GARCIA MORA Tareas de Laetnohistoria en Mexico

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Tareas de la etnohistoria en México 1

Tareas de la etnohistoria en México

Carlos García Mora


Instituto Nacional de Antropología e Historia
Dirección de Etnohistoria

E NTRE FINES DE 1973 y principios de 1974, durante el Seminario de


Teorías y Corrientes de la Etnohistoria en la Escuela Nacional de An-
tropología e Historia (ENAH) de México, sus integrantes discutieron el
discurso de su director, Carlos Martínez Marín, leído durante su ingreso a
la Academia Mexicana de la Historia.1 El texto, dedicado a exponer las ba-
ses teóricas del quehacer etnohistórico, despertó interés entre los alumnos
que deseaban implantar en la ENAH la carrera profesional de la etnohistoria
(hasta entonces tanto etnólogos, antropólogos sociales y etnohistoriado-
res recibían título de etnólogos, aunque el documento con su grado sí
especificaba su especialización). Entonces, el autor de estas líneas empe-
zó a preparar un poco acertado comentario donde criticó la pretensión
de establecer bases teóricas para la existencia de una disciplina científica
independiente, denominada etnohistoria y segregada de la etnología.2 Esa
crítica le valió ser arrastrado por un tiempo a reuniones donde el tema era
retomado de nuevo.
Tal comentario fue escrito por un estudiante fascinado por el gusto
que le había producido el ingenuo descubrimiento de poder combinar —
con gran fortuna— la exploración de archivos con la del trabajo de campo,
así como de cursar al mismo tiempo materias de etnología, antropología so-
cial, historia y etnohistoria. De ahí su inquietud por el movimiento escolar
y gremial que, según le pareció entonces, limitaba el ejercicio abierto de la
antropología al impulsar la creación formal de la nueva carrera profesional
de etnohistoriador.
Esa discusión permaneció varios años casi en los mismos términos
establecidos por Martínez Marín. Ciertamente, se comentaba sobre ella de
manera informal y se le abordaba en las aulas, pero los colegas rara vez po-
nían por escrito sus opiniones.
La polémica era revivida de vez en vez por los estudiantes, lo cual
expresaba sus comprensibles dudas teóricas y existenciales, igual que antes
recogió las del autor. Aunque en realidad la comunidad antropológica esta-
1
Martínez Marín 1976.
2
García Mora 1978.

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2 Tareas de la etnohistoria en México

ba más a gusto haciendo investigación etnohistórica, que desarrollando su


correspondiente teoría disciplinaria. Por ello, para discutir después sobre el
estado y las perspectivas de la antropología etnohistórica en México, hubo
que hacer referencia al conjunto de labores concretas que la comunidad
académica mexicana realiza en este campo:

• La investigación científica.
• La enseñanza.
• La organización y la administración de la investigación y la ense-
ñanza.

Aquí el autor desea referirse a cada una de ellas para plantear algu-
nos de los problemas que les ha tocado enfrentar.

Sobre la investigación científica

En alguna ocasión, se planeó organizar un simposio sobre la etnohis-


toriografía mexicana contemporánea, para llevarlo a cabo en una de las
reuniones de mesa redonda de la Sociedad Mexicana de Antropología.3 Esa
lamentablemente irrealizada idea, tenía el propósito de hacer un balance
de las corrientes de estudio relativas al pasado mexicano y desarrolladas du-
rante la década de los años setenta del siglo pasado, a saber:

• El examen de las sociedades mesoamericanas, que a su vez


comprendía cuatro líneas de investigación:
o Los estudios sobre la organización social y política.
o Los estudios sobre la estructura y la vida económi-
ca.
o Los estudios sobre el aparato ideológico.
o La recopilación e interpretación de testimonios do-
cumentales y pictográficos.
• Los estudios de la llamada cultural náhuatl.
• Los estudios sobre la sociedad y la ecología (sobre todo en la
Cuenca de México).
• Los estudios sobre la sociedad novohispana.

