyen
pronunciar alguna vez que otra el santo nombre de Jess. Hasta ah todo va bien, muy bien,
y no quiera Dios que os critique por ello; sin embargo, recordad que estas cosas, buenas en
s mismas, se convierten en malas si no vais ms all. Tened presente que a pesar de todas
estas manifestaciones de piedad, seris excluidos del reino de Dios, a menos de aadir la
cosa esencial, lo que da valor a t9do lo dems, esto es, el nuevo nacimiento. S, queridos
oyentes, adornaos tanto como queris con las magnficas galas de una piedad exterior;
ceid vuestra frente con las brillantes flores de las obras de beneficencia y haced de la
integridad un cinturn para vuestros riones; poned en vuestros pies el calzado de la
perseverancia y atravesad la vida como hombres leales y rectos; pero sabedlo: esto, sin el
nuevo nacimiento, a los ojos de Dios es como nada; lo que es nacido de carne, carne es, y
si sois extraos a la operacin regeneradora del Espritu Santo, os digo en verdad, que las
puertas del cielo os quedarn cerradas para siempre.
Pero habla de nuevo nuestro indio, y dice: Har ms que cambiar de nombre y traje,
aprender tambin vuestro lenguaje. Renuncio al dialecto de mis padres; los extraos
sonidos que no hace mucho haca repercutir en la floresta virgen o la salvaje pradera, no
pasarn ms por mis labios; olvidar el Shu-Suhgah y todos los gallardos nombres con que
designaba mis aves y mi ciervo; hablar como vosotros, mis ademanes sern como los
vuestros. No adoptar solamente vuestro vestido, pues adems me aplicar cuidadosamente
a reproducir vuestras maneras, vuestro tono, vuestro acento, vuestra voz; hablar vuestra
lengua con pureza y correccin sin igual; en una palabra: os imitar de tal manera que se
me podr confundir con un ingls de nacimiento. No podr entonces presentarme en la
corte?
-Jams -responde el guarda del palacio-, hagas lo que quieras, tu admisin aqu es
imposible; porque el que no ha nacido en este pas no franqueara esta puerta.
Ocurre lo propio con algunos de vosotros, queridos oyentes. Vosotros hablis
exactamente igual que los cristianos; tenis, en verdad, ms fecundidad religiosa, pues os
habis dado a copiar tan minuciosamente las gentes piadosas, que habis concluido por
exagerar el modelo; vuestras ms insignificantes palabras estn como confitadas de
devocin, pero un ojo perspicaz no tardar en descubrir la falsificacin. Con todo, se os
considera; generalmente, como cristianos de buena ley. Habis ledo las biografas de
creyentes distinguidos, y a veces os apropiis de esas obras que sobre las experiencias de
los hijos de Dios circulan tanto, lo que se cree ser vuestro. Quizs habis vivido con
algunos cristianos y aprendido a hablar como ellos; y hasta puede ser que hayis adoptado
ciertas frmulas usuales, cierta fraseologa puritana que sorprende a las almas sencillas. De
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hecho, parece que no difers en nada de la masa de los creyentes. Sois miembros de una
Iglesia, habis sido bautizados, participis de la Cena del Seor y hasta pudierais ser
ancianos o diconos. En resumen, tenis todo lo del verdadero cristiano, menos el corazn.
Ah!, sepulcros blanqueados, por fuera hermosos y por dentro llenos de corrupcin; tened
cuidado!, tened cuidado! Cosa sorprendente es ver hasta qu punto puede un pintor hbil
dar la expresin de la vida a un lienzo insensible e inanimado; pero todava es ms
sorprendente que un alma irregenerada pueda reproducir tan fielmente la imagen de un
cristiano. Sea de ello lo que fuere, la regla de mi texto queda inflexible: el que no naciere
de nuevo, no puede ver el reino de Dios; y a pesar de sus alardes de devocin, no obstante
los vanos oropeles de su pretendida piedad y a despecho de la pomposa ostentacin de sus
llamadas experiencias personales, quien no llene la condicin exigida en el texto, ser
rechazado sin piedad de las puertas del cielo.
Pero ya me parece or voces que me gritan, diciendo: Predicador del Evangelio, a ti te
falta caridad! Me importa poco, amigos mos, lo que pensis respecto a esto; ningn deseo
tengo de ser ms caritativo que Cristo. Yo no he dicho nada por mi cuenta; Cristo ha
hablado y yo respeto Sus palabras; si las encontris duras, id y pedidle razn a mi Amo; por
lo que a m toca, no soy el autor de esta verdad, soy simplemente el intrprete. Est escrito
en todas sus letras: el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Suponed que
vuestro criado, al transmitir palabra por palabra un mensaje que le hubieseis encargado, se
ve apostrofado y cubierto de injurias por la persona a la cual fuera dirigido el mensaje.
