Baron Biza - Punto Final

Punto Final Barn Biza
Ral Barn Biza (1899-1964) 1 Restauracin digital revisada y concordada

Portada de la edicin rstica


Solapas de la edicin original


BARN BIZA


Amigos de Barn Biza:

Federico Alejandro Minolfi
Gabriel Waisberg
Ariel J. Curone

Este libro fue retipeado a partir de la edicin original de 1941, concordndola
con ediciones posteriores, por Federico Alejandro Minolfi.
Las ilustraciones de A. Rosendo y Teodoro Piotti fueron recuperadas por Gabriel
Waisberg.
Los borradores fueron corregidos por Ariel J. Curone y Mojado.
Las solapas de la edicin de 1941 fueron recuperadas por Polly.


Ral Barn Biza (1899-1964)

CMO CONSEGUIR CHICAS: Barn Biza y Punto Final

Cuando en 1941 se public la primera edicin de Punto Final, la
intelectualidad argentina cerr filas frente a un autor que se jactaba de no participar de
los grupos Boedo y Florida, y que no tena ningn deseo de cortejar a las academias ni a
las editoriales. La prensa, para no ser menos, le dedic a la novela consideraciones como
esta: El ltimo libro de Barn Biza es el engendro de un cerebro enfermo en cuyas
pginas se dan cita cuanto de ms infame, canallesco, cnico, blasfemo, antisocial y
miserable pueda escribir la ms envilecida de las plumas. Slo habra una definicin que,
acaso dbil todava, pueda dar una idea aproximada de la calidad de ese libro y del sujeto
que lo escribi: es la obra de un degenerado en el ms amplio sentido de la palabra.

Esta clase de estupideces (hay que decirlo) han sido recogidas por varios
pensadores que, casi un siglo despus, siguen escandalizndose por el contenido de este
libro en general, y por la obra de Barn Biza en particular. Aunque parezca mentira, todo
esto los sigue provocando, lo cual habla a las claras de la vigencia del autor, aunque les
duela.

As, llegan a nuestros das decenas de biografas sobre Ral, varias de ellas
imprecisas, cuando no disparatadas. Hay quien incapaz de construir el sonido o la
forma- se lanza a la crtica literaria sealando detalles gramaticales o de forma,
olvidando que lo ms importante para Barn Biza era la claridad del mensaje, y el poder
de sus ideas, sea como fuere que decidiese plasmarlas. Algo vital se les escapa a estos
exegetas y glosadores de medio pelo que pululan por los claustros oficiales. Es lgico
que pataleen y se indignen al ver que Ral Barn Biza sigue despertando el mismo
inters que antes. Punto Final, Todo estaba sucio y El Derecho de Matar
sobrevivieron a su creador, y probablemente sobrevivan a los autores de esta
restauracin digital. Y sus pginas seguirn maravillando, espantando o haciendo felices
a miles de lectores. Es la gran victoria de Barn Biza, sobre la muerte y sobre sus crticos
de siempre.

La novela cuenta la historia de Ego, un tpico bon vivant de los aos
locos, y sus aventuras por el mundo. Pese a lo que quieren ver los bienpensantes de ayer
y de hoy, en Punto Final se ven tambin la ternura y el humor pcaro de Barn Biza.
Las ancdotas sexuales de Ego con seoritas y seoras diversas, bien pueden leerse
como un pequeo manual de la mejor picaresca argentina. Ego es lbrico, caprichoso y
atrevido. Lo mejor y lo peor de los argentinos, en grageas recetadas por un mdico
inefable.
A menudo divertido hasta la carcajada, el libro tambin tiene momentos
dramticos, tragedias surtidas y de paso (curioso contraste) muchas de las reflexiones
ms oscuras que haya escrito Ral, incluyendo un crudo alegato en favor del suicidio que
roza la blasfemia.

Esencial dentro de la coleccin de Barn Biza, Punto Final tambin es
un libro de estructura compleja que exige atencin. Tiene, extraamente, tres prlogos
(uno dedicado a su hijo Carlos, otro relatando una pesadilla del protagonista, y
finalmente un tercero en boca de Michel Martin, personaje secundario que, al igual que
Ego, remite al propio autor).

Para quienes ya leyeron la historia, valga esta restauracin digital que les
servir de excusa para volver a vivirla. Para los dems, significar la posibilidad de leer
un libro que permaneci en las sombras durante demasiados aos.

En cualquier caso, Punto Final no merece el olvido.

Amigos de Barn Biza

Federico Alejandro Minolfi Gabriel Waisberg Ariel J. Curone


La pornografa en los libros
est en proporcin
a la degeneracin del cerebro lector.

BARN BIZA.


PRESENTACIN DEL AUTOR

Cuando, despus de atravesar por amplio camino, kilmetros de
olivares, llegu a la suntuosa residencia que Barn Biza posee en Alta Gracia, feudo
generoso de esperanza y trabajo, el sirviente negro que completaba la decoracin colonial
del ambiente, me rog esperara, encontr a mano un lbum de recortes que invitaba a
hojearlo.
Fue el primer contacto que tuve con la personalidad de este hombre.
Todos los artculos contenidos en aquel lbum, eran contrarios a mi anfitrin.
Yo lo saba un hombre odiado, odiado y querido, a la vez,
profundamente. Pero aquel lbum me desconcert. No sera un ironista?. Y record
aquella fiesta que a su regreso de Europa dio en su mansin de la Avenida Quintana,
mezclando a las ms altas con las ms bajas clases sociales, obligando a sus invitados a
concurrir disfrazados de inmigrantes.
Y ah estaban los recortes que pedan el encarcelamiento de Barn
Biza...
He querido- me cont un da- revivir el comienzo de nuestra
sociedad y por ello organic aquel baile.
Dirase que Barn Biza, es una sombra; se sabe que existe y sin
embargo, muy pocos lo conocen personalmente.
Hijo de uno de los ms grandes colonizadores argentinos, se educ en
Estados Unidos y Europa. Su gran fortuna le permiti llevar una vida fastuosa y
novelesca. Las arenas doradas de Biarritz se alternaban con las nieves de Saint Moritz y
los canales de Venecia. De tiempo en tiempo, la prensa nos traa noticias de l. Los
fiords noruegos se entremezclaban con Puerto Rico o Yokohama; ayer era Hawai, hoy
Constantinopla. De Pars o de Madrid haba una vaga y vieja historia. Amor y muerte.
A ese respecto, una maana, sobre la playa de su pileta privada, le interrogu. l mir la
cicatriz que como una medalla ganada en la batalla de la vida, luce en el pecho.
La vida est adelante- me dijo- y yo he arrojado al mar la llave del
cofre en que guardo mi pasado.
Entonces comienza su vida para nosotros, a su llegada a estas playas.
Todos sabemos, los de esta generacin, el bello poema de amor que, en su recuerdo,
perpetu un fantstico monumento. Todos tenemos, ms o menos, noticias de su
filantropa de izquierda, rebelde. En una de las aulas del colegio de su estancia, mand
escribir como abecedario para los nios de sus obreros asociados: El producto de tu
esfuerzo te pertenece. Defindelo!
Cuando, despus del golpe de Septiembre, el pueblo callaba
acobardado, l surgi con un peridico revolucionario: La Vspera, tea que encendi
dos movimientos poco felices, por ser sinceros.
Renunciando a sus privilegios, conoci las crceles y el tiroteo entre
hermanos en la lucha por la libertad. Brasil y Uruguay miraron pasar, asombrados, a ese
desterrado al que Costa Rego cant.
En la recopilacin de los artculos de su libro Por qu me hice
revolucionario esa etapa de su vida nos llena el rostro de sangre. Traicionada la idea que
lo haba llevado a la lucha, se retira al silencio de su estudio y entrega a la prensa: El
derecho de matar, formidable libro de tesis, angustioso clamor por una humanidad
mejor, latigazo al rostro de una sociedad podrida, pronta a caer.
La crcel se abre de nuevo para l; su libro es secuestrado y
encarcelados quienes lo poseen. Sin embargo, no claudica y niega a sus jueces- producto
de la misma sociedad que combate- capacidad y ecuanimidad para juzgarlo, y recurre a la
nica arma con que puede vencerlos: la huelga de hambre. Irona de millonario?
Y as, cuando sus jueces -hombres al fin- confiesan: que debe
reconocerse que el autor ha usado de trminos, de expresiones y conceptos un tanto
crudos, denota un propsito de exaltacin y elevacin moral... las ediciones se suceden
vertiginosamente, marcando en la Argentina el record de venta de librera.
Durante cinco largos aos desaparece de las letras de molde.
Cansado?, Vencido a los 35 aos?. Nada de eso. Ese lapso le basta para transformar
miles de hectreas, improductivas y agrestes, en una de las regiones olivcolas ms ricas
del pas. Cientos de obreros haraposos y hambrientos, se convierten en hombres dignos,
sus hijos, guiados por el puntero de la nueva compaera, aprenden a deletrear el verbo de
la rebelda. Cumplida la obra espera al judo de raza o alma que la adquiera. No le
interesan los beneficios. Ello es rutina, papel, nmeros...
Dirase que deseara que su descendencia viviera de su propio esfuerzo,
dirase que vislumbra un nuevo mundo, una nueva justicia social...Y ahora ha vuelto a
tomar la pluma; nos presenta su ultima novela: Punto final. No analicemos- como l
mismo ha dicho- una coma o un acento. Concentrmonos en la idea de esas vidas que se
debaten entre las morales milenarias y los deseos insatisfechos; concentrmonos para
encontrar la solucin, pensando en lo que en realidad somos: una partcula de polvo en el
desconocido camino del infinito.

MAX HOXBER


INTROEMUS IN
ALTARE VITAE

CARTA AL HIJO

Yo tambin us careta
en el carnaval de la
vida. vida.

a luz se hizo a medianoche.

Ayer todo Norte poda ser Sur. Mi nombre estaba escrito en las
azuladas aguas de los lagos, y los cimientos de mi vida apoyaban en las arenas
doradas y ardientes del desierto.
Todo hablaba de fausto; todo era velocidad. El recuerdo no
exista. Ni t, hijo, ni yo...
Mi vida, era la cuerda de un juguete que las horas de los nios
rompen. Mi coraje, vestimenta de macho estril, disfraz para hembras enfermas.
Mi vida la de un muerto; porque muerto era ya, sin ti. Todo era oscuro y
srdido. Nada tena razn de ser. Ningn esfuerzo, justificacin.
Lo animal, era dueo de mi vida, y la tristeza que slo borraba
el alcohol, los besos y la jazz acompaaban mis horas.
Todo era en mi alma desolacin y angustia.
Todo era ruin y canalla.
Y la luz se hizo en mi corazn en plena noche. Aurora boreal
que me hizo postrar de hinojos ante el vientre de tu madre, a donde Dios haba
oficiado misa de vida. Porque solamente Dios, dueo de la especie, poda crear
la vida. Porque fuiste concebido no por instinto, sino concientemente, por amor.
Porque seras continuacin, no solamente de mi carne, sino de mis angustias y
esperanzas, esperanzas tambin de toda una humanidad, de todo un mundo.
Mi barca divis el faro y todo fue alegre, ya que la ruta tena un
fin. Calm la tormenta y todo fue, dentro y en derredor mo, da de paz. Las
fieras se hermanaron y tres nuevos reyes siguieron la estrella. Y fui generoso en
el reparto de dones, y por vez primera sent temor ante la idea de que tus aos
nios estuvieran indefensos y solos...
Al deformarse la forma, lleg el dolor y en el desgarre brutal de
la carne que se perpetuaba, cofre cerrado que iba a abrirse, donde la alquimia
milenaria del milenio elaboraba tu ser, yo, impotente ante el dolor y asombrado
ante el milagro, tuve la sensacin de haber nacido junto contigo.
Los senos henchidos ahora de la amiga, sern alimento, sangre
de ella, en tus primeros das y yo estar para vigilar tus primeros pasos; ms
tarde ella te ensear el secreto de los escribas y te contar la historia de los
aos. Yo te llevar junto a la fragua, para que aprendas a estirar la reja y como
jugando, en los amaneceres, partiremos a arar los campos y ms tarde, a recoger
las mieses.

Te ensear a dominar los corceles, a navegar sobre las aguas y
juntos, al lado de la casa, plantaremos un olivo, para sombra, fuego y alimento
en los aos malos. Y a medida que t te yergas vigoroso, nosotros nos
inclinaremos hasta dormirnos en la madre tierra, porque solamente dormiremos.
Y leers en mi pasado y en el pasado de mis padres, y en el
pasado de los padres de ellos, un catecismo, una religin que te dejamos por
herencia, y que tiene por eterno lema: Dejar a nuestros hijos ms libertad que la
que hemos recibido.

Ayer la luz se hizo a medianoche...

Ayer, hijo, naciste t...


CAPTULO I

Que estas provincias estaban
llenas de forajidos, homicidas, gente
facinerosa y de frailes apstatas.

Obispo de Charcas-Carta del 20 de mayo de 1596
Archivo de las Indias, 76, 6, 44

El Dictador del Mundo, en su entonces capital, bien llamada
Malos Aires, rodeada por arroyos pestilentes y edificada sobre el relleno del
basural, perdida en un continente y aislada por los ocanos, mand esterilizar
todo nio que naciera...
La hibridez de su espritu lo haba hecho heredero del genio
mayor que produjera la humanidad, en sus cincuenta mil aos de existencia. Era
un nio, casi, cuando l lo haba impuesto como sucesor. Cuando naci haca
aos que la guerra de los continentes haba terminado. Europa, otrora duea del
mundo, estaba deshabitada. Ni aves, ni flora. La humanidad se haba refugiado
en el continente nuevo y a los hombres, por una simple operacin quirrgica se
les arrebataba del cerebro la glndula de la personalidad.
Ante el nuevo decreto, dijeron los sabios que no se poda
realizar. l, sin embargo, mantuvo su decisin de terminar con la especie.
-No destruiremos lo que existe, sino que evitaremos crear lo
que no existe- dijo el impotente hbrido- Nacern los nios, gozarn de su sexo,
les devolveremos en su ltima generacin su personalidad, pero sern incapaces
de reproducirse y, as, lentamente, dentro de ochenta aos, dentro de cien aos,
sin destruir lo existente, habremos terminado con esta especie cobarde y
maldita.
-Nada se perder continu- En el Universo marcharn los
astros y pasar el tiempo; volver la tierra a no verse torturada por el arado, ni
los animales uncidos al yugo...
Quera superar a su instinto, nuevo Luzbel, ser ms que Dios.
ste, segn las escrituras, haba creado el dolor y l lo destrua.
-Ganars el pan- haba dicho aqul.
-Dormirs eternamente deca ste.
La humanidad haba surgido con la terrible tara de perpetuarse
y a ella estaba supeditado todo esfuerzo. Miles de aos haban pasado, tratando
intilmente superhombres, de modificarla. Solamente haban conseguido
avanzar por la senda del progreso, espiritualmente continuaban tan brbaros
como en los primeros siglos. Fieras con el estmago lleno, rumiaban tranquilos,
recitando poesas y creando dolos; pero cuando el fro o el hambre hacan su
aparicin, volvan a ser tan brbaros como antes...
Se asesinaban los hombres y se vendan las hembras para
cumplir el precepto de Creced y multiplicaos. Se renunciaba a los placeres y se
amontonaba la riqueza en pocas de paz- para los hijos que vendran. Se
llegaba a ms: las hembras se masturbaban para dejar a los hijos que llegaran,
un nombre inmaculado y conseguir a la vez el hombre que las mantuviera.
Todo, norte y sur, malo y bueno, se supeditaba a llenar los
intestinos y a lo que iba a existir, a lo que iba a ser, a lo por venir. Todo se rega
por la maldicin: Conservad la especie!.
Y por primera vez en la vida de la humanidad, un ser habase
liberado de ella. Habase liberado del ms primitivo de los instintos, de la
bestialidad de los animales y especies; de la lucha por germinar en la sequa y
parir en el dolor.
La vida no haba creado jams un ser feliz, porque no era
felicidad el minuto de los veinte aos, ni el espasmo de la hembra. Humanidad
sin esperanzas, ciega, sin fe, con nortes que se saban falsos, decidi destruirla,
negndole el poder creador.
-No se crea; ello es todo dijeron los viejos, los que no podan
cuajar en ningn ovario, y los jvenes, que carecan de la glndula de la
personalidad, de la rebelin. Se adaptaron a la nueva teora, aceptaron con
fatalismo humano el precepto nuevo. Llevaron sus hijos al laboratorio del
Estado, a medida que nacan.
Se construyeron laboratorios esterilizadores, hasta en los
rincones ms apartados del Continente Nuevo, ya que desde el ao de oro, aquel
en que se haban vencido las enfermedades, haban desaparecido todos los
edificios en que se curaba.
Los primeros aos todo sigui su curso y los efectos de tal
medicina slo empezaron a sentirse cuando ya haca tiempo que El Grande era
una momia de cera, conservada en un sarcfago de cristal fro. Conocedores de
su suerte, haban perdido el estmulo, intil ya, de mejorarse. Nadie repar su
casa y poco a poco fueron paralizndose las fbricas, quedaron detenidos los
trenes, dejaron de volar los aviones, no se terminaron los preparativos para
construir el cohete que los llevara a la Luna, y cuando el ltimo nio fue
esterilizado, se desencaden una ola de lujuria. Se olvid el cultivo de la tierra y
el dinero perdi su valor, las policas se disgregaron y quedaron abiertas al
viento las aulas. Las ciudades se fueron deshabitando, la humanidad lleg al
bosque, busc la orilla de los ros y se cre el derecho de la fuerza.
Inutilizados por el tiempo, los explosivos de las armas
automticas, empezaron a disputarse a arma blanca, los mejores lugares de
pesca y los pastizales donde frecuentaban los rebaos nuevamente salvajes. Se
olvid el fuego y surgi la razn del msculo. Mataron a sus hijas, asesinaron a
los dbiles y les robaron sus tiendas y sus hembras.
Para subsistir, en algunas regiones llegaron a devorarse los
unos a los otros.
Nada de lo creado por el hombre es exacto. La probabilidad se
haba cumplido. La mquina haba, en millones de veces, fallado una sola.
Perfecta creacin humana, fue intil ante Natura, cuando en aquella gruta,
asediada por fieras hambrientas, audaces ante la cobarda del compaero que las
contemplaba, la mujer sinti que algo se mova dentro de ella.
-Es la vida!- dijo.Y el hombre, animado por el instinto,
triunfador de nuevo, tom la lanza y el cuchillo enmohecidos y persigui a las
fieras, dndoles muerte.

Se sinti en el bosque de la montaa un cntico olvidado por
aquellos, sus moradores y un grito de guerra, de distinto sonido gutural, que
atrajo a las hembras.
Ellas, guardadoras del don de la vida, como sacerdotisas de lo
eterno, llegaron de todos los mbitos del continente, para ser fecundadas,
depositarias de la vida, an con su amenaza de la muerte. No les importara que
sus entraas se desgarraran todas, si a travs de ellas se perpetuaba la especie.
Se construy para la parturienta una choza, y, como nuevo
Salomn, el hombre tom para s a setecientas concubinas, entre las ms bellas
que hasta l llegaron. Se domesticaron las bestias y los hombres de nuevo fueron
esclavos. Son el ltigo y march el arado, roturando la tierra nuevamente
virgen.
El dolor -oh, hombre!- ser tu ms fiel hermano.
El dolor ser eterno...


Se domesticaron las bestias y los hombres de nuevo fueron esclavos.
Son el ltigo, y march el arado


****

Cuando Ego, oprimido por la angustia de la pesadilla, despert
en la cabina del rico maderamen de aquel trasatlntico que lo llevaba a Europa,
tom con ambas manos la jarra-termo de agua que calmara el ardor del alcohol
ingerido la noche anterior y la bebi con deleite. Con deleite de despertar de
borracho.
Mir en derredor y todo estaba en desorden. El espejo de
pronto fotografi su rostro de nio y proyect la pelcula de su cuerpo desnudo,
sobre la pantalla brillante del azogue. Se contempl con deleite casi femenino.
En su cuerpo de dieciocho aos, asomaba el atleta, el macho fuerte que sera en
su vida. Sonri pensando que ya con ello tendra un diez por ciento de razn. Y
recordaba cuando, apenas de diez aos, venci en las peleas del colegio,
erigindose en cabecilla. Record cmo lo miraban las jvenes y las viejas. Tena
la boca pastosa y haca horas, por el reloj, que haba amanecido...
Desde afuera, a travs del ojo de buey, llegaba la cancin del
mar y la vibracin de las turbinas. Al asomarse le pareci que el barniz de las
olas tena destellos de recin pintado. Al olor de la cabina se enredaba el
perfume de las flores condensadas en los frascos, y el de los crustceos
adheridos al casco del barco.
Verde y azul el mar. Azul y verde el cielo. Blancas las nubes y
blancas las crestas de las olas. Policroma de paleta marina.
Jadeaban en carrera interminable las mquinas. Jadeaban
echando vapor o agua hirviente por cientos de orificios.
Llegar significaba prepararse a partir pens Ego-. No
detenerse nunca, no parar jams. Su contacto con el muelle tiene algo de los
amores de su tripulacin. Como ellos, tiene el idioma internacional de banderas
y canje de dinero. Seales por libras.
Como pueblo, un dictador: el humor del capitn. Como
historia, la de los hoteles; sin principio ni fin. Historia de amor y dolor. Historia
de la vida. Historia que nadie ha escrito y menos quisieran leer. Fugas,
traiciones, renunciamientos, venganzas y como una flor de cactus en el desierto,
como motivo para aferrarse a la vida: esperanzas.
El barco es una roa de la tierra desprendida hacia el mar y es
tambin jinete que lo ha domado y va y viene sobre sus olas.
Los puertos son las noches de su vida y los muelles de su
lecho...
De pronto un nombre se cruz en su memoria: Marcelle...
-Hija de...!- exclam con rabia.
Volvi al lecho como para hilvanar mejor el recuerdo. Toc el
timbre y casi instantneamente apareci el camarero.
-Grappe-fruit, ginger ale, agua-pidi.
Se resista a recordar lo pasado la vspera. Era increble. Sin ser
un Adonis, y l lo saba, tena el encanto de su virilidad prematura. Sus cabellos
eran negros como sus ojos, ensombrecidos por grandes pestaas. Su mirada,
penetrante, cnica, como l haba descubierto que gustaba a las mujeres. Su
estatura sobrepasaba la normal y su mayor debilidad era exhibirse en traje de
bao. Tena la boca fresca, dientes blancos y parejos y una piel mate, plida,
desteida. Tena ms an: esa audacia con que se vence a las hembras.
Sencillamente era inexplicable. Sinceramente, le faltaba mucho
por aprender en la vida...
Cuando se encontr con Marcelle a bordo, de regreso sta a su
patria, se dijo:
-Es la mujer de mi travesa.
Y con una seguridad absoluta, empez a cortejarla. La mir fija
y profundamente, cuando ella le dijo que era un chiquillo y durante dos das
flirte con otra, hasta que una tarde hicieron las paces.
Se realizaba a bordo la fiesta del bautismo, esa tarde, en que
ella le dijo:
-Cenars conmigo.
Despus el roce del baile con sabor a frica, el alcohol y el calor
terminaron la obra.
Se desparramaban las parejas por cubierta, cuando ella le
murmur al odo:
-Ven a mi cabina.
Y l, ingenuo, vanidoso, quiso exhibir su conquista por las
pasarelas, llenas a esa hora ya, de borrachos y hembras en celo.
-Un momento ms insisti l, cuando ella implor
nuevamente.
-Ven... vamos... quiero ser tuya entera, esta noche... Nunca sent
tantos deseos... agreg mintiendo.
Si estaba tan segura!... Una botella ms?... Era tan hermosa
esa noche... Aguantar el deseo era un placer que recin descubra. Senta en el
pantaln tirante, la potencia de su virilidad...
Haban cerrado ya el bar. Sobre cubierta se escuchaba una
mandolina que acompaaba una cancin portuguesa:
Fado, fado, fadinho
de minha terra...

Cuando regres con la botella de champagne, ella conversaba
con otro pasajero.
-Nos acompaa usted?- invit sin advertir que en la mano de
aqul haba una pequea mandolina.
Bebieron y cantaron. La luna, cansada de escucharlos quiz,
peg una zambullida tras una ola. l fue a buscar ms champagne. Cuando
volvi, los marineros lavaban la cubierta.
Corri por todo el barco buscndola y termin bebindose solo
la botella, y jurando ante la moneda urea del sol que surga:
-S testigo, astro rey, que si la vida me da hijos, ellos tocarn la
mandolina, quieran que no!...


CAPITULO II

Ego poda haber sido un hombre feliz y bueno, si su padre no
lo hubiera hecho millonario. La fortuna le permiti disfrutar de todos los
juguetes que los nios desean y por ello sus Noches Buenas fueron ms tristes,
ya que los Reyes Magos, a pesar de ser reyes y magos, no podan brindarle
juguetes nuevos. Las diferentes institutrices habanle enseado varios idiomas y
lo haban masturbado desde muy nio. Nada se le haba negado a su capricho.
Ms tarde, colegial, sus maestros se doblaron a la ddiva de la
madre generosa y ante su propio asombro, fue siempre el primero de la clase.
Los fines de curso no tenan para l otro objeto que le llenaran el pecho de
medallas de latn y las manos de diplomas que l canjeaba por caprichos
costosos y raros.
Adolescente ya, las sirvientas numerosas de la casa, abrieron
las piernas y buscronlo, para calmarlo unas y para satisfacerse otras, su
miembro an adherido al frenillo. No recordaba a qu edad haba comenzado
aquello; pero estaba en su memoria patente el deleite, cuando la frulein lo
haca acostar, en las horas de la siesta, con la nena de la casa vecina que, a
invitacin de la misma, lo acompaaba a jugar, desnudos, llegaban a la posesin
completa contra Natura, como la frulein les haba enseado.
Sus numerosos amiguitos jugaban en su casa, prestndoles los
sables y uniformes, siempre que lo nombraran capitn. Con tal motivo ordenaba
a las soldaditas, esconderse en los stanos de la calefaccin, para ser tomadas
prisioneras por l, a cambio de condescendencias en especie.
Muchas de ellas ya se haban casado; formaban parte de lo ms
selecto de la ciudad, habitaban la Avenida de los Palacios, eran respetables
mams, integraban comisiones de beneficencia, controladas por el Estado y el
clero...
Cuando a los doce aos contrajo su primera blenorragia, en
una de sus primeras escapadas nocturnas a los cafetines donde se bailaba,
ubicados en los jardines que bordean la ciudad, sobre el ro barroso, smbolo de
lo grande y de lo feo, no se explic el disgusto y la ria con su padre.
-El que sufro soy yo, cuando me curan y orino le dijo con
violencia-, no t...
Y su padre, gran colonizador de las tierras inmensas y
deshabitadas de aquel pas, por primera vez se impuso; trat de imponerse,
condenndolo al destierro.
-Irs le dijo- a la ms lejana de mis estancias y te hars hombre
de bien.
Sin embargo, no se cumpli la sentencia. El compartimiento del
tren que deba ocupar parti aquella noche vaco.
Haba ocurrido sin quererlo. Cuando la vspera fue a dar su
adis a aquella francesita, diminuta y rubia, de senos de colegiala y boca amplia
y carnosa, ella, recostada en la cama, debajo de l, le implor:
-No te vayas, mi nio... me morira de pena sin ti...
Sinceramente, honestamente, l slo haba ido a despedirse. Sin
medios econmicos, pues el padre haba sido claro y terminante, saba l que no
poda pretender subsistir en la urbe.
-Casualmente agreg ella- te haba preparado para hoy este
regalo, como presintiendo tu partida...
Levantse de debajo del muchacho y mientras corra hasta el
borde de la media, por su muslo magnficamente torneado, el semen tibio pero
infecundo, de sobre el toilette que adornaba el amplio dormitorio de lujo y
gusto chabacano, dormitorio de nuevo rico, donde ella reciba a sus amigos y
ganaba sus brillantes, tom un estuche. Dentro de l se destacaba una cigarrera
de oro, con una dedicatoria en su interior: Para que no olvides jams que te he
querido. Esmeralda.
La moral dijo ella- no existe a tus aos. La moral la crearon los
viejos para engaar a los jvenes. La moral puedes emplearla en una corta etapa;
pero no puede llenar tu vida: T no puedes ser un faquir del espritu, ni
convertirte en un profeta de la moral... Djala a los impotentes. Es un arma de
los hipcritas. La moral es la mentira de los incapaces. La crearon los hombres
con el vientre lleno, en la caverna o en el harem, para asegurarse la fidelidad
de las hembras y la obediencia de los hijos. Es como la burla de aquel rico que
dijo a los pobres: El dinero no es la felicidad. La moral no puede enfrentarse
con la vida, con el deseo de la vida. Nada de lo hecho ni creado por el hombre
puede ser superior a la naturaleza y la moral es su noche, te priva de toda luz...
la moral es la trampa donde muere el deseo, es la sombra, el silencio...
-Por moral continu- gemirs atado al yugo noches
interminables de deseos insatisfechos, todas las noches de tu vida. Te desviar
de la luz y har de ti un pervertido y maana, viejo e impotente, como una
venganza de la mentira que descubres tarde, la impondrs de nuevo a los que
lleguen, a tus hijos y a tus nietos... Con la moral fracasars en tus negocios y te
trampearn en la amistad. Slo existe para ti la realidad de tu vida, de tu deseo y
de mi cario... Slo t reconoces la belleza que encierra el temblor de mi cuerpo
bajo el tuyo. Qu saben de nuestros besos los viejos millonarios y caducos y sus
compaeras, las patricias matronas de pechos fofos y vientres acordeonados?
Qu saben ellos, que todo lo compran, y todo lo venden, del brindis de nuestras
epidermis? Hacen del amor una mutua masturbacin y crean hijos para
conservar a travs de su carne que prosigue, sus riquezas... La moral no es una
creacin de la vida ni de Dios, pues ste no puede haberte dado un deseo y
negarte el realizarlo o satisfacerlo... Cuando maana los papeles que ante los
hombres te dan vida, se hayan perdido entre la polilla del tiempo, qu te habr
quedado si hoy te niegas a la vida? Los hroes autnticos nunca tuvieron
estatuas. Pasars por la zaranda del tiempo, como un minsculo e imperceptible
granito ms de arena. La vida misma no existe, enfrentndola al universo y al
Infinito...
-Slo este minuto, mi nio, el minuto de la carne, el minuto del
placer continuaba diciendo ella-. Mi vientre es tuyo, como mi boca, como mis
pechos. Toma, disfrtalos, une tu espasmo al mo... despjate de las vestiduras
que te impiden el movimiento, apaga los cirios del templo y corre junto conmigo
hacia el sol, hacia la luz... Recustate sobre el lecho y que mis nalgas dejen en l,
modeladas sus formas. Deja que mi calor quede en las sbanas, an despus,
mucho despus, de mi partida... Deja que arrugadas se manchen de vida...

****

Recordaba cmo haban cambiado aquellas palabras la ruta de
su vida. Los das y meses de deliciosa embriaguez, junto a aquella mueca
quince aos mayor que l.
Huyendo del padre, tomaron rumbo al norte. Viajaba con
pasaporte falso y como sobrino de ella. Gustaron de las playas doradas de
Miami, del verdeselva de Ro, de las ciudades dormidas del Per. Tena diez y
ocho aos cuando se separaron. Fue en La Habana. Ya haba en ambos quiz el
hasto del matrimonio. El amor, como la mxima belleza de la vida pens- debe
ser algo breve, fugaz. El amor es la pasin de la carne, que tambin cansa y se
aja. Es la chispa producida por el choque de dos polos. Ilumina unos instantes y
slo es eterno cuando la muerte se cruza a su reflejo... Cuando el amor perdura a
travs de los aos, es costumbre, es piedad. La causa de su muerte, es la rutina,
igual, montona, sin variantes. Es la mucosa demasiado conocida por la otra.
Son la piel y el olfato hastiados por la costumbre. Es el roce conocido, la voz, las
alegras o enojos siempre iguales. El gusto de ciertos platos; siempre los mismos,
conocidos y familiares, que envejecen con ellos. Es la familia, con un solo pasado
y un siempre igual porvenir. Es el parto del tercer hijo, sin el encanto ya del
primero... Se conoce su dolor, su alegra, la rutina del sarampin y la escuela. Es
la salida y llegada del marido a la misma hora, durante meses y aos. La rutina
corroe el corazn, la monotona es su enemigo, afloja los nervios, mata la
esperanza, carcome el alma.
El amor es bulla, no quietud; lgrimas o carcajadas, nunca
sonrisa.
El amor tiene alma de buzo, que busca un barco que no
naufrag...

****

-La naturaleza, tanto en la mujer como en el hombre, est
contra esa rutina que amenaza a la especie continu cavilando- quiz lo
perfecto fuese que cada hijo tuviese un padre distinto. La seleccin por el mismo
instinto... La seleccin libre, por la mujer, que por nuestra moral est formada
por un 51 por ciento de prostituta y un 49 por ciento de madre; pero en un 100
por 100 de hembra. La misma coqueta que generalmente es frgida, y por lo
tanto, casta, y solamente se conforma con ser deseada, no es sino una prostituta
cerebral. Quiere saber cunto pueden pagarla, aunque ella no se venda. Su
tasacin no se basa en especies, sino en ideas. Saber cuntos y cmo la desean...
Mujeres que slo tienen uno o dos hijos en su matrimonio, daran vida
anualmente si pudieran seguir libremente su instinto. No quiero con ello pensar
que no amen espiritualmente a uno determinado. La mujer puede ser fiel a
su manera, femeninamente, ya que su fidelidad no puede ser impuesta como se
pretende, por las leyes sociales y divinas. Sufrir si el ser amado, el amigo,
sufre. Pero ello no impedir que desee ser poseda y fecundada por otro. La
mujer puede, a la vez, amar sexual y moralmente a hombres distintos... La mujer
necesita, a igual que el hombre la variante. No existe una sola mujer que no
haya engaado, espiritualmente cuando menos, a su marido, que no haya
gozado imaginariamente con otro, el cual puede ser cualquiera y en
cualquier instante de la vida...
Puede haber y hay una poca de su existencia en que,
profundamente enamoradas y satisfechas fsicamente, rechacen con horror
toda idea de ser de otro; pero ello ser slo durante una determinada y corta
poca, es decir, mientras dura la embriaguez amorosa, embriaguez que tarde o
temprano, inexorablemente pasa, se asfixia en la rutina de las horas.
Amar piensa la mujer en su fuero ntimo, al que al que los
hombres no llegan nunca- y ser amada por varios; ste viril, fuerte, audaz; aquel
de blondos rizos y mirada vaga que aora una recitacin a las estrellas; el de
ms all, conversador y zafado, difcil de superar en oratoria en las reuniones...
entregarse a todos. Hermanarlos a todos. Darles cabida en su corazn, sobre sus
senos, dentro de su vagina. Repartirse fecunda entre los machos. Ser Matriz,
Juno, Ceres, Naturaleza, Toda y Todo...
Fue en La Habana volvi a recordar-. Fue una separacin sin
gestos bruscos ni notas disonantes.
-Estaba escrito- parecieron decirse ambos.
Ya el engao se haba producido haca tiempo. Ella, alegando
intereses, l un poco cansado y aburrido de los viajes y otro poco hastiado de esa
vida en que la gente lo miraba, extraa y despectivamente los hombres, extraa
y cariosamente las mujeres.
Quiz no fue tan inmensa la pasin que despert aquel hombre
en ella; quiz se consol- fue algo simulado, un pretexto para separarse, para
no hacer triste la partida.
La admiracin que despert en su espritu aqul, entonces
famoso escritor, fue quiz tambin lo que lo indujo a no luchar, a dejarlos partir.
Habitaban el mismo hotel, Sevilla, en la capital cubana y se
hicieron grandes amigos, a pesar de que l podra ser su padre. Fue desde un
comienzo un dolo para ambos. De palabra tibia y cabellos canos y mirar
profundo, tena un rictus, cnico y amargo, en los labios. Elegantemente vestido,
no alcanzaba su corte a disimular su dilatado estmago, ni sus cabellos a tapar la
calvicie incipiente. Qu poda haberle gustado a ella de esa ruina fsica? Quiz
pens rejuvenecerse, sentirse protegida por ms aos. Era un cambio brusco,
que fsicamente extraara le dijo una vez Ego a l y ste, sonriendo,
respondi:
-No se preocupe, nosotros los viejos, tenemos defensas que los
jvenes ignoran.
Michel Martin, clebre escritor revolucionario, rico y cansado,
sinti tambin admiracin por Ego. ste destacaba ya su personalidad; no en
vano haba pasado cuatro aos al lado de aquella mundana, de la que siempre
ignor su historia.
-Yo no tengo pasado le deca ella respondindole a l-; nac,
empec a vivir el da en que t me conociste.
Determinada su partida, regres a la patria, aorando la
madre.
Convinieron en que ella ira con Michel, se juntara por primera
vez a l, cuando su barco achicndose en el horizonte, se hiciera de juguete.
-Evtame el ridculo y el dolor de verte junto a otro habale
pedido Ego.
Estaba an patente la espedida sobre la pasarela de a bordo.
Para los extraos era la separacin de tres amigos. Vulgar
choque de manos y mentiras. Para l, el final de una etapa y la adquisicin de un
recuerdo.
l la haba visto, en otra poca, embellecida como ahora.
Transformada su mirada, ms femeninos sus gestos, ms excitante su sonrisa.
Fue en el comienzo de su aventura...
Michel, como obsequio de partida, le entreg unas cuartillas.
-Son le dijo- el prlogo de un libro que quiz no escribir.
Y ella le ofreci sus labios, ensangrentados de rouge, pero
fros, muertos...
Tom el escrito de la mesa de luz y por dcima vez volvi a
hojearlo...


