Hebreos Católicos: ¿Quién Fué Nicodemo?
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Hebreos Católicos: ¿Quién Fué Nicodemo?
Nicodemo
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Contenido
1 Nicodemo en la Biblia
2 Evangelios apócrifos
3 Comentario teológico al diálogo de Jesús con Nicodemo
3.1 La ambientación
3.2 Esquema del discurso
3.3 Comentario
4 Nicodemo en la literatura cristiana
4.1 En los comentarios al Evangelio
4.2 En la producción más literaria
5 Nicodemo en el arte
6 Notas
7 Bibliografía
8 Enlaces externos
Nicodemo en la Biblia
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Finalmente, a la hora de sepultar a Jesús, Nicodemo se hace presente para colaborar generosamente
con cien libras de mirra y áloe –más de 30 kilogramos– (cf. Jn 19, 39) para el embalsamamiento
según la costumbre judía.
Dado que los demás evangelios no proporcionan más datos sobre Nicodemo, esos son los únicos
datos canónicos, por así decir, con que se cuenta.
Evangelios apócrifos
Nicodemo es un personaje sugestivo tanto por ser fariseo (secta con mala fama tras los relatos
evangélicos), su miedo a los judíos, su generosidad y la conversación, más típica de un diálogo con un
escéptico o sabio al estilo del mundo. Por ello fue blanco de diversas especulaciones y narraciones
entre los evangelios apócrifos.
Hay un Evangelio de Nicodemo que narra el proceso de Jesús desde, según se creía, el punto de vista
del fariseo. Se trata de un texto de carácter gnóstico egipcio que incluso fue considerado herético por
algunos Padres de la Iglesia. En él se trata con bastante suavidad a Poncio Pilato –inocente y
obligado por las circunstancias a condenar a Jesús para «cumplir las escrituras»– haciendo cargar
toda la responsabilidad de la ejecución de Jesús en los jerarcas judíos.
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El hecho de la expresión griega que no existe en arameo6 y el que se mencione al Hijo como ya
ascendido al cielo (cf. Jn 3, 13) ha inducido a buen número de estudiosos a pensar que se trata de un
discurso muy elaborado por el evangelista aun cuando sería imposible descubrir actualmente los
agregados de Juan al discurso de Jesús (y hay quienes piensan que todo el relato es invención del
evangelista).7
A tres preguntas de Nicodemo (la del inicio sobre la condición de Maestro de Jesús, la del modo en
que un hombre puede volver a nacer siendo ya viejo y la última sobre cómo puede alguien nacer del
Espíritu) corresponden tres secciones que empiezan por «En verdad, en verdad te digo». Según
Roustang y De la Potterie en la primera respuesta se habla del Espíritu Santo, en la segunda se trata
del rol del Hijo del Hombre y en la tercera de Dios Padre.
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Comentario
El segundo nivel es el de los posibles lectores. Es casi evidente que el tema era profundizar en el
bautismo o propiciar una catequesis bautismal aunque los estudiosos se dividen sobre la presencia
original de la expresión «y del agua» (Jn 3, 5).
Otros elementos a tomar en cuenta en el comentario son la mención a «subir al cielo» y el del «ser
levantado».
La expresión subir al cielo es equivalente a la de «ver a Dios»: los textos del Antiguo Testamento son
concordes en afirmar que resulta imposible al hombre (cf. Prov 30 3-4; Sb 9, 16-18, Ba 3, 29; Dt 30,
12). Por tanto, el privilegio que reivindica Jesús ante Nicodemo es de divinidad.
El «ser levantado» es un tema recurrente (cf. Jn 8, 28; Jn 12, 32-34): se refiere a la cruz. De ahí
también la comparación con la serpiente en el asta. El verbo empleado y su equivalente en arameo no
solo implica la crucifixión sino también la resurrección y la ascensión. Según Raymond E. Brown
estas tres citas que hablan del ser levantado son el equivalente joánico de las tres predicciones de la
Pasión que se encuentran en los sinópticos. La influencia parece venir del profeta Isaías: «He aquí mi
siervo, tendrá éxito, será enaltecido» (Is 52, 13 y en la versión de los LXX usa el mismo verbo). La
palabra usada en la versión de los LXX para decir el «asta» donde se puso la serpiente es la misma
que se usa para «signo».
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En el tratado 120 vuelve a retomar la figura de Nicodemo con motivo de la sepultura de Jesús. Es
interesante el hecho de que interpreta la expresión «al principio» («Vino también Nicodemo -aquel
que al principio había venido a Jesús de noche») como un principio de visitas que habrían sido
seguidas por muchas más. Y san Agustín afirma también que los restos de Nicodemo fueron
encontrados junto a los del mártir san Esteban lo cual da pie a pensar que ya las primeras
comunidades le habían concedido una veneración particular.8
Otro español, esta vez exegeta, José Antonio de Sobrino, afirma en cambio que la visita nocturna de
Nicodemo no se debió a miedo o falsa prudencia ya que Jesús todavía no era conocido ni odiado por
el sanedrín. En cuanto al diálogo, subraya un hecho recurrente en el evangelio de Juan: los
interlocutores de Jesús toman a la letra sus comentarios (así el de la destrucción y reconstrucción del
templo o el agua que ofrece a la samaritana) y por eso se cierran -en un primer momento- a la
verdadera comprensión de las palabras de Cristo. Esto puede ser un recurso pedagógico: por la
incomprensión se hace posible una mejor explicación por parte de Jesucristo pero también indicar las
dificultades que los oyentes de aquel entonces encontraban ante la novedad del mensaje predicado
por los cristianos.
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Las Cartas de Nicodemo son un libro de Jan Dobraczynski en el que el autor pone en boca del
maestro de la ley diversas reflexiones y el relato de su experiencia de Cristo. El destinatario de las
cartas es un «amigo» de este llamado Justo.9
Por su parte, Miguel de Unamuno escribió Nicodemo el fariseo, obra en la que hace una reflexión
sobre la virtud teologal de la fe:
¡Fe! ¡Qué poco se medita con el corazón y no con la cabeza tan sólo, en lo que la fe sea
e importe! No una mera adhesión del intelecto a un principio abstracto, a una fórmula
sin contenido ya acaso; no la afirmación de principios metafísicos o teológicos; no, sino
un acto de abandono y de entrega cordial de la voluntad, una serena confianza en que
concurren a un fin mismo la naturaleza y el espíritu, en que naturalizando al espíritu lo
sobreespiritualizamos y espiritualizando a la naturaleza la sobrenaturalizamos, una
confianza firme en que habita la verdad dentro de nosotros, en que somos vaso de
verdad y en que la verdad es consuelo; una confianza firme en que al obrar con pureza
y sencillez de intención servimos a un designio supremo, sea el que fuere.
Nicodemo en el arte
El tema del diálogo de Jesús con Nicodemo no ha sido
representado por obras que perduren o tengan relevancia
artística. En cambio, sí suele representarse a Nicodemo en la
crucifixión, en el descendimiento de Cristo de la cruz, en su
traslado al sepulcro y en su sepultura. En algunos casos
aparece como alejado (véase por ejemplo la Lamentación por
Cristo muerto de Giotto) y pensativo en medio del dolor de
las mujeres alrededor del cuerpo de Jesús y otras ayudando a
cargar o mover el cadáver (véase por ejemplo, la Pietà de
Miguel Ángel de Florencia).
Notas
1. ↑ El original griego dice: «αρχων των Ιουδαιων» que la Vulgata traduce «princeps Iudaeorum». La raíz
griega «arché» tiene el sentido de principal, primordial. Da nombre a uno de los coros angélicos: los
Principados (αρχαι) y a sus mensajeros (αγγελοι) los arcángeles.
2. ↑ No son casuales las indicaciones temporales del autor del evangelio: el momento en que se encontró
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con Jesús (la hora décima), la noche simbólica en que se encontraba Nicodemo y otra noche tristemente
célebre: la de la traición de Judas. Por eso, como tantos otros datos de este evangelio, se trata de
indicaciones a las que se puede dar también una interpretación espiritual. De hecho cuando menciona
de nuevo a Nicodemo al final del Evangelio lo recuerda como «aquel que había venido a Jesús de
noche» (Jn 19, 39).
3. ↑ El sentido del verbo «ver el Reino» es el de experimentarlo, vivirlo como queda manifiesto por otros
usos del mismo en el evangelio: «ver la muerte» (Jn 8, 51), «ver la vida» (Jn 3, 36). El uso de la
expresión «Reino de Dios» (típicamente «sinóptica») ha sido interpretado como residuo de una
tradición común asumida por el autor del evangelio.
4. ↑ Enciclopedia cattolica (versión italiana), Ed. Sansoni, Florencia 1951.
5. ↑ Taciano es un apologista griego y heterodoxo del siglo II, discípulo de Justino, que escribió una
concordancia entre los cuatro evangelios que tuvo mucho éxito y que fue imitada posteriormente en
varias ocasiones. En dicha concordancia, Taciano construyó un texto evangélico a partir de los cuatro
relatos canónicos, armonizando los contenidos.
6. ↑ El griego ανοθεν significa «de lo alto» o «de nuevo» pero este doble sentido se da solo en griego
pues en hebreo/arameo no existe palabra con igual equívoco.
7. ↑ Cf. Raymond E. Brown, en el libro descrito en la bibliografía, pág. 179.
8. ↑ Esta mención de san Agustín al sepulcro de Esteban es un elemento tomado por los estudiosos para
datar el comentario dado que tales restos no se encontraron hasta fines del año 415.
9. ↑ Jan Dobraczynski (2009). Cartas de Nicodemo (http://www.herdereditorial.com/section/2786/) (19
edición). Herder. ISBN 978-84-254-0165-7. http://www.herdereditorial.com/section/2786/.
Bibliografía
NESTLE - ALAND, Novum Testamentum (graece et latine), Bibelgesellschaft, Stuttgart 1986,
ISBN 3-438-05401-9.
AURELIO DE SANTOS OTERO, Los evangelios apócrifos, BAC Madrid 1991, ISBN
84-7914-044-5.
JAN DOBRACZYNSKI, Cartas de Nicodemo, Herder, Barcelona 1958.
Enciclopedia de la Biblia, Ediciones Garriga S.A., Barcelona 1965, vol. V voz: "Nicodemo".
MIGUEL DE UNAMUNO, Nicodemo el fariseo, Ediciones Encuentro, Madrid 2007, ISBN
978-84-7490-857-2.
