Derisi Octavio - La Psicastenia
Derisi Octavio - La Psicastenia
Derisi Octavio - La Psicastenia
LA PSICASTENIA
GENESIS Y DESARROLLO, TEORIA Y TERAPEUTICA DE LOS ESCRUPULOS
SEGUNDA EDICION, 1944.
A mi venerado Arzobispo de La Plata MONS. DR. JUAN P. CHIMENTO amante Padre y celoso Pastor de su grey.
PROLOGO DE LA SEGUNDA EDICION Hace unos aos, en sucesivas entregas de la "Revista Eclesistica" de La Plata, publiqu el presente trabajo, aparecido inmediatamente en forma de libro. Mi intencin era poner en manos de confesores y directores de conciencia un instrumento para la curacin de las almas escrupulosas y de proponer a stas el camino de su propio remedio. Es verdad que todos los tratados de teologa moral dan las normas prcticas para la direccin segura de estas almas tan dolorosamente perturbadas por su dolencia. Pero, como es natural, no suelen entrar ellos en el anlisis y explicacin psicolgica de la enfermedad, o, en el mejor de los casos, contntanse con una exposicin somera de la misma. Pens, por eso, que una mayor inteligencia de la enfermedad, tanto en los fenmenos en que se revela como en las causas que la originan, en una palabra, que un estudio psicolgico previo al teraputico, no slo tena un inters cientfico para el mejor conocimiento del mal desde su raz hasta sus ulteriores manifestaciones, sino que sobre todo ofreca una fundamentacin racional para la mejor comprensin de aquellas normas y remedios propuestos por los tratados de teologa moral. Cimentada as sobre un conocimiento de causa, la teraputica del escrpulo aparece determinada y exigida por la misma naturaleza del mal que intenta remediar. Tal es el fin que movi al autor a la redaccin del presente trabajo psicolgico-moral. Dios bendijo este esfuerzo, porque el pblico brind tan benvola acogida al libro en su primera edicin, que al poco tiempo qued totalmente agotada. Con algunas correcciones de escasa importancia, vuelve hoy a ver la luz en esta segunda edicin. Hubiese sido fcil ahondar en algunos puntos y ampliar otros. Los temas psicolgicos que toca y con los que se relaciona ofrecen la perspectiva de una vasta exposicin. He preferido, sin embargo, conservarlo as en su estructura simple de la primera edicin, con el suficiente pero mnimo bagaje y erudicin cientfica, para hacerlo ms accesible y de fcil comprensin al menos en sus puntos fundamentales a cuantas almas pueda ser provechosa su lectura. He sacrificado as la erudicin a la facilidad y claridad, a fin de asegurar su accesibilidad a un nmero mayor de lectores. Quiera Dios bendecir el libro con el bien que pueda aportar a mis hermanos sacerdotes, confesores y directores de conciencia, sobre todo con la paz y tranquilidad que sus pginas puedan llevar hasta las almas sumidas en la angustia de esta dolorosa enfermedad. Tal la mejor recompensa del autor.
Seminario Metropolitano Mayor "San Jos" de La Plata. En el quinto aniversario de la Coronacin de S. Santidad Po XII, 12 de Marzo de 1944.
CAPITULO I INTRODUCCION Acaso ninguna ley ms profunda en los dominios de la psicologa, como la de la tendencia del espritu hacia la unidad de la conciencia, hacia la cohesin de la personalidad. Por ella todos los actos psquicos ideas, sentimientos, decisiones, etc tienden a agruparse en la unidad profunda del yo. Toda percepcin, idea o cualquier otro acto psquico que penetra en nuestra conciencia ha de someterse a dicha ley, incorporndose a esa unidad. Frente a un hecho psicolgico nuevo, una idea vg., la inteligencia lo analiza, lo procura reducir a conocimientos o ideas ya adquiridas o iluminado a su luz, para luego asimilarlo a la sntesis mental. Cuando nada entorpece esa inclinacin natural profunda del espritu, un sentimiento de satisfaccin sigue a su trabajo de unificacin. Pero que un acto anmico cualquiera venga a perturbar ese movimiento natural del alma, enquistndose en la conciencia sin que el espritu pueda incorporarlo a su unidad, y sobrevendr una suerte de dislocacin espiritual con la consiguiente lucha de la sntesis mental por ver de eliminar al intruso y recuperar su unidad. Es el tormento de una duda que se opone en el camino de una investigacin irreductible a la evidencia, o el de una indecisin que llena de ansiedad y balancea a la voluntad entre dos actitudes impidindole optar por alguna de ellas. En la vida normal estos percances son tan frecuentes como pasajeros, al menos en los casos ordinarios; y en los designios del Autor de nuestra naturaleza tienen el fin de provocar nuestra actividad sostenida hacia la conquista del mundo del conocimiento: unidad de la inteligencia mediante la eliminacin de la duda, y del mundo de la perfeccin moral: unidad de nuestra conducta encauzada con decisin y sin titubeos o alternativas por el camino de la obligacin y del deber. Pero existen sujetos en quienes la dislocacin y tortura del espritu nacida del hecho de no poder alcanzar la unidad de la conciencia, deja de ser un accidente pasajero de su acontecer psquico para constituirse en un fenmeno constante y casi permanente, determinado como est por una debilidad y depresin del espritu, por una enfermedad: la psicastenia, tambin llamada obsesin, que en materia religiosa constituye el escrpulo. En el presente estudio intentaremos expresar objetivamente los hechos y desarrollo de esta dolorosa y no frecuente enfermedad (1 parte), de agruparlos luego en una teora que d de ellos una explicacin satisfactoria: la teora psicastnica de Janet (2 parte), para luego sealar apuntndolos tan slo, su tratamiento teraputico, sus remedios (3 parte) todo ello, claro est, dentro de los estrechos lmites de un trabajo de sntesis, y refirindonos con preferencia y casi exclusivamente al caso principal, ms desgarrador y que ms de cerca nos toca a quienes nos interesamos por el bien de las almas, o del escrpulo.
I) La idea obsesionante
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El escrpulo se manifiesta por una sensibilidad exacerbada, por una inquietud fcilmente excitable al menor contacto con el mal moral, por un temor infundado y morboso del pecado, al que tiene miedo de encontrar hasta en los actos ms inocentes. Va acompaado o seguido de otros fenmenos psicolgicos anormales, que en seguida sealaremos. Su carcter es la inquietud, que lo diferencia del sano y santo temor del mal moral, propio de toda conciencia delicada, y a la vez de la conciencia errnea o equivocada, la cual sin dudar comete un acto objetivamente malo sin advertirlo como tal. Tampoco es un escrpulo la duda transitoria, que en cada situacin moral un poco compleja la conciencia timorata se plantea sobre la licitud de ciertos actos y decisiones por tomar. Esa duda, en el caso del escrpulo, es permanente y obedece no tanto a situaciones morales objetivamente difciles de resolver, cuanto a una debilidad subjetiva, que se manifiesta a cada paso en casos cotidianos y ordinarios de nuestra vida, all donde nadie fuera de nuestro enfermo encuentra dificultad o duda moral alguna. Los escrupulosos son personas, por lo general rectas y piadosas. El hecho mismo de que la enfermedad, la obsesin, se localice en materia religiosa es una prueba de ello, segn se comprender mejor ms adelante, ya que la idea obsesionante se introduce y desgarra precisamente las sntesis mentales ms complejas del individuo, aquello en lo que l ms piensa y ms ama. Suele, adems, poseer una no vulgar inteligencia, o por lo menos, como lo observan Janet y Eymieu, no es enfermedad capaz de penetrar en idiotas, imbciles o personas de mediano talento para abajo. Fuera de la esfera de su obsesin, son sujetos normales y pueden desarrollar valiosas actividades de ndole desinteresada sobre todo, tales como las especulativas o artsticas sin que nada o muy poco, deje reflejar su mal, fuera de ciertos casos extremos. En cambio y por las razones que expondremos en el c. III, al exponer la explicacin terica de los escrpulos, suelen ser stos parientes de escasa habilidad y dexteridad prctica, espiritual y manual (gobierno, juegos, oficios, etc.). La idea obsesionante se presenta, por lo general, como un pensamiento amenazador, que atrayendo sobre s toda la atencin del sujeto, no hace sino arraigarse ms y ms en su conciencia y que sta es incapaz de eliminar. No se trata de una idea simple, sino de una consecuencia de un raciocinio, casi siempre implcito. A la sombra de un principio moral evidente e indiscutible, se ampara un acto particular, que, oscilante y tmido al principio, ms osado despus, pero nunca abierta y firmemente sino siempre precedido de un terrible "quiz" o "tal vez", reclama para s las exigencias de ese principio. Un escrupuloso sabe por ejemplo con certeza que es un deber apartarse de los peligros prximos de pecar, en lo que no hay escrpulo alguno; pero, luego, con un "quiz" o "tal vez", incluye dentro de ese principio y aqu comienza el escrpuloun caso particular que evidentemente no est en l incluido. Una persona normal, sin renunciar a su principio, vera enseguida que el dicho acto en nada compromete a aquel precepto general y reducira la duda a certeza prctica, eliminndola de la conciencia junto con el temor infundado de lesionar el principio. Y esto es precisamente lo que no sabe y no puede hacer nuestro enfermo: ver como no comprendidos en una norma general de la moral ciertos actos que realmente no lo estn, o ver como no opuestos a ella algunas acciones que en verdad no lo son. En su noble afn de conservar inclume el principio no se atreve a desechar la idea intrusa obsesionante, que en forma de duda y contra su voluntad mantiene en su conciencia. Y es as como por una paradoja esta idea obsesionante, aborrecida por el enfermo, es cuidadosamente conservada, protegida por el amor profesado al precepto moral general. Sin asimilarse a la sntesis mental, porque permanece en forma de duda, se enquista en ella y penetra cada vez ms hondo, desgarrando dolorosamente a su paso la