Ya que la vida lo quiso,
de hoy en adelante,
ser tan canalla
como el mejor de los hombres.

EL AUTOR.

PROLOGO

Lector, al tomar mi
libro, lvate las manos.

Y lvate las manos.
T, crtico literario, hombrecito endeble y de gafas, posiblemente,
doctorado en gramtica pero aplazado en rebelin y virilidad; t, maestro en letras y
prisionero de la palabra, esclavo del acento; t, incapaz de crear o destruir el sonido o la
forma; t, lacayo de la Academia y maricn de las comas; t, incapaz de emitir una idea
que no est supeditada a la regla, t con alma de santurrona y meretriz.
Yo s por lo que se te puede comprar y con cunto placer te vendes.
Por ello, no te adquiero.
Y t, juez, que vives la vida en el caleidoscopio de tus sumarios, desde
la butaca teatral de tu estrado; t, juez, que, a pesar de tu figura majestuosa, respetada e
inviolable, orinas con dificultad... T, encarnacin del espritu del cdigo y que por
medalla vil trocastes tu individualidad... T, de rulos blancos, conciencia turbia y toga
negra, podrs, amparado en la fuerza, decretar mi prisin para cobrar tu plus vala;
pero no por ello dejars de ser un simple perro de presa, mezcla de faldero y polica, al
cuidado de los intereses de los potentados y ahtos.
T eres la anticipacin, desde el comienzo de la humanidad, del ideal
de los tiranos: el castrado cerebral.
Yo escupo sobre la fuerza de tu cdigo, hecho por curas impotentes y
millonarios cornudos.
Y t tambin, matrona, que perteneces al Chorro de Leche, formas
parte de las comisiones de rifas de beneficencia; t que perdistes la vergenza al
obligar en la acera, a tender la mano del nio asilado, mientras vigilabas, con alma de
usurera, los cntimos, desde tu lujoso automvil; t, que fundaste la asociacin del
diariero y que con el pretexto de ensearles la armona de nuestra guitarra, terminastes
brindndoles tu cltoris flcido y sucio; t, que obsequiaste bacinilla de plata para uso del
legado papal y que, amparada en tu fortuna, pusiste botellas rotas sobre la pared de tu
vida, que hoy salto; t no entrars en el reino de los cielos, no llegars como Magdalena
hasta el Cristo, andrajoso y mugriento...

****
T, poltico, seor de la promesa, caballero de la patada, profesor de la
mentira y gemetra de la curva, prestidigitador con alma de clown, animal invertebrado
y de gelatina, que tienes la productiva cualidad de adaptarte a cualquier recipiente o
molde, hueles mal, tienes les en el alma y pus en el cerebro...

****
T, nia bien, que utilizas tres apellidos y solamente mereces,
quiz, llevar el de tu madre; t, bartolintica por culpa del mucamo; t, que arreglaste
con tu padre gobernante el examen prenupcial del futuro cornudo de tu marido,
evadiendo el mismo; t, nieta de legisladores y sobrina de jueces; t, ex abortiva y
millonaria; t, que crees en el derecho de la mujer y pretendes la igualdad ante los
hombres; t, que ante la compaera del internado quisiste ser macho y no supiste frente
al macho ser hembra; t, deberas haberte ahogado, antes de nacer, en un lavaje de
bidet.

****

T, deportista amateur, moderno engendro, mezcla de caballo, toro,
galgo, pez o imbcil; t, que quieres superar al animal a toda costa, eres el nico que
tienes tal derecho.
Y t, intil espermatozoide, jovenzuelo aristcrata, nieto de prcer,
cuya riqueza tuvo por origen el bandolerismo de las arcas pblicas junto con el estupor
consentido del emigrante millonario; t, mestizo de alma, paraltico mental que digieres
hacia arriba, no debas haber cuajado en ninguna matriz, ni haberte escapado de ningn
testculo.

Pas unas cuartillas y tom la dedicatoria.

Para ti, vagabundo, seor del mundo y dueo de los caminos. Para ti,
obrera de pelvis ancha y senos flcidos, para ti, que no tuviste leche con que amamantar a
tu hijo, porque los campos estaban yertos y el seorito se cobraba tu esquivez de moza;
para ti, que no conociste otros juguetes que las poleas de las fbricas. Para ti, linyera,
para ti, prontuariado social.
Para ti, campesina y obrera, Sorgo de Alepo...
Para vosotros escrib este libro. No lo guardes, camarada. Tu mochila
necesita ese espacio para el pedazo de pan que posiblemente te darn en la prxima
puerta. Deja este libro frente al sol, expuesto a las lluvias, para que, como un pene,
penetrando y disolvindose en la madre tierra, sea simiente para un mundo, en el que no
exista el linyera que t llevas en tu fsico y yo en mi espritu. Djalo para que las
tempestades le den sepultura, como las tempestades de mi espritu le dieron vida.
Djalo a la vera del camino, que es mala compaa para un rebelde,
otro rebelde...

****


T eres la anticipacin del ideal de los tiranos: el castrado cerebral.


El gong de a bordo, con sonido de templo hind, lleg lejano
hasta l, anunciando la primera llamada de la tarde. Pareca una llamada de
convento tibetano, invitando a la meditacin. Ese arreglo de cuentas con el
pasado, agregado al fracaso de su aventura de la vspera, habale dejado spera
el alma y rabioso el corazn.
En una contraccin muscular salt del lecho. En el bao de
ducha correspondiente a su cabina, gir las canillas y la flor inund de agua el
piso, corri por su cuerpo y su rostro, producindole su frescura un ligero
espasmo en la piel.
Tarare una cancin y pens en alta voz:
-Alguna vez debo perder...
Lleg el peluquero a la hora de costumbre, y despus del ritual
entre el sirviente y el patrn, conversaron de las novedades. De las novedades
producidas a bordo.
-Parece que fue brava la noche- dijo el barbero.
Y continu explayndose con deleite de solterona, en la
chismografa de ese pueblo pequeo que es un barco.
-Es bonita- coment Ego, cuando aqul nombr a una de las
pasajeras.
-Es ms que bonita refut el fgaro- ; el marido debe de estar
orgulloso...
Y agreg:
Qu suerte tienen algunos hombres!... recordando, quiz, la
mujer que le toc en suerte, la esposa que, all, en un pueblito de Francia, lo
esperara rodeada de cuentas y de hijos.
-Verdaderamente cavil Ego- Qu suerte la de aquel hombre!
Se le presentaba de pronto en la memoria, simultneamente, la
misma figura, en diferentes trajes y actitudes.
Era de aquellas mujeres a las cuales la mayora de los hombres
se conforman con admirar, sin comprender que, de materia y barro, tambin se
rigen a impulsos de su sexo, regulado por la temperatura ambiente, por su
abstinencia o por las exigencias de sus glndulas.
Rubia, blanca-rosa, con un color de ojos indefinido, de tonos
cambiantes, ms bien alta, casi delgada, la haba contemplado varias tardes en la
pileta, deleitndose con sus formas, descubrindole, en sus armoniosos
movimientos de natacin al borde de la malla, junto al nacimiento del seno, un
punto negro.
Mientras ese lunar est cubierto dijo l-, est vestida. Tiene la
intimidad del sexo.
Sonri, recordando la poca gracia que le hizo a su flirt el
comentario. Las mujeres son, por naturaleza, rivales entre s. Nada ms sincero
que el odio de una hacia otra. Cuando una mujer encuentra bella a otra mujer, es
que ha dejado de quererle, interesarle o convenirle. La amistad femenina fue una
cualidad de las amazonas.
Sus ojos no se haban encontrado durante el viaje. Ocupado
Ego por su aventura y siempre ella acompaada por el que haca de tal o era
efectivamente su marido, haba resultado para l un bello bibelot, visto a
travs de los vidrios de un escaparate; bibelot que no se adquiere por dinero y
que solamente puede tocar por azar en la tmbola de la vida.
Era arriesgado. Pero... y con trampa? pens. Tan alegre lo
puso aquella idea, que despidi al barbero, duplicando la propina diaria,
excusndose ante s mismo con el pretexto de no tener cambio.
-Esta misa bien vale Pars se dijo, mientras terminaba por
vestirse-. Debe ser la mujer de mi generacin.
A medida que se acercaba al bar, trataba de abandonar su idea.

Joven, ms que bonita, casada con un hombre de fortuna,
adems de bien parecido, era tentar el fracaso, en el mejor de los casos, arriesgar
un cambio de golpes.
En aquel saln, cortado por alto mostrador, estaba toda la
mentira que forma la humanidad: trajes, rostros y frases. Cada cual con una
cueva en lo ms sinuoso de las circunvoluciones de sus cerebros a los que
muchos no se atrevan ni a llegar. Cada cual corrodo por una ambicin, guiado
por un deseo, alentado por el odio.
En medio de la diversidad de colores, destacados por las luces,
y entre el bullicio provocado por el alcohol, estaban varios de sus momentneos
amigos, y tambin, junto al pasajero portugus, su rival afortunado,
encontrbase Marcelle.
Estaba seguro de que al saludarlos con la mano, deba
habrsele llenado el rostro de sangre. Tuvo un instante de incertidumbre, de
vergenza, y, como un beodo, deseando un segundo de tranquilidad para
reaccionar, se acerc a una mesa, entre las que haba una cara conocida.
Charlaban sobre el tema de la llegada. Faltaban solamente tres
das para entrar en La Pallice. El mar continuaba calmo. Alguien lo invit a un
bidou. Jugaba abstrado, pensando por momentos en levantarse y arriesgar
unos golpes con el portugus. Al segundo whisky estuvo a punto de hacerlo;
parecale que toda sonrisa era provocada por el conocimiento de lo acaecido la
noche anterior. Un movimiento entre los ocupantes de su mesa, lo detuvo.
Llegaba a ella el matrimonio que haba embargado sus pensamientos, haca un
momento. Al ser presentados, l insisti en conocer su pequeo nombre.
Habituado el marido, a que galanteasen a su mujer, no le dio importancia, al
vislumbrar la edad de Ego. As, supo que se llamaba Alma; sus abuelos, le dijo
ella, haban sido montaeses. Tena una voz opaca, grave, contraste maravilloso
con su figura de Tanagra.
-Calabazas?- le pregunt refirindose a su fracasada aventura,
al no verlo, como de costumbre, con la misma compaa y haber notado a sta,
durante toda la tarde, junto a su nuevo flirt, el pasajero portugus.
Su profundo conocimiento del alma femenina, agregado a su
intuicin, le oblig a ser franco. Y, a media voz, tratando de hacer la
conversacin incomprensible para el resto de los ocupantes de la mesa,
aprovechando el bullicio, le confes su fracaso.
-Lo lamenta?- le pregunt Alma.
-No espiritualmente pero no olvide que apenas tengo veinte
aos minti Ego, sabiendo que esa era la edad que representaba. Ella,
enrojecindose, busc cambio de tema. As supo l que la nenita que los
acompaaba en el viaje, era su nica hija. Que era suiza alemana, que haba
nacido entre los pilares y nieves de Saint Moritz y que despus de haberse
casado, haban ido a visitar las propiedades de su marido, nativo de Cuba, y que
haban pasado en las mismas, donde naci Vida, su hija, por espacio de tres
aos.
-Yo me llamo Ego- dijo l al escuchar el nombre original de la
hijita de Alma-. Hay personalidad en el nombre de los tres- agreg.
-Personalidad en nosotros o en nuestros padres?- respondi
ella.
-La belleza no necesita personalidad. Cumple su misin en la
vida- rectific.
-Una misin animal?- interrog Alma, sonriendo.
-La ms bella dijo l- y la nica que vale la pena cumplir.
Ella intervino en la conversacin general y al levantarse de la
mesa, accedi a su pedido, en el sentido de verse todos en el saln, despus de la
comida.

***

-Faltan solamente tres noches pens Ego, mientras le servan-.
Tendr que continuar esta amistad en tierra...

Era una hembra maravillosa, digna de l. Una hembra que
justificaba toda canallada, todo sacrificio. Se la imaginaba, excitada y un
momento ntegramente de l. Qu sabor tendran esos labios prohibidos y
quiz puros? Puros porque el matrimonio no fuerza a mancharlos, ni marcarlos.
El matrimonio es la venta legalizada del amor, y que, como toda consecuencia,
slo deja una simple dilatacin vaginal. No se puede, en amor, determinar un
da para entregarse. La posesin no puede ser legislada. sta se produce cuando
la hora lo manda y no a la hora que se manda. Est reido con el anlisis mdico
pre-nupcial, est reido con los funcionarios y no precisa de firmas ni de
promesas, menos de obligaciones.
No sabe de bendiciones, porque ya de s es bendito... No
recurre a una marcha determinada, porque ya de s es msica, no precisa de
flores, porque l mismo es flor, pimpollo, capullo por abrirse.
La sociedad cree afirmarse en su marcha sobre esa mentira.
Asegurar las consecuencias del mismo y mantener, por lo tanto, su estructura
actual. Pero todos los que tuvimos veinte aos, sabemos de esa mentira. Muchos
no nos hemos detenido a su llamado, y hemos preferido que el cincel del tiempo
nos esculpiera el alma, hacindola un tab. Nos asusta lo desconocido, las
consecuencias de un acto as; pero no nos horroriza ese amor legalizado y
grotesco, digno de cabaas y de haras.
Sers sano, sin importar que ella lo sea, traers alimentos a su
casa. Reconocers sus hijos, y si maana encuentras el amor, condenado sers a
la crcel, por adltero. Tus hijos de amor, no tendrn derecho ni a tu esfuerzo ni
a tu nombre, no tendrn ni derecho a tu camino, ni a tu defensa. Vivirs hasta la
muerte, junto a aquella que en amor no supo entregarse y s venderse. Y si te
rebelas, expulsado sers del seno de la comunidad, excomulgado por la religin
y despreciado por los tuyos. De nada te valdr invocar tu ignorancia de vida, tu
juventud y la falta de burdeles.
El matrimonio es la carrera de la mujer; pero no es la meta del
amor.
El matrimonio es una penetracin fsica, no espiritual.
Legalizars tus hijos con la amada raptada, pero ya no claudicas ante las formas,
sino que cedes frente a la paternidad. Entregas armas a los que llegan, para su
igualdad en la ria por la vida.
Se puede ser, y se es, virgen en el matrimonio. La materia es el
crisol donde se funde el amor. Un roce de mucosas o una dilatacin de orificios
no implica la forzosa conmocin del espritu, y menos si sta es organizada por
la comunidad o forzada por la necesidad.
-Esos ojos claros no han amado an se dijo Ego.
Desde afuera llegaba el silbido del viento, enredado en los
mstiles, de los que trataba de desprenderse, para seguir su ruta, cumplir
tambin su destino. Encrespbase el mar, balanceando al trasatlntico. Las notas
de la orquesta, danzaban al unsono con las olas. Las luces de las estrellas se
hacan guiadas con las de los ojos de buey.
En el comedor, amplio y lujoso, alumbrado a giorno,
dominado por un leo de carabelas, se cruzaban los mozos, sudorosos,
secndose con las servilletas destinadas a permanecer colgadas del brazo,
disimuladamente, las frentes transpiradas. Constitua un verdadero arte hacerlo
sin que lo advirtieran los pasajeros. Bastaba para cumplir esa tarea, una
pequea inclinacin frente al trinchante para buscar un plato.
Las mujeres mostraban sus carnes, tensas y jvenes unas, fofas
y arrugadas otras. Haba seoras de senos y nalgas monstruosas, pintarrajeadas
las caras y cubiertas de pulseras de ms o menos mal gusto. Era algo as como
una forma de imponerse a la juventud ya ida, una demostracin de haberla
explotado bien, un certificado de tranquila vejez. Los senos y el vientre
formaban un todo delante de ellas; y el escote del vestido dejaba ver el pliegue
formado por la axila, el torso y el seno.

-Puede una mujer llegar a convertirse en semejante caricatura?
reflexion mientras terminaba su gateaux acompaado con vino Borgoa.
Estaba alegre; alegre como cuando se comienza un camino, alegre como al
principio de alguna empresa.
-No... ella no podr hacerse as...
Sin embargo, para desmentirlo, a pocos metros, coma un
matrimonio, acompaado por la hija. El parecido denunciaba a la madre. Ms de
una vez, haba bailado con la hija y haba sentido, junto a sus muslos, los muslos
duros de ella; sobre su camisa blanda, sus senos sin soutien, tirantes en su piel;
y en la mano derecha, la curva de la nalga que haca intil la faja.
-Sin embargo, ella no podr hacerse as... se repiti,
humano.
-Un poco de fruta, seor? ofreci el mozo, presentando una
canasta de productos tropicales; frutas seleccionadas y heladas.
-Gracias... respondi l, levantndose de su asiento.
Ascendi por la escalera, juntamente con otros que
abandonaban la sala cambiando frases de circunstancia. Lleg al fumoir, fue
directamente a sentarse a la mesa ocupada ya por Alma y por el grupo de sus
amigos.
Mesa de por medio, Marcelle beba su moka, acompaado de
licor. Al mirarla, ella le hizo una pequea sea para que se acercara.
-Ests enojado? le pregunt, mientras l quedaba de pie-
Sintate; quiero explicrtelo todo. Estaba completamente intoxique.
-No, gracias. Estoy invitado a aquella mesa, -respondi,
sealando la de Alma. Esta se sorprendi, al advertir el ademn de l y quedse,
mirndolos atentamente.
En ese instante Ego record la frase de Michel Martin:
Para conquistar a una mujer, no hay nada ms fuerte que otra
mujer.


La sociedad cree afirmarse en su marcha sobre esa mentira.


Por supuesto que Michel Martin, al dar aquel consejo haba
dado por obvio agregar: otra mujer bonita e interesante, y Marcelle pens- a
buen seguro lo era.
-No estoy enojado, Marcelle aadi- ni tienes por qu
disculparte. En la vida sentenci- quien juega se expone tambin a perder.
-T no has perdido nada... contest, mimosa.
-T lo has dicho: no he perdido nada- recalc l.
Reaccion ella ante la cachetada moral. Pero ya estaba en sus
das la otra.
-Esta vez te ir mejor- exclam agresivamente.
-Tambin es juego...
Hubo una pausa.
-Sintate... le implor de pronto- pero bailaremos despus.
Tengo que hablarte y quiero hacerlo.
l persista en su actitud. Ella insisti entonces:
-Promteme que vendrs, despus del baile, a mi cabina...
-Si no pierdo esta noche contest sonriendo y alejndose.
A su llegada ante la otra mesa donde lo esperaban, se cruzaron
algunos chistes y por primera vez se miraron Alma y l como si fuesen
poseedores de un secreto.
Los ojos son el espejo del alma dijo alguien pens Ego-;
pero tambin son los de la carne.
En esa mirada de un segundo, ella lo haba comprendido; l le
haba expresado con los ojos cunta necesidad tena de ella. Acababan de
encontrarse en medio de aquel grupo de gente de todos los puertos, de todas las
edades, de todas las morales, nivelados por sus cuentas bancarias y sus
uniformes nocturnos. Quiz haban caminado por las mismas calles, habanse
acercado a un mismo tiempo a una pagne. Otro de los concurrentes retribuy la
gentileza y Ego insisti nuevamente en las retribuciones, con objeto de tener a
Alma a su lado hasta tanto la orquesta empezara la ejecucin de bailables.
Se consuma el champagne; se alegraban los corazones y suba
el tono de las voces.
-No gracias contest Ego a una invitacin- no juego al
poker; prefiero el baile.
-A su edad... coment el marido de Alma.
S, se dijo l; a mi edad, prefiero el baile.
No desears la mujer de tu prjimo record. Siempre que sta
no sea bonita o no te corresponda agreg mentalmente, con cinismo. No era
religioso. No haba tenido tiempo de serlo. Sus padres lo haban abandonado en
manos de una servidumbre lujosa, que no trat de imponerle ms que unas
cuantas oraciones y el plantn correspondiente a la misa de los domingos.
Msico por temperamento, habase deleitado escuchando el rgano de la iglesia.
Le pareca que todas las religiones tenan una parte buena y otra mala.
Justificaban una misin y una poca. Eran un paliativo para los dbiles o
fracasados. Y l no era ni lo uno, ni lo otro.
Desde el balcn llegaron, alegres y bulliciosas, las notas de la
orquesta de jazz.
-Permite?- pregunt dirigindose al marido de Alma y, sin
esperar respuesta, dirigindose a ella, agreg:
-Bailamos?
Atravesaron la biblioteca; l detrs de ella, desnudndola
mentalmente. Alma sinti la mirada como hubiera podido sentirla cualquier otra
mujer, y reteniendo el paso, se coloc a la par de l.
Dos mujeres jvenes escriban, en ese momento, abstradas,
quiz cartas de amor o cursis diarios de a bordo. Las cartas no tendran otra
importancia que la de justificarse ante ellas mismas, el abrazo a los acordes de la
msica o el flirt que las esperaba al terminar la danza. Tal vez fueran cartas
para una amiguita o el marido. Mentiras del alma sobre el papel.
-No tiene que escribir ninguna carta?- pregunt risuea e
intrigante, Alma.
-No tengo a nadie a quien escribirle respondi l- y si tuviera,
desde ahora, me olvidara hasta de la direccin.
-Por qu desde ahora?
-Por lo que usted adivina... por lo que usted sabe...
Se abrazaron estrechamente. A los primeros compases ella trat
de separarse; pero poco a poco, fue abandonndose, como en una entrega
espiritual y tambin fsica.
El primer contacto de sus manos, choque de pieles, la haba
hecho claudicar, suprimiendo el espacio de rigor. El calor de sus cuerpos se
haba juntado y l aspir con deleite el olor a limpio y a fresco de Alma. Ella
aspir el casi imperceptible aroma de la colonia, en los cabellos del muchacho.
Un seno de ella junto a su pecho, el otro bajo su brazo fuerte. Adivinaba sus
mamas erguidas y pequeas, juveniles... la cintura fina, se abra de pronto hacia
la nalga ancha, grupa de potranca, de hembra de pelvis ancha, hecha para recibir
y para dar vida.
Sinti sobre su rostro el cabello de Alma; suave seda tibia...
Apret la mano, trat de insinuar un pequeo cruzamiento de
dedos, que ella rechaz, manteniendo los suyos apretados y repiti:
-Por lo que usted adivina... por lo que usted ya sabe...
El amor, la pasin, el deseo, son as: instantneos. Comienzan
con una mirada y hacen crisis en un contacto.
Ego no recordaba haber sentido jams deseo igual de inclinar a
una mujer. Su miembro, en un mximo de tensin casi dolorosa, contenido hacia
arriba por la ropa interior, le impeda bailar. Trat de que ella no lo notara. Pero
Alma al terminar la msica, rog:
-Volvamos.
La orquesta atac entonces un nuevo paso de baile y l
implor, rog:
-Bailamos?...
-Me es difcil, no lo s...
-Yo le ensear dijo, arrastrndola hacia la pista.
Cuando termin la pieza, ya haba recuperado el dominio de s
mismo. Embriagados por la msica, solamente sus cuerpos haban hablado. La
palabra no haba interrumpido aquella misa de almas, aquel festn del roce.
Salieron a cubierta, como para purificarse ante la noche.
Perdidos en un desierto, haban descubierto, sedientos, un
manantial. Sed que se saciaba en las pupilas y el contacto.
-Es usted un chiquillo impertinente y terrible dijo Alma, como
queriendo excusarse ante s misma. En seguida, como una confesin, agreg:
-No s lo que me pasa...
Sus pupilas miraban hacia lo lejos, en la noche ventosa y ya sin
estrellas.
-No soy yo, ni es usted murmur l- es la vida que nos llama...
Por encima de todo y de todos. Por encima de su situacin y de mis aos; por
encima de su recato y de mi moral.
-Qu dice?... grit reaccionando, como si despertara. Cual si
ese minuto de fresco viento la hubiera vuelto a su mundano dominio, aadi,
rindose:
-No le da vergenza hacerme la corte a m, que casi puedo
ser...
Se contuvo cuando iba a decir: su madre. Una coquetera
natural y femenina detuvo la frase. Sobre todo, porque Alma lo saba: sus 28
aos no representaban ms de 22. Tena aspecto de chicuela, de colegiala un
poco canallesca, un poco audaz. Una pequea arruga vertical en su ceo, le daba
un cierto aire de desconfianza y de curiosidad.
Se acerc una pareja, a la cual Alma se aferr.
-Buenas noches dijo a Ego- voy a caminar.
l se qued, apoyado en la barandilla, mirando las nubes que
encapotaban el cielo. A travs de ellas se adivinaba la luna.
A sus espaldas senta caminar a los pasajeros. Footing.
Aburrimiento...
Mientras intentaba encender el cigarrillo, contra el viento,
pens en Marcelle.
-Ahora sera una masturbacin... se dijo- Algo de prostbulo...
Qu valor puede tener para m esa mujer, la que hace horas se ha entregado a
otro? Entonces, a qu ese deseo de tomar a Alma, que tambin, por lgica, se ha
entregado, quiz, tambin horas antes a su marido?
Acaso por el hecho de estar legalizado, un coito no es igual al
otro?
Sin embargo, no quiso confesrselo, no quiso reconocer que
tambin estaba imbuido de prejuicios sociales; que su materia, an
aparentemente vigorosa, era dbil, y su mentalidad comn.
La realidad no estaba en la mayor belleza de Alma, ni en la
superior posicin econmica. Era el atractivo de la alambrada imaginaria que la
defenda; era lo prohibido, lo vedado, la seora. El deseo se agranda ante el
obstculo y por ello las mujeres se agenciaron el mito religioso del noveno
mandamiento. Saban ellas que lo fcil no perdura. Que lo que cuesta se guarda.
El techo y la piel que las abrigara, slo se conquista acallando el grito de su
carne, satisfacindose cuando solteras con las cnulas de los irrigadores y las
bicicletas de asientos empinados. Ninguna mujer normal est fsicamente
satisfecha de su esposo. El hasto de ellos los hace a sus ojos, impotentes. Y la
mujer perdonar todo, con excepcin de aquello.
-Estar enamorado?- se preguntaba mientras descenda la
escalinata, hacia el camarote de Marcelle.
-Soy un puerco- se dijo al golpear con los nudillos la puerta
sobre la cual luca la tarjeta con el nombre de ella.
-Soy un puerco- se repiti al penetrar en la cabina.

***

La haba posedo tres veces consecutivas aquella noche. Tres
asaltos maestros y sin embargo su carne estaba insatisfecha y su espritu
asqueado. La haba tomado cerrando los ojos, pensando en Alma. Cuando ms
se acercaba a ese cuerpo, ms pensaba en el otro. Era distinta la piel, distinta la
voz.
-Cllate!... habale rogado, tratando intilmente de
imaginarla. As como l, haran las mujeres enamoradas, obligadas a venderse o
a entregarse.
No era ese sexo tibio y hmedo; no eran esos senos de pezones
erguidos, ni esa boca temblorosa y carnosa, jadeante, agitada tras el placer, no
era ese corazn que sinti latir fuertemente bajo el suyo varias veces... y sin
embargo, lgicamente, deba poder reemplazar a la otra.
La lgica, es una palabra que no existe en el diccionario del
amor. Esencialmente materialista, no habase sentido embargado por una
emocin similar. Trataba, ya en el lecho de su cabina, de recordar lo acaecido
momentos antes.
-Qudate... duerme a mi lado le haba implorado Marcelle,
vencida ya.
l haba partido, se haba alejado casi violentamente, sin tratar
de disimular su estado de nimo. Se haba purificado, en el agua de su ducha, y
haba enjuagado con deleite su boca. Quera borrar todo rastro, toda impresin
que hubiera podido dejar en s Marcelle. Haba jabonado speramente su
miembro erguido an, satisfecho de Marcelle, pero ansioso de la otra.
Si amor era ese fenmeno material, palpable pero
incomprensible, l estaba enamorado.
Ridculo se rectific- Cmo puedo enamorarme de un ser que
ignoro an si me corresponde?... No... yo no estoy enamorado, slo estoy
caliente agreg recordando un trmino de su tierra.
Apag la luz del velador, tratando de dormirse, intilmente.
En la obscuridad de la cabina y en su cerebro, se mova en
varios cuerpos, una sola Alma.
Como a travs de una fantasa coreogrfica, tras una Alma que,
de pie y cubierta por una pequea camisa, estiraba sobre la pierna, hasta cerca
del sexo, una media, se cruzaba otra Alma acostada, desnuda y de espaldas,
vuelta su cabeza, ofrecindole su boca, y otra ms, que llegaba hasta l,
ofreciendo a sus labios las dos pequeas manchas rojas de sus senos, y otra que,
parada, desnuda, sobre l, presionaba con sus talones su pene, mostrndole la
maraa de vello de su monte de Venus, y otra, y muchas y cientos de Almas, en
diversas poses, ya sicalpticas, ya sentimentales o artsticas, ya risueas,
insinuantes o llorosas...
Todo su ser era sacudido por un temblor delicioso, jams hasta
entonces sentido.
Encendi la luz. Estaba todo transpirado y lleg hasta el bao,
donde refresc su rostro. Calz pantuflas y sobre el pijama de hilo blanco, se
coloc una robe de chambre de seda negra.
La pequea pasarela de su puente estaba desierta a esa hora.
Las ventanas de las cabinas, que por el calor se mantenan abiertas. De pronto
record que Alma, por haberla visto entrar en diferentes oportunidades, tena el
camarote uno por medio del suyo. Lo ubic fcilmente. La ventana sobre el
pasillo estaba abierta. Se detuvo asustado ante la idea; pero continu, como un
sonmbulo, mecnicamente, acercndose a l.


Como a travs de una fantasa coreogrfica, tras un Alma que


Tom inconscientemente, el andar de un ladrn; mir un largo
rato la pasarela vaca; escuch, por todo ruido, slo el murmullo de las olas del
mar, agitadas por el viento y recostndose contra la pared de hierro an tibio
por el sol de la tarde, a pesar de las horas transcurridas, mir hacia adentro.
Su corazn latale como queriendo saltar del pecho. En su
cerebro se haba detenido el ritmo del pensamiento. Era todo msculo, bestia.
Surga en l el homo sapiens ferus, el hombre de las cavernas, la fiera que
desconoce el peligro cuando olfatea la hembra, rastrea el placer, que desprecia la
vida para cumplir la ley suprema de la misma. Se transform su rostro, cuando,
ms bien que verla, la adivin a travs de la ventana, que baj completamente,
dejando penetrar algo ms de la luz del cercano foco de la pasarela.
All acostada, separada slo por un tabique de hierro y madera,
despeinada su cabellera, los brazos sobre la almohada, tendida de espaldas,
estaba ella, Alma.
Pas su lengua sobre los labios resecos, volvi a mirar al
pasillo, y apoyndose en el marco de la ventana, elev lentamente su cuerpo, en
una flexin de atleta, dejndose caer sobre ella suavemente. Corri la sbana que
la cubra, y abriendo con las suyas sus piernas, la penetr, potente, esperando
que ella terminara de despertar.
-Calla, mi amor, calla... le murmur al odo, recordando de
pronto al marido y a la nena que dormiran en la misma cabina. Sinti ella un
temblor de terror, de pnico que la imposibilitaba moverse y hablar. Movi l
sus caderas lentamente, penetrndola an ms. Y continu as, mientras le
murmuraba al odo:
-Mi amor... mi grande amor...
Ella se movi. Abrindose ms, inconscientemente, quiz con
la intencin de acelerar el espasmo, que lleg de pronto, fecundo, exuberante,
inundndola...
Mordi l sus labios hasta hacerlos sangrar y las manos se
clavaron en las piernas y brazos de Alma, como en compensacin a la
respiracin contenida durante el acto.
Ella lo empuj. Sus manos imploraban.
-Vete!... Vete, por Dios!...
Irguindose, salt sobre la pasarela, cayendo de rodillas sobre
su piso de madera, mientras tras l, se cerraba la ventana.
Respir profundamente el aire. Era como si despertara de una
pesadilla o borrachera. Estaba fsicamente cansado, vaco. Al alejarse alcanz a
escuchar voces quedas que salan de la cabina. Apur el paso y llegando a su
camarote, se abandon sobre la cama. En la mesa de luz haba un cablegrama.
Lo tom displicente y lo abri. Pap ha muerto. Regresa deca.

