Silja - Sillanpää
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Por Ctulo Carrasco (Prlogo a Novelas Escogidas de F. E. Sillanp, Aguilar, Madrid, 1956) EL PREMIO NOBEL DE LITERATURA DE 1939 A cualquiera que revise con un criterio estadstico la distribucin de los premios Nobel de literatura, no dejarn de llamarle la atencin dos hechos aparentemente contradictorios: uno, la elevada proporcin ms del veinte por ciento de laureados nativos de los pases nordeuropeos; otro, la ausencia total, hasta 1939, de escritores fineses dentro de ese grupo privilegiado, que en dicha fecha estaba ya integrado por tres suecos, tres noruegos y dos daneses. No deja de ser un tanto paradjico que la nica excepcin en la comprensible proclividad de la Academia sueca hacia los representantes de las liieraturas geogrficamente vecinas la constituya la nacin acaso ms afn de todas a Suecia, la dulce Suomi. que compartiera con aqulla las vicisitudes de un pasado comn de seis siglos. No es fcil discernir los motivos de esta prolongada pretericin, pero hay bastante lugar a suponer que no todos ellos fueran de ndole estrictamente literaria. Y lo misnzo puede decirse de los que, al cabo casi de cuarenta aos, indujeron a la Fundacin a un cambio de actitud. Ya haba sido arrastrada Finlandia al torbellino de la segunda guerra mundial, cuando, a finales de 1939, concedi por fin el premio a un escritor de aquel pas: Frans Eemil Siilanp. En la decisin se adivina el propsito de reparar una injusticia pasada tanto como de rendir homenaje al esfuerzo blico presente. Por fortuna, la persona elegida ara patentizar a la nacin hermana el testimonio de esta cordialidad de signo marcadamente poltico tena ttulos sobrados para hacerse acreedora, por mritos propios, al galardn. Aunque su obra entera sea un apasionado canto a los hombres y a las tierras de Finlandia, la proyeccin humana de la misma rebasa los lmites de un costumbrismo localista. Hoy es ledo Sillanp en Inglaterra y en Alemania, en Francia y en los Estados Unidos, tanto como en su propio pas. Por la hondura del sentimiento y el vigor de sus descripciones de la vida campesina y de la naturaleza de su patria, dice escuetamente la mencin honorfica oficial. La pequea crnica de la eleccin es en este caso igualmente parca en ancdotas. Sabemos, empero, que, sin perjuicio de haberse tenido en cuenta la totalidad de su produccin al compulsar los mritos del autor con los de los dems candidatos, fue concretamente su novela maestra, Silja, la que, en definitiva, inclin de su lado el nimo de los jueces. *** Para integrar el presente volumen se han escogido, junto a la mencionada, otras seis novelas, que cuentan entre lo ms granado de la produccin de Sillanp: La vida y el sol, La vida ignorada, A ras del suelo, Noches de esto, El camino del hombre, Belleza y miserias de la vida. Todas ellas han sido traducidas a alguno o varios de los principales idiomas. Salvo Silja, La vida y el sol y La vida ignorada, las restantes aparecen por primera vez en versin castellana y, de seguro, coadyuvarn a que el nutrido grupo de admiradores que el escritor fins tiene en todo el mundo se vea engrosado en unos cuantos miles de lectores espaoles e hispanoamericanos.
PRLOGO LA LITERATURA EN FINLANDIA Exceptuando a alguna figura aislada, durante la dominacin sueca y ya dentro del perodo en que se inicia el florecimiento finlands, la literatura suecofilandesa slo registra personalidades mediocres. De esta mediocridad hay que salvar al historiador Porthan y al poeta Franzen. Mas al sacudirse el pueblo la dominacin poltica extranjera, tomando sus andaderas y tratando de enderezar su poco erguido lxico, el finlands, como anticipo a su perodo de esplendor, alumbra la ingente figura de Johan Ludvig Runeberg, autor de la letra del Vart Land, el himno nacional, que comienza con este humilde reconocimiento: Nuestro pas es pobre: as lo ser para quien oro anse. Un extranjero pasa mirndonos con desdn; pero este pas nosotros lo adoramos: para nosotros, con sus bosques, sus rocas y sus playas es un pas de oro. An se escribe en sueco lo que interesa mucho al pas; pero va el autor de Kullervo tragedia finlandesa en la que, destacando un trgico episodio del Kalevala, se cuentan y cantan las desventuras de una especie de Edipo fins, que en sueco se llamaba Stenvall, firma, con nombre finlands, Kivi; y Forsmam, autor de una Historia de Finlandia; Yrjoe Koskinen; y Brofeldt, fcil narrador en quien trata de verse un antecedente de Sillanp, Juhani Aho. Ya comienzan los fineses a usar su propia lengua y a utilizar sus verdaderos nombres. En lo que se les ha adelantado Pietari Paeivaerinta, un humilde cantor de iglesia, que cuando no entona salmos cultiva la tierra; es el ms independiente de todos, porque rechaza toda influencia, y, al estilo de nuestro Trueba, glosa cuadros de costumbres en los que, con ms espontaneidad que alio, deja pequeas estampas de la vida interior del pas. Y ya dijimos que en el interior es donde los verdaderos finlandeses viven. A ese movimiento, cuya jefatura ostenta el citado Runeberg, no porque haya compuesto el himno, sino porque es el genuino representante del Siglo de Oro de aquel Renacimiento, se une su propia esposa, Frederika Runeberg, que teje novelas histricas, y Zacaras Zopellius, dramaturgo y novelista y, de modo principal, excelente cuentista para nios; y el polgrafo Cygnaeus, y el exegeta bblico Stenbach, y el poeta Nervander. Pero el ms grande monumento de la literatura finlandesa estaba ya creado. Exista el Kalevala, epopeya de los carelios, de os hijos de Kaleva o legtimos finlandeses, que est formado por cincuenta runor o cantos y veintids mil trescientos versos. Con este apoyo, son muchos los escritores que se van dando a conocer desde que se inicia el resurgimiento nacional; pero an gran nmero de ellos continan sometidos a la inspiracin sueca, aunque ya utilicen su propia lengua, y otros se inclinan del lado opuesto, de Rusia, e imitan a sus escritores, aunque tomen modelo tan poco despreciable como Tolstoi. Pero no cerremos el capitulo de la literatura sin antes hacer mencin de lo que fue tambin antes. Esto es, la literatura primitiva. Porque antes del Kalevala, del que el pintor Axel Gallen ha obtenido motivos para sus f amosos cuadros un trptico sobre el Mito de Aino; Construccin de Sampo por Ilmarinen; Defensa de Sampo por Waeinaemoeinen y Lemminkaeinen Tuonelasa, estn los Loitsurunot, canciones relativas a la magia, una especie de filosofa natural que para los finlandeses primitivos era un saber muy elevado, y Kantetetar, coleccin de canciones cortas sobre toda clase de asuntos, propias para ser cantadas con 2
acompaamiento del kantele, instrumento de cuerda. Y ya que el tema nos trae hasta la msica, digamos, de pasada, que en Finlandia haba tal pasin por dicho arte, que por sus importantes ciudades desfilaban las ms destacadas personalidades europeas cultivadoras del mismo, mientras que all slo lo cultivaba, con condiciones de algn relieve, aunque sto en muy segundo orden, Pacius. En el periodismo, sin embargo, como un aledao de la Literatura, Finlandia era ms afortunada. Muchos peridicos, y algunos de enorme tamao. Esta superabundancia contribua, aunque ello parezca increble, a la mediocridad. Y es porque si cuando las pginas de la prensa son escasas a ellas pueden asomarse slo los que algo tienen que decir, o que diciendo lo viejo lo dicen bien, cuando es preciso llenar columnas y columnas hay que dar acogida a todo el que emborrona cuartillas, y esta facilidad hace dormir a los hombres, porque no se ofrece lucha y, es lgico, no se vencen dificultades. Y esto hacia que se careciese de una crtica severa, o exigente al menos, de donde, en el antagonismo entre lo finlands y lo sueco, lo primero se iba desprendiendo muy lentamente de lo segundo. CMO ERA EL ESTADO Tracemos ahora, brevemente, y antes de ocupamos de nuestro escritor, el cuadro social de la Finlandia que le vi nacer. All funcionaba el Landtdag o Dieta, dividida en cuatro clases, o brazos, o estados llamados stander. Los componen el clero, la nobleza, la burguesa y los campesinos. Pero no se crea que la representacin de stos es concedida a los que de verdad cultivan la tierra los colonos, sino que quienes han de sentarse en la Dieta son los propietarios de las tierras que esos colonos cultian. Estos no representan nada, sino el trabajo desvalido, hasta que en 1920, y con ayuda del Estado, comienzan a poder rescatar las tierras que antes cultivaban, y cuyo arrendamiento venan pagando en faenas y das de trabajo; ms adelante veremos en qu condiciones. De los cuatro mencionados brazos, el de la nobleza tiene su propio palacio. Los otros tres se renen en el mismo edificio: el de la Dieta. Los acuerdos que toman son sometidos luego a la aprobacin del emperador, y, esto conseguido, se procede a su promulgacin, previo el refrendo senatorial. Contemplado este panorama superficialmente, alguien se pondr a pensar, de manera irreflexiva, que Finlandia vive en un autntico rgimen parlamentario. Pero el Landtdag tiene, por lo menos, tres aspectos que lo diferencian de tal sistema. Primero, se rene trimestralmente; segundo, no es elegido por sufragio universal, y, tercero, no delibera en masa, sino por estados. Es, se comprender fcilmente, una asamblea representativa calcada sobre el modelo de las cortes medievales. Todo ello hasta que, en 1905, se introduce en el pas el derecho al sufragio universal. LA JUVENTUD OE SILLANP En Ovresatakunta, lugar de la parroquia de Hmeenkyr, en una de las zonas ms desoladas de Finlandia. y siendo su padre uno de aquellos campesinos que cultivan la tierra, no de los que la representan en la Dieta, viene al mundo, el 16 de septiembre de 1888, Frans Eemil Sillanp. La casita en que vi la luz una cabaa forestal construida por su padre diez aos antes est situada en el centro de una campia floreciente, lejos de las grande carreteras. En cambio, a la explotacin la atraviesa un riachuelo, y al riachuelo un puente, y de ah, siguiendo la costumbre de los dems campesinos del pas, que reciben el nombre de las granjas, parajes o explotaciones en que moran, 3
cambian sus habitantes el apellido Henriksson por el de Sillanp, lo que significa Cabeza de Puente. Por entonces, la instruccin geueral es en aquel pas privada. Con lo que, sin necesidad de intervenciones de tipo gubernamental, todo el mundo sabe leer y escribir. El Estado solamente organizaba la enseanza superior. Asiste a una escuela fija que se abre por las cercanas, y en ella da tales muestras de aplicacin y aprovechamiento, que el maestro descubre en l grandes aptitudes para el estudio. En 1900, a los doce aos, e incitado el padre por el maestro a que realice algn sacrificio econmico por este hijo que tanto promete, va a Tampere, donde ingresa en el Liceo. Cinco cursos aqu, y cuando las posibilidades del padre quedan agotadas, se dedica a dar lecciones para, de este modo, terminar el bachillerato y preparar su ingreso en la Universidad, a la que llega en 1908, a los veinte aos, adquiriendo el derecho a tocarse, como los dems estudiantes, con la gorra blanca, distintivo al que, en los cursos superiores, se agrega un borln monumental. Estudia y busca amistades literarias. Estudia biologa y qumica. Se interesa por la vida esttica. Las ciencias naturales de un lado. De otro, sus amigos Eero Jarnefelt, pintor, y Juhani Aho, escritor. As cinco aos. Y en 1913, a sus veinticinco de edad, abandona la Universidad Imperial de Finlandia, sin haberse presentado a ningn examen, y regresa a su casa, donde encuentra a sus padres viejos y empobrecidos. PARNTESIS DE INCERTIDUMBRE He aqu a un ser que, hombre ya, vuelve a donde vi la luz primera, inhbil para las faenas que los suyos realzan. Y sabe hacer otra cosa? No le habrn convertido sus sueos primeros, sus deseos de estudio, de elevacin por sobre el medio ambiente en que vive, en un seorito intil? Este debe de ser el temor de sus progenitores. Y el suyo? El suyo, no. Cuando, cumplido el primer cuarto de siglo, un hombre renuncia a los esplendores, al seuelo de la ciudad, y luego que ha probado el aplauso, aunque haya sido como espectador, en sus amigos, regresa al terruo, ha de ser no porque renuncie a su vida, sino porque le llame algo que ejerce sobre el nimo ms fuerte atraccin que toda otra promesa. O porque lo telrico le arrastre. En sus momentos de duda, de indecisin, en la oscilacin de quedar o marcharse, ha debido de pesar y repesar sus circunstancias y sus posibilidades. Y el muchacho campesino que ha perdido sus aos mejores en mariposeos y coqueteos con los libros, sabe que no los ha perdido. Sabe que aquello, si no le ha servido para obtener un diploma oficial, un titulo universitario, s le ha puesto los cimientos imprescindibles para que el edificio espiritual que en su mente se perfila no se derrumbe. Su patria..., su lengua... Algo hay que hacer no solamente para que el Norte afirme la personalidad frente al resto de Europa, sino para que su propio pas, tan mediatizado hasta entonces por la influencia de otras culturas, suene tambin. Que el tringulo Lie-Bjrnson-Ibsen no tenga la exclusiva. Se pondr a escribir. Llega a su tierra cuando ya no hace frio. En Finlandia lo hace, pero no se sufre. Afirmacin sta que parecer aventurada a quienes sepan que habitualmente, en invierrio, los termmetros marcan de diez a doce grados bajo cero, y que en ocasiones se llega hasta los veinte. Pero contra ello el finlands est prevenido. Dentro de las casas se vive en perpetua primavera, porque ellas estn acondicionadas para este clima. Las estufas, las dobles cristaleras, las rendijas de las paredes de madera tapadas con estopa; y en la calle, forrados de pieles, se 4
suda como en verano. No hace fro; pero, sin embargo, el invierno es triste. Pero es triste no porque el termmetro marque ese descenso, y porque el rostro y las manos, cuando han de ir al descubierto, soporten tanto rigor, sino porque el sol no luce. Ms luz que el sol da el suelo nevado, los lagos, escondidos bajo sus tapas de cristal. Ms brillante el suelo que el cielo, gris durante mochos meses. Pero a finales de abril o primeros de mayo, ya comienza a cambiar el ao. Ya la divisoria de las dos estaciones, el 1 de junio, se columbra. La primavera es un perodo de combate. La Naturaleza no se va despertando poco a poco, sin esfuerzo ni violencia, sino que de la muerte renace a la vida con maravillosa pujanza. Antes que el sol derrita por completo la nieve, ya est el campesino labrando sus campos. Todo crece como por arte de encantamiento: las hojas, las flores y los frutos se atropellan por salir en busca de sol, como si temiesen no llegar a tiempo; y en medio de esta orga, de este despliegue de fuerzas, acumuladas durante meses de letargo, siguen flotando en el aire la serenidad, la calma, el silencio de los das invernales, ha dicho un observador. En una primavera asi las primaveras, como las dems estaciones, los meses y los das del ao, siendo siempre otras, parecen siempre las mismas, llega Sillanp a su casa. Pasea, observa y medita. EL ESCRITOR De estos paseos y dE estas reflexivas observaciones nacer, bien pronto, su primera novela. Se afirma que La vida y el sol, que abre este volumen, as como abri su carrera de escritor, tiene mucho de autobiogrfico. Entonces habr de creerse que tambin, adems de pasear, observar y meditar, ama. Amor que desemboca en su matrimonio, tres aos despus de su regreso, con Sigrid Salomki, una modesta campesina de la vecindad. Y entonces, en ntima colaboracin, van teniendo hijos. l, de su espritu. Ella, de su cuerpo. Ella, siete. l, alagunos ms. Comienza escribiendo cuentos para revistas y peridicos, que publica fcilmente no por aquella facilidad de que hablbamos ms atrs para colocarlos, sino porque estas sus primeras producciones son de tal categora, que muy pronto atraen la atencin hacia su autor. Pero hay determinada clase de hombres que, sean de la raza que sean, hablen la lengua que hablen, piensen comoquiera que piensen, estn unidos por lo que significa una palabra que, a odos apartados de su ambiente, suena a algo precioso: Literatura. Y no puede permitirse, en el campo literario, que quien nada significa an, que quien llega con un bagaje bien repleto de ideas y modos nuevos, pero que todava lo tiene oculto, comience a sonar as como as, si previamente no ha pedido proteccin, ha solicitado permiso o se ha cogido de la mano de los consagrados. Y aunque aparente molestarlos, les ofrecer motivo de ntimo regodeo, de poco frenada complacencia, si les da ocasin de decir que sigue a tal o cual otro. Por qu el joven campesino Sillanp haba de ser una excepcin, aunque su concepto mstico del mundo y de la posicin que ocupa en l, le den un sello personalisimo e inconfundible? Hay que encasillarlo. Y buscarle antecedentes. Y se los hallan. Ya lo creo! Ah estn, si no, Aho y Jarnefelt para demostrarlo. Pero esto le importa poco, porque Juhani siente un fraternal afecto, y el otro lleva un apellido como su amigo el pintor, aunque se llame Arvid. SUS OBRAS Mas pronto escapa del casillero. Con La vida y el sol, en 1916, alcanza un estimable xito, y se coloca de plano en el puesto ms destacado de los narradores finlandeses. 5
En esta novela, cuyo titulo original es Elm ja aurinko, y que fu algo ms que una promesa del novel escritor, relata su vuelta a la casa paterna y su casamiento. En ella, ms que la accin, que es lenta y morosa, interesa el idilio, en el que se recrea con el placer de revivir horas, sueos y ensueos de los que fu protagonista. Y, como protagonista que es, le gusta situarse en un deslumbrante decorado veraniego; que pinta sutilmente, captando el encantador hechizo de la naturaleza nrdica. No atiende casi a los personajes, que estn apenas delineados, bosquejados, imprecisamente definidos en su envoltura externa, como velados por la lrica bruma que se levanta de los lagos. El hroe principal parece ser el paisaje, y estas figuras que se mueven sobre los prados que lo forman, ms bien dijranse adornos movibles del mismo. Pero, en cambio, los deseos y los sueos aparecen rotundos, claros, precisos, respondiendo a una llamada poderosa, la de la Naturaleza, en la que se sumergen y con cuya alma se identifican. Y aqu, en esta su primera obra, ya el autor deja demostrado que no han sido perdidos esos aos que anduvo por liceos y universidades. La biologa que estudi le sirve para dar a la literatura finlandesa un nuevo aspecto de que hasta entonces haba carecido. Y a Suecia, que hasta ahora enviaba sus remesas de arte potico a este pas que le ha estado sometido, llega un mensaje que hace pensar en que algo ha nacido que obliga a mantener una guardia alerta, y no fiar en que el predominio siga. Al siguiente ao, 1917, publica El cortejo de la vida (Ihmislapsia elmn saatosa), novela de seres primitivos a los que sigue el bilogo en funciones diseca y analiza con diestra habilidad. Penetra hasta en lo ms recndito le sus almas y describe sus ms intimas sensaciones. Pero al lado de ese hombre de ciencia, fro, acta el otro, el que ha dado a luz su anterior novela que, no se olvide. es una novela de amor y l su protagonista. Muestra, pues, una tierna simpata por los misterios que el Corazon encierra. Va ms all de los actos y de los acontecimientos, y llega hasta ese interior que el hombre tiene casi impenetrable. al sitio en que las conscientes fuerzas de la Humanidad se mezclan con las galas de la Naturaleza, a las fuerzas atrayentes e inevitables de la vida y de la muerte. Y sigue trabajando. Del ao 17 se salta al 19, en que publica Miseria piadosa o La vida ignorada. Ha tardado esos dos aos en escribirla? Puede que s. Pero puede, tambin, que no. Puede que, sin escribir, haya estado trabajando. Pues as como una batera trabaja, tanto cuando, descargndose, genera energa para los instrumentos que, necesitndola, no la producen, como cuando se carga, lo que es tan necesario que, sin esta funcin, no podra tener lugar la otra, el escritor tambin necesita cargarse. Echado de s aquello que le es tan intimo, porque es parte de su vida misma, y aquello que han ido posando en su alma sus lecturas, sus estudios y sus conocimientos, ha de considerar que la atencin que en el pblico lector ha despertado conviene mantenerla con nuevas fantasas o, mirando en torno de l del escritor y del lector situar sus nuevas acciones all donde cada da el lector y el escritor alientan. Durante la guerra de la Independencia de su pas, donde ha permanecido, porque de all no ha salido hasta ahora, sigue al minuto las trgicas jornadas en que Finlandia se desangra. Y lgico es que ese flido acumulado en su alma trate de descargarse provechosamente. Siente, pues, a seguido de la revuelta, la necesidad de pasar por las mallas de su arte los sangrientos sucesos y la tristeza que stos han puesto en su espritu, y da comienzo a una serie de novelas en que recoger, como tragedia de fondo, los disparos de esa revolucin, y en las que har vivir no a personajes, sino a la propia psicologa de su pueblo. La primera de ellas es, rompiendo la placidez de su hasta 6
entonces sonriente produccin, Hurskas Kurjuus: Miseria piadosa, o Santa Miseria, o, como aqu aparece, La vida ignorada, en la que hace el relato de un pobre colono que, vctima de una fatalidad, a que le arrastran su escasa inteligencia y su compadecida necesidad, acaba siendo fusilado al final del movimiento rojo. Ducho ya en el arto de narrar, aqu el autor alcanza verdaderos momentos de acierto, al contar, con profundo dramatismo, la vida del protagonista, que se destaca sobre un fondo de costumbres rurales, pintadas por quien, para fijarlas en las cuartillas, no tiene que inventar, sino recordar, rememorar, evocar: eso tan dulce y tan alentador para el trabajo. Y es aqu donde descuella en la descripcin de ambientes campesinos: la vida ruda y primitiva de leadores y colonos en los bosques de su pais, las costumbres y tipos finlandeses, la lucha constante del hombre con una arisca Naturaleza. Una prueba de la importancia de esta novela, la ms digna de tenerse en cuenta desde el punto de vista psicolgico, es que los crticos de su edicin sueca la reciben con unnime aplauso, lo que da idea del alto exponente de la reputacin que su autor ha alcanzado entre los eseritores del Norte. Desde aqu hasta 1931, en que aparece Silja, o un breve destino de mujer, Sillanp da a la estampa varios libros de narraciones cortas: Mi querida patria, La herencia de Meck, Los ngeles de la guarda y A ras del suelo . Por no recogerse en este volumen las tres primeras, no nos detendremos en ellas, dejando slo consignado que en la tercera Enkelten suojatit el hombre que observa con tal minuciosidad la miseria de la vida gusta tambin de recrearse imaginando delicadisimas historias para nios, en las cuales bosqueja el alma infantil con emocionada sutileza. A ras del suelo (Maan tasalta), es una coleccin de siete relatos cortos que aparecieron en 1924, en los que, con la claridad de su estilo y la veracidad de su narracin, habla de la vida de los pueblos del oeste finlands y deja descritos, como un pintor detallista, los paisajes que le son familiares. Con lo que llegamos seguimos el orden de inclusin en este libro, que se atiene al de produccin del escritor a Nuorena nukkunut, cuya traduccin ms directa es la de Muerta joven, ttulo un tanto macabro al que, en las diversas traducciones, se ha impuesto el del nombre de la protagonista: Silja. Ya hemos dicho que aparece en 1931, y seguidamente alcanza una difusin asombrosa. Traductores de catorce pases solicitan el permiso correspondiente para verterla a otros tantos idiomas, y la crtica de todo el mundo saluda como la mejor novela del autor fins. Silja es la nica superviviente de una familia de campesinos de antigua estirpe, que, al quedar hurfana, entra como muchacha de servicio en una casa de campo, sin que su destino le permita llegar a matrimoniar con ningn granjero, cuando son tantas las sirvientas que se elevan a la categora de dueas, con slo acceder a los deseos de aquellos a quienes sirven. Alguien ha dicho de esta figura femenina que era abnegada como Ifigenia y conmovedora como Mireio. Es el personaje encantador, lleno de ternura, de una epopeya con sordina que canta las horas de la vida cotidiana, en la alegra primaveral de los lagos liberados de su prisin de hielo, en la brisa estival, que es como una dulce caricia, y en la crudeza del invierno, en que el calor se refugia en el establo de las vacas y en las estufas de los hombres. Silja, al par que una de las ms hermosas creaciones del autor finlands, es una de las ms excelsas figuras de mujer que la literatura de todas las pocas ha creado. Encierra un claro simbolismo; pues al mismo tiempo que sus pasos la llevan sobre las ruinas de su propia casa, de su propia familia, su vida se transforma sobre las ruinas de la guerra civil, y la seguimos, anhelantes y angustiados, en el 7
xodo a que esa guerra la obliga. Representa esta menuda y frgil figura a su amado pas, la Finlandia de los bardos y hroes tradicionales, que lucha en todas las pocas por su independencia nacional. Y la epopeya campesina y el destino de la protagonista van creciendo al mismo tiempo, si bien hay un punto en que esta paridad se bifurca: en tanto que el pas encuentra su claro camino, el destino de Silja se engrandece, madura y se desintegra, aunque en el umbral de esta desintegracin de las fuerzas de la vida conserva una delicada frescura y su alma contina brillando como una llama. Es, hemos dicho, el ltimo vstago de una familia que se extingue, y nada queda, al final, de la maravillosa flor cuyos suaves colores se desvanecen en el radiante amanecer de un domingo de verano, si bien el autor, para atenuar la melancola que el final pueda dejarnos, advierte, all donde la novela acaba, que los rboles genealgicos no son como los rboles de los bosques, y que sus ramas viven eternamente. Si La vida ignorada es, desde el punto de vista psicolgico, la ms importante novela de Sillanp, Silja, esta epopeya campesina, no le cede en importancia. Su fama s extiende rpidamente por toda Europa. Sin embargo, alguien ha dicho muchos crticos que Noches de esto (Ihmiset suviykss), publicada en 1934, es la mejor obra de Sillanp. En ella se trata de una interpretacin mstica del poder de la Naturaleza nos da a conocer el destino de algunos personajes durante una noche inundada de luz. Los hroes de la novela son las victimas desvalidas del encanto misterioso de una noche de verano, y todos sus actos parecen guiados, sin que ellos se den cuenta, por la mano ciega del Destino. Y aqu el autor es, como siempre, de un realismo muy delicado, muy minucioso y, desde diferentes apariencias, en gran manera emotivo. Dos aos antes haba aparecido El camino del hombre (Miehen tec), historia de un granjero que hace traicin a su verdadero amor para casarse con una mujer rica, poniendo en evidencia la misteriosa selectividad natural entre los sexos, que ya utiizara como tema Goethe en una de sus novelas. Empero, puestos a buscar antecedentes ms precisos a esta obra, habra que emparentarla, por su poesa instintiva y vital, con algunas de las novelas de Lawrence, si bien prescindiendo de la licenciosa crudeza de que ste ha sido acusado; aunque la inspiracin, como en todas las anteriores del autor, haya sido buscada en el corazn mismo de la Naturaleza. Y es aqu donde, por primera vez, Sillanp se recrea con el tiempo, aunque al tiempo lo haya hecho, en muchos pasajes, protagonista de sus obras. Adelantemos, para probar este aserto, una muestra: Julio en Finlandia! Mes en el cual la alegra del verano est en un momento culminante. A decir verdad, se sabe que los das son ya ms cortos, pero solamente unos minutos. Se aprecia nicamente mirando al calendario, y no se tiene tiempo, ni merece la pena, de ocuparse de eso. La atmsfera en que el hombre vive y se afana es, a pesar d todo, ms estival que nunca. Es ahora nicamente cuando hace calor. Y este calor de julio es muy especial: no es simplemente el calor directo del sol, el que se puede sentir en los meses de invierno, sobre todo en el de abril, en el cual se ha desarrollado el capitulo anterior. No; este calor procede del sol, pero ste lo esparce indirectamente y como aromatizado. Miradas de plantas, en todo el mbito de la tierra, viven ahora intensamente, y el calor se recrea al lado de todo aquello que vive, puesto que la vida es un fuego que arde sin llama. El calor irradia de todas las ramas, de todas las hojas y de todas las flores. Por las races penetra hasta el seno de la tierra, donde hay una vida variada y, por consiguiente, tambin muerte. En la vida de las plantas se mezcla una multitud de perfumes, de colores 8
de todas clases, que los sentidos transmiten con delectacin al cerebro de los hombres. El calor de julio est, por tanto, como aromatizado de muchas maneras. Y por primera vez, tambin, se eutusiasma con una de sus protagonistas. Trat con ternura a Silja, pero con Alma Vormisto los adjetivos le nacen sin pereza, ms bien con encandilado deleite. Esa estupenda mujer... Y la pinta segura de si misma, firme, hermosa, dominadora, pero sin acuciamiento. Tal vez se diese cuenta de que le estaba saliendo demasiado perfecta y por eso quiz no sin dolor la pone en entredicho. Tan fuerte carcter ofreca muchas posibilidades cinematogrficas, y la novela fu llevada a la pantalla, en Helsinki, en 1940. La ltima de las novelas aqu includas Belleza y miserias de la vida tiene tambin un marco campesino, pero ms elevado que en las otras. El protagonista es un escritor famoso, padre de familia a pesar suyo, enamorado de una mujer que no es la propia, y hacia la que hace una escapada para acabar comprendiendo que las personas, aun creyndose las mismas, han cambiado con el tiempo, y que el amor, cuando necesita fuego, no tiene ms poca que la de la juventud, si es que se desarrolla en personas cuya voluntad sabe sobreponerse al ridculo. Padre de familia a pesar suyo decimos, porque no es capaz de dominar a sus hijos como domina a sus personajes, si bien para esa dimisin de autoridad tenga una razn poderosa: su inteligencia. Su inteligencia, que le advierte que los tiempos son otros. Registremos a la ligera, puesto que no entran en este volumen, otras obras de Sillanp: Hultu y Ragnar, historia de la hija de Toilova, el hroe de La vida ignorada; La casa de la colina (Tllinmki), que, como a Ras del suelo, es una coleccin de narraciones cortas; Confesiones (Rippi), Kiitos hetkist, Herra y Viidestoista (Paseo al arroyo del molino), en las que, con las descripciones de la vida campesina y los recuerdos, se mezclan las meditaciones filosficas sobre la necesidad de contacto con la vida presente. SIGNIFICACIN DE LA OBRA DE SILLANPAA Sera obvio decir que, tras de toda esta labor, no copiosa, pero si intensa y atrayente, y, en especial, despus de habrsele otorgado la ms alta distincin literaria del mundo, los elogios sobre Siilanp se han prodigado; y aadir que es el ms destacado escritor de la Finlandia actual, perder el tiempo. Concederle el premio Nobel no fu ms que consagrar, oficialmente, su extraordinaria categora, ya refrendada por el entusiasmo popular que levantaban sus obras. Pero si conviene recoger las palabras de otro escritor, conterrneo suyo, el cual ha dicho, certeramente: Mientras los dems autores se aproximan a la Naturaleza por el lado humano, Sillanp penetra en la Humanidad por el lado de la Naturaleza. Y conviene, porque precisamente la caracterstica principal de sus obras la constituye este dualismo Naturaleza-Hombre. Y es porque Sillanp ha puesto su espejo para que el camino de la vida vaya desfilando ante l, pero un espejo tan especial que, adems del paisaje y las figuras de los caminantes, ha reflejado la ntima conciencia, la anmica fuerza de stos. La concepcin que de la Naturaleza tienen los campesinos finlandeses clava sus races en la tierra de la ms lejana antigedad, y como el arte del escritor mana de las ms recnditas fuentes de la poesa de su patria, ha sabido unir los destinos humanos a las leyes naturales que a la patria inspiran, y esa poesa viene a juntarse, aclarando las ms secretas inclinaciones del hombre, con una de las venas descubiertas por la literatura europea. La msera existencia de los colonos, en lucha constante con la arisca tierra y el inclemente clima, tiene su ternura. Y la ternura de esas pobres vidas de seres 9
primarios, perdidos en las nevadas soledades, que entran y salen del mundo sin que nadie, antes, se hubiera ocupado de ellos, ha sido aqu recogida. Los seres que vivan con cruel intensidad la humana tragedia y que eran ignorados por la Humanidad, que tenan que esconder en la osca profundidad de su alma ilusiones, esperanzas y alegras que se les marchitaban una a una en el transcurso del tiempo, han encontrado su cantor. El valor de Sillanp en la moderna literatura es algo que an escapa a la apreciacin plena de la crtica, porque, en tanto que el hombre exista, no puede decirse la palabra definitiva sobre l. De momento, el juicio ha de limitarse a consignar que, en sus novelas, esa dualidad de Naturaleza-Hombre colabora en la accin del relato. y que ambos constituyen, complementndose, un ser vivo que respira, vibra y se agita, y cuyo total proporciona al fondo temtico de la obra una vigorosa potencia raramente conseguida. El estudiante de biologa, que no aprob ningn curso, da lecciones de profundo anlisis en el que hace de sus personajes. El estudiante de ciencias naturales coge al hombre-planta y lo diseca y lo vivisecciona. Y luego, unas veces lo deja vivir; otras, no puede impedir que su tragedia acabe con l. Sus protagonistas, con muy raras excepciones, estn siempre encuadrados en su ambiente campesino, y la humilde gente que pulula por sus pginascolonos, gaanes, mozos y mozas de cortijoadquieren, bajo la fuerza evocadora de su pluma, una extraa y conmovedora intensidad, por lo que su obra tiene un profundo sentido humano, tierno y conmovedor. Ajeno a todo efectismo y sensiblero artificio, logra despertar en el lector una emocin que parte de lo ms hondo del sentimiento de los seres, no obstante tratarse de vidas que le son lejanamente extraas, desprovistas de toda conexin con lo que habitualmente rodea al hombre ciudadano. Y los paisajes de Finlandia, esas extensiones semivrgenes, solitarias, casi de ensueo para la imaginacin meridional, saturadas de majestuosa calma, con las noches claras de sus estos y las nieves que, en invierno, cubren con su helado manto la llana tierra, quedan fijados en cuanto son necesarios para el fondo de la composicin de sus historias, en las que siempre es la individualidad de sus personajes, seres primitivos, obtusos o atormentados, la razn que mueve su pluma. Vida que no puede ser ms simplista, pero en cuya alma el autor se interna, recogiendo de su alentar sencillo los incidentes que sus reacciones provocan, y consiguiendo una fuerza e intensidad que mantienen, con nuestra curiosidad, nuestra sorpresa. Ctulo Carrasco
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UN BREVE DESTINO DE MUJER (1931) (En: F. E. Sillanp, Novelas Escogidas de, Aguilar, Madrid, 1956) Traduccin de Fabricio Valserra PREFACIO Silja, la joven y hermosa campesina, se extingui ocho das despus de San Juan, cuando el verano resplandeca adornado con sus mejores galas. Dada su condicin, puede decirse que tuvo un final decente. Aunque no fuese ms que una sirvienta hurfana de padre y madre, sin otros parientes que pudieran asistirla, y aunque hubo de recurrir un tiempo a los cuidados ajenos, pudo prescindir de la asistencia pblica as le fue ahorrada esa pequea vergenza, anodina, desde luego. La granja de Kierikka, en donde estaba entonces colocada, tena un cuartito al lado de la estufa, y all se instal Silja; tomaba tambin all sus yantares, que no poda terminar. Este trato humano no era consecuencia de una bondad particular de sus amos, sino ms bien cierto abandono que caracterizaba a aquella propiedad un tanto ruinosa. Pensaban, quiz, aqullos en las economas de Silja, que tena tambin buenos vestidos; todo seria para los que hubiesen cuidado de ella, y ya alguna vez la duea de la casa haba echado mano del guardarropa de la sirvienta. Habiendo heredado la natural pulcritud de su padre, Silja supo hacer agradable y cmodo el reducto donde se alojaba. Por la ventana mal encajada, su tosecilla seca se oa desde el prado en que jugaban y corran los plidos chiquillos de la casa. Aquella tos fue uno de los elementos que, a parte las flores y las hierbas, contribuyeron a formar el ambiente de la casa de campo en aquel verano. En sus ltimos instantes, la joven experiment el incomparable encanto de la soledad. Al conservar hasta el fin su lucidez, como ocurre casi siempre con los enfermos de pecho, aquella soledad estival fue un derivativo soberano para la tensin de su vida sentimental. Su soledad era tan slo aparente, pues tena siempre unos compaeros amables, privados de la palabra, es verdad, pero tanto ms devotos. El sol, que alegraba la habitacin, y el piar de las golondrinas, que tenan su nido en el alero, proporcionaban a sus sentidos afinados unos pensamientos luminosos y felices. Las espantosas imgenes de la muerte permanecieron alejadas, y la enferma apenas se dio cuenta de que lo que se acercaba en aquel momento era la muerte, de la que tan a menudo haba odo hablar. sta se la llev cuando las gracias indecibles de la Naturaleza se encontraban en el apogeo de su delicadeza e intensidad. Fue en el alba, hacia las cinco, en el instante que es propiamente del sol y de las golondrinas. El da que naca era un domingo, y nada haba empaado su pureza. Considerada en el instante de la muerte, la vida de un ser no es ms que una corta visin inmvil. Nuestra Silja haba vivido veintids aos; haba nacido ocho leguas ms al Norte, y durante su vida se haba ido desplazando poco a poco hacia el Sur. Su destino no tena muchos rasgos que perder. Desde sus principios ocultos ms all del tiempo, todo su ser se haba ido edificando gentilmente al correr de los das de su vida. Una piel sana y limpia encerraba con sus superficies suaves una oscuridad en la que el odo de un enamorado haba percibido el latir de un corazn, y su vista el resplandor de una mirada. Durante su vida, la muchacha slo haba tenido tiempo de ser criatura que realizaba su destino sonriendo. Casi todo lo que se refiere a Silja, que se durmi para siempre junto a la estua de Kierikka, es de una insignificancia deliciosa. 11
SILJA
A partir de los tiempos lejanos en que naci esta muchacha, se desarrollan una serie de acaecimientos en los que el Destino despliega una redoblada energa para orientar por nuevos caminos la felicidad terrestre de una familia en vas de extinguirse. Pues Silja era la ltima de su linaje. Nadie presta atencin, es verdad, a la extincin de familias tan modestas; pero, sin embargo, se ven repetirse aqu los mismos rasgos melanclicos que en otros medios ms elevados. PRIMERA PARTE
EL PADRE
La muerte solitaria de la joven Sija, un domingo por la maana, seala el fin de un periodo que se inicia treinta aos antes, cuando Kustaa, el padre de Silja, se hizo cargo de la propiedad ancestral de Salmelus, que no era muy grande, pero que perteneca a la familia desde tiempo inmemorial, o, en todo caso, desde 1749, fecha del catastro ms antiguo que se conoca. El recuerdo de los antiguos propietarios haba cado en el olvido, pero se deca que figuraban entre los ms eminentes de la pequea comarca. La casa de labranza haba conocido su apogeo en los tiempos del padre de Kustaa. Su prosperidad iba en aumento de una manera natural, sin que fuera posible indicar unas causas especiales, buenas o malas; si bien las ventanas del tejado de Salmelus parecan expresar entonces un sentimiento de altiva dignidad ante las miradas de los propietarios ms modestos de la vecindad. Una circunstancia aumentaba este curioso respeto: la propiedad tena nicamente entonces un solo heredero, que prosperaba en todos conceptos. Durante su juventud, el muchacho vivi a su antojo. La heredad slo era para l un vasto campo de juego, que recorri canturreando y sonriente, hasta que fue mayor. Las palabras el joven dueo de Salmelus, y muchas otras que se le dirigan, acariciaban su odo y su espritu, sin que pensara mucho en su significado. La tranquila dignidad de sus padres le iba educando de una manera imperceptible; muy pocas veces se haba odo a stos darle consejos, y mucho menos que le regaaran. Y as fue como se convirti en un joven robusto y sonriente, que tena la nariz aguilea de su padre y el color y la expresin de los ojos de su madre. Sus padres alimentaban, probablemente, muchas esperanzas respecto a su hijo, pero nunca le hablaban de eso. A veces, al hablar con l, la madre trataba de exponerle sus propias ideas, pero estas tentativas derivaban en pequeas diabluras y en chanzas recprocas, que revelaban los slido lazos de su natural amor. En el espiritu del muchacho se iban formando unos puntos de mira a cuyo alrededor se agrupaban los rasgos del carcter, que eran, por otra pare, una especie de honor inconsciente y una probidad de a que no acostumbraba or pronunciar el nombre, y por la otra el sentimiento muy arragado de que Salmelus tena una duracin eterna, independienteniente de la voluntad de los hombres, y que todos los acontecimientos que all se sucedan eran tan naturales como la respiracin; la heredad diriga a -los hombres, sin ser dirigida por ellos. Una vez mayor, el joven Kustaa Salmelus tuvo que asistir primero al entierro de su madre, y poco tiempo despus al de su padre. Su madre muri en primavera, cuando el deshielo, y su marido la signi en otoo. Inmediatamente despus de la muerte de su madre, Kustaa sinti que la vida de la heredad haba recibido un primer ohoque, y que se orientaba por caminos nuevos, para no volver atrs. No era capaz de decir si este cambio era una ascensin o un descenso; el vigor vivificante de la primavera se mezclaba con la seriedad de la muerte y con la perturbacin sbita de la existencia. Senta que no 12
se trataba tan slo de la partida de un ser humano; los supervivientes no eran como los de antao, ni aun bajo la hermosa luz del sol... Era un verano extrao. Kustaa haba conducido los caballos al cercado. Al regreso, en el crepsculo familiar de la tarde de verano, tuvo un desagradable sobresalto: mientras miraba la casa de labranza dormida dulcemente, haba olvidado que su padre viva, y que la vida corra tambin por sus propias venas. Le pareci que su propia soledad, bajo la apariencia de un ser animado vena a su encuentro desde la puerta de la casa Hilma la muchacha que cuidaba de la cocina, estaba sentada en el umbral y miraba con ensueo hacia el horizonte. Nada haba de extraordinario en esto: la gente coma en la cocina, e Hilma estaba dispuesta para servirles cuando se vaciaba algn plato. Centenares de tardes de verano, vistas de lejos, son idnticas entre s, como los billetes de la lotera colocados dentro de un mismo recipiente. Pero uno de los billetes encierra el premio mayor, lo que constituye algo solemne y que apasiona, como la amenaza de tempestad a la hora de acostarse. Kustaa tena que atravesar el amplio patio para llegar junto a la joven; sta habra podido levantarse y, como de costmnbre, entrar tranquilamente en la cocina. Pero no hizo nada. Continuaba sentada, y su rostro reflejaba apaciblemente la melancola, mientras su mirada soadora pareca invitar al joven a que se fijara en ella. Para Kustaa, que acababa de perder a su madre, la actitud y la mirada de la muchacha tenan un encanto delicioso. Tena que dejar las bridas en el rincn del prtico en que la sirvienta estaba sentada, y lo hizo inclinndose por encima del hombro de sta... Ved, pues en este atardecer de verano, a Kustaa e Hilma, futuros compaeros de destino y padres de hijos comunes. No pudieron liberarse de aquel atardecer, ni cuando hubo pasado. Por el contrario, las consecuencias de aquel instante se extendieron muy lejos y, desde el principio, en distintas direcciones. El padre no tard en saberlo todo. Hizo cuanto pudo para dar a entender lo contrario; pero un joven amor, que no se ha traducido an en actos, llena la casa de un resplandor maravilloso, que se desprende de cualquier movimiento de los enamorados, de su voz y hasta de su silencio. Una meloda inocente, que se tararea sin pensar, es ms expresiva que un resonante estruendo. Pero el dueo de Salmelus no poda pensar con claridad y sencillez en las cosas que pesaban en su corazn. Y, por consiguiente, pensaba ahora, ante todo, en el profundo trastorno que la muerte de su mujer habla causado en la vida y en el carcter de la granja y en los valores perdidos, que no se recobraran nunca, y que iban a compensarse de extrao modo... El viejo Salmelus sinti disgusto al comprobar que su pensamiento se haba detenido en el detalle ms fastidioso: la muchacha era una sirvienta pobre. No, no era esto, y le pareca, por el contrario, que esta circunstancia daba a la muchacha una especie de altivez esquiva. Pero en mltiples y pequeos incidentes, el anciano descubra otra cosa, algo como los primeros sntomas burlones de una desgracia inminente. Sin que se diera cuenta, haba sido abandonado el antiguo camino familiar y el suelo era ahora inseguro. Y poda ser que sobreviniera la noche sin que se hubiese encontrado el buen camino, si es que llegaba a encontrarse nunca. El viejo campesino cay de sbito en la cuenta de que no haba tomado ninguna disposicin en la casa de campo, como consecuencia del fallecimiento de su esposa. Cmo haba podido pasarse hasta entonces? La que haba muerto en primavera, haba sido intil aqu abajo? El anciano reflexionaba en su habitacin, y evoc un tema que hubiese querido ignorar: en aquel momento, no muy cerca de all, una fuerza natural y maligna atormentaba a dos corazones que eran, en suma el uno y el otro, inocentes. No por ello el destino que los esperaba sera menos duro. El anciano refiexionaha mirando los abedules sombros y los campos de trbol 13
del mes de agosto. Tendr que llamar a mi hermana. Quiz podr remediarse un cambio con otro cambio. Escribi una carta a su hermana Martta, y en la misma tarde la llev al correo. Encontr all una invitacin para asistir a una boda que tena que celebrarse en una parroquia lejana. Regres a la casa en el crepsculo, y dijo a Kustaa, pensando en la boda: Tendrs que ir t; yo no me encuentro del todo bien. Kustaa acept de muy buena gana, y parti alegremente para aquel divertido viaje. Antes de la marcha. los ojos de los enamorados cambiaron una promesa ardiente, y Kustaa fue, en el holgorio de la boda, un invitado jovial y soberbio... *** Kustaa not que aquel viaje le haba sentado muy bien. La dicha acumulada durante la ausencia era una reserva que, al afluir en la conciencia, infunda al joven, al regresar, una beatitud deliciosa. La dicha le empujaba y no apareca ante sus ojos la menor contrariedad. Por lo dems, la suerte le favoreci: en una encrucijada del camino, una mujer sali con naturalidad de su casa y se acerc a la empalizada para entablar conversacin, con no menor naturalidad, con Kustaa. ste, sin necesidad de tener que preguntar nada, supo por ella varias novedades; no tena prisa, en aquel suave atardecer, para regresar a su casa. Supo que la ta Martta haba llegado a Salmelus para ponerse al frente de la casa, y que haba manifestado en seguida que no haba necesidad de que hubiese dos mujeres en ella. El mismo da haba tenido unas palabras con Hilma, a quien el dueo haba rogado que buscara otra colocacin. En su virtud, Hilma haba regresado a la casa de sus padres, que se encontraba en la ladera del bosque. Vaya! Vaya! Entonces, hasta la vista! Adis! Adis!... Kustaa no reflexion lo que acababa de saber hasta que se encontr bastante lejos de la casita. Como no volvi la cabeza, no se dio cuenta de que le segua una chiquilla, la cual regres prestamente a la choza en cuanto vio al joven tomar el sendero que llevaba a la cabaa en que Hilma haba nacido. Cuando hubo penetrado en la espesura, Kustaa se sent para descansar y para gozar de su felicidad. Slo vea los rboles del bosque, y nada se encontraba ms lejos de su pensamiento que la casa de campo natal. La fatiga del viaje le incitaba a evocar los claros das de su niez, que no haban deasaparecido an de su memoria. Conoca a Hilma desde la infancia; de hecho, regresaba ahora de un Viaje ms lejano que el que acababa de hacer. La brisa suave y clida saturaba el atardecer de una dulce quietud. Pasar mucho tiempo an antes que llegue de nuevo a su habitacin de Salmelus. Para un nio, el tiempo que an tiene que venir es largo y delicioso. La habitacin de un joven resulta siempre grata, porque le espera sin impaciencia. La plenitud de la vida le cort casi la respiracin cuando percibi la choza de Hilma. Era un da entre semana, y en los ltimos tiempos haban ocurrido varios acontecimientos. No era corriente ver al hijo nico de Salmelus pasearse por all con sus vestidos domingueros. El camino y los portales parecan sorprendidos al ver acercarse al visitante; pero el rostro de la duea de la casa expres la alegra de una espera confiada; sus ojos tenan el mismo brillo que los de la vieja que se haba encontrado Kustaa en la encrucijada de los caminos. Por suerte, Hilma no estaba en la habitacin. He sabido que Hilma no estaba ya en mi casa, y vengo a verla. Verdaderamente, dos mujeres son demasiadas en una casa. La madre de Hilma se puso a preparar el caf, refunfuando. Hilma no est en casa? Quiz te has molestado intilmente. Est en el amasador dijo la hermana pequea. 14
Kustaa tuvo la impresin de que salia de la casa de un vecino envidioso, cuando baj la escalera para dingirse, sonriente y con paso tranquilo, hacia el amasador, que se encontraba en el extremo opuesto del patio. Era una pequea habitacin destartalada, por cuya ventana slo se vean, entre los tallos de lpulo, unos campos y un estanque. Kustaa encontr a Hilma en la penumbra verde de aquella habitacin baja de techo. Era la misma que haba visto tantas veces en el prtico de Salmelus; sin embargo, no era exactamente la misma. La joven se encontraba ahora en su ambiente propio; su pecho se levantaba, pero no de miedo; se senta un poco intimidada, y su pudor era exquisito. Su amor, que hasta entonces no haba conocido palabras ni actos, conoci unas y otros aquella noche... Kustaa Salmelus, futuro padre de Silja, recorri, sonriente, todos los senderos de su vida. *** Esto pasaba hace decenas de aos, tiempo suficiente para que todo haya quedado olvidado; pues fue mucho despus cuando se desarrollaron en Salmelus los acontecimientos decisivos... Pero, en aquel otoo, la cosa excit los nimos de los seres insignificantes que en sus mezquinas viviendas y en sus caminos sinuosos vivan firmemente atados a lo tradicional. Lo que intrigaba. sobre todo, era la suerte de la granja y de la propiedad. Las mujeres de los viejos aparceros estaban furiosas por no haber sabido adivinar un golpe, ciego y prfido, que daba al traste con su inconsciente concepto de la vida. Si un joven campesino calavera consegua penetrar de noche en la habitacin de la hija de un aparcero, aquello era una aventura que regocijaba a los vecinos. Y la vctima poda hacerse pagar una pensin alimenticia; si todo iba bien, la muchacha reciba incluso una bonita suma, para que la cosa no trascendiera. Pero lo ocurrido con Kustaa Salmelus era diferente, y el instinto se lo deca a las viejas comadres con irritante claridad. Todo esto ha sido olvidado desde hace mucho tiempo. Las viejas charlatanas fueron trasladadas, una despus de otra y mudas al fin, desde su cabaa hasta el cementerio, en donde yacen olvidadas en las filas herbosas de las fosas comunes. Uno que otro anciano recuerda todava que el Salmelus que perdi su heredad se haba casado con una muchacha de tal y tal clase; pero no se encontrara a nadie que pudiese contar exactamente la historia. *** Aquella noche, el viejo Salmelus vel hasta el regreso de su hijo, hacia las dos de la madrugada, Kustaa lleg con paso alegre, y su padre no tuvo necesidad de ver y oir ms para comprenderlo todo. El hombre que se acercaba a la casa de campo con claro de luna no pensaba verdaderamente, en aquel momento, en las decisiones importantes que haban tomado su padre y su ta. El viejo amo sabia y comprenda que, si su hijo hubiese podido prever el porvenir lejano, les habra expresado su agradecimiento. Kustaa se dispona a acostarse, y sus gestos revelaban que estaba satisfecho. Cuando hubo cesado todo ruido, el viejo sinti que era definitivamente el nico que comprendia la lastimosa ineficacia de sus disposiciones. No se confesaba, sin embargo, con qu fines las haba tomado. Cuando un anciano vela hasta el alba rumiando parecidas ideas, esto no es buena seal, sobro todo si no llega a una resolucin clara y precisa, a una liberacin. El imperio de la vida se afloja y el de la muerte se deja sentir. En el silencio nocturno, Salmelus pens en su difunta esposa de una manera particularmente seria. Hasta entonces, haban sido dos para pensar en la vida, y, por este motivo, todo le habia parecido ms ligero, ms grato. Ahora haba ocurrido un cambio. En su pecho, a la izquierda, experiment un dolor tan agudo que estuvo a punto de dejar caer su pipa; la dej apresuradamente sobre un mueble y se 15
desnud muy de prisa, para encontrarse acostado en el caso de que, quiz, empezara el largo sueo. La vida haba sdo una unidad constituida por tres elementos, y la desaparicin de uno de ellos traa la disgregacin de los restantes. No haba continuidad posible, y hasta la casa de campo pareca inexistente para el hombre que presenta la proximidad de la muerte. Slo quedaba la imagen da la difunta y su recuerdo, con las facciones serias que son y continan siendo siempre el comn secreto entre el esposo y la esposa, y que slo aparecen en las horas graves. Poco le importaba ver o no ver el maana. En un sentido ms profundo, ningn maana apuntara ya para l. Por ms que no hubiese habido combate, la derrota era completa. A partir de aquella noche, el viejo propietario apareci ms taciturno an que antes, y muy parco en palabras. Continuaba yendo de un lado para otro como de costumbre, pero hablaba tan poco que los mozos de labranza se desesperaban al tratar de adivinar lo que tenan que hacer. Los amores de Kustaa eran conocidos de todos: pero, cosa extraa, los testigos ms prximos nada tenan que decir sobre el particular. Todos conocan las escapadas nocturnas del joven, pero a nadie se le ocurra censurarle. Un da, un aparcero expona su asunto al amo, en presencia de Kustaa y de otros hombres. El anciano guardaba silencio, esbozando una ligera sonrisa y mirando a su hijo, dijo: Y t, qu dices a todo esto? pregunt. Kustaa enrojeci y sonri, su cara tom una expresin de desamparo y angustia. A fe ma, no lo s... y se alej, prximo a llorar. Aquella noche, en la habitacin de Hilma, Kustaa sorprendi a la joven por el ardor de sus caricias y por su silencio. Qu tienes? le pregunt ella. l permaneci inmvil, con la mirada helada, y su mentn temblaba. Habla, esto te aliviar aadi ella. Mi padre ha perdido mucho. Tales fueron sus palabras, e Hilma slo supo responder con el silencio, vaco y su pensamiento de cualquier idea. Kustaa apoy su cabeza sobre el pecho de la joven como un nio fatigado acogindose al regazo materno. Amaba aquella posicin y aquel sitio, pues as es como el reposo para el nio y el olvido para el adulto se hacen ms profundos. En Salmelus haba la habitacin del padre y en el cortijo la de Hilma. Ambos formaban los dos polos de la vida de Kustaa, que iba de uno a otro con el espritu conturbado por una sombra espera. Cuando llegaba a uno de los hitos olvidaba el otro. En la casa le apesdumbraba, a veces, el recuerdo de su madre. Un tierno pesar inclinaba su alma hacia al serenidad de la infancia. Los hermosos das de verano tocaban a su fin. La bruma invada el aire y se encenda el fuego en las estufas de las granjas. Una maana, el viejo Salmelus recorra, como de costumbre, las dependencias de su casa. Al atravesar el patio cogi unos troncos que tir por la puerta de la estufa, y luego entr en ella. Su hermana Martta lo habia seguido con la mirada, y, sin pensar en nada, permaneca con los ojos fijos en la puerta. La maana era empaada y fra. Era uno de aquellos instantes fortuitos, en los que incluso un adulto activo puede sobresaltarse al sentir el peso terrible del tiempo. Fue lo que le sucedi a Martta, que se dio cuenta de repente de que haba permanecido durante largo rato en la ventana mirando la granja; no sala humo ninguno de la estufa, y su hermano Vihtori continuaba all. En toda la granja no se perciba el menor ruido. Martta se levant y mir a su 16
alrededor, sorprendida por la hora que indicaba el reloj de pndulo. Dnde estaba la gente? Sali y se detuvo en la escalera de la cocina. La puerta de la estufa era como un ojo negro e impasible, y pareca querer prolongar aquel instante extrao. Qu pasaba? Resultaba ridculo recorrer ahora las dependencias de la casa, pero Martta lo hizo. Vena a ver por qu tardabas tanto, se propona decir a Vihtori. No se oa ningn ruido en la estufa. Cuando se inclin para mirar al interior, vi a su hermano tendido de espaldas, con los brazos unidos al cuerpo. As fue como empez aquel da, cuya atmsfera fue hacindose densa. Muy a menudo se une a la muerte de un anciano un sentimiento de liberacin, pero el caso no se dio esta vez. Desde que haba dejado de ser un nio, Kustaa no haba departido ni una sola vez con su padre, y su infancia se haba prolongado hasta el fallecimiento de su madre. Ahora el padre haba desaparecido silenciosamente y sin haber revelado a su hijo, que era ya todo un hombre, lo que tena, quiz, que confiarle. El que se retiraba sin decir palabra se llevaba la victoria. Por la tarde, Kustaa se march temprano al bosque. Qu es eso? El cuerpo de tu padre est caliente todava y eones ya en busca de una muchacha? No sabes por qu ha muerto tu padre? Me parece que debo anuncirselo a Hilma respondi a su ta. Vas a traer a esa mujer aqu, ahora que...? No lo s..., fue usted quien la ech. No es verdad; pero he de decirte que no pondr los pies en esta casa mientras quien la despidi no haya sido enterrado. Kustaa saba cmo haban ocurrido las cosas; pero esta conversacin le dej una impresin penosa. Si el silencio de su padre haba sido eficaz, las palabras de su ta no lo fueron menos. Kustaa tena una inferioridad: no sabia mostrarse malo con impudor. Tal es la clave de su vida, ahora y ms tarde, cuando surjan los verdaderos obstculos materiales. Era sensible a la ponzoa... Hilma era ya para l, irrevocablemente, lo que una mujer, buena o mala, es para su marido; y, sin embargo, las frases de la vieja solterona causaron el efecto perseguido. Hilma se reprochaba el no saber unirse ms a su amante en aquellas penosas circunstancias, y el tener que limitarse a guardar silencio y a simular una actitud meditativa. No haca ningn mal. Era la prometida de Kustaa; pero, por lo dems, continuaba siendo la criadita ingenua que haba servido en Salmelus, y que, a pesar de todo, haba sabido obrar, en su situacin, mejor que otra mujer cualquiera. Haba osado fijar sus ojos en los de un hombre, cierto atardecer de verano, y haba sabido no moverse cuando ste colg las bridas detrs de ella. Este acto la haba elevado al mismo nivel de Kustaa, y permaneca en l. Haba confirmado su gesto en la manera de acoger a su enamorado, cuando haba entrado en su casa al regresar de las bodas; aquel largo atardecer y aquella noche haban servido para confirmar y sellar lo que ya existia. No habria sido posible encontrar un veneno bastante fuerte para destruir el germen naciente. Hilma no regres a Salmelus mientras el viejo dueo no fue enterrado. Lleg tres das despus de los funerales, cuando los ltimos invitados se acababan de marchar, un poco tmida, pero segura de si misma y sin temer, en absoluto, a la vieja Martta. Una chiquilla, que era en secreto una mujer, tal consideraba ahora Kustaa a Hilma en la heredad de sus mayores, que empez a revivir bajo el resplandor de un amor fuerte y satisfecho. Kustaa no haba llamado a Hilma; sta no haba hecho ms que obedecer a un instinto que no la engaaba. Semejante llegada era ms grata que los ms hermosos juramentos. Martta se encontraba en la cocina, y no respondi nada a Kustaa cuando ste le pidi que preparara algo de comer para Hilma. El joven se puso a hacerlo l 17
