Drakkares en El Amazonas

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Drakkares En El Amazonas

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NDICE

I. Las Amazonas ...............................

1. Las guerreras blancas, 9 2. Unos testimonios indgenas, 13 3. El pas de las amazonas, 18 4. Las amazonas reencontradas, 22 5. Unos "tatuajes" reveladores, 27 6. El origen de las amazonas, 30.

II. El Imperio del Gran Paytiti .................. 35

1. El espejismo del oro, 35 2. Los guardianes de los caminos, 41 3. Los mitos del Orinoco, 47 4. Las inscripciones rupestres de la Guayana, 50 5, Vestigios en los accesos del Imperio, 59 6. La montaa y la llanura, 66.

III. Los supervivientes de la guardia blanca ...... 72

1. Los "indios blancos" del Amazonas, 72 2. Los guardias blancos de las Guayanas, 76 3. Una en-

cuesta en el Piqui, 88 4. Los "caboclos" rubios del Piau, 95 5. Los vikingos de la selva, 100.

IV. Las "siete ciudades" del Piau ................ 103

1. La increble fantasa de la naturaleza, 103 2. Los barcos rupestres, 109 3. Los "barbudos de la llanura", 112 4. El guardin del solar, 114 5. Una amenaza, 117 6. Graffiti antroponmicos, 118 7. Consejo y mofa, 124 8. Unos smbolos nrdicos, 126 9. Unos gigantescos "Externsteine". 129 10. El puerto minero del Parnaiba, 133 11. El portulano de Siete Ciudades, 144.

V. Las piedras que hablan ...................... 151

1. Bosques sagrados y tmulos, 151 2. El drakkar de Inhamuns. 160 3. El espejismo fenicio, 168 4.

Mensajes en la selva, 171 5. Exploradores y soldados, 176.

VI. Las escalas del Atlntico ..................... 179

1. La isla de los alfareros, 179 2. Puertos lacustres

y murallas, 182 3. El "Camino del Hombre Blanco", 185 4. La Roca de la Gvea, 190 5. El prodigio del oro, 198 6. La Costa Danesa, 200.

VII. Vikingos y normandos ....................... 203

1. El balance de una investigacin, 203 2. El origen de los vikingos de Tiahuanacu, 2.06 3. La herencia normanda, 209.

Notas bibliogrficas ................................ 212

I Las Amazonas

1. Las guerreras blancas

Estamos en el ao 1542. A las rdenes del capitn Francisco de Orellana, cincuenta y siete espaoles descienden, y es la primera vez desde la Conquista que se emprende esta aventura, el Gran Ro que algunos llaman Maran y que, ya se lo sabe, desemboca en el Atlntico. Disponen de dos bergantines grandes canoas primitivas sin puente:, el ms grande de los cuales debe de tener unos veinte metros de eslora por dos de manga y uno de fondo. Con vela y con remos, avanzan lentamente, a pesar de la corriente favorable, pues carecen de guas indios y se extravan frecuentemente en el laberinto de los brazos secundarios delro-mar. Desde hace unos das, estn acampando en la isla de los Tupinambs, que nuestros mapas llaman Santa Rita.

Una vez ms, los indgenas los atacan. Pero, hoy, no estn solos.

"Han de saber, escribe al P. Gaspar de Carvajal (') *, capelln de la expedicin, que ellos [los atacantes] son subjectos y tributarios a las amazonas, y sabida nuestra venida, vanles a pedir socorro y vinieron hasta diez o doce,que stas vimos nosotros, que andaban peleando delante

* Los nmeros corresponden a las notas bibliogrficas, al final del volumen. de todos los indios como capitanas, y peleaban ellas tan animosamente que los indios no osaban volver las espaldas, y al que las volva, delante de nosotros lo mataban a palos, y sta es la causa por donde los indios se defendan tanto. Estas mujeres son muy blancas y altas y tienen muy largo cabello y andan desnudas en cuero, tapadas sus vergenzas, con sus arcos y sus flechas en las manos, haciendo tanta guerra como diez indios...".

Es ste el primer testimonio europeo que tenemos respecto de esas misteriosas mujeres guerreras, de las cuales las leyendas indgenas ya se haban apoderado desde haca mucho tiempo, y tendremos que esperar ms de cuatrocientos aos para conseguir un segundo. Pero el P. de Carvajal es fidedigno. Este dominico era el hombre ms pedestre que se pudiera imaginar. No se encuentran en su relato ni la menor fantasa, ni siquiera cualquier dato sobre la flora y la fauna de las regiones atravesadas. El capelln de Orellana se limitaba a redactar una especie de libro de bitcora, donde slo se habla de distancias, itinerarios,abastecimiento y combates. Por otro lado, no era sino el vocero de sus compaeros y, en especial, de su capitn. Tenemos un nico testimonio, pero cincuenta y siete testigos.

Sin hablar siquiera del padre que haba perdido un ojo en la batalla, los espaoles no olvidaran el asalto de esas mujeres blancas "en cuero" que haban hecho caer sobre ellos una lluvia de flechas. La sorpresa haba sido tan grande que, despus de la batalla, haban minuciosamente interrogado respecto de ellas a los indios que haban apresado. Dejemos la palabra al P. de Carvajal, pesado y preciso

como un escribano de juzgado:

"El capitn [Orellana] le pregunt [a un cacique] qu mujeres eran aqullas; el indio dijo que eran unas mujeres que residan la tierra adentro siete jornadas de la costa [del ro], y por ser el seor Couynco sujeto a ellas, haban venido guardar la costa. El capitn le pregunt si estas mujeres estaban casadas: el indio dijo que no. El capitn le pregunt de qu manera viven: el indio respondi que, como dicho tiene, estaban la tierra adentro, y que l haba estado muchas veces all y haba visto su trato y vivienda, que como su vasallo iba a llevar el tributo cuando el seor lo enviaba. El capitn pregunt si estas mujeres eran muchas: el indio dijo que s, y que l saba por nombre setenta pueblos... y que en algunos de ellos haba estado. El capitn le dijo que si estos pueblos eran de paja: el indio dijo que no, siendo de piedra y con puertas, y que de un pueblo a otro iban caminos cercados de una parte y de otra y a trechos por ellos puestos guardas porque no poda entrar nadie sin pagar derechos. El capitn le pregunt si estas mujeres paran: el indio dijo que s. El capitn le dijo que cmo, no siendo casadas, ni resida hombre entre ellas, se empreaban: l dijo que estas indias participan con indios en tiempos, y cuando les viene aquella gana juntan mucha copia de gente de guerra y van a dar la guerra a un gran seor que reside y tiene su tierra junta a la dstas mujeres, y por fuerza los traen a su tierra consigo aquel tiempo que se les antoja, y despus que se hallan preadas, les tornan a enviar a su tierra, sin les hacer otro mal; y despus, cuando viene el tiempo que han de parir, que si paren hijo lo matan o * le envan a sus padres, y si hija, la cran con gran solemnidad y la imponen en las cosas de la guerra. Dijo ms, que entre todas estas mujeres hay una seora que subjecta y tiene todas las dems debajo de su mano y jurisdiccin, la cual seora se llama Coori. Dijo que hay una grandsima riqueza de oro y plata, y que todas las seoras principales y de manera no es otro su servicio sino oro y plata, y las dems mujeres plebeyas se sirven de vasijas de palo, excepto lo que llega al fuego, que es barro. Dijo que en

'" El texto dice "y", pero debe de tratarse de un error de imprenta, como veremos ms adelante.la cabecera y principal ciudad en donde reside la seora hay cinco casas muy grandes que son adoratorios, y casas dedicadas" al Sol, las cuales ellas llaman Caranain, y en estas casas por de dentro estn del suelo hasta medio estado en alto planchas de gruesos techos aforrados de pinturas de diversos colores, y que en estas casas tienen muchos dolos de oro y <^e plata en figura de mujeres, y muchas cantaras de oro y plata pura para el servicio del Sol, y andan vestidas de ropa de lana fina, porque en esta tierra hay muchas ovejas de las del Per*; su traje es unas mantas ceidas desde los pechos hasta abajo, encima echadas, y otras como mantas abrochadas por delante con unos cordones; traen el cabello tendido en su tierra y puestas en la cabeza unas coronas de oro tan anchas como dos dedos y aquellos sus colores. Dijo ms, que en esta

tierra, segn entendimos, hay camellos que los cargan**,y dice que hay otros animales, los cuales no supimos entender, que son del tamao de un caballo y que tienen el pelo de un jeme*** y la pera hendida, y que los tienen atados y que destos hay pocos. Dice que hay en esta tierra dos lagunas de agua salada, de que ellas hacen sal".

Esas mujeres sometieron a su autoridad numerosas tribus vecinas, "y otras hay con quien tienen guerra, y en especial con la que ya dijimos, y los traen para tener que hacer con ellos; stos dicen que son muy grandes de cuerpos y blancos".

Los espaoles no debieron de quedar tan sorprendidos ante las declaraciones de sus prisioneros. "Todo lo que este indio dijo y ms nos haban dicho a nosotros a seis

Llamas, alpacas y vicuas.

** Las llamas son camlidos. En el Per, se las utiliza como animales de carga,

""' Unidad de medida equivalente a la distancia que separa la punta del pulgar de la extremidad del ndice, teniendo estos dos dedos bien apartados.

leguas de Quito, porque de estas mujeres haba all gran noticias, y por las ver vienen muchos indios de ro abajo mil y cuatrocientas leguas, y as nos decan arriba los indios que el que hubiera de bajar a la tierra de estas mujeres haba de ir muchacho y volver viejo."

El capitn qued tan marcado por su encuentro con las guerreras blancas que, de vuelta en Espaa, cuandolos cartgrafos empezaron a llamar el Maraen "Ro de Orellana", pidi y obtuvo que tal denominacin fuera cambiada por "Ro de las Amazonas", nombre que le ha quedado al ro-mar.

2. Unos testimonios indgenas

Francisco de Orellana y sus hombres llegaron a GranPar (hoy Beln) el 24 de agosto de 1542 y podemos suponer. que descansaron algn tiempo antes de proseguir su viaje hasta la isla de Tobago, de donde volvieron a Espaa. Es muy poco probable, pues, que la noticia y, de cualquier modo, los detalles de su expedicin hayan sido conocidos en el Paraguay cuando, en 1543, el general de Irala y el adelantado Nez Cabeza de Vaca embarcaron en el ro Paraguay que iban a remontar en busca de Juan de Ayolas,desaparecido en el camino de Potos. No obstante, en el curso de su expedicin, Irala oy hablar de "mujeres que pelean como hombres y que son muy valientes y guerreras y que son seoras de mucho metal de oro y plata..., y que todo el servicio de sus casas es de oro y plata y los ataderos con que hacen sus casas... (2).

Durante un segundo viaje, unos aos ms tarde, Irala,"bojeando la cordillera del Per", alcanz la actual provincia boliviana de Santa Cruz, en la baca del Amazonas, donde oy hablar de un gran ro que corre del sur para el norte,al contrario del Ro de la Plata, y pens que se trataba del Maran. Los indios tambin le mencionaron "una provincia de mucha gente que tena sus poblaciones a la ribera de una gran laguna, y que posea gran cantidad de oro de que se servan; por lo que los espaoles dieron a esta laguna por denominacin el Dorado. Cuyos naturales, dicen, confinan con unos pueblos de solas mujeres, que tienen slo el pecho del lado izquierdo, porque el derecho lo consuman con cierto artificio para poder pelear con arco y flechas de que eran diestras y ejercitadas, aludiendo a las mujeres de Escitia, de quienes los antiguos escriban... (3)".

Como se nota, la leyenda ya embelleca los relatos de los indgenas. Por ambiguas que sean esas lneas que Daz de Guzmn escribi en 1612, es a los indios que el autor atribuye el detalle de la ablacin del seno derecho, detalle ste, evidentemente sacado de Herodoto y de Diodoro de Sicilia, que ningn testimonio, directo ni indirecto, ha confirmado jams en cuanto a Amrica. No hay nada de esta historia, por ejemplo, en el relato que nos ha dejado, acerca de su bajada del Amazonas en 1639, el P. Cristbal de Acua.

Unos meses antes haba llegado a Quito el capitn-mayor Pedro de Teixera, quien, con sesenta y siete soldados portugueses y mil doscientos indios, entre remeros y guerreros, sin hablar del personal de servicio, acababa de remontar el Amazonas desde su desembocadura, a bordo de cuarenta y siete bergantines. Portugal constitua, en aquel entonces, uno de los reinos que integraban Espaa. No obstante, el conde de Chichn, virrey del Per, no tena mucha gana de conservar con l una tropa tan numerosa y tan aguerrida a las rdenes de un portugus. Y tampoco lo entusiasmaba la idea de dejar a

Teixeira volver por el ro sin fiscalizacin alguna. Por eso le adjunt a dos jesutas, uno de los cuales, el P. de Acua, era el hermano de su teniente general, corregidor de Quito. Que no se trataba solamente, para ese religioso, de celebrar misa, los portugueses pudieron comprobarlo cuando, antes de llegar a Gran-Par, trataron de desviarse de su camino para apoderarse de indios que pensaban vender en las fazendas las estancias de la provincia del Maran: el "capelln" habl en nombre del Rey y la flotilla tuvo que seguir derecho.

El P. de Acua nos ha dejado de su viaje un relato (4)lleno de informaciones precisas sobre los habitantes, la fauna y la flora del Amazonas. Consciente de su responsabilidad, se controlaba en cada lnea, preocupado de que se lo pudiera tachar de exagerado o de imaginativo: "Pido yo a los que leyeren esta relacin me den crdito... Digo esto por las que podr ser que saquen otros a luz, quiz no tan ajustada a la verdad como convena. Esta lo ser, y tanto que por ningn caso pondr en ella cosas que no puedo con la cara descubierta atestiguar con ms de cincuenta espaoles, castellanos y portugueses, que hicieron el mismo viaje, afirmando lo cierto por cierto, y lo dudoso por tal,para que en cosa tan grave y de tanta importancia nadie se arroje a creer ms que en esta relacin se afirma".

Ahora bien, y es esto lo que nos interesa aqu, el P. de Acua dedica varias pginas de su relato a las amazonas y se basa, para hacerlo, en el testimonio de indios tupnambs: "Con su dicho tambin de estos tupinambs, confirmamos las largas noticias que por todo este ro traamos de las afamadas amazonas... Los fundamentos que hay para asegurar provincia de amazonas en este ro son tantos y tan fuertes que sera faltar a la fe humana el no darles crdito.

"Y no trato de las graves informaciones que, por orden de la Real Audiencia de Quito, se hicieron con los naturales que la habitaron muchos aos, de todo lo que en sus riberas contena, en que una de las principales cosas que se aseguran era el estar poblado de una provincia de mujeres guerreras, que sustentndose solas sin varones, con quienes no ms a ciertos tiempos tenan cohabitacin, vivan en sus pueblos, cultivando sus tierras, y alcanzando con el trabajo de sus manos todo lo necesario para su sustento.

"Tampoco hago mencin de las que por el nuevo reino de Granada, en la ciudad de Pasto, se hicieron con algunos indios, y en particular con una india, que dijo haber ella misma estado en sus tierras donde estas mujeres estn pobladas, conviniendo en todo con lo que se saba por los primeros dichos.

"Slo echo mano de lo que o con mis odos, y con cuidado averig desde que pusimos los pies en este ro. En que no hay generalmente cosa ms comn, y que nadie la ignora, que decir habitan en l mujeres, dando seas tan particulares, que conviniendo todas en unas mismas, no es creble se pudiese una mentira haber entablado en tantas lenguas y en tantas naciones, con tantos colores de verdad.

"Pero donde ms luz tuvimos del sitio donde viven estas mujeres, de sus costumbres, de los indios que las comunican, de los caminos por donde se entra a sus tierras, y de los naturales que los pueblan (que es la que aqu dar) fue en la ltima aldea donde da fin la provincia de los tupnambs.

"Treinta y seis leguas de esta aldea, corriendo ro abajo, est a la banda del Norte el de las Amazonas, que con nombre de Ro Canuris [el actual Nhamund] es conocido entre aquellos naturales. Toma este ro el nombre de los primeros indios que sustenta en su boca, a quienes se siguen los apantos, que hablan la lengua general de todo el Brasil. Tras stos estn situados los taguaus, y los ltimos, que son los que comunican con las mismas amazonas, son los Guacaras.

"Tienen estas mujeres varoniles su asiento entre grandes montes y eminentes cerros, de los cuales el que ms se descuella entre lo otros, y que como ms soberbio de los vientos... se llama Yacamiaba. Son mujeres de gran valor, y que siempre se han conservado sin ordinario comercio de varones, y aun cuando stos, por concierto que con ellas tienen, vienen cada ao a su tierra, los reciben con las armas en la mano, que son arcos y flechas, que juegan por algn espacio de tiempo, hasta que satisfechas de que vienen de paz los conocidos, y dejando las armas, acuden todas a las canoas o embarcaciones de los huspedes y cogiendo cada una la hamaca que halla ms a mano, que son las camas en que ellos duermen, la llevan a su casa y, colgndola en parte donde el dueo la conozca, lo reciben por husped aquellos pocos das, despus de los cuales ellos se vuelven a sus tierras, continuando todos los aos este viaje por el mismo tiempo. .

"Las hijas hembras que de este ayuntamiento nacen, conservan y cran entre s mismas, que son las que han de llevar adelante el valor y costumbre de su nacin, pero los hijos varones no hay tanta certeza de lo que con ellos hacen.

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"Un indio que, siendo pequeo, haba ido con su padre a esta entrada, afirm que los hijos varones los entregaban a sus padres, cuando el siguiente ao volvan a sus tierras. Por lo dems, y es lo que parece ms cierto por ser dicho ms comn, dicen que en reconocindoles por tales les quitan la vida."

Este relato, ya se ve, no difiere en absoluto, en cuanto a lo esencial, del que nos ha dejado el P. de.Carvajal. En casi un siglo, parece que slo haya variado el procedimiento utilizado por las amazonas para procurarse sus maridos de unos das: la guerra, en el siglo xvi, un intercambio amistoso de favores en el xvii. Encontraremos ms tarde la explicacin de tal cambio.

Tenemos, por lo dems, en cuanto al mtodo en cuestin, una tercera versin que mencionan los cronistas Juan de San Mart,n y Alonso de Lebrija (5), quienes, en Bogot, oyeron hablar, entre 1536 y 1539, de mujeres solas que compraban esclavos con el exclusivo propsito de conseguir de ellos un apareamiento peridico. Se conoca, pues, la existencia de las amazonas mucho ms all de su territorio. Tenemos de ello otras pruebas ms antiguas. En 1524, el mismo Hernn Corts (6) escriba a Carlos V que exista, frente a la costa de Caguatn, "una isla toda poblada de mujeres sin varn ninguno, y que en ciertos tiempos van de la tierra firme hombres, con los cuales han acceso, y las que quedan preadas, si paren mujeres las guardan, y si hombres los echan de su compama". Lo cual confirmaba, unos aos ms tarde, uo de Guzmn (7), quien, no sin agregar que esas mujeres decan haber llegado por el mar, contaba que antes enterraban vivos a los varones, pero, desde algn tiempo, los entregaban a sus padres cuando alcanzaban la edad de diez aos. Intil es agregar que nunca se han encontrado amazonas en Mxico. Los indios evidentemente aludan a las que se haban establecido en el Orinoco: para ellos, como para los europeos de la Edad Media, las tierras inaccesibles de ms all del mar siempre eran islas.

3. El pas de las amazonas

Sesenta aos despus de la expedicin cuyas peripecias nos relat el P. de Acua, Alejandro de Humboldt y Bonpland emprendieron el largo viaje de estudio de seis aos durante el cual recorrieron en todas las direcciones la baca del Orinoco y el alto Amazonas. En la obra gigantesca que escribi al respecto (8), Humboldt menciona brevemente a las amazonas, sin expresar la menor duda en lo que atae a su existencia. Con su habitual precisin de gegrafo, se limita a determinar las reas en las cuales fue sealada su presencia: al sur del Maran, entre el cuyac y el Madeira, en la regin del ro Cayam o Cayamb, y tambin, segn Raleigh, en la provincia de los Tapa jos y en el ro del mismo nombre; al norte del Amazonas, en tres lugares: al oeste de los grandes raudales del Oyapoc, al oeste de las fuentes del ro Irip o Arijo que desemboca en el ro-mar un poco al sur del ro Araguary, y cerca de las

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fuentes del Cachivero, que se echa en el Orinoco entre Cabruta y Alta Gracia. Humboldt, que retoma aqu a La Condamine, agrega que las amazonas emigraron del Cayam hacia el norte y cruzaron el Gran Ro cerca de la desembocadura del ro Cuchivara, el actual Purs. Es ste un punto de capital importancia, como lo vamos a ver.

La Condamine no sola pecar de iluso. En su relato de viaje (9), trata de fbula los rumores que circulaban, desde haca dos siglos, acerca de El Dorado y del Lago de Parima. Por el contrario, no pone de ninguna manera en duda la existencia de las amazonas. "Todos los indios nos dicen que lo haban odo contar por sus padres, no sin agregar una multitud de detalles, demasiado largos de repetir, que tienden a confirmar que hubo, en este continente, una repblica de mujeres que vivan solas, sin admitir hombre alguno entre ellas, y que se retiraron en el interior de las tierras del Norte, por el Ro Negro o por uno cualquiera de los que, en el mismo lugar, se echan en el Maran."

La Condamine precisa sus fuentes en cuanto a este desplazamiento: "Un indio de San Joaqun de Omaguas nos dijo que podramos tal vez, en Coari, encontrar a un anciano cuyo padre haba visto a las amazonas. Ms tarde, cuando nuestra llegada en ese lugar, se nos inform que el indio del que se nos haba hablado haba fallecido. Pero hablamos con su hijo, que pareca tener alrededor de setenta aos y mandaba a los dems indios de la regin. Nos asegur que su abuelo haba visto a esas mujeres pasar en la desembocadura del ro Cuchivara, las cuales venan del Cayam que se echa l mismo en el Amazonas, en la orilla sur, entre Tefe y Coari. Agreg que su abuelo haba hablado con cuatro de ellas, una de las cuales tena a un nio al pecho. Nos dio el nombre de cada una de ellas y nos dijo que, partiendo del Cuchivara, cruzaron el gran ro quera decir el Maraen y se dirigieron hacia el Ro Negro... Debajo De Coari, igualmente, los indios nos hicieron en todas partes el mismo relato, con algunas divergencias de detalle, pero de acuerdo en cuanto a lo esencial.

"En particular, los topayos dicen que tenan de sus padres ciertas piedras verdes que stos haban obtenido de las cougnanteinsecouima, vale decir, en su lengua, de las mujeres sin marido, entre las cuales se las encuentra en abundancia." Cougnanteinsecouima es la grafa francesa, un tanto cmica, de una palabra tupiguaran que, en el Brasil, se ortografa hoy cunhantensequima. Pero el sentido es correcto.

La Condamine se refiere despus a la regin en la cual se replegaron las amazonas: "Un indio que viva en Mortigara, una misipn cerca de Para, se ofreci a mostrarme un ro por el cual se poda llegar, segn lo que l deca, muy cerca del pas actualmente habitado por las amazonas. Este ro se llama Irij y pas ms tarde frente a su desem-

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bocadura, entre Macap y el Cabo Norte. Segn las informaciones de este mismo indio, ms all del lugar donde dicho ro deja de ser navegable por sus cadas, haba, para penetrar en el pas de las amazonas, que caminar varios das a travs de la selva y cruzar una regin montaosa.

"LIn soldado ya anciano, de la guarnicin de Cayena, que vive ahora cerca de las cadas del Oyapoc, nos asegura que un destacamento de que formaba parte y que se haba enviado, en 1726, reconocer las tierras del interior del pas, haba penetrado en el territorio de los Amicuanes, una nacin de orejones que vive ms all de las fuentes del Oyapoc y cerca de las de otro ro que se echa en el Amazonas. All haba visto muchas de esas piedras verdes. Habiendo preguntado a los indios de donde las sacaban, stos haban contestado que provenan de las mujeres que no tienen marido, cuyas tierras estaban en el oeste, a siete u ocho das de viaje ms lejos. Este pueblo de los Amicuanes vive lejos del mar, en un pas alto donde los ros, en razn de su reducido caudal, todava no son navegables. En tales condiciones, verosmilmente, no haban recibido esta tradicin de los indios del Amazonas, con los cuales no mantenan relacin alguna. Slo conocan a los pueblos contiguos a sus tierras, entre los cuales haban reclutado a sus guas los franceses del destacamento de Cayena."

A estos testimonios, nuestro viajero agrega dos reflexiones de la ms alta importancia. La primera concierne la concordancia geogrfica de los datos relativos a la migracin de las guerreras blancas: "Mientras que los distintos relatos sealan la retirada de las amazonas por varios caminos, unos hacia el Oriente, otros hacia el Norte y otros hacia el Occidente, todos estn de acuerdo para indicar como punto comn de llegada el centro de las montaas de la Guayana, y en un lugar donde ni los portugueses de Para ni los franceses de Cayena han penetrado an".

La segunda reflexin de La Condamine es de orden general. Los detalles sobre las costumbres de las amazonas fueron alteradas y hasta agregadas por los europeos que les atribuyeron los hbitos de las amazonas del Asia. Por ejemplo, ningn testimonio menciona la ablacin de un seno. Es cierto, por otro lado, que ^todos los indios de la Amrica meridional, o la mayor parte de ellos, son mentirosos, crdulos, apasionados por lo maravilloso. Pero ninguno de estos pueblos han odo jams hablar de las Amazonas de Diodoro de Sicilia y de Justn. Sin embargo, la cuestin de las amazonas ya exista entre esos indios del centro de Amrica antes de la llegada de los espaoles, y tambin se las menciona en pueblos que nunca haban visto a europeos. Lo que demuestran las informaciones suministradas a Orellana y a

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sus compaeros por el cacique, as como las tradiciones referidas por el P. de Acua y el P. Barazi. Puede creerse que esos salvajes de regiones alejadas se hayan puesto de acuerdo para imaginar, sin fundamento, el mismo hecho, y que tal fbula haya sido adoptada de modo tan uniforme, en Mayas, en Para, en Cayena y en Venezuela, por tantos pueblos que no se entienden ni tienen entre ellos la menor comunicacin?"

Entre las costumbres de las amazonas, hay algunas que seguramente no fueron agregadas por los europeos: las que nos relata Henri A. Coudreau (10), por ejemplo, al final del siglo pasado, acerca de la "maloca de las mujeres", una aldea situada del lado de las fuentes del Anau o del Jauapery, en el Ro Branco, sobre la frontera de la Guayana Britnica y a unos 200 km a vuelo de pjaro de las fuentes del Nhamund: "Tienen entre ellas amantes de las cuales se muestran muy celosas, pero no lo son de los hombres, cuyas fuerzas, sobreexcitadas por el conguerecu, se reparten honestamente. Tienen depsito, cocinas, casitas privadas, salas comunes de diversin, bosquecills. Usan ornamentos de fiestas, aderezos a la moda de los antiguos tupes, pero andan habitualmente en un estado de completa desnudez, sin tanga. Asimismo, los hombres no tienen calemb. Cuando stos han llegado a un estado de impotencia incurable, lo que sucede generalmente en la cercana de los cuarenta aos, aunque los utilizan para ciertos goces secretos. que no carecen de dulzura ni de compensacin para esos desgraciados, a pesar de que los provocan sin compartirlos,las mujeres emplean a esos jubilados del amor en el cultivo de los jardines y la pesca. Para ellas, se reservan la caza y la guerra".

4. Las amazonas reencontradas

Si nuestro captulo terminara aqu slo podramos concluir, de los relatos cuyas partes esenciales hemos transcripto, que exista en el Amazonas, desde la Conquista hasta el final del siglo prximo pasado, uno o varios grupos de mujeres guerreras que vivan entre ellas y no aceptaban sino de vez en cuando el contacto, meramente procreador, de los hombres, y que este o estos grupos estaban establecidos, segn las ltimas noticias, entre el Alto Orinoco y las fuentes del Jary, al pie de la sierra del Roraima y de los montes Tumuc Humac. No podramos afirmar que se trataba de mujeres de raza blanca, pues slo tenemos, al respecto, el testimonio del P. de Carvajal y ste, que no las vio sino en el curso de una batalla, habra podido perfectamente, con una total buena fe, calificar de blancas a indias de piel ms clara que la de los hombres que capitaneaban. En tales condiciones, sera apenas abusivo aceptar la tesis de Creveau (n), el explorador de la Guayana, que slo quera ver, en el origen de la "leyenda de las amazonas", grupos, como haba encontrado algunos en el curso de sus

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expediciones, de indias refugiadas en la selva para escapar a Dios sabe qu malos tratos. Pero semejante explicacin ya no es aceptable hoy en da, por la sencilla razn de que, en 1954, alguien reencontr a las amazonas y vivi unos quince das con ellas.

Eduardo Barros Prado, uno de los hombres de nuestro tiempo que mejor conocen el Amazonas, efectuaba entonces una de sus expediciones peridicas en la regin donde haba pasado su infancia y donde su familia es duea de enormes extensiones de selvas. Acababa de reencontrar all, despus de una bsqueda larga y penosa, a un indio, Jauaperi,que haba sido criado con l, haba cursado, en Inglaterra, sus estudios de ingeniera, y luego, de vuelta en el Brasil, haba, un buen da, retomado su lugar entre los suyos. Fue cuando, en Obidos, un poco abajo de la desembocadura del Trombeta, un viejo indio munduruc le cont una extraa aventura vivida durante su infancia. Acompaaba a un grupo de familias que iba al Alto Jary a cazar el enorme "becerro marino" del Amazonas en realidad, un mamfero acutico del orden de los sirnidos que los franceses de la Guayana llaman buffo y los brasileos, peixe-boi, pez buey. En el paran * de Faro el bajo Nhamund, anchsimo en este lugar, se haban cruzado con seis igarit (piraguas) cuyos remeros eran mujeres desnudas con tatuajes azules, que tenan la parte inferior del cuerpo cubierta de urucum: la savia roja de una planta que protege de las picaduras de mosquito. Ningn hombre las acompaaba. En el centro de la ltima piragua se destacaba la figura de una mujer extraordinariamente blanca, sentada en medio de unos veinte nios ya prximos a la pubertad. Segn Kunit el munduruc en cuestin, se trataba de las mujeres sin marido. Peridicamente, bajaban por el Nhamund para subir despus por el Trombeta en busca de caza mayor. El indio agreg que su abuela, uta, tena una piedra, llamada muyrakitn (jade) que provena de las cunhantensequima.

Barros Prado, cuyo relato nos hemos limitado a parafrasear, agrega (12): "Deca la leyenda que al norte de Faro, al lado. de unos cerros paralelos al curso del Nhamund, exista una laguna conocida con el nombre de Jacicur espejo de la luna y que all acostumbraban purificarse las mujeres sin marido, en determinados momentos de las fases lunares. Al zambullirse, invocaban en fervientes preces a la madre de las muyr akitanas, que moraba en. el fondo de la laguna. La ceremonia, que deba cumplirse en luna llena, haca que recibieran de la madre las piedras mencionadas, como signo de haber accedido a su pedido... 'Eran las amazonas las nicas dueas de tales amuletos, con los que obsequiaban a los hombres de las tribus guacaris primero, a los macuxis luego y a los parintintins finalmente, cuando stos realizaban su visita anual en la poca de las aguas para la tradicional ceremonia del acoplamiento".

* (Paran: en el Amazonas, brazo de ro localmente ensancha-

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do en forma de laguna.)

Acompaado por Jauaperi y por un emerilln, Krakarn, que conoca a fondo la regin, desde el Alto Orinoco al Oyapoc, Barros Prado emprendi la subida del Nhamund, en piragua, con el apoyo de un pequeo hidroavin Curtiss. Adems de los indios, iban con l tres blancos, entre los cuales Silvino Santos, ex cameraman de la expedicin Hamilton Rice qu en vano haba intentado, en 1925, remontar el raricoera y de la cual l mismo haba sido uno de los guas.

El contacto se estableci despus de veintin das, cuando el hidroavin permiti situar una aldea que tres senderos en abanico vinculaban con un lago azul, al pie de dos cerros, en el cual acuatiz. En la aldea, no haba sino mujeres cuya acogida fue amistosa. Eran indias, algunas de las cuales eran velludas como hombres y otras, desprovistas de la menor pilosidad. Unas parecan tatuadas o estaban cubiertas, desde la cintura hasta las pantorrillas, con pintura de urucum, mientras que otras presentaban su cuerpo libre de cualquier adorno.,

De uno de los lados del lago partan seis senderos que llevaban a un conjunto de carbets (chozas, en el francs de la Guayana), seis de ellos agrupados y tres separados de modo simtrico. "Todo pareca trazado por un ingeniero", comenta Barros Prado que, un da, fue conducido a los carbets simtricos. Setenta nios de menos de ocho aos vivan en ellos, cuidados por unas veinte mujeres de edad, a las rdenes de una cajabi blanca. Esta, interrogada gracias a Jauaperi esas amazonas hablaban tupiguaran, explic que su tribu, cuyos integrantes todos eran blancos como ella, moraba en el Levante, en una alta montaa situada a orilla de un ro pedregoso. La haban trado entre las cunhantensequima para reemplazar a una anciana, tambin blanca, que le repeta sin cesar que los suyos vivan en el Ponente. Las fotos que Silvino Santos tom de esta cajabi (cf. foto 1) muestran sin dejar lugar a duda que no se trata de una albina.

Al final de su estada, Barros Prado y s.us compaeros pudieron presenciar las ceremonias de purificacin de las nubiles y, luego, la llegada de los parintintins que acababan de recorrer 1300 km a remo para unirse con las amazonas. Se alejaron discretamente durante los quince das que dur la priape y volvieron justo a tiempo para par-

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ticipar en la fiesta de la partida de los hombres. La "leyenda" deca la verdad, en su forma menos trgica: los parintintins se llevaron con ellos a los nios varones *que iban a alcanzar ocho aos. "Realmente todo pareca un sueo, escribe Barros Prado y, de no haber sido por las tomas obtenidas por Silvino, no me atrevera a relatar el resultado de esta expedicin que tiene tantos ribetes de inverosmil." Pero las fotos estn y Barros Prado, a quien conocemos muy bien, es un hombre fidedigno.

Qu podemos concluir de todo eso? En primer lugar, que los relatos que hemos reseado ms arriba son, en cuanto a lo esencial, escrupulosamente exactos. Pero tambin que el P. de Carvajal no se haba engaado: las amazonas primitivas eran realmente de raza blanca. Se unan, cada ao, con los Guacars que vivan del otro lado del Gran Ro, a la altura de las bocas del Nhamund. Pero, un buen da, esta tribu blanca, y conocidsima como tal, desapareci por motivos que ignoramos. Las cunhantensequima llamaron entonces a los macuxis cuyas dos tribus estn muy alejadas la una de la otra, en el Roraima y en el Alto Oyapoc: evidentemente a los de esta ltima regin. Pero, dice Barros Prado, en razn, sea de las dificultades de un viaje en cuyo curso tenan que franquear los ros Cachorro, Mapuera y Cumin, sea del peligro que representaban los ataques de los emerillones, o tambin por la falta de vveres, esos indios de piel clara vinieron cada vez menos frecuentemente y, luego, renunciaron a sus visitas. Las amazonas tuvieron que contentarse con los parintintins, los bares, los mundurucs, con cualesquiera indios que tuvieran a bien prestarse a un juego del que dependa la perduracin de un modo de vida sui generis.

La raza se fue modificando rpidamente y, en unas pocas generaciones, las mujeres sin marido se convirtieron en indias. En vano intentaron mantener en los nios el culto del pasado confindolos a una mujer blanca. No se reemplazan los genes por smbolos. Extremadamente valerosas, al punto de atacar el jaguar con lanza, ya no tenan nada, sin embargo, de las guerreras de los tiempos idos. Tal vez este cambio haya causado su prdida. Cuando su paso por Obidos, en 1961, Barros Prado se enter de que una de las bandas de boschnegeren, unos negros cimarrones que cruzan peridicamente la frontera del Surinam y saquean la regin brasilea limtrofe, se haba instalado en los alrededores del lago de Jacicur. Atacaron a las cunhantensequimae? No se sabe, pues varias expediciones que intentaron alcanzar su aldea tuvieron que regresar, pero es de temer. Las amazonas blancas del siglo xvI habran repelido sin la menor dificultad a sus agresores eventuales. Nadie sabe lo que ha sido de sus descendientes degeneradas.

5. unos "tatuajes'' reveladores

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En el curso de las ceremonias de iniciacin de las nubiles a las cuales Barros Prado pudo asistir y que duraron ocho das, diez ancianas hicieron tomar baos rituales a las jvenes que, por primera vez, iban a participar en las fiestas del acoplamiento. Se haban vestido, para hacerlo, con largas tnicas de corteza de tucum, de color crema, casi blancas, smbolo, tal vez, de su raza perdida. Dos sacerdotisas, tambin de tnica, se pusieron luego a pintar, en el vientre, los brazos y los muslos de las "novicias", empleando el rojo del urucum, el negro azulado del genipapo una baya de la regin-*- y el blanco del albayalde, dibujos geomtricos magnficamente trazados.

Estos falsos tatuajes recuerdan a veces el ornato de la. cermica arahuak (cf. fig. 1), pero tambin y sobre todo, lo cual nos interesa ms especialmente, }os motivos de los tejidos y esculturas de Tiahuanacu. La cruz de la figura 2, a la izquierda, es exactamente la que vemos en las paredes de la capital vikinga, con la diferencia que el crculo central aqu est representado por el ombligo de la indiecita, mientras que la de la derecha, en la misma figura, es una cruz cltica, semejante a las que relevamos, en el Paraguay, al lado de inscripciones rnicas. Los dibujos de la figura 3 recuerdan invenciblemente las cabezas esculpidas de la Puerta del Sol y vemos, en los de la figura 4, diversas representaciones del "signo escalonado", uno de los smbolos ms caractersticos de la civilizacin tiahuanacota.

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Desgraciadamente, hemos debido contentarnos en reproducir estos falsos tatuajes de las fotos tomadas durante las ceremonias y, luego, son incompletos. Eduardo Barros Prado, que los haba copiado pero no pudo hallarlos en si archivo, nos ha expresado a menudo su estupefaccin de ver a las sacerdotisas pintar, a toda velocidad, dibujos tan regulares, a ms de 2000 km a vuelo de pjaro del lago Titicaca a orilla del cual se encontraban sus modelos. Ninguna trasmisin en cadena es posible a travs de la selva virgen, poblada de tribus salvajes. Tenemos, pues, una prueba tangible del origen de las amazonas y de sus descendientes.