***


Alma haba sido, en sus cuatro aos de casada, una mujer
honesta. Honesta, como puede ser toda mujer, fsicamente. De una moral,
aunque mundana, rgida, haba rechazado con horror toda idea de adulterio.
Amaba a su marido y a su hija, y ms de una vez habase asegurado ser feliz.
Rica, joven, satisfechos por el esposo sus pequeos caprichos diarios, nada poda
excusar a su conciencia un acto vil.
Y vileza era, traicionarlo. Exponer su derecho futuro, cuando,
vencida por los aos, podra erguirse frente a aquel compaero, y exigirle el
cumplimiento del pagar que firmara en su juventud. Su felicidad, en los aos
mozos, la haca acreedora a derechos en los aos viejos. Era simple y recta, quiz
por muy femenina, algo coqueta. Le espantaba la sola idea de vivir junto a un
ser que ha dejado de amarse y en el cual, por lo tanto, todo es grotesco y
desagradable. Hubiera tenido en ese caso, la valenta de arriesgar sola la vida.
Siempre sus flirts se haban realizado, podra decirse, con el
consentimiento tcito de su marido, o como una pequea venganza contra
alguna aventurilla de l. La confianza en ambos era absoluta.
Y sin embargo, acababa de pasar aquello.
Al ver desaparecer aquel cuerpo tras la ventana, la cerr
bruscamente, buscando ansiosa la tranca de la misma.
Senta unas ansias locas de gritar, araarse y llorar. Ah estaban
sus piernas y las sbanas baadas por aquel semen, para confirmarle que no
haba sido un sueo.
Medio dormido el esposo pregunt desde la litera vecina:
-Tienes algo, querida?
-No slo un poco de fro -minti ella en un tono de voz
que la asust.
Sinti al marido moverse en la cama y escuch de inmediato la
respiracin tranquila y rtmica a la que estaba acostumbrada. Deseaba levantarse
para lavar su sexo, y evitar un posible embarazo. Le horrorizaba la idea
Sin embargo, no se atreva. Se qued acurrucada, temblando,
tratando de despertar. Retir su camisn mojado en su centro y se hizo a un
costado de la cama, tratando de evitar ese contacto hmedo y ya fro.
Le era casi imposible pensar. Al recuerdo del hecho se cruz en
su pensamiento, la imagen de su hijita, que dorma en el sof. Sinti las lgrimas
que corran por sus mejillas y trat de contener los sollozos.
Se imagin el escndalo en aquel barco, si hubiera gritado,
como ahora consideraba que hubiera sido su deber. Pero cuando despert, l ya
estaba adentro Espantada al reconocerlo, haba quedado paralizada.
Recordaba que solamente atin a ayudarlo en el coito, para poner trmino a ese
instante. Detvole la idea del encuentro de esos dos hombres, de la lucha entre
ambos, de los ojos dilatados de ira ante esos cuerpos desnudos y quiz
ensangrentados, de los pasajeros en ropas menores, amontonados en la puerta
del pasillo. Los comentarios ante su actitud durante el baile y ms tarde en
cubierta. No atin a nada. Solamente pens en un futuro de infierno, ante el
recuerdo de su desgracia.
Vala ms haber callado.
La sociedad no castiga el delito, sino la falta de precauciones
para que ste se sepa. Si cuidas las formas, si evitas los rastros, podrs ser el
primero de los canallas. Y si convencidos te acusan, llamars en tu amparo a la
ley, que te expedir un certificado de decencia, sobre tu buen nombre y honor.
Patente de dama o seor.
No se da algo por nada en la vida. Hasta el mismo que,
aparentemente idiota, devuelve la cartera con dinero hallado en la va pblica.
Lo hace pensando que as, momentneamente, va a destacarse, que los suyos lo
mostrarn como ejemplo y ello vale bien el dinero devuelto. Lo hace quiz
pensando en la facilidad con que ha de poder trampear maana.
Lo que no se sabe, no cuenta en la historia de las hembras.
-Slo Dios - pens Alma.
Ella era inocente, su nico delito consista en haberlo
escuchado, no llamar en su auxilio
-Dios mo!...
Senta ansias de morir. Dormir y no despertarse jams.
Incendiar el barco. Hundir todo junto con ella
Insinu un movimiento para dejar la cama y llegar al bao.
Cruji el elstico y despert el marido.
-Hace calor dijo-. Por qu no abres?
-No no -respondi ella- tengo fro
-Tono raro el de tu voz agreg l, encendiendo la tenue buja
del velador y acercndose a su cama:
-Te pasa algo, mi amor?- aadi al advertir la cara
congestionada de Alma, que trataba de sonrerle.
-No es que no puedo dormir Algo de nervios
l se introdujo en la cama y ella cubri con su cuerpo la
mancha hmeda de la sbana, quedando as l sobre ella. Dijo cuatro
estupideces. Crey que esa nerviosidad era deseo. El mismo rechazo de ella,
inexplicable, lo excit de pronto. Ella rompi a llorar cuando l la penetr.
-Por qu lloras, queridita?- interrog l, deteniendo el coito.
-Porque la vida es una mentira murmur.
-No, la vida slo es una mentira, fuera de tus brazos

CAPITULO III

Alma Hoffman haba nacido en una Noche de Reyes, en una
casa cercana al funicular de Saint Moritz. A travs de la ventana del dormitorio
llegaban los ruidos de los trineos que inauguraban la temporada de invierno, en
direccin al Palace, donde esa noche, noche de gala, las afortunadas del mundo
luciran sus mejores pieles y las ms costosas alhajas.
Pedrera brbara que haca horadar las orejas a las mujeres que
tienen el valor de su belleza, si no de su escasez. Por esas piedras, muchas
mujeres haban abierto sus piernas sin deseo. Por ellas, seguan abrindolas
Sonaban alegres los cascabeles en las colleras de los caballos,
cubiertos por un vaho de vapor destacado por la luz dbil de los focos callejeros.
Llegaban hasta el dormitorio las risas de los ocupantes de los vehculos. Llegaba
hasta el perfume de las acompaantes.
La nieve cubra los tejados y las calles; todo era blanco y limpio
porque todo estaba cubierto.
A lo lejos, las sombras de los montes de pinares y piedra. Abajo
el lago helado, convertido en campo de carreras y pista de patinaje.
Acababa de nacer; empezaba a sufrir. Haba llegado, se dira,
con rabia al mundo, gritando desaforadamente, sucia, insignificante, indefensa.
En la escala biolgica era el mximo de la inferioridad, ya que
en ella solamente cuentan los audaces, los hipcritas, los capaces de huir o
atacar.
Saber huir, ser ligero en la fuga es el arma de la gacela y la
defensa de los insectos. En la lucha por la vida toda arma est justificada.
Muchos meses, muchos aos diremos, Alma dependera de
sus padres o tutores, de sus hermanos ms tarde; de su marido o amante,
despus, y por ltimo de sus hijos y confesores. Esclava ya, por ser mujer;
esclava a la cual los hombres educaran para que se vendiera por una piel o por
una joya. Esclava de la casta y religin en que haba nacido.
Como auto defensa, solamente le quedara el recurso de
mentir; nica arma que los hombres no podran arrebatarle y las circunstancias
le impondran.
Habra que destruir el viejo sistema que nos llega desde el
comienzo del cristianismo; hemos progresado en todos los rdenes de la vida;
pero el progreso no es civilizacin; progreso es la radiotelefona, la
aeronavegacin, el aire acondicionado. Hay que destruir, romper, demoler,
incendiar si se quiere, todo lo creado hasta hoy en el orden moral, no por una
necesidad de vandalismo, sino convencidos y esperanzados en que la moral que
reemplazara a la actual nos acercara ms a lo natural, a lo bueno.
Ni el juez que condena al inmoral est seguro de que lo sea.
Como universitario, conoce o debe conocer historia y bien sabe que lo que ayer
fue prohibido, hoy es tolerado y maana ser ensalzado.
Bien sabe el hombre del confesionario, la mentira de su
prdica.
Bien sabe el hombre de las sombras, el mandato de su sexo.
Bien sabe que no se calma su sangre comulgando, ni se satisface la ansiedad del
nio, hacindolo temblar bajo la amenaza del infierno. Bien sabe de la mentira
de aquella estampa de la corte celestial. Bien sabe la madre que su silencio no es
la respuesta esperada por la inquietud de la carne joven despierta, ni por el
cerebro del nio que indaga.
Nuestra primera etapa de perfeccin sera destruir todo lo que
segn nos consta que es malo; destruir hasta nuestra historia; borrar del pasado
de la humanidad, las bibliotecas, los viejos pergaminos y las mismas piedras que
nos hablan de monumentos, en que cada ladrillo es la vida de un hombre. Borrar
del cerebro la idea de que el hombre puede explotar al hombre y comprar la
hembra. Destruir ya es una etapa; solamente los mojigatos, solamente los
tmidos, solamente los hipcritas, exigirn conjuntamente la solucin del
problema. sta debe llegar como consecuencia lgica de ese primer hecho. Lo
mismo que al arrasar el fuego un campo, surge de nuevo el pastizal tierno. Todo
ser puede cumplir una misin, unos destruyendo, otros creando. Creando ante
la necesidad de vivir.
Se le dice a la nia que baje sus faldas, que oculte sus piernas y
por toda respuesta a su curiosidad, se le contesta:
-Las nias no deben preguntar ciertas cosas.
Y con esa mentira de siglos, creada por un jesuitismo
enfermizo, de impotentes anacoretas o apstoles invertidos, debemos seguir
llenando de histricas y neurticas, los hospitales y manicomios.
El deseo de la materia, cuando ese nio llegue a la
adolescencia, no se matar. Cuando ms, podr amordazarse, torcerse, acallarse
aparentemente; y cuando esto suceda, deber ampararse para satisfacerse, en las
sombras pornogrficas, en la pesadilla sexual de sus aos mozos, en la
degeneracin colectiva. Es que todos sabemos, es que a todos nos consta la
mentira de aquella virgen masturbadora, cuando afirma cnicamente, que no
desea casarse, que no le interesan los hombres.
Es que la virginidad, esa membrana pasada de moda y sucia,
puede tener algn valor de canje en nuestra poca? En una poca en que la
ciruga esttica nos transforma el rostro y el clnico nos estimula las secreciones
glandulares? Es posible que una mujer no se sienta avergonzada en su fuero
ntimo de no ser mujer? Es posible que siendo normal fsicamente, no la lleve
esta abstinencia a vicios secretos que influirn fatalmente en su futuro?
No est la naturaleza vengndose al darnos la lesbiana,
producto del internado? No existe aquella mujer desganada, de idiotas y bellas
facciones inexpresivas y ya muertas, que llamamos romntica?
Todas las drogas, ms an, todas las guerras no han hecho
tanto dao a la humanidad, como esa doctrina de la moral, ese miedo el sexo,
ese terror al deseo.
Ah estn ellos y ellas, los guardianes de la mentira, vigilantes
y alertas. Los encontramos en las playas, obligando a los nios a cubrirse frente
al sol; en los confesionarios de los templos amordazando la vida; en los autores
de teatro con sus obras morales de terminaciones felices; en los estrados de la
justicia, en vuestros hermanos, en vuestras mismas madres, ejrcito sin uniforme
de depositarios y custodios de vuestros orificios naturales... Ah estn. Ah
quedarn si la nueva generacin no se declara duea absoluta de su cuerpo.
-Es mo dir la joven- y lo entrego a quien me dicte el deseo y
la vida. Ninguna ley brbara, ningn dios asexual, ninguna autoridad paterna,
podr disponer de mis senos tersos, jvenes y erguidos, ni de mis labios
hmedos y sedientos de otros labios, ni de mi sexo, ni de mi salud, ni de mi
vida... Mi cuerpo no ser esclavo, por siempre jams, de ninguna moral, de
ninguna fuerza contraria a la naturaleza y a la vida...
Mujer, hermana ma, amiga ma, novia ma: cul y cundo
ser ese tu da, el de la liberacin?
Alberto Hoffman, el flamante padre de Alma, acababa de ser
designado como ingeniero, para una subgerencia en la lejana y remota
Argentina. Su viaje haba sido demorado por aquel magno acontecimiento: el
primer hijo, que hubiera deseado no fuera mujer y a pesar de lo cual, sin
embargo, su espritu se conform rpidamente. Cuando pudieron marchar,
semanas despus, embarcaron en un viejo trasatlntico y economizaron de esa
manera, unos centenares de francos sobre lo asignado para los pasajes. No eran
ricos; por eso ellos haban aceptado contentos aquel destino tan lejano de sus
montaas natales. Llegaron a Buenos Aires y pronto conquistaron afectos y
aumentaron ahorros. Habituado a la frrea disciplina alemana, le result simple
obedecer obsecuentemente a sus jefes y stos lo recomendaron a la Central;
gracias a ello consigui ascender rpidamente.

Cuando Alma cumpli once aos, das antes haba sido
nombrado gerente general en Sudamrica y el directorio que por primera vez
conocera, lo haba llamado a Berln.
As empieza la historia de Alma Hoffman.

Bobi haba escapado esa tarde hacia la calle. Era una tragedia.
Poda perderse o ser raptado; podra an ms, matarlo un auto. Se horrorizaba
ante tal idea. Su pequeo corazn no conceba la tragedia.
Era la hora de la siesta; la hora en que las moscas tenan un
zumbido ms vibrante en el silencio de la naturaleza que dorma agobiada por el
calor.
Sinti ladridos, adivin movimientos tras la esquina, y corri
hacia ella.
La pequea jaura que se haba congregado en derredor de
aquella perra en celo, atrada por la misin de conservar la especie, la
sorprendi. Qued un minuto asombrada ante el espectculo, en aquella hora,
de la calle solitaria.
Bobi, sobre las nalgas de una perrita, jadeaba, apoyado en sus
patas traseras, mientras los perros que los rodeaban parecan esperar turno. Se
detuvo un minuto, desconcertada.
Qu hacan? A qu jugaban? y en seguida corri, temerosa,
que le pasara algo. Al intentar tomarlo, not que su pich exageradamente
grande y de un color rojo, penetraba entre las nalgas de la perra, que sin
aparentar dolor a tamaa tortura, pasivamente, aguantaba.
Horrorizada ante la maldad de Bobi, lo tom violentamente,
arrancndolo de encima de la perra


tanto dao a la Humanidad como esa doctrina de la moral, ese miedo al sexo.


Bobi, furioso, con los ojos inyectados en sangre, que nunca
haba visto, apret sus dientes en el brazo de ella, la que ante tal dolor, hizo
soltarlo, cayendo a tierra.
La perra se haba alejado ya unos metros, y tras de ella otro
perro intentaba subirla. Bobi salt furioso sobre l, echndolo a tierra, subiendo
de inmediato otra vez sobre la perra.
Apretando con la falda de su traje, el brazo, que manaba
sangre, Alma con los ojos lacrimosos por el dolor, fue acercndose nuevamente
al grupo. Temerosa se qued mirando. No quera, a pesar de su herida,
abandonarlo. Seguramente estaba loco. A qu jugaban, qu hacan?
El ritmo se aceleraba. Las lenguas de ambos goteaban sudor.
Los perros parecan seguir esperando turno. Le horrorizaba y le intrigaba a la
vez, el espectculo. Recostada a la pared, trmula, sinti de pronto como si algo
penetrara dentro de ella, como si ella fuera la perra. Era como una sensacin
agradable, nunca hasta ahora sentida.
De pronto, Bobi se separ de la perra, la que ech a correr,
seguida de otros perros, quiz satisfecha.
Alma corri tras Bobi, y ya desesperada y sin miedo de nuevo a
sus dientes, lo tom en sus brazos. El perro no opuso resistencia, tranquilo,
cansado, se dej llevar. An tena su pich, que ella sinti en la piel de su
brazo herido, ardiente y hmedo.
Cuando lleg a la casa, llorosa, los sirvientes haban salido a
buscarla y cuando explic lo que haba pasado, todos sonrieron murmurando
palabras cuyo significado no comprendi.
Fue su primer encuentro con el imperativo de la vida, que
perpetuaba todas las especies.

****

Das despus de aquel espectculo que la tuvo sin dormir
tantas noches, en un estado de nerviosidad inexplicable, pero deliciosa, Alma
fue internada en el colegio de la Divina Unin, edificio ttrico, de altos muros y
aceradas rejas, edificio que ms tena de crcel que de colegio.
All, en esos salones y corredores, cuyos muros slo se vean
interrumpidos por Cristos desnudos y crucificados, por vrgenes llorosas y
santos que mostraban sus llagas lamidas por perros, debera Alma formar su
espritu. Nada era hogareo, nada permitido, toda alegra vedada...
La vida era una maldicin. Todo deseo pecado, todo
movimiento natural impuro. La vida -le ensearon- tena por sola misin, adorar
un Dios, macerar la carne y torturar el espritu, en pago de una manzana robada
del jardn del Seor, haca ya miles de aos. Ese Dios de luengas barbas, que por
corona usaba un tringulo, poda pulverizar la tierra, negar la leche al seno
materno, convertir a nios en monstruos paralticos y leprosos. Cuando se
cansara de castigar, dentro de otros miles de aos quiz, volvera a juzgarnos,
para castigarnos nuevamente, porque hasta castigo tambin era la eternidad, que
slo tena como motivo escuchar los cantos celestiales, a su vera...
Sus noches comenzaron a poblarse de demonios, que le
ofrecan comer en Viernes Santo, que le levantaban las faldas mientras
escuchaba misa, que la tentaban a mirar sus senos, que comenzaban a surgir, y el
vello que sombreaba ya su sexo, durante el bao, en el que se obligaba a tomar
con larga camisa para no caer en el pecado de mirar su propia desnudez...
Llamarse esposa de Jess! Cuando ella fuera mayor, vestira
tambin hbitos, en los das de retiro, leera tambin, por millonsima vez, la
vida de su Santa.
El padre Jos era un hombre de no ms de cuarenta aos,
delgado, pulcramente vestido, y de una palidez crica, color al que las monjas
atribuan santidad. Color de moda en los conventos, hospitales y manicomios,
color quebrada en los aos del reinado de Felipe IV y de Zurbarn y Alonso
Cano. Color mezcla de cirio y barro, de una poca en que la vida es viento, es
una sombra, la vida es sueo... poca en que disputaban el triunfo Ribera y
Juan de Valdez Leal, y las mujeres enamoradas coman barro.
Sus ojos casi negros se destacaban en el color cetrino de su
rostro y lo oscuro de la sotana. Sus cabellos castao oscuro y rizados,
enmarcaban su cabeza dndole un cierto aire de poeta del romanticismo.
Era el confesor del colegio, alma ante la cual todas las almas se
presentaban impdicamente desnudas, ensangrentadas y sedientas. Era a la
cada de la tarde. Interrumpan el estudio las que al da siguiente comulgaran,
las que deban purificarse por la confesin. Costumbre brbara, que dio el poder
omnipotente a los Papas. Arma ante la que los ms valientes guerreros,
temblaron. Dolor que no se confa al padre, al esposo, al amigo, pero s al
extrao. Arma que entregamos una vez, y con la que la conciencia nos amenaza
siempre. Ignoraba, y eso lo sabra recin despus de muchos aos, que aquella
santidad fue la consecuencia de un desarreglo de glndulas en la edad crtica;
desarreglo que hoy la medicina, trata y cura. Ignoraba que la noble de Avila de
Los Caballeros, tuvo amores con un primo y que ella en su autobiografa, trata
con un afn sospechoso, de aclarar que esos amores no pasaron de las
conversaciones. Oculta, quiz, con mala fe, que el tal primo viva pared por
medio y que tena entrada a toda hora a su casa. Confiesa porque no puede
ocultar a sus contemporneos, que le gustaban en su edad moza, los trajes, el
arreglo y los perfumes. Lo que llev consigo a la tumba, fue el secreto de la
ruptura de esos amores, qu acto, qu escena la repugn hasta el extremo de
tomar los hbitos. Su vida fue liberal, como era la vida de las monjas en aquella
poca.
Su ntima amiga, con la que vivi tantos aos, y ese asco que
demuestra a todo lo humano, a todo lo hombruno, nos hace entrar en la
sospecha de encontrarnos en presencia de una uranista. Y si no ah est la
descripcin que su amiga Mara de San Jos hace de ella: Era ms bien alta
que pequea y tuvo fama de muy hermosa. De un rostro extraordinario. Muy
hermosas sus cejas, de color rubio oscuro, con poca semejanza de negro, anchas
y algo arqueadas, ojos negros, vivos redondos, muy bien puestos. Nariz redonda
y en derecho hasta igualar con las cejas formando un apacible entrecejo. En toda
bien proporcionada, tena muy lindas manos y en el rostro, al lado izquierdo,
tres lunares... en derecho unos de otros, comenzando desde debajo de la boca, el
que mayor era y el otro entre la boca y la nariz y el ltimo en la nariz, ms cerca
de abajo que de arriba... era un todo, perfecta!. Descripcin ms bien digna de
un amante que de una religiosa.
Ignoraba que recin a los 44 aos, en la edad que termina en las
mujeres la menstruacin, es decir, normalmente, el deseo, es cuando despierta
en ella esa necrofilia ante el Cristo crucificado, con el que pronto tropieza al
entrar en una iglesia. Y es recin entonces, cuando escribe su maravillosa obra de
amor, cuando rene la congregacin dispersa, cuando funda la orden de las
Descalzas...
Ignoraba ello, como ignoraba la vida. Lejos de los hombres, sin
deseos materiales definidos, creyendo an que los nios los extraa la
comadrona por el ombligo, y con slo una vaga sospecha de cmo se conceba,
era un magnfico espritu virgen en el que poda germinar cualquier mentira.
Y el deseo de su carne se mezcl as con lo mstico. Virgen en la
que los pechos empezaban a surgir y su sexo a sombrearse de vello.
Alma fue poblando su espritu, dando vida dentro de l a
infinidad de seres, cuyos dobles adornaban los nichos de los altares de la
imponente iglesia, junto al colegio. Quiso emular la vida de Santa Teresa, amar a
Jess, como aqulla lo haba amado, sufrir como aqulla haba sufrido.
Iban en grupos de diez, acompaadas por una monja; de
hinojos, cerca del altar, esperaban rezando, su turno. A pocos metros, el
confesionario de madera negra, representaba dentro de la casa de Dios, el lugar
ms ntimo de la misma. Dentro de l, un hombre nombrado por otro hombre, se
arrogaba el derecho, divino, de representante de una corte que nadie haba visto,
que la lgica y la cosmografa negaban. De ese tribunal, al que se llegaba de
rodillas para implorar la bienaventuranza, podamos salir con un derecho de
penetrar en el cielo, de continuar pecando.
En el juvenil espritu de Alma, el padre Jos tena la aureola del
santo, tena asegurado un lugar al lado de Jess y la Virgen, cuando stos lo
llamaran. Le haran tambin una estatua y las generaciones venideras
imploraran sus dones.
Tena dems, la belleza perfecta de los varones que adornaban
la iglesia. Muchas veces ella haba sentido deseos de besar el ruedo de su sotana,
de dejarse apretar fuertemente por l. Crea esto una gracia de la que todava no
era digna.
El timbre de su voz era suave, insinuante, amoroso, dirase.
-Padre; acsome de haber soado ayer noche con usted.
Recuerdo que llegaba hasta m, bajando de una cruz, con manos y pies
glorificados por los clavos.
Pas un instante, que le pareci interminable. La dulce voz de
l, se dej or:
-Y vena desnudo como Jess, hasta ti mi nia?
-S, padre...
-Y por qu te acusas de ello? Lo has contado a alguien?
-No, padre. Me acuso porque me parece tan extrao este
sueo...
-Y despus?...
-Al acercarse usted a m y besarme, me despert, sintiendo
correr por todo mi cuerpo una sensacin extraa, que slo en otra oportunidad
sent...
-Y dnde te besaba?- le interrumpi con un timbre distinto de
voz.
Ella call.
-Dnde?... volvi a preguntar l.
-Padre!... implor Alma.
-Te lo mando, te lo manda la Iglesia! orden.
-En la boca... murmur temblando ya, prxima a
desvanecerse.
Sigui un silencio. Despus, l le oblig a contar aquella otra
oportunidad en la que sorprendi a su perrito Bobi.
-Acrcate ms... ms... murmur l, entre dientes -. No
cuentes a nadie, pero eso que t has soado, es una advertencia divina, de
nuestra santificacin. Jess nos ha elegido a nosotros, para que juntos lo
amemos, glorificndolo en el pecado. Slo el pecado puede acercarnos a l.
Jadeaba su voz, apresurbase la respiracin de ella, como si al
fin Dios la hubiera escuchado. Era como un xtasis.
-Esta noche, y maana por la noche, y todas las noches, ir mi
espritu a glorificar al Seor. Penetrar en tu cama y t me dejars besar, besar
donde Jess por mi espritu quiera, penetrar en ti, con mi luz, como cuando l
penetra con su sangre en la divina hostia. Y seremos as, del Seor... Y vendrs
para mantenerte pura, a confesarte todos los das, porque todos los das
comulgars. Vivirs en la gracia divina...
En aquella poca le pareci el da ms hermoso de su vida, que
justificaba hasta sus ansias de morir.
El amanecer la haba sorprendido en vela; las palmadas de la
monja en ese dormitorio de cuarenta camas, con las que despertaban todas las
maanas, le parecieron campanas tocando a gloria. Se pein con todo cuidado.
Sin saber por qu, deseaba estar bonita, le agrad el crculo violceo que
circundaba sus ojos.
Junto con la primera claridad, penetraron en la nave inmensa y
oscura de la iglesia. El viejo sacristn encendi los cirios.
El padre Jos llega al plpito. Para ella est radiante, hasta cree
ver una aureola de luz sobre su cabeza. Habla, llega hasta ella su maravillosa
voz. Quiere darles a todos la paz, por medio de la palabra. Despus es la misa.
Su alta figura se destaca en el fondo de columnas doradas, se
mueve lenta y seorialmente, consciente de su poder...
Ya cruza los brazos y ora por las almas del purgatorio, pide paz
para los muertos queridos, pero slo para aquellos que han credo en su Dios
nico y verdadero. No indaga, no se detiene a pensar en la injusticia divina de
haber nacido en frica o en Asia. Para ellos, para los mahometanos o budistas,
no habr paz, no la pedir tampoco. Reza el padre nuestro y dice: Cordero de
Dios que quitas los pecados del mundo, dadnos la paz...
Ya canta la grandeza de Dios padre, y afirma la pureza de la
Virgen y pide gloria, al Padre, al Hijo y al Espritu santo. Ayuda mi incredulidad
contina-; lbranos del pecado.
Realiza el sacrificio y pide a su Seor la bendicin. Ofrece la
sangre de Jess hecha buen vino, a cambio de sus pecados. Os dejo mi paz, mi
paz, os doy...
-Seor contina- yo no soy digno de que entris en la morada
de mi alma, mas decid una sola palabra y mi alma ser salva... Ya que habis
llegado no me abandonis...
La vctima ha sido ya inmolada y el sacrificio va a obtener su
fruto; reverencia al cliz de oro o dorado y se dirige con l hacia el pblico.
Alma, de rodillas, sacudida por un temblor, presiente mas que
ve la ceremonia. Sabe que Jess, mejor dicho L, va a penetrar dentro de su
cuerpo, por medio de la hostia. Cuando el padre Jos llega frente a ella, en un
ansia deliciosa, abre sus ojos y mira fijamente los de l. Se mantienen fijas las
miradas, entorna l sus ojos, sonriendo, pasa la lengua sobre sus labios resecos,
de pronto introduce una mano en el cliz, y lentamente, toma dos hostias que
coloca en la boca fresca y perlada de Alma.
sta siente los dedos de l que rozan sus labios como un beso, y
en ese instante maravilloso, divino, de deglutir las hostias que siente dobles, un
espasmo delicioso, jams hasta ahora sentido, le hace juntar en una contraccin
involuntaria, sus piernas. All en el fondo de su vientre, en su propio sexo, en
toda su piel, golpendole vertiginosamente el corazn, en un segundo,
descubre...
Cuando vuelve en s en el banco, el rito sacrifical ha terminado.
El padre Jos cubre el cliz, besa las reliquias y ora. Vuelve a los fieles y termina:
El Seor sea con vosotros. Volved a vuestros hogares. Vuestras oraciones han
sido presentadas al Seor... Gracias sean dadas... La misa ha terminado.
El recuerdo de aquella escena, no lo olvid jams.
El despertar de su carne en el sagrado momento de la
comunin no la horroriz. El padre Jos slo se conformaba con mantener
latente su deseo, ya que no hubiera podido haber ningn contacto entre ellos.
Reconoca s, que si l lo hubiera deseado y podido, ella hubiera sido de l. No
saba bien cmo; pero no se habra negado a nada, aunque hubiera tenido que
para desgarrar su carne, taparse la boca.
l que le indic cmo masturbarse, y ella abus, recordaba,
durante aquel ao varias veces por da.
Despus lleg la pubertad, regresaron los padres, y abandon
el internado. Algunas amigas mayores le aclararon muchos conceptos
equivocados de la vida. Otra le ense varias formas de satisfacerse. Una de
ellas era salir juntas en bicicleta cuyos asientos haban con anterioridad
empinado, haciendo que al sentarse el mismo penetrara en los labios mayores.
Buscaban especialmente calles de empedrado algo spero y cuya vibracin al
andar sobre el mismo repercuta en el sexo. Abandon aquella costumbre a raz
de que una tarde sobreexcitada el asiento penetr ms, hacindola sangrar. Se
asust mucho, creyendo haber perdido su virginidad. Una amiga de la casa le
dijo que iba a volverse loca y ella abandon entonces definitivamente el
onanismo.
Sus estudios siguieron el curso normal de toda burguesa. Lleg
a recibirse de maestra y ante el recuerdo del padre Jos se hizo anticlerical.
Pequeos romances que no dejaron ms rastros que algunos
besos o manoseos, principios de noviazgos que se rompan ante las pretensiones
materiales de ellos.
Ella no caera. Los aos del Liceo le haban enseado una
cartilla que bien haba aprendido.
Para formar su hogar debera esperar el hombre que quisiera
ofrecerlo. Ah estaba ella, en sus veinte maravillosos aos, ofrecindose a la
venta. Ah estaba, sabedora que la mujer no es sino una propiedad ocasional y
que lleva como marca el nombre del ltimo que la compra ante la ley.
Femenina y hembra, esperaba el amor junto con el alimento y
el abrigo. Con amor slo, las mujeres ruedan...
Su capital, su plus-vala, la haba acumulado, en todas esas
noches de primavera, mordiendo una almohada y refregando otra entre sus
piernas. A cambio de ello, exiga amor y fortuna. A cambio de vagina cerrada y
pequea.


Alma, de rodillas, sacudida por un temblor,
presiente ms que ve esa ceremonia.

Pobre fortuna la de las hembras! Maldito destino el de ellas!
Si te entregas, eres para el hombre, una prostituta, si te niegas,
una hipcrita o invertida. Cmo actuar, cmo defenderse entonces del hombre?
Si en un momento de amor, cedes, qu hombre no guardar en el fondo de su
alma una duda, de que podras haberlo hecho con otro?
Y si no cedes, qu hombre podr creer en la sinceridad de tu
cario?
En el mundo del maana, no habr vrgenes o lo sern todas.
As lo han querido los hombres y as ser. Llegar el mdico que las dejar
fsicamente puras, aunque tengan podrida el alma. Y la vanidad de los machos
quedar as satisfecha, escrito su honor en las sbanas blancas manchadas de
rojo...
Tu honor, mujer, vale tanto como la estupidez del hombre.
Esa estupidez que te hacer creer, que el hecho de entregarse
implica de tu parte un sacrificio y de parte de l una obligacin.
Sacrificio, por gozar? Por sentirte poseda, penetrada, besada,
como deseas y como ansas? Obligacin de mantenerte toda la vida a cambio de
ello? Te dicen desde nia: No te entregues sin la garanta del matrimonio. Y
cuando vencida por tu carne, olvidada de tu conveniencia, cedes, recoges tus
faldas y saltas la cerca prohibida, una vez satisfecha, exiges que ese hombre, al
que sabes de antemano no debes creer, te lleve a cuesta toda su vida?
Y si as no quiere, si as no lo hace no recurres llorosa a la
autoridad de tu padre, a la fuerza muscular de tus hermanos, o a la misma
justicia, a las leyes que acabas de violar?
Hay que borrar, escribir de nuevo el cdigo de la juventud y de
la vida. Escribirlo un hombre y una mujer, desnudos y enamorados frente al sol.

****

Das antes de casarse Alma recibi la visita de una amiga.
-Sabrs que tu novio tiene una querida? le grit a boca de
jarro.
Ella quedse mirando un momento a aquella ex mujer. Quera
profundamente a su novio, un cubano joven, de paso por Buenos Aires. Tenan
ya reservado su departamento en el barco que los llevara a Nueva York y ms
tarde a La Habana. Era lo que haba soado desde haca mucho. Diez aos
mayor que ella, morocho, rico...
Y ahora aquel vejestorio, aquella perra, vena a plantearle ese
problema!
Se contuvo de echarla de su casa y le pregunt ya tranquila:
-Y no te alegras? No es ello una prueba de su cario? No te
demuestra ello que yo le he negado lo que la querida le da? Te agradecera
mucho una advertencia similar, despus de casada, pero no en estas
circunstancias...
Alma Hoffman era ya toda una mujer. El clculo superaba los
sentimientos.

****

Su matrimonio tuvo el ritmo de todos los matrimonios. Se
prepar el ajuar, seda y encaje. Llegaron los obsequios de las seudas amistades,
unos ms sinceros y valiosos que otros. Llegaron comestibles, confituras y
bebidas. Llegaron los hombres que representaban la ley y le extendieron un
permiso para que pudiera cohabitar. Un parte de seora, un certificado de
honesta. No interesaba a la sociedad que representaban, que ella lo fuera
realmente. Sabedora de lo difcil que es ello, se conformaba con que se
guardaran las apariencias, se cumplieran las formas. Ese papel quitaba al
hombre todo derecho, toda libertad, lo obligaba y lo comprometa. Debera
defender en lo futuro a esa hembra de todo hombre que la pretendiera y a ella
no le agradara. Debera a costa de sus privaciones, vestir y alimentar a ella y a
sus hijos, sin importarle que stos fueran ms o menos autnticos, hubieran sido
o no deseados por l. Poda ella disponer de la paternidad de esa sociedad
conyugal, extraa sociedad, en la que la mujer, con el mero hecho de llegar
voluntariamente hasta el bidet a tiempo o la comadrona o mdico complaciente,
poda negarle a su asociado el derecho de llenar la finalidad de esos esponsales o
de cumplir con una misin instintiva. Poda ella...
Y como slo pago, l tendra al comienzo de la vida conyugal el
derecho de poseerla tantas veces como ella quisiera, y ms tarde cuando sta no
fuera sino una grotesca caricatura de aquella de la que l se enamor, la
obligacin de poseerla, tantas veces tambin como ella quisiera.
Llegaron los msicos, las comparsas del cortejo, los invitados y
el sacerdote.
Un hlito de lujuria embargaba a todos. Nios y viejos. Las
vrgenes se masturbaran violentamente esa noche pensando que eran ellas las
desposadas, los hombres aprovecharan de la bebida cambiando chistes que
ellos solos comprendan, y el soltero atraera las miradas de las jovencitas del
cortejo.
Era el triunfo de la astucia sobre el deseo, de la habilidad sobre
la fuerza.
Despus de la novia, radiante en la blancura de sus azahares y
en el hecho de poder acostarse desde entonces legalmente con todo hombre, dos
seres reciban los plcemes esa noche. Dos hombres enfundados en sendos
jaquets y cuellos duros. El padre de la novia y el flamante marido. El cnico y el
imbcil, que tambin a su tiempo llegara a ser cnico. Cnico el uno, por vender
a su hija, por entregarla a otro hombre, que sabe desde esa noche va a poseerla
en todas las formas posibles, a degenerar sus labios quizs, labios que maana,
con olor an del sexo de aquel hombre, vendrn a posarse sobre sus mejillas, a
contarle de su felicidad.
Criatura que has criado a costa de sacrificios, para el solo hecho
de que maana te repudie si te opones a su deseo de un hombre. Criatura para
la que el padre naci con obligacin de pagarle sus gastos y buscarle un marido.
En el pas de Confucio, en la milenaria China, las hijas no cuentan en los
matrimonios, son consideradas un castigo de Dios. Y lo son...
Y lo son, porque slo saben dar... llorar... Porque la sociedad
que perdona la falta de tu hijo, que sonre ante su aventura, mancha tu
generacin, si ella no ha tomado sus precauciones al tener una.
Y el otro, el flamante marido, que tantas veces se vanaglori de
no caer, esperando para poseerla, el permiso de una religin y una sociedad.
Como si una vez benditos, la posesin fuera diferente o menos dolorosa. Imbcil
por exhibir su fracaso de conquistador, por llevar al lecho de la hembra a la hora
fijada, contra un pagar brbaro de nuestra civilizacin.
Alma Hoffman cas, como casan casi todas las mujeres,
jugando su vida a cara o cruz. Parti para el pas de su marido y a los diez meses
dio a luz a una nia que llamaron Vida. Cuando encontr a Ego, haban vendido
las propiedades en Cuba y se dirigan a vivir de rentas en Europa.
Burgueses ricos, millonarios, no pensaron en el estaba escrito
alemn, ni que la vida...

