Diaz - Archipielago de Rituales
Diaz - Archipielago de Rituales
Diaz - Archipielago de Rituales
Archipilago
de rituales
Teoras antropolgicas del ritual
UNIVERSIDADE DA CORUA
Servicio de Bibliotecas
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1700258795
ISBN 84-7658-541-1
111111111111111111111111111111
788476 585412
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ANTROPOLOGA
ARCHIPILAGO DE RITUALES
ANTROPOLOGA
Coleccin dirigida por M. Jess Bux
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ARCHIPILAGO
DE RITUALES
Teoras antropolgicas
del ritual
PRLOGO
corno plidas analogas del Aleph, as los cazadores de significados que han atrapado algunas especies en sus redes hablan del
ritual corno una forma que contiene y expresa, de una vez por
todas, en apretada disposicin, ya al pensamiento primitivo, ya al
orden moral general, a los cdigos subyacentes, a las cosmovisiones infinitas. A la textura que otorga consistencia a esa historia de
bronce la he llamado el paradigma Aleph del ritual, que tambin
procurar caracterizar con detalle en las pginas sigt.entes.
Quien escribe un libro sobre el ritual y sobre sus cazadores
en antropologa es, al mismo tiempo, como en tm juego de espejos, un integrante ms del mismo clan de exploradores. Tocar al lector, acaso otro cazador?, juzgar si se han cumplido con
los objetivos de este libro, apenas esbozados aqt y sobre los
que volver ms adelante. Una primera versin de este trabajo
fue presentada como tesis doctoral en la Facultad de Filosofia y
Letras, donde est alojado el doctorado en antropologa, de la
Universidad Nacional Autnoma de Mxico. De la primera mayscula con que se abri la escritura de este texto a la pelotita
negra que lo cerr con un teclazo feliz y sumario, pasaron poco
ms de dos aos. Durante ese periodo tuve la suerte de acumular muchas deudas. Con el profesor Roberto Varela, director de
la tesis en su momento y propiciador de este libro, mis deudas
acumuladas en los ltimos 15 aos son tan grandes que ya estoy pensando muy seriamente en la moratoria. Despus de tantas enseanzas, discusiones y conversaciones amistosas creo
que vale la pena comenzar de cero. Espero tambin que este
trabajo gt.tarde algo de las generosas y lcidas huellas del profesor Carlos Pereda. A los profesores Guillermo de la Pea y Esteban Krotz les agradezco que hayan hecho una lectura tan atenta y crtica de este trabajo. Me han sugerido rutas de investigacin de las que no me haba percatado: algo as corno la bibliografa negativa que espero pronto reparar. Y lo mismo puedo
decir de los comentarios que hicieron a este texto la profesora
Noem Quezada y los profesores Alejandro Figueroa (q.e.p.d.) y
Mauricio Beuchot. En todos los casos ejemplos, sin concesiones, del rigor en el ejercicio del pensamiento.
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INTRODUCCIN
MEMORIA ARGUMENTAL
DE UN ARCHIPILAGO
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los rituales un dispositivo privilegiado para producir conocimientos sobre el otro; una ruta gracias a la cual se ha alcanzado, inventndolo o recrendolo, al otro. Estos objetivos, sin embargo, plantean algunas interrogantes que, si no exhaustivamente contestadas, al menos debern ser atendidas: desde qu
horizonte, cmo y con qu propsito, con qu presunciones se
habrn de reconstruir las varias tradiciones del pensamiento
antropolgico que, a pesar de sus obvias diferencias, comparten
esa concepcin simplificada del ritual que he denominado historia de bronce y que ms adelante, como consecuencia de sta,
llamar paradigma Aleph del ritual.
Me permitir, primero, algunos comentarios sobre el proceso mismo de la investigacin que dio como resultado este libro,
no para ilustrar la suerte de vagabundeo intelectual al que se
vio sometido su autor, sino para mostrar algunos de los presupuestos con los que he intentado urdido. El presente trabajo le
debe su existencia a un propsito incumplido. O, ms positivamente, a un proyecto personal y de indagacin que se ha demorado, en conciencia y con solaz, a dar su segundo paso. Inicialmente la investigacin estaba orientada a reconstruir crticamente la teora del ritual del antroplogo britnico Vctor W.
Turner, sin duda la ms creativa y sugerente de cuantas, desde
la antropologa, se han propuesto. En el plan original se inclua
un primer captulo, ms o menos breve, ms o menos apretado,
donde resonaran algunas voces antropolgicas que reflexionaron fructferamente sobre el ritual. Voces con las que Turner
debati y polemiz; voces cuyos ecos rebotan en la densidad de
su obra; voces que -atrapadas por su redecilla magistral-, enton y alarg hasta convertirlas en enriquecedoras mariposas
del pensamiento antropolgico; voces que, a veces, no escuch:
voces omitidas.
Ese primer hipottico captulo se propona elucidar las concepciones, la historia de bronce, que sobre el ritual haban postulado algunos clsicos de la antropologa: los intelectualistas
decimonnicos y sus sucesores neotylorianos del siglo XX, mile Durkheim, Bronislaw Malinowski, Max Gluckman y Edmund
Leach. Pero no al modo de una historia de las ideas en la que
unas sucedan, eliminndolas, a otras, en un incesante y apabullante progreso terico que culmina, en nuestro aqu y ahora, en
la obra y persona de Victor W. Turner. Tal no era, no es, el
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concepciones ms o menos unitario sobre el ritual y sus consecuencias; a veces incluso el asunto les merece una visin oblicua con todo el preeminente valor terico que terminan por
asignarle al ritual. Buscar destacar las rupturas y continuidades que existen en y entre sus discursos y prcticas operativas,
los dilogos que ellos promueven pero tambin los silencios o la
indiferencia que suscitan. Al final, en conjunto, me ha parecido
que ofrecen una imagen: la de islas ms o menos integradas y
cercanas entre s de reflexiones sobre el ritual.
Me he propuesto tambin plantearle a este archipilago de
rituales ciertas interrogantes en torno a la construccin del conocimiento antropolgico. En particular, aunque no de manera
exclusiva, me interesa esclarecer los modelos de interpretacin
y de traduccin interculturales elaborados por las voces que
aqu examino, as como las nociones de racionalidad que intervienen, a veces tcita, a veces de forma explcita, en sus desarrollos tericos. Dado que todos ellos estudiaron las creencias,
acciones y procesos rituales en el marco de una teora de la
sociedad, no me pude abstraer, imposible hacerlo, de introducir
algtmos de los rasgos ms sobresalientes de estas teoras para
ubicar, sin reduccionismos, sus indagaciones sobre los rituales.
Ms todava, me atrevo a sugerir que, en algtmos de ellos, sus
teoras de la sociedad seran, por lo menos, inconsistentes o
deshilvanadas sin el componente del anlisis del ritual. Acaso
tenga que decir que ello se debe a la fascinacin, extraeza y
poder que algtmos rituales -sobre todo de otras culturas y
otros tiempos- han ejercido sobre los hombres de Occidente.
No obstante, para los fines de este trabajo, ofrecer otra razn
para dar cuenta de este entrelazamiento entre teora de la sociedad y teora del ritual. La enuncio a continuacin.
3. Nunca ser intil volver la mirada a los clsicos. Menos
an cuando se indaga un trmino que ocup una parte destacada en sus reflexiones. Una de las tesis centrales de este trabajo,
como ya lo he indicado, es que desde que se institucionaliz la
disciplina, los antroplogos han querido concentrar, ilusamente, en la nocin de ritual un punto de interseccin y de convergencia, un atajo precioso o tma clave sintetizada a partir del
cual descubrir o comprender, recrear o inventar, a las culturas
otras, sean primitivas, tradicionales o antiguas. La tradicin -y
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nes sobre los rituales que se congregaron a una pmdente distancia, por extensin: archipilagos de rituales.
Curiosamente, estas reformulaciones e interpretaciones en
conflicto se han originado de un acuerdo ms o menos general:
los rituales estn conformados en buena medida por procesos,
funciones y formas simblicas. Las diferencias aparecen cuando se le quiere dar contenido a tan feliz caracterizacin que casi
nadie pone en duda. Un desacuerdo central es el de la naturaleza misma del ritual, esto es, si se refiere a un tipo distintivo de
accin social demarcable de otras acciones, por ejemplo, las
tcnico-racionales, o si no es ninguna accin peculiar en absoluto, sino ms bien un aspecto -el comunicativo- de todo
comportamiento. Para quienes han adoptado esta segunda
perspectiva, el trmino ritual ha dejado de ser humildemente
ubicuo para adquirir el rasgo de la omnipresencia, pues prcticamente toda accin social entraa un aspecto comunicativo y,
por lo tanto, ritual. En oposicin a esta idea hay quienes sostienen que los rituales no comunican en lo absoluto, simplemente
son cuando se realizan: son pura actividad. Otra diferencia destacable radica en la estrategia de su apropiacin. Algunos prefieren resaltar el carcter polivalente de los rituales y de sus
smbolos constitutivos, y han propuesto un despliegue hermenutico para ir elaborando sus variados sentidos; otros destacan
su dependencia de cdigos subyacentes, bien sean cdigos culturales -contingentes y particulares-, bien universales e innatos para cuya elucidacin se despliegan estrategias estmcturalistas; para otros, en cambio, los smbolos rituales carecen de
significado. Ante este panorama, no falta quien haya propuesto
desterrarlo del vocabulario antropolgico, justo ahora cuando
est metido en todas las sopas. Finalmente, otros han elegido el
camino teraputico: aclarar y delimitar el sentido de ritual remitindolo a sus orgenes mgico-religiosos. En 1966, Meyer
Fortes se lamentaba de esta explosiva dispersin que apenas
iniciaba. Si ritual est totalmente subsumido en la categora de
comunicacin -escribi- entonces hay un corto paso de aqu
a la posicin de que no existe una cosa como ritual per se; ni
acciones, ni enunciados, ideas o creencias especficas a un dominio que podamos identificar con el trmino <<ritual en cuanto opuesto a cualquier otro asunto en la vida social que sea
no-ritual>> (Fortes, 1966: 41 O). Creo que los estudios sobre ritual
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gicas no slo enuncian algo, tambin hacen cosas: son genuinamente proyectiles verbales>>. Esta ltima metfora me servir
de punto de partida para explorar dos rutas de investigacin
posibles. Intentar vincular la idea del poder de las palabras
mgicas con la teora de los actos de habla del filsofo del lenguaje John L. Austin. Propondr tambin que algunos conjuros
mgicos pueden ser mejor entendidos como proyectiles acsticos, emisiones cuya fuerza radica acaso en ese gusto, tan profundamente humano, por el ritmo del lenguaje, por el mero
sonido de las palabras, que a veces inmejorablemente la poesa
ilustra. Para ello expondr algunas hiptesis en tomo a lo que
Roman Jakobson y Linda R. Waugh llaman el encanto de los
sonidos del habla>>, y ms precisamente del simbolismo sonoro.
Escrib dos rutas de investigacin posibles porque no constituyen, desde luego, las nicas aproximaciones para comprender
las estrategias retricas del lenguaje mgico. A veces ste, por
ejemplo, no recurre a enunciados performativos, sino a meros
enunciados descriptivos -donde la teora austiniana de los actos de habla sera irrelevante (vase McCreery, 1995).
Es cierto que ya muchos otros han criticado con buenos
argumentos a los autores y programas que expongo en los tres
captulos de la primera parte. Si me he detenido en estos clsicos ha sido porque creo que, a pesar de esas crticas y de algunos prejuicios, podemos hacer otra lectura y obtener lecciones
positivas de sus obras para sentamos a dialogar con ellos: son
tan elocuentes que no constituyen meros testimonios, nos dicen
algo en todo momento. Con todo y el privilegiado lugar que
ocupa en el discurso y en la prctica antropolgicas ese Aleph
que son los rituales, es de destacar que los autores examinados
en este trabajo no publicaron algo as como el texto o la visin
panormica ms o menos nuclear y concentrada sobre el astmto que aqu discuto. Esto es particularmente cierto para el caso
de las obras de Max Gluckman y Edmund Leach que trato en la
segunda parte, ambos seguidores grosso modo del programa de
investigacin inaugurado, si es dable afirmarlo tan tajantemente, por Durkheim. Uno y otro fueron modificando sus ideas centrales con notoria flexibilidad; uno y otro fueron desarrollando
sus propuestas en artculos dispersos, seg(m creo, a partir de
interrogantes distintas. No enjuicio, apenas describo una dificultad a la que se tuvo que enfrentar este autor.
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el poner en marcha cualquier ritual recoge algunas de estas aspiraciones profundamente humanas.
En el Eplogo. Dimensiones plurales de la vida ritual>> se
colaron algunas pginas que invitan a reflexionar -quiz sea
mejor escribir: a vagabundear-, a partir de los datos y materiales expuestos en el libro, por caminos e hiptesis que sugieren
otras interrogantes y alternativas a la historia de bronce del ritual. Formular tambin algunas crticas al paradigma Aleph,
por ejemplo, esa vehemente vocacin por articular al ritual con
las ideas de unidad y orden en la obra de los autores revisados
en este trabajo, y sealar otras consecuencias de defender esta
posicin, distintas a las que quedaron asentadas en el cuerpo
central del libro. Finalmente, expondr algunas notas, a partir
de un ejemplo imaginario, que apuntan a erigir una concepcin
salvaje del ritual: creo que es posible defender una teora del
ritual que integre, al menos, tanto a una concepcin domesticada del ritual, pero no arraigada en el paradigma Aleph, como
a una concepcin <<salvaje.
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LA EXPLORACIN DE LA DISTANCIA:
CREENCIAS, PRCTICAS, LENGUAJE
RITUALES
1
LOS RITUALES DESCARNADOS: CREENCIAS
RITUALES, EQUVOCOS DE LA RAZN
enunciacin de leyes, el empirismo, la espacializacin del tiempo y de las sociedades humanas, la idea de progreso, y la inferencia de leyes de la evolucin social a partir de principios mentales fueron sus divisas, digamos, metodolgicas -que haya
sido congruente con stas, si ello fuera posible, es harina de
otro costal. Dado el naturalismo de Tylor y su posicin intelectualista, que arguye que toda accin mgica o religiosa debe ser
explicada a la luz de las creencias (equivocadas) que la propiciaron, surgen al menos un par de interrogantes: cmo infiere
que los primitivos invierten el principio de la asociacin de
ideas, que origina una errtica filosofa de la naturaleza, si no
se trata de un fenmeno directamente observable; y mediante
qu dispositivos de poder asequibles al primitivo la magia y el
animismo en tanto teoras explican y controlan el mundo.
Corno la segunda es, en realidad, un caso particular de la primera, ambas se pueden responder del mismo modo: a travs de
los rituales. En la Introduccin seal que los antroplogos han
querido ver en la nocin de ritual un punto donde convergen
claves sintetizadas a partir de las cuales descubrir o inventar a
las otras culturas. Creo que es en los trabajos de Tylor donde
esta atribucin aparece por primera vez con singular claridad:
Nadie desdear que existe una conexin entre un objeto y la
representacin de ste, pero nosotros los civilizados sabemos
muy bien que esta conexin es subjetiva, es decir, que est en la
mente del observador [...] mientras que para los salvajes existe
una relacin objetiva entre el objeto y su representacin y, por lo
tanto, cree que es posible afectar el objeto a travs de su representacin, y esta influencia se realiza en las ceremonias rituales
[1965: 100-101].
Es la creencia en la existencia [de los espritus] la que conduce naturalmente, y casi se puede decir inevitablemente, tarde o
temprano, a una activa reverencia y propiciacin [1924, ll: 11,
subrayados mos].
Pero quien llev ms lejos esta idea y la document abundantemente fue su contemporneo intelectual James G. Frazer.
En La rama dorada -libro clsico de la antropologa y de la
cultura occidental por lo que tiene de sntesis reduccionista: espejo en el que Europa se deleit en su hegemona-, Frazer
distingui dos tipos de rituales mgicos al considerar los princi42
ri!ales privados y los pblicos). Tambin estamos ant~ un modelo de argumentacin, el intelectualista, que. ~rgaruza a . s~
modo esta oposicin: las acciones rituales se ongman en, e mtcialmente estn determinadas por, las creencias que las suscitaron. Dicho de otro modo, el conocimiento de las creencias de
los primitivos permitir al antroplogo e~licar po~ qu se celebra cualquier ritual. 1 Para los intelectuahstas los ntuales -esa
forma a la que se le han de verter contenidos- <<di_cen o expr~
san las creencias o cosmologa primitivas. Este argumen o, sm
embargo, se apoya en una exigencia o supuesto imposible, dina de satisfacer: l de la simetria perfecta, para todos los casos
de 'la vida ritual, en el vnculo entre accin y creencia. Escrib
<<inicialmente ya que si un ritual fracasa en su propsito -se
prolonga la sequa a pesar de haberse realizado el ritual de la
lluvia- ello no es imputable a las creencias de las que depende,
sino ms bien a los detalles de su realizacin: ya sea al incumplimiento de un tab, ya a la incorrecta enunciac~n de las oraciones y formas verbales propias del caso. Los ntuales, por lo
tanto, aunque son pensamientos actuados, no so~ un mero reflejo de las creencias: estn dotados de sus propms regla~ formales de operacin y de representacin. Una consecuencia de
esta afirmacin es que la realizacin de cualquier ritual tiende
inevitablemente a fortalecer las creencias que lo sustentan, pero
adems resulta una instancia de evaluacin social de los actores
especficos que participan en l. Los ritu~es, en .fin, c~nstituyen
un mecanismo destacado de reproduccin social e mtelectual
de una forma de vida, la primitiva, alimentada por el error.
1. Queda claro que el tener conocimiento de las creencias o cosmologa primitivas
no constituye una condicin necesaria ni suficiente para. explicar el por qu actores
singulares celebran rituales especficos en contextos particulares (vanse al ;espe.cto
las cliticas de Wittgenstein, 1985, y de Needham, 1985). En el ca~ltulo.5, Smta>u.s Y
a ad
desarrollo esta ctitica para el caso del programa simbolista defendido
Slgfll C.: O . ,
porLeach.
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discursivos, han aducido lo mismo). Cuando Tylor y Frazer, en. tre otros, condenaron la hiptesis del principio generativo como
origen de toda forma religiosa (vase arriba), o slo lo hacan
por pudor o mojigatera, tambin porque se opuso al programa
intelectualista que defendan, en donde se traza una marcada
separacin entre pensamiento y cuerpo, entre creencia y accin
(que, por supuesto, no es exclusiva ni de los victorianos ni del
XIX). Esto es, no podan aceptar que en el cuerpo o en las acciones se encontrara el origen de toda forma religiosa.
V
Puede hacerse a este programa, sin ser excesivo, la misma
pregunta que Tylor se hizo respecto a las creencias primitivas,
interrogante que en el futuro reposar sobre nuestros trabajos:
<<existe en todo este monstruoso frrago alguna verdad o valor?. Popperianamente he de afirmar que verdad no hay ningtma, pero s me interesa ofrecer alguna leccin positiva de la
obra de los antroplogos victorianos: su preocupacin por la
articulacin entre creencias y acciones rituales. La empresa no
es sencilla. Para obtener esa leccin se exige un temerario rescate compuesto por dos dificultades. Primera: indagar si las
creencias juegan algn papel significativo en las acciones rituales. Una indagacin de esta naturaleza, me apuro a aclarar, no
me compromete a segttir los pasos de los intelectualistas, aunque s a criticar a quienes han desdeado el problema. Segunda: la sola pregtmta por las creencias vinculadas a los rituales
supone tma rehabilitacin, pues a partir de Robertson-Smith,
contemporneo y crtico de Tylor y Frazer, y a lo largo del siglo
XX, los estudios sobre rituales -dominados por la tradicin
simbolista- se orientaron al esclarecimiento del carcter expresivo y metafrico, y por lo tanto no literal, de las acciones
rituales, marginando de ese modo el papel de las creencias.
Como la atencin a las dificultades aludidas es uno de los elementos sustantivos de este libro, me pennitir irlas desarrollando poco a poco: de ah que me obligue a ciertos rodeos.
Un rasgo sobresaliente de estas posiciones, no exento de perplejidad, es que no han dejado bien en claro, a pesar de sus
condenas, qu entienden por creencia, como si se tratara de un
concepto no controvertido. Difcilmente se encontrar una etnografa que no exponga, por nnimas que sean, ciertas prcticas
de algn modo vinculadas a creencias y, sin embargo, poco empeo se ha invertido en su elucidacin como categora bsica del
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so
ton, 1964: 99). Mientras en Tylor el pensamiento primitivo adquira concrecin e inteligibilidad en virtud de su inveterado
error, en Horton esa inteligibilidad la otorga la permanente disposicin a aprehender instrumentalmente al mundo mediante
la creacin de modelos deductivos compuestos por trminos
tericos, empricos y reglas de correspondencia, al modo del
positivismo lgico. El problema del error, central para los antroplogos victorianos, resulta aqu irrelevante para la demarcacin, pues ni las teorias cientficas ni las cosmologas tradicionales forman una tmidad lgican1ente consistente; una y
otra son refutables; ambas padecen sistemticamente del error
y de la equivocacin. A veces suscitan ilusiones devastadoras.
Los sistemas de creencias tradicionales han sido atrapados,
en este giro hortoniano, por un filtro privilegiado del saber occidental: las teorias cientficas. Pero a qu se refiere esta delimitacin?, qu se puede constatar de tal acotamiento? Como las
teorias en ciencia, las cosmologas tradicionales estn a la bsqueda de la <<Unidad subyacente a la diversidad aparente, de la
simplicidad subyacente a la complejidad aparente, del orden
subyacente al desorden aparente, de la regularidad subyacente
a la anomala aparente; la teoria coloca las cosas en <<un contexto causal ms amplio que el que proporciona el sentido comn. Las cosmologas tradicionales son teorias, pues primero
<<abstraen y analizan y, despus, reintegran; teorias que estn
compuestas por modelos o fenmenos prototpicos que poseen
algtma relevancia explicativa; teorias, en fin, pues sus componentes estn claramente jerarquizados, organizados y relacionados lgicamente -deidades subordinadas a un dios, rituales
primarios y secundarios, etc. (teorias secundarias las denomina, complementarias a las teorias primarias o de sentido comn). El siguiente paso que da Horton es el de establecer tma
demarcacin precisa y general entre esa clase peculiar de teoras que son las cosmologas primitivas y las cientficas. Introduce la distincin tan cara a todo intelectualismo entre tradicin y modernidad. Dado que el objeto de estudio que se ha ido
construyendo es el de los sistemas de creencias, son stos los
susceptibles de ser modernos o tradicionales. Ello depender de
sus concepciones del mundo y, lo que es ms importante, del
carcter de la relacin y de la actitud que se tenga bien con las
propias creencias, sea critica o no, bien con otras, estn o no en
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competencia. Para adquirir de manera progresiva el conocimiento, el hombre necesita de la clase correcta de temias y la
actitud adecuada hacia ellas. Pero slo es a esto ltimo a lo que
llamamos ciencia (Horton, 1967: 70). A diferencia de las cientficas, las cosmologas primitivas conforman teoras tradicionales en la medida en que producen y sostienen un solo esquema terico (donde, es cierto, se pueden ir incorporando nuevos
materiales y otras evidencias) ms que una pluralidad de esquemas. En breve, inhiben la competencia interterica pues carecen de la actitud adecuada. A eso llama Horton el sndrome
cognitivo del tradicionalismo, que supone .. .
