Stine - Como Tratar Con Un Dragon
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INTRODUCCIN
Muchos de mis cuentos parten de una pregunta que comienza con la frmula: Y si ...? La historia que aqu os presento surgi cuando me plante lo siguiente: Y si los dragones de antao hubieran existido realmente? Siempre he sentido fascinacin por esos gigantes alados, y cuando aparecen en cuentos, pelculas e ilustraciones, me resultan muy reales y vivos. Los dragones son criaturas feroces y majestuosas a un tiempo. Feas a la vez que hermosas. Y mucho ms inteligentes que los dinosaurios. S que los dragones son animales mitolgicos, que nunca han existido. Pero y si realmente hubieran existido? Esta historia trata de un chico, Ned, al que se le encomienda la terrible misin de enfrentarse al ms feroz de los dragones. Ned no tardar en descubrir la respuesta a esa espeluznante pregunta.
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como nubes surcaban los cielos, un muchacho llamado Ned peregrinaba por frondosos bosques y verdes colinas cubiertas de hierba llevando por todo equipaje un saco con una manzana y un rudimentario mapa del reino. Vesta un sayo sucio y rado y, bajo la gorra roja ladeada sobre su atezada frente, le caan largas y sudorosas greas de color castao. Sus botas estaban desgastadas y cubiertas de araazos, y tenan las suelas tan delgadas como el papel. Ned entretena su camino silbando, pues largo era el viaje y a saber qu terribles peligros acecharan al final del trayecto. Cuando ya se aproximaba a su destino, sus piernas comenzaron a temblar y un continuo escalofro le atenaz la nuca. Apenas poda silbar pues se le haba quedado la boca seca. Ned saba que haba llegado el momento de encontrarse cara a cara con sir Darkwind, el gran seor de los dragones del reino. Ned haba soado durante mucho tiempo con aquel encuentro, pero al or entre los rboles los gemidos y quejidos de los dragones encerrados en los establos de sir Darkwind, se pregunt quin habra de ser ms temible y feroz, si los dragones o su seor. Ned se quit la gorra y sec el sudor de su frente con la manga del sayo. Valor -se dijo-. Has de ser fuerte y valiente, de lo contrario no alcanzars tu objetivo. Inspir profundamente y abandon la espesura para plantarse ante la mansin del seor de los dragones, al otro lado de un pedregoso descampado. Ms que una mansin pareca una fortaleza. Estaba revestida de piedra blanca y se alzaba como una resplandeciente montaa bajo el sol de la tarde. Ned divis un estrecho portn en un extremo que pareca ser la nica abertura. La mansin no tena ventanas! A la izquierda de la casa se extenda una larga muralla de piedra cuatro veces ms alta que l. Ned alz los ojos y vio con estupor los rostros que, asomados al muro, miraban hacia l con atencin. Anchos rostros de criaturas con largos cuellos cubiertos de escamas y arrugados por el sol. Ojos negros y grandes como ciruelas, hundidos en sus cuencas, que clavaban la vista en l. Decrpitos rostros de afilados dientes, rostros curtidos y apergaminados por el paso de los aos... y por la pesadumbre. Dragones. Hasta ese momento slo conoca su existencia por los antiguos libros del Hechicero. Y al encontrarse ante aquellas extraordinarias criaturas, rememor las historias que aqul le contara sobre los tiempos en que los dragones merodeaban libremente por el reino. Los dragones son criaturas dignas y majestuosas -le haba dicho Margolin-. Tienen sus propios hbitos, sus propias costumbres. No vayas a creer que son como los dems animales, pues tan formidable es su sabidura como su corpulencia. Sabes por qu tienen los ojos tristes? Porque lo han visto todo. Los viejos dragones asomaban sus largos cuellos por encima de la muralla y contemplaban a Ned en silencio. Hasta l llegaba el ruido de sus pesadas patas golpeando el suelo con su bamboleo. Un plido dragn que asomaba la cabeza en un extremo tosi con una tos bronca, que brot de lo ms profundo de la garganta. No me miran con buenos ojos -pens Ned-. Parece como si quisieran echarme el diente. Pero los dragones no son carnvoros... O s? Intent recordar lo que le haba dicho Margolin. El viejo dragn tosi de nuevo y lanz un esputo amarillento por el rugoso hocico. Otro dragn, ste de rostro ms afilado y con protuberantes ojos negros, solt un largo y amenazador gruido.