mismo; pero cuando entr Anna, la vaquera, le rog que continuara. Entonces Martta se puso sbitamente a llorar, mientras continuaba sus quehaceres. Anna no deca nada, pero su mirada era hostil. Kustaa le dijo, sonrenkte, pero con tono serio: Lo hars, no es verdad, Anna? Y sta, sin responder, obedeci de mal talante. Kustaa quiso que Hilma pasara la noche en la casa. Le prepar una cama en la sala de visitas. Hilma sonrea apaciblemente y un poco intimidada por los objetos conocidos y tambin por Kustaa, que era ahora el propietario y que, por esta razn, le pareca, forzosamente un poco forastero. El da de verano en que Hilma dejara la granja haba quedado sepultado en un pasado lejano, y no era ms que un hermoso recuerdo de una crisis palpitante de inters. En aquella tarde de final de otoo, Hilma daba torpemente las buenas noches a Kustaa en el umbral del saln, tan impresionante para ella. Comprenda que Kustaa por nada del mundo hubiera querido entrar con ella. No durmi mucho, pero era dulce y la calmaba el encontrarse sola en la sombra silenciosa que pareca rememorar los hechos acaecidos en la granja, desconocidos por Hilma, pero hermosos de ver as en imgenes nocturnas. Hacia medianoche, esper un poco a Kustaa, pero no la decepcion el haber permanecido sola hasta el alba. Por la maana, Hilma se retras en las habitaciones, mientras Martta hacia los preparativos para la marcha. Cuando Kustaa vi los ojos enrojecidos de su ta, experiment por ella una piedad desagradable. Le pareca que aquella mujer vieja y maliciosa no se encontraba sola, y que estaba sostenida por una fuerza invisible antigua y repugnante, contra la que hubiese querido rebelarse, pese a que su instinto le deca que emanaba de las generaciones pasadas. Kustaa pregunt con la mayor delicadeza de que fue capaz qu retribucin deseaba su ta. En mi vida he sido una sirvienta asalariada, ni aqu ni en ninguna parte. Cuando su ta hubo descargado esta pulla, Kustaa recobr su aplomo. Se dirigi a la habitacin de la parte de atrs, en donde Hilma, endomingada, le esperaba, sonriente. No le preocupaba Martta; sin embargo, aquella jornada constitua una curiosa mezcla de fiesta y de vivir cotidiano, de dicha e inquietud. Habra tenido que pensar en que Hilma iba a llegar, y en que iba ponerse al frente de la casa. Ahora podra disponer libremente de aquella bonita muchacha tan infantil, para quien el abatimiento era algo tan extrao como el pecado para el ngel. La introducira en todas las habitaciones, sin temer nada, sin Martta, sin nadie... La noche pasada no haba entrado en donde se encontraba Hilma... Todo era demasiado propicio y de una facilidad sofocante. Un mozo vino a preguntar si poda acompaar a la estacin a la seorita Martta, que se dispona a marcharse. El gan tena tambin un aire malhumorado, y se hubiese dicho que haba una impertinencia en la punta de su lengua. Un instante despus, Kustaa e Hilma vieron el carruaje franquear el portn, y el joven sinti toda la crueldad de aquel instante. La casa perda, definitivamente, un elemento antiguo que no volvera nunca ms; la ta Martta no era ms que un vestigio dbil y desagradable que desapareca al fin. Pero pareca desprenderse ahora de los muros de la casa una atmsfera de soledad eterna. Kustaa concibi claramente que el ambiente de aquel atardecer se prolongara, Y le envolva gracias a Hilma, la cual nada comprenda de todo aquello; como un animal fiel, le segua a todas partes, esperando tan slo una seal para darle todo lo que posea. En aquel instante, ms que en cualquier otro, hubiese querido reclinar su cabeza sobre el pecho de Hilma, para encontrar en l un profundo olvido. Pero habra tenido que hacerlo en el amasador sombro, muy lejos de aquella granja desierta y que, sin 18
embargo, exista, parecida a un ser desamparado, al que ni tan siquiera un desconocido osara dejar abandonado a su suerte. Kustaa haba nacido quiz para hacerlo, pero no supo. Not apenas la encrucijada de los caminos en la que un sendero, que parta de la carretera, se hunda en una comarca oculta, apacible y familiar. l eligi la va ms ancha, en compaa de un ser ms dbil todava que l. Se present la vaquera para hablar de la comida, y pregunt quin la preparara, pues ella no tena tiempo Esta cuestin de la comida dio un encanto engaoso a los primeros pasos por el nuevo camino. Hilma volvi a ocupar su lugar en la cocina, pero con nuevas disposiciones. La muchacha resplandeca cn su mejor brillo y gozaba indeciblemente al manejar de nuevo los objetos familiares. Aqu y all, algo haba cambiado desde su marcha, y resultaba delicioso el poder borrar aquellas huellas extraas en los estantes del aparador. Muy pronto la comida estuvo preparada y llegaron los hombres. Un aparcero socarrn trajo una nueva atmsfera a la casa al dedicar varios cumplidos a la nueva ama, que, segn l, colmaba un vaco. Pero los sentimientos de los dems servidores, en particular los de las mujeres, eran muy diferentes. Se vean miradas turbias y rencorosas. Cuando, terminada la comida, el aparcero cogi su zurrn y declar: Tengo que volver a casa para cosquillear a mi vieja, la frase no despert ningn eco. Hilma no se dio cuenta de la disposicin de los que la rodeaban. Su femineidad se dilataba. Le pareca exquisito tener un buen motivo para pasar la noche prxima en la granja (haba llegado ayer a ella), y tena la certeza de que su amado no la dejara sola durante toda la noche. Fu a preparar su cama en el saln. Declinaba ya la tarde... Por la maana, cuando Hilma dorma an, Kustaa encontr en la cocina a la madre de su amante. Con tono dulzn, la vieja le pidi noticias de su hija: Se la haba comido la ta, ya que no haba regresado a su casa de Plihtari? Al oir de labios de Kustaa que su hija dorma an dijo, bromeando, que no estaba bien que un ama de casa se levantara tan tarde, pues la granja se perjudicara; y las sirvientas se burlaban ya. No, no quiero ir mientras ella est all dijo Hilma a Kustaa. Qu ha venido a hacer? Se levant de la cama, sin embargo, y fue a la cocina; pero Kustaa no apareci en ella. Por la tarde, lilma, le dijo: Tengo que ir a buscar mis cosas a Plihtari. Me acompaas? Vale ms que vayas sola. Voy a decir al mozo que enganche el caballo. Hilma regres al anochecer y guard sus cosas en la sala. Con un impudor femenino completamente inconsciente, se posesion definitivamente de aquella habitacin. All fue donde Kustaa fue a encontrarla, como en el amasador. A partir de entonces, no abandon ms Salmelus, excepto ocho aos despus, cuando se llev de la granja a la pequea Silja, nica sobreviviente de sus hijos. Pero hasta entonces pasaron muchas cosas. La joven pareja vivi uno tras otro los instantes de su vida. Un estado de cosas que logra instaurarse acaba por ser, con la costumbre, la propia trama de la existencia. Al principio, no hay lugar a pensar en la huida de los aos; durante aquel verano y otoo de prodigios los dos enamorados haban perdido dicha sensacin a causa del resplandor del momento presente. La boda se celebr sin ruido. La madre de Hilma fue por dos veces a pedir a Kustaa que se celebrara en Plihtari, en casa de la novia, scgn la costumbre. Pero 19
Kustaa se neg cada vez a entablar conversacin sobre el particular con la vieja Tilta, e Hilma declar que Kustaa obrara como quisiera. La gente dir que el casamiento ha sido consumado antes de la boda dijo Tilta. Es que no es verdad? replic Hilma, con una sonrisa irritante. Entonces, me da lo mismo dnde os casis y que lo hagis o no. La visita de la suegra termin sin amenidad; apenas la vieja hubo tomado una taza de caf, fueron cambiada las palabras de despedida con voz curiosamente rencorosa. Tres semanas despus de la publicacin de las amonestaciones, nada haba de decidido todava. Una maana, en la cama, Hilma cogi la mano a Kustaa, y le dijo: Escucha; tonemos que ir a casa del pastor. El vestido empieza a apretarme. Iremos dijo Kustaa, retirando su mano con placentera vivacidad. Sali de la estancia y volvi a aparecer al cabo de unos momentos. Vamos. El caballo espera. Hilma se pein; aquella sorpresa matinal la complaca en gran manera. El peine se detuvo un momento. despus volvi a moverse con renovado ardimiento. Entonces, voy a casarme hoy? S; y creo que yo tambin respondi alegremente Kustaa. A pesar de todo, aquella jornada seal para Hilma una alegre ascensin. Aunque el matrimonio hubiese sido anunciado haca ya algn tiempo, se la haba considerado hasta entonces como una muchacha que haba cometido un desliz, pero cuya vida era hermosa y tranquila, bajo la proteccin de un hombre sonriente. En adelante seria una mujer casada. Una mujer. Pensaba en esta palabra como si acabara de orla por primera vez. Al son de los cascabeles del caballo negro, se dirgieron a casa del cura. Cuando estuvieron de vuelta, el amo tuvo pronto ocasin de responder a la sirvienta: Progntaselo a mi mujer. La comida fue ms abundante que de costumbre. Haba un mantel blanco sobre la mesa y se ofrecieron vasos de aguardiente, como en las fiestas de los tiempos de los viejos amos. En los das siguientes, cuando estuvieron de visita las mujeres de los propietarios y aparceros, se las recibi ms ceremoniosamente que de costumbre, hasta que hubieron desfilado todas. Al regresar a sus casas, aquellas mujeres pensaban en el extrao cambio sobrevenido en la vieja heredad de Salmelus. El otoo transcurri con calma y tranquilidad; nadie estorb a los jvenes esposos, pues no haba tan siquiera que repartir la herencia. La nueva ama se dedicaba a sus quehaceres en el patio nevado. A veces, un aparcero pasaba junto a la granja, al regresar a su cabaa, situada en la ladera del bosque. Al ver a Hilma, se detena, guiando los ojos y chasqueando la lengua, prosiguiendo luego su camino para ir a contar en su casa sus observaciones. Poda distinguirse ya desde el camino que Hilma se encontraba en estado interesante. Mira! Mira cmo ha sabido arreglrselas...! En casa de Tilta no lo van a pasar mal... Es curioso ver cmo ciertas personas saben despabilarse. Un da, Kustaa observ que haba que reparar lo comederos de los caballos, y dijo entonces simplemente, y sin pensarlo demasiado: Podra pedirse al viejo Plihtari que lo hiciera. Le pareci de este modo haber hablado bien de su mujer en presencia de sus servidores. Pero un viejo aparcero intervino, como si descargara una roa rencorosa y pesadamente amasada. No, diablo! Para nada necesitamos aqu al viejo Plihtari Y al colocar el comedero sobre el pesebre, la emprendi, incluso, contra los caballos. 20
Tiene Vurenmaa algo contra Plihtari? pregunt Kustaa a los dems hombres. Este botarate no merece la pena de que uno se enfado con l lanz Vurenmaa, que haba odo la regunta. El amo dio unos golpes bastante fuertes sobre el borac de la silla, pero no volvi a abrir la boca. Los hombres terminaron su trabajo y dejaron la cuadra. Vurenmaa parti el ltimo y quiso apagar el farol al irse. Voy a quedarme todava un momento dijo Kustaa, aplicando un golpe violento sobre la silla. Pues qudate, diablo!, hasta el fin de tus das, si quieres grit el viejo, alejndose rpidamente. Kustaa apag el farol y sali. En la cocina los hombres coman ya. Hilma se encontraba all, y Kustaa observ que la escena recordaba algo los tiempos en que la muchacha era sirvienta. Loviisa, la chica que cuidaba ahora de la cocina, era hija e Vurenmaa, y estaba sentada al lado de su padre; Hilma permaneca junto al fogn. Por qu te ests aqu? Loviisa puede servir la mesa le dijo Kustaa, al pasar delante de ella, con tono extrao. La gente coma en silencio. Hilma no se movi. Reinaba una extraa tensin aquella tarde en la granja, y nadie sabia a qu era debido. Cuando los hombres se hubieron levantado de la mesa y hubieron salido, los aparceros para regresar a sus casas, y los mozos de labranza para reunirse en la sala comn, Kustaa volvi a la cocina, donde Hilma conversaba con Loviisa. La sirvienta limpiaba la mesa, y su ama pareca esperar la respuesta a alguna pregunta. Vnrenmaa estaba furioso. Qu le ha sucedido? preunt Hilma, mientras Loviisa arreglaba la cocina. Kustaa observ la espalda de la muchacha y los ojos de Hilma. No s nada. Tambin a m me ha lanzado palabrotas... Quiz Loviisa sabe lo que tiene. Kustaa sali, err un momento por el patio, y volvi luego a la cocina. Parece que su Eeva ha faltado y esto le pesa, sin duda, en el corazn dijo Hilma. Si; y es Iivari Plihtari quien tiene la culpa aadi Loviisa, cambiando de sitio un cacharro con brusquedad intil. *** La vida conyugal de Hilma y Kustaa continuaba su curso. Aquella noche, cuando los esposos se hubieron, al fin, retirado a su dormitorio, su conversacin fue grave y entrecortada por largos silencios. La familia de Plihtari, los padres de Hilma, tomaba cada da una importancia mayor en su vida. Kustaa no se senta en intimidad con su mujer ni en aquellas horas tardas y deliciosas. Haba la granja y su gente, los aparceros y sus hijos, Plihtari e Hilma. A veces, Kustaa se asustaba ante la idea de quo se encontraba solitario en medio de aquella multitud. Desde cundo? Quiz desde la noche en que, en el amasador de Plihtari, Hilma no haba sabido qu responderle? No haba habido en su vida ms que dos instantes: cuando Hilma estaba sentada bajo el prtico y cuando la haba encontrado al regresar de las bodas? Haba, adems, otra cosa. Los movimientos de la mujer carecan ahora de la gracia tmida de los de la joven y esbelta muchacha; pero tampoco era necesario. Aquel talle abultado encerraba un ser que nada tena que ver con aquellas cosas. Kustaa miraba a Hilma como si acabara de notar por primera vez el estado de su esposa; un nuevo ardor invadi su sangre y su alma. Todo lo que recordaba el 21
pasado haba desaparecido de la casa, y sta era la causa del sentimiento de vaco que le haba oprimido tan fuertemente aquella tarde... Pero, despus de este invierno, llegara la primavera y luego el verano; la vida no se detiene, y hay que protegerla. Aquel instante evocaba el del verano pasado, bajo el prtico. Los silenciosos sollozos de Hilma haban cesado, y las ltimas palabras pronunciadas haban sido olvidadas. Empujado por el despertar de un deseo vehemente, Kustaa se acerc a su mujer y la acarici. Los ojos de Hilma brillaban todava con un resplandor hmedo, cuando le dijo: Ten cuidado... Vas a hacer dao al nio. En aquel instante slo haba a su alrededor las paredes de la pequea habitacin y los objetos familiares, parte de los cuales provenan de casa de Hilma. Los esposos dorman como unos nios inconscientes; pero por la maana, al despertarse, encontraron otra vez a su alrededor la granja con los servidores, los apaceros y sus hijos, y los Plihtaris. En la cocina tropezaban a veces con Tilta, quien, al pasar Kustaa, lo miraba con una timidez y humildad extraas. Ms tarde, Kustaa supo por Hilma que en Plihtari tenan necesidad de dinero. Sin embargo, en la misma tarde, un jornalero haba reclamado su paga, y el amo no dispona de toda la cantidad; nunca tena bastante dinero contante. Se hubiese dicho que se oan todava en la casa los ecos de la visita matutina de Tilta. Las facciones de Kustaa se alteraban mientras hablaba con el hombre; con las mejillas coloradas, miraba a Hilma, que deba de saber y comprender. Pero su mujer adoptaba entonces la misma expresin distrada que haba observado antao, y que vea ahora por primera vez cuando no estaban solos. El dinero, s, qu hacer? Habr que denunciar algunos prstamos. Kustaa pareca hablar consigo mismo, pero Hilma y el jornalero le oan. Y, poco tiempo despus, lleg un vecino que se presentaba por propia iniciativa, para reembolsar su deuda. He odo decir que tena usted intencin de denunciar su prstamo, y por eso he venido. Pero si no se trataba de usted! Ville Kivistoja me dijo que usted amenazaba con pedir el reembolso de algunos crditos, porque no tena bastante dinero para pagarle. Pero, como tiene tan mala lengua, no puede creerse todo lo que dice... Este incidente provoc por la noche una discusin entre los esposos. El dinero, que estaba guardado en un cajn de la cmoda, no se prestara. No se podan considerar como una deuda los quinientos marcos dados a Iivari Plihtari antes de Navidad. Kustaa saba perfectamente que no los volvera a ver. Pero, de todos modos, resultaba enojoso. En adelante, ocurri con mayor frecuencia, cuando la conversacin recaa, por casualidad, sobre la gente de Plihtari, el que se destiara un pequeo desacuerdo entre los esposos. Kustaa daba a entender ms claramente cada da que le cargaban las visitas de su suegra, y cuando Tilta se encontraba en la cocina con los criados y diriga palabras melosas a su yerno, ste, por toda respuesta, deca algunas palabras a la vaquera, que tomaha su caf en un rincn. En este punto, Kustaa no guardaba ninguna consideracin a su mujer. Todos podan observar entonces que el amo disimulaba un despecho dolorido, y la joven vaquera se turbaba por la bondad inmotivada del amo hacia ella; le pareca que tanto lla como todos los que se encontraban en la cocina, el ama inclusive, atormentaban a una persona a la que no tenan derecho a molestar. Durante el trabajo, Kustaa sorprenda a veces a sus servidores contando algn sucedido grosero, cuyo relato interrumpan al acercarse l, despus de algunas palabras oscuras como para excitarle. 22
Quin ha dicho o hecho esto? preguntaba Kustaa francamente, esperando enterarse de la opinin de los dems. Un simple patn le respondan. O bien uno que regresaba de la feria. No le daban ms amplias explicaciones; pero cuando se encontraba un poco alejado con algn aparcero, ste le confiaba que se habia hablado de las calaveradas de Iivari Plihtari. Cuando haban ocurrido estas escenas, Kustaa se acostaba por la noche al lado de su mujer sin decir una palabra. sta le coga la mano y se la apretaba, pero sin recibir respuesta a su apretn; oprima tan slo los callos muertos de la palma de la mano y los dedos. Pesaba un silencio oscuro en la estancia, y bajo las sbanas comunes cada uno trataba de ahogar el ruido su respiracin. Para la mujer, esto resultaba ms difcil, pues su estado haca su respiracin corta, y cuando estaba emocionada empezaba a jadear. Cuando se volva, exhalaba un suspiro anhelante, y entonces coga el brazo de su esposo, que perciba, entre los sollozos, el murmullo de unas palabras que la joven no poda contener. Por qu eres tan malo? Sabas de dnde vena cuando me tomaste... No tienes obligacin de recibir a mis padres, si no los quieres... No he sido yo quien ha llamado a mi madre..., le dir que no vuelva..., los dems ya no vienen. Es verdad, pero hacen hablar de ellos respondi framente Kustaa. Hilma no pareca haber odo aquella observacin. Continuaba gimiendo, y se apretaba contra su marido, que no poda hacer menos que acariciarla con la mano. Pero entonces los sollozos se convertan en lamentaciones ruidosas: Qu desgraciada soy! Qu he hecho para sufrir as?... Nunca he faltado. El cuerpo de Hilma, acurrucada contra el hombro de su marido, estaba caliente y molestaba a Kustaa. ste rumiaba la ltima frase de su mujer. Nunca haba pensado que hubiese podido tener otras relaciones antes de venir a Salmelus. Ahora, las palabras escapadas a su mujer indicaban que no era as. Hilma no se haba referido a cosas que hubiesen pasado entre ellos. Estaba seguro Kustaa se sinti emocionado. Pasaron horas tranquilas de descanso; pero por la maana se despertaron ms temprano que de costumbre. Sus miradas reflejaron el recuerdo de la vspera, y entablaron conversacin a media voz. Fue entonces cuando, por primera vez, Hilma habl francamente de su hermano a su marido. Eeva Vurenmaa acababa de dar a luz a un nio, y el padre era seguramente Iivari. Los padres de la muchacha haban dado a entender que se contentaran con la suma de quinientos marcos, una vez por todas; pero el asunto tena que quedar arreglado antes de Navidad; de lo contrario, Iivari recibira una citacin a modo de aguinaldo. Pero el seductor no tena dinero; tena que pedirlo prestado; pagara su deuda con das de trabajo. Kustaa interpret las palabras de Hilma como si sta le hubiese hecho una peticin directamente. Tendras que ir all abajo para informarte con todo detalle de este asunto, le dijo, mientras se vesta; la dulzura de su voz dio a entender a la joven que poda continuar en la cama si lo deseaba. Hilma lo aprovech, aunque no se senta cansada. En las semanas que siguieron pens en los preparativos necesarios. El suelo estaba helado, pero todava no haba nieve, de forma que resultaba agradable caminar. As. pues, despus de oponer algunas objeciones, Kustaa permiti a su mujer que fuera a casa de sus padres a pie. Experiment placer al verla dejar la casa para ir a arreglar un asunto conocido. Hilma caminaba pesadamente; pero su paso, ligero todava, alegr el corazn de su marido. Ella experimentaba, por su parte, una alegra intensa y nueva: senta verdaderamente, por primera vez, que era la mujer de un campesino acomodado. 23
Cuando hubo abierto la puerta de la casa paterna, qued sorprendida por el ambiente que all reinaba, y tuvo, durante un instante, la sensacin de que el paso que daba era intil y fuera de lugar. Su madre, plantada en medio de la habitacin, la consideraba con extrao ademn y miraba con impdica franqueza la redondez de su talle, diciendo: Ya te han echado otra vez? Cmo puedes figurrtelo? no supo responder otra cosa. Lo digo porque la propietaria de una casa tan grande no debera hacer a pie tan largo trayecto. He pensado que me seria agradable andar por el camino seco; adems, no tena ninguna prisa. Por otra parte, la Tonttila me ha dicho que me conviene andar. Ah! Sigues ahora los consejos de esa vieja? Ms le hubiera valido aconsejar mejor a su hijas, pues de de ellas se han dejado hacer chiquillos. Lo mismo les ha ocurrido a los que han seguido los tuyos, pues un rorro est chillando ya, y el segundo no est muy lejos, como ests viendo. Era el modo de hablar de Tilta; pero la observacin, aunque haba sido ella quien haba dado pie a Hilma para formularla, se le antoj atrevida. Iivari no estaba en casa; cazaba ardillas. Ha ido a preguntar al vecino si iba a la feria, para enviar sus pieles de ardilla dijo la hermana pequea, con el tono spero que era habitual en los habitantes de la choza. Y para que la hija de Vurenmaa tenga algo que comer aadi la madre, continuando su recriminaciones contra su hijo. Cuando Plihtari regres y hubo colgado su hacha en el tabique, y tirado sus guantes sobre la mesa, la conversacin no tard en decaer. Vurenmaa le haba declarado que se contentaba con quinientos marcos, y haba hecho alusiones al yerno rico y a Dios sabe qu. La hija pequea escuchaba, arrugando la frente, los detalles del arreglo. Kustaa os prestar ese dinero dijo Hilina con voz resignada, y todos aguzaron el odo al sonar aquel nombre. Pero tendris que devolvrselo. No se trata de un regalo y quin sabe si Iivari aceptar el prstamo dijo el padre, con tono protector. Durante esta lacnica discusin, Hilma se mostr como una mujer verdaderamente adusta. El tono de la madre se habia vuelto ms dulce, y cuando Plihtari acompa a su hija hasta el camino, reinaba cierto espritu familiar en la cabaa, en el momento de la despedida; animaba a la madre, a su hija menor y a todo el ambiente de la casa, as como tambin a la hija casada sentada al lado de su padre en el cochecito que ste haba enganchado. Pero en cuanto apareci la granja de Salmelus, Hilma se sinti de nuevo conturbada. Las ventanas parecan mirarla, y se vea ya en el interior, detrs de los cristales, como si no se hubiese movido de la casa. El regreso era casi idntico a la llegada a Plihtari haca unos momentos. La satisfaccin reciente no cuajaba aqu. La pequea yegua arrastraba su carga con aire de compasin, a lo largo del granero, hasta la escalera de la cocina. Esta vez, los esposos discutieron con Plihtari en la sala. La gente poda pensar y hasta decir lo que quisiera; le daba lo mismo. Vurenmaa fue, en gran parte, objeto de sus sarcasmos. Kustaa se deca que lo ms cuerdo sera entregar directamente el dinero a Vurenmaa, y lo hubiese hecho de no haber existido el incidente reciente de la cuadra. Pero ahora resultaba imposible, dio los billetes a su suegro, que se ruboriz, confundindose en promesas. Al darlos, Kustaa sabia que no los volvera a ver ms, y presenta, asimismo, lo que iba a pasar. 24
Plihtari no se daba prisa para marcharse, y Kustaa volvi a su trabajo y no regres hasta que oy alejarse el cochecito. Comprenda la satisfaccin de Hilma, que iluminaba la granja entera en aquella lgubre jornada de otoo; pero experimentaba tambin cierta irritacin. Aunque su mujer buscaba ahora acercrsele, se senta ms solitario que nunca. Con sus gestos y miradas, quera decirle ella que no haba necesidad de que se inquietara por aquel asunto ni por ningn otro. Consigui hacerse comprender, y por la noche los dos esposos olvidaron las preocupaciones de la jornada. Los Plihtaris no reaparecieron en Salmelus hasta la antevspera de Navidad, cuando la hermana de Hilma fue a invitar a los dueos de Salmelus para festejar este da. Esta invitacin no estaba fuera de lugar, pues los jvenes esposos no haban ido nunca a Plihtari. Cuando kustaa atraves la cocina, vi a su cuada y le dirigi un saludo amistoso, tendindole la mano. Cuando Hilma le hubo explicado el objeto de la visita delante de la chiquilla, respondi sencillamente: Est bien, vayamos...; pero tienes algunos regalos para ellos? Al mismo instante, Kustaa tuvo un sobresalto desagradable: la palabra regalo le haba recordado ciertas amenazas de Vurenmaa... Se dirigi al establo, esperando que la pequea se habra marchado a su regreso. En aquel momento, Vurenmaa estaba realizando algunos pequeos quehaceres en el patio. Con el aire regan que le era habitual, diriga de cuando en cuando una mirada de espera en direccin a la puerta de la cocina. Cuando la pequea Plihtari sali, dej bruscamente su trabajo y le dirigi la palabra. La conversacin fue corta. Vurenmaa regres a sus quehaceres cerca de Kustaa. Le he preguntado qu pensaba hacer Iivari con el nio, pero ella no sabe nada. Se acerca Navidad, y lo mejor ser poner el asunto en manos del comisario. Kustaa no respondi nada y Vurenmaa prosigui su trabajo. Un poco despus, mirando a su amo de soslayo, vi brillar en su cara la terrible rojez que conoca bien. Aunque viejo, Vurenmaa era todava robusto, y en sus buenos tiempos nadie haba osado burlarse de l con malignidad. Pero a veces, en presencia de Kustaa, le suceda sentirse irremisiblemente forzado a trabajar ms aprisa, como si su amo le hubiese tenido cogido por la nuca. O tambin a alejarse rpidamente, como el otro da en la cuadra. No ha pasado Iivari por su casa para liquidar el asunto? pregunt, al fin, Kustaa con voz forzada. No, no ha venido respondi Vurenmaa, destacando cada slaba, como un jugador ganancioso que alinea sus ltimas cartas. Era evidente que lo sabia todo. El amo se volvi como para sacar algo del bolsillo. Despus, dirigindose de nuevo a Vurenmaa, le pregunt con voz cada vez ms dbil. Eeva se contentara con quinientos marcos, no es verdad? Despus que hubo hablado, sinti que descenda cada vez ms bajo: nunca haba hablado a Vurenmaa de aquel asunto, ni de la indemnizacin. Vurenmaa dio una corta respuesta afirmativa, y el patrn se volvi de nuevo. Cuando, al cabo de un instante, quiso volver a hablar, hubo de aclararse la voz repetidamente. Puede dejar el trabajo antes que de la hora, para ir a casa del comisario. A continuacin, Kustaa se alej, satisfecho por haber podido terminar la conversacin dando una orden. Pero se senta solo. Tal fue el comienzo de la primera accin llevada a cabo por Kustaa a espaldas de su mujer. Fue, quiz. tambin el principio de su infortunio. Irremisiblemente, toda desviacin llama a una reparacin que realiza la propia vida o un instrumento ms modesto. Kustaa se deca que haba querido nicamente ahorrar a Hilma unas emociones fastidiosas al final de su preez. Pero, en lo profundo de su conciencia, senta que abrumaba a alguien, que se castigaba a s mismo. 25
No le cost trabajo a Kustaa hallar un pretexto para ir al pueblo en aquel da de preparativos para la fiesta de Navidad. Tuvo tanto quehacer, que se retras hasta el anochecer. Al marcharse, Hilma le pregunt humildemente si traera algn regalo para sus padres; pero l no respondi. En el pueblo se le vi entrar, en primer logar, en casa del comisario; luego fue a casa del curtidor, y, finalmente, hizo varias compras, despacio en las tiendas. Su caballo estuvo atado durante horas en un vallado, y se vea colgar fuera del trineo el viejo cobertor de familia, con sus iniciales. Como Kustaa sala rara vez de su propiedad, se acerc mucha gente a estrecharle la mano... Vurenmaa fue visto tambin entrando en una tienda... Toma! Haba ido al pueblo con vestidos de trabajo... Salmelus se dispona a partir, y se encontraba en la sombra de la puerta cuando entr su aparcero. En la tienda haba gente cuyo rostro se ilumin cuando vi a Vurenmaa pagar su compra con billetes nuevos. Media hora despus, el comisario y su mujer asistan a la marcha del joven campesino, que haba hecho dos visitas a su casa en un mismo da. Admiraron su tez sonrosada, su nariz aguilea y el rico tapiz que cubra su trineo. Luego discutieron el asunto que Salmelus haba arreglado. Kustaa se llevaba en el bolsillo un documento que deca: Yo, el infrascrito, Karl Vurenmaa, reconozco haber recibido en nombre de mi hija menor Eova..., y me comprometo a no intentar en adelante ninguna reclamacin contra Iivari Plihtari para el mantenimiento de dicho nio...; si ste muere, sus derechohabientes no estarn obligados a ningn reembolso... Kustaa Salmelus no ense este papel a su mujer. A su regreso estaba eompletamente tranquilo, y explic minuciosamente sus diligencias. No haba comprado nada para Plihtari, pero Hilma encontrara, seguramente, en la granja algn regalo conveniente. Ms tarde, Kustaa pareca a ratos distrado, pero Hilma no lo extra: en las circunstancias actuales, momentneamente al menos, Kustaa tena que pasar forzosamente a un segundo lugar. Los esposos fueron a Plihtari. En el momento de partir, Kustaa tuvo el presentimiento de que la visita acabara mal. Como Kustaa figura en nuestro relato como un personaje tan importante como su hija, cuya historia vamos a iniciar muy pronto, y como esta visita seala un giro decisivo en el camino emprendido por el ltimo retoo masculino de la familia, vamos a exponerla detalladamente. *** Plihtari era un antiguo feudo situado en la linde de una regin bastante poblada. Se iba all por un camino sinuoso, sealado en verano por las races descarnadas de los rboles y por las pisadas de las vacas, que, junto a las empalizadas, formaban charcos cenagosos con manchas verdosas; en invierno se vean en el camino la huellas dejadas por el acarreo de ramas de rboles y gavillas de heno colgadas en los montantes de los portones. En los tiempos del antiguo aparcero, la finca haba sido prspera; pero desde la entrada de Plihtari se haba empobrecido poco a poco, a causa, sobre todo, de la mala administracin del matrimonio. Heikki Plihtari se haba casado con Tilta, o, mejor, sta se haba casado con l. Era una mocetona a la que, incluso un marido, de carcter duro, hubiese pasado grandes fatigas para domar. Introduca en la casa el desorden y el ruido, intrigas y flojedad. En cuanto se ganaban unos cntimos, ella se atribua todo el mrito y el honor, y, si se perdan, Heikki tena que or toda clase de reproches. Tilta trajo al mundo a tres hijos, Hilma, que era la mayor, y que tena el carcter dulce y tranquilo de su padre, se convirti, milagrosamente, en la duea de la hermosa heredad de Salmelus. Invitada junto con su marido, Hilma fue a visitar a sus padres por el camino de invierno. Navidad caa aquel ao en domingo. Hilma estaba de buen humor, 26
pues por la maana haba ido a la iglesia con su marido como a una partida de placer. La sonrisa del hombre que se encontraba sentado a su lado le pareca ms expresiva que de costumbre; con las riendas en la mano, Kustaa pareca pensar en cosas agradables, que ella Sabra, quiz, ms tarde. Formaban, bajo todos conceptos, una bonita pareja. En la cabaa de los Plihtaris se los esperaba, pero era difcil que pudieran terminar nunca los preparativos. Se haban querellado ms de lo acostumbrado ltimamente, y ahora era el viejo quien refunfuaba y protestaba, sin saber contra quin descargar su enojo. l fue quien cobr los quinientos marcos, as como el responsable, en parte, del dinero malgastado, aunque no tuvo intencin de hacer en l una brecha tan grande. Compr nicamente un collar con cascabeles y unos arreos de invierno, porque estaba seguro de que Vurenmaa esperara hasta despus de Navidad para cobrar el resto de la suma convenida. Pero despus Tilta, y luego Iivari, haban metido mano, y la cantidad de dinero que quedaba era tan exigua que no vala la pena de llevrsela a Vurenmaa... Iivari y su madre estaban de acuerdo, y el truhn haba empezado ya, con el consentimiento de su madre, el barril de cerveza destinado a obsequiar a los dueos de Salmelus, y se rea ahora burlonamente. Acaba ya de rer, haragn le dice su padre, con sorprendente energa. El muchacho se levanta y declara con malos modos que no ha pedido nada a Salmelus, que nada le pedir, y que si no es lo bastante bueno para ser su cuado, le da igual. No quiere mantener a los chiquillos de la Vurenmaa... Pero entonces los instintos paternales empezaron a retozar en el corazn bondadoso de Heikki, que arreci en sus reproches; Iivari se obstin, y Tilta iba a intervenir cuando, de pronto, se oy el tintineo de unos cascabeles desconocidos cerca del establo, luego se vi un caballo bayo y muy pronto, en el trineo, dos caras conocidas. Heikki corri para sujetar al caballo, mientras su hijo desapareca por la puerta de detrs. El botarate pudo alejarse tranquilamente, despus de haberse detenido para or cmo su padre acoga humildemente a los huspedes; nadie pensaba en l. Su tranquilidad aument, y se dirigi al stano donde guardaban las patatas, en el que entr, pisoteando el suelo blando, que ola a tierra hmeda; ejecut a tientas los gestos habituales, y muy pronto se dej oir el gorgoteo de la cerveza en la oscuridad... Arriba est mi viejo..., y el hijo Salmelus, que es el amo de mi viejo..., eh!..., y luego nuestra Hilma, que se cree ser algo Tales eran los pensamientos de Iivari, mientras tragaba la cerveza destinada a los huspedes. Cuanto ms beba, ms repulsin le inspiraban Plihtari, Salmelus y Vurenmaa, por lo que resolvi irse al pueblo y no regresar hasta que las visitas se hubiesen marchado. Cerr la espita del barrilito, puso el pestillo y, sin pensarlo, se meti la llave en el bolsillo. Se senta audaz; pero, sin embargo, se alej apresuradamente. Entre tanto, los visitantes haban penetrado en la sala caldeada donde Tilta haba de servir el caf y los bollos, y donde Heikki haba de traer la cerveza. Pero no tardaron en percatarse de que la llave de la cueva haba desaparecido y que Iivari se haba marchado; en un principio, nadie pens en establecer, conexin alguna entre estos dos hechos. En la cocina se oa el cuchicheo de unos reproches, un continuo vaivn y ruido de buscar alguna cosa, e Hilma fue a ver lo que pasaba. El aire libre haba dado a su cara adelgazada unos bonitos colores; llevaba un vestido nuevo, recto y amplio, tal como los llevaban las mujeres en su estado. Al atravesar la pieza vaca su aire era imponente, y se haba puesto las manos a la espalda, como una gran seora. Hilma fue la primera que sospech que Iivari se haba llevado la llave. Despus de ciertas objeciones y pesquisas ejecutadas sin mtodo, sus padres terminaron por aceptar su parecer. Hilma declar que haba que esperar el regreso 27
de su hermano, que seguramente no tardara en volver; pero cuando Tilta hubo dicho que dentro de una hora necesitaba las patatas para la cena, Heikki se dirigi a la cueva sin replicar, y rompi la cerradura. Muy pronto se sirvi la cerveza, y Heikki pudo dirigir la conversacin con su yerno por los derroteros que deseaba. Al poco tiempo, la voz y las palabras del buen hombre se ablandaron. Expuso lo acaecido, mientras su mujer y su hija intervenan de cuando en cuando, segn costumbre de la familia, para confirmar el relato. Las explicaciones del viejo duraron toda la velada, no terminando hasta las nueve, cuando se derrumb en su cama, completamente agotado. En aquel momento haba expuesto con toda clase de detalles lo estpido que hubiera sido entregar una cantidad tan importante a la pandilla de los Vurenmaas, no sabindose, como no se saba verdaderamente, si Iivari era el padre de la criatura. Claro que es l!, haba dicho entonces la hermana menor. Cllate!, le haba replicado su padre, al continuar su relato, diciendo que los Vurenmaas no haban intentado ningn pleito, como haban amenazado hacerlo por Navidad, y por esto Iivari se haba quedado tan desconcertado que se haba llevado la llave de la cueva. Falta saber si ha sido l!, replic la pequea. Has sido t quien la ha cogido, aadi el padre, fingiendo bromear. Kustaa se haba regalado con la buena cerveza, pues Tilta tena fama con la habilidad con que sabia prepararla, y se la llamaba a veces de las grandes propiedades para hacerlo en los das de fiesta. En honor de su yerno, lo haba hecho lo mejor que saba, sin reparar en pellizcar los billetes de Banco. Afortunadamente, Iivari no habia bebido ms de una jarra. El suave colorido de las mejillas de Salmelus se convirti en un brillo difuso, y Kustaa termin por tener tantas tosas que exponer como su suegro, con la nica diferencia de que el sentido de sus explicaciones era an ms oscuro. Cont a su suegro que haba reflexionado mucho sobre el caso de Iivari, llegando a la conclusin de que sus padres podan darle algn consejo... Si, aquel asunto no le ataia personalmente, as como tampoco a su mujer; pero, por el buen nombre de la familia, haba pagado la indemnizacin a Vurenmaa. Tilta trat de explicar lo mejor que pudo que el dinero no haba sido malgastado, aunque se le hubiese dado otro empleo. No podan ir a visitar a su yerno con unos arreos hechos trizas como unos gitanos, y esto y lo otro... El pensamiento de Kustaa no alcatizaba a detenerse en estas cosas. La situacin no se despej hasta el regreso de Iivari y la explicacin fue entonces muy violenta, si bien sirvi para estrechar definitiva e indisolublemente los lazos de parentesco establecidos recientemente. De hecho estos lazos no se aflojaron hasta despus de una serie de definiciones. Hacia las nueve, Heikki se haba tumbado en su cama, y la cena preparada por Tilta fue servida al fin. Kustaa e Hilma coman en la sala y aqul expona a su mujer de qu manera habran podido asistir los padres de ella con sus consejos, cuando se oyeron los primeros gritos de una pandilla de borrachos; despus se percibieron unas palabras, y se distingui netamente cmo Iivari se dirigia a la cueva. No se estuvo all mucho tiempo, y muy pronto se oy golpear las puertas, primero la del vestbulo y despus la de la cocina; se arm un gran alboroto. Tilta trataba de tranquilizar, a su hijo, que clamaba, excitadsimo: Nuestra cerveza no es para estos malditos Salmelus, qu demonio!... Kustaa debe de ser, seguramente, el padre del rorro, puesto que me la dado dinero a mi y a Vurenmaa... Estn todavia ah este nariz ganchuda y su hembra?... Heikki sali de su somnolencia, refunfu unas palabras y se volvi a dormir. Entonces, Hilma se levant y se fue a la cocina; Kustaa permaneci tranquilamente sentado, con el odo atento. Lo que oy le hizo levantarse y entrar en la cocina. 28
Kustaa lleg a tiempo para presenciar una escena que permaneci aislada en su vida. Aquella mujer bien vestida y encinta, era verdaderamente suya? Y aquel hombre borracho que la empujaba tan fuertemente que iba a tropezar contra el ngulo de la chlinenea, era el hermano de su mujer? Fuera lo que fuese, por primera y ltima vez en su vida, Salmelus descarg la mano sobre su prjimo. Un asco espantoso se apoder de l cuando sinti sus dedos hundirse en la carne blanda del cuello de su cuado. Los dos hombres se debatieron cerca de la estufa, entre los arneses nuevos, y Kustaa recobr su lucidez al or a dos mujeres gritarlo una splica al odo. Sus dedos soltaron la presa que haban hecho en el cuello de un individuo de cara congestionada, que tena en una mano una espita de barril y en la otra una llave grande. Descubri al viejo Heikki en el fondo de la pieza, con dernn hstil. Un tanto aturdido, Kustaa dijo, sonriendo: Ahora, nos vamos. Vi a Tilta e Hilma apresurarse para prodigar sus cuidados al joven desvanecido, y se precipit fuera, con la cabeza desnuda, en direccin al carruaje. Kustaa no volvi verdaderamente en s hasta el regreso, al tratar de evitar un tronco que haba observado a la ida. Vio a su mujer a su lado, medio dormida, con expresin de contrariedad. Delante resplandeca la luna, que acababa de levantarse. Kustaa se acordaba de todo, pero no abri la boca. Se encontraba a mitad de camino entre Salmelus y Plihtari... Padre. vive an? No; todo va mal. En el patio, Hilma baj del trineo y entr en la casa sin pronunciar una palabra. Kustaa llev el caballo a la cuadra. Cuando se acerc a la cama, vi que Hilma estaba ya en ella, de cara a la pared, y pareca dormir. Un profundo y tembloroso suspiro le indic, sin embargo, que estaba despierta. *** Cuando se dice que un campesino ha tenido que vender su propiedad, no se piensa que esto haya tenido por causa un acontecimiento particular, a menos que se trate expresamente de los trastornos acaecidos hacia 1870. Durante los despiadados aos de escasez y miseria que reinaron entonces, no dej de haber campesinos emprendedores que echaran los cimientos de una prosperidad material que permite ahora a sus hijos llevar una existencia ociosa, sobre todo si su difunto padre supo recuperar sus principales feudos antes de la entrada en vigor de las leyes dictadas para proteger a los pequeos propietarios. En dicha poca, hacia el final de los aos de miseria, se sacaron, a veces, fincas a subasta por el importe de pequeos impuestos atrasados. Si un campesino previsor tena algn dinero, preferia comprar una propiedad amenazada que prestar a su vecino acorralado la modesta suma que le hubiese perinitido salvar su finca... Tambin, a veces, las epidemias vaciaban las casas de campo en tal forma, que no quedaba en ellas nadie, excepto quiz algn anciano medio impedido: el antiguo propietario. Pero estos sucesos de gnero particular se relacionan con la historia de la patria, con las grandes pruebas comunes del pueblo. Otras veces, las cosas siguen un curso diferente, trivial y silencioso. La enfermedad puede arrebatar a un campesino su ganado, su mujer y sus hijos; los pedriscos de abril pueden aniquilar los tiernos tallos del centeno, y las heladas de agosto malograr las espigas medio formadas; pueden sobrevenir incendios y tener que hacer pagos imprevistos, y, sin embargo, no verse obligados a vender la propiedad. Pero a la generacin siguiente, el hijo o el yerno tienen que liquidarlo todo sin que les haya sucedido nada parecido. Entre 1890 y 1900, poca de la que se trata aqu, y durante la cual Kustaa e Hilma fueron los dueos de Salmelus, sucedi a veces que la seal exterior de la decadencia fue una rpida alza aparente de bienestar y pujanza. Todo el mundo conoce las consecuencias de las ventas de bosques hechas entonces; ms de un campesino derroch el precio de sus bosques en casa de un buen bodeguero de la ciudad. Ahora, cuando los restos de las ltimas talas se han podrido en los 29
bosques, y mientras se procede al cultivo racional de los nuevos rboles, el nico recuerdo que queda de aquellos enriquecimientos rpidos es un granero de granito construido sobre un suelo blando, o an las feas ventanas de los salones campesinos con dos altas vidrieras inhospitalarias, coronadas por una tercera idntica; el verlas recuerda la bolsa de cuero del antiguo comprador de bosques. La riqueza adquirida trazando simplemente una firma al que de un papel, incitaba a modernizar, y para que el cambio fuera bien aparente, el campesino transformaba las antiguas ventanas de seis cristales bien proporcionados, inspirndose en el modelo que haba visto en la ciudad, en casa de su hermano... El ltimo propietario hereditario de Salmelus no vendi sus bosques ni reemplaz los cristales algo verdosos de su granja. Y aunque sus instintos seculares de campesino hubiesen murmurado, al regresar de su visita a casa de los Plihtaris, y aunque su vida y sus actos no fuesen normales, no hubiera podido concebir nunca que estaba destinado a perder su propiedad. Ni aun ms tarde, cuando el robusto dueo de Roimala recorri las propiedades y tierras de Salmelus con gestos de propietario, Kustaa no hubiese podido indicar qu acto preciso haba determinado aquel lento derrumbamiento. Al alba, Kustaa fue el primero en despertarse. Encendi la lmpara y mir a su mujer, a cuyo lado haba descansado todava aquella noche. Hilma pareca dormir ms profundamente que de costumbre; su cara estaba medio vuelta, y tena una expresin inanimada y ausente. Su respiracin corta pareca atestiguar su inocencia y contradeca las revelaciones del rostro. La redondez de sus formas bajo las sbanas no eran ms que la conmovedora consecuencia de un accidente fortuito. Al despertar, Kustaa tuvo una pegajosa sensacin de desabrimiento, que fue en aumento a medida que se iba ensanchando el circulo de sus recuerdos. Haba estado en Plihtari con su mujer, en trineo... La cerveza y la cena. S... haba estado all, verdaderamente, y aqulla era la mujer que haba estado con l... Estaba ligado a ella y era suya, suya... Qu era, en realidad, para l? Kustaa recordaba que Heikki Plihtari, el aparcero de anquilosadas rodillas, se haba quedado plantado en el centro de la pieza, como si hubiese aventajado a todo el mundo, incluso a su yerno... Le pareci que. hasta cierto punto, se haba convertido en hijo de aquel buen hombre... Se deba a que la influencia paternal de aquel lastimoso anciano se extenda hasta all, hasta el hermoso saln de Salmelus, en aquella hora matutina, gracias a la mujer que dorma en l y que se haba slidamente instalado all?... La sala no haba cambiado, pero haba perdido su ambiente de sala de visitas; ya no se oa detrs de aquella puerta la tos familiar del padre difunto... Exploto esta propiedad a mi antojo, sin nadie que me sostenga... Aqu descansa esa mujer, que... Hilma dorma an. Quiz durante la noche haban continuado sus tribulaciones junto a su marido, y acababa de cerrar los ojos. Kustaa se visti con lentitud; haba que hacerlo, pues haba llegado el da, el alba de una maana de invierno. En aquella poca del ao, el campesino se levanta a la hora en que se despierta, aunque haya pasado mala noche. Si todo marcha bien, no tiene que preocuparse por su mujer, que se ha levantado antes que l y ha despertado ya a las sirvientas, cuyo sueo no termina nunca por si mismo. Un campesino feliz no piensa en nada al ir en el crepscuio a la cuadra y al or el relincho de su caballo. Los mozos de labranza se presentan y saben cul es su trabajo. Pero en Salrnelus, en aquella maana, ninguna sirvienta se haba levantado todava; el ama dorma, y tampoco se vea a los mozos; y el amo, en el sendero que llevaba a las dependencias de la casa, trataba de pensar en algo. Entr en la cuadra y realiz el trabajo de costumbre; encendi el fuego, sac el estircol y 30
almohaz al caballo. Luego lo enjaez. Mientras trabajaba as, le pareca que alguien lo vigilaba, tratando de adivinar sus intenciones. Kustaa no tena ninguna; pero senta que tena que alejarse, irse. Los trineos sucios de los aparceros llenaban el patio desde la antevspera de Navidad, y volveran a encontrar sus relejes al alba, sin que le necesitaran a l. O quiz se encontraran, a faltar grandemente, al amo, que haba ido a buscar heno en una granja lejana. Era un trabajo de hombre y muy conveniente en aquel da de fiesta. Pero ms hubiera valido partir dos horas ms tarde. Despus de haber atado la lonja, Kustaa se detuvo un instante con su caballo, como para reflexionar. Era una tranquila maana de invierno, una maana tan apacible, que se perciban distintamente los ruidos de la digestin en la barriga del caballo; cuando el animal sacudi los ltimos restos del calor nocturno, el chirriar de los arneses y el crujir de las varas hizo el efecto de un gran alboroto. En aquel momento, la sirvienta Loviisa atraves el patio y vi el trineo del heno, de forma que poda informar a su ama. Se volvi al cruzar el umbral y entr en la cocina, donde encendi la lmpara. Kustaa comprendi que se poda marchar sin necesidad de anunciarlo. Dej andar al caballo a su antojo; era tan temprano, que llegara, seguramente, a la granja antes del da. Puesto en que en el trineo, poda soar a sus anchas. Como un profundo surco, el camino atravesaba campos, barbechales y bosques. Slo se vean en l dos relejes, cuya separacin indicaba la anchura tradicional de los trineos campesinos. El trineo del hijo sigue las huellas del trineo del padre. Kustaa se preguntaba qu tenia que hacer. Experimentaba un vago sentimiento de que tena que abandonar algo, pero no habra sabido decir qu era: en todo caso, rcsultaba delicioso hundirse en la soledad. El bosque sepultado bajo la nieve hace olvidar al hombre las preocupaciones que le han asaltado en los campos. Pueden encontrarse all, en todo momento, unos instantes de olvido, si bien los pensamientos tristes acaban siempre por volver y por continuar su curso eterno. Partir, para no volver a ver ni recordar..., lejos del hombre cuya garganta haban apretado sus dedos, y que se resista a nombrar. Al imaginar la partida, evocaba todo lo que se relacionaba con aquel hombre. Haba el cortijo y sus habitantes, la joven esposa, que se despertaba en aquel momento en Salmelus, sola por primera vez. S, y tambin Salmelus, toda la heredad, y, adems, los que se la haban legado: padre y madre; todos intervenan en aquella vaga idea de partida, y tambin, como si bubiese tenido que romper consigo mismo. Y, luego, el ser que iba a venir al mundo... Por primera vez, Kustaa pens en l, directa y brutalmente. Pero una asociacin de ideas le volvi a llevar irresistiblemente al punto de partida: aquel individuo haba empujado a Hilma en el momento en que l haba intervenido, demasiado tarde, pues el cuerpo de la mujer haba chocado con el ngulo de la estufa.. Ahora, volver a pensarlo, tena la impresin de que no haba obtenido satisfaccin de aquel botarate, y que no obtendra nunca. En estos casos, hay que vengarse inmediatamente La imagen de Iivari Plihtari se iba agrandando en el pensamiento de Kustaa, que se senta, incluso, abandonado por el bosque nevado, enfurruado al nacer el da. Iivari, aquel borracho, aquel canalla, haba descargado la mano sobre una mujer encinta, que, para colmo, era su propia hermana. Era tan repugnante, que Kustaa renunci a pensar en ello, al tiempo que se deca que se haba hecho violencia al nio que iba a nacer, y no nicamente a la madre. Iivari haba pisoteado la paternidad de Kustaa, y ste experimentaba espanto casi al considerar esta situacin. Para qu ir all abajo? El camino pareca decirle: Puedes seguirme 31
a tu antojo, soy incapaz de ayudarte. Al fin y al cabo, tendrs que regresar a tu casa. Kustaa no haba pensado en que el camino pasaba por delante de la cabaa de Vurenmaa. El caballo descendi la pendiente al galope. Pero a la vuelta, con el trineo cargado, hubo que subir lentamente la cuesta. Por lo dems, Salmelus no senta rencor por el viejo Vurenmaa; por el contrario, el recuerdo de aquel hombre ejerca en l un influjo vivificante: Vurenmaa haba sido siempre franco y recto, y se haba entendido siempre muy bien con el padre de Kustaa. El caballo se detuvo cerca del pozo, y Kustaa le dio de beber. Viendo unas cabezas detrs de la ventana de la sala, Kustaa juzg que deba entrar, tanto ms cuanto que tena mucha sed. Vurenmaa se dispona a salir, y dirigi a su amo una mirada escrutadora, un poco vacilante. Se diriga a la heredad. Se haba retrasado? El amo estaba ya en camino. Pero no; nada apremia en estos das de fiesta. Vurenmaa poda subir al trineo, lo que resultara ms cmodo que andar. Verdaderamente. En la otra habitacin se oy el chirriar de una cuna, y luego el ruido disminuy y ces. Muy pronto lleg Eeva, plida y con los vestidos en desorden. Kustaa pidi de beber, y Eeva fue enviada a buscar cerveza, para refrescarle un poco. Kustaa not que la bebida estaba fermentada, a punto. Se cambiaron cortas frases y se lanzaron alusiones ms o menos equivocas, hasta el momento en que se habl francamente del asunto principal. Y entonces se le discuti en todos sentidos. Vurenmaa expuso los hechos detalladamente, tal como l los comprenda; no era hombre que se dejara engaar. Luego se levant, declarando que se iba a la granja. Kustaa poda quedarse, si quera. Se calz sus gruesos guantes. Kustaa se qued. Su caballo permaneci atado junto a la empalizada hasta la cada de la tarde. Unos campesinos lo reconocieron y se extraaron, pensando en las relaciones entre los Vurenmaas y los Plihtaris. Se cuchiche en seguida sobre el caso, y el acontecimiento pareca tan extrao que no tard en saberse en la granja. Habiendo entrado en la cocina con un pretexto cualquiera, una comadre charlatana contaba su historia: Era, en efecto, el dueo de Salmelus; he reconocido su caballo, y la Vurenmaa ha ido a buscar cerveza a la bodega. Tienen con qu regalarse, con cerveza, ahora que Eeva ha cobrado dinero. Y es justo que se obsequie un poco al amo. Hilma oy estas palabras. Sin responder, se alej de la cocina. Era por la tarde. Kustaa se senta bien en la cabaa. Confortado por la cerveza, habl con las mujeres durante horas. Eeva. la muchacha-madre, saba conducirse bien, incluso en presencia de Kustaa, mientras su madre se entregaba a los indispensables quehaceres de la casa. Hablaba con moderacin, pero con firmeza, y sabia mantener hbilmente la conversacin un poco lenta del amo. Eeva y Kustaa no tenan ningn motivo para odiarse, y alimentaban unas disposiciones casi idnticas con respecto a los Plihtaris. Kustaa ofreci pagar la cerveza, pero la Vurenmaa no quiso aceptarlo. Nuestra casa no es una taberna, y no llevamos una vida desvergonzada, aunque mi hija haya tenido ese tropiezo... Es verdad lo que se dice que usted entreg a los Plihtaris el dinero para indemnizar a Eeva, pero que ellos lo han derrochado y que usted lo ha tenido que pagar dos veces? Iivari lo cont ayer as en el pueblo, junto con otras monsergas... En aquel momento, Kustaa pareca despertar de un sueo; mir su vaso, lo vaci de un trago, dijo adis y no aadi nada ms. Con paso tranquilo sali, vacilando un poco, por la escalera desconocida; dio de beber a su caballo y subi al trineo. El corto da de invierno tocaba a su fin. 32
Haba terminado tambin en Salmelus. Tan lejos se encuentran nuestros cortijos, que se necesita un da entero para ir a uno de ellos? pregunt Hilma a su marido. Era la primera vez que le hablaba con aquel tono. Durante el da, en la granja, hubo varias veces necesidad de consultar al amo, y su mujer tuvo que decidir sin su consejo. Tambin se haba necesitado dinero, pero ellano haba encontrado bastante. Cuando su mujer hubo cesado en sus recriminaciones, Kustaa le respondi con hastiada sonrisa. Hay que pagar nuevas indemnizaciones por hijos ilegtimos? Era la frase ms mortificante que haba dirigido hasta entonces a su mujer. Quiz, s replic Hilma. Dicen que el hijo de Eeva es tambin un poco tuyo; en todo caso, parece que no te aburres con esa ramera. La expresin de Kustaa se endureci de repente; su mirada se inmoviliz. En los ojos de Hilma haba algo de burla; no senta miedo, y se mantena firme y atrevida bajo la proteccin del hijo que esperaba. Kustaa vio a la madre y al hijo unidos contra l. Tuvo miedo, y err durante toda la velada por la granja, como en casa de un enemigo. Resulta arduo liquidar completamente una situacin parecida. El amor empieza siempre, desgraciadamente, por el perodo ms delicado, de modo que slo puede mancillarse con el tiempo. El amor entre hombre y mujer es un organismo cuyas venas y fibras, una vez rotas, no pueden volver a soldarse. Seria prudente imprimirle desde el principio un aspecto rudo y brutal; lo ms cuerdo para un hombre sera ir a tomar mujer lo ms lejos posible. Aquel invierno, los vecinos pudieron observar en la explolacin de la finca algo que no se haba visto nunca en vida de los antiguos propietarios: muchas reparaciones necesarias quedaban por hacer, y no se reemplazaba ni una tabla cada, ni se cambiaba un solo poste de los cercados. Se aplazaban para la primavera los trabajos de fin de otoo, olvidndose de colmar los hoyos de los campos. As anduvieron las cosas durante los aos siguientes. Tampoco el Destino proporcionaba mejores esperanzas para el porvenir de la familia. Fue, verdaderamente, un momento solemne en la vida de Kustaa aquel en que Hilma tuvo su primer parto. sta se haba levantado por la maana, como de costumbre; sentada en la cocina, diriga con desgana los trabajos domsticos, dispuesta a ceder si la sirvienta opona algn reparo. No puedo ms! deca de cuando en cuando. Y luego se levantaba el vestido para ver, una vez mas, la hinchazn de sus piernas y tobillos. De pronto, su mirada se extravi; se levant y tuvo que apoyarse con ambas manos en la mesa. Loviisa vi crisparse sus dedos. Qu pasa? Quiere que llame al dueo? Cuando Kustaa entr, su mujer estaba ya en la habitacin, sentada cuidadosamente, de espaldas a la puerta. Desde el lunes, sus relaciones haban sido las que pueden imaginarse. Pero todo haba quedado entre ambos; ninguna palabra irreparable haba sido pronunciada en presencia de un tercero. De Plihtari no haba venido nadie. Kustaa haba trabajado fuera tanto como le haba sido posible, y por la noche haba hablado muy poco. A medida que se acercaba el da del parto (Hilma no lo conoca con precisin), Kustaa se senta humillado ante su mujer. El recuerdo de la escena con Plihtari se iba borrando, asimismo, poco a poco; sin embargo, a veces, cuando descansaban en silencio, uno al lado del otro, en la cama comn, el marido se senta invadido 33
por un sentimiento desagradable y repugnante: un individuo haba herido sus ms ntimos sentimientos de paternidad. Kustaa no esperaba a su heredero, como hubiese podido creerse que lo hara, pensando en la fuerza de su virilidad en el momento en que empez a esperarle. Ahora, haba llegado al punto de tener que rechazar espantosas imaginaciones, a fin de que no tomasen forma de deseos concretos. Al entrar en la sala, tan poblada de recuerdos, sinti en su corazn un clido sobresalto, al parecerle que su mujer imploraba su proteccin. Se acerc a ella, coloc suavemente su mano sobre su hombro y le hizo una pregunta trivial. Hilma le mir y su expresin extra a Kustaa. Un hombre no tendra que ver nunca el rostro de una mujer en este estado. Ve a decirle a la Tonttila que le pido que venga, y que lo haga sin que se entere todo el pueblo... No mandes a decir nada a Plihtari... Ve aprisa... La cosa era, pues, para aquel da, que sera para la granja un gran acontecimiento, como no se haba visto despus del nacimiento del dueo actual. La noticia de la inminencia del parto pareca sumergir a la heredad en el marasmo; pero interiormente haba una expectacin intensa. Las jvenes sirvientas parecan haber tomado tambin importancia hoy, gracias a su ana. La Tonttila dispona de un poder absoluto sobre toda la granja, y daba consejos y rdenes a granel; aunque era de carcter pacfico, no miraba a nadie a los ojos, y dictaba sus instrucciones como de pasada. Durante el da, sus ademanes se hicieron cada vez ms serios. El dueo no permaneci en la casa, y procur arreglrselas para tener siempre algo que hacer a solas fuera. Una vez abri una puerta, y volvi a ver, de pronto, el sitio donde su padre haba encontrado la muerte. Permaneci tranquilo y con la mirada distrada. Para aquello sus pasos le haban llevado all? El pensamiento localizaba con precisin la forma del cuerpo sobre el suelo; pero ahora el espritu paterno pareca dormido, y nada dijo a su descendiente. Al menos, no le dirigi reproche alguno. Kustaa se sent a la entrada del corral, donde se senta bien. Vea la granja y distingua inclusive la ventana detrs de la cual se encontraba Hilma, que, en aquel momento... Slo tena una idea vaga de la marcha de un parto, pero saba que implicaba, adems del dolor, una prdida de sangre y unas cosas que se sacaban a escondidas, Hay una parte que repugna al espritu masculino..., y esto evocaba de nuevo los acaecimientos recientes y, en primer lugar, a Iivari. La silueta de aquel haragn pareca prxima al saln, y su expresin decia: Soy yo, efectivamente; conozco esas cosas; pero no te lamer las botas. Su madre estaba junto a l... y haba, adems, la excursin a la granja lejana... Y, en aquel momento, Hilma estaba dando a luz; ella, que... La idea abominable, que era casi un deseo, tenda a precisarse en el spiritu. Kustaa se lamentaba interiormente y, sin pensarlo, se coloc en el sitio exacto donde haba muerto su padre. Se qued en l silencioso, como si escuchara. Poco a poco volvi a encontrar los recuerdos de su infancia, y entonces se dirigi hacia la casa. Le buscaban. En todas las habitaciones reinaba un silencio extrao. Loviisa sali del saln, lentamente y sin ruido. Si quiere entrar... dijo a Kustaa, con tono curioso. Kustaa, entr. La Tontifla tena las facciones alteradas, como si llorara. En los ltimos das, Kustaa se haba sentido como un extrao en su casa, y en aquel instante ese sentimiento llegaba al mximo. Todo en la habitacin haba variado; la cama haba sido cambiada de sitio, para dejar un pasadizo a lo largo de la pared, y en l se encontraba la Tonttila. Hilma estaba tendida en la cama, plida y con los ojos cerrados, y no hizo ningn movimiento al acercarse su marido. Todas las caricias y 34
