Informe Sobre La Fe. Cardenal Ratzinger.
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NDICE:
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I: Encuentro inslito
II: Descubrir de nuevo el concilio
III: La raiz de la crisis: la idea de iglesia
IV: Entre sacerdotes y obispos
V: Seales de peligro
VI: El drama de la moral
VII: Las mujeres: una mujer
VII: Una espiritualidad para hoy
IX: La liturgia entre antugedad y novedad
X: Sobre los novisimos
XI: Hermanos pero separados
XII: Sobre una cierta liberacin
XIII: Predicar de nuevo a cristo
Al leer retratos tan dispares del propio aspecto fsico del cardenal
Ratzinger, no faltar algn malicioso que sospeche que tambin el
resto de tales comentarios est ms bien lejos del ideal de
objetividad informativa, del que tan a menudo hablamos los
periodistas en nuestras asambleas.
No nos pronunciamos al respecto; nos limitamos a recordar que en
todo hay siempre un lado positivo.
En nuestro caso, en estas contradictorias transformaciones sufridas
por el Prefecto de la fe bajo la pluma de algn que otro colega (no
de todos, por supuesto) est, acaso, la seal del inters con que ha
sido acogida la entrevista con el responsable de una Congregacin
cuya reserva era legendaria y cuya norma suprema era el secreto.
El acontecimiento era, en efecto, realmente inslito. Al aceptar
dialogar con nosotros unos das, el cardenal Ratzinger concedi la
ms extensa y completa de sus escassimas entrevistas. Y a ello hay
que aadir que nadie en la Iglesia aparte, naturalmente, el Papa
habra podido responder con mayor autoridad a nuestras preguntas.
La Congregacin para la Doctrina de la Fe tngase en cuenta es el
instrumento del que se sirve la Santa Sede para promover la
profundizacin en la fe y velar por su integridad. Es, pues, la
autntica depositaria de la ortodoxia catlica. A ello se debe que
ocupe el primer puesto en la lista oficial de las Congregaciones de fa
Curia romana; como escribi Pablo VI, al darle precedencia sobre
todas las dems en la reforma posconciliar, es la Congregacin que
se ocupa de las cosas ms importantes.
As, pues, ante la singularidad de una entrevista tan amplia con el
Prefecto de la fe y ante los contenidos que por su claridad y
franqueza rayan en la crudeza, se comprende fcilmente que el
inters de algunos comentaristas haya derivado en apasionamiento y
en necesidad de alinearse: a favor o en contra.
Una toma de posicin, que ha afectado incluso a la propia persona
fsica del cardenal Ratzinger, convertida en positiva o negativa, segn
el estado de nimo de cada periodista.
Vacaciones del cardenal
Por lo que a m respecta, yo estaba al corriente de los escritos de
Joseph Ratzinger, pero no le conoca personalmente. La cita qued
concertada para el 15 de agosto de 1984, en la pequea e ilustre
ciudad que los italianos llaman Bressanone y los alemanes Brixen:
una de las capitales histricas del territorio que los primeros llaman
Alto Adigio y los otros Tirol del Sur; tierra de prncipes obispos, de
luchas entre papas y emperadores; campo de encuentro y, hoy
como ayer, de choque entre la cultura latina y la germnica. Un
lugar casi simblico, por tanto, aunque ciertamente no elegido a
propsito. Por qu, pues, Bressanone-Brixen?
No faltar quien siga imaginndose a los miembros del Sacro Colegio,
a los cardenales de la Santa Iglesia Romana, como a unos prncipes
que salen los veranos de sus fastuosos palacios de la Urbe para pasar
las vacaciones en lugares deliciosos.