Pero, seor dira el domstico-, no me insulte, porque soy inocente, yo no hago otra cosa
que referiros lo que mi amo me ha dicho; si hay falta, es de l y no ma. Exactamente igual
ocurre con el siervo de Dios que os habla. Si os parece que le falta caridad, no le acusis a
l sino a Cristo. No debis aceptar al mensajero, sino el mensaje. Repitmoslo an como
est escrito: el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. No tengo tiempo ni
deseo de discutir con vosotros; me limitar a repetiros que esta declaracin viene de Dios.
Rechazadla o aceptadla, como queris; pero tened presente que si la rechazis, es por
vuestra cuenta y riesgo, porque no se puede impunemente rehusar el creer en una palabra
que ha salido de la boca del Altsimo.
Mas de qu manera puede obtenerse el nuevo nacimiento? Es una cuestin sta que
importa resolver. Confo que no hay en esta asamblea nadie que sea lo suficiente ignorante
o ciego para creer en la virtud regeneradora del bautismo. Pensara hacer, en verdad, una
injuria a mis oyentes, suponiendo que puede haber entre ellos, aunque sea uno solo, tan
falto de luz que pueda tener fe en semejante doctrina. No obstante, como esta doctrina, tan
contraria al buen sentido como a las enseanzas de la Escritura, est por dems extendida
en el mundo, no puedo dispensarme de decir algunas palabras sobre ella.
Hay ciertas gentes que sostienen con mucha gravedad, que algunas gotas de agua,
derramadas sobre la frente de un nio por un ministro del culto, hacen de este nio un ser
nuevo, un ser regenerado... Pues bien, os lo concedo; supongamos que as sea;
imaginmonos que, por yo no s qu influencia mgica, la ceremonia del bautismo
produzca necesariamente el nuevo nacimiento. Mas como recompensa de esta concesin,
permitidme mostraros vuestros llamados regenerados algunos veinte aos despus. Veis
ese joven, que disipa los mejores aos de su vida en los ms vituperables excesos?... Ese es
uno de vuestros regenerados, porque l ha recibido las aguas del bautismo; pues si el
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bautismo regenera, ese joven es tan regenerado como cualquier otro. Tendedle, pues, una
mano de simpata y recibidle como a un hermano en el Seor. -Os al impo que jura y
blasfema contra Dios? Su profano lenguaje, os indigna... y sin embargo quin lo creyera!
El est regenerado; el ministro de la religin ha vertido sobre su frente las aguas
sacramentales; reconoced, pues, en l un hombre nuevo, un heredero del reino de Dios.
-Mirad aquel borracho que se tambalea por nuestras calles: es una plaga para los que le
rodean, est reido con todos sus vecinos y maltrata a su desgraciada compaera; es peor
que el bruto. Con todo, oh, prodigio!, este hombre, este miserable, al cual evitarais dirigir
la palabra, est regenerado! S; os digo que l lo est tanto como vosotros podis estarlo,
porque ha sido bautizado en su debida forma. -Un ltimo ejemplo: Veis aquella multitud
que se atropella corriendo por las calles? Ha sido levantado el patbulo. Un gran culpable,
un asesino, un envenenador, cuyo nombre quedar en los fastos del crimen como tipo de la
ms negra perversidad, va a cumplir sentencia. He ah, pues, uno de vuestros regenerados!
A no ser que os pongis en desacuerdo con vosotros mismos, no podis quitarle el ttulo de
regenerado al criminal; porque l tambin fue bautizado en su infancia. Estaba regenerado
cuando preparaba la copa envenenada; regenerado cuando la administraba da tras da a su
vctima; regenerado cuando contemplaba el estertor de su agona y la vea morir en las
torturas!... Verdaderamente regenerado! Mas, contando con esto quin querra, yo os
pregunto, vuestra regeneracin? Si tal fuese la regeneracin del Evangelio, francamente os
digo que fuera yo el primero en decir que el Evangelio fomentaba el vicio y la licencia. Si
la Escritura ensease que los hombres, viviendo en el pecado, son regenerados, y por
consecuencia en estado de gracia, afirmo que seria el deber de todas las gentes honradas
unir sus esfuerzos, para hacer desaparecer inmediatamente de este mundo libro tan
pernicioso, pues que cambiara los principios ms elementales de la moral pblica y
probara con ello que no venia de Dios, sino del diablo.
