Garcia Bilbao Pedro - Fuego Sobre San Juan
Garcia Bilbao Pedro - Fuego Sobre San Juan
Garcia Bilbao Pedro - Fuego Sobre San Juan
1 Baha de Manila
4 de diciembre de 1912, S/P (Secuencia Principal)
Baj corriendo por el camino que llevaba desde los ltimos bastiones de la batera hasta el embarcadero del ro Pasig. Casi al pie de las murallas de la fortaleza que amparaba tanto a la ciudad de Manila como a los barcos puestos a su abrigo, el llamado muelle de San Rafael estaba muy concurrido; la zona de fondeo era muy amplia y poda uno perderse con facilidad. Un hombre alto y delgado, con el blanco uniforme de un alfrez de navo de la Armada, se encamin por el malecn hacia el extremo, donde las embarcaciones ms ligeras buscaban su acomodo. A lo lejos pudo ver la airosa torre del faro que marcaba la desembocadura del ro y la entrada a la zona portuaria; era realmente hermosa, un smbolo claro de la vitalidad y el desarrollo de la nueva Filipinas. Aboc un largo pantaln lleno de gente; palos y jarcias de los barquichuelos de pesca que hacan cola para acercarse a tierra se amontonaban al lado de los numerosos veleros y vapores mercantes fondeados al abrigo de la fortaleza. El sol caa sobre todos, inmisericorde; el bosque de sus arboladuras no daba sombra alguna. La mayora de las personas que le salan al paso eran chinos o tagalos, portaban sus gorros cnicos de caa trenzada y apenas le miraban, demasiado atareados con sus cestas de pescado o sus fardos de volumen inconcebible. Se vean, aqu y all, los azules y blancos de los uniformes de marineros europeos venidos de los buques, la casi totalidad, civiles. Dispuesto a sumergirse en todo aquello, el joven, pues de un hombre en la raya de los veinte aos se trataba, alz su vista buscando la fala del crucero. Por entre la barahnda de gentes, palos, chinos y fardos asom una nube de vapor inequvoco. Al instante escuch el silbato de la mquina de la fala. Salt al interior y emprendieron la marcha. En el pantaln quedaron los tres infantes de marina que, discretamente, le haban escoltado desde Capitana; hizo un gesto a los hombres que le saludaban y luego se volvi hacia proa mientras la fala se alejaba. En el interior de la baha numerosos buques de guerra se aprestaban para una salida inmediata. Las chimeneas arrojaban cantidades constantes de humo y se haban levado anclas; todo pareca dispuesto. Varios remolcadores ayudaban en la maniobra a los navos, mientras avisos y falas recorran de continuo la formacin, transportando quiz las ltimas rdenes o llevando a sus destinos a oficiales rezagados. Desde las popas de los cruceros, casi rozaban el agua las enormes banderas de combate con los colores de
la joven repblica que haba trado la libertad y la igualdad para el pueblo filipino tras siglos de colonialismo. Los gallardetes eran legin y competan con las bandadas de gaviotas que llenaban los aires. El buque insignia del almirante era un crucero acorazado de nuevo tipo, una mole gris oscuro realmente imponente: al abarloarse a su amura, la fala recibi unas estachas para asegurarse y una escalerilla descendi hasta ella. Agarrando bien fuerte una cartera de cuero que portaba, el oficial trep con rapidez mientras en cubierta una guardia de infantes de marina le haca los honores. Les mandaba un curtido profesional, veterano, a la luz de las insignias de su hombro, de la campaa de Cuba. Silbaron su paso los contramaestres y por un instante se vio perdido; de inmediato le condujeron al castillo de proa y, abriendo las escotas blindadas, le hicieron pasar al interior de ste. Un capitn de fragata, con los cordones dorados que indicaban su condicin de ayudante de un alto jefe de la Armada, le sali al paso. Le acompa hasta una salita de espera; le indic que el almirante estaba ocupado y que le recibira en breve; despus se march. Desde la reforma naval que haba seguido a la ltima guerra, la Armada haba multiplicado el nmero de sus efectivos. Aquel crucero en el que se encontraba era buena prueba de la extraordinaria calidad de los nuevos buques: un modelo diseado por un joven ingeniero italiano que haba tenido que acudir al extranjero para poder llevar al mar sus proyectos. A decir verdad, no todos los mastodontes surtos en la baha eran de estreno como el que portaba la insignia de la Flota del Pacfico; no faltaba algn venerable cascajo como el viejo Charlestown que luch a las rdenes de Dewey, aunque, eso s, modernizado varias desde entonces y relegado a tareas defensivas en bases como la de Subic o Cavite. La tensin que acumulaba el oficial era grande; la espera, ms que darle tiempo para tranquilizarse, le estaba poniendo nervioso. Ya no se trataba del desconocido contenido de aquellas rdenes llegadas a ltima hora y que a todos haban sorprendido; en realidad pensaba en que iba a estar ante el almirante; un hombre respetado y admirado por todos, una leyenda viva en la Armada. Su puesto en Capitana le haba permitido conocer a mucha gente, pero ahora se encontraba a punto de enfrentarse a un mito, un hroe de la ltima guerra, alguien que haba sacrificado su puesto en el Congreso por asumir sus responsabilidades en la milicia, alguien que podra haber llegado incluso a presidente. La puerta forrada de caoba que comunicaba con la sala de conferencias del navo se abri. Un hombre mayor, con una barba rala pero aseada, de pelo cano y escaso, con un uniforme blanco en cuyas bocamangas se enroscaba la coca del almirantazgo, entr apresurado. Sus vivos ojos claros se volcaron hacia l. Muchacho, dgame, es usted quien recibi el pliego del que me han hablado? A las rdenes de vuecencia, fui yo mismo, mi almirante. Lo tiene consigo?
El joven oficial abri la cartera y sac dos sobres: uno grande con los sellos del Ministerio de Marina y otro ms reducido dirigido a la persona que ahora se lo reclamaba. Con un rpido ademn se los tendi. El almirante tom el sobre pequeo y lo sopes por unos instantes; luego se volvi buscando un lugar donde sentarse. Ocpese de que nadie me moleste. Y no se vaya, qudese aqu mientras reviso esto. Pasaron unos minutos. Las puertas cerradas separaban la salita de la cmara donde aguardaba el mando de la flota reunido. El joven sinti un escalofro cuando al cerrar atisb al interior y se percat del pleno de mandos y jefes que all haba. Se estremeci al cruzar los ojos con los de su superior; ste haba dejado los sobres sin abrir sobre la mesa y le observaba con inters. Cunteme cmo ocurri, muchacho. Lo quiero todo. Era firme cuando peda algo; educado pero firme. A las rdenes de vuecencia. Estoy destinado en la oficina de claves de Capitana desde hace seis meses. Hoy a las 07.00 de la maana me encaminaba a mi despacho cuando me abord un hombre con el uniforme de capitn de navo al pasar por el boulevard. Por qu dice usted eso de un hombre? Acaso dud de tu condicin de oficial? Bueno, me pareci muy joven, con su permiso, para tal empleo y jams le haba visto antes. Estando yo en el destino que tengo no se me hubiera despistado alguien as. Claro, claro! Qu le dijo ese hombre? Me indic que tena instrucciones de entregarme a m, como responsable de cifra, pliegos de rdenes llegados de forma urgente por un medio no revelado. Un material que debera hacerle llegar yo mismo. Me indic tambin las palabras exactas que haran que vuecencia me recibiera. A fe ma que supo bien indicarle qu deba decirme. Dgame, hijo. Cmo era fsicamente? Le pareci a usted que pudiera ser extranjero? El almirante le mir a los ojos. En absoluto, era claramente un compatriota. No me fij mucho en estos detalles pero le calculo unos veinticinco aos. Era alto, de pelo y ojos castaos, con un aspecto muy peculiar, as como su acento, que era bastante extrao, del norte, sin duda, muy leve, no sabra definirlo respondi el joven con decisin. Desde luego tiene que ser el mismo. No ha cambiado en estos aos!, dijo el almirante para s. Pues para no haberse fijado mucho es una buena descripcin, muchacho. Sonri. Es eso todo? Apenas me hizo la entrega de esta cartera y hubo ordenado hacerle llegar a vuecencia el mensaje oral que me indic, dio media vuelta y se perdi entre la multitud. Inform de ello a mis superiores en cuanto llegu a Capitana, le transmitimos a vuecencia el mensaje y aqu estoy. El almirante no contest.
Me indic tambin que slo le proporcionara detalles del encuentro a usted. Aj. Vaya, vaya! Y sus palabras fueron La salvacin estaba en la caldera? Qu le dice a usted esa frase? Pues nada en especial. Un contrasentido quiz. No crea, muchacho; yo mismo pens de forma parecida hace unos aos suspir ante esa misma idea, pero fue lo ms acertado que hacerse pudo. Ahora pareca hablar consigo mismo, como en voz alta. Sus manos rasgaron los sobres. Examin con nerviosismo los documentos. El primero era una especie de carta personal que le caus una gran impresin; en el otro figuraban listas de buques e indicaciones de derrotas, cartas nuticas y otros materiales. Se aprest a sentarse y con cuidado repas el contenido, extrayendo aqu y all notas que alguna mano haba dispuesto para mejor guiar la lectura de los materiales all reunidos. Pasaron unos minutos que al joven le parecieron inacabables. Finalmente: Bien. Hay cosas que no pueden esperar y otras que s. No s quin era la persona que le abord a la legua se vea que ms de una idea al respecto tena..., pero el material que nos ha trado por mediacin suya, muchacho, es justo el que necesitamos en estos momentos. Desde ahora se queda usted aqu, en calidad de mi ayudante personal. Me ha odo bien? A las rdenes de vuecencia. Bien. Ahora sigamos por donde bamos. Se puso en pie y penetr en la sala de al lado. El joven alfrez de navo, demasiado sorprendido para pensar nada, se incorpor y le sigui de inmediato. Se encontr en medio de la Sala de Guerra del navo. All estaba el pleno del Estado Mayor de la Flota del Pacfico y los comandantes de todos los buques de importancia de la Divisin de Filipinas; unas treinta personas en un espacio vlido para la mitad. El almirante puso sobre la mesa el contenido del sobre grande, todas las miradas se centraron en l y ste, sin inmutarse, se dirigi a todos. Caballeros, la noticia ya est confirmada. La Renzo Kentai, la Flota Combinada Japonesa, ha partido de sus bases en Corea y Hokkaido y se dirige hacia nosotros, estamos en guerra con el Imperio Japons desde hace 10 horas. La sala estall con rabia contenida al or eso; era algo que se consideraba posible desde haca ms de treinta aos, pero la firma en el ao anterior de los Acuerdos de Port-Arthur entre rusos y nipones alejaba el peligro de un enfrentamiento entre stos y, por contra, los volva ms reales hacia Filipinas, las Carolinas y las Marianas. La escalada de la tensin blica era tremenda en los ltimos meses y ello haba llevado al gobierno a concentrar la flota en Manila, la llave del Pacfico oriental. Aquel pleno del Estado Mayor tena por objeto trazar planes defensivos para el archipilago, pero la confirmacin de los temores era un duro golpe; el almirante se impuso, alz algunos de los informes. Aquello era la guerra.
Tenemos aqu, y no pregunten cmo, noticia exacta del despliegue enemigo. Hemos de estudiar estos documentos y tratar de adecuar nuestros escasos medios a lo que se nos viene encima.
Caa el sol hacia el crepsculo y la baha de Manila se tea de un azul oscuro baada en las sombras de las colinas de poniente. Acodado en la baranda del puente descubierto, un joven alfrez de navo miraba hacia la proa, envuelta en espumas con cada cabezada. El crucero de combate enfilaba la Boca Grande, a estribor de la Isla del Corregidor. En lnea tras el insignia, la escuadra maniobraba para salir a mar abierto y desplegarse de acuerdo con las nuevas instrucciones recibidas. En la banda de fuera, la divisin de destructores basada en la cercana Subic les daba cobertura, esperndoles para iniciar juntos una singladura hacia lo desconocido. La marcha era regular y firme, las nuevas calderas de turbina transmitan a travs del casco una sensacin de potencia y firmeza; entre el ritmo continuado y la tibieza del aire marino podra uno hasta dormirse; la costa se acercaba y la altura verde de Corregidor pronto domin la franja de mar a la que se dirigan. Mire hacia la costa de la isleta. El almirante se haba acercado al joven y le tenda sus prismticos. Los ve usted? Perdn? dud. Oh, s claro. Claro que los veo. Es casi lo primero que se nos muestra cuando llegamos aqu destinados. El joven tom, no obstante, los binoculares y enfoc con inters hacia la rompiente que se iba apartando ante ellos. Semiocultos por la espuma de las olas y las sombras de la hora, con el sol a punto de ocultarse, se perciban los mstiles y cofas de dos pecios estrellados en la zona de marca. Formaban ngulos caprichosos con la superficie y, en plena pleamar como estaban, apenas s surgan unos metros del agua. El que est ms pegado a la costa es el Olympia. El otro es el Baltimore. No le ofender preguntndole si conoce la historia, pero s me interesara conocer su opinin sobre esos hechos. Su joven interlocutor se sorprendi una vez ms. Un hombre como aqul, con todo lo que su solo nombre ya deca, pidindole su opinin! No era se el trato que le haban enseado a esperar de un mando. A su disposicin. Es algo que no puede por menos de estudiarse en detalle en nuestra formacin. ste s que iba a ser un examen, sospech. Cmo empezar? Estaba yo preparando el ingreso en la Escuela Naval cuando acab la guerra y ya entonces, todos, hasta los nios, conocan de memoria lo sucedido. Pero con el permiso de vuecencia tena que decrselo, quisiera, antes,
disculparme, pues con lo rpido que todo ha ido en estas ltimas horas, no he tenido tiempo de expresarle mi reconocimiento por la confianza que me ha brindado al... No se preocupe que ocasin tendr de mostrarse digno de ella. Necesito que est usted cerca cuando aparezca de nuevo el hombre que le hizo llegar los planes de batalla enemigos le cort el almirante. Aquello de nuevo. Se haba quedado con la boca abierta cuando durante la reunin en la sala de operaciones se mostraron, ante todos, los cursos de las cuatro flotas niponas, su composicin y objetivos asignados. Siempre se dijo que, en la victoria en la guerra del 98, la informacin secreta haba sido el factor clave; y la extraordinaria vala de la Armada y sus hombres, no faltaba ms. Tambin se rumoreaba que el almirante haba sido el nudo gordiano de la madeja de informaciones que a la postre permitieron luchar en condiciones de victoria pese a la desigualdad de fuerzas. Pero no todo es cuestin de informacin. Pareca como si el almirante le hubiera seguido en sus pensamientos. Esos restos, por ejemplo seal levemente los mstiles ya casi perdidos por babor , demuestran lo cerca que se estuvo del desastre en esas jornadas de las que me habla. Sabe usted acaso que la escuadra del almirante Cmara estuvo a punto de volverse atrs y dejar Filipinas abandonada a su suerte? Si as hubiese sido y si nuestros errores cometidos en las Antillas no hubieran contado con la desesperacin norteamericana... Nada hubiera podido salvarnos de una derrota atroz! Con todo respeto, eso es una suposicin. La escuadra del almirante Cmara ya haba cruzado el mar Rojo y dispona de bases de carboneo en la Eritrea italiana y en Siam. Nada poda impedir que alcanzara Filipinas y vengara a Montojo y a los suyos. La mal llamada segunda batalla de Cavite, pues se celebr ante Corregidor... se cort, le estaba enmendando la plana a uno de los hroes de la guerra, a alguien que, por lo pronto, haba sido el diseador de los ingenios que reventaron a la mayora de los barcos enemigos durante la ms importante batalla de la guerra del 98!... demostr que la mayor experiencia de nuestra gente... Nada, de eso nada! No se confunda. Ahora s que le cort algo enfurruado el almirante. Si lo dice usted por el hecho de que la derrota del comodoro Dewey indic a Estados Unidos que la guerra la tenan perdida, no debe usted dejarse llevar por un entusiasmo mal entendido. Lo nico que demuestra es que las explosiones del Olympia y el Baltimore al ser alcanzados por la artillera gruesa del Pelayo y del Carlos V fueron tan formidables que se oyeron no slo en el archipilago, sino tambin a orillas del Potomac. Nos minusvaloraron, hijo, sabe usted? Y con razn. Aquel 31 de julio de 1898 pretendieron impedir la entrada en la baha de Manila a los buques de Cmara, como si ste no mandara verdaderas unidades de combate. Dewey lo pag con la vida de centenares de sus hombres. Olvid que Montojo, a quien tan fcilmente aplastara, no haba tenido barcos en condiciones con que hacerles frente, y que sus opciones
haban sido muy escasas: emplazar quiz ms artillera en Punta Sangley, haber dispersado los buques por las islas. Lo cierto es que no lo hizo y fue aniquilado en Cavite. Oh, s. Tena razn. La noticia de la espantosa derrota en la primera batalla de Cavite haba helado la sangre de todos; se lleg a temer que aquello se repitiera en el Caribe e incluso a dudar de las posibilidades de victoria, pero la historia haba dictado su sentencia sobre los hechos: Montojo fue procesado por su negligente actuacin; se salv slo por la vigorosa defensa que un hroe de Santiago de Cuba, el contralmirante Vctor Concas, llev a cabo; logr demostrar que las unidades que aqul mandaba eran adecuadas para la lucha en una guerra colonial de baja intensidad, pero en modo alguno para enfrentarse a modernos cruceros. De todas formas, el almirante haba dicho era sa la sensacin que tena durante la conversacin que Cmara y su escuadra estuvieron a punto de interrumpir su viaje . Qu hubiera tenido que pasar para una cosa as? Pero el almirante prosegua con su disertacin, ajeno a las reflexiones que despertaba en su interlocutor: ... y con los dos barcos modernos tocados gravemente, el comodoro Dewey desaparecido, el buque insignia embarrancado para evitar su hundimiento y con la base ms cercana en Hong Kong sonri con amargura, este puerto era neutral, pero Gran Bretaa apoy a sus primos a despecho de lo que la ley internacional exiga, qu iban a hacer los norteamericanos? Marcharse dejando a centenares de nufragos en la costa o en los botes? Abandonar a su cuerpo de desembarco copado por nuestros hombres en la pennsula de Batn? Atacar en esas condiciones? Hicieron lo lgico: las unidades que no resultaron hundidas en Corregidor o Cavite y que haban escapado al primer envite, intentaron concentrarse de nuevo en Subic y atacar. Pero por qu cree usted no obstante que se estuvo al borde de la derrota pese a la contundencia del encuentro? Porque no tenamos barcos suficientes para la labor de limpieza que se precisaba. Es cierto que Cmara penetr en la baha hundiendo las unidades principales del enemigo, liberando a Manila de su cerco martimo y que Cavite fue tomado por la infantera de marina aquel mismo da. Pero la noche siguiente a la entrada de Cmara, la del da 31 de julio al 1 de agosto, el crucero Raleigh, encabezando a las unidades supervivientes, intent forzar de nuevo la entrada en la baha y aprovechar su mayor movilidad frente a nuestros buques pesados. Si Cmara hubiera dejado en Port-Said a los destructores como parece que se le indic, qu cree usted que hubiera pasado? Eso... pens el joven. Qu hubiera pasado? Pero era una duda retrica. Mil veces haba ledo las descripciones de los supervivientes, conoca de sobra el relato de los hechos y las sensaciones de quienes los vivieron. Pocos pudieron olvidar el espectculo nocturno de las brasas del Olympia, encallado tras la explosin de por la maana, y el grito de los nufragos en la orilla de Corregidor que acompaaron la accin. La sombra pesarosa del Raleigh se recort muy bien contra el cielo estrellado y los destructores que tan
trabajosamente Cmara haba remolcado por medio mundo estaban al acecho. Los intrusos no pudieron encender sus reflectores ante el peligro de alertar a las unidades pesadas hispanas; cuando los torpedos les alcanzaron y la noche se ilumin ya fue demasiado tarde. El Carlos V abri fuego contra ellos continuaba el almirante cuando sus objetivos ya haban sido alcanzados de forma fatal por los torpedos y su puntera se mostr bien certera. Despus de aquello los que estaban acabados fueron los yankees. Y tanto que s. La aniquilacin de las unidades enviadas a Filipinas result un golpe decisivo. La prdida de los cuatro buques principales caus el hundimiento de la moral norteamericana; eran casi todo lo que tenan en el Pacfico. Centenares de muertos y heridos, de nufragos intentando trepar en la oscuridad por las escarpadas rocas de Corregidor. Un infierno, con el mar flameando en la noche al comps del incendio inacabable del Raleigh y los gritos que siguieron a su voladura. El nuevo da tras aquel famoso 31 de julio del 98 trajo la derrota ms contundente que hubiera sufrido Estados Unidos desde que en 1812 el ejrcito britnico de Canad tomara Washington y lo arrasara. Los buques que tocados por los obuses y los torpedos no se hundieron o embarrancaron amanecieron llenos de supervivientes y de destrozos; no estaban en condiciones de luchar, aunque lo intentaron. El Carlos V los rindi y se les dio remolque hasta Cavite, luego que un trozo de presa los abordara. En Batn y en Subic, varios miles de hombres de la fuerza de invasin yankee, llegados unos das antes, observaron horrorizados cmo quedaban aislados y a merced del enemigo en una tierra extraa, dando lugar a un cerco naval y terrestre que slo pudo acabar con la rendicin al acabarse los suministros. Dewey, que haba sobrevivido al hundimiento del Olympia, logr escapar hacia Hawai en el caonero Petrel y se dice que volviendo la vista hacia las costas ensangrentadas de Filipinas, realiz su famoso juramento luego incumplido: Volver! Los hombres abandonados en el archipilago parece que no le oyeron; cantaban, y se hizo famosa la cancioncilla durante las semanas que dur su copo...: Somos los defensores de Batn y no tenemos ni padre, ni madre, ni To Sam. Un mediocre jams se repone de un xito... El almirante segua pensativo y call un segundo tras soltar tamaa frase. Cuando lleg a Madrid la noticia de la victoria en Filipinas, quiere usted creer que en la prensa se peda..., qu digo se peda..., exigan..., la marcha inmediata sobre las Hawai y la ocupacin de Pearl Harbour? Locos de atar!, eso es lo que tenamos por todas partes, locos y ciegos de estupidez. Hoy todos ven natural y lgico que triunframos en aquella contienda, pero estuvimos al borde mismo del mayor desastre que imaginarse pudiera... Realmente el viejo est deprimido se dijo su joven interlocutor. Tampoco haba para tanto. Cmo iba Madrid a haber abandonado las Filipinas?. Salvo, quiz, una derrota de la flota de Cervera... Sinti que se le erizaba el vello por todo el cuerpo.
Atravesada Boca Grande, las aguas de Manila quedaron atrs. La noche se acercaba vertiginosamente y el mar se oscureca con espesas nubes. Solos en el alern del puente descubierto de un crucero sin miedo como era conocida la nueva serie, dos hombres callaron, llenos de parecida emocin. El ms joven estaba algo confuso, sin comprender cmo el escenario de lo que haba sido una gran victoria para su pas pudiera despertar en uno de sus artfices tanta amargura contenida. Porque cuando el almirante hablaba, de sus palabras se destilaba la huella de un gran dolor, de una profunda herida. Tentado estuvo de interrogarle directamente, pero se dijo que eso no era algo que los alfrez de navo hicieran normalmente a los almirantes, y prefiri callar: seguro que si el almirante le retena all y le haba honrado con tal disertacin histrica sera por algo. Algo que a todas luces todava no le haba contado. *** De la escota blindada que daba acceso al puente superior del buque sali un asistente. Cuadrndose ante el almirante y, sin prestar atencin al joven, inform: A las rdenes de vuecencia. Don Juan Aznar le espera en la cmara de oficiales. Saludando con brevedad, la pequea figura del almirante se dirigi hacia el interior tras hacer una seal inequvoca para que el joven le siguiera. Es hora de recogerse, muchacho. Vaya usted al encuentro del capitn de navo Aznar y excuse mi retraso; he de hacer unas comprobaciones, luego me reunir con ustedes unos minutos le expuso mientras se retiraban. Cuando a sus espaldas se cerraron los costados del navo y descendieron hacia la cmara indicada, fue como si lo hicieran a travs de un formidable monstruo vivo; con las luces gua imprescindibles, en casi oscuridad, bajaron por las escalerillas interiores; el acero del Nervin y los remaches del Ferrol les envolvan por suelos, techos y paredes; el roce continuo de tantas piezas en movimiento, el de tantos hombres atareados y sudorosos, del mar, lejos, batiendo los costados, de los sordos pantocazos que agitaban arriba y abajo el conjunto, creaban all dentro una atmsfera irreal. La cmara a la que lleg era la misma sala de deliberaciones donde haba tenido lugar la conferencia de por la maana. Estaba vaca. Las cartas nuticas seguan dispuestas por atriles y paredes, la gran mesa de cerezo apareca libre. Observ una librera empotrada en la que no haba reparado antes. Fotos, placas conmemorativas, libros y otros recuerdos personales la llenaban. Vida e historia se entrecruzaban de forma curiosa. Destacaban dos instantneas aparentemente opuestas. En una se vea al almirante recibiendo una condecoracin de manos de la antigua reina regente, doa Mara Cristina de Habsburgo. La otra mostraba la entrega de la bandera de combate al crucero acorazado Prim i Prats en el que viajaban; el presidente de la
Segunda Repblica, don Francisco Giner de los Ros, la oficialidad del navo y la imagen grave del almirante orlaban la ensea tricolor. Entre ambas fotografas no habra ms de cinco aos; un tiempo de la historia de Espaa que haba asombrado al mundo. De sbito, a su espalda... Veo que est usted muy interesado en esos recuerdos. Quien hablaba era un hombre de unos treinta y cinco aos, un capitn de navo, don Juan Aznar, sin duda. Y don Joaqun... cmo es que no est aqu? Ahora le miraba inquisitivo tras cerrar la segunda puerta de la habitacin. A sus rdenes. El almirante le pide se sirva usted aguardarle unos minutos pues deba resolver unas cuestiones respondi el joven. Aznar le observaba; era evidente que estaba muy intrigado con su presencia. ... Me orden que me reuniera entre tanto con usted se apresur a aadir. El corte del uniforme de su interlocutor era impecable; un sastre caro, sin duda. Tena el pelo castao y era de mediana estatura; su ojos parecan serenos; su aspecto era distinguido, sin afectaciones, daba la sensacin de ser alguien que haba visto la muerte de cerca y que desde entonces viva con naturalidad cada momento. Se descubri, puso la gorra sobre un aparador lateral y busc una de las butacas, a la derecha del sof chester situado bajo el bronce de un ojo de buey. Pues si es as dijo sentndose se debe a que habr algn tema privado que tratar. Venga para ac y acomdese usted tambin. Creo que estamos todos fuera de servicio, en realidad es nuestro turno de descanso. Desea acompaarme...? Un pequeo mueble bar esconda unas botellas de cristal tallado y unas finas copas, como la usadas para beber oporto. Vamos, anmese. El joven, ya sentado, tom la copa que se le ofreca. Ha sido un largo da para todos. El fantasma de la guerra se ha materializado de la peor manera posible. Usted qu opina? le dijo Aznar. De nuevo le preguntaban su opinin. Nadie creera aquello, pens. En un entorno tan formal como el de la Armada, tamaas familiaridades con escalones inferiores en la cadena de mando no eran nada usuales. La situacin se presenta complicada. Es terrible que la guerra haya estallado, pero todos la veamos venir. Al menos se estaba alerta y con la flota aqu concentrada... S, por supuesto. Y esta flota no es la que tenamos en el 98, ciertamente. Pero lo que se nos viene encima tampoco es lo mismo, El almirante Togo dispone de decenas de buques poderosos y sus hombres estn muy experimentados. No crea usted que vamos a poder frenarle... Vaya se dijo. Otro optimista. Primero el almirante y despus ste. Si ellos eran veteranos de la guerra con Estados Unidos y haban vivido peligros terribles, cmo es que resultaban as de agoreros?