****

El papel azulado que haba trado la noticia de su riqueza,
junto con la de la muerte de su padre, iba a hacerle abandonar a Ego,
automticamente, la vida que hasta ese da haba llevado.
Rico, ms an; varias veces millonario; poseedor de grandes
estancias y propiedades en Amrica y en Europa, dueo de acciones de
empresas ferroviarias y ttulos del Estado, se le abran, a los dieciocho aos, las
puertas de la razn y se le brindaban todas las sonrisas. Las mujeres y los
hombres seguiran, de hoy en adelante, a aquel que, sin ms esfuerzo que el
haber nacido, encontrbase con que le tocaba un sitial destacado en el festn de
la vida. De hoy en ms, todos seran obsecuentes con l. Las mujeres ms fciles,
los policas ms serviles. El secreto de la ddiva abrale todas las fronteras y le
dara todos los derechos.
Afectado ante el misterio de la muerte, conmovido por el
repentino cambio de su situacin econmica, apenas tuvo tiempo, en los tres
das que tard en cambiar de barco para seguir regreso a su patria, de cobrar el
cuantioso giro que solicit a los suyos en Buenos Aires. Estaba en esos das,
como atontado. La vida que segn l crea, por ese suceso deba detenerse,
continuaba inexorablemente su curso.
Esa tarde se realizaba una fiesta a bordo. Fiesta en los
corazones. El lujoso transatlntico en que se embarcaba, estaba a punto de
zarpar. Los pasajeros se sonrean entre s, sin conocerse. Llegaban a la mole
flotante, de todas partes de Europa, por distintas rutas y con diferentes rtulos
en los equipajes y en las almas.
Perdan su nombre; para el comisario seran nmeros. Los
marineros apresurados, retocaban de blanco los hierros que comenzaban a
sangrar. Vendajes a las heridas del tiempo y del mar en la ltima travesa.
Corran por los pasillos los camareros, llevando, sudorosos y
sonrientes, los equipajes de mano. Imaginaban la propina, limosna indigna
obtenida en cada viaje. Muchos de ellos dejaban mujeres, hembras, hijos y se
llevaban, a cambio, dudas que corroeran su espritu hasta el regreso.
Sobre el empedrado del dock, sucio, mugriento como todo
puerto, estaban ellas, estereotipada en sus rostros una tristeza que no sentan.
Al largar amarras el barco, el lecho an tibio de la posesin de
despedida, llegara quiz el otro...
La vida es una amalgama de virtudes y mugre.
Bajaban ya los amigos de los pasajeros. Los tentculos de acero
de los remolcadores se tendieron hacia el transatlntico. El humo de sus
chimeneas, trado por el viento, dejaba pintas negras sobre todo lo animado e
inanimado.
Son potente, ronco como voz de viejo fumador, el primer
llamado del barco.
Se hizo ms alta la conversacin y ms fuertes las risas. En los
salones se apuraban las ltimas clsicas copas de champagne. La segunda
llamada puso una nota ms nerviosa an en el pasaje y la tripulacin. No se
olvidaba nada. Estaba todo. La gra, cual tentculo de un monstruo del futuro,
se acerc hasta la pasarela para tomarla y en un jadeo de vapor la levant,
cortando ya todo contacto material con la tierra. La tercera y ltima pitada de
adis, saludo marino de los que parten a los que se quedan, dio a todos la
sensacin del comienzo de una nueva etapa. Quedaran por das y semanas,
aislados del mundo. La radiotelefona les alcanzara los ecos de las miserias de la
tierra.
Ego, reconoci de pronto, apoyado en la baranda de cubierta, a
un viejo amigo de la infancia; se acerc lentamente a l; tomndolo de sorpresa
le dio un abrazo.
-Leonardo!... Qu placer el encontrarte!...
-Ego!...
Charlaron atropelladamente. Era doctor en qumica. Posea
grandes farmacias en la Argentina. Haba ido a realizar compras y a divertirse
en Europa.
Ningn sudamericano de categora poda dejar de conocer
Pars, mejor dicho, los infectos cabarets de Pars, creyendo con ellos, haber
completado su cultura. Ninguna mujer la oportunidad de su libertad.
Recordaron das idos; vecinos de casa, habanse trompeado
ms de una vez. Trompadas de nios, que no dejan rencor y que afianzan la
amistad en el maana. Son la llamada de la comida y ambos se dirigieron al
saln comedor.
-Estoy solo, por qu no comes en mi mesa?
Y el maitre los acompa a una de las mejor ubicadas,
reservada ya para l.
Observaron el pasaje, es decir, las hembras del pasaje. En la
variedad multicolor de los trajes no se poda confirmar la belleza corporal de
esta o aquella mujer. Muchos asientos permanecan an vacos.
-Me parece dijo Ego- que vamos a tener una mala travesa.
Leonardo gui el ojo y contest.
-No para m.
Ego lo mir fijamente ante tal petulancia y termin, despus de
un breve examen, por confesarse que tena razn.
De una estatura normal, delgado, de tez mate, y cabellos
castaos oscuros, ojos verdosos y facciones perfectas, tena derecho a ser
petulante.
Poda afirmarse que era el hombre ms buen mozo de abordo y
durante la travesa, sin duda, se destruira aquella mentira con que la mujer
afirma, para reparar su desliz al matrimonio, la consoladora frase: El hombre,
como el oso, cuanto ms feo ms hermoso.
Ego se anim.
-Si t obtienes una mujer, yo tendr otra igual o mejor.
Cuando lleg la hora del cognac, ambos haban hecho un pacto.
Una cena ensillada, en la mejor boite de Buenos Aires, con champagne y
mujeres a discrecin. Pero champagne del bueno.
Los das que siguieron a la concertacin de la apuesta, fueron
de una inquietud en aumento para el espritu de Ego. Saba que iba a perder. No
poda competir con la belleza animal de Leonardo. l saba que los machos que
conquistan a las mujeres hasta poder llegar al odo, deben reunir dos
condiciones: un fsico atrayente o una mujer que les confesara a stos estar
enamorada de ellos.
Dos cosas, dos hechos que indiscutiblemente estn por sobre la
belleza fsica masculina o el dinero. Lo que ms en relacin est con el sexo, son
los celos o la envidia con que una mujer escucha a otra, hablar de su hombre.
Ninguna mujer medianamente sensata, hablar a otra del hombre que quiere
conservar. No preocupa que ese hombre sea medianamente interesante, ni fsica
ni espiritualmente. Lo que lleva a la mujer a entregarse al amigo de su amiga, es
el prurito de creerse superior o, cuando menos, igual a ella. En las mujeres, este
hecho no es una felona; es un acto esencialmente femenino, que toda mujer en
su fuero ntimo confiesa.
Qu cualidad posee aquel hombre para que su amiga est
enamorada? Es sincera esa dicha que ella demuestra junto a l? Es posible que
ella est condenada a no conocerla jams? Es ella tan inferior, que no puede
reemplazarla? Entre mujeres, la amistad es una palabra sin sentido.
Sacrificarse para ellas en amistad, significa repartirse.
No le quedaba a Ego otro recurso que la palabra. La mala
partida que la Naturaleza le ha jugado a la mujer, es el odo. Ah est el secreto,
el taln de Aquiles. Un hombre con un timbre clido de voz que pueda llegar a
susurrar al odo de una mujer, mentiras que ella desea creer, lleva un noventa
por ciento de probabilidades de xito. Si a esa voz, le acompaa el ambiente y
esa mujer tiene ocasin, no habr una sola que se le niegue. Podr, pasada la
embriaguez amorosa, llorar a gritos, arrepentida del acto. Podr jurarse a s
misma no reincidir, pero siempre el camino ms corto para llegar a la
horizontalidad con la mujer, ser el odo.
Ego pens que la monotona de a bordo, hastiara a los
pasajeros. Los primeros das de ese pasaje, integrado por seres heterogneos,
seran de prontas amistades, de pequeos grupos y parejas que al pasar los das,
cansados ya por no tener nada que contarse o mentirse, se repeleran, para
buscar refugio en otros grupos y parejas.
Si ese mismo pasaje, que se despide al trmino de la travesa,
ms o menos amablemente, estuviera obligado a vivir un ao en tales
condiciones, terminara por asquearse u odiarse recprocamente. Por ello se
dedic a la lectura. Tomaba su desayuno en la cabina y, tarde ya, sala a la
cubierta de los botes, desde la cual, alejado del grupo del pasaje, se distraa
mirando el mar, unas veces agitado, calmo otras, de distintas tonalidades;
inmenso camino hacia todos los continentes.
-Soy un canalla- se deca, cuando recordaba la aventura con
Alma. Si hubiera tenido ocasin de despedirse, si hubiera podido averiguar una
direccin para seguirla, l hubiese vuelto a ella.
La abstinencia obligada de los das y el calor del trpico,
hacanle recordar aquella figura; aquel hecho, con un sentimiento de lujuria y
tristeza a la vez.
Se revolcaba en la cama, evocando el acto de aquella violacin,
que no lo haba satisfecho. Ello no fue una conquista se deca- y por momentos
lo embargaba una tristeza infinita, pensando en el sentimiento de ella. Ah!... Si
pudiera volver a encontrarla!... Cmo le pedira perdn!...
Un da se dijo:
-Cmo llegara a amarla!...
Aquella noche, Leonardo en la mesa, pidi una botella de
champagne y como aclaracin, dijo:
-Es a cuenta de mi apuesta y explic-: Esta noche entrar en la
cabina de Nacha Quintanilla.
Nacha Quintanilla... Inmensamente rica, viuda, heredera de
una gran fortuna y luciendo uno de los nombres ms respetables del pas,
vestida por Paquin, alhajada por Cartier y peinada por Antoine, no era, a pesar
de ello, una conquista de la que pudiera vanagloriarse ningn hombre de 25
aos.
La vida haba sido justa, y si los dioses le haban brindado
riquezas, no fueron tan generosos con su fsico. Cualquier camarera poda
reemplazarla desnuda, con ventajas.
-Qu quieres!... expres Leonardo- no pretenders que tome a
Nelly Franca, esa chiquilla...
Nelly Franca... l la haba visto pasar por cubierta y se haban
encontrado en ms de una oportunidad en las pasarelas del barco. Ella viajaba
con la madre. Regresaban de Italia. Alguien habale dicho que estaba de novia
con un abogado de Firenza. Tena la beaut du diable. Apenas contara 17
aos. Se adivinaba, a travs del vestido de ligera tela que el viento haca
juguetear entre las piernas, la piel de colegiala, tirante, dando formas a la
hembra que apuntaba. Era bonita como la mujer de un amigo. Tena el encanto
de lo prohibido, de lo vedado. Novicia en la vida, sus ojos se haban fijado
detenidamente en l.
Nelly Franca!...
-Qu me importan a m tus prejuicios sociales? Hemos hecho
una apuesta; no hemos hablado de tomar viejas millonarias o seoras de tercera
mano. Si yo conquistara a Nelly Franca, confesaras t que he ganado?...
-T no hars eso! respondi Leonardo-. Pensars en tus
hermanas, en las hijas de maana, en ciertos sacrificios a que los hombres
estamos obligados.
-Yo no estoy obligado a nada con la vida. Tus
convencionalismos no tienen para m ms importancia que un fracaso en
potencia. Tienes miedo de ensayar una conquista, a la que no te consideras
digno. Pues bien, yo me creo capaz. O pretenders que deje, si puedo ser yo,
que otro la inicie en el placer? Otro que puede ser el primo o el mucamo...
Pretenders que su futuro marido ser menos feliz por haberla tomado yo una
noche a bordo, que se lo confesar ella o se lo ir a decir yo?
Termin su copa de champagne y se fue hacia la pasarela.
Hacia popa, junto a la baranda, la jazz de a bordo, atacaba una marchinha
brasilea. Los smokings blancos se mezclaban con los brazos tostados por el
sol en las plazas de Biarritz o Niza. Arroj su habano al mar y baj a su cabina.
Esa noche se durmi imaginando tener a Nelly Franca desnuda
y agotada sobre su pecho. Se durmi imaginando haber ganado su apuesta.

****

Una luna de cartn, plida, noctmbula, tuberculosa, luna para
noche de Pierrot, luna digna de alumbrar amores gatunos, como colgada por un
hilo invisible en un cielo de terciopelo, a lo lejos, en el horizonte, por orden de la
empresa naviera, decoraba esa noche, la vspera de la llegada a Ro de Janeiro.
Sobre la cubierta superior los toldos defendan del sereno a las
mesas preparadas para la fiesta. Las banderas de todas las naciones servan de
decorados. Por primera vez podan justificar su misin, su utilidad. Las
guirnaldas, con faroles chinescos algo ajados, haban salido con la misin de
forzar una vez ms la alegra. Un estrado, donde tocara la orquesta, haba sido
improvisado. Los pasajeros que bajaran en Ro, final de su viaje, denotaban un
mayor cinismo en sus actos y palabras; dirase que ya no sentan el temor al qu
dirn. Que haban dejado en la cabina, junto a las maletas arrugadas, algo de
sus caretas.
A la noche siguiente se habran perdido en las avenidas de
aquella maravillosa ciudad, junto con sus inquietudes. Otros habran partido
hacia el interior del pas; otros hacia el Uruguay y la Argentina. La seguridad de
la separacin las y los llenaba de audacia. Muchos no se volveran a encontrar.
Iran por lejanas rutas y perteneceran a diferentes clases, que la travesa, el viaje
de sport y el smoking tropical, haban igualado. Algunos pasajeros ms
modestos, pensaban en la aventura fcil con algunas rubias que formaban la
troupe que la trata internacional de blancas, mandaba a los prostbulos de
Buenos Aires, rotulados como cabarets.
Esa noche, Ego fue invitado a la mesa del capitn, distincin
que en el pequeo mundo de a bordo, equivala al espaldarazo que lo armaba
caballero.
La cabina de lujo que ocupaba, le daba tal derecho. El viejo
lobo de mar, al igual que Ego, cumpla un rito social, junto a las matronas ajadas
y los viejos calvos y panzones que formaban el ncleo de comensales de esa
mesa y a quienes sus ttulos de embajadores e industriales millonarios, les
haban acordado el derecho de congregarse.
Se dijeron los brindis de prctica, formulismos y mentiras que
ni quienes los expresaban ni quienes los escuchaban, llegaban a sentir. En todos
los idiomas, pero en una misma cultura.
Cuando la mesa con los mismos comensales se repiti sobre
cubierta, Ego se dirigi resueltamente hacia la ocupada por Nelly Franca, junto a
otros pasajeros.
-Permite usted dijo dirigindose a la madre-, permite usted,
seora?
E inmediatamente insinu un movimiento con su mano, hacia
Nelly.
La msica simple, primitiva y sentimental por ello mismo, del
tango, los llev al centro de la pista.
La figura delgada de Ego, dentro del smoking corto, que
haca resaltar sus anchos hombros y su fina cintura, dndole un aspecto de
bailarn espaol, se juntaba a la de ella, vestida tmidamente de mujer. Sin
alhajas, con tacos medianos y el vestido cuya falda no sobrepasaba mucho de la
rodilla, mostraba a la codicia sexual del pblico, sus piernas magnficamente
moldeadas, enfundadas en finas medias de seda, tan transparentes y delgadas
que solamente alcanzaban a dar un brillo aceitoso a la carne. El cabello suelto,
casi rubio, enmaraado por el viento, caale sobre los hombros, jugaban sus
guedejas en el suelo y en el nacimiento de su espalda. Pareca acariciar aquella
piel, prepararla... Sin colorete, apenas sombreados los prpados de sus ojos
claros y sus labios de rouge, tena el brillo de sus pupilas, la descubran como
mujer, como hembra. Ah estaban los pechos, que el roce de la pechera
almidonada los descubra pequeos y tensos y cuyos pezones se enganchaban
en los pliegues de la misma. Ah estaba su mano, temblorosa en la mano fra,
serena, calculadora, de Ego. Y ah estaba su otra mano, que cnicamente recorra
las caderas, palpando su grupa, adivinando el pequeo elstico del calzn. Ah
estaban sus piernas aprisionando las de ella, en cada movimiento del barco y en
cada paso del baile y remarcando sobre la derecha, el sexo de ella apenas aislado
por la tela de su falda.
El tango, ms que cualquier otro baile, es sensual y afrodisaco.
Tiene la lentitud necesaria para que la msica sea un
acompaamiento y no una distraccin. Tiene algo de gemido. Algo de alma
femenina. El acorden tiene algo de armonium. Algo de misticismo.
Atronaron, junto con las ltimas notas, los aplausos.
Ego se qued mirando hacia la orquesta. Comprendi que era a
ellos a quienes aplaudan.
-Bien!... Bravo!... Otra vez!...
Las dems parejas se dirigieron a sus mesas. La orquesta
comenz de nuevo.
l le dijo:
-Baila usted muy bien.
Por primera vez escuch, en la respuesta, la voz de ella.
Volvieron a abrazarse y, ya solos, se volvieron a lucir. Ella se
dejaba llevar, esa segunda pieza la encontraba ms confiada, le halagaba el
triunfo, pobre triunfo de minutos, ante decenas de personas.
Cansados, agotados por el esfuerzo hecho para bailar tres
piezas, l la llev hacia la borda. El pretexto era el fresco; la razn, la conquista.
-Yo no quiero llamarla, como todos los hombres la han
llamado. Ya la he encontrado esta noche de mi vida y para m su vida comienza
este prximo amanecer. Yo no quiero que mis labios la llamen con el mismo
sonido con que la han llamado otros. Quiero que el nombre que mi corazn va a
crearle, sea nicamente mo. Que cuando la vida la haga dejarme, ningn otro lo
pronuncie...
Quiero darle por testigos de esta original confidencia, las
estrellas y el mar. Quiero como un vasallo de su belleza, como un siervo de ste,
mi amor que nace, decirle hoy y siempre: Alteza! Porque para m ser usted,
poderosa reina, a la que hago entrega de mis armas de hombre, prometo
fidelidad y devocin...
Le habl de Grecia. Le cont cmo veneraba Atenas la forma.
Le habl de aquella pecadora que, acusada ante los jueces, no precis ms
defensa para lograr la absolucin, que dejar caer la tnica. Le cont cmo
paseaban por las calles las sacerdotisas de Venus, sin ms adorno que su
desnudez, en la fiesta de la Diosa. Le habl del respeto con que aquellos bravos
guerreros, aquel pueblo elegido de Jpiter, miraban la materia, cuando sta era
la expresin mxima de la belleza. Qu guirnaldas de oro, o qu cantidad de
pedrera poda satisfacer ms a la mujer que aquella admiracin muda de todo
un pueblo?
-Quin pudiera le dijo- revivir un minuto de aquella Grecia
inmortal!... Existira la reencarnacin de Frin, capaz de llegar hasta la cabina
de un hombre que sabe no volver a encontrar; que sabe de las bellezas de las
formas, y hacerle el presente maravilloso de dejarse contemplar unos minutos y
cerrar de nuevo la cabina, y partir sin haber pronunciado una palabra, sin
haberse dejado mancillar por el roce...?
Pero, para que tuviera valor, para que no fuera un acto
puramente carnal o pornogrfico, ella deba ser virgen. Ella no deba haber
conocido jams contacto con hombre. Pura, moral y fsicamente; pura como ante
el reclinatorio de su primera comunin.
-Sentmosnos y sin esperar la respuesta de ella, orden al
mozo que pasaba:
-Champagne!...
-Ven -le dijo tutendola y tomando una de sus manos entre las
de l-. Ven y que esta noche sea para nosotros, la de una boda espiritual, nupcias
de dos almas. Encuentro de dos espritus. T, desnuda frente a m; yo de
rodillas, frente a ti... La noche me dice que t eres la mujer de mi vida. Alejada
del pecado, remota del deseo. La noche y el mar me dicen que t eres la que
esper siempre, y de no haberte encontrado, no habra amado jams. La noche y
el viento afirman que el porvenir es mo si t quedas a mi lado. Los astros dicen
que legaremos a los hombres la ms bella historia de amor. No renuncies a la
vida. El encuentro de esta noche no es el tropezn ocasional de un hombre y una
nia; es el choque de la vida que tiene por misin llenarnos el alma de luz. Los
hombres necesitamos el aliciente, el estmulo de ese sentimiento misterioso y
milenario que se llama amor. Por l yo ser bueno y ser grande. Por l ser
fuerte. Tomada de mi mano, empezaremos una senda en la noche del porvenir y
del maana... Una senda que iluminar mi espritu pletrico de esperanzas...
Marcharemos juntos por la vida. Pero, para que nuestro camino no sea el de
todos, y no se confundan lo animal con lo bello y lo sublime, debes acceder a mi
pedido. Debes tener el gesto de las sacerdotisas griegas; debes tener la confianza
en tu virginidad... Ven... yo te esperar esta noche, trmulo de ansiedad, y
despus que me hayas ofrendado tu gesto magnfico, dir que mis ojos han
cumplido su misin y le pedir a Dios, porque esta noche Dios existe, que si no
pudiera volver a encontrarte, no me devolviera la vista, para guardar tras los
prpados, la imagen tuya...
Su mano diminuta y suave, temblaba entre las de Ego. Se
senta, a travs de la piel, afluencia de sangre; se caldeaban, quemaban, dirase.
Con los ojos entornados, mirando a la noche, ella murmur una
plegaria:
-Si t lo pides, ir... Tal es la confianza que me inspiras.
Su voz tena la misma sonoridad que cuando de hinojos, frente
al altar mayor, repeta:
-Creo en Dios padre...
Acerc la mano de ella a su pecho, y dijo en voz queda:
-No hables... cllate... esperemos el milagro...
Y quedaron as, mirando en el mar, el camino de plata que
haba dibujado la luna, indiferente a todo lo humano, a todo lo terrestre.
Mientras el roce de su epidermis, en el idioma de las manos por ella
abandonadas, escuchaba las promesas mudas de l.

****

Calma de cansancio a bordo. Calma aparente de la noche de los
conglomerados humanos. Calma en los pasillos y torbellino en las almas.
Silencio tras las puertas de los camarotes cerrados, rugidos en los corazones de
sus ocupantes. Vida o sueos, pero inquietud y torbellino siempre...
Acostados en las estrechas literas, girando sobre sus cuerpos y
almas, esos seres separados escasamente por el tabique de madera, vivan la
mentira de sus convencionalismos, incapaces de obedecer la materia, de seguir
el imperativo de sus pieles.
Nelly, cerr con precaucin la puerta de camarote que ocupaba
con su madre. Temblbanle las manos y castaebanle los dientes. Cual una
delincuente, hermanada en sus ademanes instintivos, como quien fuera a
cometer un delito, se desliz a esa hora de la madrugada, envuelta en su salto de
cama hacia el camarote de l. Asaltbale la idea de que despertara su madre,
notara su falta, que algn pasajero la sorprendiera a esa hora, marchando rumbo
contrario a los toilettes, que un camarero de guardia la viera entrar, que
equivocara el nmero de la cabina o no lo encontrara.
Quiz fuera mejor volver, y justificarse maana, dicindole que
la madre despert... Volver, huir...
Huir de qu?... de s misma? Ella tena fe en aquel hombre
que recin conoca, la fe que despertaban los apstoles en el desierto, haciendo
que se abandonaran los hogares, los bienes, los propios hijos. Su alma y su piel
haban despertado al conjuro de la vida. Ella no deba huir, an sabiendo que l
no cumplira su palabra de no intentar tocarla. Pero ella sabra detener a tiempo
su deseo, y controlar de esa manera su futuro; podra no creer en las palabras de
l, pero stas le haban justificado su actitud. No saba nada de Grecia, ni le
importaba la veracidad de la historia de Frin. Slo saba de ella y de su historia
virginal, tentada siempre por la vida, detenida siempre por los
convencionalismos. Por primera vez, un hombre habale dicho: Yo deseo tu
cuerpo virgen, t me lo negars, guardndolo para un problemtico marido,
pero deja ahora al menos en tus aos mozos que lo bese como no lo bes, ni lo
besar nadie. No me importa su penetracin, me basta saber que tu espritu ya
no es virgen, que he desflorado tus senos y tu pudor.
Nadie en 17 aos haba tenido la osada de hablarle as. Lo
haba adivinado miles de veces en decenas de hombres, pero stos, timoratos,
calculadores, slo haban llegado hasta ella, sentimentalmente. Su mismo novio
no haba osado pasar del beso furtivo, o del apretn de manos.
Las hembras, como la vida, son de los audaces. Ella seguira la
ley establecida por los conquistadores. No le haba implorado, su palabra haba
sido una orden, y ella, feliz en el fondo de su alma, esclava por temperamento
biolgico, obedeciendo a la tradicin milenaria, de la caverna o del castillo, haba
llegado hasta la puerta del camarote de Ego. Se detuvo ante ella vacilante, pero
sta se abri, tomndola l de la mano.
-No hables, Alteza murmur l, cuando adivin que ella
quera insinuar que haba cumplido, que partira inmediatamente- No hables le
dijo atrayndola hacia el centro de su amplia cabina a media luz-. No hables,
Alteza continu, sabedor que la palabra en determinadas ocasiones, despierta
el alma, rompe el hechizo.
Tom el salto de cama que la cubra y de sus hombros, fue
hacindolo deslizar por su espalda desnuda. Surgi como una aparicin
maravillosa de la vida, sus senos, diminutos, erectos y tersos, manchados en su
centro por una gota de sangre plida. Despus surgi su vientre, la urna de la
vida, esperando generosa la simiente, ensanchndose en sus caderas impberas,
y en una pequea insinuacin de curva, temblorosa y palpitante.
Ego, de rodillas frente a ella, ante una insinuacin de
resistencia, detuvo la ropa sobre sus caderas. Fue un segundo, el minuto que
precede a los grandes actos de nuestras vidas. Alteza, por primera vez, iba a
mostrarse desnuda a la vida. Las manos de l, continuaron bajando la seda de
esa ropa que se deslizaba sobre la seda de su piel, seda ya tibia, contagiada de la
tibieza de otra seda. Apareci su sexo. El pequeo monte Venus henchido,
sobresaliendo sobre sus piernas apretadas y magnficamente moldeadas. Ego
abraz sus rodillas y apoyado sobre sus muslos su rostro, subi las manos hasta
las nalgas tensas y temblorosas, y lenta, suavemente, deposit su primer beso
sobre el vientre, que se contrajo en el espasmo de una descarga elctrica. Corri
sus manos hasta los senos, de pezones ya erguidos, y los fue oprimiendo
lentamente. De pie ya, cruz un brazo sobre su cuello y otro sobre su cadera.
Abierta su robe de chambre, atrajo sobre su cuerpo desnudo, el cuerpo ardiente
y tembloroso de ella. Se juntaron las pieles y el sexo de l penetr entre las
piernas, buscando inconsciente el camino de aquel cuerpo. Busc con sus labios
los de ella y los encontr, sin resistencia, entreabiertos y hmedos.
Con sus ojos cerrados, Alteza gema:
-No... no...
Hipnotizada, enloquecida por la caricia, indefensa ante el arte
de ese hombre para despertar la materia, dio ante el empuje de aquel cuerpo
pegado al suyo los dos pasos que los separaban de la litera. Los dos pasos que la
separaban de la vida.
Cay de espaldas. Forzosamente, l qued entre los muslos
entreabiertos de ella. Sintieron los sexos juntos. l la penetr con su lengua en la
boca y ante esa caricia desconocida y desconocida y maravillosa para ella,
aprovech l para penetrarla en su vientre. Fue un segundo. La carne se abri
sin resistencia. A la sensacin rara del dolor, se mezclaba la sensacin rara del
placer. Corri l sus manos hasta las caderas, y apoyndose en el borde de la
cama, sostenindola, termin de penetrarla violentamente. Grit ella,
despertando. La carne herida y torturada, la haba vuelto en s. Haba pasado el
hechizo. Lo rechaz con violencia, mirndolo como si por primera vez lo
encontrara. Estaba l enfrente, con su miembro erguido y ensangrentado por la
sangre de ella, sonriendo, victorioso, desconocido.

****

La costa brasilera corta alta el horizonte. Los white horse
galopaban alegres sobre las olas, corren carreras a las que nadie apuesta. No
tienen meta de llegada ni lnea de partida. Nacen del agua, surgen impetuosos,
galopan sobre las pistas onduladas de las olas, y agotados rpidamente, se
acuestan sobre el agua hasta perderse en ellas. Son caballitos de espuma, todos
blancos, y como el ave Fnix, eternos. Son juguetes que cre Neptuno para sus
amantes, las sirenas; espuma de mar...
Sobre la promenade de babor, Ego, apoyado en la barandilla,
entretenido por los tonos de paleta que tomaban en el horizonte las nubes que,
perezosamente, se dirigan, dirase, a las montaas que bordeaban la costa, para
reposar sobre ellas de su larga travesa, no sinti la proximidad de Alteza.
Ella vino a su lado, tratando de seguir con su mirada, la mirada
de l. Llegaba vencida y orgullosa, satisfecha, al mismo tiempo. Ella, slo ella,
ahora poda hablar de amor. Saturada an de lujuria, lo contempl largamente.
Detallado framente, slo podra decirse un rostro interesante, particular, casi
pedante. La fuerza de l eran sus ojos, renegridos, autoritarios, al maravilloso
timbre de su voz. El sweater ceido al cuerpo, dejaba adivinar un esplndido
cuerpo de macho. Anchos sus hombros, finas sus caderas.
-Alteza!...-dijo Ego al percibirla a su lado. Era su primer
encuentro desde la noche anterior. Quedaron un instante mirndose. Ella
descubri en l una pequea sonrisa cnica.
-Ego... murmur ella, amorosamente femenina, dispuesta a
aceptar todas las sonrisas cnicas con que l quisiera recibirla. Se senta
ntegramente de l. Si l la hubiera invitado a saltar al mar, ella lo hubiera
seguido sin titubear. Roz su brazo con el de Ego y esper que hablara... Todo
para ella era distinto. El sol, el mar y el barco. Todo era ms nuevo, ms
brillante.
Explic l que haba quedado en su cabina hasta esa hora, y
ella, cmo lo haba buscado por todo el barco. Habl de su madre, de la alegra
que iba a producirle su felicidad, de su padre, que la esperaba en Buenos Aires y
que ella esperaba quisiera. Mostr en un comienzo, tmidamente, la carta que
enviara desde Ro a su novio en Firenze. Orgullosa, temblndole de emocin su
voz, como presentando a un dios, el mayor bien de su vida, como haciendo
holocausto de ella a l.
No esperes deca-, en mi vida ha llegado otro hombre... y ya
es dueo de mi cuerpo y de mi alma.
Los white horse continuaban su galope eterno sobre las olas,
los pasajeros dejaban cubierta para vestirse para la cena de la noche, el sol
pintaba sus ltimos colores sobre las nubes retardadas.
Ego explic; no deba ella enviar esa carta, apresurarse. Un
novio no se encuentra siempre a mano. Despus de esta travesa, sera difcil que
volvieran a verse. l no deseaba conocer a su padre. El amor que l deseaba, no
conoca ms cadenas que la voluntad. Y su voluntad era terminar ahora, que la
haba posedo, que haba ganado su apuesta.
Se lo dijo cnicamente:
-La vida, Alteza, te da la primera leccin. Aprndela. Dame tu
cuerpo tantas veces quieras, pero no exijas de m, ms que mi cuerpo. Contra tus
labios, los mos, contra tu placer, mi placer. Se nace para esposo, por ello el
fracaso de muchos. T no eres en mi vida, ms que una bella aventura,
doblemente bella, por mi apuesta. La vida es as, perra, canalla, sucia...


CAPITULO IV

Fueron diez aos de locura. Diez aos, al cabo de los cuales se
permiti decir: Si volviera a nacer, no pedira a los dioses como don, sino otra
vida igual a la ma. Haba al cabo de ellos recorrido todos los caminos, las rutas
y sendas del mundo. Los monstruosos transatlnticos, los veloces trenes, los
lujosos autos, lo haban llevado en carrera fantstica por los cinco continentes;
habanle hecho conocer las ciudades y los hombres. El valor de la humanidad en
las mesas de juego; en el suntuoso bar de su garconier; lo fcil de las hembras
ante el lecho de su yacht, de sbanas de seda y manta de armio. Lo haba
conocido de todas maneras y en todas las poses. Embajadores tramposos y
generales ladrones, ministros serviles y jueces sensibles a la ddiva, sacerdotes
sicalpticos e industriales pederastas. Toda la vida en su aspecto ms cruel y
mugriento, haba desfilado ante sus ojos, vestida de oropeles y condecoraciones.
El reloj de su placer no se haba detenido jams. Todo hombre poda comprarse,
toda mujer adquirirse. Miles de noches, haba cambiado cientos de hembras.
Rubias y altas, morochas y bajas, vrgenes y prostitutas, pobres y ricas, algunas
de apenas un apodo y otras de muchos apellidos, romnticas y cnicas, frgidas y
erticas, uranistas y pdicas, sinceras e hipcritas, pero todas haban dejado en
su espritu, el hasto del deseo satisfecho. Satisfecho ampliamente,
generosamente entregadas. Desde la droga blanca, hasta la sptima pipa de opio
persa, todos los alcoholes, todas las caricias, en todos los idiomas, bajo todos los
climas, sobre todas las razas.
Sus amantes, de tanta belleza como sus alhajas y pieles,
alternaban en las mesas de los clubes aristocrticos, en los salones de las
embajadas y en las fiestas oficiales del gobierno. Al paso de su yacht los
gobernadores abran los salones oficiales para recibir, la vedette famosa. El
pueblo miraba asombrado pasar al nuevo Creso. En su desprecio generoso,
multitud de seudos amigos lo seguan, cual corte de tierras calientes.
El teatro, lo llevo conmigo deca cuando ebrio ya, insultaba a
los comensales- la comedia la escriben ustedes.
De todo ese pasado, pocos rastros haban quedado en su alma.
La aventura con Ave, fue para su espritu, un fracaso magnfico.
Fue en Londres. En los salones del Savoy. Se la presentaron
unos millonarios americanos, tan millonarios, que frente a ellos, l era pobre.
Fueron ese fin de semana a Bournemouth, ella manejaba un pequeo Rolls
Royce. l le confes frente a los acantilados, junto al bosque sombro del viejo
hotel, que era pobre, que en la frontera con el Brasil y su patria, frente a un
caudaloso ro, posea las viejas propiedades de sus antepasados. Obras y
yerbatales que haba que defender con el revlver en la mano. Le habl de los
peces de colores que disputaban la belleza del colorido de las mariposas. De las
noches claras por los tucos, y del invierno, la poca de las lluvias. Jams
volvera a Europa, pero jams tampoco, la olvidara. Su recuerdo bastaba para
haber llenado su vida.
Los ojos claros, color aceituna, soaban con sus palabras. Yo ir
contigo, le dijo esa noche, despus de entregarse. Y l acept la partida
satisfecho de haber conquistado por s solo una hembra.
-Yo ir contigo, para ser un pedazo de ti mismo, para ayudarte
en la lucha, para alegrarte en tu tristeza. Mi cuerpo todo ser el premio de tu da
de fatiga..
Y as partieron. Felices das que l no olvidara nunca.
Economas absurdas que ella obligaba, en la sincera creencia de su pobreza.
Y as llegaron ante el palacete de cuatro pisos cuyo servicio
alineado esperaba en la recepcin.
-Yo te he mentido por amor le dijo l para justificarse- Mi
riqueza no es un delito.
Sin embargo ella parti con sus ojos color aceituna:
-T eres demasiado rico para amar, para comprender a una
mujer...
Qued de nuevo con las aventuras fugaces de sus hembras
ocasionales. Mujeres de todas las situaciones econmicas y culturales, de las ms
variadas gamas y donde se entremezclaba la aventura seudo romntica con el
chantaje y lo grotesco. Por medio de las mujeres haba llegado a conocer a los
hombres, a desnudarles el alma y a asomarse a la letrina de sus morales
aristocrticas y caballerescas...
Fue a un club nutico llamado San Isidoro, uno de esos clubes
en que se juega al golf para entretener la impotencia del marido y al tennis, para
mantener en forma al amante. Lo haban invitado para aquel party a bordo en la
curiosidad de circo, de conocer ese hombre famoso ya en su fortuna y sus
amores. Se murmuraba de l, se creaban mitos y degeneraciones, se le atribuan
orgas fantsticas en que las mujeres dopadas eran bestializadas en misas negras.
Y los creaban aquellos que por la ley de la vida haban nacido
con la tara de los cornudos. Aquellos que reunan desde su nacimiento los
caracteres peculiares de los nacidos como para justificar el engao, de esos
eunucos de alma, tarados por el miedo a la crcel o del qu dirn. Predestinados
a la cornamenta cuando tuvieran la primera hembra...
Intuitivo, aquel seor de la comisin directiva coment molesto
su presencia a bordo: -Si pudiera echarle una bolilla negra!- pens recordando
su valenta, amparada en el reglamento.
En la presentacin aquel seor hacindose el distrado, evit la
mano de Ego, que fue compensado con una exhibicin de dientes perlados, en la
sonrisa acogedora de la esposa.
No era bonita, no era joven, no era rica y sin embargo la
antipata del marido lo llev hacia ello. Cobrarse el desaire entre las piernas de
la mujer.
Mientras que el marido jugaba al bridge en el pequeo saln de
popa ellos juntos con otros invitados se tendieron en aquel caluroso atardecer,
entregndose a la luz. La haba contemplado moverse en la pequea cubierta,
gil y segura, ondulante como las aguas que velozmente cortaban la afilada proa
del barco, y al tercer cocktail conversando a su lado chocan casi sus alientos, se
confes que sera delicioso engaar a aquel seor de aristcrata apellido. El sol
no quiso ser testigo del asunto, complicarse en los problemas de los hombres. El
fro ahuyent los compaeros, y el jardinero de la noche se puso a sembrar
estrellas en vez de dar un toque de clarn en salvaguardia de la moral.
Qu fcil fue la aventurita aquella!
-Yo detesto le dijo Ego- el match-as-catchcan en el amor. La
violencia de los gestos es un sntoma de inferioridad intelectual, es slo un
derecho animal. No creo agreg- que el amor, siendo un sentimiento pueda
tener plazos determinados. Yo la amo a usted como si le hubiera hecho la corte
hace aos...
El seor del mundo segua sembrando estrellas, el marido
perdiendo renta de la esposa, en cubierta abrigados por una manta sobre aquel
colchn mullido ella y l, un hombre complicado y una mujer simple.
El instinto hizo a ese hombre abandonar la mesa de juego en
busca de ellos. Qu ridculo habra estado jadeando sobre aquella hembra,
cuando percibi al que legalmente tena ms derecho a aquel orificio!
Congestionado el rostro a la difusa luz de las farolas; rojo de ira, con el puo en
alto avanz hacia ellos escupindoles con voz de sordina: -Miserables!... Y
dirigindose a la mujer le orden: Baja! Vete!
Se quedaron ambos sobre cubierta, presto Ego a la defensa,
previendo la lucha, arrepentido quiz de haber expuesto la vida en aquella
aventura. Sera una dicha digna de la cmara, lstima de no filmarla.
-No lo mato empez- porque yo tengo ms que perder... No
amo a mi mujer y slo temo al ridculo. Yo soy un hombre moral que vive dentro
de una sociedad y la respeta... no como usted que carece de todo concepto de
hospitalidad y de seor.
Ego estuvo, pasado el primer momento de temor, a punto de
dar rienda suelta a su hilaridad. Pues seor! Claro que careca de toda moral y
carecera mientras viera frente a s hembra que le agradara, por ms esposa que
fuera del ms calificado de los miembros de la comisin directiva del club
nutico San Isidoro o San Benito!
-Le prohbo que divulgue lo acontecido! rugi iracundo- Mi
nombre no puede verse expuesto a un escndalo y menos entremezclado con el
suyo...
A Ego se le hizo una niebla en el cerebro. Ah, la aristocracia!
Aristocracia de aluvin; con arranques de judos y torquemadas; aristocracia de
nieto de inmigrante, aristocracia con origen de soldadesca que ha perdido todas
sus virtudes y conservado todos sus defectos.
-Y spalo, si nos volviramos a encontrar, no me salude!...
orden alejndose.
Ego, mir su miembro que flcido colgaba fuera de sus
pantalones, olvidado en aquella mezcla de emociones. Lo guard, abroch su
bragueta, limpi su mano en el pauelo y pens que ms que no haber gozado
de esa hembra le dola el ridculo ante aquel cornudo distinguido.