Y lo que digo del bautismo de prvulos, lo digo igualmente del de adultos, pues ni uno
ni otro nos alude a un mdico ingls que fue ejecutado en Londres el ao 1856 por haber
envenenado lentamente a su esposa. (N. del T.) puede hacer nacer de nuevo. Si aqu hay
personas que piensan lo contrario, nada puedo hacer; si quieren guardar su opinin,
gurdenla. En todo caso, la historia de Simn el mago (Hch. 8:9-24) debe desbaratar
singularmente su sistema. Pues, en efecto, Simn fue bautizado en las circunstancias ms
favorables, esto es, en pleno conocimiento de causa y despus de haber hecho pblica
profesin de su fe; sin embargo, estaba bien lejos de haber sido regenerado por su
bautismo, pues casi enseguida se atrae, por parte del apstol Pedro, esta severa censura:
en hiel de amargura y en prisin de maldad veo que ests (Hch. 8:23). Mas, para qu
tomarse la pena de refutar un error tan manifiesto? Parece que debiera bastar el solo
anuncio de semejante doctrina para que toda persona inteligente la rechazara con desprecio;
no obstante, se comprende fcilmente que los amantes de una religiosidad elegante y
frvola, que quieren una piedad todo formas y aparato, y que no aprecian el culto ms que
desde el punto de vista del arte y de la poesa, se constituyan en defensores de esta doctrina,
porque ellos, habiendo cultivado su gusto a despecho de su inteligencia, han olvidado que
lo que no est de acuerdo con la sana razn del hombre imparcial y recto no puede estar
ms conforme con la Palabra de Dios.
El hombre no puede obtener el nuevo nacimiento por el bautismo. Tenemos, pues,
fijado un punto. Examinemos ahora si podr obtenerlo por sus esfuerzos propios: yo afirmo
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que no. Puede sin duda, una persona reformar su vida, y muy bueno es que lo haga; ojal
que todos trabajasen en este sentido! De este modo, puede la persona corregirse ciertos
vicios, renunciar a determinadas concupiscencias y triunfar sobre ciertos malos hbitos que
le dominaban en otro tiempo; pero regenerarse le ser imposible. Podra muy bien luchar,
combatir, esforzarse; pero jams llegara a la regeneracin, por la sencilla razn de que,
esto es una cosa fuera del alcance del poder humano. Y suponiendo (lo cual es un absurdo)
que alguien pudiera lograr, de un modo u otro, hacerse nacer de nuevo, observad que
todava se encontrara imposibilitado para entrar en el cielo porque habra siempre una
condicin que no podra llenar. El que no naciere... del Espritu, dice expresamente uno de
los versculos (el 5) que siguen a mi texto, no puede entrar en el reino de Dios. Y pregunto:
No estn heridos por la impotencia todos los esfuerzos de la carne, en presencia del gran
objeto que perseguimos, esto es, el nuevo nacimiento por el Espritu Santo?
Cmo, pues, podr el hombre nacer de nuevo? Vedlo aqu, amados mos. Es necesario
que el Espritu Santo, por una accin sobrenatural, es decir, ms que natural (porque notad
que tomo aqu la palabra en su acepcin ms sencilla y ms absoluta a la vez), es necesario,
digo, que el Espritu Santo opere en el corazn de los hombres, y que por este trabajo
divino sean regenerados. Pero si Dios, el Espritu Santo, que produce en nosotros as el
querer como el hacer, por su buena voluntad (Fil. 2:13), no obra, sino, opera sobre nuestra
voluntad y nuestro conocimiento, el nuevo nacimiento, lo digo sin temor, es un imposible, y
en consecuencia tambin imposible la salvacin.
-Cmo! -exclamar alguien-, queris hacernos creer realmente, que precisa una
intervencin directa de la Providencia para que una persona nazca de nuevo?
-S, querido amigo, lo he dicho y lo sostengo. Para que un alma sea salva, se necesita
nada menos que una manifestacin de la potencia divina, que vivifique al pecador, que
dome su rebelde voluntad y enternezca la conciencia endurecida; de tal suerte que, aquel
que no hace mucho despreciaba a Dios y rechazaba a Cristo, se arroje contrito y humillado
a los pies de Jess. Se dir, quizs, que esta doctrina es fanatismo, misticismo o una ilusin;
pero me importa poco lo que se diga, es una doctrina de las Escrituras y eso me basta. El
que no naciere de nuevo, no puede entrar en el reino de Dios, lo que es nacido de carne,
carne es; y lo que es nacido del Espritu, espritu es. Si no son de vuestro gusto estas
declaraciones, ya os lo he dicho, quejaos a mi Maestro y no a m. Afirmando que para
entrar en el reino de los cielos os es necesaria alguna cosa que jams obtendris por
vosotros mismos, expongo simplemente una verdad revelada por el Seor. Repito que es
indispensable una operacin divina para producir el nuevo nacimiento: llamad, si queris,
milagrosa a esta operacin, pues lo es en efecto, en cierto sentido. Es preciso que Dios
intervenga en vuestro favor; es indispensable que se lleve a cabo en vuestra alma un trabajo
divino, que seis colocados bajo una influencia divina, sin lo cual, mi querido oyente
(haced por otra parte lo que os plazca), pereceris irremediablemente. El que no naciere de
nuevo, no puede ver el reino de Dios; he ah una regla sin excepcin. Y tened presente que
este nuevo nacimiento es una transformacin radical: por l recibimos nueva naturaleza que
nos hace amar lo que aborrecamos y aborrecer lo que ambamos contra la voluntad de
Dios. Tambin abre ante nosotros un camino nuevo, de nuevas perspectivas; hace diferentes
nuestras costumbres, diferentes nuestros pensamientos y diferentes nuestras palabras; el
nuevo nacimiento nos hace distintos particular y pblicamente 1 de tal modo que se cumplen
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en nosotros las palabras del Apstol: Si alguno est en Cristo, nueva criatura es; las cosas
viejas pasaron, he aqu todas son hechas nuevas. (2 Co. 5:47).