6. 1 origen de las amazonas

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De los testimonios y de los hechos que acabamos de resear, podemos extraer conclusiones extremadamente precisas. En primer lugar, nos permiten afirmar que existan, sin duda alguna, en la poca de la Conquista, al norte del Gran Ro, mujeres guerreras que vivan entre s y slo una vez por ao aceptaban recibir la visita de hombres. Su presencia fue sealada en tres lugares: al sur del ro Araguary, en el interior de las tierras que bordean el delta del Amazonas; al oeste de los grandes raudales del Oyapoc, al sur de la actual Guayana Francesa; cerca de las fuentes del Cachivero, afluente del Alto Orinoco, vale decir en la ladera occidental de la Sierra de Parima que separa Venezuela del territorio brasileo del Roraima, o Ro Branco, segn su antigua denominacin. No sabemos si se trataba de grupos distintos, o de uno solo que, en el curso de su migracin o en oportunidad de expediciones posteriores a partir de su base, se habra manifestado en varios puntos. Lo que es cierto es que esas mujeres posean un centro importante en el Nhamund, desde el cual atacaron a Orellana en 1542 y donde Barros Prado, en 1954, reencontr a sus descendientes.

En el siglo xvi, esas amazonas eran blancas y mantenan la pureza de su raza eligiendo a sus maridos espordicos entre los Guacars, una tribu de hombres blancos que viva,y de seguro que no por casualidad, al sur del Gran Ro,frente a la desembocadura del Nhamund. Por razones que nos son desconocidas, esos reproductores desaparecieron un buen da y las guerreras tuvieron que sustituirlos por los macuxis blancuzcos del Alto Oyapoc y luego, cuando stos espaciaron demasiado sus viajes, por indios autnticos. Perdieron as sus caractersticas raciales, aunque conservaron su recuerdo.

De dnde venan esas mujeres blancas? Casi no tenemos al respecto sino el testimonio del viejo indio de Coari, tal como lo relata La Condamine, pero los descubrimientos de Barros Prado lo confirman indirectamente. En la primera mitad del siglo xvn, el abuelo del indio en cuestin vio a un grupo de amazonas cruzar el ro Maraen a la altura del ro Cuchivara el actual Purs y subir hacia el norte. La fecha de este paso est bien establecida, puesto que el indio tena unos setenta aos cuando su conversacin con La Condamine, a mediados del siglo xvin, y que, por el juego de las generaciones, el episodio vivido por su abuelo deba de remontarse a unos cincuenta aos antes del nacimiento del anciano. Sea dicho entre parntesis, slo poda tratarse de una retaguardia, o de un grupo de reconocimiento enviado a la regin otrora habitada por las amazonas, puesto que stas, a mediados del siglo xvi, ya estaban slidamente establecidas en el Nhamund.

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De cualquier modo, las mujeres en cuestin venan del ro Cayam, situado, al oeste, entre el Purs y el Jur. Estos ros, que deslindan una enorme extensin de selvas,todava hoy casi inexplorada, nacen ambos en el Per, a unos cincuenta kilmetros apenas el uno del otro, en un punto de la Sierra de Urubamba situado a 300 km a vuelo de pjaro al norte del Cuzco. Ahora bien: los "tatuajes" de las cunhantense quima de Jacicur son indiscutiblemente tiahuanacotas. Los hechos se encadenan perfectamente: las amazonas haban venido del Per bajando el Purs y se haban establecido en las selvas impenetrables que separan este ro del Juru. Por qu. el Purs ms bien que este ltimo? Porque encontramos an en sus orillas, entre los Paumaris, tradiciones preincaicas, por ejemplo la del Diluvio ("). (Cf. mapa, fig. 5.)

Tal origen peruano tambin explica los rumores que corran acerca de la vajilla de oro y plata de las mujeres sin marido y de sus casas de piedra. Aun cuando hubieran debido renunciar a su vida lujosa de antes, lo cual no est probado, conservaban por lo menos su recuerdo y hablaban de ella. Y, muy probablemente, no es por casualidad que se encuentran, en su vecindad, a indios orejones: los omaguas, al sur del Gran Ro,' y los amicuanes, al norte. Es sabido que la moda de estirarse las orejas insertando en sus lbulos pesados anillos de madera o de piedra (ringrim, del norrs ring, anillo, aro) era tpicamente peruana. Su adopcin por los omaguas, que haban recibido una fuerte influencia incaica, es comprensible. Pero no se ve muy bien cmo ni a quienes una tribu guayanesa habra podido pedirla prestada. El origen peruano de las amazonas resuelve el problema, sea que los amicuanes las hayan seguido en su migracin, sea que hayan sido, en el lugar, sometidos por ellas.

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Queda por saber en qu poca las guerreras blancas dejaron el Altiplano andino. De seguro, no cuando la Conquista del Per, que haba tenido lugar slo seis aos antes de la expedicin de Orellana. Por otra parte, la aristocracia blanca, un tanto mestizada, del imperio de los incas era muy poco numerosa y sus mujeres nunca haban hecho gala de las menores virtudes militares. En fin, los "tatuajes" de las mujeres de Jacicur no son incaicos, sino tihuanacotas, ya lo hemos visto, y la diferencia es apreciable. No hay duda, pues: la partida de las amazonas tuvo lugar hacia 1290.

Fue en esa fecha, en efecto, que los diaguitas del cacique Kari, llegados de Coquimbo, en Chile, atacaron a los vikingos daneses que tenan su capital en Tiahuanacu (14). Salvo unos pequeos grupos que pudieron escapar, los unos por el Pacfico, los otros en la montaa y la selva, los varones fueron degollados por los vencedores. Pero las mujeres conservaron la vida. Algunas, verosmilmente, fueron tratadas por los indgenas como botn de guerra. Es normal que otras hayan conseguido escapar y hayan tratado de alcanzar el Amazonas donde, como veremos, los vikingos tenan establecimientos: Las mujeres nrdicas de la alta Edad Media, en Europa, gustaban de acompaar en la guerra a los varones de su clan y frecuentemente participaban en sus combates. Las sagas escandinavas estn llenas de las hazaas heroicas de las skjld~meyar, o Vrgenes del Escudo, que muy a menudo han sido comparadas con las amazonas (15). La conquista y dominacin, en Sudamrica, de un inmenso imperio que se extenda del ro Maule, en Chile, a la meseta de Cundinamarca (Kondanemarka: la Marca Real Danesa, en norrs) donde est situada la actual Bogot, sin hablar de los caminos que, por el Paraguay y el Guayr, llevaban de Tiahuanacu al Atlntico (16), por cierto que no haban debido de adormecer las virtudes guerreras de las mujeres vikingas de Tiahuanacu.

Las skjold-meyar del Altiplano se refugiaron, pues, en la selva, al este de los Andes, probablemente en contacto con algunos grupos de hombres que haban tomado el mismo camino, pero que, menos numerosos que ellas, se mantuvieron verosmilmente apartados para no quedarles sometidos. Por la fuerza de las cosas, esas mujeres adoptaron el modo de vida y las costumbres que hicieron de ellas, poco a poco, lo que eran en 1542. Llegadas a orillas del Amazonas, se enteraron de que las guarniciones vikingas de la regin, privadas de su base, se haban dispersado y que sus soldados haban, como ellas, por necesidad, adoptado las costumbres de los indios, nico medio de sobrevivir. Probablemente hubieran podido ir a morar con ellos. Pero se haban acostumbrado a la independencia y, tal vez, a las prcticas lesbianas. El hecho es que prefirieron, no sin establecer con los blancos de la vecindad las relaciones belicosas o amistosas que ya sabemos, conquistarse un pequeo reino en la regin, imponiendo su autoridad a las tribus indgenas. Fue esto, por lo menos, lo que hicieron

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las amazonas del Alto Nhamund. Las dems, si las hubo, desaparecieron sin dejar historia.

II

El Imperio del Gran Paytiti

1. El espejismo del oro Los espaoles que, sin mayores dificultades, puesto que el imperio de los incas estaba en plena descomposicin y que su poblacin los tomaba por dioses, entraron en el Per en 1532 por cierto no tenan nada de fins lettrs. Eran aventureros valientes que no soaban sino en el saqueo y frailes fanticos que slo pensaban en extirpar la "idolatra". Los unos fundan, para hacer lingotes, las incomparables piezas de orfebrera incaicas; los otros se encarnizaban con los templos y, a falta de manuscritos para quemar, como en Mxico, destruan cuidadosamente los qupu, que los amanta utilizaban como elementos anemotcnicos, y las antiguas inscripciones, incomprensibles hasta para los incas y los indios, que an se encontraban en la montaa. Pizarro, el ex porquero analfabeto, cubra con su autoridad la destruccin de lo que haba sido, durante unos siglos, una efmera, pero grandiosa, civilizacin.

Apenas llegados al Cuzco, los Conquistadores haban odo hablar de misteriosas regiones situadas en los confines del imperio. Los indios slo las conocan por tradicin, pero se complacan en atribuirles incomparables riquezas, tal vez con la esperanza de librarse de algunos, por lo menos, de sus opresores. Contaron as que, en algn lugar del Nordeste, el curaca (jefe) indgena de Guatavit era tan rico que, cada ao, en oportunidad de la fiesta del Sol, se baaba, cubierto de oro, en las aguas de un lago vecino. Aludieron igualmente al reino de Ambaya y a la capital, Manoa, del Gran Paytiti, emperador de los Musus, una ciudad con palacios de oro, situada en una isla del lago Parim. En apoyo de sus afirmaciones, los indios evocaban un hecho histrico: la expedicin que el soberano inca Yupanki, a fines del siglo xv o en los primeros aos del xvi, emprendi en vano, con la intencin de someter a los musus, bajando por l Maraen, como lo demostramos en una obra

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anterior (16), con una flota de balsas montadas por diez mil hombres. Tales relatos, aparentemente, fueron confirmados, en 1539, cuando lleg al Per una tribu tupinamb que acababa de atravesar la regin amaznica en su lugar ms ancho, en busca de la tierra del "Gran Antepasado", cuya capital con palacios de oro estaba situada en una isla, en medio de un lago inmenso. Los espaoles que no haban descubierto an el lago Titicaca y que, por otra parte, entendan mal la lengua tupiguaran de los peregrinos, creyeron que la ciudad en cuestin se hallaba en las selvas orientales de donde venan los indios.

En la misma poca, Domingo de Irala y Francisco de Rivera, durante sus expediciones en el Norte del Paraguay y en la provincia de Santa Cruz, recogieron de boca de los indgenas toda clase de rumores sobre la laguna de los Xarayes y su isla del Paraso, poblada de orejones. "Supo de estos indios Domingo de Irala, escribe Ruiz Daz de Guzmn(3), cmo entre el Brasil y el Maran y cabezadas del Ro de la Plata, haba una provincia de mucha gente que tena sus poblaciones a la ribera de una gran laguna, y que posean gran cantidad d oro de que se serva; por lo que los espaoles dieron a dicha laguna por denominacin l Dorado. Cuyos naturales dicen, confinan con unos pueblos de solas mujeres...". Es el imperio del Gran Moxo, o Gran Paytiti. Para colmo de confusin, Del Barco Centeera (p) que, en su famoso poema, describe la isla de Paytiti, con su palacio de oro, agrega que, segn algunos, el ro Paraguay, o Ro de la Plata, nace en el lago de Parim,en la provincia del Dorado...

El historiador argentino Enrique de Ganda (18) ha mostrado muy claramente que parte de los rumores recogidos por los espaoles se referan, por un lado, al lago Titicaca y a su isla del Sol y, por otro, al lago Guatavit. El imperio del Gran Moxo, que saca su nombre de la llanura de los Moxos (Mojos, segn la actual ortografa espaola), situada en la provincia de Santa Cruz, al pie del Altiplano andino, no hace sino reflejar el recuerdo reciente del de los incas, mientras que el mito del Dorado tiene su origen en la ceremonia solar que celebraba un curaca de la actual Colombia. Piense lo que piense Ganda, el problema no es tan fcil de resolver en lo que atae al imperio del Gran Paytiti.

Con este nombre, Del Barco Centenera (17) describe, indudablemente, el Titicaca. Pero no es esto sino fantasa de poeta. Los jesutas de Santa Cruz, que vivan en estrecho contacto con los indios guaranes de sus misiones, situaban en el Norte de su provincia el territorio del misterioso soberano: "Fue el Seor servido de darnos buen viaje", escriba el 14 de septiembre de 1595, el P. Andrs Ortiz a su provincial, el P. Juan Sebastin, "e venimos siempre ribera del ro Guapay... que corre .Norte-Sur el

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buen padre se expresa mal, pues el Guapay, afluente del Mamor, y no poda ignorarlo, pertenece a la baca del Amazonas y se dirige hacia el norte, por tener noticia que ribera del ha poblacin que ha de dar noticia de los Moxos, o Paytiti, o Candir, como ac lo llaman". En 1572, por otro lado, el virrey del Per, Francisco de Toledo, menciona en una carta "la provincia de las mujeres, hasta la gran noticia del Paytit". Todo parece indicar, pues, que el misterioso imperio se encontraba en el Amazonas. En el Alto Paraguay y en Santa Cruz, los indgenas lo situaban en un lugar que corresponde al territorio donde las guerreras blancas se haban primitivamente establecido, entre el Purs y el Juru. Mas, en el Per, se lo buscaba an ms al norte.

Fue en 1535, el mismo ao de la conquista del Cuzco, que Pizarro mand a Pedro de Canda a las fuentes del Amazonas, en busca de las tierras del Gran Paytiti, emperador de los Musus. En 1539, Pedro de Anzures trat en vano de penetrar en la misma regin. En 1540, Gonzalo Pizarro se hizo nombrar por su hermano, el Conquistador, corregidor de Quito, en el actual Ecuador: su propsito era partir hacia el este, en busca del Dorado y de la Tierra de la Canela. Reclut a doscientos espaoles,"gente ms noble y principal del reino", y dos mil prisioneros de guerra indios. Dispona de doscientos caballos y de llamas utilizadas, al modo de los indgenas, como animales de carga. Esta "ciudad en marcha", segn una expresin de la poca, parti de Quito en febrero de 1541 y progres lentamente hasta cierto punto del ro Coca. Imposible avanzar ms, por falta de abastecimiento. Gonzalo Pizarro encarg entonces a su lugarteniente, Orellana, la misin de bajar por el ro y de ir a esperarlo dos o tres meses en un punto convenido. Despus de veintisis das, el tiempo necesario para la construccin de un segundo bergantn, el oficial lcido o rebelde, se lo discute an hoy se hizo reconocer como capitn por sus hombres y decidi proseguir por su cuenta con la expedicin. Ya se sabe lo que sucedi.

Orellana no fue el ltimo de los que tomaron, desde el Per, el camino del Amazonas con la esperanza de descubrir el Paytiti. Bstenos mencionar a Pedro de rza, quien se embarc, en 1560, con una buena tropa en el ro Llamas, en busca del lago Parim. En el trascurso del viaje, su lugarteniente, Lope de Aguirre, lo asesin en circunstancias que nos han quedado desconocidas, descendi el Amazonas hasta el ocano y, por el mar, lleg a Venezuela, donde sus hombres lo entregaron a las autoridades que lo hicieron ejecutar. Sin embargo, en la misma poca, ya haca tiempo que se buscaba alcanzar a Manoa por el norte. La primera expedicin fue la de Pedro Fernndez de Lugo, gobernador de la Nueva Granada (Colombia), quien,en 1536, intent en vano remontar el ro Magdalena y tuvo

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que retroceder. Su lugarteniente, Gonzalo Jimnez de Quesada, que lo acompaaba por va terrestre, sigui avanzando. Con cuarenta de sus ochocientos hombres, alcanz la meseta de Kondanemarka (Cundinamarca, segn la transcripcin espaola), donde fund la ciudad de Bogot. En 1539, Nikolaus Federmann, un hombre de los Welser a quienes Carlos V haba dado el feudo de Venezuela en garanta de prstamos que haba obtenido de ellos, descubri el lago Guatavit. Conoca su historia, relatada nueve aos antes por Diego de Ordaz, quien la haba odo contar en la regin del Orinoco. El mismo ao, Quesada, con quinientos hombres de los cuales slo volvieron veinticinco, lleg, l tambin, al lago del Hombre Dorado. En 1541, Philipp von Huten parti de Coro, en la costa de Venezuela, con un centenar de jinetes, incluso el joven Bartholomos Welser, con el propsito de alcanzar el Amazonas, pero fue repelido, a orillas del ro Japur, por un verdadero ejrcito de 15.000 indios. En fin, en 1584, Antonio de Berrio, quien haba odo hablar del Dorado y de Manoa, sobre el gran lago de Parim, sali de Bogot y se lanz por el Orinoco que descendi hasta el mar. Mand a Espaa su maestre de campo, Domingo de Vera, quien arm all una flota y reclut a dos mil hombres. Desde Trinidad, se lanzaron en todas las direcciones, pero, en unos meses, casi todos murieron. En 1595, Berrio fue apresado por Sir Walter Raleigh. Este, convencido como lo estaba de que los incas eran ingleses, se entusam al or hablar del Dorado. El honorable pirata penetr en el Orinoco, pero la amenaza de una flota espaola que se estaba acercando lo oblig a desandar camino. En 1674 an los mitos son resistentes dos jesutas franceses, los padres Grillet y Bchamel, se lanzaron, sin xito, a travs de la Guayana, "en busca del gran lago Parima y de numerosas ciudades que se dice estn situadas en sus orillas, y reputadas como las ms ricas del mundo (19)".

Qu podemos deducir de todo eso? En primer lugar, que exista, en una poca indeterminada de antes de la Conquista, un territorio, contiguo a la Tierra de las Amazonas, que los indios situaban en la selva, al nordeste del Per. Los relatos que lo conciernen hasta deban de ser ms precisos que los textos de los cronistas espaoles, pues el cartgrafo Thodore de Bry, en 1599, sita en la Guayana el lago Parima y coloca en su orilla norte la ciudad dorada de Manoa: en la gran Guayana de la poca, donde precisamente Barros Prado reencontr a las amazonas y su lago de Jacicur.

Conviene, por lo dems, notar que, si los incas conocan la existencia, en el Amazonas, del imperio de los Musus, fue del Oeste que llegaron a los espaoles del Per, y del Norte, a los del Paraguay, vale decir de tierras pobladas por los guaranes y tupiguaranes dos ramas de la misma raza las informaciones relativas al Gran Paytiti. El nombre mismo de este soberano legendario es netamente de origen guaran, por lo menos en cuanto a lo inmediato. Desde el Paraguay a la Guyana, pay, en efecto, significa padre, en

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el sentido religioso del trmino, sacerdote. Titi, escribamos en una obra anterior (16), "parece ser una variante de Ticci o Ticsi, una forma por otra parte ms prxima de Ti, raz de Tiwaz, nombre del Padre del Cielo, en viejo germnico, que la que se encuentra en Kon Ticsi Huirakocha, el Dios Blanco de la religin incaica. Una forma ms antigua, tambin, segn parece, puesto que es ella la que figura en el nombre del lago sagrado de los Hombres de Tiahuanacu, el Titicaca y hasta, segn Hermann Munk, en el de la capital del imperio vikingo de Sudamrica, que vendra de Ti y de vangr, residencia en norrs. La repeticin de T no tiene por qu sorprendernos: no existe, en la Selva Negra, un lago que se llama, an hoy, Titisee?

2. Los guardianes de los caminos

Los guaranes tenan muy buenas razones para conocer secretos que se haban perdido cuando la destruccin del imperio de Tiahuanacu. Haban formado parte de ste, pero, protegidos por la distancia, la selva y su belicosidad natural, no haban sido vencidos, ni atacados siquiera, por los diaguitas de Kari. Los daneses, sobrevivientes de la matanza, que se dedicaron a reconquistar los territorios, cados en la anarqua, que les haban pertenecido, haban limitado su accin a las provincias del Altiplano, y slo durante los ltimos decenios haban establecido, en Santa Cruz, una lnea de fortificaciones destinada a proteger sus marcas de las incursiones guaranes, al mismo tiempo que haban tratado, por lo dems sin xito, de penetrar en el Amazonas. Por eso, los guaranes no haban sufrido los efectos de laley del silencio que los incas, preocupados por hacer olvidar a los pobladores indgenas la derrota de la isla del Sol y sus consecuencias, haban impuesto en cuanto a la historia de sus orgenes. Ellos conservaban del antiguo imperio un recuerdo que, verosmilmente, una larga trasmisin oral haba atenuado y deformado, pero que no dejaba por eso de seguir siendo muy precisa en ciertos puntos. El Gran Paytiti, el Dios-Padre, era, por supuesto, el soberano divinizado de Tiahuanacu; y su imperio, la isla del Sol, en medio de un lago que situaban mal porque sus antepasados jams haban llegado hasta l, y las provincias guaranes donde los vikingos haban tenido establecimientos.

En nuestra obra anterior (16), establecimos de modo irrefutable que los Hombres de Tiahuanacu haban construido, a travs de los territorios guaranes que constituyen hoy da la provincia boliviana de Santa Cruz, el Paraguay y el actual Estado brasileo del Paran, una va de comunicaciones que les permita alcanzar el Atlntico en dos puntos: la baha de Santos, al norte, y la isla de Santa-Catarina, al sur. Habamos hecho, en Cerro Polilla, en la Sierra de Yvytyruz (Paraguay) el relevamiento de una Posta que unas inscripciones rnicas traducidas y una magnfica imagen de Odn nos haban permitido identificar con una certeza absoluta. La existencia de este camino no significaba de ningn modo que los daneses, muy poco numerosos, haban

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poblado las regiones que atravesaba. Probablemente mantenan en l algunos fortines. Pero su custodia estaba encargada a las tribus guaranes que, por lo dems, lo respetaron hasta la poca de la Conquista.

Los guaranes y los tupes poblaban entonces las costas orientales de Sudamrica, desde el Ro de la Plata hasta el Amazonas. Fueron poco a poco repelidos por la colnizacin portuguesa y espaola. En el interior de las tierras, salvo en la regin que hemos definido en el prrafo anterior y a la cual corresponde agregar las provincias del Nordeste argentino y una amplia extensin del Mato Grosso brasileo, estaban en minora en relacin con otras tribus y todava lo estn donde la poblacin indgena se conserva. Salvo en el curso de los ros de alguna importancia estratgica. An hoy dominan, no slo los ros Paran y Paraguay, sino tambin el Amazonas, en todo su recorrido, su afluente el Xing, el Maroni que separa la Guayana Francesa del Surinam, y el Corentyne, que sirve de frontera entre este ltimo pas y la Guayana ex britnica. Se encuentran, ademad, dos sectores guaranes de desigual importancia a orilla del ro Sao Francisco, el uno en su desembocadura y el otro en sus fuentes, anomala cuya explicacin se proporcionar en el captulo IV.

Quedan dos zonas que no corresponden a ros. Una de ellas sigue la actual frontera entre el Brasil y Colombia, al norte del Amazonas, entre este ltimo ro y su afluente, el Japur. La otra est situada entre el Purs y el Juru, vale decir exactamente en la regin donde, ya lo vimos, las amazonas se refugiaron antes de instalarse en el norte del Gran Ro. (Cf. mapa, fig. 6.)

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Semejante reparticin se debe al azar? No lo creemos. Los guaranes y los tupes repitamos que se trata de dos ramas de la misma raza que, con algunas variantes, hablan el mismo idioma eran los auxiliares de los daneses de Tiahuanacu. Tenemos la prueba de ello, puesto que stos les haban encargado la custodia de sus caminos del Sur. No haban obrado del mismo modo respecto de sus vas de comunicacin fluviales del Norte? Tal es la hiptesis que nos ha sometido nuestro colaborador de] Instituto de Ciencia del Hombre, de Buenos Aires, el profesor Hermann Munk, y la estimamos correcta. El Amazonas constitua la va de acceso al Atlntico ms racional para quien vena del Per, y veremos ms adelante que los vikingos la utilizaban. El Xing, pese a estar cortado por numerosos raudales que no detienen en absoluto a los indgenas de hoy, permita ir de la desembocadura del Gran Ro a las fuentes del Paraguay recorriendo apenas unos cien kilmetros a pie, y luego, siguiendo la corriente, alcanzar uno de los caminos que llevaban a Potos y, ms all, a Tiahuanacu. No era ste, por cierto, un viaje descansado, pero algunos correos podan tener inters en elegir este itinerario, ms bien

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que remontar el Amazonas y bajar despus, a pie, desde Quito, o viceversa. El Xing constitua, adems, una lnea de comunicacin directa entre la regin guaran, densamente poblada, del Paraguay y del Mato Grosso y el valle del Maran, a orilla del cual tenan guarnicin los guerreros al servicio del imperio. Y tal vez sea, en parte, por una razn del mismo orden que el Sao Francisco, que permite ir, por va fluvial, del norte de Baha a la desembocadura del Ro d la Plata, recorriendo a pie nicamente los 50 km entre sus fuentes y el Ro Grande, afluente del Paran, parece tambin haber estado bajo el control de los auxiliares de Tiahuanacu. .

La hiptesis de nuestro colaborador est fuertemente respaldada por la etimologa de la palabra guaran que el diccionario (20) hace derivar de guarin, guerrero. Ahora bien: en las transcripciones espaolas de nombres indgenas, gua, hua y va son formas equivalentes e intercambiables. Y vari significa guerrero, en norrs: de esta palabra procede el nombre de los famosos varegos, conquistadores y civilizadores de Rusia.

En cuanto a las tribus del Maroni y del Corentyne, su presencia en medio de poblaciones de razas e idiomas diferentes es francamente inslita. Puede deberse, por cierto, a alguna causa que se nos escape, y hasta a un mero deseo de cambio. Pero tambin es posible que se hayan reagrupado alrededor de las amazonas replegadas en la Guayana, y hasta que hayan sido tradas por stas en el curso de su migracin. Las guerreras blancas evidentemente se haban refugiado, en un primer momento, en una zona donde la poblacin era leal, y comprobamos que la regin, todava hoy, est dominada por los tupiguaranes que constituyen en ella una isla racial y cultural. No habra habido nada sorprendente en que hubieran estado acompaadas, en su desplazamiento hacia el Norte, por una escolta india a sus rdenes, inclusive, segn la costumbre, las mujeres y los hijos de estos auxiliares.

El papel de guardacostas desempeado por los guaranes y los tupes desde el Ro de la Plata hasta el Amazonas parece haber sido atribuido, entre el Gran Ro y el Orinoco, a unas tribus arahuaks originarias de las orillas del Titicaca. Los "viajeros" de los dos ltimos siglos sealaban la presencia de poblaciones pertenecientes a esta raza en los contrafuertes pi los Andes bolivianos (algunos grupos de antis, yuxtapuestos a los yurakars blancos) (14), en los valles peruanos de Vilkanuto (Virk Knud, en norrs:

Fortaleza Knud) (M) y de Pilcopata (los machigangas, los pilcosumis, etc.), en el Alto Paraguay (los guanas), en el Alto Xing (los kustenaus) y en la Guayana y Venezuela. En la poca de la Conquista, los arahuaks desde haca tiempo estaban en guerra con los

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caribes de las Antillas cuyas islas principales ocupaban, mientras que sus enemigos los haba repelido de la costa venezolana.

Sabemos que los incas a menudo desplazaban a poblaciones enteras, estableciendo a tribus leales en las regiones recin conquistadas. En eso como en tantas otras cosas, no hacan, verosmilmente, sino seguir el ejemplo de sus antepasados daneses. Es del todo improbable, en efecto, que los arahuaks hayan abandonado espontneamente sus montaas para ir a establecerse en las selvas amaznicas y otras. No eran salvajes, ni mucho menos. En el siglo prximo pasado, eran an excelentes herreros (21), fabricando, con el mineral de hierro que ellos mismos extraan y trabajaban, hachas, cuchillos y lanzas de alta calidad. En el Mato Grosso, tejan y tean telas finsimas, cultivaban el algodonero y la caa de azcar y hacan, con el jugo de esta ltima, panes de melaza, merced a mquinas inventadas por ellos. En el Amazonas, mucho antes de la Conquista, se los conoca como extraordinarios alfareros y sus vasos, finamente decorados con complicados dibujos, figuran en buen lugar en los museos del Brasil y de ms all. Pero tambin eran consumados guerreros.Un elemento decisivo en apoyo de nuestra hiptesis es el nombre mismo de esas tribus. Hoy da, se ortografa generalmente este nombre a la inglesa: arawak. Pero la transcripcin espaola de la fontica quichua a travs de la cual la palabra nos ha llegado es mucho ms correcta. En la lengua general del Per, el sonido hua se confunde prcticamente con va, forma sta que los cronistas de la poca de la Conquista, por lo dems, usaban a menudo. Ahora bien: arahuak aravak no es quichua, ni aymar. El trmino tiene, por el contrario, un sentido clarsimo en el dialecto del Schieswig que hablaban los vikingos de Tiahuanacu, intermedio entre el norrs clsico y el antiguo alemn, como lo mostramos en nuestras obras anteriores (14< 16) y como el profesor Munk lo ha establecido sobre bases slidas con la traduccin, que se le debe, de las inscripciones rnicas del Paraguay y del Brasil. Arahuak significa, en efecto, guardia de honor *.

* (AR: anglosajn, ar; antiguo alemn, era, frisn, ere: honor. VAK: norrs, vaka: guardia..)

3. Los mitos del Orinoco

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l imperio del Gran Paytiti era, por lo tanto, el enorme territorio que constituan el Amazonas y la Guayana, hasta el Orinoco; una marca cuyas costas y cuyos ros los Hombres del Titicaca protegan cuidadosamente, gracias a sus milicias tupiguaranes y a su "Guardia de Honor" andina. No habitaban la regin, pero s viajaban por ella. Probablemente, como los incas lo hicieron ms tarde en sus provincias indias, mantenan en sus puntos claves a altos funcionarios, encargados de gobernarla, y a oficiales a quienes confiaban el mando de las tropas de frontera, blancos los unos como los otros. No es nada sorprendente, pues, que Humboldt (8) haya podido escribir, a su vuelta del viaje hecho con Bonpland, de 1799 a 1804, a travs de "las regiones equinocciales del nuevo continente": "En las sabanas... limitadas por el Cassiquiare, el Atabapo, el Orinoco y el Ro Negro, no hay, hoy da, rastro alguno de habitacin humana. Digo hoy da; pues, aqu como en otras partes de la Guayara, figuras groseras, que representan el sol, la luna y animales, estn trazadas en las rocas de granito ms duras y atestiguan la existencia anterior de un pueblo muy diferente de los que aprendimos a conocer a orillas del Orinoco. Segn el relato de los indgenas y de los misioneros ms inteligentes, esos signos simblicos se parecen enteramente a los caracteres que vimos, cien leguas ms al norte, cerca de Caycara, frente a la desembocadura del Ro Negro. Llaman tanto ms la atencin los restos de una antigua cultura cuanto que ocupan un espacio ms grande y contrastan ms con el embrutecimiento en el cual vemos, desde la Conquista, a todas las hordas de las regiones clidas y orientales de Sudamrica".

Esta antigua cultura no ha dejado slo smbolos. Humboldt relev, en efecto, entre los tamanaques del Orinoco, un "mito de los orgenes" del ms alto inters. El padre de la nacin, Amilavaca, lleg en un bote cuando la grande inundacin. El ocano se rompa contra las montaas de la Encaramada. Todos los tamanaques s ahogaron, menos una pareja que se refugi en un monte, cerca de la orilla del Asiveru, que los espaoles llaman Cachivero. "Amilavaca, viajando en un bote, grab las figuras de la luna y del sol en la roca pintada (topumereme) de la Encaramada. Bloques de granito apoyados los unos en los otros, y que forman una especie de caverna, se llaman, todava hoy, la casa o la residencia del gran abuelo de los Tamanaques.*' Notemos, al pasar, que la regin del Cachivero es una de las zonas donde la presencia de las amazonas fue sealada.

Amilavaca tena un hermano vale decir, verosmilmente, un compaero de su misma raza, Vochi, que lo ayud a crear 'el mundo. Se dedicaron, en particular, a regular el curso del Orinoco, "de tal modo que siempre se pudiera seguir la corriente para descender y para remontar el rio". Despus de terminada su obra "de este lado de )la grande agua", Amilavaca reembarc y "retorn a la otra orilla" de donde haba venido.

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Humboldt precisa que este mito est difundido en un espacio de 5.000 leguas cuadradas y que el nombre de Amilavaca designa al Padre de los Hombres nuestro Gran Abuelo hasta entre los caribes. Originariamente, agrega, se trataba ms bien de un "personaje de los tiempos heroicos, un hombre que, viniendo de lejos, vivi -en la tierra de los caribes, grab trazos simblicos en las rocas y desapareci, yndose ms all del ocano". Y tambin, que realiz en la regin grandes obras hidrulicas tal vez el canal artificial que, por el Cassiquiare, une el Orinoco con el Ro Negro, luego con el Amazonas de las que los indios, que no podan entender'su utilidad, an se mofaban a principios del siglo pasado.

"Lo que los tamanaques y las tribus que hablan lenguas anlogas a la lengua tamanaque nos relatan hoy, concluye Humboldt, lo aprendieron verosmilmente de otros pueblos que vivieron en esas mismas regiones antes que ellos." O con ellos. Pues Amilavaca, como Quetzalcatl en el Anhuac, Kukulcn en el Yucatn, Votan en Guatemala, Bchica en Colombia y Huirakocha en el Per, es un hroe civilizador histrico, posteriormente divinizado por los indgenas (M). Aqu, la mitificacin sincretista hasta es doble. Por un lado, los "ingenieros" Amilavaca y Vochi se confunden con los Creadores de las Edda. Por otro, se los hace llegar, como sus antepasados, de ms all del ocano y volverse hacia el este por el mar. Lo cual, por lo dems, debe responder a los viajes martimos bien reales de los vikingos de Tiahuanacu que, evidentemente, -no ocupaban sin motivo las bocas del Amazonas y el Orinoco, o tal vez de los normandos que, a partir de 1250, venan a cargar en el Amazonas troncos de madera brasil (16).

Que el mito de los orgenes de los tamanaques se refera a los vikingos, el nombre mismo del hroe civilizador bastara para demostrarlo. Amilavaca es, en efecto, una palabra norresa, hecha del nombre germnico Amil, que viene del antiguo alemn am, forma secundaria de em, fuerte, e ilen, correr,' y que todava tenemos en alemn (Emil); en francs (Emile), en castellano (Emilio), etc., y del norres vaka, guardia: Emilio el Guardia. Era posiblemente el jari que mandaba el cuerpo de los arahuaks.

Las tradiciones indgenas de la regin mencionan tambin otro nombre vikingo: el de "Ari del Msus, contiguo a los Muyscas, que aparece a lo largo del ro Magdalena como un Dios-Profeta". Es ste un dato de la mayor importancia, pues viene a confirmar la situacin, tal como la hemos establecido ms arriba, del territorio del Gran Paytiti, emperador de los Musus. Desgraciadamente, Bastan (23), quien lo debemos, no indica sus fuentes, contrariamente a su costumbre. Se trata de un autor extremadamente serio,

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y hasta puntilloso, que hace gala, en su obra, de una excepcional erudicin. Manifiestamente, no invent un detalle que, por otro lado, slo relata al pasar. Lo debe probablemente a algn "viajero" del siglo pasado. Pero no lo sabemos con certeza, lo que es de lamentar.

4. Las inscripciones rupestres de la Guayana

En el curso de su largo viaje a travs de la Guayana occidental, Humboldt tuvo oportunidad de ver numerosas inscripciones rupestres. Cuando hablamos de la Guayana, entendemos el inmenso territorio que limitaban el Orinoco, el Cassiquiare, el Ro Negro, el Amazonas y el mar y que se llamaba entonces la Francia Equinoccial. principios del siglo xvII, los espaoles de Venezuela ya haban cruzado el Orinoco, los holandeses y los ingleses ya haban fundado establecimientos en la costa norte del territorio. Pero los franceses se mantenan slidamente, gracias a una lnea de fortines, en la orilla norte del Amazonas y hasta haban colonizado el Tocantins, al sur, que sus barcos remontaban libremente y donde, segn l P. de Acua (4), recogan piedras preciosas y oro en abundancia, y hasta tierra "para beneficiarla en la suya, enriquecindola". Por el tratado de Utrecht, Luis XIV renuncio a la orilla norte del Gran Ro. A la orilla, pero no al territorio adyacente. Poco a poco repelida por los portugueses y los brasileos, no le qued finalmente a Francia sino su actual Guayara. Veremos ms adelante que est aspecto histricogeogrfico de la cuestin tiene, para nuestra investigacin, cierta importancia.

El hecho es qu fue entre las fuentes del Ro Branco y del Essequibo, en la actual Guayana ex britnica, donde Humboldt oy hablar de rocas cubiertas de inscripciones. No consigui reencontrar las que el "viajero" Nicols Horstmann que, en 1749, todava buscaba El Dorado, y de cuyo diario tena una copia, haba visto al remontar el Rupovini, justo antes de llegar al lago Amucu: "varias letras" en rocas. Pero se le mostr "cerca de la Roca Culimacari a orillas del Cassiquiare, y en el puerto de Caycara, en el Bajo Orinoco, unos trazos que se crea eran trazos alineados. No eran, sin embargo, sino figuras informes que representaban cuerpos celestes, tigres, cocodrilos, boas e instrumentos para la fabricacin de la harina de mandioca... Los trazos descubiertos, en las montaas de Qruana, por el misionero Fray Ramn Bueno se acercaban ms a una escritura alfabtica; sin embargo, aun estos caracteres... dejaban muchas dudas". En una palabra, esas inscripciones que Humboldt

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pudo observar en las montaas de la Encaramada, en el puerto de Sedeo, cerca de Caycara, en San Rafael del Capuchino, enfrente de Cabruta y "casi en todas partes donde la roca grantica horada el suelo de la sabana que se extiende desde el Cerro Curiquima hacia las orillas del Cura" no retuvieron su atencin. Atestiguaban, por parte de sus autores, una cultura superior a la de los indios, pero nada ms. Otros tuvieron ms suerte.

As Cari Ferdinand Appun (24) que, en San Esteban, a una legua al sur de Puerto Cabello, en Venezuela, relev un litglifo (inscripcin grabada) sensacional (cf. fig. 7).

Se trata, sin duda alguna, de dibujos primitivos desprovistos de significacin aparente, pero cuya inspiracin, si no la ejecucin, no es india. Notemos, por ejemplo, que las caras, representadas de modo esquemtico, que figuran entre ellos no presentan ningn rasgo mongoloide y que el barco que se encuentra abajo a la derecha, dominado por un signo que se parece a una doble runa de la muerte, no tiene nada de una canoa indgena y, por el contrario, recuerda en algo un drakkar vikingo. Schomburgk (25), en la misma regin, vio "gran nmero de enormes figuras, ntidamente esculpidas, que parecan representar siluetas humanas". Una de ellas, que meda ms de diez pies de altura, llevaba, alrededor de la cabeza, una especie de aureola. Los indgenas le sealaron la existencia, a 12 millas ms all del Maru, afluente de la orilla izquierda del Parima, en el Alto Ro Branco, de un conjunto de rocas, cubierto de inscripciones, que llamaban Tamurumu y que tena de 300 a 400 pies de altura. Es mucho ms difcil atribuir a los indgenas la inscripcin relevada por l a orilla del Cassiquiare, neta-

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mente runoide (cf. fig. 8).

Siempre en la misma regin, Schomburgk descubri una serie de figuras que hicieron vacilar pero slo vacilar su conviccin que los litglifos y litogramas * de la Guayana deban atribuirse a indios "de un grado de cultura ms elevado" que el de los indgenas de su tiempo. En las rocas llamadas Cumuti o Taquiare, encontr "algunos caracteres indios (cf. fig. 9) que se acercaban por su regularidad y por su semejanza a otras inscripciones que haban sido descubiertas, poco antes, al este de Ekaterinenburgo, en Siberia, en los alrededores de las fuentes de Irbit y del Pischma, afluentes del Tura, y en Dighton, cerca de la orilla del Taunton, a 12 millas francesas al sur de Bostn,en los Estados Unidos.