Acerca del desarrollo posterior, cabría preguntarse: ¿Qué líneas de


investigación científica continuaron y cuáles se desarrollaron después?
Como ocurre frecuentemente, cuando las líneas ascendentes abier-
tas por algunos investigadores empezaron a obtener sus primeros resultados,
3
Concebido durante una conversación entre Jesús Monjarás Ruiz y el autor.

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Tareas de la etnohistoria en México 3

llamaron la atención de otros colegas creándose así una secuela de trabajos


directa a indirectamente relacionados con ellas. Pero con el tiempo, al irse
agotando la posibilidad de obtener los espectaculares productos iniciales,
los investigadores propulsores las abandonaron para explorar otros campos
o continuar con temas derivados del original. Ello provocó que, si bien las
primeras líneas siguieron trabajándose (a veces precariamente), ya resulta-
ron poco atractivas a los investigadores noveles.
Por ello, durante los sucesivos periodos del desarrollo de la etnología
histórica mexicana, hubiera sido necesario identificar de nuevo las líneas de
investigación que fueron agrupando los esfuerzos de los antropólogos dedi-
cados a la etnología histórica. Al hacerlo, los interesados habrían podido
discutir sobre el estado de la investigación con mejores elementos de jui-
cio, que si sólo hubieran dispuesto de un inventario de proyectos aislados
en marcha.
A diferencia de aquellos años, luego disminuyó el estímulo para
formar nuevos grupos de trabajo sobre campos específicos de investigación,
tras la desintegración de los anteriores. Esta es una apreciación hipotética
que habría que demostrar, pero algunas evidencias preocupantes se per-
cibían en el horizonte de los años ochenta del siglo XX. Al apagarse las
hegemonías académicas de entonces, el relevo tardó en aparecer tanto en la
continuidad de las anteriores líneas de trabajo, como en el nacimiento de
otras. Con el agravante de que, los estudios etnohistóricos estadounidenses
sobre México continuaron su desarrollo sin interrupción, produciendo una
lenta pero continua y progresiva acumulación de información e ideas en el
seno de la comunidad científica estadounidense. Seguramente, el gremio
de los etnólogos se percataba del acrecentamiento de la dependencia que
ello acarrearía si no se estimulaba la creación de nuevos y más grupos de
trabajo, para llevar a cabo investigación de vanguardia y buena calidad: uno
de los mejores medios de producir y expandir el trabajo científico de los
antropólogos en México. Afortunadamente, años después se produjo una
reacción y se reactivó la investigación mexicana.
Entonces como después siempre fue preciso mantener a la etno-
logía etnohistórica involucrada en el trabajo científico básico. Y en este
sentido, la tarea de describir, caracterizar y analizar las sociedades que han
existido en el pasado continuó siendo uno de los más serios compromisos
de los antropólogos. Paul Kirchhoff lo supo plantear bien: dado el peculiar
lugar que Mesoamérica ocupó en la evolución de la humanidad, los antro-
pólogos mexicanos tenían la oportunidad de hacer aportaciones únicas y
relevantes al acervo científico del mundo.4
Esta tarea puede ser emprendida con la colaboración de la arqueo-
logía, para aumentar el conocimiento científico integral del pasado y, ¿por
4
Kirchhoff s. f.

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qué no?, desmantelar mutuamente los mitos infundados de arqueólogos


y etnohistoriadores. Asimismo, los foros de intercomunicación entre los
investigadores, mediante congresos y publicaciones periódicas coadyuvan
al intercambio de información e ideas. Un congreso periódico de quienes
se dedican a la etnología histórica en el país podría ser realizado. Esta es
una vieja idea que en parte se ha llegado a realizar, aunque aún con esca-
so poder de convocatoria. Otra que ha pasado desapercibida es la tarea
permanente del recuento, la estadística y la valoración de la producción
intelectual. Al respecto, una iniciativa —útil para todas las disciplinas an-
tropológicas— fue la de publicar un anuario estadístico de evaluación y
prospección de la actividad científica antropológica en México; algo que en
cierta medida ha podido hacer la revista Inventario antropológico, anua-
rio de la revista Alteridades publicada en México por el Departamento de
Antropología de la Unidad Iztapalapa de la Universidad Autónoma Me-
tropolitana.