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Ned avanz unos pasos, tmidamente, y se aproxim a la muralla de piedra. Los dragones se pusieron en guardia. De pronto, dos de ellos alargaron el cuello, gruendo tan ferozmente que el estruendo retumb en sus odos y pareci sacudir la muralla. Ned lanz un grito despavorido y cay de espaldas. Rpidamente se puso boca abajo y escap corriendo a cuatro patas del calor que despeda el aliento de las bestias. Los dragones asomados a la muralla alargaban el cuello hacia l y daban feroces dentelladas. Una vez establecida una distancia prudencial, se puso en pie. Sacudi el polvo de sus ropas y se enderez la gorra. Los dragones lo observaban en silencio, al acecho por si el muchacho haca ademn de acercarse de nuevo. Pero Ned se mantuvo a distancia, hizo bocina con las manos y grit: -Sir Darkwind! Sir Darkwind, un humilde campesino desea ser recibido en vuestra presencia! Ned vio con sorpresa que se abra el pequeo portn y que apareca una figura vestida de negro, medio oculta en el umbral. Pero no sali de la penumbra. -Qu deseas? -pregunt. Tena una voz aguda, infantil. -Vengo a ver al gran seor de los dragones -respondi Ned-. Quisiera pedirle un favor. -Yo soy Gregory, sirviente del seor. Sir Darkwind no concede favores. Ned trag saliva. Tena la boca seca como la paja. Tendra que regresar con las manos vacas despus de tan arduo viaje? -Vengo con saludos del gran hechicero Margolin -anunci Ned-. Tal vez sir Darkwind podra salir y concederme unos minutos... -No conocemos a ningn hechicero -interrumpi Gregory con desdn-. Adems, el seor no abandona su mansin, salvo para fustigar a los dragones cuando se alteran. Ned escrut la figura del sirviente, que permaneca oculto en el quicio del portal. -No sale de su mansin? -No -respondi Gregory-. Tiene demasiados enemigos. Los dragones no dejaban de gruir y gemir al otro lado de la muralla. Una criatura de feroz aspecto, con retorcidos cuernos y rugosa testa, baj la cabeza y embisti contra el muro. - Vete! Ests molestando a los dragones! -aull una voz bronca desde el interior de la mansin. Ned divis a otra figura que se acercaba a la puerta y apartaba a Gregory de un empujn. Pese a la distancia, divis a un hombre alto y corpulento, vestido con una vaporosa tnica blanca. Un escalofro le recorri la espalda, pues sir Darkwind tena fama de ser el hombre ms cruel del reino. Incluso era temido por el hechicero Margolin, pese a sus mgicos poderes. -Sois vos el gran seor de los dragones? -pregunt Ned. Cay postrado de rodillas e hizo una reverencia-. Soy un humilde campesino, gran seor. Acudo a vos para suplicaron un trabajo. -Deseas trabajar para m, mozalbete? -rugi sir Darkwind-. Qu sabes de estas bestias? No son bestias -pens Ned-. Sern feroces, pero poseen una sabidura ancestral. Incluso a m me consta. Pero no intent corregirle. -Aprender rpido, seor -dijo en cambio-. Necesito urgentemente un sustento. Tengo cinco hermanos, y mi familia es pobre. A mi padre le destroz el pie la rueda de un carro, y ahora soy yo quien ha de llevar el pan a la mesa. -Vaya, vaya -dijo Darkwind con sarcasmo-. Qu pretendes, que llore tu desgracia? Los dragones rugan y resoplaban. Unos nubarrones taparon el sol, y sir Darkwind pareci adentrarse en la penumbra. -Has trabajado antes? -pregunt. -S, seor. Trabaj como aprendiz de Margolin, el Hechicero -contest Ned, que estaba todava postrado de rodillas-. Pero me vi obligado a dejar su servicio cuando mi seor discuti agriamente con otro brujo y ambos desaparecieron como por arte de magia.