JOSÉ LUIS MARTÍN DESCALZO, Vida y misterio de Jesús de Nazaret, Editorial Sígueme,
Salamanca 1990, ISBN 978-84-301-1074-2.
SANT'AGOSTINO, Commento al vangelo e alla prima epistola di san Giovanni, Editorial
Città Nuova, Roma 1968.
JOSÉ ANTONIO DE SOBRINO, Así fue Jesús, BAC Madrid 1984, ISBN 84-220-1167-0.
RAYMOND E. BROWN, El Evangelio según Juan (cap. I-XII), Ediciones Cristiandad,
Madrid 2000. ISBN 84-7057-426-4.
Enlaces externos
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Categorías: Personajes del Nuevo Testamento | Santos de la Iglesia Copta
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EL EVANGELIO DE NICODEMO
Hechos de Pilatos (Acta Pilati)
Acusado por los príncipes de los judíos, Jesús comparece ante Pilatos realizado a su entrada en el pretorio
I 1. Yo, Emeo, israelita de nación, doctor de la ley en Palestina, intérprete de las Divinas Escrituras, lleno de fe
en la grandeza de Nuestro Señor Jesucristo, revestido del carácter sagrado del santo bautismo, e investigador de
las cosas que acaecieron, y que hicieron los judíos, bajo la gobernación de Cneo Poncio Pilatos, trayendo a la
memoria el relato de esos hechos, escrito por Nicodemo en lengua hebrea, lo traduje en lengua griega, para
darlo a conocer a todos los que adoran el nombre del Salvador del mundo.
2. Y lo he hecho bajo el imperio de Flavio Teodosio, en el año decimoctavo de su reinado y bajo Valentiniano.
3. Y os suplico a cuantos leáis tales cosas, en libros griegos o latinos, que oréis por mí, pobre pecador, a fin de
que Dios me sea favorable y que me perdone todas las culpas que haya cometido. Con lo cual, y deseando paz a
los lectores, y salud a los que entiendan, termino mi prefacio.
4. Lo que voy a contar ocurrió el año decimoctavo del reinado de Tiberio César, emperador de los romanos, y
de Herodes, hijo de Herodes, monarca de Galilea, el año decimoctavo de su dominación, el ocho de las calendas
de abril, que es el día 25 del mes de marzo, bajo el consulado de Rufino y de Rubelión, el año IV de la
olimpíada 202, cuando Josefo y Caifás eran grandes sacerdotes de los judíos. Entonces escribió Nicodemo, en
lengua hebrea, todo lo sucedido en la pasión y en la crucifixión de Jesús.
5. Y fue que varios judíos de calidad, Anás, Caifás, Sommas, Dathan, Gamaliel, Judas, Levi, Nephtalim,
Alejandro, Siro y otros príncipes visitaron a Pilatos, y acusaron a Jesús de muchas cosas malas, diciendo:
Nosotros lo conocemos por hijo de José el carpintero y por nacido de María. Sin embargo, él pretende que es
hijo de Dios y rey de todos los hombres, y no sólo con palabras, mas con hechos, profana el sábado y viola la
ley de nuestros padres.
6. Preguntó Pilatos: ¿Qué es lo que dice, y qué es lo que quiere disolver en vuestro pueblo?
7. Y los judíos contestaron: La ley, confirmada por nuestras costumbres, manda santificar el sábado y prohíbe
curar en este día. Mas Jesús, en él, cura ciegos, sordos, cojos, paralíticos, leprosos, poseídos, sin ver que ejecuta
malas acciones.
8. Pilatos repuso: ¿Cómo pueden ser malas acciones ésas?
9. Y ellos replicaron: Mago es, puesto que por Beelzebuh, príncipe de los demonios, expulsa los demonios, y
por él también todas las cosas le están sometidas.
10. Dijo Pilatos: No es el espíritu inmundo quien puede expulsar los demonios, sino la virtud de Dios.
11. Pero uno de los judíos respondió por todos: Te rogamos hagas venir a Jesús a tu tribunal, para que lo veas y
lo oigas.
12. Y Pilatos llamó a un mensajero y le ordenó: Trae a Jesús a mi presencia y trátalo con dulzura.
13. Y el mensajero salió, y habiendo visto a Jesús, a quien muy bien conocía, tendió su manto ante él y se arrojó
a sus pies, diciéndole: Señor, camina sobre este manto de tu siervo, porque el gobernador te llama.
14. Viendo lo cual, los judíos, llenos de enojo, se dirigieron en son de queja a Pilatos, y le dijeron: Debieras
haberlo mandado traer a tu presencia no por un mensajero, sino por la voz de tu heraldo. Porque el mensajero,
al verlo, lo adoró, y extendió ante Jesús su manto, rogándole que caminase sobre él.
15. Y Pilatos llamó al mensajero y le preguntó: ¿Por qué obraste así?
16. El mensajero, respondiendo, dijo: Cuando me enviaste a Jerusalén cerca de Alejandro, vi a Jesús caballero
sobre un asno y a los niños de los hebreos que, con ramas de árbol en sus manos, gritaban: Salve, hijo de David.
Y otros, extendiendo sus vestidos por el camino, decían: Salud al que está en los cielos. Bendito el que viene en
nombre del Señor.
17. Mas los, judíos respondieron al mensajero, exclamando: Aquellos niños de los hebreos se expresaban en
hebreo. ¿Cómo tú, que eres griego, comprendiste palabras pronunciadas en una lengua que no es la tuya?
18. Y el mensajero contestó: Interrogué a uno de los judíos sobre lo que quería decir lo que pronunciaban en
hebreo y él me lo explicó.
19. Entonces Pilatos intervino, preguntando: ¿Cuál era la exclamación que pronunciaban en hebreo? Y los
judíos respondieron: Hosanna. Y Pilatos repuso: ¿Cuya es la significación de ese término? Y los judíos
replicaron: ¡Señor, salud! Y Pilatos dijo: Vosotros mismos confirmáis que los niños se expresaban de ese modo.
¿En qué, pues, es culpable el mensajero?
1
20. Y los judíos se callaron. Mas el gobernador dijo al mensajero: Sal, e introdúcelo.
21. Y el mensajero fue hacia Jesús, y le dijo: Señor, entra, porque el gobernador te llama.
22. Y, al entrar Jesús en el Pretorio, las imágenes que los abanderados llevaban por encima de sus estandartes se
inclinaron por sí mismas y adoraron a aquél. Y los judíos, viendo que las imágenes se habían inclinado por sí
mismas, para adorar a Jesús, elevaron gran clamoreo contra los abanderados.
23. Entonces Pilatos dijo a los judíos: Noto que no rendís homenaje a Jesús, a pesar de que ante él se han
inclinado las imágenes para saludarlo, y, en cambio, despotricáis contra los abanderados, como si ellos mismos
hubiesen inclinado sus pendones y adorado a Jesús. Y los judíos repusieron: Los hemos visto proceder tal como
tú indicas.
24. Y el gobernador hizo que se aproximasen los abanderados y les preguntó por qué habían hecho aquello. Mas
los abanderados respondieron a Pilatos: Somos paganos y esclavos de los templos. ¿Concibes siquiera que
hubiéramos podido adorar a ese judío? Las banderas que empuñábamos se han inclinado por sí mismas, para
adorarlo.
25. En vista de esta contestación, Pilatos dijo a los jefes de la Sinagoga y a los ancianos del pueblo: Elegid por
vuestra cuenta hombres fuertes y robustos, que empuñen las banderas, y veremos si ellas se inclinan por sí
mismas.
26. Y los ancianos de los judíos escogieron doce varones muy fornidos de su raza, en cuyas manos pusieron las
banderas, y los formaron en presencia del gobernador. Y Pilatos dijo al mensajero: Conduce a Jesús fuera del
Pretorio, e introdúcelo en seguida. Y Jesús salió del Pretorio con el mensajero.
27. Y Pilatos, dirigiéndose a los que empuñaban las banderas, los conminó, haciendo juramento por la salud del
César: Si las banderas se inclinan cuando él entre, os haré cortar la cabeza.
28. Y el gobernador ordenó que entrase Jesús por segunda vez. Y el mensajero rogó de nuevo a Jesús que
entrase, pasando sobre el manto que había extendido en tierra. Y Jesús lo hizo y, cuando entró, las banderas se
inclinaron y lo adoraron.
II 1. Viendo esto, Pilatos quedó sobrecogido de espanto y comenzó a agitarse en su asiento. Y, cuando pensaba
en levantarse, su mujer, llamada Claudia Prócula, le envió un propio para decirle: No hagas nada contra ese
justo, porque he sufrido mucho en sueños esta noche a causa de él.
2. Pilatos, que tal oyó, dijo a todos los judíos: Bien sabéis que mi esposa es pagana y que, sin embargo, ha
hecho construir para vosotros numerosas sinagogas. Pues bien: acaba de mandarme a decir que Jesús es un
hombre justo y que ha sufrido mucho en sueños esta noche a causa de él.
3. Mas los judíos respondieron a Pilatos: ¿No te habíamos dicho que era un encantador? He aquí que ha enviado
a tu esposa un sueño.
4. Y Pilatos, llamando a Jesús, le preguntó: ¿No oyes lo que éstos dicen contra ti? ¿Nada contestas?
5. Jesús repuso: Si no tuviesen la facultad de hablar, no hablarían. Empero, cada uno puede a su grado abrir la
boca y decir cosas buenas o malas.
6. Los ancianos de los judíos replicaron a Jesús: ¿Qué es lo que decimos? Primero, que has nacido de la
fornicación; segundo, que el lugar de tu nacimiento fue Bethlehem y que, por causa tuya, fueron degollados
todos los niños de tu edad; y tercero, que tu padre y tu madre huyeron contigo a Egipto, porque no tenían
confianza en el pueblo.
7. Pero algunos judíos que allí se encontraban, y que eran menos perversos que los otros, decían: No
afirmaremos que procede de la fornicación, porque sabemos que María se casó con José y que, por ende, Jesús
no es hijo ilegítimo.
8. Y Pilatos dijo a los judíos que mantenían ser Jesús producto de fornicación: Vuestro discurso es mentiroso,
puesto que hubo casamiento, según lo atestiguan personas de vuestra clase.