Para su eminencia Joseph Ratzinger, cardenal Prefecto, la realidad es
muy distinta. Los escasos das en que logra escapar del agosto
Telogo y pastor
No cabe duda que, al nombrar a Joseph Ratzinger responsable
del ex Santo Oficio, Juan Pablo II se propuso realizar una eleccin de
prestigio. Desde 1977, promovido por Pablo VI, era cardenal
arzobispo de una dicesis de tan ilustre pasado ,y tan importante
presente como Munich. Pero aquel sacerdote llamado por sorpresa a
aquella sede episcopal era ya uno de los ms famosos pensadores
catlicos, con un puesto muy claro en cualquier historia de la teologa
contempornea.
Nacido en 1927 en Marktl-am Inn, dicesis bvara de Passau;
ordenado en 1951, doctorado con una tesis sobre San Agustn y
posteriormente profesor de Teologa dogmtica en las ms clebres
universidades alemanas (Mnster, Tbingen, Regensburg), Ratzinger
haba alternado publicaciones cientficas con ensayos de alta
divulgacin convertidos en best-selleren muchos pases. La crtica
puso de relieve que sus obras no se movan por eruditos intereses
meramente sectoriales, sino por la investigacin global de lo que los
alemanes llaman das Wessen, la esencia misma de la fe y su
posibilidad de confrontacin con el mundo moderno. En este sentido
es tpica su Einfhrung in das Christentum,introduccin al
cristianismo, una especie de clsico incesantemente reeditado, con el
que se ha formado toda una generacin de clrigos y seglares,
atrados por un pensamiento totalmente catlico y a la vez
totalmente abierto al clima nuevo del Vaticano II. En el Concilio, el
joven telogo Ratzinger particip como experto del episcopado
alemn, conquistndose el aprecio y solidaridad de quienes en
aquellas histricas sesiones vean una ocasin preciosa de adecuar a
los tiempos la praxis y la pastoral de la Iglesia.
Un progresista equilibrado, en una palabra, si se quiere usar el
esquema desorientador de que hemos hablado. En todo caso, y
confirmando su reputacin de estudioso abierto, en 1964 el profesor
Ratzinger aparece entre los fundadores de aquella revista
internacional Concilium que agrupa a la llamada ala progresista de
la teologa, un grupo impresionante, cuyo cerebro dirigente est en la
Fundacin Concilium, en Nimega (Holanda), y que puede disponer
de medio millar de colaboradores internacionales, que anualmente
producen unas dos mil pginas traducidas a todas las lenguas. Hace
veinte aos, Joseph Ratzinger estaba all, entre los fundadores y
directivos de una publicacin-institucin que habra de convertirse en
interlocutor crtico de la Congregacin para la Doctrina de la Fe.
Qu supuso tal colaboracin para quien iba a ser, con el tiempo,
Prefecto del ex Santo Oficio? Una desgracia? Un pecado de
juventud? Y entretanto, qu ha ocurrido? Un viraje en su
pensamiento? Un arrepentimiento?
Se lo preguntar como bromeando, pero su respuesta ser rpida y
seria: No soy yo el que ha cambiado, han cambiado ellos. Desde las
primeras reuniones present a mis colegas estas dos exigencias.
Primera: nuestro grupo no deba ser sectario ni arrogante, como si
nosotros furamos la nueva y verdadera Iglesia, un magisterio
alternativo que lleva en el bolsillo la verdad del cristianismo.
Espritu y anti-espritu
Pero, digo, en cuanto al verdadero Concilio, los pareceres no
coinciden: aparte de aquel neo-triunfalismo al que haca referencia
y que se resiste a mirar de frente a la realidad, se est de acuerdo,
en general, en que la Iglesia se encuentra actualmente en una difcil
situacin. Pero las opiniones se dividen tanto para el diagnstico
como para la terapia. El diagnstico. de algunos es que los diferentes
aspectos de la crisis no son sino fiebres benignas, propias de un
perodo de crecimiento; para otros, en cambio, son sntomas de una
enfermedad grave. En cuanto a la terapia, unos piden una mayor
aplicacin del Vaticano II, incluso ms all de los textos; otros, una
dosis menor de reformas y cambios. Cmo escoger? A quin dar la
razn?