* (Segn la costumbre que empieza a difundirse, adoptamos aqu la terminologa brasilea, mucho ms correcta que la que se emplea generalmente en Europa. Llamamos litglifo la inscripcin grabada y litograma la inscripcin pintada.)

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Varios especialistas de la Antigedad les atribuyen un origen fenicio. Cualquiera sea su origen, poseen en s mismos un gran inters y merecen, en todos los casos, las investigaciones ms exactas que sean posibles. Ya busqu estos caracteres en la Guayana, como en todas partes, por lo dems, en la zona septentrional de Sudamrica, en una distancia de 700 millas de longitud por 500 millas de latitud y los encontr en un espacio de 350.000 millas cuadradas.. Copi varios del mismo tipo y sera de desear que no se pierda ninguna oportunidad de multiplicar esas copias mientras este problema no haya sido totalmente resuelto".

Diga lo que diga Schomburgk a pesar de su propio comentario, la inscripcin de Cumuti no tiene absolutamente nada de indio, ni por su concepcin geomtrica, ni por la forma de los elementos grficos que la componen, algunos de los cuales abajo, la izquierda, por ejemplo tienen, por el contrario, una neta apariencia rnica. El solo hecho de poder, con o sin razn, compararla con dos figuras rupestres descubiertas, la una en una regin cercana a lak que frecuentaban, en Rusia, los vikingos suecos, la otra en el Vinland, a proximidad de la Torre de Newport(14) hubiera debido, con todo, llamarle la atencin a nuestro explorador. Pero no hay que olvidar que, en la primera mitad del siglo xix, no se saba casi nada respecto de la historia de los vikingos, y menos an acerca de su colonizacin de Norteamrica. Los futhrk ("alfabetos" rnicos), slo los conocan unos pocos fillogos, y hasta cierto punto. Schomburgk careca, pues, de elementos de comparacin.

Con mayor razn suceda lo mismo con Edward D. Mathews (%), un ingeniero ingls ocupado en los trabajos de construccin del Ferrocarril Madeira-Mamor, que relev, hacia 1875, cerca de tres cadas del Madeira, litglifos (cf.fig. 10) cuya importancia, evidentemente, no poda entender. "Lo ms probable, escriba, es que sean obra de los caripunas, o de otros nmades salvajes, pues los indios de Bolivia, remontando o descendiendo el ro, de seguro no 37

habran perdido su tiempo grabando esas figuras en la piedra dura". Sin embargo, frente a esas inscripciones u otras semejantes, el "viajero" alemn Franz Keller-Leuzinger(27) ya haba descartado la posibilidad de que se debieran a los antepasados de los caripunas, "pues un pueblo de rudos cazadores como ste no se habra tomado la pena de trabajar, durante meses, la roca dura con imperfectos martillos de pedernal. Cuando obedecen a semejante inclinacin, su imaginacin pueril y dominada por los objetos que les estn cercanos elige seguramente animales:1 cocodrilos, tortugas, peces, como modelos, y tambin, tal vez, el sol y la luna, como lo demuestran dibujos rupestres del valle del Orinoco, descriptos por Humboldt". No considera imposible que esos caracteres provengan de grandes invasiones de los incas, o sean an ms antiguos.

Keller-Leuzinger tiene toda la razn. Para grabar inscripciones en la piedra, hay que tener capacidad, gana y tiempo. Lo cual supone cierto nivel cultural y social. Pero tenemos que excluir a los incas que no alcanzaron jams el Madeira. Quedan, entonces,

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sus predecesores vikingos. Exista, en la poca del imperio de Tiahuanacu, un puesto militar en la confluencia del Mamor, y el Madeira, o sea en un punto eminentemente estratgico de una de las grandes vas de acceso fluvial del Amazonas, un puesto cuyos oficiales blancos no saban qu hacer para pasar el tiempo? Es altamente probable, pues los dibujos que reproduce Mathews representan, no slo motivos ornamentales escandinavos, sino tambin, segn parece, piezas de equipo militares. Se nota, adems, una cruz cltica, debajo del "escudo", parcialmente borrado, de la segunda hilera, a la derecha. Sealemos que, en esos litglifos, los objetos estn dibujados en perspectiva lateral, vale decir con indicacin de su espesor, mientras que todos los indios, sin excepcin, slo conocen la proyeccin plana.

Fue igualmente en el Madeira, pero ms al norte, en el territorio de los parintintins los ltimos "maridos" de las amazonas de Jacicur donde Bernardo da Silva Ramos, de quien hablaremos ms adelante, relev hace unos cincuenta aos, una inscripcin extrasima (cf. fig. 11). El lego podra estar tentado de ver en ella letras latinas y de atribuirla, aunque no tiene sentido alguno, ni en latn, ni en ninguno de nuestros idiomas contemporneos, a un europeo posterior a la Conquista.

Tal hiptesis, sin embargo, es difcil de admitir en razn de la R orientada hacia la izquierda, incompatible con el alfabeto latino, pero corriente en la escritura rnica. Tanto ms cuanto que el conjunto puede perfectamente pertenecer a esta ltima, dando su transcripcin iiero, a pesar de una anomala---el odala tiene la forma de una o latina que ya encontramos en el Paraguay. Ahora bien: wer, en antiguo alemn, significa "hombre libre", como el vir latino que tiene la misma raz. Notemos que, en los dialectos bajo-alemanes como los del Schieswig, la w se pronunciaba u, como en el neerlands actual. Lo que hace definitiva esta interpretacin, es que Rivero y Tschudi (28) haban encontrado la misma palabra, a mediados del siglo pasado, en la gorra de una estatua descubierta cerca de Timana, en Colombia, en un bosque tupido, lleno de grandes ruinas y situado en las fuentes del ro Magdalena. Esta vez, la R es normal, pero el grupo de letras en cuestin est precedido por otro, netamente rnico (cf. fig.^12) cuya transliteracin da tta og. Las dos t estn fuertemente latinizadas y la segunda est ligada con la a que la sigue.

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En ambos casos, la t del futhark punteado, que tiene la misma forma que la A mayscula latina, expresa el sonido u, confusin ortogrfica que ya encontramos en el Paraguay. En transcripcin normalizada, tenemos as:

Utta' og Vero

Utta es un nombre femenino vikingo que se usa todava, en los pases germnicos, con la. doble forma de Uta y de Ufe. Hemos visto ms arriba cul es el sentido de er. En cuanto a op, es la conjuncin nrresa "y". En la primera inscripcin, tenemos, pues, un antroponmico masculino, y en la segunda, los nombres de una pareja, Utta y ero. La grafa latinizada indica, en ambos casos, un perodo tardo, posterior a la influencia de la cristianizacin debida al P. Gnupa(16). No es preciso agregar que el Uero de Colombia y el del Madeira slo tenan el nombre en comn.

5. Vestigios en los accesos del Imperio .

El hecho de que se encuentre una misma inscripcin en Colombia y en el Madeira no tiene, en s, por qu sorprendernos. Los tres "caminos de agua" ms practicables que permitan y siguen permitiendo alcanzar el Amazonas desde las altas tierras de la Cordillera de los Andes eran, de sur a norte., el Madre de Dios, afluente del Madeira, a partir del Cuzco; el Amazonas mismo, a partir del norte del Per y del Ecuador; y el Japur que se origina en Colombia y a orillas del cual, a la altura de la frontera brasilea, an se encuentra un ncleo de poblacin de habla tupiguaran. Se conocan perfectamente estas entradas, en la poca de la Conquista, evidentemente a travs de las tradiciones incaicas. Es as como el P. Joseph de Acosta(29), un cronista de los primeros tiempos, escribe que el Maraen pasa "por las llanuras del Paititi, del Dorado y de las

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amazonas", mientras Antonio de Len Pinelo, en su Tratado del chocolate que cita el P. Fijo y Montenegro (30), habla de "las tierras del Tepuaris y del Paititi que, por la Arixaca, se han descubierto a las cabezadas del Gran Ro Maran".

Ahora bien: fue precisamente en las fuentes del Amazonas, cerca de Chachapoyas, en la regin donde Vctor von Hagen(31), en 1953, vio, sin poder estudiarlas, las ruinas de una ciudad preincaica, que Bertrand Flornoy (32), durante su expedicin de 1943, hizo un hallazgo que slo hoy adquiere su pleno significado. "En un pequeo camino que dobla el curso del Utcubamba, escribe, hemos encontrado grupos de indgenas de piel clara, nobles de porte, con la frente rodeada de una vincha colorada. Estbamos aproximadamente a la altura de Kuelap, el testimonio muy importante dejado por los chachapoyas. En un rea relativamente extensa alrededor de la ciudad, se hallan indios que tienen las mismas caractersticas y hablan, no el quichua hecho excepcional ste en los Andes peruanos, sino un espaol chuintant [en el cual las s se pronuncian casi como la ch francesa]. Son los nicos habitantes de las montaas que no bajan la vista delante de nosotros. Los de ellos que usan bigote tienen realmente la apariencia de europeos disfrazados."

"Por lo que se puede saber acerca de sus antepasados, agrega Flornoy, formaban un pueblo organizado, religioso y marcado por la civilizacin de Tiahuanaco. Muchos nombres de aldeas o de llanuras no tienen nada en comn con el quichua, sino que, por lo contrario, permiten vincular a los primeros habitantes de la regin con los aymares del Norte boliviano", vale decir de la zona del Titicaca. Esos extraos indios no son el producto de la mestizacin con los espaoles: Flornoy cuenta, segn un cronista al que no identifica, que, cuando la reconquista de Chachapoyas por Huayna Kpak, algunas mujeres de la tribu fueron enviadas al Cuzco, "porque eran hermosas y muy blancas".

En la orilla derecha del tcubamba, en el paraje llamado ngulo, a una decena de kilmetros de Chachapoyas, se alza un barranco de roca calcrea, inclinado a 45 grados. La pared est sembrada de pequeas grutas, protegidas por una saliente. Cada una de ellas contiene una estatua antropomrfica de 1,40 m de altura y de 2 m de circunferencia en la base, en promedio, hecha de adobe de arcilla blanca, piedras y hierbas. Es un monumento funerario: est hueco y abierto por atrs y, en el interior, se encuentra una momia acurrucada, suspendida en una hamaca que sostienen dos estacas. Tales sepulturas en la pared de acantilados, que slo se encuentran, en Sudamrica, en la regin explorada por Bertrand Flornoy, recuerdan extraamente las que Francis Mazire(33) descubri, en 1956, en Fatu-Hiva, una de las islas Marquesas, aunque all las momias fuesen depositadas en piraguas-aad. Una prueba ms del poblamiento parcial de la Polinesia por los vikingos de Tiahuanacu.

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Pues, en lo que atae a la regin de Chachapoyas, no hay ninguna duda. Basta mirar la estatua funeraria, bajada de su nicPin, que Flornoy fotografi en ngulo (cf. foto 2). El hombre que representa tiene facciones netamente europeas y una barba completa bien tupida. Adems, y es ste un hecho defintorio, lleva el casco cnico que slo los vikingos usaban.

Fuera de las tres entradas que hemos mencionado ms arriba, hay una cuarta va de acceso al Paytiti: la del Alto Orinoco. Para decir verdad, de juzgar por las expediciones que, vanamente, despus de la Conquista, intentaron cruzar la Serra Parima donde nacen, al oeste, el Orinoco y, al este, el raricoero el "Velho Veneno", afluente del Rio Branco, l mismo tributario del Amazonas, esta va de acceso sera ms bien un cerrojo. Pero esto no es exacto sino para los blancos poscolombinos que deben afrontar, no solamente la naturaleza hostil, por lo menos para con ellos, sino tambin a indgenas belicosos. Los indios, ellos, se desplazan tranquilamente de un lado al otro de la cadena de montaas. La Serra Parima, por lo dems, es uno de los puntos donde las tradiciones incaicas situaban ms a menudo la "ciudad perdida" de Mano a. Ahora bien: es precisamente cerca de Trame, un poco al norte del Uraricoero ya 500 km a vuelo de pjaro de su desembocadura, que se halla la Piedra Pintada, un enorme monolito en forma de huevo (cf. foto 3), de 91,44 x 85,24 m de dimetro y 36,67 de altura, colocado en medio de la sabana. Marcel Homet (33) que hizo su relevamiento en 1953, not en ellas varias grutas, de las cuales dos de uso funerario, una profunda galera obstruida que deja suponer la existencia de una sala interior, varios pequeos dlmenes y 548m2 de paredes cubiertas de inscripciones. En stas (cf. fig. 13 y 14) se ven swstikas, cruces clticas, cruces ms o menos latinas, una cruz de Malta y caracteres rnicos o runoides aislados.

Y adems, en medio de dibujos imposibles de identificar, mscaras humanas, siluetas de animales y un carro de dos ruedas, cargado con dos embarcaciones de extremidades curvas, del tipo de los que los vikingos utilizaban para trasportar sus snekkares de un ro a otro. Que Marcel Homet atribuya todo eso a hombres de Cro-Magnon que hubieran cruzado el ocano caminando por la Atlntida y que calcule a simple vista la edad, segn l multimilenaria, de la ptina de los litogramas, es ste otro problema. Pero nada permite poner en duda su honestidad de investigador, antes al contrario.

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En el curso de su larga exploracin a travs de la Guayana brasilea, Homet relev numerosos signos, grabados o pintados en otras rocas, en particular soles errantes, en todo semejantes a los que encontramos en Cerro Guaz, en el Paraguay. En una de sus fotos que, desgraciadamente, no sita de modo preciso "al norte del Amazonas" se ve un dibujo (c.f. fig. 15) que recuerda invenciblemente un barco escandinavo tal como los que se observan en los litglifos de Bohusln, en Suecia.

Tambin estn las casas de piedra. Homet describe una de ellas en su obra. Se las halla por todas partes, en el Amazonas. Imposible ver en ellas la obra de los indios, y stos, por lo dems, no se las atribuyen en absoluto. La foto que reproducimos (c;f. foto 4) fue tomada por Joo A. Pret, gran conocedor profesional de la selva brasilea, mucho ms al este, en un afluente del Xing, cerca de la aldea kaiap de Kuben-Kran-Krein. Se

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parece enormemente a las construccciones de piedra estudiadas, en Nueva Inglaterra, por William B. Goodwin (34) que ve en ellas vestigios del Huitramannaland, la Gran Irlanda de la que nos hablan las sagas escandinavas y que, en realidad, estaba situada mucho ms al sur. El error proviene del hecho de que los vikingos noruegos que se establecieron en el Vinland se haban acostumbrado, en Islandia y en Escocia, a las casas de piedras irlandesas y las copiaban cuando la naturaleza les permita hacerlo. Con mayor razn debi de suceder lo mismo con los daneses llegados a Sudamrica desde sus colonias de Irlanda e Inglaterra, como lo prueba el empleo, en sus inscripciones del Paraguay (16) y, vamos a verlo, del Brasil, de runas del futhorc anglosajn. No es sin razn que los indios del Amazonas dicen unnimemente que esos abrigos fueron construidos por Dios. Lo ms probable es que las "casas de piedra" hayan sido puestos de guardia situados en los puntos estratgicos de la regin. Salvo que hayan sido edificadas, despus de la derrota de la isla del Sol, por vikingos refugiados en la selva, hiptesis sta que no excluye necesariamente la anterior. Tenemos, por lo dems, algunas buenas razones en pensar que el arte escandinavo de las construcciones de madera se haba perdido en el Altiplano desprovisto de selvas. Significa esto que no exista, en el Amazonas, ningn otro vestigio arquitectnico que esos abrigos primitivos? El descubrimiento reciente, en el Oriente peruano, de ruinas de varias ciudades preincaicas demuestra lo contrario. Tal vez, algn da, se reencuentre Manoa, la capital del Pytiti, en la regin an inexplorada de la selva brasilea, o tambin en esa Serra Parima donde los maks, que en ella viven, la sitan y la describen, segn el testimonio de Marcel Homet (33). No la Manoa lacustre de los palacios de oro, mera trasposicin mtica de Tiahuanacu, sino una ciudad-fortaleza bien concreta, construida por los vikingos como base de operaciones en el Amazonas. Esa Manoa que el P. Toms Chvez, en 1654, pretenda haber visitado, llevado por indios, como conclusin de un viaje de dos meses, a pie, en litera y en canoa, a partir de la llanura de los Moxos(35).

6. La montaa y la llanura

Qu hemos establecido en el curso del presente captulo? En primer lugar, que el mito del Pytiti, estrechamente vinculado con los de El Dorado y de las amazonas, descansaba en bases reales. Los incas trasmitieron a los espaoles el recuerdo,embellecido por el tiempo, que haban conservado de un territorio situado al este de los Andes. Probablemente ignoraran que sus antepasados vikingos tenan en l vas de comunicaciones de vital importancia, pues Manko Kpak y sus sucesores haban cuidadosamente falseado la historia del imperio, para hacer olvidar a las poblaciones indgenas la victoria diaguita de la isla del Sol. Sin embargo, los soberanos deban de trasmitirse, como

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secreto de Estado, informaciones precisas acerca de las tierras perdidas, puesto que el emperador Yupanki, decidido a completar la reconquista, embarc, con sus tropas, en el Maran. Pero el pueblo y los mismos incas vale decir la aristocracia blanca haban convertido las provincias orientales en un imperio mtico en el cual se confundan el vago reflejo de acontecimientos histricos, leyendas nacidas de la imaginacin infantil de los indios y hasta el espejismo producido por su antigua capital, la ciudad de los palacios de oro, en medio de un gran lago.

El imperio del Paytiti jams haba existido, por cierto, y el PadreDios no era sino el soberano de Tiahuanacu, ya divinizado por los guaranes. Lo que haba, al pie de los Andes, era la llanura inmensa, hecha de selvas y de sabanas y surcada por ros navegables, que se extenda hasta el ocano. Los vikingos no podan olvidar el mar. Claro que tenan el Pacfico al alcance de la mano, y lo aprovechaban. Pero el Pacfico no llevaba a ninguna parte. Su ocano era el Atlntico que baaba las costas de la patria lejana. Podan alcanzarlo pasando el Cabo de Hornos o atravesando el Estrecho de Magallanes, y el mapa de Wadseemller (16) prueba que lo haban hecho. Pero el viaje era largo y peligroso. Su lgica de marinos les impona establecer puertos fijos en el Atlntico, a la altura de sus posesiones de la Montaa y, para hacerlo, asegurarse el control de vas de comunicaciones a travs de la Llanura. No hacan lo mismo en Rusia sus primos suecos? ,

La Montaa y la Llanura, Berg y Matt: no estamos inventando esta terminologa toponmica. En Cerro Polilla, en el Paraguay, los daneses refugiados en la selva nos han dejado una magnfica imagen de Odin, en la cual se puede leer, en caracteres rnicos: sakh ob berg, "lo que est (o:estaba) encima de la montaa", y sus descendientes degenerados son llamados guayakes, vale decir, en quichua, "los blancuzcos de la llanura". Y veremos en el captulo IV que la Llanura, que se extenda hasta las bocas del Amazonas, se llamaba Matt en el dialecto germanodans de los Hombres de Tiahuanacu.

El imperio mtico del Gran Paytiti no parece, sin embargo, haber abarcado la Llanura toda, sino solamente su zona norte. Las poblaciones incaicas no podan, en efecto, desconocer la existencia del territorio que se extiende de Santa Cruz al Guayr(16), pues los charcas, que formaban parte de ellas, sufran los asaltos peridicos de las tribus guaranes de la sabana. En el Norte, por el contrario, la selva virgen constitua una frontera natural casi infranqueable que favoreca el trabajo de la imaginacin. Por los guaranes, verosmilmente, los incas, como ms tarde Irala, haban odo hablar de las amazonas, que se hallaban efectivamente en la Llanura, y del Gran Paytiti que situaban en la regin de los musus (o de los mosos, ya que la u y la o no son, en quichua, sino una misma vocal), en las tierras hmedas y anegables del Amazonas (mose significa

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"pantano", en dans), por no poder siquiera imaginar que el legendario soberano no era, para los guaranes, sino el emperador del Cuzco.

Para mantener abiertas, en tierras hostiles, vas de comunicaciones, terrestres o fluviales, hay que establecer guarniciones a lo largo de su recorrido. Los vikingos de Tiahuanacu no tenan mayor inters en someter a la totalidad de las tribus de la Llanura. Les hubiera costado hacerlo, por lo dems; puesto que los brasileos, casi quinientos aos despus del desembarco de Cabral, todava, no lo han logrado. Les bastaba poder desplazarse sin peligro a lo largo de los Caminos Mullidos (16), en el Amazonas y en el Orinoco y utilizar libremente sus puertos del Atlntico. Para lograrlo, empleaban, al modo de todas las potencias coloniales, tropas indgenas encuadradas por blancos y apoyadas por destacamentos blancos: las unas de reclutamiento local los guaranes del Sur y los tupiguaranes del Amazonas y otros lugares, las otras especialmente mandadas a zonas cuya poblacin no era de fiar los arahuaks de la baca del Orinoco. Es evidentemente a los oficiales vikingos que se deben algunas de las inscripciones relevadas en el Amazonas y la Guayana. Otras deben de provenir, como en el Paraguay, de los refugiados de 1290.

Desempear, en Tiahuanacu, las principales funciones polticas y religiosas del imperio, suministrar sus cuadros administrativos y militares a provincias que se extendan desde Valparaso a Bogot, asegurar la guarda de los puertos y de sus vas de acceso: haca falta mucha gente, para hacerlo. No tanta como se podra suponer, sin embargo, si se piensa que slo haba 30.000 ingleses en la India, en 1939. Podemos hacernos una idea del nmero de los vikingos de Tiahuanacu? S, con tal de que nos baste un orden de grandor desprovisto de toda precisin. El jari Ullman, apodado Quetzalcatl por los indios, desembarc en Panuco, en el golfo de Mxico, en el ao 967 (4). Segn el P. Bernardino de Sahagn(36), el cronista ms inteligente y ms culto de Centroamrica, mandaba una flotilla de siete barcos. Ahora bien: sabemos que cada drakkar poda transportar hasta ciento cuarenta hombres, inclusive los tripulantes. Esta cifra, sin embargo, no deba de alcanzarse en una travesa ocenica. La Eirks Saga Rauda.nos proporciona, en cuanto a ese punto, una indicacin precisa. Cuando Thorfinn Karisefni, en los primeros aos del siglo xi, parti para colonizar el Vinland, dispona de tres barcos que llevaron sesenta tripulantes, algunos de ellos, segn la costumbre, con sus mujeres, y cien colonos de ambos sexos. Pero transportaban, adems, "animales domsticos de toda clase" que, evidentemente en barcos sin puente y de poco calado, deban de ocupar mucho lugar, Los drakkares de Ullman no estaban cargados con ganado, puesto que no encontramos rastro de vacunos en el Mxico de antes de la Conquista. En tales condiciones, se puede estimar en cien personas el rol de cada embarcacin. O

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sean setecientos varones y mujeres, en total. Se sabe que el jarl abandon en el Anhuac cierto nmero de solteros que, durante su expedicin al Yucatn, se haban unido con mujeres indgenas y ya tenan hijos. Por otra parte, haba perdido unos hombres en los combates de Chichn-Itz, que los obligaron a abandonar el pas maya, y tambin, anteriormente, cuando el desembarco en Mxico y la conquista de la meseta central. Digamos que le quedaban, cuando se fue, unos quinientos varones y mujeres, con una reparticin por sexo ms equilibrada que en el momento de su llegada, ms los nios blancos nacidos en tierra americana durante los veintids aos que haba durado su estada en Mxico.

Tomemos, para el ao 967, ese nmero de quinientos "reproductores tiles" y apliqumosle el tdice de crecimiento demogrfico correspondiente a los franceses del Canad por los doscientos aos que siguieron la ocupacin inglesa de 1763. Tal eleccin no es arbitraria: se trata de conjuntos de poblacin pertenecientes a la misma raza los canadienses franceses son en gran parte de origen normando,que vivan en un clima duro pero sano y estaban sometidos a una seleccin natural cuya limitacin, en el Qubec, desde principios del siglo, est compensada, desde el punto d vista estadstico, por la reduccin de la tasa de nacimientos, en particular en las ciudades. En esta bas, llegamos al nmero de 80.000 vikingos en 1290. Hasta si lo dividimos por dos, lo cual, sin duda alguna es abusivo, en razn de una prolificidad inferior a la de los canadienses franceses, de los efectos desfavorables que la altura probablemente tuvo en los partos durante las dos o tres primeras generaciones y de las guerras de conquistas, nos quedan an 40.000 blancos, o sea alrededor de 10.000 varones de edad militar.

Si todos los guerreros daneses hubieran estado concentrados en Tiahuanacu en el momento del ataque diaguita, habran logrado, verosmilmente, una fcil- victoria. Pero se encontraban dispersos por todo el imperio y, ms lejos an, en las guarniciones que protegan las vas de acceso al Atlntico. La mayor parte de ellos no tuvieron tiempo de volver a la capital, suponiendo que hubieran recibido la orden de hacerlo. Los que se encontraban, con sus familias, segn la usanza vikinga, en el Paraguay y el Guayr, en el Amazonas y la Guayana, tuvieron que instalarse definitivamente en la Llanura y, para poder subsistir, adoptar poco a poco el modo de vivir de los indios. Conociendo el espritu de independencia de los escandinavos, tenemos derecho a suponer que hicieron de tripas corazn y, mas tarde, no tuvieron mayor apuro en presentarse ante Manko Kpak.

III Los supervivientes de 1a guardia blanca 1. Los "indios blancos" del Amazonas

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Innumerables son, desde la Conquista, los testimonios que sealan, en el Brasil y en las Guayanas, cmo, por lo dems, en todo el resto del continente americano, la presencia de indios blancos. La mayor parte proviene, desgraciadamente, de misioneros, "viajeros" y exploradores, todos ellos desprovistos de la menor formacin antropolgica, y, ms recientemente, de funcionarios de la FUNAI brasilea (Fundaco Nacional do Indio, ex Servico de Proteco ao Indio),que tienen por misin pacificar a los indios y no estudiarlos, lo que, por lo dems, seran incapaces de hacer. Y sucede que hay muchas maneras de ser blanco, en la selva amaznica. Sin hablar de los albinos que, por lo general pero no siempre son fciles de reconocer, se encuentran en ella numerosos mestizos, productos de uniones accidentales de indias y europeos de paso, y hasta blancos puros que, por una u otra razn, buscaron refugio entre los indgenas y fueron adoptados por ellos. Pequeos grupos aislados de selvcolas pudieron as recibir una aportacin de genes arios capaces de hacer surgir, de vez en cuando, a un individuo rubio de ojos azules. Pero no es as cuando se trata de tribus en las cuales las caractersticas europeas se manifiestan de modo generalizado y cuya eventual mestizacin es, por lo tanto, muy antigua, si la mezcla es homognea, como en los yurakars del Beni, o, por el contrario, muy reciente, si los rasgos mongoloides slo aparecen espordicamente, como en los guayakes del Paraguay.

No volveremos sobre estos ltimos, a quienes dedicamos un captulo entero de nuestra obra anterior (16), ya que no pertenecen a la regin de que nos ocupamos aqu. Recordemos simplemente que un estudio antropolgico exhaustivo nos permiti establecer que se trata de una raza de origen europeo nrdico, degenerada y muy ligeramente mestizada, desde hace dos o tres generaciones, con mujeres guaranes, y que las inscripciones rnicas que relevamos en la selva prueban que esos "indios blancos" descienden de los vikingos de Tiahuanacu. Por el, contrario, tenemos que retomar lo que ya dijimos (14) acerca de los yurakars del Beni boliviano, ya en la baca del Amazonas, y debemos al naturalista francs Alcide dOrbigny (37) que, a principios del siglo xix, pas treinta aos -de su vida en Sudamrica. No se trata, desgraciadamente, de un trabajo de antropologa ni la poca, ni la especialidad del "viajero", lo permitan, pero s de un conjunto de observaciones hechas por un sabio en un medio que conoca muy bien. De ah su importancia.

Haba entonces, en la regin donde nace el ro Beni, afluente del Madeira, cinco tribus, llamadas antisianas, que vivan en los ltimos contrafuertes de la cordillera, en una selva tropical clida y hmeda y comprendan a 14.557 individuos. La ms interesante para nosotros, la de los yurakars, tena a 1.337 miembros, de los cuales 1.000 "salvajes", vale decir no bautizados. El color de esos indios, nos

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dice d'0rbigny, era mucho ms claro que el de los quichuas y aymares del Altiplano. Los maropas y los apolistas tenan la piel ligeramente cetrina, con un poco de amarillo. Los yurakars, los mcetenos y los tacanas eran casi completamente blancos. Su estatura promedio variaba entre 1,66 m en los yurakars algunos alcanzaban 1,76 m y 1,64 m en los apolistas, apreciablemente superior a la de los dems indgenas de la regin. Su conformacin no era desproporcionada, como la de los hombres del Altiplano, que tienen un tronco enorme y piernas cortas. Antes al contrario, tenan "bellas formas, proporciones masculinas y graciosas al mismo tiempo; su cuerpo es robusto, elevado, semejante al de los europeos. Los mejor formados de todos son los yuracares; las otras naciones son por lo general mas macizas". "Los yuracares, agrega d'0rbigny, tienen formas muy hermosas, el aspecto vigoroso, las espaldas anchas, el pecho combo, el cuerpo bastante esbelto, los miembros repletos y una buena musculatura. Todo en ellos anuncia la fuerza y la agilidad. Son derechos y bien plantados; su aire orgulloso y arrogante est perfectamente de acuerdo con su carcter y la alta idea que tienen de s mismos. Las mujeres son tambin muy bien constituidas, ms fuertes y robustas en proporcin que los hombres; sus miembros son repletos y musculosos, sin que sus forma dejan de ser graciosas." La cara de los yurakars, dice tambin nuestro autor, "es casi oval, sus pmulos son poco salientes, su frente es estrecha, ligeramente comba, su nariz bastante larga, generalmente aquilina, ni muy chata ni muy ancha en la base, sus fosas nasales son poco abiertas; sus ojos negros, muy pequeos y horizontales; sus orejas pequeas, sus cejas derechas y arqueadas, cuando no se las sacan; su barba recta, poco tupida, crece tarde y solamente en el mentn y sobre el labio superior; se la arrancan. Sus cabellos son negros, rectos y largos. Su fisonoma es fina, llena de vivacidad, de orgullo y no le falta cierta expresin alegre... Las mujeres ... se las puede considerar bonitas".

Los yurakars vivan exclusivamente de la caza y de algunos cultivos de que se encargaban las mujeres. Es muy probable que, antes, la guerra haya constituido su principal ocupacin. Su nombre, por lo dems, parece indicarlo: viene del quichua yurak, blanco, y kari (o, ms exactamente k'kari) que d'0rbigny traduce por hombre, pero, en realidad, quiere decir guerrero. Netamente mestizos, con predominio del elemento blanco, estaban adaptados a la vida libre de la selva. Un detalle, que menciona d'0rbigny, llama poderosamente la atencin. Esa tribu, cuya actividad artesanal era muy pobre, conoca la imprenta, totalmente ignorada por los pueblos amerindios, inclusive sus, vecinos quichuas. Utilizaban, en efecto, para colorear sus tnicas de corteza, tablas de madera tallada: el mismo procedimiento que se empleaba en la Edad Media europea, antes del invento de Gutenberg.

Los yurakars, como los dems antis, han desaparecido hoy en da. Pero.queda, en la provincia boliviana de Santa Cruz, entre el Beni y el Paraguay, algunos restos de la tribu

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de los guarayos que, tambin ella, retuvo la atencin de d'0rbigny. Su territorio haba debido de ser, otrora, mucho ms extenso, puesto que el coronel Labre, al final del siglo pasado, sealaba la presencia de un grupo del mismo nombre en el ro Purs (38). Tienen "un color amarillento; pero desde este punto de vista, son extraordinarios, porque su color es tan claro que existe poca diferencia entre ellos y los blancos algo morenos. Su estatura, que nada tiene de particular, comparada con la de las naciones pampeanas, es notable para la nacin guaran. Los hombres tienen generalmente ms de 1 metro 66 centmetros...; pero no hemos visto mayores de 1 metro 73 centmetros. Las mujeres poseen tambin hermosas proporciones... se descubre en ambos sexos un exterior casi europeo, aunque algo ms macizo; su cuerpo es robusto, su porte noble y abierto; sus formas son graciosas, y no tememos afirmar que, de todos los Americanos que hemos visto, los Guarayos son los que ms nos han impresionado por sus caractersticas fsicas y morales... [tienen] los cabellos negros, largos y lisos; pero lo que los distingue de los otros Guaranes y tambin de los otros Americanos, es, en los hombres, una barba larga, generalmente poblada, que cubre todo el mentn, el labio superior y una parte de las mejillas. Esa barba podra compararse con la de la raza europea, si no fuera lisa en vez de rizada. Tal anomala es muy notable en una nacin casi siempre imberbe y es difcil explicar, a menos que se deba a la influencia de los lugares". Hombre de su tiempo, d'rbigny era de un lamarckismo extremo y atribua fcilmente al medio toda particularidad biolgica. Pero tambin tenda a superponer demasiado estrictamente raza y lenguaje, lo que le haca tomar a los guarayos por guaranes. Estamos mejor armados, hoy da, para darnos cuenta de que esos amerindios blancos y barbados eran y son de lejano origen mestizo, como los yurakars. Su nombre, por lo dems, no nos deja mayor duda acerca de sus antepasados blancos. Segn la usanza espaola, lo vimos ms arriba, gua y va son formas equivalentes e intercambiables y vari, en norrs, significa guerrero. No nos extraar, en tales condiciones, ver a OOrbigny atribuir a esos indios tan particulares "un tipo bondadoso, afable, franco, honesto, hospitalario, con la soberbia del hombre libre que contempla a los otros por encima del hombro, aun a los cristianos, porque los cree esclavos, y porque estos ltimos tienen vicios desconocidos por ellos, como el robo y el adulterio". A esos salvajes no les faltaba, evidentemente, sentido comn.

2. Los. guardias blancos de las Guayanas

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" La raz norresa vari, que acabamos de descubrir en el nombre de los guarayos como, anteriormente, en el de los guaranes, la encontramos otra vez, mucho ms al norte del "imperio del Gran Paititi", en una de las denominaciones de una tribu que vive de ambos lados de la frontera que separa la Guayana Francesa del Surinam (ex Guayana Holandesa). Los franceses llaman a esos "indios" Oyaricoulets (aunque Jules Creveaux (39) escribe "Oyacoulets"), mientras que los holandeses dicen wayacule. El anlisis de estas tres formas deja pensar que el nombre primitivo eran huaricoulet (varicoulets), o vari a solas, puesto que "coulet", lo vamos a ver, pertenece a la lengua de los "salvajes" en cuestin.

"Varios autores, escribe Jean Poirier (40), notaron los ojos claros de oyaricoulets (wayacule) o triometesem. El etnlogo holands De Goeje (41) habla de pelo moreno o negro. .. y de ojos grises o verduzcos... El ingeniero gegrafo J. Hurault seal igualmente tipos claros (ojos y pelo). El ex jefe del servicio forestal del territorio del Inini, Grebert, en una memoria indita que nos comunic gentilmente J. Hurault, escribe entre otras cosas: Algunos pretenden que esos indios blancos de ojos azules no han existido jams. .. Podemos traer un poco de precisin... En el curso de una misin, en 1935, encontramos en la tribu de los emerillones, en el Alto Tampoc (Araoua), a una mujer casi blanca, con ojos claros y cabello negro. Se nos indic haberse recogido a esta india hacia la desembocadura del ro Ouaqui, mientras hua de una tribu roucouyenne que haba exterminado la mayor parte de los suyos... por lo dems, otras dos mujeres haban quedado en manos de los roucouyennes. Las observaciones que pudimos hacer sobre las mujeres encontradas nos permiten afirmar que pertenecen realmente a una raza particular. Tienen... la piel blanca casi lechosa. Los ojos son azules. El cabello, tieso y negro. El conjunto de estos hechos es perturbador". Es lo menos que se pueda decir, aunque tengamos que rectificar un error de Poirier o de alguno de los autores a los cuales se refiere: los tiriyometesem y no triometesem no tienen nada que ver con los oyaricoulets. Son indios lisos y llanos, muy seriamente estudiados por Protsio Frickel, del Museo Emilio Goeldi, de Beln, que pertenecen al grupo de las tribus tiriy que se encuentran tanto en el Brasil como en el Surinam.

Si los roucouyennes robaban a mujeres oyaricoulets, no es de sorprenderse que se haya podido notar entre ellos ciertos rasgos blancoides, productos de la mestizacin. Es as, nos dice Creveaux (39), que "los nios son de un blanco casi puro en el momento de su nacimiento. Cuando esos indios estn enfermos, su piel se vuelve apagada y apreciablemente ms plida. El color de su piel es amarilla parduzca". Tal vez, inclusive, no sea por mera casualidad que se encuentre entre ellos una costumbre que recuerda la sauna: "En seguida despus del parto, la mujer toma un bao de vapor del modo siguiente: se acuesta en una hamaca debajo de la cual se coloca una piedra calentada al rojo: se echa en esta piedra agua que se vaporiza".

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Por lo dems, se hallan adultos blancos entre los roucouyennes. As Aissu, "un hermoso joven de treinta y cinco aos, nos dice la seora de Coudreau (42), de tez clara, pelo fino y rizado, de color castao". As, en Marire, "un indiecito rubio, inteligentsimo y muy amable". Sucede lo mismo entre los oyampies: "En el oca (choza) del tamouchi. (cacique) vive su familia, que es numerosa. De entrada notamos, Laveau y yo, a un sobrino de Ouira, joven efebo de quince a dieciocho aos, de piel blanca, de rostro europeo, de miembros de una elegancia y finura acabadas". Este "joven encantador, verdadero Apolo indio", iba a demostrar que su blancura no era mera fachada. Unos das despus del encuentro, en efecto, la seora de Coudreau sali en expedicin, acompaada por unos oyampes. En el camino, el grupo fue atacado por los coussares, y los indios que lo integraban huyeron. Herida por flechitas de cerbatana, envenenadas con curare, nuestra exploradora se sinti sostenida por alguien. Era "un indio, el indio blanco", el nico que haba "permanecido leal". Tampoco es por casualidad, pues, que los oyampes decoran sus cestos con motivos netamente tiahuanacotas (cf. fig. 16),

Volvamos a los oyaricoulets que parecen realmente ser hombres nrdicos sin mayor mezcla de sangre. Pocos europeos han tenido la oportunidad de entrar en contacto con ellos, pues viven en una regin casi inaccesible. No pasa lo mismo con los bonis, negros cimarrones que han vuelto al estado salvaje y han adoptado el modo de vida de los indios. A principios del siglo xix, cuenta Crevaux, unos bonis, perseguidos por los holandeses y arrinconados sin piedad por los franceses, "hicieron una incursin en el Alto Maroni. Al remontar el Itany, encontraron a una tribu de indios que recogan huevos de iguana en los bancos de arena puestos en descubierto durante la estacin seca. Quedaron sorprendidos por la estatura elevada de esos hombres, por su tez plida, su cabello rubio y sus barbas rubias, que los hacan parecerse a holandeses, salvo la indumentaria.