palabras de amor que aquella mujer dbil e insignificante haba dedicado a su esposo fueron recordadas en aquel momento por ste. En un instante parecido, un marido puede medir la cantidad de afecto que profesa an a su mujer, con tanta precisin como si contara su dinero en su despacho. Toda ayuda humana ha sido intil..., es siempre intil sin la ayuda de Dios dijo, quedamente, la Tonttila. Al pronunciar estas palabras, dirigi la mirada a un atadijo de ropa colocado de travs a los pies de la cama. Kustaa percibi, sin mirarla, la cabeza inanimada y violcea de una criatura. A decir verdad, Kustaa no comprendi que era un nio, su hijo, ni mucho menos que estuviese muerto. Cuando al fin lo comprendi, no demostr desesperacin alguna, ni el menor pesar, hasta el punto de que la vieja comadrona qued impresionada, y olvid por un momento su emocin. Se dijo que Kustaa se pareca a su difunto padre, cuyo rostro permaneca constantemente impasible. Habia ayudado a nacer a Kustaa y siempre le habia considerado un poco como su propio hijo. Ahora, bajo sus ojos, el joven Salmelus se haba convenido en un adulto serio, del mismo modo que puede verse en ciertas ocasiones una nube agrandarse y extenderse en la bveda del cielo. En el fondo del corazn de Kustaa no haba en aquel momento ni desesperacin ni pesar. Su rostro expresaba unos pensamientos ntimos de un gnero sorprendente Senta una especie de liberacin que haba empezado all abajo, en el cortijo, y que aumentaba ahora. Mientras miraba a su hijo, muerto al nacer, su expresin se pareca a la que podra verse en los rasgos del vencedor de un duelo, en el momento en que los testigos prodigan sus cuidados a un cuerpo inanimado. Kustaa se volvi hacia Hilma, que se haba reanimado hasta el punto de poder reconocerle. Observ que las mejillas de su mujer haban recobrado un ligero arrebol, del mismo modo que un hombre que padece de insomnio y espera el alba percibe los primeros resplandores del da en su habitacin. Y entonces la comadrona pudo ver un gesto que no haba observado nunca en aquellas circunstancias en los campesinos: el marido se inclin sobre su mujer y apoy la mejilla en su frente. Era una caricia particular de Kustaa, que, al principio, haba prodigado a menudo a Hilma. Era la primera vez que haca aquello delante de un tercero. Senta que su mejilla imprima calor a la frente helada de su esposa. Fue como un retorno no al pasado, sino a cierta estabilidad que se mantuvo en adelante sin grandes cambios. Esta misma escena se repiti muchos aos ms tarde, en circunstancias externas, casi las mismas, cuando Hilma, debilitada y en la cama, iba a confiar su alma a la muerte Aquella jornada llev tambin la estabilidad a otros sectores. Los esposos volvieron a encontrarse aislados, y el mundo exterior recobr su alejamiento normal. Durante los aos que siguieron, se dio a veces el caso de que una impresin fugitiva recordara a Hilma los primeros tiempos de su existencia en Salmelus aquellos en que, sin estar casada, era, sin embargo, la compaera de Kustaa, y entonces no dejaba de observrselo a su marido. La pandilla de Plihtari subsista an, y trataba de reanudar sus relaciones de parentesco con Salmelus. Pero Hilma, despus de su malparto, se mostr menos apegada a los suyos. Si oa hablar de los asuntos de su familia, ya no los relacionaba directamente con los de su marido. Por lo dems, Iivari estuvo ocupado varios aos en trabajos forestales, en una parroquia lejana. A partir de aquel instante pasado a la cabecera de Hilma, Kustaa se dio cuenta de que haba cambiado de parecer con respecto al bribn de su cuado. De cuando en cuando, tena un sueo que le atormentaba despus del despertar: viendo en sus sueos a 35
su hijo muerto, le suceda confundirlo con Iivari, desmayado en la cocina de Plihtari. *** Nuestro relato debera deslizarse ahora sobre los aos siguientes, para tratar de la vida de Silja, la hija menor del matrimonio, que fue la que vivi ms tiempo. Aunque el matrimonio hubiese encontrado su estabilidad definitiva, sta no le dio el animoso impulso necesario para dedicarse de lleno a la explotacin de la heredad. Ya al principio, Hilma no haba demostrado condiciones especiales; como hija que era de un aparcero flojo, no habia heredado grandes cualidades al nacer. Por este motivo, pareci que la heredad descendia un escaln, y durante el transcurso de los aos acab por parecerse a una propiedad mediocre, cuyo propietario lograba apenas alimentar a su ralea y pagar los impuestos. Luego el descenso continu, y la pareja se puso al mismo nivel desde el cual Hilma haba conseguido elevarse. Algo se haba restaurado junto a la cama en donde Hilma haba dado a luz, pero muchos valores se haban perdido para siempre. Aun cuando todo hubiese ido bien y aun cuando no hubiese existido aquella desgraciada visita a Plihtari, la situacin no hubiese sido muy diferente. Hilma ya no era la muchacha lozana que haba sabido inflamar el corazn de Kustaa y que le haba procurado las semanas ms radiantes de su juventud. Qu quedaba de aquello, despus de tantas ruinas? Dispendios y fatigas de toda clase, que aquella mujer insignificante no lograba alejar del espritu de su marido. Este continuaba su camino, se extraaba del curso que tornaba su vida, y luchaba... Luchaba sin tratar de buscar ayuda en su mujer. Sin incidentes notables les naci, diez aos despus, un nio, que fue bautizado con el nombre de Taavetti, que era el de su abuelo. Luego, al cabo de dos aos, vino una nia, Laura. Estos hechos se expresan con dos frases sin embargo, aquellos aos fueron ricos en acontecimientos. En efecto, en su lucha por la vida, Kustaa Salmelus nunca se haba encontrado tan pobre como durante los aos que siguieron al nacimiento de su hijo. Su sonrisa habitual se desvaneci muy pronto, sin que fuera reemplazada por un relmpago de clera viril, como ocurra antes, durante los aos normales, en los que no era cuestin de resignarse. Ahora no vala la pena de irritarse, pues eran demasiadas las cosas que le roan el corazn sin encontrar resistencia. La explotacin de la propiedad acortaba su ritmo y todo se desmoronaba, hasta el da en que, en la casa de Roimala, el dueo de Salmelus firm su primer reconocimiento de deuda, del mismo modo que lo haba hecho antao, en casa de su padre, ms de un infeliz campesino con botas de fieltro y chaqueta de fustn. Kustaa recordaba muy bien a aquellos aparceros e infelices de ademanes zafios, rojos de confusin, mientras su padre les sermoneaba sobre la necesidad de que pagaran puntualmente los intereses. Haba pensado a menudo en su padre y en su propia infancia, durante los aos en que haba ido cobrando, poco a poco, sus crditos. Ahora Roimala, un pez gordo de la parroquia, acariciaba sus patillas, declarando que los intereses tenan que ser pagados el mismo da del vencimiento. Despus tosi, para aclararse la voz, y resopl antes de hablar de la prxima eleccin de los diputados campesinos y de recomendar calurosamente a cierto candidato, que fue elegido, lo mismo que Roimala en persona. Pero Salmelus se abstuvo de votar. Roimala entr en la Dieta y tom la iniciativa de hacer secar el lago de Hanhijarvi con la ayuda de una subvencin del Estado. La mocin fue aprobada. Como las tierras de Roimala y las de una propiedad que ste acababa de comprar se encontraban en la orilla del lago, era natural que se tomara inters por aquel asunto, que ataa, asimismo, a otras propiedades, como, por ejemplo, la de Salmelus, que se encontraba tambin cercana al lago. Cada uno de los propietarios ribereos tena que pagar una contribucin para completar el subsidio oficial. 36
Roimala estaba al frente de la empresa, y nadie ignoraba que la diriga a su antojo y que se lucraba con ello. En aquellos tiempos, la vida domstica de Kustaa era muy difcil. Los nios eran muy dbiles y estaban a menudo enfermos, y haba que velarlos durante noches enteras. E! viejo saln de Salmelus. que exhalaba antao la frescura de una habitacin deshabitada y que se haba convertido, por casualidad, en el dormitorio de los esposos, aunque existiese la pieza ms modesta donde haban vivido los padres de Kustaa, aquel saln se llenaba ahora da y noche con el olor de los nios y de los paales mojados. Ya no constitua un placer para el marido entrar en l por la noche, tanto ms cuanto su mujer se quejaba, sin cesar, de dolores y toses. Kustaa slo compraba bebidas para las fiestas, y stas eran muy raras en Salmelus. Durante aquellos aos, sucedi a menudo que Kustaa se embriagara en el pueblo. Aparecia siempre oportunamente en todas partes donde se invitaba a beber, sobre todo cuando las cosas iban mal en su casa. Incluso una vez se qued borracho perdido. Esto sucedi despus de la reunin en la que los campesinos interesados, despus de fijar el coste de la desecacin del lago, pagaron cada uno su cuota correspondiente. La asamblea tuvo lugar en casa de Roimala. Como Salmelus y otro propietario carecan de dinero contante, Roimala consinti en prestarles la suma necesaria. Se redact una cdula, y Roimala dio un recibo por las contribuciones de desecacin. Durante la francachela que sigui, un campesino que haba sido amigo del viejo Salmelus llam al hijo aparte para ponerle en guardia contra Roimala. Mejor hubiera sido que hubieses vendido un pedazo de bosque le dijo. No quiero desmochar mis bosqnes; mi padre nunca quiso hacerlo respondi Kustaa. Es verdad; pero l estaba en condiciones de prestar dinero, mientras que t... Al despertarse al da siguiente, Kustaa no sabia cmo haba regresado a su casa. Pero recordaba perfectamente que Roimala tena en su poder dos cdulas a nombre de Kustaa Salmelus... Hilma descansaba an, sin dormir, y no se movi cuando vi levantarse a su marido; se hubiese dicho que pensaba en algo desagradable. Uno de los nios estaba acostado junto a ella, y el otro lloriqueaba en la cocina, donde una sirvienta trataba de calmarle. Era tarde ya, pues ios criados estaban levantados, mientras los amos dorman todava. Kustaa se sinti tan apenado, que no supo qu hacer; pudo responder apenas a una pregunta precisa que le hizo Vurenmaa. As pasaron los aos. Pareca que los Salmelus no iban a tener ms hijos, pero vino todava uno: Silja, la nica que lleg a la mayora de edad. El principio de la vida de esta muchacha est unido a un acontecimiento que fue uno de los ms deliciosos en la existencia de sus padres. Los dos esposos fueron invitados a una boda, en la misma granja donde se encontraba Kustaa cuando Hilma fue despedida de Salmelus. Como aquella casa de campo se encontraba muy alejada, tuvieron que pasar en ella noches. Se sintieron all rejuvenecidos de una manera extraa. Nunca haban pasado una noche fuera de su casa, despus del primer verano de su amor, en el amasador de Plihtari... Las bodas fueron esplndidas y duraron tres das; entre las comidas se bailaba y se beba cerveza. Kustaa tom parte en el baile; la primera noche, Hilma consinti bailar con l una polonesa, y al da siguiente se atrevi a aceptar tambin la polca y la mazurca. Las parejas invitadas tenan cada una su habitacin, y los jvenes dorman en el suelo en la sala grande, riendo y bromeando hasta el alba. Pero ese ruido no estorbaba a las parejas, y varios esposos, rejuvenecidos por el holgorio de 37
la fiesta, se durmieron de nuevo, por primera vez en mucho tiempo, tiernamente abrazados... El buen humor de Kustaa e Hilma se prolong durante un tiempo en Salmelus. La campesina se haba rejuvenecido visiblemente, y se lo confes al odo a su marido durante la primera noche que pasaron de nuevo en su lecho familiar. Es lo mismo que antes, te acuerdas? Ya veremos si acaba como entonces... Del mismo modo que el sol echa a veces una mirada hacia atrs y dora, antes de ponerse, las copas de los rboles con una luz potente, tal fue para Kustaa e Hilma la excepcin trada por aquellas bodas. En verdad, la vida cotidiana vino pronto a ahogar con sus dificultades el breve renacer amoroso del matrimonio; pero una nueva vida no poda ser aniquilada. Era el producto de la fusin de dos clulas humanas que aumentaban sin cesar, tomando una forma determinada, y que se parecan cada vez ms a un ser humano. Nadie lo vea an, pues se desarrollaba en el cuerpo de una mujer, en el extremo de un robusto cordn palpitante. Sobrevino de nuevo el parto, por cuarta y ltima vez. El embrin, que haba movido ya sus miembros durante unos meses, se puso a hacer, de improviso, otros movimientos. Volvi la cabeza en direccin al camino que tena que recorrer, luego los hombros se torcieron, seguidos del tronco y de los dems miembros, y muy pronto el cuerpo se encontr baado por la blancura de la luz; el cordn fue cortado, y una chiquilla entr en una vida de la que nadie poda en aquel momento vaticinar nada, excepto que terminara un da con la muerte. Pero entonces no se pens para nada en la muerte. El parto haba sido fcil; Hilma, aunque muy fatigada, estaba tranquila y se senta feliz cuando Kustaa se acerc a su cama. Los esposos se sentan dichosos, como despus de un primer parto cuando ste ha terminado bien. Era un atardecer de primavera, los rayos del sol suscitaban en la antigua estancia un espejismo de felicidad, y la partera trajo un caf, muy claro, que haba preparado para reanimar a la madre fatigada. La criatura dorma apaciblemente en su cuna, y Kustaa se inclin sobre ella con su ms brillante sonrisa. Aquel da, incluso los hijos mayores, plidos y enclenques, parecan ms queridos. Al cabo de una hora, la chiquilla se despert y su madre le dio el pecho. La pequea era muy vivaracha, y el padre, al mirarla, olvidaba sus afanes. Tena, sin embargo, muchos. Repetidas veces ya, haba tenido que pedir dinero prestado a Roimala para pagar los intereses. Roimala se lo prestaba con placer; los vecinos, perspicaces, adivinaban adnde quera llegar con ello. Lo mejor para Kustaa hubiese sido vender su propiedad y comprar otra ms pequea, tanto ms cuanto su descendencia masculina pareca muy comprometida. Roimala acabar por apoderarse de la finca, y Kustaa se empobrece intilmente as era como hablaban los campesinos, y se lo decan a veces a Kustaa, tomando unas copas. La vida se hacia, verdaderamente, muy complicada, y la debilidad de Hilma quitaba los nimos a su marido. Si ste no hubiese tenido a su benjamina, habra vendido, con toda seguridad, su finca. La chiquilla, que haba sido bautizada con el nombre de Cecilia, y a la que se llamaba Silja, creca y medraba, ignorando todas las vicisitudes del mundo. Tena ojos grandes y dulces, y hermosas pestaas. Sus ojos eran casi negros, pero poco a poco se volvieron claros y de color castao. Sus rasgos recordaban los del padre, y algunos ancianos decan que Silja era el vivo retrato de su abuela paterna. Los dos hijos mayores fueron descuidados para atender a la pequea, a la que todos mimaban, como se haba hecho antes con Kustaa, el hijo nico adorado, el tesoro de los venerables propietarios de Salmelus. 38
Taavetti y Laura llevaban una existencia casi borrada; se paseaban seriecitos y un poco tmidos y cogidos de la mano, como si no tuvieran otro apoyo que ellos mismos. Luego cayeron enfermos al mismo tiempo, y murieron dulcemente, unos tras otro, vctimas de una epidemia, que hizo estragos, durante semanas, en la parroquia, con una violencia tal que se cita an en nuestros das. Silja, a pesar de que haba estado en contacto con los enfermitos, no fue atacada. Muchos se preguntaban qu seria del porvenir de aquella chiquilla. Kustaa era parco en palabras, pero su sonrisa empez a brillar de nuevo. Cuando las dificultades se acumulaban y amenazaban hacerse insuperables, aquel campesino, que se encontraba en la flor de la edad, entrevi oscuramente que no haca ms que cumplir una tarea prescrita; cuando reflexionaba sobre esto, le pareca, incluso, que sus antepasados le daban su asentimiento y le decan: Verdaderainente, hubiera sido preferible conservar y consolidar la propiedad hereditaria, con todas sus dependencias; pero ya que no lo has conseguido, es preciso que pienses que el hombre tiene bienes ms preciosos que conservar. Aquella exhortacin le pareca aplicarse a su hijita sana, a la que gustaba ya pasearse con l. En la casa de campo, las dificultades se amontonaban. Los henos del verano pasado se haban perdido casi por entero; haban sido almacenados prematuramente y haban fermentado; se haban vuelto a extender, pero un chubasco inesperado los haba humedecido ms an. Kustaa no estaba en la casa, y entonces... El amo no hubiera debido ausentarse tan a menudo. El heno que pudo guardarse no tena un gran valor. La paja era de buena calidad, pero se emple demasiada cantidad para alimentar el ganado, y, en el peor momento de la primavera, cuando los nios cayeron enfermos, el ganado de Salmelus estaba que daba lstima; las vacas sufran reblandecimiento de los huesos, y los caballos enflaquecan. Kustaa haba tratado de economizar cereales, pero la vaquera haba declarado que se marchara si no tena nada que dar a las bestias: el ganado no puedo vivir con cereales nicamente, y hay que darle, asimismo, forraje. Todo iba, pues, mal en la granja. Kustaa viva como en sueos. Su mujer guardaba cama ms a menudo cada vez, y se adivinaba en su cara que no lo hacia sin motivo. Todo indicaba que no oira cantar al cuclillo; y Kustaa presenta que ya no volveran a ir juntos a fiestas como las bodas recientes... Un da, Kustaa se dirigi a casa del campesino que haba sido amigo de su padre, y que le haba advertido ya una vez. Ya que me aconsej que no recurriera a Roimala, prsteme esa cantidad le dijo, con tono jovial. Pero el anciano le respondi que, sintindolo mucho, no poda hacerlo, por deseos que tuviera de ayudar al hijo de su amigo: Soy viejo y no vivir ya mucho tiempo. No puedo separarme del camino que he seguido toda mi vida, y que segua tambin tu padre; de lo contrario, me vera obligado a recurrir a los mismos medios que t. No soy rico, pero voy tirando, y en los tiempos ms difciles el cielo me ayud, porque me ayud a m mismo. Ests tan metido ya en las redes tendidas por Roimala, que no puedo mezclarme en tus asuntos. Has cometido, hijo mo, en tu vida, ciertos actos que no me corresponde reprocharte; por otra parte, nada he odo decir de ti que sea indigno de un hombre; al contrario, he visto muchas veces en ti el reflejo de tu padre. Pero en aquel momento el anciano bambole la cabeza; pero tu padre era un labrador enrgico que conoca su trabajo, y t, en tus mejores das, no has sido ms que una mediania. Hay en tu familia rasgos burgueses, que t heredaste de tu madre, lo s, y estoy seguro de que, aun en el caso de que tus negocios terrestres acaben mal, tu salvacin eterna est asegurada. 39
Hablaba como haba hablado varias veces, en su calidad de asesor, a un juez inexperto, que haca sus primeras armas. Como era de edad avanzada, le gustaba terminar sus plticas con alusiones a la vida futura. Estaba lejos an de la decrepitud, y pudo dar excelentes consejos al hijo de su amigo. Declar que Kustaa tena que vender sus bosques; pero ste explic que Roimala tena una hipoteca sobre la propiedad, y haba sido convenido que si Kustaa venda un solo tronco, tena que entregar el producto a Roimala, para amortizar su deuda. Y el importe de sta era tan importante, que nicamente una venta considerable le permitira reunir bastante dinero para liberarse y para salir de sus dificultades presentes... Pero no poda decidirse a efectuar esa venta... Y seguramente habra que esperar antes de cobrar el dinero... Si, sdijo el viejo asesor. Lo comprendo, lo comprendo todo... Roimala piensa tambin en el aserradero, cuyos negocios andan mal, y que muy pronto estar maduro para l... Kustaa no segua las reflexiones del campesino; slo pensaba en la trgica situacin de su familia. Cuando el anciano volvi a hablar directamente de los asuntos de Kustaa, ste pareci despenar de un sueo. Por lo que conozco de tu situacin, deduzco que te encuentras lejos todava de estar arruinado. Pero tienes que vender tu propiedad. No veo otra salida, pues es evidente que Roimala quiere apoderarse de ella, si bien hemos de procurar que ese tunante no la obtenga por cuatro cuartos. Conozco bien tu finca, las tierras lo mismo que los bosques; antao pens, incluso, en... Si Roimala no le paga al menos... tanto y tanto, ser yo quien te pagar ese precio... Estas ltimas palabras fueron pronunciadas con firme seguridad y seguidas de un resoplido digno, como si el campesino hubiera estado hablando en pie y se hubiese sentado de pronto. El nico resultado que obtuvo Kustaa del paso que haba dado fue conocer la evaluacin de su finca. Tena mucha necesidad de dinero contante: el ganado peda forraje, y los servidores reclamaban su sueldo. No tena otra solucin que volver a casa de Roimala. Pero ste no estaba dispuesto a prestar, y se puso a enumerar las faltas cometidas por Kustaa, de una manera mucho menos amable que lo haba hecho el asesor. Se refiri con crudeza a las primeras visitas hechas por Kustaa a Plihtari: Asuntos como sos, un hijo nico los arregla pagando, y hasta los hijos de los aparceros recurren a este medio, como no debes ignorar, eh...? Eh...? Kustaa, que hasta entonces no haba hecho ms que ruborizarse, palideci y apret los dientes. Nunca haba cado tan bajo, pero qu hacer? Se levant. Roimala call, y luego enderez la mole imponente de su cuerpo. Kustaa se sinti de nuevo abandonado. En aquel instante slo tena junto a l a su conciencia de hombre. El peso de su voluminoso adversario pareca aplastar la heredad, y Kustaa tena que salvar lo que corra el riesgo de ser arrollado: una granja, tres hijos, dos de los cuales estaban enfermos, criados, animales... Era intil enfadarse con aquel individuo que se acariciaba la barba y era demasiado viejo para que se le administrara un correctivo. Kustaa se puso a rer a su vez, retorciendo el labio, cosa que no haba hecho nunca. Y luego dijo: Tome toda la propiedad, ya que lo desea. Roimala levant las cejas, como lo hacia en la iglesia cuando el pastor, segn las exigencias del texto, hablaba de la corrupcin que demasiado a menudo acompaa a los bienes terrenales. Toma, toma se deca, el fruto est ya maduro... Verdaderamente, eres muy poco capaz ahora de dirigir una gran propiedad, y yo podra comprarla y explotarla... Pero.., para discutir bien hay que beber un 40
poco... Eh! Trae agua caliente y azcar, para hacer unos ponches grit en direccin a la puerta abierta, con tales aspavientos que Kustaa no pudo menos que sonrer, pese a la fingida campechana de las palabras y la voz. Kustaa bebi su ponche con satisfaccin, proporcionndole la bebida el mismo bienestar que en otra parte; pero se mantuvo en picardia, abandonndose tan slo en apariencia. Con tono paternal, Roimala hizo varias ofertas bajo diferentes condiciones: propuso hacer la compra sin los bienes muebles, o tomar todo el mobiliario o slo una parte. El trato se cerr a base de lo ltimo. Kustaa no hubiese sido capaz de decir si haba hecho o no un buen negocio; pero, como Roimala se haba conformado con pagarle una cantidad mucho mayor que la que haba indicado el asesor, haba aceptado. Roimala pag las arras, y qued fijado el da para la firma del contrato. En la maana del da siguiente, Kustaa no experiment ningn pesar. Hilma, por su parte, no pensaba en te asunto; con un pauelo en la cabeza, se ocupaba de los nios enfermos. Al ver el dinero se anim un poco y se dispuso a ir al pueblo, pues se careca en la casa de caf y de harina. Luego hubo que examinar dnde iran a establecerse. Lo mejor sera instalarse en la ciudad y buscar trabajo, declar Hilma. Kustaa se limit a decir que Roimala les permita conservar las dos habitaciones y la cocina hasta otoo, si lo deseaban. Pero l haba decidido interiormente permanecer tan slo en Salmelus el tiempo necesario para encontrar un nuevo alojamiento ms al Sur. Se senta atraido por el Medioda. Tena bastante dinero para comprar all una casita y un pedazo de tierra. Roimala le hizo una oferta sobre el particular. Posea lejos del pueblo un cortijo abandonado, y estaba dispuesto a venderle la choza, O, si quera, poda drsela en alquiler, con un poco de terreno... Podras vigilar mis bosques aadi. Kustaa se alej sin responder nada. Roimala, que haba ido a Salmelus para inspeccionar su tercera propiedad, le sigui hasta el patio; y le dijo: He visto las habitaciones, y me parece que no tenis necesidad de la segunda, pues la que est junto a la cocina es muy grande. Adems, resulta fcil comprender que, dentro de poco, tendrs menos gente en casa; tus dos hijos mayores estn muy mal.. Y, a propsito, no dejes de vista a tus parientes de Plihtari; tu suegro parece que est aqu como en su casa; y si desaparece algo t sers responsable, pues he comprado la finca tal y como estaba en el momento de la venta... Kustaa le dej hablar y gruir tanto como le dio la gana, y luego Roimala se march. Kustaa entr de nuevo en la casa y observ que los dos nios estaban verdaderamente en la agona. El chiquillo muri el mismo da, pero hubo que esperar el fin de la pequea todo el da siguiente an. La vida se haba hecho solemne e imponente despus de un largo intervalo de escasez. No faltaba nada; los animales tenan forraje y los hombres alimento. Podian, incluso, permitirse algunos lujos. Hilma haba conservado su amor infantil por los buuelos de viento, y los preparaba que se rompan casi en la mano, de tan finos y gordos. Daba tambin a las criadas, que, como los dems servidores, vivan en una especie de expectativa. O, por mejor decir, la espera haba ya terminado: los dos nios, que haban permanecido siempre juntos, reposaban uno al lado del otro, sobre unas tablas, en la granja, con sus cuerpecitos esculidos y amoratados por el fro. Silja se encontraba bien, como de costumbre. Sobre toda la existencia imperaba de nuevo, ms potente que nunca, el sentimiento de felicidad que haba reinado en Salmelus por primera vez el da en que Hilma se haba quedado 41
definitivamente all, despus de la marcha de la ta, y que haba durado hasta la boda. La suerte favoreci a Kustaa, pues le ofreci una habitacin conforme a sus deseos. Cuando la firma del contrato de venta, el comisario habl a Kustaa de una casa que se encontraba dos parroquias ms al Sur; estaba en venta a consecuencia de un curioso incidente que cont mientras tomaban el caf. Vaya a verla repiti al marcharse. Kustaa, que tena plena confianza en el comisario, sigui el consejo, y cerr el trato para la compra a la primera visita. Todo iba ahora a pedir de boca. Kustaa puso en orden su mobiliario, separando lo que perteneca a Roimala de lo que se propona vender a subasta. Luego fij la fecha de la venta, para quince das ms tarde, un lunes, despus del entierro de los nios, que haba sido fijado para el domingo. La espera del entierro y de la subasta constituy un perodo de profundo reposo para toda la familia y para todos los que vivan en la granja bajo pretexto de buscar un alojamiento, Kustaa recorri sus tierras, como para despedirse, pues guardaban sus ms caros recuerdos. Reviva las pequeas aventuras de su infancia, cuando acompaaba a los mozos de labranza, y coma como un hombre. Una vez pas por delante de la choza de Vurenmaa y record cierto da de Navidad, poco antes del nacimiento de su primer hijo... Se sinti el espritu vacio y renunci a entrar, a pesar de que abrev su caballo en el patio. Hilma hizo algunas diligencias en el pueblo, en carruaje o a pie, segn las distancias. Un da fue a Plihtari, y esta visita dej a su marido indiferente. Luego el carpintero trajo ios atades, en los que fueron colocados los nios despus de vestidos. La nia, cuyo cuerpo era muy endeble, llevaba su vestido de bautizo. Puede ponrsele este vestido, pues no tendr que bautizar a ningn hijo ms, y no quiero que sirva para otro dijo Hilma, con una sonrisa fatigada, cuando una sirvienta hizo una tmida alusin a aquel traje. Durante aquellos das, Silja pareca un ser excepcional, al que no se saba cmo tratar. Kustaa la paseaba en sus brazos ms a menudo que nunca. La llevaba, incluso, al aire libre, bien abrigada con gruesos vestidos. Le hablaba con animacin, lo que los criados encontraban a la vez lgubre y conmovedor, pues nunca haban odo a su amo hablar de aquel modo, ni con los nios ni con nadie. Los grandes das se acercaban. La historia de Salmelus haba llegado a una encrucijada despus de siglos. Los criados de Kustaa haban pasado al servicio de Roimala, y trabajaban ya para ste. Por tal motivo, los nios fueron llevados al cementerio por Vurenmaa, siempre grun y cascarrabias. Kustaa guiaba el trineo en que iba su familia. Hilma estaba muy fatigada, y no era prudente, dado el fro glacial, llevar a Silja; pero haba que acompaar a los pequeos atades. Por ltima vez, Kustaa e Hilma dejaban la propiedad hereditaria como propietarios; al siguiente da, iba a tener lugar la subasta. Partan llevndose con ellos casi todo el fruto de su vida comn... Haban envejecido mucho: Hilma no conservaba nada de la muchacha que haba sabido seducir al joven Kustaa; se pareca a la mujer de un aparcero, desdentada y con los cabellos descoloridos y escasos; ni tan siquiera haba engordado como sus congneres; haba desaparecido su redondez juvenil y era ahora angulosa. Aunque Kustaa haba envejecido tambin, conservaba intactos los rasgos hereditarios de su familia, que aparecan con nitidez en aquel paseo fnebre. El viento helado y el sol enrojecan sus mejillas. Una mujer que en su juventud haba mirado a Kustaa con complacencia y deseando que l se fijara en ella haba ido al cementerio. Vea a Kustaa de perfil, y su corazn se calde de emocin mientras 42
Kustaa, con la cabeza descubierta, oa las preces rituales. Mir an a Kustaa cuando ste, erguido y con la cabeza alta, recorri el pasillo central de la iglesia y fue a sentarse en el banco de su familia. Muchos tenan lgrimas en los ojos al mirar a aquella pareja: un hombre tranquilo, en cuyas facciones vagaba una ligera sonrisa, y una mujer ajada de la que nadie poda hablar mal; pero cmo la hija de Plihtari poda poseer los dones necesarios para administrar una gran heredad? Miraban tambin todos a la niita, nica sobreviviente, que correteaba junto a sus padres, haciendo demasiadas preguntas sobre las cosas que vea por primera vez. Era encantadora con sus ojos castaos, y se pareca al mismo tiempo al padre y a la madre. Lstima que no pudiera crecer en la heredad de sus mayores. Pregunt de pronto en alta voz dnde estaban Laura y Taavetti, por qu no estaban all, y si se quedaran en los atades. Todos los presentes formaron una sola familia cuando las palabras de la nia resonaron en la iglesia. Luego se oyeron las notas del rgano, lo que constituy para Silja un recuerdo imperecedero. Aquellos acordes acompaaron, seguramente, en su conciencia debilitada, el piar de las golondrinas en aquel amanecer en que, junto a la estufa de Kierikka, ech a volar su alma. Pero ahora viva, y no poda comprender que su hermano y su hermana no vivieran ya. Al regresar, cuando pas por delante del cementerio, pidi que los fueran a buscar. Su madre le explic que estaban en el cielo y que no volveran nunca ms. Silja reflexion en silencio sobre esta respuesta hasta llegar a la casa. Qu alegra podan experimentar por el esplendor celestial, si no les era posible volver para contarlo? Slo entraron en la casa los miembros de la familia. Roimala lleg de improviso. Haba pensado que habra ms gente dijo. Recogi firmas para una peticin dirigida al zar pidiendo que respetara los derechos de Finlandia. Kustaa sabia de lo que se trataba, pero en aquel momento aquella peticin le era indiferente. Fu, sin embargo, a buscar el tintero y la pluma y se puso a escribir. Hilma entr y dijo: Todavia no le has firmado bastantes papeles a Roimala? Este replic, con tono irritado: No es ningn papel de Roimala; y, por lo dems, no han tenido para Kustaa peores consecuencias que los de Plihtari. Y luego tosi, como de costumbre. La tarde del domingo transcurri como de ordinario. La mancha luminosa de sol se desliz por el suelo de la sala como lo haba hecho durante siglos. El sof, de color rojo intenso, con dos liras artsticamente talladas en el respaldo, estaba en su sitio de costumbre, y se vean en el suelo las huellas dejadas por las patas del silln y por los zapatos de los hombres. El reloj marchaba, y el calendario continuaba colgado en su clavo, cerca de la ventana. Un olor familiar llenaba el ambiente. Pero todo era diferente, pues aquella quietud no era ms que la espera de una inquietud prxima, la espera de una ejecucin capital. Al salir, Roimala pregunt a Kustaa: Entonces, hasta maana por la maana, no? Empezar a las nueve respondi Kustaa con una sonrisa. Hilma sali pronunciando una frase violenta que nadie oy. La venta en pblica subasta tena un carcter tan especial, que atrajo a mucha gente. El subastador tuvo un nutrido auditorio para sus cuchufletas. Un buen hombre achaparrado lanzaba en voz alta picantes alusiones, cada vez que se pona en venta un objeto familiar, ya fuese un vestido o una herramienta. Iivari Plihtari, para quien aquel da era de fiesta, se port bastante mal. A veces, los concurrentes le dirigan pullas, a las que replicaba con malos modos. 43
Los dos cuados se vean por ltima vez, y tuvieron, incluso, una pequea disputa. Durante una corta ausencia de Kustaa, el subastador puso a la venta un banco de carpintero y varias herramientas que Kustaa deseaba conservar y que hubo de pujar en competencia con Iivari, que quera adquirirlas. Qu quieres hacer de un banco de carpintero cuando te hayas colocado?x dijo Iivari, entre las risotadas de sus compinches. Y acto seguido grit una cantidad que rebasaba los lmites de lo razonable; Kustaa puj inmediatamente, pues no quera renunciar a su banco. Te crees capaz de pagar lo que dices? pregunt el desalmado. Aquella pugna duraba haca rato, con gran regocijo de la multitud, que solt de nuevo la carcajada al oir las palabras de Iivari. Kustaa enrojeci, y la sonrisa se borr de sus labios. La opinin de las buenas personas presentes estaba a favor del hombre que acababa de acompaar dos de sus hijos al cementerio, y que se vea obligado a abandonar el solar de sus mayores. Las risas provocados por la grosera de Iivari se pararon en seco cuando Kustaa replic: Tengo todava un crdito contra ti, si no me equivoco. Todos pensaron entonces en los acontecimientos de hacia diez aos, que haban sido una vergenza, no muy grande, pero vergenza, al fin, para Iivari. La conciencia colectiva de una multitud evoluciona con rapidez, y aquella frase evoc inmediatamente la noble conducta de Kustaa, que no haba renegado, por su parte, de la hija de Plihtari ni tratado de salir del apuro mediante el pago de una suma de dinero, aunque esto hubiera sido preferible para l. Pues bien: puedes guardarte tu baratillo grit Iivari, volvindose con magnimidad, para tratar de buscar la aprobacin de sus vecinos. Pero todas las simpatias iban ahora a Kustaa, y se oy una carcajada general que era una censura para Iivari. Despus de aquel incidente, Kustaa quiso todava ms a su banco de carpintero. En su nuevo hogar, lo utiliz mucho en los primeros tiempos. Confeccion en l varios objetos de su uso, y fabric tambin utensilios para sus vecinos, que no tardaron en considerarle como un hombre hbil y formal. Se haba llevado de Salmelus varias piezas de madera que no haban sido utilizadas durante los tiempos de crisis; algunas databan del tiempo de su padre. Hilma llor un poco al marchar; era la resignacin de un ser dbil ante lo inevitable. Lloraba las vacas y el ganado que haban pasado a otro, lloraba el gato que los nios hacan entrar o salir durante los das fros de invierno; lloraba sus hijos muertos, que abandonaba all, y lloraba tambin por la pequea Silja, que llevaba en brazos, hermosa chiquilla de grandes ojos y largas pestaas. As fue como dej, baada en llanto, la granja en la que entr un da de otoo, joven y con un arrebato casi sobrenatural. El espritu del viejo propietario, y las palabras que no haba podido pronunciar, llenaban entonces la atmsfera de la casa donde Hilma haba penetrado de manera anormal, con sus pensamientos e ideas. Se marchaba desmedrada y angulosa, con los ojos llenos de lgrimas. Su madre y su hermana la vieron partir desde lejos, en una encrucijada. Estaban tambin envejecidas, pero sin que su ser hubiese cambiado. Lo mismo que antes, Tilta apareca dispuesta a soltar alguma picarda, y la pequea conservaba su aire impetinente. Las dos mujeres no osaron acercarse. El viejo Vurenmaa guiaba el carruaje en que iban los trastos, y Kustaa segua con su familia en otro trineo. El anciano estaba muy serio, pues senta que su persona representaba lo ltimo que quedaba de las viejas tradiciones de la familia Salmelus. La heredad desapareci, y muy pronto hubo pasado tambin la entrada del camino que llevaba a Plihtari. Las lgrimas silenciosas de Hilma se convirtieron en 44
sollozos, pues presenta que no volvera a ver aquellos parajes, y que se hunda para siempre en unas regiones extraas, hacia lo desconocido. Kustaa guardaba silencio; asegur la cofia de Silja, pues el viento soplaba con fuerza; pero no era necesario. Para l aquella jornada no era penosa. Haban acabado sus luchas interiores, saba adnde iba y se senta liberado. Hilma solloz durante mucho tiempo. Vurenmaa la emprenda, sin motivo, contra el caballo. Habia envejecido hasta el punto de que, en la encrucijada de los caminos, su mentn tembl y sus ojos se nublaron cuando oy los suspiros de Hilma, y pens en lo que representaban los Plihtaris, en su propio destino y en el de sus amos. El camino atravesaba un bosque de la propiedad de Salmelus. Kustaa no bubiera pensado en ello si no hubiese visto a unos hombres que trabajaban en la tala de rboles. Eran servidores de Roimala, entre los cuales haba varios que haban estado al servicio de Kustaa. Acababan de derribar un abeto enorme, al que despojaban de sus ramas. Al ver los trineos en el camino, interrumpieron su trabajo para mirarlos con ojos inexpresivos, y permanecieron largo tiempo inmviles, como si el desfile hubiese terminado ms pronto de lo que esperaban. La calma abandon un tanto a Kustaa, como si hubiera dirigido una nueva mirada distrada, por la puerta de la granja, hacia el sitio donde haba muerto su padre. Pens un instante en su propia muerte, preguntndose cmo y dnde le sorprendera. Hilma se haba calmado. Vurenmaa dejaba al caballo andar a su guisa. Transcurra el da; el fin se acercaba. *** Sucedi que la pequea Silja no pudo almacenar ninguma impresin de su entrada en la nueva casa. Al fin del viaje, durmi tan profundamente que no se despert cuando la acostaron. Los antiguos inquilinos haban encendido la estufa al rojo vivo antes de marchar, lo que result muy agradable, pues la puerta tena que permanecer abierta mientras se entraban los muebles en la casa. Silja durmi con sus vestidos puestos. Al da siguiente, lo primero que salud, a sus grandes pupilas recin abiertas fue el sol, cuyos rayos jugaban en el suelo de una habitacin desconocida y maravillosa. Padre y madre se encontraban presentes, parecidos ellos mismos; pero el padre manejaba la garlopa delante de la ventana y la madre pelaba patatas cerca del hornillo de la estufa. Taavetti y Laura faltaban; se haban quedado all abajo, en la fosa, o en el cobertizo, pero aquel cobertizo no se encontraba seguramente aqu. El cepillo del padre levantaba hermosas virutas rizadas. Se encontraban en la sala comn? Nunca, al despertar, haba visto Silja a su padre cepillar la madera junto al banco; fue la gran sorpresa de aquella maana. El cuchillo de la madre se deslizaba sobre las patatas. Se encontraba, pues, en la cocina? Y haca la madre el trabajo de la sirvienta? Pero lo ms sorprendente era el sol, y tambin la luz, que entraba por tres ventanas, mientras all abajo, en la casa, slo haba dos ventanas en la misma pared. Qu extrao era ver a padre y madre trabajar en la misma habitacin, al despertar! Todo iba bien. En verdad, madre tosa al pelar patatas y tena cara de sufrimiento. Pero Silja saba perfectamento que, si saltaba de la cama y corra hacia su madre, sta interrumpira su trabajo para acariciarla y mimarla, y que padre dejara su garlopa y dirigira su sonrisa hacia ella y su madre. Y en seguida la tomara seguramente en brazos y la llevara fuera, al sitio de donde manaba, sin parar, sobre el suelo, aquella luz maravillosa. Tal vez la primera situacin perfectamente clara que se fij en la memoria de Silja, en la que qued grabada toda su vida. Recordaba tambin que su padre le hizo visitar toda la casa, que la llev en brazos hahlndole de abundancia, y que la 45
dej, a veces, para hacer con la nieve unas cosas raras que le tiraba para divertirla. Recordaba claramente todo esto, pero no hubiera sabido decir cmo pas de la cama a los brazos de su padre. No recordaba por qu su madre, contrariamente a la costumbre, no la haba besado ni acariciado, y la haba vestido sin que se borrara de sus facciones la expresin enfurruada que Silja haba observado al despertar, cuando, sin que sus padres se dieran cuenta, haba abierto los ojos al sol y a todo lo que le mostraba la luz. Una mujer con aire fatigado, pelando patatas, tal fue la imagen que Silja conserv de su madre. Hilma vivi todava algn tiempo, pero una vida cuyo recuerdo no poda conservar una chiquilla. Cuando los hielos del lago prximo llegaron al punto en que la gente prudente no osaba aventurarse por su superficie, y cuando los temerarios hacan nadar en ellos sus caballos, Hilma Salmelus se meti en cama para no levantarse. Esta ltima enfermedad fue un acontecimiento en la vida de Kustaa, la ltima prueba, la mayor depresin, como cuando tiempo atrs vendi su propiedad en casa de Roimala; pero esta vez no haba humillacin, sino que era una fase decisiva en el camino de la purificacin de Kustaa Salmelus. Antao, aquel hombre haba colgado unos arneses bajo el prtico, inclinndose sobre el hombro de una linda muchacha, de la que se enamor. Ahora, una vecina caritativa vi al mismo hombre apoyar su mejilla sobre la frente helada de su esposa moribunda. Hilma conservaba su lucidez y sonri a su marido lo mejor que pudo. Con todo, la extraa que sorprendi la caricia no pudo adivinar todo lo que expresaba aquella sonrisa. En aquel momento, Silja jugaba fuera. Acababa de presenciar algo sorprendente. Se oa aquel da, por la parte del lago, un ruido extrafio y continuo, un rumor sordo, cortado de cuando en cuando por un crujido espantoso. La chiquilla qued tan impresionada, que no record otra cosa. No conserv ningn recuerdo de muerte de su madre. Por la noche, su padre le dijo que haba ido a reunirse con Laura y Taavetti. Pero para Silja tena entonces mayor importancia el saber el porqu de aquellos ruidos que habla odo toda la tarde. Kustaa le habl del derrumbamiento de los hielos mientras la acostaba. Mira, cuando el verano ha terminado, hace fro, cada vez ms fro; las flores y las mariposas mueren, y los lagos se hielan. Por esto nuestro lago se hel en otoo. Pero despus el sol se levanta, y todo vuelve a estar alegre y clido... El hielo se funde en el lago, y al fundirse cruje y hace ruido Kustaa vio entonces que su nica hija (ahora su nico pariente) dorma ya. Se haba amodorrado en el momento en que su padre le hablaba de las flores y las mariposas. Se hubiese dicho que la chiquilla haba querido acompaar a sus buenas amigas en el camino ligero de su muerta. *** La primavera avanzaba. Kustaa Salinelus viva en su casita y envejeca en ella; pero se haba liberado de muchos tormentos, cuya opresin haba empezado a dejarse sentir no saba cundo. Detrs de las nubes grises de su vida, vea mentalmente una dicha inmensa: los das solitarios y dorados de su juventud. Verdaderamente, entonces haba sido un solitario y nunca haba dejado de serlo; pero el resplandor dorado de los das haba disipado poco a poco hasta la llegada de la vejez. La primavera avanzaba y la vida de la Naturaleza progresaba y se intensificaba. Bajo las miradas de su padre, Silja pareca prosperar mejor que antes. Habra necesidad de comprarle un vestido nuevo, pues el de invierno se pareca al suelo liberado de las nieves. Tena que llevar un vestido nuevo y ms 46
alegre, como las florecillas que brotaban de la tierra gris cerca de la casa. Iran al pueblo, a casa de la costurera, un domingo por la maana. En casa de la costurera fue muy divertido; todos se mostraban contentos cuando se tomaron las medidas de la pequea seorita. Resultaba conmovedor el ver a un campesino hacer semejante encargo. Oh!, esta pequeuela ha perdido a su madre poco despus de su llegada aqu dijeron en la casa cuando Kustaa y Silja se hubieron marchado; y uno aadi: Pero su padre la rodea de los mayores cuidados. Y luego todos contaron lo que saban de los recin llegados. Uno dijo que haban tenido que vender su heredad en una parroquia lejana; pero otro observ que Kustaa no pareca un hombre arruinado y que deba de ser, seguramente, un pequeo rentista; haba renunciado a la explotacin de su propiedad porque su mujer haba cado enferma y porque sus hijos haban muerto, y haba comprado una pequea finca... Silja y su padre regresaban a casa contndose sus impresiones. Por qu la superficie del lago brilla como si bailaran en ella unos animalitos brillantes? pregunt la chiquilla. Es que pasa una ola; mira, asi Kustaa hizo con la mano un movimiento ondulatorio. Cada pliegue de la ola es como un espejo que refleja el sol. Espera que lleguemos a casa y te lo enseliar. Silja iba delante de su padre, canturreando y dando saltitos, y ste la segua alegremente, como su hermano mayor. Luego, en la casa, el padre descolg el espejo y quiso explicar el porqu del rebrillar del lago, pero muy pronto hubo de limitarse a sonrer y a vigilar para que el espejo no cayera al suelo o se quebrara contra la pared. Silja estaba tn maravillada con el juego de los reflejos, que no era posible hablarle de las olas del lago. Paseaba incansablemente la mancha luminosa por las paredes, el suelo y el ngulo de la chimenea, y su alegra no tuvo limites cuando imagin proyectarla sobre la chaqueta y sobre el mentn de su padre, y despus sobre los ojos, obligndole a pestaear y hasta a volver la cara... Luego sobre el pie de la cama, sobro el banco y, de nuevo, sobre su padre. Kustaa qued sorprendido por la alegra de su hija; no pens esto directamente, pero lo conmova que su hija no hubiese jugado hasta entonces con la luz. En la casa el sol no daba en el espejo. Pero la diversin haba durado ya bastante, y el padre hubo de terminarlo; adems, la chiquilla se haba puesto a manejar el espejo detrs de su espalda, y habra podido romperlo. Su vida transcurri as sin grandes contrariedades. Kustaa se pasaba casi todo el da trabajando en el banco, excepto cuando preparaba la comida. No quera extraos en la casa, si poda prescindir de ellos. En caso de necesidad, iba a buscar a la vieja Miina, en el pueblo, que trabajaba a jornal. Haba tambin en la vecindad un matrimonio de campesinos ancianos que conocan a la familia Salmelus, con la que haban emparentado antao. La mujer enviaba, a veces, pan fresco a Kustaa, sobre todo despus que ste le hubo regalado una hermosa mecedora, en la cual le gustaba a la anciana balancear sus viejos huesos. Kustaa y Silja pasaron el primer verano casi sin separarse un solo momento. La chiquilla aprendi a conocer muchos pjaros y muchsimas ms flores. Vi tambin a muchos pequeos pescadores de caa, que llevaban anchos sombreros y pantalones remangados, y que caminaban por la orilla del agua, lanzando curiosas miradas en direccin a la chiquilla bien vestida, desde lo alto del ribazo. Los chiquillos haban odo hablar de aquellos forasteros, un viejo y una chiquilla, que vivan muy retirados. 47
Luego lleg el tiempo de la cosecha. Un campesino amable rog a Kustaa que fuera a echarle una mano, y ste acept. Silja, que le acompaaba, se quedara en la casa de campo, en compaa de los nios de los labradores. Encontr entre ellos a los dos hijos de Miina, que no tenan padre, segn se deca. Es que muri, y descansa en el cementerio de la iglesia, como madre? pregunt la nia a su padre, mientras correteaba a su alrededor durante la siesta. Es probable respondi Kustaa, sonriendo, pero ocult su sonrisa a los hombres que estaban acostados en la hierba. Instintivamente, continuaba comportndose como en los tiempos en que era propietario. Pero no; no est en el cementerio, sino que corretea por los campos de Kokkinen afirm un segador charlatn, que acababa de levantarse de la mesa para coger la hoz. De acuerdo con su costumbre, Kustaa hubiese tenido que levanlarse sin replicar, y los jornaleros hubiesen observado que el amo no estaba de buen humor. Pero ahora no era amo, sino un segador que trabajaba en casa ajena. Adems, adnde hubiera ido mientras esperaba que la campana anunciara la hora de continuar el trabajo? Tena que quedarse, y su hija con l, hasta que sta pudiese volver a reunirse con los hijos sin padre. Pero Kustaa se senta molesto, y como le preguntara Silja: Entonces, tienen padre?, le respondi, dando a su voz un tono apropiado: El segador parece estar bien enterado; pero aadiendo: Y t djate de hacer preguntas, a lo que obedeci inmediatamente la chiquilla Esta se alej en silencio, pero no fue inmediatamente a reunirse con los hijos de Miina. Los hombres estaban silenciosos. Su opinin sobre Kustaa Salmelus haba sufrido una modificacin pequea, pero importante. Poco despus en la cena, cuando los segadores segaban no lejos de la casa, los chiquillos fueron junto a ellos, y Silja se estuvo siempre al lado de su padre. Transcurri el verano, y muy pronto el humo se levant del tejado de las granjas. Un pajarillo fue a posarse en la ventana delante de Silja y mir hacia el interior de la casa, inclinando la cabeza. El padre fue a buscar migas de pan y pedacitos de carne, que esparci por la ventana. Apenas se hubo alejado cuando el pjaro volvi y picote un pedazo de carne, que sujetaba con una pata. Silja tuvo en este pjaro un compaero fiel durante todo el invierno, y crea que no haba ms que uno, pues raramente vea a varios a la vez sobre la ventana. Cuando vea a otro, slo consideraba al primero como el verdadero. *** La pequea Silja navegaba por el ocano de la vida, alejndose cada vez ms de la orilla. Sus sentidos se desarrollaban y su campo de percepcin se ensanchaba. Todas las impresiones que el mundo circundante enviaba a su cerebro quedaban grabadas en l, si bien algunas quedaban depositadas en un rincn tan recndito que la pequea duea de este depsito, una vez mayor, no habra podido creer que las posea. Y, sin embargo, en su rincn secreto ejercan tambin su accin... Durante aquel primer invierno se produjo un hueco en la conciencia de Silja. Durante ms de una semana, y por ms que piaran junto a la casa y brincaran gilmente por la ventana, los pjaros no recibieron ninguna golosina. Todo permaneca tranquilo en la habitacin. Y el hombre se mova all quedamente. El pjaro querido esper melanclico durante mucho tiempo en la ventana, y a la cada de la tarde regres a su refugio nocturno. Silja, sin embargo, se encontraba en la casa durante aquellos das y noches encalmados. Aquella noche, precisamente, se despert. No saba cundo se haba dormido. A pesar de que reconoca cuanto la rodeaba, le pareca que acababa de 48
nacer. Senta mucho calor y su boca estaba seca, pero no le era posible pedir nada. La habitacin estaba a oscuras, pero distingua una luz muy rara cerca de la ventana. Se habra dicho que algo de gran tamao miraba a travs del cristal, sin que Silja lo pudiese ver desde la cama. Aquella luz penetraba por la ventana, y el perfil de una persona sentada se recortaba sobre un fondo blanco. Al mismo instante reson un crujido, como si toda aquella paz blanca no hubiese tenido otra misin que prepararlo. Silja tuvo un sobresalto, lo mismo que el hombre que estaba sentado junto a la ventana, que se volvi hacia la chiquilla acostada en su cama. Era su padre, y la chiquilla lo reconoca ahora que se mova. El se acerc y le palp la frente y el pecho. Luego cogi una taza de encima de la mesa y le dio de beber, sosteniendo su cuerpecito con una mano puesta detrs de la espalda. Despus cay de nuevo en la inconsciencia, y el hombre volvi a ocupar su lugar. No tena sueo, su hija estaba demasiado enferma. Iba a dejarle tambin? Imaginaba ya la soledad, y este pensamiento se abra camino con rapidez en su mente, como si se deslizara por encima de la nieve lisa. Se quedara completamente solo, como haba estado siempre. Esto sera la muerte tambin para l, que haba visto morir tantas cosas. Uncamente aquella chiquilla le ataba a la vida. El solitario se tornaba cada vez ms sombro. Oa apenas la respiracin de Silja, que se quejaba a veces y trataba de expresar su dolor con sus dbiles fuerzas. La pequea alma se encontraba sumergida al abrigo del cuerpo, que arda; pero senta, sin embargo, un fro glacial. Se crea en la sala grande de la propiedad Salmelus, de la que ella fue heredera. Se encontraba sola all, y por la puerta, que haba quedado abierta, regolfaba la nieve en la habitacin, como un gato; un gato desconocido, grande como un perro, cuyo pelaje tena unos colores espantosos con amarillo y verde en los ojos y alrededor de la boca. Maullaba furiosamente, como si tuviese fro, y luego, al ver a la nia, se encoga como para saltar sobre un ratn o sobre una brizna de paja. Mas luego saltaba sobre la chiquilla, que permanecia inmvil, y se instalaba sobre su pecho, ponindose a runrunear y a lamerse. Pesaba, pesaba y se desperezaba pesadamente. Luego se levantaba y estiraba sus miembros, hundiendo sus uas en la carne y en los costados. El padre ha encendido la lmpara, y, sentado junto a la cama, cruza las manos. Una ola de amor, grande y fuerte, se abate en este instante sobre su corazn. No toca a la pequea, pues sabe que lucha; pero, en espritu, la oprime sobre su corazn mejor que podrian hacerlo unos brazos carnales. Piensa en plegarias que no formulan sus labios. Ve a su hija vivir y crecer y alcanzar la madurez, hermosa y esbelta, con el alma que pasa ahora por el fuego. Esta visin es una esperanza, una plegaria ardiente que cree con certeza que ser escuchada. Piensa tambin en las malas acciones que ha cometido, y siente que la fiebre de aquella criatura le purifica tambin a l de sus escorias. El alba se acerca. El padre paipa de nuevo el pecho de la enfermita, que est baado en sudor. En su inexperiencia comprende, sin embargo, que hay que dejar a la pequea en paz y arropada cuidadosamente, para que no se enfre. La cuida con recogimiento, y se siente casi una madre, una mujer... Ha encendido el fuego y busca ropa limpia, para cambiar a la enferma cuando se despierte. Se pone a preparar caf cargado, para mantenerse despierto. Todo va bien; la respiracin de Silja es regular. Calienta la camisa junto al fuego, mientras se pregunta cmo se las arreglar para cambiarla. Dar a Silja un poco de caf. La enferma no tiene nada de fiebre, y esta desaparicin rpida intranquiliza al padre. Despus de haber tomado un sorbo de caf, recobra las fuerzas y puede empezar a hablar claramente, con alegra. Sus cortas frases invitan a tener esperanzas, como el despuntar del da. Pronto llegar el verano (y aunque muriera 49
entonces, no la meteran en el granero fro...). Silja se acuerda de los pjaros y habla de su alimento. El padre re, dndose cuenta de que no se ha acordado de ellos. Se apresura a reparar su olvido, y anuncia al poco a Silja que todo est en orden, pero que hay que esperar un poco. Los pjaros se marcharon para no estorbarte cuando estabas enferma, pero van a volver en cuanto sepan que ests mejor. Estate tranquila ahora, pues, de lo contrario, volvera la fiebre. Los pjaros no tardaron en acudir, y Silja tuvo tantas ganas de verlos, que Kustaa hubo de cogerla suavemente en sus brazos y llevarla hasta la ventana. Silja mir, riendo, y sus pulmones obstruidos dieron a su risa un curioso sonido ronco. Luego su respiracin se hizo ms rpida y, al percibir un ligero jadear, Kustaa la volvi a meter rpidamente en la cama. El mismo da, la buena campesina, que se haba enterado de lo que pasaba, vino a traer unas golosinas a la enfermita. Encontr a los dos moradores de la choza durmiendo juntos en la cama grande. Silja descansaba sobre el costado, al lado de Kustaa, que haba pasado su brazo por debajo de la cabeza de su hija, con tanta habilidad que muchas madres no hubiesen sabido hacerlo mejor, pens la buena campesina antes de despertarle. Kustaa tuvo la impresin de que su hija volva a nacer. La convalecencia fue una poca de alegra. Al mirar a Silja, Kustaa se preguntaba a menudo qu hubiera sido de l si hubiese perdido a su ltimo hijo. Pero, ya que haba podido dejar la cama, la nia deba ocupar un lugar aqu abajo. Kustaa entraba a menudo en una disposicin de nimo que era como una larga plegaria, si bien aquel hombre de corazn puro no se daba cuenta, una especie de accin de gracias por haberse realizado sus votos y pensamientos, que su conciencia haba, en ocasiones, reprobado. Una vez curada, Silja se puso a crecer y a prosperar de nuevo con rapidez. En sus escapadas sala de los limites de la pequea propiedad, lo que obligaba a Kustaa a extremar su vigilancia, pues no quera que vagabundeara por el pueblo, como los hijos de Miina. Pero le costaba mucho trabajo hacer comprender a la chiquilla todo lo que no tena que hacer, lo que fue causa de que Silja se extraviara algunas veces en sus correras. Los domingos por la tarde se escapaba a menudo con los hijos de Miina hacia un campo de juego situado junto al pueblo, en donde la vida era divertida, alegre y nueva para ella, hasta que oa la voz de su padre, que la llamaba desde la ladera del bosque. Entonces todos los chiquillos cesaban de jugar para mirar a la pobre Silja. que dejaba el alegre enjambre para ir a reunirse con su padre. Era un castigo ms severo que una azotaina, si bien la chiquilla no habla recibido nunca ninguna. Kustaa la coga por la mano y padre e hija seguan el camino sombreado, lleno de charcos de agua. El barro se meta dentro de los zapatos de la nia, pues no miraba dnde pona los pies. Llegaban a la casa, al fin, sin haber cambiado una palabra. Silja entraba con los pies embarrados, pero el padre iba a buscar un lebrillo de agua y su primera frase era la orden que reciba Silja de lavarse los pies. Cuanto ms creca Silja, ms frecuentes se hacan los incidentes de ese gnero, pues Kustaa no saba educar directamente a su hija. Luego lleg el momento en que Silja hubo de aprender a leer. Su padre compr en el pueblo un hermoso abecedario nuevo, y se puso a ensearle las letras y la pronunciacin. A veces iba de visita a la casa una chiquilla con la cual Silja haba trabado amistad, y las dos nias discutan en voz baja, recorriendo las pginas del libro. Despus de estas entrevistas, Kustaa se daba cuenta de que su hija sabia cosas que l no le haba enseado, y que algunas de ellas l tan slo las comprenda a medias. Le pareca entonces que Silja haba cometido un acto ilcito. 50
