Brevedad de La Vida: Preparación para La Muerte Autor: San Alfonso María de Ligorio, Doctor de La Iglesia
Brevedad de La Vida: Preparación para La Muerte Autor: San Alfonso María de Ligorio, Doctor de La Iglesia
Brevedad de La Vida: Preparación para La Muerte Autor: San Alfonso María de Ligorio, Doctor de La Iglesia
Brevedad de la vida
Quae est vita vestra? Vapor est ad mdcum parens.
Qu es vuestra vida? Vapor es que aparece por un poco tiempo (Sant. 4, 15).
PUNTO 1
Qu es nuestra vida?... Es como un tenue vapor que el aire dispersa y al punto
acaba. Todos sabemos que hemos de morir. Pero muchos se engaan,
figurndose la muerte tan lejana como si jams hubiese de llegar. Mas, como nos
advierte Job, la vida humana es brevsima: El hombre viviendo breve tiempo,
brota como flor, y se marchita.
Manda el Seor a Isaas que anuncie esa misma verdad: Clamale diceque
toda carne es heno...; verdaderamente, heno es l pueblo: secse el heno y cay
la flor (Is. 40, 6-7). Es, pues, la vida del hombre como la de esa planta. Viene la
muerte, scase el heno, acbase la vida, y cae marchita la flor de las grandezas y
bienes terrenos.
Corre hacia nosotros velocsima la muerte, y nosotros en cada instante hacia ella
corremos (Job 9, 25). Todo este tiempo en que escribodice San Jernimose
quita de mi vida. Todos morimos, y nos deslizamos como sobre la tierra el agua,
que no se vuelve atrs (2 Re. 14, 14). Ved cmo corre a la mar aquel arroyuelo;
sus corrientes aguas no retrocedern.
As, hermano mo, pasan tus das y te acercas a la muerte. Placeres, recreos,
faustos, elogios, alabanzas, todo va pasando... Y qu nos queda?... Slo me resta
el sepulcro (Job 17, 1). Seremos sepultados en la fosa, y all habremos de estar
pudrindonos, despojados de todo.
En el trance de la muerte, el recuerdo de los deleites que en la vida disfrutamos
y de las honras adquiridas slo servir para acrecentar nuestra pena y nuestra
desconfianza de obtener la eterna salvacin... Dentro de poco, dir entonces el
infeliz mundano, mi casa, mis jardines, esos muebles preciosos, esos cuadros,
aquellos trajes, no sern ya para m! Slo me resta el sepulcro.
Ah! Con dolor profundo mira entonces los bienes de la tierra quien los am
apasionadamente! Pero ese dolor no vale ms que para aumentar el peligro en
que est la salvacin. Porque la experiencia nos prueba que tales personas
PUNTO 2
Exclamaba el rey Exequias: Mi vida ha sido cortada como por tejedor. Mientras
se estaba an formando, me cort (Is. 38, 12).
Oh, a cuntos que estn tramando la tela de su vida, ordenando y persiguiendo
previsoramente sus mundanos designios, los sorprende la muerte y lo rompe
todo! Al plido resplandor de la ltima luz se oscurecen y roban todas las cosas
de la tierra: aplausos, placeres, grandezas y galas...
Gran secreto de la muerte! Ella sabe mostrarnos lo que no ven los amantes del
mundo. Las ms envidiadas fortunas, las mayores dignidades, los magnficos
triunfos, pierden todo su esplendor cuando se les contempla desde el lecho de
muerte. La idea de cierta falsa felicidad que nos habamos forjado se trueca
entonces en desdn contra nuestra propia locura. La negra sombra de la muerte
cubre y oscurece hasta las regias dignidades.
Ahora las pasiones nos presentan los bienes del mundo muy diferentes de lo que
son. Mas la muerte los descubre y muestran como son en s humo, fango,
vanidad y miseria...