[... ] un conservadurismo muy extendido [...] Hay en l un conjunto de defensas bien desanolladas en contra de las experiencias
nuevas y/o recalcitrantes que, en todo caso, parecen estar diseadas no tanto para bloquearlas cuanto a negarles tm espacio para
su asimilacin. Una vez ms, aunque tiene el propsito decidido
de cumplir con los fines de la explicacin, prediccin y control,
existe una insignificante consideracin explcitamente crtica de la
teora secundaria en trminos de los criterios generales para evaluar su adecuacin y consistencia empicas. Finalmente, hay una
estrechez en su alcance que se migina en el hecho de que el campo de aplicacin de la teora secundaria est centrado en la experiencia que tiene un sentido prctico [1982: 243].
Al cultivar la crtica intraterica y al desinhibir la competencia interterica, el sndrome del tradicionalismo ser superado
y dar lugar a lo que Horton denomina la modernizacin intelectual. Eso no lo lograr el pensamiento por s mismo: requiere del tipo correcto de instituciones, de regulaciones sociales
que estimulen la indagacin de, y la polmica entre, las creencias propias y las ajenas. En un sesgo que nos recuerda a sus
predecesores Tylor y Frazer, sesgo que dio lugar, sin duda, a esa
disciplina hija de la llustracin que es la antropologa, Horton
insiste en la espacializacin del tiempo: nuestros contemporneos primitivos ejemplifican o representan el antecedente del
pensamiento moderno occidental. Mucho de lo que he dicho
acerca del sndrome cognitivo del tradicionalismo es aplicable
al pensamiento de la Europa antigua (Horton 1982: 249). Es la
vieja tesis de la continuidad/evolucin en la operacin y ejercicio del pensamiento que Horton (1974) ha revitalizado y opues52
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tradicionales. No existen ahi mecanismos abiertos y permanentes, institucionales, para producir situaciones argun1entables,
aunque estas ltimas se realicen eventualmente. Acaso tenga
razn, pero el modelo de la modernizacin intelectual -como
seal, por definicin uno que se ocupa del cambio- tiene que
dar cuenta, respetando el principio de simetra en la explicacin
sociolgica, del proceso de transformacin donde ese <<sopesar,
discutir, criticar, evaluar, insuficientemente desarrollado, se
fortalece e institucionaliza. Me parece que en el modelo hortoniano no hay cabida para dar cuenta de los procesos intrnsecos
del cambio, y en esta incapacidad su concepcin de ritual ocupa un lugar importante, pues cumple la funcin opuesta de retroalimentar sistemticamente al sndrome cognitivo del tradicionalismo. Exploro esta funcin que Horton le atribuye tcitamente al ritual.
Una cosa es sealar la carencia o debilidad de la competencia interterica, y muy otra explicar cmo se sostienen las cosmologas tradicionales en tanto una clase histricamente distintiva de teoras, a pesar de ciertos datos y materiales en contra, a
pesar de ciertas <<experiencias nuevas y/o recalcitrantes e inasimilables por la teora secundaria. Brevemente dicho, de dnde
tanta credulidad; y esta pregunta exige diversas respuestas. La
que nos ofrece Horton atina respecto a un plmto: cualquier
creencia debe estar sujeta al menos a liD amago de verificacin
o de evaluacin; ha de estar enlazada de alg(m modo con la
comunidad que la sostiene.
Atiendo una posible rplica: liD neointelectualista puede modificar su posicin, incluso desechando el modelo criterial de
ciencia, y seguir aduciendo que este <<sopesar, discutir, criticar,
evaluar est insuficientemente desarrollado en las sociedades
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que preserve su caracterizacin inicial: al obstaculizar la competencia entre teoras, la singularidad de las tradicionales es remitirse a un pasado y a una tradicin de liD modo ms o menos
autocomplaciente. E, insisto, el modelo de la modernizacin intelectual de Horton, un modelo para analizar el cambio, es incapaz de explicar los cambios tericos y conceptuales.
Hay entre los intelectualistas decimonnicos y los contemporneos una diferencia significativa que no quiero dejar de
mencionar. Aqullos no pudieron leer ese innovador libro que
publicara Durkheim en 1915, Las {om1as elementales de la vida
religiosa, ni las obras del programa simbolista a que dieron lugar sus argumentos e inttciones. Los segundos no slo los leyeron -lo que abre una perspectiva de la cual los victorianos
carecieron-, debaten con los antiintelectltalistas. A pesar de
todo, han marginado una idea fundamental de los simbolistas,
a saber, el papel central que cumplen las funciones y procesos
simblicos en la vida humana en general y en las diversas formas de vida en particular. En un ensayo donde polemiza con
E. Leach, <<n the Limits of Symbolic Interpretation in Anthropology, Ian C. Jarvie sostiene que <<la perspectiva que busca
significados simblicos agrega una complicacin infecunda a la
antropologa, es fundamentalmente arbitraria y moralmente
dudosa (1976: 687). Qu buena razn tenemos para pensar
-se pregtmta Jarvie- que las acciones mgicas y religiosas
contienen mensajes (codificados) por encima y debajo del significado intencional de los actos y las palabras?
Dado que no hay explicacin de cmo los significados atribuidos llegaron ah, estamos obligados a rechazar la suposicin
de que algn significado existe de verdad. Los significados, patrones y smbolos que estn definidos estn ah slo en tanto
hayan sido colocados al [... ] No estoy afirmando que todo pat.rn o regularidad sociales sean intencionales. Al contrario, me
sumo a la tradicin que piensa que aquello que llamamos sociedad es el producto de la accin humana, pero no del clculo
humano.
Para este neointelectltalista ingls <<todas las acciones deberan ser explicadas por las creencias porque stas <<muy fcilmente se convierten en imperativos para la accin. Esta ltima
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afirmacin suscita, por lo menos, tres perplejidades que discutir a continuacin. Al mismo tiempo me ofrece la coartada precisa para exponer la concepcin disposicional de creencia que
defender y que juzgo til para relacionarla con las acciones
rituales, y para sugerir algunos argumentos relevantes para una
antropologa de las creencias.
Con todo y el imperio que les otorga, Jarvie no seala qu
entiende por creencia; pero asumo, en principio, que no se trata
de un trmino sobre el cual exista hoy un consenso incuestionado. En cambio s hay algn acuerdo en la filosofa de la accin
y en el psicoanlisis de que los deseos, en cuanto distintos a las
creencias, pueden ser motivos para la accin. No es aceptable,
en consecuencia, que todas las acciones deban ser explicadas
por las creencias. Ahora bien, que algunas acciones tengan que
ser explicadas a partir de creencias no me compromete con la
idea equivocada de que stas muy fcilmente se convierten en
imperativos para la accin>>. Respecto a la relacin entre creencias y acciones convengo con Luis Villero en que, primero,
creer algo implica tener una serie de expectativas que regulan
mis relaciones con el mundo en torno, pues al creer en un hecho considero que ese hecho forma parte del mundo real y, por
lo tanto, me relaciono con el mundo contando con su existencia; el concepto de creencia responde entonces a un inters
epistmico, no a uno psicolgico. Creer que p sera estar en un
estado tal que dispone a tener mltiples comportamientos en
relacin con p, segn las distintas ocasiones que se presenten.
Se dir -contina Villero (1982: 32-33)- que algunas creencias no pueden traducirse en comportamientos, pero no decimos que una creencia tenga necesariamente que expresarse en
acciones, sino slo que si se presentan determinadas circtmstancias, la persona se comportar de un modo tal que supone la
existencia de un estado disposicional a actuar que llamamos
"creencia">>. La nota slo si se presentan determinadas circunstancias nos devela, contra Jarvie, que es insostenible que las
creencias se conviertan muy fcilmente en imperativos para la
accin en todos los casos. Un comportamiento puede ser congruente o autntico en funcin de la creencia que lo motiv,
pero sostener una creencia es tener apenas una disposicin a
actuar de ciertos modos y no de otros: el objeto de la creencia
-digamos un espritu ancestral- determina, circunscribe, deli60
mita o acota en cada circunstancia particular el mbito de respuestas posibles, por ejemplo, un ritual que lo propicie para
curar una afliccin. As, Creer que p no es tener un estado de
disposicin y adems un objeto de creencia; creer que p es tener
el estado de disposicin determinado por p>> (Villero, 1982: 67).
Se asume, por lo tanto, una suerte de asimetra en el vnculo
entre accin y creencia: conocer la creencia de un sujeto es atribuirle un estado disposicional que se puede traducir, bajo ciertas circunstancias, en acciones; sin embargo, y dado que no
asignamos una perfecta racionalidad en las acciones del otro,
slo podremos inferir creencias a partir de acciones si se satisfacen dos condiciones: 1) que la disposicin del sujeto est determinada por el objeto o situacin objetiva (un espritu ancestral a quien se le atribuyen poderes curativos); y 2) que las acciones del sujeto sean congruentes con su disposicin (que realice un ritual de afliccin donde participen tanto el espritu ancestral como el enfermo). Como sostiene Villero (1982: 73), la
primera condicin elimina la determinacin a actuar por motivos irracionales; la segunda, la posibilidad de engao: son pues
ambas condiciones de racionalidad en las acciones.
En un polmico ensayo, Virgin Birth (1969), Edmund
Leach nos ofrece pistas, pero tambin, creo, tensiones, en el
anlisis de las relaciones entre creencias y acciones. Escribe:
cuando un etngrafo reporta que '1os miembros de la tribu X
creen que ... " est ofreciendo una descripcin de una ortodoxia,
un dogma, algo que es verdadero para la cultura como un todo>>
(1969: 88). Ms adelante afirma que una proporcin elevada de
jvenes inglesas cumplen con el ritual de casamiento -asistir a
la iglesia, recibir el anillo de bodas de su esposo, lanzar el ramo
de flores, escuchar atentamente al sacerdote, etc.-, pero que
eso <<no me dice absolutamente nada acerca del estado psicolgico de la joven; no puedo inferir del ritual ni lo que ella siente
ni lo que sabe: puede ser una atea sin reserva, o alternativamente puede creer que el casarse por la iglesia es esencial para el
bienestar de sus futuros hijos [.. .] Lo que el ritual de casamiento
ingls informa al observador externo es acerca de las relaciones
sociales formales que se estn estableciendo entre los varios
grupos participantes>>, esto es, nada acerca de lo que ella cree.
Primera pregunta: cmo comprueba el etngrafo que las
creencias de los miembros de la tribu X conforman una ortodo61
xia o dogma? Segtmda: cmo sabe el etngrafo que esa ortodoxia o dogma en el que creen los miembros de la tribu X es
verdadero para la cultura como un todo?, si, como sostiene el
mismo Leach con razn, no se pueden inferir creencias a partir
de
que el etograf, corree-. acciones. Una respuesta posi
tamente, parta de la premisa de que los eventos que ha observado cumplen con las dos condiciones de racionalidad en las acciones que transcrib siguiendo a Villoro. Sin embargo, estas
condiciones de racionalidad no se aplican al caso de la joven
inglesa que contrae matrimonio en la iglesia, pues puede ser
una atea sin reserva. Por qu en el primer caso el observador
externo es ingenuamente crdulo y asigna una perfecta racionalidad en las acciones de los otros y en el segundo un contumaz
escptico? O bien, por qu el etngrafo reconoce en la joven
inglesa lo que no est dispuesto a aceptarle a tm miembro particular de la tribu X, a saber, que no siempre se cumplen las dos
condiciones de racionalidad en las acciones?
Sugiero que cuando el antroplogo explora los sistemas de
creencias mgicos o religiosos colectivos de la alteridad suele
incurrir primero en la falacia del consemo de las creencias, y segundo en la falacia de la congruencia entre esas creencias -sean
dogmas u ortodoxias- y las acciones, es decir, que en todos
los casos asigna una perfecta racionalidad en las acciones de los
otros. De aqu la afirmacin de Leach de que <<[la ortodoxia o
el dogma] es verdadero para la cultura como un todo . El intelectualismo sucumbe en ambas falacias; ofrece a cambio
una salida desde la sociologa del conocimiento: el sndrome
cognitivo del tradicionalismo. La respuesta de Leach, y con l
de gran parte de los simbolistas, es que en realidad esas creencias simbolizan las relaciones o la estructura social en la que
viven los actores involucrados, despojando a las creencias mgico-religiosas de todo valor en s mismas, a menos que formen
parte de ortodoxias o dogmas. Existe en Leach otro error: asumir la nocin mentalista de las creencias, es decir, que stas
conforman <<Un estado psicolgico>> y en consecuencia slo asequible a quien cree, y no tm estado disposicional. En buena
medida las falacias del consenso de las creencias y de la congruencia entre creencias y acciones que acabo de exponer se
derivan de la nocin mentalista de las creencias aderezada con
la introduccin de un argtm1ento durkheimiano que sin duda
lees
62
7_
63
cin secundaria de aqullas; tercero, porque reconoce que diferentes objetos de la creencia pueden determinar diversos mbitos de respuestas posibles, ms todava cuando esos objetos forman parte de un sistema mayor de creencias: quien cree en el
Dios cristiano tiene un estado de disposicin distinto a quien
cree en el kwoth nuer. Suena trivial, pero no lo es tanto si consideramos la siguiente objecin de Jean Pouillon al uso de la categoria <<creencia religiosa o mgica en antropologa. Pouillon
ha escrito que ...
[... ] si, por ejemplo, yo digo que los dangaleat creen en la
existencia de los margai [genios de lugares], es porque yo no creo
en ello y que, no creyendo, pienso que ellos slo pueden creer en
la manera, sin embargo, que yo imagino. Pero cmo saber si
creen y de qu modo? Qu pregunta hacerles, con qu palabra
de su propia lengua, en qu contexto? O inversamente cmo
traducir al francs la o las palabras que utilizan para hablar de lo
que es, a nuestros ojos, un objeto de creencia? [1989: 48].
Sin duda los margai no constituyen un objeto de creencia
para el etnlogo del mismo modo en que lo es para los dangaleat, ni kwoth constituye un objeto de creencia para Evans-Pritchard del modo en que, en cambio, lo es para los nuer, pero de
aqu hay tres comentarios que quiero destacar. Y con ellos
abundo lo que ya he dicho respecto a ciertas ideas contenidas
en el Virgin Birth de Leach:
1) el etnlogo cree que los dangaleat creen en los margai, y
cree que los nuer creen en kwoth a partir de ciertas acciones en
ciertas circunstancias; de esa hiptesis y de esa credulidad adquiere un estado de disposicin peculiar a actuar con respecto a
unos y otros. Sealo un ejemplo. Una estrategia regulativa bsica en la antropologa para comprender las creencias de otras
comunidades ha sido recurrir al principio de caridad: suponer
que la mayoria de las creencias indagadas, incluso cuando no
las comprendamos, son correctas, e interpretar las acciones, las
creencias y los deseos aparentemente irracionales en forma tal
que todas tengan algn tipo de sentido. En fin, establecer
acuerdos generales en tomo a las creencias (vase Davidson,
1980: 238-239); pero de estos acuerdos iniciales no se infiere
64
que el etnlogo no pueda reconocer alguna falsedad o inconsistencia focal en las creencias indagadas; ms todava, tampoco
es dable sostener del principio de caridad que el antroplogo 1
asigne una perfecta racionalidad en las acciones de los otros;
2) cmo entender la idea de Pouillon de que los dangaleat
slo pueden creer en la manera, sin embargo, que yo imagino? Si con ella se refiere a que cualquier creencia establece un
estado de disposicin entonces no hay problema qu resolver y
las preguntas que l mismo plantea son irrelevantes; pero dado
que distingue tajantemente a las creencias de las acciones
(cmo saber si creen y de qu modo?), su afirmacin parece
tener otro sentido. Al atribuir una creencia particular (los dangaleat creen en los margai), el etnlogo est imputando un
conjunto de respuestas posibles. La tarea del etnlogo es, precisamente, indagar qu posibilidades de accin quedan abiertas
cuando se sostiene un particular sistema de creencias, y no sealar de antemano que la creencia slo puede ser asumida del
mismo modo en que yo imagino, es decir, atribuyendo esta- .
dos de disposicin anlogos a los que le provoca al etnlogo un
genuino objeto de creencia personal (digamos, el Dios cristiano
en nuestra cultura si fuera creyente); y
3) las creencias religiosas y mgicas se expresan en un lenguaje, lenguaje en el que pueden ser formuladas ciertas clases
de cosas y de preguntas. La enunciacin de una creencia debe
ser analizada en el contexto de los decires, las disposiciones, las
representaciones y las prcticas a las cuales pertenece: quien
crea en los margai est inserto en una trama de convenciones
culturales que estipulan cmo comportarse ante ellos, cules
son sus representaciones legtimas, qu expectativas son razonables crear, cmo actuar ante ellos incluso sin creer personalmente en ellos (recurdese el ejemplo de la joven inglesa que
cumple con el ritual del matrimonio a pesar de ser una atea sin
reservas), etc.
incluye a otros agentes, las cosas con las que l o ella trata, su
cuerpo o los de los otros, pero este contacto se realiza a travs de
las representaciones que l o ella tiene <<adentro. El sujeto es,
sobre todo, un espacio interior, tma mente, o un mecanismo
capaz de procesar representaciones[ ... ] Mi cuerpo y otras gentes
pueden constituir el contenido de mis representaciones, pueden
ser tambin la causa de algunas de estas representaciones. Pero
Jo que yo soy, como siendo capaz de tener tales representaciones, se define independientemente de mi cuerpo. El YO es el
centro de la conciencia monolgica.
El hombre ritual monolgico del intelectualisrno abandona
su cuerpo y al otro; se enfrenta al mundo con su capacidad
puramente reflexiva. Que la sociedad a la que pertenece est
cerrada a la competencia interterica es un dato ms, mejor: un
obstculo temporal para la liberacin de esa capacidad. Desde
luego los neointelectualistas no niegan que el hombre ritual acte, pero marginan la idea sustantiva que ste participa en y
est comprometido con prcticas sociales singulares. Sus representaciones o sus creencias adems no tienen por qu constituir
un todo articulado y ser enunciables. Ms bien, como sostiene
Charles Taylor en el mismo te.>.1:o, cuanto podamos formular
son apenas islas en un inmenso mar de informuladas comprensiones prcticas en el mundo. Del individualismo metodolgico propio del hombre rih1al tal y como lo piensan los intelectualistas es necesario pasar a uno que se constih1ya y se reconozca corno parte integrante de un nosotros>>, un hombr_; ritual dialgico. Las obras de William Robertson-Smith y de Emile Durkheim comenzaron a dar un paso en ese sentido.
Este [modelo] -ha seii.alado Charles Taylor [1991: 307]propone que tendemos muy fcilmente a concebir al agente humano ante todo como un sujeto de representaciones: primero,
representaciones acerca del mundo exterior; y segundo representaciones de los fines deseados o temidos. Este sujeto es uno monolgico. l o ella est en contacto con tm mundo afuera>>, que
66
67
2
LA SOCIEDAD PROYECTADA: PRCTICAS
RITUALES, ACCIONES SIMBLICAS
En 1879 James G. Frazer, entonces un candidato a la maestra de artes y un clasicista de la Universidad de Glasgow, obtuvo una beca del Trinity College de la Universidad de Cambridge
para preparar un trabajo sobre el idealismo de Platn. Cuatro
aos despus William Robertson-Smith, quien haba sido acusado de socavar la autoridad de las Sagradas Escrituras por un
par de artculos publicados en la Encyclopaedia Britannica, fue
nombrado titular de la ctedra de rabe en la misma universidad. Aunque el cambio experimentado por Frazer de su inters
original por la antigedad clsica a la antropologa no se debi
slo al impacto intelectual que sobre l ejerciera RobertsonSmith, en el prlogo de la primera edicin de La rama dorada
escribi que hay un gran paso de un vvido inters por un
tema a un estudio sistemtico del mismo; y el que yo haya dado
ese paso se debe a la influencia de mi amigo W. RobertsonSmith. Acaso por ello Frazer dedic su magna obra al compatriota escocs, pero no menos importante fue el <<vasto acopio
de su conocimiento, la abLmdancia y fertilidad de sus ideas, su
amabilidad sin lmite al ofrecer <<muchas sugerencias valiosas
que generalmente he adoptado (vase Jones, 1984: 35). Como
69
70
71
- naturaleza pblica y social de los rituales. Son los actos religiosos externos los que confieren a la religin su significado social:
la finalidad de la religin [es decir, de las prcticas religiosas]
no era la salvacin de las almas, sino la supervivencia y el bienestar de la sociedad (1956: 29). Ya no se trata de averiguar
qu relacin existe entre ritual y creencia, entre ritual y conocimiento del mundo, sino entre ritual y sociedad. La conviccin
con que los rituales son ejecutados no se debe entonces a un
hipottico esfuerzo de la razn especulativa ni a tma actitud
meramente cognitiva de los individuos empeados en su automejoramiento intelectual. Ms bien forman <<parte de la vida
social organizada en la que entra el hombre al nacer y a la que
se ajusta a todo lo largo de su vida del mismo modo inconsciente en que incurre en cualquier prctica habitual de la sociedad
en que vive (1956: 21). Al ser el individuo tmo que se ajusta a
la vida social organizada, el pensador escocs desplaz la mirada del hombre ritual que escudria el mundo para explicarlo,
predecirlo y controlarlo, al hombre ritual que es disciplinado
por l. En ambos casos persiste un yo monolgico que o bien se
enfrenta al mundo con su pensamiento, o bien est obligado a
acompasarse con l y a causa de l. Cuanto rige a las prcticas
religiosas se encuentra, de acuerdo a Robertson-Smith, en la
sociedad no en el pensamiento, en las instituciones sociales y en
las acciones no en las creencias, en la historia no en la filosofa,
en los actos colectivos de identidad y comunin.
Esta ltima idea contiene, adems, una estrategia para el
estudio de las religiones primitivas: discernir los eventos observables de los no-observables. Al asumir que la creencia es una
ocurrencia mental, por tanto un dato de la conciencia privada
slo accesible al sujeto que cree, Robertson-Smith afirm que el
anlisis de la religin no debe c~enzar ni en el credo religioso
ni en lo que piensen los individuos -pes nos introduciramos
en ese terreno indeterminado, el de los eventos mentales y el de
las significaciones mltiples, donde no hay sancin o fuerza
1que obligue a los devotos-, sino en los actos rituales visibles
donde aqullos se comprometen y aohieren plJlica y positivamente con la propia tra cin o actan en conformidad con las
/ representaciones colectivas del grupo, segn apuntar Durkheim algunos aos despus. Si bien los rituales imponen a cada
individuo un papel a ser desempeado, de acuerdo a reglas <<fi-
72
73
Se supone que la misma sangre tambin corre por las mismas venas de la vctima; as que su muerte es al mismo tiempo el
derramamiento de la sangre de la tribu y una violacin de la
santidad de la vida divina que es transferida por cada miembro
del crculo sagrado, humano o irracional. Sin embargo, la matanza de tales vctimas es permitida o requerida en ocasiones
solemnes, y todos los miembros de la tribu comen de su carne
para que as puedan cimentar y sellar su unidad mstica uno con
otro y con su dios ... Esta cimentacin no es otra cosa que la vida
real del animal sagrado y consanguneo, la cual se concibe dentro de su carne, pero especialmente en su sangre, que se distribuye en realidad entre todos los participantes, y cada uno de ellos
incorpora un pedazo a su propia vida individual [1956: 313].
El origen de ese mbito que se ha dado en llamar religin
no se encuentra pues en la relacin entre el hombre y los agentes operativos sobrenaturales a quienes se teme y hay que propiciar, sino en los lazos espirituales que establecen todos los
miembros de una comunidad a travs del ritual del sacrificio.