Cierto que nadie como quienes han hecho de la milicia su oficio para odiar y temer la guerra como fuente de dolor y sufrimiento, sobre todo para la poblacin civil. En el 98, record, el bombardeo de El Ferrol por una escuadra norteamericana quiz la accin ms estpida de cuantas realizaron los yankees en aquel conflicto caus centenares de vctimas inocentes al incendiarse la ciudad, entre ellas multitud de nios, como Paquito, el hijo de aquel contador de la Armada, Franco, que fuera amigo de su padre. En realidad... Aznar continuaba con su charla nuestra principal opcin radica en la informacin que usted nos trajo hoy por la maana. Se le qued mirando mientras sus palabras se arrastraban por el aire. Buscaba su reaccin. Me he limitado a traer lo que un oficial superior me entreg, de forma, si se quiere, algo irregular se apresur a responder como para borrar su inadvertida digresin mental de haca unos segundos. Claro, muchacho, claro! Esccheme, hemos sabido minutos antes de la partida, y a travs de un cable de nuestro agregado en Hong Kong, que un informe completo como el que usted nos trajo haba salido en un barco rpido hacia Manila hace unos das. Barco del que nadie ms ha tenido noticia, perdido en el Mar de China. Quiz la informacin no fuera tan exacta ni tan al da como la que ahora tenemos, pero s lo que mejor pudo reunir nuestro sistema de informacin. Y sabe que contamos con la ayuda de otras potencias europeas para estas tareas. Qu quiere usted decir? Pues que es fsicamente imposible que nadie pueda haber entregado hoy en Manila lo que tarda tantos das en viajar desde Hong Kong. Mxime si el correo se ha perdido, casi seguro, destruido por el enemigo. Estamos ante una incgnita. Teme usted un fraude? Que la informacin sea falsa? No, eso no. En una situacin similar, llammosle as, fui testigo de algo parecido. Entonces la informacin y los consejos fueron correctos. Creo que estamos ante la segunda parte de aquello mismo afirm Aznar. Ahora s que tena que ser l quien preguntara. Disclpeme, pero no entiendo nada. El almirante me ha dejado entrever algo parecido a lo que usted seala esa sensacin tena, pero no acabo de comprender. Lgico, yo tampoco lo entiendo y es la segunda vez que lo veo. Dgame, ha ledo usted las memorias del almirante? Aunque la edicin no se comercializ en exceso, ha estado presente en la biblioteca de la Escuela Naval. Aznar se levant y sac uno de los libros de la estantera de la sala. Al volver a sentarse se lo tendi. Tenga, lalo cuando pueda. Esta noche mejor que otro da. El joven cogi el grueso tomo e hizo ademn de hojearlo. Lo conoca, pero no, no lo haba ledo. Se volvi expectante hacia Aznar. Escuche. El almirante y yo hemos llegado a la conclusin de que la persona que le entreg los documentos es la misma que se nos present a l y a m en Santiago de Cuba la noche del 30 de junio de 1898 asegur vehemente Aznar.
Imposible, se dijo; no poda ser cierto. No tena sentido. Y qu era eso de que alguien se present de forma parecida la vspera de San Juan? La puerta se abri de nuevo y el almirante, don Joaqun Bustamante, uno de los artfices del victorioso combate de Santiago de Cuba, entr en la sala. Una conclusin que cada minuto que pasa es ms firme... dijo aquel hombre pequeo y fuerte; su pelo apareca ms cano an que en la maana; vena lleno de energa, como quien ha adoptado una determinacin. Les indic con un gesto que no se levantaran y tom asiento con ellos. Los datos de la cartera continu son coherentes, hasta lo que hemos podido comprobar, con las informaciones que la Divisin Segunda recibi por cable desde Manila y Hong Kong antes de que se perdiera la comunicacin; los detalles eran esperados por barco pero no han llegado a tiempo. Togo ha enviado cuatro flotas. Una ligera hacia las Carolinas y las Marianas, donde poco vamos a poder hacer, una fuerza de diversin compuesta por algunos cargueros y buques medios enviada hacia Filipinas rodeando el golfo de Leyte, como si fueran a invadirnos; una fuerza pesada, con lo mejor de la Flota Combinada y, finalmente, la verdadera fuerza de invasin. El joven vio con claridad la importancia de la informacin que haba portado en su cartera. Los documentos mostraban las derrotas de las fuerzas enemigas y sus planes secretos. Sabiendo eso se poda trazar una defensa adecuada, como de hecho se haba realizado en aquella misma sala horas atrs. Es decir, que gracias a esta informacin quiz podamos frustrar la invasin de Filipinas apuntill Aznar. Espermoslo. Hemos optado por jugrnosla. Ahora estamos dando un rodeo. Buscaremos un punto de intercepcin con la Flota de Invasin y procuraremos destruirla antes de que Togo caiga sobre nosotros con sus fuerzas pesadas y nos destruya. Si la informacin es falsa tambin seremos destruidos y nada impedir la invasin dijo el almirante dejndose caer sobre la butaca. El joven se apresur a intervenir. Las implicaciones eran evidentes. Si interceptamos los transportes, la invasin ser un fracaso; que perdiramos ms o menos buques se estremeci sera secundario. Japn tardar meses en disponer una nueva fuerza y en ese tiempo la situacin internacional jugar en su contra. A nadie en Europa le interesa el control japons sobre Filipinas. Por el contrario, un rpido colapso espaol sera considerado un desastre para todos... No siga cort el almirante. Es claro que una ocupacin de Filipinas por parte de Japn en estos momentos cambiara la historia del mundo. Nadie, Espaa no, desde luego, est en condiciones de enviar a este archipilago los centenares de miles de soldados necesarios para desalojar al Sol Naciente de estas tierras. En unos aos se convertiran en la potencia hegemnica de todo Extremo Oriente. Filipinas es la llave del Mar de China y permite controlar Borneo, Malasia y el Pacfico Central, y desde ah, Vietnam, Australia y
el Pacfico Sur. Europa sera arrojada de este hemisferio. Y tambin Amrica. S. El almirante, don Joaqun Bustamante, tena razn, aquello podra cambiar la faz del mundo. Una situacin as sera la semilla de nuevas y terribles guerras en el futuro. Les he citado aqu continu Bustamante para ofrecerles un pacto. No s, no sabemos, quin trajo efectivamente esos documentos. Lo ms seguro es que se trate de un agente de una potencia extranjera que desconocemos, interesada asimismo en impedir la hegemona de pases imperialistas como Estados Unidos y Japn. No lo s con seguridad. Lo extrao es que parezca haber sido la misma persona en los dos casos. De cuantos han tratado con l, si estoy en lo cierto, ustedes dos y yo somos los nicos que no han muerto. Aznar y el joven se miraron. Les pido que guarden silencio sobre estas sospechas. Nadie puede relacionar al desconocido que apareciera un da en Santiago hace aos con el hombre del boulevard de esta maana. Slo quienes aqu estamos; si lo expressemos pblicamente se nos tomara por locos. Y si algn da esa persona reapareciera o tomara contacto con cualquiera de nosotros deberemos avisarnos mutuamente. Estn ustedes de acuerdo? Aznar mir de nuevo al joven. Seguidamente, dijo: Don Joaqun, ya lo sabe usted. Har lo que me pide. Nadie nos creera. Me tiene a su disposicin hasta el final. Hijo, su nombre... perdneme, pero... El almirante, entrecortado, le miraba. Camilo Molina, almirante. Alfrez de navo Molins. Y como ha dicho don Juan Aznar, tambin a m me tiene a su disposicin. Estas informaciones me las hizo llegar un oficial desconocido, lo que es rigurosamente cierto. Y respecto de las coincidencias que tanto les alarman, pierdan cuidado, las mantendr en absoluta discrecin en tanto resolvamos el enigma. Los tres hombres se dieron la mano. Bustamante y Aznar teman que aquella misin en el golfo de Leyte acabara con la destruccin de la flota; pero confiaban en que su ms que posible muerte permitiera salvar a Filipinas de una invasin y con ello retrasar el peligro de una guerra mundial. Molins, por su parte, vea claramente el porqu de la tensin de sus superiores y se haba sentido tratado como tal amigos, pero confiaba en que todo ira bien y el peligro, conjurado. Se dijo que habra de leer las memorias del almirante, pero sospechaba que all no encontrara razn de la identidad del misterioso desconocido. Quiz nunca lo averiguaran. Quin era el hombre del boulevard? Hubo niebla aquella noche en el golfo de Leyte. Los siete cruceros acorazados clase dreadnought, la punta de lanza de la Armada Federal de la Repblica Espaola, buscaron su amparo y se perdieron hacia el norte.
3 Manila
Medioda del 4 de diciembre, 1912, S/P
La gente atesta el boulevard Jos Rizal. Nadie repara en m; llevo horas paseando sin rumbo o sentado mirando a los viandantes. El joven oficial aquel tard en reaccionar, me digo pensativo; le hice repetir la frase que deba abrirle la puerta del almirante y le entregu con gran nfasis la cartera de los mapas. El muchacho trataba an de asimilar lo que ocurra cuando yo ya me haba quitado de en medio. No me qued ni el menor asomo de duda de que hara lo que le orden. El paseo central est flanqueado por grandes magnolios, de esos que con el tiempo llegan a ser esplendorosos. La avenida es de nueva traza, diseada como eje del ensanche extramuros de Manila que sigue el modelo de Barcelona. La mezcla de modernismo con arquitectura y materiales orientales resulta pasmosa; me vienen a la mente los nombres de los arquitectos y artfices de esta operacin urbanstica sin precedentes. El informe que haba tenido que estudiarme para la misin era completo hasta en esos detalles; me tiemblan las piernas, observar el entorno y disfrutar de su contemplacin me ayudan a tranquilizarme. Una manzana mis all se encuentra la representacin comercial de la Generalitat Catalana; a la maraa de ramas y hojas que cubren el paseo se le debe sumar la de cables telefnicos y telegrficos que unen los edificios. Es evidente que la ciudad acabar hacindole la competencia a Hong Kong como centro comercial en Extremo Oriente. No acabo de ver qu pintan en esto los catalanes, ni qu importancia tendr a la larga lo que observo, pero resulta patente el despertar de la ciudad y su entorno. Una banda de msica de la polica autonmica filipina desfila por una de las calzadas laterales. El bullicio es inmenso. Debe ser el momento de regresar, pero nada ocurre; estoy pasendome por entre las damas con sus frescos trajes de lino blanco y enormes pamelas. Los europeos y la burguesa hispano-filipina pasean arriba y abajo por la rambla, emperingotadas seoras con sus hijas, algunos matrimonios, muchos grupos de estudiantes de la universidad; hay varias terrazas llenas de pblico, la del Ateneo est a rebosar. Guirnaldas con la bandera tricolor de la Repblica Federal Espaola y del Estado Federado de Filipinas adornan los rboles y la carpa que protege a los clientes. Beben grandes vasos de limonada, agua con azucarillos o t fro; el calor es atroz, pero a la sombra y con el fresco que recorre el boulevard se sobrelleva bastante bien. Unos
cros vocean la prensa del da: los peridicos peninsulares sacan ahora una edicin en Manila, con noticias y colaboraciones llegadas por telgrafo. El Sol, El Pas y La Vanguardia. Y tambin el Katipunan quin lo dira unos aos atrs?, portavoz de la lnea dura de los nacionalistas tagalos. Los titulares son aterradores: (Guerra..., guerra...!; Ultimtum de Japn; Asegurada la defensa de Filipinas, el vencedor de Santiago en Manila. Aguinaldo y Giner dicen: No pasarn!) Me estremezco al pensar en ello. Qu est ocurriendo? Tengo la boca seca. Pasear entre toda esta gente que nunca existi me produce gran inquietud. *** El seor Alberdi, supongo... dice una voz femenina justo a mi lado; se ha acercado sin que reparase en ello. Es una mujer joven de unos veinticinco aos; lleva un traje deportivo, con pantalones de amazona en algodn beige; se cubre con un elegante panam de ancha ala; debo poner cara de cierta sorpresa o algo as, pues sonre y me mira divertida. Sus ojos verdes son evocadores, me gusta lo que veo en ellos. Pues claro que es usted... Con un mohn gracioso me toma del brazo y se suma a mi marcha por el paseo. Tranquilo, soy su contacto... Cmo conoce mi nombre? le digo y al instante pienso que es la pregunta ms estpida que nunca he hecho. La he visto antes. Claro que s! Pero fue hace tiempo o, mejor, dentro de muchos aos y en otro lugar realmente muy, pero que muy lejano. Sus ojos buscan los mos de nuevo. No, no me diga nada. Jams hemos coincidido; nunca. Le he reconocido merced al informe previo de la misin. Es la primera vez que estamos juntos dice con energa; me corto, no puede leerme el pensamiento, deben de haberla alertado de algo. Recuerde esto: las paradojas temporales deben ser evitadas, olvdese de cuanto no sea la misin que le ha trado aqu... aade. Callo, creo que s lo que quiere decir: nos hemos conocido antes en mi pasado, pero en un momento que para ella an es futuro. Mejor calladito. Proseguimos nuestro paseo entre la gente. Un escalofro me recorre al pensar en lo de las paradojas temporales. He saltado hacia el pasado y no slo eso, lo he hecho, me dicen, para salvar una lnea temporal que no es la ma propia. O sea: salto temporal y salto entre universos paralelos a la vez. Para un novato ya es bastante. Entregu el paquete. No s qu contena ni cmo puede provocar que los japoneses de esta lnea temporal sean derrotados. La prensa de Manila de hoy cita las unidades de la flota federal espaola y son muy escasas. Si el Togo de aqu cuenta con la mitad de las fuerzas que el histrico de mi propio mundo, nada podr cambiar la historia... le digo mostrando mi escepticismo. Me siento muy seguro en esta hermosa ciudad con esta mujer de mi brazo; lo extrao de la
situacin me permite distanciarme de los acontecimientos en cuya dinmica me estoy entrometiendo. Seor Alberdi, habla usted con la corresponsal de un peridico britnico, soy una especialista en historia naval... Bueno, sa es mi cobertura en la estacin de Manila de este perodo. Estoy enterada de cuanto debe o tiene que suceder aqu y ahora. Y algo que histricamente ocurri no ha tenido lugar. Ayer debi haber arribado a Manila un aviso de Hong Kong con informacin secreta para la flota; pues bien, no lleg. Algo o alguien que pertenece a este universo tanto como usted o yo, lo intercept en su camino hacia aqu y le aseguro que todos los sensores de Flujo Temporal de la estacin saltaron la pasada noche y slo han disminuido en su estruendo con su llegada de esta maana. Si usted, seor Alberdi, no hubiera entregado hace unas horas ese paquete, la historia habra cambiado. Le aseguro que les hemos fastidiado la fiesta a esos viajeros temporales de ayer, sean stos quienes sean. Pero no entiendo Qu puede ser tan vital que pueda cambiar la historia? insisto. Y quin puede ser esa gente? No me contesta. Quiz no desee seguir hablando de esto en la calle o est cansada de esta conversacin con un nefito en estas lides como es mi caso. Lo cierto es que hasta ahora me muevo casi sin respuestas. Nuestro paseo nos acerca hasta la altura de una casa de tres plantas con grandes balconadas cubiertas. Son oficinas; mi impetuosa acompaante me conduce hasta una de ellas. Se encuentra en el principal. Suelos de madera noble, altos ventanales al boulevard con visillos blancos, dos escritorios clsicos, libros, papeles y revistas por todas partes, hay flores tropicales en jarrones que le dan a la estancia un aire fresco. En mi propia poca y pas, Estados Unidos del 2032, en una secuencia que segn esta gente no es la principal, un sitio as slo existe en los holos. Si ella me pareci muy relajada y tranquila, incluso demasiado, ahora su actitud cambia de nuevo. Ha sido cerrar la puerta y ha pasado a ser otra persona. Bienvenido a Manila, 1912, Secuencia Principal, seor Alberdi. En la estacin estamos a salvo de miradas indiscretas. Me lo dice como si acabramos de conocernos. Estacin? Parece una oficina normal y corriente, incluso ms despejada y bien dispuesta que otras contesto. Y desde luego ni asomo de artefactos futuristas por ningn sitio. Se echa a rer. Claro, hombre! Qu esperaba? Un desintegrador en el cajn del escritorio? O un transponedor temporal junto a la puerta? Me indica que me siente con un gesto. Cuelga su sombrero, se quita su chaqueta blanca de algodn y tras mirar a su alrededor se agacha para recoger un montn de cartas que han pasado por debajo de la puerta. Pues me crea o no, he estado intentando averiguar qu hizo saltar los sensores de Control de Flujo. La estacin est aqu mismo, donde nos encontramos, pero desplazada unos grados de la
secuencia principal me dice mientras dispone el correo en uno de los escritorios. Desplazada unos grados, ha dicho; no s qu quiere decir, pero me lo creo. Cuando aceptas vivir una locura debes aceptar las cosas segn salen. Hace unas horas la Central contact conmigo para indicarme qu ocurra y su inmediata llegada. Todo ha ido perfectamente, fue llegar usted y el nivel de peligro descendi de inmediato. Hoy, es decir en estos dos das, hemos tenido un Punto Jumbar de Primera Magnitud que hemos logrado compensar pese a una intromisin extraa me explica. Punto Jumbar? No le han explicado eso antes de enviarle en misin temporal? pregunta. Parece sorprendida. Digamos que mi reclutamiento fue algo precipitado. Bueno, no importa. Lo cierto es que usted ha solucionado una alteracin que pudo ser muy grave. Un Punto Jumbar es precisamente eso: una situacin concreta en un momento histrico, donde la decisin o la accin de un pequeo ncleo de personas puede hacer bascular el proceso histrico en sentidos muy diferentes. Es una terminologa que proviene del siglo XX, cuando se comenz a especular literariamente sobre las implicaciones del viaje temporal aclara. Eso es lo que explicaron antes de mi partida. Y que ustedes le llaman Secuencia Principal a su propia lnea histrica donde lleg a desarrollarse el viaje temporal aado. Cada vez est ms intrigada, se nota. No exactamente. Otras lneas tambin lo han descubierto o lo descubrirn. La Central de Control de Flujo se crear dentro de unos ochocientos aos en esta lnea temporal. El viaje arriba y abajo de las propias lneas ser descubierto tambin en otras secuencias paralelas, pero, ya que parece desconocer cosas bsicas, le dir que la Central naci para impedir intromisiones horizontales... Horizontales? Claro, los cambios que se producen en la lnea temporal normal son historia, ocurrieron. Lo que altera el Flujo son las entradas desde el exterior del Sistema Dinmico de Cambio. Vamos, que lo que provoca alteraciones graves son intentos de cambiar las cosas desde otros universos paralelos! Se agolpan las palabras en su boca. Ella viaja por la red de lneas temporales, lo suyo es eso, no dar explicaciones a novatos. Pero si los japoneses de esta secuencia descubren el viaje en el tiempo y se presentan ahora para matarnos o para destruir la escuadra del puerto, no cambiara la historia de esta lnea temporal? le digo. Por supuesto. Hay un pequeo detalle sin importancia: eso es algo que no ocurri. Mi presente, seor Alberdi, pertenece al futuro, en l se sabe que histricamente Japn no logr invadir las Filipinas en 1912. Se saba que hubo un intento de cambio temporal inducido en esos das, detectado por los sensores, pero tambin que se lograra anularlo. Y aqu es donde entra usted. El seor Alberdi s que
estuvo en 1912 en Manila. Se conoca esto en la Central y por ello le reclutaron o lo que fuera. Muy bien, pienso, pero me est cansando todo este trajn temporal. Estoy tentado de soltarle mi formulario de quejas a la amable seorita que me acompaa y que no ha tenido el detalle de decirme cmo se llama, pero sospecho que no sabe nada de mis problemas. Para ella soy un agente en misin y poco ms. Bueno, vale. Si usted lo dice tendr que creerla. Qu va a pasar ahora? le pregunto. Enrique, puedo llamarle as? Mi nombre es Victoria, creo que no se lo dije. Lo que debemos hacer es descansar un poco y comer algo, dentro de unas horas tendr que dar su prximo salto y deber estar suficientemente lcido. No le parece? Sonre. La muchacha tiene razn. Una vez ms. *** El sol se ha puesto. La habitacin se encuentra medio a oscuras. Me he quedado dormido. De las ventanas llega el ajetreo del boulevard. Busco una luz y lo nico que encuentro es una especie de quinqu de petrleo. Afortunadamente hay algo parecido a las cerillas a su lado y lo puedo encender. Doy gracias a mi aficin a los viejos holos del oeste que coleccionaba mi padre, gracias a ellos s cmo utilizar algo as. Victoria no se encuentra en la oficina. Despus de comer no me resist a la tentacin de un lecho de sbanas de seda que hay en una habitacin contigua y debo haber dormido unas seis horas. Me encuentro muy descansado; me preocupa el que esta mujer haya desaparecido. Ni se me pasa por la cabeza moverme de aqu o salir a buscarla. Bueno, s que se me ocurre, pero tengo la certeza interior de que volver en cualquier momento. No hemos hablado mucho ms. Slo cosas intrascendentes, sobre la vida en esta hermosa Manila alternativa. La ciudad por la que me he movido esta maana tiene un aspecto muy europeo, incluso dira que presenta indicios de poder crecer de forma equilibrada en un futuro. Victoria lleva viviendo aqu casi dos aos y me lo confirma; dice que le encantara retirarse a un sitio como ste, pero asegura que el viaje temporal slo est permitido para tareas de estudio y control. Quiz el pasado que estoy ayudando a preservar sea mejor que el de mi propio universo. Debo esforzarme en controlar la angustia. Me encuentro en una situacin por la que no creo que nadie ms haya pasado jams. Y despus de hablar con la gente de eso que ellos llaman Central de Control de Flujo lo tengo por ms cierto todava. A saber: en mi lnea temporal la historia fue muy diferente. El Punto Jumbar que separa mi lnea de esta otra parece estar en la guerra hispano-norteamericana de 1898. Mi pas, Estados Unidos de Norteamrica, gan con facilidad esa contienda, pero eso forma parte de un pasado que se me antoja prehistrico. Nadie lo recuerda en el 2032, el ao en que sal de la
Tierra. Mi mundo es muy diferente; tenemos otros problemas. Algunos muy graves. Lo cierto es que estoy aqu solo. Nufrago por partida doble. Tendr que seguir hasta el final si algn da quiero poder regresar a casa. Un zumbido surge a mi espalda y una luz intermitente proyecta mi sombra sobre las paredes. Me vuelvo y veo una esfera luminosa a un metro sobre el suelo en medio de la habitacin. Sbitamente la esfera crece y se aplana formando un disco de unos dos metros. La luz y el sonido se estabilizan, aquello se queda all como si fuera un mueble ms. Me quedo all expectante. La ciencia y la tecnologa, cuando son suficientemente avanzadas y separadas de lo que nos es usual, son lo ms parecido a la magia. Pero esto no es magia, se est abriendo un portal temporal. Es una aplicacin del Campo Snchez-Matteoti que en mi lnea temporal utilizamos para el salto hiperespacial; lo que ocurre es que all no conocemos que tambin sirve para esto. Ya he visto, no obstante, el fenmeno antes de ahora: la primera vez cuando mi nave espacial, el Crucero interestelar Jefferson Davis de Estados Unidos de Norteamrica revent al pasar al espacio normal en la frontera exterior del sistema de psilon Eridani a 7,5 aos luz del Sol. La segunda vez, cuando la Central de Control me envi a Filipinas, 1912, Secuencia Principal. Victoria sale del disco. Enrique, venga para ac, que hay una comunicacin para usted me dice. Cierro los ojos del alma y entro en la cosa. Vaya! Estoy en la misma habitacin. El color de techos y paredes ha cambiado, en realidad parece que nos encontramos en el interior de una burbuja de vidrio que recubre como un guante la habitacin. Pero hay unos paneles con numerosos controles y una gran pantalla de comunicaciones. Victoria ha entrado conmigo. Crey usted que me haba ido, eh? me dice. Recuerde que le dije que la estacin se encontraba aqu mismo pero desplazada unos grados. Eso significa que comparte este mismo espacio aunque situada en un pliegue respecto de... Victoria, djelo, por favor. Me hago una idea, pero no me lo explique que es peor. Se re con ganas al ver mi gesto al hablar. Olvidaba que usted no es precisamente un ingeniero de Fsica de Fluidos. Ahora s que lo ha dicho usted. En mi poca la ingeniera de Fluidos era algo que se ocupaba de perforaciones petrolferas... Se acerca a la pantalla de comunicacin y la activa. Abre despus un lateral de uno de los paneles y saca una bolsa transparente donde parece haber ropa blanca, unas botas y una cartera de cuero marrn. La pantalla muestra una especie de carta de ajuste. Lo que quiera que ponga ah no est escrito en ningn alfabeto del que tenga noticia, y s de unos cuantos. Prefiero no preguntar. Con esta gente
he podido hablar en castellano y en eusquera, las lenguas de mi familia, adems de en ingls americano, mi lengua de uso normal. Me huelo que si les hablo en caldeo medio me contestaran con acento de Ur... Cul ser su verdadero idioma? Un hombre de mediana edad, vestido con una camisa de seda verde esa impresin recibo me est mirando; tiene el pelo blanco y una mirada gris, pero inteligente. Victoria se sienta a mi lado y me ofrece una de las butacas que han aparecido con el mobiliario de la estacin. Enhorabuena, seor Alberdi. Como coordinador de misiones quiero decirle que su accin de hoy ha sido un xito me suelta el tipo de la pantalla. Eso me han dicho respondo. Puedo volver ya a casa? Ya sabe usted que queda un viaje pendiente. Eso me temo. Mire, Alberdi. Cuando su nave result destruida durante un viaje regular dentro de lo que es la dinmica normal de su lnea temporal, algunos de los restos, entre los que debemos incluirle a usted, fueron desplazados a un universo paralelo. El que nosotros llamamos Secuencia Principal. Lo s sobradamente. Quiero decirle con esto que nosotros no le hemos elegido para estas misiones. Creo que Victoria le ha hablado del cometido de la Central de Control. Escuche, alguien, posiblemente el mismo alguien que destruy su nave, est intentando cambiar la historia en varias de las lneas del tiempo en torno a la lnea matriz. Debemos impedirlo. Lo quiera o no, est metido en el centro de esta vorgine y no tiene opcin: debe seguir hasta el final. Y usted lo sabe. Lo que quisiera es la seguridad de que tras la siguiente misin podr regresar digo sin mucha esperanza. Regresar al ao 2032 paralelo al que usted fue desplazado tras su accidente, con las personas y en el momento en el que se encontraba. Si es preciso les ayudaremos para que su vehculo consiga llegar a la Tierra. Es lo mximo que podemos hacer por usted. Su voz fue muy, pero que muy firme. No me haban prometido otra cosa, as que no puedo protestar. El hombre aquel continuaba con su perorata. ... Victoria le ayudar con el material que precisa: la ropa, documentos, el informe de situacin, la estrategia a seguir. Cul es la misin? Es sencillo, Alberdi. Deber bajar usted hasta 1898, a Santiago de Cuba. Actuar de forma decidida y contrarrestar una accin externa que busca provocar una victoria norteamericana en esa guerra. Me estaba temiendo algo as. Pero eso es imposible. En mi mundo... Alberdi, usted estuvo all... La comunicacin se corta tras algn comentario ms. Me he quedado de piedra. No soy un especialista en historia, pero la tarea la intuyo imposible. Victoria me muestra el dossier.
Tranquilo, Enrique. La ventaja de trabajar para la Central consiste en que podemos disponer libremente del tiempo sin que luego lleguemos tarde.
ANEXO I
De la Restauracin a la Repblica. Memorias de un marino, Bustamante, Joaqun. Cdiz, 1907, pp. 37-42.
