Cortesanas, Sodomitas, Eunucos, Amores Lesbios, Erotismo
Cortesanas, Sodomitas, Eunucos, Amores Lesbios, Erotismo
Cortesanas, Sodomitas, Eunucos, Amores Lesbios, Erotismo
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CORTESANAS
Sodomitas, eanaeos,
amores
lesbios,
erotismo
POR
ARGIMIRO
BLAY.
MADRID
ANTONIO R. LPEZ, EDITOR
i r e r r a z , 66, u*ei.
PRLOGO
Profundamente emocionado he recibido la siguient e carta, que trasmito los lectores, cumpliendo un
deber que todo hombre de conciencia no debe eludir,
como no tenga por corazn un bloque de piedra berroquea, un crneo tan obtuso como los mongoles que
apenas llegan los 75.
Dispnsenme los que estas lneas lean; pues no
tengo el orgullo de haber nacido en Espaa, ni siquiera que las oleadas de azahar almacenadas y desprendidas del capullo, al abrir sus ptalos y asomar la corola,
-aquellos perfumes que embalsaman la atmsfera, desde Sierra Nevada y Sierra Elvira hasta Muley Hacen,
nacidas en los crmenes Granada, parecen surgir
de los ojos llameantes de las andaluzas, inundadas de
u e g o de amor y cario; restos de la mezcla de aque-
ARGIMIEO
BLAY
PBLOGO
AEGIMIEO
BLAY
1900.
*
Seor Doctor The Hause.
Stokolmo.
Mi antiguo amigo: Ya mis labios secos con esa costra que determina la sed fsica, y sin embargo para m
es la sed de adquisicin de nuevos alimentos del alma,
que llegar pudieran endulzar un poco las fauces de
los desgraciados, vctimas de un repudio social, llenos
de depreciacin por los dems que no comprenden la&
conformaciones fsicas de los cuerpos, en hembras y
machos, lo que tengo recopilado, lo que tengo almacenado, se lo remito, para que usted, compaero mo en
las luchas fratricidas de esta humana miseria que derraman sangre y al que ms mata, mayores distinciones,
merece, y al que con ms resignacin cumple con su.
deber, menores premios alcanza y hasta tal vez un escarnio.
Mi postrer suspiro se acerca y mi ltimo latido del'
corazn es para cerrar todo ese promontorio de papeles,
apuntes, recuerdos, con unas cintitas rojas enlazada
en negro, Cruz de mis sentidos, Calvario de mi vida,,
PRLOGO
y Glgotha donde casi no podr llegar con aquella firmeza del Maestro.
Como usted ver, cuando usted en su sacerdocio de
la medicina y yo con el mo, usted para salvar el cuerpo y yo para dulcificar el desprendimiento del alma de
aqul, no oamos ni el silbido de las balas, ni el fragoroso estruendo de los caones, y nos inclinbamos
ante el moribundo y los heridos.
Yo, ya estoy as, moribundo!
En las cuatro tablas, en aquel cajn llamado confesionario, mis odos han escuchado muchos secretos,
muchas tonteras, muchas sandeces, creyendo que con
una bendicin podra escalarse la bienandanza eterna,
practicando penitencias para oir los cantos de los ngeles, al pie del Empreo en la regin ignota donde se
agita lo indefinido.
Le mando todo ese conjunto de cartas, todo desarticulado, sin hilvanar, sin orden ni concierto, como est
la sociedad, desarticulada y sin conjuncin, para que
usted, como mdico, pensador y sufriendo toda clase
de infortunios en su larga carrera, publique, tache,
corte, haga, deshaga y raje, todo aquello que no crea
pertinente para la enseanza.
Todas las series de confesiones recibidas en aquellas
AB0IMIBO
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PBLOGO
CAPITULO
PRIMERO
Carta primera.
R. Padre. * X .
Le he odo usted en sus sermones, y especialmente en aquellos dedicados exclusivamente
las mujeres. Aquellos sermones, mejor dicho,
discursos filosficos, nutridos de doctrina y revestidos con las paradojas del misticismo, hicieron
penetrar en mi alma un rayo de luz, la par que
hicieron brotar en mi fe vacilante un deseo de
postrarme y confesar; pero al propio tiempo una
vergenza grande, un rubor interno, un n o s
qu inexplicable, hacan que mis pies vacilasen
al entrar en la iglesia, y u n movimiento i n c o n s ciente retiraba mi brazo de la pila del agua bendita, se velaban mis ojos al mirar al altar, y un dens o velo cubra su confesonario, imgenes de l o s
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Carta segunda.