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-Me alegro -dijo sir Darkwind-. Los brujos no sirven para nada. Yo no necesito trucos, me basta con un buen ltigo! Ned se puso en pie, sacudindose la tierra de los bajos del sayo. -Sera un honor trabajar para vos, sir Darkwind. Todo el mundo sabe que sois el gran seor de los dragones de toda la Tierra! Sir Darkwind dej escapar una sonora carcajada que son como el ladrido de un perro. -El ms grande? Soy el nico! -bram desde la penumbra del umbral-. Esos dragones que ves ah son los nicos supervivientes de su especie. Los ltimos que quedan en el mundo. -Sera un honor para m ayudar a cuidarlos -se ofreci Ned, solcito. Sir Darkwind solt otra sonora carcajada. -Seras capaz de adiestrarlos a latigazos? -No, seor. Pero... -Y qu haras si no? -pregunt Darkwind-. Qu acuerdo propones a cambio? En la vida todo hay que pactarlo, sa es la nica verdad que conozco. Qu trato propones, muchacho? Qu trato deseas hacer conmigo? Ned se qued mirando perplejo hacia el oscuro portn. -No s qu responder -dijo por fin-. Me ofrezco humildemente a vuestro servicio. Entonces vio que Gregory, el sirviente vestido de negro, regresaba de nuevo junto a sir Darkwind y cuchicheaba algo a su odo. Mientras ellos departan, el cielo comenz a despejarse y, tras la muralla, algunos dragones alzaron la cabeza al sol. -Acrcate un poco ms, muchacho -orden sir Darkwind-. Ser yo quien te proponga un trato. Ned dio unos pasos hacia la mansin. An no distingua claramente a su interlocutor. nicamente vea la enorme amplitud de su tnica blanca. -Queda un dragn en libertad -anunci sir Darkwind-. Es el nico que me falta para completar la coleccin. Y los quiero todos! Todos! Te propongo un trato: treme a ese dragn y te contratar como aprendiz. Ned lanz un grito de estupor. -Que capture a un dragn? -exclam-. Pero cmo, seor? Morira abrasado bajo sus llamas. Del interior de la mansin lleg la carcajada de Gregory. -Necio! Los dragones no arrojan fuego! -le dijo sir Darkwind con voz atronadora-. Eso es un cuento. -Pero si no dispongo de armas con que enfrentarme a un poderoso dragn... -replic Ned. -Ni yo puedo ofrecrtelas. Tendrs que recurrir al ingenio, muchacho -dijo sir Darkwind. -Y cmo capturasteis vos a esos dragones? -pregunt Ned, sealando a las fieras criaturas que asomaban tras la muralla. -Hice un simple trato con ellos -respondi sir Darkwind-. Les asegur que si venan conmigo, no los matara ni me hara un guiso con su carne. Menudo trato, pens Ned. -Escchame bien, muchacho -aadi sir Darkwind desde el quicio en penumbra-. El ltimo dragn que queda en libertad se llama Ulrick. Vive en una cueva situada en la cima del monte Stone. Si capturas a ese dragn y me lo traes, habr completado mi coleccin. Entonces te proporcionar el trabajo con el que dar sustento a tu familia. -Pero... pero... -farfull Ned. Sir Darkwind desapareci en el interior de la fortaleza, dando un portazo a sus espaldas. Al otro lado de la muralla, los dragones comenzaron a chillar al unsono. Algunos lanzaban dentelladas en direccin a Ned y uno de ellos, un dragn de corta edad, todava verdoso y esbelto, levant la cabeza y lanz un agudo gemido que son como un llanto. El sol caa de pleno cuando Ned emprendi el camino de regreso a travs del bosque. Los rboles parecan doblegarse y destellar ante las oleadas de calor de la tierra.