Con otras palabras, el sacrificio simboliza la solidaridad del
grupo, y el ritual se instituye en una fuerza bienhechora de la
comunidad al tiempo que la distingue de otras comunidades
que poseen sus propios emblemas totmicos, sus <<pactos de
sangre y sus banquetes rituales. De este modo, la persistencia
y el sentido de los rituales se explicaron por sus consecuencias
benficas. La conclusin obligada es entonces que en el ncleo
de la religin tradicional est la unidad del grupo; y su tema
era la sociedad simblicamente expresada. El pensador escocs se anticip as al modo de argumentar que sus predecesores funcionalistas desarrollaran algunos aos despus: explicar un fenmeno con referencia a sus consecuencias, post hoc,
ergo propter hoc. Robertson-Smith no poda imaginar que su
<<intuicin genial>> iba a ejercer una sistemtica influencia a lo
largo del siglo XX. Las posteriores reflexiones sobre ritual ya
llevan inscritas las huellas de su alegato. Carentes de cualquier
valor cognitivo, se hace necesario despreciar el estudio de los
enunciados que expresan las creencias rituales para ocuparse
slo de su sentido simblico o expresivo: simbolizan los sentimientos compartidos de solidaridad grupal, de querencia al y
referencia inevitable del pasado, de lealtad a una tradicin
coactiva. Al ser una construccin simblica esta nocin de ri75
76
77
cionamiento del discurso (<<saber-que). Este conocimiento puede ser falso o verdadero; elemental, trivial o complejo; pero en
todo caso es producto de la actividad reflexiva que los actores
ejercen acerca de sus usos lingsticos (Saettele, 1979: ?S-56).
La narrativa resultante, sistemtica o no, orienta a los individuos en sus actos de habla, en sus acciones y es capaz aun de
afectar sus experiencias. Sin duda un observador perspicaz podr mostrar, cuando as sea, que la narrativa de los actores es
enteramente falsa, aunque los hablantes <<sepan-hacen> o engendrar su discurso impecablemente en conformidad con _las
leyes de su funcionamiento, que el observador ha reconstrmdo
plausiblemente. Pero su perspicacia le impedir obviar la narrativa si quiere explicar el fenmeno sin reduccionismos. El examen del ritual como anlogo al lenguaje no se puede detener
entonces en un anlisis formal, de elucidacin de las leyes del
funcionamiento de ese discurso y prcticas singulares; exiget
adems una pragmtica, que, como se ha visto, queda marginada por entero en el modelo criptolgico. Resumo. El modelo
criptolgico impone como principio una incapacid~d bsi_ca a
los actores: los significados profundos de las accrones ntuales/simblicas que realizan les so:r in~ccesible_s no porque
'v
inconscientes, sino porque son mtnnsecos, rmpuestos por la f
tradicin, que aqullos ni siquiera han sospechado que pudieran tener; y sus pronunciamientos sobre el asunto quedan de
antemano descalificados por errneos o por ser meras raciona-
lizaciones de los devotos (vanse adelante pp. 284-288).
Si he tomado esta ligera desviacin -que pudiera parecer
enojosa- ha sido para introducirme desde esta oblicuidad al
anlisis que Durkheim hace del ritual: primero porque intent~
r mostrar que el socilogo francs contribuye a fortalecer el
modelo criptolgico de interpretacin de los rituales -que apenas se deja entrever en la obra de su predecesor RobertsonSmith-; a la luz de ste se podr comprender mejor su anlisis
sociolgico de los mismos; y segundo porque explorar la relacin que existe entre la idea de significaciones intrnsecas a los
smbolos rituales con aquellas categoras que, segn Durkheim,
siendo de origen religioso son una suerte de condiciones kantianas de posibilidad del conocimiento y de la experiencia.
sean
78
79
Pero es propio de las religiones expresar lo real sinuosamente, como complacindose en el acertijo, a saber, mediante prcticas y creencias aparentemente irracionales:
Cuando slo se considera la letra de las frmulas, esas creencias y prcticas religiosas parecen a veces desconcertantes y po-
80
l
j
81
de lo simblico con el fin de inhibir o por lo menos desconsiderar cualquier explicacin literalista.
83
En uno de sus libros ms sugerentes y lamentablemente menos ledos, el segundo volumen, The Language al Magic and
Gardening, de su Coral Gardms and Their Magic publicado en
1935, Malinowski propuso la siguiente definicin de conjuro 0
fnnula mgica:
[Una frmula mgica] es un acto verbal por virtud del cual
una fuerza especfica es liberada -un acto que, de acuerdo a las
126
Si bien la fuerza de la magia reside en el poder de los conjuros, este poder slo es demostrable y se activa en el contexto
ms amplio de los rituales en que aqullos son pronunciados;
de ah que sea preciso asociarlos con los ritos o acciones pblicas y observables, y con los ejecutantes mistnos de la ceremonia. Malinowski clasific a los rituales mgicos trobriandeses
en cuatro grupos:
1) Conjuros que se murmuran directamente sin ningn rito
que los acompae. Por ejemplo, el mago comunal de la pesca
de kaloma celebra el primer acto mgico caminando por la playa y recitando el conjuro hacia el mar. Los indgenas -contina Malinowski- tienen una expresin especial para tales actos; dicen que la frmula se recita <<slo con la boca, o wadola
wala. No obstante esta modalidad de magia con rito tan rudimentario es relativamente rara;
2) conjuros acompaados de sencillos ritos de impregnacin. En todos estos actos se coloca un objeto al alcance de la
voz y en una posicin adecuada. El objeto suele colocarse dentro de un receptculo o a cubierto, de forma que la voz entre en
un espacio cerrado y se concentre sobre la sustancia a encantar.
As, la liana wayugo, el kaybasi, la pintura, los tableros de proa,
todos ellos son constituyentes de la canoa, y la magia que se
celebra sobre ellos no pretende darles ninguna cualidad, sino
que pretende impartir velocidad y ligereza a la canoa de la que
127
no son ms que partes. En trminos de la clasificacin de Frazer se trata de un caso de magia contaminante o por contagio:
se establece una relacin simpattica en la que todo lo que se
haga a una de ellas -la pintura, por ejemplo- producir parecidos efectos en la otra, la canoa;
3) conjuros acompaados de un rito de transferencia. A diferencia de las otras celebraciones, aquf el rito es ms autnomo, posee una mayor significacin propia. Golpear la canoa
con dos manojos de hierba, uno tras otro, con objeto de, primero, extirpar su pesadez y luego impartirle ligereza, tiene un significado paralelo al del conjuro. En este caso nos encontramos
con la introduccin, a propsito del rito, de un intermediario
especial - los manojos de hierba- que se utiliza para absorber
la fuerza mgica y transferirla al objeto final; y
4) conjuros acompaados de ofrendas e invocaciones. Celebraciones constituidas por ofrendas -es decir, acciones o ritos- e invocaciones, a travs de los conjuros, a espritus ancestrales. A diferencia de la interpretacin intelechmlista no existe
aqt el presupuesto de que los espritus sirvan como agen.tes del
mago o que ejecuten las rdenes de su magia. En esta cuarta
agrupacin el rito carece de significacin independiente, de toda
funcin autnoma. En algunos casos el rito introduce una sustancia que slo se utiliza con fines mgicos. Entonces, por regla
general, la sustancia intensifica, mediante una accin paralela, el
significado del conjuro (vase Malinowsld, 1973: 396-398).
En conjunto, resume nuestro autor, puede decirse que el mayor poder creador de la magia reside en la frmula; que el rito
sirve para dirigirla o transferirla al objeto, en determinados casos recalcando el significado del conjuro mediante la naturaleza del intermediario transmisor, as como a travs de la forma
en que finalmente se aplica. John L. Austin ha sostenido que
respecto a ciertos enunciados, que llama realizativos (performative utterances), 1 como en nuestro caso los conjuros, no es pertinente evaluarlos en funcin de su validez, sino en trminos de
l. He estado utilizando, y lo seguir haciendo, el trmino rea/izativo como traduccin de perfonuative. Desde hace varios aos su uso se ha ido generalizando y se le
asocia, sin confusin, con la temia de los actos de habla de Austin. Sin embargo, no es
una palabra de nuestro idioma. En buen espaol la traduccin conecta selia factitivo .
128
132
2. Y ntese la semejanza con lo que sostiene Mauss: sin ningn acto ffsico fom1 al,
simplenunte con su voz, su aliento, el mago crea, aniquila, ditige, caza, hace de todo
133
tm1mos raros e incomprensibles [... ] Las frmulas mgicas tienen que susu~e
contarse en un tono, con un 1itmo especial (1971: 82).
134
cias apropiadas no se est describiendo o reportando una accin, se est realizando la accin misma, en el ejemplo, se est
bautizando al barco. En ciertas ocasiones y bajo ciertas condiciones, enunciar palabras es entonces realizar (to perform) un
hecho: emitir expresiones rituales obvias, en las circunstancias
apropiadas, no es describir la accin que estamos haciendo,
sino hacerla (1970: 107). As contraemos matrimonio, <<performativamente>>, cuando ante el altar y el sacerdote o ante el escritorio y el juez de lo civil decimos <<S, acepto>>: no estamos
describiendo nuestra boda, nos estamos casando. <<Las palabras, en su sentido primario y esencial-sostuvo Malinowski-,
hacen, actan, producen y realizan.>> Al abundar en sus anlisis
139
esta discusin. Los realizativos son bsicos para el lenguaje ritual pero evidentemente no les son exclusivos: la vida ordinaria, 'profana, no ritual, est saturado de ellos. 4 Ruth Finne~an,
por ejemplo, ha demostrado su enorme valo~ para ~ormali.zar
actos contractuales, cuasijurdicos, en una sociedad sm escntura como la de los limba de Sierra Leona (1969: 542, 551):
Los limba atribuyen el estatuto de exitoso a estos enunciad~s
cuasi-legales en la medida en que no slo realiz~ un co~promJ
so 0 transaccin especfico en una ocasin particular, smo tambin porque constituyen tm acto -y no una mera descripci~
que formalmente reconoce una dilatada y permanente relacin
social. Enunciarlos es, para los limba, celebrar ante todo un
compromiso o promesa [...] Al analizar estos enunci~dos es ne.cesario considerar no slo sus formas lingsticas aisladas, smo
tambin el contexto en el que se dicen, los procedimientos !?calmente aceptados, y las relaciones y toda la situacin socialmvolucrada.
He sugerido, y he intentado justificar, la hiptesis de que 1~
creencia en el poder de las palabras mgicas descansa en realidad en la fuerza realizativa de ciertos actos de habla, Y que n?
es exclusiva del lenguaje ritual -si bien es ah donde se magrufica-, sino una capacidad propia del uso convencional del lenguaje. Pero vuelvo sobre mis pasos.
141
143
minacin de los sonidos y ritmos del habla; y, seis, los del arte
verbal infantil, donde <<los nios disfrutan jugando por el sonido
por s mismo ... . Que estas asociaciones entre sonidos y significados sean de carcter universal an est por probarse, pero las
hiptesis transcritas apuntan a problemas de investigacin
poco explorados en antropologa para el caso ms singular de la
fuerza sonora de los conjuros mgicos o de esas flores verbales,
las jitanjforas, que solemos escuchar en los rituales. Anlisis
ms minuciosos de los conjuros y del lenguaje ritual en general
ya no pueden desconsiderar su dimensin sonora, acaso en ella
repose igualmente parte del poder mgico de las palabras. Y
sospecho que Malinowski no estuvo muy lejos de percatarse de
esta dimensin de los hechizos trobriandeses: me pregunto si
no fue otra forma de arar el lenguaje.
Ya tuve oportunidad arriba de destacar que, entre los trobriandeses, el lugar <<natural donde se almacenan los conjuros
es el estmago, sede tambin del alimento y la memoria. Segn los nativos la magia recurre al pasado -saberes heredados e intervenciones de los antepasados- para influir positivamente en el desempeo de las actividades prcticas que an no
se realizan. Los hechizos son un depsito de la memoria colectiva que se potencia en el presente y que posibilita el futuro en
cierta anhelada direccin. Como Durkheim y muchos ms,
Malinowski acept que los rituales establecen una conexin
145
bsica con los antecesores, con sus obras, y con lo que ellos
heredaron a su vez de sus antecesores: recordar a los muertos
dota de poder y fuerza a los vivos, quien los olvida arriesga su
salud y queda a merced de celosos espritus ancestrales. Presencia tangible de la ausencia, pasado que mira un futuro incierto desde el horizonte presente, los hechizos tambin son
una experiencia del tiempo, como tallo organizan. Pero Malinowski indica una referencia ms: los conjuros nos remiten a
un universo discursivo caro a la antropologa y a las sociedades humanas, el de los mitos. Qu entienda Malinowski por
mito nos dar pistas para examinar la relacin que instituye
entre los mitos y los rituales, entre la magia y la religin. Y una
vez ms, como se ver -como se ha visto-, no encontraremos sino modelos de argumentacin que se complacen en series de oposiciones para esclarecer esos fenmenos que se han
denominado rituales, donde los antroplogos solemos colocar
un anuncio con una flecha apuntando al espacio ritual que
dice <<Atencin! No te distraigas que algo importante ocune
aqu. Bscale bien y en tu redecilla quedar atrapada esa condensada weltanschauung que te desvelaba.
Pocos, muy pocos comentarios merecieron los mitos en la
obra de Durkheim; para los intelectualistas, en cambio, aqullos constituan una teora del mundo: fom1aban parte del corazn mismo del sistema primitivo de creencias. Segn Malinowski, otra de las razones por la que los conjuros son el elemento ms importante de las ceremonias mgicas es porque en
tanto palabras nos conducen a los mitos, a los cuentos sagrados
de tma tribu: <<El mito no es nicamente una narracin que se
cuente, sino una realidad que se vive [.. .] es tma realidad viva
que se cree aconteci una vez en los tiempos ms remotos y que
desde entonces ha venido influyendo en el mundo y los destinos
humanos (1985b: 113). No obstante, el antiliteralismo de Malinowski lo habra de empujar a buscar el significado 7'eal de los
mitos, sentido que el antroplogo est capacitado para desentraar. A diferencia del programa simbolista de corte durkheimiano, que ante las creencias y acciones aparentemente irracionales nos remite a una dimensin simblica que les subyace,
Malinowski afirm, primero, que el mito no es de naturaleza
simblica; segundo, contra los intelectualistas y contra lo que
dicen los nativos de sus propias creencias, no entendi al mito
146
Vuelta a la historia de bronce del ritual. Los rituales entonces no slo buscan reducir ansiedades, dramatizar las emociones y representar la satisfaccin de los deseos, igualmente salvaguardan y refuerzan la moralidad colectiva. Con otras palabras, en tanto dependientes de los mitos, los rituales fortalecen
147
fundas necesidades religiosas, anhelos morales, sumisiones sociales ... . De este modo, la eficacia ritual se hace evidente al
suscitar, al integrar y al generar dos fuerzas magnficas: la psicolgica y la social. Aunque el origen de esa fuerza no lo saben,
no lo pueden saber los nativos, simplemente la viven o la experimentan.
La propuesta de Malinowski es todava ms radical: no slo
la magia est estrictamente basada en la tradicin mitolgica,
tambin la religin; ambas surgen y funcionan en momentos de
carcter emotivo, una y otra presentan soluciones ante esas situaciones y atolladeros; ambas estn rodeadas por tabes y ceremonias que diferencian sus actos de los ejercitados en el
mundo de lo profano (1985a: 98). Ambas fortalecen, en fin, el
espritu medroso del hombre y vitalizan -reproducindola
igual a s misma-la sociedad de la cual l es un miembro ms,
uno que puede pasar por alto la responsabilidad de sus acciones. Qu es lo que distingue entonces, se pregtmta nuestro autor, la religin de la magia? Ambas pertenecen al dominio de lo
sacro, pero la magia ...
[...] [es] un arte prctico compuesto de actos que son, tan
slo, medios para un fin definido que se espera para ms tarde;
la religin viene a ser un corpus de actos autocontenidos que ya
{
son, por s mismos, el cumplimiento de su finalidad [1985a: 99].
Esta cita es rica en provocaciones. En ella Malinowski define
a la magia de acuerdo a las creencias literales de los nativos que
l mismo desde (<<actos que son medios para un fin definido
que se espera ms tarde>>), y que, sin embargo, utiliza para distingttirla de la religin. Hay ms: lo que dice de la religin se
puede aplicar a la magia, pues al representar la satisfaccin de
los deseos y al salvaguardar la moralidad colectiva, los rituales
mgicos vienen a ser un corpus de actos autocontenidos que ya
son, por s mismos, el cumplimiento de su finalidad. En realidad quien desea salvaguardar la dicotoma en abstracto entre lo
instrumental (magia) y lo expresivo (religin) es Malinowski,
pero al operar estas categorias en comportamientos rituales la
diferencia queda nulificada. Los rituales de iniciacin, de naturaleza religiosa, son una expresin ritual y dramtica del poder
y valor supremos de la tradicin en las sociedades primitivas;
149
151
II
HORIZONTES RITUALES,
RITUALES AMBIGUOS
La inauguracin de un puente
Se cuadraron ante el Comisionado con el saludo real zul, bayete, y dieron la bienvenida al Regente. Estos ltimos devolvieron
el saludo alzando el brazo derecho. Los zules comenzaron a
cantar el ihubo, la cancin del clan butelezi, pero inmediatamente fueron silenciados por el Regente: la ceremonia de inauguracin del puente estaba a punto de iniciar.
El pastor de la misin sueca en Ceza abri la ceremonia con
un himno religioso cantado en ingls. Todos los zules, incluidos los paganos, se quitaron sus sombreros. Posteriormente, el
juez de Mahlabatini, Sr. Phipson, fue el primero en hablar, en
ingls, con traduccin simultnea al zul realizada por Mkhize,
su ayudante nativo. Agradeci a los zules por su asistencia a la
inauguracin; felicit a los ingenieros blancos y a los trabajadores negros por su participacin conjtmta; y seal las ventajas
del puente para los habitantes del distrito. Le sigui el Comisionado quien conoca bien las costumbres y la lengua zul. Primero habl en ingls dirigindose a los europeos y despus en
zul a los nativos. Destac que el puente era apenas uno de los
ejemplos del inters del gobierno por promover el desarrollo de
las reservas tribales zules. El ltimo discurso estuvo a cargo
del Regente Mshiyeni, en zul, traducido al ingls oracin por
oracin por el mismo Mkhize. El Regente agradeci al gobierno
las labores que est haciendo en favor de Zululandia, y solicit
la construccin de otros puentes. Finalmente anunci que el gobierno haba donado tma res a los zules presentes, y que el Comisionado haba permitido -de acuerdo a la costumbre zulque derramaran la bilis del animal al pie del puente para la
buena suerte y para la proteccin de los nios cuando lo cmzaran. Un sonoro aplauso provino de los grupos zules. El Comisionado se meti a su carro y seguido de guerreros zules que
entonaban el ihubo y de otros carros cmz el puente: el listn
se haba roto. El Regente anim a su gente y todos escucharon
los hurras! Los carros dieron la vuelta y regresaron por el
puente. Estaban cmzando el puente cuando un ayudante europeo del juez les pidi que se detuvieran. Prepar su cmara
fotogrfica y apret el obturador: esa imagen qued congelada.
En ese momento, cuando reson el clic, Max Gluckman record aq~ella otra frase del cuentista italiano: l tambin -se dijo
a s rmsmo- era uno de los que persiguen la vida que huye, un
1cazador de lo inasible, como los fotgrafos de instantneas>>.
158
47
- t;> \
Meses despus volvera a esas pginas del diario para escribir un artculo que la revista Bantu Studies le publicara en 1940.
Este artculo se convertira en el primer captulo de un libro
editado por el Rhodes-Livingstone Institute en 1958: A.nalysis of
a Social Situation in Modem Zululand. Con el ensayo del puente, Max Gluckrnan inaugur tambin en cierto modo una novedosa forma de presentar los datos etnogrficos y de utilizar el
diario de campo (diran hoy los posmodernos, una nueva retrica de la etnografa): los actores sociales aparecen con sus nombres propios, sus intereses y prejuicios, sus conversaciones y
sus quejas minuciosas, sus sentimientos -a veces expresados, a
veces contenidos-, sus convicciones, arraigadas o emergentes.
El antroplogo comienza a adquirir tambin una presencia, las
ms de las veces fugaz y todava incuestionada e irreflexiva.
Presencia al fin, con sus preferencias, desdenes y humores. Esta
nueva retrica obedece a una vocacin terica que se le subordina; vocacin que en lo central le era desconocida a la antropologa. A Gluckrnan le interes indagar el fluir de la vida social, las asperezas de los procesos sociales, los conflictos en los
que intervienen los actores y los grupos, las formas en que esos
conflictos se van resolviendo o ahondando. Para ello le fue de
extrema. utilidad la categora de t;5ituac1n soci!\: que alude a
una sen e d~ eventos temporaf y espacialmente delimitados, _
abstrados y aislados por el observador del fluir mismo de la
vida social (Gluckman, 1968a; Devons y Gluckman, 1964; vase
Garbett, 1970). En palabras de Meyer Fortes que Gluckman no
dud en hacer propias, el antroplogo:
---1
--b-
Tambin le interes esclarecer cmo los actores sociales apelan, de acuerdo a cada situacin o circunstancia, a normas de
conducta contradictorias o inconsistentes para justificar sus acciones: los individuos pueden entonces tener vidas coherentes
al seleccionar situacionalmente de una mescolanza de valores
160
contradictorios, de creencias incompatibles, y de variados intereses y tcnicas (1968a: 26). En Gluckrnan las acciones de los (
- 1as estructuras 7.
individuos son 1 uru aClOe an s1s anto como
soc1ales. En sus eshidios situacion es le fue cara sin duda una
perspectiva orientada al examen del actor y su capacidad de manipular, innovar, transformar y crear el mundo social, pero tambin una perspectiva en la que las instituciones sociales constrien y circunscriben los comportamientos individuales.
Influido por Durkheim, Gluckrnan propuso que las acciones ~
individuales deben ser entendidas en los procesos sociales en
los que intervienen, y stos a su vez no son independientes de
las estructuras sociales que aqullas contribuyen a reproducir o
modificar. En el anlisis situacional de la inauguracin del
puente, Gluckman se pregunt cmo a pesar de la terrible desigualdad, del racismo, de los profundos conflictos entre negros y
blancos, de las diferencias religiosas, sociales y econmicas entre los zul, en breve, de una estructura social de dominacin
que conformaba a la sociedad sudafricana, cmo a pesar de ello
se dan procesos sociales en los que unos y otros no slo conviven, sino que cooperan entre s. De estas tensiones y desgarramientos apenas suavizados por puentes, caminos y servicios
hospitalarios, Gluckrnan consider que la estabilidad de la es- (
tructura social de Zululandia puede ser analizada como una
unidad en f1.mcionamiento, una tmidad en equilibrio temporal
(1968a: 25).
Puede ser engaoso este pasaje y hacernos sugerir que
Gluclanan estaba atrapado por una insensible ceguera para
afirmar, de tm orden colonial inhumano y grotesco, que est en
equilibrio y es estable. De entrada no dej de reconocer que es
en el dominio del grupo blanco donde se encuentra el factor
principalsimo para comprender a la estruch1ra social de Zululandia. En realidad debemos entender, primero, sus nociones
de equilibrio>>, <<unidad funcional >>y <<estabilidad>> a la luz de
su modelo del equilibrio, un mtodo, segn Gluckrnan, para el
estudio del cambio de los sistemas sociales. (Gluckman fue
sensible a la debilidad o incapacidad del programa durkheimiano, y de hecho de todo programa funcionalista, para dar cuenta
del cambio social: de aqu su propuesta del modelo del equilibrio.) Este modelo se preocupa por ~ncular. <<lo~ re~ultados de ( ....r
los estudios sobre la estructura de Sistemas mstitucwnales con 7
161
~r
'-i:7] entre las personas (1968b: 219). Esto es, un modelo que intenta articular los procesos sociales que ocurren en liD tiempo histrico real Oas situaciones sociales) con la estructura social o de
los sistemas institucionales que no es sino una construccin
terica:
La idea de equilibrio a travs del tiempo, con los componentes de una institucin en estado de balance, y la ficcin de un
equilibrio estable, son instrumentos que nos permiten tratar el
elemento tiempo implicado en la ya atribuida interdependencia
sistemtica de los componentes de esa institucin [... ] Es til referirse a ste Como si estuviera en equilibrio con el propsito
de subrayar que se trata de una abstraccin de la realidad ...