unidad de la conciencia, porque, por otra parte, el enfermo no se atreve a desentenderse de ella arrojndola de s. La idea obsesionante puede localizarse sobre mil temas distintos; pero siempre lo har sobre aquello que ms ama y ms interesa al sujeto, como el parsito que busca lo ms rico y delicado de su vctima para insertarse en ella. Es el amor incondicional a una norma o principio, acabamos de verlo, lo que hace posible el sostn de la idea intrusa cobijada subrepticiamente bajo ese amor; y por eso en aquello que ms se ama, en el punto central de la sntesis mental, en aquel objeto donde ideas y sentimientos han tejido la urdimbre ms compleja de la psiquis, all se enquistar, sin duda alguna, la idea invasora. De aqu que, tratndose de personas fervorosamente cristianas, la obsesin que en otra hiptesis se hubiese localizado en otro punto, vg en intereses materiales penetre en los campos de la conciencia relacionados con la vida religiosa. Es por eso una ignorancia, cuando no una insidia, atribuir a la vida cristiana la causa de estos trastornos obsesionantes, como si ella fuese causa y no ocasin tan slo de su origen y manifestacin, y como si de no haberse dado ella, la enfermedad no se hubiese insertado y arraigado en otra actividad de nuestra vida psquica. Tambin hay obsesos en materia familiar, social, econmica, etc. II) Caracteres de la idea obsesionante Varios son los caracteres de la obsesin, los cuales, claro est, se acrecientan y se afianzan en razn directa de la intensidad de la debilidad mental del enfermo. Por de pronto el primer rasgo que salta a la vista en los fenmenos de la obsesin, es la insistencia de la idea invasora escudada en el "tal vez". El enfermo lucha por eliminar de su conciencia esta idea torturante, esfurzase por eliminar su duda sin lograrlo, antes al contrario, sus cavilaciones, sus anlisis para convencerse de no estar ella comprendida en el principio moral en que se parapeta, no hacen sino afianzarla ms y ms en su conciencia, parte por las leyes de asociacin que la arraigan ms profundamente, parte por la debilidad del enfermo acrecentada con semejantes esfuerzos que no alcanza a eliminar su terrible invasor. Se engendra entonces un pernicioso crculo vicioso que hunde ms y ms al paciente en su mal: la debilidad del enfermo que lo predispone a la obsesin y el desgaste de la vctima por librarse de ella, que en realidad slo consigue debilitar ms aqul y predisponerlo para nuevos avances de la idea intrusa y desgarramientos interiores. En el fondo, el enfermo est convencido de la ridiculez de las pretensiones de la idea obsesionante de ah su lucha por eliminarla con sus propias fuerzas o ayudado con consejo de otros a pesar de que, por las razones expuestas, no se atreva a eliminarla. La obsesin es, por eso, una "demencia lcida", como se la ha llamado ron razn, demencia que se diferencia y est en las antpodas del histerismo. En vano el sentido comn opone sus slidas razones contra las extravagantes pretensiones de la idea obsesionante envuelta en la duda, en vano la sensatez natural hace sus reclamaciones contra los excesos de la duda perturbante; la idea avanza y atraviesa desgarrando los complejos ms ricos de la sntesis mental, a medida que por el desarrollo de la enfermedad, aumentado en gran parte por los enormes y estriles esfuerzos del enfermo por arrojarla fuera de s penetra ms hondamente en ella, siempre en la oscilacin desgarrante de la duda. Se verifica entonces una suerte de disociacin de la conciencia: por una parte, el sentido comn que no se aviene ni resigna a esas locas exigencias de la duda, y por otra, la idea obsesionante, que la voluntad del enfermo (por una dolorosa y terrible paradoja) libremente respeta, conserva y hasta defiende muy a costa suya, por temor de comprometer y arrojar con su rechazo el principio moral querido, que su sentido comn, por lo dems, ve, por instinto casi, nada tener que ver con la idea parasitaria. El sentido comn triunfa en la vida externa y pblica del enfermo, y por eso sta nada
revela de anormal a los ojos de los dems; no as en su interior, donde la lucha contina entonces con el vano esfuerzo de la voluntad por eliminar la duda mediante alambicados raciocinios, exmenes, comparaciones con otros casos semejantes ya resueltos y mil cavilaciones ms, que no hacen sino entenebrecer ms y ms la luz crepuscular de su conciencia. La eliminacin del caso de las exigencias morales del principio no se logra, y detrs de ste persisten y se aferran agazapadas en forma de duda las exigencias de aqul. Y precisamente por eso, porque la idea obsesionante penetra rasgando sin piedad las sntesis mentales ms complejas, formadas por las ideas y sentimientos ms ntimos y en torno a los objetos ms amados as en el caso del escrupuloso la duda se localiza en sus sntesis mentales relacionadas con su vida religiosa, con el pecado sobre todo la obsesin, principalmente en materia religiosa, constituye la enfermedad probablemente ms dolorosa del espritu y consiguientemente la ms dolorosa de todas, acompaada como est de la ms aguda angustia. El obseso no se resigna a su estado; lucha contra su idea invasora, intenta por deshacerse de la duda con que se introduce, aunque siempre ineficazmente, sin acabar de convencerse de la inutilidad de sus esfuerzos. Para lograr la certeza acude primeramente a largos y atormentadores exmenes de conciencia, si la accin ha sido ya hecha, o a minuciosos anlisis de los principios morales en sus relaciones con el caso concreto, si se trata de formarse la conciencia antes de obrar. Ante la ineficacia de tales procedimientos echa mano de medios extraordinarios y ridculos, acude a especies de sortilegios de frmulas extravagantes (vg. pronunciar ciertas frases, a veces sin sentido o incoherentes, un determinado nmero de veces etc.), a hechos que demostraran la culpabilidad o inocencia de su conciencia (vg. si apoyando la cabeza sobre un vidrio se corta o no y convencido de su inocencia, ya se cuidar el enfermo de no apretarla mucho para no lastimarse deducir de este fenmeno si ha pecado o no), a juramentos y movimientos de cabeza, de manos, etc., como si quisiese con ellos arrojar la idea torturante que no ha podido eliminar de su alma de otro modo. Una vez agotados en vano todos sus medios para obtener la certeza y unidad de su conciencia y la paz consiguiente, se refugia, derrotado, en un reducto supremo: resignarse a las exigencias de la idea obsesionante, optar por lo ms seguro, abrazndose prcticamente, en un acto heroico por salvar inclume el principio moral, con el sistema intolerable jansenista que en moral se apellida el tuciorismo. En adelante, a ms de las obligaciones ciertas exigidas por la moral a todos los hombres y cristianos, el escrupuloso se someter a una serie casi infinita de imposiciones, cada vez ms numerosas y ms intolerables, que cruelmente va poniendo sobre sus hombros la idea obsesionante amparada por la duda. Claro est que tampoco por all llegar a la unidad de su vida, a la paz del espritu, antes al contrario, con ello slo conseguir robustecer la idea invasora, en cuyos abismos se ir sepultando cada vez ms, a medida que forcejea por evadirse de sus fauces, como el infeliz prisionero de las arenas movedizas. Finalmente, incapaz de librarse por s mismo de las garras de su enemigo interior, el enfermo se decide por ir a confiar su penosa situacin y a pedir ayuda al mdico, que en el caso de la obsesin religiosa no es otro que el propio confesor o director espiritual. Y realmente all encuentra la paz, al menos momentneamente. El confesor descarga de su conciencia el torturante peso de las ideas obsesionantes, que se han ido acumulando da tras da, le hace ver la futilidad de sus preocupaciones, le abre el corazn a la confianza en Dios y le da una norma clara y categrica, simplificndole con ella la vida espiritual y procurando drsela tan simple que la terrible dialctica del enfermo no la inutilice en su aplicacin prctica. "No tienes obligacin o prohibicin alguna, le dice el confesor, mientras no la veas claramente y sin examinarla". (Esta norma vale slo para los escrupulosos).