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El monte Stone, una escarpada montaa de roca pulida y griscea, culminaba en un elevado pico. Ned saba que sus laderas estaban repletas de profundas cuevas. Nadie se haba atrevido nunca a explorar aquel territorio por temor a las criaturas salvajes que habitaban en su interior. Con qu arma podra enfrentarme a un dragn? -se preguntaba Ned-. Qu trato podra yo hacer con un animal que tiene garras de casi medio metro y colmillos tan grandes como la cepa de un rbol? Caa un sol abrasador, y Ned se detuvo a la sombra de unos altos helechos para recobrar el aliento y no derretirse. Pens entonces en la crueldad de sir Darkwind, en cmo azotaba a los pobres y avejentados dragones, y en cmo los mantena cautivos tras aquella prisin fortificada. Ya es pena tener tantos enemigos que ni siquiera puede salir de casa! , pens Ned. Tras varias horas de caminata, Ned lleg al pie del monte Stone. Se enjug el sudor de la frente con la manga del sayo y tom aire. La pulida roca de la ladera estaba cubierta de cavidades negras. Ned se estremeci al imaginar las salvajes criaturas que habitaran en su interior. Agach la cabeza y emprendi el ascenso. Las suelas de sus botas resbalaban por la lisa pendiente y tuvo que mantener el equilibrio con los brazos. A media subida, comenz a sentir calambres en los msculos de las piernas. Ned suspir fatigado, penetr por la oscura boca de una cueva y se desplom en el polvoriento suelo para frotarse los doloridos msculos. Pese al calor reinante, la cueva se hallaba fresca y hmeda. Ned reclin la cabeza en la pared y entorn los ojos. Llevo dos das caminando. Tal vez recobre fuerzas si descanso un poco. Luego continuar el camino hasta la cima. Pero su descanso fue breve. Lo despert un chirriante silbido, como si un millar de moscas zumbara en sus odos. Ned abri los ojos sobresaltado y lanz un grito. Eran ratas, ratas albinas gigantes! Haban arrastrado una cabra hasta la cueva y se la estaban comiendo viva! La cabra chillaba y pateaba, cubierta por docenas de ratas, enormes ratas de cuerpos blanquecinos que hincaban sus afilados colmillos en la tripa del animal y arrancaban frenticamente los pedazos de carne sanguinolenta. Luego vendrn a por m! -se dijo Ned-. En cuanto me huelan... Demasiado tarde para huir. Las ratas abandonaban el cuerpo ya sin vida de la cabra y, entre chillidos, se dirigan correteando hacia Ned. Eran tan grandes como perros. De sus largos y afilados colmillos todava goteaba la sangre del animal, y sus redondos y sanguinolentos ojos despedan un fulgor encendido. Sus gruesas colas rosceas azotaban el suelo, marcando un aterrador comps de ataque. El corro se fue estrechando y las horripilantes criaturas cercaron a Ned dando chillidos cada vez ms agudos. -Iiiiiiiiii, iiiiiiiiii! Los agudos chillidos le taladraban el cerebro de tal forma que tuvo que llevarse las manos a los odos. Se puso en pie de un salto, pero las ratas eran tan grandes que le llegaban a la cintura. El ruido de sus mandbulas competa con los golpes sordos de las colas azotando el suelo. -;HAGAMOS UN TRATO! -propuso Ned a voz en grito. Sorprendidas por aquel torrente de voz, las ratas interrumpieron el asalto. Sus ojos fulguraban como fogatas en la penumbra de la cueva. -Os propongo que si me dais la ms mnima oportunidad, saldr corriendo y no volver jams. No les dio tiempo a meditar la decisin. Apoy las manos sobre las cabezas de las dos ratas que tena ms cerca, salt sobre ellas y sali disparado hacia la boca de la cueva. Una vez en el exterior, trep a toda prisa por la escarpada ladera de la montaa. Los chillidos de las ratas llegaban hasta l,