Responde: Como explicar ampliamente, mi diagnstico es que se
trata de una autntica crisis que hay que cuidar y sanar. Repito que
para esta curacin el Vaticano II es una realidad que debe aceptarse
plenamente. Con la condicin, sin embargo, de que no se considere
como un punto de partida del cual hay que alejarse a toda prisa, sino
como una base sobre la que construir slidamente. Adems, estamos
hoy descubriendo la funcin proftica del Concilio: algunos textos
del Vaticano II, en el momento de su proclamacin, parecan
adelantarse a los tiempos que entonces se vivan. Despus han
tenido lugar revoluciones culturales y terremotos sociales que los
Padres no podan en absoluto prever, pero que han puesto de
manifiesto que sus respuestas entonces anticipadas eran las que
exiga el futuro inmediato. He aqu por qu volver de nuevo a los
documentos resulta hoy particularmente actual: ponen en nuestras
manos los instrumentos adecuados para afrontar los problemas de
nuestro tiempo. Estamos llamados a reconstruir la Iglesia, no a
pesar, sino gracias al verdadero Concilio.
A este Concilio verdadero al menos en su diagnstico, se
contrapuso, ya durante las sesiones y con mayor intensidad en el
perodo posterior, un sedicente espritu del Concilio, que es en
realidad su verdadero antiespritu. Segn este pernicioso KonilsUngeist, todo lo que es nuevo (o que por tal se tiene: cunta
antiguas herejas han reaparecido en estos aos bajo capa de
novedad!) sera siempre en cualquier circunstancia mejor que lo que
se ha dado en el pasado o lo que existe en el presente. Es el
antiespritu, segn el cual la historia de la Iglesia debera comenzar
con el Vaticano II, considerado como una especie de punto cero.
No ruptura, sino continuidad
Insiste en que quiere ser muy preciso en este punto: Es necesario
oponerse decididamente a este esquematismo de un antesy de un
despus en la historia de la Iglesia; es algo que no puede justificarse
a partir de los documentos, los cuales no hacen sino reafirmar la
continuidad del catolicismo. No hay una Iglesia pre o post
conciliar: existe una sola y nica Iglesia que camina hacia el Seor,
ahondando cada vez ms y comprendiendo cada vez mejor el
depsito de la fe que El mismo le ha confiado. En esta historia no
hay saltos, no hay rupturas, no hay solucin de continuidad. El
Un remedio: Mara
Para resolver la crisis de la idea misma de Iglesia, la crisis de la
moral, la crisis de la mujer, el Prefecto propone, entre otros, un
remedio que ha demostrado concretamente su eficacia a lo largo de
la historia del cristianismo. Un remedio cuyo prestigio parece hoy
haberse oscurecido a los ojos de algunos catlicos, pero que es ms
actual que nunca. Su nombre es breve: Mara.
Ratzinger es consciente de que este punto quiz ms que ningn
otro plantea a un cierto sector de creyentes serias dificultades a la
hora de recuperar plenamente un aspecto del cristianismo como la
mariologa, a pesar de que este aspecto ha sido refirmado por el
Vaticano II como culminacin de la Constitucin dogmtica sobre la
Iglesia. Al incluir el misterio de Mara en el misterio de la Iglesia
dice, el Vaticano II ha llevado a cabo una opcin significativa que
tendra que haber dado un nuevo impulso a los estudios teolgicos;
stos, en cambio, durante el primer perodo posconciliar, han
experimentado en este aspecto, una brusca cada, casi un colapso,
aunque ahora se dan indicios de un verdadero despertar.
