Los Secretos de Los Banqueros Suizos
Los Secretos de Los Banqueros Suizos
Los Secretos de Los Banqueros Suizos
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INDICE
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Duodécimo Axioma Mayor
Max Gunther
Editorial Selector
Los secretos de los banqueros suizos contienen las técnicas de inversión que han permitido a los
financieros suizos ser los líderes del mundo del dinero.
Esta obra revela los doce principios fundamentales sobre dónde, cuándo, cuánto, cómo y por qué
invertir. Conceptos como riesgo, especulación, apuesta, pronósticos, intuición y planeación son
analizados desde la perspectiva de los protagonistas más destacarlos de los mercados bursátiles y
monetarios internacionales. Sus consejos y experiencia valen oro. ¡Escúchelos y siga sus pasos!
INTRODUCIÓN:
Tomemos por caso el enigma de Suiza. Este hogar ancestral es un lugarcito rocoso más o menos de
la mitad del tamaño del estado de Maine. No tiene un centímetro de costa marítima. Es uno de los
territorios más pobres en minerales que hay sobre la tierra. No posee una gota de petróleo que
pueda llamar suya, y apenas un cubo de carbón. En cuanto a la agricultura, su clima y su topografía
son inadecuados por casi todo.
Ha permanecido al margen de las guerras europeas durante 300 años, principalmente porque, en
todo ese tiempo, no ha habido jamás un invasor que realmente lo quisiera.
Y sin embargo los suizos están entre la gente más opulenta del mundo. Su ingreso per cápita está
al nivel de los norteamericanos, alemanes occidentales y japoneses. Su moneda está entre las más
fuertes del mundo.
Lo logran por ser los inversionistas, especuladores y jugadores más inteligentes del mundo.
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El tema de este libro es apostar para ganar.
Quizá eso hace que parezca un libro para todos. No lo es. Por supuesto, todos quieren ganar. Pero
no todos quieren apostar, y ahí radica una diferencia de gran magnitud.
Muchas personas, probablemente la mayoría, quieren ganar sin apostar. Este es un deseo
completamente comprensible. No tiene nada de criticable. Sin duda, nos lo imponen muchas de
nuestras enseñanzas más viejas de la Etica del Trabajo. Nos dicen que correr riesgos es una
tontería. Un hombre prudente no apuesta más allá de lo que exigen los inalterables términos
básicos de la existencia humana. La vida bien vivida es una vida de trabajo incesante, quizá algo
aburrida pero segura. Más vale pájaro en mano....
Bueno, todos entendemos los intercambios. Si usted tiene un prejuicio filosófico en contra de las
apuestas, en este libro habrá poco que le resulte de utilidad a menos, por supuesto, que cambie su
mentalidad.
Pero si no le importa correr riesgos razonables – o mejor aún, si disfruta con el correr riesgos,
como los suizos – entonces este libro es para usted. Los Axiomas de Zurich versan sobre el riesgo y
su administración. Si estudia los Axiomas con la aplicación que se merecen, pueden permitirle
ganar más con sus apuestas de lo que jamás pensó que fuera posible.
El libro trata sobre las apuestas en el sentido más amplio. Verá que la bolsa de valores se
menciona frecuentemente porque allí es donde he tenido mi mayor experiencia, pero el libro no
se limita al gran supermercado se aplican también a la especulación con productos, metales
preciosos, arte o antigüedades, a los juegos con bienes inmuebles, al ataque y defensa de los
negocios cotidianos, al juego en el casino y en la mesa. En resumen, los Axiomas se aplican a
cualquier situación en la que usted arriesga dinero para obtener más dinero.
Todo en la vida es juego, como saben todos los adultos. Muchas personas, probablemente la
mayoría, se sienten desdichadas por ese hecho y se pasan la vida imaginando cómo colocar el
menor número posible de apuestas. Otras, sin embargo, siguen la ruta opuesta, y entre éstas
están los suizos.
Por supuesto, no todos los suizos y las suizas tienen este rasgo, pero sí un gran número, el
suficiente como para permitir hacer generalizaciones sobre el carácter nacional suizo. Los suizos
no se transformaron en los banqueros del mundo quedándose sentados en cuartos oscuros
comiéndose las uñas. Lo hicieron enfrentándose abiertamente al riesgo e ideando cómo
manejarlo.
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Los suizos, entre sus montañas, miran al mundo a su alrededor y lo ven lleno de riesgos. Saben que
es posible disminuir al mínimo los riesgos personales de uno, pero también saben que al hacerlo,
usted abandona toda esperanza de ser algo más que un rostro en la muchedumbre.
Para lograr cualquier clase de ganancia en la vida (una ganancia de dinero, de prestigio personal,
cualquier cosa que usted defina como "ganancia") usted debe arriesgar algo de su capital material
y / o emocional. Debe comprometer dinero, tiempo, amor, algo. Esa es la ley del universo. Excepto
por el ciego azar, no se la puede evitar. Ninguna criatura sobre la tierra está exenta de obedecer
esta ley inmisericorde. Para convertirse en mariposa, un gusano debe engordar; y para engordar,
debe aventurarse a salir donde están los pájaros. No hay apelación. Es la ley.
Al observar todo esto, los suizos llegan a la conclusión de que el modo sensato de conducir la vida
de uno no es evitar el riesgo, sino exponerse deliberadamente a él. Sumarse al juego; apostar.
Pero no en la forma insensata del gusano. Apostar, en cambio, con cuidado y reflexión. Apostar de
manera tal que sean más probables las grandes ganancias que las grandes pérdidas. Apostar y
ganar.
¿Se puede hacer esto? Sin duda. Hay una fórmula para hacerlo. O quizá "fórmula" sea una palabra
equivocada, pues sugiere acciones mecánicas y falta de elección. Una palabra mejor podría ser
"filosofía". Esta fórmula o filosofía consiste en doce reglas para arriesgar, profundas y misteriosas,
llamadas los Axiomas de Zurich.
Precaución: los Axiomas son algo sorprendente cuando los lee por primera vez. No son el tipo de
consejo para invertir que da la mayoría de los asesores. En realidad, contradicen algunos de los
clichés más apreciados en el negocio de la asesoría en inversiones.
Los especuladores suizos con mayor éxito prestan escasa atención a la asesoría en inversiones
convencional. Tienen un método mejor.
El nombre "Axiomas de Zurich" fue acuñado por un club de jugadores suizos, en acciones y
productos, que se reunieron alrededor de Wall Street después de la segunda guerra mundial. Mi
padre era uno de los miembros fundadores. No era un club formal. No había reglamentos,
obligaciones ni listas de membresía. Era simplemente un grupo de hombres y mujeres que
simpatizaban, que querían enriquecerse, y que compartían la creencia de que nadie se ha hecho
rico con un sueldo. Se reunían irregularmente en Oscar's Delmonico y en otros abrevaderos de
Wall Street. Las reuniones continuaron durante los SO, los 60 y los 70.
Hablaban de muchas cosas, pero principalmente del riesgo. El trabajo de codificar los Axiomas de
Zurich comenzó cuando yo le hice una pregunta a mi padre que él no pudo contestar.
Mi padre era un banquero suizo, nacido y criado en Zurich. Los nombres que figuraban en su acta
de nacimiento eran Franz Heinrich, pero en Estados Unidos todos lo llamaban Frank Henry.
Cuando murió, hace unos pocos años, sus obituarios resaltaban el hecho de que había encabezado
la sucursal de Nueva York del Schweizerbankverein, el coloso financiero de Zurich, la corporación
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de la Banca Suiza. Ese trabajo era importante para él, pero una vez me dijo que lo que realmente
quería que se grabara en su lápida era esta frase: "Jugó y ganó."
Típico comentario suizo. Lo absorbí como parte de mi educación. Cuando salí del ejército con unos
cientos de dólares de pagos atrasados y ganancias en el póker, seguí el consejo de Frank Henry y
evité las instituciones de ahorro, que él veía con supremo desdén. Puse el dinero en el mercado de
valores. Gané algo, perdí algo, y terminé más o menos con la misma cantidad con la que había
empezado.
Mientras tanto, Frank Henry estaba bailando en el mismo mercado. Entre otras empresas, sacó
una buena tajada de unas acciones de minas de uranio canadienses, locamente especulativas.
Resultó que lo que tenía en su cabeza eran las reglas del juego especulativo que había absorbido a
lo largo de la vida. Estas reglas están en el aire en los círculos bancarios y especulativos suizos se
comprenden pero rara vez se expresan. Habiendo vivido en esos círculos desde que tuvo su primer
trabajo de aprendiz a los diecisiete años, Frank Henry había asimilado las reglas en sus huesos.
Pero no podía identificarlas específicamente ni explicármelas.
Les preguntó acerca de ellas a sus amigos suizos de Wall Street. Los amigos tampoco sabían
exactamente lo que eran las reglas.
Pero a partir de ese momento se preocuparon por separar y aclarar las reglas en sus mentes.
Comenzó como un juego para ellos, pero al pasar los años se volvió más serio. Hicieron un hábito
de preguntarse a sí mismos y el uno al otro acerca de cualquier movida especulativa importante:
"¿Por qué estás comprando oro ahora? ... ¿Qué te hizo vender estas acciones cuando todos los
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demás estaban comprando?... ¿Por qué estás haciendo esto en lugar de aquello?" Se obligaban
mutuamente a expresar el pensamiento que los había guiado.
La lista de reglas se desarrolló gradualmente. A medida que pasó el tiempo se hizo más breve, más
definida, más ordenada y más útil. Nadie recuerda quién acuñó el término "Axiomas de Zurich",
pero ése es el nombre por el que se conocieron las reglas y por el que todavía se las conoce.
En los últimos años los Axiomas no han cambiado mucho. Han terminado su evolución. Tal como
cualquiera sabe, ahora tienen su forma definitiva: doce Axiomas Mayores y dieciséis Axiomas
Menores.
Para mí, su valor me parece incalculable. Cada vez que los estudios se vuelven más grandes; una
señal segura de su veracidad fundamental. Son ricos en niveles secundarios y terciarios de
significado, algunos, fríamente pragmáticos, algunos, rayando en lo místico. No son solamente una
filosofía de la especulación; son postes indicadores hacia una vida exitosa.
SOBRE EL RIESGO
Dos jóvenes amigas se graduaron en la universidad hace muchos años y decidieron buscar juntas
su fortuna. Fueron a Wall Street y trabajaron en una serie de empleos. Finalmente, ambas
terminaron como empleadas de E. F. Hutton, uno de los mayores corredores de bolsa. Así fue
como conocieron a Gerald M. Loeb.
Loeb, quien murió hace pocos años, era uno de los asesores en inversiones más respetados de
Wall Street. Este hombre calvo y simpático era un veterano de los infernales mercados bajistas de
los años 30 y de los asombrosos mercados alcistas que siguieron a la segunda guerra mundial.
Conservó la calma a través de todo esta. Nació pobre pero murió rico. Su libro. La batalla por la
supervivencia en las inversiones, quizá ha sido el manual más popular sobre estrategia de mercado
de todos los tiempos. Sin duda estaba entre los más agradables de leer, porque Loeb era un
narrador innato.
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El contó esta historia acerca de las jóvenes una noche, en un restaurante cerca de la Bolsa
Americana de Valores, donde se había reunido con Frank Henry y conmigo para cenar. La historia
demostraba algo que él creía necesario decir acerca del riesgo.
Ambas jóvenes se habían acercado a él tímidamente para pedirle consejo sobre inversiones. Se le
acercaron en momentos diferentes, pero él sabía que eran amigas íntimas y estaba seguro de que
iban a comparar los comentarios. Sus situaciones financieras, al comienzo, eran idénticas. Habían
iniciado carreras prometedoras y estaban ascendiendo modestamente en paga y en posición. Sus
cheques comenzaban a cubrir algo más que las necesidades esenciales de la existencia. Cada año,
después de pagar los impuestos, les quedaba algo. la cantidad no era grande, pero era suficiente
como para preocuparse, y existía la promesa de que en el futuro sería mayor. Su pregunta a
Gerald Loeb: ¿qué debían hacer con ese dinero?
Mientras tomaban el té y tostadas en su cafetería favorita, el paternal Loeb trató de explicarles las
cosas. Pero se le hizo rápidamente evidente el que cada una de ellas ya habla tomado su decisión.
Lo que querían de él era una confirmación.
Al contar la historia, maliciosamente Loeb llamó a una de las mujeres la Sobria Sylvia y a la otra la
Loca Mary. La ambición de Sylvia era encontrar un refugio de perfecta seguridad para su dinero.
Quería poner el dinero en una cuenta bancaria que le diera intereses o en algún otro depósito de
ahorro con un rendimiento casi garantizado y una conservación del capital casi garantizada. Por el
contrario, Mary quería correr algunos riesgos con la esperanza de que su puñadito de capital
creciera y fuera más importante. Llevaron a cabo sus respectivas estrategias. Un año más tarde
Sylvia tenía su capital intacto, un aumento por los intereses y una agradable sensación de
seguridad. Mary tenía la nariz ensangrentada. La habían golpeado en un mercado tormentoso. El
valor de sus acciones había declinado en un 25 por ciento desde que las había comprado.
Sylvia fue suficientemente generosa como para no jactarse. En cambio, pareció horrorizada ("¡Eso
es terrible! ", dijo) cuando supo hasta qué punto le había ido mal a su amiga. "Pero, has perdido la
cuarta parte de tu dinero. ¡Es horrible!"
Los tres estaban comiendo juntos, como lo hacían ocasionalmente. Loeb observaba intensamente
a Mary. Se asustó mientras esperaba su reacción ante la explosión de compasión de Syivia. Temía
que la temprana pérdida de Mary la desanimara y la sacara del juego, como sucede con muchos
especuladores neófitos. ("Todos ellos esperan tener grandes ganancias instantáneamente", dijo
apesadumbrado. "Cuando no triplican su dinero el primer año se alejan haciendo pucheros como
niños malcriados".)
Pero Mary tenía lo que se necesita. Sonrió, imperturbable. "Sí, es cierto que perdí. Pero mira qué
otra cosa gané", dijo, inclinándose hacia su amiga a través de la mesa. "Sylvia, estoy corriendo una
aventura."
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La mayoría de la gente se aferra a la seguridad como si fuera la cosa más importante del mundo.
La seguridad parece tener muchas cosas en su favor. Le da a usted esa sensación de estar
confortablemente sumergido, como de estar en una cama caliente en una noche de invierno.
Engendra un sentimiento de tranquilidad.
La mayoría de los psiquiatras y psicólogos en nuestros días considerarían que esto es algo bueno.
Es el supuesto central de la psicología moderna que la salud mental significa, sobretodo, tener
calma. Este supuesto sin investigar ha dominado el pensamiento cobarde durante décadas. Cómo
dejar de preocuparse y comenzara vivir fue uno de los primeros libros que trató este dogma, y La
respuesta del relajamiento fue uno de los últimos. La preocupación es perjudicial, nos aseguran los
acobardados. No ofrecen evidencia digna de confianza de que esta afirmación sea cierta. Se ha
convertido en una verdad aceptada a fuerza de su implacable repetición.
Por supuesto, la filosofía que hay detrás de los Axiomas de Zurich es exactamente la opuesta.
Quizá estar libre de preocupaciones es agradable de cierta manera. Pero cualquier buen
especulador suizo le dirá que si su principal objetivo en la vida es escapar de las preocupaciones,
siempre será pobre.
La vida debe ser una aventura, no vegetar. Se puede definir una aventura como un episodio en el
que usted enfrenta algún tipo de peligro y trata de superarlo. Mientras está enfrentando el
peligro, su respuesta natural y saludable será un estado de preocupación.
La preocupación es una parte integral de los goces más grandes de la vida. Las aventuras
amorosas, por ejemplo. Si usted tiene miedo de comprometerse y de correr riesgos personales,
nunca se va a enamorar. Entonces su vida puede ser tan tranquila como una piscina, pero ¿a quién
le interesa? Otro ejemplo: los deportes. Una prueba atlética es un episodio en el que los atletas, y
los espectadores a través de ellos, se exponen deliberadamente al peligro y se preocupan
muchísimo por eso. Es una aventura menor para la mayoría de los espectadores y mayor para los
atletas. Es una situación de riesgo cuidadosamente creado. No asistiríamos a espectáculos
deportivos y otras competencias si no obtuviéramos alguna satisfacción básica de ellos.
Necesitamos aventura.
Quizá también necesitamos a veces tranquilidad. Pero tenemos bastante en la noche cuando
dormimos, más, la mayoría de los días, otro par de horas en diferentes momentos mientras
estamos despiertos. Ocho o diez horas de veinticuatro tienen que ser suficientes.
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Sigmund Freud comprendió la necesidad de aventura. Aunque estaba confundido sobre el
"propósito" de la vida y tendía a caer en la incoherencia cuando se deslizaba hacia el tópico, no
abrigaba la inverosímil creencia de que el propósito de la vida sea estar en calma. Muchos de sus
discípulos pensaban así, pero él no. Lo que es más, se tomó la molestia de burlarse del yoga y de
otras disciplinas orientales psico – religiosas, que él consideraba como la expresión final de la
escuela "calmada" de enseñanza de salud mental. En el yoga, el objetivo es alcanzar la paz interior
a expensas de todo lo demás. Como Freud señalaba en La civilización y sus insatisfacciones,
cualquiera que alcance plenamente el objetivo de una disciplina semejante "ha sacrificado su
vida". ¿Y para qué? "Sólo ha alcanzado la felicidad de la quietud".
La aventura es lo que hace que la vida valga la pena vivirse. Y la forma de tener una aventura es
exponerse al riesgo.
Gerald Loeb lo sabía. Por eso era que no podía aplaudir la decisión de Sobria Sylvia de poner su
dinero en una cuenta bancaria.
Aun cuando las tasas de interés son relativamente altas, ¿cuál es el saldo? A comienzos del año
usted le da $ 100 a un banquero. A fin de año él le entrega $ 109. Excelente negocio. Y qué
aburrido.
En algunos países (en los Estados Unidos, por ejemplo), esos dólares de interés son un ingreso
sujeto a impuestos. Lo que queda después de pagar los impuestos quizá lo deje a usted a mano
con la inflación, quizá. Usted no cambiará su status financiero de manera apreciable siguiendo ese
camino.
Tampoco se va a hacer rico por el ingreso de su salario. Es imposible. La estructura económica del
mundo está construida en su contra. Si depende del ingreso de un empleo como su principal
columna de sostén, lo más que puede esperar es pasar por la vida sin tener que mendigar para la
comida. Ni siquiera eso está garantizado.
Extrañamente, la vasta mayoría de los hombres y mujeres depende principalmente del salario, con
los ahorros como un respaldo. Frank Henry se molestaba porque las personas de clase media de
los Estados Unidos se ven empujadas inexorablemente en esta dirección por su educación y su
condicionamiento social. Refunfuñaba: "Un chico no se puede escapar de eso. Los maestros, los
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padres, los consejeros, y todos los demás siguen insistiendo con el chico: “Haz tu tarea o no
conseguirás un buen trabajo”. Conseguir un buen trabajo se supone que es el punto máximo de las
ambiciones de cualquiera. ¿Pero qué pasa con una buena especulación? ¿Porqué no les hablan a
los chicos de esto?"
Y yo fui un chico al que se le hablaba mucho de esto. La experiencia de Frank Henry era que sólo la
mitad de las energías financieras de uno debían dedicarse a los ingresos por medio del trabajo. La
otra mitad debían ir hacia la inversión y la especulación.
Porque esta es la verdad desnuda. A menos que usted tenga un pariente rico, la única forma en
que podrá elevarse por encima de la mayoría no rica – absolutamente la única esperanza que
tiene – es corriendo riesgos.
Sí. por supuesto, es una calle de doble circulación. Arriesgar implica la posibilidad de perder en
lugar de ganar. Si especula con su dinero, debe prepararse para perderlo. En lugar de terminar
rico, puede terminar pobre.
Pero véalo de esta manera. Como ciudadano común con un ingreso, perseguido por los impuestos,
desgastado por la inflación, llevando parte del resto de la sociedad sobre sus espaldas, de todos
modos usted está en una condición financiera bastante penosa. ¿Cuál es la verdadera diferencia si
se empobrece un poco mientras trata de enriquecerse?
No es probable que usted se vuelva mucho más pobre, no si tiene a los Axiomas de Zurich como
parte de su equipo. Pero puede volverse mucho más rico. Hay mucha más distancia que recorrer
hacia arriba que hacia abajo, y no importa lo que suceda, tendrá una aventura. Con ganancias
potenciales mucho más grandes que las pérdidas potenciales, el juego está armado en su favor.
Las dos amigas de Gerald Loeb, Sylvia y Mary, ilustran lo que puede suceder. Cuando tuve noticias
de ellas por última vez, estaban entre los 50 y los 60 años. Ambas se habían casado y se habían
divorciado, y ambas habían seguido manejando sus asuntos financieros en la forma que habían
discutido con Loeb cuando estaban comenzando.
Sylvia había puesto todo su efectivo sobrante en cuentas de ahorro, certificados de depósito a
largo plazo, bonos municipales libres de impuestos y otros refugios "seguros". Los bonos
municipales no resultaron tan seguros como te habían prometido, porque habían perdido un gran
porcentaje del valor del capital durante el aumento desordenado e inesperado de las tasas
generales de interés en los años 70. Sus cuentas bancarias y sus certificados de depósito
conservaron intacto el resto de su capital, pero la igualmente inesperada inflación de dos dígitos
de los 70 disminuyó desastrosamente su poder adquisitivo.
Su mejor decisión había sido comprar una casa cuando se casó. Ella y su esposo eran
copropietarios. Cuando se divorciaron, acordaron vender la casa y dividir la ganancia mitad y
mitad. El valor de la casa había aumentado agradablemente durante esos años, de manera que
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ambos se alejaron con una cantidad de dinero considerablemente mayor que la que habían
invertido.
Aun así, Sylvia no era rica ni mucho menos. Regresó a trabajar en una casa de bolsa después de su
divorcio y tiene que seguir trabajando hasta que pueda optar por la pensión después de los 60
años. La pensión no será muy grande, pero no se puede permitir dejarla, porque su riqueza neta
no es suficientemente grande como para llevarla a través de su vejez. Ha diseñado su vida de
manera tal que el ingreso de su trabajo es su principal columna de sostén. Probablemente no
pasará hambre, pero siempre tendrá que pensar mucho antes de comprarse un par de zapatos
nuevos. Ella y sus gatos vivirán en un departamento de una recámara que nunca se calienta lo
suficiente en el invierno.
Siempre se preocupó por la seguridad del capital, como cualquier persona sensata, pero no
permitió que esa preocupación abrumara todo el resto de su filosofía financiera. Corrió riesgos.
Después de un comienzo difícil, comenzó a ver que algunos de los riesgos daban resultados.
Le fue bien en el mercado alcista de los 60, pero su especulación más maravillosa fue con el oro.
El metal amarillo estuvo disponible para los ciudadanos norteamericanos como medio de inversión
en 1971, cuando el presidente Nixon suprimió la vinculación oficial entre el oro y el dólar. Hasta
entonces el precio había permanecido inamovible en 35 dólares por onza troy. Después de la
decisión del presidente, el precio saltó. Pero Mary fue rápida. Contrariando el consejo de un
montón de asesores conservadores, compró el metal a varios precios entre los 40 y 50 dólares.
Antes del final de la década, el precio llegó a 875 dólares. Vendió la mayoría alrededor de los 600.
Antes había estado muy bien, pero ahora era rica.
Tiene una casa, un condominio y un terreno en una isla del Caribe. Pasa viajando gran parte de su
tiempo, y viaja en primera clase, por supuesto. Hace mucho que dejó su trabajo. Como le explicó a
Gerald Loeb, el salario se había convertido en un elemento de menor importancia en su panorama
financiero. Su participación en los dividendos de sus acciones, anualmente, era superiora su
salario. Por lo tanto, parecía desproporcionado gastar cinco de cada siete días ganando ese salario.
Es cierto que a lo largo de los años los asuntos financieros le habían dado a Mary muchas
preocupaciones, probablemente muchas más que las que tuvo Sylvia. Quizá esto sirva de consuelo
a Syivia en su vejez sin riqueza. Sylvia nunca ha tenido que irse a la cama preguntándose si va a ser
rica o pobre en la mañana. Ella siempre ha podido hacer algún tipo de cálculo acerca de su
situación financiera el próximo año o diez años más adelante. El cálculo no siempre ha sido exacto,
especialmente durante los años en que sus bonos municipales se derretían como hielo al sol, pero
por lo menos podían llegar a una aproximación. Eso debe haber sido consolador.
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Por el contrario, Mary no pudo hacer más que conjeturas acerca de su futuro durante los años en
que estaba adquiriendo su riqueza. Indudablemente hubo noches en que durmió mal o no durmió.
Hubo momentos en que estuvo asustada.
Muchos de los más célebres especuladores de Wall Street han dicho públicamente que un estado
de preocupación casi constante es parte de su manera de vivir. Pocos de ellos lo dicen como una
queja. Casi siempre se sienten contentos. Les gusta.
Uno de los especuladores más exaltados era Jesse Livermore, que prosperó en Wall Street durante
los comienzos de este siglo. Un hombre alto, bien parecido, con un sorprendente cabello rubio
claro, Livermore atraía multitudes donde quiera que fuera. La gente siempre le estaba pidiendo
consejos para invertir, y continuamente lo perseguían los reporteros de periódicos y revistas
tratando de apresar trocitos de su sabiduría que pudieran citar.
Un honesto joven periodista se le acercó un día y le preguntó si le parecía que valía la pena
convertirse en millonario tomando en cuenta todo lo que había que luchar para llegar a serlo.
Livermore respondió que a él le gustaba mucho el dinero, de manera que para él ciertamente valía
la pena. ¿Pero no hay noches en que el que negocia acciones no puede dormir?, prosiguió el
reportero. ¿Vale la pena vivir preocupado todo el tiempo?
"Bueno, muchacho, le diré", dijo Livermore. "Cada ocupación tiene sus dolores y sus penas. Si cría
abejas, recibe picaduras. Yo me preocupo. Es eso o seguir siendo pobre. Si yo tengo que elegir
entre estar preocupado y ser pobre, siempre voy a preferir estar preocupado."
Livermore, que hizo y perdió cuatro enormes fortunas especulando en acciones, no sólo aceptaba
la preocupación sino que parecía disfrutarla. Una noche él y Frank Henry estaban tomando unos
tragos en un bar cuando repentinamente Livermore recordó que se suponía que tenía que estar
en una cena. Telefoneó a la anfitriona dándole una disculpa azorada, luego ordenó otro trago y le
explicó a Frank Henry que se volvía distraído y olvidadizo cuando estaba metido en una operación
arriesgada en el mercado. Frank Henry señaló que, por lo que él era capaz de observar, no había
ningún momento en el que Livermore no estuviera metido en una operación arriesgada. Este
estuvo completamente de acuerdo. Si no estaba realmente en medio de una operación en un
momento dado, se estaba preocupando por otra media docena que estaría haciendo la semana
siguiente.
Admitió que se preocupaba por sus especulaciones todo el tiempo, hasta cuando dormía. Pero
después dijo que estaba bien. "Así lo quiero. No creo que disfrutaría la vida ni la mitad si siempre
supiera cuán rico voy a ser al día siguiente", dijo.
Frank Henry recordaba esto y lo seguía citando décadas después. Expresaba la filosofía del Primer
Axioma. Desgraciadamente, Jesse Livermore no tuvo la ayuda de los demás Axiomas, y su historia
no tuvo un final feliz. Volveremos después a él.
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Toda esta conversación sobre el riesgo y la preocupación quizá suena como si la vida del
especulador transcurriera junto al borde de un precipicio. No es así. Es cierto, hay momentos en
que usted tiene esa estremecedora sensación, pero esos momentos son raros y no duran mucho,
por lo general. La mayor parte del tiempo lo único que le preocupará es hacer que la vida sea
sabrosa. El grado de riesgo del que estamos hablando realmente no es muy grande.
Virtualmente todas las manipulaciones financieras orientadas a obtener ganancias implican riesgo,
ya sea que uno se llame a sí mismo especulador o no. El único rumbo prácticamente libre de riesgo
que usted puede seguir con su dinero es colocarlo en una cuenta bancaria que le rinda intereses,
en bonos oficiales o algún otro depósito similar. Y aun en eso hay riesgo. Se sabe que los bancos
quiebran. Si en los Estados Unidos se desploma un banco con su dinero adentro, la Corporación
Federal de Seguros de Depósitos (Federal Deposit lnsurance Corporation, FDIC) se lo reembolsará,
pero sólo después de una larga demora y sin intereses. Si se voltearan docenas de bancos al
mismo tiempo en una catástrofe económica nacional, entonces ni siquiera la FDIC podría cumplir
con sus obligaciones.
Ella también fallaría. Nadie sabe lo que sucedería con el dinero de los depositantes en una
situación como ésa. Felizmente, hay sólo una ligera probabilidad de que ocurran semejantes
pesadillas. Una cuenta bancaria está casi tan libre de riesgos como cualquier inversión que usted
pueda encontrar en este riesgoso mundo.
Sin embargo, y precisamente porque el riesgo es bajo, el beneficio es bajo. Buscando un mejor
rendimiento, los hombres y las mujeres codiciosos se vuelven con su dinero hacia otros juegos
más arriesgados. Extrañamente, sin embargo, la mayoría lo hace sin admitir que lo está haciendo.
Pretenden que son muy prudentes y sensatos. No están corriendo riesgos. No están especulando,
no están – ¡hay que decir la temida palabra en un susurro! – jugando. No, están "invirtiendo".
Hay que examinar la supuesta diferencia entre invertir y especular, porque se le puede estar
cruzando en el camino mientras trata de asimilar el Primer Axioma. Los que somos estudiantes de
los Axiomas de Zurich nos llamamos francamente especuladores. Esto le puede sonar como si lo
presionaran o como si fueran a presionarlo para que corra peligros alocados e insensatos. Quizá
piense que prefiere ser un Inversionista antes que un especulador. Ser inversionista se oye más
seguro.
En verdad, no obstante, no hay ninguna diferencia. Como decía el directo Gerald Loeb, "Toda
inversión es especulación. La única diferencia es que algunas personas lo admiten y algunas no".
Es como la diferencia entre almuerzo y comida. De cualquier manera usted come el mismo
sandwich de salchicha. La única diferencia está en la impresión que alguien quiere dar.
Las personas que le ofrecen asesoría en la administración del dinero casi siempre se llaman a sí
mismas asesores en "inversiones", no asesores en especulaciones. Suena más serio y más
impresionante de esa manera (y también justifica honorarios más altos). Las hojas con
indicaciones, los folletos y las revistas que prestan servicios a los diferentes mundos especulativos
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casi siempre se autotitulan publicaciones sobre "inversiones". Pero todas tienen como tema la
especulación, igual que los Axiomas de Zurich. Simplemente no les gusta decirlo.
Hasta hay una clase de títulos que a los expertos en finanzas les gusta llamar "a nivel de inversión".
Esto se escucha muy digno, imponente y super – seguro. Un asesor, hablando acerca de ese tipo
de acciones en tono apropiadamente solemne, puede convencer a un novato que ésta es la
largamente buscada inversión de alto rendimiento sin riesgo.
Como las acciones de IBM. Su sobrenombre en Wall Street es "Big Blue". Usted siempre estará
seguro comprando una acción "a nivel de inversión" como IBM, ¿no es cierto?
Seguro. Si usted compró IBM a su precio máximo en 1973, cuando casi todos los asesores del
mundo la estaban pregonando, tuvo que esperar nueve años para recuperar su dinero. Más le
hubiera valido guardar su dinero en un calcetín.
No hay especulaciones libres de riesgo, no importa lo dignas que parezcan. Para dar otro ejemplo,
tomemos General Motors. Estas acciones, también, han aparecido generalmente en las listas de
los valores "como inversión" de los agentes de bolsa. En 1971 estaba en todas las listas, cuando
todos pensaban que GM iba a ser dueña del mundo. Todos decían que no había nada especulativo
en esto. Era el tipo de acción que los albaceas conservadores compraban para los huérfanos. Era
una inversión.
Pero algo malo pasó con esta maravillosa acción – inversión. Si compró a su precio máximo en
1971, todavía está usted esperando recuperar su dinero.
Llamarlo una inversión no altera los hechos: un juego sigue siendo juego. Quizá piense que
debieron aprender esto en la debacle de 1929, cuando repentinamente se reveló que todo Wall
Street no era sino una gigantesca rueda de ruleta, que se engullía el dinero de los jugadores a un
ritmo espeluznante. Las historias de las acciones – inversiones de 1929 quizá lo hagan llorar.
Ferrocarril Central de Nueva York 257 dólares en 1929, a 9 dólares tres años después. Radio
Corporation, antecesora de RCA: de 574 a 12 dólares. Y una GM más joven: de 1, 075 a 40 dólares.
Como dijo Loeb, toda inversión es especulación. Usted pone su dinero y toma sus riesgos. Es un
especulador aunque esté apostando a GM o a cualquier otro. Mejor es que lo admita. No tiene
sentido tratar de engañarse. Comprende mejor el mundo cuando se le acerca con los ojos bien
abiertos.
Los Axiomas de Zurich tratan sobre la especulación y lo dicen. No quiere decir que tratan sobre el
correr riesgos sin ningún sentido. Solamente significa que son sinceros.
Axioma Menor I
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Siempre juegue por apuestas importantes.
"Apuesta solamente lo que te puedes permitir perder", reza el viejo dicho trivial. Lo oye en Las
Vegas, en Wall Street, y donde quiera que la gente arriesga dinero para obtener más dinero. Lo lee
en libros sobre inversiones y administración del dinero escritos por asesores convencionales como
Sylvia Porter. Se repite tan a menudo y en tantos lugares que ha adquirido una aureola de verdad
a fuerza de afirmarlo, igual que la recomendación de los acobardados acerca de tener calma.
Pero debe estudiarlo con mucho cuidado antes de considerarlo parte de su equipo de
herramientas especulativas. Tal como lo interpreta la mayoría, es una fórmula que casi asegura
malos resultados.
¿Qué es una cantidad que usted se puede "permitir perder"? La mayoría la define como "una
cantidad que, si la pierdo, no me perjudica". O "una cantidad que, si la pierdo, no hará una gran
diferencia en mi bienestar financiero general".
En otras palabras, dos o tres pesos. Cien pesos. Unos miles. Este es el tipo de cantidades que la
mayoría de las personas de clase media consideraría que se pueden perder. Como resultado, éste
es el tipo de cantidades con las que especula la mayoría de las personas de clase media, si es que
especula.
Pero analice esto. Si apuesta 100 dólares y duplica su dinero, todavía es pobre.
La única forma de vencer al sistema es jugar con apuestas importantes. Esto no significa que debe
apostar cantidades cuya pérdida lo llevaría a la bancarrota. Después de todo, tiene que pagar la
renta y alimentar a los niños. Pero significa que debe superar el miedo a ser perjudicado.
Si una suma es tan pequeña que perderla no hará ninguna diferencia importante, entonces
tampoco es probable que le produzca ganancias importantes. La única forma de lograr un gran
beneficio con una apuesta pequeña es buscar una probabilidad muy, muy pequeña. Puede
comprar un boleto de lotería de un dólar y ganar un millón, por ejemplo. Es bonito soñar con algo
así, pero, por supuesto, las probabilidades en su contra son deprimentemente altas.
En el curso normal del juego especulativo usted debe comenzar teniendo disposición para recibir
un perjuicio, aunque ligero. Apueste cantidades que lo preocupen, aunque sea un poco.
Quizá usted quiera comenzar modestamente y luego aumentar la dosis de preocupación a medida
que adquiere experiencia y confianza en su propia psiquis. Cada especulador encuentra su propio
nivel de riesgo tolerable. Algunos, como Jesse Livermore, apuestan tan audazmente que pueden ir
a la quiebra con rapidez espectacular, y, como ya señalamos, así pasó cuatro veces con Livermore.
Su nivel de riesgo era tan alto que asustaba a otros especuladores, inclusive veteranos. Frank
Henry estudiaba las movidas de Livermore y volvía a casa sacudiendo la cabeza, estupefacto.
"¡Este hombre está loco!", decía. Su propio nivel de riesgo era inferior. En una ocasión estimó que
si todas sus especulaciones le estallaban en la cara en un solo y gran cataclismo, cuando se
disipara el humo todavía tendría aproximadamente la mitad de lo que había tenido antes.
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Perdería el 50 por ciento. Por otra parte, conservaría el 50 por ciento. Ese era el grado de
preocupación que había elegido.
Otro hombre que creía en las grandes apuestas era J. Paul Getty, el magnate petrolero. Su historia
es instructiva. La mayoría de la gente parece pensar que él heredó de su padre su enorme riqueza,
o que por lo menos heredó sus cimientos. Los hechos son muy diferentes. J. Paul Getty hizo solo
ese montón monumental, comenzando como un especulador común de clase media como usted y
como yo.
Lo irritaba en forma intolerable que la gente pensara que le habían ofrecido la vida en fuente de
plata. "¿De dónde viene esta idea?", me gritó exasperado una vez. (Lo encontré en Playboy.
Tenía acciones de la compañía matriz de la revista, trabajó algunos años como su editor de
negocios y finanzas, y escribió treinta y cuatro artículos. Esta era su manera de relajarse cuando no
estaba trabajando de magnate.)