II
Pasemos al segundo punto de nuestro tema.
Creo haberos explicado, lo que debe entenderse por regeneracin o nuevo nacimiento,
de modo que sea comprendido por todo el mundo. Preguntmonos ahora lo que significa la
expresin: VER EL REINO DE DIOS.
Significa dos cosas, amados mos. Ver el reino de Dios en la tierra es ser miembro de la
Iglesia mstica de Jesucristo; es gozar de los privilegios y la libertad de los hijos de Dios; es
poder derramar confiadamente vuestra alma en la oracin; vivir en comunin con Cristo;
recibir las comunicaciones del Espritu Santo y llevar a la gloria de Dios los excelentes y
benditos frutos que son los efectos del nuevo nacimiento.
Ver el reino de Dios en la vida venidera, es ser admitido en el cielo; es contemplar al
Seor; cara a cara; es ser participante del gran gozo que El tiene a la diestra de Dios para
siempre. De modo que, cuando Jess dice: el que no naciere de nuevo, no puede ver el
reino de Dios, quiere decir que el tal ser irregenerado no puede gustar los dones celestiales
en la tierra, ni gozar los bienes celestes en la eternidad.

III
No creo necesario detenerme ms en este punto.
Vamos, pues, a pasar al tercero para buscar y ver POR QU EL QUE NO RAYA
NACIDO DE NUEVO NO PUEDE VER EL REINO DE DIOS.
Para ser ms breve, limitar mis consideraciones al reino de Dios en el mundo
venidero. Notemos primeramente que una persona irregenerada no podra ver el reino de
Dios, por la razn bien sencilla de que estara fuera de su lugar en el cielo. Hay en su
naturaleza una completa incompatibilidad con los goces del paraso. Pensis quizs,
queridos amigos, que el cielo consiste simplemente en los muros de piedras preciosas, en
las puertas de perlas y las calles pavimentadas de oro fino de que nos habla el Apocalipsis.
Desengaaos, pues todas estas magnificencias no son, para decirlo as, ms que la envoltura
exterior del cielo. El cielo, propiamente dicho, es cosa muy diferente. Es un estado del alma
que debe empezar en la tierra, que solamente puede producirlo el Espritu Santo en
nosotros, y a menos que este Espritu no haya renovado enteramente nuestro ser moral,
hacindonos nacer de nuevo, es imposible que nos gocemos en las cosas del cielo. Quin

nos hara creer nunca, que un puerco pudiese estudiar un curso de astronoma o un caracol
edificar una ciudad? Hay, evidentemente, en estos dos casos imposibilidad fsica,
imposibilidad absoluta; y afirmo yo que tan grande es tambin la imposibilidad para que un
pecador irregenerado goce jams del cielo. No se necesitan muchos esfuerzos para
comprenderlo. Ninguno de los gustos que tiene el hombre natural, sera satisfecho en el
cielo; nada encontrara que le gustara. Si se le transportara en medio de las delicias de la
santa Jerusaln, sera profundamente desgraciado, y exclamara:
Por favor, por favor, dejadme salir, no puedo soportar el fastidio en este sitio. A
vosotros, mis oyentes inconvertidos, apelo. No es cierto, que a menudo el sermn os
parece muy largo, el canto de las alabanzas a Dios cansado e inspido y la obligacin de
asistir cada domingo al culto una carga insoportable? Qu, pues, harais, yo os pregunto, si
de repente fueseis transportados a un sitio donde el Seor es alabado noche y da? Si basta
una corta predicacin para fastidiaros, qu os pasara oyendo las eternas plticas de los
rescatados, que discurren de siglo en siglo sobre las insondables maravillas del redentor
amor? Sindoos antiptica la compaa de los justos en la tierra, cmo podris pasar con
ellos la eternidad? Ah! Queridos amigos, me temo que hay muchos entre vosotros que
prefieren cantar cualquier otra cosa que himnos, que encuentran la Biblia mortalmente
enojosa y ningn inters se toman por las cosas de arriba. Dse a los unos la embriagadora
copa, y las voluptuosidades de la vida impura a los otros; ofrzcanseles tambin las locuras
y goces del siglo; pues esto constituye su cielo. Pero tal cielo no existe, que yo sepa. El
nico que existe es el cielo de los seres espirituales, el cielo de la alabanza, el cielo de la
adoracin, el cielo de la adopcin por el Amado (Ef. 1:5,6), el cielo de comunin con
Cristo. Vosotros, los irregenerados, nada de esto comprendis; tildis de visionarios a los
que os hablan de estas cosas, y adems ningn placer tendrais si las poseyerais, pues os
falta la facultad de apreciarlas. De modo que, por el solo hecho de no haber nacido de
nuevo, sois vosotros mismos el primer obstculo para vuestra admisin en el cielo; y
suponiendo que Dios abriera la puerta de par en par, diciendo: ENTRAD, os lo repito, no
podrais, no querrais habitar all, porque al que no ha nacido de nuevo le es imposible,
moralmente imposible, que pueda ver el reino de Dios. -Si hubiese aqu personas
completamente sordas, y dijese yo que las tales no pueden gozarse de nuestros himnos,
expondra algo extrao, malicioso o cruel? Seguramente que no! Slo hara constar su
ineptitud para or, y he ah todo. As, cuando Dios os dice que no podis ver Su reino, hace
constar vuestra entera inutilidad para gozar del cielo y en consecuencia para entrar en l.