****

Otras veces su recuerdo era aquella reina de belleza cuya
madre le neg acostarse y rapt en venganza, das despus. Se rea todava
cuando la madre lleg hasta l para matarlo y le hizo entregar un revolver para
que as lo hiciera. Se rea, recordando que el arma estaba descargada.
Y la otra aventura del tren. Era el expreso de una lnea que no
recordaba. En el compartimiento cabeceaba el marido. Matrimonio burgus que
parta de vacaciones.
Ella era fresca, prohibida. Ante las miradas de l, ella bajaba
pdicamente sus ojos, que adivinaba la desvestan, pasaban a travs de los
tejidos de sus ropas, llegaban hasta la piel.
De pronto ella se alej hacia el toilette, y l minutos despus
dominado por ese coupe de audacia caracterstica la sigui.
Parado frente al seoras l esperaba que abriera. El pasillo
estaba vaco. Su idea era pedirle una direccin, darle la suya para volverla a
ver...
No poda explicarse cmo sucedi aquello. Pasos que llegaban
en el momento que ella sala.
-Calle! Esccheme!... le orden, encerrndose con ella en el
toilette.
E inmediatamente la posesin, ante el asombro de ella que
dejaba hacer.
-Estoy loco por ti!... minti l.
Cuando instantes despus regres al compartimiento, invit al
sooliento marido a cenar; cena que despus, ella indignada le oblig a rechazar.
Y la aventura aquella de la Embajada?
Era en Viena, lo recordaba bien. Noche de gala; noche en que se
festeja cualquier aniversario o fecha patria. Uniformes y toilettes. Escotes y
condecoraciones. l y ella eran italianos, secretario, segn le dijo, de la
Embajada. Jvenes, simpticos y enamorados. Haca poco que se haban casado.
Ella tena la belleza del sud. Ojos negros y piel mate. Ojos que sin querer,
invitaban. Simpatizaron y festejaron su encuentro bebiendo.
-Viva lAmerique du Sud! -gritaba l en el idioma oficial.
-Viva lItali! responda Ego gentilmente.
-On va faire la bombe! propuso ella ya achispada.
Y partieron en alegre tro a recorrer las boites de la vieja ciudad
de Francisco Jos.
Cuando de madrugada l los llev a su casa, estaban ambos
completamente ebrios. Colgados a l subieron las escaleras hasta el primer piso.
Al abrir la puerta del pequeo y lujoso departamento, cayeron vestidos sobre la
cama de la alcoba prxima.
Ego, desvisti a l y se qued un minuto indeciso,
contemplando a ella.
Su escote dejaba ver el nacimiento de su seno erguido, de piel
mate que se adivinaba clida. La falda recogida hasta ms arriba de la rodilla,
dejaba ver al descubierto algo de su muslo entre la media y el traje, piel morena
quemada por el sol de los balnearios de moda.
Como un relmpago cruz por su mente una idea: y por qu
no? Acercndose, llev sus piernas hasta el borde del lecho y levantndole las
faldas dej al descubierto su vientre apenas cubierto por el ancho coulotte de
seda transparente. Mir a l, que, con los ojos cerrados, roncaba plcidamente.
Desabrochando su pantaln, lenta, cuidadosamente, fue poseyndola.
-Caro, caro mo!... Mario, mo! gimi ella en su embriaguez
de alcohol y deseo.
-Ah!... Su aventura aquella de la embajada...
Aos despus en Biarritz los encontr con una nia, y ante el
parecido a l, hizo clculos, record fechas...
Si una mujer podra jurar haber sido fiel a su marido, era
aquella.


****

Despus fue la aventura con aquella chiquilla de catorce aos.
Era en una plaza burguesa argentina. Tena por hermana una clebre escritora.
Haban disentido varias veces en el bar:
-Usted habla as de las mujeres porque nunca ha tenido una
mujer bien le arroj insolente, y al da siguiente en la carpa de la playa, a la
hora que terminaba ya el bao, l, en venganza desflor a su hermana.
Recordaba an la incredulidad de ella, cuando l esa tarde le
dijo:
-Acabo de tener la nia bien y no he notado ms diferencia que
en lo inspido y lo sucio.

****

Y ms tarde la aventura con aquella monja, hermana del
amigo, en la suntuosa estancia del sud. Su asombro, su sorpresa, ante la hembra
que l haba credo virgen. Slo cuando pecadora, vencida por el demonio,
arrepentida de mi sacrilegio, abandonando a Dios, puedo acercarme a l. Dios
me ha elegido su gran pecadora, para que en mi dolor pueda encontrar a l...

****

Y aquella famosa estrella cinematogrfica, cuyo marido le
haba pedido para besarla l despus.
Y sta y aquella otra y la de ms all...
Habase permitido la insolencia de rechazar mujeres, que no le
perdonaron jams tal ofensa. Mujeres que murmuraban a su paso, creaban
calumnias de impotencias y degeneraciones.
Cientos y cientos con el mismo atractivo del deseo y el mismo
repetido cansancio de la posesin. Choque de mucosas y de pieles.
-Yo quiero que mis labios pronuncien otro nombre con que
hasta ahora la han llamado. No quiero que exista nada de comn entre ellos y
yo. Deje que mi corazn lo cree para m.
Y as para no equivocarse les deca Monedita. Monedita les
explicaba- es aquella pieza, casi sin valor, pero que encontramos de pronto en la
vida, y que con nuestra cartera llena de billetes, recogemos y no cambiamos
nunca en la supersticin de que ha de darnos suerte.
Los hombres, no lo comprendieron nunca y no le perdonaron
jams su doble fortuna en oro y amor. Ni le perdonaron la duda nacida de la
pregunta de su compaera: Es como dicen ese hombre?
Un da, recordaba, lleg hasta su bar un amigo, uno de los que
formaban la comparsa. Lleg sobreexcitado y explic:
-Acabo de tener un violento altercado en el Alvear. Ignoro
cmo sali tu nombre en la conversacin, y aqul mismo, al que burlaste hace
aos con Marta, empez a denigrarte. Yo, amigo tuyo no poda aceptar tales
conceptos y sal en tu defensa.
-Gracias le dijo Ego- Srvete algo.
Pero de pronto asaltado por una duda pregunt:
-Haba mujeres en la mesa?
-Y qu mujeres! Fulana, Mengana, a quien no conoces...
Congestionndosele el rostro Ego, arrebat de la mano del
recin llegado el vaso en que iba a beber, y tomndolo del saco lo llev
violentamente hasta el ascensor.
-Fuera de mi casa, imbcil!...
El asombro de los presentes ante el hecho inaudito no tena
lmites.
Ego explic:
-Ese hombre no es un amigo mo. Cuando yo quiero eliminar
un rival, trato de convencer a mi conquista, de que el buen hombre, es aqul.
No crea lo que dicen... es un buen muchacho. Y no hay
hembra, no hay mujer que, convencida de ello, lo quiera por amante.
La mujer ama el peligro, le atrae lo desconocido, lo prohibido.
Yo no preciso que nadie me defienda. Yo soy fuerte porque lo que ms puedo
perder en la jugada es la vida. Yo soy fuerte cuando estoy solo. No preciso
ayuda de nadie ni la pido. Con la espalda cubierta no temo a ningn hombre...
Con el cdigo en mi mano a ninguna ley, ni hay religin capaz de crearme una
conciencia.
Ego vivi aquellos diez aos escupiendo desde su palco de la
pera sobre aquella sociedad podrida en que le haba tocado actuar.
Ah, semi-desnudas y alhajadas, con el pretexto de un arte que
no comprendan, estaban las mismas que horas antes haban manchado sus
sbanas rosas de crepe de China, y la otra que le dara categora en las columnas
de sociales y los diarios de la maana.
Tranquilas, trgicamente pdicas en sus desnudeces, al lado de
sus maridos, de sus padres y hermanos. Formaban parte de las doscientas
familias dueas del pas, dueas de bienes y vidas de millones de seres.
l no tena la culpa de haber nacido en ese cuerpo, y slo se
absolva a s mismo, desprecindolo. Los segua porque habitaban los mejores
hoteles, eran dueos de magnficas estancias y acompaaban las mejores
hembras.
Ellos, dignos de ellas. Resabios de un clan al que Lenin asest
su primer golpe. Cobardes, en que todo su podero se asentaba, en la milicia
armada y los jueces complacientes. Cobardes porque cada botella de champagne
destapada era a cambio de la tuberculosis de un nio. Dueos de la tierra, del
poder y de la fuerza, no presentan la ola con la que los esclavos burlados en
Francia haca ya cerca de dos siglos tomaran la revancha en ellos o sus hijos.
Revancha a la que el mismo Luzbel sera incapaz de igualar. Revancha de
msculos cansados y estmagos vacos.
Los conoca bien. Usaban en los banquetes corbatas blancas
para no confundirse con los que usaban corbatas negras. Eran socios de los clubs
y crculos aristocrticos. No bastbales la explotacin en su fbrica. Si un obrero
haba ahorrado a costa de su pan unos cntimos, ellos con la dorada ilusin del
juego legalizado se los arrebataban en sus das de asueto. Cuidar la raza
caballar en la era del motor!...

****

La naturaleza, en un secreto inexplicable, estereotipa en el
aspecto y rostro de los seres, el fondo de sus almas. Un jorobado, un deforme, no
puede amar la vida. Su bondad es aparente, exterior. No se puede ser bueno en
la injusticia de la vida. El esclavo no puede amar al amo; el pobre al rico; el sin
suerte al afortunado; la fea a la hermosa.
Haba llegado a su vida, con sonrisa de caballo. Tena
cualidades de meretriz en la conquista de la amistad. De un servilismo
humillante, de una complacencia de sirviente. Fracasado en poltica, haba
conocido todos los partidos, y aplaudido todas las ideologas. Su
apresuramiento por ser, habale en sus clculos, hecho fracasar en sus
ambiciones. Mal msico y peor picapleitos, habase acercado a Ego, en la
esperanza de subsistir. As obtuvo que lo nombrara su apoderado y as crele
pleitos, que le aportaron sabrosas sumas...
Indiferente al dinero, ignorante de las argucias de las leyes, Ego
se dej envolver en la trama urdida en esos aos por aqul.
Los lentes de gruesos cristales, dbanle un aspecto de frente de
viejo auto. La cualidad de llegar hasta sus conocidos, en los momentos de stos
sentarse a la mesa, le haba creado un apodo: Don Aparicin.
Tena en su pasado una muerte no aclarada y un secreto que
haca tiempo que haba dejado de serlo.
All en las mocedades de su padre, ste haba mantenido
relaciones con la criada, la cual le dio una hija, que ms tarde fue su amante.
Cuando los aos pasaron cas con ella.
Una noche, borracho de champagne gratis, quiso justificarse
ante Ego.
-Yo la amo y la deseo. Durante siglos las grandes civilizaciones
incaicas y egipcias, tuvieron por norma para no mezclar la sangre divina de sus
reyes, casar stos con sus hermanas. Ellos lo hacan en la obligacin para
mantener en sus pueblos la creencia de su origen divino. Los guiaba el inters, lo
que crean un deber.
A nosotros, slo nos ha unido el amor, un amor frentico por
nuestros cuerpos y nuestras almas. Qu acusacin entonces para los bblicos
Can, Abel, Set?... Qu sabemos nosotros, o nos importan nuestro origen y el
ayer? Nuestra vida no fue; es o ser.
Don Aparicin fue en esos aos su mejor amigo, tan su amigo
que un da, Ego le dijo:
-Quiero darte una prueba de mi amistad y mi aprecio y le hizo
entrega de su testamento en que lo nombraba en parte heredero de sus bienes.
Quieres un enemigo? Llama a alguien, hazle un favor, recoge
y alimntalo y por ley cavernaria, desear tu tienda y tu hembra. Ley del
hombre, ley de la vida...
Ley que se cumpli esta vez, ley infalible en las relaciones
humanas.

Surgi la idea de noche, despus de satisfecho el estmago y la
carne: Si Ego muriera seramos ricos. Partiramos a lejanos pases donde
podramos tener hijos que no se avergonzaran de su origen, podramos disfrutar
como l de la vida, sin que el corazn nos latiera al pensar en la vejez. Ego ha
vivido su vida, la ha disfrutado, exprimido... Nosotros slo hemos conocido,
dolor, burla y miseria...
La vida es injusta dijo ella aprobando-. La vida nuestra no
tiene ms valor que la que l quiere darle.
Y as como una niebla que se extiende sobre nuestro cerebro
fue crendose a su sombra, la idea del crimen, mejor, la idea del derecho que nos
da el haber nacido. La idea del nmada, del Seor del castillo... Derecho
indiscutible ante la injusticia de nacer rico o pobre. Derecho de Can sobre Abel...
Matar para vivir; saltar sobre el cuello de los potentados o arrastrarse en las
sombras para hurtar cuchillo en mano las sobras de los otros.
El haber nacido pobre o contrahecho niega todos los cdigos,
da todos los derechos.
Convinieron que fuera en un momento sin testigo. Mata le
dijo al cmplice, guardaespaldas a sueldo, profesorado en crimen-; mata, porque
los muertos no hablan y la justicia se compra.
Los cdigos nos dan el arma de la defensa propia, y los policas
mal pagados, la facilidad de los sumarios. Mata; porque nadie tendr otro
inters que repartir la bolsa. En los festines los comensales no preguntan cmo
se adquirieron las vituallas, se conforman con ingerirlas. Mata; porque as le
cobrars a la vida la deuda de tus hijos deformes...
Y el pual aquella noche, lo hiri tres veces.

****
Cuando los mdicos le dieron el alta, l decidi partir, volver a
la vieja Europa, lejos de aquel su pas. Aquella primera cuenta que le haba
presentado la vida, y que l se haba negado a abonar, le haba descorrido un
velo, lo haba llevado al laboratorio donde la alquimia de la vida, elaboraba
experiencias.

No bastbales la explotacin en sus fbricas. Si un obrero


CAPITULO V

Su primer visita en Pars fue para Michel Martin. Su sanatorio
de reposo donde estaba internado quedaba en Noilly. Era una vieja y suntuosa
mansin bordeada de alta reja y separada de sta por frondosos rboles. Cuatro
calles angostas y tranquilas la encerraban. La luz solar trataba intilmente de
pasar entre el follaje de los rboles y llegar al musgo que cubra canteros y
caminos. El descuido estudiado en donde las enredaderas trepaban por los
muros, en abrazos de boas y las hiedras invadan los muros de la casa en un
avance de bosque tropical, daban al jardn un ambiente propicio para el
recuerdo. Ptina del tiempo, vejez en los troncos arrugados de los rboles.
Las hojas que amarillaban, movidas por la suave brisa de lo
alto, se desprendan bajando lentamente. Dirase que alguien oculto las iba
arrojando, desparramndolas aqu y all para formar sobre el verde oscuro del
csped un caprichoso dibujo de alfombra modernista.
Sentados en uno de los bancos, hablando a media voz, solos en
el parque, Michel Martin cont la historia, historia que quiz no repetira el
prximo otoo.
Delgado, calvo, avejentado al infinito, pens Ego en lo absurdo
e increble de aquella transformacin. Slo quedbale esa mirada penetrante y
cnica, afiebrada ahora, a medida de sus palabras.
-T pensars que estoy loco -comenz.
-Yo no pienso nada contest Ego-. Te escucho.
-Te he llamado para confesarme. No para que me juzgues... me
basta como tribunal mi otro yo. T sabes que no creo ms que en el imperativo
de la naturaleza. T sabes que no me causa temor lo desconocido. Los
sentimientos que t llamas sublimes, no han tenido cabida en mi corazn. La
amargura de haber nacido, me ha insensibilizado, endurecido.
Te he elegido, porque eres joven, y siento moribunda el alma.
Ms que un anormal, soy un producto social, a lo ms un cerebro negro... me he
dejado arrastrar por un instinto superior a la fuerza moral de mi conciencia...
Quiz haya en m lejanos atavismos, remembranza de mi sangre, ponzoa
maldita que me legaron mis antepasados. Quiero que me respondas si en
igualdad de circunstancias hubieras procedido en igualdad de formas... Yo
necesito que alguien escuche y crea mi crimen. No me conforma que me
justifiquen diciendo que he perdido la razn.
Guard un momento silencio y despus continu:
-Acrcate... escchame: Yo he matado a Esmeralda! No te
asustes! La he asesinado, joven, hermosa, plena de vida, y con todos los
agravantes: alevosa, premeditacin y ensaamiento... He contemplado aquella
agona lenta entre encajes y luces, y me he deleitado en ella hasta el extremo de
haber sentido no poderla alargar. Lo he hecho en la certidumbre de un derecho,
con la ms plena conviccin de la razn que me asista. Y ha sido mi cerebro, ese
organismo perfecto, que me asegur la impunidad, este mi cerebro, en el que
muchas veces creo tener un algo de Satn...
T recuerdas lo deliciosamente canalla que era ella. Despert,
enloqueci mi carne, ya vieja, gastada, casi impotente.
Fuimos felices los primeros meses, como ningn ser humano
es capaz de imaginar. Se haba filtrado en m, seor de mundo de fiestas,
penetrndome con todo el morbo alucinante de sus besos y caricias demasiado
artistas, con todo el refinamiento de su cerebro romntico y enfermo...
Viv as, loca, bestialmente, corriendo tras los horizontes, junto
a aquella mujer de carnes sedosas y tibias, que saba besar y mentir como
ninguna.
Un da, en un puerto cualquiera se repiti tu historia... Yo no
ced y la conserv, entonces ella, en venganza quiz, comenz a engaarme hoy
con ste; despus con aqul y el otro...
Ahora podrs decir que estoy loco. Ca tan bajo, por
guardarla, por tenerla unas pocas horas de sus noches a mi lado, que, poco a
poco, aquel amor, fue transformndose en una fiera, con cerebro, con toda la
astucia de la inteligencia humana.
Otelo fue, para m, un bufn trgico y repelente; bufn
tambin me hizo ella.
A ti no te han engaado nunca? S... s; tambin te habrn
engaado. Cuando lo descubres, es como si dentro de nosotros, se rompiera un
resorte, que dejara salir la bestia ancestral y dormida que todos llevamos en
mayor o menor grado.
Ah... cuando descubres que todo aquello es slo un fantoche
que cre nuestra imaginacin! Cedes si amas; pero despus se aturde la razn, se
nubla el cerebro, te entran unas ansias locas de vengarte, de matar... matar...
Yo haba cometido la imperdonable torpeza de no darle un
nombre, la estupidez de no legalizar nuestra unin. Yo hubiera podido llevarla a
pases donde la ley permite en estos casos el asesinato de la esposa, aunque no el
de la querida. Como si hubiera la obligacin de amar menos a una que la otra!
Despus lleg la calma. Surgi en m el hombre civilizado.
Compr el cdigo y estudi sus leyes. Nada lo dej a la imprevisin. Nada confi
a la casualidad.
Una noche en Oslo, entre un poco de msica y un poco de
champagne le ofrec en mis manos que se alargaban para estrangularla, un prise
de droga blanca.
T no sabes lo que es, en lo que nos convertimos, dopados al
lado de una mujer que queremos u odiamos. Todo tiene justificacin, todo te es
permitido. Descubres el paraso prometido de Mahoma o Jehov. Descubres de
pronto, que todas tus emociones fsicas o espirituales, todos los placeres que
creas existan en la vida, eran emociones infantiles, ridculas, animales...
Slo el alcaloide te da la sensacin de la posesin, slo
comprendes la maravilla de la hembra bajo la influencia del polvo blanco. Te
desprendes de toda la carga de convencionalismos y temores para entrar en el
templo del placer. Olvidas las mentiras de la vida, abandonas las morales que
slo sirvieron para impedirte marchar y por primera vez comprendes que la
maldicin de haber nacido no tiene otra justificacin que el placer.
Apuremos la ltima sensacin de nuestra piel, le dije, y
guiada por mi mano penetremos en el misterio de la materia...
Despus lleg la morfina...
Ah, te asombra que yo pensara en la morfina! Te asustas al
slo imaginar de lo que tendra que esperar para llegar al fin! Siempre sera
menos que una condena por homicidio.
Yo soy un aristcrata del crimen, yo no soy un asesino
vulgar... He sobrepasado los cerebros comunes, los jueces y las leyes...
Slo yo que lo he vivido, puedo decirte del placer de matar
as. Lenta, continuamente, besndola...
Despus llegaron mis aliados, los microbios, que devoraron
sus pulmones. Mi constancia estaba compensada, mi odio satisfecho, cuando la
senta toser, revolcarse, convulsionarse toda, como si quisiera echar junto con
sus esputos sanguinolentos, aquellos, para ella, monstruos que devoraban sin
piedad sus pulmones.
De notar da a da, ms violceas sus ojeras, ms descarnado
su cuerpo, ms silbante su respiracin.
Una tarde que expresamente sobrepas la dosis en la
jeringuilla, fue necesario llamar a un mdico amigo.
-Se muere si la dejas dormir. Es necesario mantenerla
despierta, imprescindible, a cualquier precio, en cualquier forma. Aydame!.
Saqu mi cinturn y mientras l la tena en pie, empec a
castigarla brutalmente.
Despierta!... No mueras an!...
Y enloquecido ya, continu castigando ese pobre cuerpo
esculido y desnudo, hasta salpicarme de sangre...
La llevamos al hospital. Quera con ello cobrarme hasta la
ltima emocin dolorosa. Hacerle sentir la tristeza de aquella horrible sala
donde semicadveres se debatan en intiles esfuerzos, donde los ayes de dolor
eran interminables y en todos los tonos.
Quera, mal imitando a Dios, saborear hasta el ltimo gesto de
su agona, deleitarme en el castigo dado a aquella que me haba faltado... Pero
ms importante, quizs, ms humano, slo contemplara aquella mi venganza,
das o meses...
Yo no podra como Dios, condenarla por su delito al fuego
eterno. Fue la nica ocasin en que sent envidia de Dios, lo llam en mi ayuda,
y l me escuch...
Fue un pacto entre Satn, l y yo.
-Tu cuerpo le dije das despus, ante su asombro, en aquella
cama de toscas sbanas- ir a la mesa de diseccin. Te abrirn el cerebro y manos
inexpertas de estudiantes, hurgarn en tu vientre. Yo no reclamar tu cadver
para darle sepultura, y ellos entonces se llevarn a sus casas un pedazo de tus
senos o un trozo de tu lengua, lo pondrn en un frasco de formol, y despus de
los exmenes, cuando ya no les sea necesario, lo tirarn una noche envuelto en
papeles de diarios, en el basural...
Te pondrn, maana o pasado, junto a otros cadveres de
hombres mugrientos y sin nombre, algunos putrefactos ya, cansados en la
espera de su individualizacin. Y mostrars sin que nadie se conmueva, tu piel
infectada de abscesos por la jeringa apresurada, se tu mismo cuerpo que meses
antes, haca deleitarse las pupilas de los hombres a tu paso. Te abrirn con filoso
bistur desde la garganta hasta el pubis y te arrancarn el corazn entre bromas
y risas de estudiantes de dieciocho aos...
Y como si esto que te digo y aquello, no fuera suficiente,
cuando ests toda cortada, y cuando de lo que de ti quede empiece a podrirse,
llegar el cancerbero de aquel ttrico palacio y limpiar tus huesos, los pondr al
sol y los vender junto con otros, a los que ingresen a la Facultad. Yo comprar
uno, te lo prometo; quiz sea tu pelvis o tu crneo, puede que sea una tibia... y
en las noches que est triste, que llueva y haga fro, lo pondr frente a m, al lado
de la estufa para tener ocasin de maldecirte...
Y cmo reir entonces, al contemplarte!...
Dej de llorar. Empezaron sus ojos a tomar un brillo para m
desconocido, quiz el brillo de odio de los mos al reproducirse en sus dilatadas
y espantadas pupilas...
Fue de pronto. Ni yo mismo lo esperaba. En un esfuerzo
sobrehumano, en un salto felino, con un alarido inmenso de dolor y rabia, se
abalanz sobre m, hacindome rodar a tierra y clav las afiladas uas de sus
manos esculidas en mi garganta. Fue algo magnfico; digno del Palacio del
Dolor y la Muerte.

Llegaron las enfermeras, los mdicos, todos los espectros
blancos del hospital y nos separaron, rodendonos.
Entonces con las manos crispadas y sujetas, con los ojos fuera
de las rbitas, cayndole por los labios sin pintura, baba sanguinolenta, por el
esfuerzo hecho, me acus en esa hora suprema, ante aquel tribunal
improvisado.
-Coraje, amigo me dijo consolndome el mdico que me
acompa hasta la puerta-, est loca, completamente loca...
Mir en derredor, y sacando de uno de sus bolsillos un objeto
se lo ense. Era uno de aquellos comunes huesos de goma que se dan a los
cachorros de perros para fortalecer sus dientes.
-La reconoces? le pregunt a Ego-. No... t no puedes, no la
amaste nunca...

****

Continu visitndolo hasta que la ciudad de los trapos, las
sonrisas y los bibelots se cubri de blanco, hasta que los rboles quedaron
desnudos de follaje, y las pieles hicieron su aparicin, ocultando las formas.
Lo sigui visitando, dominado por un impulso extrao. Aquel
ser haba traspasado las fronteras de las leyes y los convencionalismos, le
presentaba a su cerebro desnudo, se lo ofreca al bistur de su curiosidad, le
haca el presente de su otro yo. Ese otro yo que todos llevamos en el alma y que
de tiempo en tiempo se asoma tmidamente o brutalmente en diferentes formas,
en distintas emociones.


Despus lleg la morfina

Lo sigui visitando. Penetraba en su espritu como un buzo en
aguas turbulentas, e indagaba ac y all. Hoy era este tema, maana otro.
Una tarde, ya frente a la chimenea an apagada del saln
Michel Martin tom por tema la explicacin de nuestro origen.
-No tengas la petulancia del cretino le dijo- que todo lo sabe
y que todo lo explica. Todo lo sabe y todo lo explica porque considera un delito
confesar su ignorancia, un complejo de inferioridad no poder explicar al nio,
qu es, qu fue, qu ser. Y es entonces cuando crea, cuando inventa,
compenetrndose en tal forma en su mentira, que termina por creerla. Explcase
entonces el por qu del fuego y el por qu de la vida. Llega a ms; crea mitos,
forja dolos y no conforme con ello les da la vida y apariencia humana; les otorga
poderes y se nombra a s mismo representante de aqullos. Los otros siguen la
ruta marcada. Es difcil indagar, crear.
La mentira milenaria, al correr de los siglos, toma visos de
veracidad, se asimila a la materia y se posesiona del alma. Es difcil destruir esa
obra de los aos en cientos de generaciones. Se modifica la estructura, cuando
los astrlogos se convierten en profesores universitarios, cuando el brujo de la
tribu en mdico, pero conservando siempre su fondo brbaro de la caverna en
que tuvo origen.
Escucha mi consejo:
Confisate ignorante de lo que no sabes pero agrega a tu
espritu la esperanza de que t u otro llegarn a la meta, alcanzarn el punto
final.
Llega al observatorio, mira a travs de los telescopios y dime
si puedes concebir, lo que tu vida cerebral actual te impone. Queda a su lado,
pasa las noches, todas las noches de tu vida buscando en el infinito de aquella
verdad. Vuelve tus das al microscopio, ve a travs de sus cristales los mundos
maravillosos que l te brinda. Llega a la dimensin nfima y entonces, al
descubrir tu principio y tu fin, te enloquecers pensando en tu ignorancia. Te
reirs de haber sufrido tanto, en busca de un premio en el ms all...
La verdad, y tu pobre Dios, estn a travs de aquellos
cristales.

****

Los recuerdos ms agradables le dijo otra tarde- no son de
aquellas mujeres que he conquistado, sino de las que se me negaron... de las que
nunca tuve, de las que siempre dese.
Y ms agradable, porque la virgen al entregarse legalmente o
no, se hermana con la prostituta, toma la horizontal e igual que aquella, quizs
con algo ms de estupidez y suciedad, trata en su fondo de tomar la exclusiva si
no en tu dinero, en tu cerebro o en tu sexo. Toda prostituta fue virgen, lleg ante
el confesionario la vspera de su primera comunin...
La mujer raciocina con los ovarios. Slo de sus glndulas
depende tu felicidad, tu honor y el respeto de los otros. La mujer es honesta
hasta que deja de serlo, y deja de serlo, no afectada por un gesto tuyo, ya que
embriagada amorosamente de tu carne, aceptar lo imposible por ti impuesto,
sino cuando sus glndulas trabajen ms o menos que lo normal. Toda la
estructura moral de tu hogar, todo el respeto que hoy te merece esa hembra no
depende de lo que por ella hayas hecho, no depende de lo que la hayas amado,
sino exclusivamente de un mal o buen funcionamiento de sus glndulas
sexuales.
La mujer no tiene en la vida otro rol que dar la vida. No tiene
ms misin que perpetuar la especie. Qu culpa tiene ella entonces que poetas
pederastas les hayan inventado virtudes de las que carecen? Naci para ser
poseda, fecundada, lleva en s el maravilloso cofre de la eternidad. Por qu y
para qu crearles virtudes, obligarlas a postrarse de hinojos ante los altares,
vestirlas de blanco, si ellas mensualmente los mancharn de rojo?
No habr paos que detengan la llamada de la vida que surge
fecunda y santa de sus piernas. No habr conventos ni hbitos que amordacen
aquellos labios. Slo habr imbciles cornudos, poetas masturbadores y jueces
impotentes.
La mujer ideal es aquella que nunca poseste, la que nunca te
ofreci su boca, su sexo o su ano.
La que te dese y no tuvo ocasin para entregarse.

****

El amor es la jugada del deseo, es la trampa de la ley de la
vida. Si analizaras framente, si te hubiera pasado lo que a m aquella vez...
Fue hace aos; cuando escriba versos y mis narices se
dilataban al paso de cualquier hembra, cuando crea a ellas libres de la tirana de
la carne, del clculo o la envidia.
Fue quiz la mujer ms bella que tuve, la que ms
sinceramente dese. Era virgen; apenas rozara los quince aos, sus caderas se
insinuaban y sus pechos surgan tmidos. Toda ella, tena olor a fresco...
Era la primera vez que llegaba a mi lecho. Desnuda, bajo las
sbanas, de aquella cama prostituida por todas las mentiras, temblaba en espera
del milagro. Sus libros del Liceo esperaban esa tarde, entremezclados con su
ropa interior tosca y simple. Su vientre tena la curva suave, la lnea de una
nfora. Tan perfecto que mi conciencia dilataba su profanacin. Su piel tibia, de
un color rosa-oro, que por primera vez se descubra a la vida, tena la suavidad
del raso. Suavidad de piel de nia...
Yo recuerdo. Amante de la forma, me detuve azorado ante
aquella...
Si el destino me hubiera hecho escultor, yo hubiera
reproducido aquel torso y la hubiera matado all mismo para que ni el modelo
pudiera deformarse. No eran sus ojos ni la forma de gacela de su grupa, ni sus
labios inexpertos sedientos y hmedos... era aquel vientre que Fidias hubiera
envidiado admirar.
Vientre sobre el que mis besos depositaron su ofrenda, vientre
que mis ojos no se cansaban de mirar, vientre que mis manos hubieran
acariciado fielmente mil vidas.
El deseo marc inexorablemente el camino y yo penetr en l,
con la timidez de un iniciado, con el temor de destruir lo bello e increble del
mundo. Y an despus, mucho despus de haberla posedo, mis labios siguieron
besndolo...
Cuando ella parti, al intentar hacer mi toilette en el bao, un
olor repulsivo, me rechaz. Llegu hasta el inodoro, levant su tapa. Por un
olvido, la verdad, toda la verdad de la vida y de la hembra estaba all: sus
materias fecales, sus excrementos, tibios quizs, despidiendo un olor
nauseabundo...
Y yo los haba besado, una y mil veces, cubiertos apenas por
un milmetro de su piel! Yo capaz de matar al que hubiera tratado de
arrebatarme ese vientre!
El amor tiene por altar la ms inmunda de las cloacas y quiz
por ello, la vida tenga sabor a albaal.

