Carmen Laforet
Carmen Laforet
Carmen Laforet
un cielo gris. A las diez de la maana, en casa del doctor Lpez-Gay se vea brillar la luz elctrica de los cristales de algunas ventanas. La casa del doctor era un chalet muy bonito, con un gran jardn, donde solan jugar dos o tres nios rubios. Aquellos das de Navidad la casa se llenaba de huspedes. Venan de un pueblo cercano el padre y las hermanas del doctor, y desde Madrid la madre y el hermano de la seora del doctor. Un hermano muy jovial que haca chistes con las solteronas Lpez-Gay, y una madre demasiado joven y elegante para ser ya la abuela de aquellos nios juguetones, y que causaba cierta sensacin en la ciudad. Este ao no haba venido el joven chistoso, y las seoritas Lpez-Gay lo echaron mucho de menos durante la cena celebrada despus de la misa del gallo y que haba sido esplndida, como
siempre. Haba venido sola Isabel; la madre, esbelta y elegante, que an lo pareca ms en contraste con su hija Margarita, prxima a traer al mundo un nuevo retoo... Y que -todo hay que decirlo- era un poco despectiva con sus parientes polticos. A las diez y media, el chfer del doctor lleg con el automvil frente a la verja. Era uno de los pocos chferes uniformados que existan en la ciudad, y contribua en mucho al prestigio de hombre adinerado de que gozaba LpezGay. El chfer atraves el jardn, hmedo y triste aquel da, y rode la casa para entrar por la cocina. Le dio un vaho clido en la cara cuando empuj la puerta de la cocina desde el pequeo vestbulo, y se encontr el espectculo que esperaba: una cocinera atareada ya, con la cara encendida por el calor de la lumbre, y una ayudanta, llegada para la ocasin, completamente aturdida por las rdenes de la otra. Ya ests aqu?. . . Mariquilla, di que avisen a la seora de Madrid que ya est el chfer para ir al hospital. A la seora de Madrid? No va doa Margarita a repartir los aguinaldos?
No, hijo. Con eso del estado interesante, dice que no puede soportar ir a esa sala del doctor.., lo estuvieron discutiendo ayer mismo, y doa Isabel se ofreci... Yo creo que a don Julio no le hizo gracia, porque ya se sabe lo mucho que se critic en esta casa el ao pasado a la mujer del doctor Pinto, que mand una criada con los dulces a la sala de su marido... Pero, mira, ha tenido que tragrselo el pobre don Julio, como se traga tantas cosas... La seora de Madrid ha dicho que era un crimen obligar a su hija a ver esos espectculos estando como est, y adems ha dicho que eso de las costumbres provincianas de hacer todos lo mismo siempre, y en el mismo da, era una verdadera bobada, que los dulces se podan mandar con un criado a la sala de las tontas, porque a las tontas lo mismo les daba, y, en cambio, su hija Margarita se senta enferma slo de pensar en verlas a ellas... Y despus de decir todo esto, como don Julio se puso colorado como un tomate y dijo que estaba en juego su prestigio, doa Isabel dijo que si el prestigio de su yerno dependa de una tontera tan grande, ira ella misma... Y va. De modo que es a ella a quien llevas... Y, por ms seas, ya te puedes ir hacia el "auto", porque esa seora todo lo hace de prisa, y a lo mejor