Mas no es esto todo; otras razones hay que cierran las santas puertas del paraso al
hombre irregenerado. Interroguemos a las celestes inteligencias que estn ante el trono de
Dios: Oh, espritus puros y bienaventurados; ngeles, principados y potestades (Ro. 8:38),
decidnos, os ruego las almas que no aman a Dios, que no creen en Cristo, que no han
nacido de nuevo, sern bienvenidas entre vosotros?...
Me parece ver que millares de lanzas se levantan sobre las murallas del paraso, y que
multitud de querubines, con el rostro flamgero, nos miran sorprendidos desde lo alto,
exclamando a una voz: No, jams!; en otro tiempo combatimos al dragn, y lo
precipitamos en el abismo porque nos incitaba a la rebelda, cmo, pues, admitiremos
ahora al malo entre nosotros? No, no! Estos alabastrinos muros no deben ser empaados
por el contacto de manos impuras y concupiscentes; estas calles pavimentadas de oro no
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deben ser holladas por los pies de los profanos y obreros de iniquidad; mientras tengamos
fuerza en los brazos y poder en las alas, no entrar aqu el pecado.
Rechazado por los ngeles, me dirijo a los elegidos en la gloria, a los espritus de los
justos rescatados por la gracia soberana. Hijos de Dios: consentirais que los pecadores
entrasen en el cielo tales como son, sin ser nacidos de nuevo? Vosotros amis a los
hombres, sois amor como vuestro Dios: decid, decid, decid, querrais que los hijos del
mundo se confundieran con vosotros?
Ya veo cmo se levanta el justo Lot y exclama, con emocionada voz: Pues! No he
sido bastante tiempo afligido por la conducta de los abominables? (2~ Pedro 2:8) Tambin
veo a Abraham, que a su vez avanza y dice: No, no queremos que los malos habiten entre
nosotros; demasiado he vivido en su compaa durante mi estancia en la tierra; sus malas
palabras y sus burlas, sus profanos discursos y vana manera de vivir, han contristado mi
alma cruelmente. Nunca consentiramos que ellos entrasen aqu. Y por muy celestiales
que sean y tan llenos de amor como sus espritus estn, no hay ni un solo santo en la gloria
que no rechazara con justa indignacin al pecador que tuviese suficiente temeridad para
presentarse a las puertas del cielo, sin que su alma fuera enteramente renovada por el nuevo
nacimiento.
Mas, nada aun sera todo esto. Si las murallas del cielo 1 no estuvieran defendidas ms
que por los ngeles, podramos quizs asaltaras, y si solamente los santos guardasen las
puertas del paraso, tal vez pudiramos abrirlas a viva fuerza. Pero el Todopoderoso ha
dicho: El que no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios. Y t, pecador, tendrs la
osada de intentar el asalto de las almenas del cielo, cuando el mismo Jehov est dispuesto
a precipitarte al infierno? Tendrs la inconcebible insolencia de quererle resistir? Dios lo
ha dicho, Dios lo ha dicho con esa voz que hace temblar la tierra 2: No veris vosotros mi
reino. Puedes, oh, hombre, luchar con el Soberano? Puedes combatir con el
Todopoderoso, contender con el Altsimo? Gusano del lodo! Te levantars contra tu
Creador? Insecto de un da que tiemblas cuando el relmpago surca las nubes! Guerrears
contra el Dios fuerte? Probars a levantar tu cabeza en Su presencia? Ah, pobre insensato,
cmo se reina de ti el Eterno! As como se funde la nieve al sol y la cera al fuego, as t te
derretiras en Su presencia, si Su furor se inflamase solamente un poco! No te alucine, pues,
una vana esperanza. Dios ha sellado para ti las puertas del cielo y nunca entrars all tal
como eres. No recompensar al malo con el justo, ha dicho el Dios de la justicia; no
consentir que ninguna suciedad empae la pureza sin mcula de Mi santo paraso. Si el
pecador se convierte, tendr compasin de l; pero si no se convierte, vivo Yo, dice Jehov:
que le destruir como vaso de alfarero, y nadie podr librarle.
