Ángeles de Acero - Nicholas C. Prata

Descargar como doc, pdf o txt
Descargar como doc, pdf o txt
Está en la página 1de 268

Nicholas C.

Prata

ngeles de acero

Traduccin de Carlos Gardini

ALAMUT

El autor desea agradecer a Carolyn Muentner y Mark E. Rogers sus valiosos consejos literarios. Tambin desea dar gracias a sus padres, Russell y Susan, por su constante amor y respaldo.

Viles hospitalarios, llenos de fervor y exentos de flaqueza. Imad alDin, cronista musulmn

Nota histrica

En el siglo XVI, la fortuna de la guerra constante entre el Islam y la Cristiandad se volc resueltamente a favor del Islam. El Imperio otomano, conducido por la hbil y ambiciosa mano del sultn Solimn el Legislador, tante reiteradamente a una Europa dividida. Dueo de una maquinaria blica impetuosa y eficaz, Solimn proclamaba que erigira una mezquita en Roma despus de destruir la Europa cristiana. Tres veces los otomanos emprendieron ataques a gran escala contra la Europa occidental. Una victoria turca en las grandes batallas de Viena, Lepanto o Malta habra concretado el sueo de Solimn y alterado el rumbo de la civilizacin occidental.

Nota sobre la traduccin

Las citas de la crnica de Balbi de Correggio (La Verdadera Relacin de todo lo que este ao de MDLXV ha sucedido en la Isla de Malta) estn tomadas de la siguiente edicin: Francisco Balbi de Correggio, Diario del Gran Asedio de Malta, 1565, modernizacin ortogrfica de Luis Zolle (Madrid, Fernando Villaverde Ediciones, 2007)

Primera parte

1 Rodas, 1 de enero de 1523

Rodas, morada de los Caballeros de San Juan del Hospital, haba soportado un agotador e implacable asedio turco durante seis meses. Las vastas fuerzas del sultn Solimn haban asolado la isla en su afn de desalojar a los tenaces caballeros del lugar donde haban residido durante doscientos aos. Edificios y murallas yacan en ruinas. Enormes grietas surcaban el suelo, testimonio de la destruccin causada por las minas y los tneles derrumbados. Cuadrillas turcas se refugiaban detrs de los terraplenes mientras fatigados caballeros seguan sus movimientos desde altas almenas. Ahora, sin embargo, reinaba la tranquilidad. Ningn can cristiano ni turco tronaba en tierra ni en el mar. El gran maestre de la orden, Phillipe Villiers de l'Isle Adam, haba aceptado la invitacin de Solimn a parlamentar, y corra el rumor de que aceptara las condiciones para una retirada honorable. El estandarte hospitalario, una cruz blanca de ocho puntas sobre fondo rojo, penda sobre la torre de San Nicols. Las heladas almenas de la encantadora Rodas, el jardn del Mediterrneo, humeaban detrs de la silueta adusta de un imponente caballero provenzal con armadura. Jean Parisot de la Valette aguardaba entre sus hermanos para ser evacuado a una galera. De l'Isle Adam haba asegurado la supervivencia de la orden a costa de su amada isla. El joven sultn, impresionado por la fiera defensa de los caballeros, y ansiando que se fueran de Rodas, les haba ofrecido condiciones inusitadamente benignas. Los caballeros partiran con todas sus armas, pertenencias y buques. Todos los civiles que desearan acompaarlos podran marcharse con ellos. La aceptacin del gran maestre, aunque sabia, no gozaba de popularidad entre La Valette y sus hermanos monjes. La Valette, que an no haba cumplido los veintiocho, sobrellevaba la derrota con juicioso silencio, pero sus compaeros no callaban su consternacin. Vstago de una familia cuyos hijos haban marchado con el ejrcito cruzado de San Luis el Piadoso, l consideraba la derrota como una afrenta a Dios y un agravio al honor personal. Aunque la heroica defensa de Rodas sera inmortalizada en Europa, y las heridas de los hospitalarios encontraran un blsamo en consignas tales como Nada en el mundo se perdi tan dignamente como Rodas, el futuro de la orden pareca aciago. En una poca de incipiente nacionalismo, una orden religiosa soberana y multinacional que profesaba lealtad al papa era un anacronismo indeseable. Pocos reyes europeos

consideraban que la continuacin de la presencia de la orden fuera necesaria o beneficiosa. Un tonel de plvora explot en las lneas turcas y caballeros suspicaces se giraron al or la detonacin. Muchos teman que Solimn hubiera violado la tregua despus de sacarlos de sus fuertes posiciones mediante una artimaa. Un clamor se elev en el muelle mientras los hombres empuaban sus armas. La Valette permaneci inmvil. No tema la traicin ni la muerte despus de ceder terreno a los enemigos de Cristo. El gran maestre haba aceptado las condiciones de Solimn a pedido de la maltrecha poblacin de Rodas, pero tales consideraciones no aplacaban la afliccin de La Valette. Arroj un guantelete y se frot los ojos inflamados que resplandecan en su rostro severamente guapo, sucio de holln. No culpo al gran maestre, pens, pero yo habra defendido este lugar, aunque nos atacara todo el Islam. Se apoy en la espada. Hasta el ltimo hombre. La Valette se puso a divagar. Dnde se instalara la orden? Sinti una sbita oleada de nostalgia, como si ya estuviera a mil millas de la isla. Esta derrota es una pldora amarga. Pens en su joven hermana, en Francia. Mis parientes vern la media luna turca flameando sobre nuestras tierras?, se pregunt con vergenza. La Valette se quit la celada de la cabeza rizada. Dios, cmo hemos fracasado suspir. Hermano Jean? pregunt un caballero. La Valette mir al hombre, un italiano a quien el sitio haba convertido en alguien ms allegado que un pariente. S? El italiano seal una planchada. Es nuestro turno. La Valette asinti. Yo ir en ltimo lugar dijo. Fue entonces cuando la orden arri su ensea de la torre de San Nicols. Mirando a travs de las calmas aguas del Mandraccio, La Valette observ la cruz hospitalaria que bajaba por el mstil y desapareca tras los muros. Se sinti como si lo hubieran apualado y rog en silencio quedarse ciego antes de volver a ver semejante cosa.

Sala del trono de Solimn el Magnfico, invierno de 1563

Sultn de los otomanos, delegado de Al en la tierra, seor de los seores del mundo, dueo de los cuellos de los hombres exclam el mayordomo de atuendo brillante mientras Solimn estudiaba al viejo de tnica negra que se inclinaba ante l. El sultn apenas pudo reprimir una sonrisa mientras la barba gris del visitante barra el bruido suelo de mrmol. El maestro de ceremonias continu. Rey de reyes, rey de los creyentes y los infieles, emperador de Oriente y Occidente, prncipe y seor de la constelacin ms venturosa, majestuoso cesar. Solimn observ al anciano sbdito que se meca frente a l. Las costumbres cortesanas deben fastidiar al viejo Dragut. Con razn permaneci alejado tanto tiempo. Sello de la Victoriacontinu la voz, refugio de todas las gentes del mundo entero, sombra del Todopoderoso que otorga serenidad a la tierra, Solimn se acomod el turbante enjoyado con manos gotosas y le hizo una seal a un esclavo postrado. Aguamurmur. Ms tarde, a solas, el prohibido vino aliviara su artritis. El esclavo le entreg la copa. Solimn bebi un sorbo y silenci al mayordomo con un ademn. La sala del trono qued en absoluto silencio; los hombres ni siquiera se atrevan a respirar. El sultn volvi a estudiar al famoso pirata Dragut Rais, gobernador de Trpoli. El octogenario Dragut, diez aos mayor que

Solimn, haba logrado el pequeo milagro de arquearse delante del trono. Dragut se mantuvo en esa precaria posicin sin quejas, como para asegurar a Solimn su sumisin total: el corsario haba desafiado a la corona ms de una vez en el pasado. Yo no podra encorvarme tanto sin caerme de bruces, pens Solimn, lamentando su barriga. Dragut era delgado y sus manos curtidas eran speras como piedra. La impresin general era de aptitud fsica. Un hombre extraordinario. Dragut se haba convertido en la mayor arma de Solimn en los aos recientes y haba conquistado sus favores porque sembraba el pavor en los corazones cristianos. Sus sensatos consejos eran gratos a los odos del sultn y el monarca, presa de la soledad desde la muerte de su esposa

favorita y la rebelin de su hijo mayor, senta gran admiracin por el pirata, casi afecto. Ojal mi armada luchara tan bien, pens Solimn con belicoso rencor; sus galeras eran constantemente derrotadas por las naves cristianas. Slo Dragut brillaba entre las mediocres fuerzas navales del Islam. Slo las rpidas galeras de los Caballeros de San Juan, y muy pocas, estaban a la par de la destreza martima de Dragut. Erguid la cabeza, mi seor Dragut enton Solimn con practicado aburrimiento. Estamos demasiado viejos para estas formalidades. El cuerpo nervudo del corsario cruji como una arboladura mientras se enderezaba. Se aplan la barba tupida contra el pecho y se acomod la cimitarra en la cintura. Sus ojos taimados y oscuros relumbraban con un fulgor inextinguible. Muy graciosa majestad dijo, con levsimo sarcasmo. Solimn alz una mano trmula. Acepto vuestro tributo y os bendigo. Que Al os bendiga tambin. Serensimo seor. Solimn se volvi al mayordomo, que ya se haba acercado. Satisface las necesidades de Dragut antes de llevarlo a la cmara de observacin. A vuestras rdenes, Legislador dijo el sirviente, con una profunda reverencia. Dragut entr en la modesta cmara de observacin y Solimn expuls a los esclavos. El sultn, tendido en un divn, alz la vista. Ponte cmodo. El sultn es demasiado amable. Dragut se desabroch la espada y se repantig con gratitud en un divn. Cogi el sorbete que lo aguardaba y estudi un cuenco de frutas. No te alimentaron? pregunt Solimn. S, Legislador, pero a mi edad todo bocado es bienvenido. El rostro arrugado de Dragut se contrajo en una sonrisa. Uno nunca sabe cundo Al requerir su presencia en el paraso. Solimn asinti. Cierto, muy cierto. Confo en que Dios misericordioso haya velado por tu nave y no hayas tenido contratiempos. Fue un viaje tranquilo, nobilsima majestad. Por favor! dijo Solimn. Llmame seor y nada ms. Deja el lenguaje florido para hombres con ms tiempo y menos ideas. Dragut sonri. Muy bien, seor. Solimn trag un puado de higos y eruct ruidosamente.

Hablando de flores, has visto mis jardines? pregunt con cierto orgullo. No, seor. Pues los vers antes de regresar al frica. Los dos ancianos comieron en silencio. El sultn observ mientras Dragut devoraba un racimo de uvas; el pirata no pareci reparar en el escrutinio. Llegaste a ver a esos perros del mar? pregunt Solimn. Esos hospitalarios? aadi con indolencia. No, gracias a Dios Todopoderoso respondi Dragut con una adusta carcajada. Solimn enarc una ceja poblada. Aun la espada desnuda del Islam teme a esas vboras? Claro que s, seor. No subestimo complacencia lleva a la destruccin. Dragut fingi alarma. Mi seor de Oriente y Occidente, cmo podis decir esas cosas? Sois el instrumento de Al, as como yo soy el vuestro. Solimn asinti. Pero ya que abordis el tema Dragut cogi una uva, debo deciros que me aflige que vuestras mercancas sean arrebatadas por un puado de ladrones que poseen una roca que es indigna de los excrementos de las gaviotas. Solimn ri entre dientes. T tambin eres ladrn, amigo mo. No, excelso seor corrigi Dragut. Soy vuestro humilde corsario. Dejo el latrocinio para los cristianos. Entiendo. Mi seor, puedo hablar con franqueza? De qu? Malta. El pirata inhal. Mi seor, mientras no hayis eliminado ese nido de vboras, no podris hacer nada en ninguna parte. Malta es dbil, pero su maestre es fuerte y es un enemigo implacable de la fe verdadera. Solimn entorn los ojos. T conoces al maestre de esos caballeros, verdad? record. Dragut, que haba erigido una pirmide de crneos cristianos despus de conquistar Trpoli, tembl al recordar el momento ms doloroso de su vida. Le conoc dijo. a ningn enemigo. La

Muy sabio. Acaso yo tomo a mis adversarios a la ligera?

Solimn aguard. Hace muchos aos continu Dragut, fui capturado por los caballeros y condenado a las galeras. La Valette, el maestre de Malta, estaba entre mis captores. Solimn pareca genuinamente consternado, aunque tanto l como Dragut haban condenado a miles de hombres a la muerte viviente de los remos. Un hombre menudo y maligno, sin duda. No, mi seor. Era alto como un jenzaro y tena cierta apostura. Cuando le o hablar, supe que un da sera maestre. Qu dijo? pregunt el sultn, interesado. Se inclin y dijo: Monsieur Dragut, es la usanza de la guerra. Y creo que su compasin era sincera. Tambin l fue condenado a galeras en un tiempo. Qu le respondiste? Le respond: Tambin lo es el cambio de fortuna. Gracias a Al, pronto fui liberado. Dragut escrut los ojos del sultn. Seguir transformando a vuestros marineros en comida para peces mientras Malta albergue sus bajeles. Solimn recibi esa acusacin con una mueca. Expuls a esos caballeros de Rodas hace muchos aos. Y han vuelto para hostigaros. El estmago de Solimn se agri de irritacin. De pronto quiso estar a solas. Djame por ahora orden. Dragut se levant al instante y cogi el sable. Mi seor dijo con una reverencia. El estmago de Solimn empeor. Permaneci desvelado en el divn hasta altas horas de la noche. Por qu no haba conquistado Malta? Los magnficos puertos de la isla, a slo un da de Italia, eran lanzas contra el bajo vientre de Europa. Mi mente debe estar flaqueando, pens, recordando que su jefe de eunucos y la niera de su hija haban sido capturados por los caballeros. Hasta el imn de la gran mezquita le haba recordado que buenos musulmanes languidecan en las mazmorras de los hospitalarios. Slo tu espada invencible haba dicho el imn puede romper las cadenas de los desdichados, cuyos gemidos llegan al cielo! Solimn sinti el hormigueo de la artritis en los brazos al pensar en los caballeros. Dejars impunes a estos hospitalarios cuando vayas al paraso? Se masaje las manos doloridas. Es indudable que Dragut tiene razn dijo.

El sultn cit a Dragut por la maana. El aplomado Dragut tena aspecto de haber dormido bien, aunque los espas de Solimn informaban que se haba pasado la noche estudiando mapas. Mi seor dijo con una reverencia. Debo aplastar Malta! Dragut pareca complacido. Semejante proeza transformara el Mediterrneo en tu lago prometi. Tu cimitarra ha cosechado muchas victorias ms difciles. Malta tiene pocos defensores, y no est bien fortificada. Y desde Malta tomar Italia... y Roma. Los ojos de Solimn ardieron de determinacin. Ser mi ltima y ms grandiosa tarea, antes de marchar triunfante al cielo! Slo entonces Dragut comprendi que el apetito de conquista de Solimn se haba agudizado mucho ms que en aos. No deban poner en jaque la misin por exceso de confianza o precipitacin. Puedo sentarme, mi seor? pregunt. Solimn asinti enrgicamente. Debe hacerse dijo Dragut al cabo de un instante de reflexin. Solimn se puso de pie. Senta vigor en las venas y un estremecimiento en la entrepierna; pens en hacer una infrecuente visita al harn, donde arrojara su pauelo junto a la primera mujer que le atrajera. Dos veces me rechazaron en Viena, pero tomar la pattica Malta y seguir viaje hasta Inglaterra. Siento en los huesos que es voluntad de Al que Europa sea ganada para la fe verdadera. Solimn se dispuso a ir al serrallo. Primero debemos conquistar a los caballeros, mi seorle advirti Dragut. Solimn escupi en el suelo. Ya venc a esos perros en Rodas, y slo se salvaron gracias a mi clemencia. Ahora digo que, por sus continuas correras y ofensas, sern aplastados y destruidos por completo!

3 Malta, invierno de 1564

Sir Oliver Starkey, ltimo representante de Inglaterra en la Orden de San Juan, se hallaba en la muralla norte del fuerte San ngel, mirando sobre el Gran Puerto hacia San Telmo. Este fuerte diminuto se hallaba en la pennsula rocosa conocida como monte Sciberras, que separaba el Gran Puerto del puerto menor, Marsamuscetto. Las blancas rocas de Malta relucan en ese da glido y soleado, y el anciano caballero entornaba los ojos para protegerse del resplandor; su vista se haba vuelto delicada a causa de sus tareas como secretario de latn del gran maestre. La sencilla sotana de Starkey, el atuendo normal de un caballero en tiempos de paz, era negra con una cruz blanca en el pecho. El hbito flameaba en la brisa arremolinada y haca restallar el rosario de ciento cincuenta cuentas que le colgaba del cuello. Aves marinas graznaban en el cielo. El estrpito de los martillazos se elevaba desde el astillero. Solimn vendr cuando el tiempo mejore con la primavera, pens Starkey. Se apoy en la muralla de piedra y mir al este, hacia el mar azul. Las aguas encrespadas le evocaron su primer servicio en una galera de la orden; entonces l era uno de muchos caballeros ingleses. Record con dolor que Enrique VIII haba anulado y proscrito la orden cuando los caballeros se negaron a aceptar al rey como pontfice. Su rostro redondo y rubicundo se afloj al recordar las torturas que Enrique haba infligido a los fieles caballeros ingleses. El monarca haba asesinado con saa a los que rehusaban abandonar su fe, y entre los hombres martirizados se encontraban amigos ntimos de Starkey, y caballeros distinguidos. Con un solo acto amput nuestra Lengua, reduciendo las ocho puntas de la cruz a siete, pens Starkey, temblando de rabia. Y despus de tanto revuelo, lo nico que consigui fue el lnguido Eduardo. Starkey arranc un guijarro de la muralla y lo mir caer cerca de los obreros que reforzaban las defensas de San ngel. En toda la isla los hombres trajinaban para apuntalar las precarias fortificaciones de Malta. Todos los das el gran maestre se paseaba entre los obreros, haciendo preguntas perspicaces e impartiendo instrucciones. La Valette, con sus setenta aos, trabajaba de sol a sol, como un posedo. Nunca entregara Malta, proclamaba, ni permitira que la isla cayera por falta de preparacin. Malta no ser otra Rodas le dijo a Starkey. San ngel, San Telmo y San Miguel contra el Gran Turco. Starkey mir hacia el fuerte San Miguel, que se hallaba en la modesta aldea de Senglea. Senglea deba su nombre a un viejo gran maestre y estaba a un tiro de mosquete del astillero. ramos fuertes en Rodas, y aun as fracasamos, pens. Quiz el gran maestre se equivoque al defender este lugar. En Rodas el enemigo poda forrajear en el jardn del Mediterrneo haba dicho La Valette. En la Roca, comer arena y espuma de mar. El ingls escrut la inhspita Malta, que bien mereca el apodo de la Roca. No se poda imaginar un sitio ms yermo y desolado. El archipilago

malts , que consista en dos islas principales y varias islas pequeas, tena apenas veinticinco millas v de longitud. Malta slo meda dieciocho millas por nueve, y Gozo, al norte, apenas ocho por cuatro. El suelo era una capa delgada, estril y pedregosa, y la madera era tan escasa que se venda al peso. El emperador Carlos V no haba un hecho un gran favor a los caballeros al regalarles Malta en 1530. El monarca espaol se alegraba de deshacerse de la Roca, y el gran maestre De l'Isle Adam haba aceptado porque era evidente que tendra Malta o no tendra nada. Adems, los malteses tenan justificadas aprensiones en cuanto a la orden. Para esos pescadores pobres y analfabetos, los Caballeros de San Juan (nobles de por lo menos cuatro generaciones por el linaje de ambos progenitores) eran intrusos arrogantes. Los malteses saban muy bien que sus hijos quedaran excluidos del servicio de San Juan, pues Malta no perteneca a las ocho Lenguas. Por su parte, muchos de esos rancios caballeros cometan la imprudencia de considerar a los nobles de Malta meros caudillos de aldea y trataban poco con ellos. Los hospitalarios dejaron con gusto a los malteses la capital Mdina, en medio de la isla, y se asentaron cerca de los puertos, donde ejercan su oficio de marinos. No obstante, los caballeros y los malteses coexistan pacficamente. Aunque los hospitalarios despreciaban la herldica maltesa, eran buenos para la economa y daban generosas limosnas. Adems, la presencia de la orden impeda los ataques musulmanes, salvo los ms serios. Con frecuencia, antes de 1530, y recientemente, en 1551, cuando Dragut haba arrasado Gozo, los invasores musulmanes se haban llevado cautivos malteses. Aunque los malteses no amaban a los caballeros, aceptaban de buen grado su proteccin. Starkey se imagin a sus hermanos cristianos arreados a las galeras y por un momento desesper. La fra lgica de La Valette de pronto pareca buen consejo. La orden deba defender Malta por los campesinos, y tambin por su prestigio. Pero quin nos ayudar?, se pregunt. Hasta Francia, patria de La Valette, tiene un pacto con Solimn. Y por qu Dios nos otorgara la victoria aqu tras permitir que perdiramos Tierra Santa? Una voz menuda interrumpi las cavilaciones de Starkey. Amo dijo un paje en italiano. El italiano y el francs se haban convertido en los idiomas de la orden para el dilogo entre las Lenguas, aunque se consideraba corts decir unas palabras en la lengua materna si uno poda hacerlo. Pocos caballeros saban ingls. Starkey mir al joven de pelo negro, paje de La Valette y candidato para ingresar en la orden. S, Vincenzo. El gran maestre desea veros. Ya son las vsperas? reflexion Starkey. Cmo vuelan los das este invierno! Desea veros en su casa solariega, no en la iglesia.

Gracias, hijo mo. Ya voy. Puedes marcharte. El joven hizo una reverencia y se alej a la carrera. Starkey golpe la puerta del estudio de La Valette, que ostentaba el escudo del gran maestre. La voz calma y resonante de La Valette penetr la puerta. Adelante. Starkey entr y se inclin levemente ante su ntimo amigo y confidente. La Valette estaba sentado a un gran escritorio. Romntico renuente, atesoraba la compaa de Starkey como recordatorio de la poca en que el convento estaba constituido por ocho albergues en vez de siete. Sir Oliver dijo con voz inusitadamente grave. Sentaos. Starkey se sent ante el escritorio y aguard. La Valette lo estudi con ojos claros. Su semblante tiene la rbrica del hroe, haba comentado un admirador de La Valette, y la verdad de esas palabras era incuestionable. Aun sentado, el gran maestre tena un porte imponente. Sus anchos hombros llenaban la tnica negra que cubra su porte erguido, y los aos no haban afectado su rostro barbado. El cabello blanco que asomaba por el sombrero negro era rizado y tupido, y la barba era poblada y pulcra. Sus manos grandes y nudosas, que descansaban en el escritorio, no temblaban con la edad, sino que permanecan serenamente en reposo, aguardando su prxima tarea. Veinte aos atrs esas manos haban empuado un remo turco en una galera infestada de ratas y enfermedades, y en una poca en que un cincuentn se consideraba viejo lo haban mantenido con vida hasta que se pag el rescate. An estaban habituadas al trabajo, y an revelaban vigor. El rasgo ms notable del gran maestre, sin embargo, eran sus penetrantes ojos azules, que no haban perdido la menor agudeza en los cuarenta aos transcurridos desde Rodas. Si los ojos son la ventana del alma, los ojos de La Valette sugeran un alma excepcional, y aunque podan parecer duros, en ellos no haba engao. Eran los ojos de un hombre que no tema la vida ni la muerte, y delataban una voluntad templada por una fe rayana en el fanatismo. Entre sus hermanos La Valette inspiraba reverencia, casi temor, y su mera presencia impulsaba a los hombres comunes a realizar esfuerzos sobrehumanos. Cada palmo de su ser lo proclamaba un guerrero, y su comportamiento resuelto prometa que slo la muerte lo obligara a envainar la espada. Deseo compartir ciertas noticias antes de asistir al consejo dijo La Valette, refirindose al Sacro Consiglio. Ese cuerpo asesor consista en pilieres de cada Lengua, el obispo de la orden, varios administradores y caballeros gran cruz. Habis recibido una visita, maestre? Starkey oli el tabaco que an impregnaba el aire. Un espa de Turqua confirm La Valette. Un veneciano.

Starkey trag saliva. Los venecianos, los mejores mercaderes del mundo, eran informadores sumamente hbiles, pero nunca traan buenas nuevas. Solimn se hace a la mar? No respondi La Valette. Pero lo har pronto. Mi agente me cuenta que una vasta flota se rene en el gran puerto. No menos de ciento setenta galeras. Starkey sinti desnimo. La orden contaba con menos de diez buques de guerra. Ruego a Jess que estis equivocado dijo. Tambin yo, pero no dudo de mis agentes. Defenderis esta roca? pregunt Starkey. La defenderemos. Yo estaba en Rodas cuando el maestre Adam se rindi. No debemos volver a arriar nuestro estandarte. El Gran Turco tropezar con esta isla de piedra. Un largo silencio. Qu debo hacer, maestre? pregunt Starkey. Despacha cartas a todos los hermanos ausentes. Envalas a sus fincas y sus cortes. Redacta el borrador esta noche. En las semanas siguientes La Valette vivi prcticamente en los fuertes, exhortando a los operarios, advirtindoles de que el sudor era ms barato que la sangre, y ms fcil de reemplazar. Ni siquiera los legionarios de Csar haban trajinado tanto. Haba gran cantidad de plvora, agua y alimentos almacenados debajo de Birgu, pero aun as La Valette pidi vveres a Sicilia. El hospital conventual, una reliquia viviente de la poca en que los caballeros empuaban vendas en vez de espadas, estaba aprovisionado con las exiguas medicinas de la poca. Pero el gran maestre no era el nico hombre interesado en las empalizadas y la artillera. Solimn tambin tena espas, y dos de ellos visitaron Malta como pescadores. Estos hombres, un griego y un esclavn, repararon en cada can y evaluaron cada batera antes de regresar al Cuerno de Oro. Solimn, que supervisaba la construccin de galeras en el astillero de Constantinopla, se alegr al enterarse de que Malta poda caer en pocos das.

4 Florencia, Italia. Ms tarde ese mes

Giancarlo Rambaldi, caballero de la Orden de San Juan, se sirvi una copa de chianti antes de acomodarse en el divn de su suntuoso aposento. Haba sido un da ajetreado y disfrutaba de ese momento de soledad. Con los ojos cerrados, se acarici los rizos rojizos que le haban ganado el apodo de Testarossa. Hoy fue muy bien, pens. Mi padre estar muy complacido. Rambaldi apur el trago y cogi el rosario extendido sobre el divn. Era buen momento para concluir su plegaria cotidiana de ciento cincuenta padrenuestros. Su mente divag mientras murmuraba sus oraciones. Aunque haca menos de un ao que representaba a los Caballeros en la corte florentina, Rambaldi haba demostrado un notable talento para la poltica, teniendo en cuenta que an no haba cumplido veintisis aos. Su sagacidad haba silenciado rpidamente a los que insinuaban que su nombramiento se deba al dinero de su padre ms que a la fe de los hospitalarios en sus aptitudes. En cuestin de meses se haba granjeado el favor del duque y haba usado su estatus especial para promover los intereses, a veces conflictivos, de la orden y de su familia. El caballero complet el rosario y dej las cuentas; se cruz los brazos sobre el pecho. An tena un cuerpo atltico, alto y fornido, aunque un ao de vida en el castillo haba ablandado los msculos desarrollados en tres caravanas. S, mi padre estar muy complacido, pens con satisfaccin, una sonrisa tensa en los labios. Un golpe en la puerta. Rambaldi dej de pensar en sus ambiciones. S? Signore dijo un hombre, tengo un documento del prior. El prior? El asombrado caballero se levant y abri la puerta de la habitacin. Dmelo le exigi al mensajero, un hombre mayor con la librea del duque. De vuelta en el divn, Rambaldi examin la carta sellada con cera. En el frente estaban consignados su nombre y su puesto. Abri el despacho y se decepcion al encontrar slo un saludo del gran maestre. No creo que el viejo conozca mi cara, pens intrigado, y volvi a fijarse en el nombre del documento. Aqu debe haber algo ms que un saludo! Rambaldi cavil sobre ese enigma. Se volvi despacio hacia el candelabro de plata que reluca a la luz de sus propias velas. Camin por la alfombra y, procurando no quemarse los dedos, pas el pergamino sobre las llamas. Cuando volvi a mirar la carta, caracteres oscuros haban aparecido entre las lneas originales. Zumo de limn, pens, satisfecho consigo mismo. El mensaje secreto deca: Caballero de justicia, presentaos en el convento antes de la primavera. El sultn se propone sitiar Malta. El florentino trag saliva. No estaba ansioso de revivir la austeridad comunal de la Roca, pero conoca y tema la pena por negarse a cumplir

su voto de obediencia. Podan expulsarlo de la orden si pasaba por alto una convocatoria directa, y semejante ignominia era inconcebible. Malta mascull de mal humor. Michele Donato di Corso se ape de la montura que cojeaba y le acarici el pescuezo. Tintinearon campanillas en el aire fresco. Qu te pasa, Bella Donna? le pregunt a la yegua ruana. El animal hocique al amo con afecto. Di Corso contempl su finca y las distantes montaas que, una hora antes, el sol haba coronado para arrojar rayos dorados sobre Florencia. Haba echado de menos sus paseos por los Apeninos mientras estaba en el convento y lo compensaba iniciando cada da con una larga cabalgada. Ven dijo, tirando de la rienda. Di Corso, un joven moreno y apuesto cuya tierna conducta contrastaba con su cuerpo musculoso, suspir cuando el animal coje con una pata delantera. Arrodillndose junto al camino, extendi la ancha mano sobre el casco y lo palp. Dame la pata. La yegua obedeci. Ah exclam el caballero, viendo el problema. Tard unos instantes en arrancar un guijarro afilado de debajo de la herradura rajada. El sudor empapaba la frente del noble cuando al fin palme el hocico de la yegua. Pobre muchacha dijo. Giuseppe te cambiar la herradura cuanto antes. Quitndose la capa de lana, Di Corso cogi la rienda e inici la caminata hacia la casa solariega. No le molestaba el ejercicio, pues el da prometa ser clido a pesar de la poca. El caballero cantaba un himno mientras recorra el sendero bordeado de rboles. Su clara voz de tenor retumbaba en las colinas. La madre de Di Corso fue a verlo mientras l cepillaba la yegua frente al establo. Vittoria di Corso, una afable anciana cuya salud le impeda hacer esfuerzos, recibi una tierna reprimenda del hijo. Signora, por qu habis caminado tanto? pregunt, arrojando la capa sobre una pila de heno y obligndola a sentarse. Os ruego que la prxima vez mandis un criado. La signora Di Corso le clav sus ojos de nice. Hoy no hace tanto fro. El caballero se apoy las manos en las caderas y escrut ese rostro arrugado, bajo su intrincada toca. Tras dos dcadas de frustracin por su esterilidad, su madre lo haba dado a luz cuando tena casi cuarenta aos, y era hijo nico. Michele, su beb milagroso, como ella lo llamaba, sobrevivi a la enfermedades de la infancia para convertirse en el nico placer de su vida.

Giuseppe me dijo que regresaste a pie dijo. A Bella se le rompi una herradura, as que ambos trajinamos por las colinas explic Di Corso. Enarc una ceja. Algo te preocupa? Nuestras tierras no son tan amplias desde que el barn Rambaldi rob los valles del oeste dijo. En mi juventud, tardabas todo el da en caminar desde las montaas hasta el lmite. Hasta Di Corso, el Santo para sus amigos, puso mala cara al pensar en los Rambaldi, esos advenedizos. Fue decisin del duque hacer causa comn con Rambaldi gru. Pero no ma ni de tu padre. La signora Di Corso suspir y se mir las manos arrugadas. Michele, te han enviado una carta. S? Ella extrajo un pequeo pergamino sellado de un pliegue de su voluminoso vestido. Aqu tienes, hijo. Por qu ests contrariada? l acept el mensaje. Quin lo trajo? La anciana lloraba. Un mensajero del prior. Desde cundo una carta de la Religin es motivo para lgrimas? Ella call. Signora? insisti l. Anoche so que te marchabas respondi ella con amargura. Nunca volver a verte. Di Corso frunci el ceo. Haba aprendido a respetar los sueos de su madre. Leer la carta del prior y demostrar que no hay motivos para preocuparte. Rompi el sello y ley. Michele trag saliva al terminar. Mir a su madre, que asinti con la cabeza. Ves? le dijo. Al da siguiente Di Corso se despert temprano y se despidi de sus caballos. Despus de misa finaliz las instrucciones para la servidumbre y firm su testamento en presencia de testigos. Supervis el empaque de su armadura y sus avos y busc a su madre. Entr en la habitacin cerrada con postigos. Ella yaca en cama; l la code suavemente. Signora? pregunt. No estaba durmiendo. Todo est en orden. Regresar cuanto antes, y con el honor de haber servido al Seor. El silencio que sigui le result difcil de

soportar. Sentado en la cama, asi la diminuta mano de su madre. No hay motivos para llorar. Ir a hacer la obra de Dios, como siempre me indicaste. La signora Di Corso apart una lgrima. El precio es elevado respondi. T solo no puedes llevar el cielo sobre los hombros. Seal el vestbulo. La caja de roble. Di Corso fue a buscarla. S? brela. El caballero alz la tapa y extrajo el anillo de sello de su padre. El oro resplandeca a la luz que se filtraba entre las cortinas. Te ped que lo cuidaras hasta que slo yo pudiera usarlo dijo. No, hijo mo, es legtimamente tuyo. Y si no regresas, qu significarn para m las tierras o las riquezas? Di Corso entorn los ojos. Madre, hay una inscripcin debajo del sello. La hice aadir. Para ti. El caballero se acerc el anillo pero no pudo leer las palabras a la luz tenue. Latn? Sit tibi copi cit ella, sit sapientia, formaque detur, in quinat omnia sola superbia si comitetur. Recuerdas la lengua de los romanos? El caballero sonri. Ella le haba enseado ese noble idioma cuando l era nio. Aunque poseas riqueza, sabidura y belleza tradujo, todo se arruinar si las acompaa la soberbia. S solloz ella. Mis oraciones van contigo. Que la Virgen ruegue por vos, signora. Di Corso se levant. Pero no temis. Me veris pronto. Desde luego respondi ella.

5 Heilestriem, sudoeste de Alemania

Una espesa nieve cubra la campia alemana, y las amenazadoras nubes grises prometan an ms. Un joven rubio y esmirriado con una capa cara, forrada de piel, se inclin en el viento e inici el ascenso por una colina redonda. Son un chasquido en la cima de la elevacin. Sebastian Vischer estudi el pergamino mientras suba el declive; su corazn se aceler. Haca pocos instantes que un jinete haba llevado la correspondencia a la puerta de la casa, pero Sebastian sali sin demora a buscar a su hermano Peter, cuyo nombre figuraba debajo del sello. La cera del pergamino se haba impreso con una cruz maltesa de ocho puntas, y de slo verla Sebastian haba cado en un frenes de emocin. Los Caballeros! Un da l sera uno de ellos!

Tropez con una piedra y cay sobre las palmas abiertas, atrapando el mensaje con un pie para que no echara a volar. Otro chasquido, y un crujido de madera partida. Sebastian ech una ojeada al pergamino para cerciorarse de no haberlo daado, pero sus ojos estaban atrados por la cruz maltesa. Una convocatoria del gran maestre, pens. Cmo me gustara surcar los mares en busca del turco. Sebastian lleg a la cima y vio a un hombre de cuello grueso y estatura media a veinte pasos de un maniqu de madera. El alto maniqu tena una pose agresiva y empuaba una pica en cada mano. Varias hachas cortas de dos cabezas sobresalan del torso y la cabeza de pino, y aun a lo lejos Sebastian not que las armas estaban profundamente clavadas. Peter! llam a su hermano. Peter Vischer alz la ltima hacha y la arroj contra el blanco. Silb en el aire y se clav con estrpito entre los ojos del gigante de madera. Hermanito salud Peter. Se acerc sudando a Sebastian, que lo mir con algo rayano en la adoracin. Peter casi sonri. Quieres practicar? pregunt con su voz tonante. Sebastian not que la cicatriz de Peter, que iba desde la lnea de cabello corto y ralo hasta la oreja izquierda, se haba puesto roja con el ejercicio. Le entreg el pergamino. Traigo una carta, Peter! Peter entorn los ojos con suspicacia y cogi el mensaje con su macizo brazo derecho. Aunque todo su cuerpo tena msculos de hroe, el brazo derecho era demasiado abultado para el torso. Aos de entrenamiento con armas pesadas se lo haban hinchado desproporcionadamente, volvindolo asimtrico. Su padre, el duque un hombre impopular de mal temperamento, lo haba apodado el cangrejo violinista. Lamentablemente, el nombre qued. Aun en la Lengua alemana, lo llamaban Violinista, aunque rara vez a la cara. Peter era un hombre caviloso cuya fe humilde y meticulosa suavizaba su temperamento, pero sus largos silencios eran mal interpretados. Tena pocos amigos. Ley el saludo y frunci el ceo, pensando: Aqu debe haber un mensaje oculto. Qu dice? pregunt Sebastian. Es del gran maestre? Recoge mis hachas gru Peter, y ech a andar colina abajo. Sebastian alcanz a Peter frente al comedor de su padre. contigo suplic el menor. Quiero ser caballero. Peter sacudi la cabeza. Demasiado joven. Djame ir

Ser tu escudero se corrigi Sebastian. S afilar hachas, no hay nadie mejor. Peter mir a su hermano a los ojos. Quera decirle a Sebastian que era un buen muchacho y sin duda sera un gran hombre. Incluso quera decirle al vido mozo cuan orgulloso estaba de l y cunto lo amaba, pero no poda. Eres demasiado joven le dijo, estrujndole el brazo. La furia del rechazo centelle en los ojos de Sebastian, y se zaf del apretn del hermano. El caballero sigui con la mirada al joven que se alejaba malhumorado por el pasillo de piedra alumbrado por antorchas. Adis, pens. Peter abri la puerta doble y entr en la sala. Sus padres alzaron la vista desde el extremo de la larga mesa. El fuego del hogar les arrojaba una luz roja a la cara. Peter cruz el crujiente suelo de madera. Fuera! le rugi al sirviente. El muchacho sali correteando. El duque sonri maliciosamente. Hace una semana que no te veo, Violinista. El caballero se plant ante sus padres. Por qu interrumpes nuestra comida? pregunt su madre, una beldad de cabello trigueo que slo le llevaba quince aos. Otrora considerada la doncella ms hermosa al este y al oeste del Rin, frau Vischer haba conservado su buena apariencia a expensas de la crianza de hijos y la emocin. A Peter siempre le haba parecido hermosa y fra, pero su indiferencia era ms fcil de soportar que la atencin de su padre. El duque Vischer nunca haba escatimado los azotes. Peter volvi ojos glaciales hacia su padre. Respndele gru el duque. Acaso no respetan a sus parientes en esa secta? Peter mir el jabal asado que estaba en la bandeja. El duque asest un puetazo en la mesa y empez a levantarse. Te dije que hablaras! Peter lamentaba parecerse fsicamente a su padre. O qu? Apret los puos. He crecido demasiado para que me aporrees. El furioso duque se hundi en la silla. Los lujos y el vino le haban succionado la vitalidad, y la creciente comprensin de que Peter lo haba superado le provocaba temor y furia. Qu quieres? pregunt. Me marcho. Eso me han dicho. Tratar de contener las lgrimas.

He venido a advertirte: no le pongas las manos encima a mi hermano. El duque frunci el ceo. Tonto reblandecido. No recuerdas cmo te ganaste esas cicatrices en la espalda? Frau Vischer cogi delicadamente un trozo de jamn. Eres un muchacho estpido dijo con indolencia. Crees que heredars las tierras si nos hablas de ese modo? Peter mir con desdn el escudo que estaba sobre el hogar. No regresar dijo. No aceptara vuestra propiedad aunque fuera un regalo de Moiss. De veras? pregunt el duque con una sonrisa. Peter extrajo el hacha y acarici el filo con el pulgar. Frau Vischer dej de comer. Si soy obligado a regresar dijo el caballero, no os gustar lo que suceder. El silencio fue elocuente. Como he dicho, no lastimes a mi hermano. El duque cavil. Nunca te o decir tantas palabras seguidas dijo. En todo caso, muchacho, recuerda que ste es mi feudo, y sta es mi morada. No respondo por tu vida si vuelves a provocarme. Peter alz el hacha como para atacar a su padre, pero la descarg sobre el jabal. La hoja cort el pescuezo del animal con un chasquido estridente y rechin sobre la bandeja. El grito de frau Vischer reson en todo el saln. Peter frunci el ceo. Tus amenazas no convencen a nadie, anciano. Mandar buscar mi armadura por la maana. Procura que est preparada. El duque abri los ojos con espanto y odio. Estar preparada, Violinista dijo. No haba luna pero la campia nevada ofreca a Peter luz suficiente para viajar. Su montura avanzaba en medio del viento cortante hacia la comandancia local de la orden, donde encontrara alojamiento antes de partir hacia el sur. Padre nuestro que ests en los cielos, rez, protege a Sebastian y procura que no piense mal de m. Oy trepidar de cascos a sus espaldas. Temiendo bandidos, fren su corcel y sac un hacha de la silla. Un jinete solitario se le acercaba. Quin cabalga de noche? pregunt Peter con voz de trueno. Soy yo! fue la respuesta. Sebastian? El caballero baj el hacha. Por qu ests aqu?

Ir contigo! Sebastian se aproxim a su hermano. Jadeaba de emocin. Por favor, djame ser tu escudero rog. Escuchar todo lo que digas. Al menos hasta que te maten, pens el caballero. No podra soportarlo. Eres mi hermano murmur Peter. No permitir que te asesinen. Si me mandas a casa, quiz no lo veas, pero suceder respondi el joven. Padre prometi estrangularme en cuanto desembarcaras en Malta. Peter agach la cabeza, indeciso. Adems le rob la cota de malla dijo Sebastian. No tendrs que comprarme una. Peter suspir. Peter? El caballero mostr los dientes en una sonrisa que reflejaba el claro de luna. Habr que modificar la cota dijo. La talla no te valdr.

Se compraron vastas provisiones de grano y plvora en Mesina, y se transportaron de Sicilia a Malta en los meses de mala navegacin de enero y febrero. Estos vveres se almacenaron en graneros bajo los fuertes San Telmo, San ngel y San Miguel. La Valette, hbil para la logstica, agot las arcas de la orden para procurarse las reservas necesarias; saba que la ayuda de Europa tardara en llegar, si la enviaban. Hasta el momento slo el papa Po IV haba despachado algn dinero, apenas diez mil coronas. Aliada con Solimn por un tratado, Francia se negaba a auxiliarlos. Los turbulentos estados alemanes, ya amenazados por los ejrcitos norteos del sultn, no podan prescindir de ningn recurso. Isabel, la reina protestante de Inglaterra, no estaba dispuesta a arriesgar dinero ni soldados para defender una orden catlica, y menos en un momento de expansin espaola. Slo la poderosa Espaa, cuyos territorios de Sicilia y Npoles correran peligro si caa la orden, demostraba inters. Don Garca de Toledo, virrey del emperador Felipe II en Sicilia, prometi visitar Malta personalmente cuando se despejara el tiempo. Don Garca, un general condecorado, pensaba evaluar las necesidades de la isla mientras brindaba consejos expertos al gran maestre. Aunque el dinero escaseaba, lo que La Valette ms necesitaba eran hombres; la plvora y los armamentos eran intiles sin soldados. Sus caballeros, aunque se contaban entre los guerreros ms diestros de

Europa, sumaban menos de setecientos, y la mitad estaban desperdigados por el continente. La milicia maltesa, reclutada con precipitacin, aunque voluntariosa y desesperada, no tena experiencia blica y sumaba slo unos miles de hombres. El futuro de Malta se vea lgubre y en la intimidad muchos hospitalarios predecan una rpida derrota. A pesar de las angustiosas perspectivas, ningn caballero se march de la Roca, salvo por cuestiones oficiales, y entre los malteses, slo los viejos y enfermos regresaron a Sicilia en las vacas galeras de aprovisionamiento. El nuevo ao afront un invierno tormentoso mientras pequeos grupos de caballeros bajaban por Italia hasta Sicilia. En los albergues de Mesina, veintenas de hospitalarios aguardaban para embarcarse hacia la Roca, vidos de cumplir sus votos con la Religin. Sebastian encontr a su hermano en un muelle de Mesina. Peter, que sufra insomnio, se haba levantado temprano para mirar el mar. La actividad del puerto era leve, y slo se oa el viento, las aves y el crujido del maderamen de los barcos. Te andaba buscando dijo Sebastian. Bru tu armadura, una vez ms. El caballero mir a su hermano sin verlo. Qu? Te busqu en la posada respondi Sebastian. No me dijiste que saldras. Estabas durmiendo. Sebastian escrut las naves que montaban la marea, las velas sujetas con fuerza. Hay galeras hospitalarias aqu? Ninguna respuesta. Peter? Sebastian sigui la mirada de su hermano hacia un grupo de esclavos atezados que cargaban una galera. Ensanch los ojos. Turcos? Un ltigo restall dentro de la nave. Peter se frot la cicatriz de la cara. As es dijo. Michele di Corso se levant, oy misa en una pequea iglesia rural, entr en Mesina por la maana. El abultado saco de limosnas que colgaba del cinto de su espada se alivian mientras distribua el contenido entre los pobres, ciegos o tullidos que encontraba. Rezaba en silencio. Seor Jess, mi redentor, conforta a mi madre en sus aflicciones. Si ella muere antes de mi regreso, acptala en tu reino y nela con su

amado esposo. Di Corso se miraba los pies polvorientos mientras caminaba. Padre nuestro que ests en los cielos, santificado sea el tu nombre... Giancarlo Rambaldi termin el desayuno en sus aposentos, la sala de huspedes de un socio de su padre, antes de quitarse la ropa de noche y ponerse una blusa con encaje. Se pein meticulosamente el cabello rojo antes de lavarse la cara en un cuenco de porcelana. Termin, cogi sus utensilios para escribir y sali al balcn. La vista de Mesina y el mar titilante era maravillosa, pero no estaba en la naturaleza de Rambaldi reparar en esas cosas. Escribi: Querido padre. Tu colega ha sido un amable anfitrin, aunque la comida siciliana es insatisfactoria; sabes que no me gustan el pescado ni las aceitunas. Ando escaso de dinero, as que por favor dispn un fondo para el tiempo que me queda aqu. Como pronto zarpar hacia la Roca, no necesitar ms de cien coronas. Tu hijo leal. Rambaldi firm con un floreo y aadi: "Santo" di Corso est aqu, tal como temamos. Si intenta abordarme, derramar su sangre, sin parar mientes en las consecuencias. Adis, y vigila la corte!. La galera hospitalaria repechaba el mar. Hombres condenados gruan ante los remos. Caballeros con armadura se agolpaban en el castillo de popa. En la borda chasqueaban estandartes. Rambaldi se hallaba a solas; estaba de mal humor. Odiaba navegar y despreciaba las multitudes. Adems tena resaca. Demasiado vino y poco sueo, pens, mirando el mar. Y en la Roca no tendr ninguno de ambos. Malta murmur. No debes hablar contigo mismo. Pepe di Ruvo ri al acercarse. Pareces desquiciado. Hola, Pepe. Es que estoy desquiciado. Pensando en tu lecho de plumas, hermano? Sorprendido, Rambaldi mir de soslayo a su amigo. Algo as. Di Ruvo se apoy contra su estandarte, y su cuerpo fornido curv el mstil de la bandera. Olvdate de la comodidad, Testarossa dijo. Es tiempo de guerra. Rambaldi hizo una mueca; el vozarrn de Di Ruvo exacerbaba su jaqueca. Di Ruvo se persign y palme la bandera. Ruego a Dios no deshonrar a mi familia dijo. Rambaldi mir el emblema de Di Ruvo, un cisne blanco sobre un campo prpura. Un cisne, pens. Qu intimidatorio. Y dnde est mi insignia? Mir en torno. Qu pasa? pregunt Di Ruvo.

Rambaldi localiz su emblema, un leopardo dorado rampante sobre un campo blanco. De pronto se puso rgido. Qu hace l aqu? pregunt. Quin? Ah, vaya. Rambaldi enfil hacia Di Corso, que descansaba bajo el leopardo dorado. Di Corso miraba el agua, sumido en sus pensamientos. La cabeza de Rambaldi palpitaba cuando cogi el hombro de Di Corso y lo oblig a girarse. Di Corso ensanch los ojos de sorpresa. Quin dijo que podas apoyarte en mi insignia, hermano? rugi Rambaldi. Slo estoy descansando dijo Di Corso, irguindose. Rambaldi sinti miradas reprobadoras y se sonroj de vergenza. Escupiste en el leopardo! acus a Di Corso. Varios caballeros se reunieron alrededor, tratando de separar a los florentinos. No es cierto respondi Di Corso. Los ojos de Rambaldi ardieron. Me llamas mentiroso? pregunt, buscando su daga. Di Ruvo apres a Rambaldi por detrs, aferrndole los brazos. Basta, Testarossa! exclam. Envaina esa daga! Rambaldi forceje un momento, se calm. Sultame, Pepe dijo al fin con voz controlada. Se han aplacado los nimos? S. Di Ruvo solt a Rambaldi y ambos hombres quedaron frente a frente. Los caballeros cedieron el paso cuando una gran cruz subi desde la bodega. El viejo se acerc cojeando. Qu sucede aqu? pregunt. Rambaldi fulmin a Di Corso con la mirada, se gir y se mezcl con la multitud.

7 28 de marzo de 1565

El sultn Solimn miraba los astilleros del Cuerno de Oro desde una ventana del palacio. Cientos de galeras y miles de esclavos se agolpaban en el puerto. Se frot las manos doloridas. Su barba rala ondeaba en la brisa marina. Malta est condenada, pens. Solimn se volvi hacia Mustaf, baj del ejrcito turco, y Piali, almirante de la armada; ambos respetaban en silencio las cavilaciones de su majestad. Has solicitado zarpar maana le dijo el sultn a Piali. Otorgo mi autorizacin. El almirante hizo una reverencia. Hunde esa msera roca gru Solimn. Piali, de treinta y cinco aos, respondi con la avidez tpica de un comandante joven: Por Al, Legislador, los cristianos son hombres muertos. Llevar vuestra cimitarra por las aguas y los borrar de la faz de la tierra! Solimn no se inmut. No lo impresionaban las bravuconadas. Evalu a ese hombre con tnica, de tez clara, que adoptaba una postura orgullosa. ste tuvo padres cristianos, reflexion Solimn. Siempre quiso probar su vala. No sabe que el haber desposado a mi nieta es prueba suficiente? No dejes ninguna piedra de la isla libre de sangre replic el sultn . Slo una victoria total es aceptable. Piali se inclin respetuosamente. La destruccin de Malta y sus caballeros se haba convertido en la obsesin de Solimn, su razn para vivir. En muchas ocasiones haba impulsado su cuerpo enfermo a la accin, espoleando los preparativos para la guerra contra la Roca. Haba escogido personalmente un ejrcito de cuarenta mil soldados, entre ellos seis mil trescientos jenzaros, para acompaar la armada. Haba encargado pertrechos que incluan 80.000 balas de can y 40.000 barriles de plvora, as como vveres, madera y tiendas suficientes para sostener un ejrcito en un territorio estril y hostil. Con frecuencia haba bajado cojeando hasta la orilla para

inspeccionar su flota o haba ambulado entre los mohosos arsenales. Slo la aniquilacin absoluta de los Caballeros de San Juan justificara una organizacin tan meticulosa. Hunde Malta, almirante dijo. Ser ms aplastante que en Yerba prometi Piali, evocando su triunfo en el norte de frica. Muy bien. Solimn volvi sus ojos oscuros hacia el silencioso baj. Mustaf, un hombre maduro, afront la mirada con mesurada determinacin. Mustaf Baj, veterano de las guerras de Hungra y Persia, era un paladn del Islam militante. Los ojos negros que brillaban bajo su turbante intrincadamente tejido haban presenciado mucha violencia, y su boca severa nunca peda cuartel. Tena fama de ser descendiente del portaestandarte del mismsimo Mahoma, y su lealtad religiosa era absoluta; ningn cristiano que l capturase poda esperar misericordia. A pesar de su fervor, Mustaf era un comandante cauto. Conoca de sobra el temple de los hospitalarios, pues haba combatido en Rodas, y encaraba la misin actual con prudencia. Si se necesitaba una semana para arrasar Malta, que as fuera. Triunfaremos, mi seor afirm. Solimn sonri y mir por la ventana. La promesa de Mustaf tena ms sustancia que la jactancia de Piali. Ahora la tarea comandantes. ms delicada, pens, volvindose hacia los

Como no ir a Malta, vosotros dos sois mis manos dijo. Y as como las manos sacan provecho de la colaboracin, vosotros haris lo propio. Piali, siempre atento a la gloria de la armada, mir de soslayo a su colega. Mustaf, prudente y reflexivo, era demasiado circunspecto para demostrar nada ante el sultn. Debis ser como afectuosos padre e hijo orden Solimn. Desde luego, mi seor respondieron ambos. Solimn pos los ojos en Mustaf. Aguarda la llegada de Dragut antes de iniciar el gran asalto. Escucha su consejo. l habla con mi boca. Mustaf frunci los labios, pero sus objeciones quedaron atascadas detrs de sus dientes. S, mi seor dijo con una reverencia. El 29 de marzo la flota turca dobl el Cuerno de Oro. Solimn observaba las ciento treinta galeras y las docenas de galeotas y galeazas que se hacan a la mar con velas ondeantes. Sesenta navos ms pequeos seguan a la flota.

Slo resta esperar, pens. Quiz visite Roma, una vez que est conquistada. El espectculo era tan gratificante que por el momento Solimn olvid su punzante artritis.

8 Malta, 9 de abril

Era un medioda clido cuando La Valette salud a dos caballeros en su estudio. Los invit a sentarse y se puso detrs del escritorio. Los visitantes, un veterano con cincuenta aos de servicio y un gallardo caballero joven, se sorprendieron de la indumentaria de La Valette. El gran maestre haba desechado la sotana negra para ponerse una armadura reluciente. Estaba a sus anchas con el acero; esas ciento cincuenta libras no parecan molestarle. Una cruz maltesa agraciaba el pecho de La Valette. Excesivamente grande segn la moda de entonces, proclamaba con orgullo las virtudes y las beatitudes con sus cuatro brazos y ocho puntas. Una espada larga y envainada descansaba sobre sus rodillas. Slo su regia cabeza permaneca al descubierto; la barba blanca penda sobre el gorjal. El gran maestre brillaba bajo la luz que se filtraba por la ventana con celosas. Interpel al veterano en italiano, uno de los siete idiomas que dominaba. Salve, signore Broglia. Qu noticias hay en San Telmo? Mi seor respondi el comandante de San Telmo, necesito ms provisiones. No era preciso sealar cun importante era la plaza de San Telmo, en la boca del Gran Puerto. Nombradlas. La Valette escuch mientras Broglia enumeraba sus necesidades. El gran maestre asinti. Se har tal como deseis. Broglia se puso de pie y se inclin. Mi seor, regreso a San Telmo. Que Dios os acompae. Broglia se march. La Valette se volvi hacia el joven caballero. Su expresin se abland involuntariamente mientras miraba el rostro sonriente de Henri La Valette. Sobrino dijo. Gran maestre. Tu nave est preparada?

Un paraso flotante, seora. El anciano casi sonri. Inicia tus tareas de reconocimiento dijo. Henri se levant e hizo una profunda reverencia. A vuestras rdenes. Sir Oliver Starkey encontr a La Valette en un granero subterrneo. El gran maestre, antorcha en mano, estudiaba un enorme cmulo de vasijas tapadas. Maestre! exclam Starkey. Hemos avistado galeras que vienen del norte! Sir Oliver, debemos tratar de almacenar suficiente agua. Starkey mir las vasijas. Por qu hay heno entre ellas? pregunt. La Valette pareci defraudado por la ignorancia de Starkey. Para que no se rompan cuando los caones sacudan la tierra. Ah. Ha llegado don Garca? murmur La Valette. Muy bien, vayamos a su encuentro. Cuntas naves trae en su comitiva? Veintisis, segn me han dicho. La Valette, Starkey y veintenas de caballeros saludaron las naves de don Garca de Toledo mientras entraban en el Gran Puerto. Los civiles malteses que ocupaban las orillas de Senglea y Birgu vitorearon a la pequea flota. Don Garca, esplendoroso con su coraza y su capa escarlata, se quit el sombrero empenachado y se inclin cuando la nave insignia entr en la cala. El tufo de los sudorosos remeros lleg con el barco. No en vano los marineros se tapaban las fosas nasales con tabaco! Hasta La Valette qued impresionado por el tamao de la flota. Le sorprenda y le complaca la reaccin de Espaa ante el sitio inminente. Pero haba pocos soldados en las galeras. Se pregunt cunto faltaba para que llegaran los hombres. El virrey baj al muelle. Don Garca salud La Valette. La orden nunca ha necesitado tanto la generosa mano de Espaa! Don Garca, un hombre de ropas caras con ojos altaneros e inescrutables, habl con lentitud. ?He llegado en alas de ngeles, tan rauda fue nuestra travesa dijo en voz alta, para que todos le oyeran. Ciertamente es voluntad de Dios que Malta nunca caiga!

Las ovaciones de la multitud fueron ensordecedoras, como si los ejrcitos del Gran Turco ya estuvieran en el fondo del mar. La Valette y don Garca se evaluaron mutuamente. Don Garca qued sorprendido por los excelentes preparativos y alab en voz alta las fortificaciones de La Valette. Conocis bien vuestro oficio, caballero de San Juan concluy mientras beban una botella de vino. Vuestros emplazamientos de artillera y vuestras trincheras estn bien trazados. Nuestras defensas eran mucho ms fuertes en Rodas respondi La Valette. Su entusiasmo haba menguado, pues el da haba transcurrido sin promesas de refuerzos. Don Garca asinti. Recibiremos con gusto toda ayuda de Espaadijo Starkey. Haba guardado silencio toda la velada.Mi seor virrey aadi, cuando La Valette y don Garca lo miraron de hito en hito. Los ojos castaos de don Garca parecieron reparar en el secretario por primera vez. Starkey tuvo la impresin de que el espaol, que ergua levemente la nariz, lo miraba con altanera. El caballero lament sus precipitadas palabras. Sois ingls, verdad? pregunt don Garca, como si fuera una acusacin. As es. Ya veo dijo el virrey, y se volvi hacia La Valette. Hablamos de la tropa? La Valette aguard. He solicitado veinticinco mil infantes al emperador dijo don Garca , y l ha sido receptivo. Sera una magnfica ayuda dijo La Valette sin rodeos. Saba que Espaa tena muchas obligaciones, y dudaba que enviara 25.000 infantes a Malta. Se conformara con 20.000. S, y yo los escoltar a Malta en persona. Adems, os dejar a mi hijo, Federico, como prueba de mi buena fe. Un joven prometedor concedi La Valette. De todos modos, esta noche os entregar mil hombres de mi guarnicin siciliana. Espero que no sean mal recibidos. Claro que no. Os lo agradezco. Los comandantes volvieron a mirarse de hito en hito. El callado Starkey tuvo la impresin de que presenciaba un duelo silencioso. Regresar cuanto antes prometi al fin don Garca. La invasin turca de Malta tambin amenaza mis tierras, verdad? La Valette suspir ruidosamente. S, desde luego. Aun as, es difcil permanecer entusiasta mientras el taln turco se apresta a aplastarnos el cuello.

Vaya si lo s! repuso el virrey. Se puso de pie. La Valette y Starkey lo imitaron. Gracias por vuestra hospitalidad. Regresar a mi buque. Os agradezco, monsieur virrey, espada de Espaa, vuestra gentil ayuda dijo La Valette. Presente y futura. Don Garca mir a La Valette con respeto. El gran maestre haba estado a la altura de su reputacin de hombre apasionado e inteligente. Al virrey le costaba ocultar su admiracin. Aceptaris mi consejo? dijo con sbita informalidad, casi con tristeza. El mundo recuerda vuestra victoria en Pen de Vlez respondi La Valette. Don Garca sonri. Limitad vuestro consejo de guerra a un mnimo indispensable de veteranos curtidos dijo. Desde luego. No soy turco. Adems, no hagis escaramuzas fuera de las murallas. No poseis fuerzas suficientes. El fuego se apag en los ojos de La Valette. Lo s. El virrey le apoy una mano en el hombro. Pero ante todo, cuidad vuestra persona. La muerte del soberano suele causar la derrota. El gran maestre asinti pensativamente. Pues s en mi corazn que ningn ejrcito salvar vuestra Roca si vos perecis concluy don Garca.

Malta fascinaba a Sebastian Vischer. El mar azul y el sol brillante lo deslumbraban; la piedra blanca y las mujeres morenas lo deleitaban.

Despus de la exuberante Alemania, la isla yerma pareca sumamente extica. El entusiasta joven no pensaba en la inminente invasin turca, a pesar de las advertencias de Peter. A veces, cuando conclua sus deberes, o cuando su hermano parta en un asunto oficial, Sebastian bajaba del albergue alemn hasta la costa pedregosa. All miraba, ms all del Gran Puerto, el escabroso Sciberras y el Marsamuscetto. Otras veces buscaba y observaba a los caballeros que dirigan la construccin. Los hospitalarios, con su suntuosa armadura y sus jubones rojos, siempre estimulaban su imaginacin. Sebastian soaba con ser caballero, un garboso combatiente que suscitara respeto y admiracin. Ansiaba embarcarse en una caravana para abrazar plenamente la tradicin hospitalaria, y se imaginaba como capitn de una galera al mando de un contingente de guerreros. Perseguir al turco hasta alcanzar el renombre del caballero Romegas, pensaba. Hoy Sebastian miraba el fuerte San ngel desde el burgo, Birgu, oculto detrs de una carreta, para que Peter no lo sorprendiera holgazaneando. Observ mientras el gran maestre reemplazaba un pequeo can en la muralla este del fuerte. Sebastian envidiaba a La Valette su fina armadura, y su brigantina, antes motivo de gran orgullo, le resultaba lamentable. Por qu Peter no me compra un traje como se?, se pregunt. Y un yelmo con visera. Lament su sencilla celada. Qu tonto lucira en caravana con esta camisa! Un borbotn de italiano estall en sus odos. sta es una buena vista del fuerte. Felicitaciones, amigo. Sebastian se sobresalt. Se volvi boquiabierto hacia el imponente caballero de pelo oscuro que se le haba acercado. El caballero, con sus rizos ceidos por una delgada banda de plata, sonri ante su sorpresa. No hay trabajo para manos tan jvenes? pregunt el hospitalario. jNo hablo italiano, majestad! logr articular Sebastian. l caballero ri bonachonamente. Deutsch? Sebastian asinti vigorosamente. Tambin conozco tu lengua. Mi nombre es Michele. Di Corso volvi a rer. Y no me llames majestad, que no soy rey. Sebastian desvi la vista, avergonzado de su ocio. Estoy descansando tartamude. Soy sirviente de herr Vischer. l es mi hermano. Di Corso se encogi de hombros. Respeto el descanso de otro hombre. Sobre todo, porque yo estoy eludiendo a alguien.Se apoy en la carreta, que chirri bajo la armadura, y mir a La Valette. l es maravilloso. No te parece, muchacho? S, seora! Di Corso se puso pensativo.