(...) Cuando en 1896 regres de Pars donde haba estado haciendo las pruebas de un telmetro naval que dise durante mi etapa como director de la Escuela de Torpedos, la guerra contra los insurrectos cubanos llevaba ya dos aos. Todava era diputado por el distrito de El Ferrol (O Ferrol, como decan mis electores aldeanos) y haba mucha preocupacin en todas partes con las noticias de Amrica; entre los paisanos y la gente sencilla, por las levas continuas; entre los mlites, por el reto terrible que se intua acabara producindose; y entre la clase poltica, por el temor a hacer o a no hacer lo correcto, que nunca se sabe. En los mtines en los que particip result muy difcil contestar las acusaciones que realizara Pablo Iglesias, el dirigente de los socialistas; concurra ste en casa, era natural de aquella comarca, y denunciaba de forma implacable el escndalo que supona la exencin por dinero del servicio militar, lo que condenaba a las clases menos favorecidas a soportar el peso de las contiendas coloniales. En eso no poda menos que darle la razn. Tras una etapa difcil en la insurreccin cubana, Weyler, el capitn general, la estaba venciendo da a da. En el Congreso de los Diputados todos sabamos que la victoria militar no arreglara nada sin la concesin de la autonoma en la isla; sin el fracaso de la reforma de Maura a causa de la estupidez de los recalcitrantes de ambos bandos, lo ms seguro es que no hubiera llegado a estallar aquella nueva contienda civil en Cuba; en la carrera de San Jernimo, liberales, conservadores y republicanos coincidamos plenamente, en los pasillos, claro; luego, en los debates, era otra cosa. Mi condicin de militar era vista con dosis intercambiables de atraccin y rechazo; unos se alegraban de que los mlites acudiramos a las lides electorales como los dems y otros, sencillamente, recelaban, no s por qu. Era la poca en la que, tras unos pocos aos de estabilidad en la nacin, nadie quera aumentar los gastos militares y mucho menos que nuestra influencia creciera. Eso poda tener sentido, pero no lo tena mantener unas estructuras como las de la milicia sin dotarlas de medios para su funcin. Para nuestro pas, un ejrcito grande era algo que no podamos permitirnos, pero una Armada poderosa era una necesidad clara; pinsese que la situacin estratgica de nuestra presencia en el mundo nos permita controlar si
hubiramos tenido los medios y el desarrollo industrial y econmico preciso el Caribe, los accesos al futuro Canal de Panam, la costa del Sur de Estados Unidos y todo el Pacfico oriental y central, sin entrar a valorar nuestra situacin en el Mediterrneo. La diferencia entre nuestra indigencia y las potencialidades que nuestras posesiones en el mundo nos brindaban era de tal cuanta que una sensacin de fracaso y resignacin a la decadencia eran moneda corriente. El mundo estaba cambiando deprisa; nuevas potencias queran derribar a las del Viejo Continente y Espaa semejaba un riqusimo cadver al que se podra despojar impunemente. En Madrid crea la mayora que el resto del mundo no exista; ocurre que nuestro principal reto nacional es la modernizacin de nuestra patria, el desarrollo de su industria y el progreso de sus gentes en el orden de la cultura, la educacin y la mejora de las condiciones de vida cotidiana; muchos vean en el mantenimiento del imperio ms un peso sobre las dbiles espaldas de la nacin que una oportunidad para el desarrollo y el progreso de todos los espaoles, peninsulares o ultramarinos. Tan grande era la extensin de nuestra soberana, al menos de nombre, que podramos pasar otro siglo encerrados en nosotros mismos sin aburrirnos, tanto era lo que estaba pendiente por hacer. Pero aquello no era as. El temor a una guerra con Estados Unidos o con Japn estaba ms que justificado. La Armada y el Gobierno lo tenan previsto, pero como un dato, como un hecho posible; inexorable quiz. Los presidentes del Consejo de Ministros de su Majestad, Cnovas, primero, y Sagasta, despus, se comportaron como quienes sabiendo que el ataque se producirla bastara con no intentar ofender para que el matn se aplacase. Tal era, se dijo, la nica diplomacia posible en los que se saben dbiles. Yo, tengo que decirlo, no comparta esa posicin. "Si eres dbil, hazte fuerte; si no puedes, busca alianzas poderosas, aprovecha tu margen de maniobra." Nada de eso se hizo. Lo cierto es que mal que bien se haba construido una flota en aplicacin del Plan del ministro Rodrguez Arias de 1884. No entrar en detalles. Era la flota de alguien modesto que ya tena un imperio ocenico y que no quiere pegarse con nadie, no la de quien busca construirse uno a golpes con medio mundo. Aprciese la diferencia. Nuestra opcin defensiva estratgica se basaba en un puado de cruceros acorazados de diseo ingls, rpidos y con gran autonoma, capaces de ir a Filipinas desde Cdiz sin repostar. Bien utilizados podran asegurar las comunicaciones y hacer guerra de corso a un enemigo poderoso. "Si eres dbil en la mar, busca al enemigo donde no est, si eres fuerte bscale donde est." O lo que es igual: requeran un uso audaz y decidido,
caso de tener que luchar contra fuerzas superiores. Pero para la guerra colonial que tenamos entre manos en Cuba y Filipinas casi eran sobrados. Casi. Se opt por aquellos buques, dotar de torpedos y minas a los puertos y bases, mejorar las defensas y por un tmido programa de construccin de torpederos y destructores para ese mismo cometido. Como la estrategia francesa de la Jeune cole (barcos baratos y pequeos con muchos torpedos frente a los torpes gigantes enemigos) pero en pobre, si me permiten. En realidad, si los norteamericanos no atacaron en la dcada anterior era por que el desnivel con nosotros no les daba confianza todava. En la dcada de los noventa ellos comenzaron su desarrollo naval y teman que pese a nuestra parquedad de medios logrramos construir buques modernos en cuanta suficiente para vender cara nuestra derrota, seguros como estaban de vencer. Por ello se decidieron a la escalada que llev a la guerra; buscaban una guerra rpida, sin mucho coste, en lo que sera su primera aventura exterior desde la violacin de Mxico. Tenan que hacerlo antes de que nuestro propio programa de armamentos, aunque modesto, pudiera llegar a permitirnos una defensa digna. Nos enfrentbamos a una ideologa racista y primitiva, basada en la supuesta moralidad del dominio de los fuertes, que les legitimaba en su intencin de subyugar el continente entero y controlar a su antojo a nuestros hermanos de Amrica. Se saban poderosos: cuando el conflicto finalmente estall, nosotros obtenamos 600.000 toneladas de acero por ao en nuestros altos hornos; los norteamericanos, ms de 9 millones. Era lgico que estuvieran confiados en nuestra pronta derrota. Los acontecimientos se precipitaban. El presidente Cnovas fue asesinado en un complot del que no fue ajena la plata de los independentistas cubanos y el estmulo indirecto de Washington; el general Weyler recibi la orden de volver a la Pennsula y las operaciones militares se suspendieron; el nuevo gobierno deseaba la paz y el entendimiento con los insurrectos. En Madrid se quera lograr para Cuba una paz duradera basada en alguna forma de autonoma como la que tena Puerto Rico con gran xito. Era tarde, Estados Unidos buscaba la anexin o instalar un protectorado; que le diramos la autonoma a la isla era para ellos peor receta que la continuacin de la guerra civil all: con la contienda siempre les quedaba la posibilidad de enmascarar su ambicin imperial con un halo de humanidad. Canallas! En febrero de 1898 la guerra era inminente. Estados Unidos ofreci pblicamente un soborno millonario a quienes vendieran la isla de Cuba. El gobierno se neg; las amenazas y las provocaciones continuaron. Cuando estall el viejo acorazado Maine durante una estancia en La Habana que nunca debi haberse consentido, nos acusaron de forma infame de estar detrs del hecho. La reina regente cit a todos
los partidos y ofreci el nombramiento de presidente del Consejo de Ministros a cualquiera que pudiera lograr la paz y asumir una negociacin que cortase la escalada blica; imposible aceptar la ignominia y la humillacin que nos ofreca Estados Unidos, nadie acept y todos expresaron la voluntad de resistir. La actitud de Washington era tan repugnante, tan impropia de una nacin civilizada, que todo lo que ocurra pareca irreal, fruto de una pesadilla. Pronto se vio que nuestro gobierno no dispona de nada prctico para aprestar la nacin y sus fuerzas armadas para la guerra. Weyler, el prestigioso general, futuro artfice de la Repblica de Abril, quiz el mejor estratega y hombre de accin que hayamos tenido, rabiaba por los errores y la inaccin, pero temerosos de su mala prensa en Estados Unidos le arrinconaron en un puesto de lujo, ministro de la Guerra, donde, paradjicamente, no tendra responsabilidades directas en las acciones. Don Valeriano haba previsto durante su mando en Cuba la entrada en guerra con Estados Unidos y propona una defensa avanzada. Segn l, disponamos de algunas ventajas estratgicas importantes. La primera era que contbamos con decenas de miles de hombres bien entrenados y con armamento moderno a 90 kilmetros de Cayo Hueso, Florida. Si estallaba la contienda, los yankees tardaran semanas en movilizar sus fuerzas de tierra, por otra parte inferiores en nmero, entrenamiento y calidad del material, al menos a corto plazo; en los primeros das se podra desembarcar en Florida con cincuenta mil soldados y marchar a tierra quemada hacia Tampa, donde se encontraba la base naval ms importante de Estados Unidos en el Golfo de Mxico. Su idea era llevarles la guerra a casa, atrincherarse, resistir y dar tiempo a los polticos y diplomticos a preparar una paz negociada. Nadie le hizo caso en esa ocasin. Me incorpor a la llamada Flota de Instruccin basada en Cdiz. Reuna sta a los cruceros ms modernos y rpidos, pero estaban faltos de pertrechos y entrenamiento artillero. La escasez del presupuesto lo haba impedido. El mejor navo, el Cristbal Coln, no dispona an de sus torres principales. Con cinco buques como el Coln me hubiera comprometido a derrotar una por una las escuadras americanas. Pero no los tenamos. En abril salimos para Cabo Verde sin estar en condiciones de entrar en campaa. Una flotilla de destructores y torpederos al mando del capitn Villaamil haba recibido orden de ir a reforzar los puertos cubanos, pero la inmediatez de la guerra y unidades yankees en aguas portuguesas les llevaron hasta ese archipilago africano en busca de refugio; pareci necesario nuestro concurso para recogerles y escoltarles hasta la Pennsula. El contraalmirante don Pascual Cervera, comandante de la Flota de Instruccin, con quien ya haba servido en el Pacfico, me nombr su jefe de Estado Mayor.
Nuestra sorpresa fue enorme al llegar a la isla de San Vicente, se rompan las relaciones diplomticas con Estados Unidos y se produca la declaracin de guerra a las pocas horas. Con el ncleo de nuestra flota a miles de kilmetros de sus bases ms cercanas! Se nos comunic el arribo inmediato de los dos cruceros desplegados en... Amrica A santo de qu se les ordenaba un doble cruce del Atlntico? Ah... si el Oquendo se hubiera quedado en La Habana!Cuntos sufrimientos nos habramos ahorrado! Pinsese que tambin se orden al crucero Vizcaya acudir a Cabo Verde desde Nueva York. Otro error. Las unidades ligeras de Villaamil se dividiran en dos grupos: las ms dbiles y las averiadas volveran a Canarias o a Cdiz junto con el transporte San Francisco, las dems seran remolcadas por los navos mayores en su paso del ocano, pues el grueso de la flota en realidad el de toda la Armada espaola debera partir inmediatamente para las Antillas. Era una solemne estupidez. No estbamos en condiciones. Lo lgico era ir a Canarias a repostar, concentrarnos luego en Cdiz y ultimar todas las unidades para el combate de la forma debida. Esperar incluso al retorno de los arsenales franceses del Carlos V y del Pelayo, donde nuestros dos acorazados estaban en reparacin. La simple existencia de la Armada bastaba para que el enemigo actuara condicionado. Pero partir al combate sin estar dispuestos era condenarnos al desastre seguro. Se reuni el Estado Mayor y la mayora defendi esto que he expuesto. En mi opinin, lo mejor hubiera sido volver a la Pennsula pero divididos, pasando los buques ms rpidos y mejor anillados por la costa norteamericana. As lo dije: una descubierta en el este de Estados Unidos, unos caonazos a la costa, unas presas al corso ante Nueva York y luego a escape para casa! El revuelo resultante sera tal que el bloqueo de Cuba se cuarteara, desplazaran unidades al norte, a Espaa. Tomar la iniciativa, golpear... y correr! Intil. Salvo Villaamil, nadie me hizo caso en mi propuesta ofensiva. Cervera defendi la obediencia ciega al gobierno, pero dej que Vctor Concas, su segundo, redactara noticia de la disconformidad ante las instrucciones del ministro, el voto particular de buena parte de los oficiales del Estado Mayor contra aquellos planes absurdos. O volver, o marchar al matadero. Se eligi lo segundo. En realidad las rdenes nos daban libertad para acudir al lugar de las Antillas que mejor nos pareciera de acuerdo con la situacin tctica; pero la imaginacin y la audacia no nos gobernaban precisamente, ni en Madrid ni, siento tener que reconocerlo, en el puente del Infanta Mara Teresa. El resto es sabido. Cruzamos el Atlntico; estbamos todos, las unidades ms rpidas y modernas, aunque con problemas de mantenimiento: los cruceros acorazados Infanta
Mara Teresa, Vizcaya, Oquendo y Cristbal Coln, ms los destructores Furor y Plutn. Camos sobre la Martinica y luego sobre Curaao; perdimos a los carboneros con los que estbamos citados y el cepo de la diplomacia britnica y el temor de los neutrales nos impidi repostar como era debido. La noticia horrenda del aplastamiento de la Flota de Montojo en Cavite nos produjo un efecto moral demoledor. Cervera estaba convencido de que acabaramos igual. Casi sin carbn, marchamos hacia la boca del lobo; podramos haber ido a San Juan de Puerto Rico donde nuestra simple llegada habra reforzado la moral de forma decisiva y quiz obligado a alejar de Cuba las flotas de maniobra yankees para repostar y volver despus a Canarias o a la Pennsula, pero se opt por intentar alcanzar la Gran Antilla. La orden de Madrid autorizndonos el regreso inmediato la perdimos por unas escasas horas. Cruzamos los estrechos entre Jamaica y el oriente cubano sin ser detectados; desaparecimos de la vista de medio mundo. Logramos llegar a Cuba, donde nos precipitamos a la muy escondida baha de Santiago. Diez das tardaron en saber los norteamericanos dnde nos habamos metido y dos semanas en bloquearnos all. Y nosotros qu hicimos entretanto? Vegetar, quejarnos de la falta de carbn, de suministros, del estado de los barcos. La segunda noche, cuando todava nos buscaban lejos, podramos haber salido hacia La Habana, donde nuestra flota, al amparo de los poderosos caones del Morro, podra haber causado graves disturbios a los enemigos. No lo hicimos. Los das pasaron y pronto una poderosa escuadra enemiga cerr la salida. El enemigo tuvo hasta tiempo de variar sus planes y desembarc una fuerza de veinte mil hombres cerca de Santiago al objeto de asegurar una base de aprovisionamiento cercano para sus buques y permitir un asedio terrestre de la plaza. Meternos en Santiago llev el centro de gravedad de la guerra al oriente de la isla de Cuba, nica regin donde sobreviva la insurreccin. Aquello era para la flota una maldita ratonera. La nica ventaja era que, mientras estuviramos all intactos, claro, fijaramos a nuestra posicin al grueso de las fuerzas yankees. No obstante, a medio plazo tenamos que escapar o sucumbir (...).
Las colinas se alargaban paralelas a la rada de la baha; viniendo desde el este emergan de los campos de caa y las cinagas. A su espalda, emparedada entre suaves alturas y las orillas, se extenda en un pequeo llano la ciudad de Santiago de Cuba. Viniendo desde El Pozo, los arroyuelos llamados Las Guamas y Aguadores formaban un pequeo valle cubierto de espesa vegetacin que desembocaba al pie de las colinas en el ro San Juan; unos centenares de metros hacia el norte, en la orilla izquierda de ste, se encontraba la llamada Loma de la Caldera, desde la que se dominaba todo el territorio adyacente. Reciba ese nombre por la depresin en forma de cuenco de su cima, en la que existi un ingenio de transformacin de caa algn tiempo atrs, ahora en ruinas. Desde lejos semejaba una cafetera y por ello los norteamericanos la haban rebautizado como Kettle. Las laderas que conducan a los altos estaban cubiertas de hierba no muy alta; se haban dispuesto todo a lo largo varias hileras de alambre de espino cortando las subidas hacia las trincheras y blocaos que jalonaban las crestas; al ser una zona despejada y en altura se divisaba desde all un amplio panorama, cubrindose los vallecitos del San Juan y Las Guamas. Miles de soldados norteamericanos avanzaban a orillas del arroyuelo o por una escueta trocha abierta por los mambises, envueltos en las altas caas; con las botas metidas en el barro avanzaban penosamente bajo un calor atroz; nubes de mosquitos y de plomo les obligaban a hacerlo con la cabeza baja. Su avance haba comenzado de forma silenciosa, intentando acercarse al pie de las Lomas que cortaban su marcha. Un globo de observacin artillera les haba jugado una mala pasada; a los minutos de elevarse, el fuego certero de una batera espaola lo derrib. La metralla esparcida por las granadas alcanz a numerosos hombres de los que trabajosamente se arrastraban a su pie y los gritos de dolor y la algaraba resultante revel a las fuerzas que defendan las Lomas la ruta de acceso de los asaltantes. Desde entonces el fuego se volvi hacia ellos y sus bajas crecan. Bateras artilleras yankees contestaron de inmediato, usaban plvora de factura antigua que dejaba grandes rastros de humo blanco: las dos piezas Krupp espaolas del capitn Patricio de Antonio las localizaron con facilidad y las neutralizaron con granadas de Spranhel. Los artilleros yankees cubrieron las bajas de sus compaeros varias veces
y comenz un duelo mortal en el que la escasez espaola de municin resultara casi determinante. Bajo aquel fuego cruzado los infantes avanzaban; tan reducida era la visibilidad de quienes lo hacan que las primeras oleadas de asaltantes no haban podido evitar estrellarse contra un muro de fuego empujados por sus propios compaeros, ansiosos por salir de la espesura. En la linde entre sta y la despejada ladera intentaban desesperadamente reorganizarse bajo fuego directo de las trincheras situadas en la cresta de las Lomas. El gritero de quienes se vean envueltos ya en la refriega creca y creca; el ruido..., el ruido era tremendo . Un reguero inmenso de heridos y fugitivos desandaba el camino ponindose a salvo hacia puestos de socorro improvisados, pero quienes llegaban de continuo por compaas y batallones no les prestaban atencin; mientras esperaban su turno de asalto a distancia segura, lo que ocurriera all en lo alto, all al frente, era lo nico que les centraba la atencin. Otras unidades, los regimientos de caballera de la Divisin del general Summer, se deslizaban de flanco hacia el norte sin perder la proteccin del juncal concentrndose al pie de la Loma de la Caldera, donde, hasta el momento, el fuego firme de sus defensores tambin haba segado todo avance significativo. Muy pronto les tocara a ellos intentarlo de nuevo. El sol haba superado ya el medioda; se podan percibir entre las tenues nubes de plvora de las descargas trallazos de fuego, rojos como el infierno. Acompasada, regularmente, con un ritmo que helaba la sangre, los cada vez ms escasos defensores vomitaban plomo por las aspilleras de sus parapetos; desde la retaguardia norteamericana se les poda ver como una cinta que circundaba las colinas en varias filas y que una y otra vez surga de la tierra para arrojar un muro de plomo mortfero. La presin se mantena, no obstante, a lo largo de toda la lnea del frente, desde los blocaos y trincheras de la cresta principal de las Lomas hasta la elevacin misma de la Caldera ms al norte. A mil metros de distancia de los primeros parapetos, los cadveres y los heridos llenaban ya el suelo y centenares de hombres buscaban refugio. La fuerza del nmero y la concentracin de fuego que se haca desde abajo podran acabar sofocando a los defensores muy inferiores en efectivos, pero el coste en vidas que ello supondra estaba siendo espantoso. Eran casi ocho las horas de lucha y la balanza comenzaba a inclinarse a favor de quienes contaban con la posibilidad de ir renovando a los combatientes y arrojar ms fuego por ms bocas. Era aterrador, pero a los que llegaban al pie del ltimo trecho las pendientes se les antojaban cortas y, viendo tan cerca la meta, sintindose poderosos por lo compacto de sus filas y animados por las explosiones de los obuses que destrozaban las trincheras enemigas, saltaban a la voz de asalto de sus oficiales y, gritando para ahuyentar su miedo, avanzaban a pecho descubierto. Los novatos descubran entonces en su propia carne que a novecientos metros de distancia una bala de muser poda atravesar de parte a parte a una persona;
eran tantos y estaban tan cerca los asaltantes que ni tan siquiera era necesario apuntarles, caan a racimos, por filas completas. Compaas diezmadas se retiraban en desorden o se apiaban en el suelo entre los cadveres de sus propios compaeros, mientras un atroz y certero fuego que surga de aquellos tipos furiosos y locos, que debieran haber muerto mil veces, cruzaba de nuevo por encima de sus cabezas en busca de las nuevas oleadas de ataque que salan una y otra vez de la manigua. El estupor creca entre los asaltantes, aquello no era posible, no podra durar mucho ms. *** Theodore Roosevelt ms conocido como Teddy en la prensa que le jaleaba era, sobre todo, un temerario. Bocazas y fanfarrn, pero arrojado y despreciativo del peligro si ste se le plantaba enfrente. No faltaba quien afirmaba que su supuesta valenta era simplemente la inconsciencia de aquel a quien todo le ha ido bien siempre en la vida y se sabe, adems, respaldado; en aquella aventura cubana, una guerra que l se haba ocupado casi personalmente de organizar, lo estaba realmente bien: toda la naciente potencia humana e industrial de Estados Unidos de Norteamrica se dispona a ocupar la porcin del planeta que hombres como Alfred Mahan el idelogo naval del expansionismo norteamericano, Randolp Hearst, el presidente MacKinley o el mismo Teddy Roosevelt haban afirmado que les pertenecan por derecho propio. Su persona representaba los intereses del naciente lobby militar industrial y estaba plenamente identificado con lo que algunos llamaron el destino manifiesto de Estados Unidos. Su nacin era la ms fuerte del hemisferio y pases decadentes como Espaa debieran ser arrojados al otro lado del Atlntico. Eso para empezar; se deca para s. Tras abandonar su puesto de Secretara de Marina desde donde tanto intrigara para facilitar el estallido de la guerra, Roosevelt se incorpor al ejrcito, recibi el grado de teniente coronel y se puso al frente del 1.er Regimiento de voluntarios de caballera, los pomposamente autodenominados Rough Riders. Quienes les conocieron en los primeros das podran haber pensado que iban a ganar la guerra ellos solitos. Un golpe a su orgullo fue tener que librarla sin caballos, pues la deficiente organizacin del novato ejrcito de Estados Unidos oblig a dejarlos en Tampa ante la dificultad de su embarque. Casi lo agradecieron aquel trrido 1 de julio en su doloroso avance hacia San Juan bajo el fuego, pues de nada les habran servido en aquel asqueroso terreno. En realidad lo accidentado de la zona y la vegetacin tropical haban impedido en gran medida el despliegue en orden cerrado de las tropas; aquello sin duda les salv en un primer momento. Si hubieran atacado de esa forma, confiados en su aplastante superioridad numrica, habran cosechado casi con seguridad un sangriento fracaso ya en las primeras horas: unida a la inequvoca voluntad de resistencia mostrada en las trincheras aquella maana frente a Santiago, la
superior calidad del armamento de los infantes espaoles devena una fuerza letal; los muser hispanos ofrecan potencia, alcance y una cadencia de tiro que converta en obsoletas las carabinas Springfield y los fusiles Krang-Jorgenshen de los norteamericanos. Por parecidas razones, en 1870, ante los pueblos de Saint-Privat y Gravelotte, las tropas francesas hicieron pagar a los prusianos un aterrador precio en sangre por su victoria; nadie haba aprendido todava la leccin. Era necesario romper por alguna parte el equilibrio de muerte ante las trincheras. Los Riders llevaban varias horas esperando su momento y el mismo Roosevelt estaba ansioso por entrar en accin. El mando les tena como reserva; en los das anteriores, cuando el ejrcito norteamericano avanz desde la cabeza de playa de Daiquiri hacia el interior para tender el cerco a Santiago, haban descubierto de golpe que estaban en una guerra de verdad: llenos de estpida suficiencia se arrojaron sin tomar precauciones sobre el desfiladero de Las Gusimas y los espaoles, bien atrincherados, les cortaron en seco. Por alguna extraa razn despus de aquello, los enemigos se replegaron. Roosevelt no haba sabido qu pensar cuando vio al viejo general Wheeler picando espuelas y gritando Duro con los yankees, que se retiran!, confundiendo aquella campaa con las que viviera durante la guerra entre los estados treinta y cinco aos atrs. Se dijo que chalados como Wheeler le daran color a la campaa si acababa en victoria como no poda ser de otra forma, pero en caso de sufrir una derrota seran un descrdito absoluto para Estados Unidos. Por lo que a l concerna, no estaba dispuesto a que ningn imbcil arruinara la esplndida victoria que tenan ante las manos si hacan lo que deban y no se dejaban desanimar por unas pocas bajas. Teddy record los toques de corneta de los espaoles llamando a reagruparse antes de perderse en la espesura camino de Santiago y se puso enfermo. Aquello transcurri en escasos minutos, pero fue una leccin que esperaba no olvidaran sus hombres; en una guerra, por muy torpe que sea el enemigo, si haces lo que no debes, te matan. Bueno, se dijo, ahora los muchachos ya tenan algo personal con el enemigo; en las ensangrentadas Lomas de San Juan, o en aquella asquerosa colina de la cafetera, iban a demostrar al mundo de qu eran capaces y l, Teddy Roosevelt, sera quien llegara primero a su cima y con ello al corazn de Amrica, gracias a aquella maldita ciudad, de aquella maldita isla, de aquellos malditos espaoles, en aquella maldita guerra. A eso de la 13.00 del da 1 de julio, el teniente coronel Theodore Roosevelt sali de sbito de sus meditaciones y, de bruces sobre el borde de una zanja convertida en improvisada defensa, se volvi hacia un hombre presuroso que se acercaba a toda prisa; barro hmedo cubra todava sus polainas y pantalones crudos, su guerrera haba desaparecido y la camisa azul oscuro de su uniforme apareca envuelta en sudor; pareca agotado. Le reconoci, era el capitn Mills, uno de los enlaces del Estado Mayor.