Ahora bien: qu piensas hacer, pecador? Quieres lanzarte contra el escudo del Rey de
los reyes? Quieres penetrar por la fuerza en el cielo cuando Su arco est tendido contra ti y
Su flecha va a tras-pasar tu corazn? Qu! Cuando Su espada est levantada ya sobre tu
cabeza, osars acaso ofender Su rostro...? Vete, nfima olla de barro, vete, si bien te
parece, a contender con tus semejantes! Insignificante langosta, vete a guerrear contra
langostas como t; pero, por favor, no suees siquiera, en medirte con el Todopoderoso! El
lo ha dicho, y jams, no, jams ningn alma viviente podr entrar en Su reino a menos que
haya nacido de nuevo. Si os disgusta esta doctrina, mis queridos amigos, os lo repito,
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acusad a mi Maestro y no a m, porque yo no hago ms que repetir Sus enseanzas; y si es


que os hablo hoy en Su nombre, -oh! creedlo, es por amor a vuestras almas inmortales; es
por el temor de que, por la falta del conocimiento de la verdad, perezcis en las tinieblas, y
para que no corris, con los ojos vendados, a vuestra perdicin.

IV
Para terminar, deseo ahora ABOGAR, CONTRA VOSOTROS, LA CAUSA DE
VUESTRAS ALMAS.
Puede haber alguna persona que diga: Cierto; el nuevo nacimiento es indispensable
para entrar en el cielo, por eso tengo la esperanza de nacer de nuevo despus de mi
muerte. Oh, pecador, que de tal modo te tranquilizas, permteme decirte que eres el ms
insensato de los hombres! No sabes que una vez muertos est irrevocablemente fijada la
suerte de los seres humanos? La conversin es imposible al otro lado de la tumba: es
demasiado tarde. Nuestra vida es como la cera o lacre que se reblandece con el calor del
fuego; la muerte pone su fnebre sello, se enfra despus el lacre y no puede cambiarse la
marca. Se parecen nuestras almas al metal en ebullicin en las fundiciones, que se precipita
de la caldera a los moldes; la muerte enfriar este hirviente metal y quedaremos moldeados
para la eternidad. La voz inflexible del destino se oye clamar sobre los muertos: El que
es injusto, sea injusto todava; y el que es sucio ensciese todava! (Ap. 22:11). Los
condenados estn perdidos sin remedio; ellos no podrn nacer de nuevo. Siempre malditos
y siempre maldiciendo; siempre luchando contra Dios y aplastados siempre bajo Sus pies;
siempre maldiciendo Su nombre y siempre cubiertos de oprobio eterno; revolvindose
siempre contra Su poder y siempre atormentados por las agudas punzadas del
remordimiento, sin otra perspectiva que ver constantemente renovados, de edad en edad,
sus pecados y tormentos. No, al otro lado de la tumba no hay regeneracin posible.
Cuanto a m -dir otro procurar ser regenerado a la hora de la muerte. T
igualmente, oh, hombre!, eres tambin un miserable insensato. Cmo sabes t que vivirs
un da ms? Has tomado en arrendamiento, por tiempo determinado, tu vida, como lo has
hecho con tu casa? Puedes asegurar el soplo de tu nariz, como aseguras tus muebles o tus
cosechas? Puedes decir con seguridad que alcanzar, nunca ms, otro rayo de sol tu
pupila? Y, sabes bien si tu corazn, en el que los latidos son como la marcha fnebre que
te acompaa al sepulcro, no dar pronto la nota final?... Si tus huesos fuesen de hierro, tus
msculos de bronce y de acero tus pulmones, concebira entonces, oh, hombre!, que
contases con el porvenir. Pero ests formado del polvo de la tierra; eres semejante a la flor
del campo; tu vida vacila como una lmpara que se apaga; puedes morir de un momento a
otro... Oh, muerte; te veo en medio de esta gran asamblea, afilando tu guadaa en la piedra
de los tiempos! Hoy, hoy vas a levantarla sobre alguno de nosotros, y maana, maana y
los das siguientes, continuars tu obra de destruccin, segars la hierba de la tierra y
caeremos unos tras otros!... Es preciso, ES PRECISO morir: tal es la ley fatal que pesa
sobre los hijos de Adn. Como torrente impetuoso, como barco arrastrado por el torbellino,
como pedazo de madera descendiendo por la corriente y precipitndose hacia la catarata,
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as se precipitan nuestros das hacia la eternidad. No hay poder humano capaz de


detenernos en nuestro rpido curso. En este momento mismo, morimos, estamos en el
camino de la muerte. Y sin embargo, oh, locura inconcebible!, osas t decir, querido
oyente, que te cuidars de nacer de nuevo en el momento que vayas a comparecer ante
Dios! Ah!, no se trata ahora de lo porvenir. Ests regenerado ahora? He ah la cuestin.
