Dones Del Espiritu Santo
Dones Del Espiritu Santo
Dones Del Espiritu Santo
2.-El entendimiento
Fecha: 16 de abril de 1989 (publicada en LOsservatore Romano 23/04/89) 1. En esta reflexin dominical deseo hoy detenerme en el segundo don del Espritu Santo: el entendimiento. Sabemos bien que la fe es adhesin a Dios en el claroscuro del misterio; sin embargo es tambin bsqueda con el deseo de conocer ms y mejor la verdad revelada. Ahora bien, este impulso interior nos viene del Espritu, que juntamente con la fe concede precisamente este don especial de inteligencia y casi de intuicin de la verdad divina. La palabra inteligencia deriva del latn intus legere, que significa leer dentro, penetrar, comprender a fondo. Mediante este don el Espritu Santo, que que escruta las profundidades de Dios (1 Co 2, 10), comunica al creyente una chispa de esa capacidad penetrante que le abre el corazn a la gozosa percepcin del designio amoroso de Dios. Se renueva entonces la experiencia de los discpulos de Emas, los cuales, tras haber reconocido al
Resucitado en la fraccin del pan, se decan uno a otro: No arda nuestro corazn mientras hablaba en el camino, explicndonos las Escrituras? (Lc 24, 32). 2. Esta inteligencia sobrenatural se da no slo a cada uno, sino tambin a la comunidad: a los Pastores, que, como sucesores de los Apstoles, son herederos de la promesa especfica que Cristo les hizo (cf. Jn 14, 26; 16, 13), y a los fieles, que, gracias a la uncin del Espritu (cf. 1 Jn 2, 20 y 27) poseen un especial sentido de la fe (sensus fidei) que les gua en las opciones concretas. Efectivamente, la luz del Espritu, al mismo tiempo que agudiza la inteligencia de las cosas divinas, hace tambin ms lmpida y penetrante la mirada sobre las cosas humanas. Gracias a ella se ven mejor los numerosos signos de Dios que estn inscritos en la creacin. Se descubre as la dimensin no puramente terrena de los acontecimientos, de los que est tejida la historia humana. Y se puede lograr hasta descifrar profticamente el tiempo presente y el futuro: signos de los tiempos, signos de Dios! 3. Queridsimos fieles, dirijmonos al Espritu Santo con las palabras de la liturgia: Ven, Espritu divino, manda tu luz desde el cielo (Secuencia de Pentecosts). Invoqumoslo por intercesin de Mara Santsima, la Virgen de la Escucha, que a luz del Espritu supo escrutar sin cansarse el sentido profundo de los misterios realizados en Ella por el Todopoderoso (cf. Lc 2, 19 y 51). La contemplacin de las maravillas de Dios ser tambin en nosotros fuente de alegra inagotable: Proclama mi alma la grandeza del Seor, se alegra mi espritu en Dios mi Salvador (Lc 1, 46 ss.).
3.-La ciencia
Fecha: 23 de abril de 1989 (publicada en LOsservatore Romano 30/04/89) 1. La reflexin sobre los dones del Espritu Santo, que hemos comenzado en los domingos anteriores, nos lleva hoy a hablar de otro don: el de ciencia, gracias al cual se nos da a conocer el verdadero valor de las criaturas en su relacin con el Creador. Sabemos que el hombre contemporneo, precisamente en virtud del desarrollo de las ciencias, est expuesto particularmente a la tentacin de dar una interpretacin naturalista del mundo; ante la multiforme riqueza de las cosas, de su complejidad, variedad y belleza, corre el riesgo de absolutizarlas y casi de divinizarlas hasta hacer de ellas el fin supremo de su misma vida. Esto ocurre sobre todo cuando se trata de las riquezas, del placer, del poder, que, precisamente, se pueden derivar de las cosas materiales. Estos son los dolos principales, ante los que el mundo se postra demasiado a menudo. 2. Para resistir esa tentacin sutil y para remediar las consecuencias nefastas a las que puede llevar, he aqu que el Espritu Santo socorre al hombre con el don de la ciencia. Es sta la que le ayuda a valorar rectamente las cosas en su dependencia esencial del Creador. Gracias a ella -como escribe Santo Toms- el hombre no estima las criaturas ms de lo que valen y no pone en ellas, sino en Dios, el fin de su propia vida (cf. S. Th., II-II, q. 9, a. 4). As logra descubrir el sentido teolgico de lo creado, viendo las cosas como manifestaciones verdaderas y reales, aunque limitadas, de la verdad, de la belleza, del amor infinito que es Dios, y como consecuencia, se siente impulsado a traducir este descubrimiento en alabanza, cantos, oracin, accin de gracias. Esto es lo que tantas veces y de mltiples modos nos sugiere el Libro de los Salmos. Quin no se acuerda de alguna de dichas manifestaciones? El cielo proclama la gloria de Dios y el firmamento pregona la obra de sus manos (Sal 18/19, 2; cf. Sal 8, 2); Alabad al Seor en el cielo, alabadlo en su fuerte firmamento... Alabadlo sol y luna, alabadlo estrellas radiantes (Sal 148, 1.3). 3. El hombre, iluminado por el don de la ciencia, descubre al mismo tiempo la infinita distancia que separa a las cosas del Creador, su intrnseca limitacin, la insidia que pueden constituir cuando, al pecar, hace de ellas mal uso. Es un descubrimiento que le lleva a advertir
con pena su miseria y le empuja a volverse con mayor mpetu y confianza a Aqul que es el nico que puede apagar plenamente la necesidad de infinito que le acosa. Esta ha sido la experiencia de los Santos; tambin lo fue -podemos decir- para los cinco Beatos que hoy he tenido la alegra de elevar al honor de los altares. Pero de forma absolutamente singular esta experiencia fue vivida por la Virgen que, con el ejemplo de su itinerario personal de fe, nos ensea a caminar para que en medio de las vicisitudes del mundo, nuestros corazones estn firmes en la verdadera alegra (Oracin del domingo XXI per annum).