Finalmente llegó a la conclusión de que era el enorme tamaño de su fortuna lo que hacía que casi
todos llegaran a esa suposición equivocada. Evidentemente, a las personas se les hacía difícil creer
que un hombre pudiera comenzar con una apuesta modesta, tipo clase media, y hacer mil
millones propios.
Pero eso es exactamente lo que hizo Getty. La única ventaja que él tuvo sobre usted y sobre mí fue
que él empezó a comienzos del siglo, cuando todo costaba menos y no había impuesto sobre la
renta. No recibió dinero de su padre, glacial y severo, más que un par de modestos préstamos que
se le exigía devolver en un plazo que no admitía excusas. Lo más valioso que recibió de su padre
no fue dinero, sino instrucción.
Getty padre, George F., era un abogado y especulador autodidacta de Minneapolis, que se hizo
rico en el boom del petróleo de Oklahoma, al iniciarse el siglo, desarrollando reglas de juego que
se parecían un poco a los Axiomas de Zurich. Era un hombre de creencias austeras, inflexibles,
arraigadas en la Ética del Trabajo. Como escribió J. Paul en Playboy. "George F. rechazaba
cualquier idea de que el hijo de un hombre de éxito debiera ser consentido o que recibiera dinero
de regalo después de tener la edad suficiente como para ganarse la vida". Y por lo tanto el joven J.
Paul salió a luchar para buscar por su cuenta su fortuna.
Originalmente había pensado que quería unirse al cuerpo diplomático o ser escritor, pero tenía en
la sangre el amor de su padre por la especulación. Se sintió atraído por Oklahoma y por el
petróleo. Trabajando como obrero no calificado, acumuló unos pocos cientos de dólares. A
medida que crecía su pequeño montón, aumentaban sus ansías por arriesgarlo.
Fue entonces que demostró su comprensión del principio que está detrás del Axioma Menor I.
Había aprendido este principio de su padre. Siempre juega por apuestas importantes.
Podría haber comprado parte de la acción por 50 dólares o hasta por menos. No faltaban
oportunidades para hacerlo. Los campos petroleros hervían de sindicatos de especuladores que
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necesitaban dinero para seguir perforando. Hubieran vendido participaciones diminutas a
cualquiera que tuviera unos pocos dólares. Pero Getty sabía que nunca se haría rico con
participaciones diminutas.
En cambio salió en busca de algo más grande. Cerca del pequeño caserío de Stone Bluff, otro
especulador ofrecía la mitad de una concesión petrolera que le pareció prometedora a Getty.
Decidió apostar a ella. Ofreció 500 dólares, casi todo su fajo. Nadie superó su oferta, y J. Paul Getty
estaba oficialmente en el negocio petrolero.
En enero de 1916, el primer pozo de prueba llegó a grava productiva: más de 700 barriles diarios
de petróleo crudo. No mucho después, Getty vendió por 12,000 dólares su parte, y así fue como se
fundó su fabulosa fortuna.
Muchos años después, recordando esa fundamental aventura de tiempo atrás, dijo: "Por
supuesto, tuve suerte. Podría haber perdido. Pero aun si hubiera perdido, eso no hubiera
cambiado mi convicción de que yo tenía razón al correr el riesgo. Al correr un riesgo – y bastante
grande, lo admito – me di la posibilidad de llegar a algún punto interesante. La posibilidad, la
esperanza, ve usted. Si yo me hubiera rehusado a correr el riesgo, yo no hubiera tenido la
esperanza".
Agregó que aunque hubiera perdido, no habría sido el fin del mundo. Simplemente hubiera vuelto
a juntar algún dinero e intentado de nuevo. " De manera que me pareció que tenía mucho más
que ganar que lo que tenía que perder", recordó. "Si ganaba, sería maravilloso en varios aspectos.
Si perdía, me dolería, pero no demasiado. Me pareció que el curso correcto de acción estaba claro.
¿Qué hubiera hecho usted?"
Axioma Menor II
A lo largo y a lo ancho del mundo de las inversiones, lo llaman diversificación. Lo podrían llamar
igualmente diversidad.
Después de todas estas décadas de uso es demasiado tarde para cambiar ahora la palabra, de
manera que seguiré usándola en la forma comúnmente aceptada. Diversificación. Veamos lo que
significa esta palabra pomposa y poco elegante, y cómo puede afectar sus esfuerzos para volverse
rico.
Tal como se emplea en la comunidad inversionista, significa repartir su dinero. Extenderlo en una
capa delgada. Ponerlo en un montón de pequeñas especulaciones en lugar de hacerlo en unas
pocas, grandes.
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La idea es tener seguridad. Si seis de sus inversiones no llegan a ningún lado, quizá otras seis sí. Si
Electrónica Hey Wow va a la quiebra y el valor de cada acción cae a 3 centavos, quizá su
especulación con Computadoras Hoo Boy resulte mejor. Si todo se desploma, quizá sus bonos
municipales, por lo menos, aumenten de valor y lo mantengan a flote.
Sólo lo supera una cosa: tener una cartera diversificada de acciones – inversiones. Si ha
conseguido eso, ¡tiene al mundo por la cola!
O por lo menos así le van a decir. El hecho es que la diversificación, al tiempo que reduce sus
riesgos, reduce en la misma medida cualquier esperanza que tenga de enriquecerse.
1.Lo obliga a violar el precepto del Axioma Menor I: que siempre debe jugar con apuestas
importantes. Si su capital inicial no es en sí mismo muy importante, diversificarlo sólo va a
empeorar las cosas. Cuanto más diversifica, tanto más pequeñas son sus especulaciones. Llevado a
los extremos, usted puede terminar con cantidades que son realmente insignificantes.
Como observamos al tratar el axioma Menor I, una gran ganancia sobre una cantidad pequeña lo
deja como al comienzo: todavía es pobre. Digamos que su especulación de 500 dólares en las
Computadoras Hoo Boy resulta brillante, y se duplica el precio de las acciones. ¿Cuánto gana?
Quinientos dólares. De esa manera nunca va a llegar a la categoría máxima al pagar impuestos.
2. Al diversificar, crea una situación en la que es probable que las ganancias y las pérdidas se
anulen entre sí, dejándolo exactamente donde empezó: en el Punto Cero.
Compró dos acciones que tenían, digamos, algo menos que el grados de inversión: Computadoras
Hoo Boy y Electrónica Hey Wow. Si las dos compañías recibieran la bendición de condiciones
florecientes, usted imaginó, el valor comercial de sus acciones aumentaría. Muy bien, digamos que
su corazonada fue correcta. Las compañías han prosperado, y usted ha ganado US $ 200 en cada
una de esas especulaciones de US $ 500.
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Pero cuando usted estaba comprando Hoo Boy y Hey Wow, su asesor en inversiones le advirtió
solemnemente que compensara sus apuestas, diversificando. Dijo que en caso de que llegaran
malas épocas, debería tener algunos bonos conservadores y oro. De manera que compró $ US 500
en oro y US $ 500 en bonos de la administración de carreteras de su estado natal, a treinta años,
libres de impuestos, de máxima confianza. Y ahora está en medio de un boom. Las tasas de interés
se han ido para arriba a causa de la demanda de préstamos y de financiamiento, de manera que el
valor de sus bonos de interés fijo se hunde. Bajaron US $ 1 00. En cuanto al oro, todos los que
tienen metal amarillo están vendiendo frenéticamente para tener efectivo. Todos quieren meterse
en el mercado alcista de Wall Street o poner el dinero en esas nuevas cuentas bancarias
tentadoras con unas maravillosas tasas de interés. El valor de su oro se escurre como el agua en un
viejo cubo oxidado. Bajó US $300.
O sea que ha ganado US $ 400 en sus acciones pero ha perdido US $ 400 en sus bonos y en el oro.
¿De qué sirve?
Si usted mantiene unas pocas especulaciones y una o dos resultan mal, puede tomar alguna acción
defensiva. El Tercer Axioma y otros toman en consideración esta situación. Pero si usted tiene una
docena de pelotas en el aire y la mitad comienza a ir en la dirección equivocada, no tiene muy
buenas posibilidades de salir del dilema sin un ojo morado.
Cuanto mayor sea el número de especulaciones en el que se involucro, éstas exigirán mayor
tiempo y estudio. Puede llegar a sentirse desesperadamente confundido. Cuando las cosas van
mal (lo que es inevitable, como seguramente sabe), puede acercarse al pánico a medida que se
presenta un problema tras otro. Lo que sucede a menudo con las personas que están en este tipo
de apuro, especialmente con los especuladores novatos, es que se paralizan. No pueden tomar
ninguna acción porque se sienten presionados al tener que tomar demasiadas de- cisiones difíciles
demasiado rápido. Sólo aciertan a que darse parados, boquiabiertos, pasmados, mientras su
riqueza se desvanece.
Cuando usted analiza estas tres fallas principales de la diversificación y las pesa contra su única
ventaja, la seguridad, comienza a ver que no es tan buena.
Un poco de diversidad probablemente no causará ningún daño. Tres buenas especulaciones, quizá
cuatro; quizá hasta seis si lo atraen fuertemente al mismo tiempo. Mi regla práctica personal es no
tener más de cuatro al mismo tiempo, y con mayor frecuencia mantengo el número en tres o
menos, a veces solamente una. Me siento incómodo con más. Esto es en gran parte una cuestión
de preferencia personal y de hábitos individuales de pensamiento. Si siente que puede manejar
eficazmente un número mayor, hágalo. Pero no diversifique por el puro gusto de la diversidad.
Entonces se vuelve un participante en un concurso de compras en un supermercado, en el que la
meta es llenar rápidamente la canasta. Usted regresa a su casa con un montón de cosas caras que
realmente no quiere. En la especulación, debe poner su dinero en aventuras que lo atraen
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genuinamente, y solamente en ellas. Nunca compre algo simplemente porque piensa que lo
necesita para completar una "cartera diversificada".
Como dicen algunos en Wall Street, "Pon todos los huevos en una canasta, y luego vigila la
canasta". Esta es un viejo consejo financiera que resiste el examen. Quien lo haya dicho por
primera vez no era, obviamente, un fanático de la diversificación. Es mucho más fácil vigilar una o
unas pocas canastas que una docena. Cuando venga el zorro a robar sus huevos, podrá manejarlo
sin tener que dar vueltas como loco.
Estrategia Especulativa
Ahora revisemos rápidamente el Primer Axioma. Específicamente, ¿qué le aconseja hacer con su
dinero?
Dice que arriesgue su dinero. No tenga miedo de perjudicarse un poco. El grado de riesgo que
generalmente estará manejando no será tan alto como para poner los pelos de punta. Al estar
dispuesto a enfrentarlo, se está dando a sí mismo la única posibilidad realista de elevarse por
encima de la mayoría no rica.
El precio que paga por esta gloriosa oportunidad es un estado de preocupación. Pero esta
preocupación, insiste el Primer Axioma, no es la enfermedad que la moderna psicología cree que
es. Es la salsa ácida y picante de la vida. Una vez que se acostumbra a ella, la disfruta.
SOBRE LA CODICIA
Lo hacen los amateurs de Wall Street. Lo hacen los amateurs en los juegos de póker. Lo hacen los
amateurs en todas partes. Se quedan demasiado tiempo y pierden.
Lo hacen por codicia, y de eso trata el Segundo Axioma. Si puede dominar la codicia, ese solo acto
de autocontrol lo hará un mejor especulador que el 99 por ciento de los otros hombres y mujeres
que están luchando detrás de la riqueza.
Pero es un acto difícil apartarse con éxito. La codicia está incorporada a la psiquis humana. La
mayoría de nosotros la tiene en grandes cantidades. Probablemente ha inspirado más sermones
dominicales que cualquier otro de nuestros rasgos menos que laudables. Los sermones tienden a
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tener un sonido desesperado, con suspiros en lugar de puntos. La desesperación nace de la
sensación de que la codicia está tan profundamente atrincherada en nuestras almas que extraerla
es tan difícil como cambiar el color de nuestros ojos.
Evidentemente, no se la puede exorcizar con sermones. Los sermones jamás han tenido el más
ligero efecto en contra de ella. No es posible que usted la domine escuchando los sermones de
otras personas o sermoneándose a sí mismo. Un camino más pragmático y prometedor sería
pensar en la rica y extraña paradoja que está en el corazón del Segundo Axioma: al reducir su
codicia, aumenta sus posibilidades de enriquecerse.
Detengámonos para definir nuestros términos. Codicia, en el contexto del Segundo Axioma,
significa una ambición excesiva: querer más, más, siempre más. Significa querer más de lo que
vino a buscar o más de lo que tiene derecho a esperar. Significa perder el control de su deseos.
Un hombre que estudió casi toda su vida la codicia fue Sherlock Feldman, que fue durante muchos
años el gerente del casino del Dunes, uno de los clubes de juego más grandes de Las Vegas. Un
hombre gordo con anteojos de armazón gruesa y un aspecto de buen humor triste, Feldman
acostumbraba observar a los clientes de su club durante las horas de trabajo que había elegido, de
2:00 a.m. a 10:00 a. m. diariamente, y lo que veía lo hacía caer con frecuencia en ataques de
filosofía.
"Si quisieran menos, se irían a casa con más", decía. Ese era su propio axioma sobre la codicia.
Comprendía bien la codicia porque él mismo era un consumado jugador. En su juventud ganó y
perdió varias pequeñas fortunas pero finalmente aprendió a controlarse y murió cómodamente
rico. Al hablar de sus clientes en el Dunes, decía: "Lo que hacen aquí no es demasiado importante
para la mayoría de ellos. Están sólo jugando. Pierden un par de centenares, ¿a quién le importa?
Pero si la forma en que juegan aquí es la forma en que juegan sus vidas, entonces quizá tenga
importancia. Se puede decir por qué no son ricos, muchos de ellos. Observándolos aquí, se puede
ver por qué nunca llegan a un lugar importante". Contó acerca de una mujer que llegó con un
pequeño fajo de dinero que estaba preparada a perder por divertirse. "Va hacia una ruleta y pone
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$10 en un número. Me olvidé cuál era, su número de la suerte o su cumpleaños o algo así. Y ¿qué
cree? Sale el número, y gana $ 350. De manera que toma $100 y los pone sobre algún otro
número, ¡y sale ese número! Esta vez recibe $ 3,500. Todos sus amigos la rodean y le dicen que
apueste algo más, esta es su noche de suerte. Los mira, y yo puedo ver que está volviéndose
codiciosa."
Feldman interrumpió la narración de la historia para secarse la frente con un pañuelo. " Bueno,
sigue apostando. Ya ha acertado teniendo pocas probabilidades, de manera que comienza a
apostar a color y a docena apuesta unos pocos cientos cada vez y sigue ganando. Seis, siete veces
seguidas. ¡Realmente tiene una buena racha esta mujer! Finalmente tiene algo así como $ 9,800.
Usted pensaría que eso es suficiente, ¿no es cierto? Yo me hubiera detenido mucho antes. Un par
de miles. me hubieran hecho feliz. Pero esta mujer no es feliz ni siquiera con $ 9,800. Ahora está
mareada por la codicia, ve. Sigue diciendo que sólo necesita otro par de cientos para tener diez
mil. "
Tratando de alcanzar ese gran número redondo, comenzó a perder. Su capital se desvaneció.
Colocó apuestas mayores arriesgando más para recuperarlo. Finalmente perdió todo, incluyendo
sus $10 originales.
Esta historia ilustra el significado original del consejo popular, "No presiones tu buena suerte", o
como dicen con frecuencia los suizos, "No estires tu buena suerte". La mayoría de las personas lo
emplean en la conversación informal sin comprender que tiene un significado serio. Merece un
estudio más serio del que recibe generalmente.
Lo que significa es esto: En el curso del juego de azar o de la especulación, de vez en cuando
tendrá rachas de buena suerte. Las disfrutará tanto que quisiera que siguieran para siempre.
Indudablemente usted tendrá el buen sentido de reconocer que no pueden durar para siempre,
pero sí la codicia lo tiene en sus garras, se convencerá a sí mismo y esperará o creerá que por lo
menos durarán mucho tiempo... y luego un poco más... y luego sólo un poquito más. Y usted
seguirá y seguirá, y al final usted y su dinero se irán al precipicio.
Estudiaremos con más detalle el problemático fenómeno de ganar por rachas cuando lleguemos al
Quinto Axioma.(Los Axiomas están intrincadamente entrelazados. Es muy difícil hablar de uno sin
mencionar a los demás.) Por ahora, lo que se debe valorar es que usted no puede saber con
anticipación cuánto va a durar una buena racha. Puede durar mucho tiempo. O por el contrario,
puede terminar el próximo minuto.
Entonces, ¿qué debe hacer? Debe suponer que cualquier conjunto o serie de eventos que le
produce una ganancia será de corta duración, y que su ganancia, por lo tanto, no será
extravagantemente grande.
Sí, seguramente, ese encantador conjunto de eventos podría continuar hasta producir una.
ganancia colosal. Podría, pero desde su posición al comienzo del conjunto, cuando necesita tomar
una decisión de seguir – sentado – o – abandonar sin ser capaz de ver el futuro, será mucho mejor
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que juegue de acuerdo con los promedios. Los promedios favorecen, en forma aplastante, el
abandonar pronto. Las buenas rachas largas son noticia y se habla de ellas en las fiestas, pero son
noticia precisamente porque son raras. Las rachas cortas y modestas son mucho más comunes.
Siempre apueste a las cortas y modestas. No permita que la codicia lo domine. Cuando tenga una
buena ganancia, cobre y váyase.
De vez en cuando lamentará haberse ido. El conjunto ganador seguirá sin usted, y usted se
quedará contando malhumoradamente todo el dinero que no ganó. Mirando retrospectivamente,
su decisión de abandonar le parecerá equivocada. Esta experiencia deprimente le ocurre alguna
vez a todo especulador, y no voy a tratar de minimizarla.
Quizá usted quiera llorar. Pero reanímese. Para compensar la vez o las dos veces en que la
decisión de retirarse estuvo equivocada, habrá una o dos docenas de veces en que resulte
correcta. A la larga, ganará más dinero cuando controle su codicia.
Siempre tome su ganancia demasiado pronto, dice el segundo Axioma. ¿Por qué "demasiado
pronto"? ¿Qué significa esa frasecita enigmática? Se refiere a la necesidad de cobrar en efectivo
antes de que un conjunto de eventos ganadores haya alcanzado su máximo. Nunca trate de
exprimirle el último dólar posible a un conjunto. Rara vez funciona. No se preocupe por la
posibilidad de que al conjunto todavía le falte mucho... por la posibilidad de arrepentirse. No tenga
miedo de arrepentirse. Puesto que usted no puede ver el punto máximo, debe suponer que está
más bien cerca que lejos. Tome su ganancia y salga.
Es como ascender a una montaña en una noche negra, brumosa. La visibilidad es cero. Encima y
adelante de usted, en alguna parte, está la cima, y del otro lado hay una caída perpendicular hacia
el desastre. Usted quiere llegar tan alto como pueda. Idealmente, le gustaría llegar a la cima y
detenerse exactamente allí. Pero usted sabe que lo "ideal" no sucede frecuentemente en la vida
real, y no es lo suficientemente ingenuo como para pensar que va a ocurrir ahora. De modo que el
único camino sensato es dejar de ascender cuando haya alcanzado lo que considera una buena
altura. Deténgase antes de la cima. Deténgase demasiado pronto.
Seguramente, cuando se levanta la bruma y sale el sol quizá vea que está a menos de la mitad del
camino a la cima. Podría haber ascendido mucho más. Pero no alimente este arrepentimiento. No
subió todo, pero subió. Ha hecho una ganancia sólida. Lo que es más, la consiguió y la conservó.
Está mucho mejor que los avorazados que treparon ciegamente hacia la cima y se cayeron del otro
lado.
Esto le sucedió a muchos especuladores en bienes raíces a comienzos de los 80. Como ejemplo,
tomemos la triste historia de Alice y Harry, una pareja de Connecticut. Me contaron su experiencia
porque sentían que habían aprendido mucho de ella. Lo que hiere, enseña. Querían explorar sus
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nuevos conocimientos. Prometí no revelar sus identidades. Alice y Harry no son sus verdaderos
nombres.
Son una pareja casada de poco más de cuarenta años, ambos atractivos, brillantes y ambiciosos.
Ambos ganan buenos sueldos en su trabajo. Sus ingresos sumados, su estilo de vida y orientación
social en general los colocan en el borde inferior de la clase media alta. Tiene dos chicos en la
universidad.
Como muchas personas de ingresos medios en este final del siglo veinte, siempre han luchado
para vivir dentro de su ingreso. No han podido ahorrar mucho para invertir, y lo que han invertido
ha ido principalmente a cuentas bancarias, seguros de vida y otros depósitos de ahorro similares.
Su única buena especulación ha sido su casa.
A comienzos de los 70 fueron al rico condado Fairfield, de Connecticut, y compraron una casa que
exigía hasta el extremo de sus capacidades financieras. Esta fue una decisión deliberada. Después
de ahorrar durante años y de seguir sintiéndose no – ricos, estaban comenzando a desarrollar la
conciencia del Primer Axioma. Estaban llegando a comprender que no habían arriesgado
suficiente.
Como hace mucha gente de la clase media, consideraban a su casa como una entidad con un doble
papel: no sólo un lugar para vivir sino también una forma de lograr una ganancia de capital, quizá
grande. Los valores de los bienes raíces en el condado de Fairfield aumentaron espectacularmente
en los 70 (aunque no tan espectacularmente como en algunos otros lugares, como el condado
Marin de Californian o el Dade de Florida). A comienzos de los 80, Harry y Alice, haciendo una
estimación conservadora, pensaron que el valor comercial de su casa era de dos veces y media a
tres veces lo que habían pagado por ella hacía menos de una década.
Era el momento de vender. Los muchachos habían crecido y se habían marchado. Alice y Harry ya
no necesitaban una casa grande. Realmente, ambos estaban hartos de la vida suburbana y de las
cargas de tener una propiedad. Querían mudarse a un lugar más pequeño, quizá a un
departamento comprado o rentado. El saludable crecimiento del valor de su casa hizo que la idea
de vender pareciera todavía más atractiva. Tendrían una linda ganancia. El valor comercial de su
casa se había triplicado o algo así, pero a causa de la ventaja proporcionada por su préstamo
hipotecario – un efecto exactamente igual al de comprar futuros de acciones o de productos con
margen – habían más que sextuplicado el valor de su propio capital invertido. No era en absoluto
un mal negocio.
Alice recuerda que había leído o escuchado algo sobre personas en lugares como el condado
Marin donde el valor comercial de sus casas se había multiplicado por diez en diez
años."Pensamos, ¿no sería encantador?", dice ella. "Pensamos, si puede suceder en Marin,
entonces puede suceder en Fairfield. Si nuestra casa valiera diez veces más, ¡seríamos millonarios!
"
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Harry recuerda que su principal motivo era el temor de arrepentirse. "Me dije, bueno, está bien, es
lindo que podamos vender este lugar en tres veces lo que pagamos. Pero supongamos que
vendemos, y luego supongamos que unos pocos años después descubro que el tipo aquel a quien
le vendí la volvió a vender por el triple de lo que él pagó. ¡Me daría con la cabeza contra la pared!"
De modo que esperaron. Alcanzaron la cima. Y se cayeron al cañón del otro lado.
Como sucede muy frecuentemente, la cima estaba mucha más cerca de lo que ellos querían creer.
El mercado de los bienes raíces en Fairfield – y en la mayor parte de las áreas suburbanas de los
Estados Unidos – se derrumbó en 1981 y 1982, particularmente el mercado de las casas grandes.
En algunos vecindarios, difícilmente se podían vender las casas a ningún precio. Cuando
tardíamente Alice y Harry pusieron su casa en venta, groseramente el mundo se negó a caminar
hasta su puerta. Había pocos visitantes y todavía menos eran los compradores serios. Hasta los
vendedores locales de bienes raíces, normalmente gente entusiasta, parecían aburridos y
desanimados. En todo un año, Alice y Harry recibieron sólo una oferta de un comprador. La
cantidad que ofrecía era sorprendentemente baja. Era más de lo que ellos habían pagado por la
casa, pero no mucho. Hubieran ganado más si hubieran guardado su capital en una cuenta de
ahorros.
Cuando los vi por última vez estaban esperando que el mercado se recuperara. Habían aprendido.
Ya no esperaban un gran éxito financiero por su casa. Habían llegado a tener una idea del precio al
que les gustaría venderla, un precio que les daría una buena ganancia pero no la bonanza. Estaban
decididos a vender en el momento en que consiguieran que les pagaran ese precio, sin importar lo
boyante que estuviera el mercado o lo altas que fueran las expectativas de todos para el futuro.
En otras palabras, estaban decididos a vender demasiado rápido. Espero que hayan mantenido esa
decisión.
Para algunos, cumplir el precepto del Segundo Axioma parece extraordinariamente difícil. La
principal dificultad puede ser el temor a arrepentirse. Este temor fue el peor enemigo de Harry y
quizá siga siéndolo. Harry no es el único.
¿Doloroso? Oh, Señor, sí. Como la vez que yo vendía Gulf Oil alrededor de los US $ 31 y vi cómo
llegó a casi US $ 60 un año después. O la vez que me deshice de 1,500 acciones de IBM a US $70 y
fracción, y después la maldita acción saltó a US $ 130. O la vez... pero basta, ¡basta! Uno debe
tratar de no torturarse. En lugar de entristecerme por estas cosas, debería felicitarme por todas
esas veces en que vender demasiado rápido fue brillantemente correcto.
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Debería, pero hasta para alguien tan profundamente impregnado de los Axiomas como yo, la
tristeza llega deslizándose en la noche. Prometí que no minimizaría el dolor del posible
arrepentimiento, y no lo haré. Sin duda duele. No tengo medicinas sencillas que ofrecer. Para este
dolor no hay analgésico. Es simplemente algo que todo especulador tiene que soportar.
El temor al arrepentimiento puede ser grave alrededor de Wall Street porque los precios de las
acciones se conocen todos los días hábiles. Esto es válido para algunos otros medios de
especulación pero no para otros, como el caso de los bienes raíces, por ejemplo. Usted puede
tener una idea amplia, vaga, de las alzas y las bajas en el largo plazo del valor comercial de su casa,
de su cabaña de vacaciones o su condominio caribeño, pero no puede tener un precio exacto
todos los días en el periódico. Esta falta de cotizaciones diarias le da una cierta protección
emocional. Lo amortigua. A menos que la propiedad esté realmente en venta y usted esté
escuchando ofertas, no puede hacer mucho más que adivinar el precio que podría tener. De la
misma manera, tiene la bendición de carecer de información sobre el valor comercial de una casa
que vendió el año pasado o hace diez años.
Pero si especula en acciones, puede tomar el periódico cualquier día, o telefonearle a su agente de
bolsa, y saber hasta el centavo cuánto estaba dispuesta la gente a pagar ayer por cualquier acción
negociada que usted posea, o haya poseído, o que alguna vez haya querido poseer. Si lo desea, un
mes o un año después de haberla convertido en dinero, usted puede atormentarse viendo si el
conjunto ganador siguió sin usted.
Los especuladores en acciones siempre están haciendo eso y siempre se provocan frenesíes. Un
frenesí semejante puede nublar el juicio hasta un punto peligroso.
Una noche estuve tomando una copa con un antiguo amigo de Frank Henry, un especulador
sudamericano. Se compadecía así mismo y parecía que había estado bebiendo toda la tarde.
Su historia salió por partes. Cuando finalmente las pude ordenar, vi que había estado escuchando
una tragedia financiera.
Frank Henry siempre había opinado que este hombre agradable era demasiado emotivo para el
juego de Wall Street. Yo no sabía si eso era cierto, lo que sí sabía era que a este hombre siempre le
estaban vaciando los bolsillos los norteamericanos y los suizos a quienes les gustaba atraerlo a
juegos de póker con apuestas grandes. A medida que él dejaba salir las partes de su triste historia,
comencé a pensar que quizá Frank Henry había tenido razón. El hombre tenía problemas en el
mercado accionario por la misma razón, probablemente, por la que tenía problemas en la mesa de
póker. La razón era que, aunque era intelectualmente consciente de lo que era correcto hacer en
varias situaciones, no siempre podía darse el valor para hacerlo.
El problema particular que lo estaba molestando esa noche había comenzado mucho más atrás.
Había comprado un gran paquete de acciones de Empresas Wometco, una compañía con intereses
en las industrias de la televisión y del cine. El precio aumentó agradablemente, luego vaciló. El vio
una buena ganancia, y novio ninguna razón poderosa para pensar que el conjunto ganador tenía
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que seguir mucho más. De modo que, sensatamente, vendió. Después, a causa de hechos
imprevistos, el precio se cuadruplicó.
Esto le provocó un frenesí de ira y de arrepentimiento. Fue tan grave qué llegó a tener miedo de
vender nada.
Estaba atrapado por el temor de que la historia se repitiera inexorablemente... tan pronto como
vendiera una acción, zoom, se iría para arriba. El temor parecía haberío paralizado.
El sabía que había transacciones que debía estar haciendo, pero no se podía mover. Lo
atormentaba una situación en particular. Después de vender Wometeo había puesto la mayor
parte de ese dinero en otra compañía de cine y televisión, Warner. Tenía un sólido conocimiento
de la industria del espectáculo y, con mejor control de sí mismo, le hubiera ido muy bien. Sus
acciones de Warner subieron, dándole nuevamente una buena ganancia. Las ganancias
combinadas Wometco – Warner casi habían duplicado su dinero.
Suficiente, pensaría uno. Era el momento de salirse. Como lo dice el Axioma, era demasiado
pronto.
Y sin ningún aviso, la división Atari de Warner, de juegos de video, cayó en un atolladero de
problemas. Las acciones de Warner perdieron cerca de los dos tercios de su valor, en una
zambullida vertiginosa y continua.
Decida por adelantado cuánto quiere ganar en una empresa, y cuando lo tenga, sálgase.
El propósito del Axioma Menor III es ayudarlo a responder la pregunta siempre difícil y con
frecuencia paralizante, ¿Cuánto es suficiente?
Como hemos visto, la codicia es la razón principal por la que es tan difícil contestar esta pregunta.
No importa cuánto tenga uno, quiere más. De esa manera están hechos los seres humanos.
Pero hay otro factor que contribuye a aumentar la dificultad para muchas personas, quizá para
casi todas. Este es el hecho peculiar de que cuando una especulación es exitosa y aumenta su
riqueza, cada nueva posición se siente como un punto de partida.
Digamos que usted comienza con $ 1,000. Lo pone en una apuesta a futuro en el precio de la
plata. Su corazonada es correcta, y un año después tiene $ 2,000. Ha duplicado su dinero.
Eso está bien. Si lo pudiera hacer cada año, pronto sería millonario. Pero el hecho desconcertante
es que no se siente tan bien. En cambio, rápidamente se siente que ese dinero es como si fuera
suyo por algún tipo de derecho. Tiende a darlo por hecho, especialmente si lo ganó lentamente a
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lo largo del año más que repentinamente. En lugar de decir, "Oh, oh, ¡he duplicado mi dinero!" o
"Eh, mira esto, ¡tengo un billete de mil que antes no tenía!" usted siente como si siempre hubiera
tenido esa riqueza.
Los dos mil no se sienten como un punto de llegada. Se sienten como un nuevo punto de partida.
A causa de eso, le va a resultar difícil separarse de esa aventura.
Esto puede parecerle desconcertante si no ha especulado con frecuencia o por lo menos jugado
póker por centavos. Quizá parezca un problemita misterioso que aflige a otros pero que no le va a
suceder a usted. Es comprensible que piense así, pero es demasiado optimista. El problema aflige
a casi todos a su tiempo. Hay sólo una remota probabilidad de que usted sea inmune. Debe
aprender a manejar el problema cuando lo afecte.
Hay muchas clases de esfuerzos humanos en los que se ven, se sienten y se comprenden
claramente la posición inicial y la final. Por ejemplo, el atletismo. Cuando un corredor llega al final
de una carrera de una milla, él o ella sabe que es el final. No es cuestión de correr otra milla con la
esperanza de ganar dos medallas de oro en lugar de una. Las energías están agotadas. La cinta se
rompió, los ganadores están en los libros de récords. Todo se acabó. Es el momento de irse,
descansar y reunir nuevas energías para otro día.
En el mundo del juego y de la especulación existen pocos puntos finales tan claros. Las partidas de
póker terminan, es cierto. Los hipódromos cierran al terminar el día. Una vez cada mucho tiempo,
una empresa suya en el mercado de valores puede terminar cuando una compañía en la que ha
invertido es absorbida por una compañía más grande y desaparece de la existencia. Pero la mayor
parte del tiempo usted deberá poner sus propios finales.
Esto es algo muy, muy difícil de hacer, tan difícil que la mayoría de las personas no logran
comprenderlo. (En realidad, la mayoría ni siquiera logran comprender que es necesario.) Pero es
una técnica que usted debe dominar. Es una parte esencial del equipo de un buen especulador.
Pero, ¿cómo arriba a un lugar para detenerse en un mundo donde no hay cintas de llegada, ni
campanas que indiquen el final del round? ¿Especialmente cuando cada posición sucesiva parece
una nueva posición de partida?
Ha comprado un puñado de acciones de Union Carbide, pongamos por caso. O ha invertido en oro.
O tiene una casa. Estas son carreras que no van a "terminar" en un futuro común que pueda
predecir. Una carrera así tiene el final abierto. No hay ninguna medida arbitraria de tiempo ni de
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distancia, no hay juez o árbitro que le vayan a decir cuándo puede dejar de esforzarse y
desplomarse en el pasto. Se le exige que lo haga usted mismo – usted solo – . La carrera termina
cuando usted dice que termina.
El Axioma Menor III le dice cómo llegar a este final. Decida dónde está la línea de llegada antes de
comenzar la carrera.
¿Esto hace que sea fácil vender? No, por supuesto que no. Pero hace el ejercicio mucho más fácil
que entrar a cada especulación con la idea de que es una carrera sin final.
Volvamos al ejemplo del que hablamos antes. Tiene $ 1,000 y se siente atraído por una
especulación en plata. Dígase a sí mismo, "Voy a entrar a esto con el propósito de ..." (cualquiera
que sea el propósito). Que no sea grandioso. Manténgalo relativamente modesto. Quizá duplicarlo
en dos años. O aumentarlo a $ 1,500 en un año. Esa es la línea de llegada. Manténgala a la vista
durante la carrera. Y cuando llegue, abandone.
Ahora vea cómo esto lo ayuda psicológicamente. Aquí está usted, en la línea de partida, con $
1,000, anticipándose a un momento en que sean $ 2,000. Usted no está en posición de dar por
hecho que va a tener $ 2,000, porque todavía no los tiene y, como seguramente sabe, quizá nunca
los tenga.
A esta altura de la empresa, en la línea de partida, los esperados $ 2,000 parecen un premio por el
que vale la pena luchar. No se siente que sea una nueva posición de partida. Se siente como un
final.
Mantenga vivo ese sentimiento mientras madura la empresa. Aliméntelo. Si alcanza su objetivo, y
cuando lo haga, a menos que haya razones verdaderamente convincentes para convertir la
posición final en una nueva posición de partida, sea fiel a sí mismo y sálgase.
¿Cuáles podrían ser estas "razones verdaderamente convincentes", las razones para continuar en
una carrera que usted había planeado terminar? Tales razones sólo pueden surgir de un cambio
radical, imprevisto, en los acontecimientos y circunstancias que rodean su empresa. No
simplemente un giro sino un cataclismo. Ha surgido una situación completamente nueva, y esta
situación no sólo lo hace esperar, sino estar casi seguro, de que seguirá el conjunto ganador.
Por ejemplo, supongamos que está especulando en mercaderías. Tiene algunos futuros de jugo de
naranja congelado. Ha llegado a su posición final. Siendo leal consigo mismo, está por vender y
poner sus ganancias en el banco. Pero entonces se entera de que un periodo anormal de heladas
ha destruido gran parte de la cosecha de cítricos de Florida. En circunstancias como ésa, sería
prudente seguir en la carrera por lo menos un poco y ver qué sucede.
Pero situaciones semejantes son raras. La mayor parte de las veces, llegar a una posición final
debe indicar sólo una cosa: se acabó.
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Una excelente manera de reforzar el sentimiento de “final" es establecer algún tipo de
recompensa para usted. Una medalla, si quiere. Prométase con anticipación que, si alcanza su
meta establecida, tomará algo de sus ganancias y se comprará un automóvil o un abrigo nuevo, o
un banjio de cinco cuerdas, o cualquier cosa que lo haga feliz. O lleve a su pareja o a un amigo a
una comida ridículamente cara en el restaurante más lujoso de la ciudad.
Así, el final queda asociado a un hecho real, a algo concreto que esperar. Muchos especuladores
emplean esta estrategia psicológica, aun cuando son veteranos en el juego. Frank Henry
acostumbraba recompensarse con ostras y carne estilo americano, que le encantaban y que no
eran fáciles de encontrar en su Suiza nativa. Jesse Livermore, quien a veces tenía gran dificultad
para llevar sus especulaciones a un final, se recompensaba cuando ganaba comprando un nuevo
ejemplar para su colección de jarros de afeitar antiguos. En el caso de Mary, la amiga de Gerald
Loeb, generalmente se trataba de un vestido o de un traje nuevo.