Mensaje del mando, seor! logr ste chillar, entrecortado por el esfuerzo de una larga carrera. De manos del general Shafter para usted! El baile va a empezar, pens Roosevelt. Recogindolo, se sent mientras rasgaba el sobre lacrado. Varios oficiales en su torno apenas disimulaban su excitacin: unos seguan observando la cercana colina a travs de sus prismticos o pretendan dejar a su jefe que leyera sin molestarle, todos ellos preocupados. Aj...! Su exclamacin logr que diez pares de ojos le miraran ansiosos. Ahora nos va a tocar a nosotros caballeros... Shafter nos ordena que asaltemos y tomemos la colina de inmediato. Y como quiera que tales noticias parecieron despertar cierta inquietud, insisti: Se ordena a nuestra brigada que se concentre en el flanco derecho sobre la posicin Kettle y que la tomemos al asalto. Aquello s tena sentido, Kettle era una posicin relativamente aislada que dominaba la cresta de las Lomas de San Juan. Slo asaltarla poda resultar ya decisivo, al defenderse no podra cruzar sus fuegos con los de las Lomas, facilitando el ataque a stas. Si caa, las lomas se volveran indefendibles, un ltimo empujn y arriba todos! Santiago a la vista. Alguien pensaba con la cabeza. Ya era hora, se dijo. Insisti, mirando a sus oficiales: La artillera enemiga hace fuego intermitente y la nuestra est redoblando su bombardeo. Dejaremos que ablanden un poco ms a esos bastardos antes de ir all y aplastarlos. Y seremos nosotros, los del 1. de Caballera quienes lo hagamos! dijo olvidndose de las dos brigadas con seis regimientos que englobaba la Divisin Summer a la que pertenecan. Continuaba el fragor y el caos sangriento a unos mil metros al sur, en el frente de las Lomas. Salvo que pareca haber muchos ms impactos en la cumbre, todo pareca igual, nadie lograba avanzar ms all de la mitad de la pendiente por mucho que unos lo intentaran por un lado o por otro. Pero ante Kettle en cuyo pie, algo retirados se encontraban los regimientos de la Divisin Summer a la que pertenecan se disponan al contragolpe decisivo. Mirad seal un capitn agitando sus prismticos hacia una trocha cercana por la que unos esforzados infantes empujaban unas pesadas cureas con grandes ruedas de radios. La forma de los tubos que sostenan permita sospechar la naturaleza de las piezas. Parece... parece que estn intentando acercar ametralladoras Gattling a la lnea de tiro dijo otro de los hombres de la plana mayor. Exacto afirm el teniente coronel Roosevelt. En cuanto emplacen esas Gattling, y que nadie dude de que esos bastardos del ejrcito lograrn hacerlo, barrern a todo bicho viviente que intente detenernos al subir a esa asquerosa colina. Maldita sea! Vamos a movernos deprisa, caballeros. Marchen al encuentro de sus compaas e inicien la aproximacin. No quiero que esos jodidos negros mestizos de mierda del 10. lleguen arriba antes que nosotros.
Les quiero a todos en las posiciones de asalto dentro de quince minutos! Guardando el mensaje en un bolsillo de su guerrera aadi: Cuando toquen carga espero que nadie se eche atrs o se las tendr que ver conmigo. Eso es todo, caballeros!
ANEXO I (continuacin)
(...) Pasaron semanas de inaccin. Las discusiones entre los mandos fueron continuas pero siempre actuamos con cohesin y unidad. En realidad nunca se perdi la conexin telegrfica submarina con La Habana; el cruce de informaciones y rdenes no ces. Como era de esperar nuestra presencia fue el imn que atrajo al enemigo. No saliendo cuando pudimos haberlo hecho, ahora corramos el peligro de vernos forzados a hacerlo si las defensas terrestres de Santiago de Cuba eran superadas. Sobre el 20 de junio celebramos una nueva reunin del Estado Mayor. (...) Cuando sal de la cmara del almirante Cervera la sensacin de que todo estaba perdido era casi absoluta. Todas mis palabras, mis consejos, las aportaciones de Vctor Concas, su capitn de banderas comandante del buque insignia, y es de suponer que Cervera tendra especial consideracin a sus planteamientos, todos nuestros esfuerzos, en fin, por encontrarle una solucin a aquella ratonera se topaban con un muro de piedra: ni hablar de una salida por turnos, nada de intentarlo de noche, ni pensar en un ataque de los destructores como Villaamil propuso, cualquier otra cosa que no fuera hundir los buques algo que el pundonor profesional de todos rechazaba o salir cuando la ciudad cayera o Madrid lo exigiese, haba sido negado por la mayora del Estado Mayor de la flota; el pesimismo de Cervera era contagioso... Demasiados despropsitos los que se acumulaban, como si nos hubiramos resignado a la derrota, como si el vrtigo del desastre y la muerte nos hubiera atenazado sin remedio. Estaba furioso y casi cegado por la rabia, le hubiera presentado mi dimisin, pero pude contenerme, aquello hubiera sido cobarde y estpido; adems, lo que a m me rebelaba era tener que resignarme al fatalismo del que espera lo inevitable, cuando lo que todos desebamos era luchar. Tras varios das de choques espordicos con las fuerzas yankees desembarcadas en Guantnamo primero y Daiquiri despus, nuestro ejrcito se estaba replegando por escalones hacia la ciudad. En Guantnamo la gente del general Pareja se haba portado muy bien; slo con los medios locales disponibles, haban contraatacado la cabeza de playa de los marines y les empujaron hasta el mar la noche siguiente al desembarco; slo un asalto masivo de una columna cubana pudo salvar a los yankees de un desastre. Entre los ataques
por retaguardia de los mambises y el fuego de los caones pesados de la flota americana ante la playa, Pareja se vio obligado a soltar la presa y atrincherarse ms en el interior. Desde aquello, los avances yankees hacia Santiago no cesaron. Seguan el Camino Real en la lnea GuantnamoDaiquiri, y, abandonando la costa, Sevilla, El Pozo y El Caney, tras el cual se encuentra la poblacin de Santiago. El general Rubn de Celis les sali al paso en el desfiladero de Las Gusimas, entre Sevilla y la costa, pero aunque el encuentro y la posicin resultaron favorables, la superioridad local resultaba pasajera: el Cuerpo Expedicionario de Estados Unidos era el que vena avanzando casi al completo. El gobernador militar del Distrito de Santiago, el general Linares, orden una retirada en escaln hacia una defensa avanzada que permitiera mantener los vitales campos de cultivo y las presas que surtan a la poblacin; se form una lnea exterior con posiciones fuertes en las alturas que separaban Santiago del Camino Real, el eje enemigo. No era mala disposicin, pues marchando el Camino en diagonal a las defensas, el enemigo deba atacarlas de frente o arriesgarse a dejar un flanco al descubierto. La pena estaba en que Linares no tena fuerzas suficientes para asegurar la ciudad, contener a la guerrilla cubana y luchar contra una fuerza de maniobra tan grande como la que le caa encima. En el permetro defensivo de Santiago, los ataques de tanteo enemigos eran constantes, y el general Linares nos haba comunicado que esperaban de forma inminente un asalto en toda regla, solicitando el concurso de nuestros hombres; cuando el almirante me encomend el mando de las columnas de desembarco que enviaramos a la lucha encontr en ello una liberacin. Y creo que l tambin la tuvo al verme desembarcar aquel 21 de junio del malhadado ao de 1898. La fala que nos llev al muelle iba llena de hombres de mi plana mayor, cajas de suministros y municin. El ambiente en la ciudad era muy tenso, tropa por todas partes, heridos conducidos a pabellones e iglesias convertidos; los civiles tambin se haban movilizado y se vea a muchos voluntarios haciendo todo tipo de tareas; faltaba de todo, comida, medicamentos, pronto hasta el agua. Si el cerco se estrechaba y nos arrojaban de la franja agrcola que rodeaba la ciudad no podramos mantenernos. Aquello no era una fortaleza militar, sino una prspera, hasta entonces, capital provincial, con miles de habitantes civiles; familias, mujeres, nios. La agresin yankee estaba provocando terribles sufrimientos a la poblacin y poco podamos hacer por evitrselos. Mientras se concentraba el grueso de los hombres llegaron varios enlaces del mando y nos indicaron dnde podramos establecernos. Todo fue rpido y tenso, pero era evidente que la actividad aquella de formar las compaas, avituallarnos, contactar con las fuerzas de tierra y disponerlo todo para un combate en el
que por fin podramos ver la cara del enemigo resultaba un tnico para la moral de mi gente, tan aplastada por la espera en el interior de los buques. En el tiempo que medi entre nuestro despliegue de apoyo y el comienzo de las maniobras enemigas encaminadas al asalto de la plaza, apenas tuve tiempo de organizar un centro de operaciones con varios oficiales y enlaces. Los marineros e infantes de marina estaban agrupados por los buques de los que procedan y fueron asignados a diversos puntos de las defensas. Por mi parte, la labor principal consista en coordinar el esfuerzo de nuestra gente con las fuerzas de infantera que constituan el grueso de la defensa, asegurar el contacto con la flota y, llegado el momento, marchar al frente con las compaas mixtas de infantes de marina y otro personal naval que haba dispuesto como reserva. La tarde del 31 de junio de 1898 la tensin lleg a su grado mximo. El enemigo se concentraba para el asalto en dos puntos cercanos a la rada de la baha en su ribera sur: la pequea poblacin de El Caney, donde un fortn protega la presa que abasteca de agua la ciudad y las Lomas de San Juan, conjunto de colinas que separaban las primeras lneas de defensa de las cinagas y los campos de caa situados ms al sudeste. Desde all se podra batir la ciudad y con mucho menos esfuerzo alcanzar la costa interior, la rada de la baha. Estbamos obligados a reforzar aquellos puntos avanzados, pero tambin a mantener el grueso de las reservas cerca de la carretera de Manzanillo, al otro extremo del permetro, por donde avanzaba a nuestro encuentro la columna del coronel Escario con tres mil hombres. Recib rdenes de concentrar a mi gente en Dos Caminos, en las afueras de la ciudad, desde donde era fcil acudir a la defensa del fortn de La Canosa, primera lnea tras San Juan, si las cosas se complicaban. Con los apenas 450 infantes y marineros de la reserva poco ms podamos hacer. Estaba intentando dormir algo en la caseta donde dispuse la plana mayor en espera de acontecimientos, cuando uno de mis ayudantes me hizo levantar. Sal de la habitacin donde dormitaba y en la salita que nos haca de sala de reuniones encontr a un hombre alto, de patillas algo canas; don Luis Baltar, capitn de los voluntarios cubanos que nos haba sido asignado como enlace estaba all plantado; pareca muy nervioso y cuando me mir no s si not alivio o temor en sus ojos. Nunca, nunca se me olvidar aquella conversacin y lo que ocurrira a continuacin. Don Joaqun..., mi capitn. Nos han trado de la carretera de Manzanillo a un oficial de marina que intentaba cruzar las lneas enemigas y entrar en la plaza. Cmo un marino? Que intentaba entrar en Santiago dice usted?
Afirma pertenecer al Servicio de Informacin Naval y venir directamente de La Habana. Traa consigo unos documentos que insisti se los hiciramos llegar a usted me respondi Baltar, algo aprensivo por mi posible reaccin, tan extrao era todo aquello. Pero dnde est ese hombre ahora? dije. La verdad es que aquello era completamente inesperado. Aqu dijo, y volvindose hacia la puerta, orden: Martn, haga pasar al prisionero. Martn era un brigada cubano que haba servido con Baltar desde haca aos; entr en la habitacin dando paso a una escolta de sus hombres que traan consigo a un hombre alto, de unos veinticinco aos, vestido con un sucio uniforme de campaa de la Armada. Los soldados que le rodeaban venan aferrados a sus fusiles muser, cubiertos sus pechos por las cartucheras de cuero reventadas por el peso de la municin. Estaban tensos, sus rostros curtidos por el sol mostraban una determinacin absoluta; era evidente que no saban si aquel a quien traan era amigo o enemigo y tambin que confiaban hasta la muerte en sus mandos. Vindoles all, con sus gastados uniformes, su calzado destrozado, las huellas de las privaciones en sus cuerpos enjutos, me dije que si pese a todo aquello mostraban tal fortaleza de espritu y voluntad de combatir a los yankees no todo estaba perdido. En toda aquella maldita guerra lo mejor, lo nico que se salv por nuestra parte fue, en realidad, la grandiosa capacidad de entrega y sacrificio de los soldados espaoles, de esos hombres arrancados de sus casas y de sus sencillas vidas, llamados a defender una patria que bien poco haba hecho por ellos. El desconocido miraba a su alrededor con los ojos llenos de curiosidad; detalle que no pas desapercibido. El teniente de navo Aznar, del Teresa, y en tierra uno de mis ayudantes, expres en voz alta lo que a todos nos asalt: Pero... qu clase de espa es usted? le dijo (...).
5 Carretera de Manzanillo-Santiago
31 de junio de 1898, S/P. 22.30
Caigo en el vaco. Son unos segundos pero parece que me voy a matar. Un cenagal me frena. Chapoteo como puedo y me arrastro buscando tierra firme. Tallos y ramas me hieren; no veo nada, es noche cerrada y debo estar en una zona hundida donde todava se ve menos. Gritos. A la derecha, a unas decenas de metros, voces recias. Alto, alto! Quin vive? Cabo de guardia...! Son centinelas y, por su acento, peninsulares. Debo estar justo al lado de sus posiciones. Las caas altas que bordean el fangal me indican que debo estar efectivamente en Cuba. El flashazo de la mquina me ha dejado a un metro de altura sobre un mar de barro. El susto que me ha dado la cada todava me dura. Estoy sucio de tierra y agua por todas partes; mi flamante uniforme blanco de hace un rato, es decir, el de dentro de catorce aos, est quedando destrozadito con todo esto. Corro peligro cierto de que estos tipos de ah arriba me vuelen la cabeza, as que elevo las manos y les grito que estoy all, que no tiren, que soy yo. Creo que estoy empezando a ponerme nervioso. Un terrapln de tierra y arena; varias sombras caen a mi alrededor; empujones y gritos, un culatazo entre los hombros me derriba; me arrastran, me llevan en volandas hasta la trinchera cercana, atrs resuenan disparos, uno, dos, luego un montn. Los de enfrente se han despertado con todo este lo, pero ya estamos a salvo. Por ahora. Paso unos momentos de angustia, los soldados estn ms asustados que yo; es una de esas situaciones en las que te pueden matar a la mnima y sin preguntas. El uniforme y mi acento me salvan. El cabo de guardia me traslada al mando cercano; atravesamos una red de trincheras y nos alejamos del frente. Tras una lnea de sacos terreros y alambre de espinos, ante una casa de una planta junto a la carretera de tierra batida que sale de Santiago (no me queda duda alguna al respecto), se encuentra un oficial rodeado de soldados. La luna destella en sus bayonetas y en las insignias regimentales que llevan en los cuellos. Es un tipo alto, con bigotes y patillas a lo Francisco Jos, su guerrera de rayadillo est muy bien cortada y porta una especie de quepis negro y blanco con insignias doradas; un fino tahal escarlata sostiene su sable; la funda de cuero del revlver me recuerda de inmediato las usadas por los oficiales de Ming en la serie Flash Gordon. Estoy desvariando! Le llaman; es el capitn Baltar, oficial de los voluntarios cubanos, un gallego de La Habana, muy respetado entre sus hombres. Los datos
del informe previo vienen a mi mente a borbotones; debe ser el miedo. Pero Baltar es uno de los que se nombran como actores en esta historia, as que todo va bien, no va a fusilarme. No, no creo. Bien, qu tenemos aqu, Martn? dice el capitn dirigindose al brigada que manda mi escolta. Un desertor, mi capitn suelta el sujeto. Todos me miran... Le cogimos cuando salt nuestras lneas, los centinelas le dieron el alto y huy, pero los hombres se tiraron a por l y le hemos pillado sentencia. Ser cabrn!, pienso. Ahora es cuando si me callo acabo ante un pelotn. Recuerdo las palabras de Victoria, mi instructora: Usted fue convincente, estuvo all y lo hizo, la prueba es que estamos aqu . No acabo de crermelo, pero ahora no tengo tiempo, si no digo lo que debo estoy acabado, y Victoria tambin, donde quiera o cuando quiera que se encuentre. Capitn, exijo que me desate. Sus hombres no han atendido a mis razones. Les devuelvo la mirada a todos, mis ojos acaban en los de Baltar. Soy el teniente de navo Enrique Alberdi del Servicio de Informacin Naval, vengo desde Manzanillo con noticias y rdenes importantes para la flota y la defensa de la ciudad. Mis documentos estn en la cartera. Sealo con un gesto al brigada, quien se la entrega al capitn. Baltar, asombrado, cambia de expresin al reconocer los sellos en los documentos. La falsificacin es perfecta, me digo. Como que es autntica! Les digo que vengo en avanzadilla de la columna Escario, quien se encuentra a dos das de marcha; al or esto les brillan los ojos. Mi escolta ha cado en una emboscada y yo trataba de llegar aprovechando la noche a las defensas de Santiago y cruzarlas sin que me matasen ni los insurrectos ni los leales. As que le pido que me lleve lo antes posible con el mando de las fuerzas navales desembarcadas. Se lo exijo. Parece que ha colado, pero los tipos no se fan. Baltar ordena que me conduzcan a Dos Caminos. Bien, all est Bustamante. El gallego viene con nosotros. Una hora ms tarde, en un carro de mulas, llegamos ante una casa de planta baja con un elegante porche cubierto. Hay vivacs de marinos por todas partes. Los fuegos tiemblan ante el fresco nocturno y tien las lonas de las tiendas de campaa. Debe haber aqu ms de doscientos hombres, parte de la reserva que entrar en combate maana. La ltima noche para muchos. Baltar se atusa los bigotes y entra; de inmediato me hacen pasar a m. l est all. Es el mismo de hace unas horas, el mismo de dentro de 14 aos. Su foto vena en toda la prensa de Manila. Es don Joaqun Bustamante, capitn de navo, jefe de Estado Mayor de la Flota de Cervera, comandante de las fuerzas de infantera de marina y de marinera que han acudido a la defensa de Santiago. Casi parece ms viejo ahora, tiene menos canas, est ms delgado pero acusa la
tensin del momento. El hombre que tengo ante m vive la vspera de su muerte, est desesperado; recuerdo a mi hermosa instructora de nuevo: Cuanto propuso [Bustamante] para que la flota se librara de su destino de destruccin fue desodo; si el desembarco de sus fuerzas no hubiera contado con todo el material necesario y presente en los barcos, aquella accin habra acabado en fracaso y posiblemente este hombre se hubiera hecho matar en el frente. Tu presencia y el mensaje que le vas a transmitir le darn la esperanza que necesita. Un oficial joven de los que estaba dentro de la casa sorprende mi mirada curiosidad y me pregunta qu dase de espa soy. Sonro y le miro a los ojos. De los suyos, seor teniente, le digo. De inmediato les cuento la historia preparada, que si hay noticias llegadas por cables, que si el mando de La Habana me ha desplazado con informacin vital, todo eso; consigo que se fijen en la cartera con los informes, all estn los mapas del dispositivo americano y la relacin de fuerzas: pasan de preguntarse quin soy a considerar si deben tomar en cuenta esta informacin. Coincide con lo que ellos saben, lo complementa. Bustamante pide a todo el mundo que se retire a excepcin de Aznar as se llama el teniente y Luis Baltar. Van a interrogarme, todava no saben si fusilarme por desertor o darme un mando. Decido adelantarme. Capitn Bustamante. Es imprescindible desmontar cierto material de los barcos, apenas restan unas horas de esta noche para hacerlo y poder llevarlo al frente digo. Desmontar el qu dice usted? Bustamante me toma por loco, est a punto de pedir al brigada que entre y me conduzca a algn agujero. S, capitn, los barcos no pudieron partir de Cdiz con toda su dotacin de pertrechos y el Ministerio de Marina ha sabido que en algunos de los casos se trat de sabotaje. En la batalla que se aproxima, la diferencia entre victoria y derrota puede estar en que se le hayan negado a nuestros hombres medios para su defensa. Digo esto muy convencido; con mis manos, ya libres, busco y saco una relacin. Se la entrego. Bustamante la mira con detalle. Esto se ha debatido ya, caballero, y se opt por no desmontar ningn material ms... Me fulmina con la mirada. Capitn, no lo entiende usted. El Ministerio le est haciendo llegar datos sobre el dispositivo de ataque enemigo. En Canad y en Washington hay compaeros que se estn jugando la vida para recabar estas informaciones. Maana se atacaran estos puntos, es preciso que se les espere all con todo lo que se tenga y si por un sabotaje repugnante faltaran medios decisivos, tarea suya es poner remedio a eso y asegurar la victoria. He acertado. La mencin a la red de espas espaoles en Canad les ha supuesto un choque; si yo conozco ese dato es que debe ser cierto lo que afirmo, todos se han quedado muy sorprendidos, no deben saber nada de esa red canadiense. No, Bustamante ha dado un respingo al orme, sabe de qu hablo, l s. Discuten entre ellos.
Ahora s que me han escuchado. Es evidente que estas opciones que les propongo las han valorado, pero ahora se ven obligados a retomarlas. Maana, las Lomas de San Juan, la Colina de la Caldera y El Caney sern duramente atacadas, qu har Bustamante? Tomar una iniciativa que ser decisiva, como parece que alguien est intentando frenar, dejando sin dientes a sus fuerzas? Se quedar quieto cumpliendo rdenes y se pondr a la cabeza de un contraataque suicida cuando la batalla se encuentre ya perdida como ocurri en mi propia lnea temporal?
6 Colina de la Caldera
1 de julio de 1898, S/P. 12.20
El cabo Lertxundi escupi sangre mientras caa al fondo de una trinchera atestada de humo, disparos y barro. Se retorci de dolor hasta conseguir recogerse contra la pared contraria del parapeto. La bala le haba alcanzado en el fusil y ste, al partirse, le golpe con dureza en la cara. El susto haba sido espantoso. Durante unos minutos se qued como paralizado, mirando sin ver la danza de sus compaeros con la muerte que entraba y sala de la posicin. El asalto enemigo haba cesado haca una media hora, pero el hostigamiento era continuo. La mayora de los hombres de la compaa de Lertxundi aprovecharon para acurrucarse a cubierto; una persona por seccin mantena la vigilancia en su porcin del frente de trinchera. Y en una de stas el disparo aquel le revent en las narices. El capitn Snchez se inclin sobre el herido y pronto se dio cuenta de que estaba simplemente conmocionado, sin herida alguna salvo el choque. El navarro Lertxundi era el mejor tirador, con diferencia, de la compaa. Haba que echarle una mano, se dijo el oficial. De inmediato, orden a dos hombres que le llevaran al puesto de socorro. Esto se le cura con un cubo de agua en la cara. Llevoslo ahora mismo al sanitario. Y procurad estar de vuelta con l antes de que empiece el baile de nuevo dijo. Toms Lomba y Luis Garca, soldados del regimiento Asia, tomaron a Lertxundi y le ayudaron a levantarse. Venga, coo! Que no hay pa'tanto le animaba Garca mientras recorran el ramal hacia el centro de la Colina. Se le llamaba a sta de La Caldera, por tener una depresin en lo ms alto, donde en tiempos hubo eso, una caldera de tratamiento de la caa de azcar. Ahora consista en un montn de chatarra rodeado de pertrechos militares, armas y decenas de heridos y cadveres. El llamado puesto de socorro no era ms que un espacio a sotafuego donde recoger a los heridos en espera de su traslado a la retaguardia. La situacin en la que se encontraba la posicin, sufriendo asaltos consecutivos desde haca seis horas, volva eso imposible. Dos camilleros con insignias de la Cruz Roja intentaban remediar en algo el sufrimiento de los heridos con vendajes, torniquetes, algo de yodo y mucho ron de caa.
Lomba se acerc a un tonel de agua y tomando un cubo lo arroj como quien baldea una cubierta sobre el rostro de Lertxundi. Pingando, ste se ech atrs y estall en toses. Pero qu haces, desgraciado! exclam. Vaya, cabo, si resulta que est usted vivo! Vivo y revivo, redis! Ag! Qu me habis hecho... Escupa y sacuda la cabeza. El revuelo que causaron con todo aquello hizo que muchas miradas se volvieran hacia ellos. Luis Garca empuj a sus compaeros hacia el borde terroso de la hondonada convertida en fortn donde se encontraban y logr que se sentaran. Cabo, si est usted mejor deberamos volver a la trinchera dijo. Estaba ms temeroso de que uno de los estpidos oficiales que por all pululaban les dijera algo que de afrontar las balas enemigas. Eh, mirad eso! Lomba seal a un grupo de marineros que arrastraban una especie de pequea pieza de artillera. Efectivamente. La depresin de la caldera no slo reuna los heridos del sector, era el depsito de la unidad, pero ahora pareca todo un fortn. All se haba estado trabajando a destajo, decenas de marineros estaban colocando sacos terreros en todo el permetro superior de la hondonada y protegiendo especialmente algunos puntos. Pesadas cajas de municin y piezas de extraa forma eran all conducidas. Qu es todo eso, cabo? pregunt Lomba. El novedoso panorama espabil a Lertxundi. Eso, muchacho, son ametralladoras Maxim navales. Parece que se va a animar un poco ms este baile! respondi. Luis Garca golpe su cantimplora y dijo a sus compaeros: Un traguito de ron con miel al estilo canario nos vendr muy bien antes de regresar al matadero... A saber dnde conseguiste la miel, ladrn... Ri Lomba al tiempo que tomaba un buche. Eran muy buenos amigos. Lomba era un federal convencido y le caa muy bien Lertxundi, cuyo padre tambin lo haba sido. Ninguno de ellos se pudo librar del reclutamiento obligatorio; haban ido a parar a Cuba cuando estall la insurreccin tras el fracaso de la propuesta de la autonoma de Maura. Toms siempre deca que la culpa de la guerra la tenan los opuestos a la autonoma plena, los que l llamaba los reaccionarios; era un apelativo que no se le caa de la boca; como buena parte de la oficialidad se haba formado en la lucha contra el carlismo tradicionalista, no era algo que le causara muchos problemas. El navarro, su cabo, siempre le peda que cerrara el pico por si las moscas. Snchez, el capitn, que era masn y republicano, conoca las simpatas de su subordinado; cuando Estados Unidos entr en guerra, coment varias veces en voz alta lo ingenuo que haba sido Pi i Margall al defender como modelo de democracia la estadounidense. Sern muy federales, pero stos vienen a Cuba para quedrsela , no se cortaba en decir a quien quisiera orle.