R. Padre * X.
Tiene usted razn, soy m u y aturdida. Al c o n fesarme por escrito supona que hablaba con Dios,
y por lo tanto n o tena por y para qu contarle
cuanto era de mi vida desde el primer m o m e n t o
que la razn abri mis ojos, se rompi el cendal
de la niez, la crislida se transform en mariposa y sta bati sus alas, esplendentes de colorido,
y fu revoloteando sobre las flores del m u n d o ,
aspirando aromas que envenenan la par que deleitan.
Sin decirle usted nada de mi vida, nada puede decirme, mas que tener una piedad inmensa
dirigida Dios, envuelta en una oracin para que
llegue su destino c o m o una carta sin seas.
Perdneme; yo soy as, al pi del confesonario
n o se lo dira, la fuerza le mentira, y por lo
m i s m o apelo al papel y pluma, para presentarme
ante usted desnuda, ms que cuando salgo del
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: J
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en forma de pera y otras truncadas; usted, pad r e , comprender que una boca formada de
perlas en vez de lo que nos ha dotado la n a turaleza, que hasta por engrandecernos, nos ha
puesto una corona en cada elemento que forma
el aparato bucal, sera una deformidad y una r e pugnancia.
Ya ve usted si soy franca, y as quiero presentarme, tal cual me veo ante el triple espejo que
tengo en mi tocador y en mi budoir, y es, que
cundo contemplo esa exuberancia de vida y de
plenitud de mis formas, quisiera contemplar otra
belleza mayor, otra belleza que busco y n o e n cuentro; y ante el espejo m e miro, y me admiro^
y frentica, me arrojo sobre aquella misma, yo,
que est all, seductora, fascinante, imperiosa
altiva, melanclica riente. Si levanta sus prpados hacia el cielo, parece que los' amorcillos^ se
quedan extticos y paralizados ante sus efluvios
d luz; si los baja y una pena hace asomar una
lgrima, un cfiro quiere agitar el manto de la
Pursima para llevarla un consuelo; si entreabre
los labios humedecidos por una esperanza, la-lengu coralina parece que paladea la miel de Hyme*
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loto; si se mueve aquella lnea ondulante que bajando de la cabeza besa el cuello, moldea el brazo, contornea el muslo y la pierna, da al pie un
arqueo para hacer el paso armnico, y luego en
su progresin ascendente determina la protuberancia del vientre, detenindose para mejor sealar la turgencia de los pechos, donde en medio de
-aquellos hemisferios, surge un botn, capullo,
pronto abrirse, para inundar de deseo al amante inundar de vida al nuevo ser; me arrebato,
Padre, me arrebato, y beso aquella yo, y no encuentro, repito, al otra yo, que presta voluntad,
fuego, movimiento y concepciones que me aturden y enloquecen, y no la conozco sobre tenerla
dentro de m misma.
Slo mis besos calenturientos me responde
el fro del. cristal!...
Nac de padres ricos.
Me dieron esmeradsima educacin.
Viaj m u c h o con ellos, casi en toda Europa m e
s o n familiares sus costumbres en las grandes capitales; y apenas cuando mis padres rindieron su
tributo la Naturaleza, me encontr sola, duea
de mis actos y en posesin de un patrimonio no
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ARGUMIBO
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Carta tercera.
Al R. Padre * X.
Debe usted tener razn. N o lo discuto; ms
-que los consuelos de la religin, medicina i n n e gable para la paz del alma, necesito los cuidados
de un especialista que cure mi cuerpo atacado de
t a n grave enfermedad.
Esos desrdenes pueden ser un vicio de conformidad, un desarreglo, que hay que corregirle
si an es t i e m p o .
L o consultar, antes que buscar en el claustro,
-como usted dice, un lenitivo que transformar pudiera en acicate y contribuir aumentar el mal, y
t o d o remedio fuera intil.
La falta de contacto con el sexo similar, las abstinencias y ayunos, los votos de castidad arranca-
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ledo su,.carta, y eso lo dice usted, que es sacerd o t e , l o ' c u a l supone encontrarse usted en una de
aquellas circunstancias que antes me ha sealado;
luego usted de su hbito, se ha hecho una ergstul; de su corazn, una piedra; una nulidad tambin para llenar sus deberes como hombre; luego
si mi lgica no es falsa, es usted un ser rayano
en la hipocresa, como yo otro ser rayano en la
locura.