Tales recompensas pueden parecer triviales cuando se las compara con las sumas de dinero
involucradas – en el caso de Liverrnore, a veces eran cantidades de siete cifras – , pero lo
importante es el sentido de terminación que hasta. una recompensa aparentemente tonta puede
provocar. Si con usted funciona, atesórela.
Hay muchos consejeros en inversiones que fruncirían el ceño ante este procedimiento. Desde el
siglo XVIII, y por razones que nadie ha podido explicar muy bien, ha existido una creencia muy
difundida de que el dinero proveniente de inversiones debe ser considerado inviolable. Se supone
que no lo va a gastar, especialmente en algo tan frívolo como un plato de ostras o un abrigo
nuevo. Hay una frase especial para designar a ese acto sacrílego. Se llama invasión del capital ¡Qué
vergüenza!
Pero como le gustaba preguntar a Gerald Loeb, "¿Por qué te tomas todo este trabajo para ganar el
dinero? ¿Para qué está? ¿Para mirarlo?" Loeb fue, posiblemente, el primer consejero que dijo
públicamente, sin vergüenza evidente, que un inversionista / especulador debe gastar parte de sus
ganancias. En realidad, Loeb llegó hasta a animarlo a uno a gastar una porción de las ganancias de
cualquier año afortunado, hubiera llegado o no a una posición final.
El capital de inversión es dinero como cualquier otro, señalaba Loeb. No es necesario separarlo y
marcarlo "no tocar". Por supuesto, hay toda clase de buenas razones para sentarse encima de él.
Será su respaldo en la vejez, es un paracaídas para emergencias, es algo para dejarle a los hijos, le
da esa confortable sensación de protección, etcétera. Todo eso es lindo. Pero también puede
divertirse un poco con el dinero. Descremarlo un poco de vez en cuando, especialmente en las
posiciones finales, es una idea mejor de lo que generalmente se cree.
Por esta razón, yo le aconsejaría que guardara su capital especulativo en alguna forma fácilmente
accesible. Esto se consigue más fácilmente en algunos medios especulativos que en otros, por
supuesto. Si su dinero está encerrado en una casa o en una colección de monedas raras, tendrá
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que permanecer encerrado hasta que usted encuentre un comprador. En los Estados Unidos, más
y más bancos están ofreciendo acuerdos flexibles para tener acceso a los valores cuando se trata
de riqueza no líquida de ese tipo. En efecto, un acuerdo así permite tener liquidez pidiendo
prestado contra el valor a tasas de interés bajas.
En otros medios especulativos es fácil alcanzar el objetivo de tener fácil acceso, y se vuelve cada
vez más fácil. Bancos y agentes de bolsa que manejan acciones, opciones, mercancías, divisas y
metales preciosos han desarrollado en años recientes nuevos tipos de cuentas, sumamente
innovadores. Ahora conservo todo mi dinero correspondiente a acciones en una canasta de forma
rara, llamada cuenta de administración de efectivo, diseñada por mi agente de bolsa, Merrill
Lynch. Es una combinación de varias cosas: en parte es una cuenta común de margen, a través de
la cual compro y vendo acciones en la forma tradicional, en parte es una cuenta de cheques, y en
parte es una cuenta en una tarjeta de crédito Visa. Cuando se pagan los dividendos de las acciones
que poseo, automáticamente el efectivo aterriza en esta cuenta híbrida. Si no uso el dinero, es
recogido rápidamente en un fondo que da intereses. Cada vez que quiero una cantidad, todo lo
que hago es escribir un cheque o hacer relampaguear mi tarjeta Visa. Los cheques y los cargos a la
tarjeta son cobrados directamente de la cuenta. A eso es a lo que yo llamo acceso rápido.
Es un arreglo perfecto para celebrar las posiciones finales. Cuando llego a alcanzar una posición
final, mi esposa y mi tarjeta Visa y yo nos vamos a Nueva York a pasar un fin de semana de
pecaminoso lujo.
Estrategia Especulativa
Dice, "Venda demasiado rápido". No espere que las alzas lleguen a su punto máximo. No espere
que las rachas ganadoras sigan y sigan. No estire su suerte. Espere que las rachas ganadoras sean
cortas. Cuando alcance una posición final que haya decidido previamente, cobre su efectivo y
aléjese. Hágalo aunque todo parezca color de rosa, aunque se sienta optimista, aunque todos a su
alrededor digan que el alza va a continuar.
La única razón para no hacerlo sería el surgimiento de alguna nueva situación, y que esta situación
prácticamente le asegure que puede seguir ganando durante un tiempo.
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EL TERCER AXIOMA MAYOR:
SOBRE LA ESPERANZA
Salte.
El Segundo Axioma trataba sobre qué hacer cuando las cosas van bien.
Y con toda seguridad van a ir mal. Puede confiar en eso. Puede esperar que aproximadamente la
mitad de sus aventuras especulativas se echen. a perder antes de que haya llegado a sus previstas
posiciones finales. La mitad de sus suposiciones acerca del futuro estarán equivocadas. La mitad
de los consejos que escuche serán malos.
Pero anímese. Esto no significa que a perder un peso por cada peso que gane. Si esto fuera cierto,
la aventura en su totalidad no tendría sentido. Esto es cierto sólo para los ineptos. Los jugadores y
los especuladores con éxito manejan las cosas mejor. Avanzan constantemente, en gran medida,
porque saben qué hacer, y lo hacen sin dudar, cuando la marea de los acontecimientos se vuelve
en contra de ellos.
Saber cómo salir de una mala situación es quizá el más raro de todos los dones especulativos. Es
raro porque es difícil de adquirir. Requiere coraje y un tipo de honestidad tan filosa como una
navaja. Es una habilidad que separa a los hombres y las mujeres de los niños y las niñas. Algunos
dicen que es la más importante de todas las herramientas que hay en el equipo del jugador o del
especulador.
Un hombre que estaría de acuerdo con esta afirmación es Martin Schwartz, un ex analista de
valores que ahora dedica todo su tiempo a especular con futuros de productos. (Los que se
dedican a esto de tiempo completo prefieren llamarlo "comerciar", pero nosotros nos apegamos a
nuestra propia palabra.) En 1983, Schwartz aumentó el dinero que jugaba en un espectacular 175
por ciento. Eso lo convirtió en el ganador del Campeonato de Comercio de los .Estados Unidos, un
concurso anual patrocinado por un corredor de productos de Chicago, y también lo convirtió en un
hombre mucho más rico. Cuando se le preguntó cómo alcanzaba tan buenos resultados, Schwartz
se concentró instantáneamente en la única capacidad que sentía que era esencial. Le dijo al New
York Times: " Le diré cómo me convertí en un ganador. Aprendí a perder".
Escuchará palabras casi idénticas en los casinos de juego. Cuando se le preguntó a Sherlock
Feldman qué es lo que hace a un buen jugador de póker, contestó sin dudar: "Saber cuándo
replegarse".
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Un jugador amateur espera o ruega que las cartas caigan como él quiere, pero un profesional
estudia cómo se va a salvar cuando salen en su contra. Probablemente ésta es la diferencia
principal entre los dos. Esto ayuda a explicar por qué un profesional puede esperar ganarse la vida
en la mesa de póker, mientras que un amateur (si juega contra profesionales) puede esperar que
lo limpien cada vez que juega.
Ella recuerda que en una de sus aventuras iniciales pagó US $ 2,000 por un interés fraccionario en
un pequeño edificio de oficinas suburbano. El edificio estaba situado en una comunidad algo
adormilada que parecía a punto de despertar. Se programaba construir en la región una
importante autopista federal – estatal, y la ruta planeada pasaba por el borde de la ciudad. A
causa de la carretera proyectada y de otros ciertos factores económicos y geográficos, todos
esperaban que la ciudad se convirtiera en un floreciente centro comercial. Cuando eso sucede en
una comunidad, por supuesto, el valor de los bienes raíces frecuentemente sube con rapidez,
incluyendo el precio del espacio para oficinas. La especulación de Susan Garner se veía
prometedora.
Pero como pasa con frecuencia, el futuro fue aplazado. El proyecto de la autopista se vio afectado
por problemas de recursos. Una serie de anuncios habló de demoras más y más largas. Al
principio, la palabra oficial fue que el proyecto se aplazaría cerca de un año. Luego fueron dos o
tres años, después cinco años. Finalmente un funcionario estatal tuvo la valentía de decir la
verdad: honestamente, no sabía cuándo se construiría la carretera, si es que se construía.
Con cada anuncio sucesivo, se enfriaba la fiebre de especulación en bienes raíces. No había
cotizaciones diarias del pedacito de edificio de Susan Garner, pero ella no necesitaba números
exactos que le dijeran que se estaba empobreciendo. Pensó en vender.
Dice: "Había personas que hubieran comprado mi participación. Pero yo sabía que tenía que
vender con pérdida, y no me podía resignar a hacerlo. Después del primer anuncio de una demora
de un año en la carretera, traté de decirme que todo estaría bien si yo no hacía nada. Este era un
contratiempo temporal, eso es lo que yo seguía diciendo. Todo lo que tenía que hacer era esperar,
y mi participación volvería a subir".
Luego llegó el anuncio de una demora de dos o tres años. Uno de los que tenía una participación
mayor en el edificio de oficinas, un abogado, se acercó entonces a Susan Garner y le ofreció US$
1,500 por su parte.
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Ella no toleraba la idea de perder US $ 500 – una cuarta parte de su inversión – y le dijo que no. El
subió su oferta a US $ 1,600. Ella siguió diciendo que no.
A medida que las demoras anunciadas se alargaban hasta el infinito, el precio cayó verticalmente.
El abogado le ofreció US $ 1,000. Un poco después bajó a US$ 800.
Cuanto más bajo caía el precio, más se sentía atrapada Susan Garner. "Ahora ni siquiera esperaba
recuperar mis US $ 2,000, dice. "Estaba enojada conmigo misma por no haber tomado los US
$1,500cuandopude.Seguí esperando que la situación mejorara y justificara mi actitud. Cuanto más
bajaba el precio, más terca me ponía. ¡Maldita si yo iba a vender mi participación de US $ 2,000 en
una porquería de US $ 800! "
Mientras su dinero estaba atrapado en esta aventura que se agriaba, había otras especulaciones
atractivas. Quería hacer una incursión en los muebles antiguos. Le gustaba el aspecto del mercado
accionario. Un amigo quería vender, muy barato, un álbum que había heredado, de sellos raros del
siglo diecinueve, y esto también la atraía. Pero los US $ 2,000 que estaban atrapados era la mayor
parte de su capital de especulación. Difícilmente podía hacer algo hasta que lo hubiera liberado.
"Finalmente decidí que era ridículo dejar que el dinero se congelara así", dice. Vendió su
participación en US $750. Y así fue como Susan Garner aprendió la lección del Tercer Axioma.
Cuando el barco comienza a hundirse, salte
Fíjese en la expresión: cuando comienza a hundirse. No espere hasta que esté sumergido hasta la
mitad. No espere, no rece. No se tape los ojos y se quede ahí, temblando. Mire alrededor lo que
está pasando. Estudie la situación. Pregúntese si es probable que se arregle el problema que se
está desarrollando. Busque evidencia confiable y tangible de que se está acercando una mejoría, y
si no ve ninguna, póngase en acción sin demora. Calmada y deliberadamente, antes de que los
demás comiencen a sentir pánico, salte del barco y sálvese.
Este consejo se puede traducir en números, en el caso de las acciones o de futuros de productos,
que se negocian todos los días. La regla práctica de Gerald Loeb era que se debe vender en el
momento en que el precio de una acción ha retrocedido del 10 al 15 por ciento del precio más alto
que alcanzó mientras usted la tuvo, sin importar si entonces se gana o se pierde. Frank Henry se
daba un poco más de margen y decía del 10 al 20 por ciento. Los especuladores más
experimentados operan con reglas muy similares. En todos los casos, la idea es cortar rápidamente
las pérdidas. Usted acepta las pérdidas pequeñas para protegerse de las grandes.
Para dar un ejemplo, supongamos que ha comprado algunas acciones a $100 cada una.
Inmediatamente la empresa se pone mal; el precio cae a $85. En este caso el precio más alto al
que usted tuvo la acción fue el precio al que la compró: $100. Está 15 por ciento por debajo de ese
nivel, de manera que las reglas dicen que probablemente tenga que vender. En tanto no vea una
buena evidencia de que se va a producir algún tipo de mejoría, sálgase.
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O tomemos un caso más feliz. Compra la acción a $100, y salta a $120. Piensa que se va a
enriquecer. ¡Oh maravilloso día! Pero luego un problema inesperado golpea la compañía, y la
acción retrocede a $100. ¿Qué debe hacer? Ahora ya sabe la respuesta. En ausencia de razones
convincentes para pensar que las cosas van a mejorar, venda.
Pero saber la respuesta es sólo la mitad de la batalla. Hay tres obstáculos en el camino de las
personas cuando tratan de llevar a cabo el precepto del Tercer Axioma. Para algunos
especuladores, los obstáculos son acobardantemente grandes. Debe prepararse psicológicamente
para enfrentarlos. Los podrá superar si mantiene la calma.
El primer obstáculo es el temor a arrepentirse, que es, en esencia, el mismo temor que analizamos
en el Segundo Axioma. En este caso, lo que usted teme es que un perdedor se convierta en un
ganador después que usted se haya alejado.
Sucede, y duele. Ha comprado algo de oro a US $ 400 la onza, digamos. Se desploma a US $ 350. Al
no ver ninguna buena razón para retenerlo, decide aceptar su pérdida del 12 por ciento y vende.
Tan pronto como termina la transacción estallan seis nuevas guerras, cuatro países sudamericanos
suspenden el pago de su deuda internacional, los países de la OPEP duplican el precio del petróleo,
se derrumban las bolsas de valores de todo el mundo, y cualquiera que tenga un peso disponible
corre a protegerse comprando el metal amarillo. El precio se dispara a US $ 800. ¡Ayyy!
Sí, duele. Probablemente le suceda tarde o temprano. No hay manera de evitarlo. Pero tales
vuelcos de la fortuna no suceden a menudo. Más frecuentemente, una situación que se pone mal
seguirá estando mal, por lo menos durante un tiempo. Los problemas que causan caídas
significativas en el precio de los objetos de especulación (acciones, productos, bienes raíces)
tienden a ser problemas de larga duración. Son lentos para desarrollarse y lentos para
desvanecerse. La mayor parte de las veces la acción correcta consiste en liberarse cuando un
precio muestra un retroceso apreciable.
Es cierto que hay algunas situaciones en la vida humana en las que parece más sensato esperar a
que pasen los malos tiempos. Pero esto es una actitud rara vez sensata cuando su dinero está
involucrado. Si permite que quede atascado en una mala empresa, pueden pasar años sin que lo
pueda usar. Está encerrado cuando, en cambio, debería estar persiguiendo ganancias para usted
en otras empresas, más animadas.
El segundo obstáculo para llevar a la práctica el Tercer Axioma es la necesidad de abandonar parte
de una inversión. Para algunos es desproporcionadamente doloroso. Sin embargo, para
consolarlo, le diré que se vuelve menos doloroso con la práctica.
Digamos que está especulando en divisas, y que ha puesto US $ 5,000 en una apuesta a la lira
italiana. Se demuestra que su corazonada estuvo equivocada, los tipos de cambio se han vuelto en
su contra, y el capital que puede recoger se ha encogido a US $ 4,000. Probablemente deba vender
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en tanto no haya a la vista una promesa definida de mejoría. Pero si vende, abandona US $ 1,000.
Eso es lo que duele.
A algunas personas les duele tanto que no pueden hacerlo. El instinto del típico especulador a
corto plazo es quedarse quieto, esperando recuperar algún día esos US $ 1,000. Si no domina ese
instinto, usted seguirá siendo un especulador a corto plazo, o se convertirá en un especulador en
quiebra. La forma de recuperar esos mil es sacar los US $ 4,000 de la empresa que está mal y
ponerlos en una que está mejor.
La incapacidad para abandonar parte de una inversión se vuelve un problema doblemente malo si
usted especula sobre márgenes, o sea, si utiliza dinero prestado para aumentar su fuerza. Su
situación especulativa entonces llega a parecerse al juego más exquisitamente angustioso del
mundo, el póker.
Vale la pena explorar brevemente este parecido. En realidad, verá que es extremadamente
provechoso estudiar el juego del póker, si es que todavía no lo conoce. Participe en algunos juegos
entre vecinos los viernes por la noche, u organícelos. El póker está diseñado para poner a prueba
algunos elementos del carácter humano hasta sus propios límites. Tiene mucho que aprender del
juego, sobre la especulación y sobre sí mismo.
Cuando especula sobre la base del efectivo, esto es, cuando no usa dinero prestado, la vida es
relativamente simple. Digamos que compra algunas acciones. Paga en efectivo. No se le exige más
que esa sola inversión. Si se hunde el precio de la acción y usted no se libera, porque no está
dispuesto a abandonar el dinero que sea que haya perdido, no se le pide que haga nada. Todo lo
que pasa es que usted se sienta y observa malhumoradamente cómo se encoge su riqueza. Nadie
le pide que eche más dinero a la empresa.
Ahora veamos el póker. En una mano de póker, debe seguir agregando a su inversión si quiere
seguir en el juego. Digamos que intenta formar una escalera. Las probabilidades están en contra
suya; la mano es, posiblemente, perdedora. Pero hasta el momento ha invertido un montón de
dinero en el pozo y no puede decidirse a abandonarlo. En contra de su buen juicio (y de las
enseñanzas del Tercer Axioma), prefiere seguir.
No obstante, esta no es una especulación corriente basada en efectivo. Esto es póker. Si sigue,
paga. Si quiere ver la siguiente carta, debe comprarla. El juego exige que invierta continuamente
dinero nuevo para proteger el viejo.
La especulación con márgenes produce una angustia similar. Compra algunos valores, pidiendo
prestado un cierto porcentaje del precio a su agente de bolsa. El porcentaje permitido lo
determinan las decisiones del gobierno, las reglas del intercambio de valores y la política individual
de los agentes de bolsa. Las acciones quedan como garantía del préstamo. Si el precio de las
acciones baja, obviamente también cae su valor como garantía.
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Esto hace que usted automáticamente esté violando las reglas sobre los porcentajes de margen.
Entonces recibirá la temida "llamada del margen", una comunicación amistosa pero firme en la
que su agente le ofrece dos posibilidades entre las que es difícil elegir: o usted pone más dinero
para cubrir la diferencia, o él vende.
En esencia, está en la misma posición del jugador de póker. Si usted no está dispuesto a
abandonar parte de su inversión, debe arrojar más dinero al pozo.
El tercer obstáculo para ejecutar el Tercer Axioma es la dificultad de admitir que estaba
equivocado. Las personas reaccionan ante este problema de manera absolutamente diferente.
Algunos lo consideran una molestia menor. Para otros es el mayor de todos los obstáculos. Las
mujeres tienden a superarlo más rápidamente que los hombres, las personas mayores más
rápidamente que las más jóvenes. No tengo idea de por qué es así, y nadie la tiene, incluyendo a
aquellos que dicen que sí. Dejémoslo así: es un gran obstáculo para muchos. Si siente que se le va
a atravesar en el camino, debe explotarse a sí mismo y buscar formas de manejarlo. Usted hace
una inversión, resulta mala, sabe que tiene que salirse. Pero para hacerlo, tiene que admitir que
cometió un error. Debe admitirlo ante su agente o banquero o quien sea con quien estuvo
tratando, quizá ante su pareja y otros miembros de su familia, y, lo que generalmente es peor que
todo, ante sí mismo. Tiene que pararse frente a un espejo, mirarse a los ojos y decir "Estaba
equivocado".
Para algunas personas, es extremadamente doloroso. El típico perdedor trata de evitar el dolor y,
en consecuencia, queda atrapado en malas empresas en forma repetida. Si compra algo cuyo
precio comienza a bajar, se aferra a la esperanza de que los acontecimientos futuros van a
justificar su opinión. Se dice a sí mismo: " Esta caída en el precio es sólo temporal", y quizá hasta lo
cree. " ¡Hice bien en meterme en esta especulación. Sería una tontería vender porque al principio
tuve un poco de mala suerte. No haré nada. El tiempo demostrará lo inteligente que soy! "
De esa forma protege su ego. Ha eludido la necesidad de decir que estaba equivocado. Puede
seguir creyendo que es inteligente.
Sin embargo, su cuenta bancaria va a registrar la verdad. Dentro de algunos años, quizá, esa
inversión que bajó de precio volverá al precio que él compró o quizá hasta se vaya más arriba, y
entonces se sentirá justificado. Se regocijará diciendo " ¡Tuve razón todo el tiempo! ". Pero ¿es
cierto?
Durante todos esos años, mientras estaba estancado, su dinero podría haber estado trabajando.
Lo podría haber duplicado o más aún. En cambio, está parado más o menos donde estaba al
comienzo de este desdichado episodio.
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Axioma Menor IV
Idealmente deberíamos recibir bien nuestras pequeñas pérdidas, pues nos protegen de las
grandes pérdidas. No obstante, esto es pedir demasiado. ¿Recibir bien una pérdida? Nunca conocí
a nadie que pudiera hacerlo o que lo hiciera. Pero si no podemos hacerlo, por lo menos podemos
aceptar con gracia esas pequeñas pérdidas.
Realmente proporcionan excelente protección. Si habitualmente usted corta sus pérdidas en las
formas que hemos analizado, no es probable que reciba heridas profundas. La única manera en
que puede quedar atrapado en un derrumbe del mercado es que lo tome por sorpresa y que luego
descubra que no puede vender cuando quiere hacerlo. Esto puede suceder en algunos mundos
especulativos que no tienen liquidez inmediata, como los bienes raíces o las antigüedades, en los
que tiene que protegerse por medio de un estudio cuidadoso y constante de las condiciones
cambiantes del mercado. Es menos probable que quede accidentalmente atrapado en el caso de
objetos que se comercian diariamente como las acciones o los productos a futuro, donde casi
siempre va a encontrar a alguien que quiere comprar cualquier cosa que usted quiera vender.
Acostúmbrese a tener pequeñas pérdidas. Si una empresa no resulta, aléjese y haga la prueba con
otra cosa.
Un antiguo proverbio chino dice: "Todas las cosas llegan a aquél que espera". Si los antiguos
chinos creían eso, no pueden haber sido muy buenos especuladores. Con seguridad, no debe
creerlo, porque por lo menos en lo relacionado al mundo del dinero, es un perfecto disparate. Si
usted espera a que mejoren las empresas que andan mal, está condenado a decepcionarse con
frecuencia, y condenado, también, a permanecer no – rico.
La actitud más productiva, y que admito que no es fácil de alcanzar, es esperar pequeñas pérdidas,
de la misma manera que espera cualquier otro hecho menos que agradable de la vida financiera.
Por ejemplo, la manera en que espera los impuestos o la cuenta de la luz. Su vals anual con la
oficina de impuestos no resulta divertido por ninguna definición, pero probablemente no permite
que lo trastorne. Dice "Bueno, está bien, es parte de ganarse la vida. Este es su costo". Trate de
pensar en las pequeñas pérdidas de la misma manera. Son parte del costo de la especulación. Le
compran el derecho a tener la esperanza de obtener grandes ganancias.
Algunos especuladores se preparan con anticipación para estas pequeñas pérdidas por medio de
órdenes de pérdida – detención. Una orden de pérdida – detención es una instrucción
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permanente a su agente: si la acción que usted ha comprado a $100 cae en algún momento a $90,
o a cualquier otro nivel que usted fije, el agente debe vender automáticamente.
Algunos consideran que las órdenes pérdida – detención son útiles, otros no. La principal ventaja
es que una orden semejante le ahorra la agonía de decidir cuándo vender. Lo coloca en un marco
de referencia en el que acepta la pérdida si llega a ocurrir. Usted piensa, "Está bien, voy a poner en
esta aventura $10,000. A lo más que puede reducirse esa $9,000, menos las comisiones del
agente". Esto es reconfortante. Con el tiempo, y con suerte, usted llega a pensar en los $9,000
como si fueran la base. Si el corredor de bolsa tiene que vender, usted no siente que hubiera
sufrido una pérdida significativa.
La desventaja es que una orden pérdida – detención le quita flexibilidad. Hay algunas situaciones
en las que usted piensa que es sensato librarse de las acciones a $90, pero en otras quizá sea más
sensato retenerlas hasta los $85. Con una orden pérdida – detención, usted tiende a dejar de
pensar.
Estos servicios de pérdida – detención están disponibles sólo con ciertos valores que se comercian
diariamente (acciones y productos), y muchos agentes ofrecen el servicio solamente a las cuentas
que están por encima de determinada cantidad. Si usted especula en monedas raras o en
antigüedades, sólo una persona en el mundo puede ayudarlo a soportar las pérdidas, y esa
persona es usted.
Mi propia opinión es que para usted es mejor operar sin ningún mecanismo automático para
soportar las pérdidas. Dependa, en cambio, de su propia capacidad para tomar decisiones difíciles
y para llevarlas a cabo. Se sorprenderá por lo duro que puede llegar a ser con un poco de práctica,
y esa será una compensación extra de la forma de vida del arriesgado.
Estrategia Especulativa
No espere, no rece. La esperanza y la plegaria son buenas, sin duda, pero no son herramientas
útiles en una operación especulativa.
Nadie pretende que sea fácil cumplir con la enseñanza de este Axioma duro, nada sentimental.
Hemos visto los tres obstáculos que tiene llevarlo a cabo: temor a arrepentirse, falta de
disposición a abandonar parte de una inversión y dificultad para admitir una equivocación. Puede
padecer uno o más de estos problemas, quizá gravemente. De un modo u otro, usted tiene que
superarlos.
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Los Axiomas tratan sobre la especulación, no sobre autoayuda psicológica, y por lo tanto no
contienen ningún consejo sobre cómo superar estos obstáculos. Ese es un proceso interno e
individual; el cómo es probablemente diferente para cada uno de nosotros. El Tercer Axioma dice
solamente que aprender a tener pérdidas es una técnica esencial de la especulación. El hecho de
que la mayoría de los hombres y de las mujeres no puedan aprender la técnica es una de las
razones fundamentales por la que la mayoría no son buenos especuladores ni jugadores.
Desconfíe de cualquiera que afirma que conoce el futuro, aunque sea confusamente.
Allá en 1969, cuando en Estados Unidos el índice de Precios al Consumidor subió en un 5 por
ciento aproximadamente, los principales economistas estuvieron de acuerdo en que la tasa de
inflación aumentaría un poco a comienzos de los 70, pero que luego iría disminuyendo en los años
siguientes de la década. No fue así. Se duplicó.
En 1979, cuando el índice saltó a un vertiginoso 11 1/2 por ciento, el consenso de los videntes fue
que la tasa permanecería a niveles de dos dígitos hasta mediados de los 80. No fue así. En 1982
regresó a los niveles pacíficos de 1969.
Esto lo hace pensar a uno. ¿Por qué seguimos escuchando a los profetas económicos cuando está
claro que no saben más acerca del futuro que usted o yo?
Sin duda, escuchamos porque el conocimiento del futuro es y siempre ha sido uno de los objetivos
humanos más desesperadamente buscados. Si usted pudiera leer hoy los precios de las acciones
de mañana, usted sería rico. Y por lo tanto escuchamos con respeto y esperanza cada vez que
alguien se levanta y anuncia una visión de las cosas que vendrán.
Muy frecuentemente, escuchar resulta un error. Allá por el verano de 1929, el 23 de agosto, el
Wall Street Journal le dijo a sus lectores que podían ganar mucho dinero en el mercado de valores.
La bola de cristal especial del Journal, una técnica para observar el futuro llamada la Teoría Dow,
revelaba que se había establecido "una importante tendencia alcista" en los precios de las
acciones. "Las perspectivas para los meses de otoño parecen más brillantes que en ningún otro
momento", gorjeaba alegremente el Journal. Un par de meses después, todo el mundo se fue al
pozo.
En tiempos más recientes, el gurú del mercado de valores Joseph Granville determinó a comienzos
de 1981 que los precios de las acciones estaban por desplomarse. “¡Vendan todo!", aconsejó a los
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miles de discípulos que se suscribieron a su servicio de asesoría. El esperado colapso no se
produjo. El mercado osciló durante 1981. Granville se mantuvo bajista. El año siguiente, 1982,
presenció el comienzo de un espectacular mercado alcista, uno de los mayores y más repentinos
de que se tenga memoria. Las personas que se quedaron atrás en ese mercado llegaron a
lamentarlo con sinceridad.
Granville no fue el único que no previó el mercado alcista o que predijo lo opuesto. El año 1983
fue particularmente desdichado para los oráculos financieros. Tomemos el caso de los
administradores de dinero, los profesionales que manejan la "inversión" (o, como preferirnos
llamarla, especulación) para compañías de seguros, fondos de pensiones y cosas similares. En
1983, de acuerdo con una estimación del New York Times, tres quintos de estos videntes muy bien
pagados estuvieron tan equivocados en sus estimaciones sobre el futuro que ganaron menos
dinero que un especulador novato tomando decisiones de acuerdo con los datos que saca.
La medida más comúnmente usada para el comportamiento de la inversión es el índice Standard &
Poor, formado por 500 acciones comunes. En 1983, este índice subió en un 22 por ciento. Para
decirlo de otro modo, si usted ganó ese año un 22 por ciento sobre su cartera especulativa, usted
hizo un trabajo promedio. Ese comportamiento le valdría una calificación de C. De acuerdo con la
investigación del Times, al 60 por ciento de los administradores de dinero les fue peor que eso.
Por ejemplo, hubo un administrador, célebre alguna vez, que predijo que las tasas de interés
bajarían en 1983, de manera que él invirtió mucho en bonos. Las tasas de interés subieron, y en
consecuencia se hundió el valor de todos esos bonos de renta fija. El mismo hombre pensó que
subirían las acciones de las compañías farmacéuticas, pero bajaron. Pensó que los cambios
proyectados en la industria telefónica serían una ventaja en particular para MCI, de modo que
cargó las carteras de sus clientes con las acciones de esa compañía. Resultó un fracaso.
El hecho es que nadie tiene la menor idea de lo que va a pasar el próximo año, la próxima semana,
ni siquiera mañana. Si tiene la esperanza de llegar a algo como especulador, debe abandonar el
hábito de escuchar pronósticos. Es de la mayor importancia que nunca tome seriamente a los
economistas, asesores y otros oráculos financieros.
Por supuesto, a veces tienen razón, y esto es lo que los hace peligrosos. Cada uno de ellos,
después de estar en el negocio de la profecía durante algunos años, puede señalar orgullosamente
algunas predicciones que resultaron ciertas. " ¡Sorprendente! ", dicen todos. Lo que nunca
aparece en la publicidad del profeta es un recordatorio de todas las veces que él o ella se
equivocó.
El conocido economista doctor Theodore Levitt le dijo una vez a Business Week: "Es fácil ser
profeta. Usted hace veinticinco predicciones y sólo habla de las que resultan ciertas". No muchos
videntes son tan francos, pero privadamente todos estarían de acuerdo con la fórmula para el
éxito del doctor Levitt. Economistas, asesores en inversiones, oráculos políticos y clarividentes,
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todos saben de memoria la regla básica: si no puede predecir correctamente, prediga con
frecuencia.
Usted puede observar a los economistas obedecer asiduamente esta regla cada año. Cada junio o
julio, los profetas máximos comienzan a emitir sus solemnes predicciones para el primer trimestre
del año siguiente.
Las predicciones generalmente están relacionadas con los números de los grandes índices: el PNB,
la tasa de inflación, la tasa preferencial, etcétera. Puesto que, obviamente, ellos estudian
cuidadosamente las predicciones de cada uno, con frecuencia tiende a presentarse una notable
uniformidad en lo que prevén. Muchos especuladores basan sus decisiones en estas conjeturas, y
también lo hacen las corporaciones poderosas y el gobierno de los Estados Unidos.
Cada año, alrededor de septiembre, la escena económica se ve algo diferente, de modo que los
economistas salen todos con pronósticos "revisados" sobre el primer trimestre próximo. Alrededor
de noviembre, las cosas han cambiado todavía más, en consecuencia nos dan pronósticos re –
revisados. En diciembre... bueno, ya tiene una idea. Cada oráculo ora para que por lo menos una
de sus predicciones sea cierta. Las últimas es más probable que den en el blanco, puesto que están
más cerca del periodo que se está pronosticando, pero ocasionalmente uno de los primeros
pronósticos da en el blanco. El profeta entonces sacará ventaja del hecho: " ¡Lo preví ya en julio! "
En cuanto a usted y yo, solitarios especuladores que tratan de ganar un peso, lo mejor es ignorar
todo el baile. Si los pronósticos de junio van a ser reemplazados por los de septiembre, y habrá
otros en noviembre y en diciembre, ¿porqué prestar atención en absoluto? Aceptar una profecía
semejante es como comprar un boleto que se va a vencer antes de que se represente la obra.
No todos los oráculos han podido organizar el baile anual de revisión de pronósticos que hacen los
economistas, pero todos siguen la regla básica. Todos pronostican con frecuencia y esperan que
nadie examine los, resultados demasiado cuidadosamente.
Siempre ha sido de ese modo. Michel de Nostredame, un oscuro doctor francés del siglo dieciséis,
produjo cientos de profecías bajo la forma de enredados poemas de cuatro versos. Hoy se lo
conoce por la forma latina de su nombre, Nostradamus, y es reverenciado por un culto de
creyentes. Se supone que ha predicho cosas tales corno la guerra aérea y las radio –
comunicaciones.
Bueno, quizá. Los versos están escritos en un lenguaje tan indirecto, tan místico, que puede
interpretarlos para probar cualquier cosa que usted quiera probar. Esforzándome por ser
caritativo con el antiguo vidente, una vez estudié un centenar de sus pronósticos y terminé con el
siguiente resumen estadístico: tres pronósticos eran correctos, dieciocho eran incorrectos, y los
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restantes setenta y nueve eran un galimatías tan denso que simplemente no supe qué intentaba
decir el viejo francés.
No es un récord muy impresionante. Y sin embargo Nostradamus se las arregló para darse a
conocer en el mundo de la profecía, y a cualquier oráculo moderno le encantaría igualar su
renombre.
Nostradamus no tenía razón con frecuencia, pero sin duda profetizó con frecuencia.
O tomemos a una moderna observadora del futuro, la auto – publicitada psíquica Jeane Dixon.
Tiene fama por algunas conjeturas que resultaron ciertas, principalmente una: una predicción
sobre el asesinato del presidente Kennedy. Sorprendente, ¿verdad? Seguro, pero lo que no se
difunde igualmente es una lista de sus conjeturas equivocadas. De acuerdo con Ruth Montgomery,
la biógrafa y discípula de la señora Dixon, la renombrada Clarividente predijo que Rusia y China se
unirían bajo un solo gobierno, que el jefe del CIO (Comité de Organizaciones Industriales), Walter
Reuther, sería candidato a la presidencia de los Estados Unidos, que surgiría una cura para el
cáncer de la investigación comenzada a principios de este siglo, que...
Es fácil sentirse aturdido por un profeta de éxito, porque hay una atracción hipnótica en la
supuesta capacidad para ver el futuro. Esto es especialmente cierto en el mundo del dinero. Un
vidente que disfruta de unos años de conjeturas frecuentemente correctas atraerá a una multitud
de seguidores, a tantos que, en algunos casos, las profecías del vidente se cumplirán a sí mismas.
Tal fue el caso de Joseph Granville, el oráculo de la bolsa de valores. A comienzos de los 80, tanta
gente basaba sus decisiones en los pronósticos de Granville, que cuando él decía que iba a suceder
algo, sucedía porque ellos creían que así sería. Es decir, cuando dijo que el mercado bajaría, la
predicción ahuyentó a los compradores del mercado, y claro, éste bajó.
Esto sucedió a comienzos de 1981, cuando Granville le dijo a sus discípulos que vendieran todo. El
día siguiente a que lanzara su famosa advertencia, el mercado de valores se cayó de la cama: 23
puntos del Dow. Todo Wall Street dijo oh y ah. ¡Qué gran profeta era este Granville! La zambullida
fue corta pero impresionante mientras duró.
Si entonces hubiera sido un estudiante de los Axiomas de Zurich, a usted le podría haber parecido
que aquí había una excepción a la enseñanza del Cuarto Axioma. Aunque la mayoría de los
profetas no valen dos centavos, ¿no sería una buena idea poner el dinero de uno de acuerdo con
un vidente como Granville? Si sus profecías se cumplen a sí mismas, ¿no estaría usted casi seguro
de ganar al hacer lo que él recomienda?
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No. Ni siquiera las profecías que se cumplen a sí mismas lo hacen en forma confiable.
Posteriormente, en 1981, Granville lanzó otra prueba de su poder profético. Su bola de cristal le
dijo que ese lunes 28 de septiembre el mercados se sumergería nuevamente. Lo anunció al
mundo. Algunos especuladores vendieron acciones o compraron opciones fijas. Ellos, como
Granville, estaban convencidos de que se acercaba la baja.
En cambio, la Bolsa de Valores de Nueva York registró ese día uno de los avances en los precios
más grandes de su historia, y un día después pasó lo mismo en las bolsas de Europa y de Japón.
Algunos de los seguidores de Granville estaban desconcertados, pero no era preciso que lo
estuvieran. Simplemente se les había demostrado que Granville es como todos los demás: gana
algunas y pierde algunas.