Silja frecuent en un principio una escuela ambulante, y despus la escuela primaria, que se encontraba a dos kilmetros de la casa, en otra Municipalidad. Cuando iba en ella a la ltima clase, se produjo, un domingo de principios de primavera, un suceso que fue nico en las relaciones entre padre e hija. Afuera, la nieve se funda. Como acostumbraba, Kustaa estaba tendido en la cama, y Silja lea distradamente los libros de clase. Como tena tiempo, no leia sus deberes, sino otra cosa, y, de cuando en cuando, diriga unas palabras a su padre. Si la frase no requera respuesta, Kustaa permaneca en silencio, y ni siquiera abra los ojos; pero cuando Silja le hacia directamente una pregunta, abra los prpados y no tardaba en responder. Silja hojeaba la Historia Sagrada, en la que haba un mapa de Palestina o Tierra Santa. Este mapa dio lugar a numerosas preguntas. Existe todava Jerusaln? Y Beln?... Claro! No estn en el mapa? Por qu se llama Tierra Santa? Kustaa comenz una larga explicacin, que le revel las lagunas de sus propios conocimientos. Pero de pronto tuvo una reminiscencia feliz. Haban hablado extensamente de la destruccin de Jerusaln, y Kustaa record que, al final del Salterio, haba un largo relato de dicha destruccin. Se levant y fue a coger del armario el voluminoso libro. Silja le segua con los ojos, con curiosidad, mientras lo hojeaba. Cuando hubo encontrado el relato, coloc el volumen ante la nia, le ense el pasaje con el indice, y le pidi que leyera en alta voz. Luego volvi tenderse en la cama. Silja empez a leer y qued admirada al encontrar en el Salterio el relato siguiente: Por orden del emperador, Vespasiano se dirigi a Galilea, provincia muy poblada, y la devast con tanta crueldad que pareca que no iba a llegar nunca el fin de tantas matanzas, pillajes e incendios. Hizo dar muerte a muchos judos y, en una sola vez, a ms de cincuenta mil robustos soldados, sin contar los nios y mujeres. El enemigo no perdn a los jvenes ni a los viejos, ni a las mujeres encinta, ni a los nios de pecho. Vespasiano envi a seis mil hombres a Aquea para que abrieran una zanja. Fueron vendidos treinta mil soldados como esclavos, y otros cincuenta mil se mataron de desesperacin, arrojndose a los precipicios desde lo alto de las montaas... Luego se apoder de la ciudad de Gadara, y, con su lugarteniente Plcido, degoll a ms de treinta mil habitantes que huan, e hizo dos mil prisioneros; todos los que haban logrado escapar se arrojaron al Jordn, y la corriente se llev sus cadveres hasta el lago Asfaltites, que se llama Mar Muerto. Silja continu su lectura en la habitacin endomingada. El padre, tendido en la cama, escuchaba a la hija que se detena para respirar a destiempo. Lleg al final: As, pues, que nadie crea que el castigo del malo es inminente, pues los impos corrern la misma suene que Jerusaln. Hemos de pensar en esto seriamente y grabarlo en nuestra alma, arrepentirnos de nuestros pecados y convertirnos a la verdadera fe cristiana. Amn. Luego Silja volvi rpidamente las ltimas pginas y ley algunos versos del final del libro, con la meloda de un coro de nios. Al fin, dijo: iGloria al Altsimo! Silja cerr bruscamente el libro de tapas de madera, y Kustaa permaneca inmvil, como para aumentar as la eficacia del texto ledo. Silja tenia las mejillas encendidas; vagabunde unos momentos por la habitacin y pregunt, al fin, qu tena que hacer. En el patio continuaba fundindose la nieve. Era ms de medioda, pero haba todava mucha luz y belleza en el aire, en la tierra y en las copas de los 51
rboles. Silja cogi su paoleta de lana y sus guantes, mirando si su padre la veia. Pero ste continuaba inmvil, tendido de espaldas y con los ojos cerrados y la cabeza un poco vuelta, de suerte que Silja distingua la parte inferior del mentn, el arco de las aletas de la nariz y los agujeros de los ojos. Aquel aspecto de su padre le pareci muy extrao. Sali al zagun, cogi sus esqus y se desliz con desenfado hasta la orilla del lago helado. La pista lisa arrastr a la chiquilla hacia el camino prohibido. Ya no haba nieve sobre el hielo, y los esqus se deslizaban bien. En aquel sitio haba, incluso, agua, y una nicamente el hielo del lado al de la orilla un estrecho pasadizo. Silja se dirigi hacia este puente. La excitacin que le haba producido la lectura reciente dominaba an sus nervios. Muy pronto se encontr al borde del agua. Se detuvo un instante para or el latido de sus sienes, y luego percibi un rumor, que era el mismo que percibiera el da en que muri su madre. El ruido era algo ms dbil, pero se iba acercando y pareca murmurar una acusacin a su odo... El pasadizo que los esqus acababan de franquear se haba quebrado. Silja tuvo miedo y quiso regresar a la orilla, pero el agua negruzca le separaba de ella. El tmpano sobre el cual se encontraba empez a moverse. Le parecio discernir en el ruido del hielo y en los latidos de su corazn la voz de su padre. Adnde ir? Se esforzaba para no llorar; su cuerpo se contrajo, y las lgrimas contenidas retorcieron sus facciones. Dos paseantes que pasaban por el camino se detuvieron. Entonces Silja llam, esforzndose por ver a travs de los rboles la puerta de la casa. El banco de hielo se desplazaba lentamente, pero sin detenerse. Los dos hombres corrieron hacia la orilla, y cuando iban a alcanzar el borde del hielo fueron alcanzados por Kustaa Salmelus, que iba con la cabeza desnuda y sin abrigo; sus ojos chispeaban. Antes que pudiesen intervenir, salt sobre un tmpano de hielo cuyo borde se rompi; pero a la segunda tentativa consigui a su hija. La tom en sus brazos y dio un salto, para alcanzar de nuevo la orilla; pero la distancia que ie separaba de ella era tan grande que cay en el agua; en cuanto a Silja, haba tenido tiempo para depositarla en lo seco sobre el hielo. El agua le llegaba ya a Kustaa a los hombros cuando pudo apoyarse lo suficiente en el hielo para izarse. Los dos aldeanos cesaron de abrir los ojos de par en par y se apartaron unos pasos, pues el hombre que pasaba por delante de ellos tena en la mirada un resplandor tan terrible que temieron por ellos. Kustaa corri hacia Silja y la sacudi con viveza, cogindola por los cabellos. La chiquilla no grit, limitndose a mirar a su padre con ojos asustados. As es como te portas? le grit ste, y su mentn temblaba. Poco a poco se calm, mir a su alrededor y regres a su casa con Silja. La vecina amable, que miraba por la ventana, balancendose en su mecedora, haba presenciado toda la escena, que termin antes que se levantara. Pero saba lo que tena que hacer. Se dirigi a un armario, cogi una botella de aguardiente y unos pedazos de alcanfor y llam a su sirvienta, explicndola el caso: Si Salmelus no toma un remedio, est perdido. Llvale esto y dile que no se preocupe. La sirvienta se puso una paoleta y sali. La mujer se visti y se dirigi tambin a casa de Kustaa. Por el camino se encontr a su criada, y se enter de que el hombre haba seguido sus consejos. Kustaa se encontraba en calzoncillos cuando ella entr. Tena las mejillas coloradas y el brillo de sus ojos se habia convertido en una suave claridad. Le cont que se baha despertado con sobresalto y que, sin saber nada, se haba precipitado en direccin a la orilla, como si le hubiesen dicho en sueos que su hija corra peligro. En una taza que haba en la mesa quedaba todava un poco de alcohol alcanforado. Kustaa la vaci de un sorbo y continu su relato animadamente. 52
Me encontraba tan fuera de m que le tir de los cabellos... Tengo todava un poco de vrtigo... Ha sido una suerte que me enviara ese remedio, pues, de lo contrario, no s lo que habra pasado. La vieja continuaba preguntndose cmo terminara todo aquello. La emocin de Kustaa, provena del alcohol o del accidente? Para mayor seguridad, prepar una nueva toma y recomend a Kustaa que la bebiera, y que se metiera inmediatamente en la cama. Examin tambin a Silja, y cuando se hubo convencido de que la pequea no corra ningn peligro, emprendi con calma el regreso a su casa. Al andar pensaba, sonriente, en aquella curiosa pareja, a la que haba encontrado durmiendo en la misma cama cuando la nia se encontraba convaleciente... Se senta feliz. Caa la tarde. Kustaa estaba acostado, y Silja permaneca junto a la ventana. Los vestidos mojados del padre se secaban ai lado de la estufa, y los zapatos de la nia estaban puestos boca abajo cerca del horno. Reinaba el silencio. Silja senta que algo haba cambiado, y no tan slo a causa del accidente. Le pareca que, a partir del momento en que haba ledo el Salterio, haba transcurrido una eternidad. El hombre que descansaba en la cama era completamente diferente del que le haba hecho leer el relato de la destruccin de Jerusaln. Le haba tirado de los cabellos y se lo haba contado a la vecina como algo extraordinario. Sin querer, observaba de nuevo el mentn y las cuencas de los ojos de su padre, tendido en el lecho. Kustaa no cay enfermo a consecuencia de su bao fro; al da siguiente se dedic a sus quehaceres como de costumbre. Envi a Silja a devolver la botella a la vecina. Pero la dulzura que haba hecho la aparicin en l despus del accidente duraba todava. En los das siguientes, contaba animadamente a cuantos encontraba la emocin que le haba producido el coger a aquella chiquilla por los cabellos. Cuando esta frase hizo sonrer, al fin, a la pequea, Kustaa experiment una gran satisfaccin. *** Lleg la primavera, en que Silja tena que asistir a las clases de catecismo. Como la iglesia se encontraba a una decena de kilmetros, fue preciso buscarle una habitacin en donde pudiera pasar la noche. Varias muchachas se encontraban en el mismo caso, y se alojaban en grupos en las granjas cercanas a la iglesia. Por la tarde, se reunan en el embarcadero o en el muelle, donde podan or los dichos desabridos y las ruidosas risotadas de los jvenes de su edad. Muchas de ellas, por natural disposicin, respondan en la misma forma, y en cuanto a las tmidas, su espritu empezaba a preocuparse por algunos problemas presentidos con vaguedad hasta entonces. Iban a convertirse en mujeres, y el verano, que progresaba da y noche, sera su primer verano de libertad, y ms de una aprendera para qu han sido hechas las mujeres. Los sbados por la tarde se las vea a todas con aire de felicidad desparramarse por los caminos que se alejaban de la iglesia. Se detenan un instante en las encrucijadas para charlar antes de separarse, y se parecan cmicamente en esto a las mujeres. Para los muchachos, las escenas que ocurran en los mismos parajes tenan otro carcter se oan insultos dirigidos a los camaradas de otras aldeas, volaban las piedras y, a veces, se llegaba inclusive a las manos, para bajar los humos de algunos grandulones que hablaban demasiado alto durante los recreos delante de la iglesia o, al anochecer, en el pueblo. Pues all abajo nadie osaba pelearse, por miedo a los agentes de Polica y a los pastores. Las catecmenas se portaban como muchachas bien educadas. Algunos campesinos que vivan lejos se las arreglaban para ir al pueblo por la maana, para llevarse a sus hijas orgullosamente sentadas a su lado. Cambiaban asimismo 53
saludos entre ellas, a pie o en carruaje, y se mostraban siempre alegres y bien educadas. Los rayos del sol jugaban con el resplandor de los ojos y con el brillar de los dientes. Silja Salmelus regresaba tambin a la casa paterna, primero con dos amigas, luego con una, y, finalmente, sola. Su padre poda verla acercarse, pues en aquella hora acostumbraba cortar lea en el patio. Silja, al llegar, le diriga una mirada franca, sin darle las buenas tardes, y entraba en la casa. Resonaban los golpes de hacha y volaban las astillas por los aires. Silja volva a salir cor su vestido de diario, y preguntaba a su padre si poda ayudarle. Lleva la lea a la estufa y enciende el fuego; as el bao quedar preparado antes responda Kustaa. De oste modo era como se saludaban las voces. Los quehaceres del sbado por la tarde se desarrollaban con una prisa divertida, unidos padre e hija por una clida simpata recproca y un profundo afecto humano, que los aos haban desembarazado de todos los elementos accesorios o importunos. Cuando, despus de cortada la lea, Kustaa cepillaba, cerca de la ventana, sus cabellos, todava abundantes, y Silja se atareaba en la cocina como un blanco fantasma sonriente, se entablaba por primera vez la conversacin. Su padre peda noticias del alojamiento, que no conoca, y si se enteraba de algn detalle que no era de su gusto no hablaba nunca de l directamente, sino que continuaba sus preguntas y daba su opinin de forma que ambos interlocutores parecan declararse mutuamente que eran del mismo parecer. El viejo campesino estaba sentado y Silja poda ver su perfil, firme y bueno, recortarse en la ventana, como antao durante sus noches de fiebre. Luego se acostaba y no hablaba ya a su hija, ni pareca seguir sus acciones o gestos. Se extenda el silencio por la casa, y los pensamientos vespertinos del viejo llenaban el ambiente. Quedamente, procurando no hacer chirriar la puerta, Silja sali al patio, en donde el crepsculo primaveral pareca detenerse. Las matas floridas de los cerezos silvestres que haba en las orillas lejanas y a lo largo de los caminos parecan suspendidas en el aire. El piar de los pjaros iba cesando lentamente en los alrededore de las casas; pero, en el corazn de los bosques lejanos, varios potentes cantores expresaban, con su larga e interminable melopea, el profundo encanto de la nrdica noche de verano que les haba atrado, desde ms all de los mares y tierras. Haba ya nidos y huevos... Las flores se abran en el crepsculo bajo la palidez del cielo... Era la msica calmante de la Naturaleza... Alguna mujer solitara permanecia en xtasis en alguna parte... Silja Salmelus se paseaba lentamente, y escuchaba y aspiraba la noche estival. Lleg tranquilamente hasta el extremo de la pennsula, hasta el ribazo frondoso, y se sent sobre el tronco de un lamo curvado. Su alma juvenil se dilat y enardeci. Nadie ira a estorbarla. En la casita, situada a una pedrada de distancia, el padre dorma con sueo tranquilo. No pasaba ningn camino por all. El lago, sus islas y sus orillas reposaban lo mismo que en una estampa que haba visto. El espejo del agua reflejaba en profundidad todo lo que se elevaba del suelo. Las percepciones de los sentidos parecan asegurar a Silja su bondad, murmurando: Si te falta algo, slo podemos mecer tu languidez y tus deseos. quel lenguaje de la Naturaleza haca que Silja abriera sus ojos de par en par, como si stos, lo mismo que el lago, quisieran reflejar tambin todo lo visible. A aquella joven de diecisis aos le faltaban muchas cosas que no hubiese podido tener y de las que haba odo hablar a veces, aunque sin deplorar su ausencia. A esto se debi, quiz, el que en aquella noche primaveral, durante una visita hecha a su padre solitario mientras asista a las clases de catecismo, sus ojos se nublaran 54
y exhalaran un suspiro. Su padre descansaba solo en la casa, y este pensamiento proporcionaba, al fin, una base a la melancola de la joven, que sinti que era el nico apoyo de su padre. Se mir y se dio cuenta de que era ya una mujer. La noche se oscurece. Silja se levanta y da algunoa pasos a lo largo del ribazo, proponindose regresar pronto a su casa. Siente ganas, sin embargo, de quedarse un poco ms. El paisaje ha cobrado un carcter ms expresivo cuando, detrs de una isla, aparece una barca que se dirige del Sur ni Norte. El ritmo de los remos revela el estado de nimo del remero; la noche estival la subyuga y le dicta sus pensamientos, lo mismo que el comps con que mueve los remos. El ruido no es importuno, pues no hace ms que traducir los sentimientos... Con gesto maquinal, Silja coge una flor y mira la embarcacin, que se encuentra muy prxima. El remero abandona unos instantes los remos, como para responder al acto de la joven, aunque no la ha visto. Se trata, seguramente, de un admirador solitario de la noche de verano, de un joven desconocido de Silja, cuyos vestidos indican que es husped de una de las villas de veraneo. Ella est segura de haberle visto, la semana pasada, cerca de la iglesia, en bicicleta... Por esta razn, reconoce el vestido... Tiene la nariz aguilea y sus dientes se descubrieron al hablar con la mujer del panadero... Era l, estaba muy cerca y muy visible... Silja agita la flor que tiene en la mano; sus ojos castaos brillan a travs de sus largas pestaas; luego se dirige hacia la casa, y cada uno de sus pasos es un acontecimiento, una especie de confirmacin. Nota que el joven remero, que se encuentra detrs de ella, en el lago, permanece inmvil. Cuando qued invisible en la espesura, oy de nuevo el batir de los remos. Despus rein un corto silencio y, cuando el ruido de los remos volvi a empezar, Silja observ que el ritmo no era el mismo. La noche era profunda. Silja se pregunt cunto tiempo haba permanecido afuera. Al penetrar en la habitacin, sinti que llevaba en sus vestidos el delicado aliento del perfume nocturno. La flor continuaba en su mano, y senta deseos de conservar todo lo que haba recogido durante su paseo. Le costaba dormirse, y fue a sentarse cerca de la ventana, desde donde la vista se extenda a lo lejos, sobre los campos y hacia el pueblo. Aquella noche era verdaderamente maravillosa, y la primera en su gnero en la vida de Silja. Sobre la cama, en un ngulo de la habitacin, distingua la silueta blanca de un hombre: el padre dormia sin manta. Experiment una especie de confusin al ver de aquel modo a su padre... Es anciano y ha sufrido mucho en la vida, le han dicho... Vivo con este hombre viejo; es mi padre... Qu querr decir esto, exactamente? Kustaa descansaba, inmvil, tendido sobre la espalda. No se perciba su respiracin, y haba en su actitud algo que asustaba. Silja se acord de que su abuelo haba sido encontrado muerto en la granja, sin que nadie asistiera a su defuncin... Su padre estaba qaiz despierto, aunque no se mova. No se atrevi a hacer ninguna pregunta ni a moverse. Fue a mirar por las tres ventanas, y en todas partes reinaba la noche, que pareca ahora ms vaca que antes. El centelleo del lago se borraba. Al fin, el padre se movi en la cama, y dej or un pequeo ruido, parecido a una tos. Luego se levant y se acerc a la ventana que daba al promontorio. Apoyado contra el cristal, permanee imnvil durante un instante. A continuacin se volvi suspirando, y vi a Silja en el otro extremo de la habitacin. Ah! Ya has vuelto! dijo con voz dormida, acostndose de nuevo. Silja comprendi que no la haba visto al levantarse. En el fondo de la habitacin se mova silenciosamerate, en el crepsculo, una esbelta muchacha; su silueta se hizo blanca y desapareci en la cama. Todo dorma en la casa. En el lago 55
haba cesado, desde haca mucho tiempo, el ruido de los remos. Muy pronto despuntara la aurora del domingo. Era el ltimo domingo antes de San Juan, larga jornada de claridad. Los hombres y los animales experimentan el hechizo de la calma y el calor. Hasta los viejos salen en mangas de camisa mientras el sol brilla y calienta. Los animales domsticos, que ignoran todo lo de la fiesta el gato, el perro, el gallo, las gallinas, las golondrinas... parecen ponerse al unsono de las disposiciones de los humanos. Sentado en la escalera de la granja, el hombre puede observar a estos animales, a los que apenas presta atencin en tiempo ordinario. Nada tiene de sorprendente ver en este da a un anciano pasearse para matar el tiempo. La tierna verdura del csped y de los rboles es un fenmeno tan impresionante, y expresa tan bien la pujanza de las fuerzas naturales, que no resulta vergonzoso para un adulto el contemplar su suprema belleza. Los campesinos, incluso los ms palurdos, van a mirar y a evaluar las cosechas prximas. Para el infeliz jornalero, que slo posee un arpende de tierra y que debe trabajar por cuenta de otros para poder vivir, la alegra tranquila y gratuita de este da de descanso resulta an ms agradable. El lago, cuyas orillas e islas se recortan tan suavemente en el atardecer, brilla y chispea bajo la luz del sol. El viejo Kustaa se pasea por el promontorio, en el sitio donde ha visto errar a su hija. Ve el olmo retorcido; pero, a su edad, no es conveniente sentarse ni permanecer mucho tiempo inmvil. Tampoco piensa hacerlo, e ignora que son sus observaciones de la noche pasada las que guan su tranquilo paseo. Ningn da se parece a otro en una vida larga; pero para Kustaa Salmelus aquel domingo tena, sin embargo, un carcter particular. Se deba, acaso, a que su hija nica, a la que se senta tan unido, se haba ausentado por primera vez durante toda una semana, y que se encontraba de nuevo en la casa, para volver a marcharse muy pronto. En el barco de la noche, ya. No se encontraba en la casa ahora. Haba ido, probablemente, al pueblo para ocuparse de sus vestidos de primera comunin. Las muchachas iban los domingos a casa de la costurera para probarse sus vestidos, y discutan all confiadamente sobre su corte y confeccin. Dentro de una semana, Silja se acercara a la sagrada mesa. Antao haba sido bautizada en la sala grande de Salmelus..., y ahora se probaba su vestido de nueva comulgante. Kustaa evoc las caras grises de sus hijos difuntos... Un anciano solitario piensa muchas cosas al pasearse sin objeto a lo largo de un promontorio y al detenerse en el ribazo. Lleva tan slo el chaleco, y las mangas de la camisa azul se detienen en las muecas robustas, por encima de los dedos, giles todava. Si la madre de este hombre volviera, creera estar viendo, en este momento, a su marido. El color de los cabellos y los ojos, que fue antao el de la madre, haba palidecido en las tempestades y borrascas de la vida, hasta el punto que recordaba ahora el del padre. El hijo de Vihtori Salmelus sube ahora hacia su casa. Muy pronto se encontrar dispuesto a su vez..., si bien por el momento, piensa en su hija, que no ha regresado an. Poda poner la mesa, como lo haba hecho innumerables veces durante los ilitimos aos, y hasta en la pasada semana. Pero le gustara que su hija le acompaara en este quehacer, ya que haba regresado. Hela aqu que se acerca con una amiga. Se detiene a la entrada del sendero que lleva a la casa. Las dos jvenes hablan animadamente, y luego se separan y se alejan, mientras continan su conversacin, que termina a gritos. Silja llega, por fin, a la casa; pero se adivina que sus pensamientos no la preceden, sino que se arrastran tras ella. Kustaa le pregunta: Con quin has venido? 56
Esta pregunta debe de ser extraa, pues Slja mira a su padre con aire de sorpresa antes de pronunciar el nombre de su amiga. Eso es, eso es; no la haba conocido dice Kustaa para liquidar el incidente. Silja pone la mesa con una vivacidad desacostumbrada. Dirige una mirada distrada sobre el mantel, y luego en direccin a su padre, como para decir: Ya est. l se aproxima y mira antes de sentarse. Luego dice a Silja, con franca sonrisa: No quieres darme pan? Era, verdaderamente, un curioso domingo, con toda aquella belleza y claridad. Silja y Kustaa no se habian hablado nunca de aquel modo. La muchacha pareca casi enojada cuando trajo el pan. Kustaa experimentaba siempre la necesidad de hablar en la mesa cuando tena compaa. Haba tomado esa costumbre en su propiedad, a ejemplo de su padre. Alrededor de la mesa grande de la granja, la conversacin amenazaba languidecer o desviarse si el amo cesaba de dirigirla. Silja estaba acostumbrada a or a su padre dirigirle frases triviales durante las comidas, cosas que nada tenan que ver con la vida cotidiana de la familia. Era entonces cuando expona su modo de pensar sobre la gente y los acontecimientos de los afrededores. Silja no hubiera podido recordar ni una sola de esas frases que le hubiese hecho dao. Al contrario; a menudo la haban divertido, provocando en ella, asimismo, algo de admiracin por su padre, al que observaba entonces a hurtadillas. Pero hoy su padre coma sin decir una palabra. No pareca enfadado, pero estaba absorto o ausente. Silja prestaba gran atencin, para no olvidar nada del servicio. Kustaa no llegaba a expresar lo que tena ganas de decir: Parece que empieza a salir por la noche, pensaba, pues no sabia si era verdad. Al terminar la comida se limit a decir: Come t tambin, querida. Esta frase se apartaba de sus costumbres, y, a pesar de su dulzura, turb a Sija. Se hubiese dicho que haba sido pronunciada por un enfermo muy debilitado. Silja no se sent a la mesa hasta que su padre se hubo levantado para dormir la siesta en su cama. Haba transcurrido la mitad de la jornada. Claro, tranquilo y feliz, el sol ejerca su accin irresistible sobre la Naturaleza viva o inanimada. A cada edad traa al hombre un encanto y una calma diferentes. Simbolizaba e intensificaba los instintos y las pasiones, que forman parte de la vida humana. Al terminar de comer, Silja dijo a su padre, que estaba tendido en la cama: Quisiera ir un momento a casa de Mikkola. Era el nombre de familia de la compaera con la que acababa de regresar. Kustaa no supo qu responder, y su silencio dur acaso demasiado. Procura que no se te escape el barco; si no, tendras que marcharte a pie. S padre respondi Silja, con voz insegura. Se fu, y Kustaa se qued solo nuevamente en la habitacin llena de sol. Se retras en la cama, mientras sus pensamientos inexpresados se acumulaban pesadamente. El hermoso domingo de verano continua. Subsiste fuerte y feliz an mucho tiempo despus del medioda. Los paseantes que se cruzan por los caminos se hacen sus intrpretes. Silja pas toda la tarde en casa de Mikkola. Kustaa prepar el caf esperndola, y luego la vi regresar, lentamente, meciendo una rama de cerezo florido. Dentro de dos horas iba a pasar el barco. Y Kustaa permanecera solo durante toda la semana, mientras su hija se preparara para poder comulgar el da 57
de San Juan. El momento sera solemne, si bien la muchacha no podra acercarse al mismo altar al que sus antepasados, de generacin en generacin, haban llevado sus labios para recibir, con reverencia y pureza, los maravillosos smbolos de la gracia. Silja viva en otra parroquia. Habra podido creerse que Kustaa se percatara de la solemnidad de este acontecimiento; pero slo experimentaba sentimientos confusos, cuya causa le era imposible adivinar, sobre todo cuando Silja se encontraba en la casa. Su hija era tan hermosa y pura como antes; era, asimismo, juiciosa, y tena el mismo carcter. Si sala un poco, nada tena de extrao. Por qu permanecer en casa en aquel hermoso domingo, puesto que era libre? En los alrededores, la nica compaera de su misma edad era Mikkola. A decir verdad, Kutaa no saba nada preciso sobre su hija, salvo algunas palabras odas al azar; esto era todo. Si durante un hermoso atardecer Silja se retrasaba un poco, cerca de la casa, era porque deseaba recogerse. Una nia desea reflexionar un poco en la soledad sobre los problemas que el pastor ha planteado durante la semana. Pero las firmes relaciones entre el padre y la hija se haban alterado. No era, ciertamente, la primera vez que Kustaa preparaba el caf y pona la mesa; Silja lo haba visto muchas veces antes. Kustaa no haba querido nunca llamar a la casa a una ayudanta, y, descuidando un poco sus quehaceres, se haba puesto a cocinar con habilidad. Pero aquel da, cuando Silja regres y vi a su padre disponer las tazas sobre la mesa, y cuando sinti el olor del caf recin hecho, experiment la misma confusin que por la maana, aunque ms intensa y dolorosa. Su padre haba envejecido, y Silja se lo deca a s misma por primera vez, mientras se despertaba en ella una especie de piedad. Se apresur para ayudar a su padre. Aquel domingo, la marcha de Silja para el pueblo fue mucho ms imponente que ocho das antes. La muchacha se haba marchado el lunes por la maana, y su padre la haba acompaado al carruaje, porque no haba barco. Silja echaba de menos la casa y tema entablar relaciones con extraos... Pero hoy esperaba con impaciencia la hora de la marcha. Era divertido tomar el barco; volvera a encontrar en l a dos o tres amigas de los pueblos lejanos, de la regin de donde haba venido el remero nocturno... Y era todo tan alegre en el patio de la granja..., y haba adems un prado grande, donde se reunan los jvenes los domingos por la tarde para jugar. Sin pronunciar una palabra, Kustaa sigui con la mirada los preparativos para la marcha. Su odo poda percibirlos tambin, pues Silja canturreaba. La meloda recordaba un cntico, quiz algn salmo; era, en todo caso, una tonada aprendida en la iglesia. La muchacha se afanaba, y ni una sola vez miraba a su padre. Luego, buscando algo, le hizo una pregunta vulgar; se hubiese dicho que, entreabriendo la puerta de la habitacin, daba una orden a una criada. Al mismo tiempo inconscientemente, dirigi una mirada a su padre, cuyos ojos llamaron su atencin. Sumergi entonces su mirada en aquellos ojos, sin poder apartarla. Pareca no haber odo la pregunta, y el extrao resplandor de sus pupilas lo atestiguaba: pareca responder a la muchacha con otra pregunta ms solemne. Kustaa se levant y fue a tenderse en la cama. No me siento bien dijo. Hay un poco de agua? Silja abandon sus ocupaciones y corri hacia el cubo, que estaba vacio. Sali. Kustaa permaneci solo. Casi se podra hacer figurar el aire de la habitacin como un personaje de esta escena. Kustaa tuvo la impresin de que aquel aire le miraba, que era lo nico que lo comprenda todo y que era un ser con el cual tendra que vivir en adelante. Se senta enfermo. Mir al suelo y record una mirada idntica (haca mucho tiempo): la que haba lanzado 58
por la puerta de la granja, en Salmelus, en la vieja propiedad, que haba casi olvidado. Se dirigi a la ventana, junto a la cual estaba el espejo. Se le ocurri mirarse en l; desde haca mucho tiempo no haba escrutado as su rostro... Vi a un hombre; pero quin era? El hombre que se haba vuelto hacia l antao para preguntarle su parecer sobre un asunto de la granja, en el ltimo mes de su vida. Aquella pregunta y aquella mirada conmovida y atormentada eran los nicos gestos mediante los cuales Vihtori Salmelus haba transmitido su heredad a su hijo. Kustaa vea de nuevo aquel rostro en el espejo: eran los mismos ojos y la misma boca, y haba la misma dulzura interrogativa en la mirada. Qu iba a sucederle? Qu decan el aire de la habitacin y el suelo?... Silja iba a volver, y se marchara muy pronto. No, no; hay que hacer frente, como otras veces, en ciertas circunstancias, a la vida... Silja trajo el cubo, y luego mir a su padre; ste se acerc, con las mejillas encendidas; llen el cucharn y bebi. No es hora de que te marches, querida? dijo, separando el cucharn de sus labios. Haba dicho querida por dos veces aquel da. La larga visita de la tarde, las numerosas impresiones recibidas del cielo y de la tierra y las miradas y las palabras de la gente haban hecho olvidar a Silja la opresin que se haba cernido por la maana en la casa, y que, inconscientemente, haba tratado de rehuir. Su padre acababa de decir que no se senta bien: estaba enfermo. La enfermedad era algo que lo mismo que la vejez Silja no llegaba a relacionar normalmente con su padre. Miraba ahora al anciano como se ve venir una desgracia a la que no se puede escapar. El observa, antes que ella, que unas lgrimas corren por sus mejillas. No te aflijas, querida Silja dice, ya se me pasar. No vayas a perder el barco. La angustia de Silja conmovi al padre, hasta el punto de que ste olvid su malestar; el cuerpo realiz sus funciones durante las ltimas horas, sin que el alma participara. Silja tena qne partir, y el vapor doblaba ya la punta del promontorio Sali, y Kustaa le acampa hasta el camino. Se detuvo en l, y asisti a la marcha de su hija, que no poda impedir. En aquel hermoso atardecer de verano, Silja caminaba con ligereza, y su padre admiraba su paso cadencioso. Vio desembocar en el camino a una muchacha, que se acerc alegremente a su hija. Un poco ms lejos, dos muchachos, que Kustaa reconoci, se unieron a ellas. Despus de una corta parada, el grupo se dirigi al embarcadero. Kustaa vi todo esto antes de regresar a su casa. Tuvo fuerzas suficientes para volver, y alguien vio que Kustaa haba, efectivamente entrado en su casa, donde fue encontrado muerto un poco ms tarde. Lo mismo que haba sido descubierto su padre en la granja. Silja, que haba pasado un instante en su alojamiento, jugaba en el patio cuando el dependiente del tendero fue a llevarle la triste noticia, hablando con abundancia, como lo hacia detrs del mostrador. Silja tuvo inmediatamente la impresin de haber abandonado, sin saberlo, a su padre, muerto en el borde del camino. Dirigi una mirada de extraeza a sus compaeras como si, a pesar de saber la noticia, hubiesen continuado jugando con ella. El dependiente demostraba no tener prisa para irse. Todos parecan esperar a que ella se marchara para continuar los juegos interrumpidos. Nadie fue a decir a Silja lo que tena que hacer. El ama de la granja pareca ms preocupada por otras cosas que por la muerte del padre de aquella catecmena. Ignoraba la situacin del difunto, y discuti, seguramente, con su marido sobre el pago de la pensin... 59
Para Silja, el camino de regreso era casi desconocido, y era ya tarde. Parti, sin embargo, sin hablar con nadie. El ama se admir; pero se consol pensando que seguramente la chiquilla regresara, puesto que no haban terminado an sus lecciones de catecismo. Silja continu su camino. Era domingo por la tarde, y, en los pueblos, los mozos miraban con desparpajo a la joven que pasaba. Nadie intent acercrsele; su expresin extraa contena a los lugareos, a los que gustaba, no obstante, atormentar a los desamparados. Eran cerca de las diez cuando Silja lleg al sitio en donde se haba separado de su padre. Se detuvo all, como si acabara de comprender lo que haba sucedido. Su caminata desde el pueblo hasta aquel sitio haba sido una especie de protesta contra las afirmaciones del dependiente de la tienda; a la entrada del sendero que la separaba de la casa sinti que se resignaba. Lleg hasta el patio, y not que la puerta haba sido cerrada desde el exterior. Se acerc a la ventana; pero las cortinas estaban cerradas y no poda verse nada por la rendija. Reinaba un silencio inmenso; no haba un alma en el camino ni una barca sobre el lago. En aquel instante, las vanas distracciones de la vspera y las diversiones de aquel da se encontraban muy lejos. El viejo Mikkola se acercaba lentamente a la casa por el camino. Vio a Silja desde lejos, pero no aceler su marcha. Lleg calmosamente, y Silja lo esper, silenciosa y plida, cerca de la escalera del patio desierto helado. As es; ya lo ves, pobre pequea... Apenas te habas marchado cuando... Mikkola sola ser habitualmente un tanto grosero; pero habl con Silja con ternura, contndole con toda clase de detalles cmo se haba descubierto la cosa y cmo, despus de colocar el cuerpo sobre la mesa, le haba enviado un mensaje a ella. Toda la existencia, anterior y reciente y la juventud huan rpidamente a lo lejos. En la suave noche de verano, el viento glacial de la vida se abati sobre la hurfana. Mkkola le hablaba como a una persona mayor: era la primera vez que la trataban as. Contaba que no haba entrado solo en la casa, sino que haba buscado un testigo, para salir al paso de posibles habladuras. Mientras continuaba hablando abri la puerta, y entr en la habitacin sombra. Silja le sigui. Imperaba un vasto silencio. Las cortinas, cerradas, impedan ver a Silja dnde se encontraba su padre... Mikkola avanz hacia la mesa: Le hemos colocado sobro la mesa; yaca ah al lado, y hemos pensado que...dijo. Despus se fue a abrir las cortinas, y se apart un poco. Silja vi, una vez ms, la parte inferior del mentn de su padre, el arco de las aletas de la nariz y las cuencas de los ojos, como antao. Los ojos permanecan entreabiertos, como lo estaban a menudo cuando descansaba en la cama y responda, en esta posicin, a las frases de Silja. Yaca silenciosamente, y en su rostro se haba helado la sonrisa que se haba dibujado en l en tan diversas circunstancias de la vida. Pareca sonrer ahora a Silja y a Mkkola, que lo miraban, y esperaban quiz que cambiara de posicin. Silja no lo comprendi todo hasta entonces, y rompi a llorar como una criatura. Su padre le haba contado a veces cmo haba dormido por primera vez en aquella casa, precisamente sobre aquella mesa. El rstico campesino no supo ya qu decir; retrocedi hacia la puerta, se acerc de nuevo y se puso a cerrar las cortinas. Lo hago para que no vengan a mirar; l no sabra nada, pero, de todos modos, es mejor as explic, mientras el llanto de Silja se iba calmando. A propsito: podras pasar la noche en mi casa. Dormirs con Tyyne, pues no puedes 60
volver al pueblo en plena noche Y luego habr que hablar del entierro... Yo me encargar de todo, si quieres... Tu padre tiene dinero, y no habr que enterrarle a cuenta del Ayuntamiento... Todava no he mirado si haba bastante en la casa; pero, en todo caso, lo hay en el Banco, y yo puedo adelantar lo que se necesite... La hierba mojaba los zapatos nuevos de Silja, pues haba ya roco. Se perciba un ruido nocturno familiar y ola a flores. Silja y Mikkola, que formaban una extraa pareja a aquella hora, se dirigan a Mikkola atravesando las granjas dormidas. En un patio observaron a una comadre curiosa, que, al ver pasar a Silja haca un rato y habiendo adivinado de lo que se trataba, quera ver si la pequea estaba muy afligida por haber perdido, sin ms ni ms, a su padre. Estaba muy seria, pero no lloraba cuando la he visto, fue a contar a su marido, que se haba acostado ya. Cuando llegaron a Mikkola, todo el mundo velaba an. El ama de casa y Tyyne, con quien Silja haba pasado la tarde, estaban muy preocupadas, y le dieron la mano; Tyyue le habl con un tono forzado, como si leyera en voz alta. Luego, madre e hija ofrecieron un poco de alimento a Slija, pero sta no quiso probar nada; las lgimas afluan a sus ojos, y tena la boca seca. Se fueron a dormir, y Silja se acost al lado de Tyyne. La primera noche de Silja no fue bendecida por el sueflo. Tyyne se durmi casi en seguida, y sus movimientos violentos turbaron el sueo ligero de su compaera. Esto desvi un tanto la atencin de Silja de las ideas que tenda a rumiar. La robusta campesina proyectaba sin cesar sus piernas sobre la dbil Silja, a la que aplastaba, y tena que luchar para desprenderse; entonces Tyyne se volva hacia ella y la besaba ruidosamente, emanaba de su cuerpo un olor agrio. Silja slo haba dormido hasta entonces con su padre, y haca ya algunos aos de esto. Pensaba, en su intimidad con aquella muchacha, en los muchachos con los que se haban encontrado al ir a tomar el barco, y en cmo haba hablado Tyyne... Pensaba tambin en las preguntas que le haba hacho su padre... Despus de aquella noche, Silja no experiment ningn afecto por Tyyne, a la que haba estado a punto de conceder su amistad. Le pareca que Kustaa Salmelus le haba indicado la buena direccin en aquella encrucijada. Por la maana, Silja, que se senta muy fatigada, volvi al catecismo, y Mikkola se ocup de los detalles prcticos del entierro, de los que la muchacha no hubiese sabido cmo salirse. Kustaa fue enterrado el mismo da en que Silja hizo su primera comunin; pero estos dos acontecimientos no causaron ninguna mpresin particular a la muchacha ni se grabaron en su memoria. SEGUNDA PARTE
LA HIJA
A pesar de haber sido escogido como tutor, por haber sido el primero que haba ayudado a la hurfana, Silja no permaneci mucho tiempo en casa de Mikkola. Despus que hubo hecho su primera comunin, y despus de haber pasado apenas una semana en casa de sus vecinos, las comadres contaban que Mikkola haba tenido mucha suerte al encargarse de su pupila, pues tena una sirvienta gratuita y cobraba, adems, los subsidios de la tutela. En aquellas bocas de dientes amarillentos, la herencia de Silja se hacia considerable, y poco a poco la prosperidad de Mikkola acab por depender exclusivamente de la habilidad que haba demostrado para apoderarse del dinero de Silja. En vista de estas habladuras, Mikkola busc una colocacin para la muchacha, a la que envi a Nukari, pequea granja a la moda antigua, donde seria la nica sirvienta. No haba mozo de labranza en la casa, y el dueo contrataba a 61
un jornalero, que era en aquel entonces un palurdo llamado Vaino, al que nombraban todos con el apodo de el Inspector. La cama de Vaino estaba junto a la puerta, y la de Silja, detrs de la estufa. Por la noche, cuando los los servidores estaban acostados, entablaban a veces curiosas conversaciones. Vaino desarrollaba sus teoras sobre el mundo, y su pensamiento no dejaba de remontarse con amplitud. Luego haca a Silja numerosas preguntas sobre su vida, que comparaba con la de l. Y, en el momento en que lo mejor hubiese sido dormir, se pona a hablar de boda, y preguntaba a la muchacha si consentira en casarse con l cuando hubiese ahorrado algn dinero. Silja careca del aplomo de una persona adulta, pero saba dejar esas preguntas sin respuesta. Entonces, aceptas? insista el muchacho. Ya te lo dir maana deca ella, dando a entender que quera dormir. El ama abra la puerta y entraba en camisa. A ver si te callas, Vaino; si no, vas a mojar la cama, lo que nunca falla cuando te agitas. Y t, Silja, no respondas a ese necio. Luego sala, y los criados guardaban silencio. Silja se alegraba en su corazn al verse tratada como persona razonable; pero pensaba tambin en el pobre Vaino. Y en ella misma; en los aos pasados, en las clases de catecismo y en su padre, cuyas facciones reales empezaban ya a desvanecerse y cuya imagen no poda ya evocar bajo sus prpados mientras esperaba el sueo. Una actitud, un gesto: he aqu todo lo que su mirada interior llegaba a percibir. Y, entonces, un doloroso escalofro cruzaba por su alma, pues su padre ya no era el genio tutelar de la habitacin en que descansaba, y donde tena que arriesgarse a dormir. Se sobresaltaba exhalando un dbil suspiro; oa la respiracin acompasada de Vaino; recordaba en dnde estaba, y acababa por dormirse. Una tarde de otoo, sombra y tempestuosa, Silja volva sola de la aldea vecina. Se haba retrasado, y cuando se puso en camino se apoder de ella un miedo indecible por la oscuridad: era la misma sensacin que haba experimentado antao al encontrarse sobre el banco de hielo, de donde su padre la haba salvado. Entre las dos aldeas, el camino se hunda en mi barranco y atravesaba un bosque, donde silbaba furiosa mente el viento al rozar las copas de los rboles. Las tinieblas eran como un pjaro descomunal, que agitaba unas alas temibles. Silja tuvo la impresin de que su padre se encontraba presente. En los lugares ms sombros apresuraba el paso, presa del miedo. A medida que el bosque se fue aclarando, aquella impresin vaga se cambi en una alegra no menos imprecisa, que se iba apoderando de ella lentamente. Para dominar el ruido que haca el viento en los rboles se puso a cantar. Su visita haba sido un xito, pues le haban ofrecido caf y le haban hablado como a una persona mayor. Un vecino joven, llamado Oskari Tonttila, le haba dirigido incluso la palabra con el tono de los muchachos que hacen la corte a las chicas. Tengo diecisiete aos, pensaba Silja, mientras se acercaba a la granja, canturreando. A su regreso a Nukari, encontr a todo el mundo de buen humor y hablando alegremente en el gran amasador. Su llegada fue un acontecimiento, y le cost trabajo dar razn a la duea del encargo que le haba hecho, pues todos charlaban y bromeaban. Haba all un hombre grueso y de constitucin sangunea, que llevaba una sortija con una piedra preciosa y una gruesa cadena de reloj. Era el hermano del dueo, que haba regresad de Amrica, y que parta de nuevo para all. Haca su visita de despedida. Se llamaba Ville, y supo animar muy bien la velada en la sala inhospitalaria. Tena una voz chillona, y cuando cantaba daba notas ms altas que las de las mujeres. Cant varias canciones, y supo incluso incitar a Vaino para que cantara 62
chocarreras, que ste saba de su padre, y que nadie conoca. Todo el mundo rea a carcajadas, debido, en parte, a la manera de cantar de Vaino. El dueo acompa durante unos momentos a su criado, y ste se mostr ofendido de que hubiese alguien que conociese sus canciones. Ville Nukari haba corrido el mundo, y haba adquirido cierta experiencia para juzgar a las personas. Segn su parecer, Silja era una muchacha bastante bonita, pero demasiado joven y un poco infantil. Se mostr amable con ella, y se las arregl para hacrselo notar. Vaino se haba puesto a cantar una tonada de baile, y Ville invit a Silja y bail con ella, mientras los dems miraban. Silja se dio cuenta de que saba bailar la polca; cuando Vaino aceler el ritmo de su tonada, los bailarines no dieron ni un paso en falso, girando como peonzas sobre el suelo. Al terminar el baile, Ville levant a su pareja y la llev en vilo a la cama, en donde se sent a su lado, abandonando durante un momento su mano en la cintura de la muchacha. El americano no se propas con Silja, y cuando se despidi de ella, al da siguiente, le pidi permiso para escribirle, y ella se lo di. Recibi, en efecto, varias cartas muy divertidas, a las que la muchacha respondi. Una de ellas contena un bonito pauelo de seda, como no se haba visto todava ninguno tan bello en el pueblo. Todo el mundo lo supo, pues la muchacha no lo ocult, y esto dio lugar a muchos comentarios, pues no era natural que un hombre de ms de treinta aos se insinuara de aquel modo con una chiquilla que acababa de hacer su primera comunin. Aquella aventura con Ville tuvo consecuencias desagradables para Silja. Sus relaciones con l no eran las que imaginaban las comadres despus de la llegada del hermoso pauelo; para ella, Ville era un pariente amable y atento. As, pues, cuando Oskari Tonttila empez a cortejar a Silja, sta no comprendi que su correspondencia con Ville explicaba el atrevimiento del joven. Este no hizo, por su parte, ninguna alusin a dichas circunstancias. Sacaba a bailar a Silja en los bailes yla acompaaba luego a su casa, cogindola por la cintura. Cada ser tiene en su juventud acontecimientos particulares y perodos cuyo recuerdo suscita ms tarde un sentimiento de repulsin. No se trata siempre de malas acciones ni de hurtos secretos salvo, quiz, algunas picardias infantiles o el mantenimiento obstinado de una mentira evidente; slo se trata, de ordinario, de una opresin desagradable. Y no es raro que estas heridas se relacionen con el despertar del instinto sexual, que se concentra a veces en objetos extraos y hasta ridculos En la mayora de los casos resulta difcil precisar cul ha sido el objeto del primer amor de un ser. Durante su estancia en Nukari, Silja Salmelus tuvo, pues, como novio a Oskari Tonttila, que era algo mayor que ella, pues iba a cumplir los veinte aos. Era un muchacho alto, rubio y poco hablador, excepto cuando tena unas copas de ms, en cuyo caso se converta en bullicioso y pendenciero. Su familia viva en las afueras del pueblo; el padre era brusco y enrgico, y la madre, una mujer robusta, que haba tenido una docena de hijos. Estos abandonaban la casa en cuanto podan, pues el viejo Jussi no ganaba bastante para alimentarlos durante mucho tiempo. Volvan a veces a la casa cuando se quedaban sin colocacin. Actualmente, Oskari viva en casa de sus padres, pues se haba contratado para un largo trabajo en la vecindad. Oskari tenia buen carcter; pero, al igual que su padre, a quien se pareca mucho, poda ser grosero en alguna ocasin. Una noche, a la salida de un baile, acompa a Silja, como lo haba hecho otras veces con otras muchachas. Como todas sus compaeras tenan su novio, y se mostraban por ello muy satisfechas 63
incluso se apretaban muy fuerte con ellos, Silja no se atrevi a rechazar a Oskari. Este, por otra parte, no hablaba mucho, caminando a su lado y cogindola, a veces, del brazo... Los grupos se desparramaron por los senderos, y, por ltimo, la pareja se encontr sola cerca de Nukari. Entonces, Oskari se volvi locuaz. Con voz curiosamente familiar y dulce interrog a Silja por su vida cotidiana y cont varios chismes del pueblo. Encendi un cigarrillo, y, en la esquina de la granja, Silja se detuvo para despedirse. No puedo entrar en la casa contigo? le pregunt Oskari, como si fuera algo muy natural. No, pues Nukari duerme cerca de la puerta, y su mujer tiene el odo muy fino. La pretensin de Oskari diverta a Silja. Qu querr hacer en la casa, en plena noche?, se preguntaba. Oskari permaneca inmvil, chupando su cigarrillo y balancendose ora sobre una pierna, ora sobre la otra. Pareca esperar que pasara alguien para que se enterara de su presencia all. La noche era tranquila, y no se oa siquiera el relincho del caballo en la cuadra. Entonces, Oskari tom el camino de regreso y Silja entr en la casa. As fue como trabaron conocimiento, y las gentes se habituaron a verlos regresar juntos. Oskari se atreva ya a colocar su mano en la cadera de su compaera, y la pareja se alejaba lentamente, como las dems. Una comadre dirigi ciertas alusiones a la duea de Nukari; pero sta asegur que ni Oskani ni ningn otro hombre iban a reunirse con Silja en la habitacin de sta por la noche, y mucho menos durante el da. Silja es tan dulce e inocente (salta a la vista), que lo ignora todo todava... No se sabe nunca, con esas muchachas...dijo la comadre. Como Oskari no se ocupaba en aquel momento de otras muchachas, stas, segn el carcter de cada una, formularon suposiciones y habladuras. Ningn joven se atreva a acercarse a Silja, que viva en una inocencia virginal completa, mientras los hermosos aos de la juventud se sumaban a su edad. Por la noche, los discursos de Vaino se haban hecho amargos, y pronunciaba a voces algunas palabras que aludan, evidentemente, a Oskari. Pero slo hablaba de las aventuras femeninas anteriores de su rival, lo cual, lejos de irritar a Silja, ms bien la diverta. La joven se senta orgullosa por tener un novio que haba tenido relaciones con otras muchachas antes que con ella. Los aos pasaron y no sucedi nada. Silja permita a Oskari que la cogiera por el talle durante sus paseos nocturnos. Se encontraban a veces en el pueblo, y, cuando haba gente delante, Oskari se mostraba locuaz y bullicioso. Gastaba unas bromas un poco libres, que las dems muchachas podan oir perfectamente. Pero en cuanto se quedaba solo con Silja, tanto sus palabras como sus actos eran dulces. Un da en que estaba borracho, o finga estarlo, se enfad por causa de Silja. A la salida del baile se haba quedado un poco atrs, y un muchacho aprovech la ocasin para lanzar a Silja su acostumbrada broma: Toma! He aqu la madre de mis hijos! Acudi Oskari, y replic con viveza: No, monn. T eres el hijo de tu mam, y no debes separarte mucho de sus faldas, pues, de lo contrario, te van a zurrar. El muchacho respondi con un gruido, al que Oskari replic, a su vez, con un empelln que hizo rodar al osado por la nieve. Pero el regreso de Silja y Oskari fue turbado por los compaeros del bromista, que los persiguieron durante un rato con sus gritos y cuchufletas. Cerca de Nukari, Oskari dijo a Silja que le esperara, mientras iba a ahuyentar a aquellos aguafiestas; pero la muchacha le dio las buenas noches y entr en la casa. 64
Aqul fue su ltimo paseo nocturno, pues a la semana siguiente Oskari parti para la Finlandia del Sur, donde los rusos construan fortificaciones, y, segn se deca, pagaban a los peones jornales fabulosos; los que no eran tontos podan recoger all mucho dinero. Oskari fue con dos o tres vagabundos. Estaban de muy buen humor, como si se marcharan a la guerra, y aseguraban a los que se quedaban que iban a ganar mucho. Habian bebido, y Vaino, que se encontraba con ellos, haba tomado parte en la francachela. Luego, Oskari se dirigi atrevidamente a Nukari, en donde nadie se haba acostado an. Los dos muchachos entraron en el amasador, hablando en voz alta; Oskari tena la voz un poco ronca, y declar que vena a despedirse de la prometida de Vaino, y ste aadi que poda verla, pero no tocarla. Aquella visita importun a Silja; pero era el ltimo encuentro con Oskari antes de una separacin de un ao. El joven parti al da siguiente por la mafiana, y cuando volvi, mucho tiempo despus, no pudo reanudar las antiguas relaciones, debido a que, durante su ausencia, Ville haba regresado de Amrica y prestaba servicio en un aserradero como encargado de las compras de madera. En calidad de tal reapareci un buen da en Nukari y pas all la noche. Por desdicha, su hermano se encontraba ausente, y Ville se port indignamente. En apariencia, la velada transcurri como el da de la despedida. Pero haba novedades. Silja haba prosperado y embellecido, y su ama hizo alusin a sus relaciones con Oskari. Esto impresion al americano, que trat por todos los medios de demostrar su superioridad sobre los jvenes del lugar. Sac una botella de su maleta e invit a beber. Cuando todos estuvieron un tanto excitados, Ville habl de Amrica y de sus dlares, y hasta sac su cartera para ensear unos billetes. Silja se acerc, como los dems, para verlos; Ville tom uno de ellos, que tena una forma alargada y llevaba impresa una cabeza de hombre parecida a la de una mujer, y lo tendi a Silja, diciendo: Quieres aceptar este pequeo recuerdo? La muchacha enrojeci confusa, no osando aceptar ni rehusar. Tmalo, ya que te lo ofrecen dijo el ama, con voz un tanto irritada. Qu voy a hacer con esto? dijo Silja, riendo de buena gana; y como Ville no quera volver a coger el billete, ella lo deposit en un ngulo de la mesa. Pues bien: ser para mi dijo Vaino, alargando el brazo. Pero Ville anduvo ms ligero que l, y volvi a meter el billete en su cartera. Luego invit de nuevo a beber. El ama no quiso aceptar, y prohibi a su hermano poltico que emborrachara a aquel botarate de Vaino. Qu puede importarle, si esto no perjudica el trabajo? protest Vaino, con voz que traicionaba la influencia del alcohol. Ya lo creo que me importa. Tanto, que todo el mundo se va a ir ahora mismo a dormir, y Ville igual que los dems. Ville tom an un trago antes de dirigirse al otro extremo de la casa, donde se le haba preparado una cama. Vaino y Silja se acostaron como de costumbre, y se apag la lmpara. En la habitacin grande, las voces del ama y de sus hijos callaron muy pronto; toda la granja pareca dormir. Pero tan slo dorman los nios. La velada haba estado muy animada; el alcohol alejaba el sueo, y los pensamientos volaban con agilidad. Por otra parte, el dueo no se encontraba en la casa. Si ocurra algo extraordinario, habra que recurrir a su hermano, aquel rechoncho burgus. La puerta interior del amasador gimi... Andando a tientas, un intruso explic que se le haba olvidado algo, y que no haba dado las buenas noches a Silja. Se dirigi hacia la cama, se sent, y luego se tendi al lado de la muchacha. Vaino oy murmullos y ruido, y, sobre todo, las protestas de Silja. Era un bendito, lo sabia 65
bien; pero el otro estaba abusando de verdad. Se puso a respirar fuerte y acompasadamente, para que creyeran que dorma. Pero escuchaba y segua todo lo que pasaba en la otra cama, pensando, aterrado, en las palabras que haba dicho a Silja tiempo atrs; si la joven fuese ahora su novia, se le impondra a l un deber muy desagradable: echar de all al galanteador. Pero Silja no le habia tomado nunca en serio y se haba aficionado a Oskari, que vagaba ahora por el mundo. Que luche sola, o que sucumba, se dijo Vaino, tendiendo el odo. El visitante permaneci cerca de una hora en la cama de Silja. Vaino tuvo tiempo de acordarse del hermoso pauelo enviado en una carta. Luego oy sollozar a Silja, que hablaba al mismo tiempo; algunas palabras eran pronunciadas en voz alta. En aquel momento, la puerta se volvi a abrir y entr la duea, en camisa, con una lmpara en la mano. Sin titubear, fue directamente hacia la cama de Silja y apostrof con acritud a su cuado. Silja trat de disculparse, sollozando, pero el ama le dijo: Cllate lo s todo. Aquella frase atorment durante mucho tiempo a Silja, pues no deca si el ama saba, verdaderamente, lo que haba pasado. Dada la forma con que la trat despus, Silja comprendi que lo haba odo todo o que lo habia adivinado. El seductor era un pariente, y la mujer haba tenido que tratarle con mayor consideracin que a un vulgar criado. As, pues, la muchacha no conserv un mal recuerdo del ama de Nukari. Al comenzar la primavera, Silja dej aquella granja. Pero ocurrieron antes ciertos hechos dignos de figurar en esta historia. *** Corra el mes de abril. Haba llovido, y algunos das se sentia calor. Piaban los primeros estorninos; algunos pretendan haber visto ya un aguzanieve, y otros afirmaban haber oido a una golondrina. Pero los hielos permanecan slidos. Sobre los lagos, la nieve se haba derretido, y se vean charcos de agua que rizaba el viento. Una tarde iba Silja por el camino de la iglesia, hacia el Norte. El sol se pona en una entalladura del horizonte; pero se encontraba an a tres dedos de los rboles. Silja recordaba aquella vieja medida que le haba enseado su padre, y levant tres dedos finos y transparentes, lo mismo que haba hecho su padre antao, en la pradera... Caminaba a buen paso, y, como no haba nadie sobre el hielo, pudo abandonarse a si misma. Avanzaba alegremente; su cuerpo pareca bailar al son de la meloda que musitaban sus labios. El sol enrojeci e hizo llamear el cielo. La muchacha levant la ca-beza, como para recoger los ltimos rayos con su rostro. Sus ojos parecieron participar entonces del arrebol que suba de las mejillas. Y los labios continuaron musitando la meloda que acompaaba el movimiento de sus pies. El alma de la joven conservaba ya gran nmero de recuerdos vividos que, en momentos como aqul, se expresaban con un delicado xtasis, pues los reflejos del cielo primaveral sobre el rostro correspondan a las disposiciones ntimas. Como millares de jvenes de su edad, que residan en aquellas y otras aldeas, haba vivido otoos y primaveras, inviernos y veranos, y se haba dado cuenta de cmo los hombres, los animales y las plantas viven en cada estacin, cmo subsisten y se reproducen, y todo lo que les sucede sin que puedan evitarlo: lo bello, lo feo, lo espantoso, lo que reconforta y lo que repugna a la conciencia. Haba visto los ojos de una joven en la tarde en que se lean sus amonestaciones matrimoniales; haba visto amamantar a un recin nacido cuya existencia slo se manifestaba, ocho das antes, por la corpulencia de una mujer; haba visto a unos hombres pelearse, y 66
brotar la sangre de los animales degollados. En las profundidades secretas de su propio cuerpo haba percibido fenmenos, unos lentos y otros rpidos, que afectaban, asimismo al alma y ocupaban el pensamiento. Ella misma haba luchado con el hombre, y lo haba vencido. El resultado de todo aquel pasado era su alma abrasada por el sol de abril. El camino recto y duro se alargaba. Se acercaba un trineo. Silja estaba tan absorta que no se fij en l hasta el ltimo momento. Se separ: era un carretero de la aldea vecina, que la salud. El trineo llevaba detrs un remolque, en el que haba un hombre sentado: Oskari Tonttila. Aquel encuentro inesperado sobresalt a Silja, que olvid por un instante el esplendor del sol de poniente y no se atrevi a volverse. Sus grandes ojos claros estaban abiertos, pero no vean; su mirada se diriga hacia su interior, donde se haba roto algo de repente. Haba cesado de canturrear. No haba nada de extrao en que se sintiese sorprendida por lo que pasaba en ella. Cuando se haba marchado, Oskari era tan slo para ella un amigo, y sus relaciones tendan a enfriarse. Pero qu suceda ahora? Por qu aquel temor angustioso? Por qu le pareca imposible esta idea cruz por su mente como un relmpago que aquel joven la acompaara de nuevo, como antes, si la encontraba en el baile? Si hubiese sido de noche, y si se hubiese encontrado en un bosque agitado por el viento, el miedo le habra hecho apresurar el paso. Le pareca, incluso, poco seguro recorrer las llanuras del pueblo, y, al regresar, tema verdaderamente alguna cosa. El cielo haba tomado el color azul de los atardeceres de primavera, y se vean en l algunas estrellas, y hasta muchas de ellas si se miraba bien. Poda descubrirse tambin, sobre la vasta extensin helada, que las estrellas conocidas tenan una posicin diferente que hacia Navidad... Otra cosa habia cambiado tambin, era evidente. Silja, despus de su inquieto paseo por el hielo, no deseaba ser acogida en el amasador de Nukari por la alegra de una fiesta, no. A su llegada, la granja se encontraba silenciosa. Silja dio cuenta del resultado de su diligencia, y luego se meti en la cama ms lentamente que de costumbre. *** Silja no volvi a ver a Oskari hasta el domingo siguiente. No haba hecho ms que pensar en l, mientras trabajaba, al acostarse por la noche y por la maana al levantarse, y esto la admiraba. Por qu haba tomado tanta importancia aquel hombre durante la ausencia? Lleg el domingo, y fue una clida jornada primaveral. No se poda circular por los lagos, pues el agua haba aparecido en diversos lugares, y los grandes bloques de hielo se haban puesto en movimiento. Un fragmento del camino de invierno haba sido empujado hacia la orilla, en la que recalaba una faja de estircol, cajetillas de cigarrillos vacas y otros despojos, que despertaban en todos el deseo de la primavera. El invierno haba pasado. Durante todo el da, agua no ces de caer de las goteras, haciendo pequeos agujeros en el hielo. Pero, por la noche, el tiempo refresc, las gotas cesaron de perforar sus agujeros y formaron caprichosos carmbanos en los aleros de casas. Al da siguiente, el aire ola a tierra helada, el sol brillaba alegremente sobre los carmbanos azulinos, en los botones rojos de los abedules y en la superficie de las paredes grises. Pero antes del alba hubo la noche del domingo. Oskari Tonttila viva con sus padres, a cuya casa haba llegado trayendo mucho dinero. El viejo Jussi estaba tendido en la cama, que resultaba un poco corta para l, por lo que su cabeza se apoyaba en la madera. Estaba escuchando y mirando, y slo intervena en la conversacin cuando sta amenazaba agriarse. Oskari y Miina discutan hablando de dos muchachas; una de ellas acabaza de tener un hijo, mientras la segunda 67