Tuve tu edad hace poco tiempo. Lo que ms deseaba era tomar las armas en defensa de la fe. Sebastian sonri. Eso me gustara mucho! Todo a su tiempo, pequeo hermano. La juventud debe aprender que el servicio es ms importante que la muerte. Debemos procurar vivir para la Palabra antes de que podamos morir por ella. Sebastian reflexion sobre esa difcil afirmacin y tuvo la sensacin de que era una amonestacin. S, seora. Bien dijo Di Corso, enderezndose, ya nos hemos demorado bastante. Sin duda hay alguna tarea para nosotros. S, seora dijo Sebastian sumisamente. Vamos. Rambaldi mir a travs del comedor a Di Corso, que estaba sentado a una lejana mesa del albergue. El Santo coma en silencio. Conque no se digna chismorrear con los dems, pens Rambaldi. Hipcrita. Di Corso le sonri a un compaero de mesa y dijo algo; los hombres se echaron a rer. Dos lo palmearon en la espalda y brindaron por l. Rambaldi se inclin hacia delante. Qu dijo? susurr para s mismo. Qu pasa, Testarossa? pregunt Di Ruvo de buen humor. Ya ests tramando algo? Nada, nada. Psame el vino, por favor. Rambaldi volvi a mirar a Di Corso. Se pregunt por qu les caa tan bien. Yo soy el nico que lo cala? Su familia es tan codiciosa como la ma. Los italianos terminaron de comer y los sirvientes se llevaron la vajilla de plata. Todos los ojos se concentraron en el frente de la sala para el inevitable discurso del pilier de la Lengua. Un gran cruz se levant de la pequea mesa del pilier e interpel a los caballeros. Hermanos mos comenz, el gran maestre ha pedido voluntarios para reforzar San Telmo. Le dije que poda confiar en los hijos de la bella Italia. No le fallaremos! fue la entusiasta respuesta. Pues que vaya otro hijo, pens Rambaldi. Mira a Di Corso. l ansia morir tanto como yo... Quin asestar un mandoble por Cristo? pregunt el gran cruz. Di Corso se puso de pie. Mi seor.

El gran cruz pareca complacido. S, Michele? Yo ir en nombre de Florencia. Rambaldi estaba de pie antes de darse cuenta. Tambin yo! grit. De pronto el gran cruz se encontr con una abrumadora cantidad de voluntarios; escogi a veinte, empezando por Di Corso y Rambaldi. Los caballeros recibieron permiso para marcharse y salieron del comedor. Todos menos Rambaldi, que clavaba los ojos en el techo. Testarossa! mascull, reconvinindose.

10

Lleg mayo y la actividad en la Roca se aceler con el buen tiempo. Todo el da los herreros trajinaban, los albailes apuntalaban las fortificaciones, los artilleros probaban una y otra vez los caones. La Valette y otros miembros del Sacro Consiglio estaban por doquier, inspeccionando las defensas y manteniendo el nimo. El gran maestre apenas dorma, al parecer, y estaba disponible a todas horas. Cuando los ingenieros manifestaban satisfaccin con San Telmo y Birgu, l les reprochaba su orgullo y les recordaba que las defensas de Rodas se haban perfeccionado durante doscientos aos y aun as haban perdido la isla. Algunas fortificaciones fueron mejoradas, pero otras fueron destruidas. La Valette derrib dos murallas en las afueras de Senglea y Birgu, pues no tena hombres para defenderlas. Esta astuta decisin privara a los turcos de un refugio para tiradores.

De las siete galeras de guerra de la orden, dos fueron despachadas a Mesina, tres fueron apostadas en el foso, detrs de San ngel, y otras dos, la Saint Gabriel y la Couronne, fueron hundidas frente a Birgu, pero de tal manera que pudieran recobrarse despus. El astillero, entre Senglea y Birgu, fue aislado del puerto con una gruesa cadena de ocho pulgadas. La cadena estaba a gran profundidad y se poda alzar si se aproximaba el enemigo. La Gran Cadena se haba labrado en las famosas herreras de Venecia y se haba adquirido con gran coste. Cada eslabn de sus doscientas yardas haba costado a la orden diez ducados de oro. Una vez que la cadena fuera izada y asegurada con pontones y botes, ningn buque podra embestir contra el astillero. Slo Dios podra arrancar esa cadena, sujeta a la roca viva por el ancla de la carraca de Rodas, la antigua nave insignia de la orden. Para negar a los turcos vveres y mano de obra esclava, La Valette orden que los malteses, sus animales y alimentos fueran a Birgu y Mdjna. Cuando terminaron los desplazamientos, no quedaba al descampado comida suficiente para alimentar a una pequea familia, y mucho menos un ejrcito. La Valette tambin dej Gozo sin recursos y orden a los campesinos que se refugiaran en la ciudadela de la isla. Todos los manantiales de agua dulce de las afueras fueron envenenados. Arrojaron camo, lino, hierbas amargas y abono en los pozos, para que fermentaran. Ay del turco desprevenido que ingiriese semejante brebaje! Pronto sera presa de la disentera. La Valette rehus quedar aislado de Sicilia. Un caballero italiano, Giovanni Castrucco, recibi un barco con la orden de navegar a Mesina en cuanto hubieran contado las naves de Solimn. Castrucco deba entregar este mensaje a don Garca de Toledo: El asedio ha comenzado. Aguardamos vuestra ayuda. La Valette intuy que San Telmo sera el primer objetivo de Mustaf y escogi personalmente a gran parte de la guarnicin. El fuerte deba resistir todo lo posible, para proteger Birgu y Senglea. El Sacro Consiglio tena poca fe en el insignificante San Telmo, y procur disuadir al gran maestre de desperdiciar demasiados hombres en una causa perdida. La Valette confiaba en su decisin, sin embargo, cuando otorg a Luigi Broglia la gobernacin del fuerte. Todos respetaban el coraje de Broglia, un venerable y experimentado caballero de setenta aos. Teniendo en cuenta la avanzada edad del italiano, La Valette le asign un lugarteniente: Juan de Guaras, de la Lengua espaola, sera capitn de socorro de Broglia. Ambas elecciones resultaran estupendas. El gran maestre aument la guarnicin regular de San Telmo con otros cuarenta y seis caballeros y envi a Broglia doscientos infantes espaoles, los nicos que el virrey haba entregado de los mil hombres prometidos. Los espaoles estaban bajo el mando del idneo don Juan de la Cerda.

Anocheca en Malta y el silencio reinaba en todas las habitaciones del albergue alemn, menos una. Sebastian y Peter Vischer yacan en sus jergones. Ir contigo, Peter! insista Sebastian. Soy tu escudero y debo servirte en San Telmo. Te lo prohbo. Peter miraba el techo oscuro. Oy los sollozos de Sebastian. Deja de llorar. No estoy llorando! rezong Sebastian. Regresar pronto murmur Peter. Qu ser de m? gimi Sebastian. Por qu me abandonas? Peter sinti un nudo en la garganta, pero reprimi sus emociones. Prometiste servirme y obedecerme, as que obedceme. Es por tu propio bien, hermanito, pens. La muerte nos espera en San Telmo. Sebastian solloz. Tengo rdenes y debo cumplir con mi deber explic Peter. Qudate para servir a herr Rausch. Ninguna respuesta. Me oyes? ladr el caballero. S, Peter. Lo lamento, pens el caballero. Pero aqu estars a salvo, en la medida de lo posible. Dios, por qu lo traje a Malta? Durmete orden. Las dos primeras semanas de mayo pasaron rpidamente. El da 15, sospechando que la llegada de los turcos era inminente, La Valette llam a sus hermanos a misa en la iglesia conventual para un ltimo discurso antes del ataque. La iglesia conventual de la Orden de los Caballeros de San Juan de Jerusaln era un edificio imponente. Un techo curvo protega un suelo constituido por las lpidas de mrmol de muchos caballeros. Esplndidos tapices y pinturas cubran las paredes de piedra y alas diminutas oficiaban de capillas para cada Lengua. Cada capilla albergaba trofeos y tesoros. La Valette entr en la iglesia detrs de sus caballeros y se dirigi al altar con la cabeza erguida. Hizo una genuflexin ante la hostia, y luego se arrodill ante el santuario de mrmol. Bondadoso Cristo, pens, me rindo ante ti. El obispo de la orden observaba desde su asiento. De pie, La Valette mir a los caballeros sentados con una mezcla de orgullo y tristeza. Muchos de ellos no sobreviviran a la invasin. Cmo decirles de antemano que honraba ese sacrificio? Por su parte, los hospitalarios miraban con reverencia al gran maestre. l era La Valette el poderoso, el campen de la Religin, y si alguien poda ayudarles a capear el temporal turco, era l.

La luz se derramaba por altas ventanas y bailaba sobre el mrmol. Volutas de incienso flotaban sobre el altar. Queridos hermanos comenz La Valette, y su voz retumb en toda la iglesia. Cada uno de nosotros ha acudido por propia voluntad al servicio del Seor, contra un enemigo implacable. Va a librarse la gran batalla entre la Cruz y el Corn. Un formidable ejrcito de paganos va a invadir nuestra isla. Nosotros somos los soldados elegidos de la Cruz, y si el cielo requiere el sacrificio de nuestra vida, as ser. La Valette dej que asimilaran sus palabras. Estudi cada rostro y vio coraje en sus ojos. En ese momento sus caballeros no eran italianos ni alemanes, franceses ni espaoles, sino que eran uno solo, hermanos en el cuerpo de Cristo. Sin duda, Padre, pens, no nos entregars al turco. Hermanos mos continu, vayamos al altar sagrado donde renovaremos nuestros votos y obtendremos, mediante nuestra fe en los santos sacramentos, ese desprecio por la muerte que es lo nico que puede tornarnos invencibles. Un caballero salt del asiento. Victoria en Cristo Jess! bram. Palabra verdadera, fe verdadera! grit otro. Pronto toda la hueste estaba de pie. Juramentos, vtores y canciones reverberaron en la iglesia y los edificios circundantes de piedra arenisca. Los caballeros se abrazaron como hermanos y se estrecharon la mano con fiereza. Sus valientes voces rodaron sobre Birgu, sobre el puerto tranquilo y soleado y hacia el mar azul. La Valette alz una mano perentoria. A los sacramentos! tron. Los caballeros tomaron la comunin y salieron de la iglesia con paso firme. Observa un historiador: En cuanto compartieron el pan de la vida, desapareci toda flaqueza. Cesaron todas las divisiones entre ellos, y todas las animadversiones personales. Para los testigos malteses, era casi como si los caballeros vestidos de acero flotaran hacia sus puestos de combate. Muchos lugareos se emocionaron con el paso de los hospitalarios y se santiguaron. Trescientas millas al este, la armada turca, igualmente confiada, surcaba el Mediterrneo con lenta arrogancia, segura de que conquistara Malta para Solimn y Al. El cristianismo de los caballeros no era el nico credo que recompensaba la fe con la victoria y la muerte con el cielo.

11 17 de mayo

San Telmo se haba erigido a mediados de siglo a bajo coste. Si La Valette hubiera sido gran maestre durante su construccin, el fuerte habra sido mucho ms imponente, pero tal como era pareca una colisin de ingeniera atolondrada y capital escaso. San Telmo se ergua en la cima del monte Sciberras y desde su posicin, el punto ms bajo de la pennsula, tena un panorama del mar hacia el este, el Gran Puerto hacia el sur y el Marsamuscetto hacia el norte. Trazado con diseo espaol, era una estrella de cuatro puntas con la seccin sureste sobre una empinada cuesta que caa a pico en el mar. Entre las murallas ms cercanas al mar haba un caballero, una torre con caones. La puerta principal de San Telmo se hallaba en el lado occidental; un terrapln, o revelln, se hallaba ms all del foso occidental. Los ingenieros de la orden no se hacan ilusiones sobre la situacin de San Telmo y alegaban que el enemigo poda apostar caones con gran ventaja en las alturas rocosas de Sciberras. La falta de tiempo y de personal, sin embargo, impidi a La Valette aplanar el monte. La nica ventaja natural de San Telmo consista en la roca maciza sobre la que reposaba; ningn minero ni zapador podra aproximarse desde abajo. Dentro del fuerte haba cuarteles para una tropa pequea, almacenes y una capilla. Aun en horas desesperadas, los capellanes de obediencia sacerdotes hospitalarios que no tenan autorizacin para portar espada asistan a la capilla. Ningn caballero de San Juan deba temer la muerte sin extremauncin, a menos que su partida fuera sbita. Los capellanes de obediencia, que no necesariamente eran nobles, contaban con el respeto

de sus colegas marciales, sobre todo si haban participado, sin armas, en las misiones navales llamadas caravanas. Peter Vischer contemplaba el poniente desde la muralla occidental de San Telmo. Una sensacin de vaco y soledad lo agobiaba, aunque estaba rodeado por camaradas. Tambin se senta fsicamente incmodo; su armadura, caliente como una olla durante el da, se haba enfriado paulatinamente al llegar la noche. Peter pronto se congelara, as como antes se haba cocinado. Una hora en armadura vala por tres. Un equipo de operarios maldijo cuando un poste se les cay por accidente. Vischer no les prest atencin. Ay de ti si no proteges a Sebastian, herr Rausch, pens. Una vez ms lament la presencia de su hermano en la isla. El caballero dej de mirar el poniente y enfil hacia la escalera. Baj al interior despus de responder al saludo de un media cruz. Un media cruz era un hombre de armas que haba jurado lealtad a San Juan. Eran plebeyos y no se les permita ser caballeros. Vischer atraves el patio, todava activo, y lleg a la puerta principal, donde puso un alto barril de costado para sentarse ante las macizas puertas. El tonel cruji. Decapitar al primer turco que la atraviese, pens. Por el honor de la Lengua. Evoc las verdes colinas de su terruo. Vio las extensas propiedades de su padre. Un caballero interrumpi sus cavilaciones. Perdn, monsieur. Parece que has ocupado mi lugar. Peter fij la vista en ese caballero maduro. Cmo dices, hermano? se es mi lugar de descanso. He vuelto despus de hacer mis necesidades. Vischer lo escrut en la luz incierta. Te conozco? El caballero se inclin. Montblanc, de Toulouse. Montblanc murmur Peter. Disculpa, monsieur Montblanc, pero he jurado matar al primer turco que atraviese la puerta. Montblanc mir la puerta. An falta para ese momento, no crees? pregunt. No obstante, permanecer aqu como representante de la Lengua alemana. Montblanc resopl. Perdn, hermano, pero, corresponderle a Provenza? Vischer se levant del barril. Te lo mostrar dijo. Apartando a Montblanc, extrajo el hacha y la arroj en un movimiento gil y fluido. El arma, impulsada por el enorme brazo derecho de Vischer, silb en el crepsculo y se incrust en el centro por qu el primer turco no debe

de una viga de madera a gran distancia. Los dos hombres que llevaban la viga la soltaron, sorprendidos. Montblanc call unos segundos. Eres el Violinista? Soy Vischer. El francs estudi el hacha y volvi a inclinarse. Dejo la puerta en tus capaces manos. Vischer ri entre dientes mientras Montblanc se iba a otra parte. Volvi a ocupar su asiento y se apoy contra la pared. Durante toda la noche rog pidiendo un sueo elusivo. El caballero Rambaldi, inquieto en los atestados cuarteles de San Telmo, sali a tomar aire y mir el cielo estrellado. Dios, pens, que esta batalla llegue pronto y termine rpidamente. Cmo extrao mi lecho de plumas! Llam a un hermano servidor, como eran conocidos oficialmente los medias cruces. El soldado mir con admiracin la armadura labrada de Rambaldi. Monsieur? Rambaldi desenvain la espada. Tienes una piedra de afilar? S. Trela, por favor. El caballero Di Corso mir el mar desde la muralla este, con la capa al viento. Estarn aqu maana, se dijo. Con la imaginacin vea a los turcos surcando el calmo Mediterrneo, iluminado por las estrellas. Se imagin el estandarte otomano de la media luna flameando sobre la nave insignia de Piali mientras esclavos cristianos remaban al ritmo del tambor del capataz. Una noche clara bajo una luna turca, pens. Di Corso evoc sus conocimientos del Islam. Sopes las verdades del cristianismo contra las premisas de la fe de Mahoma, preguntndose por qu los musulmanes desdeaban la idea de la Trinidad y un Cristo divino. Acaso Dios no se manifest a Abraham como tres hombres?, se pregunt, recordando la Escritura. El gobernador Broglia recorra su estrecho aposento, abanicando el humo que sala de su lmpara de aceite. Obsesionado por el temor de que los turcos apostaran caones en Sciberras, le costaba relajarse y el sueo era imposible. Sus piezas, mucho ms pequeas que los mastodontes de Solimn, no podan expulsar a los turcos de las alturas del monte. Broglia tema que un potente basilisco lanzara una bala de ciento sesenta libras

contra el flanco del fuerte. Semejante proyectil perforara la gruesa y maciza mampostera. Broglia gimi. No podra emplazar mejor sus armas? Abri la puerta y llam a un asistente. El hombre lleg al instante. Seora? Llama al capitn Guaras. La noche transcurri a paso de tortuga. Dentro del intranquilo fuerte, algunos se revolcaban gruendo en sueos, mientras que otros ni siquiera podan dormir.

12 18 de mayo

Avistaron la flota de Solimn poco despus del alba. Las galeras aparecieron en el brumoso horizonte, quince millas al este de Malta. Un caballero de San Telmo alert a la guarnicin, gritando: All vienen!. En unos instantes, los hombres llenaron las murallas del este y escudriaron las naves. Di Corso mir la gigantesca flota con ojos desorbitados. Padre nuestro! Es un prodigio que el mar pueda sostenerlos! El capitn Guaras y el gobernador Broglia subieron la escalera y miraron la flota con rostro adusto. Dios nos ayude suspir Broglia, y le dijo a Guaras: Efectuad un disparo para avisar a Birgu. Una andanada! orden Guaras a las bateras de la torre caballera . Tres disparos! Los caones rugieron y el hierro silb sobre el agua. Columnas de espuma blanca se elevaron mientras los caonazos perforaban el mar perezoso. Los caones de Birgu se hicieron eco de la alarma. Otra andanada vol hacia los lejanos turcos. Alto el fuego! grit Guaras. l y Broglia bajaron la escalera y entraron en la cmara del gobernador, flanqueados por tres caballeros comendadores. A qu distancia estn? le pregunt Di Corso a un artillero espaol cubierto de cicatrices. Unas horas, seor. Tiempo suficiente para la capilla, pues. Oliver Starkey irrumpi en los aposentos de La Valette y encontr al gran maestre ante el escritorio.

Maestre, estn aqu! exclam. La Valette firm un documento, le pas el secante. Oliver. Seora. La Valette enroll y sell el pergamino, apret la cera con el anillo de sello y ofreci la carta. Lleva esto. Starkey acept el pergamino. se es mi quinto dijo La Valette, refirindose al veinte por ciento de posesiones que un caballero poda dar en herencia fuera de la orden. Entiendo, seora dijo Starkey, estudiando el testamento sellado. Mantenlo a salvo. La Valette se levant de la silla y se puso un yelmo empenachado de blanco. Vamos a San ngel dijo. Al dejar la habitacin, oyeron los caonazos de advertencia desde Mdina, tierra adentro, y Gozo, al norte, cuyas respectivas guarniciones se haban enterado de la llegada de Mustaf. Por cierto no nos pillaron durmiendo dijo La Valette. En el astillero, entre Birgu y Senglea, Mathurin d'Aux de Lescout Romegas, general de galeras y el mayor marino cristiano de la poca, preparaba cuatro naves pequeas. Romegas no se propona trabar combate con la enorme fuerza turca; slo quera inspeccionar la armada de Solimn. La Valette salud a Romegas y sigui hacia San ngel. Tambores, trompetas y gritos sonaron en Birgu y San ngel mientras los hombres acudan deprisa a las armas. La Valette entr confiadamente en el catico fuerte. Un grupo de caballeros lo rode. Ha llegado la hora les dijo. Comportmonos como caballeros de Cristo. Las naves turcas avanzaban despacio hacia Malta; para los angustiados hospitalarios, pareca que los bajeles cubran el horizonte. En los fuertes y aldeas, caballeros y soldados se persignaban y rezaban. Los campesinos, vctimas de muchas incursiones turcas, no necesitaron que nadie les ordenara arrear los ltimos animales detrs de las murallas. La Valette sospechaba que los turcos primero se dirigiran al Marsasirocco, al sur del Gran Puerto, y se sorprendi cuando la flota rode la punta meridional de la isla. De inmediato despach una fuerza de caballera para seguir a las lentas galeras. Los jinetes, al mando del gran mariscal Copier, siguieron la flota desde la costa oeste. Los informes que Copier envi a La Valette sugeran que los turcos desembarcaran en el norte. Estos mensajes preocuparon al gran maestre.

Saba que ese desembarco poda aislarlo de Sicilia mientras los turcos se adueaban de Mdina, con escasa tropa, y la indefensa Gozo. Cuando la flota de Solimn ancl para pernoctar frente a los abruptos peascos de Ghain Tuffieha, Copier y sus hombres tambin descansaron. Por la maana Piali envi treinta naves al Marsasirocco y el mariscal orden seguir a esos buques. La Valette pronto supo, para su alivio, que los turcos invadiran Marsasirocco: su patrullaje por la costa oeste haba sido una finta. El trayecto por tierra desde el Marsasirocco hasta Birgu era de slo tres millas. En la medianoche del 19 de mayo, toda la flota turca enfilaba hacia el Marsasirocco. Tres mil efectivos ya haban desembarcado de las treinta naves, entre ellos mil jenzaros. Los impacientes turcos se dirigieron tierra adentro, hacia la aldea de Zeitun, para coger alimentos y ganado. Entre el Marsasirocco y la aldea se toparon con una patrulla de jinetes hospitalarios. Sigui un duelo de arcabuces breve pero intenso que dej varios muertos, entre ellos don Mesquita, aspirante a caballero y sobrino del gobernador de Mdina. Ampliamente superados en nmero por los jenzaros y la caballera, los hospitalarios se apresuraron a retirarse. Dos cristianos heridos, el caballero francs Adrien de la Rivire y el novicio portugus Bartolomeo Faraone, fueron capturados por los jinetes turcos y llevados al Marsasirocco. A medioda toda la flota turca se haba asentado en el Marsa. Cuando Mustaf Baj fue a la costa la maana siguiente, jenzaros con tnica les ofrecieron a l y sus oficiales un valioso trofeo: dos caballeros de San Juan. Los jvenes hospitalarios, despojados de su cara armadura, estaban ojerosos tras una noche de malos tratos. Ambos fueron golpeados con cabos de lanza hasta que se arrodillaron ante el viejo baj. Un esclavo llev una silla para Mustaf; l se acomod en el asiento antes de mirar a los caballeros con odio. A sus espaldas, las galeras turcas llenaban el Marsa. Cmo deben morir estos hombres, oh Al?, se pregunt. De la Rivire, un fornido espadachn de pelo dorado, devolvi la mirada de Mustaf con el mismo odio. T eres el perro...? comenz el francs, pero un golpe en la cabeza lo acall. Silencio! rugi un jenzaro. Slo el baj hace preguntas! El aturdido De la Rivire escupi en el suelo pedregoso. Mustaf decidi que De la Rivire morira en una bastonada, pero eso poda esperar. Quiero los planos de vuestros fuertes y caones dijo. De la Rivire pestae pero no dijo nada. El jenzaro intent golpearlo de nuevo, pero Mustaf lo contuvo.

Cul es el fuerte mejor pertrechado? le pregunt al caballero. Dnde estn los caones de La Valette? El caballero ri entre dientes. Mustaf asinti y el jenzaro golpe al caballero entre los omplatos con el asta de la lanza. Faraone solt una exclamacin mientras su superior se desplomaba en el suelo. Mustaf se volvi hacia el joven portugus. T, muchacho. Qu guarnicin es la ms fuerte? Dnde estn los caones de La Valette? El moreno Faraone palideci, pero no dijo nada. De la Rivire respondi por su camarada. Nuestro bastin es el reino del cielo, amo de esclavos! Y los caones de La Valette estn en tu trasero... o lo estarn pronto! Los ojos del baj chispearon, pero l slo asinti. Ya conoca a hombres como De la Rivire. Se volvi hacia un oficial. Estos europeos carecen de sutileza. Entrgalos a los torturadores. Sonri cuando los hombros de Faraone se aflojaron. Quiz el hierro candente les suelte la lengua. Don Garca de Toledo disfrutaba de un delicioso faisn asado en su comedor, y aunque cenaba a solas, el excelente vino compensaba de sobra la falta de compaa. Las puertas labradas del extremo de la habitacin se abrieron y un viejo criado entr a la luz de las velas. Qu sucede? pregunt don Garca. Mis disculpas, seor virrey, pero tenis un visitante sin cita previa. No me digas. S, excelencia, y dice que su misin es extremadamente urgente. Quin es? Un mensajero de Malta. Un italiano. Don Garca arranc un muslo del ave y mordi la carne aceitosa. Trelo dijo mientras masticaba. El criado pronto regres. Giovanni Castrucco, caballero de justicia! anunci. Un maltrecho Castrucco se adelant y se inclin ante el virrey. Excelencia, traigo nuevas de La Valette. S? El gran maestre dice: El asedio ha comenzado. La flota turca posee casi doscientos navos. Aguardamos vuestra ayuda. Don Garca le hizo una seal al indignado mayordomo. Atiende a este buen hombre orden. Y a Castrucco: Hablaremos pronto.

El virrey qued a solas. Doscientos, pens. Qu puedo hacer contra eso? Aunque Felipe me enve treinta mil hombres, dudo que pudiramos desembarcar. Su apetito se evapor y apart el faisn. Maldiciendo, cogi el vino. Doscientos navos! exclam.

13 21 de mayo

Mustaf Baj se reclin bajo un dosel; su plana mayor estaba en las cercanas. Pareca que los caballeros no intentaran rechazar el desembarco, sino que permaneceran parapetados detrs de las murallas. No haban avistado cristianos desde la captura de De la Rivire y Faraone. Muy sabio, pens Mustaf, chupando un sorbete. La Valette podra ganar algunas escaramuzas en campo abierto, pero mi fuerza numrica pronto lo aplastara. Un oficial se postr ante Mustaf. Baj! Mustaf eruct. Habla. Los torturadores han soltado la lengua de los prisioneros declar el oficial. Plata derretida en los odos. Mustaf record la mirada desafiante de De la Rivire y sonri. Conque no son superhombres. Qu han informado? El oficial se puso de pie y present un mapa que identificaba la muralla sudoeste de Birgu. Parece que este punto tiene pocas tropas, y est defendido por la Lengua ms dbil, Castilla. Y no hay artillera. El baj se irgui en el asiento. No haba artillera? Qu necios, pens. Entonces los atacaremos, y Al obtendr su primera victoria respondi. Los exploradores del mariscal Copier estaban apostados en las alturas de Corradino, al oeste de Senglea. Fueron los primeros en avistar el ejrcito de Mustaf, que marchaba hacia el Gran Puerto. Al ver la cantidad de efectivos, Copier se persign y de inmediato despach un mensajero a La Valette. Los turcos se aproximaban rpidamente, confiados en su fuerza. Orgullosos estandartes de seda y gallardetes triangulares chasqueaban sobre la hueste. Una compaa tras otra de hombres de tnica suntuosa marchaban detrs de oficiales a caballo cuyos sables y turbantes

enjoyados destellaban al sol. Los bruidos yelmos en espiral de los espahes irradiaban una luz cegadora. Un explorador de Copier informara despus: El conjunto pareca una multitud infinita de flores en un prado o pasto exuberante; no slo deleitable a los ojos, sino tambin a los odos, pues sus diversos instrumentos se fusionaban en el aire con exquisita armona. La Valette recibi el informe de Copier y respondi al desafo turco. Orden que el gran estandarte de la orden se izara sobre San ngel; la cruz hospitalaria de ocho puntas ondeaba desafiante sobre el fuerte. La avanzadilla de los turcos se distanci de la fuerza principal y lleg a los montes del sur de las pennsulas. La Valette observ su aproximacin desde las murallas de Birgu y, tras una evaluacin, orden enviar ms municin a San Telmo, que yaca casi olvidada del otro lado del Gran Puerto. Por su parte, los caballeros de San Telmo maldijeron la fortuna que les negaba el primer ataque turco. Los hombres de Copier intercambiaron disparos con un apiamiento de tiradores jenzaros antes de abandonar Corradino. Los cristianos, en inferioridad numrica, no podan competir con la precisin de los arcabuces de can largo de los jenzaros, y buscaron proteccin en Birgu. Las tropas de choque turcas lo festejaron a gritos mientras los hombres de Copier se retiraban. Por Dios, esos jenzaros son magnficos tiradores, pens La Valette, recordando amargamente que las divisiones de jenzaros se integraban exclusivamente con conscriptos, cristianos. Orden que abrieran las puertas para su caballera en retirada. Pas un momento. Un caballero seal las puertas. Gran maestre! Para su consternacin, La Valette vio jinetes hospitalarios que galopaban desde la ciudad hacia los turcos. Sumido en sus pensamientos, no haba tenido en cuenta la ansiedad de esos guerreros, y no haba dado rdenes de impedir que salieran del fuerte. Cerrad esas puertas! Muchachos tontos, pens. rugi. Llamad a esos hombres!

Una corneta son por encima de la confusin, pero demasiado tarde. Los caballeros casi haban llegado a la avanzadilla turca, que bajaba la cuesta a la carrera. Birgu y Senglea contuvieron el aliento. Los caballeros se estrellaron contra la lnea turca con arcabuces y espadas, cobrando un precio de sangre. Los gritos de batalla cristianos se oan por encima de los alaridos de los heridos turcos. Los turcos fueron rodeados y sufrieron grandes prdidas. La Valette silenci al corneta. Es demasiado tarde para detenerlos. Se apoy en la muralla y presenci la batalla con ojos crticos. Al menos han tenido su bautismo de fuego, pens.

Cuando fue evidente que los turcos no recibiran ayuda inmediata, el gran maestre envi ms caballeros a la refriega. Elementos de la avanzadilla turca trataban de replegarse mientras nuevos jinetes cristianos suban estruendosamente las cuestas. Un paje tirone del guantelete de La Valette. Maestre, estis a plena vista se quej el muchacho. Venid abajo, por favor! La Valette no le prest atencin. Sbitamente una aullante oleada de turcos se sum al combate. Siguieron ms. Las lneas se estabilizaron y pronto los caballeros quedaron superados en nmero por cinco a uno. Los cristianos cedieron lentamente el terreno, retirndose hacia Birgu, donde se apostaron ante las puertas. Entonces los caones castellanos tronaron en las murallas. Los veteranos artilleros, expertos en su oficio, lanzaron una lluvia de muerte sobre los turcos. Enemigos implacables del Islam, los espaoles abatieron pelotones enteros de soldados con tnica con impactos precisos. Delante de Birgu, la sangre y las entraas brillaban en la planicie. El lamento de los caballos heridos henda el aire mientras el humo sofocante enturbiaba la visin de los hombres. Cerca de La Valette, un caballero grit cuando una bala de arcabuz sali de su espalda en una niebla de sangre. La armadura rechin mientras se desplomaba a los pies de La Valette. Asistid a este hombre orden el gran maestre a tres caballeros, que se apresuraron a atender al hermano cado. Est muerto, seora dijo uno. Entonces cay un paje, rozado en el cuello. La Valette se inclin sobre el muchacho. Djame ver la herida, muchacho. Aparta la mano. El muchacho obedeci. Slo un rasguo, hijo. La Valette acept un pao de un caballero. Muchos valientes han sufrido cosas peores por afrontar la tormenta turca. Creis que es as? tartamude el joven. S que es as. El anciano alz al paje. Aprieta esa tela contra el cuello y hazte vendar la herida. Te irs al hospital. Un gran clamor sacudi San ngel. Miles de hombres de Mustaf haban llegado a Corradino. Suficiente! le grit La Valette a un gran cruz. Toca retreta! En cuanto son la llamada, los caballeros comenzaron a replegarse hacia Birgu. Tenaces caones castellanos cubran la retirada, castigando a los turcos que se aproximaban a las puertas. Desprotegidos en el campo de fuego, los turcos pronto recularon, dejando a sus muertos.

Los cristianos, ms animados, lanzaron gritos de victoria. Aunque haban perdido veinte hombres, cientos de turcos cubran el suelo entre Corradino y Birgu. La Valette respir ms tranquilo cuando las puertas se cerraron y agradeci a Dios que sus hombres hubieran evitado el desastre. Aunque el encontronazo haba sido menor, haba estimulado a su guarnicin y haba restado impulso a Mustaf, pero el gran maestre era demasiado sabio para creer que esa victoria se deba a algo ms que la suerte. A partir de ahora le dijo a un gran cruz, ningn hombre sale del fuerte sin autorizacin. Mi autorizacin. Como ordenis, gran maestre. La Valette ech un vistazo a la tierra arrasada. Eso har reflexionar al baj, pens. Baj hacia Birgu, donde caballeros y soldados entusiastas se le acercaron tanto como se atrevan. Les enseamos a ser cautos! exclam un caballero joven. Lo pensarn dos veces antes de intentar otro ataque frontal! declar otro. La Valette! rugan los hombres. El gran maestre escrut esos rostros confiados. Saba exactamente cmo aplacarlos. Slo hemos ganado una batalla anunci. Quiera Jess que las ganemos todas. Seal las puertas de Birgu y los cadveres tendidos, y los hombres parecieron volver a la tierra. La multitud se entreabri cuando avanzaron dos caballeros polvorientos. En el guantelete, el primero empuaba un andrajoso pero magnfico estandarte turco. Hincando una rodilla, entreg el trofeo a La Valette. La Lengua castellana os ruega que aceptis este trofeo. La Valette sonri mientras el espaol le entregaba la bandera. Colgar en la iglesia conventual prometi. . El otro caballero se cuadr. Mi seor, soy Morgut de Navarra y mat a un capitn turco. S? Tengo esto. Morgut puso un macizo brazalete de oro en la ancha palma de La Valette y seal una inscripcin. S que vos hablis su maligno idioma. La Valette ech una ojeada a los fluidos caracteres arbigos. Los hombres se agolparon para ver el brazalete. Lo hablo pero no lo leo dijo. Un fornido caballero se adelant. Mi seor, me permits? La Valette le entreg el brazalete.

No vengo a Malta en busca de riquezas ni honores, sino para salvar mi alma tradujo el caballero. Los hombres reflexionaron sobre esa ominosa inscripcin. Miraron con ansiedad a La Valette. l no los defraud. Pues ese hombre se ha engaado dijo. Tras haber rechazado los dos objetivos que estaban a su alcance, slo cosechar amargura si espera obtener el ltimo. Con el ceo fruncido, Mustaf observ a sus hombres que se retiraban por Corradino. Fue presa de una furia negra, y aun sus consejeros ms cercanos lo eludan. Rugiendo obscenidades, ahuyent a un mensajero de Piali. Dile a mi amado hijo que cuide sus barcos! grit, pateando al hombre. Pens en De la Rivire y Faraone. Esos dos me han puesto en ridculo. Mintieron sobre la fuerza de Birgu. Esa muralla no tiene la menor debilidad! Llam a su asistente, Al. S, baj replic Al. Esos caballeros capturados nos engaaron. Qu ordenas, seor? Ya sabes qu hacer. Al hizo una reverencia y pidi su caballo. Parti hacia el Marsasirocco. Esa noche Adrien de la Rivire y Bartolomeo Faraone fueron muertos a bastonazos. Sus alaridos resonaron en todo el campamento turco.

14 24 de mayo

Ocultndose de los caones cristianos, Mustaf y su escolta se abran paso por la ladera norte del monte Sciberras. A la izquierda la luz del sol bailaba sobre las aguas azules del Marsamuscetto; alturas rocosas se elevaban a

la derecha. Los ruidos de picos y palas llegaban desde la cresta del pedregoso peasco. Mustaf observ el dentado declive, pensando: Un paisaje demoniaco, pero no importa. Malta ser ma. Iba erguido en la silla. Estaba de buen humor; el choque inicial con los caballeros haba sido decepcionante pero se propona borrar por completo esa derrota. Una vez emplazada, su artillera volara San Telmo del Sciberras y luego, ebrio de victoria, regresara a Birgu. Ansiaba atacar el baluarte de La Valette. Sus caones y efectivos superaban en gran nmero a los del gran maestre, y las naves turcas dominaban el mar. Ms an, el virrey don Garca de Toledo no daba seales de vida. Aun as, le molestaba dejar Gozo sin conquistar al norte. El almirante Piali se negaba a permitir que sus naves atracaran en Gozo. Mi cobarde amado hijo, pens Mustaf. Maldito sea este mando compartido. Envidiaba a La Valette, cuya autoridad no era cuestionada por nadie. l debera agradecer esa bendicin... El sendero dobl a la derecha y Mustaf espole al caballo para trepar la cuesta. El corcel subi con esfuerzo por el declive desparejo. La partida lleg a la cima y se detuvo detrs de los terraplenes, donde los esclavos trajinaban y los soldados cuidaban las armas. El coronel de artillera vio a Mustaf y salud. Los soldados se cuadraron. Salve, espada de Solimn! exclam el coronel. Mustaf ech un vistazo a la artillera. Los caones estn firmes? pregunt. Estn emplazados con solidez, baj. Mustaf estudi los terraplenes; el coronel haba hecho bien su trabajo. Mustaf seal el montculo de tierra que tapaba la vista de San ngel. Ese reducto podra ser un poco ms alto dijo. S, baj. Mustaf entorn los ojos y mir San Telmo, a gran distancia cuesta abajo en la escabrosa pennsula. El diminuto fuerte irradiaba un resplandor blanco bajo el sol de la maana. Seal a unos turcos detrs de un parapeto que daba todos los indicios de haber sido erigido con premura. Qu hacen esos hombres al norte del fuerte? El oficial inclin la cabeza. Impiden que los cristianos nos molesten, seor explic. Si esa posicin os desagrada... No, no. El baj se ape de la silla. Buena tctica. Cindose la cimitarra enjoyada que le colgaba del cinturn, se acerc a un enorme basilisco y apoy una mano en la culata ornamental del can. Ests apuntando a la derecha de las puertas?

El baj tiene ojos agudos replic el artillero. Y las otras piezas? El oficial se acerc. Estoy concentrando el fuego tal como ordenasteis, seor. Slo aguardamos vuestra seal. Mustaf mir hacia San Telmo, que se perfilaba contra el mar azul. Casi podramos echar a rodar nuestras balas, pens sonriente. Se apart del basilisco. No aguardis ms. Disparad cuando estis preparados dijo. Los artilleros turcos entraron en accin. Al cabo de unos instantes, el coronel grit una orden. Fuego, todas las bateras! La tierra se sacudi con un estruendo ensordecedor y los caones escupieron lenguas de fuego; San Telmo gimi bajo la andanada. Aunque los proyectiles ms pequeos rebotaron en el fuerte, la enorme bala del basilisco perfor la muralla y desapareci, arrancando mampostera del boquete que haba abierto. Se derramaron piedras sobre el Sciberras. Recargad! grit el coronel. Los caones turcos humeaban; hombres y caballos se sofocaban con el humo acre. Los turcos prepararon los caones ms pequeos, pero pasaran horas antes de que el basilisco pudiera efectuar otro disparo. Mustaf examin los daos y celebr la puntera del artillero. Estupendo! Disparad a discrecin! Las piezas de sesenta y ochenta libras escupieron otra andanada, y los proyectiles cayeron en San Telmo como rayos. Los artilleros volvieron a meter plvora y balas en los caones. Fuego! bram el coronel. Y otra vez. Y otra vez. Y otra vez. Mustaf observ por un tiempo, gruendo con cada salva. Cuando los cristianos intentaban responder el fuego, eran abatidos por los arcabuceros que estaban al pie de la muralla norte de San Telmo. Muchos cristianos recibieron balazos en la cabeza y se perdieron de vista. Matad a esos perros!, pens Mustaf. Los bloques de piedra caliza y arenisca de San Telmo comenzaron a rajarse y desmigajarse al cabo de una hora. Un polvo amarillo se elevaba de la mampostera floja y flotaba sobre el mar. Esto no tardar mucho! grit el coronel por encima del estrpito. Dices la verdad respondi Mustaf, pero al rato se hart. Fue hacia su caballo, y dos esclavos lo ayudaron a montar. El coronel le entreg las riendas.

Mantn un fuego constante dijo Mustaf. Reduce San Telmo a escombros. El comandante de artillera se inclin. Lo que ordene el baj. Rompe la muralla hoy y te recompensar con tu peso en oro. A vuestras rdenes! Mustaf descendi por el Sciberras. La Valette entr con su guardia en San ngel y mir el asediado fuerte de San Telmo desde la muralla. Los caones turcos demolan el fuerte, cuyas defensas, que no tenan el ngulo apropiado para desviar los impactos, se estaban desmoronando a ojos vista. Dios los ayude, pens. La muralla ya est cediendo gru un caballero. La Valette fulmin al hombre con la mirada. Todava no. Peores noticias aguardaban al gran maestre en su residencia. Haba llegado un mensaje de don Garca de Toledo. Sentado en su cuartel general, con un gran cruz llamado Castriota y sir Oliver Starkey, La Valette ley el mensaje del virrey, que haba llegado sigilosamente a Malta en una embarcacin pequea. El despacho deca: Gran maestre La Valette, me temo que no puedo ayudar de inmediato a Malta porque mi fuerza actual es demasiado pequea para vencer a los turcos. Resistid con paciencia y fe mientras solicito ms hombres a su majestad, Felipe. Os socorrer en cuanto pueda, pero hasta entonces confiad en que hago todo lo posible. Adems, cuento con pocas galeras y os pido que enviis las galeras de la orden a Mesina. Vuestro, don Garca de Toledo. La Valette sacudi la cabeza y le entreg el pergamino a Starkey, que lo ley y se lo entreg al ansioso Castriota. El italiano termin de leer y arroj el documento al escritorio de La Valette. El virrey est loco! exclam. Cmo podemos enviarle nuestras naves? Se necesitaran mil hombres para tripularlas, siempre que pudiramos bajar la cadena y salir del puerto. Podramos obtener miles a cambio replic Starkey. La Valette se impacient. No le enviar a don Garca ni siquiera un bote. No puedo prescindir de un solo par de manos. Cunto tardar el virrey en reunir un ejrcito para vencer a los turcos? pregunt Starkey. Sin duda, no ms de un mes. La Valette reflexion. S, podra lograrlo en un mes. Starkey abri la boca pero no dijo nada.

Qu? pregunt La Valette. Nada, seora. Respndeme! Starkey eludi la mirada del gran maestre. Podramos abandonar San Telmo dijo el ingls. Con los hombres adicionales, podramos tripular un par de galeras y... Los ojos azules de La Valette ardieron. No dijo con voz cortante. Podramos enviar nuestras tres naves restantes dijo Castriota. Don Garca estara obligado a zarpar... con una fuerza numerosa o sin ella. No entregar San Telmo replic La Valette. Ni aunque me lo ruegue todo el consejo. San ngel y San Miguel son mucho ms fuertes, seora dijo tmidamente Starkey. Dejarn de serlo una vez que los caones turcos empiecen a desbaratarlos. Por qu obligar a Mustaf a atacarlos si est perdiendo tiempo en San Telmo? Existe alguna esperanza si Birgu y Senglea caen, pero San Telmo sigue en pie? Starkey agach la cabeza. San Telmo no demorar al turco largo tiempo dijo. Al menos podramos salvar a la guarnicin y procurarnos la ayuda inmediata de don Garca. La Valette tard en responder. Sir Oliver? dijo lentamente. S, maestre. Mantendr tropas en San Telmo por tres motivos. Primero, porque mil soldados presentes valen ms que un milln prometidos. Starkey acept la verdad de esas palabras con un asentimiento. Segundo continu La Valette, porque entiendo que es lo correcto. El nimo se resentir si entrego San Telmo. Los hombres no tendran por qu salir a la carrera, gran maestre comenz Castriota, pero call bajo la mirada de La Valette. En ltimo lugar concluy La Valette, creo que San Telmo resistir durante das si es necesario. En Rodas resistimos seis meses sin esperanza de refuerzos. Aunque San Telmo aguante una semana, qu suceder? Don Garca an no habr llegado dijo Starkey. Cuanto ms tiempo Mustaf se distraiga en Sciberras, ms tiempo tendremos para prepararnos, y mayores sern las probabilidades de que don Garca est obligado a venir. No olvides que nuestros priores lo estarn azuzando. Hasta entonces, San Telmo es la llave de nuestra isla. S, maestre suspir Starkey.

La Valette mir a Castriota. Vuestra voluntad es la ma, gran maestre dijo el italiano. Se hizo silencio en la habitacin, pero el bullicio de la actividad llegaba desde la calle. Balaban ovejas mientras las arreaban. La Valette tamborile con los dedos en el escritorio. Aun as, no permitir que Mustaf se salga del todo con la suya. Monsieur Castriota. S, seora. Construid un caballero encima de San ngel para que podamos apuntar a Sciberras. Tendr que ser muy elevado para estar a la altura de sus murallas. S convino La Valette. La torre se construy con presteza y fue provista con dos culebrinas grandes. Aunque estos caones causaban pocos daos a las posiciones turcas en Sciberras, daban a los cristianos la satisfaccin de devolver los disparos. La artillera de Mustaf continu su fuego incesante hasta que una constante nube de polvo se pos sobre San Telmo 15

Antes del bombardeo el gobernador Broglia desplaz muchos efectivos de la muralla este a la muralla norte. Estos hombres, en su mayora italianos, recibieron rdenes de combatir contra los tiradores turcos atrincherados al norte del fuerte. Se apostaron arcabuceros hombro con hombro en el parapeto norte, disparando cuando se presentaban los blancos, pero en general el permetro permaneca turbadoramente silencioso, como ante una tormenta inminente. Cocinndose en su armadura, Michele di Corso escrut las posiciones de los tiradores turcos. El sudor goteaba bajo su celada, hacindole arder los ojos. Me pregunto si sus tnicas son tan calurosas como esta armadura, pens. Un caballero se le acerc. Deben de haberse parapetado durante la noche, esos bastardos dijo. Como si no tuviramos ya bastantes preocupaciones con aquel basilisco. Di Corso sonri. Esos tiradores tratarn de abrirte an ms agujeros en la crisma, Giuseppe. Giuseppe Picco sacudi la cabeza. Pensamientos morbosos, viniendo de un santo. Alguien tropez con Picco.

Fjate adonde apuntas ese mosquete! le rezong a un soldado, y le murmur a Di Corso: Esto est atestado como un bao romano. La sonrisa de Di Corso se desvaneci. Pronto seremos menos. Mir la fila de caballeros. Pocos de nosotros volvern a cruzar la baha, me temo. Cre que un santo poda cruzarla a pie ri Picco. Sus ojos se ensancharon y su expresin se volvi feroz. Veo un turco que no llegar a San ngel, al menos! Alz el arcabuz. Di Corso vio que un turco moreno de pecho desnudo sala del nido de tiradores. Picco dispar. El can del fusil de chispa escupi llamas anaranjadas. El turco dio dos pasos antes de que el disparo le abriera el torso. Se desplom y rod hacia el Marsamuscetto. El silencio volvi a reinar en Sciberras. Rodar hasta caer al agua, Dios mediante dijo Picco, iniciando el complejo procedimiento de recarga. Mir hacia Sciberras. Maldicin, estn elevando esa primera plataforma. Podrn arrojar proyectiles dentro del fuerte. Di Corso se persign. Mustaf tiene todos los hombres del mundo. Picco prob la mira del mosquete contra el declive del Sciberras. No te preocupes dijo. Te dejar algunos. Preferira que no hubiera suficientes para ninguno de nosotros. Picco enarc una ceja. De veras? Los turcos dispararon sus caones. Abajo! gritaron varios caballeros. La salva zamarre San Telmo. El cimbronazo hizo castaetear los dientes de Di Corso; a su lado, un soldado salt de la muralla y cay gritando al patio, donde se qued inerte. Di Corso se arrodill junto a Picco. Ambos jadeaban de la emocin. Creo que empezaste algo! lo acus Di Corso. Picco se ech a rer, pero se sofoc con el polvo. Quiz deba disparar de nuevo dijo. Se puso de pie y apunt por encima del parapeto. Sacudido por el retroceso del arma, cay de rodillas. Tendras que agachar la cabeza un rato, hermano! grit Di Corso. Picco cay de espaldas sobre la piedra. Di Corso se le acerc. Giuseppe?

Lo que quedaba de la cara de Picco era un guiapo sanguinolento; brillantes astillas de hueso asomaban de la frente. Un charco de sangre se extenda bajo el cuerpo, en ntido contraste con la armadura bruida. Dios Todopoderoso! gru alguien. La voz le provoc un escozor a Di Corso; alz la vista. Rambaldi estaba a dos pasos de distancia. Los florentinos se clavaron la vista. Con la garganta reseca, Di Corso trag saliva; no le salan las palabras. El sorprendido Rambaldi recul un par de pasos y se detuvo entre dos amigos. Di Corso se volvi hacia Picco y cerr suavemente el nico ojo que le quedaba al caballero. Ya se haban posado moscas sobre el cuerpo. Llevadlo abajo les dijo a dos hermanos servidores. Los media cruz alzaron el cuerpo y lo condujeron a la escalera. Di Corso los sigui con la vista. Adis, Picco, pens. Te recordar en mis oraciones. San Telmo tembl bajo otra andanada turca. La voz del gobernador Broglia reverber en el fuerte. Revisad las cisternas de agua! grit. Tron la siguiente andanada y un proyectil roto pas silbando junto a Di Corso y borr la cara de un camarada. El caballero herido cay hacia atrs, se desplom en el interior de San Telmo, choc contra el suelo con un crujido. Di Corso se sinti enfermo. El media cruz que tena al lado vomit. El avergonzado hermano servidor limpi el charco con un trapo, pero el olor persisti. No hay ninguna vergenza en ello le dijo Di Corso para confortarlo. Otra andanada sacudi San Telmo y los hombres gritaron cuando estall el tope de la muralla oeste. Algunos heridos fueron rescatados de las ruinas polvorientas y llevados al hospital. La artillera de San Telmo devolvi el fuego, pero los caones turcos estaban emplazados con inteligencia; las salvas de los caballeros volaron inofensivamente sobre las bateras de Mustaf y se incrustaron en el Sciberras. Los artilleros debatan las trayectorias en voz alta. Di Corso y sus camaradas se turnaron para disparar contra los turcos que, creyndose olvidados, intentaban aproximarse al fuerte. Los caballeros les ensearon a ser cautelosos: Di Corso abati seis con el arma de Picco. Una segunda bala de basilisco choc contra el fuerte con un estrpito ensordecedor. Ms tramos de la muralla oeste estallaron, rociando a los soldados con los escombros de la mampostera. El polvo flotaba sobre San Telmo. Los heridos gritaban pidiendo ayuda. Al agazaparse para recargar, Di Corso vio que sacaban a un hombre de los escombros; el desdichado aullaba, y estras rojas surcaban los muones de sus piernas.

Dios santo gru Di Corso, dejando el arcabuz. Desenvain la espada y se apoy en la empuadura con forma de cruz. Perdname, Jess, rez, pero debo matar turcos para salvar a mis hermanos. Tal fue mi juramento. Si esto te desagrada, te suplico que me mates. Ofrezco mi cuerpo como tu instrumento. Hgase tu voluntad. Se persign. Al alzar la vista, vio que Rambaldi le clavaba los ojos. Quieres que tambin diga una plegaria por ti, hermano? rezong Di Corso. Rambaldi resopl y cerr su visera. El bombardeo continuaba y las bajas aumentaban. Los cristianos abrazaban las murallas temblorosas de San Telmo. Peter Vischer se negaba a abandonar la puerta, aunque las piedras que volaban haban desnucado o ahuyentado a los que estaban alrededor. Permaneci entre los cadveres y la lluvia de piedras hasta quedar cubierto de polvo. El primer turco sera suyo. El capitn Guaras tena otros planes. Oye, tonto! Retrocede! orden. Vischer no obedeci la orden. El espaol se le acerc a rastras y le cogi el hombro. Retrocede, maldicin! Estamos construyendo un parapeto! Vischer se volvi; qued impresionado. Los caballeros haban terminado una lnea secundaria de defensa, y aunque no era bonita, la elevada cresta de tierra ya haba cortado San Telmo en dos. Debo matar al primer turco le dijo Vischer a Guaras. Quiz lo hagas, pero no aqu. Retrocede. Vischer cogi su hacha de mala gana y busc refugio detrs de la nueva muralla. Y justo a tiempo. La siguiente andanada arroj una tonelada de mampostera sobre el lugar donde antes estaba agazapado. Se instal entre sus hermanos sucios de polvo, que lo miraban con ojos desorbitados. Hay agua? pregunt. El caoneo ces al anochecer pero los vapuleados caballeros conservaron su posicin. El gobernador Broglia visit a los fatigados hombres y los confort con palabras de fe y aliento. Los sacerdotes bendijeron a los guerreros y los alimentaron con el cuerpo de Cristo. Corri el rumor de que el caballero Di Ruvo haba llevado la cuenta de las andanadas turcas. Los hombres se maravillaban porque el italiano haba contado tres mil disparos, y sostenan que los turcos no podan mantener ese increble ritmo. En el Sciberras, los ingenieros de Mustaf trabajaban con eficiencia de hormigas, achatando la siguiente cresta mientras se desplazaban ms

caones desde el Marsasirocco. Mustaf estaba seguro de que las bateras elevadas demoleran el fuerte y apresuraran una resolucin satisfactoria del sitio.

16 25 de mayo

Los caones turcos saludaron el alba con tal entusiasmo que sus voces llegaron hasta Sicilia. Birgu y Senglea tenan pocas esperanzas de que San Telmo sobreviviera a ese da. Los de San Telmo coincidan. Los caballeros se agazapaban pero los disparos los encontraban. Las balas de can rebotaban por todo el fuerte, buscando a los defensores y hacindolos trizas. Haba sangre por doquier y los alaridos de los moribundos se elevaban sobre el Sciberras, un coro atormentado. El maltrecho fuerte humeaba bajo el sol ardiente. Di Corso apoy a un caballero moribundo en el suelo. Una piedra voladora haba golpeado al hombre en la frente. Di Corso! gru el francs en sus desvaros. Estoy aqu. Di Corso? Michele le cogi la mano. S, hermano. El crucifijo que tengo en el cuello. Procura que se lo devuelvan a mi familia... Es nuestro desde la Gran Cruzada. Di Corso asinti.

Si es posible, lo devolver yo mismo. El caballero sonri dbilmente, aliviado. Palabras dignas del Santo. Di Corso se qued hasta que el caballero muri, luego se colg la cadenilla de oro del cuello. Llvatelo le dijo a un soldado. Recogi sus armas y regres a la derruida muralla. Rambadi no haba dormido en dos das y se senta gratamente afiebrado. Lo rodeaban caballeros muertos. Vamos, esclavos! grit por encima de la acribillada muralla. Debo ensearos a apuntar mejor? Los tiradores le haban errado tantas veces que se senta invulnerable. Una bala de arcabuz zumb junto a su cabeza. Erraste! grit, y apunt a la silueta distante y apret el gatillo. Un chorro rojo salt de la frente del turco, que cay. Rambaldi se ri y se agazap detrs del parapeto, dicindole a un joven soldado espaol: Tendra que haberse quedado en casa! Cmo decs, seor? tartamude el soldado. Rambaldi recarg sin mirar. Agchate, muchacho aconsej. En ese momento una bala de can atraves el techo de la capilla; gritaron hombres en el edificio. Rambaldi observ el espectculo y cavil sobre una mala accin del pasado. Se sorprendi al orse susurrar un salmo. Al concluir, se persign. Cualquiera dira que Dios perdonara una iglesia dijo el espaol. Rambaldi ri secamente. Cuando no perdon a su propio hijo? No parece correcto. Rambaldi mir al soldado a los ojos. No temas, muchacho. Tampoco nos perdonar a nosotros. Se puso de pie y dispar.

17 26 de mayo

Ese da haba sido catastrfico para los Caballeros de San Juan; sus muertos llenaban San Telmo. El fuego turco se haba intensificado tanto que los hospitalarios tuvieron que esperar hasta el anochecer para recoger a sus hermanos masacrados. La nueva batera de catorce caones de Mustaf, emplazada en la cima del Sciberras, escupa proyectiles sobre San Telmo como un hombre que arrojara monedas a una fuente, diezmando la guarnicin mientras los caones que estaban cuesta abajo pulverizaban la muralla y el revelln frontal. Por no mencionar a los temibles tiradores jenzaros, que mataban ms hombres que los caones. San Telmo, construido con tanto descuido la dcada anterior, no contaba con tneles que hubieran permitido un desplazamiento ms seguro. Los hombres que se guarecan detrs del menguante permetro se quedaron quietos, aguardaron la oscuridad. Los pestilentes cadveres se asaban bajo el sol abrasador mientras los vivos se sofocaban con el humo y el polvo y eran ensordecidos por el martilleo de la artillera. Al fin, piadosamente, el sol baj. Los caonazos turcos, que ese da haban sumado cuatro mil, ralearon y luego cesaron. Pero Mustaf no haba terminado. Ejrcitos de esclavos turcos arrastraban material Sciberras arriba, y aunque las aturdidas tropas de San Telmo oyeron sonidos de construccin, la oscuridad les impeda tomar medidas. Los caballeros teman que pronto Mustaf habra emplazado suficientes caones como para disparar contra San ngel. El cuartel general y la poblacin civil tambin sufriran fuego directo. El gobernador Broglia recibi al capitn Guaras despus anochecer. Apartando la vista de una lista de bajas, Broglia dijo: Sentaos, capitn. Gracias, excelencia. Broglia escrut el rostro sucio y fatigado de Guaras. Cuanto hace que no dorms? pregunt. del

Desde que empezaron los caonazos... igual que vos. Broglia se atus el grueso bigote. Yo har la prxima guardia dijo. Tratad de dormir. Guaras habra discutido si hubiera tenido suficientes energas. Como ordene el gobernador respondi. Broglia volvi a mirar la lista de bajas. Enviadme a La Cerda dijo al cabo. Cruzar el agua con un mensaje para La Valette. Ninguna respuesta. Guaras? Guaras! El capitn se irgui. Excelencia! Estabais durmiendo. De veras? Guaras se negaba a creerlo. S. Mandadme al teniente La Cerda antes de su descanso. El capitn se puso de pie; se rasp sangre y suciedad de la hombrera, se cuadr. Seor gobernador. Cuidaos dijo Broglia, volviendo a su tarea. No puedo darme el lujo de perderos. Guaras se inclin respetuosamente antes de marcharse. Broglia mir el informe con angustia, luchando contra la desesperacin. Dios mo, Dios mo. Tantos hombres excelentes. Cmo los reemplazaremos? Un golpe en la puerta. Adelante. Entr La Cerda, un joven espaol. El caballero, famoso por su meticulosidad, se las haba apaado para bruir su armadura desde el ocaso. Una faja roja le adornaba la cintura. Se inclin con galanura. Me llamasteis, excelencia? Broglia alz la vista. Podis sentaros. Agua? No, excelencia. Broglia fue al grano. He perdido la mitad de mi tropa estos dos ltimos das. Id a ver a La Valette y pedidle ms hombres. Sera un grandsimo honor, gobernador. Ir solo? No, llevad dos soldados. Es una noche oscura, as que podris eludir a los turcos.

Despachos? Ninguno. No permitir que el enemigo capture un mensaje. Vos memorizaris mis palabras. El espaol trag saliva ante la mera idea de caer en manos de los turcos. Los torturadores de Solimn eran tristemente clebres. Decidle esto a La Valette comenz Broglia: Hemos sufrido grandes bajas pero el fuerte resistir mientras viva un solo caballero. Humildemente solicito refuerzos para resistir el inminente ataque de infantera. Podis recordar todo eso? La Cerda frunci el ceo. Entonces no entregaremos esta plaza? La furia centelle en los ojos de Broglia. Mi mensaje suena como una rendicin? pregunt. Queris deshonrar a los hermanos que ya han muerto aqu? No, excelencia. Broglia cavil. Podis repetir mis palabras, o busco a otro hombre? Soy vuestro fiel servidor, gobernador. Bien. Repetidlas. La Cerda las repiti. Bien. Comed algo y partid... y que Dios os acompae. Podis marcharos. El Sacro Consiglio estaba enclaustrado en Birgu con dos docenas de hombres, todos guerreros con experiencia. Escasas velas alumbraban el alto saln. La luz titilaba sobre las cotas de malla bruidas y brindaba al recinto una atmsfera irreal. El gran maestre estaba sentado a la cabecera de la mesa, con Starkey a la derecha y el obispo a la izquierda. Pilieres de las Lenguas y caballeros gran cruz completaban la concurrencia. Como he dicho antes, caballeros, San Telmo es la llave de nuestra isla comenz La Valette. Aunque quiz lo perdamos, no lo abandonaremos. Mustaf debe pagar un alto precio por Sciberras si queremos derrotarlo aqu. Con un meneo de la cabeza, Starkey disuadi al pilier alemn de plantear una objecin. A espaldas de La Valette, las puertas se abrieron con un crujido y entr un enorme caballero. Se detuvo junto a La Valette. Gran maestre susurr, tenemos un mensajero de San Telmo. Que entre! Dos docenas de caras barbadas y arrugadas saludaron a La Cerda cuando entr. Las puertas se cerraron. Se inclin ante La Valette.

Gran maestre, Broglia me enva. Qu informa el apreciado gobernador? pregunt La Valette. Su respeto por Broglia era bien conocido. La Cerda se relami los labios cuarteados, escogiendo las palabras con cuidado. Se quit el yelmo y dijo: Mi seor gran maestre, nuestra plaza corre grave peligro. Apenas podemos movernos bajo el fuego turco, y aunque nuestras andanadas hagan mella en el enemigo, sus cados son reemplazados por el doble antes de que los muertos toquen el suelo. El rostro de La Valette se enturbi. Qu dice Broglia? Las murallas se desmoronan y nuestros hombres, cada alma cristiana, estn al lmite de sus fuerzas. San Telmo est condenado. La Valette se reclin en la silla pero no apart los ojos del joven caballero. Cunto tiempo puede resistir la fortaleza? pregunt glacialmente. La Cerda se apoy un dedo en los labios y cerr los ojos para pensar. Unos ocho das dijo al fin. S, ocho das a lo sumo. Cul es el monto exacto de vuestras prdidas? pregunt La Valette, con voz levemente desdeosa. La Cerda extendi una palma implorante. San Telmo, seigneur, es un enfermo agotado y al lmite de sus fuerzas. No puede sobrevivir sin ayuda de un mdico. La Valette reflexion sobre esa declaracin. sas no son palabras de Broglia, pens. Un enfermo al lmite de sus fuerzas? se mof. S, seora. Pues yo mismo ser vuestro mdico! Llevar otros conmigo, y si no podemos curar vuestro miedo, impediremos que la fortaleza caiga en manos enemigas. Un gran cruz se levant en el extremo de la mesa y fulmin a La Cerda con la mirada. Mi seor, no os fiis de las opiniones de este hombre! exclam. No puedo creer que reproduzca correctamente las palabras de Broglia. Otros asintieron. Coincido con vos, monsieur Medran replic La Valette. La Cerda afloj los hombros. Yo mismo ir en vuestro lugar, gran maestre ofreci Medran. No sea que el miedo de este hombre nos avergence a todos.

La Valette mir a La Cerda como si su presencia le provocara indigestin. No poda permitir que el pesimismo de ese hombre envenenara San Telmo. Quedaris detenido hasta que reciba ms noticias de Broglia dijo La Valette. El caballero agach la cabeza. S, gran maestre. La Valette interpel a Medran. Llevad cincuenta voluntarios y una compaa de soldados. Quiz ese tratamiento sea suficiente. De inmediato, seora. Medran recogi el yelmo de la mesa. Los pies de su armadura vibraron en la piedra mientras dejaba atrs al cabizbajo La Cerda. La Valette se levant, la voz serena pero firme. Esta campaa reposa sobre los hombros de San Telmo. Cada da que Broglia resiste aumenta nuestras probabilidades de dar la bienvenida a don Garca cuando llegue. Asest un puetazo en la mesa. No se hablar ms de entregar San Telmo.

