Ortega Rehabitar La Cotidianidad 2008 - Libre

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Veena Das:

Sujetos del dolor, agentes de dignidad


Fiaxcisco A. Oirica
ioiroi
Pontificia Universidad Javeriana
Instituto Pensar
Universidad Nacional de Colombia
Sede Medelln
Facultad de Ciencias Humanas y Econmicas
Sede Bogot
Facultad de Ciencias Humanas
Centro de Estudios Sociales-CES
Coleccin Lecturas CES
Veena Das:
Sujetos del dolor, agentes de dignidad
Veena Das:
Sujetos del dolor, agentes de dignidad
Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, Instituto CES
Universidad Nacional de Colombia sede Medelln.
Ponticia Universidad Javeriana, Instituto Pensar
Veena Das
Francisco Ortega (Editor)
Varios autores
ISBN: XXX-XXXXXX-X
Primera edicin: Bogot, Colombia 2008
Universidad Nacional de
Colombia
Facultad de Ciencias
Humanas
Instituto CES
Francisco Ortega Martnez
Director
Astrid Vernica Bermdez
Coordinadora Editorial
Universidad Nacional de
Colombia
Sede Medelln
Oscar Almario Garca
Vicerrector de Sede
Pontificia Universidad
Javeriana
Instituto Pensar
Guillermo Hoyos
Director
Correccin de estilo e ndice analtico
Paola Helena Acosta Sierra
Rodrigo Pertuz Molina
Impresin
Rubens Impresores Editores
Diseo y diagramacin
Goths imgenes
Julin Ricardo Hernndez Reyes
Leonardo Cullar Velsquez

Catalogacin en la publicacin Universidad Nacional de Colombia

Veena Das /
ed. Francisco Ortega. Bogot :
Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Ciencias Humanas. Centro de
Estudios Sociales (CES), 2008
xxx p. Lecturas CES
ISBN : 978-958063-XX-X
Contenido
Un libro oportuno
Oscar Almario G. 9
Reconocimiento y crditos editoriales 13
Rehabitar la cotidianidad
Francisco A. Ortega 15
Parte I
Localidades en crisis 71
Tiempo, identidad y comunidad
Veena Das 73
En la regin del rumor
Veena Das 95
Trauma y testimonio
Veena Das 145
Mata, que Dios perdona. Gestos de humanizacin en medio
de la inhumanidad que circunda a Colombia 171
Mara Victoria Uribe 171
Parte II
Violencia y subjetividad 193
La subalternidad como perspectiva
Veena Das 195
El acto de presenciar. Violencia, conocimiento envenenado
y subjetividad
Veena Das 217
Violencia y traduccin
Veena Das 251
Lenguaje, subjetividad y experiencias de violencia
Myriam Jimeno 261
Parte III
Dolor y lenguaje 293
Wittgenstein y la antropologa
Veena Das 295
Lenguaje y cuerpo: transacciones en la construccin del dolor
Veena Das 343
Comentarios al artculo Lenguaje y cuerpo. Transacciones en
la construccin del dolor, de Veena Das
Stanley Cavell 375
Veena Das y la recepcin de Wittgenstein en la antropologa
Ral Melndez 381
7
Parte IV
Etnografas de la cotidianidad 407
La antropologa del dolor
Veena Das 409
Sufrimientos, teodiceas, prcticas disciplinarias y apropiaciones
Veena Das 437
Tecnologas del yo. La pobreza y la salud en un entorno urbano
Veena Das 459
Tiempos y lenguajesen algunas formas de sufrimiento humano.
Csar Ernesto Abada Barrero 473
Parte V
Dilogos en Bogot, 2005 495
Los significados de seguridad en el contexto de la vida cotidiana
Veena Das 497
La perspectiva de gnero en la salud y la pobreza en las ciudades 517
Los usos del sufrimiento: entre los intereses y los valores 543
8
9
Un libro oportuno
Oscai Aixaiio G.
Profesor Asociado, Departamento de Historia
Facultad de Ciencias Humanas y Econmicas
Universidad Nacional de Colombia, Sede Medelln
Vicerrector de Sede
Al hacer uso del inmerecido privilegio de presentar en nuestro medio
acadmico este libro sobre el pensamiento de Veena Das, quiero aprove-
char la oportunidad para sugerir, por una parte, la posible trascendencia
de este acontecimiento para las ciencias sociales y humanas del pas y, por
otra, reiterar el reconocimiento hecho por los ms importantes centros
acadmicos del mundo a la profundidad y pertinencia de sus ideas y a la
estrecha relacin que tienen con la accin crtica y transformadora de las
condiciones reinantes en las sociedades contemporneas.
No solo resulta oportuno y trascendente difundir entre nosotros y
precisamente en este momento la obra de Veena Das, sino que tambin
conviene hacer notar porqu ste esfuerzo institucional de la Universidad
Nacional de Colombia tiene unos alcances mucho ms amplios que los
tpicos de una novedad editorial y en consecuencia porqu debera ser
aprovechado este momento para tratar de suscitar una reflexin seria sobre
el estado actual de las ciencias sociales en el pas. En efecto, la compleja
situacin actual de nuestro pas, de prolongado conflicto interno y crisis
institucional profunda, por lo general nos impide reconocer y asumir
que ella, adicionalmente, hace evidente una tremenda paradoja en las
ciencias sociales y humanas, que reta sus propsitos de contribuir desde
el anlisis a la bsqueda de posibilidades y salidas. La paradoja consiste
en la amplia brecha existente entre dicha experiencia colectiva por un
lado y la impotencia para comprenderla a cabalidad y sobre todo para
10
transformarla creativamente por el otro. En buena medida esta situacin
paradjica de las ciencias sociales en Colombia se puede comprender por
su relativa marginalidad de los flujos ms significativos del pensamien-
to y la crtica universales, as como por su ms bien larga tradicin de
asumir pasivamente modelos tericos metropolitanos y en consecuencia
por su escasa capacidad para generar pensamiento crtico nuevo. En este
contexto, hay que subrayar que en el pas se ha dado una muy limitada
y tarda circulacin de ideas, visiones y metodologas generadas desde
pases perifricos o por intelectuales de origen perifrico pero que tra-
bajan en los pases metropolitanos. No obstante, de lo que se trata en
la actualidad es de sobreponernos a sta paradoja, perspectiva en la que
es absolutamente imprescindible recurrir a lo ms logrado de nuestro
pensamiento social, as como a las visiones y experiencias ms relevantes
de la crtica y la accin social internacionales.
Veena Das (nacida en la India en 1945), es reconocida en el mundo
acadmico occidental y oriental como una de las figuras ms representa-
tivas de la antropologa contempornea. Su activa e influyente actividad
acadmica se desenvuelve tanto en la ctedra e investigacin universitaria
como en el plano de la crtica social. En efecto, ella es profesora de la
Johns Hopkins University, como profesora invitada frecuenta las ms
prestigiosas universidades del mundo y es una voz autorizada en confe-
rencias y foros, actividades por las que ha recibido importante premios y
distinciones a lo largo de su vida. Pero tambin es una influyente perso-
nalidad intelectual y poltica, en la medida que sus escritos, opiniones y
posiciones sobre diversos temas de la actualidad mundial son valorados
por distintos centros, institutos y programas especiales que se ocupan
de seguir las grandes tendencias y retos del desarrollo socioeconmico
y la consolidacin de la democracia en diversos contextos geogrficos y
culturales.
El campo de inters de sus investigaciones es muy amplio, pero los
distintos temas que estudia guardan entre s una profunda relacin meto-
dolgica, terica y tico-poltica. En efecto, ella se ha ocupado de temas
que tienen que ver con el movimiento feminista, los estudios de gnero,
11
el anlisis de la violencia sectaria originada en referentes nacionalistas o
religiosos, la memoria colectiva como fuente de recursos para la accin,
la antropologa mdica para abordar cuestiones como el sufrimiento y sus
condicionantes sociales, la cotidianidad y el poder, los estudios subalternos,
los estudios post-coloniales y la teora post-estructuralista.
La Universidad Nacional de Colombia est contribuyendo en forma
decidida a romper los bloqueos intelectuales prevalecientes, establecer una
lectura crtica de los modelos analticos dominantes y aproximar voces y
sentidos hasta ahora prcticamente incomunicados o reducidos a contac-
tos privilegiados. La presencia de Veena Das en nuestra universidad, en
el marco de las conmemoraciones de los 20 aos de existencia del CES
(Centro de Estudios Sociales) de la Facultad de Ciencias Humanas en la
Sede Bogot en 2005 y la publicacin ahora de este libro, son estimulan-
tes ejemplos de un camino que estamos trasegando y en el que debemos
persistir como parte de la renovacin del pensamiento social colombiano.
Este libro, en el que por primera vez se ofrece en nuestro medio una visin
panormica de su pensamiento, lo conforman una cuidadosa seleccin de
importantes artculos suyos, que son precedidos por un riguroso estudio
introductorio a cargo del profesor Francisco Ortega, Director del CES y
los cuales se complementan con otros sugerentes artculos de estudiosos
que contribuyen as a la comprensin de la obra de Veena Das, a cargo
de los profesores Myriam Jimeno, Csar Abada, Maria Victoria Uribe,
Ral Melndez y Stanley Cavell.
No sobra decir que la presente edicin ha sido posible por la inteligencia
y tenacidad de muchas personas e instituciones, empezando por la mis-
ma autora quien generosamente autoriz la publicacin de su artculos,
as como por la autorizacin recibida de las entidades que inicialmente
los haban publicado, el esfuerzo de los traductores, las gestiones de las
facultades de Ciencias Humanas en Bogot y Ciencias Humanas y Eco-
nmicas en Medelln, la Direccin del Centro de Estudios Sociales-CES
y el estmulo constante de profesores de varios departamentos y unidades
acadmicas.
12
13
Reconocimiento y crditos editoriales
No hubiese sido posible la publicacin de los textos que conforman esta
obra sin la generosidad y apoyo de personas e instituciones que cedieron
los derechos de los artculos que relaciono a continuacin.
En primer lugar nuestro reconocimiento y agradecimiento a Veena
Das, quien generosamente cedi todos los derechos y frecuentemente
intercedi ante diversas editoriales y organizaciones para asegurar los
derechos a precios accesibles o, incluso, sin valor alguno.
Agradezco a Angel Vu y a la Editorial de la Universidad de California
por permitirme traducir al castellano y publicar en esta obra el ensayo
The Act of Witnessing, Violence, Poisonous Knowledge and Subjectivity
del libro Violence and Subjectivity, editado por Veena Das, Arthur Klein-
man, Mamphela Ramphele, y Pamela Reynolds (1997). La Universidad
de California tambin autoriz la traduccin e impresin del ensayo In
the Regin of Rumor del ltimo libro de Veena Das, Life and Words.
Violence and the Descent into the Ordinary (2007).
A la Editorial de la Universidad de Oxford en India por conceder los
derechos de reproduccin de los artculos Time, Self, and Community:
Features of the Sikh Militant Discourse y The Anthropology of Pain,
ambos publicados originalmente en el libro ya clsico de Veena Das, Cri-
tical Events. An Anthropological Perspective on Contemporary India (1995).
La Editorial de la Universidad de Oxford igualmente concedi los derechos
para publicar Subaltern as perspective, originalmente publicado en el
volumen VI de la famosa coleccin de los Subaltern Studies editada por
Ranajit Guha (1989). Para este caso debo sumar mis agradecimientos a
la profesora Silvia Rivera Cusicanqui, por permitirme reimprimir este
ensayo, el cual haba aparecido en el volumen Debates Post Coloniales: una
14
introduccin a los estudios de la Subalternidad, Historias-Sephis-Aruwiyiri,
La Paz, 1997. El hecho que esta excelente seleccin de textos se agot
sirvi de incentivo para re-editar este ensayo de Veena Das.
Agradezco igualmente a la UNESCO (Organizacin de las Naciones
Unidas para la educacin la ciencia y la cultura) por concederme el permiso
para incluir en este volumen el ensayo Sufrimientos, teodiceas, prcticas
disciplinarias y apropiaciones. Este ensayo apareci en el International
Social Science Journal en 1997, en la versin que la UNESCO publica
de la revista en espaol.
Al profesor Roy Richard Grinker, editor de Anthropological Quarterly
de la George Washington University por cedernos los derechos de traduc-
cin y reproduccin del ensayo Violence and Translation. Agradezco
tambin al Annual Review of Anthropology que amablemente concedi el
permiso para traducir al castellano y publicar en este volumen el ensayo
Wittgenstein and Anthropology.
La fundacin Sarai (South Asia Resource Access on the Internet), de Nueva Delhi,
India, y el Waag Society for Old and New Media, en msterdam, Holanda,
cedieron los derechos de traduccin e impresin del ensayo Technologies of
Self: Poverty and Health in an Urban Setting. A ellos, que entienden la perti-
nencia y urgencia del dilogo Sur-Sur, les quedamos agradecidos.
A Sage Publications le agradezco el haberme otorgado el permiso para
traducir y publicar el texto Trauma and Testimony. Implications for
Political Community que apareci en Anthropological Theory (2003).
A la American Academy of Arts and Science y a la editorial de MIT le
agradezco el permiso para traducir y publicar el ensayo Language and
Body: Transactions in the Construction of Pain y los comentarios que a
propsito de este texto elabor Stanley Cavell. Ambos textos aparecieron en
una edicin especial sobre sufrimiento social que edit la revista Daedalus en
1996 y que fue luego re-editada por la Universidad de California (1997).
Finalmente, agradezco a la Divisin de Investigacin de Bogot (
DIB) de la Universidad Nacional de Colombia por el apoyo recibido a
este trabajo a travz del proyecto de investigacin Trauma, historia y
cltura (2005-2007).
El Editor
15
Rehabitar la cotidianidad
Fiaxcisco A. Oirica
1
Lo indecible esta, indeciblemente, contenido en lo dicho
Wittgenstein
2
Introduccin
3
En enero del 2005 un grupo de investigadores del Centro de Estudios
Sociales (CES), de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad
Nacional de Colombia acord invitar un investigador de talla internacional
para abrir la leccin magistral de la Facultad e inaugurar, igualmente, el
calendario de actividades acadmicas que se programaron con motivo
de los 20 aos de existencia del Centro. Los investigadores del CES in-
sistieron en que el intelectual deba tener una trayectoria acadmica que
fuera ejemplo de aporte crtico, creativo e innovador, interdisciplinario,
comprometido y pertinente con su entorno social, valores todos con los que
identificamos el compromiso de nuestro Instituto de investigacin.
1
Profesor asociado del Departamento de Historia y director del Centro de Estudios
Sociales CES de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional
de Colombia.
2
Carta a Paul Engelmann, abril 9, 1917. Reproducida en el libro de Paul Engel-
mann, Letters from Ludwig Wittgenstein. With a memoir (Oxford: Basil Blackwell,
1967).
3
Algunos apartes de este texto se leyeron en el Simposio El sangrado corazn,
organizado por Marco Martnez y Carlos Jos Surez, del grupo de investigacin
Conflicto Social y Violencia, del CES, para el XII Congreso de antropologa en
Colombia, realizado en la sede Bogot de la Universidad Nacional de Colombia
el 13 de octubre del 2007.
Riuaniiirai ia corioiaxioao
16
Muchos fueron los nombres propuestos por los investigadores, todos
muy valiosos, pero al final coincidimos entusiasmados en invitar a Veena
Das, sociloga de la Universidad de Delhi e investigadora fundadora del
prestigioso Instituto de Investigaciones Socioeconmicas para el Desarro-
llo y la Democracia (Institute of Socio-Economic Research on Development
and Democracy, Iserdd), de Delhi, India, adems de profesora y actual
directora del Departamento de Antropologa de la Universidad Johns
Hopkins de Baltimore, en Estados Unidos.