N o , n o . Dejar por ahora las paredes del convento; por ahora no atravesar sus umbrales, ni
dejar mi vida mundana fuera d e s s rejas, ni pronunciar mis votos ante su altar, ni turbar los
rezos de las vrgenes del Seor, ni tampoco manchar las losas del claustro al pisarlas msticamente, con los ojos bajos hacia la tierra, cuando
me gusta tanto elevarlos al cielo y contemplar la
magnfica bveda azul del firmamento.
Yo me poseo m sola, mi adoracin est en
m misma, los espejos reflejan mi belleza; me veo
y contemplo triplicada en las diversas posiciones
en que me presento. Arroyos de placer me i n u n dan, y bebo, y absorbo, y deleito en esos histerismos.
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Carta- cuarta.
Al R. Padre * X .
Hijo de un sacristn de un pueblecillo, no he
conocido ms m u n d o que aquel escondido en un
valle, lleno de alegra, baado por el sol esplendente del Medioda, impregnada su atmsfera por
los aromas de la sierra, rodeado por un cintaje,
donde la brisa meca las mieses, sacuda las hojas
de los rboles y levantaba rizadas las aguas del
riachuelo que serpenteaba por el valle, en el cual
las mozas, remangados los brazos, lavaban la ropa,
y en las pocas estivales sumergan su cuerpo, sin
temor ojos indiscretos, sin ms adorno que su
natural encanto y sin ms adoradores que el sol
que las besaba con sus rayos, y yo, que desde el campanario, ante aquel panorama, atisbaba
aquellas manifestaciones tan naturales, espontneas y excitantes que hacan hervir mi sangre, y
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tener envidia al sol, la brisa y al agua; sta especialmente, que las inundaba, las absorba, las
chupaba, digmoslo as, porque en los chapotazos, en el peloteo del lquido que se arrojaban,
sus labios coralinos, entreabiertos, beban a q u e llas gotas impregnadas de sus mutuas bellezas, sedientas de ese no s qu fascinador, y yo, en tanto, con la cuerda de la campana, convulso y nervioso, esperaba el m o m e n t o de tocar vsperas.
P o r toda armona, el rgano; por todo placer
ayudar misa; por todo martirio, estudiar 'latn,
que con airado empeo el seor cura me introduca en la cabeza.
P o r fin troqu los encantos de mi aldea, a q u e lla placidez pastoril, por las cuatro paredes de u n
seminario.
Ni sol radiante, ni el arroyuelo, ni aquella calma, ni aquellas mujeres bandose, ni la melanclica esquila del rebao que vuelve al atardecer,
ni el despertar de la aurora cuando tocaba el ngelus; nada he vuelto ver ms que los toques misteriosos indispensables de la naturaleza en esas
noches eternas de la celda, y en esas negruras de
la contrariedad, aumentadas ms por la abstinen-
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cia, los ayunos y los desvelos, donde borbotones surgen imgenes de esplendente hermosura,
que toman toda clase de cuerpos, toda clase de
posiciones y de gustos, tentaciones increbles, tentaciones irresistibles, peligros de perdicin y condenacin eterna que hay que combatir todo trance. Si no todas las penas del infierno son pocas, y
la maldicin de Dios irremediable.
El da glorioso para m, en el que alcanc paz
en el alma, tranquilidad en el cuerpo, posesin de
m m i s m o y satisfaccin inmensa de creer que m e
haba dominado, y echado llave al cerrojo de los
impulsos de la carne, ese da en el cual pronunci mis votos, en el que me dediqu Dios, fu
mi perdicin. En el preciso m o m e n t o que me entregaba l, n o s si fu ilusin desvaro, realidad misterio: al dar la bendicin al pblico,
pocos pasos de m, en la grada del presbiterio,
dos ojos negros, grandes, de una grandeza enorme, desprendiendo haces de luz fosforescente,
chocaron con los mos, y con sus reflejos vislumbr que procedan de un rostro de inmaculada belleza, ostentando una soberbia cabellera negra, que
enmarcaba perfectamente aquel singular busto,
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Eunuco!Malditos sean mis padres!
Carta quinta.
S; mil veces malditos sean! Caiga sobre ellos
toda la justicia del Dios que no perdona, y sus almas luchen constantemente en el fuego del i n fierno, sin nunca acabar de abrasarse.
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N o puedo menos que odiarles, ni puedo t a m poco inventar ms blasfemias para abominarles, y
casi si vivieran tal vez fuera yo su m i s m o verdug o , que poco poco, dando vueltas al torniquete,
paulatinamente saborease entre las convulsiones
de la agonia, el escape de sus almas y tener el poder bastante de cogerlas, volverlas penetrar en
sus cuerpos, y otra, y otra vez volver dar vueltas la palanca, para verlos sufrir de nuevo siempre y siempre as, tan horrible tormento, nunca
tan superior al que yo siento.