llega antes que t y te tiene que abrir ella la portezuela. No estara malo, mujer . . . Vaya, adis. El chfer todava se rea al recordar las expresiones y la charla de la cocinera cuando abri la portezuela del auto para que subiese Isabel. La cocinera haba subrayado mucho los acentos de la conversacin y los gestos de los labios para explicar cmo la "seora de Madrid" y el yerno "estaban de punta". Juana, la doncella, entreg un gran paquete al chfer y l lo coloc en el asiento delantero, junto al volante. "Los dulces", pens... Y ech una ojeada a la seora. A l tambin le asombraba que aquella mujer fuese una abuela... Era muy guapa, y casi joven. Tena los ojos claros y la boca muy bonita... Pero, sobre todo, sus piernas esbeltas eran las de una muchacha, y su estatura, y su manera de caminar... Haba algo en ella ms joven que en su misma hija cuando uno no se fijaba demasiado en su cutis. El chfer apenas pudo verla ahora, enfundada en un abrigo de piel, con un sombrerito muy sencillo, mirando hacia la ventanilla. Aquella luz del da no le
favoreca; su cara pareca ms dura y triste que de costumbre. Ya sabe adnde vamos? S, seora. Isabel estaba pasando un ataque de melancola. De un tiempo a aquella parte encontraba la vida sin sentido, y estos ataques se repetan con cierta frecuencia. "Tiene que ser algo fsico -pensaba-. No es posible que un estado de nimo le coja a una por la garganta como una mano, y la doble as, hacia el suelo... Tengo que ir a un mdico... Pero qu voy a explicarle?... A un psicoanalista quiz?..." La boca de Isabel se curv en una sonrisa burlona. Suspir. "Tengo aos y nada ms que aos... La vida me ha dado todo to que tena que darme ya, y cuando miro hacia atrs la encuentro un poco vaca... Nada de lo que he hecho hasta ahora me convence. .. Nada me ha llenado del todo. Los enamoramientos se pasan. Los hijos crecen y la decepcionan a una..." Hizo un gesto. Abri su bolso. Iba a encender un pitillo, pero record el
ruego de Margarita de que se abstuviese de hacerlo en la calle, mientras estuviese all. Llama mucho la atencin, y vas a estar tan pocos das, que bien puedes... Poda. Cerr el bolso. Frunci el ceo al recordar lo aterrada que viva Margarita entre el qu dirn de la ciudad. Margarita, a quien ella haba educado para ser libre e independiente como el aire. Margarita, con su carrera universitaria, sus viajes sola al extranjero, su talento indudable de poeta ... Indudable? Margarita no haba vuelto a escribir en todos aquellos aos... Sin embargo, Isabel se preciaba de buena crtica, y saba que su hija tenia aquel don... No era apasionada. El hijo, en cambio, un zoquete. Pero ganaba dinero, y se haba casado "bien". Ahora estara celebrando las fiestas en casa de los padres de su mujer..., contento de liberarse de aquella costumbre de venir cada ao a esta ciudad, a esta casa, y encontrarse frente a la aburrida familia poltica de Margarita... El coche se haba detenido. El chfer estaba esperando. Isabel sinti como un sobresalto al darse cuenta de lo enorme
y vetusto del edificio frente al que estaban. Se dio cuenta tambin, con cierto asombro, de que sta era la primera vez en su vida que iba a entrar en un hospital. Justo, comenzaba a nevar en el momento en que ella atravesaba la acera desde el coche. Un par de copos muy leves le cayeron sobre el sombrero. "El hospital de esta ciudad es como todo en esta ciudad -pens-: horrible". No haba all silencio ni blancura. Paredes sucias, gentes extraas, pobres, que bajaban y suban por las escaleras. Unos enfermeros poco amables al dar indicaciones... No es que fueran poco amables con ella, pero s con aquellas gentes que tenan permiso para ver a sus familiares el da de Navidad. Isabel se encontr, sin saber cmo, acogida por una monjita. La mam de la seora Gay?... Quin lo dira!... Parece usted su hermana. Venga por aqu; hay que atravesar el patio para llegar a la sala de las mujeres... Pasaremos delante de la capilla. No quiere entrar a ver el Nacirniento?