Pero bien pronto la obsesin se insina de nuevo, tmidamente al comienzo, poco a poco va reconquistando el terreno perdido y bien pronto llega a aduearse de nuevo de la conciencia del enfermo. Esta vez la obsesin es muy probable que se localice en la misma norma del confesor, anulando su eficacia y cegando as en su fuente misma el principio de salud. "Me habr explicado bien al sacerdote?", se dice el escrupuloso, y "Me habr entendido bien el Padre?" Y adems, "Se extender a este caso la norma que me dio?" "Cul ser su sentido preciso?" Y comienza a analizarla hasta en su ms recndito sentido, sin conseguir sino obscurecerla e inutilizarla enteramente. Nuevamente corre en busca de su confesor, le pide que le esclarezca sus normas directivas y, despus de repetidos fracasos para conservarla clara, le rogar se la d por escrito para no tergiversarla con sus dudas. Mas ni con ello se libra de su terrible enemigo, que se introduce en la norma clara y terminante para obscurecerla y hacerla nuevamente estril. Comienza el escrupuloso por leer y releer las sencillas palabras del confesor, en torno a las cuales borda toda una abundante y tenusima exgesis, que no hace sino enredarlo entre sus finsimos hilos e invalidar su norma salvadora. Slo su penetrante espritu de anlisis bajo la presin y el ansia de verse libre de la idea obsesionante es capaz de tan largos y prolijos como vanos exmenes de su norma moral. Entretanto todo este esfuerzo frustrado, totalmente en beneficio de su idea obsesionante cada vez ms fuerte y exigente, no hace sino debilitarle ms y sumirle en una irritante y cruel impotencia. El nimo decrece, la esperanza de lograr librarse del enemigo implacable se amengua y un apocamiento aplastante y tristeza indecible se apodera y entenebrece toda la vida del espritu. La claridad de la conciencia se obscurece da a da, se afloja su cohesin y se acenta su disociacin; el sentido comn se amengua, sus protestas y reivindicaciones son cada vez ms dbiles y tardas, cede palmo a palmo el campo al adversario implacable; a medida que se van manifestando en el enfermo, casi imperceptibles al principio y ms claramente despus, agitaciones mentales, motrices y emocionales. Semejantes agitaciones se caracterizan por su inutilidad y por su falta de adaptacin a la realidad. Primeramente suelen presentarse sistematizadas, es decir, localizadas en torno a una determinada idea (mana,) movimiento (tic) o emocin (fobia); pero paulatinamente esas agitaciones se multiplican, se entremezclan y aglomeran, engendrndose de la sobreposicin de manas, la rumiacin mental; de la acumulacin de energa, movimientos casi convulsivos (slo que son conscientes, bien que un tanto indeliberados); y de la multitud de fobias, la angustia permanente sin objeto definido, que despedaza habitualmente al paciente. Estas agitaciones de los tres rdenes (mental, motriz y emocional) son como explayaciones, o mejor, derivaciones de la actividad psquica, que siguen al esfuerzo frustrado de dominar la idea obsesionante. El malestar del enfermo no se manifiesta, como se ve, tan slo en la idea que lo tortura; en realidad, como diremos luego al exponer la teora de Janet, la causa del mal est ms hondo y la idea obsesionante no es ms que una de las manifestaciones de un estado general de depresin o psicastenia. Un sentimiento de "incompletez", de "inacabamiento" acompaa todos sus actos y estados psquicos, nos confiesa el enfermo. Segn l, su atencin carece de fijeza, su inteligencia de claridad y su voluntad de decisin. Sus alegras y, en general, todos sus sentimientos no desarrollan la rbita de su evolucin normal, se detienen a medio camino, quedan incompletos. De ah esa como necesidad que l tiene de rehacer constantemente sus actos y esa como desestimacin que profesa a sus acciones ms valiosas, muchas veces apreciadas en mucho por quienes le rodean. Para el escrupuloso nada hay que valga en su vida, nada hace perfectamente, todo est lleno de defectos y lagunas. De aqu que el escrupuloso nunca est satisfecho de sus oraciones, de sus buenas obras, de sus confesiones sobre todo, las que siempre siente necesidad de rehacer, y ese sentimiento y conciencia de la imperfeccin e "incompletez" impreso en
toda su vida, que lo trae en desazn y lo lleva al descorazonamiento y a veces hasta la desesperacin. Esa conviccin del ideal de su vida nunca alcanzado, ms, de las miserias y hasta inutilidad de sus esfuerzos, del fracaso de sus empresas, lo lleva a la tristeza y, por momentos, hasta la angustia. Si la obsesin no estuviese localizada en el tema religioso, porque el enfermo no es piadoso, entonces tendremos al artista, al escritor siempre insatisfecho de su obra, que todos admiran, o al hombre de negocios, al empleado o al padre de familia ejemplar, a quien nunca le parece haber hecho plenamente lo que deba. Es un tedio que lo invade todo y todo lo entenebrece, es "la filosofa de la impotencia y la resignacin de la desesperanza". De todo lo cual surge un sentimentalismo exacerbado, un deseo de ser amado y tratado con compasin y afecto. Y realmente estos enfermos se lo merecen y necesitan, no slo por el estado de dolor que los desgarra, sino tambin por la gratitud y nobleza con que a tales sentimientos corresponden y por la bondad y ternura con que saben tratar a los dems. En realidad, el enfermo exagera mucho sus propios males y carga un poco los tonos de este triste cuadro de su vida y, sin quererlo, nos engaa. Porque, a pesar de lo que a l le parece y siente, su inteligencia no est tan obscura como l nos la describe, conservando una gran fuerza de penetracin en todo lo abstracto y an en lo concreto fuera del radio de sus ocupaciones obsesionantes. Incapaz para esclarecer sus propios problemas morales, sabe dilucidar con precisin la situacin anloga ajena; y, por una dolorosa paradoja, el escrupuloso que no sabe dirigirse a s mismo, puede ser un excelente director de conciencia, fuera de ciertos casos extremos de esta enfermedad. Enfermos como estn, son capaces de producir esfuerzos notables de inteligencia en teologa, filosofa, ciencias y artes. Su inteligencia y dems facultades no presentan tampoco lesin o anormalidad alguna en su constitucin. La enfermedad radica exclusivamente, como se entender mejor en el captulo siguiente, en el funcionamiento de esas facultades normales, y se caracteriza, sintetizando todos los caracteres dados anteriormente en una insuficiencia del sujeto por dominar y asimilar la realidad para coordinarse debidamente con ella, en una palabra, por un debilitamiento de lo que Janet llama "la funcin de lo real" por parte de su inteligencia, emociones, sentimientos y, sobre todo, por parte de la voluntad, insuficiencia general que se manifiesta en determinadas funciones, como veremos luego al tratar de organizar en una teora explicativa los fenmenos de la psicastenia.
consonancia con la observacin de los hechos, realizada durante largas y pacientes experiencias con esta clase de enfermos, sostiene y hace ver que el fenmeno primordial de la obsesin radica en una insuficiencia funcional psquica; en la debilidad o descenso de la tensin psicolgica del paciente, del que dimanan como hechos secundarios, las ideas obsesionantes, la indecisin, etc., y como fenmenos derivados las agitaciones mentales, emocionales y motrices. Esta teora de la psicastenia, as llamada por Janet, quiere explicar todas las perturbaciones intelectuales, emotivas y motrices, que hemos visto intervienen en la enfermedad, por esta insuficiencia o debilidad de la tensin psquica. La teora psicastnica est sostenida sobre el postulado de dos hiptesis: 1) la de la tensin de la energa psquica y 2) la de la jerarqua de los fenmenos anmicos de acuerdo al grado de tensin requerido por cada uno de ellos, ambas en perfecta consonancia con la experiencia de los fenmenos psicolgicos observados dentro y fuera de esta enfermedad. 1) La tensin psquica. La experiencia nos muestra que la triple vida del hombre: vegetativa (material e inconsciente), sensitiva e intelectual o espiritual (consciente), se manifiesta sucesivamente a medida que se desarrollan los rganos y la energa vital adquiere un mayor desenvolvimiento. La vida vegetativa es la primera en aparecer y condiciona y prepara la sensitiva, la cual a su vez acumula y ofrece a la inteligencia el material (los conocimientos sensibles) de donde sta ha de sacar sus propias ideas y conocimientos, aun los ms espirituales, y a la voluntad los impulsos y tendencias que han de favorecer sus decisiones. Hay, pues, como una escala ascendente en la aparicin de la triple serie de fenmenos vitales del hombre. Por otra parte, nos es fcil observar que esta misma gradacin en la aparicin de la actividad anmica, seala una gradacin de esfuerzo de la energa vital para su elaboracin, vale decir, que la intensidad de la energa vital requerida para la sensacin es mayor que la necesaria para los procesos vegetativos, y la exigida por la vida mental es mucho ms elevada que la reclamada por la sensacin. En otros trminos, que hay una gradacin ascendente de la intensidad vital psicolgica en el caso de la sensibilidad o inteligenciaque responde a la jerarqua ascendente de la triple especie de fenmenos vitales. Es claro que, a ms de la calidad del fenmeno, debe tenerse en cuenta la cantidad o nmero de actos que la fuerza vital debe realizar; porque naturalmente no es el mismo el esfuerzo psicolgico requerido para un simple acto de entendimiento que para toda la multitud de ellos, de que se compone un discurso. En este caso es necesaria una intensidad, una tensin mucho mayor de la misma energa psicolgica o, mejor todava, una energa de la misma tensin pero de mayor volumen o cantidad. De ms est decir que al hablar de cantidad de la energa psicolgica, slo lo hacemos por analoga con las energas mecnicas y, por consiguiente, vaciando al trmino de lo que tiene de mecanicismo y reducible a guarismos. Sucede, pues, en psicologa algo anlogo es decir, proporcional y no semejante a lo que acontece con las fuerzas fsicas, que para producir un "trabajo" exigen no slo cantidad sino tambin intensidad o elevacin suficiente del nivel de su energa. As por ejemplo, una corriente elctrica, por grande que sea su volumen cuantitativo, no enrojecer el filamento de una lmpara, a menos que tenga la intensidad mnima requerida para ello. Otro tanto acaece con las dems fuerzas fsicas. No basta tener acumulada gran cantidad de calor para comunicarlo a un cuerpo, se requiere en esa fuerza una intensidad superior a la del sujeto que se quiere calentar; ni es suficiente poseer una enorme cantidad de agua para poner en movimiento una turbina o una hlice, sino que es indispensable, cierta elevacin de su nivel, que le permita caer y poner en movimiento la mquina.