N o he nacido ni en palacios, ni en cabanas, ni
mi nombre es ilustre, ni mi educacin es e s m e rada; apenas s leer y muy mal escribir; cuando
m e he dado cuenta de lo que soy es cuando he
querido estudiar, y me he horrorizado al saber lo
q u e ignoraba. Ojal hubiera continuado en aquel
estado!
Mi vida es un sarcasmo y una negacin.
Mi padre, un hombre depravado, vicioso, sin
decoro de s mismo, sin ms aprecio que la satisfaccin de sus torpes apetitos; su ley, el egosmo; su amor, el dinero; su vicio, el juego y el
vino.
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Y t?
Y o , una caja de dulces, que te dar m u c h o
gusto, y un beso que te doy ahora con este b o m bn de hatchis.
E introducindomelo en la boca, me hizo mil
cosquillas; me venci el sueo y me llev la cama.
N o s si fu fiebre, delirios de mi imaginacin
ardiente, fantasas recuerdos vagos, que ahora
al evocarlos toman formas difusas.
Me pareci haber estado muchos das, mucho
tiempo en cama, me alzaban la ropa, me vendaban, volvan vendar, me untaban el pecho, siempre la cara de mi madre al lado, mi padre que sala y entraba, diciendo:
T e n e m o s una fortuna.
As lo creocontestaba mi madre.
Ser un portento de hermosura.
Y un negocio de primera.
Ya ves lo que nos ha resultado su hermano.
L o m i s m o pasar con ste.
Seremos dichosos. Hoy se paga ms este
gnero.
C o m o que es muy difcil encontrarlo si n o
se hace.
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yi pasar, casi rozando como antes,cuando por poconos echa pique, y se cruzaron nuestras miradas,,
y surgi un choque, y sent una conmocin jams
experimentada y nunca sentida. Ambas volvimos
la cabeza; ambas nos miramos instintivamente v a rias veces, y qued impresionada y meditabunda..
Qu emocin haba sentido?
Qu idea surgi en mi mente?
Q u especie de latido dio mi corazn?
N o lo s.
L o cierto es, que por la noche tenamos m u chas visitas. L a llegada de europeos, la presentacin de varios agregados las embajadas orientales, y entre los presentados vi la viajera que t a n t o llam mi atencin.
El conocimiento fu rapidsimo; la simpata extremada; en pocos minutos de conversacin p a r e ca que nos habamos conocido toda la vida.
Abreviar.
Muchas y muchas fueron las visitas que hizo la.
extranjera casa; muchas y muchas conferencias,
tuvo con mi padre y con mi madre, y el resultada
fu que una noche, fumando en el narguill, q u e d profundamente dormida.
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C A P I T U L O IV
Carta sexta.
Al R. Padre * X.
Esta soledad del claustro; la luz tenue que p e netra por las ojivas de la iglesia, donde representadas estn en sus cristales las vrgenes y santas
que nos ensean con sus recuerdos la vida que
llevaron de mortificaciones y martirios; las plegarias que en completas y maitines elevamos al T o dopoderoso; las confesiones pblicas que ante la
madre abadesa hacemos en el captulo; las p e n i -
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tencias practicadas; las humillaciones para extirpar los restos de orgullo y vanidades que trajimos
del m u n d o , no bastan para borrar los recuerdos'
no bastan para lavar nuestras culpas; no bastan
para olvidar todo aquello que quisiramos, cuando dentro del atad, al pronunciar nuestros votos
y volver vivir otra vida, la existencia pasada no
volviera tentarnos y atormentarnos, y travs
de las paredes y de los rezos, travs dla t o c a y
del hbito los ecos del m u n d o no hirieran nuestros odos y la cabeza se abstuviera de recorrer en
sus ideas cuanto nos fu grato y halageo, y
cuanto contribuy que cometiramos el pecado
ms grande y ms inicuo, el ms imperdonable,
de abandonar nuestros deberes sociales y abstenernos de contribuir la prctica de una ley santa
que luego aqu prostitumos y mancillamos; renegamos y deploramos haber cometido semejante
desacato, cuando ya no es tiempo ni remedio tie"
ne, ni esperanza alguna de redencin; por cuanto
nuestra virginidad es ficticia; nuestros rezos, funcin mecnica de los labios, que se agitan; salen
las salmodias por costumbre, en latn, que n o entendemos ni comprendemos, de .corazones fros
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CAPTULO V.