"Los bonis gritaron de lejos firi (amigos); los oyacoulets contestaron con tono pacfico: coul-coul. Los bonis se acercaron y trabaron conocimiento con esos salvajes, a los que vean por primera vez. Se quedaron ocho das con ellos, para ir de pesca y de caza, tomar cachiri y bailar durante noches enteras... El ao siguiente, en la bella estacin, una docena de bonis remontaron con sus mujeres hasta el pas de sus amigos, que haban designados con el nombre de oyacoulets. Los encontraron en un gran bosque, a cierta distancia de la ensenada Oyacoulet...". Hemos visto que el nombre de esos "indios blancos" tiene

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probablemente un origen distinto del que indica Creveaux. Es de suponer que los bonis se limitaron a trasmitir una palabra deformada por ellos.

Un nuevo contacto entre blancos y negros termin mal para estos ltimos, que fueron todos degollados. "Unos aos ms tarde, los bonis sorprendieron a su vez a una familia de oyacoulets que recoga huevos de iguana en el Itany. Seis hombres fueron matados y seis muchachas, tradas como prisioneras a Cotica." "Los bonis, agrega Creveaux, prohiben a los roucouyennes, a los emerillones y a los oyacoulets bajar por el Aoua." En la segunda mitad del siglo xix, el explorador oy personalmente, cerca de Caneapo, hablar de los "indios blancos" por un cacique roucouyenne que lo acompaaba en una expedicin al sur de los Tumuc-Humac: "Por la maana, escribe, pasamos delante de un pequeo afluente de la orilla izquierda que los guayanas no remontan jams, por los singulares habitantes que viviran cerca de sus fuentes. Yacouman cuenta, segn el piay, que se encuentran all indios de pelo rubio que duermen de da y caminan de noche".

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Los datos, someros pero precisos, que debemos a De Goeje estn confirmados, pues, por testimonios de indios y de bonis que no tenan inters alguno en inventar cuentos de este tipo, por ms que diga Henri Coudreau (43) que habla de los oyaricoulets como de una "tribu legendaria de piel clara, ojos azules y barba rubia" que, "desde unos treinta aos, ha preocupado mucho a los mineros y los viajeros", sin que nadie la haya visto jams. Su mujer misma lo corrige unos aos ms tarde cuando escribe (42) que la mitad oriental del Contestado del Aoua, quitado a Francia por el arbitraje del Zar, est habitado "por tribus indias, roucouyennes, oyaricoulets, trios, con las cuales slo los franceses tienen relacin, los holandeses nunca". Escptica a pesar de todo, agrega: "Los roucouyennes, que han visto a los oyaricoulets, no los presentan en absoluto como indios blancos, barbados y orejones. Son stas fbulas de viejos bonis parlanchines. Se trata de indios como todos los dems indios de la Guayana". En cuanto a los "otros indios", veremos que la seora de Coudreau se da un ments a s misma cuando habla (42) de los waiwais. Y se contradice cuando escribe (42): "singulares razas, esas razas indias, que desconcertaran aun al ilustre maestro M, de Quatrefages. Me divierto observando a nuestros roucouyennes que dan vuelta alrededor de los recipientes de cachiri, en la plaza de la aldea de Marire. Algunos son casi blancos, otros amarillo claro, amarillo plido, bermejo, cuero viejo, rojo ladrillo, bronce encarnado. Hubo cruzas? Probablemente, pero no con blancos, ni con negros. Entonces, de dnde vienen estos matices dispares? Tal vez, la teora que me he formulado, para mi gobierno, con toda discrecin, fuera verdadera. Habra habido primitivamente, en el Oriente de las Amricas, un substrato de poblacin de origen mongoloide. En una poca relativamente reciente, poblaciones de origen bero o berber habran venido a instalarse all como conquistadores, tal vez por la Atlntida. Pero, cmo probar tales inducciones?". Sera difcil hacerlo, pues ni los beros, por lo dems muy morenos, ni los bereberes fueron jams navegantes, y la Atlntida, lo sabemos hoy da, estaba situada en el mar del Norte. Queda que la seora de Coudreau no pudo dejar de admitir la realidad de un aporte blanco reciente, aunque precolombino. Y es esto lo que nos interesa.

Si los oyaricoulets constituyeran un caso aislado, se podra, sin embargo, pensar en algn grupo de "blancos cimarrones", descendientes de filibusteros o bucaneros de las Antillas, por ejemplo, que, huyendo de los holandeses y los franceses, se escondieron, desde hace varias generaciones, en la selva donde, como los bonis, se habran readaptado a la vida primitiva. Pero la hiptesis no es defendible frente a las dems tribus blancas o blancuzcas que viven en la inmensa regin que se extiende, al norte del Amazonas, entre el Atlntico y el Orinoco.

Limitmonos aqu a mencionar a los guacares (huacares, de vaka, guardia en norrs), los primeros maridos espordicos de las amazonas, que vivan, en el siglo xvi, en el

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borde del Gran Ro, a la altura del Nhamund y del Trombeta. Hace tiempo que desaparecieron y todo lo que sabemos de ellos, gracias al P. de Acua, es que eran grandes y blancos. Tenemos, por el contrario, informaciones ms precisas sobre los waiwais, de quienes dice la seora de Coudreau (42) que pudo observarlos, a fines del siglo pasado, en la Guayana Britnica: "Es la raza india ms hermosa que jams haya visto. Los tipos rubio-anaranjado no son escasos entre ellos... El color de su piel es amarillo claro y no tiene nada del rojopardo de las dems tribus". Notemos, al pasar, que waiwai est hecho de la repeticin de huai o vai, vale decir, segn la fontica tupi-guaran de la regin, de dos slabas, va-i, cuya pronunciacin se acerca mucho a var: la supresin de la consonante r es corriente, en las transcripciones espaolas y portuguesas del tupi guaran, en razn del modo imperceptible como los indgenas la articulan o, ms bien, no la articulan.

*En el curso de su travesa de la Guayana Britnica, en 1933, el gelogo norteamericano William La Varre, a quien acompaaba su mujer, encontr una aldea de huaihua, un poco al este de las fuentes del ro Jauaper, del lado brasileo de la frontera. "Hasta hace apenas un ao, escribe en el relato de su viaje(44), nadie saba si los tales indios blancos eran entes reales o puros mitos. No niego que se vena hablando de ellos desde hace muchos lustros, pero, por mucho que se los buscara, pareca como si se los hubiera tragado la tierra. En una ocasin me enter de cierto informe presentado por la expedicin que llev a efecto la llamada Comisin Britnica de Lmites (Brtish Boundary Commission), segn el cual habra encontrado los vestigios de esa tribu, de la que tanto se habl, y que, segn la leyenda, fue en un tiempo duea y seora de todo el valle del Amazonas. Hace aos el doctor W. E. Roth realiz una famosa expedicin hasta muy adentro de las selvas y dijo que haba visto unos indios de piel notablemente rosada y plida.

"Cuando por primera vez posamos nuestra mirada sobre los wai-svai es decir, cuando salieron a nuestro encuentro para saludarnos a la llegada a su aldea, Alicia y yo tuvimos una gran sorpresa. Los hombres de esa tribu eran de elevada talla y de singular hermosura (el promedio de estatura de los varones debe haber oscilado alrededor de 1,83 metro y sus rasgos faciales eran muy finos); las mujeres, no slo llamaban la atencin por la blancura anacarada de su piel, sino tambin por la belleza de sus formas. Estos indios poseen un cdigo moral bstante elevado, a pesar de que cada hombre puede tener varias mujeres. Su idioma no tiene ningn parecido con el de cualquiera de las dems tribus que habitan la cuenta del Amazonas."

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El testimonio de William La Varre est ilustrado con tres fotografas que reproducimos aqu (cf. fotos 5 a 7) y que, a primera vista, nos parecieron un tanto sospechosas. Pues, manifiestamente, haban sido retocadas. Las sometimos a dos peritos cuyos informes coinciden plenamente. En la foto de grupo y en la del adorador del Sol, se limitaron a borrar el fondo, segn la moda de la poca, para hacer resaltar mejor a los personajes. La muchachita, por el contrario, fue mucho peor tratada. Se le borraron los senos y se le dibuj una tanga (taparrabo) que no usaba. Este ltimo hecho prueba que la "indiecita" estaba desnuda cuando la foto fue tomada, lo cual es un argumento ms. en favor de la autenticidad del documento. Segn La Nacin, La Varre fue nombrado miembro honorario de la Royal Geographic Society, de Londres, que por cierto no abusa de este gnero de distincin, "por haber descubierto en la Guayana una tribu de indios blancos".

Qu nos revelan estas fotos desde el punto de vista antropolgico? En primer lugar, que se trata realmente de una raza mestiza, con predominio de caractersticas europeas nrdicas. Los hombres que vemos en ellas son longilneos en grado mximo y los rasgos de algunos de ellos(el primero, el cuarto, el sexto y el sptimo, en la foto de grupo) no tienen, en la medida en que se lo puede juzgar, casi nada de mongoloide. La estatura que les atribuye La Varre 1,83 m los distingue, por lo dems, de todos los amerindios, inclusive los tehuelches de la Patagonia, los ms altos de ellos, cuya talla promedio, a principios del siglo xix, era de 1,73 m, segn d'0rbigny (37) que haba pasado ocho meses en la regin, entonces del todo salvaje. El rostro de la muchachita, que no fue retocado, en opinin de los peritos, es totalmente europeo y su cabello es ondulado, lo que no se da nunca en los indios. Sin embargo, el grupo de hua-hua encontrado por La Varre no es, por sus apariencias, uno de los ms nrdicos, puesto que nuestro gelogo no menciona en ellos el tipo rubio-anaranjado de ojos azules observado por M. Coudreau.

Al oeste de la Guayana ex britnica, en el territorio brasileo del Roraima que se llamaba, hasta hace unos pocos aos, Rio Branco, tiene hoy su habitat otra tribu de "indios blancos", los waiks (grafa inglesa) o guaikes, algunas de cuyas bandas se conocen con el nombre de xirianes. Por lo que sabemos, y aunque algunas de sus parcialidades estn pacificadas, nunca se los ha estudiado, hasta la fecha, desde el punto de vista antropolgico. Slo disponemos, pues, de impresiones de etnlogos y exploradores, y stas no siempre concuerdan. Los waiks son de una complexin "blanca", "blancuzca" o "muy clara" y de pequea estatura. Sobre estos puntos, todo el mundo est de acuerdo. Humboldt (8) que encontr algunos de ellos, a principios del siglo pasado, en el Alto Orinoco, les atribuye una estatura promedio de 4 pies 6 pulgadas a 4 pies 8 pulgadas (1,35 a l,40m), no sin contradecirse un tanto, ms adelante, en la misma

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obra, al mencionar que los miembros de todas las tribus blancas de la regin tienen los rasgos, la estatura y el cabello tieso y negro de los dems indios. Marcel Homet(33) vio a dos waiks, en el Uraricoero, "de una extraordinaria belleza... nariz aguilea, frentes despejadas, cabellos largos y suaves de reflejos claros, grandes ojos y pieles claras... Estos hombres eran de raza blanca...". Nos describe igualmente a unos xirianes, encontrados en la misma regin: "Eran blancos, con ojos azules o claros". Es cierto que ve en los waiks a "verdaderos mediterrneos", lo cual no es muy coherente, desde el punto de vista antropolgico.

Un misionero alemn, el P. Wilheim Saake(45), interrog largamente, en la misin salesiana de Tapuruquara donde se haba refugiado, a una mujer cabocla (mestiza)que, a la edad de doce aos, haba sido raptada, en el Rio Negro, por una banda de waiks, se haba convertido en una de las mujeres del Tuchaua (cacique) y, veinte aos ms tarde, en Venezuela, se haba reunido con los "civilizados" en la regin del Orinoco. Esa mujer mencion, en el curso de las conversaciones, que el tuchaua anterior tena tres hermanos y una hermana y que esta ltima tena el cabello, rubio y los ojos azules, con toda las apariencias de una blanca. Es cierto que, con ladrones de mujeres, nunca se puede saber... No sabemos ms acerca de otras tribus blancas cuya presencia nos sealan varios "viajeros" del siglo pasado cerca del territorio de los waiks, entre las fuentes de seis afluentes del Orinoco: el Padamo, el Jao, el Ventuari, el Erevato, el Aray y el Par agua. Son los guainares que, nos dice Humboldt (8), los misioneros llaman "indios blancuzcos o indios blancos**(En castellano, en el texto.)"; los guarahibos, que el P. Caulin(46) llama "guarahibos blancos" y el P. Gilii (47), Guaivi bianchi"; y los mariquitares. Sin hablar de los guahibos de los raudales del Tabaj: "Algunos tenan barba, nos dice Humboldt(8); eran orgullosos de ello y, tomndonos por el mentn, nos mostraban por signos que estaban hechos como nosotros. Su estatura era, por lo general, bastante esbelta". Y agrega: "Los indios blancos* (En castellano, en el texto.) seran, segn se dice, mestizos, hijos de indias y de blancos. Ahora bien: he visto millares de mestizos *; puedo asegurar que tal comparacin carece en absoluto de exactitud".

Esta ltima acotacin es ms importante que las descripciones subjetivas e incompletas que nos han dejado autores incompetentes que slo pudieron, por lo general, observar a unos individuos de cada tribu, en una poca en la cual una eventual degeneracin ya haba debido de manifestarse. Es infinitamente probable que la pequea estatura de los waiks sea una de las consecuencias de la accin de un medio y de condiciones de vida inadecuadas para nrdicos. El mismo proceso degenerativo se produjo igualmente en los ltimos groenlandeses: en 1920, Poul Norland encontr, en las tumbas del cementerio de Herjolfsnes, esqueletos, algunos de los cuales parecan "contarnos su macabro proceso de subalimentacin, deformidad,

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enfermedad y muerte prematura", como escribe Gwyn Jones (48). "Esos descendientes de un tronco nrdico de elevada estatura, fuertes, vigorosos y frtiles, nos muestran una talla pequea, un crneo reducido y una constitucin dbil. Dos de las mujeres mejor vestidas tienen la espina dorsal arqueada y la pelvis estrecha. Segn parece, ninguna hubiera pedido dar a luz a un nio vivo". Entre los waiks, como entre los guayakes del Paraguay, que sufren tambin de enanismo, la limitacin degenerativa de los nacimientos proviene de otra causa: nacen tres veces ms varones que mujeres. Lo cual, por un lado, produce la extincin de la raza y, por otro, los lleva a robar a mujeres indias, luego a mestizarse. Sea lo que sea, todos los observadores nos hablan de indios blancos o blancuzcos, y estos indios se llaman, guaicas(i separada de la a: guahics), guainares (guahinares), guarahibos o guahibos, nombres en los cuales reencontramos sin dificultad la raz norresa vari. Solos hacen excepcin a la regla los mariquitares, sin que se excluya que su nombre haya sido deformado (variquitares?) o tambin que les haya sido atribuido por los espaoles en razn de cierta apariencia afeminada debida a la delicadeza de sus rasgos y de su complexin. Pues, en la lengua de Castilla, marica significa invertido y mariquita es su diminutivo.

3. Una encuesta en el Piqui

Les indios blancos no faltan tampoco al sur del Amazonas, si nos basamos en los numerosos testimonios que nos han llegado. Por ejemplo, el del sertanista (conocedor profesional de la selva) Orlando Vilas Boas, que menciona Lucien Bodard(49), sobre los acurinis del Medio Xing: "Son salvajes de piel clara, cabello rojo y ojos azules. Es gente bien proporcionada, bien armoniosa, con una estatura en absoluto normal para brasileos. Si anduvieran, de traje, se los podra tomar por caballeros de Rio de Janeiro...Son incomparables tiradores de arco. Su coraje es heroico. No tienen miedo alguno de la muerte para ellos. Se dice a veces que los indios son cobardes porque operan por astucia y por sorpresa y evitan de atacar a blancos armados con fusiles. Los acurinis no tienen ninguno de estos tipos de prudencia. Ellos parten directamente al asalto, por oleadas, aun cuando deban cargar contra rfagas de balas... Su origen, no lo conocen. Nadie lo conoce". Lo cual no impide al funcionario del Servico de Proteco ao Indio sugerir que esos indgenas son probablemente los descendientes de "bandeirantes conquistadores venidos-de Portugal". Hiptesis sta que no resiste el menor anlisis, pues los portugueses de ojos azules no han constituido jams sino excepciones poco comunes.

"Esos acurinis no son de ningn modo una leyenda, agrega Vilas Boas. Pues esos indios de tez plida y pupilas lmpidas, hay con todo un centenar de ellos que fueron

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civilizados. Fueron integrados por los funcionarios del S.P.I. de Tucuri. Parece que esos indios tienen la tez ms clara que los agentes del gobierno que se ocupan de ellos. Ninguna semejanza, tampoco, con los dems indios, salvo por sus collares, sus plumas, los dibujos que tienen en el cuerpo. Recientemente, dos acurinis eran prisioneros de una tribu piel roja normal. [Dudamos mucho que el sertanista haya empleado el trmino piel roja, reservado a los indgenas de Norteamrica], Iban probablemente a ser sacrificados; cuando los misioneros llegaron. Los religiosos creyeron en un primer momento que se trataba de aventureros blancos... Los acurinis son el flagelo del Xing, del Medio Xing que estar mucho ms seguro cuando esos misteriosos blancos de la selva hayan vuelto a ser blancos".

Sin embargo, como sucede a menudo, no todas las opiniones son concordantes. En 1963, Eduardo Barros Prado (12) pas dos das en una aldea de acurinis, en la desembocadura del Tucuruvi. Unos recolectores de nueces (de caj) y de caucho le haban dicho que se trataba de indgenas de elevada estatura, que se parecan mucho ms a neo-brasileos, vale decir a descendientes de colonizadores postcolombinos, que a indios, que no se deformaban los labios ni las orejas y no usaban estuches penianos. Ahora bien: los que vio eran de pequea estatura no pasaban de 1,60 m y sus mujeres eran casi enanas, tenan la piel tan oscura como la de los dems indios, llevaban un pequeo adorno en el labio inferior y se cubran el pene con un estuche de paja. Tales testimonios no son, por lo dems, necesariamente contradictorios. En el Paraguay, encontramos a los guayakes divididos en dos variedades bien diferenciadas, sobre todo por el color de la piel: una de ella provena de una mestizacin con indios matacos. Asimismo, fueron sealados motilones blancos en la Sierra de Santa Marta, entre Venezuela y Colombia, pero otros grupos que llevan el mismo nombre, hablan el mismo dialecto y tienen las mismas tradiciones se parecen a indios autnticos. Los waiks tambin fueron objeto de descripciones inconciliables. Lo cual significa meramente que tribus del mismo origen se han diversificado racialmente, con el tiempo, en razn de la mezcla de algunas de sus fracciones con elementos heterogneos. No excluyamos, sin embargo, la posibilidad de que testigos incompetentes se hayan dejado arrastrar por el entusiasmo. Pero, de seguro, no es ste el caso de" todos los que nos han hablado de indios blancos.

Ms al oeste, Barros Prado, cuya escrupulosidad acabamos de comprobar, realiz, en 1951, una encuesta minuciosa cuyos resultados, desgraciadamente, no pudo verificar de visu. Su hermana mayor posea en el Piqui, en el Alto Acari, afluente del Canum, una de cuyos brazos se echa en el Madeira mientras que el otro desemboca directamente en el Amazonas a la altura del Nhamund, una enorme extensin de tierras donde explotaba el hevea y el palo de rosa. Cazadores a su servicio haban, ms de una vez, encontrado a "indios" raros que hablaban el dialecto tupiguaran de los feroces cajabes enanos de la regin pero, desde el punto de vista antropolgico, no tenan nada en comn con ellos. Eran ms altos, tenan la piel blanca, los ojos claros y rasgos

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netamente europeos. Hasta se hablaba de pelo rubio. Debidamente informado a su vuelta de un viaje en el frica, Barros Prado pens que vala la pena ir a estudiar el problema y, en primer lugar, a interrogar a los testigos.

El primero de stos, Deodoro Cavalcanti, era un viejo conocedor de la regin, donde haba pasado toda su vida al servicio de grandes propietarios de selvas de heveas y de comerciantes. Serio, poseedor de cierta cultura, el hombre cont, con extrema reserva, que haba formado parte, en 1918, de una expedicin punitiva organizada, en el Alto Sucunduri, para terminar con los indios que, a menudo, atacaban a los seringueiros, los recolectores de caucho. El grupo avanzaba en lnea recta desde el Acari y, casi en las fuentes del Sucunduri, cay de improviso en una aldea de unas cuarenta chozas cuyos habitantes, blancos y rubios, tenan todas las apariencias de europeos. Vivan completamene desnudos, al modo indgena, y hablaban el dialecto cajabi. Recibieron amistosamente a los cazadores de hombres que, por supuesto, no les hicieron dao alguno y pasaron cuatro das con ellos, lo cual les permiti observarlos cuidadosamente. Deodoro Cavalcanti pensaba que se trataba de descendientes de los primeros seringueiros de la regin, llegados del Cear, provincia otrora colonizada por los holandeses. Barros Prado no tuvo mayores dificultades para destruir esta hiptesis: los primeros trabajadores reclutados en el Cear haban llegado a Manaos en 1877 y, aun cuando algunos se hubieran extraviado o refugiado en la selva, no habran tenido el tiempo material, en cuarenta aos, de cambiar tan completamente su modo de vida y su lenguaje. No carece de inters sealar la presencia, en la regin, de los indios cobors, o Orelhas de Pau: una tribu de orejones.

Otros testimonios se referan a hechos ms recientes. El indio Karin haba visto, en el Sucunduri, canoas tripuladas por cobors e "indios blancos". Estos ltimos hablaban perfectamente el tupiguaran. No eran seringueiros. El indio Kuti haba avistado, cerca de las cadas del Sucunduri, un grupo de "indios blancos" que haba pasado a poca distancia del lugar donde l se encontraba con sus compaeros. Los indios Kante y Barl haban acompaado, como remeros, a cuatro misioneros hasta una aldea poblada con indgenas "tan blancos como el pay (sacerdote) que [nos]haba contratado". Los indios Taneiy, Kuait, Tari, Mopa y Burila aseguraron que haban remontado el Arinos, siempre en la misma regin, al servicio de dos franciscanos y haban alcanzado, despus de varias semanas de viaje, una aldea de "indios carahibasf (blancos) que cultivaban la tierra y saban extraer el azcar de caa. Una acotacin, entre parntesis: los misioneros guardan, por lo general, un religioso es el caso de decirlo silencio respecto de las regiones que recorren: temen atraer a aventureros y provocar as la prdida moral y fsica de los indios.

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En Borba, sobre el Madeira, Barros Prado interroglargamente a Claudionor Soares, un blanco que, en 1950, haba recorrido la zona en cuestin con el objeto de efectuar el censo de su poblacin. Por el Arinos, haba alcanzado la aldea de los carahibas, donde haba tenido la sorpresa de encontrar a un jesuta alemn que la visitaba regularmente desde una misin del Tapajoz. La aldea tena unos doscientos habitantes, pero el misionero le dijo que existan otros grupos, ms adentro en la selva, y que la tribu, en su conjunto, comprenda ms de mil personas. Sin ser antroplogo, Soares poda afirmar que esos indgenas no tenan ninguno de los rasgos mongoloides que caracterizan a los indios y no se parecan en nada a los caboclos, los mestizos del Nordeste y del Amazonas. Usaban bigotes, eran poco velludos y, por su tipo fsico, "no se diferenciaban en nada de anglosajones, sin ser tan sanguneos". Su estatura variaba entre 1,60 y 1,70 m, mientras que sus vecinos cajabs tienen una talla promedio de 1,20 m.

Segn el P. Agustn C. Martn, entonces rector del Colegio Don Bosco de Manaos y ex profesor de Barros Prado, su amigo el P. ngel Carri un argentino haba tenido la oportunidad de ver, invitado por un colega alemn, a los indios blancos en cuestin. En otra aldea, sobre el Demani, se haba topado con otros, mucho ms hermosos y, tambin ellos, de aspecto netamente europeo, cuyo poblado era prcticamente inaccesible en razn de los grandes raudales del ro y del terreno accidentado que lo rodeaba. El P. Martn haba odo contar por el comandante Braz, clebre explorador del Amazonas, que, una vez, haba encontrado, en el Arinos, a blancos atlticos, completamente desnudos, que hablaban tupiguaran. Anteriormente, Barros Prado haba relevado el testimonio de indios nhambiquera que, prisioneros de los xavantes, haban logrado escapar y, en la selva donde caminaban sin rumbo, se haban encontrado con indios casi blancos, de elevada estatura, cuyo tuchaua, segn decan, coma en vajilla de oro. El coronel Fawcett, cuando su estada en San Pablo, en 1925, antes de partir para la expedicin que iba a costarle la vida, declar tener conocimiento de tuchaua blancos del Bananal y del Araguaya que, tambin ellos, usaban platos de oro. En la obra recopilada por su hijo, Fawcett (35) trascribe, por otro lado, el relato del director francs de la plantacin de heveas de Santa Rosa, sobre el ro Abuna, afluente del Madeira: "haba indios blancos alrededor del ro Acre. Mi hermano lo remontaba en canoa (en 1906). Un da se le asegur que haba indios blancos -en la vecindad. No lo crey y se ri de esos cuentos, pero baj igual a tierra y not rastros indiscutible de la presencia de indios. El segundo hecho cierto, fue que l mismo y sus hombres fueron atacados por salvajes altos, bien conformados y muy hermosos, de piel perfectamente blanca, de pelo rojo y

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de ojos azules. Se batan como demonios. Mucha gente cree que no existen indios blancos y, cuando se les muestra algunos, sostienen que se trata de mestizos de espaoles e indios. Es preciso no haberlos visto para hablar as: quien los ha visto tiene una opinin del todo diferente". Es sta, casi palabra por palabra, la conclusin de Humboldt, que reprodujimos ms arriba.

Aunque tengamos en cuenta la exageracin, y hasta la mentira, queda de este haz de testimonios que hay, en el Amazonas, hombres de raza blanca, en todo semejantes a europeos, que viven a la manera indgena, hablan exclusivamente el tupiguaran y no descienden de colonizadores postcolombinos. Por lo dems, se vieron algunos de ellos en fecha muy reciente.

En diciembre de 1973, el sertanista Raimundo Alves, de la Fundaco Nacional do Indio (FU.NAI), encargado de adelantarse a los equipos de la Vialidad brasilea ocupados en construir la carretera transamaznica y de pacificar las tribus indias que se encontraban en el rea, se top, en los alrededores de Altamira, en el Bajo Xing, con un grupo de ocho -indgenas que estaban bandose en el igarip (arroyo) Ipixura. Eran "completamente blancos", dice el informe original que el coronel Nogueira, delegado de la FNAI en Belm-do-Par, tuvo la bondad de dejarnos copiar, y tenan cabellos "castao claro". Eran de "mediana estatura", lo que corresponde, para los individuos de sexo masculino a alrededor de 1,70 m, tal vez un poco menos, en el Brasil, donde los descendientes de portugueses son ms bien pequeos. Tres varones y tres mujeres tenan "ojos azules". Para definir el color de su piel, el informe emplea la palabra aa, en principio sinnimo de branco, pero que, en el uso, implica una blancura ms marcada y significa, de hecho, blanco lechoso. En septiembre de 1974, una vez terminada la estacin de las lluvias, la FNAI envi sobrevolar la zona un avin que situ tres aldeas desconocidas y, luego, arm un campamento en la cercana de stas. Veintitrs indgenas, semejantes a los que haban sido avistados en diciembre, no tardaron en presentarse, con mujeres y nios, contrariamente a las costumbres de los autnticos indios. En el momento en que estamos escribiendo estas pginas, no se sabe nada ms. La FNAI no posee a ningn antroplogo, en el sentido propio de la palabra, y el Museu Emilio Goeldi carece de fondos. Sin embargo, hay quienes tratan de explicar por la mestizacin la existencia de esta tribu. Por ejemplo, el indigenista Helio Rocha, director de la Comisin de Asuntos Amaznicos, que tuvo que reconocer (51), con todo, que su hiptesis es muy poco verosmil, puesto que "probablemente la mayora [de estos] indios tienen la piel clara".

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4. Los "caboclos" rubios del Piau

Muchos autores, lo hemos visto, han aludido a los "indios blancos" salvajes de las Guayanas y del Amazonas. Pero ninguno, con una nica excepcin, ha hablado jams de los cabocos rubios que constituyen la mayora de los habitantes de todo un estado brasileo, el Piau. Se trata, bien es cierto, de la regin ms pobre y ms abandonada del pas, a pesar de algunos apreciables esfuerzos recientes en el campo de la infraestructura. Nadie pens jams en estudiar una poblacin que vegeta sin que se hable de ella.

Cuando, en el curso de nuestra expedicin de 1974, cuyos resultados presentaremos en el prximo captulo, llegamos a Teresina, la capital del Piau, nos llam la atencin la extraordinaria proporcin de nios y de adolescentes rubios que veamos en las calles. El correspondiente porcentaje parece an ms alto en el campo. No estbamos en condiciones .de efectuar un relevamiento antropolgico por muestreo que habra exigido ms tiempo que el que tenamos y medios materiales de que no disponamos. Tuvimos que limitarnos a una estimacin: en el Norte del Estado, si dejamos a un lado a los mulatos, muy poco numerosos, alrededor del 80 % de los nios de diez aos tienen cabello que va del castao claro al rubio plateado, pasando por el rubio dorado; a los quince aos, la proporcin es todava del 50 %. Por supuesto, se encuentran tambin adultos rubios, sobre todo mujeres. Los ojos azules claros no son excepcionales y se notan, en algunos individuos, ojos azules oscuros que no recordbamos haber encontrado en otra parte. Esta confirmacin inesperada de la hiptesis de trabajo que nos haba llevado al Piau no nos impidi sobresaltarnos cuando fuimos recibido, en el casero de Sete Cidades, por el responsable del sitio que constitua la meta de nuestra expedicin y l nos dio su nombre: Valquir Pereira. Una de sus hijitas, de cabello castao claro, responda al nombre de Valquiria, comn en todo el Nordeste brasileo, como lo pudimos comprobar posteriormente.

El alto porcentaje de cabellos rubios que se encuentra en el Piau es tanto ms anormal cuanto que la poblacin local, salvo algunos europeos y algunos "blancos brasileos", unos y otros muy poco numerosos y casi todos concentrados en Teresina, est constituida por caboclos de piel cobriza cuyo rostro tiene las caractersticas conocida del nordestino, del habitante del Nordeste: crneo achatado,

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fuertes arcos superciliares, frente baja, pmulos ligeramente salientes, ojos pequeos y a veces algo ovalados. Es un espectculo desconcertante ver a individuos, ms prximos, por su aspecto fsico, del indio que del blanco, pero provistos de magnficos cabellos rubios que no tienen nada que ver con los de los sarares, esos mestizos, a menudo un tanto negroides, de los dems Estados del Nordeste, que tienen mechones de un amarillo desteido e irregular, entremezclados en cabellos negros o castaos, a veces crespos. Hasta en los pocos sarares totalmente rubios, la tonalidad siempre da la impresin de provenir de una mala decoloracin artificial. No es ste, en absoluto, el caso de los habitantes rubios del Piau, cuyo cabello es idntico al de las poblaciones nrdicas de Europa.

De dnde provendr semejante anomala? En los dems Estados del Nordeste, se suele atribuir el cabello aberrante de los sarares a los holandeses que, en el siglo xVII, colonizaron el Cear y ocuparon las costas de Pernambuco. En el Maran, los franceses, que dominaron la regin en los ligios xvi y xvn, proporcionan una explicacin verosmil. Pero ni los unos ni los otros pisaron Jams la tierra del Piau.

No fue, por lo dems, sino en 1661 que el primer portugus un bandeirante de San Pablo llamado Domingos Jorge Velho se estableci en una regin que, hasta entonces, haba permanecido en el poder de tribus indias sin someter, salvo unos 12.000 tupes de las misiones que los jesutas tenan en la costa (52). Con l o despus de l, slo algunas decenas de portugueses llegaron del Sur, buena parte de los cuales fueron a hacerse matar en el Rio Grande del Norte, cuando la guerra contra los negros cimarrones de los Palmares. Desde el Maran vinieron a establecerse en el Piau, entre 1670 y 1825, alrededor de un millar de blancos adultos, como lo demuestra el nmero de seiscientas sesmarias (concesiones de tierras) otorgadas por los gobiernos del Para, el Maran y el Piau, ms trescientos relegados portugueses, a los cuales tambin se atribuyeron tierras. Se trataba casi siempre, en ambos casos, de solteros, al punto que el gobierno de Lisboa y el de San Luis del Maran tuvieron, en varias oportunidades, que especificar por ordenanza que los portugueses que se casaran con indias no perderan sus derechos de subditos del Rey. En 1762, el censo general de la nueva capitana del Piau nos da la cifra de 8.102 residentes libres (blancos e indios mansos) y 4.644 esclavos negros. Posteriormente a 1825, se nota una pequea inmigracin de cearenses, echadas de sus tierras por la sequa crnica (pequea, pues el Piau es an ms pobre que el Estado en cuestin) y la llegada de mos miles de negros del Maran justo despus de la abolicin de la esclavitud. Pero tal aporte de poblacin es ampliamente compensado por una emigracin constante hacia San Luis, Fortaleza, Recife, Baha y Rio

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de Janeiro. En fin, no hubo nunca inmigracin europea ni siquiera de portugueses., salvo casos individuales poco frecuentes: los colonos siempre se han dirigido hacia los Estados del Sur.

Si aplicamos a los 13.000 habitantes registrados en 1762 el ndice de crecimiento demogrfico de los canadienses franceses 10.000 % en doscientos aos, obtenemos, para 1920, la cifra de 1.023.000 personas. Pero el Piau es la tierra ms pobre del Brasil y la subalimentacin, all, es endmica, todava hoy. La raza es prolfica, pero dbil, y la mortalidad infantil hace estragos. La comparacin slo es vlida, pues, con tal que se tomen en cuenta estos factores negativos y, pecando por optimistas, hay que dividir por tres la cifra anterior, lo que nos da 342.333 habitantes. Ahora bien: en el censo de 1920, se registraron 738.740 personas. Y esta cifra est muy por debajo de la realidad, como siempre en el Brasil y, con mayor razn, en un Estado entonces casi totalmente desprovisto de vas de comunicacines y donde el mismo Registro Civil es muy sujeto a caucin. Aun aceptando como vlido el resultado del censo, comprobamos, sobre la base de nuestras estimaciones anteriores, un excedente de poblacin de 396.407 individuos. Para obtener los 738.740 habitantes de 1920, hubiera debido haber, en 1762, no 13.000 residentes, sino 28.000, y probablemente ms, si se tienen en cuenta algunas campaas efectuadas, en el siglo xvin, por los portugueses contra algunas tribus no controladas y las prdidas humanas que debieron de resultar de ellas.

De dnde proviene esta enorme diferencia? Evidentemente, de los indgenas todava "salvajes" en 1762. Ahora bien: los indios del Piau pertenecan a dos grandes razas: los tapuias, muy morenos de piel, y los tupes, amarillentos. Unos y otros tenan el pelo negro y tieso. Es a ellos, pues, y en especial a los primeros, que la poblacin actual debe su tez generalmente oscura. Quedan el cabello rubio y los ojos azules. No provienen, ciertamente, de los portugueses que, salvo pocas excepciones, no presentan ninguna de estas dos caractersticas. Tenemos que admitir, pues, la presencia en el Piau, antes de la Conquista, de una poblacin indgena de raza nrdica.

Fue Ludwig Schwennhagen (53), un austraco que vivi durante largos aos en la regin, el que, por primera vez, hizo un razonamiento de este tipo, aunque sus clculos fueron inexactos y sus conclusiones, en parte falsas. En los "indios" blancos y rubios d quienes desciende, en alguna medida, casi toda la poblacin del Piau, quiere ver a tupes, lo cual, evidentemente, es incorrecto. Schwennhagen no tena nada de un antroplogo. "Los pueblos tupes eran blancos, lo que prueban, no slo el nombre de, cari, sino tambin cada familia legtima del sertn del Piau y del Cear. El 90 % de los nios, en promedio, nacen blancos y rubios/y el estado en el momento del nacimiento indica la raza. A lo largo de los aos, el color de la piel se hace amarillento y el color del cabello, oscuro; pero si estos nios son bien tratados, con higiene, limpieza y alimentacin racional, conservan todos los rasgos

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caractersticos de la raza blanca y, en la tercera generacin, ya no difieren de las razas ms finas de Europa... Los nios de los tapuias autnticos nacen con una piel medio parda y cabello negro tiesos; ningn tratamiento puede destruir estos dos rasgos caractersticos. Cuando esos tapuias viven en la ciudad, en un medio civilizado, como a menudo se lo puede observar en Beln, los rasgos tapuias se suavizan e idealizan, pero nunca desaparecen del todo".

En realidad, los tupes tienen la piel menos oscura y los rasgos mongoloides menos marcados que los tapuias, pero tienen el cabello negro y tieso como stos. Y el color en el momento del nacimiento no indica en absoluto la raza. Por lo dems, los caboclos del Piau son, por lo general, ms oscuros de piel que los tupes: lo deben a los tapuias que dominaban, numricamente, entre los indios de la regin. El cabello rubio y los ojos azules no pueden tener sino otro origen. Los caboclos son mestizos de indios tapuias y tupes y de blancos de tipo nrdico establecidos, antes d la Conquista, en el actual territorio del Estado. No hay otra explicacin posible.

5. Los vikingos de la selva

Vimos, en el captulo anterior, que las skjold-meyar, las Vrgenes del Escudo vrgenes o no, de Tiahuanacu se haban refugiado, despus de la batalla de la isla del Sol, en las provincias amaznicas y guayanesas del imperio destruido. Unos hombres tal vez las hubieran acompaado. Pero ya haba, en la regin, indios leales, encargados de la proteccin de las vas de comunicaciones. Algunos de ellos eran tupiguaranes reclutados en el lugar; otros, arahuaks y orejones, haban sido enviados desde el Altiplano.

Como siempre cuando se trata de tropas coloniales, los cuadros de esas unidades indgenas pertenecan a la raza de los Conquistadores. Ahora lo podemos probar, pues los "indios blancos" de hoy no pueden ser sino los descendientes de europeos de raza nrdica llegados antes de la Conquista. Segn las descripciones que nos dan de ellos "viajeros", misioneros y exploradores, algunos de ellos los oyaricoulets, por ejemplo parecen haber conservado todas las caractersticas exteriores de sus antepasados. Otros, como los waiks, han ido degenerando lentamente en un medio al cual no han podido adaptarse desde el punto de vista biolgico. Otros ms se han fusionado con algunas tribus indgenas en cuyo seno se-reencuentran sus rastros, como, por ejemplo, en el caso de los canelas del Amazonas.