****
El hombre continu otra tarde- que desposa una hembra lo
hace creyendo en su inocencia. Es una ley milenaria. Si maana sta lo engaa, si
maana sta se hasta, como sola esperanza le queda ignorar su fracaso, morir en
su mentira.
El macho, al tomar esposa, no da slo como la hembra una
pequea dilatacin de su vagina, cercana al ano. Renuncia a su holgura
econmica, renuncia a sus camaradas de farndula, renuncia como individuo a
su libertad. Contrae obligaciones econmicas, fsicas y morales. Y como
resultantes de stas, obligaciones con los hijos.
El hijo es como la madre o como la patria. No es un ser ni un
pedazo distinto de color en un mapa. Representa las ilusiones ms bellas hechas
realidad, representa nuestros aos nios, con sus recuerdos de colegio o primera
travesura; representa la mano cariosa en nuestras primeras noches de fiebre, es
el smbolo de lo bueno y de lo noble. Condensa, no en el recuerdo de un
espasmo, sino las horas en que, pensando en el porvenir, construimos la
cabaa.
Se renuncia a la patria, cuando sta claudica y es cobarde; se
renuncia a la madre cuando sta, indigna, se prostituye; se niega a Dios, cuando
descubrimos que sus pies son de barro.
Por qu entonces no negar al hijo parido slo por deseo o
curiosidad? Qu obligacin de amar al nacido?
Dirs: l es inocente, l no es culpable y sin embargo tu Dios,
tu gran Dios, te impuso la sentencia: Los hijos pagarn las culpas de sus padres.
Amprate en esa ley divina y dale como castigo a esa hembra
la vergenza de sus hijos, la maldicin de aquellos a los que dio vida como
madre y no supo darles nombre como hembra.
Que carguen ellos con su vergenza y no t con el perdn.
Cuando los concebistes, los hicistes creyendo en la pureza de
aquel cliz. Qu culpa tienes que su fondo estuviera podrido o durmiera? Qu
obligacin la tuya de mantenerlos, an sabindolos tuyos si ello le da la
tranquilidad econmica a la madre, para continuar prostituyendo su cuerpo, ya
que tiene la seguridad del bienestar de su carne creada. Djalos morir de
hambre, djalos llegar a la fbrica o al prostbulo, djalos para castigo de tu ex
hembra..!.
Sern tuyos, slo cuando ella los haga dignos; slo cuando
sta sepa perdonar tu debilidad, o acallar su deseo.
Si ebrio una noche, lleno de amor, en un puerto, concibieras
ocasionalmente con una prostituta que excitada no te hubiera cobrado, amaras
por ello aquel hijo?
Los hijos de las esposas que han faltado son como aqullas. Se
diferencian slo en que el coito dur meses, aos, en vez de horas...
Cuando un recipiente huele mal, tralo junto con su
contenido.
La vida no tiene un solo camino. Toma otro sendero, busca
otra hembra, concibe de nuevo.
Y vuelve a comenzar tantas veces como fracases...
Suponte que se te ocurriera escribir una novela u obra de
teatro en la que el protagonista, matara a su padre millonario y se desposara ms
tarde con su madre. Cul es el juez de nuestra poca que no te condenara?
Quin no te negara el fuego y la sal? Qu comunidad no se horrorizara de
dar vida a tal monstruo?...
Y sin embargo, orquestado y cantado en latn, es de nuestras
peras una de las favoritas. A Edipo Rey, se lo aplaude a rabiar.
Todo se puede hacer o decir. Pero hay que saber, en qu
momento, en qu idioma y con qu traje...
Los trajes, el idioma o el momento, no pueden modificar los
sentimientos. Estos son inmutables. O aquella era inmoral hace mil aos y sigue
sindolo, o no lo fue nunca. O ellos fueron unos cnicos o nosotros unos
hipcritas...
Una mujer en malla est vestida y en camisn est desnuda.
Un Cristo crucificado ocultando con el taparrabos sus pobres
testculos est ms desnudo que un Baco mostrndolos. Y est ms desnudo
porque su padre lo dijo despus del pecado a Adn: Tuvieron vergenza, corrieron
a ocultarse al verse desnudos.
-No fue as interrumpi Ego.
-Pero la esencia es esa. No vas a pretender que cada cita que se
me ocurra, tenga que repetirla exactamente. No vas a obligarme a que, para
sentar fama de sabio, deba recurrir continuamente a la enciclopedia. Eso djalo
para los crticos...

****

Otro da le dijo: Llegar el Anti-Cristo, el Super-hombre, o los
Esclavos cansados de gemir, de implorar. Llegar el da bblico del juicio final,
pero no ser Dios el que pedir cuentas a los muertos, sino los miserables, los
campesinos hambrientos y los obreros tuberculosos, a los dueos de las fbricas
y sus cmplices los gobernantes. Llegarn esa noche, no humildes, sino con sus
rostros rojos de ira, alumbrados por las teas incendiarias.
No llamarn a las puertas, descargarn sus hachas o sus
puos, penetrarn hasta las alcobas de los hoy poderosos y darn libertad a la
nodriza, que le corrompieron el alma y prostituyeron los senos. Que robaron con
su oro, el alimento al nio que le perteneca, para no deformar sus cuerpos o no
manchar las sbanas de seda en el prximo coito.
Llegar junto con ellos, el pequeo canillita, de ropas radas y
descalzo, de baja estatura y cuerpo magro. Llegar por costumbre, trayendo su
diario bajo el brazo, de piel curtida y de lagarto, por las ventiscas y las lluvias.
Llegar, lleno su rostro de pequeas cicatrices, recuerdo de sus luchas por la
mejor acera de ventas. Llegar con el diario, que analfabeto no lee, y lo arrimar
a una tea para hacer con l otra tea. Y guay, entonces, de aqullos los hijos de
los millonarios!...
Y guay de aqullos, los hartos de golosinas y juguetes!...
Y llegar tambin la prostituta, aquella que el seorito, en
complicidad con la madre, no respet. Llegar pintarrajeada, mostrando sus
senos esterilizados por los abortos, ante la casa que conoce por haber sido
sirvienta, llegar delante de la horda para mostrarles el camino.
Llegar al frente de la avalancha, y cuando la vea titubear, se
arrancar las faldas rojas para que sirvan de banderas.
Y de todos quiz, sean ellas, las que sientan compasin ante el
temblor de aquel padre y aquel hijo, que slo tomaran su cuerpo como una
cloaca de sus desahogos. Quiz, ebrias de libertad los obliguen a repetir con ellas
en pblico, la degeneracin de sus vidas ntimas para que el pueblo no tenga
remordimientos de matarlos.
Y llegarn, esgrimiendo en alto, acompaados de sus hembras
ms famlicas y encorvadas, sin ms rouge en su rostro que las pinceladas de la
tuberculosis, las palancas y las llaves de las fbricas, los obreros. Los obreros!...
Los forjadores del mundo!... Los arquitectos de maana y de siempre...
Y sobre una mesa manchada de sangre fresca, dominando sus
iras, esperarn al campesino sucio y hambriento. Lo esperarn para formar
tribunal de pueblo, tribunal de Dios.
Y por ser hermanos de la miseria, por conocer el Dolor, sern
generosos y magnnimos.
Y nuevamente como en Francia, ms tarde en Rusia y despus
en Espaa, sern una vez ms traicionados, atados de nuevo al yugo. La
esclavitud de los hombres por el hombre es la ley de la Naturaleza, la sangrienta
burla de Dios.

****

A ti te extraa le dijo otra vez- que yo est contra ese derecho
brutal y brbaro de la herencia. Ese derecho que adquieres para tu felicidad toda
tu vida por el solo hecho de presentar a los jueces una boleta de defuncin de tu
padre y otra de nacimiento tuya. Dos papeles. Dos papeles que te dan la
posesin al igual que antao cientos de esclavos que habitaban miles de
hectreas.
Te extraa hoy como extraara a los seores feudales, que les
negaran el derecho de pernada. Te extraa cmo en la guerra de Secesin los del
norte pretendieron liberar los negros. En el concepto de los sudistas, el negro
esclavo era la propiedad adquirida por un derecho o una suma determinada de
dinero, al igual que ahora tus campos o tus fbricas. Iras a la guerra por
defender tales derechos, tan falsos como los otros. Nadie, nadie tiene derecho a
negar que otro gane su alimento y menos an a cobrar una parte de tal esfuerzo.
La tierra es slo del hombre que la trabaja, o del Estado, es
decir, la comunidad. No debe existir ms administrador que sta. El porcentaje
del esfuerzo debe volver al pueblo para su solo beneficio. Los fuertes
muscularmente, estn obligados a compensar a los dbiles, ambos son productos
de vaginas, resultantes de la vida. Si se los enfrenta siempre habr patrones y
obreros. El que por circunstancias nace superiormente inteligente no puede ni
debe enfrentarse con su hermano el retardado mental. El judo de alma debe ser
sacrificado en bien de la comunidad...
Sacrificado sin piedad, ahogado en la sangre de sus hijos.
En el mundo del maana no habr ms guerras. Ni
millonarios que las provoquen, ni militares que las realicen, ni sacerdotes que las
bendigan. El hombre no matar al hombre, para enriquecer las arcas del hombre.
La patria es la propiedad colectiva. Propiedad que debe desaparecer porque es
la mentira por la cual los ricos llevan a los pobres a la guerra. El hombre no tiene
ms patria que el mundo, ms patria que la tierra que le da alimento. La frontera
es la mentira para mantener los privilegios. Los hombres no deben matarse unos
por un trapo y otros por otro...


Los obreros!... Forjadores del mundo!...


****

La carne dolorida se cansar antes que el ltigo que castiga y
guay! Entonces del cerebro que orden al brazo. Los miserables todava no se
han cobrado de los ahtos.
Salomn construyendo su templo erigido entre los ayes y la
sangre de los esclavos encadenados y Dios bendicindole, no es sino la ms
brutal y sangrienta idea sadista.
Qu gloria es la de ese Dios que se apoya en el dolor de la
carne y en la noche del alma?
A Abel lo mat Dios porque Can era de la raza de Dios,
porque fue creacin de Dios, hijo del hijo de Dios.
Can slo obedeci al cerebro diablico de su creador, aquel
cerebro que para deleitarse en una lucha, dio tierras maravillosas a uno y ridas
al otro.
Can fue el primer socialista, el primer comunista, el primer
hombre que luch por sus derechos. Derecho a particin igual de la tierra;
derecho a la misma cultura, al mismo alimento.
Qu obrera no sentir estrangularse el alma, ante el nio en
lujoso auto, cuando el suyo carece de alimento por falta de trabajo, en un dupin
de las fbricas productoras? Qu hembra si no es mala hembra, no sentir
ansias de arrebatar una golosina para su hijo de manos de aqul, imposibilitado
por la herencia, siquiera de comerlas? Cul el obrero que en su esclavitud
disfrazada no suea con el lder, no se corrompe ante la ddiva?.
Cul y dnde el miserable, que no sienta ansias de morder la
mano que le alcanza una migaja del festn?.
Ddiva con que se cree comprar un cielo, un permiso, un paso
en la barca de Caronte. Ddiva dada por miedo, no por piedad...
Sociedad de beneficencia que no tiene ms objeto que
justificar las pieles y joyas, los party y los bailes de sus presidentas
apergaminadas y arrepentidas tardamente de juventudes licenciosas.
El que te diera algo en la vida te lo hace con el propsito de
cobrrtelo un da.
Todo tiene valor de canje.
Pasaron esa tarde sin hablar, largo rato. La vigilia de la vspera
estaba escrita en su rostro. El humo de los cigarrillos cubra el dormitorio en una
bruma, en una niebla que daba comezn a los ojos y carraspera a la garganta.
Tendido en el lecho, le habl as en la ltima visita de Ego: T, como otros,
creers que estoy loco. No, mi franqueza es la del hombre que est cansado de
esperar la muerte, arrepentido de haber nacido, convencido que la vida es un
castigo. Posiblemente en tu prxima visita no me encuentres ya aqu. Mis
gusanos, que tienen tanto derecho como t y yo a la vida, me reclaman. Los
siento en mi carne, bajo mi piel. En el fondo no somos ms que una bolsa en
movimiento de intestinos, llenos de gases, mucosidades y cadveres a medio
digerir.
La muerte no existe, mientras exista la especie. Qu
importancia tiene que una sardina o un piojo mueran dentro de su especie?
Mientras la especie exista, la muerte del individuo no tiene
valor como tal, porque volver, no importa en cuntos miles de siglos,
nuevamente a la especie. Y volver porque en la corteza de la tierra, maravilloso
laboratorio de la podredumbre, la reproduccin se repite del gusano al hombre y
del hombre al gusano a travs de los mismos vegetales y minerales. Todos
somos alimento de todos.
Yo no pido ningn cabo en mi noche, al que asirme. Yo no
parto de la vida como un delincuente que va al cadalso, aferrndose a la tnica
de su verdugo. Yo prefiero la noche eterna y fra que el sol rayado de mi celda.
Partir, ir en exploracin a las regiones que nos han torturado toda nuestra vida.
Penetrar en las sombras, cuando uno lo mande y no cuando se lo manden.
Liberarse de la muerte, chistndola...
T nunca comprenders la belleza de matarse! De escapar a
los castigos humanos y divinos!...
El suicidio no es una cualidad de las especies inferiores.
El suicidio es la puerta de escape que nos ha dado Natura.
El suicidio es la solucin de las almas que buscan y no
encuentran.
Jess fue el primer gran suicida de la historia, porque suicida
tambin es aqul que busca la muerte y no ama la vida.
Yo no marcho a tientas. Yo s de mi fin y lo apresuro. Cumplo
con un deber, me adelanto a las Parcas tendindoles mi mano.
Me s viejo e intil. Ya slo pienso y digiero. Ese alimento y
este espacio lo precisan otros para crecer y crear. Si me aferro soy un lastre en la
caravana de la vida, un peso muerto, una rueda que ya no marcha.
Si eres rico, tus herederos esperarn con fruicin el presente
de tu cadver, que es la llave de la gran alegra, y la franquicia del amor. Si eres
pobre, una carga menos al magro jornal agobiado cada ao por un nuevo hijo.
La muerte no es un delito, menos un castigo.
La muerte es la negacin del dolor.
La muerte la cre Dios, para que no lo maldijramos por
habernos dado la vida.


Y guay entonces de aquellos, hijos de millonarios!...


CAPITULO VI

La temporada se haba adelantado aquel ao. La nieve haba
pasado aquel principio de enero el espesor ideal para los deportes de invierno.
Los hoteles rechazaban continuamente pedidos de alojamiento. Europa entera, la
Europa de los millonarios y aventureros, se haba dado cita en el romntico y
lujoso Saint Moritz ubicado a orillas del lago ya helado. Los pinares bordeaban
las faldas de las montaas, dando en su tono oscuro al paisaje un algo de tarjeta
postal.
El sol radiante de aquella maana, sol exclusivo de Saint
Moritz, dorado, tibio y lmpido, penetr a torrentes en su habitacin del Palace,
orientada al norte, cuando el valet corri los espesos cortinados. Mientras el
agua llenaba la antigua y lujosa baadera, tom su desayuno.
Al atravesar el amplio y oscuro hall con los gruesos zapatos y
sus esqus al hombro, se detuvo a cruzar unas palabras, con viejos conocidos.
Amistades sin ms importancia que la necesidad de no aburrirse y adquiridas en
los balnearios que, como l, paseaban su aburrimiento, en un dejo entre elegante,
y cnico.
Tom por el centro de la calle que lo llevaba al funicular. Se
escuchaban todos los idiomas. En las vidrieras se exhiban maravillosas
orqudeas, alhajas y costosos trajes, que los grandes modistos, floristas o joyeros
del mundo, haban seguido dispuestos a tentar el capricho de sus clientes. No
era aqul el duque del Loire, con el marqus de Pacinelle? Se saludaron al
cruzarse, con la mano. En el fondo l no era ms que un sudamericano,
orgulloso de sus millones. Una inglesa se adelant, fresca y esplndida,
discutiendo con uno de los treinta y cuatro hijos del Maharaj de Ulwur. Ms
adelante, una compatriota con el marqus de Francia, que el pap, afortunado
importador, le acababa de adquirir; dos americanas, cinematogrficamente
vestidas, marchaban delante. Los habitantes de la ciudad miraban indiferentes,
la comparsa de modelos de trajes en que los modistos franceses rivalizaban con
los americanos, que trataban de imponer una tendencia canadiense. Un trineo
pas a su lado, haciendo sonar argentinamente los cascabeles.
Lleg a la estacin del funicular, despus de subir la empinada
calle, en la que los nios se deslizaban en pequeos trineos. Coloc sus esqus
como lo ordenaba el reglamento, en la parte posterior y penetr en el vagn,
quedando de pie. Una treintena de personas estaban ubicadas ya en l.
Charlaban a fuertes voces interrumpidas por carcajadas. Gente rica, joven, que a
esa hora, prxima al medioda, dejaban el lecho, para estirar sus msculos
cansados del baile, y eliminar un poco de nicotina de sus pulmones.
Se cruzaron con los otros coches que regresaban vacos. El
pueblo ahora se contemplaba desde arriba. En todos los techos las chimeneas
fumaban. Hora prxima al almuerzo. Una leve brisa castigaba agradablemente
el rostro. Al pretender subir una ventanilla roz las piernas de unas personas y
dise vuelta para excusarse.
Se quedaron mirando. Alma, un poco ms gruesa, quiz algo
ajada, pero an esplndida, en una combinacin de rojo y negro, que pareca
hacer juego con el rouge de sus labios, le tendi la mano enfundada en suave
guante de lana negra.
-Qu pequeo es el mundo y qu agradable este da!- dijo Ego,
sonriendo y tratando de retener entre la suya la pequea mano de ella.
-Permtame que le presente a mi hija. Y dirigindose a la que
estaba a su lado, agreg: -Vida, un viejo amigo...
El funicular haba parado ya. Salieron y tom l los esqus de
ambas. Marchaban a su lado. Brevemente ella cont. Haba llegado a saludar a
sus familiares. l no deba haber olvidado que Alma haba nacido all. Haba
quedado viuda haca ya seis aos. Instalada en Pars, no pensaba abandonar
Europa. Su hija, la nica, terminaba sus estudios del liceo.
-Verdad que nos parecemos mucho? le pregunt Vida.
Verdaderamente, esa chiquilla de catorce aos a lo sumo, era
Alma un poco ms pequea, un poco ms delgada y un poco ms fresca... Ego la
contempl partir con un grupo de amigas que se acercaron a ellos.
A las doce y media en casa le recomend Alma- ten cuidado,
querida.
Rpidamente el grupo se perdi en la ondulacin del terreno y
en un recodo de un grupo de rboles.
-Sgame le dijo Alma-. Bajaremos al pueblo por senderos que
no conocen los turistas. Son nuestros, propios, de la gente del pueblo...
Esquiaba esplndidamente. Con gran esfuerzo Ego la segua.
Cay una vez, ante la risa de ella.
-Tendra ganas de mentirle que me he recalcado un pie.
-No haba ms que hacer lo que ha hecho siempre.
-Crame. Esta es una excepcin. Lo hara con la intencin de
quedar un poco ms junto a usted...
Se miraron, recordando aquel hecho del barco. Tomada as a la
fuerza, su recuerdo habase ido haciendo menos spero, se lo haba confesado a
s misma ms de una vez, recordando ya sin rencor y casi con placer, aquella
posesin bestial en el barco. Bestialidad que toda hembra recuerda con
voluptuosidad, pasada sta. As deban haber sido sorprendidas y posedas las
primeras mujeres en el desierto o la montaa. As deban haber sido tomadas las
esclavas y las cautivas.
Alma, y estaba orgullosa de ello, fuera de aquella forzada
aventura, haba sido y continuaba siendo fiel al recuerdo del esposo muerto.
Tentada cien veces estuvo de ceder. El recuerdo de su hija la contuvo, o el
respeto que su posicin econmica y su cultura impona, hizo dbiles los gestos
de sus pretendientes.
Mir detenidamente a Ego y al encontrarlo ms hombre, ms
sereno, ms cnico, no pudo dejar de confesarse que le segua interesando
profundamente.
-No puede usted imaginar cmo lo he odiado le dijo de
pronto.
-Usted habla en pasado, -respondi l, mostrando sus parejos
dientes blancos- y ello ya es mucho.
Haban llegado a un sendero. l propuso dejar los esqus, que
mandara luego a buscar y seguir a pie. Alma quiso negarse, pero Ego la tom
del brazo y empezaron a marchar.
-Se dira que est usted acostumbrado a tratar con... iba a
decir sirvientas o empleadas- nunca pide; slo ordena.
-La vida es demasiado breve para implorar. En espera de la
respuesta se vive la mitad. Imploran los que no son capaces de tomar.
Ella lo mir asustada; tan segura de s misma, se encontraba
indefensa frente a esos ojos pardos que la escudriaban amablemente. Se
arrepinti de haber llegado hasta all sola con l. Se imagin nuevamente la
escena del mar, y un terror le paraliz la voluntad. Sin embargo, llegaron
tranquilamente hasta el pueblo. Charlaba l, lo escuchaba ella.
-Agradezco este encuentro, que me brinda la vida. No voy a
pedirle perdn. Perdn piden los que han faltado o cometido un delito. Yo no
hice ms que tomar lo que la vida me daba. Confisole, y sin vergenza, que de
todas mis aventuras y canalladas, slo aqulla dej en mi espritu y mi carne,
una sed, que los aos no han podido extinguir. La he seguido deseando durante
ocho aos, todas las noches, sobre todos los otros cuerpos...
-Yo no podr ser se atrevi ella- ms que una amiga que ha
olvidado.
-Si yo aceptara esa posicin, usted no me creera, ms an,
maana la habra perdido...
-Usted no es capaz de desviar el destino, ni curvar la vida.
-Yo partir esta noche dijo ella como ltima defensa.
Esa misma tarde tomaron juntos el t en el Kulm. Vida los
acompaaba. l bail con ambas. Por un fenmeno visual, hubo instantes en que
parecale una sola persona que tena el don de desdoblarse.
Vida, en sus catorce aos, era un rostro sin maquillaje, y de
curvas principiantes y tensas, de mirar ingenuo y claro, alegre y
encantadoramente confiada, era el amanecer de la vida, el maana. Alma,
elegantemente vestida, contenidas sus formas en la cintura de goma, de manos
con uas pulidas, labios ensangrentados artificialmente, perfumada por
Guerlain, con el atractivo, con esa madurez de fruta, tena el encanto de la
aventura de la prxima noche, de la conquista con sabor a ayer.
Trat a Vida esa tarde como una chiquilla y ella lo admir
como a un hombre distinto a todos los otros, a un hombre al que su madre
demostraba una preferencia desconocida, pero que su instinto, ya de mujer, le
deca de coquetera...
En otras oportunidades, el solo pensamiento que su madre
casara, la enfureca, pero aquella tarde se dej envolver, mientras bailaba, con
aquella agradable idea. Era ese hombre tan distinto, tan diferente a los otros,
hablaba un mal francs, tan agradable.
Mientras bailaba con sus amigos se cruzaron las miradas.
Ingenuamente mostrbale en su sonrisa sus dientes perlados. Mantena fijos sus
ojos, confiadamente. Deseaba que l la hiciera bailar, que le demostrara quiz,
ms atencin.
l aprovech un momento para decirle a Alma:
-Cenaremos esta noche, en la Hostera del Lago.
Ella call y l continu:
-Pasar a buscarla a las ocho.
La oscuridad impenetrable de la noche glacial haca necesarias
las farolas. Las mantas de pieles unan los cuerpos de ambos. Ella y l saban que
esa noche no era en la hostera noche de fiesta, y sin embargo se sorprendieron
mundanamente, cuando se enteraron de ello.
-A las doce debo estar en casa dijo ella y Ego como respuesta:
-No s si es de su gusto. Yo bebo Clicquot.
Desde la ventana en que estaba colocada la mesa, se
contemplaba el lago muerto. Un sudario de nieve lo haba inmovilizado. Eran
los nicos comensales. En la chimenea, la buena lea suiza, de pinares
milenarios, luca sus fuegos artificiales. Desde el mostrador, la duea de la
Hostera, contemplaba con alma de alcahueta la aventura, haciendo clculos de
facturas. Sus hijos, educados en Berna, seran quiz famosos doctores.
Escargota de Borgoa, trucha, liebre, creppes, rociados por una
tercera botella de Clicquot.
-La buena vida, es slo nuestra, de nosotros, pases nuevos y
sin historia. Crisol de todas las sangres e ideologas. Generacin espontnea en
donde se mezclan los millonarios con presidiarios, generales dudosos, con
tiranos analfabetos, de nosotros, los futuros conquistadores del mundo, mezcla
magnfica de judos y arios.
Yo no conozco ms ley que la de la selva o de la pampa, la ley
del fuerte. No conozco frente a ti otra ley que la de mi deseo, ese mismo que hoy
me hace decirte: Me morira si te negaras...
Yo no te he posedo, slo te he penetrado. La posesin exige el
placer y t me lo has negado, por ello, nunca fuiste ma...
Brindemos por esta noche de bodas...
Bendito alcohol, que hace aflorar a tus labios el beso, y en mi
mirada el pecado. Qu me importa la amistad, qu me importa el deber, qu me
importa Dios frente a ti, cuando eres la negacin de todos ellos? Te he vuelto a
encontrar, cuando ya no te buscaba. La vida as lo quiso. No te niegues, mi
novia, en sta tu primer noche de bodas...
-Ests loco, borracho!... No puedes hablarme as murmur
ella apenada, y sin embargo, al subir al trineo, se dej sin rebeliones acariciar la
nalga, estrechar su cintura.
Son el ltigo y partieron veloces los caballos encascabelados.
Se apretujaron en las mantas y la mano de l apret el seno ya oprimido por el
corpio. Salt un botn y como palomas, de picos rojos, surgieron los senos.
Hurg la mano de l, el seno hmedo de ella. La inclin ya sin voluntad sobre el
estrecho asiento. Tom entre la boca de l la boca de ella, se juntaron los dientes,
se juntaron los muslos, se juntaron los sexos, se junt la vida...
La vida plena de l y la plena abstinencia de ella.
La luna se haca pedazos tras una montaa. El auriga envuelto
en gabanes viejos pensaba como los caballos en su establo humano. Tras los
muros de las casas oscuras, la vida se arrancaba el antifaz. Y quiz, all en lo
alto, Dios pensar nuevamente, en mandar al mundo, un nuevo, hijo, un nuevo
redentor no concebido con virgen, sino con mujer que tuviera como mnimum
seis aos de abstinencia...
Ego orden a su chauffer regresar a Pars, y en el volante de su
magnfico Rolls-Royce, parti con Alma y Vida por las carreteras de Suiza, en
busca de Sol, al sud.
Se detuvieron breves das en Miln y continuaron hacia la
ciudad de los Dux. La tpica gndola negra los condujo al Royal Daniele,
pasando por frente a la plaza de San Marcos.
Vida haba aceptado aquella situacin, con la impotencia de sus
aos mozos, habase adaptado al concepto nuevo de que su madre fuera la
amante de aquel extranjero. Cuando partieron, Vida ignoraba las verdaderas
relaciones, por ello al enterarse pidile la dejara regresar con los abuelos. Ello
fue imposible; Alma no poda viajar sola con l. Precisaba la pantalla que la
cubriera de la maledicencia de las amigas que pudieran encontrar. Se alojaron en
departamentos contiguos, departamentos siempre comunicados, departamentos
de hoteles para turistas, que slo exigen el pago puntual de la cuenta.
Ella tranquiliz femeninamente su espritu, cuando Ego
prometile casarse con la madre, al recibo de ciertos documentos de Amrica,
pero su dolo, la madre santa, la amiga buena, convertida en una pobre hembra
en celo, le daba pena y asco.
Ego para ella no tena culpa alguna, ya que slo Alma haba
aceptado tal situacin, la enfureca si los vea tomarse de las manos; esa deliciosa
laxitud de Alma al ser mirada por l; la partida hacia las habitaciones de Ego y
su regreso al amanecer, despeinada, jadeante, deshecha. La escuchaba con
horror, en el bao, hacer su toilette ntima, y despus feliz, satisfecha, rumiar el
placer en el lecho al lado del suyo. Pensaba en su padre, que la dej hurfana tan
nia y en el convento que su madre la tuvo enclaustrada sus primeros aos.
Siendo el nico ser en quien confiaba, habale entregado todos sus afectos,
habala siempre credo un semi-dios.
-Podas haber esperado le dijo Vida una tarde, reprochndola,
y refirindose a su matrimonio con Ego.
-No se espera ya a mis aos le contest Alma.
-Tu ejemplo, entonces, me da derechos.
Discutieron largo rato, tratando Alma de explicar lo
inexplicable.
-T no puedes imaginar, mi amor por este hombre, tan distinto,
tan diferente a todo otro. Cuando en tu vida, maana, encuentres un amor as,
tendr recin justificacin el dolor de parir. En la vida, t lo sabes, hemos sido
ms que madre e hija, ms que hermanas, ms que amigas y lo hemos sido
quizs por habernos encontrado solas. Ya has dejado de ser la nia;
comprndeme entonces como mujer. No pretendas que justifique hoy lo que un
da no podrs justificar a ti misma. El amor, para nosotras, hija ma, es slo dolor
y vergenza, porque el verdadero amor, por ser amor es delito, es pecado.
-Perdn, mam pidi Vida enternecida, acercndose y
abrazndola. Alma la sent en su falda, como cuando era una chiquilla, cruz un
brazo sobre su cuello: Voy a contarte un cuento le dijo-. Era, una vez, un
hombre como l y una mujer como yo...

Venecia, la reina del Adritico, luca en ese final de invierno,
todo el romanticismo de sus gndolas silenciosas y negras. La antigua capital de
la repblica, antes de la apertura de la saison del Lido, tena el encanto de la
amante dormida. Si en un lugar de la tierra el amor no era un delito, era en sus
estrechas y sinuosas callejuelas que se cortaban en los canales, plateados por la
luna, que reflejaban en sus palacios de piedra, con ms historias que aos.
Dirase una ciudad de teatro presentada para motivos del cine
americano. Dirase edificada por el capricho de un maharaj para su bien-
amada.
El clima primaveral, caracterstico de Venecia, tentaba el paseo,
invitaba. As visitaron en das de radiante sol, las fortificaciones de la ciudad, se
retrataron dando de comer a las palomas, en la plaza de San Marcos, teniendo
como fondo la columna del len alado; fueron ambas, hermanadas, a implorar
perdn, hasta la baslica de la plaza, uno de los templos ms bellos y ricos de la
cristiandad; frente a la torre del reloj escucharon a los moros tocar las horas,
contemplaron trabajar por artfices obreros, el vidrio y el encaje; se extasiaron en
el esplendor de los salones del palacio Ducal, decorado por los ms famosos
pintores y visitaron las prisiones bajo el nivel del agua, cercana al puente de los
Suspiros, camino obligado de los presos al Tribunal de la Inquisicin. Y Ego les
cont su historia: crmenes, aventuras y lgrimas. Les cont cmo ante las
irrupciones brbaras, sus habitantes aterrorizados, buscaron refugio en las islas
de la laguna y cmo ms tarde, las invasiones lombardas aumentaron su
poblacin y riqueza ante el nmero de fugitivos, y excitaron la codicia de los
piratas de Istria; cmo Anafestos, primer dux, fortific las islas, dio leyes
humanas y se ali a Bizancio; cmo el pueblo, en castigo, arranc los ojos a un
tirano; las rivalidades de las familias patricias, y sus amores, en que el pual y el
veneno eran el nico final. Las intrigas de los nobles y las guerras de conquistas
y defensa; sus infructuosas expediciones cruzadas a Tierra Santa; guerras,
sublevaciones, traiciones, toda la historia de los pueblos, toda la historia de los
hombres...
Al atardecer, de regreso a sus excursiones que se extendan a
veces en veloces lanchas hasta las islas lejanas, se detenan en el bar del hotel
seorial, donde Ego cumpla el rito americano de su cocktail. Generalmente
era Vida la que lo acompaaba.
-Yo me arreglo, en un momento insinuaba como excusa- Ve
tranquila, mam, enseguida subimos...
Arrancaba de su cabeza el pauelo y daba libertad a sus bucles
aprisionados contra el viento, dejndose caer en el sof a su lado, rendida de aire
y marcha. l le enseaba a beber, tomada de su mano, penetraba en el
desconocido laberinto de la mezcla de las bebidas, que aturdan el cerebro y
liberaban el alma.
Un terceto dejaba or una msica discreta de bar. Viejas
canciones italianas. La luz amortiguada por las pantallas de pergamino,
predispona a la confidencia.
Por primera vez en su vida turbulenta, Ego se confesaba
aturdido.
Aquella chiquilla fresca, continuamente a su lado, que haba
desvestido mentalmente al final de un baile, que haba visto sus muslos,
perfectamente moldeados, en el continuo subir y bajar en los embarcaderos, lo
aturda. No era que la idea del deseo no llamara a su sexo despus del tercer
whisky; era algo nuevo, desconocido, inexplicable, que le obligaba a cambiar el
tema o desviar la mirada.
Ocasiones haba tenido de solicitarla, y su instinto le deca lo
fcil de aquella conquista; quiz por ello, por ser tan fcil, tan confiada en l.
Adivinaba la admiracin que haba despertado en aquel ser que comenzaba la
ruta, la ingrata, la triste ruta de la vida.
No era necesario que su deseo por Alma se hubiera apagado.
Era ese contacto diario, ntimo, con aqul espritu sin cerrajes, con aquel cuerpo
fresco, autnticamente virginal.
Una noche, despus de poseer doblemente a Alma, agotado, el
recuerdo de Vida lo reanim. Se desquit con rabia en el cuerpo sin voluntad de
la amada.
Muchas veces la potencia masculina no es sino el recuerdo de
la otra no poseda. El cerebro est ntimamente ligado a los testculos. En el amor
carnal, la imaginacin manda.
Haba hasta pensado en la posibilidad de aquel doble amor,
estaba convencido que obtenidos ambos, no habra mujer en el mundo capaz de
separarlos.
Un hombre fiel, es despreciable hasta para la propia amante.
sta no perdonar una aventura, pero menos perdonar al
marido, no haber tenido ninguna, que otra no se lo dispute, que esa no sea capaz
de conquistar. En el espritu de la amada, el dolor o la duda, es el motivo para
sentirse femenina perdonando.
La mujer que da como pretexto para la ruptura, un engao, no
ha querido nunca a ese hombre, no lo ha deseado sinceramente jams.
La mujer necesita su rol de mrtir y vctima, para excitarse. La
mujer nunca es sinceramente celosa del amado. La halagan sus conquistas,
aunque no lo confiese o no lo comprenda. Mientras es ella la preferida,
mientras aquella aventura no se alargue, mientras no sienta el peligro de la rival
que puede reemplazarla, toda mujer estar orgullosa de su hombre.
El amor no es lstima ni olvido, es lucha y conquista. El deseo
se alimenta slo de temor. Temor de perder, temor que otra se lleve lo que an a
una le canse. Muchas veces no es amor, es egosmo, es feminidad, es motivo de
vida, es lucha...
-Es verdad lo que dicen de tu pasado le pregunt Vida,
apurando el tercer cocktail-. Es cierto que distinto a otros, no respetaste nada...
-Respet el mandato de la vida que es lo nico respetable.
-Es la ley de los animales dijo ella, molesta. Nos diferenciamos
de ellos por el espritu.
-T confundes espritu por convencionalismos. Derecho por
obligacin. Y la vida no conoce otra obligacin que la vida. Es su ley. La fuerza,
otra que la fuerza; el amor, otro que el amor. Los jvenes y los viejos hablan
distintos idiomas...
Podrn comprenderse en las futilezas de la vida diaria, pero
jams cuando hablan sus glndulas, porque en stos ya estn muertas. Te
podrn trampear en un negocio porque su experiencia es ya mayor pero no en la
vida, porque sta no es experiencia. La vida nace diariamente, junto con el sol.
Qu amor sera, se el tuyo, mientras que exigiera un pasado en el que t no
existas? O es que mientras vivo y espero la vida, no tengo derecho a esperar el
amor?...
-T!... T que tienes todo?
-S, yo, que tengo todo pero espero ms an.
-Ms an... -repiti ella como un eco.
-Ms an; porque adems de la riqueza, adems de la belleza,
adems de la juventud... Te espero a ti!...
Su espritu o su deseo acababa de venderlo. Haba pronunciado
aquella ltima frase sin pensarlo. Quiz fuera ese tercer whisky servido
generosamente.
Se hizo el silencio en ambos y hasta ellos llegaron las notas del
violn.
Quedaron escuchndolas. A ella golpendole el corazn. A l...
Ego no haba amado, la vida no le haba dado tiempo para ello.
El amor de los primeros aos, es slo un aprendizaje, slo
fintas en la pedana de la vida. Los jvenes no saben del amor porque primero
deben saber del placer. Es una ley inmutable. El instinto sobre el cerebro.
El amor no es una obligacin de todos, es una cualidad de
pocos. Se nace para el amor como se nace para el arte.
Un carnicero que cohabita con su esposa, no est obligado a
conocer el amor.
Realiza una funcin fisiolgica, satisface una necesidad fsica,
cumple con una ley biolgica, mantiene la especie, puede hasta sentir la
paternidad, pero no tiene obligacin de conocer el amor.
El amor no es posesin fsica, no es roce de muslos elegidos. El
amor es aquel sentimiento que despierta los sentidos a tal extremo, que el andar
de las cosas, no es preez anual. El amor es la cualidad de amada en la
habitacin vecina, produce un placer auditivo, reconoce su forma de pisar.
Amor es aquel sentido del olfato que hace perfume la piel de la hembra. Amor
es el deleite de verla desde el lecho, en la armona de sus movimientos, peinar
sus cabellos. Amor es la sensacin agradable que repercute en toda piel al
rozarla. Amor es mirar sus ojos y verse en ellos...
El amor es el don de los privilegiados, el amor es un don que
slo pueden sentirlo, los elegidos de los dioses.
Y Ego aquella tarde sinti el amor. No era slo el deseo fsico.
Era la unin de su ser a aquel ser. La unin de esta y la otra
vida. El maravilloso choque de sus cuerpos, para perpetuarse voluntariamente.
Para crear la vida, perpetuar su amor.
Los hijos del coito tendrn como maldicin su inferioridad
fsica y mental frente a los hijos de amor. La tara de la humanidad est en
satisfacerse cohabitando. El egosmo del pene o del cltoris se impone en la
mayora. No creamos con amor. Damos la vida como una consecuencia fortuita
de fro o pereza. Damos la vida como si defecramos o nos sonramos las
narices...
Y por ello la vida es mala, y por ello es perra y por ello
maldita...
Ego, haba sentido el respeto por Vida. No la hubiera tomado
antes de sus nupcias. Ateo, hubiera llegado hasta el altar para implorar la
bienaventuranza de su amada. Hubiera hecho contriccin de sus pecados.
Hubiera jurado proteccin y fidelidad...
En la habitacin del hotel las esper. Imaginaba que todo se
arreglara. Que Alma si lo quera no le habra negado a su Vida. Amor que no
sabe de sacrificios no es buen amor.
Y Alma slo haba sido para l una aventura. Una de sus
cientos de aventuras.
Vida, en sus catorce aos, en la impudicia de su cerebro era
para Ego, la primera y la ltima.
Alma no poda exigirle su vida y la de ella.
Contempl en el armario las ropas de ambas. Encajes y sedas
entremezclados con la pdica camisa de hilo.
Tenan la ropa con olor distinto. Olor de hembra y de virgen.
Olores caractersticos, inconfundibles, como el olor de las hembras de
prostbulos o conventos. Olor a semen o flujo...
Cuando volvieran, l hablara con Alma. Calmada sta, podra
obtener de ella todo; harale comprender y partira entonces con Vida.
Comprara en la Corte dAzur un pequeo palacio, lo alhajara
para ella, con la emocin de la primera mujer conquistada en la vida, la llevara a
viajar por su lejano pas, correran por las arenas doradas de Amrica y por las
nieves eternas del norte. Viajaran en pomposos elefantes de la India y en
veloces trenes plateados de la Amrica del norte. La selva tropical desplegara
ante ellos la armona de sus colores.
Haran de sus vidas el ms bello poema de amor.
l plantara un rbol y a su sombra escribira un libro. Ella le
dara un hijo...