9. Empero Anás y Caifás insistieron ante Pilatos, diciendo: Toda la multitud grita que ha nacido de la
fornicación y que es un hechicero. Y esos que deponen en contra son sus prosélitos y sus discípulos.
10. Preguntó Pilatos: ¿Qué es eso de prosélitos? Y ellos respondieron: Son hijos de paganos, que ahora se han
hecho judíos.
11. Mas Lázaro, Asterio, Antonio, Jacobo, Zaro, Samuel, Isaac, Fineo, Crispo, Agripa, Amenio y Judas dijeron
entonces: No somos prosélitos, sino hijos de judíos, y decimos la verdad, porque hemos asistido a las bodas de
María.
12. Y Pilatos, dirigiéndose a los doce hombres que así habían hablado, les dijo: Os ordeno, por la salud del
2
César, que declaréis si decís la verdad y si Jesús no ha nacido de la fornicación.
13. Y ellos contestaron a Pilatos: Nuestra ley nos prohíbe jurar, porque es un pecado. Ordena a ésos que juren,
por la salud del César, ser falso lo que nosotros decimos y habremos merecido la muerte.
14. Anás y Caifás dijeron a Pilatos: ¿Creerás a estos doce hombres, que pretenden que no ha nacido de la
fornicación y no nos creerás a nosotros, que aseguramos que es un mago, y que se llama a sí mismo hijo de
Dios y rey de los hombres?
15. Entonces Pilatos ordenó que saliese todo el pueblo, y que se pusiese aparte a Jesús y, dirigiéndose a los que
habían aseverado que éste no era hijo de la fornicación, les preguntó: ¿Por qué los judíos quieren hacer perecer
a Jesús? Y ellos le respondieron: Están irritados contra él, porque opera curaciones en día de sábado. Pilatos
exclamó: ¿Quieren, pues, hacerlo perecer, por ejecutar una buena obra? Y ellos confirmaron: Así es, en efecto.
III 1. Lleno de cólera, Pilatos salió del Pretorio, y dijo a los judíos: Pongo al sol por testigo de que nada he
encontrado de reprensible en ese hombre.
2. Mas los judíos respondieron al gobernador: Si no fuese un brujo, no te lo hubiéramos entregado. Pilatos dijo:
Tomadlo y juzgadlo según vuestra ley. Mas los judíos repusieron: No nos está permitido matar a nadie. Y
Pilatos redarguyó: Es a vosotros, y no a mí, a quien Dios preceptuó: No matarás.
3. Y, vuelto al Pretorio, Pilatos llamó a Jesús a solas, y lo interrogó: ¿Eres tú el rey de los judíos? Y Jesús
respondió: ¿Dices esto de ti mismo, o te lo han dicho otros de mí?
4. Pilatos repuso: ¿Por ventura soy judío yo? Tu nación y los príncipes de los sacerdotes te han entregado a mí.
¿Qué has hecho?
5. Contestó Jesús: Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuese de este mundo, mis servidores habrían
peleado para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí.
6. Pilatos exclamó: ¿Luego rey eres tú? Replicó Jesús: Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido y para
esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que oye mi palabra la verdad escucha.
7. Dijo Pilatos: ¿Qué es la verdad? Y Jesús respondió: La verdad viene del cielo. Pilatos le preguntó: ¿No hay,
pues, verdad sobre esta tierra? Y Jesús dijo: Mira cómo los que manifiestan la verdad sobre la tierra son
juzgados por los que tienen poder sobre la tierra.
IV 1. Dejando a Jesús en el interior del Pretorio, Pilatos salió, y se fue hacia los judíos, a quienes dijo: No
encuentro en él falta alguna.
2. Mas los judíos repusieron: Él ha dicho que podía destruir el templo, y reedificarlo en tres días.
3. Pilatos les preguntó: ¿Qué es el templo? Y los judíos contestaron: El que Salomón tardó cuarenta y seis años
en construir, y él asegura que, en sólo tres días, puede aniquilarlo y volver a levantarlo otra vez.
4. Y Pilatos afirmó de nuevo: Inocente soy de la sangre de este hombre. Ved lo que os toca hacer con él.
5. Y los judíos gritaron: ¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!
6. Entonces Pilatos, llamando a los ancianos, a los sacerdotes y a los levitas, les comunicó en secreto: No obréis
así, porque nada hallo digno de muerte en lo que le reprocháis de haber violado el sábado. Mas ellos opusieron:
El que ha blasfemado contra el César es digno de muerte. Y él ha hecho más, pues ha blasfemado contra Dios.
7. Ante esta pertinacia en la acusación, Pilatos mandó a los judíos que saliesen del Pretorio y, llamando a Jesús,
le dijo: ¿Qué haré a tu respecto? Jesús dijo: Haz lo que debes. Y Pilatos preguntó a los judíos: ¿Cómo debo
obrar? Jesús respondió: Moisés y los profetas han predicho esta pasión y mi resurrección.
8. Al oír esto, los judíos dijeron a Pilatos: ¿Quieres escuchar más tiempo sus blasfemias? Nuestra ley estatuye
que, si un hombre peca contra su prójimo, recibirá cuarenta azotes menos uno, y que el blasfemo será castigado
con la muerte.
9. Y Pilatos expuso: Si su discurso es blasfematorio, tomadlo, conducidlo a vuestra Sinagoga, y juzgadlo según
vuestra ley. Mas los judíos dijeron: Queremos que sea crucificado. Pilatos les dijo: Eso no es justo. Y, mirando
a la asamblea, vio a varios judíos que lloraban, y exclamó: No es voluntad de toda la multitud que muera.
10. Empero, los ancianos dijeron a Pilatos: Para que muera hemos venido aquí todos. Y Pilatos preguntó a los
judíos: ¿Qué ha hecho, para merecer la muerte? Y ellos respondieron: Ha dicho que era rey e hijo de Dios.
VI 1. Y otro de los judíos avanzó, pidiendo al gobernador permiso para hablar. Y Pilatos repuso: Lo que quieras
decir, dilo.
2. Y el judío habló así: Hacía treinta años que yacía en mi lecho, y era constantemente presa de grandes
sufrimientos, y me hallaba en peligro de perder la vida. Jesús vino, y muchos demoníacos y gentes afligidas de
diversas enfermedades fueron curadas por él. Y unos jóvenes piadosos me llevaron a presencia suya en mi
lecho. Y Jesús, al yerme, se compadeció de mí y me dijo: Levántate, toma tu lecho, y marcha. Y, en el acto,
quedé completamente curado, tomé mi lecho y marché.
3. Mas los judíos dijeron a Pilatos: Pregúntale en qué día fue curado. Y él respondió: En día de sábado. Y los
judíos exclamaron: ¿No decíamos que en día de sábado curaba las enfermedades y expulsaba los demonios?
4. Y otro judío avanzó y dijo: Yo era un ciego de nacimiento, que oía hablar, pero que a nadie veía. Y Jesús
pasó, y yo me dirigí a él, gritando en alta voz: ¡Jesús, hijo de David, ten piedad de mí! Y él tuvo piedad de mí, y
puso su mano sobre mis ojos, e inmediatamente recobré la vista.
5. Y otro avanzó y dijo: Yo era leproso, y él me curó con una sola palabra.
Testimonio de la Verónica
VII 1. Y una mujer, llamada Verónica, dijo: Doce años venía afligiéndome un flujo de sangre y, con sólo tocar
el borde de su vestido, el flujo se detuvo en el mismo momento.
2. Y los judíos exclamaron: Según nuestra ley, una mujer no puede venir a deponer como testigo.
VIII 1. Y algunos otros de la multitud de los judíos, varones y hembras, se pusieron a gritar: ¡Ese hombre es un
profeta, y los demonios le están sometidos! Entonces Pilatos preguntó a los acusadores de Jesús: ¿ Por qué los
demonios no están sometidos a vuestros doctores? Y ellos contestaron: No lo sabemos.
2. Y otros dijeron a Pilatos: Ha resucitado a Lázaro, que llevaba cuatro días muerto, y lo ha sacado del sepulcro.
3. Al oír esto, el gobernador quedó aterrado, y dijo a los judíos: ¿De qué nos servirá verter sangre inocente?
Las turbas prefieren la libertad de Barrabás a la de Jesús. Pilatos se lava las manos
IX 1. Y Pilatos, llamando a Nicodemo y a los doce hombres que decían que Jesús no había nacido de la
fornicación, les habló así: ¿Qué debo hacer ante la sedición que ha estallado en el pueblo? Respondieron: Lo
ignoramos. Véanlo ellos mismos.
2. Y Pilatos, convocando de nuevo a la muchedumbre, dijo a los judíos: Sabéis que, según costumbre, el día de
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los Ázimos os concedo la gracia de soltar a un preso. Encarcelado tengo a un famoso asesino, que se llama
Barrabás, y no encuentro en Jesús nada que merezca la muerte. ¿A cuál de los dos queréis que os suelte? Y
todos respondieron a voz en grito: ¡Suéltanos a Barrabás!
3. Pilatos repuso: ¿Qué haré, pues, de Jesús, llamado el Cristo? Y exclamaron todos: ¡Sea crucificado!
4. Y los judíos dijeron también: Demostrarás no ser amigo del César si pones en libertad al que se llama a sí
mismo rey e hijo de Dios. Y aun quizá deseas que él sea rey en lugar del César.
5. Entonces Pilatos montó en cólera y les dijo: Siempre habéis sido una raza sediciosa, y os habéis opuesto a los
que estaban por vosotros.
6. Y los judíos preguntaron: ¿Quiénes son los que estaban por nosotros?
7. Y Pilatos respondió: Vuestro Dios, que os libró de la dura servidumbre de los egipcios y que os condujo a pie
por la mar seca, y que os dio, en el desierto, el maná y la carne de las codornices para vuestra alimentación, y
que hizo salir de una roca agua para saciar vuestra sed, y contra el cual, a pesar de tantos favores, no habéis
cesado de rebelaros, hasta el punto de que Él quiso haceros perecer. Y Moisés rogó por vosotros, a fin de que
no perecieseis. Y ahora decís que yo odio al rey.
8. Mas los judíos gritaron: Nosotros sabemos que nuestro rey es el César, y no Jesús. Porque los magos le
ofrecieron presentes como a un rey. Y Herodes, sabedor por los magos de que un rey había nacido, procuró
matarlo. Enterado de ello José, su padre, lo tomó junto con su madre, y huyeron los tres a Egipto. Y Herodes
mandó dar muerte a los hijos de los judíos, que por aquel entonces habían nacido en Bethlehem.