[Gluckman, 1968b: 221].
Tarea anloga, contina Gluclanan, a la que realiz Marx:
abstraer de la realidad la estructura del modo capitalista de produccin y analizarla como si estuviera en equilibrio antes de
que las contradicciones y conflictos que le son inherentes generen cambios revolucionarios, es decir, cambios radicales de la
estructura. A reserva de la validez de esta analoga, destaco, por
lo menos, dos dificultades del modelo del equilibrio de Gluckman. l mismo reconoci que el modelo ha de contender con
\_1> ~ un dilema. Si el antroplogo enfatiza el estudio de la estructura
perder mucho de los procesos de la vida social real, y si e>."Pone
i
los materiales situacionales, entonces desaparecer la estructura. El dilema se agrava, de acuerdo con Gluckman, cuando nos
enfrentamos al esclarecimiento del cambio, pues cuanto mayor
sea el detalle con el que se describen los procesos de transfor/'J'
<
macin que ocurren en un tiempo histrico real, menor ser la
, posibilidad de analizar la estructura; y a la inversa, al delinear
con Cldado las relaciones estructurales abstradas de los datos,
menor capacidad tendr el antroplogo de estudiar el movimiento y el cambio (1968b: 234). El problema no reside en
cmo superar el dilema, la dificultad est anidada en el ncleo
mismo del modelo: si bien Gluckman afirm que en el tiempo
real e histrico las instituciones no se encuentran en equilibrio
estable, entonces qu datos relevantes para el estudio del cambio podria agregar su principio metodolgico que propone con162
Los anlisis situacionales desplazan la atencin del antroplogo. Ya no hacia una estructura social rgida o hacia una normatividad coherente que determinan las acciones de los individuos de acuerdo con el lugar que ocupan en aqulla y al papel o
rol que tienen que desempear, sino ahora al de una estruch1ra
histrica de prcticas que sistematiza, organiza y transforma
los procesos y la vida sociales. Antecedente inmediato de la categora de drama social propuesto por Vctor Turner, estudiante
de Gluckman en Manchester, los anlisis sihmcionales desplazan adems la atencin del antroplogo en otra direccin. No
hacia el estudio de los contactos culh1rales>> y procesos de
aculturacin para explicar el cambio -punto en el que se centr su polmica con Malinowski-, sino hacia el del tribalismo, trmino para referirse a lo que hoy se denomina etnicidad
y relaciones intertnicas. Gluckman sostuvo que para comprender el cambio social en frica es necesario partir de la existencia de un complejo sistema social compuesto por africanos y
blancos como punto de partida del anlisis, y no de dos culturas
en pennanente contacto -como defenda Malinowski. Al antroplogo sudafricano le interesaba indagar los mecanismos de
reproduccin de la identidad de los grupos africanos, o la gene164
racin de nuevas identidades, en los contextos urbanos e industriales. Mientras que el funcionalismo de Malinowski vea disfuncionalidades en las prcticas de los africanos cuando se establecan en las ciudades, puesto que las contrastaba con aquellas
otras, puras, que los actores realizaban en sus comunidades
rurales de origen, Gluckman y sus estudiantes examinaban \
cmo el tribalismo no poda ser estudiado como la reinstauracin nostlgica en un contexto urbano de eJ,.'periencias tnicas
primordiales. Los anlisis situacionales constituyeron en realidad una herramienta heursticamente potente para sostener
que el tribalismo aluda a un conjunto nuevo de prcticas colectivas, conformadoras de procesos de identidad -bien de clase,
de parentesco, de color, religiosos, o tnicos-, de resistencia,
intrnsecamente conflictivos, en los contextos profundamente
desiguales de la ciudad y la industria.
Ha sido Bruce Kapferer, en A Celebration of Demons (1991:
333), quien propuso una similitud entre los anlisis situacionales de Gluckman con las categoras de habitus y prctica de
Pierre Bourdieu. En principio la similitud parece estar forzada
o fuera de lugar, pero creo que es estimulante: ambos estn
interesados en vincular estmctura y proceso en el esh1dio de la
vida social. En lo que sigue ensayar alguna integracin, pero
antes una puntualizacin inicial sobre una crtica de Bourdieu
a Gluckman. El pensador francs entiende al anlisis situacional como una variante del modo de pensamiento objetivista que
ha intentado "corregir" el modelo estructuralista apelando al
"contexto" o a la "sihmcin" para explicar las variaciones, excepciones y accidentes[ ...] cuando no ha recado [este anlisis]
sin ms en la libre eleccin, sin ataduras ni races, de un sujeto
puro [ .. .] As, el mtodo llamado situational analysis queda encerrado en la disyuntiva de la regla y la excepcin (Bourdieu,
1991: 92). Por lo que he sealado, en Gluckman no hay ninguna
defensa de un sujeto puro que acte slo a partir de sus libres
elecciones. La inauguracin del puente ilustra que la cooperacin entre los zules y los europeos se explica por una convergencia de intereses sobre este asunto particular: pennite que las
mujeres puedan hacer uso en cualquier poca del ao del hospital de Ceza, e incrementa el control de los magistrados europeos sobre el territorio bajo su responsabilidad. En todo caso
estos procesos de cooperacin son comprensibles a la luz de la
165
Una posible respuesta se encuentra, precisamente, en las prcticas de cooperacin e interdependencia entre los europeos y los
zules en cuanto conformadoras de tm habitus singular, de
aqu su nfasis por examinar esta clase de situaciones sociales.
Los zules no constituan una unidad homognea, estaban cmzados por diversas lealtades y conflictos que mediaban la contradiccin fundamental de la sociedad sudafricana. Sujetos a
continuos procesos de fusin y fisin, a modificaciones de intereses, valores y creencias -que opona digamos a los paganos
con los conversos-, los zules contribuan a la reproduccin
estructural de la desigualdad, a la reproduccin del habitus de
un sistema social denominado por Gluckman en equilibrio temporal y estable. Es a partir de estos supuestos que me interesa
evaluar las tesis de Gluckman sobre los rituales, y no exclusiva
mente desde su ubicacin como un representante del estructural-funcionalismo. Intentar mostrar que las limitaciones de su
estudios sobre los rituales se deben en buena medida a no haber podido aplicar en ellos, y mucho menos perfeccionar, su
seminales ideas expuestas en el texto de 1940. Ese hueco sera,
por cierto, cubierto por uno de sus estudiantes en la tesis doctoral que publicara en 1957: Schism and Continuity in an African
Society de Vctor W. Tumer.
167
169
Rituales de rebelin
Max Gluckrnan se sirvi de la tragedia narrada por Frazer
para esclarecer, en una conferencia dictada en 1953, la estructura de los por l llamados rituales de rebelin, tma clase de
ritual ms o menos extendida en diversas sociedades africanas.
Diez aos despus Gluckrnan escribira que varias unidades polticas de la Europa medieval no fueron ajenas a esta clase de
rituales (l963a y 1963b ). Algunas de las conclusiones de su investigacin fueron posteriormente aplicadas a todo tipo de ritual de las sociedades tribales. Por mi parte tratar de demostrar que en las indagaciones de Gluckman est, fim1e, la huella
de las concepciones sociolgica e integracionista del ritual seg(m
las desarroll a partir de la obra de Durkheim. Respectivamente: 1) en los rituales convergen y se proyectan las cosmovisiones, los esquemas conceptuales, los principios bsicos que organizan una sociedad, las creencias msticas ms proftmdas y/o
los valores sociales hmdamentales; y 2) los rituales expresan, de
un modo u otro, directa o sinuosamente, la cohesin, la solida\ ridad y la unidad del grupo. Es decir, el punto de partida para
'P explicar la naturaleza, soy justo si escribo ftmcin?, de cual\ quier ritual es un dogma: la unidad social. En uno y otro caso se
subraya la naturaleza integrativa o la capacidad de convergencia de todo ritual: espejo, ventana, mirador precioso para descubrir e inventar, comprender y recrear al Otro.
Si bien Gluckrnan acept que una consecuencia de las prcticas rituales es afirmar la unidad, sta, seg(m se ha visto a partir
de mi interpretacin del anlisis situacional de la inauguracin
del puente, puede ser una unidad del sistema social con adjetivos: desigual y de dominacin en muchos casos, conflictiva en
todos. Unidad que no significa consenso respecto a los principios sociales que la organizan, pero que no excluye la cooperacin situacionalmente entendida entre los grupos en competencia. He sostenido que Gluckrnan, antes que el cambio social,
explicaba la contimdad de las estructuras de dominacin: estructuras sociales donde los individuos y grupos no comparten
los principios o axiomas en los que se ha fundado tm orden social y cultural. Sus estudios sobre rituales de rebelin descubren
un caso distinto al de la situacin del puente: se despliegan en
sistemas sociales en los que los individuos y grupos s comparten
170
como <<cosas de mujeres, estn convencidos literal y no simblicamente que su misma realizacin proveer de una gen~rosa
cosecha y, en consecuencia, de prosperidad para la comumdad.
De hecho, se trata de una ceremonia ritual porque est enmar- \
cada por sus creencias msticas. Esta ceremonia es l~cal Y se
acepta que el mbito de accin pertinente para .las muJeres ~~a
tambin local; es el mbito, adems, de la incertidumbre: recten
se ha terminado de sembrar. En cambio los ritos nacionales son (
responsabilidad de los hombres: su mbito de accin relevante
es el nacional. Por aadidura es el mbito de la certeza, de la
recoleccin y cosecha de los frutos: del hambre sofocada. Legalmente, las mujeres zules son consideradas menores, como tales deben estar bajo la tutela ya sea del padre, del hennano o
del esposo; estn sujetas a muchas restricciones y tabes; sus
papeles rituales son subordinados, ambivalentes y usualmente
malignos. La sangre menstrual provoca terribles aflicciones a
los hombres, puede estropear las cosechas, matar ganado, despojar a los guerreros de su fuerz~ y de su hab~~ad para la ca~a.
Sin embargo, el papel de las muJeres es paradoJICO, pues al mi~
mo tiempo son esenciales para la perpetuacin del grupo patnlineal: los hombres han de buscarlas fuera de sus redes de parentesco, por lo que dependen de una extraa para la reproduccin de su grupo. Ms an, entre los miembros varo~es de u~
grupo zul, y con el propsito de salvagua:d~r su um~ad, est~
prolbido atacarse con acusaciones de bntJena, pero SI es posible acusar a sus respectivas esposas.
Slo en este contexto social, seal Gluckman, podremos
comprender las ceremonias a Nomkubulwana, c~:emonias ~ns
tituidas, en sus palabras, para la protesta y rebelion dramatizada de las mujeres zules. Que las mujeres <<suspe~d~ por ~ (
momento las restricciones habituales (la normatiVIdad legtbma) a que estn sujetas, y desplieguen un comportamiento invertido es suficiente para denominarlo ritual de rebelin? No,
dira Gl~ckman, es necesario adems que exprese, magnificadas, las tensiones y conflictos sociales, y de es.a expresin el
sistema saldr renovado y revitalizado en su urudad, pero una
unidad sacralizada por la tradicin. Qu conflictos expresa?
Este ritual evidencia, por ejemplo, un conflicto fundamental de
la sociedad zul: el conflicto estructural entre los gneros en
tanto localizables por sus grupos de parentesco. Tambin repre173
4>l
174
175
pan las voluntades, sentimientos y deseos de las mujeres rituales -de suyo irrelevantes- no constituyen aqu el tema del ritual, cuanto la omnipresencia de una estructura que impone y
demanda conductas precisas a los actores. Como los rituales
son espejos fidelsimos de esta condicin, adquieren en consecuencia un sesgo autoritario. Ms que eso, al presionar el argumento nos percataremos de que la actividad ritual se caracteri~ za no tanto por_:, aquello que ofrece o hace visible a los ejecutan__t:es -cosa que preexiste--, cuanto por lo que elimina en ellos:
los rituales desproveen a los ejecutantes e to a responsa
dad y autonomia de sus actos; despojados de la humana capacidad de agencia, los hombres y mujeres rituales son movidos por
una tradicin y/o una estructura social compulsivas. I
Los comportamientos rituales de las mujeres zules estn
prescritos por una tradicin que alimenta el dominio que se
ejerce sobre y en contra de ellas, que revitaliza la estructura de
prcticas de la sociedad zul y que si se realizan es porque estn socialmente aprobadas. Es el sistema de creencias zul el
que impone y justifica este acto de fisin acotado: la representacin del conflicto, la dramatizacin de las tensiones sociales y la
inversin simblica son permitidas porque los zules creen que
provocarn prosperidad y bienestar a la comunidad toda investida de una sacralidad. Como en el anlisis situacional del
puente, aqu intervienen prcticas de cooperacin e interdepend.e,nci~ en :anto con~ormadoras ~e tm habitus singular. A la fiswn ntualizada le sigue una fusin, una unidad -la continuidad del sistema de parentesco, matrimonio y residencia y su
cuerpo de creencias asociado- donde destaca la subordinacin
estructural de la mujer. Los rituales de rebelin conforman de
esta suerte un mecanismo cultural, segn Gluckrnan, que per. mite la reproduccin de tma estructura de dominacin, un mecanismo en fin que consolida una estructura de prcticas desigual que nadie pone en tela de juicio:
l
l
176
Indudablemente las mujeres zul padecen de severas presiones psquicas por su subordinacin social y por su traslado, a
travs del matrimonio, a grupos extraos, pero ellas quisieron
casarse, quisieron hijos y campos frtiles y bien cultivados que
alimentaran a sus esposos y familias [... ] La buena acogida del
orden establecido en tanto correcto y bueno, e incluso sagrado,
parece permitir los excesos licenciosos del ritual de rebelin porque el orden mismo mantiene esta rebelin dentro de ciertos
lmites. De aqu que actuar los conflictos, ya sea directamente o
por inversin, o de cualquier otra forma simblica, enfatiza la
cohesin social dentro de la cual existe el conflicto [1963b: 127].2
Los materiales con los que se alimenta la categora gluckrnaniana de rituales de rebelin son, por un lado, los principios
sociales inconsistentes y los conflictos, las restricciones y prohibiciones a que estn sujetos los actores sociales; por otro las ~
prescripciones de la normatividad legtima y las demandas de la l
tradicin que exigen a los actores conductas dramatizadas de ~
inversin o violacin de esa normatividad o tradicin en y slo
en tm tiempo y espacio ritualizados; y finalmente los presupuestos alojados en la concepcin integracionista del ritual: al
fin y al cabo <<actuar los conflictos enfatiza la cohesin social>>,
o, como matizara en otro trabajo (1969: 88-89), por encima de
los conflictos de intereses, lealtades o valores se encuentra la
cohesin estructural. Las lecciones del ritual sangriento de Calvino afloran: cualquier propsito o prctica ha de subordinarse
a la cohesin social, a la continuidad y renovacin del sistema,
a su normatividad legtima y a su tradicin sacralizada. Ahora
comprendemos por qu asombrado y aterrorizado por la maleabilidad del espritu humano, el extranjero se retir, indignado, de la capital donde la decapitacin de los jefes se ha convertido en un espectculo, una forma de vida plegada a la tradicin
y a la crueldad.
He defendido, con matices y parcialmente, la potencia heurstica que posee la categora de rituales de rebelin. Como he
intentado mostrar, Gluckrnan restringi su anlisis slo a la
2. Destaco que ah donde Gluckman atdbuy intencionalidad a los actores (... but
Zulu women desired marriage, children, tvell-cultivated and fertile frelds to feed their husbands and families, en el original en ingls), slo fue para reiterar que incluso cuando
sta existe se subordina ciegamente a la tradicin: tma sue11e de deux ex machina
sociolgico.
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-'V
-p
4-
179
min
potencia subjuntiva es decir, la capacidad creativa y '
transformadora inhereirte a os rituales. Gluckman asegur que
este ritual obsceno es de naturaleza local -tal es el mbito de
accin de las mujeres- en contraste con los ritos nacionales de
recoleccin de los primeros frutos, centrados en el rey y bajo la
responsabilidad de los guerreros: ritos que tambin sitan a sus
participantes y a los no participantes en la estructura social;
que elaboran otra perspectiva posible de la misma estructura de
prcticas, otro horizonte de la realidad que la vida ritual zul
ha construido. Perspectiva y horizonte hegemnicos en relacin
a los que erigen otros rituales, y singularmente respecto aquel
otero de la ceremonia de la Princesa del Cielo. Sobre estos procesos rituales que en realidad podemos llamar de segregacin y
ubicacin en la estructura social, como se ver adelante, escribi Gluckman liD brillante ensayo publicado en 1962: <<Les rites
de passage, dedicado a la memoria de Arnold van Gennep, en
el que interroga tibiamente su trabajo sobre los rituales de rebelin, con todo y el evidente vnculo que los unen. En la siguiente
seccin intentar articular a uno y otro.
menos que estudiaron. Sus breves trabajos son islas afortunadas en el conjunto de sus obras; islas que han sembrado archipilagos y continentes: la antropologa sera otra, muy empobrecida, sin sus contribuciones.
Para van Gennep la vida social en las sociedades semi-civilizadas, como gustaba llamar a las sociedades que otros han denominado primitivas o tradicionales, est marcada por discontinuidades y contrastes, por cambios y rupturas prescritas y
sancionadas por cierta clase de ceremonias:
Para los grupos como para los individuos vivir es un incesante disgregarse y reconstituirse, cambiar de estado y de forma,
mm;r y renacer. Es actuar y luego detenerse, esperar y descansar
para ms tarde empezar de nuevo a actuar, pero de otro modo. Y
siempre hay nuevos umbrales que franquear: umbrales del verano o del invierno, de la estacin o del ao, del mes o de la noche;
umbral del nacimiento, de la adolescencia o de la madurez; umbral de la vejez, de la muerte [1986: 202].
En aquellas sociedades la vida social no slo est demarcada
claramente por un mundo profano y otro sagrado, adems en
gran parte de sus actividades predomina lo sagrado: ningn
1acto es entre ellos Dos semicivilizados] absolutamente indepen) 1diente de lo sagrado (1986: 1~). Dado que lo .profano y ~o sa\ grado son incompatibles, transitar de tm espaciO a otro eXIge la
realizacin de ceremonias de transicin o de paso. La vida individual consiste en pasar sucesivamente de una edad a otra, de
un estatus a otro, de una ocupacin a otra; ah donde las diferencias de edades, de estatus y de ocupaciones estn bien separadas, la transicin ha de estar acompaada de ceremonias especiales. De la misma manera al universo se le ha dividido en
etapas y momentos de transicin, de transiciones csmicas: de
un mes a otro, de un ao a otro, de tma estacin a otra. Como
los cambios sancionados por los ritos de paso no ocurren sin
que se perturbe la vida social y la vida individual, ellos buscan
aminorar los efectos nocivos de esas perturbaciones. A todas
estas ceremonias, que tienen por objeto acompaar el paso de
una situacin a otra, de un espacio a otro, de un tiempo a otro,
--t> van Gennep las denomin ritos de paso. Para aclarar su concepcin de esta clase de ritos, propuso la analoga entre ...
182
183
9;.: 1
Cualquier cosa
puede ser sagrada -escribi Durkheim (1968: 41)-, el crculo
de objetos sagrados no puede determinarse, pues, de una vez
para siempre. La idea que resalt van Gennep es que los rdenes social y csmico y las transformaciones que en ellos ocurren estn delimitadas por sistemas clasificatorios de carcter
trascendental.
\
Max Gluckman reconoci que el principal impacto del trabajo de Amold van Gennep consisti en descubrir el orden lgico de los ritos de paso, pero al carecer de una teora adecuada
de la sociedad fue incapaz de cruzar otro umbral: no pudo elucidar el papel que estas ceremonias desempean en la ordenacin y reordenacin de las relaciones sociales. Ms todava. Si
bien van Gennep abri tma ruta de investigacin, a saber, la de
la asociacin entre ritos de paso y transformaciones en las relaciones sociales, Gluckman se lament de que el estudioso del
folclore no hubiera respondido una pregtmta central: por qu
existe una mayor ritualizacin de las transiciones de estatus, y
en general de las relaciones sociales, en las sociedades tribales
si la comparamos con la ritualizacin en las sociedades modernas (1962: 2). A responder esta interrogante dedic Gluckman
su trabajo sobre los ritos de paso.
Tal vez parezca intempestiva la introduccin de un trmino
ausente hasta ahora, pero evidentemente emparentado con el
tema central de este trabajo: el de ritualizacin. No es gratuita.
El fundador de la Escuela de Manchester estuvo convencido de
que tanto la laxitud con que se utilizan ciertos conceptos analticos como la carencia de un vocabulario ms o menos compartido obstaculizan la construccin de una teora del ritual con
potencia explicativa. De aqu que se hubiera ocupado en proponer distinciones conceptuales y clasificaciones terminolgicas
para dotar de alguna estabilidad a esas categoras con que se
busca dilucidar y comprender la dimensin ritual y ceremonial
de la vida social. Vano empeo. En la actualidad pocos, muy
pocos respetan la filigrana conceptual erigida por Gluckman, y
curiosamente no tanto por la inutilidad de su proyecto cuanto
por lo que he llamado la fuga de la nocin de <<ritual del campo que lo cerna, en el cual Gluckman se esforz por conservarla: para unos el campo de lo sagrado, el mgico-religioso para
otros.
184
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--
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cepcin noseolgica de ideologa. Sin embargo, como Gluckman s atribuy falsedad al sistema de creencias africano infiero que tendra que reconocer que ste es ideolgico en su
acepcin noseolgica, atm cuando no haya sometido a un anlisis conceptual serio la forma de error imputada. El anlisis del
concepto ideologa de Villoro me ser de utilidad para establecer un juego de contrastes y de clarificaciones.
Si he introducido estas reflexiones es porque han sido provocadas por la definicin de comportamiento ritual propuesta
por Gluckman, en la lnea de Evans-Pritchard, y por la tensin
que ella suscita. He afirmado que la nocin de ritual pertenece al discurso terico de la antropologa, como tal es un concepto sociolgico; pero tambin alude a un conjunto de prcticas
consideradas universales en la vida social. En tanto componen- 7
te de una red conceptual, <<ritual nos ofrece unas prescripcio- 4
nes metodolgicas que sealan al antroplogo cmo debe proceder: ah donde se encuentre con conductas cuya inteligibilidad
dependa de un conjunto de enunciados insuficientemente justificados y que presumiblemente expresan creencias msticas, ah
el analista podr sostener -con razones plausibles- que atestigua comportamientos rituales. (Desde luego los rituales poseen
ciertas propiedades formales que los distinguen de otros comportamientos, aunque ellas no constituyen condiciones suficientes para demarcar las conductas rituales de las no rituales.
Ms adelante abundar sobre estas propiedades formales, aqu
slo me interesa discutir la definicin restringida de ritual de
Gluckman.)
Pero tambin <<ritual es un trmino que se propone descri- \.,_
bir cierta clase de actividades. Cuando Gluclonan escribe que el (
comportamiento ritual <<Se explica por nociones msticas, y )
que <<no hay ningn nexo objetivo entre el comportamiento y el \
acontecimiento que se pretende causar, percibo las siguientes
consecuencias. Se ha visto que, desde el punto de vista de los
nativos, existe algn nexo entre el comportamiento ritual y el
acontecimiento que se pretende causar, de tal suerte que este
ltimo, digamos un accidente personal, se interpreta como causado por un acto de bmjera. El nativo explica su desgracia a
partir de las creencias y nociones msticas en curso de su tradicin. No el accidente, pero sin duda tanto el acto de brujera
realizado por alguien o atribuido a alguien, como la misma re-
j!