Desde haca tres horas, y con mayor intensidad durante el tiempo muerto empleado por el enemigo para concentrar sus fuerzas para un nuevo asalto, los defensores de La Caldera reciban la llegada de numerosos refuerzos: casi trescientos marineros e infantes de marina. No se les reconoca solamente por sus uniformes azules y sus Lepantos con el nombre de sus buques en el frente; se les notaba tambin mejor comidos y descansados que los sufridos miembros de la infantera. En otra circunstancia esto quiz hubiera causado suspicacias, pero ahora todos vean con alivio su llegada. Eh, ustedes! Un oficial de la Armada se diriga a ellos. Era... un capitn de navo!. Qu demonios hacen aqu? Se cuadraron los tres ante l. El cabo, ya repuesto, contest: Hemos evacuado un herido y regresamos a la posicin avanzada, mi capitn. El padre de Lertxundi haba sido marinero durante los asedios carlistas de Bilbao, incluso sirvi con Snchez-Barcitegui; desde nio, aprendi a distinguir por la mayonesa de las bocamangas los empleos de marina. Por su parte, Lomba se qued con la boca abierta de la sorpresa, reconoci de inmediato al marino; no recordaba su nombre, pero era el tipo aquel que se haba presentado a diputado por Ferrol y batido en las urnas a Pablo Iglesias. Con pucherazo, seguro, pens. Se dijo, no obstante, que por muy reaccionario que fuera, si haba dejado las Cortes para venir a hacerse matar en aquella asquerosa colina mereca un respeto. Muy bien, pues ya tenemos guas dijo el marino ex diputado. Era pequeo de cuerpo, pero enrgico. Llevaba una breve barba y sus ojos claros eran muy expresivos. Volvindose hacia otro grupo de marineros exclam: Avisen a la compaa del Oquendo, nos vamos a la posicin! Fue gritarse aquello cuando una granada estall a unos metros del borde de la hondonada y un montn de tierra y polvo cay sobre todos. Vamos, vamos, hemos de llegar all antes de que comience el prximo asalto! apuraba a todos el capitn. Al poco, Lertxundi aboc el ramal que conduca a las trincheras y sali el primero. Con l, sus compaeros; detrs, un centenar de marineros con los fusiles cruzados y las bayonetas caladas. No saba cmo acabara la historia esta; el capitn Snchez era un profesional, todos le respetaban, pero los oficiales del Cuerpo General de la Armada...; su padre siempre dijo que por marina tratas con ms mulas que si vas por artillera de montaa. El fuego artillero arreciaba por momentos. Dos tercios del permetro de la colina estaban expuestos al enemigo y se reciba un tiro incesante. Agachados, avanzaron y avanzaron por entre los parapetos. La trinchera de la compaa del capitn Snchez estaba destrozada. Los recin llegados se distribuyeron, cubriendo de nuevo la lnea de tiros maltrecha por las numerosas bajas habidas en las ltimas horas. Snchez estaba muerto, cado de espaldas sobre otros tres cadveres; media cara permita reconocerle, la otra media estaba dispersa sobre un metro de barro repugnante. Incluso sin
oficial al mando, la tropa mantena la lnea, pero apenas quedaba ya gente. El capitn de navo se encontr con que era ahora el nico oficial superior en la posicin y dudaba. Lertxundi se puso a su lado y ech una mirada por encima del parapeto. Si atacan debemos marcar las rondas de fuego de los hombres con un silbato, mi capitn comenz a decirle. Al tiempo, dirigi su mirada hacia el campo enemigo, unos seiscientos metros ladera abajo . Tiene usted prismticos? El capitn sac unos de una funda de cuero. Ech para atrs su quepis blanco para que la visera charolada no le molestara y se puso a observar. Era tremendo. Abajo, fuera de la lnea de tiro preciso de los fusiles, se vea una masa grande de tropas enemigas. Incluso se divisaban banderas regimentales por encima de las altas caas que ocultaban los detalles. Tenan ante s a los seis regimientos de las dos brigadas de la Divisin Summer concentrndose: ms de cuatro mil hombres. Cuando llegaron los marinos a La Caldera, no quedaban ms de trescientos defensores ilesos. Dgame, cabo, puede decirme si reconoce eso...? El capitn seal a unos hombres que arrastraban penosamente hacia el pie de la colina unas grandes cureas de madera con ruedas de radios. Tomando los gemelos, el cabo observ: S, creo que s. Las hemos visto en el combate de Las Gusimas. Son ametralladoras Gattling. Se le hel la sangre. Si las emplazan estamos acabados... Puede usted jurarlo. Cabo, toque ese silbato maldito. De inmediato, comenz a gritar volvindose a un lado y a otro de la trinchera. Fuego, fuego, muchachos, fuego sobre la primera lnea enemiga...! La situacin se haba tornado muy peligrosa. Las trincheras seguan un trazado regular, circunvalando la parte media y superior de la colina. Eran rectas para asegurar una frecuencia y densidad de tiro defensivo mayores; incluso seguan el llamado modelo carlista, con la arena excavada esparcida por detrs del borde para marcar ste menos y mimetizarse mejor con el entorno; pero frente a un ataque con ametralladoras ese trazado era mortal. Una sola mquina podra barrer la posicin por completo, destrozando las cabezas de los defensores que osaran asomarse para hacer frente al asalto enemigo. Quedaban unos minutos hasta que las Gattling fueran dispuestas. Despus... Los estallidos de las granadas enemigas retumbaban. Arreciaba el granizo ardiente que reciba La Caldera, pero sus defensores continuaron el fuego; pronto la totalidad de las bocas de sus fusiles se volvi hacia los ametralladores enemigos que arrastraban sus mquinas, pero estaban fuera de tiro. Las bateras artilleras yankees comenzaron a concentrarse en la Colina para cubrir la accin decisiva. Abajo, a unos metros tras la primera lnea enemiga, el 10. de Caballera y el 1 de voluntarios Rough Riders esperaban su momento para encabezar el asalto definitivo.
Tres silbidos casi fundidos en uno cruzaron sobre las cabezas de Lertxundi y sus compaeros. Tres estallidos tremendos casi acallaron el fragor general. Luego otros tres y otros tres ms. Pronto, una nube completa. Sobre la posicin enemiga, en el sector en el que se comenzaba a emplazar las Gattling, explotaban granadas a unos metros sobre el suelo, dejando caer millares de bolas de acero. Una lluvia de Spranhel, las cargas de metralla antipersonal de fabricacin alemana usadas por la artillera de campaa, devast el rea bajo los estallidos. Pronto la Colina dej de recibir disparos de artillera. stos se volvieron ahora hacia el origen de aquel fuego salvador. La batera del capitn Patricio De Antonio. Bravo, bravo! As, as, muchachos... Lertxundi y sus compaeros gritaban. Volvindose hacia el capitn de navo le dijo: Nuestros caones dejaron de disparar hace dos horas. Todos pensbamos que haban agotado la municin, pero... No era as! Nos han salvado! El capitn de navo call. Ocult su rostro incluso. Saba muy bien lo que sus hombres de confianza, como el alfrez Aznar y otros, haban tenido que hacer para robar la reserva de municin y hacerla llegar a primera lnea. Pero la suerte de la jornada an no se haba decidido. Con un puado de hombres maltrechos deberan resistir un asalto masivo. La sombrilla artillera enemiga se haba desplazado, pero podra volver en cualquier momento. Las bateras yankees redoblaron su pulso con las tres piezas Krupp del capitn De Antonio y sus artilleros. Hacan fuego. Fuego sobre San Juan.
La noche cae en los trpicos con gran rapidez, de golpe, sin un crepsculo digno de tal nombre: ahora es de da y de repente es de noche, sin ms. Cuando la luz del sol se retir sobre el campo de batalla, los combates ya haban acabado: desde su puesto de mando en El Pozo, una aldeta en el camino entre Siboney y Santiago, el general Shafter intentaba en vano enterarse de qu poda estar ocurriendo en el frente. El coronel MacClernand, su ayudante de campo, trataba con los oficiales de la reducida plana mayor, despachaba con los enlaces que llegaban de continuo y les informaba de las novedades: Shafter era un hombre mayor, de unos sesenta y cinco aos, y el calor espantoso, la angustia de la jornada y una malaria inmisericorde le tenan al borde de la postracin absoluta. Sobreponindose como buenamente pudo, vio llegar a su tienda a cuatro generales del ejrcito expedicionario. Faltaba Summer, desaparecido desde haca horas, pero sinti el hablar fuerte del viejo Wheeler, el veterano sudista de la Guerra de Secesin y se sinti mejor; estara algo ido como se deca pero tena ms experiencia de combate que todos los dems juntos; y Lawton. Cmo estar este hombre?, se dijo Shafter, preocupado sobremanera, pues durante aquel terrible da haba tenido que amenazarle con el fusilamiento para que le obedeciera. Kent y Bates tambin estaban all; todos llegaron dispuestos a informar formar de lo sucedido y a valorar la situacin, y sus caras no reflejaban nada bueno; el brigadier Hawkins se sum minutos despus. En las derrotas se dijo Shafter mientras se abotonaba la casaca y se levantaba de su camastro es cuando se tiene que actuar con mayor valor, pues de lo contrario un simple revs se puede convertir en un desastre irreparable. Nubes grises de humo formaban barreras en el horizonte, tapando la luz de la luna y ocultando las estrellas. Algunos incendios tachonaban la manigua y se escuchaba el estallido de cajas de municin artillera; espordicamente, un proyectil de grueso calibre sala zumbando del cubierto cielo nocturno para reventar en las cinagas o en los campos de caa. Por entre la noche y las trochas que atravesaban la revuelta llanura, miles de figuras escapaban, una multitud inmensa se alejaba en regueros del lugar donde el infierno se haba mostrado.
Las noticias comenzaron a llegar, primero como rumores, despus mediante los despachos portados por atribulados mensajeros enviados desde las diferentes unidades en retirada: Tal Regimiento, tal brigada, nos encontramos a tantas millas del cruce de tal y cual, donde nos estamos reagrupando: muchas bajas; roto el contacto con el enemigo: solicitamos rdenes. La mayora de los mensajes eran de ese tipo. Poco a poco, la informacin se fue completando, pero aquella noche ya haba avanzado mucho para cuando en El Pozo comenzaron a tener una idea clara de cul era la situacin real. Shafter y sus generales llevaban ya casi una hora reunidos intentando conocer las dimensiones del desastre, cuando MacClernand entr en la gran tienda bajo la que se haba dispuesto una enorme mesa con mapas. Las lmparas de petrleo que colgaban de los soportes oscilaban y la lona de paredes y techo se inflaba y bata con las rfagas de hmedo viento que traa la noche tropical. Mi general... Seor! reclam la atencin de todos, casi gritando. Tenemos noticias de Roosevelt. Y volvindose: Pase usted, capitn Bradley. Pareca que nadie le poda haber escuchado, tal era la algaraba de voces, pero por un instante se hizo el silencio, mientras un hombre joven con el uniforme destrozado se cuadraba ante Shafter. Dganos, capitn... quin es usted? Qu se sabe de los Riders? Soy el capitn Bradley; me enva el coronel Wood. Hace dos horas que lleg hasta la posicin de nuestra brigada un superviviente de los Riders que afirm tener noticias de lo sucedido al teniente coronel Roosevelt. MacClernand interrumpi al agotado capitn. Parece cierta la informacin, seor. Por los datos que me han dado se trata del mismo hombre que se envi esta maana como enlace, el capitn Mills dijo el ayudante de Shafter mientras le miraba con preocupacin. Esta maana era haca ms de catorce horas en las que el universo pareca haberse hundido. Por qu habla en pasado? Dnde se encuentra ese hombre? interrumpi Wheeler. Porque ha muerto. Lleg herido grave, pero traa con l un mensaje del teniente coronel Roosevelt y noticias terribles que confirman las peores informaciones. Caballeros, basta, por favor! Cuntenos que ha pasado o lea ese mensaje de una vez. Bradley sac un pequeo pliego de papel fuerte e hizo ademn de entregrselo a Shafter. ste le indic con un gesto que se dejara de dilaciones y que lo leyera de una vez. Est escrito en la parte de atrs del que se le mand. Parece escrito con toda urgencia en primera lnea. Dice: Para Gral. Shafter de Tc. Roosevelt: Dispuestos los Riders para asalto. rdenes de ataque dadas. Artillera enemiga vuelve a disparar con nuevo bro.
Bateras propias neutralizadas o disminuidas. Prdidas por lluvia de Spranhel, las ametralladoras Gattling dispuestas ante Kettle. Enemigo muy mermado parece recibir refuerzos. Ordeno ataque inmediato. 13.30 h. Nos veremos en Santiago. Acaba con unas palabras de despedida, mi general... Todos se miraron. O sea que las Gattling no llegaron a disparar ni un tiro, aunque no por ello se suspendi el asalto. La debacle comenz poco despus de esa hora. Al pasar el centro de gravedad del ataque a la posicin Kettle, se confiaba en romper el dispositivo enemigo. La divisin Summer estaba menos castigada y sumaba casi cuatro mil hombres frente a los no ms de trescientos cincuenta que podran tener enfrente. Qu demonios ocurri? Cuando pareca estarse luchando ya en lo alto de la colina y sus defensores ahogados por un asalto masivo del 10. de Caballera y los Rough Riders, todo cambi de pronto. Desaparecieron las banderas que haban subido por la ladera y el asalto se hundi. La desbandada de los Riders fue contagiosa y la mayora de las unidades que se haban pegado al terreno en el pie de las colinas emprendieron una retirada en desorden que slo acab cuando se dieron cuenta de que los espaoles no les perseguan. Moribundo, el enlace nos asegur que el teniente coronel Roosevelt cay delante de sus ojos en el transcurso de la lucha. El dolor y la sorpresa arrancaron murmullos a los oyentes y cada uno pareci encerrarse en s mismo para poder soportar el relato de Bradley. Parece ser que la artillera enemiga prosigui ste no haba sido destruida, comenzando un tiro demoledor cuando los regimientos 10. y Riders se desplegaban para el asalto. La metralla seg a los sirvientes de las ametralladoras que iban a cubrir el avance y entonces el teniente coronel decidi lanzar de inmediato a sus hombres hacia Kettle conjuntamente con los hombres del 10.. Aquello era lo que sin duda haba pasado. El enemigo estaba agotado y su fuego artillero de ltima hora, quiz las ltimas granadas, no iba a frenar un asalto decidido. La decisin fue acertada. Pero... En un frente de varios centenares de metros de ancho los muchachos del 10., los Riders y numerosos cubanos atacaron de frente y comenzaron la subida. Hubo muchas bajas, pero la embestida no perdi fuerza hasta llegar a las alambradas donde quedaron atascados... Claro, como que a nadie se le haba ocurrido proporcionar alicates y cizallas al ejrcito expedicionario. Pero todos callaron mientras Bradley pareca reponerse al rememorar lo sucedido. En un punto, varios hombres continu explicando atravesaron un sector de las alambradas enemigas y todo pareca ganado cuando de repente comenz un fuego cruzado de ametralladoras que seg a los que suban por decenas. Esto es algo que pudimos observar nosotros mismos desde el puesto de mando de la brigada. Los defensores supervivientes parece que se haban concentrado en torno a las ametralladoras y caones y dejado acercarse a nuestros
hombres. Es increble pero retuvieron el fuego hasta tenerles a escasos metros, cuando se encontraban indefensos y slo podan seguir hacia delante o morir. Los que haban logrado entrar entre las alambradas quedaron aislados y recibieron una invitacin a rendirse... Ahora s que la sorpresa y el horror atenazaron a todos. Pero aunque los Riders se replegaban a la carrera, muchos reaccionaron al ver agitar nuestra bandera en medio de la ladera; Roosevelt y otros la clavaron entre las alambradas y se aprestaron a defenderla. Pudo verse que el fuego enemigo les cubra. Les dispararon a bocajarro y nuestro testigo afirm que infantes de marina espaoles venidos de Santiago aplastaron toda resistencia. Roosevelt muri arrojndose sobre las bayonetas enemigas sable en mano cuando hubo agotado sus municiones. Es... es cierto eso? balbuce Shafter. Todo parece indicarlo. Rechazados y diezmados los Riders, los que sobrevivan entre las alambradas destruidas y los cadveres quedaron perdidos a su suerte y sucumbieron. Un ltimo intento de asalto desde abajo fue igualmente frenado en seco y diezmado por la metralla enemiga, a la vez que el rumor sobre la muerte del teniente coronel y la masacre de sus hombres se extendi rapidsimamente, causndonos casi tanto dao como el plomo espaol. Cuando estaban reponindose todava los supervivientes del encuentro, varios centenares de infantes de marina espaoles nos contraatacaron a la bayoneta, expulsndonos incluso de nuestras posiciones de partida; fue all donde perdimos al general Summer y donde se produjo el hundimiento de ese sector del frente. Les mandaba un oficial de marina muy enrgico... Y tanto que deba de serlo. La debacle ante Kettle caus una ola de pnico. Si los infantes de marina espaoles que mandara aquel tipo desconocido hubieran sido unos pocos ms, habran llegado hasta El Pozo y cortado la retirada al grueso de las fuerzas que todava aguantaban ante las Lomas. Shafter tuvo que amenazar a Lawton con fusilarle si no abandonaba ipso facto el asedio de El Caney, unos cinco kilmetros al norte, para que acudiera con dos de sus brigadas a recomponer las lneas frente a Kettle. A todo esto Lawton, como todos los dems, callaba. Pero cmo escap el testigo? pregunt Shafter. Fue herido por una bayoneta y dado por muerto. Cuando se puso el sol se desliz entre los muertos hacia la manigua y se escabull hasta nuestras lneas. Varios soldados le condujeron al puesto de mando del coronel Wood, que sustituy a Summer tras su muerte. Fue all donde nos refiri esta historia, pero lleg casi desangrado y le perdimos. Seor, creemos su testimonio fuera de toda duda. Esto no debe trascender ni recibir confirmacin alguna; hasta que el cuerpo del teniente coronel Roosevelt no sea recuperado, la versin oficial debe ser que se encuentra desaparecido o prisionero... Creo que puede ser demasiado tarde, varios corresponsales estaban presentes, entre ellos Sylvester Scovel del New York World, as que me temo que la noticia puede estar ya en casa.
Lo que nos faltaba dijo Shafter, haciendo una pausa. A ver que escriben ahora esos plumferos a sueldo de ese tipejo Hearst, con Roosevelt muerto y el ejrcito en derrota , pens. Caballeros, si sta es la situacin insisti estamos ante una crisis ms grave de lo que pensbamos. No se trata de que hayamos sufrido un rechazo en una jornada de combate, pudiendo reemprenderlo al da siguiente con nuevos bros frente a un enemigo agotado... Era evidente que no. Se trata de que tenemos a la casi totalidad de las unidades que han luchado frente a San Juan retirndose en un frente de varios kilmetros, prcticamente desorganizadas. Las bajas efectivas entre muertos y heridos mostr con la mano abierta los estadillos que le estaban haciendo llegar superan ya los tres mil quinientos hombres y quin sabe cuntas en esta noche aciaga; esto es ms del 25% de todo el Cuerpo Expedicionario y no quiero ni pensar en la proporcin entre los oficiales. Pero lo peor es que la moral ha sufrido un grave quebranto con todos estos hechos. No estamos en condiciones de atacar maana, ni pasado tampoco. Necesitaramos das para reorganizarnos e intentarlo de nuevo. Y en estos das el enemigo podra continuar reforzndose. Con todo respeto, seor. Eso es imposible afirm categrico MacClernand. Santiago est cercado. Faltan vveres y municiones: la guarnicin est agotada, sin apenas equipos: tienen miles de civiles que alimentar y hasta el agua les hemos quitado al tomar las presas de El Caney... No podemos ceder ahora. Esto ha sido el canto del cisne de la resistencia espaola. Reorganicmonos y ataquemos cuanto antes, estn acabados... Lawton, cuya unidad se haba desangrado sin lograr nada, le cort secamente: Eso de que tomamos las presas de El Caney vamos a dejarlo. Tenamos ordenado el asalto final a la posicin cuando nos lleg la noticia del retroceso ante Kettle y la orden directa de acudir con las brigadas disponibles a tapar el hueco, as que en estos momentos slo mantenemos all un cerco ms o menos efectivo. Todos los hombres muertos ante esa asquerosa aldea lo han sido en vano... Estaba muy enfadado, pero se contena. Prosigui de inmediato. Y qu es eso de que estn acabados? Cmo explica usted el derroche de fuego artillero que han realizado? dijo. Por lo que s, han estado a punto de perder la batalla en San Juan cuando sus caones enmudecieron a medioda, dejaron que les golpesemos durante varias horas y todos habamos credo que haban agotado sus ltimos obuses. Sin embargo reanudaron el tiro y acallaron nuestros propios caones, dejndonos sin apoyo en el asalto final; cuando llegamos desde El Caney recibimos un fuego muy certero que nos clav en las posiciones que ahora ocupamos. Y adems han emplazado ametralladoras, cuando suponamos que el ejrcito espaol no las posea. Yo pensaba lo mismo que usted, pero despus de lo que hemos visto en el da de hoy, no se ya qu pensar. El ejrcito de tierra no, pero s la Armada, y las maxims que usan son de mayor calidad que nuestras anticuadas Gattling. El re-
fuerzo viene de la Armada. Obuses, ametralladoras, infantes de marina, refuerzos. De dnde creen que parte el fuego de hostigamiento que estamos recibiendo desde hace horas? De los buques surtos en la baha. Parece claro que la flota es el factor clave. No sabamos a ciencia cierta si los barcos de Cervera haban llegado con fuerzas de infantera de marina y suministros o no. Pero lo de hoy nos demuestra que s. Tanto podran estar a punto de ceder como encontrarse con nuevos bros si esos barcos resulta que traan esos apoyos continu pensativo el general Bates. Aquello s que tena sentido. La defensa menos expuesta que el ataque y si haba con qu defenderse se podran causar muchas bajas al asaltante. Si Santiago tuviera realmente con qu afrontar un asedio, estaba comprobado que tomarlo por tierra no sera tarea fcil. Pero con las bajas que ya se les haba infligido a los asaltantes se haba sobrepasado el cupo admisible con creces , reflexion Shafter en silencio mientras prosegua la discusin. Con la gente maltrecha, millares de heridos, prdidas importantes en oficiales y forzados a atrincherarse en un entorno agobiante por la humedad y un calor pavoroso, la moral se cuarteara por momentos. Quiz lo peor era la extensin de la malaria y la fiebre amarilla causantes de ms bajas que los propios combates. Si el ejrcito expedicionario quera sobrevivir deba tomar Santiago cuanto antes o retirarse de inmediato a Sevilla, Siboney, Guantnamo y Daiquiri, donde reorganizarse, pero tal decisin sera reconocer una derrota ante los espaoles. Washington no lo permitira, y adems sera estpido hacerlo cuando todava contaban con mltiples bazas a su favor, o no? Si tales eran la opinin y los temores de Shafter, pronto encontr eco entre sus generales. El espectro atroz de una derrota en toda regla comenzaba a tomar cuerpo ante ellos. De sbito, la tela de la tienda se infl con un golpe de viento cargado de humedad y un trueno tremendo rasg la noche mientras un pequeo diluvio tropical rompi a caer sobre la manigua. Poco iban a descansar en las horas que faltaban hasta el amanecer, pues la suerte de la campaa poda depender del acierto o error de las decisiones que tomaran. Washington ordenaba no ceder, pero tampoco aprobara un desastre, la mayora de los generales opinaban que lo mejor era desistir de nuevos choques directos y mantener las posiciones o retirarse hacia las bases de partida, donde reagruparse, recibir refuerzos y llegado el momento intentarlo de nuevo. Se perciba el horror causado en todos ellos por las elevadas bajas; aquello era nuevo, luchaban en ultramar, no haba una retaguardia amiga ms o menos cerca y si se retiraban en derrota una debacle y la aniquilacin eran posibles; otro da como aqul y todo habra acabado. Shafter tuvo que emplearse a fondo y recordarles a todos que pese a la inferioridad numrica y el estado desastroso de su ejrcito, los espaoles combatan con decisin; sera totalmente indigno retirarse sin haber luchado mientras fuera posible hacerlo por la victoria. Kent expuso con vehemencia la necesidad de un repliegue pan evitar males mayores y contar con la posibilidad de un nuevo intente
ms adelante. Shafter saba que aquello no era ms que una ilusin; sin una victoria rpida, es decir, sin la toma inmediata de Santiago, el ejrcito expedicionario quedara destrozado por las enfermedades y la extensin del desnimo. Y nuestra flota? Donde est la flota? Por qu no entran en esa baha y barren de una vez esos buques? bram el brigadier Hawkins, quien haba escuchado en silencio todo el rato hasta entonces. Eso es. Debemos combinar un ataque con la flota. Mientras ellos fuerzan la entrada, nosotros atacamos por tierra. Es ms, si lo logran Santiago caer sin combatir; con nuestros caones en la baha la plaza no tiene defensa apoy Lawton. No es tan fcil. Si entran tendrn a todos los caones y torpedos enemigos esperndoles y dadas las caractersticas de la boca deberan ir pasando de uno en uno. Las fortalezas de la entrada de la baha tendran que ser destruidas o de lo contrario podra ser un desastre avis el propio Shafter. Pero tardaremos varios das en poder intentar un nuevo asalto. Precisamos concentrar toda nuestra fuerza para romper el permetro... dijo Bates. Me temo que no ser sencillo: San Juan y El Caney solo eran posiciones avanzadas, las verdaderas defensas estn detrs... Adems, he recibido noticias de la llegada a Santiago a la cada del sol de una fuerte columna procedente de Manzanillo, posiblemente varios miles de hombres. Los cubanos aseguran que les han hostigado durante el trayecto, pero lo cierto es que han llegado en gran nmero. Lawton saba de que hablaba. Aquello fue definitivo. Miles de soldados de refuerzo, despus de una jornada como aqulla!, por muy cansados que vengan, aquello era un notable refuerzo para los sitiados. Valiente asedio en el que entran miles de hombres! La mayora de los generales pidieron a Shafter la retirada. Este mismo estaba convencido de que lo mejor era replegarse ahora, y retrasar el siguiente ataque para no arriesgarse a una nueva derrota; otra masacre como la sufrida el 1 de julio aquel y la fuerza expedicionaria perdera su capacidad ofensiva al menos en el grado aplastante que an mantena. Si aflojaban el cerco no obstante era innegable que los sitiados seran reforzados a su vez. Si los de Manzanillo haban llegado, haba muchos miles ms en el resto del distrito militar de Santiago que tambin podan hacerlo, pero se supona que el corte de las comunicaciones y las guerrillas cubanas haban ayudado a impedirlo. A su retaguardia, aislados en el campo atrincherado de Guantnamo, fijando a numerosas fuerzas yankees, estaba el general Pareja con varios miles de hombres que no haban cedido ni un metro en sus posiciones. Si retroceda el Cuerpo Expedicionario, los espaoles moveran piezas y la victoria rpida se esfumara. Con estas y otras razones, Shafter habl a la junta de generales y logr un compromiso. Vamos a replegarnos a las posiciones en torno a El Pozo y a lo largo del Camino Real, hacindonos fuertes en el rea de Sevilla-Las Gusimas y Siboney: en medio de la manigua y hostigados desde
posiciones en altura no podramos mantenernos. As que eso ser lo mejor. Deben todos ustedes hacer lo imposible por reorganizar sus unidades y concentrar cuantos medios ofensivos puedan. Se retirarn hacia la costa las unidades ms castigadas con todos los enfermos y heridos... Y solicitaremos que la flota ataque de inmediato, en... s, en cuatro das como mximo, que fuerce la entrada, hunda esos barcos y bombardee la ciudad. Si lo logran avanzaremos contra Santiago de nuevo con todas las fuerzas disponibles, podremos entrar y con ello habremos ganado una batalla que puede decidir esta guerra. Shafter aadi: Si tardan ms de cuatro das o no se pueden comprometer a hacerlo por lo que fuera, daremos orden general de retirada hacia una lnea entre Siboney y Guantnamo. Aquello era igual a levantar el cerco, pero todos callaron. Voy a entrevistarme con el almirante y transmitirle esta peticin, pero quiero la unanimidad de todos ustedes. Wheeler, Lawton, Kent, Bates y los dems se alzaron. La tiene, mi general. Lawton mir a su alrededor buscando los ojos de sus compaeros, luego estrech la mano de Shafter. Creo hablar en nombre de todos al decirle que haremos cuanto est en nuestras manos por asegurar la victoria y tambin para evitar un desastre. Recompondremos las lneas entre esos ejes y call un segundo y en cuatro das, cuando nuestros buques entren en la baha, marcharemos de nuevo sobre Santiago... *** Caa la tarde del da 2 de julio y volva a llover cuando sacaron a Shafter del coche que le llev a Siboney; el pequeo puerto serva de enlace con las fuerzas navales que bloqueaban la entrada de la baha de Santiago; no era poblacin situada a demasiada distancia de El Pozo, pero el estado del camino y del propio Shafter eran deplorables. Vencido por el cansancio, la preocupacin y los baches que agitaban el coche de caballos que le transportaba, su viaje en la amanecida haba sido una tortura; se sinti morir cuando le bajaron y mientras le buscaban acomodo en una casa ocupada junto al puerto. No estaba en condiciones fsicas para seguir al frente, deba pedir el relevo inmediato, apenas poda moverse con su pierna vendada por la gota, sus muchos kilos de sobrepeso y el sufrimiento aadido de la fiebre que haba contrado, pero una extraa lucidez se haba apoderado de l. Si renunciaba ahora, si tenan que relevarle, sera una prueba ms de la derrota. Y no poda aceptarla. Adems, el ejrcito de tierra ya haba hecho cuanto estaba en su mano; era la flota la que tena que entrar en juego, era su turno. Saba cual sera la respuesta del almirante Sampson. La flota cumplira con su deber; el ejrcito haba pagado con mucha sangre el intento de victoria y se precisaba de una accin decisiva que salvara la campaa. No iban a escurrir el bulto. El puerto estaba lleno de tropas recin llegadas que no tenan dnde refugiarse del aguacero que todo lo inundaba. Chorreaban bajo sus gorros canadienses de fieltro, incluso portaban mantas de lana en bandolera sobre sus gruesas camisas azules de reglamento; estaban
empapados por completo; cuando cesara la lluvia, el sol les cocera en su propio jugo. En unos das, su vitalidad se escurrira entre las miasmas del trpico, si no se topaban antes con balas enemigas. Pero aquellos hombres, el 34. regimiento de Voluntarios de Michigan y el 9. de Massachusetts estaban todava en buenas condiciones, y muchos ms regimientos estaban por llegar; con ellos y las unidades ya fogueadas del Cuerpo Expedicionario podra lanzarse un ataque por la costa que tomara las fortalezas que guarnecan la entrada a la baha. El Maine, haba comenzado aquello, pens con amarga irona, y ahora le iba a pedir a la flota que hiciera una carga suicida frente a los caones enemigos como hiciera la brigada sudista de Pickett en Gettisburg durante la guerra civil. Aquello acab en una horrenda masacre; entonces fue la nordista Brigada Maine la que aguant el tipo. Ya haban tenido un segundo Gettisburg en las Lomas de San Juan. Habra uno nuevo, esta vez naval? Sufriran una derrota sangrienta que les marcara una segura derrota como les sucediera a las fuerzas de la Confederacin? l, Shafter, y quizs el difunto teniente coronel Roosevelt, haban fracasado; ahora todo dependa de una accin desesperada. Recordando la multitud de enfermos, las nubes de mosquitos y el calor espantoso de la manigua, supo que era cuestin de das el pasar de ser un ejrcito a la ofensiva a volverse un cuerpo inerte. Vencer o sucumbir; la retirada era una posibilidad no prevista por nadie, pero se dijo que su deber era salvar la vida de sus hombres si todo sala mal. Le crucificaran a su regreso si volva con una derrota, lo saba de sobra. Aunque lo ms probable era que muriera de enfermedad si se obstinaba en seguir all. Bueno, le dira a Sampson en persona lo que tena que decirle, informara al presidente MacKinley y, joder!, MacClernand deba tener razn, si ellos que tenan cuanto suministro deseaban estaban como estaban, los espaoles deban encontrarse en las ltimas. Cuatro das para recomponerse, un asalto decidido de la flota y Santiago caera... Todava no haba acabado el juego.