9. Al oír estas palabras, Pilatos se aterrorizó y, cuando se restableció la calma entre el pueblo que gritaba, dijo:
El que buscaba Herodes ¿es el que está aquí presente? Y le respondieron: El mismo es.
10. Y Pilatos tomó agua y se lavó las manos ante el pueblo, diciendo: Inocente soy de la sangre de este justo.
Pensad bien lo que vais a hacer. Y los judíos repitieron: ¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!
11. Entonces Pilatos ordenó que se trajese a Jesús al tribunal en que estaba sentado, y prosiguió en estos
términos, al dictar sentencia contra él: Tu raza no te quiere por rey. Ordeno, pues, que seas azotado, conforme a
los estatutos de los antiguos príncipes.
12. Y mandó en seguida que se lo crucificase en el lugar en que había sido detenido, con dos malhechores,
cuyos nombres eran Dimas y Gestas.
Jesús en el Gólgota
X 1. Y Jesús salió del Pretorio y los dos ladrones con él. Y cuando llegó al lugar que se llama Gólgota, los
soldados lo desnudaron de sus vestiduras y le ciñeron un lienzo, y pusieron sobre su cabeza una corona de
espinas y colocaron una caña en sus manos. Y crucificaron igualmente a los dos ladrones a sus lados, Dimas a
su derecha y Gestas a su izquierda.
2. Y Jesús dijo: Padre, perdónalos, y déjalos libres de castigo, porque no saben lo que hacen. Y ellos repartieron
entre sí sus vestiduras.
3. Y el pueblo estaba presente, y los príncipes, los ancianos y los jueces se burlaban de Jesús, diciendo: Puesto
que a otros salvó, que se salve a sí mismo. Y si es hijo de Dios, que descienda de la cruz.
4. Y los soldados se mofaban de él, y le ofrecían vinagre mezclado con hiel, exclamando: Si eres el rey de los
judíos, sálvate a ti mismo.
5. Y un soldado, llamado Longinos, tomando una lanza, le perforó el costado, del cual salió sangre y agua.
6. Y el gobernador ordenó que, conforme a la acusación de los judíos, se inscribiese sobre un rótulo, en letras
hebraicas, griegas y latinas: Éste es el rey de los judíos.
7. Y uno de los ladrones que estaban crucificados, Gestas, dijo a Jesús: Si eres el Cristo, líbrate y libértanos a
nosotros. Mas Dimas lo reprendió, diciéndole: ¿No temes a Dios tú, que eres de aquellos sobre los cuales ha
recaído condena? Nosotros recibimos el castigo justo de lo que hemos cometido, pero él no ha hecho ningún
mal. Y, una vez hubo censurado a su compañero, exclamó, dirigiéndose a Jesús: Acuérdate de mí, señor en tu
reino. Y Jesús le respondió: En verdad te digo que hoy serás conmigo en el paraíso.
Muerte de Jesús
XI 1. Era entonces como la hora de sexta del día y grandes tinieblas se esparcieron por toda la tierra hasta la
hora de nona. El sol se oscureció, y he aquí que el velo del templo se rasgó en dos partes de alto abajo.
2. Y hacia la hora de nona, Jesús clamó a gran voz: Hely, Hely, lama zabathani, lo que significa: Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?
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3. Y en seguida murmuró: Padre mío, encomiendo mi espíritu entre tus manos. Y, dicho esto, entregó el
espíritu.
4. Y el centurión, al ver lo que había pasado, glorificó a Dios, diciendo: Este hombre era justo. Y todos los
espectadores, turbados por lo que habían visto, volvieron a sus casas, golpeando sus pechos.
5. Y el centurión refirió lo que había ocurrido al gobernador, el cual se llenó de aflicción extrema y ni el uno, ni
el otro comieron, ni bebieron, aquel día.
6. Y Pilatos, convocando a los judíos, les preguntó: ¿Habéis sido testigos de lo que ha sucedido? Y ellos
respondieron al gobernador: El sol se ha eclipsado de la manera habitual.
7. Y todos los que amaban a Jesús se mantenían a lo lejos, así como las mujeres que lo habían seguido desde
Galilea.
8. Y he aquí que un hombre llamado José, varón bueno y justo, que no había tomado parte en las acusaciones y
en las maldades de los judíos, que era de Arimatea, ciudad de Judea, y que esperaba el reino de Dios, pidió a
Pilatos el cuerpo de Jesús.
9. Y, bajándolo de la cruz, lo envolvió en un lienzo muy blanco, y lo depositó en una tumba completamente
nueva, que había hecho construir para sí mismo, y en la cual ninguna persona había sido sepultada.
XII 1. Sabedores los judíos de que José había pedido el cuerpo de Jesús, lo buscaron, como también a los doce
hombres que habían declarado que Jesús no naciera de la fornicación, y a Nicodemo y a los demás que habían
comparecido ante Pilatos, y dado testimonio de las buenas obras del Salvador.
2. Todos se ocultaban y únicamente Nicodemo, por ser príncipe de los judíos, se mostró a ellos, y les preguntó:
¿Cómo habéis entrado en la Sinagoga?
3. Y ellos le respondieron: Y tú, ¿cómo has entrado en la Sinagoga, cuando eras adepto del Cristo? Ojalá tengas
tu parte con él en los siglos futuros. Y Nicodemo contestó: Así sea.
4. Y José se presentó igualmente a ellos y les dijo: ¿Por qué estáis irritados contra mí, a causa de haber yo
pedido a Pilatos el cuerpo de Jesús? He aquí que yo lo he depositado en mi propia tumba, y lo he envuelto en un
lienzo muy blanco, y he colocado una gran piedra al lado de la gruta. Habéis obrado mal contra el justo, y lo
habéis crucificado, y lo habéis atravesado a lanzadas.
5. Al oír esto, los judíos se apoderaron de José y lo encerraron, hasta que pasase el día del sábado. Y le dijeron:
En este momento, por ser tal día, nada podemos hacer contra ti. Pero sabemos que no eres digno de sepultura y
abandonaremos tu carne a las aves del cielo y a las bestias de la tierra.
6. Y José respondió: Esas vuestras palabras son semejantes a las de Goliath el soberbio, que se levantó contra el
Dios vivo, y a quien hirió David. Dios ha dicho por la voz del profeta: Me reservaré la venganza. Y Pilatos, con
el corazón endurecido, lavó sus manos en pleno sol, exclamando: Inocente soy de la sangre de ese justo. Y
vosotros habéis contestado: ¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos! Y mucho temo que la cólera
de Dios caiga sobre vosotros y sobre vuestros hijos, como habéis proclamado.
7. Al oír a José expresarse de este modo, los judíos se llenaron de rabia, y, apoderándose de él, lo encerraron en
un calabozo sin reja que dejara penetrar el menor rayo de luz. Y Anás y Caifás colocaron guardias a la puerta y
pusieron su sello sobre la llave.
8. Y tuvieron consejo con los sacerdotes y con los levitas, para que se reuniesen todos después del día del
sábado, y deliberasen sobre qué genero de muerte infligirían a José.
9. Y cuando estuvieron reunidos, Anás y Caifás ordenaron que se les trajese a José. Y, quitando el sello,
abrieron la puerta y no encontraron a José en el calabozo en que lo habían encerrado. Y toda la asamblea quedó
sumida en el mayor estupor, porque habían encontrado sellada la puerta. Y Anás y Caifás se retiraron.
XIII 1. Y, mientras ellos no salían de su asombro, uno de los soldados a quienes habían encomendado la
guardia del sepulcro entró en la Sinagoga y dijo: Cuando vigilábamos la tumba de Jesús, la tierra tembló y
hemos visto a un ángel de Dios, que quitó la piedra del sepulcro y que se sentó sobre ella. Y su semblante
brillaba como el relámpago y sus vestidos eran blancos como la nieve. Y nosotros quedamos como muertos de
espanto. Y oímos al ángel que decía a las mujeres que habían ido al sepulcro de Jesús: No temáis. Sé que
buscáis a Jesús el crucificado, el cual resucitó, como lo había predicho. Venid, y ved el lugar en que había sido
colocado, y apresuraos a avisar a sus discípulos que ha resurgido de entre los muertos, y que va delante de
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vosotros a Galilea, donde lo veréis.
2. Y los judíos, convocando a todos los soldados que habían puesto para guardar a Jesús, les preguntaron: ¿Qué
mujeres fueron aquellas a quienes el ángel habló? ¿Por qué no os habéis apoderado de ellas?
3. Replicaron los soldados: No sabemos qué mujeres eran, y quedamos como difuntos, por el mucho temor que
nos inspiró el ángel. ¿Cómo, en estas condiciones, habríamos podido apoderarnos de dichas mujeres?
4. Los judíos exclamaron: ¡Por la vida del Señor, que no os creemos! Y los soldados respondieron a los judíos:
Habéis visto a Jesús hacer milagros, y no habéis creído en él. ¿Cómo creeríais en nuestras palabras? Con razón
juráis por la vida del Señor, pues vive el Señor a quien encerrasteis en el sepulcro. Hemos sabido que habéis
encarcelado en un calabozo, cuya puerta habéis sellado, a ese José que embalsamó el cuerpo de Jesús, y que,
cuando fuisteis a buscarlo, no lo encontrasteis. Devolvednos a José, a quien aprisionasteis, y os devolveremos a
Jesús, cuyo sepulcro hemos guardado.
5. Los judíos dijeron: Devolvednos a Jesús y os devolveremos a José, porque éste se halla en la ciudad de
Arimatea. Mas los soldados contestaron: Si José está en Arimatea, Jesús está en Galilea, puesto que así lo
anunció a las mujeres el ángel.
6. Oído lo cual, los judíos se sintieron poseídos de temor y se dijeron entre sí: Cuando el pueblo escuche estos
discursos, todos en Jesús creerán.
7. Y reunieron una gruesa suma de dinero, que entregaron a los soldados, advirtiéndoles: Decid que, mientras
dormíais, llegaron los discípulos de Jesús al sepulcro y robaron su cuerpo. Y, si el gobernador Pilatos se entera
de ello, lo apaciguaremos en vuestro favor y no seréis inquietados.