Todos los profetas tienen razón algunas veces y están equivocados algunas veces (esto último con
más frecuencia), pero usted no puede saber con anticipación qué pasará. Para estar en posición de
saberlo, tendría que hacer predicciones sobre las predicciones del profeta. Si usted fuera tan
bueno para predecir, no necesitaría al profeta. Puesto que no es tan bueno para hacerlo, no puede
depender de nada de lo que diga el vidente. De manera que es mejor que se olvide del ejercicio
completamente infructuoso de tratar de echar una mirada al futuro.
Veamos otro ejemplo. En 1970 un editor financiero, columnista y oráculo, llamado Donald I.
Rogers, publicó un libro titulado Cómo derrotara la inflación haciendo uso de ella. Este libro fue
notable por contener el consejo magníficamente equivocado de que uno no debía comprar oro.
Sin embargo, podemos perdonarle a Rogers ese pronóstico fracasado. El oro era un punto ciego
común en las bolas de cristal de la época. Lo que es más interesante es la lista de acciones
comunes que el profeta pensaba que se iban a comportar bien en los años siguientes.
Rogers razonó que la tierra sería un buen escudo contra la inflación. Por lo tanto, pensó, sería una
buena idea comprar acciones de compañías que poseían mucha tierra. Hizo una lista de acciones a
comprar sobre esta base.
La pregunta es: si usted hubiera leído el manual de supervivencia de Rogers en 1970 y hubiera
aceptado algunos de sus pronósticos, ¿cómo le hubiera ido?
Bueno, hubiera dependido de su suerte. Si hubiera escogido de su lista a los ganadores, usted
hubiera ganado, y si hubiera escogido a los perdedores, hubiera perdido. Todo el tiempo la suerte
tuvo el control del resultado. Si eso fue así, uno puede preguntar qué sentido tenía escuchar al
profeta, en primer lugar.
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Parece injusto ridiculizar a Rogers y a otros oráculos sobre la base de mirar hacia atrás. Después de
todo es fácil sentarse aquí, hoy, y decir cuál era y cuál no era una buena especulación en los 70.
Quizá se podría disculpar a un profeta si me desafiara: "Veamos, Gunther, ¿qué le da el derecho
de catalogar todas nuestras conjeturas como equivocadas? ¿Lo hubiera hecho mejor? ¿Es usted un
profeta tan bueno?"
Ah, una buena pregunta. No, no soy un profeta, y esas precisamente la cuestión. Nunca hice un
intento serio de leer el futuro (aunque por supuesto siempre me estoy preguntando acerca de él),
nunca he dicho que yo podía leer el futuro, y sin duda ya he empleado varias páginas diciendo que
no se puede. Pero las personas que hemos estado criticando aquí son hombres y mujeres que
afirman que pueden ver hacia adelante. Se han establecido a sí mismos como oráculos, aceptan
dinero por sus pronósticos, y están conscientes, o deberían estarlo, de que hay personas que
toman importantes decisiones sobre la base de lo que ellos dicen. Por lo tanto, parece ser
perfectamente adecuado considerar que estos profetas son responsables por lo que predicen. Si
están vendiendo un servicio de predicción, tenemos derecho a someter ese servicio a un examen
crítico y descubrir cuán bueno es.
Hay cosas que se pueden predecir. Por ejemplo, sabemos precisamente cuándo va a levantar el sol
cada mañana. Las tablas de mareas se preparan con meses de anticipación. El calendario que me
regala el banco cada mes de enero dice cuáles serán las fases de la luna durante los siguientes
doce meses. Los pronósticos meteorológicos son menos precisos, pero aun así son
razonablemente confiables y cada vez lo son más.
La razón por la cual tales cosas se pueden predecir, y por la que se puede confiar en las
predicciones, es que son acontecimientos físicos. Pero los Axiomas de Zurich tratan sobre el
mundo del dinero, y ése es un mundo de acontecimientos humanos. Los eventos humanos no se
pueden predecir en absoluto, por ningún método, nadie.
Una de las trampas en las que caen los profetas del mundo del dinero es que olvidan que están
tratando con la conducta humana. Hablan como si las cosas como la tasa de inflación o las alzas y
las bajas del Dow fueran acontecimientos físicos de alguna especie. Al ver un fenómeno semejante
como si fuera un hecho físico, se comprende que un oráculo sucumba a la ilusión de que se podrá
someter a los pronósticos. Por supuesto, la realidad es que todos los fenómenos del dinero son
manifestaciones de la conducta humana.
Por ejemplo, el mercado accionarlo es una colosal maquinaria de emoción humana. Los precios de
las acciones suben y bajan a causa de lo que hombres y mujeres están haciendo, pensando y
sintiendo. El precio de las acciones de determinada compañía no se eleva a causa de números
abstractos en un libro mayor de contabilidad, ni siquiera porque las perspectivas futuras de la
compañía son objetivamente buenas, sino porque las personas piensan que las perspectivas son
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buenas. El mercado no se desploma porque una computadora en alguna parte determine que está
aumentando la presión para vender, sino porque las personas están preocupadas, o desanimadas,
o temerosas. O simplemente porque se acerca un fin de semana de cuatro días y todos los
compradores se han ido a la playa.
Pasa lo mismo con todos esos grandes números índices con los que a los economistas les encanta
jugar: el PNB, la tasa de inflación. Todos son los resultados de la interacción humana, de hombres
y mujeres luchando incansablemente en la eterna batalla por la supervivencia y por la mejoría
personal. Y pasa lo mismo con los resultados finales de esos fenómenos – índices fermentando
juntos: recesiones y recuperaciones y booms, buenas épocas y malas. Todas están causadas por la
gente.
Simplemente, hay demasiadas variables involucradas que no se pueden conocer como para que
sea posible hacer pronósticos confiables de algo como la tasa de inflación. La tasa tiene por causa
a millones de personas que toman billones de decisiones: trabajadores sobre los salarios que
quieren que les paguen, patrones sobre los salarios que están dispuestos a pagar, consumidores
acerca de precios que tragarán, todos acerca de sensaciones indefinidas de estrechez o de
prosperidad, de temor o de seguridad, de descontento o de optimismo. Afirmar que usted puede
hacer pronósticos confiables sobre esta apabullante complejidad parece arrogante hasta el
extremo de ser ridículo.
Como dice el Axioma, la conducta humana no se puede predecir. Puesto que todos los pronósticos
en el mundo del dinero son sobre la conducta humana, no debe tomar en serio a ninguno de ellos.
Tomarlos seriamente puede llevarlo a muchos valles oscuros y tristes. Probablemente el mercado
de valores ofrece algunos de los ejemplos más claros. Para tomar uno al azar, consideremos el
pronóstico hecho en 1983 por Value Line lnvestment Survey (Estudio de la Inversión de Value Line)
sobre la Compañía de Computadoras Apple.
Value Line vende un servicio oracular regular en el que periódicamente clasifica las acciones según
lo que llama “comportamiento" durante los siguientes doce meses. En otras palabras, mira el
futuro de cada acción y dice lo que piensa que va a pasar con su precio en el año siguiente.
Debe decirse que el historia¡ de Value Line en los años más recientes ha sido bastante bueno. Sin
embargo, estamos frente al mismo problema que discutimos en relación con Donald I. Rogers y su
lista de acciones a comprar en 1970. Si usted fuera suscriptor de Value Line y aceptara sus
pronósticos como el evangelio, su destino financiero personal dependería de que tuviera la
suficiente suerte como para actuar de acuerdo con las profecías buenas mientras pasa por alto las
malas.
Y por cierto que ha habido algunas malas. Una de las más espectacularmente malas fue la profecía
sobre Computadoras Apple.
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El lo. de julio de 1983 Value Line publicó una lista de "Acciones Seleccionadas por su
Comportamiento". Una compañía que figuraba en esta lista de la élite era Apple. Sus acciones se
negociaban en ese entonces en la cercanía de los US $55.
Por supuesto, la causa de la debacle fueron acontecimientos que Value Line no podía prever en
julio. Un oráculo siempre puede gritar "acontecimientos imprevisibles" para explicar un pronóstico
que resulta equivocado. Pero precisamente ese es el problema. Todos los pronósticos tienen la
posibilidad de que ocurran acontecimientos imprevisibles. Ningún pronóstico sobre la conducta
humana podrá componerse jamás de un 100 por ciento de acontecimientos previsibles. Cada
predicción es arriesgada. No se puede confiar en ninguna.
Muchos de aquellos que compraron Apple en julio de 1983 deben haber vendido antes de que
tocara fondo. Algunos, actuando de acuerdo con el Tercer Axioma, deben haber saltado del barco
sólo con pérdidas pequeñas.
Pero hay situaciones en que el rápido abandono no es posible. Si usted no es cauteloso, un mal
pronóstico puede dejarlo atrapado en una propuesta perdedora durante años.
Por ejemplo, tome en consideración a todas esas pobres gentes que compraron certificados de
depósitos a largo plazo en los bancos, a principios y hasta mediados de los 70. Como señalamos
antes, los economistas habían predicho que las tasas de interés subirían a comienzos de esa
década y luego se nivelarían o desaparecerían. La primera parte de la predicción resultó cierta. Las
tasas aumentaron. Los bancos comenzaron a ofrecer certificados de depósitos a cuatro y seis años
con tasas de interés inauditas del 7 y del 8 por ciento.
Para ganar esas enormes tasas – enormes tal como se las veía desde el punto de vista de
comienzos de los 70 – se le exigía, por supuesto, que se despidiera de su dinero por el número de
años establecido. No podía retirarlo excepto por un acuerdo especial y bajo pena de un castigo
riguroso. ¿Cómo lograron los banqueros que la gente encerrara de esa forma su dinero? Los
banqueros lo lograron reiterando la predicción de los economistas.
"Miren, ¡van a ganar el 7 por ciento!", le diría un banquero a una pareja que era un posible
depositante, parada allí con los ahorros de su vida entre sus manos temblorosas. "¿Dónde oyeron
hablar de una tasa como ésa antes? ¿Pueden imaginar recibir más? ¡Nunca sucederá! Lo que
ustedes quieren hacer es amarrarla mientras pueden conseguirla. Todos los principales
economistas dicen que las tasas bajarán el año próximo o el siguiente, y nuestra propia gente está
de acuerdo. ¡Atrapen ese 7 por ciento y estarán muy bien! "
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Las tasas subieron a niveles que nadie había soñado antes. Hacia el final de la década, los bancos
ofrecían certificados de depósitos a seis meses con una tasa desorbitante que iba del 10 al 11 por
ciento.
Estos certificados a seis meses de alto rendimiento eran muy populares. Un montón de gente los
querían. Incluyendo a muchos cuyo dinero estaba cumpliendo una sentencia de seis años al 7 por
ciento.
Estrategia Especulativa
El Cuarto Axioma le dice que no construya su programa especulativo sobre la base de los
pronósticos, porque éstos no funcionan. No haga caso de ningún tipo de pronósticos. En el mundo
del dinero, que es un mundo formado por la conducta humana, nadie tiene la más ligera noción de
lo que pasará en el futuro. Subraye esa palabra. Nadie.
Por supuesto, todos nos preguntamos qué va a pasar, y todos nos preocupamos por eso. Pero
tratar de escapar de esa preocupación apoyándose en predicciones es una fórmula para ser pobre.
El especulador de éxito no basa ningún movimiento en lo que supuestamente va a pasar, sino que
reacciona, en cambio, a lo que está pasando.
Diseñe su programa especulativo sobre la base de reacciones rápidas ante acontecimientos que
usted puede ver realmente que se están desarrollando en el presente. Naturalmente, al
seleccionar una inversión y comprometer dinero en ella, usted abriga la esperanza de que su
futuro será brillante. Presumiblemente la esperanza está basada en un estudio serio y en pensar
mucho. Su propio acto de comprometer dinero en la empresa es un cierto tipo de predicción.
Usted está diciendo, "Tengo razones para esperar que esto tenga éxito". Pero no permita que se
fije en un pronunciamiento oracular: "Está destinado a tener éxito porque las tasas de interés
bajarán". Nunca, nunca pierda de vista la posibilidad de haber hecho una mala apuesta.
Si la especulación tiene éxito y se encuentra ascendiendo hacia una posición final planeada,
perfecto, siga con ella. Si se arruina a pesar de todo lo que han prometido los profetas, recuerde el
Tercer Axioma. Sálgase.
Irving Fisher, un distinguido profesor de economía de Yale, hizo un montón de dinero en la bolsa
de valores. Impresionada por su combinación de impecables credenciales académicas y su
inteligencia práctica para invertir, la gente iba en tropel a pedirle un consejo. " Los precios de las
acciones han llegado a lo que parece ser una meseta permanentemente alta ", anunció en
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septiembre de 1929, precisamente antes de ser barrido por el peor derrumbe en la historia de
Wall Street.
Esto sirve para demostrarle que en el minuto que usted piense que ve un diseño ordenado en los
asuntos de los hombres y las mujeres, incluyendo sus asuntos financieros, usted está en peligro.
Fisher creía que había vencido al mercado porque era inteligente, cuando lo que realmente había
pasado era que había tenido suerte. Pensó que veía patrones en medio del caos. Al creer eso,
creyó que sería posible desarrollar fórmulas y estrategias para la explotación provechosa de esos
patrones, y más aún, creyó que él había en realidad desarrollado tales fórmulas y estrategias.
Pobre viejo Fisher. El destino le permitió cabalgar alto durante un momento para que cayera
desde más arriba. Durante unos pocos años su ilusión de orden parecía justificada por los hechos.
" ¡Vean! ", diría. " Es como yo determiné. El mercado de valores se comporta precisamente en la
forma que yo había calculado que lo haría ".
Y entonces, ipaf! Se abrió el piso. Aferrado a su ilusión de orden, Fisher no estaba preparado para
que terminara su racha de buena suerte. El y un montón de equivocados inversionistas se fueron
dando tumbos por el desagüe.
La trampa que atrapó al profesor Fisher, la ilusión de un orden, ha atrapado a millones y seguirá
atrapando a inversionistas, especuladores y jugadores por toda la eternidad. Espera al confiado no
sólo alrededor de Wall Street sino en galerías de arte, oficinas de bienes raíces, casinos de juego,
remates de antigüedades; donde quiera que se apuesta y se pierde dinero. Es una ilusión
completamente comprensible. Después de todo, ¿qué hay que sea más ordenado que el dinero?
No importa lo desordenado que esté el mundo, cuatro cuartos siempre suman un dólar.
La verdad es que el mundo del dinero es un mundo de un desorden sin patrones, de completo
caos. De tiempo en tiempo parece que aparecen patrones, tal como aparecen en un cielo nublado
o en la espuma que hay al borde del océano. Pero son efímeros. No son una base firme sobre la
cual fundamentar los planes de uno. Son atractivos, y siempre engañan a gente inteligente como
el profesor Fisher. Pero el especulador realmente inteligente los reconoce tal como son y, por lo
tanto, no les prestará atención.
Esta es la lección del Quinto Axioma. Quizá es el más importante de todos los axiomas. Es el
Axioma Emperador. Una vez que usted lo haya asimilado, será un especulador / inversionista más
inteligente que el profesor Fisher con todos sus vastos logros académicos. Una vez que usted lo
haga suyo, este único Axioma por sí mismo lo elevará por encima del rebaño común de
esperanzados torpes y perdedores.
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Algunas de las mayores ilusiones de orden surgen en el mundo del arte. Este es un mundo en que
se puede hacer mucho dinero con asombrosa rapidez. El truco está en fijarse en artistas baratos
antes de que se pongan de moda. Como Louise Moillon, una pintora francesa del siglo diecisiete.
Recientemente una mujer compró un Mollion en un remate rural en US $1,500. En el curso de un
año Moillon se puso de moda, y la misma pintura se vendió en Nueva York en US $120,000.
Esta sería una linda aventura. Le daría un alentador empujón al balance de uno. Pero ¿cómo
puede usted entrar en acción? ¿Cómo puede decir cuándo un artista oscuro va a atraer ese tipo de
atención?
Bueno, hay expertos que dicen que conocen muy bien el arte. Ven patrones que nadie más ve.
Tienen fórmulas. Pueden reconocer el Gran Arte mientras todavía nadie lo reconoce y es barato.
Pueden ir a un remate rural donde todos los demás andan tropezando en la oscuridad y decir, ¡Uh!
¡Mira eso! ¡Llegará a las seis cifras el año Próximo en Nueva York!" De manera que su mejor
apuesta es consultar a un montón de estos expertos, ¿verdad?
Seguro. El Fondo Soberano de Arte Norteamericano se fundó sobre esa base. Era esencialmente
un fondo mutual. Se proponía hacer ricos a sus accionistas comprando y vendiendo obras de arte.
Estas compras y ventas las harían expertos, profesionales inteligentes cuyo superior juicio crítico
los ayudarla a identificar tendencias nacientes y futuros Moillons antes de que el resto del mundo
comprador de arte olfateara algo.
Una encantadora ilusión de orden. Atrajo a inversionistas grandes y pequeños: El fondo vendió
una oferta pública inicial a US $6 la acción.
Lo que nadie parece haber pensado es que en cualquier juego tan difícil como el del arte, un grupo
de profesionales puede tener mala suerte con tanta facilidad como un rebaño de torpes novatos.
El Fondo Soberano compró obras maestras que se veían prometedoras al principio, y unos pocos
meses después de la oferta inicial las acciones se negociaban a más de US $30. Algunos de los
especuladores iniciales hicieron algún dinero, por lo menos.
Pero luego descendió el pesimismo sobre el Fondo. Las obras maestras adquiridas resultaron ser
menos atractivas de lo que se había supuesto. Los artistas oscuros se oscurecieron más. Una
pintura cara fue sospechosa de ser falsa. El valor de las acciones se hundió vertiginosamente. Unos
dos años después de que el fondo hubiera iniciado sus actividades, el precio a que se negociaban
era de 75 centavos de dólar.
Los fondos mutuales de Wall Street cuentan la misma historia. Ilustran con desnuda claridad lo
inútil que es buscar patrones en medio del caos, y al final, cuán peligroso, particularmente para el
inversionista promedio a corto plazo.
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Los logros educativos de estos hombres y mujeres son deslumbrantes, así como sus salarios.
Pelotones de asistentes se ocupan de lo que necesitan. Tienen a su disposición enormes
bibliotecas de hechos y teorías financieros. En sus meditaciones participan computadoras y otros
aparatos caros. Sin ninguna duda, son los teóricos en inversiones mejor educados, mejor pagados
y mejor equipados del mundo.
De esta manera, si fuera posible distinguir patrones útiles en medio del desorden y desarrollar una
fórmula que funcionara para jugar en el mercado, uno podría suponer que estas gentes serían
capaces de hacerlo. Lo que es más, deberían haberlo hecho hace tiempo.
La triste realidad es que los fondos mutuales son iguales a los demás especuladores: ganan
algunas veces y pierden algunas veces. Esto es lo más que se puede decir sobre ellos. Toda esa
energía mental de alta tensión y todo ese dinero y todas esas computadoras nunca han podido
hacerlos más Inteligentes o darles más éxito que a un especulador solitario con dolor de cabeza y
una calculadora de bolsillo de US $12.98. Claro está que algunas veces los fondos mutuales, corno
grupo, se las arreglan para que les vaya peor que al promedio. La revista Forbes una vez hizo la
gráfica del comportamiento de los precios de las acciones de los fondos en algunos mercados
bajistas y descubrió que nueve de cada diez caían tan rápido, o más, que las acciones como un
todo.
No obstante, los administradores de los fondos siguen buscando empecinadamente esa fórmula
mágica. Buscan porque les pagan para ello, y también (en muchos casos o en la mayoría de ellos)
porque verdaderamente creen que hay una fórmula en alguna parte, ¡si sólo son lo bastante listos
para detectara!
Por supuesto, usted y yo sabemos que la razón por la que no pueden encontrar la fórmula es que
no hay ninguna.
Oh, claro está, usted puede ganar dinero invirtiendo en un fondo mutual, si tiene la suerte
suficiente como para elegir el fondo correcto en el momento correcto.
De donde resulta que comprar participaciones en los fondos es tan arriesgado como comprar
acciones individuales, u obras de arte, o cualquiera que sea el juego elegido por usted.
Algunos administradores de fondos tendrán más suerte que otros el próximo año. A algunos les irá
muy bien. El precio de sus acciones aumentará más rápido (o disminuirá más lentamente) que el
promedio. Pero la pregunta es: ¿cuáles?
De manera que, como ve, estamos de nuevo donde comenzamos. Si quiere especular en fondos
mutuales, sólo está tratando con la misma clase de caos que encontraría si especulara
directamente en acciones, arte, mercancías, divisas, metales preciosos, bienes raíces,
antigüedades o manos de póker. Las reglas del juego serán las mismas para usted, ya sea que esté
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en fondos mutuales o en cualquier otra cosa. Particularmente con los fondos, no se arrulle hasta
pensar que hay orden donde no existe ninguno. Conserve su ingenio y el Axioma junto a usted.
Y consérvelos cerca de usted cada vez que lea o escuche consejos sobre inversiones. La mayoría de
los asesores tiene algún tipo de orden ilusorio para vender, porque eso es lo que venden.
Una ilusión semejante es reconfortante y parece llena de promesas. Los inversionistas a corto
plazo que se han quemado o que sienten que han perdido oportunidades debido a la ignorancia o
al temor (¿y quién no?) irán en tropel a consultar a un asesor que ofrece lo que parece un enfoque
verosímil y ordenado para hacer dinero. Pero usted debe mirar a todos los asesores financieros
con escepticismo, y cuanto más fríos y "bancarios" parezcan, tanto más debe desconfiaras.
Cuanto más frío y "bancario" es un hombre, tanto más difícilmente admitirá que trabaja con el
caos, que nunca ha sido capaz de ordenarlo, que no tiene esperanza de ordenarlo, y que tiene que
tomar sus riesgos como cualquier otro.
Alfred Malabre, Jr., es un especulador que aprendió bien su lección. Malabre, un editor de Wall
Street Journal, buscó ayuda para sus inversiones cuando lo enviaron a una larga misión a ultramar.
Quería que alguien astuto y prudente cuidara su cartera de inversiones mientras él estuviera lejos.
No era una cartera muy grande, pero naturalmente quería protegerla. En caso de que el mercado
se desplomara o que pasara algo mientras estaba ausente, quería que alguien estuviera allí para
vender o hacer lo que le pareciera necesario.
De manera que miró a su alrededor. Tal como narra la historia en su libro Invertir con ganancia en
los ochentas, su mirada cayó sobre el First National City Bank de Nueva York, conocido como el
Citibank. Como la mayoría de los bancos, el Citibank ofrecía un servicio de administración de
carteras. Si usted tenía un mantoncito de capital y no quería jugar con él por sí mismo (o no podía
hacerlo temporalmente, como en el caso de Malabre) se lo entregaba a los banqueros, y ellos
jugarían en su lugar. Por supuesto, había que pagar una cuota.
Bueno, está bien, piensa Malabre. Esto suena como una buena solución para mi problema. Aquí
está Citibank, uno de los diez o quince bancos más grandes sobre la faz de la tierra. Lo que estos
tipos no sepan sobre el dinero probablemente ni valga la pena saberlo. ¿Cómo puedo
equivocarme entregándoles a ellos mi mantoncito? ¿A dónde más voy a encontrar custodios
financieros más dignos de confianza, más prudentes, más astutos? Seguramente no van a perder
mi dinero mientras estoy lejos, y quién sabe, ¡quizá hasta me gane un fajo de billetes!
Sufría una ilusión perfectamente comprensible de orden. ¿Qué podría ser más ordenado que un
gigantesco banco de Nueva York? Un especulador solitario sin vigilancia podría hacer malos
manejos y embrollar una cartera, pero no un banco. Un banco tenía que tener fórmulas
encerradas en sus bóvedas. Un banco siempre sabría qué hacer.
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Tal como resultó, los banqueros estuvieron a punto de arruinar a Malabre. Le compraron un
paquete de acciones ordinarias de Productos de Avón a US $119 cada una. Dos años después se
negociaban a menos de US $20. Lo cargaron con Sears Roebuck a US $110 y vieron cómo bajaba a
US $41.50. Lo metieron en IBM a poco menos de US $400, y se desinfló a US $151. Solamente
tomando acciones de emergencia por su propia cuenta pudo Malabre evitar el desastre financiero.
Lo que duele, enseña. Malabre no olvidará pronto la lección que aprendió en el Citibank. Pero
usted puede aprender la misma lección sin que le duela. La lección es que tiene que ser cauteloso
con cualquier asesor que, al mirar a su alrededor en la escena de la inversión, diga que ve algo que
no sea el caos. Cuanto más ordenada le parece al consejero, tanta menos confianza merece este
hombre o esta mujer de su parte.
Cuando usted pone su confianza en una ilusión de orden, usted se arrulla para tener un sueño
peligroso. No hay ningún Axioma de Zurich que le diga específicamente que se quede despierto,
pero la necesidad de hacerlo está implícita en todos los Axiomas. No se permita cabecear. Podría
despertarse y ver que su dinero se está yendo por el desagüe.
Si quiere pasar una tarde instructiva y entretenida observando cómo se construyen las ilusiones de
orden, vaya a una biblioteca cercana y vea algunos de los libros sobre cómo-hacerse – rico. Hasta
una biblioteca pequeña tendrá, probablemente, un estante o dos de ellos. Encontrará
representada una amplia variedad de tipos de inversión, incluyendo, quizá, algunas que le atraen
personalmente. Cómo hacerse rico con bienes raíces. Cómo sacarse el premio gordo con monedas
raras. Grandes éxitos en el negocio filatélico. Acciones, bonos, oro y plata.... la lista sigue y sigue.
Fíjese en una característica de estos libros. La mayoría de ellos fueron escritos por hombres y
mujeres que proclaman que se enriquecieron con los planes dados. "Cómo engordé con los
jamones" es el título típico.
Estos consejeros, ¿dicen la verdad? Bueno, sí; la verdad tal como ellos la interpretan.
No hay razón para ser innecesariamente cínico al respecto. Podemos suponer que nos están
dando un relato honesto en casi todos los casos: el consejero hizo el plan y llevó un fajo de billetes
al banco. Sin embargo, no estamos obligados a permitirnos sucumbir a la ilusión de orden del
autor.
El cree que se hizo rico porque encontró una fórmula ganadora. Sabemos que no es así. Se hizo
rico porque tuvo suerte.
Cualquier plan a medio cocinar para hacer dinero va a funcionar cuando usted tiene suerte.
Ningún plan funcionará cuando no la tiene. Algunos asesores reconocen el papel dominante de la
suerte, igual que los Axiomas de Zurich. Los Axiomas no sólo lo reconocen, sino que están
construidos sobre el supuesto básico de que la suerte es el factor individual más poderoso en el
éxito o el fracaso en la especulación.
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No obstante, la mayoría de los consejeros ignoran a la suerte, o pretenden que no existe, o hablan
de ella tan rápidamente como sea posible. Como los banqueros del Citibank, como los
administradores del Fondo Soberano de Arte Norteamericano, su negocio es vender un bálsamo
calmante: un enfoque ordenado, una sensación de controlar las cosas. Toma mi mano, niño, no
tengas miedo, conozco el camino. Así es como le hice. Simplemente sigue estas sencillas
instrucciones paso a paso...
Bueno, puede seguirlas si quiere, quizá para condenarse. Porque una fórmula que dio resultado el
año pasado no necesariamente va a dar resultado este año, con un conjunto diferente de
circunstancias financieras hirviendo en la olla. Y una fórmula que le dio resultado a su vecino no
necesariamente le va a dar resultado a usted, teniendo que enfrentarse con un conjunto diferente
de eventos fortuitos.
El hecho es que no se puede confiar en ninguna fórmula que ignore el papel predominante de la
suerte. Esta es la gran verdad, la verdad liberadora del Quinto Axioma.
El papel de la suerte queda ilustrado no sólo por el hecho de que un consejero determinado puede
estar espectacularmente equivocado, sino por el hecho igualmente significativo que con
frecuencia usted verá que dos sabios dan consejos exactamente opuestos. Por ejemplo, aquí en el
estante tenemos Cómo Wall Street duplica mi dinero cada tres años, por Lewis Owen, y La teoría
de la inversión baja – alta, por Samuel C. Greenfleld.
Owen dice que usted debe comprar acciones cuyos precios están cerca de haber tenido o que han
tenido doce meses altos. Su ilusión de orden es que algún tipo de “momentum " o ímpetu, como
él lo llama, tenderá a hacer que el movimiento del precio continúe. De este modo, una acción al
alza seguirá subiendo.
Greenfield dice que usted debe comprar acciones cuyos precios están cerca de haber tenido o que
han tenido doce meses bajos. Su ilusión de orden es que los precios oscilan en una forma bastante
predecible. De este modo, una acción que se acerca a su punto bajo pronto subirá.
Ambos sabios no pueden estar en lo correcto. En realidad, ninguno de los dos tiene razón.
La verdad es que el precio de una acción, o de cualquier otra cosa que usted compra con la
esperanza de sacar una ganancia, aumentará si usted tiene suerte.
Axioma Menor V
La Trampa del Historiador es una clase particular de ilusión de orden. Está basada en la creencia
antigua, pero enteramente injustificada, de que la historia se repite. Las personas que tienen esta
creencia – lo que es decir quizá noventa y nueve de cada cien personas que hay sobre la tierra –
creen como corolario que la repetición ordenada de la historia permite pronosticar con exactitud
en ciertas situaciones.
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De esta manera, supongamos que en algún momento del pasado, el Acontecimiento A fue seguido
por el Acontecimiento B. Han pasado un par de años, y ahora aquí estamos presenciando
nuevamente el Acontecimiento A. “ ¡Ah! ", dice casi todo el mundo. "Está por suceder el
Acontecimiento B".
No caiga en esta trampa. Es cierto que la historia a veces se repite, pero con mayor frecuencia no
es así, y en cualquier caso nunca se repite en una forma suficientemente confiable como para que
usted pueda apostar dinero prudentemente.
Las consecuencias de la Trampa del Historiador son generalmente triviales. "Cada vez que están al
frente al final de la tercera entrada, ganan el juego". "Cada vez que nos encontramos para tomar
una copa, ella tiene una crisis en la oficina y aparece tarde". "Nadie ha perdido jamás la primaria
de New Hampshire y ha ganado la presidencia". Las personas siempre se están dejando engañar
por tales expectativas no confiables, lo cual puede ser tonto pero no realmente peligroso. Mas
cuando su dinero está involucrado, la Trampa del Historiador es peligrosa, porque puede
arruinarlo.
Hay escuelas enteras de pensamiento en Wall Street que se basan en falacias fundamentales
surgidas de la Trampa del Historiador. Los analistas de valores y bonos regresarán a la última vez
que hubo un mercado alcista para una cierta acción o grupo de acciones, y colectarán grandes
canastas de hechos sobre todo lo que estaba pasando en aquella época. Observarán que el PNB
estaba creciendo, las tasas de interés estaban disminuyendo, la industria siderúrgica tenía un buen
año, el negocio de los seguros estaba deprimido, los Medias Blancas estaban en el sótano y
Matilda, la tía del presidente, estaba resfriada. Luego esperarán a que vuelva a producirse la
misma configuración de circunstancias." ¡Eh, oh! "gritarán cuando aparezca la portentosa
constelación." ¡Miren! ¡Todo está en su lugar! ¡Se acerca un nuevo mercado alcista!
Frank Henry conoció a una joven que cayó de cabeza en la Trampa del Historiador y casi perece
allí. Trabajaba para la Corporación de Bancos Suizos. Tenía un empleo inferior, mal pagado, y
cuando heredó un poco de capital a la muerte de su padre, resolvió invertir el dinero y elevarse
por encima de las filas de los que no son pobres ni ricos.
Frank Henry admiraba su ánimo, cobró por ella un interés de abuelo y le dio consejos cuando ella
se los pidió.
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del juego es la forma fluida en que las diversas monedas del mundo fluctúan en valor una contra
otra.
Para jugar, usted compra, digamos, una suma de yenes japoneses, pagando en dólares. Usted
espera que aumente el valor del yen frente al dólar. Si así es, alegremente se descarga de sus
yenes por más dólares de los que pagó. Como los valores monetarios son volátiles y como su
comercialización generalmente se hace sobre la base de un fuerte "margen" (lo que significa que
usted pone solamente una cantidad relativamente pequeña de su propio efectivo, tomando
prestado el resto de un comisionista), su ventaja es grande. Usted puede duplicar su dinero, o por
el contrario perder sus dientes financieros, virtualmente de la noche a la mañana.
La mayoría de los especuladores en monedas a corto plazo juegan con unas pocas divisas,
frecuentemente con sólo dos. Este era el enfoque de la joven. Sentía que tenía una buena
comprensión del juego entre el dólar norteamericano y la lira italiana. Frank Henry aplaudió su
decisión de jugar un solo juego por vez – que no es una mala decisión para cualquier especulador
principiante –, pero se preocupó cuando comenzó a ver que ella estaba cayendo en la Trampa del
Historiador.
Un día ella le dijo que había hecho un profundo estudio histórico de las alzas y las bajas del dólar y
de la lira en relación recíproca.
Un estudio semejante puede ser útil en cualquier situación en que se haga una inversión, en tanto
usted use el estudio sin hacer la suposición subyacente de que la historia se va a repetir.
Desgraciadamente, la joven hizo precisamente esa suposición.
Le dijo a Frank Henry que, de acuerdo con sus estudios, la lira siempre había subido frente al dólar
cuando subía el franco suizo, cuando las relaciones americano – soviéticas eran frías, y cuando
varios otros indicadores encajaban en su lugar en la economía y la diplomacia internacionales. Se
proponía esperar hasta que los indicadores dieran la señal histórica, y entonces se sumergiría en el
juego.
Cuando esto sucedía, los Axiomas de Zurich no habían sido formulados completamente, de
manera que Frank Henry no tenía una etiqueta conveniente como " La Trampa del Historiador"
con la cual identificar lo que él sentía que estaba mal en el razonamiento de la joven. Hizo todo lo
que pudo para disuadiría, pero ella estaba demasiado entusiasmada como para escuchar. Esto
pasa casi siempre con los descubridores de nuevas fórmulas para hacer dinero. "Ella pensaba que
había descubierto una especie de llave mágica", decía Frank Henry con tristeza. "Le pregunté por
qué miles de otras personas inteligentes nunca la habían descubierto durante años de búsqueda,
pero ella no sabía y no le importaba. Estaba tan entusiasmada que cuando un joven la llevó a
cenar a un lugar italiano una noche, ella se pasó la mitad del tiempo hablándole al capitán de
meseros sobre tipos de cambio".
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“ ¡Vende! ", la apremió Frank Henry cuando la joven había perdido un 15 por ciento de su dinero.
Pero su ilusión de orden era demasiado fuerte. Pensó que todo lo que tenía que hacer era esperar
y quedaría demostrado que su fórmula era correcta. La fórmula siempre había sido correcta en el
pasado. ¡No podía estar mal ahora! ¡Era el mercado el que estaba mal!
Pero estaba mirando el mundo cabeza abajo. Las fórmulas pueden estar mal, los mercados, nunca.
El mercado hace lo que hace. No hace predicciones ni ofrece promesas. Sólo es. Discutir con él es
como estar parado en una ventisca aullando que se suponía que no iba a llegar hasta mañana.
La joven discutió y discutió. El mercado internacional de divisas se negó a cooperar. Frank Henry
nunca supo cuánto dinero perdió, porque sintió que sería descortés preguntar. Pero en el
momento en que ella vendió sus liras, seguramente la habían limpiado.
Axioma Menor VI
Representar números por medio de líneas sobre un papel puede ser útil o peligroso. Es útil cuando
lo ayuda a visualizar algo con mayor claridad de la que podría alcanzar con los puros números. Es
peligroso cuando hace que la cosa representada se vea más sólida y portentosa de lo que es en
realidad.
La Ilusión Gráfica es, frecuentemente, una extensión gráfica de La Trampa del Historiador. La
ejemplifican bien los graficadores de Wall Street. Estos son personas con su propia jerga, que
difícilmente entiende alguien más, con sus propias revistas y boletines, con los que pasa lo mismo,
y su propia ilusión de orden rígidamente visualizada. Creen que el precio futuro de una acción – o
de una divisa, un metal precioso, o de cualquier cosa sobre la que se publican datos frecuentes
sobre sus precios de mercado – puede determinarse graficando los movimientos de los precios en
el pasado.
El graficador comienza por poner su atención sobre un determinado medio de inversión, digamos
acciones, Computadoras Hoo Boy. Repasa meses o años de registros que muestran las alzas y las
bajas en el precio en que se negoció Hoo Boy, y traduce estos números a puntos y rayas sobre
papel de gráfica. Estudia los esquemas que resultan. Busca en particular los sacudones y meneos
que se produjeron precisamente antes de que las acciones Hoo Boy aumentaran
significativamente de precio o bajaran abruptamente. Cree que estos patrones se repetirán. La
próxima vez que vea un conjunto similar de sacudones y meneos, sacará como conclusión que se
acerca una nueva alza o baja de precio y adoptará la correcta acción especulativa.
Cuando las cosas no resultan como él espera (lo que sucede con frecuencia), humildemente se
culpará a sí mismo. Insiste en que el problema es que no ha sido suficientemente astuto. El sabe
que se puede predecir el mercado por medio de gráficas, pero si sólo pudiera descubrir cuáles son
los patrones que tiene que buscar...