Insistiendo en que se trata de una analoga tan slo y purificndola del coeficiente cuantitativo mecanicista que encierra y que tomamos por razones didcticas para esclarecer y significar una fuerza esencial y especficamente superior, cualitativa, podramos aplicar a la energa psicolgica la frmula del "trabajo" de las fuerzas fsicas, del siguiente modo. Llamando E a la energa vital, T a su tensin, intensidad o nivel, y N al nmero de los fenmenos psicolgicos por ejecutar, tendramos: T E = -------N o si no tambin: T = NE, es decir, que la energa vital est en razn o dependencia directa de la tensin, de modo que a ms tensin ms energa (en igualdad de circunstancias), y en razn inversa del nmero de actos por ejecutar, de manera que a ms actos menor energa y perfeccin vital y menor tensin tambin en cada uno de ellos. 2) Jerarqua de los fenmenos psicolgicos Janet observ que en esta clase de enfermos, de que nos ocupamos, con el avance del mal iba desapareciendo sucesivamente la capacidad de realizar ciertos actos psquicos, en un orden constante definido; de lo cual concluy con razn que no todas las funciones mentales son de igual jerarqua ni presentan los mismos grados de facilidad de ejecucin ni cada una de ellas reclama el mismo esfuerzo sino que exige un grado mnimo especfico de tensin de la actividad del alma. Cuando por determinadas causas no se logra esa altura de la fuerza psquica, entonces se dificulta o se imposibilita del todo la realizacin del acto. Comparaciones efectuadas con otras enfermedades semejantes (agotamiento mental, etc.) o con hechos similares de la vida normal (v. gr.: cansancio) comprueban la misma observacin. Ahora bien, supuesta la hiptesis de los diferentes grados de la tensin psquica requerida para las diversas manifestaciones de nuestra vida consciente hiptesis tambin sugerida y ajustada a los hechos la desaparicin o entorpecimiento sucesivo de ciertos fenmenos mentales, efectuada siempre en el mismo orden, estara determinada por el paulatino descenso de la tensin o intensidad de la actividad anmica, que no alcanza el necesario nivel requerido para su realizacin. Conforme a esta hiptesis y criterio, Janet pudo clasificar fcilmente y en orden jerrquico los actos psquicos segn el coeficiente de dificultad de su realizacin, o en otros trminos, segn el mayor grado de tensin psquica necesaria para su ejecucin. Para lograr este fin, le bast observar y anotar el orden sucesivo de la desaparicin de estas manifestaciones de nuestra vida consciente, a medida que el mal se acentuaba y con l, segn la hiptesis, descenda el nivel de la tensin psquica. Cae de su peso que no se trata de una clasificacin segn la jerarqua esencial o valor intrnseco de los actos, sino tan slo de acuerdo al esfuerzo o tensin por ellos exigida en la actividad del alma. He aqu los resultados de la clasificacin de Janet en orden descendente, segn el nivel de tensin necesaria para su realizacin: 1) Los primeros hechos psicolgicos en desaparecer y, por consiguiente, los ms difciles de ejecutar y los que ms tensin requieren, son los actos de la voluntad e inteligencia, atencin y memoria, sentimientos y emociones, movimientos, etc., necesarios para adaptarse a una realidad y situacin presente interesada, es decir, todos aquellos actos que nos coordinan activamente y nos hacen tomar posicin frente a una realidad actual, que nos interesa o afecta vivamente y muy de cerca, o ms brevemente, los actos de acomodacin interesada a la realidad.
2) Siguen en segundo trmino, estos mismos actos de acomodacin del sujeto a una realidad presente, pero carente del coeficiente de inters para aqul. 3) En tercer trmino estn las operaciones intelectuales especulativas, las imgenes, etc., que no tienen relacin directa con una realidad a la cual debamos inmediatamente adaptarnos. 4) El cuarto lugar lo ocupan las emociones que no dicen relacin a un hecho que nos afecte actualmente de cerca. 5) Corresponde l ltimo escario a las reacciones motrices y viscerales desprovistas del carcter de vinculacin con lo real. Como puede observarse inmediatamente, no se trata de una clasificacin de valores psquicos absolutos, sino siempre relativos al sujeto. Un mismo acto de acomodacin de la actividad psquica a un acontecimiento de la vida exigir ms o menos esfuerzo a un sujeto que a otro, segn que le afecte o no y se relacione mucho o poco con sus respectivas tendencias, preferencias e intereses. No cuesta lo mismo tomar una decisin sobre intereses ajenos, que sobre los nuestros; y as nos acontece que sepamos ver y aconsejar mejor a otros lo que ellos deben hacer, que ver y dar con la norma ms ajustada a nuestra situacin en parecidas circunstancias. Ms an, un mismo acto requiere mayor tensin y esfuerzo por el solo hecho de variar ciertas circunstancias externas a l, las cuales exigen una acomodacin ms compleja. Cualquiera de nosotros, por ejemplo, es capaz de conversar largamente y sin dificultad con otro sobre un tema con el que est familiarizado; pero el solo hecho de tener que decir eso mismo no a uno sino a muchos, en pblico, y menos todava, la sola circunstancia de verse observado o sentirse odo por otros en su conversacin privada, hace ms dificultoso el acto, que para algunas personas llega a resultar poco menos que imposible si no imposible del todo. En el primer descenso de la tensin psicolgica si pudisemos hablar de grados precisos en la disminucin de una intensidad el enfermo no pierde el uso expedito de sus facultades superiores, sino tan slo su adaptacin al caso que le afecta. Ante una situacin real por resolver, el obseso no posee la idea definida que le d la nocin cabal del hecho, la memoria olvida los datos circunstanciales precisos para encarar la solucin real planteada, las emociones y movimientos son inadaptados a los adjuntos reales, y sobre todo la voluntad queda indecisa y no sabe definirse por un camino u otro, el enfermo se turba, se agita, no sabe qu hacer. A la vez y en la ausencia de las ideas y dems actos necesarios que lo adapten con justeza a la situacin presente, pensamientos intiles, acompaados de emociones y movimientos tambin sin finalidad definida, se agolpan en la conciencia del enfermo para angustiarlo y perturbarlo ms y ms y hacer ms engorrosa su situacin. Esta falta de la "funcin de lo real", que llama bien Janet, se acrecienta an ms con otras circunstancias que no hacen sino complicar la situacin y dificultar el encaje justo del sujeto a ella. As la complejidad del acontecimiento real y la consiguiente dificultad de acomodacin de la vida psquica a l aumentan si el hecho que debe asimilarse a la sntesis mental, al sujeto, y frente al cual ste debe obrar se relaciona con muchos principios, si se refiere adems al orden moral o acciones interesadas de cualquier otro punto de vista y si la acomodacin respecto a l ha de hacerse pblica y rpidamente. A veces la complejidad de esta situacin puede ser tan grande que aun la misma tensin psquica normal quede por debajo del nivel requerido para su asimilacin y acomodacin psicolgica. Naturalmente que en este trabajo dejamos de lado tales casos, en que la falta de tensin es
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normal y pasajera, causada como est por la magnitud desmedida y extraordinaria de semejante acontecimiento. Semejantes situaciones son capaces de perturbar a la persona psicolgicamente ms sana y provocar en ella un estado transitorio de obsesin y escrpulo. Pero si el nivel de la tensin psicolgica desciende ms todava, llega a perderse entonces la acomodacin a la realidad, an cuando esa asimilacin no afecte ni interese mayormente al enfermo. Es el caso de mucha gente, a veces muy sabia por otra parte, que no sabe no ya conducirse en armona con hechos que le afecten, pero ni siquiera realizar otros actos de acuerdo a la situacin presente, que no tiene mayor inters para ellos. Son los clsicos "inadaptados", an para sentarse, caminar, jugar, hablar, etc. Slo en una tercera y ms grave depresin de la tensin podran ser afectadas stas y otras facultades en un ejercicio ajeno a la acomodacin a la realidad. De aqu que si bajo otro aspecto (metafsico o esencial) la especulacin abstracta, la ciencia, el arte, etc., son manifestaciones superiores del espritu, sin embargo, desde el punto de vista de su complejidad y jerarqua psicolgica no son las que ocupan el primer lugar y por eso perduran en enfermos, cuyo esfuerzo ya no logra cubrir la altura de las primeras acciones de la serie y carecen de tensin suficiente para ello. En el peldao inferior de la escala de los fenmenos psquicos, y por eso son los ltimos en desaparecer, estn las emociones y los movimientos musculares, etc., los cuales, por el contrario, en los primeros pasos del descenso de la tensin no slo perduran, sino que, con la prdida o dificultad de otras funciones ms elevadas, por una ley de compensacin, parecen desarrollarse y exacerbarse ms y ms, bien que desarticulados y mal acomodados a la situacin presente. 