La decisin no pudo ser ms afortunada pues, aun cuando Veena Das
se ocupa de una experiencia histrica distante a la colombiana, el dilogo
que result de esa visita fue tremendamente estimulante. Das present
la Leccin Inaugural de la Facultad de Ciencias Humanas y ofreci tres
conversatorios, uno dirigido por el grupo de Conflicto social y violencia,
del CES, y los otros dos organizados conjuntamente con la Escuela de
Gnero de la Universidad Nacional. Los temas que trat durante su visita
resonaron por su pertinencia y actualidad en los contextos colombiano
y latinoamericano. Es a partir de esos encuentros que surgi la idea de
hacer esta antologa de algunos de sus textos ms sugerentes e incluir
respuestas y reflexiones alimentadas por el dilogo con Das de aquellos
autores colombianos vinculados a su visita. La seleccin de textos que
el lector tiene en sus manos responde igualmente al criterio de rigor
intelectual, vocacin interdisciplinar y actualidad poltica que estuvo
presente durante su visita
4
.
4
Este ensayo ha tenido varios interlocutores importantes. Veena Das, a quien,
adems del tiempo que me dedic durante su estada en Bogot en agosto de 2005,
tuve la oportunidad de entrevistar y con quien continuar algunas conversaciones
en Baltimore en marzo del 2006. El grupo de Conflicto Social y Violencia, del
CES, principalmente su directora, Myriam Jimeno, Csar Abada, Andrs Salcedo,
Carlo Tognato, Marco Martnez y Carlos Surez, quienes leyeron el texto y han
contribuido al desarrollo del documento con sus discusiones. Gonzalo Snchez
y Mara Victoria Uribe ofrecieron de igual modo valiosos comentarios al texto.
Diferentes apoyos institucionales han hecho posible la aparicin de este volumen.
Los profesores Germn Melndez y Luz Teresa Gmez, antiguo y actual decanos
de nuestra Facultad de Ciencias Humanas, de la sede Bogot, de la Universidad
Fiaxcisco A. Oirica
17
El trabajo de la profesora Das cubre una vasta y compleja trayectoria,
tanto temtica como metodolgicamente, pero un factor comn la atraviesa
desde sus primeros trabajos sociolgicos sobre casta y espacio en Gujarat, el
estado de la India que limita con Pakistn, hasta sus ms recientes estudios
sobre salud mental y reproductiva en mujeres de poblaciones de escasos
recursos en Delhi: una preocupacin constante por la dignidad humana,
aun en los contextos ms adversos, violentos y degradados.
Fue precisamente trabajando en esa regin a comienzos de la dcada
de los setenta que se encontr entre las familias punyabi que haban
migrado a la India como refugiados de diversas regiones del Punyab
con las memorias y legados de la violencia traumtica de la Particin, la
divisin territorial efectuada por India y Pakistn en 1947, poco despus
de lograr sus independencias polticas del imperio britnico. La terrible
y desconcertante violencia que se desat entre musulmanes, hindis, sijs y
otros grupos tnicos y religiosos desplaz a casi 14 millones de personas y
caus la muerte de un milln ms
5
. Una de las prcticas ms atroces de ese
conflicto, que Veena Das ha documentado con paciencia y pudor, es la de
los raptos masivos de mujeres para ultrajarlas, violarlas y, de esa manera,
deshonrar al enemigo
6
. Entre las familias punyabi con las que trabajaba
Nacional; el profesor Oscar Almario, en ese momento decano de la Facultad de
Ciencias Sociales de la Universidad Nacional, sede Medelln, y actual vicerrector
de la misma; y Carmelita Milln, directora ejecutiva del Instituto Pensar, de la
Pontificia Universidad Javeriana. Aprovecho igualmente, para reconocer la impor-
tantsima labor de Miguel ngel Contreras en el proceso de seleccin y edicin
de los artculos, y de Astrid Vernica Bermdez, coordinadora editorial del CES,
quien contribuy con la preparacin final del manuscrito.
5
Vanse Gyanendra Pandey, Remembering Partition. Violence, nationalism and history
in India (Cambridge: Cambridge University Press, 2001); Urvashi Butalia, The other
side of silence. Voices from the Partition of India (New Delhi: Penguin India, 1998).
6
Para un estudio detallado sobre el efecto de la particin en la vida de las mujeres,
vense Ritu Menon y Kamla Bhasin, Borders and boundaries. Women in Indias
Partition (New Delhi: Kali for Women, 1998); y la antologa editada por Rita
Menon, No Womans Land. Women from Pakistan, India and Bangladesh write on
the Partition of India (New Delhi: Women Unlimited, 2004)..
Riuaniiirai ia corioiaxioao
18
encontr, aun en aquellos casos que aparentaban un completo olvido
o superacin del evento, la memoria viva que operaba y estructuraba,
silenciosamente, las relaciones fundamentales de parentesco.
Una dcada despus, en 1984, vivi de cerca la violencia que se desat
contra los sijs en Delhi con ocasin del asesinato de la Primera Ministra
de la India, Indira Gandhi. En su trabajo de asistencia y apoyo a los sobre-
vivientes encontr un ritmo diferente de la violencia: si en el primer caso,
25 aos despus de los acontecimientos de 1947, estos permanecan aun
presentes, aunque silenciosos, y puntuaban una temporalidad constante y
lenta que regulaba las relaciones sociales a travs de las rencillas, las traiciones
acumuladas y el conocimiento envenenado, los disturbios de 1984 ofrecan
una violencia repentina y vertiginosa, dirigida de manera sistemtica contra
aquellos vecinos identificados como sijs, organizada con la complicidad del
Estado, pero perpetrada principalmente por grupos ilegales que administraban
la violencia y el dolor de las vctimas para su propio beneficio.
Estos dos contextos concretos de violencia han alimentado una obra
que trasciende la escena local de la India y se propone como una reflexin
fundamental sobre los efectos corrosivos de la violencia y la necesidad de
adelantar y permitir la reparacin para restablecer espacios de coexistencia
social. En el primer caso, Das explora los lmites de la solidaridad y el
lazo social, el papel de la feminidad y la masculinidad en la generacin
de mitos y arquetipos sociales que autorizan la violencia colectiva, la
centralidad de los imaginarios colectivos en la generacin de violencias
contra grupos minoritarios y el papel del Estado como un actor ms,
con frecuencia cmplice de aquellos agresores locales y trasnacionales y
a la vez ansioso por aparecer neutro y justo; en el segundo, insiste en la
no-pasividad de la vctima, en el valor de la resistencia entendida esta
no siempre como un acto deliberado de oposicin a las grandes lgicas
opresivas, sino como la dignidad de sealar la prdida y el coraje de recla-
mar el lugar de devastacin, el poder de la voz y el testimonio, el papel
histrico de las mujeres poco reconocido al liderar muchos procesos
de duelo a travs de la re-construccin de sus propios hogares, y el da a
da como el sitio donde se repara el lazo social.
Fiaxcisco A. Oirica
19
A modo de introduccin a un pensamiento fuerte y enriquecedor
hago a continuacin una lectura muy personal y aterrizada sobre la escena
colombiana de tres nodos conceptuales que articulan los trabajos de Veena
Das y constituyen importantes contribuciones a la reflexin en torno
al sufrimiento social
7
. Esos tres nodos conceptuales son: 1) el aconteci-
miento como la unidad fundamental para aproximarnos al sufrimiento
social; 2) el testimonio y el conocimiento envenenado, y 3) el imperativo
tico y las prcticas acadmicas. En las pginas que siguen a este ensayo
el lector podr igualmente construir su propio espacio de apropiacin
y reflexin a partir de la amplia seleccin de ensayos de Veena Das que
hemos incluido en esta antologa. Las respuestas crticas de reconocidos
investigadores colombianos los profesores Csar Abada, Myriam Jimeno,
Ral Melndez y Mara Victoria Uribe le indicaran los modos en que
ya han sido apropiadas y le sugerirn nuevos horizontes de trabajo.
Leer a Veena Das no es fcil, y traducirla, mucho menos
8
. Mucho he-
mos compartido sus lectores sobre el carcter escurridizo de su escritura,
producto a la vez de una inteligencia aguda y una prosa apasionada. Por
eso las pginas siguientes no intentan de ninguna manera reproducir
objetivamente el pensamiento de Veena Das ni tienen una intencin
sistemtica; al contrario, mi intento es hacerle una relectura terica propia,
que incluso vaya ms all de su trabajo para poner en dilogo su reflexin
con el contexto colombiano.
7
Es necesario sealar que esta no es la primera vez que el trabajo de Veena Das se
resea en el contexto colombiano. En ausencia de traducciones al castellano (ms
all de uno que otro ensayo colgado en la Internet), su recepcin en el contexto
local ha ocurrido principalmente a travs de investigadores nacionales que han
participado o seguido los debates de la academia norteamericana o, incluso, han
sido alumnos suyos. ngrid Bolvar y Alberto Flrez, resean la pertinencia de la
obra de Das para la reflexin colombiana en La investigacin sobre la violencia:
Categoras, preguntas y tipo de conocimiento, Revista de Estudios Sociales, No.
17 (febrero 2004).
8
Aprovecho para reconocer la labor paciente y dedicada de Magdalena Holgun,
Carlos Morales y Juny Montoya Vargas, traductores de los ensayos.
Riuaniiirai ia corioiaxioao
20
La cotidianidad impregnada de acontecimiento
el acontecimiento es como la gota de realidad, el dato ltimo de lo real
Gilles Deleuze, Cours Vincennes-St. Denis,
Criba e infinito 17/03/1987
La propuesta de Veena Das contina y contrasta de manera simultanea
y decidida con la tradicin estructuralista que investiga el fenmeno de
la violencia social. Esos trabajos identificaron de manera significativa
las causas y orgenes en las estructuras econmicas e institucionales,
locales y globales, de la violencia, las caractersticas ms notorias de
sus agentes, y los modos en que esas estructuras operan a lo largo de la
historia. Pero la historia de las violencias en el presente reclama simul-
tneamente una mirada que llamar en este caso etnogrfica que le
ponga atencin a lo que de manera indiferenciada se percibi como
las vctimas, a los modos en que estos padecen, perciben, persisten y
resisten esas violencias, recuerdan sus prdidas y les hacen duelo, pero
tambin la absorben, la sobrellevan y la articulan a su cotidianidad,
la usan para su beneficio, la evaden o simplemente coexisten con ella.
Una mirada que explore lo que significa para los actores los tres pro-
cesos que Daniel Pcaut identifica como ingredientes de la violencia
contempornea en Colombia: la desterritorializacin, la desubjetivacin
y la destemporalizacin
9
.
Las investigaciones de Veena Das revelan la importancia y el reco-
nocimiento de las lgicas sistmicas responsables por el desorden y la
violencia social (por ejemplo, la complicidad entre transnacionales y la
burocracia corrupta; los nacionalismos agresivos; las lgicas patriarcales;
la militancia tnica, etc.), pero igualmente insisten en que la agencia
humana est situada en un campo de relaciones de poder e inscrita en
contextos estructurantes, pero no sobredeterminados. Ciertamente, la
9
Daniel Pcaut, Configuraciones del espacio, el tiempo y la subjetividad en un
contexto de terror. El caso colombiano, en Revista Colombiana de Antropologa,
Vol. 35 (1999), pp. 9-10.
Fiaxcisco A. Oirica
21
capacidad y el rango de respuestas a situaciones concretas de violencia,
agresin y opresin estn necesariamente inscritas en las estructuras
socioeconmicas y sus relaciones sociales. Sin embargo, aun en aquellos
casos en que la accin social est casi determinada en su totalidad por
asimetras agobiantes, el tono y tenor de la respuesta, su modalidad, el
sentido mismo de la accin social y el conjunto de futuras respuestas,
todo eso, en suma, que podemos llamar la instancia irreducible de la
agencia humana, se hace inteligible en accin a travs de las abiertas y
altamente inestables lgicas semiticas propias de cada contexto
10
.
Desde ese punto de vista, la pregunta por el efecto, sentido y percep-
cin, colectiva e individual, de las violencias cobra relevancia, intelec-
tual y polticamente, una vez que permite entender los modos en que
estas violencias configuran la subjetividad y a la vez son configuradas
y susceptibles de ser transformadas por las acciones particulares y de
las comunidades. Se hace necesario, por tanto, examinar el fenmeno
de la violencia desde la perspectiva, el lenguaje y las prcticas de los
sufrientes, los modos en que estos padecen la violencia, negocian y
obtienen reductos de dignidad (a veces de manera poco evidente), re-
sisten y reconstruyen sus relaciones cotidianas, y sobrellevan la huella
de la violencia de un modo que no siempre aparece perceptible para
quien proviene de fuera, sea este cientfico social, funcionario, poltico
o militante nacionalista.
Una apuesta por la agencia parece poner de inmediato sobre el ta-
pete, de manera insidiosa, la cuestin de la estructura. Una teora de
la estructuracin, tal y como la proponen Anthony Giddens y Jeffrey
Alexander, constituye una plataforma fundamental para superar, o por
lo menos interrogar a fondo, las dicotomas tradicionales de las ciencias
sociales: estructura y agencia, objetividad y subjetividad, macro y micro.
Giddens y sus seguidores no abordan el actor individual ni la totalidad
10
Vanse William H. Sewell, The concept(s) of culture, en Beyond the cultural
turn. New directions in the study of society and culture, ed. Victoria Bonnell y Lynn
Hunt (Berkeley: University of California Press, 1999), p. 48; Hans Joas, The crea-
tivity of action (Chicago: Chicago University Press, 1996).
Riuaniiirai ia corioiaxioao
22
social, sino las prcticas sociales organizadas a lo largo del espacio y el
tiempo
11
. Mirada desde esa perspectiva la relacin estructura-agencia
solo acontece, por obvio y banal que parezca, en la cotidianidad, enten-
dida esta como la unidad espacio-temporal donde nuestras relaciones
sociales logran concrecin y, por tanto, se llenan de experiencia y sentido
social
12
. Para Das, como para Michel de Certeau, otro pensador del que
me he ocupado en el pasado y con quien encuentro sugerentes lneas
de continuidad
13
, la cotidianidad constituye la unidad que resuelve
en la prctica (es decir, en su realizacin) la compleja relacin entre
agencia y estructura, subjetividad y objetividad, enunciados y gneros
discursivos. Ambos, claro estn, toman su inspiracin del filsofo vie-
ns Ludwig Wittgenstein, quien nos conmina a sustraer las palabras
de sus usos abstractos, tericos o metafsicos para examinarlas en sus
11
Vase Anthony Giddens, The constitution of society. Outline of a theory of struc-
turation, trad. del ed. (Cambridge: Polity Press, 1984), p. 2. Vase tambin Jeffrey
Alexander, O novo movimento terico, Revista Brasileira de Cincias Sociais Vol.
2, No. 4 (1987).
12
Algunos tericos sealan que el proceso de globalizacin ha originado un bo-
rramiento de las singularidades propias de la localidad a favor de una homoge-
neidad imaginada que favorece la circulacin de grandes capitales trasnacionales
y la consolidacin de una geocultura y su concomitante geopoltica del conoci-
miento. Como consecuencia, Arturo Escobar ha sealado: Al restarle nfasis a la
construccin cultural del lugar al servicio del proceso abstracto y aparentemente
universal de la formacin del capital y del Estado, casi toda la teora social con-
vencional ha hecho invisibles formas subalternas de pensar y modalidades locales
y regionales de configurar el mundo. El lugar de la naturaleza y la naturaleza del
lugar. Globalizacin o postdesarrollo?, en La colonialidad del saber: eurocentris-
mo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas, ed. Edgardo Lander (Caracas:
Unesco-Ediciones Faces/UCV, 2000), p. 113. Desde esa perspectiva, la propuesta
de Veena Das puede considerarse una forma de resistencia terica.
13
Vase Francisco A. Ortega Martnez, Aventuras de una heterologa fantasmal,
en La irrupcin de lo impensado. Ctedra Michel de Certeau 2003, ed, Francisco A.
Ortega Martnez, Cuadernos Pensar en Pblico (Bogot: Editorial de la Pontificia
Universidad Javeriana, 2004). El texto precede y presenta, a la manera de este, una
seleccin de textos bsicos de Michel de Certeau.
Fiaxcisco A. Oirica
23
usos cotidianos, es decir, en los juegos de lenguajes que constituyen
sus hogares originales
14
.