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No puede hacerse creer a sí mismo la más simple de todas las explicaciones posibles: que el
mercado de valores no tiene patrones. Casi nunca se repite a sí mismo y nunca lo hace en una
forma confiablemente predecible. Hacer gráficas de los precios de las acciones es como hacer
gráficas de la espuma del océano. Usted verá cada patrón una vez, y luego desaparecerá. Sólo por
la ciega casualidad podrá verlo otra vez. Y si lo ve otra vez, esto no tendrá ningún significado,
porque no predice nada.
Otro elemento de la Ilusión Gráfica surge de la forma peculiar en que una línea negra continua,
dibujada con firmeza sobre papel cuadriculado, puede hacer que un montón de números sin
interés, y esencialmente desordenados, parezcan una Tendencia Importante. Desde hace siglos los
buhoneros y los artistas timadores de todo el mundo han sido conscientes de este poder de la
gráfica. Los vendedores de fondos mutuales la usan todo el tiempo.
El valor de las acciones de un fondo quizá haya ido subiendo tan lentamente que ni siquiera se
mantuvo a la par con la inflación, pero comprimiendo y apretando los años en una página de
gráficas, y quizá saltando algunos años malos que preferirían no discutir, los promotores del fondo
pueden producir una gráfica que es un encanto para el folleto de ventas. Usted mira esa línea
negra ascendente y dice " ¡Guau! "
El peligro no es sólo que pueda ser engañado por otros, sino que puede engañarse a sí mismo. Por
ejemplo, mira una gráfica que describe el valor de la lira frente al dólar en los últimos años. La
línea sube suavemente. Usted piensa, ¡Guau! ¡Quizá deba subirme a bordo!"
Pero espere. No se hipnotice con la línea sola. Mire los números que se supone que ella
representa. Quizá describe solamente los puntos anuales más altos de la lira. Otra gráfica que
muestre los puntos anuales más bajos quizá tenga una curva hacia abajo. En otras palabras, la
relación lira – dólar ha estado marcada por vaivenes cada vez más amplios. El cambio tranquilo,
constante, que implica la línea tendida hacia arriba es una ilusión. La verdad es que la relación es
cada vez más desordenada.
Es así como las personas se permiten engañarse a sí mismas por medio de gráficas. Una línea en
una gráfica tiene siempre un aspecto reconfortantemente ordenado, aun cuando describa el caos.
La vida nunca ocurre siguiendo una línea recta. Cualquier adulto lo sabe. Pero al contemplar una
gráfica podemos quedarnos demasiado fácilmente hipnotizados, y olvidarlo.
Usted observa una gráfica que representa las ganancias de la Corporación Electrónica Hey Wow.
La gráfica, preparada especialmente para el informe anual de Hey Wow, describe una gloria
absoluta en cuatro colores deliciosos. Esa línea que se tiende hacia arriba, tan gruesa, tan sólida,
tan completamente establecida, se ve corno si nunca fuera a acabar. Nada la puede quebrar.
Puede doblarse, pero sólo ligeramente. ¡Se ve como si fuera a subir y subir para siempre!
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Cuidado con las ilusiones de correlación y causalidad.
Existe una vieja historia sobre un tipo que se para todos los días en una esquina, agitando los
brazos y lanzando extraños gritos. Un día se le acerca un policía y le pregunta de qué se trata.
"Estoy espantando a las jirafas", explica el tipo. " Pero nunca hemos tenido jirafas por aquí ", dice
el policía. "Estoy haciendo un buen trabajo, ¿verdad?", dice el tipo.
Es característico hasta de las mentes más racionales percibir relaciones de causa y efecto donde
no hay ninguna. Cuando tenemos que hacerlo, las inventamos.
La mente humana es un órgano que busca el orden. Se siente incómoda con el caos y se va a
apartar de la realidad hacia la fantasía si ésa es la única forma de que las cosas salgan a su
satisfacción. De este modo, cuando dos o más hechos ocurren en cercana proximidad, insistimos
en construir complicados lazos causases entre ellos porque eso nos hace sentir cómodos.
También nos puede hacer vulnerables, pero generalmente no pensamos en eso hasta que es
demasiado tarde.
Le daré un ejemplo personal. Hace muchos años, antes de que Frank Henry y yo hubiéramos
hablado mucho sobre los Axiomas de Zurich, gané un poco de dinero saltando de un lado a otro
entre las acciones de IBM y de Honeywell. En aquellos días Honeywell estaba muy dedicada a
construir computadoras grandes, de uso general, y era un competidor directo de IBM en una
escala mucho mayor de lo que es hoy. Durante un periodo de más o menos dieciocho meses, noté
que los precios de las dos acciones se movían con frecuencia en direcciones opuestas. Cuando
Honeywell subía durante unas semanas, IBM bajaba, o viceversa. Puse un poco de dinero en lo
que yo pensaba que era una jugada muy inteligente: subir un trecho con Honeywell, saltar,
comprar IBM a precio bajo, subir con ella... etcétera.
Funcionó tolerablemente bien un par de veces. Debí haberme dado cuenta de que estaba
funcionando sólo porque yo tenía suerte, pero en aquellos días yo no era tan inteligente. Pensé
que estaba funcionando porque... porque... bueno, construí una relación causal para encajar el
fenómeno que había estado presenciando.
Teoricé que había un montón de grandes inversionistas – fondos mutuales, compañías de seguros,
y ricos apostadores privados – que trasladaban periódicamente enormes montañas de dinero de
IBM a Honeywell, y de regreso. Cuando Honeywell anunciaba un producto nuevo atractivo o hacía
algún otro buen movimiento, todos esos hipotéticos gatos gordos vendían las acciones de IBM
para cargarse con las de Honeywell – y viceversa. Esta hipótesis prefabricada, si fuera cierta,
explicaría los movimientos opuestos de los precios de las dos acciones.
¿Era cierta? Casi seguramente no. Sin duda, la verdad era que los movimientos de precios
aparentemente ordenados habían tenido como causa hechos que habían coincidido por pura
casualidad. Estos hechos se producían al azar y eran impredecibles. El hecho de que aquellos
movimientos opuestos de precios hubieran ocurrido algunas veces en el pasado no era indicación,
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y nunca debió haber sido tornada como una indicación, de que se repetirían en el futuro. Pero mi
relación causal prefabricada hizo que todo el rninuet pareciera más ordenado de lo que era, y yo
confiadamente aposté demasiado dinero en él.
Compré un montón de Honeywell en lo que yo pensaba que era un punto bajo. De inmediato
Honeywell e IBM, ambas, se hundieron juntas como un par de patos con las colas para arriba.
Antes de que yo comprendiera lo que estaba pasando y abandonara mi ilusión de orden, había
perdido alrededor de 25 por ciento de mi inversión.
A menos que pueda ver realmente una causa en acción, realmente verla, mire todas las hipótesis
causases con el mayor escepticismo. Cuando observe eventos que se producen juntos o en
sucesión, suponga que la proximidad es resultado de factores casuales, a menos que tenga una
fuerte evidencia en contrario. Siempre recuerde que está tratando con el caos, y conduzca sus
asuntos de acuerdo con eso. Como dice el Axioma, el caos no es peligroso hasta que comienza a
parecer ordenado.
Como hay tanta gente en el mundo del dinero que está buscando tan desesperadamente patrones
de un cierto orden, los lugares como Wall Street generan corrientes constantes de ideas sobre los
posibles lazos causases entre esto y aquello. Algunos de estos lazos postulados parecen
verosímiles para muchos, otros, solamente para unos pocos. Pero todos tienen alguna clase de
atractivo para ese órgano amante del orden, la mente humana, y cada uno de ellos
probablemente le ha causado problemas a alguien.
Por ejemplo, un conjunto de relaciones percibidas (de las que algunos se ríen, y que otros toman
en serio) está relacionado con un fenómeno conocido como el Duende del Primer Año
Republicano. Desde las primeras décadas de este siglo, el mercado de valores siempre se ha
deprimido el primer año de cada periodo de un presidente republicano (primer o segundo
periodo). Sucedió una vez con Herbert Hoover, dos con Dwlght Eisenhower, dos con Richard
Nixon, y una vez con Ronald Reagan (en el momento de escribir esto). Hasta sucedió en los
primeros doce meses del periodo irregular de tres años de Gerald Ford.
La primera pregunta es: ¿por qué? Y la segunda pregunta es: ¿qué debe hacer un inversionista al
respecto, si es que debe hacer algo?
La respuesta más probable para la primera pregunta es que el fenómeno ha sido causado por
eventos producidos al azar que no tienen nada que ver con el partido político del nuevo
presidente. Las correlaciones causases con los movimientos del mercado están a un peso la
docena, y ésta es una de ellas. Es como el Presagio del Super Tazón, el hecho peculiar, observado a
menudo en Wall Street, de que el mercado sube invariablemente en cualquier año cuando el
juego de enero del Super Tazón lo gana un equipo cuyos orígenes se remontan a la vieja Liga
Nacional de Futbol. Es muy divertido comentar el Presagio del Super Tazón, pero nadie piensa
seriamente que existe una relación causal entre el juego de futbol y la bolsa de valores. La
correlación existe, eso es todo. Y lo mismo pasa con el Duende del Primer Año Republicano.
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Y en cuanto a la segunda pregunta – qué hacer en relación con el duende – la respuesta correcta
es, nada.
Pero hay inversionistas que insisten en sacar algún orden de esto. Su teoría es que el hecho de que
el presidente sea republicano causa la baja del mercado durante el primer año que está en su
cargo. ¿Cómo la causa? Bueno, usted puede elegir su hipótesis.
Una idea es que el partido republicano, que se autotitula como el partido de la prosperidad en los
negocios, aumenta las expectativas financieras de la gente a niveles irrealistamente altos. Cuando
no se hacen ricos instantáneamente el día de asunción del mando, se disgustan, y la reacción de su
desilusión empantana al mercado accionarlo.
Esa es una teoría. Hay otras. No es necesario que perdamos nuestro tiempo en ellas, porque
ninguna se puede tomar en serio. Todas son ejemplos de la forma en que la gente prefabrica lazos
causases fantasmales para explicar los fenómenos observados. Y todas son ejemplos de la forma
en que un lazo causa¡, una vez inventado y aceptado, puede hacer que un fenómeno se vea más
ordenado de lo que probablemente es.
Lo que puede ser peligroso, como hemos visto. Si usted cree que el hecho de que el presidente sea
republicano hace que decline el mercado de valores, entonces percibe una serie ordenada de
eventos y quizá se sienta presionado para actuar de acuerdo con ellos. Llegará a ser como el
profesor Fisher, que veía patrones donde realmente no los había.
Quizá el Duende Republicano seguirá operando igual en el futuro, y quizá no. Comenzó por
casualidad y un día terminará por casualidad. No se pueden hacer predicciones sobre él en un
sentido o el otro. Es, en realidad, solamente otra parte del caos.
Dice el jugador: " ¡Hoy estoy en forma! " Dice el comprador de boletos de lotería: " ¡Hoy es mi día
de suerte! " Ambos se están creando un estado de euforia expectante en el que arriesgarán dinero
con menos prudencia de lo habitual. Es probable que ambos lo lamenten.
La Falacia del Jugador es una variedad peculiar de la ilusión del orden. En este caso, el orden que
se percibe no está en el mundo caótico que nos rodea, sino adentro, en el yo. Cuando usted dice
que está en "forma", o tiene la sensación de que hoy es su día de suerte, lo que quiere decir es
que usted está temporalmente en un estado en el que eventos fortuitos se verán influenciados en
favor suyo. En un mundo desordenado, con hechos girando precipitadamente alrededor en todas
direcciones, usted es una serena isla de orden. En sus cercanías, los eventos dejarán de hacer
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payasadas y marcharán obedientemente de acuerdo con su música. Las ruedas de ruleta y las
máquinas tragamonedas se ajustarán en su lugar para usted. Las cartas saldrán tal como usted lo
quiere. Los caballos correrán con toda el alma para usted.
Cualquier boleto de lotería que compre será un ganador. Si decidiera jugaren el mercado de
valores y seleccionara una inversión apuntando con un cuchillo en un periódico teniendo los ojos
vendados, sus acciones duplicarían el precio la próxima semana. ¡No puede perder!
Es sorprendente cuántas personas inteligentes se burlan a sí mismas con la Falacia del Jugador.
Aparece en cualquier parte en que se apuesta dinero, pero es particularmente común en los
casinos de juego (de ahí su nombre). Uno de los consejos inútiles escuchados con más frecuencia
en Las Vegas y en Atiantic City es que usted debe "probar" su suerte cada noche antes de hacer
ninguna apuesta seria. Es más, algunos textos sobre el juego, prácticos en otros aspectos,
solemnemente sugieren lo mismo. La idea es que ponga unas pocas apuestas pequeñas al
principio – que eche un par de dólares en la máquina tragamonedas, por ejemplo – para ver cómo
está su suerte. Si la máquina se traga su oferta sin ni siquiera decir gracias, se da cuenta que las
cartas del destino están en su contra esa noche, de manera que es preferible que regrese a su
cuarto de hotel y vea la televisión. Pero si la máquina le devuelve su oferta con interés, entonces
usted está listo para las grandes mesas de dados o para la ruleta.
Todo tipo de personas creen en esta ilusión de orden. Lo creen los ricos con gruesos rollos de
billetes y los que tienen centavos. Los ricos que llegan a los casinos con pieles y en Ferraris creen
en ella, y lo mismo aquellos que escasamente podrán pagar un boleto de autobús para regresar a
casa si pierden. Puede ser que todos nosotros creamos en ella en algún momento de nuestra vida.
Como muchas de estas ilusiones, la Falacia del Jugador tiene un gran atractivo. Parece cierta. A su
manera desorbitado, tiene un sonido racional.
Todos pueden recordar episodios de su propia experiencia que parecen apoyarla. Si juega bridge,
póker o Turista con alguna regularidad, está profundamente consciente de que hay algunas
noches en que las cartas o los dados son tan buenos que hasta resulta embarazoso, y luego hay
otras noches en que desearía haberse quedado en casa con un buen libro. Hay noches en que está
en forma y noches en que no.
Y el fenómeno no se limita a la mesa de juego sino que se extiende a todas las actividades de su
vida. Hay días en que todas sus decisiones resultan brillantemente correctas, todo el mundo le
sonríe, llegan por correo cheques inesperados, y su rival en la oficina decide irse a buscar fortuna
en Australia. Y hay otros días en que todo lo que toca se torna polvo y ceniza.
Qué natural es ver algún tipo de mecanismo que pone orden detrás de todo esto.
La ilusión se refuerza por las historias que a los jugadores les encanta contar: sorprendentes
historias de estados en "buena forma" y rachas de suerte invencible. Usted oye esas historias
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alrededor de cada casino y de cada puesto de venta de boletos de lotería. Algunas son famosas
sólo localmente, pero algunas son clásicos internacionales.
Por ejemplo, está la increíble historia de Charles Wells, quien fue inmortalizado por una canción
popular de los Alegres Noventas, "El hombre que quebró la banca de Montecarlo". Wells realizó
este acto legendario no una sino tres veces, en diferentes noches, en 1891.
"Quebrar la banca" no era tan dramático como sonaba. No significaba que usted hubiera hecho
quebrar al casino. Todo lo que quería decir era que usted agotaba la provisión de dinero para jugar
que la casa adjudicaba a una mesa. Aun así, sucedía tan raramente que fue noticia de primera
plana cuando alguien logró hacerlo aunque fuera una vez. (El casino cooperaba alegremente con la
publicidad, cubriendo la mesa "quebrada" con un paño negro. Se podía contar con que la noticia
atraería a un montón de nuevos tontos y a su dinero la noche siguiente.)
El juego de Wells era la ruleta. La última de sus tres noches victoriosas fue la más asombrosa de
todas. Esa noche eligió jugar a números simples. Esto es lo que menos probabilidades tiene en la
ruleta. Usted elige cualquier número entre el 1 y el 36 y pone su dinero en él. Si gana, el resultado
es de US $36 por cada dólar que apuesta. En la rueda de estilo antiguo de Montecarlo, las
probabilidades en su contra eran de 37 a 1.
Wells puso su dinero en el 5 y lo dejó ahí para que madurara. El número 5 salió cinco veces
seguidas. La mesa quebró. Wells salió del casino con algo más de 100,000 francos franceses, cuyo
poder adquisitivo en aquellos días era el de más de un millón de dólares de hoy.
También estuvo Carolina ("La Bella") Otero, quizá la más famosa y algunos dicen que la más
hermosa de las célebres cortesanas que florecían alrededor de Montecarlo en sus días de gloria. A
los dieciocho años, la llevó al fabuloso lugar de juego un hombre que evidentemente era tanto un
jugador inepto como un canalla. Perdió su fajo de billetes en las mesas y la abandonó. Ella tenía
dos últimos luises – piezas de 20 francos, quizá cada una valdría US $100 en moneda de hoy. En un
impulso desesperado, fue a la mesa de ruleta y apostó aquellos dos luises al rojo.
La apuesta a color – rojo o negro – es una de las apuestas a la ruleta para salir a la par, a cara o
cruz. Si usted gana, duplica su dinero. Carolina Otero estaba demasiado asustada como para ver el
resultado, de modo que se alejó de la mesa, dejando simplemente su dinero para que aumentara
o para que desapareciera, según el caso.
Las historias como ésa son muy divertidas. Estas y otras eran citadas en el siglo diecinueve y
todavía se las cita hoy en apoyo de la Falacia del Jugador. "¡Ya ve que hay momentos en que la
gente está en forma! ", dirá un creyente. "Estas historias lo prueban, todo lo que tiene que hacer
es esperar a estar en forma, y entonces juegue como loco."
No prueban nada de eso. En realidad, todo lo que prueban es que se producen rachas ganadoras.
64
Eche al aire una moneda suficientes veces, y tarde o temprano tendrá una larga serie de caras.
Pero no hay ningún orden en esta serie. No puede saber con anticipación cuándo va a comenzar. Y
cuando ha comenzado, no puede saber durante cuánto tiempo va a continuar.
Y lo mismo pasa con la ruleta, los caballos, el mercado del arte o con cualquier otro juego en el
que usted arriesga dinero. Si juega durante el tiempo suficiente, disfrutará de rachas ganadoras,
quizá algunas de ellas memorables, con las que indudablemente aburrirá a sus amigos por el resto
de su vida. Pero no hay una forma ordenada en la que usted pueda ganar con estas rachas. No
puede ver cuándo se acercan, y no puede predecir su duración. Son solamente otra parte del caos.
Si en la ruleta está apostando al rojo y el rojo sale tres veces seguidas, es bonito. Pero ¿qué le dice
eso sobre el futuro? ¿Se encuentra en el comienzo de una serie de veintiocho? ¿Está en forma?
¿Debe aumentar el tamaño de su apuesta?
Muchos lo harían. Lo que es una razón por la que tantos salen de los casinos con nada más que
agujeros en sus bolsillos.
Tal como aprendimos al estudiar el Segundo Axioma, incontables especuladores y jugadores han
quebrado por no abandonar mientras están ganando. La Falacia del Jugador tiende a animar esa
falla, porque engendra la sensación de que uno es temporalmente invencible.
Es peligroso tener esa sensación. Nadie es invencible, ni siquiera durante medio segundo.
Carolina Otero y Charles Wells tuvieron suerte. Tuvieron que detenerse porque la banca se quedó
sin dinero, y en todo caso, parte de su propio dinero fue retirado del juego después de cada tirada
a causa de los límites puestos por la casa al tamaño de las apuestas permitidas. Estas
circunstancias los salvaron. Si los hechos hubieran sido diferentes y hubieran seguido jugando,
tarde o temprano hubieran perdido, y hoy no conoceríamos sus nombres.
No eran invencibles. Ambos parecían tener la sensación de que lo eran. Quizá esas notables rachas
ganadoras dañaron su buen juicio. Sin duda, debe ser difícil mantenerse perfectamente racional
después de una experiencia como ésa. De cualquier modo, Carolina Otero y Charles Wells, en su
vida posterior, actuaron como si estuvieran enfermos con dos casos extraordinariamente
grandiosos de la Falacia del jugador.
Ambos corrieron un montón de riesgos con pocas probabilidades, suponiendo confiadamente que
iban a estar en forma para siempre.
No fue así. Carolina Otero murió arruinada en un sórdido departamento de París. Charles Wells
murió arruinado en la cárcel.
Estrategia Especulativa
Ahora veamos específicamente cómo le aconseja el Quinto Axioma que maneje su dinero.
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El Axioma le advierte que no vea orden donde no existe el orden. Esto no significa que debe
desesperarse porque nunca va a encontrar una apuesta ventajosa o una inversión prometedora.
Por el contrario, debe estudiar el medio especulativo en el que está interesado (la mesa de póker,
el mundo del arte, lo que sea), y cuando vea algo que le parece bueno, haga su mejor disparo.
Pero que no lo hipnotice una ilusión de orden. Al estudiar, usted puede haber mejorado las
probabilidades en su favor, pero aun así no puede ignorar el papel apabullantemente grande que
juega el azar en la empresa. Es improbable que su estudio haya creado una cosa segura para
usted, ni siquiera una cosa casi segura. Todavía está manejándose en el caos. En tanto permanezca
completamente alerta en relación con este hecho, puede evitar el sufrir daños.
Su monólogo interior debería ser el siguiente: "Está bien, hice mi tarea lo mejor que pude. Creo
que esta apuesta me puede rendir ganancias. Pero como no puedo ver ni controlar los eventos
fortuitos que afectarán lo que suceda con mi dinero, sé que la posibilidad de que yo esté
equivocado es grande. Por lo tanto, estaré listo para saltar hacia acá o hacia allá cuando suceda lo
que tenga que suceder".
Y ésa es la lección del Quinto Axioma. Usted será un especulador más inteligente todo el tiempo.
SOBRE LA MOVILIDAD
Impiden el movimiento.
Ciertamente, es lindo en muchos aspectos tener raíces. Usted siente que pertenece a algún lugar
familiar entre viejos amigos y buenos vecinos: esto puede entibiar el corazón. Los opuestos de esta
confortable situación – el desarraigo, un estado de ir a la deriva, la alienación – parecen, por
comparación, fríos e incómodos. Indudablemente es por eso que la mayoría de los acobardados
piensan que debemos tener raíces.
Pero usted debe acercarse cautelosamente a este asunto de las raíces. Si deja que afecten su vida
financiera, le pueden costar un montón de dinero. Cuanto más francamente busque esa sensación
de estar rodeado por lo antiguo, lo familiar, lo cómodo, tanto menos probable es que tenga éxito
como especulador.
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Lo que significa el Axioma se refiere más que nada a un estado mental, a una forma de pensar, a
un método habitual de organizar su vida.
El mensaje viene en dos mitades, cada una cubierta por un axioma menor.
Axioma Menor IX
No se deje atrapar en una empresa que resultó mal, por sentimientos como la lealtad y la
nostalgia.
Primero veamos el negocio de los bienes raíces. Una corredora de bienes raíces de Nueva Jersey,
Janice Shattuck, cuenta una triste historia de una oportunidad perdida a causa de las raíces.
Una pareja de edad madura había vivido en la misma casa durante dos décadas. Ya estaba pagada
la hipoteca a veinte años, y ahora cada centavo del valor de la casa era suyo, libre y limpio. Este
capital era su activo mayor, como lo es de muchas personas de ingresos medios. Los hijos habían
crecido y se habían ido, los gastos habían disminuido, y ellos estaban en posición de poner a
trabajar ese capital en alguna especulación seria. Con suerte, podían llegar ricos a su vejez.
Janice Shattuck, amiga personal de ellos, les dijo que pensaba que era una buena idea que
vendieran la casa. La calle en la que vivían mostraba señales de declinación económica. Por
circunstancias fortuitas, varias casas carecían de mantenimiento. Dos eran propiedad de dueños
ausentes y estaban rentadas a grupos de jóvenes que asistían a una universidad cercana, lo que no
era la mejor garantía de un mantenimiento eficaz de las casas. la calle comenzaba a tener un
aspecto cansado, descuidado.
La señora Shattuck hasta les pudo decir a sus amigos que pensaba que les podía presentar a un
comprador. Uno de los propietarios ausentes estaba pensando en extender su imperio y hacía
mucho había puesto la mirada en su casa, una gran estructura complicada que se adaptaba para
ser usada como dormitorio universitario. La señora Shattuck creía que ofrecería un precio justo.
Instó a sus amigos a que lo tomaran mientras pudieran.
Pero no se pudieron animar a vender. Tenían raíces aquí, explicaron. Este era el lugar donde
habían criado a su familia. La vieja casona estaba llena de recuerdos. No soportaban la idea de que
la usaran como dormitorio universitario. Más aún, algunos de los vecinos más viejos los
presionaban para que no vendieran. Permitir que otra casa se convirtiera en dormitorio, mudarse
y dejarles todos los problemas a los que quedaban atrás, esto les parecía de malos vecinos y
desleal.
Y por lo tanto los amigos de la señora Shattuck se quedaron. El vecindario siguió declinando. Se
vendieron otras casas a propietarios menos cuidadosos, incluyendo las casas que pertenecían a las
mismas gentes que habían hablado con más sinceridad de la lealtad. Finalmente, los amigos de la
señora Shattuck pusieron su casa en venta. Hasta ahora no ha aparecido ningún comprador.
Cuando aparezca uno, el precio que les ofrezca va a ser drásticamente más bajo que el que se
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podrían haber asegurado cuando se les instó a vender por primera vez. Cuanto más tengan que
esperar, tanto más es probable que baje el precio.
Estas son épocas en las que usted tiene que elegir entre las raíces y el dinero. Si le interesa el
dinero – que presumiblemente es la razón por la que está estudiando la especulación – , es un
error permitirse estar demasiado ligado a cualquier cosa física en la que esté invertido su capital.
Líguese a las personas, pero no a las casas o a los vecindarios.
Tampoco se ligue a las compañías. Nunca sabe cuándo será aconsejable vender. Asegúrese que las
raíces no se lo impidan.
Frank Henry conocía a un hombre que trabajó como ingeniero en jefe de una pequeña compañía
fabril. A lo largo de los años había acumulado una gran cantidad de las acciones comunes y
preferentes de la compañía. Había habido una época en que la compañía era próspera y el precio
de las acciones alto, pero esa época no duró mucho. La compañía tenía ahora serios problemas
debidos a cambios en sus mercados, particularmente por la llegada de algunos implacables
competidores japoneses.
Los hechos generales de este problema eran de conocimiento público, y el precio de las acciones
bajó mucho. Sin embargo, el ingeniero creía que los problemas eran aún peores de lo que
conjeturaban los demás. Comparando los productos de su compañía con los de la competencia
japonesa, descubrió una diferencia sustancial en la calidad. Los productos japoneses, aunque de
precio inferior, eran superiores. El ingeniero no veía ninguna forma en la que su compañía pudiera
superar la doble desventaja. Estaba convencido de que tarde o temprano la competencia llevaría a
la compañía a su muerte.
Abrigaba confusos sentimientos de lealtad hacia la pequeña compañía. Estos sentimientos fueron
profundizados por un montón de discursos sobre no – abandonar – el – barco por parte del
presidente del consejo y principal funcionario ejecutivo, el mayor accionista. El presidente, un
optimista incurable, proclamó en voz alta que él seguía comprando más acciones para su cartera
personal. Creía que era importante hacerlo. Puesto que los reglamentos de la Comisión de Valores
e Intercambio y de la bolsa de valores le exigían que hiciera público a cuánto ascendía su interés
en la compañía, cualquier venta que hiciera se hubiera sabido. Eso hubiera sido una publicidad
perjudicial. Su teoría era que podía ocasionar buena publicidad haciendo lo opuesto. Sentía que al
comprar más acciones estaba demostrando fe en la viabilidad de la compañía y en sus
perspectivas futuras. Estaba mostrando lealtad.
El ingeniero dudaba que el gesto del presidente tuviera ningún efecto notable. Los precios de las
acciones comunes y preferentes se saltaban unos a otros hacia atrás en su constante avance hacia
abajo. La moral de los accionistas y de los empleados estaba baja y caía cada vez más. Era tiempo
de irse. Pero el ingeniero no podía decidirse, y una de las principales razones era el gesto de
lealtad del presidente.
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Si un inversionista es un comprador neto de un valor y otro es un vendedor neto, entonces en
efecto uno le está comprando al otro. Por supuesto, las transacciones se manejan a través de
agentes de bolsa y de especialistas en el piso de una bolsa, pero el efecto de casar a un comprador
con un vendedor es el mismo que si fuera un trato cara a cara. Por lo tanto, el ingeniero tenía la
incómoda conciencia de que cuando pusiera sus acciones a la venta, el presidente se las
compraría.
El ingeniero terminaría vendiendo, mientras que el presidente terminaría con una gran cartera de
acciones que pronto no tendrían ningún valor. De algún modo no parecía justo.
Y por lo tanto el ingeniero no hizo nada. A su tiempo, él y el presidente terminaron con carteras de
acciones inútiles.
Muchos años después, Frank Henry estuvo en un trato comercial que lo puso brevemente en
contacto con el ex presidente del consejo, ahora el propietario de una cadena de almacenes en
expansión. El hombre parecía próspero y contento. Habló alegremente de algunos éxitos recientes
en el mercado accionarlo. Había ganado algún dinero vendiendo acciones al descubierto en un
mercado bajista. Obviamente conocía bien esa técnica, en la que usted vende una acción antes de
poseerla, esperando que el precio caiga. Si realmente cae, usted concreta la venta comprando la
acción por menos dinero del que ha recibido.
A medida que el ex presidente del consejo hablaba de esto, una idea pequeña pero maliciosa
comenzó a germinar en la mente de Frank Henry.
Se preguntó si el presidente había sido tan optimista sobre la pequeña compañía con problemas
como habla simulado. Quizá, supuso Frank Henry, el hombre había mantenido dos cuentas, como
hacen muchos grandes especuladores: una abiertamente declarada y otra secreta. Mientras
compraba estentóreo y orgullosamente las acciones de la compañía en una cuenta, quizá había
estado vendiendo al descubierto en la otra.
Axioma Menor X
Nunca dude en abandonar una empresa si aparece a la vista algo más atractivo.
Hay muchas formas en las que puede arraigarse en un medio especulativo, para detrimento de su
objetivo final de hacer dinero. Una de las más comunes (entra furtivamente y toma a la gente por
sorpresa) es llegar a una situación en la que usted ya no está seguro de estar especulando o tener
una afición.
Digamos que usted tiene una colección de monedas o de estampillas raras. 0 su sala se ha
convertido en un museo de arte. Usted ha alcanzado su meta preestablecida de duplicar su dinero,
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pero ahora no se puede decidir a vender las cosas. Se ha ligado demasiado a ellas, o quizá por
alguna razón artístico – artesanal ha comenzado a pensar que no está bien especular en arte por
dinero. Por lo tanto su colección está en su casa, y su valor está atrapado allí. Mientras tanto han
aparecido a la vista otras buenas especulaciones, especulaciones en las que podría usar muy bien
ese capital. Quizá tiene una corazonada sobre el precio de la plata. O tiene una oportunidad de
entrar en una especulación local en bienes raíces que le parece buena. ¿Qué va a hacer?
Nunca se ligue a las cosas, sólo a las personas. Ligarse a las cosas disminuye su movilidad, la
capacidad de moverse rápido cuando surge la necesidad. Una vez que se arraiga, disminuye
notablemente su eficacia como especulador.
Otra forma común de arraigarse es colocarse en una situación en la que está esperando a que algo
le dé un beneficio. Quizá esto le suceda a más personas que el dilema especulación / afición. Es
posible quedar atrapado durante años en un juego de espera, mientras docenas de otras buenas
oportunidades especulativas pasan tentadoramente al alcance de sus dedos, y éstos son
impotentes para asirlas.
Digamos que usted ha comprado $10,000 en acciones de Computadoras Hoo Boy. Busca una
posición final de $15,000. Pero Hoo Boy resulta un fiasco. No va hacia arriba ni hacia abajo. Año
tras año ahí se queda, estancada.
Mientras tanto Electrónica Hey Wow atrae su mirada. Algunas noticias seguras le hacen pensar
que es más probable que Hey Wow produzca una gran ganancia el año próximo o algo así, que
Computadoras Hoo Boy. Usted compraría un puñado de Hey Wow si tuviera capital, pero no tiene
un centavo libre. Está cerrado con Hoo Boy.
¿Qué hace? La reacción común es seguir sentado sobre las acciones de Hoo Boy. " iNo puedo
vender ahora! ¡Tengo que esperar mi beneficio! "
Pero piense. Si tiene una buena razón para creer que es posible obtener una ganancia más rápida
en Hey Wow, ¿por qué no cambiar? Es el mismo dinero, no importa dónde esté invertido. Si
aumenta hasta $15,000 en Hey Wow en lugar de hacerlo en Hoo Boy, se divertirá lo mismo al
celebrarlo.
Nunca se arraigue en una inversión a causa del sentimiento de que ésta le "debe" algo, o, lo que es
igualmente malo, por el sentimiento de que usted le "debe" el tiempo suficiente para demostrar lo
que puede hacer. Si no va ninguna parte y usted ve algo mejor, cambie de tren.
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de vender algo que no ha ido a ninguna parte en particular, esta consideración probablemente no
tenga mayor importancia.
Por supuesto, existe la posibilidad de arrepentirse, que ya hemos estudiado en otros Axiomas. Si
usted cambia de Hoo Boy a Hey Wow, va a experimentar diferentes tipos de emociones
desagradables si Hoo Boy de pronto se despierta y se va repentinamente hacia arriba. Por
supuesto, esto puede pasar.
Pero la posibilidad de arrepentirse también existirá si no cambia. Mientras está todavía sentado
pacientemente sobre Hoo Boy, repentinamente Hey Wow puede volver a la vida, tal como usted
sospechaba que lo haría. Entonces deseará darse de golpes por quedarse con su inversión original.
Puesto que la posibilidad de arrepentirse es la misma, no importa lo que haga, podría dejarla fuera
de sus cálculos. Se autoanula. La decisión de quedarse o de cambiar debería apoyarse solamente
sobre la pregunta de cuál especulación, a su juicio, parece ofrecer la mejor promesa de una
ganancia rápida.
Es una pregunta que debe hacerse cada vez que tiene una inversión pero lo atrae otra. No Se
arraigue, Ya sea a causa de un dilema especulación / afición, una espera por una ganancia, o
temores y preocupaciones de abandonar algo que le es familiar por algo nuevo y desconocido (que
también es un problema para algunos). Defina dónde parece estar su mejor oportunidad, y vaya a
buscarla.
Estrategia Especulativa
El Sexto Axioma lo insta a preservar su movilidad. Le advierte contra las muchas cosas que pueden
arraigarlo, en perjuicio de su carrera especulativa: sentimientos como la lealtad, lazos como el
deseo de esperar una ganancia. Dice que debe conservar los pies libres, listos para saltar
alejándose del problema o para tomar rápidamente las oportunidades.
Esto no significa que debe rebotar de una especulación a otra como una pelota de ping – pong.
Debería hacer todos sus movimientos sólo después de evaluar cuidadosamente las probabilidades
a favor y en contra, y no debería hacer ningún movimiento por razones triviales. Pero cuando una
empresa está empeorando a las claras, o cuando algo más prometedor aparece ante su vista,
entonces debe cortar esas raíces e irse.
Tenga cuidado. No permita que esas raíces lleguen a ser demasiado gruesas como para poder
cortarlas.
SOBRE LA INTUICIÓN
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Una corazonada es un trozo de cosa sentimental. Es una misteriosa pisada que no – es – del – todo
– conocimiento: un hecho mental que se siente parecido al conocimiento mas no se siente
perfectamente confiable. Como especulador, es probable que tenga corazonadas frecuentemente.
Algunas serán fuertes e insistentes. ¿Qué debe hacer con ellas?
Este es un consejo fácil de dar, pero, como indudablemente descubrirá, no tan fácil de cumplir. El
tema de la intuición es complicado, imperfectamente comprendido y problemático para muchas
personas. Hay tres enfoques distintos sobre el fenómeno:
Confianza indiscriminado. Luego están las personas que se apoyan en las corazonadas con
demasiada fuerza, con demasiada frecuencia y sin suficiente escepticismo.
Cualquier intuición caprichosa se convierte en una razón para hacer un movimiento, aun cuando
un análisis racional de la situación proporcionaría ideas completamente diferentes. "Me guío por
mis intuiciones", dirán orgullosamente estas personas, olvidando agregar que esas maravillosas
corazonadas han llevado a calamidades especulativas con demasiada frecuencia.
Uso selectivo. Este es el enfoque de Zurich. El pensamiento que está detrás de él es que esa
intuición puede ser útil. Sería una vergüenza despreciar en forma categórica una herramienta
especulativa potencialmente tan valiosa, rechazar todas las corazonadas simplemente porque
algunas son tontas. Por otra parte, es cierto que algunas corazonadas merecen que se las tire al
bote de la basura. El desafío consiste en discernir cuáles merecen su atención y cuáles no.
De modo que el primer paso es descubrir qué es una corazonada. ¿De dónde viene esta extraña y
pequeña porción de casi – conocimiento?.