En 1968, con ocasin de la conmemoracin del 18 aniversario de la
proclamacin del dogma de la Asuncin de Mara en cuerpo y alma a
la gloria celestial, el entonces profesor Ratzinger observaba: En
pocos aos, la orientacin ha cambiado hasta tal punto que hoy se
hace difcil comprender el entusiasmo y la alegra que entonces
reinaron en la Iglesia; hoy se trata, ms bien, de esquivar aquel
dogma que tanto nos haba entusiasmado; muchos se preguntan si
esta verdad como todas las otras verdades catlicas sobre Mara
no es en realidad fuente de dificultades en nuestras relaciones con los
hermanos protestantes. Como si la mariologa fuese una piedra que
obstaculiza el camino hacia la unin. Y nos preguntamos tambin si,
al reconocer el puesto que la tradicin asigna a Mara, no se amenaza
la orientacin de la piedad cristiana, desvindola de lo nico que debe
importarle: Dios nuestro Seor y el nico Mediador, Jesucristo.
Y, sin embargo, me dir durante el coloquio, Si ha sido siempre
esencial para el equilibrio de la fe el lugar que ocupa la Seora, hoy
es ms urgente que en ninguna otra poca de la historia de la Iglesia
descubrir de nuevo este lugar.
El testimonio de Ratzinger es tambin humanamente importante. Ha
llegado a l a travs de un camino personal de redescubrimiento, de
progresivo ahondamiento, casi de plena conversin al misterio
mariano. Me confa: Cuando todava era un joven telogo, antes de
las sesiones del Concilio (y tambin durante las mismas), como ha
sucedido y sucede hoy a muchos, abrigaba algunas reservas sobre
ciertas frmulas antiguas, como por ejemplo aquella famosa de Maria
numquam satis, de Mara nunca se dir bastante. Me pareca
exagerada. Tambin se me haca difcil comprender el verdadero
sentido de otra famosa expresin (repetida en la Iglesia desde los
primeros siglos, cuando despus de una disputa memorable el
concilio de feso del 431 haba proclamado a Mara Theotkos, Madre
de Dios), es decir, la expresin que presenta a la Virgen como
enemiga de todas las herejas. Hoy en este confuso perodo en el
que todo tipo de desviacin hertica parece agolparse a las puertas
de la autntica fe catlica comprendo que no se trata de
fue querido y que ha pasado ahora a la otra orilla, pero que no deja
de tener necesidad de mi amor.
Sin embargo, el concepto de indulgencias, que pueden obtenerse
para s mismo en vida o para algn difunto, parece haber
desaparecido de la prctica y quizs tambin de la catequesis oficial.
Yo no dira que ha desaparecido, sino que se ha debilitado, porque
no goza de evidencia en el pensamiento actual. No obstante, la
catequesis no tiene derecho a omitir este concepto. No hay que
avergonzarse de reconocer que en ciertos contextos culturales la
pastoral tiene dificultades para hacer comprensible una verdad de la
fe. Quiz sea ste el caso de las indulgencias. Pero los problemas
de una retraduccin al lenguaje contemporneo no significan
ciertamente que la verdad de la que se trata ya no sea tal. Y esto
mismo vale para muchos otros aspectos de la fe.
Siguiendo con el tema de la escatologa, tambin ha desaparecido el
limbo, aquel lugar intermedio en el que se encontraran los nios
muertos sin bautismo, y por tanto slo con el pecado original como
nica mancha. No queda la menor alusin a l, por ejemplo, en los
catecismos oficiales del episcopado italiano.
El limbo no ha sido nunca definido como verdad de
fe. Personalmente hablando ms que nunca como telogo y no
como Prefecto de la Congregacin dejara en suspenso este tema,
que no ha sido nunca nada ms que una hiptesis teolgica. Se
trataba de una tesis secundaria al servicio de una verdad que es
absolutamente primaria para la fe: la importancia del bautismo. Por
decirlo con las mismas palabras de Jess a Nicodemo: En verdad, en
verdad te digo que quien no naciere del agua y del Espritu, no puede
entrar en el reino de los cielos (Jn 3,5). Puede abandonarse el
concepto del limbo si parece necesario (por lo dems, los mismos
telogos que lo mantenan afirmaban al mismo tiempo que los padres
podan evitarlo para sus hijos con el deseo de su bautismo y con la
oracin); pero que no se renuncie a la preocupacin subyacente. El
bautismo nunca ha sido para la fe algo meramente accesorio, y ni
ahora ni nunca podr ser considerado como tal.