esperaba otro. Tambin hablaron de SiIja. Entonces, Jussi intervino en la conversacin, con algo de retraso: S, hay que ser prudente con esas prjimas; si se expone uno a tener que educar hijos ajenos. Oskari se encontraba en el centro de la habitacin del piso bajo, por la que se paseaba haciendo crujir botas, fue a la ventana para echar una mirada sobre el lago en deshielo, apoyando el codo en el marco. Las palabras de su padre resonaban en su alma. Formul una pregunta sobre el particular, y el viejo le respondi con una frase ms grosera an, que se refera a Silja. Y entonces... con quin?pregunt Oskari, con voz un tanto irritada. Su madre le expuso el caso con frases entrecortadas, mientras preparaba el caf. Dicen que ese gordifln de Ville ha pasado una noche con ella... Parece que es el jefe de los armaderos o que compra madera para el aserradero desde que regres de Amrica. Quin ha hablado de eso? Fue Vaino, que duerme en la misma habitacin. Y es verdad, pues la duea los sorprendi hacia la maana. Oskari fue a acodarse a la otra ventana. Luego err por la pieza, silbando, lo que indicaba que iba a salir. Miina saba por experiencia que su hijo no volvera a casa hasta muy tarde... Otros jvenes salan a la misma hora de sus chozas, y se los vea por los caminos formando grupos, dirigindose al sitio en donde tena lugar la reunin aquella noche. Todos ellos regresaban por la maana, despus de haber bailado y batallado, para cortar la monotona de los das con la diversin del domingo por la noche. Una o dos veces al ao sola suceder que un hombre, que haba salido de su casa el domingo, no regresara a sta. A veces haba dos: uno, tendido en la mesa de operaciones, esperando la llegada del mdico y su ayudante, y el otro, encerrado en el calabozo de la Comisaria. De este modo, un lnguido atardecer de abril puede ver nacer o terminar historias que todos han visto y odo desarrollarse en todas partes, asomados a una ventana, como una sirvienta sentimental, o pasendose por el pueblo. En las tardes de primavera, cuando ya no es invierno, pero tampoco verano, la regin entera parece sumergida en la muda espera de los mil incidentes que, al final del claro domingo, van a ocupar apresuradamente su lugar para encadenarse y realizarse, bajo la gida del crepsculo y de la noche. Hacia finales de semana, un rumor, salido no se saba de dnde, haba anunciado que se bailara en determinada granja. A menudo, los interesados se enteraban de la noticia con sorpresa, y se preguntaban quin poda ser el que haba anunciado que se celebrara el domingo un baile en su casa. Nadie ha venido a pedirme la gala, deca el dueo, con sequedad. Pero el domingo por la tarje empezaba llegar gente conocida, a la que no era posible despedir, mxime cuando se haban instalado en seguida cmodamente. Luego llegaban otros, e incluso uno con un acorden, que ensayaba un poco, slo para divertirse. Despus se iniciaba suavemente una polca. Dos muchachas se ponan atrevidamente a bailar, el msico se animaba y el baile haba empezado... Al cabo de una o dos horas llegaba alguien, a quien miraban todos con desconfianza: Ah! Es l! Est un poco borracho; ser predso no perderle de vista. El baile es un acontecimiento vivo, cuyo curso no pueden determinar los bailadores. Trastorna o precipita a veces los modestos destinos de la juventud. 68
Durante toda la semana, Silja haba vivido bajo la impresin del inesperado encuentro sobre el hielo. Inconscientemente, esperaba volver a ver a Oskari una tarde, y acuda a los sitios donde crea poder encontrarlo. El domingo supo que haba baile en casa de Pietila, y se mostr durante todo el da tan bulliciosa, que incluso su ama se enfad y la amenaz con no dejarla salir. Silja no dijo nada, pero realiz su trabajo lo ms rpidamente posible. Vamos! Te permito ir, pues no me gusta ver la cara que pones dijo el ama, con benevolencia. Las dos mujeres cambiaron una sonrisa, y Silja se sinti de nuevo feliz. Pero haba que esperar todava unas horas, y Silja no tena ninguna compaera en la vecindad, De hecho, slo pensaba en una persona. Esperaba tanto encontrarse con Oskari antes del anochecer, que termin por creer que sucedera as, como si ambos se hubiesen dado cita. Empez a vestirse en el amasador, un poco molesta por la presencia de otras personas. Sus mejillas estaban coloradas y sus ojos brillaban. El ama estuvo mirando, durante unos momentos, cmo se arreglaba su sirvienta; observ la expresin del rostro y los movimientos del cuerpo juvenil, que traicionaban el estado de nimo de la muchacha. Haba en su voz algo de piedad y repugnancia cuando dijo: No te entusiasmes tanto, hija ma; esto no es buena seal. Ten cuidado... eres todava tan nia... Silja no escuch aquella advertencia, y parti. Sin pensarlo, se dirigi con decisin hacia Tonttila, como si fuera a un mandado. Atraves los campos y subi luego a un bosque poco tupido: parecan concentrarse en l todos los matices del atardecer de abril. Al Noroeste, el cielo resplandeca; pero visto desde el bosque no era tan inmenso como en los das pasados, en el lago; la luz se filtraba por entre los lamos desnudos. Las ramillas y los zarzales se dibujaban en el cielo, y parecan admirar tambin el resplandor crepuscular. Las innumerables cimas permanecan inmviles; pero decan a la joven, cuyas miradas se posaban sobre ellas, que comprendan sus sentimientos ntimos. Era un hermoso atardecer dominical, rico en acaecimientos, que se sucederan hasta el final de la primavera. Por aquel camino, Silja senta que una alegra nueva invada su alma. Los matorrales se hicieron raros, y el camino atravesaba de nuevo unos campos estrechos y vallados. Silja percibi la casa de Tonttila, cuya ventana ms alta pareca darle la bienvenida. Era la casa de Oskari, en la que vivan su padre y su madre, los cuales conocan seguramente las relaciones de su hijo antes de su marcha para el Sur. Silja haba encontrado algunas veces a Miina en el pueblo, y slo haba observado en su mirada un poco de curiosidad. El ama de Nukari haba dicho, incluso, que Silja sera aceptada por Miina, pues la muchacha tena dinero. Aluda a la pequea herencia, cuya importancia parecan conocer los habitantes del pueblo mejor que Silja. El camino dej, al fin, a Silja junto a una ventana de Tonttila. La joven tuvo la impresin de que le era imprescindible entrar en la casa, pues haba avanzado demasiado para retroceder. Pero naca en su espritu una inquietud que iba en aumento. Camin lentamente, esperando que la veran desde la casa y que alguien saldra a su encuentro. Pero nadie pareca haber visto a la angustiada visitante. Con todo, alguien observaba a escondidas en la vecindad los pasos de Silja: Vaya! Vaya! Es ella!... Silja se detuvo en el patio; mas luego avanz resueltamente y penetr en el vestbulo, donde percibi el olor particular de la casa. Puso la mano en el pasador usado por los dedos de los moradores y entr en la sala, cuyo orden y costumbres haban sido establecidos por la colaboracin entre la enrgica duea y los aos. 69
El marido y la mujer ocupaban sus sitios habituales. Jussi conservaba la misma actitud que al lanzar sus groseras acusaciones contra la joven que acababa de entrar; Miina terminaba de preparar el caf y enjuagaba la panza de la cafetera; el viejo permaneci silencioso. tendido en la cama; poda verlo todo sin necesidad de volver la cabeza, y su mirada tena cierto aire de desprecio, pues recorra las mejillas y la nariz. El hombre aquel tena unas ganas locas de rer. Silja se senta algo molesta. Miina le dirigi una nueva mirada, y le dijo con tono adusto: Sintate. Por qu no te sientas? Est Oskari en casa? Ya ves que no y la cafetera pas del fogn a la mesa. Ha ido a Peitila? Podra ser, a menos que haya ido a ver unos bosques o a comprar madera. Silja comprendi la alusin a Ville, y, cosa extraa, sinti de pronto desaparecer su angustia. De repente tuvo la impresin de que Oskari se encontraba muy lejos de ella, y que l y Ville se dirigan a alguna parte como buenos amigos. Qu hago en esta casa? Por qu he entrado aqu? Corro detrs de un hombre que me ha tenido cogida por la cintura. Srvete dijo Miina. Y como Sllja no hiciera ningn movimiento, insisti: Srvete. O es que no quieres caf? Ninguna mirada acompaaba a estas palabras. Del mismo modo que hay que responder siempre a un saludo, aunque parta de un vagabundo, precisa ofrecer caf a toda persona que se encuentre en la casa en el momento en que ste se sirve. Silja se acerc a la mesa; su vestido, su sombrero, sus zapatos, todo su ser se desplazaron en la sala de Tonttila, instalndose en una silla vieja. Miina y Jussi no pudieron dejar de observarlo... Silja tom el caf, cuyos gusto y olor recordaban la atmsfera de la casa. La presencia de Silja equivala, en suma, a una gran osada. Los esposos, que rara vez estaban de acuerdo, experimentaban ahora una idntica sorpresa. Se trata ba, sin embargo, de una muchacha seria, limpia y bien vestida; pero qu atrevimiento haba en el hecho de ir de aquel modo al encuentro de un joven! No hay nada de extrao en que les nazcan hijos, pues no siempre los hombres tienen la culpa declar Miina, cuando Silja se hubo marchado. Jussi no dijo una palabra, pero su silencio era una aprobacin. Los Tonttilas se sintieron muy satisfechos de su granja, de sus hijos y de sus costumbres. Oskari poda regresar al alba... Aunque se haba producido un gran cambio en ella, Silja parti tranquila, aunque un poco fra, y emprendi el regreso con la misma inconsciencia que a la ida. Apenas se encontr de nuevo en el camino oy unos gritos ahogados tras ella. Pero no se volvi; lo que ocurra era muy natural, pues la haban espiado a la salida. Luego oy unas palabras, que le hicieron acordarse bruscamente de los incidentes de cierta noche. El instinto le haba dicho entonces, con toda seguridad, que, durante su lucha nocturna en la cama de Nukari, haba alcanzado una victoria preciosa, y que despus de aguella noche era una adulta, que conoca la vida y poda lanzarse por sus caminos. A medida que se concretaban las impresiones que haba experimentado en Tonttila. aquel acontecimiento se le hacia ms presente, y creca y se desarrollaba, pero tomando la forma que los dems le haban dado a su antojo. Silja vea ahora las cosas con los mismos ojos que los dems, pero esto no la turbaba. El sentimiento de victoria, gue hasta entonces haba sido semiinconsciente, se consolidaba y fortaleca. Su inteligencia se despertaba cada 70
vez ms, y se senta animosa. Empezaba a presentir cmo le precisaba vivir su vida. Oskari no se encontraba, efectivamente, en la casa. Silja no haba hablado an a solas con l. Pero aquello era slo un detalle. Ahora, a pesar de todo, crea haber escapado a las asechanzas del americano. Se volvi y reconoci a dos muchachas que se acercaban: Lempi e Iita. Trabajaban en el pueblo vecino, y se dirigan al baile. Despus de cierta vacilacin, Silja se uni a ellas. Has ido a visitar a la vieja Miina? le pregunt una de las jvenes con aire inocente, pero con cierta irona en sus palabras. Silja respondi: Estaba tambin Jussi. Es verdad, y Oskari tambin aadi la sirvienta, guiando un ojo. Nos hemos cruzado con l cerca de Siltas dijo, sencillamente, la otra. Cuando llegaron, la velada estaba en su punto mximo. Era verdaderamente una fiesta, con entrada de pago; entre los bailes haba algunos nmeros de diversin. En el fondo de la sala se vendan papel y sobres para el correo jocoso, y haba sido colgada del techo una mochila para recibir las cartas. Todo estaba tranquilo, pues los jvenes ms aventajados no haban llegado todava; a lo mejor estaban borrachos, ya que lardaban tanto. Oskari no se encontraba presente. Unos jvenes invitaron a Silja a bailar, pero no lo hacia bien aquella noche; a cada paso, sus pies parecan preguntar lo que tenan que hacer. Poco a poco iba llegando ms gente. Hacia las diez, Silja vi, por fin, a Oskari en el umbral. Haba llegado hacia un momento y charlaba con Lempi e Iita, que soltaban a menudo la risa, inclinando el cuerpo hacia atrs y doblando las rodillas. Silja se sinti un poco molesta cuando, al terminar l baile, se encontr cerca del grupo. Lanz una mirada a Oskari, que contaba un chascarrillo. No tiene nada de extrao... Iba a pedir a Jussi que le vendiera madera. Ya sabes que est al servicio del aserradero de Ahlstrom... o Rosenlev... Eh, Silja! En qu aserradero trabajabas? Las dos muchachas se volvieron hacia Silja, cuyos ojos se haban ensombrecido, pero jugaba en sus labios una hermosa sonrisa. Luego se alej tranquilamente, y el delicioso resplandor de su rostro le atrajo muy pronto nuevos bailadores. Pero ella buscaba tan slo una ocasin para esconderse. Esta se le ofreci cuando se estaba distribuyendo el correo jocoso; todas las miradas convergan en el mismo sitio, y todos prestaban atencin a los nombres que pronunciaba el cartero. Silja se encontraba afuera sin que nadie la hubiese seguido. Al final de la distribucin quedaron algunas cartas, que se vendieron al mejor postor. Un mozo de labranza puso precio a una de ellas, dirigida a Silja Salmehis. Despus de habrsela ledo a sus compaeros, la clav con un alfiler en una de las paredes de la sala, donde permaneci hasta la maana, seguida de numerosas adiciones. He aqu lo que deca: Qu precio paga Rosenlev por la madera que se corta en la cama del amasador de Nukari? Seria muy divertido hacer compaa a la seora, pero tengo que ir a cortar madera durante el resto de la noche, pues no rengo dlares americanos para comprarla. Conque adis, y hasta la vista. Uno; pero, no un amigo. Aquella noche de abril haba tenido, pues, sus chismes. Para los hombres tocaban ya a su fin, pues la aurora se acercaba; era una aurora de abril extraordinariamente fra, y tan rica en colores como lo haba sido el atardecer, pero 71
ms alegre y resplandeciente. Al dejar el polvo de la sala caldeada, resultaba delicioso aspirar el olor del hielo. Cuando Silja lleg a la granja, el madrugador aguzanieve saltaba ya sobre el tejadillo de la pocilga; no tena miedo y demostraba una alegre confianza: no levant el vuelo hasta que sus ocupaciones, sin duda importantes, le llamaron a otra parte. Silja se senta libre y gil. Oskari y Ville se econtraban lejos de su pensamiento; no llegaba a comprender su extraa visita a Tonttila, que alej de su memoria, y que no volvi a ella hasta mucho ms tarde, en otras circunstancias, pero en forma alterada, una noche. Se senta ahora feliz como el alba: el sol expulsaba al sueo, as corno tambin el recuerdo de lo que haba sucedido en aquella habitacin, en la sombra. Vaino no se encontraba en su cama; probablemente habra pasado la noche en casa de sus padres. El ardor del sol aumentaba, y sus rayos, que caan ya sobre la mesa, no tardaran en llegar a la cama. Silja haba vivido, a veces, momentos semejantes, antao, en los das lejanos de su infancia, despus de un acontecimiento feliz. Su vida haba sido tejida con instantes parecidos, de los cuales haba salido mejorada. Senta ahora que se haba enriquecido, y que tena ms confianza en si misma, como si su difunto padre, cuyos rasgos no recordaba ya, viviese an con ella, y como si hubiesen convenido juntos de qu manera haba que conducirse con la gente. Silja no tena ganas de dormir, y se tendi, vestida, en la cama, para disfrutar mejor de aquel instante. So que su vida iba a tomar un curso diferente. Se ira lejos, y todo se ensanchara... Llegaran la primavera y el verano, llevando sus costumbres a las granjas, caminos y pueblos... La gente sera ms fuerte y mejor que la de aqu... El sol brillara. Brillaba ya sobre los prpados cerrados de la muchacha, y su rojo resplandor penetraba en la conciencia, que viva su vida propia. Hasta el momento en que el ama fue a despertar a Silja. golpendola en el hombro, cosa que no haba tenido que hacer nunca. En pie, en pie! Y cambiate de ropa... Se ve que te diste un atracn, ya que dormas tan fuerte aadi. Un atracn, de qu? pregunt Silja, con voz torpe y abriendo los ojos. De lo que fuiste a buscar a medioda. El sol estaba ya alto, y su luz aniquilaba todo el mal que alcanzaba directamente. Las insinuaciones del ama no conmovieron a la muchacha, que, feliz, cambi sus vestidos. Al hacerlo, dirigi casualmente una mirada a travs de la ventana, y vi a un hombre que se acercaba. Era Oskari. El pensamiento de Silja recorri en un instante el trayecto que haba recorrido Oskari en dos horas. El camino por el que venia llevaba a una choza, cuya puerta se abra con facilidad a los jvenes... Silja haba odo hablar de ella ms de una vez, y se haba redo mucho... Aquella muchacha hospitalaria estaba en el baile la noche anterior, y hasta haba contado una historia dulzona. Oskari pareca fatigado e importunado; al pasar, no dirigi ni una mirada a la granja. No era jactancia; pareca haber olvidado todo lo que se relacionaba con aquel sitio. As fue como Silja vi pasar por ltima vez a su primer novio, cuya compaa haba primero aceptado y luego deseado, sobre todo por hacer como las dems. El brusco encuentro en el hielo, en circunstancias extraordinariamente propicias, la haba impulsado a unos actos irrazonables, los cuales la atormentaban a veces. La base de la emocin que se haba apoderado de ella era, quiz, la resistencia nocturna que haba opuesto en su cama, en silencio y con xito, a los deseos de Ville. 72
Como Oskari se haba mostrado antao con ella un tanto brusco y quisquilloso, y hasta algunas veces celoso, Silja se haba alegrado inconscientemente de poderle anunciar su victoria y de compartir su alegra con l. Pero Oskari no era digno de ello, y Silja estaba satisfecha de haberse guardado para ella sola su victoria. La duea de Nukari, que en general haba sido buena para Silja, as como la mayora de los habitantes de la granja, le demostr aquella maana cierta aversin. Miraba sus vestidos, como si se preguntara por dnde se habran arrastrado durante la noche, y, aunque nada notara, su encono no disminuy. Se encontraba an en pleno vigor; si bien, a decir verdad, se le notaba cuando se rea la falta de algunos molares; adems, el color de sus cabellos haba palidecido, pero las formas de cuerpo y los movimientos revelaban una vitalidad intacta; cuando se encontraba con un hombre agradable, haba cierta frescura y chisporroteo en sus palabras y en su risa. Pero aquel da, la actitud de su sirvienta la irritaba. A partir de entonces, Silja acudi a todos los bailes, y regresab a la casa tarde y con compaa. Despus de la velada de Pietila se haba apoderado de ella una especie de furia por divertirse, y gozaba indeciblemente cuando los aldeanos la invitaban y la acompaaban. Pero ninguno de ellos le haca verdaderamente la corte, limitndose a hacerla compaa. Como no se poda entrar de noche en Nukari, nadie trat de hacerlo. En el fondo, Silja deseaba abandonar la comarca. Llevaba en la sangre la necesidad de cambiar de medio en cuanto le haba ocurrido algo extraordinario. A menudo, el azar le fue propicio, como en esta ocasin. La duea de Nukari no poda desembarazarse de la aversin que su femineidad le haba inspirado por Silja, tanto ms cuanto su marido sala a veces en defensa de la sirvienta, diciendo que haca su trabajo tan bien o mejor que antes. El dueo, que era robusto y estaba fuerte an, se haca viejo, y le seduca tal vez la floreciente juventud de la joven. En cuanto intervena a su favor, su mujer lanzaba estas palabras, aludiendo a Ville: Los hermanos de Nukari parecen tener los mismos gustos. Todo ello fue causa de que el ama se las arreglara para llevar a la casa como ayudanta, segn se decia a su hermana menor, que acababa de hacer la primera comunin. Anunci esta novedad a Silja en tiempo oportuno y en cuanto las comadres estuvieron al corriente ofrecieron a Silja buscarle otra colocacin. No le preocupaba mucho a la joven el saber adnde ira, y acept colocarse en Siiveri, en la aldea vecina. Era una casa de campo mucho mayor y ms importante que el modesto y destartalado Nukari. *** En cierto modo, Silja Salmelus se encontraba en favorables disposiciones cuando lleg a Siiveri. Haba vivido ya bastante, y lo que saba de la clase de vida que llevaba entonces una sirvienta del campo, sobre todo si era hurfana, le permita adoptar una actitud segura y precisa. Con todo, su experiencia no era mucha y no bastaba para hacer frente a lo que le esperaba en aquella granja tan grande y situada en una parroquia rica. En Siiveri haba tres sirvientas, que se alojaban en una habitacin adyacente a la cocina, junto al corral. Los mozos de labranza tenan su habitacin en la esquina de la cuadra, y los dueos habitaban el cuerpo del edificio. La hija de un aparcero, despus de su primera comunin, suele hacerse muchas ilusiones sobre el oficio de sirvienta de campo. En su casa slo hay una vaca, la cual, por razones naturales, se encuentra sin leche durante determinados perodos. Si esto sucede en el momento en que el jornal del padre escasea como la leche de la vaca, los hijos tienen como nico alimento un pedazo de arenque ahumado y unas salazones. Los padres refunfuan y los pequeos no se atreven a 73
meter ruido. porque esto aumenta su apetito; de hecho, no tienen nada que hacer, y su nica distraccin, en la monotona de los das, consiste en ir a hacer sus necesidades detrs del corral y mirar los gusanillos blancos que hormiguean en los excrementos... luego el chiquillo regresa corriendo; sus pantuflas de fieltro golpetean el suelo, y el calor de la sala es entonces la mejor de las delicias. As es como crecen. Frecuentan la escuela ambulante, despus las clases primarias slo algunos, y, finalmente, la de Catecismo, lo que constituye el momento ms feliz, pues trae aparejada la libertad... as como la obligacin de contratarse como sirviente. Si una muchacha consigue entonces entrar en una casa de campo como Siiveri, puede decirse que realiza el colmo de su dicha. Preparando su marcha, canta las tonadas y estribillos que ha podido aprender en la casa. Empieza su servicio como ayudante de dos compaeras de ms edad. El alimento no es mucho mejor que el de su casa, pero es abundante, que es lo principal. Cuando traen del establo la leche desnatada puede llenarse la barriga, lo mismo que el ternero y el lechn. En la zona paterna todo estaba racionado, pero aqu bebe tanta leche como quiere, y engorda. Las caderas, los brazos y el pecho se hacen macizos y redondos. El salario basta para comprar un vestido nuevo en casa de la costurera de la aldea, como una persona mayor, que sirve para salir los domingos por la tarde con las compaeras, que la admiten en su compaa...; ya encontrar a alguien en el pueblo. Y tienen razn, pues una muchacha que se va desarrollando bien, fsicamente, encuentra un galanteador, que no es ni un mozo de labranza ni un jornalero, sino un muchacho muy listo, que est al corriente de los salarios y de las horas en que se juega a las cartas; tiene el cuerpo flexible y la cara graciosa sasi blanca. Sus padres tienen una casa, no una aparcera o una choza, sino una casa de verdad. Se sienta junto a la novata, en el csped, y le hace compaa, contndole chismes y chascarrillos con tanta gracia que ella, acostumbrada a un lenguaje rudo, descubre apenas su sentido. Pero se divierte, ya que, al fin y al cabo, tiene un novio como las dems. El muchacho le dirige cumplidos sobre sus pies, sus zapatos y sus medias, que admira con locura... Luego quiere ver el color de las ligas. Son moteadas, dice la muchacha, riendo; mas el buen mozo declara que no cree a las mujeres y quiere verlas. Hay que creerme, dice ella; pero entonces l trata de levantar la falda; la muchacha resiste, el galn no consigue sus fines, pero el juego est bien entablado. Luego, un da, hay una fiesta en casa del joven, el cual est un poco achispado, lo suficiente para que los pensamientos, las palabras y los actos sean ms giles. Invita a bailar a la sirvienta de las ligas moteadas; pero ella rehusa, alegando que no conoce aquel baile. Wiljo as se llama el joven, sin escucharla, la arrastra a la fuerza. Al poco rato, la muchacha no sabe qu hacer con sus pies, y su pareja la deja para invitar a otra. La joven Saima as se llama ella sale de la sala quedamente, regresa a su casa y se mete en la cama. Durante unos momentos sus pensamientos vagan al azar; siente no saber bailar, pero se consuela dicindose que aprender con Sanni, en la cocina... Al alba, se despierta. Su compaera de cama la empuja contra la pared, y entonces se da cuenta por primera vez de que es para dejar sitio a un tercero, a un galn que se mete en la cama. Cuidado, no se vaya a despertar la chiquilla!, dice el hombre, que no es otro que Vaino. Los amantes se instalan, respiran con fuerza y despus se duermen estrechamente enlazados. La vida es muy diferente de lo que era en la choza del aparcero. Saima aprende poco a poco las danzas y lo que sigue a los bailes. En verano duerme en el viejo granero; si se cierra la puerta, la oscuridad es completa, y entonces una novata se siente menos cohibida... aunque un atrevido almadiero no hace muchas ceremonias. y se coge a todo lo que le cae en las manos. Saima es sirvienta; ms 74
tarde ser la mujer de un aparcero, que no la interrogar sobre sus antecedentes. Mientras cuide de los chiquillos y de la vaca y se ocupe de los quehaceres domsticos, no dejar de recibir su merecido. Siiveri era una casa de campo en la que una sirvienta joven poda experimentar todo esto. Pero Silja no tuvo all aventuras particulares. A menudo tuvo que arrimarse a la pared, cuando su compaera reciba a un galanteador. A veces se presentaba de improvso el amo y echaba al intruso. Haced el amor, si os gusta; pero que yo no lo sepa deca a las sirvientas, que, en pie y en camisa, protestaban de su inocencia. La compaera de cama de Silja fue Manta, que tena cerca de treinta aos. Era una verdadera sirvienta, orgullosa de su condicin; cuando se terciaba, saba, incluso, jurar y cerrar el pico a los muchachos ms groseros. En el fondo tena buen corazn. Sus ojos, casi negros, que clavaba en quienquiera que fuese, tenan un resplandor ardiente, cuando la clera o la alegra excitaban su alma. Tena la voz recia y gritaba, a veces: La urraca no es un pjaro, ni la sirvienta un ser humano. O si se trataba de la calidad de un manjar: Lo que un hombre no puede comer se lo traga un cerdo, y si el cerdo no lo quiere, es bastante bueno para la sirvienta. Aceptaba con alegre impudor el estado de inferioridad que va unido a la condicin de sirvienta de casa de campo. Pero no renunciaba por esto a los placeres de la vida, aunque su condicin la obligara a gozarlos en forma ms grosera que sus compaeras ms afortunadas. En su aspecto y en su manera de ser haba algo que le dificultaba el que pudiera encontrar un marido; sin embargo, muchos hombres consentan acariciarla por las noches, sobre todo mozos de labranza, que se tomaban la vida poco ms o menos como ella. Era sirvienta desde haca quince aos, y en la regin nada se saba de su pasado, del cual, por otra parte, todos se preocupaban muy poco. A veces, Manta hacia confidencias a Silja, a la que juzgaba an inexperta, y le hablaba como a una nia incapaz de comprenderlo todo. En la vida de una sirvienta existen, a veces, unos momentos de tranquilidad propicia, y entonces los grandes ojos de vaca de Manta se perdan en el crepsculo inmenso; cantaba Las olas sobre el estanque y El nico amor, mientras su compaera, milagrosamente virgen todava, la escuchaba y la segua, peinndose a medio vestir. Nukari haba sido una buena escuela para Silja, pues, aunque en Siiveri todo era mayor, la vida era, en lneas generales, la misma que en la pequea granja. Como haba obtenido la victoria en su primera lucha nocturna, y como haba prosperado a continuacin en todos los conceptos, no le cost mucho trabajo seguir adelante. Haba en la vecindad una familia cuya hija tena la misma edad que Silja; era costurera y hacia versos, que publicaba una revista de edificacin moral. Silja la conoci cuando fue a encargar un vestido, y las dos muchachas se hicieron amigas. En aquella poca los criados no frecuentaban mucho la iglesia. La mayora se abandonaban a las corrientes del tiempo, cuyas tendencias les eran muy accesibles. No era, pues, corriente el ver a una sirvienta de Siiveri ir a comulgar. Sin emtargo, se produjo el milagro, pues la costurera llev a Silja. Despus de su primera comunin, no haba vuelto a la iglesia; pero, como esta nueva visita no le produjo ninguna impresin fuerte, su segunda comunin fue la ltima. No obstante, el acto tuvo consecuencias al ser conocido: la juventud de la comarca crey que Silja era una devota, y los muchachos ms atrevidos la dejaron en paz. Todo lo ms se hicieron a veces alusiones a la amistad con la costurera: Silja y Selma Rantanen parecen ser demasiado amigas. 75
Un da, un borracho, que haba sido rechazado por Silja, dijo a un compaero suyo, que haca la corte a la joven: Pierdes el tiempo; no ser para ti. El resultado fue que Silja, fiel a su modo de ser, empez a desear un cambio de colocacin y de comarca. Al principio del verano, las sirvientas de Siiveri se instalaron en uno de los graneros de la casa, que resultaba ms fresco que la habitacin cercana al corral. Silja comparta su cama con Manta, que reciba con regularidad la visita de un mozo. En una granja vecina viva un modesto artesano, a quien le gustaba vagabundear los domingos por la noche; como era agraciado, se haha convertido en el favorito de todas las muchachas del pueblo. Un da, despus de haber bebido cerveza con el amante de Manta, decidieron los dos compinches ir a visitar hacia medianoche a las sirvientas de Siiveri (el artesano se ocupara deSilja). Es un poco presumida, pero ya sabrs arreglrtelas dijo el gua a su compaero. Conozco el pao... Vaciaron algunos vasos ms y luego se dirigieron, con paso vacilante, a Siiveri. Ahora bien: Manta estaba ausente aquella noche, y Silja se lo explic a los visitantes de lengua pastosa. Pero el mozo de cuadra se neg a creerla y entr, seguido de su compaero. Viendo que su amiga se encontraba, efectivamente, ausente, se fu; pero el artesano se tendi en la cama de Silja. Su amigo haba apelado a aquella estratagema para obligar a Silja a recibir al gallito del pueblo. El joven se qued en el granero, donde se durmi en seguida. Silja apel a todos los medios para hacerle marchar, pero l continu roncando, mientras los efectos del alcohol se dejaron sentir. Hacia las cinco de la maana se despert, chasque la lengua, trat de abrazar, sin conviccin, a Silja y acab por marcharse. Era una aventura vulgar y sin importancia, pero tuvo, no obstante, consecuencias para Silja. Alguien haba visto al artesano salir del granero por la maana, y esto dej de ser muy pronto un secreto. Incluso el propietario se enter de lo ocurrido; pero como el artesano haba sido algunas veces su husped (pues era un tipo que le diverta), no sinti rencor por los favores que crea le haba concedido Silja, y nada dijo a la sirvienta. Vi un da al artesano en un baile, y ste le confes francamente que haba estado en el granero con Silja, pero que no conservaba ningn recuerdo de cmo haba entrado en l ni de lo que haba hecho all. Lo nico que saba es que se haba despertado en el lecho de Silja. Pregunt luego a Siiveri quin era aquella sirvienta, si reciba muchos galanes, si haba que temer algn contagio... Resulta tan fastidioso no acordarse de nada... Siiveri pudo, sin embargo, tranquilizar al joven. La juiciosa costurera haba odo hablar tambin del caso, cuya sencillez garantizaba la verdad. El hecho era que el artesano haba sido visto saliendo del granero de Silja hacia las cinco de la maana, y aquella noche la joven estaba sola, pues Manta no haba regresado hasta las nueve. Aquello bastaba. Selma Rantanen, que amaba a Silja y la trataba como a una amiga saba, pues, la noticia. Quien se la dijo aadi una alusin mortificante a la visita a la iglesia y la moralidad de Silja. En las aguas dormidas viven las larvas ms espantosas. Selma rompi sus relaciones con Silja. Algn tiempo despus, en invierno, escribi un cuento edificante sobre el mal paso de una sirvienta, que ley a sus compaeras de costura y envi a una revista religiosa, que lo public en la primavera. Silja estaba disgustada de Siiveri y de toda la vecindad. 76
Cay de nuevo en una especie de letargo que la hacia indiferente a los que la rodeaban. Cuidaba con ahinco de sus vestidos, y como su ajuar aumentaba ms de lo necesario, las malas lenguas pretendieron que estaba proparando unos paales. Se preocupaba tambin, ms que antes, de la limpieza de su cuerpo; la costumbre de la casa era baarse los domingos por la noche, pero ella, adems, calentaba agua todos los mircoles en el caldero del ganado y se lavaba a puerta cerrada. Una vez el dueo pas por delante de la ventana mieutras Silja hacia sus abluciones. Para divertirse, mir por el intersticio de las cortinas y descubri el cuerpo blanco de la joven bajo el resplandor rojo del hogar; al cabo de un instante se alej sin hacer ruido, con un acuciante sentimiento de pureza en el alma. Silja pas todo el invierno en Siiveri y no hubo ocasin de volver a hablar de ella como despus de lo sucedido con el artesano. En el corazn del invierno, la vida se hizo ms tranquila en la habitacin de las sirvientas. Manta estaba encinta, y cuando su preez fue visible su galn la abandon. Las compaeras de Manta, a quienes la suerte de sta haba hecho reflexionar, se mostraron menos dispuestas que antes a abrir la puerta. Adems, haban sobrevenido en el mundo unos acontecimientos muy graves que repercutieron tambin en Siiveri. Silja pudo, pues, vivir en paz y dormir el sueo de su vida, que era, a veces, ms profundo de da que durante la noche. Despus, fue apoderndose de nuevo, poco a poco, de ella la nostalgia, y muy pronto sus votos se realizaron. Era a fines de mayo, un lunes por la maana, soleado, tranquilo y caluroso. Todas las seales de la Naturaleza indicaban la poca propicia para la siembra. El diente de len estaba florido, el sarjo pona sus huevos y la golondrina chillaba con pasin al remontarse hacia el cielo. La tierra de los campos fermentaba y se estremecia al ser hollada por los pies. La gleba esperaba la reja del arado, como una hembra en celo se prepara para la deliciosa violencia del macho que se acerca; esperaba las semillas para hacerlas germinar y para desarrollar el germen en tallo. Las puertas de los establos estaban abiertas, y el ganado se agitaba y prorrumpa en largos mugidos. Los hombres se iban al campo con el amo, y las sirvientas trabajaban en el establo con la duea. Aquella maana, el trabajo se efectuaba en un ambiente curioso. En efecto, mientras todo pareca normal en la Naturaleza, las disposiciones de los humanos eran extraas y nuevas. Esto habia durado toda la primavera, a partir del momento en que el zar haba sido destronado; se desarrollaban acontecimientos importantes para la felicidad de la patria. Pero el pueblo finlands sufra otros males, adems de los derivados de la opresin rusa, y estos males no haban disminuido con la revolucin, que, por esta causa, haba de continuar, y continuaba, en efecto. A ltimos de la semana anterior haban surgido algaradas en las grandes propiedades del pueblo vecino; los campesinos que volvan del mercado parecan preocupados al desenganchar sus caballos. Pensaban en la aldea cercana, donde los obreros haban celebrado una reunin, en la que se oyeron gritos y cantos; pensaban en los exaltados de los alrededores, o en algn jornalero al que haban tratado con cierta rudeza. En los caminos, junto a las granjas, la noche del sbado haba sido ms tranquila que de costumbre; haba mucha gente, y, sin embargo, cuando una sirvienta ligera de cascos solt la risa, su voz pareci desgarrar los odos: tan tranquila estaba la noche. rtturi Siiveri se encontraba en la flor de la edad; su obesa mujer, que perteneca a una conocida familia de la vecina parroquia, tena siempre a punto la respuesta. Or a los esposos disputar resultaba algo divertido. Los Siiveris eran unos buenos campesinos, que cuidaban de sus tierras y de su ganado con ahinco y con mtodo. l conoca las justas proporciones entre los abonos artificiales y el 77
estircol, pues tena estudios de agricultura y selvicultura, y su mujer saba dosificar los piensos segn el volumen de la leche ordeada. Conocan tambin las fluctuaciones de los salarios agrcolas, y el ama entenda en materia de alimentar a los servidores con poco gasto, pero suficientemente. Las sirvientas, que ordinadamente pasaban mucho liempo en la casa, reciban de cuando en cuando un buen bocado; pero los jornaleros tenan qne contentarse, y se contentaban, adems, con el pan y las patatas, con arenqnes y leche desnatada. Esta leche se emplea para engordar a los cerdos deca el ama, cuando algn jornalero de paso se quejaba de la comida. Aquella pareja de campesinos acomodados saba sacar el mayor provecho posible de los dos centros de produccin, que eran el establo y la habitacin de la servidumbre, y gozaba de una sana felicidad egosta, producto de una fortuna visible y apreciable. Para aquella clase de campesinos, la primavera de 1917 fue muy desagradable e inquieta. Como eran gente orgullosa, sufrieron indeciblemente a causa de las vejaciones que hubieron de soportar. Al partir aquella maana con su gente, Siiveri estaba ms colorado que de costumbre; en tiempo ordinario no les hubiese acompaado, pero aquella maana lo haca llevando una pistola cargada en el bolsillo. Uno de sus mozos de labranza, que haba ido de ceca en meca el domingo, faltaba a la cita. Una pandilla de rojos se haba apostado en las inmediaciones de la granja. Hacemos huelga hoy gritaron a Siiveri, que pas junto a ellos, con sus hombres y aperos. El trabajo empez. Los que estaban en el camino enarbolaron una bandera roja y empezaron a cantar, tomando algunos de ellos una actitud amenazadora... Siiveri se cebaba con su caballo. Entre tanto, la tranquilidad se haba alterado tambien en el establo. Mientras se sacaba el estircol, llegaron unos hombres con brazaletes rojos, que haban estado ya en la lechera para hacer cesar el trabajo, y que recorran ahora los establos para dar instrucciones sobre lo que haba que hacer. El jefe de la banda, que llevaba sus vestidos de fiesta, pidi al ama que leyera las rdenes, pero sta declar que en su establo no regan ms rdones que las que imponan ella y su toro. Manta se encontraba presente, y, aunque era capaz de soltar la carcajada en un entierro, tena sus grandes ojos hmedos. Arranc el papel de manos del presidente, diciendo: Espera; te voy a dar un recibo! Antes que nadie pudiera intervenir, se meti el papel por debajo de las faldas, y luego lo devolvi al jefe: Toma, ya lleva el sello; y ahora, lrgate. A continuacin cogi su horquilla y la carg de estircol, y su ama hizo otro tanto. El Comit consider prudente batirse en retirada. Un espectculo inesperado atrajo entonces la atencin general. Acababa de regresar del campo una bulliciosa cuadrilla, y el ama vi a su marido en medio de un grupo de hombres excitados. Avanz sin miedo, gritando: Le habis matado, canallas! El plido rostro de Siiveri estaba cubierto de sangre. Se lo ha hecho l mismo con su revlver; he aqu el arma lanz un hombre, mostrando la pistola. Despus de este incidente, Silja hubo de dejar la granja... Siiveri estaba como borracho, yendo de un lado para otro y sin permitir que su mujer le curara y le limpiara las trazas de los golpes que haba recibido. El hombre sali al portal y grit a los domsticos: Ya que hay huelga, idos todos al diablo! 78
Los hombres de los brazaletes se haban marchado ya. En vano trat el ama de calmar a su marido, pues la ofensa haba hecho perder los estribos a aquel altivo labrador. Al vislumbrar a las sirvientas, les intim la misma orden, y como ellas no le hacan caso y miraban a su ama, cogi una silla y las amenaz. Silja embal sus cosas y las deposit en casa de una vecina. Manta hizo lo mismo, y las dos sirvientas se dirigieron hacia el Sur, por el camino caldeado. Silja no volvi a ver a su amo. Algn tiempo despus, un jornalero le llev sus cosas, y en el invierno siguiente los rojos asesinaron cobardamente a Siiveri. Silja supo la noticia en Kierikka, donde se haba colocado entonces. Al dejar Siiveri, ni ella ni Manta tenan un objetivo preciso, pues su impresin era que se trataba tan slo de un incidente sin importancia, consecuencia imprevista de la huelga. En la primera aldea donde llegaron, Manta fue a llamar a una casa que conoca y que gozaba de mala fama, pues su dueo haba tenido cuentas con la justicia. Manta aludi a ello al empujar el portn, y Silja la sigui, contrariada. La conversacin dio resultados: Manta poda quedarse. Que los huelguistas digan lo que quieran; si traen papeles, ya sabr sellrselos. Silja continu su camino en direccin al Sur. Se cruzaba a veces en la carretera y en los alrededores de las aldeas con grupos de hombres cuyo aire era amenazador. Se preguntaba con sorpresa qu fuerza misteriosa la arrastraba de aquel modo hacia el Medioda, a pesar de que conoca mejor el Norte de aquella comarca, de donde era oriunda. Pero el lugar ms familiar, la heredad de su padre, se encontraba ocupado ahora por desconocidos. Su tutor deba de tener dinero suyo, del cual le haba prometido darle cuenta cuando fuera mayor de edad, y lo era ya ahora. Pero Silja no se haba preocupado nunca de su pequea herencia, en la que, hasta cierto punto, vea un dinero sacado a hurtadillas del bolsillo de su padre o cogido de encima de la mesa. Poco despus del medioda, Silja lleg a la parroquia que era el punto ms lejano que conoca de aquella regin. Entr en la panadera para comprar pan. La mujer del panadero qued impresionada por la belleza de la muchacha, y le pregunt: De dnde viene usted, joven? Las dos mujeres entablaron conversacin, y la panadera estuvo muy pronto al corriente de todo, y cont que tambin all los campesinos haban sido expulsados de sus tierras y que los que no haban querido dejarlas haban sufrido malos tratos. Despus se lament de haber tomado no hacia mucho una sirvienta, pues hubiese preferido quedarse con Silja... En este oficio hay que estar siempre con los parroquianos, y vale ms una muchacha de buenas maneras que otra que no haya hecho otra cosa que guardar vacas... El trabajo de sirvienta de casa de campo no es para gsted, pues es demasiado bonita... Pero, a propsito... El profesor de Rantoo me dijo que buscaba a alguien para... S, eso es... Voy a telefonearle... Cunto quiere ganar? La muchacha le dijo lo que ganaba en casa Siiveri. Silja no tard en or a la panadera explicar por telfono que el labrador, furioso, con la cara ensangrentada... S, s, el campesino, no la sirvienta... No... Es muy bonita... Cunto quiere ganar...? S, s, bonita y limpia... Tenga cuidado si se queda con ella... hihihi. La risa de la panadera divirti a Silja. A pesar de sus sesenta aos, este profesor es un bromista dijo la panadera, al entrar de nuevo en la tienda. Est retirado de la Universidad, es 79
viudo, y habita todo el ao en su villa. En verano recibe muchas visitas de sus parientes y toma una sirvienta... Vive a unos seis kilmetros de aqu; pero manda todos los das a alguien para recoger el correo... Si esperara un poco, no tendra necesidad de ir a pie... El profesor me ha dicho que se fiaba en mi palabra. Apenas comprendi Silja la mitad de lo que le deca la buena mujer; pensaba ya en su prximo viaje por el lago. Sali de la panadera y se dirigi al embarcadero, desde donde se divisaba, en direccin Sur, un esplndido paisaje lacustre. Ira, pues, hacia all. Avizor a lo lejos, sobre la superficie lisa, un punto sombro que se acercaba y aumentaba de tamao lentamente. Unos chiquillos le dijeron que era la barca de Rantoo. Atraca junto a la casa del profesor? Claro que s! Una tarde de verano, cuando el sol se encontraba todava alto, Silja Salmelus, que acababa de dejar Siiveri, se encontraba sentada en la proa de una embarcacin frente al cartero silencioso, y se diriga hacia nuevos lugares. Se senta completamente feliz, lo mismo que en los lejanos das de su infancia, cuando regresaba a su casa el sbado por la tarde. No hay nada ms delicioso que un paseo en barca en esa poca del ao. Las orillas estn floridas y la transparencia de la verdura da al aire un matiz exquisito. Y el camino que se sigue aparece fresco y virgen para el que lo sigue, pues nada lo mancha. No hay polvo que levanten otros, ni inoportunos que vengan a hacernos compaa; durante el trayecto, los pasajeros se muestran amables, mientras la barca se desliza por el elemento misterioso. Se siente uno lejos de la gleba. Durante un tiempo, Silja olvid incluso el objeto de su viaje; pero, de pronto, el cartero abri la boca, por primera vez y por propia iniciativa, anunciando que se perciban ya los tejados de Rantoo y que la silueta del profesor no tardara en aparecer en el sendero. La joven viajera temblaba de impacienda. El ttulo de su nuevo amo la preocupaba, y pens de nuevo, despus de un largo intervalo, que ella llevaba un nombre de familia: Salmelus. Durante su viaje por las aguas tranquilas, en aquel suave atardecer, su imaginacin se detuvo un instante reconstruyendo la imagen de la granja natal, de la que no conservaba ya ningn recuerdo. Se hubiese dicho que buscaba un apoyo al sumergirse en la vida para la cual saba que habia nacido. *** La villa se llamaba Rantoo y se encontraba cerca de la orilla. La barca atrac en el embarcadero, donde un anciano, que era seguramente el profesor, esperaba el correo. Mir con atencin a la muchacha. Llevaba un vestido de campesino y pareca algo hurao, pero se adivinaba fcilmente que no era un hombre del campo. Eso es; t eres la sirvienta que enva la seora Pietinen, que observo me ha dicho la verdad. Vayamos a cerrar el trato en la villa. En mi casa, el servicio te ser fcil en cuanto conozcas mis costumbres. Yo tambin he salido del pueblo y soy oriundo de este pas. Conque, ya lo sabes, soy hombre chapado a la antigua y me gusta tutear a las muchachas como t, y hasta a las viejas, cuando me enfado... Hoy quisiera saltar hasta la luna y tutear a Finlandia entera... Primero, comers un bocado y luego te ensear la casa. Recibes galanteadores por las noches? Nadie lo ha intentado por ahora dijo Silja, mirando, sonriente, al viejo grun. A m con sas! Crees que no tengo ojos en la cara, aunque sea ya un poco viejo...? Has de saber que no permito eso, pues quiero ser el nico gallo en mi gallinero. Si te sale un novio decente, ser yo quien pagar la boda..., pero no 80
quiero vagabundeo nocturno... Pero est tranquila, todo marchar bien, puedes estar segura. Silja se encontraba, pues, al servicio del profesor, y los conflictos agrcolas en nada le afectaron. Al da siguiente se ocup de enviar a buscar sus brtulos y de trasladar de Siiveri a Rantoo su documentacin. El profesor se encarg del cobro de la pequea herencia y se divirti fastidiando al viejo Mikkola. No tiene la conciencia muy limpia tu excelente tutor dijo una vez a la muchacha. Conozco muy a fondo a esta clase de campesinos marrulleros; no se hacen ningn empacho enredando, incluso, a una hurfana. Para la muchacha solitaria, aquella primera noche en Rantoo fue maravillosa. Se iba adentrando en la vida; floreca su belleza, y su existencia podia ensanchar y remontarse aun, avivando su flama. Iba a llegar el verano y el sol brillara ms tiempo y con mayor fuerza que nunca... Reinaba en aquel lugar, sobre el profesor y sobre la comarca entera, una fuerza temible y cautivadora a la vez. Silja no se daba cuenta, y si alguien se lo hubiese explicado no lo habra credo; pero en todo lo que deca su nuevo amo reconoca a su padre, como si ste le expresara por boca del profesor lo que no haba sabido decirle en vida. Las palabras del viejo profesor dieron a Silja lo que le faltaba para que su vida pudiera florecer, aunque no fuese ms que brevemente. Viva de nuevo en el ambiente de la granja paterna, aunque aqu fuese todo infinitamente mayor? Lo mismo que all abajo, un sendero se desprenda aqu del camino, pero ms ancho, ms recto y ms uniforme. Al final del sendero haba una casita de dos pisos pintada de blanco, pero las ventanas eran iguales que las de la granja. En su nueva casa, Silja tuvo conciencia de que haba encontrado el apoyo y la proteccin que perdi bruscamente al morir su padre; rememor la opresin, fatdica de cierto domingo... Ve a dar una vuelta por los alrededores le dijo el profesor, al anochecer, te sentirs bien al estar sola. Silja sali y lleg hasta un promontorio cubierto de lamos, detenindose en la punta para mirar el lago, en cuyas aguas se reflejaban las orillas en sentido inverso. Cant un cuclillo, y las copas de los rboles lejanos parecan un refugio hecho a propsito para que el tordo cantor modulara su largo monlogo vespertino. En dnde se encontraba, pues, la pequea Silja? Su soledad haba terminado, acaso? Era verdad que su vida se haba consolidado, ensanchado y purificado de pronto, hasta el punto de que sus miembros temblaban como despus de la realizacin de un violento esfuerzo? O se trataba, quiz, de que todo el mal que haba esquivado durante sus cinco aos de orfandad haba tomado aquella forma para seducirla definitivamente? Silja regres paso a paso, mientras el profesor, en pie, junto a la ventana, contemplaba la hermosa noche. Al acerersele la muchacha, le habl en voz baja y contenida, y sus frases no tenan nada de su desenfado reciente. Silja pas por debajo de la ventana y se detuvo un momento. Se encontraba frente al rostro de la noche... Cuando entr en la casa el profesor se le acerc, quedamente, y le ense su habitacin, alejndose inmediatamente, pero luego volvi y dijo: Todava no te he preguntado tu nombre. Desde haca mucho tiempo, nadie haba hecho esta pregunta a la muchacha, que pareci cuchichear su nombre a la extraa noche de verano que se abra ante ella. Muy bien; buenas noches, Silja! El profesor subi al primer piso. Silja se haba encontrado sola, despus de la muerte de su padre, cuando descansaba en casa de Mikkola, al lado de Tyyne; pero conoca la habitacin, as como a su compaera de cama. Desde entonces haba estado casi siempre sola: 81
sola en el camino durante la tempestad otoal; sola al pasearse con Oskari Tonttila, y sola al resistir a Ville Nukari. Haba recorrido sola el camino hasta aquel lugar maravilloso. Pero se encontraba ms sola que nunca en aquella habitacioncita limpia, despus que el anciano se haba retirado y cuando todo permaneca silencioso en la casa. El sentimiento de soledad era ms fuerte que otras veces, porque su vida anterior se agolpaba a las puertas de su conciencia, y porque haba a su alrededor muchas cosas nuevas e imprevistas. En Siiveri, su existencia flotaba en la superficie de su conciencia, con todo lo que haba odo y comprendido, mientras finga dormir; la vida robusta y clida que se llevaba en el trabajo, en los bailes y despus de los bailes... todo, todo, hasta la cara ensangrentada del amo aquella maana... Su padre haba sido tambin campesino... Y el alma de Silja se puso a vagabundear. Crey, incluso, evocar un recuerdo de Salmelus, que la oprimi y la atorment, en el que apareca su padre. Cerr los ojos; la superficie de su conciencia se distendi, pero en lo ms hondo la presin continuaba: Silja descubri all una imagen en la que su padre luchaba con unos hombres que llevaban un brazal rojo desarrollndose un drama terrible, en comparacin con el cual la sangre derramada por Siiveri no era ms que una bagatela. Aquella pesadilla sacudi sus nervios, el cuerpo se sobresalt, los ojos se abrieron y la conciencia, al despertar, choc con la luz de la noche estival. La novedad del lugar la haba dulcificado y la calmaba. Silja se dijo que en el piso superior reposaba un hombre que diriga aquella casa, y todo lo que tena relacin con ella como un padre poderoso. Se senta bien; la habitacin, despus que sus ojos se hubieron cerrado en ella unos instantes, le era ms familiar. Pens en la alegre charla de la panadera... Extendi sus miembros, se pas las manos por los cabellos, y las dej detrs de la nuca. El sueo no llegaba y la soledad intensa la incitaba a mirar en s misma de una manera ilcita, a pensar en las partes del cuerpo y en su forma, a decirse que era ya mujer y que otras a su edad haban tenido ya un hijo... Para esto se necesitaba un hombre, pues era el resultado del consentimiento de dos seres... Qu inconcebible milagro era el que pudiese consentirse! Instintivamente, los brazos se separaron de la nuca y se desplegaron mientras la cabeza se volcaba hacia atrs y el pensamiento evoc al fin algo que asustaba, pero que ahora hechizaba casi: un hombre alto y robusto, tal como lo haba visto muchas veces, incluso sin velos y con el cual no le importara consentir... Salt de la cama y corri a la ventana, desde la que se vea al travs de los lamos una parte del lago que haba ido a ver por la tarde. Contempl el cielo, los campos y el grupo indistinto de las granjas de la aldea en la lejana... Luego su mirada volvi hacia el promontorio y el lago, mientras su alma se llenaba de una deliciosa melancola que no haba conocido hasta entonces. El mundo que la rodeaba pareca retirarse discretamente. Volvera al extremo del cabo? Dorma su padre de nuevo en la casita? Qu haba pasado hacia un instante detrs de aquel promontorio? Haba aparecido ea el lago una barca, cesando de remar un joven al que ya haba visto antes? S, haba sucedido de verdad... haca cinco aos. Silja recordaba en aquel momento la escena que unos graves acontecimientos haban borrado de su memoria. Su padre haha muerto antes de finalizar el da siguiente. Pero ahora reviva; y la noche inspiraba tal confianza que nada le costara a ella llamar al joven desde la punta del promontorio; el remero entablara conversacin y acudira a sentarse a su lado... La noche pareca simpatizar con Silja y conocer todos sus pensamientos. Los grandes ojos castaos de la muchacha brillaban bajo sus pestaas alargadas, como las ltimas estrellas de la primavera, cuando se las contempla largamente. 82
Las lgrimas aparecieron por primera vez en sus ojos por aquellos motivos. Silja comenz su servicio al da siguiente. Se despert al or los pasos del profesor, que bajaba la escalera ms rpidamente que la haba subido la noche anterior. Creyendo haber dormido demasiado tiempo, Silja se apresur a levantarse y a vestirse. Cuando entr en la cocina, el reloj tocaba las cinco. El profesor entreabri la puerta y exclam: Toma! Levantada ya? Hubieses podido quedarte en la cama todava para crecer Voy a sacar mis redes, lo que me ocupar ms de una hora. No tienes necesidad de levantarte antes de las seis. Pero ya que ests en pie, prepara un poco de caf; yo lo tomar al regresar. No tardar en venir una mujer, que es la duea de Kulmala, una prima ma. Ella te dir lo que tienes que hacer, pues cuida de la casa cuando estoy solo. Conque hasta la vista! Prepara el caf. Silja no pudo reprimirse de salir a la ventana, para ver alejarse al profesor; tanto la haba cautivado. Al ver a aquel anciano robusto bajar por el sendero cubierto de roco, Silja se llev instintivamente la mano al corazn, pues de su alma virgen desbordaba el agradecimiento, incluso por el sendero que se llevaba a su amo. Ojal sepa trabajar a su gusto, y que nada cambie cuando vengan visitas! En aquel momento lleg una mujer vestida con limpieza, ya de alguna edad, pero gil todava. Vamos! Veo que mi primo ha alquilado una sirvienta! dijo con voz cordial, dirigiendo una mirada benvola a Silja. La muchacha dijo su nombre y su origen, y luego ambas tomaron caf. Silja no saba cmo arreglrselas, pero Sofa fue a buscar las tazas. Despus que hubieron trabado conocimiento, fueron a ver la casa. El tiempo pas tan aprisa que el profesor regres antes que se sirviera el caf. Mientras recorran la casa y sus alrededores, las dos mujeres se haban olvidado del dueo. Malditas mujeres! grit el profesor, y Silja estuvo a punto de llorar. Pero el anciano aadi, sealando a Sofia con el dedo: No te dejes apartar del buen camino por esta mujer; procura conocer mis costumbres y obedecer mis rdenes. Silja comprendi que las relaciones entre los dos primos eran cordiales e ntimas. Corri a la cocina para preparar el caf, mientras oa hablar a media voz en la habitacin vecina. Y Silja podr venir a casa esta tarde, cuando haya terminado su trabajo dijo Sofa en el umbral de la puerta. Desde luego, esto es ya una tradicin. Nuestra buena Sofa es una viuda alegre que rene en su casa a todos los muchachos de la comarca, y no deja de sobrarle alguno para que haga compaa a las chicas que van a verla. Un buen pastor habla siempre bien de sus feligreses replic Sofa, riendo y guiando el ojo. Cuando se hubo marchado, el profesor habl de ella a su sirvienta: En su juventud era muy bonita, y se coloc en Tampere, en casa de un rico soltern, que se enamor de esa brizna de muchacha, y ella de l, naturalmente. En verano, l se fue a los baos y muri all, de repente. Pero como haba promesa de casamiento, el Tribunal seal a Sofa una pensin alimenticia para el hijo que iba a nacer. Ms tarde se cas, y hasta estuvo en Amrica, y ahora vive en su casa paterna con una hija de quince aos, un piano que se trajo de Amrica, una vaca, unas gallinas y un pedazo de tierra. Conque ya ests informada; te permito que vayas a su casa; yo tambin voy all de cuando en cuando. Invita a menudo a sus vecinos para que le den una mano, y a continuacin se baila... Pero quin sabe si bailarn este verano... Y vamos a ver. cmo est ese caf? 83
El da transcurri bien. El profesor tena, ciertamente sus costumbres, pero tan poco exigente que, a veces, Silja se senta molesta, pues su amo haca multitud de pequeos trabajos que habra podido confiar a su sirvienta. Se esperaban visitas, pero slo vi a la seorita Laura, la hija del profesor, con una amiga silenciosa que se march al cabo de pocos das. En cuanto a la familia del yerno, no se present; se hablaba de ella en la casa con cierto misterio. No lejos de Rantoo se encontraba Rauhala, que era una gran casa de campo gris cuyo propietario, despus de haber vendido las tierras de la heredad, albergaba veraneantes a pensin. Aquel ao haban acudido cinco o seis, todos ellos de distinta procedencia. La vieja ama de Rauhala iba a menudo a Rantoo, y cuando organizaba una velada invitaba siempre al profesor y a los suyos, lo que permita a la seorita Laura alternar con los pensionistas. Una tarde se dirigi Silja a Kulmala para llevar un recado. El camino, despus de atravesar el patio de la granja de Kamraatti, bajaba hasta cerca de un cerezo silvestre, y surgan entonces la chimenea y el tejado de Kulmala, coronados siempre por un hermoso penacho de humo. Despus de recorrer una rambla bordeada de setos, se llegaba a un portn, junto al cual floreca un cerezo retorcido, delante de un enorme matorral de grosellas. Frente a la casa haba tres graciosos senderos, que atravesaban un prado de manzanilla y maz silvestre: uno de ellos llevaba al establo; el otro, al granero; y el tercero, al camino del pueblo. Silja empuj la puerta del vestbulo, donde Sofia sali a su encuentro. Por primera vez, la mirada de la muchacha brill en aquella casa, en la que ms tarde haban de sucederle unas aventuras soberbias y capitales. Reinaba ahora en ella una agradable penumbra. Al lado de la sala estaba la cocina y una pequea habitacin, en la que Sofa reciba a sus visitantes. El piano se encontraba en la sala; la pequea Laini, plida y linda, tocaba en l de memoria bailes y canciones populares. A veces, sala del horno una bocanada de humo. Se abra la ventana; por el camino pasaba un vecino que detena el paso, para escuchar el vals que tocaba la chiquilla. Sentada en un silln de bscula, Silja gozaba de la existencia y saboreaba la cordialidad de cuanto la rodeaba. Su vestido, de color rosa, sus cabellos rubios y sus grandes ojos castaos encantaban a Sofia, que conoca exactamente el origen de la muchacha. La conversacin era alegre, y aparecan y desaparecan unos hoyuelos en las mejillas de Silja, a medida que iban surgiendo palabras y sonrisas. Cmodamente instalada en el silln, su cuerpo joven se distenda en l como una flor que se abre. Como no haba otras visitas, poda hablar a su capricho sin temor a las confidencias. Ms tarde, fueron a sentarse en aquel silln los pensionistas de Rauhala, que entraban a menudo en Kulmala. A veces, cuando pasaban por delante de la casa, Sofa los llamaba. Uno de ellos, que saba tocar el piano, daba consejos a Laini. Otros miraban a Sofia ordear la vaca o abrevar al toro. En julio, cuando el claro de luna ilumin de nuevo las noches ms sombras, era algo delicioso permanecer largo rato en el patio de Kulmala. Al campesino de Kamraatti le gustaba entonces recordar los buenos tiempos pasados. Te acuerdas?, no es verdad Matti? deca al profesor, sentado junto a l en el banco. A principio de junio lleg a Rauhala un joven llamado Armas, cuyo apellido no conoci nunca Silja, aunque este estudiante estuviese llamado a representar en su vida un papel ms importante que ninguna otra persona de la regin, ni aun del mundo entero. La seorita Laura era una muchacha alta y rubia, cuya mirada tena una expresin indefinible. Nunca se enfadaba; sus cabellos, de color rubio clido, y un 84