Resulta ser menos misteriosa de lo que parece. Hay algunas personas que explicarían la intuición
hablando de percepción extrasensorial o de poderes ocultos, pero nada de eso es necesario. Una
corazonada es un suceso mental perfectamente común. Cuando lo golpea una fuerte corazonada –
"Creo que esa compañía está en problemas más serios de lo que admite" – es posible que esta
conclusión se base en información real, sólida, que está almacenada en algún lugar de su mente.
Lo que la hace sorprendente es que se trata de información que usted no sabe que posee.
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¿Es eso posible? Por supuesto. Es un fenómeno mental cotidiano. El doctor Eugene Gendlin, un
psicólogo de la Universidad de Chicago que ha dedicado años a estudiar este tema, señala que
saber algo sin saber cómo lo sabe uno es una experiencia humana común.
El doctor Gendlin señala que usted recibe una cantidad colosal de datos todos los días, muchos
más de los que puede almacenar en su mente consciente y recordar en forma de porciones
discretas de datos. La mayoría de ellos se almacena en alguna otra reserva por debajo o por detrás
del nivel consciente.
Por ejemplo, piense en cierto hombre o cierta mujer que haya desempeñado un papel importante
en su vida. Esta persona no llega a usted en porciones discretas. de datos ... cabello castaño, ojos
azules, le gusta la comida china, etcétera. A través de los años ha almacenado millones de
porciones de datos semejantes, muchos más de los que podría listar durante el resto de su vida.
En lugar de llegarle por partes, la persona llega entera. Todo lo que sabe o siente acerca de él o
ella, todo lo que haya pensado, sentido o experimentado en relación con esta persona, todo viene
súbitamente, arrancado misteriosamente de esa biblioteca colosal del no – saber – del – todo.
Imagínese que se encuentra al hombre o a la mujer en la calle. Instantáneamente sabe quién es.
Sin pensarlo conscientemente en absoluto, reacciona instantáneamente de la manera adecuada.
Sin embargo, si yo le preguntara cómo reconoció a esta persona, ¿cuáles son sus claves precisas? –
¿la forma de la nariz? ¿la manera de caminar? – no podría contestarme. Usted sabe que conoce a
su amigo, pero no sabe cómo es que sabe.
De este material están hechas las corazonadas. Una buena corazonada es algo que usted sabe,
pero no sabe cómo lo sabe.
Por ejemplo, una mujer que especula en bienes raíces en Nueva Inglaterra me contó sobre una
corazonada que tuvo en medio de la noche. Había renovado una casa muy vieja sobre la playa, en
Maine, y había estado tratando de venderla pero no había recibido ninguna oferta que se acercara
lo suficiente al precio que ella pedía.
Una oferta era casi aceptable pero no alcanzaba a la posición final que ella había planeado. Estaba
esperando obtener más y se sentía bastante confiada.
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Pero tenía miedo de confiaren la corazonada. La dejaba perpleja el problema común: no podía ver
la biblioteca de información sobre la que se basaba la corazonada.
Ella y yo conversamos sobre esto. Su primera inclinación fue reírse de la corazonada y esperar que
desapareciera. Pero entonces comenzamos a llegar a la conclusión de que bien podría estar
basada en información sólida y confiable.
Después de todo, desde hacía tiempo se había dedicado a estudiar la economía de la costa de
Maine pues afectaba a los bienes raíces. Se suscribió a un par de periódicos locales, pertenecía a
una asociación de propietarios, conversaba frecuentemente con corredores de bienes raíces y
otras personas informadas. También se conservaba bien informada sobre los acontecimientos
nacionales y mundiales. Entre otras cosas, era lectora del Busíness Week. Por lo tanto podía
decirse con perfecta confianza que poseía un gran almacén de datos relevantes en relación con el
precio de venta de una casa sobre la costa de Maine.
Sin embargo, gran parte de esta información estaba almacenada a un nivel no – tan – consciente
de su mente. Sin duda, es probable que la mayor parte estuviera ahí. La parte completamente
consciente era como la punta visible de un iceberg.
Decidió confiar en la corazonada. Aceptó la oferta más alta por su casa. Sólo un mes después o
algo así, fue evidente que había hecho una maniobra brillantemente correcta. La oferta que había
aceptado era la más alta que podría haber recibido durante mucho, mucho tiempo.
Ahora estamos en condiciones de entender lo que significa el Séptimo Axioma cuando dice: "Se
puede confiar en una corazonada si se la puede explicar".
Cuando sienta una corazonada, lo primero que tiene que hacer es preguntar si puede existir en su
mente una biblioteca de datos suficientemente grande como para haber generado esa
corazonada. Aunque no sabe y no puede saber con precisión cuáles podrían ser los datos
relevantes, ¿es factible pensar que existen?
Si se trata de una corazonada sobre los bienes raíces en la costa de Maine, pregúntese si está
genuinamente informado sobre este tema en particular. ¿Lo ha estudiado? ¿Ha estado siguiendo
sus altas y bajas? Si es una corazonada sobre el precio de la plata, ¿ha absorbido un montón de
conocimientos sobre el metal y sus complejas interrelaciones con otros sucesos económicos? Si es
una corazonada sobre una persona – "este tipo me va a estafar" – ¿lo ha conocido lo
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suficientemente bien y durante el tiempo suficiente como para que sea posible que conozca su
carácter?
La razón para someter las corazonadas a estas pruebas rigurosas es que a veces tenemos
relámpagos de intuición que no se basan en hechos prácticos, reales. Son cosas etéreas. ¿De
dónde vienen? No me pregunte. Son como sueños. Salen de la nada, no significan nada, no llevan
a ninguna parte. Son simplemente juegos del cerebro consigo mismo.
Una mañana está leyendo el periódico y se encuentra con un artículo pequeño sobre la instalación
de un nuevo presidente en Computadoras Hoo Boy. Repentinamente tiene esta magnífica
corazonada. El nuevo hombre va a llevar a Hoo Boy a alturas increíbles. ¡Se va a engullir al
mercado! ¡Va a hacer tambalear a IBM! ¡El Precio de las acciones va a subir en espiral!
Pero antes de llamar a su agente de bolsa, ponga a prueba esta maravillosa corazonada. Su
monólogo interno puede ser algo así como lo siguiente:
"Bien, amigo, veamos esto con calma. ¿Qué sabes acerca de Computadoras Hoo Boy?”
"Bueno, uh, de vez en cuando he leído algo sobre ella. Suena como una buena y sólida
organización. "
“¿Pero has hecho un estudio especial sobre ella? ¿Realmente has seguido sus alternativas?”
"No, no lo hice."
¿Y qué pasa con este nuevo presidente? Sabes mucho sobre él, ¿no es cierto?"
"Uh, no exactamente."
"En realidad, jamás lo oíste nombrar antes, ¿no? Entonces, ¿qué te causa esta gran confianza en
él?"
"Bueno parecía que el reportero del periódico pensaba que era un hombre equilibrado."
"Bueno, uh..."
Por supuesto, este tipo de prueba no garantiza que usted jamás tendrá una corazonada inexacta.
Hasta la corazonada con la base más sólida puede estar equivocada. Por el contrario, una
corazonada salida de la nada puede ser correcta, igual que cualquier conjetura descabellada. Lo
que este procedimiento logra es aumentar las probabilidades en su favor. Lo pone por encima de
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aquellos que menosprecian toda intuición y también de los que piensan que todas las corazonadas
las manda el cielo. Usted tiene más probabilidades de seguir buenas corazonadas de las que tiene
el primer grupo, y más probabilidades de descartar las malas de las que tiene el segundo grupo.
Sin embargo, haga lo que haga, conserve cerca de sí el resto de los Axiomas. No importa lo buena
que parezca una corazonada, no deje que lo arrulle en un estado de confianza exagerada. Siga
preocupado. La intuición puede ser una herramienta especulativa útil, pero no es la largamente
buscada fórmula infalible. Como lo hemos dicho antes, esa fórmula no existe.
Axioma Menor XI
Cuando usted desea mucho algo, con demasiada facilidad puede convencerse a sí mismo para
creer que sucederá.
Este hecho de la psicología humana confunde a los niñitos que sueñan con lo que quieren para
Navidad, y confunde a los especuladores que sueñan con todo el dinero que van a hacer.
Usted visita una muestra artística en una pequeña ciudad y compra un par de pinturas de un
artista oscuro llamado Basurikis. Las lleva a su casa y descubre que no le gustan tanto como había
imaginado. Son bastante raras, en realidad. Una desagradable vocecita, en algún lugar interior, le
sugiere que quizá ha desperdiciado su dinero. Pero esas palabras quejumbrosas son rápidamente
superadas por el trueno de una poderosa corazonada. Algún día, dice la corazonada, ¡Basurikis
recibirá el reconocimiento que merece! ¡Esas pinturas las buscarán los coleccionistas por todas
partes! ¡Los grandes museos harán ofertas por ellas!
¿Es una corazonada que vale la pena escuchar? ¿ O es sólo una esperanza?
Mi regla personal es ser muy escéptico cada vez que tengo la corazonada de que va a pasar algo
que quiero que pase. Esto no significa que todas esas corazonadas estén equivocadas. Solamente
significa que uno las debe examinar con un cuidado extra, y debe doblar la guardia en caso de que
haya problemas.
Por el contrario, esto y mucho más inclinado a confiar en una intuición que indica algún resultado
que yo no deseo. Si yo hubiera comprado esas pinturas y hubiera tenido la corazonada de que
Basurikis nunca iba a triunfar (y si tuviera el suficiente conocimiento de arte como para que la
corazonada fuera factible), mi inclinación sería deshacerme de ellas rápidamente.
Estrategia Especulativa
El Séptimo Axioma sugiere que es un error reírse categóricamente de las corazonadas o confiar en
ellas indiscriminadamente. Aunque la intuición no es infalible, puede ser una herramienta
especulativa útil si se la maneja con cuidado y escepticismo. La intuición no tiene nada de mágico
ni del otro mundo. Es simplemente una manifestación de una experiencia mental perfectamente
común: la de saber algo sin saber cómo lo sabe uno.
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Si tiene una fuerte corazonada que le dice que haga cierta maniobra con su dinero, el Axioma lo
insta a ponerla a prueba. Confíe en ella sólo si puede explicarla, o sea, sólo si puede identificar
dentro de su mente un cuerpo de información almacenado, del que se podría suponer
razonablemente que surgió esa corazonada. Si usted no tiene esa biblioteca de datos, deseche la
corazonada.
El Axioma Menor XI le advierte, finalmente, que se puede confundir fácilmente una corazonada
con una esperanza. Sea especialmente cauteloso con cualquier relámpago de intuición que parece
prometer algún resultado que usted desea muchísimo.
Es improbable que el plan de Dios para el Universo incluya hacerlo rico a usted.
Cuando yo era un jovencito, un ministro protestante acostumbraba venir a cenar a nuestra casa de
vez en cuando. El y Frank Henry se conocían desde que eran niños en la pequeña ciudad de
Wadenswil, sobre la costa sur del lago Zurich. El ministro había emigrado a Estados Unidos cuando
era joven y ahora era el pastor de una pequeña iglesia que estaba en algún lugar de Nueva Jersey.
Una noche burbujeaba de entusiasmo. Informó que el Señor le había dado a su iglesia una gran
oportunidad. Un miembro de su rebaño, un hombre de edad avanzada, estaba por mudarse a un
clima más templado. La mudanza tenía que hacerse rápido, por una u otra razón, y el hombre
quería que fuese una ruptura completa, sin dejar atrás cabos sueltos. Entre esos cabos sueltos
estaba una propiedad quizá de unas cinco hectáreas de tierra sin aprovechar sobre uno de los
bordes de la ciudad. Había comprado esta propiedad hacía muchos años como una inversión, pero
nunca había hecho nada con ella. Ahora quería venderla antes de mudarse. Como regalo de
despedida para la iglesia, se la ofrecía en venta por exactamente lo mismo que había pagado años
atrás.
El ministro estaba tremendamente entusiasmado por esto. Su parroquia nunca había tenido
mucho dinero. ¡Aquí había una oportunidad de hacer una excelente operación de la noche a la
mañana! El precio de los bienes raíces en toda la ciudad había aumentado mucho, y el área donde
se encontraba la propiedad del miembro de la iglesia era considerada particularmente deseable
para construir casas. La iglesia podía revender la tierra para obtener una ganancia inmediata o
esperar un poco más, hacer uno o dos caminos, y vender lotes individuales para obtener aún más
ganancias. Por fin, se regocijaba el ministro, ¡la parroquia iba a tener dinero para todas las buenas
obras que era necesario hacer!
Frank Henry dijo que lo alegraba oír esta buena noticia. Agregó que parecía demasiado buena para
ser cierta. Dijo que, de acuerdo con su experiencia, las ganancias instantáneas y las cosas seguras
generalmente resultan ser trampas. Los especuladores aficionados siempre caían en ellas y salían
arrastrándose con los bolsillos vacíos.
77
El ministro carraspeó. Este era un regalo de Dios. A veces el Señor nos castiga y a veces nos
recompensa. No nos corresponde hacer muchas preguntas. Sólo podemos aceptar lo que nos dan.
El ministro no estaba preocupado.
Frank Henry y yo oímos el final de la historia mucho tiempo después. A instancias del ministro, la
congregación votó por comprar la propiedad del miembro que partía y establecer un comité para
estudiar qué hacer con ella.
El comité determinó que la mejor opción sería subdividirla y vender lotes individuales. El
presidente del comité y el ministro fueron a la municipalidad para solicitar los permisos
necesarios, y ahí se encontraron con el inspector de edificios, quien les dio la mala noticia.
Ese trozo de terreno, dijo, tenía algunas características problemáticas. En la superficie parecía
seco, pero a un metro hacia abajo era puro pantano. No serviría ningún sistema séptico que se
pusiera allí. A lo largo del tiempo más de un propietario había querido desarrollar el lugar, pero las
autoridades siempre se habían negado a permitirlo, a menos que el propietario quisiera instalar un
sistema de drenaje exorbitantemente caro. Esa era la razón por la que siempre había quedado sin
desarrollar.
La moraleja de la historia, tal como la dijo Frank Henry, es que uno no se podrá volver rico
rezando. Sin duda, si mientras reza tiene al dinero en su mente, es más probable que rece para
volverse pobre. Si depende de Dios o de cualquier otro poder o agente sobrenatural para atraer la
riqueza, las posibilidades son que bajará su guardia y lo aplastarán.
Si hay un Dios, que es un tema sobre el cual los Axiomas no tienen opinión, no hay ninguna
evidencia de que este ser supremo se preocupe en lo más mínimo si usted muere rico o pobre. En
realidad, la Biblia dice varias veces que, desde el punto de vista de mantener un alma cristiana o
judía saludable, probablemente sea mejor ser pobre.
Muchas religiones orientales tienen la misma creencia. (Y Abraham Lincoln subrayó una vez que
Dios debe haber tenido un amor especial por los pobres, puesto que hizo tantos.) Por lo tanto, en
lo que concierne a los Axiomas, no hay ninguna diferencia si usted es devotamente religioso, un
ateo, o algo entre los dos extremos. No importa cuáles sean sus creencias, los pensamientos sobre
Dios u otra ayuda sobrenatural no deben jugar ningún papel en su comportamiento especulativo.
Apoyarse en una ayuda sobrenatural produce el mismo resultado que apoyarse en un pronóstico o
en una ilusión de orden. Lo arrulla para que usted caiga en una condición peligrosamente
despreocupada. Los sacerdotes, los ministros y los rabinos siempre le están diciendo a la gente
que no rece por dinero, pero muchas personas lo hacen. Si no se trata de una solicitud directa de
algún resultado financiero específico, es una alegre suposición que hacen muchas personas
piadosas de que son beneficiarias de algún tipo de seguro celestial: "Dios me protegerá".
78
No dependa de eso. Dios puede hacer mucho por usted, pero una cosa con la que sencillamente El
no tiene nada que ver es el tamaño de su cuenta bancaria. Ese es su problema. Solamente suyo.
Jesse Livermore, a quien conocimos al estudiar otro Axioma, no se apoyaba en Dios sino en otro
tipo de ayuda sobrenatural. Esto puede haber contribuido en forma importante a la caída final de
este hombre complicado. Vale la pena examinar su historia.
Nacido pobre en una granja de Massachusetts, Livermore decidió muy pronto que quería ser rico.
En 1893 fue a Boston y consiguió un trabajo en una firma de agentes de bolsa. Todavía no se
habían inventado los aparatos electrónicos; en cambio, las cotizaciones de las acciones se
escribían con tiza, o gis, sobre enormes pizarrones; esto lo hacían jóvenes y ágiles empleados que
se deslizaban hacia arriba y hacia abajo por las escaleras. Este fue el primer trabajo de Livermore.
A medida que pasó el tiempo haciéndolo, desarrolló lo que a sus amigos les parecía una extraña
capacidad para adivinar en qué sentido se iban a mover los precios.
Indudablemente, la capacidad era una combinación de buenas corazonadas y suerte, pero algunos
comenzaron a murmurar acerca de clarividencia y otros poderes ocultos. Livermore nunca aceptó
totalmente esto como explicación de sus éxitos especulativos, pero tampoco lo rechazó nunca
totalmente. Pasó toda su vida preguntándose si sería cierto. Frank Henry era uno de los que creían
que Livermore hubiera estado mucho mejor si nunca se hubiera metido en esas reflexiones
místicas.
Después de haber estado trabajando durante unos meses, Livermore comenzó a poner dinero en
sus predicciones de precios. El medio especulativo que eligió fue una especie de salón de
apuestas, común en Boston y en otras ciudades, que era una oficina de especulaciones.
Las oficinas de especulaciones promovían las formas más extrañas y exageradas de juego en el
mercado de valores. En esas oficinas no se compraban acciones. En cambio, se colocaban
diferentes tipos de apuestas sobre el movimiento de los precios. Era como las carreras de caballos.
Las probabilidades estaban manipuladas en favor de la casa. Para ganar, un especulador
necesitaba no sólo mucha suerte y buenas corazonadas, sino también un firme dominio de otras
habilidades que hemos estado estudiando: cuándo cortar las pérdidas, cómo establecer una
posición final, etcétera.
Jesse Livermore descubrió que tenía estas habilidades en abundancia. Era un especulador nato.
Comenzando con apuestas diminutas – monedas que ahorraba de su miserable salario –
rápidamente acumuló algo así como US$ 2,500, una suma enorme para un joven en aquellos días.
Agudizó sus habilidades a tal punto que una oficina tras otra le dijo que llevara su dinero a otra
parte.
Lo llevó a Wall Street: el gran momento. Allí rápidamente se hizo una reputación como uno de los
especuladores más inteligentes que jamás hubieran llegado a esa calle. Era famoso antes de haber
llegado a los treinta años.
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Con su cabello rubio, suelto, y sus helados ojos azules, Jesse Livermore atraía a las mujeres y a los
reporteros dondequiera que fuese. Se casó tres veces y mantenía amantes en departamentos y
hoteles en los Estados Unidos y en Europa. Viajaba con un rebaño de lacayos y aduladores.
Difícilmente podía caminar una cuadra en Nueva York sin que alguien lo detuviera en busca de
consejos para invertir. Salía bien en las fotos y en las entrevistas; se veía y hablaba como un
hombre de confianza inconmovible. Pero dentro de sí, constantemente lo roía esa pregunta sobre
la clarividencia.
Tuvo algunos asombrosos golpes de suerte, que dieron apoyo a la idea de que podía ver el futuro.
Un día, en 1906, entró a una oficina de agentes de bolsa y dijo que quería vender en descubierto
Union Pacific. El agente estaba perplejo. ¿Vender en descubierto Union Pacific? Era una suprema
tontería. Se presentaba un mercado alcista. Union Pacific era una de las acciones más atractivas.
Lejos de venderla en descubierto, la gran mayoría de los especuladores estaban comprándola
ansiosamente con margen.
Pero Livermore insistió en vender en descubierto. La única explicación que ofreció fue que había
tenido una corazonada de que el precio estaba demasiado alto y que se acercaba una "corrección'.
Al día siguiente regresó a la oficina del agente y vendió otro gran paquete de acciones de la
gigante compañía ferroviaria, en descubierto.
Al día siguiente, el 18 de abril de 1906, San Francisco fue devastada por un terremoto. Millones de
dólares en materiales de la Union Pacific, más una cantidad de millones de ganancias potenciales,
se desvanecieron bajo los escombros. El precio de las acciones de la compañía cayó como una
piedra. Jesse Livermore salió de la experiencia con unos US $300,000 o sea más, rico.
Acontecimientos aparentemente extraños como ése deben sucederle a cualquiera que especule
durante el tiempo suficiente. Cada uno que corre riesgos tiene historias semejantes que contar.
Casi seguramente le ocurrirán a usted. No "prueban" nada, excepto que los acontecimientos
fortuitos golpean ciegamente, hiriendo a algunos, enriqueciendo a otros, sin importarles quién es
quién. Indudablemente, Jesse Livermore no fue el único especulador que vendió Union Pacific en
descubierto antes del terremoto de San Francisco, o que se benefició de un modo u otro con la
gran catástrofe. No es probable que muchos de los otros pensaran que poseían un poder mágico
para ver el futuro. Deben haberse dado cuenta de que sólo eran afortunados. Livermore también,
sólo era afortunado. Pero le habían puesto la etiqueta de "clarividente" y el episodio de la Union
Pacific hizo que se le adhiriera más fuerte.
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Hubo momentos en su vida en los que él trató honestamente de arrancársela. Generalmente esto
sucedía cuando su suerte o "clarividencia" lo abandonaba, lo que siempre hace la suerte en su
momento. Cuando estaba quebrado, o se acercaba a esa situación, parecía darse cuenta que había
dependido demasiado de la supuesta capacidad de ver el futuro, y luego trataba de convencerse a
sí mismo y a otros que realmente tenía una base especulativa más sólida que la clarividencia.
Esto sucedió por última vez en 1940. Había ido a la quiebra en 1934, había amasado una nueva
fortuna, pero una vez más estaba en proceso de perderla. En un intento evidente por demostrar
que estaba especulando por medio de un sistema racional, más que por medio de la magia,
escribió un librito peculiar, publicado en 1940, titulado Cómo negociar con acciones - la Fórmula
Livermore para combinar el elemento tiempo con el precio.
Era el tipo de libro que hubiera aplaudido el profesor lrving Fisher, el tipo que se fue al pozo en
1929 porque pensaba que veía patrones en el mercado de valores. El libro era un himno a los
patrones. Contenía cuadros e instrucciones sobre" Puntos pivote "y" Reacciones secundarias" y
cosas como ésas.
Era un perfecto desatino. Cualquiera que intentara conquistar la bolsa siguiendo estas
instrucciones terminaría muy confundido y quizá en bancarrota, a menos, por supuesto, que él o
ella tuviera suerte. El libro no demostraba nada, excepto el intenso deseo de Livermore, a esa
altura de su vida, de alejarse cuanto pudiera de la cuestión de la clarividencia.
Quizá trató, al final, de inventar un sistema especulativo que mezclara los diagramas con la
clarividencia. Eso podría haber funcionado todavía peor que cuando él se apoyaba separadamente
en cada uno. Una tarde, en diciembre de 1940, Jesse Liverrnore entró al Hotel Sherry – Netherland
de Nueva York, bebió dos old – fashioneds, fue al baño y se pegó un tiro.
Por supuesto, nunca es posible saber exactamente por qué alguien ha elegido terminar con su
vida. Aun cuando la persona deje una nota, cosa que no hizo Livermore, siempre nos quedamos
preguntándonos cuáles son las verdaderas razones y cuáles son sólo explicaciones fáciles. Jesse
Lauriston Livermore era un hombre complicado con una vida complicada, y es concebible que su
suicidio fuera precipitado por problemas de los que no sabemos nada. "Había veinte Livermores,
yo solamente conocí a uno de ellos", dijo Frank Henry tristemente.
Aun así, parece probable que las dificultades especulativas estuvieran incluidas en la bolsa de
problemas que hundió al hombre. La especulación había sido la obsesión más grande de su vida.
En el momento en que estaba bebiendo sus dos últimos oid – fashioneds en el Sherry –
Netherland, sus asuntos financieros andaban mal por cuarta vez en su vida. Por cuarta vez
enfrentaba una dolorosa verdad: su enfoque de la especulación era decididamente falible. La
videncia era ni la mitad de clara de lo que él habría esperado. Si se apoyaba en ese supuesto don
de la profecía, éste lo había abandonado.
Nada de esto significa que usted esté en peligro de llegar al trágico fin de Jesse Livermore. La
historia de Livermore es sólo una ilustración insólita de la forma en que las creencias ocultas
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pueden estorbar el equilibrado razonamiento especulativo. Apoyarse en esas creencias puede no
ser peligroso para su salud, pero sí para su dinero.
Parece que este axioma menor criticara a la astrología, pero sólo se debe a que, en Estados Unidos
y en el resto del mundo occidental, la astrología es la más popular de las creencias ocultas. Una
reciente encuesta Gallup demostró que 32 millones de norteamericanos adultos creen en la
astrología, mientras que por lo menos otro tanto lee ocasionalmente los horóscopos de periódicos
y revistas. Otras disciplinas ocultas, como la brujería y el tarot, tienen menos adherentes, pero el
Axioma Menor XII se dirige a ellos tanto como a los observadores de los astros.
Si no son más ricos que cualquier otro grupo de hombres y mujeres tomado al azar, entonces
usted ha aprendido un hecho útil. No importa lo que esta doctrina oculta pueda hacer por usted
en términos de paz interior y todo eso, una cosa que no hará será engordar su cuenta bancaria.
Como descubrirá, los astrólogos y los que creen en la astrología no son más ricos, como grupo, que
los demás.
Tampoco lo son los creyentes en las cartas de tarot, en los poderes psíquicos, o en cualquier otro
sistema místico, pseudocientífico o religioso. Cuando se trata de dinero, tropiezan en la oscuridad
en la misma forma en que deben tropezar todos los demás. Algunos son ricos. Algunos son pobres.
La mayoría están en algún punto intermedio. A casi todos les gustaría ser más ricos. En otras
palabras, no son diferentes de cualquier grupo de hombres y mujeres que se reúna al azar en
cualquier parte.
Igual que la mayoría de los ministros, sacerdotes y rabinos de las principales religiones, algunos
gurús le dirán que ellos no trabajan para ayudarlo a usted a hacerse rico. Con frecuencia, esto es
una evasión, pero cuando se dice en forma genuina, es algo en favor de ellos. Sin embargo,
muchos gurús prometen ayudar en cuestiones de dinero. También la mayoría de los horóscopos
que se leen en los periódicos o en las revistas como McCall's. “Piscis: el periodo del 3 al 10 de junio
será un momento propicio para invertir... "
Si les pide a los defensores de estas doctrinas místicas que muestran evidencia de que se puede
ganar dinero de esta manera, generalmente podrán hacerlo. Esto es lo que hace a las doctrinas
peligrosamente atractivas. Como los profetas que hemos estudiado en el Cuarto Axioma, cada
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practicante del ocultismo puede presentar por lo menos una buena historia de un golpe
afortunado. Sin duda, algunas de las historias son sorprendentes. Si tiene un amigo o un vecino
que sea un creyente en lo oculto, puede obtener un montón de esta " evidencia ', y quizá
comience a pensar puede ser, sólo puede ser... Pero aférrese a su escepticismo y a su dinero. Las
historias que oirá son todas como la asombrosa aventura de Jesse Livermore con Union Pacific. No
prueban que el enfoque místico sea enriquecedor. Todo lo que prueban es que alguien que
especula durante el tiempo suficiente tarde o temprano dará en el blanco bajo circunstancias
aparentemente extrañas.
Yo mismo he tenido experiencias así. La más extraña incluyó a las cartas del tarot.
Hace muchos años me interesé en el tarot cuando una revista me pidió que escribiera un artículo
sobre la historia de los juegos de cartas. Resultó que nuestra baraja de bridge y de póker con
cincuenta y dos cartas es descendiente directa del mazo de setenta y ocho cartas del tarot. El tarot
fue diseñado específicamente para adivinar el futuro, no para juegos, pero algo en él atrajo mi
atención. Llegué a ser superficialmente hábil en la lectura del tarot. Era una buena forma de
animar una fiesta aburrida.
En caso de que usted no conozca estos instrumentos maravillosamente riesgosos, una opción de
compra es un pedazo de papel que le da el derecho de comprar una acción a un precio fijo en un
plazo futuro. Usted compra una opción cuando cree que una acción va a subir de valor. Si sube,
gana mucho más dinero al tener una opción que si poseyera la acción misma. Si el precio cae, por
el contrario, se enfrenta a perder rápidamente toda su inversión. (Una opción de venta, que no
nos interesa directamente aquí, es lo contrario: le da a usted el derecho de vender una acción a un
precio fijo en un plazo futuro.)
Un hombre vestido pobremente entró un día a la oficina que tiene Godnick en Beverly Hilis y dijo
que quería comprar opciones de Control Data. Tenía consigo un cheque por poco menos de US
$5,000, girado contra un banco local y extendido a su propio nombre. Evidentemente acababa de
cerrar una cuenta de ahorros. El gerente de Godnick de California, Marty Tressier, dedujo de varios
indicios que esta suma era prácticamente toda la riqueza neta del hombre. En vista de eso,
Tressier hizo al extraño cliente algunas preguntas, con preocupación.
¿Estaba seguro que quería arriesgar toda la cantidad?, quiso saber Tressier. El hombre dijo que sí,
que estaba seguro. ¿Toda en las mismas acciones? Sí. Pero ¿porqué Control Data, demonios? En
ese momento Control Data no atraía mucha atención en Wall Street. Se sentía que la compañía
tenía un montón de problemas serios que llevaría años corregir.
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Las acciones se negociaban alrededor de los US $30, cuando se negociaban, lo que no era
frecuente. La reacción típica del especulador ante Control Data era echarle un vistazo y decir,
"Bueno, sí, podría ser interesante algún día. Quizá volveré a mirarla el próximo año".
Pero el cliente de Marty Tressier estaba perfectamente seguro que Control Data era lo que él
quería. Tressier siguió preguntando porqué. Finalmente, el hombre murmuró algo sobre el tarot.
Había recibido un aviso de las cartas. A riesgo de espantarlo, Tressler discutió con él. Pero el
hombre era inconmovible. Insistió en poner su paquete entero en opciones de Control Data. De
mala gana, Tressier tomó sus US $5,000 y le deseó suerte.
Seis meses más tarde, a causa de factores que no se podrían haber previsto por ningún medio
racional, Control Data era una de las acciones más buscadas de la creación. Se negociaba a más de
US $100. El extraño cliente de Tressier entró y dijo que quería convertir sus acciones en efectivo.
Tressier le extendió un cheque por algo más de US $60,000. El hombre había multiplicado por
doce su dinero en medio año. Salió a la calle, y Godnick & Son nunca lo volvieron a ver.
¿Sorprendente, verdad? Pero la historia continúa. Aquí entro yo. La historia que he relatado hasta
aquí me la contó Bert Godnick, el "& Son" (e Hijo) de la firma, mientras cenábamos una noche en
un abrevadero de Wall Street. Escuché con un especial interés personal, porque ocurría que yo
tenía algunos cientos de acciones de Control Data.
Yo no había sido tan presciente como el cliente lector de tarot de Marty Tressier. Yo no había
comprado a US $30. En cambio, me había trepado a bordo alrededor de los US $60, cuando
aumentaba el entusiasmo por la compañía y yo tuve una corazonada de que podía aumentar más.
La corazonada demostró ser correcta. El precio había seguido subiendo drásticamente. El día en
que me encontré con Godnick, había saltado varios puntos, aterrizando poco antes de mi posición
final pre – planeada, US $120.
Conversamos sobre el tarot y sobre Control Data. Godnick no se mostró entusiasta cuando le dije
que planeaba vender cuando el precio llegara a US $120. Como especulador maduro, entendía
muy bien lo de las posiciones finales, pero creía que ésta era una ocasión en la que yo debía
pensar en hacer una excepción. Su corazonada era que el entusiasmo continuaría creciendo
durante varios meses más. Pensaba que Control Data llegaría muchísimo más alto. Discutimos
esto. Finalmente, me sugirió en broma que si yo no estaba seguro de lo que debía hacer, debía
consultar mi baraja del tarot.
Hay varias formas de lograr una "guía" de una baraja de tarot. Una es hacer una pregunta
específica: "¿Qué debo hacer acerca de esto – y – esto?" o "¿Cuáles son las perspectivas para esto
– y – esto?" Usted entonces baraja y extiende las cartas de una manera determinada, y las estudia.
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Supuestamente, la información sobre su pregunta está contenida en el orden en que aparecen las
diferentes cartas, figuras y palos, y si están con el lado correcto hacia arriba (a diferencia de las
cartas de un moderno mazo de juego, las cartas con figuras del tarot tienen una parte superior y
una inferior).
Hice toda la práctica con mi pregunta sobre las perspectivas de Control Data. Generalmente, las
respuestas del tarot son equívocas, con muchos "quizá... pero por otra parte..." Para mi sorpresa,
la respuesta que recibí en esta ocasión no tenía quizás. Ahí estaba, claramente, y decía que
Control Data tenía un futuro perfectamente glorioso. Nunca había visto un tarot tan seguro de lo
que quería decir.
Frank Henry se hubiera avergonzado de mí. Nunca antes en mi vida me había dejado influenciar en
mis asuntos financieros por un convencimiento religioso o místico.
Y solamente muy pocas veces antes o después he roto una promesa a mí mismo de salir de un
juego al alcanzar una posición final. Pero el tarot me había enganchado. El precio de la acción llegó
a US $120, y en lugar de vender simplemente me senté y observé.
En mi propia defensa diré que no me apoyé en la predicción del tarot hasta el punto de dormirme.
Mantuve un estado de preocupación saludable, listo para correr a la primera señal de problemas.
Pero durante semanas no apareció ninguna señal. La loca acción trepó verticalmente hasta US
$155.
Pero ahora yo estaba realmente preocupado. Cuando usted pasa la posición final sin salirse, siente
como si hubiera gigantescas bandas elásticas que tratan de jalarlo. Cuanto más lejos corre, tanto
más tirantes se ponen. Cuando la acción llegó a los US $155, leí nuevamente el tarot.
Esta vez la lectura fue horrorosamente mala. Las cartas decían que más adelante había cambios
violentos y fatal desventura. Inmediatamente hice lo que había querido hacer todo el tiempo:
vendí.
La acción alcanzó los US $160, luego se hundió. Para aquellos que todavía estaban con la inversión,
fue una catástrofe. Una orden de vender tras otra empujaban el precio hacia abajo, y cada oleada
desataba a otra más abajo. Cuando terminó el pánico unos nueve meses más tarde, el precio era
de US $28.
Pero ¿era cierto? Finalmente volvía la razón. En realidad, no había ninguna evidencia de que mi
buena suerte hubiera sido causada por las propiedades mágicas de las cartas. Todo lo que había
pasado era que yo había tenido un par de golpes de buena suerte.
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Sin duda, depender del mismo tipo de suerte bajo circunstancias similares en el futuro – o tener
siquiera la esperanza de tenerla – sería temerario.
El axioma menor dice que si la astrología fuera eficaz todos los astrólogos serían ricos. Y lo mismo
pasa con los devotos del tarot. Cualquiera puede tener uno o dos golpes afortunados, pero la
verdadera prueba de cualquier forma de hacer dinero con pronósticos consiste en ver si funciona
constantemente. Si hubiera tenido alguna duda de que estaba en lo cierto al rechazar la ayuda de
lo oculto después de esa aventura con Control Data, esas dudas se hubieran aplacado de una vez
para siempre poco tiempo después.
Un día comí en Nueva York con un supuesto maestro de tarot. El me había invitado a comer.
Estaba en el negocio de leer el tarot, y también vendía cartas y un libro con instrucciones. Al saber
que yo pensaba escribir más artículos sobre el tema, vio una posibilidad de recibir algo de
publicidad. Para mí estaba bien. Era un tipo interesante. Me había asegurado que el tarot era una
de las mejores maneras que había en el mundo de alcanzar los objetivos financieros.
Después de comer llegó el mesero con la cuenta. El maestro de tarot actuó como si no se hubiera
dado cuenta. Finalmente yo la tomé. Se sonrió y dijo: "Podríamos muy bien ponerla en su cuenta
de gastos, ¿no? ". En realidad yo entonces no tenía autorización de gastos por parte de nadie, pero
lo dejé pasar.
En la acera, las cosas se pusieron todavía más divertidas. Explicándome que tenía un "problema
temporal de flujo de efectivo", el maestro de tarot me pidió cinco dólares para pagar el taxi.
Nunca volví a verlo a él ni a mis cinco dólares. Pero no me apené por el dinero. Lo consideré un
gasto de educación.
La mayoría de nosotros lleva unas pocas piezas de equipaje supersticioso consigo. Aun cuando no
seamos devotos de gala de una creencia oculta como la astrología, conservamos amuletos de la
buena suerte o tenemos aversión al número 13. Como hemos visto, cualquier creencia religiosa,
mística o supersticiosa puede ser un serio peligro para cualquiera que quiera ser rico.
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Pero si usted abriga esa creencia o semicreencia, no tiene que embarcarse en un trabajoso
programa de burlas para sacarla de su vida. De todos modos ese programa probablemente
fracasaría. Si no le gusta pasar debajo de escaleras, no le gusta. En lugar de exorcisarlo, todo lo
que tiene que hacer es aprender cómo y cuándo puede desempeñar razonablemente un papel en
su vida financiera.