Para ambos, esa atencin a la cotidianidad debe estar acompaada de un
reconocimiento de las relaciones asimtricas de poder que estructuran el
campo de plausibilidad y accin social. An ms, un acercamiento a la coti-
dianidad que no parta de la eficacia social de esta asimetra, necesariamente
legitima su historia y naturaliza los privilegios de los poderosos. Das comparte
con buena parte del colectivo de los Estudios Subalternos la bsqueda de ese
punto de equilibrio, para quienes la rebelin constituye un momento excep-
cional dentro de una estructura de dominio que demuestra la comprensin
que tiene el sujeto subalterno de su propia exclusin histrica.
La extraordinaria dificultad para lograr ese equilibrio quiz est mejor
ilustrada en el llamado de atencin que Veena Das hace a los historiadores
subalternistas para que asuman con mayor coherencia la pluralidad de
los momentos de rebelin. Para Ranajit Guha, uno de los principales
tericos de la escuela subalterna, el subalterno en tanto agente de su
propia historia solo es aprehensible en los momentos de rebelin, es
decir, como negacin dialctica del sistema, negacin de aquello que lo
niega en tanto subalterno. Una vez que el subalterno, por definicin,
no es cooptado por la hegemona, en efecto mantiene una relacin de
exterioridad con esta, las formas y contenidos de su conciencia perma-
necen inevitablemente escurridizos
15
. Para Das esta definicin puede ser
estratgicamente til, pero es insuficiente y esencializante. En realidad,
14
Ludwig Wittgenstein, Philosophical investigations, trad. G. E. M. Anscombe
(New York, NY: Macmillan, 1953), 116. Para un desarrollo tcnico de este punto,
vase el ensayo de Ral Melndez Veena Das y la recepcin de Wittgenstein en
la antropologa, incluido en este volumen. Adems, Michel de Certeau discute el
papel de Wittgenstein en la teora social en Michel de Certeau, La invencin de lo
cotidiano. Trad. Alejandro Pescador, ed. Luce Giard, Vol. 1: Artes de hacer, Cap. 1
Un lugar comn: el lenguaje ordinario, (Ciudad de Mxico D. F.: Universidad
Iberoamericana, 1996), pp. 5-18.
15
Para un desarrollo ms sostenido sobre la conciencia subalterna, vase Ranajit
Guha, Elementary aspects of peasant insurgency in colonial India, Cap. Negation
(Delhi: Oxford University Press, 1983), pp. 18-76.
Riuaniiirai ia corioiaxioao
24
no se trata de definir o encontrar el subalterno o la subalternidad; se trata
ms bien de entender, aplicando una perspectiva subalterna, el repertorio
de acciones posibles disponibles para los actores sociales, en particular
para aquellos que se hallan en condiciones de subordinacin social
16
. Y
jams olvidar que si bien las vctimas estn definidas por el contexto
tambin generan nuevos contextos
17
. Por tanto, no pueden estar definidos
exclusivamentepor una relacin dialctica de negacin.
Esa cotidianidad, como unidad fundamental de anlisis social, encuentra
su expresin concreta en las comunidades a las que pertenecen los indivi-
duos en cuestin. La comunidad no es una realidad simple y dada a priori,
primera, inferior y anterior al Estado y otros modos de organizacin ms
compleja; no es tampoco el lugar de las identidades fijas, primordiales o
trascendentes. Para seguir la frmula wittgenstiana cercana a Das, es en
la comunidad donde se llevan a cabo y encuentran el sustento aquellos
juegos de lenguaje que constituyen una forma de vida, donde se define el
repertorio de plausibles enunciados y acciones, donde se encuentran los
recursos socioculturales con que las personas se enfrentan a la adversidad.
Es all igualmente donde se auto-constituye a travs de una gramtica social
que regula las relaciones entre sus miembros, les asigna pertenencia y les
brinda seguridad a travs de acuerdos vividos; y es all mismo donde, al
desconocer el reconocimiento mnimo a ciertos miembros de la comunidad,
la misma comunidad permite, autoriza o genera dinmicas de destruccin
y sufrimiento social. Aun en aquellos casos en que la lgica de la agresin
16
Veena Das, La subalternidad como perspectiva. en Debates post-coloniales.
Una introduccin a los estudios de la subalternidad, ed. Silvia P. Rivera Cusicanqui
y Rossana Barragn (La Paz, Bolivia, y Rotterdam, Holanda: Historias, Aruwiri,
Sephis, 1997), pp. 289. La cita se toma de la traduccin incluida en esta antologa,
sin embargo, la pgina se refiere a la fuente original.
17
Veena Das, The act of witnessing. Violence, poisonous knowledge and sub-
jectivity, en Violence and subjectivity, trad. Acto de presenciar -incluido en este
volumen-, ed. Veena Das et al. (Berkeley: University of California Press, 2001), p.
210. A partir de este momento, las referencias irn en el texto principal, seguidas
por las siglas AW y el nmero de pgina del texto en su idioma original.
Fiaxcisco A. Oirica
25
viene de afuera (otras comunidades, el Estado, organismos trasnacionales),
los eventos penetran los recesos ms profundos de la comunidad, se anclan
en lo cotidiano, y all adquieren una dinmica propia de tal manera
que se convierte en una parte indiferenciable de lo social
18
.
A partir de ese anclaje en la comunidad cotidiana tal vez sea posible
avanzar en una definicin de sufrimiento social. Un buen punto de partida
lo constituye la definicin que Arthur Kleinman, junto con Veena Das y
Margaret Lock, ofrecen como el ensamblaje de problemas humanos que
tienen sus orgenes y consecuencias en las heridas devastadoras que las
fuerzas sociales infligen a la experiencia humana
19
.

De ese modo, el sufri-
miento social se refiere a diversas dimensiones de la experiencia humana,
incluida la salud, la moral, la religin, la legalidad y el bienestar, y resulta
de lo que los poderes polticos, econmicos e institucionales le hacen a la
gente y, recprocamente, de cmo estas formas de poder influyen en las
respuestas a los problemas sociales (Ibid.). De este modo, la descripcin
de una experiencia de sufrimiento pensemos en las masacres, los secues-
tros prolongados, la tortura y la desaparicin necesariamente constituye
una apropiacin del sufrimiento para usos polticos, usos determinados
por discusiones locales y globales. El historiador y antroplogo William
Reddy escribe que el sufrimiento est siempre situado antes de que
sepamos de l; incluso nuestro propio sufrimiento ya est interpretado
antes que lo podamos expresar
20
. Aunque esa definicin resulta amplia,
los autores sealan las mltiples dinmicas de la violencia que moldean
18
Veena Das, Trauma and testimony. Implications for political community, en An-
thropological Theory, trad. Trauma y testimonio -incluido en este volumen-.Vol.3, No.
3 (2003), p. 303. A partir de este momento, las referencias irn en el texto principal,
seguidas por las siglas TT y el nmero de pgina del texto en su idioma original.
19
Arthur Kleinman, Veena Das y Margaret Lock, eds., Social suffering (Berkeley,
CA: University of California Press, 1997), p. ix.
20
Trad. del autor de suffering is already socially situated before we hear of it; even
our own suffering is already interpreted before we can express it. William M. Reddy,
The navigation of feeling. A framework for the history of emotions (Cambridge, UK:
Cambridge University Press, 2001), p. 52.
Riuaniiirai ia corioiaxioao
26
la cotidianidad, y cuestionan la idea generalizada de que la violencia es
un evento extraordinario o patolgico, que mantiene una relacin de
exterioridad con la normalidad; igualmente, ese planteamiento matiza o
desvanece la rigidez de lmites entre las dinmicas propias de la violencia
y los esfuerzos de convivencia, el ajuste, el duelo y la rememoracin.
La violencia social trabaja sobre el tejido comunal, lo descompone y en
particular en aquellas ocasiones en que miembros de una misma localidad
asaltan a sus convecinos le sustrae herramientas a la comunidad para que
sus miembros habiten juntos en el mundo. Lo que surge en la degradacin
de la violencia extrema es un entorno cuya estructura resulta similar a la
paranoia: el rumor, entendido este como la otra cara del silencio de la vc-
tima, se anticipa a los hechos y produce libretos en que las comunidades se
hallan amenazadas por otros cuya subjetividad ha sido evacuada de ante-
mano; el miedo al Otro se transforma en el otro aterrador (LW 134)
21
. El
escepticismo se impone como una modalidad de ser: si la manera de estar
21
Siguiendo la tradicin lacaniana, he usado las notaciones Otro (Autre, A) y otro
(autre, a) para identificar una tensin y una diferencia ya clsicas en psicoanlisis. Sig-
mund Freud introduce esta diferenciacin cuando usa los conceptos der Andere (otra
persona) y das Andere (lo otro, la alteridad); vase Jean Laplanche, New foundations for
psychoanalysis, trad. David Macey (London: Blackwell, 1989), pp. 130-133. Lacan, sin
embargo, parece derivar la distincin de las lecturas sobre Hegel que hace Alexandre
Kojve (ofrecidas de 1933 a 1939 en Pars), haciendo de sta uno de los ejes de su teora.
La distincin parece adquirir un carcter sistemtico a partir del Seminario II, cuando
compara el Otro radical, como un eje de la relacin subjetiva, con el otro que no es otro
en verdad, since it is essentially coupled with the ego, in a relation which is always reflexive,
interchangeable. The Seminar. Book II. The ego in Freuds theory and in the technique
of psychoanalysis, 1954-1955, trad. Sylvana Tomaselli, ed. Jacques-Alain Miller, (New
York: Norton, 1988), p. 321. De manera sucinta es posible definir al otro como aquel
que no es realmente el Otro, sino una proyeccin del yo, a la vez contraparte e imagen
especular, lo cual quiere decir que pertenece al registro del imaginario. Este es el otro
producido durante la operacin interpretativa; adems, el Otro es, para Lacan, el lugar
de la alteridad radical que no puede ser asimilado por la identificacin. Como dir en el
Seminario del ao siguiente, tanto como un sujeto, el Otro es un lugar, el lugar donde
se constituye el lenguaje, la escena del inconsciente, lo cual quiere decir que pertenece
al registro de lo simblico. The Seminar. Book III. The psychoses, 1955-56, trad. Russell
Grigg, ed. Jacques-Alain Miller, (London: Routledge, 1993), p. 274.
Fiaxcisco A. Oirica
27
con otros fue brutalmente herida, entonces el pasado entra en el presente
como conocimiento envenenado (AW, 221).
Este tipo de eventos rpidamente son reconocidos como traumticos.
Sin embargo, es necesario aclarar que el concepto de trauma cultural o
social ha surgido relativamente de manera reciente para designar la di-
mensin colectiva de vivencias particularmente amenazantes, intensas y
desconcertantes. Aunque parecera fcil reconocer eventos traumticos
por dar un ejemplo, los campos de concentracin nazi (Auschwitz, Da-
cha, Treblinka, nombres que designan el lugar de donde no se regresa) la
historia y las ciencias sociales carecen de conceptos claros, sistemticos y
unificados sobre la naturaleza y los criterios mnimos que identifican una
experiencia traumtica social. Por eso, aunque el tipo de destruccin que
se llev a cabo en los campos de concentracin, la indeleble marca que
qued en las vctimas, el legado que aun perturba a sus protagonistas y a
los descendientes de estos, y la centralidad que lugares como Auschwitz
ocupan en el imaginario contemporneo, constituyen ndices importantes
de su dimensin traumtica, la ausencia de una nocin clara de trauma
social da pie a una gran confusin y al uso indiscriminado del trmino
para designar multitud de convulsiones sociales
22
.
Es la comunidad y los individuos quienes registran el impacto de la
vivencia de las violencias sociales. En 1976, el socilogo Kai Erikson
propuso el concepto de trauma social para definir el ethos o cultura
grupal que es diferente a la suma de las heridas personales que lo
constituyen, y es ms que estas
23
. Ms recientemente, Jeffrey Alexander
propone la nocin de trauma social un modelo que combina un programa
fuerte de investigacin en sociologa cultural con la preocupacin por los
efectos institucionales y de poder y lo aplica a colectividades durante
22
Para una recopilacin de textos y debates sobre el concepto y su utilidad en las
ciencias sociales, vase en Francisco A. Ortega Martnez, ed., Trauma, cultura,
historia. Reflexiones interdisciplinarias para el nuevo milenio -Manuscrito por pu-
blicar- (Bogot: Universidad Nacional de Colombia-CES).
23
Kai Erikson, Notes on trauma and community, en Trauma: explorations in me-
mory, Cathy Caruth, (Baltimore:The Johns Hopkins University, 1995), pp.183-199.
Riuaniiirai ia corioiaxioao
28
un perodo que trasciende la coyuntura. Para Alexander estos eventos
solo pueden ser entendidos dentro de matrices sociales constituidas por
narrativas sociales y cdigos simblicos, los cuales a su vez son susceptibles
de cambio substancial de acuerdo con las circunstancias sociales
24
. Yo,
por mi parte, he insistido en otras partes en que el concepto puede ser
til para concebir los modos en que el sufrimiento social trastorna las
redes simblicas (en especial aquellas asociadas con la ley, el colectivo y
la espiritualidad) e imaginarias (autoridad, nacin, religin) que le dan
sustento a la vida social
25
.
Para describir las comunidades que se ven abrumadas por experiencias
traumticas o de violencia desoladora, Das toma la nocin de acontecimiento
(critical event), desarrollada por el historiador Franois Furet, para designar
aquellos eventos que instituyen una nueva modalidad de accin histrica
que no estaba inscrita en el inventario de esa situacin
26
. El concepto de
24
Vase Jeffrey C. Alexander, On the social construction of moral universals.
The Holocaust from war crime to trauma drama, en European Journal of Social
Theory, Vol. 5, No. 1 (2002).
25
Vase Francisco A. Ortega Martnez, Crisis social y trauma. Perspectivas desde
la historiografa cultural colonial, en Anuario Colombiano de Historia Social y de
la Cultura, Vol. 30 (2003); Francisco A. Ortega Martnez, tica e historia. Una
imposible memoria de lo que olvida, Desde el Jardn de Freud, No. 4 (2004). Este
trastorno, entonces, se hace visible en el entorpecimiento del funcionamiento de
las estructuras sociales e institucionales. Varios estudios revelan que individuos de
comunidades traumatizadas exhiben la preponderancia de algunas de las siguientes
conductas y actitudes: confusin, perplejidad, desorientacin; acoso de memorias a
veces visuales que llevan a una intensa revivificacin de los eventos; estado general
de apata, cinismo ante el futuro, escepticismo ante las autoridades; sentimientos
de furia, culpa, rechazo o vergenza. Sin duda, el estudio clsico al respecto es el
de Kai Erikson, Everything in its path. Destruction of community in the Buffalo Creek
Flood (New York: Simon and Schuster, 1976).
26
Veena Das, Critical events. An anthropological perspective on contemporary India
(Delhi: Oxford University Press, 1995), pp. 5-6. Como es evidente del ttulo, Das
usa evento crtico, pero tambin en diferentes momentos, usa eventos extremos y
eventos traumticos. He preferido traducirlo por acontecimiento, pues la nocin
la remite Das al historiador francs Franois Furet, quien propone acontecimiento
Fiaxcisco A. Oirica
29
acontecimiento es bastante complejo y, todo historiador lo tiene en mente,
viene precedido de dudosa reputacin. Para Fernand Braudel, el prestigioso
e influyente historiador de la Escuela de Annales, la historia se entenda en
la larga duracin e impugnaba la historia evenemencial pues los grandes
acontecimientos se desvanecen con rapidez, y no siempre dejan tras de s
las importantes consecuencias anunciadas
27
. Aos despus Pierre Nora y
Emmanuel Le Roy Ladurie, historiadores de la tercera generacin de An-
nales, recuperaron el acontecimiento para el anlisis histrico y sealaron
la importancia de acontecimientos matrices, traumticos y generativos para
comprender los legados estructurantes del pasado
28
. Sin embargo, es Franois
Furet quien fundamenta su anlisis de la Revolucin Francesa, sus legados
y su historiografa en la nocin de acontecimiento. La decisin no es un
mero capricho, ni un regreso a la vieja historia de hroes, instituciones e
ideas, precisamente aquello que Braudel llamaba la historia evenemencial.