poco rizados en las sienes, indicaban que para ella todas las emociones haban sido ya vividas por sus antepasados. Nadie haba podido observar que suspirara por alguien. Con todo, sucedi que Armas retuvo manifiestamente su atencin, y Silja oy a menudo a Laura hablar en la mesa de cuanto haca y deca el pensionista de Rauhala. Un poco despus, el joven estuvo de visita en Rantoo; era vivaracho y alegre, y le gustaba al profesor discutir con l. All fue en donde lo vio Silja por primera vez, mientras serva el caf. Estaba sentado al piano, y Laura cantaba en pie junto a l. Al entrar Silja, ambos se interrumpieron; el hombre se volvi y mir a la sirvienta, que le hizo una pequea reverencia, tal como le haban enseado. Llevaba el vestido de color de rosa, del cual le hablan dicho que le estaba mejor de lo que convena a una sirvienta. Cuando volvi Silja a la cocina estaba muy pensativa. Sofia, que se encontraba all, pudo observarlo. Hablaba de una manera tan aturdida que la viuda, gracias a su experiencia, pudo adivinar los motivos de su turbacin. As que hubo dejado la bandeja, corri a echar los brazos al cuello de Sofa de una manera inopinada. Luego continu sus quehaceres. Se est tan bien aqu dijo a continuacin, como para dar a entender que su gesto haba tenido por causa la alegra. Mientras Silja lavaba las tazas, Sofia cont lo que saba del pensionista de Rauhala. Este Armas es apuesto, simptico y alegre; has visto cmo brillan sus dientes cuando habla o sonre? Me parece que le gusta a Laura. Las visitas se marcharon y, a ruegos de Laura, Sofa ayud a Silja a arreglar la casa; no se march hasta despus de la comida, y Silja, habiendo terminado su trabajo, la acompa sin haber pedido permiso para ello tan aturdida estaba. Sofia, llena de comprensin, le permiti que se apoyara en sus brazos; pero se prometi advertirla en cuanto se presentara una ocasin de ponerse en guardia contra aquel entusiasmo. A partir de aquella tarde, Silja tuvo un solo deseo. Se dedicaba a sus quehaceres habituales con mayor cuidado que nunca y sin reparar en acostarse tarde para facilitar el trabajo del da siguiente. Trataba, sobro todo, de contentar a la seorita Laura, a la que miraba con insistencia y gravedad; pero tampoco transcurra un minuto sin que mirara en direccin a Rauhala. Quera estar segura de que nadie pudiese ir a Kulmala sin que ella lo supiera. A veces, vi a Armas dirigirse all, solo o en compaita de unas muchachas. Tambin le vi en alguna ocasin acompaar a Laura hasta el portn y volverse. En estos casos, Silja senta aversin por su trabajo, que no le era posible aplazar para ms tarde. Aunque hubiese visto al joven regresar a la pensin, sala en cuanto quedaba libre y tomaba el camino no de Rauhala, sino de Kulmala. Un da tuvo que ir Silja a llevar un recado a Sofa. A su llegada, la viuda estaba colocando unas tazas sobre una bandeja cubierta con un tapetito blanco, lo que indicaba que se encontraba en la casa algn visitante de cumplido. Invit a Silja a entrar en la sala. Hay una visita dijo, al abrir la puerta. Silja entr creyendo encontrar una vecina. Pero vi sentado en el silln al joven cuyo nombre de pila saba, y que haba ido a Kulmala sin que ella lo hubiese observado. Silja le vi desde muy cerca; el joven esboz una sonrisa, y la muchacha se volvi de prisa a la cocina. Sofa aprovech la ocasin para lanzar una broma y para invitar al joven a que fuera a buscar a Silja. ste se levant, se fue a la cocina y, no viendo en ella a la muchacha, trat de entrar en la habitacin contigua; al querer abrir la puerta, not que alguien la retena desde el interior; pero no tuvo que hacer un gran esfuerzo para abrirla. En un principio no vi a nadie, poro oy una 85
respiracin dbil en el pequeo reducto, y muy pronto la muchacha se encontr ms cerca de l que nunca. Sofia estaba ocupada en la cocina, y pareca no saber nada de aquel juego mudo. Armas tuvo tiempo de conocer el perfume de los cabellos, los brazos, el pecho, los hombros y las curvas de la joven, de ver su mirada... Y en todo esto hubo apenas la violencia necesaria para satisfacer en cada uno de ellos los restos de los antiguos instintos. Silja y Armas haban estado uno junto a otro, y slo la muerte pudo borrar las consecuencias y las huellas de aquel breve instante. Muy pronto Silja se encontr de nuevo en la cocina, donde hubo de pedir a Sofa que la reemplazara aquella tarde, mientras iba ella a casa de la modista... Sus ojos brillaban, y haba en su voz unas notas de risa. Armas se haba sentado al piano; no tocaba ninguna composicin precisa, sino que sus manos descargaban sobre las teclas su violencia instintiva. Silja oprimi el brazo de su amiga y sali corriendo. A partir de este momento, resulta intil hablar de fases exteriores en la vida de Silja y de Armas, en todo caso en la de la muchacha. Sin embargo... Una iglesia pueblerina aparece muy hermosa un domingo por la maana en pleno verano, cuando se ve el cielo tranquilo y lmpido, y cuando todas las plantas de la tierra parecen esperar que el hombre afile sus herramientas para cortarlas. Durante uno de esos domingos, la iglesia se llen de gente que, durante la semana, no se haba ocupado mucho de las cosas de la fe. El amo se pasea en mangas de camisa por delante de la cuadra; da rdenes al mozo para que saque el carruaje, y goza por anticipado de que ste est nuevo y brillante. Con la soltura de costumbre, enjaeza l mismo su caballo, mientras da rdenes a los criados. Luego entra en la casa para decir a su mujer que se d prisa. sta sale de la casa con su vestido de seda y su sombrero, y llevando en la mano el devocionario y el paraguas; llama a la vaquera, que la mira embobada desde la puerta del establo, y luego sube torpemente al carricoche con un poco de desconfianza, pues se trata de algo que depende exclusivamente de su marido. El campesino se instala a la izquierda, y la pareja se aleja, llevada por el trote corto del caballo al travs de los campos, por montes y valles, hacia la aldea. Cerca de la encrucijada, divisan en la tenue bruma matinal, y por encima del centeno uniforme, un carruaje que ha salido de otra granja. Reconocen al caballo y a las personas, pero no se llaman alegremente, ni cuando los carruajes se acercan al subir una cuesta. La iglesia aparece en una colina, sobre los campos. Llegan numerosos coches y carretas, y las campanas empiezan a tocar. El barco ha trado gente de afuera: son veraneantes que desean ver la iglesia de la parroquia y la muchedumbre de los fieles; han venido todos ellos en el barco. pero han decidido regresar a pie por el hermoso camino que bordea la orilla... Suenan las campanas; el cambio del ritmo indica que el pastor ha subido al plpito... Los fieles se aproximan. Se ve salir del cementerio a los que han llevado all a alguien, y que parecen ocupar una situacin diferente. Los mozos de labranza de la vecindad y los lampios que tratan de irnirse a ellos circulan, formando grupos, y entran, a su vez, un momento en la iglesia... Pero el zapatero, de bigotes colgantes, de quien se sabe que es de ideas avanzadas, y que ha tomado una parte activa en las huelgas recientes, pasa por delante de la iglesia con afectada indiferencia. Regresa del correo. Florecen las rosas sobre las viejas tumbas, y el sol asaetea con sus rayos los pauelos de seda de las campesinas, cuyas mejillas se encienden; tratan de descubrirse la cabeza tanto como lo permite la solemnidad del momento. En la iglesia, el aire es fresco y puro; a los olfatos delicados no les cuesta mucho trabajo percibir el olor humano particular del pueblo que, a travs de las 86
generadones, ha impregnado el interior del templo. La gente no hace ruido; en verano no se tose tanto como en invierno. De tiempo en tiempo se oye la prolongada tos de un anciano, la cual no depende de las estaciones, sino que anuncia a todos que la llama de la vida se apaga y que chisporrotear muy pronto antes de extinguirse. Resuena de pronto el rgano; toca al principio pura l, pero despus, tras una pausa corta, estalla con fuerza el salmo del da, y los fieles entonan el cntico; los jvenes que conocen las notas tienen unas voces claras y precisas, y los viejos tratan de seguirlos lo mejor que pueden. El salmo se desarrolla, versculo tras versculo; despus del ltimo, el rgano no se detiene, sino que emite unos sones dulces, como si quisiera volver a llamar a l el flido que ha derramado sobre los fieles. El pastor se encuentra delante del altar. La iglesia tiene forma de cruz; las mujeres estn sentadas a la izquierda del corredor principal, y los hombres a la derecha, todos de cara al altar; pero los que se encuentran a los lados se vuelven hacia el centro del templo. La misa ante el altar prepara el espritu de los fieles. Un joven desconocido, que no es de la parroquia, observa curiosamente a los feligreses. Desde el lado opuesto al corredor ve, de perfil, a las mujeres, que siguen los gestos del pastor y dan las respuestas... Sus miradas se pasean al azar, pero no necesita volver la cabeza ni estorbar a nadie. Desde el principio ha reconocido a una mujer, y ha sentido una oleada de calor invadir totalmente su cuerpo... Lo esperaba... Ella lleva un sencillo pauelo blanco anudado en la nuca, cuyos extremos cuelgan sobre sus hombros. Bajo el pauelo, y a lo largo de la frente y de las sienes, percibe unos cabellos que no le son desconocidos; visto de perfil, el rostro aparece puro y recogido; el rojo de los labios y el arco de la boca se asemejan a los de un nio. Se inclina ahora para la confesin de los pecados... Para m, que soy un pobre pecador... recita el pastor con voz solemne. Se ven cabezas y hombros inclinados, cuerpos rudos y envarados que pasan fatigas para doblegarse, y unos hombres en cuyo semblante, despus de levantarse, aparece la misma gravedad y firmeza que antes de recogerse para la confesin. Pero uno de los hombres contina mirando a una mujer desde uno de los lados del templo, y le parece que los rasgos de la muchacha se han purificado despus de la confesin, como si el pecado, al retirarse, hubiese aumentado su belleza... Engendrado por el Espritu Santo, nacido de la Virgen Maria... El alma del joven se abandona al encanto soleado de la iglesia. El ritmo solemne de las palabras, los cnticos acompaados por la msica del rgano, las plegaras, todo contribuye a precisar en su conciencia una imagen en la cual los sentidos afinados no descubren ningn defecto. Las miradas cambiadas das atrs, y el delicioso juego mudo, constituyen para siempre una preciosa ofrenda de la vida, una miel nica, libada en la ms querida flor encerrada a la sombra de aquellas pestaas y en el fondo de aquel pecho lozano. Para un joven alegre, las horas van cayendo una a un como perlas de la mano generosa de la vida. Caen hasta lo ms profundo del alma para formar en l un tesoro eterno donde, ms tarde, ser bueno admirar para s aquellas que han permanecido puras. Pero hay muchas maneras de conservar esa pureza o de mancillarla, y una sola de esas maneras puede una vez preservar su pureza y otra aniquilarla... Tal era la iglesia construida y cuidada por los hombres en una maana radiante de verano. Hacia la tarde el recogimiento de la maana se desvanece, al mismo tiempo que el da de fiesta. Se derrama la frescura de la noche y los hombres se mueven por otros caminos. Para Silja y Armas el verano continuaba... 87
Haba una fuente en la que se iba a buscar el agua para el profesor, quien deca que se allanaba a aquella supersticin por respeto a las prcticas mgicas de sus antepasados, de las que su largo contacto con la ciencia le haba separado. Declaraba asimismo que era una excelente cura de alma para una sirvienta, despus de los quehaceres del da, el seguir con la jarra al brazo el hermoso sendero del bosque de lamos. Poda vagabundear a sus anchas con tal que trajera el agua antes de medianoche, y poda a su antojo trenzar hierbas sola o hablar con su amigo. Silja aprendi a conocer aquel sendero; la primen vez, Sofa se haba limitado a indicarle dnde se encontraba. Desde Rauhala poda verse a los que iban por aquel caminito que, apartndose de la carretera, bajaba hacia un puentecillo de madera, bajo el que corra un arroyo. All fue en donde se detuvo Silja la primera vez (haba odo ya la opinin de su amo sobre el objeto de este paseo vespertino). Pasado el puente, haba un pequeo desnivel, donde el agua se deslizaba espumeante por un tupido breal de matorrales y plantas acuticas. Divertida, Silja apart las ramas, y de pronto la verdura tierna se abri sobre un prado en el que se vean las ruinas de un molino. El prado estaba cerrado por todas partes; al otro extremo, el follaje de los rboles obstrua la vista; slo se oan all las mil vocecitas de la cascada. Silja tena una tela de araa en una manga, y una mancha blanca y resbaladiza en la otra; pero esto no haca ms que aumentar el misterio... Despus de haber soado unos momentos en aquel misterioso escondite se dirigi hacia la fuente, prometindose volver all. Y volvi; una vez, poco despus de la visita a la iglesia, dej la jarra en unos matorrales, al borde del sendero. Pero el utensilio era visible: un joven que acababa de ver pasar a la joven con l lo reconoci y, tras ocultarlo cuidadosamente, se puso a esperar, tendiendo todos sus sentidos. La noche prxima pareca exigir parte de su atencin; delante de sus ojos se abran las abundantes flores de las espireas, cuyo perfume violento, al mezclarse con el olor del musgo, creaba un ambiente sorprendente. Al or el murmullo del arroyo crey percibir las innumerables voces de la Naturaleza, que aportaban cada una su meloda a aquella cancin. Los matorrales haban conservado, quiz, algunas huellas en el sitio en que la joven haba desaparecido en la verdura. Un ojo avezado supo descubrirlas... La muchacha estaba all; su vestido era sencillo, pero esto le daba un aire ms intimo; como aquel principio de noche de verano. l se acerc quedamente, por detrs, y ella oy, quiz, unas pisadas, pero no se volvi. Su corazn lata, anuncindole que l llegaba; los ojos del joven cuando ella lo vi al fin brillaban con intenso ardor; se hubiese dicho que se haba rejuvenecido. Aquella mirada y aquellos rasgos, Silja los haba visto ya, hacia mucho tiempo, un verano. Este recuerdo acudi a su memoria como si la noche de verano le hubiese dado a beber un nctar delicioso y embriagador. El joven record tambin, cuando osaron, al fin, cambiar unas palabras. Dios mo... el agua...! Es ya medianoche? Todava, no. La mano generosa de la vida haba desgranado para ellos muchas perlas dignas de ser conservadas. Fueron juntos a la fuente, a travs de los lamos. A cada lado del sendero, Silja contempl altas flores blancas, como no las haba visto nunca. El sendero que corra por el flanco de la cuesta le pareci encantado, y se preguntaba, miedosa, cmo no haba visto aquellas flores. Acaban de salir del capullo para nosotros... He aqu una que se abre! 88
Ella se inclin para mirar la flor, sin cogerla. Armas fue a buscar una lejos del sendero, la puso al lado del rostro de Silja y mir. El delicado perfume de la viola nocturna corresponda a la expresin de la joven, que demostraba ahora, despus de los primeros besos de la vida, una traviesa tranquilidad. Cogi la flor y la llev delante de ella, como se ve, a veces, en los cuadros antiguos. *** Era ms de medianoche cuando Silja, sola de nuevo se desnud en su cuartito limpio. Se asom a la ventana y mir hacia los lamos del promontorio, como en la noche de su llegada, cuando los pasos del profesor se hubieron apagado y cuando, por primera vez en su vida, se haba quedado sola. No tena sueo, y los ojos que miraban en la noche tenan un brillo diferente que entonces. Su mirada no se perda en la lejana, y el pensamiento no volva tampoco a la casita paterna ni al remero nocturno. Deseos y pensamientos iban hacia el amado, hacia Armas. No exista ms que l. No pens en el profesor que dorma en el piso de encima, y la seorita Laura era tan slo para ella una muchacha insignificante a la que conoca un poco. No; todo se haba esfumado, y viva sola aquella hermosa noche de verano, enojada con su amigo, s, pero no mucho, pues sabia que iba a volver muy pronto... Se encuentra aqu, en esta casa, en esta habitacin, y soy suya. Una vez en la cama, Silja tuvo pensamientos atrevidos, ms locos an. Oprimi su brazo contra sus labios para reanimar el recuerdo de recientes besos. Al recordar ciertos acontecimientos pasados, todo su ser se removi... Oskari Tonttila... la visita a los padres del joven... el baile... y sobre todo una escena de la que hua el espritu en cuanto trataba ella de aproximarse... Su pensamiento se refugiaba entonces en una delicada viola blanca, que haba colocado bajo la almohada y que era ms hermosa que toda, las flores que haba visto hasta entonces en los jardines; no poda haber perfume ms exquisito en el mundo. Qu hermoso es despertase as!, despertarse a la vida y a todas las flores que da la vida; despertarse cuando los dems duermen y despus de haber dormido uno toda su vida. Como la primera noche que haba pasado all, a la cual sta se pareca mucho, Silja se despert con sobresalto despus de un breve paseo por las tierras del sueo. Se levant y volvi a la ventana. Pero el sol se levantaba ya, y el pensamiento poda dacir de nuevo: ayer. Esta vez, esta palabra ejerca una accin calmante. Era el alba, y slo los pjaros estaban despiertos, as como el aire herido por los rayos del sol; empezaba un nuevo da lleno de sol, al menos en su comienzo. Silja volvi a la cama. Cogi de debajo de la almohada la flor, que estaba ya un poco marchita y que la luz matutina tea de amarillo. Acort el tallo y meti la flor en un libro. Luego vino de nuevo el sueo. *** As transcurri el principio del verano. Durante algn tiempo la noche casi no existe, y se dira que la inmensidad contiene su aliento unos instantes al pasar del anochecer al alba. Los jvenes felices slo aspiran al sueo como una corta pausa, y no se preocupan mucho de las comidas. Para muchas personas, aquel verano fue el ltimo; pero este ao tena un sabor particular. Todos lo sentan oscuramente. Despus lleg San Juan. Los hombres trataban de persuadirse de que las noches eran verdaderamente claras; una mujer lea a medianoche, junto a la ventana, una carta que acababa de recibir; y coga incluso la pluma para redactar la respuesta; la luz era an suficiente, a pesar de que julio se acercaba. Pero la iluminacin nocturna era tan elocuente, que no lograba pasar del principio de la carta. Te escribo en una noche esplndida... Y olvidaba continuar, pensando en su amigo lejano, imaginando que paseaba a su lado, como la noche en que... y ya el 89
sol se enrojeca al Sudoeste. Se encuentra de vacaciones aqu y haba esperado ms aventuras que las que le han ocurrido, y, en intencin, ha engaado a su amigo. Pero los deseos no se han realizado, y trata ahora de redactar una hermosa epstola. El remordimiento la araa, sin embargo. El alba se acerca; ha transcurrido un hermoso da de verano y de juventud. Una semana ms tarde, mientras lee una nueva carta, la insinuante oscuridad la sorprende ya, y no le es posible responder en la misma noche. El verde se ha hecho ms intenso con la noche; el murcilago vuela en derredor de la casa. En Rantoo, el verano transcurra tranquilo y apacible y llegaban noticias tranquilizadoras del centro de la regin. En los campos de las pequeas propiedades, en que los obreros eran antiguos conocidos de los dueos, los trabajos agrcolas se encontraban en pleno desarrollo. El dueo se mostraba ms cordial que anteriormente, como si se propusiera desviar sus pensamientos y los de su gente de las dificultades del momento presente. El verano avanzaba; el centeno amarilleaba y se vean ya las gavillas en los declives expuestos al Medioda. La cosecha era buena y, en todo caso, habra pan. Al deslizar su hoz por la paja dorada, el segador experimentaba un sentimiento de tranquilizadora seguridad. A veces, obreros jvenes, en cuyos ojos brillaba un extrao relmpago, se negaban a segar un minuto ms del tiempo fijado, aun en el caso de que un cuarto de hora bastara para terminar un campo. La negativa lastimaba a la mayora de los segadores en el hermoso atardecer. sobre el antiguo campo... La pequea cocina de Kulmala daba al Norte, y, a causa de ello, Sofa, un domingo al atardecer, haba encendido ya la lmpara para preparar el caf. Unos hombres segaban alegremente el centeno de su campo. De cuando en cuando, entraba una mujer para cambiar algunas palabras con Sofia; se haba encontrado ya un msico para el baile que haba de seguir a la siega? La gruesa cafetera runrunea en la penumbra, pero Sofia sigue su ebullicin con tanto cuidado que no se derrama ni una sola gota; el aroma del caf se expande en la luz de la lmpara. Una muchacha ayuda a poner la mesa y saca las tazas del aparador. La ventana est abierta y se oyen las voces de los segador. Sofia dirige una mirada a la ventana y ve llegar al profesor en compaa del joven pensionista de Rauhala; lleva un extrao gorro rojo. Te has vuelto turco? le pregunta al recibir a los visitantes, en la puerta de la casa. Hay an trabajo para nosotros? reponde l, dirigindose hacia el campo, donde los segadores trabajan con ahinco en el hermoso atardecer. El profesor no tena hoz, y, comoquiera que un jovenzuelo expresara sus dudas sobre su habilidad, cogi la hoz de un vecino y se puso a manejarla con ardor y destreza. Al cabo de unos momentos, cuando todos haban interrumpido sus trabajos para mirarle, se detuvo. Un viejo campesino, de la misma edad que l, record que antao haban segado centeno juntos durante todo un da, en el ao en que el profesor acababa de terminar sus estudios. Toma, se dira que t entiendes tambin dijo a Armas, que ataba una gavilla para llevarla al sitio donde se levantaba la hacina. Esto era tanto ms sorprendente cuanto que el joven era de familia ciudadana. Y a ti, Silja, quin te ha dado permiso para venir aqui? le dijo, cuando la muchacha fue a dejar una gavilla a sus pies, pues se haba puesto muy en serio a levantar una hacina. Silja le respondi con uua sonrisa; se senta muy feliz. Un segador se detuvo un momento para mirar a Eemeli Kukkola, que llegaba con su acorden. La seorita Laura se paseaba por el camino con una amiga. Sofia 90
otraves el patio para pedir a los segadores que fueran a tomar caf; algunos dejaron el campo; pero otros decidieron terminar. Trabajemos unos momentos ms, antes que se haga de noche. Bajo el prtico, el msico ensayaba su instrumento; los sones del acorden excitaron a los jvenes, a los que se hizo cuesta arriba continuar trabajando. Sofa se paseaba por el campo, espigando y enderezando una que otra gavilla, mientras en la sala y bajo el prtico se tomaba alegremente caf. El acorden tocaba melodas alegres. Al acercarse a la casa, Sofia oy un ruido regular que segua el comps de un vals. Dirigi una ltima mirada al campo y a las hacinas, que acababan de ser levantadas casi en un santiamn; exhal un ligero suspiro y entr. Todas las puertas estaban abiertas. Los tmidos que no bailaban se divertan charlando en el vestbulo oscuro, y Sofa les dirigi una sonrisa alentadora al pasar. En el banco del fondo de la sala se haban sentado el profesor y el dueo de una granja vecina. Armas bailaba con la seorita Laura, y la viuda se pregunt si haba algo entre ellos, como sola decirse. Si era verdad, el trato deba de haber sido cerrado ya, pues casi no se hablaban y cambiaban muy pocas miradas... Pero he aqu que el joven invita a Silja... Es, verdaderamente, una linda muchacha; bajo aquella luz, sus ojos eran encantadores. Silja estaba muy hermosa aquella noche, y ella lo sabia: era la velada ms radiante de su vida. No le caba ninguna duda, y se lo haca sentir el brazo que rodeaba su talle y que acariciaba su espalda y su cintura. El joven, que haba estado atando gavillas, llevaba una espiga en el ojal de su chaqueta, y su piel despeda un suave perfume viril. Los enamorados bailaban muy bien juntos, y se apretaban uno contra otro en la multitud; los latidos del pecho de Silja recordaban que exista... La msica ces, y salieron ambos al patio, cogidos de la mano. La luna, redonda y roja, pareca estar acechando al emerger por encima del bosque. Al levantarse era enorme, pero se volvi ms pequea y palideci al subir. El sombro verdor de la tierra mezclaba sus matices a la luz de la luna, y la atmsfera era clida y excitante. Silja Salmelus miraba con sus ojos oscuros, y los rayos de la luna se deslizaban por sus pestaas y se reflejaban en sus pupilas. Haban trado cerveza; la animacin iba en aumento; nadie se ocupaba ms que de su pareja. Estas podan desaparecer fcilmente durante unos instantes. Hubo un descanso, mientras el msico se refrescaba. Luego continu el baile. El profesor estaba de excelento humor. Despus de haber escuchado durante un rato la msica, arrug el ceo y se dirigi al msico: Prstame tu instrumento le dijo, tomndolo, como haba hecho con la hoz. Ah! Ah! Eso es msica declar un campesino. El profesor tocaba con entusiasmo, y cuando Armas pas junto a l con Silja, le gui el ojo y canturre las palabras suecas de la meloda. La sala se llen de gente que quera bailar el vals del profesor; el anciano se haba puesto a cantar en voz alta, y toc durante tanto rato que slo qued una pareja en la sala. Silja y Armas no haban cambiado una sola palabra durante aquel baile; pero se estrecharon fuertemente. Salgamos le dijo l al odo. No haba nadie bajo el prtico ni en el patio cuando pasaron por all; slo la luna los observaba. No haca ya tanto calor; suba un dbil perfume de la arcilla seca del camino; un ratn o una lagartija se movan bajo la hierba. Junto a un altozano haba un henil. Nadie vi a la pareja entrar all. El profesor haba cesado probablemente de tocar, pues se oa a unos jvenes salir de la casa riendo, con unas muchachas que no hacan ruido, y dirigirse todos hacia la fuente. 91
Durante las semanas transcurridas, el sol haba dado a la juventud todo el vigor del verano; la sangre lata en las arterias y despertaba en los rganos los instintos que ba colocado en ellos la Naturaleza, entre el dolor y la alegra. La frescura de la noche concentraba el ardor del da. Se formaban parejas de novios, y aquellos cuyas miradas acababan de inflamarse desaparecan por caminos apartados, evitando a los agriados o celosos que pudieran calumniarlos: las mujeres viejas y los hombros maduros, que luchaban a brazo partido con la vida. Centenares y millares de parejas retozan as sin saber lo que hacen, pues al cumplir la orden brutal de la Naturaleza quedan sumergidos en un semisueo puro e infantil. En estos rpidos instantes, el mozo de labranza grosero y rudo, que ha conquistado al fin los favores de la vaquera, hace el mismo experimento que el joven de la ciudad de corazn puro, bajo cuyos besos se abre una flor humana noble e inocente. En aquel momento, ninguno de los dos piensa en el fin hacia el cual la Naturaleza los gua. Para ellos se trata simplemente de la vida y del ms delicado perfume de la juventud. Pero, despus, la Naturaleza parece retirarse, indiferente a las consecuencias. La pareja se duerme un instante, estrechamente abrazada, para correr un velo entre lo que acaba de pasar y la vida cotidiana, que se reanuda con el nuevo dia. Volvamos a bailar dijo Silja, oprimiendo el brazo de su bien amado. El baile debe de haber terminado ya respondi el joven, con voz ms sosegada. Llegaron al patio. Un segador, embriagado por la cerveza, baj por la escalera con la cara sombra, y luego desapareci. Sofa fue a decir a Silja y a su compaero en dnde se encontraba el barril de cerveza, que no haba querido dejar sobre la mesa, pues haba algunos que abusaban. Los dos enamorados, encantados por guardar juntos un pequeo secreto, fueron a servirse del barril. Sin que se diera cuenta, Silja continuaba cogida del brazo de Armas, como si no quisiera dejarle nunca ms; el joven tampoco quera separarse de ella, pues aquello resultaba delicioso. Por lo dems, tampoco quedaba ya en la casa nadie cuya presencia pudiera molestarlos. El profesor, Laura y los pensionistas de Rauhala se haban marchado ya; al irse haban buscado a Armas; pero, al no encontrarle, se dijeron que se habra marchado. Silja se regal bebiendo cerveza; su entusiasmo iba en aumento. Cuando alarg el vaso a Armas, el brillo de sus ojos era tan resplandeciente que el joven se sinti pequeo. En la sala resonaban los acordes de una polca. Volvieron a ella. El resplandor del alba doraba el polvillo; los dedos del msico se hinchaban y equivocaban las notas. Un joven que haba permanecido sobrio durante toda la noche bailaba todava, pero en su cuello brillaba el sudor. Invitaba una despus de otra a todas las mujeres, y se dirigi tambin cortsmente a Sofa, y despus a Silja. Armas lo mir bailar y se emocion: aquel mozo de labranza era muy bien educado, y su conducta era irreprochable. Despus de aquel baile, Armas dese volver a beber cerveza, y Silja lo acompa. Luego volvieron a la sala ms exuberantes que antes. Tcanos el vals del profesorpidi el joven al msico, con despreocupada decisin. Todo el mundo lo bail. Dos sirvientas un poco maduras, que no tenan pareja, bailaron juntas; bastaba a su alegra velar durante toda la noche; al alba, sin haber pegado los ojos, se pondran a ordear, y cuando el sol estuviese alto en el cielo empujaran al ganado hacia el cercado familiar, por el portn conocido... Despus del vals dieron la seal de marcha ponindose su sombrero. Se fueron acompaadas por el mozo irreprochable. El baile haba terminado; Kukkola 92
se restreg los ojos e hizo ademn de irse. Sofa le ofreci an un vaso de cerveza. Empezaba a clarear; sobre el suelo de la sala podan descubrirse manchas de polvo. Al salir se perciba mejor an el da, o, ms propiamente, el alba, que es una nocin ms fuerte. Haca mucho tiempo ya que el profesor, su hija y los pensionistas de Rauhala haban estado all, y no pertenecan al universo, que al achicarse pareca ms ntimo, de ios alrededores de Kulmala. Armas fu, sobre todo, quien se dio cuenta de esto cuando su amiga se cogi de su brazo con una confianza que iba en aumento. A decir verdad, los dos enamorados no haban vivido, an nada parecido. Anteriormente, y en otras circunstancias, Armas haba bailado con muchas jvenes, que incluso se haban apoyado a veces en su brazo; pero esto era diferente. Aquella noche, Silja no reflexionaba, sino que se deslizaba por el camino florido de la vida, cuya cima acababa de alcanzar. Su alma se abrasaba, y su cuerpo haba pasado por una prueba desconocida, exquisita y dolorosa a la vez; un acto irremediable del que no deseaba renegar, y que no era una vergenza ni un ultraje, mientras se apoyara en aquel brazo y mientras pudiese tener plena confianza en su amado. Su ascensin continuaba. Silja aspiraba a poder reposar en paz en los brazos de su amigo, en alguna parte. Esto acontecimiento nuevo y maravilloso la atraa. En nada se pareca a lo que hubiese podido imaginar anteriormente, ni a lo que haba odo decir muy a menudo, sin reflexionar en el sentido de las palabras, que haban resbalado en ella como el agua en el cuello de un pjaro que sale a la superficie despus de sumergirse. Sus experiencias de la noche que acababa de transcurrir no despertaban ningn eco en su conciencia; no tenan relacin con el pasado ni con el porvenir, y eran nicamente el contenido de aquella noche extraa, punto de llegada de todo el pasado, trmino despus del cual no le era posible imaginar nada. Paseemos por aqu; hay una hermosa pea. Caminaban a lo largo de una granja dormida. Silja conoca el camino. Siguieron la empalizada del huerto, subieron por una cuesta pedregosa ayudndose uno a otro, atravesaron unos matorrales y desembocaron, finalmente, en una pea que caa a pique sobre el lago. Desde lo alto de la pea podan tocarse casi las copas de los rboles de la orilla. Enfrente se dibujaba un pequeo golfo, y el sol suba en el cielo. El paisaje acerc todava ms a aquellos dos juguetes del Destino. Silja conoca aquel paraje, y haba llevado a l a su amigo en aquella hora matutina en la que su vida anterior haba terminado, pasara lo que pasara. Reinaba una paz absoluta; nadie ira all a aquella hora. Unicamente el sol lo vea todo. Los dos jvenes saban ahora lo que les iba a suceder all. No experimentaban incertidumbre ni temor; reinaba tan slo en sus almas el misterio de dos vidas fundidas en una. No supieron nunca si alguien los haba visto regresar juntos. La seorita Laura que los haba visto realmente era demasiado buena para decrselo. Pero, al alba, la atmsfera, antes tan pura, de Rantoo se haba hecho ms densa. El profesor renqueaba, como suele decirse; haba perdido la costumbre de acostarse tarde y de beber cerveza, que aleja el sueo. Durante el almuerzo, en el momento en que Silja llevaba un plato a la mesa, la seorita Laura refiri con maliciosa insistencia que Armas se marchaba en el barco de la tarde. La mano de Silja temblaba, pero tan poco que nadie hubiera podido adivinar que hubiese visto a Armas. Aunque, quiz, cuando volvi a la cocina apresur el paso ms que de costumbre; pero la puerta no se cerr con ruido, y continu reinando el silencio all dentro. 93
Lo ms extrao era, precisamente, este silencio, pues el servicio de la mesa requera an preparativos. Cuando llamaron, Silja entr en el comedor como una sonmbula, con las manos vacas, aunque tena que llevar un plato. Veo que ests atontada an por el baile, como yo dijo el profesor. Nada tiene de extrao, pues ha regresado a las cuatrocoment Laura. Silja oy estas palabras. Si no se tratara de la primera escapada, me enfadara casi; pero, por esta vez, no digamos nada aadi el profesor. Laura no respondi. *** Silja se dio perfecta cuenta de que su existencia en Rantoo no poda volver a ser lo que haba sido hasta entonces. Aun suponiendo que continuara en la casa, no seria como antes. Senta deseos de quedarse sola, lo que ocurri cuando hubo lavado la vajilla. Mientras trabajaba pudo sumergirse en una apata que invada todo su ser, hasta el punto de que no saba ni perciba nada; exista tan slo. Le pareca que una voz desconocida le hablaba: No lo ves? Tu aventura en nada se diferencia de las de las sirvientas de quienes oste hablar antao... Has corrido la misma suerte, y el hombre se ha marchado... Tu amigo se marcha a su vez, y no quiere volver a verte; quiz tiene miedo... Las consecuencias... Cielos! Cules seran? Es claro, es claro, pareca decir el tintineo de las cucharas. La voz creca, cada vez ms fuerte, y recordaba unas cosas triviales. Cunto tiempo habia que esperar para poder estar segura?... Inmvil y anonadada, Silja se apoyaba en la fregadera y escuchaba el ruiido de las cucharas, que despertaban en ella nuevos pensamientos... Armas! Armas! Acude en mi ayuda para que no sucumba! Pero Armas haba dicho que se marchaba hoy; dentro de algunas horas partira... Adnde? Silja no lo saba ni haba querido preguntarlo. Cmo era posible que le hubiese ocultado su marcha en la pea tapizada de musgo? Vea a Armas acercarse a la villa y franquear el umbral. No poda pasar por la cocina y entr por la puerta principal. Silja entrevi su bello perfil por la ventana. Estaba muy plido y llevaba una gorra de viaje y un vestido nuevo; su ademn era serio, pero sus facciones continuaban siendo puras. Fue recibido en la sala grande, y Silja pudo or la conversacin. Al regresar a su casa, Armas se haba encontrado con una carta que le informaba de que su madre haba cado enferma. El barco pasaba dentro de una hora. Volveremos a verte por aqui? pregunt el profesor. Habr que ver lo que pasa respondi. Luego se despidi de todos y, de pronto, pareci acordarse de algo. Ah, si! Tengo que despedirme de Silja dijo, dirigindose a la cocina. Tuvo tiempo de ver unos ojos hmedos y un cuerpo grcil y entraable que sali de la cocina y desapareci en la cueva. Regres muy pronto al saln y dijo que no babia encontrado a Silja. Querra la seorita Laura saludarla de su parte? Una ligera sonrisa pas por el rostro de la joven, que no respondi nada. As fue como Armas dej Rantoo, y desde entonces no volvieron a recibirse noticias suyas hasta la primavera siguiente. La seorita Laura conjetur que, en virtud de lo que haba previsto por la noche, la enfermedad de la madre no era ms que un pretexto, y que Armas haba querido alejarse. Cuando supo, mucho ms tarde, que- la madre del joven haba muerto tres semanas despus de aquella partida, se avergonz de sus sospecha aunque no las haba comunicado a nadie. La pobre Silja, que haba de llevar en su cuerpo y en su alma todo el peso de los acontecimientos, salv su dicha con su rpida huda. El joven bien educado que haba ido a despedirse era tan slo la sombra del muchacho con quien se haba 94
paseado mientras se abran las flores de la noche, y que la haba abrazado en el lecho de musgo bajo los rojizos rayos del sol. Cuando le oy hablar en el saln sinti miedo. Su alma pareci agrandarse y recoger todos sus tesoros, para huir de cualquier proximidad. Aquella vida, que hasta entonces haba sido para Silja como un nuevo hogar, y ms an, se haba convertido ahora en una granja cualquiera, donde el dueo jura y el ama refunfua, y en la que los criados se acuestan con las sirvientas. La decepcin era tanto mayor por cuanto haba tenido por escenario la villa que la joven sirvienta consideraba como el mejor lugar del mundo. Silja sinti que tendra que dejarlo muy pronto, pues cada instante que pasaba all complicaba su existencia y agravaba su desesperacin. Y no era duea siquiera de sus miradas. Cuando sus amos fueron a acompaar a Armas al barco. Laura pas por la cocina y vio a Silja, la sirvienta, que no supo privarse de mirarla derechamente a los ojos. Aquella mirada imploraba humildemente ayuda y amparo, pero no por esto dejaba de ser provocadora. Laura dej escapar una exclamacin: Oh!, y su mirada expres, por una parte, una extraeza admirativa, casi celosa, y, por la otra, una profunda reprobacin. Aquellas dos mujeres, jvenes y delicadas, entablaron as un conocimiento definitivo e imborrable. Por fortuna, en el momento en que Silja se encontraba sola en la villa lleg Sofa. Era la misma de siempre, tranquila y amable, y dirigi algunas chanzas a Silja sobre su devaneo nocturno. Cuando supo que el joven tomaba el barco precisamente en aquel instante, experiment una verdadera sorpresa y ces en sus bromas. Silja no aadi nada ni habl de la enfermedad de la madre. Adivinaba el curso de los pensamientos de Sofa. y sabia que poda contar con sus simpatas. Silja pudo apenas contener sus lgrimas al pedirle que la reemplazara aquella noche; tena precisin de ir al pueblo para unas diligencias. Sofia se apresur a aceptar: Ve, hija mia! Y qudate hasta maana, si es preciso; yo me ocupar de todo, como lo he hecho ya otras veces... Entonces me marchar en seguida, antes que vuelvan del embarcadero. Sofia mir largo rato a la muchacha, como se mira un objeto familiar o un recuerdo de la propia juventud. Sinti despertarse en ella unos sentimientos maternales por la pobre abandonada. Pero no senta clera ninguna contra el que se haba marchado. No poda imaginar que abandonara as como as a su hermosa amiga; si era preciso, hablara de ello a su primo, que sabra arreglar el asunto. Estaba tambin Laura, pero resultaba evidente que entre ella y Armas haba algo. Silja parti. Cuando regresaron sus amos experimentaron cierta sorpresa, mezcla de confusin. Sobre todo el profesor, que era muy perspicaz, supo a qu atenerse. Murmur unas palabras e hizo un gesto fatigado, como para pedir que no se le dieran explicaciones, que de nada haban de informarle. Se dirigi a su habitacin del primer piso, y el ritmo de sus pasos indicaba que no quera que le importunaran. Al cabo de un rato, todos le vieron dirigirse al estanque, con su maleta y sus redes. Era su refugio habitual, siempre que sobrevena algo que le disgustaba. Permaneca horas y horas junto al agua, y a su regreso se encerraba durante largo rato en su habitacin para examinar su botn, hasta el momento del bao de vapor, antes de acostarse. Sofia efectu sus quehaceres sin que nadie la estorbara. Laura dio a entender a su vieja prima que no quera saber nada de los enredos de una sirvienta, ni or alusiones sobre los que haban bailado con ella durante la noche pasada. Su cara tena una expresin satisfecha y displicente, de la que no poda sacar ninguna conclusin. Se hubiera dicho que tena ideas concretas sobre cada cosa, y que todo se realizaba segn sus deseos. 95
Reinaba una soberbia jornada de agosto, pero nadie repar en Rantoo en la suprema belleza del da. Con todo, uno de los habitantes de la casa sinti el hechizo de la jornada, que fue su nica compaera desde que dejara los lugares familiares. Silja se paseaba al sol, sin objeto, dirigindose hacia una eminencia desde la que poda verse una gran extensin sobre el lago. Ms all de las granjas conocidas, en la ladera de la poblacin, se levantaba una colina, cuyo suelo estaba cubierto por un csped corto y amarillento y surcado por las pistas del ganado. Era fcil separarse del camino, pues el suelo era nivelado y descubierto; el aire era ligero al respirarle. Silja vi alejarse el barco y a la gente de Rantoo. La seorita Laura balanceaba su sombrilla roja, que pareca una flor gigantesca al borde del camino. Iba delante de los dems. Y, all abajo, el barco se alejaba como todos los das a la misma hora, pero esta vez su partida tena carcter pattico, que impeda pensar en los fumadores y leadores instalados a proa. Silja se volvi para examinar los alrededores, y luego se tendi sobre la espalda al borde de una caada, con la cabeza echada hacia atrs, de forma que los rayos del sol heran su rostro por la parte baja. La paz que la rodeaba pareca invadir su conciencia. Sobre la colina, salpicada de mseras hierbas, no haba un solo ser susceptible de atraer la atencin de la pobre fugitiva. No haba ni un nido en las ramas o en las hierbas amarillentas; ningn piar de pjaros revelaba la angustia de una madre; ni haba ninguna flor en el suelo para atraer a una mariposa azul. Slo matorrales de abedules, sombros por arriba y grises por abajo que ignoraban completamente su razn de ser; no llegaban nunca a florecer, pues se cortaban sus ramas para alimentar el ganado o para cubrir los montones de estircol, cuando alcanzaban la altura de un hombre. A veces iban a pacer a aquella colina vacas y terneros juntos con ovejas. Pero hoy no tintineaba ninguno esquila. En la vertiente occidental haba fuentes, junto a las cuales crecan copudos lamos; hasta el abedul llegaba all a formar un tronco, y su follaje se adornaba en verano con unos chatones que se parecan a una vieja cadena de reloj rota... All se reposaban ahora las vacas, despus de ramonear la hierba lozana y de beber el agua sabrosa de la fuente; elaboraban en sus ubres la leche perfumada, que las mujeres y los nios batiran en las granjas en donde vivan los robustos reproductores. El sol calentaba tanto la cara de la joven solitaria que sta hubo de volverse, aturdida; en el mismo instante sinti escalofros, y se encogi instintivamente. Se oprimi el pecho con ambos brazos, envar todo su cuerpo y se arque, dejando escapar una queja continua... Caa la tarde... Adnde ir? Y con quin? No poda quedarse sola, despus de la noche pasada. Adnde ir? No conoca a nadie, y aunque conociera a mucha gente no poda ir a su encuentro, salvo al del que haba huido. Si hubiese acertado a pasar alguien, se habra sobresaltado seguramente al ver a la muchacha. Pero nadie vino, ni tan siquiera una vaca o un carnero. La mujer luch y libr su batalla hasta el momento en que su pena se derram en sollozos violentos, que fueron calmndose poco a poco. Declinaba el da; Silja se apoy sobre los codos; haba en su mejillas unas marcas rojas y sus pupilas estaban dilatadas, pero su rostro aparecia tranquilo y satisfecho casi. Todo haba pasado, y senta que haba empezado para ella una nueva existencia. Deba tratar ahora de conservar prudentemente, y contra nuevas impresiones, una posicin adquirida a costa de tantos sinsabores. Nada se haba perdido, y aquel atardecer podia ser an ms hermoso que el anterior. Cuando Silja se levant al fin y continu su paseo en direccin del Poniente, tuvo violentos escalofros y un ligero vrtigo. Dio la vuelta a la colina y lleg a la fuente. Se inclin para beber, y el agua fresca y ferruginosa acarici su 96
boca seca, pero la hizo tiritar. Sinti que necesitaba meterse en cama. Qu iba a sucederle? No poda regresar a Rantoo; era lo mismo que acostarse al pie de aquel rbol. Pero el dolor creciente la forz a andar, y no tard en ver el tejado de Kulmala, por primera vez por aquel lado. En todo caso, encontrara all a Laini. Silja baj hasta el portn, en donde el ganado esperaba la noche. Laini, que se encontraba en el patio, observ el aire extrao de Silja, que pas por delante de ella sin darle las buenas tardes y entr en la casa. La chiquilla slo supo hacerle estas preguntas: Por qu llegas por este camino? Dnde has estado? No ests ya en la casa? No has visto a mi madre? Si, la he visto...; dame algo para beber... Tienes leche?... Calintala; no me siento bien. Le cost trabajo a Laini ponerse en movimiento: era tan extrao ver a Silja llegar de aquel modo de la colina... Y como intentara interrogarla de nuevo, Silja le dijo con tono fatigado: Djame! y se tendi en la cama, en cuyo borde se haba sentado la vspera, entre dos bailes. Temblando de pies a cabeza, trat de echarse el cobertor encima. Sus ojos estaban cerrados; sala de cuando en cuando un gemido de su boca, que ocultaba con sus manos. Laini comprendi al fin la inutilidad de sus preguntas y, abandonando a Silja, corri en busca de su madre. Al atravesar Kamraatti, anunci el extrao suceso a la granjera, de forma que Sofa, al regresar, se encontr en su casa a la vecina, que le hizo las siguientes observaciones: Se dira que se ha vuelto tartamuda, pues no he comprendido una palabra de lo que me ha dicho; habla de operacin y de envoltura, y dice que l extremo de la venda debe sujetarse por encima de aqulla y no por debajo. No, dejadla como est, yo la sujetar dijo entonces Silja, paseando su mirada sobre Sofa, Laini y la vecina. No chocheo, pero siento tanto calor... y tanto fro aadi. Qu hacer, Dios mo? suspir Sofa. En este estado no puede trasladarse a otro sitio. Djame estar aqu, en nombre del cielo... Te dar todo lo que quieras... No puedo volver all abajo, querida Sofa. Quiz siente remordimientos; habra que llamar al pastor. Si muere as, nos condenaremos todos declar la vecina. En aquel momento entr, precipitadamente, el profesor. Pcara muchacha! He aqu el resultado de tanto bailar... Dejadme que la ausculte... Oh! Oh! Tiene fiebre... Ha dicho algo? Tan slo palabras sin sentido... La vecina cree que habra que llamar al pastor. Eso es! Y si viene tambin el chantre, ya no habr que esperar ms que la defuncin, dentro de una semana, y pagar el entierro lanz el profesor, con mayor brusquedad en la palabras que en la intencin. No todo el mundo puede olvidarse de su alma como usted, que se fa del saber de este mundo. Dejad en paz, al menos, el alma de los dems. Ahora es el cuerpo el que tiene prisa, y caeremos todos en perdicin si no enviamos a buscar al mdico. Yo lo pagar. Con serio ademn y con gran precisin en sus movimientos, el profesor prepar unas compresas que dispuso alrededor del cuerpo de Silja. La enferma pas confiadamente sus brazos sobre la nuca del anciano cuando ste envolvi el torso con las compresas. Muy pronto qued terminado todo, con los alfileres 97
puestos y el cobertor en su sitio. Silja se calm y pudo dormitar un poco. Las mujeres lo haban observado todo con recogimiento, y el ama de Kamraatti, pese a sus anteriores palabras se crey obligada a dirigir un cumplido al profesor. ste palp ligeramente la frente de la enferma y orden que la dejaran en paz. Estaba de buen humor e hizo seal a las mujeres de que se retiraran. En el vestbulo, dijo: yeme bien, Sofia. No dejes entrar a las comadres, pues el mejor remedio es la tranquilidad. Pon al alcance de su mano agua fresca y leche entera, por si quiere beber cuando se despierte. La compresa puede continuar en su sitio hasta la llegada del doctor, que dispondr lo que tenga por conveniente. El profesor regres a su casa a buen paso. Los que le conocan podan adivinar en su modo de andar cules eran sus disposiciones ntimas. Llevaba ahora la mano izquierda hundida en el bolsillo de la americana y la derecha en la escotadura del chaleco. Estaba satisfecho de s mismo y experimentaba un dulce bienestar, como si su sangre se hubiese rejuvenecido al poder prestar ayuda a un ser humano, a una muchacha joven, buena, hermosa, abandonada... Est muy enferma, pero sanar... Mis manos han transmitido al cerebro la orden de resistir, pensaba el anciano, sonrindose de su propia fe. El espritu de Silja divagaba por unos parajes extraos; bogaba en un mar infinito y glacial, en el que lucan el oro y el azul. Distingua en la lejana el puerto de partida. La siega de la vspera y la llegada al baile formaban una unidad. Descansaba luego en el frescor del alba, y alguien la oprima con tanta fuerza que le dola el costado derecho... No, no tan fuerte, querido... Sofia descifr estas palabras cuando despert a la enferma, al llegar el mdico. ste esperaba, esperaba, y Sofia sinti un poco de vergenza por la muchacha. Pero el doctor no prest atencin y se puso a examinar a la enferma Por suerte, el profesor volvi para cambiar las compresas. La habitacin recordaba la sala paterna, en Mikkola, y el profesor era como el padre... Muy pronto se vera la luz de la luna y se oira el crujir de los hielos... Pero afuera reinaba el verano. Delante de la casa se extiende el promontorio cubierto de lamos. El atardecer de verano es exquisito. Un joven desconocido rema en el lago... El profesor sinti que Silja le oprima con sus brazos, cuando la acost sobre la compresa. Y transmiti de nuevo una orden secreta a los nervios y a lo ms profundo de la conciencia de la enferma, mientras la cabeza de Silja se apoyaba en su mano izquierda y cuando la derecha perciba los latidos del corazn. Ya al da siguiente, el estado de Silja se estabiliz. Al alba, encontrndose completamente desvelada, rconoci la sala de Kulmala y trat de regalarse con la leche que le daban. Pero por la tarde y por la noche viva en el ocano de oro y azul; las ideas eran doradas, y la superficie del agua azuleaba como si fuera de seda, lo mismo que el cielo. Se alejaba y llegaba a un sitio en donde todos le demostraban respeto; los que la acompaaban eran empujados a segundo lugar por los que la homenajeaban. Ella buscaba a su rey, que le fue mostrado, y le hizo una profunda reverenda; pero cuando quiso mirarlo, slo vi una mezcla de oro y azul que pareca flamear. Quera quitarse los zapatos. pero alguien que estaba junto a ella le haca seas de que mirara sus pies, y entonces se daba cuenta de que los llevaba descalzos. Sus pies estaban sanos y blancos, aunque crea tener una lupia en el derecho, lo que le produca cierta confusin. Al ver la belleza de sus pies se recobraba y deca, al rey, que no era ms que oro y azul incandescente: Mira, soy tal como me has hecho. Soy un vstago que acaba de salir en mi sarmiento? Voy a florecer? Es mo mi amigo? Sujeta fuertemente el tallo que soy yo, y besa la flor que hay en m. Tu respiracin me fortalece, tu aliento 98
permanecer en el cliz de la flor... Sofa trat de administrar a Silja los remedios prescritos por el mdico. La enferma se despert. He soado que estaba en la escuela ambulante.., o, quiz, en la clase de catecismo...; alguien predicaba... El rostro de Sofa se ensombreci; aquellas palabras no presagiaban nada bueno. Qu tena que hacer? Matti haba prohibido que se hablara a la joven de las cosas del alma. Tu alma no es tan pura como la de Silja ni cuando te encuentras en el coro de la iglesia... haba dicho el profesor. Pero Sofia tuvo una idea: no poda hacerle ningn mal leerle un salmo. Pregunt a Silja qu le pareca. La enferma no respondi; pero cuando vio el libro en las manos de Sofia, grit: No, no me leas la horrorosa destruccin de Jerusaln! No era esto lo que quera leerte, pequea. Silja haba vuelto a cerrar los ojos. Tena una expresin angustiada, por lo que Sofia renunci a la lectura y no volvi a hablar de ella. Pero en su prximo delirio. Silja vi a su padre, que, envuelto en el gris azul y con sonrisa forzada y un tanto reprobadora, hablaba de ella; luego, viendo la mirada de su hija, se volvi y la dej marcharse hacia los parajes por los que acostumbraba circular. Una noche, despus de mirar sus manos difanas y de recordar que alguien haba encontrado su nombre bonito, y despus de haber tomado su medicina, Silja tuvo un momento de tranquilidad. Su odo se haba afinado y oa hablar a Sofia, mientras sta. se dedicaba a sus quehaceres. Sus frases eran cortas y precisas: daba instrucciones a su hija... Silja oa tambin el rodar de los carros por el camino, y su odo discerna que transportaban cereales, cosa muy fcil de reconocer, pues, en este caso, el ruido de las ruedas es uniforme y sordo... El reloj caminaba; era un lindo reloj moderno, con unos clavos torneados y pulidos, que caminaba con una lentitud enervante... Silja se preguntaba cundo se haba puesto ella en camino. Era el domingo antes de la muerte de su padre? S, fue entonces. Pero haba seguido el buen camino, ya que se encontraba all, y que en nada se pareca a los que se pusieron en marcha lo mismo que ella, ni a Sofa, que cuida de su casa, ni al campesino que acarrea su trigo? Todo le pareca un error, un fracaso. Haba en la habitacin unos objetos que databan del tiempo de los abuelos de Sofia. Aqu nacieron los padres del profesor; Silja ha odo de ello... Tendra una habitacin para ella? Tena un marido, y era su mujer, puesto que... Pero dnde estaba? No, no era el que se haba marchado. Haba bailado con ella durante toda la noche y la haba amado con todo su amor; era alto y robusto, pero el hombre que se haba marchado era delgado y plido. Una ola inmensa de melancola se abati sobre la joven; no saba a lo que aspiraba con todo su ser; pero haba en ella algo que trataba de realizarse. Era espantoso no poder abolir aquella partida. Si fuera posible no habra pena ni dolor; existira, sencillamente, y todo se habra realizado. Aquella misma tarde, Sofia fue a Rantoo y declar a su primo que no se atreva a continuar cuidando de Silja, que se encontraba de nuevo agitada, y que aquello no poda continuar de aquel modo. Espera, espera dijo el profesor. Qu da cay enferma? Tal da... hace, pues, una semana. Voy a ocuparme de hacerla cuidar. Vuelve en seguida a casa, y dale la pocin prescrita. Silja visit al fin, por ltima vez, los lugares en donde resplandecan el oro y el azul. Quiso llegar de nuevo hasta el rey, que no era ms que un punto incandescente en aquel mundo maravilloso. Descubri un poco de rojo en aquellos resplandores, como si fuese sangre coagulada. Y de nuevo sus pies fueron blancos 99
y limpios, como los de un nio que sale del bao. Avanz hacia el rey... Pero ya no haba rey, la llama se extingui y un murmullo delicioso hiri sus odos, mientras unos brazos invisibles la abrazaban: Aqu estoy, es mi alma; vuelve a la tierra para esperarla hasta el da del retorno. Luego todo se disip en arroyos claros. La representacin haba terminado; naca el da. El da se levantaba, verdaderamente. Cuando Silja abri los ojos y reconoci la habitacin familiar, reinaba una clara y tranquila maana de agosto. Las rendijas y junturas de los tabiques parecan traerle la salud desde un mundo lejano. Haba junto a su cama una mujer robusta, vestida de azul y cubierta su cabeza con una cofia blanca. Silja fue comprendiendo poco a poco que aquella mujer se encontraba all a causa de ella y para ella; el despertar de la enferma le produjo una gran alegra, que reprimi, pero que permitia adivinar la satisfaccin que se dibujaba en sus facciones. Habl a Silja como a una nia: Descansemos un poco y seamos felices; muy pronto elevar el sol en el cielo y ser un nuevo da. Medio despierta, el pensamiento de Silja pareca haber vuelto en parte hacia los lugares por los que errara no haca mucho. No pens, en un principio, que hubiese estado enferma; para ella, su enfermedad era como un acontecimiento en el que se haba precipitado aquel verano, aunque toda su existencia anterior pareciese haberle llevado a l. Al cerrar los ojos vea an unos resplandores de oro brillante, que le recordaban el fondo de la iglesia, el cuadro grande que haba en el altar y los nmeros de los salmos de la lpida ovalada, situada cerca de la puerta de la sacrista, y rodo aquello, pareca vivir mientras resonaba el rgano. Silja reflexion con gran atencin sobre aquella imagen que no provena de la iglesia en donde haba hecho su primera comunin; era ms antigua. Recorra el largo corredor central en compaa de su padre y de una mujer silenciosa, que era su madre. Haba perdido un hermano y una hermana que haban sido enterrados al son de las campanas; pero Slja recordaba tan slo el momento en que haba atravesado la iglesia... Este verano haba estado tambin en la iglesia, en la de esta parroquia. El da era tranquilo y brillaba el sol; el aire era tan lmpido, que se perciba el menor ruido. Varias heladas nocturnas haban puesto ya sordina a los rumores de la naturaleza estival, a los millares de pequeas vidas que, consideradas una a una, no son perceptibles, pero cuyo conjunto llena la atmsfera de una clida jornada de verano. Silja oy el rtmico batir de los mayales, y pidi una explicacin a Sofa. sta expuso lentamente cuante saba sobre el particular, y sus palabras parecan querer animar y acariciar a la convaleciente al ponerla en contacto con la vida. Era una dicha que Silja sanara, ya que tena que quedarse all... Un poco ms tarde lleg el profesor, cuya existencia haba olvidado Silja completamente. No se acerc a la cama, quedndose en el silln. Sus palabras fueron francas, como de costumbre, pero pronunciadas con voz tranquila y familiar: Has estado verdaderamente en las puertas de la tumba, pobre pequea; ms cerca que nunca. Qudate tranquilamente en cama, y procura alimentarte. Luego rein de nuevo el silencio. Silja se qued unos momentos sola. Oy a las gallinas cloquear en el patio, y, de cuando en cuando, el canto del gallo. Entr sudoroso, en la habitacin un obrero, que buscaba a Sofa; al ver a Silja le dirigi una alegre sonrisa. La convaleciente record que aquel hombre haba sido uno de los ms alegres danzarines entonces... Pero su mente fatigada evitaba instintivamente pensar en aquel baile; prefera refugiarse en las maravillosas 100