Si no lo ests hoy, maana puede ser demasiado tarde; maana puedes estar en el infierno,
maana puedes estar perdido sin remedio!...
Mas, oigo otra voz que dice desdeosamente: Por mi parte me importa muy poco
nacer de nuevo, pues nada creo perder siendo excluido del paraso. Ah, pecador! T
hablas de esta manera porque no comprendes nada de esto. Las verdades ms solemnes te
hacen sonrer ahora; pero ten presente que vendr un da cuando ser tierna tu conciencia,
tu memoria fiel, claro tu juicio y tus ideas bien diferentes de lo que son hoy. En el infierno,
tendrn los pecadores mucho ms sentido comn que aqu en la tierra; all no se reirn de
las llamas eternas (Is. 33:14) ni despreciarn el horno ardiente de fuego y azufre (Mt.
13:42; Ap. 14:10). Desde el momento que el gusano que nunca muere, comienza a roerles
el corazn, pierden su nimo y audacia. Podis hoy burlaros, sentados, del siervo de Dios
que os habla en Su nombre, pero tened la seguridad de que la muerte pondr fin a vuestras
burlas. Oh, mis queridos oyentes, si no se tratase ms que de incurrir en vuestro desprecio,
Dios sabe que de buen grado me sometera! Despreciadme, s, despreciadme cuanto os
plazca; pero en nombre de vuestros intereses eternos os ruego encarecidamente que no os
despreciis a vosotros mismos! Oh! No seis bastante estpidos y desprovistos de
inteligencia para correr silbando al fuego eterno y riendo a la perdicin! En el infierno
reconoceris, pero demasiado tarde, que es un lugar del que no debe uno burlarse; cuando
veris las puertas del cielo cerradas ante vosotros, no os ser tan indiferente el ser excluidos
del paraso. La mayor parte de los que me os, habris venido hoy como hubiereis ido a la
pera o al concierto; esperarais que, si no os entretena, os proporcionase al menos alguna
distraccin. Ah! Dios es testigo de que no ha sido tal mi objeto. Esta maana he venido
resuelto a emplear, si necesario fuera, hasta palabras duras; a no excusar al pecador, y esto
por su propio inters, para que no perezca, sino que viva. He venido, tambin, penetrado del
sentimiento de responsabilidad y obligado a advertiros solemnemente, para que en el da
ltimo me encontr limpio de la sangre de todos vosotros. Y ahora, si hay aqu algn alma
que se pierda, no ser por falta de haber conocido la verdad. Tened presente, hombres y
mujeres que me escuchis, que, si perecis, mis manos estn lavadas en la inocencia,
porque no os he ocultado la suerte que os espera. Una vez ms os digo: Arrepentios,
arrepentios, arrepentios, porque si no os arrepintiereis, todos pereceris. El que no naciere
de nuevo, no puede ver el reino de Dios.
Mas, preveo aqu nueva interrupcin. Nacer de nuevo, nacer d nuevo --:dir alguien-,
qu misterio!, yo no puedo comprenderlo. Ministro del Evangelio, te ruego que me lo
expliques! Amigo, amigo, t ests loco, completamente loco! Imagnate un incendio: es
media noche; nos despertamos sobresaltados y nos lanzamos fuera del lecho; un resplandor
siniestro ilumina nuestras ventanas; nos precipitamos a la calle, que est invadida por la
multitud. Todo es ir y venir, empujones, apreturas para alcanzar a ver mejor el foco del
incendio. Los bomberos trabajan lanzando torrentes de agua sobre la casa incendiada. Pero,
escuchad, escuchad! En el piso superior de esta casa, hay un al hombre que le queda el
tiempo justo para escapar. Por todas partes se le grita Fuego! Fuego! Baje de prisa; mas
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l no da seales de vida. Se coloca una escalera, apoyada en el muro, que alcanza el borde
de la ventana; una mano vigorosa derriba el marco... Y el desgraciado qu hace entre
tanto? Est acostado en su cama enfermo? O bien algn espritu malo le sujeta con mano
de hierro y !e tiene clavado al suelo? No, no, no; nada de esto.
El siente arder los suelos bajo sus pies; el humo le sofoca y las llamas invaden su
habitacin; l sabe que el nico medio de salvacin es la escalera puesta bajo su ventana.