18

27 de mayo

La noche fresca y calma sucumbi al sol abrasador mientras los caones turcos reanudaban su sinfona. Y San Telmo no era el nico objetivo. Mustaf haba ordenado el bombardeo de San ngel. La artillera del baj hablaba con voz perentoria; proyectiles de hierro y mrmol silbaban sobre el sereno Gran Puerto y se estrellaban contra la enorme fortaleza. Al cabo de unas horas, una polvareda amarilla cubri San ngel. Adems, el cuartel general de La Valette en Birgu recibi algunos impactos directos. Al amparo de gruesas andanadas, los turcos extendieron sus trincheras y parapetos casi hasta el revelln de San Telmo. Los jenzaros mantenan un constante intercambio de disparos con los hospitalarios, en abrumadora minora, y ovacionaban cada vez que caa un enemigo. Los caballeros que se arrodillaban para recargar rogaban por la misericordia de blandir la espada antes de que la artillera enemiga los eliminara a todos. La elevada moral de los turcos se reforz con la llegada de Uluj Al, gobernador de Alejandra. Uluj Al llevaba cuatro naves de municiones y pertrechos, amn de esclavos y un cuerpo de ingenieros egipcios. Los egipcios de Uluj Al se contaban entre los zapadores ms respetados del mundo y eran muy valorados por su dominio del arte del asedio. Mustaf Baj y Uluj Al visitaron la tienda personal del almirante Piali. El almirante, desnudo de la cintura para arriba y tendido sobre la espalda, se haba cortado con una astilla de piedra; su mdico personal, un hombrecillo ceniciento de rostro arrugado, vendaba la herida. Gobernador Al dijo Piali, perdonad que no me levante. La respuesta del gobernador careca de entusiasmo: Agradezco a Al que no estis muy lastimado. Al, un hombre delgado y sinuoso que tena fama de brutal, pidi un refrigerio a un esclavo. Gracias. Piali interrog a Mustaf con la mirada. Buen da, padre. Cmo anda la pequea guerra? Mustaf se encogi de hombros. El fuerte resiste. Vuestros marineros querrn encabezar el primer ataque? Un honor que debo rehusar. Piali apart al mdico mientras un esclavo le alcanzaba la bata. Fuera se elevaron voces; un oficial entr en la tienda y se inclin profundamente, sostenindose el turbante. Mi seor almirante dijo, se aproxima una nave desde el sur y ha izado la cruz de San Juan.

Qu? grit Piali. Se puso de pie, termin de vestirse y sali apresuradamente de la tienda, seguido por Mustaf y Al. Calzaba pantuflas, y mova los pies con delicadeza sobre las piedras afiladas. Lleg a un punto de observacin y mir al sur, hacia la galera hospitalaria que se aproximaba. Pareca que los cristianos intentaran burlar el bloqueo y entrar en el Gran Puerto. Se reunieron marineros alrededor de Piali. Piali mir con el ceo fruncido la desafiante cruz roja. Locos. Locos! Aferr a uno de sus capitanes. Despacha seis naves para aplastar a esos tontos cristianos! De inmediato, mi seor. Piali se restreg las manos con expectativa. Mir a Mustaf con una sonrisa socarrona. Observa esto! A toda velocidad, ya le orden el caballero comendador St. Aubin al capataz. Restallaron los ltigos y los condenados se encorvaron sobre los remos. La dinmica quilla de la galera henda las aguas azules. St. Aubin se acarici la barba cana. Haba regresado recientemente de la costa de Berbera, y le angustiaba encontrar Malta rodeada. Asustar a esos cerdos paganos, pens. Bocanadas de humo brotaron de los buques turcos anclados; los proyectiles cayeron a cierta distancia de la nave de St. Aubin, provocando chorros de espuma. El lugarteniente de St. Aubin, un joven de veinticuatro aos, pregunt: No intentaremos romper el cerco para entrar, seor? No. St. Aubin interpel al soldado que manejaba el pequeo can de proa. Enva nuestra respuesta al sultn. S, comendador! replic el soldado. El can ladr y una bala parti gimiendo hacia Malta. Un penacho de espuma se elev a lo lejos. Fuego a discrecin orden St. Aubin. St. Aubin y el joven caballero guardaron silencio mientras la nave segua su curso. Los caones hablaron varias veces mientras los remos mantenan un ritmo parejo a los odos de St. Aubin. Dnde estis?, pens. De pronto avist las naves enemigas. All! Atacamos? pregunt el lugarteniente. No. Poned rumbo a Sicilia. A la orden.

La nave de St. Aubin burl a los turcos que se aproximaban, que perdieron tiempo al cambiar de curso. Silbaron proyectiles sobre el navo hospitalario. Apurad esos remos orden St. Aubin mientras los buques turcos viraban para seguirlo. Los cristianos obtuvieron una gran ventaja sobre todas las naves musulmanas menos una, una galeota esbelta cuyo estandarte proclamaba que el capitn era Mehemet Bey. St. Aubin mantuvo el curso hasta que cinco navos enemigos quedaron a la zaga. Preparaos para disparar! grit a sus arcabuceros. Los soldados giraron a la izquierda. Atrs y a babor! orden. Preparad el can del centro! La nave gir casi dentro de su propia longitud y enfil hacia el bajel turco. Solo contra el aguerrido hospitalario, Mehemet Bey perdi las agallas y huy de regreso a la isla. St. Aubin ri entre dientes. Corre como un perro, seor dijo el lugarteniente. Son todos perros. Persguelo un poco y luego dirgete a Sicilia. Debemos informar a Mesina cul es la situacin aqu. St. Aubin se dirigi a popa. S, seor. Piali dej de hablar a medida que observaba los traspis de Mehemet Bey. Mustaf y Al se regodeaban en silencio, pero l senta la satisfaccin de ambos como un dogal que le apretara el cuello. Avergonzado y humillado, Piali arroj el turbante al suelo y alz un puo contra la nave de Bey. Mujerzuela pusilnime! Te har aporrear! Maldecirs el da en que naciste! Mustaf mir al cielo. Piali se gir hacia su comitiva. Venid conmigo! Debemos dar la bienvenida al hroe que regresa! Se larg, seguido por sus oficiales. Al se volvi hacia Mustaf. Quin tuvo la idea de atacar San Telmo? pregunt. Nuestro almirante respondi Mustaf con una carcajada.

19 29 de mayo

Se acercaba el alba cuando sir Starkey se reuni con La Valette en la muralla de San ngel que daba al puerto. La Valette, de espaldas al ingls, no pareca haberse movido desde que Starkey lo haba dejado muchas horas atrs. Una leve brisa del noreste agitaba el cabello cano de La Valette. Maestre? pregunt Starkey. La Valette miraba hacia San Telmo a travs del Gran Puerto.

Maestre? repiti el ingls. Te oigo. Starkey mir el fuerte asediado. Resulta extrao que haya tanta tranquilidad por la noche. El silencio no durar mucho tiempo. Lo s. Oliver? S, maestre. No creo que don Garca se proponga venir. Starkey luch contra un incmodo silencio. Quiz St. Aubin lo convenza sugiri. Si don Garca no viene, estoy sacrificando a esos muchachos de San Telmo por nada. Starkey se sinti sorprendido. La Valette siempre pareca confiar plenamente en s mismo y sus decisiones. El ingls qued muy perturbado. Don Garca vendr respondi. Tiene que venir. Dios no nos entregar a los paganos. La duda se disip del rostro de La Valette. Asinti. Es verdad dijo, enderezndose. Ven, vamos a encargarnos de las tareas del da. Pero no habis dormido. La Valette mir a Starkey con ofuscacin. Un gran maestre no necesita dormir dijo. Y yo tampoco, al parecer. Se dirigieron a la escalera. Detonaciones de armas pequeas restallaron sobre el puerto; ambos hombres miraron hacia San Telmo. Otros se les unieron en la muralla. Los fusiles del fuerte! declar un guardia de La Valette. Estamos atacando! La Valette escuch atentamente mientras los turcos lanzaban una confusa respuesta. Los cogimos desprevenidos coincidi. Si Broglia ataca ahora, causar grandes estragos. Luego se oyeron los inequvocos gritos de la acometida cristiana. Hombres con armadura salieron de San Telmo y se abalanzaron sobre las trincheras que se extendan ms all del revelln. Magnfico! dijo La Valette. No han cejado. Cogi el brazo de Starkey. Ven, veamos qu se puede hacer!

Todo San ngel vitoreaba a San Telmo cuando el gran maestre abandon la muralla. La noche de San Telmo haba transcurrido en silenciosos preparativos. Broglia, Guaras, el coronel Le Mas y el caballero Medran decidieron atacar antes del alba, con el coronel Le Mas y Medran a la cabeza del contingente. La guarnicin temblaba de ansiedad. Esos hombres que haban sufrido el bombardeo y haban presenciado la muerte y el desmembramiento de amigos y hermanos saboreaban la idea de la venganza. Ya no deban acurrucarse detrs de muros en ruinas, sino que cobraran a los turcos un precio por invadir la isla. Medran concentr sus tropas en dos puntas de lanza. Una vez que cruzaran el puente levadizo, miembros de las Lenguas de Francia y Espaa se desplegaran hacia el sur mientras los italianos reforzaban el revelln y atacaban la derecha. Los infantes de armadura liviana y los hermanos servidores actuaran como reserva y flanco. Broglia se propona vencer; en el hospital slo quedaron los muy malheridos. Trescientos hombres silenciosos, caballeros y soldados, se agolparon en la muralla oeste. El anciano gobernador cojeaba entre las tropas, bendiciendo a muchos por el nombre y apoyndoles una mano en el hombro para confortarlos. Broglia tropez con el crter de una bomba y tres caballeros se apresuraron a ayudarlo. El hedor de la muerte lo impregnaba todo. Di Corso rezaba acuclillado junto a la puerta; no not que Rambaldi estaba detrs de l. Al concluir la plegaria, desenvain la espada. La larga hoja irradi un fulgor azul y emiti un siseo! Los hombres jadearon ante esa visin. San Telmo nos guarda! susurr alguien. La luz azul se desvaneci lentamente, hasta que los hombres se preguntaron si slo haba sido un sueo. Vischer se apost entre las Lenguas de Provenza y Castilla, hacha en mano. En silencio rog a Dios que protegiera a Sebastian. Un gallo enrgico y solitario cacare en el campamento turco. Segundos despus un almuecn elev la voz para saludar el nuevo da. El caballero Medran se abri paso entre sus hombres hasta llegar a la puerta. Su armadura estaba relativamente limpia, pues habla llegado recientemente de Birgu. Orden que bajaran el puente levadizo y alzaran el rastrillo. El puente de madera se inclin sobre el foso seco y se apoy en el otro lado. Un joven escudero entreg a Medran un asta larga. El comandante tir de un cordel y la cruz blanca de San Juan se despleg en la brisa.

Caballeros de San Juan, y otros hermanos en Cristo! comenz. Haced que los esclavos del brbaro Solimn lamenten haber invadido nuestra isla. Que sepan que somos la puerta de Europa y que esa puerta sigue cerrada! Murmullos de asentimiento recorrieron la multitud. Medran cerr su visera y desenvain la espada. Alz el acero hacia el cielo gris. Adelante... al ataque! Al ataque! exclamaron los hombres. Los caballeros salieron por la puerta con un potente rugido, ganando impulso mientras cruzaban el crujiente puente levadizo. Tras cruzar el foso, dispararon contra las trincheras turcas. La espordica respuesta turca se vea como flores anaranjadas en la penumbra. Los caballeros gritaron mientras pisaban la dura tierra e invadan las trincheras. Los que salieron ilesos bordearon el revelln, cruzaron el terreno desparejo y acometieron contra las lneas turcas. Los ingenieros de Mustaf debieron retroceder con grandes prdidas, perseguidos acaloradamente por caballeros agraviados que intentaban cobrar un precio de sangre. El caballero Vischer encabezaba el asalto. Alzando el hacha, salt a una trinchera enemiga como un ngel vengador. Sorprendidos mientras recargaban, los musulmanes arrojaron sus arcabuces y buscaron sus cimitarras. Vischer aterriz sobre un turco con bigotes y golpe con fuerza la cara del hombre; los sesos se desparramaron en el suelo. Un hombre de ojos desorbitados logr asestar un mandoble en el costado de Vischer, pero la armadura desvi la hoja. Lanzando su gutural grito de guerra, el alemn descarg el hacha en la cabeza del atacante, hendiendo el crneo hasta los dientes. Sangre escarlata salpic el pecho de Vischer cuando recobr el arma. Ms caballeros se derramaron en la trinchera. Franceses, espaoles y turcos entablaron un dilogo catico. A pesar de su gran inferioridad numrica, los caballeros penetraron las filas enemigas con hachazos y mandobles. Apabullados por ese embate sbito y feroz, los hombres de Mustaf caan por montones. Al cabo no quedaba ningn turco vivo en la primera trinchera. Los cadveres con tnica estaban tan trinchados y pisoteados que era imposible reconocer los rasgos. A m, hermanos mos! llam Vischer. Caballeros aullantes lo siguieron a una aspillera. Los turcos que no haban huido fueron despachados prontamente, sin dar ni pedir cuartel. La punta de lanza de Medran tom una posicin tras otra, desbandando al enemigo. El avance perdi mpetu slo cuando llegaron a los caones de la vanguardia de Mustaf, donde los turcos, con su nmero abrumador, lograron detener a los cristianos. La lnea de batalla se estabiliz y los soldados de Mustaf fueron exterminados hasta que yacieron en pilas.

La Lengua italiana encontr una resistencia ms tenaz cuando el ala derecha de la ofensiva se top con una compaa de tropas selectas. All los caballeros no encontraron ingenieros, sino soldados curtidos y aguerridos. Aun as, el coraje turco no poda contra la destreza de los hospitalarios. Los mosquetazos causaron algunas bajas entre los italianos, pero en cuanto lograron aproximarse causaron tantos estragos que sus espadas quedaron tintas en sangre. Rambaldi haba llegado a la contraescarpa enemiga cuando un robusto turco salt desde la trinchera y lo atac cimitarra en mano. Esquivando un feroz sablazo, Rambaldi sepult la espada en el plexo solar del turco; el hombre tembl cuando se hundi el acero, y su tnica enrojeci cuando Rambaldi lo extrajo. Dos hombres acometieron contra Rambaldi. Despach al primero con un tajo en la cara y fren al otro con el borde del escudo. El escudo golpe al turco bajo la barbilla y le aplast el gaznate con un crujido; cay de espaldas, escupiendo sangre. Rambaldi no vio el sable que le abollaba el yelmo. Aturdido, cay de rodillas, y sangre caliente le humedeci los labios. Oy un alarido agudo y espantoso y luego un terceto de caballeros lo ayudaron a levantarse. Los turcos haban abandonado la contraescarpa. Cmo ests, Testarossa? grit alguien. Rambaldi se meci sobre los pies. Bien. Por qu? Los hombres rieron mientras volvan a perseguir al enemigo. Estupendo! grit uno. Podrs agradecrselo al Santo. l te salv la vida. Enfermo y mareado, Rambaldi mir el terreno cubierto de muertos; el hedor a excrementos era insoportable. Vio que Di Corso y otro caballero atacaban una trinchera distante. Dios lo maldiga murmur. Mustaf Baj an estaba en bata de dormir cuando lleg a Sciberras. No le gust lo que vea. Estn atravesando tus filas! le rugi a un general. S, mi seor. Mustaf reflexion. Debo enviar a los jenzaros? Se volvi hacia las tiendas de la cima del monte. Los jenzaros no se codeaban con los soldados comunes. El nimo se resentir si no logran rechazar a esos dementes... Los caballeros ganaban terreno rpidamente. Frenticos artilleros turcos bajaban los caones para una descarga a quemarropa.

Maldicin! gru Mustaf, sin poder creer el modo en que los caballeros trituraban sus formaciones. Los jenzaros adelante le orden al ag de los jenzaros. Muvete! Mustaf not que la lnea de los caballeros se haba extendido en exceso. Sern rechazados, pens. Es preciso! Los jenzaros avanzaron desde su posicin de retaguardia con ojos feroces. Hombres de gran bro y estatura, apartaron a empellones a los soldados comunes y bajaron por Sciberras con gritos llenos de odio. Sus cimitarras relampagueaban bajo el sol de la maana. Esos guerreros legendarios, favoritos escogidos por Solimn, se estrellaron contra los fatigados cristianos como una marea irresistible. Mil de esos temibles soldados se toparon con la vanguardia de los caballeros. Sigui una feroz contienda. El ejrcito de Mustaf, la guarnicin de San Telmo y los hombres de San ngel pudieron presenciar un duelo de espadachines que poda rivalizar con cualquiera en la historia. Los nobles caballeros, nacidos para la espada, luchaban por cada palmo de Sciberras contra la furia fantica de los inmortales musulmanes. El choque de aceros era ensordecedor mientras los combatientes batallaban bajo la mirada de los comandantes. Los caballeros no podan resistir. Fatigados, extendidos en exceso, superados en nmero por tropas selectas, debieron retroceder hasta el revelln de San Telmo, pero la sangre de trescientos jenzaros haba engrasado las ruedas de la retirada hospitalaria. Los compaeros de Vischer fueron abatidos hasta que slo qued l. Abrumado de fatiga, blanda su hacha con eficiencia mecnica. Otra oleada de jenzaros baj por el declive. Un bosnio monstruoso de barba rizada y rubia embisti contra Vischer. Apartndose, el caballero tronch la cabeza del jenzaro. El cuerpo decapitado rod colina abajo, mientras el cuello escupa sangre. Vischer acometi aullando contra dos gigantes de tnica blanca. Entornando los ojos por el sudor y el dolor, estrell la hombrera de la armadura contra la cadera de un hombre. La pelvis se quebr con un chasquido y el jenzaro cay con un grito, agitando la espada. Vischer cogi al otro jenzaro por la garganta y le parti los sesos de un hachazo. Los ojos del turco rodaron mientras su yelmo con plumas de garza chocaba contra el suelo. Vischer cay de rodillas, exhausto. Estaba mareado. Son demasiados, pens, dudando que tuviera fuerzas para correr. Logr ponerse de pie y enfil hacia San Telmo. Jenzaros enfurecidos le pisaban los talones. Vischer lleg al revelln y de pronto se volvi contra el turco ms prximo, soltando el hacha. El hacha se incrust en el pecho del jenzaro con un crujido y el turco cay como una piedra. Vischer recobr el arma y trep por el terrapln. Alguien le cogi el pie. Mir a los ojos de sus hermanos.

Ayudadme! clam. Manos fuertes le cogieron el brazal y lo arrastraron por encima del borde. Agotado, qued tendido entre los muertos y heridos. Broglia utiliz las reservas en un intento desesperado de salvar el da. Los heridos salan del fuerte con gritos de rabia y se interponan entre la marea de jenzaros y sus hermanos en retirada. El contraataque turco fue detenido, pero con terribles prdidas. En lo alto del Sciberras, Mustaf sonri. Haba recobrado el terreno perdido y ms; la guarnicin de Broglia estaba tan maltrecha que no intentara otro ataque. Los caballeros podran considerarse afortunados si esa noche conservaban el revelln. El ataque hospitalario, que horas atrs haba comenzado de forma tan brillante, haba terminado en una aplastante derrota. Esa noche la media luna turca ondeaba ante el revelln cristiano. Dentro del fuerte los hombres se prepararon para morir y aguardaron la carga decisiva y definitiva.

20 30 de mayo

Los fatigados defensores de San Telmo cogieron penosamente las armas cuando los tonantes caones turcos saludaron el alba. Hombres heridos cojeaban del hospital al parapeto y suban a las maltrechas murallas. Caballeros adustos manchados de sangre se preguntaban si era su ltimo amanecer. Michele di Corso no haba podido dormir, y se le notaba en la cara agraciada. Semicrculos morados le aureolaban los ojos oscuros, y su tez era plida donde no estaba tiznada de suciedad. Salvo por una breve visita a la capilla, donde tom la comunin, haba permanecido en su puesto toda la noche, meditando sobre los ocho turcos que haba matado. Recbelos en tu reino, oh Seor, rog. Y perdnales que ignoren tu gran sacrificio. Fue el primero en darse cuenta que reciban fuego de artillera desde el mar. Sealando el sol naciente, exclam: El enemigo frente a Punta de las Horcas! Los hombres miraron al este, consternados.

Las naves de Piali navegaban junto a San Telmo en fila, una hilera de ochenta galeras que se extenda casi hasta el horizonte. Cada una disparaba una andanada al pasar, y aunque los disparos causaban poco dao, los turcos vitoreaban cada salva. Otros eran los gritos que cundan por la cima del Sciberras, donde los disparos mal apuntados de Piali estaban matando a los hombres de Mustaf. Qu diablos sucede?, pens Di Corso, intrigado por ese derrochador despliegue de poder de fuego. Obtuvo la respuesta casi de inmediato. Se acercan naves desde el sureste! advirtieron los centinelas. Otros recogieron el grito. Es Dragut! se lamentaron, al identificar el estandarte del famoso corsario. Di Corso se persign. Dragut. Con razn este espectculo. Piali quiere impresionar al Grande. Dragut! gimieron los caballeros. Dios nos guarde! Haca tiempo que los hospitalarios esperaban a Dragut, pero como el asedio continuaba y l no llegaba, algunos empezaban a creer que no acudira. Esperaban que Dios hubiera hundido su flota en un temporal. Esa esperanza se evapor cuando avistaron los quince navos de guerra de Dragut. Los hombres valientes teman a la espada desnuda del Islam con buenos motivos. Jurien de la Gravire, clebre almirante francs, escribi: Dragut Rais era superior a Barbarroja: un mapa viviente del Mediterrneo que combinaba la ciencia con la osada. No haba una cala que desconociera, ni un canal que no hubiera surcado. Perspicaz, y piloto incomparable, no tena parangn en la guerra martima, salvo el caballero Romegas. En tierra era tan habilidoso que mereca figurar entre los mejores generales de Europa. Nunca desesperaba y era humanitario con los cautivos, y nadie era ms digno que l del ttulo de rey. Semejantes palabras, dichas por un enemigo, eran toda una alabanza. La Valette observ la aproximacin de Dragut desde San ngel. Un alicado sir Oliver observaba con l. Dios nos guarde murmur Starkey. S. Ahora empieza la verdadera batalla. Dragut estaba solo en el castillo de popa de su nave insignia. La gran galera pas frente a San Telmo, transportando su precioso cargamento hacia el Marsamuscetto. Los marineros de Piali ovacionaron mientras l pasaba, y los soldados del monte Sciberras descargaron sus armas para darle la bienvenida. Aunque era octogenario, Dragut permaneca erguido bajo la tnica negra que le llegaba a los pies. Haba en su mirada una confianza imperiosa; su regio semblante dominaba su entorno. Un

turbante enjoyado le cubra la cabeza y una cimitarra de oro, regalo de Solimn, le colgaba del cinturn. No prest atencin a la adulacin y estudi el despliegue de las tropas de Mustaf en Sciberras. Su mirada no pas por alto ninguno de los errores tcticos de Mustaf, por leves que fueran. Frunci el ceo al ver la bandera hospitalaria sobre San Telmo. Dragut sigui al norte del Marsamuscetto y desembarc en la baha de San Julin, y de inmediato envi sus naves al sur, al Marsasirocco, para que estuvieran a salvo. El almirante Piali lo recibi en la costa. Piali pareca bastante tranquilo, aunque los oficiales que lo acompaaban estaban obviamente encantados de ver a Dragut. El almirante se inclin, aunque por matrimonio estaba emparentado con la familia del sultn. Padre del mar dijo con voz afectada, os saludo y agradezco a Al que hayis venido a compartir nuestra victoria. Dragut tambin se inclin. Almirante Piali, de la armada imperial de Solimn... Qu mayor alabanza es necesaria? Los hombres se estrecharon en un fro abrazo. Piali mantuvo a Dragut a cierta distancia, sabiendo que sus hombres reverenciaban al viejo pirata. Seal un caballo negro, preguntando: Al campamento de Mustaf? S, vemoslo. Era un corto trayecto hasta la tienda del baj, al oeste del Marsamuscetto. Mustaf se reuni con el corsario fuera de la tienda e intercambiaron frases corteses. Los tres comandantes entraron en la tienda y fueron al grano. Por qu has atacado San Telmo antes de pacificar la vieja Gozo y la dbil Mdina? pregunt Dragut. Mustaf entorno los ojos. Quiz debas preguntarle al almirante replic. Por mi parte, deseaba hacer tal como has sugerido. Dragut taladr con los ojos al joven almirante. Quin manda aqu, el padre o el hijo? Una vez que cayeran Gozo y Mdina, habramos podido impedir que salieran naves hacia Sicilia. Si tuviramos el lado norte de la isla, tambin impediramos que los Caballeros recibieran ayuda. Pasaste por alto estos detalles? Piali pareca desalentado, y respondi con fatalismo: Hemos hecho todo lo que podamos. S, y tontamente replic Dragut. No viste que podas haber sorteado San Telmo? Una vez que tomaras Gozo, podras haber dejado atrs esa guarida de ladrones para seguir hasta los trofeos de Birgu y Senglea! Tena que poner mis naves a salvo! protest Piali. No expondr la flota del sultn en aguas desconocidas!

Para que pudieran derrochar municiones para darme la bienvenida? escupi Dragut. Piensa, hombre! Piali se frot las sienes. El jefe de ingenieros nos garantiz que San Telmo se colapsara en dos das. Quin? Piali llam al jefe de ingenieros y el hombre entr en la tienda. Estaba esperando junto a la entrada. Explcale San Telmo al seor Dragut orden Piali. Dragut escuch con impaciencia mientras el ingeniero defenda sus opiniones. Aunque el corsario coincida con algunas, cuestionaba la mayora. Creo que los cristianos estn condenados termin blandamente el ingeniero. Dragut sacudi la cabeza, incrdulo. Estos hombres no son meros cristianos, sino caballeros de San Juan replic. No has odo hablar de Rodas? Ni del Krak des Chevaliers, donde doscientos de ellos contuvieron al Islam durante veinte aos? El ingeniero guard silencio. Dragut dio la espalda a Piali y al ingeniero y mir a Mustaf como si no lo considerase tan imbcil como los dems. Lamento mil veces que se haya iniciado el ataque contra San Telmo dijo. Pero una vez comenzado, se debe continuar hasta el final. Es mejor el sacrificio de muchos hombres, y caern muchos, que la prdida de un nimo irreemplazable. Cuntos hombres has trado? pregunt Mustaf. Dos mil, y provisiones. Cul es tu sugerencia? Ms artillera gru Dragut. Para esos caballeros, la msica de los caones es un arrullo. El ruido no bastar para asustarlos. Dragut era un hombre de accin. Explor personalmente la isla antes de reposar o comer. Maestro del arte del asedio, reemplaz rpidamente los caones de Tign, al norte de San Telmo sobre la boca del Marsamuscetto. All, a una distancia de quinientas yardas, los caones martillaron la intacta muralla norte de San Telmo. Dragut apost otra batera en Punta de las Horcas, al sur del fuerte sitiado. Fue una genialidad tctica. La punta no slo custodiaba la entrada del Gran Puerto, sino que brindaba un panorama claro de San ngel y el mar. Con Tign y Punta de las Horcas bajo el control de Dragut, al cabo de tres das se duplic el fuego sobre San Telmo. Estaban volando el fuerte en pedazos.

Francesco Balbi di Correggio, un italiano espaolizado que fue soldado en San Miguel y escribi una crnica del sitio, seala que la batera de los enemigos fue muy cruel, as la general como la de Dragut. Despus de estudiar mejor San Telmo, Dragut entrevi un dato vital que Piali y Mustaf haban pasado por alto: La Valette haba reforzado la guarnicin al amparo de la noche. Se desplegaron caones en Punta de las Horcas con el nico propsito de detener el desplazamiento de refuerzos. El corsario decidi que era de suprema importancia capturar las defensas externas de San Telmo. El revelln se deba ganar a toda costa. Esa obra exterior elevada permitira a los turcos disparar directamente por encima de las destartaladas murallas. Toma el revelln le dijo a Mustaf. Es tarea para los jenzaros. Dragut no slo aportaba perspicacia y coordinacin a las fuerzas militares turcas, sino que su heroica abnegacin impulsaba a hombres comunes a realizar actos extraordinarios. El anciano viva entre las tropas y comparta sus penurias. A diferencia de Piali y Mustaf, que se recluan en tiendas lujosas para descansar y distraerse, coma y dorma en las malolientes trincheras, transformndose en un semidis para esos hombres que estaban tan lejos de su hogar. Dondequiera que l iba, respondan con redoblado esfuerzo. Los hombres moran con tal de ganar una palabra de elogio de la espada desnuda del Islam. Sin duda obtendremos la victoria! declaraban los eufricos turcos despus de la inspeccin de Dragut. Ni siquiera el sultn podra traernos ms suerte!

21 31 de mayo, Da de la Ascensin

Un andrajoso estandarte hospitalario flameaba sobre San Telmo cuando comenz el octavo da de bombardeo. La mitad occidental del fuerte pareca una cantera rodeada por un muro desmoronado. Al medioda el sol del Mediterrneo elev la temperatura hasta recalentar las armaduras; los cristianos heridos languidecan en charcos de sudor y de sangre. Extenuados hermanos servidores, encorvados de fatiga, asistan a los heridos con manos maltrechas, metiendo pan empapado en vino entre labios cuarteados antes de pasar al prximo paciente. Los cados desvariaban, pidiendo a Dios que los liberase del tormento. Los soldados llevaban alimentos y provisiones a los caballeros de las murallas y los que estaban detrs de los improvisados terraplenes. Ahora en servicio constante, los hospitalarios ingeran comidas tibias mientras devolvan el fuego a travs del brumoso Sciberras. Las cuadrillas reparaban las brechas, pero el efecto era efmero; su tarea era desbaratada en cuanto la concluan. Otros construan reductos dentro del menguante permetro, previendo un ataque de infantera. Las bajas de la carga jenzara yacan en el foso bajo una alfombra de moscas zumbonas. El tufo de los cuerpos putrefactos era tan hediondo que los hombres se preguntaban cundo estallara la peste en la guarnicin.

Di Corso yaca contra una obra en talud, sin prestar atencin a la vibracin de sus odos. Sus carnes afiebradas chorreaban sudor y sus muecas sangraban por el contacto continuo con la malla de acero. Pareca que haba pasado una vida desde que no conoca otra cosa que el dolor, el calor, la fatiga y el desgaste de la batalla. Le costaba mantener los ojos abiertos. Esa rebanada de pan no me mantendr en pie gru el caballero Di Ruvo mientras disparaba el arma. Estoy tan famlico que me comera un carbunclo. Di Corso movi las manos para recargar el arma. Si quieres alta cocina, nada hasta Birgu respondi. O, mejor an, hasta Italia. Ah, Italia! salmodi Di Ruvo. Cmo me apeteceran unas verduras frescas con aceite! Dispar el arcabuz. Un murmullo airado se elev entre los defensores. Esos hombres que dorman con la armadura puesta no queran que les recordaran los lujos del terruo. Di Corso se volvi hacia Di Ruvo, mostrando el feo tajo de su mejilla. Intentas fastidiarnos, hermano? S, cllate! aadieron otros. Vale, vale dijo Di Ruvo, alzando un guantelete mutilado. Una cimitarra jenzara le haba rebanado dos dedos. Slo pensaba... Di Corso mir por encima del foso; el enjambre de insectos zumbones se disip, transformndose en campos de hierba mecida por el viento. Su visin se enturbi al recordar la lejana Florencia y los festines que disfrutaba en las Pascuas. ... en carne de ternera, quizconcluy Di Ruvo. Una piedra golpe el yelmo del napolitano. Ya he terminado! grit l. O prefers escuchar el basilisco? Di Corso no pudo contener una sonrisa. Sera por tu propio bien dijo. Ya, no quisiera que me trataras como has tratado a los turcos ri Di Ruvo. Cuntos mataste? Vaya santo! Un caballero no hace esas cuentas suspir Di Corso, aunque conoca la cantidad exacta. Un hombre no olvida esas cosas. Mir lnea abajo hacia Rambaldi, que supervisaba una cuadrilla de trabajo. Incluso mat para salvarlo a l. Sin duda soy el guardin de mi hermano. Di Corso disfrut de una breve remembranza: su madre leyndole las Escrituras en latn. Y eso es bastante confi Di Rufo. Di Corso parpade con ojos inflamados. En?

Di Ruvo seal Sciberras. Siete mil disparos hoy, ms o menos. Ese pagano Dragut conoce su oficio. Cmo puedes contar mientras hablas tanto? pregunt alguien. Di Ruvo se encogi de hombros. Es un talento. Una bala de can perfor el terrapln y cubri a Di Corso de tierra y guijarros. Se levant entre los escombros. Ests herido, Pepe? pregunt. No, creo que no dijo Di Ruvo. Puso cara de vergenza. Maldicin, me he orinado encima. Menos mal que no hay mujeres cerca. Mujeres? De pronto Di Ruvo pareci abochornado. Agach la cabeza. Por qu me miras as? Cmo? No he roto ningn voto aleg Di Ruvo. Acaso te acus de algo? Di Ruvo irgui la cabeza; sus ojos castaos tenan una expresin afligida y distante. Una vez estuve con una mujer confi. Di Corso se sonroj y examin el arcabuz. No soy cura. Di Ruvo se le acerc y aferr el brazal de su amigo. Estuve con una mujer, Michele repiti en un rpido susurro. Di Corso reflexion sobre ese pecado. Los hospitalarios hacan votos de castidad y obediencia. Eras caballero de justicia? pregunt. No, an era aprendiz. Di Corso suspir de alivio. Bien! Has hecho confesin y penitencia? Ciertamente. Entonces qu te preocupa? Di Ruvo tard un instante en responder. Lo disfrut mucho confes. A menudo he deseado verla de nuevo. Di Corso asinti. Todas las criaturas de Dios anhelan ese tipo de unin. Otra bala de can cay cerca.

Nunca has ansiado abrazar a una doncella? murmur Di Ruvo. Sentir su suavidad en tus brazos? Soy hombre fue la vacilante respuesta. S? Pero ante todo soy hombre de Dios dijo Di Corso. Para m las nicas mujeres son la Santa Madre Iglesia y la Santa Virgen. El Santo! resopl Di Ruvo, y guard silencio. El Sacro Consiglio volvi caras torvas y largas hacia La Valette. Los nobles rasgos del gran maestre eran inexpresivos como la piedra. Hermanos mos comenz, sabis que una embarcacin pequea burl el bloqueo turco. Esta nave ha trado correspondencia de don Garca de Toledo. Le hizo una sea a Starkey. El ingls se puso de pie y desenroll un pergamino. Monsieur La Valette ley, saludos de don Garca de Toledo, virrey de Felipe II de Espaa. Con sincero pesar debo informaros que me resulta imposible ofrecer ayuda inmediata. La leva de tropas y la adquisicin de navos ha sido sumamente difcil. Una vez ms debo pedir vuestras galeras para poder acudir con mayor premura a vuestro socorro. Vuestro camarada de armas, don Garca. Starkey volvi a sentarse. La afliccin se abati sobre el consejo. Los hombres meneaban la cabeza con incredulidad. Camarada de armas! resopl el pilier alemn. Nos deja librados a nuestra suerte! Espero que le guste cuando Mustaf tome Mesina. Ya le hemos dicho que no podemos dar hombres para tripular las galeras! exclam un gran cruz. La Valette le clav los ojos. En efecto dijo. Prescindamos, pues, de palabras ociosas. Qu hacemos entonces? pregunt el gran cruz. Dar las gracias respondi enrgicamente La Valette. Ahora conocemos la verdad de nuestra situacin, y podemos prescindir de la vana esperanza de un pronto rescate. Armados con esta verdad, podemos templar nuestra resolucin, confiando en Dios y nuestra espada. Por mi parte, me complace que as sea. Estudi cada rostro. Nuestra fe y el honor de nuestra orden estn en nuestras propias manos. No fracasaremos. Esa noche La Valette dict una respuesta a don Garca en la que reiteraba la imposibilidad de acceder a los requerimientos del virrey, y peda que las galeras de la orden que se hallaban en Mesina fueran despachadas a Malta con los caballeros y hermanos servidores que acababan de llegar del continente. Tambin peda humildemente los

hombres que don Garca pudiera enviarle. La defensa de San Telmo estaba reduciendo los efectivos de San ngel y San Miguel. La sabidura de Dragut rindi fruto durante los das siguientes, cuando sus bateras de Punta de las Horcas destruyeron un bote que se diriga a San Telmo a plena luz del da. El bote vol en pedazos. Adems, Dragut puso pequeas embarcaciones en un afluente del Gran Puerto para detectar los botes que cruzaban al amparo de la oscuridad. Estallaron batallas nocturnas en el puerto, con variada fortuna, pero el saldo de estas escaramuzas pronto result evidente: llegaban menos hombres a San Telmo.

22 1 de junio

Dragut subi por Sciberras entre los ruidos de un campamento que despertaba. Iba vestido con sencillez, pero algunos soldados lo reconocieron y se inclinaron. Lleg a la cima y se apoy en el basilisco para mirar el sol que emerga del mar. San Telmo titilaba en la penumbra de la aurora. Otro da trrido, predijo Dragut. Cmo soportan esos cristianos tanto acero? No saben lidiar con el calor. Sin darse cuenta, acarici su tnica hmeda y holgada. Un oficial de artillera lo salud con una reverencia. Buenos das, seor. Dragut asinti. Desayuno? pregunt el oficial. No tengo estmago para eso gru Dragut. Nunca coma antes del medioda; le gustaba la actitud alerta que derivaba del hambre. El oficial no se march. Dragut comprendi que el hombre haba ido a inspeccionar el can, y se apart. Haz tu trabajo, oficial. El soldado volvi a inclinarse. Dragut dio unos pasos pero se detuvo para mirar San Telmo. Ese msero montculo, pens, sacudiendo la cabeza. El seso de Piali es tan estril como el vientre de una vieja. Mustaf se le aproxim. Buenos das, baj dijo l. Te has levantado temprano. As es dijo Mustaf, al parecer sin reparar en el sarcasmo. He tenido malos sueos. Dragut asinti sabiamente.

Ah, el lujo de los sueos. Ese comentario ofendi a Mustaf, que mir al viejo con el ceo fruncido. Te propones mover mi artillera sin consultarme? pregunt. No dijo Dragut, haciendo una seal. Ven aqu. Mustaf obedeci. Mir hacia el fuerte. Encantador, verdad? dijo fatigadamente. Dragut seal la primera trinchera turca. Ves a aquel soldado tuyo, el que est orinando? Mustaf entorn los ojos. Eso est haciendo? S, ha permanecido a la vista del revelln cristiano durante casi un minuto. Entonces? Entonces? Me parece que la inferencia es obvia. Mustaf entorn los ojos. No le han disparado. Exacto. Apuesto a que el enemigo est durmiendo y descuidando la guardia. Mustaf escrut el revelln cristiano. Es posible concedi. S, es posible. Sugiero que despaches un grupo para investigar. Seis turcos salieron sigilosamente de la trinchera ms avanzada y cruzaron a las obras exteriores de los caballeros. Ningn disparo salud su aproximacin. Ningn caballero intent detenerlos. Los turcos abrazaron el declive de la vapuleada defensa. An no haba enemigos. Haban abandonado el revelln? El sargento susurr una orden y sus hombres se apresuraron a obedecer. El ms pequeo de los seis se encaram a los hombros del ms alto y escrut la aspillera abovedada. El guardia estaba inconsciente o muerto. Arcabuz en mano, haba cado al suelo; brotaba sangre debajo del yelmo. Algunos hombres roncaban detrs de l, y una veintena de muertos sin evacuar estaban apilados junto a unos barriles de plvora. El revelln apestaba. El turco mir al sargento y se pas un dedo por la garganta. Alz cinco dedos varias veces y se apoy la cabeza en la mano. El sargento asinti y le indic que bajara; los seis regresaron en silencio a sus lneas. La noticia sobre el estado de las defensas pronto lleg a Dragut y Mustaf y se orden que la vanguardia de los jenzaros entrara en accin. Cientos

de soldados de tnica blanca salieron de las trincheras, escalera en mano. Cruzaron el terreno cuarteado sin tropiezos y apoyaron las escaleras en el revelln. Desenvainaron las espadas, treparon el muro y saltaron sobre el tope con un grito aullante. Al abrir los ojos, los aturdidos caballeros descubrieron que estaban perdidos. La mayora fueron descuartizados al instante; algunos lograron escabullirse a espadazos. Horrorizados, emprendieron una rpida retirada hacia San Telmo, pidiendo a gritos que alzaran el rastrillo. Cientos de jenzaros les pisaban los talones, y salan ms de las colinas. Sus aullidos hendan la maana. Haban sorprendido al fuerte desprevenido y estaban seguros de que lo tomaran. Los derviches los alentaban desde Sciberras, exhortndolos a liberar al infiel de su existencia blasfema. Separad el alma de la materia! gritaban los hombres santos. Poco antes de que los jenzaros tomaran el revelln, el caballero Lanfreducci, comandante de la casa de guardia de San Telmo, se levant de su catre y mir las obras exteriores. Haba estado inquieto toda la noche. No se necesitaba un genio para adivinar que los turcos atacaran de nuevo, y pronto. Yo lo hara, si fuera Mustaf, pens, recorriendo la angosta muralla. Escudri las posiciones cristianas con menguante confianza. La mayora de las murallas estaban derruidas y el revelln estaba estropeado y mal defendido. Un ataque turco concentrado bastara para tomarlo. Sin duda el enemigo emplazarla bateras en ese terrapln elevado, casi en el umbral de San Telmo. Tienen tantos caones, pens amargamente Lanfreducci, y mir sus piezas de treinta y dos libras. Y esto es todo lo que tengo. Haba caballeros y soldados acurrucados contra los silenciosos caones. Lanfreducci se enorgulleca de la tenacidad de sus hombres. No era una hazaa menor sostener la casa de guardia frente al fuego constante. Pero qu podemos hacer contra una oleada de jenzaros? Ya hemos sufrido un sesenta por ciento de bajas. Sacudi la cabeza. La casa de guardia con arco, edificada con basalto importado, haba resistido el bombardeo mejor que la piedra caliza con que estaba construido el resto del fuerte. El enemigo se hallara frente a caones montados en un parapeto intacto, y no era una perspectiva agradable. Si los turcos se negaban a atacar la casa de guardia, perderan la ventaja del puente levadizo y tendran que atravesar el profundo foso sembrado de cadveres. Cientos moriran antes de que un solo hombre llegara al vapuleado permetro de San Telmo. Lanfreducci agradeca la profundidad de esa zanja. Era muy consciente del precio de sangre que se requera para franquear semejante obstculo. Tambin saba que Mustaf pagara ese precio. Ese oriental desptico derrochaba vidas con asombrosa prodigalidad.

Lanfreducci compar a Mustaf con La Valette, y dese que el gran maestre estuviera en San Telmo. Lo necesitamos. Un revuelo blanco le llam la atencin y el italiano alz la vista; turcos atisbando desde las trincheras. Llam a un caballero joven. Roberto. S. Doble carga de metralla, y pronto. Despierta a los dems. Estallaron disparos en el revelln, y slo entonces Lanfreducci comprendi hasta qu punto San Telmo corra peligro. El enemigo estaba sobre ellos! . Madre de Dios! exclam. Se gir y grit hacia el fuerte: Turcos en la muralla! Turcos en la muralla! Voces roncas repitieron el grito. Los hombres se levantaron penosamente. Los hombres de Lanfreducci estaban atareados con sus caones. No, apuntad al puente levadizo! exclam. Cuatro caballeros salieron del revelln y avanzaron tambalendose hacia la casa de guardia. Lanfreducci contuvo la respiracin mientras presenciaba la fuga. Un caballero tropez con su escarcela cada y se desplom. Lanfreducci se pregunt dnde estaba el enemigo. Entonces los vio. Dios nos ayude murmur. Abre el rastrillo! orden al guardia. Pero los turcos... Debo permitir que asesinen a mis hermanos? brelo! Chirriaron cadenas y la daada reja se elev dos pies y se detuvo. Los jenzaros de adelante ya alcanzaban a los hospitalarios con armadura, y otros los seguan con escaleras. Espera que nuestros hombres hayan cruzado, Roberto dijo Lanfreducci. A la orden, comandante! Pareci transcurrir una eternidad hasta que los caballeros llegaron al puente. Lanfreducci se imagin en el trance de sus camaradas y sinti nuseas. Trat de conservar la calma. A mi orden, soldados. Los caballeros atravesaron los tablones de madera a la carrera y Lanfreducci los perdi de vista. Cayeron de bruces y se arrastraron bajo los dientes de bronce del rastrillo. La reja baj con un chirrido. Un jenzaro veloz lleg al puente. Son un disparo y cay al foso con un alarido. Otros dos jenzaros intentaron cruzar, y recibieron balazos en la cabeza. Cayeron en el puente levadizo y se quedaron inertes. Ochenta hombres trataron de internarse en ese angosto pasaje. Fuego el uno! grit Lanfreducci.

Una llama anaranjada brot de la casa de guardia y una rfaga de muerte humeante seg a los hombres con tnica. Los Jenzaros de la avanzada estallaron y las tnicas de los que los seguan pasaron del blanco al rojo. Docenas de esos temerarios soldados cayeron al suelo. Pero seguan viniendo. Enarbolando las cimitarras, pisoteaban a sus muertos para llegar a la puerta. Fuego el dos! orden Lanfreducci. Extremidades, cabezas y armas volaron hacia atrs mientras el puente levadizo se ennegreca con sangre lustrosa. Mutilados y enceguecidos, los hombres se contorsionaban en el puente o yacan gimiendo en la trinchera. Ms rpido! urgi Lanfreducci. Los jenzaros llegaron a la puerta y dispararon a travs del rastrillo. Apoyaron escaleras en la muralla. Ms hombres llegaron al puente levadizo. Listo! exclam un artillero en medio de la barahnda. Lanfreducci orden otra andanada y un puado de jenzaros agolpados se transformaron en carne humeante. Oy los disparos de los caballeros a travs del rastrillo y de pronto repar en el error de los turcos. Estaban apresados en el fuego cruzado. Listo! grit Roberto. Baja diez grados y dispara! orden Lanfreducci. La culebrina fue ajustada prontamente y dispar. Ms jenzaros desaparecieron entre humo y llamas. Recargad! orden Lanfreducci. Veintenas de arcabuceros cristianos ganaron la muralla y se apostaron alrededor de los caones, entre ellos el coronel Le Mas y Guaras. Los arcabuzazos se sumaron a la algaraba, y la humareda era sofocante. Lanfreducci se sinti eufrico. Aparecieron escaleras en la muralla, y los caballeros las hacharon y las patearon. Los jenzaros que llegaban al parapeto perecan cuando sus cabezas eran perforadas por espadones o destrozadas por mosquetazos. Los turcos muertos caan sobre las cimitarras de los camaradas que estaban debajo. Fuego! orden Lanfreducci, casi sin orse. Fuego! Ahora la muralla estaba tan atestada que los defensores apenas podan moverse. Clavados en su sitio, machacaban, disparaban, apualaban. Entonces Guaras pidi las armas que La Valette haba diseado para un momento como ste; los caballeros encendieron aros de madera creados especialmente. Estos aros, empapados con esa mixtura llamada fuego griego, cayeron sobre los turcos como una lluvia mortfera. El fuego griego una mezcla de salitre, azufre, brea, sal de amonaco, resina y trementina surta un efecto horrendo en los hombres con tnica. Cada aro que caa apresaba a tres de los apiados jenzaros e incineraba a

grupos enteros. Y ay del hombre que intentara apagar el fuego griego con agua; el lquido alimentaba las llamas. Los gritos y el hedor dulzn de la carne asada llenaron el aire. La guarnicin de San Telmo se sofocaba con olores espantosos. Los caballeros tambin tenan granadas de fuego griego. Estos recipientes de cermica, llenos con la temible mezcla, estaban diseados para romperse al chocar con un objeto slido. Arrojaron centenares sobre los jenzaros, con un resultado espectacular. La feroz llamarada azul de las granadas se vio en Birgu y Senglea. El agitado Mustaf observaba el enfrentamiento junto a Dragut y al ag de los jenzaros. El ag, un hombre imponente con atuendo de guerra rojo, maldeca bajo el bigote flccido, pues le enfureca que sus hombres no hubieran tomado la puerta. Mustaf mir de soslayo al oficial jenzaro. |Tus hombres carecen de espritu! le dijo. Mi seor, enva dos compaas ms! rog el ag. Los cristianos se rendirn, lo presiento! Mustaf se volvi hacia Dragut, que los mir con distanciamiento profesional. Piensas que el envo de ms hombres cambiar la situacin? pregunt Mustaf. Dragut sacudi la cabeza. Ya estn mal desplegados. Toca retreta. Hemos cometido un error al desperdiciar jenzaros de esta forma. Mir al ag. No podrn tomar la puerta el da de hoy. El jenzaro aferr la daga que llevaba en la cintura. Mi seor, baj! Mustaf no se decida. Tus hombres pueden tomar la puerta? pregunt al fin. Quinientos ms y es tuya, lo juro prometi el ag. Mustaf se volvi hacia Dragut, que sacudi la cabeza No seas necio dijo. Gurdalos para otro da. Mustaf mir el llameante puente levadizo de San Telmo. Sin duda los cristianos tambin sufren, pens. Nada es ms devastador que el fuego de los arcabuceros jenzaros, los mejores tiradores del mundo. Mustaf inhal varias veces. No me falles le dijo al ag. Enva a tus hombres. Dragut gir sobre los talones y se march furioso de Sciberras.

23

La alarma de Lanfreducci despert a Di Corso, que se abri paso en medio de la batahola hasta llegar a la puerta asediada. Se alarm al ver jenzaros ante el rastrillo y se pregunt cmo haban llegado tan lejos. El revelln haba cado? Ignor la bala que pas silbando junto a l y se apoy el arcabuz en el hombro. Abati a un turco, desenvain la espada y lanz estocadas a travs de la reja. Los jenzaros aullaban mientras l los perforaba. Atraves la garganta de un hombre y el corazn de otro. Los estertores de muerte del segundo casi le arrebataron la espada de la mano. Ms caballeros se le unieron y la batalla se intensific. Di Corso apual a un turco en el ojo, y el hombre qued inerte pero no se caa, tan atestado estaba el puente. El cadver del jenzaro fue aplastado contra el rastrillo. Un terceto de nudosos brazos enemigos aferr a Di Corso y lo arrastr a la puerta. Varias dagas buscaron su garganta. Un borrn centelle ante sus ojos y brazos de jenzaros cayeron a sus pies. Retrocedi tambalendose. El caballero Gardampe de Auvernia lo sostuvo. Graciasl exclam Di Corso. |Ya habr tiempo para dar gracias! Volvieron a la refriega. Di Corso pronto devolvi el favor a Gardampe. Un jenzaro aferr la escarcela de Gardampe y Di Corso cort el brazo agresor contra la reja. Luego comenz la lluvia de fuego griego. Di Corso nunca se haba imaginado semejante espectculo, y no le agradaba. Los turcos se quemaban ante sus ojos y sus alaridos patticos parecan tan estridentes como para rajar una piedra. La armadura de Di Corso se calent imposiblemente y l se retir de esa vista obscena. l y los dems miraban ese infierno de hombres que se disolvan mientras la grasa derretida se derramaba a sus pies. Siempre lamentar este da, pens. Por lo ms sagrado... grit alguien con repulsin. La muralla sur! grit otro. Los jenzaros han llenado la fosa! Los caballeros se apresuraron a abandonar la puerta para detener esa intrusin. Di Corso tropez con un cuerpo cado. Era Gardampe. El francs se alejaba a rastras de la casa de guardia. Sus resuellos sonaban como acero sobre piedra. Di Corso se arrodill junto a l. Dnde te han herido? le pregunt.

Gardampe tosi un esputo oscuro y rod sobre la espalda. Tena un boquete en el centro del peto. Di Corso apoy un guantelete en el orificio. Te llevar dijo. No. Es mortal. Ya no me cuentes entre los vivos. Cuida de nuestros hermanos. Los caones de Lanfreducci tronaban en lo alto, como la ira de los ngeles. Mrchate! orden Gardampe.

La batalla rugi toda la maana pero los jenzaros no pudieron tomar San Telmo. El pertinaz Mustaf envi una oleada tras otra, pero el fuerte calcinado desafiaba su furia. Al medioda, decidi que ya haba visto suficiente y orden tocar retreta. Dragut haba tenido razn. Un cuerno son por encima del estrpito de la batalla y los guerreros selectos del sultn se retiraron. Adustos jenzaros de ojos vidriosos regresaron a las trincheras y treparon penosamente por el Sciberras. Nadie osaba hablarles. Casi dos mil de sus camaradas yacan muertos en el foso de San Telmo y sus alrededores, un tercio de su nmero en Malta. Mustaf mir el fuerte largo rato. Ni siquiera sus oficiales ms altos se le acercaban. El foso de San Telmo ardi hasta altas horas de la noche, y la columna de humo negro se vea desde Gozo. Dragut haba aprendido muchas cosas en sesenta y cinco aos de guerra. Saba cmo recobrarse de la derrota. Aunque los caballeros hubieran prevalecido ese da, no les permitira disfrutar del triunfo. Tomando la iniciativa que el alicado Mustaf haba perdido, reanud el bombardeo; el fuego enfilado continu toda la tarde. Dragut cen a solas. Encontr una trinchera desierta, se sent en la tierra seca y comi una inspida cena de pan con granadas. Mustaf lo encontr poco despus del poniente. El baj pareca tan abatido como era posible en un hombre flemtico. Al fin te encuentro dijo, escrutando la zanja. Dragut mir la cara inexpresiva del baj. Tomamos el revelln continu Mustaf. Eso es importante. El baj pareca tan contrariado y tan necesitado de aprobacin que Dragut sinti pena por l. El pirata se levant y extendi la mano huesuda. Mustaf lo ayud a salir de la trinchera. Dragut mir el revelln. Claro que es importante, baj concedi. Y vale la prdida de tus hombres. Vamos, aprovechemos eso.

En San Telmo casi nadie repar en el valor del revelln. Al contrario, muchos consideraban que ese da haban obtenido una gran victoria. Dos mil jenzaros haban perecido contra ochenta cristianos. Esa noche, cuando fueron a la capilla para dar gracias, los hospitalarios encontraron all a uno de sus hermanos. Gardampe de Auvernia yaca muerto al pie del altar.

24

Los das siguientes fueron un infierno para los hombres de San Telmo. Mustaf, tras haber elevado el revelln por encima del fuerte, lo abasteci con artillera y un ejrcito de arcabuceros. San Telmo fue sometido a uno de los bombardeos ms intensos de la historia mientras los artilleros de Mustaf demolan las murallas desde casi todas las direcciones. Un observador inform: Despojado de sus obras exteriores, el castillo de San Telmo se ergua como un tocn desnudo y solitario, expuesto al furor de la tormenta turca. Las armas elevadas de Mustaf tenan una vista tan completa del interior de San Telmo que los caballeros apenas podan moverse. Todo desplazamiento por terreno abierto era una sentencia de muerte. Paralizados detrs de murallas derruidas, los cristianos permanecan inmviles en esos das trridos. Las bajas aumentaban con tal celeridad que La Valette no atinaba a reemplazarlas. Valientes turcos llenaban el foso con tierra, aprestndose para la embestida final. Para vergenza de Piali, dos galeras hospitalarias navegaron tan cerca de Malta que pudieron enviar mensajeros a San Telmo. Una hora antes del alba del 4 de junio una barquilla de remo v lleg al extremo oriental de Sciberras. Un hombre salt a la costa. Salvago! Salvago! grit. Su voz lleg hasta la muralla este; el nombre fue reconocido. Don Garca haba enviado al caballero genovs Rafael Salvago y al clebre soldado espaol Miranda para que inspeccionaran San Telmo en particular y Malta en general, y para transmitirle un mensaje a La Valette. Subieron la angosta escalera que conduca a San Telmo y fueron recibidos en el fuerte. Salvago qued asombrado y afligido por lo que vea y expres sus sentimientos por escrito: La extenuada guarnicin trajinaba de noche, sepultando entraas y extremidades destrozadas al pie de los parapetos, hostigada por la artillera enemiga. Los combatientes no abandonaban sus puestos, y siempre permanecan alerta. La situacin era tal que dorman, coman y defecaban donde estaban. De da expuestos al sol abrasador, y de noche a la fra humedad, sufran el asedio de la plvora, el humo, el polvo, la pez hirviente, el hierro, las piedras, los mosquetes y las enormes bateras. Muertos de hambre, la mayora estaban tan desfigurados que apenas se reconocan entre s. Les avergonzaba retirarse por heridas que no fueran casi mortales, y cojeaban lastimeramente con los huesos dislocados y astillados, el rostro deformado por espantosas llagas. Por doquier se vean hombres con vendas en la cabeza, el brazo en cabestrillo, y presa de extraas convulsiones. Semejaban espectros en vez de seres vivientes. Salvago y Miranda concluyeron esa deprimente inspeccin y regresaron al bote antes del alba. Eludiendo las patrullas de Dragut, remaron hasta Birgu y rpidamente se les concedi audiencia con el gran maestre.

Un sirviente condujo a Salvago y Miranda al estudio de La Valette. Haba mapas y cartas extendidos por toda la habitacin. El maestre vendr enseguida les dijo el sirviente, y parti. Salvago se sent cerca de la ventana. Recordando lo que habla visto en San Telmo, dijo: Un caballero no debe morir as. Considero un pecado haberme demorado en Sicilia mientras mis hermanos sufran aqu. Miranda abri un postigo y contempl Birgu. El sol se elevaba sobre San ngel. Si don Garca pudiera ver a esos hombres... Guard silencio; era un veterano curtido, pero estaba conmocionado por las privaciones que haba presenciado. Se abri la puerta y La Valette entr en la habitacin con paso rpido y leve. Rode el escritorio y se sent. Salvago se levant. Gran maestre salud, inclinndose. Salud respondi La Valette. Tambin a vos, capitn. Habis estado en San Telmo? As es dijo Miranda, y le inform de lo que haba visto. La Valette guard silencio un largo rato. Cunto tiempo pueden resistir? pregunt al fin. No ms de un par de das respondi Miranda. Inhal profundamente. Aun as, me ofrezco como voluntario para ir a mi muerte. Regresar a San Telmo y ayudar a Guaras en su ltima batalla. La Valette aprob con un asentimiento. Noblemente expresado. Autorizacin concedida. Sus rasgos se endurecieron. Ahora habladme del buen virrey. Salvago le inform de que don Garca planeaba desembarcar en Malta el da 20, pero slo si La Valette le enviaba las galeras de la orden. Un fuego azul ardi en los ojos de La Valette. Ya he explicado por qu no puedo entregar las naves solicitadas dijo. No puedo prescindir de un solo hombre, y mucho menos de mil, para escoltarlo desde Mesina. El vencedor del Pen de la Gomera ha olvidado sus conocimientos de logstica? Miranda desvi los ojos, avergonzado. Salvago guard silencio. Lamentablemente no puedo responder a mi parte del socorro condicional del buen virrey dijo La Valette. Al menos, podra reforzarme con las dos galeras que os trajeron aqu! Salvago asinti. Tal vez lo haga. La Valette mir a Miranda.

No es preciso que vayis solo a San Telmo, buen hombre. Al menos un centenar ir con vos. Solicitad voluntarios en San ngel. Gracias, maestre. Salvago, pedid a mis sirvientes que busquen a sir Oliver. El ingls? S. Deseo redactar una respuesta para don Garca. El capitn Miranda encontr gran cantidad de voluntarios para una misin peligrosa en San Telmo. Los caballeros echaban suertes para obtener ese honor. Tambin se escogieron otros hombres de armas y soldados regulares, y nadie ha consignado que su fiereza fuera menor que la de los nobles. La fuerza fue reunida y atraves el Gran Puerto poco despus del anochecer. La suerte los acompa; ni la artillera ni los mosquetes estorbaron su paso. La compaa de Miranda desembarc en el sureste de Sciberras y avanz deprisa hacia el fuerte silencioso. La guarnicin de San Telmo estaba maltrecha. La mayora de los caballeros tena huesos fracturados, y muchos haban sufrido mutilaciones. El caballero Vischer era uno de ellos; la esquirla de una bala de can le haba cortado la mano izquierda por encima de la mueca. Estaba inconsciente cuando sus camaradas lograron parar la hemorragia. Al despertar, senta un dolor espantoso. Los caones callaron al anochecer. Vischer dormitaba detrs de los restos de la muralla oeste. Atrapado en un limbo entre el sueo y la vigilia, soport en silencio las horas de padecimiento, luchando contra el fro dolor que surga del mun. Sus sueos ocasionales eran an ms horribles que la realidad. Una y otra vez se encontr encadenado a una glida losa de argamasa. Su padre estaba encima de l, hacha en mano. Quieres desafiarme? preguntaba el anciano. Entonces toma esto! Y cortaba la mueca de Peter. Una distante frau Vischer observaba el sufrimiento del hijo. Madre! sollozaba Peter. La mujer alzaba la mano del caballero de su regazo y sonrea. No eres hombre, herr Vischer. Rea framente y repeta: Vischer! El caballero despert y se enjug los ojos. Las estrellas cobraron nitidez. Oy que una voz mencionaba su nombre y procur incorporarse. Vio una silueta de pie entre los caballeros dormidos. Lo habis visto? Un hombre seal con el pulgar. Por all. Vischer reconoci el perfil del visitante. Sebastian! grit.

Peter! El caballero se levant mientras su hermano corra hacia l. Sebastian se detuvo a un paso, con culpa en la cara limpia; intent extender los brazos. La voz del caballero delataba alegra y furia. Me has desobedecido. Sebastian agach la vista, pero Peter avanz y lo estrech en un fuerte abrazo. Sebastian! exclam, estrujando al joven con rara emocin. Por qu has venido aqu? Me ofrec como voluntario. Quera estar contigo. Rausch te dej partir? pregunt Peter con voz colrica. Lo mataron. Peter retrocedi, recobrando la compostura. Es bueno verte, pero no puedes quedarte. No lo permitir. Sebastian puso cara de consternacin, y entonces repar en el mun. Padre nuestro! Tu mano! Peter no se dej distraer. Soy uno de los afortunados. Ahora dirgete a los botes. Regresars. Sebastian no apartaba los ojos del antebrazo vendado. Me oste? rugi el caballero. Estoy dispuesto a morir, Peter murmur Sebastian. Los hermanos no deben morir juntos? El caballero se sinti acorralado. Mir a sus camaradas, y de nuevo a Sebastian. Sonri lentamente. S, tienes razn.

25 7 de junio

El bombardeo turco se reanud al alba. Los caones humeantes de Mustaf escupieron muerte hasta que hirvieron en el denso aire de la maana. San Telmo se zarandeaba como en medio de un sesmo. Cientos de balas rebotaron en las murallas daadas y volaron al mar. Enormes fragmentos se desprendan de las murallas y se desplomaban en

Sciberras. Trozos de las defensas del sur rodaban por la cuesta escabrosa y caan en el Gran Puerto. Mirando desde San ngel, La Valette pens que la hora de San Telmo haba llegado. Ni l ni sus acompaantes daban al fuerte muchas probabilidades de sobrevivir al aplastante bombardeo, y mucho menos al asalto que seguira. Mustaf atacar hoy le dijo a Starkey. Los agotados caballeros de San Telmo interpretaron correctamente que el caoneo era el prembulo de una ofensiva masiva y procuraron prepararse para la batalla. Las fuerzas de Mustaf bajaron por Sciberras, y su nmero hizo palidecer a los caballeros. El avance no tuvo dificultades, porque los hospitalarios haban abandonado la muralla oeste para formar un nuevo permetro. Adems, la torre caballera del oeste del fuerte, que albergaba la mayor parte de la artillera de Broglia, haba sufrido daos irreparables. Eficientes ingenieros turcos reemplazaron el incendiado puente levadizo de San Telmo por un puente improvisado hecho con mstiles de naves. Nada frenara a sus tropas en su trayecto hacia el fuerte. Mustaf mir San Telmo relamindose los labios. El fuerte pareca vulnerable a un ataque de infantera. Estaba a punto de sucumbir. Empujadlos al mar orden a sus oficiales. La andanada despert al caballero Di Corso. Cogi el arcabuz y se sum a los dems contra los montculos de tierra que llamaban hogar. Los hombres gritaban a sus espaldas mientras eran acribillados y descuartizados por proyectiles humeantes. Di Corso mir a ambos lados. A su derecha, Pepe di Ruvo se haba entablillado una pierna fracturada con una espada y un trozo de soga. El hombre que estaba a la izquierda de Di Corso era una masa de vendajes ensangrentados y pareca que su armadura hubiera cado a un precipicio. Un parche cubra el hueco de un ojo, y aun a la distancia Di Corso distingui una mancha de gangrena. Un trozo de pan mojado en vino y un puado de carne negra yaca sin ser comido junto al desdichado. Di Corso sospech de esa comida inconclusa. Ests Hermano? vivo, hermano? Sacudi el hombro del caballero.