correras por los paises de ensueo, cuyo recuerdo se borraba lentamente durante la convalecencia. Poco a poco Silja acariciaba la idea de una soledad en la que no viera a nada ni a nadie de lo que la haba rodeado hasta entonces. Durante la enfermedad, parte del pasado haba sido destruido por el fuego, y la vida nueva volva a empezar apoyndose en parte de lo que haba escapado a las llamas. Por esto Silja deseaba partir, para volver a empezar su vida. Segua escrupulosamente las instrucciones de la enfermera, mientras esperaba su hora, aunque no saba adnde ira. Chispeaba en sus ojos una tranquila sonrisa, pero nadie saba all que era la misma de su padre. El rostro, los ojos, los cabellos, todo el ser de Silja expresaba ahora una gracia particular, que el ligero arrebol de sus mejillas acentuaba ms todava... Si la convalecencia no hubiese sido una cosa cierta, aquellas seales hubieran sido inquietantes; Sofia estuvo, por su causa, un tanto preocupada. Lleg, por fin, el da en que Silja pudo levantarse y contemplar desde la ventana el paisaje conocido, as como el campo de centeno despojado de sus hacinas. All era donde haban segado y hacinado. La otra ventana daba al patio, y Silja vi el portn y el comienzo del sendero que llevaba..., s, all abajo. Se senta dbil todava, y tuvo un ligero vrtigo al mirar el cielo sin una nube. Hubo tambin das nublados. Una vez, el profesor lleg, vivaracho y activo. Vena a anunciar su partida para el da siguiente; regresaba a Helsinki. Pidi a Sofia que fuese, como antes, a poner orden en la casa, y que se llevara las llaves, por si acaso ocurra algn cambio... No s qu cambio puede ocurrir dijo Sofa. Claro que no suspir el profesor. En todo caso, nuestra enferma ha cambiado mucho a su favor. Luego se levant y se despidi de Silja: Hasta la vista, Silja, y gracias! Conservaremos un buen recuerdo de tu paso por nuestra casa; me hubiese gustado llevarte conmigo, pero no es posible. Qudate aqu, junto a Sofa, hasta que ests completamente curada; cuentas con los medios suficientes, pues tu enfermedad nada te ha costado. Luego busca una granja tranquila en donde puedas respirar el olor del establo; lo necesitas. Adis, querida nia! El profesor regres a su casa, seguido de Sofia, que tuvo tiempo, antes de partir, de confirmar a Silja la breve alusin del profesor; ste haba pagado todos los gastos ocasionados por la enfermedad. Por la tarde, al regresar, Sofa trajo a Silja su soldada. que no haba experimentado ninguna reduccin. El profesor, dijo, se haba olvidado de entregrsela durante su visita de despedida. Pero Silja comprendi que haba querido tan slo evitar las protestas. Y a la verdad, la expresin de agradecimiento de la convaleciente le habria causado una emocin desagradable. Rara vez mi padre se aflige tanto por una hija como se ha inquietado por ti cuando caste enferma. Matti es un hombre muy original; aunque sea viejo, tiene todava la sangre ardiente, y nadie sabe lo que pasa en su interior. *** En otoo el tiempo fue refrescando, y una maana el suelo apareci cubierto de escarcha. Los hombres gozaban de los tesoros acumulados durante el verano; su alimento era sano y sustancioso. El pan, la leche, la manteca y hasta la carne y el pescado, todo era fresco. La fuerza del sol estival impregnaba an los forrajes, y el pan de los hombres ola a centeno nuevo. Todo el mundo se senta fuerte; las parejas que se haban formado en verano planeaban sus proyectos de boda. 101
Tambin la tierra recobraba su vigor, absorbiendo el estircol y bebiendo la humedad del aire, para hacer germinar los primeros tallos en la primavera. Silja tuvo la suerte de encontrar una colocacin tal como haba recomendado el profesor. Al otro extremo de la parrojuia se encontraba la pequea casa de campo de Kierikka, y una comadre hizo entrar en ella a Silja. Podra comenzar su servicio tan pronto trajeran el ganado. En la maana del da de su marcha, Silja fue con Sofia a Rantoo para recoger sus cosas. La casa estaba desierta y hacia fro en ella. Las dos mujeres recorrieron todas las habitaciones y dependencias. Sofia charlaba sin parar y Silja slo responda con gestos y miradas; le pareca encontrarse en una iglesia vaca y silenciosa. Se despeda ahora del verano qne acababa de pasar, y encontraba ya all la apacible soledad que haba ansiado durante su convalecencia y recoga todos sus recuerdos. En su habitacin lo encontr todo tal como lo haba dejado en el momento de su marcha. Cunto tiempo haca? Un mes ya. La frescura le ayudaba a rememorar los das y las semanas. Silja pens, incluso, en los meses pasados, en el lejano atardecer de principios de verano, en que lleg a la casa del profesor solitario, que haba contemplado tambin la noche en silencio, hablando en voz baja. Tuvo la impresin de que el profesor acababa de dejar su villa, lo mismo que ella la dejara muy pronto. Una rama de serbal haba quedado clavada en el dintel de la puerta; el tallo estaba resquebrajado y amarillento, y las flores se haban marchitado. Silja puso aquella rama en su cesto, sobre los vestidos, sin que lo viera Sofia. Cogi el salterio y la Historia Sagrada; saba que los haba colocado en la repisa, pero no haba abierto aquellos libros durante su estancia en Rantoo. Ya lo har cuando hayan vuelto el silencio y la soledad, En dnde dormir all abajo? No hay all ms sirvienta que ella; pero si no puede encender la lmpara, por la noche, no le faltar la luz de la luna, que muy pronto ser llena. Ahora es preciso marchar. Sofia oy toser a Silja y apresur la partida, diciendo que no era prudente permanecer por ms tiempo en aquella casa tan fra. Claro, claro, tengo que estar en Kiesikka esta misma tarde replic Silja. Has estado muy bien aqu este verano, y se te hace cuesta arriba marcharte. Confiemos en que la estancia en Kierikka me sea tambin agradable dijo Silja, con tono forzado. Seguramente no ser como aqu; pero esperemos a que Dios nos d otro verano, y entonces podrs volver aqu aadi Sofia. La joven pennaneca inmvil, vuelta la espalda, junto la ventana, como si esperara algo. Sofa sinti necesidad de poner su mano sobre el hombro de Silja, que se volvi bruscamente y la abraz sollozando. La viuda comprendi y nada dijo, dejando que la muchacha obrara su guisa. Luego agreg, acaricindole el brazo: Clmate, hija ma. Cada uno en este mundo lleva su carga; t nunca te encontrars sola, aunque al principio te lo parezca... Por ms que es una suerte estar sola y son muchas las mujeres que han tenido menos suerte que t... Cmo sabes t lo que es...? La ltima palabra se perdi en los pliegues de la blusa de Sofia. La muchacha se pareca a una nia ocultando el rostro en el pecho de su madre. No es muy difcil y verdaderamente te encuentras ya en la edad de saber por ti misma esas cosas aadi Sofia, con voz alegre. Ah! No he pensado en ello dijo Silja, sollozando. Pero la vida... Vale la pena de pensarlo, pequea. Conoces muy poco el mundo. Lo conoceras si hubieses llevado en tus brazos lo que yo y otras mujeres hemos 102
llevado. Pero tu vida se arreglar por s misma. Eres joven, hermosa y buena, y te casars, seguramente, cuando ests restablecida y hayas recobrado tus fuerzas. Silja trat de expresar su gratitud a Sofa, que tan buena haba sido con ella, y que tambin ahora, cuando nadie... Es fcil ser bueno con los que son buenos declar Sofa. Se oy el ruido de una carreta en el patio, y mientras Silja continuaba llorando, apoyada su cabeza en el hombro de Sofia, resonaron unos pasos en la escalera de la cocina. Hubo que interrumpir la despedida. Sofa sali y hall al dueo de Kierikka. Silja vi a un hombre de mediana edad tender la mano a Sofa. El recin llegado explic que le haban dicho en Kulmala que su sirvienta se encontraba en la villa, y por esto haba venido con su carreta. Ah tiene a Silja Salmelus dijo Sofa. El campesino no se acerc, y pareca reflexionar: Es la hija de Kustaa, que tuvo que vender su finca? S... a ver.., en Roimala. Un aire pesado y gris haba entrado en la casa junto con aquel campesino con botas; y predominaba, pues Kierikka era el nico hombre presente bajo aquel techo. Silja tuvo la impresin de estar cometiendo una indelicadeza con el profesor; una atmsfera vulgar se mezclaba con la frescura de la sala, que no era ya un tranquilo santuario gris. Pero no tardaron en salir; nada haba que ofrecer all, y Sofa propuso tomar una taza de caf en su casa. Pero Kierikka declar que tena prisa, y que lo mejor sera cargar la ropa de la sirvienta y partir. As fue hecho. Silja no senta ganas de volver a ver Kulmala. Kierikka era un poco pesado y lento en sus movimientos; se vea que no trabajaba todos los das. Su cabeza se mantena siempre en la misma posicin, aunque levantara o cambiara de sitio alguna cosa, y al menor esfuerzo jadeaba. Su nariz era muy aquilina, con una cicatriz que tena el aspecto de una excrecencia. Sofa haba contado que antao los Kierikkas eran un poco arrogantes; pero que en los tiempos del dueo actual la prosperidad de la granja se haba hundido, y que ahora se vegetaba tan slo en ella. El campesino se mostraba ms diestro teniendo las riendas que cargando los brtulos de Silja. Las bridas eran sencillamente de camo y le faltaban algunas tablas a la carreta; Kierikka guiaba su carricoche como un campesino de posicin. Durante el viaje dirigi una que otra mirada curiosa y rpida a la joven sirvienta, que estaba sentada a su izquierda. Tu padre pudo dejarte algo todava, o lo perdi todo? No se lo he preguntado al profesor. Pues fue l quien arregl mis asuntos con mi tutor. Caramba! Tienes un profesor por cajero, no est mal! Se conserva muy fuerte, aunque sea viejo. Ya lo creo. Lo has podido comprobar? dijo el campesino, subrayando su pregunta con un guio. Por suerte, Silja no comprendi el sentido de la frase ni de la mirada; para ella, Kierikka era un campesino como los dems. Llegaron a las afueras de la aldea. Los relejes eran en algunos sitios tan profundos, que los ejes tocaban el suelo. Cerca de una granja, ech a volar un grajo de bello plumaje, con el que un nio se diverta tirndole pedazos de madera. Ha habido matanza esta maana; por eso han acudido los grajos explic el campesino. Delante de una choza vieron a un anciano que respondi a los buenos das guiando el ojo y diciendo: 103
Toma! Kierikka contina paseando chiquillas; no curar nunca. Es que no permites a los dems que hagan lo que t? replic Kierikka, que aadi para Silja: Es un viejo calavera que vive solo con su vaca, sin que los pastores puedan lograr nada con l. Hace chiquillos a las mujeres, y luego el Municipio tiene que mantenerlos. El camino se deslizaba a lo largo de un bosque bajo y raqutico, de unos campos esquilmados y con las acequas obstruidas, y de unas casas grises y destartaladas; a veces, se vean en ellas habitaciones sin terminar y tablas tapando las aberturas. Haca cuarenta aos se haba querido construir una sala, pero slo se haba podido terminar el comedor, y las ventanas estaban provistas de harapos y tablas en vez de cristales. Silja no haba visto an nada parecido, pues haba vivido en unas regiones relativamente prsperas. La casita en que haba pasado su infancia estaba mucho mejor conservada que las chozas de aquel rincn solitario, situado al final de un camino cenagoso y malo. Da de cambio de casa... Pero el camino no se pareca en nada al que haba recorrido en mayo, sobre el lago, para realizar su destino. Se encontraba en aquellos lugares Kierikka? No, pues el campesino haba tomado un atajo a travs de las chozas; el camino formaba un gran recodo. Llegaron muy pronto a un camino arenoso, en donde haba mojones kilomtricos e hilos telegrficos. Se veia de vez en vez alguna casa destartalada, pero el buen estado de la carretera disminua la impresin de miseria. Aquellas casas podan ver los mojones kilomtricos y oir el zumbido de los hilos del telgrafo. El bosque se aclar y las casas se hicieron ms numerosas y tambin ms modernas. Ya slo se vean tablas y pedazos de tela en muy pocas ventanas. No tard en aparecer en gran edificio, rodeado de un huerto. El campesino afloj las riendas y Silja crey que haban llegado ya al trmino del viaje. Pero era la casa vecina. Silja vi despus a la izquierda, al borde del camino, un granero de granito lleno de grietas, pues los cimientos haban cedido. Encima de la puerta haba una lpida con unas letras gticas, que rezaban: Kalle Kierikka. Luego vino un establo, tambin de piedra, en bastante buen estado. Por vanidad, el amo entr en el patio por el portn grande, a pesar de que habra podido hacerlo pasando junto al establo. Entre los postes de piedra del portn haba un arco de hierro forjado, en el que se lea la palabra Kierikka. Al otro extremo del patio se levantaba un edificio con bonitas cortinas blancas en las ventanas. El cuerpo principal y las dependencias anexas de la casa haban sido pintadas antao con colores diferentes, pero el tiempo les haba dado el mismo tono. El patio estaba lleno de barro. El dueo actual era el hermano de Kalle, cuyo nombre estaba grabado en el dintel del granero, el cual, aunque haba muerto oficialmente soltero, habla sabido conservar la prosperidad de la finca. El actual propiotario, llamado Hermanni, no haba cuidado nunca de reparar lo que se haba derruido despus de la muerte de su hermano. Silja entr en la sala. Las paredes haban sido revocadas antao con greda; pero en muchos sitios haban cado grandes pedazos de este revoque, quiz a consecuencia del hundimiento de los cimientos. Las camas, que databan probablemente del tiempo de Kalle, servan tambin de bancos, a cuyo efecto se las cubra durante el da con una tabla, una de ellas se encontraba junto a la puerta, y la otra, detrs de la chimenea, cerca de la entrada de la cocina; Silja comprendi que dormira en sta. La duea era mucho ms bulliciosa y gil que su marido. Como era ya de noche, arda una lmpara en la cocina cuando el amo y la nueva sirvienta entraron en la sala; por la puerta abierta se vea al ama dedicarse a sus quehaceres con el 104
vestido arrebujado y calzando unas botas viejas. Haba tenido que ocuparse sola del establo, lo que la haba puesto de mal humor, y reprochaba a su marido el que hubiese regresado tan tarde. Todo necesita su tiempo aleg ste, para excusarse. Pero la mujer hablaba ya a la sirvienta: Es la primera vez que nos llega una sirvienta de una casa tan distinguida como la de un profesor. Crees que podrs salir del paso en casa de unos sencillos labradores como nosotros; y sabes ya, al menos, cmo paren las vacas? He trabajado durante cinco aflos como vaquera respondi Silja. Ah! Entonces ya debes de conocer el oficio replic el ama con el mismo tono, que era el de sus conversaciones cotidianas. Como Silja haba visto ya muchas granjeras, no experiment ninguna sorpresa. Saba tambin que ella produca a primera vista la impresin de una muchacha dbil. En cuanto al ama, nada saba de los momentos que haba vivido Silja durante aquel verano, ni que pesaran ms que toda su vida anterior. No tard en aparecer un mozo alto y delgado, que se quit las botas junto a la puerta, las coloc frente a la chimenea, hurg en su armario y encendi su pipa sin pronunciar ninguna palabra. Silja supo por las palabras del ama que aquel hombre se llamaba Aapo y que se encontraba desde haca dos aos en Kierikka. Silja entabl conocimiento con las vacas y tuvo tiempo an de ordear dos o tres de ellas. Durante su convalecencia haba ayudado varias veces a Sofia a ordear, de modo que no haba perdido la costumbre. Por la noche, aunque vio el plido claro de luna que haba esperado durante el da, se encontraba tan fatigada que se durmi en seguida. Cuando la luna lleg en su ascensin al punto desde donde poda ver la cama de Silja por la ventana muy prxima, sus rayos iluminaron de perfil los cabellos y la cara de una muchacha, la nariz delicadamente arqueada, la boca y el mentn y una mejilla plida. El delgado cobertor dibujaba los contornos de un cuerpo cuyas giles lneas parecan reproducir en miniatura los rasgos del rostro. En aquella hora, la luna era el nico espectador que haba conocido a aquella muchacha durante toda su corta vida. La haba visto dormir en la vieja granja de Salmelus, cuando el rostro tena an la redondez de la infancia. La haba contemplado tambin ms tarde, por encima de la nieve endurecida, en el momento en que Silja se encontraba en las puertas de la muerte, de cuyas ganas la salvaron los cuidados de su padre. En una plida noche de verano haba seguido a la joven por nuevos senderos; y no haba expresado ninguna censura cuando Silja y su amigo la haban mirado en un instante de silencio dichoso. Una vez, antao, la luna se ocult detrs de unas matas, como si volviera la espalda para marcharse. Luego haba desaparecido, dejando de ver a Silja durante muchas noches; hasta que un da, fina y de perfil, haba aparecido de nuevo, pues quiso saber qu se haba hecho de la hija de Kustaa, y haba hecho compaa a la convaleciente y visto a un anciano acercarse a la cama de la enferma. Ahora estaba redonda, tal como Silja haba imaginado que se encontrada en el momento en que hallara la soledad deseada. Pero la pobre chiquilla estaba fatigada y dorma, y la luna la pudo contemplar a sus anchas, mientras se mantuvo en la parte de su carrera desde donde poda percibir la cama. Luego, durante toda la noche, la luna permiti a sus rayos que hicieran compaa a la hija de Kustaa en el espacio de la habitacin. Habia conocido a Kustaa joven, y tambin a Hilma, que era hermosa todava en el patio de Plihtari. Si la luna hubiera podido respirar, habra exhalado un profundo suspiro al mirar a la durmiente y al rememorar el pasado. Pero, en el fondo, la luna llena no posee sentimientos delicados, y se limita tan slo a transmitir a los que duermen o velan la luz que le 105
enva el sol. Hasta el momento en que ste vuelve y derrama directamente su luz, con ms fuena que ningn fenmeno natural sobre la tierra. Silja durmi tan bien que ni siquiera oy los rumores del camino, que pasaba a pocos metros de distancia de la pared de la sala. Unos campesinos, enterados de la llegada de la nueva sirvienta, quisieron demostrarle sus simpatas dndole una serenata. Pero no se trataba de canciones buclicas, sino que se hablaba en ellas de proletarios y de derramar sangre si era preciso. El amo velaba todava, y dijo a su mujer que se haba encontrado a dos sujetos con escarapela roja, que marcaban el paso como los soldados y que no le haban saludado. Deben de ser ellos los que estn ladrando afuera. No; se trata de Kalle y Vithori, conozco sus voces; han olido la hembra respondi la mujer, dando media vuelta. Al poco dorma ya. Su marido se levant y entr en la sala, y, despus de haber comprobado que sus dos servidores dorman, se acerc a la ventana y mir al camino, iluminado por la luna. Los dos muchachos nombrados por su mujer se alejaban lentamente; pero su canto dej una impresin desagradable en la conciencia del campesino propietario. Al volverse mir a sus criados dormidos, y luego regres a su habitacin. Antes de dormirse experiment un temor indefinible. Los pobres son tan numerosos que todo ir al diablo si las cosas se complican. No dejarn de quedarse con todo, se dijo, suspirando. Como Silja no haba odo nada, nada comprendi tampoco al da siguiente de la brutal alusin que hizo el ama. El sol proyectaba por si mismo sobre la tierra la luz que la luna haba reflejado durante la noche. Silja se puso al corriente de los trabajos de la granja y se familiariz con la comida. Era muy diferente que en casa del profesor, pero comprendi que poda servirse a discrecin; los hombres coman en la sala comn y los animales en la cuadra. Y se hablaba al mismo tiempo del alimento de las personas y del de las bestias: ambos procedan de la misma tierra. Hubo una pequea disputa sobre los vestidos de Silja. Ninguna de nuestras sirvientas ha trado tantos trapos declar, brutalmente, el ama. Pero luego no pudo menos que admirar los vestidos de Silja y su abundante ropa blanca, en cuanto le era posible admirar algo. Se guard el ajuar de Silja en el granero de los propietarios. El ama, despus de reflexionar un momento, consinti en ello de buena gana. Silja no tard en observar las consecuencias: aunque fuese un poco ms gruesa que ella, la mayor parte de los vestidos de Silja le iban bien. A veces, durante el primer mes de su estancia en Kierikka, Silja permaneca despierta en su cama, tal como haba deseado en la tarde de su llegada. La noche era sombra; pero despus de mirar durante una hora la oscuridad, tendida sobre la espalda. Silja perciba al borde del horizonte desconocido un curioso resplandor rojo, y muy pronto apareca la luna, redonda y amarilla. Como si hubiese adivinado los pensamientos de la joven, pareca un poco molesta, y volva su rostro hacia la derecha. Miraba de soslayo... S, ya s; pero no puedo ayudarte... A pesar del tamao de la luna, su luz era tan tenue que Silja no experimentaba ningn deseo de levantarse para ir a mirar por la ventana. Ces, incluso, de contemplar la luna. Con la cabeza echada hacia atrs, permaneca inmvil en la misma posicin y con las mismas disposiciones intimas que en la colina de Kulmala, en la tarde en que el joven se habia marchado y en que ella haba cado enferma. Descansaba oprimiendo sobre su pecho lo que haba encontrado en el pas de las sombras, entre el oro y el azul, bajo el matorral ardiente, y que le haba dicho palabras que le era imposible recordar. *** 106
Rein luego noviembre en el ancho mundo cotidiano. Hubo apacibles jornadas brumosas, en las cuales las urracas permanecan en los tejados, al acecho de los despojos de carniceria; el grajo, tmido primo de la urraca, revoloteaba cerca de la granja, graznando y mostrando las abigarradas plumas de sus alas. En las casas de campo, los trabajos agrcolas haban cesado casi; un mozo guiaba una carreta cargada de forraje; un campesino iba al granero. Los domsticos tenan su tradicional semana de vacaciones... Todo se desarrollaba segn las costumbres ms seculares. Pero haba, sin embargo, algo nuevo. En Kierikka nadie lo notado mucho, pues la granja estaba muy alejada; pero en el centro de la parroquia todo el mundo lo vea. El pueblo se agitaba de nuevo, como en la primavera, cuando las labores; pcro ahora los labradores demostraban mayor actividad: haban creado guardias y hacan ejercicios millares. Un vecino de Kierikka haba entrado en uno de esos cuerpos de voluntarios; proceda de otro Ayuntamiento, y demostraba ms energa que los dems. Hermanni Kierikka no tena ningn deseo de ir a hacer la instruccin, y se limitaba a pronunciar frases vacias y vulgares, en las que haba una buena dosis de sabidura campesina y una ligera irritacin contra los obreros en gcneral, sobre todo contra los me iban a las reuniones; asi como tambin lugares comunes, como el siguiente: En nuestro pas, la agricultura puede rivalizar con la industria. Respecto a esto, los campesinos sentados en el banco nada tenan que objetar. Un da, en la aldea, la guardia roja desarm a la de los campesinos, a los que trataba de carniceros; detuvo a sus miembros y los oblig a jurar que no se opondran en adelante a las reivindicaciones de la clase obrera. Plidos y abrumados, los ricos labradores firmaron con mano temblorosa aquella promesa y regresaron a sus casas. En toda la parroquia les fueron recogidas las armas a los propietarios, y Kierikka hubo de entregar su viejo fusil de aguja, que no haba sido cargado desde haca lo menos veinte aos; los chiquillos haban extraviado el molde para fabricar los cartuchos, de forma que el viejo trabuco no serva para nada. A pesar de todo, se lo llevaron, y Kierikka pronunci algunas palabras apropiadas al descolgarlo. Haced el favor de devolvrmelo; acordaos de que os lo he pedido. Claro, claro; as que el pueblo se haya calmado asegur un sastre, al que gustaba mucho leer, y que en su juventud haba explicado el Evangelio en las reuniones de edificacin moral. Ahora, su cabeza se encontraba tan llena de ideas nuevas y de reivindicaciones proletarias que incluso le temblaba. Haba llegado un barco cargado de soldados rusos a la parroquia vecina, en donde haban sido asesinados un campesino muy conocido y un viajante de comercio que iba de paso. Pero Kierikka no daba crdito a la noticia. Los soldados rusos no se molestan por tan poca cosa declar, con conviccin. No obstante, han llegado replic un aparcero que haba ido a la casa para charlar un rato. Los Kierikkas no eran aficionados a la lectura, y slo reciban un pequeo diario, que se publicaba en el Municipio vecino y observaba una neutralidad rigurosa. Slo lean los anuncios, y luego discutan para saber quin era el campesino que quera vender una vaca a punto de parir. En estas discusiones, los jornaleros que se encontraban de paso en la granja demostraban una superioridad indudable. Todas estas circunstancias hicieron que los habitantes de la granja conservaran su paz interior y exterior durante los trastornos que se produjeron en aquella poca. 107
A ltimos de febrero de 1918, cuando estall la guerra civil, Kierikka no tuvo que sufrir mucho a causa de las incautaciones y requisas. Hubo de sujetarse, naturalmente, a algunas prestaciones en acarreos, pero como sus caballos eran dbiles y la yegua estaba preada, los revoltosos preferian dirigirse a los vecinos. En cuanto a los cereales y otros vveres, la granja hubo de proporcionar su parte. Al principio de la guerra se produjeron algunos acontecimientos que, de haber llegado a conocimiento de los rojos, hubiesen tenido enojosas consecuencias para la granja. Los comunistas sublevados haban colocado centinelas hasta en los sitios ms extraos. Durante los primeros tiempos resultaba muy fcil deslizarse ante las propias barbas de aquellos infelices, que, tiritando de fro y con sus gorros metidos hasta las cejas, fumaban cigarrillos cuya lumbre se vea desde larga distancia. Muchos de estos rojos se encontraban, adems, debilitados por la escasez que reinaba cuando entraron en la guardia, sin que la sbita abundancia de una alimentacin slida y grasa resultara, por otra parte, apropiada para aguzar sus facultades de observacin. Sucedi, pues, que una noche llegaron a Kierikka dos jvenes que no eran del pas. Decan venir de Tampere y que se proponin ir al frente; pero aquello no pareca muy verosmil, pues no se trataba de obreros. Fingan cierta grosera, pero no saban sostener el cigarro como los mozos de labranza, y sus manos eran demasiado finas. Sus explicaciones resultaban confusas. Habiendo dicho uno de ellos que les haba sido recomendada aquella granja, replic el ama que nadie tenia derecho a hacerlo, aadiendo, al paso que guiaba el ojo a su marido: Si vais al frente, el Estado Mayor no se encuentra muy lejos; muy pronto van a venir a buscar la leche, y podris marcharos con la patrulla. Se encontraban presentes, adems de la duea, Kierikka, un vecino y Silja. El ms joven de los forasteros mir a Silja con tanta cordialidad que todos lo notaron. Tenemos prisa dijo. No podra esa joven ensearnos el camino? Mientras no os la llevis, no hay inconveniente dijo el ama, con brusqnedd. Hasta la vista! dijeron los dos jvenes al partir. Lo mismo da puntualiz la mujer, en cuanto la puerta se volvi a cerrar. Este asunto caus molestias a Kierikka en el momento mismo y tres meses despus, cuando los blancos se apoderaron de la regin; uno de los visitantes nocturnos era comandante de compaa y se acord de la fra acogida que le haba dispensado el ama. Como corra el rumor de que Kierikka haba dado por propia iniciativa un cerdo cebado a la guardia roja, para que sta no se apoderara de su propiedad, estuvo a punto de ser encarcelado junto con los sublevados; pero todo se arregl mediante el pago de una multa. Aquella noche, Silja cogi su grueso abrigo y su pauelo de lana, para acompaar a los jvenes desconocidos cuya mirada pareca dictarle su conducta. Cuando hubieron salido del patio, el ms joven la cogi por el brazo y le dijo: Escucha, eres bonita y graciosa... Seguramente no debes de ser roja. El ardor y decisin del joven divirtieron y encantaron a Silja. que respondi, riendo: En nuestra granja no hay rojos despus que el cerdo ha sido llevado al Estado Mayor. Bien, pero ten en cuenta que nuestra vida se encuentra en tus manos. Aydanos a atravesar el frente hacia Kuuskoski. Debe de haber centinelas armados en cada encrucijada, no es as? S, el primero se encuentra aqu, detrs de la granja; pero se trata de Ville, y no os va a comer. 108
Basta de bromas! Ensanos el camino a travs del bosque y dinos dnde podemos encontrar comida. Silja les propuso proporcionarles vveres, pero tenan prisa por alejarse. Partieron a travs de los campos. Los dos hombres llevaban esqus y no perdan de vista a Silja, que segua el camino. Pasaron junto a algunas casas cuyos hombres se encontraban en aquel momento curioseando por los alrededores del local del Estado Mayor del lugar. Luego Silja se detuvo delante de una granja situada a la orilla de un bosque. Los dos hombres se le acercaron, y ella les indic lo mejor que supo el camino que tenan que seguir, y les habl de una granja a cuyo dueo conoca; bastaba que le saludaran en nombre de Silja Salmelus. Encontraran all alimentos y consejos. Entonces, el ms joven se acerc bruscamente a Silja y deposit un beso en sus labios: Si todo acaba bien y logro regresar, me casare contigo, puedes estar segura. Nada de promesas intiles! dijo Silja; tengo ya a alguien y luego aadi: Es hora de que os marchis. Al cabo de un instante, y estremecindose al or sus propias palabras, aadi: iSaludad a Armas de mi parte! Estas palabras, sbitas e involuntarias, calmaron su espritu. Los dos jvenes no oyeron o no comprendieron aquella frase, y se alejaron en la direccin indicada. Silja tom de nuevo el camino de Kierikka, sintindose ms reconfortada y alentada. La vida le traa siempre nuevos acontecimientos bruscos y rpidos. Andaba de prisa por el camino helado; la huella del beso se retrasaba en su conocimiento; se senta llena de ardor, como si la nieve y el hielo hubiesen desaparecido, y se crea de nuevo en la colina de Kulmala, en una noche de verano, o en el sendero del prado, cuando se abran las flores. El joven desconocido, llegado no se sabia de dnde y desaparecido, le haba robado un beso para llevrselo al sitio donde adivinaba que se encontraba su amigo de la noche de verano. Se encontraba seguramente all abajo, ya que no estaba aqu. Estaba all abajo y regresaria, y se volveran a ver mejor que en el pasado verano. Ambos haban esperado y sabran encontrarse de nuevo sin vacilacin ni timidez. En la noche ms hermosa del verano, iran derechamente hacia la pradera lejana a la orilla del bosque... Era delicioso esperar, cuando lo que va a llegar es hermoso y cuando la espera evoca, en el paisaje glacial de febrero, el perfume de una pradera estival. El alma de Silja se incendiaba en aquel paseo nocturno. La nieve resplandeca... Por el mismo camino iban dos hombres que calzaban esqus y llevaban el fusil en bandolera. Al ver a la muchacha le dieron el alto, pero Silja no obedeci en seguida, y dio an algunos pasos. Entonces uno de los hombres le apunt con su arma, y ella se detuvo tranquilamente: iDe dnde vienes? pregunt el guardia rojo. Yo? Pero.., si estaba tomando el aire. Has acompaado a un carnicero; confisalo sin rodeos, ser lo mejor. No tengo nada que confesar; dejadme ir a casa, tengo bastante que hacer todava. Dejarte ir a casa...! Si no fueras una mujer, todo estara arreglado ya... Vamos al Estado Mayor; all te harn hablar. Adelante! Los guardias decidieron interrogar al pasar a los habitantes de Kierikka. El ama se puso a hablar en seguida. Si, han pasado unos vagabundos, pero nada les hemos dado; yo les he dicho que fueran al Estado Mayor, en donde podran informarse de todo, pues yo no 109
sabia nada. Entonces me han pedido que Silja los acompaara, y, como he visto que le guiaba el ojo, les he dicho que Silja poda hacerlo; pero no s adnde han ido ni me importa el saberlo. Pues bien: vamos a llevamos a Silja al Estado Mayor, y Kierikka nos acompaar tambin, para decir si la granja ha recibido otras visitas como sta. Qu voy a hacer all? No s nada del asunto, y me paece que.. El camino no es muy largo, y no podemos hacer interrogatorios aqu. En marcha!dijo el guardia de ms edad. El Estado Mayor se encontraba reunido enhe una nube de humo; los hombres tenan la cara placentera de los que detentan el poder. Aquellos aparceros e inquilinos, cuyos antepasados, lo mismo que ellos en su juventud, haban trabajado un ao tras otro sin esperanzas de mejorar su condicin, tanto si realizaban su trabajo perezosamente como con asiduidad y energa, se encontraban ahora en el colmo de la dicha al formar un Estado Mayor. Tenan alimentos, descanso y tabaco, y podan escuchar hermosos discursos. Experimentaban una fuerte emocin al dar rdenes a unos propietarios antes altivos; al principio, esto les daba casi vrtigos, pues comprendan que haban emprendido una ruta que no saban bien adnde iba a parar. Este sentimiento se asociaba tambin a las detenciones de personas conocidas que eran llevadas a su presencia. Aquellos hombres conocan todos ellos a Kierikka, y saban que no haba blancos en su casa. No era capaz de ocultarlos, era demasiado flojo. En cuanto a Silja, comprendan que haba obrado por ignorancia, y que bastara con asustarla un poco. Dinos quines eran esos hombres y dnde los has llevado dijo Rinne, el jefe del Estado Mayor, con aire bonachn. No lo s; tena que ensearles el camino del Estado Mayor. Pero si no se pasa por all abajo. Han dicho que preferan pasar por el bosque. iClaro! Ya lo creo? dijo Rinne soltando la risa. Y hasta dnde los has llevado? Hasta la granja de Kivilahde, que es miembro del Estado Mayor. Est bien, y qu te han preguntado? Nada... No me acuerdo... Pues vas a quedarte aqu, para que se te refresque la memoria. Y usted, Kierikka, vuelva a su casa y procure que sus sirvientas no tengan galanteadores de ese gnero; y si se presentan venga a decrnoslo, mucho cuidado! Espero que no vayan a tener a la muchacha aqu durante mucho tiempo, pues se necesita en casa y por nuestra parte en nada les hemos faltado a ustedes. iBasta! Procure que los carniceros no vayan por su casa En cuanto a la muchacha, regresar maana por la maana, cuando nos hayamos enterado de lo que han hecho los carniceros en la granja... veremos si lleva pajas en la espalda...! Rinne hablaba con voz un tanto irritada, pues despreciaba a aquel desgraciado al que ni siquiera poda considerar como un adversario y contra el cual senta un antiguo rencor. Vuelve a tu casa y deja aqu a Silja; bien se la dejas a los carniceros dijo un desconocido, con aspecto de hombre de la ciudad. Nadie se ocup ya ms de Silja. Rinne y sus compaeros pasaron a otra habitacin, y la muchacha se sent en un banco del vestibulo, en compaa de un hombre que reparta billetes de alojamiento y de unos guardias rojos desconocidos. 110
Estos decan gansadas a la muchacha, que no se dignaba mirarlos siquiera; ante esta pasividad completa, no tardaron en dejarla en paz. La mujer de Rinne, afamada cocinera y avisada comadre, invit a Silja a tomar caf en la cocina. Es una prisionera y debe quedarse aqu declar un guardia. La conozco bien y sabr guardarla. Ven, Silja. Luego son el timbre del telfono en la habitacin vecina, y se oy hablar a Rinne: El Estado Mayor de Vouniemi? Aqu, Rinne. Dos carniceros tratan de atravesar el frente en direccin a Kuuskoski; han sido vistos aqu... Ya lo sabais? Han pasado ya? No tenis, pues, centinelas? Cmo? Muerto? Maldito sea! Un centinela muerto y aqu no sabemos nada, maldita sea! La conversacin ces. Silja, que la haba oido, lo adivin todo. Rinne fue a preguntar dnde se encontraba la muchacha. Est tomando caf con tu mujer, en la cocina. La puerta se abri. Silja Salmelus, ven ac grit Rinne secamente. Silja palideci y sinti un ligero temblor; pens en Armas, cuya imagen acababa de pasar por su imaginacin; luego se recobr y sigui a Rinne. Esta vez se la acompa hasta la habitacin del fondo, donde se hallaba reunido el Estado Mayor. Los hombres permanecan silenciosos y graves, pero nicamente Rinne tena un aire resuelto. Ya no se retorca el bigote, que le gustaba levantar mientras hablaba, y su voz, al dirigirse a sus camaradas y a Silja, tena un timbre extrao. Esta muchacha ha ayudado a dos enemigos que han dado muerte a uno de nuestros centinelas. Lo confiesas? Nada tengo que aadir. El ama orden que los acompaara al Estado Mayor, pues queran ir al frente, y yo les he enseado el camino; entonces me han dicho que preferan pasar por el bosque y me han preguntado en dnde viva el miembro ms prximo del Estado Mayor entonces yo los acompa a casa de Kivilhade. Qu armas llevaban? Ninguna. Cmo sabes que no llevaban ningn arma de bolsillo? Lo s; me parece que si las hubiesen llevado, las habra visto... Se dibuj una dbil sonrisa en la cara de los hombres. Silja comprendi que haba ido demasiado lejos en defensa de los dos desconocidos; un instinto defensivo inconsciente le haba sugerido aquella respuesta. Esta muchacha no ha sido posiblemente su cmplice; antes bien, su vctima dijo uno de los hombres. Silja conservaba una expresin impasible, como al ser interrogada la primera vez; estaba abstrada, y pareca perseguir un ensueo agradable del que no era posible sacarla. Rinne dijo: El mejor castigo sera entregrselaa nuestros soldados, pero un buen guardia rojo desprecia las sobras de los carniceros. En aquel momento se oyeron voces en la sala vecina, y el interrogatorio termin. Acababa de llegar un grupo de rojos desconocidos, y Rinne fue a ver de qu se trataba. Pedan un gua para ir a la granja de Kurkela, y Silja, que haba seguido la conversacin, record que Kurkela haba pertenecido a la disuelta guardia blanca. A una pregunta de Rinne, uno de los hombres le ense un papel. Hay que cumplir la orden esta misma noche, dnde est el gua? 111
Tomad a esta muchacha dijo uno de los guardias locales. Ha sido detenida por complicidad con los carniceros; de modo que su cuenta puede quedar muy pronto arreglada. No dijo Rinne, el intenogatorio no ha terminado an. Aqu nos ocupamos nosotros mismos de nuestros asuntos... Dnde est Teliniemi? Presente, mi capitn dijo el nombrado. Toma un trineo para acompaar a esos hombres y haz lo que te pidan. A sus rdenes! Cuando se hubieron marchado, Rinne volvi a la habitacin donde le aguardaban sus compaeros. Brillaba en su rostro un resplandor extrao y se retorca el bigote. Uno de sus compaeros le pregunt quines eran aquellos hombres, a lo que respondi: No lo s; pero creo que son ejecutores. iAh, caramba...! Y de esa sirvienta que abraza tan fuerte a los carniceros que puede enterarse de si llevan armas en los bolsillos, qu vamos a hacer? Claro que se trata de una simple obrera, y de las ms ignorantes. Desde luego hay que considerarla incapaz de conspirar; lo mejor ser enviarla a su casa en cuanto se haga de da. Estoy de acuerdo, pero hay que inscribirla en el Sindicato para que se instruya. Aqu est el registro... Tienes dinero para pagar la cuota? le dijo con benevolencia. El paso de los desconocidos haba desviado la atencin con respecto al asunto de Silja. Iban a producirse acontecimientos graves aquella noche. Teliniemi traera noticias. Hasta aquellos momentos del principio de la guerra, pocos rojos haban estado en contacto directo con las efusiones de sangre en aquella comarca. La sirvienta de una granja destartalada era muy poca cosa en comparacin con el acomodado vecino al que se iba... Los arrendatarios, que en el fondo eran personas de buen corazn, no osaban pensar en el desenlace de la aventura nocturna, y experimentaban la necesidad de interceder a favor de Silja. En cuanto a Rinne, sus ojos revelaban una clera contenida; l si era capaz de imaginar la suerte del dueo de Kurkela, y se desinteresaba de Silja. Su mujer entr en la sala. Silja es inocente dijo, y luego aadi, dirigindose a la muchacha: Ven a descansar un poco antes de volver a tu casa, y procura no acompaar a forasteros, aunque te seduzcan. La Rinne era una buena mujer, y muchos campesinos de la regin la compadecieron al enterarse de que los blancos la haban fusilado el mismo da que entraron en el pueblo. Silja se tendi en el sitio que le indicaron, pero no pudo dormir. Hasta las tres de la madrugada estuvo oyendo rumores de voces y ruido de fusiles. Luego el Estado Mayor se durmi. Una vez se oy el telfono. Rinne respondi con voz adormilada, ech una ojeada a la sala y se volvi a acostar. Un poco ms tarde, el centinela fue a despertar al que tena que relevarle, y ste refunfu largo rato antes de salir. Hacia la maana, la mujer de Rinne se levant y prepar el caf, ayudada por Silja. Ah! Vas a necesitar un salvoconducto, ve a despertar al secretario. Otros durmientes se despertaron y entre ellos dos hombres que haban pronunciado palabras obscenas la vspera. Ve a acompaarla; te mueres de ganas desde ayer. Con mucho gusto respondi el interpelado. Coge un arma dijo otro. Tengo la que necesito para este paseo dijo, cogiendo a Silja por la cintura; pero luego regres para hacerse con una pistola. 112
Silja ignoraba el nombre de su compaero, al que se acordaba de haber visto en un baile. Era alto y rubio, y se contoneaba al andar. Adnde iremos para calentarnos un poco? dijo a Silja, que no respondi. El hombre sac entonces una boquilla, en la que introdujo con calma un cigarrillo, encendi ste, resguardando la llama con las manos. Tir el fsforo, que describi un bonito semicrculo; realiz estos gestos como si experimentara alegra y orgullo. La aurora apuntaba por el Sudeste. Silja tena la impresin de que caminaba por un mundo maravilloso en el que haba entrado la vspera, en la sala comn de Kierikka. Tena a su lado a un mozo de labranza con brazal rojo, que profera a veces una chanza, entro dos bocanadas de humo, con natural desparpajo. Silja le escuchaba, y a veces sus palabras la divertan, y entonces su sonrisa envalentonaba al mozo. Llegaron as hasta la ltima granja de la aldea, cuya puerta abierta daba al camino. El mozo puso manos a la obra, Se detuvo sin que Silja comprendiera lo que se propona. Entremos a calentarnos un momento le dijo, cogindola por un brazo. Silja lo mir, extraada, y se solt bruscamente en el momento en que su compaero trataba de cogerla por la cintura. El hombre cambi de actitud; cogi a Silja a brazo partido y se la llev casi a rastras a la granja. No haba observado un trineo que se acercaba lentamente. En la luz crepuscular, el que iba en el vehculo haba distinguido finos movimientos confusos cerca de la granja; detuvo su caballo, arm su fusil y avanz hacia la puerta, que continuaba abierta, Oy en el interior el ruido de una animada lucha. Quin est abi?grit con voz ruda. Rojos... Es Teliniemi? pregunt el mozo, que sali sujetando a Silja, que continuaba debatindose. Si; pero qu demonios ests haciendo aqu? Deja a esta mujer tranquila, ya que nada quiere saber de ti. Oye y tu excursin? pregunt el mozo, para cambiar de tema; y, diciendo estas palabras, solt a Silja, la cual, antes de alejarse, se irgui bruscamente y arregl su vestido. Todo ha ido bien respondi Teliniemi, con mirada sombra. Y los dems? pregunt el mozo, despus de un momento de silencio. Los he acompaado a la estacin. Eran dos soberbios mocetones dijo, instalndose en el trineo al lado de Teliniemi. Hasta la vista y sin rencor! grit a la muchacha, que se iba. La aurora era ya rojiza cuando Silja lleg a Kierikka. No vala la pena de acostarse, y esper a que su ama se levantara para ordear las vacas. La fatiga de la noche haba desaparecido, e invada su ser una entraable frescura. Se senta bien. Desde su partida de la vspera hasta aquel instante, su vida haba sido una continua ascensin. No llegaba a explicrselo, ni siquiera pensaba en ello; pero algo que haba estado dormido durante meses acababa de despertarse, y Silja senta que no se volvera a dormir mientras viviera. Esperaba. *** Por la maana corri la noticia de que Kurkela haba sido asesinado al borde del camino. Informado, el Estado Mayor prometi hacer averiguaciones. Silja no cont a nadie lo que haba visto y odo la vspera del asesinato. La dominacin roja dur an siete meses en la parroquia: el tiempo suficiente para que la gente pacfica se acostumbrara. A veces se vea a un guardia rojo sentado tranquilamente en casa de su antiguo amo, y la conversacin careca de odio. El amo se atreva incluso a criticar un poco el nuevo rgimen, sin alterarse, y el arrendatario rojo le adverta sobre los quebraderos de cabeza que podra 113
acarrearlo el no medir bien las palabras. Cuando llegaron los blancos, los campesinos trataron, en general, de salvar a sus jornaleros y arrendatarios tanto como les fue posible. Durante los primeros das que siguieron a la conquista, se dio a menudo el caso de que soldados blancos, por denuncia de algn habitante del lugar, penetraran en una granja; si encontraban al hombre o mujer denunciados, se los llevaban detrs de la casa para ejecutarlos sin otra forma de proceso. Las sentencias del Tribunal que haba en el pueblo eran tanto o ms sumarias. La abundancia de prisioneros obligaba a ir aprisa. A partir de la noche en que Silja y su amo tuvieron que ir a casa de Rinne, la granja no tuvo otro contacto digno de nota con la sublevacin. Como se encontraba separada de la carretera que una la estacin al frente, apenas si recibieron otras visitas que las de los rojos de la localidad. Teliniemi llevaba a menudo noticias del frente, que se encontraba tan slo a dos leguas de distancia; era un hombre muy divertido y conoca a mucha gente. Cont un da que Siiveri haba sido asesinado; se le haba encontrado muerto en el camino, con un paquete de tarjetas de pan en la boca. Saba que Oskari Tonttila haba perecido: acompaaba a unos rojos al frente, cuando el grupo cay en una emboscada; algunos pudieron huir, pero Oskari muri a los primeros disparos; el entierro tuvo lugar un domingo. Tales eran los relatos que haca a veces Teliniemi, por la noche, en la sala de Kierikka. De cuando en cuando lanzaba una mirada a Silja y haca alusin a lo que habra pasado si el no se hubiese presentado en el momento preciso: Aquel bruto hubiera terminado salindose con la suya. No se me coge as como as replicaba Silja, y la mirada sonriente de la muchacha expresaba a Teliniemi que le estaba agradecida. A las preguntas que le hacan los dems, Silja se limitaba a responder que Teliniemi era un tuno. Hacia fines de marzo, una especie de inquietud vino a alterar la estabilidad adquirida. Llovan rdenes, a veces incomprensibles, como la que prohiba encender las lmparas en las granjas despus del anochecer; era, segn se deca, para impedir las seales luminosas. Otra vez se requisaron artculos de los cuales no se haba hablado nunca, y en su virtud llegaron a Kierikka dos hombres que se dedicaban a recoger mantas. Slo haba una en la granja, bastante deshilachada; pero, a pesar de todo, se la llevaron. Es orden que nos ban dado dijo el ms viejo, que era un hombre calvo y barbudo, cuya cabeza temblaba. He aqui al viejo Jussi metido en el fregado dijo Kierikka, despus que los rojos se hubieron marchado; y luego habl largo rato de Jussi, cuya cabaa se encontraba al otro extremo de la aldea. Se perciba en el aire una tensin misteriosa. Hasta en la cara de Silja habra sido posible descubrir durante aquellas jornadas decisivas un alegre resplandor debajo de sus largas pestaas y un fresco arrebol en sus mejillas. nadie cuidaba de observar la expresin del rostro de una sirvienta; Silja era, sin embargo, una de las pocas personas que esperaban con impaciencia la decisin prxima, pues lo que esperaba no era un simple cambio de soldados y jefes. Durante aquellos das y noches, tanto si estaba trabajando como si descansaba, le pareca que los dos desconocidos le hacan seas desde all abajo, desde el sitio en que tronaba el can. Le mostraban un compaero. Ah viene l que nos gritaste que saludramos cuando nos acompaaste. A medida que aumentaban en derredor suyo, por un lado el temor y por el otro la alegra maligna del desquite, Silja olvidaba cada vez ms el porqu la gente estaba excitada. Una hermosa esperanza que iba en constante aumento le llenaba 114
el corazn. La carrera del tiempo se la llevaba hacia una hora soleada y lejana, que disipara la bruma en la que haba vivido. Silja se puso a observar en direccin al punto de donde sobrevendran los nuevos acontecimientos; olvid incluso su trabajo y se atrajo las amonestaciones de su ama: Tan segura ests de que vas a tener una agradable sorpresa, ya que miras a cada instante en esa direccin? Una tarde, cuando hacia poco que un grupo de rojos haba estado en la granja para pedir un caballo, y que Kierikka sac la conclusin de que las cosas iban mal para los rebeldes, Silja se encontraba en un prado situado al norte de la granja. Empujada por el instinto, Silja se fue por el camino. Muy pronto oy unos pasos, y luego vi a un hombre en el recodo de la carretera. La muchacha se detuvo y, a continuacin, reanud unos pasos su marcha. Eres Silja? pregunt una voz que le pareci conocida. Y un hombre se dirigi hacia ella, jadeante. El frente ha sido roto... los rojos huyen... los blancos no dan cuartel. Yo no puedo irme, pues todo va mal por casa... Cuando hayan pasado los primeros momentos podr, quiz, salvar la piel... Necesito esconderme durante algn tiempo por aqu, cerca de mi casa... Si me encuentran, estoy perdido, pues fui yo quien acompa a los que dieron muerte a Kurkela. Pero nada tengo que ver con esto; t podrs atestiguarlo... pues me viste al regresar... Escucha, voy a esconderme en el henil de Kierikka; avisa a mi mujer que me lleve a escondidas pan y leche... Lo hars, verdad? Si salgo con bien, me acordar de ti toda la vida. Vamos, separmonos, pues podran notar tu ausencia... Asustado, Teliniemi, antes tan alegre, se alej rpidamente mirando a todas partes. Al encontrarse cerca de la granja, hizo seas a Silja de que regresara. Despus de aquella noche en que los rojos huyeron, pas un da entero en que no hubo en el pueblo rojos ni blancos. Fue entonces cuando los habitantes tuvieron ms miedo. Nadie osaba salir de casa. Pero se vi a la viuda de Kurkela ir en carruaje a la aldea, vestida toda de negro y con una expresin de odio contenido en el rostro. Quiere ver a los blancos en seguida, para contarles el asesinato y todas las tropelas de los rojos. El ama de Kierikka la vi pasar y experiment un vago sentimiento de repulsin por aquella mujer que pareca de otra clase que ella. Silja haba observado tambin el paso de la propietaria de Kurkela; poco despus, sin decir nada a nadie, fue a llevar su mensaje a la mujer de Teliniemi. En la choza todo iba muy mal, tal como haba dicho el marido. Emma se encontraba en vsperas de dar a luz, y uno de sus hijos tena la tos ferina; dio las gracias a Silja por el servicio que le haba prestado. *** Poco despus de aquella escapada, Silja tuvo una aventura que recordaba algo la de hacia siete semanas, cuando gui a los dos desconocidos. El pueblo no permaneci mucho tiempo en el angustioso estado de paz durante el cual no se haban odo disparos de armas de fuego ni visto fusiles. Las avanzadas blancas llegaron pronto a casa de Rinne, adonde acudieron sin tardanza los propietarios ms importantes, para dar cuenta de la situacin, quejarse de las requisas rojas y delatar a los cabecillas de la comarca, denunciar su domicilio y, si era posible, el sitio donde se ocultaban. Pero los atezados soldados no escuchaban las quejas, y se interesaban tan slo por los asesinatos cometido por los rojos. Si se les sealaba a una mujer como peligrosa agitadora, iban dos soldados a buscarla. La mujer de Rinne, que haba huido con su marido, fue detenida cuando regres a su casa. 115
En cuanto se habl de la muerte de Kurkela, alguien declar que Teliniemi haba acompaado a los asesinos. Se deca tambin que una tal Silja, que servia en Kierikka, haba servido probablemente de gua, pues haba pasado la noche en el Estado Mayor, de donde sali por la maana con un rojo de nota. En seguida se hizo un registro en casa de Teliniemi, y los que lo hicieron se presentaron despus en Kierikka, donde haba ya algunos blancos. Muchos campesinos que durante la revuelta se haban estado quietos y haban, incluso, agasajado a los jefes rojos, se convirtieron, de repente, en ardientes purificadores de la comarca. Provistos de un brazal blanco y con el fusil al hombro, partan en grupos de dos o de tres, o en compaa de los soldados, para inspeccionar las aparceras y las granjas. As fue como Santala, el propietario de la granja a donde se haban dirigido Silja y Manta cuando partieron de Siiveri, se ocup con ardor de limpiar la vecindad, pese a sus turbios antecedentes judiciales, con dos soldados de sombro ademn. Santala deba de haber tenido relaciones ntimas con Kurkela, pues trabajaba, sobre todo, para poner en claro su asesinato. Haba odo decir que era posible que Silja hubiese acompaado a los asesinos, rumor tanto ms estpido cuanto todo el mundo saba que quien los haba acompaado fue Teliniemi, y que ste, al ser hijo del pas, no necesitaba ningn gua. Santala haba llegado a Kierikka, reclamando a Silja con la voz imperiosa que haba adoptado aquellos das. Qu quieres de ella? le pregunt el viejo Kierikka. Quisiera saber por qu ha acompaado o los asesinos a casa de Kurkela? declar Santala. No es cierto que los haya acompaado replic bruscamente Kierikka, el cual, aunque no era rico, prteneca a una familia respetable y se acordaba de ello y pareca manifestarlo en la voz cuando hablaba con Santala. Se sabe lo que se sabe dijo Santala, con gesto de suficiencia y levantando los ojosEstaba en casa de Rinne aquella noche. Es verdad, y estuvo a punto de que la encerraran por haber compaado a dos soldados blancos. Quera llevarlos a casa de Rinne para que los asesinaran. Crees que no se sabe adnde le dijiste t que los llevara? Y diste, incluso, una vaca al Estado Mayor, para que protegieran tu granja... No; fue un cerdo. Kierikka hizo entonces groseras alusiones al pasado de Santala, y su mujer continu en el mismo tono, dirigindose a los soldados. Os dara vergenza ir con este individuo si supierais quin es; pero, claro, como no sois de aqu... Son cosas demasiado turbias para ensuciarme la boca contndolas... Demasiado conocemos todos al tunante ese... Cierra el pico, arpa, pues, de lo contrario, te meto una bala en la cabeza grit Santala, un tanto desconcertado. No de tu fusil, en todo caso replic la mujer, que se puso a enumerar entonces las fechorias de Santala. Pero la llegada de Silja cort en seco aquel torrente de palabras. iAh Silja! Ven con nosotros al pueblo, para que hablemos un poco de tus amigosgrit Santala, con voz aguda. No hay inconveniente, si mi ama lo permite. Tengo conocidos entre los blancos. Nada de bromas, bien sabes quines son tus amigos, pues los has llevado a casa de Rinne. Los soldados acabaron por cansarse de aquella guarra verbal. Se haban dado cuenta de que en el celo de Santala haba algo equvoco, y que el asunto no se presentaba nada claro. As, pues, ordenaron a Silja y a Kierikka que los siguieran. 116
El ltimo enganch su caballo, y Silja y un soldado se sentaron a su lado, en el trineo. Santala guiaba el suyo, en el que subi el otro soldado. Si te encontraras con los dos seores que acompaaste, valiente chasco se llevara Santala! grit el ama, al ponerse en marcha los dos trineos. Cllese! dijo uno de los soldados a la mujer, que se apresur a entrar en su casa. Por el camino el soldado que iba con l le dijo a Kierikka: Sabe en dnde se encuentra ese Teliniemi? Resultaba algo extrao or a un soldado venido desde tan lejos informarse de aquel modo de un pobre aparcero al que no haba visto nunca. No s nada; habr huido con los dems. Luca un sol esplndido; el da era hermoso y clido. La nieve se derreta a ojos vistas. A medida que avanzaban, el camino se encontraba en peor estado. No tardaron en avizorar unas carretas. A cada instante se cruzaban con patrullas de soldados y guardias blancos, a los que Santala interrogaba: Habis descubierto rojos? Nosotros los hemos encontrado de color rosa. Los trineos pasaron por delante de la crcel; detrs haba un bosquecillo, donde se ejecutaba a los condenados por la noche y aun en pleno da. Ms lejos vieron a un hombre que llevaba una carretada de ramas de abetos. Como el camino se encontraba en pleno deshielo, los trineos no pudieron adelantarle. No haba nicamente ramas de abeto: el carro iba dejando huellas de sangre. Al observarlas, Silja se dio cuenta de todo, pues haba visto salir la carreta del bosquecillo de detrs de la crcel. Pero se neg a aceptar en su conciencia lo que vean sus ojos. Debajo de las ramas crey reconocer un vestido de mujer... El carretero era un tal Taavetti, un pobre arrendatario, trabajador y sobrio, a quien queran todos los propietarios porque no se meta en poltica. Silja no pudo continuar mucho tiempo en su estado de semiinconsciencia. Santala, que haba bajado de su trineo y que marchaba al lado del carro, explicaba en alta voz el contenido de su carga, segn los informes que le haba dado Taavetti. Ven a ver a tu antigua amiga, Silja! La Rinne se encuentra camino del paraso. Y ste quin es, Taavetti? Kivilahde respondi ste. Toma! Ese zorro ya no volver a robarme mis bueyes. Kierikka se sinti mal, pero guard silencio, limitndose a toser un poco. Los soldados parecan tambin incomodados y hostigaban a los caballos. En la casa del comandante haba mucha gente haciendo cola en el vestbulo. Los rostros reflejaban inquietud, y cada uno juzgaba su caso muy importante y urgente. Los asuntos que los llevaban alli eran de lo ms variado: un propietario acuda para defender a su aparcero; una mujer preguntaba si se haba encontrado un bulto de ropa que los rojos le haban quitado... Junto a la puerta haba un soldado con su fusil y una granada colgando del cinturn; haba combatido con los blancos y regresaba satisfecho a su casa. Sus conocidos le hablaban con una respetuosa admiracin. Kierikka entr con su sirvienta y con Santala, y se sinti molesto y no pudo contenerse cuando un vecino le pregunt a qu iba all. No s nada; se trata de una intriga de ese maldito Santala. Silja tena las mejillas coloradas y ardientes, y su mirada brillaba con un resplandor hmedo. Las esperanzas, que no haban dejado de ir en aumento en ella en los ltimos tiempos, haban desaparecido bruscamente con los acontecimientos. No poda creer que encontrara a su amigo en aquel lugar. Todo lo que se atreva a esperar era que Armas no la vera en su situacin actual, junto a aquella gente. Crey ver a lo lejos su hermosa cabeza y una mano levantada para saludarla; su 117
amigo habra querido correr hacia ella para llevrsela a otra parte, hacia un nuevo verano, lejos de aquellos hombres y lejos de los caminos por donde iban carretas llenas de cadveres. No pensaba en los jvenes a quienes haba guiado cierta noche, y era curioso, pues todas esas aventuras haban comenzado entonces. Era debido a que, alrededor de aquel acontecimiento, el ambiente era diferente; la joven haba sentido unos efluvios primaverales cuando el soldado la haba besado en el umbral del henil. No, no era posible evocar aqu aquel recuerdo. Con todo, Silja encontr a uno de los jvenes. El comandante, que era uno de los peces gordos de la comarca, no consigui poner en claro lo que se achacaba a Kierikka y a su sirvienta. Careca de tiempo para proceder a una investigacin minuciosa. Estaba seguro de la inocencia de Kierikka; un viejo campesino como l no era posible que hubiese mantenido relaciones con los rojos ni que mereciera un arresto. El comandante reprendi con viveza a Santala, al hablar ste del cerdo enviado por Kierikka al Estado Mayor rojo. T tambin has dado un toro; pero t podas hacerlo, por lo visto lanz Kierikka. Si; pero yo tuve que ceder ante las bayonetas. Lo mismo da. Kierikka puede regresar a su casa; llevad a la muchacha al cuerpo de guardia orden el comandante a un soldado. Yo me encargo de llevarla dijo Santala. Cllese usted le grit el comandante. El grupo iba a desembocar en la carretera cuando le sali al paso un hombre que llevaba gafas y vesta una pelliza de color azul claro y una gorra de piel de cordero. El oficial lanz una mirada a los que un soldado pareca conducir a la crcel. Se detuvo bruscamente, examin a Silja y exclam: Adnde diablos llevis a esta muchacha? A la crcel, por orden del comandante, mi capitn. Esperadme aqu dijo el oficial, entrando rpidamente en la casa del comandante por la puerta grande. Al cabo de un instante, el comandante apareci en el unibral con la cabeza descubierta, y llam a Silja. Las caras de Santala y de Kierikka se alargaron ile sorpresa. Kierikka crey reconocer a uno de los jvenes que haba aeompaado Silja, recordando al mismo tiempo la acogida que les haba dispensado su mujer. A ver si aquello iba a traer nuevas complicaciones, lo mismo que el cerdo dado con demasiada facilidad... Por qu demonios haba dicho, bromeando, a los rojos velad por mi granja ahora que os he dado un cerdo? En cuanto a Santala, se senta molesto al comprobar que el oficial se interesaba tan slo por Silja, de quien conservaba quiz un buen recuerdo. Y aquella muchacha poda contar cosas... Silja era la nica que experimentaba una alegra real pues haba reconocido inmediatamente en el capitn al mayor de los dos desconocidos, el que haba hablado apenas. Entrad por la otra puerta dijo el comandante. El capitn fue a estrechar la mano de Silja y dijo a los miembros del Tribunal: Entonces, es a esa buena gente a quien mandis a la crcel? Silja nos ha dado muy buenos consejos, y si yo le hubiese hecho la misma promesa que mi compaero, slo me restara llevarla a casa del pastor. Pero estoy comprometido. En cuanto a Predstrom, descansa atravesado por las balas entre Tampere y Vilppula... Pero de buena nos escapamos entonces; si el centinela rojo no hubiese sido un estpido, aquello habra terminado mal. Pero el rojo acept un cigarrillo, y entonces Fredstrom le arrebat el fusil, y lo ensart. Luego pusimos pies en 118