189
xr-
191
4~
o6
(~
192
hilo, por este apretado entrelazamiento con el que estn compuestas las relaciones en las sociedades tribales, que se les inviste de valor moral: liD creyente que falta a sus obligaciones con
los espritus ancestrales estar sujeto a evaluaciones morales
que afectan negativamente sus relaciones con sus padres, sus
hijos, con el grupo como un todo. En palabras de Gluckman,
Dado que los hombres y las mujeres en las sociedades tribales
desempean la mayora de sus distintos roles con el mismo conjtmto de asociados, cada accin est cargada de una significacin altamente moral. Cada accin acusa evaluaciones morales
complejas, y los incumplimientos resuenan no en los roles aislados, sino en el conjunto de las relaciones integrales que contienen muchos roles. Creo que es esta combinacin de evaluacin
moral y efectos que se propagan por el quebrantamiento de un
rolla que explica la forma en que los diversos roles estn ritualizados, y por qu los rituales estn vinculados a tantos cambios
de actividad en las sociedades tribales [1962: 26-29].
un mnimo de predecibilidad en las interacciones. Ms todava, las caractersticas estructurales bsicas de la interaccin son la l
aceptacin mutua y la expectativa: un acto que est sometido a (
la regla de la conducta es una comunicacin, pues representa
una forma en que los yo son confirmados, tanto el yo para el
cual la regla es una obligacin como aqul para quien es una
expectativa (1970: Sl-52). Subrayo aql algunas propiedades
formales de los rituales: el ritual es una declaracin de forma y
de orden, responde a reglas o en el proceso mismo en que se
despliega va regulando, establece o va estableciendo conexiones
entre elementos heterogneos. Al ritual le es propio representar-
se como predecible. La ritualizacin en el sentido gluckmaniano y las interacciones rituales de Goffman tienen un importante
efecto conservador sobre los encuentros. En principio evitan las
disrupciones, en ellos intervienen mecanismos de deferencia
(ejemplos: saludos, cumplidos, disculpas, inclinaciones) y de
procedimiento (discrecin, sinceridad, dominio, tumos comunicativos), y siguen lneas de desarrollo:
No quiero abusar de las similitudes entre ritualizacin e interaccin ritual. Apenas he sugerido ciertas convergencias y alguna inclinacin de la obra de Gluclm1an por la tradicin fenomenolgica de la vida social. Cabe resaltar, sin embargo, dos
diferencias bsicas. Para Gluckman la ritualizacin slo es inteligible a la luz de las creencias y nociones msticas que las conforman; y su inters en ella no reposa ni se agota en el anlisis
de la estructura de la interaccin en cuanto unidad fundamental de la vida social, sino en lo que tiene de salvaguarda de la
unidad y equilibrio del sistema social.
Cmo concibe Gluckman, ahora, en este espacio discltrsivo, la idea de unidad y equilibrio? Me temo que de liD modo
muy distinto al implicado en su anlisis situacional del puente.
194
195
196
consecuencias nefastas -desarreglos en la naturaleza, desajustes en las relaciones sociales- para el grupo y los individuos:
<<la brujera como teora de las causas de las desgracias est
vinculada con las relaciones personales entre la vctima y sus
convecinos, y con una teora de los juicios morales sobre lo
bueno y lo malo; como a los africanos solamente les interesa
saber si sus convecinos son brujos cuando sufren desgracias,
indagan entre sus enemigos para descubrir a los que puedan
tener dicho poder; piensan en alguien con quien hayan reido y
lo consideran sospechoso de hacer el mal (Gluckrnan, 1976:
17; y 1968c).
La sospecha y la acusacin de que alguien ha hecho lm 1
dao o lm mal es un comportamiento ritual-porque establece \
nexos objetivos donde no los hay en conformidad con un conPn
junto de creencias msticas- que puede suscitar rias interpersonales. Basta una ria <<entre hermanos para poner en peligro
el trabajo de produccin, afectar la solidaridad de la accin poltica y dificultar la unidad de un grupo religioso; por tanto con
cada quebrantamiento de una nom1a se ven afectadas muchas
relaciones y actividades. El Comportamiento ritual puede
menoscabar la unidad del sistema en la medida que expresa
confusiones, violaciones y conflictos; unidad que, terica y prescriptivamente, tendra que preservar. Adems, Gluckrnan ha
trazado una imagen vulnerable y frgil de las relaciones sociales
en las sociedades tribales, pues ellas no estn, no pueden estar
desprovistas de una incertidumbre radical; cada relacin como )
se ha constatado puede desembocar en el abismo: aflicciones,~ J)J(T
accidentes, sequas, desastres naturales, en fin, en la ruptura del
precario equilibrio que la ritualizacin se esfuerza, a veces vanamente, por conservar. Desde otra ruta Roberto DaMatta
(1991: 51) arrib a la conclusin a la que yo he llegado: Gluckman nos propuso la idea de un <<Sistema en el que todas las
relaciones estn en liD delicado equilibrio; cualquier cambio en
una relacin provocara una reaccin en cadena de alteraciones
en todo el sistema. Entonces, la dimensin mistica de las relaciones sociales resultara de su estilo de contenido mltiple de
vincular posiciones sociales que genera -en la esfera ideolgica- una visin sobredeterminada del sistema, donde todo est ~ DX'I
relacionado con todo; donde cada vnculo social posee lm significado moral inexorable .
197
i
~
o
198
Respecto a la vida ritual, Gluclm1an (1962: 31) parece inclinarse, quiz a pesar de l, por un principio de corte evolucionista -de lo mstico a lo secular, de lo ritual a lo ceremonioso-, ya que destac que el pobre nivel de desarrollo tecnolgico en las sociedades tribales es uno de los factores que contribuye a explicar la elevada presencia en ellas de actividad ritual.
En el modelo de argumentacin que distingue a las acciones
instrumentales de las rituales la relacin entre ambas es inversamente proporcional, y no complementaria como lo fue, por
ejemplo, para Malinowski. De acuerdo al antroplogo polaco
las creencias msticas y las acciones mgicas son una respuesta tribal para aliviar las angustias y ansiedades en las que los
individuos viven debido a su rudimentario cuerpo de conocimientos y prcticas cientficas y tecnolgicas. Donde ste
muestra flaquezas irresolubles en sus propios trminos, se activan los rituales mgicos, y con ellos una fuerza psicolgica
199
i)Jci
-b
200
constituirse eri una experiencia reflexiva y crtica de esas condiciones. El anlisis situacional del puente est saturado de ritualizaciones: quin habla, en qu orden, con qu lengua, quin
traduce, qu se puede decir, qu no se puede afirmar, cmo se
dan los saludos de bienvenida, quin permite el destazamiento
de la res propiciatoria. Y no todas ellas estn vinculadas a nor ciones y creencias mfsticas. Los mismos comportamientos de
los empleados de las organizaciones modernas, por poner otro
1ejemplo, suelen estar ritualizados. As entendida, la ritualiza-~
cin es una instancia de la normatividad legtima en tanto autoridad racional de la sociedad que se articula sobre dos factores:
'-t> la obligatoriedad y la deseabilidad de la norma. Pero esta afirmacin, a diferencia del Gluckman que indaga la vida ritual, no
me conduce necesariamente a la disyuntiva de la regla y la
excepcin . Convengo con Sally F. Moore (1979: 41) en que las
reglas establecidas, las costumbres y los esquemas simblicos
existen, pero stos operan en la presencia de reas de indeterminacin, de ambigedad, de incertidumbre y manipulacin.
El orden [la normatividad legtima] nunca se despliega plenamente, no puede hacerlo. Los imperativos culturales, contractuales y tcnicos siempre dejan resquicios, requieren de ajustes
e interpretaciones para que sean aplicables en situaciones singulares; y ellos estn saturados de ambigedades, de inconsistencias y muy frecuentemente de contradicciones. Al segregar
e integrar, al exhibir e inhibir, al vincular y separar, al focalizar,
en fin, la mirada de los individuos en la normatividad legtima,
la ritualizacin de las relaciones sociales se propone reducir las
indeterminaciones y ambigedades de los procesos sociales, tal
su mbito de operacin. Pero al posibilitar la reflexin y la crtica a veces no slo no las reduce u oculta, las descubre, establece
condiciones para el cambio. En fin, otra forma de defender que
1la ritualizacin no es exclusiva de las sociedades tribales.
Se podrn cuestionar mis argumentos, y tambin mi empecinamiento. Se insistir que Gluckman propuso la idea de ritualizacin para aludir:
1) A la segregacin de roles que efectan los individuos en
sus relaciones sociales ya que se pueden confundir en las sociedades tribales, caracterizadas por relaciones de contenido mltiple, donde todo est relacionado con todo;
202
2) la segregacin se realiza a travs de convenciones culturales, verbales y no verbales, que marcan las distancias sociales
correctas para cada situacin entre los actores;
3) dado su carcter mltiple, las relaciones sociales estn
impregnadas de moralidad y por tanto estn sujetas a continuos mecanismos de evaluacin moral y normativa;
4) el quebrantamiento no prescrito e impredecible de las
normas atinentes para cada rol generar en principio desajustes
en la vida social y en el mundo natural no slo contra los transgresores directos, tambin contra algunos miembros de su grupo o contra todo el grupo;
5) esta dimensin moral de las relaciones est necesariamente articulada con una dimensin mfstica; tm cuerpo de
creencias y nociones que configuran patrones de pensamiento,
al modo de los esquemas conceptuales, en los que viven atrapados los nativos;
6) patrones de pensamiento que atribuyen a los fenmenos
cualidades suprasensibles que no se derivan de la observacin y
que establecen relaciones de causalidad falsas entre ellos; y
7) este cuerpo de creencias y nociones constituye el criterio
por el cual los analistas estaremos en condiciones de demarcar
los comportamientos rituales de los no rituales; por si fuera
poco, gracias a esta dimensin mfstica podremos comprender
la intensa actividad ritual en las sociedades tribales. Gluckman
propuso que el concepto de ritualizacin se aplique slo
cuando intervienen creencias y nociones mfsticas segn se caracterizaron en los incisos 5), 6) y 7). A stos se les ha de agregar otro requisito: 8) la articulacin entre la dimensin moral y
la dimensin mstica est simblicamente mediada; o, con
otras palabras, las creencias y nociones mfsticas son smbolos
de la incuestionable unidad y solidaridad del grupo, que eso
significa en fin la dimensin moral.
Conclusin: segn Gluckman difcilmente encontraremos ri- ~
tualizaciones de las relaciones sociales en las sociedades complejas. Ms an: dado que l distingui entre ceremonia y ritual
para referirse, en el primer caso, a conductas que no apelan a
nociones msticas, por qu no denominar Ceremonializacin
a las acciones sociales en las que se segregan e integran roles
-que las hay en abundancia-, donde no figure la dimensin
203
mstica como ocurre en las sociedades complejas? Por economa coaceptual: aventar al ruedo un nuevo y horrible trmino,
el de <<ceremonializacin, complicara innecesariamente la ya
de por s enredada y poco respetada clasificacin conceptual
diseada por Gluclanan. Convengo, antes de la contrarrplica,
que mi respuesta slo informa algo: pocos respetan la clasificacin de Gluclanan -tal vez el problema sea de quienes no la
siguen, no del antroplogo sudafricano-, y revela adems un
inters por la belleza, aunque defiendo tibiamente que no est
de ms considerarla. Dispongo de otras razones para justificar
mi alegato, stas de orden terico. Seal que el anlisis situacional del puente est saturado de ritualizaciones, y no todas
ellas estn vinculadas a nociones y creencias msticas que sacralicen el sistema social: un argtm1ento que, en realidad, se
opone al paradigma Aleph del ritual que subyace a los trabajos
de Gluckrnan. Desde otra aproximacin, aduje que, a pesar del
papel predominante que desempean las creencias en la teora
gluckmaniana del ritual, es de lamentarse que sobre ellas y sus
posibilidades y condiciones de transformacin la reflexin hubiera sido muy pobre, si no evadida. Omisin tanto ms imperdonable cuanto estas creencias configttran patrones de pensamiento que organizan y proveen de sentido a la experiencia;
tejen una tela de araa en derredor de los nativos que les impide percibir que estn equivocados. Tambin he intentado reconstruir una tensin en su propuesta: las ambigedades y paradojas que resultan de combinar indistintamente la categora
de Comportamiento ritual, ora como una de carcter descriptiva, ora como una prescriptiva. Es tiempo de atemperar la parcialidad de mi alegato, parcialidad que no es gratuita del todo:
no muchas pginas dedic Gluckrnan a exponer su antropologa simblica, donde existen respuestas a algunas de las objeciones que le he estado planteando. Antes que con la ritualizacin o con los rituales de rebelin, las reflexiones de nuestro
autor sobre la dimensin simblica de la vida social estn estrechamente asociadas con el estudio del ritual como categora
genrica. A esclarecer estos pliegttes, e intentar atar algunos cabos sueltos, dedicar el siguiente y ltimo apartado.
204
206
n1ismos(
207
208
e!
pues, sobre las causas estructurales de los conflictos, embozndolos. A Gluckman no le ocupa aqu si las creencias rituales
estn o no objetivamente justificadas; atiende a la pregunta:
<<cmo se explica que ciertos individuos tengan ciertas creencias?. A diferencia de la concepcin noseolgica de ideologa ~e oLo~~~
la sociolgica -que ahora introduzco- nos remite a un conjunto de enunciados que expresan creencias condicionadas por
las relaciones sociales o que cumplen una funcin social, bien dsea de cohesin entre los miembros de un grupo, bien de dominio de un grupo o clase sobre otros. La concepcin sociolgica
de ideologa, en la elaboracin de Luis Villoro (1985: 21-22),
[... ] se refiere a las relaciones de ciertos hechos con sus condiciones o funciones sociales, es decir, con otros hechos; y un hecho no puede ser verdadero ni falso, simplemente es. Por eso las
formulo en trminos de creencias. Las creencias son disposiciones; pueden expresarse en un comportamiento verbal, en la formulacin de enunciados, pero pueden expresarse tambin en
comportamientos no verbales [por ejemplo, los rituales: RDC]
[...] se refiere directamente a hechos psquicos, que pueden tener
causas y efectos sociales (creencias) [... ] Su funcin terica es
explicar las creencias por sus relaciones sociales.
Rescato la idea de que lo que est directamente condicionado o puede tener una funcin social no son los enunciados, sino
las creencias o comportamientos de los individuos. Segn he
insistido, para Gluckman unas y otros estn condicionados: las
creencias rituales derivan de las relaciones sociales de contenido mltiple, y los hombres rituales han sido despojados de toda
agencia humana. Una limitacin del concepto sociolgico de
ideologa es que excluye toda consideracin sobre la suficiencia
e insuficiencia de las razones en que se fundan sus enunciados:
la mera observacin de los factores sociales con los que est en
relacin un conjunto de creencias no dice nada acerca de los
enunciados en que se expresan. El punto al que quiero llegar es
el siguiente. Para Luis Villoro los conceptos puramente noseol- ~
gico y puramente sociolgico de ideologa son insuficientes. J
<<Para determinar que una creencia es ideolgica debemos demostrar, a la vez, y por vas diferentes, que se trata de una
creencia insuficientemente justificada [y adems es una forma
209
de error] y que cumple una funcin social determinada ... ctm1ple la funcin de promover el poder de un grupo (1985: 39-40).
En mi interpretacin de los estudios gluclananianos sobre los
rituales, creo haber mostrado que el conjtmto de creencias y
nociones msticas est insuficientemente justificada, aunque no
nos es dable inferir de aqu ni de sus propios materiales empricos que estamos ante una forma de error, pero, recordar, s
imput tal forma de error al sistema de creencias, por lo que
tendra que aceptar que es ideolgico en su acepcin noseolgica. Adems satisface las condiciones estipuladas. por la _conc~p
cin sociolgica de ideologa: cumplir una funcin social, bien
9'-T("'? de cohesin entre los miembros de un grupo, bien de dominio
de un gnero, grupo o clase sobre otro u otros.
De acuerdo con Gluclanan los rituales desempean una segunda f1.mcin -perifrica- en las sociedades tribales, que llamar de reparacin:
'
En esta segunda caracterizacin, la ritualizacin y los rituales dejan de ser complementarios en tanto prcticas que propician la reproduccin del sistema social. Los desrdenes morales, como he intentado mostrar, pueden surgir incluso donde
hay cumplimiento cabal de la ritualizacin. Con otras palabras,
sta previene pero no garantiza la preservacin del orden moral, aun a veces propicia lo contrario. Frente al desorden moral,
viniere de donde viniere, est situacional o estructuralmente
causado, se han de activar las actividades rituales con el fin de
reparar las perturbaciones que aqul produzca. Aqu percibo
otro desplazamiento en la argumentacin gluclananiana sobre
el ritual: la estabilidad y continuidad de la sociedad dependen
de la regularidad con que se mantiene el conjunto del tejido
normativo [que en principio la ritualizacin y los rituales se
210
empean en conservar] (1978: 292). Pero este tejido normatiVO tiene ahora otra acepcin. No, desde luego, la de un conjunto de normas inconsistentes e independientes entre s; dicho
<<tejido representa un orden moral general que est asediado,
siempre en peligro, por los intereses particulares de los individuos y grupos (y aqu, por su misma caracterizacin, este orden
moral general no se refiere a la idea de tma estructura social en
equilibrio temporal como un constructo terico, que Gluclanan
postulara en su modelo del equilibrio; vase 1968b ). Vuelve a
adquirir fortaleza el dogma durkheimiano de la unidad social
como premisa explicativa de la vida ritual:
El rito surge de las situaciones en las que existe un conflicto~
entre el orden moral general y los intereses que llevan a los individuos y a los gmpos a competir entre s. Parece que ellitual se Oxr
desarrolla con mayor fuerza en aquellas situaciones en que los
juicios morales afectan a muchas relaciones sociales [1978: 292].
Como la idea de orden moral en Gluclanan, en el mejor de
los casos, es inestable, reviso qu condiciones y acciones producen desorden moral: a) el incumplimiento del deber por procurar el propio inters; b) el incumplimiento de las obligaciones
con los parientes; e) la violacin a los pactos instaurados por la
tradicin; d) la infidelidad con la unidad moral del grupo mayor; y e) los conflictos que se derivan de la inconsistencia lgica
de los principios estructurales en situaciones concretas (Gluckman, 1978: 293). Dependiendo de cmo se interprete el inciso
d), que por ahora dejo en suspenso pero que nos remite claramente al problema del poder, las otras causas de desorden moral son situacionales y me hacen recordar el dilema de Antgona.3 Acciones todas que reclaman la ejecucin de rituales para
3. Al seguir un precepto religioso-familiar, que manda dar sepultw-a a los familiares mue1tos, Antgona se propone inhumar a Polinices, muerto en batalla. Creonte, rey
de Tebas, se niega a tal sepultura porque Polinices ha traicionado al pueblo tebano. No
resisto la tentacin de transcribir estos dilogos, si se me pe1mite, con obvias resonancias gluckmanianas.
l SMENE (hemtana de Atit(gona): Reflexiona 1 nuevo hmTo1 de mue1te nos espera 1si,
a la ley desafiando, atropellamos 1 al rey y su decreto y pode1io 1 ...no hallo 1 fuerzas en
m para retar a un pueblo.
ANT!GONA: Que estas excusas te aprovechen. Voyme 1 a inhumar a mi hermano tan
que1ido 1 ... hijo de un mismo vientre.
(Enterrado Polinices, guardias de Creot1te apresan a At7t(gona.)
211
212
ciales; un metaprincipio al que le es ajeno el inconsistente, independiente y a veces contradictorio conjunto de normas que
guan las acciones de los hombres. Metaprincipio que es el interlocutor genuino de la actividad ritual y su premisa f1.mdante.
Para averiguar en qu consiste y cul es el contenido del metaprincipio, retomo una interrogante del propio Gluckman: por
qu en las sociedades tribales las relaciones entre los hombres
deben estar revestidas de eficacia ritual y poder mstico? La
respuesta la encontr en la clebre <<Introduccin escrita por
Meyer Fortes y E.E. Evans-Pritchard al libro Af'rican Political
System.s compilado por ellos mismos y publicado en 1940 -que
incluye, por cierto, un ensayo de Gluckman.
to- )
!>xT
<:::
Examino este pasaje. Se sostiene que los rituales estn conformados por conjuntos de smbolos que son sagrados porque \
representan los intereses comunes de toda una sociedad, su
unidad y persistencia. O sea, un argumento tpicamente durk- f
heimiano. Un smbolo como el de la bandera, por ejemplo, puede representar la persistencia de una sociedad; el uso de tma
lengua, bajo ciertas circunstancias, puede simbolizar la resistencia de un gmpo minoritario, una lucha persistente por su
derecho a la diferencia. Pero el argumento es ms radical: estos
213
?X"(
(./
smbolos reflejan, categora utilizada por Portes y Evans-Pritchard, el sistema social. <<Reflejo es por lo menos un trmino
vago, descubre una correspondencia entre dos estructuras: bien
sea que establezca una relacin isomrfica entre ellas, bien de
similitud o, ms discretamente, una relacin paralela. De cualquier modo, se establecen correspondencias entre, por una parte, tipos de relaciones sociales que les otorgan direccionalidad,
y, por otra, tipos de creencias colectivas y smbolos (vase Villoro, 1985: 107). Dos puntos destacaron Evans-Pritchard, Portes y
Gluckman: a la unidad de un sistema social, a tm tipo de relaciones sociales, se le confieren unos valores msticos ms all
de los intereses, egosmos y poderes seculares siempre contingentes; y estos valores msticos son inmunes a la crtica, son enfticamente incuestionables. Del mismo modo que en Durkheim, las creencias y nociones msticas que revisten al sistema
social no deben ser analizadas literal, sino simblicamente: expresan, en esta dimensin, a la sociedad -le son corresP.ondientes a ella-, a un sistema social concebido como necesario,
inmune a la crtica y reticente a cualquier modificacin. Ahora
bien, otra premisa que desencadena la antropologa simblica
de Gluckman es defender a toda costa la idea de intereses y
valores comtmes o la del orden moral general. Me pregunto:
cules son esos intereses y valores comunes indubitables, ajenos a la crtica, que se proyectan en la vida social como smbolos sagrados? Reconstruyo dos respuestas posibles presentes en
su obra. En la primera introduce el metaprincipio al que haca
referencia atrs: esos valores comunes constituyen en realidad
valores universales, aunque por razones histricas estn recubiertos de sacralidad en las sociedades tribales. En esta respuesta percibo una analoga entre el metaprincipio de Gluckman y
la nocin de Sociedad que el idealismo durkheimiano construyera (vanse arriba pp. 90-95). En la segunda esos valores ni
son comunes ni son indubitables, pero se presentan como si lo
fueran. Abundo sobre la primera respuesta. Para Gluckman los
valores comunes son ...
[... ] la fertilidad, la salud, la prospeddad, la paz y la justicia,
todo aquello que da vida y alegra a un pueblo. Ellos son la salvaguardia tanto de las necesidades matedales de la existencia
como de las relaciones bsicas de la estmctura social: tierra, ga-
214
.
b
nute en te. Los ritos de paso se refieren y trabaJan so ~e estas
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etafrico ,,como socilogos
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en nn sent1 o er y m <
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nociones s _ h a escn.to Turner ( 1980 . 113)- nos. inc namos
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que 5 ~ nte a reificar nuestras propias abstracciOnes Y a agener me onas "que cambian de posiciones estructurales denblar de pers
. ,
. , y cosas por el estilo. No hacen lo
tro de un rnarco Jerarqmco
o
f)K(
Para sus sbditos, un dirigente africano no es slo una persona que puede imponer sus deseos a voluntad. Es el eje de sus
relaciones polticas, el smbolo de su unidad y exclusividad, y la
encarnacin de sus valores esenciales. Sus credenciales son msticas y provienen del pasado [1979: 99].