4.-El consejo
Fecha: 7 de mayo de 1989 (publicada en LOsservatore Romano 14/05/89) 1. (...) [da agradeciminetos por un viaje pastoral] 2. Continuando la reflexin sobre los dones del Espritu Santo, hoy tomamos en consideracin el don de consejo. Se da al cristiano para iluminar la conciencia en las opciones morales que la vida diaria le impone. Una necesidad que se siente mucho en nuestro tiempo, turbado por no pocos motivos de crisis y por una incertidumbre difundida acerca de los verdaderos valores, es la que se denomina reconstruccin de las conciencias. Es decir, se advierte la necesidad de neutralizar algunos factores destructivos que fcilmente se insinan en el espritu humano, cuando est agitado por las pasiones, y la de introducir en ellas elementos sanos y positivos. En este empeo de recuperacin moral la Iglesia debe estar y est en primera lnea: de aqu la invocacin que brota del corazn de sus miembros -de todos nosotros- para obtener, ante todo, la ayuda de una luz de lo Alto. El Espritu de Dios sale al encuentro de esta splica mediante el don de consejo, con el cual enriquece y perfecciona la virtud de la prudencia y gua al alma desde dentro, iluminndola sobre lo que debe hacer, especialmente cuando se trata de opciones importantes (por ejemplo, de dar respuesta a la vocacin), o de un camino que recorrer entre dificultades y obstculos. Y en realidad la experiencia confirma que los pensamientos de los mortales son tmidos e inseguras nuestras ideas, como dice el Libro de la Sabidura (9, 14). 3. El don de consejo acta como un soplo nuevo en la conciencia, sugirindole lo que es lcito, lo que corresponde, lo que conviene ms al alma (cf. San Buenaventura: Collationes de septem donis Spiritus Sancti; VII, 5). La conciencia se convierte entonces en el ojo sano del que habla el Evangelio (Mt 6, 22), y adquiere una especie de nueva pupila, gracias a la cual le es posible ver mejor qu hay que hacer en una determinada circunstancia, aunque sea la ms intrincada y difcil. El cristiano, ayudado por este don, penetra en el verdadero sentido de los valores evanglicos, en especial de los que manifiesta el sermn de la montaa (cf. Mt 5-7). Por tanto, pidamos el don de consejo. Pidmoslo para nosotros y, de modo particular, para los Pastores de la Iglesia, llamados tan a menudo, en virtud de su deber, a tomar decisiones arduas y penosas. Pidmoslo por intercesin de Aquella a quien saludamos en las letanas como Mater Boni Consilii, Madre del Buen Consejo.