Sobre la enseñanza

La enseñanza de la etnología histórica es el instrumento con el cual se esti-


mula la continuidad de este campo antropológico y su proyección futura.
Y esta capacitación ha sido proporcionada en la ENAH entre otras institucio-
nes mexicanas.
Una a varias personas vinculadas al medio antropológico en los
años ochenta del siglo pasado, u otras enteradas de la situación de éste por
ellas, transmitieron a un conocido poeta y ensayista mexicano las consejas
comunes entre los antropólogos sobre el deterioro de la calidad de la en-
señanza antropológica, así como sobre las causas que se le atribuían.5 Al
transmitir a sus lectores dichas consejas en apenas unas cuantas líneas, pro-
dujo una nutrida réplica de numerosos colegas quienes llenaron varias
páginas de la prensa capitalina. Como era sabido, lo que se hizo público
fueron aseveraciones conocidas en los corrillos de la comunidad antropoló-
gica desde hacía tiempo.
Muchos estuvieron en desacuerdo con el conjunto de factores
señalados por el poeta como causantes del deterioro. Pocos, si no es que
nadie, estuvieron dispuestos a contradecir la afirmación de que dicho dete-
rioro existía. En relación a la antropología etnohistórica era preciso analizar
su situación y buscar las medidas correctivas necesarias.
Uno de los problemas consistía en la irregularidad de que la res-
ponsabilidad de su enseñanza recayera en manos de un reducido grupo de
personas, las cuales a veces eran ajenas al ejercicio de la antropología etno-
5
Paz 1987.

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histórica y a su tradición académica. Ello provocó que el centro docente se


convirtiera en un lugar cerrado y autoalimentado donde, conforme a inte-
reses particulares, se determinaba el contenido de los programas escolares,
que más bien concernía al conjunto de la comunidad científica antropo-
lógica y no solo a un puñado de individuos descomprometidos con la
etnohistoria mexicana. Ese obstáculo a la colaboración y, sobre todo, a la
participación del gremio de los etnohistoriadores en la vida escolar, eran
factores que tuvieron que ser mencionado, aunque había otros igualmente
importantes.

Sobre la organización y la administración de


la investigación y la enseñanza

Respecto de la organización académica, un asunto de algún interés era la


cuestión de cómo organizar y administrar la investigación y la enseñanza
etnohistórica. Al respecto, entonces era oportuno saber si el seminario co-
lectivo de investigación como forma de organizar grupos de trabajo en los
años setenta había fracasado y por qué. Ello hubiera ayudado a a precisar
las formas de organización alternativas más eficaces que podían ser expe-
rimentadas. Hubiera sido conveniente avocarse a estudiar este fenómeno
para meditar sobre cómo mejorar el desempeño de las instituciones de in-
vestigación. Sin embargo, tal reflexión quedó sin hacerse por escrito.
Otro aspecto crucial cada vez más grave era el creciente conflicto
entre los cuadros burocrático administrativos y las comunidades científicas.
Las instituciones antropológicas estaban en peligro de reducir los medios
y las instalaciones para hacer investigación. En buena medida, ello se debía
a que las instituciones eran crecientemente controladas por administrado-
res ajenos a la comunidad científica. Éstos se empeñaban en una guerra
contra la investigación, a la cual marginaban, exigiendo a los investiga-
dores que fueran ellos quienes demostraran la utilidad de sus labores y
quienes consiguieran los recursos necesarios para investigar, mientras los
cuerpos burocráticos utilizaban los de las instituciones para fortalecerse.
Un ejemplo fue lo que ocurrió durante unos años en el Centro de
Investigaciones Superiores del INAH, una de las instituciones donde enton-
ces se hacía etnohistoria, cuando un grupo burocrático —encabezado por
quien luego sería embajador de México en Portugal— atropelló ese im-
portante proyecto académico burocratizándolo hasta niveles inconcebibles
cuando éste fue fundado. Ello implicó un problema político que había que
afrontar decididamente: ¿Cómo recuperar la capacidad de organización, ad-
ministración y decisión de los investigadores científicos?