Juan Aznar provena de una familia de ilustres marinos y jams pens que se vera envuelto en un combate tpico de la infantera; estaba en la Armada por vocacin y siempre crey que si llegaba el momento de una accin de guerra, la vivira en algn lugar de un navo y no en una trinchera llena de lodo y sangre. Pero all estaba; desde las 10 de la maana del da anterior, junto con un centenar de marineros e infantes reforzando las posiciones mantenidas por el ejrcito de tierra. Bueno, por los soldados de infantera de los regimientos regulares Asia y Constitucin, adems de los voluntarios de Puerto Rico y los propios cubanos, incluida una compaa de bomberos de Santiago. Tras las bajas del da anterior, no ms de setecientos supervivientes mantenan las posiciones. A su alrededor, los hombres velaban penosamente; sentanse, todos, agotados hasta lo ms profundo; se hubieran dejado caer en cualquier parte, dejado morir sin que nada les importara de puro cansancio como sufran. Dos das casi sin dormir, una batalla librada durante horas contra fuerzas superiores y casi sin esperanza, un tercio de bajas que no se haban podido cubrir. Sin embargo all estaban todava; haban aguantado lo indecible pero ya no se poda ms. El capitn Patricio De Antonio, nico oficial artillero ileso, le haba confesado a Aznar que slo le quedaban municiones para dos horas de fuego, sin que en Santiago quedara ni un solo obs o granada ms para sus piezas! Para los muser de los defensores la cosa no era demasiado mejor, haban saqueado las cananas de los muertos y recibido unos paquetes extra durante la noche, pero no se podra aguantar una jornada como la del da anterior. Las ametralladoras Maxim de los barcos, y que fueron la clave de la derrota enemiga, estaban casi peor: cuarenta minutos de fuego por pieza. Las condiciones en las que la tropa se encontraba eran pavorosas; rendidos de sueo y cansancio, sin un rancho caliente que llevarse a la boca, con la ropa destrozada, buena parte de los hombres con el calzado hecho trizas, sin un lugar donde guarecerse de la lluvia o del sol. En pocas palabras: si se produca un asalto de las dimensiones del sufrido el da 1, la lnea podra aguantar una hora, quiz dos, despus ya no habra nada con qu detener al enemigo salvo las bayonetas. Santiago estara a merced de los yankees. Aznar y Antonio oteaban la manigua desde los parapetos; el sol suba y comenzaba a disipar la niebla matinal. Ante ellos las laderas
peladas que descendan hasta los campos de caa y los fangales que orillaban los arroyuelos del San Juan y el Aguadores; el espectculo era penoso, decenas de cuerpos inmviles tachonaban todo el espacio a la vista; en su frente nadie haba logrado acercarse con vida a menos de treinta metros de la defensa. A un lado, a algo ms de un kilmetro, la posicin de la Caldera estaba cubierta por una neblina hmeda que pareca surgir del propio suelo; los combates all tambin haban sido muy duros. El caizal del fondo del valle ante ellos, ms all de las laderas, apareca a trozos carbonizado, desde arriba ofreca una imagen casi pictrica, con sus amarillos y verdes velados por la niebla, el agua y el fuego. Nada se mova; lo que sobrecoga a los dos hombres y a cuantos aguardaban a su lado era el silencio. En comparacin con el amanecer del da 1, con su fragor terrible, con los miles de gritos, de roces, de estallidos y explosiones que vinieron en oleadas hasta sumergirlo todo, el silencio que vivan se les antoj sobrenatural. El canto de un pjaro rompi el aire. Un cuco, o algo por el estilo. Aznar se qued mirando estpidamente a Antonio. Son exploradores nuestros, Juan dijo el artillero respondiendo a su mirada, si el sonido ese viene de abajo es buena seal, muy buena. Pronto fueron varias decenas de hombres los que se abalanzaron sobre el parapeto en aquel sector; ansiosos, buscaban confirmar lo que el capitn Antonio haba apuntado. Desde las trincheras otros cantores respondieron a los que se emboscaban en la manigua y se estableci un dilogo que a los marineros presentes se les antojaba imposible. Tres hombres aparecieron abajo entre las alambradas y comenzaron la subida con tranquilidad. Sus uniformes eran espaoles, los fusiles los llevaban en bandolera y parecan muy tranquilos, uno de ellos se volvi y anim a otros, aparentemente detrs, a que salieran al descubierto. Poco a poco surgieron de la espesura muchos ms hombres, stos con las armas a la mano. Era increble. Unos veinte o veinticinco soldados del regimiento Constitucin, inconfundibles, aparecieron escoltando a un nutrido grupo de norteamericanos prisioneros, la mayora heridos. Formaban una columna en la que quiz cincuenta o sesenta hombres se ayudaban unos a otros a avanzar; muchos portaban sacos, cajas y mochilas. La tropa aquella se fue acercando, sortearon las alambradas y la multitud de cadveres; llegaron a un tiro de piedra de las trincheras. Pronto se reconocieron los rostros y las sonrisas: no haba engao alguno, era lo que pareca, los fusiles cayeron. Incontenible, un grito de jbilo estall en centenares de pechos. Los defensores gritaban su alegra y su sorpresa; sin que nadie pudiera evitarlo, hombres desfallecidos unos segundos antes saltaban y bailaban de alegra, algunos marcharon al encuentro de los que venan y pronto aquello fue una fiesta. Pistola en mano, varios oficiales se vieron obligados a reconducir la situacin; se form un pasillo que permiti a los que llegaban del campo enemigo entrar en la posicin.
Algo ms tarde, Aznar recibi una visita. Un teniente del Constitucin se acerc a su puesto, vena buscndole. Teniente Aznar, como ha visto, una descubierta ordenada esta noche por el general Linares ha regresado con algo ms que buenas noticias. El tipo aquel estaba disfrutando. El general le pide que regrese al mando de la flota con algunos de los prisioneros. Por lo visto se ha capturado a algunos hombres que pueden tener informacin vital sobre la situacin en el campo enemigo. Pero qu est pasando si puede saberse? Porque hace unas horas temamos un ataque... Pasa, amigo mo, que los yankees se han retirado durante la noche hasta El Pozo y la lnea del Camino Real. Se ha roto el contacto con ellos! Aznar y Antonio, quien se mantena a su lado, cruzaron sus miradas Y se contuvieron; estaban a punto de abrazarse. El dogal se ha soltado, el hueso de ayer fue demasiado duro para ellos continuaba el teniente. El cerco se mantiene, pero a distancia, y si la descubierta ha sido tan fructfera slo puede ser por una razn... Claro terci el capitn Antonio, que no es otra que la retirada de anoche result ms desordenada de lo que suponemos. Ya no es previsible un ataque en las prximas horas o das. Se volvi haca Aznar. Tuvo usted razn: al estrellarse su lnea principal de avance con las posiciones que reforzamos ayer con sus hombres y material, les causamos ms bajas de las que podan soportar en una sola jornada. Mereci la pena utilizar las reservas de obuses, han sido la diferencia entre estar aqu para contarlo o no... se era el tema de conversacin de todo el mundo. Aznar estaba ya cansado de orlo. Recordaba que das atrs, Bustamante se jug un Consejo de Guerra por desobedecer rdenes y marchar al frente con hombres y material que no le correspondan. Lo hizo y triunf. A un general se le perdona la desobediencia si triunfa, si pierde... Sin Bustamante y sus ametralladoras Maxim navales, la Colina de la Caldera hubiera cado y con ella todo San Juan. Algo lgico, cmo no haberlo hecho, cmo haber dejado las defensas sin el concurso de ese moderno armamento!, pero Aznar saba que si no hubiera sido por el apoyo de Vctor Concas, Bustamante no habra conseguido de Cervera autorizacin para desmontarlas. La noche que el mensajero lleg con las noticias del despliegue enemigo fue clave, sin aquella informacin y el empuje de las propuestas que realiz el desconocido sobre la necesidad del despliegue de armas quiz no se hubieran atrevido. Pero lo hicieron y ganaron. *** Aznar march hacia Santiago. Con una columna de marinos y prisioneros americanos, bajaron por las laderas que daban a la
ciudad; a unos ochocientos metros se encontraba el fortn de La Canosa, ltima lnea defensiva; tras ella se encontraba ya el casero urbano. Atravesando el terreno entre las posiciones sufri un escalofro. Era un escenario endiablado, descubierto, en cuesta; muy difcil. Si San Juan hubiera cado, a ellos, a los marinos, les habra tocado intentar recuperar las Lomas desde all. Imposible tarea, suspir. La noticia de la retirada americana dio nueva vida a la moribunda ciudad, los planes de evacuacin de los civiles se suspendieron, La prioridad era ahora aprovechar el respiro, conseguir alimentos y reforzar las defensas. Los hombres que llegaron de Manzanillo ese mismo da 2 eran unos tres mil y haban avanzado por doscientos kilmetros de terreno lleno de guerrillas cubanas, abrindose paso a la bayoneta en una marcha que, ya se deca, haba sido pica; lo cierto es que arribaron agotados y con pocas municiones. El mando de la plaza todava no se crea que la fuerza enemiga se hubiera retirado del permetro y retrocedido varios kilmetros, pero todo as lo indicaba. Por su parte, sobre las dos de la tarde, el general Vara de Rey y sus hombres llegaron a Santiago tras haber sido relevados por unidades del Asia y el Constitucin. Fueron recibidos con entusiasmo; los trescientos supervivientes del combate de El Caney resuman muy bien la posicin de los defensores de todo Santiago. Mientras hubiera posibilidad de resistir lo haran con entereza y determinacin. Vara de Rey no estaba dispuesto a rendir Santiago; antes de eso y se ocup muy bien de decirlo en pblico delante de Linares hubiera evacuado a los civiles y tratado de forzar el cerco con todas las fuerzas disponibles. Su llegada fue un refuerzo moral tremendo. Si las defensas terrestres haban aguantado el golpe y obtenido un respiro, el mando supremo de la flota no se haba percatado todava del cambio en la situacin. El contraalmirante Cervera segua empeado en que su situacin era desesperada. Tena razn. A La Habana y luego a Madrid llegaron de inmediato las noticias de las victorias en las Lomas y en El Caney, pero el gobierno les dio poca importancia, no se aperciban del grado del desastre que acechaba al Cuerpo Expedicionario de Estados Unidos. Fue por ello que las rdenes de sacar los barcos de Santiago para evitar un vergonzoso hundimiento sin lucha o su apresamiento al caer supuestamente la ciudad se le hicieron llegar a don Pascual Cervera de inmediato. Las calderas fueron encendidas y los hombres llamados a bordo. Cuanto se ganara en tierra, estaba a punto de perderse por mar. *** En Dos Caminos, el puesto de mando de las fuerzas desembarcadas, comenzaron a concentrarse todos los marinos. Bustamante y Aznar se encontraron en el porche de la casa. Por encima de la graduacin, don Joaqun se abraz con su subordinado. Aznar tena los ojos empaados por las lgrimas y cuantos contemplaron la escena tenan el corazn maltrecho. Todos all haban viajado al
encuentro de la muerte sin otra esperanza que cumplir con su deber, dispuestos al sacrificio ltimo; ahora regresaban victoriosos, a tiempo de sucumbir inexorablemente en la nueva prueba que el destino les impondra al da siguiente a bordo de sus buques. *** Es hora, don Juan, de que el espa nos cuente cmo pudo saber con tanto detalle los puntos de avance enemigos... dijo Bustamante. El capitn Baltar le mantiene arrestado en una casa de las cercanas de nuestro puesto. Orden que se le internara all la noche en que se acudi a los barcos para desmontar las ametralladoras respondi Aznar. Pocos hombres quedaban ya en tierra y Dos Caminos haba sido ya evacuado. En unas horas tendra lugar la ltima reunin del Estado Mayor de la flota y en las primeras horas de la maana siguiente la salida de la baha. Pero algunos asuntos estaban todava pendientes. No comprendo cmo poda estar tan seguro de cundo y cmo. Es imposible, slo los locos hablan con la certeza en sus labios de cosas que desconocen. Y tambin que nadie supiera lo que iba a ocurrir en la Colina de la Caldera asegur Bustamante. Aznar no dijo nada. Haba all ms de un loco, eso seguro. Por la conviccin con la que habl un hombre desconocido, don Joaqun Bustamante se haba jugado la carrera y la vida. Tras escuchar los argumentos de aquel que se presentara con el nombre de Enrique Alberdi, su jefe haba adoptado como propia la estrategia propuesta. Se deca, comenzaba a extenderse el rumor, que Bustamante haba sacado su revlver y amenazado a Cervera con pegarse un tiro en su presencia si no le autorizaba a desmontar las ametralladoras. Incluso parece esto no es que lo pareciera, es que Aznar saba seguro que era cierto pues l mismo lo haba protagonizado que soldados y marineros robaron la reserva de proyectiles de las piezas Krupp; las llevaron a la batera del capitn De Antonio en la misma colina de San Juan cuando el ataque americano estaba en su punto crtico. Al resistir los ataques La Caldera, el acceso a San Juan no estaba batido y se les pudo municionar sin peligro. Antonio no pregunt de dnde salieron aquellas cajas, las utiliz, y de qu forma! Cuando sali ese hombre... comenz a decir Bustamante. Disclpeme, pero no cree usted en su historia, no cree usted que sea un oficial de marina venido con ese cometido tan..., tan especial? le cort Aznar. No s qu pensar. Por su graduacin deberamos conocerle, no somos tantos en la Armada. Le suena a usted su cara? No me creo esa parte de su historia, lo que no quita que no conociera la situacin mejor que nosotros y que su estrategia, cmo se ha demostrado, fuera la nica recomendable en estas circunstancias. Pero lo que le deca es que cuando sali de aqu me mir a los ojos y me dijo: Recuerde: la salvacin est en la Caldera.
Pues tena toda la razn. Tampoco yo s a ciencia cierta quin es, pero desde luego no trabaja para Roosevelt. Sabe usted que se ha recuperado su cadver frente a esa posicin? Aznar comprob que su jefe, pese a haber luchado all, no estaba al tanto de los ltimos detalles. El ex secretario de Marina de Estados Unidos! Comprendo ahora que se hayan desfondado como lo han hecho. Esto es muy importante amigo mo, tenemos que informar a Cervera ahora mismo. Algunos de los oficiales prisioneros han asegurado de forma amenazante que su flota va a forzar la entrada en Santiago y a hundirnos. Con Roosevelt muerto y las fuerzas terrestres en retirada es muy probable que le pasen la papeleta al almirante Sampson. Pero no se da usted cuenta de lo que le digo! comenz a gritar. Por supuesto. Debemos centralizar los interrogatorios de los prisioneros y estudiar el material y los documentos ocupados. Y eso incluye a Alberdi o como quiera que se llame. Pues venga, ocpese usted mientras me voy a la reunin del mando. Bustamante se dio la vuelta. Y mndeme noticia de lo que vaya sabiendo. A sus rdenes respondi Aznar cuadrndose. Tendra que apresurarse. Se dijo Aznar que quiz lo mejor sera recoger al prisionero y llevarlo a bordo del Infanta Mara Teresa. All se le podra interrogar; adems, seguro que Cervera y los dems jefes desearan poder hablar con el que inspir la accin tctica que permiti la victoria de San Juan. Reuni unos hombres y tomaron algunas monturas de la fuerza de voluntarios cubanos acuartelados cerca de all. La casa donde Baltar haba internado a Alberdi estaba cerca de la zona del frente donde se desplegaba su unidad y el trayecto era bastante largo. Las campanas de la catedral de Santiago tocaban a fiesta. Celebraban las victorias de San Juan y El Caney para dar nimos a los habitantes y defensores de la ciudad. Con amargura, Aznar pens que la alegra aquella durara pocas horas, pues si la escuadra sala como se proponan Madrid y Cervera sin duda sera destruida. La boca de la baha era tan estrecha que los barcos solamente podran salir de uno en uno haciendo frente a los fuegos concentrados y cercanos de la fuerza bloqueadora. Asomaba ya la casa donde estaba Alberdi al cabo de un recodo del camino cuando les golpe el retumbar de una explosin. De la casa se elev una columna de humo tremenda. Ha volado la casa! gritaron todos. Picaron espuelas y al galope se acercaron a las ruinas envueltas en polvo. Martn, el brigada, vagaba lleno de desesperacin entre los restos. Han muerto el capitn y el marino, los dos han muerto! sollozaba. ***
El capitn Baltar haba llegado una hora antes a la casa donde se encontraba el prisionero. Le acompaaba una reducida escolta de su batalln, pero en la puerta les pidi que se quedaran fuera. La guardia interior se reduca a un hombre que permaneca en el vestbulo. Cuando ste vio llegar a Baltar, tiempo le falt para ponerse en pie y balbucear que todo iba bien y sin novedad. Cuando se le orden que saliera lo hizo sin chistar. Alberdi, est usted ah? pregunt. Sac un manojo de llaves y se acerc a una de las puertas abrindola. Alberdi estaba de pie tras un camastro que all haba. No s si alegrarme o asustarme por su visita le dijo ste. Pronto podr juzgar... La puerta se haba quedado abierta y Alberdi pudo comprobar que el capitn estaba all solo. El viajero temporal llevaba preso casi dos das. Apenas haba tenido noticias de lo sucedido en ese tiempo. Intua que si se haban olvidado de l era porque tenan otras cosas que hacer; antes de que le encerraran, supo que Bustamante haba asumido sus propuestas. Eso entraaba esperanzas para su destino inmediato, en realidad nunca lleg a temer por su vida. De todas formas haban sido unas horas de sufrimiento. Ahora, Baltar, su sombra desde su llegada al Santiago de 1898, estaba ante l sacando de un maletn los documentos que trajera para identificarse y un paquete envuelto en tela. Qu ha ocurrido? No deberan haberme encerrado... le dijo. Tranquilcese, Alberdi. Ahora no se asuste. Desvel el paquete y sac varios cartuchos de dinamita. Aprtese, voy a poner esto junto a la pared. Su interlocutor se qued con la boca abierta y se apresur a apartarse. Iba a decir algo pero el gesto y la accin rpida del otro le llevaron a callar. Pngase junto a m. Alberdi se arrim a l. Nos vamos, amigo mo. Baltar agarr la funda de su sable y lo elev hasta su pecho. Alberdi le miraba como si viera visiones. Baltar tom con las dos manos la parte de la empuadura y se aprest a girar la cazoleta del sable. As lo hizo y... ... Una esfera luminosa se expandi hasta englobarles. De nuevo, como en Filipinas, Alberdi se encontr en el interior de un espacio situado fuera del continuum temporal normal; a diferencia de la estacin de Manila, en vez de encontrarse en una habitacin transformada se hallaban en el interior de una especie de vehculo de dos plazas. Baltar le empuj a una butaca. Se adapta usted muy bien a los cambios rpidos le dijo. Alberdi senta vrtigo. En unos segundos haba pasado de una habitacin cerrada y oscura a un artilugio mecnico salido de la nada. Sentado en una butaca envolvente cerr los ojos y trat de relajarse. Es usted un miserable, me ha hecho pasar un miedo atroz. Poda haberme informado de quin era! farfull.
Creo que tiene derecho a protestar lo que desee. Pero le pido que nos comprenda, se ha necesitado de toda su fuerza de conviccin para convencer a Bustamante, y toda preocupacin extra era contraproducente. Claro! dijo irnico Alberdi. La sensacin de nufrago y de ttere que tengo ahora es despreciable. Estoy harto de todo esto. Por m como si revienta el planeta. Mire, cuando le he visto sacar la dinamita pens que me la iba a poner en el cuello. Baltar le dejaba hablar. Su aspecto no poda ser ms chocante. Con sus patillas del XIX, su uniforme que a Alberdi le recordaba el de un oficial sudista como los de las pelculas, el sable y las botas altas, era un anacronismo viviente all en medio, manejando los controles del vehculo. Alberdi se anim a mirar alrededor. Las butacas estaban puestas en paralelo sobre una plataforma metlica reducida. Al frente y en el centro haba una complicada serie de controles y una pantalla de comunicaciones. Las paredes, por llamarlas de alguna forma, eran completamente opacas, eran oscuras, como vidrio polarizado. Era como si se encontraran en el interior de una enorme bola de billar. Voy a mostrarle dnde estamos dijo Baltar. De inmediato, las paredes esfricas se tornaron transparentes, con un ligero efecto ptico. Flotaban a unos cincuenta metros de la casa en la que haba sido retenido. Fuera estaba todava su guardin, charlando con la escolta de Baltar. A unos centenares de metros, desde Dos Caminos, venan al encuentro de la casa un grupo de jinetes. La superficie interior de la esfera se focaliz en ese cuadrante y aument la escena. Eran marinos de guerra; uno de ellos, el teniente de navo Aznar. Amigo Alberdi, hemos actuado justo cuando debamos. Un poco ms y habra sido tarde. Vienen a por usted. Resolvamos esto de una vez. Observe... Le mostr la casa con un gesto. De sbito una explosin sumi el edificio en una nube de polvo; cascotes de todo tipo saltaron al aire; los hombres del exterior cayeron por tierra pero comenzaron a levantarse y a huir. Buena forma de borrar huellas. Dos por el precio de uno; nos darn por muertos. Mejor. Por desaparecidos. Significa esto que hemos finalizado la misin Tan pronto? Qu va a pasar ahora? Qu pregunta! Alberdi, usted con su intervencin ha contrarrestado el sabotaje que otros viajeros temporales cometieron. Los defensores de Santiago emplearon sus recursos de la mejor manera y vencieron. Sobramos aqu. Pero es imposible que la flota espaola que est en esa baha gane a la que acecha en mar abierto. Usted cree? Deje que la historia siga su curso. Hemos superado el Punto Jumbar, si hubiramos fracasado, la batalla por las colinas habra sido distinta y los barcos se hubieran visto obligados a salir a
combatir en muy malas condiciones. La flota hubiera sido destruida y con ello la historia quedara alterada gravemente. Alberdi estaba harto de esta monserga. No haba forma alguna de que una formacin naval como la de Cervera, inferior en blindaje y artillera, pudiera escapar a una encerrona como aqulla. Tampoco tena nada claro cmo o por qu aquella estpida guerra poda alterar tan gravemente la historia mundial. Lo que estaban tratando de evitar era lo que en su propia lnea temporal formaba parte natural del pasado; y tampoco haba ido tan mal. Escuche, este artefacto es un cronomvil. Podemos utilizarlo para casi cualquier forma de desplazamiento que imagine. Si lo desea, podemos ir hasta la boca de la baha y asistir al combate... No, por favor. Nada de guerras. No deseo otra cosa que regresar a casa... o por lo menos con los amigos que me acompaaban cuando ustedes me recogieron. Alberdi recordaba lo que el coordinador de la Central le haba dicho en Manila: su condicin de nufrago no poda ser alterada. Nada ms fcil. Yo he de regresar, mi misin ya ha acabado. Baltar accion algo en los controles y la ciudad de Santiago desapareci. El cronomvil parti para la Central, donde quiera que sta se encontrara. Alberdi record por un momento las emociones vividas, las caras y la expresin de los que haban sido sus interlocutores durante su aventura en 1898 y se dijo que algn da tratara de enterarse de qu lleg a pasar con todos ellos y qu hizo que la historia del mundo cambiara tanto por culpa de aquella estpida y olvidada guerrita. Pero ya es el momento de que me saquen de aqu. Tengo que regresara casa, se dijo. Quienes, entre tanto, respiraban la brisa hmeda y clida de la baha de Santiago de Cuba, aquella tarde del 2 de julio de 1898 no era una posibilidad alternativa: era la realidad, pura y dura. Vivan sus vidas como millones de personas la han vivido desde que el mundo es mundo, sin poder escapar a su trgica progresin Y para muchos, embarcados o no, el amanecer que se avecinaba vendra cargado de muerte.