La decisin de Furet tiene que ver con una doble necesidad. En primer
lugar, para Furet, como para muchos participantes en los acontecimien-
tos del 68, se hace evidente una profunda insatisfaccin con la capacidad
explicativa de los grandes modelos socioeconmicos. En segundo lugar,
para Furet la subordinacin del registro poltico (entendido este no como
el mero debate de ideas o los enfrentamientos entre partidos polticos y el
Estado, sino como la dimensin estructurante de las relaciones sociales,
(en francs, vnement), para sealar el conjunto de contingencias que conforman
la singularidad inesperada conocida como la Revolucin francesa; vase Franois
Furet, Pensar la Revolucin Francesa, trad. Arturo Firpo (Madrid: Ediciones Petrel,
S. A., 1980), pp. 33-36. La cita completa en la traduccin al castellano del texto
de Furet reza: Ocurre que el acontecimiento revolucionario, en el da que estalla,
transform profundamente la situacin anterior e instituye una nueva modalidad
de la accin histrica que no est inscrita en el inventario de esta situacin p.35
27
Fernand Braudel, Las ambiciones de la historia, trad. Mara Jos Furi (Barcelona:
Crtica, 2002), p. 24.
28
Emmanuel Le Roy Ladurie, venement et longue dure dans lhistoire sociale:
lexemple chouan, en Le territoire de lhistorien (Paris: Gallimard, 1973), p. 176;
Pierre Nora, Le retour de lvnement, en Faire de lhistoire, eds. Jacques Le Goff
y Nora Pierre (Paris: Gallimard, 1974).
Riuaniiirai ia corioiaxioao
30
solidarias, adversarias y agnicas, y su articulacin simblica y concreta con
el poder
29
) a los contextos socioeconmicos y a las lgicas de larga duracin
imposibilitan la comprensin de estos acontecimientos y empobrecen
nuestra comprensin histrica.
A pesar de las claras diferencias entre el trabajo, las preocupaciones y
las orientaciones polticas de Das y Furet, ambos insisten en el carcter
radicalmente abierto del acontecimiento. Para entender un poco mejor el
sentido de la reflexin de Das, propongo explorar esta naturaleza abierta de
los acontecimientos a travs de tres modalidades: en el nivel de los hechos
y sus lgicas de cambio; en la capacidad proyectiva del acontecimiento y
los modos en que instituciones y actores sociales posteriores se apropian
de sus significados; y en su capacidad para estructurar o, por lo menos,
afectar de manera silenciosa y frecuentemente imperceptible el presente
y, por tanto, moldear futuros horizontes de expectativa.
En primer lugar, un acontecimiento tal como la Revolucin francesa,
la Particin de 1947 o la violencia de los aos cincuenta en Colombia
presenta un contexto en extremo fluido en el que el clculo o la motivacin
de los diversos actores no son automticamente descifrables, homologables
o reducibles a las historias de las economas, los sistemas polticos o es-
tructuras sociales. Un acontecimiento presenta una dinmica que, escribe
Franois Furet, podra llamarse poltica, ideolgica o cultural, para decir
que su mltiple poder de movilizacin de los hombres y de accin sobre
las cosas pasa por un reforzamiento del sentido
30
. Son experiencias que,
como sealan Das, Kleinman y Lock en la introduccin al libro Social
29
Para una discusin reciente sobre el sentido de lo poltico, vase Pierre Rosanvallon,
Por una historia conceptual de lo poltico (Ciudad de Mxico: FCE, 2003); vase tambin,
Chantal Mouffe, En torno a lo poltico (Ciudad de Mxico: FCE, 2007), pp. 9-14.
30
Furet, Pensar la Revolucin, p. 36. Ms adelante Furet escribe que estos aconteci-
mientos que son de naturaleza poltica e ideolgica desacreditan por definicin un
anlisis causal establecido en trminos de contradicciones econmicas y sociales
(p.37; nfasis en el original). Esta lnea de anlisis ha sido desarrollada recientemente
por Alban Bensa y Eric Bassin, vase Alban Bensa y Eric Fassin, Les Sciences
sociales face lvnement, en Terrain, Vol. 38 (2002).
Fiaxcisco A. Oirica
31
Suffering
31
, desestabilizan categoras socialmente establecidas y generan
contextos fluidos en los que el reforzamiento del sentido juega un papel
fundamental en la lgica de cambio, es decir, en los mecanismos que
gobiernan la sucesin de un evento por otro
32
. Las grandes explicaciones
estructuralistas (sean economicistas o de cualquier otro orden) simplifi-
can el acontecimiento al imponerle categoras prefabricadas burguesa,
revolucin burguesa o proletaria, oligarqua, nacionalismo y producen
una metafsica de la esencia y de la fatalidad
33
.
Estos acontecimientos presentan dinmicas que rebasan los criterios de
previsin de la comunidad e incluso, como es el caso de los ejemplos men-
cionados, interrogan ya no solo la viabilidad de la comunidad, sino la vida
misma: los eventos surgen indudablemente del da a da, pero el mundo
tal y como era conocido en el da a da es arrasado
34
. As pues, un aconte-
cimiento traumtico no se define tanto por el final del consenso social ni
por la destruccin de la comunidad, sino por la desaparicin de criterios
35
.
En palabras del filsofo Stanley Cavell, las disputas que ocurren en el in-
31
Kleinman, Das, y Lock, eds., Social suffering. Berkeley: University of California
Press, 1997.
32
Kleinman, Das, y Lock, eds., Social suffering, pp.ix-xii. Este es un punto que ha
sido subrayado por varios investigadores colombianos. Sealo slo dos trabajos que,
desde perspectivas muy diferentes, apuntan a lo mismo: Myriam Jimeno Santoyo,
Crimen pasional. Contribucin a una antropologa de las emociones (Bogot: CES-
Universidad Nacional, 2004); Mara Teresa Uribe de Hincapi y Liliana Lpez,
Las palabras de la guerra. Las guerras narradas del siglo XIX (Medelln: Universidad
de Antioquia, Instituto de Estudios Polticos, 2004).
33
Furet, Pensar la Revolucin, p. 33.
34
Veena Das, Life and words. Violence and the descent into the ordinary (Berkeley,
CA: University of California Press, 2007), p. 134. A partir de este momento, las
referencias a Life and words irn en el texto principal seguidas por las siglas LW y
el nmero de pgina del texto en su idioma original.
35
Vase Das, Trauma and testimony. Implications for political community, p.
304; trad. La antropologa del dolor -incluido en este volumen- A partir de este
momento, las referencias irn en el texto principal seguidas por las siglas AP y el
nmero de pgina del texto en su idioma original.
Riuaniiirai ia corioiaxioao
32
terior de estas formas de vida durante un acontecimiento no solo ocurren
en funcin de la forma, sino tambin de lo que constituye vida
36
.
En segundo lugar, el acontecimiento presenta un carcter inacabado
evidente en su contundente capacidad para proyectarse a futuros presentes
y convertirse en un referente ineludible, de tal manera que los grandes
proyectos colectivos del momento necesitan legitimarse a partir de l. Es
pues apenas obvio que las sociedades postconflicto tengan la imperiosa
necesidad de arrestar su polisemia y fijarles un sentido, ubicarlas, si fuera
posible, dentro de una gran teodicea
37
. Furet subraya que la actualidad
de Francia se ha construido a partir de lecturas muy particulares de la
Revolucin que la han colocado en el lugar de origen. Sin embargo, si
bien la Revolucin constituye un capital simblico ineludible, su cons-
truccin a partir de grandes narrativas (de la modernidad, de la nacin,
de la revolucin burguesa) enmascara las dinmicas vertiginosas que
ocurrieron en su interior.
De manera anloga, la historiografa subalternista surasitica ha sealado
que la Particin de 1947 entre India y Pakistn constituye un episodio
ms o menos fundamental en las grandes narrativas que dan cuenta de
las acciones del imperio britnico en Asia y de la emergencia de la nacin
india. Tal como ocurre con la Revolucin francesa, las narrativas vigentes
de la Particin desdibujan a los protagonistas comunes y corrientes, sus
vacilaciones y contradicciones, as como el horror , la angustia y la pena,
el dolor y la brutalidad de los disturbios
38
. En el caso de la Particin, Das
36
Stanley Cavell, This new yet unapproachable America. Lectures after Emerson
after Wittgenstein (Chicago: University of Chicago Press, 1988), pp. 41-42.
37
Das escribe La fuente clsica para explicar el problema del sufrimiento quiz
se encuentre en las teoras de la teodicea. El trmino teodicea aparece en un texto
de Wilhelm Leibniz de 1710. Cualquiera sea el nombre utilizado, no obstante,
puede decirse que todas las sociedades humanas han elaborado alguna explicacin
del sufrimiento. Sufrimientos, teodiceas, prcticas disciplinarias y apropiaciones,
-incluido en este volumen-.
38
Gyanendra Pandey, The prose of otherness, en Subaltern studies, David Arnold
y David Hardiman eds. (Delhi: Oxford University Press, 1994), p. 205.
Fiaxcisco A. Oirica
33
seala que el Estado de la India y Pakistn adoptaron las normas patriar-
cales que vinculan la castidad de la mujer con el honor y la dignidad de la
nacin: el cuerpo de la mujer se convirti en un signo a travs del cual se
comunicaban los hombres entre s
39
. De ese modo, las mujeres violadas y
que luego se suicidan o son asesinadas por sus parientes ingresan al panten
nacional gracias a su valeroso sacrificio; las sobrevivientes, por su parte,
son marginadas y enfrentan una vida continua de negociaciones y arreglos
silenciosos para encontrar un modo de sobrellevar la vida. La perspectiva
subalternista, compartida en este caso por Das, seala la urgencia de iniciar
una crtica a estas teodiceas a travs de una mirada que rescate las voces
de la gente comn para hacer surgir las mltiples, complejas e incluso
contradictorias narrativas de sufrimiento social.
En tercer y ltimo lugar, el carcter abierto del acontecimiento se ma-
nifiesta en su capacidad para estructurar, incluso de manera silenciosa,
el presente. Segn Das,
No es solo el pasado el que tiene un carcter indeterminado. El presente
tambin se convierte en el lugar en el cual los elementos del pasado que fueron
rechazados en el sentido de que no fueron integrados en una comprensin
estable del pasado, pueden repentinamente asediar el mundo con la misma
insistencia y obstinacin con que lo real agujerea lo simblico
40
(LW, 134).
La definicin lacaniana de trauma lo real que irrumpe y perfora lo
simbliconos remite a una nocin de acontecimiento muy particular en
el que la memoria histrica no es integrada en la cotidianidad colectiva.
En efecto, la experiencia traumtica (en este caso el trmino resulta apro-
piado) despliega una temporalidad particular en la que el pasado coexiste
39
National honour and practical kinship, en Das, Critical Events, p. 57.
40
Trad. del autor de: It is not only the past that may have an indeterminate cha-
racter. The present too may suddenly become the site in which the elements of the past
that were rejected in the sense that they were not integrated into a stable understanding
of the past, can suddenly press upon the world with the same insistence and obstinacy
with which the real creates holes in the symbolic.
Riuaniiirai ia corioiaxioao
34
e incluso agobia efectivamente el presente de tal manera que su inscripcin
en el registro de la memoria y la historia es a la vez solicitado y frustrado:
el trauma no [se] deja olvidar por nosotros. El trauma reaparece en ellos,
en efecto, y muchas veces a cara descubierta
41
. Reaparece, s, pero el acon-
tecimiento no se ubica en un pasado original y ya vivido, sino que emerge
de nuevo en cada recuerdo, determinado por las condiciones del presente
e incorporado a la estructura temporal de las relaciones actuales.
Evidentemente no todos los eventos son simbolizados de la misma ma-
nera, ni todas las violencias trabajan sobre el lazo social del mismo modo.
Las posibilidades y los modos de asimilar la agresin son radicalmente
diferentes si el sufrimiento es causado por vecinos y otros miembros de
la comunidad o por agentes externos a la misma; si es el Estado o son
individuos asociados a la delincuencia; si la agresin es inesperada o
largamente anticipada y temida; si es sostenida o eventual; si toma a las
mujeres y nios como objetivos militares primarios; etc. Todas estas di-
mensiones y muchas ms, como es previsible, determinarn la intensidad
y la modalidad del asedio del pasado de tal modo que ese pasado puede
operar en las relaciones sociales actuales como si [la violencia que se da
dentro del tejido de la vida vivida en el universo de parentesco] tuviera
el sentido de un pasado continuo o si, al contrario, el carcter repentino
e irrefrenable congela las palabras y las sustrae de su uso cotidiano
42
.
41
Jacques Lacan, Seminario XI. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanlisis,
trads. Juan Luis Delmont-Mauri y Julieta Sucre, ed. Jacques-Alain Miller (Barce-
lona: Editorial Paids, 1987), p. 64. Este punto ha sido desarrollado en Francisco
Ortega Martnez, Imposible memoria.
42
Veena Das, Wittgenstein and anthropology, en Annual Review of Anthropology,
Vol. 27 (1998), p. 181, trad. Wittgenstein y la antropologa -incluido en este
volumen-. A partir de este momento, las referencias irn Wittgenstein y la antro-
pologa en el texto principal seguidas por las siglas WA y el nmero de pgina la
pgina se refiere a la fuente original. Mara Victoria Uribe, quien ha documentado
con increble paciencia las formas de matar del periodo de la Violencia y de dcadas
contemporneas, seala que los victimarios a menudo incurrieron e incurren en
una violencia terrible (sacrificial, la llama la autora) que desplaza la naturaleza de
lo humano hacia formas de vida que no se consideraban como pertenecientes a
la vida en sentido propio; vase Maria Victoria Uribe Alarcn, Antropologa de la
Fiaxcisco A. Oirica
35
Sin embargo, las memorias no regresan necesariamente de un pasado
reprimido ni viven consignadas en el inconsciente. El trabajo etnogrfico de
Veena Das tesis compartida por los trabajos de Elsa Blair, Mara Victoria
Uribe, Daniel Pcaut y Pilar Riao, entre otros investigadores de la escena
colombiana
43
seala que estas memorias habitan y marcan la superficie
del texto social. Esos silencios tcticos, para usar un trmino de Certeau,
muestran que la cotidianidad guarda dentro de s la violencia del aconteci-
miento y este a su vez estructura el presente silenciosa y fantasmalmente.
La idea del fantasma, invocada por Veena Das en varios pasajes de su
obra, la desarrolla de manera ms sostenida varios investigadores colom-
bianos. Precisamente, Pilar Riao en su ltimo libro considera los relatos
contemporneos de fantasmas entre los jvenes pandilleros de Medelln
una continuacin de las antiguas historias de espantos de la Colonia. Sin
embargo, en estos contextos saturados de jvenes muertos, los fantasmas
funcionan como formaciones simblicas [que] median la experiencia
cotidiana de una violencia que se ve, se oye, se siente y se teme, de tal
manera que ponen en evidencia un miedo colectivo muy profundo a la
ruptura de los reguladores sociales necesarios para mantener un grado de
estabilidad en las vidas sociales de los habitantes de la ciudad
44
.
inhumanidad. Un ensayo interpretativo sobre el terror en Colombia (Bogot: Norma,
2004), pp. 92-97.
43
Vanse Elsa Blair Trujillo, Muertes violentas. La teatralizacin del exceso (Medelln:
Universidad de Antioquia, 2005); Mara Victoria Uribe Alarcn, Antropologa de la
inhumanidad. Un ensayo interpretativo sobre el terror en Colombia; Daniel Pcaut,
Configuraciones del espacio, el tiempo y la subjetividad; y Pilar Riao Alcal,
Jvenes, memoria y violencia en Medelln. Una antropologa del recuerdo y el olvido
(Medelln: Editorial de la Universidad de Antioquia-Icanh, 2006).