El papel será definitivamente menor, hasta trivial. Pero si a usted le gusta esta cosa mística o casi
mística, por lo menos podrá conservarla como mascota.
En lo que sigue usaré la palabra "superstición" de vez en cuando. Al usarla, no trato de ser
sarcástico ni desaprobatorio. Lo que es superstición para mí puede ser religión para usted, y
viceversa. Tal como se emplea aquí, “superstición" significa una creencia sobrenatural que no es
compartida por todos.
Hay una manera de dejar entrar una superstición a su vida financiera, y hay un momento para
hacerlo. Uno de cada uno: sólo uno.
Todas las demás maneras y todos los demás momentos pueden llevarlo al desastre.
El momento para hacerlo es cuando se encuentra en una situación que no se presta en absoluto al
análisis racional.
Un ejemplo: elegir un número para jugar a la lotería o a un juego de números. Un número es tan
bueno como otro. No hay asideros para el análisis. Ninguna cantidad de meditación va a darle ni
siquiera una ventaja microscópica sobre los otros jugadores. El resultado estará determinado
enteramente por la casualidad. Hemos señalado que la casualidad juega un enorme papel en otras
empresas monetarias, como el mercado de valores, pero por lo menos allí usted tiene una
oportunidad de pensar un poco y tener alguna corazonada en la lucha para lograr ventajas
especulativas. En el caso de un juego en el que hay que escoger un número no existe tal
oportunidad.
¿Entonces qué hace? Hay sólo una cosa que puede hacer. Relájese. Diviértase un poco. Con una
sonrisa en la cara – porque es importante no tomarse nunca en serio este tipo de enfoque –
apóyese en su superstición favorita.
Charles Keliner, de Hilisdale, Nueva Jersey, es un hombre que toca muy bien esta tonada. Tiene su
dinero en bienes raíces, un restaurante y otras empresas, y cuando se trata de todo esto, ninguna
creencia sobrenatural se entromete jamás en sus cálculos. Pero cuando participa en el juego de
números del estado de Nueva Jersey, se apoya en algo que él admite alegremente que es extraño:
indicaciones que recibe en sueños.
En un juego de Nueva Jersey usted trata de adivinar un número de tres dígitos. Su boleto para
jugar cuesta 50 centavos de dólar, y si gana, recibe US $500.
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Durante un tiempo Charlie Kellner había estado jugando sin éxito cuando, una noche, tuvo un
sueño acerca de una casa embrujada. El número de la casa, 283, tenía cierta importancia en la
trama del sueño, y Charlie descubrió que este número estaba alojado en su mente cuando
despertó. No sabe por qué. No era un número que tuviera significado alguno para él. Por
diversión, sin embargo, apostó al 283 en la lotería ese día, y he aquí que ganó US $500.
Pocas semanas después tuvo otro sueño, esta vez acerca de su madre. Con el mismo espíritu de
diversión, al día siguiente apostó al número de una casa en la que ella había vivido una vez. Ese
número también ganó.
"El es Charlie el Soñador de Tres Dígitos", dice su esposa, Dolores. "Voy a llenarlo de pastillas para
dormir. Gana más dinero por hora de sueño que lo que jamás ha ganado despierto".
Charlie Kellner se divierte con sus augurios nocturnos. Desempeñan la parte más intrascendente
en sus asuntos financieros. Les permite entrometerse sólo a veces, cuando está jugando con su
dinero y solamente en situaciones que son imposibles de imaginar racionalmente.
Como no tiene una inclinación mental supersticiosa, no cree que realmente posea una capacidad
mágica para generar sueños proféticos. Pero aunque la tuviera – o aun – que abrigara un pequeño
pensamiento que le susurrara que así podría ser no significaría ninguna diferencia para su
bienestar financiero. Al usar la superstición en la manera correcta y en el momento correcto, la
saca de su sistema.
Estrategia Especulativa
Ahora revisemos el Octavo Axioma. ¿Qué tiene que decir acerca del dinero y la religión y lo oculto?
Esencialmente dice que el dinero y lo sobrenatural son una mezcla explosiva que puede estallarle
en la cara. Conserve los dos mundos separados. No hay evidencia de que Dios tenga el menor
interés en su cuenta bancaria; tampoco hay evidencia de que cualquier creencia o práctica oculta
haya sido capaz de producir buenos resultados financieros en forma constante para sus devotos.
Lo más que cualquiera haya sido capaz de demostrar jamás es un disparo en el blanco, ocasional y
aislado, que recibe mucha atención pero que no prueba nada, excepto que se producen rachas
afortunadas.
Esperar ayuda de Dios o de los poderes ocultos o psíquicos no sólo es inútil sino también
peligroso. Lo puede adormecer hasta llegar a un estado de despreocupación, que, como hemos
visto, no es un buen estado para que un especulador se encuentre en él. Al manejar su dinero, dé
por sentado que está completamente solo. No se apoye en nada más que en su buen juicio.
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El optimismo significa esperar lo mejor, pero la confianza significa saber cómo manejará lo peor.
El optimismo siempre ha tenido buena publicidad. Se siente que es una característica agradable de
tener. Las personas optimistas son almas alegres, buena compañía para tiempos melancólicos.
Durante la Gran Depresión de los años 30 había una red nacional de Clubes de Optimistas, cuya
atractiva doctrina era que las cosas mejorarían con sólo que la gente creyera que estaban
mejorando. La Depresión desapareció después de un tiempo, y algunos optimistas dijeron:
"¿Vieron? ¡Funcionó! " Quizá el optimismo desempeñó un papel con la colaboración de la segunda
guerra mundial. Pero es mejor que sea muy cauteloso con el papel que juega el optimismo en su
vida financiera personal.
Los jugadores profesionales lo saben. Es una de sus herramientas más eficaces para vaciar los
bolsillos de los aficionados.
En el póker, si un profesional llega a la situación en la que las probabilidades dicen que no debe
apostar, no apuesta. Se retira. Esto significa que debe abandonar lo que ha contribuido al pozo,
pero lo salva de una pérdida mayor.
En la misma situación, el optimismo aturde al aficionado. "Quizá tenga suerte", piensa. "Quizá
saque mi carta... Quizá el tipo que está al otro lado de la mesa está haciendo bluff con su
escalera..."
Por supuesto, de vez en cuando el aficionado tiene suerte. Lo que las probabilidades decían que
no pasaría, pasa. El aficionado derrota a las probabilidades con la suficiente frecuencia como para
mantener ese loco optimismo. Y él sigue invirtiendo su dinero en manos perdedoras. Usted puede
derrotar a las probabilidades de vez en cuando pero no constantemente. Generalmente, cuando
las probabilidades dicen que tiene una mano perdedora, es perdedora. El profesional, que sabe
esto, y que sabe cuán fácilmente puede persuadirse al tonto optimista para que apueste cuando
no debe, se hace rico.
El profesional no tiene optimismo. Lo que tiene es confianza. La confianza surge del uso
constructivo del pesimismo.
Un optimista, al descender al valle de las sombras, adopta una sonrisa valiente y dice, "Las cosas
nunca son tan malas como parecen". O en lugar de decirlo, lo canta. Se han escrito casi tantas
canciones sobre ese tema como sobre el amor no correspondido. Ciertamente es un lindo tema,
pero no permita jamás que se mezcle con su filosofía financiera. En póker, y en un montón de
otros mundos especulativos, las cosas casi siempre están tan mal como parecen. Muchas veces,
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están peor. Por lo menos están peor tantas veces como están mejor. Puede apostar a mejor si
quiere, pero en ausencia de evidencia tangible en contrario, usted es super optimista. Casi
siempre, el rumbo más seguro es suponer que si una situación se ve mala, es mala.
El profesional de póker sabe lo que va a hacer si las cartas salen en su contra. Por supuesto, espera
que no, pero no deja que su destino dependa de esa esperanza. Entra al juego entrenado y
preparado para actuar sensatamente en caso de que su suerte en la mano sea mala. Esto es lo que
significa el pesimismo constructivo.
En contraste, veamos la triste saga de un joven matrimonio que pensó que el optimismo era
suficiente. Los llamaremos Sam y Judy, que no son sus nombres verdaderos. Una agente de bienes
raíces del área suburbana de San Francisco me contó su historia.
Sam y Judy eran bastante típicos de la generación llamada a veces de yuppies, jóvenes
profesionales urbanos. Sam trabajaba en publicidad, Judy era pediatra residente en un hospital.
Ambos albergaban grandes sueños. Sam quería fundar su propia agencia de publicidad algún día,
mientras que Judy planeaba dedicarse a la práctica privada.
Como poseían una saludable vena de codicia, hablaron francamente de enriquecerse. Para
apresurar ese día, comenzaron pronto en su vida matrimonial a arriesgar su dinero ahorrado.
Al principio no les había ido demasiado mal, considerando su falta de habilidad como
especuladores. La suerte había estado de su parte. Durante un periodo de varios años lograron
duplicar su canasta de huevos, que, cuando se casaron, consistía en cuentas de ahorro que
totalizaban alrededor de US $12,000. La habían aumentado a los US $25,000 o algo así. Después se
acabó su suerte.
Se enteraron de un gran desarrollo de tierras en un estado del suroeste. Se ofrecían lotes de varios
tamaños, desde media hectárea hacia arriba, para construir casas o para invertir. Sin embargo, la
corporación que hacía el desarrollo se había extendido excesivamente.
Se habían construido caminos y se habían tendido líneas de servicios en un área del vasto terreno,
como se prometía, pero luego la compañía se había quedado sin dinero. Gran parte del terreno no
era sino una extensión semidesértica.
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Sam y Judy estudiaron esta interesante situación con bastante entusiasmo. Usando la mayor parte
de los huevos de su canasta, podían comprar una gran superficie en esa área distante. Llegado el
momento, al revender los lotes, podían duplicar o triplicar su dinero en un corto plazo ... si.
Si se llegaban a construir los caminos prometidos. Y si las líneas de servicios llegaban alguna vez al
área distante.
Por supuesto, los folletos de venta y los vendedores de la compañía hacían promesas, o para
decirlo con más exactitud, murmuraban frases alentadoras que sonaban corno promesas pero que
legalmente no obligaban a la compañía a hacer nada: "Se espera... los directores creen..." Sam y
Judy no eran suficientemente ingenuos como para que esto los atrapara. Estaban conscientes de
los riesgos. La corporación podía quebrar. O simplemente los accionistas podían votar por su
disolución, tomar el dinero que quedaba y desparramarse como semillas en el viento. En ese caso,
la tierra de Sam y Judy valdría aún menos que el precio de ganga que estaban pagando por ella.
Hasta podría resultar simplemente invendible. Su dinero podía quedar atrapado allí por el resto de
sus vidas.
No tiene nada de malo correr un riesgo, por supuesto. Apostar el dinero en una empresa cuyo
resultado no se puede prever, esta es la base de toda especulación. Como hemos aprendido al
estudiar otros Axiomas, casi todas las empresas tienen resultados imprevisibles. No hay patrones
confiables en los asuntos humanos. No se puede confiar en ningún pronóstico. Ya sea que esté
comprando acciones de IBM o tierra sin desarrollar, aun así está jugando. Al arriesgar su dinero
con la esperanza de obtener una ganancia, Sam y Judy no estaban haciendo nada que no hagan
diariamente esas personas supuestamente prudentes de Wall Street, a quienes les gusta llamarse
a sí mismas "inversionistas".
Comprar acciones de IBM es un juego, pero hay una forma de salvarse si las cosas salen mal. Usted
vende. Señalamos en el Tercer Axioma que vender no es lo más fácil del mundo, pero por lo
menos usted tiene abierta la posibilidad de hacerlo. Siempre habrá alguien a quién venderle,
porque siempre hay alguien que sirve de mercado para las acciones de IBM. Al entrar a esta
aventura, usted puede marcar la salida: "Saldré si el precio cae a esto – y – esto ".
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Sam y Judy podrían haberse hecho una salida para sí mismos si hubieran sido menos optimistas. La
tierra que estaban mirando estaba a más de un kilómetro y medio del segmento desarrollado,
donde terminaban los caminos pavimentados. Esta distancia era parte de la razón por la que el
precio era extremadamente bajo. También se vendían otros lotes sin desarrollar, más cercanos al
sector desarrollado y con un precio correspondientemente más alto. Sam y Judy podrían haber
comprado algo de esta tierra de mayor precio. Luego, si la corporación no cumplía sus promesas,
podrían haber hecho que su tierra fuera útil y vendible al construir su propio camino de acceso,
relativamente corto.
Si hubieran tenido que hacerlo, hubieran salido de la empresa con una pérdida. Pero por lo menos
hubieran podido salir.
Esto pasó hace muchos años. La corporación ya no existe. Tampoco los caminos y líneas de
servicios prometidos. La oficina del procurador general del estado ha tratado de seguir el rastro de
los principales miembros de la compañía y obligarlos a rendir cuentas, pero hasta ahora con poco
éxito. Mientras tanto Sam y Judy están atascados con un lote de tierra al que sólo se puede llegar
a pie o a caballo y que es posible que así quede.
Nunca lo venderán. Ellos y otros propietarios de lotes distantes han hablado sobre compartir el
costo de los caminos de acceso y de los servicios, pero nunca se hace nada. Los costos proyectados
son altos, y mientras algunos propietarios parecen dispuestos a pagar su parte, otros no. Sam y
Judy, traicionados por el optimismo, están en lo que podría ser una trampa para toda la vida.
Una razón por la que el optimismo es tan traicionero es que se siente como algo bueno. Se siente
mucho mejor que el pesimismo. Tiene una atracción hipnótica. Es corno las sirenas de la antigua
leyenda griega, cuyo dulce canto atraía a los marinos a morir contra las rocas.
Cualquier empresa, cuando usted la inicia, tiene un número ilimitado de futuros posibles, algunos
buenos y algunos malos. Los buenos y los malos son igualmente probables. Es tan probable que
usted vaya hacia arriba como hacia abajo. Pero ¿qué clase de resultado usted siente que es el más
probable? El bueno, por supuesto.
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No sólo conduce al tipo de fracaso de Sam y de Judy, sino que es una de las causas principales de
un razonamiento imperfecto y generalizado. Cada día de actividad en Wall Street es un ejemplo.
No importa lo que esté haciendo la bolsa de valores cualquier día determinado, siempre hay
optimistas por ahí diciendo que el próximo gran mercado alcista comenzará la próxima semana.
También hay pesimistas diciendo que no. ¿A quiénes se escucha? Con mayor frecuencia a los
optimistas, porque su canto es el más dulce.
Puede comprobarlo por sí mismo. Los grandes periódicos financieros, como el Wall Street Journal
y el New York Times, publican columnas con noticias, rumores y opiniones relacionados con la
bolsa de valores todos los días. Los periodistas que escriben estas columnas toman el teléfono
cada tarde, cuando los mercados han cerrado.
Hacen llamadas a corredores, analistas y otros que se puede esperar que hagan comentarios con
conocimiento sobre las negociaciones del día. Cada periodista tiene una lista de personas favoritas
a las que se puede abordar con este propósito. ¿Sobre qué bases decide el periodista a quién
llamar? ¿Qué es lo que califica a alguien para que ocupe un lugar en el tope de una de estas listas?
Principalmente tres cosas: que sea accesible, que sea claro y que sea optimista.
De acuerdo con mi propia cuenta informal, hecha a lo largo de los años, por lo menos tres cuartas
partes de las lecturas sobre el mercado que se incluyen en estas columnas son optimistas. Esta es
una muestra decididamente desequilibrada, pues, desde el punto de vista de cualquier día
determinado, el futuro del mercado es tan probable que sea malo como bueno. Debería haber un
número casi igual de alzas y bajas. Pero si nos dejamos llevar por las columnas de los periódicos,
las alzas son decididamente mayoría. ¿Porqué? Hay dos explicaciones:
Primero, las alzas, en realidad, superan a las bajas, y por un gran margen. Por supuesto, la razón es
que el optimismo se siente mejor que el pesimismo. De modo que aunque un periodista
concienzudo diera vueltas buscando un número igual de bajas que de alzas, con el objeto de
escribir un informe cuidadosamente equilibrado, lo frustraría el hecho de que es
considerablemente más fácil encontrar las alzas.
Segundo, los periodistas financieros generalmente no buscan una igual representación de alzas y
bajas, en ningún caso. ¿Por qué no? Porque prefieren entrevistara los alcistas. El canto es más
dulce. De modo que aunque hubiera igual número de las dos especies dando vueltas por Wall
Street, aun así los alcistas estarían representados excesivamente en los informes.
Los más alcistas de los alcistas son citados una y otra vez por todos. Hay un hombre cuyo nombre
aparece en los informes sobre negocios de los periódicos, radio o TV, por lo menos una vez cada
quincena. Es un funcionario de una de las casas de agentes de bolsa más grande y más antigua de
Wall Street. Es una persona tan amistosa, y el canto que canta es tan hermoso, que no quiero
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incomodarlo ni opacar su imagen nombrándolo aquí. Uno siente que sería un pecado arriesgarse a
arruinar esa música.
Al día siguiente, el Dow perdió casi la mitad de su avance de veinte puntos. Al día siguiente a ése,
perdió el resto.
La prometida "segunda etapa" parecía demorarse un poco. Pero esto no pareció perturbar al
optimista ni disminuyó el número de llamadas telefónicas que le hacían los periodistas. Una
semana o algo así después, estaba cantando su alegre canción al oído y máquina de escribir de un
reportero del Wall Street Journal.
Así es como funciona la exasperante psiquis humana. Nos atraen el optimismo y los optimistas.
Ellos abiertamente no saben más acerca del futuro que los pesimistas; tampoco podemos jamás
suponer, al elegir entre los dos, que sea objetivamente más valioso escuchar a los optimistas. Sin
embargo, como va a aprender si es que no lo ha aprendido ya, son los optimistas a quienes
preferiría prestar atención.
Hay optimistas a su alrededor, e indudablemente hay uno, muy insistente, dentro de su cabeza.
Cuidado con todos ellos. Pueden confundir su buen juicio hasta un grado alarmante.
En la vieja leyenda, Odiseo hizo que su nave pasara junto a las sirenas con toda seguridad, tapando
los oídos de sus tripulantes con cera y haciendo que lo ataran a él al mástil.
Una defensa así no es eficaz contra la canción del optimista. Nunca podrá bloquear enteramente la
canción, porque usted, después de todo, es humano. Lo que puede hacer es estar alerta ante la
desviación optimista de su brújula interna y ante sus peligros.
Cuando se sienta optimista, trate de juzgar si ese sentimiento agradable está realmente justificado
por los hechos. Por lo menos la mitad de las veces no será así.
Estrategia Especulativa
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El Noveno Axioma advierte que el optimismo puede ser un enemigo del especulador. Se siente
agradable y es peligroso por esa misma razón. Produce un oscurecimiento general del juicio.
Puede conducirlo a empresas que no tienen salida. Y aun cuando haya una salida, el optimismo
puede persuadirlo de que no la use.
El Axioma dice que nunca debe hacer una maniobra si simplemente se siente optimista. Antes de
comprometer su dinero en una empresa, pregunte cómo se va a salvar si las cosas salen mal. Una
vez que haya concebido eso claramente, usted tendrá algo mejor que el optimismo.
Tendrá confianza.
SOBRE EL CONSENSO
René Descartes fue el campeón mundial de los escépticos. Tercamente se rehusaba a creer en algo
hasta que lo hubiera verificado por sí mismo. Este fue uno de los rasgos que lo hicieron un jugador
– especulador de éxito. Murió hace más de 300 años, pero puede ser muy beneficioso para
cualquier especulador moderno – y al mismo tiempo pasará muchas noches agradables – leer las
obras de este hombre atractivamente feo con negros ojos observadores, de la nariz como una luna
creciente y el intelecto gigante.
Descartes comenzó su filosofía dudando literalmente de todo, incluyendo la existencia de Dios, del
hombre y de sí mismo. Esto enfureció a las autoridades religiosas de su natal Francia, de manera
que huyó a Holanda. Siguió rechazando lo que otros le decían que era verdad, y buscó formas de
descubrir la verdad por medio de sus propios sentidos y experiencias. Finalmente dio con algo que
él consideró como una verdad básica e indiscutible: Cogito, ergo sum. "Pienso, luego existo".
Habiéndose así satisfecho a sí mismo de que no era sólo un fantasma de su propio sueño, pasó a
verificar o a rechazar otras verdades consagradas. En el proceso, hizo contribuciones importantes
a las matemáticas y construyó una filosofía que, por la pura lucidez de pensamiento, no ha sido
superada en tres siglos (por lo que a mí respecta, ni siquiera ha habido competidores cercanos). Y
también en el proceso, parte como afición y parte porque le gustaban los vinos costosos y otros
lujos, Descartes hizo un estudio científico del juego.
En la primera mitad del siglo diecisiete había sólo unas pocas y escasamente organizadas lonjas de
acciones y de productos. A Descartes le fascinaba el mercado de Amsterdam, grande y animado,
pero no se sabe si arriesgó algo allí, y cuán grandes serían esos riesgos. Lo que se sabe es que a
menudo viajaba a París, a veces bajo una falsa identidad para evitar el arresto por herejía, y
jugaba.
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Existían varios juegos de cartas, de tablero y de ruleta, listos para quitarle el dinero a los tontos.
Descartes disfrutaba los juegos cuyos resultados, como los del bridge o póker moderno, no sólo
dependían de la suerte sino también de cómputos matemáticos y de la psicología. Estudió los
juegos con su acostumbrado cuidado y escepticismo, rechazando todos los clichés del juego y la
sabiduría popular de su tiempo, insistiendo en establecer por sí mismo lo que era verdad o falacia.
Parece que siempre regresó de París más rico de lo que había llegado, a veces mucho, más rico.
Aunque su único medio visible de sostén a lo largo de la mayor parte de su vida adulta era una
pequeña herencia que recibió de su padre, murió cómodamente rico.
Dijo una y otra vez, en todo tipo de contexto, que el truco consiste en ignorar lo que todos le dicen
a uno, hasta que uno mismo lo haya pensado.
Puso en duda las verdades expuestas por los sedicentes expertos, y se rehusó inclusive a aceptar
las opiniones de la mayoría. "Apenas algo ha sido pronunciado por una (persona instruida) que lo
contrario no haya sido afirmado por otra", escribió. "Y de nada serviría contar los votos... porque
cuando se trata de una cuestión difícil, es más probable que la verdad haya sido descubierta por
unos pocos que por muchos. "
Fue con esta visión del mundo, quizá arrogante y ciertamente solitaria, que René Descartes se
acercó a las mesas de juego de París y se alejó rico de ellas. Si usted va a tener éxito como
especulador, le convendría escuchar las palabras de este hombre duro, perspicaz.
En nuestra era democrática, en nuestro lado democrático del mundo, con frecuencia tendemos a
aceptar sin crítica las opiniones de la mayoría. Si un montón de gente dice que algo es así, bueno,
está bien, es así. Así es como funciona nuestro razonamiento. Si usted no está seguro de algo,
haga una encuesta. Nos meten en la cabeza desde la escuela primaria que las mayorías tienen
razón. Es casi una religión en Estados Unidos y en otras naciones occidentales, particularmente en
aquéllas como Francia y Gran Bretaña, con una larga historia de decisión de los asuntos públicos
por medio del voto popular. Si el 75 por ciento de la gente cree algo, parece casi sacrílego
preguntar, aunque sea en un susurro, "Eh, un minuto, ¿no podrían estar equivocados?"
En Estados Unidos decidimos quién nos va a gobernar por medio del voto. Es la única forma
correcta de hacerlo. Por lo menos es la única forma que cualquiera de nosotros todavía
defendería. Desde los años de la escuela nos entrenan para aceptar la voluntad de la mayoría. A
menudo nos quejamos de esta voluntad – siempre nos pueden escuchar, agitados y echando
pestes, cuando pierde nuestro candidato – pero en el fondo, detrás de todo el sonido y la furia,
usted siempre podrá oír el leit motiv democrático: " El pueblo ha hablado. No puedes engañarlo. Si
esto es lo que quiere, debe ser lo correcto.”
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Esta humilde aceptación de la opinión de la mayoría se derrama sobre nuestra vida financiera. No
sólo escuchamos a los economistas, banqueros, agentes de bolsa, asesores y otros expertos, sino
también a las mayorías. Esto nos puede costar dinero, porque como decía Descartes, es más
probable que la verdad haya sido descubierta por unos pocos que por muchos.
Los muchos pueden tener razón, pero hay más probabilidades de que no sea así. Abandone el
hábito de suponer que cualquier afirmación que se escucha con frecuencia es la verdad. "Los altos
déficit presupuestarios serán la ruina de Estados Unidos", dice casi todo el mundo. ¿Es cierto?
Quizá, quizá no. Analícelo por usted mismo. Llegue a su propia conclusión. " Las tasas de interés y
de inflación aumentarán al avanzar la década". Oh ¿sí? No lo trague. Examínelo. No permita que la
mayoría lo empuje.
En nuestros estudios sobre otros Axiomas hemos observado muchas cosas que afirma la mayoría.
Es mejor pájaro en mano que ver cien volar. Arme una cartera diversificada.
Apueste solamente lo que pueda permitirse perder. Etcétera. Todas estas muestras de
supuestamente sabios consejos están incrustadas en la conciencia popular.
Sólo necesita sacar el tema de la inversión en cualquier cocktail a en un círculo de café para
escuchar que se repiten los antiguos tranquilizantes. Y cuando se pronuncia cada viejo y mohoso
sermón, todos los que escuchan asentirán con la cabeza, sabiamente: "Sí. ¡Muy cierto! ¡Excelente
consejo!"
La mayoría de las personas cree que los antiguos clichés son verdades indiscutibles. A la luz de
esto, puede ser instructivo hacer notar que la mayoría de las personas no es rica.
Nunca siga modas especulativas. Con frecuencia, el mejor momento para comprar algo es cuando
nadie más lo quiere.
Tomemos como ejemplo la bolsa de valores. ¿Cuándo es el mejor momento para comprar una
acción? Cuando el precio es bajo, por supuesto. ¿Y cuándo es el mejor momento para venderla?
Bueno, cuando el precio es alto, naturalmente. Los niños aprenden esto en economía de séptimo
año, y aunque nadie se los enseñara, lo imaginarían por sí mismos.
Lo que generalmente no aprenden hasta su edad adulta es que esta fórmula aparentemente fácil
es sorprendentemente difícil de poner en práctica. Es difícil, en gran medida, porque requiere que
el especulador actúe contra la presión de la opinión popular.
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Como regla general, el precio de una acción – o de cualquier otra entidad especulativa con fluidez
en el precio – cae cuando una cantidad importante de personas llega a creer que no vale la pena
comprarla. Cuanto menos apetitosa la consideran, más bajo cae el precio. De ahí la gran paradoja
que no se enseña en séptimo año: el momento para comprar es precisamente cuando la mayoría
de la gente está diciendo " ¡No compres! "
Y lo contrario es cierto cuando llega el momento de vender. El precio de una entidad especulativa
aumenta cuando una gran cantidad de compradores la reclaman. Cuando todos los demás estén
gritando " iDénme! ", usted debe estar serenamente parado del otro lado del mostrador diciendo
"Con gusto".
La opinión de la mayoría – desde las salas de los sindicatos de Detroit hasta los clubes y
abrevaderos de Wall Street – era que la industria automotriz estaba empantanada y que no iba a
salir durante mucho, mucho tiempo. La mayoría decía que cualquiera que comprara acciones de la
industria debía hacerse examinar la cabeza. Las acciones, que nadie quería, descendieron
catastróficamente. Usted podría comprar acciones comunes de GM a US $34 en 1981 y 1982 – el
precio más bajo en veinte años – y muchos sabios predijeron que bajarían aún más. Las acciones
de Ford (ajustándose a una partición de 2 – a – 3 en 1983) podían obtenerse en aquellos malos
años en US $11.
Tal como resultó, a quien haya ignorado la opinión de la mayoría en aquellos años le fue muy bien.
Las acciones de GM, que hasta mediados de 1982 se podían comprar en US $34, más o menos, se
dispararon a US $80 en 1983. Ford más que se cuadruplicó, de US $11 a US $46 y fracción.
Los problemas de la industria habían sido de menor duración de lo que la mayoría de la gente
pensó que era posible. Los especuladores que ganaron dinero con esta situación fueron aquellos
que ignoraron lo que estaban diciendo todos los demás y pensaron las cosas por sí mismos.
Pero es notablemente difícil pensar "sí" cuando todos a su alrededor están gritando " ¡no!"
Algunos especuladores consideran que este es uno de sus peores problemas. Las mayorías
siempre los están disuadiendo de realizar buenos movimientos.
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dientes de Detroit se debían en parte a un ataque de autocompasión y pánico que pronto pasaría.
Y por lo tanto le habló a su corredor de bolsa para comprar algunas acciones de Ford.
El se rió de ella.
Era un hombre inmerso hasta las orejas en la opinión de la mayoría. Era capaz de documentar
abundantemente esa opinión. Relatos de periódicos, informes de analistas, y por supuesto el
propio precio, bajo, de las acciones: todos cantaban juntos, en un poderoso coro, " ¡No compres! "
Por lo tanto ella no compró. Esto era insólito en ella. En la mayoría de las situaciones es muy capaz
de pensar independientemente hasta llegar a sus propias conclusiones. Pero en este caso la
presión de la mayoría era simplemente demasiado intensa para resistirla.
La presión de la mayoría no sólo puede vencer una buena corazonada, hasta puede hacernos
dudar de nosotros mismos cuando sabemos que tenemos razón. Acostumbraban demostrar esto
en el departamento de psicología de la Universidad de Princeton.
Se le pedía a las personas que estaban alrededor de la mesa que votaran sobre la longitud de los
lápices. La mayoría – todos menos una desconcertada persona – expresaba una opinión
claramente equivocada, que contrariaba la evidencia de los ojos. Decían que los lápices eran todos
del mismo largo.
En cerca de un tercio de las pruebas, el que no estaba confabulado padecería un colapso moral y
se plegaría a la opinión de la mayoría. Contra la evidencia que estaba abiertamente ante sus ojos,
él o ella se retorcía, se ponía nervioso, suspiraba y finalmente decía si, está bien, supongo que el
resto de ustedes tiene razón, esos lápices son todos del mismo largo.
Discutir con una mayoría es tremendamente difícil. Es difícil aun cuando la discusión verse sobre
cuestiones concretas que pueden verificarse mirando o midiendo. Es muchísimo más difícil cuando
la discusión versa sobre cuestiones de opinión que no se pueden someter a ese tipo de verificación
rápida. Casi todas las cuestiones del mundo del dinero pertenecen a esta última variedad.
Hasta donde sé, no hay ningún curso para aumentar la musculatura mental de modo de fortalecer
su capacidad para resistir la presión de la mayoría. A veces, en algunas cenas, deliberadamente me
convierto en una minoría de uno al expresar alguna opinión tonta que sé que hará que todos
comiencen a castigarme. "La guerra nuclear puede ser menos horrorosa que esas guerras antiguas
en que te daban un tajo con la espada", o algún disparate similar. Es realmente estimulante tratar
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de defenderme contra una mayoría enfurecida en un caso así. Pero si eso lo va a fortalecer para la
próxima vez que usted quiera comprar una empantanada Ford, no sé.
Así, usted siempre encontrará novatos en los rebaños de personas arrastradas por modas
especulativas. Cuando el oro es la Especulación del Mes – cuando todos hablan de él, cuando cada
columnista financiero escribe furiosamente acerca de él – es entonces cuando los especuladores
recién nacidos se lanzan de cabeza y compran. Es entonces, también, cuando es probable que el
precio del oro llegue a ser artificialmente alto, pero parece que a la gente le lleva mucho tiempo
comprenderlo. De manera similar, cuando las compañías de pequeño capital y alta tecnología son
la moda en Wall Street (y cuando el precio de sus acciones se va a los cielos), es entonces cuando
los recién nacidos hacen cola para agregar su dinero a la pila que un día se hará humo.
Al novato lo empujan sin que él sienta el empujón. El o ella no se detiene a preguntarse: "¿Estoy
tomando esta decisión porque es una decisión inteligente o porque una mayoría dice que es
inteligente?" Esa es una pregunta que Descartes se hubiera hecho. Si él hubiera invertido en oro o
en alta tecnología, sólo lo hubiera hecho por sus propias razones, sin importarle lo que el rebaño
estaba haciendo o diciendo.
En su esfuerzo por resistir la presión del rebaño, también tendrá que enfrentar las presiones para
vender de los agentes y de otros que esperan sacar provecho de sus maniobras especulativas.
Estas personas al servicio de la especulación, que buscan sus comisiones y honorarios, tienden a
empujar lo que esté de moda en el momento, lo que haga cosquillas en la fantasía del público, lo
que esté a precios altos. Si usted es un especulador activo, siempre estará bombardeado con
anuncios, pláticas de ventas, y otras lisonjas para que compre lo que está comprando la mayoría.
No es que las personas al servicio de la especulación abriguen un malicioso deseo de verlo pobre.
Al contrario, prefieren verlo rico, en parte porque eso significa potencialmente honorarios más
altos para ellos, y en parte porque son humanos igual que el resto de nosotros: prefieren recibir
sonrisas. Aun así, igual que cualquiera que vende cualquier cosa, deben prestar atención a lo que
quiere el público.
El público casi siempre quiere oro durante las recesiones, por ejemplo. Se siente que el metal
amarillo guarda el valor en tiempos en que las economías nacionales, las divisas, las bolsas de
valores y otras estructuras monetarias presentan resquebraja duras y filtraciones. Durante un
periodo oscuro como los comienzos de los 80, el precio del oro tiende a saltar porque grandes
cantidades de personas están comprándolo.
Como hemos discutido, ese es exactamente el momento en que usted debería ser más cauteloso
para hacer lo mismo. Pero también es el momento en que la presión para vender oro alcanza su
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máximo. A comienzos de los 80, los periódicos estaban llenos de avisos ofreciendo oro en barras,
monedas y medallones. Los corredores pregonaban las acciones de compañías mineras de oro, tal
como Homestake. Los fondos mutuales que se especializaban en inversiones relacionadas con el
oro, enviaban carretadas de prospectos y folletos. Los servicios de asesoría ofrecían informes
sobre el oro y profecías relacionadas con él.
Si usted quería poner su dinero en oro o en cualquier inversión ligada al metal, todo lo que tenía
que hacer era llamar gratis por teléfono a una docena de números, y un equipo de felices
operadores estarían esperando para tomar su orden.
Pero a finales de 1983, cuando las condiciones económicas se veían más color de rosa y el precio
del oro había bajado, usted tenía que buscar intensamente para encontrar a alguien que le
vendiera un medallón de oro.
Nada de esto quiere decir que usted debe hacer siempre y automáticamente lo que mayoría no
está haciendo. Solamente significa que usted debe resistir tercamente la presión de la mayoría en
lugar de dejarse llevar por ella. Estudie por sí mismo cada situación, procésela a través de su
propio y buen cerebro. Las posibilidades son de que descubrirá que la mayoría está equivocada,
pero eso no sucede siempre. Si decide que todos los demás tienen razón, entonces, por favor,
marche con la mayoría. El punto es éste: haga lo que haga, ya sea que apuesta junto con el rebaño
o en contra de él, primero piénselo en forma independiente.
El problema con el contrerismo es que comienza con una buena idea pero luego la endurece
convirtiéndola en una grandiosa ilusión de orden. Es cierto que el mejor momento para comprar
algo puede ser cuando nadie más lo quiere. Pero comprar automática e insensatamente por esa
única razón – comprar solamente porque nadie quiere esa entidad – parece casi tan tonto corno
apostar sin pensar junto con el rebaño.
El rebaño no siempre está equivocado. Si el valor de mercado del arte de Basurikis cae a 10
centavos el metro cuadrado, podría ser una buena oportunidad para comprar. Por el contrario,
quizá el rebaño tiene razón al esquivar esas gomosas extensiones de pintura al óleo. Quizá nunca
sirvan sino para envolver pescado.
Casi todos esquivaban las acciones de Chrysler en los primeros años de la década, y en mi opinión,
con toda razón. Si en aquel entonces era arriesgado poner dinero en las acciones bajas de GM o de
Ford, era un juego completamente loco comprar Chrysler. La compañía tenía un pie en la tumba.
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Un préstamo del gobierno, acremente discutido, conservó viva a la agonizante corporación, pero
el pronóstico a largo plazo era sombrío. Durante la mayor parte del periodo 1980 – 82 se podía
comprar cada acción por tres o cuatro dólares. Al hacer un juicio tan poco entusiasta sobre
Chrysler, el rebaño estaba reconociendo una realidad objetiva: las posibilidades de recuperación
de la compañía eran menos que escasas. Chrysler parecía un caso desahuciado.
Hoy, por supuesto, podemos mirar hacia atrás con la visión total de lo retrospectivo, y ver que el
juicio popular era demasiado pesimista. Contra todas las probabilidades, Chrysler luchó para
volver a la salud. La acción se negociaba a más de US $35 a fines de 1983. Al comprarla al mínimo
un año y medio antes, usted podría haber decuplicado su dinero.
Eso no cambia el hecho de que la acción, mirada desde el punto de vista de 1981, tenía pocas, muy
pocas probabilidades. La mayoría de los especuladores, al esquivarla, estaba actuando en forma
perfectamente razonable. Este fue un caso en que el tipo de apuesta del contreras,
automáticamente en contra de la mayoría, hubiera parecido sumamente temerario.