Oh Dios! De qu sirven despus de la muerte las riquezas, dominios y reinos,
cuando no hemos de tener ms que un atad de madera y una mortaja que
apenas baste para cubrir el cuerpo?
De qu sirven los honores, si slo nos darn un fnebre cortejo o pomposos
funerales, que si el alma est pedida, de nada le aprovecharn?
De qu sirve la hermosura del cuerpo, si no quedan ms que gusanos,
podredumbre espantosa y luego un poco de infecto polvo?
Me ha puesto como por refrn del vulgo, y soy delante de ellos un escarmiento
(Job 17, 6). Muere aquel rico, aquel gobernante, aquel capitn, y se habla de l
en dondequiera. Pero si ha vivido mal, vendr a ser murmurado del pueblo,
ejemplo de la vanidad del mundo y de la divina justicia, y escarmiento de
muchos. Y en la tumba confundido estar con otros cadveres de pobres.
Grandes y pequeos all estn (Job 3, 18-19).
Para qu le sirvi la gallarda de su cuerpo, si luego no es ms que un montn
de gusanos? Para qu la autoridad que tuvo, si los restos mortales se pudrirn
en el sepulcro, y si el alma est arrojada a las llamas del infierno? Oh, qu
desdicha ser para los dems objeto de estas reflexiones, y no haberlas uno hecho
en beneficio propio!
Convenzmonos, por tanto, de que para poner remedio a los desrdenes de la
conciencia no es tiempo hbil el tiempo de la muerte, sino el de la vida.
Apresurmonos, pues, a poner por obra en seguida lo que entonces no podremos
hacer. Todo pasa y fenece pronto (1 Col. 7, 29). Procuremos que todo nos sirva
para conquistar la vida eterna.
AFECTOS Y SPLICAS
Oh Dios d mi alma, oh bondad infinita! Tened compasin de m, que tanto os he
ofendido. Harto sabia que pecando perdera vuestra gracia, y quise perderla.
Me diris, Seor, lo que debo hacer para recuperarla?... Si queris que me
arrepienta de mis pecados, de ellos me arrepiento de todo corazn, y deseara
morir de dolor por haberlos cometido. Si queris que espere vuestro perdn, lo
espero por los merecimientos de vuestra Sangre. Si queris que os ame sobre
todas las cosas, todo lo dejo, renuncio a cuantos placeres o bienes puede darme
el mundo, y os amo ms que a todo, oh amabilsimo Salvador mo!
Si an queris que os pida alguna gracia, dos os pedir: que no permitis os
vuelva a ofender; que me concedis os ame de veras, y luego hacer de m lo que
quisiereis...
Mara, esperanza de mi alma, alcanzadme estas dos gracias. As lo espero de
Vos.
PUNTO 3
Qu gran locura es, por los breves y mseros deleites de esta cortsima vida,
exponerse al peligro de una infeliz muerte y comenzar con ella una desdichada
eternidad!
Oh, cunto vale aquel supremo instante, aquel postrer suspiro, aquella ltima
escena! Vale una eternidad de dicha o de tormento. Vale una vida siempre feliz o
siempre desgraciada.
Consideremos que Jesucristo quiso morir con tanta amargura e ignominia para
que tuviramos muerte venturosa. Con este fin nos dirige tan a menudo sus
llamamientos, sus luces, sus reprensiones y amenazas, para que procuremos
concluir la hora postrera en gracia y amistad de Dios.
Hasta un gentil, Antstenes, a quien preguntaban cul era la mayor fortuna de
este mundo, respondi que era una buena muerte.
Qu dir, pues, un cristiano quien la luz de la fe ensea que en aquel trance
se emprende uno de los dos caminos, el de un eterno padecer o el de un eterno
gozar?
Si en una bolsa hubiese dos papeletas, una con el rtulo del infierno, otra con el
de la gloria, y tuvieses que sacar por suerte una de ellas para ir sin remedio a
donde designase, qu de cuidado no pondras en acertar a escoger la que te
llevase al Cielo?