44
Riao Alcal, Jvenes, memoria, violencia en Medelln pp. 146, 151. He desarro-
llado la idea del fantasma como un sitio de convergencia de memorias silenciadas o
excluidas que no se ocupa slo de regresar las prdidas histricas que han sido
olvidadas, sino que es tambin una re-actualizacin de aquellas posibilidades
histricas que se hicieron imposibles en la colisin de los eventos. Es, por tanto,
un anuncio de aquello que pudiera devenir, una demanda poltica que yace en las
potencialidades de lo que no fue pero que todava regresa. Por eso, precisamente,
los fantasmas, lugar de no simbolizacin, son paradjicamente repositorio de po-
Riuaniiirai ia corioiaxioao
36
Abierto en tanto suceso, memoria pblica y legado estructurante, el
carcter radicalmente abierto de los eventos sugiere que el acontecimiento
se vuelve un feroz acto de disputa: sentidos por esclarecer, memorias por
defender o impugnar, legados que operan de manera silenciosa. Por eso el
sentido de la violencia no es ni mucho menos independiente de los modos
en que el dolor es inmediatamente administrado, apropiado, distribuido y
contestado por diversas instituciones, organizaciones y agentes. As pues,
por una parte, tenemos los discursos y las prcticas de los agresores que, en
el caso de contextos en extremo polarizados, llegan incluso a la negacin
de la humanidad de la vctima. Estos discursos buscan generar un manto
de legitimidad e invalidar cualquier reclamo que puedan presentar las
vctimas, y para lograrlo movilizan registros colectivos de alto impacto,
como el religioso, el tnico o el nacionalista
45
.
Por otra parte, estn las instituciones del Estado. Ms all de sus posi-
bles y diferentes grados de complicidad (para Colombia, por decir algo,
el caso de colaboraciones implcitas, deliberadas o por omisin con los
paramilitares), el papel del Estado en la administracin de la violencia est
fundamentado no solo en el control del territorio y sus recursos, sino, como
ha sido reiteradamente sealado por Michel Foucault y Giorgo Agamben,
de los cuerpos. Para ellos, el Estado moderno surge como expresin de una
nueva tecnologa del poder, la bio-poltica, aplicada sobre las poblaciones
(y no solo sobre los individuos) para racio nalizar aquellos fenmenos
sibilidades histricas, una intimacin de lo que no fue y tal vez regrese de nuevo.
Francisco A. Ortega Martnez, La fuerza de la fantasa o la historia de un fantasma
andino, en Pensamiento herido, pensamiento transatlntico, ed., Bruno Mazzoldi
(Bogot: Norma, 2008).
45
Estos discursos legitiman las acciones violentas y dirigen a los miembros de una
comunidad a cometerlas a travs de poderosos mecanismos sociales capaces de
transformar rumores o verdades biogrficas en verdades colectivas que producen la
sensacin de comunidades seriamente amenazadas. As, el imperativo de defensa o
de desagravio puede enmarcar moral y existencialmente la institucionalizacin de
una memoria particular, incluso dirigir esa memoria para llevar a que sus miembros
cometan nuevos actos de violencia. Das, Critical events, pp. 9-10. En esta antologa,
vase el ensayo En la regin del rumor.
Fiaxcisco A. Oirica
37
planteados por un conjunto de seres vivos constituidos en poblacin:
problemas relativos a la salud, la higiene, la natalidad, la longevidad, las
razas y otros
46
. Los acontecimientos violentos, tendramos que agregar en
este caso, se convierten en una ocasin propicia para penetrar los recesos
ms ntimos de las poblaciones afectadas y administrar, de manera ms
eficaz, el potencial de vida de todos esos cuerpos
47
.
Como expresin de lo anterior pero sujeto a sus propias reglas, los dis-
cursos y las prcticas especializadas (mdicos, salud pblica, etc.) generan
un lenguaje tcnico encargado de articular la naturaleza del sufrimiento
que, sin embargo, tienden a expropiar la experiencia personal del sufri-
miento a travs de mecanismos retricos e institucionales que sustituyen
la autoridad de la vctima, sobre su dolor y su condicin de doliente,
por los criterios del lenguaje tcnico. Das seala que al reformular esas
quejas mediante una taxonoma de categoras de enfermedad el clnico
distorsiona el mundo moral del paciente y la comunidad y legitima su
propio discurso profesional
48
. Ese proceso de expropiacin se agrava en
aquellos casos en que el Estado o instituciones supranacionales recurren
exclusivamente a estos lenguajes para determinar, despus de un engo-
rroso y con frecuencia degradante proceso, la gravedad y pertinencia del
46
Vanse Nacimiento de la biopoltica y Las mallas del poder, en Michel Foucault,
Esttica, tica y hermenutica. Obras esenciales, Vol. III (Barcelona: Paids, 1999), pp.
209-215, 235-254; Giorgio Agamben, Homo sacer. El poder soberano y la nuda vida
(Valencia, Espaa: Pre-Textos, 1998); Veena Das desarrolla el papel del Estado en
Das, Critical events, pp. 137-174; y Veena Das y Deborah Poole, eds., Anthropology
in the margins of the State (New Delhi: Oxford University Press, 2004), pp. 3-33.
47
Para un anlisis desde esa perspectiva sobre los cocaleros en Putumayo, vase
Mara Clemencia Ramrez, Entre el Estado y la guerrilla. Identidad y ciudadana en
el movimiento de los campesinos cocaleros del Putumayo (Bogot: Icanh, 1996).
48
Vase The anthropology of pain, en Das, Critical events, p. 177, trad. La
antropologa del dolor -incluido en este volumen-. Una vez ms, es pertinente
sealar la coincidencia con el trabajo de Michel de Certeau; vanse Escrituras e
historias, Etnografa y El lenguaje alterado, todos recogidos en Francisco Or-
tega Martnez, ed., La irrupcin de lo impensado. Ctedra Michel de Certeau 2003,
Pensar en Pblico (Bogot: Editorial de la Universidad Javeriana, 2004)
Riuaniiirai ia corioiaxioao
38
sufrimiento; es esa exclusividad la que transforma la dimensin personal
del agravio en una consideracin de clculo de razn de Estado; es ella
la que convierte vctimas en cuerpos colonizados por el poder soberano
del Estado; y es esa exclusividad la que cuando hay intereses poderosos
de por medio (Das analiza el caso del desastre industrial en Bhopal, en
diciembre de 1984, en el que el escape de gas de una planta qumica de
la Union Carbide caus en la muerte inmediata de 2.500 personas)
reproduce la cosmologa de los poderosos y facilita la defensa de sus
intereses
49
. En esos momentos, los discursos especializados enmascaran
los mecanismos sociales por medio de los cuales la produccin [de la
violencia] deviene un medio para legitimar el orden social, imposibilita a
los dolientes para que ejerzan su dolor al sealar que son personalmente
responsables por lo que les ha pasado y los convierte en mentirosos y
farsantes (MO, 139, 140, 163).
Por ltimo, estn las versiones de los sufrientes. Aun cuando los agresores
nieguen la humanidad de los agredidos y no obstante aquellos casos en
que el Estado y sus lenguajes silencian sus voces, la versin de la vctima no
desaparece. Hay, todava, espacios alternativos, contrahegemnicos (locales y
globales) o ntimos en que sus testimonios, pero tambin sus gestos e incluso
el no-decir (que no es lo mismo que ausencia de testimonio), le disputan
la preeminencia a las versiones oficiales. En algunos casos las contradicen,
en otros simplemente las desestabilizan. En la prxima seccin regresar
sobre la palabra del sufriente. Valga ahora la referencia solo para recalcar
el carcter inconcluso de la narrativa [social]: el acontecimiento [vive]
en distintas versiones dentro de la memoria social de los diferentes grupos
sociales (LW, 120). Inconcluso, agnico y polmico.
49
Veena Das, Moral orientations to social suffering. Legitimation, power and
healing, en Health and social change in international perspective, eds. Lincoln
Chen, Arthur Kleinman, y Norma C. Ware (Boston, MA: Harvard School of Pu-
blic Health-Harvard University Press, 1994), p. 140. Todas las citas de este texto
han sido traducidas por el ed. A partir de este momento, las referencias a Moral
orientations to social suffering irn en el texto principal seguidas por las siglas
MO y el nmero de pgina del texto en su idioma original.
Fiaxcisco A. Oirica
39
Testimonio y conocimiento envenenado
Pronunciar una palabra es como ejecutar una nota
en el teclado de la imaginacin
L. Wittgenstein, Investigaciones filosficas.
Shoshana Felman y Dori Laub han sealado en un trabajo ya clsico
que vivimos en la era del testimonio. Hoy ms que nunca, segn los autores,
el mundo se disputa a partir de testimonios encontrados, muchos de los
cuales son productos de fragmentos de una memoria abrumada por
acontecimientos que no producen comprensin ni reminiscencia, hechos
que no pueden ser construidos como conocimiento ni asimilados a los
procesos cognitivos, hechos en exceso a nuestros marcos de referencia.
As pues, el testimonio, por tanto, no solo invoca la verdad como garante
y sustento del enunciado; el testimonio, ante todo, testimonia una
crisis generalizada de la verdad
50
.
Antes de proseguir debo sealar que el testimonio lo que en este
contexto llamar el relato de los hechos producidos por las vctimas ha sido
ampliamente debatido desde la dcada de los ochenta. En innumerables
foros y publicaciones se han discutido y siguen discutindose sus relacio-
nes con la antropologa, el derecho, la historia, la teologa, la literatura;
su relacin con otros discursos y prcticas sociales; con la militancia, la
revolucin y con una nueva nocin de poltica; su capacidad para forjar
alianzas y lazos solidarios entre testimoniantes y receptores; su configu-
racin retrica; su insercin o resistencia a los mercados globales
51
.
50
Trad. del autor de bits and pieces of a memory that has been overwhelmed by
occurrences that have not settled into understanding or remembrance, acts that cannot
be constructed as knowledge nor assimilated into full cognition, events in excess of our
frames of reference. En Shoshana Felman y Dori Laub, Testimony. Crises of witnessing
in literature, psychoanlaysis, and history (New York: Routledge, 1992), p. 5.
51
Un trabajo pionero es el que recoge Enrico Castelli, ed. La testimonianza (Rome:
Centro Internazionale di Studi Umanisitici, 1972). Franois Charles-Gaudard y
Modesta Surez, eds. Formes discursives du Tmoignage (Tolouse: Editions Univer-
sitaires du Sud, 2003), ofreciendo una panormica de los debates en el mundo
Riuaniiirai ia corioiaxioao
40
Para Veena Das el testimonio tiene necesariamente un lugar central y
problemtico en su reflexin y prctica disciplinaria. Obligatoria fuente
de informacin para sus diversas investigaciones antropolgicas, el tes-
timonio surge de contextos terriblemente desgarrados y violentos, lleva
sobre s la marca de los acontecimientos y atestigua a la vez la voluntad
de vida de quien lo enuncia. El testimonio no es simplemente una he-
rramienta metodolgica para satisfacer la curiosidad intelectual; es, ante
todo, una forma de dar cuenta de las experiencias de los protagonistas
y, en particular, de las vctimas, sin perder de vista el sentido del evento.
Por eso los testimonios deben entenderse desde la cotidianidad de los
hablantes, anclados en procesos subjetivos y colectivos, estructurados por
tradiciones simblicas y encauzados por gneros discursivos. Una lectura
atenta del testimonio debe abrirnos simultneamente a la cotidianidad
del acontecimiento y al testimonio en tanto acontecimiento.
Al rastrear el trabajo de Veena Das, el testimonio de la vctima aparece
relacionado con tres funciones importantes y claramente diferenciadas
en el proceso de respuesta a situaciones de violencia social: nombra las
violencias padecidas, hace y acompaa el duelo y establece una relacin
con otros. Recibir testimonio, por su parte, le permite al antroplogo
contar con la fuente de informacin para su investigacin etnogrfica
a la vez que se hace presente entre las vctimas en un momento de crisis
social en que se requiere presenciar.
Como sealaba al final de la seccin anterior, en mayor o menor
medida las vctimas se niegan a inscribir su dolor en las teodiceas del
poder sea este el Estado, la nacin, la modernidad o la revolucin y
en cambio ofrecen testimonio, denuncian, narran, sealan las incon-
gruencias, la complicidad de las instituciones y de los ideales con la
violencia, ocupan espacios de resistencia, y refunden, a menudo de
manera gregaria y annima, una cotidianidad que les permita re-
francfono en torno del testimonio. Georg Gugelberger, ed. The real thing. Testi-
monial discourse and Latin America (Durham, NC: Duke University Press, 1996),
recopila textos clave de los debates en torno al mbito del latinoamericanismo
norteamericano.
Fiaxcisco A. Oirica
41
habitar los espacios de devastacin. Esa negativa con frecuencia tiene
dos momentos que vale la pena mirar por separado. En primer lugar,
la decisin de no acogerse a las narrativas del poder singulariza de ma-
nera particular el relato, lo desampara, lo deja al borde del absurdo. En
efecto, muchos testimonios no proceden a impugnar, sino que insisten
en el carcter irredento de la prdida, en su inconmensurabilidad que
la deja por fuera de cualquier teodicea, y de ese modo le disputan, de
manera decisiva, las pretensiones de sentido que pudiera tener el acto
violento. Este momento o dimensin del testimonio solicita en forma
desesperada el acto de la inscripcin mnemnica como la nica posible
respuesta plausiblemente ftil y de seguro incompleta, pero absoluta-
mente necesaria a la prdida.
En segundo lugar los testimonios se convierten en vehculos para elaborar
exigencias polticas ms contundentes. Con frecuencia, escribe Veena Das,
las vctimas tienen la experiencia del sufrimiento social total y abyecto,
pero no detentan el lenguaje para transformar esta experiencia en formas
que tuvieran sentido en el dominio poltico (MO, 152). En otros casos,
ese sufrimiento es abiertamente negado e incluso las mismas vctimas son
culpabilizadas de su mismo sufrimiento
52
. El ejercicio testimonial permite
forjar palabras e hilvanar relatos con una carga poltica ms satisfactoria,
palabras e historias que desmonten la idea de que son culpables y les per-
mitan comenzar el proceso de denuncia e impugnacin.
Los miembros de Hijos e Hijas por la Democracia y contra la Im-
punidad, colectivo de familiares de los desaparecidos por la violencia
poltica en Colombia, han detallado su proceso de aprendizaje de un
lenguaje poltico, desde la disgregacin inicial en la que muchos es-
condan su condicin de hijos de desaparecidos y asesinados, hasta su
lenguaje actual, comprometidos con el no olvido que los ha llevado
a denunciar la connivencia de sectores del Estado con los paramilita-
res, mejor expresada en la llamada Ley de Justicia y Paz (Ley 975 de
52
Vase en la seccin La cotidianidad impregnada de acontecimiento de este
artculo.
Riuaniiirai ia corioiaxioao
42
2005)
53
. Para Hijos e Hijas nombrar la violencia no solo refleja una
lucha semntica, refleja el punto en que el cuerpo del lenguaje se vuelve
uno solo con el cuerpo del mundo; el acto de nombrar constituye un
enunciado performativo (LW, 206). En efecto, al nombrar el asesinato
o la desaparicin el nominador se aduea de las palabras y se dota de
una nueva identidad, requiere el cuerpo de los responsables, y se le res-
tituye al ausente (aun cuando solo sea en mnima parte) el sentido de
su ausencia
54
. En un contexto de impunidad generalizada, estas luchas
polticas por la memoria, como Elisabeth Jelin las llama, emergen como
respuestas a la crisis de verdad
55
.
El testimonio es una narrativa amenazada por la radical ausencia de
su sujeto principal: el testigo. La insoportable tensin en el interior del
gnero testimonial se debe a que el verdadero testigo es quien no puede
dar testimonio; aquel que en efecto ofrece testimonio lo hace en virtud
y a pesar de quien no puede hacerlo. Por eso para Giorgio Agamben
el verdadero testigo de los campos de concentracin nazis, testigo del
cual nosotros apenas podemos intentar ser testigos (siempre fallidos),
es el llamado musulmn, el muerto en vida, incapaz de hablar y apenas
considerado por los otros, despreciado por igual por guardias y prisio-
neros
56
. De ese modo, el testimonio siempre atestigua el proceso radical
53
Para ms informacin sobre el colectivo, vanse http://www.hijoscolombia.org/
avances.html y http://antigonagomez. blogspot.com/.