Tengo un poco de prisa, hermana... Qu tristes deben de ser estas fiestas en un hospital! Verdad? Isabel hablaba como para s misma. La hermana le sonri. En todas partes est el Seor... En todas partes nace El y eso es lo importante... No le parece? S... Es claro. Isabel balbuca, muy poco convencida. Realmente, se haba olvidado por completo del sentido religioso de las fiestas al hacer el comentario. Pensaba solamente en las reuniones familiares, un poco pesadas a veces, pero, sin embargo, alegres e insustituibles, de estos das... Y estaba atravesando unas salas grandes, tristsimas, llenas de camas en fila, en su peregrinaje detrs de la hermana. Un mundo de dolor descarado, abierto, apareca en las sonrisas de los enfermos que tenan visita, en la seriedad exhausta de los que estaban solos... Y aquella pobreza terrible que exhiban en sus ropas de dormir... Isabel haba credo siempre que El Estado daba blancos camisones a todos los enfermos; haba credo siempre que el "Estado" era ms rico, y que todo aquello, "hospitales y cosas as", estaban
muy bien, y que no haca falta esa mana de las visitas de caridad a los acogidos. El olor a desinfectantes mareaba. Isabel se senta mareada. Haba tornado de manos del chfer el gran paquetn de dulces. Tambin me han dado estos libros, seora. Ah, s... -Isabel se dirigi a la monja-. Deben de ser para una enferma de otra sala... una tal Manuela .... Me ha encargado mucho mi yerno este aguinaldo... Son las obras de San Juan de la Cruz... Vamos! ... Qu delicadeza tiene el doctor con nuestra Manuela!... Verdad que es una verdadera santa y que como est en esta sala -porque est en la sala de las tontas-, nadie se para a hablar con ella. Pero el doctor dice que es una mujer de talento, y ha hecho que se interese por ella nuestro capelln, y una seorita de las que visitan a nuestros pobres tambin viene ahora de cuando en cuando y le lee cosas... La pobrecilla disfruta mucho. Y, mire usted, lo que ms le gusta es San Juan, tan difcil que es ... Yo misma le confieso que no puedo leerlo... Por eso el doctor le ha mandado estos libros... Entrgueselos usted
misma. Siempre se acuerda de los que la visitan y reza por ellos. Isabel estaba interesada por aquella enferma tan intelectual. "La soledad sonora", "La msica callada..., record. Cmo se podrn saborear esas cosas entre estos muros, Dios mo? De pronto, Isabel se encontr en un mundo aparte. En un lugar de pesadilla donde, ayudada por una hermana, tuvo que repartir dulces a los imbciles. Comprenda que su hija no tuviese fuerzas para estar all ni un minuto. Las tontas rean, lloraban, se disputaban los caramelos. Casi todas tenan alguna deformidad. No haba ninguna en la cama. Quin es Manuela Ruiz, hermana? Venga conmigo. Junto a una ventana, en un silln, estaba una especie de guiapo que era Manuela Ruiz. La cabeza sujeta a un madero para que no se le cayese hacia delante. Completamente paraltica, deformada. Una horrible cicatriz de la boca a la barbilla era el canal por donde aos y aos se le deslizaba la baba, sin que ella pudiese limpiarla... Un espanto tan grande, que las manos de Isabel