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pero Ned saba que no seguiran sus pasos: las ratas albinas no resisten la luz del sol por mucho tiempo. Cuando alcanz la cima, el corazn le golpeaba en el pecho y las piernas le pesaban como si fueran de plomo. El sol era un globo incandescente cuya luz caa tras la colina dando a todas las cosas un rosado resplandor. Mientras recobraba el aliento, Ned contempl con estupor la boca de la cueva que se abra ante l como un gigantesco tringulo. En el suelo de la entrada haba enormes huesos, secos y calcinados por el sol. Son demasiado grandes para ser humanos, se dijo Ned, pero su pecho se agit ante el horrible espectculo. -Oh! -exclam cuando un bronco gruido retumb en el interior de la cueva. A continuacin oy el estruendo de unas pisadas, y de nuevo el gruido. El acre olor que emanaba de la cueva le oblig a contener la respiracin y a dar un paso atrs. El dragn estaba dentro, lo saba. De pronto advirti que todo su cuerpo temblaba. Un atronador rugido surgi de las profundidades de la cueva, haciendo vibrar las rocas sobre las que Ned pisaba. No tengo eleccin -se dijo-. Tendr que seguir adelante. Pero ser capaz de articular palabra, aterrorizado como estoy? Inspir profundamente y detect en el aire un infecto hedor a moho. -Ulrick! -exclam-. i Soy Ned! i He venido a hablar contigo! Enseguida oy un segundo rugido, al que otra vez siguieron retumbantes pisadas. La tierra tembl de nuevo y la cueva pareci estallar cuando un gigantesco dragn pardo, mucho ms impresionante y feroz que cualquiera de los que formaban la coleccin de sir Darkwind, se alz imponente ante Ned. Su rugido sacudi los troncos de los rboles. El dragn abri sus fauces dejando al descubierto dos hileras de amarillentos e irregulares colmillos y ara el suelo con sus garras como preparndose para lanzar un zarpazo. Las rugosas alas que salan de su lomo aletearon con furia. Sus enormes y redondos ojos se clavaron en Ned como dos soles oscuros y fros. Cuando su enorme cabeza descendi sobre l, sus fauces derramaron una baba amarillenta que chisporrote incandescente al caer al suelo. Me... me va a comer!, se dijo Ned y se tir al suelo, intentando protegerse con las manos. El dragn baj su cabeza... ms... y ms... hasta que Ned sinti su aliento de fuego en la nuca. La bestia abri de par en par las fauces como para devorarlo de un bocado. -QU HAS VENIDO A BUSCAR? -bram el dragn. Su aliento tumb a Ned de espaldas. -Ha... hablas? -acert a decir. -Pues claro! -rugi Ulrick. Los redondos ojos del dragn brillaban como dos compactas canicas negras, sin reflejar nada-. Todos los dragones hablan cuando tienen algo que decir! El muchacho y el dragn se sostuvieron la mirada. Cuando el terror de Ned se desvaneci lo suficiente, consigui preguntar: -Por qu vives aqu arriba sin compaa? No te sientes solo? Por qu no bajas con los dems dragones? El dragn ech la cabeza atrs y lanz un rugido. Arque su rugoso lomo, alz las afiladas garras como disponindose a atacar, y de nuevo baj la cabeza para acercarla a Ned. -Que vaya a vivir con el seor de los dragones? -bram Ulrick-. Sabes de quin ests hablando, Ned? Ned trag saliva, pensando que de un momento a otro le arrancara la cabeza de cuajo. Abri la boca para responder, pero no logr emitir sonido alguno. -En otro tiempo todos mis hermanos y hermanas eran libres de merodear por donde queran -rugi Ulrick-. Los dragones no atacamos a los humanos. No nos alimentamos de carne animal; slo de las matas de acebo y de las bayas rojas que crecen en ellas. Ulrick golpe el hombro de Ned con su hocico. -Sabes qu hizo ese gran seor para capturar a sus dragones?