54
Para el valor performativo de estas intervenciones, vase Diana Taylor, Disappea-
ring acts. Spectacles of gender and nationalism in Argentinas dirty war (Durham, NC:
Duke University Press, 1997).
55
Para una excelente discusin terica, vase Elizabeth Jelin, Los trabajos de la
memoria. Memorias de la represin (Madrid: Siglo XXI, 2002), pp. 39-62.
56
La figura del musulmn aparece en la obra de Primo Levi y otros sobrevivien-
tes del exterminio nazi. Con ese nombre se referan a los habitantes del lugar que
haban perdido toda iniciativa de vida y voluntad de resistencia. Primo Levi escribe
que Semanas y meses antes de extinguirse haban perdido ya el poder de observar,
de recordar, de reflexionar y de expresarse Los hundidos y los salvados, (Barcelona:
Muchnik Editores, 1989), pp. 78; 92-93. Para Jorge Semprn el musulmn de-
fina el estrato nfimo de la plebe del campo de concentracin, que vegetaba al
Fiaxcisco A. Oirica
43
de de-subjetivacin que le da vida, es la de-subjetivacin que subjetiva el
habla, la imposibilidad radical que lo hace posible. All radica la tensin
y fuerza locutiva del testimonio.
No obstante, todo relato social que responde a una experiencia
traumtica se constituye sobre la tensa dinmica de dos polos posibles:
la disgregacin y sus melanclicas inscripciones y la reconstitucin y
el duelo por las prdidas sufridas. Estos dos polos, diferenciados pero
profundamente vinculados, nos remiten a dos modos narrativos impor-
tantes: uno improductivo y el otro productivo. Si el primero atestigua,
impugna y retrae una y otra vez a la memoria histrica la sin-razn del
sufrimiento social, el segundo adelanta el proceso de re-constitucin del
sentido colectivo de pertenencia. El estudio de la dimensin moral del
recuerdo traumtico necesita tomar en cuenta esta doble dimensin para
entender su exacta funcin social. Por un lado, es una reminiscencia de
las violencias, abusos y arbitrariedades sufridas; por otro, es un intento
por adaptarse a las nuevas condiciones de supervivencia
57
.
Atenta al carcter infinito de la prdida, Veena Das insiste en las labores
de reparacin cotidianas que se llevan a cabo a travs del acto testimonial.
De hecho su valor etnogrfico radica no solo en la posibilidad de sealar
la prdida, sino que fundamentalmente pone en evidencia el temple y la
recursividad de los seres humanos para sobrellevar el sufrimiento, para
apropiarse de las perniciosas marcas de la violencia y re-significarlas
mediante el trabajo de domesticacin, ritualizacin y re-narracin. Esta
margen del sistema de los trabajos forzados, entre la vida y la muerte Los mu-
sulmanes... escapaban por su misma naturaleza, su marginalidad improductiva,
su ataraxia a la lgica maniquea de la resistencia, de la lucha por la vida. Ellos
ya estn en otro mundo, flotando en una especie de nirvana caquctico, en una
nada algodonosa en la que se ha abolido todo valor, en la que solo la inercia vital
del instinto temblorosa luz de una estrella muerta: alma y cuerpo agotados an
los mantiene en movimiento Jorge Semprn, Vivir con su nombre, morir con el
mo (Barcelona: Crculo de Lectores, 2001), pp. 36-37. Tanto para Levi como para
Agamben, el musulman es el verdadero testigo, el testigo integral, aquel que ya no
puede testificar por s mismo y ahora lo hace por ausencia.
57
Vase Francisco Ortega Martnez, Imposible memoria, pp. 110-111.
Riuaniiirai ia corioiaxioao
44
voluntad de vida agita el tiempo y lo pone en circulacin de nuevo,
sacude la presencia de la ausencia
58
, e inicia un modo de estar en el
que el tiempo no permanece congelado sino que se le permita hacer su
trabajo (TT, 297). De ese modo, seala Myriam Jimeno en el artculo
aqu reproducido, el testimonio inicia el terreno arduo, escarpado y
riesgoso de recobrar lo vivido
59
.
Veena Das ha estudiado con atencin dos registros el discursivo y
el corporal a travs de los cuales ese proceso de recuperacin se lleva
a cabo. Le dedicar un instante a la dimensin discursiva. Como ya
sealamos el testimonio es ante todo un proceso de decir y recuperar
el territorio de las palabras y la historia (a menudo ante la increduli-
dad de quien escucha), mediacin necesaria para re-ocupar los signos
mismos de la herida para que pudiera moldearse una continuidad
en aquel espacio mismo de devastacin (AW, 219). El alivio que ofrece
la recuperacin de la palabra por la palabra se entiende mejor a partir
del tipo de cohesin simblica, moral y esttica que produce la narra-
tiva. Para el filsofo Arthur Danto la narratividad es uno de los modos
fundamentales para aprehender y darle sentido a nuestro entorno
60
. En
tanto forma discursiva, el modo narrativo integra diversos elementos
de la trama, potencia su capacidad significativa, produce coherencia
social y conduce o sugiere una resolucin de los conflictos elaborados.
La modalidad narrativa es la forma discursiva primordial con la cual
58
Sacudir la presencia de la ausencia es una cita del excelente video presentado
por Juan Carlos Orrantia, el 15 de noviembre del 2007, en la mesa Poltica, poder,
cultura, en el marco del Congreso Estudios Culturales en Colombia. Trayectorias,
Tendencias y Perspectivas, realizado conjuntamente por la Universidad Nacional
de Colombia y la Pontificia Universidad Javeriana.
59
Vase el ensayo Lenguaje, subjetividad y experiencia de violencia, -incluido
en este volumen-.
60
Vase Arthur C. Danto, Narration and knowledge (New York: Columbia Uni-
versity Press, 1985), pp. xiii 143-181; vanse tambin David Carr, Time, narrative
and history (Bloomington: Indiana University Press, 1986). Paul Ricoeur, Tiempo
y narracin (Madrid: Cristiandad, 1987).
Fiaxcisco A. Oirica
45
moralizamos la realidad, lo que explica por qu a menudo se le atribuyen
facultades teraputicas
61
.
Esta modalidad, sin embargo, depende de una pragmtica social que
considera la narrativa como acto social, proceso nunca terminado y siempre
abierto, un trabajo continuo y difuso sobre el da a da, modo fundamen-
tal de construir el tiempo y negociar las fronteras del yo, la diferencia y la
sociabilidad. Esa pragmtica de la narrativa encuentra su expresin en los
gneros colectivos de duelo y lamento gneros descriptivos, impugnativos
o reparativos, oficiales o informales y les asigna a los dolientes un lugar en
el trabajo cultural del duelo (AW, 205). Y aunque los gneros discursivos
modulan ciertas narrativas de dolor de manera efectiva, las vctimas de la
violencia hablan tanto dentro de estos gneros como fuera de ellos (AW,
206); hacen uso de las palabras rotas y del cuerpo mudo; grafican gestos
sutiles y construyen ritos propios; componen sitios de memoria y olvidos
deliberados; estrategias todas que permiten al sufriente apropiarse y subjetivar
la experiencia de dolor, aun as sea dentro de rgidos cdigos culturales que
pudieron haber sido cmplices en los actos de violencia
62
.
Esa es la razn por la cual estos testimonios no pueden entenderse
exclusivamente desde el anlisis textual; hay que comprenderlos en su
61
Para un anlisis de la narrativa a partir de sus efectos teraputicos, vase el
fascinante libro de Cheryl Mattingly, Healing dramas. The narrative structure of
experience (Cambridge, UK: University of Cambridge Press, 1998).
62
En varios artculos Das seala que al evocar la escena de destruccin, las mujeres
anclan sus discursos en los gneros de duelo y lamento que ya les asignaban un
lugar patriarcal en el trabajo cultural del duelo. Veena Das, The work of mour-
ning. Death in a Punjab family, en The cultural transition. Human experience
and social transformation in the Third World, eds. Merry I. White y Susan Pollock
(Londres: Routledge, 1986); Veena Das, Our work to cry. Your work to listen,
en Mirrors of violence. Communities, riots and survivors in South Asia, ed. Veena Das
(Delhi, India: Oxford University Press, 1990); Veena Das, Language and body.
Transactions and the construction of pain, en Daedalus. Social suffering, ed. Arthur
Kleinman, Veena Das y Margaret Lock (Cambridge: American Academy of the
Arts and Sciences, 1996). La vctima se encuentra de este modo reincorporando
buena parte de la responsabilidad de lo que le ocurri.
Riuaniiirai ia corioiaxioao
46
sociabilidad, acompaados de su eficacia social e inscritos en contextos
que incitan de manera simultnea el discurso y propician zonas de silencio
que recubren amplias zonas de la experiencia social. Desde esa perspec-
tiva es posible entender que esos silencios no son producto de memorias
reprimidas que habitan el inconsciente ni constituyen rupturas en la
capacidad expresiva del lenguaje. Son, ante todo y por muy paradjico
que parezca, apropiaciones del dolor y estrategias de agenciamiento.
Al preguntarles a las mujeres que haban sido ultrajadas y violadas
durante la Particin sobre sus experiencias, Das generalmente encontr
una zona de silencio alrededor de los hechos ms brutales. Aun cuando
esas mujeres haban logrado re-hacer sus vidas en lugar de testimoniar el
desorden al que haban sido sometidas, Das afirma, usaban un lenguaje
indirecto y metafrico que evada la mencin al rapto y a la violacin.
Cuando eran interrogadas ms a fondo, las mujeres indicaban los peligros
que acechaban el recuerdo y usaban la metfora de una mujer que
beba un veneno y lo mantena dentro de s (LB, 85). Ese conocimiento
de lo que ocurri de lo que les ocurri y, tambin, del papel de otros,
en ese momento de la violencia y posteriormente durante sus vidas se
manifiesta como recriminaciones y resentimientos sutiles y estructura
silenciosamente el mapa de las relaciones sociales.
Sera equvoco aseverar que este conocimiento envenenado evidencia su
calidad de vctimas pasivas. En primer lugar, esta descripcin demuestra
que la memoria traumtica de la Particin no puede entenderse como una
posesin del sujeto por el pasado, tal y como lo teorizan algunos autores
desde los estudios del trauma
63
. Al contrario, en estos casos la memoria del
pasado es constantemente construida y mediada por la manera en que el
mundo es activamente habitado. Pero aun ms, ese veneno que se consume
ofrece un tipo de agencia colectiva muy particular que incluso, seala Das,
subvierte el mandato patriarcal que haba convertido los cuerpos de las
mujeres ultrajadas en tbulas rasas para la inscripcin nacionalista, conos
de la nacin humillada. Pero las mujeres convirtieron esta pasividad en
63
Vase, en particular, el trabajo de Cathy Caruth, Unclaimed experience. Trauma,
narrative, and history (Baltimore: The Johns Hopkins University Press, 1996).
Fiaxcisco A. Oirica
47
agencia al utilizar metforas del embarazo que oculta el dolor, dndole
un hogar as como se da un hogar al nio en el cuerpo de la mujer (LB,
85). El subsecuente acto de recordar con el cuerpo desplaza la experiencia
de la mujer a lo profundo del cuerpo, donde ese saber envenenado es
guardado con un celo que jams le permitir nacer.
Los silencios del lenguaje se manifiestan en el modo que re-habitamos
el espacio de devastacin. Se puede, por ejemplo, usar las palabras con-
geladas como gestos; se puede ocupar, habitar las marcas de la agresin
para elaborar significados no narrativos de duelo. En todos estos casos,
el testimonio se entiende mejor a travs de [las] complejas transacciones
entre el cuerpo y el lenguaje porque en esa relacin suplementaria se
encuentran los recursos para a la vez, decir y mostrar el dolor que se les
infligi y, as mismo, ofrecer testimonio al dao infligido a la totalidad
del tejido social (AW, 205-206). Hay saberes que solo pueden comu-
nicarse con silencios, porque es el cuerpo mismo el que est ofreciendo
testimonio.
Veena Das presenta un caso conmovedor que ilustra este punto. Se
trata del relato del padre que encuentra a su hija, Sakina, secuestrada,
agredida y violada repetidamente. En una primera lectura Das seal la
fractura del lenguaje y la no comprensin del padre de ese no mundo en
el que [su hija] ha sido sumida (LB, 76-77). Sin embargo, esa lectura
cambia cuando nota que en contra de la tradicin local que insiste en
una hija muerta antes que deshonrada el padre proclama la vida de su
hija, aun cuando el mismo cuerpo de su hija proclama la muerte. Csar
Abada, en el artculo incluido en este volumen, describe cmo Alan, un
pequeo nio de Sao Paulo, Brasil, gravemente enfermo de sida e interno
en un hospital, exige la presencia, a travs de un intenso dolor abdominal,
de un estar-con-l-diferente. A pesar deque su reclamo verbal es por un
doctor, su angustia no se calma con la llegada de los mdicos. Alan exiga,
con el cuerpo, una cercana que no poda ofrecerle ningn extrao. Solo
quien ya haba forjado una relacin a travs del tiempo tiempo que no
responda a la relacin mdica, sino a la entrega personal poda escuchar
y atender esa llamada. El cuerpo mudo, pero rebelde y furiosamente vivo,
Riuaniiirai ia corioiaxioao
48
complementa el discurso: las transacciones entre el cuerpo y el lenguaje
llevan a una articulacin del mundo, en la que la extraeza del mundo
revelada por la muerte, por su no habitabilidad, puede ser transformada
en un mundo en el que puede habitarse otra vez, con plena conciencia
de una vida que debe vivir en la prdida (LB, 68-69).
Por ltimo, se hace ya evidente que el testimonio es ante todo establecer
una relacin con otro. Es una relacin claramente asimtrica en la que
uno ofrece un decir (extraordinario, doloroso, polmico, imponderable)
y el otro ofrece una escucha (incierta, escptica, crdula, ingenua, intere-
sada); uno solicita credibilidad y el otro, consciente de lo que se pone en
juego, no puede menos que dudar. As, creer o no creer jams es asunto
fcil; el acto de creer necesita discernir lo que significa creer y cmo se
cree. En este caso, escuchar un testimonio requiere mucho ms que un
esfuerzo de evaluacin epistemolgica; es un acto igualmente tico, pues
en algunos casos el resultado no es dirimible entre dos afirmaciones con-
trarias. Como seala Lyotard, el differend, el silencio que se impone ante
la imposibilidad de argumentar una injusticia, lleva a situaciones en las
que no es posible generar un juicio para dirimir la diferencia
64
.
Un acto esencial para que un enunciado sea testimonio es que sea es-
cuchado, inscrito, desgarrado por esa duda. Hacer parte de esa relacin,
en tanto receptor del enunciado, significa aguzar la capacidad de percibir
la voz detrs de las palabras Das recurre a la crtica wittgensteintiana
(formuladas en Investigaciones filosficas) de la idea de que un lenguaje
puro, riguroso y exclusivamente filosfico, un lenguaje que se ubica fue-
ra de la vida, sea capaz de comunicar verdades mejores y perfectas que
nuestro lenguaje cotidiano. De hecho, la nocin de lenguaje puro, dice
Wittgenstein, puede llevarnos al borde de la incomprensin.

Si la palabra cotidiana, en cambio, tiene voz, contexto, signatura, en
suma, vida, para Das escuchar el testimonio es captar esa voz que insufla
de vida las palabras y obliga a pensarla en relacin con la alteridad del otro.
64
Jean Franois Lyotard, The differend. Phrases in dispute, trad. Georges van den
Abbeele (Minneapolis: The University of Minnesota Press, 1988), numerales 1-46.