Gluckman se refiere evidentemente al principio-bsico poltico, y a los valores no universales a l asociados, sobre el que se
ha fundado, histricamente, una sociedad y que haba comentado en su estudio sobre los rituales de rebelin: el mal rey o el
usurpador son derrocados sin que se cuestione la realeza; todos
los individuos y sectores aceptan estos smbolos [los asociados
a y exclusivos del cargo] como valores comunes. Debido a que,
segn Gluckman, todos aceptan estos smbolos como valores
comunes, <<la manifestacin del conflicto bendice el orden moral vigente y el orden natural relacionado con l (1978: 291).
Bajo qu condiciones el conflicto bendice esos rdenes? Vuelvo sobre la nocin de <<conflicto>> expuesta arriba. La respuesta
no puede sino provocar perplejidad porque finalmente Gluckman nos propone una idea sui generis de conflicto. Mejor, confunde entre el conflicto y su representacin ritualizada: <<en restm1en, la afirmacin prescrita de los conflictos sociales [que se
puede representar en los rituales, por ejemplo, en el ritual zul
a Nomkubulwana: RDC] es nna afirmacin de solidaridad, y
cuando entra en accin la hostilidad institucionalizada se hace
para reforzar los valores morales que estn implcitos en el sistema (1978: 308). Como en la tragedia del sacerdote de Nemi
narrada por Frazer, o en la decapitacin de los jefes del relato
de Calvino, los hombres son removidos de sus cargos -pacfica
o violentamente- sin poner en duda ese principio-bsico poltico, no universal, pero que se presenta como encamando los
valores esenciales de toda sociedad, de <<todo aquello que da
vida y alegra a nn pueblo, y de esa singular sociedad: <<el sistema social es, por as decirlo, trasladado a un plano mstico en el
que viene a ser como nn sistema de valores sagrados que no
'
217
216
Yo creo que los antroplogos sociales han demostrado suficientemente que el dtual est relacionado a los conflictos inherentes a la estructura social. Y an podemos ir ms lejos afirmando que las formas de ritual que utilizan relaciones sociales
son caractersticas de las sociedades cuyos axiomas bsicos y
principios de organizacin no son cuestionados por los participantes. Los enemigos internos pueden tramar la rebelin contra
un rey concreto, pero no intentan cambiar el sistema poltico
[1978: 306].
El crculo vicioso trazado por Gluckman comienza a cerrarse. Si los comportamientos rituales se explican por su referencia a un cuerpo de creencias y nociones msticas; si estas creencias y nociones representan, reflejan y posibilitan la reproduccin de tm sistema social, entonces en los rituales a la sociedad
se le atribuye -y es pensada como- tma unidad mstica e incuestionable: sus <<axiomas bsicos y principios de organizacin
no son cuestionados por los participantes. Aado otra objecin. En virtud de que las acciones rituales son acciones simblicas, toda conducta ritual guarda una relacin positiva con tm
orden social: es a travs de los smbolos que los nativos <<Sienten
su unidad y perciben sus intereses comunes, en palabras de
Fortes y Evans-Pritchard. Para Gluckman los ritos y ceremonias tribales estn compuestos por acciones prescritas que ...
218
[...]simbolizan el conflicto y la cohesin [... ]los mismos participantes no son plenamente conscientes de todo el contenido simblico de la acci11 y de su relacin con el orden social [... ] si los
222
S
EL GIRO LINGSTICO
DEL RITUAL. MENSAJES COLECTIVOS,
MEMORIA DEL RITUAL
caracterizacin, que sobre el mismo asunto escribiera el antroplogo ingls Edmund R. Leach para la Intemational Encyclopaedia of the Social Sciences editada en 1968. La ojeriza que
Zuesse le tiene a Leach -y que ste, buen polemista al fin, le
tendria a aqul si an viviera- radica en que para el primero
ritual es tm trmino slo relevante para comprender la dimensin religiosa de la vida social; defiende que muchas teorias
modernas de la religin son de hecho teorias del ritual, e inversamente referirse al hombre ritual es otro modo de aludir al
<<hombre religioso. En marcado contraste, para Leach <<ritual>>
es una categoria que no se debe ceir slo a tal dimensin. Ms
todava, como ya se ver, el espritu antiortodoxo que anima a
la obra de Leach har que prcticamente todo tipo de accin
social contenga una cualidad ritual. Por tanto cuando uno y
otro hablan de ritual lo hacen desde registros discursivos y tramas conceptuales distintas. Ms materiales para la memoria
del archipilago. No ha de extraamos, pues un buen nmero
de conceptos utilizados en las ciencias sociales comparten este
rasgo esencialmente controvertido, si bien st~ se acenta para
el trmino que me ha estado ocupando. Consistentemente, lo
mismo puede afinnarse de los antroplogos victorianos y los
neointelectualistas, de Malinowski, de Durkheim y de Gluckman por lo menos, y slo para reducir el inventario a los auto~ res que han sido revisados en este trabajo. A cada enunciacin
de la palabra <<ritual>> habra que agregar <<Segn ... >> (y aqu convenientemente iria un nombre propio) o bien un subndice que
distinguiera la precisa referencia. Sin embargo, es comn encontrar en la literatura antropolgica continuas entradas de la
palabra ritual como si su sentido o sentidos y sus formas de
operacin estuvieran fuera de toda duda. Por qu? A veces por
negligencia o ignorancia, a veces porque la definicin se hace
por simple ostensin. Aqu introduzco tma similitud con el arte:
la celebracin de una misa catlica en una parroquia y un cuadro de Picasso son ejemplos paradigmticos de ritual y arte respectivamente. Pero la definicin por ostensin no nos conduce
muy lejos, apenas ilustra y puede ilustrar eqtvocamente. Por
otro lado, tan pronto se comienzan a sugerir criterios que definan, delimiten y ubiquen a uno y otro ante casos ms dudosos
nos encontraremos con obstculos difciles de superar y con
dudas que no tardarn en disolver esos criterios inicialmente
224
---
225
1111
..-~
convencin, son explcitas, pero las razones para actuar, los significados, los motivos o las interpretaciones de las acciones rituales no lo son necesariamente; una regla central de los rituales es
aquella que estipula quin puede participar directamente y quin
no: institucionalmente, los rituales incluyen y excluyen, segregan
e integran, oponen y vinculan en ciertos contextos a ciertos actores humanos y no humanos;
S) estilo presentacional evocativo y puesta en escena: los ri-
tuales intentan producir, por lo menos, un estado de alerta, solcito y atento, aunque, en realidad, apuntan a comprometer de
alguna forma -afectiva, volitiva, cognitiva- a los actores, y
comnmente lo hacen mediante manipulaciones de smbolos y
de estmulos sensoriales;
6) dimensin colectiva: por definicin los rituales poseen un
significado social, su mera representacin contiene ya un mensaje social; la representacin no es slo un instrumento para
expresar algo, es en s misma un aspecto de lo que se est expresando; sealo un caso particular:
6.1) dimensin pblica: no es necesario que todo ritual contemple una audiencia: es dable pensar en rituales ejecutados por
un solo actor cuando sigue reglas que son de dominio pblico
-enseadas y aprendidas socialmente-, es decir, las reglas exigen que sean reconocidas pblicamente y que sean transmitidas
por alguna comunidad o por un actor pertinentes;
7) <felicidad e infelicidad: la evaluacin del desempeo de
los rituales no se hace en funcin de su validez, sino en trminos de su adecuacin y relevancia institucional o cultural; la
evaluacin descansa en la felicidad o infelicidad de su realizacin (en el sentido propuesto por Austin, 1970); no obstante,
en antropologa muy poca atencin se ha dedicado a los desempeos rituales infelices;
8) multimedia: los rituales hacen acopio de mltiples y heterogneos canales de expresin: sonidos y msica, tatuajes y mscaras, cantos y danzas, colores y olores, gestos, disfraces y vestidos especiales, alimentos y bebidas, reposo y meditacin, silencio; constituye tm gnero hbrido; y
9) tiempo y espacio singulares: los rituales fragmentan el
fluir de la vida cotidiana, se realizan en un tiempo y en tm lugar
226
cientes, sin embargo. Que la definicin haya servido corno compromiso y gua de investigacin supone, al menos, cierto tmido
criterio de demarcacin: <<busca por aqu porque slo ah encontrars actividad ritual. Por ejemplo, Gluckrnan postul que
hay ritual slo ah donde hay presencia de creencias y nociones
/ msticas. Desde el principio, Zuesse ubica al ritual corno un tr1mino propio para el estudio de la religin. Criterio de demarcacin sobre el cual se erige una red conceptual no siempre suficientemente explorada. Vuelvo con Gluckrnan: insist en que un
problema de su propuesta es que poco se ocup por elucidar el
sentido de creencia mstica, bsico en su red conceptual, y
cuando lo hizo lo redujo a ser un mero smbolo de la integracin social. Pero no desesperemos que, con todo, vamos obteniendo lecciones y rescatando material til. Mientras tanto,
acepto que algo de razn tiene Zuesse: ritual se ha convertido
en un trmino enfticamente confuso y controvertido, aunque
no necesariamente por las razones que l ofrece.
"
La diferencia entre Zuesse y Leach sobre el campo de operacin que le es propio al ritual es equivalente a la que Gluckrnan
tiene con el mismo Leach. En realidad la diferencia reposa sobre dos modelos de argumentacin, privilegiados o altamente
considerados en la literatura antropolgica, desde donde se
piensa y construye aquello que da contenido al y se relaciona
con el trmino ritual. En el primer modelo, que llamo acotado, segn se puede inferir por lo que he transcrito, ritual est
asignado slo y slo al campo religioso y mgico, cualquier
cosa que eso signifique. Formalmente las creencias, acciones y
objetos rituales son subconjuntos del total de las creencias, acciones y objetos religiosos o mgicos. Sobre el modelo acotado,
hegemnico incluso en la actualidad, las siguientes dicotomas
creencia/accin, pensamiento/movimiento, decir/hacer e individuo/colectividad han sido fundamentales para comprender la
nocin que me ocupa. No obstante, se trata apenas de una perspectiva, arbitraria por supuesto aunque sobre~alorada, desde la
cual ritual puede ser analizada. Reviso con ms detalle. En
principio Zuesse y Gluckrnan seran defensores de este modelo,
228
pero hasta dnde tolerar esta similitud? Para el primero la actividad ritual se centra en el cuerpo, vehculo por excelencia de
la experiencia religiosa, una experiencia esencialmente humana
que se niega a ser un mero reflejo de las estructuras, sistemas o
roles sociales. Para Gluckrnan, en cambio, la actividad ritual
est descorporeizada y en sus estudios transpira por doquier el
idealismo sociolgico que heredara de Durkheirn. Por aadidura uno y otro difieren notablemente en lo que constituye lo religioso o lo mstico. En algn sentido podrase decir que uno y
otro se encuentran unidos por un delgado hilo, por la caracterizacin formal de un modelo de argumentacin: sus redes conceptuales y las relaciones y jerarqtzaciones intraconceptuales
difieren enormemente. Habiendo establecido la presencia del
modelo acotado me parece f-t.mdarnental, primero, reconocer su
composicin heterognea y, segundo, sealar la presencia en la
obra de un mismo autor de otros modelos subsidiarios y de
otras redes conceptuales que se sobreponen y a veces se oponen
entre s. He intentado mostrar estos pliegues y repliegues en
mis excursiones previas.
Del segundo modelo de argumentacin que subyacera a la
hipottica polmica Zuesse-Leach se puede sostener lo mismo.
En ste, que llamo modelo autnomo, ritual>> adquiere una au~
tonorna del campo religioso y mgico que la tradicin le hab
1) tr-negado. Las redes conceptuales que construye, las relaciones y
jerarquizaciones intraconceptuales establecen otros compromisos y reglas, otras bsquedas: qu tanto varan los modelos de
argumentacin? Ya procurar esclarecer el punto. En algunos
casos la autonoma es tan expansiva que la relacin que exista
en el primer modelo se invierte dramticamente: todas las acciones religiosas y mgicas conforman un subconjunto de las
rituales. Luego, deja de ser tm contrasentido la nocin de ritua- C. PaJes no religiosos. Grirnes y Leach conceden que el campo de. (
operacin de ritual>> es mucho ms amplio del mbito al que el
modelo acotado lo restringa, pero sus diferencias pueden llegar
a ser ms importantes que su atribuida rnembresa>> al modelo
autnomo. Por ejemplo, Grirnes se opone a privilegiar -a veces
siquiera a considerar- la analoga lingstica que forma parte
del ncleo>> de la obra de Leach sobre sus estudios del ritual.
En cambio, con Zuesse, Grirnes resalta la importancia central \
del cuerpo en la vida ritual, aunque uno y otro avanzan por ru- (
229
231
,)
Leach no sostiene, como Benjamin Lee Whorf, que la realidad dependa intrinsecamente de nuestras categorias verbales
tal y como se encuentran en nuestro lenguaje. Simplemente
afirma que el antroplogo inventa tm artificio, uno dentro de
los posibles, para comprender la realidad, y si aqul est mal
erigido peor para el analista. Las sociedades reales, que son
procesos en el tiempo, no estn nunca en equilibrio, pero el
\ antroplogo podr obtener ideas fructferas al considerar, para
2. Mientras no seale lo contratio, las citas de Leach provienen de Sistemas po/Cticos de la Alta Binnania, Anagrama, Barcelona, 1976.
3. Su oponente ms vigoroso en cuestiones tericas lament esta critica: Gluckman defendi que la idea de una estructura en equilibrio temporal es una ficcin
diseada por el antroplogo (1968b).
232
233
social en trminos de los principios de organizacin (parentesco y residencia, rango y clase, propiedad y posesin, etc.) que
unen a las partes componentes del sistema, con independencia
del contenido cultural, es decir, es dable encontrar, distantes en
el tiempo y en el espacio, estructuras sociales iguales o semejantes al margen de las diferencias culturales que exista entre
ellas; e inversamente, de formas culturales iguales o semejantes
no se pueden inferir estructuras sociales iguales o semejantes. (Esta radical independencia entre principios de organizacin y formas culturales es un artificio que no discutir en este
trabajo, pero al menos enuncio que constituye sin duda tm problema.) En suma, la descripcin estructural que propone Leach
de los sistemas sociales supone un modelo idealizado que establece las relaciones de estatus correctas>> que existen entre los
grupos dentro del sistema total (en el estudio de caso de Leach,
aquel que incluya a la organizacin gumsa y a las organizaciones polares gumlao y shan) y entre las personas sociales que
constituyen los grupos concretos (31).
Cmo se puede estar seguro -se interroga Leach (27)- de
que tm modelo formal de la estructura social estudiada encaja
mejor con los datos que cualquier otro modelo? Nos ofrece la
siguiente respuesta: por la capacidad heurstica que cada uno
posea para explicar el cambio. Para Leach los cambios pueden
pensarse bajo dos encabezamientos: 1) los cambios consistentes
con la continuidad de un orden formal existente: la sustitucin
de un jefe por su sucesor, digamos, su primognito o la decapitacin de los jefes en el relato de Calvino; y 2) los cambios que
alteran la estructura formal: entre nosotros, por ejemplo, una
revolucin anarquista. Ahora bien, recurdese que Leach se interes en impugnar el realismo y el desdn que sus contemporneos tenan por dar cuenta de las transformaciones sociales. A
cambio nos ofreci un principio metodolgico: considerar como
si los hechos histricos formaran parte de un sistema en equilibrio. Pero en su justo valor, qu datos, qu materiales relevantes para el estudio del can1bio social se pueden obtener de este
principio metodolgico; qu agrega a nuestros conocimientos de
los hechos que ocurren en un tiempo histrico y real el modelo
como si que los congela? No slo se trata de que encajemos los
hechos a las categoras verbales -inicialmente inventadas por
nosotros- para que ele! pronto se <<vean>>sistemticamente or234
236
pueden llegar a ser incluso condiciones necesarias para el desempeo de las tareas tcnicas. 4 Por ejemplo, al nivel de las
creencias, como creo haber ilustrado en el captulo tres, un trobriands se puede rehusar justamente a surcar el mar en una
canoa perfectamente construida por los carpinteros especialistas sin antes haber estado sujeta a esos <<ademanes estticos>> o
<<costumbre local>> aparentemente superfluos representados por
los conjuros mgicos: la construccin de la canoa y los conjuros
mgicos no pueden separarse, conforman un seamless web. Sin
embargo, Leach desconsidera este dato y prefiere disolver la
estrecha relacin entre ademanes, costumbres y tcnicas, entre
funcin y forma, sealando que slo los ademanes y las costumbres forman parte del <<sistema total de comunicacin nterpersonal dentro del grupo; son acciones simblicas, representaciones. [Y] es tarea del antroplogo tratar de descubrir y traducir a su propia jerga tcnica qu es lo que se simboliza o representa (34). Si el ritual es una exposicin simblica que <<dice>>
algo sobre los individuos que participan en la accin, y si denota no un tipo peculiar de accin, como quiere el modelo acota- ( 4:do, sino un aspecto de casi cualquier accin, qu lugar, si algu1
no, les asigna Leach a las creencias?
237
238
239
liza y hace explcita el ritual es el sistema socialmente aprobado de relaciones "adecuadas" entre los individuos y entre los
grupos>> (37). Con otras palabras, el ritual no se restringe a ser
slo un aspecto de las acciones, Leach extiende ahora su campo
1
}de operacin. En realidad el ritual es el equivalente, en la men~ 1te de los nativos, del modelo abstracto, en la mente del cientfico,
de la estructura social: es un <<sistema de ideas sobre la estructura social en la que viven. Al referirse a una ceremonia particular, Leach escribe: <<detrs del ritual no estaba la estructura poltica de un verdadero estado, sino una estructura "como si" de
un estado ideal (303). Reviso con ms atencin estos pasajes:
Mi tesis es que, en la accin ritual y en el mito, el actor hace
exposiciones relativas al mismo orden abstracto de realidad de
que se ocupa el antroplogo cuando utiliza la jerga tcnica para
describir algunos rasgos de la estructura social. Pero, mientras
) que el lenguaje del antroplogo es (o debiera ser) exacto, el lenguaje del actor es intrnsecamente potico y ambiguo (109).
Integro a esta argumentacin las premisas iniciales. Los interlocutores con los que polemiza Leach fueron los antroplogos que consideraban a las estructuras sociales por ellos eshldiadas como si fueran entidades reales -existentes de forma
natural- y en equilibrio. Interlocutor privilegiado fue, abuso al
subrayarlo, Gluckman, no el del anlisis situacional del puente, sino el que ~e interes por esclarecer las funciones del ritual.
Para ste, quien sigui en este punto a Evans-Pritchard y Fortes, los procesos de fusin y fisin y los conflictos entre los grupos e individuos constituyen y fortalecen la cohesin estructural 1>;<.\
de un sistema. En cambio, para Leach es central el argumento ~
de <<que las ideas que sostienen los distintos grupos e individuos
sobre la estructura social como conjunto son intrnsecamente
S. De acuerdo con Leach, la integracin de la sociedad kachin se expresa slo a
nivel poltico, no cultural (sumamente diferenciado); as tienen que comunic~rse ~os
con otros sobre el esta tus pol~co, y lo hacen a travs ?el lenguaje de la acctn nlual, ~
un lenguaje simple y estereol:Jpado que es comprendtdo por todos los subgmpos Y en
el que los temas referentes al estatus se representan constantemente de fmma muy
parecida: el lenguaje de las acciones rituales conforma una suerte de lmgua franca.
241
x:t'
o
""
torno a las creencias, es que para el_ P_~mero las _creenci_as msti-~
cas estn consagradas por la tradicwn y son mcuestionables; bl<T
para Leach en cambio las creencias sobre la distribu_ci~ _social
del poder estn motivadas por los intereses de los mdiVIduos,
por lo que pueden ser, en algn sentido, tan efmeras como lo
dicten esos intereses, acaso demasiado errantes, en situaciones
y momentos particulares.
Ahora bien, el mito y el rih1al estipulan y manifiestan reclamos, alegatos, a los derechos y al estatus. Configuran, en palabras de Leach, <<un lenguaje de discusin, no un coro de armona (300). Segn se seal, los kachin fundan sus alegatos a los
derechos y al estatus por medio de una <<reescritura de la historia, para lo que contratan bardos; tambin mediante la revalidacin retrospectiva del rango del linaje al que pertenecen, cosa
que implica invalidar los derechos y estatus de otros linajes; a
travs de la manipulacin genealgica, de la obtencin de prestigio social y del cumplimiento de las obligaciones rituales
(186). Pero estos reclamos, por supuesto, nunca estarn suficientemente justificados. Es decir, un grupo de personas puede
sostener, en oposicin a otro grupo, un sistema de creencias
insuficientemente justificado sobre la distribucin social del poder con el fin de promover su poder y control sobre los recursos
escasos, para apelar a y competir por los derechos y al estatus
con otro(s) gmpo(s). De acuerdo con Villoro, un sistema de
e~,.
creencias es ideolgico cuando <<Se trata de creencias insuficien- 19roLD
temente justificadas y que cumplen una funcin social determinada ... cumplen la funcin de promover el poder de un grupo
(1985: 39-40). Luego, puede atribuirse el adjetivo <<ideolgico a
la acepcin 4) de ritual, es decir, al conjunto de ideas [o creencias] sobre la distribucin de los poderes entre las personas y
los grupos de personas. De ah que <<los individuos pueden sostener y sostienen ideas [creencias] contradictorias e incoherentes sobre la estructura social (26).
De acuerdo a Leach los rituales no slo sirven para expresar la posicin del actor con respecto a su medio social, tambin pueden modificar esa posicin y ese medio: <<los ritos pue- ~
den alterar el estado del mundo porque en ellos se invoca el poder (1977: 387), constituyen una manifestacin de poder
por el que los indivi uos y gmpos compiten, o al que se somet en. En la concepcin de Leach - a acepci 4)- los rituales, 1
247
250
que exista una sumisin irracional a un poder secular? Este evitar la evaluacin de las creencias y las acciones en trminos de la
dicotoma racional/irracional no la mantuvo nuestro autor permanentemente.
251
252
ter ritual: que los nativos emmcien eso no significa que lo crean
literalmente. Y aqu introduce el ejemplo al que ya me he referido en otro captulo. Si una inglesa se casa por la iglesia, en
conformidad con todos los procedimientos rituales que amerita
la ocasin, <<nO me dice nada de su estado psicolgico interno;
no puedo inferir del ritual lo que ella siente o sabe. Puede ser
una atea sin reserva o alternativamente creer que el casarse por
la iglesia es esencial para el bienestar de sus hijos [ ... ] Por otro
lado, el ritual matrimonial ingls revela bastante al observador
externo acerca de las relaciones sociales formales que estn
siendo establecidas entre las partes comprometidas, y esto es
cierto para el caso australiano tambin (1969: 88-89). Leach
est asumiendo tma concepcin mentalista de las creencias.
Como no tenemos acceso a las creencias en tanto estados psicolgicos internos de los sujetos, prefiere cerrar esta ruta de investigacin y desconsiderar que el concepto de creencia responde a
un inters epistmico -como bien lo ha demostrado Villoro
(1982)-, no a uno psicolgico. A cambio abre otra ruta: la interpretacin simblica y sociolgica de las creencias. De todas
las creencias? Fundamentalmente de aquellas que provocan
perplejidad en el observador. De esta fonna, Leach elude el estudio de las creencias en tanto creencias por tina dficiente conceptualizacin de ellas. Adems reduce toda explicacin de los )
Jituales y l_as creencias rituales ~~lftic-ativo, es ( 6:::
decir, por lo que informan del sistema de relaciones sociles. El
anlisis ritual consiste en <<decodificar mensajes e~ su relacin
con las estructuras sociales. De este modo, los nativos se complacen en sostener, por vas sinuosas y una inclinacin a los
mensajes cifrados y a un discurso poticamente obscuro, cierta
clase de creencias y celebran rituales que codifican mensajes
sobre las relaciones sociales: <<la accin ritual y la creencia deben entenderse como formas de exposicin simblica del orden
social (Leach, 1976: 36).