3) Aplicacin de la teora psicastnica a los fenmenos de la obsesin Aplicando esta teora de Janet a los fenmenos de la obsesin, antes descriptos, encontramos una explicacin suficiente de su constitucin y manifestacin. De ah su valor cientfico: se verifica y explica los hechos. Segn esta teora de la psicastenia, los fenmenos de la obsesin no son sino la manifestacin de un estado de depresin general de la tensin psquica que los determina y en que reside la esencia del mal. Semejante descenso de la fuerza anmica trae como consecuencia inmediata un desequilibrio o desnivel entre la intensidad de la actividad psquica y la exigida por determinados actos colocados en los primeros puestos de la jerarqua de Janet. Es decir, que en el sujeto enfermo la fuerza anmica se encuentra por debajo del nivel requerido para la resolucin y adaptacin de ciertas situaciones, morales sobre todo. En circunstancias excepcionales, segn dijimos, el desequilibrio podra estar causado no precisamente por el descenso de la tensin, sino por la dificultad extraordinaria y desmedida del acto, que exigira una intensidad de la actividad psquica superior a la comn. Pero tales casos son pasajeros y no constituyen en modo alguno un caso anormal propiamente tal. Es lo que ocurre a veces con personas de normal tensin psquica, que al principio de su vida espiritual, cuando quieren escalar de inmediato las cimas de la santidad heroica, experimentan transitoriamente los escrpulos. Tal es el caso de algunos santos (S. Ignacio, por ejemplo, S. Agustn, Sta. Teresita del Nio Jess) y de muchas almas al comienzo de su conversin. Que sea la situacin y no la tensin lo anormal, lo demuestra el futuro de esas vidas, enteramente equilibradas una vez desaparecida la causa extraordinaria que dificultaba sobremanera su acomodacin justa a la situacin real y que provocaba el desequilibrio consiguiente de la tensin normal frente a ella, cosa que dista de suceder cuando la causa del mal radica en el descenso de la intensidad de la actividad psicolgica misma. Ordinariamente el desequilibrio entre la tensin y la situacin real a que debe adaptarse y enfrentar el escrupuloso, tiene su raz en la depresin de la propia actividad,
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bien que en no pocos casos, por no decir casi siempre, no llega a un grado tal que constituya una anormalidad propiamente tal. La depresin de la tensin psquica es el hecho fundamental del estado psicastnico, que determina inmediatamente el desequilibrio del sujeto frente a la situacin real con la consiguiente incapacidad o dificultad mxima de asimilarla y ajustarse a ella con objetividad, precisin y firmeza. Por eso, producida la depresin, inmediatamente van desapareciendo o dificultndose en el enfermo todas aquellas funciones de coordinacin con la realidad, de acuerdo al orden jerrquico de intensidad psicolgica por ellas exigida, comenzando por las que se refieren a la realidad ms compleja y que ms intensamente le afectan. De este decrecimiento de la tensin nace en el enfermo mediante el desequilibrio y consiguiente falta de adaptacin a la vida prctica, moral sobre todo, porque ms difcil esa su indecisin frente a los hechos, que a las veces puede degenerar en abulia; de ah tambin ese no saber aplicar los principios morales generales a cada situacin concreta, sin poder eliminar los hechos que evidentemente no entran dentro de las exigencias de aqullos, con la consiguiente incrustacin en la conciencia de la idea obsesionante; de ah esa falta de memoria, esos "eclipses mentales" de la rememoracin, amnesias y obscurecimientos de los recuerdos referentes a los hechos reales, ese obscurecimiento de las normas y de su alcance justo, precisamente en los momentos en que ms las necesita para resolver la situacin presente; de ah esa turbacin cuando ha de obrar, principalmente en pblico o decididamente, y ms todava si de dicha decisin depende un asunto de relativa importancia, por carecer de la visin precisa de la realidad y del modo de ensamblarse con ella, en un orden moral sobre todo. Por eso tambin se explica que los escrpulos aparezcan precisamente en momentos de la vida, en que el horizonte moral se extiende y abarca una realidad ms compleja con nuevos y ms difciles problemas (as, v. gr.: en la pubertad), o en que se agudiza la delicadeza de la conciencia moral y se aplica a situaciones a las que antes poca atencin se prestaba (as, v. gr.: en la primera confesin o en la confesin de unos ejercicios, en los que se ha ahondado y afirmado en el sentido de la vida cristiana), o en otras circunstancias excepcionales en las que hay que decidir la adaptacin de nuestra vida, no ya a una situacin presente y transitoria, sino a todo un estado general de cosas de repercusin duradera para toda nuestra existencia temporal y aun eterna (as, por ejemplo, en la eleccin de estado: suceder entonces, que llegado el momento decisivo de tomarlo, quien nunca dud de su vocacin durante aos, comience a dudar y a turbarse con escrpulos de todo gnero). En el primer estadio de la depresin la enfermedad se manifiesta, pues, por la desaparicin de lo que podemos llamar la "funcin de lo real", de lo real en lo que el paciente est interesado, ante todoque Janet coloca, segn vimos ms arriba, en el grado superior de la escala, y que en realidad no es un acto simple sino que encierra varios actos jerarquizados entre s. Esto explica tambin porqu el escrupuloso, que no es capaz de eliminar su propia duda, su idea obsesionante, cuando el grado de su depresin no es muy grande, puede ser y suele serlo, dada su capacidad intelectual y virtud moral un excelente director de conciencia, incluso de escrupulosos; pues su inteligencia que llega a ver claro en hechos y circunstancias reales que no le afectan a l directamente y conserva una penetracin no comn en los dominios de la especulacin, slo se entenebrece cuando trata de resolver sus propias cuestiones, prcticas principalmente y morales ante todo. Slo un descenso ms profundo de la tensin podra llevar la perturbacin hasta no saber discernir y no poder adaptar a otro en su funcin prctica o alcanzar a la misma contemplacin teortica de la inteligencia. Natural tambin que al carecer las facultades de enfermo de la coordinacin con lo real, de "la presentificacin del hecho", a causa de la depresin psquica, desaparezca ipso facto el sentimiento de satisfaccin completa, que sigue a esa asimilacin y adap-
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tacin a lo real por la comprehensin de la inteligencia y decisin de la voluntad y experimente el paciente los sentimientos de "incompletez", de "inacabamiento", que tan despiadadamente lo torturan y traen en desazn. Todos los fenmenos hasta aqu enumerados comprendidos en la privacin de la "funcin de la real": falta de visin de la realidad en toda su complejidad, falta de decisin frente a ella, falta de adaptacin al hecho, etc., son, por eso, los fenmenos directos secundarios del estado psicastnico (hecho fundamental) y son explicados directamente por la teora de la psicastenia o depresin: su desaparicin o entorpecimiento sucesivo y progresivo est determinado directamente por una insuficiencia de realizacin por parte de la actividad psquica causada por el descenso de su tensin. Pero hemos visto en la exposicin de los fenmenos de la obsesin cmo este estado est acompaado por agitaciones mentales, emotivas y motrices, tanto sistematizadas como difusas. Todas ellas se explican tambin en esta teora, pero como fenmenos secundarios derivados, es decir, indirectamente provocados por la depresin. Sucede con la energa psicolgica algo anlogo a lo que acaece con la energa fsica. La corriente de agua que no puede sobrepasar el nivel de un dique de contencin, tiene fuerza para chocar contra l con grande estrpito y con movimientos en innumerables sentidos, desbordndose en todas direcciones donde encuentre un nivel inferior al suyo. La corriente elctrica que no tiene suficiente intensidad para enrojecer un filamento, la tiene para producir un gran estrpito haciendo sonar, por ejemplo, una multitud de timbres. Del mismo modo, supuesta la depresin psquica y el consiguiente desequilibrio entre ella y la accin por poner, la actividad vital, al chocar intilmente con el acto cuyo nivel est sobre el suyo, se desborda, y a veces estrepitosamente, hacia fenmenos psquicos inferiores intiles, que requieren menor intensidad psicolgica. Es lo que se llama en psicologa el fenmeno de la derivacin de la energa, as dispuesta por el Autor de la naturaleza para descargar una fuerza vital acumulada y evitar con ello los trastornos que, de no suceder as, sobrevendran a la psique y al sistema nervioso. Conocido, por lo vulgar, es el ejemplo de cmo la consideracin de una gran desgracia, que podra llevar a serias perturbaciones mentales si se fijase en la mente del paciente, se descarga derivndose en sollozos y lgrimas, es decir, en actos psicolgicos inferiores intiles. Otro tanto nos acontece en la vida diaria, cuando por la complejidad de la situacin real la tensin queda por debajo de ella e insuficiente para realizar los actos adecuados y convenientes a dicha situacin, la energa psquica se desborda en movimientos intiles de las manos y del cuerpo y de nuestra sangre (nos enrojece el rostro). La derivacin de la energa es la natural vlvula de escape, de "desahogo", con que el Creador nos libra de los daos consiguientes a una excesiva concentracin psquica y fisiolgica. Es cabalmente lo que acontece en nuestro enfermo, segn la teora de la psicastenia. Las fuerzas psquicas al intentar un acto que exigira un nivel de tensin superior al suyo y chocar intilmente contra l, v. gr.: al no poder desalojar la duda que atormenta al paciente, se vuelcan hacia actos que estn por debajo de su nivel, se aplican a ideas, emociones y movimientos intiles, que nada tienen que ver con la realidad presente, y de este modo aparecen en la conciencia, primeramente las manas, las fobias, los tics (agitaciones intelectuales, emotivas y motrices sistematizadas), que con la acentuacin de la depresin se acumulan y sobreponen, trocndose en rumiaciones mentales, angustias y semi-convulsiones (agitaciones intelectuales, emotivas y motrices difusas). Toda la serie de fenmenos intiles de orden intelectivo, emotivo y motor observados en el escrupuloso no son sino la derivacin de un esfuerzo frustrado en direccin de la acomodacin del sujeto a lo real. No alcanzado el fin del esfuerzo a causa del desnivel entre la tensin psquica y el objeto intentado, la actividad psicolgica se descarga aplicndose a actos que estn por debajo de su tensin, y con el descenso de sta a actos cada vez ms inferiores. Todos los actos intiles realizados por