Fiaxcisco A. Oirica
49
Esta manera de considerar la voz como uno de los atributos fundamentales
del testimonio me recuerda la diferencia entre el decir (dire) y lo dicho (dit)
que introduce Emmanuel Lvinas. Al atender lo dicho (dit) nos ocupamos
del dato, la inteligibilidad positiva expresa en el contenido de lo que se
comunica; ante lo dicho, queda la certeza o el desacuerdo, pero un apego
excesivo al registro de lo dicho produce una clausura ontolgica, nos cierra
a la recepcin del Otro. Por el contrario, el decir (dire) es lo irreducible a
interpretacin, su valor nunca puede establecerse en funcin de lo dicho
(dit); captar o intentar escuchar el decir (dire) es procurar una apertura
tica al exceso que est ms all del Ser. En ambos casos, voz (Das) y decir
(Lvinas) no nos remiten a una consideracin objetiva del enunciado, sino,
fundamentalmente, a una disposicin para la escucha; atender la voz, el
decir, nos abre a una experiencia irreducible del Otro
65
.
Conocimiento, reconocimiento
Un muerto es una tristeza, un milln de muertos es una informacin
Tzvetan Todorov, Frente al lmite (1993).
Por ltimo, quisiera resear una dimensin del trabajo de Veena Das
que resulta profundamente sugerente y pertinente: su evocacin contina
del imperativo tico que anima la investigacin en las ciencias sociales y la
prctica disciplinaria. La inquietud puede formularse de manera sucinta
como sigue: cul es la razn de ser, el papel del conocimiento acadmico en el
contexto del sufrimiento social? En la seccin anterior seal que investigar
contextos de sufrimiento social y de descomposicin extrema nos convierte
simultneamente en receptores de una informacin susceptible de ser ela-
65
Emmanuel Lvinas, De otro modo que ser o ms all de la esencia (Salamanca,
Espaa: Sgueme, 1987). En un trabajo reciente, Wendy Hui Kyong Chun seala
la urgencia de complementar el decir con una poltica de la escucha, vase Unbea-
rable witness. Toward a politics of listening, en Extremities. Trauma, testimony, and
community, ed. Nancy K. Miller y Jason Tougaw (Urbana: University of Illinois
Press, 2002), p. 144.
Riuaniiirai ia corioiaxioao
50
borada cientficamente, de una palabra viva que no es reducible al dato y de
una prdida que resulta imponderable. La coexistencia de mltiples lgicas
discursivas nos obliga a concebir de manera simultnea el ejercicio riguroso
asociado a la produccin de conocimiento, con la militancia de la denuncia
y el acompaamiento propio de las dinmicas de duelo. Para muchos la
coexistencia de estas diversas lgicas discursivas generan, si no incompatibi-
lidades, s por lo menos franca friccin; para Das, en cambio, la descripcin
de contextos y dinmicas saturadas por la violencia y el sufrimiento social
solo vale la pena si ayuda a la vctima a seguir adelante (MO, 164). Desde
esa postura los investigadores en ciencias sociales tenemos dos opciones:
proteger la verdad que conspira con la violencia o explorar la verdad que vive
en la vctima lo cual resulta ser el nico modo que tenemos de renunciar
tanto a la violencia como a la no-verdad, en un nico gesto de afirmacin
(CE, 23). Dos son las preguntas que considero en este ltimo apartado: qu
relacin existe entre las ciencias sociales y el sufrimiento? Cmo generar
conocimiento sobre el dolor ajeno desde la prctica disciplinaria, es decir,
cmo permitir que el conocimiento del Otro marque mi lugar institucional,
ese aparato productor de conocimiento que habito (LW, 17)?
Las ciencias sociales enfrentan varios obstculos para responder de manera
adecuada a los retos intelectuales y ticos que constituye comprender el
sufrimiento social en el mundo globalizado contemporneo. Estos obst-
culos son de tres rdenes: por complicidad con las violencias sociales, por
apropiacin del sufrimiento social, y por dificultades intelectuales para
comprender la naturaleza de las violencias y el sufrimiento social.
En primer lugar, es necesario resear los modos en que las ciencias
sociales han sido cmplices de la existencia del dolor, esto sin negar que
igualmente han tenido un papel importante a la hora de comprenderlo
y combatirlo. Tanto el posestructuralismo como el poscolonialismo (y
ms recientemente la teora de la colonialidad) han examinado de ma-
nera crtica el aparato de conocimiento de Occidente y las eventuales
relaciones entre violencias epistmicas y violencias sociales, es decir,
entre la produccin de conocimiento y los mltiples modos de coaccin
y subordinacin social.
Fiaxcisco A. Oirica
51
La crtica posestructuralista identifica varios procedimientos cons-
titutivos del aparato disciplinar del conocimiento en particular, la
presencia de binarios estructurantes, como esencia/apariencia, original/
copia, nociones como las de origen, suplemento y margen, que lo arti-
cula a partir de margen/centro, naturaleza/cultura que histricamente
han habilitado la produccin de verdad en la filosofa y ciencias sociales
y son los bastiones de los grandes mitos de Occidente, la modernidad,
el progreso y la razn. Sin embargo, seala el posestructuralismo, esos
binarios no mantienen una relacin de estable oposicin; al, contrario, los
trminos se relacionan de manera suplemental, presuponiendo siempre la
subordinacin de uno de los trminos al otro (la apariencia a la esencia; la
copia al original; la margen al centro; la cultura a la naturaleza) y garan-
tizando, de ese modo, la estabilidad de esos grandes mitos de Occidente.
El posestructuralismo denuncia el carcter metafsico o logocntrico as
designa Jacques Derrida ese entramado y aboga por un acercamiento
que ponga en evidencia la inestabilidad y necesaria in-autenticidad de
las estructuras de significacin social.
Las teoras poscoloniales han sido prolijas al demostrar la complicidad
de esos regmenes de saber con los procesos de subalternizacin y ad-
ministracin de aquellas regiones del mundo en las cuales los europeos
realizaron la empresa colonial
66
. El uso de esos y otros binarios produce
un mapa del saber en el cual conocer al subalterno significa vaciarlo de
subjetividad, reducirlo a una cognoscibilidad pura exenta de subjetividad.
En el mismo sentido, los tericos de la colonialidad han sealado cmo
las ciencias sociales en el mundo excolonial han servido ms para el
establecimiento de contrastes con la experiencia histrico-universal de
la experiencia europea ., que para el conocimiento de esas sociedades
a partir de sus especificidades histrico-culturales
67
.
66
Vase Francisco A. Ortega Martnez, Historia y tica. Apuntes para una hermenutica
de la alteridad, en Historia Crtica, Vol. 27 (2004). Donde he examinado esa relacin
entre aparato disciplinario y complicidad con la violencia (epistmico y social).
67
Edgardo Lander, Ciencias sociales, saberes coloniales y eurocntricos, en La
colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas
Riuaniiirai ia corioiaxioao
52
En otras palabras, el relato historicista de la modernidad euronorteame-
ricana modernidad a su vez identificada con la historia del capitalismo
funciona como el justificador de un ordenamiento mundial, a pesar de
que este mismo ordenamiento est caracterizado por la desigualdad y el
desconocimiento de la particularidad local: un ordenamiento neoimperial.
Esos contrastes operan en el mbito de polticas pblicas y consagran los
procesos de modernizacin, desatando terribles violencias epistmicas y
gran sufrimiento social
68
.
No podemos terminar esta pequea resea sobre las complicidades de las
ciencias sociales sin volver sobre los modos con que el Estado y los discursos
y prcticas especializadas sustituyen la autoridad de la vctima sobre su dolor
y condicin de doliente por los criterios del lenguaje tcnico (CE, 175).
Este desplazamiento de las voces de las vctimas reproduce la cosmologa
de los poderosos y facilita la defensa de sus intereses (CE, 19-20).
A las dificultades producto de complicidades para responder en forma
adecuada al problema del sufrimiento deben sumarse otras dificultades de
orden intelectual. Existen por lo menos dos problemas, considerados de
diversas maneras por la filosofa y ciencias sociales. En primer lugar, existe
una amplia discusin sobre las insuficiencias o dificultades lingsticas para
expresar el dolor; en segundo lugar, est el problema de cmo conocer el
dolor ajeno.
Varias y diversas son las formulaciones sobre la insuficiencia o dificultad
para expresar el dolor. A guisa de ejemplos mencionar tres maneras de
abordar el problema. En primer lugar, varios crticos insisten sobre la radical
incapacidad del lenguaje para expresar la magnitud de ciertos acontecimien-
tos. Buena parte de esta discusin se ha centrado en el Holocausto como
ocurrencia singular de la historia humana, evento que existe en exceso a los
marcos referenciales y categoras pre-existentes que delimitan y determi-
(Caracas, Venezuela: Unesco-Ediciones Faces-UCV, 2000), p. 25. Igualmente,
vanse ibid., los ensayos de Walter Mignolo, Arturo Escobar, Enrique Dussel y
Anbal Quijano.
68
Vase Arturo Escobar, Encountering development: The Making and unmaking of
the Third World (Princeton, NJ: Princeton University Press, 1994).
Fiaxcisco A. Oirica
53
nan nuestra percepcin de la realidad
69
. En segundo lugar, una tradicin,
influenciada por el psicoanlisis, seala que el evento traumtico solo se
produce de manera deferida y su sentido ser siempre enigmtico, un efecto
perturbador que nos llega repetidamente desde el pasado desastroso. El
ejercicio interpretativo, por tanto, constituye un continuo trabajo de duelo
(working through) sobre las heridas de ese pasado que simultneamente nos
elude y regresa en la forma de agobiantes demandas
70
.
En tercer lugar, podemos identificar la posicin ms claramente aso-
ciada al trabajo de Veena Das, para quien la intuicin de que algunas
violaciones no pueden verbalizarse equivale a reconocer que no se
puede trabajar en ellas dentro de una cotidianidad quemada y anestesia-
da (WA, 182). Esos silencios pueden corresponder a casos considerados
extremos en que las vctimas se rehsan a narrar los acontecimientos o
expresan su incapacidad para hacerlo. Aunque el concepto dolor contine
ah, la violencia que destroza el tejido de la vida ejerce tal presin sobre
los juegos lingsticos propios de esa forma de vida que, seala Das, los
reclamos sobre la cultura a travs de la disputa se hicieron imposibles. Si
ahora aparecen palabras, son como sombras rotas del movimiento de las
palabras cotidianas (WA, 181)
71
.
Para Das, sin embargo, el problema fundamental y al cual le dedica
buena parte de sus ensayos es: cmo puedo conocer el dolor del otro? El
carcter intransitivo del dolor ofrece grandes retos para la curiosidad de
las ciencias sociales: yo s que tengo dolor, pero tengo dolor no es una
afirmacin indicativa, aun cuando tenga la apariencia formal de una (LB,
70). Precisamente por eso no puedo saber a ciencia cierta si el otro tiene
dolor; solo puedo creerle cuando dice que tiene dolor. Ante la incertidumbre
69
La extensa obra literaria y ensaystica de Elie Wiesel y George Steiner representa
las formulaciones ms agudas de esa tradicin. La cita es tomada de Felman y Laub,
Testimony, p. xv.
70
Vase Dominick LaCapra, Writing history, writing trauma (Baltimore: The Johns
Hopkins University Press, 2001); vase tambin Caruth, Unclaimed experience.
71
Para una crtica a la lectura que Veena Das hace de Wittgenstein, vase el ensayo
de Ral Melndez -incluido en este volumen-.
Riuaniiirai ia corioiaxioao
54
o en contextos de disputas, existe la tentacin de rehuir la aceptacin del
dolor ajeno y decir que solo mi propia sensacin es real
72
. Para explorar
los modos de conocer el dolor ajeno, Veena Das recurre a la argumentacin
en contra de la existencia de lenguajes privados que Wittgenstein desarroll
en sus Investigaciones filosficas (1953). En esa argumentacin, el filsofo
viens us el ejemplo del dolor de manera extensa para sealar que as como
no existe lenguaje privado, no existen heridas privadas.
Para Wittgenstein, la idea de que solo yo puedo conocer mi dolor y
los dems apenas lo pueden inferir es, a la vez, un equvoco y un sin-
sentido; un equivoco porque otros pueden claramente saber cuando
tengo dolor; y un sinsentido porque yo tengo dolor, pero jams puedo
decir que conozco mi dolor (246). Ahora bien, lo que resulta especial
acerca del dolor es la ausencia de lenguajes existentes, en la sociedad
o en las ciencias sociales, que puedan comunicar el dolor (WA, 191),
lenguajes con los cuales se viene a saber de la existencia del dolor, de sus
efectos, los modos en que opera en las memorias y su legados. Pero esa
ausencia de lenguajes no es un destino ni resulta de una imposibilidad,
sino de un descuido, una prolongada falta de atencin a la relacin
entre violencia y subjetividad y [a cmo se pueden] articular las varias
lneas de conexin y exclusin establecidas entre la memoria cultural, la
memoria pblica y la memoria sensorial de los individuos
73
. Es acepta-
ble, por tanto, decir que otros pueden dudar de mi dolor; sin embargo,
sera equivocado pensar que el dolor es esencialmente incomunicable.
El dolor es un juego de lenguaje que solicita mi reconocimiento; as
como la experiencia de mi dolor clama por la posibilidad de que pueda
residir en otro cuerpo. El dolor, de ese modo, no es algo inexpresable
que destruye la comunicacin o seala la salida de la propia existencia
en el lenguaje (LB, 70).
72
Ludwig Wittgenstein, The blue and brown books. Preliminary studies for the Philo-
sophical investigations (New York: Harper Torchbooks, 1960), p. 46. trad. de ed.
73
Bolvar y Flrez, La investigacin sobre la violencia: Categoras, preguntas y
tipo de conocimiento.
Fiaxcisco A. Oirica
55
Haba ya sealado cmo el testimonio es el modo fundamental para
conocer el dolor. Recibir y dar testimonio se refiere a aquella persona
que no solo sabe con el intelecto, sino con las emociones. Testimoniar el
dolor ajeno debe ser entendido no solo como una afirmacin fctica,
sino que es (tambin) una expresin del hecho que se afirma: es al mismo
tiempo un enunciado que al expresarlo ya constituye mi reconocimiento
del hecho que expresa
74
. En su lcida respuesta a Veena Das, Stanley
Cavell deriva dos consecuencias de ese presupuesto. En primer lugar,
el dolor hace un reclamo, que puede ser atendido o ignorado. Si no se
responde a la solicitud, se niega su existencia y mi negacin se constituye
en un doble acto de violencia tanto por desconocer la violencia infligida
como porque al desconocerla la perpeta.
En segundo lugar, para Stanley Cavell resulta claro que uno de los
mandatos ms urgentes para las ciencias sociales contemporneas es
el desarrollo de lenguajes de dolor para conocer mejor las causas y los
sentidos del dolor. En pocas y lugares de desmovilizados, comisiones
de verdad y acuerdos humanitarios, no es aventurado sealar que este
mandato tiene un doble sentido de urgencia. En efecto, si bien es cierto
que la sociedad colombiana no es singular en la capacidad de generar,
distribuir y administrar la violencia, la falta de atencin o imaginacin
en la recepcin y elaboracin de lenguajes de dolor se convierte ineluc-
tablemente en generadora de nuevas violencias. Para la antroploga Elsa
Blair Trujillo la elaboracin (entendida como trabajo de duelo socialmente
significativo y reconocido por la sociedad) de las prdidas acumuladas es
fundamental para la desactivacin de nuevas violencias. Unas ciencias
sociales comprometidas con el desarrollo de lenguajes de dolor arrojarn
74
Stanley Cavell, Comments on Veena Dass Essay Language and body. Tran-
sactions in the construction of pain , en Daedalus. Social suffering, eds. Arthur
Kleinman, Veena Das y Margaret Lock (Cambridge: Vol.125, 1996), p. 94, trad.
Comentarios al artculo de Veena Das Lenguaje y cuerpo. Transacciones en la
construccin del dolor -incluido en este volumen-. A partir de este momento,
las referencias a Stanley Cavell irn en el texto principal, seguidas por las siglas SC
y el nmero de pgina del texto en su idioma original.
Riuaniiirai ia corioiaxioao
56
luz sobre posibles modos de tramitar el dolor y construir y elaborar sim-
blicamente los mecanismos a partir de los cuales sea posible la aceptacin
de esa prdida y su inscripcin en un relato que le d sentido. Slo esos
procesos de resignificacin del pasado seala Blair Trujillo eventual-
mente darn paso a una nueva sociabilidad en el que la muerte no sea el
eje estructurante o desestructurante de los relatos sociales
75
. Como dice
Cavell, lo que est en juego es el futuro entre nosotros (SC, 95).