Una rata chill y se escabull bajo el cadver. Di Corso golpe al roedor con el puo. La alimaa aplastada revent como una uva. Tanta hambre tienes? gru alguien. Di Corso vio a Rambaldi, cuyo yelmo haba perdido la visera. Los pmulos de Rambaldi amenazaban con perforarle la piel y el pelo que sobresala del almete era negro y grasiento. Fragmentos de roca cayeron sobre ambos, pero los dos sostuvieron la mirada.

Di Corso sinti un escalofro ante ese hombre cuya familia haba humillado a su padre hasta causarle una muerte prematura. Se gir y cerr los ojos. El suelo tembl. Rambaldi ri entre dientes. No creas que pienso moverme esta vez. La posicin del caballero Vischer estaba atrapada en el fuego cruzado de los turcos. Palos, tierra y escombros lo fustigaban mientras los caones de Mustaf devoraban el terrapln. Su cuerpo con armadura protega a Sebastian, cuya cota de malla ofreca poco resguardo contra las piedras que volaban. En ocasiones Peter estrujaba al joven para cerciorarse de que an viva. Ay! se quej Sebastian cuando su hermano le magull el hombro. Ests lastimado? Ahora s! No puedo respirar con tanto polvo. Peter mir atrs. Los proyectiles tamborileaban sobre el descampado como lluvia en un estanque. No haba retirada posible. Apoy la cabeza con yelmo en el cuello de su hermano. La tormenta creada por el hombre ces sbitamente y fue reemplazada por un ominoso silencio. El humo y el polvo comenzaron a despejarse. Caballeros aturdidos miraron por encima de sus defensas. Las murallas del oeste no eran ms que pilas redondeadas. Sonaron cuernos turcos y se elev un gran grito. San Telmo oy las pisadas de miles de pies. El momento del fin, pens Di Corso. Encendi una granada de mecha larga y se tendi de bruces. Aqu vienen! grit Guaras. Muchos caballeros encendan mechas. Un humo gris llen el aire. Los turcos se aproximaban, y sus gritos resonaban. El suelo se sacuda. Estn cruzando el foso, sospech Di Corso, sintiendo una extraa serenidad, ms contemplativo que asustado. Pasaron unos momentos y al fin sinti miedo. Han atravesado la muralla! Los turcos entraron en el fuerte sin oposicin, y cantaron victoria. Arrojadlas, hombres! aull Guaras. Los caballeros se asomaron por la cuesta y lanzaron las granadas contra el enemigo que avanzaba. Algunas chocaron contra el suelo y rodaron mientras que otras se rompieron al establecer contacto, pero todas estallaron. Luego siguieron los alaridos de hombres condenados a pasar el resto de su breve vida en un dolor lacerante. De nuevo! grit Guaras. Granadas y aros volaron sobre el revelln interior. Arcabuceros! Los caballeros treparon a los terraplenes y apuntaron. Fuego!

Una andanada cruz las llamas y acribill al apiado enemigo. Los caballeros esquivaron el fuego de respuesta. Di Corso oy el silbido de las balas. Lnea abajo, un hombre manipul una granada y estall. Tres caballeros gritaron mientras el fuego griego los envolva. Guaras estaba junto a Di Corso; sus ojos azules ardan con una vitalidad que contrastaba con su carne pastosa. El capitn orden que arrojaran ms aros. Muchos de esos artilugios dieron en el blanco. Una bocanada de humo aceitoso sofoc a Di Corso, con un olor a puerco cocido que le provoc arcadas. Dios Santo jade, tapndose la nariz y la boca. A su lado, Di Ruvo estaba frentico. El napolitano se incorpor de un salto. Aqu vienen! grit. Dispar el arcabuz y aprest la espada. Di Corso desenvain su arma y se uni a su amigo. Una conflagracin anaranjada arda entre el revelln y la muralla, pero algunos jenzaros se haban abierto camino hacia la Lengua italiana. Una luz sbita deslumbre a Di Corso, y los jenzaros parecieron reducirse al tamao de insectos. Vio una estra larga, delgada y blanca que suba por Sciberras hasta Mustaf Baj. Adelante, hermanos mos! rugi, saltando hacia el enemigo. Di Ruvo y los dems lo siguieron. Un torrente de guerreros con armadura inund el revelln. La sangre le martillaba los odos mientras enfilaba hacia el primer jenzaro. El turco lanz un sablazo pero para Di Corso el hombre estaba quieto. Esquiv el golpe y despanzurr al turco con un revs, y una estela de sangre sigui a la espada. Se derramaron intestinos en el suelo. Di Corso tumb al turco arrodillado de un puetazo. A pesar de su ferocidad, la carga pronto perdi mpetu. Los turcos no estaban tan dbiles como pareca, y aunque cientos haban sido asados vivos, eran reemplazados sin cesar. Los recin llegados eludan las zonas llameantes y se concentraban en la posicin italiana. Di Corso hiri a un turco bajo la rodilla, esquiv un golpe, atraves el corazn de otro. Sudaba a mares. Di Ruvo intuy que haban perdido impulso y pidi una pared de escudos. El cojo napolitano hizo formar a sus hermanos a gritos. Los caballeros se prepararon para la arremetida de los Jenzaros. Di Corso pate una mano que le aferraba el escarpe y se plant delante de sus hermanos. Sus ojos castaos estaban desorbitados de rabia. El destello de las armas de fuego se reflejaba en su armadura cuando alz una espada roja. Venid a m, hombres de Solimn! exclam. Algunos jenzaros evitaron la ira de Di Corso, pero slo unos pocos. Di Corso se encontr tan abrumado que se dio por muerto. Recibi un impacto en el pecho y su armadura cedi; brot sangre. Cort el cuello del

atacante y lo apart. El jenzaro cay con un gorgoteo inhumano. Con el pomo de la espada, Di Corso aplast la crisma de un hombre tambaleante, y afeit la cara de otro con un mandoble, y despach a otro con una estocada desde arriba. Los jenzaros seguan viniendo. Un gigante que tena hombros semejantes al yugo de un buey se lanz contra Di Corso y le aferr los muslos. El turco pidi ayuda mientras tumbaba al caballero. Di Corso lanz un puetazo al caer y sinti que el apretn del turco se aflojaba. Un turco aterriz en los tobillos del caballero y lanz una pualada hacia abajo. Rechin el metal y una hoja curva mordi el cudriceps de Di Corso, que lanz un rugido desafiante. Di Corso fue sbitamente pisoteado por pies acorazados cuando la pared de escudos pas sobre l. Di Ruvo baj la vista. Michele? Gracias! Tu pierna? La cabeza de Di Ruvo estall, cegando a Di Corso con fragmentos de hueso y sangre. Pepe! grit Di Corso. Se frot los ojos hasta que recobr una visin borrosa, y se arrastr hacia el cuerpo de su amigo. Oh, Pepe! dijo. Di Corso empu el escudo de Di Ruvo y se dirigi a trompicones hacia la pared de escudos; los caballeros cedan terreno. La cantidad de turcos era excesiva para los dbiles y demacrados hospitalarios. Uno por uno, y luego de a dos y de a tres, los caballeros comenzaron a caer. Los que caan no se levantaban, sino que eran triturados. Son la retirada y los caballeros se replegaron hacia el terrapln. Guaras y Broglia haban organizado una segunda lnea de defensa y granadas de fuego griego volaron sobre los hombres que retrocedan. Los jenzaros quedaron envueltos en llamas. Se desbandaron y huyeron. Una bala de basilisco martill el revelln provisional y Di Corso cay de bruces. Junto a l tres caballeros se tambalearon y rodaron peligrosamente cerca de un charco de fuego griego que se extenda. Cubros! grit alguien. Mustaf haba reanudado el bombardeo. Di Corso se arrastr cuesta abajo, cogi el peto de un caballero inmvil y logr rescatarlo. Se tendi de espadas, jadeando, derritindose en sudor y sangre. Quiz no sea mi hora final, pens. Oh, madre, reza por tu nico hijo! Un cacareo de risa estall junto a l. Esto es intolerable! jade el hombre que se rea. Di Corso lo mir: de nuevo haba salvado la vida de Rambaldi.

26

Los aposentos del gobernador Broglia se haban salvado por milagro de los disparos, pero el techo y el suelo estaban descascarillados y rajados. Broglia, Guaras y Miranda entraron en la cmara poco despus del anochecer; Guaras llevaba una antorcha. Levantaban polvo al andar. La habitacin estaba desnuda. Haban desmantelado los muebles de Broglia para suministrar abrazaderas para las defensas. El gobernador seal el suelo y se apoy de espaldas. Caballeros dijo. Los otros se sentaron. Guaras clav la antorcha en una fisura. Los tres estaban cansados y demacrados, pero Broglia era el de peor aspecto. La falta de sueo y alimento le haba drenado las energas y su tez estaba flccida como arpillera. Su voz habla perdido vigor. Qu hay de los zapadores, capitn? pregunt. Los frustra la roca de Sciberras. No tendrn mayor xito. Broglia mir a Miranda. El rostro del espaol era una magulladura morada y sus labios hinchados tenan el triple de su tamao normal. El impacto de un madero le haba arrancado ocho dientes. Sacudi la cabeza y murmur: La torre caballera est destruida.

Broglia gru. Y en la mayora de los sitios las brechas son tan anchas que para que desfilara un triunfo de Csar. Con una hilera de amantes aadi Guaras. Cmo anda la Lengua italiana? pregunt Broglia. Ha perdido la mitad de sus efectivos suspir Guaras. Los espaoles y los franceses estn igualmente mal, y los hermanos servidores y los soldados son los que han sufrido ms bajas. Vuestra conclusin? Cuando vuelvan a atacar, no los detendremos. Miranda asinti, coincidiendo. Broglia se sumi en sus pensamientos. Yo tambin creo que debemos abandonar esta posicin dijo. Enviar a Medran a preguntar al gran maestre si podemos retirarnos. El caballero Medran compareci ante el consejo, y fue recibido con el mayor respeto. Su armadura estaba tan abollada, sus carnes tan descoloridas por magulladuras, tajos y costras, que aun el veterano gran maestre manifest una inequvoca consternacin. Medran jadeaba con cada paso. Caan terrones de su peto rajado. La Valette le ofreci el asiento de costumbre. Ven, hermano. Ponte cmodo. Starkey ayud a Medran a sentarse. Vino? pregunt Starkey. Por favor fue la hueca respuesta. Medran forceje con el yelmo oxidado, pero tena las manos demasiado hinchadas para desabrochar la correa. Un gran cruz le quit el almete. Le llevaron el vino y Medran vaci la copa en silencio. Nadie habl hasta que hubo terminado. Qu noticias tiene el gobernador Broglia? pregunt La Valette. Mi seor respondi Medran, las siguientes son las conclusiones de todos los oficiales de San Telmo. Entiendo. Mi seor, Broglia me pide que informe de que la posicin del fuerte se ha vuelto insostenible. Dice que es un derroche de vidas valiosas mantenerlo, y que sera mejor utilizar a sus hombres para reforzar San ngel y San Miguel. Debemos entregar San Telmo a los turcos? dijo La Valette con voz gentil. No, gran maestre. Broglia piensa que deberamos volar el fuerte al evacuarlo. Medran hizo una pausa para recobrar el aliento.

La Valette evalu el requerimiento, luego habl. Monsieur de Medran, tengo el mayor respeto por vos y por Broglia, pero no puedo autorizar el abandono de San Telmo. Muchos integrantes del consejo manifestaron sorpresa. Parece ser lo ms aconsejable, gran maestre dijo el pilier alemn. Parece, en efecto, pero no lo es respondi incisivamente La Valette . Os dir por qu. Todos los ojos se clavaron en l, salvo los de Medran. El virrey don Garca ha prometido acudir en nuestro auxilio el 20 de este mes, pero slo si San Telmo permanece en pie. Si entregamos el fuerte, o si lo conquistan, le daremos ms excusas para no ayudarnos. Como bien sabemos, hoy es slo da 7. Medran eluda la mirada de La Valette. Son trece das mascull. S. No podemos intentaremos. lograrlo dijo Medran sin rodeos. Pero lo

La Valette mir la copa vaca de Medran. Conozco los sufrimientos de mis hermanos dijo. Pero somos meros peones entre la Cruz y el Corn. No abandonaremos San Telmo. No abandonaremos Malta. Resistiremos hasta el final. Al ingresar en la orden juramos obediencia, juramos por los votos de la caballera que sacrificaramos nuestra vida por la fe, donde y cuando fuera necesario. Los mir a todos. Ahora los hermanos de San Telmo deben hacer ese sacrificio. Quince caballeros se ofrecieron para regresar con Medran. Una pequea fuerza de soldados los acompa. Los refuerzos firmaron sus testamentos en presencia de testigos, y cruzaron el Gran Puerto antes del alba.

27 7 de junio

Una multitud de caballeros aguardaba el retorno de Medran. Aunque se haba ido del fuerte con el mayor sigilo, muchos haban reparado en su ausencia y sospechaban su misin. Confiaban en que La Valette comprendiera que la resistencia no tena esperanzas, y se haban preparado para abandonar ese pozo de gravilla que haba sido San Telmo. Un grupo de caballeros jvenes se agolp en torno a Medran mientras l se diriga a los aposentos de Broglia. El gran maestre autoriza nuestro regreso? pregunt Rambaldi. Cundo partiremos, hoy o maana? pregunt otro. Los restos de la infantera espaola de don Garca aguardaban consternadamente detrs de los nobles. Medran contuvo la lengua y se abri paso entre los ansiosos hospitalarios. Broglia acept la respuesta de La Valette con torvo estoicismo. Parece que es voluntad de Dios que perezcamos aqu, seores dijo a sus oficiales. Tengamos la mejor muerte posible. El odiado sol se elev y los caones turcos reanudaron su cancin. Al cabo de largas horas el caoneo ces y el ejrcito de Mustaf se prepar para otro asalto. Las expectativas eran elevadas y muchos estandartes de seda ondeaban a lo largo del revelln y la contraescarpa capturados. Sebastian Vischer miro por encima del terrapln. Su cara joven estaba llena de arrugas y las ojeras aureolaban sus ojos inflamados. Code a su hermano. Los caones han callado. Qu significa eso?

El caballero se apoy el hacha en el pecho y se ajust la venda de la mueca. Mir a Sebastian con infinita tristeza. Vienen los jenzaros. Mantente detrs de m. Los jenzaros acometieron a travs de paredes en ruinas, sobre un terreno calcinado y lleno de crteres, y se lanzaron hacia los terraplenes del interior. Los arcabuces ladraron y muchos turcos se desplomaron. Los jenzaros continuaron su avance. Broglia haba ordenado que recobraran la mayora de las piezas de artillera de la destartalada torre caballera. Tres de esos caones, piezas de cuarenta libras, estaban magnficamente apostados en almenas a lo largo del permetro. Fuego! orden, y nubes de escoria de metal rasgaron las lneas de jenzaros. Doscientos cayeron al suelo; su alarido reson en San Telmo mientras pisoteaban los muertos y marchaban hacia la posicin cristiana. Broglia se paseaba detrs de sus hombres. Entenda cabalmente el riesgo que corra San Telmo, y si se era su ltimo da, deseaba morir entre los guerreros de los que estaba tan orgulloso. Calma, Apuntad! caballeros, calmagrit. Preparad el fuego griego!

El suelo temblaba bajo los pies de los jenzaros. Arrojadlas! Los jenzaros recibieron las bombas incendiarias con gemidos de dolor. Pelotones enteros fueron devorados por ese fuego insaciable y San Telmo pronto se convirti en un horno. El caballero Vischer estaba agazapado detrs del nuevo revelln, sudando. Mir de soslayo la cara de su hermano y se enorgulleci al ver que el joven haba dominado el miedo. Sebastian estaba agazapado junto a l, espada en mano. Broglia orden lanzar ms granadas. Los alaridos estallaron casi en el odo de Vischer. Se nos vienen encima, pens. Arcabuceros! grit Broglia. Los hombres se levantaron y dispararon; la gruesa andanada derrib a muchos. Los tiradores cristianos intercambiaron las armas vacas por armas cargadas y Broglia orden otra salva. Luego los jenzaros se les abalanzaron. La primera lnea de San Telmo recibi a los turcos con espadas, escudos y hachas. Vischer se irgui sobre el revelln y los jenzaros lo atacaron con gritos sanguinarios. Vischer desvi un sablazo y sepult el hacha en la entrepierna del atacante. Se oy un sonido semejante al de partir el cuello de una gallina y el jenzaro cay de rodillas. Vischer lo apart de un puntapi.

Un proyectil rasg la armadura del alemn, pero no toc la carne. l se volvi sobre el tirador, pero el turco cay alcanzado por un disparo. Otro hombre atac a Vischer y recibi un codazo en los dientes. El jenzaro se desplom con un gruido. Algo estall detrs de Vischer y l vol por los aires, cayendo de espaldas. Desconcertado, trat de incorporarse. Alguien le aferr la cabeza y le alz la visera; una cimitarra chorreante se alz ante la abertura. Un pie le apretaba el brazo sano. Estoy muerto, pens. Cay un aro de fuego griego y ci a sus atacantes, cuyas barbas y turbantes ardieron como paja. Liberado, el caballero se arrastr hacia el revelln. Un hospitalario fue arrebatado del terrapln y desmembrado por seis hombres. Una compaa de arcabuceros jenzaros se apost detrs de Vischer y dispar. Cayeron caballeros del revelln. Vischer mir por encima del hombro y vio un mar de jenzaros. Broglia toc retreta. Vischer no haba visto al turco que se le abalanz, pero lo salv el instinto. Rod sobre la espalda y pate el esternn del atacante, parndolo en seco. Arque la rodilla y el jenzaro cay sobre su hacha alzada; la hoja se hundi en el turbante y desapareci. Se derram sangre sobre el rostro del cadver, pintndolo de escarlata. Vischer apart al turco de un puntapi y se incorpor. Un jenzaro perfor la hombrera de Vischer con una alabarda con forma de azada y el caballero grit cuando el arma le mordi el trapecio. El jenzaro sonriente se apoy en la empuadura y sta se parti, arrojndolo a los pies de Vischer. El toque de retreta era estridente. Los cristianos retrocedan hacia la lnea secundaria de defensa. Vischer se gir y vio que un jenzaro apualaba a Sebastian en el estmago. Sebastian! grit. Dos caballeros despacharon al atacante de Sebastian y recogieron al joven. Un sablazo hiri la espalda de Vischer. Se gir y clav el hacha en las costillas del jenzaro. El turco jadeante aferr el hacha, pero Vischer se la arrebat. Un reguero de fuego griego cruzaba el campo de batalla. Turcos y caballeros cados eran devorados por las llamas hambrientas. Sebastian, pens Vischer. Dej de mirar esa escena infernal y march tambalendose hacia las nuevas defensas; arrastraba la pierna izquierda. Una rpida ojeada revel una melladura en la escarcela. Una hilera de arcabuceros cristianos apareci en el terrapln y apunt hacia l. Se arroj al suelo mientras las balas pasaban silbando; gritaron hombres a sus espaldas. Justo a sus espaldas. Algo le golpe el escarpe. Se puso de pie y continu el avance. Volaron granadas sobre el revelln, arrastrando sus largas mechas. Maldicin! exclam Vischer, y cay al suelo, ovillndose mientras las explosiones lo sacudan. Sinti que el aire se le iba de los pulmones y

su armadura se recalentaba. Gritaban turcos alrededor. Un sollozo sali de sus labios, luego un alarido. Quemadura! resoll. Peter, corre!grit la voz de su hermano. Sebastian! Vivo! El caballero se levant y camin penosamente hacia la voz. Sus pies tocaron el terrapln y se desplom con estrpito. Llovi tierra sobre l. Fuego! orden Broglia. Un golpe desmay a Vischer. Vischer abri los ojos. Estaba rodeado por hombres gemebundos. El olor a carne quemada impregnaba el aire fresco. Mir las arremolinadas estrellas. Otra vez de noche, pens. Sebastian estaba de rodillas junto a l. Peter, gracias a Dios! dijo, poniendo una toalla mojada sobre la frente del caballero. Cmo ests? Estoy ardiendo. Un cirujano francfono se inclin sobre Vischer. No ests tan mal dijo. Esto no debera matarte. Vigila ese agujero que tienes en el costado. Un disparo? S. Procura limpiar la herida. El cirujano sigui recorriendo la lnea de heridos. Un capelln de obediencia con tnica negra se detuvo para bendecir a Vischer y continu la marcha. Cmo est tu vientre? le pregunt Peter a Sebastian. El joven sonri. Le err dijo. Estoy demasiado flaco. Peter cerr los ojos. Agua susurr. Luego aydame a levantarme. ste es el Violinista, verdad? pregunt alguien. Es herr Vischer replic Sebastian. Peter abri los ojos. Aunque no reconoca al visitante, era evidente que ese hombre haba estado largo tiempo en el campo de batalla. Soy Rambaldi dijo el hombre. Ests dispuesto a firmar una peticin para el gran maestre? Qu peticin? pregunt Vischer con suspicacia. El gran maestre no nos autoriza a marcharnos, as que nos proponemos morir como caballeros, en vez de ser abatidos uno por uno por el fuego enemigo. Atacaremos y mataremos a tantos como podamos. Vischer cerr los ojos.

Atacaris Sciberras? pregunt. Lo que decida el gobernador respondi Rambaldi. Broglia ha firmado esta peticin? Pas un momento. No la ha firmado. Guaras y Miranda? No respondi Rambaldi. No prefieres la gloria a una muerte intil en las trincheras? No ingres en la orden en busca de gloria. De veras? No firmar algo a lo que Broglia se opone continu Vischer, abriendo los ojos. Y tampoco mi hermano. Slo queramos caballeros, de todos modos respondi Rambaldi, y continu la marcha. Le presentaron la peticin a Di Corso mientras l ayudaba a los malheridos a abordar los botes de evacuacin. Ley la carta y sus cincuenta y tres firmas pero la devolvi al portador. Lo lamento, hermano murmur. La fe prohbe el orgullo en esta cuestin. No puedo firmar. Como quieras. Di Corso mir las aguas oscuras del puerto. No saldr de San Telmo con vida, pens.

28

8 de junio

La Valette inspeccion las defensas de San ngel y se dispuso a disfrutar de una cena bien merecida. Era medianoche, y hasta l estaba agotado. Un sirviente le llev pan con queso. Gracias dijo La Valette mientras el hombre se marchaba. Se quit los guanteletes y rez. Por esto y por todo lo dems que te ha complacido darme, te agradezco y te alabo, pens. No te olvides de nosotros ni de nuestra lucha y lbranos del enemigo. Amn. Cogi un cuchillo de plata. Un golpe en la puerta. S?. Perdn, gran maestre. Un mensajero de San Telmo, un tal Vitelleschi. La Valette dej el cuchillo. Que pase. La puerta se abri y un caballero sin yelmo se acerc al escritorio de La Valette e inclin la cabeza rizada. Gracias por recibirme, seora dijo el joven. Ya, ya. Qu noticias hay del gobernador Broglia? No me enva Brogliadijo Vitelleschi, y entreg un pergamino. Eludi la mirada de La Valette, diciendo: Esto lo explica todo. El gran maestre ley la carta: Ilustrsimo reverendo monseigneur: Cuando los turcos desembarcaron aqu, vuestra merced nos orden defender esta fortaleza. Lo hicimos con el mejor nimo, y hasta ahora hemos hecho todo lo que podamos. Vuestra merced lo sabe, y tambin sabe que no nos hemos privado de fatigas ni peligros. Pero el enemigo nos ha reducido a un estado en que no podemos infligirle dao ni podemos defendernos, pues domina el revelln y el foso. Tambin ha construido un puente y trepa a nuestras murallas y ha abierto tneles bajo la muralla, y en cualquier momento esperamos que nos vuelen. Han ampliado tanto el revelln que nadie puede permanecer en su puesto sin recibir disparos; nuestros centinelas son abatidos por tiradores en cuanto los apostamos. Estamos tan acuciados que ya no podemos usar el espacio abierto del centro del fuerte. Varios de nuestros hombres ya han perecido all, y no tenemos refugio salvo la capilla. Nuestros soldados sienten desnimo y ni siquiera los oficiales pueden obligarlos a ocupar sus puestos. Convencidos de que el fuerte caer, estn preparndose para huir a nado. Como ya no

podemos cumplir con eficiencia los deberes de nuestra orden, estamos dispuestos, si vuestra merced no nos enva embarcaciones esta noche para que podamos retirarnos, a realizar un ataque y morir como caballeros. No enviis ms refuerzos porque seran hombres muertos. sta es la tenaz resolucin de todos los que firman abajo. Informamos a vuestra merced que las galeatas turcas han estado activas en el extremo del cabo. Y as, con esta nuestra intencin, os besamos las manos. Tenemos copia de esta carta. Fechada en San Telmo, el 8 de junio de 1565. Seguan cincuenta y tres firmas. La Valette reley la carta con incredulidad, pensando: Cmo es que un caballero piensa abandonar su puesto? Menos mal que ningn oficial ha firmado esta cosa! Mir al caballero italiano. Slo queremos morir como hombres, mi seor declar el noble. Silencio! gru La Valette, y bram llamando al mayordomo, que lleg prontamente. Gran maestre? Treme a los comandantes Medina, La Roche y Castriota! orden. Al instante, seora! Vitelleschi pareca sumamente incmodo y cambiaba de posicin constantemente. El colrico La Valette reflexion sobre esa nota. Saba que la guarnicin de San Telmo haba sufrido horriblemente y no subestimaba los logros del fuerte, pues l tambin haba afrontado bombardeos. Tambin saba de los efectos que la falta de alimento y reposo surtan en un hombre, y que un enemigo prximo desgastaba los nervios. Pero no aprobar el amotinamiento, pens. El orgullo es mal sustituto de la obediencia. Crees que exigira un sacrificio innecesario a mis hermanos? le pregunt a Vitelleschi. Habla! Vitelleschi estaba al borde de las lgrimas. No, seora. Las leyes del honor no se satisfacen necesariamente derrochando nuestra vida cuando parece conveniente. El deber de un soldado es obedecer. Entiendo, gran maestre. Puedes sentarte dijo La Valette, con ms gentileza. Vitelleschi se sent. Dirs a tus camaradas que permanezcan en sus puestos continu La Valette. No efectuarn un ataque. Cuando mis comisionados regresen de San Telmo, decidir qu rumbo debe tomarse.

Llegaron Medina, La Roche y Castriota. Medina, un espaol calvo con un cado bigote gris, pareca haberse preparado para una celebracin; su armadura estaba inmaculada. La Roche, el ms bajo de los tres, pareca medio dormido, mientras que los ojos oscuros de Castriota ardan como ascuas. Castriota mir con severidad a Vitelleschi, pues le irritaba que un hombre de la Lengua italiana hubiera ofendido al gran maestre. Caballeros, tengo una tarea para vosotros dijo La Valette. S, gran maestre. La Valette les habl de la nota. Los tres comandantes miraron oscuramente a Vitelleschi. Vosotros seris mis ojos dijo La Valette. Id a inspeccionar San Telmo. Regresad antes del alba. Los tres enviados quedaron apabullados por el estado de San Telmo; los padecimientos de la guarnicin superaban todos los rumores. Las defensas parecan montculos de argamasa desmoronada ms que el sitio donde viva y mora la flor y nata de la nobleza europea, y el hedor era ms pestilente que el de las galeras. Los cadveres estaban apilados como espigas. Aun as, De la Roche y Medina reconvinieron a los caballeros y soldados que estaban dispuestos a abandonar el fuerte. El gran maestre no os ha relevado! exclam Medina mientras los desalentados defensores se reunan. Los hombres regresaron a sus puestos. Castriota estaba azorado por la devastacin, pero fue menos comprensivo. Inspeccion el fuerte hasta que los dems comisionados lo convencieron de regresar a Birgu. Encontraron a La Valette esperando, sin haber tocado la cena. Se ve muy mal concedi La Roche. Casi desesperado. A lo sumo, San Telmo puede sobrevivir dos das ms. La Valette mir a Medina. Dos das, posiblemente declar el espaol. El dao que han sufrido las fortificaciones es devastador. Signore Castriota? El agitado Castriota se atus el bigote. Signore? insisti La Valette. La situacin no es desesperada dijo Castriota. Slo se necesitan nuevos hombres y un nuevo enfoque. No es lo que piensa la guarnicin dijo Medina. La Valette lo mir. Dijeron: Mostradnos vuestro nuevo enfoque cuando lleguen los jenzaros, y Contadle al gran maestre lo que habis visto aqu. Palabras conmovedoras concedi Castriota. Y con eso? La Valette esper.

Dadme nuevos hombres y reorganizar San Telmo se ofreci Castriota. Conservar el fuerte dos semanas ms. Don Garca no podr usarlo como excusa. La Valette asinti. Hecho. Reclutad hombres de Birgu y San Miguel. Despidi a los caballeros y llam a sir Oliver. Esa noche La Valette escribi una carta. Un mensajero solitario cruz a nado para llevarle el pergamino a Broglia y el acuciado gobernador llam a sus caballeros para deliberar. Los debilitados hombres se reunieron en el crepsculo frente al cuartel general de Broglia. El maestre de la orden ha respondido a vuestra solicitud dijo Broglia, y ley en voz alta: Hemos reunido una fuerza de voluntarios al mando del caballero Costantino Castriota. Vuestra peticin de abandonar San Telmo para buscar refugio en Birgu es otorgada. Esta noche podis tomar las embarcaciones de vuelta. Regresad, hermanos mos Broglia elev la voz, al convento y a Birgu, donde tendris mayor seguridad. Por mi parte, me sentir ms confiado cuando sepa que el fuerte del cual depende la seguridad de la isla es defendido por hombres de mi entera confianza. El exasperado Broglia les arroj el pergamino a los pies. Leedlo vosotros mismos, si queris. Luego pensad en la vergenza que habis infligido a vuestras Lenguas y naciones! Se march cojeando. El pergamino qued arrugado a los pies de Rambaldi. l se volvi hacia el caballero ms cercano, diciendo: As sea. Recogi el mosquete y regres al revelln. Lo siguieron otros caballeros rebeldes, avergonzados por la carta y afectados por el sarcasmo de La Valette. Sus cuerpos quebrantados recobraron el equilibrio mientras seguan a Rambaldi, declarando que preferiran morir a perder San Telmo. Un nadador malts llev un mensaje a La Valette en que los caballeros rebeldes ofrecan total obediencia. Le aseguraron que no atacaran al enemigo si l les ordenaba que resistieran, y que preferan morir en San Telmo que regresar a Birgu. Luego La Valette rechaz la propuesta de Castriota y envi quince caballeros y cien soldados en vez del comandante. El gran maestre se qued largo tiempo a solas en su habitacin.

29 10 de junio

Fogatas rojas constelaban Sciberras mientras Dragut se diriga a la tienda de Mustaf. El viejo pirata se ape de la silla, le arroj las riendas a un esclavo y march a la tienda con andar resuelto. Los hombres se inclinaban y le cedan el paso. Dragut estaba de mal humor, y se notaba. Cada movimiento sugera irritacin y su mirada habitualmente suave era feroz. El anochecer brindaba una apariencia siniestra al guerrero de tnica negra; una mano nudosa aferraba la empuadura enjoyada en su cinturn. El suelo pedregoso cruja bajo sus sandalias. Al, dame paciencia con estos hombres, pens. Oy que Mustaf y Piali discutan. Conocen el arte del sitio menos que una criada.

Un esclavo abri la entrada de la tienda y Dragut se agach para entrar. Mustaf y Piali callaron de golpe. Aqu ests dijo Mustaf. Muy perceptivo gruo Dragut. Mustaf ech a un oficial de la tienda Qu te fastidia? pregunt. El corsario se sent. La caballera ha destruido mis bateras de Punta de las Horcas dijo. S, me enter hace horas. La caballera ha destruido mi artillera rugi Dragut. Jinetes de Mdina. Entiendo. No, no entiendes! estall Dragut, pero al instante recobr la compostura. Hace veintitrs das que iniciaste tu ataque, y San Telmo sigue en pie. Ests perdiendo tanto tiempo que ahora los cristianos tienen la iniciativa. Mustaf sacudi la cabeza. Lo del fuerte no es culpa ma. Esos malditos hospitalarios han presentado una valerosa defensa. Enarc una ceja. Yo no he perdido ninguna pieza de artillera. Dragut ri entre dientes. Me preguntaba si repararas en ello. Aun as, si hubieras trazado bien tus planes iniciales no estaramos en esta situacin. Piali pestae con inocencia. Qu situacin, padre? pregunt. La de perder la batalla, oh monarca de los mares! replico Dragut . No te confes en el hecho de que an superamos en nmero al enemigo por cinco a uno. No es buen motivo para confiarse? Por el momento. Me dijeron que avistaron dos naves frente a Gozo. S, las pusimos en fuga declar Piali con orgullo. La prxima vez mis galeras pillarn... Tus galeras no pillaran ni un pescado! interrumpi Dragut. Si los caballeros hacen un esfuerzo determinado para entrar a hurtadillas, no los detendrs. He cuadruplicado mis patrullas replic Piali. Ya veo. Dragut se volvi hacia Mustaf. Escucha el consejo de un marino viejo y rezongn, baj. S? Toma San Telmo esta noche.

Esta noche? S. El virrey no intentar desembarcar si nos encuentra en posesin de San Telmo y bombardeando Birgu. Mustaf evalu las bajas. Mis hombres no estn acostumbrados a ataques nocturnos. Tampoco estos caballeros seal Dragut. Y no esperarn un ataque masivo. Y si fracasamos? Llevar mis caones ms pesados a la costa para reaprovisionar Punta de las Horcas. As no habremos perdido tiempo. No pareces confiar mucho en mis hombres. Dragut sonri al levantarse. Buenas noches, baj. Se inclin y sali de la tienda. El nuevo ag de los jenzaros orden a sus hombres que se formaran. Esplendoroso con su chaleco, tnica y mitra, se plant ante las tropas en columnas; la luz del fuego se reflejaba en sus rostros. Seal a un soldado de tnica blanca. Le fallaras a tu sultn? No, ag! T? le pregunt a otro hombre. Jams! Alguien deshonrara el nombre de nuestro Legislador? La estentrea negativa habra satisfecho al ms escptico. El ag pidi silencio y se podra haber odo una moneda rodando sobre las piedras. Entonces por qu habis fallado a Solimn? pregunt. Sigui un incmodo silencio. El ag estir un largo brazo hacia el ruinoso San Telmo, donde el harapiento estandarte hospitalario ondeaba sobre el fuerte. Es un insulto para nuestro sultn! Es una burla para el nombre de Al! Permitiris que contine esta humillacin? No! exclamaron los jenzaros al unsono. Libraris al sultn de esta vergenza? S! Mostrarme vuestras espadas! Las cimitarras salieron de las vainas, reluciendo a la luz del fuego. El ag asinti fieramente. En vosotros recae el honor de purgar el dolor del sultn. A vosotros, los invictos, os es dada la tarea de masacrar al infiel. Que ninguna

cimitarra regrese sin manchas de sangre! Que ningn cristiano quede con vida! Alz su propia espada. Los jenzaros se desgaitaron en rugidos frenticos, aullando como fieras. El ag sac una pequea cruz del interior de la tnica, la tir al suelo y la pisote. Victoria! grit. Victoria! le respondieron. Orden a los jenzaros que bajaran por el Sciberras.

30

La guarnicin de San Telmo sac a los muertos del fuerte y apost hombres en el permetro al amparo de la noche. Se construy un nuevo terrapln para bordear la casa de guardia, conectando las murallas norte y sur. El penetrante olor a pelo, piel y grasa quemada persista y ni siquiera un chubasco vespertino redujo la pestilencia. La noche del da 10 encontr a Peter Vischer totalmente agotado. Haca das que sus heridas no le permitan dormir y la nueva cauterizacin de la mueca izquierda infectada haba sido muy dolorosa. Su armadura oxidada chirriaba con cada movimiento. Se encontraba al pie del terrapln ms nuevo, demasiado cansado para afilar el hacha. Nadie oa los padrenuestros que susurraba. Un aturdido Sebastian estaba sentado junto a l. Haba perdido toda su energa juvenil. Una costra de pan permaneca intacta ante el muchacho, cuya tez clara se haba oscurecido con humo y lodo. Una espada sin envainar yaca junto a l.

La Lengua italiana haba recobrado la casa de guardia, aunque el nuevo revelln haba quedado a cierta distancia. Los turcos que traspusieran la puerta de nuevo seran vctimas del fuego cruzado. Rambaldi se sent contra un enorme barril de agua. Como sufra una conmocin, le haban ordenado que no durmiera. Se haba vuelto adusto y apocado desde la carta de La Valette. Los amigos sospechaban que el irreverente Testarossa haba sufrido una crisis interna y lo dejaban en paz. Michele di Corso estaba lnea abajo, dormitando de espaldas. En ocasiones grua o gritaba. Los caballeros se agolpaban en pequeos grupos detrs del revelln. Hablaban poco. Despus de la cena la mayora se tiraba en el terreno cubierto de baches mientras otros oficiaban de centinelas. Las cuadrillas mejoraban las defensas mientras los hermanos servidores preparaban a los heridos ms graves para la evacuacin. Las murallas norte y sur estaban bastante intactas y llenas de combatientes. Yelmos empenachados se perfilaban contra el cielo. Vigas atentos bordeaban la casa de guardia, apuntando los largos arcabuces hacia las posiciones turcas, donde se oa el trajn de batallones de esclavos. La exhausta guarnicin se preparaba para un merecido descanso. De pronto sali una advertencia desde la casa de guardia, luego otra. Sonaron disparos; una corneta convoc a la guarnicin a las armas. Un centinela seal la contraescarpa. Antorchas! exclam. Ah vienen los jenzaros! Los atacantes lanzaron su inquietante y ondulante grito de guerra, cuya agudeza caus escalofros a los cristianos. Haba comenzado el primer ataque nocturno del sitio. Los hermanos Vischer se arrastraron por el revelln, para reunirse con varios caballeros espaoles. Una numerosa fuerza de jenzaros avanzaba a la carrera hacia el punto ms dbil de San Telmo. Madre de Dios! jade Sebastian al ver las siluetas, cuyas tnicas blancas eran fantasmagricas a la luz de las estrellas. Son miles! Peter oblig a Sebastian a tumbarse. Abajo! rugi, y se volvi hacia los caballeros que acudan. Granadas! Los arcabuceros dispararon. Los jenzaros que portaban antorchas, blancos fciles, cayeron. Otros turcos recogieron las antorchas y continuaron la marcha. Los cristianos se repartieron bombas de fuego griego. Largas mechas sisearon y chisporrotearon. Peter le arrebat una granada a Sebastian y la arroj hacia el foso; explot delante del turco ms cercano. Peter se tom un valioso segundo para decirle a su hermano: Retrocede y ayuda a los media cruz.

Sebastian se alej del montculo y se reuni con los hermanos servidores. Peter arroj otra granada y mir la mecha encendida que giraba hacia el enemigo. Una explosin envolvi a una docena de jenzaros. Ms turcos llegaron al foso medio lleno y aminoraron la marcha, vadeando ese pantano de cadveres hinchados y putrefactos. Ahora! exclam un comendador. Docenas de granadas surcaron la noche y el resplandor ceg momentneamente a los hombres de San Telmo. Gritos de dolor se elevaron mientras los jenzaros ardan entre los cadveres, cuyas extremidades entrelazadas les entorpecan el paso ms que el lodo. La prxima oleada lleg sin amilanarse, pisoteando muertos y heridos y subiendo al reborde, entre el foso y el permetro. Los mosquetes hospitalarios tronaron y varios jenzaros cayeron. Alguien trep detrs de Vischer. Una voz estentrea y firme se elev sobre el revelln: Paciencia, caballeros! Recargad y disparad en andanadas, uno, dos. Era Guaras. Los hombres recobraron el nimo cuando el valeroso espaol se sum a la columna, estudiando a los jenzaros mientras se ajustaba el yelmo. Una noche brillante, eh, Violinista? coment. S, comandante. Bien, les haremos pagar por elladijo Guaras, y se dirigi a los hermanos servidores: Traed los aros! Los arcabuceros haban recargado. l alz una mano. Fuego! exclam, bajando el brazo. Llamas anaranjadas volaron hacia los turcos. Fuego! Gritos. Granadas! bram Guaras. Las antorchas encendieron las mechas; las granadas llovieron sobre el enemigo. Cientos de jenzaros desaparecieron en el calor y la luz ondeante. Ms oleadas atacaron el fuerte. Por primera vez en el sitio los turcos utilizaron saquillos incendiarios. Los cientficos musulmanes haban perfeccionado estos artificios, que eran casi tan devastadores como los de sus enemigos. Al estallar, los saquillos arrojaban un fuego pegajoso que slo se extingua con la inmediata inmersin en agua. Las granadas turcas chocaron contra la cuesta del revelln y un fuego blanco estall por doquier. Los caballeros se aplastaron contra el suelo mientras los jenzaros apoyaban escaleras en los terraplenes. Un castellano se levant para descargar su arma y recibi un disparo en la frente. Su yelmo rod y l cay hacia el enemigo. Agua! exclam Guaras. Una tormenta de saquillos incendiarios vol sobre ellos y deton dentro del revelln en un resplandor blanco y cegador. Otra andanada roz la cima del revelln, cubriendo de llamas a los hermanos servidores. Un

aullante media cruz evadi a los que acudan a ayudarlo y corri de cabeza hacia los restos de la muralla norte. Aros! orden Guaras. Las llamas irritaban los ojos de Vischer, y su armadura se calent tanto que humeaba, pero se mantuvo en su puesto. El fuego, el humo y dos mil jenzaros frenticos oscurecan el foso. Muchas escaleras chocaron contra la casa de guardia. Unos proyectiles acribillaron los escombros y un trozo de piedra choc contra la visera de Vischer; se tambale. Tienen todos los hombres del mundo, capitn! le dijo a Guaras, que se agazap para encender una mecha. Arrojadlas! les orden Guaras a los caballeros. Una gruesa concentracin de aros de fuego griego sise sobre el revelln. Saltaron sombras en el interior de San Telmo. Una mano oscura se extendi hacia Vischer y l cort cuatro dedos. La mano se retir, dejando un rastro de sangre. Asom una cabeza empenachada y Vischer le asest un hachazo ente los dientes. Cientos de cabezas aparecieron encima del revelln. Los hospitalarios apoyaban sus armas de fuego en las caras turcas y apretaban el gatillo. Los mandobles destrozaban cabezas con turbante. Una docena de saquillos incendiarios rodaron sobre el revelln y estallaron. Los caballeros se transformaron en antorchas vivientes, pero muchos saltaron a los toneles de agua que haban preparado y se evitaron una muerte horrible. Los caballeros encendieron aros casi en la cara de los jenzaros. Los alaridos se intensificaron mientras Guaras peda ms fuego griego. Una densa nube de humo se elevaba sobre Sciberras. Una y otra vez los jenzaros intentaron irrumpir en el fuerte, pero en vano. Pasaron las horas. Ms muertos jenzaros cubran el terreno. Fue entonces cuando la casa de guardia de San Telmo demostr su importancia. Aunque eran pocos, los caballeros que la ocupaban estaban ilesos y haban hallado blancos fciles en los invasores. Los caones, los arcabuces y el fuego griego diezmaban a los jenzaros atrapados. Slo soldados bravos y orgullosos habran continuado un ataque ante tal oposicin; los jenzaros pagaron su coraje con la muerte. Mustaf observaba desde la contraescarpa, ignorando toda peticin de terminar el ataque. Vencern! le dijo a su plana mayor. Las bajas aumentaban mientras San Telmo se transformaba en una enorme pira funeraria. Desde la adoracin de Baal, el Mediterrneo no haba visto tanta gente consumida por el fuego. Los caballeros sufrieron poco despus del ataque inicial; el fuego se haba transformado en su amigo. Desperdigados en las murallas, los hospitalarios sobrevivan al estallido de los saquillos incendiarios, salvo los impactos directos, mientras que los agolpados jenzaros eran presa fcil.

El ataque continu hasta que el fuego griego resplandeci tanto que los caones de San ngel pudieron disparar contra los jenzaros. Proyectiles macizos segaban las filas turcas, destrozando a los hombres. Balbi, que observaba desde San Miguel, consign estas impresiones: Luego, la oscuridad de la noche fue muy clara por la mucha cantidad de los fuegos que de ambas partes se lanzaban. Porque los que estaban en San ngel y en San Miguel velamos muy claramente San Telmo. Y los artilleros de San ngel apuntaban y tiraban a la lumbre de sus fuegos. Slo al alba Mustaf orden la retirada. Abatidos y avergonzados, los jenzaros supervivientes subieron el Sciberras con la cabeza baja. Mil quinientos camaradas humeantes yacan en las cercanas de San Telmo. Rara vez la fuerza selecta otomana le habla derrochado tan mal. Mustaf maldijo y se mes la barba. Enfurecido por su propia estupidez, moli a golpes a un sirviente con el plano de la espada. Los hombres rehuan su furia. Ni siquiera Dragut se present. |Por la sangre de mis padres! exclam Mustaf, agitando el puo contra San Telmo. Te conquistar! Los cristianos slo haban perdido a sesenta hombres.

31 13 de junio

Mustaf pas tres das enfurruado en su tienda, y slo sala para hacer sus necesidades o para mirar el incesante bombardeo de San Telmo. Ante todo lamentaba la prdida de jenzaros irreemplazables. Ms de la mitad de los seis mil efectivos de esa tropa de asalto yacan muertos en el foso de San Telmo, y sus cadveres hediondos eran un recordatorio ineludible de cmo los haba desperdiciado. En ese momento no se senta como un comandante del mayor ejercito del mundo; se senta aturdido, vaco. Slo un caudal constante de vino contribua a aliviar su desesperacin. Los oficiales de Mustaf lo eludan, y eran sumisos cuando los convocaban. El almirante Piali se retir al Marsasirocco y se qued all. Slo Dragut haba permanecido activo. El viejo pirata continuaba dirigiendo la artillera. Los caones de Punta de las Horcas causaban estragos en los refuerzos nocturnos que La Valette enviaba a San Telmo. Apenas un cuarto de los cristianos lograba pasar. Mustaf yaca sobre cojines de seda, despreciando su propia inactividad. Un esclavo entr en la amplia tienda y se postr. Seor baj dijo temerosamente. Qu? Vengo por orden del seor Dragut. Y qu tiene que decir? El seor Dragut me pide que os informe que ha capturado a un renegado, un hombre de San Telmo respondi el esclavo. Mustaf se incorpor. Un caballero capturado? pregunt, asombrado. No, baj. Un plebeyo. Un desertor. Mustaf sonri, de pronto reanimado. Se pregunt si Al habra respondido a sus plegarias. Ver a ese traidor al instante. Mustaf se puso el turbante y se sent en una silla. Le llevaron al desertor. El prisionero, un pfano espaol tan quemado y magullado que

pareca negro, entr en la tienda acompaado por Dragut y seis espadachines. El trmulo pfano se inclin ante Mustaf. Dragut tambin se inclin. Espero que hayas descansado, baj. Tus hombres necesitan tu fuerza. En la medida de lo posible murmur Mustaf. Seal al desertor. Dnde pillaste a este pjaro? Se rindi a tus hombres en la contraescarpa. Supongo que tu artillera los est desgastando. Ya era hora. Mustaf mir al pfano. Este desgraciado, pens. Tendra que haberlo recibido fuera; llena de pestilencia todo el lugar. Bien, traidor, confo en que tengas informacin til. El pfano no pareci entender. Dragut le tradujo la pregunta al espaol. El pfano asinti. Ms te vale, o lo lamentars dijo Mustaf. No soy un hombre paciente. Sonri mientras Dragut traduca la amenaza y el pfano temblaba visiblemente. Cuesta imaginar que este cobarde viene de San Telmo, pens irritado. Difcil de creer, Habla! rugi. El pfano empez, escupiendo informacin. Dragut le orden dos veces que hablara ms despacio. Mustaf se enter de que San Telmo estaba en las ltimas y capitulara con el prximo ataque serio. Escaseaba la comida, y la artillera haba destruido la panadera del fuerte; muchos recipientes de agua haban sido destrozados. Ms an, sugiri el desertor, el revelln capturado tendra que elevarse ms para permitir que los caones terminaran con todo movimiento de los cristianos. Mustaf qued alentado por el informe, pero no lo manifest. El fuerte est casi muerto? pregunt. S, conquistador! chill el pfano. As sea. Pero si ests mintiendo, me pasar das encontrando un modo apropiado de matarte. No usar la suave soga ni la inofensiva bastonada prometi Mustaf. Ambas son demasiado buenas para cobardes y hombres comunes. El pfano ya pareca lamentar el da de su nacimiento. Sacadlo de aqu! orden Mustaf. Mir a Dragut y not que el corsario lo estudiaba. Has vuelto a nosotros? pregunt Dragut. S, es la voluntad de Al. Escuchars a ese hombre? Le creo respondi Mustaf. Elevar el revelln. Esa guarida de ladrones pronto ser nuestra! A las veinticuatro horas, la artillera de Mustaf dominaba el interior de San Telmo de tal modo que slo los hombres parapetados tras la muralla

oeste permanecan ocultos. Los disparos turcos llovieron sobre el fuerte hasta que las balas de can botaban como canicas en un cubo. La guarnicin fue martillada hasta que todas las paredes quedaron embadurnadas de gelatinosos restos humanos. El eufrico Mustaf pronto ofreci a Broglia condiciones de rendicin. En la noche del 14 de junio, un jinete solitario se aproxim a la casa de guardia y pidi hablar con la mxima autoridad de San Telmo. Soy gobernador de este castillo! grit Broglia desde la casa de guardia. Todo el Sciberras guard silencio. Los hombres se esforzaban para distinguir cada palabra. En nombre de Mustaf Baj, del ejrcito del sultn Solimn el Legislador, seor de Oriente y Occidente, y defensor de los fieles, os saludo! declar el turco. Broglia aferr la empuadura de la espada. A menos que tu baj se proponga rendirse, no tengo nada que decir respondi. No se propone rendirse al valeroso gobernador, mas me ordena decir que todos aqullos que deseen abandonar este destruido fuerte pueden hacerlo. Jura por sus barbas, y sobre la tumba de sus ancestros, que permitir la salida de todos los que se retiren. Broglia mir de soslayo a sus hombres. Cunto deseo salvar a estos magnficos muchachos, pens. El emisario interpret mal el silencio. De todos los que se retiren! repiti. Luengas han de ser las barbas de Mustaf, para que se tropiece tanto con ellas! se mof Broglia. Nuestra defensa lo ha reducido al regateo? Aun en el claro de luna, los cristianos vieron que el mensajero contorsionaba la cara. No podis decir tales cosas! replic. Puedo y acabo de hacerlo! replic Broglia. Soy un hombre libre comprometido slo por el honor y el amor. No soy un lacayo turco. Lrgate, esta tregua ha terminado! Cogi un arcabuz y dispar por encima de la cabeza del turco. El embajador regres a la contraescarpa. Broglia mir los ojos de sus hombres heridos y agotados. Ahora ninguno de nosotros se marchar, pens. Dios, hice lo correcto? Inhal profundamente. No insultar a ninguno de vosotros con la sugerencia de que podis aceptar el ofrecimiento de Mustaf. Un breve silencio. Broglia! vitore un caballero. Otros lo imitaron. El capitn Guaras se inclin junto al italiano.

Que ataquen en torrentes, mi seor dijo, con voz fatigada pero firme. Apilaremos sus muertos en montaas antes morir nosotros.

32 16 de junio

El amanecer llev ms visitantes indeseados a San Telmo. Los marineros de Piali se haban desplazado sigilosamente desde el Marsasirocco y ahora estaban anclados frente a Sciberras. Los ojos cansados de los hospitalarios vieron con sorpresa y consternacin esos navos armados donde antes slo estaba el mar azul. Pareca una traicin. Los caballeros maldijeron a la fortuna y se miraron en busca de consuelo, pero no haba ninguno. Es el golpe definitivo concedieron. San Telmo no estaba en condiciones de afrontar el nuevo reto, tras haber soportado un demoledor bombardeo de cuarenta y ocho horas. El descanso, comnmente difcil para la guarnicin, haba sido imposible; las destrozadas barricadas estaban sin reparar. Desde Birgu, la muralla de San Telmo pareca una cresta baja de escombros desparejos. Pareca que al fin el temporal turco arrojara el triturado fuerte al mar. Cmo poda ese pequeo castillo sobrevivir otro da? Los caones del Sciberras descargaron catorce mil andanadas, algo sin precedentes, en menos de dos das; los caones hervan al tacto. Muchos turcos sufrieron graves quemaduras por el metal humeante y docenas perecieron cuando varios caones de bronce estallaron por el trabajo excesivo. Las bateras de Tign fueron sometidas a un trajn similar, y en Punta de las Horcas el humo cubra los caones de Dragut como un nubarrn constante. Aunque los artilleros musulmanes estaban embotados por el trabajo y la inhalacin de humo, no se les dio descanso, sino que se les orden redoblar sus esfuerzos. Les informaron de que tendran el honor de martillear San Telmo hasta que ningn cristiano se atreviera a defender el permetro. Esa labor, anunci Mustaf, allanara el camino de la victoria final. Los infantes turcos, incluso los que sentan el repulsivo principio de la disentera, aguardaban el ataque inminente como potros que esperan una carrera. Los hombres afilaban las cimitarras y limpiaban las armas de fuego. Muchos oraban en voz alta por una victoria rpida mientras que otros se ufanaban del botn que se llevaran de Malta. Todos estaban convencidos de que era el ltimo da de San Telmo. Caballeros y soldados yacan desparramados por San Telmo como juguetes rotos de Dios. Los pestilentes cadveres formaban pilas tan altas que los vivos no saban qu hacer con ellos. Cuando las andanadas menguaban y era posible desplazarse, los cristianos ahuyentaban a los pjaros y ratas que devoraban los cadveres. Pocas de las murallas originales de San Telmo podan resistir los caonazos, y los arcabuceros que tenan fuerzas suficientes para subir a la casa de guardia pronto llamaron la atencin de las piezas de ochenta libras de Mustaf.

Los caballeros se acurrucaban detrs de barricadas improvisadas como sombras grises. La mayora estaban tan malheridos que ni siquiera una retirada inmediata al hospital de Birgu los habra salvado. Estos muertos ambulantes preparaban mosquetes, granadas y aros para el ataque inminente. Los hombres de Broglia, en general, estaban demasiado insensibles para desmoralizarse. Reconociendo que su nica esperanza era la muerte, estos lgubres hroes se tambaleaban en un dolor insomne como fantasmas reacios a abandonar una casa que haban amado en vida. Los caones de Piali empezaron a disparar una hora despus del alba y Mustaf envi cuatro mil arcabuceros a la punta oriental de Sciberras. Los tiradores trabajaban en colaboracin con la artillera, avistando San Telmo desde cuatro direcciones. El fuego de respuesta era desperdigado y dbil, y los valientes cristianos que se negaban a abandonar las murallas pronto fueron despedazados. Mustaf decidi que los diezmados jenzaros no tendran el primer honor ese da, sino que slo los enviara cuando el triunfo estuviera a mano. El primer ataque corresponda a los iayalares. Aunque carecan del entrenamiento y la disciplina de los jenzaros, los iayalares representaban el colmo del fanatismo, y su desprecio por la vida humana gozaba de triste fama, aun entre los turcos. Eran los otomanos que ms disfrutaban de la conversin por la espada. Envalentonados por el hachs y una fe inquebrantable, no se permitan otra pasin que la lujuria de matar. Su energa era como una fuerza de la naturaleza, y no haba equivalente cristiano. Mustaf los congreg a plena vista de San Telmo. Segn nos cuenta el historiador ingls Ernle Bradford, los iayalares eran hombres escogidos que se vestan con la piel de bestias salvajes, usando yelmos de acero dorado, armados con escudo redondo y cimitarra. En una oleada frentica (viendo slo la lnea de almenas que tenan delante, y el paraso ms all) se lanzaban al primer asalto. Las pupilas de sus ojos semejaban agujas, y sus labios hmedos slo pronunciaban una palabra: "Al!". Los iayalares se encargaran de ablandar San Telmo. El baj llenara el foso con sus cuerpos, allanando a los jenzaros el camino de la redencin. Los caones enmudecieron y se orden a los iayalares que avanzaran. Discordantes gritos de Al! se alzaron como graznidos. Mustaf, flanqueado por oficiales y vestido con seda resplandeciente, observ el ataque desde la contraescarpa. Agraviado por la arrogancia de Broglia, se propona disfrutar plenamente del aplastamiento de San Telmo. Se restregaba las manos mientras observaba a los iayalares hombres que eran un prstamo de Dios y la flota. Su orgullo se hinchaba al pensar en actuar como regente de Al en la tierra. No haba sentido tanta dicha desde que haba rodeado el Cuerno de Oro. Ninguno se salvar, ninguno!, pens. Alabado sea Al por este gran da!

El gobernador Broglia entr en accin cuando ces el bombardeo. Saba que le quedaba poco tiempo antes de que cayera el martillo y comprendi que slo un despliegue impecable ofreca alguna esperanza de triunfar ese da. El capitn Guaras, su indispensable mano derecha, le ayud a organizar la defensa. Broglia no prestaba atencin a los arcabuceros musulmanes que estaban bajo la muralla este; la empinada cuesta del Sciberras los volva irrelevantes. Si Mustaf deseaba desperdiciar a sus tiradores, bien. El gobernador tampoco tema las galeras de Piali; saba que sus caones guardaran silencio durante el ataque inminente. Broglia camin cojeando por la lnea. Los hombres inclinaban la cabeza a su paso. Se detuvo ante las bateras de Lanfreducci. Hoy tus caones hablarn en nombre de Dios le dijo al pisano. S, gobernador. Devulvele los jenzaros a Mustaf en pedazos! Doble metralla, mi seor. Broglia ech una ojeada a las formaciones turcas, que se agrupaban deprisa. Intua la impaciencia de Mustaf como un ajedrecista siente la agitacin de un oponente, y tena muy presente que los gambitos apresurados a menudo fracasaban. Broglia saba que la resistencia de San Telmo haba humillado a Mustaf, y saboreaba la humillacin del baj. Es conveniente que est irritado, pens. Cometer errores. Si tuviera un poco de imaginacin, nos habra matado a todos en un santiamn. Los granaderos estaban espaciados para ser ms eficientes, mientras que los tiradores de aros deban desplazarse de un lado a otro. Los arcabuceros estaban apostados de tres en fondo, para que una lnea pudiera disparar y retroceder, recargando mientras la otra se adelantaba para tirar. Habra poca interrupcin en el fuego de mosquetes. Broglia saba que concentrar las fuerzas era un riesgo, pues algunos saquillos incendiarios bien arrojados sembraran estragos, pero no vea alternativa. Haba caones emplazados a intervalos a lo largo del improvisado revelln y, donde era posible, apostados para lograr un fuego cruzado. Un can de grueso calibre fue izado a la muralla sudoeste para barrer a los turcos que cruzaran el foso. Sonaron las trompetas y los iayalares acometieron con un rugido ensordecedor. Broglia se persign y desenvain la espada. Por la Orden de San Juan de Jerusaln y la defensa de nuestra morada! grit. Los hombres apuntaron. Los iayalares se lanzaron hacia el fuerte gritando Al, Al!. Sus cimitarras relucan al sol. Broglia trag saliva, con la garganta seca. Era demasiado tarde para volver a sus lneas originales? No tendra que haber concentrado a mis hombres, pens.

Los guerreros suicidas saltaron al foso lleno de cadveres y comenzaron a vadearlo, los ojos desorbitados de obtuso odio. Mi seor? jade nerviosamente un caballero. Al! gritaron los iayalares. Broglia baj el brazo. Fuego! Los caones y mosquetes hablaron al unsono, el humo rod por los terraplenes, cientos de iayalares cayeron. Fuego! repiti Broglia. Los arcabuceros dispararon y retrocedieron para recargar. Fuego! Los turcos estallaban en chorros de sangre. Los iayalares heridos gritaban y pataleaban. Fuego a discrecin! dijo Broglia. La metralla despedazaba a los hombres. Extremidades y cabezas volaban por los aires, y ningn iayalar haba logrado cruzar el foso. Los caones de San ngel abrieron fuego desde el otro lado del puerto y las palanquetas abrieron sendas entre los apiados iayalares. Los caones turcos respondieron desde Sciberras. Los hombres de Broglia mantuvieron el fuego hasta que los caones grueron de calor y los culatazos de los fusiles entumecieron los hombros. La ira de los iayalares palideca ante la furia de las armas. Sciberras fue rociada con sangre fresca y su terreno pedregoso qued embadurnado de visceras. Mustaf envi ms hombres a la refriega hasta que el foso se llen. Entonces, satisfecho con el logro, orden el repliegue de los iayalares. Los cristianos cesaron el fuego e hicieron un inventario de las municiones y la plvora. El gobernador Broglia mir a los masacrados iayalares. Ninguno haba llegado a la casa de guardia.

33

Se orden a los jenzaros que avanzaran. Haca dos das que una bala de Birgu haba matado a su ag, y los invencibles ansiaban acometer de nuevo contra San Telmo. Los hospitalarios, declar Mustaf, deban pagar por la muerte del ag. Venganza! exclam, agitando una espada frente a los jenzaros, que recogieron el grito. Lamentablemente para los jenzaros, y para el honor de su cuerpo, la estrategia de Mustaf careca de originalidad. A pesar de la matanza de

los iayalares, segua convencido de que San Telmo estaba en las ltimas. Quiz subestimaba a la guarnicin porque el sacrificio de los iayalares era coherente con sus designios. En todo caso, los jenzaros avanzaron sin ms plan que el de atacar el fuerte con saquillos incendiarios y arcabuces. El peso del nmero, esperaba Mustaf, sera decisivo. La oleada apenas aminor la marcha en el foso. Efectivos de tnica blanca avanzaron sobre los muertos con gritos exultantes. Mustaf ovacionaba mientras sus hombres penetraban en el fuerte sin impedimentos. Su plan funcionaba! Los jenzaros aullaron de deleite mientras salan de la pegajosa trinchera y enfilaban hacia el bajo revelln. Al parecer, nada se interpona entre ellos y la gloria. Los cristianos se incorporaron, dispararon. Caones y arcabuces rasgaron esa marea blanca y los jenzaros cayeron al suelo. Las bateras de la muralla suroeste de San Telmo, olvidadas hasta ahora, los arrasaron desde atrs. Los jenzaros estaban entre la espada y la pared. Los caones de San ngel tambin tronaban. Balas y palanquetas despedazaban a los hombres como si fueran de arcilla. Humeantes entraas humanas alfombraban Sciberras. Mustaf estaba seguro de que los cristianos estaban casi agotados y orden el avance de ms hombres. Si tan slo una escuadra de jenzaros penetraba el permetro... La batalla arreci. Los turcos arrojaron granadas y los caballeros respondieron al fuego. Ardientes aros rodaron desde las murallas y por encima de los terraplenes, estrechando a los turcos en un abrazo calcinante. Mustaf dio un puetazo en un can, perdiendo los estribos. Entrad! Tenis que entrar! exclam. Pero los jenzaros no lograban penetrar. El fuego enfilado arrasaba las lneas y las granadas obstaculizaban su avance. Pelotones enteros de soldados con plumas de garza fueron triturados e incinerados. La artillera de Mustaf apunt a los caones de San Telmo, pero los cristianos mantuvieron sus andanadas. Al llegar la tarde, la sangra continuaba. Malta se sofocaba bajo nubes de humo negro y aceitoso. Las formaciones jenzaras avanzaban a su muerte mientras los cristianos mantenan un tenaz ritmo de disparos frente a los caones de Mustaf. Al anochecer Mustaf an se negaba a tocar retreta. Mil jenzaros yacan apilados frente a San Telmo, la mayora ardiendo, y aunque haban cado ciento cincuenta cristianos, Broglia y Guaras haban resistido. Los caballeros, por su parte, se comportaban con eficiencia sobrehumana. Heridos, hambrientos y extenuados, apuntalaban la carne con el espritu. Ni la prdida de Medran, abatido por un caonazo, ni la invalidez de Miranda, herido por un mosquete, haban debilitado su resolucin. Los ojos de Europa se clavaban en ellos y, aunque hasta ahora haba sido una lucha ingrata, no abandonaran su adusta labor.