8. Y los soldados, tomando el dinero, dijeron lo que los judíos les habían recomendado.
XIV 1. Y un sacerdote llamado Fineo, y el maestro de escuela Addas, y el levita Ageo llegaron los tres de
Galilea a Jerusalén, y dijeron a todos los que estaban en la Sinagoga: A Jesús, por vosotros crucificado, lo
hemos visto en el Monte los Olivos, sentado entre sus discípulos, hablando con ellos y diciéndoles: Id por el
mundo, predicad a todas las naciones, y bautizad a los gentiles en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo. Y el que crea y sea bautizado será salvo. Y, no bien hubo dicho estas cosas a sus discípulos, lo vimos
subir al cielo.
2. Al oír esto, los príncipes de los sacerdotes, los ancianos del pueblo y los levitas dijeron a aquellos tres
hombres: Glorificad al Dios de Israel, y tomadlo por testigo de que lo que habéis visto y oído es verdadero.
3. Y ellos respondieron: Por la vida del Señor de nuestros padres, Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob,
declaramos decir la verdad. Hemos oído a Jesús hablar con sus discípulos y lo hemos visto subir al cielo. Si
callásemos ambas cosas, cometeríamos un pecado.
4. Y los príncipes de los sacerdotes, levantándose en seguida, exclamaron: No repitáis a nadie lo que habéis
dicho de Jesús. Y les dieron una fuerte suma de dinero.
5. Y los hicieron acompañar por tres hombres, para que se restituyesen a su país, y no hiciesen estada alguna en
Jerusalén.
6. Y, habiéndose reunido todos los judíos, se entregaron entre sí a grandes meditaciones, y dijeron: ¿Qué es lo
que ha sobrevenido en Israel?
7. Y Anás y Caifás, para consolarlos, replicaron: ¿Es que vamos a creer a los soldados, que guardaban el
sepulcro de Jesús, y que aseguraron que un ángel abrió su losa? ¿Por ventura no han sido sus discípulos los que
les dieron mucho oro para que hablasen así, y los dejasen a ellos robar el cuerpo de Jesús? Sabed que no cabe
conceder fe alguna a las palabras de esos extranjeros, porque, habiendo recibido de nosotros una fuerte suma,
hayan por doquiera dicho lo que nosotros les encargamos que dijesen. Ellos pueden ser infieles a los discípulos
de Jesús lo mismo que a nosotros.
Intervención de Nicodemo en los debates de la Sinagoga. Los judíos mandan llamar a José de Arimatea y oyen
las noticias que éste les da
XV 1. Y Nicodemo se levantó y dijo: Rectamente habláis, hijos de Israel. Os habéis enterado de lo que han
dicho esos tres hombres, que juraron sobre la ley del Señor haber oído a Jesús hablar con sus discípulos en el
monte de los Olivos, y haberlo visto subir al cielo. Y la Escritura nos enseña que el bienaventurado Elías fue
transportado al cielo, y que Eliseo, interrogado por los hijos de los profetas sobre dónde había ido su hermano
Elías, respondió que les había sido arrebatado. Y los hijos de los profetas le dijeron: Acaso nos lo ha arrebatado
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el espíritu, y lo ha depositado sobre las montañas de Israel. Pero elijamos hombres que vayan con nosotros, y
recorramos esas montañas, donde quizá lo encontremos. Y suplicaron así a Eliseo, que caminó con ellos tres
días, y no encontraron a Elías. Y ahora, escuchadme, hijos de Israel. Enviemos hombres a las montañas, porque
acaso el espíritu ha arrebatado a Jesús, y quizá lo encontremos, y haremos penitencia.
2. Y el parecer de Nicodemo fue del gusto de todo el pueblo, y enviaron hombres, que buscaron a Jesús, sin
encontrarlo, y que, a su vuelta, dijeron: No hemos hallado a Jesús en ninguno de los lugares que hemos
recorrido, pero hemos hallado a José en la ciudad de Arimatea.
3. Y, al oír esto, los príncipes y todo el pueblo se regocijaron, y glorificaron al Dios de Israel de que hubiesen
encontrado a José, a quien habían encerrado en un calabozo, y a quien no habían podido encontrar.
4. Y, reuniéndose en una gran asamblea, los príncipes de los sacerdotes se preguntaron entre sí: ¿Cómo
podremos traer a José entre nosotros, y hacerlo hablar?
5. Y tomando papel, escribieron a José por este tenor: Sea la paz contigo, y con todos los que están contigo.
Sabemos que hemos pecado contra Dios y contra ti. Dígnate, pues, venir hacia tus padres y tus hijos, porque tu
marcha del calabozo nos ha llenado de sorpresa. Reconocemos que habíamos concebido contra ti un perverso
designio, y que el Señor te ha protegido, Iibrándote de nuestras malas intenciones. Sea la paz contigo, José,
hombre honorable entre todo el pueblo.
6. Y eligieron siete hombres, amigos de José, y les dijeron: Cuando lleguéis a casa de José, dadle el saludo de
paz, y entregadle la carta.
7. Y los hombres llegaron a casa de José, y lo saludaron, y le entregaron la carta. Y luego que José la hubo
leído, exclamó: ¡Bendito sea el Señor Dios, que ha preservado a Israel de la efusión de mi sangre! ¡Bendito
seas, Dios mío, que me has protegido con tus alas!
8. Y José abrazó a los embajadores, y los acogió y regaló en su domicilio.
9. Y, al día siguiente, montando en un asno, se puso en camino con ellos, y llegaron a Jerusalén.
10. Y, cuando los judíos se enteraron de su llegada, corrieron todos ante él, gritando y exclamando: ¡Sea la paz a
tu llegada, padre José! Y él repuso: ¡Sea la paz del Señor con todo el pueblo!
11. Y todos lo abrazaron. Y Nicodemo lo recibió en su casa, acogiéndolo con gran honor y con gran
complacencia.
12. Y, al siguiente día, que lo era de la fiesta de Preparación, Anás, Caifás y Nicodemo dijeron a José: Rinde
homenaje al Dios de Israel, y responde a todo lo que te preguntemos. Irritados estábamos contra ti, porque
habías sepultado el cuerpo de Jesús, y te encerramos en un calabozo, donde no te encontramos, al buscarte, lo
que nos mantuvo en plena sorpresa y en pleno espanto, hasta que hemos vuelto a verte. Cuéntanos, pues, en
presencia de Dios, lo que te ha ocurrido.
13. Y José contestó: Cuando me encerrasteis, el día de Pascua, mientras me hallaba en oración a medianoche, la
casa quedó como suspendida en los aires. Y vi a Jesús, brillante como un relámpago, y, acometido de terror, caí
por tierra. Y Jesús, tomándome por la mano, me elevó por encima del suelo, y un sudor frío cubría mi frente. Y
él, secando mi rostro, me dijo: Nada temas, José. Mírame y reconóceme, porque soy yo.
14. Y lo miré, y exclamé, lleno de asombro: ¡Oh Señor Elías! Y él me dijo: No soy Elías, sino Jesús de
Nazareth, cuyo cuerpo has sepultado.
15. Y yo le respondí: Muéstrame la tumba en que te deposité. Y Jesús, tomándome por la mano otra vez, me
condujo al lugar en que lo había sepultado, y me mostró el sudario y el paño en que había envuelto su cabeza.
16. Entonces reconocí que era Jesús, y lo adoré, diciendo: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
17. Y Jesús, tomándome por la mano de nuevo, me condujo a mi casa de Arimatea, y me dijo: Sea la paz
contigo, y, durante cuarenta días, no salgas de tu casa. Yo vuelvo ahora cerca de mis discípulos.
XVI 1. Cuando los sacerdotes y los levitas oyeron tales cosas, quedaron estupefactos y como muertos. Y,
vueltos en sí, exclamaron: ¿Qué maravilla es la que se ha manifestado en Jerusalén? Porque nosotros
conocemos al padre y a la madre de Jesús.
2. Y cierto levita explicó: Sé que su padre y su madre eran personas temerosas del Altísimo, y que estaban
siempre en el templo, orando, y ofreciendo hostias y holocaustos al Dios de Israel. Y, cuando Simeón, el Gran
Sacerdote, lo recibió, dijo, tomándolo en sus brazos: Ahora, Señor, envía a tu servidor en paz, según tu palabra,
porque mis ojos han visto al Salvador que has preparado para todos los pueblos, luz que ha de servir para la
gloria de tu raza de Israel. Y aquel mismo Simeón bendijo también a María, madre de Jesús, y le dijo: Te
anuncio, respecto a este niño, que ha nacido para la ruina y para la resurrección de muchos, y como signo de
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contradicción.
3. Entonces los judíos propusieron: Mandemos a buscar a los tres hombres que aseguran haberlo visto con sus
discípulos en el monte de los Olivos.
4. Y, cuando así se hizo, y aquellos tres hombres llegaron, y fueron interrogados, respondieron con unánime
voz: Por la vida del Señor, Dios de Israel, hemos visto manifiestamente a Jesús con sus discípulos en el monte
de las Olivas, y asistido al espectáculo de su subida al cielo.
5. En vista de esta declaración, Anás y Caifás tomaron a cada uno de los testigos aparte, y se informaron de
ellos separadamente. Y ellos insistieron sin contradicción en confesar la verdad, y en aseverar que habían visto
a Jesús.
6. Y Anás y Caifás pensaron: Nuestra ley preceptúa que, en la boca de dos o tres testigos, toda palabra es válida.
Pero sabemos que el bienaventurado Enoch, grato a Dios, fue transportado al cielo por la palabra de Él, y que la
tumba del bienaventurado Moisés no se encontró nunca, y que la muerte del profeta Elías no es conocida. Jesús,
por lo contrario, ha sido entregado a Pilatos, azotado, abofeteado, coronado de espinas, atravesado por una
lanza, crucificado, muerto sobre el madero, y sepultado. Y el honorable padre José, que depositó su cadáver en
un sepulcro nuevo, atestigua haberlo visto vivo. Y estos tres hombres certifican haberlo encontrado con sus
discípulos en el monte de los Olivos, y haber asistido al espectáculo de su subida al cielo.
XVII 1. Y José, levantándose, dijo a Anás y a Caifás: Razón tenéis para admiraros, al saber que Jesús ha sido
visto resucitado y ascendiendo al empíreo. Pero aún os sorprenderéis más de que no sólo haya resucitado, sino
de que haya sacado del sepulcro a muchos otros muertos, a quienes gran número de personas han visto en
Jerusalén.