La papeleta que se le presentaba al almirante Sampson no era fcil. Su entrevista con el general Shafter le permiti hacerse una idea del estado del Cuerpo Expedicionario; le haba visto a primera hora de la tarde y qued impresionado por el abatimiento fsico y moral en que le encontr. Un fracaso en la toma de la ciudad de Santiago se estaba convirtiendo en una trampa mortal muy rpidamente. El clima del Oriente cubano y las enfermedades tropicales comenzaban a causar ms bajas que las operaciones militares. Y stas ya eran muy altas. Una nueva derrota ante las defensas terrestres de Santiago y podra ocurrir cualquier cosa. El gabinete de guerra del presidente Mackinley evaluaba de igual forma la situacin. En Washington la primera noticia del revs de San Juan fue a travs de la prensa, la muerte del antiguo secretario de Marina, Roosevelt (Pobre bastardo, muri en su experimento..., pens Sampson), caus conmocin, les avis de la horripilante posibilidad de un desastre. Le tocaba a la U.S. Navy lograr salvar la situacin. El gobierno le transmiti un mensaje inequvoco. Con las fuerzas navales a su mando deber neutralizar o destruir la escuadra enemiga de inmediato, pero esto era sencillo de formular y complicado de realizar. El enemigo ya estaba neutralizado desde haca semanas al nico precio de situar la propia flota a la entrada de la baha de Santiago en un efectivo bloqueo cercano. El peligro de destruccin que sufra el Cuerpo Expedicionario era lo nico que podra llevar a cambiar esa segura estrategia por una accin ms arriesgada. Sampson estaba siendo obligado a actuar impulsivamente para salvar al ejrcito desembarcado y con ello la campaa. En vez de apostarse en la boca, a una distancia prudente y fusilar a los que fueran saliendo, le exigan que entrara en una ratonera! Llena de ratones, por otra parte. La mesa de derrotas del puente del New York estaba cubierta por una gran carta de la costa del rea de Santiago. La baha de esta ciudad era muy especial. Las estribaciones de Sierra Maestra se internaban al llegar a ella en el mar Caribe. La boca era muy estrecha, no llegaba a un kilmetro de ancho, flanqueada a ambos lados por imponentes masas rocosas. El canal de entrada serpenteaba varios kilmetros entre montaas e islas hasta desembocar en el amplio seno interior. Guardando la entrada, en el morro mismo de la baha, una antigua fortaleza colonial con metros
de espesor en sus muros. Las escasas piezas que la guarnecan no haban podido ser desmontadas pese a las toneladas de proyectiles que se les haban disparado. Las costas interiores del canal de acceso estaban protegidas por diversas bateras dispuestas con sus fuegos cruzados; se supona, asimismo la existencia de varias lneas de torpedos o de minas. Si se lograba sortear esa red de peligros, quienes entraran lo tendran que hacer de uno en uno, con lo que la flota enemiga podra concentrar su fuego y... Todo aquello era ridculo! Caballeros, incluso las estupideces tienen que ser previstas con antelacin. Veamos el plan de entrada... dijo el almirante Sampson a su Estado Mayor. El encargado de operaciones del reducido gabinete de mando sac unas hojas escritas y una serie de esquemas. Desde el inicio del bloqueo se elabor un plan alternativo que inclua el entrar por la fuerza dijo. Como una hiptesis no deseable, supongo farfull el comandante del Texas. Como paso previo se contemplaba el asalto por tierra de las fortalezas que guarnecen la boca, pero ya se nos ha indicado que en este momento eso es inviable. Sampson tom la palabra. Aquello tena que aclararse cuanto antes. Vamos a ver. Como esa parte no es posible, realizaremos fuego contra la fortaleza hasta callar sus defensas. Intentaremos tambin alcanzar la ciudad y los muelles disparando por encima de las alturas. Durante esta noche aprovisionaremos los paoles de nuestros buques al mximo y antes del amanecer comenzaremos el bombardeo. Continuaremos todo el da de maana, turnndonos para mantener el fuego. Se trata de impedir que reparen o sustituyan las bateras daadas. Si se hiciera factible un desembarco en algn punto de la boca lo haramos con nuestras propias fuerzas. Maana por la noche, vspera del 4 de julio, los barcos de menor calado atravesarn el canal de acceso y darn batalla a los que estn en el interior, de forma que las unidades ms lentas puedan tener cierta cobertura en su paso. Los buques que por calado no puedan entrar, se acercarn a la boca lo ms posible para apoyar con sus piezas pesadas la accin. Alguna pregunta? Hubo muchas. El plan de entrada no era tal. No se puede entrar en un sitio si no cabes por la puerta. El Bajo del Diamante, a unos centenares de metros de la boca, era una laja de granito situada a unos ocho metros y medio de profundidad, calado mximo de quien desee entrar en la baha. La mayora de los buques americanos del escuadrn bloqueador superaban esa cifra. En realidad, Sampson propona aniquilar las defensas con un bombardeo como nunca antes se viera; aterrorizar e incendiar la ciudad, hostigar a los buques ante ella fondeados con tiro indirecto y, cuando no quedara piedra sobre piedra en la entrada, sacrificar un par de buques ligeros hacindoles entrar por el canal. Si lo lograban,
perfecto 4 de julio. Si no, el hundimiento ms que seguro de los valientes que forzaran la entrada taponara la salida; la flota espaola quedara embotellada por semanas y el escuadrn de Sampson tendra las manos libres para moverse por la costa de Cuba para reforzar el bloqueo, atacar La Habana o lo que fuera. Cuando concretaron los detalles, las rdenes y los horarios, los comandantes retornaron a sus buques. Si Cervera saliera de Santiago todo sera ms sencillo, se le destruira con relativa facilidad; pero si no sali cuando la ciudad fue sitiada, iba a hacerlo ahora cuando sus armas triunfaban en la batalla defensiva? *** A las 05.30 de la madrugada del da 3 de julio comenz un bombardeo sobre la fortaleza del Morro. Los tiros alcanzaban tambin la batera de la Socapa en la otra vertiente del canal de acceso. Durante varias horas los barcos de Sampson concentraron su fuego en las defensas, sin que las escasas piezas enemigas lograran neutralizarlo. Sobre las 07.30, un pequeo caonero espaol, el Alvarado, realiz una exploracin del canal. Vctor Concas, segundo en el mando de la escuadra, pudo comprobar la gran concentracin de buques enemigos y los efectos del tiro sobre las defensas. Pronto el bombardeo alcanz tambin la costa interior de la baha, al disparar los cruceros acorazados por encima de las montaas que la separaban del mar abierto. Concas inform de ello al contraalmirante Cervera. Todo estaba dispuesto para la inmediata salida de la flota, pero el impetuoso ataque yankee haba alterado el escenario. Reunido de urgencia el Estado Mayor, Cervera consult a sus oficiales sobre la mejor estrategia a seguir. Era partidario claro de la salida inmediata, si acaso aceptara un retraso de unas horas; las rdenes de Madrid las interpretaba en ese sentido y pareca resignado a la destruccin de la escuadra. Bustamante estuvo muy convincente en la reunin. Si el enemigo destrua las defensas exteriores se confiara y tratara de forzar el paso con buques menores. Si esto hacan podran destruirles en el interior de la baha; el plan de fuegos que protega la salida interna del canal as lo aseguraba. El nico riesgo sera que ste quedara bloqueado. Pero si el canal quedaba libre... En primer lugar, propuso resistir durante el da y hacer frente a lo que viniera. Qu remedio! En segundo lugar, la noche siguiente, una hora antes del amanecer, los destructores Furor y Plutn saldran aprovechando la oscuridad y atacaran con sus torpedos los buques pesados enemigos, buscando crear el caos en la lnea enemiga: el crucero Cristbal Coln, el ms rpido de las dos escuadras, saldra despus en direccin este hacia Guantnamo, donde fondeaban decenas de transportes y barcos auxiliares yankees; esto se esperaba provocara que buena parte de la flota bloqueadora acudiera en su persecucin de forma desesperada. El insignia Infanta Mara Teresa ms los cruceros
gemelos Vizcaya y Oquendo tomaran rumbo oeste, el camino ms corto para llegar a La Habana. El plan era una sntesis del realizado por Cervera y por Villaamil. Contaba con la oscuridad para facilitar el ataque de los frgiles destructores y buscaba dividir la flota contraria. Su objetivo era impedir la aniquilacin, lograr que alguno de los barcos lograra salvarse llegando a La Habana. Agotado, Cervera lo acept, pero haciendo que todos siguieran la estela del Coln. Bustamante visit cada buque y revis personalmente las cabezas de los torpedos, un material que l mismo haba contribuido a disear, impartiendo rdenes que aseguraran su uso. Villaamil y Bustamante asumiran el mando de los dos destructores. Ambos saban que marcharan en una cabalgada suicida hacia los caones enemigos, pero no habiendo otra opcin que diera oportunidades a los barcos grandes, lo afrontaron con valor y voluntariamente. Durante todo el da 3 continu el bombardeo enemigo. Los daos infligidos en El Morro y la Socapa fueron considerables, pero en la obra muerta; las bateras slo sufrieron algunas bajas. Al anochecer, el buque auxiliar Gloucester, un yate artillado, fue enviado a reconocer la entrada del canal sin que se le hiciera fuego. Desobedeciendo rdenes, el Gloucester penetr camino de la baha. Ni una sola batera abri fuego, pero tras pasar el Bajo del Diamante y virar en Punta Gorda, se encontr de frente con el crucero Cristbal Coln. Sus piezas de 150 mm lo destruyeron rpidamente, embarrancando fuera del acceso. La estratagema de Bustamante dio resultado.
La noche del 3 al 4 tuvo lugar el enfrentamiento decisivo. Exasperado por la destruccin del Gloucester y la imposibilidad de hacer pasar los buques mayores por los problemas de calado, Sampson orden aproximar estos a El Morro lo ms posible para facilitar el uso de los caones pesados. A distancia eran muy poco precisos no disparaban por salvas que permitieran la correccin sistemtica de tiro, algo que slo se podra hacer con la puesta en servicio de los dreadnoughs aos ms tarde, por lo que se opt por acercarse. Esa misma noche, el mando de la escuadra espaola orden a las defensas costeras que no ahorrasen municin y que procuraran apagar los reflectores enemigos que se encendieran. Sobre las 05.00 del da 4 de julio, los cruceros acorazados Indiana y Oregon se encontraban a tres millas de la fortaleza del Morro, disparando sus torres a bocajarro contra las piezas defensoras. La noche tena a la luna velada por una niebla espesa, el humo y el polvo de decenas de explosiones la ayudaban. A veinticinco nudos por hora, el Plutn sali del canal, seguido de inmediato por el Furor. En sus puentes, Fernando Villaamil y Joaqun Bustamante y un puado de valientes. Sin otro amparo que la falta de luz, enfilaron sus proas contra las sombras oscuras de los grandes barcos y aumentaron la velocidad. Tras meses esperando un ataque torpedero que no lleg, se haban relajado en algo las vigas de los acorazados. Adems, nunca antes haban sufrido un ataque as. Todo ello explica, escribira posteriormente Alfred Mahan, los minutos que se tard en divisar la amenaza. A novecientos metros y de noche, la banda de babor del crucero acorazado Indiana semejaba un muro. Entre las salpicaduras de los caonazos que ya le empezaban a caer alrededor, el Plutn realiz una maniobra perfecta de lanzamiento de sus dos torpedos de 350 mm. Fue como Villaamil, diseador del primer destructor del mundo, siempre imaginara que deba hacerse. A los treinta y cuatro segundos, el costado del Indiana recibi dos mazazos bestiales. Las cabezas explotaron tras perforar los torpedos el casco blindado y los paoles de municiones lo hicieron a su vez quince segundos despus. A los dos minutos de la salida del primer destructor, un crucero acorazado saltaba por los aires con un estruendo atroz que retumb sobre los muros de la fortaleza y los acantilados rocosos de la costa.
Acallado el Indiana, el Furor al mando de Bustamante avanzaba a toda velocidad aprovechando la zona de sombra que los restos del buque le ofrecan. Sobre el Oregon cayeron numerosos restos del que fuera su acompaante sin que conocieran todava la causa de la explosin. El Plutn, pese a haber agotado la municin de sus tubos sigui adelante a toda mquina, Villaamil saba que desde fuera nadie podra distinguir un destructor con los tubos vacos de otro con ellos cargados, cada granada que le dispararan a l era una menos que le caera a su compaero. Los vigas del Oregon le detectaron escapando por la proa del ardiente Indiana. De inmediato decenas de piezas le buscaron en la noche. Apenas podan verle, pero procuraron saturar de caonazos la zona por la que avanzaba. A plena presin de sus calderas busc ofrecer el menor blanco a los disparos y comenz a virar para mejor protegerse. A cuatro y cinco millas, los cruceros acorazados Iowa, Texas y Brooklyn, ya alertados, comenzaron a acercarse a la zona de combate y a disparar. Sus granadas se acercaban peligrosamente a los dos barcos atacados por los destructores y entorpecan la marcha del Oregon. Bustamante, de forma simultnea a la escapada de Villaamil, vir por la popa del Indiana y atac al Oregon por su estela. Un guio de timn del gil Furor y, de nuevo, dos cabezas de 350 mm, embutidas en dos torpedos de cuatro metros propulsados por aire comprimido, saltaron al mar con su carga mortfera. Un nuevo estallido rasg la noche y tambin acall todos los dems; alcanzado en la sala de mquinas y en los paoles de la torre popera, el Oregon se parti por la mitad. A bordo del Plutn la tripulacin apenas poda mantenerse en pie por los saltos que la velocidad le haca dar al pequeo buque. El fuego sobre ellos ces de golpe al ser alcanzado el Oregon y Villaamil vir de nuevo aproando su buque otra vez hacia la batalla. Bustamante, a su vez, maniobr el Furor para quedar a la sombra de las gigantescas nubes de humo que sealaban el lugar donde los dos buques enemigos se hundan entre llamas y explosiones secundarias. El Cristbal Coln sali en ese momento. Su comandante, don Vctor Eulate, se encontr con un espectculo imprevisto. Hubo de decidir qu hacer, si seguir a ciegas las rdenes o adaptarlas a lo que encontr. No dud: orden avante toda hasta sobrepasar la altura de los buques alcanzados y luego virar a babor para ofrecer sus bateras laterales trazando la barra de una T imaginaria al frente de avance de los buques enemigos restantes. El Infanta Mara Teresa, el Vizcaya y el Oquendo siguieron su estela en el primer trecho con un intervalo de escasos minutos entre ellos. Al desaparecer el extremo de la lnea de bloqueo, la flota yankee se encontr con un problema importante. Los cruceros acorazados restantes debieron avanzar sus posiciones para perseguir a los buques que salan por el canal. Por lo pronto, la escapada haba sido un xito, pues con la accin de los destructores pocas bocas de fuego pudieron dedicarse a hostigar la boca. El Brooklyn, a plena presin de
sus calderas, buscaba la distancia de tiro de su torre proel cuando una andanada del Coln le alcanz en el puente. Las granadas de 150 mm provocaron graves daos, matando a cuantos all se encontraban. Sin gobierno efectivo durante unos minutos, el Brooklyn sigui la persecucin tan slo por la marcha que ya llevaba. Pero hasta entonces la suerte haba estado toda del lado espaol; pronto empez a repartirse a partes iguales. El Coln cay a estribor para aproar al oeste a revientacalderas. Tena carbn prensado de alta calidad para cuarenta minutos ms y recobr su rumbo marcado camino de Guantnamo seguido por los cruceros acorazados yankees, mucho ms lentos que l. El Infanta Mara Teresa, insignia del contraalmirante Cervera, haba rebasado ya el rea del Oregon y marchaba paralelo a la costa a toda mquina cuando vieron surgir la lnea del Brooklyn por babor a escasa distancia. Cervera orden de inmediato fuego sobre l y buscar su costado para embestirlo. Pero un fuego tremendo cay sobre el insignia, batiendo sus costados y cubiertas. El blindaje lateral haca temblar todo el buque con cada impacto. Pronto se desataron numerosos incendios en las partes no protegidas, la metralla barra las bateras secundaras causando gran mortandad entre los artilleros. Pero, tercamente, el insignia espaol mantena su rumbo de intercepcin como si cuanto le tiraran no le hiciera dao; era cuestin de minutos alcanzar su objetivo. Nada impedira que se llevara por delante a su verdugo. Las conducciones de vapor de la mquina principal, resentidas por el martilleo, se rompieron. Cayeron sbitamente las revoluciones de las hlices y la velocidad punta. En las cubiertas inferiores, marineros, artilleros y maquinistas moran con los pulmones abrasados. En el puente, Cervera y Concas se miraron, todo estaba perdido para el hermoso buque que un da, apenas cuatro aos atrs, recogieran en los astilleros britnicos que lo botaron. Concas y el teniente Aznar tercer comandante del navo salieron al alern lateral para evaluar el estado de las cubiertas. Sbitamente, una explosin interna destrua la torre delantera. Un defecto de los casquillos de la municin haba provocado el estallido de una granada y la deflagracin de las cargas de plvora prensada que las impulsaban. La onda expansiva y los restos destruyeron el puente de mando matando a Cervera, a Mac-Crohon, su segundo, y a todos los dems. Concas y Aznar fueron proyectados al agua. Los dos buques heridos, El Infanta Mara Teresa y el Brooklyn continuaban aproximndose. En el puente secundario del buque americano no lograban hacerse con el timn y seguan imperturbables su marcha. Tres millas, dos, una milla..., desde el agua, acogido con varios de sus hombres a diversos restos flotantes, Aznar y Concas vieron que ambos cascos proseguan sus rumbos convergentes de forma inexorable. Nunca se supo quin dio la orden o quin se mantuvo en su puesto hasta el final, pero al llegar a la distancia de ochocientos metros y justo cuando el Brooklyn comenzaba a virar recuperado el
gobierno, los cuatro torpedos de la cmara de babor del Infanta Mara Teresa saltaron al agua y vertiginosamente buscaron los desnudos mamparos del enemigo. A las 05.56 de la maana del 4 de julio de 1898, cuando ya alboreaba, el Brooklyn, el navo ms poderoso de la U.S. Navy, recibi tres impactos en la banda de estribor por debajo de la lnea de flotacin. Sus paoles, repletos de la municin que acababa de repostar para proseguir su bombardeo de El Morro, hicieron explosin simultneamente. Literalmente se desintegr. Sus restos se dispersaron en un amplio radio y la nube de humo que le sustituy alcanz casi dos kilmetros. A su lado, lo que quedaba del Infanta Mara Teresa se volte y se fue a pique en unos minutos. Pero la situacin general ya haba cambiado. En apenas cuarenta minutos, tres buques pesados de la escuadra americana se haban perdido. Casi la mitad de sus efectivos de ese tipo. El Coln, el Vizcaya y el Oquendo proseguan su huida haca Guantnamo y La Habana. Los restantes buques yankees perderan un tiempo precioso bordeando los buques perdidos o escapando de torpedos inexistentes, de cuya aparicin tuvo mucha culpa Villaamil surgiendo entre la niebla matinal con su veloz Plutn. La caza emprendida por el Iowa, el Texas y el New York que se encontraba repostando a cierta distancia durante la batalla no pudo impedir que la flotilla encabezada por el Cristbal Coln lograra abrirse paso a caonazos hasta La Habana. *** Seran las siete y media cuando Aznar y los otros nufragos vieron llegar a su lado la estilizada forma de un destructor. El Furor, al mando de Joaqun Bustamante, remolcaba una ristra de lanchas de salvamento de factura norteamericana. El pequeo buque iba atestado de supervivientes del Indiana y del Oregon, muchos quemados o mutilados. Los nufragos del Infanta Mara Teresa fueron izados a bordo con dificultad, Bustamante avanz por entre los sufrientes cuerpos al encuentro de sus camaradas. Al descubrir a Aznar se uni a l en un abrazo. Concas, agotado, casi desfallecido, no poda ponerse en pie. Bustamante se agach junto a l. Joaqun, tenan ustedes razn, Villaamil y usted siempre tuvieron razn... acert a musitar Vctor Concas cerrando los ojos. Calle, amigo mo, debe usted descansar... Bustamante le arrop, asegurndose de que no tena herida alguna visible. Volvindose a Aznar le dijo: Sois los nicos supervivientes del Infanta que hemos visto, vosotros cuatro. Y hace una media hora escuchamos un combate seguido de una explosin. Me temo que hemos perdido tambin a Villaamil y a los suyos... Aznar call. Eran demasiadas emociones. Viva cuando haba esperado la muerte y ahora le temblaba todo el cuerpo. Se envolvi
en la manta que le tendi su superior y amigo. El mar se deslizaba por su lado y lo vio pasar con los ojos perdidos. A lo lejos podan verse numerosos buques auxiliares estadounidenses que acudan a las zonas de naufragio. Era momento de marcharse de all. Joaqun Bustamante volvi al puente y orden volver a casa. A media mquina, con una de las calderas averiada, el pequeo Furor regresaba a Santiago. La ltima batalla del siglo XIX y la primera del XX haba terminado.
ANEXO II
El pensamiento estratgico naval en la era del imperialismo , Alonso, B. Ediciones de la Escuela Naval Popular, Madrid, 1942, pp. 85-93.
El da 1 de agosto de 1898, tras las victorias navales de Santiago y Corregidor, la situacin estratgica resultante nos era francamente favorable. De momento. En Asia la posicin se encontraba consolidada: el desastre naval enemigo haba sido casi absoluto y apenas contaban con unidades para la defensa de las Hawai o la costa del Pacfico. Su fuerza expedicionaria a Filipinas haba llegado a tiempo de desembarcar y de asistir impotente a la destruccin de la flota del Comodoro Dewey; tras una penosa retirada, se encontraban atrincherados en la pennsula de Batn, donde esperaran una ayuda que nunca llegara. En el Caribe las cosas eran ms complejas. Tras su escapada de Santiago, la Flota de Instruccin logr abrirse paso hasta La Habana, dejando un reguero de destruccin entre las unidades enemigas. Las prdidas del Infanta Mara Teresa y del destructor Furor, siendo sensibles, suponan un problema menor. Al amparo de la bateras costeras, nuestros buques podan alejar la lnea de bloqueo y hasta neutralizarla. En aquellos das difciles, el capitn mercante Deschamps forz las lneas yankees con el Montserrat varias veces, transportando vveres y municiones; el hundimiento de dos cruceros auxiliares bloqueadores en una afortunada salida del Coln oblig a concentrar ante La Habana fuerzas enemigas que slo podan ser retradas del resto de la costa. Quiz lo mejor de todo fue el levantamiento del cerco de Santiago y la concentracin de tropas en Oriente que, procedentes de toda la isla, arrinconaron entre Daiquiri y Guantnamo a la fuerza expedicionaria yankee. Un reembarque puede ser mucho ms difcil de realizar que un desembarco; con miles de heridos y enfermos, bajo fuego, abandonando las impedimentas y en constante lucha hasta las playas, el asunto se le presentaba a Nelson Miles muy duro. A finales de julio, la situacin del Cuerpo Expedicionario era terrible, sumando las bajas por enfermedad el 40% del total de efectivos. Pero el desnivel anterior a la guerra era tan favorable a los norteamericanos que incluso con los reveses sufridos posean capacidad para recuperarse con facilidad y golpear de nuevo. Miles, generalsimo del Ejrcito de Tierra estadounidense haba sustituido en el mando al general Shafter, muerto por enfermedad en plena retirada; la invasin de Puerto Rico, prevista hasta en los mnimos detalles, fue suspendida y las tropas a ella destinadas quedaron como
reserva operativa en la base naval de Tampa, Florida. Alfred Mahan, asesor del presidente MacKinley, expuso el peligro que supona continuar dividiendo las fuerzas en escenarios muy alejados y defendi la necesidad de concentrarse ante las zonas vitales del enemigo, buscar la superioridad y golpear. Las unidades navales supervivientes del combate de Santiago recibieron orden de proteger la cabeza de playa de Guantnamo y mantener el bloqueo de la isla con la ayuda de las destinadas anteriormente a Puerto Rico. La muerte del almirante Scheley en el Brooklyn y el posterior suicidio de Sampson marcaban el estado de abatimiento moral de la Navy en ese periodo. Con las unidades restantes disponibles, se formaron tres grupos: la divisin A, con el objetivo de atacar la Pennsula, la divisin B, que actuara contra el trfico en el Atlntico y amenazara las islas Canarias, y la divisin C, finalmente, que marchara a Filipinas a travs del estrecho de Gibraltar y el canal de Suez. Dotar estas tres fuerzas implicaba renunciar a mantener un bloqueo completo de Cuba y a posponer un nuevo desembarco. Tras las prdidas sufridas ante Santiago o en Corregidor, una derrota en cualquiera de los nuevos frentes abiertos les obligara a adoptar una posicin defensiva; confiaban, no obstante, en nuestra manifiesta debilidad y por ello lanzaron esa ambiciosa operacin. Frente a este dispositivo disponamos de tres cruceros en La Habana, ms un destructor en Santiago; un puado de corsarios auxiliares desperdigados por el Atlntico en busca de mercantes enemigos; dos anticuadas fragatas blindadas en la Pennsula, amn de otros buques menores; y en Filipinas el escuadrn de Cmara, al que se sumaban las presas realizadas. Imposible, por tanto, hacer frente y triunfar al previsto contragolpe enemigo. El aislamiento internacional de Espaa durante los primeros meses de la guerra envalenton al enemigo. La complicidad britnica fue grande, incluso decisiva en algunos momentos. Era sabido que Londres no aprobara un ataque a las costas europeas, pero la situacin tctica de los norteamericanos les aconsejaba una maniobra de diversin que facilitara el paso por Gibraltar de la flota destinada a Filipinas. El 10 de agosto la divisin B bombarde Las Palmas de Gran Canaria. El 11, la divisin A, al frente del almirante Watson, se dej ver en las costas de Galicia, bombardeando al paso el puerto de Vigo, el ms cercano a Nueva York de toda Europa. La alarma ciudadana fue absoluta; el gobierno era incapaz de asegurar la defensa efectiva de las costas ante la inexistencia de fuerzas navales suficientes; la marcha a Filipinas de Cmara haba dejado indefensa la Pennsula. Ante la situacin, y previas consultas, la reina regente nombr presidente del Consejo de Ministros al capitn general don Valeriano Weyler Nicolau, quien recibi plenos poderes militares y civiles y form un gobierno de salvacin nacional. Entre sus primeras medidas estuvo la firma de un amplio tratado de colaboracin y apoyo con representantes de las Kbilas rifeas siempre temerosas de una ocupacin del Riff por los marroques o por los franceses y la recluta
entre sus hombres de 100.000 soldados mercenarios que iran sustituyendo a los espaoles destacados en ultramar. Al tiempo de estas medidas en frica, Weyler multiplic en Europa las consultas con los embajadores de la Triple Alianza (Italia, Alemania y el Imperio austro-hngaro). La mxima que resume la lnea Weyler en poltica exterior fue: "Habla con educacin, pero procura hacerte acompaar por alguien con un gran garrote, conseguirs que te atiendan ms fcilmente." El 12 de agosto, la flota norteamericana bombarde con dureza la base naval de El Ferrol. Aunque resultaron alcanzados varios buques enemigos, los destrozos causados en la ciudad por el tiro a larga distancia fueron considerables. El incendio resultante destruy la poblacin, si bien los daos en el arsenal fueron mnimos. El presidente Weyler inform a las cancilleras europeas de lo ocurrido y de su intencin de asegurar la defensa del estrecho de Gibraltar para impedir el paso de la flota norteamericana. Inglaterra amenaz con ocupar las costas espaolas en torno al Pen si continuaban los frenticos trabajos de fortificacin y artillado que se realizaban en Cdiz, Sierra Carbonera, Ceuta, Tarifa y Algeciras. El 16, el emperador Francisco Jos de Habsburgo declar que en una hora tan difcil Austria sabra estar al lado de Espaa con quien tan profundos lazos histricos mantena. El cruce de telegramas y notas diplomticas era incesante. La situacin derivaba con rapidez hacia la internacionalizacin del conflicto. Pero el ataque yankee a la Pennsula, ms la actitud britnica de impedir toda defensa efectiva y su amenaza de completar la ocupacin de las costas del Estrecho, alarmaron a toda Europa: era demasiado. La Triple Alianza realiz una declaracin expresando su intencin de cortar el paso a "toda flota hostil ajena al Mediterrneo" que intentara cruzar las Columnas de Hrcules y reclamando de forma urgente el final de la situacin blica en el Atlntico que tan graves daos provocaba al comercio internacional. En Madrid, el presidente Weyler, con el aplauso de la opinin pblica y el asombro y recelo de buena parte de las clases dirigentes, nacionaliz y ocup todas las posesiones norteamericanas y britnicas "que supongan una amenaza contra la independencia de la patria y el esfuerzo blico". El jbilo popular por la noticia fue inmenso. El vendaval creca por momentos. Los caones pudieron haber tronado por toda Europa en agosto de aquel ao, pero en realidad nadie quera una guerra generalizada. Inglaterra la que menos: la crisis estaba provocando un alineamiento continental contra ellos como nunca se haba conocido, pues hasta Francia mantena un enfrentamiento grave en Sudn con el expansionismo britnico. En la aldea de Fachoda la tensin se acumulaba. Siguiendo rdenes de Pars, una fuerza mixta de ascaris, zuavos y legionarios bajo el mando del coronel Marchand haba avanzado hasta la parte central de Sudn con la intencin de proseguir hasta el mar Rojo y enlazar las posesiones del frica Occidental francesa con las de Djibuti en la frontera etope; aunque este ltimo objetivo no se lograra, pareca
claro que la segunda intencin del despliegue era impedir que la Gran Bretaa convirtiera el centro del continente en un corredor propio sin interrupciones entre Port Said en Egipto y Ciudad del Cabo en Sudfrica. La maniobra no haba pasado desapercibida en el Foreign Office; Marchand y sus hombres se encontraron con un ejrcito britnico a las rdenes de lord Kitchener dispuestos a cortar de raz la incursin. El mundo entero se sobrecogi con las nuevas noticias: a la escalada entre la Triple Alianza, Espaa y Estados Unidos se una ahora la franco-britnica. EL IMPERIALISMO ESTABA A PUNTO DE PROVOCAR UNA GUERRA MUNDIAL GENERALIZADA. Pero en el Quai d'Orsay el ministro Delcass, una de las mentes ms lcidas de la Europa del momento, elabor una estrategia para hacer frente a la doble crisis que podra ahogar a la repblica francesa. Una Espaa acosada, atacada en su territorio continental, y atenazada por Inglaterra, poda arrojarse en manos de una renovada Triple Alianza. Con Madrid alineada a Roma, Berln y Viena, la posicin francesa quedaba en precario; si se sumaba a esto la disputa africana con Inglaterra, el resultado era igual a un aislamiento suicida. Retirarse en Sudn no sera un deshonor: lo importante era rescatar algn da Alsacia y Lorena del dominio prusiano; Espaa e Inglaterra podran, deberan ser aliados de Francia en esa fecha que sin duda, a su juicio, llegara ms pronto o ms tarde. Delcass propuso al Elseo una declaracin pblica exigiendo el cese inmediato de la situacin de guerra entre el reino de Espaa y la repblica de Estados Unidos de Norteamrica y anunciando la orden de retirada cursada a Marchand. Se acept de inmediato: era imprescindible impedir una escalada con Inglaterra y la deriva de Espaa hacia la Triple Alianza, cuyo pas ms poderoso todava ocupaba las sagradas Alsacia y Lorena. De esta forma, Pars se convertira en la sede neutral para la negociacin de un armisticio inmediato entre Espaa y Estados Unidos. Medio mundo suspir aliviado cuando Weyler acept de inmediato el ofrecimiento, garantiz el libre comercio y la libre circulacin de mercancas en el Caribe y en Asia y se ofreci a facilitar la evacuacin de los prisioneros y de las tropas enemigas en suelo espaol. Francia apareci ante todos como la campeona de la paz, amparando magnnima a Espaa y dando una salida digna al conflicto. Inglaterra oblig a Estados Unidos a suspender las operaciones y a entablar negociaciones, al tiempo que retomaba su papel de garante de la seguridad de los mares y avisaba que, en adelante, no tolerara que ninguna potencia entorpeciera el comercio y la libre navegacin. La "esplndida guerrita" diseada por Roosevelt, Hearst y Mahan estaba a punto de acabar con un fracaso monumental. Muy debilitado el partido belicista, toda la preocupacin de MacKinley fue la de salvar a los hombres atrapados en Cuba y en Filipinas, mientras la opinin pblica se debata entre los deseos de revancha y la exigencia de acabar la guerra. Los partidarios del aislacionismo crecan da a da.