El sol se hunda en el oeste cuando Mustaf interrumpi el ataque. Su rostro era una mscara rgida cuando se retir a Sciberras y se meti en su tienda. San Telmo lo haba burlado de nuevo, y haba ganado otro da. La Valette miraba desde una ventana de su cuartel general de Birgu. Otro da, pens, y mir el cielo sombro. Cunto faltar para que llegue don Garca? La puerta se abri a sus espaldas. Adelante, Oliver dijo sin volverse. El ingls se reuni con La Valette. San Telmo me ha enorgullecido declar La Valette. Todos son caballeros... aunque no lo sean. No s si me entendis. Te entiendo. Pas un momento. Qu os molesta, seor? La Valette suspir. Es hora de abandonar San Telmo. Abandonar? No puedo perder ms hombres all. No ordenaris refuerzos? pregunt Starkey, sorprendido. No. Pero don Garca an no ha llegado Es verdad respondi La Valette, pero ya no puedo elaborar planes basados en esa esperanza moribunda. Recuerda las Escrituras: el Seor rechaza a los que construyen casas sobre la arena. Pues no los rechaz a ellos. Starkey se inclin contra el alfizar. Estoy muy cansado. La Valette se acarici la barba. Voluntarios dijo sbitamente. Maestre? Si algn hombre se ofrece como voluntario para morir en San Telmo, lo autorizar. Quiz Dios dirija a esos hombres adonde necesitan ir.

34 17 de junio

Dragut entr en la tienda de mando de Mustaf y se sent en unos cojines. El baj, Piali y Al miraron al corsario. Casi empiezo sin ti protest Mustaf. De veras? respondi Dragut con desenfado. Bien, yo he empezado sin ti. He descubierto cmo capturar San Telmo. Silencio total. El baj desea saberlo? pregunt Dragut. |Habla! Muchos hombres corrern gran peligro. Miles morirn. Habla! repiti Mustaf. Dragut cogi una uva de la bandeja que le ofreca un esclavo y se la puso en la boca. Dulce como la victoria, pens.

Como sabemos, San Telmo resiste slo porque recibe refuerzos constantes. Tropas, municiones, alimentos... cosas en las que Broglia puede confiar. Piali sonri. Y tus caones de Punta de las Horcas an no los han detenido? Dragut estudi al almirante. Este muchacho naturaleza, pens. Nunca ser un gran capitn. es pequeo por

Nadie pasa durante el da respondi Dragut. De noche no doy garantas. El sucesor de Barbarroja tiene limitaciones? Basta, Piali! rugi Mustaf. Habla, seor Dragut. Conque ahora soy seor Dragut?, pens el pirata con socarronera. En esencia dijo, San Telmo seguir resistiendo hasta que sus hombres estn totalmente aislados. Ninguna cantidad de jenzaros puede cambiar eso. Mustaf se enfureci. Eso lo s. Tienes algo nuevo que decir? Creo que s. Sugiero que construyamos una muralla a lo largo de la costa sur de Sciberras. Esa defensa conseguir dos cosas. Primero, nos permitir desplazar hombres sin que La Valette se entere. Sus ojos estn por doquier! se lament Uluj Al. Segundo, brindar un revelln para rechazar a los refuerzos que lleguen por mar. Podemos dispararles antes de que desembarquen y nunca sabrn exactamente dnde estamos. Los generales reflexionaron sobre la propuesta. Pareca sencilla. Muy sencilla. Aun as, Mustaf plante una objecin. Nuestros obreros sern abatidos por los artilleros de San Telmo dijo. Dragut se encogi de hombros. El precio ser elevado. Por qu no lo sugeriste antes? rezong Mustaf. Esta semana he perdido cuatro mil hombres. Perdona, baj dijo Dragut sin inmutarse. No pienso con la misma rapidez que cuando tena tu edad. Mustaf se frot las sienes. Tengo tiempo suficiente?, se pregunt. Don Garca llegar y encontrar a mis hombres desperdigados? Al, si no tomo San Telmo pronto... Parece un buen plan concedi. Comenzaremos al salir el sol. Los caones de San ngel haban hostigado a los turcos que trabajaban todo el da, matando a muchos.

Un artillero cristiano seal Sciberras, ms all del Gran Puerto. Helos ah de nuevo, Ral! exclam. Mira! Code a su compaero. Ambos miraron ms all del agua. Algunos hombres de atuendo brillante, diminutos por la distancia, inspeccionaban la costa de Sciberras. Un caballero se acerc a los artilleros. Por qu habis dejado de disparar? pregunt. Mirad, mi seor respondi el primer artillero. Algunos oficiales han bajado a la orilla. El caballero entorn los ojos para protegerse del resplandor del agua. As parece. Puedes acertarles con un disparo? S. De primera intencin? Porque apuesto a que no tendrs otra oportunidad. Este can es parte de m fue la orgullosa respuesta. Pues hazlo, y Dios bendiga ese disparo. Dragut y Mustaf se negaban a cubrirse, sino que se mezclaban audazmente con los ingenieros. Los comandantes saban que demostrar excesiva cautela durante una etapa tan crucial del sitio daara el nimo y por tanto procuraban restar importancia al peligro. Dragut se volvi a Mustaf. Deberas emplazar un can grande aqu dijo. Dominar la muralla este de San Telmo, y le negar al enemigo un sitio donde desembarcar. Mustaf qued impresionado. Su rostro expres admiracin, incluso envidia. Este hombre conoce su oficio, pens. Qu lstima que haya esperado hasta ahora para revelar todo su talento! Tienes razn, desde luego dijo Mustaf, asintiendo. Se volvi a su lugarteniente, el maestro artillero. Una pieza de ciento veinte libras. S, baj. Dragut continu mientras los dos oficiales hablaban. No, no! rega a un ingeniero. Quiero que la muralla baje hasta el agua! Una bala de can choc en el suelo ante Dragut y astillas de piedra cortaron el aire. Una piedra le peg en la oreja derecha y el corsario cay como un hombre muerto. Mustaf y su comitiva se apresuraron a acercarse. Un oficial hizo rodar al viejo de costado; le brotaba sangre de la nariz y las orejas. Est muerto? pregunt el baj. As parece, seor.

Al! gimi Mustaf, como si l mismo estuviera herido. Cubridlo! Procurad que nadie se entere de esto! Justo cuando ms lo necesitaba, pens. Adnde lo llevo? pregunt el oficial. De vuelta al Marsa, de inmediato. Mustaf se volvi hacia el maestro artillero. Que estos ingenieros guarden silencio. El ejrcito se desalentar si sabe que Dragut Rais ha muerto. Luego Mustaf se enter de que Dragut segua con vida; su grueso turbante haba amortiguado el impacto. El corsario dur varios das antes de entregar su viejo cuerpo. Con el tiempo, todo el mundo musulmn lamentara la prdida del mayor marino del Islam. Los hombres recordaron un pronstico que haba hecho mientras sepultaba a su hermano en Gozo en 1544: En esta isla he sentido la sombra del ala de la muerte. Est escrito que un da tambin yo morir en el territorio de los Caballeros. La noticia del destino de Dragut lleg a la tropa a pesar de los deseos de Mustaf. Los soldados turcos lloraron la muerte del corsario, y aun los veteranos ms cnicos pensaban que una luz potente se haba extinguido. Un desertor turco llev la nueva a Birgu. Sir Oliver Starkey estaba tan alborotado por la noticia que se olvid de llamar a la puerta del estudio de La Valette. Maestre, Dragut ha muerto! exclam el ingls, irrumpiendo en la habitacin. La Valette estaba a solas en la oscuridad. S, lo s. Starkey encendi una vela y la apoy en el escritorio del gran maestre. No estis complacido, maestre? Sin duda, su deceso es la mayor prdida de Mustaf. Entonces...? La Valette reflexion. Habra preferido matarlo en combate singular dijo. Dragut Rais mereca una muerte ms heroica. El gran maestre recibi mensajes de San Telmo los das 19 y 20; Miranda informaba a La Valette que, aunque el nimo era inesperadamente alto, la prdida de San Telmo era inminente. Aconsejaba no enviar ms hombres, pues los refuerzos que acudan al fuerte eran abatidos, as que era una crueldad sacrificarlos. Los disparos que se efectuaban desde la muralla de Dragut, ya concluida, causaban estragos. Para colmo, sus caones estaban en posicin perfecta para apuntar a los voluntarios de Birgu. La zanja que rodeaba el fuerte estaba llena de piedras desmoronadas y, como escribe Bradford, las menguantes murallas eran apenas un parapeto de mampostera rota.

Buscando ms informacin sobre San Telmo, La Valette orden al caballero Boisberton que afrontara el bloqueo. La embarcacin de Boisberton, al amparo de la oscuridad, sobrevivi a una granizada de disparos. Al regresar a San ngel, el alicado Boisberton le dijo a La Valette que la muralla de Dragut haba acorralado a la guarnicin de San Telmo; no haba retirada posible. Ms an, Boisberton sugera que el fuerte slo resistira un ataque turco ms. Prescott escribe que, cuando el gran maestre oy este informe, los nobles rasgos de La Valette, que habitualmente tenan un tinte melanclico, quedaron enturbiados por una mayor tristeza, pues comprenda que debera librar a sus valientes camaradas a su suerte. Pas el 20 de junio y don Garca de Toledo no haba cumplido sus promesas. Aunque San Telmo resista, el virrey no haba enviado un solo barco.

35 21 de junio

Desde el origen de la orden, los caballeros siempre celebraban la fiesta de Corpus Christi el 21 de junio y La Valette no quiso que ese da fuera la excepcin. A pesar de la batalla, orden a sus hermanos que cambiaran la armadura por la larga sotana negra. Los caballeros salieron de San ngel y San Miguel para responder a su convocatoria. Los hospitalarios se reunieron en la iglesia conventual, y tras una solemne ceremonia, escoltaron la santa hostia por Birgu. Los malteses bordeaban el trayecto de la procesin y se inclinaban cuando pasaba la Eucarista. Alto, majestuoso y sombro, La Valette encabezaba la procesin como Moiss conduciendo a su pueblo a la tierra prometida, la barba blanca brillando al sol. Recorri Birgu sin prestar atencin al estruendo de los caones turcos y regres a la iglesia conventual, donde l y sus caballeros se hincaron de hinojos e imploraron a Cristo que recordara a sus hermanos de San Telmo. El gobernador Broglia trat de leer la lista de bajas que Guaras le haba entregado, pero las palabras se le borroneaban. Record la piedra que le haba golpeado el yelmo por la maana. Ese golpe fue ms fuerte de lo que pareca, pens. Se volvi hacia Guaras. Capitn, leedme esto... De pronto Broglia puso los ojos en blanco y se desplom de espaldas. Cuando recobr el conocimiento poco despus, Broglia vio a Guaras de rodillas, y otros dos caballeros.

Qu sucedi? pregunt. Os desmayasteis, seora respondi Guaras. El cuerpo de Broglia se puso rgido. Seora! exclam Guaras. El italiano tard un instante en hablar. Guaras musit, llamad a Monserrat. Melchor de Monserrat de Aragn fue designado gobernador provisional despus de que Broglia se desmayara por tercera vez. Los hombres de San Telmo sufran un bombardeo implacable, atacados por artillera de sitio y caones navales. Agazapados detrs de los muros en talud, se cocinaban bajo el sol abrasador y se sofocaban con el polvo. Mientras los heridos de San Telmo eran trasladados a angostas franjas seguras detrs de los terraplenes, los heridos turcos eran evacuados al apacible refugio del Marsa. Mustaf haba erigido una ciudad de tiendas para albergar la creciente cantidad de bajas. Vctimas del fuego griego y el espadn, la malaria y la disentera, los miles de heridos se conformaban con los cuidados que podan recibir. La Lengua italiana resista tras la muralla oeste de San Telmo, aunque ahora estaba tan erosionada que un hombre de pie poda avistar fcilmente el revelln capturado si no le importaba que le disparasen y los terraplenes estaban tan aplanados que el enemigo ya no necesitaba escaleras de sitio. Rambaldi se apost cerca de la puerta por dos motivos. Ante todo, se hallaba lejos de Di Corso, que estaba sentado entre dos barriles de plvora, con un balazo en la pierna. Adems, quera estar cerca de una tina de agua. No quera que un saquillo incendiario lo quemara vivo, como les haba ocurrido a muchos amigos. Y un ocasional sorbo de agua le calmaba la fiebre. Rambaldi mir al enemigo y se agach cuando una bala de can se incrust en las defensas; rebotaron escombros contra su armadura. Abri la visera. Una llovizna dijo, limpindose la cara. As es respondi el caballero que estaba junto a l. Cmo ests, Giorgio? Dolorido. Rambaldi estudi lo que quedaba del brazo derecho de Giorgio; una bala de can se lo haba cortado a la altura del codo y slo un torniquete aplicado al instante haba impedido que muriese desangrado. Una sacudida conmocion el terrapln. Es un basilisco dijo alguien, tosiendo.

Giorgio? pregunt Rambaldi. Ninguna respuesta. Rambaldi abri la visera de su camarada y estudi ese rostro plido. Giorgio! Giorgio abri los ojos. Qu? Rambaldi estudi las pupilas de Giorgio, se volvi hacia otro camarada. Aqu no nos sirve de nada. Llevmoslo a otra parte. Adnde? Tendremos que preguntarle refirindose al nuevo gobernador. a Monserrat dijo Rambaldi,

Yo no puedo llevarlo. Creo que tengo la pierna rota. Pero tienes dos, verdad? replic Rambaldi. Bah, est bien! Rambaldi oy un chasquido. Al mirar en torno, vio bocanadas de polvo que se elevaban del suelo. Piedras?, se pregunt, y mir al cielo. Ah! gimi un caballero, aferrndose el pecho. Arcabuz!, pens Rambaldi. Y desde atrs! La guarnicin lanz un clamor al comprender. La torre caballera! gritaron los hombres. Rambaldi mir la muralla este, relativamente intacta. Docenas de jenzaros vestidos de blanco haban escalado la plataforma y disparaban hacia el fuerte. Maldicin! grit. El imponente Monserrat apareci a la carrera. Dad la vuelta esa pieza! grit. Apuntaron un can hacia los tiradores. Fuego! El proyectil hizo impacto en la muralla este con una lluvia de chispas, y un jenzaro se desplom sobre una pila de piedras. La voz grave de Monserrat era ms amenazadora que una pieza de cuarenta libras. Metralla, diez grados arriba! Los artilleros ajustaron la puntera y recargaron. Rambaldi se apoy el arcabuz en el hombro y apret el gatillo, gruendo mientras su objetivo caa. Fuego! grit Monserrat. Salt polvo de la muralla este y cinco jenzaros volaron hacia atrs. Apuntaron otro can hacia los intrusos. Rambaldi vio a un turco partido en dos por una palanqueta. El proyectil vol sobre el mar con un silbido. Fuego! repiti Monserrat.

Ms jenzaros cayeron y los turcos restantes abandonaron la torre caballera. Monserrat imparti rdenes a los artilleros y fue a inspeccionar a las vctimas de los tiradores. Ni siquiera estamos a salvo de nuestra propia torre se quej un caballero. Los expulsamos de la muralla, verdad? contest Rambaldi. Volvern. Rambaldi se apoy en la pared y cerr los ojos. Le arda la piel. S, volvern coincidi.

36 22 de junio. Amanecer

Haca dos das que la poblacin de San Telmo estaba totalmente aislada de la ayuda externa. La guarnicin estaba reducida a la mitad; aun as, la provisin de alimentos, en general pan mohoso, era insuficiente. Las granadas estaban casi agotadas, y la plvora muy mermada. Para peor, los turcos atacaban constantemente la torre caballera, obligando a Monserrat a desplazar hombres de la muralla oeste. Todo el permetro estaba dbil. Nadie esperaba ver otro anochecer. Los que no lo haban hecho concluyeron su testamento. Monserrat, Guaras, Miranda y Le Mas se tomaron un momento para visitar a Broglia; entraron en los aposentos del viejo italiano. Se movi cuando rodearon el catre. Monserrat enroll un gambesn y lo puso bajo la cabeza de Broglia. Pongo a mis hijos en vuestras manos, gobernador le susurr Broglia a Monserrat. Slo vos sois gobernador dijo Monserrat. No por mucho tiempo. Mi alma ansia escapar de este cuerpo consumido. A un lugar mejor, sin duda lo consol Guaras. Eso espero. No es extrao, hijos mos? dijo Broglia, casi con afecto. Seor? respondieron. Mustaf y yo... ambos creemos en la resurreccin. Los caballeros meditaron sobre esto mientras la artillera turca saludaba al sol naciente. Basta dijo Broglia, y seal la puerta con un dedo trmulo. Cuidad de vuestros hombres. Monserrat, Miranda y Le Mas saludaron y partieron. Guaras se qued; tena lgrimas en los ojos. Qu? pregunt Broglia, viendo las lgrimas.

No os deben aprehender con vida. El espaol desenvain la espada. No lo permitir. Broglia sonri. No os preocupis. Estar muerto mucho antes de que entren en el fuerte. Guaras escuch la trabajosa respiracin de Broglia. Tom una decisin. Entonces me despido de vos, gobernador dijo con la voz cascada. As es, hijo mo. Otra cosa, capitn. Mi seor? Pas un momento. Fuisteis un buen caballero. Los barcos de Piali flanquearon Sciberras una vez ms y se sumaron al caoneo. Tign y Punta de las Horcas tambin trajinaban mientras San Telmo sufra el embate de la artillera musulmana. La Valette apareci en la torre caballera de San ngel. Cuntas bateras le quedan a San Telmo? le pregunt a un artillero. No puedo distinguirlo, gran maestre. Estn ahorrando sus disparos. Y tienen poca plvora dijo La Valette, mirando la muralla de Dragut. Saba que gran nmero de hombres acechaba detrs. Mustaf ha reforzado la muralla? Durante la noche, seora. Y ni siquiera podemos apuntarles pens La Valette en voz alta. Dragut tiene su venganza. As es, gran maestre. Todas las bateras guardarn silencio hasta que los hombres de Mustaf salgan de la contraescarpa. Esa muralla est demasiado cerca de San Telmo. No quiero herir a nuestros propios hermanos. Peter y Sebastian Vischer se arrodillaron detrs de las defensas occidentales. Los escombros y la tierra llovan sobre ellos con cada caonazo. Sebastian rompi un largo silencio. Estn raleando, Peter. S. Los jenzaros vendrn pronto. Probablemente. Peter mir a su hermano. Qudate junto a m. Sebastian haba perdido mucho peso y su carne haba cobrado un mrbido color blanco. Mir a Peter con ojos azules y extraviados. Tengo miedo.

Tambin yo, muchacho, pens el caballero, y puso rostro valeroso. Todo estar bien si te quedas cerca dijo. Puedes hacer eso? Por qu el gran maestre no enva ayuda? pregunt Sebastian. Debe conocer nuestros sufrimientos. No quedan hombres para mandar. Guarda silencio. Pero todos vamos a morir! Por Dios, lo s muy bien, pens Peter. Por qu lo traje aqu? Dios mo, por qu? Peter, vamos a morir. Basta! Acaso te ped que me siguieras? El joven desvi la vista. Lo lamento dijo Peter. Sebastian asinti. Alemania no estaba tan mal solloz. Recuerdas los rboles? Extrao los rboles. Peter le cogi el brazo. Slo qudate conmigo. Di Corso ayud a Lanfreducci a montar un can en una curea rota. Un disparo de San ngel haba matado accidentalmente a los hombres de Lanfreducci. Los dos caballeros aseguraron la pieza de cuarenta libras en el armazn y lo acomodaron en una brecha. Has trabajado con artillera de campaa? pregunt Lanfreducci. Tengo cierta experiencia concedi Di Corso. Bien, si no encuentro artilleros, necesitar tus servicios. Estoy a tu disposicin. Gracias. Regresar en un momento. Lanfreducci fue a revisar el otro can. Di Corso apoy tres arcabuces cargados contra el can. ltimamente hay ms armas que tiradores, pens. No oy a los hombres que se acercaban por la derecha, pues una explosin lo haba dejado sordo de ese lado. Tres hombres apoyaron un barril de plvora a sus pies. Dile a Lanfreducci que es el ltimo. Di Corso reconoci la voz de Rambaldi. Le cost reconocerlo. La cara de Rambaldi era una maraa de tajos y costras tumefactas. Un gran divieso le sobresala de la barbilla. Me oyes? pregunt Rambaldi. Te o. Rambaldi y sus compaeros se alejaron cojeando.

El ataque turco comenz tan sbitamente que San Telmo apenas alcanz a disparar sus caones. Los caballeros no tuvieron tiempo para una segunda salva. Una ola de jenzaros atraves el foso y derrumb las patticas murallas del fuerte con un aullido de satisfaccin. Los fatigados caballeros arrojaron algunas granadas antes de desenvainar las espadas. Di Corso se sum a sus hermanos y vio que los jenzaros ya se le abalanzaban. Poda distinguir el odio centelleante en los ojos de los turcos. Seor, te encomiendo mi espritu! suspir. Los caballeros pusieron manos a la obra y, vapuleados como estaban, formaron una lnea de precisin marcial. Lado a lado, defendieron la altura y machacaron, perforaron y cortaron hasta que la piedra caliza de San Telmo qued pegajosa con sangre fresca. Cercados y exhaustos, se proponan demostrar por qu hospitalario era sinnimo de excelencia militar. Di Corso pate a un turco en la cara, pero el golpe apenas detuvo al hombre. Un borrn de acero apareci de pronto y la cara del jenzaro desapareci en una lluvia roja. Un caballero volvi a alzar su espadn sobre su cabeza. No patees! le dijo a Di Corso. Si te resbalas, eres hombre muerto! Di Corso alz el escudo; otro turco acometi y l lo degoll. Dos jenzaros ms treparon al terrapln. Di Corso hizo una finta a la derecha, baj el escudo, hundi la punta de la espada en la cara de la izquierda, se gir para frenar el sablazo del otro. Par la cimitarra con su grueso acero y golpe el pecho del turco con el escudo. El jenzaro tropez y desapareci bajo las espadas hospitalarias. La muralla de escudos cristianos se desplaz cuesta abajo. Algo golpe la escarcela de Di Corso cuando caminaba sobre un cado. Un cadver le haba apualado el abdomen con una daga, pero su armadura haba desviado la hoja. Pis el cuello del jenzaro y lo mat de un tajo en la espalda. El turco tembl en sus estertores. Di Corso alcanz a sus hermanos; la pared de escudos haba llegado al pie de la cuesta. Oy una conmocin a sus espaldas. La inconfundible voz de Monserrat se elev por encima de la refriega: Fuego! Los arcabuces abatieron a los primeros jenzaros. Los hombres gritaron. Compaa, recargad! Preparad el fuego griego! Di Corso arriesg una ojeada detrs. Haba gran nmero de soldados. Quin protege las dems murallas?, se pregunt. Los caballeros continuaron su labor sangrienta. Di Corso cort el brazo de un hombre y la vctima jadeante se desplom. El caballero abri las entraas de otro, recibi un golpe en el yelmo, se gir para despachar a un atacante con un revs. El jenzaro

aull cuando la hoja de Di Corso penetr bajo las costillas. Di Corso arranc la espada y el turco se derrumb. Padre nuestro que ests en los cielos comenz un caballero, santificado sea el tu nombre! El canto se propag a lo largo de la pared de escudos. Las estocadas seguan el ritmo de la plegaria. Los caballeros terminaron la oracin y comenzaron de nuevo. Pasaron dos horas y el sol trep en el cielo. Los caballeros cedan terreno a medida que raleaban sus filas. Los soldados arrojaban granadas a los jenzaros, pero demasiado pocas para detener su avance. Aun as, un dcimo de los otomanos que invadan San Telmo pronto estuvo en llamas. Mustaf, alarmado al ver los jenzaros que ardan, orden que los iayalares regresaran a la refriega. Estos fanticos enloquecidos por el hachs se sumaron a la lucha alegremente. Los caballeros estaban superados en nmero por doce a uno. Di Corso senta los brazos calientes y pesados; los pulmones le ardan con humo y calor. Chorre sudor hasta que brot por las botas de la armadura. Dios, cunto dara por un vaso de agua!, pens, eludiendo una estocada. Su peticin no tuvo respuesta.

37

Rambaldi pale metralla en el can y la empuj. Mir a Lanfreducci, que permaneca alerta, sacatrapos y lumbre en mano. Rambaldi se apart. Listo! Lanfreducci encendi la mecha. El can escupi fuego y la curea retrocedi. Pequeas balas de mrmol salpicaron la muralla este, barriendo jenzaros. Rambaldi ya estaba echando plvora en el can humeante cuando los disparos rasgaron el suelo cerca de sus pies. Preferira las cimitarras a esto, pens. Deprisa, Testarossa! dijo Lanfreducci. Rambaldi sac la baqueta del can. Listo! Lanfreducci hizo un rpido ajuste y dispar. Rambaldi oy alaridos lejanos y el fuego de los jenzaros ces. Se inclin hacia la plvora, pensando: Se me rompe la espalda! Peter Vischer cogi a un jenzaro por la garganta y lo arroj del revelln. El jenzaro se estrell contra una extensin de piedras afiladas y se qued inerte. Vischer oy un estruendo y al volverse vio que un tramo de la casa de guardia se desmoronaba. Caballeros y jenzaros desaparecieron bajo un alud de polvo y piedras cascadas. Los turcos penetraron por la brecha antes de que se asentara la polvareda. Maldicin! aull Vischer. Cogi a Sebastian mientras el muchacho recargaba un mosquete. Ven, hermanito! Se arrojaron al suelo. Peter se aproxim a un grupo de hermanos servidores. Conmigo! grit. Los turcos estn dentro! Los condujo por un laberinto de cadveres y escombros; alguien le aferr el escudo. Adnde vas? pregunt Guaras. La casa de guardia! respondi Vischer, y reanud la marcha. Lleg a la puerta a tiempo para interceptar al primer jenzaro. Se baj la visera y seal al turco. T! El polvoriento jenzaro vio al alemn y acometi. Vischer arroj el hacha con toda la fuerza de su famoso brazo. El hacha se estrell contra la frente del jenzaro con tal fuerza que el hombre alz los pies del suelo. Otros dos hombres con tnica entraron por la brecha. Vischer arranc el hacha de la cabeza del muerto y la arroj de nuevo. El hacha de doble filo era un borrn cantarn bajo el sol de la maana. Se incrust en el estmago de un turco y el jenzaro se arque como fulminado por el rayo. Vischer arroj su escudo a la cara de otro enemigo,

recobr el hacha y despach a su tambaleante adversario con un golpe en el pecho. Hombres de armas llenaron la brecha detrs de Vischer. Picas, gujas y alabardas apuntaron hacia los jenzaros atacantes. Un espaol atac con la guja y un turco se aferr la garganta cortada. Un saquillo incendiario aterriz entre dos hermanos servidores y los ba con fuego. Un breve e intenso intercambio de golpes mat a doce turcos y cuatro cristianos, y dej a Sebastian Vischer con un tajo profundo en el costado. El joven Vischer se alej para vendarse la herida. Slo Peter permaneca en esa brecha ardiente. [Todava estoy aqu! desafi. Un jenzaro se arroj por el aire y Vischer le arranc un tercio del crneo. Un saquillo incendiario rod a los pies de Vischer y l lo pate por la brecha, donde estall entre sus aullantes enemigos. Guaras lleg con doce caballeros. Bien hecho, Violinistadijo. Nos has dado algo de tiempo. Dnde est mi hermano? El muchacho est bien. Guaras apost arcabuceros para impedir que los jenzaros se abrieran paso entre las llamas. De rodillas, hombres! grit. Primera fila, fuego! orden Miranda. Los turcos cayeron al suelo. Segunda fila, fuego! Alzando la vista, Vischer vio a un jenzaro con la garganta atravesada por una bala. A la carga! orden Guaras. Vischer se puso de pie y choc con un turco. El jenzaro rebot en su armadura y cay de rodillas. Vischer le dio un codazo en la frente y lo tumb de espaldas. Los caballeros formaron un semicrculo alrededor de la brecha. Cerrad filas! orden Guaras. Los caballeros iniciaron su mecnica rutina de exterminio. Mataron jenzaros hasta que el suelo qued empapado de sangre. Miranda maldijo y se aferr el costado. Vischer se volvi hacia la muralla este. Tiradores jenzaros haban recobrado la torre caballera. Vischer sigui luchando, esperando un disparo en la espalda, pero ese disparo nunca lleg. Afortunadamente para San Telmo, Monserrat vio de inmediato a los tiradores turcos y les apunt con un can. Vischer arrebat la cimitarra a un jenzaro y alz el hacha para asestar un golpe fatal. Una espada centelle delante de su visera y mat al turco. El complacido caballero reconoci a su hermano. Sebastian! exclam.

Le di! Muy bien. Peter par una cimitarra con el escudo y de nuevo Sebastian despach al turco. No est mal concedi Peter. Ponte detrs de m. La batalla continu tres horas ms. La guarnicin de San Telmo, gracias a su posicin superior y sus armaduras, mat a dos mil turcos. Era el peor da de Mustaf hasta la fecha. El baj toc retreta. Para incredulidad de todos, el fuerte permaneca en manos cristianas. Las ovaciones de San Telmo se oyeron en Sciberras y ms all del Gran Puerto. La Valette presenci la retirada de los jenzaros con intensa satisfaccin, y se volvi a Starkey. El turco ha sufrido otra derrota! As parece, maestre. Starkey se persign. Vuestros caballeros son una maravilla. Ya lo creo. Mustaf recibi al nuevo ag de los jenzaros. Dejadnos solos un rato orden a sus dems oficiales, que ansiaban abandonar su presencia. El jenzaro se acarici la barba aceitada. Me llamasteis? pregunt. Ni siquiera una reverencia apropiada, observ Mustaf. Estos hombres son insufribles. No soy un hombre paciente dijo. Baj? Por qu me has hecho esperar un mes para tomar San Telmo? El jenzaro lo fulmin con la mirada. Hemos puesto todo nuestro empeo. Tal parece que es insuficiente se burl Mustaf. Hemos puesto todo nuestro empeo! Ochocientos de tus tontos de tnica blanca perecieron hoy! Pronto no quedarn suficientes para llenar una carreta! El ag desvi la mirada. Han muerto a vuestro servicio. Y deben sentirse felices de ello, idiota con penacho de grulla! El ag mir airadamente a su comandante. No sois el sultn.

Muy cierto. l os habra hecho torturar a todos por incompetencia. Crees que seguir amando a los jenzaros si lo abochornan tan repetidamente? Esos hospitalarios no son como otros cristianos protest el ag. Mustaf sonri. Ni como los jenzaros, por lo visto. El ag hizo un ademn amenazador. Yo no trazo los planes de batalla! exclam. Mustaf sonri framente. Tomars San Telmo maana, o yo tomar tu cabeza.

38

Un soldado malts compareci ante el Sacro Consiglio. Haba cruzado a nado el Gran Puerto para entregar a La Valette un mensaje final de San Telmo. El malts inclin la cabeza rizada y mojada. Noticias de San Telmo, gran maestre dijo, y rompi a llorar. La Valette sonri con tristeza. Adelante, joven, transmite tu mensaje. El malts recobr la compostura. Seor, hemos detenido otro ataque, el fuerte est lleno de muertos, pero nos hemos quedado sin plvora ni fuego griego. Hemos hecho todo lo que poda hacer el coraje.

Lo s, y lo agradezco repuso La Valette. Nadie dudaba de su sinceridad. Gran maestre, no podemos repeler otro ataque sin refuerzos. No lo decimos por temor, sino que describimos framente la situacin. Ya no tenemos miedo. Deben considerarme un hombre duro, pens La Valette, y tienen razn, pero soy el ltimo en pensar mal de ellos. Sacrificara mis brazos por cualquiera de sus vidas. Dej de lado sus sentimientos. Cuntos hombres perdi hoy Broglia? pregunt. Broglia ha fallecido como consecuencia de sus heridas, seora. Monserrat tom el mando, pero l tambin pereci. Monserrat de Aragn! La Valette suspir. Un hombre cabal! Guaras an est entero? El soldado afloj los hombros. Guaras est muy malherido, fue casi cortado en pedazos. Miranda y Le Mas tambin han cado. Estamos casi agotados. El soldado volvi a sollozar. La Valette le ech un vistazo. Cunta valenta. Dignos cristianos, todos ellos. Pens en el fuerte en ruinas. Cmo est el nimo? Ningn hombre se rendir al turco. Aun los que estn demasiado heridos para portar armas, y son muchos, cumplen su parte. He visto hombres sin piernas arrastrndose para llevar pan empapado en vino a sus hermanos de la muralla. La Valette pestae. Pan y vino susurr. Ah, hermanos mos. Maestre? dijo Starkey. Una lgrima humedeci el rostro de La Valette y resplandeci a la luz de las velas. El consejo lo mir con asombro. Ninguno de ellos haba presenciado jams semejante emocin en su comandante. Los caballeros gran cruz temblaron como nios que han descubierto que su padre es mortal. Starkey se aclar la garganta. Pedimos un receso, maestre? Ser fcil reunir refuerzos sugiri un pilier. La lgrima desapareci en la barba de La Valette. No necesitamos un recesodijo. Llamad al caballero Romegas. El padecimiento de San Telmo no ser ignorado. Romegas acept con gusto la tarea de socorrer el fuerte. Pidi voluntarios y recibi un alud de solicitudes. Caballeros, soldados, malteses e incluso dos judos se ofrecieron para una muerte segura en San Telmo.

Ese refuerzo, producto de la atpica emocin de La Valette, estaba condenado desde el principio. Los cinco botes de Romegas fueron detectados al instante y sufrieron un fuego devastador. Adems, Piali despach botes para interceptar a Romegas, que tuvo el buen tino de regresar a San ngel. Los supervivientes de San Telmo presenciaron esa retirada con el alma en los pies. Los miembros de la guarnicin de San Telmo se turnaban en la capilla, donde los capellanes supervivientes, Pierre Vigneron de Francia y Alonso de Zambrana de Castilla, los confesaban y los nutran con el cuerpo de Cristo. Al salir de la diminuta capilla, nos cuenta John Taaffe en su historia de la orden, los enfermizos guerreros se abrazaban y se alentaban con las palabras de consuelo que slo pueden usar hombres valientes que estn a punto de morir. Al fin, dndose por perdidos, los caballeros ocultaron los objetos religiosos de la capilla bajo el suelo de piedra, para que los hombres de Mustaf no pudieran profanar ninguna reliquia. Concluida esta tarea, llevaron los tapices e imgenes de la capilla al patio de San Telmo y les prendieron fuego, y como mensaje de su paz con Dios, hicieron repicar la campana de la capilla. El claro taido de la campana de San Telmo llev a las guarniciones de San ngel y San Miguel a las murallas. En Sciberras, Mustaf sonrea. Conque hacen una ltima peticin de ayuda, pens, interpretando mal las campanadas. El alba se aproximaba cuando el caballero Di Corso garrapate un mensaje en un trozo de pizarra: Yo, Michele di Corso, ruego a quien descubra esta pizarra que entregue este mensaje a mi madre. Seora ma, lamento no poder veros en persona, pero el destino se ha interpuesto. Vuestro ejemplo me ha fortalecido durante mis trabajos. Anso veros en el reino de Dios. Vuestro obediente y amante hijo, Michele. Cayeron lgrimas en la pizarra cuando concluy. Michele dijo un hombre. Di Corso se volvi hacia el caballero Avogardo. S, hermano mo. Perdname por molestarte, pero traigo un mensaje del Testarossa. Pide que lo vayas a ver en la capilla. Di Corso se tens. Me matara tan pronto despus de la comunin? No s. Dijo que deban zanjar ciertas diferencias familiares. No puedo luchar con l, pens Di Corso. No he recorrido este largo camino para morir a manos de un Rambaldi! Envain la espada y se dirigi a la capilla. Di Corso entr en la iglesia que, debido a los agujeros del techo daado, no estaba del todo oscura. Vio una silueta delante del altar. Rambaldi! llam desde la puerta.

Rambaldi se puso de pie y apoy una mano en la espada. Siento la cercana de la muerte, Di Corso dijo. En consecuencia, debo obedecer el honor y resolver nuestra disputa. Di Corso se tens al ver que el otro se acercaba. El honor y la venganza no son lo mismo dijo. No? Yo siempre pens que lo eran. Rambaldi se detuvo a varios pasos. No luchar contigo dijo Di Corso. Me alegra, San Michele ri Rambaldi. Pues, como he dicho, siento que la muerte se acerca. Esa comprensin me ha trado sabidura. Sabidura? Rambaldi ech una ojeada a la iglesia derruida. Toda mi vida he buscado la gloria y el honor, y ahora veo que ha sido en vano. En vano. Call, mir a Di Corso, avanz. Di Corso extendi la mano. Alto! De veras crees que peleara contigo? Aqu? S. Rambaldi lanz una carcajada. Quiz el mes pasado lo habra hecho confes. Pero no me entiendes... Deseo disculparme. Disculparte? pregunt Di Corso con suspicacia. Ya que ir adonde el honor y la gloria no importan, me parece apropiado que te hable con franqueza. Busc las palabras. Di Corso, s que eres un hombre justo y que tu familia es la mejor de Florencia. Di Corso abri los ojos con incredulidad. Contina. Pero tus parientes no se dedican a la poltica explic Rambaldi. Nunca lo hicieron. Gracias a Dios. Los mos s, en cambio. Mi padre recurri a sus malas artes para robar a tu familia. Rambaldi solt la empuadura de la espada. He soportado esa vergenza demasiado tiempo. Rambaldi se quit un guantelete y se arranc un anillo del dedo. Lo sostuvo entre ambos. Yo, Giancarlo Rambaldi, hijo mayor de mi padre, renuncio a todo derecho a las tierras de los Di Corso, ahora y para siempre. Juro ante Dios que nunca procurar enriquecerme a expensas de un hermano. Le hizo una seal a Di Corso. Ven aqu. El confundido Di Corso obedeci.

Extiende la mano dijo Rambaldi, y le puso el anillo en la palma. Podemos olvidar nuestra rencilla, Michele? No deseo continuarla. Di Corso clav los ojos en el anillo de oro. Desde luego dijo con voz conmovida. Te lo agradezco. Tronaron los caones turcos. Rambaldi avanz, aferr a Di Corso en un rpido abrazo. Mostremos a esos paganos cmo mueren los cristianos! dijo. S, hermano. Rambaldi recogi su almete y sali de la capilla. Di Corso mir el altar vaco. Una victoria, Seor dijo con una sonrisa, y se march de la iglesia por ltima vez.

39 23 de junio

Los buques de Piali se deslizaron entre San Telmo y Tign con las primeras luces, entrando en el Marsamuscetto un mes despus de lo planeado. Dispararon contra San Telmo mientras pasaban y sus tripulaciones vitorearon cuando las naves echaron anclas. Mustaf Baj miraba con una sonrisa. Al fin, pensaba, al fin, y alz las palmas hacia el cielo. Desenvain la espada, se gir hacia sus oficiales. Al ataque! grit. No dejis una piedra en pie, no tomis prisioneros! Por Al, matadlos a todos! Atacad! Los soldados se inclinaron y dieron media vuelta para obedecer. Al! jade Mustaf, a solas, los brazos extendidos. Todo el ejrcito turco march hacia San Telmo. Jenzaros, iayalares, espahes y otros cuerpos se abatieron como langostas sobre los tenaces defensores. Los observadores de Birgu y Senglea se persignaron y le rogaron a Dios que se apiadara de sus hermanos condenados. Fue la mejor hora de San Telmo. La reducida guarnicin de cien hombres enfermos y heridos se enfrent al ejrcito turco con rabiosa furia. Casi sin municiones ni bombas

incendiarias, detuvieron y contuvieron la embestida de Mustaf con espadas y cuchillos. Los cadveres turcos se acumularon hasta que los cuerpos se convirtieron en barreras. Al cabo de una hora de infernal combate cuerpo a cuerpo, el lvido Mustaf llam y reorganiz a sus tropas, dejando otros dos mil muertos al pie de San Telmo. San ngel y San Miguel observaron la retirada con asombro. Por la poderosa mano de Dios! salmodi La Valette, sin creer lo que vea. El caballero Vischer saba muy bien que la retirada turca era slo una pausa. Mir hacia San Telmo. Haba muertos por doquier. Dnde est Sebastian? La culpa le apual el corazn. Vischer observ las contorsiones de un jenzaro; le haban atravesado la boca con una lanza y lo haban clavado al suelo polvoriento. Camin sobre el turco. Seor, dnde est Sebastian? El exhausto alemn se desplom en un cojn de muertos jenzaros y se toc el cinturn, pensando: Y dnde est mi hacha? El caoneo turco se reanud. Sebastian! bram. Rambaldi emergi de una pila de cuerpos. Todava estoy vivo, pens. En medio del mar de muertos, mir hacia la capilla, donde Di Corso hablaba con el postrado capitn Guaras. Capitn, dejad que os defienda! implor Di Corso. Haz lo que digo, y pronto! orden Guaras. No tenemos mucho tiempo! Di Corso asinti con afliccin. Como deseis dijo. Se dirigi a un hermano servidor. Fjate si podemos encontrar dos sillas. El capitn Guaras y Miranda fueron llevados hasta una brecha de la muralla oeste y acomodados en dos sillas de respaldo alto. No podan permanecer de pie, pero estaban dispuestos a afrontar al enemigo. Les pusieron espadas sobre las rodillas mientras el sol coronaba la torre y baaba a ambos espaoles en oro. El fuego turco se intensific, pero Vischer se neg a cubrirse. La ltima vez lo vi por aqu, se rega en silencio. Por qu dej que se perdiera de vista? Pate un cadver iayalar en su frustracin y mir hacia un revelln. Sebastian! grit sin esperanzas. Peter! respondi una voz menuda y clara. El corazn de Vischer se aceler. Dnde ests?

La cabeza rubia y descubierta del joven asom sobre el terrapln. l se encaram a la fortificacin. Peter ri entre las lgrimas. Sebastian! Bien, muy bien! Dnde est tu yelmo? Lo perd, pero encontr tu hacha! Sebastian alz el arma. Sonri por primera vez en das. Gracias gru Peter. Ahora sal de esa muralla antes de que te disparen. El hombro de Sebastian estall en una lluvia de sangre cuando una bala de can le arranc el brazo derecho. No! grit Peter mientras el hacha caa a sus pies. Sebastian rod por la cuesta. Sebastian! Peter recogi a su hermano en brazos. La sangre chorreaba de las arterias cortadas del muchacho. Peter? pregunt, los ojos desorbitados y vacos. El caballero acun la cabeza de Sebastian en un poderoso brazo. S, muchacho solloz. Lo lamento, Peter. Las lgrimas cegaron al caballero. Cllate! orden. Lo lamento mucho, Peter susurr Sebastian, y se qued inerte. Vischer sacudi a su hermano. Sebastian! Ech la cabeza hacia atrs, vaci el alma en un aullido largo y desesperado, sepult el rostro en el pecho de su hermano.

40

El ejrcito de Mustaf descendi por Sciberras por ltima vez, rodando sobre San Telmo como una ola hacia un castillo de arena. Guaras y Miranda aguardaban en la brecha, y sus cuerpos maltrechos pero erguidos permanecan inmviles como piedra. Los espaoles evaluaron con calma esa hueste de rostros hostiles. Una lnea rala de caballeros y soldados protega la muralla a sus espaldas. Los arcabuceros alzaron sus armas y apuntaron. Adis, Miranda! grit Guaras por encima de la algaraba de los turcos. Que Dios te acompae, amigo! resoll Miranda. Trat de ponerse de pie pero no pudo. Los primeros turcos llegaron al foso antes de que el dolorido Guaras se levantara penosamente de la silla. Sopes el espadn y lo arroj al polvo. Alz una lanza del suelo. Venid, chacales! exclam. Un iayalar acept el desafo, atac al caballero con su yatagn en alto, recibi la lanza de Guaras en el ojo y solt el sable curvo. El capitn arranc la lanza del ojo sangrante y detuvo una espada jenzara con el asta; solt la cimitarra y cort el cuello del jenzaro con la punta. El turco cay con un gorgoteo. Viva La Valette! rugi Guaras, y arremeti; hundi la lanza en el estmago de un jenzaro, tumbndolo de espaldas. La Valette! exclam, procurando liberar el arma. El caballero desapareci bajo una multitud de alfanjes ensangrentados. Las cimitarras rechinaban al perforar el metal. Segundos despus un iayalar enarbol la cabeza ensangrentada de Guaras, gritando Al!. Los atacantes avanzaron. Miranda, demasiado herido para alzar la espada, fue masacrado donde estaba. Sin embargo, no dio al enemigo la satisfaccin de un alarido.

Vischer se arrodill junto al cuerpo de su hermano. Ven, Vischer, a las armas! lo exhort un hospitalario, y pas de largo. El alemn se quit el guantelete y cerr los ojos del hermano. Regresar prometi con un murmullo. Encontr el hacha y avanz hacia la brecha ms prxima. Pocos efectivos defendan los terraplenes. Fuego! orden un caballero a unos arcabuceros desesperados. Vischer inspeccion su arma. La sangre de mi hermano, pens. Mustaf mismo debe responder por esto. Se imagin abrindose paso a hachazos en medio del enemigo para llegar al baj y ech a correr. Un fuego le inflamaba las venas. Mustaf! exclam, esquivando un can estropeado, entrando en una brecha. Lleg a ver la ltima acometida de Guaras y aceler. Mustaf! Vischer penetr en la lnea turca. Un iayalar alz la cabeza y vio un borrn gris. Vischer arranc el hacha del crneo del hombre y la sepult en el pecho de un derviche. El hombre santo cay con un gemido. Un tercer turco recibi la hoja de Vischer en el cuello. Mustaf! bram el alemn, cortando un brazo. Los furiosos turcos rivalizaban para atacar a ese cristiano solitario, pero se agolpaban y no lograban esgrimir sus armas con eficacia. Vischer sinti que su armadura desviaba golpes y Solt una risa salvaje. Un par de ojos oscuros se apoyaron contra su visera. Vischer solt el hacha y sac la daga. Un tajo, y el turco aull mientras sus intestinos caan sobre sus rodillas. Vischer apual a otro jenzaro en el estmago y alz la hoja hasta las costillas; sangre caliente le empap el guantelete. Una maza golpe el yelmo de Vischer y l respondi apualando el rin de un iayalar. La daga sobresali de la trmula espalda del iayalar. De inmediato Vischer perfor el corazn de otro hombre. El caballero pronto se encontr con espacio para maniobrar. Giraba para mantener a raya al enemigo. Seal a un jenzaro, rugiendo: T! El turco acometi, pero Vischer avanz y par el sable, que patin inofensivamente entre el brazo y el pecho. Hundi la daga en la sien del tuco y los ojos del jenzaro sobresalieron. Una espada golpe el costado de Vischer. Se gir ciegamente y la daga abri la mejilla de un espah a pie en un estallido rojo. Vischer se acerc y despach al jinete con cota de malla de una pualada en la garganta; la yugular se abri con un ruido spero. Vischer recobr el aliento; un mes en San Telmo lo haba agotado. Casi lo tumb un terceto de jenzaros frenticos, pero su rpido manejo de la

daga los dej tendidos a sus pies. Vischer lanz tajos y pualadas hasta que lo rodearon alaridos. Una piedra le choc el yelmo con tal fuerza que solt la daga. Desorientado, tropez con una docena de brazos. Sinti un mareo; tard unos instantes en comprender que estaba de rodillas. Las hojas penetraron por las articulaciones de la armadura y abrieron bocas en su carne. Me estoy muriendo, pens Vischer. Sebastian murmur, y rechaz a los orientales con un rugido. Golpe a un turco en la cara y le arrebat el arma. Reban la nariz de un jenzaro, y hundi la cimitarra en el pecho de otro antes de que la hoja se curvara y se partiera. Un grupo de jenzaros se abalanz sobre el hospitalario y lo arroj de bruces. Sinti el beso del acero en la espalda y las piernas, y su armadura se llen de sangre. No podis herirme! resopl. Lo pusieron boca arriba. El caballero golpe a un turco en la boca y cayeron dientes sobre su peto. Se ri de los hombres de tnica blanca. Cobardes! Uno le abri la visera de una patada; se lanzaron hombres sobre cada una de sus extremidades. Un jenzaro se encaram sobre el alemn, y le apunt una hoja de cimitarra al ojo. Vischer mir la hoja, el rostro del turco, y el cielo azul. Padre, en tus manos encomiendo mi espritu, pens. El jenzaro habl. Vischer se oblig a concentrar la vista. Qu? El turco le incomprensibles. dirigi una ancha sonrisa. Barbot ms frases

Cobarde! se burl Vischer. Hazlo! No pestae cuando el acero baj hacia el ojo. Los turcos atacaron las brechas en una ola irresistible. Superados en nmero por cien a uno, los cristianos fueron abrumados y escindidos. Las rdenes de Mustaf haban sido explcitas: matad a todos. Rambaldi se apoy en un tramo intacto de la muralla norte. Los turcos pasaban de largo sin reparar en l. Deseaba una copa de vino. Tres jenzaros lo vieron. No tenis un trago? pregunt. Al! gritaron, y se abalanzaron. Rambaldi entr en accin con una celeridad que lo sorprendi aun a l. Gritando incoherencias, cort la cabeza de un turco, y antes de que el cuerpo cayera, taj el tobillo de otro. Par la cimitarra del hombre restante con la mano libre.

Muy lento! le grit. El jenzaro hizo otro intento y el caballero le atraves el hombro; el turco se aferr la herida. Rambaldi despach al hombre murmurante con un golpe en la cabeza. Rambaldi mir en torno; haba turcos por doquier. Una veintena repar en l. Por qu no tena miedo? Rambaldi cort la rodilla de un iayalar y el tobillo de un jenzaro, pero una lanza le atraves la hombrera y lo arroj contra la muralla. El asta sobresala de su espalda y rasp la piedra caliza. El dolor era increble. Diosjade, aferrando el asta. Un jenzaro le puso un arcabuz en la cara, pero Rambaldi cay de rodillas gritando mientras el cabo de la lanza golpeaba el suelo. Apual al mosquetero en el vientre y cay de costado. Valindose de sus ltimas fuerzas, Rambaldi se arrastr hacia la espada cada. Su visin se nubl mientras buscaba el arma con empuadura en cruz, un regalo de su padre. El pie de un jenzaro le aplast la mano. Rambaldi mir al hombre. El jenzaro se toc una fea cicatriz de la barbilla. Espaol? Florentino atin a decir Rambaldi. Los ojos del turco centelleaban de furia. Espaol! insisti, y cercen la mueca de Rambaldi hasta cortarle la mano. Rambaldi llor, sinti aturdimiento. El jenzaro movi el pie hacia el codo del caballero. Espaol? pregunt. Rambaldi pestae ante su atormentador. No susurr. Alguien le apual la espalda y un fro se propag por su cuerpo. Dio un estertor final y se qued quieto. Los caballeros Di Corso y Avogardo estaban espalda contra espalda, exterminando a los desorganizados turcos. Los rodeaba un crculo de enemigos muertos. Los dos italianos se haban retirado lentamente a travs del fuerte y ahora, solos y arrinconados, decidieron vender caras sus vidas. Blandan la espada en silencio. El humo se elevaba al cielo a sus espaldas, pues Lanfreducci haba encendido una seal para anunciar a La Valette la cada de San Telmo. Los pulmones de Di Corso ardan de agotamiento y los ojos le quemaban con el sudor, pero no estaba dispuesto a rendirse. Lanz una estocada contra el escudo de un jenzaro y luego hundi la punta en la cara del hombre; el turco se desplom.

Avogardo! grit Di Corso mientras su camarada se le acercaba de espaldas. Qu? Debemos movernos antes de que nos sepulten! Di Corso oy un choque de espadas, un alarido. Muy bien! respondi Avogardo. Di Corso abri la garganta de un iayalar con un revs de la espada y recibi al hombre que caa con el escudo. Los jenzaros descuartizaron al iayalar tratando de herirlo a l. Ahora! exclam. Los caballeros giraron hacia la capilla y treparon la pila de muertos; retrocedieron de espaldas hacia la puerta de la iglesia. Son miles! dijo Avogardo. Di Corso asinti. Pero tendrn que ponerse en fila para atacarnos. Cuatro turcos se lanzaron sobre ellos y hubo un intercambio de sablazos. Los musulmanes cayeron. Seis ms atacaron. Di Corso recibi una pualada en el costado pero despach a tres adversarios de armadura ligera con mandobles perfectamente sincronizados. Muy bonito dijo Avogardo. Di Corso reconoci el gemido de un pulmn perforado y se volvi consternado hacia su camarada. Paolo! exclam. Un oficial jenzaro lleg a la capilla y pidi arcabuceros. Seal frenticamente a los dos hospitalarios. Avogardo tante el aire. Mi espada, Michele. Di Corso arranc la espada de un cadver y se la devolvi a Avogardo, que se lo agradeci. Di Corso cerr los ojos para musitar una rpida plegaria y al abrirlos se encontr frente a una lnea de mosquetes. Cielos susurr Avogardo. El oficial turco ladr una orden. Di Corso recibi balazos en la mejilla, el gorjal, el brazal y el estmago. Cay de rodillas. Trag dientes. Sangre caliente inund la armadura. Avogardo yaca muerto junto a l. Di Corso perda el conocimiento. Se senta dbil y le vibraban los odos. Se volvi y tendi la mano hacia la puerta de la capilla, tanteando el cerrojo con dedos entumecidos.

El oficial turco no corri riesgos y orden a sus hombres que apuntaran a los cristianos cados. Los proyectiles atravesaron la espalda de Di Corso y vio que su sangre salpicaba la puerta que tena delante. Mi Seor susurr. Su mano se desliz por la madera hasta el suelo.

41

Mustaf baj de la contraescarpa y se dirigi hacia el humeante San Telmo. Su plana mayor, desde reverente distancia, elev su glorioso nombre a Al mientras los derviches se postraban. Un portaestandarte lo sigui con la gran ensea real del sultn. Mustaf cruz el foso maloliente y entr en el fuerte. El tufo de la carne putrefacta le atac las narices. El hedor de la victoria, pens sardnicamente, mirando esa carnicera. No haba un palmo del suelo que no estuviera cubierto de cadveres y, not con consternacin, la mayora eran turcos. Mir el mar, ms all de un montculo de jenzaros. Diez mil hombres, pens. Perd diez mil hombres por este msero castillo. Con el pie sac la espada de la mano de un caballero muerto. Mi seor, cmo ests? pregunt el ag de los jenzaros, acercndose con orgullo. Eh? Ests bien, mi seor? Cuento a muchos de tus hombres entre los muertos dijo Mustaf. El ag se encogi de hombros. Nuestra sangre engrasa las ruedas de la mquina de guerra del sultn. S, ya lo creo. Mustaf atraves una nube de humo negro. La bandera hospitalaria! exclam el ag, tocando la soga rada. Mustaf se detuvo junto al mstil rodeado por caballeros muertos. Seal la cruz maltesa. Arriadla orden. El ag pidi a un soldado que bajara la harapienta bandera hospitalaria, y se la arrebat. Extendi la bandera a los pies de Mustaf. El baj se alz la tnica bordada y orin sobre la cruz octgona. El ag llam al portaestandarte, sujet la ensea de Solimn a la soga, la iz sobre el fuerte arrasado. Mustaf se reacomod la ropa y se volvi hacia un oficial. Apilad a los caballeros por separado dijo. He planeado algo especial para ellos.

S, baj. Hazlo ya! El oficial se alej deprisa. Mustaf subi a un terrapln y mir sobre el reluciente Gran Puerto hacia el robusto San ngel. Diez mil muertos... El baj no est eufrico con la victoria de Al? pregunt el ag. An no hemos conquistado San ngel respondi Mustaf. El ag sigui la mirada de su comandante. El tiempo corregir eso dijo. Qu confiado, teniendo en cuenta que perdi dos tercios de su tropa, pens Mustaf. La luz del sol jugaba sobre la baha, deslumbrando a Mustaf. Al! exclam. Si un hijo tan pequeo me ha costado tanto, qu precio pagar por un padre tan grande? La brisa muri. El estandarte de Solimn baj levemente.

Segunda parte

1 24 de junio

Los primeros rayos de la maana cubran el escritorio de La Valette. Haba pasado la noche en vela analizando problemas de logstica y estaba de psimo humor. Apag la vela y se frot los ojos. Se levant del escritorio, camin hasta la ventana, abri el postigo y mir Birgu. Mil quinientos hombres a cambio de un mes, pens, evaluando sus prdidas. Un buen negocio para el sultn, pero no para m. Necesito ms hombres. Dnde est don Garca? Una gaviota cruz la ventana y La Valette reflexion sobre la comparacin de Cristo entre hombres y gorriones. Una llamada a la puerta. S? Maestre, es Oliver. Cundo empezaste a llamar? gru La Valette. Starkey entr en la habitacin. Su rostro carnoso estaba plido. Por favor, maestre, venid conmigo. De qu se trata? El ingls baj la cabeza. Me cuesta decirlo. La Valette se mordi el labio. Muy bien respondi. Starkey lo condujo al Gran Puerto. Una multitud se haba reunido en la playa pedregosa. La Valette se abri paso entre caballeros y soldados. Qu sucede aqu? pregunt, y qued petrificado. Haba cuatro caballeros muertos en la orilla. Los haban crucificado en vigas de barco y los haban enviado por agua desde San Telmo. Los cadveres desnudos haban sido decapitados; a dos les haban tallado cruces en el pecho, y a otro le haban arrancado el corazn. Santo Dios del cielo! jade Starkey. El rostro de La Valette era una mscara de furia carmes. Caballeros y soldados retrocedieron cuando l se aproxim a los cuerpos. Quines son? pregunt. Un caballero sollozante se adelant. Giacomo Martelli y Alessandro San Giorgio. Giacomo es mi hermano. La Valette seal el cuerpo ms mutilado. Qu hay de l? Reconozco la cicatriz del costado dijo un caballero. Es el Santo. La Valette conoca el apodo. Di Corso?

S, gran maestre. Yo estaba con l cuando recibi esa herida. Yo la vend. El caballero se arrodill junto a Di Corso, gimiendo: Michele, Michele. La Valette apoy la mano en la espada. Gran maestre, tiene algo en la mano! Qu es? El caballero abri el puo de Di Corso. Un anillo. Alz la sortija reluciente. Es de Rambaldi explic Martellli. Di Corso con el anillo de Testarossa? pregunt alguien. Una historia interesante, sin duda! Miembros del consejo se aproximaron a La Valette a travs de la multitud. Esos demonios! persignaron. exclam el pilier alemn. Los otros se

La Valette mir a travs de la baha. Gran maestre, preparamos los cuerpos para la sepultura? pregunt el pilier. La Valette se volvi hacia el hombre con una expresin de furor implacable. El pilier retrocedi un paso. Los prisioneros del mariscal Copier rugi La Valette. S, gran maestre? La Valette mir hacia Sciberras. Se los devolver a Mustaf. Mustaf orden que decapitaran y crucificaran a Guaras, Miranda y Le Mas y los alzaran sobre la muralla de Dragut. Los tres cristianos fueron vueltos hacia San ngel mientras los vencedores recorran San Telmo en busca de armas y trofeos. Muchas armaduras de los incomparables artesanos de Italia y Alemania dejaron de pertenecer a sus herederos ese da. Pero los hombres de Mustaf no pudieron dedicarse al pillaje en paz. Una hora despus del amanecer. Los turcos estaban arrebatando armaduras a los cristianos muertos dentro de San Telmo cuando tronaron los caones de San ngel. Los sorprendidos otomanos se volvieron. Nos cubrimos, capitn? pregunt uno a su comandante. El oficial mir ms all de la baha. Por qu los caballeros derrochaban plvora en objetivos tan distantes? Quiz dijo al fin. Vamos, regresaremos despus.

Los turcos corrieron para cubrirse mientras las andanadas llovan sobre San Telmo. Un proyectil golpe al caballo del capitn y rebot; el animal corcove y corri hacia la casa de guardia. Qu diablos? maldijo el capitn, arquendose para examinar la bala. Por Al! grit. La Valette estaba disparando cabezas turcas a San Telmo; caan por veintenas en el fuerte. El gran maestre, exasperado por la mutilacin de sus caballeros, haba alterado su poltica en lo concerniente a los prisioneros. Sus cautivos fueron decapitados y sus cabezas disparadas por los caones de San ngel. Si Mustaf Baj esperaba intimidar a Malta con actos de crueldad manifiesta, se haba extralimitado, y si peda una guerra de agravios, La Valette le dara el gusto.

La Valette reuni al Sacro Consiglio poco despus de que sacaron a los caballeros crucificados de la baha; su mirada era tan torva que pocos podan soportarla. Muchos consejeros estaban tan conmocionados por su estado de nimo como por la victoria de Mustaf en San Telmo. Y dnde estaba el virrey don Garca? La Valette escrut a los nombres reunidos. Captaba la incertidumbre del consejo tal como un herrero detecta un defecto en el acero. Saba que deba recobrar la compostura, y pronto, antes de que el derrotismo contagiara a toda la guarnicin. Se oblig a adoptar una expresin calma.

Caballeros declar, el episodio de esta maana slo ha fortalecido mi resolucin, y sin duda ha apuntalado la vuestra. Quin de vosotros perdonar a Mustaf por nuestros hermanos mutilados? No hubo respuesta, pero la pasin arda en los ojos de esos hombres. La Valette atiz las llamas. Ni tregua ni retirada! grit. No dar a Mustaf un palmo de tierra de Malta, ni siquiera para cubrir su cadver! Ech una ojeada a los consejeros. Se lo debemos a San Telmo. En todo caso, qu ms podra desear un autntico caballero que morir empuando las armas contra los enemigos de Cristo? Los hombres se movieron incmodamente en la silla. La Valette escogi a un bailo, lo seal. Tenis algo que agregar, monsieur? pregunt. Abristeis la boca. El gran cruz no haba abierto la boca, sino que slo haba meneado la cabeza. Pareca muy abochornado de que lo sealaran. Pensaba en los muchos caones del baj, seora explic. Y ahora los apuntar hacia nosotros. No os preocupis por su artillera dijo La Valette. Pensad en cambio en la leccin que nos han dado nuestros difuntos hermanos. Si el pobre, dbil e insignificante San Telmo detuvo a Mustaf ms de un mes, cmo prevalecer contra Birgu? Varios asintieron. La Valette estudi a sus hombres. Y no pensis slo en nuestras bajas. Calculo que el baj perdi nueve mil hombres en San Telmo, y para colmo la enfermedad diezma sus tropas. Esto era cierto. Un continuo caudal de desertores turcos contaba la misma historia; la disentera debilitaba al ejrcito del sultn. El envenenamiento de los pozos haba cumplido su cometido. Ojal don Garca se hiciera a la mar! dijo Starkey. La Valette mir a su amigo con frialdad. Y dnde estn los refuerzos de Mustaf, sir Oliver? pregunt. Las naves que envi al frica, Grecia y el Archipilago no han regresado. Es verdad concedi Starkey. Venceremos declar La Valette con seca certidumbre. Muchos soldados vendrn de Mdina antes de que Birgu est cercada. Aunque dejaremos la capital casi indefensa, fortalecer a los fuertes restantes. Pero los alimentos, gran maestre se quej un gran cruz. Sufriremos escasez. Todos los almacenes civiles sern confiscados para el almacn colectivo dijo La Valette. Mir a Starkey. Oliver, encrgate de ello y asegrate de que los malteses sean justamente recompensados. S, maestre.