Por esta va, seala Das, la negacin del dolor ajeno constituye
fundamentalmente una falta espiritual (WA, 192), no ya intelectual
aunque yo argumentara que es igualmente una falta intelectual en
tanto desatiende la verdad del reconocimiento. Por eso, seala el filsofo
Ral Melndez en este mismo libro, para el investigador el deseo por
conocer no es solo una inquietud cientfica, sino fuente de indignacin
moral. Unas ciencias sociales comprometidas se mantienen atenta[s] a
la violencia donde quiera que ocurra [y] rechaza[n] la complicidad
al abrirse al dolor del otro (TT, 297). El trabajo y la reflexin adelanta-
dos por Veena Das constituyen un intento comprometido por superar
esa falta espiritual e intelectual a travs de estrategias de investigacin
concretas. Quiero cerrar esta reflexin sobre las lneas de investigacin
que adelanta la obra de Veena Das reseando brevemente cuatro de esas
estrategias: la investigacin en ciencias sociales como un descenso a la
cotidianidad, la lectura desde el fragmento y fuera del cdigo, el apoyo
en la imaginacin como una forma de aprehender, y el conocimiento
desde la solidaridad como uno de los principios fundamentales de la
prctica intelectual comprometida.
Buena parte de la obra de Veena Das insiste en lo que ella llama des-
censo a la cotidianidad. Ese descenso a la cotidianidad a las rutinas y
ritos cotidianos, a los y gestos y murmullos del da a da, a los modos
en que la gente se viste, cocina, cuidan unos de otros, se asean, desean,
75
Blair Trujillo, Muertes Violentas: la teatralizacin del exceso p. 95; p.190. Para un
desarrollo ms amplio de la idea del duelo, ver Cap. Las formas de tramitacin
de la muerte pp. 189-203.
Fiaxcisco A. Oirica
57
se reprochan y castigansignifica igualmente que nuestros modelos de
resistencia y heroicidad deben ser revisados a profundidad. En El acto
de presenciar Das examina las respuestas producidas por dos mujeres
que habitan la zona entre las muertes, all precisamente donde se hace
imposible hablar de la muerte. Antgona y Asha, la primera, personaje de
tragedia griega, y la segunda, sobreviviente de la Particin, ofrecen dos
modalidades diversas de sobrevivir, ser testigos y atestiguar.
En Antgona, la tragedia de Sfocles, la herona del mismo nombre,
hija de Edipo y Yocasta, desafa a Creonte, Rey de Tebas, quien haba
prohibido bajo pena de muerte enterrar a Polinices, hermano de An-
tgona, por haber traicionado su patria. La decisin de Antgona de
darle sepultura a su hermano, para que su espritu no vagara por la
tierra eternamente, le acarrea el suplicio de ser enterrada viva y resulta
en su muerte por suicidio. La trama de la tragedia ha servido de objeto
de reflexin a artistas y filsofos de todas las pocas. En sus Lecciones
de esttica (1835-38), Hegel opone la ley del Estado, representada por
Creonte, a la ley de los dioses y la familia, encarnada en el desafo de
Antgona. Escribe Hegel:
En esta tragedia todo es consecuente: estn en pugna la ley pblica del
Estado y el amor interno de la familia y el deber para con el hermano. El
pathos de Antgona, la mujer, es el inters de la familia; y el de Creonte,
el hombre, es el bienestar de la comunidad. Polinices, luchando contra
la propia ciudad patria, haba cado ante las puertas de Tebas; y Creonte,
el soberano, a travs de una ley proclamada pblicamente, amenaza con
la muerte a todo el que conceda a dicho enemigo de la ciudad el honor
de los funerales. Pero Antgona no se deja afectar por este mandato, que
se refiere solamente al bien pblico de la ciudad; como hermana cumple
el deber sagrado del sepelio, segn la piedad que le dicta el amor a su
hermano. A este respecto apela a la ley de los dioses; pero los dioses que
ella venera son los dioses inferiores del Hades (Sfocles, Antgona, v.
451; he xnoikos tn kto then Dke), los interiores del sentimiento, del
Riuaniiirai ia corioiaxioao
58
amor, de la sangre, no los dioses diurnos del pueblo libre, consciente de
s, y de la vida del Estado
76
.
Para Hegel entre las dos leyes no hay trmino medio y el amor de
Antgona trgicamente debe ceder ante la ley colectiva del Estado, aun
si eso le cuesta la vida. Sucesivas lecturas de la obra (por ejemplo, las de
Bertlold Brecht y Mara Zambrano) construyen sobre ese desafo una
imagen trgicamente heroica de la conciencia tica capaz de desafiar
todas las formas de tirana.
Para Jacques Lacan, por su parte, la tragedia de Antgona no est en
la contradiccin entre dos rdenes jurdicos. Con Antgona se revela
algo insoportable, ese deseo de Creonte por asestarle una segunda y
terrible muerte, que no tiene ningn derecho a infligirle, una pr-
dida agobiante que la deja entre dos muertes
77
. Y aunque Lacn ve el
desafo a Creonte como el momento en que surge la voz de Antgona
y se afirma el carcter no sustituible de su hermano, tanto en Hegel
como en Lacan el testigo sacrifica su vida por el imperativo tico de
testificar. Su vida adquiere sentido solo en el gesto trascendental en
que la agencia que se escapa de lo ordinario en vez de descender y
aterrizar all para comprender la relacin particular que existe entre
dolor y lenguaje (LW, 57)
78
.
A la agencia heroica de Antgona, Das opone Asha, mujer punjab
que viva con la familia de su esposo en la frontera de la India con
Pakistn durante la Particin. En los aos posteriores al conflicto con
76
G. W. F. Hegel, Lecciones de esttica, trad. Ral Gabs, Vol. 2 (Barcelona: Edi-
ciones Pennsula, 1991), p. 43.
77
Jacques Lacan, Seminario VII. La tica del psicoanlisis, 1959-60, trad. Diana
Rabinovich, ed. Jacques-Alain Miller, (Buenos Aires: Ediciones Paidos, 1995),
pp. 299-306. Vase igualmente, Judith Butler, El grito de Antgona (Barcelona: El
Roure, 2001)
78
Trad. del autor de agency escaping the ordinary rather than as a descent into
it (LW, 7).
Fiaxcisco A. Oirica
59
Pakistn, Asha debe abandonar su familia poltica, quien la rechaza por
su condicin de mujer y viuda. Asha se casa con un mercader pudiente
e incluso puede decirse que logra un grado de felicidad. Su caso lo relata
Das en el ensayo Acto de presenciar y aqu solo lo traigo a colacin
para sealar que Si la figura de Antgona ofreca una manera en la que
podemos pensar en la voz como una creacin del sujeto, espectacular
y desafiante, a travs del acto de habla, la figura de Asha muestra la
creacin del sujeto con un gnero y con un compromiso, a travs de la
elaboracin de un conocimiento que es venenoso, pero al que se acce-
de a travs del trabajo cotidiano de la reparacin. Las ciencias sociales
se hallan entre Antgona y Asha: quieren comprender las trayectorias
de dolor y reparacin, pero a menudo nuestros impulsos (hbitos?)
tericos anhelan la agencia que escapa de lo ordinario y se refugia en
lo heroico y trascendente. El resultado es que buena parte de los mo-
delos de anlisis social tiende a sobre-valorar aquellas respuestas osadas
y sub-valorar los modos en que el dolor opera en contextos sociales
concretos. Descender a la cotidianidad y trabajar con los sobrevivientes
nos llama a cuestionar modelos de heroicidad clsicos e invita atender
a los contextos y recursos socio-culturales --arreglo de los espacios do-
msticos, la preparacin de comidas, las memorias silenciosas, los lazos
de parentesco-- con los cuales las personas construyen su cotidianidad
y permiten la posibilidad de emergencia de la novedad y la creacin
de un discurso de reparacin (MO 140).
Ya Walter Benjamn seal como los soldados haban cambiado al re-
greso de la Gran Guerra; haban retornado a casa silenciosos, ms pobres
en experiencia comunicativa. Ese silencio era producto de una cada en
el valor de la experiencia, dificultad que Benjamn explora igualmente
en su Tesis de filosofa de la historia. En la Tesis novena, el ngel de la
historia se vuelve al pasado y Donde a nosotros se nos manifiesta una
cadena de datos, l ve una catstrofe nica que amontona incansablemente
ruina sobre ruina, arrojndolas a sus pies. Lo que acostumbramos a ver
como una cadena, el ngel reconoce quebrado, fragmentario, arruinado.
Bien quisiera l detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo des-
Riuaniiirai ia corioiaxioao
60
pedazado, pero sabe que es imposible.
79
La grandes narrativas, aquellas
capaces inscribir el evento en una cadena de sentidos (nacin, modernidad,
progreso, etc.), son poderosas ilusiones de nuestra contemporaneidad a
las que queremos aferrarnos. Sin embargo, el material del pasado es ruina,
y el nuestro necesariamente un saber arruinado.
Los historiadores subalternos han elaborado la nocin de fragmento a
partir de las relaciones de poder que constituyen y atraviesan los contextos
post-coloniales. El fragmento se convierte, de ese modo, en el repositorio
de historicidades que permanecen sepultos bajo esas grandes narrativas. En
En defensa del fragmento Gyanendra Pandey seala las dificultades que
la historia ha tenido para captar y representar los momentos de violencia
en la India e indica que el objetivo de una perspectiva subalterna debe ser
articular la historia de los marginados por fuera de los cdigos maestros, ni
tan siquiera agrega Das el cdigo maestro de la resistencia, nacionalista o
trascendental (MO 150). La importancia del punto de vista fragmentario,
escribe Pandey, yace en resistir el impul so de una ho mo ge nei za cin.
80

Por las fisuras de esos grandes relatos emergen, incontrolables, gestos, ver-
siones varias, interpretaciones diversas, interesadas, memorias y silencios,
disputas, agravios, todos signos que evidencian el carcter fragmentario
del acontecimiento. Los fragmentos no son parte de un rompecabezas que
puede armarse a posteriori: el fragmento marca la imposibilidad de esa
imaginacin. Ese nuevo conocimiento empobrecido, falto de plenitud de
sentido alude, en cambio, a una cierta manera de habitar el mundo (LW
5) y nos invita a luchar por definiciones potencialmente ms significativas
de comunidad y nacin.
79
Walter Benjamin, Tesis de filosofa de la historia (1940), en Discursos inte-
rrumpidos I (Madrid: Taurus, 1973), p. 183.
80
Pandey, En defensa del fragmento: escribir la lucha hindo-musulmana en la
India actual en Saurabh Dube, ed. Pasados poscoloniales (Mxico D.F.: El Colegio
de Mxico-CLACSO, 1999). Versin electrnica en: www.clacso.org/wwwclacso/
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jee, The Nation and its Fragments: Colonial and Postcolonial Histories (Princeton,
Nj: Princeton University Press, 1993).
Fiaxcisco A. Oirica
61
El peligro de la palabra faltante no slo afecta a la vctima; el investi-
gador de ciencias sociales igualmente se ve asediado por las dificultades
para describir y hacer los actos inteligibles. Al comenzar este ensayo
seal que un acontecimiento traumtico nos obliga a admitir un grado
de imponderabilidad y a repensar la potica del ejercicio intelectual. Por
eso, adems de descender a la cotidianidad e interpretar por fuera de los
cdigos maestros, es necesario desarrollar nuevos instrumentos de com-
prensin. En particular, Veena Das ha sealado la necesidad de usar la
imaginacin. Para Stanley Cavell Si el intelecto cientfico calla frente al
tema, aquellos que hablen cientficamente (que tengan un compromiso
con hacerse inteligibles a otros con ese mismo compromiso) van a tener
que rogar, tomar prestado, robar e inventar palabras y modulaciones de
las palabras con las cuales puedan romper este silencio (SC 94).
En efecto, algunas realidades necesitan ser convertidas en ficcin antes
de que se puedan aprehender (LB 69). De hecho, el arte y la ficcin son
dos modos fundamentales de imaginar y concebir procesos sociales muy
concretos. Por eso no extraa que Veena Das examine narrativas literarias
de la India, particularmente de la poca de la Particin, para encontrar las
claves en que conocimientos envenenados, realidades anestesiadas, frag-
mentos y silencios deliberados solicitan un reconocimiento y encuentran
un modo de comunicarse. A riesgo de que permanezca incomprendida esta
admonicin, sealemos que convertir en ficcin ficcionar no significa
dar rienda suelta a fantasas escapistas, sino inducir un efecto de realidad
a travs del uso de prcticas discursivas cuyos referentes estn en disputa.
En ese sentido Foucault haba sealado la posibilidad de hacer funcionar
la ficcin en la verdad; de inducir efectos de verdad con un discurso de
ficcin, y hacer de tal suerte que el discurso de verdad suscite, fabrique
algo que no existe todava, es decir, ficcione
81
.
81
Michel Foucault, Las relaciones del poder penetran en los cuerpos, Microfsica
del poder, (Madrid: Piqueta, 1979), pp. 159-62. Foucault continua Se ficciona
Historia a partir de una realidad poltica que la hace verdadera, se ficciona una
poltica que no existe todava a partir de una realidad histrica.
Riuaniiirai ia corioiaxioao
62
Estas ficciones son igualmente ejemplos de una manera diferente de
conocer, lo que tal vez podramos llamar, junto con Martha Nussbaum,
un conocer mediante el sufrimiento
82
. Como seala Nussbaum la
empata facultad que se hace posible por el ejercicio de la imaginacin
es el elemento que a menudo le falta al conocimiento para llegar a un
grado de verdadera comprensin: el sufrimiento es el reconocimiento
apropiado de la manera como es la vida humana (Ibid.). Conocer con
empata no significa ponerse en el lugar del doliente sino al lado del
doliente, establecer una relacin de solidaridad que permita el potencial
transformador del conocimiento. De ese modo, el trabajo intelectual no
consiste ahora en el simple intento por hacer visible el trauma del otro.
Encontrar el camino, escuchar el dolor ajeno es permitir que el dolor del
Otro me ocurra. Mi propia fantasa de la antropologa como un cuerpo
de escritos es aquello que es capaz de recibir este dolor. As, aun cuando
nunca pueda reclamar el dolor de otro, ni apropirmelo con algn otro
fin (la construccin de la nacin, la revolucin, el experimento cientfi-
co), lo que revela una investigacin gramatical es que puedo prestar mi
cuerpo (de escritos) a este dolor (WA 192).
Conclusin
La reflexin que adelanta Veena Das nos llega en un momento crucial
para el pas. Tras varias dcadas de guerra, con una dinmica de un con-
flicto degradado y un contexto de creciente inequidad social, la sociedad
colombiana se enfrenta a un parcial desmonte de los grupos paramilitares
en muchos casos sin tener que disminuir su capacidad de coaccin e
incluso reciclndose en el mismo aparato burocrtico y a una guerrilla
desafiante pero autista desde el punto de vista poltico; se entera con suerte
y a medias por boca de los criminales de las atrocidades cometidas, a
la vez que una voluntad de amnesia se impone y refuerza una seguridad
82
Martha Craven Nussbaum, La fragilidad del bien: fortuna y tica en la tragedia y
la filosofa griega, trad. Antonio Ballesteros (Madrid: Visor, 1995), p. 46.
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democrtica que apenas pocos se atreven a cuestionar por miedo a las
furias ocultas en los recodos ms insospechados de la sociedad; se encuen-
tra con un Estado aparentemente incapaz o efectivamente sin voluntad
para acabar con su sealada complicidad con las violencias, ilegalidad e
inequidad; y, adems, con una ciudadana cada da ms escptica, pola-
rizada y prisionera de sus propios miedos.
En este contexto las ciencias sociales estn llamadas a jugar un papel
protagnico en la recuperacin de lenguajes y memorias de dolor, ver-
daderos laboratorios para la construccin de convivencia. Las palabras
cautela y optimismo de Veena Das nos conminan a no renunciar a tan
urgente tarea.
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