2. Y escuchadme ahora, porque todos sabemos que aquel bienaventurado Gran Sacerdote, que se llamó Simeón,
recibió en sus manos, en el templo, a Jesús niño. Y Simeón tuvo dos hijos, hermanos de padre y de madre, y
todos hemos presenciado su fallecimiento y asistido a su entierro. Pues id a ver sus tumbas, y las hallaréis
abiertas, porque los hijos de Simeón se hallan en la villa de Arimatea, viviendo en oración. A veces se oyen sus
gritos, mas no hablan a nadie, y permanecen silenciosos como muertos. Vayamos hacia ellos, y tratémoslos con
la mayor amabilidad. Y, si con suave insistencia los interrogamos, quizá nos hablen del misterio de la
resurrección de Jesús.
3. A cuyas palabras todos se regocijaron, y Anás, Caifás, Nicodemo, José y Gamaliel, yendo a los sepulcros, no
encontraron a los muertos, pero, yendo a Arimatea, los encontraron arrodillados allí.
4. Y los abrazaron con sumo respeto y en el temor de Dios, y los condujeron a la Sinagoga de Jerusalén.
5. Y, no bien las puertas se cerraron, tomaron el libro santo, lo pusieron en sus manos, y los conjuraron por el
Dios Adonaí, Señor de Israel, que ha hablado por la Ley y por los profetas, diciendo: Si sabéis quién es el que
os ha resucitado de entre los muertos, decidnos cómo habéis sido resucitados.
6. Al oír esta adjuración, Carino y Leucio sintieron estremecerse sus cuerpos, y, temblorosos y emocionados,
gimieron desde el fondo de su corazon.
7. Y, mirando al cielo, hicieron con su dedo la señal de la cruz sobre su lengua.
8. Y, en seguida, hablaron, diciendo: Dadnos resmas de papel, a fin de que escribamos lo que hemos visto y
oído.
9. Y, habiéndoselas dado, se sentaron, y cada uno de ellos escribió lo que sigue.
XVIII 1. Jesucristo, Señor Dios, vida y resurrección de muertos, permítenos enunciar los misterios por la
muerte de tu cruz, puesto que hemos sido conjurados por ti.
2. Tú has ordenado no referir a nadie los secretos de tu majestad divina, tales como los has manifestado en los
infiernos.
3. Cuando estábamos con nuestros padres, colocados en el fondo de las tinieblas, un brillo real nos iluminó de
súbito, y nos vimos envueltos por un resplandor dorado como el del sol.
4. Y, al contemplar esto, Adán, el padre de todo el género humano, estalló de gozo, así como todos los
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patriarcas y todos los profetas, los cuales clamaron a una: Esta luz es el autor mismo de la luz, que nos ha
prometido transmitirnos una luz que no tendrá ni desmayos ni término.
XIX 1. Y el profeta Isaías exclamó: Es la luz del Padre, el Hijo de Dios, como yo predije, estando en tierras de
vivos: en la tierra de Zabulón y en la tierra de Nephtalim. Más allá del Jordán, el pueblo que estaba sentado en
las tinieblas, vería una gran luz, y esta luz brillaría sobre los que estaban en la región de la muerte. Y ahora ha
llegado, y ha brillado para nosotros, que en la muerte estábamos.
2. Y, como sintiésemos inmenso júbilo ante la luz que nos había esclarecido, Simeón, nuestro padre, se
aproximó a nosotros, y, lleno de alegría, dijo a todos: Glorificad al Señor Jesucristo, que es el Hijo de Dios,
porque yo lo tuve recién nacido en mis manos en el templo e, inspirado por el Espíritu Santo, lo glorifiqué y
dije: Mis ojos han visto ahora la salud que has preparado en presencia de todos los pueblos, la luz para la
revelación de las naciones, y la gloria de tu pueblo de Israel.
3. Al oír tales cosas, toda la multitud de los santos se alborozó en gran manera.
4. Y, en seguida, sobrevino un hombre, que parecía un ermitaño. Y, como todos le preguntasen quién era,
respondió: Soy Juan, el oráculo y el profeta del Altísimo, el que precedió a su advenimiento al mundo, a fin de
preparar sus caminos, y de dar la ciencia de la salvación a su pueblo para la remisión de los pecados. Y,
viéndolo llegar hacia mí, me sentí poseído por el Espíritu Santo, y le dije: He aquí el Cordero de Dios, que quita
los pecados del mundo. Y lo bauticé en el río del Jordán, y vi al Espíritu Santo descender sobre él bajo la figura
de una paloma. Y oí una voz de los cielos, que decía: Éste es mi Hijo amado, en quien tengo todas mis
complacencias, y a quien debéis escuchar. Y ahora, después de haber precedido a su advenimiento, he
descendido hasta vosotros, para anunciaros que, dentro de poco, el mismo Hijo de Dios, levantándose de lo alto,
vendrá a visitarnos, a nosotros, que estamos sentados en las tinieblas y en las sombras de la muerte.
XX 1. Y, cuando el padre Adán, el primer formado, oyó lo que Juan dijo de haber sido Jesús bautizado en el
Jordán, exclamó, hablando a su hijo Seth: Cuenta a tus hijos, los patriarcas y los profetas, todo lo que oíste del
arcángel Miguel, cuando, estando yo enfermo, te envié a las puertas del Paraíso, para que el Señor permitiese
que su ángel diera aceite del árbol de la misericordia, que ungiese mi cuerpo.
2. Entonces Seth, aproximándose a los patriarcas y a los profetas, expuso: Me hallaba yo, Seth, en oración
delante del Señor, a las puertas del Paraíso, y he aquí que Miguel, el numen de Dios, me apareció, y me dijo:
He sido enviado a ti por el Señor, y presido sobre el cuerpo humano. Y te declaro, Seth, que es inútil pidas y
ruegues con lágrimas el aceite del árbol de la misericordia, para ungir a tu padre Adán, y para que cesen los
sufrimientos de su cuerpo. Porque de ningún modo podrás recibir ese aceite hasta los días postrimeros, cuando
se hayan cumplido cinco mil años. Entonces, el Hijo de Dios, lleno de amor, vendrá a la tierra, y resucitará el
cuerpo de Adán, y al mismo tiempo resucitará los cuerpos de los muertos. Y, a su venida, será bautizado en el
Jordán, y, una vez haya salido del agua, ungirá con el aceite de su misericordia a todos los que crean en él, y el
aceite de su misericordia será para los que deban nacer del agua y del Espíritu Santo para la vida eterna.
Entonces Jesucristo, el Hijo de Dios, lleno de amor, y descendido a la tierra, introducirá a tu padre Adán en el
Paraíso y lo pondrá junto al árbol de la misericordia.
3. Y, al oír lo que decía Seth, todos los patriarcas y todos los profetas se henchieron de dicha.
XXI 1. Y, mientras todos los padres antiguos se regocijaban, he aquí que Satanás, príncipe y jefe de la muerte,
dijo a la Furia: prepárate a recibir a Jesús, que se vanagloria de ser el Cristo y el Hijo de Dios, y que es un
hombre temerosísimo de la muerte, puesto que yo mismo lo he oído decir: Mi alma está triste hasta la muerte. Y
entonces comprendí que tenía miedo de la cruz.
2. Y añadió: Hermano, aprestémonos, tanto tú como yo, para el mal día. Fortifiquemos este lugar, para poder
retener aquí prisionero al llamado Jesús que, al decir de Juan y de los profetas, debe venir a expulsarnos de
aquí. Porque ese hombre me ha causado muchos males en la tierra, oponiéndose a mí en muchas cosas, y
despojándome de multitud de recursos. A los que yo había matado, él les devolvió la vida. Aquellos a quienes
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yo había desarticulado los miembros, él los enderezó por su sola palabra, y les ordenó que llevasen su lecho
sobre los hombros. Hubo otros que yo había visto ciegos y privados de la luz, y por cuya cuenta me regocijaba,
al verlos quebrarse la cabeza contra los muros, y arrojarse al agua, y caer, al tropezar en los atascaderos, y he
aquí que este hombre, venido de no sé dónde, y, haciendo todo lo contrario de lo que yo hacía, les devolvía la
vista por sus palabras. Ordenó a un ciego de nacimiento que lavase sus ojos con agua y con barro en la fuente
de Siloé, y aquel ciego recobró la vista. Y, no sabiendo a qué otro lugar retirarme, tomé conmigo a mis
servidores, y me alejé de Jesús. Y, habiendo encontrado a un joven, entré en él, y moré en su cuerpo. Ignoro
cómo Jesús lo supo, pero es lo cierto que llegó adonde yo estaba, y me intimó la orden de salir. Y, habiendo
salido, y no sabiendo dónde entrar, le pedí permiso para meterme en unos puercos, lo que hice, y los estrangulé.
3. Y la Furia, respondiendo a Satanás, dijo: ¿Quién es ese príncipe tan poderoso y que, sin embargo, teme la
muerte? Porque todos los poderosos de la tierra quedan sujetos a mi poder desde el momento en que tú me los
traes sometidos por el tuyo. Si, pues, tú eres tan poderoso, ¿quién es ese Jesús que, temiendo la muerte, se
opone a ti? Si hasta tal punto es poderoso en su humanidad, en verdad te digo que es todopoderoso en su
divinidad, y que nadie podrá resistir a su poder. Y, cuando dijo que temía la muerte, quiso engañarte, y
constituirá tu desgracia en los siglos eternos.
4. Pero Satanás, el príncipe de la muerte, respondió y dijo: ¿Por qué vacilas en aprisionar a ese Jesús, adversario
de ti tanto como de mí? Porque yo lo he tentado, y he excitado contra él a mi antiguo pueblo judío, excitando el
odio y la cólera de éste. Y he aguzado la lanza de la persecución. Y he hecho preparar madera para crucificarlo,
y clavos para atravesar sus manos y sus pies. Y le he dado a beber hiel mezclada con vinagre. Y su muerte está
próxima, y te lo traeré sujeto a ti y a mi.
5. Y la Furia respondió, y dijo: Me has informado de que él es quien me ha arrancado los muertos. Muchos
están aquí, que retengo, y, sin embargo, mientras vivían sobre la tierra, muchos me han arrebatado muertos, no
por su propio poder, sino por las plegarias que dirigieron a su Dios todopoderoso, que fue quien
verdaderamente me los llevó. ¿Quién es, pues, ese Jesús, que por su palabra, me ha arrancado muertos? ¿Es
quizá el que ha vuelto a la vida, por su palabra imperiosa, a Lázaro, fallecido hacía cuatro días, lleno de
podredumbre y en disolución, y a quien yo retenía como difunto?