La Valette luego abord un asunto aparentemente trivial: la cantidad de perros que haba en Birgu y Senglea. El consejo lleg a la conclusin de que los animales deban ser sacrificados porque molestaban a la guarnicin de noche y coman sus provisiones de da. La Valette coincidi con sus asesores, y aunque posea muchos sabuesos de calidad, orden que sus mascotas fueran sacrificadas primero. Un sirviente se acerc a La Valette. Gran maestre, los malteses han respondido a vuestra convocatoria. Gracias. Ir enseguida. El sirviente se march. Los malteses? pregunt Starkey. Hablaris con los plebeyos? Ciertamente. La Valette se puso de pie. Caballeros, en Rodas nuestro mayor enemigo no fue el turco, sino la indiferencia de la poblacin nativa. Adopt una mirada distante. Siempre cre que nuestra derrota se pudo haber evitado si Rodas hubiera sentido mayor afinidad con nuestra causa. No fue as, y camos. No repetir ese error. La Valette apart una cortina y vio a los malteses reunidos baj el balcn de su cuartel general. Su voz descendi sobre la multitud. Qu recompensa podis esperar, hermanos mos, si Solimn logra invadir vuestra isla? Cuntos familiares vuestros han sido esclavizados por el turco? Apareciendo a la vista, dej que asimilaran la pregunta mientras escrutaba esos rostros tostados por el sol. La experiencia os dice que no podis esperar que los musulmanes os traten mejor en el futuro. Los malteses lo miraban fijamente. Era verdad, pensaron, l nunca los haba consultado en lo concerniente a la isla, pero tampoco haba derrochado sus vidas, y siempre haba sido honrado con ellos. Acaso no pagaba por las provisiones, cuando otros comandantes las requisaban? Acaso Malta, que en tiempos de los romanos fue convertida por San Pablo, caer en poder de la media luna? pregunt La Valette. No lo creo. Vosotros no lo permitiris! La multitud asinti con un murmullo. Los hospitalarios somos soldados de Nuestro Seor, como vosotros, hermanos mos continu, y si un destino aciago quiere que nos perdis a nosotros y vuestros oficiales, s que no cejaris en vuestra lucha. La multitud expres su afirmacin. Ciertamente el gran maestre no tema que ellos se pasaran al bando del turco! La Valette alz una mano. Vosotros estis de nuestra parte, y nosotros de la vuestra declar . La Orden de San Juan os defender hasta el final de sus fuerzas. Es mi juramento.

Ovaciones dispersas se elevaron sobre la multitud. La Valette salud con un asentimiento, dio media vuelta y entr. Los malteses quedaron impresionados por el discurso del gran maestre; nadie pona en duda las declaraciones de La Valette, ni siquiera los que no simpatizaban con la orden. Ninguno se pasara al enemigo durante el sitio. Ninguno de los miles de malteses sera tildado de traidor.

Despus de la cada de San Telmo, la reorganizacin de los turcos fue tan catica que no vigilaron bien el norte. Mientras supervisaba el nuevo emplazamiento de la artillera, Mustaf confiaba en que las galeras de Piali interceptaran toda ayuda. Era una confianza errnea. El almirante, con doscientas naves a su mando, fue incapaz de cercar el diminuto archipilago. Un da despus de la cada de San Telmo cuatro naves cristianas atracaron en la costa noroeste de Malta, dos galeras hospitalarias y dos de don Garca. El virrey, a insistencia del famoso caballero Robles, haba permitido de mala gana que una expedicin zarpara de Mesina, pero con rdenes peculiares. Primero, el contingente de refuerzo, hoy conocido como el piccolo soccorso, estara al mando del capitn don Juan de Cardona, hombre de don Garca. Segundo, si sus fuerzas se topaban con oposicin, y sobre todo si San Telmo haba cado, Cardona deba regresar con las cuatro galeras a Mesina, donde permaneceran atracadas mientras durase el asedio. El capitn Cardona ancl sus galeras a cierta distancia de la blanca costa; no tena intenciones de dejarse cercar por un convoy turco. Los esbeltos buques estaban situados a gran distancia entre s, para brindar una amplia perspectiva del horizonte.

Cardona se apoy en un mstil y estudi la costa. No haba nadie a la vista. Qu extrao, pens, acaricindose la barba negra. Pero, por otra parte, nunca pens que rodearamos Gozo sin un desafo. No entiendo a qu juega Piali. Turcos y hospitalarios! Ninguno de los dos sabe diferenciar una galeota de una galeaza. Mir a los exhaustos remeros, la mayora cautivos turcos. Era demasiado veterano para que lo molestaran su hedor o el odio de sus ojos. Gravette! llam. Capitn? pregunt un joven provenzal de pelo largo y trigueo. Robles estaba junto a l. Ve a la costa a echar un vistazo. Como desee el capitn respondi el imberbe caballero. Robles susurr algo al odo de Gravette y Cardona resopl. Estos malditos monjes se creen que son marinos, pens el capitn. Qu hombre de mar se las apaa sin mujeres? El caballero Chrysagon Gravette avanz tierra adentro con un pequeo grupo de soldados. Al medioda se cruz con una partida de malteses que le informaron sobre la capitulacin de San Telmo y le describieron la cantidad de fuerzas que haba desplegado Mustaf, y en qu posiciones. El caballero regres deprisa a la playa y pidi con seales un bote. Cardona y Robles aguardaban a Gravette en la nave insignia. El capitn pareca ms tenso que nunca. Bien? pregunt. Gravette mir a Robles. Hice una pregunta, caballero! bram el capitn. Gravette frunci la nariz. San Telmo todava resiste respondi. Cardona se volvi hacia el mar abierto. Robles mir a Gravette. Artillera dijo Cardona sin volverse. Por qu no omos la artillera? El joven provenzal pens deprisa. Una numerosa fuerza turca atac esta maana pero fue repelida. Se estn reagrupando. No, muchacho, dispararan mientras se reagrupan. Esa condescendencia irrit a Gravette. Era un hospitalario y en sus caravanas haba tomado ms oro turco del que Cardona haba visto jams. Los otros caballeros le sonrieron. Se oyeron disparos a lo lejos.

Cardona se acarici la barba. Robles! S, capitn. Llevad a vuestros hombres a la costa. Vaciaron las galeras con la mayor celeridad posible. Desembarcaron cuarenta y seis caballeros, veinticinco voluntarios y seiscientos cincuenta soldados espaoles. La ansiosa fuerza aguardaba las rdenes de Robles. Gravette? Robles no ocult su buen humor mientras las galeras se alejaban. El provenzal se acerc al famoso caballero. Maestre? Robles se inclin hacia l. Un engao excelente murmur. No habla bien de Mustaf que setecientos hombres pasaran inadvertidos en el noroeste de la isla durante ms de tres das. Aguardando el momento oportuno, el astuto Robles permaneci oculto hasta que pudo enviar un mensaje a La Valette informndole de su posicin. No tena sentido llegar a Birgu en medio de la noche slo para morir a manos de los centinelas del gran maestre. En la noche del 29, al amparo de una espesa niebla, un fenmeno rarsimo en Malta, Robles y su compaa rodearon el Marsa y pasaron detrs de los emplazamientos turcos de las alturas de Corradino. Nadie se les interpuso, ningn centinela los detuvo. Llegaron a la cala de Kalkara antes de medianoche, y hallaron botes esperando. El piccolo soccorso entr en Birgu sin haber sufrido una sola baja. Los hombres de Robles fueron acogidos clidamente por toda la guarnicin. Muchos combatientes heridos salieron del hospital para saludar a los refuerzos. La Valette orden que se distribuyera vino de su bodega personal entre los caballeros recin llegados. Resonaron risas y canciones en toda Birgu. Gravette comparti su copa con los provenzales que se hablan reunido alrededor de l. Su gran reputacin se haba elevado a nuevas alturas como integrante de la fuerza de Robles. A Mustaf no le gustar enterarse de que Robles fue ms astuto que l! ri un caballero. Ni a Cardona! La primera niebla en aos! dijo otro. La mano de Dios, dira yo! Hay ms hermanos nuestros en Mesina, Chrysagon? Gravette asinti. S. No estis olvidados. Cundo zarpar don Garca? preguntaban todos. Gravette no tena respuesta.

4 30 de junio

Mustaf Baj fren el caballo y mir hacia Birgu desde la ladera de Corradino. Los coloridos estandartes de los hospitalarios recin llegados flameaban gallardamente sobre las murallas blancas. Mustaf mir ms all de Birgu y el puerto, hacia el humeante San Telmo. Al, por qu permitiste semejante mal?, se pregunt. Ms caballeros y soldados! Cuntas conversiones requerir esta isla? Aunque crea que a la postre vencera, Mustaf tema otra sangra como la de San Telmo, que lo dejara con demasiados pocos hombres para defender la isla de futuros ataques. Necesitaba refuerzos, y pronto. Quiz los caballeros estn cansados de esta larga derrota, y deseen regresar a su hogar. Pens en su palacio de la lejana Turqua. Al! suspir. Baj? pregunt el oficial que lo acompaaba. Cuntos estandartes nuevos hay en sus murallas? Dos veintenas, mi seor. Cuarenta de estos caballeros son peores que un ejrcito de refresco respondi Mustaf. Son vboras, baj. Mustaf asinti. S, Salim. Y de algn modo debo extraerles el veneno.

El sol del medioda arda en el cielo cuando los centinelas de la puerta de Birgu que daba a tierra avistaron a un hombre solitario que descenda por Corradino. Un guardia alz su arcabuz, un arma capturada a los jenzaros, bellamente repujada, y se dispuso a disparar. Un caballero lo contuvo. Aguarda dijo, tiene una bandera blanca. Lo lamento, mi seor dijo el tirador. No se ve contra las rocas. Bajo la mirada de los cristianos, el emisario cruz la brumosa extensin de la tierra de nadie. Al fin el enviado, un anciano calvo, se detuvo ante la puerta. Una numerosa multitud se reuni en la muralla. El baj desea parlamentar? pregunt un caballero en francs. As es, noble seor! respondi el emisario. El caballero estudi la humilde tnica del enviado. Eres esclavo? pregunt. As es, seor. Soy griego. Un cristiano dijo el caballero, y se volvi hacia un amigo. Hay que informar al gran maestre. Un grupo de soldados cogi al esclavo, lo amarr y le vend los ojos. Lo llevaron ante La Valette en la cmara conciliar. Desatadlo orden el gran maestre. Estudi al menudo visitante, y pregunt con tono burln: Qu desea el prncipe de los cautivos? Mi amo me enva para proponer un plan que sera tan provechoso para el sultn como para el maestre de los caballeros respondi el esclavo, temblando. La Valette le clav los ojos. Mi amo continu el esclavo os pide que pensis en un acuerdo. La Valette guard silencio. El griego se aclar la garganta, y el ruido retumb en la gran habitacin. El gracioso baj ofrece su amistad, y como guerrero honorable os ofrece la vida y la libertad. Si entregis Birgu y Senglea, con sus fuertes, os dar autorizacin para abandonar Malta con vida, con todos aqullos que deseen acompaaros. Como Rodas murmur un gran cruz. S, mi seor! se apresur a decir el griego. Como Rodas! La Valette mir al esclavo con ojos fulminantes, como si lo hubiera escupido. Al griego se le aflojaron las rodillas. Sacadlo de aqu y colgadlo dijo La Valette. El griego pestae y cay de hinojos.

No, no, no, mi seor! Entrelaz las manos morenas. No es culpa ma que el baj me haya transformado en su mensajero y en enemigo de la fe! La Valette mir al desdichado. Stat crux dum volvitur orbis dijo. La cruz permanece constante mientras el mundo gira. Te consideras una excepcin? La calva del esclavo reluca de transpiracin. Me matars porque en mi infancia fui arrancado de mi aldea y esclavizado? A La Valette le dola amenazar a un hombre indefenso y obviamente intimidado, pero saba que su respuesta a los turcos deba transmitir absoluta inflexibilidad. Mustaf aprendera que la tenaz defensa de San Telmo no haba sido un accidente, que la matanza de Sciberras era slo el comienzo. Volved a cubrirle los ojos orden La Valette. Sac al esclavo de la cmara y lo llev por Birgu. Los plebeyos siguieron la procesin hasta la puerta de Provenza. El gran maestre orden que abrieran la puerta y condujo al esclavo al exterior. Quit la venda al griego, y se irgui sobre el aterrado esclavo. Mira! Fjate cuan altas y fuertes son las murallas! Su voz retumb. Seal la profunda zanja que rodeaba la ciudad. Ves la hondura del foso? Los caballeros se asomaron sobre el parapeto. El griego palideci. Lo veo dijo. Bien, qu opinas? pregunt La Valette. El viejo mir la fila de yelmos brillantes. El turco nunca tomar este lugar. La Valette volvi a sealar la zanja. Dile a Mustaf que se es el nico territorio que le entregar. All est la tierra de que puede disponer, siempre que la llene con cuerpos de jenzaros. Recurdale que Rodas era otra isla, y que Adam era otro gran maestre. S, mi seor! El griego fue sacado por la puerta y arrastrado entre dos filas de adustos caballeros con armadura. Soldados y caones flanqueaban a los hospitalarios. Ren de Vertot, en su historia de la orden, escribe que el esclavo de Mustaf encontr el espectculo tan aterrador que se ensuci los pantalones. El esclavo fue empujado por la puerta y regres a Corradino a toda la velocidad que permitan sus viejas piernas.

Mustaf se reclin en la tienda, feliz de estar al amparo del sol. Un esclavo entr y se inclin. El mensajero ha regresado de Birgu. Ah! dijo el baj. Traedlo. Sin duda La Valette apreciar mi generoso ofrecimiento, pens. Me agradar mucho dormir en su castillo. El griego entr y se postr. Seor baj dijo. Mustaf lo mir con cautela. Qu? pregunt. El griego barbot la respuesta de La Valette y describi las defensas de Birgu. Mustaf no oy la segunda parte, pues estaba gritando a todo pulmn. Por las barbas de Mahoma! Se puso de pie. Por los huesos de mis padres! Corri hacia el griego postrado y le pate ferozmente las costillas. Le ofrezco los honores de la guerra y l responde con alardes y agravios! El ag de los jenzaros entr en la tienda con la espada desenvainada, evalu la situacin, guard la espada. Mustaf se gir hacia l, blandiendo el puo. Rechaz mi ofrecimiento! Arrasar sus fuertes! Capturar a esos fanticos hospitalarios y los pasar a todos por las armas! Lo juro, por Al! El ag sonri, S que lo haris dijo. Era una noche hmeda y sin luna y la ausencia de viento amplificaba los ruidos que bajaban de Sciberras. A pesar de la distancia, el crujido de los maderos, el restallar de los ltigos y los gruidos de los hombres llegaban hasta San ngel, cuyos moradores maldecan a Mustaf y se preguntaban qu nueva maldad tramaba. Una luz roja ardi en la cima del Sciberras. El caballero Gravette se apoy en la muralla y escrut la oscuridad. Parece que estn haciendo pedazos la isla, pens. Se pregunt si los hombres de San Telmo haban experimentado la misma sensacin de espanto y aprensin que ahora lo asaltaba. Qu es ese ruido, seor? pregunt un soldado. Maderos de barco, si el odo no me engaa repuso el provenzal. Imposible, mi seor. Lo s. Una antorcha apareci a su derecha y Gravette oy una voz conocida: La Valette. El gran maestre habl con cada centinela mientras pasaba; l y Starkey llegaron al puesto de Gravette.

Cunto hace que estis de guardia? pregunt La Valette. Una hora, gran maestre, quiz un poco ms. La Valette escuch unos segundos. Yerba! exclam. Sacudi la cabeza y le entreg la antorcha a Starkey. Yerba. Cmo, gran maestre? pregunt Gravette. La Valette lo mir fatigadamente. Supongo que fue antes de vuestros tiempos. No recordis cmo Dragut escap del almirante Doria en Yerba? Gravette no era muy aficionado a la historia. No arrastr sus buques por tierra, sobre troncos? S dijo La Valette. Me tema que Mustaf pensara en ello. Dragut todava lo ayuda. Y para colmo estaran fuera de nuestro alcance aadi Starkey. Por un estadio dijo La Valette. Adems, Mustaf atracar las galeras en el Marsa hasta atacar. San ngel puede resistir los caones navales, maestre respondi Starkey. La Valette se apoy en una pieza de artillera. San ngel s, pero Senglea no. El objetivo de Mustaf es San Miguel. Sus galeras pueden bloquearlo desde la cala Francesa y nuestros caones no podrn hacer mucho. Estar fuera de nuestra vista. Los siguientes fueron das de gran esfuerzo para los esclavos de Mustaf. En una hazaa que rivalizaba con la de Dragut en Yerba, los trabajadores del baj trasladaron ochenta galeras por la punta ms ancha del Sciberras. Los consternados cristianos observaban cmo creca la amenaza en el extremo del puerto. Aunque las galeras de Mustaf no disparasen una sola salva, la tctica era un xito psicolgico. Con esa maniobra priv a los caballeros de una ilusin reconfortante y los oblig a considerar la sacrosanta baha como territorio enemigo. Por la maana, Senglea y San Miguel se preparaban para lo que La Valette consideraba un ataque inevitable. El gran maestre, convencido de que Mustaf se propona tomar Senglea antes de lidiar con el macizo San ngel, estuvo presente para brindar a la guarnicin de San Miguel consejo experto. Los soldados vigilaban desde las murallas del fuerte, esperando avistar, en cualquier momento, largas galeras enfilando hacia ellos. El caballero Sanoguera ahog un bostezo mientras estudiaba la Gran Cadena que conectaba Senglea con Birgu. Haba montado guardia en la punta norte de Senglea durante la mitad de la noche y esperaba

ansiosamente el relevo. Ningn buque puede burlar la cadena, pens. Mustaf tendr que ocupar Senglea. Mir por encima de la baha chispeante. Se elevaba humo desde San Telmo. Huele como si incineraran cuerpos. Algo llam la atencin del espaol. Un hombre agitaba las manos en la costa de Sciberras. Qu demonios era eso? Entorn los ojos. El hombre not que lo haban visto y se puso a brincar. Sanoguera le hizo una seal a un soldado. Mi seor? pregunt el hombre. Informa a La Valette de que tenemos un desertor. Al instante despacharon un bote para recogerlo. Pero la embarcacin apenas haba avanzado un trecho cuando una compaa de turcos repar en la conducta de ese hombre y ech a correr hacia l. Procurando que sus ex aliados no lo capturasen, el desertor se arroj a la baha y pronto empez a ahogarse. Actuando deprisa y sin rdenes, tres hombres de la guarnicin de Senglea (un siracusano llamado Ciano, un provenzal llamado Pirn, y un malts llamado Giulio) se zambulleron y nadaron hacia el aspirante a traidor que pataleaba. Lo mantuvieron por encima del agua hasta que el bote los alcanz, y a pesar del intenso fuego de arcabuces, regresaron ilesos a Senglea. El empapado prisionero, un hombre moreno y nervudo de estatura media, fue llevado a San Miguel, donde se tendi jadeando. Ciano examin las finas ropas del cautivo y su cinturn dorado. No es ningn plebeyo declar. Ciano estaba en lo cierto; l y sus camaradas haban llevado a Senglea un valioso trofeo. La Valette apoy una espada desnuda en el escritorio. Lo desato, gran maestre? pregunt un guardia, sealando al prisionero, que se comportaba como si fuera un invitado de honor. S dijo La Valette. Luego espera fuera. El guardia obedeci. Starkey cerr la puerta y se puso detrs de La Valette. Un silencio incmodo se instal en la habitacin} El desertor se frot las muecas magulladas mientras una sonrisa simptica cruzaba su rostro anguloso pero apuesto. No necesitaris esa espada, os lo aseguro dijo en perfecto francs. Ser yo quien lo decida replic framente La Valette. El prisionero estudi a su anfitrin. Vuestra apariencia es la que esperaba. Silencio. El hombre dej de sonrer. Quin sois? pregunt La Valette. Soy Lascaris. Starkey lade la cabeza.

Lascaris? S, soy griego. El ingls arque los labios. Elegid un nombre menos destacado, buen hombre. Es como si yo me presentara como Plantagenet. No miento insisti Lascaris. No puedo conservar mi nombre, al menos? Es todo lo que tengo. No es frecuente que sir Oliver agasaje a la realeza dijo La Valette . Dos emperadores bizantinos llevaron vuestro nombre. Lascaris irgui la nariz. Tres. La Valette tard en responder. No me agradan los renegados ni otros hombres de poco carcter. Ech una ojeada a la costosa ropa de Lascaris. Y menos los que abandonan a Cristo para defender al Islam y medrar con ello. Lascaris pareca contrito. Se volvi a Starkey. Puedo beber una copa de vino, por favor? La Valette ri entre dientes. Sir Oliver, por favor, ofreced una copa al emperador. Mir al atrevido griego. A cambio, diris la verdad. Doy mi palabra. Si me hacis perder tiempo, volveris a cruzar la baha. Lascaris volvi a sonrer. No quiero eso. Acept la copa que le daba Starkey, y se lo agradeci. Le pregunt a La Valette: Puedo sentarme? Lascaris apur el vino y luego relat una historia asombrosa. Se atuvo a su afirmacin original de que perteneca a la realeza y, con expresin avergonzada, confes todo lo que haba hecho al servicio de Mustaf. Como posea una aptitud natural para la guerra, haba ascendido rpidamente en las filas turcas y, sin pensar en el honor de su familia, haba ido a Malta para cumplir sus ambiciones a expensas de los cristianos. Pero la campaa de San Telmo haba debilitado su resolucin. Comenta Ren de Vertot: El coraje heroico que haban mostrado a diario los caballeros suscit la compasin de Lascaris; se arrepinti de estar luchando en compaa de brbaros, con hombres que haban causado la muerte de la princesa de su propia familia y obligado a los dems, desde la cada de Constantinopla, a exiliarse en tierras forneas. Ocupis un puesto alto en el consejo de Mustaf? pregunt La Valette, escrutndolo con una mirada enigmtica. As es. Demostradlo.

Lascaris inhal profundamente. Mustaf se propone atacar Senglea dijo. Debis fortalecer el flanco sur de esa lengua de tierra. La Valette no se dej impresionar. No se necesita ser un genio para adivinarlo. Tengo mucho ms, gran maestre. Lascaris detall la posicin de los soldados y bateras de Mustaf, y luego dio su evaluacin de varios comandantes de unidad. Se puso a hablar de las galeras de Piali, pero La Valette alz la mano. Ms tarde. Hasta entonces, permaneceris bajo atenta vigilancia. Desde luego. Si descubro que me habis mentido, pronto saludaris a vuestros antepasados en el ms all. Lascaris asinti solemnemente. Entiendo. Trat en vano de reprimir una sonrisa. Puedo portar una espada?

La primera semana de julio fue muy activa. Mustaf, ansioso de abrir fuego enfilado sobre las posiciones cristianas, emplaz setenta piezas de artillera a lo largo de Sciberras, Corradino y Punta de las Horcas. Birgu y Senglea quedaron expuestas. La Valette, quiz por sugerencia de Lascaris pues el griego estaba demostrando gran talento como militar, erigi una empalizada a lo largo de la costa de Senglea para impedir que los turcos encallaran sus botes. La empalizada (una obra maestra de la improvisacin, en palabras de Bradford) fue construida en nueve noches. Los operarios, obligados a retirarse al alba para evitar el fuego de los tiradores, crearon meticulosamente la empalizada clavando estacas en el oleaje y amarndolas con cadenas. Una obra similar pero menos extensa se complet en la costa oriental de Birgu, en la cala de Kalkara. Mustaf observaba la construccin de la empalizada con creciente aprensin. Por la maana viajaba a Corradino y examinaba la estacada, que se fortaleca cada noche. Deba hacer algo al respecto si no quera que entorpeciera sus planes. El 7 de julio los caones turcos estaban preparados para un bombardeo intenso y coordinado. Malta volvi a temblar bajo el montono estruendo de la artillera. El sargento Jalim se recost en una roca y se quit el yelmo cnico zirh kulak, exponiendo su cabello prematuramente cano. Apoy el elegante yelmo sin visera en la tierra y, habiendo concluido sus deberes del da, cerr los ojos. El fuego de los caones vibr en sus odos. Al, qu no dara por una hora sin ellos!, pens. Cmo deseo dormir. Se imagin acostado con su esposa en la lejana Gelibolu. Aunque estaba incmodo dentro de su traje de cota de malla con grebas, logr adormilarse mientras meditaba sobre versculos del Corn. Slo Al es Dios, el viviente, el eterno! No lo sorprenden la fatiga ni el sueo. A l pertenece todo lo que hay sobre la tierra. Nadie lo interpela, salvo con su venia. l conoce lo que est delante de ellos y lo que est detrs de ellos... Su esposa acudi a l, y fue feliz. Alguien sacudi a Jalim. Sargento, despierta! Te necesitan, despierta! Jalim abri los ojos. Estaba oscuro. Qu pasa? El teniente quiere nadadores fuertes respondi el joven soldado. Nadadores? Para qu? No s.

Jalim se puso de pie, se desperez y recogi sus cosas. Baj por Sciberras hacia su unidad. El alba se aproximaba rpidamente cuando Jalim se reuni con otros sesenta turcos en la costa angosta, al pie del Corradino. Estaban sentados junto al agua murmurante. Dos jenzaros permanecan aparte. Jalim mir ms all de la cala Francesa, hacia la temible empalizada, y se inquiet. Un oficial con tnica lleg a caballo y se ape. Apestaba a perfume. Habis sido elegidos porque sois buenos nadadores dijo, y seal la empalizada, a ciento cincuenta yardas. Es vuestro deber destruirla. Desvestos. Los soldados se levantaron y empezaron a desnudarse. Deprisa! No es un paseo! Jalim desabroch las correas de la armadura y se quit la piel de metal, quedndose en cueros en la oscuridad. Alguien repar en sus muchas y siniestras heridas. Los otros turcos se desnudaron hasta quedar en taparrabos. Esplndido dijo el oficial. Dos esclavos pusieron un barril frente a los soldados. Que cada uno coja un hacha orden el oficial. Jalim aguard su turno y escogi el hacha ms pequea que pudo encontrar; era liviana como una pluma despus del peso de la cimitarra. Palp el filo con el pulgar mientras el oficial describa su misin. Las rdenes eran sencillas. Los nadadores deban destruir la mayor parte de la empalizada antes de que los tiradores cristianos los mataran. Podan confiar en que el sacrificio sera valorado, les inform el oficial. Jalim afloj los anchos hombros. Y ste es mi ltimo ao antes de licenciarme! El almirante Monte, comandante de Senglea, estaba despierto en su cmara cuando oy una llamada a la puerta. S? Almirante fue la destruyendo la empalizada! jadeante respuesta, los turcos estn

Monte cogi el almete y la espada. Abri la puerta y sali a la brillante luz de la maana. Vamos dijo. Al llegar al parapeto, evalu la amenaza turca. Como no quera someter la empalizada al fuego de los caones y arcabuces, pidi nadadores voluntarios. Muchos malteses respondieron de inmediato a la

convocatoria: poca gente se siente tan a sus anchas en el agua. Los malteses treparon la muralla y bajaron al suelo rocoso. Se desnudaron, apretaron cuchillos entre los dientes, se zambulleron en el agua y nadaron hasta la empalizada. El sargento Jalim estaba hachando una gruesa estaca cuando vio que los malteses se acercaban; le asombr su velocidad. El enemigo! grit. Demasiado cansado para desplazarse en el agua, aferr la cadena de la empalizada con una mano y se relaj, dejando el hacha bajo la superficie. No quiero morir en el agua, pens temblando. Se pregunt qu profundidad haba all. La primera lnea de malteses se sumergi. Segundos despus los turcos gritaron cuando los cuchillos les perforaron las carnes. Jalim agit el hacha en el agua, esperando sentir el filo del acero en cualquier momento. Son como tiburones, pens. Cruz la mirada con un malts que se acercaba; ambos llegaron a un tcito acuerdo de hostilidad. El nadador acometi. El malts se quit el cuchillo de la boca y se abalanz sobre Jalim, que par la hoja con el hacha, solt la cadena y le asest un hachazo en la mandbula al malts . El atacante se afloj, y flot boca abajo en el agua. Gritos y alaridos se elevaron sobre las aguas turbulentas. De un vistazo, Jalim comprendi que su compaa era derrotada. Varios de sus compatriotas ya se retiraban por la cala. Cobardes! escupi, y afront a los enemigos ms cercanos. Jalim cogi la cadena con la mano izquierda y volvi a dejar 6l hacha bajo el agua ensangrentada. Un malts trag aire y se sumergi a poca distancia. Sabiendo que era un blanco fcil, Jalim inhal profundamente e hizo lo mismo. El agua estaba tan oscurecida por la sangre que Jalim apenas vea la silueta que se acercaba. Algo le roz la mano y l lo cogi; cerr los dedos sobe una mueca. Dirigi el hacha hacia el cuerpo del enemigo; el malts le aferr el brazo. Los dos antagonistas forcejearon y patalearon, hundindose en aguas ms fras. Pronto Jalim no pudo ver nada. Trat de liberar el brazo pero en vano; su enemigo era muy fuerte. Me estoy quedando sin aire, pens. Calcul que estaba a veinte pies de la superficie. Sinti pnico, pues le ardan los pulmones. Pate con ambos pies y afloj el brazo del malts . Se dirigi a la superficie, pero su oponente lo arrastr hacia abajo. Estoy muerto, pens. Jalim sinti una cuchillada en el estmago y supo al instante que la herida era mortal. Sus msculos abdominales se aflojaron y sinti un gran fro. El malts se alej y Jalim se empez a hundir. Su ltimo pensamiento fue de asombro, cuando pasaron burbujas sobre su rostro. No pens que me quedara tanto aire...

Los turcos fueron repelidos sin la prdida de un solo malts , Balbi, que observ la batalla desde San Miguel, nos cuenta con admiracin que cuatro malteses saltaron abajo por la misma muralla batida, con espadas y rodelas y celadas, con tanto nimo y denuedo que, no digo para malteses, pero para cualquiera otra nacin ms belicosa bastara. E hicieron tanto con su nimo y valor, que los turcos dejaron la empresa. A la maana siguiente Mustaf envi hombres a las empalizadas en botes, para sujetar maromas a las estacas. Luego sujetaron las maromas a cabrestantes de Corradino. Pero una vez ms los malteses acudieron al rescate. Nadaron hasta la empalizada en jaque y cortaron los cables. Nuevamente burlado, Mustaf observaba desde Corradino con irritacin. Esos mseros isleos, pens. Debo encontrar un modo apropiado de recompensarlos.

7 13 de julio

Mustaf pas la mano por el can estropeado y maldijo. Totalmente rajado, pens. Y uno de los ms grandes! Solt un torrente de colricas obscenidades y fulmin con la mirada a los amedrentados oficiales. Esto no es un asunto menor escupi. Ensead a vuestros hombres a manejar apropiadamente estas piezas, o encontrar nuevos oficiales. Mustaf procur calmarse mientras examinaba el bronce rajado. Era injusto y lo saba; aun las armas bien cuidadas se agrietaban con el uso constante. Se imagin a La Valette rindose de su exabrupto. Estall fuego de artillera al otro lado de la baha. No deseo ver ms piezas en este estado dijo Mustaf. Largo de aqu. Lleg un mensajero, se inclin. El seor Asam ha desembarcado en el Marsamuscetto, baj. Enva sus cumplidos. Asam? Mustaf sonri al or el nombre. Tiene muchos buques? Muchos, baj, y estn muy sumergidos en el agua por el peso de los pertrechos y las tropas. Debo hablar con Asam dijo Mustaf, asintiendo. Se pregunt cuntos caones habra llevado el argelino. Mustaf se enter de que Asam inspeccionaba el ruinoso San Telmo y se reuni con el virrey. l y su plana mayor entraron en el fuerte y encontraron a Asam escarbando en la msera muralla oeste que los caballeros haban construido con mampostera rota y material de desecho. Mustaf frunci el ceo al avanzar entre los escombros. San Telmo apestaba a muerte y una opresin espiritual lo agobiaba. El virrey Asam vio al baj e hizo una reverencia. El alto y gil argelino haca pensar en un gato. Seor Asam, nos honris dijo Mustaf, inclinndose a su vez. Asam era el yerno de Dragut y gozaba de popularidad en el mundo islmico. Confo en que vuestro viaje haya sido calmo. Asam escrut al baj con ojos oscuros y confiados. Sonri. El honor es mo, espada de Solimn. Agradezco a Al que me haya permitido engrosar vuestras fuerzas. El comentario irrit a Mustaf. Al ordena, sus sbditos obedecen replic framente. Se par junto a Asam. Qu es lo que tanto interesa al estimado virrey? Estaba examinando las obras de defensa de los cristianos. Asam seal una trinchera de poca profundidad. Y? Sumamente precarias. Asam mir hacia el parapeto. No s cmo lograron escapar de vuestros caones.

Trabajaban con lo que tenan respondi Mustaf, sorprendido de verse defendiendo a los caballeros. Entiendo. Asam ech una ojeada indolente a las ruinas. Mustaf era dolorosamente consciente de cuan insignificante pareca el fuerte sin las murallas. Y bien? barbot. Asam se encogi de hombros. No es el Krak des Chevaliers dijo, aludiendo al bastin que haban tenido los caballeros en Tierra Santa. Podra arrojar una piedra a travs. No entiendo cmo resisti tanto tiempo. Mustaf entorn los ojos. Su cauta plana mayor retrocedi. Creis que Solimn ha cometido un error? pregunt. Os desagrada que yo sea vuestro superior? Asam puso cara compungida. Baj! Se apoy una mano en el pecho. Cmo pudisteis llegar a semejante conclusin? Mustaf contuvo la lengua. Qu canalla, pens. Se cree que es el heredero de Dragut slo porque tuvo la buena suerte de acostarse con la hija del pirata? Debera ordenarle que atacara Senglea por su cuenta! Asam deliber con su lugarteniente, Candelisa, un hombrecillo atezado de bigote cado. Mustaf no oy lo que decan, lo cual no mejor su humor. Candelisa sacudi la cabeza una y otra vez. El virrey desea compartir sus observaciones? pregunt Mustaf con impaciencia. Perdonad, baj dijo Asam. Puedo preguntar cuntos efectivos perdisteis para tomar este... fuerte? Demasiados. Me han dicho que los cristianos tenan menos de cien hombres durante el ataque final, y que se tard una hora en someterlos. A Mustaf le hirvi la sangre. Si Asam hubiera sido un hombre de rango menor, le habra pegado. Y? pregunt, pues no se le ocurra otra rplica. Puedo dar a estos hospitalarios una leccin en audacia y fuego argelinos? Qu queris decir? rugi Mustaf. Pido el honor de tomar ese arenal de Senglea. Yo encabezar personalmente el ataque contra las murallas mientras mi lugarteniente seal al sonriente Candelisa encabeza el ataque por agua. Mustaf sinti que se aproximaba su vindicacin. Ah, ya aprenders, grandsimo tonto, pens, pero se inclin graciosamente.

Un requerimiento digno del gran Dragut. Vuestros argelinos pueden encabezar el ataque, desde luego. Asam y Candelisa se retiraron para deliberar sobre estrategia.

8 15 de julio

Asam estudi a sus oficiales que, con los ojos vidriosos por el hachs, se reclinaban en la tienda humosa. Haba sido una larga noche. Las rdenes estn claras? pregunt con aspereza. Los hombres se irguieron lentamente. S, mi seor respondi Candelisa. Esta noche brindaremos por el triunfo en San Miguel. Repasmoslo una vez ms dijo Asam. Lo repasaron. Debemos mostrar a Mustaf Baj cuan terribles son las espadas de Argel concluy Asam. Tenis toda mi confianza. Por cierto que lo haremos, seor prometi un capitn. Los otros asintieron.

Asam mir a los hombres, sopesando sus aptitudes. Haba organizado bien el ataque? Existira la imprescindible coordinacin entre agua y tierra? El comandante de los sitios de Oran y Mazalquivir gru. Todo saldr bien, pens. Bien dijo. A vuestros puestos. Esperad mi orden. Se pusieron trabajosamente de pie y salieron de la tienda. Asam aspir profundamente mientras miraba Senglea desde Corradino. El sol se elevaba sobre el mar, pero el aire estaba fresco. Pareca increble que el da trajera temperaturas aplastantes. Una maana roja. Mir el extremo terrestre de Senglea. Dejar esa muralla cubierta de sangre. Se atus la barba con anticipado deleite. Esos caballeros aprendern la diferencia entre Asam y Mustaf. El caballero Gravette mir desde la muralla de Senglea hacia Corradino y vio movimiento entre las rocas. Haca das que haba llegado de Birgu con el maestre de campo Robles, y el tiempo que haban dedicado a emplazarse y planificar slo haba agudizado su inquietud. Senglea pareca desnuda despus de las formidables defensas de San ngel, y Gravette no poda evitar el presentimiento de que una marea turca pronto anegara esa lengua de tierra con forma de cuchillo. El maestre Robles se reuni con l en el parapeto. El apuesto y maduro aristcrata estaba esplndido con su jubn rojo. Pareca sentir una seguridad absoluta. Maestre dijo Gravette. Gravette. Mi seor est desvelado? De nuevo la pierna dijo Robles, palmendose el muslo. Agradece a Dios tu juventud. Gravette sonri. Robles mostraba pocos indicios de desgaste y su espada an era mortfera. Aparentaba veinte aos menos de los que tena. Gravette seal Corradino. Hay actividad en la colina esta maana, seor. Robles entorn los ojos. Ah, s. Tienes ojos agudos. Menos mal que el gran maestre ha concluido el puente entre nosotros. Me temo que pronto lo necesitaremos. Nuestro pontfice, Gravette mir hacia atrs y al este; un puente de botes de remo cruzaba la cala del Astillero, conectando Birgu con Senglea. Se podan enviar hombres desde Birgu en un santiamn. Es un hombre previsor. S convino Robles. El ms grande que ha producido nuestra orden. Mir hacia Corradino y arrug la nariz como si detectara un mal olor. Despierta a los hombres.

El caballero Sanoguera estaba de nuevo en su puesto de la punta de Senglea. Detect actividad en el Sciberras en la oscuridad previa al alba. Quiz deba avisar a Monte, pens. Qu fue eso? pregunt un soldado malts. Sanoguera tambin lo oy. Remos, dira yo. S, capitn coincidi el malts . Muchos remos. Ordena que le avisen al almirante Monte, Giulio. Sanoguera se santigu. Candelisa se ape de su montura y estudi a su tropa. Gran cantidad de botes atestados se mecan en el Marsa. Code a su lugarteniente. Los imanes van primero le dijo. El subalterno ladr una orden. Candelisa estaba irritado. Sus botes, ya demasiado abarrotados para maniobrar cmodamente, se vean entorpecidos por la ltima inspiracin de Mustaf. El baj haba puesto diez grandes embarcaciones propias en el Marsa, cada una con cien jenzaros. Jenzaros, pens Candelisa. Qu necedad est planeando Mustaf? El argelino estaba seguro de que las penurias de Mustaf se deban ms a la incompetencia que a la ferocidad de los hospitalarios. Ech un vistazo a la flota. Tenemos ms que suficientes, dira yo le dijo a su lugarteniente. Los cristianos son hombres muertos. Candelisa hizo algunos ajustes de ltimo momento antes de caminar hacia el bote. El sol se elevaba rpidamente. Remad orden mientras abordaba. Silencio dijo el caballero Guiral a sus hombres. Parece que algo sucede en San Miguel. Guiral, comandante de una batera de cinco piezas oculta en las rocas al pie de San ngel, se impacientaba con la inactividad. Haba presenciado impotente la destruccin de San Telmo y pareca que ahora no intervendra en la proteccin de Senglea. Todo el ejrcito de Mustaf poda atacar y sus caones, a nivel del agua a doscientas yardas de la cala del Astillero, nunca veran la lucha. Guiral mene la cabeza. No entenda por qu La Valette desperdiciaba cinco caones custodiando el astillero cuando la Gran Cadena era infranqueable. La cala era ms negra que su estado de nimo. Ah, matar a un solo turco!, pens. La pasmada guarnicin de Senglea observ los botes de Candelisa saliendo del Marsa. Si no la hubieran visto con sus propios ojos, pocos

habran credo que una fuerza tan numerosa pudiera ocultarse en el corazn del Gran Puerto. La luz del sol se reflejaba en las embarcaciones argelinas. Los hombres de Asam llevaban armas de oro y plata; resplandecan joyas en los turbantes. Las coloridas tnicas y el esplendor ornamental de la hueste musulmana deslumbraban a los cristianos. Observa Balbi: Sus barcas ya se comenzaron a divisar muy empavesadas, y abastionadas de sacos de lana y algodn, y cargadas de gente muy lucida, vista por cierto muy linda si no fuera tan peligrosa. Ese espectculo encantador pareca ms una visin del paraso que de muerte flotante: Pues no haba hombre que no trajese aljuba, el que menos de grana, muchos de tela de oro y plata, y damasco y carmes, y muy buenas escopetas de Fez, cimitarras de Alejandra y de Damasco, arcos muy finos y muy ricos turbantes. Embarcaciones llenas de imanes encabezaban la flota. Los hombres santos, vestidos con tnicas oscuras, salmodiaban proclamas de yihad y condenacin. El infiel estaba perdido. El comandante Monte contuvo el fuego de sus caones. Planeaba destruir al enemigo cuando quedara atascado en la empalizada. Esperaba volver la osada de los argelinos en contra de ellos. Crujieron ltigos y los remeros de Candelisa pusieron manos a la obra. La flota avanz a toda velocidad; estaban decididos a embestir la empalizada de madera. Monte trag saliva con la garganta seca. Sus caones y monteros podan, si se usaban bien, destruir la flotilla de Candelisa antes de que llegara a la playa y se enzarzara con su escasa guarnicin, pero no deba desperdiciar ningn disparo. Mantuvo la espada en alto. [Todava no, hombres! Los musulmanes lanzaron gritos de guerra mientras sus embarcaciones se estrellaban contra la empalizada. Las planchas de madera grueron y crujieron; la cadena cimbre con la presin. El corazn de Monte dio un salto. Candelisa lograra pasar? La cadena se atasc entre dos mstiles y se detuvo. Los mstiles, ms gruesos que un hombre, se haban clavado expertamente en la roca viva del lecho de la baha. Las barcas quedaron suspendidas en la empalizada. Los capataces de Candelisa hicieron crujir el ltigo hasta desollar a los remeros. Miles de musulmanes frustrados gritaban y amenazaban al enemigo con sus armas. Resistir, pens Monte. Estn atascados, mi seor dijo un caballero. Monte baj la espada. Fuego!

Los caones de Senglea rugieron y la metralla acribill a los argelinos; chorros de espuma saltaron por el aire. Hombres heridos gritaron y cayeron en el fro abrazo de la baha. Fuego! Las embarcaciones ms cercanas a la costa se desperdigaron. Los muertos llenaban el agua como restos de naufragio. Morteros! exclam Monte mientras recargaban. Nada. Morteros, dije! Pero los morteros no dispararon. Una explosin accidental haba matado a los artilleros y daado irreparablemente las armas. Monte fue presa del miedo al ver que el enemigo saltaba de las barcas y se acercaba a la costa vadeando el agua. Mosquetes! exclam. Llovieron arcabuzazos sobre los argelinos que cruzaban los bajos. Muchos hombres de Candelisa, sin embargo, empuaban gruesos escudos de metal que desviaban las balas. Los empapados argelinos llegaron a la estrecha costa y arremetieron contra las murallas. Cuando se aproximaban, los artilleros cristianos los perdan de vista. Santa seora de la misericordia, pens Monte.

Las fuerzas de Asam atacaron la muralla terrestre mientras los efectivos de Candelisa salan de la cala Francesa. Los argelinos bajaron por el Corradino como un solo hombre, escalera en mano, embistiendo temerariamente contra la artillera de Robles. Mustaf miraba. Robles repar en las tropas que se aproximaban. Son miles, mi seor dijo Gravette. Balas con cadenas! exclam de Robles. Gravette orden que cargaran los caones con municin antipersonal. Estos proyectiles, dos bolas unidas por una cadena, podan segar columnas enteras de hombres. Gravette regres junto a Robles. Qu lstima que don Garca no est aqu dijo, y sonri. Robles seal a un artillero. |No! exclam. Ests apuntando mal esa pieza! Se apart de Gravette, fue hasta el can y lo apunt con sus propias manos. Cadena? S, mi seor respondi el soldado. El torrente de argelinos estaba casi sobre ellos. Ahora!bram Robles. Los caones escupieron llamas y las balas con cadena giraron hacia el enemigo. Los argelinos estallaban en explosiones de sangre mientras anchos surcos se abran en sus filas. Jess murmur un hombre. Tras evaluar la matanza, Robles reajust sus bateras para obtener el mximo efecto. Ninguna parte del campo escapaba a su ojo experto. Las balas con cadenas segaron las filas argelinas hasta que Corradino qued

empapado de sangre. Pocos de los defensores haban presenciado semejante carnicera. Los hombres de Asam no podan replegarse. Gravette estaba entre dos caones, dirigiendo el fuego. El joven hospitalario estaba asqueado por la masacre pero se concentraba en su tarea. Un humo acre entraba por su visera, cegndolo y sofocndolo. No hay ms cadenas, seor inform un artillero. Metralla, entonces, y deprisa. Gravette qued impresionado por la intrepidez de los argelinos, tan valerosos que pareca que llegaran a la muralla a pesar de sus prdidas. Cada vez que se despejaban las nubes de humo, la marea de musulmanes estaba ms cerca. Aunque los artilleros de Gravette trabajaban con toda la habilidad y el orgullo de profesionales curtidos, comprendi que su posicin pronto sera insostenible. Alz la visera. Robles! llam. Qu? chill el maestre de campo. Necesito ms caones! Todos los necesitamos! Sigue disparando! Gravette se aboc a su sangrienta labor, el director de una sinfona repetitiva. Con un movimiento de la espada, provocaba el estruendo de los caones, y las estentreas explosiones eran respondidas de inmediato por los alaridos de hombres destrozados. La adrenalina exacerbaba sus sentidos, y vea todo en imgenes ralentizadas. Poda ver la determinacin de cada rostro argelino como si los hombres estuvieran quietos. Las filas de Asam se aproximaban. Han apoyado una escalera en la muralla! grit alguien. El grito arranc a Gravette de su distanciamiento. Pidi arcabuces y un escuadrn de arcabuceros espaoles, resplandecientes con sus petos y pantalones, reforzaron la posicin amenazada. Escoged los blancos! dijo Gravette. Ya! gritaron los arcabuceros, y apuntaron como uno. Fuego! Los disparos acribillaron a los argelinos y cayeron escaleras a la tierra pedregosa. Gravette se asom por la muralla. Una docena de hombres con tnica suba una escalera. La furia de sus ojos rayaba en la locura. |Dios mo! exclam, y orden a los mosqueteros: Fuego! Los argelinos se aferraron la cara y el pecho y cayeron hacia atrs. Ms disparos vibraron en los odos de Gravette. Haba cincuenta escaleras apoyadas en la pared. Gravette se enfureci al ver un estandarte turco, le arrebat el mosquete a un soldado y apunt a una cabeza con turbante.

Aqu tienes un pedazo de Senglea! gru. El arma tembl en sus brazos y el argelino cay gritando entre sus camaradas. El ondeante estandarte de seda se desplom y desapareci bajo un millar de pies. Gravette le devolvi el arcabuz a su dueo. Desenvainad las espadas! orden. Un argelino se encaram al parapeto y un artillero lo arroj de un empelln. Aparecieron turbantes, y Gravette se puso a trabajar con la espada. Machac la cabeza de un argelino, decapit a otro. Los dedos del cadver aferraron la muralla y el cuerpo colg all hasta que Gravette lo pate. Caballeros y soldados acudieron en su ayuda. Los argelinos eran troceados en cuanto se ponan al alcance. Un infante aferr el brazo del escudo de Gravette. Mi seor! exclam. Qu? El hospitalario se gir, y se le hel la sangre. Los hombres de Asam haban logrado ganar la muralla. Aullando como dementes, se derramaron en el fuerte como agua por un dique rajado. Una brillante bandera con la media luna flameaba sobre los invasores. Gravette tom esa irrupcin como un insulto personal. Caballeros de San Juan, conmigo! exclam. Los hombres con armadura avanzaron. El primer oponente de Gravette era un sujeto pequeo con tnica brillante. El musulmn empuaba un yatagn delgado y un escudo de madera; embisti contra Gravette con un rugido. Gravette desvi el golpe con el guantelete. Moviendo el torso y apoyando la espada contra el antebrazo derecho, perfor al argelino sobre los ojos, luego se gir para traspasar el pecho de otro. Gravette liber la hoja chorreante y pisote los cuerpos, seguido por ms hospitalarios. Los caballeros pararon en seco el avance argelino. Los argelinos, sin darse cuenta, haban quedado arrinconados. Un comandante de la ciudad haba visto la brecha y condujo a un grupo por la angosta escalera. Gravette y sus camaradas defendieron su posicin mientras los argelinos eran abatidos desde atrs. Fue una tarea breve y sangrienta. A pesar de su ferocidad, los argelinos no podan competir con la habilidad de espadachn de un hospitalario ni contra la armadura europea. Se requera un golpe potente para perforar la armadura de los caballeros, pero estos argelinos no tenan el tamao ni la fuerza de los jenzaros. Ms escaleras chocaron contra la muralla. Gravette llev un cadver argelino hasta la escalera ms cercana. Ya tenemos demasiados de vosotros grit. Ech el cuerpo por encima de la muralla y derrib a tres musulmanes. La lucha continu, pero ningn argelino volvi a ganar la muralla.

10

La Valette observaba las hostilidades desde Birgu, y aunque su perspectiva le quitaba una buena vista de Senglea, segua el combate escuchando los caones y gritos de batalla. Resopl cuando un estandarte turco coron la muralla del lado terrestre. Sir Oliver se inquietaba junto al gran maestre. Enviaris ayuda, maestre? pregunt. Cuando la necesiten refunfu La Valette. Parece que la necesitan. La Valette enarc una ceja. Y si no es as? Y si Mustaf ataca Birgu una vez que enviemos refuerzos a Senglea? Starkey guard silencio. La Valette mir a travs del astillero mientras el ruido del choque de aceros se intensificaba. Perdern el bro despus de cruzar espadas con mis caballeros, pens. Mustaf, cundo vendrs a pelear? Evoc la batalla final de San Telmo y frunci el ceo. Por milsima vez dese que el deber le hubiera permitido morir en el fuerte. Dnde est ese truhn de Lascaris? pregunt Starkey. Aunque no confiaba del todo en el encantador griego, tampoco poda cobrarle antipata. Hasta La Valette pareca confiar en el renegado. Renegado. Starkey reflexion sobre esa palabra. Eso sera yo si regresara a Inglaterra. Maldito seas, Enrique! Un estruendo sacudi San Miguel y las llamas se propagaron sobre la punta de Senglea. Flotaron gritos sobre la cala del Astillero. El gran maestre aferr el brazo de Starkey. Enva a los refuerzos! grit. Los caballeros de la punta norte de Senglea estaban liquidando rpidamente a la fuerza anfibia de Candelisa. Aunque era numerosa, los argelinos atascados en el agua llegaban en grupos pequeos y en consecuencia tenan poco xito con sus escaleras. Los esforzados musulmanes eran blancos fciles cuando salan del agua y los que llegaban a la muralla eran recibidos con aceite hirviente y fuego griego. El olor a carne quemada sofocaba San Miguel. La compaa de arcabuceros del caballero Sanoguera defenda la punta. El alto espaol caminaba detrs de ellos, dndoles aliento y

dirigiendo el fuego. El clamor de sus pies de hierro marcaba el ritmo de los disparos. Dios mediante, hoy no ganarn la muralla deca con calma, si mis muchachos vigilan. Arriesg un vistazo por la ciudad hacia la muralla terrestre. Cmo andis por all, hermanos mos? Un caliente relmpago rojo ceg a Sanoguera, arrojndolo por los aires. Aterriz de espaldas a quince pasos. Estaba mareado y le vibraban los odos; not que sangraba en varias partes. Qu fue eso, en nombre de Dios? Procur incorporarse. Hombres muertos cubran el parapeto. Una lluvia de escombros haba abatido a la mayora de los arcabuceros, con su armadura liviana. Se puso de pie. Haba una brecha en la muralla! Un depsito de barriles de plvora haba estallado, dejando un boquete en forma de U. Por los huesos de los santos! maldijo. Sanoguera ech una ojeada a los caballeros y soldados desparramados en el suelo arenoso. Avanz tambalendose hacia la escalera ms prxima y baj, y casi vomit al aproximarse a la brecha humeante. La explosin haba despedazado a varios hombres, aunque algunos rostros permanecan intactos. Sanoguera reconoci a muchos amigos. Tena el cuerpo entumecido cuando lleg a la brecha. Apenas repar en los hombres que se le aproximaban, entre ellos un capelln. Fray Roberto dijo rgidamente Sanoguera. Espantoso, espantoso! exclam el sacerdote, mirando en torno. Son un disparo y uno de los acompaantes de fray Roberto se aferr la garganta. Burbuje sangre entre sus dedos y cay de rodillas. Al! Los argelinos emergieron del humo gris como espectros que se materializaran, la luz de la victoria en los ojos. Atrs! dijo Sanoguera, dando un empelln al sacerdote. Fray Roberto se alz la tnica a la altura de la cintura y cogi la espada de un muerto. Su expresin era adusta. Morir aqu dijo. Sanoguera embisti contra los argelinos, que lo frenaron. Fray Roberto llam a la guarnicin desperdigada. No temis, hijos de Dios! Coged la espada y pereced como hombres de la nica fe verdadera! Y se lanz al lado de Sanoguera. Sanoguera ya haba matado a cuatro argelinos cuando fray Roberto lo alcanz.

Dnde est vuestra investidura? reconvino al sacerdote. Fray Roberto no respondi. Lado a lado, los dos hospitalarios detuvieron a la hueste musulmana. Sanoguera luchaba con la fuerza de tres y la agilidad del viento. Para el enemigo pareca estar en todas partes y los golpes que lograban asestarle no surtan efecto. Pocos argelinos haban visto a un hombre con armadura moverse tan gilmente, y aqullos a quienes miraba no vivan para contarlo. Asestaba tajos y mandobles con la desconcertante ferocidad de un tornado. Los desmoralizados cristianos recobraron el nimo y acudieron a socorrerlo. Fray Roberto luchaba con menor habilidad pero con igual determinacin. Desarm a un argelino y despanzurr a otro antes de recibir un lanzazo en el costado. Sanoguera brinc delante del sacerdote cado y mat al exultante argelino con una estocada en la cabeza, luego salt a un trozo de la muralla derribada y atraves el corazn de otro musulmn. Un caudal constante de argelinos intent desalojarlo de su posicin elevada y fue recompensado con la mordedura del acero. Los muertos se amontonaban a su alrededor. Los argelinos, presa del terror; comenzaron a recular, dejando a sus camaradas a los pies del brillante guerrero. Al! gritaban mientras huan. Sanoguera alz su visera con una risotada gutural y mir a sus camaradas que se acercaban con una deslumbrante y feroz sonrisa; su expresin era terrible. Sus ojos brillaban como obsidiana bruida y su rostro irradiaba una alegra desatada y salvaje. Le chorreaba sangre del labio inferior, pues se lo haba mordido. Adelante! rugi. De pronto apareci un agujero en el peto de Sanoguera y cay de los escombros, con un disparo en la espalda. Una nube de humo ondeante rod sobre el cadver. Los argelinos se envalentonaron y volvieron a invadir la brecha. La muerte sbita de Sanoguera fue tan desalentadora como su herosmo haba sido inspirador; los cristianos restantes no pudieron contener la marea musulmana. Se enzarzaron con los argelinos, pero las bajas de Candelisa eran reemplazadas, y las suyas no. Los hombres de San Miguel retrocedieron y un estandarte turco fue desplegado sobre la muralla. Al! El grito se elev desde dentro y fuera del fuerte mientras uno de los coroneles favoritos de Candelisa llegaba con una compaa de espadachines selectos. Pero los refuerzos de La Valette tambin haban llegado, y ordenadamente. Una docena de caballeros con cota de malla y cincuenta soldados entraron en la plaza amenazada y se zambulleron en la refriega con vengativo entusiasmo. El maestre Castriota y su guardia personal se

abrieron paso entre los argelinos para llegar al coronel musulmn. Castriota parti un yelmo argelino y arremeti contra el oficial enemigo. La muerte te ha encontrado! exclam. Castriota cort la cabeza del oficial con un enrgico mandoble de su espadn mientras su guardia masacraba a los argelinos de armadura liviana. Un caballero alz la cabeza cada. La muerte os encontrar a todos! aull. Los argelinos perdieron su resolucin y retrocedieron con prdidas catastrficas. Una tras otra, las compaas de Asam perecan en la angosta Senglea, y esos hombres no volveran a ver sus hogares. Los cristianos recobraron San Miguel palmo a palmo, sangrientamente, persiguiendo al enemigo que se retiraba hasta los bajos de la cala Francesa. Mustaf observaba desde Corradino. l, que se haba quejado abiertamente de la arrogancia de Asam, mascullando que ese pirata de Berbera aprendera una leccin, se tomaba la batalla personalmente. Si Al haba decidido que la dbil Senglea cayera ante los argelinos, que as fuera, siempre que cayera. Asam tendra tiempo suficiente para aprender cautela contra Birgu. Mustaf segua ambos frentes de batalla con igual atencin y despotricaba cada vez ms a medida que transcurran las horas. Sudando bajo el sol del medioda, se quit la tnica y gritaba consejos como si l encabezara la lucha. La puerta, la puerta! aullaba, haciendo bocina con las manos. En la brecha, Candelisa, tonto bastardo! Los oficiales de su plana mayor, temerosos de su mal genio, permanecan a distancia y rezaban para que no los llamara. Mustaf se entrelaz las manos y alab a Dios cuando los argelinos irrumpieron por la brecha, y escupi maldiciones cuando fueron expulsados. Al fin lleg a la conclusin de que la batalla estaba en tablas y decidi intervenir; orden que diez embarcaciones de jenzaros salieran del Marsa para desplazarse hacia Senglea. Aunque el baj tema perder ms de esas apreciadas tropas, senta el arrogante consuelo de que los hombres de Asam requeran su ayuda. Los mil jenzaros rodearon la punta y viraron a estribor, hacia la cala del Astillero; haban pasado sin encontrar resistencia. Senglea, que luchaba para salvar su vida, no hizo nada para contener ese avance anfibio. Las diez embarcaciones no intentaron vrselas con la Gran Cadena, sino que buscaron una playa al noreste de la punta. Una vez que desembarcaran, los jenzaros sellaran el destino de Senglea desde atrs. Comendador, comendador! grit un alborotado artillero, casi tropezando con Guiral. El caballero no poda creer lo que vea: diez barcas pasaban bajo sus vigilantes bateras a menos de doscientas yardas.

Las veo! jade. Un premio gordo. Son jenzaros! observ el soldado. Preparaos para disparar dijo Guiral. Sus hombres entraron en accin. Fuego! Cadenas y perdigones causaron estragos entre los jenzaros. Nueve barcas recibieron impactos en la primera andanada. Recargar! grit Guiral. Esperaban que La Valette dejara esta puerta sin custodia, pens. Necios. Fuego! Las embarcaciones no tenan la menor oportunidad a tan corta distancia. Nueve se hundieron prontamente y la dcima apenas logr retirarse, rodeando la pennsula. Los jenzaros que lograron llegar a la costa fueron recibidos por enfurecidos civiles malteses que, al grito de San Telmo, los despacharon con cuchillos y piedras. El plan de Mustaf para salvar el da haba terminado en un desastre, con un saldo de novecientos muertos entre sus tropas selectas. En conclusin escribe Balbi, la casamata del comendador Guiral fue este da, ajuicio de todos, la salvacin de la isla, porque si las barcas ya dichas echaban su gente en tierra no les pudiramos resistir en ninguna manera. El ataque continu otras dos horas por tierra y mar. Al fin las tropas argelinas se hartaron y se negaron a avanzar. El abatido Asam tuvo que interrumpir el ataque. Incluso la retirada fue problemtica. Mientras los argelinos se replegaban por Corradino, los caballeros salieron del fuerte y atacaron la retaguardia. La ordenada evacuacin de Asam degener en una desbandada. En cinco horas, tres mil musulmanes haban cado, a cambio de doscientas bajas cristianas. Asam haba pagado un alto precio por su exceso de confianza. Los muertos argelinos flotantes contaminaron la baha durante das. Los nadadores malteses, ansiosos de cobrar una recompensa por sus padecimientos, rescataban los cadveres y los despojaban de joyas, anillos y armas. Asam sanaba su orgullo herido con una botella de vino prohibido. Los odio le dijo a la pared de la tienda. Por Al, har colgar a todos los hospitalarios! Mustaf tena razn, concedi. Los caballeros no eran como otros cristianos. Nunca he visto semejante obstinacin, pens. Un esclavo entr y se inclin. Perdonadme, seor dijo. El esclavo le entreg un pergamino. Un mensaje del baj. Asam le arrebat el pergamino.

Lrgate. El esclavo desapareci. Asam bebi un largo trago y se reclin en la cama. Se acerc a la lmpara y desenroll el mensaje. Buen trabajo, haba escrito Mustaf. Ojal ardas en el fuego! rugi Asam, y arroj el pergamino a travs de la tienda.

11

Don Garca de Toledo fren a su caballo. Ech un vistazo a la parda extensin de rida tierra siciliana. Aqu est bien le dijo a su acompaante.

El joven criado se ape y se puso a preparar el mosquete del virrey. Don Garca tambin se ape; se desperez y se agach para acariciar a su perro favorito entre las orejas. Tienes ganas de cazar? le pregunt al perro cobrador. El perro gimi alborotadamente. Amarra los caballos aqu le dijo don Garca al siciliano: No tengo ganas de ir a buscarlos. Como desee vuestra alteza. Don Garca observ la hierba alta ondeando bajo el viento suave. Por algn motivo, ese paisaje le haca pensar en el ltimo despacho de La Valette, que haba llegado el da anterior. Es pertinaz, concedi. Sin duda los turcos piensan lo mismo. Quin habra imaginado que durara tanto? Don Garca sinti una leve punzada de culpa. Todo est preparado, alteza dijo el criado, inclinndose. Entreg a don Garca un arma larga. Buena suerte. Don Garca gru una respuesta e inspeccion el arma repujada. Debera zarpar para Malta, pens. Tengo hombres suficientes, aparte de esos malditos caballeros, para dar a Mustaf una desagradable sorpresa. Mejor presentarle batalla all y no aqu... Un chirrido llam la atencin de don Garca; el criado haba abierto un quitasol sobre su cabeza. No me molesta el sol murmur. Alteza? El joven se inclin para escuchar y el quitasol roz el hombro de don Garca. Aprtame ese parisot de la espalda! El parasol, seor virrey? corrigi el siciliano, y se tap la boca. Don Garca lo fulmin con la mirada. S cmo se llama. El criado retrocedi y fue a inspeccionar las alforjas de los caballos. Don Garca y el perro se aventuraron en el mar de hierba. El follaje seco cruja bajo sus pies. Don Garca no haba avanzado cincuenta yardas cuando el perro detect un ave. Un faisn gordo y pardo se elev trabajosamente. Ah! Don Garca apunt y dispar. El faisn continu volando hacia el horizonte. Maldicin! murmur el virrey. Al volverse, not que el sirviente se agachaba para no ser visto. Don Garca se ech el arma al hombro y silb llamando al perro. Hoy estoy distrado, pens. Mustaf estaba rabioso por el fracaso de Asam y recompens a los argelinos con tareas humillantes. La mermada fuerza de Asam fue

reinstalada como retaguardia mientras Candelisa afrontaba la mezquina tarea de custodiar la entrada del puerto. Con la muerte de Dragut y la degradacin de Asam, Mustaf se encontraba peligrosamente escaso de altos oficiales. Decidi dar una oportunidad a Piali. Ms vale malo conocido, pens. Piali, huraamente resignado a patrullar los mares vacos, qued comprensiblemente emocionado al descubrirse a cargo de las operaciones contra Birgu. Encantado de contar con otra oportunidad de gloria, se someti de todo corazn al baj; Mustaf conserv el mando personal del ataque contra la desafiante Senglea. La estrategia turca para reducir las pennsulas no era novedosa; ms an, era parecida a la que haban empleado contra San Telmo. Birgu y Senglea seran acribilladas a caonazo! y, cuando se presentaran brechas favorables, seran atacadas! con cargas de infantera. El asalto simultneo de las dos fortalezas cristianas impedira a La Valette reforzar los puntos amenazados con hombres desocupados, y aunque llevara tiempo, Mustaf saba que poda darse el lujo de ser paciente. Qu importaba si la victoria requera semanas? Europa no haba demostrado inters en Malta. Los ingenieros de Mustaf cercaron Senglea y Birgu con una compleja red de trincheras. Se construyeron terraplenes desde el monte Salvador hasta la cala de Kalkara, al este de Birgu; estas trincheras ofrecan buenos refugios para los tiradores y aislaban a Birgu de los refuerzos; Mustaf no permitira que otra fuerza repitiera la hazaa de Robles. Complement el trabajo de los ingenieros con nuevas bateras. Los ltimos caones disponibles, entre ellos dos colosales piezas de trescientas libras, fueron trasladados desde la base y apuntados contra las guarniciones cristianas. Tambin se emplazaron nuevas piezas en Punta de las Horcas, Corradino, el monte Salvador y la baha de Bighi, y en Sciberras y San Telmo, al otro lado del puerto. Tan slo en el monte Salvador haba cuarenta caones. Estudioso de la historia, Mustaf trat de granjearse la amistad de los malteses tal como los turcos haban hecho con la poblacin de Rodas. Acaso los caballeros no haban llevado la ruina a su diminuta isla?, gritaban sus mensajeros entre las salvas. Acaso los malteses no eran originarios del Oriente Medio? Mustaf prometa la libertad y el perdn para cualquier malts que traicionara a los caballeros. Habis sufrido bastante les deca a los isleos. Aunque en los argumentos de Mustaf haba una gran verdad, no tuvo en cuenta la devocin de Malta por la Iglesia catlica. Los malteses estaban orgullosos de su prolongada confraternidad con Roma y ni las amenazas ni las promesas podan cortar esa asociacin. El baj pronto recibi la respuesta. Como escribe Balbi, se contentaban ms ser esclavos de San Juan que compaeros del Gran Turco. La artillera de Mustaf acrecent su salvaje monlogo y arroj una tormenta de proyectiles. He aqu una grfica descripcin de Balbi: Los enemigos todo este da y parte de la noche no cesaron de batir. Y no bastaban tantas bateras que, por ms atemorizarnos, cada da veamos nuevas trincheras de modo que no haba en toda la isla piedra que no fuese movida, no obstante que no hay abundancia de otra cosa.