Un servicio al mundo
El tema del bautismo remite al del pecado, y ste al incmodo
tema del que habamos partido.
Dice, para completar su pensamiento: Cuanto ms se comprenda la
santidad de Dios, tanto ms se comprender la oposicin a lo Santo,
es decir, las falaces mscaras del Demonio. El mejor ejemplo de esto
es el mismo Cristo: junto a l, el Santo por excelencia, no poda
permanecer oculto Satans, y su realidad se vea obligada a
manifestarse. Por esto podramos quiz decir que la desaparicin de
la conciencia de lo demoniaco pone de manifiesto un descenso
paralelo de la santidad. El Diablo puede refugiarse en su elemento
preferido, el anonimato, cuando no resplandece para descubrirlo la
luz de quien est unido a Cristo.
Mucho me temo, cardenal Ratzinger, que con estas afirmaciones le
van a tachar todava ms violentamente de oscurantismo.
OBSERVACIONES PRELIMINARES
1) La teologa de la liberacin es un fenmeno
extraordinariamente complejo: abarca desde las posiciones ms
radicalmente marxistas hasta aquellas otras que plantean el lugar
apropiado de la necesaria responsabilidad del cristiano respecto a los
pobres y a los oprimidos en el contexto de una correcta teologa
eclesial, como han hecho los documentos del CELAM (la Conferencia
Episcopal Latinoamericana) desde Medelln hasta Puebla. En este
texto vamos a utilizar el concepto de teologa de la liberacin en
una acepcin ms restringida: una acepcin que, comprende
solamente a aquellos telogos que de alguna manera han hecho
propia la opcin fundamental marxista. Incluso en este campo
restringido existen todava muchas diferencias de unos a otros, en las
que resulta imposible adentrarse en esta reflexin general. En este
contexto slo puedo intentar poner en claro algunas lneas
fundamentales que, sin desconocer sus diversos orgenes, se han
difundido ampliamente y ejercen una cierta influencia aun donde no
se ha producido una teologa de la liberacin en sentido estricto.
2) En el anlisis del fenmeno de la teologa de la liberacin se pone
de manifiesto un peligro fundamental para la fe de la Iglesia.
Indudablemente no surge un error sino alrededor de un ncleo de
verdad. De hecho, un error resulta tanto ms peligroso cuanto mayor
sea la proporcin del ncleo de verdad que contiene. Hay que aadir
que el error no podra apropiarse de aquella parte de la verdad si esta
verdad fuera suficientemente vivida y testimoniada en su verdadero
lugar, es decir, en la fe de la Iglesia. Por esto, adems de poner en
evidencia el error y el peligro que entraa la teologa de la liberacin,
hay que plantearse esta pregunta: Qu verdad se esconde bajo este
error y cmo recuperarla plenamente?
3) La teologa de la liberacin es un fenmeno universal desde tres
puntos de vista:
a) Esta teologa no pretende constituir un nuevo tratado teolgico
junto a los ya existentes, como, por ejemplo, elaborar nuevos
aspectos de la tica social de la Iglesia. Se presenta, ms bien, como
una nueva hermenutica de la fe cristiana, es decir, como una nueva
forma de comprensin y de realizacin del cristianismo en su
totalidad. Por eso cambia todas las formas de la vida eclesial: la
constitucin eclesistica, la liturgia, la catequesis y las opciones
morales.