polvorosa... Las dificultades volvieron a empezar al encontrarnos en presencia del centinela blanco, que nos tom por una patrulla roja y quiso hacer fuego... Tuvimos que avanzar con las manos arriba... Si, aquella noche Silja se port muy bien... Gracias...! Y estos hombres? Toma, he aqu al dueo de la granja...! Oiga, su mujer es bastante desagradable. A ella tendran que haberla trado aqu en vez de a esta muchacha, que merece una recompensa y que, desde luego, la tendr, lo prometo. Se volvi a examinar el asunto, y Silja habl mucho ms que antes. Cont con todo detalle lo que haba pasado y despus todo lo que saba de sus amos, que se haban mantenido apartados de la revuelta; era verdad que haban enviado un cerdo a los rojos, pero stos lo haban pagado. Despus expuso todo lo que haba visto y odo en casa de Rinne y al regresar a Kierikka. Dijo tambin lo que pensaba de Teliniemi y record para si la escena de la granja. Palideci un poco, lo que incit a Santala a decir: Eh, eh! Pero, recobrndose, continu su relato, como si acumulara acusaciones sobre la cabeza de Santala. Quin es ese individuo? pregunt el capitn con un tono de voz despreciativo. El comandante le dijo lo que saba de Santala, y el capitn aadi: Vulvase a casa, Santala, y no deje su estircol. Y no vuelva si no le llaman... Ese Teliniemi parece un buen hombre. Dnde est? Unos crean que haba huido. Silja guard silencio; pero cuando todo hubo terminado (Kierikka fue condenado a pagar a la caja de los guardias cvicos el importe de su cerdo), pidi permiso pra hablar a solas con el capitn. Perfectamente. Salgamos y hablaremos por el camino. Kierikka subi solo a su trineo; Silja y el capitn le precedan a pie. Tmida y vacilante, Silja cont entonces al capitn todo lo que sabia de Teliniemi, de su hogar y de su manera de ser, y aegur que no haba participado en el asesinato de Kurkela. Pidi al capitn que hiciera lo posible para que Teliniemi pudiese salir sin temor del escondite que ella conoca. El capitn mir a Silja extraado, y con aire mucho menos cordial. No quiero prometer nada; esto es cosa del Tribunal; en todo caso, precisa que salga de su madriguera, pues de lo contrario... No termin la frase, pero Silja comprendi. Las lgrimas afluyeron a sus ojos, y suplic al capitn que hiciera todo lo posible para salvar a Teliniemi. Si todo lo que me has dicho es verdad, no corre ningn peligro. Pero no es probable que le pongan en libertad en seguida. Te enviar dos soldados, a quienes ensears el escondite; lo llevarn al pueblo, y yo lo defender ante los jueces. Es todo lo que puedo hacer. Tom a continuacin sus disposiciones. Al llegar al campo de concentracin llam a un soldado y le dio unas rdenes. Luego dijo a Kierikka que esperara. Salieron dos soldados del cuerpo de guardia; su actitud era adusta y rencorosa. El trineo volva a avanzar lentamente por el camino en deshielo; los patines chirriaban sobre la arena y se deslizaban bruscamente hacia delante al pasar por encima de un pedazo de hielo. Kierikka haba entablado conversacin con los soldados. Tendris que limpiar esos bosques, cuando nos marchemos; deben de ocultar a muchos rojos dijo uno de ellos. Ya saldrn solos, con el tiempo respondi Kierikka. S, pero son bocas intiles. Tambin se les tiene que dar de comer en la crcel. 119
Quin habla de meterlos en ella? dijo el soldado. Para que acaben por huir aadi su compaero. Silja haba odo asustada esa conversacin. Haban apenas andado trescientos metros. La muchacha cogi las riendas y detuvo al caballo, diciendo que necesitaba de todo punto decir unas palabras al capitn. Luega corri al cuartel, en donde encontr a ste y le habl con animacin. No quiero acompaar a los soldados a donde se encuentra Teliniemi, pues estoy segura de que le van a matar en cuanto le vean. Si no viene usted conmigo, no quiero ensearles el escondite. Su vida estuvo una vez en mis manos y logr conservarla; devulvame la ma ahora. Nadie amenaza tu vida. Si, pues no dir en dnde se encuentra Teliniemi si usted no viene y si no me jura que no le matarn antes que se haga una investigacin y se compruebe lo que he dicho. El oficial sonri y mir las mejillas encendidas y los ojos brillantes de Silja. A la verdad, no se la poda acusar de nada. Teliniemi estaba casado y tampoco poda tratarse de amor entre l y la muchacha. Ya que es tan importante, quiero hacer algo por ti. Espera un poco, voy a ver cmo arreglo eso. Por primera vez se dio cuenta de que tuteaba a Silja; al pensar en ello, sonri: Es una seal de lo Alto, y continuar tutendola mientras estemos juntos, se dijo. Mientras iban al encuentro del trineo, Silja se detuvo y pregunt al capitn, bajando la cabeza, si saba qu se haba hecho de Armas. Todo lo que s es que marcha en este momento hacia Viipuri... si es que est vivo..- Cmo le conoces? Silja vacil un instante. Pas el verano aqu dijo, sin atreverse a mirar al oficial. Aqulla fue, sin duda, la jornada ms accidentada de la vida de Silja. El capitn despidi a uno de los soldados y ocup su lugar en el trineo. Ya no se hablaba de limpiar sumariamente los bosques. El capitn diriga de cuando en cuando una mirada de simpata a Silja, y sta le respondia confiadamente. Kierikka y el soldado parecan no existir. El trineo lleg cerca del escondite conocido nicamente por Silja, que temblaba de emocin, y cuya mirada busc la del capitn. Su imaginacin vea ya una venturosa velada en la pobre choza... El hijito enfermo sanara, seguramente. Me lo promete? pregunt, una vez ms. Pareca embriagada. Kierikka la miraba con desconfianza y sorpresa. Claro que s respondi alegremente el capitn. Al cabo de un momento, Silja dijo: Alto! El caballo se detuvo, y Silja salt del vehculo e hizo seas al capitn, ponindose un dedo sobre los labios. Despus se desliz en el henil y llam quedamente: Teliniemi... Oiga... soy Silja... Salga..., no tema nada. La paja se movi, se vio salir una mano, luego una bota y despus un cuerpo. Teliniemi, cuyos ojos parpadeaban a plena luz, percibi muy pronto un oficial y un soldado con aire enojado y llevando ambos unos brazaletes blancos; vio tambin a Kierikka y, finalmente, a Silja. Durante un instante permaneci inmvil; luego, de repente, antes que nadie pudiese intervenir, desenvain su pual, lo agit en el aire y dijo a Silja, con profundo desprecio: Eras, pues, una espa de los carniceros? Qu vergenza! Y, de un solo golpe, se cort la garganta. 120
No, por el amor de Dios! grit Silja. El capitn se precipit hacia el suicida, pero era ya tarde. La sangre brotaba de la herida, cada vez con menor fuerza, sobre la paja. No tena la conciencia tranquila dijo el capitn, al mirar los ltimos estertores del cuerpo. No era culpable! Oh! Emma, los nios... gema Silja, que huy hacia la granja, ocultando su cara entre las manos. No vi nunca ms al capitn, que se haba dirigido directamente al cuartel. En la misma tarde, las tropas regulares recibieron orden de partir hacia Tampere, donde se avecinaba una gran batalla. As fue como el frente se alej de la aldea. Al cabo de una semana ya no haba frente, pues la revuelta haba sido aplastada y los muertos enterrados. Pero durante todo el verano continu la instruccin de procesos contra los prisioneros, y, en muchos campos, los fusiles y las ametralladoras de los pelotones de ejecucin segaron una cosecha humana. Algunos prisioneros, ms afortunados, regresaron a sus casas; pero muchos otros haban muerto de hambre, y hasta de sed, en los campos de concentracin. Los supervivientes contaban extraos relatos, en los que se mezclaban la brutalidad y el humor, medios con los cuales los hombres, anonadados tratan de disimular su profunda amargura. *** Silja Salmelu, la sirvienta de Kierikka, pareca haber sido tambin derrotada despus de estos acontecimientos. Vivi durante dos meses en una especie de fiebre. La atormentaban unos sueos espantosos, hasta el extremo de que no se atreva a acostarse, prefiriendo permanecer despierta. Vea constantemente en sus pesadillas, que eran a veces muy extraas, a la Rinne y a Teliniemi. No lleg nunca a saber lo que de ella pensaba Emma Teliniemi, despus de la atroz escena de la granja. Poco despus de la muerte de su marido, Emma experiment nuevos sinsabores: su hijo muri a consecuencia de un ataque de insolacin. Guardaba el dinero ganado en la guardia roja por su marido; pero recibi rdenes de entregarlo al Estado Mayor blanco, instalado en la aldea. Cuando Emma, acorralada por la miseria, quiso echar mano a su peculio, se le dijo que los billetes haban sido emitidos por los rojos y que carecan de valor; la gente tena una lista, en la que se indicaban los nmeros de esos billetes. Este fracaso quebrant las energas de Emma, que pari antes de tiempo, sola, y estuvo a punto de morir a consecuencia de la hemorragia. Una vecina acudi en su auxilio y dio parte de la desesperada situacin de la familia. Acudi la hermana de la caridad e hizo lo que pudo: obtuvo un subsidio de la asistencia pblica y luch heroicamente. Pero haba mucha miseria en la aldea, y la pobre hermana tena que acudir a muchos sitios a la vez. Emma se encontr de nuevo abandonada; la convalecencia se prolongaba a causa de su debilidad. Un domingo, Silja fue a casa de Teliniemi. La hermana estaba ausente en aquel momento, y la muchacha prest algunos pequeos servicios a la enferma. Emma estaba como enternecida por la enfermedad y por el rigor de su suerte, y miraba agradecida a Silja, moviendo dbilmente la cabeza al comps de su respiracin. Silja permaneci inmvil, ofreciendo sus ojos a las miradas de la enferma. Y antes que pudieran hablar del incidente que las haba trastornado a ambas, sus ojos se llenaron de lgrimas. Qu desgracia! Qu desgracia! sollozaba Silja. Pero yo tena confianza en el capitn, y me deca a m misma que era mejor que Teliniemi saliera, ya que su vida no corra peligro alguno. Ah! Por qu no le avis? No puede tenerse confianza en esa gente, querida Silja dijo Emma, con un suspiroT les has awdado a atravesar el frente... S, mi marido lo sabia, y a ti 121
no te han hecho nada... Aquellos dos blancos mataron, de paso, al viejo Lelitimaki... No hay que fiarse de los que estn contra los proletarios, ahora que han ganado... Ah! Qu desgraciados somos! dijo, mirando al rorro Con los ojos llenos de lgrimas. Permiti a Silja que fuera en busca de paales y que cambiara a la criatura. Por la tarde volvi la hermana, Y dijo que haba pasado la noche velando a una enferma de pulmona, cuya enfermedad alcanzaba su punto crtico. Silja prometi regresar por la noche, despus de terminar su trabajo en la granja. Silja vel a la enferma toda la noche, con mayor celo del que era necesario, hasta el regreso de la hermana. A la maana siguiente, al volver a la granja, se encontraba tan dbil que andaba como un autmata, no dndose cuenta de ello hasta que se detena, sobresaltada. Mientras ordeaba, estuvo vanias veces a punto de caerse. El ama se dio cuenta, y declar que Silja, que tena sus quehaceres, no estaba obligada a ocuparse de los dems... Es cosa de la gente de la asistencia pblica, a la que se paga esplndidamente para esto... No es posible trabajar despus de velar toda la noche, sobre todo cuando se es tan poca cosa como t. Silja vel an muchas noches ms, pero no volvi a Teliniemi. Permaneca en la cama, observando cmo las noches se hacan ms claras, como para acercarse a las almas aisladas. Los das se alargaban; las manifestaciones ordinarias de la primavera y el verano consolaban a los hombres abatidos. Pero Silja se encontraba fatigada, y su ama contaba ya a las comadres que su sirvienta se haba vuelto perezosa y descuidada. Nadie, ni aun la propia Silja, adivinaba de lo que se trataba. La joven tena a veces breves accesos de tos; pero nadie prestaba atencin a aquello, en lo que vean todos una especie de mal hbito. Y como, por otra parte, la cara de Silja pareca reflejar el esplendor de la primavera y su belleza se acentuaba, aquella tosecilla pareca una coquetera, tanto ms cuanto que iba acompaada de un silbido melodioso. Todo el ser de Silja exhalaba verdaderamente un aire de pureza, lo mismo que los patios abandonados y las orillas de los caminos se cubren de hierba, depurndose de este modo cuando las huellas del invierno han desaparecido. Silja pareca convertirse en difana. En Kierikka nadie le haba pedido relaciones; pero ahora se mantena ms apartada que nunca. Por la noche, su temperatura suba. Silja crea que la habitacin era demasiado calurosa; pero si se destapaba senta escalofros. Llevaba rpidamente el cobertor sobre su cuerpo y se acurrucaba como antao, en su infancia, para sentirse lejos del mundo. Perciba entonces con intensidad su existencia presente. Su posicin, que recordaba la del feto, llevaba su pensamiento hacia los origenes; esto es, hacia los tiempos anteriores a su nacimiento. Le parecia que nunca haba sido ms joven ms viejaque entonces. El tiempo se reduca al instante actual. Todas las fases de su vida coexistan en aquel minuto supremo detrs de sus prpados cerrados, alrededor de la boca y del pecho: la infancia y su padre; la juventud con la hermosura y pureza, que el alma experimentaba y conservaba, y, en fin, los acontecimientos recientes. Su alma reaccionaba con los mismos acordes cuando evocaba a la Rinne y Teliniemi o al joven desconocido, que la haba besado en el umbral de la granja... Su espritu acab por evocar, en la superficie de la conciencia, al nico ser que haba tratado de evitar durante los ltimos tiempos. Cuando la subida de la temperatura en las clulas del cuerpo acercaba a Silja a las regiones del ensueo, cuando el mundo que la rodeaba permaneca dormido, cuando la suave luz de la noche entreabra las puertas del alma, cuando los ojos estaban cerrados, l volva y la miraba desde lejos, como antao en su barco, en los tiempos de la primera 122
comunin. Venia y la amaba, pero sin que nada se quebrara y consolidndose todo... Y ahora se encontraba detrs de los hechos recientes y le preguntaba si haba comprendido... S, haba comprendido el verano que se acercaba... Muy pronto, el centeno se abrira, y las noches se llenaran de flores. Estas amaban, como deca l, riendo... La imaginacin la arrastraba. Durante horas trataba de calmar los tejidos del cuerpo, alterados por un factor extrao. Cuando las funciones orgnicas se calman, el sudor trata de expulsar de las glndulas de la piel las sustancias que estorban y debilitan, y entonces la temperatura baja, la respiracin vuelve a ser regular y los pulmones se despejan. Al despertarse un instante, uno nota que el cuerpo ha transpirado, y que esto no suceda antes. Es el fin de la noche; el reloj toca la media, sin que se sepa de qu hora. Pero la iluminacin del dormitorio es muy curiosa y diferente que la de la noche. Se oye, en la cama que est junto a la puerta, la fuerte respiracin del mozo. Se trata de la sala de Kierikka, muy diferente de la de Rantoo, en la que Silja vea, al despertar, unas flores en un vaso en el alfizar de la ventana, y una rama de serbal despellejada clavada en el dintel de la puerta. Y esta piececita de Rantoo no recordaba en nada a aquellas en que haba odo la respiracin de su padre... Aqu, el nico encanto que haba era la soledad, la desaparicin de todo lo que era diurno. Fu durante aquel breve instante de vigilia cuando l se le apareci de nuevo, aunque tuviese los ojos abiertos. Lleg y quiso abolir todo el intervalo, y se insinu en el alma de Silja tan deliciosamente que hubo de cerrar los prpados, y un sueo apacible descendi sobre ella; un sueo feliz, como en los das de su infancia, cuando la conciencia dormida esperaba la caricia del padre para despertarse. Pero esta caricia no llegaba hasta que el sueo se haca ms ligero, y si unas briznas de torpeza se retrasaban en los miembros, su padre saba descubrirlas muy bien y echarlas frotndolas con sus dedos giles y flexibles. Luego era algo exquisito el saltar de la cama, correr derechamente a la ventana, para saludar al sol. Pero aquella maana fueron las vacas las que la despertaron. Luego vino el ama a sacarla de la cama, refunfuando, como acostumbraba desde haca algn tiempo: Te cuesta mucho levantarte. Le costaba, en efecto, mucho trabajo dejar la cama a las cinco de la maana, para ir a ordear: el lechero pasaba muy temprano, pues la granja estaba bastante alejada de la lechera. Durante aquella primavera, Silja hubiese dormido hasta las ocho; pero no poda hacerlo, ni aun los domingos, cuando el mozo se quedaba en la cama, pues los caballos haban sido llevados a pacer la vspera y continuaban all hasta el lunes. En Kierikka se iba a la iglesia una sola vez, en verano, cuando floreca el centeno. Y as, maana tras mafiana, se vea salir a la granjera de piernas torcidas, con la cabeza inclinada hacia adelante, seguida de su esculida sirvienta, que haba sido la heredera de una hermosa propiedad. Iban hacia el cercado, en donde las vacas, unas en pie y otras acostadas y rumiando, las esperaban. El suelo estaba cubierto de ramillas de pino secas, con motas verduzcas aqu y all. Llevaba un cubo de agua para lavar las ubres, pues el lechero se haba quejado de que la leche de la granja era sucia, lo que supona una disminucin en el precio. Silja se levantaba a regaadientes, pero muy pronto se animaba. Al amanecer, el aire es ms puro que en pleno da, y resulta delicioso el respirarlo al salir de la casa, que huele a encerrado. La habitacin era espaciosa, y ordinariamente slo dorman en ella tres personas: Silja, el mozo y un jornalero; pero aquellos dos hombres tenan la virtud de apestarla por completo. El dueo, a pesar de que padeca un resfriado crnico, lo not, sin embargo, una maana, y lo dijo sarcsticamente. 123
Despus de haber llenado sus pulmones con el aire purificado por el perfume de millones de flores y plantas, Silja trabajaba con ahnco hasta la hora del almuerzo. incluso efectuaba a veces su trabajo canturreando. Pero, en la mesa, el ama notaba que no coma mucho. Todo era beneficio para la granja. Haba sirvientas que coman tanto- que resultaban una ruina; pero en aquel caso no era buena seal. Silja se limitaba a beber un vaso de leche desnatada que traan de la lechera, y que se utilizaba, sobre todo, en Kierikka, lo mismo que en todas partes, para los terneros y cerdos. Tambin se daba a los domsticos, pero adems del alimento necesario para un trabajador: patatas, arenques salados, margarina y, sobre todo, el amazacotado pan de centeno, del que todo el mundo puede servirse a discrecin en las casas de campo. Ni los campesinos ms ruines se habran permitido, ni aun en aquel verano, echar en cara a la servidumbre el que comiera demasiado pan, a menos que fuese bromeando. El mozo saba aprovecharse de su derecho, y si los arenques eran demasiado viejos o la manteca demasiado rancia, devoraba en cada comida un pan entero, de los que se necesitan tres, y aun muy secos, para que hagan el kilo. Se zampaba un trago de leche a cada bocado, y cuando haba terminado se levantaba y eructaba. El ama deca a Silja: Come, Silja, come, ya que tienes que trabajar. Si no comes, por la tarde las piernas no podrn sostenerte. Silja trabajaba cuanto poda, incluso por la tarde, si bien senta entonces latir la sangre en sus odos con un zumbido continuo. Sus pensamiernos se remontaban en pleno trabajo a los tiempos pasados, lo mismo que por la noche, en la cama, cuando suba la temperatura. A medioda, una voz deca ya a Silja que sufra un mal incurable. Estaba segura: nunca volvera a ser lo que era cuando lleg a Kierikka. Sus noches sufrieron un cambio profundo: al atardecer, su temperatura era muy alta, y hacia la maana, la transpiracin y la tos se haban agravado. El mozo lo observ una maana en que hubo de levantarse ms temprano que de costumbre. Durante el da, si alguien criticaba a la servidumbre de Kierikka, porque dorman todos en la misma habitacin, Silja, en un impulso de defensa instintiva, deca al mozo: Qu dices t, Aapo. a todo esto? Y ste responda, encogindose de hombros: Puedes estar tranquila; no quiero ni tocarte, pues ests tsica: toses toda la noche. San Juan se acercaba. Silja empez a interesarse por el curso de los meses y los das. Consult el calendario para ver qu da de la semana haba sido el ao pasado el da que caa en domingo este verano. Haba sido sbado. Cuanto ms le reprochaba su ama su negligencia y falta de fuerzas, ms se complaca Silja ensimismndose en sus recuerdos del ao oasado. Por la noche, cuando el sueo tardaba y mientras su cuerpo arda, reviva los hechos y las palabras de entonces. Poco a poco senta aumentar en ella una especie de aversin por aquella granja, y se preguntaba, extraada, cmo haba podido estar en ella durante un ao casi. La villa de Rantoo y los recuerdos del pasado verano acudan ms a menudo cada da a su memoria. En Kierikka le pareca ahogarse, sumergida en un gas funesto; slo el aire de Rantoo era puro. La idea de volver all acab por convertirse en ella en una obsesin, a la cual no haba de renunciar ni un instante. Una vez pidi permiso al ama para ir a visitar a sus antiguos amos. Saliendo temprano, podra regresar a tiempo para ordear las vacas al atardecer. Si pudiera ser el da de San Juan, sera lo ms cmodo. No puedes ausentarte ese da, pues vamos a la iglesia y tienes que preparar la comida. 124
La respuesta era tan tajante, que era intil insistir. Ms tarde, el ama, por propia iniciativa, dijo: Este ao, el da siguiente de San Juan cae en domingo; puedes ir ese da, si quieres. As qued fijado el da del hermoso viaje de Silja, que haba de ser su ltima salida. La vspera acrecent sus fuerzas: aunque por la noche tuviese fiebre, aunque en 5116 sueos nocturnos el profesor fuese a tirarle de los cabellos, riendo, y aunque los sudores de la madrugada la dejaban exhausta, se levantaba alegremente y dejaba la atmsfera apestosa de la sala comn para ir a ordear las vacas, rodeada del perfume matutino de la Naturaleza. No senta ninguna hostilidad por la granja, en la que continuaba sin demostrar el menor inters, simplemente por estar en alguna parte. Aquella propiedad se encontraba al sur de su antigua colocacin. Ahora, Silja deseaba volver hacia el Norte, aunque fuese ms all de Rantoo, hasta Siiveri y hasta la antigua casita de su padre. No lleg hasta all, pero su visita a Rantoo fue algo hermoso y rico. Aquella maana, Silja se despert sin que tuvieran que llamarla, y ordeaba ya cantando cuando su ama entr en el cercado: Este paseo al aire libre te agradar, ya que cantas tan de maana. Mientras sea buena seal... aadi, pues la alegra de los dems le irritaba siempre. En realidad, no era una buena seal, sino que, al amanecer, todo est limpio y resplandeciente, como corresponde al domingo que sigue a la festividad de San Juan. El tiempo era hermoso y no haba roco, lo que hizo presagiar a Kierikka que llovera antes del atardecer. Pero, en aquel momento, el cielo estaba despejado y era tan claro, que no poda decirse dnde comenzaba. Cuando Silja hubo perdido de vista a la granja, el sol, el aire y la tierra fueron durante mucho tiempo sus nicos compaeros. Sus pies pisaban el camino forestal, cubierto enteramente por una hierba uniforme, en la que se dibujaban los relejes de los carros y. entre ellos, la pista abierta por los cascos de los caballos. Aquello era tan hermoso, que Silja se sentaba de cuando en cuando durante un rato para abandonarse al hechizo de la maana. Sus vestidos limpios conservahan el olor fresco del granero, y le hacan pensar en los tiempos en que iba a la fiesta de final de curso de la escuela. Al llegar, a travs de los bosques, a la aldea vecina, desde la cual entrevea ya el final de su excursin, le complaci el observar que las muchachas se haban puesto tambin sus vestidos de fiesta para ir a la iglesia. Conoca a algunas de ellas, con las que cambi los buenos das. El camino recorra la Fase de la colina, para llegar a la regin que pareca dominada por la hermosa villa de Rantoo; pero Silja dobl por un sendero que suba por la pendiente. Jadeante por la ascensin, sinti una brusca fatiga; sus rodillas temblaron y se le sec la boca. En la cumbre haba una casa, habitada por una viuda y su hija, a la que iban a menudo los habitantes de Rantoo a buscar huevos. El sol iluminaba las paredes grises; una ventana parecia sonrer entre las ramas de unos cerezos; un gallo cantaba en honor de la maana. Apareca en un desnivel el brocal de un pozo entre dos ribazos verdeantes. Silja record que el profesor haba elogiado el agua de aquel pozo. Fue all a refrescar sus labios, y luego descans un momento en la escalera, hablando con las dos mujeres de los acontecimientos del verano y del invierno. Supo que el profesor haba pasado en Rantoo todo el tiempo que dur la revuelta; su hija, que se haba quedado en Helsinki, no pudo reunirse con l hasta terminada la guerra, despus de numerosas peripecias... Si; del joven apuesto y jovial no se sabe nada seguro... Unos dicen que muri en la guerra y otros que fue gravemente herido. No he vuelto a ver a la 125
seorita Laura, que hubiese podido informarme; parece que se vean de cuando en cuando. La casita no se encontraba exactamente en la cumbre. Silja sigui por el sendero familiar y lleg al sitio que ms conoca, que era una pequea caada, en donde los rboles y matorrales parecan apartarse para que fuese posible ver mejor. El suelo produca bajo sus pasos un ruido hueco. La hierba era amarillenta, y pareca extrao que hubiese podido crecer alli. A travs de la hierba serpenteaba un sendero, y, a menudo, los que pasaban por all se detenan para golpear el suelo y or el sordo gruido, como los muchachos que se divierten despertando el eco. El agua del pozo haba reanimado a Silja, que se detuvo a su vez e hizo resonar el suelo sonriendo. Aquella sonrisa se derramaba tambin sobre el paisaje. La casa de Rantoo se vea ya, con sus mismos colores, lneas y tejados. El promontorio cubierto de lamos se perfilaba al sol sobre el agua chispeante, y era tambin el mismo que Silja haba comparado con el que haba junto a la casa paterna, y en cuyo extremo haba sentido su soledad, un domingo al atardecer, en la poca de su primera comunin. Desde la colina de suelo sonoro volva a ver a Rantoo. La estufa y el amasador permanecan ocultos en el flanco de la cuesta..., y saba cul era su aspecto bajo el sol en aquel momento; recordaba el olor que despeda el caldero en una maana como aqulla. El sendero descenda a travs del patio de una granja, para unirse al camino, que bajaba a unos campos de centeno verdirrojo. Aquellos parajes le eran familiares, y guardaban unos recuerdos preciosos. Al llegar al fondo del barranco, Silja observ que la colina era ms alta de lo que haba creido. Qu alta era, pues, la caada de hierba seca, desde donde se divisaba tan bien Rantoo y el embarcadero! Silja se haba apostado all al partir Armas en el barco... El camino suba ligeramente, y vino luego una bifurcacin, en donde Silja tuvo que decidir si ira a Rantoo o a Kulmala. Se detuvo, no se vea a nadie en los campos; pero poda percibirse a alguien en las ventanas, lo que no la intimidaba. Silja no se dirigi hacia la villa, sino que dobl a la izquierda y lleg muy pronto a Kamraatti. En el porche vi a dos desconocidos y al viejo Kalle, un aparcero medio impedido, de quien saba que su nico hijo haba sido ejecutado por los blancos... El anciano sigui a Silja con la mirada de sus ojos muertos hasta el manzano desde el cual se vea Kulmala; pareca el smbolo inconsciente de la melancola. En Kulmala tuvo que abrir y cerrar el portn, cuyo pestillo haba alzado y bajado tantas veces. Los cerezos silvestres y las grosellas tenan un ao ms; pero resplandecan siempre bajo los rayos del sol y continuaban siendo intiles cerca del vallado. A la entrada del sendero, Silja oy tocar el piano. Laini se ejercitaba, utilizando el pedal, hasta el punto que resultaba imposible casi reconocer la meloda. Estaba tan absorbida, que no not la presencia de Silja hasta que sta se encontr en la sala. Despus de haber cambiado un breve saludo, ambas se miraron, como preguntndose cul de las dos haba cambiado ms durante el ao. Laini haba visto la guerra, y era ya una mujer. La presencia de Silja la hizo pensar en el verano pasado y en ciertos acontecimientos que haba observado sin comprenderlos. Las dos muchachas se sentan cohibidas. Sofa no estaba en casa, pero no tardara en regresar; habra ido, probablemente, a Rantoo. Silja no se atreva a interrogar a Laini, que se mova por la sala con un aire de encargo. Tose usted? le pregunt a Silja.
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S, desde la primavera respondi sta, mientras pasaba de una ventana a otra para mirar el paisaje. El campo de centeno estaba an verde... Sali para verlo de cerca. Laini entr en la cocina. Las gallinas cloqueaban al sol. Silja reconoci la empalizada del cercado con su portn de travs. Sala del establo un olor de estircol seco y de abeto. Los cubos para ordear estaban en su lugar, cerca de la lechera; apoyada en la empalizada, Silja los mir durante largo rato. Nadie fue a estorbarla... Una golondrina se desliz rpidamente lanzando un grito, como para confirmar las impresiones de la muchacha. Todo era familiar y cotidiano, y Silja experiment un solo sentimiento: no era la misma que antes. De nuevo aquella fatiga y trasudor... El pasado era lejano... Qu diferencia con el otro verano! Todo haba acabado; no encontrara all lo que buscaba. Durante el verano pasado, Silja haba buscado tambin. Ahora, pensando en ello, se daba cuenta de que no lo haba encontrado todo, y que nicamente haba presentido. La continuacin no haba correspondido al principio. Por qu haba obrado de aquel modo? Por qu no se haba aferrado a lo que haba sido? Por qu el invierno haba trado unos trastornos tan profundos que no era posible volver a lo que le haba precedido? Junto al cercado de Kulmala, Silja pas los instantes ms melanclicos del final de su vida, mienfras Sofia estaba de visita y Laini guardaba la casa. Pase sus miradas por las granjas vecinas, y record ios espantosos rumores que haban corrido sobre los habitantes de aquellas casas durante los horrores de la guerra. Aquel muchacho de cabellos negros, un poco tmido y sonriente, haba sido arrastrado hasta el bosque por un obrero amigo de los rusos, que le haba dado muerte; los blancos haban encontrado el cadver helado, y el asesino haba sido pasado por las armas. Luego Silja pens en Oscari Tonttila, con calma y hasta con simpata, sin sentir vergenza por la visita intempestiva que haba hecho a sus padres... Ahora estaba muerto. Evocando sus recuerdos, Silja tuvo la sensacin de que haba sido olvidada aqu abajo y que era una extraa en esto nuevo verano. Este sentimiento ya no la abandon. Sofia regres de Rantoo y se sinti feliz al verla, reprochndole que no hubiese ido antes. Pero, de pronto, pareci tomar aire receloso, cesando de ser la mujer a quien ha abrazado Silja con tanto agradecimiento al partir Rantoo. Sofia, sin dejar de ser amable, fue alejndose de Silja; su cara expresaba una especie de compasin al mirar a la bella sirvienta del verano pasado, y no comprendi los motivos de esta actitud hasta que regres a Kierikka, cuando su sangre enrojeci la hierba del camino. Idntica fue la expresin del profesor cuando vio a Silja por la tarde. No se atrevi a decirle la causa; por su parte, haba cambiado mucho tambin, y se le vea abatido, deprimido y envejecido. Cuando estrech la mano a Silja, estaba verdaderamente emocionado, pues senta afecto por aquella muchacha, a la que saba que vera por ltima vez. Las ruinas se acumulaban a su alrededor, e iba a perder ahora a aquella nia, a la que haba cuidado y salvado el otoo pasado... Silja vi asimismo a la seorita Laura, a quien Sofia hizo unas preguntas, segura de que Silja no se atrevera a hacerlas. Si, Armas... respondi Laura con su acostumbrada impasibilidad, y luego cont lo que Sofia saba tan bien como ella, aunque le haba faltado valor para contrselo a Silja. Armas se encontraba en el hospital gravemente herido. Su suerte haba sido muy cruel. El verano pasado perdi a su madre, poco despus de su partida, y ahora haba perdido una pierna y un pulmn. 127
Sofa y Silja regresaron a Kulmala, donde Laini consinti tocar al piano unas marchas militares nuevas cuya letra canturreaba su madre. Silja comprendi que no encontrara el ansiado consuelo. Tena que irse, pues el objeto de sus deseos viva tan slo en su alma. Unicamente all poda encontrarlo. *** El domingo, largo y claro, se inclin poco a poco hacia la noche. Silja conoca perfectamente los movimientos de las sombras en el patio de Kulmala; cuanto mis avanzaba el da, ms le recordaba el portn la hora de la partida. Era algo triste el pensar que haba de regresar a Kierikka y quedarse all. Pero la visita haba durado ya bastante, y nadie insista para que se prolongara. Al recorrer el flanco de la colina, volvi a ver a Rantoo; el camino arenoso se alejaba cada vez ms de la villa. Al encontrarse en la cumbre de la colina, se volvi para contemplar una vez mas aquellos queridos parajes. El sol, que brillaba a la derecha por la maana, descenda ahora hacia la izquierda. No haba esperanzas de retorno; la comarca la haba escoltado durante una pequea porcin del camino, y, despus de haberle dicho adis definitivamente, se alejaba con rapidez. Los campos, los caminos y los tejados ya no hacan compaa a Silja, pues era una extraa; su corazn lata y un sudor desagradable humedeca su cuello. Haba que darse prisa para abandonar aquel ambiente y descansar en la frescura del bosque. La subida le haba dado palpitaciones y el descenso le fatigaba las rodillas. Las ltimas horas del hermoso paseo fueron penosas. Se tendi sobre la hierba al borde del camino para descansar, como si hubiese llegado ya al trmino del viaje. En cierto sentido era asi. Su tos persistente haba llamado la atencin: Una tos de verano dura hasta el invierno; ahora la hierba del camino se tea de rojo. Era la primera vez; la sangre desapareci muy pronto, pero Silja tuvo que experimentar la inmensa angustia de una muerte anticipada. Aquel accidente la calm. No haba alimentado esperanzas exageradas al ponerse en marcha por la maana; sin embargo, haba quedado decepcionada de los lugares a los que ya no volvera. La fatiga haba provocado el que escupiera sangre... Alcanzar, pues, Silja la vida a la que haba aspirado en su juventud? Quedarn reducidas sus esperanzas a un espejismo fugaz? Ay, s! Silja se qued imnvil apoyada en el codo y con una expresin de beatitud en su rostro... La tos se calma; no ha sido nada. Hay que pensar tan slo en los acontecimientos del da... Ayer era San Juan y hoy es domingo. Qu alegra da cuando hay dos das de fiesta en verano!... Ayer no estuve libre, pero hoy Ha pasado verdaderamente un ao despus... de aquello? El relato de la seorita Laura le hace el efecto de una leyenda. ste es el sitio a propsito para pensar en ello. La mirada regresa de la lejana y se posa sobre las gotitas de sangre desparramadas sobre la hierba, y ve cmo se han redondeado sobre la superficie de los tallos. Pero slo los ojos observan. El pensamiento vuela en derredor del amigo, del joven de la pierna cortada y del pulmn atravesado por una bala; evoca, asimismo, la altiva actitud de la cabeza, que la imaginacin ennoblece ms an... Est enfermo y quiz no sanar nunca, por haber permanecido varias horas abandonado sobre la nieve. Ahora es el verano; la nieve se ha derretido y las orillas del camino estn esmaltadas de flores, entre las cuales es cosa buena sentarse... El tiempo es hermoso, pero la mujer que se ha sentado en la hierba siente escalofros y tiene sed. Quiz el aire no es muy clido, pues el sol roza ya las copas de los rboles, y la fuerza de sus rayos se quiebra en el bosque, sobre los grandes abetos que se yerguen en masa, robustos y viejos, insensibles a las penas de los hombres. El sol pareca haber abandonado a los humanos para refugiarse fuera de su alcance, en las ramillas superiores; el bosque poderoso lo guardaba para l. Los ojos 128
observaban un enebro curvado hacia el suelo, con una tela de araa de hilos finsimos. El camino se destacaba con nitidez, pareca esperar, como haca un instante, el portn de Kulmala. Anochece ya. En espritu, Silja ha pasado horas y horas con sus recuerdos antiguos y lejanos. No ha pasado nadie... Ha estado en Kulmala, donde ha jugado y cantado. Silja se puso a canturrear. Su voz apenas se oa; pero todo su ser cantaba un himno que cristalizaba en una nueva esperanza, ms vasta que todos los acontecimientos de aquel domingo. Como el joven no se encontraba en el patio de Kulmala ni en Rantoo, el corazn no tard en olvidar que lo haba buscado all abajo, y acab por replegarse en s mismo, y fue entonces cuando encontr lo que deseaba. El corazn lo encontr y lo guard para siempre. Departan continuamente y evitaban a los dems, pues nadie deba conocer la suerte del amigo. Estaban siempre juntos y esto facilitaba el que la razn ignorara la residencia material del amigo herido. Al final de su largo descanso al borde del camino, Silja se levant llena de confianza y seguridad. Las gotas de sangre haban desaparecido, olvidadas. Aunque todo su cuerpo le pareciese extrao y aunque los escalofros y la sed se dejaran sentir, nunca haba estado tan segura de la vida como entonces. Tena que vivir y fortalecerse, pues su amigo pareca agrandarse y acercarse cada vez ms. Haba tenido sus vicisitudes despus de la separacin del verano pasado o haca un instante, pues los acaecimientos intermedios se borraban. Aquella marcha haba sido un error, que Silja no haba podido comprender. Y ahora yaca invlido en alguna parte, y ella avanzaba por un camino oscuro hacia Kierikka, hacia una granja en la que haba vestidos sucios, fogones decrpitos y gente pendenciera. Cada uno haba seguido su camino. El bosque era ms despejado y el camino, al estrecharse, bordeaba granjas y heniles, Un transente pregunt a Silja dnde haba estado, y se extra de la locuacidad de aquella muchacha tan taciturna habitualmente. Hablaba sin discriminar de este verano y del precedente, as como tambin de la guerra y de los muertos y heridos. Pareca muy excitada; sus mejillas estaban encendidas, y su respiracin silbaba un poco. Se ha cansado al andar dijo su compaero, que senta cierta aprensin por el estado de Silja.. La joven se haba retrasado, y su ama, que haba empezado a ordear, guard silencio cuando Silja le pregunt si aquella vaca estaba a punto. Quiz no haba odo la pregunta o, habindose peleado con su marido, estaba de mal humor. Silja cogi el cubo y se inclin. Salieron unas gotas de leche de la teta de la vaca; pero de pronto le faltaron las fuerzas y se desmay. Dios mo, qu pasa? dijo el ama con voz ansiosa, y no sabiendo cmo colocar su cubo para acudir en auxilio de la muchacha. Se derram un poco de leche sobre el suelo, pero el ama podo levantar a Silja, y not que el cuello de su sirvienta arda y que sus manos estaban fras. Silja no deca nada; su cabeza colgaba. Eh, venid! De prisa! Hermanni! gritaba, como si toda la gente de la granja hubiese cometido una grave negligencia; como si aquel domingo al atardecer hubiesen tenido la obligacin de esperar aquel accidente y la llamada de su ama. Pero no acudi nadie... Carecan de ojos y odos? Dnde estn los nios? Tauno! Silja volvi a abrir los ojos, recogi el cubo y trat de levantarse. Deja, deja dijo el ama. Has acabado de ordear en este bajo mundo, pobre pequea! 129
Sostenida por su ama, Silja pudo dirigirse hacia la casa. Kierikka apareci en aquel instante bajo el prtico. Pareca fastidiado, como si su mujer hubiese conseguido un xito en perjuicio suyo, o como si ella hubiese salido victoriosa de su reciente disputa. sta refunfu al pasar junto a l y no respondi a sus preguntas. A partir de entonces, Silja fue incapaz de trabajar. El lunes por la maana se sinti un poco mejor; haba dormido como un ser que, tras grandes esfuerzos, ha realizado su tarea. Cuando quiso levantarse, todo se volvi negro ante sus ojos, y una sensacin de sed oprimi su garganta. Hubo de volverse a acostar, gimiendo. La granja se despertaba; el ama se encontraba ya en el amasador, y el mozo de cuadra chasqueaba la lengua en su cama; afuera, mugan las vacas. El ama entr en la sala comn y volvi sus ojos menudos hacia la cama de Silja. La contrariaba cualquier cambio en las costumbres de cada da; y una sirvienta enferma era un estorbo. Pero, por otra parte, se deca que haba que ser buena con los enfermos. Por esto dirigi a Silja una frase de conmiseracin. Las vacas mugan. Todo se haba retrasado, y aquella llamada reson en la conciencia de l duea, que comprendi que aquella maana no podra ordearse como de costumbre. Pedir a Santra que te reemplace dijo. La frase indicaba antes que nada que Silja no iba a ser cuidada gratis. El ama conoca, por lo dems, los recursos con que contaba Silja: tres meses de soldadas, que no haba cobrado, y, adems, un abundante y hermoso ajuar. Para Silja, todo aquello no eran ms que detalles sin importancia; slo deseaba descansar. Su cama estaba bastante sucia, y haba incluso, nidos de chinches en las maderas. Pero afuera resplandeca un hermoso da de verano; el trabajo cotidiano poda realizarse sin gran esfuerzo. Los nios corran sin cesar entre el patio y la casa, dejando la puerta abierta, lo que permita que los efluvios de la Naturaleza y los ruidos de la casa entraran en la sala comn. Durante aquella larga jornada, Silja se sinti en Kierikka como en su casa. Continuaba viviendo en el mismo ambiente de la vspera. Oy discutir a sus amos en la habitacin vecina; tomndose repetidamente la palabra, hablaban sobre el tiempo que tendran que cuidar a Silja antes de recurrir a la asistencia pblica. El dueo declar que el Municipio no dara nada, pues Silja perteneca a otra parroquia; aquello iba a ser un nuevo lo. El ama fue luego a hablar con Silja. Empez por decirle que aqulla seria, probablemente, su ltima enfermedad, y que tena que procurar ponerse en orden con el cielo en tiempo oportuno. Luego haba que ocuparse de los asuntos materiales. Si Silja consenta e esto, en aquello y en lo de ms all, las cosas podra arreglarese. Muy pronto lleg Santra, la cual, dndose importancia empez a enumerar el trabajo que haba hecho. Silja no prest la menor atencin a sus palabras. Ahora se encontraba en cama, como su amigo lejano. Era delicioso cambiar pensamientos. Silja tena la impresin de que all, en Kierikka, y en este verano, se encontraba ms cerca que nunca de Armas. Aquel primer da de su enfermedad fue una fiesta para ella. Por la noche le cost trabajo dormirse; aunque la puerta estaba abierta, hacia calor. La sed la atormentaba tambin, y como se le haba olvidado pedir agua tuvo que ir a buscarla. La noche era clara, y saba en dnde se encontraba la tinaja del agua en el amasador. Al atravesar el patio, observ que la granja era tan hermosa como cualquier otra, bajo la luz nocturna, cuando todos dorman. Era una vieja casa solariega edificada haca mucho, mucho tiempo.
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El insomnio era casi un descanso; mientras la imaginacin evocaba la prxima llegada del amigo, la razn tomaba parte en aquel ensueo. No haba espacio alguno para las decepciones. Silja gozaba de poder descansar. La novedad de la situacin tuvo por consecuencia que los sentimientos religiosos del ama se manifestaran en los primeros das por pequeos actos de caridad. Trajo a Silja buena leche de vaca, que se reservaba estrictamente para la lechera, y hasta le ofreci caf y azcar, que se proporcionaba a cambio de trigo, sin que su marido lo supiera. El caf provocaba una corta transpiracin bienhechora. Silja se senta muy bien; pero hubiese querido descansar en otra parte y no en aquella sala, cuyos inconvenientes notaba ahora ms que nunca. Se extra de haber podido vivir all tanto tiempo, noche y da. La cama no haba cambiado; pero Silja despertaba poco a poco a una vida ms pura y distinguida. No deba encontrarse en aquel marco, cuando, ms adelante, llegara el desconocido, al cual no poda atribuir ninguna forma exterior, pero cuya proximidad era tan cierta como que ella viva. Un da, a finales de semana, cuando se levant el sol despus de una noche de lluvia, Silja sali afuera a escondidas. Aunque respiraba con dificultad, pudo hacerlo. Qued sorprendida al ver los alrededores de la granja, como si los contemplara por primera vez... El agua de lavar los platos haba sido derramada junto a la puerta del amasador... Las vacas haban pasado por el patio, en el cual haban dejado huellas... Por sobre los edificios, la vista se extenda hasta la aldea y hasta el lago, en donde la luz del sol se convena en centelleo. Los ojos se cansaban al mirar y la fatiga aumentaba. En el campo, un labrador arreaba a su caballo, y Silja reconoci al hombre y a su voz. Era una cosa extraa permanecer ociosa en el patio familiar un da laborable, sin que nadie fuera a dar rdenes. Su vida se embelleca da en da, y se iluminaba y elevaba por encima de la existencia de la gente, que trabaja o hace trabajar a los dems. Y, sin embargo, Silja era incapaz de trabajar. En el fondo de su ser, esta contradiccin tomaba la forma de una opresin desagradable. Continu su paseo y lleg a la estufa, que estaba rodeada de ortigas, que ocultaban el basamento podrido. Las ventanas del cuartito, situadas al nivel de la maleza, estaban iluminadas por el sol, que brillaba sobre los cristales verduzcos sostenidos por tablas. Era divertido entrar en la estufa en pleno da; aquello recordaba la infancia... El tragaluz de la estufa se encontraba en la parte sombreada, y el aire era en ella hmedo y despeda un olor fuerte. El sol brillaba en la pieza vecina, impregnado del olor inspido que se desprende de la madera cortada. Silja entr y se sent en un escabel: haba all una mezcolanza de objetos y hasta una vieja cama porttil. El ama haba seguido las ideas y venidas de Silja, y al no verla salir de la estufa, fue a su encuentro. Sus ojillos expresaban la clera que siente una persona de plcidas costumbres al observar algo, ftil incluso, que ella no hara. Qu tontera ir a la estufa a aquella hora! Y la duea se preguntaba si no habra all algo... No, no haba nada que robar, verdaderamente; adems, Silja nunca haba tocado nada... Aunque nunca se sabe de lo que es capaz una enferma... Podra dar algo a Santra para que continuara reemplazndola, o para que la recogiera en su casa si tena que abandonar la granja. El ama no tena viveza de imaginacin, pero su pensamiento realiz este trayecto mientras inspeccionaba la pieza. He pensado que podra instalarme aqu durante mi enfermedad dijo Silja. Sus odos percibieron aquellas palabras que haba pronunciado sin pensar. Se sobresalt, sobre todo cuando oy la palabra enfermedad. Luego se dijo que haba obrado bien hablando. 131
Quin te traer la comida aqui? pregut el ama, levantando un cubo cuyos aros se caan. Slo tengo necesidad de un poco de leche dijo Silja. Y as no tendr que estar en la sala comn, si mi enfermedad es contagiosa... Hay que pensar en los nios. El ama tom una expresin estpida y no respondi. Aqu hay una camita continu Silja. Santra podra limpiar un poco, y yo lo pagara con mi salario... Crees que voy a permitir que Santra husme por aqu?... Yo misma lo arreglar todo. Aunque... falta saber lo que dir mi marido. Ven comnigo. Volvi a la casa seguida de su sirvienta. Silja se instal en la pequea habitacin despus que el ama la hubo limpiado. Qued tan bien arregladita, que la mujer no pudo menos que decir: De buena gana me instalara yo en ella. A lo que Santra aadi: Silja le dejar muy pronto el sitio. Esta frase expresaba su compasin por la enferma. El arreglo de la pieza haba sido una ocupacin tan extraordinaria que, cuando todo estuvo preparado, Silja se qued casi sorprendida de poderse instalar all. Estaba tan fatigada, que se tendi en la cama para descansar un momento. Se qued as hasta el anochecer, y luego se desnud como de costumbre. Por la maana no se levant. Se haba metido en cama definitivamente. Nuestro relato toca, pues, a su fin, y se une con la descripcin que figura al principio de este libro. Transcurran ahora los das ms exquisitos de verano; el heno esperaba la segur; el centeno creca y no se haba ahechado an. El sol brillaba, hechizando el aire con sus rayos. Junto a la ventana baja del cuartito, las matas de ortigas crecan y daban a la luz de la pequea habitacin un misterioso tono verdoso que se armonizaba con los ataques de tos de la enferma. Los brazos de Silja no tardaron en tomar el aspecto particular que les imprima su enfermedad; parecan alargarse entre las articulaciones, mientras las muecas y los dedos se afilaban. El rostro tena una expresin de pura beatitud; las rosas de las mejillas, se destacaban sobre la piel lechosa; la longitud de las pestaas era ms impresionante, como si los tranquilos ensueos hubiesen querido refugiarse a su sombra. Como no tena mucho apetito, adelgaz rpidamente. Pero nunca se hizo desagradable el verla. Mientras fue capaz de levantarse y moverse por la habitacin pudieron verse, a travs de la delgada camisa, las formas del cuerpo en su frgil virginidad. La constante sonrisa que iluminaba su rostro bastaba para revelar de quin era hija. Pero all nadie haba conocido a su padre; Silja no era ms que una sirvienta que se haba colocado hoy aqu y maana all. Ahora iba a morir. La duea de la granja no se lo callaba a la visitadora mientras ambas tomaban caf, ni tampoco a Silja cuando iba a verla. Hablaba tambin de Dios a su sirvienta moribunda, que la escuchaba con benevolencia y divertida al mismo tiempo. Silja observaba entonces con mirada distrada su bonito delantal sobre el vestido gris de su ama. sta haba olvidado quitrselo y lo advirti: He cogido tu delantal porque el mo est, en la colada. Est a su disposicin dijo Silja. Era un consentimiento y una invitacin, y cuando la mujer volvi a tomar caf con la visitadora, se lo cont punto por punto, pues llevaba aquel da un vestido de Silja. Aadi que deba recibir una compensacin, pues, sin tener en cuenta los cuidados que tena que prodigar a la enferma, se haba visto obligada a tomar una sustituta. 132
Ha cobrado, pues, todo su salario? pregunt la visitadora, que saba a cunto ascenda lo que deban a Silja sus amos. A bien poco alcanzan esos cuatro ochavos replic el ama, que no ofreci una segunda taza de caf a la preguntona. Por la ventana de la estufa la tos de Silja llegaba hasta el prado, donde retozaban los paliduchos chiquillos de la granja. El dueo pasaba a veces por all; se detena un instante y su rostro expresaba contrariedad cuando oa los accesos de tos. No fue ni una sola vez a ver a la enferma. Y el da del entierro no quiso ir al cementerio. Su mujer fue all en el carricoche, con una vecina. Silja no exista ya entonces, pero ahora vive an. En su noble soledad, su espritu asiste a unas fiestas esplndidas, bajo una envoltura terrestre cada vez ms deleznable y que es, sin embargo, un universo inmenso para el ser cuya vida declina. Pequeas clulas del cuerp se unan unas a otras y se separaban del tejido que formaba el mundo circundante. Cuando su fuerza aumentaba, se dividan en dos grupos. Este proceso se desarrollaba sin cesar en los focos de los pulmones y de los bronquios, hasta la garganta y ms lejos an: en todo el hermoso organismo que haba vivido y crecido durante veintids aos. Era la carrera insensata de la materia. Hacia el atardecer, el cuerpo se caldeaba y los escalofros agotaban su superficie, hasta el momento en que las horas nocturnas expulsaban el calor a travs de los poros de la piel. A partir de la hora de la salida del sol, durante toda la maana, esa amalgama de vida y de muerte permaneca en reposo. Y como en este mundo la Naturaleza y el espacio alcanzaban el apogeo de su belleza, el alma poda celebrar sus fiestas solitarias. Los sentidos, esos servidores del espritu, haban sido alterados en sus funciones. El tacto vacilaba, el gusto formaba flemas constituidas por millares de pequeas vidas, y el olfato estaba obstruido. Pero los sentidos nobles, la vista y el odo, subsistan con todo su vigor y permanecan activsimos. Se haban, incluso afinado, Y tras ellos funcionaba el cerebro, en donde las sensacin se concentraban en un solo punto que era inmenso, pero careca de dimensiones. Bajo el techo de la estufa, en las grietas de las vigas, las golondrinas haban construido sus nidos, y su gorjeo resonaba desde la maana a la noche. En la viga del pozo, que no se encontraba lejos, permaneca casi siempre una de las compaeras de la enferma. El odo de Silja se haba afinado tanto, o haba contrado tal defecto, que la joven crea percibir distintamente, en el canto del pjaro, unas palabras. El tono de la voz se adaptaba a ellas, y no se trataba de los sonidos por medio de los cuales los que estn sanos tratan de imitar el canto de la golondrina. Aquellos pajarillos eran unos buenos amigos que la alegraban, sin aludir nunca a su estado. Gorjeaban detrs de la puerta. A veces uno de ellos se posaba en un sitio inesperado, en el dintel de la ventana, y permaneca all un instante colocado verticalmente, mostrando la blancura de su vientre. Pero luego ese mismo pjaro se desplazaba por su propia cuenta, por sus vas propias, y pareca ignorar a la enferma. Los saludos y discursos de los pjaros llegaban de un mundo invisible para Silja. Pero la luz era visible y llenaba el espacio vecino a la ventana, buscando en cada cristal las pequeas protuberancias sobre las cuales se descompona, o bien posndose en una cara del vidrio, que se retorca, disminua o deformaba curiosamente los objetos situados detrs. El principal de ellos era la bveda del cielo, que la enferma poda contemplar desde su cama. El pensamiento pareca encontrar all un apoyo, y poda subir todava ms alto, hasta el ms plido azul en el que ella vea deslizarse, deslizarse rpidamente... Luego el aire se enturbiaba y un ligero vrtigo oprima las sienes de la enferma. Durante un momento, el odo dejaba de percibir el murmullo de las golondrinas. Se encuentran muchos 133
obstculos por el camino de un ser lleno de esperanza y que imagina vivir la poca en que se realizan sus ms bellos ensueos. Silja haba de encontrar al nico hombre que exista para ella. Todos los dem seres haban desaparecido: el ama, que iba a visitarla y que la miraba con sus ojillos apiadados y que llevaba los vestidos de la enferma; los nios, que acompaaban a su madre y que permanecan, boquiabiertos, mirndola, y tambin Santra, que pareca siempre a punto de decir: No crees que tendra que tener el mismo sueldo que t, ya que realizo tu trabajo? Pero el ama me da a entender que tengo que contentarme con menos, para hacerte un favor. Todo se alejaba, excepto un solo ser, que se encontraba cada vez ms cerca. Muy pronto se encontraran, primero de da, en pblico, y luego por la noche, solos, en el camino sombreado en cuyas orillas las hermosas flores blancas forman caprichosas manchas al pie de los abetos. Caminaban sin tocar el suelo... Silja no puede pensar en sus pies, pues han desaparecido y alguien dice que estn hinchados... Piensa en que su amigo slo tiene una pierna... y un solo pulmn. Siguiendo aquella va, el pensamiento tiene vrtigos; los escalofros recorren el cuerpo; la tarde avanza. Me encuentro en el cuartito de la estufa; el ama acaba de salir. Es una granja cualquiera en la que he entrado por casualidad. En invierno ayud a los soldados, primero a los blancos y luego a Teliniemi. Opresin, dificultad de respirar, semiinconsciencia. Luego transcurre la noche, no se sabe cul. Lleg al fin la ltima noche, que termin con la radiante aurora de un domingo. Una aurora de la que poda pensarse que haba estado esperando su turno pacientemente. Se podra decir el mes, el da y el ao, pero sera intil y slo provocaria vanas asociaciones de ideas. El sol se haba levantado poco despus de las tres, y paseaba sus rayos por centenares de millares de granjas y ventanas, senderos, prticos, y hasta por habitaciones en las que haba gente durmiendo. Miraba tambin los nidos de los pjaros, en los que no se desea nunca la llegada del domingo, pues cada maana de sol es una fiesta. Haba iluminado tambin el mundo de los insectos y de los dems invertebrados, y cuando una insignificante bestezuela echaba a volar, alegre, por el espacio resplandeciente, acuda presurosa una golondrina para zamprsela. Los rayos penetraban, incluso, bajo la superficie de las aguas. Avanzaba vivamente un animalito, agitando sus pelos, para buscar su pitanza y para aumentar su especie; pero era devorado por un pez de graciosos y giles movimientos, deliciosa aparicin en las ondas soleadas del alba. Surga entonces un grueso lucio, entre cuyas mandbulas desapareca el pececillo. Ms lejos, se despertaba casualmente un viejo pastor, tan viejo que era tierno y dulce como un nio, sobre todo al alba, despus de descabezar un sueo. Asomado a la ventana, en camisa, admiraba la belleza de la maana y pensaba en la omnipotencia de Dios y en la Naturaleza. Luego volvia a su cama exhalando un suspiro sentimental. La habitacin del pastor se encuentra en la parte del edificio cuyo zcalo tiene mayor altura. Pero la estufa de Kierikka carece de cimientos de piedra; sobre los ladrillos, hundidos en el suelo, se han podrido las vigas, y la ventana est retorcida..., pero el sol puede iluminar a la enferma. Durante su vida, Silja haba visto el sol tanto como los dems habitantes de su pas. Pero el proceso que realizaba ahora su obra de destruccin sobre el cuerpo joven no tolera la luz directa. Si tan siquiera el sol hubiese podido penetrar a tiempo, como un alimento, en todos los tejidos interiores de aquella muchacha y ejercer la misma accin vivificadora que ejerce sobre la piel! Pero el sol no brilla en 134
la tumba, y los pequeos seres oblongos son los representantes de la muerte. Pues la tumba es tambin vida. La pobre Hilma, la madre de Silja, habia muerto tambin al embate de esos mismos seres minsculos; los pesares debilitaron sus fuerzas de resistencia. Silja no haba tenido grandes pesares, slo haba conocido momentos de pena que haban tomado fcilmente un carcter potico. En ella, la materia se desvaneci respetuosamente ante el espritu. Su bello amor llen su alma mientras permaneci consciente. Y el mayor milagro como una concesin de la Naturaleza apiadada fu que no supo nunca que iba a morir sin haber alcanzado el objeto de sus ensueos. Al contrario, su espritu vacilante sinti que se funda enteramente con el de su amigo. Era un hermoso espritu viril, y Silja no lleg a saber, al llegar al fin, si se una a su amigo lejano o si era su padre quien, en la flor de la edad, la acoga en sus brazos y la acariciaba, proyectando la mirada hacia adelante, con un orgulloso ademn victorioso. Ella se senta feliz... As termina la historia de la ltima rama de una antigua familia que se extingui en este momento, como se extinguen a todas horas. Pero los rboles genealgicos no se parecen a los de los bosques. Para una familia, no existe muerte definitiva. Si pudiera verse sin obstculos a travs de las edades, se comprobarla que las ramas de todas las familias continan viviendo. Lo mismo ocurre, seguramente, con la familia Salmelus, que lucha, gana y pierde, y vive en otra parte su edad viril en el mismo instante en que se termina este relato. Si nos remontamos suficientemente en el tiempo, pertenecemos todos a una misma familia y debemos, por consiguiente, respetar mutuamente nuestras luchas en todas las pocas. Y vosotros, los que leeris, quiz, esta historia en un porvenir lejano, debis tambin sentir respeto por nuestro combate. La fuerza natural de estas luchas es algo que nos est permitido y que debemos escrutar sin descanso para tratar de descubrir su sentido y su alcance. FIN DE SILJA
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