En la muralla terrestre de Birgu, la Lengua castellana soport el peor embate de la ira de Mustaf. La muralla fue martillada hasta que empez a desmoronarse sobre la planicie blanca. No la repararon. La Valette trajinaba de sol a sol en esos das agobiantes. Ninguna punta de Senglea ni Birgu escapaba a su atencin mientras se vala de todos los ardides y artilugios que haba aprendido en ms de cincuenta aos de guerra. Sus exigencias eran tan extremas que hasta las mujeres y los nios fueron incorporados a las cuadrillas de trabajo. Los malteses cavaban, izaban, cortaban y modelaban la piedra hasta que se les magullaban los msculos y les dolan los tendones. Magras porciones de agua racionada eran todo lo que estos no combatientes podan esperar tras deslomarse largas horas bajo el sol del Mediterrneo.Era improbable que ninguna poblacin libre de la historia haya trabajado ms que los malteses durante las semanas del Gran Asedio. Fue su mejor hora. Pero aunque La Valette haca duras exigencias a los malteses, tambin consideraba que protegerlos era su deber solemne, Valindose de prisioneros turcos como esclavos, hizo construir parapetos de piedra en las calles de Birgu para proteger a los civiles de los caonazos. Esos pobres turcos (as los describe Balbi) caan por centenares trabajando bajo el bombardeo de Mustaf, Previendo otro ataque por agua, La Valette duplic las defensas de la cala de Kalkara. Fortificaciones antinavales bordearon la playa pedregosa y barcazas llenas de rocas fueron hundidas frente a Senglea para formar arrecifes artificiales. Detrs de las murallas terrestres se completaban zanjas y otras obras secretas aun mientras esas posiciones eran reducidas a escombros; Cuando lleg agosto, don Garca no haba aparecido.

12 2 de agosto

La hmeda noche haba sido demasiado apacible para los castellanos de la muralla terrestre de Birgu, y el silencio, extraamente, resultaba ms amenazador que la semana anterior de bombardeo incesante. Los fatigados cristianos, quemados por la armadura, maldecan a Mustaf por prolongar lo inevitable y lo despreciaban por cobarde. Mustaf no era ningn cobarde. Slo se atena a sus planes. Haba desgastado la fuerza y el nimo de los cristianos con su bombardeo continuo, y haba infligido bajas sin sufrir ninguna. Sus descansadas tropas ahora estaban en sus posiciones. El da de hoy le dara el triunfo. Malta era suya.

La Lengua castellana tena el honor de defender la crucial muralla terrestre de Birgu, y haba pagado un alto precio por ese honor. Docenas de caballeros y hermanos servidores haban resultado muertos o mutilados por los disparos de la baha de Bighi y sus prdidas no haban sido vengadas. En la planicie haba tantos tiradores turcos atrincherados que era casi imposible, durante el da, que los defensores asomaran la cabeza sobre el parapeto. La muralla estaba untada con la sangre de los hombres que haban osado hacerlo. El caballero Muoz oy pasos que suban la escalera a sus espaldas. Al volverse, vio el destello rojo de la luz de una antorcha. Necios, pens. |Apaga esa tea! rugi. La antorcha se apag y se oy una risa. Quisquilloso, quisquilloso! respondi una voz de bartono. Henri! exclam Muoz. Henri La Valette subi la escalera y extendi los brazos para saludarlo. Al igual que su to, el gran maestre, Henri tena gran imponencia fsica. Su cuerpo con armadura pareca gigantesco en ese angosto pasaje. Esperabas a San Pablo? pregunt. Dos hombres se detuvieron detrs de l. Muoz y otro castellano se acercaron a La Valette, cuya mera presencia justificaba una celebracin. El navo de reconocimiento de Henri haba tardado semanas en regresar y muchos caballeros teman haberlo perdido. An no logras que te crezca la barba, por lo que veo se burl Muoz. Soy demasiado guapo para ocultar mis rasgos replic La Valette. Avanz y estrech a Muoz en un firme abrazo. Me alegra verte con vida, bastardo morisco. Palme la espalda del castellano. Sultame! Hiedes como una cloaca. Dos meses en galera, mientras t remoloneabas aqu. Otros castellanos se haban aproximado. Henri surta ese efecto en sus hermanos. Su famoso to era intimidatorio, Henri era carismtico; mientras el gran maestre era distante, Henri era accesible. Como era de esperar, el taciturno to aconsejaba a su sobrino que no actuara como un plebeyo, pero el afecto del gran maestre por el hijo de su hermana era genuino y profundo quiz acentuado justamente por sus temperamentos dismiles. Sin embargo, sus aptitudes eran muy similares. El gran maestre estaba tan impresionado por la audacia y el liderazgo natural de Henri que haba sugerido ofrecerle una comandancia si su sobrino llegaba a la madurez de una pieza. La mayor parte del consejo coincida y nadie pensaba que la propuesta fuera nepotista. Henri se quit el yelmo empenachado y el cabello rubio se derram sobre sus anchos hombros.

Visit a Gravette le dijo a Muoz. Senglea est en mal estado. Te aseguro que el nuestro es peor dijo Muoz con gravedad. No lo dudo. Recuerdas a Polastron? Henri seal a un compaero. Desde luego. Muoz hizo una reverencia. Y ya conoces a Lascaris? pregunt La Valette. El espaol asinti rgidamente. Si buscas pelea le dijo a La Valette, has escogido la muralla indicada. La Valette asinti. Lo s. No estoy aqu slo como los ojos del gran maestre, sino tambin para protegeros. Los castellanos rieron entre dientes. Protegerme a m? pregunt Muoz. Quin te salv el pellejo en Grecia? Y quin salv el tuyo, demasiadas veces para contarlas? Qu puedo hacer si los turcos saltan sobre tu espada? Moro! La Valette sacudi la cabeza. Sostenme esto, escudero. Le arroj el yelmo a Muoz y camin hacia la muralla. Los castellanos rieron como si La Valette hubiera anotado un tanto. La Valette atisbo sobre la muralla y evalu los daos. Mucho peor de lo que crea, pens. Hoy entrarn. Que Dios nos ayude. Polastron. S? Quedmonos aqudijo Henri. Al menos hasta que hayamos ganado la batalla. Pensaba exactamente lo mismo dijo Polastron. Rompi el alba y los caones turcos despertaron en los peascos que dominaban Senglea y Birgu. Las piezas cristianas devolvieron el fuego y pronto se calentaron tanto que hubo que baarlas en vinagre. As comenz un duelo de artillera que no fue superado hasta la poca moderna. La diminuta Malta trepidaba como si la arrancaran del lecho del Mediterrneo. La guarnicin de Mdina miraba hacia el este maravillada; pareca que titanes armados con martillos hubieran descendido en la isla. Sin duda el sultn se ha cobrado su pieza! se lamentaban los cristianos. El bombardeo del 2 de agosto fue el ms intenso que se haba presenciado durante el asedio; se disparaban proyectiles a un ritmo increble. El estruendo de los caones era tan grande que se oa a ms de cien millas.

Mientras el sol trepaba en el cielo, las murallas de Senglea y Birgu comenzaron a rajarse y desmenuzarse. Se abrieron brechas en la vapuleada mampostera. Mustaf orden el ataque. Los turcos cargaron contra las ciudades en tal nmero que pareca que arrancaran las derruidas defensas con las manos. Cientos de escaleras se apoyaron en las murallas de Senglea. A diferencia de los atacantes de Asam, estos infantes musulmanes estaban cubiertos por miles de arcabuceros. Veintenas de cristianos eran abatidos por los mosquetazos. Los caballeros recibieron el ataque con furia indmita. Caones, fusiles, espadas y fuego griego vengaron a los hermanos muertos mientras demacradas mujeres y nios malteses arrojaban piedras sobre los atacantes. Una fuerza irresistible se top con un objeto inamovible en las murallas de Senglea y Birgu. Los cadveres se apilaban como hojas frente a las ciudades asediadas. El enfrentamiento continu seis horas, hasta que al fin, de mala gana, Mustaf orden tocar retreta. Las pennsulas estaban aureoladas de humo. Mustaf reanud el bombardeo de inmediato. Sus caones dispararon sin cesar durante los cinco das siguientes.

13 7 de agosto

Henri La Valette se hallaba en el penumbroso corredor frente al cuartel general del gran maestre. Sir Oliver le pidi que aguardara un instante antes de la audiencia, pero Henri ya haba pasado muchos minutos en el atestado vestbulo. Se pregunt con fastidio quin estara con el gran maestre. La fatiga lo haba vuelto impaciente. Las piernas del caballero amenazaron con aflojarse y se apoy en la pared de piedra. Haba pasado cinco das en vela en la muralla de Birgu y senta los efectos. Tena el rostro estirado y gris y aun aqu oa el crujiente estruendo de los odiados caones turcos. Se apoy la cabeza en el brazo estirado. La gruesa puerta se abri y un terceto de caballeros salieron de la habitacin. Starkey estaba en la entrada, con preocupacin en el rostro rechoncho. Monsieur dijo, os ruego que entris. Henri aspir profundamente y entr en la habitacin iluminada por velas, cuadrndose delante de su to.

Gran maestre salud, con una breve reverencia. El anciano se permiti una sonrisa y seal una silla. Gracias dijo Henri, desplomndose en el asiento. Trele vino, Oliver dijo el gran maestre, pero Starkey ya se aproximaba con una copa llena. El gran maestre se pleg las manos sobre las rodillas, con expresin grave. Por qu has dejado tu puesto? pregunt. Me pedisteis que os informara cuando las murallas estuvieran arruinadas. El gran maestre no se sorprendi. Henri no poda recordar la ltima vez que haba logrado sorprender a su to. El turco atacar hoy? Si tiene un poco de seso. El reducto est en peligro? No. Henri se relami los labios. Otro trago? Hizo girar la copa para mostrar que estaba vaca. El gran maestre estudi el rostro consumido de su sobrino y una punzada de afecto le apual el corazn. Parece que era slo ayer cuando lo haca brincar sobre mis rodillas, pens. Ahora es un pen en la guerra contra Solimn. Ciertamente dijo. Hoy mataron a Muoz dijo Henri mientras Starkey le daba otra copa. El gran maestre asinti. El castellano. S, lo s. Henri pareca afligido. Era un buen hombre dijo. S fue la respuesta inmediata. Pero no mejor que tus hermanos de San Telmo. El gran maestre devolvi la mirada enigmtica de Henri. Henri desvi los ojos. Bien, ahora est muerto jade. Pronto aclarar dijo el gran maestre. Vuelve a tu puesto. Henri dej la copa vaca en el brazo del silln y se puso penosamente de pie. Me marcho, gran maestre. De nuevo el anciano La Valette se permiti una austera sonrisa. Adelante. Henri se gir y sali de la habitacin. Starkey cerr la puerta. Parece vuestro propio hijo dijo el ingls.

La Valette no dijo nada. La artillera turca call poco despus del alba. Los aturdidos y extenuados cristianos miraron desde sus defensas con el alma en los pies. Miles de efectivos de Piali se haban agolpado detrs de los terraplenes. Los confiados musulmanes se preparaban para el primer gran asalto terrestre de Birgu. Docenas de estandartes turcos flameaban en el viento sudoeste que soplaba desde el Marsasirocco; la suave brisa traa risas turcas a travs de las brechas de la acribillada muralla. Al, Al! El gemido de un derviche se elev sobre la planicie. Te enviamos nuevas almas! Henri se senta desnudo. Nunca haba visto una posicin defensiva tan destartalada. Tramos enteros de la muralla se haban desmoronado durante el ltimo bombardeo y sus traicioneros escombros haban llenado la mitad del foso seco. Los hombres de Piali podan llegar fcilmente a las brechas. Ni siquiera tendrn que llamar a la puerta, pens, y rez para que el plan de su to tuviera xito. Un encorvado y ceniciento capelln subi al parapeto y los caballeros castellanos se arrodillaron en sus puestos. El sacerdote dio a cada espaol una hostia bendecida, y al llegar a La Valette dijo: Corpus Domini nostri Jesu Christi custodiat animam tuam in vitam aetemam. El provenzal acept la hostia y el sacerdote sigui su camino. Henri tembl mientras la hostia se le disolva en la lengua. Ahora estoy preparado para morir, pens. La Lengua castellana haba recibido rdenes sencillas: deban abrir fuego enfilado sobre el enemigo que avanzaba, pero no deban defender las brechas. El gran maestre quera que los turcos entraran en la ciudad, cuantos ms mejor. El caballero Polastron se acerc a Henri. Diez mil cabezas, dira yo coment con tpica circunspeccin. Henri sonri. Yo slo puedo contar sus cabezas con una espada. Nunca fuiste muy brillante brome Polastron. Un claro trompetazo se elev sobre los turcos y Henri ensanch los ojos. Cogi su arcabuz. Aqu vienen! El alba doraba la baha cuando los aullantes soldados de Piali acometieron. El suelo temblaba bajo sus pies. Los turcos embistieron implacablemente, seguros de que a Birgu le haba llegado la hora. Una delgada lnea de caballeros y soldados defenda la muralla de tierra. Apuntaron los arcabuces, y los artilleros estaban preparados.

|Fuego! orden un comandante. Los disparos abatieron a los primeros turcos, que se tambalearon y cayeron, pero la lnea siguiente pas sobre los cados. Se orden fuego de artillera y las balas con cadenas segaron columnas enteras de turcos rugientes. Los efectivos de Piali resistieron el castigo con una mera convulsin. Los arcabuceros musulmanes se detuvieron para devolver el fuego, abatiendo a varios caballeros. Los disparos cristianos eran cada vez ms irregulares, a medida que podaban sus filas. Los turcos bramaban de deleite, asombrados de la dbil resistencia. Veteranos de San Telmo, haban previsto una lucha tenaz por Birgu; al parecer, los das de bombardeo haban agotado la voluntad de resistencia de los caballeros. Las fuerzas de Piali llegaron al foso y comenzaron a cruzar. El almirante, que observaba desde una trinchera distante, alentaba a sus tropas a gritos, y agradeci a Al ese xito maravilloso. |A la brecha! A la brecha! vociferaba, agitando los brazos con puerilidad. Contagi su entusiasmo a los miembros de su plana mayor, que aplaudieron como adolescentes alborotados, |Traednos la cabeza del gran maestre! exclamaron los oficiales con turbante. Granadas de fuego griego fueron arrojadas al foso y los invasores se encendieron como pasto seco. La voraz llamarada desvi el avance, pero no lo detuvo. Otra andanada turca diezm a los cristianos. Los supervivientes se desbandaron y corrieron, Las hordas de Mustaf vitorearon. Inundaron las brechas e irrumpieron en Birgu, La disciplina y el orden se desbarataron mientras los vengativos soldados buscaban vctimas y se preparaban para el pillaje. Los primeros haban avanzado veinte pasos delirantes en el polvoriento burgo cuando comprendieron su error. Construida bajo el ojo vigilante de La Valette, una muralla interior les impeda entrar en Birgu. En vez de la victoria, encontraron una trampa. Los gritos de alegra se transformaron en jadeos de alarma mientras miraban una defensa intacta defendida por cientos de hombres bien protegidos. Las tropas de la vanguardia de Piali gritaron e intentaron retirarse, pero los que se agolpaban detrs se lo impidieron. Los turcos se apiaron en la trampa hasta que el movimiento se volvi difcil y la fuga imposible. Mosquetes y caones los acribillaron por todas partes. Se encendieron granadas y aros. Henri La Valette observaba a travs de la mira de un largo arcabuz, el corazn palpitante de emocin. Que reciban su merecido! exclam un maestre castellano. La Valette apret el gatillo y su blanco, un aturdido espadachn con cota de malla, desapareci en medio del humo. Una breve y feroz andanada abati a cientos de turcos en un charco colectivo de sangre. Los

heridos empezaron a aullar hasta que Henri no pudo or los gritos de Polastron a su lado. Otra andanada quebr el espritu de los turcos. Al encontrar sus filas reducidas a la mitad, corrieron hacia las brechas por las que haban entrado con tanta avidez. Arrastrndose sobre los muertos y moribundos, buscaron refugio en la planicie abierta. La Valette desenvain la espada. A la carga! exclam, y salt a la hedionda y humeante trampa. Los dems caballeros lo siguieron. Los turcos en retirada fueron sorprendidos por detrs y masacrados. Intimidados y desalentados, gritaban cuando los cristianos surgieron del humo y se les abalanzaron. La Valette despachaba enemigos con fra precisin, complacido de saber que los que murieran hoy no lo molestaran maana. Piali observ la catica retirada con furioso desconcierto. Qu haba salido mal? Cuando se enter de los detalles, era demasiado tarde para respaldar el ataque de Mustaf, que estaba teniendo gran xito en Senglea.

14

Mustaf Baj sonri cuando plantaron un estandarte con la media luna en las murallas de Senglea. Tres banderas ms le siguieron en rpida sucesin. Senglea es dbil, pens. Hoy, finalmente, ser ma! Los turcos slo haban tardado media hora en ganar una posicin en San Miguel, y esto era en gran medida mrito de Mustaf. Su plan de atacar simultneamente Birgu y Senglea haba dejado a La Valette en una posicin precaria. Hostigado por todas partes, el gran maestre no poda reforzar Senglea, sino que slo poda observar desde San ngel mientras los estandartes de seda del sultn aparecan en San Miguel. La Valette, La Valette... Mustaf soaba con el gran maestre en cadenas. Sers mi prisionero. Una de las banderas turcas que ondeaba sobre la puerta de San Miguel fue derribada. Mustaf se volvi hacia un oficial. Pronto, los jenzaros! Desenvain la hombre! No debemos perder esta oportunidad! cimitarra. Deprisa,

El baj condujo a su guardia personal por Corradino hacia Senglea. El caballero Gravette recibi un golpe en la hombrera y atraves el pecho de su atacante. El turco tembl y cay de bruces mientras un geiser de sangre estallaba en su espalda. Gravette aferr al turco y liber su espada mientras otros dos musulmanes aullantes se le abalanzaban.

Gravette estrell su escudo contra la cara del hombre ms menudo y se gir sobre el segundo a tiempo para desviar un enrgico sablazo. De inmediato se enzarz con el turco, aplastndole la nariz con el guantelete. El turco se tambale y Gravette le abri un tajo en la yugular; la sangre chorre mientras el musulmn caa de rodillas. Gravette despach al primer hombre con un tajo en la nuca. El caballero mir en torno. La carnicera era inmensa. El parapeto estaba tan abarrotado de cadveres musulmanes y cristianos que no poda caminar sin pisarlos, pero a esas alturas estaba demasiado curtido para ser quisquilloso. Oy un chirrido y algo le mordi la espalda. Se gir, arrebatando la daga del turco atacante. Perro! escupi. El alarido del turco muri cuando la hoja del caballero se le hundi en la cabeza hasta las orejas. Gravette apart el cuerpo de un puntapi y busc otro blanco. No haba hombres vivos en las cercanas, pero un caudal de turcos trepaba la muralla a treinta pasos. Gravette busc a Robles y se alegr al ver que los hombres del maestre defendan el espacio encima de la puerta. Gravette se volvi hacia los turcos que escalaban. Senta pesadez en la pierna izquierda; record la daga. Bastardo maldijo, y ech la mano hacia atrs para agarrar el cuchillo. Se arranc el arma de la carne y la arroj al suelo. Brot sangre del escarpe. Maldicin, pens. Me ha matado. El caballero volvi una mirada vengativa sobre los invasores mientras un gemido agudo y prolongado se elevaba sobre el estrpito del metal. Se puso rgido. Altos y robustos turcos con tnica blanca haban ganado la muralla. Jenzaros! grit Gravette. Robles! Sin esperar ayuda, se lanz hacia los invasores. Los jenzaros aullaron de alegra al ver al hospitalario y atacaron con la saa de lobos enloquecidos por la sangre. Gravette recapacit y retrocedi hacia una pirmide de balas de can antes de que el enemigo pudiera rodearlo. Agit la espada, desafiante. Venid, esclavos de Solimn! El primer jenzaro se arroj contra Gravette y fue recompensado con un tajo en los tobillos, El turco se desmoron con un alarido y su reluciente cimitarra tamborile sobre las balas de can. Gravette apart el sable curvo de una patada. El siguiente jenzaro fingi que lanzaba un golpe contra la cabeza de Gravette e intent asestarle un sablazo en la escarcela, pero la espada del caballero lo intercept. Gravette trab el brazo del enemigo y le atraves el corazn. El turco rezaba en voz alta al desmoronarse en la pila de cadveres. Gravette busc otra vctima. Pos la vista en un jenzaro agazapado. Qu demonios hace?, pens, entornando los ojos. Gravette vio una flor anaranjada y su cabeza se ech hacia atrs; un disparo de arcabuz haba atravesado la visera, perforndole el ojo derecho. Se tambale pero no cay. Dios mo murmur, y se aferr la cabeza sangrante.

Gravette recibi un empelln, cay de espaldas, la sangre le ceg el ojo sano. Lo rodearon gritos de guerra. Gimi cuando una lanza le atraves el costado. Los golpes se estrellaron contra su yelmo hasta que se qued inerte. Los jenzaros siguieron la marcha, en busca de otra presa. Gravette senta que perda las fuerzas, pero su mayor preocupacin era la falta de visin. No saba bien qu haba pasado. Logr quitarse el almete. Me estoy muriendo?, pens. No parece que sea as. De hecho, no senta casi nada. Sus heridas slo parecan rasguos ardientes. Gravette rod de costado y se puso de pie. Se enjug la sangre del ojo sano y se sorprendi al descubrir que an empuaba la espada. Una mirada le revel que los jenzaros dominaban la mayor parte de la muralla. Los hombres de Robles haban perdido terreno y estaban casi rodeados. No creo que pueda llegar all, se dijo Gravette. El caballero jade de sorpresa cuando la muralla se abalanz sobre l. Golpe el parapeto de bruces y qued inconsciente mientras el ronquido de los cuernos turcos llenaba el aire. Un jinete maniobr por el atestado Corradino hasta llegar al lado de Mustaf. El animado baj blanda la espada mientras vitoreaba a los jenzaros. Baj! exclam el desaliado jinete. Haba montado y cabalgado con tanta prisa que se haba puesto el yelmo hacia atrs. Mustaf no le prest atencin. El jinete se arm de coraje. El virrey siciliano ha desembarcado con una fuerza numerosa! exclam. Qu? pregunt con incredulidad Mustaf. El virrey don Garca ha atacado nuestro campamento. Ha pasado a todos los hombres por las armas! Mustaf se apoy una mano en el corazn y se arque como si fuera a vomitar. Su cara se puso cenicienta. Maldicin, maldicin! susurr, sacudiendo la cabeza. Al fin llam a un oficial. S, mi seor. Toca retreta. Retreta? Habis tomado Senglea! Mustaf abofete al oficial. Toca retreta, cerdo! rugi. Nos han atacado por la retaguardia! El oficial se acomod el turbante y se march a la carrera. Poco despus el cuerpo de seales haba tocado la retirada, para gran afliccin de los jenzaros de Senglea. Mustaf pidi un caballo. Cuando lleg el animal, el rostro arrugado del baj haba recobrado parte de su color.

Reunos al sur del campamento le orden al ag, que se haba acercado para averiguar por qu llamaban a sus hombres. Don Garca ha desembarcado. El gran maestre observ sin aliento mientras los turcos abandonaban Senglea. En todos sus aos de soldado nunca haba sentido semejante euforia. No se animaba a creer que don Garca hubiera venido. Starkey no poda contener su entusiasmo. Por qu se retiran, maestre? Debe de haber llegado don Garca respondi La Valette. No se me ocurre otro motivo. El rumor de la llegada de don Garca de Toledo corri como reguero de plvora por Birgu. Los soldados se abrazaban con jubiloso alivio. La Valette refren su alegra. Vamos, Oliver. Debemos reparar las murallas. La hueste de Mustaf se aproxim al campamento en un cauto semicrculo. El baj no tena intenciones de ser rechazado, ni de enzarzarse con el enemigo antes de que los jenzaros estuvieran en posicin. Volutas de humo flotaban sobre el Marsa. Cuntos hombres tendr don Garca?, se pregunt Mustaf. Por Al, tendr la cabeza de Piali! Sus capitanes son totalmente inservibles. Un explorador se le acerc al galope, salud. Ningn enemigo a la vista, seor baj. Deben de haberse replegado a la costa. Entonces ve a encontrarlos, so tonto! El explorador hizo una reverencia y volvi grupas con su caballo sudoroso. Los turcos se aproximaron al campamento. El panorama que vio Mustaf habra aplastado a un hombre menos resuelto. Todo su campamento estaba en ruinas. Los enfermos y los heridos, los esclavos, los mdicos, los centinelas y los caballos, toda criatura viviente haba sido pasada por las armas. Los alimentos, los pertrechos, la plvora y las armas hablan sido arrebatados o quemados. Pero no haba indicios de que un ejrcito numeroso hubiera realizado el ataque. Mustaf comprendi lentamente lo que haba sucedido e hirvi de furia. Venas azules se abultaron en su frente. Baj? pregunt un oficial. Esto es obra del gobernador de Mdina, pens Mustaf. Saba que yo estaba combatiendo en las pennsulas y envi caballera para destruir mi campamento. Maldito demonio, lo quemar vivo. El oficial palideci como si Mustaf fuera a explotar. Baj?

Don Garca no ha desembarcado bram Mustaf. Mesquita de Mdina hizo esto, sin duda a pedido de La Valette. El trmulo Mustaf mir el campamento en ruinas con lgrimas en los ojos. Al! grit, mesndose las barbas. Al! Matar a todos estos caballeros! A todos menos a su maestre! A l lo arrastrar en cadenas ante Solimn, y sufrir una muerte que durar cien aos!

15 10 de agosto

Sir Oliver se dirigi por el pasillo al estudio de La Valette. El polvo y la tierra llovan del techo cada vez que los caones del fuerte devolvan el fuego. Volando Birgu en pedazos, pens. El baj haba reanudado el bombardeo de Birgu y Senglea despus de descubrir su campamento destruido y tena toda la intencin de someter a ambos burgos al mismo destino que San Telmo. Starkey tembl al recordar un sueo reciente en que era enterrado vivo. Lleg a la cmara del gran maestre y entr sin llamar. La Valette estaba echado sobre la silla, con los ojos cerrados. Maestre? pregunt Starkey. La Valette abri los ojos. Oliver dijo. Has comido? S, maestre. Esperaris hasta ms tarde? La Valette asinti. Qu le pasa?, se pregunt Starkey. Hace tiempo que estaramos comiendo cuero si no fuera por vuestras provisiones de alimentos dijo. La Valette sac un pergamino de una gaveta y lo puso en el escritorio. El virrey. Pronunci las tres slabas como si le quemaran la lengua . Lelo.

El pulso de Starkey se aceler mientras desenrollaba el documento. Ley. Para fin de mes! exclam. Son tres semanas! Tampoco estar aqu entonces. La Valette no ocultaba su exasperacin. Entiendo los problemas que supone reclutar un ejrcito, pero los hombres no deben hacer promesas que no pueden o no quieren cumplir. Tres semanas suspir Starkey. Ven, vayamos al consejo. El Sacro Consiglio se reuni poco despus del anochecer. Los miembros hablaban en voz alta para ser odos por encima del rtmico martilleo de los caones. La Valette pidi un recuento de bajas al pilier francs y se enter de que el hospital estaba abarrotado de heridos. En verdad, gran maestre dijo el pilier, no hay hombre, mujer o nio de la isla que no est herido de un modo u otro. Los informes sobre las fortificaciones eran igualmente desalentadores. Un gran cruz resumi concisamente el proceso de reconstruccin, diciendo: Es difcil construir paredes con polvo. El consejo debati qu defensas estaban en peores condiciones y el dilogo se detuvo lentamente. Los hombres se sumieron en pensamientos lgubres mientras el polvo que caa constantemente se posaba sobre sus armaduras. El pilier francs rompi el silencio. Gran maestre, alguna noticia del virrey? Todos fijaron los ojos en La Valette No debemos encomendarle a l nuestra liberacin dijo, sino que debemos depositar toda nuestra fe en Dios Todopoderoso, que nos ha guiado hasta ahora y no nos abandonar. Los hombres menearon la cabeza. Cada uno de esos fatigados y abatidos caballeros se haba aferrado a la vana esperanza de recibir buenas noticias y ahora su nimo estaba ms alicado que nunca desde el comienzo del asedio. Una vez ms se volvieron hacia La Valette, cuyo rostro severo estaba teido de rojo a la luz de las velas. Por qu don Garca nos ha abandonado? suspir alguien. La Valette ech una ojeada a la reunin. Quin sabe. Not que el consejo necesitaba aliento y trat de brindarlo. Hermanos mos, s bien que si yo caigo, cada uno de vosotros seguir luchando por nuestra orden y nuestra Santa Iglesia; sois soldados de Dios, y eso es lo que hacen los soldados. Si un infausto destino quiere dar la victoria al enemigo, tened la certeza de que no recibiremos mejor tratamiento que nuestros hermanos de San Telmo.

Luego La Valette llev a Starkey aparte. Procura que mis palabras lleguen a los soldados le dijo. Sobre San Telmo? As es. Y don Garca? La Valette pens unos segundos. Tambin deben enterarse de eso. As refiere Balbi el efecto de la declaracin de La Valette: Esta habla del gran maestre, como fue divulgada, nos hizo determinar a todos de morir antes que venir a manos de nuestros enemigos y, ni ms ni menos, nos determinamos de vender muy bien nuestras vidas. Esa noche La Valette dict una respuesta al comunicado de don Garca. Starkey escribi las palabras en el pergamino: Estimado virrey don Garca de Toledo, he recibido vuestra promesa de ayuda y considero que es adecuado informaros sobre nuestra condicin. Las fortificaciones de la isla estn totalmente en ruinas. He perdido la flor y nata de mis caballeros en muchos ataques. De los que quedan, la mayora estn heridos o en el hospital. Enviadme al menos esas dos galeras de la orden que ahora se encuentran en Mesina, junto con aquellos caballeros de las naciones ms distantes que han acudido para ayudarnos. No sera correcto que una parte de la orden se ahorrara padecimientos cuando el cuerpo entero est expuesto a una prdida casi inevitable. De inmediato se envi una embarcacin con el mensaje. Una mano en la frente despert al caballero Gravette. Oy la respiracin entrecortada de muchos hombres. Tiene fiebre susurr alguien. Gravette cogi la mano. Robles? S, descansa, muchacho. Estoy en el hospital? As es. Tienes suerte de contar con una cama. Gravette se movi en el colchn, que pareca madera en vez de edredn o paja. No veo, maestre dijo Gravette con voz trmula. Perdiste un ojo. El otro est vendado. Gravette asimil la noticia. Dnde est mi armadura? El criado de Henri la est cuidando dijo Robles. La quiero. Gravette trat de sentarse, pero apenas poda moverse.

Pronto. Ahora duerme. Robles apret la mano de Gravette y la solt. Gravette oy que l y otro hombre intercambiaban susurros. Muy bien dijo el maestre de campo. Gravette oy parte de la conversacin y sinti un escalofro en la espalda. No voy a morir! declar. Silencio murmur Robles. Otros estn descansando. No voy a morir repiti Gravette con voz desafiante, y volvi a caer en una inconsciencia febril. Mustaf ech otra mirada a Birgu. Algunos edificios ardan en la noche. Pronto no tendrn dnde apoyar la cabeza, pens. Los tres das previos haban sido activos y provechosos para Mustaf, y haba hecho valiosas reflexiones. Record Rodas y el valor de los tneles. Para qu enzarzarse en otro combate sangriento si los zapadores podan darle la victoria? Sus ingenieros egipcios ya estaban cavando bajo la muralla externa de Birgu. Disparos desde arriba y explosivos desde abajo, pens Mustaf con una sonrisa. Volvi el caballo hacia el campamento. Aunque deba invernar aqu, Malta ser ma.

16 12 de agosto

El caballo de Mustaf resopl y retrocedi, asustado por un can cercano. El baj acarici la crin trenzada del animal con la mano izquierda vendada. Es slo una dulce meloda le dijo al caballo. El ag de los jenzaros, que estaba delante, concluy su informe. Mustaf asinti. Muy bien, duplica entonces el nmero de tiradores. La plvora no es problema... todava. El saludo del jenzaro fue enrgico y sincero: la recobrada compostura de Mustaf haba restaado el alicado nimo del ejrcito. Gracias, baj. No fallar. Contina. Mustaf mir hacia Senglea. Casi a punto, pens. Mir hacia Birgu. Y esa muralla externa mal reparada no resistir. Las minas derrumbarn toda la estructura. Un ingeniero egipcio con el torso desnudo se inclin. Su piel reluca como cobre bruido bajo el sol de la tarde. Mil disculpas, seor baj. S? Parece que la madera de la galera hundida ser suficiente. Puedo construir una torre de asedio en una semana. Mustaf vio a un caballero en la muralla oeste de San ngel y se imagin que el hombre era La Valette. Una semana es demasiado replic. Cinco das, quiz? Cinco das. Completa, con su puente levadizo. Mustaf estudiaba un mapa de Birgu en su tienda. Sigui la muralla terrestre con un dedo, pensando: Primero atacar Senglea y atraer refuerzos de Birgu. Luego har detonar la mina bajo el parapeto de Castilla, y mientras los hombres de Piali irrumpen por la brecha, mi torre descargar jenzaros en la muralla restante. Superados en nmero y cogidos por sorpresa, los cristianos retrocedern a San ngel.

La satisfecha sonrisa de Mustaf se disip mientras recordaba el abandono de Senglea. Por Al, no debera estar en este brete gru. Henri La Valette yaca con un odo contra el suelo enfriado por la noche, tan quieto que Polastron le pregunt si se haba dormido. No gru Henri. No oyes los picos? Polastron apret la oreja contra el suelo. Dios mo dijo al cabo de un momento, estn casi bajo el foso. Avanzan con lentitud ri La Valette. No en vano Malta se llama la Roca. La viva imagen de San Pedro convino Polastron. Gran maestre! Eh? Henri abri los ojos. Gran maestre! Su to se ergua sobre l. Henri se levant trabajosamente, rgido por gran cantidad de heridas menores. Henri salud el gran maestre. Una bala de can silb en el cielo, pero Henri y el Gran maestre no se inmutaron. Estn cavando tneles dijo Henri. S. Por qu me miras de esa manera? Henri se encogi de hombros. No conviene que estis tan cerca de las murallas. He desafiado a la muerte desde antes de que vos nacierais caballero. Debo temerle ahora? Henri sonri. Puedo hablar sin rodeos? Adelante. Deberais estar en el fuerte. No estara bien que el baj os arrastrara en cadenas ante Solimn el Maldito. El gran maestre curv los labios. Te preguntar lo que he preguntado al consejo: dnde debo estar, sino con mis hijos y hermanos? Henri eludi sus ojos. Pero no te preocupes continu el gran maestre. Si sucede lo peor y todo se pierde, me pondr el uniforme de un soldado comn y me arrojar a la brecha. Ningn gran maestre de nuestra orden ser arrastrado ante el turco. El anciano La Valette devolvi el saludo de Polastron y sigui andando para inspeccionar un muro recin construido. Polastron code a Henri. Crees que an puede pelear? pregunt. Henri ri entre dientes.

No tengo la menor duda. Ven, visitemos a Gravette mientras queda tiempo.

17 18 de agosto

El bombardeo, que se haba prolongado cientos de horas, se intensific despus del alba. Malta tiritaba como un hombre afiebrado. El humo y el fuego flotaban sobre Senglea y Birgu. El gran maestre sali del cuartel general, vestido con una tnica negra; estaban limpiando y reparando su armadura. Su expresin era ms grave que de costumbre mientras evaluaba el creciente caoneo. Ansiosos civiles y soldados corran por la plaza de Birgu, buscando refugio. Van a atacar grit Starkey por encima del estruendo. Polvo de piedra caliza se asent en la sotana de La Valette, dando a la prenda una apariencia ptrea. S coincidi. Quiz debis encontrar un yelmo, maestre sugiri Starkey. Ven, Oliver, busquemos un punto de observacin. El bombardeo ces y los cristianos se tensaron con expectacin. Los arcabuceros y artilleros apuntaban sus armas mientras los mensajeros corran entre los escombros. Los soldados tosan y se sofocaban con nubes de polvo. Henri La Valette se arrodill detrs del parapeto terrestre de Birgu, con Polastron a su lado. Henri brome, restando importancia a las demoledoras andanadas. El maestre Robles recorra la muralla de Senglea, despareja y reconstruida precipitadamente, apuntalando el menguante coraje con palabras de aliento. El gran maestre y sir Oliver estaban en una elevacin entre San ngel y la Lengua castellana. Las guarniciones cristianas contuvieron el aliento mientras los jenzaros de tnica blanca se agolpaban en Corradino. Los estandartes turcos chasqueaban contra el cielo turquesa; la voz de un almuecn flotaba sobre el sereno Gran Puerto. No enviaremos refuerzos a Senglea le dijo La Valette a Starkey. El ingls puso cara de preocupacin pero no respondi. El bramido de un cuerno anunci el avance turco. Los pies crujieron en el suelo rocoso. Iayalares y jenzaros descendieron audazmente sobre la ruinosa Senglea. Los hombres de Robles dispararon, segando las filas de atacantes. Recargad! grit Robles. Transcurrieron preciosos segundos mientras los turcos se acercaban. El alarido de los jenzaros rasg el cielo. Fuego! Absorbiendo una segunda andanada, los hombres de Mustaf llegaron a las derruidas murallas de Senglea y se enzarzaron con la diezmada

guarnicin. Los mosquetazos callaron mientras se iniciaba el combate cuerpo a cuerpo. La Valette observ la lucha con ojos chispeantes. Por qu Piali no ataca Birgu? pregunt Starkey. No podemos enviar algunos hombres a San Miguel? No... comenz La Valette. De pronto la tierra tembl y la muralla terrestre de Birgu desapareci en una bola de fuego. Los escombros volaron al cielo mientras el polvo rodaba al sur sobre la planicie y al norte a travs de la ciudad. El ruido de la mampostera desmoronada lleg a odos del gran maestre. Han detonado sus minas! grit. Mientras el aire se despejaba, La Valette not un cambio radical en el perfil de la muralla. Una brecha enorme haba aparecido junto a la puerta. El nuevo boquete, un amplio semicrculo, pareca un gigantesco mordisco. Los hombres de Piali salieron de sus trincheras y atravesaron la planicie. El ruido de sus pies evocaba una estampida. El pnico se adue de la plaza. Pasmados por el holocausto que haba devorado media Lengua castellana, y afrontando miles de efectivos frescos, los exhaustos defensores comenzaron a retroceder. La retirada se torn catica y amenaz con degenerar en desbandada. El gran maestre se horroriz cuando el primer estandarte turco cruz la fosa y entr en Birgu. Un capelln, el hermano Guillaume, se inclin ante La Valette. Tena la sotana manchada de sangre. Todo est perdido! exclam. Debemos replegarnos hacia San ngel. Regresa a tu puesto dijo La Valette. Se volvi hacia Starkey. Trae hombres de San ngel! La Valette desapareci en su cuartel general y sali con un yelmo liviano. Le arrebat la lanza a un soldado que se retiraba. Ven, muchacho! gru. Maestre, no! objet Starkey. Haz lo que te digo! rezong La Valette, y se dirigi hacia la muralla amenazada. Desalentados caballeros reconocieron a su comandante y lo siguieron. La Valette sinti que recobraba la vitalidad mientras atravesaba Birgu. Apenas senta los pies sobre el suelo. Hace tiempo que no corro, pens. Se top con un crter gigantesco. Cunta plvora us Piali? Los turcos bramaban maldiciones contra los cristianos que se recobraban. La Valette sinti que le herva la sangre mientras miraba los ojos de sus enemigos de toda la vida. A m, hermanos mos! bram. A m, pueblo de la cristiana Malta!

Un turco lo enfrent en el borde del crter. La Valette desvi un torpe sablazo y lance al hombre en la garganta, y la punta asom por la nuca. La Valette arranc la lanza de la herida y rompi la gruesa asta sobe la cabeza de otro turco, que cay de espaldas en el crter con ojos vidriosos. Los caballeros se congregaron alrededor del gran maestre y abrieron tajos hasta que el pozo se llen de sangre turca. El pequeo grupo de hospitalarios fren el avance otomano con su deslumbrante y mortfera destreza con la espada. La Valette iba a atacar de nuevo cuando una granada cay en las cercanas y estall con una explosin roja. Bram de rabia mientras las esquirlas le abran la pierna desprotegida de la cadera a la rodilla. El gran maestre! El gran maestre corre peligro! exclamaron los horrorizados caballeros. Lleg ayuda de todas partes. Caballeros y soldados, hermanos servidores y lugareos se lanzaron sobre los atascados turcos con gritos furiosos. Los cristianos tomaron la iniciativa; los turcos empezaron a ceder terreno. Un caballero espaol cogi el hombro de La Valette. Retiraos, maestre! urgi. Retiraos a un lugar seguro! El enemigo retrocede! No me retirar mientras la ensea turca ondee sobre Birgu dijo el viejo guerrero, sealando la brecha. Se pas este mensaje y los caballeros se lanzaron tenazmente a la refriega. Los turcos fueron segados como arbustos. Ms caballeros pasaron junto a La Valette. Uno vio la sangre del gran maestre y palideci. Maestre, debis retiraros! Ser un da amargo si expulsamos al enemigo pero os perdemos a vos! Qu muerte ms gloriosa puede esperar un hombre de mi edad respondi La Valette, salvo entre mis amigos y hermanos, al servicio de Dios? El caballero cerr su visera. Venid! llam a sus camaradas que se acercaban. Los turcos fueron expulsados de Birgu con cuantiosas bajas. La Valette vio caer el estandarte de la media luna antes de partir para vendarse las heridas, Un grupo de caballeros ensangrentados lo alcanz frente al cuartel general y se inclin con el mayor respeto. Para vos, gran maestre! dijeron, y le entregaron banderas turcas capturadas. La Valette sonri fugazmente. Adornarn la iglesia conventual dijo.

18 19 de agosto

Una noche insomne y sangrienta haba desembocado en una maana trgica y una tarde peor. Los turcos embestan sin cesar, sin reparar en sus bajas, y los cristianos apenas podan alzar las espadas o disparar sus armas de fuego. La fetidez de la muerte era tan generalizada que casi poda pasarse por alto, mientras que los gritos de los hombres quemados sofocaban incluso el estruendo de la artillera. El fuego griego y las llamas de los saquillos incendiarios se combinaban con el sol estival para torturar los ojos. Los heridos gruan entre los escombros mientras la batalla se disputaba sobre ellos. Cuando escaseaban las municiones, llevaban ms desde las catacumbas, pero no haba reemplazo para los caones que se rajaban o estallaban.

El gran maestre caminaba cojeando entre sus tropas, pidindoles esfuerzos sobrehumanos, y aunque se enorgulleca de la fortaleza de sus hombres, tema que el fin se aproximaba. Los turcos seguan atacando y las bajas cristianas aumentaban. Henri La Valette yaca exhausto en la brecha semejante a un crter mientras el ltimo asalto de Piali se extingua. No le alegraba la retirada turca. Abri la visera con un guantelete ensangrentado y mir la delgada fila de maltrechos caballeros, buscando a Polastron. Dios mo, estamos todos muertos, pens. Henri haba luchado tanto tiempo que apenas recordaba otra cosa. El mes pasado pareca tan distante como la infancia. Slo recordaba sufrimiento y dolor. Se sent y se puso a recargar el mosquete. Aun esa sencilla actividad requera un inmenso esfuerzo de voluntad, debido a sus tremendas heridas. Henri cogi y solt el cuerno de plvora y arroj el arma con frustracin. El arma patin hasta detenerse cerca de los cadveres que yacan a sus pies. Un tambaleante hermano servidor se le acerc y moj la boca del caballero con pan empapado en vino; saba tan bien que Henri llor. Polastron se le acerc a rastras. Henri dijo, pens que habas muerto. Todava no. Por Dios! Debes hacerte vendar esa herida! Polastron estudi un tajo en el peto de Henri. Palideci al comprender cuan grave era la lesin. No creo que lo haga murmur Henri. Si me voy de la muralla, no tendr el coraje para regresar. Fue evidente por qu los turcos se haban retirado cuando Mustaf orden el avance de su torre de asedio. Aun a lo lejos, esa fortaleza rodante era impresionante, mucho ms alta que las murallas que le quedaban a Castilla. El escudo tena un puente levadizo, y estaba revestido con cuero hmedo para combatir el fuego. Azuzados por compaas de tiradores, cientos de esclavos empujaban la negra estructura hacia Birgu. La torre cruja y rechinaba sobre el suelo mientras los jenzaros se agolpaban en las trincheras, preparados para subir las escaleras y bajar el puente levadizo hacia la muralla en concierto con el ataque de Piali. Castilla quedara amenazada desde arriba y desde abajo. Henri observ el desplazamiento de la torre. Somos demasiado pocos para detenerla le dijo a Polastron. Y Senglea no puede ayudarnos. Lo s. La torre rodaba tronando hacia Birgu con asombrosa velocidad. Los desesperados artilleros espaoles disparaban desde el parapeto, pero los proyectiles desaparecan en las cortinas de cuero sin causar dao.

La torre avanzaba. Henri se agazap dentro del crter, llevando un puado de granadas de fuego griego. Polastron seal las bombas incendiarias. Buena idea. Henri observ la torre en silencio. Unas piedras interrumpieron su avance y los castellanos soltaron una ovacin retardada. Pero el problema se resolvi pronto. Desviaron la torre para sortear las piedras y la pusieron de nuevo en su rumbo. Los cristianos se prepararon para lo que quiz fuera la ltima batalla por la muralla terrestre. En el parapeto y las brechas cunda un nimo de aplastante abatimiento. Los hombres maldecan sus padecimientos y sus vanos esfuerzos, pero nadie hablaba de retirarse. No abandonaran las defensas que haban baado con su sangre. Los arcabuceros cristianos pusieron manos a la obra cuando la torre estuvo a su alcance. Los esclavos de Piali, muchos de ellos europeos, gritaban al ser derribados por los disparos, y sus capataces los remataban al instante. La torre se aproxim a cincuenta pasos del foso. Henri temblaba dentro de la armadura. Olvid sus heridas a medida que creca su temor. Qu debemos hacer? exclam Polastron por encima de los estampidos. Dios se apiade de mi alma, rez Henri. Se volvi hacia Polastron. Tengo una idea. S? Henri desenvain la espada y sonri dbilmente. No va a gustarte dijo. Qu? gru Polastron. Henri mir por encima del hombro de Polastron con ojos desorbitados. El gran maestre! Polastron se gir y Henri sali del crter a trompicones, espada y granada en mano. Avanz dificultosamente por el terreno resquebrajado hacia el foso, un David radiante contra un Goliat imponente. No! grit Polastron. El impacto de los disparos turcos levantaba polvo a los pies de Henri. Salt al foso y encendi la granada. La torre pareca estirarse hacia el sol encima de l. La Valette! Retrocedi para arrojar la granada. Una bala de arcabuz le dio en el pecho, luego otras dos. La granada rod hacia el foso y estall. l alz la espada, desafiante. La Valette! grit, la voz vibrante de dolor.

Los disparos acribillaron su armadura desde el gorjal hasta la espinillera y cay como si sus huesos se hubieran licuado. Le brotaba sangre de la boca cuando se desplom de espaldas. Los eufricos turcos bajaron al foso para rescatar lo que pudieran de su costosa armadura. Henri! gimi Polastron, y sali del crter. Caballeros y soldados lo siguieron para respaldarlo. Los turcos se olvidaron de la torre y se prepararon para repeler el ataque. Dispararon mosquetes, desenvainaron cimitarras. Sables curvos relucan al sol. Polastron lleg al foso y salt dentro, aplastando a un musulmn. Sollozando, masacr a los turcos que intentaban llevarse a su amigo. La refriega se intensific a medida que ms cristianos brincaban al foso. Polastron hundi la espada en el estmago de un turco y arroj de espaldas a ese hombre de ojos desorbitados. Como no pudo sacar la espada, desenvain la daga y atac a los mosqueteros que apuntaban desde arriba. Un disparo en la cabeza lo tumb junto a Henri. Los cristianos no se desalentaron, sino que redoblaron sus esfuerzos y expulsaron a los turcos del foso. La Valette y Polastron fueron llevados de vuelta a Birgu. Esa noche un escuadrn de caballeros provenzales llev el cuerpo de Henri al cuartel general del gran maestre. Starkey sostuvo la puerta mientras entraban y suavemente depositaban la litera de Henri sobre una mesa. Rostros sombros brillaban a la luz de las antorchas. El gran maestre se levant del asiento y se aproxim a su sobrino muerto. Pasaron unos instantes. Sin duda est sentado a la mesa del Seor dijo Starkey. Un buen caballero convino un comendador. El rostro de La Valette era casi tan cadavrico como el de Henri. Todos mis caballeros me son igualmente caros dijo inexpresivamente. Todos son mis hijos. La muerte de Polastron me conmueve tanto como la de mi sobrino; se han ido antes que el resto de nosotros, pero slo por unos das de diferencia. Call, pero sus ojos hablaban por l. Nunca haban sido tan vulnerables. Acarici el cabello de Henri. Starkey le apoy la mano en el hombro. Maestre? La Valette no dijo nada. Jean? dijo Starkey. El gran maestre los mir con una expresin de clera herida. Si no llegan refuerzos de Sicilia, y no podemos salvar Malta, todos debemos morir dijo lentamente. Hasta el ltimo hombre, debemos sepultarnos bajo estas ruinas.

19

Mustaf saboreaba los restos de una cena fra, un poco sorprendido de conservar el apetito. Aunque sus soldados haban vuelto a atacar Senglea, los haban rechazado con prdidas desastrosas entre los iayalares y los ingenieros. La tenaz resistencia de los caballeros estaba envenenando la moral turca, aunque Senglea pareca al borde del colapso. Los hospitalarios haban matado a tantos turcos que los oficiales de Mustaf declaraban que les costaba inducir a los soldados a atacar. En su exasperacin, Mustaf no se sorprenda de las aprensiones de la tropa; haba temido un motn desde la destruccin del campamento. Se recost y mir el techo de la tienda. Sin duda estos hospitalarios estn al lmite de su resistencia, pens. Cmo podra volcar su obstinacin en mi ventaja? No hallaba una solucin. El baj pens en sus jenzaros y dese desesperadamente que Solimn enviara ms. Una nueva infusin dara nuevo fervor e incentivo a los soldados regulares, aunque los jenzaros tuvieran que matar a algunos. Desech la idea de diezmar sus ya magras compaas por cobarda. Estoy perdiendo el juicio. Sacudi la cabeza. De todos modos, Mustaf no poda enfadarse del todo con sus soldados. Haban llegado a Malta y perecido por millares y lo nico que haban conseguido era el ruinoso San Telmo. La campaa no se haba entorpecido por culpa de la tropa, sino de un alto mando dividido. Mustaf se senta muy deprimido y grua ante la perspectiva de comunicarle un fracaso a Solimn. Se imagin la ira del sultn y se vio a s mismo sin cabeza. No, por Al! Si debo invernar en esta roca para vencer, as lo har. Esos caballeros no recibirn ayuda.

Pens en la posibilidad de que don Garca an pudiera intervenir y estuvo a punto de vomitar la cena. Un esclavo entr y se inclin. El abatido baj lo mir sombramente. El almirante Piali anunci el esclavo. Piali entr. Sangre seca le cubra la frente y su rostro con cicatrices estaba hurao de resentimiento. Comandante salud, casi sin inclinarse. El abatimiento de Mustaf se intensific, as como su furia. Superamos a las fuerzas de La Valette por diez a uno y este necio est descorazonado, pens, pero en el fondo no poda culpar a Piali. Djanos le dijo Mustaf al esclavo, y se volvi hacia el almirante. La animadversin de Piali era evidente. Su ceo fruncido y las arrugas que le aureolaban los ojos despojaban su semblante de los ltimos vestigios de juventud. Mustaf not que Piali tena canas en las sienes y la barba. Bienvenido a la guerra de asedio, pens. Mientras el silencio se prolongaba, Mustaf record a Dragut, que tena cierto talento para limar asperezas; envidiaba el estilo de Dragut. Cmo emular al corsario? Aun mientras hablaba, Mustaf supo que Dragut no habra dicho esas palabras. Veo que an no has cumplido tu misin. Por qu no has capturado Birgu? La expresin de Piali rayaba en la insolencia. El baj desea encabezar el prximo asalto? pregunt. Respuesta previsible, pens Mustaf. Cundo puedes tomar Birgu, Piali? El aliento del almirante se aceler. El baj desea intentarlo personalmente? insisti. Mustaf se trag su furia, recordndose que el almirante era pariente de Solimn. De todos modos, nada se ganaba con confrontaciones innecesarias. Sintate le dijo, tratando de ser amable. Piali fue cogido por sorpresa, pero obedeci. En su semblante, la hostilidad dio paso a la reflexin. El baj decidi concederle la prxima palabra. Mis unidades padecen enfermedades. El tono de Piali era genuinamente lastimero. No puedo librar la guerra con hombres enfermos, baj. Mustaf asinti sabiamente, aunque ansiaba patearlo. Superamos en nmero a los cristianos, y ellos tambin sienten la mordedura de la disentera dijo. Su voz se volvi ms incisiva. Nuestra conducta debe servir como modelo para el ejrcito.

Piali rompi a llorar entrecortadamente y slo entonces Mustaf comprendi que el almirante estaba al borde del colapso. Se felicit por haberlo tratado con blandura. El almirante no se enjug las lagrimas. Cunto ms debemos aguantar? No mucho. Mustaf no pudo sonar sincero. En todo caso, tengo planes para una mquina infernal que nos entregar Senglea. Luego ambos podremos concentrarnos en recompensar a La Valette. Una velada esperanza asom en los ojos de Piali. La torre todava est intacta dijo. Han dejado de disparar contra ella. Bien, esos necios lamentarn esa decisin. Usaremos las mquinas concertadamente. Piali se mordi el labio. Si logramos apoyar la torre contra el muro dijo, Birgu es nuestra. Mustaf asinti, complacido. Piali ya era el doble del oficial que haba sido al entrar en la tienda. Ahora deba abordar un tema delicado. S, Birgu ser nuestra. Aunque debamos invernar aqu. Piali lo mir con incredulidad. Qu? He decidido invernar en Malta, si es necesario respondi Mustaf . No podemos marcharnos sin una victoria. Claro que podemos, por Mahoma, Jess y Abraham! Mustaf conserv la calma. Nos quedaremos hasta que la isla est tomada. Piali elev la voz. Soy almirante de la flota! Yo decido lo que es mejor para las galeras de su majestad! Mustaf apret una copa hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Lo mejor para las naves de Solimn es una Malta esclavizada! No, no! rugi Piali. No lo aceptar! Los vientos de invierno destrozarn mi armada! Mustaf lo mir con el ceo fruncido. Debo recordarte quin est al mando? Y yo te recuerdo quin comanda las galeras! Si quieres mantener tus soldados aqu, hazlo, pero yo zarpar hacia el Cuerno de Oro en cuanto el tiempo sea favorable! Mustaf se puso morado. Fuera! grit. Lrgate, necio! Mustaf llam a gritos a sus esclavos mientras Piali se marchaba apresuradamente de la tienda.

Sir Oliver vio que La Valette y una delegacin de picapedreros se acercaba a la muralla de Castilla y se pregunt qu nueva sorpresa reservaba el gran maestre a los turcos. La Valette traz un cuadrado a lo largo de la base con una lanza. No debera estar tan cerca del combate, pens Starkey. Desde la muerte de Henri, el gran maestre haba abordado sus tareas con una determinacin inconcebible para la mayora de los hombres. Ya consagrado a la victoria, se transform en la encarnacin de la tenacidad, y se negaba a ceder un solo palmo al enemigo. Lamentablemente, esta nueva resolucin lo pona constantemente a la sombra de las armas turcas. Algunos hospitalarios murmuraban que La Valette cortejaba la muerte, pero Starkey disenta: la muerte era la mayor enemiga de La Valette. El gran maestre slo deseaba apostar a los hombres ms aptos en la mayor cantidad de posiciones posibles, y con tantas bajas en toda la orden, el caballero ms cumplido disponible era l. Hasta ahora, su mtodo haba sido fructfero: los turcos haban sido rechazados en todos los puntos. Aunque La Valette haba sacado del hospital a todos los hombres que pudieran tenerse en pie, el nimo no se haba resentido. Starkey se enderez cuando La Valette se aproxim. Dnde est tu yelmo, Oliver? Pntelo! Starkey obedeci. Qu estn haciendo vuestros operarios? pregunt. La Valette mir a los obreros malteses. Obrar el milagro de Henri.

20

Durante esas semanas de agosto las mujeres maltesas demostraron que eran invalorables. De no haber sido por ellas, las menguantes guarniciones no habran podido asistir a los heridos y preparar comidas. Ms an, las mujeres llevaban los pertrechos (plvora, proyectiles, bombas incendiarias y armas de todo tipo) hasta las murallas mismas. Muchas fueron abatidas por el fuego turco. Aun con esa ayuda, Birgu y Senglea empezaban a evocar los ltimos das de San Telmo. Pocas casas quedaban en pie, y la mayora eran precarias, pues no se poda dedicar un solo trabajador a repararlas. Peor que las casas incendiadas eran los cadveres hinchados que llenaban las calles. La mortandad era tan grande que ya no apartaban los cuerpos para sepultarlos. Las ratas, los pjaros y los insectos se alimentaban de la carne putrefacta mientras la lucha arreciaba a lo largo de las murallas. En cualquier momento la peste azotara la isla. Para colmo, los turcos daban indicios de renovado entusiasmo; los informes sobre una nueva arma maravillosa haban reforzado la debilitada moral. Mustaf haba hecho correr el rumor de que sus ingenieros haban terminado una mquina infernal que conquistara Senglea y llevara la campaa a una rpida conclusin. El baj pidi a sus tropas que siguieran bregando hasta que la voluntad de Al se manifestara en una explosin gigantesca. Los nostlgicos soldados turcos rezaban por una pronta resolucin y hablaban de sus esperanzas de irse de Malta para siempre. Los pensamientos de venganza y saqueo haban perdido su atractivo durante el interminable asedio. La mayor victoria era regresar a casa. Los rumores sobre la mquina infernal de Mustaf llegaron a odos de La Valette, pero el gran maestre no se inmut. No slo el baj tiene secretos coment. Piali alz los ojos del escritorio. Ag dijo, firmando un documento. Invit al adusto jenzaro a sentarse. Confo en que tus hombres estn listos.

Siempre estn listos para matar infieles dijo framente el jenzaro. Tendrn su oportunidad por la maana. La torre les entregar la muralla de Castilla. Mustaf se aproxim a los ingenieros. Baj dijeron, inclinndose solemnemente. l alz una antorcha para examinar la mquina infernal concluida, y pas una mano por el artilugio con forma de tonel, que tena la altura de un hombre y veinte pies de longitud. Argollas de hierro cean un casco de madera que contena plvora, esquirlas y perdigones. Por Al exclam Mustaf, es magnfica. Me gustara dedicarle un da ms, seor baj dijo un ingeniero. Me temo que he puesto demasiada plvora. Cuanta ms, mejor. Mustaf ensanch los ojos con deleite. Aplanar la cuesta y la muralla? El ingeniero asinti. Quiz abra un agujero en el mundo. Gravette lleg a San Miguel antes del alba y qued pasmado por el deterioro de las defensas. Haba tramos de muralla desmoronados y slo una pila de escombros protega a la guarnicin. Camin cojeando entre los caballeros y soldados que dorman a lo largo del parapeto. Tan pocos, pens. Gravette se detuvo para apoyarse en un barril, y reflexion sobre la irona de haber sobrevivido a sus atroces heridas slo para regresar a una muerte segura. Ojal las manos no me temblaran tanto. Al or una voz conocida, se volvi. Era Robles. Maestre salud Gravette, parece que sois invulnerable. Robles le estrech la mano. No ms que t. Me asombra que ests con vida. Gracias a Dios, la fiebre no te llev. Gravette hizo una mueca. Necesito sentarme. Robles lo ayud a sentarse en el suelo. Deberas estar en el hospital dijo. Pamplinas. Ya estoy bien. Sudando, Gravette mir a los hombres que descansaban. Cmo habis resistido con tan pocos? Robles sacudi la cabeza. No lo s. Trata de dormir.

El bombardeo ces mientras los turcos se preparaban para el ataque. Miles de soldados descendieron desde Corradino y las trincheras que estaban frente a Birgu. Los fatigados cristianos afrontaron la embestida con espadas, proyectiles y fuego griego. Las lneas de batalla se estabilizaron a lo largo de las murallas y Birgu y Senglea volvieron a arder mientras las bombas incendiarias devoraban a vctimas gemebundas. La Valette se paseaba entre los castellanos; su cercana alentaba a los hombres. Subi al parapeto que haba encima de la puerta. Un caballero salud y seal la planicie en disputa. Volvern a traer la torre, gran maestre. Los esclavos que se reunan alrededor del artilugio rectangular levantaban una gran polvareda. La Valette repar en las compaas de jenzaros que se agolpaban detrs de la estructura. Excelente dijo. Caones y arcabuces eructaban destruccin desde Birgu mientras los caballeros vestidos de hierro defendan el borde del crter contra los turcos que cruzaban el foso. La mquina de asedio, que Piali haba alejado slo un corto trecho tras el fracaso del primer intento, rod hacia la muralla. Los jenzaros soltaron alaridos. Algunos de esos soldados selectos estaban tan ansiosos de enzarzarse con el enemigo que ayudaron a empujar la torre. Una bala de mosquete roz la oreja de La Valette, pero l no le prest atencin. Tras estudiar el avance de la torre, se dirigi a la escalera y baj al suelo. Los albailes malteses se apiaron detrs de l y lo siguieron a la muralla, herramientas en mano. La torre lleg al foso seco y los jenzaros se dispusieron a bajar el puente levadizo, que llegara fcilmente a la muralla. Los jenzaros se agolparon dentro de la torre para guarecerse de los disparos. Un oficial dio la orden y afiladas cimitarras comenzaron a cortar la soga del puente. La Valette activ su trampa. Una angosta abertura apareci al pie de la muralla, y un can asom por la pequea brecha antes de que los jenzaros pudieran reaccionar. Era una pieza de ochenta libras, y apuntaba a la parte inferior de la torre. Fuego! orden La Valette. El can retrocedi y una bala con cadenas, a menudo usadas para desarbolar los buques, desgarr la alta estructura. Un soporte estall en una lluvia de astillas; los esclavos gritaron cuando trozos de madera les laceraron el cuerpo desnudo. El alarido de los jenzaros se torn menos heroico, mientras los capataces azotaban a las cuadrillas. Retirada! Retirada! gritaban los capataces. El can descargado fue retirado y reemplazado por otra pieza. Fuego! grit La Valette.