5.-La fortaleza
Fecha: 14 de mayo de 1989 (publicada en LOsservatore Romano 21/05/89) 1. Veni, Sancte Spiritus! Esta es, muy queridos hermanos y hermanas, la invocacin que hoy, solemnidad de Pentecosts, se eleva insistente y confiada desde toda la Iglesia: Ven, Espritu Santo y reparte tus siete dones segn la fe de tus siervos (Secuencia de Pentecosts). Entre estos dones del Espritu hay uno sobre el que deseo detenerme esta maana: el don de la fortaleza. En nuestro tiempo muchos exaltan la fuerza fsica, llegando incluso a aprobar las
manifestaciones extremas de la violencia. En realidad, el hombre cada da experimenta la propia debilidad, especialmente en el campo espiritual y moral, cediendo a los impulsos de las pasiones internas y a las presiones que sobre l ejerce el ambiente circundante. 2. Precisamente para resistir a estas mltiples instigaciones es necesaria la virtud de la fortaleza, que es una de las cuatro virtudes cardinales sobre las que se apoya todo el edificio de la vida moral: la fortaleza es la virtud de quien no se aviene a componendas en el cumplimiento del propio deber. Esta virtud encuentra poco espacio en una sociedad en la que est difundida la prctica tanto del ceder y del acomodarse como la del atropello y de la dureza en las relaciones econmicas, sociales y polticas. La timidez y la agresividad son dos formas de falta de fortaleza que, a menudo, se encuentran en el comportamiento humano, con la consiguiente repeticin del entristecedor espectculo de quien es dbil y vil con los poderosos, petulante y prepotente con los indefensos. 3. Quiz nunca como hoy la virtud moral de la fortaleza tiene necesidad de ser sostenida por el homnimo don del Espritu Santo. El don de la fortaleza es un impulso sobrenatural que da vigor al alma, no slo en momentos dramticos como el del martirio, sino tambin en las habituales condiciones de dificultad: en la lucha por permanecer coherentes con los propios principios; en el soportar ofensas y ataques injustos; en la perseverancia valiente, incluso entre incomprensiones y hostilidades, en el camino de la verdad y de la honradez. Cuando experimentamos, como Jess en Getseman la debilidad de la carne (cf. Mt 26, 41; Mc 14; 28), es decir, de la naturaleza humana sometida a las enfermedades fsicas y psquicas, tenemos que invocar del Espritu Santo el don de la fortaleza para permanecer firmes y decididos en el camino del bien. Entonces podremos repetir con San Pablo: Me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy dbil, entonces es cuando soy fuerte (2 Co 12, 10). 4. Son muchos los seguidores de Cristo -Pastores y fieles, sacerdotes, religiosos y laicos, comprometidos en todo campo del apostolado y de la vida social- que, en todos los tiempos y tambin en nuestro tiempo, han conocido y conocen el martirio del cuerpo y del alma, en ntima unin con la Mater Dolorosa junto a la cruz. Ellos lo han superado todo gracias a este don del Espritu! Pidmos a Mara, a la que ahora saludamos como Regina caeli, nos obtenga el don de la fortaleza en todas las vicisitudes de la vida y en la hora de la muerte.
6.-La piedad
Fecha: 27 de mayo de 1989 (publicada en LOsservatore Romano 04/06/89) 1. La reflexin sobre los dones del Espritu Santo nos lleva, hoy, a hablar de otro insigne don: la piedad. Mediante ste, el Espritu Santo sana nuestro corazn de todo tipo de dureza y lo abre a la ternura para con Dios y para con los hermanos. La ternura, como actitud sinceramente filial para con Dios, se expresa en la oracin. La experiencia de la propia pobreza existencial, del vaco que las cosas terrenas dejan en el alma, suscita en el hombre la necesidad de recurrir a Dios para obtener gracia, ayuda, perdn. El don de la piedad orienta y alimenta dicha exigencia, enriquecindola con sentimientos de profunda confianza para con Dios, experimentado como Padre providente y bueno. En este sentido escriba San Pablo: Envi Dios a su Hijo... para que recibiramos la filiacin adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espritu de su Hijo que clama: Abb, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo... (Ga 4, 4-7; cf. Rm 8, 15). 2. La ternura, como apertura autnticamente fraterna hacia el prjimo, se manifiesta en la mansedumbre. Con el don de la piedad el Espritu infunde en el creyente una nueva capacidad de amor hacia los hermanos, haciendo su corazn de alguna manera partcipe de la misma
mansedumbre del Corazn de Cristo. El cristiano piadoso siempre sabe ver en los dems a hijos del mismo Padre, llamados a formar parte de la familia de Dios, que es la Iglesia. Por esto l se siente impulsado a tratarlos con la solicitud y la amabilidad propias de una genuina relacin fraterna. El don de la piedad, adems, extingue en el corazn aquellos focos de tensin y de divisin como son la amargura, la clera, la impaciencia, y lo alimenta con sentimientos de comprensin, de tolerancia, de perdn. Dicho don est, por tanto, a la raz de aquella nueva comunidad humana, que se fundamenta en la civilizacin del amor. 3. Invoquemos del Espritu Santo una renovada efusin de este don, confiando nuestra splica a la intercesin de Mara, modelo sublime de ferviente oracin y de dulzura materna. Ella, a quien la Iglesia en las Letanas lauretanas saluda como Vas insignae devotionis, nos ensee a adorar a Dios en espritu y en verdad (Jn 4, 23) y a abrirnos, con corazn manso y acogedor, a cuantos son sus hijos y, por tanto, nuestros hermanos. Se lo pedimos con las palabras de la Salve Regina: ... O clemens, o pia, o dulcis Virgo Maria!
consumando la santificacin en el temor de Dios (2 Co 7, 1). Es una advertencia para todos nosotros que, a veces, con tanta facilidad transgredimos la ley de Dios, ignorando o desafiando sus castigos. Invoquemos al Espritu Santo a fin de que infunda largamente el don del santo temor de Dios en los hombres de nuestro tiempo. Invoqumoslo por intercesin de Aquella que, al anuncio del mensaje celeste se conturb (Lc 1, 29) y, aun trepidante por la inaudita responsabilidad que se le confiaba, supo pronunciar el fiat de la fe, de la obediencia y del amor.