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Si les quitamos sus plumas al sujeto de la foto 8, tomada, en 1935, por el etnlogo alemn que firmaba Kurt Nimuendaj, no nos ser difcil reconocer en l el tipo de un campesino de nuestra raza. La foto 9, del mismo origen, nos muestra a un indio de cabello claro comprese con el pelo del pubis, totalmente incompatible, sea rubio o gris, con las caractersticas fundamentales de los amerindios.

Por supuesto, y lo hemos sealado ms arriba, la aparicin de individuos, y hasta de pequeos grupos, blancoides no excluye nunca la posibilidad de una mestizacin contempornea, aun cuando se produce en zonas hasta ahora inexploradas. Pero esta explicacin no vale, evidentemente, en el caso de tribus enteras, y menos todava si estas tribus llevan todas, sin excepcin, como es el caso, nombres que las vinculan con los vikingos de Tiahuanacu: yurakars (guerreros blancos, en quichua), guacares (de vaka, guardia, en norrs), guarayos, oyaricoulets, waiwas, waiks, guainares, guarahibos y guahibos (de vari, guerrero, en norrs). Aun nosotros, que somos sumamente rebeldes frente a las evidencias, a menudo engaadoras, de la filologa, debemos admitir que el clculo de probabilidades excluye aqu el azar.

Estos nombres hasta nos permiten trazar un esquema bastante preciso de la organizacin militar de los vikingos. Comprenda a tribus indgenas cuyos guerreros (vari), encuadrados por oficiales blancos, formaban, en caso de necesidad, unidades territoriales, y un cuerpo de lite que deba ser permanente, la Guardia (vaka). Esta, la constituan exclusivamente vikingos. Lo que nos lo hace pensar es el nombre que llevaban los arahuaks: Guardia de Honor. No una "guardia para rendir los honores", lo que no habra tenido sentido alguno en las Guayanas, sino una "guardia a ttulo honorfico", una tropa indgena que, por su comportamiento, haba merecido llevar el nombre reservado a las unidades blancas. As, ms tarde, Manko Kpak dar el ttulo de inca (inca por privilegio, dice Garcilaso) a los jefes indgenas que haban contribuido a la reconquista.

Unidades de guerreros, las haba en todas partes, en el imperio, inclusive en la "Llanura" donde aseguraban la proteccin de los caminos y los ros. La Guardia, por el contrario, deba de constituir la guarnicin de Tiahuanacu, en la "Montaa", sin perjuicio de suministrar sus cuadros a los cuerpos supletorios, como parece indicarlo el nombre del hroe civilizador de los tamanaques, Emilio el Guardia. Despus de la derrota de la isla del Sol, los oficiales blancos de las unidades de guerreros, que vivan con sus familias en los territorios que administraban, debieron de reagruparse por razn de seguridad: estn probablemente en el origen de las tribus blancas cuyo nombre viene de vari.

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En cuanto a la Guardia, o a lo que quedaba de ella, debi de replegarse en buen orden en la selva amaznica, al mismo tiempo que las Vrgenes del Escudo, y establecerse cerca de ellas, sobre el Nhamund y en la regin. Estos soldados profesionales de seguro no haban podido llevar con ellos a sus mujeres. No es insultar su memoria, antes al contrario, suponer que esta circunstancia los ayud poderosamente a hacerse los chevaliers-servants de las amazonas. Los descendientes de estos guardias eran los guacares "altos y blancos" que menciona el P. de Acua, los nicos "indios blancos" cuyo nombre venga de vaka, guardia, en norrs.

Quedan los blancos del Piau, esa regin perdida del Nordeste brasileo, a unos 1.000 km a vuelo de pjaro al sudeste del Amazonas. Al juzgar por las caractersticas raciales de los cabocos de hoy, los nrdicos precolombinos contribuyeron en una elevada proporcin al doblamiento de una zona donde, es cierto, los indios eran poco numerosos (52). Tratbase de refugiados de 1290? Esto sera inexplicable, pues el Piau, adems de estar situado muy lejos de los caminos principales de los vikingos, no posee una fauna capaz de retener, y menos de atraer, a hombres cuya alimentacin casi no poda depender sino de la caza. Hay que admitir, pues, que los daneses de Tiahuanacu se haban instalado en forma permanente en la regin antes de la batalla de la isla del Sol. Pero por qu motivo?

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IV

Las "siete ciudades" del Piau

1. La increble fantasa de la naturaleza

A unos 250 km al nordeste de Teresina, capital del Estado del Piau, se halla la villa de Piracuruca (cf. Mapa fig. 17), edificada en el siglo pasado y nada ha cambiado desde aquel entonces en el lugar de la aldea donde, hacia 1780, el bandeirante Domingo

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Alfonso Serto, ms conocido en la historia del Brasil con el nombre de Mafrense, haba asentado una tribu de genipapos. Sus caboclos rubios ya hablaban, hace cien aos, a los pocos viajeros que se aventuraban en la regin de las ruinas de una ciudad encantada. El hecho fue revelado por un tal Jacome Avelino en un artculo publicado, en 1886, en el diario Constituido de Fortaleza, capital del vecino Estado del Cear. El ao siguiente, una misin del Instituto Histrico y Geogrfico brasileo . visit el lugar y comprob, efectivamente, la existencia de un enorme conjunto de rocas de apariencias fantsticas.

No se habl ms del asunto hasta que Ludv/ig Schwennhagen(53), en 1926, public un plano minucioso (c.f. fig. 18), acompaado de una explicacin delirante, sobre la cual volveremos ms adelante, y dio al sitio el nombre de Sete Cidades, Siete Ciudades. En 1961; el gobierno federal ex-

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propi la zona ms de 6.000 hectreas y la convirti en parque nacional, con la doble intencin contradictoria de proteger el lugar y de atraer a los turistas. Las depredaciones que no tardaron en producirse llevaron el Instituto Brasileo de Desarrollo Forestal a prohibir al pblico la mayor parte del parque. El resto el sector ms pintoresco parece, desgraciadamente, condenado a una rpida destruccin. Cuando, desde Piracuruca, por un camino de tierra de 23 km, transitable con tiempo seco, uno se acerca a la zona, avista una lnea de fortificaciones de 3 a 5 m de altura, que pronto se revelan como meras rocas de arenizca extraamente modeladas por la erosin. Luego, se entra en una estrecho desfiladero, flanqueado de "murallas" cuyas "troneras" estn ocupadas por "caones" de tubos salientes. Es sta la "Fortaleza", mero conjunto, tambin ella, de rocas, de formas fantsticas, de unos 10 m de altura, adornadas de placas de hierro blando enrolladas que dan la impresin de piezas de artillera.

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Vienen despus dos grandes conjuntos de rocas erosionadas en las cuales la imaginacin popular, reforzada por Schwennhagen, ha querido ver dos ciudadades, con sus plazas, sus calles y una avenida. Reconozcamos, por otra parte, que, desde lejos, se cree ver casas, algunas de dos pisos. Pero la ilusin se esfuma rpidamente. Ms all de la "segunda ciudad" se alza el "Castillo", de 20 m de altura y 150 m de largo, dividido en tres compartimientos sin techo, uno de los cuales, que los cabocos llaman "biblioteca", contiene, en especies de estantes, lo que parece ser placas de piedra cortadas simtricamente los "libros" pero no es, en realidad, sino bloques con los flancos tallados por la erosin. Las otras cuatro "ciudades", que rodean el "Castillo" en medio crculo, tienen, grosso modo, la misma apariencia que las anteriores, aunque su altura no pasa de cinco metros. A unos 3 km al nordeste, se halla una zona llamada "La Descoberta" que contiene otros conjuntos rocosos de las mismas caractersticas que las Siete Ciudades propiamente dichas. Al norte de stas se alza la Serra Negra, un pequeo macizo de 120 m de altura, cuyos flancos tienen, tambin ellos, en algunos lugares, la apariencia de estructuras arquitectnicas. En varios puntos del sitio, las rocas tienen formas sugestivas en las cuales se reconocen, a simple vista, un len, dos guilas de alas desplegadas, una tortuga, un sapo, un prtico, etc. Se ven tambin cuatro enormes falos, uno de ellos en la Descoberta, con el glande bien modelado. Ms extraas an son cuatro estatuas antropomrficas, aisladas como los monumentos de una ciudad. Una de ellas representa la cara de un hombre barbado, de nariz recta y con la boca abierta, como si el personaje estuviera gritando, encima de una columna puesta en un pedestal cnico. Otra (cf.foto 10) nos muestra una cabeza barbada de nariz respingada, cubierta con una gorra de marinero. La tercera es una especie de Icaro (cf. foto 11), de un aspecto un tanto surrealista. Cuando avistamos la cuarta (cf.foto 12), nos llam primero la atencin la cabeza del hombre, cuya silueta recuerda extraamente la de un moai de la isla de Pascua. Vimos posteriormente que se trataba de un caballero medieval cuya cabalgadura, encabritada, lleva el largo caparazn de pao que se usaba entonces y cuya mano descansa en la empuadura de una espada colgada del arzn. La foto que damos de ella, desgraciadamente, no es muy buena, pues la tomamos con lluvia. Basta, no obstante, para dar una idea de la "estatua".

Eliminemos de entrada un falso problema: no hay, en Siete Ciudades, ni "Fortaleza", ni "Castillo", ni "Biblioteca"; solamente rocas a las cuales la laterizacin y la erosin dieron formas sorprendentes. Todo lo dems es fantasa pura. El hecho de que el gigantesco conjunto as constituido sea extrao e impresionante no cambia nada al asunto. Por

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el contrario, tenemos derecho a preguntarnos si la situacin es la misma en lo que atae a las figuras animales y antropomrficas que hemos mencionado. La naturaleza tiene caprichos as, no lo ignoramos, y se conocen, en el mundo, ms de un perfil humano y ms de una silueta de animal esculpidos por ella en la ladera de alguna montaa. Sin embargo, el clculo de probabilidades parece hacer muy aleatoria la posibilidad de que una decena de formas tan fciles de reconocer hayan surgido, por casualidad, en el mismo lugar. La erosin, por lo dems, suele tener espaldas anchas. "Si, dentro de mil aos, se descubren en Yellowstone los rostros de los primeros presidentes de los Estados Unidos, que fueron tallados all en la roca", nos deca en Rio de Janeiro el profesor Andr Selon, "los gelogos no faltarn en afirmar que se trata de la obra del viento y de la lluvia y los legos se maravillarn que la naturaleza haya reproducido tan claramente los rasgos fisionmicos de Washington". La erosin puede, en efecto, modelar la piedra bruta, pero tambin deteriorar la piedra esculpida de mano de hombre, sobre todo si lo fue, como en Siete Ciudades, en una arenizca relativamente blanda.

Esta segunda hiptesis parece ser la buena en el caso que nos ocupa. Veremos ms adelante que las caras europeas de las estatuas que hemos mencionado responden demasiado bien a circunstancias slidamente establecidas para ser debidas al azar. Si descubrimos en los flancos del Kilima Njaro un bloque de piedra que nos recuerde a Jpiter, pensaremos, lgicamente, que se trata de la obra incongrua de la naturaleza; pero tendremos muy buenas razones para ver en l una imagen debida a la mano de un escultor si el descubrimiento tiene lugar en las ruinas de un templo romano. Otro argumento, geolgico ste, abunda en el mismo sentido. Miremos otra vez la estatua de "Icaro" (.foto 11). Notaremos que el borde de las alas y los de la piedra curva colocada en el centro de la figura, a la derecha, estn tallados en ngulo recto, con aristas bien cortadas. Ahora bien: la erosin roe; no corta. Su trabajo, por lo tanto, es siempre irregular. Mostramos esta foto a un escultor, a picapedreros y a un gelogo: fueron unnimes en asegurarnos, sin que ninguna duda est permitida, que los ngulos en cuestin y no son stos los nicos,en Siete Ciudades haban sido tallados de mano de hombre, con instrumentos de metal. Siete Ciudades constituye, pues, un conjunto natural, producto de la erosin, de rocas, algunas de las cuales fueron trabajadas por escultores imaginativos uno solo, tal vez cuya tcnica era sumamente primitiva. Estos artistas eran blancos, como lo prueba el tipo fsico de sus modelos. Pero no eran portugueses: el estado de la piedra muestra que la obra es anterior a la Conquista, no solo del Piau, sino tambin del Brasil.

2. Los barcos rupestres

Esos blancos, lo podemos probar, eran los vikingos de Tiahuanacu. Se encuentran, en efecto, en Siete Ciudades, inscripciones que no han retenido, hasta ahora, la atencin de visitantes que las tomaban probablemente por garabatos de indios. Para identificarlas,

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era indispensable tener un mnimo de conocimiento de la escritura rnica. Y, por lo dems, antes de nosotros, nadie estudi verdaderamente un sitio que slo toma su real importancia en el marco de una investigacin ms amplia.

De todas partes, en las Siete Ciudades propiamente dichas, en la Serra Negra y en la Descoberta, se notan, en paredes ms o menos lisas, por lo general protegidas por alguna saliente de piedra, o en abrigos bajo roca, dibujos trazados con tinta colorada, a veces con agregados de tinta amarilla. Ms excepcionalmente, se encuentran inscripciones grabadas, la mayor parte de las cuales son dudosas. En algunas rocas, la tinta es muy plida, al punto de hacer ilegibles signos que se adivinan ms que se ven. En otros puntos, por el contrario, el dibujo parece haber sido trazado ayer. La mayor parte de los "paneles" con inscripciones presentan un aspecto de incoherencia que hace pensar a graffiti sucesivos desprovistos de toda intencin de conjunto. Pocos son los que en cuya composicin se puede reconocer un mnimo de armona grfica. Salvo en dos casos, las inscripciones "alfabticas" mismas ponemos "alfabticas" entre comillas por tratarse de letras del futhark rnico y no de un alfabeto, en el sentido etimolgico de la palabra estn colocadas en medio de signos, variados que no tienen nada que ver con ellas. A menudo, las paredes pintadas estn sembradas con impresiones de manos que son reveladoras: las unas son longilneas, como las de los nrdicos; las otras, brevilneas, como las de los indios (cf.foto 13). Haba, pues, en Siete Ciudades, dos razas, con diferencias antropolgicas bien marcadas, que vivan juntas. En una roca, situada muy cerca del "Castillo", que se llama Pedro do Americano, se halla una pared pintada de la que tendremos varias veces la oportunidad de volver a hablar. Se nota en ella, en primer lugar, un dibujo (cf. foto 14) que no puede ser sino el de un drakkar. Con todo, el barco no tiene la silueta a la cual estamos acostumbrados. Aun cuando tomemos en cuenta el hecho de que se lo ve de tres cuartos, por atrs, lo cual lo acorta, no deja por ello de ser ms profundo, vale decir, de hecho, de borda ms alta, que los barcos escandinavos del perodo vikingo. En realidad, debe de ser bastante posterior al drakkar de la poca clsica, intermedio entre ste y el knorr, la nao del siglo xiv. El dibujo de la figura 19 nos da una idea del asunto.

No hay duda, no obstante, de que el barco sea escandinavo. No slo lo sugiere su forma en particular su proa con cabeza de animal, sino que la inscripcin que lleva (cf. fig. 20) lo establece sin discusin posible.

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Aunque est redactada con caracteres degenerados que indican, por otra parte, un origen relativamente reciente, nuestro colaborador del Instituto de Ciencia del Hombre, de Buenos Aires, el profesor Hermann Munk, a quien debemos todo el trabajo filolgico de nuestra investigacin, pudo trasliterarla:

inka ilo uap

Lo cual significa, con una reserva en cuanto al tiempo del verbo *

Incas corriendo en armas

l empleo de la palabra inka para designar a los blancos del Per es, por lo tanto, anterior a Manko Kpak. Los daneses de Tiahuanacu siempre se llamaron "Descendientes": los descendientes de los vikingos de llman (14).

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El otro barco (cf. foto 15), desprovisto de cualquier inscripcin, est situado en la Descoberta. Es un drakkar, visto de tres cuartos, de frente. Aunque est ms ventrudo de lo que se podra esperar, su proa afilada, con una cabeza de zorro o de lobo, es clsica, como lo es igualmente el remo timn que sobrepasa de la quilla.

* (INKA: de ing, sufijo que, en todas las lenguas germnicas,significa "descendiente" y que encontramos en castellano en las palabras merovingio, carolingio y lotaringio. Es, todava hoy, un nombre de pila muy difundido en las islas de Frisia. ILO; antiguo alemn, ilen; antiguo sajn, ilian: correr, apurarse. UAP: antiguo nrdico, vapn; antiguo sajn, wapan; antiguo frisen, wcpiw; gtico, wepna; antiguo alemn, waffan\ alemn moderno, waffen(plural): arma(s).)

3. Los "barbudos de la llanura"

Sobre el borde de la saliente de un gran abrigo bajo roca situado en la Serra Negra, relevamos dos inscripciones idnticas, hechas de signos longilneos, trazados con tinta colorada, que tienen unos 50 cm de altura (c.f. foto 17 y fig.21).

Mientras que la pared del fondo y el "techo" del abrigo estn cubiertos de centenares de pequeos dibujos someros y de signos rnicos o runoides aislados (cf. foto 16), esos dos conjuntos de caracteres se destacan solos, bien en evidencia, como si se tratara de una especie de letreros.

Cada uno de los signos est compuesto de dos letras rnicas superpuestas tres en cuanto al ltimo, que se deben leer de arriba hacia abajo, al modo de los 92

samstavsruner daneses, tales como los hallamos, por ejemplo, en una inscripcin de Hedeby (54). Obtenemos as la trasliteracin:

skea akma an matsis

cuyo anlisis revela ciertas anomalas. La ms llamativa, ya encontrada en -el Paraguay (16), es la mezcla de los alfabetos" utilizados. La primera k pertenece al antiguo futhark y la segunda, al nuevo, mientras que el tercer carcter, ea, corresponde al futhorc anglosajn. Por otra parte, la a superior del cuarto signo y las dos letras del penltimo estn invertidas, lo que tambin es frecuente en el Paraguay. Por fin, las dos primeras a y la segunda k, de dibujo muy degenerado, casi no pueden ser identificadas sino gracias a su contexto. Sealemos tambin que manchas de tinta, redondas, cubren cinco letras, netamente perceptibles a simple vista, como se lo nota comparando la foto con el dibujo, ejecutado en el lugar, del que las hemos eliminado.

El sentido de esta inscripcin no puede ser ms claro *:

Los inteligentes barbados cerca de su residencia de la Llanura

La inteligencia y la barba, era esto lo que ms diferenciaba a los blancos de los indios. La Llanura, los descendientes de los vikingos de Tiahuanacu llamaban as, por oposicin a la Montaa, las tierras bajas que se extienden de la Cordillera de los Andes al Atlntico. Y el abrigo baj roca que lleva esas inscripciones est situado en la pequea sierra que domina la llanura local y encima de la cual esos nrdicos, tales como los conocemos, deban de haber edificado sus casas. A pesar de la reserva de orden filolgico que hemos formulado, matsis debe de significar, pues, "residencia de la Llanura". Ya encontramos ms de un error de ortografa en las inscripciones rnicas del Paraguay. Como estas ltimas, las que nos ocupan aqu, aunque son de estilo clsico, pertenecen a una poca relativamente reciente, como lo prueban, por un lado, el empleo de la m danesa tarda y, por otro, la degeneracin de algunos de sus caracteres. Sea lo que sea en cuanto a este punto de detalle, la inscripcin de la Serra Negra constituye una verdadera firma.

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* (SKEA: antiguo nrdico, skegg, barbe. AKMA: de la raz germnica ah, pensar; gtico, ahma, espritu, inteligencia.AN: antiguo alemn, an, cerca de. MAT: antiguo sajn, matha, pradera; dialectos alemanes del Sur, matte (mat, matt, en numerosas denominaciones geogrficas): prado de montaa. SIS, en el sentido de residencia, es un tanto dudoso, pues deberamos encontrar una palabra cuya raz sea sit (Sitz, en alemn moderno).

4. El guardin *del solar

Volvamos a la Pedra do Americano. En un pequeo hueco de su saliente de piedra, y nico en esta posicin, a 1,70 de altura, aparece un dibujo (cf. foto 18), pintado en colorado, cuyo marco est constituido por un uruz (u rnica), smbolo de la fuerza viril, en runologa ideogrfica. Este mismo signo, aislado, de un ancho mximo de alrededor de un metro, figura a media altura del enorme monolito flico de la Descoberta, en la faz que domina Siete Ciudades.

Las dimensiones del uruz de la Pedro, do Americano son ms modestas; treinta centmetros de ancho mximo. En su interior, se notan las cuatro lneas de una inscripcin rnica (cf. fig. 22) demasiado plida para salir en las innumerables fotos en blanco y negro y en colores que tomamos de ella, pero perfectamente legible a simple vista.

Su trasliteracin da:

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ulkum uifs ska uba yrta elgos uk og kakiiuam

Se trata, tambin aqu, de una inscripcin tarda, como lo muestra la a latinizada y la , cuya posicin se encuentra desviada de 90, de la segunda lnea y las ligaduras abusivas de la primera, que marcan una neta degeneracin grfica, y de lagenaria. La y de la segunda lnea pertenece al futhorc anglosajn. A pesar de estas anomalas y de algunas letras parcialmente borradas, la traduccin no ofreci dificultad alguna *:

Pequea hada-de-los-bosques de Ulf,

[guardin de este solar, astuto y rabioso como el alce diino y rompedor (de cabezas)

Ulf es un nombre vikingo muy comn. El alce, hoy en da desaparecido en Europa, poblaba, en la Edad Media, las selvas del Norte. En la ltima lnea, el texto dice solamente "rompedor". El complemento va de por s, para quien conoce la terminologa y las costumbres de los vikingos.

Aqu estamos, pues, frente a un personaje concreto, un vikingo llamado Ulf, curador de un lugar sagrado al que la gente de su raza atribuan una importancia especial y cuya naturaleza definiremos ms adelante. El es l jefe local y se empea en que se lo sepa, puesto que utiliza para s el smbolo de la fuerza viril que domina el sitio. Un guerrero, que, en su vida, rompi ms de un crneo con su hacha de combate y que, a pesar de su astucia natural, sa calienta fcilmente. Carece por completo de modestia y no vacila en compararse con un alce divino. Pero es lo bastante sabio y lo bastante piadoso para invocar al hada de los bosques que lo protege. Salvo que, ms humanamente, el signo-

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de la fuerza viril concierna a una tal Hska el nombre existe todava en los pases germnicos, nia de sus ojos...

* (UL: antiguo alemn, ul, heredad, solar de una familia, una tribu, una raza. KUM: antiguo alemn, kum(me) y kumpf, recipiente (lo que conserva. Cf. sus derivados en el alemn moderno: Kummer, preocupacin, pena, y kummervoll, preocupado). XJLFS: genitivo de lfr, nombre norrs. ILS: antiguo alemn, ils, hada de los bosques. KA, diminutivo. XJBA: antiguo nrdico, ubaR, astuto. YRTA: antiguo alemn, irri; anglosajn, yrre: rabioso. ELG: antiguo nrdico, elgr, alce. UK: antiguo nrdico, auk; antiguo sajn, ofc: tambin, asimismo. OS (grafa normalizada, as); dios ase de la mitologa escandinava. OG: norrs, og: y. KA: prefijo que indica la integridad, la reunin, etc. KLIUAM: antiguo nrdico, kijufa; antiguo alemn, fclioben; antiguo sajn, fcliothan; anglosajn: cleofan: romper.)

5. Una amenaza

Tambin en la Pedro, do Americano relevamos una inscripcin un tanto criptogrfica, aunque sus letras estn bien dibujadas (cf. foto 19), que acompaan, a guisa de firma, debajo, un grupo de runas ligadas difcil de leer y, a la izquierda, uno de esos "diablos" de los que ya mostramos otra representacin (cf. foto 13). La trasliteracin tropez con varias dificultades que, segn creemos, pudieron superarse:

aulth mik nialna ifi ikil tulsuia

Nialna parece ser la forma femenina del nombre Njal, pero no hay seguridad al respecto. Ifi diminutivo, abreviatura, sigla? no tiene sentido para nosotros. El resto, por el contrario, es clarsimo *. Tenemos as:

Fuerte, poderosa (o)

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Nialna ifi pica El que blande la jabalina.

El litograma sugiere la idea de una amenaza a alguna temible guerrera. Y, puesto que los vikingos solan dar nombres a sus armas, el incomprensible ifi podra muy bien designar la eficaz jabalina de un ncomprendido o de un cornudo. Pero no es sta sino una hiptesis.

* (AULTH: antiguo alemn, ald, od: fuerte. MIK: antiguo alemn, mikil, poderoso. IKIL: antiguo nrdico, ikuli; antiguo sajn y antiguo alemn, igil: picar. TUL: antiguo alemn, tull, punta de flecha o de jabalina. SUIA: antiguo sajn y anglosajn, swingam; antiguo alemn, swinkam: blandir, lanzar, golpear, azotar.)

6. Graffiti antroponmicos

Fuera de las inscripciones que acabamos de analizar y que, a pesar de algunas anomalas de su grafa, pueden considerarse clsicas, numerosas superficies relativamente planas de las rocas de Siete Ciudades estn cubiertas de grafiti, ya lo hemos dicho. Son signos aislados, como los que se ven en la foto 16, o grupos de runas trazadas por manos inexpertas. Muchos de estos ltimos se han vuelto ilegibles con el tiempo. Otros han podido, total o parcialmente, ser descifrados y traducidos, a pesar de una grafa a menudo fantasista y a veces degenerada. Se trata, por lo general, de antroponmicos, probablemente trazados por peregrinos, como veremos ms adelante. Limitmonos a dar algunos ejemplos de ellos.

Es en la Serra Negra donde se encuentra la mayor cantidad de tales graffiti. El de la figura 23 (trasliteracin: amlnu, con una n aberrante) es una de las formas del nombre de que hicimos Emilio (el que corre rpido). Otro, ll (cf.fig. 24}, reproduce el nombre, frecuente en la poca vikinga, del dios de los cazadores. Natka (cf. fig. 25), culebrita *, es evidentemente un nombre de mujer, tal vez dado por el autor del garabato, bajo la inspiracin del momento, quien acababa de deslizarse entre sus dedos.

* (NAT: antiguo nrdico, nadr; antiguo sajn, nadra; antiguo

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alemn notara: culebra. KA es un diminutivo.)

Dos otros graffiti de la Serra Negra son ms difciles de interpretar, en razn de las runas ligadas y deformadas que comportan. El primero (cf. fig. 26), cuya trasliteracin parece dar luka huni (h arcaica), es de traduccin dudosa.

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Por un lado, en efecto, huni tiene un doble sentido; por otro, la nica raz posible de lka no se encuentra en ninguno de los idiomas germnicos conocidos. El profesor Munk propone, con las reservas del caso, el muchacho flexible o el gigante flexible *. El segundo (cf. fig. 27) es en extremo anrquico.

* (LUKA: indoeuropeo, lug, torcer; antiguo griego, Xvyo, rama flexible; HUNI: antiguo nrdico, hunn, osito; norrs dialectal, hun, muchacho. O bien: anglosajn y antiguo alemn, huni, gigante.)

Se lee difcilmente etifcu isa. La palabra que figura en primer lugar significa el que hiere. La otra tal vez una especie de firma es verosmilmente un nombre de mujer.*. En la Pedra do Americano, relevamos otro litograma del mismo tipo (cf. fig. 28), cuya grafa es muy cuidada y cuyas runas son clsicas, a pesar de la u invertida que se encuentra en numerosas inscripciones, tanto en el Brasil como en el Paraguay.

En trasliteracin, se lee swaiu, del antiguo nrdico swa, fro. Si se trata realmente de un hombre de persona, como lo suponemos, el sentido debe de ser el sereno. En otra roca de la "segunda ciudad" se destaca un grupo de signos curiosamente ligados, pero perfectamente legibles (cf. fig. 29), cuya trasliteracin da ikilot, vale decir el espinoso ** o, en traduccin libre, el jorobado.

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* (LETI: antiguo nrdico, letja; antiguo sajn, lettian: herir, violentar. KU: diminutivo. ISA: antiguo nrdico, antiguo sajn y antiguo alemn, isarn, de hierro.)

**(IKIL: antiguo nrdico, igull (ikuli); antiguo sajn y antiguo alemn, igil: picar. OT: sufijo del antiguo alemn, oti,dotado de)

Al margen de todo eso, hay, en el casero de Siete Ciudades, un bloque de piedra (c;f. fig. 30), cubierto de inscripciones rnicas, al que varias quebraduras dieron la forma de un tringulo trunco de unos 40 cm de altura. Nadie pudo precisarnos el lugar exacto donde se lo haba recogido. Sin embargo, su autenticidad no est en tela de juicio: las letras que lleva son de una grafa en todo semejante a la de los litogramas que relevamos en las rocas y la tinta, marrn y colorada, con la cual fueron trazadas presenta las mismas caractersticas y la misma ptina que la de estos ltimos.

Las dos primeras lneas las nicas legibles con certeza estn compuestas de pequeas runas regulares, de color marrn, cuatro de las cuales, al principio, estn ligadas, como tambin las dos. ltimas de la hilera superior. En la segunda, se nota una n que pertenece al futhorc anglosajn. Trasliteracin probable:

zaku wijwero kenu ulil

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Viene despus un odala inclinado que podra ser la primera letra de la palabra og, "y". Zaku y Ulil parecen ser nombres, el primero derivado del antiguo alemn zack, dure, constante, y el segundo, del antiguo alemn ul, heredad, solar. De ser realmente as, tendramos *:

Zaku, mujer de armas Ulil, el audaz (o: el sabio)

Mencionemos an tres monogramas (cf. fig. 31), el primero de los cuales se halla en la Pedro do Americano y los dos otros, en una de las rocas de la Descoberta. Son, en cuanto a su factura, en todo semejantes a los que abundan en los pases germnicos. El primero (trasliteracin liubu **) significa el amable, el segundo (kilt ***), el destructor o el matador. El tercero (Tholf) es un diminutivo del gtico Athalweipo, del que hicimos Adolfo.

* (WIF: antiguo nrdico, vif; antiguo frisen, antiguo sajn y anglosajn, wif: mujer. WERO: antiguo alemn, wer, hombre armado. KENU: antiguo nrdico, kosnn: sabio; anglosajn, cene, audaz.)

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** (LIUBU antiguo nrdico, liufr; antiguo sajn, iof; antiguo alemn, lieb: amable, amado, querido.)

*** (KILT: germnico, qildiz, ocaso del sol; anglosajn, cwield, cada, destruccin, muerte; ingls moderno, to kill, matar.)

7. Consejo y mofa

En la Serra Negra, relevamos, en medio de muchos otros litogramas dudosos o incompletos, dos inscripciones cuya grafa es muy irregular, pero que, no obstante, parecen tener un sentido comprensible que indicamos con la prudencia que se impone y con las reservas del caso.

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La primera (cf. fig. 32) contiene dos grupos de ligaduras manifiestamente abusivos y, lo que es ms extrao pero el caso no es nico y se debe probablemente a matices de pronunciacin, dos e que pertenecen, el uno al futhorc anglosajn y el otro al nuevo futhark.

Su trasliteracin no ofrece, sin embargo, dificultades insuperables:

lase lei aku

La traduccin es ms aleatoria. Pues, si no hay mucha duda de que Lase sea un nombre o un apodo, el tiempo del verbo lei nos es desconocido, mientras la etimologa no nos suministra ninguna forma intermedia entre aku y su posible raz indoeuropea, lo cual es un tanto inquietante. Tenemos, pues, que contentarnos con un sentido probable *: Lase, deja tu punta

La palabra "punta" es muy imprecisa. Lgicamente, debe referirse a un arma puntiaguda, verosmilmente una jabalina. Pero no estamos seguro,

El otro litograma (cf. fig. 33) comporta dos grupos de runas ligadas, el primero de los cuales, netamente aberrante, atestigua una evidente degeneracin grfica.

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No es,por otra parte, sino el final de una inscripcin cuya primera parte est borrada, puesto que la palabra de la lnea superior, uk (og, en grafa normalizada), significa "y". Trasliteracin probable:

uk umiiska gluk ul

La traduccin es fcil en cuanto a las ltimas dos palabras. Ul es la heredad, el solar, y hemos visto ms arriba que los vikingos del Brasil aplicaban el trmino a Siete Ciudades. Gluk ** quiere decir "fuerte". Gluk ul da muy exactamente el sentido del francs "hautlieu", lugar sagrado de un pueblo.

* (LASE: antiguo nrdico, letja; gtico, latjan: perjudicar, fsicamente. De donde: el que hiere. LE: antiguo nrdico, Ija; gtico, leisen: dejar. AKU: indoeuropeo, cik, punta.)

** (GLUK: antiguo alemn, kioka; bajo alemn, kiok; medio neerlands, cloefc: fuerte.)

Umiiska, s, plantea un problema gramatical, y muy serio. Umil parece ser una de las formas dialectales de nuestro nombre de pila Emilio, aqu en genitivo. Ka, por otro lado, es un diminutivo. Segn la usanza de los idiomas germnicos, la s del genitivo se coloca al final de la palabra que determina, sea sta simple o compuesta. Ahora bien: la encontramos aqu entre el nombre y su sufijo. El profesor Munk considera que esta particularidad hace sumamente dudosa una traduccin que, sin ella, sera clarsima:

y el lugar sagrado del pequeo Emilio 104

No excluye, sin embargo, la posibilidad de una anomala dialectal o de un error de gramtica. Tal vez, inclusive,los dos signos, cuya trasliteracin en ka est lejos de ser evidente, no sean sino firuletes desprovistos de todo significado. Tendramos entonces, meramente:

y el lugar sagrado de Emilio

Mofa con respecto, a un camarada pretencioso, en el primer caso; profesin de fe o testimonio de devocin, en el segundo.

8. Unos smbolos nrdicos

Adems de los litogramas, los ms legibles de los cuales acabamos de estudiar, las rocas de Siete Ciudades llevan, ya lo hemos dicho, millares de signos cuyo significado se nos escapan, y tambin numerosos dibujos, la mayor parte de los cuales nos son igualmente incomprensibles. Consideremos algunos otros que, por el contrario, tienen un sentido clarsimo. Todos, notmoslo, son contemporneos de las inscripciones y fueron trazados, por lo dems en distintas pocas, con la misma tinta.

El origen de algunos de ellos es, no obstante, discutible. Tal vez, por ejemplo, pudiera atribuirse a los indios el "diablo" de la foto 13, a pesar de sus cuernos, de inspiracin netamente europea. Los innumerables soles errantes, como el que vemos en la foto 16, plantean la misma incgnita. Por el contrario, ninguna duda es posible en lo que atae a la rueda solar de la figura 34, esbozo de una swstika. Tal vez se pueda vacilar ante los varios rboles de Vida (cf. fig. 35), algunos de los cuales llevan en su cima el nido de guila que, en la mitologa escandinava, simboliza-el Walhala, pero no frente a una estilizacin como la de la figura 36, en la cual las ramas toman la forma de la runa de la vida, arriba, y de la runa de la muerte, abajo.

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Ms significativos an, de ser posible, son los martillos de Thor que encontramos, en dos ejemplares, a la izquierda de la inscripcin de la figura 2 y en numerosos otros lugares, por ejemplo en la Descoberta (cf. foto 20). La forma de esos dibujos no deja

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duda alguna en cuanto a la naturaleza del objeto que representan, y ste constituye el smbolo ms caracterstico de la mitologa escandinava.

Observemos, por fin, la foto 21. En ella vemos una cruz, ms ancha que alta, que no tiene nada de cristiano. Tanto menos cuanto que, debajo de su brazo izquierdo desde el punto de vista del observador figura la Serpiente del Mundo, tan a menudo representada en las estelas y cruces del perodo vikingo. El dibujo doble, en forma de reloj de arena, que se ve ms abajo no parece ser escandinavo. Pero se lo encuentra en los kellka rezapaliche de Tianuanacu, vale decir en los pergaminos que utilizaban, gracias a una esentura ideogrfica preexistente, para ensear el catecismo a los indios, los primeros misioneros espaoles (14). El signo significa "tierra" o "mundo". Un poco arriba, a la izquierda, la Cruz del Sur simboliza evidentemente el hemisferio austral. El conjunto, pues, es tan coherente como sea posible.

Todos estos smbolos nrdicos corresponden demasiado bien a las inscripciones rnicas de las cuales hemos reproducido las ms claras para que sea til insistir en su origen vikingo. Debemos agregarles una imagen, situada en una de las rocas de la "Fortaleza", cuyo tema, si bien no es especficamente escandinavo, no deja por ello de pertenecer exclusivamente a Europa: la de una sirena (cf. fig. 37) que slo pudo salir de la nostalgia de un marino.

9. Unos gigantescos "Externsteine^

Estamos muy lejos, pues, de las alucinaciones histricas de Schwennhagen (53), quien, sin traer la menor prueba, por supuesto, hace llegar en el Nordeste brasileo a los carios 107

del Asia Menor, de los cuales los tupes seran los descendientes, los pre-egipcios(?), los fenicios, los etruscos, las amazonas de Capadocio "que los fenicios invitaron a ir, en sus barcos, al nuevo Canan descubierto por ellos en el Ocano Atlntico", y hasta los trvanos. De la llegada de estos ltimos, nadie poda dudar, puesto que una aldea tup de la costa se llama Tutia, nombre que no puede ser sino una deformacin de TurTria: Tyr y Troya...

No es nuestro propsito analizar aqu la vieja tesis de Onffroy de Thoron(55), que Schwennhagen no deja de retomar y segn la cual los barcos de Hiram y de Salomn frecuentaban las orillas del Amazonas, lo cual, por lo dems, no es imposible. Un hecho cierto es que ni los fenicios, ni los hebreos, ni los troyanos, ni los "pre-egipcios" empleaban el dialecto germanodans del Schieswig ni la escritura rnica. Y tampoco los etruscos, a pesar de que su alfabeto se pareciera muchsimo, en razn de un origen comn, al de los escandinavos, como tambin era el caso de los que usaban los fenicios y los protogriegos (%). Las inscripciones rnicas de Siete Ciudades no pueden provenir sino de los vikingos del Sur. Con mayor razn debemos descartar, aun cuando sigamos emplendolo, puesto que se trata de una denominacin geogrfica actual, el nombre que Schwennhagen da al sitio que nos ocupa. Se hablaba mucho, en la Edad Media, de la nsula septem civitatum, una tierra situada ms all del ocano, a la cual habran llegado en el siglo viii, al escaparse de la dominacin rabe, el arzobispo de Porto, seis otros obispos portugueses y 5.000 de sus feligreses y donde habran edificado siete ciudades. No existe ni la menor prueba de tal emigracin y el relato que tenemos de ella significa meramente que se conoca, en aquella poca, la existencia de las tierras americanas. Y, de cualquier modo, las Siete Ciudades del Piau no son sino rocas.

Schwennhagen saba perfectamente a qu atenerse al respecto. No trata de ninguna manera, en su obra, de hacer pasar por ruinas los conjuntos naturales de Sete Cidades. Hasta se acerca curiosamente a la verdad cuando, despus de describir la orden de los druidas, escribe: "En el Norte del Brasil donde los carios impusieron por primera vez su poder colonial, los plagas [sacerdotes de los antiguos tupes] eligieron la zona de Siete Ciudades como sede de la Orden y centro nacional de las poblaciones emigrantes. Para eso, necesitaban fundar una gran ciudad, pero la Naturaleza segn sus creencias, Tupa [Dios] mismo ya haba construido esta ciudad con un esplendor y una amplitud tales que nunca el trabajo del hombre podra crear una obra igual. As podemos entender cmo el gran Castillo del medio y los Centenares de altas paredes y rocas fantsticas fueron aprovechados para formar una ciudad sagrada...". De eso provendra el nombre del Piau, deformacin reciente de Piagu, tierra de los plagas.