La bala con cadenas mordi la estructura y una columna de esclavos. La torre rechin y se lade como un hombre herido. Otro can reemplaz al segundo. Los jenzaros empezaron a saltar al suelo. Muchos fueron abatidos mientras corran por la planicie. Fuego! Otro soporte cedi y toda la estructura se tambale. Reinaba el caos mientras los jenzaros saltaban de la torre tambaleante. Otros disparos certeros completaron la tarea. La torre se desmoron con estrpito, aplastando a muchos jenzaros. Los turcos fueron acribillados con metralla mientras corran a refugiarse en las lejanas trincheras. La Valette orden a los malteses que reparasen la muralla y regres al parapeto. Observ la retirada mientras los caballeros se reunan para felicitarlo. S que Henri estaba mirando, gran maestre dijo uno. La Valette asinti.

21

Mustaf atac Senglea mientras la torre de asedio rodaba hacia Birgu. A pesar de su ria con Piali, ola la suerte en el aire y estaba impaciente por aprovechar el momento. Las tropas turcas, tan hartas de la guerra como Mustaf, y ms ansiosas de irse de Malta, atacaron Senglea con un entusiasmo que recordaba los primeros asaltos contra San Telmo. Miles de soldados enjutos corrieron por la cuesta de escombros que haba reemplazado a las fuertes murallas de Senglea. Hombres santos con sandalias miraban desde el Corradino. Los fatigados derviches proclamaban que hoy Al dara la victoria a los creyentes. Hoy, prometan, la mquina infernal dara su merecido a los infieles. Los cristianos estaban igualmente vidos de luchar para alcanzar la paz de la victoria. Caballeros de armadura mellada se alineaban en las defensas ruinosas como tocones que se negaran a rendirse ante el arado. Los caones y arcabuces de Senglea hablaban con voz estentrea bajo el harapiento estandarte de San Juan, que ondeaba invicto sobre el fuerte San Miguel. Todos presentan que se aproximaba un momento decisivo. Los disparos cobraron su precio, pero los hombres de Mustaf lo pagaron y llegaron a las aspilleras. Ambos bandos desenvainaron las espadas. La lnea de batalla se estabiliz bajo la muralla de donde llegaba el ruido hmedo del acero en la carne. Turcos y cristianos se lanzaban a la refriega con algo parecido a la tenaz determinacin que los campeones de boxeo sienten hacia el final de un combate. Malta volvi a teirse de rojo. La tierra sedienta bebi sangre hasta que las rocas que rodeaban Senglea relucieron al sol. El caballero Gravette liquid a tres turcos, pero sus viejas heridas se reabrieron y el dolor palpitante de su cuenca ocular vaca era inaguantable. Era como si le hubieran reemplazado el ojo por una piedra candente del triple de tamao. El joven provenzal apretaba los dientes con cada mandoble que asestaba. La nueva tropa de Gravette, un destacamento de piqueros espaoles, permaneca firme alrededor del intrpido oficial. Los espaoles, todos heridos, asestaban sus golpes con habilidad de veteranos, lanceando a los enemigos que se encaramaban a la derruida muralla. En ocasiones un disparo abata a uno de los piqueros; no haba reemplazos. Gravette se apost entre dos alas de piqueros para que ningn enemigo se le acercara por su lado ciego. Cuando un turco encontraba una brecha en la lnea o se agachaba bajo las picas, Gravette lo mataba con la espada. Cay otro espaol, con un balazo en la frente. Gravette orden a sus hombres que cerraran filas y ellos obedecieron con practicada precisin. Gravette abri la visera para ver mejor, y luego se quit el yelmo; una venda le cubra la cuenca ocular vaca. Un piquero lance a un turco en la garganta, pero otros dos musulmanes cogieron el arma. Gravette salt hacia delante y asest dos potentes estocadas, cortando a un hombre entre el hombro y el cuello y

rebanando una parte del crneo del otro. El caballero trat de recobrar la pica, pero estaba atascada en el turco. Parti el asta en dos. Un turco se asom sobre la muralla y Gravette le aplast la frente con el escudo. Se inclin hacia delante y mir cuesta abajo. Sinti desesperacin. Los turcos se aproximaban en tal cantidad que oscurecan el suelo. Gravette pens en hormigas amontonndose sobre un meln partido. Y qu es eso que empujan? Avist lo que pareca ser un colosal barril de plvora. Debe de tener treinta pies de largo, Gravette apart los cadveres de la muralla y regres a la formacin. Los espaoles parecan preocupados. Qu es esa cosa, mi seor? pregunt uno. Gravette sacudi la cabeza. No s, pero no es nada bueno. Mir a sus hombres jadeantes, pensando: Qu extrao, cuan rpido uno llega a amar a su tropa. S que sabris qu hacer grit por encima de la algaraba de la batalla, que continuaba a ambos lados de su posicin. Luchad como hombres que tienen su lugar asegurado en el cielo. Los turcos llegaron a la muralla y la desbordaron como el agua de un dique. Los piqueros de Gravette abatieron a tantos que se pregunt si Mustaf haba abandonado el resto del permetro por este punto. Los espaoles tuvieron que ceder terreno cuando los cadveres empezaron a entorpecer el movimiento. Gravette vio una docena de caras turcas. Dudaba que pudiera continuar. Expulsadlos! grit. Los espaoles lancearon y apualaron hasta que el parapeto qued pegajoso de sangre. Los turcos muertos se apilaban sobre sus compatriotas. El asalto empez a perder mpetu. Bien hecho! exclam Gravette. Entonces los cristianos vieron un extrao espectculo. Al principio pareca que la muralla estaba creciendo, pero Gravette pronto comprendi lo que suceda: los turcos empujaban el barril colosal hacia San Miguel. Tiene el tamao de una galera! exclam un piquero. Slo entonces Gravette repar en la mecha humeante que sobresala del barril. El terror le quit el aliento. Es una bomba! rugi. Atrs, atrs! Sus hombres se retiraron mientras los turcos daban un empelln final a la mquina infernal, lanzndola sobre sus camaradas muertos. El barril humeante persigui a los cristianos un buen trecho hasta detenerse contra una curea estropeada.

Los cuernos turcos tocaron retreta y los soldados de Mustaf de buena gana dejaron que la bomba hiciera su faena. Gravette tropez con un cuerpo y se dio un porrazo en la herida. Solt un chillido, y casi se desmay del dolor, y se acost de espaldas; el barril se ergua sobre l como una visin maligna. Se dio por muerto. Pero entonces not algo extraordinario. Esa mecha apenas arde, pens mientras sus piqueros empezaban a arrastrarlo. Mirad aqu! Esa mecha es demasiado lenta! Los espaoles echaron un vistazo. Gravette se puso de pie. Llamad a los dems! Su compaa se reagrup rpidamente. Gravette se acerc a la mquina infernal; al tacto pareca una quilla. Empujad! grit. Pero sus nombres no podan mover el barril. Llam a Robles y acudieron ms hombres en su ayuda. Empujad! repiti Gravette. La bomba se desplaz sobre los turcos muertos con un crujido. Caballeros y soldados maldecan mientras patinaban sobre sangre y entraas, pero el barril segua movindose. Por encima de la muralla! exclam Gravette. La bomba se atasc en una piedra cuando la mecha llegaba al final. Gravette sinti un nudo en la garganta. Por encima! Con un ltimo y desesperado esfuerzo, los cristianos pasaron la mquina infernal por encima del borde. La bomba cay a la cuesta y rod chirriando colina abajo, con crujidos de madera. Gravette orden a sus hombres que corrieran. No tuvo que decirlo dos veces. Mustaf observaba el desarrollo de la batalla con una creciente sonrisa y lanz una carcajada cuando sus soldados empujaron el barril de plvora hacia Senglea. El baj se inclin hacia La Meca mientras la mquina infernal entraba en San Miguel. Momentos despus grit cuando la anunciada arma secreta saltaba sobre la muralla y rodaba hacia sus hombres, que estaban tendidos en el fondo del precipicio, cubrindose la cara y las orejas para protegerse de la explosin. Al, no! exclam el baj. La mquina infernal choc contra una roca, rebot y estall entre los desprevenidos turcos. Mustaf no vio nada ms, porque la explosin lo tumb. La Valette presenci todo el episodio.

El barril lleg al centro de la vanguardia turca y estall con el resplandor de un sol furibundo. La Valette y su guardia pestaearon, pero abrieron los ojos a tiempo para ver a docenas de turcos volando por los aires. La explosin era tan potente que algunas vctimas fueron arrojadas al Corradino y una vol hasta el Gran Puerto. Las esquirlas, piedras y astillas levantaron polvo en la planicie y salpicaron la baha. La Valette entorn los ojos para escrutar la humareda. Los cuerpos destrozados formaban anillos concntricos alrededor de un crter de poca profundidad. El suelo estaba negro. El gran maestre sacudi la cabeza, demasiado pasmado para celebrarlo.

22 23 de agosto

El gran consejo inici sus sesiones y los muros de piedra del castillo no conseguan atenuar el rugido de la artillera. Afortunadamente, sin embargo, el fuego turco perda fuerza da a da. Corra el rumor de que

haban desmantelado algunas bateras de Mustaf. No obstante, la cmara conciliar estaba cubierta de polvo. Los caballeros ya no lo notaban. La Valette escuch pacientemente mientras sus asesores le daban consejos que no deseaba. Aunque crea en empuar las riendas con firmeza, permita que los caballeros mayores dieran su opinin. Hoy la dieron. Casi por unanimidad, los caballeros gran cruz y los pilieres proponan abandonar Birgu. Alegaban que las murallas estaban en ruinas y los daos causados por la gran mina eran irreparables. Adems, haban perdido demasiadas tropas para proteger el permetro. En las cercanas de la muralla, ambos bandos haban abierto tantos tneles que era peligroso pisar el terreno. La conclusin del consejo era que deban abandonar Birgu y desplazar la guarnicin a San ngel. Era la nica manera de sobrevivir al siguiente gran ataque. La Valette se volvi hacia sir Oliver, que haba permanecido en silencio. El ingls eludi su mirada. La Valette guard silencio tanto tiempo que el consejo empez a creer que escuchara sus sugerencias. No fue as. Respeto vuestros consejos, hermanos mos dijo, pero no los seguir. He aqu mis razones. Si abandonamos Birgu, perdemos Senglea; su guarnicin no puede resistir a solas. Adems, San ngel es demasiado pequeo para albergar a la poblacin y a nuestros hombres, y no tengo la menor intencin de dejar a los malteses, sus esposas e hijos a merced de un enemigo despiadado. Su voz cobr vigor mientras enumeraba otras razones para defender Birgu. El agua escaseara. Tras la cada de Senglea, Mustaf podra concentrar su artillera en San ngel. Por lo dems, por qu dar a los turcos una victoria moral despus de un revs tan catastrfico? No, hermanos dijo La Valette, aqu debemos resistir. Aqu debemos perecer todos, o finalmente, con la ayuda de Dios, expulsar al enemigo. Los hombres asimilaron sus palabras. Al fin habl el obispo de la orden. Al menos, gran maestre, debemos trasladar los archivos y reliquias para salvaguardarlos en San ngel. La Valette resopl. No habis escuchado? pregunt. Qu pensarn los malteses si ven que sacamos la mano de Juan Bautista de la iglesia conventual? Se darn por perdidos! Y si Malta cae, para qu necesitamos archivos? Todo quedar en su lugar. La Valette cerr la sesin con rdenes estrictas de que los defensores permanecieran en sus puestos. Como nueva muestra de su resolucin, orden que la mayora de los efectivos de San ngel fueran a la muralla terrestre y pidi la destruccin del puente que conectaba Birgu con la fortaleza.

Estos actos fueron elocuentes para los malteses. As tuvieron la certeza absoluta de que la orden no los sacrificara. Cada soldado decidi luchar y morir en el puesto que defenda. Esa noche, como todas las noches, La Valette rez en la iglesia conventual de San Lorenzo, de hinojos ante el altar hasta la maana. Mustaf tambin celebr un consejo. Piali y Asam, Uluj Al y Candelisa, adems de otros, se reunieron con l en la tienda de mando, ms all del Marsa. Si el consejo de La Valette proyectaba obstinacin, el de Mustaf rezumaba un abatimiento desesperado. La depresin trazaba, arrugas en la cara de sus capitanes. Mustaf buscaba desesperadamente una solucin para sus problemas. Necesitaba una victoria para elevar el aplastado espritu del ejrcito, pero Senglea y Birgu an resistan. Su informe, general de intendencia le dijo a un robusto oficial. El general de intendencia respondi con un titubeo. Seor baj, me temo que las noticias no son buenas. No esperaba que lo fueran. El oficial se aclar la garganta. Apenas tenemos harina suficiente para otro mes, mi seor. Aunque zarpramos hoy, tendramos que racionarla antes de llegar a Estambul. No s por qu no han llegado nuestras naves de aprovisionamiento. Asam y Candelisa intercambiaron miradas. Ellos tenan sus propias naves y frica no estaba lejos. Piali dirigi una mirada implorante a Mustaf, que pens: Conozco su opinin. Y la plvora? le pregunt al oficial de intendencia. Muy escasa, mi seor. Me dijeron que me preparase para un enfrentamiento breve, y eso hice. Cada da nuestras andanadas son ms dbiles. No podemos reducir ms las reservas de la armada dijo Piali. Quiz debamos librar una batalla naval. No quisiera irme de Malta para perder las galeras del sultn durante la travesa. Mustaf lo fulmin con la mirada, pero estaba demasiado agotado para sostener la mirada del almirante. Se sumi en sus pensamientos. Dnde podr capturar plvora y alimentos? La respuesta era obvia. Mdina. La capital deba de estar bien aprovisionada y adems brindara mano de obra esclava en abundancia. Sus exploradores le hablan informado de que la ciudad tena pocos efectivos y caones. Adems, las murallas de Mdina eran endebles. Los caballeros haban prestado poca atencin a la capital, alejada del mar.

Mdina, caballeros! casi grit Mustaf. Podernos capturar esa ciudad indefensa en dos das! Los oficiales aprobaron con un gruido. Creo que all no hay ningn hospitalario dijo uno. Pronto habr muchos jenzaros ri Mustaf. Mdina, desde luego, pens. Porqu he sido tan ciego? Reflexion sobre la extraeza de que la capital de Malta tuviera el mismo nombre que la gran ciudad del Islam. Tambin record que Alia significaba Dios en el idioma malts .

23

Sostn esto, Antonio. El maestro zapador, de rodillas, entreg una antorcha susurrante a un malts . La antorcha apenas iluminaba el tnel polvoriento y cuadrado. Ese pasadizo angosto, caluroso y sofocante, cavado precipitadamente, pareca ms una tumba que una zona de trabajo. Las vigas, demasiado pocas para un tramo tan largo, crujan por efecto del bombardeo, pero no disponan de ms madera. El maestro zapador, Pedro Nez de Valencia, apret la oreja contra la viga terminal. Sus tres asistentes guardaron absoluto silencio mientras l trataba de determinar hacia dnde cavaban los turcos. Oy ruido de picas.

Raspaduras y chasquidos. El polvo le provoc un estornudo que pareci una pequea explosin; sus hombres apretaron los dientes. Lo lamento dijo Nez. Conoca bien sus temores. Tambin l tena pesadillas en que era sepultado vivo bajo toneladas de suelo malts . Se imagin atrapado en un pasaje desmoronado y tembl. Pero eso es lo que le hago al enemigo, pens. Nez no saba a cuntos turcos haba enterrado; an no haba visto ninguno. Pero a menudo oa sus alaridos ahogados. Los oa en sueos. Escuch de nuevo. Ms raspaduras y chasquidos. Estn muy cerca susurr Nez. Antonio. S, maestro. Trae la plvora. La instalaremos aqu. S, maestro. Nez oy que el malts regresaba a rastras por el tnel. No nos alcanza el tiempo para cavar encima de ellos opin un zapador. S convino Nez. La pondremos aqu y dejaremos que se tropiecen con ella. Nez se imagin lo que sucedera. Encendera una mecha larga, desde debajo de Birgu si era posible, y la explosin resultante derrumbara el tnel. La tierra convulsa sepultara a los desdichados turcos, dejndolos como aadido permanente al polvoriento regolito de la isla. Pero no senta remordimiento. Ellos planeaban hacerle lo mismo a l. La tierra oscil. Los malteses susurraron plegarias en su lengua natal. Nez trag saliva con la garganta seca. Los temblores cesaron. Basilisco conjetur Nez. Debe de haber hecho impacto justo encima de nosotros. Por un instante temi que los turcos los hubieran odo y se les hubieran adelantado. La tierra absorbi el sudor que le chorreaba de la frente. Dnde diablos est Antonio? rezong. Voy a buscarle? ofreci un malts . S, y deprisa. Nez oy que el hombre se alejaba y se imagin al malts encorvndose para no golpearse la cabeza contra el techo. Nez se palp el surco que tena en la calva. Haba que mantener la cabeza gacha. Volvi a escuchar. Los ingenieros turcos estaban muy cerca. Con gran esfuerzo, se gir. Vio el miedo en la cara del asistente que quedaba y sinti una sbita compasin. Si el tnel se derrumbara a nuestras espaldas lo sabramos, verdad, maestro? pregunt el zapador ms joven. Yo lo sabra, muchacho dijo Nez, tratando de parecer confiado. Esperaron una eternidad. La antorcha comenz a consumirse. Al fin oyeron a hombres que venan detrs de ellos. Nez suspir de alivio.

Qu os demor? pregunt al ver el rostro de Antonio. El cabello del malts estaba apelmazado de tierra y sudor. Lo lamento, maestro, pero un soldado se llev nuestra plvora. Tuve que ir arriba para buscar ms. Nez mascull que dara parte de ese incidente mientras forcejeaba con el pequeo barril. Lo coloc contra el final de la viga y abri una abertura en el pequeo casco con la daga. Dmonos prisa, casi han terminado. Dame la mecha. Extendi una palma negra. Antonio puso cara de consternacin. El soldado se la debe de haber llevado, maestro. No consegu otra. Encuentra una! susurr Nez. Antonio volvi a internarse en el pasaje. Tendremos suerte si volvemos a ver Birgu dijo Nez, sacudiendo la cabeza. Los tres hombres oyeron un chirrido y reconocieron el sonido del metal contra la piedra. Nez sinti aire contra su pantorri11a desnuda. Al volverse, vio un orificio diminuto en el rincn del tnel. La luz de una antorcha se filtraba por el agujero. Oy voces turcas y el repiqueteo de muchas picas. Han pasado de largo en ngulo, pens, sin atreverse a respirar. Por su rpido avance, Nez pudo evaluar que los turcos tenan por lo menos una docena de hombres. Maestro, qu hacemos? chill el malts ms joven. Nez seal su daga. Uno de los malteses sac su pual y el otro alz una piqueta de mango corto. Dnde est Antonio con mi mecha?, se pregunt Nez, y se maldijo por no haber trado ninguna. Caray, si tuviera un tramo de mecha lo encendera y correra el riesgo. Los turcos dejaron de martillear, y Nez oy lo que pareca una discusin cada vez ms intensa. Al cabo, los ingenieros de Mustaf reanudaron su tarea. Haban cambiado de rumbo y pronto cortaran el tnel en dos. Nez cogi el barril. Vmonos! Volaremos el tnel desde la boca! Sin embargo, antes de que sus hombres pudieran moverse, unos picos entraron en el pasaje a veinte pasos. Los ingenieros turcos gritaron al darse cuenta de que se haban topado con un tnel. En segundos el primero de ellos se interpuso en el camino de los cristianos. A ellos, muchachos! rugi Nez. Los tres cristianos atacaron al turco, que alz el pico para defenderse. Un tramo de muralla se desmoron en el tnel y cuatro turcos cayeron delante de los cristianos.

Siendo el ltimo de la fila, Nez no vea mucho, pero oy el alarido de un turco cuando un malts le clav un pico en el pecho. El maestro zapador oy el clamor del acero y un malts cay. El asistente restante solt la antorcha y se abalanz sobre los turcos; hundi la daga entre las costillas de un ingeniero y fue recompensado con un aullido burbujeante antes de que tambin lo derribaran a l. Los barbados turcos volvieron su rostro furioso hacia Nez. Pasaron por encima de los cristianos muertos y se aproximaron a su presa. El maestro zapador aferr la antorcha y el barril y se repleg al extremo del pasaje. No tena escapatoria. Dagas, ojos y dientes blancos relucan a la luz de las antorchas mientras los airados musulmanes se acercaban Nez ensanch el orificio de la mecha del barril con la daga. Jess, por qu hago esto? Dios mo! Su coraje casi lo abandon cuando hundi la antorcha en el barril. La guarnicin de Birgu apenas repar en el temblor que sacudi la ciudad, ni el polvo tenue que se elev sbitamente de la planicie.

24

Don Mesquita, el gobernador portugus de Mdina, estaba mediando en una disputa entre dos tenderos cuando se le aproxim un soldado. Mesquita, a quien le dola la cabeza por las quejas incesantes del querellante, qued complacido por la interrupcin. S? le pregunt al soldado con coraza. El soldado mir a los civiles con el ceo fruncido. Mesquita despidi a los tenderos. Qu pasa, Moya? pregunt. Seor gobernador, Mustaf est explorando las inmediaciones. Hemos avistado turcos en tareas de reconocimiento. Mesquita sinti un retortijn en el estmago, y su rostro, contrado tras inquietos meses de responsabilidad y preocupacin, palideci levemente alrededor de sus activos ojos verdes. Escuch el estruendo lejano de la artillera.

Maldicin murmur. Maldicin. Recurri a sus ltimas reservas de compostura. Era inevitable que Mustaf nos atacara tarde o temprano. S, gobernador. Necesita una victoria, adems de suministros. Mesquita intent sonrer. La Valette ha obligado a Mustaf a lanzarse sobre nosotros. Quedar defraudado por nuestra provisin de plvora respondi Moya. No alcanza para llenar una carretilla. Mesquita inhal profundamente. Ven dijo, tratemos de defraudarlo por completo. Las aprensiones de Mesquita se justificaban. Mdina, con sus muros blancos, albergaba apenas una compaa de soldados entrenados y muy pocos caones. La Valette haba vaciado esa ciudad, de importancia relativamente escasa, meses atrs. Si Mustaf atacaba con un cuarto de la saa con que haba atacado Birgu, era indudable que Mdina caera, y pronto. Las murallas de Mdina no eran gruesas. Los anticuados parapetos de estilo rabe eran vulnerables y el foso de la puerta sur, de escasa profundidad, se llenara rpidamente. Las exiguas fuerzas de Mesquita no podran detener a la infantera de Mustaf ni responder a su artillera. Por otra parte, tres de las murallas de Mdina se erguan sobre cuestas traicioneras y empinadas. Slo el sur de la ciudad favoreca un ataque. Mesquita decidi reclutar a la ilusin como aliada. Comprenda que la campaa de Mustaf contra Mdina indicaba una desesperada indecisin. Una fachada de firmeza poda disuadir al temeroso turco. Toda Mdina se dispuso a ayudar al gobernador con su plan. Un ejrcito de cinco mil musulmanes avanzaba hacia el oeste, desde el Marsa hacia Mdina, una travesa de cinco millas. Aunque los turcos estaban con media racin, su nimo era elevado; les alegraba abandonar San Miguel y San ngel por lo que prometa ser una conquista fcil. Los espas les haban informado que en Mdina no haba caballeros, slo campesinos y dos veintenas de infantes. El ejrcito aminor la marcha al aproximarse a la muralla sur. Los turcos quedaron boquiabiertos de asombro. Los informes eran totalmente errneos. La muralla sur de Mdina estaba erizada de soldados y presentaba media docena de caones. Los animosos cristianos blandan sus armas y dispararon la artillera en cuanto aparecieron los turcos, y aunque sus disparos se quedaban cortos, mantuvieron el fuego. Al! gimieron los oficiales turcos. Tienen municiones y plvora de sobra. Y los hombres de la muralla! Estaban hombro con hombro, tres en fondo. Cmo era posible que los exploradores se hubieran equivocado tanto? Los oficiales no informaron de inmediato a Mustaf sobre la desalentadora beligerancia de Mdina. En cambio, despacharon jinetes para examinar las otras murallas.

Los jinetes regresaron con psimas noticias. Hasta el inexpugnable parapeto norte estaba erizado de tropas y caones, y los belicosos cristianos haban derrochado prodigiosas cantidades de municin en ftiles intentos de abatir a los exploradores. Redactaron un parte y se lo enviaron a Mustaf: Mdina es otra Birgu. La ciudad parece contar con una reserva ilimitada de hombres y pertrechos. El furioso Mustaf cabalg hasta la ciudad para evaluarla con sus propios ojos. Convencido de que Mdina era inexpugnable, cancel el ataque. No poda darse el lujo de atacar una fortaleza tan bien defendida. Los oficiales palidecieron ante la negra ira de Mustaf. Esos exploradores lamentarn haber nacido prometi. Esos ojos que me han fallado tanto no volvern a ver. No quedaba ms remedio que reanudar los ataques sobre Senglea y Birgu. Mustaf rezaba, con pocas esperanzas, para que la breve campaa de Mdina no hubiera alentado a las asediadas pennsulas. Don Mesquita grit de deleite cuando los turcos se retiraron. Los malteses, gentes sencillas arrancadas de su tierra por la invasin, ovacionaron a Mesquita y alabaron su astucia, pues crean que les haba salvado la vida. Sabiendo que su diminuta guarnicin no podra contra los turcos, haba ordenado que los campesinos de la ciudad, incluidas las mujeres, vistieran uniforme. Estos soldados falsos se mezclaron en las murallas con las tropas autnticas. Luego concentr la artillera en la muralla sur y la reemplaz por simulacros a lo largo del permetro. El toque final de disparar loa caones mientras el enemigo estaba fuera de su alcance no slo sugera vastas reservas sino que mantena los ojos inquisitivos a respetuosa distancia. El resultado final fue uno de los engaos ms inteligentes de la historia militar. Mustaf orden el regreso de su ejrcito, impidindole un triunfo seguro y alentador para reanudar menguantes asaltos contra Senglea y Birgu. En consecuencia, sus tropas reaccionaron con un desempeo mediocre. Aun los ataques de los jenzaros carecan de espritu. Don Mesquita orden que se diera una misa de accin de gracias en la vieja catedral de Mdina, donde cada 4 de noviembre una ceremonia conmemoraba al conde Roger el normando. Roger, un hroe local, haba expulsado a los rabes de Malta quinientos aos antes. Don Garca de Toledo cavilaba entre los tapices de su cmara de audiencias, cavilando que Malta haba resistido mucho ms tiempo del esperado. Haba postergado el envo de refuerzos, esperando que la situacin se resolviera sola, pero el obstinado La Valette haba luchado con porfa. Don Garca se movi incmodamente en su silln semejante a un trono.

El gran maestre es un hombre tenaz, concedi, desconcertado por el xito del hospitalario. Yo no hubiera durado un mes. Para colmo, la pequea corte de don Garca se haba llenado de visitantes indeseables; doscientos caballeros de San Juan esperaban para tripular las galeras, y llegaban ms cada da. Los caballeros no ocultaban su opinin sobre la conducta dilatoria de don Garca, sino que manifestaban su desprecio sin tapujos. Exigan saber por qu los mantenan cautivos en Sicilia mientras Mustaf asolaba su isla. Hasta podan or los caones del baj! Al virrey le costaba cada vez ms dar respuestas satisfactorias. Y no era tranquilizador saber que los ojos de Europa se concentraban en l. Adems de los hospitalarios recin llegados, haba voluntarios de todo el continente. La heroica resistencia de La Valette haba suscitado admiracin, provocando el respeto de muchos que comnmente desdeaban a la aristocrtica orden. Pero qu puedo hacer? Don Garca se devanaba los sesos. No basta con desembarcar en Malta, tambin debo triunfar. Tema que Piali lo burlara con una maniobra de flanco y perdiera Sicilia; as pondra en peligro todo el Mediterrneo. Lament haber hecho tantas promesas a La Valette. Maldito sea el viejo. Asest un puetazo en el brazo del silln. Cmo ha resistido tanto tiempo? Cmo? le pregunt a la cmara vaca. Don Garca reflexion sobre la irona de que una derrota de los turcos causara tanto dao a su prestigio. Los acontecimientos haban conspirado para transformarlo en el villano de Europa. Altas puertas se abrieron y entr su chambeln. Perdonadme, excelencia dijo, pero una delegacin de caballeros de San Juan exige una audiencia inmediata. Desde luego, pens torvamente don Garca. No me dan tregua. Quin los encabeza? pregunt Lamento informaros que es el caballero Lastic. Don Garca frunci el ceo. Record con disgusto una entrevista anterior con el enrgico gran prior de Auvernia. Envalo a solas dijo. No estoy de humor para muchedumbres. A vuestras rdenes. El chambeln hizo una reverencia y se march. Don Garca oy el ruido metlico de una armadura. Abrieron las puertas de la cmara. Entr Louis de Lastic, un caballero de barba gris con armadura reluciente y jubn rojo. Los ojos azules de Lastic centelleaban. Luca tan recio como su atuendo de metal. Don Garca record a La Valette. Monsieur de Lastic dijo fatigosamente. El gran prior sonri desdeosamente.

Prometisteis zarpar si el tiempo lo permitadijo, apoyndose los puos enguantados en el muslo. El tiempo es esplndido, pero no habis zarpado. Debemos remolonear mientras el turco hunde Malta? Os aconsejo que contengis la lengua advirti don Garca. Estamos en mi corte, y en mi feudo. Lastic lo mir airadamente. Don Garca, tenis casi ocho mil hombres sentados en Siracusa, escuchando la artillera de Mustaf. Por qu no levis anclas? La historia os flagelar! Don Garca irreverencia. se puso de pie. Nunca haba sufrido semejante

Monsieur de Lastic, no creo necesario responderle a un hombre que no se digna llamarme excelencia en mi propia corte. Lastic se inclin hacia delante. Vuestra merced dijo, si llegamos a Malta a tiempo para salvar a la Religin, os llamar con el ttulo que os plazca: excelencia, alteza, incluso majestad. Don Garca se hundi en su silln, atrapado por las circunstancias. Pasar revista a las tropas esta noche. Maana pondremos proa a Malta.

25

Don Garca de Toledo lev anclas el 25 de agosto, con una fuerza de nueve mil hombres. El grueso de la hueste consista en recios infantes espaoles de la guarnicin de Npoles. Un grupo multinacional de voluntarios y ms de doscientos caballeros de San Juan redondeaban el contingente. Si el destacamento careca de gran nmero de hombres, lo compensaba con su nimo. Los caballeros y soldados ardan de anticipacin, ansiosos de castigar a las fuerzas de Solimn. Don Garca era el comandante de operaciones, y lo secundaba un italiano, Ascanio de la Corna. Vicente Vitelli de Italia capitaneaba a los voluntarios, mientras que el espaol lvarez de Sande estaba al frente de los napolitanos de Felipe II. Pero muchos de ellos teman que el virrey hubiera actuado demasiado tarde. Malta capitulara antes de que ellos llegaran? Los caballeros procuraban or los caones distantes por encima del rugido del mar. La flota de don Garca, que tanto haba tardado en formarse, de inmediato se top con mal tiempo. Al parecer, la providencia exiga ms sacrificios a los malteses. Navegando al oeste para reunirse frente a la diminuta isla de Linosa, la flota fue azotada por un temporal estival. El oleaje y los vientos desgarraron los aparejos, partieron remos y arruinaron preciosas provisiones. La mutilada armada tuvo que reagruparse en la isla de Favignana. Aunque no haban perdido hombres, las naves requeran grandes reparaciones. Don Garca orden que la maltrecha fuerza regresara a Sicilia. Ansiosos caballeros ambulaban por los muelles mientras reacondicionaban las galeras. Pasaban los das, el viento an les llevaba el estruendo de los caones de Mustaf. Los temperamentos se sulfuraron por la demora y de nuevo se cuestion la resolucin de don Garca. Frenticos caballeros rezaban para que Malta resistiera hasta que ellos desembarcaran.

Durante una semana Mustaf se haba abstenido de atacar, y haba gastado gran parte de sus municiones restantes en un bombardeo final. Una vez ms Birgu y Senglea temblaron bajo el fuego turco. Los aturdidos cristianos, conociendo las tcticas de Mustaf, trataban de descansar y prepararse para lo que presentan sera el encontronazo final. Aun a finales de agosto, y tras exigencias que habran incapacitado a hombres de menor calibre, la energa de La Valette era ilimitada. Espada en mano, cojeando en su mellada armadura, se reuna con sus efectivos en las derruidas murallas y detrs de montculos de escombros. Sus fieras palabras les daban aliento, y recobraban el nimo como si los visitara un ngel del Seor. Mustaf est cediendo! les deca La Valette a las tropas agazapadas. ste es el ltimo acto! La promesa era fcil de creer a la luz del fiasco de Mustaf en Mdina. Los cristianos se deleitaban en el conocimiento de que la dbil capital haba desafiado a los turcos y haba vencido. Birgu y Senglea soportaron esa tormenta de artillera de una semana con el estoicismo de un esclavo de galeras cuya acumulacin de tejido cicatricial ha atenuado la mordedura del ltigo. El asalto se produjo el 1 de septiembre. Mustaf, que jur a sus tropas casi amotinadas que los cristianos estaban en las ltimas, arroj todo lo que tena contra los bastiones en ruinas. Hasta los heridos y enfermos debieron tomar las armas. Senglea y Birgu fueron atacadas por hordas que decuplicaban el nmero de las guarniciones, y una vez ms la truculenta obra se puso en escena. Caones y arcabuces diezmaban a los turcos; luego el fuego griego y las espadas los detenan. La moral turca estaba muy alicada. Los hombres de Mustaf, aturdidos por las privaciones, la disentera y el combate, marchaban a su muerte como condenados. Los cristianos, cuyo nimo contrastaba con el abatimiento de sus enemigos, repartieron espadazos, lanzazos y disparos hasta que las murallas volvieron a sangrar. Una y otra vez los turcos fueron repelidos. Los combates continuaron todo el da. Mustaf derrochaba a sus hombres prdigamente; no estaba dispuesto a retirarse sin poner todo en la batalla. Aunque a Solimn le disgustaba la derrota, despreciaba la indecisin y la castigaba con severidad. Mustaf se retir a Corradino para presenciar la batalla. El sol se hundi a sus espaldas mientras estudiaba la matanza. La distancia le brinda cierto sentido y belleza, pens distradamente. Los alaridos, los alaridos... murmur. Asam se le aproxim a caballo, sangrando por varias heridas. Comandante! exclam. Mustaf dirigi una mirada vaca al argelino. Tocad retreta! insisti Asam.

Mustaf rasc a su caballo detrs de la oreja. Por qu? Asam se aproxim a Mustaf y alz el puo. Baj! Ordenad la retirada! No es voluntad de Al que conquistemos Malta! Mustaf mir hacia San Miguel, donde las llamaradas y el fuego griego combatan la oscuridad del anochecer. La voluntad de Al. Asinti lentamente. As sea. El argelino volvi grupas y desapareci en las crecientes sombras. Los alaridos, pens Mustaf. Desde aqu arriba todos suenan igual. La flota del virrey volvi a zarpar el 4 de septiembre. Cuando lleg a Linosa, don Garca recibi un mensaje de La Valette: El sur de la isla est en manos de Mustaf, as como el Marsasirocco y el Marsamuscetto. Las bahas de Mgarr y Mellieha, en el norte, son los mejores puertos restantes. Ambos os permitirn un rpido despliegue y brindarn refugio a vuestras galeras. Don Garca orden a sus buques que se aproximaran a Malta en dos escuadras. Don Cardona, que haba pilotado el pequeo auxilio de Robles, comandaba la vanguardia, mientras el virrey lo segua con el cuerpo principal. En vez de desembarcar directamente en la baha de Mellieha, don Garca orden a la flota que rodeara a isla, desperdiciando horas en un viaje por la costa oeste y de vuelta a Mellieha. Vertot critica incisivamente esta maniobra en su historia de la orden: Los actos del virrey instaron a la gente a dudar de que se propusiera aprovechar el consejo de La Valette. Pareca menos interesado en efectuar un desembarco que en hallar un nuevo obstculo que lo obligara a regresar de nuevo a los puertos de Sicilia. En ningn otro momento del asedio la ineptitud de almirante Piali fue tan palmaria. Sus galeras no atacaron a ningn buque cristiano, y la noche del 6 de septiembre las divisiones cristianas reagrupadas entraron en la baha sin oposicin. A la maana siguiente don Garca orden el desembarco de sus tropas. Los soldados vadearon los bajos y llegaron a la playa arenosa. Don Garca zarp de inmediato hacia Sicilia, prometiendo regresar con ms hombres.

26 7 de septiembre

Antes de partir hacia Sicilia, don Garca condujo su flota al sur para recorrer el Gran Puerto. Cada navo dispar tres veces al pasar por la desembocadura, un homenaje a Senglea y Birgu, luego vir al este, hacia mar abierto. El gesto fue bien recibido. Vtores estentreos y continuos se elevaron desde las devastadas pennsulas. Los exhaustos defensores alabaron a Dios y se abrazaron, o se inclinaron sobre sus armas y lloraron. A los comandantes les cost mantener las tropas en sus puestos de combate. El estandarte de San Juan ondeaba invicto sobre San Miguel y San ngel. Sir Oliver entr en la iglesia conventual y se arrodill junto a La Valette. El gran maestre concluy su oracin y mir de soslayo a Starkey. Qu? Un jinete acaba de anunciar la llegada de don Garca! inform el ingls. La Valette no se inmut. Cuntos hombres? Casi nueve mil, maestre. Entonces se oyeron las primeras salvas de don Garca. Desde el agua dijo La Valette. Ven. Salieron de la apacible iglesia a un brillante pandemonio. Malteses eufricos corran de un lado a otro mientras caballeros y soldados saludaban a las naves chocando la espada contra el escudo. La Valette corri al parapeto de San ngel seguido por Starkey. Cuntos barcos? le pregunt a un caballero que vitoreaba. Veintiocho, gran maestre. La Valette frunci el ceo. Nueve mil si tenemos suerte! le dijo a Starkey. Mustaf podra derrotar a una fuerza tan pequea. S, maestre jade el ingls.

La Valette curv los labios. Entonces debemos incrementar el nmero. S, maestre. Mustaf silenci al ag de los jenzaros alzando el dedo y se volvi hacia los dems capitanes. Seal a un harapiento prisionero. ste es el hombre? S, baj. Mustaf evalu al huesudo cautivo, un esclavo de galeras, a juzgar por el aspecto. Cmo escapaste? pregunt. El esclavo tembl y se postr en el polvo. Fui liberado, baj. Eres turco? S, baj. Por qu fuiste liberado? Por orden del gran maestre. Me dijeron que cien hombres seran liberados en seal de clemencia y gratitud. Clemencia! resopl Mustaf. De ese bastardo? Y a qu se debe la gratitud? Dijo que el asedio terminara en cuanto los diecisis mil efectivos de refuerzo llegaran a Birgu, mi seor. Mustaf fulmin a un oficial con la mirada. Han llegado otros fugitivos? No, seor. Diecisis mil. Mustaf mir al norte, ms all de Sciberras. Malta slo tena la mitad de esos efectivos cuando desembarcamos, pens amargamente. Ahora diecisis mil ms... Maldicin! exclam, quitndose el turbante. Se gir hacia sus oficiales. Esta operacin fue un desastre y todo es culpa de Piali! Diecisis mil! Cmo pudo don Garca desembarcar cuando nuestras galeras dominan las aguas? Nadie respondi. Mustaf pate el polvo. Todos los capitanes de Piali sern fusilados! El esclavo, los oficiales y el orgulloso ag agacharon la cabeza. Mustaf volvi a mirar al norte. Todo ha terminado dijo.

Convoc a sus lugartenientes a la tienda de mando, los maldijo por su ineficiencia, estupidez y cobarda, luego proclam que el asedio haba concluido. Ahora largaos de mi tienda! bram. Rogad que el sultn no os cuelgue a todos! Los esclavos personales de Mustaf recogieron sus muchas pertenencias. Los tesoros del baj fueron apilados en carretas tiradas por bueyes y sus tiendas desarmadas y enrolladas. Los caballos y otros animales fueron preparados para el embarque. El plan de evacuacin era sencillo: Mustaf quera que todas sus tropas estuvieran en el agua antes de que las atacaran las fuerzas de don Garca. Aunque tena ms hombres que La Valette y don Garca juntos, no se dejara atacar por un ejrcito fresco. Piali recibi dos rdenes. Primero, deba despachar un barco rpido a Solimn con las noticias. Esto quiz permitiera que la ira del sultn se aplacara antes de que Mustaf llegara a Turqua. Tambin deba reunir la flota en la desembocadura del Marsamuscetto, adonde Mustaf ira a su encuentro con el ejrcito. Espero que mis hombres puedan abordar sin ahogarse dijo el exasperado baj. Los turcos levantaron el campamento del Marsa con una aptitud que no haban manifestado en ninguna actividad en varias semanas. Eficientes equipos desmantelaron y desplazaron las bateras que flanqueaban Senglea y Birgu, arrearon caballos y esclavos, quemaron el exceso de equipaje. Al anochecer, estaba preparada la escena para la ms vergonzosa retirada de la historia otomana. El imperial ejrcito turco del sultn Solimn el Magnfico, el Legislador, dueo de los cuellos de los hombres, amo de Oriente y Occidente, abandon sus trincheras bajo la mirada de un enemigo exultante. La gran bandera con la media luna islmica fue plegada y atada por una abochornada guardia de honor en presencia de un grupo de afligidos derviches. Los hombres santos lamentaron a viva voz ese golpe contra el Islam y prometieron a los infieles la venganza divina. Pero no haba fervor en sus amenazas. La lenta destruccin de una fuerza armada aparejada durante dos aos los haba despojado de su vehemencia. Se preguntaban qu significaba la derrota de Solimn. Cay la noche y La Valette an esperaba un mensaje de los refuerzos. No se contentaba con permitir que los turcos se marcharan sin incidentes, sino que planeaba abrirle a Mustaf otra herida que le amargara el largo viaje de regreso.

27

8 de septiembre

Un alba radiante. Las campanas de la iglesia conventual repicaban en Birgu, celebrando la victoria y la natividad de la Virgen. Aunque hubiera escasez, La Valette no permitira que la festividad de Santa Mara pasara inadvertida. En la panadera de San ngel se horne pan y los alimentos ms selectos que quedaban fueron requisados de los refugios subterrneos. La Valette haba pasado una noche en vela en las murallas de San ngel, observando las antorchas que iluminaban el xodo turco del Marsa al Marsamuscetto. El amanecer mostr los primeros buques de Piali dirigindose al mar. Las naves se arrastraban en las suaves olas, cargadas de heridos. Ningn iayalar gritaba desde las cubiertas. Ningn jenzaro aguerrido blanda el arcabuz. El gran maestre orden que abrieran las puertas de Birgu para que su gente pudiera marcharse. Los enfermos y heridos salieron del burgo como si los hubieran sacado de la crcel; su alegra superaba las palabras. Saban que pocos haban desafiado al gran sultn y vivido para contarlo. Los malteses procuraron resarcirse de sus prdidas en las trincheras abandonadas. Fueron bien recompensados. Descubrieron muchos objetos valiosos que se haban extraviado en la oscuridad. Armas, armaduras, joyas y piezas de oro yacan desperdigadas entre los cadveres turcos insepultos. Incluso haba botn para el gran maestre. Haban quedado varios caones, demasiado grandes para desplazarlos con rapidez. La Valette, que haba perdido muchas piezas durante el asedio, orden probar las armas, y luego emplazarlas en Birgu. Caballeros montados rodearon el Marsa y treparon el fragoso Sciberras, donde tuvieron un panorama mejor de las galeras que partan. El ruinoso fuerte San Telmo, clave de toda la campaa, fue recobrado, y la cruz blanca de la orden se iz sobre los escombros. Se desplaz artillera ligera desde Birgu mientras los ltimos navos turcos abandonaban el Marsamuscetto. Entonces sucedi lo inimaginable. Las naves de Piali viraron y atracaron al norte del Marsamuscetto. Miles de soldados desembarcaron. Los caballeros que estaban en San Telmo enviaron un mensaje a La Valette, quien a su vez despach jinetes en busca de las fuerzas de don Garca, ahora comandada por La Corna. Starkey encontr al gran maestre cuando cerraban las puertas de Birgu. Maestre, qu sucede? pregunt el ingls. La frustracin nublaba el rostro de La Valette.

Mustaf ha vuelto a desembarcar. Debe de haberse enterado de que los refuerzos son escasos. El gran maestre haba acertado. Tardamente Mustaf haba enviado espahes para inspeccionar el ejrcito cristiano y se haba enterado de la verdadera cantidad de enemigos. Se enfureci al comprender que lo haban engaado. Montando en clera, y temiendo que Solimn se enterase de que haba entregado Malta a una fuerza muy inferior, orden que sus tropas regresaran a la costa y march de inmediato hacia el norte. Aplastara al pequeo ejrcito de La Corna y luego, pertrechado con sus provisiones, invernara en la isla. Saba que don Garca no regresara si el destacamento de La Corna era aplastado. Mustaf empuj a sus hombres hacia el norte, decidido a aprovechar su ltima oportunidad. A fin de cuentas, Al no lo haba abandonado. Los turcos encontraron a La Corna preparado para dar batalla. La Valette haba informado al italiano sobre los movimientos del enemigo, y ste haba situado sus fuerzas en las alturas de Naxxar. De la Corna no se propona enfrentarse al enemigo en igualdad de condiciones. Saba muy bien lo que la destruccin de su ejrcito significara para Europa. Las divisiones de Mustaf formaron una elipse alrededor de Naxxar. Desplazaron los caones a sus posiciones y los apuntaron al enemigo. El contingente de hospitalarios de La Corna ansiaba atacar. Ofuscados por la demora en Sicilia y afligidos por la vejacin de su isla, rogaban al comandante que anunciara el avance. Como l se negaba, procuraron azuzar a los otros cristianos. Caballeros de armadura resplandeciente interpelaron a las fuerzas. Permitiremos que estos paganos nos agravien, tal como torturaron Birgu? preguntaron. Seremos aplastados como nuestros hermanos de San Telmo? No! respondieron los soldados. La Corna no pudo silenciar los crecientes gritos y en poco tiempo los hospitalarios haban soliviantado a toda la tropa. Los hombres le suplicaban que ordenara el ataque. Un caballero alz la espada al cielo, y su potente voz se oy en todo Naxxar. Al ataque! Los caballeros montados bajaron en tropel hacia la infantera turca. Muchos infantes los siguieron. La Corna decidi que era ms conveniente aprovechar ese mpetu que intentar una retirada. Orden una carga y sus hombres respondieron con

gritos de deleite. Descendieron sobre los turcos al tiempo que la caballera de don Mesquita llegaba desde Mdina para hostigar el flanco musulmn. Los jinetes hospitalarios partieron las lneas de Mustaf como martillos contra vidrio. Muchos turcos, desalentados por el largo asedio y amedrentados por un enemigo fresco, se desbandaron y huyeron. San Telmo! gritaban los caballeros mientras baaban sus espadas en sangre. Mustaf no tard en comprender que la nueva invasin de la isla estaba mal planeada y era potencialmente desastrosa. Orden una retirada al norte, hacia la baha de San Pablo, y toda la jornada condujo una difcil accin de retaguardia. Al fin, tras una cruenta carnicera, los turcos llegaron a la baha de San Pablo y encontraron a Piali esperando. Los enfurecidos caballeros, muy por delante de su infantera, empujaron a los turcos hacia el mar. Los musulmanes fueron muertos en la playa, abatidos en los bajos, pisoteados por los cascos de airados corceles. San Telmo! bramaban los caballeros. Pero no todo el ejrcito de Mustaf perdi el nimo. Un audaz contraataque de los argelinos de Asam salv a los turcos de la aniquilacin. Asam, ansioso de redimir su desastroso ataque contra Senglea, apost arcabuceros en las colinas que rodeaban la baha y dirigi fuego graneado contra los caballeros. Los hospitalarios, sin infantera, tuvieron que retroceder. Los turcos abandonaron a muchos heridos en su frentico afn de llegar a las naves ancladas, y Piali zarp sin perder tiempo. La flota estaba en movimiento mucho antes de que los cristianos pudieran emplazar su artillera. Tres mil cadveres turcos flotaban en la angosta baha de San Pablo. El Gran Asedio haba terminado. Malta se encoga en el horizonte. Mustaf no haba dicho nada desde que su nave insignia se haba hecho a la mar. Un mdico le tir de la tnica. Seor baj dijo, puedo vendar vuestras heridas? Mustaf haba sido herido en muchos lugares. Haba realizado un esfuerzo valiente y desesperado en la larga retirada desde Naxxar hasta San Pablo y su viejo cuerpo haba pagado el precio. Haba perdido dos caballos, y cuando los caballeros mataron a sus guardias, slo los jenzaros impidieron que cayera en manos cristianas. Seor baj, estis sangrando dijo el mdico. Mustaf se apoy en una baranda, y la congoja le nubl la visin. Dos aos para nada susurr. Baj?

Mustaf desenvain su cimitarra enjoyada y la arroj al agua, donde apenas dej una onda al hundirse en el mar azul. Se volvi y se alej del cirujano.

28

El ejrcito de Ascanio de la Corna lleg a Birgu al atardecer y encontr las puertas de la ciudad abiertas de par en par. Los caballeros y soldados que

eran capaces de tenerse en pie saludaron a los refuerzos y los acompaaron por la ciudad destruida. Los cristianos recin llegados sintieron repulsin ante las escenas que los aguardaban, y su euforia por la victoria de la baha de San Pablo se marchit cuando repararon en el lamentable estado de Birgu. Muchos caballeros de La Corna sollozaron abiertamente al presenciar las vejaciones que haban sufrido la isla y sus habitantes. No quedaba un solo edificio indemne, ni una calle intacta. Los hombres vendados de la guarnicin de Birgu se tambaleaban con cuerpos mutilados y desfigurados, y estaban tan esculidos que parecan cadveres resucitados. Legiones de cuerpos hediondos e insepultos se pudran en la ciudad y la pestilencia causaba nuseas aun a los soldados ms curtidos de La Corna. Los civiles malteses estaban tan mal como la guarnicin. La mayora estaban heridos y muchos llevaran para siempre las marcas del sitio. Los nios, sucios, hambrientos y extenuados, no se haban librado de los sufrimientos, y a menudo estaban demasiado dbiles para llorar. La Valette aguardaba a La Corna junto al crter que haba sido la muralla de Castilla. El gran maestre se ergua con orgullo entre sus caballeros supervivientes y recibi a La Corna con garbo. Te doy gracias, hermano, por acudir en nuestra ayuda dijo. Quiera Dios que mi hijos y amigos no hayan perecido en vano. Para los hombres de La Corna era difcil hallar palabras adecuadas. Slo despus de presenciar Birgu comprendieron que su triunfo sobre Mustaf estaba casi predestinado. Ascanio de la Corna hizo una profunda reverencia. Os saludo, La Valette el indmito dijo. Lamento no haber llegado antes. El gran maestre asinti. Venid, os contar toda la historia dijo. Los que estaban en condiciones mostraron la ciudad a las fuerzas de La Corna y describieron detalladamente cada ataque y contraataque. Historias de valenta, dedicacin y dolor fueron narradas a los recin llegados, cuyos corazones, dice Vertot, se colmaron de inexpresable angustia. La noticia de la derrota de Solimn pronto se difundi por Europa. Embarcaciones, seales y correos llevaron la gloriosa nueva a las ciudades y burgos del continente. Tanto catlicos como protestantes saludaron el magnfico triunfo de la orden. Hasta la reina Isabel de Inglaterra decret un festejo de accin de gracias de seis semanas, concediendo que la conquista turca de Malta habra puesto en jaque al resto de la Cristiandad. El nombre de La Valette alcanz una vasta popularidad; Malta fue bautizada isla de hroes y baluarte de la fe. Todos los reinos de Europa le rindieron honores.

El poderoso Felipe II obsequiara a La Valette una espada tallada adornada con oro, perlas y diamantes. El papa Po V, que haba aportado dinero para la defensa de Malta, le ofrecera un birrete de cardenal, que La Valette rechaz con sumo tacto. Y el entusiasmo no se limitaba a la nobleza. Al cabo de un mes haban publicado relatos del asedio, con mapas incluidos, en Alemania. Siendo ante todo un organizador, el gran maestre no perdi tiempo en regodearse en el triunfo. A los pocos das de la retirada turca ya estaba planeando nuevas defensas. Sir Oliver sigui al gran maestre desde San Lorenzo y se reuni con l en la muralla norte de San ngel. La Valette mir hacia Sciberras a travs de la baha iluminada por las estrellas. Hola, Oliver dijo. Maestre. Una brisa fresca soplaba desde el Marsa. La navegacin pronto ser difcil dijo La Valette. Si don Garca no llega pronto, no llegar nunca. Starkey asinti, pero no estaba preocupado. No tema el regreso de Mustaf. Dudo que necesitemos ms soldados, maestre. Quiz no este ao replic La Valette. Necesitar operarios, sin embargo. Seal Sciberras. All se construir una fortaleza inexpugnable. Starkey slo asinti; estaba cansado de la guerra y los consejos de guerra. Quiz se fuera a disfrutar de otra copa del vino que haba llevado Ascanio de la Corna. Estudi el perfil de La Valette. Dudo que quiera beber, pens. No se ha relajado para nada desde que se fueron los turcos. Maestre, por qu no os quitis la armadura? Starkey se toc los pliegues de su tnica negra. No podis vivir vestido de acero. La Valette lo mir por el rabillo del ojo. No? Starkey sonri. Supongo que podis hacer lo que os plazca. Sigui un breve silencio. Starkey mir el reflejo de la luna en el agua. No siempre quise ser soldado murmur La Valette. Starkey prest atencin. De veras? Mir al gran maestre, que pareca sumido en sus remembranzas. Cuando era nio sola escabullirme de la casa solariega para ir a la ciudad dijo La Valette. Observaba a los mercaderes y nobles que lucan su fina indumentaria y ansiaba llevar esas prendas algn da. Los gustos de mi padre eran demasiado austeros para m.

Starkey qued sorprendido por estas inesperadas revelaciones. Un da en Toulouse continu La Valette, mientras miraba a una bella dama, un caballero de mi padre me agarr la oreja, y aunque era un muchacho menudo, le pate la espinilla. Con fuerza. Qu falta de respeto. S, en todo caso, l pareca complacido. Me mir las manos y su cara brill. Dijo que yo era un espadachn nato. Un caballero sabio dijo Starkey. Lo era, aunque yo no opinaba as en ese momento. Corr a casa y jur que lo odiara. Me fastidiaba el modo en que me haba definido. La Valette sonri. Yo slo ansiaba ser un petimetre. Starkey sonri tambin, pues le costaba imaginar a un La Valette distinto de lo que era. Al llegar a la mayora de edad, comprend que el caballero haba tenido razn al definirme como un guerrero. Haba reconocido mi destino. Destino, maestre? As es, respondi La Valette. Yo estaba destinado a ser soldado antes de nacer, y en soldado me transform. No se puede burlar la voluntad de Dios. El sultn Solimn arrebat el pergamino al mensajero, rompi el sello y ley: Excelsa majestad, lamentamos informaros de la necesidad de retirarnos de la isla de Malta. El agotamiento de las municiones y la falta de hombres nos han obligado a regresar para recomponernos y recibir nuevas instrucciones de vuestra gloriosa persona. Por desgracia, muchos.... Solimn no ley ms, sino que maldijo y arroj el pergamino al suelo. Se levant del asiento y pisote el pergamino hasta rasgarlo con las zapatillas. Su tez plida mostraba manchas escarlata. Lo saba! exclam. Lo senta en los huesos! Se mes la magra barba. Los sirvientes acudieron a asistirlo, pero l los ahuyent. Solimn cogi una copa y la arroj por los aires. No puedo confiar en ninguno de mis oficiales! chill. El ao prximo yo mismo encabezar una expedicin contra esa maldita isla. No perdonar la vida a un solo habitante! Pero el anciano tirano no pudo ser fiel a sus precipitadas palabras. Tuvo la sabidura de aceptar sus prdidas y decidi no reanudar las hostilidades contra el nido de vboras de La Valette. Al ao siguiente, sin embargo, deseando una conquista final antes de que la muerte pusiera fin a su reinado, Solimn encabez un ataque contra Hungra. All, en el asedio de Szigetvr, encontr su fin, y muri el 5 de septiembre de 1566, a los setenta y dos aos. Perdon a Mustaf y Piali su ignominiosa derrota.

Veo que mi espada slo es invencible en mis propias manos! les dijo. La prudencia los disuadi de replicar.

29

El 14 de septiembre el virrey regres a Malta con cuatro mil hombres. El gran maestre salud cordialmente al espaol y lo llev a recorrer la isla. No se mencionaron las promesas incumplidas de don Garca. La Valette consideraba que las confrontaciones innecesarias eran de mal gusto. Don Garca regres a Sicilia a los pocos das. Felipe II no fue tan tolerante con don Garca de Toledo, y al ao siguiente lo relev de su puesto en Sicilia. El ex virrey se retir a Italia y pas sus aos restantes en relativa oscuridad. La Valette trabaj en la reconstruccin de Malta durante todo el otoo e inici una campaa para recaudar los fondos que le ofreca una solcita

realeza europea. Vastas sumas de dinero llegaron a Malta. Los monarcas parecan vidos de compensar su indiferencia anterior con oro. Las galeras de la orden fueron reparadas y siguieron atormentando a Solimn la primavera siguiente. Jvenes nobles acudieron en tropel a Malta para poblar las agotadas Lenguas. Durante el cerco la mitad de los caballeros de la orden haban muerto, y muchos otros haban quedado invlidos. Se trazaron planes para mejorar las defensas y construir una ciudad en el monte Sciberras. El papa escogi personalmente al famoso ingeniero italiano Francesco Laparelli para ayudar a La Valette. En marzo de 1566 el Sciberras haba sido aplanado y se haban cavado los cimientos. Ocho mil trabajadores pronto construyeron la ciudad, que se llam Humilia Civitas Valetta: la Humildsima Ciudad de la Valeta. La Valeta se convertira en la fortaleza ms inexpugnable de Europa.

30 Julio de 1568

Mientras sir Oliver cabalgaba hacia la cima de la rocosa cresta, La Valette apareci. El gran maestre estaba de pie, con un magnfico halcn posado en su mueca enguantada. Tendra que haberte llamado Mustaf rega al ave. Siempre yerras el blanco! Starkey se ape y se acerc a su amigo por el terreno polvoriento. Entonces tendremos que mendigar para obtener la cena de esta noche? ri. La Valette suspir.

Este pjaro no sabe cazar ni un conejo. Frot afectuosamente la cabeza del halcn. No hay mucho que atrapar seal Starkey. La Roca no es Provenza. La Valette apoy el ave en un travesao. Es verdad dijo, y se quit el guante de cuero de cetrera. Se volvi hacia La Valeta, que brillaba en la distancia. Pero nunca dejara este lugar. Ni siquiera por Rodas. Starkey vio un conejo. All hay uno! La Valette se apoy en el travesao. Gotas de sudor le perlaron la frente. Ya basta por hoy, Oliver tosi. Quiz os convenga un poco de sombra. La Valette frunci el ceo. Estoy bien. Bien, buscar un lugar ms fresco respondi Starkey. Nunca me acostumbrar a este calor. La Valette se enderez. Anoche so con un asedio dijo de pronto. Starkey se detuvo junto al caballo y sonri. No es suficiente con uno, aun para vos? Yo no estaba all dijo La Valette, con voz decepcionada. Slo una Lengua participaba. La tuya, a decir verdad. Starkey dej de sonrer. Soy el ltimo caballero ingls. No obstante, eran caballeros ingleses insisti La Valette con asombrosa vehemencia. S, maestre. Starkey mont a caballo. Tengo un poco de agua, si queris. La Valette sacudi la cabeza. Starkey inici el descenso por la cuesta, pero se volvi en la silla. Maestre? La Valette trat de alzar una mano, y se desplom de espaldas. Maestre! exclam Starkey, y salt del caballo. La apopleja no mat a La Valette al instante. Luchador empedernido, dur casi un mes. Casi siempre consciente, puso en orden sus asuntos personales y exhort a sus hermanos a vivir en armona como autnticos caballeros de Cristo.

Jean Parisot de La Valette falleci el 21 de agosto de 1568. Su cuerpo fue llevado a la galera del almirante y trasladado por el Gran Puerto hasta La Valeta. Su fretro recorri las calles meticulosamente trazadas de la ciudad hasta llegar a la capilla de Nuestra Seora de la Victoria, su lugar de reposo definitivo. Durante los doscientos aos siguientes muchos otros se reuniran con l en la Gran Cripta, y todos salvo uno seran grandes maestres. Con el tiempo sir Oliver Starkey ira a descansar junto a su amigo. Sir Oliver compuso el epitafio de La Valette en latn: Aqu yace La Valette, digno de eternos honores. Aqul que fuera flagelo de frica y Asia, y escudo de Europa, de donde expuls a los brbaros con sus santos brazos, es el primero en ser sepultado en esta amada ciudad de la que fue fundador. La Valette, con su gallarda victoria sobre el monarca ms temible del Islam, frustr los designios otomanos en Europa occidental. En 1571 el prestigio militar turco sufri un revs definitivo en la batalla de Lepanto, donde una coalicin italoespaola destruy la armada del sultn.

Glosario

almete yelmo con visera movible arcabuz arma de fuego semejante al fusil, de bajo calibre baj o pacha en el Imperio otomano, hombre que ostentaba algn mando superior basilisco pieza de artillera de crecido calibre y gran longitud brazal pieza de la armadura que cubra el brazo caballero o torre caballera obra de fortificacin defensiva, bastante elevada sobre otras de una plaza caravana expedicin naval, servicio de un caballero en las galeras casco yelmo abierto, pieza de la armadura que protege la cabeza celada pieza de la armadura que protege la cabeza, sin tapar el rostro contraescarpa pared en talud del foso enfrente de la escarpa, o sea del lado de la campaa, culebrina pieza de artillera larga

enfilar colocar la artillera al flanco del enemigo, para batirlo con fuego directo, escarcela pieza de la armadura que cae desde la cintura y cubre el muslo escarpe pieza de la armadura que protege el pie espinillera pieza de la armadura que protege la espinilla galeaza galera grande de tres palos galeota galera pequea galera embarcacin de vela y remo gambesn saco acolchado que llegaba hasta media pierna y se usaba bajo la cota de malla guja archa, arma de asta cuya moharra es una espada curva hombrera pieza de la armadura que cubre los hombros obra exterior defensa externa de un fuerte pilier (literalmente, pilar) jefe de cada una de las ocho nacionalidades o Lenguas en que se divida la Orden de San Juan; en palabras de Balbi: Pilier es un nombre entre estos caballeros de muy grande autoridad, y el que es ms anciano de su Lengua es pilier de ella, rastrillo reja levadiza que defiende la entrada de las plazas de armas revellin obra exterior que cubre la cortina de un fuerte y ladefiende, yatagn sable curvo de los turcos

También podría gustarte