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Epílogo

La necesaria tarea de evaluar periódicamente el estado de la etnohistoria y


de proyectar su desarrollo puede emprenderse de una manera profesional,
lo cual implica un reto: fijar científicamente las perspectivas futuras. Y una
vez hecho esto, dos alternativas han sido siempre posibles: elaborar proyec-
tos integrales para el desarrollo de la investigación etnohistórica científica
en México, o proyectos parciales que preparen el campo para los prime-
ros.
Como sea, el compromiso de los etnohistoriadores ha sido doble:
científico y social. Seguramente, las corrientes obstinadas en inclinarse ha-
cia el cumplimiento de uno solo de estos compromisos han continuado
vivas, pero las que han adoptado ambos han podido prosperar también.
En la segunda mitad de los años ochenta del siglo XX, el visible como tem-
poral crecimiento de la inclinación de los antropólogos hacia los estudios
históricos, que algunos autores interpretaron equivocadamente como una
especie de fuga del presente hacia el pasado, fue rebasada luego por un
notable resurgimiento de la etnología del presente mexicano. Lo primero
pudo reflejar el ciclo de la vida profesional iniciada con trabajos de campo y
termina en el gabinete, o además la escasez de recursos para la investigación
que pudo convertir los estudios históricos en un reducto de investigación
básica barata.6
Sin embargo, a partir del levantamiento neozapatista en Chiapas
en 1994, ello fue cambiando y los estudios sobre el presente de México se
acrecentaron. En amplios sectores de la sociedad mexicana se fue asentan-
do la actitud de rechazo a la cultura de la derrota y de asumir, además de
la mera supervivencia, la construcción de un mejor futuro.
Y ello tuvo dos vinculaciones posibles: la de los Estados Unidos
o la de Centroamérica y el Caribe. Un segmento de antropólogos bien
calificados, al tanto del desarrollo de la investigación en los Estados Uni-
dos, se fueron desvinculando de la comunidad científica mexicana para
asociarse laboral y académicamente a las comunidades y los foros estado-
unidenses. El trabajo de este sector gremial se orientó al desarrollo de la
ciencia foránea. Sin embargo, otros asumieron sus responsabilidades cien-
tíficas y sociales en la búsqueda de un destino nacional más acorde con las
necesidades del pueblo mexicano, dilucidando —entre otras tareas— el
complejo entramado social e histórico de la sociedad mexicana.

6
Aquí se alude a ideas adaptadas de algún escrito de Esteban Krotz cuya ficha no
fue registrada por el autor. Valga la confesión.

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Bibliografía

GARCÍA MORA, Carlos:


1978. “¿Etnohistoria?” Apuntes de etnohistoria. Cuadernos de trabajo de la espe-
cialidad de etnohistoria de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, México,
núm. 2, pp. 21-31 y 41.

KIRCHHOFF, Paul:
s.f. [Ficha mecanografiada]. Archivo Paul Kirchhoff, Biblioteca del Centro Re-
gional de Puebla, Instituto Nacional de Antropología e Historia, Puebla, carpeta
380, 1 h.

MARTÍNEZ MARÍN, Carlos:


1976. “La etnohistoria: un intento de explicación”. Anales de antropología,
México, Instituto de Investigaciones Antropológicas, Universidad Nacional Au-
tónoma de México, vol. XIII, pp. 161-84.

PAZ, Octavio:
1987. “Tres ensayos sobre antropología e historia”. Vuelta, México, enero, vol.
11, núm. 122, p. 9.

Versión revisada de la ponencia “El presente y el futuro de la etnohistoria en Méxi-


co”, leída durante la mesa redonda Estado actual y perspectivas de la etnohistoria
en México organizada por el Colegio Mexicano de Antropólogos y celebrada el 7 de
mayo de 1987 en el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universidad Na-
cional Autónoma de México.

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