Olvidmonos de los carios y pensemos en la impresin que debieron de experimentar los vikingos que, por una razn que mencionaremos ms adelante, se encontraron un buen da frente a Siete Ciudades. Como todos los hombres del Norte inclusive los galos,

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los escandinavos celebraban sus principales fiestas religiosas en el seno de la naturaleza. Tenan templos, por cierto, pero sobre todo bosques sagrados, montaas sagradas, fuentes sagradas, rboles sagrados. Los vikingos, llegados de Tiahuanacu al Piau, slo conocan por tradicin oral esos lugares de culto. Y, de repente, se encontraron frente a un sitio en todo semejante, gigantismo apart, a los que mencionaban los relatos trasmitidos de generacin a generacin. No podan dejar de utilizarlo: la voluntad de Odn era manifiesta.

Los hechos van mucho ms lejos de lo que sugieren las frases que acabamos de escribir. Siete Ciudades no se limita a parecerse a un lugar de culto germnico cualquiera:

recuerda invenciblemente uno de los ms clebres de ellos, los Externsteine del Teutoburger Waid, en Baja Sajonia, actual Lana del Alto-Rhin-Westfalia. Se trata de un conjunto Le rocas, extraamente trabajada por la erosin, donde se celebraban las fiestas del Solsticio y que la Iglesia cristianiz ms tarde. Tenamos una foto de los Externsteine y, al llegar a Teresina, la mostramos sin decir nada, en medio de una conversacin sobre Siete Ciudades, a un grupo de altos funcionarios del Estado y del Instituto Brasileo de Desarrollo Forestal. Todos la miraron sin insistir, por resultarles familiar, y reconocieron sin vacilar rocas de su Parque Nacional. Las caras reflejaron la incredulidad general cuando precisamos que no se trataba en absoluto de una foto tomada en Siete Ciudades. Slo una minuciosa observacin del documento pudo convencerles de que decamos la verdad.

No exista, en la Edad Media, frontera rgida alguna entre Dinamarca y Alemania. Los vikingos del Schieswig eran daneses, sajones, frisones? Un poco todo esto a la vez: lo prueba su dialecto. Recin mucho ms tarde una lnea de demarcacin, por otro lado un tanto vagabunda, dividi en dos una regin donde, aun hoy, daneses y alemanes estn mezclados. Los Externsteine sajones no eran extraos, pues, para los vikingos Haithabu, antepasados de los Hombres de Tiahuanacu. Ms todava: en la poca, el siglo ix, en que Sajonia fue cristianizada por Carlomagno, gracias a argumentos teolgicos... cortantes, ya haca tiempo que los ancestros de los autnticos descubridores de Sudamrica estaban establecidos en Irlanda y en Inglaterra. Por lo tanto, sus tradiciones conservaban intacto el recuerdo, no slo de lugares de culto que haban cuidadosamente reproducido en sus feudos insulares, sino, tal vez, ms especialmente, del ms clebre de ellos: el del Teutoburger Wald. El hecho de reencontrarlo, en ms grande, en el Piau, debi, para ellos, acercarse al milagro. (Cf. fotos 22 y 23.)

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Sea lo que sea, los vikingos se instalaron en Siete Ciudades. Algunas familias de godi de sacerdotes se radicarn en la regin y, buscando bien no tuvimos ni el tiempo ni los medios necesarios para hacerlo, se reencontraran probablemente los rastros de sus casas. En oportunidad de las fiestas, la gente deba de venir de la costa y de otras partes para asistir all a las ceremonias del antiguo culto solar. Los tapuias y los tupes haban sido debidamente sometidos y se los empleaba como auxiliares. Razn por la cual manos indias estn impresas en las paredes de Siete Ciudades. La mezcla se produjo con el tiempo, como siempre cuando dos razas conviven sin hostilidad. La actual poblacin cabocla del Piau es su resultado.

10. El puerto minero del Parnaiba

Queda por saber cmo los daneses de Tiahuanacu descubrieron Siete Ciudades, por qu frecuentaban una regin tan alejada de su centro del Altiplano y hasta de la desembocadura del Amazonas. Aun cuando sus drakkares navegaran a lo largo de la costa sudamericana, y el napa de Wadseemller (16) es prueba de que lo hacan, no tenan razn alguna de penetrar profundamente ms de 100 km a vuelo de pjaro en el interior de tierras donde nada pareca deber atraerlos. Tal es, por lo menos, la impresin de quien recorre, hoy da, el Piau y estudia su mapa. El asunto se presenta de modo distinto si se considera la situacin en la poca de los vikingos.

Sealamos, en el captulo II, un hecho contemporneo aparentemente extrao: los guaranes y los tupiguaranes con los cuales los daneses de Tiahuanacu haban poblado las orillas de los ros que utilizaban estn todava all, como lo muestra el mapa de la figura 6\ pero-, en el Sao Francisco, slo en la desembocadura y en las fuentes. La explicacin de tal anomala es a la vez la ms sencilla y la ms difcil de imaginar: el curso medio del ro an no existia en aquella poca. En su lugar, entre la actual ciudad d( Remanso y las cadas de Paulo Afonso, en un ancho promedio de 200 km (cf. mapa de la fig. 38), se extenda una inmensa laguna, hecha de pantanos y de lagos que se llenaban durante el invierno y de la cual emergan numerosa; sierras, algunas de ellas con una altura que llegaba a los 300 m sobre el nivel del mar. Tres ros drenaban sus aguas

Dos de ellos se dirigan hacia el este: el Opala, que llev hoy da el nombre de Sao Francisco, y el Reala, cuyo rastro no ha sido reencontrado jams. Otro segua el valle que corta las sierras entre Remanso y Sao Joo del Piau y se echaba en el actual ro Piau al que deba de traer un volumen de agua muy superior al que le llegaba y sigue llegndole de Sao Raimundo Nonato. El ro, por lo tanto, deba de ser navegable por

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lo menos a partir de la unin de sus dos brazos y, en el invierno, desde la laguna. Por el Parnaiba, uno de cuyos afluentes constituye, conduca hasta el ocano.

En 1587, el cronista Gabriel Soares, que cita Schwennhagen (53), oy hablar, por los tupiguaranes de Baha, del Sergipe y del Piau, que crean que segua existiendo, de la Gran Laguna Up-Ass, con sus islas en las cuales se hallaban enormes minas de plata.

El vaciamiento de los pantanos no databa, pues, de tiempos inmemoriales. Pero cmo se produjo? Lo sabemos gracias a la comunicacin presentada, en 1919, por el general Ivo do Prado al Congreso de Geografa de Belo Horizonte acerca del ro Reala: las aguas de la laguna encontraron, en determinado momento, una puerta de salida suficiente por las cadas de Paulo Afonso y, del Up-Ass, pronto no qued sino el curso medio del Sao Francisco, tal como lo conocemos. Esta transformacin se debe a la naturaleza? En una regin volcnica, se podra admitir que un terremoto haya rebajado brutalmente el umbral del desaguadero que daba nacimiento al Opala.

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Pero no es ste el caso. Slo quedan pues, dos explicaciones: o bien la ampliacin de la catarata de Paulo Afonso fue el resultado de la erosin provocada por el agua que corra por ella, o bien se trata de un magnfico trabajo de ingeniera hidrulica. Tenemos que rechazar, de inmediato, la primera, pues el desgaste de la roca habra exigido miles o millones de aos. Queda la segunda. Y, de hecho, Ludwig Schwennhagen, cuya lujuriante imaginacin nunca perjudica los resultados de una observacin precisa y leal, como bien lo muestra su estudio de Siete Ciudades, examin minuciosamente es l quien emplea la palabra las cadas que la actual central elctrica no haba desfigurado an y descubri los rastros de una obra extraordinaria: "cinco canales simtricos que echan sus aguas separadamente en una misma cavidad, cuadrangular, de 50 metros de profundidad, cortada en la piedra viva". Despus de lo cual el buen hombre compara las obras de Paulo Afonso con las de Khartum y los atribuye a ingenieros egipcios egresados de una escuela de hidrulica fundada por Ramss I... Pero, repitmoslo, la Gran Laguna an estaba presente en la memoria de los indios al final del siglo xvi.

Cul era la razn de ser de esa obra? Por un lado, probablemente, la de crear, arriba y abajo de las cataratas, zonas frtiles para las poblaciones indgenas vasallas. Pero, sobre todo, la de establecer una va de comunicaciones fluvial permanente no era ste el caso de la Gran Laguna entre una zona minera excepcionalmente rica y el Atlntico: zona sta qu comprenda,-no slo las antiguas islas del Up-Ass, sino tambin el territorio del actual Estado de Minas Gerais, a travs del cual corre el Sao Francisco y donde se ven innumerables minas precolombinas. No fue por casualidad, por lo tanto, que los portugueses, segn un cronista que cita Fawcett (35) sin nombrarlo, habran descubierto, en el siglo xvi, en el Estado en cuestin, una tribu cuyos miembros tenan barba y piel clara. Las mujeres de los molomaques eran "blancas como inglesas, de cabello dorado, platinado o castao". Tenan "rasgos delicados, manos y pies pequeos y cabellos hermosos y sedosos".

Los tupiguaranes de la regin, conocan perfectamente, por otra parte, los distintos metales, aunque todo parezca indicar que desconocan su uso. Llamaban, en efecto, el oro it-membeca; el cobre, it-iqueza; el hierro, it-una', y el acero, it-it. Todos estos trminos estn formados de it, piedra, y de un calificativo de color, de consistencia o, en lo que atae al acero ("piedra doble"), de composicin. Parecen, por lo tanto, artificiales, como sus equivalentes en el guaran del Paraguay (cuarepofi, hierro; cuarepotiyu, oro; cuarepotifi, plata, etc.) cuya raz es distinta. Fueron fabricados, para uso de los indgenas, como algunos lo supusieron, por los misioneros o los colonos portugueses? Por cierto que no, puesto que figuran en la toponimia precolombina. Lo fueron por los vikingos, pues: no hay otra explicacin. Queda por saber por qu stos atribuan tanta importancia a metales que, evidentemente, no mandaban al Per que estaba lleno de ellos, al punto de desecar la Gran Laguna para tener ms fcilmente acceso a las minas del centro brasileo. Sin duda necesitaban, para ellos y para las poblaciones indgenas, hierro, cobre y estao,

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para fabricar armas y herramientas. Pero el oro y la plata, esa plata que, segn las tradiciones indias, los interesaba en grado mximo? Es ste un problema en el cual estamos trabajando y que esperamos poder resolver algn da.

En el ro Sao Francisco se encuentran an, es cierto que cada vez menos, grandes barcas que sirven para el transporte de mercaderas. Su proa corva lleva una figura de madera tallada la carranca que representa un monstruo, generalmente medio humano y medio animal, cuyo pelo siempre est pintado de rojo y a la cual los marineros atribuyen una funcin protectora: la carranca aleja el "negro de agua", un genio malfico que hace volcar las embarcaciones, y, si el barco est por hundirse, avisa a la tripulacin con tres gemidos. No se encuentran estas barcas en ningn otro lugar del Brasil y el origen de su forma y de su mascarn de proa ha constituido, hasta ahora, un misterio que en vano numerosos etnlogos han tratado de esclarecer. Ahora bien: basta mirar una de ellas (cf. foto 24) para darse cuenta de su similitud con los drakkares: la misma forma, en ms ancho, la misma construccin con tablas encabagaldas, la misma proa, aunque el animal de los barcos escandinavos est sustituido, aqu, por un monstruo semihumano, vale decir, probablemente, en el origen, por la imagen terrorfica de un vikingo de pelo rubio ( cf. foto 25);

El asunto del Upa-Ass nos ha alejado un poco de Siete Ciudades. No tanto, a pesar de todo, puesto que hemos visto que, antes del desecamiento de la laguna, las aguas de sta se volcaban en parte, por lo menos durante el invierno, en el ro Piau, afluente del Parnaiba. El mineral, o el metal ya elaborado poda, por lo tanto, por esta va, trasportarse hasta el Atlntico. En el territorio mismo del Piau, por lo dems, no faltaban minas explotadas antes de la Conquista, principalmente en la Serra do Sumidouro donde se ven numerosas galeras abiertas en las rocas argentferas y ya agotadas cuando la llegada de los portugueses. Segn Schwennhagen (53), las barras del ro Long, afluente del Parnaiba, no son sino los restos de antiguas instalaciones de lavado de oro fino. Hasta se puede pensar que fue el agotamiento de las minas del Piau el que llev a los Hombres de Tiahuanacu a-explotar yacimientos ms lejanos y, para ello, a desecar la Gran Laguna. El drenaje de sta tuvo, sin embargo, una consecuencia secundaria contraproducente: su va de comunicaciones fluvial con un Parnaiba cuyo caudal disminuy considerablemente qued cortada. Hubo, pues, que reemplazarla por un camino.

"En el Sur de Piau, escribe Schwennhagen (53), existen dos puntos de grandes importancia histrica. En la carretera que sale del pueblo de Canto do Burit hacia Sao Raimundo Nonato, a una distancia de 15 km de la sede del municipio, en el lugar llamado Pinga, est una casa d

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piedras con el aspecto de una capilla o de un antiguo templo. Esta casa, que los moradores llaman "Igrejinha" [pequea iglesia], est construida con el mismo sistema que todas las casas de piedras de la gran carretera de penetracin que sali del litoral del Ro Grande del Norte, con rumbo al suroeste. En las paredes interiores de la "Igrejinha" se ven an vestigios de inscripciones y de pinturas; en su interior, caben por lo menos cincuenta personas con su equipaje. La otra casa de piedras se halla a una distancia de 22 km de S. Raimundo hacia el sur-suroeste, en una fazenda [estancia] llamada "Serra Nova". Esta casa es un poco menor: pero siempre caben veinte personas con caballos. El sistema de construccin es el mismo y las inscripciones de las paredes interiores estn bien conservadas. Examinando el mapa del Brasil, se nota en seguida que estas dos casas de piedra estn en la misma larga lnea que va del Cabo San Roque al Suroeste y fueron indudablemente estaciones de la gran carretera. La distancia de 35 km, entre las dos estaciones representa un da de viaje con un convoy de portadores cargados... No sera difcil encontrar unas antiguas estaciones ms, en la misma lnea del sur del Piau". El Cabo San Roque constituye la punta ms oriental del Brasil, en el Ro Grande del Norte, un poco arriba de la ciudad de Natal.

Schwennhagen piensa que la va del Parnaiba, ya inutilizable despus del desecamiento de la Gran Laguna, haba sido reemplazada por un camino que llegaba cerca del Cabo San Roque. Esta hiptesis no es muy verosmil, puesto que el ro serva para trasportar hasta el ocano el producto de minas que se encontraban, no en el sur del Piau, sino en los alrededores de la Gran Laguna, situada entre esta ltima regin y el Ro Grande del Norte. Que haya existido un camino entre el Up-Ass y la costa oriental, es ste otro problema. Pero este camino no tena razn alguna de prolongarse, ms all de las antiguas islas argentferas, a travs de una zona desrtica y pobre y en direccin a la no menos desrtica y pobre meseta de Gois. Estimamos ms lgico suponer que las casas de piedras de Sao Raimundo Nonato eran parcha postas situados en un camino que segua el ro Piau y permita as ir, por va terrestre, del Up-Ass al Parnaiba, en el verano antes del desecamiento de la laguna, en toda poca, despus. O tambin la prolongacin del "camino del Long" que, segn Schwennhagen, parta del lago Sao Domingos y, ms all del ro Pirangi, se divida en dos ramas, una de las cuales se diriga hacia el Cear y la otra, hacia el Sur.

Si los vikingos haban reemplazado por un camino el ro ya inutilizable en razn de la baja de las aguas debida al desecamiento de la Gran Laguna, es evidentemente porque la desembocadura del Parnaiba constitua para ellos una base insustituible. Y una base, en la desembocadura de un ro, es ante todo un puerto, bien abrigado de los vientos dominantes y de la marejada. Magnficamente construidos para la navegacin en alta mar y para el desembarco en las playas, los drakkares de la poca clsica eran muy vulnerables en el anclaje, y hasta esta ltima palabra es un eufemismo. Los vikingos, en efecto, desconocan el ancla. Slo podan, pues, varar sus barcos en la arena o amarrarlos, paralelamente a la costa, con ayuda de barras de hierro

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que colocaban en agujeros cavados de antemano en la roca. Este ltimo procedimiento se explica en Escandinavia donde los fiordos ofrecen en todas partes espejos de agua perfectamente abrigados. Pero era muy poco seguro en todos los dems lugares. Tal vez sea ste uno de los motivos de la atraccin que ejercan los ros fiordos sin fondo, en alguna medida sobre- los Reyes del Mar.

El Parnaiba, al echarse en el Atlntico, forma un delta (cf. mapa de la fig. 39). Por su brazo principal, prosigue su camino hacia el ocano en el cual se abre ampliamente. Su brazo secundario rodea con sus aguas apacibles la Grande Isla Santa Isabel y constituye, para pequeas embarcaciones, un abrigo apreciable.

Pero hay otro, mucho ms seguro para drakkares, que se halla en la costa de la isla. Esta, en la desembocadura del brazo principal del ro, es cortada, en efecto, por un canal natural de 32 km de largo, limitado, del lado del mar, por un banco de arena (cf. fig. 40). Los veleros de gran tonelaje podan, ms tarde, abrigarse all de la marejada, pero no del viento, pues la costa de todo el delta la constituye una playa de unos 30 km de largo, desprovista de cualquier elevacin, como lo est, por supuesto, el banco mismo. Los barcos vikingos, de una superestructura muy baja, ofrecan poca presa a las rfagas y no teman el varado sobre fondo de arena, con tal que la marejada no los sacudiera. Esta canal, por lo tanto, parece haber sido un lugar indicado para ellos.

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Esta no sera sino una posibilidad entre otras si el brazo de mar en cuestin no estuviera balizado, desde una poca anterior a la Conquista, por dos grandes rocas que sealan sus entradas. Su funcin es tan evidente que, sobre la del oeste, se construy un faro en 1873.. La otra est coronada con una piedra esfrica que los pescadores llaman "el Globo", evidentemente destinado a hacer la baliza visible de lejos. En la arena, al pie de esta roca, se encontr, en 1924, una mano de piedra que parece haberse desprendido de ella y que deba de indicar la direccin del canal. Que ste haya sido frecuentado, tenemos como prueba los arreglos hechos en las rocas: en lo alto estn cavadas cisternas que almacenan el agua de lluvia y, a la altura que alcanzan las grandes mareas que se producen tres veces por mes, salinas de 60 a 70 cm de profundidad que utilizaban an, hace cincuenta aos, en la poca en que Schwennhagen hizo el relevamiento del sitio, los pescadores de la zona, como siguen hacindolo tal vez los de hoy. A esta ltima particularidad esas balizas deben su nombre de Pedros do Sal, Piedras de la Sal.

En la orilla derecha del Parnaiba, casi frente a la roca del globo, se hallaba Tutia, hoy Luis Corria, aldea importante de los tremembs cuyo moruhixa (cacique) tena autoridad, en el siglo xvii, sobre todas las tribus tupiguaranes de la regin, como lo muestra el testimonio del P. Claude d'Abbeville, segn el cual los tupinambos de la isla

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San Luis le pidieron su acuerdo antes de permitir a los franceses edificar all el Fuerte del Maran. A unos kilmetros ms arriba, un pequeo puerto que es hoy da la ciudad de Parnaiba y que se llamaba an, hace cincuenta aos, Amarraco (amarradero) ya constitua, verosmilmente, la base martima de los vikingos. En los alrededores de Tutia, los primeros colonizadores portugueses descubrieron las ruinas de fuertes murallas hechas de piedras cementadas. El historiador Varnhagen, vizconde de Porto Seguro (57), cree que se trata de los restos de fortificaciones construidas por el primer encomendero portugus de la regin, Antonio Cardoso de Barros. Es muy poco probable, como lo menciona Schwennhagen (53), pues habra necesitado fuerzas importantes para ocupar efectivamente una zona poblada de tribus hostiles e instalaciones duraderas para fabricar cemento. Ahora bien: sabemos que Cardoso de Barros ni siquiera se detuvo en el ro Parnaiba en el curso del nico viaje rpido que hizo a lo largo de las costas de su "feudo". En cuanto a los Hombres de Tiahuanacu, conocan perfectamente el empleo del cemento, como lo prueban ms de un monumento del pas maya y del Per.

Es muy probable, como lo cree Schwennhagen, que esas estaciones martimas de Tutia y Amarraco que l atribuye a los fenicios hayan sido completadas por astilleros y almacenes situados, a unos cincuenta kilmetros ms arriba, en el lago Sao Domingos en el cual desemboca el ro Long y que est vinculado al Parnaiba por un canal de 12 km. "Hoy este canal no es bien navegable, pero nunca falta agua suficiente, y un ingeniero que (lo) quiera examinar... comprobar que antiguamente exista un buen camino fluvial. Un examen meticuloso del lago mostrara muchos vestigio o restos de antiguos astilleros y terraplenes, como ya fueron halladas en la vecindad del lago diversas inscripciones". A falta de un estudio que no estbamos en (condiciones de efectuar, todo esto no pasa, por supuesto, de una hiptesis. Pero ella es tanto ms verosmil cuanto que conocemos el poder de atraccin que tenan sobre los vikingos los puertos lacustres que les recordaban sus fiordos. Fue a orillas de un lago interior, unido al mar por un ro, que Leif Eiriksson, en el ao 1000, estableci su base norteamericana de Leifsbudir.

Sea lo que sea en cuanto a este ltimo punto, queda que Siete Ciudades est situada a 100 km a vuelo de pjaro de Amarraco y en las puertas de la villa actual de Piracuruca, edificada a orillas de un afluente del Long. Los vikingos descubrieron necesariamente el sitio, pues, al establecerse en la regin. Este responda demasiado a sus costumbres religiosas para que no hicieran de l un centro de culto.

11. El portulano de Siete Ciudades

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En un pequeo panel de piedra de la "cuarta ciudad", frente al "Castillo", se ve un grupo de dibujos aislado cuya composicin armoniosa nos cambia de los conjuntos incoherentes que cubren tantas paredes. A la izquierda, dos bandas verticales, con ligero dcalage la una con respecto a la otra, de un trazado geomtrico muy cuidado, no tienen sentido alguno para nosotros. Abajo, a la derecha, encima de un rbol de Vida de ramas sumamente regulares (cf. fig. 35), semejante al que relevamos en la Posta vikinga de Cerro Polilla, en el Paraguay (16), est pintado un dibujo idntico, en cuanto a su concepcin, al portulano descubierto en el mencionado lugar y en la misma posicin. Se trata de un conjunto geomtrico constituido por un crculo central del que se destacan seis lneas rectas, de dimensiones diferentes, que terminan crculos llenos (c.f. foto 26).

Tal coincidencia poda difcilmente atribuirse al azar. Aplicado en el mapa, el portulano de Cerro Polilla nos haba indicado los puntos ms importantes del Paraguay precolombino. Nos haba bastado, para obtener este resultado, enderezarlo teniendo en cuenta el hecho de que el este el Levante est situado en l, como en los mapas aztecas, donde solemos hoy da colocar el norte. Procedimos, pues, de la misma manera en lo que atae al dibujo de Siete Ciudades, y comprobamos de inmediato que no estbamos equivocados: se trataba de una "carta'de rumbo" terrestre. Apliqumosla, en, efecto, en un mapa del Piau, con su centro en Siete Ciudades (cf. fig. 41). Indica: al norte (1), la desembocadura del Parnaiba; al nordeste (2), un punto de la costa del Cear, entre las villas de Trair y de Paracur, en un lugar donde se halla una laguna martima unida al ocano por un canal, o, ms probablemente la desviacin angular sera nfima la villa de Paracur misma, situada sobre el ro Cur, entre un lago y el mar, cuyo nombre tupiguaran parece indicar que ya exista antes de la Conquista; al suroeste (3), con una desviacin angular insignificante, la localidad de Inhamuns, en el Cear, donde, lo veremos en el prximo captulo, se encuentran varios litogramas que sealan la existencia de un centro vikingo importante; al sur-suroeste (4), un punto del ro Pot, afluente del Parnaiba, que constituye la frontera natural de la zona norte del Piau, punto ste donde, tal vez, el "camino del Long" cruzaba el ro; al sudoeste (5), la actual ciudad de Caxias, sobre el Itapecur, un ro navegable que desemboca en la baha de San Marcos, frente a la isla donde se halla San Luis del Maran, fundada, ya lo sabemos, por los franceses; al noroeste (6), la confluencia del Munm y del Prato, en otra va navegable que lleva igualmente a la baha de San Marcos, donde ya se encontraba, probablemente, el ptimo puerto de Icat, en el fondo de un verdadero fiordo. Si tenemos en cuenta los accidentes del terreno, las distancias relativas de estos seis itinerarios, calculadas, puesto que se trata de un portulano, en das de viaje y no en unidades lineales, son impecables. Las direcciones estn, indicadas con una precisin que, por cierto, no tenan los mapas portugueses del siglo xvIII.

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Como el pareh de Cerro Polilla, Siete Ciudades era, por lo tanto, a la vez, un lugar de culto y un centro vial, situado -casi en el medio de la amplia regin que limitan al norte la costa, al oeste el ro Paranaiba, al sur el ro Pot, y al este la Serra de Ibiapaba, frontera entre el Piau y el Cear. Pero, mientras que en el Paraguay la pequea roca que lleva el "panel indicador" slo serva accesoriamente para las ceremonias religiosas de los vikingos de paso, fueron verosmilmente sus gigantescos Externsteine los que hicieron de Siete Ciudades una etapa obligada para los viajeros y, por va de consecuencia, un punto de convergencia de los caminos que venan de todas las direcciones. Salvo, lo que resulta en lo mismo, que el centro vial ya hubiera estado en Piracuruca, donde se halla hoy en da, y que el portulano se refiera a l.

12.. Un lugar sagrado del Occidente 119

El punto de partida de nuestras investigaciones en el Norte del Brasil fue la certeza lgica que los vikingos de Tiahuanacu, de los que conocamos la raza y las costumbres ancestrales, no podan haber dejado de emplear el camino natural que constitua para ellos el Amazonas. Ocupaban la regin donde nace el Gran Ro y no desconocan la existencia del Atlntico. Habamos reencontrado, en el Paraguay (16), el camino terrestre que seguan para ir, por Potos y Asuncin, de su capital del Altiplano a la Costa y habamos relevado, en su parcha de Cerro Polilla, inscripciones reveladoras. Debamos, por lo tanto, con mayor razn, descubrir, en el Amazonas y en las regiones adyacentes, algunos vestigios de su presencia. Pero no esperbamos, por cierto, hallar tantos, y de tamaa importancia. Buscbamos unas pepitas, y nos topamos con un filn que estamos muy lejos de haber agotado. Siete Ciudades supera todo lo que podamos imaginar.

El sitio ya sera impresionante si slo se viera en l, como lo hicieron todos los que nos precedieron, rocas de formas fantsticas y misteriosos garabatos indgenas. Pero, si se lo reubica en su contexto histrico, no se puede sino reconocer en l uno de los grandes lugares sagrados del Occidente. Unos centenares de hombres de nuestra raza haban sabido conquistar, en Sudamrica, un inmenso imperio que tenan slidamente en mano gracias a una incomparable organizacin poltica y militar. Lejos de dejarse absorber por poblaciones indgenas infinitamente ms numerosas, se haban impuesto a ellas, trasmitindoles lo que eran capaces de asimilar de sus creencias y de sus tcnicas. Adaptndose a las exigencias de su nueva patria, no haban olvidado la antigua y haban sabido conservar su personalidad. Siete Ciudades debi parecerles un regalo de los Dioses: unos Externsteine en escala de su imperio, que iban a permitir restablecer en toda su pureza, con una magnificencia acrecentada, el culto de Odn y de Thor. Atrados por el Parnaiba, cuyo caudal indicaba que vena de muy adentro en las tierras, probablemente se hubieran limitado a hacer explotar por los indios las minas que abundaban en la regin. Pero las Rocas Sagradas de Siete Ciudades no tardaron en atraer a peregrinos que, por cierto, no eran beatos, sino conquistadores. Los Hombres de Tiahuanacu exploraron la zona, descubrieron el Opala el Sao Francisco actual, la Gran Laguna y los enormes yacimientos mineros que esconda y que pronto empezaron a explotar. Gracias a Siete Ciudades, el Nordeste se convirti en una colonia prspera cuya importancia justific, ms tarde, las obras gigantescas exigidas por el drenaje del p-Ass.

No era la mano de obra la que faltaba, ni los jefes. Ni hablar, sin embargo, de modificar con edificios de piedra el lugar sagrado que la naturaleza haba hecho semejante a los que sus antepasados haban dejado en Europa. Los vikingos se limitaron a construir casas de madera, conforme a los usos y costumbres del viejo pas. Pero los godi los

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sacerdotes y los peregrinos esculpieron algunas rocas y marcaron con sus graffiti las paredes que lo permitan.

El viento y la lluvia han destruido en parte la obra de los artistas. El tiempo ha borrado muchos litogramas. Estamos muy lejos, por lo dems, de haber realizado un relevamiento exhaustivo de Siete Ciudades: hubieran sido necesarios varios meses. Nos limitamos a seguir a nuestro gua caboclo hasta las inscripciones cuyo emplazamiento conoca y a investigar un tanto alrededor de los puntos ms significativos. A pesar del carcter restringido de nuestra bsqueda, relevamos diecisis litogramas que pudieron ser traducidos y que van de simples graffiti antroponmicos a las largas inscripciones clsicas de los apartados 3 y 4. Sabemos, gracias a estas ltimas, que los vikingos se denominaban a s mismos "los inteligentes barbados de la Llanura" y que consideraban a Siete Ciudades una heredad, un solar sagrado de su raza. Imgenes de drakkar, martillos de Thor y otros smbolos nrdicos contribuyen a una definicin que la palabra Inka, "Descendientes", precisa claramente.

Ya no queda ninguna duda. Las Rocas Sagradas del Piau, gemelas de los Externsteine del Teutoburger Waid, bastaran ampliamente, si no tuviramos otras pruebas, para demostrar la presencia en el Brasil de Hombres de Tiahuanacu. La lengua y el carcter de las inscripciones volveremos sobre este punto en el captulo VII confirman las conclusiones a las cuales habamos llegado despus de nuestros descubrimientos del Paraguay (16); los vikingos desembarcados en Mxico en 967 (14) haban llegado del Schieswig pasando por sus feudos de las islas Britnicas. Las ruinas grandiosas de Tiahuanacu y otros sitios peruanos atestiguan su energa creadora, como la inmensidad de su imperio sudamericano, su capacidad poltica y militar. Pero Siete Ciudades nos proporciona la clave de su xito: su fidelidad a sus orgenes y a sus tradiciones.

Las piedras que hablan

1. Bosques sagrados y tmulos

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Los Externsteine de Siete Ciudades constituyen, sin duda alguna, el lugar de culto vikingo ms importante del Piau. Pero hay, en la regin, muchos otros sitios que, segn parece, son de la misma naturaleza y del mismo origen y que mereceran un estudio exhaustivo que no hemos podido hacer por falta de medios materiales. Dejemos a un lado los numerosos litogramas y litglifos que muestran, como los de la Serra dos Arcos, al nordeste de Piracuruca, lo que Schwennhagen (53) llama "signos jeroglficos y diversas letras fenicias", aunque stas sean probablemente runas: slo se puede hablar de inscripciones despus de haberlas relevado, analizado, traducido. Pasemos igualmente sobre las innumerables galeras de mina, anteriores a la Conquista, que horadan la roca casi en todas partes: ya tratamos el tema ms arriba. Detengmonos, por el contrario, en los bosques sagrados que, segn los cronistas, posean todas las aldeas tupes. Podemos hacerlo gracias a Schwennhagen que relev cuidadosamente dos de ellos.

El primero (cf. fig. 42) se encuentra en el lugar llamado Alto Alegre, en el municipio de Piracuruca. Est constituido por un medio crculo de cerros, de 60 a 80 m de altura. Dos arroyos serpentean entre stos, uno de los cuales forma un pequeo lago.

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En el interior del circo que deslindan los cerros, se ve una gran plataforma artificial, hecha de bloques de piedra, en la cual deba de estar situado un templo de madera. Del lado de la apertura del medio crculo de cerros se halla, a 5 m sobre el nivel del lago, el bosque sagrado propiamente dicho, en el centro del cual se abre la entrada, en forma de pozo, de un subterrneo. A tres metros de profundidad, una sala de 4 m de longitud mxima por 3 m de anchura mnima y 2 m de altura sirve de "antecmara" a una galera de 6 m de largo que se divide en dos ramas de 10 m y 8 m, respectivamente, las que desembocan en dos cmaras, la una de 3,64 m2 y la otra de 3,36 m2, tan bajas que no se puede, en ellas, permanecer de pie.

El primer problema que plattea este subterrneo es el de su origen. Despus de haberlo cuidadosamente estudiado, Schwennhagen lleg a la conclusin de que haba sido cavado de mano de hombre. "Estn en contra de nosotros numerosos incrdulos que sostienen la teora de la

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erosin y consideran todas las grutas obras de la naturaleza. Y, donde la erosin queda completamente excluida, aparecen los holandeses que hicieron los tanques y las casas de piedras, o son los jesutas los que mandaron cavar los subterrneos. En Alto Alegre, no se puede descubrir elementos de erosin; no existen all piedras calcreas ni salitre. No pasa ningn arroyo que haya podido horadar la tierra; no anduvieron all ni jesutas ni holandeses." Por otra parte, no fue la erosin, evidentemente, la que levant el terrapln que hemos mencionado.

El segundo problema, nuestro autor lo resuelve menos brillantemente. Por qu fue cavado este subterrneo? Schwennhagen supone que se trata de galeras de mina. Desgraciadamente para su tesis, no hay ningn filn metalfero que pueda justificar su existencia. Pero s se hallan, en los arroyos de Alto Alegre, como en muchos otros de la regin, despus de las grandes lluvias de invierno, algunas turmalinas y unos pocos cristales octadricos amarilientos. "Tal vez en el lugar donde est el subterrneo haya sido descubierta una rica veta de dichas piedras". Tal vez, Pero nada lo prueba. Se trataba, ms verosmilmente, de una pequea necrpolis. El mismo Schwennhagen lo admite cuando define las dos cmaras terminales de las galeras como "depsitos de urnas funerarias".

Otro bosque sagrado (cf. fig. 43), pero sin subterrneo, ste, est situado en Guanta, cerca de la estacin Bom Principio del Ferrocarril del Piau que, por Piracuruca, vincula Piripir con Parnaiba. Est constituido por un crculo de rocas, abierto sobre un arroyo y su pequea cascada.

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Este crculo es "tan perfecto que debemos suponer que algunos de esas rocas fueron colocados o modificados por la mano del hombre", escribe Schwennhagen. En el centro, se ven un cairn de piedras secas, con un fogn encima, y, simtricamente colocadas de ambos lados, mesas de piedras pequeos dlmenes que deban de ser utilizadas como altares. Alrededor del cairn, se distinguen o, por lo menos, se distinguan en la poca de Schwennhagen-- los vestigios de "signos jeroglficos" que "muestran el mismo sistema de escritura que las inscripciones de la Sorra dos Arcos". El circo de rocas, el agua, el fogn, los altares y, por supuesto, los rboles: aqu no falta nada a la reproduccin de un lugar de culto escandinavo. Siempre en el Piau, el tmulo de Marvo (cf. fig. 44) responde demasiado a las costumbres de los vikingos para que se pueda tener, en el contexto histrico que hemos descripto, la menor duda respecto de su origen. Es una roca aislada de unos 15 m de altura, hecha de un nico bloque en el cual se cav o se adapt una sala que recibe aire y luz de una claraboya abierta en el techo. Se entra en ella por dos puertas colocadas la una frente a la otra. En el medio se encuentra an o, por lo menos, se encontraba an en 1928 los restos de un altar de piedra. Alrededor de la sala se abren en la roca pequeos nichos en los cuales estaban colocadas urnas funerarias que el obispo del Piau, al final del siglo pasado, hizo sacar, no sin mandar construir, en el fondo, un pequeo altar cristiano.

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Schwennhagen supone arbitrariamente que el cerro fue cavado por mineros que esperaban encontrar alguna veta interesante, y que se le utiliz despus como lugar de etapa y, luego, como necrpolis.

Tal explicacin no nos satisface. En Marvo, no se nota rastro alguno de mineral de cualquier clase que sea, ni en el exterior, ni el interior. Y, para que se lo empleara directamente como parcha, hubiera sido preciso que fuese naturalmente hueco, lo que es posible, pero, segn gelogos que consultamos, altamente improbable. De no serlo, habra sido ms sencillo edificar una casa de piedra. Sabemos, por el contrario, que los escandinavos enterraban a menudo a sus jefes en tmulos artificiales en cuyo interior se hallaban cmaras funerarias. Es aceptable pensar que, disponiendo en el Brasil, de una mano de obra abundante, hayan mandado cavar una necrpolis colectiva, para guerreros de menor jerarqua, en una roca errtica que, en el centro de una amplia llanura, atraa la mirada y, en alguna medida, se pareca a los tmulos tradicionales.

Parece que hay uno de estos ltimos en Buritizal, en el municipio de Valenca do Piau. Se trata de un cerro de 45 m de altura, del que slo un estudio completo permitira decir si es natural, como parece, o artificial, situado, a 200 m del arroyo Sao Vicente. Desde este ltimo, seco durante el verano, se cree ver una gran puerta de dos hojas, cerrada

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con una cadena. De cerca, uno se da cuenta de que la entrada en realidad est tapada con grandes piedras mal talladas cuyas juntas estn rellenadas con una mezcla de guijarros y de barro. Varias son las leyendas que circulan en la regin acerca del misterioso cerro, pero todas coinciden en un punto: en su interior murieron o fueron sepultados muchos hombres. En 1928, cuando Schwennhagen hizo el dibujo que reproducimos (cf. fig. 45), nadie se haba atrevido a abrir el tmulo. Ignoramos lo que sucedi posteriormente. Es probable que est intacto, protegido por la supersticin. Habr que ir a ver.

Encima de la puerta en cuestin, una placa de piedra lisa lleva "letras y signos jeroglficos", "numerosos signos, semejantes a los de las grutas de Baha", escribe Schwennhagen. Sin embargo, su dibujo slo nos muestra cinco figuras en medio de las cuales se cree reconocer una impronta de pie aunque slo tenga tres dedos, como las que los vikingos utilizaban para sealizar sus caminos, y un cuadrpedo indeterminado. A la derecha, se ve una cruz cltica cuyos brazos se prolongan fuera del crculo en el cual est inscripta.