El 12 de octubre de 1898 se firm el llamado Tratado de Pars que puso fin al conflicto. Todos los prisioneros y las tropas yankees destacadas en ultramar seran evacuadas de inmediato; asimismo, se pagaron a Espaa indemnizaciones de guerra y, como aparente concesin a Estados Unidos pues era la nica salida a los conflictos civiles preexistentes, Cuba y Filipinas recibiran una amplia autonoma. Durante la gran parada realizada con motivo de los primeros contingentes repatriados, las tropas, Montero Ros, jefe de la delegacin espaola en Pars, y el presidente Weyler fueron aclamados en Madrid en medio del delirio popular. La victoria frente a la repugnante agresin provoc una sensacin de euforia y optimismo desmedido que impeda ver con claridad las profundas deficiencias estructurales que frenaban el desarrollo de Espaa, pero al mismo tiempo ofreci a los regeneracionistas que apoyaban a Weyler un gran apoyo social. (...) Como consecuencia de la postura mantenida al final de la guerra, Gran Bretaa vio muy debilitada su posicin en Espaa. Ante la opinin pblica, "la prfida Albin" haba intentado acuchillarnos por la espalda en un momento comprometido. Por ello, la ocupacin de capitales y posesiones britnicas en Espaa consideradas como estratgicas (las minas de Ro Tinto, los yacimientos de mercurio en Almadn, wolframio y otros productos clave para la industria militar) fue muy bien acogida. La fractura entre las clases dirigentes era inevitable: en torno a la regente se reunieron los germanfilos, intentando excitar un desmedido nacionalismo espaol de corte imperialista; la oligarqua afectada por el capital britnico se situ en contra del rgimen de Weyler, acusndole de "revolucionario" y, apoyando a ste, una amplia alianza de liberales, regeneracionistas, autonomistas (catalanes, gallegos y vascos) y republicanos con Francia como aliado natural. El carlismo se vio prisionero de una profunda contradiccin, pues su posicin germanfila contrastaba con la popularidad de la regente. En torno al rey nio (don Alfonso XIII fue rey desde su nacimiento por motivos dinsticos, aunque estaba obligado a esperar a la mayora de edad para hacerse de facto con el trono) se form un ncleo probritnico duro que pretenda restaurar la situacin previa a la guerra. Buscaron apoyos en medios militares y se aprovecharon de la fascinacin por estos temas que alentaba el joven heredero. Con nuevos apoyos internos, Gran Bretaa recuper paso a paso su situacin; se lleg incluso a disponer la boda entre el heredero espaol y una nieta de la reina Victoria. Pero el clmax se alcanz en abril de 1903 con el intento de golpe de estado protagonizado por el capitn general don Fernando Primo de Rivera: su objetivo era deponer el gobierno progresista de Weyler, suspender la Constitucin del 74 y sustituir a la austraca reina regente por su hijo don Alfonso. (...) El rpido fracaso del pronunciamiento (considerado como el ltimo acto del siglo XIX) se debi al enorme prestigio de Weyler y a lo forzado de la posicin probritnica en el Ejrcito y la Armada. Deponer a la reina que tan gallardamente haba defendido a la nacin
era algo condenado al fracaso de antemano. Tras la condena a muerte del primer marqus de Estella y de su sobrino, el coronel don Miguel Primo de Rivera y Orbaneja, un hroe de la lucha en Filipinas, el general Weyler dimiti convocando elecciones a Cortes Constituyentes. Antes de su inevitable fusilamiento por sedicin, don Fernando Primo de Rivera declar su deseo de que aquella muerte suya "fuese la ltima derramada entre espaoles". Valeriano Weyler, desde su retiro mallorqun, defendi siempre la no concesin del indulto: Si no hubieran pagado con sus vidas su intento de abortar los libres destinos de la nacin, habramos tenido otros intentos de golpe de estado y quizs inevitablemente una guerra civil." Al quedar comprometido con los golpistas, don Alfonso arruin las posibilidades de supervivencia de la dinasta Borbn en Espaa. Weyler declar a quienes le pidieron que evitara la cada de la monarqua: "El error de ese muchacho lo pagar su familia, pero no la patria. Las dinastas pasan, la nacin permanece." El 30 de abril de 1905, tras un rotundo triunfo electoral de la coalicin liberal-republicana apoyada por los socialistas, se proclam la Segunda Repblica Espaola.
La sirena de cabo Estay muga. Era compaa habitual los das en los que la niebla emboscaba el canal de entrada de la ra; los toques aquellos no eran muy contemporneos que digamos, pero ya saben ustedes cmo son los del gremio de mareantes, nada como una buena sirena en caso de niebla espesa. Normalmente afectaba poco a los residentes; aquel da Luis Seoane se haba acostado intranquilo, no pregunten la causa; tan era as que acab por despertarse prontsimo. Por ms que intent conciliar el sueo en aquella madrugada que se le antojaba hmeda y fra, no lo consigui y la insistencia rompedora del avisabarcos aquel no le ayudaba demasiado; opt por echarle valor, levantarse y ver qu haba por la cocina. Si se ha pasado por lo mismo en una casa junto a la costa atlntica, son varias las acciones alternativas a seguir remoloneando en la cama. A saber: se puede encender la chimenea de la cocina; prepararse una humeante taza de caf con leche; untar mantequilla y mermelada de mirambel en una barrita caliente de pan aunque fuera del que haya quedado de ayer, viendo cmo crepita la lea en el hogar. Hum... Desvelado como estaba, le pareci sa la secuencia ms adecuada deseable y se afan en ella gustoso. Mientras la cafetera cumpla con su parte, se volvi hacia el hogar para encender el fuego; apenas se inclin sobre la chimenea, se encendi a su espalda el avisador del comunicador mural del saln. Si alguien le llamaba a las seis treinta cero cero de un domingo pretendiendo ver su rostro gentil, slo poda ser porque algo grave haba pasado en alguna parte o que algn amigo insomne deseaba charlar, como ninguno de sus cercanos posea tal condicin, que supiera, sentse en una de las butacas, se atus lo que pudo y activ la pantalla. Hola, Luis. Luis... Eres t? Qu tal? El rostro sonriente de Cecile Durand, su compaera del Jean Jaurs, miraba desde la pared. Intentaba verle, pero el saln estaba poco iluminado. Pero bueno, Cecile! Dnde demonios ests? Y qu ocurre para que me llames a estas horas? La pregunta era casi retrica, por la pantalla se vea que se encontraba en su auto con el servo puesto. Pareca algo cansada, como si llevara horas despierta pero, sobre todo, deseosa de contarle algo. Mira, estoy en camino. Ya te contar..., te aviso: preprate. En una hora estar contigo. Tengo que recogeros a ti y a Gorostiza. A
Luken le pillaremos al regreso, en su casa de Compostela. Tenemos una reunin a las 14:30 de todo el Consejo del Politcnico en Le Mirail le ataj ella. Pero...? Escucha! No te voy a contar nada ahora. Creme, es lo bastante importante como para haberse dispuesto una reunin de emergencia. Efectivamente. Algo muy gordo haba pasado en alguna parte como para que el Consejo se reuniera de aquella forma precipitada y se enviaran voladores a recoger a sus miembros por toda Europa de aquella forma. El uso libre de tales artefactos era considerado innecesario y muy criticado; si Cecile volaba ahora desde Toulouse fuera de las vas prefijadas, dispuesta a darse un saltito hasta aquella casa de la costa en Galicia, slo poda ser por causa de una alerta grave, pero... Cecile, ya no somos miembros activos del Consejo, lo sabes de sobra. A qu viene todo esto? Imagino que debe ser importante... Se dio cuenta de inmediato que tambin reclamaban a Gorostiza. Espera, Luken est en la misma situacin... No sigas. En una hora ms o menos estar ah y te contar lo que s. Pon la baliza, arrglate y cuenta con que tus vacaciones se suspenden por el momento. Sonri. Cecile luca maravillosa cuando sonrea, y adems lo saba. Te dejo, que tengo que despertar ahora a nuestro colega fsico. Besos. Hizo un gesto con la mano, se inclin sobre el tablero y la imagen se extingui en el mural del comunicador. Luis se qued all mudo como un tonto. Pero bueno, qu est pasando aqu?, pens. Se pregunt a s mismo si era telpata o algo por el estilo. No, no tena por qu ser eso. Si muchas veces estamos preocupados por algo indefinido y luego tiene lugar una desgracia o suceso determinado, no tiene por qu tener nada que ver con la precognicin sino ms bien con la estadstica. Si se est preocupado todos los das, porque los aos pasan y uno ya no es el que era, es previsible una coincidencia. O no?, se interrogaba. Lo cierto es que aquella noche se haba acostado pensando en algo en lo que Gorostiza tambin estuvo metido. Su amigo fue coordinador del Equipo de Fsica Aplicada del Proyecto Eridani; juntos trabajaron para el Politcnico Jean Jaurs durante la larga fase de preparacin y diseo de aquel plan. El desgraciado fin del proyecto an le obsesionaba. Tres aos sin noticias del Giordano Bruno y sus cinco mil colonos; dos naves correo desaparecidas sin dejar rastro y una infinidad de sondas perdidas sin remedio en el gris hiperespacial. Si no fuera tambin por el espantoso drama humano que suponan tantos desaparecidos y el dolor de sus familias, aquello haba sido el peor fracaso profesional de quienes componan la punta de lanza del programa interestelar de la Unin Europea. El campo de Luis Seoane era la ingeniera social. De eso se ocupaba desde haca aos en la universidad. Cuando el Consejo de la Unin Europea autoriz el esfuerzo conjunto para la colonizacin
piloto de psilon Eridani III, los diseos del Instituto de Sociologa Aplicada Rosa Luxemburgo que l coordinaba fueron los ms votados. El doctor Luken Gorostiza por su parte provena del Instituto de Fsica de Campo Kurt Landau; su equipo tambin fue reclutado por el Politcnico, donde se fraguara el proyecto completo. Para Luis fueron unos aos de trabajo duro, pero los ms gratificantes de su vida profesional. Y Cecile haba estado a su lado. En el Politcnico Jean Jaurs se citaban disciplinas muy diversas: desde Fsica Nuclear a Urbanismo, desde Ingeniera Aeroespacial a Psicologa Social. Eran mbitos de trabajo complementarios: sin la labor del equipo de Gorostiza, los colonos nunca daran el salto a las estrellas; con la del Rosa Luxemburgo se ayud a los ingenieros a disear el espacio interior del Giordano Bruno y a proponer un modelo de colonia viable, capaz de sobrevivir por sus medios a siete con cinco aos luz de La Tierra. Algo tuvo que salir mal, no obstante. Fuera un error en las ecuaciones de Campo Unificado, un salto desafortunado o similar, lo cierto es que no se tuvieron noticias de la expedicin tras su salida del sistema solar. Los intentos posteriores de retomar contacto resultaron infructuosos. Gorostiza siempre coment que el problema no poda tener que ver con el buque, fuera la parte tcnica o humana. Eso no explicara los fallos repetidos de todas las naves enviadas despus. Tena razn, se deca Luis. El caf herva ya en la maldita cafetera y si haba algo que odiara era el caf quemado. Maldita sea! Derechito a la ducha. Una hora se pasa en nada y si vena Cecile no querra esperar. Sera cosa de saltar al maldito cacharro y salir pitando por encima de la niebla hacia Compostela y luego a Toulouse. S Tena que ser algo relacionado con la prdida del Giordano Bruno. Era lo nico que poda justificar que llamaran tambin a Luken, se dijo Luis. *** El volador descendi en vertical desde su cota de larga distancia cuando la baliza del barrio de Mide-Sains le autoriz el paso. Suavemente, sin ruido alguno, baj y baj hasta situarse a unos centmetros del gramn de la entrada de la casa. Puntual, Cecile abri la portezuela, una hora exacta despus de su llamada. Luis, sin mirar atrs, sali al jardn; la alborada haba disipado parte de la niebla, pero el fresco y la humedad llenaron su pecho. Subi al aparato y se elevaron de inmediato. El monte de Canido emerga de los jirones de niebla y nunca el bosque que lo cubra le pareci ms denso y oscuro; con un giro gil, Cecile encamin el volador hacia el nordeste, en direccin a Compostela; apenas pudo soltar un vistazo a las islas Cies que cerraban el horizonte por el oeste, cuando entraron en vuelo automtico y se perdieron en el cielo. Quin sabe cuando volveran a ver el mar de nuevo? En unos minutos, en un apenas nada, o as les pareci, llegaron a la altura de su primer destino. Luken viva en una zona de chalets en
la carretera entre Compostela y Noia. Los vuelos individuales, ya se ha comentado antes, siempre fueron muy restringidos, pero la clave automtica de Emergencia que emita el aparato del Jean Jaurs les libraba de cualquier impedimento. La baliza de la zona dio luz verde y bajaron de nuevo, esta vez sobre la entrada de una bonita casa de granito rosa con tejado de pizarra. Se vio a Luken despidindose de Edurne su esposa y echando a correr hacia la mquina voladora. Como llegaron, partieron. Cecile dispuso el servo en la ruta correcta y con un suspiro se volvi hacia sus pasajeros. Ya estamos en marcha, amigos. En una hora y media estaremos en Le Mirail dijo desde su butaca vuelta hacia ellos. Saba que ardan en deseos de preguntarle y agradeca su silencio. Luken mir a su antiguo colega y amigo y supo que se estaba haciendo las mismas suposiciones que l. Nunca pens que nos furamos a ver de nuevo as, a miles de metros sobre el Cantbrico camino de Le Mirail coment. Ni yo, lo confieso. Cecile, significa lo que yo creo que significa que el Consejo nos reclame con esta urgencia a Luken y a m? pregunt Luis. Os promet a los dos que ya hablaramos, pero veo que habis sacado conclusiones por vuestra cuenta como era previsible. S, hay novedades en relacin al Giordano Bruno, pero no conozco los detalles. En cuanto lleguemos deberemos ir al paraninfo del Rosa Luxemburgo; all estarn todos los antiguos coordinadores de los equipos del Proyecto Eridani; supongo que el comisario Van Haar querr contarnos algo importante nos solt. En otras palabras, Cecile no saba mucho ms que nosotros, apenas que algo nuevo se haba sabido y que el antiguo Consejo deba volverse a reunir con urgencia. Paciencia. *** Le Mirail, el Centro Universitario de Investigacin Espacial que la Unin Europea tena en Toulouse, dispona de un barrio conocido como la Ciudad del Espacio (cariosamente La Villette); albergaba los edificios de las facultades, los centros de investigacin, las exposiciones permanentes de material, los alojamientos y las zonas de reunin. Le Mirail englobaba todo el esfuerzo del Politcnico Jean Jaurs y los mltiples departamentos e institutos que de l dependan; el Rosa Luxemburgo de Luis y Cecile o el Instituto de Fsica de Campo Kurt Landau de Luken eran slo una parte. El cielo estaba limpio sobre Toulouse; al sur, la llanura se extenda hacia el Pirineo, donde los neveros brillaban camino del medioda. Como compitiendo con las lejanas cumbres, los domos gigantes que sealaban a lo lejos la zona de seguridad del Cosmdromo de Muret, se alzaban imponentes. Se acercaron a La Villette. Aterrizaron en la terraza del edificio del Rosa Luxemburgo, entre varios otros voladores que seguramente haban trasladado hasta all a responsables de otros programas. Las
riberas del Garona quedaban al pie del edificio; haba multitud de nios y nias de una colonia cercana montando en piraguas y pequeos veleros; muchos llevaban las camisetas rojas de los trabajadores de las brigadas de choque que se haban puesto de moda el ao anterior. Fue lo ltimo que vio antes de entrar en el edificio. Art Van Haar, el comisario holands, destacaba entre la multitud de personas que atestaba los pasillos. Su pelo blanco y su vozarrn eran inequvocos. Su presencia all significaba que habra, efectivamente, un pleno del antiguo equipo del Proyecto Eridani. El paraninfo del Rosa Luxemburgo tena mltiples usos: sala de reuniones y aula magna; amparaba a los estudiantes, a los docentes y a los investigadores en sus asambleas; en caso de necesidad era la va de comunicacin del instituto con el exterior: fuera hacia el control de misiones, el Consejo de la Unin o lo que se necesitase. Los comunicadores murales cubran los frontales de la sala y su cpula, asegurando la mutua conexin visual con cualquier lugar. Entraron por las gradas superiores justo en hora; ms caras conocidas estaban ya all; fsicos, ingenieros, astrnomos, exobilogos..., muchos de ellos se reencontraban tambin por primera vez en bastante tiempo. La gente se fue distribuyendo por las sencillas butacas. Luken se fue a sentar con varios de sus colegas; Cecile y Luis juntos. Los murmullos resonaban, pero la sala enmudeci cuando Van Haar se encaram al atril de presidencia. Hola a todos y a todas... El comisario hablaba en francs con ese toque oc del que tanto se enorgulleca. S positivamente que ya conocis la causa de esta convocatoria de emergencia hubo risas; pero no as lo ocurrido en detalle. Todo empez hace ocho das murmullos de nuevo, cuando el personal de servicio en el observatorio del Roque de los Muchachos en las islas Canarias inform de una cada de todos los sistemas de observacin en la unidad astrofsica. Minutos despus, un artefacto se materializ, creo que es la palabra que utiliz la doctora Petersen para describirlo, a escasa distancia de los focos de emisin del radiotelescopio principal. Estupor fue lo que estall entre las gradas. Van Haar dio paso desde el atril al comunicador mural y ste se activ mostrando el rostro grave de Lotte Petersen, una danesa simptica y estudiosa. Escrut al auditorio desde su propio visor y en su buen castellano dijo: El comisario Van Haar ha empleado la palabra correcta. Un vehculo desconocido se materializ se dio cuenta de que se hablaba en francs y sobre la marcha pas a ese idioma, se materializ ante nuestras propias narices. La seccin de autodefensa se moviliz y montamos un dispositivo de actuacin inmediata con el personal cientfico presente en ese momento. Bien, no les tengo que narrar paso a paso lo ocurrido, baste decirles que tenemos ahora con nosotros a Karine Meyer, primera oficial del Giordano Bruno; nadie mejor que ella para completar la increble informacin que debis conocer...
Entonces s que la gente estall. La incredulidad sustituy al estupor, aquello no tena sentido. Pero no haba partido la nave y se haba perdido en un lugar remoto en las estrellas? Era imposible, pero Karine, la famosa y querida Karine Meyer, hroe de la Unin, estaba all, en la pantalla, tan atltica y vital como siempre. Nos mir a todos desde la cpula del paraninfo; se vean sus ojos enrojecidos, luchaba con la emocin. Todos callaron, se daban cuenta del combate interior de la persona que apareca ante ellos. Durante aos se la haba tenido por muerta. Ahora surga de la nada, por lo que Lotte Petersen haba asegurado, y la voz pareca fallarle. Pero si estaba all, habra momento y ocasin de preguntar, de enterarse de lo ocurrido. Ahora que tenan ante s a una superviviente del desastre del Giordano Bruno, el enigma de su desaparicin se tornaba an mayor. Camaradas, amigos y amigas. Hace una semana, llegu a la Tierra por un medio poco usual. Pero primero tengo que deciros que el Giordano Bruno logr establecer la colonia en el tercer planeta de psilon Eridani aunque se perdi la comunicacin por sondas con la base. A mi partida todo el mundo estaba perfectamente, sin que hubiramos sufrido bajas de ningn tipo. Durante tres aos todo fue perfectamente... En la sala se poda sentir la respiracin de los presentes y los sollozos ahogados de uno de los cientficos, padre de una de las astronautas desaparecidas. Como sabis haba instrucciones de no entrometerse en la sociedad de los nativos del planeta, y en ese tiempo los contactos fueron mnimos. Cul no sera nuestra sorpresa cuando arrib a la colonia un pequeo grupo de guas acompaando a un terrestre desconocido. La cmara abri su foco y se observ que al lado de Karine se encontraba un hombre joven, de unos treinta aos, de pelo y ojos castaos. El corte de su mandbula y su nariz tena un cierto aire vasco-navarro. Estaba quemado por el sol todava ms que su compaera. Camaradas, una extraordinaria casualidad ha querido que entrsemos en contacto con un ser humano terrestre procedente de un universo paralelo al nuestro. Voces y protestas comenzaron a alzarse entre el pblico. Qu broma es sta, pero qu est diciendo... , se oa. Van Haar tuvo que exigir silencio. Dio a entender que cuanto se afirmaba desde la pantalla haba sido comprobado. Por favor. Todos sabemos que la accin del Campo SnchezMatteoti sobre el continuum espacio-temporal que permite el salto hiperespacial posee propiedades y efectos que nos son desconocidos en gran medida... Aquello era completamente cierto, Gorostiza no se perda ni una palabra. La presencia entre nosotros de esta persona, un nufrago de su propio universo, es la prueba absoluta de las posibilidades de desplazamiento horizontal interuniversos que el campo permite en
situaciones excepcionales. Estos hechos fueron comprobados exhaustivamente y no hay lugar a dudas de lo que ahora os expongo. La cmara pas a mostrar el artefacto en el que haban llegado a Canarias ofreciendo una panormica envolvente. Se trataba de una nave espacial pequea, semejante a una lanzadera planetaria. Era de un blanco mate y presentaba daos estructurales. La cmara se centr en un punto cercano a lo que deba ser la proa. En letras grandes y doradas poda leerse: U.S.S.F-Jefferson Davis 1; al lado una bandera norteamericana, con sus barras y estrellas. El estupor ms absoluto recorri la sala; nadie haba podido reaccionar todava cuando el hombre que acompaaba a Karine Meyer tom la palabra... Buenos das a todos. Era Enrique Alberdi, oficial cientfico de las Fuerzas Espaciales de Estados Unidos de Norteamrica.
EPLOGO
Estas semanas han sido muy intensas. Habr tenido decenas o centenares de horas de reuniones e interrogatorios. He asistido a entrevistas con cientficos de todas las ramas imaginables y me han tenido presente cuando desmontaron hasta la ltima pieza de la lanzadera del Jefferson. Por algn motivo que desconozco, esta gente no parece tener un gobierno centralizado. Todo parece surgir del acuerdo entre lo que ellos llaman los Consejos. Lo nico que parece unirles es la bandera negra con estrellas rojas que representa a la Unin. Pero despus de haber convivido con los miembros de la Colonia establecida por el Giordano Bruno en EE III nada de esto me coge por sorpresa. Luis Seoane y su compaera Cecile Durand dira que son algo ms que compaeros pero parece que le dan un uso muy flexible a este trmino me han invitado a su casa de la costa de Galicia. Sigo estando a disposicin del Consejo. Mi guardiana es Karine Meyer, as que por m, perfecto. Ni los colonos, ni, por supuesto, los habitantes de esta Europa consejista tan improbable, saben nada de la tercera posibilidad del Campo: los viajes temporales a voluntad. El coordinador de la Central de Control de Flujo Temporal me asegur en Manila, supongo que hace muchos aos, que me devolveran al universo al que result desplazado en un accidente. Si quiero regresar a mi mundo tendr que hacerlo por los medios propios de ste en el que me encuentro. Pero ahora estoy aqu, convertido en una singularidad viviente. Sospecho que mi presencia constituir el estmulo que precisan los fsicos consejistas para poner las bases del salto temporal y los desplazamientos horizontales por el continuum, como diran los agentes con los que trat. Nadie sospecha que, adems de un nufrago dimensional, tambin he sido un actor destacado de su propia historia. Porque el Punto Jumbar de este mundo respecto del mo est en la guerra del 98. Pero Enrique, hombre, qu haces ah dentro? Sal a la terraza con nosotros. Karine, que me vigila de cerca, viene a buscarme. Salgo. La balconada de la casita de campo mira al mar. En nuestro frente tres islas montaosas cubiertas de bosque cierran la ra de Vigo. Es muy hermoso. En mi poca Europa no es ms que una zona destruida por la lluvia cida y la contaminacin masiva. Casi como medio planeta. Mira, Enrique, estamos a la altura de Nueva York dice Karine. Luis, acodado en la baranda la corrije: seala el horizonte ms all de las islas, donde comienza el Atlntico Bueno, ms exactamente en el paralelo de Halifax. Pues el clima aqu es ms benigno respondo.
Comienzan a charlar sobre el efecto de la Corriente del Golfo y otras zarandajas. Pero estoy preocupado por otras cosas. La Central Temporal que ser fundada dentro de ochocientos aos en esta lnea no me ha olvidado. He quedado en situacin de disponible forzoso. Me pregunto qu diran mis nuevos amigos si supieran que en alguna parte algo o alguien est tratando de hacer desaparecer su mundo de forma radical. Me reclutaron para impedirlo y parece que lo logr. En cualquier momento me pueden reclamar de nuevo. Gorostiza ha estado revolviendo en la biblioteca de Luis Seoane. Le he notado muy raro conmigo estos das. Su mujer, Edurne, acept de inmediato la invitacin de Luis y le ha trado casi a rastras. La mente de un fsico de Campo es algo que se me escapa. Temo que sospeche algo. Alberdi, tu familia vive en Montana, en la Montana alternativa. No? Son pastores de ovejas clnicas por lo que nos contaste. Sin esperar a mi respuesta, contina: En nuestra lnea tambin existi, en tiempos, emigracin vasca a Estados Unidos. Hay muchas similitudes pese a las historias diferentes. El punto principal de inflexin entre ambas parece estar en la Primera Guerra Imperialista... Quieres decir la Hispano-norteamericana de 1898 le digo. Veo que tiene un libro en la mano. Est muy tenso. S, claro, camarada Alberdi. Pero dinos, hay algo en lo que he pensado mucho en estos das. La frase: La salvacin est en la caldera significa algo para ti? Me miran todos. El libro es una antigua edicin de algo que parecen ser unas memorias sobre la guerra Hispano-japonesa de 1912. El autor es un tal Camilo Molins. No tengo ni idea de quin pueda ser. Sospecho que estoy a punto de dar el primer paso de regreso a casa. Ustedes qu creen?