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nuestro enfermo son, pues, el resultado de un esfuerzo fallido en cuanto a su objeto y desviado por la misma naturaleza hacia otra actividad ms fcil a fin de evitar la concentracin psquica: son un simple fenmeno de derivacin de la energa. Como ha podido apreciarse a travs de estas pginas, la teora de Janet nos ofrece una explicacin suficientemente clara tanto de la aparicin de la idea obsesionante, como de los dems fenmenos de esta enfermedad: aqulla, enquistada en la sntesis mental por insuficiencia de la tensin para ver el alcance y aplicacin precisa de los principios morales en el caso real presente y para decidirse a eliminarla; stos, como hechos provocados por la derivacin de la energa, determinada a su vez por la misma depresin psquica. A la verdad, a la luz de esta teora psicastnica comprendemos que ni la idea obsesionante como tal, ni los dems fenmenos anormales de la obsesin constituyen la esencia propiamente tal de la enfermedad, sino que son las manifestaciones tan slo de un mal ms profundo, fuente de donde ellas dimanan provocadas directa o indirectamente (por derivacin de la energa): la falta de suficiente tensin, la depresin de la fuerza psquica. Preciosa conclusin, que hace vislumbrar y nos orienta en el camino de la teraputica de esta dolorosa enfermedad.
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Ha de ser, pues, ante todo paciente y benigno con la exposicin interminable, intrincada y casi ininteligible de los casos de conciencia del enfermo (sobre todo al comienzo, hasta formarse una idea clara de su situacin), no ha de mostrarse enfadado con las cavilaciones que le someter a su juicio a cada momento su dirigido, as como tampoco con la insistencia sobre asuntos ya resueltos y con sus frecuentes e intempestivas visitas y consultas. Demasiado tiene que sufrir el pobre con su cruz, y una muestra de fastidio no hara sino amilanar ms un nimo ya deprimido. Hemos visto que, segn el desnivel, la obsesin abarcar zonas ms o menos grandes; y de hecho el escrpulo se presenta a veces localizado en uno o varios puntos y slo en casos ms avanzados se extiende a todas las manifestaciones de la vida moral. Lo mismo acaecer con los actos secundarios derivados, cuya aparicin y desarrollo estarn en razn inversa con el nivel de la tensin. Todo esto deber ir observando el director para formarse un juicio cabal del estado real de su dirigido. Como en las dems partes de la medicina, tambin en sta y ms que en aqulla vale el dicho de que "no existen enfermedades, sino enfermos". El escrupuloso, segn dijimos ms arriba, suele ser una persona inteligente y por eso mismo sensible. La enfermedad no ha hecho sino ensombrecer la paz y la alegra de su alma, sumergirla en una tristeza deprimente y agudizar su sensibilidad. Si la dureza no hara sino zaherirlo y desesperarlo, la afabilidad, en cambio, le dar ms confianza en su director, le har comprender mejor la norma de conducta por l dictada y, lo animar a abrazarse con fidelidad a ella y abrir su corazn a la esperanza y la predispondr a la paz. La benignidad del confesor ms fcilmente har renacer en su alma la confianza en Dios y suavizar la aspereza y lo arduo de su vida, descargar un tanto el peso enorme de sus angustias y dolores. Dado el estado de postracin y la delicada sensibilidad de estas almas, una muestra de fastidio o de impaciencia del director podra traer consigo la desesperacin y el consiguiente derrumbe moral del enfermo. Junto con la suavidad, el enfermo necesita la firmeza de su confesor. Ha de tener ste mano paternal: suave y fuerte a la vez. Deber dar normas precisas, segn diremos enseguida, que no permitir discutir y cuyo cumplimiento deber exigir. Ay del confesor que admite la discusin y "peros" del escrupuloso y pretende darle razn de sus normas! Por eso no deber transigir jams que su penitente le discuta sus directivas, porque, a ms de que es difcil convencerlo con argumentos, que su mismo estado de conciencia no le permite ver, se expone a quedarse sin respuesta y a ser arrollado por la fuerza dialctica de su improvisado adversario. Fuera de que la fundamentacin de tales normas implica una complejidad en las mismas, que el estado del paciente no puede asimilar en la vida prctica y se constituirn en otros tantos focos de obsesin. Por eso, es mejor ahorrarse toda explicacin y ser categrico en sus respuestas. No vaya a titubear o a dudar cuando expone al paciente el modo de obrar que debe seguir, porque inmediatamente el enfermo pondra en tela de juicio su ciencia o su seguridad y correra el riesgo de perder su autoridad y la eficacia de su direccin: la duda se localizara fcilmente en la competencia y sabidura del director y anulara e impedira en su misma fuente los remedios dados para su curacin. Para, ello es menester, naturalmente, haberse ganado la confianza del penitente por la autoridad de la ciencia, de la virtud y de la prudencia. En general, convendr para lograrlo que hable claro, seguro y breve en cuanto a la norma. Lo restante de la direccin lo emplear con ms provecho abriendo ese corazn a la confianza en Dios. Una vez dada la norma precisa de su vida que expondremos y repetida varias veces cuando el enfermo vuelva a consultarlo sobre su extensin y valor, el director deber exigir a su penitente que resuelva por s mismo su duda, que pase por encima de ella y de sus angustias sin consultarle en cada caso. Con ms razn todava deber ser firme en cuanto a no admitirlo a la confesin, fuera de la semanal y del caso en que el enfermo est realmente cierto de haber cometido un pecado mortal. Aunque el
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enfermo le suplique y llore de angustia para que lo confiese, aunque para ello le afirme que l cree haber pecado gravemente, el confesor deber ser lo suficientemente fuerte para no consentir en ello. Sera caridad mal entendida conmoverse ante tal situacin y solucionar al paciente en cada caso sus dudas y darle la absolucin en cada supuesto pecado mortal. Con semejante conducta el confesor, lejos de estimular, anular los esfuerzos del penitente, los cuales le permitiran la cicatrizacin de su mal. Solventar su situacin en cada caso, admitirlo en cada duda a la confesin, equivaldra a dar agua al hidrpico. Con ese procedimiento el mal del enfermo no har sino agravarse y las exigencias de la idea invasora se extendern ms y ms y sern cada da ms tirnicas. Si el confesor no se siente con fuerzas suficientes para esta actitud, mejor es que deje a otras manos ms firmes el timn de esa alma; su compasin mal entendida no hara sino daarla en lugar de curarla. Naturalmente que esta intransigencia firme del director debe ir revestida siempre de bondad, haciendo comprender al enfermo que es precisamente para su bien que as se procede. 2) La simplificacin de la situacin moral, primer remedio del escrupuloso El obseso se encuentra ms o menos frecuentemente, segn el grado de su depresin psquica, ante situaciones morales que no sabe ni puede resolver. Es incapaz de asimilar la realidad reducindola y encuadrndola dentro de los principios que deben regularla, choca contra algo que es superior a sus fuerzas y que consiguientemente se enquista y desgarra la unidad de su conciencia. El remedio consistir, por eso, en lograr bajar el nivel de la dificultad de esos actos superiores a sus fuerzas. La multitud de aspectos morales y la intervencin de muchos principios en su solucin, ms de los que realmente intervienen, trados por la inteligencia del paciente, incapaz de desecharlos como impertinentes al casoes lo que hace ms compleja y dificultosa la realizacin de un acto moral. Para ponerlos al alcance de las fuerzas del escrupuloso, ser menester simplificarlos y encerrarlos dentro de un solo principio moral de fcil aplicacin. Este principio no ser sino el que el enfermo hic et nunc es capaz de aplicar, y que podemos formular del siguiente modo: "Mientras yo no vea claramente y sin examinarme, como dos y dos son cuatro, que
una cosa es pecado, para m no lo es; y si dudo si es pecado grave o leve, para m es leve".