Los dos otros signos no se parecen a nada. Por indescifrable que fuera, este conjunto tiene, a pesar de todo, para nosotros, un significado: indica, en efecto, que el tmulo era 127

lo suficientemente importante como para merecer que una inscripcin atrajera la atencin del transente. La existencia de una puerta sugiere, no una tumba individual, sino una necrpolis. Tal vez los signos que coronan la entrada sean el equivalente de un escudo de armas familiar, incomprensible para quien ignore las reglas de su composicin.

Valenca parece haber sido un centro muy frecuentado por los Hombres de Tiahuanacu. Tenemos al respecto dos testimonios que se agregan a la descripcin del cerro de Buritizal. Es tambin a Schwennhagen, que haba dedicado a la regin un estudio que, desgraciadamente, desapareci con todo su archivo, que debemos el primero, relativo a un antiguo pueblo, situado a 30 km al suroeste de la villa en cuestin, hecho de calles en damero y de casas construidas en piedras brutas. Un "intelectual del Piaui", Joo Ferry, habra encontrado en l "muchos objetos curiosos y artsticos de piedras lisas y pulidas". No sabemos ms al respecto. El segundo testimonio se debe al P. Francisco Correa Talles de Menezes que recorri, entre 1799 y 1806, el sur del Piau y los Estados del Nordeste limitados por la orilla izquierda del Sao Francisco. Cuenta en su obra Lamentando Braslica, que cita Alencar Araripe (58), que en el lugar llamado Varge da Serra, en el Piau, "se dice que hay una de roca tallada, en el borde del camino, en la cual, a una buena altura, se halla un nicho en cuyo interior se avista la imagen de un fraile sacrificando un cocodrilo en un altar, todo hecho de la misma piedra" y que "esa roca est totalmente rodeada de letras y de caracteres desconocidos, grabados a cinzel y a piqueta". Los habitantes de la regin atribuyen esculturas e inscripciones a los tapuias. Absurdo, protesta el buen padre cuyo estilo respetamos: "como si esa gente rstica hubiese jams visto a frailes para esculpir su imagen, que antes del holands ni tena herramientas para cortar madera, con ms razn para las piedras".

2. El drakkar de Inhamuns

Tristo de Alencar Araripe no se limita, en su obra(58) de 1886, a retomar relatos del P. de Menezes. Reproduce tambin, y sobre todo, numerosos dibujos rupestres relevados por l en el Nordeste y, en particular, en los Estados del Cear y de la Paraiba. Los de Inhamuns, en el primero de ellos, retienen especialmente nuestra atencin, puesto que estn situados en un punto que nos seala una de las lneas del portulano de Siete Ciudades.

El conjunto ms interesante para nosotros est trazado con tinta colorada en el flanco de un cerro coronado con una piedra redonda, ms alta que un hombre. Se ven en l signos runoides (cf. fig. 46), sin significado aparente, encima de un dibujo imposible de

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identificar, pero que recuerda los monogramas, hechos de runas ligadas, de los vikingos: una especie de firma, digamos. Tambin se halla en l, y es ste un elemento decisivo, la imagen de un. barco (cJ. fig. 47) cuya forma es muy semejante a la de los drakkares de Siete Ciudades (cf. foto 14), con, adems, el mstil central caracterstico de las naves vikingas y siluetas humanas estilizadas al modo de Kivik (Suecia) tales como se las ve en los kellka de Tiahuanacu (H).

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Siempre en Inhamuns, en la jazenda de Carrapateira, Alencar Araripe relev otro conjunto de dibujos que comportan signos runoides, los ms claros de los cuales reproducimos (cf. -fig. 48), sin disimularnos que fuerade su contexto seran imposibles de reconocer. En la misma regin, al norte del Riaxo Verde (Arroyo Verde) y encima de cuatro lajas dispuestas en forma de cruz, se halla, al lado de dibujos geomtricos que no significan nada para nosotros, una figura imprevista (cf. fig. 49), idntica a uno de los signos de rongo-rongo de la isla de Pascua. Podra evidentemente tratarse de una coincidencia casual. Pero el hecho de que hayamos relevado, en el Paraguay, otros caracteres de la misma apariencia (16) quita a esta explicacin demasiado fcil gran parte de su peso.

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Cualquier duda acerca del origen de estas inscripciones se esfuma, por lo dems, cuando observamos la que nuestro autor copi en el lugar llamado Cracar, muy cerca de los anteriores (cf. fig 50) Vemos en ella dibujos extraos, de los cuales lo nico que podamos decir es que no tienen nada en comn con los motivos conocidos del arte amerindio. Pero, encima de esas figuras, hay dos medallones (ampliados en nuestra reproduccin) que contienen conjuntos de runas, perfectamente comprensibles a pesar de sus ligaduras criptogrficas.

En el primero (a la izquierda), leemos, conforme a la grafa normalizada de ia figura 51:

thi o toa qilt tia best

El odala (o) hacia el cual se proyecta la i de thi y que

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el grupo toa domina es el smbolo ideogrfico de Odn.

Se trata de una oracin jaculatoria al Dios principal de la mitologa nrdica *:

Que la mayor gloria te remunere, Odn, (tu) que (nos) ayudn

* (THI: antiguo nrdico, thi: a ti. TOA: antiguo nrdico, tjoa:

ayudar, asistir, QILT, antiguo nrdico, gjalda; anglosajn, grildan, antiguo alemn, glten: pagar, retribuir. TA: antiguo nrdico, tirr; antiguo sajn y anglosajn, tir; antiguo alemn, ziari: gloria, honor. BEST: anglosajn, bes; antiguo alemn, bezzisto: mejor. el mejor,)

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El contenido del segundo medalln la figura 52 nos muestra su grafa normalizada da, en trasliteracin:

uik uis dui kunta Vale decir *

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Lugar sagrado de duelo

El lugar sealado por la inscripcin deba de utilizarse para las ordalas (juicios de Dios). Por un lado, se indica su naturaleza; por otro, se invoca a Odn. Nada ms lgico.

* (UIK: antiguo nrdico, vigja', antiguo alemn, vihen: consagrar, dedicar; antiguo sajn, vih, templo. LS: antiguo alemn. aiso, como, de. DUI: antiguo nrdico, tve, tvi; antiguo frisen y anglosajn, wi, antiguo alemn, zwi: dos, doble. KUNTA: antiguo alemn, gunt: combate.)

En el paraje de Poco de Mulung, siempre en Inhamuns, Alencar Araripe relev, en una gran piedra negra triangular, puesta en una especie de zcalo, una serie de figuras incomprensibles, en medio de las cuales se destaca, sin embargo, un dibujo (cf. fig. 53) que recuerda curiosamente la escritura ogmica de Irlanda.

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Una inscripcin del mismo gnero, pero vertical, asociada con algunos caracteres rnicos, est pintada en un cerro del Serto de Cratins, igualmente en el Cear (cf. fig. 54). Trtase realmente de signos ogmicos? Por falta de traduccin, no podemos estar seguros. Notemos simplemente que el hecho no tendra nada raro, puesto que sabemos que los vikingos de Tiahuanacu haba venido del Schieswig por Irlanda.

En el Estado de la Paraiba (antiguamente, Parahyba), Alencar Araripe hall otras inscripciones en las cuales abundan los signos runoides, pero que no aportan nada nuevo a nuestra bsqueda. Lamitmonos a reproducir aqu (cf. fig.55) la del ra Banabui, entre Santo Antonio y Alma, en la cual se ven caracteres semejantes a los que trazan, todava hoy, los "indios blancos" guayakes del Paraguay (16). En cuanto a la famosa Pedro Lavrada de la Paraiba, mil veces reproducida, un fragmento de la cual Alfredo Brando(59) crey poder traducir, slo vemos en ella un conjunto incoherente de signos aislados. Algunos de stos parecen ser runas y probablemente lo sean, pero sin que tengamos certeza al respecto.

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3. 1 espejismo fenicio

Alfredo Brando es una de las vctimas ms recientes pero de seguro no la ltima de lo que podramos llamar el espejismo fenicio. En su origen, lo dijimos ms arriba, encontramos el opsculo de Onffroy de Thoron (55) que crey poder situar en el Amazonas al Ofir a donde, sgn la Biblia, las naves de Hiram, rey de Tiro, al servici de Salomn, iban a buscar el oro y las maderas de ley destinados al templo de Jlerusaln. Hiptesis sta, repitmoslo, que no es de excluir: los fenicios disponan de barcos capaces de cruzar el Atlntico, y sabemos que navegaban a menudo ms all de las Columnas de Hrcules, vale decir del estrecho de Gibraltar. Es posible, y hasta probable, que corrientes y tempestades hayan, a veces, arrastrado hasta Amrica

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embarcaciones, muy semejantes, a los drakkares vikingos, a las cuales su vela cuadrada y su remo timn no permitan ir contra el viento. Pero no basta que un hecho histrico sea posible, ni probable siquiera: hay que traer pruebas. A ello dedic treinta aos de su vida al coronel Bernardo da Silva Ramos, cuya obra gigantesca (60)fue publicada, en 1930, por cuenta del Estado brasileo.

Nacido en el Amazonas, Ramos era dueo all de enormes selvas de heveas que hicieron su fortuna durante los decenios que los economistas llaman, en el Brasil, la "era del caucho" y le valieron el grado honorfico de coronel de la Guardia Nacional. Desde principios de siglo, administraba sus dominios, pero tambin se ocupaba de arqueologa. Ms exactamente, juntaba todas las inscripciones precolombinas, o supuestas tales, descubiertas a lo largo de todo el pas. Pero tambin hurgaba cuidadosamente en la selva amaznica, que conoca mejor que nadie, en busca de litogramas y litglifos desconocidos, y encontr muchos. Ya tena elaborada una hiptesis en cuanto a su origen? Parece que no hasta el viaje a Grecia que hizo en 1919 y del que volvi maravillado... y convencido que un pueblo de obras tan grandiosas no poda haber permanecido ajeno a la antigua civilizacin brasilea. Pero Ramos no conoca el griego. Ahora bien: un da, trab conocimiento con el rabino de Beln, hombre cultsimo que no tuvo mayores dificultades para convencerlo de que los helenos no eran nada, a pesar de sus mritos, al lado de los hebreos y de sus primos fenicios.

Con la "ayuda" del santo varn, ORamos se puso a traducir las inscripciones tan pacientemente recogidas y, ya que estaba, innumerables toponmicos del Amazonas. Delirio puro: todo era griego, hebreo, fenicio, y hasta egipcio. Una inscripcin estaba formada de palabras fenicias con, en el medio, un ideograma chino. Se descompuso en letras griegas un rectngulo cruzado en diagonal y se tradujo. Se hizo derivar el nombre del ro Manhana ("manh significa "maana", en portugus) del hebreo manah, repeler, y nah, residencia... No nos mostremos demasiado severo, con todo, para con nuestro fillogo aficionado. El texto de sus dos tomos un quarto de unas 600 pginas cada uno es grotesco. Pero sus ilustraciones fotos y dibujos son correctas. La mayor parte de las inscripciones reproducidas sin siquiera hablar de las cuyo descubrimiento, se debe al autor, y stas son numerosas, slo nos son accesibles gracias a un enorme trabajo de recopilacin que nadie, fuera de l, ha hecho jams. Acordmonos tambin que, en la poca en que Ramos y su rabino se encarnizaban en traducir esos litglifos y litogramas, la runologa no haba tomado an la importancia que recin unos aos ms tarde se empez a reconocerle y que, aun en Europa, y con mayor razn en el Brasil, no se saba casi nada de la escritura de los vikingos.

Queda, a pesar de todo, que Bernardo da Silva Ramos hubiera podido sospechar algo al descubrir, cerca de Manaos, en el lecho de un arroyo, el dibujo de una cabeza de

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hombre cubierta del casco de cuernos caracterstico de los escandinavos y el de una vaca, animal que desconoce la fauna autctona del Nuevo Continente (cf. fzg. 56).

En lugar de sacar de estas imgenes las conclusiones que se imponan, nuestro autor no encontr nada mejor que descomponer sus trazos en letras (agregadas por l en los dibujos que reproducimos) y traducir las palabras as formadas! Tampoco vacil, por otra parte, en trasponer los caracteres de las inscripciones alfabticas reproducidas por l en letras fenicias u otras sin la menor relacin con ellos. Demos un ejemplo de tal procedimiento. La figura 57, que retomamos de la obra de Ramos, representa una inscripcin de Lage, en el Amazonas, con, debajo, su "trascripcin" en caracteres fenicios y latinos. No hace falta ser fillogo para darse cuenta que las letras fenicias en cuestin no se parecen en nada a los signos relevados. Por el contrario, stos pertenecen al futhark rnico, con una u tarda y una w tomada del futhorc anglosajn, hecho ste ya notado en el Paraguay (16) y en Siete Ciudades.

La trasliteracin, debida, como todos los anlisis runolgicos de la presente obra, al profesor Hermann Munk, da:

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uk awki

La primera palabra (og, en grafa normalizada) nos es conocida: "y". La segunda (auki, en grafa normalizada)quiere decir "retoo" en norrs. Era el ttulo que usaban los hijos de incas antes de su iniciacin (14). Vimos, en el captulo IV, que la palabra inka estaba utilizada por los vikingos antes de la fundacin del segundo imperio. Lo mismo suceda con auki. La inscripcin, evidentemente incompleta, significa: e hijos de incas

4. Mensajes en la selva

No es nuestro propsito reproducir aqu todas las inscripciones relevadas por Ramos en la selva amaznica. Algunas, por lo dems, no pasan de meros garabatos desprovistos de todo significado. Otras son manifestamente postcolombinas. Otras ms, a pesar de cierta apariencia alfabtica, no responden a ningn sistema conocido de escritura. Algunas, por el contrario, son claramente rnicas y el profesor Munk no tuvo mayores dificultades en traducir las que elegimos a ttulo de ejemplos.

Cerca de la villa de Itacoatiara se halla una gran inscripcin grabada en la roca (cf. fig. 58) cuya grafa es sumamente irregular, como la de tantas otras relevadas en el Paraguay y en Siete Ciudades.

Su trasliteracin da: Oleg wait kile us kam

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Lo que significa *: Oleg guarda los barcos (venidos) de Kam

Oleg es un nombre sueco. Kam, sin significacin, debe de ser un toponmico. Tambin en Itacoatiara, otro litglifo (c;f. fig. 59) presenta las mismas caractersticas que el anterior. Se puede leer, a pesar de la grafa degenerada: ulla fatho kal

Es decir**:

a agarra framente

* (WALT: antiguo nrdico, vida-, antiguo frisn, walda; antiguo alemn, waltan: guardar. KILE: antiguo nrdico, kjll; antiguo alemn, kiel: barco. US: antiguo nrdico, ut; antiguo alemn,uz: de, desde, fuera de.)

** (FATHO (la o es dudosa): de la raz germnica -fot, tomar, tener, agarrar. KAT: antiguo nrdico, kaldr: antiguo alemn, kait: fro.)

"Framente" tiene aqu el sentido de "con sangre fra". Ulla es un nombre, el femenino de Ull.

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En Sangu (que Ramos escribe Sngay o Sangaris, segn los casos), a orillas del ro Urub, hallamos dos inscripciones idnticas, salvo una ortografa y una grafa un tanto fantasistas, ambas acompaadas por una cara masculina inscripta en un tringulo (c;f. fig. 60). Su trasliteracin es la siguiente:

siue gygill sith in w y su traduccin *:

Siete (hombres) perdidos se hallan en W

W constituye, evidentemente, la abreviatura de un toponmico conocido por los destinatarios del mensaje.

* (SIUE: antigu nrdico, sjan; frisn, sigun; antiguo alemn, sibun: siete. GYGIL: antiguo nrdico, geiga: vacilar; anglosajn, gaegan, perderse. SITH: antiguo nrdico, sitje; frisn, sitia; antiguo alemn, sizzdn: hallarse, IN: en.)

Mencionemos an dos inscripciones de un carcter un poco distinto, puesto que comportan runas ideogrficas. Se sabe que las letras de los futhark escandinavos y del futhorc anglosajn tenan, adems de su valor fontico, un significado simblico que variaba, por lo dems, con la regin y la poca. La traduccin de los ideogramas rnicos es aqu, por supuesto, sujeta a caucin, ya que implica una eleccin entre diversas interpretaciones posibles y que no sabemos, a priori, qu tradicin seguan sus grabadores. La primera de estas inscripciones, relevada en Lages (cf. fig. 61), es clsica en cuanto a su grafa y, luego, fcil de trasliterar:

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h g m last

Last es el verbo anglosajn "seguir su camino". Las tres letras anteriores tres consonantes slo pueden tener un sentido ideogrfico. Llevan, en germnico comn, los nombres de hagalaz, gebo y mannaz, respectivamente. El simbolismo del Edda est en perfecta armona con el verbo y tiene, por lo tanto, muchas probabilidades de ser el correcto: heil (saludo), ger (jabalina) y mann (hombre). Tenemos as:

Saludos, hombre de la jabalina. Sigue tu camino. Esto repitmoslo, con las reservas que exige cualquier interpretacin ideogrfica.

1 La otra inscripcin del mismo gnero se encuentra a opilas del ro Puraquequara (cf. fig. 62). Es enteramente ideogrfica:

k h th z g s

Vale decir: kaunaz, hagalaz, thurisaz, ziu, geb y solewu. El thurisaz tiene una forma anormalmente simplificada. El ziu est superpuesto al gebo, lo cual indica un genitivo sajn.

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El profesor Munk propone la siguiente interpretacin, conforme a la simbologa del Edda:

La audacia ayuda en el desastre. La jabalina de Tyr da la victoria.

Con las reservas del caso, por supuesto. Ziu es el nombre antiguo alemn de Tyr, uno de los Dioses de la trada suprema del Panten germnico.

Reproduzcamos, por fin, segn Ramos, para concluir este somero muestreo de lasinscripciones rnicas del Amazonas, otro litglifo de Sangu (cf. fig. 63).

En medio de signos anrquicamente dispuestos que lo hacen incomprensible, se notan en l algunas runas de dibujo clsico. Pero

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lo que ms atrae la atencin es un magnfica cruz de Tiahuanacu, imposible de confundir. Una nueva prueba del origen inmediato de los guardias blancos que, antes y .despus de la destruccin del imperio vikingo, surcaban la selva amaznica o estaban de guarnicin en sus puntos estratgicos.

5. Exploradores y soldados

Repitmoslo: nos hemos limitado aqu a presentar un muestreo de los innumerables vestigios que contiene ese enorme territorio brasileo donde se hallan las ltimas zonas inexploradas del mundo. Sin hablar siquiera de la selva impenetrable, el Nordeste, donde se empieza apenas a trazar carreteras, no ha atrado mayormente, hasta ahora, la atencin de los arquelogos. Por eso debemos estar reconocidos a Tristo de Araripe, a Bernardo da Silva Ramos, a Ludwig Schwennhagen y a unos pocos ms, por habernos suministrado un material inapreciable, aun cuando su interpretacin fuera altamente fantasista.

Podan, por otra parte, hace un siglo o medio siglo, tener una visin ms clara de los hechos? Si se piensa que Posnansky(61), en 1940, atribua una edad de 17.000 aos a la ciudad de Tiahuanacu cuya construccin ni estaba terminada en 1290, si se considera que las momias rubias de Paracas fueron descubiertas recin en 1925 y si se tiene en cuenta que la runologa, aun en Europa, era, antes de los aos inmediatamente anteriores a la segunda guerra mundial, una disciplina muerta en la cual slo se interesaban unos pocos fillogos, la respuesta no puede ser sino negativa. La situacin ha cambiado, ahora que sabemos que los vikingos estaban establecidos, en la Edad Media, a orillas del lago Titicaca, haban conquistado un imperio entre los Andes y el Pacfico y frecuentaban las costas del Atlntico a las que tenan acceso, en el Sur, por caminos cuidadosamente mantenidos y, en el Norte, por el Amazonas.

Lo que el presente captulo agrega al fruto de nuestras investigaciones anteriores son nuevas pruebas de la extensin considerable del territorio brasileo que recorran y ocupaban los vikingos y sus descendientes. Las inscripciones del Amazonas deben de provenir de exploradores, dado su texto. Pero las del Nordeste nos muestran que los Hombres de Tiahuanacu no se contentaban con navegar en el Parnaiba y el Sao Francisco: estaban slidamente establecidos en las tierras que se extienden entre esos ros y el ocano.

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Ocupar no significa necesariamente poblar. Hay buenas razones para pensar que, en el Nordeste como en el Amazonas, los vikingos se limitaban a mantener guarniciones o, si se prefiere, a encuadrar milicias indgenas, como lo hacan aun en el Per. Slo se trataba para ellos de garantizar la seguridad de la navegacin en el Gran Ro y, lo veremos en el prximo captulo, a lo largo de las costas. El caso del Piau es distinto. La gente deba de venir desde lejos a Siete Ciudades donde probablemente no se hallaba poblacin blanca permanente, salvo unos sacerdotes, pero donde los peregrinos, que sus mujeres no acompaaban, se renovaban sin cesar y, a menudo, no tenan reparos en dejar la semilla de pequeos mestizos.

Es esto lo que explica que los Hombres de Tiahuanacu slo hayan dejado en el Brasil algunas inscripciones sin mayor importancia y algunas postas. Eran soldados, no constructores ni, menos an, letrados. El clima, especialmente aplastante para nrdicos acostumbrados al fro del Altiplano, no los llevaba a hacer mritos. Por otro lado, los indios de las tribus sometidas a su autoridad no podan en nada compararse con los quichuas del Per. Basta ver cmo viven hoy da sus descendientes, los que han permanecido puros, en el Amazonas, y los que se han mestizado, en el Nordeste, para comprender que no se poda esperar de ellos iniciativa alguna, ni, fuera de sus actividades consetudinarias, el menor esfuerzo siquiera. Por lo dems, para los vikingos de Tiahuanacu, el Brasil no era sino una colonia. Se preocupaban por el bienestar de la poblacin autctona, como lo prueba el desecamiento de la Gran Laguna, pero ni pensaban en dejar all monumentos con los cuales los indios no habran sabido qu hacer y que ellos mismos no necesitaban en absoluto.

VI

Las escalas del Atlntico

1. La isla de los alfareros

Entre la desembocadura del Amazonas, al norte, y la del Tocantins, al sur, est situada la enorme isla de Maraj, separada, al oeste, de la tierra firme, por un canal que une los dos ros y recibe, en ambas orillas, numerosos arroyos. Zona de paso obligatoria para las tribus que venan del Amazona, y de la Guayana, y hasta de las Antillas, como para las cje remontaban la costa, su poblacin indgena debi de cambiar mucho, en el curso de

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los milenios, y numerosas influencias se notan todava cuando se observan sus residuos actuales. Por ello no es desde el punto de vista antropolgico que la isla retiene nuestra atencin. Lo importante, para nosotros, es que constituye uno de los yacimientos arqueolgicos ms ricos de Sudamrica. Pues su alfarera, de un nivel tcnico apreciable, reproduce motivos que no nos son desconocidos.

Observemos los signos de la figura 64. Fueron sacados por Alfredo Brando(59) de distintas piezas de cermica marajoara reproducidas en el nmero 6 de Archivos do Museu Nacional de Ro de Janeiro. Los dos primeros son cruces de Tiahuanacu. Otros tienen una apariencia alfabtica. El ltimo, abajo a la derecha, contiene un solewu (s) rnico perfecto.

Ms llamativas an, por ms elaboradas, son las dos cruces de Tiahuanacu relevadas por Bernardo da Silva Ramos (60) en otras vasijas de la isla (c,f. fig. 65, a la izquierda). La primera es clsica, pero la segunda est situada en el centro de un conjunto complejsimo cuyo diseo es tan extrao como fuera posible al estilo indio. En la misma figura, a la derecha, se ve, siempre segn Ramos, una cruz de Malta, sa misma que constitua uno de los smbolos del Dios blanco tolteca Quetzalcatl.

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Tal yuxtaposicin no tiene porque sorprendernos, puesto que sabemos que los fundadores de Tiahuanacu haban pasado por Mxico donde haban actuado durante unos veintids aos (14). La cruz de Tiahuanacu, por otra parte, no se desconoca en Centroamrica. Se la ve, en especial, en la gorra de Huehuetotl, el Dios del fuego, cuya estatua, que se encuentra en el Museo Nacional de Antropologa de Mxico, nos muestra a un anciano, barbado y orejn cuya presencia nos sorprendera mucho menos en el Per que en el Anhuac. Por otra parte, observamos nosotros mismos, en el Museo Emilio Goeldi de Belm do Para, piezas de cermica marajoara que llevan signos (cf. fig. 66) de las cuales lo menos que se pueda decir es que son de inspiracin rnica. Ms an, en el cuello de un vaso, se ve una inscripcin circular (cf. fig. 67) cuyos caracteres tienen toda la apariencia de runas. No es la nica, ni mucho menos. Slo la presentamos aqu a ttulo de ejemplo.

Nada ms normal que todo eso. Los vikingos de Tiahuanacu navegaban en el Amazonas. La isla de Maraj constitua, pues, para ellos, un punto de apoyo de primera importancia y, lgicamente, haban establecido en ella a tribus indgenas seguras, guaranes, sin ninguna duda, arahuaks, tal vez, encuadradas por guardias blancos. Durante siglos, esos indgenas haban estado en contacto con los Hombres del Titicaca y haban adoptado muchas de sus costumbres. Uno de sus grupos, especialmente dotado para la cermica y es esto lo que nos hace pensar en los Arahuaks les haba tomado prestados sus smbolos y, tal vez, su escritura. Una vez destruido el imperio de Tiahuanacu, la isla, cuyas tierras, en gran parte pantanosas, no son muy atractivas, perdi su razn de ser logstica. Los blancos y los indios civilizados la abandonaron tan pronto como los barcos vikingos dejaron de surcar las aguas del delta. Las inundaciones espordicas y la humedad permanente no tardaron en borrar todo rastro de su estada, salvo los fragmentos de cermica incorruptibles que 147

la tierra trag poco a poco, pero cuyo testimonio nos aporta hoy da cualquier excavacin.

2. Puestos lacustres y murallas

S, desde la baha de Maraj, bajamos a lo largo de la costa brasilea, encontraremos, a unos 500 km a vuelo de pjaro, la inmensa baha de San Marcos, cuya entrada cierra en parte la isla San Luis donde se halla la capital del mismo nombre, fundada por los franceses en el siglo xvII, del actual Estado del Maraen. En el fondo de esa baha, a 300 km en el interior de las tierras, confluyen dos ros importantes, el Pindar y el Mearim. Este ltimo es navegable sobre por lo menos 400 km y sus puertos Arar, Bacanal. Ipixuna, Pedreiras reciben, hoy da, un trfico apreciable. A 40 km de su desembocadura, el Mearim recibe el Graja, l mismo alimentado, unos kilmetros arriba, por las aguas de tres lagos encadenados que llevan los nombres de Marac, Verde y Ass. En ellos existen todava, escribe Schwennhagen (53), vestigios de puertos lacustres antiqusimos: "largas lneas de cimientos petrificados encima de los cuales estaban los astilleros". Traducimos por "cimientos" la palabra portuguesa estejo, forma incorrecta de estelo, que significa "pieza de madera, de metal o de piedra con la cual se sostiene algo". Aunque Schwennhagen no lo precisa, esos cimientos, ya que estn petrificados, slo pueden, obviamente, estar hechos de madera, lo cual excluye toda posibilidad de un fenmeno natural. Por supuesto, los "astilleros" no son sino una deduccin, pero una deduccin lgica: unos cimientos sumergidos slo pueden servir de apoyo a instalaciones que avancen en el espejo de agua, vale decir, por lo menos, a muelles. El razonamiento que nuestro autor hace respecto del lago del Parnaiba (c,f. cap. IV, 10) parece vlido para los del Graja.

A 300 km de la baha de San Marcos, siempre bajando a lo largo de la costa, se alcanza el delta del Parnaiba, del que hablamos largamente en el captulo IV, y el lago Sao Domingos, y luego, 350 km ms lejos, en el Cear, dos lagos unidos al mar por canales de 3 y 8 km, respectivamente, en el segundo de los cuales est situado la villa de Paracur que seala, verosmilmente, el portulano de Siete Ciudades (cf. cap. IV, 11). Unos 500 km ms abajo, en el Ro Grande del Norte, el puerto de Touros ocupa una posicin privilegiada. cerca del cabo San Roque, punta oriental de la costa que, ms all, se orienta netamente hacia el sur. En los alrededores, el lago Geral habra, tambin l, segn Schwennhagen, abrigado un puerto del gnero mencionado, como ms al sur, el lago de Estrems, con sus "antiguos terraplenes y unos subterrneos". Estos dos lagos, agrega nuestro arquelogo, estn unidos al mar por canales de 10 y 11 km, respectivamente.

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Si los hechos son exactos no tuvimos la posibilidad de verificarlos, pero Schwennhagen era, ya lo dijimos, un observador escrupuloso, los vikingos posean, en la costa del Nordeste, entre el Amazonas y el cabo San Roque, y hasta ms al sur, una cadena de puertos lacustres, separados los unos de los otros por una distancia de 300 a 500 km, lo cual representa, para drakkares, dos o tres das de navegacin. Encontraban en ellos, no slo amarraderos seguros, como en los fiordos del pas de sus antepasados, sino tambin drsenas donde podan, en caso de necesidad, reparar sus barcos. Estas instalaciones suponan un trfico martimo de cierta intensidad que, lo vamos a ver, se extenda mucho ms lejos hacia el sur.

Los rastros de esos puertos no son los nicos vestigios que conozcamos de la presencia de los Hombres de Tiahuanacu en las costas del Nordeste brasileo. Ya mencionamos las murallas cementadas de Tutia, en las bocas del Parnaiba. Schwennhagen seala otras ruinas del mismo gnero descubiertas, en el Maran, en la pennsula que se encuentra frente a la ciudad de San Luis y en la isla de Trona, "donde los navegantes avistan todava hoy grandes bloques de piedra que provienen de murallas de una alta plaza fuerte". Asimismo, en la punta extrema de la pennsula de Camocim, en el Cear, a 100 km de la desembocadura del Parnaiba, se hallaron ruinas semejantes cuyo origen postcolombino no se ha podido establecer. Por lo dems, si los franceses, los holandeses o los portugueses hubieran construido fortificaciones de piedra en esas costas, slo habran podido hacerlo a partir del siglo xvii, y el tiempo corrido hasta hoy no habra bastado para destruir obras que su utilidad permanente habra llevado a unos y otros a mantener con sumo cuidado.

3. El "Camino del Hombre Blanco"

Tenemos que bajar de siete grados hacia el sur para encontrar, en la costa, otros rastros de los blancos precolombinos. No se relacionan con navegantes annimos, sino con el padre Gnupa, ese sacerdote catlico llegado, hacia 1250, de Normanda al Brasil, en el cual los misioneros portugueses y espaoles quisieron reconocer al apstol Santo Toms. Contamos en otro lugar (16) su viaje accidentado a travs del Guayr, el Paraguay y el Per. Pero nos limitamos a mencionar rpidamente, por escaparse de nuestro tema, su itinerario a lo largo de la costa del Brasil. Corresponde ahora retomar detalladamente este ltimo punto.

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Es al primer provincial de la Compaa de Jess en el Brasil a quien debemos la referencia ms antigua al religioso que las tradiciones indgenas llamaban Pay Zum. En una carta dirigida a sus superiores, en 1549, desde San Salvador de la Baha de Todos los Santos, ciudad sta ms conocida con el nombre de Baha, aunque su denominacin oficial no haya cambiado, el P. Manoel de Nbrega(62) escriba: "Como por tradicin de unos en otros se ha conservado en los naturales del Brasil la memoria de haber predicado all el Apstol Santo Toms, y que contaban los del pueblo llamado San Vicente, que est al principio del Brasil (al sur), que hasta lo que haba de comer sin riesgo de muerte les haba enseado este Apstol, y que por cosa cierta y en boca de todos trada de unos anales a otros afirmaban que una vez se irritaron tanto aquellos brbaros contra un discpulo de Sto. Toms que, tirndole flechas y arrojndole dardos, le pretendieron matar; y sucedi que sin llegar al discpulo, se volvieron dardos y flechas contra los homicidios, acertando mejor a la vuelta las flechas y dardos que los ballesteros al blanco de su crueldad. Y que muestran los del rasil las huellas de este sagrado Apstol muy sealadas en una pea altan.

Tres aos ms tarde, el P. de Nbrega volva sobre el tema: "Tienen noticias los naturales brasiles de Santo Tom, a quien llaman Pay Zum; y es tradicin recibida de sus mayores que anduvo por estas regiones, y las huellas deste santo Apstol dicen verse junto a un ro. Para certificarme, fui all en persona y vi por mis propios ojos cuatro huellas de pies y dedos de hombre profundamente impresas; cbrelas a veces el agua cuando crece, y dicen se imprimieron all en ocasin que queran asaetar al santo, quien, huyendo de aquel sitio para librarse de sus manos, se detuvo la corriente, dando lugar para que pasase a pie enjuto y se fuese a la india. Cuentan tambin que las flechas que le tiraron se revolvieron contra los agresores, y que los bosques por donde pasaba se abran de suyo, inclinndose los rboles para darle paso. Y ltimamente, que les prometi que volvera a visitarlos en algn tiempo".

Se encuentran relatos de este gnero en la correspondencia y en las obras de todos los misioneros que, en los siglos xvi y xvii, aportaron su testimonio sobre las costumbres y creencias de los indgenas. Citemos al P. Yves de Evreux(63) que, en 1613 y 1614, recorri el Norte del Brasil. Como otros lo hacan en la misma poca en el Per rivalidad entre rdenes religiosas?, era San Bartolom, y no Santo Toms, a quien ese capuchino francs reconoca en Pay Zum. As se esforzaba de convencer de ello a un cacique del Maraen: "y eligiendo a San Bartolom, se lo mostr diciendo: toma, aqu est ese gran Marata que vino a tu pas, del que contis tantas maravillas que os dejaron vuestros padres por tradicin. Fue l quien hizo tallar la Roca, el Altar, las Imgenes y las Escrituras que estn todava all y que vosotros habis visto". Lo cual, sea dicho entre parntesis, muestra que an haba, en el siglo xvn, en la regin, un monumento y unas inscripclones que tanto los indios como el buen padre atribuan al misterioso

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evangelizador precolombino. Santo Toms o San Bartolom, no son stas sino fantasas de misionero, o la expresin de un celo abusivo. No queda duda, sin embargo: en el Brasil, como en el Paraguay y el Per, Pay Zum haba dejado muchos recuerdos en la memoria de los indgenas. Retomemos aqu el resumen sumamente preciso que nos da de ellos el P. Lozano (M): "En otra playa de la baha de Todos los Santos, a dos leguas de la ciudad de San Salvador, capital del Brasil, en un paraje llamado Itapu se descubre otras pisada de hombre, impresa en dura piedra, a la cual reverenciaban todos los brasiles al pasar por aquel paraje, porque creen es del mismo apstol.

"Dentro de la barra de la misma baha, hay otra piedra, en que el santo dej la estampa de otros dos pies grabados en su sustancia, y en distancia uno de otro, lo que requiere la proporcin de los pasos de quien va caminando. La tradicin derivada de padres a hijos es la misma que se halla en los indios de las otras capitanas del Brasil, y por esa razn llaman ahora a aquel paraje Santo Tom, de quien referan en particular aquellos primeros brasiles, moradores de la Baha, que exasperados cierto da sus abuelos, con la novedad de su doctrina, quisieron echarle mano para prenderlo; pero el santo se fue retirando para la playa, abriendo camino por un monte tan fragoso que les fue imposible hacer pie para seguirlo, y lo vieron caminar por el mar, dejando frustrados sus designios y por memoria, estampados sus pies en la piedra ms blanda que sus corazones.

"No es menos prodigioso el camino de arena slida y pura que en el recncavo de la Baha de Todos los Santos entra por espacio de media legua dentro del mar, y es la tradicin que lo dej hecho Santo Tom, milagrosamente, cuando, predicando por aquella baha, se amotinaron contra l los indios de aquel paraje, y huyendo de la furia de sus armas, le sbitamente levantando el mar aquella senda, por donde pasase a pie enjuto a vista suya, cubriendo al punto el agua el principio, de ella, para que no pudiesen seguirle los gentiles, que en la playa quedaron no menos rabiosos que atnitos por tan estupenda maravilla, y llamaron en adelante a aquella milagrosa senda Maraip, que en lengua del Brasil quiere decir camino de hombre blanco, como se intitula hasta ahora, y como apellidaban a Santo Toms, porque hasta entonces no haba aportado a su pas otro hombre de su color."

Las improntas de pie, ya lo sabemos (16), son los signos que utilizaban los vikingos para marcar sus caminos. El P. Gnupa no los haba trazado, sino seguido. Lo prueba el hecho de que en Baha, como en San Vicente y otros lugares, las huellas se dirigan

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hacia el mar de donde vena, segn el testimonio de los indgenas, el sacerdote normando. En cuanto al "camino de hombre blanco", deba de tratarse de un espign o de un muelle construido en las aguas de la baha para delimitar un puerto o servir de amarradero. No podemos, evidentemente, estar seguro de ello, pero es sta la hiptesis ms lgica. La baha de Todos los Santos, cerrada por la isla Itaparica, es una de las ms abrigadas del mundo. Pero es inmensa, y los efectos del viento se hacen sentir en ella. Los vikingos deban de haber establecido all una de sus bases ms importantes, con una drsena donde sus pequeos barcos estuviesen bien protegidos del viento y d las olas. Las tradiciones indgenas parecen indicar que no haban utilizado, para eso, un abrigo natural, sino construido un malecn cuyos cimientos subsistan an en el siglo XVII.

Existen o existieron, segn parece, pruebas ms tangibles todava de los establecimientos vikingos de Baha. Leemos, en efecto, en las Actas del Congreso Internacional de los Americanistas, que tuvo lugar en Bruselas en 1879: "En cuanto al Brasil, se empieza a hablar, hoy da, de colonias escandinavas, que habran sido establecidas all por viajeros islandeses o groenlandeses. A este respecto, dice Moosemller: algunos autores estiman que los viajes de los normandos se extendieron hasta el Brasil. Aunque esta opinin no pueda ser probada con documentos escritos, con todo no es imposible; pues no se podra admitir, como lo dice astian (23), que esos hroes escandinavos, que hicieron la guerra a los emperadores de los francos y de Bizancio y conquistaron reinos; para quienes el Mediterrneo era demasiado estrecho y, ya en los primeros siglos, visitaron las Canarias; que esos hroes se hubieses detenidos a medio camino en Amrica donde slo tenan que combatir a indios desnudos y no hubiesen ido adelante hacia el sur, donde la magnfica vegetacin tropical deba excitar cada vez ms su sed de descubrimientos.

"Por lo dems, esta tesis est confirmada por hallazgos hechos en el Brasil. El Dr. Lund, de Laga Santa, encontr en los alrededores de Baha una placa de piedra con inscripciones rnicas. Aunque esta placa estaba rota, pudo descifrar en ella algunas palabras islandesas. Al efectuar bsquedas, hall los cimientos de casas, que se parecen mucho a las ruinas que todava existen en el norte de Noruega, en Islanda y al oeste de Groenlandia". En nota figura la siguiente referencia: Moosemller, O.S.B., Europder in Amerika vor Colombus, Regensburg, Manz. p. 190.