temblaban al ensearle los libros que le traa. Vengo de parte del doctor LpezGay -dijo gritando, porque estaba segura de que aquella criatura era sorda tambin. No se esfuerce; oye perfectamente -aclar la hermana-. La dejo con ella unos minutos mientras voy a poner paz a aquel grupo que rie por los caramelos. Isabel no se atrevi a huir, y se encontr sentada en una silla junto a aquella pobre humanidad. Le pareca que estaba soando un mal sueo. Vyase, seora. Usted no est acostumbrada.... Era Manuela la que hablaba. Muy despacio, pero clara y distintamente. Deca las cosas con fatiga y suavidad. Y, de pronto, Isabel vio una cosa asombrosa. Vio unos enormes ojos negros, limpios y brillantes, que la miraban con compasin.... Isabel no haba sentido jams sobre ella una mirada compasiva.... Y la verdad era que pensaba que tampoco podra soportarla si algn da llegaba. Hoy era ese da. Aquel pobre ser sufriente le tena pena, porque le notaba el espanto y la
repugnancia en la cara. Isabel enrojeci. Se rehizo. No, por.... Tengo mucho gusto en hablar con usted unos minutos .... De modo que le gusta la poesa de San Juan de la Cruz?... Se dedicaba usted a algo intelectual antes..., antes de venir aqu? Los ojos inteligentes miraban como tratando de entender. Antes de venir aqu... Hace tantos aos eso.... Llevo aqu cuarenta aos... Antes de venir aqu yo era una muchacha de pueblo... Llevaba camino de casarme.... "Cuarenta aos -pensaba Isabel-. Cuarenta aos! ..." Tuvo ganas de gritar aquello... Cuarenta aos murindose y sin morirse!... Cuarenta Navidades all.... Ya no queda ningn pariente que la venga a ver en Navidad? De nuevo una sonrisa en los ojos. No, seora. "Cuarenta aos -pensaba Isabel- es casi toda mi vida. Esa vida en la que yo he estudiado, he ido a los bailes, me he enamorado, he hecho viajes deliciosos, me he casado, he tenido dos hijos fuertes, guapos, me he quedado viuda,
he llegado a tener un circulo de amistades encantadoras y he distrado mi soledad con mil cosas agradables que proporcionan la cultura y el dinero.... Todos los aos hago un viaje a Pars, unas veces a comprarme libros, otras, las ms, a comprarme sombreros, aunque siempre acabo comprando las dos cosas.... Tengo nietos...". Era un recuento febril, un recuento rpido y desordenado el que haca Isabel de su vida junto al silln de la paraltica. Y se le antojaba ahora una vida asombrosa, aunque haca un rato an la haba considerado vaca, sin objeto.... Y, sin embargo, a pesar de ser una vida maravillosa, algo sin objeto s que era. Algo faltaba en ella an. No saba qu. Y ha sido durante esta enfermedad tan larga cuando usted ha empezado a aficionarse a leer? No, seora .... Yo no s leer.... Ni podra, aunque quisiera, as como estoy.... Entonces? A veces me leen.... Estos dos ltimos aos algunas personas muy buenas vienen y me leen. El doctor lo ha visto y por eso me manda ese libro.
Todo lo que dicen esos libros es tan verdadero! ... Durante estos aos Dios se ha acercado a m tanto, que puedo entenderlo.... Sin ningn trabajo de mi parte, el Seor me ha ido dejando vaca y sola del todo para que fuese para El.... Durante mucho tiempo yo no entenda.... Sufra, le peda a Dios mi curacin.... Luego empec a comprender cmo poda yo aceptar este sufrimiento, esta soledad, y entonces todo fue tan hermoso.... Dios acepta mi sufrimiento ofrecido; yo puedo rogarle as por los pecadores, por los enfermos que an no comprenden, por todos.... Es tan hermoso!... Comprender que Cristo naci para ensearnos un camino.... Es tan hermoso! ... Todos los das doy gracias a Dios que me ha elegido para l.... Cuando me leen esos libros de San Juan tengo ganas de llorar muchas veces, porque dicen cosas que poco a poco yo he ido pensando.... La hermanita encontr a Isabel inclinada hacia Manuela, escuchando con una atencin que casi le haca abrir la boca las palabras de la enferma; aquellas palabras que salan tan despacio, tan roncas y, sin embargo, claras.