Al principio el enfermo creer haberla entendido, y de hecho la habr comprendido bien. Pero ante situaciones concretas, vacilar si debe o no aplicar ese principio, si se extiende tambin a ese caso, y comenzar a dudar del alcance y sentido de la norma. Ser preciso repetrsela de nuevo en toda su simplicidad y universalidad, hasta que la asimile; pero despus de un tiempo el director no debe ya admitir dudas sobre ella, sino responder simplemente: "Ya sabe Vd. cmo debe obrar"; porque de lo contrario se corre riesgo de que el escrpulo se localice en la regla misma. Esta misma norma se podra poner de otros modos, y a la prudencia del director quedar librada la manera de proponerla para hacerla ms asequible al paciente. As se podra formular tambin de esta manera: "En todas sus dudas morales, obre Vd. siempre en favor suyo, y ello sin pensar ni examinarse". Esta simplificacin debe abarcar toda la vida moral y extenderse, por ende, no slo a los actos por realizar, sino tambin a los realizados. Hay que prohibir terminantemente al enfermo examinarse sobre posibles pecados graves cometidos, si no los ve claramente tales desde el principio y sin reflexin alguna. Esta norma es mucho ms necesaria, cuando el escrpulo se localiza en materia de pureza, como suele acontecer a los jvenes; porque un examen de conciencia prolongado sobre este punto, a ms de no
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conducir a conclusin alguna clara y enredar ms y ms al paciente como siempre acontece en tales casos al escrupuloso no hace sino multiplicar las tentaciones, con la consiguiente multiplicacin de los escrpulos y fijar tambin ms y ms esas imgenes obscenas o peligrosas arraigndolas con la urdimbre de nuevas asociaciones que las afianzan y extienden en el seno de la conciencia. Se le deber simplificar y llegado el caso hasta suprimir el examen general, reducindose a unas pocas cosas consideradas muy por arriba y durante muy pocos minutos. Del mismo modo se deber simplificar toda su vida espiritual. As a quien experimente escrpulos y dificultades en la confesin, se le deber permitir un brevsimo examen tan slo y recitar una sola vez el acto de contricin antes de presentarse al sacerdote, prohibindole terminantemente toda repeticin de su frmula. A quien tenga dificultades en sus oraciones (vg. en la pronunciacin, en la atencin, etc.) se le impondr la prohibicin categrica de toda repeticin, se le sealar para ellas un tiempo determinado, que no deber traspasar, y si es preciso, se deber abrevirselas y an suprimrselas del todo por un tiempo, si el mal se agravase. De un modo anlogo se podra aplicar esta simplificacin a todos los actos, en que el enfermo tropieza con dificultades y en que se localiza el escrpulo. Lo mejor ser hacerle comprender bien la norma general enunciada al principio, fijarla bien en su inteligencia despus de aleccionarlo en particular en las primeras aplicaciones concretas- y obligarlo a que l por s mismo la aplique y siempre en favor de su libertad. En casos extremos muy raros y temporariamente se podra y debera no ya simplificar sino aun suprimir toda norma moral (aparentemente, porque en verdad el enfermo jams pasar de hecho impunemente por encima de un pecado mortal claramente visto) del siguiente modo: "No haga Vd. caso de nada, obre como quiera, que no pecar". Naturalmente que semejantes normas slo valen y son aplicables para los enfermos de que aqu tratamos. La moral cristiana, por lo dems justifica este proceder. Toda obligacin moral, por su concepto mismo, debe ser posible de practicar, debe estar al alcance de quien a ella debe someterse. Ahora bien, la norma simplificada expuesta es la nica a que puede someterse el escrupuloso. La debilidad de sus hombros le hace incapaz de soportar toda otra regla ms compleja. Se dir que semejante norma simplificada puede conducir al enfermo a cometer de hecho un pecado mortal. Aun suponindolo as, el pecado en ese caso sera slo material, sera una falta grave cometida con "ignorancia invencible", ya que el paciente es hic et nunc incapaz de discernir su gravedad; fuera de que su mismo estado de super-excitabilidad y angustia le impedir siempre o casi siempre los requisitos subjetivos de advertencia plena y voluntad deliberada necesarios para el pecado mortal. Mas no es el caso. Quien tiembla ante la sola sombra del pecado, podra dejar de ver acaso con claridad un pecado grave realmente cometido? Hay en ello evidentemente un imposible moral. En ocasiones, el desequilibrio de la tensin, fuente originaria del escrpulo, habr sido causada por el cambio de situacin o cargo o empleo del enfermo, que impone obligaciones y la realizacin de actos que exigen un esfuerzo y nivel de la energa psicolgica superiores a los que de hecho se tienen. La vida literalmente "se le ha complicado", y se ha producido este trauma psquico. En realidad, lo que le ha pasado es muy sencillo. La tensin psquica, suficiente para dominar una vida ms simple, queda por debajo de una situacin nueva ms compleja. Un pobre labriego, dueo de su vida, sin mayores complicaciones, repentinamente enriquecido y conducido a una situacin social ms compleja, puede llegar a la obsesin. Un hombre, trasladado de un empleo sin trascendencia a otro de mayor responsabilidad, puede ser llevado a los escrpulos. En semejantes casos, el abandono del nuevo puesto, el retorno a la vida primera, sera
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la cura ms simple y radical del enfermo. Con ello se habra suprimido la dificultad y hecho descender instantneamente la altura de la situacin real, con lo cual el paciente recobrara ipso facto el equilibrio de su tensin frente a la vida. Se trata de un huir o evitar una situacin real superior a las fuerzas del paciente. Semejante remedio es ms fcil aplicarlo como preventivo que como curativo. Una vez en posesin del cargo, las circunstancias, el buen nombre, los recursos econmicos, etc. harn poco menos que imposible esta retirada estratgica. Pero antes de aceptarlo, un buen consejo dado a tiempo por el director podra evitar, a costa de una privacin material o de un honor o gloria humana, el desgarramiento y la paz de toda una vida. Y en todo caso es a los superiores de comunidades a quienes toca aplicar este remedio: deberan ellos tener siempre muy presente esta norma, y no repartir los cargos por igual, como si todos los hombres estuviesen hechos para sobrellevar el mismo peso. Es un abuso de la autoridad invocar la obediencia y la mortificacin para imponer a los sbditos obligaciones realmente superiores a sus fuerzas. Y cuando digo "sus fuerzas", me refiero a las fsicas, pero sobre todo a las psquicas. La experiencia ensea, sin embargo, que este abuso se comete con harta frecuencia. Con la mejor recta intencin, pero con una absoluta ignorancia de la psicologa y de la prudencia, hay superiores que para ser "justos" quieren imponer las mismas obligaciones a todos por igual, sin considerar que no todos tienen ni las mismas condiciones ni la misma capacidad. La nica justicia practicable por un buen y prudente gobernante es la proporcional a las fuerzas y condiciones de cada uno. Porque as como hay una incapacidad fsica y una incapacidad intelectual para el desempeo de ciertos cargos cosa que todo el mundo ve y comprende existe tambin una incapacidad de tensin psquica, no menos real que aqulla en la cual frecuentemente no se repara. Con esta norma de prudencia, se habra evitado en muchas vidas el resquebrajamiento psquico casi nunca perfectamente curable que engendra al "amargado" y que conduce muchas veces tambin al derrumbe moral. Algunos superiores se habran ahorrado el dolor de ver abandonar las filas de su Congregacin o colegio, etc., a sujetos, muy capaces y virtuosos por lo dems, con esta elemental medida de prudencia, que al evitarles una vida de angustias y desequilibrio con slo alejarlos de ciertos cargos e imposiciones para ellos excesivas, los hubieran librado de la exasperacin y del abandono de la vocacin y de la misma bancarrota moral quiz de su vida. No todos los hombres son para todos los cargos; las fuerzas psquicas ms que las fsicas son desiguales. Y un sujeto capaz de desarrollar una enorme y fecunda actividad en un sector, puede no poseerla en otro y raro es quien la posea en todos. As el escrupuloso, para quien el desempeo de un cargo de responsabilidad puede constituir una carga abrumadora, es capaz de desarrollar una fecunda actividad cientfica, artstica etc. En semejantes casos es menester hacer comprender al enfermo, a quien se impone el renunciamiento de ciertos cargos, que la grandeza moral, ni siquiera la humana, est en funcin del cargo que se realiza, sino en el modo de realizarlo, y que se puede ser igualmente grande en todos los peldaos de la jerarqua social. 3) La elevacin de la tensin psquica, segundo remedio del escrupuloso Residiendo la causa del escrpulo en el desequilibrio entre la tensin anmica y el acto por realizar, es claro que la nivelacin entre ambas podr reconquistarse no slo haciendo descender la dificultad de la situacin, sino tambin levantando e intensificando las fuerzas psquicas. Para ello, el director deber animar al escrupuloso, hacerle ver la inanidad y fruslera de sus dudas y angustias, abrirle el alma a la confianza en Dios y a la alegra de la vida cristiana con pensamientos y reflexiones sobre la bondad de Nuestro Seor. Deber hacerle comprender que si el aspirar a la perfeccin es tarea y deber del cristiano, ella