Los infelices que estuvieran condenados a jugarse la vida, cmo temblaran al
tirar los dados que fueran a decidir de la vida o la muerte! Con qu espanto te
vers prximo a aquel punto solemne en que podrs a ti mismo decirte: De este
instante depende mi vida o muerte perdurables! Ahora se ha de resolver si he de
ser siempre bienaventurado o infeliz para siempre!...
Refiere San Bernardino de Sena que cierto prncipe, estando a punto de morir,
atemorizado, deca: Yo, que tantas tierras y palacios poseo en este mundo, no
s, si en esta noche muero, qu mansin ir a habitar!
Si crees, hermano mo, que has de morir, que hay una eternidad, qu una vez
sola se muere, y que, engandote entonces, el yerro es irreparable para
siempre y sin esperanza de remedio, cmo no te decides, desde el instante que
esto lees, a practicar cuanto puedas para asegurarte buena muerte?...
Temblaba un San Andrs Avelino, diciendo: Quin sabe la suerte que me estar
reservada en la otra vida, si me salvar o me condenar?... Temblaba un San
Luis Beltrn de tal manera, que en muchas noches no lograba conciliar el sueo,
abrumado por el pensamiento que le deca: Quin sabe si te condenars?...
Y t, hermano mo, que de tantos pecados eres culpable, no tienes temor?... Sin
tardanza, pon oportuno remedio; forma la resolucin de entregarte a Dios
completamente, y comienza, siquiera desde ahora, una vida que no te cause
afliccin, sino consuelo en la hora de la muerte.
Dedcate a la oracin; frecuenta los sacramentos; aprtate de las ocasiones
peligrosas, y aun abandona el mundo, si necesario fuere, para asegurar tu
salvacin; entendiendo que cuando de esto se trata no hay jams confianza que
baste.
AFECTOS Y SPLICAS
Cunta gratitud os debo, amado Salvador mo!... Y cmo habis podido
prodigar tantas gracias a un traidor ingrato para con Vos? Me creasteis, y al
crearme veais ya cuntas ofensas os haba de hacer. Me redimisteis, muriendo
por m, y ya entonces percibais toda la ingratitud con que haba de colmaros.
Luego, en mi vida del mundo, me alej de Vos, fui como muerto, como animal
inmundo, y Vos, con vuestra gracia, me habis vuelto a la vida. Estaba ciego, y
habis dado luz a mis ojos. Os haba perdido, y Vos hicisteis que os volviera a
hallar. Era enemigo vuestro, y Vos me habis dado vuestra amistad...
Oh Dios de misericordia!, haced que conozca lo mucho que os debo y que llore
las ofensas que os hice. Vngaos de mi dndome dolor profundo de mis pecados;
mas no me castiguis privndome de vuestra gracia y amor...
Oh eterno Padre, abomino y detesto sobre todos los males cuantos pecados
comet! Tened piedad de m, por amor de Jesucristo! Mirad a vuestro Hijo
muerto en la cruz, y descienda sobre m su Sangre divina para lavar mi alma.
Oh Rey de mi corazn, adveniat regnum tuum! Resuelto estoy a desechar de m
todo afecto que no sea por Vos. Os amo sobre todas las cosas; venid a reinar en
mi alma. Haced que os ame como nico objeto de mi amor. Deseo complaceros
cuanto me fuere posible en el tiempo de vida que me reste. Bendecid, Padre mo,
este mi deseo, y otorgadme la gracia de que siempre est unido a Vos.
Os consagro todos mis afectos, y de hoy en adelante quiero ser slo vuestro, oh
tesoro mo, mi paz, mi esperanza, mi amor y mi todo! De Vos lo espero todo por
los merecimientos de vuestro Hijo!
Oh Mara, mi reina y mi Madre!, ayudadme con vuestra intercesin. Madre de
Dios, rogad por m.