Vuelvo al debate, a la interpretacin, a la <<decodificacin
que propone Leach del mensaje contenido en las aseveraciones
de los aborgenes australianos:
La interpretacin moderna de los rituales descritos sera que,
en esta sociedad, la relacin de la madre del nio con el linaje del
esposo de la madre radica en el recono~imiento pblico de los
253
254
255
256
257
siempre el sostener creencias falsas se debe a una aniada ignorancia o a un lamentable estado de idiotez. La misma historia
de la ciencia nos provee de suficiente material para oponemos a
esta simplificacin. El vrtigo reduccionista: Leach ha reconstndo mal al neotylorianismo. Con todo lo criticable que es, el
neointelectualismo no defiende lo que l afirma que sostiene:
me permito remitir al lector al primer captulo de este trabajo
para que lo constate. No concluye aqu, sin embargo, su condena al neointelectualismo. En el artculo Ritual que redactara
para la Intemational Encyclopaedia of the Social Sciences, Leach
escribe: Si los que participan en un rito religioso afirman que
,., sus actos tienen por finalidad alterar el estado del mundo ejerciendo influencia sobre agentes sobrenaturales, por qu no
aceptar esta versin tal y como la exponen los interesados? Por
qu suponer, como hace Durkheim [y Leach], que esos actos
1
son en realidad "representaciones simblicas de las relaciones
sociales"? Responde Leach:
Los actos rituales [defienden los neointelectualistas] han de
interpretarse en el contexto de las creencias: significan lo que los
actores dicen que significan. Este mtodo tan simple tiene evidentes atractivos. Sin embargo, cabe aducir que si el comportamiento culturalmente definido slo puede ser interpretado por sus
actores, toda generalizacin relativa a varias culturas es imposible, y todo intento de hacer un anlisis racional de lo irraci01wl ha
de resultar necesariamente falaz. Frente a esto, yo y otros seguidores de Durkheim insistimos en que el comportamiento religioso
no puede basarse en una ilusin [1977: 387].
Excepcin hecha de los relativistas, difcilmente algn antroplogo podria afinnar que el comportamiento culturalmen.! te definido slo puede ser interpretado por sus actores y que
slo <<significan lo que los actores dicen que significan. Al menos el neointelectualismo se ha vuelto clebre por sus enconadas crticas al relativismo (revsese Jarvie, 1984). El mismo
Leach acepta que de acuerdo con los neotylorianos los actos
rituales han de interpretarse en el contexto de las creencias,
pero de ah no se infiere que nicamente significan lo que los
actores dicen que significan. Me parece que tampoco es cierto
que <<toda generalizacin relativa a varias culturas es imposi-
258
259
con:
260
261
l~
k
FIGURA
262
SEAL
A es causa de B como
respuesta desencadenada.
SIGNUM
Arepresenta a B como
resultado de una accin
humana arbitrada.
INDICADOR NATURAL
A se asocia con B por naturaleza,
pero se selecciona como un indicador
de B por eleccin humana
(el humo es indicador de fuego).
PRINCIPALMENTE
METONIMIA
1
1
1
1
1
1
1
1
SIGNO
Arepresenta a B como la parte
al todo (metonimia)
1
1
~---+---- J=(~~c~~~~~oderealeza). ~
1
SMBOLO
ESTANDARIZADO
Asociacin arbitraria
entre Ay B,
pero habitual.
1
1
1
S~BOLO
INDNIDUALIZADO
Smbolos particulares, como en
los sueos; smbolos ntimos,
como en la poesa oscura.
La asociacin entre Ay B es
totalmente arbitraria y dependiente
del capricho del emisor.
PRINCIPALMENTE
METFORA
1
1
1
1
1
INDICADOR
A es indicador de B.
SMBOLO
A representa a B por
asociacin arbitraria.
1
1
1
1
l
1
1
1
1
SMBOLO
CONVENCIONAL,
PERO TOTALMENTE
ARBITRARIO
(la serpiente es
un smbolo del mal)
ICONO
Asociacin entre Ay B, segn
semejanza planeada: v.gr. modelos,
mapas, retratos.
L ---------------------
1
1
_j
263
cias automticas a distancia (42, 31). Las ambigedades y errores lgicos cometidos por el mago no son ni exclusivos de l ni
tan evidentes como a menudo se cree. La confusin entre signo
y seal queda a descubierto tambin en nuestra <<tecnomagia en
el hogar>>:
Al entrar en una sala se advierte en la pared un botn de un
tipo familiar. Se supone que esto es un signo de que se ha hecho
una instalacin elctrica en la sala. A travs de una larga experiencia se ha llegado a creer que se puede tratar el signo como
una seal. Se presiona el botn con la esperanza de que se encender una luz en alguna parte de la sala [... ] Es el hbito ms
que el conocimiento tcnico lo que nos convence de tratar los
intenuptores de la luz como seales [43-44].
La accin -contina Leach- es tcnica en su intencin, y
obedece al esquema medio-fin: el mejor medio para encender la
luz en nuestros hogares es el de manipular el interruptor, un
signo que solemos tratar como una seal. <<Puede ser tcnica e
sus consecuencias, pero la forma real de la accin es expresiva>>
(subrayado de Leach). Hago dos comentarios a esta analoga
entre la <<tecnomagia en el hogar>> y los actos mgicos, y en esta
distincin entre lo tcnico y lo expresivo que Leach ha introducido. Por qu escribe que <<puede ser tcnica en sus consecuencias>>? Si se enciende la luz, la accin ser enfticamente tcnica en sus consecuencias, aun cuando mantengamos nuestro
error lgico de tratar a un signo como una seal. Ahora bien, si
estando en nuestro hogar la luz no se encendiera, entonces tendriamos que disolver nuestro error lgico, tratar al interruptor
como un signo que es, y retrotraemos a nuestros conocimientos
tcnicos del caso, por ms pobres que sean, para sugerir hiptesis: ya sea que en ese momento se haya suspendido el servicio
de luz, el foco est fundido, o bien que el interruptor est descompuesto o sea un extravagante adorno; la consecuencia, en
todo caso, tambin ser enftica~ente tc~ca. Me temo que los
actos mgicos exigen otro tratamiento. Mientras que los prop. sitos insatisfechos o incumplidos en la <<tecnomagia en el hogar nos obligan a corregir, aunque slo sea temporalmente,
nuestro error lgico de tratar a un signo como una seal, no
ocurre lo mismo necesariamente cuando los actos mgicos fra265
)4--
266
267
268
269
e) Una consecuencia de las premisas e) .Y d) es que el ru:troplogo tiene que distinguir entre la ~lase eemplar de los n:uales, y las descripciones e interpretaciOnes que de ~~os realicen
los nativos, es decir, la clase sintomtica, que se ongilla del propio error del agente -confusiones~ ambi~e~ades lgicas- al
interpretar su discurso y sus accwnes; logcamente la clase
ejemplar debe ser anterior a la sintomtica. Ah dond~ _el hombre ritual afirma <<X se embaraz porque so que el runo le era
colocado en su interior (la clase sintomtica), el antropl~go
concluir que de acuerdo a la interpretacin moderna -no literal- el mensaje ya decodificado, en esa socied~d, recono~e o
evidencia till componente de la normatividad social, en ~1 eJemplo, el de la filiacin patrilateral (y sta ~era .la clase eJemplar
del ritual); de aqu que el antroplogo este obligado. a co~pr~n
der la accin Iitual en tanto tal, <<antes de que la racwnalizaci~
en sentido literal del mismo actor pueda explicarse (Skorupski,
1985: 54). Considrese una vez ms el siguiente pasaje ya transcrito arriba:
271
272
En general la obra de Leach no conforma un todo homogneo guiado por algunos preceptos tericos que se mantuvieran
ms o menos invariables, ms o menos retenidos con insistente
terquedad. Son de destacarse, por ejemplo, las diferencias que
en sus reflexiones sobre el rih1al se encuentran en su libro de
1954, Sistemas polticos de la Alta Birmania, con aquellas otras
que, por ejemplo, se exponen en un largo trabajo que publicara
en 1972: The influence of cultural context on non-verbal communication in man>>. Entre aqul y ste la antropologa inglesa
y Leach recibieron el impacto y la enom1e influencia del estructuralismo de Claude Lvi-Strauss -sobre el cual por cierto
nuestro autor escribiera un libro (1970)- y la gramtica transfom1acional de Noam Chomsky. Aunque algo he adelantado, a
continuacin atender la teora del ritual de Leach en lo que,
sin demasiada conviccin, podra nombrar su momento estmcturalista.
Fue a partir de la dcada de los sesenta que el trmino ritual>>, centralmente en la obra de Leach, experiment su propio
giro lingsticO>>. En su trabajo Ritual>> Leach ha escrito que
debemos concebir el ritual como tm lenguaje, en sentido total- ~ ~
mente literal; en tal caso podrn aplicrsele diferentes teoremas ~
de la ingeniera de la comunicacin y de la lingilistica estructural (1977: 386). Comprender un rihml-contina- supone dilucidar las reglas gramaticales y la sintaxis de una lengua desconocida. No obstante en este giro lingstico>> no deja de haber algunos eqtvocos. En Cultura y comunicacin sostiene que
<<los rasgos individuales de la conducta observada y los detalles
individuales de las costumbres se pueden tratar como anlogos
a las palabras y enunciados de una lengua ... >> (1978: 10); en otra
~arte del. mi.s~o .libro: doy por sentado que es exactamente(
Igual de sJgmficativo hablar de las reglas gramaticales que rigen
el vestido que hablar de las reglas gramaticales que rigen las
expresiones verbales>> (1978: 15). Y en otJo texto apunta que
una gran parte de la antropologa social <<est interesada en el
estudio de los sistemas culturales considerados como cuerpos
de reglas normativas y convenciones, como la gramtica de un
lenguaje o las reglas del ajedrez, ms que con instancias empricas de conductas culturales>> (1972: 320). Una cosa es aseverar
que el ritual es un lenguaje en sentido totalmente literal, otra
que es una lengua desconocida, y muy otra es tratar a los siste275
va~
J mas
276
articuladas con esta premisa nuclear estn las siguientes distinciones de Saussure: a) la distincin entre lengua y habla, entre
. langue y parole, y sus concomitantes: estructura y acontecimiento, sistema y proceso, competencia y actuacin; para
Leach en particular la distincin entre cdigo y mensaje; y b) la
distincin entre significante y significado como los componentes del signo: las dos caras de la misma moneda, segn reza una
metfora cristalizada. O bien entre el plano de expresin y el
plano de contenido; y para el caso del signo lingstico, entre la
imagen acstica y el concepto; como Leach est interesado en
esclarecer la comunicacin no verbal o los signos no lingsticos, ha preferido hablar de imgenes sensoriales como el caso
general que incluye a las acsticas (1978: 24).
Para Saussure la misin de la descripcin lingstica sincrnica consiste en formular los principios o reglas sistemticas
que operan sobre la lengua en un momento determinado.
Cmo? Al margen de las variantes individuales, los hablantes
de una lengua permiten su descripcin en virtud de un sistema
concreto de reglas y relaciones: la lengua que hablan tiene las
mismas caractersticas estructurales. Las expresiones, por su
parte, son muestras de habla, de parole, que el lingista toma
como punto de partida para la construccin de esa estructura
subyacente comn: la lengua (Lyons, 1977: 48-51). De hecho
algunas indagaciones semiolgicas de sistemas de comunicacin no verbales han partido de esta distincin: <<La nocin Lengua/Habla, ha escrito Roland Barthes (1971: 28), est preada
de desarrollos extra o metalingsticos. Defenderemos, por lo
tanto, la existencia de una categora general Lengua/Habla extensiva a todos los sistemas de significacin; a falta de una definicin mejor mantendremos aqu los trminos Lengua y Habla,
aunque aplicndolos a comunicaciones cuya esencia no es verbal. Justamente a esta ltima orientacin le dedica Leach un
buen nmero de pginas y reflexiones.
En el <<giro lingstico>> o, con mayor precisin, en la perspectiva semiolgica del ritual defendida por el antroplogo ingls, ste da por supuesto ...
[...] que todas las diferentes dimensiones no verbales de la
cultura, como los estilos de vestir, el trazado de una aldea, la arquitectura, el mobilialio, los _alimentos, la forma de cocinar, la
277
msica, los gestos fsicos, las posturas, etc., se organizan en conjuntos estmcturados para incorporar informacin codificada de
manera anloga a los sonidos y palabras y enunciados de un
lenguaje natural. Por tanto, doy por sentado que es exactamente
igual de significativo hablar de las reglas ?ramaticale:' que rigen
el vestido que hablar de las reglas gramaticales que ngen las expresiones verbales [1978: 15; subrayado en el original].
\
278
280
2) ' Los mensajes, dispositivos con significacin, son configuraciones estructurales que pueden transformarse de una modalidad a otra porque entraan un mecanismo <<lgico>> o cdigo
comn de naturaleza binaria. Si no me equivoco, los mensajes
son isomorfos respecto al cdigo que entraan: reproducen a
otro nivel la forma del cdigo. En la analoga de Leach, explcitamente aceptada, al estar constituido por reglas normativas, convenciones y relaciones estructurales cabe describir al cdigo mediante una gramtica. Una gramtica separa los comportamientos <<gramaticales>> de los no <<gramaticales>>, determina qu es lo
que est en el cdigo y qu es lo que no est en l; proporciona
una descripcin de los comportamientos <<gramaticales>>; establece cul debe ser su realizacin y qu significan. En el ejemplo
que expondr inmediatamente, en 2.a), la oposicin blanco/negro que expresa bueno/malo y felizltriste son instancias gramaticales, no son gramaticales en cambio bueno/hunlde o feliz/loco.
En el mensaje del mismo ejemplo, entrar/salir del matrimonio,
las oposiciones orgulloso/hunlde y cuerdo/loco no pertenecen
al cdigo que aqul entraa, pero s pueden ser sus transformaciones en un hipottico cdigo que ellas entraen: la tesis fundamental de Leach es que cada cdigo es en potencia una transformacin de cualquier otro cdigo (1978: 130).
2.a) Un ejemplo. Las costumbres de la Europa cristiana, segn las cuales las novias se ponen un velo y un vestido blancos y
las viudas un velo y un vestido negro forman parte del mismo
mensaje: la novia entra en el mattimonio, la viuda lo deja. Las dos
costumbres estn lgicamente relacionadas, aunque en el tiempo
puedan estar muy separadas. La oposicin blanco/negro expresa,
en este contexto, no slo novia/viuda, sino tambin bueno/malo,
as como toda una gama de metforas subsidiadas armnicas,
gramaticales>>, tales como feliz/ttiste, puro/contaminado. Segn
Leach, con el empleo de signos y smbolos podemos proyectar los
conceptos generados mentalmente -como puro/contaminadosobre cosas y acciones del mundo extetior [1978: 25, 38]. Operacin por cierto equivalente a la que Durkheim propuso respecto a
la oposicin profano/sagrado. De esta forma, la oposicin
puro/contaminado puede expresarse en un titual a travs de diferentes modalidades o canales, o en diversos tituales a travs de
una modalidad: en el ejemplo, el simbolismo del color, blanco en
el titual del mattimonio, negro en el titual funeratio.
281
282
--- ----
11. Los rasgos topogrficos materiales (tanto artificiales como naturales) del espacio en el que tienen lugar las celebraciones rituales -edificios, senderos, bosques,
ros, puentes, etc.- constituyen un conjunto de indicadores de distinciones metafsicas
tales como: este mundo 1otro mundo, profano/sagrado, esta tus inferior 1esta tus superior, normallanormal, vivo/muerto, impotencia/potente. En las celebraciones rituales,
el cambio de los individuos de un lugar a otro fsico, a otro y la sucesin en que tales
cambios se realizan fmman parte del mensaje; son representaciones directas de cambios en la posicin metafsica. Pero las mismas celebraciones, por ser dinmicas,
deben considerarse como se1ia/es que automticamente desencadenan un cambio en el
estado metafsico del mundo (Leach, 1978: 69).
284
285
do es irrelevante en su teora: 1) el mensaje inmediatamente in1tentado por los actores: lo que ellos piensan que hacen (la clase
sintomtica); 2) las interpretaciones intuitivas e idiosincrticas
de observadores-participantes, como los buenos nios que gustan de los rituales de sactificio por las comilonas que propicia la
ocasin, o como la que pueden hacer Lmos molestos tutistas; y
3) la interpretacin formal que depende de la habilidad del antroplogo para realizar un anlisis sintctico de toda la estructura de los procedimientos rituales (la clase ejemplar) (1972a: 321,
subrayado mio). As como Chomsky ha estado interesado en
construir una teora de la estructura del lenguaje, de cuyas enseanzas se podran obtener nuevos conocimientos de las propiedades de la mente humana, as Leach anlogamente se ha propuesto construir una teora mentalista de la estrucb.rra de la cultura. Si en la gramtica transformacional del activista norteameticano la categora de competencia lingstica>> desempea Lm
papel central, Leach la toma prestada del vocabu.latio del lingista, me parece, sin considerar todas sus implicaciones:
[...] el inters del antroplogo es desClibir un esquema de la
competencia cultural en trminos del cual las acciones simblicas
individuales puedan ser vistas con sentido. Slo podemos interpretar las realizaciones individuales a la luz de lo que ya hemos
inferido de la co111petencia [1972a: 321-322].
286
de los hombres rituales para afirmar si stas tienen o no significado, y qu significado tienen. Asume primero que esas asercioneS>> forman parte de un mensaje combinado, en constante
transformacin, que escapa enteramente a la mirada de los
nativos; y, segundo, que estos ltimos desconocen el significado
simblico de los rituales particulares en los que participan y/o es
del todo irrelevante lo que puedan decir sobre ellos.
3) Finalmente, existe otra confusin al pensar que una elucidacin de la lgica o significado de los smbolos rituales es en
s una explicacin de por qu son adoptados, o de por qu ellos
se realizan. (Recurdese que Leach escribe que la concepcin
usualmente utilizada por los antroplogos consiste en que la
coherencia lgica del ritual <<es en s misma suficiente para "explicar" el patrn del simbolismo que se adopta.) Esclarecer dicho simbolismo es tm primer paso, por supuesto, en el sentido
anlogo en que elucidar el significado del enunciado formulado
por un actor constituye un primer paso en la explicacin de
cmo aquello que se dijo tiene el significado que tiene, o que
creemos que tiene, y por qu lo dijo. Elucidar la lgica o el
significado del simbolismo ritual no representa una alternativa
para explicar la celebracin de rituales en tmnos de las razones que los actores, dotados de agencia, tengan para ejecutarlos
y participar en ellos.
Esta idea ltima es apenas una acotacin: a Leach no le
interes averiguar, en su momento estructuralista, aunque s en
su Sistemas polticos de la Alta Birmania, las intenciones, los
deseos, las emociones, las creencias, los intereses, que animan a
los actores a realizar y participar en rituales. En suma, temn
por reducir o eliminar paradjicamente la <<trama conceptual de
l_a mente en su teora del ritual:
En contra de cualquier vrtigo objetivista -escribe Carlos
Pereda [1994a: 286-299]-, hay, pienso, que generalizar la presuncin de intencin a la trama misma: las intenciones, las
creencias, los deseos, los intereses, las emociones ... estn ah,
desempeando constantemente algn papel en las diferentes
interacciones [...] alguna trama conceptual de la mente es parte
de cualquier cultura, de cualquier forma de vida humana, pues
sin una terminologa mental no podramos articular o entender o
2l)0
<<Paradjicamente porque en el discurso y prctica antropolgicos el ritual se ha convertido en una preciosa puerta de
acceso a otras formas de vida. Y porque si algo ha golpeado la
mirada de los antroplogos es esa materialidad del ritual, esa
trama conceptual de la mente que no escapa, que no puede
escapar, a las <<resonancias del cuerpo. Los rituales son expe- \
riencias y vivencias; modelos que, a veces, organizan las ex- ,
periencias y las vivencias, las emociones y los sentimientos; pro- 1
mueven la reflexividad y la creatividad. Espacios ldicos y de
recreacin, los rituales posibilitan los horizontes desde donde se
puede ejercer la crtica de la propia sociedad y forma de vida;
un mbito de la potencia subjtmtiva, los rituales tambin son
catrticos; dispositivos de poder, los cuerpos son disciplinados 1
por y en ellos, y en ellos tambin hallan tma loca y abandonada J a,~ ?1
libertad. Preguntas e inquietudes que forman parte, todas stas,
de la hemistica negativa del programa de Leach.
algunos conceptos de la trama conceptual de la mente, revisar desde otro ngulo si se puede sostener esta analoga.
Atendamos esta definicin de Significado>> de H. Paul Grice: <<Un hablante H quiere decir algo [meant something] mediante X, equivale a decir que H intent que la emisin de X produjese algn efecto en un oyente O, por medio del reconocimiento
de esta intencin>> (1978). John Searle destaca que dos de las
virtudes de esta definicin es la de articular significado con intencin; y la de capturar la siguiente caracterstica esencial de
la comunicacin lingstica: <<Al hablar intento comunicar ciertas cosas a mi oyente, hacindole que reconozca mi intencin
de comunicar precisamente esas cosas; logro el efecto pretendido en el oyente hacindole que reconozca mi intencin de lograr ese efecto, y tan pronto como el oyente reconoce qu es lo
que intento lograr, se logra, en general, el efecto que se pretenda>> (1990: 52). 12 Desde luego, una de las condiciones necesarias para que el efecto sea posible, es que tanto el hablante
como el oyente compartan una gramtica o, en trminos saussurianos, que compartan la misma langue. Encontramos en el
ritual un equivalente del <<hablante>> en la comunicacin lingstica? Por lo menos, el equivalente no pueden ser quienes celebran el ritual, porque no son libres de cambiar algo del <<texto>>
ritual. Las nicas opciones que tienen a su disposicin de producir algn efecto en los <<oyentes>>, que pueden ser ellos mismos, estn relacionadas con el acto mismo de su realizacin:
<<la regla normativa cultural, proporcionada por la tradicin,
est fuera del escenario [ritual]; ella provee el encabezamiento
de lo que se debe hacer, pero no puede controlar lo que realmente se hace. Lo que realmente se hace difiere en detalle de
cualquier realizacin previa del "mismo" ritual>> (Leach, 1972a:
321). Para Leach el <<hablante>> del ritual, el autor o <<compositor>>, quien <<diO>> esa regla normativa cultural, son los antepasados mitolgicos. En la medida en que los oyentes>> rituales
buscan identificar un significado al ritual, presuponen una in12. Aunque esta definicin le parece til como punto de partida, Searle percibe
dos defectos en ella: no logra dar cuenta de hasta qu punto el significado puede ser
un asunto de reglas o convenciones [ ...] [y] al definir el significado en ttminos de
intentar producir efectos, confunde actos ilocucionarios con actos perlocucionarios
(ibfd.) . Estas objeciones, sin embargo, no alteran la critica que estoy desarrollando a la
analoga entre el significado del simbolismo ritual y el lingstico.
292
293
294
normativo de la langue, y algtmas de sus funciones de la produccin de significados y comprensiones compartidos [por parte de
los celebrantes] [Valeri, 1985: 343].