El razonamiento de Bastan es vlido, aun cuando, como lo sabemos ahora, los vikingos del Brasil no fueran noruegos. Pero las pruebas materiales mencionadas en Bruselas seran, por cierto, mucho ms importantes para nosotros. Ha sido en vano, desgraciadamente, haber buscado y mandado buscar, en Alemania, en Francia, en la Argentina y

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en el Brasil, la obra de Moosemller de la cual nadie sabe nada: no figura en el catlogo de ninguna biblioteca pblica. No hemos tenido, ms suerte del lado de Peter W. Lund, el antroplogo dans que, entre 1835 y 1844, descubri y estudi en el Brasil, el Hombre de Laga Santa. Lemos sus obras, publicadas en portugus: ni la menor mencin de los hallazgos que se le atribuyen. Las informaciones a las cuales se refieren el misterioso Moosemller fueron sacadas de algn artculo de revista, o de una carta dirigida a algn sabio europeo? O se trataba de una mistificacin como la de que Gravier (65) fue vctima, cuando relat, con nombres y fechas precisos, pero tambin con las reservas que se imponan, el descubrimiento de la inexistente tumba vikinga del Potomac? No lo sabemos. Pues el hecho es que nadie, posteriormente al congreso de Bruselas, parece haber tenido la menor noticia de la placa ni de los cimientos en cuestin. Sera sumamente interesante saber a qu atenernos al respecto, aun cuando no quede muchas esperanzas de reencontrar, en caso de confirmacin, vestigios de una aldea que, en una zona superpoblada, habran tenido, en ms de un siglo, ms que el tiempo suficiente para desaparecer.

4. La Roca de la Gvea

De seguir bajando a lo largo de la costa brasilea, encontraremos, diez grados al sur de Baha, la profunda baha de Guanabara, en cuya entrada se enfrentan Ro de Janeiro y Niteroi. Al sur de la antigua capital, se escalonan, de este a oeste, las conocidsimas playas de Copacabana, Ipanema y Leblon, y luego, al pie de una sierra cubierta de selvas frondosas, las de Sao Conrado y Barra da Tijuca. Domina la sierra en cuestin una roca desnuda que la prolonga como una especie de espoln elevado y que se conoce con el nombre de Pedro, da Gvea. La pared norte de esta roca, tal como se la ve muy claramente, a simple vista, desde la sierra de Boa Vista que la enfrenta, tiene toda la apariencia de un rostro humano (cf. fotos 27 y 28). Dos grutas constituyen sus ojos y les disean arcos superciliares pronunciados. La nariz, cuyo tabique separa, segn se debe, las cavidades oculares, es ligeramente aguilea y muy puntiaguda. Una hendidura horizontal marca el lugar correcto de la boca. Una barba enteriza cubre y prolonga las mejillas y el mentn, mientras una gorra o casco de forma ojival parece colocada, sin solucin de continuidad, sobre la frente recta. En la pared oeste, a la altura de los ojos, una gran puerta rectangular est tallada en la roca, obstruida por un bloque de piedra que cierra su entrada y que nadie, hasta ahora, ha tratado, por lo menos con xito, de desplazar.

En la gorra o el casco, se notan varias series de signos grabados, la principal de las cuales, a media altura, es especialmente visible. Se conoce la existencia de esta ltima desde principios del siglo pasado y, ya en 1839, el Instituto Histrico y Geogrfico nombraba, para estudiarla, una comisin, constituida por Manoel de Araujo Porto

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Alegre y J. da Cunha Barboza, cuya memoria inici una polmica que an no est cerrada: trtase de una inscripcin esculpida de mano de hombre, o de meros trazos, debidos a la erosin, cuyo alineamiento regular slo provendra de algn capricho de la naturaleza? Prudentemente, los autores del documento se abstienen de pronunciarse: "La comisin no desespera de la gloria, que aguarda el Instituto Histrico y Geogrfico, por el descubrimiento de iguales monumentos; ni de la esperanza de ver aparecer en su seno un Champolleon (sic) brasileo, ese Newton de la antigedad egipcia o Cuvier del Nilo, para que el faro de su genio indagador ilumine esta parte tan obscura de la historia primitiva de nuestro Brasil; y para que ella pueda algn da contemplar aquel monumento como Anaxgoras el sol, o tambin, como Pitgoras, ver en aquella roca una inscripcin grabada por el azar y el tiempo, o una indicacin, debida al cihzel del hombre, dejada para las generaciones venideras". El estilo bien vale la cita...

Hay que esperar el ao 1920 para que se efecte el primer relevamiento correcto de los signos, de 2,50 m de altura, en promedio, que, en unos 30 m, forman una lnea, irregular desde el doble punto de vista de la altura y de la profundidad de su trazo (cf. fig. 68). Bernardo da Silva Ramos, tan minucioso como de costumbre, a quien lo debemos, no poda, por supuesto, limitarse a este notable trabajo: tambin deba traducir una inscripcin que, por no tener el menor parecido con la escritura griega, deba ser fenicia. Fue as cmo dio a luz un texto que honra su imaginacin: "Tiro Fenicia Badezir primognito de Jethbaal". Ramos, con todo, no estaba muy seguro de s mismo: "En la hiptesis de que no hubiramos interpretado fielmente esa inscripcin, nos queda el consuelo de haber -bien empleado nuestro tiempo estimulando, gracias a nuestras modestas investigaciones, a los que tienen la competencia requerida, los que nos perdonarn nuestro parecer". El resultado fue muy distinto: por miedo al ridculo, nadie ms, hasta hoy, se ha atrevido a hacer la menor alusin a la Pedro da Gvea, salvo para manifestar, en pocas palabras, el escepticismo del que el mismo Ramos haba dado el ejemplo.

El estudio de los signos en cuestin es, por lo dems, sumamente delicado. El viento y la lluvia, con su violencia tropical, alcanzan la roca de lleno y no se excluye, pues, a priori, que tanto el rostro como los trazos alineados sean el producto de la erosin. Un detalle, sin embargo, parece contradecir esta explicacin: las lneas verticales de los signos van ensanchndose hacia abajo. Tal fenmeno es caracterstico de una accin de 154

la lluvia que, deslizndose a lo largo de la roca lisa, encuentra una hendidura que, en lugar de atenuarse progresivamente, como es el caso, por lo general, cuando se debe a la erosin, s interrumpe de golpe. El agua se acumula en el punto donde la piedra, cortada horizontalmente por el cinzel del grabador, le opone una resistencia que no le ofreca el trazo vertical artificial. Rebota, entonces, y desborda por la derecha y la izquierda, ensanchando as la hendidura. Algunos experimentos que hicimos confirmaron plenamente lo que acabamos de exponer. De ah una hiptesis de trabajo: los signos de la Roca de la Gvea constituyen una inscripcin, maltratada por los elementos.

Por deformados que estn, estos signos que, en el marco de esta hiptesis, se convierten en caracteres tienen una neta apariencia rnica. Sabamos, por otro lado(16), que los vikingos frecuentaban la costa sur del Brasil y que sus huellas de pie haban sido relevadas en Cabo Fro, un poco al norte de Ro de Janeiro. Era evidente, por otra parte, que la baha de Guanabara constitua, para sus drakkares, el abrigo ms seguro entre Baha y San Vicente (Santos), uno de los puertos donde terminaban los Caminos Mullidos que, desde Tiahuanacu, llevaban al Atlntico (16). Todo, pues, pareca indicar que la inscripcin de la Gvea era un hito ms en una ruta martima que ya conocamos. Pero haba que probarlo, lo que slo una traduccin poda permitirnos hacer.

La tarea no era nada fcil. Por un lado, la erosin ha deformado la mayor parte de los caracteres, atenuando algunos de sus trazos y, lo que es ms grave, agregndoles otros que podran ser tomados por letras o que modifican las autnticas. El trazado de estas lneas parasitarias, es cierto, est menos marcado que el de los caracteres primitivos, pero este hecho podra deberse, precisamente, a la lluvia y al viento. Por otro lado, ya lo dijimos, el idioma de los vikingos de Sudamrica no era el puro norrs, sino un dialecto germanodans del que no existe diccionario alguno. El profesor Hermann Munk trabaj durante tres meses sobre la inscripcin de la Gvea. Consigui restablecer su grafa correcta (c.f. fig. 69) y, luego, trasliterarla sin encontrar ms dificultades que dos grupos de runas ligadas: los que corresponden a es, en la penltima palabra y a us, en la ltima:

Una vez logrado este resultado, la traduccin se haca relativamente fcil *:

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Cerca de esta roca, numerosas tablas de roble para barcos depositadas playa arena gruesa (o: guijarros) Esk, en los idiomas germnicos conocidos, se refiere a un campo cultivado. Aqu, sin duda alguna, toma el sentido de extensin plana y, ms precisamente, dado la palabra kius (arena gruesa, guijarros) que viene a continuacin, el de playa.

* (EN: en, cerca .de. HIN: de la raz germnica hi; antiguo sajn, he; anglosajn, he, J^ims el, l. LI: antiguo alemn, ei, roca, piedra. FILL: antiguo sajn y antiguo alemn, filu', antiguo nrdico, fjol: mucho. EIK: antiguo nrdico, eik: roble. THILA: antiguo nrdico, thilja, tabla del fondo de un barco. SITHIL: antiguo nrdico, sitja', antiguo frisen, sitia; anglosajn sitian: estar sentado. (De la misma raz: antiguo nrdico, s.etja, antiguo frisn, setd; anglosajn, sellan: sentar, poner). ESK: gtico, atisk; antiguo alemn, ezzisc: campo. KIUS: germnico, fcisa; antiguo alemn, ksil', anglosajn, csi, ceosil: arena gruesa, guijarros.)

El profesor Munk atribuye a los resultados de su anlisis filolgico restablecimiento de la grafa, trasliteracin y traduccin un grado de certeza del 80 %. Una duda razonable slo podra surgir a su respecto, pues, si el sentido de la inscripcin no tuviera ninguna relacin verosmil, ni con sus autores presumidos, ni con su emplazamiento. No es ste el caso, por cierto. Nada ms lgico que un depsito de tablas establecido por los vikingos en los alrededores del lugar ms indicado, entre sus dos bases de Baha y San Vicente, para recalar y para reparar sus barcos. Pues la baha de Guanabara posee a la vez las caractersticas de un amarradero seguro y de un puerto lacustre del gnero de los que hemos mencionado ms arriba. La inscripcin parece indicar, sin embargo, que, por lo menos en la poca en que fue grabada, los Hombres de Tiahuanacu no tenan ningn establecimiento fijo en una zona que slo constitua para ellos un lugar de refugio accidental: nada de astillero, solamente un depsito de tablas susceptibles de ser utilizadas en caso de necesidad y cuidadosamente escondidas. La palabra thila es clarsima: no se trataba de tablas cualesquiera, sino de piezas de madera destinada al casco de los barcos. Por supuesto, eik, roble, no se refiere necesariamente al

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rbol europeo que lleva este nombre, sino, probablemente, a una madera local de caractersticas similares que los vikingos de Sudamrica utilizaban para sus construcciones navales. Haba mucha en las selvas brasileas, en, general, y en las de la Gvea, Boa Vista y Tijuca, en particular.

Lgica, pues, en cuanto a su contenido, la inscripcin no deja por ello de plantear algunos problemas. En primer lugar, el de su emplazamiento. La Roca de la Gvea es bien visible desde el mar. Su forma y su altura hacan de ella un punto de referencia ideal para barcos que bordeaban la costa. Se puede concebir, pues, que las "instrucciones nuticas" vikingas la hayan sealado con este carcter. Pero, en tal caso, la inscripcin misma parece superflua, puesto que un punto de referencia slo tiene sentido si sus destinatarios saben lo que indica. Por otro lado, la pared norte de la Roca da sobre la sierra de Boa Vista y slo se la ve desde varios puntos del interior de las tierras, difcilmente accesibles en aquella poca. El ms cercano la Pedro, Bonita donde estn grabados en el suelo unos curiossimos crculos concntricos sigue estndolo hoy da. Resulta muy poco comprensible, en un primer momento, que un "panel de sealizacin" destinado a marinos est situado en un punto tal que no pueda leerse su inscripcin sino despus de varias horas de marcha en la montaa. La suma de estas dos dificultades nos sugiere una explicacin aceptable: la inscripcin no responda a una intencin utilitaria, sino a la existencia anterior del rostro esculpido por el viento y la lluvia en la pared norte de una roca que tena, para los marinos, una primordial importancia. Tratemos de ponernos en el lugar de los vikingos encargados de establecer, en la haba de Guanabara, un punto de apoyo martimo y de almacenar all las tablas indispensables para la reparacin de los barcos. Se adentran en la selva vecina para elegir y cortar los rboles que necesitan para cumplir su cometido. Los indios del lugar, con los cuales mantienen las mejores relaciones, sos mismos cuyos descendientes sern, unos siglos ms tarde mera coincidencia casual? los aliados de los franceses contra los portugueses, les suministran guas y hacheros. Un buen da, se los conduce a la Pedro. Bonita o a Boa Vista y se encuentran frente a un gigantesco rostro de vikingo: rasgos arios, barba tupida, casco ojival. La cara de Odn, tal vez, que los esperaba. Un Signo, de cualquier modo.

Entre esos carpinteros, hay un grabador de runas. Decide dejar su marca en el casco del Dios. Los vikingos trepan por la roca: es fcil hacerlo, por la va del este, pues una meseta llega a la altura del frente de la imagen. El grabador se hace bajar, en una tabla sostenida por cuatro cabos, a lo largo de la roca y empieza a trabajar. Qu va a escribir? No es un sacerdote, ni un escaldo: slo un artesano. Muy simplemente, va a dejar un rastro indeleble de la misin que sus compaeros y l estn cumpliendo. No tiene prisa: el barco que debe venir a buscar el equipo slo llegar dentro de unas semanas. O de unos meses. Queda un ltimo punto por esclarecer. La inscripcin

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menciona una playa de arena gruesa (o de guijarros) donde habran sido enterradas las tablas preparadas por el grupo al que perteneca nuestro grabador de runas. "Cerca de esta roca", precisa el texto.

Las playas situadas al pie de la sierra de la Gvea Sao Conrado y Barra de Tijuca estn hechas de arena fina y la nica, en la costa de Ro de Janeiro y alrededores, donde haya guijarros es la pequea Praia Vermelha, al pie del Pan de Azcar, a varias decenas de kilmetros de nuestra montaa. Una deduccin demasiado rpida podra llevarnos a pensar, pues, que la inscripcin de la Gvea, tal como el profesor Munk la tradujo, no corresponde en absoluto a la realidad geogrfica. Lo cual estara equivocado. Nada, en efecto, es ms cambiante que una playa, sobre todo cuando est situada al pie de un macizo montaoso. Es muy posible que las de Sao Conrado y de la Barra da Tijuca hayan sido, hace seiscientos o setecientos aos, diferentes de lo que son hoy en da. Por lo dems, la expresin "cerca de" es imprecisa y no significa necesariamente "al pie de". La playa de guijarros muy bien poda hallarse en la misma baha de Guanabara, donde sera vano buscarla actualmente, pues hace tiempo que su costa perdi su trazado natural. Es sta la explicacin ms lgica. Evidentemente, los vikingos utilizaban, para amarrar y reparar sus barcos, el incomparable abrigo que les ofreca un espejo de agua bien protegido, y no las playas de la Gvea, en las cuales rompen las grandes olas del ocano. Si nuestra interpretacin es correcta, la Roca, no lo olvidemos, no tena en absoluto el carcter de un panel de sealizacin y el emplazamiento de la inscripcin haba sido determinado por el capricho "milagroso" de la naturaleza, y no por la intencin de informar a los capitanes de barcos averiados, los que deban de saber exactamente dnde se encontraba el depsito de tablas en cuestin.

5. El prodigio del oro

A 150 km a vuelo de pjaro, al sur-sudoeste de Ro de Janeiro, bordeando la costa, se llega a la baha de la Isla Grande, en cuyo. fondo se halla el puerto de pesca y de deporte de Angra dos Res, uno de los mejores fondeaderos del Brasil, bien protegido por la isla que dio su nombre al golfo. A orilla de este ltimo, cerca de la pequea ciudad de Parati, vegeta la vieja aldea de Trindade. En sus alrededores, encima de un alto barranco, dos de nuestros colaboradores relevaron una inscripcin vikinga. Jean-Francois Mongibeaux y Jean-Pierre Bouleau trabajaban desde haca un ao en el Paraguay, donde una expedicin difcil los haba llevado a los abrigos bajo roca de Cerro Guaz que constituyen el conjunto rnico ms grande del mundo (sesenta y una inscripciones traducidas). En febrero de 1974, haban ido a Rio de Janeiro para asistir al Carnaval. All, un arquitecto de San Pablo, de nombre predestinado, como lo vamos a ver, el Sr. Goldstein, les habl de dos inscripciones, encontradas cerca de Trindade en el curso de una partida de caza, que le parecan estar compuestas de runas. Abandonando escolas de samba y batucadas,

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nuestros dos colaboradores se precipitaron al lugar indicado. Despus de una marcha de 12 km en la montaa, hallaron efectivamente una de las rocas sealadas.

Se trata de un gran bloque de piedra en forma de proa que lleva un litglifo de unos 50 cm de largo, cortado en dos partes desiguales por el ngulo que forma la roca. Los caracteres, de 10 a 15 cm de altura, son muy claros (cf. fig. 70), aunque a menudo deformados, como casi en todas

partes, en Sudamrica. La trasliteracin no ofreci, sin embargo, dificultades insuperables, a pesar de algunos grupos de runas ligadas:

sam tal ik ahbi gulles takn

Lo cual significa *:

Cuento tambin el prodigio del oro Nunca sabremos a qu prodigio se refera el grabador de runas de Trindade. Pero la inscripcin basta para establecer que los vikingos, verosmilmente, frecuentaban la baha de la Isla Grande y, de cualquier modo, que uno de sus barcos hizo en ella una prolongada escala.

* (SAM: antiguo nrdico, samr, same', antiguo alemn, sama, samo: tambin, asimismo. TAL: antiguo nrdico, teija', anglosajn, tellen: contar, narrar, informar. IK: antiguo nrdico; ik, yo. ABBI: antiguo nrdico, af; anglosajn, of; antiguo alemn, aba; de; antiguo nrdico, bi: en; antiguo alemn y anglosajn, bi, alrededor de. GULLS: genitivo de GULL: antiguo nrdico, gull: oro. TAKN: antiguo nrdico, teikn; gtico, tcdkna; anglosajn, toen, antiguo alemn, zeihhan: (signo de) prodigio.)

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6. La Costa Danesa

De los smbolos tiahuanacotas de la isla de Maraj, en el delta del Amazonas, a la inscripcin rnica de Trindade, pasando por los vestigios de murallas y de puertos lacustres del Nordeste sin hablar de las Piedras de la Sal del Parnaiba, descriptas en el captulo IV, el Camino del Hombre Blanco de Baha y la Roca de la Gvea, hemos reconocido una serie de hitos en la ruta martima que conduca de la desembocadura del Gran Ro al Golfo de Santos, donde las crnicas sealan unas "huellas del Apstol", y ms al sur todava. Algunos de estos datos nos fueron proporcionados por Schwennhagen, sin que hayamos podido verificarlos. Otros, por el contrario, se deben a las investigaciones que realizamos, con ayuda de nuestros colaboradores del Instituto de Ciencia del Hombre, de Buenos Aires. Son estos ltimos, de lejos, las ms importantes, ya que, gracias a ellos, hemos podido identificar a los navegantes a los cuales los debamos. Era lgico pensar que se trataba de los Hombres de Tiahuanacu. Pero haba que probarlo. Las incripeiones de la Gvea y de Trindade, aun cuando la traduccin de la primera slo sea segura en un 80 %, nos han permitido hacerlo, sin que subsista la menor duda.

Los vikingos, ya lo sabemos (16), utilizaban como bases martimas, en el Sur, el golfo de Santos y la isla Santa Catalina, a donde llegaban las dos ramificaciones del Peabiru, ese "Camino Mullido" que bajaba del Altiplano. Entre esos dos puertos se extenda la costa del Guayr que, en el globo terrqueo de Vulpius (16), construido en 1542, lleva el nombre significativo de Costa Danea, costa danesa en el latn de la poca. Tambin sabemos ahora que empleaban la ruta fluvial del Amazonas y que tenan establecimientos permanentes cuando ms no fuera Siete Ciudades en el Nordeste del Brasil. Pudimos establecer, por otro lado(16), que uno de sus barcos haba ido a Europa, a mediados del siglo xiii y haba vuelto, y que su pasajero, el P. Gnupa, haba seguido la costa hasta el Sur, de Baha a San Vicente (Santos). Por lo tanto, los Hombres d Tiahuanacu navegaban entre sus bases atlnticas del Norte y las del Sur. Accidentalmente? Ya no nos est permitido suponerlo: el depsito de tablas que menciona la Roca de la Gvea bastara para indicar un trfico de cierta importancia.

Se trataba probablemente, ante todo, de una navegacin de cabotaje, y varias razones la justificaban. Por un lado, para ir de Tiahuanacu a la isla de Maraj y a Siete Ciudades, haba que recorrer, en primer lugar, antes de llegar al Amazonas, unos 2.000 km de los caminos accidentados que se convertiran, ms tarde, en las Calzadas Reales incaicas: la ruta del Sur poda ser ms fcil. Lo era indudablemente, por otra parte, durante la estacin de las lluvias, cuando las aguas turbulentas del Gran Ro, cuyo nivel suba

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varios metros, transportaban enormes troncos sumergidos que constituan un grave peligro para embarcaciones livianas como eran los drakkares.

Por otro lado, para barcos que su vela cuadrada haca incapaces de andar contra el viento y no se poda, por supuesto, remar durante miles de kilmetros, era relativamente fcil alcanzar Europa desde los puertos del Sur pero el itinerario de regreso terminaba en las bocas del Amazonas. El rgimen de los vientos y de las corrientes impona, pues, un derrotero triangular. Ahora bien: slo tenemos testimonios acerca de un nico viaje transatlntico, pero todos nos lleva a pensar que hubo muchsimos ms. A partir de 1250, los barcos normandos iban regularmente, guardndose al respecto el mayor secreto, a buscar en el Amazonas troncos de madera brasil, como lo prueban las tarifas de aduana de Dieppe, Caen y Harfleur (le). Es altamente improbable que sus primos de Amrica hayan contemplado sus idas y venidas sin que brote en ellos, de vez en cuando, la irresistible gana de retomar el camino que, una vez ya, los haba llevado de vuelta a Europa. Pero, para hacerlo, ellos deban partir de los puertos del Sur. Pues deban de seguir navegando en sus drakkares, mientras que los normandos ya utilizaban carabelas, mucho ms maniobreras. Probablemente, los barcos europeos llegaban a veces hasta el Sur, como parece indicarlo el viaje que Paulmier de Gonneville hizo al Guayr, en 1503, es cierto que por la ruta del frica. Sus intereses comerciales podan inducirlos a ello, o, simplemente, durante la mala estacin, el deseo de seguir un derrotero ms favorable que el que parta del Ecuador.

Sea lo que sea en cuanto a este ltimo problema, queda seguro que numerosos barcos, antes de la conquista portuguesa y espaola, bordeaban la costa brasilea, recalando, cuando las circunstancias lo exigan, en puertos y bahas donde sus capitanes saban que iban a encontrar, no slo un abrigo, sino tambin el apoyo "logstico" que podan necesitar. La'"Costa Danesa" no se extenda solamente, pues, a lo largo de las playas y las barrancas del Guayr: iba hasta la desembocadura del Amazonas, uniendo as por el mar las dos salidas atlnticas, terrestre y fluvial, del imperio de Tiahuanacu.

VII

Vikingos y normandos

1. El balance de una investigacin

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En el ano 967 de nuestra era, unos setecientos vikingos de ambos sexos desembarcaron de siete drakkares en la costa de Mxico. Veinte aos ms tarde, el jari Ullman retom el camino, del mar, abandonando a aquellos de sus hombres que se haban unido con mujeres indgenas y haban tenido de ellas a hijos mestizos. De su breve estada en el Anhuac y el pas maya, quedaban una mitologa solar, una organizacin poltica, valores morales, conocimientos cientficos y tcnicos y numerosas palabras danesas, alemanas y anglosajonas que los indios an empleaban a principios del siglo pasado.

Cruzando los llanos de Venezuela y la meseta de Bogot que lleva todava, apenas deformado por su transcripcin espaola, el nombre de Kondanemarka Marca Real Danesa, los vikingos alcanzaron el Pacfico, construyeron barcos de piel de lobo y descendieron haca el Sur, no sin conquistar un feudo, al pasar, en el actual Ecuador. Se instalaron finalmente a orillas del lago Titicaca, un verdadero mar interior del Altiplano andino cuyo clima, fro como les gustaba, no era, sin embargo, tan duro" como hoy, y empezaron a edificar all su capital, Tiahuanacu. Merced al apoyo de los aymares, en un primer momento, y de los quichuas, mas tarde, conquistaron, organizaron y civilizaron el enorme territorio que, entre la Cordillera y el Pacfico, se extiende de Valparaso, en Chile, a Bogot, en Colombia. Hacia 1290, sin embargo, la insurreccin de tribus diaguitas del Norte chileno acab con el Primer Imperio peruano. Los blancos fueron vencidos en batallas sucesivas, la ltima de las cuales tuvo lugar en la isla del Sol, en medio del Titicaca. Diez aos ms tarde, algunos sobrevivientes de la matanza que haba resultado de tal derrota, replegados en las montaas del Apurimac, bajaron sobre el Cuzco y, encuadrando a tribus leales, fundaron el imperio de los Incas de los Descendientes cuyo primer soberano fue Manko Kpak.

Este gran viaje del Dios Sol (14), habamos reconstituido su itinerario y su cronologa a lo largo de un cuarto de siglo de investigaciones, sin decir ni publicar nada antes de disponer de datos slidos. Nuestra primera obra sobre el tema no dejaba, con todo, de ser algo terica. El estudio antropolgico de una tribu de "indios blancos" del Paraguay, compuesta de nrdicos degenerados y ligeramente mestizados desde haca dos o tres generaciones, nos permiti obtener las pruebas tangibles que esperbamos encontrar algn da. Unas excavaciones en el emplazamiento de una de sus antiguas aldeas y el relevamiento, en la selva, de una roca labrada de mano de hombre nos las proporcionaron: inscripciones rnicas, algunas de las cuales pudieron ser traducidas sin dificultad, smbolos escandinavos, una magnfica imagen de Odn, un portulano rupestre que indicaba los puntos geogrficos ms importantes de la regin.

La roca de Yvytyruz tena todas las caractersticas de una posta. Pero una posta supone un camino. Gracias a las tradiciones indgenas, recogidas por los primeros misioneros

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espaoles y postugueses, pudimos reconstituir su trazado, del Altiplano al Atlntico. Los relatos referentes a la llegada a Amrica, hacia 1250, de un misterioso evangelizador, el P. Gnupa, nos permitieron precisar el origen de los elementos cristianos cuyos restos an se encuentran en Tiahuanacu especialmente, la estatua del Fraile, copia de la de un apstol de la catedral de Amiens y de los datos cartogrficos sudamericanos que se conocan, en Europa, mucho antes de Coln. Los Hombres del Titicaca, a mediados del siglo xin, haban retomado contacto con el viejo mundo. Uno de sus barcos haba llegado, probablemente, a Dinamarca y, seguramente, a Normanda de donde haba trado de vuelta a un sacerdote catlico. Fue a partir de aquella poca que las aduanas de Dieppe, Caen y Harfleur reglamentaron la importacin de troncos de madera brasil que slo podan provenir del Amazonas. Con La agona del Dios Sol (16), el fruto de nuestra bsqueda ya no tena nada de una teora, ni de una tesis siquiera: era historia.

La lgica no nos permita detenernos en tan buen camino. Si los vikingos del Altiplano haban construido, gracias a un procedimiento en extremo ingenioso, una va de comunicaciones terrestre que vinculaba su capital con sus bases martimas de Santos y Santa Catalina, con mayor razn deban de utilizar la incomparable ruta fluvial que constitua el Amazonas. As era, lo vimos en las pginas anteriores. Numerosos rastros de su presencia y de la de sus descendientes inclusive las famosas amazonas refugiados en la selva en 1290 subsisten an en el Amazonas y en las Guayanas: indios rubios de ojos azules, inscripciones rnicas traducibles y, sobre todo, los extraordinarios Extrnateme de Siete Ciudades que tuvimos la satisfaccin de relevar e identificar.

De las bocas del Gran Ro hasta la isla de Santa Catalina, se extiende, acogedora, la costa brasilea y sabamos que el P. Gnupa la haba bordeado. Por lo tanto, los vikingos la conocan. La frecuentaban con cierta asiduidad? Todo llevaba a pensarlo y aportamos pruebas de ello. No nos fue posible, por razones materiales, verificar personalmente las que debemos a Schwennhagen (53) y en vano procuramos confirmar las cuyo descubrimiento se atribuye a Lund. Pero la inscripcin rnica de la Pedro da Gvea, encima de Ro de Janeiro, y la de Trindade, traducidas por el profesor Munk, bastaran para establecer la existencia de un trfico martimo seguido.

El mapa del imperio de Tiahuanacu ahora est completo: entre la Cordillera y el Pacfico, un territorio densamente poblado de tribus aymares, quichuas y otras, que los incas iban a reconquistar lentamente a partir de 1300; al sur, por los Caminos Mullidos, y al norte, por el Amazonas, vas de acceso al Atlntico, custodiadas por tropas guaranes y tupes encuadradas por blancos; ms al norte, el Orinoco, encargado a la Guardia de Honor arahuak; al este, la costa

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atlntica, a lo largo de la cual se escalonaban puertos, y puntos de apoyo; en fin, en el interior de las tierras, entre el Parnaiba y Baha, la enorme regin minera que cruza el Sao Francisco y cuya utilidad para los vikingos en parte sigue siendo an misteriosa, con, al norte, el lugar de peregrinacin que constitua Siete Ciudades. Todo eso slidamente tenido en mano por unos 40.000 nrdicos, al precio de una dispersin que fue la causa de su derrota de la isla del Sol.

2. El origen de los vikingos de Tiahuanacu

Nuestros descubrimientos brasileos confirman plenamente una conclusin que slo mencionamos, al pasar, en nuestra obra anterior: la que concierne al lugar de origen inmediato de los vikingos "de Tiahuanacu. Ya sabamos, gracias a los anlisis filolgicos de Brasseur de Bourbourg y de Vicente Fidel Lpez (14) que el idioma que hablaban comportaba palabras que provenan del norrs el antiguo danonoruego y del antiguo bajo alemn. Las inscripciones del Paraguay las que figuran en nuestra ltima obra y las sesenta y una de Cerro Guaz, que todava no han sido objeto de publicacin alguna y las del Brasil nos aportan pruebas complementarias. Nos permiten, adems, precisar que no se trataba de una mezcla. En efecto, encontramos en ellas pocas palabras francamente norresas o francamente alemanas. Casi todos los trminos utilizados se acercan, por su forma, de una u otra de las lenguas en cuestin, pero muy pocos les pertenecen, y algunos proceden directamente de una raz indoeuropea. Las tripulaciones de Ullman venan del Schieswig, pues, pero no estaban constituidas por daneses y alemanes bien diferenciados: todos hablaban un dialecto local, intermedio entre el norrs y el bajo alemn.

En el Brasil como en el Paraguay, por otro lado, las inscripciones estn redactadas con runas que pertenecen, no slo a los futhark escandinavos, sino tambin al futhore anglosajn, sin hablar de algunas letras arcaicas. La mezcla de signos que provienen del antiguo futhark, del nuevo futhark y del futhark punteado no tiene, en s, nada que deba sorprendernos. Los "alfabetos" rnicos, en efecto, no estaban fijados como los nuestros: variaban con la poca y con la regin. El siglo x, por lo dems, fue una poca de transicin durante la cual los tres futhark principales, y muchos otros an, coexistan en Escandinavia: ninguna academia impona el empleo del uno ms bien que del otro. El futhore, por su lado, naci cuando, bajo la influencia de los vikingos que ocupaban buena parte de Inglaterra el Danelaw, los anglosajones empezaron a utilizar las runas. Como el ingls moderno, y ms an, su idioma era rico en matices fonticos y tuvieron que inventar nuevos signos para expresarlos. As, el antiguo futhark tiene veinticuatro letras, algunas de ellas con varias

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formas, o sea treinta y cinco caracteres; el nuevo futhark, diecisis letras y veinticuatro caracteres; el futhark punteado, veintiocho letras y el mismo nmero de caracteres; mientras que el futhorc posee treinta y tres letras y cincuenta y siete caracteres (16). En el Brasil, encontramos veintiuna letras, de las cuales cuatro pertenecen al futhorc, y cuarenta y seis caracteres, sin contar los invertidos ni los que miran hacia la izquierda. Lo cual significa, por un lado, que los vikingos de Sudamrica, cuyo dialecto deba de contener sonidos que ninguno de los futhark poda expresar, haban debido componer, con elementos de distintos orgenes, un "alfabeto" propio; y, por otro, que conocan el futhorc, luego que no haban venido directamente del Schieswig, sino de las posesiones danesas de Gran Bretaa.

Tal necesidad fontica no excluye, por lo dems, cierta confusin. No olvidemos que los vikingos que desembarcaron en Mxico en el ao 967 no eran ni escaldas, ni grabadores de runas, sino marinos y soldados. Algunos saban leer y escribir, por supuesto, pero an stos manejaban con mayor gusto y ms facilidad el remo y la espada que el cincel o el pincel. Salvo pocas excepciones, por lo dems, las inscripciones del Brasil son graffitiy trazados por motivos circunstanciales, cuya correccin no deba de preocupar mayormente a sus autores. Estamos acostumbrados a inclinarnos sobre las estelas y lpidas escandinavas, cuidadosamente grabadas por profesionales, y nos extraa no encontrar, en Sudamrica, ni la misma claridad, ni el mismo ordenamiento. Lo mismo valdra comparar graffiti de soldados en maniobras con las placas grabadas de los zcalos de nuestras estatuas o de las tumbas de nuestros cementerios. Lo que debera sorprendernos, muy por el contrario, es encontrar de vez en cuando una inscripcin de estilo clsico, como la de la foto 17, o, como en Cerro Guaz, en el Paraguay, la obra de un autntico grabador de runas, evidentemente autodidacta.

Tomemos en cuenta, por otra parte, el tiempo trascurrido entre el desembarco de Ullman y la destruccin del Primer Imperio, cuando no la llegada de los espaoles y los portugueses. Ninguna de las inscripciones relevadas en el Brasil est datada, pero la ms reciente de las que encontramos en el Paraguay se remonta a 1457: durante casi cinco siglos, pues, los vikingos y sus descendientes vivieron en un aislamiento cultural que apenas fue quebrado por la llegada del P. Gnupa, en una poca en que la escritura rnica prcticamente haba desaparecido de Europa. A la "mala letra" de los improvisados autores de graffiti se agregaron, pues, una lenta involucin debida a la ignorancia y la fantasa, y luego, despus de la destruccin del imperio, una degeneracin cultural que explican demasiado bien las condiciones de vida a las cuales Se encontraron sometidos, en la selva, los sobrevivientes de los Hombres de Tiahuanacu y sus descendientes. En cuanto a los incas del Segundo Imperio, lisa y llanamente haban prohibido el uso de la escritura. Porque los sacerdotes responsabilizaban a sta por la derrota de 1290, dicen los

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cronistas. Ms probablemente, para mejor hacer olvidar a las poblaciones indgenas esa misma derrota, gracias a una fcil falsificacin de la historia.

3. La herencia normanda

El P. Gnupa hablaba francs y latn, no el norrs, verosmilmente, ni, de seguro, un dialecto del Schieswig. Los marinos normandos que venan cargar palo brasil slo deban expresarse en algn patos francs, pues el antiguo danonoruego ya se haba completamente extinguido, en el Ducado, mucho antes de mediados del siglo xiii. Ms tarde el intercambio comercial se desarroll entre Dieppe y Hedeby y numerosos marinos normandos aprendieron a farfullar el dans pero esto no haba sucedido an en 1250. Por otro lado, el contacto entre primos de Europa y de Amrica slo dur algunos decenios. Despus de la derrota de la isla del Sol, los drakkares dejaron de frecuentar el Amazonas y los vikingos abandonaron las costas del Nordeste para reagruparse en el interior. Los normandos, por su parte, siguieron comerciando tranquilamente hasta que apareciesen los primeros navios portugueses. Despus, y durante dos siglos, hubo guerra, declarada o no.

En el siglo xvii, ya lo vimos, Francia ocupaba militarmente la Gran Guayana, vale decir el inmenso territorio que limitan el Orinoco, el Amazonas y el mar. Dominaba las islas del delta del Gran Ro que, ms compactas, constituyen hoy da la isla de Maraj y, salvo la ciudad de Para (Beln), en manos de los portugueses, el valle del Tocantins. La carta portuguesa de Teixeira, que reproducimos (cf. fig. 71) y que data de 1662, nos aporta al respecto, con su toponimia francesa, una prueba que no resulta intil, pues son stos hechos que se desconocen hoy da, aun en Francia.

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Mas al sur, tambin fueron los franceses los que, en el siglo xvii, colonizaron el Maran (cf. mapa de la fig. 17) y fundaron la capital del Estado brasileo del mismo nombre, Saint-Louis. Ya, unos decenios antes, Villegaignon, a las rdenes del almirante de Coligny, haba intentado en vano echar, en Ro de Janeiro, las bases de una Francia Antartica destinada, con la Francia Equinoccial de la Guayana, a "tomar en sandwich" el Brasil portugus. De su aventura, slo permanece su nombre que lleva una pequea isla de la baha de Guanabara donde haba instalado su cuartel general. Cerca de la "playa de arena gruesa" que menciona la inscripcin de la Gvea?Talvez...

Todo eso se debi al azar? Por cierto que no. Desde haca siglos, los maluinos iban a pescar el bacalao a Terranova, y es un maluino, Jacques Cartier, el que toma posesin del Canad en nombre del rey de Francia. Desde haca siglos, los normandos iban a buscar el palo brasil en el Amazonas, y son normandos los que se establecen en la isla de Maraj, en el Maran, en Ro de Janeiro, en el Guayr (16). Unos y otros ocupan, o tratan de ocupar, las tierras que frecuentaban, en el mayor secreto, mucho antes del descubrimiento oficial de Amrica. Y, en todas partes, se llevan a las mil maravillas con los indgenas. Indgenas de los cuales algunos, de cabello dorado, tal vez entiendan an el idioma que los intrpretes normandos apendieron durante sus escalas en los puertos daneses.

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La civilizacin de Tiahuanacu haba muerto mucho antes de la llegada de Pizarro al Per. De ella, los espaoles slo destruyeron, sin piedad ni discernimiento, los vestigios grandiosos que cubran el Altiplano. Hay muchos otros, en la selva. Descubrimos algunos de ellos. Y seguimos buscando. Despus de Siete Ciudades, todas las esperanzas estn permitidas.

NOTAS BIBLIOGRFICAS

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Icalbaceta: Documentos para la historia de Mxico, Mxico, 1856-1866, vol. II.

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(15) Wheaton, Henry: Histoire des Hommes du Nord, Pars,

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