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debe ser realizada sin excesos que no conducen sino al mal, y que de hecho es tal la condicin humana que slo la lograremos alcanzar en parte y con muchas faltas; que lo importante y lo que Dios nos exige es la buena voluntad, el deseo sincero de servirle, y no el hacer nuestros actos con una perfeccin superior a nuestras fuerzas. Nunca se deber cansar el director de levantar el espritu de esta alma, que por la situacin de su vida y sensibilidad, gravita hacia la tristeza, el pesimismo, la abulia, el abandono, la pereza y la desesperacin. Los temas de sus meditaciones y lecturas debern ser los ms apropiados para semejante fin (la bondad de Dios, su misericordia, su paternidad, etc.). Generalmente, sobre todo si la enfermedad est un tanto ms avanzada, deber disuadirse al enfermo de hacer ejercicios espirituales, confesiones generales, etc., porque la consideracin de las postrimeras y de los pecados tan buena para infundir el santo temor de Dios en nuestro enfermo no consiguen sino angustiarlo y obsesionarlo ms y ms. Es menester animar al enfermo, hacindole ver el valor de su propia vida y cualidades, que l por su mismo estado ignora, que ni su existencia es estril ni sus fuerzas tan dbiles como l cree. Hemos dicho en otra parte que el escrupuloso es inteligente y en el peor de los casos no es un mentecato, y muchas veces capaz de desarrollar una valiosa actividad cientfica, artstica, etc., a ms de que suele ser una persona suficientemente virtuosa. Su estado le lleva a apreciar como incompleto e imperfecto todo cuanto ejecuta y juzgar con desprecio cuanto hace y hasta sentir hasto de su propia vida. Ser bueno que quien ha tomado la direccin de su alma, le haga ver el valor de sus obras, el respeto y aprecio que su conducta despierta en torno suyo, animndolo a trabajar moderadamente en el cultivo de sus no comunes cualidades. Ha de esforzarse tambin el director por encender en su alma la alegra de la vida cristiana, alentndolo a hacer con sencillez y paz sus actos de piedad y sus obras cotidianas, sin preocuparse excesivamente de cmo resulten. Aleje de l toda concentracin torturante e infndale un concepto ms optimista de la vida, hacindole ver que junto a los muchos males de la tierra, hay tambin muchas cosas buenas: almas generosas, virtudes y herosmos. Ponindole en contacto con un buen amigo, lleno de entusiasmo y sana alegra, el director lograr talvez ms que con largas plticas sobre el tema. Los horizontes infinitos de la caridad y del apostolado tomado con moderacin, darn aliento y valor a esta alma, hecha de generosidad, y a la vez le traern el consuelo y la alegra ms pura del espritu, que tanto necesita. Se deber procurar infundir al escrupuloso una idea ms humana de la vida, hacindole comprender que la gracia no se opone a la naturaleza y que es indispensable tener en cuenta las exigencias razonables de sta. Con este objeto debe procurarse las necesarias distracciones, evitar los trabajos excesivos o demasiado fatigantes, que, aunque al alcance de sus fuerzas no hacen sino debilitarlo y predisponerlo a nuevos ataques de la obsesin, y tomarse su necesario descanso diario y sus vacaciones peridicas. Es sumamente importante por la correlacin de lo fsico y de lo psquico el hacerle cuidar su sueo, su alimentacin y sus ejercicios corporales. Para todo este rgimen de su salud orgnica, que suele padecer una depresin general anloga a la del orden psquico, ser oportuno ponerlo en contacto con un buen mdico. Pero en cuanto a sus dolencias psquico-espirituales, nadie mejor mdico y de ms eficaz influencia sobre el escrupuloso que el propio confesor. Si en otras enfermedades nerviosas es oportuno consultar a un mdico competente, creemos que en nuestro caso no slo no es necesario, pero ni siquiera conveniente, excepto en el aspecto corporal de la enfermedad segn lo dicho, pues nadie posee la autoridad moral indispensable para imponer al enfermo las normas teraputicas enunciadas ms arriba, fuera del propio confesor o director espiritual, a ms de que el mdico salvo honrosas excepciones corre el riesgo de no comprender al enfermo y el alcance de su mal, cuando no sobre
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todo si no es cristiano, de disuadirlo de toda prctica y vida cristiana, como nico remedio de su enfermedad. Ms an tratndose de escrupulosos, creemos que el mdico, consultado, colocado frente a un enfermo de esta ndole, debera declinar su cuidado y curacin en un santo y prudente sacerdote. Slo en casos de obsesin en materia no religiosa, es el mdico quien deber proporcionar los medios teraputicos, que son los mismos o anlogos a los que acabamos de apuntar.
CAPITULO V CONCLUSION
La experiencia ensea que cuando el escrpulo no obedece a una circunstancia excepcional que ha elevado extraordinariamente la dificultad de la situacin real, sino a una verdadera depresin psquica, esta enfermedad es poco menos que incurable. El paciente difcilmente alcanza el nivel normal de la tensin psquica, que no ha recibido en herencia o que ha perdido por una circunstancia especial de su vida. Sin embargo, con el doble procedimiento indicado de simplificacin de la dificultad y estimulacin de la intensidad de sus fuerzas, el enfermo puede lograr un equilibrio, si no natural y permanente, al menos habitual y adquirido del modo expuesto, que haga su vida llevadera y tolerable. Fiel a una buena y enrgica direccin, cuyas lneas fundamentales acabamos precisamente de trazar, el enfermo no slo lograr suavizar las aristas desgarradoras de su mal, sino que podr alcanzar por este camino de la obediencia a la norma de su confesor, el dominio de la situacin, que no obtendra por propio discernimiento y decisin. Regularizada su vida con este medio extraordinario, podr aprovechar mejor sus fuerzas, a veces sobresalientes, de inteligencia y de carcter, y aplicarlas a un trabajo til y fecundo. No olvidemos que grandes sabios y santos padecieron esta dolencia, que no parece ser sino la enfermedad de las grandes almas de la aristocracia espiritual, y que la penetrante inteligencia del escrupuloso, alejada de sus cavilaciones por la mano prudente del director, para aplicarse a las ciencias, puede dar los frutos sazonados de un San Agustn o de un cardenal Franzelin, as como el deseo ardiente de perfeccin del enfermo, bien encauzado, ha podido alcanzar los frutos de la santidad de Teresita de Lisieux. La vida del escrupuloso normalizada ya, no tendr prcticamente nada de anormal ni le impedir el desenvolvimiento fructfero de sus actividades. Pero el esfuerzo sostenido, que el mantenimiento del equilibrio entre su tensin y la dificultad le exige de seguir siendo constante y ciegamente fiel a su norma, no lograr darle nunca la paz y tranquilidad saturante de quien logra ese nivel por espontaneidad natural. La nube obscura de sus angustias, dudas y obsesiones se disipar, la luz tornar a iluminar su vida, aunque slo en contadas ocasiones brillar en su alma el esplendor de un sol radiante. Su existencia se deslizar iluminada siempre por una luz que no logra disipar enteramente el cielo grisceo de su conciencia. Esa ser su cruz, la cruz de su vida, la cruz de su purificacin y ascensin a Dios, el sufrimiento, ya no intolerable y estril de antes, es verdad, pero el sufrimiento permanente, que sin privarlo de realizar una actividad fecunda, se proyecta en el fondo de su alma como un cono de sombra para velar un tanto toda su vida e imprimir un dejo de tristeza e insatisfaccin en su tonalidad afectiva. Dichoso l, si substancialmente curado por la fidelidad a su direccin, sabe llevar esa cruz permanente de su vida, que al privarle de la satisfaccin y alegra saturante de un alma sometida a su deber, le reserva para el cielo el premio total de sus trabajos, a la vez que lo aleja de un peligroso estancamiento en la vida espiritual, lo estimula con esa misma insatisfaccin a una superacin constante y lo une tan de cerca a la Cruz redentora del Salvador. Para l singularmente
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vale y en l encuentra ms acabado cumplimiento aquel axioma de la vida cristiana: "Per crucem ad lucem, Por la cruz a la luz".
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