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Ned se frot el hombro. -Mmm... no. -DESTROZAR TODAS LAS MATAS DE ACEBO MENOS LA SUYA! -bram Ulrick-. Los dragones se encontraron ante la alternativa de dejarse apresar o morir de hambre. Una vez hechos prisioneros, sir Darkwind les cort las alas. Los trata a latigazos y siempre los tiene encerrados. Hace pagar para verlos, y los obliga a luchar encarnizadamente entre si para entretener al pblico. El pecho de Ulrick se hinch como un fuelle. El dragn abri sus fauces, bufando de furia, y la llamarada que surgi de sus entraas tumb de nuevo a Ned. Alz los ojos hacia l, viendo impotente cmo el temible dragn sacuda las alas y ruga embravecido. -Y quieres que YO vaya contigo, que sea uno ms en la coleccin de sir Darkwind? -buf-. NUNCA! JAMAS! Una sombra se cerni sobre Ned, la sombra de la gigantesca cabeza de la bestia. -No no! -grit Ned al sentirlos afilados colmillos hincndose en su pecho y su espalda. Y entonces el dragn lo alz del suelo con la mayor facilidad. Ned forcejeaba y se retorca como un gusano en el pico de un pjaro. El dragn ech atrs la cabeza, dispuesto a engullirlo. -NO! ESPERA! -gimi Ned-. ESPERA! NO! TE LO SUPLICO! NOOO! Al da siguiente Gregory se levant temprano y fue a pasar revista a los dragones. El sol apenas asomaba entre los rboles y an no haba disipado las nieblas matutinas. Gregory llev el cubo de agua hasta el abrevadero del que beban los animales. Los dragones geman y se desperezaban en su redil. Entre la espesa neblina, Gregory vislumbr algo que le arranc un grito de espanto. El cubo se le cay de las manos. -Dra... dragn! Era simplemente una sombra en la niebla lo que vean sus ojos? No. Era un enorme dragn que avanzaba pesadamente en direccin a la casa de sir Darkwind, balanceando la cabeza a uno y otro lado y sacudiendo las alas del lomo. Gregory, aturdido, tropez con el cubo de agua y corri a la casa para avisar a su seor. -Sir Darkwind! Sir Darkwind! -grit-. Se acerca un dragn! Sir Darkwind, que estaba terminando de desayunar, salt de la mesa con la yema del huevo resbalndole por la barbilla y corri hacia la puerta. Escudri la niebla y aplaudi satisfecho. - Es Ulrick! -dijo-. Ya tengo la coleccin completa. Ulrick ha decidido unirse a sus semejantes. -Y el muchacho? -pregunt Gregory-. Dnde est el muchacho? El seor de los dragones estaba mirando desde el umbral. -Tienes razn, Gregory. El dragn viene solo. -Y ech la cabeza atrs con una cruel carcajada-. Se habr desayunado al muchacho! -Pero entonces a qu viene ese dragn? -pregunt Gregory. -Ve t a enterarte -orden sir Darkwind, apartando a Gregory de la puerta con un manotazo-. Ahora mismo. Yo te esperar aqu para mayor seguridad. Gregory obedeci a su seor, con las piernas temblando y el corazn batiendo en su pecho. Lleg hasta el dragn, inspir profundamente y pregunt, alzando la voz: -Ulrick..., mi seor desea saber a qu has venido. Ulrick, con ojos fros e inexpresivos que parecan dos negros pedruscos, baj la vista hacia el tembloroso criado y solt un fuerte bufido que acrecent el estremecimiento de Gregory. En el redil situado junto a la casa, los otros dragones observaban en silencio al recin llegado. Gregory mir a sus espaldas y vio a su seor agitando las manos con impaciencia. -Sir Darkwind desea saber a qu has venido -repiti el criado, incapaz de controlar el temblor que le quebraba la voz.