Esa noche no los acompa a comer.. Qued en su habitacin
con el pretexto de una jaqueca, horrorizada de las palabras de l.
El amor no tiene ms obligacin que el amor habale dicho-:
Yo que todo lo tengo, te espero a ti... haban sido sus palabras, en el momento
que lleg la madre, del coiffeur, sombrero en mano.
Ella quiz era la nica culpable, ella y ahora se lo confesaba,
que haba dejado sin querer asomar a sus ojos el alma. Su pobre alma de catorce
aos, enamorada del amante de su madre...
Abri la ventana que daba sobre el gran canal. Una gndola
cruzaba lenta y de pronto sinti el Haoooo!... del gondolero avisando su
entrada en una callejuela de espejos lquidos.
Ella se repiti- era quiz la nica culpable. Pens en un
instante atarse las manos y arrojarse al canal. Dejar una carta que dijera: Madre,
tu felicidad bien merece mi gesto. Te devuelvo la vida que me diste...
Hubiera sido ponerla sobre aviso, robar la fe en su hombre,
hacerla desgraciada una eternidad.
Llor intensamente lo que imaginaba una tragedia, el fin de un
mundo. Rival de su madre!
Se lo confesara todo a ella, para que desprecindolo ambas
olvidaran aquel ser; quiz profesaran hbitos, dedicaran ambas su vida a la
penitencia, que las hiciera dignas del perdn.
De rodillas implor: Padre nuestro que ests en los cielos...
Cerr la ventana y lleg cansada hasta el lecho. Sobre l se abandon, el camisn
le marcaba afrodisacamente las formas; sus maravillosas formas de nia y
hembra.
-Mam! Mamita!... implor, defendindose ya de s misma.
La ola de fro que cubra ese fin de invierno a Europa, lleg a
Venecia. Decidieron bajar a Sicilia buscando los vientos clidos de las costas
africanas. El poderoso automvil guiado por la firme mano de Ego dej larga
estela de polvo en las carreteras italianas. La auto-estrada de Miln le permiti
probar la mquina. Cientocuarenta, cientocincuenta y cinco, sesenta, marc el
cuenta kilmetros, embriagndose de velocidad. Florencia, Roma, Npoles,
cruzaron cinematogrficamente ante sus ojos. Cuando el viejo y lento ferry-boat,
cruz el estrecho de Mesina, Taormina baada por las aguas azuladas del mar
Jnico, apareci deslumbrante de sol, teniendo por teln de fondo el Etna.
Se alojaron en un antiguo convento transformado en lujoso
hotel. Las habitaciones guardaban su carcter de celdas y el claustro por el que
se llegaba a ellas predispona el espritu. Las rosas trepaban por las columnas de
piedra ocultando su tala. Los grandes ventanales de los salones daban sobre la
terraza donde el verde de la naturaleza haba expuesto todos sus tonos. Algo
ms abajo la villa muerta e insignificante ahora, pero llena de recuerdos y
magnfica de historia.
Tuvo el honor en las guerras civiles, que un grupo de
empleados ansiosos de volver a ser hombres, sus murallas resistieran a los
poderosos romanos, durante aos, y slo la traicin de uno de ellos, eunuco de
alma hizo que la ciudad fuera tomada. Las patricias familias de la pennsula,
erigieron en ella sus villas de veraneo y Taormina, danz como una gitana
enloquecida, una danza de vida en honor de Baco y Venus. Los sarracenos de
Ibrahim impulsados en la codicia por sus bellas mujeres y sus riquezas, la
atacaron destruyndola, pasando a cuchillo todos sus habitantes. De nuevo los
montaeses la construyeron, de nuevo los sarracenos la destruyeron. Y cuando
no stos, las guerras internas y los terremotos... Cansada de luchar pareca, la
pequea villa, otrora poderosa ciudad... El teatro, el circo romano, conservaba,
dentro de sus ruinas, ese aspecto orgulloso de haber sido el ms importante
monumento de la ciudad. En la falda del monte Della Croce, la imaginacin
de sus arquitectos, aprovecharon como fondo la ms fantstica y bella de las
decoraciones. Las faldas y valles salpicados de pequeos villages, surgiendo
entre los olivares y naranjales, eternamente verde plata unos, y verde oscuros
otros; la costa del mar con sus pronunciadas entradas, tratando de escalar la
montaa, sbana azul bordada de espuma blanca; un infinito, dorado,
enceguecedor en su luz.
Alma, junto a uno de los majestuosos arcos del escenario,
qued contemplando el Etna, que jadeaba, asmtico, respirando como cansado,
de su prisin de infierno. Ego y Vida subieron, ayudndose por las escalinatas
gastadas por el paso de los aos, hasta la galera superior, amplia y bella y en
parte bien conservada. All abajo, en escena, apareca pequea e insignificante
Alma, desentonando en su traje, destruyendo la evocacin.
Eran los tres nicos personajes de la tragedia que la vida les iba
inconsciente hacer representar- la tragedia que se repeta miles de aos...
Vida, temblando, agitada por la sabidura y por lo que
femeninamente presenta, por lo que adivinaba en esa oportunidad que saba l
no dejara pasar, se sinti acorralada entre la inmensa columna que los ocultaba
a la vista de la madre, entre la columna patinada por el tiempo y aqul hombre,
su primer hombre en la vida, vedado y prohibido.
Se lo haba confesado a toda hora, su lucha fue tan breve que
casi no existi. Se dej llevar por ese torbellino de emociones y deseos, por esa
locura que le haba hecho mirar con odio a la madre. Esa madre, que le haba
impuesto en la vida de ellas, en la intimidad de sus almas y sus cuerpos, aquel
hombre joven y al que sus aos tenan ms derecho. El dinero o la libertad que
las leyes reconocan a su madre, no podan entrar en la disputa de aquella justa.
All slo valdran el corazn y la juventud.
Si Vida estaba enamorada de Ego, slo su madre era culpable.
Ella, le haba enseado con su ejemplo, admirarlo primero, amarlo despus.
Ella le haba destruido los prejuicios morales. Slo ella haba
despertado con el aspecto de la carne satisfecha, su deseo...
-Tu madre, no puede ser un obstculo a mi amor, como no
podra serlo ninguna otra mujer de mi pasado. Mi corazn no sabe de
parentescos, ignora apellidos y fortuna. Amor que siente piedad por el dolor
ajeno no es buen amor. El amor es la fuerza de la vida basada en el egosmo de
vivirla. El amor es un instituto superior a la vida, esa misma vida que por
habrtela dado no tiene el derecho hoy de pedirla. Lo que se da a cambio de un
futuro gesto, no tiene derecho a l. Los sentimientos desconocen sellados y
pagars... Yo mismo continu, acercndose y tomndola de las manos- he
sacrificado mi deseo. He purificado mis sentimientos a tal extremo que si esta
tarde te ofrecieras, yo no te aceptara. Te quiero tanto, maravillosa Vida ma, que
quiero ofrecerte antes que t, todos los oropeles morales que puedan hacer
felices tus das. No te quiero como amante, te busco como esposa, como madre
de mis hijos, como duea de mi vida.
-Tus hijos... murmur ella.
Sus ojos claros, vieron acercarse aquel rostro moreno, de
prpados y brillantes ojos, y dientes parejos y blancos que buscaban su boca, que
tambin ansiosa buscaba la sensacin nueva del primer beso de su vida...
Se juntaron sus cuerpos antes que los labios. Los brazos de l
cruzaron su cuello y la cintura. Sus rodillas cedieron como en un desmayo. Se
oprimieron sus senos sobre el pecho de l y sinti su aliento clido, sus labios
hmedos, la penetracin de aquella lengua en su boca. Sus piernas, temblorosas
e instintivamente en defensa, cedieron ofrecindose, sus brazos inconscientes se
abrazaron a aquel torso que la oprima ahogndola, quitndole deliciosamente
su respiracin. l no hubiera tenido ms que recostarla sobre las piedras de
aquella alta galera varias veces centenaria, para hacer de ella, lo que hubiera
querido.
Senta su aliento en su aliento, presinti por primera vez el
sexo buscando a travs de los tejidos, el sexo...
No precis ya apretujarla contra s. Vida, en la impudicia de su
deseo busc los labios de Ego, ofreciendo su boca, en la que los labios mezclaban
sus salivas... Ebria, junt su pubis al cuerpo de l, que corriendo una mano
habale tomado un seno. Sinti su grupa acariciada violentamente,
dolorosamente por las uas; crey morir...
-Perra!... grit de pronto, como fiera herida, Alma, ante el
espectculo de su vida rota, no esperado.
-Perra!... repiti desde lejos, avanzando hacia ella, olvidando
la hija, vislumbrando slo la rival. La rival que, ms joven, ms bella, le
arrebataba el hombre, le robaba su placer, la condenaba al dolor.
Ego, no atin a reaccionar sino cuando sta habale cruzado a
Vida el rostro de una bofetada y un escupitajo.
-Miserable!... Miserables!...
Quiz Vida, no hubiera reaccionado ante la humillacin, si sta
no hubiera sido hecha en presencia de aquel hombre.
Ego la contuvo y Alma qued estupefacta ante aquel gesto
dispuesto a la defensa; aquel gesto en que surga con l, un ser desconocido;
gesto de aquella hija sobre la que crea tener todos los derechos, ademn de nia,
convertida de pronto, transformada por la vida y el amor.
l insinu unas palabras. Alma le dijo, le grit:
-Vete!... Djanos solas!...
La brisa del mar llev el eco:... olasss!!!
Era imposible explicar lo inexplicable. Demasiado embarazosa
la situacin creada. Absurdo en aquel momento abogar por su derecho, hablarle
de su amor a Vida.
Opt por bajar la escalinata. Ms tarde calmados los nimos, l
defendera sus sentimientos, los nicos puros que haba sentido su corazn.
Estaba enamorado de aquella chiquilla. Por primera vez
vislumbraba el amor. Surga en su alma, cansada y viciosa una aurora, un
infinito deseo de ser bueno...
Tom camino abajo. No volvi para contemplar esas dos
mujeres que en silencio lo dejaron alejarse. El mar cantaba su tierna cancin de
olas. Las ruinas seguan afinndose con el viento. El sol prisionero de su crculo,
esclavo de su rbita, marchaba a su destino, como ellas, como l...
Vida se sent en el borde del muro y queriendo evitar la
mirada de su madre, mir hacia abajo. Las piedras labradas por esclavos,
arrancaban desde sus cimientos, apoyndose en las rocas de la empinada
pendiente.
Su rostro le arda como presa de fiebre, senta el escupitajo, fro
ya, de la madre, al verla en brazos de Ego y no se animaba a limpiarlo. Pens si
habra trado pauelo... Pens que nadie est obligado a amar a otro. Si l quera
hacerla la madre de sus hijos, Alma no poda oponerse y si lo intentaba peor
para ella. Vida, no se detendra en nada ni en nadie. Slo obedecera la voz de su
instinto y la voz de l.
La encontr ridcula, corriendo tras los afeites, los peinadores y
masajistas, para compensar los diez aos en su contra, para adquirir esa esbeltez
y esa lozana que a ella le sobraban. Qu pasara cuando ella, cincuentona,
tuviera a su lado un hombre que no haba cumplido los cuarenta? No haba
tenido su juventud, prueba de ella, para venir a conquistar hombres que le
pertenecan por derecho? Era posible que se viviera una segunda juventud a
costa de la primera, quiz la nica de ella?
Por primera vez haba sentido latir en forma extraa su
corazn, turbarse deliciosamente ante la mirada de un hombre, deseando
vehementemente que la tomara. No imaginaba bien cmo sera aquello; pero
saba s, que deseaba ser penetrada, apretada desnuda contra el pecho del
macho; desgarrada su carne. Si la muerte era su consecuencia, ella no titubeara
en llamarla buena muerte. Pero no dejara que otra mujer, porque mujer era slo
la que le disputaba ese hombre, impusiera un derecho que su instinto le deca
era el de la fuerza. Ella amaba y era amada; ella era joven y l, rico y libre...
Huiran maana al alba, ella misma lo propondra. No exista
en su alma otro temor, que el soportar nuevamente las caricias y atenciones de
su madre para l.
Recordaba con rencor, cmo hasta esos das le haba impuesto
una niez que no senta, slo por celos, slo por rejuvenecerse, pensaba ahora,
slo para que su juventud no remarcara sus aos. No haba sido amor de madre,
sino egosmo de hembra.
***

A la impresin producida ante la escena, de su hija abrazada a
su amante, habale sucedido una depresin espiritual, un cansancio fsico, que la
hubiera hecho acostarse sobre el musgo de las piedras y dormir, dormir
eternamente.
Debe hacer mucho que me engaan pens calmada ya-. Quiso
disculpar ante s al hombre que saba, no podra ya vivir sin l. Ego, por hombre
y como hombre no es culpable. Ha tomado una oportunidad. Ha aprovechado la
mujer que se brinda. No ignora que no hay hombre capaz de tomar una mujer
que no quiera drsele. Ni que ste sea fuerte ni que aquella tenga catorce aos.
se es el pretexto para justificar el arrepentimiento de un placer o curiosidad
satisfecho. Es el biombo para tapar letrinas sentimentales.
La excusa para justificar una debilidad de piernas. No hay
tampoco tal engao. Las palabras tienen sabor de veracidad, cuando queremos
que las tengan, cuando el hombre que las pronuncia nos gusta o nos conviene.
No se engaa a una mujer en amor, que no te invite a que la engaes. No se
toma a la mujer que no te invite a que la tomes. No se conquista sino aquella que
quiere que la conquistes.
Antes de la posesin la nica que manda es la hembra. La
nica que puede.
Vida, su hija, aquella chiquilla puerca, deba haberlo buscado,
deba habrsele ofrecido y ella, tonta, recin descubra aquel vergonzoso engao.
Recordaba de pronto gestos y palabras, que no haba dado otra
importancia, que la que podan tener las relaciones entre l y ella, su amante y su
hija.
Mir hacia el mar como buscando consuelo a su dolor, un dolor
inexplicable, nuevo, un dolor muy dentro de s misma que le produca ansias de
llorar y morder.
Nada haba cambiado, nada derrumbado, las ruinas
continuaban el camino de los aos, muertas ya, indiferentes a un dolor que ella
crea deba conmoverlas. En el paisaje slo el disco dorado se haba agrandado
en el firmamento, llevndose su luz, dejndole la noche.
La terrible noche de la verdad, la negra noche de la vida.
Ella era joven, bella an y ese hombre, el nico que haba
posedo fuera de su marido. Su amor poda defenderlo con el certificado de su
honestidad, con la sinceridad de su cario.
Qu delito purgaba para enfrentarse como rival de su hija?
Por qu haba sido ella la elegida de Dios?
-Desde cundo eres... desde cundo hacen esto? murmur
interrogando, ansiosa de abrir an ms su herida.
Vida mir sobresaltada al escuchar su voz, a una madre
distinta.
-Yo no he sido... respondi-. Voy a serlo...
-Ests loca...
-No; estoy enamorada...
Sera posible, oh, Dios!, que ella no se hubiera entregado, que
fuera pura an?
-Jralo!... Jralo por tu padre muerto, por mis ojos!- implor.
-Lo juro, madre...
Alma se acerc a ella, abrazndola.
-Hija, hijita de mi alma!
Pero de pronto record la escena. Crey que nunca la haban
tomado en sus brazos as...
-Maana volvers al colegio sentenci, tranquila por el tono
de sinceridad de aquella voz.
-No, madre dijo Vida separndola-; yo no volver al colegio...
Yo no volver ni siquiera contigo, yo partir con l...
La madre se transform en hembra, la mujer en rival:
-Irs donde yo te mande, a las buenas o a las malas. Irs donde
yo quiera, pedir a los jueces que te internen por los aos de los aos...
-T no hars eso; t no tienes derecho a hacerme eso. Yo voy a
casarme con l...
-Casarte, t?- rugi iracunda-. T, hipcrita, culo sucio?... y
avanz hacia ella, con los puos en alto, dispuesta a castigarla nuevamente.
Vida se irgui sobre el parapeto, tomndose de la columna.
Aunque fuera su madre no tena derecho a insultarla as. Ella
slo disputaba su felicidad.
-Y t, t qu eres? Vieja ridcula, vieja...!
Se abalanz Alma, Vida quiso evitarla, un pie qued en el
vaco, se quebr el equilibrio y desapareci a la vista horrorizada de su madre.
Pareciera que se haba borrado del paisaje.
Tras una indecisin, Alma, ya sin corazn, se asom a la
balaustrada.
All, abajo, al pie de la muralla, sobre el verde negro de las
ropas, una mancha de ropas rojas...
-Hija... hija ma!... Tmalo... tmalo!... Es tuyo! Slo tuyo!
grit enloquecida.
Se arrastr como una fiera herida. Herida de muerte.
Reson en el valle el eco: es tuyo... es tuyo!
Se acerc ms, tendi una mano...
Qu lejos estaba su nia!
-Hija!... -implor de nuevo.
Le pareci verla moverse y entonces quiso descender
verticalmente. El vaco la llev.
Cay junto a ella. Cuando instantes despus recuper el
sentido, un lquido pegajoso la cubra... sangre y secreciones intestinales. A su
mano estaba Vida, dormida...
Un sueo profundo la embargaba, sueo de muerte. Quiso
acercarse...
Su cuerpo no obedeca al cerebro que mandaba. Pudo apenas
apoyar una mano en la frente de Vida.
-Hijita!... mi hijita!...
Y como tantas otras noches, cuando Vida era muy nia, cerr
los prpados tranquila, al saberla junto a ella. Junto a ella para siempre...


La tragedia se repeta GUERRA!


7

CAPITULO VII

La invertida es, generalmente, un producto de las
circunstancias, no de la naturaleza. Es la consecuencia de la vida falsa en el
internado, en las sociedades sportivas femeninas, en los conventos y en las
crceles.
Las glndulas necesitan cumplir su misin para mantener el
equilibrio de la vida. Si las circunstancias se lo privan, ellas crean auto-defensas
disfrazando seres u objetos que se asemejen a sus necesidades fisiolgicas.
Tan relacionado est todo con su organismo, maravillosa
fbrica de vida, a una marcha normal que hasta el lactante al chupar la mama
ejerce un influjo directo en el tero y los ovarios, provocando contracciones
rtmicas en aquellos rganos que tienden en esta forma a su restablecimiento
despus del parto.
La hembra que impide cualquier funcin natural an tildada
por las leyes de inmoral, no hace sino atentar contra su salud y su espritu.
La nia, mucho antes generalmente de su poca menstrual,
vislumbra su misin por sensaciones ms o menos vagas que la llevan
inconscientemente a la investigacin. Investigacin nunca satisfecha y menos
explicada por sus cuidadores.
Es entonces cuando se presenta el problema de satisfacer una
necesidad imperiosa de los rganos o atrofiarlos en una abstinencia
generalmente imposible.
Se recurre entonces al engao. La mentira obligada, religiosa o
social, ya que stas marchan, aunque paralelas, por distintas sendas a la realidad
de la naturaleza.
Las relaciones sexuales estn regidas y legisladas sin tener en
cuenta el valor salud de la persona. Regidas y legisladas como relaciones
comerciales, como si exclusivamente dependieran de la letra muerta de un
Cdigo que puede dirigir nuestros cerebros.
Obligada por tales circunstancias la humanidad,
principalmente la mujer, no le quedan ms recursos que disfrazndose en la
rigidez falsa de la moral, recurra al onanismo en primer trmino, a relaciones
hasta con animales, o palos con apariencia de duchas vaginales y cuando stas
no satisfacen plenamente, tropiezan con la iniciada a la inversin directa.
Se malogran as seres que podran haber sido fecundas madres
y maravillosas esposas, si no se les hubiera exigido para ello mantener intacta
una virginidad fsica que rara vez se conserva an sin contacto masculino
despus de veinte aos.
La libertad sexual de la mujer, no hara sino disminuir el
libertinaje. ste no se impide persiguindolo.
El deseo, encontrar siempre la ganza para abrir la puerta
despus de medianoche.
Queremos y debemos ser sanos no solamente espiritual sino
tambin sexualmente.
Hemos progresado intelectualmente pero seguimos regidos
por los mismos principios sexuales de la Edad Media, por una terrible
Inquisicin representada no slo por las leyes, sino por nuestros seres ms
queridos, satisfechos o agotados y de tan frgil memoria que olvidaron los
problemas de su juventud.
La revolucin social, o la revolucin humana, debern tener
como base primordial el problema de la libertad amorosa.
La mujer, por su configuracin, por su responsabilidad ante la
vida, por la misma perfecta naturaleza que la rige, no es en su mayora ni
sicalptica ni libertina, ni tiende instintivamente a ninguna degeneracin. stas
son las consecuencias exclusivas de su abstinencia forzada.
Si los hombres nos rigiramos por las mismas leyes daramos
un porcentaje mucho mayor de invertidos que ellas.
Podra alegarse que la mujer es diferente en sus necesidades
frente al hombre. Ms a su favor. Libres y satisfechas, formaran uniones ms
duraderas, ms felices que las que hoy rigen sus vidas.
Se les exige como nico permiso de vida, el matrimonio o, en el
peor de los casos, una castidad tentada diariamente por espectculos de parejas
aparentemente felices, la promiscuidad en la vida familiar y la ilusin teatral o
cinematogrfica.
No hay ser humano que pueda resistir impasible la tentacin,
al deseo, y se resista por un tiempo indefinido.
Trabajo a cambio de virtud o virtud a cambio de hambre.
El problema matrimonial es imposible en cualquier comunidad
organizada con buena intencin.
Existen pases, conglomerados humanos en que por cada
hombre existen ocho o diez mujeres. Si una de ellas se casa adquiere la
exclusividad legal sobre el esfuerzo mental, fsico y sexual de ese hombre
aumentando el nmero de mujeres condenadas a la soltera y si llegamos a que
todos los hombres se casaran nos encontraramos que por una mujer
satisfecha la mayora de las veces tendremos de ocho o nueve mujeres
condenadas a la masturbacin o violar las leyes humanas y divinas para no
idiotizar o sucumbir de hambre, prostituirse.
La solucin no est en combatir la prostitucin, la consecuencia
y factores extraas a ella, sino lo que la origina, la causa que la produce. No est
en crear hospitales y manicomios ni salas de madres solteras, ni Tribunales de
Mujeres liberadas. No est en inventar de hierro o cuero un cinturn de
castidad, ni un infierno aqu o en el ms all a la mujer que marcha por el
imperativo de sus glndulas.
La solucin es darles una igualdad social y moral an
sacrificando a esa favorecida en la tmbola en la vida, por el matrimonio; la
seora.
En el fuero ntimo toda mujer deseara ser esposa, madre,
compaera, amiga. Es cruel, inhumano, condenar a la mayora; darles vida
obligndolas a jugarla en una lotera con pocos premios.
El mormn ha sido, aunque imperfecto, un cruzado del
maana. La fidelidad de sus mujeres una cualidad innegable.
La falla del matrimonio es aquella carrera tras del marido. No
existe otro estmulo que asegurar un bienestar fsico y sexual y cuando esto se
consigue surge por lgica el deseo de satisfaccin espiritual y como
consecuencia de ello el adulterio.
La libertad sexual en la sociedad del porvenir no traer como
consecuencia el bienestar exclusivo de la mujer, participar el hombre, crendose
el respeto mutuo y una obligacin moral e independiente hacia los hijos.
No se consiguen alimentos para la prole que no se quiere
alimentar, por ms condenas y fallos en los Palacios de Justicia, no se consigue
revivir el amor o el deseo, por ms impedimentos legales o religiosos al divorcio.
Los sentimientos no pueden ser regidos por las leyes, nacen
como mueren, independientes de toda razn, de toda valla, de toda lgica...

Virgen fue una consecuencia de aquella sociedad mal
organizada. Su hogar fue el comn de todos los obreros franceses. Un pequeo
pueblo de pescadores y veraneo sobre la costa Bretona: Quiberon.
Familia numerosa, excesivamente religiosa, la criaron en la ms
estricta disciplina moral. Nunca olvidara el orgullo de los suyos cuando en la
procesin anual, vestida de blanco, fue elegida para tomar uno de los cordones
del guin.
Tendra diez y seis aos cuando termin sus estudios y se
dedic a cuidar a los suyos y aumentar su dote con el empleo de vendedora en el
quiosco frente al hotel. Pequeo hotel burgus que abra sus puertas en verano
para alojar empleados en vacaciones.
Viva en el mundo de las revistas y su mundo parecale un
castigo. Hasta que un da...
Da de todas las mujeres, da de todas las vrgenes, da de
verano y menstruacin. l habale comprado unos rollos de pelculas, hecho
provisin de cigarrillos, cargado de nafta el tanque de aquel lujoso auto
americano que atraa a la gente.
-Si usted me pidiera quedar en este pueblo...
Ella no le pidi, pero acept la invitacin de pasear ms tarde,
y ensearle los caminos que cortaban la playa, hacia el bosque.
Sali sin ms intencin que disfrutar siquiera la sensacin de
ese auto que imaginaba prerrogativas slo de estrella de cine.
Partieron por la costa en bajamar, tomaron carreteras en
enloquecida velocidad, bebieron en el camino y cuando l la dej ya anochecido
cerca de su casa, llevaba para su cuaderno de notas de viaje una aventura ms y
ella semillado su vientre virgen por un espermatozoide americano.
La historia de ella era la historia de todas las que, como ella,
por ser pobres, perdan su capital. El padre le pate el vientre delante de los
hermanos y su madre le dio sus ahorros cuando, vuelta en s, la expulsaron de la
casa.
Pars la recibi sonriendo, conformndose con saberla joven y
bonita. Es un pasaporte que no necesita sellados ni firmas. Una amiga de la
madre la ayud, hasta que un da quiso entregarla al amigo generoso de la
casa.
Invierno. Fro, hambre y la amiga similar, pero ms
conformada, que la recoge en su cama tan chica que para dormir bien deben
hacerlo abrazadas.
Margot haba tenido condescendencias con el gerente de las
Grandes Tiendas donde trabajaba, y la primer vacante fue para Virgen.
Comen miserablemente en bistroca, donde los chauffers de
taxis juran en jaban. Diez horas de pie; como autmata sonre a los clientes,
los partes de enferma se descuentan del jornal; los jefes de la seccin y hasta sus
compaeros de trabajo la olfatean como perros en celo.
Es algo brutal, inhumano, agobiador...
Slo los sbados haciendo recuentos pueden ir al cine del
barrio, los domingos quedan hasta tarde en la cama, repasar el nico traje,
almorzar un plato chez-Dupont y pasear por el bois.
Hay tcitamente en ambas un rencor hacia el hombre, por ello
Margot se extraa cuando Virgen le dice:
-No puedo ms... Le he aceptado salir maana...

A Ego le afect profundamente la tragedia de Taormina. Si
hubiera posedo a Vida quiz no hubiera sido para su espritu sino una aventura
ms.
La muerte tiene la piedad de negarnos el espectculo del ser
amado vencido por el tiempo, deformado por los aos, grotesco por el hasto.
Tiene la virtud de fijar como en una pelcula, el mximo de la
belleza del ser amado en nuestro cerebro. Se recuerda slo su bondad, pasin, la
armona en sus formas. Se lo hace como querra uno que fuera, no como era, no
como sera.

****

En la ignorancia de los hechos, en el desconocimiento de aquel
simple accidente producido al perder Vida el equilibrio, Ego haba saturado su
imaginacin, haba creado para l, satisfaciendo su temperamento, una escena
entre Alma y Vida digna de un dramaturgo.
Nadie podra convencerlo de que aquello no fue un doble
suicidio en homenaje, en holocausto de su sentimiento, temerosas, quizs, del
castigo divino de compartir su amor, prefirieron compartir el silencio de la
noche eterna.
La vida no es sino la ilusin del maana o el recuerdo del ayer.

****

Salieron a conocer Paris de Nuit. Salieron derrochando
propinas que les abran todas las puertas que, a pesar del modesto traje de ella,
obligaban todas las sonrisas. Francia prostituida se venda en el ltimo de sus
callejones. l repiti la escena de Londres. Inconsciente de su tragedia
econmica, seguro de que su fortuna no tendra fin.
Virgen al entregarse aquella noche, lo hizo convencida de
cumplir una necesidad econmica. Cansada de miseria, quera hartarse aunque
fuera slo una noche.
Fue la revelacin para ella. El placer lleg sin esperarlo hasta lo
ms ntimo de su ser.
Parecale despertar a la vida, que su piel era de otra.
Ella, recordaba, se haba habituado a la caricia femenina, de
Margot. Aquello haba llegado sin saberlo. Una noche en que ambas haban
salido con dos amigos, bailado y bebido hasta la madrugada.
La cama era estrecha, y ancho el camino de sus lujurias
insatisfechas. Ebrias, quitaron sus ropas, arrojaron sus camisas, riendo, al suelo.
La cama era estrecha y los vientres y senos se juntaron sin
quererlo.
Surgi el comentario obligado de aquel paseo.
-Qu simpticos eran! Qu bien besa ese hombre!...
Un aliento entremezclaba al otro, un pezn inconsciente
buscaba el otro, el sexo se dilataba lubrificndolo para el acto.
Rean ambas temerosas y audaces a la vez. Temerosas de
descubrirse, y ms an de encontrarse.
-Sentira celos si dijeras que te gusta ese hombre se atrevi a
decir Margot.
-Celos? interrog Virgen acariciando con su mano afiebrada
el rostro de ella-. Seras capaz de sentir celos si me agradara un hombre?
-No s... respondi indecisa, contestando la caricia,
estrechndose ms a ella-. Pero esta noche deseara que nadie tomara tu
cuerpo... este tu cuerpo, tan perfecto en sus formas agreg descubrindola.
Quedaron las dos alumbradas por la tenue buja, temblorosos
los vientres, contrados los brazos, flojas las piernas.
El deseo insatisfecho se rea bajo la cama. La ley de las
glndulas se ocultaba tras las cortinas.
-Besan bien...
-As...
Y los labios de ambas se juntaron azorados, tmidos en un
principio, vergonzosos en su primer roce.
Despus se hizo el silencio y los senos de pezones erectos,
buscaron los senos, las manos acariciaron las espaldas, apretujaron las nalgas,
los muslos se entrecruzaron y una mont a otra, buscando con su sexo el sexo.
Se encontr la vida; los cltoris, las lenguas y los senos, se rozaron los vientres,
rpido el espasmo, contenido en meses de abstinencia, de rencor a los hombres,
de odio a la vida...
Y era posible que hubiera sido necesario que aquellos
compaeros las embriagaran para descubrir esa sensacin nueva y maravillosa,
desconocida e incomparable, que saturaba no slo toda la piel, convirtindola en
un sexo nico y vido, sino el alma, el corazn cansado de empezar en la lucha
por vivir?
El amor normal es instintivo, lo practica inconscientemente
hasta la ms inferior de las especies. El amor de ellas era la superacin del
espritu, era el placer de la carne, era la elegancia y la suavidad en la caricia.
Por qu el hombre pretenda la exclusiva posesin de esa
belleza? De esa belleza mxima de la vida, que era el cuerpo de una hembra
joven y en celo? Torpe y brutal el hombre en sus gestos, egosta en su placer,
indiferente al dolor de la carne sufriente y desgarrada del parto...
Margot mantuvo su tesis ante el alma aterida y el cuerpo
anhelante de Virgen.
Toma el placer, pero no crees el dolor. Nuestros vientres de
obreras no debern jams dar la vida, pues ellos slo pueden parir miseria y
hambre, carne de prostbulo, hospital o can. Nuestra vida justifica nuestro
amor. Fue creado para nosotros que tenemos el alma virgen y el cuerpo cansado,
dolorido an del ltimo bruto que nos tom...
Yo me rebelo contra las formas de la misma vida! Yo te
entrego mi cuerpo y mi alma crear para ti un mundo maravilloso y buscar en
lo ms recndito de tu piel el placer de haber nacido hembra!. Yo te dar mi
cuerpo a cambio del tuyo, mi alma a cambio de tu alma. Nuestra creacin, amor,
no ha de perpetuarse pariendo. Seremos estriles para que nunca el cario de
otro ser nuestro, pueda arrebatarnos el brillo amoroso de los ojos. Seremos
estriles como las vestales. Como las elegidas de un culto que vive en las
sombras de las almas, y trata de surgir en la luz de los ojos...
Yo te dar mi vida sin pedir nada de la tuya...

****

Fue una poca en que Virgen crey enloquecer de dicha. El
mundo que las rodeaba se borr de pronto. Una dependa de la otra, todo tena
la sola razn de agradarse mutuamente. La miseria en que vivan era un motivo
ms para justificar aquel acoplamiento. Corran presurosas a la salida del
trabajo, sin animarse a hablar, mirndose solamente, hacia el Bus que las
llevara a su pequea bohardilla, que haban convertido en el templo de sus
amores, en el santuario de sus placeres.
Crea enloquecer, morir con la sensacin de aquellas caricias...
hasta que tropez con Ego, primer hombre que despertaba su carne a una
sensacin nueva, su espritu a una emocin distinta...
Marcharon los das y el capricho de uno y la necesidad de otra
fueron transformndose en emociones y deseos de continuidad fsica. Ego debi
aceptar aquella situacin de menaje a trois, pero no toler cuando instal a
Virgen en su departamento, la convivencia con Margot.
Se encontraba por momentos ridculo, se imaginaba una
situacin similar a la del esposo que sabe que su mujer llega de la casa de su
amante, sin embargo, Virgen cada da gustbale ms, la senta ms necesaria,
fsicamente.
De una belleza tpicamente francesa, de una educacin
simplsima, llena de gafes, la transformacin en pocos meses al lado de Ego, fue
asombrosa. La mujer tiene la cualidad de adaptarse ms fcilmente que el
hombre. De seora a mantenida, de mantenida a prostituta, o a la inversa.
Su primer capricho fue volver con Ego a Quiberon. Se alojaron
en el hotel, en la habitacin ms lujosa, aquella que daba al mar, frente al
quiosco en que ella haca dos aos haba trabajado. Lleg la madre, despus los
hermanos y el padre. Rica, aparentemente, tena todos los derechos de familia. El
cura lleg a solicitar una ayuda para el pequeo templo, que Ego dio en nombre
de ella gustoso. Fue por unos das la mujer mimada de aquel pueblo que haca
dos aos la haba expulsado con el vientre negro de patadas.
La moral de los pueblos, como la de los hombres, tiene tambin
su tarifa.