Isabel se estaba olvidando del aspecto de aquella cabeza sufriente, del olor nauseabundo de sudor y desinfectantes que le hacan ponerse enferma. Oa lo nico que no esperaba haber odo nunca en el hospital: un canto a la vida. No a la vida hermosa, lejana, aorada, sino a la vida vivida con toda su angustia, dolor y abandono, minuto a minuto, durante cuarenta aos. Ha sido tan hermoso! La mujer explicaba su milagro. Su dilogo con Dios en el terrible abandono de aquella sala. Aquella vida divina, que haba sensibilizado a la muchacha analfabeta y campesina, hasta hacerla gustar en "su verdad" al difcil, maravilloso, mstico castellano. Isabel crea un rato antes que la vida no tena nada que ensearle ya; y ahora estaba aprendiendo.... Siempre haba tenido un gran inters por aprender, por captar cosas... Por eso estaba inclinada hacia la paraltica como bebiendo sus palabras. No hables ms, Manuela, hija -dijo la monja. Tiene sufrimientos horribles -explic luego a Isabel-, pero es una santita.... Edifica estar un poco junto a
ella, no cree?.... Su yerno se sienta muchas veces a su lado. Dice que se siente mucho ms bueno. Dice que es una verdadera santa y que los santos siempre hacen pequeos milagros a los que se acercan a ellos. Es un hombre extraordinario el doctor Lpez-Gay. Estar muy orgullosa de que sea su yerno, verdad? Isabel estaba conmovida. Ya no vea la miseria del hospital, atenta a sus propias sensaciones. La idea de su yerno -a quien siempre haba credo un hombre vulgar- sentndose junto a aquella mujer, escuchndola, preocupndose de su aguinaldo de Navidad, no por tonteras del qu dirn provinciano, sino por un impulso de su espritu, esa idea la reconciliaba con Julio, le haca ver en l algo muy distinto, quiz aquella persona que pudo enamorar a Margarita hasta el punto de casarse y enterrarse en aquel pequeo y aburrido lugar del mundo. Estaba nevando. El automvil iba despacio por las calles entre la nieve. Era un verdadero da de Navidad. El chal de Lpez-Gay pareca encantado bajo aquella capa de blancura. Isabel encontr a la familia reunida en la sala grande, junto al "Nacimiento".
Estaban los pequeos, Margarita, las cuadas y el suegro, todos. Ha vuelto ya del hospital, Isabel? Lo preguntaba Julio, que, subido en una silla, tena aires de chico travieso arreglando las figuras de unos pastores en el risco ms alto. Si, querido Julio.... Me ha gustado mucho. No me digas, mam! Margarita le ayudaba a quitarse el abrigo y sonrea absorta mirando la cara de su madre. Aunque, realmente, tienes un aspecto radiante.... Eres extraordinaria! Vas a llevar un aguinaldo y vuelves con cara de haber encontrado la piedra filosofal... No es verdad, Julio? As es -dijo Julio seriamente, mirando a su suegra-. De modo que le ha gustado? Qu cordial la voz de Julio! De nuevo se conmovi Isabel. S; creo que, en verdad, he encontrado la piedra filosofal. -. Tengo que pensar ahora en ella para que no se me pierda.... No creis que es broma.
Isabel habl jovialmente, ligeramente, mientras se acercaba al fuego encendido y se calentaba las manos. Ni su hija ni los dems le prestaban mucha atencin, pero ella saba que su yerno s; su yerno la estaba escuchando. Su yerno, que en aquel momento se acercaba y atizaba la lumbre.... Me gustara hablar algn da contigo, Julio. -Para eso nos reunimos en estas fiestas, madre, para hablar de todo, para entendernos... - hizo una pausa -. Estoy seguro de que ha hablado con Manuela, no es verdad? Isabel asinti en silencio. Como unas horas antes la melancola, ahora una clida dicha la llen en aquella sala confortable, entre aquellas personas dignas de ser queridas.... Porque, por primera vez, quera ella a estos parientes polticos. Era realmente un pequeo milagro el que experimentaba en su espritu. Hubiera querido recordar las palabras de Manuela para saber si podan tener tanto alcance como para bendecir su propia vida. Pero no eran las palabras, sino quin y cmo las deca. No saba lo que le pasaba.... S, tendra que hablar con Julio, con Margarita, con todos. Quiz con Manuela otra vez....
Quiz slo un poco con Dios, como la pobre Manuela haba hecho tantos aos para aprender a vivir su vida. Qu fantstica nevada navidea! Eso fue lo que dijo en alta voz al levantar los ojos desde el fuego. Y todos miraron hacia la ventana por donde se vean las blancas maravillas de la nieve.