6. Y Satanás, el príncipe de la muerte, respondió y dijo: Ese mismo Jesús es.
7. Y, al oírlo, la Furia repuso: Yo te conjuro, por tu poder y por el mío, que no lo traigas hacia mí. Porque,
cuando me enteré de la fuerza de su palabra, temblé, me espanté y, al mismo tiempo, todos mis ministros
impíos quedaron tan turbados como yo. No pudimos retener a Lázaro, el cual, con toda la agilidad y con toda la
velocidad del águila, salió de entre nosotros, y esta misma tierra que retenía su cuerpo privado de vida se la
devolvió. Por donde ahora sé que ese hombre, que ha podido cumplir cosas tales, es el Dios fuerte en su
imperio, y poderoso en la humanidad, y Salvador de ésta, y, si le traes hacia mí, libertará a todos los que aquí
retengo en el rigor de la prisión, y encadenados por los lazos no rotos de sus pecados y, por virtud de su
divinidad, los conducirá a la vida que debe durar tanto como la eternidad.
XXII 1. Y, mientras Satanás y la Furia así hablaban, se oyó una voz como un trueno, que decía: Abrid vuestras
puertas, vosotros, príncipes. Abríos, puertas eternas, que el Rey de la Gloria quiere entrar.
2. Y la Furia, oyendo la voz, dijo a Satanás: Anda, sal, y pelea contra él. Y Satanás salió.
3. Entonces la Furia dijo a sus demonios: Cerrad las grandes puertas de bronce, cerrad los grandes cerrojos de
hierro, cerrad con llave las grandes cerraduras, y poneos todos de centinela, porque, si este hombre entra,
estamos todos perdidos.
4. Y, oyendo estas grandes voces, los santos antiguos exclamaron: Devoradora e insaciable Furia, abre al Rey
de la Gloria, al hijo de David, al profetizado por Moisés y por Isaías.
5. Y otra vez se oyó la voz de trueno que decía: Abrid vuestras puertas eternas, que el Rey de la Gloria quiere
entrar.
6. Y la Furia gritó, rabiosa: ¿Quién es el Rey de la Gloria? Y los ángeles de Dios contestaron: El Señor
poderoso y vencedor.
7. Y, en el acto, las grandes puertas de bronce volaron en mil pedazos, y los que la muerte había tenido
encadenados se levantaron.
8. Y el Rey de la Gloria entró en figura de hombre, y todas las cuevas de la Furia quedaron iluminadas.
9. Y rompió los lazos, que hasta entonces no habían sido quebrantados, y el socorro de una virtud invencible
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nos visitó, a nosotros, que estábamos sentados en las profundidades de las tinieblas de nuestras faltas y en la
sombra de la muerte de nuestros pecados.
XXIII 1. Al ver aquello, los dos príncipes de la muerte y del infierno, sus impíos oficiales y sus crueles
ministros quedaron sobrecogidos de espanto en sus propios reinos, cual si no pudiesen resistir la deslumbradora
claridad de tan viva luz, y la presencia del Cristo, establecido de súbito en sus moradas.
2. Y exclamaron con rabia impotente: Nos has vencido. ¿Quién eres tú, a quien el Señor envía para nuestra
confusión? ¿Quién eres tú, tan pequeño y tan grande, tan humilde y tan elevado, soldado y general, combatiente
admirable bajo la forma de un esclavo, Rey de la Gloria muerto en una cruz y vivo, puesto que desde tu
sepulcro has descendido hasta nosotros? ¿Quién eres tú, en cuya muerte ha temblado toda criatura, y han sido
conmovidos todos los astros, y que ahora permaneces libre entre los muertos, y turbas a nuestras legiones?
¿Quién eres tú, que redimes a los cautivos, y que inundas de luz brillante a los que están ciegos por las tinieblas
de sus pecados?
3. Y todas las legiones de los demonios, sobrecogidos por igual terror, gritaban en el mismo tono, con sumisión
temerosa y con voz unánime, diciendo: ¿De dónde eres, Jesús, hombre tan potente, tan luminoso, de majestad
tan alta, libre de tacha y puro de crimen? Porque este mundo terrestre que hasta el día nos ha estado siempre
sometido, y que nos pagaba tributos por nuestros usos abominables, jamás nos ha enviado un muerto tal como
tú, ni destinado semejantes presentes a los infiernos. ¿Quién, pues, eres tú, que has franqueado sin temor las
fronteras de nuestros dominios, y que no solamente no temes nuestros suplicios infernales, sino que pretendes
librar a los que retenemos en nuestras cadenas? Quizá eres ese Jesús, de quien Satanás, nuestro príncipe, decía
que, por su suplicio en la cruz, recibiría un poder sin límites sobre el mundo entero.
4. Entonces el Rey de la Gloria, aplastando en su majestad a la muerte bajo sus pies, y tomando a nuestro primer
padre, privó a la Furia de todo su poder y atrajo a Adán a la claridad de su luz.
XXIV 1. Y la Furia, bramando, aullando y abrumando a Satanás con violentos reproches, le dijo: Belzebú,
príncipe de condenación, jefe de destrucción, irrisión de los ángeles de Dios, ¿qué has querido hacer? ¿Has
querido crucificar al Rey de la Gloria, sobre cuya ruina y sobre cuya muerte nos habías prometido tan grandes
despojos? ¿Ignoras cuán locamente has obrado? Porque he aquí que este Jesús disipa, por el resplandor de su
divinidad, todas las tinieblas de la muerte. Ha atravesado las profundidades de las más sólidas prisiones,
libertando a los cautivos, y rompiendo los hierros de los encadenados. Y he aquí que todos los que gemían bajo
nuestros tormentos nos insultan, y nos acribillan con sus imprecaciones. Nuestros imperios y nuestros reinos
han quedado vencidos, y no sólo no inspiramos ya terror a la raza humana, sino que, al contrario, nos amenazan
y nos injurian aquellos que, muertos, jamás habían podido mostrar soberbia ante nosotros, ni jamás habían
podido experimentar un momento de alegría durante su cautividad. Príncipe de todos los males y padre de los
rebeldes e impíos, ¿qué has querido hacer? Los que, desde el comienzo del mundo hasta el presente, habían
desesperado de su vida y de su salvación no dejan oír ya sus gemidos. No resuena ninguna de sus quejas
clamorosas, ni se advierte el menor vestigio de lágrimas sobre la faz de ninguno de ellos. Rey inmundo,
poseedor de las llaves de los infiernos, has perdido por la cruz las riquezas que habías adquirido por la
prevaricación y por la pérdida del Paraíso. Toda tu dicha se ha disipado y, al poner en la cruz a ese Cristo,
Jesús, Rey de la Gloria, has obrado contra ti y contra mí. Sabe para en adelante cuántos tormentos eternos y
cuántos suplicios infinitos te están reservados bajo mi guarda, que no conoce término. Luzbel, monarca de
todos los perversos, autor de la muerte y fuente del orgullo, antes que nada hubieras debido buscar un reproche
justiciero que dirigir a Jesús. Y, si no encontrabas en él falta alguna, ¿por qué, sin razón, has osado crucificarlo
injustamente, y traer a nuestra región al inocente y al justo, tú, que has perdido a los malos, a los impíos y a los
injustos del mundo entero?
2. Y, cuando la Furia acabó de hablar así a Satanás, el Rey de la Gloria dijo a la primera: El príncipe Satanás
quedará bajo tu potestad por los siglos de los siglos, en lugar de Adán y de sus hijos, que me son justos.
Jesús toma a Adán baj.o su protección y los antiguos profetas cantan su triunfo
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XXV 1. Y el Señor extendió su mano, y dijo: Venid a mí, todos mis santos, hechos a mi imagen y a mi
semejanza. Vosotros, que habéis sido condenados por el madero, por el diablo y por la muerte, veréis a la
muerte y al diablo condenados por el madero.
2. Y, en seguida, todos los santos se reunieron bajo la mano del Señor. Y el Señor, tomando la de Adán, le dijo:
Paz a ti y a todos tus hijos, mis justos.
3. Y Adán, vertiendo lágrimas, se prosternó a los pies del Señor, y dijo en voz alta: Señor, te glorificaré, porque
me has acogido, y no has permitido que mis enemigos triunfasen sobre mí para siempre. Hacia ti clamé, y me
has curado, Señor. Has sacado mi alma de los infiernos, y me has salvado, no dejándome con los que
descienden al abismo. Cantad las alabanzas del Señor, todos los que sois santos, y confesad su santidad. Porque
la cólera está en su indignación, y en su voluntad está la vida.
4. Y asimismo todos los santos de Dios se prosternaron a los pies del Señor, y dijeron con voz unánime: Has
llegado, al fin, Redentor del mundo, y has cumplido lo que habías predicho por la ley y por tus profetas. Has
rescatado a los vivos por tu cruz, y, por la muerte en la cruz, has descendido hasta nosotros, para arrancarnos
del infierno y de la muerte, por tu majestad. Y, así como has colocado el título de tu gloria en el cielo, y has
elevado el signo de la redención, tu cruz, sobre la tierra, de igual modo, Señor, coloca en el infierno el signo de
la victoria de tu cruz, a fin de que la muerte no domine más.
5. Y el Señor, extendiendo su mano, hizo la señal de la cruz sobre Adán y sobre todos sus santos. Y, tomando la
mano derecha de Adán, se levantó de los infiernos, y todos los santos lo siguieron.
6. Entonces el profeta David exclamó con enérgico tono: Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho
cosas admirables. Su mano derecha y su brazo nos han salvado. El Señor ha hecho conocer su salud, y ha
revelado su justicia en presencia de todas las naciones.
7. Y toda la multitud de los santos respondió, diciendo: Esta gloria es para todos los santos. Así sea. Alabad a
Dios.
8. Y entonces el profeta Habacuc exclamó, diciendo: Has venido para la salvación de tu pueblo, y para la
liberación de tus elegidos.