CAPITULO VII

Cuando los vmitos certificaron que aquel retraso mensual era
un embarazo, Ego descubri en la respuesta de Virgen un ser distinto y nuevo: -
Yo no abortar. T puedes partir y dejarme. No te exijo, no pido nada para l ni
para m...
Y a Margot: -Aquello fue el pasado. Yo amo a este hombre y
deseo mi hijo.
-Usted tiene podrido el cuerpo le haban dicho los mdicos.
-Usted tiene podrida el alma le dijo un sacerdote-.

Slo la fe en algo poda salvarlo, y l se aferr a la vida de
aquel vientre que miraba asombrado hincharse, deformando la belleza de la
hembra. De aquel ser que ya viva dentro, que se poda anular sin delito, pero
que la hembra, obedeciendo al instinto biolgico y supremo de la vida, negbase
a matar.
El aborto es el ms cobarde de los crmenes, para el que no
existen aos suficientes en la vida de las hembras, para su condena.
Puedes disponer de tu placer y de tu dolor, puedes disponer de
tu riqueza y de tu salud, pero no puedes disponer de ese ser inocente, que tu
pereza, tu ignorancia o tu lujuria le dio vida. No existe ley divina ni moral que te
justifique, no existe miseria ni dolor que de la razn de tu aborto.
-Mi cuerpo es mo- dirs.
Pero tu vientre preado es de la humanidad. Deja de
pertenecerte. Te dieron vida con esa obligacin, y para cuando no tuvieras coraje
de cumplirla te agregaron el placer. Te aseguraron tus aos viejos junto al hijo
crecido y fuerte que ha de defenderte en los aos que tu sexo deformado y
estril no pueda atraer junto a ti al hombre. Traicionas a la vida, a ti misma; eres
inferior a las bestias y slo t, cuando eras un feto justificabas el aborto. Tu
madre no imagin que al darte vida, para un monstruo.
No puedes exigir a la vida algo, sin darle en cambio algo.

****

La fe se repiti- en la vida de aquel vientre?
l haba concebido sin amor. Slo por placer, y sin embargo all
estaba la vida trampendole en sus teoras.
-Eres fuerte, fuerte sobre m y sobre la hembra mtame!
Nigame el derecho que no te negaron a ti pareca decirle en la noche desde
aquel vientre deformado-. Estoy indefenso, ciego, encerrado en esta prisin. No
me niegues la luz, el derecho de ser... De ser lo que t fuiste... lo que no te
negaron a ti...
Ego no haba hecho sino marchar por un camino marcado,
vivir la vida brindada, tomar lo ofrecido.
Deba haber otros caminos, distintos senderos, emociones
nuevas.
La vida no poda, no deba ser la letrina dorada que l haba
conocido. La vida no poda ser slo hembras y juego, alcohol e inmundicia,
religin o aristocracia. Quiz fuera, la sonrisa de aquella obrera o el gesto del
segador en la campia, quiz el sacrificio del radilogo, quiz la altivez del
obrero rebelde encarcelado...
Por qu haba dormido hasta entonces su alma? Qu misterio
aquel de la paternidad que hacala despertar?
-Tengo el alma podrida se dijo alejndose de aquella caravana
cuyas adiciones no tenan lmite de fortuna.
La felicidad no poda ser aquella que haba hecho marchar a su
lado a puntapis... Felicidad no podra haber sido aquella indiferencia por todo
lo espiritual.
Escribi a los suyos que no contestaron porque habanse
olvidado de l. Pidi su haber y con sorpresa se enter que su bolsa estaba
exhausta, vaca, abandonada como l. Mir en derredor y slo vio rostros
nuevos, desconocidos en la farndula de su vida. Evoc por primera vez en
muchos aos el recuerdo de la madre. Olvidado en el fondo de una maleta
quedaba un retrato. Quiso hilvanar recuerdos y slo consigui mover unos
cuantos tteres descoloridos.

****

Fue como un pequeo rayo de luz de amanecer, una nota sobre
el detalle de un paisaje. Un poco de colorido en su alma que iba agrandndose
con la forma desformada del vientre...
Virgen transformada por el misterio de la gestacin, haba
acercdose espiritualmente a su hombre, simple, femenina, maternal...


Tu vientre preado no te pertenece es de la Humanidad.


Partieron hacia las playas de la patria donde l esperaba salvar
algo de su cuantioso patrimonio.
La severidad de los nmeros indiferentes y fros en sus clculos
aritmticos, le ofreci un saldo miserable de su herencia dilapidada. Slo
quedaba en su haber una mujer nueva y un hijo prximo a nacer...

****

El alambrado de tres hilos que bordeaba el camino de su ltima
estancia le sirvi de gua. Era la ms pobre, la de menos valor, la que menos
renta le haba dado.
Hacia el norte la pampa inmensa, agreste en sus arbustos
espinosos, al sud de las serranas cercanas con los pequeos villorrios de techos
ensangrentados...
Alta Cumbre era un pueblo enfermo, en el que sus habitantes
tosan de noche, ladrando a una luna imaginaria. Era un pueblo al que Dios y el
Diablo haban olvidado.
Contaba con un viejo hotel reformado, en el que haba sentado
sus reales, poderoso seor, el bacilo de Koch, con una antigua baslica de piedra
que emerga cual pesada y severa matrona, con un prostbulo que explotaba el
comisario de aquella ex-provincia de los comechingones.
Alta Cumbre poda enorgullecerse de su pasado y confiar en la
promesa del caudillo, tranquila en su porvenir; la ruleta oficializada.
Dirase un pueblo pintado de dorado. Visto as de lejos o al
pasar, produca una impresin de beatitud y paz. El agua bienhechora daba
sangre a las plantas y la nieve ciertos aos, cual inmaculado manto de armio,
depositaba en las entraas de la tierra el jugo vital de para los primeros calores
del esto; el sol era lmpido y amante, pareca besar las corolas de las flores en
una concepcin del fruto.
Por dos meses al ao, el pueblo se engalanaba para recibir los
veraneantes, despertaba alindose, se baaba... Entonces sus habitantes
jugaban a los seores y a las damas. Los bailes de ao nuevo, complicada
parodia de moderna fiesta versallesca, tenan el sabor simiesco de las clsicas
tierras de aguas calientes.
Despus, durante el resto del ao, rumiaban lo obtenido en
emociones o ganancias, desapareca y se quedaban con su odio, tosiendo,
tosiendo, esperando el prximo esto...

****

La tranquera semi-podrida rechin sobre sus goznes
enmohecidos para dar paso a su lujoso auto conservado por su vanidad de
humano. Las huellas del camino lo llevaron hacia las casas; un rancho, un
galpn de zinc y un edificio con pretensiones de chalet. Ladraron unos perros
esculidos, les hicieron coro los teros y los gansos. Apareci un viejo en
bombachas, arrastrando alpargatas, llam a los perros y aprovech al acercrsele
uno, para arrancarle una garrapata. -Campo sucio! murmur.
Ego se dio a conocer. Era el patrn, el dueo, el seor de
aquellos campos.
Corrieron las mujeres a peinarse, cambiar sus trajes sucios,
empolvarse de harina los rostros.
-Puede que te guste dijo Ego ayudando a bajar a Virgen.
Ella sonri.
-Claro que ha de gustarme!
La vieja casa no habitada desde haca aos, polvorienta y sucia,
los recibi molesta de ver interrumpido su silencio. Las aguas no funcionaban,
las puertas no abran, algunas goteras haban dejado su huella en los pisos.
Virgen empez a arreglarlo todo. Llegaron albailes y pintores,
muebles, arados, semillas de flores...
Se contrataron peones y Ego empez el duro aprendizaje de
laborar la tierra.
Sembraremos lino dijo, y los tres arados penetraron la tierra
dndola vuelta, hirindola. Jadeaban las bestias y los hombres; los das eran
cortos y los surcos largos.
Cuando llegaron los muebles del nuevo comedor, Virgen
protest: -Para qu tan grande!
Ego sec su rostro transpirado en el esfuerzo de ayudar a
colocarlos, la tom por un brazo y la llev hacia fuera.
-Qu triste estar la estancia en sus noches le dijo- si
tuviramos cuando viejos que sentarnos slo t y yo!
La tierra, aquella madre tierra, ingrata, injusta, esquiva, se le
haba adentrado en el corazn con sus amaneceres, su olor a hierba, su
firmamento en que empezaba a deletrear el secreto de las nubes y de los vientos.
-Si levanta viento sud, va a limpiar...
Se le adentraba en el cario de sus peones, simples, rudos,
que a su espalda se burlaban.
-Es bruto el trompa, eh?... Mire que decir que la vaca
manchada est gorda... Ansina yo engordaba cualquiera mujer!...

****

Cuando la tierra tuvo sus dos rejas, y las rastras de dientes
habanla emparejado, dejando un mullido colchn, que recibiera la semilla,
esperaron las lluvias que la humedecieran, preparadas las sembradoras,
inquietos los hombres y las bestias, en la espera de extender sobre aquella tierra
oscura y reseca, un tapete verde de juego donde como ureo metal se
acumularan luego las espigas maduras y henchidas.
-Sembraremos trigo, todava es tiempo... y volvieron a
marchar las bestias y tras ellas los hombres, cubiertos de tierra y sudor: Arre!...
Arre!...
En la pequea fragua se estiraba la reja que, gastada, no poda
herir bien la tierra y cuando llegaron las lluvias de invierno, se aprovecharon
para revisar los arneses y reforzar los ltigos.
Arre!... Arre!...
La maldicin divina se cumpla. Ganars tu pan...
Temblaban los hombres y las bestias de cansancio. El metal de
la mquina rechinaba gastado por el roce.
Partieron las sembradoras con los caballos ya esculidos, y tras
ellas vigilando Ego, los conductos que depositaban en lnea la semilla, semilla
que si germinara llegando a la madurez, significaba al precio de aquel ao, una
pequea fortuna. Comprara vacas y en los potreros del sud hara cra, despus
instalara un tambo, comprara un camin y mandara la leche al pueblo,
plantara frutales y hara un monte de pinos para que sus hijos tuvieran lea en
los aos fros. Quiz, se pudiera industrializar la paja del lino. Las abejas
podran trabajar junto con l, su miel se vendera a buen precio, pero para ello
era necesario flores y por ello instal un pequeo vivero que le diera eucaliptos,
flor melfera. Habra que arreglar los caminos y alambrados para que las bestias
no destruyeran los sembrados, no pasaran al campo vecino. Habra que reparar
y hacer nuevas aguadas, echar abajo los ranchos infectos y sucios de la peonada,
quiz hacer una escuelita...
Pasaron los das y reventaba la semilla, una primer pincelada
de verde cubri el campo, hasta el borde de las formas de piedra.
Los caracteres calizos de una franja de su tierra, le hicieron
entrever la posibilidad de instalar una cantera. Habra que hacer los sondeos y
los anlisis para conocer su grado de comerciabilidad.
Virgen miraba asombrada la transformacin de aquel hombre,
el milagro operado en aquella alma por aquel campo y su vientre. Su sino
habase impuesto. Se nace constructor o leador y unos y otros cumplen
inexorables sus destinos: stos plantando, aquellos hachando aos despus.
Se esperaban las lluvias.
-Al cambio de luna, quiz...
Los aos anteriores la sequa haba azotado la zona, pero nadie
habase detenido en sus labores, todos continuaban en la esperanza que
hubieran pasado los siete aos flacos.
-Inocenti, no pudo esperar le dijeron.

****

Inocenti, haca treinta aos haba llegado hacinado en la
bodega de un barco, junto con sus padres, que huan del hambre de Europa,
sobrepoblada. Labradores, continuaron en la nueva tierra su destino: reabrir
anualmente el surco en que depositar la simiente.
Su primer juguete fue su novia. Haca ya veinte aos que se
haban casado. Tenan de aquella poca una fotografa en colores desteidos.
Estaba ella fresca, con ancha falda y el cabello tirante hacia la nuca. l, con alto
cuello duro. Fue la nica ocasin en que lo us, y lo recordaba con horror, pues
en aquella su primer noche de bodas no lo supo o no lo pudo desprender. Ah, el
maldito cuello duro!...
Cuando al quinto ao tuvieron el cuarto hijo, los vecinos le
dijeron:
-Los pobres no podemos tener tantos hijos. Es como si
creramos esclavos para los ricos. Cuantos ms seamos los que habitemos esta
tierra menos ganaremos.
-Eh, los ricos los mand Do...
Y con aquella sentencia continu su pobre hembra pariendo y
pariendo. Las cien hectreas que trabajaba, apenas dbanle para comer. Cuando
en la estancia se carneaba, ella iba de noche a recoger las achuras, a disputrselas
a los perros para sus hijos.
l la vea volver, la presenta en su marcha, la esperaba con su
pipa de barro entre los labios...
La dejaba pasar sin decirle palabra, arrastrando el mondongo
sucio o el trozo de corazn mordido por los canes o los zorros. Un da que no
encontr sobras de la carneada ella le insinu de pedirlos directamente a la
estancia.
-Io sono un hombre, tengo vergoa le contest y con paso seguro
march hacia el boliche, solicit ampliacin de crdito, empe su cosecha, la
magra parte que le dejaba la propietaria de aquellas tierras, distinguida matrona,
que ocupaba sus ocios en organizar festivales de beneficencia, donde poda
satisfacer su alma de celestina.

Slo descansaba Viernes Santo y primero de ao. No concurra
al templo, slo saba de Dios, no de sus enviados. Al empezar la siembra,
hincbase en tierra y oraba. Oraba en su caracterstica mezcla de napolitano y
espaol. Seguro que Dios sabra comprenderlo en su mal idioma. Dame oh Do!
questa buona racolta per pagare i debita, per poteri comprar farina e legna per questo
inverno.

Un da enfermse una de las chicas; apenas representara ms
de doce de sus quince aos de hambre. En el viejo sulky prestado lleg hasta el
consultorio del doctor Vianoni, ste lo hizo esperar fuera mientras examinaba la
enferma afiebrada en una de sus habitaciones. Cuando parti, ste le dio la
orden a la farmacia de entregarle gratis el remedio, una bebida en un frasco de
color oscuro que la curara. Bendito doctor Vianoni! Y das despus, anochecido
ya, la mujer le cont la desgracia. Atemorizndola haba violado a la nia.
Puede presentar una prueba de tal acusacin? grit iracundo
el comisario, cmplice de los abortos fracasados, en defensa de su asociado, el
mdico de la polica.
-Io non poso... la bambina... poberea...
-Tenga usted cuidado porque puede ir preso. Esto ms parece
un chantage.
-Uno qu?
Haba que limpiar el maz de la maleza que lo invada. La
denuncia haba que hacerla en la capital, le dijeron. Haba que limpiar el maz de
la maleza...
Poberea sua figlia!
Los pobres, los miserables, no tienen derecho a la queja, slo
tienen tiempo para la labor, no tienen cabida en los cdigos sino para cubrir los
delitos de los ricos. No tienen moral porque no la necesitan... Qu importancia
tiene la nia violada en el consultorio del mdico de polica de un pueblo de
campaa, si sta es la hija de un miserable? Qu abogado tomar su defensa y
qu autoridad ir contra otra?
Haba que limpiar el maz de la maleza, ese maz que no se
recordaba en la zona desde haca aos. Estaba orgulloso, su lote habales hecho
acercar a su rancho al administrador de la estancia para felicitarlo y recordarle
que deba tres aos de arriendo.
-Esta cosecha, pagar todo. Empezaremos de nuevo. Los hijos
ayudan.
Empezar de nuevo a los cincuenta aos!
Revolvi su colchn y de la vieja cartera, regalo de su padre en
sus bodas, extrajo las ltimas monedas. Para qu guardarlas, -pens- si la
cosecha ya est salva, segura? Slo falta un buen precio. Maana vendran a
verla y sobre ella le adelantaran posiblemente, ms de mil pesos...
-Roscas para los chicos pens, mientras caminaba por la
estrecha huella hacia el boliche-, la peineta, que haba adivinado el deseo en la
mirada de su vieja y para l, un paquete de toscanos, un poco de harina, otro de
azcar para hacer maana torta dulce...
El viento norte mova ese atardecer las caas del maizal con sus
mazorcas dobles y triples, ayudndoles en su calor a endurecer. La tierra
hmeda al removerla con su alpargata le garantizaba la terminacin del ciclo.
Dentro de muy pocos das...
En la puerta del boliche varios conocidos miraban hacia las
sierras, las mujeres de la casa se haban agregado al grupo y los nios haban
dejado de jugar.
-Es langosta dijo uno- Puede que pase, va muy alta...
-Es muy tarde dijo otro, mirando el sol y no se atrevi a
continuar su pensamiento: Va hacer noche en estos campos.
Langosta! Maldicin de Dios...
Quin dice que hay otro infierno que esta vida?- pens
Inocenti, y pidi en alta voz:
-Un bichiero de vin!
-Usted tomando vino, don?-dijo asombrado el bolichero.
-Hio aspeto che pase murmur, mirndose las manos
sarmentosas, que durante treinta continuados aos haban araado la tierra,
juntndose para bendecir a Dios.
Llegaron los primeros acridios. La nube oscura fue hacindose
gris. Golpeaban con violencia en el rostro, en los objetos, en los rboles, como
encandilados por el sol. Caan, y como si una etapa tan larga no hubiera
detenido con aquel golpe su motor, ensayaban un pequeo vuelo, y despus de
unos saltos, quedaban con su largo y aceitoso vientre jadeando en violentas
convulsiones.
Inocenti termin de un solo trago el vaso de vino que le haban
alcanzado, sec su bigote canoso con el dorso de la mano, se inclin y tom del
suelo uno de los acridios, le apret el vientre. Junto con las entraas sali el
capullo de huevos. La tir contra el suelo y se qued mirando cmo despus de
unos saltos emprenda vuelo con el vientre hecho pedazos.
-Viene cargada... Va a desovar dijo el bolichero-. Denme
tambin a m un poco de vino... murmur en un tono que hizo alejarse a las
mujeres y los nios, presintiendo la tormenta espiritual que se avecinaba, al
recuerdo de los crditos acordados aquel ao.
Empezaron a bajar. Eran cientos de miles, millones, miles de
millones que caan sobre la tierra floreciente y maldita de nuevo.
Datemi una garrafa di petrolio per incendiar la racotta del frumeno.
Con ella al hombro, lleg hasta el frente de su rancho de paja y
adobe, cuya puerta estaba trancada por su vieja y sus hijos ante el
presentimiento de su locura.
Roci un surco y le aplic un fsforo encendido. Ardi la nafta
y saltaron hacia otras plantas cercanas, huyendo del calor las langostas. La tierra
libre de vegetacin y el maizal verde hicieron que pronto se apagaran las llamas.
Inocenti, presa de una furia incontenible, corri entonces entre
las plantas pisndolas y agarrando a manos llenas los acridios, crisp sus puos,
reventndolos.
Cuando comprendi, a travs de la niebla de su cerebro, su
impotencia, mientras los murcilagos de la noche tendan las sombras de sus
alas sobre la campia, mir su rancho, lo compar con la suntuosa mansin que
se levantaba en la loma, indiferente a la tragedia, encendindose las luces del
parque en un intil derroche de su hambre grit de pronto rebelde y
enloquecido, elevando los puos hacia las estrellas, que comenzaban a dibujarse
para testimoniar la grandeza del creador:
-Do ladro!... Do ladro!...
Corri hacia el rancho y con un tiro de cadena y el cabo de un
hacha, asegur por fuera la puerta, roci con la damajuana el barro seco de su
miserable guarida y arrojando fsforos encendidos fue dndole fuego por los
cuatro costados...
El crepitar de las llamas, que se elevaron instantneamente en
una sola hoguera, se entremezcl con los espantosos alaridos de las criaturas
ahogadas por el humo y mordidas sus tiernas carnes por el fuego.
Do ladro!... Maledeto Do ladro!... apostrof Inocenti, elevando
sus puos hacia el cielo.

Cuando el lino floreci, el campo arrebat al espacio un poco
de su azul.
-Si aguanta hasta la luna nueva, quiz se salve decan los
viejos.
Pasaban las nubes en los atardeceres ya calurosos, cargadas de
agua. En las noches las tormentas elctricas, con sus fuegos artificiales en el
horizonte, traan un hlito de esperanza por la tierra ya sedienta.
Los hombres se miraban azorados y malhumorados ante la
perspectiva de una nueva cosecha perdida, que despoblaba la zona y
desvalorizaba sus campos, los animales no estaran en condiciones de trabajo,
los crditos de los comerciantes se hallaban exhaustos.
Los caminos formaban ya un espeso colchn de polvo que, al
levantarse por la marcha, quedaba suspendido en el aire formando una niebla
molesta que penetraba en los ojos, irritndolos; en la garganta, produciendo una
tos ronca y persistente.

****

El parto se acercaba, si los clculos no fallaban, sera para la
prxima quincena. Ego se haba sobrepasado en sus gastos, confiando en la
seguridad de sus cosechas.
Fue entonces cuando decidi recurrir a aquel hombre, despus
que los bancos, a los que haba pagado comisiones usurarias, le negaron el
crdito basado en el informe de su vida privada. Sus hermanos millonarios no
contestaron sus cartas. Era el pariente hoy pobre, no casado, orgulloso an para
pedir. Sus amigos trataban de recordarlo, y a sus amantes millonarias no les
interesaba ya el hombre que no podan o no tenan inters de usar. Slo aquel
desconocido acudi a su llamado.
-Por slo tres meses, hasta levantar la cosecha...
Entreg el ttulo de la propiedad de su tierra, pobre tierra que
deseaba legar al hijo por nacer. Firm un boleto de compraventa por la mitad del
valor de su tasacin y afirm por escrito haber recibido un veinte y cinco por
ciento ms en billetes. Cuando termin aquella operacin, Ego guardando el
dinero que lo salvaba hoy de la ruina, le escupi al rostro:
-Su profesin debe ser...
-Usurero, seor, y a mucha honra le interrumpi aqul- Y voy
a darle por primera y ltima vez una explicacin sin cobrarle inters: la usura es
una consecuencia de la organizacin econmico social derivada de las propias
necesidades de la vida. La necesidad de subsistir en un medio que todo lo rige el
dinero. Al usurero lo hace la vida ante el dilema que a ste se le plantea. O deja
morir su vergenza o se muere de hambre con su vergenza. Quin tiene
menos, yo o el mendigo que tiende tembloroso su mano para vivir de su
limosna, que le justifica su vanidad de filntropo para tranquilidad de su
conciencia? Yo quiero morir rodeado del lujo y del respeto que adquirir con su
dinero.
No recuerdo quin bien dijo: ...que usura es, aprovecharse de
la indigencia del obrero, de la necesidad que tiene de trabajar para imponerle
precios que no guardan proporcin al servicio que presta y la suma de ganancias
que su trabajo rinde. Usura es imponer en un contrato de trabajo a pretexto de
disciplina, clusulas que permiten gravar el salario con injustas y arbitrarias
exacciones. Usura es retardar el pago del salario del obrero, es aumentar el
precio de una mercanca, prevalindose de la extrema necesidad del adquirente.
Usura es vender a crdito con el disimulo a primera vista de intereses enormes,
en el aumento del precio de la mercanca y en la mala calidad de la misma.
Usura es pagar a un precio inferior de su valor los productos del chacarero o las
mercancas de un comerciante porque se sabe que ambos carecen del dinero
necesario. Es usura provocar el alza en los productos de primera necesidad de
un pueblo, recurriendo al acaparamiento. Es usura de los gobiernos atraer los
ahorros del pueblo con falaces promesas y reclamos engaosos, en sabrosos,
seguros ttulos de renta exentos de impuestos, y que una vez suscriptos se
readquieren disminuyendo rentas, canjendolos por otros, gravados
nuevamente. Es usura, es estafa, porque stos vendieron la casa para asegurarse
durante el poco tiempo de vida que les queda, tal renta.
No fui yo quien lleg a solicitar tal inters, fue usted que vino a
implorarme capital, este mismo capital que hoy puede salvarle su estancia y que
tantas veces salv vidas y honras. Tome mi dinero como mercadera porque
mercadera es aquello que usted puede canjear con ganancia o prdida. Yo no le
presto, le vendo mi dinero como un ttulo de banquero o gobierno, en la
intencin de que ste baje y pueda readquirrselo con ganancia, disminuyndole
su renta.
Yo soy usurero decente, no un negrero de obrajes e ingenios,
no poseo drogueras en que aprovechando una anormalidad mundial eleva el
precio de sus artculos farmacuticos hasta hacerlos inaccesibles al hombre del
pueblo; ni ferretero que eleva cinco veces el valor de la reja de su arado en la
complicidad con su socio el ministro. Quin le oblig llegar hasta m, yo o el
ferretero?
El estanciero que encarece sus productos llevndolos al
extranjero sumiendo en hambre a su pueblo y que impone a su arrendatario un
cuarenta por ciento en sus ganancias y no en sus prdidas, la mitad en sus ovejas
al mediero, qu es para usted?
No me confunda, yo no soy un gerente de banco, yo no soy
socio de ningn Jockey Club, yo merezco y me debe su respeto repiti tomando
en altivo gesto su sombrero rado y mugriento, e inclinndose sin tenderle la
mano- un usurero honrado... un usurero proletario...

****

La tierra no transitada empez a agrietarse, resquebrajndose y
tomando el aspecto rugoso de la piel de un lagarto. Las aguadas empezaron a
disminuir su rinde y la lozana de la vegetacin empez a desfallecer. Ciertos
arbustos contraan como con dolor sus hojas, palideciendo su verdor. Los
hombres miraban con ansias el cielo y las mujeres oraban, encendiendo
permanentemente cirios a las imgenes de su devocin. Y como en aquel terrible
anuncio de Elas, hubo noches en que la tierra no tuvo ni siquiera el alivio del
roco...
Despidi a los peones y al lado de Virgen, prxima a parir,
pasaron las horas, mirando el horizonte que traera quiz el agua bendita para
sus trigales y linares. An era tiempo, todava, la tierra laborada con amor
esperaba aquel beso del cielo, dndose toda, en una lucha a muerte por salvar
aquella simiente nacida de sus entraas. An era tiempo...
-Mira dijo mostrndole un manojo de trigo y lino- est
granando. Si lloviera hoy o maana, si cayeran algunas gotas...
A lo lejos, en el horizonte, se formaba la tormenta diaria que
pasaba, yendo a descargar innecesariamente en los campos del sud, saturados
de agua.
El barmetro marcaba lluvia. Lo arranc de la pared y
violentamente lo arroj al suelo pisndolo con el taco de su bota.
Virgen, impotente, deformada al mximo, se atrevi a decir,
recordando la fe de sus primeros aos.
-Dios no ha de abandonarnos, Dios no ha de premiar tu
esfuerzo con este fracaso. Fracaso no slo tuyo, sino que condena a la pobreza a
nuestro hijo. Dios escucha a los que tienen fe en l.
-Dios... murmur Ego, como tratando de recordar a travs del
tiempo pasado, las palabras de su madre- Dios... repiti mirando las nubes que
rodeaban en un amplio crculo la lejana lnea del horizonte, olfateando el aire
fresco, poblado en ese caluroso atardecer de insectos, arauelas y cotorritas de
luz.


No no ella no podra hacerse as


Fue en un comienzo un dolor leve y corto; como de una
menstruacin dolorosa, que ella temerosa no confes por no dar falsa alarma.
Qu era su dolor fsico comparado con el fracaso en aquella noche de ese
hombre, impotente y de rodillas frente a la naturaleza?
Lo contempl a travs de los cristales, caminar al lado del viejo
pen (erguido, rebelde contra su destino, contra el final de su vida, contra el
amanecer de su hijo).
Los escuch entrar en el comedor y acudi a ellos
alcanzndoles la botella de ginebra pedida.
-Ahora comprendo por qu ustedes beben...
-Seor, el alcohol es nuestro, nos pertenece, lo descubri No,
que laboraba tambin la tierra. Quiz se lo mand Dios, para que no
abandonara. Sin l, cree posible que mantengamos una esperanza, nosotros los
esclavos del polvo y del barro? Como las penas no pueden echarse en la botella
echaremos el contenido de ella sobre las penas... Salud!
-Salud!...
Virgen, sentada a su lado, los escuchaba y una angustia por
primera vez sentida, inexplicable, embargbala toda.
-Salud!...
-Salud!...
Un espasmo en su bajo vientre la hizo contraerse. Palideciendo.
Cuando quiso levantarse sinti que un lquido pegajoso le corra entre las
piernas. La bolsa de agua se haba roto; comenzaba el parto. Primpara, se sinti
embargada por un terror, que le hizo castaetear los dientes, acercndose a Ego,
amparndose en l.
-No me abandones, tu presencia me dar fuerza... le implor.
Pero el espritu de Ego rehusaba el espectculo de aquel dolor
de la carne, sintiendo una instintiva repulsin a contemplar el parto y
alumbramiento de su hembra.
-Agua hervida, jabn, alcohol orden.- T, toma el auto, ve a
buscar a la partera. Ustedes a atender a la seora...
-Djeme, seor... djeme hacer dijo la vieja peona.- He tenido
nueve cachorros. Para qu va a mandar por la comadrona!... Sabr mucho de
estudio pero nunca tuvo un hijo...
Sinti primero un quejido, que fue acortando en intervalos,
despus fue un corto grito que se repiti alargndose, en armona con las
contracciones uterinas ms frecuentes, largas y enrgicas.
Comenz a pasear fuera de la casa a la luz que filtraban los
ventanales en la noche encapotada y amenazante de oscuridad.
Su primer hijo!... Condenado ya antes de nacer al trabajo y a la
humillacin... Haba dilapidado estpidamente su fortuna. Haba bebido en
todas las fuentes de la vida, adorando fantoches de amistad y de placer, y ahora,
cuando los aos agotaban el espritu y cansaban su carne, ahora cuando ms
necesitaba de su riqueza para marcar una ruta y formar una vida, acababa de
empear su ltimo campo, fracasar su cosecha...
Rompe el trueno y repercute el eco en las quebradas de las
sierras alumbrando el universo. A su luz se ven bajar las nubes como si
quisieran aterrizar.
Los insectos estn acurrucados bajo las hojas, las moscas
detenidas en la pared, los animales en el campo simulan dormir para no
aumentar la ira de los elementos, las hormigas revisan vigilantes los desages de
sus cuevas, y los pjaros tiemblan en parejas por la estabilidad de la rama en que
hicieron nido. Los murcilagos han vuelto a los viejos tirantes del galpn y los
lechuzones de ojos de vidrio tratan quiz de ver a travs de los cristales el Dios
que les habla en esa misa negra de la naturaleza.
Pasan las horas entre ese choque de espadas que alumbra la
noche all arriba, en el misterio de los astros infinitos; pasan entre el rigor de la
naturaleza por parir la lluvia que amamantar la tierra y aquella pobre hembra
ensangrentada y dolorida, por perpetuar la especie.
Lucha, lucha milenaria y desconocida; lucha de dolor, lucha de
astros y de microbios. Vida y muerte!...
-Es un varn!... le gritan desde la casa y la voz se corta por el
trueno que precede las primeras gotas.
Llueve!... Caen a puados, como arrojadas por fuertes manos
para suavizar el amargor de las lgrimas que acuden a sus ojos y ruedan por las
mejillas.
Se estremecen las ramas de los rboles ante aquellos besos de
vida, se hincha satisfecha la tierra, se limpian reluciendo las piedras y
comienzan a correr sobre la tierra satisfecha, los primeros hilos de agua.
Sobre los cristales, sobre los techos de zinc, sobre los linares y
trigales moribundos, sobre su alma...
A veces arrecia siendo ms tupida, para detenerse en un
montono canto... tla... tla... tla...
Despus llega el viento; a lo lejos en el horizonte de la pampa
surge una herida, que sangra. Sacude el viento las ramas y caen las gotas
suspendidas, como si ellas tambin tuvieran alma; a lo lejos la herida se agranda
aclarando, precediendo al sol. Hacia el otro lado, mirando hacia las sierras, el
fondo negro denuncia la tormenta que se aleja, llevando vida y amenazas.
Los pjaros emprenden vuelo, le hacen coro las ranas, las
gallinas cacarean vanamente, sus hijuelos que corren, saltan con sus patitas de
escarbadientes.
Se ha refrescado el ambiente; llega hasta Ego, detenido horas
ante aquel espectculo, un olor a heno y tierra mojada, que enervante penetra,
incita a correr y acostarse sobre la hierba hmeda. El disco ureo del sol, en
fantstica apoteosis, en un violento rojo que enceguece, estira hasta el infinito la
sombra de Ego sobre la tierra.
ste se inclina, apoya una rodilla en tierra, y toma un puado
de barro en sus manos, tierra hmeda, tierra fresca, tierra sana y fecunda...
Desde la ventana a la que se ha acercado Virgen en su busca,
plida y desangrada, lo contempla un instante, mira en la cuna el pedazo de su
carne.
-Ven!... qu buscas? le grita.
Ego la mira, eleva despus su mirada al sol que ya no lo
enceguece, vuelve su vista a la tierra y murmura juntando el barro en sus manos:
-Mi verdad... la verdad de esta noche...

FIN

Estancia Myriam Stefford 1940
Yatch Aloha - 1941



Los lectores de Barn Biza, en ausencia de su autor, tienen la necesidad de
conseguir la obra en condiciones adecuadas. Existiendo al menos cuatro ediciones
oficiales y diferentes entre s de Punto Final, todas debieron ser revisadas para
encontrar sutiles detalles que l dej, y que ante las diferencias entre los distintos
textos, imponan el trabajo de concordarlos para obtener una versin cercana a lo
que Barn Biza proyect en 1941.
As, como si se tratara de recuperar una vieja grabacin de jazz para darle la
mayor fidelidad posible, hemos emprendido la tarea.
Esto no significa que podamos presumir de haber conseguido armar la versin
definitiva de la novela, pero s que es la ms exacta hasta la fecha. Restaurar a
Barn Biza no es slo retipearlo o escanear sus libros, sino tambin revisar
cuidadosamente el material, siempre desordenado y en condiciones lastimosas. Lo
contrario sera una actitud poco rigurosa y totalmente irresponsable. Es de
lamentar que algunos no lo hayan entendido de ese modo y asuman, por simple
afn de notoriedad en la web, la distribucin de copias torpemente escaneadas o
recogidas de ediciones furtivas defectuosas.


Ral junto a su gran amor, Myriam Stefford.
________________________
Obras de Barn Biza restauradas digitalmente:

1924 Risas, Lgrimas y Sedas (cuentos)

1932 Myriam Stefford (edicin privada)

1933 Por qu me hice Revolucionario (poltica)

1933 El Derecho de Matar 1 Edicin (novela)

1935 El Derecho de Matar 2 Edicin (novela)

1941 Punto Final (novela)

1941 Lepra! (fragmentos)

1952 Un Proceso Original (ensayo autora atribuida)

1959 La Gran Mentira (fragmentos)

1963 Todo Estaba Sucio (novela)


NOS VEMOS EN LA WEB

Conoc el SITIO HISTRICO que rinde homenaje a Ral Barn Biza. Su
vida, sus libros, sus mejores textos, fotografas y mucho ms para el fan o el
coleccionista.

www.baronbiza.com.ar

Unite a la COMUNIDAD de Amigos de Barn Biza en Facebook para
interactuar diariamente con otros lectores, aclarar tus inquietudes e
intercambiar material raro e incunable.

https://www.facebook.com/groups/58353148592/

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Ral Barn Biza (1899-1964) 1 Restauracin digital revisada y concordada

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