b) La teologa de la liberacin tiene ciertamente su centro de
gravedad en Amrica Latina, pero no es, desde luego, un fenmeno
exclusivamente iberoamericano. No es concebible sin la influencia
determinante de telogos europeos e incluso norteamericanos. Pero
se da tambin en la India, en Sri Lanka, en las Filipinas, en Taiwan y
en frica, aunque en esta ltima predomina la bsqueda de una
teologa africana. Las reuniones de los telogos del Tercer Mundo
se caracterizan muy marcadamente por la atencin prestada a los
temas de la teologa de la liberacin. .
c) La teologa de la liberacin supera los lmites confesionales: trata
de crear, desde sus mismas premisas, una nueva universalidad en la
que las separaciones clsicas entre las Iglesias deben perder su
importancia.
En defensa de la misin
La teologa de la liberacin a la sudamericana se est
difundiendo tambin por una parte de Asia y de frica. Pero en estas
regiones, como observaba Ratzinger, se entiende la liberacin
sobre todo como un desembarazarse de la herencia colonial europea.
Se vive una bsqueda apasionada me dice de una correcta
inculturacin del cristianismo. Nos encontramos, por tanto, ante un
nuevo aspecto del antiqusimo problema de la relacin entre la fe y la
historia, entre la fe y la cultura.
Para encuadrar los trminos del problema, observa: Es bien
sabido que la fe catlica, tal como la conocemos hoy, se ha
desarrollado a partir de una raz hebrea, y posteriormente en el
mbito cultural grecolatino, al que se agregaron, a partir del siglo VIII
y en forma nada secundaria, elementos irlandeses y germnicos. En
lo que respecta a frica (cuya evangelizacin en profundidad se ha
llevado a cabo slo en los dos ltimos siglos), vemos que ha recibido
un cristianismo que se haba desarrollado durante 1.800 aos en
mbitos culturales muy distintos de los suyos. Este cristianismo fue
trasplantado all hasta en sus ms insignificantes formas de
expresin. Ms an, la fe lleg a frica en el contexto de una historia
colonial que hoy es interpretada principalmente como una historia de
alienacin y de opresin.
Y acaso no es verdad?, le digo.
No exactamente, en lo que respecta a la actividad misionera de la
Iglesia replica. Muchos (sobre todo en Europa, ms que en frica
o en Amrica) han formulado y formulan juicios injustos,
histricamente incorrectos, sobre las relaciones entre la actividad
misionera y el colonialismo. Los excesos de este ltimo fueron
mitigados precisamente por la accin intrpida de tantos apstoles de
la fe, los cuales supieron crear frecuentemente oasis de humanidad
en zonas devastadas por antiguas miserias y por nuevas opresiones.
No podemos olvidar, ni menos condenar, el sacrificio generoso de una
multitud de misioneros que se convirtieron en autnticos padres de
los desventurados confiados a ellos. Yo mismo he encontrado a
muchos africanos, jvenes y viejos, que me han hablado con emocin
de aquellos Padres de su pueblo que fueron ciertas humansimas y al
mismo tiempo heroicas figuras de misionero. Su recuerdo no se ha
borrado todava entre aquellos a quienes evangelizaron y ayudaron
de mil maneras, no pocas veces a costa de su propia vida. A aquellos
sacrificios muchos de los cuales slo Dios conoce se debe en
parte que todava sea posible una cierta amistad entre frica y
Europa.
Pero, de hecho, se export el catolicismo occidental a aquella regin.
Hoy somos muy conscientes de este problema me dice. Pero
entonces, qu otra cosa podan hacer aquellos misioneros sino
comenzar con el nico catecismo que conocan? No nos olvidemos
tampoco de que todos hemos recibido la fe del extranjero: nos lleg
desde su origen semita, de Israel, por mediacin del helenismo. Y
esto lo saban muy bien los nazis, que trataron de extirpar el
cristianismo de Europa precisamente por su carcter extranjero.