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El gigantesco Ulrick baj la cabeza con un repentino respingo que casi tumb a Gregory del susto. Gregory ahog un grito y dio un paso atrs. Entonces, muy lentamente, el dragn abri sus enormes fauces. -Oh, nooo! -gimi Gregory al ver al muchacho asomando la cabeza por la boca del dragn. La cabeza reposaba con los prpados entornados sobre la lengua gruesa y roja de la bestia-. Te lo has comido! Te has comido al chico! Incapaz de soportar tan horrible visin, Gregory gir sobre sus talones, despavorido. -Sir Darkwind! Horror! Pavor! El dragn se... se...! -Qu sucede? -pregunt Sir Darkwind desde la casa-. Qu dices? -El dra... dragn... -balbuce Gregory-. Sir Darkwind! Sir Darkwind! Venga a verlo! Venga corriendo! -Y dicho esto, se desplom en el suelo como un fardo. Qu ser lo que he de ver? -se pregunt sir Darkwind-. Qu har ese dragn ah parado con la boca abierta? El seor de los dragones sali de su casa con mucha cautela. Avanz con paso firme hacia el dragn y, cuando ya se aproximaba, Ulrick abri de par en par sus fauces. Sir Darkwind vio entonces la cabeza del muchacho, reposando sobre la gruesa lengua, con su sudoroso flequillo pegado a la frente, y sus ojos plcidamente entornados. -Creas que ibas a asustarme? -le increp sir Darkwind alzando la vista hacia l y con el ceo fruncido-. Ests perdiendo el tiempo, Ulrick! -A m no me lo parece -respondi de pronto Ned, abriendo los ojos-. Saba que conseguiramos sacaros de vuestra casa! Ned se abri paso con los brazos por la garganta del dragn y, agarrndose de las prominentes mandbulas, sac todo el cuerpo fuera. Luego se dej resbalar hasta el suelo, se ech atrs el flequillo y se limpi la pechera del sayo, empapada de babas del dragn. A sir Darkwind pareca que le fueran a saltar los ojos de asombro. -Cmo... cmo lo has conseguido, jovencito? -Hice un trato con el dragn -respondi Ned-. Tal como vos aconsejabais. Sir Darkwind lo mir desconcertado. -El dragn es mo entonces? -le pregunt. -Yo no dira tanto -respondi el muchacho-. No fue se el trato que hice con l. -Ned se sec las manos en el sayo y aadi-: Veris, seor, antes de desaparecer, el hechicero Margolin me ense muchos de sus hechizos. Ahora me complacera ensearos uno de mis favoritos. Ned agit las manos, farfull unas palabras extraas... y el seor de los dragones comenz a transformarse. La cara se le hunda, le crecan ramas cubiertas de hojas por todas partes y de las hojas brotaban bayas rojas y brillantes. Ned formul un nuevo conjuro, y sonri satisfecho. El hechizo haba funcionado. Haba convertido a sir Darkwind en una mata de acebo. Los dragones rugieron alborozados. De sus ancestrales ojos brotaban lgrimas grandes como gotas de lluvia, lgrimas de jbilo. -Mi cometido era vencer a sir Darkwind y liberar a los dragones -dijo Ned-. Pero antes tena que engaarle para que abandonara la casa! Como ves, lo he conseguido. -Has cumplido el trato que hicimos -observ Ulrick y baj la vista contemplando admirado el acebo-. Cunto durar tu hechizo? -No lo s -contest Ned-. Pero eso no importa, verdad? -No, no importa -repuso Ulrick, y agach la cabeza para devorar la planta y sus sabrosas bayas.
FIN