(CONCLUSIN)
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detalles su triste vida, das antes de expirar, herido de muerte por el sable de un cosaco; llevaba
su confesin escrita, teniendo el presentimiento
de hacerla llegar manos de mi amigo.
En Pars, en la clnica del Dr. Charcot, conoc
la Condesa Berta, cuyo furor ertico lleg al
paroxismo, hasta el extremo de gozarse mirando
su imagen, ya deteriorada por el vicio y sus abusos, retratada en el agua del lavabo.
Sor Rita, imposibilitada de anular sus votos,
fu vctima de la ninfomana, propia en casi todas
las casas conventuales.
El cura prroco de A... para vencer sus apetitos carnales y ser casto, recurri un procedim i e n t o sangriento y brbaro, apelando una n a vaja de afeitar, cuya vida salv no s cmo, y
c o m o l dice graciosamente, en su ltima carta,
n o poda ya tocar vsperas, ni tan siquiera maitines.
Estos casos, muy generales, demuestran que
por el camino del celibato no se llega al conocimiento de Dios, ni al perfeccionamiento de la
materia, ni la purificacin del alma; sino por
el contrario, creer en un Dios pequeo y pueril:
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convertir lo ms santo, que es la religin, en i d o latra; emponzoar los falsos sacerdotes en sus
confesonarios los tiernos corazones, llenando de
tinieblas los horizontes de luz y guiando la perversin naturalezas inteligencias nacidas para
ser tiles la sociedad; y as c o m o en Turqua y
muchos pases de Oriente, la escasez de mujeres
hacen que se prive de las partes ms esenciales
de la vida al h o m b r e , para la propagacin de la
especie, en Europa, en la Ciudad Eterna, tambin
se usaba, y no s si hoy se acostumbrapudiera
seremplean el m i s m o mtodo para dotar la
capilla Sixtina de voces argentinas, casi angelicales, que elevan sus voces al Eterno ante los castos odos del Santo Padre y su Sacro Colegio,
faltando una de la ms grandes sublimidades de
la ley de Dios:
Creced y multiplicaos.
DR. THE HOUSE
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cntimos.
OBRAS VARIAS
DE AUTORES EXTRANJEROS
L a s T e n t a c i o n e s d e S a n A n t o n i o , por G. Flaubert.Un tomo de cerca de
200 pgs. elegantemente impreso, con bonita cubierta al cromo; 2 pesetas
E l cantar d e l o s cantares, por E. Renn; una peseta.
DE AUTORES NACIONALES
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Vrgenes y Coeottes, por E. Zola y Catulo Mendes.
Para leer en la cama, por Catulo Mendes y Guy de Maupassant.
Octavo pecado capital, por Arsenio Houssaye.
La Corte de los Felipes, por ngel E. Chaves; 3 pesetas.
Cinco cuentos muy verdes, 60 cntimos.
Cartas de amor, por Mercel Prevost (ilustrada) 3 pesetas.
OBRAS R E C I E N T E M E N T E P U B L I C A D A S
TOMOS DE MS DE 100
cntimos.
CUBIERTAS
OBEAS
LTIMAMENTE PUBLICADAS
50 cntimos.
NO FORNICAR {Declogo). -Un parisin que, en busca de amores y placeres,
va aples; de aventura en aventura nos da conocer las costumbres napolitanas y todos los aspectos del vicio, para deducir una consecuencia altamente higinica y moral. Esta es, en sntesis, la preciosa obra de II. BENOTTI, que encanta por
su estilo ameno.
UN MARIDO PARA LAS SIESTAS.--Es un cuadro admirable de costumbres,
tomado del natural, y presentado con el encanto de PAUL DE KOCK, y con la galanura de estilo que caracteriza al Sr. MORENO DE LA TEJERA.
CARA AJADA.Es una novela por todo extremo atractiva y deliciosa, en la que
forman encantador contraste el tipo de una nia angelical, en la que se despiertan
los sentimientos del amor por un joven, con la pasin de un hombre caduco. Las
aventuras de la gentil pareja constituyen el fondo de la obra.
B I B L I O T E C A
A M O R O S A
(COLECCIN'"MO NON)
ILUSTRACIONES IIK MOTA
75 cntimos.
EN BUSCA DE UNA MUJER, por TEFILO GAOTTRR.El nombre de autor tan
ilustre nos excusa de todo elogio. Es su libro uno de tantos en los que brilla todo
su ingenio al pintarnos el carcter de un joven que, enamorado del tipo de una
Magdalena de Rubens, la busca por el mundo hasta encontrarla, presentando asi
cuadros llenos de luz y encantadoras escenas.