9. Y todos los santos respondieron, diciendo: Bendito el que viene en nombre del Señor, y nos ilumina.
10. Igualmente el profeta Miqueas exclamé, diciendo: ¿Qué Dios hay como tú, Señor, que desvaneces las
iniquidades, y que borras los pecados? Y ahora contienes el testimonio de tu cólera. Y te inclinas más a la
misericordia. Has tenido piedad de nosotros, y nos has absuelto de nuestros pecados, y has sumido todas
nuestras iniquidades en el abismo de la muerte, según que habías jurado a nuestros padres en los días antiguos.
11. Y todos los santos respondieron, diciendo: Es nuestro Dios para siempre, por los siglos de los siglos, y
durante todos ellos nos regirá. Así sea. Alabad a Dios.
12. Y los demás profetas recitaron también pasajes de sus viejos cánticos, consagrados a alabar a Dios. Y todos
los santos hicieron lo mismo.
Llegada de los santos antiguos al Paraíso y su encuentro con Enoch y con Elías
XXVI 1. Y el Señor, tomando a Adán por la mano, lo puso en las del arcángel Miguel, al cual siguieron
asimismo todos los santos.
2. Y los introdujo a todos en la gracia gloriosa del Paraíso, y dos hombres, en gran manera ancianos, se
presentaron ante ellos.
3. Y los santos los interrogaron, diciendo: ¿Quiénes sois vosotros, que no habéis estado en los infiernos con
nosotros, y que habéis sido traídos corporalmente al Paraíso?
4. Y uno de ellos repuso: Yo soy Enoch, que he sido transportado aquí por orden del Señor. Y el que está
conmigo es Elías, el Tesbita, que fue arrebatado por un carro de fuego. Hasta hoy no hemos gustado la muerte,
pero estamos reservados para el advenimiento del Anticristo, armados con enseñas divinas, y pródigamente
preparados para combatir contra él, para darle muerte en Jerusalén, y para, al cabo de tres días y medio, ser de
nuevo elevados vivos en las nubes.
XXVII 1. Y mientras Enoch y Elías así hablaban, he aquí que sobrevino un hombre muy miserable, que
llevaba sobre sus espaldas el signo de la cruz.
2. Y, al verlo, todos los santos le preguntaron: ¿Quién eres? Tu aspecto es el de un ladrón. ¿De dónde vienes,
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que llevas el signo de la cruz sobre tus espaldas?
3. Y él, respondiéndoles, dijo: Con verdad habláis, porque yo he sido un ladrón, y he cometido crímenes en la
tierra. Y los judíos me crucificaron con Jesús, y vi las maravillas que se realizaron por la cruz de mi compañero,
y creí que es el Creador de todas las criaturas, y el rey todopoderoso, y le rogué, exclamando: Señor, acuérdate
de mí, cuando estés en tu reino. Y, acto seguido, accediendo a mi súplica, contestó: En verdad te digo que hoy
serás conmigo en el Paraíso. Y me dio este signo de la cruz, advirtiéndome: Entra en el Paraíso llevando esto, y,
si su ángel guardián no quiere dejarte entrar, muéstrale el signo de la cruz, y dile: Es Jesucristo, el hijo de Dios,
que está crucificado ahora, quien me ha enviado a ti. Y repetí estas cosas al ángel guardián, que, al oírmelas, me
abrió presto, me hizo entrar, y me colocó a la derecha del Paraíso, diciendo: Espera un poco, que pronto Adán,
el padre de todo el género humano, entrará con todos sus hijos, los santos y los justos del Cristo, el Señor
crucificado.
4. Y, cuando hubieron escuchado estas palabras del ladrón, todos los patriarcas, con voz unánime, clamaron:
Bendito sea el Señor todopoderoso, padre de las misericordias y de los bienes eternos, que ha concedido tal
gracia a los pecadores, y que los ha introducido en la gloria del Paraíso, y en los campos fértiles en que reside la
verdadera vida espiritual. Así sea.
XXVIII 1. Tales son los misterios divinos y sagrados que oímos y vivimos, nosotros, Carino y Leucio.
2. Mas no nos está permitido proseguir, y contar los demás misterios de Dios, como el arcángel Miguel los
declaró altamente, diciéndonos: Id con vuestros hermanos a Jerusalén, y permaneced en oración, bendiciendo y
glorificando la resurrección del Señor Jesucristo, vosotros a quienes él ha resucitado de entre los muertos. No
habléis con ningún nacido, y permaneced como mudos, hasta que llegue la hora en que el Señor os permita
referir los misterios de su divinidad.
3. Y el arcángel Miguel nos ordenó ir más allá del Jordán, donde están varios, que han resucitado con nosotros
en testimonio de la resurrección del Cristo. Porque hace tres días solamente que se nos permite, a los que hemos
resucitado de entre los muertos, celebrar en Jerusalén la Pascua del Señor con nuestros parientes, en testimonio
de la resurrección del Cristo, y hemos sido bautizados en el santo río del Jordán, recibiendo todos ropas
blancas.
4. Y, después de los tres días de la celebración de la Pascua, todos los que habían resucitado con nosotros
fueron arrebatados por nubes. Y, conducidos más allá del Jordán, no han sido vistos por nadie.
5. Estas son las cosas que el Señor nos ha ordenado referiros. Alabadlo, confesadlo y haced penitencia, a fin de
que os trate con piedad. Paz a vosotros en el Señor Dios Jesucristo, Salvador de todos los hombres. Amén.
6. Y, no bien hubieron terminado de escribir todas estas cosas sobre resmas separadas de papel, se levantaron. Y
Carino puso lo que había escrito en manos de Anás, de Caifás y de Gamaliel. E igualmente Leucio dio su
manuscrito a José y a Nicodemo.
7. Y, de súbito, quedaron transfigurados, y aparecieron cubiertos de vestidos de una blancura deslumbradora, y
no se los vio más.
8. Y se encontró ser sus escritos exactamente iguales en extensión y en dicción, sin que hubiese entre ellos una
letra de diferencia.
9. Y toda la Sinagoga quedó en extremo sorprendida, al ter aquellos discursos admirables de Carino y de
Leucio. Y los judíos se decían los unos a los otros: Verdaderamente es Dios quien ha hecho todas estas cosas, y
bendito sea el Señor Jesús por los siglos de los siglos. Amén.
10. Y salieron todos de la Sinagoga con gran inquietud, temor y temblor, dándose golpes de pecho, y cada cual
se retiró a su casa.
11. Y José y Nicodemo contaron todo lo ocurrido al gobernador, y Pilato escribió cuanto los judíos habían dicho
tocante a Jesús, y puso todas aquellas palabras en los registros públicos de su Pretorio.
Pilatos en el templo
XXIX 1. Después de esto, Pilatos, habiendo entrado en el templo de los judíos, congregó a todos los príncipes
de los sacerdotes, a los escribas y a los doctores de la ley.
2. Y penetró con ellos en el santuario, y ordenó que se cerrasen todas las puertas, y les dijo: He sabido que
poseéis en este templo una gran colección de libros, y os mando que me los mostréis.
3. Y, cuando cuatro de los ministros del templo hubieron aportado aquellos libros adornados con oro y con
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piedras preciosas, Pilatos dijo a todos: Por el Dios vuestro Padre, que ha hecho y ordenado que este templo
fuera construido, os conjuro a que no me ocultéis la verdad. Sabéis todos vosotros lo que en estos libros está
escrito. Pues ahora manifestadme si encontráis en las Escrituras que ese Jesús, a quien habéis crucificado, es el
Hijo de Dios, que debía venir para la salvación del género humano, y explicadme cuántos años debían
transcurrir hasta su venida.
4. Así apretados por el gobernador, Anás y Caifás hicieron salir de allí a los demás, que estaban con ellos, y
ellos mismos cerraron todas las puertas del templo y del santuario, y dijeron a Pilatos: Nos pides, invocando la
edificación del templo, que te manifestemos la verdad, y que te demos razón de los misterios. Ahora bien: luego
que hubimos crucificado a Jesús, ignorando que era el Hijo de Dios, y pensando que hacía milagros por arte de
encantamiento, celebramos una gran asamblea en este mismo lugar. Y, consultando entre nosotros sobre las
maravillas que había realizado Jesús, hemos encontrado muchos testigos de nuestra raza, que nos han asegurado
haberlo visto vivo después de la pasión de su muerte. Hasta hemos hallado dos testigos de que Jesús había
resucitado cuerpos de muertos. Y hemos tenido en nuestras manos el relato por escrito de los grandes prodigios
cumplidos por Jesús entre esos difuntos. Y es nuestra costumbre que cada año, al abrir los libros sagrados ante
nuestra Sinagoga, busquemos el testimonio de Dios. Y, en el primer libro de los Setenta, donde el arcángel
Miguel habla al tercer hijo de Adán, encontramos mención de los cinco mil años que debían transcurrir hasta
que descendiese del cielo el Cristo, el Hijo bien amado de Dios, y consideramos que el Señor de Israel dijo a
Moisés: Haz un arca de alianza de dos codos y medio de largo, de codo y medio de alto, y de codo y medio de
ancho. En estos cinco codos y medio hemos comprendido y adivinado el simbolismo de la fábrica del arca del
Antiguo Testamento, simbolismo significativo de que, al cabo de cinco millares y medio de años, Jesucristo
debía venir al mundo en el arca de su cuerpo, y de que, conforme al testimonio de nuestras Escrituras, es el Hijo
de Dios y el Señor de Israel. Porque, después de su pasión, nosotros, príncipes de los sacerdotes, presa de
asombro ante los milagros que se operaron a causa de él, hemos abierto estos libros, y examinado todas las
generaciones hasta la generación de José y de María, madre de Jesús. Y, pensando que era de la raza de David,
hemos encontrado lo que ha cumplido el Señor. Y, desde que creó el cielo, la tierra y el hombre, hasta el
diluvio, transcurrieron dos mil doscientos doce años. Y, desde el diluvio hasta Abraham, novecientos doce
años. Y, desde Abraham hasta Moisés, cuatrocientos treinta años. Y, desde Moisés hasta David, quinientos diez
años. Y, desde David hasta la cautividad de Babilonia, quinientos años. Y, desde la cautividad de Babilonia
hasta la encarnación de Jesucristo, cuatrocientos años. Los cuales forman en conjunto cinco millares y medio de
años. Y así resulta que Jesús, a quien hemos crucificado, es el verdadero Cristo, hijo del Dios omnipotente.
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11.Y yo te la transmito, para que abiertamente la conozcas, y para que no ignores que los príncipes de los
judíos han mentido.
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