Nuestro hombre no se mueve, ni est alborotado. Pero, en nombre del cielo, qu hace pues
este infeliz?... Apenas me atrevo a decroslo, porque no podris creer tanta locura... Est
tranquilamente sentado en medio de la habitacin y hablando consigo mismo, oigamos: El
origen de este fuego --:dice es bien misterioso; no me lo puedo explicar; cmo har para
descubrirlo? Te res, querido oyente de este desgraciado, y razn tienes para ello; pero
rindote de l sabe que te res de ti mismo. Si, tu locura no es menos grande que la de este
hombre. T buscas respuesta para tal o cual cuestin, mientras que tu alma est amenazada
por la muerte eterna! Oh! Cuando sers salvo, podrs con calma preguntar cuanto te
plazca; pero mientras ests en la casa, presa de las llamas, y en peligro de morir de un
momento a otro, es tiempo, te pregunto, de sondear misterios, embarazarte con el libre
albedro, la eleccin por gracia, la predestinacin absoluta u otros asuntos del mismo
gnero? Todas estas cuestiones, son muy buenas en su lugar, y los que ya son salvos, hacen
bien en ocuparse en ellas. Que pasado el incendio y cuando se est en lugar seguro, se
discuta la causa probable del siniestro, nada ms natural y puesto en razn; pero la nica
cuestin, oh, pecador irregenerado!, que debe hoy preocuparte, es sta: Qu es necesario
que yo haga para ser salvo? Cmo escapar de la terrible condenacin que pesa sobre
m?
Pero ay, amigos mos!, yo no puedo hablar como querra. Me parece que siento en este
momento algo semejante a lo que debi sentir el Dante escribiendo su infierno. Los
contemporneos del gran poeta decan de l que haba visitado las regiones infernales que
con tanta solemnidad y poder describa. Ah! Ojal pudiera yo hablaros de tal modo!
Solamente algunos das, algunos aos a lo ms y nos encontraremos cara a cara ante el
tribunal de Dios. Centinela, centinela -dir una voz-, has advertido a estas almas para que
huyeran de la ira venidera? Qu responderis vosotros? Podris decir que no lo he
hecho? No, s que no podris decirlo. S que todos, hasta el ms impo de vosotros, seris
constreidos en aquel gran da a responder al soberano Juez: Oh, Seor! Nosotros nos
hemos redo de tu ministro, nos hemos divertido a sus expensas, no hemos hecho caso
alguno de sus palabras; pero no podemos negar que nos habl con seriedad y nos advirti el
peligro en que estbamos; l ha expuesto claramente la verdad, ha cumplido con su deber
respecto a nuestras almas.
Hagamos, para concluir, la ltima consideracin. No es cierto que muchos tenis
parientes en el cielo? Quizs algn ser amigo, al partir de este mundo, estrechando con sus
desfallecidas manos la vuestra, os ha dicho: Adis, all arriba nos veremos! Pero
desengaaos; sino nacis de nuevo, no les veris jams, porque no entraris en el reino de
Dios.
Cmo puede ser esto! -exclamar alguno- Mi madre duerme all abajo en el
cementerio; yo visito su tumba y me complazco en adornarla de flores, en recuerdo de la
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que me dio el ser. Oh, mi madre era una santa mujer! Muri orando por m!... y debo
renunciar a toda esperanza de verla? S; amigo mo, si, te digo, a menos que nazcas de
nuevo.
Pobres madres afligidas! Vuestros hijitos estn ahora en el cielo; vosotras acariciis el
pensamiento de encontrarles un da ante el trono de Dios; con todo, os declaro que jams
les veris si no nacis de nuevo. Oh, amados! Queris, pues, en este momento dar un
adis eterno a los espritus de los justos llegados a la perfeccin? Os resignaris a estar
separados para siempre de aquellos amigos vuestros que ahora estn en la gloria? Es
preciso, si no sois convertidos; no hay otro recurso. Es, necesario que corris a Cristo, que
os confiis a El y le supliquis que os renueve por la virtud de Su Espritu Santo, o que,
levantando los ojos al cielo, digis: Coro de los bienaventurados, jams oir vuestros
celestes acentos! Venerados padres, tiernos apoyos de mi niez, que me rodeabais de tanto
cuidado y amor, yo amo vuestra memoria, ms, entre vosotros y yo hay un abismo!
Vosotros sois salvos y yo estoy perdido...
Oh! Os suplico, queridos amigos, que reflexionis estas cosas, y no seis oidores
olvidadizos (Stgo. 1:22), que oyen siempre y jams retienen lo que han odo. Si lo que
acabo de deciros ha producido alguna impresin en vuestra alma, guardaos de ahogar esta
impresin; es tal vez el ltimo llamamiento que Dios os dirigir.
Cun grande ser vuestra responsabilidad si perecis despus de haber odo anunciada
la verdad! Vuestra suerte ser terrible, si sois perdidos resonando aun en vuestros odos la
palabra del Evangelio.

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