No slo esta perspectiva sino en particular la ltima conclusin sera inaceptable para Leach, qlen piensa en el ritual como
un dispositivo enfticamente erradicador de ambigedad. Repa- (
so en el siguiente apartado su argt.m1entacin sobre el tema.
cunstancias. Particularmente en las sociedades orales, la realizacin de rituales es un dispositivo privilegiado para la transmisin, de generacin en generacin, del conocimiento sobre la
topografa local y sus taxonomas, la cosmologa y la historia.
Espacio de la memoria social, en los rituales, sin embargo, no
se despliega tal conocimiento e informacin como si se tratara
de una enciclopedia o una vasta biblioteca.
Para Leach existe una crucial diferencia entre el tipo de cla!'f
~ificaciones verbales que se emplean en las sociedades comple~ Jas de aquellas que se encuentran en las primitivas. En estas
ltimas, cuando el primitivo atribuye una particular palabra a
una clase de objetos, de hecho crea esa clase de objetos. Un
( ~bjeto i~ombrad_o no es reconocido como un objeto en un sentido social: no eXIste. <<Entonces, el mundo de experiencia del
primitivo contiene un nmero menor de clases de objetos que
nuestro mundo de experiencia; pero aunque existan menos cosas todas tienen nombre, y todas tienen un significado social>>
(1966: 405). El mundo, de este modo, es creado por un proceso
de clasificacin, y la repeticin de la clasificacin perpeta el
conocimiento que incorpora. Los rituales no despliegan a plenitud el conocimiento y la informacin que tiene una sociedad
sino los procesos de clasificacin en los que se incorporan di~
cho conocimiento y dicha informacin. Ms que eso, al reproducir sin ambigedades el proceso de clasificacin [undante,
los rituales representan en consecuencia la creacin del mundo.
Pero el argumento de Leach es mucho ms fuerte: los rituales
no slo representan la creacin del mundo, han creado nuestra
conce~cin del tiempo. No puedo evitar aqu insinuar una equivalencia con la concepcin fundamentalista del ritual sostenida
por Durkheim. Atiendo mi insinuacin porque es relevante para
el tema que discuto.
E~ la recopilacin de ensayos que integran su libro Replanteamzento de la antropologa (1972b ), Leach incluye al final un
~agnfico trabajo -que en realidad es la reunin de dos pequenos textos- sobre la representacin simblica del tiempo. Las
pregu~tas que se plantea Leach son las siguientes: cmo es
~ue disponemos de la categora verbal tiempo>>?, cmo se articula con nuestras experiencias cotidianas?, cmo pensaran;tos el_ tiempo sin relojes ni astronona cientfica?, qu atributos eVIdentes pensaramos que posee? Resumir a continua-
296
14. Para hacer fluida la lectura suspendo las citas, slo tmese en cuenta que,
mientras no se seale otra cosa, todas provienen del ensayo mencionado. He tomado
una ruta larga, pero quiero suponer que no ser intil para exponer algunas conclusiones valiosas.
297
298
giera que el tiempo deba necesariamente transcurrir a tma velocidad constante, ni tampoco tenemos por qu concebir el curso
temporal como algo constante. Volvamos a esa secuencia privilegiada de oscilaciones entre dos polos opuestos: el nacimiento
y la muerte. Que el nacimiento siga a la muerte no se confina a
las creencias sobre el ms all, reaparece una y otra vez en el
mismo ritual religioso. En los ritos de paso, cuya estructura
lgica fuera expuesta por Amold van Gennep (vase arriba), y
en los ritos de sacrificio de carcter sacramental podemos distinguir tres fases: una muerte simblica (el nio muere en
tanto nio), un periodo de retiro ritual, y un renacimiento simblico (el sujeto ritual nace como adulto). Los ritos de paso,~
cuya misin es marcar las etapas del ciclo de la vida humana, VK:f"
deben estar evidentemente relacionados con una forma de re- k
presentar y conceptualizar el tiempo. El curso del tiempo es hecho por el hombre. Entre las diversas ft.mciones que desempe-t
an las festividades, una de las ms importantes es ordenar el
tiempo. El intervalo que existe entre dos fiestas sucesivas del
mismo tipo es un periodo, habitualmente un periodo nombrado, existente. Por ejemplo, semana, <<ao . Sin las fiestas, /
estos periodos o estos intervalos de tiempo con su principio y fin no existiran y desaparecera el orden de la vida social. Hablamos de medir el tiempo como si fuera un objeto concreto
que esperara ser medido. De hecho, creamos el tiempo al crear ~
interval~s en la vida social. Antes_de eso no hay tiempo que pueda{
ser m.edzdo. Lo verdaderamente Importante no es que tengamos
el concepto de <<tiempo, sino el orden que le impongamos. Con
otras palabras, el concepto de tiempo tiene sentido slo y slo
si est compuesto por intervalos, y stos se crean en la medida
en que la vida social los tiene. Si queremos apreciar de forma
precisa la ft.mcin de las festividades para ordenar el tiempo,
debemos considerar el sistema ritual como un todo, y no cada
fiesta individualmente. Esto es, cada ritual no es ms que tma \
parte del sistema que empieza y tem1ina en repeticin, del mismo modo en que cada intervalo de tiempo es tma seccin de 1
otro intervalo de tiempo ms amplio que, tambin, empieza y
termina en repeticin.
Si el tiempo es una <<discontinuidad de contrastes repetidos, consistentemente con los argumentos precedentes, los rituales deben serlo tambin, y lo son por cuenta doble. Uno,
299
300
302
con-(
303
como el latn, el snscrito, el pali, etc., ininteligibles para la mayoria de los participantes, pero que, acaso por virtud de esa
ininteligibilidad pronunciada por sujetos pertinentes en. situaciones adecuadas, radique buena parte de la eficacia operacional o felicidad de los rituales. Al discutir este fenmeno, y en
oposicin a Leach, Stanley Tambiah concluy que en los rituales el lenguaje utilizado evidencia formas de uso que violan la
funcin comunicativa (1968: 179).
3) Como actos comunicativos los rituales violarian el principio de cooperacin y las mximas asociadas segn la propuesta de H. P. Grice (1991) para el estudio de los principios que
regulan la interpretacin de los enunciados.
4) Finalmente, respecto al factor de redundancia que Leach
atribuye a los rituales, y que sin duda forma parte del ncleo de
su programa, Dan Sperber razona otra critica: <<el argumento
segn el cual la redundancia del mensaje simblico le dalia al
ritual una fuerza de conviccin que el simple mensaje lingstico no tendria, es slo una peticin de principio. La redundancia
por s sola ha creado, ms que la conviccin, la lasitud, el fastidio (1978: 29-30). Resulta, en fin, poco satisfactorio concluir
que tanto tiempo, tantas tensiones y pasiones, tanta dedicacin
e inversin de recursos que consume inevitablemente el poner
en marcha cualquier ritual slo sea para ... enviarse mensajes
conocidos, de forma redundante, con informacin irrelevante, y
por definicin ningn o escasos conocimiento e informacin
novedosos.
304
EPlOGO
DIMENSIONES PLURALES
DE LA VIDA RITUAL
1. En este trabajo intent ofrecer una memoria de argumentos en torno a un trmino controvertido en antropologa: el
de ritual. Como toda memoria, sta que se ha presentado aqu
es selectiva y restringida. No es gratuita, sin embargo, la seleccin ni la restriccin es tan acentuada: este texto atiende las
refleriones que un segmento significativo de la tradicin antropolgica britnica realiz sobre el ritual; tradicin que se supo
nutrir de, y supo modificar, las ideas enfticamente inevitables
del pensador francs mile Durkheim, a quien se le consagra
un captulo. Sin demrito de otras tradiciones, creo que es en la
escuela britnica donde nos es dable hallar las investigaciones
ms fructferas y enriquecedoras sobre el asunto que he tratado
en estas cuartillas. Quien revise, por ejemplo, los estudios actuales sobre rituales no encontrar sino voces que continan,
modifican y polemizan con los autores que se analizan en este
libro, con sus obras y con las dificultades presentes en ellas.
He procurado esclarecer, indagar y reconstruir lo que las
obras de los autores analizados frontalmente afirman sobre los
rituales. Si no me equivoco, en la literatura antropolgica no
existe una exposicin de esta naturaleza, es decir, una historia
argumental ms o menos detallada del trmino que me ha ocupado. Pero no se limita este trabajo a exponer meramente lo
305
que las obras de los autores que recorren estas pginas sostienen sobre los rituales. Intenta sobre todo polemizar con ellos,
pero tambin formular interrogantes, dudas e ideas relevantes
para hacerlas participar a todas ellas en las discusiones contemporneas, vivas y apasionadas, sobre el ritual. La memoria tambin es expansiva, y en esta memoria argumental asum que es
del todo pertinente rescatar algunos de sus materiales y obtener
diversas lecciones de sus obras; en algunos casos, adems, he
tomado como punto de partida sus materiales y sus lecciones
para explorar rutas de investigacin que ellos apenas insinuaron o bien dejaron incompletas.
Por encima de las rupturas y discontinuidades que me ha
sido posible inferir de las diversas concepciones sobre el ritual
expuestas aqui, por encima de las historias mltiples, heterogneas y fragmentadas que, en efecto, desde Tylor a Leach configuran la historia de bronce del ritual, he procurado demostrar
que hay una textura que las entrelaza a todas ellas. La llam el
paradigma Aleph del ritual: punto de la cultura que contiene
todos los puntos culturales. Clave sintetizada, ptmto de interseccin, {om1a donde se vierten contenidos fundantes: principios,
valores, realidades, fines y significados de otro modo y en otro
lugar constituidos, pero que gracias a su mediacin se manifiestan a la mirada privilegiada del antroplogo. Si no estoy equivocado, sta es una premisa sustantiva en la conformacin de la
memoria argumental del archipilago de rituales que discut en
este libro. Ahora bien, mi condena en general del paradigma
Aleph, y sus consecuencias, no descalifica, desde luego, las enseanzas y lecciones positivas que, de Tylor a Leach, han pervivido y cuya elocuencia es fundamentalmente -en cuanto clsicos- ilimitada, pero no por ello inmunes a la revisin crtica
(vase Gonzlez, 1994: 321). La nocin antropolgica de <<ritual, es decir, su construccin terica no slo organiza el conocimiento que la antropologa ha elaborado acerca de otras culturas, tambin produce cierto tipo de conocimiento en direcciones ms o menos delimitadas. Se me puede recordar que sa es
una capacidad propia de los conceptos tericos, sobre todo si
son potentes: establecer cadenas de razonamiento y patrones de
inferencia a partir de los cuales annan su objeto o tema de un
modo ms o menos convincente, ms o menos explcito; organizar los materiales; formar parte de diversas redes conceptua-
306
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308
309
fue de carcter descriptivo ni empmco, sino filosfico: comprender las posibilidades de la experiencia humana. Para
Nietzsche la esencia del ritual es la transgresin de las institu} ciones y las normas usualmente acatadas. Las transgresiones
rituales Son momentos de revelacin filosfica en los que los
participantes socavan las ilusiones de las normas metafsicas,
morales, sociales, lingsticas y racionales, y en los que experimentan directamente la fuerza creativa de la naturaleza -una
naturaleza catica y contradictoria, excesiva y sin lmites- que
est viva en cada individuo (Gibson, 1991: 1, 6). En ellas, y
aqw se introduce la trama conceptual del cuerpo que el paradigma Aleph desde, el cuerpo desempea un papel central: en
los rituales el cuerpo <<habla y se intoxica, pero la idea nietzscheana de intoxicacin es peculiar y sugerente. Resulta de la
combinacin del terror y el xtasis. El xtasis que se origina por
la experiencia de la fuerza creativa de la naturaleza; y el terror
que nace del percatarse que la visin ordenada y armnica del
mundo no es ms que tma ilusin y un sueo que el ritual har
estallar. Haciendo a un lado los evidentes excesos del filsofo
alemn, creo que es posible defender una teora del ritual que
integre, al menos, tanto a una concepcin domesticada del ritual, pero no arraigada en el paradigma Aleph, como a una concepcin <<salvaje. Constata la viabilidad fecunda de esta proyeccin e integracin la misma obra de Vctor Turner. Sealo
apenas tres ejemplos: sus ideas sobre los dramas sociales, desde
los cuales se concibe a la vida social como un proceso eminentemente conflictivo y no armnico; sobre la anti-estructura y la
liminalidad, en donde se pueden dar momentos de gemna revelacin filosfica y de reflexividad que permitan descubrir las
limitaciones e incompletud bsica e insospechada del orden social, del lenguaje y el pensamiento, de la sociedad y la religin; y
finalmente su antropologa del perfonnance y la experiencia.
Todas estas ideas <<salvajes del rihtal estn articuladas, en Turner, con una concepcin domesticada -que a veces, es de justicia indicarlo, est asociada al paradigma Aleph. En resumen, la
historia de bronce del ritual se ha complacido en abordar la
claridad de esta prctica humana, y se le ha escapado su lado
oscuro y salvaje. De aqu que no podamos ser indiferentes a la
invitacin que nos hace Joan-Carles Melich (1996: 11):
310
aguardiente y comi abundantemente, pero todo le pareci extrao. Es cierto que los rituales no son una mera confirmacin
del <<orden de las cosas, antes bien, vuelven extraos los objetos familiares, suspenden sus significados usuales, renuevan la
percepcin al violentar los hbitos, al desarraigar de las conductas sus elementos mecnicos y cristalizados. Pero la extraeza de don Felipe era de otra naturaleza: en realidad, la ceremonia le pareci ajena. El ritual lo conmovi, finalmente su
madre haba muerto y se reencontraba con sus hermanos despus de muchos aos, pero percibi que las cosas estaban fuera
de lugar. Mejor: fuera de su lugar ritual. Se resignaba dicindose a s mismo que las cosas haban cambiado en los ltimos
quince aos: <<ya no se hacen como antes. Pero tambin se
asombraba de que los dems insistieran en que as se han hecho siempre, <<segn la costumbre. Su escptico hijo, por su
parte, quien no dud en participar directamente en la ceremonia, entendi muy poco: no hablaba el mazateco; nunca antes
haba asistido a un funeral as; la presencia misma de la msica, que a sus odos era festiva, le pareci poco respetuosa; esa
forma de vida era ininteligible y profundamente aburrida para
l, un muchacho de ciudad, y lo nico que le interesaba fue lo
que no pudo hacer: consumir un poco de esos hongos cuya .
presencia le hacan habitables y atractivos los relatos mazatecos. De vuelta a Los ngeles, sin embargo, le confes a su padre
que la ceremonia le haba <<tocado en algo: en algn momento
sinti, le dijo, la presencia de la muerte, una sensacin que no
haba tenido ni en Los ngeles ante esos hombres y mujeres
annimos tapados con una sbana blanca y roja en las calles.
Le agradeci el viaje pero asegur que no volvera ms, guard
silencio.
Qu lecciones puedo obtener de este caso ritual singular?
Primero, la presencia evidente de una pluralidad de perspectivas
o de horizontes desde los cuales se interpretan y experimentan
los rituales: al menos la del padre hurfano, la del hijo y la de
los habitantes de la comunidad mazateca (y una imaginacin
menos apresurada descubrir, desde luego, perspectivas heterogneas entre estos ltimos: los especialistas, sus a:Yudantes, los
migrantes temporales, las mujeres, los nios, etc.). Con otras
palabras, en este ritual no somos testigos de la forma del pensamiento mazateco, del orden de su sociedad, de su cosmovisin
312
l. En Gadamer la idea de tradicin no se opone, como los ilustrados y sus abundantes sucesores de los siglos XIX y XX han quelido, a la nocin de razn. De la
articulacin de ambos t1minos, Gadamer nos ofrece una apologa de los prejuicios o
juicios antelatolios: Los prejuicios no son necesaliamente injustificados y errneos,
en tal forma que inevitablemente distorsionen la verdad. De hecho, la historicidad de
nuestra existencia implica que los prejuicios, en el sentido literal de la palabra, constituyen lo que da la calidad de direccin inicial a toda nuestra capacidad para expelmentar. Los prejuicios son desviaciones de nuestra forma de ser abie1tos al mundo.
Son simplemente las condiciones mediante las cuales experimentamos algo -gracias
a las cuales aquello con lo que nos topamos nos dice algo (1976: 9). Los prejuicios
pertenecen a y configuran las tradiciones, y stas, en consecuencia, nunca dejan de
estar presentes en Jos cambios histdcos (Gadamer, 1989: 349).
313
316
y un trnsito, se propone conformar un <<asombro comprendido>> del otro, erigir una mirada que ha de invocar a su propia
tradicin y horizonte. La interrogante que cabe plantearse aqu
es si ha sido as en cualquier viaje antropolgico. Que la respuesta sea no no ha de sorprendemos si consideramos simplemente la falibilidad y pereza humanas. Pero existe un no ms
rotundo y cabal, un no articulado por cierto con los mecanismos a partir de los cuales se han gestado los saberes antropolgicos: quien viaja no slo se solaza en vagabundear por aqu y
por all, tambin busca atajos para alcanzar el objetivo deseado. Y uno de los atajos ms recurridos por la antropologa y sus
cazadores de significados, segn intent mostrar en este trabajo, ha .sido el de la vida ritual de otros pueblos, culturas o pocas. En su historia de bronce, y a partir de esos viajes minuciosos al acecho de fantasas, los rituales han sido convertidos en
unAleph.
Los rituales han conmovido al pensamiento y prctica antropolgicas, y muchos de quienes los han indagado buscaron
en ellos alguna maravilla o clave de acceso al otro, y la encontraron, en efecto, del mismo modo en que los rituales de los
gentiles fueron para los evangelizadores espaoles del siglo XVI
idolatras extirpables porque en ellos se renda culto al enemigo
de Dios.
He sostenido que en la tradicin antropolgica existe un
acuerdo ms o menos compartido respecto a los rit;uales: ellos}
estn conformados en buena medida por procesos, funciones y r:l1"
formas simblicas. Pero se trata de un acuerdo vaco o ciego,
pues las diferencias aparecen cuando se le quiere dar contenido
a caracterizacin tan sinttica que casi nadie pone en duda.
Expuse que un desacuerdo central es el de la naturaleza misma
de la accin ritual, esto es, si se refiere a un tipo distintivo de
prctica social demarcable de otras, por ejemplo, si alude a acciones simblicas en oposicin a las tcnico-racionales, o si no
conforma ninguna accin peculiar en absoluto, sino ms bien
un aspecto - el comunicativo- de todo comportamiento humano. Otra diferencia radica en las estrategias de su apropia- ,
cin. Algunos prefieren resaltar el carcter polivalente de los
rituales y de sus smbolos constitutivos, y han propuesto un
despliegue hermenutico para ir recreando sus variados sentidos; otros destacan su dependencia de cdigos subyacentes,yc.
317
318
Mary Douglas- nos ofrece el principio de humanidad: la condicin de que el patrn atribuido [a la alteridad] de relaciones
entre creencias, deseos y el mundo sea lo ms semejante posible al nuestro>> (1973: 443). Mientras el principio de caridad
reconoce la correccin de las creencias y acciones como tm primer paso para su evaluacin, y por lo tanto acarrea el peligro
de incurrir en acuerdos y desacuerdos ininteligibles, el de humanidad aboga por considerar a las creencias y acciones inteligibles, o incluso correctas, a menos que no podamos explicar
mejor su incorreccin; esto es, busca minimizar la ininteligibilidad. Estos principios estn tcitamente presentes en el ejercicio
antropolgico, sustentado en la idea de que al traducir, comprender e interpretar otras creencias, acciones, intenciones y
deseos el antroplogo cuenta con que ellas son asequibles e inteligibles (parte de la polmica entre Gins de Seplveda y Bartolom de Las Casas, por ejemplo, se centraba en la aplicacin
o no de estos principios). No existe tma genuina oposicin entre
el principio de caridad y el de humanidad, tmo y otro son complementarios, constituyen dos momentos distintos de ese proceso que es el viaje antropolgico. El primero implica una apertura ms o menos indiscriminada a otras formas de vida; de entrada otorga el beneficio de la duda a las creencias y acciones
que se despliegan en otro mbito cultural: busca evitar cualquier etnocentrismo a priori. Es un sucumbir al asombro inicial
que provoca el encuentro, pero su aplicacin ha de estar limitada, a menos que sucumbamos en el vrtigo de reconocer y justificar toda diferencia. Conforme el antroplogo se va tomando
en un sujeto pertinente de la comtmidad epistmica estudiada,
o conforme va aprendiendo la segunda primera lengua, el principio de humanidad adquiere mayor relevancia: la apertura a
otras formas de vida deja de ser tan indiscriminada; el beneficio
de la duda que en principio se ofreca a otras creencias y acciones ahora se restringe; pronto las maravillas empiezan a considerarse como algo cotidiano, busca evitar toda forma de relativismo.
Cuando Durkheim propone al cientfico desconsiderar lo
que literalmente dicen los nativos de sus propias prcticas y
creencias rituales a cambio de concebirlas como smbolos que
nos remiten a su <<Significacin verdadera>>; cuando Malinowski
busca explicar la vida ritual a partir de la insuficiencia de cono319
cimientos cientficos y saberes y habilidades tcnicas de los nativos; cuando Gluckman le exige al hombre ritual que sea ignorante e inconsciente del significado genuino, ltimo, de los
smbolos rituales con los que l opera; cuando Leach nos propone tratar a las creencias factualmente no verdaderas -sostenidas por otros- como dogmas religiosos; en suma, cuando
nuestros clsicos buscan elucidar la vida ritual de otros pueblos, de otras culturas, apelan sobradamente al principio de caridad, pero desdean el de humanidad: establecen en realidad,
de caso en caso, acuerdos ininteligibles con el otro. La historia
de bronce del ritual ha maximizado la humanidad del otro, acaso buscando eludir el etnocentrismo, como bien se percibe sobre todo con Durkheim en su polmica con los intelectualistas
-de un otro pensado por aadidura como una colectividad
ajustada al orden y a la unidad-, pero no ha sido capaz de
minimizar la ininteligibilidad respecto a las prcticas y creencias rituales de la alteridad. Una estrategia para introducir el
principio de humanidad consiste en reconocerle agencia humana a los participantes de cualquier ritual, tal una de las lecciones que he obtenido de mi ejemplo imaginario expuesto en el
' apartado anterior. Los rituales son organizados y celebrados
por sujetos con intenciones, creencias, deseos, intereses y emociones que estn ah, desempeando algn <<papel en las interacciones sociales. Intenciones, creencias, deseos, intereses y
emociones que nos permiten articular, entender y explicar ya
no digamos las vicisitudes de otras formas de vida, sino incluso
la propia (vase Pereda, 1994a: 286-299). En la historia de bronce del ritual la agencia humana ha quedado negada, los rituales
otorgan voz, una voz prolija, a las formas de pensamiento, a la
conciencia colectiva, los axiomas sociales o los cdigos subyacentes: en esta concepcin los rituales reproducen la tradicin
siempre igual a s misma. Que la vida ritual es dependiente de
la tradicin -de la historia que se hace, inconclusa, desgarrada, abierta; de la memoria y las experiencias colectivas e individuales que se recrean e imaginan, fragmentadas ellas y en competencia- es indudable, pero de aqu no se infiere que sta
explica a aqulla. La vida ritual conserva algo de la tradicin sin
esclavizarse a sta, pero tambin potencia su transformacin:
gesta en ella lo diverso.
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HORlZONTES RITUALES, RITUALES AMBIGUOS
horizontes rituales . . . . . . . . . . . . . . . . .
La inauguracin de un puente . . . . .
Los anlisis situacionales . . . . . . .
Las enseanzas de un ritual sangriento
Rituales de rebelin . . . . . . . . . .
1-[l.a ritualizacin de las relaciones sociales
Vida ritual y los requisitos de la ignorancia
y de la inconsciencia . . . . . . . . .
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