Este fue un caso, sin duda, en el que podría haber parecido sensato hacer una excepción al Axioma
Menor 1. que aconseja que uno siempre debe jugar por apuestas significativas. Una apuesta a
Chrysler hasta mediados de 1982 hubiera sido como comprar un número de lotería o entrar a una
rifa. Sabiendo que las probabilidades son de un millón a uno en contra suya, usted apuesta un par
de dólares para divertirse. Si el Congreso hubiera aprobado una ley en 1981 que exigiera que cada
contribuyente invirtiera en Chrysler, yo hubiera comprado una acción.
Bueno, quizá cien. Es lindo soñar con multiplicar por diez el dinero de uno en un año y medio.
Estrategia Especulativa
El Décimo Axioma enseña que una mayoría, aunque no siempre y automáticamente equivocada,
es más probable que esté equivocada que en lo correcto. Tenga cuidado de apostar sin pensar ya
sea con la mayoría o en su contra, pero particularmente lo primero. Analice todo por sí mismo
antes de arriesgar su dinero.
Las presiones más grandes sobre usted, y las que sentirá con más frecuencia, serán las que lo
empujan a apostar con la mayoría. Tales especulaciones, de marchar – con – la – multitud,
advierte el Axioma, pueden ser costosas, porque por naturaleza tienden a hacerlo comprar cuando
los precios son altos y a vender cuando son bajos. La línea de resistencia más fuerte contra estas
presiones es una aguda conciencia de su existencia y de su insidioso poder.
SOBRE LA TERQUEDAD
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La perseverancia es corno el optimismo: siempre ha tenido buena propaganda. Se dice que un
antiguo rey inglés señaló: "Si la primera vez no triunfas, trata, trata de nuevo", viendo cómo una
araña tejía una tela después de varios comienzos frustrados. Ese es, ciertamente, un buen consejo
para las arañas. También para los reyes, que generalmente nacen ricos. Los hombres y mujeres
comunes, como usted y yo, que luchamos para ganar un dólar, deberían prestar atención a ese
consejo selectivamente.
La perseverancia nos puede ser útil en muchas áreas de la vida. Sin ella, nunca logrará una
respuesta directa del Departamento de automotores, por ejemplo. Sin embargo, en la
especulación, mientras que hay momentos en que puede ser útil, también hay momentos en que
lo puede llevar al desastre financiero.
Dijo que durante un periodo de tiempo que acabó recientemente, trató con una cliente que
estaba obsesionada con Sears, Roebuck. Estaba decidida a ganar algún dinero con las acciones de
la compañía aunque ella misma tuviera que quebrar en el intento. Casi quiebra.
No hay nada de malo en elegir las inversiones sobre este tipo de base, en tanto usted no olvide
que está en el mercado, básicamente, para ganar dinero. Si rechaza inversiones que por una u otra
razón ofenden su sensibilidad social o política, esto puede estrechar su campo de elección en
cierta medida, aunque no necesariamente demasiado. Hay muchas organizaciones como Sears,
buenos ciudadanos corporativos que también ganan un montón de dinero cuando las cosas
marchan bien.
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Actuando de acuerdo con un buen consejo – vea el Tercer Axioma, sobre la esperanza – ella
vendió, con una pérdida del 15 al 20 por ciento. El precio de las acciones siguió bajando. Ella puso
el dinero en el banco.
Las acciones no fueron a ninguna parte durante un año. Luego, para sorpresa de todos,
repentinamente saltaron. El precio pasó el punto en el que la mujer había vendido y siguió
subiendo.
Ella observaba, desconcertada y enojada. Cuanto más alto subía el precio, más iracunda se ponía.
Le había atacado la tristeza de dejar algo atrás. ¿Cómo se atrevía la acción a escapársele de esa
manera?
Ella sentía que la acción le debía algo. Decidió que iba a exprimirle algún dinero, así tuviera que
retorcerle el pescuezo.
Se estaba declarando la perseverancia. Llamó a su corredor de bolsa y le dijo que quería volver a
comprar Sears. El discutió con ella. Sentía que el precio estaba bastante alto. Estaba tan alto que el
rendimiento de la acción (el dividendo anual expresado corno porcentaje del precio) estaba por
debajo del 4 por ciento, lo que era históricamente insólito para Sears. Tercamente ella insistió.
Quería volver a Sears y hacerle pagar lo que le debía.
Y así siguió durante años. Su determinación de sacar una ganancia de esa única inversión la cegaba
ante otras oportunidades, otras buenas maniobras que podría haber hecho. " Persiguió" a Sears
(como llaman los especuladores a este tipo de conducta), la persiguió hasta la cima de mercados
alcistas y hasta las profundidades de mercados bajistas, casi siempre perdiendo dinero porque su
obsesión nublaba su juicio y ofuscaba su visión.
Finalmente, a fines de 1982, tuvo la satisfacción de poseer acciones de Sears cuando éstas
tuvieron un comportamiento ganador. Eso pareció eliminar la fijación de su sistema. Sentía que al
fin Sears le había pagado la deuda que tenía con ella.
Pero ¿era así, realmente? En todos los años que estuvo persiguiendo a Sears, su dinero podría
haber estado en otras empresas, empresas elegidas fríamente, por sus méritos, más que por pura
terquedad. Algunas de esas inversiones podrían haberla hecho rica. La persecución de Sears sólo la
había dejado un poco mejor de lo que estaba cuando comenzó, y había habido momentos en que,
a causa de su negativa a abandonarla, la podría haber convertido en una fuerte perdedora. Salió
con alguna ventaja sólo gracias a la ciega suerte.
¿Es ésa la forma de manejar un programa especulativo? No, pero es típico de los especuladores
nuevos. A veces, hasta los especuladores más maduros persiguen una inversión de puro tercos,
decididos a exprimirle el jugo a toda costa. Por razones que nunca entendí claramente, Frank
Henry seguía comprando bienes raíces en las cercanías de Morristown, Nueva Jersey, cuando
realmente debió tener su atención puesta en otra parte. Había perdido dinero en una operación
104
con bienes raíces allí, y maldito si se iba a quedar sin hacer nada. Me pasó algo parecido una vez
con acciones de IBM y sólo me he curado parcialmente. La maldita acción me debe dinero, y
aunque ya no la negocio, sigo imaginándome que compro opciones de IBM y me irrito cuando
suben sin mí.
Es humano pero es tonto. ¿Cómo puede un medio de inversión "deberle" dinero? Una persona
puede deberle. Si esa persona no le paga, tiene el derecho de fastidiarla por el dinero y a alterarse
si continúa la conducta irresponsable. Pero si usted pierde dinero en un metal precioso o en una
obra de arte, es ilógico personificar al medio de inversión con ideas sobre "deuda". No sólo es
ilógico, sino que puede conducirlo al tipo de comportamiento persecutorio que es probable que le
cueste aún más dinero.
Digamos que usted pierde algún dinero en las acciones de Sears. Por supuesto que quiere
recuperar el dinero. ¿Pero por qué la ganancia tiene que provenir de Sears?
Una ganancia dada será la misma, venga de Sears o de otra inversión. No importa dónde lo gane,
sigue siendo dinero. Con un ancho, hermoso mundo de posibles operaciones donde escoger, ¿qué
caso tiene obsesionarse con la única Inversión en la que tuvo una pérdida? ¿Por qué perseverar
con Sears en un momento en que otras inversiones, consideradas fríamente, pueden verse más
promisorias?
Las razones para perseverar son emocionales y no son fáciles de explicar. Como hemos notado, las
ideas sobre la deuda provienen de la personificación de la entidad especulativa. "Esta inversión me
sacó dinero, ¡y por Dios que la voy a perseguir hasta que me lo devuelva!"
Mezclados con esto hay vagos sentimientos de venganza. “¡Le enseñaré a esa acción a hacerme
quedar como un tonto!" Luego está el deseo de justificar nuestra opinión, lo que ya hemos visto
en otro Axioma. "Al final demostraré que estaba en lo cierto". Todas estas respuestas
emocionales, que hierven y burbujean juntas, provocan una condición mental en la que el
pensamiento del especulador se confunde.
Superar este desorden emocional no es más fácil que otro montón de ajustes internos que debe
hacer el especulador, pero debe hacerlo. Como señalé antes cuando estábamos estudiando otra
difícil maniobra mental, éste no es un libro de consejos psicológicos, no tengo lindas ideítas que
ofrecer. Si tiene problemas para superar su urgencia de perseverar en una operación perdedora,
quizá pueda ayudarlo conversar con un amigo, con su pareja o con un cantinero. O puede aclarar
su cabeza yendo a ver una buena película o a un concierto y olvidarse de sus problemas durante
unas cuantas horas. A mí me resulta maravilloso caminar unos seis kilómetros. Cada uno de
nosotros encuentra su propia ruta hacia la salvación.
De un modo u otro, usted debe derrotar el deseo de perseverar cuando la perseverancia lo llevará
por mal camino. Antes de aplicarlo a la especulación, el apotegma del antiguo rey necesita una
profunda revisión. Si al principio algo no le da resultado, mándelo al diablo.
105
Axioma Menor XV
La técnica conocida corno "promediar hacia abajo" o “promediar pérdidas", es una de las trampas
más atractivas del mundo de la inversión. Es corno esos sistemas a salvo de fracasos, segurísimos,
con doble garantía, que se pregonan por las calles y bares de las Vegas y Atiantic City. Cuando
examina por primera vez uno de esos sistemas, parece inobjetablemente lógico. "Bueno, sí, éste
realmente funcionaría, ¿no?", dice usted, con los ojos abiertos por el asombro. La técnica de
promediar pérdidas es como los sistemas para la ruleta, también, en que a veces funciona cuando
el jugador tiene suerte. Esto, por supuesto, se agrega a su atractivo. Pero usted debe tener
cuidado y no dejarse engañar. Es una rosa con espinas envenenadas.
Así es como se supone que funciona. Usted compra 100 acciones de Computadoras Hoo Boy a $
100 cada una. Su costo (dejando de lado la comisión de los agentes en favor de la simplicidad) es
de $ 10,000. Las cosas van mal, y el precio se derrumba a $ 50. Parece que usted perdió la mitad
de su inversión. ¡Ay! usted llora. ¡Pero espere! ¡No todo se ha ido al pozo! Su amigo y vecino,
Torpínez Calavera, quien jamás ha ganado un centavo en la especulación en toda su vida pero
conoce de memoria cada cliché de la inversión, le aconseja mejorar la situación promediando
hacia abajo.
Lo que debe hacer, dice Calavera, es comprar 100 acciones más de esta ruina al nuevo precio de
ganga, $ 50. Entonces tendrá 200 acciones. Su inversión total habrá sido de $ 15,000. Por lo tanto,
su costo promedio por acción habrá bajado de $ 100 a $ 75.
¡Magia! Al seguir el consejo de Torpínez Calavera, puede hacer que una situación mala parezca
menos mala. ¡Al arrojarle nuevo dinero, puede hacer que el dinero viejo tenga mejor aspecto!
Una vez que ha promediado hacia abajo de esta manera, le dice Calavera, no tendrá que esperar
tanto para salir a mano. No tiene que esperar a que el precio de negociación suba nuevamente a $
100. Bajo las nuevas circunstancias todo lo que tiene que esperar es que llegue a $75.
Hermoso, ¿no?
No exactamente. Todo lo que tiene que hacer al promediar hacia abajo es engañarse a sí mismo.
No importa cuánto se retuerza y se mueva, no cambiará el hecho de que usted sí pagó $ 100 por
esas 100 acciones originales. Comprar 100 más a $ 50 no cambia ese hecho. Hablar sobre el nuevo
precio promedio de $ 75 lo hace sentir mejor durante un tiempo, pero no le hace ningún bien a su
condición financiera.
106
50. Supuestamente, el mercado tiene alguna razón para esta radical disminución en su estimación
de la compañía. ¿Cuáles son las razones? Estúdielas. Quizá son válidas. Quizá Hoo Boy se enfrenta
a un montón de años en los que sus ganancias van a ser escasas. Quizá es mejor mantenerse
alejado de esta inversión por el momento. Si es así, ¿porqué demonios va a comprar más
acciones?
En cualquier situación en la que se sienta tentado a promediar hacia abajo sus costos, pregúntese
esto: “¿Compraría Hoo Boy a $ 50 si no tuviera ya un paquete que compré a $ 100? ¿Es Hoo Boy
una inversión que yo elegiría hoy sólo por sus méritos?" Si la respuesta es no, entonces no arroje
dinero nuevo en la fracasada operación.
Por supuesto, usted puede determinar que la respuesta es sí. Como dice el Décimo Axioma, a
menudo es beneficioso apostar en contra de la mayoría. Quizá sus cálculos independientes lo
convencerán de que los problemas de Hoo Boy no durarán tanto como espera la mayoría de la
gente, y por lo tanto el nivel de precio de $ 50 es una genuina oportunidad. Puede suceder.
Pero asegúrese muy bien que no se trata de buenos deseos. Si está persiguiendo gangas, el
mercado de valores y todos los demás mundos especulativos están llenos de ellas. Antes de arrojar
esos $ 5,000 en su segunda vuelta con Hoo Boy, pregúntese: "¿Por qué en esta inversión en
particular? De todas las gangas potenciales que hay alrededor, realmente, ¿ésta me parece la más
prometedora? ¿O sólo estoy tratando de sentirme mejor al promediar hacia abajo los costos?"
Como la perseverancia en general, de la que ésta es un tipo especial, promediar el costo nubla el
juicio. Decidido a sacar de la sopa su inversión de Hoo Boy, se concentra en Hoo Boy y excluye
otras especulaciones que podrían ser mucho mejores.
Usted ha perdido dinero con Hoo Boy y quiere recuperarlo. Pero, como preguntamos antes en
relación con Sears, ¿por qué la ganancia tiene que venir de Hoo Boy? Será el mismo buen dinero
para gastar sin importar de dónde viene. Libérese de la obsesión por Hoo Boy y ampliará
enormemente su campo de elección y mejorará las probabilidades de lograr la ganancia que
busca.
Otro problema con este baile de promediar hacia abajo es que lo anima a ignorar el importante
Tercer Axioma, sobre la esperanza: Cuando el barco empieza a hundirse, no rece. Salte.
Como señalamos al estudiar ese Axioma, la decisión de aceptar una pequeña pérdida,
rápidamente, nunca es fácil y a veces puede ser agudamente dolorosa.
Uno busca excusas para no hacerlo, y una excusa de primera es el pensamiento de que uno va a
hacer que todo resulte bien al promediar hacia abajo. "Oh, no tengo que vender ahora esta
especulación. Ahora no tengo que hacer nada. Si se derrumba mucho más, compraré otro montón
y promediaré hacia abajo... "
De modo que se sienta en la cubierta del barco que se hunde, rehusándose valientemente a
moverse mientras las aguas ascienden a su alrededor. ¿Tiene sentido? No, pero usted quería una
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excusa para su inacción, y eso es lo que ha conseguido. En una época llena de temor corno ésta,
no se espera que usted examine su excusa para ver si es lógica.
Frank Henry conoció a un hombre que realmente se las arreglaba para autoconvencerse de que
estaba feliz cuando sus especulaciones se caían. Si compraba algo y el precio bajaba, compraba
más y promediaba su costo hacia abajo. Cuanto más bajaba el precio, tanto más compraba y
cuanto más caía su costo promedio más feliz se sentía. Este era un truco psicológico fantástico,
pero lo mantenía contento. No obstante, no lo enriqueció. Durante años se estancó en malas
inversiones, promediando hacia abajo continuamente y creyendo sinceramente que era
inteligente.
Estrategia Especulativa
Ahora, una rápida revisión del Undécimo Axioma. ¿Qué le aconseja hacer con su dinero?
Dice que la perseverancia es una buena idea para las arañas y los reyes, pero no siempre para los
especuladores.
Es cierto que usted puede perseverar en sus esfuerzos generales por aprender, mejorar y
enriquecerse. Pero no caiga en la trampa de perseverar en un intento de exprimir una ganancia de
una sola entidad especulativa.
No persiga una inversión por terquedad. Rechace cualquier idea de que una inversión dada le
"debe” algo. Y no compre la idea atractiva pero errónea de que puede mejorar una mala situación
promediando hacia abajo.
Valore la libertad de elegir las inversiones sólo por sus méritos. No desperdicie esa libertad al
obsesionarse con una operación que se arruinó.
SOBRE LA PLANIFICACIÓN
Los planes a largo plazo engendran la peligrosa creencia de que el futuro está bajo control. Es
importante que nunca se tome en serio sus propios planes a largo plazo, o los de otras personas.
George y Martha se conocieron y se casaron en los 40. George era contador. Tenía un empleo en
una pequeña firma de contadores públicos. Martha era secretaria en una agencia de seguros.
Como se acostumbraba en aquellos días, ella dejó su trabajo poco después de la boda para
concentrarse en ser esposa y madre. El salarlo de George no era grande, pero era constante, como
él. El mundo parecía seguro y acogedor. Para hacerlo más todavía, a sugerencia del padre de
Martha, un pequeño hombre de negocios, la joven pareja se sentó con un consejero financiero y
elaboró un Plan a Largo Plazo.
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Se consideraba que esto era algo prudente, sensato y admirable, y todavía se lo considera así.
Todos los sabios decían que cada joven pareja debía tener un plan. Se pensaba que las personas
con planes y las personas sin ellos diferían del mismo modo que la hormiga y la cigarra de la fábula
de Esopo. La austera y práctica hormiga trabaja todo el verano en previsión del futuro invierno,
mientras que la cigarra sin planes sólo se sienta por ahí, cantando al sol. Por supuesto, al final la
pobre y vieja cigarra tiene que venir, con el sombrero en la mano, a mendigar comida, mientras
que la hormiga tiene la satisfacción de decir, "Je, yo te lo dije".
No obstante, en la vida real es más frecuente que sea la hormiga a la que fumigan o a la qué le
aplastan el nido con una aplanadora. Esto es lo que pasa por tener raíces (ver el Sexto Axioma),y
las raíces provienen en parte de los planes a largo plazo. La cigarra, con sus pies más ligeros,
simplemente salta fuera del camino.
Hoy George y Martha son una pareja retirada en sus sesentas. Están casi quebrados. Estarán
completamente quebrados, sin un céntimo y dependientes de la caridad, si viven mucho más. Casi
ningún elemento de su plan a largo plazo resultó en la forma en que se suponía que lo haría.
En los 40 pensaron que les gustaría retirarse con un ingreso combinado de la pensión y de la
Seguridad Social de US $700 al mes, o sea US $8,400 al año. Este era un ingreso grandísimo en los
años 40.
Por supuesto, hoy, US $700 mensuales le servirán para rentar un pequeño departamento, en tanto
no quiera comer. Si insiste en comer y también quiere dinero para ropa, gastos médicos y otras
necesidades, entonces tendrá problemas.
El plan a largo plazo de George y Martha preveía la compra de una casita a la que se retirarían.
Iban a comprarla al contado, de modo que no tuvieran que preocuparse por los pagos mensuales
de la hipoteca. Con este fin, el plan exigía que tuvieran ahorrados unos US $20,000 a los sesenta y
cinco años.
Si usted tenía US $20,000 en los 40, podía comprar dos casas y le quedaba algún cambio para
comprar un auto. El plan no preveía que en los 80 esa cantidad aparentemente grande de dinero
difícilmente compraría una perrera.
En todo caso, George y Martha no tienen los veinte mil. Durante su camino hacia la pobreza, han
sido golpeados por algunos gastos imprevistos (como todo el mundo) e infortunios (lo mismo). En
los 60, el patrón de George se enredó en una difícil disputa que involucraba unos registros
financieros falsificados, y la firma de contadores desapareció. El trabajo de George se desvaneció,
y su planeada pensión se desvaneció con él. Después de mucho buscar encontró otro trabajo, pero
nunca alcanzó el ingreso de retiro de US $700 mensuales que él y Martha habían planeado. Desde
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que se retiró tuvieron que utilizar sus ahorros. Aunque su dinero gana un interés que es tres veces
mayor de lo que habían previsto (lo común en los 40 era de un 2 a un 3 por ciento), su capital
disminuye rápidamente.
Viven en un pobre departamentito, comen un montón de frijoles enlatados y pasan mucho tiempo
preguntándose qué sucedió. Sucedieron dos cosas: la planeación, seguida por lo inesperado.
George y Martha dependieron demasiado de su plan. Se arraigaron a él. Hubo varias ocasiones en
la mediocre carrera de George en las que él podría haber saltado en otra dirección nueva y
prometedora. Por ejemplo, se podría haber dedicado a los negocios con un amigo. El amigo quería
iniciar una firma de contadores por su cuenta. La firma y el amigo son ahora prósperos. En el
momento en que se le ofreció esta oportunidad a George, sin embargo, lo asustó. Parecía
demasiado arriesgado. El y Martha retrocedieron a la agradable comodidad de su plan. Supusieron
que no necesitaban arriesgar nada. Tenían toda la vida planeada. El plan les aseguraba una linda
casita y un cómodo ingreso en su vejez. Con ese pájaro en la mano, ¿por qué necesitaban ver cien
volar?
De este modo, se autoengañaron con su propio plan a largo plazo. No se les ocurrió que el pájaro
que pensaron que tenían en la mano iba a volar.
Como dice el Axioma, los planes a largo plazo engendran la creencia de que el futuro está bajo
control. Esta es una creencia espeluznantemente peligrosa.
Mirando hacia el futuro, puedo ver borrosamente la estructura de la próxima semana. Hay
precisamente la suficiente continuidad en los acontecimientos como para permitirme hacer eso.
Me puedo sentar aquí un miércoles y hacer algún tipo de plan financiero para el próximo
miércoles, quizá. Permitiendo un margen de error, puedo hacer una predicción bastante confiable
del valor que tendrán la semana próxima las acciones mías y de mi esposa, bienes raíces, cuentas
de banco, plata, y otros activos. Por supuesto, hasta este plan y predicción pueden estar
ridículamente equivocados. La bolsa de valores puede derrumbarse antes del próximo miércoles,
por lo que sé. Puedo pisarle el dedo del pie a alguien con mi automóvil y ser demandado por todos
los centavos que tengo. Aun así, me siento bastante cómodo planeando con siete días de
anticipación. La visibilidad no es grande, pero es toleraba. Con un mes de anticipación, la
visibilidad se enturbia notablemente. Con un año, se nubla hasta alcanzar casi la opacidad. Diez
años... veinte años... a esa distancia, no hay visibilidad en absoluto. Ni siquiera puede ver formas
vagas o contornos. No puede ver nada. Es como tratar de ver en una niebla espesa como sopa de
chícharos en el corazón de la noche. Lo que sea que nos espera es completamente desconocido.
Si usted no sabe para qué está planeando, ¿cómo puede elaborar un plan sensato?
Planear para un futuro que no podemos ver... parece una empresa notablemente tonta. Y sin
embargo los agentes de seguros, los asesores en inversiones y otros expertos siguen
fomentándolo, y las familias – particularmente las familias jóvenes – siguen haciéndolo. Tener un
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plan a largo plazo se siente que es tan laudable hoy como era cuando George y Martha estaban
comenzando. Y le hará a usted más o menos el mismo bien.
Un plan es una ilusión de orden que dura toda la vida. Los economistas, los asesores financieros y
otros que venden planes a veinte años siempre hablan como si el mundo del dinero fuera un lugar
ordenado que sufre cambios muy lenta y previsiblemente, como un árbol que crece. Al atisbar al
próximo siglo, ven un mundo financiero que será básicamente como éste, solamente que más.
Será más grande, más automatizado, más esto, más aquello. Llegan a estas conclusiones
tranquilizadoras al observar las tendencias que caracterizan a nuestro mundo de hoy y
extendiendo esas tendencias hacia el futuro. Todo muy acomodado, y permite la preparación de
un montón de planes a largo plazo.
Lo que estos optimistas planificadores no reconocen o prefieren ignorar es que el mundo del
dinero es como un árbol que crece sólo en un sentido limitado. Es ridículo pensar que usted puede
ver el futuro del mundo simplemente observando las tendencias que hoy están en evidencia. En
los próximos veinte años algunas de esas tendencias, indudablemente, se extinguirán o se
invertirán. Nadie sabe cuáles. Tendencias enteramente nuevas surgirán, factores que hoy nadie
sueña. Nos sorprenderán acontecimientos inconocibles. Prosperidad y quiebra, desórdenes,
guerras, crisis y colapsos; ¿quién sabe lo que nos espera?
El mundo en el que se desarrollarán sus asuntos financieros dentro de veinte años está escondido
detrás de una cortina a través de la cual no se ve un hilo de luz. Ni siquiera puede saber si habrá un
mundo del dinero, o un dólar, o cualquier cosa en la que gastar el dólar.
Siendo así, no trate de hacer planes a largo plazo ni permita que otra gente los haga por usted.
Solamente van a estorbarlo. En cambio, mantenga los pies ligeros, corno la cigarra. En lugar de
intentar organizar sus asuntos para .adaptarlos a los acontecimientos inconocibles del futuro,
reaccione a los acontecimientos tal corno se desarrollan en el presente. Cuando vea
oportunidades, vaya por ellas. Cuando vea peligro, póngase fuera del camino.
En lo relativo al dinero, el único plan a largo plazo que necesita es la intención de enriquecerse.
Exactamente cómo logrará ese propósito es algo que no puede saber, excepto de una manera muy
general. Me gusta la bolsa de valores y generalmente estoy metido en ella hasta las orejas, de
manera que supongo que mi personal cómo tendrá algo que ver con ese mundo especulativo en
particular. Pero es todo lo que sé acerca de mi futuro financiero y todo lo que trataré de saber
acerca de él. Por lo tanto, el único tipo de preparativo que puedo hacer para el próximo siglo, es
seguir estudiando el mercado, seguir aprendiendo y mejorando. Si usted puede llamar a algo tan
vago un plan, entonces eso es – ése es mi plan – .
El suyo puede flotar libremente de la misma manera. Resuélvase a aprender todo lo que pueda
aprender sobre los tipos de especulación que le atraen, pero nunca pierda de vista la probabilidad
– no, digamos la certeza – de que sus medios especulativos y las circunstancias que los afectan van
a cambiar de maneras que usted no puede imaginar. No permita que un plan lo inmovilice. No se
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estanque, no se arraigue como la hormiga, no sea una víctima potencial de la aplanadora del
destino.
Un ejecutivo de la Corporación de la Banca Suiza, alma mater de Frank Henry, me contó la triste
historia de una inversionista a largo plazo, llamada Paula W. (un seudónimo) que se hizo aplanar
casi completamente.
Había comenzado su vida adulta como trabajadora en la línea de producción de la Compañía Ford
Motor. Aprovechando los generosos programas de educación y de superación de la compañía,
labró su ascenso hacia la gerencia. A lo largo del camino, ella había acumulado unos pocos miles
de acciones comunes de Ford. Su esposo murió cuando ella tenía más de cincuenta años,
dejándole una gran casa en un suburbio de Detroit y un condominio en Florida, pero ella no quería
mantener ninguno de los dos.
Decidió venderlos, retirarse prematuramente de Ford, poner todo su dinero en acciones de Ford y
vivir feliz para siempre de los dividendos.
Esto fue a finales de los 70. Ford estaba entonces pagando un dividendo de US $2.60 por acción.
Sumando las acciones recientemente compradas a las que tenía previamente, tenla algo así como
20,000 acciones. Los dividendos que arrojaban totalizaban unos US $52,000 al año. Esta suma
estaba sujeta a impuesto como ingreso (excepto por la no muy generosa exclusión de US $100 que
permiten gentilmente nuestros recaudadores), pero con el complemento de su pequeña pensión
de retiro, Paula estaba segura y cómoda.
Su agente de bolsa, también mujer, le telefoneó una o dos veces para advertirle que parecía que
se estaban gestando dificultades en la industria automotriz. Podía ser una buena idea vender Ford
antes de que cayera el precio, sugirió su agente. Si lo que más le interesaba a Paula era el ingreso,
¿porqué no tomaba en consideración comprar acciones de una gran compañía de servicios?
Tradicionalmente, las compañías de servicios pagan un gran porcentaje de sus ingresos en
dividendos. Las acciones tienden a moverse lentamente en su precio, pero el rendimiento está por
lo común en el rango de 9 a 15 por ciento, unas buenas dos o tres veces lo que pagan la mayoría
de las otras compañías.
Pero Paula dijo que no, que prefería quedarse con Ford. Conocía a la compañía, le tenía confianza
y se sentía bien con ella. En cuanto a la posibilidad de que cayera el precio de las acciones, dijo que
no le preocupaba en absoluto. Era una inversión a largo plazo. No tenía planes para vender en el
futuro cercano. Ni siquiera consultaba el precio de las acciones en el periódico más de una vez al
año o algo así. Un octavo hacia arriba, un octavo hacia abajo, ¿quien necesitaba ese tipo de
molestia? Ella estaba por encima de eso. Todo lo que quería de sus acciones era uno de esos,
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lindos y gruesos cheques de dividendos cada trimestre. Más allá de eso, le dijo a su agente, ella
sólo quería que sus acciones estuvieran encerradas en una bóveda y olvidadas.
En 1980, Ford recortó su dividendo de US $2.60 por acción, por año, a US $1.73. El ingreso de
Paula descendió a US $34,600.
En 1982, Ford no pagó dividendos. Ahora Paula estaba desesperada. Tuvo que vender unas 4,000
acciones durante este año sombrío para tener dinero para sus gastos y para pagar algunas deudas
crecientes. Por supuesto el precio de las acciones era horriblemente bajo en ese momento. Fue
obligada a vender esas acciones por mucho menos de lo que había pagado por ellas.
Los directores anunciaron un dividendo partido a la mitad. Paula sólo tenía 16,000 acciones a
comienzos del año, y durante el mismo tuvo que vender otras 2,000. En 1983 su ingreso estaba en
la cercanía de los US $7,000.
En 1984 las cosas parecían un poco mejor. El rendimiento fue de US $1.20. Paula, con las 14,000
acciones que le quedaban, cobró US $16,000. La mantuvo viva, pero no era lo que ella había
previsto en su plan a largo plazo.
Jesse Livermore escribió: "Creo que es seguro apostar a que el dinero perdido en la especulación a
corto plazo es poco en comparación con las sumas gigantescas perdidas por los así llamados
inversionistas que han dejado que sus inversiones sigan adelante. Desde mi punto de vista, los
inversionistas a largo plazo son los grandes jugadores. Hacen una apuesta, la conservan, y si sale
mal, pueden perder todo. El especulador inteligente, al actuar rápida- mente, conservará sus
pérdidas en el mínimo".
Como hemos visto, Livermore no fue un especulador exitoso en un 100 por ciento. No sólo hizo
cuatro fortunas sino que se volteó y las perdió, y finalmente perdió su vida en alguna sombra
personal. Pero cuando tenía su motor especulativo bien aceitado y afinado, zumbaba como un
Rolls – Royce. Valía la pena escucharlo.
De modo que preste atención a su frase central: "Los inversionistas a largo plazo son los grandes
jugadores".
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Claro que lo son. Apostar al mañana es suficientemente arriesgado. Apostar a un día dentro de
veinte o treinta años, en el futuro, es absolutamente loco.
La inversión a largo plazo, como tantos procedimientos engañosos que ya hemos visto, tiene sus
encantos. El principal es que lo releva de la necesidad de tomar decisiones frecuentes, quizá
dolorosas. Usted toma sólo una decisión – "Compraré esto y me siento allí” – y luego se relaja.
Esto alimenta la pereza y la cobardía, dos rasgos de los que todos nosotros tenemos abundante
provisión. Más aún, tener una canasta de huevos a largo plazo, junto con algún tipo de plan a largo
plazo, como sucede con la mayoría de las canastas de huevos, le da esa acogedora sensación de
abrigo. ¡La vida está totalmente pensada! ¡Ninguna cosa de la noche puede atraparlo! O por lo
menos eso piensa usted.
Otro encanto de muchas inversiones a largo plazo es que ahorran las comisiones de los agentes.
Cuanto más frecuentemente usted entra y sale de entidades operadas por agentes, tales como
acciones, divisas o bienes raíces, tanto más capital será recortado por comisiones y honorarios.
Esto puede tener alguna importancia en los bienes raíces, en los que las comisiones son altas, pero
en la mayoría de los restantes mundos especulativos generalmente apenas significa algo más que
una picadura de mosquito. Aun así, muchos inversionistas a largo plazo utilizan la cuestión de
comisiones y honorarios como una racionalización.
Su agente o corredor preferiría que usted fuese un tipo de especulador de pies ligeros y
movimientos rápidos más que un inversionista a largo plazo. Cuantas más operaciones haga, más
dinero gana el agente / corredor. En este caso particular, los intereses financieros de él coinciden
perfectamente con los suyos.
No se arraigue. Cada inversión debería ser reevaluada y debería autojustificarse, como mínimo,
cada tres meses más o menos. Manténgase preguntándose: ¿Pondría mi dinero en esto si me lo
presentaran hoy por primera vez? ¿Está avanzando hacia la posición final que yo prefiguré?
Esto no significa que usted tenga que estar a los saltos por el gusto de saltar. Pero si las
circunstancias han cambiado desde el momento en que usted entró a esta inversión, si está
bajando, si esa posición final parece estar alejándose en lugar de acercándose, si usted ve otra
oportunidad que se ve claramente más prometedora a la luz de las condiciones diferentes
entonces haga un movimiento.
La tendencia a sentarnos sobre canastas de huevos a largo plazo no sólo surge de nuestra propia
pereza, cobardía y otros problemas interiores. También hay bastante presión para vendernos por
parte del mundo que nos rodea.
Por ejemplo, muchas compañías grandes, públicas, ofrecen arreglos que se escuchan atractivos,
por los cuales los empleados pueden invertir regularmente en sus propias acciones. Usted firma
para invertir tanto por mes, y para hacérselo más fácil, algunas compañías harán los arreglos para
deducir la suma de su cheque y comprar las acciones automáticamente. Usted nunca ve el dinero.
¡Es una inversión indolora!
114
O así les gusta decírselo. Lo que hace este tipo de arreglo es arraigarlo a un lugar donde, quizá,
usted no desee estar arraigado siempre. ¿Qué sentido hubiera tenido, por ejemplo, estar atrapado
en una inversión a largo plazo en GM durante el par de décadas pasadas? Las acciones se
negociaban a más de US $90 en 1971. Desde entonces no se han acercado a ese precio.
Los corredores y agentes individuales que operan diferentes entidades especulativas ofrecen lo
que generalmente llaman "convenientes" planes mensuales de inversión. Usted entrega tanto por
mes para comprar lo que usted especifica. Esto no lo encierra inexorablemente en inversiones a
largo plazo, pero tiene esa tendencia. El peligro es que eso lo anima a confeccionar un plan a largo
plazo: "Ahora veamos, si invierto X dólares por mes en Electrónica Hey Wow, y si el precio sube un
modesto 10 por ciento anual... bueno, a los sesenta y cinco tendré X miles de dólares. ¡Seré rico!"
No cuente con eso, amigo mío. Los vendedores de fondos mutuales también lanzan un montón de
atractivas lisonjas a largo plazo ante sus deslumbrados ojos. Ellos también tienen sus convenientes
planes mensuales de inversión. Le enviarán diagramas en cuatro suntuosos colores demostrándole
cuán hábil hubiera sido usted si se hubiera estancado con ellos durante los últimos veinte años.
O si su comportamiento fue tan miserable que ninguna cantidad de diagramas inteligentes puede
disimularlo, entonces le enviarán diagramas mostrándole lo magnífico que será el futuro si usted
firma.
Luego está la industria de los seguros de vida. Este es un mundo de horrible complejidad. Sin
embargo, para despojarlo y dejar lo esencial, podemos decir que hay dos tipos principales de
seguros de vida: aquellos que lo arraigan en una inversión a largo plazo y aquellos que no. Mi
consejo: Evite los primeros.
La inversión en vida a largo plazo, lo que a veces se llama vida "completa" pero que tiene otra
docena de nombres, está diseñada para hacer dos cosas. Le proporciona dinero a sus beneficiarios
en caso de que usted se muera, y le proporciona una renta vitalicia o un montoncito de dinero en
caso de que usted siga en el juego más allá de una edad establecida. En toda su aplastante
variedad de formas, una cosa no cambia: es muy caro.
El vendedor afable, vestido conservadoramente, que extiende sus diagramas sobre su mesita del
café, hablando en tono reverente acerca de planes a largo plazo, sinceramente quiere que usted
compre este tipo de seguro de vida. Llevará al banco una comisión colosal si usted se engancha.
Quiere que comprometa su buen dinero durante veinte o treinta años, pero el trato es
probablemente a un plazo menor para él que para usted. Con toda probabilidad está "cargado al
comienzo", lo que significa que él cobra una buena proporción de las comisiones de esos treinta
años en el primer año o en los dos primeros años.
Su principal punto para vender será que usted no está comprando, está Invirtiendo. Si todo sale
bien, finalmente usted recuperará lo que puso, o una parte sustancial. Mientras tanto, su familia
estará protegida en caso de que usted estire la pata antes de lo planeado. ¿Cómo lo ve?
Maravilloso, ¿no?
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No. Lo que el vendedor le está pidiendo que haga es sencillamente una locura. Quiere que se
comprometa a invertir miles de dólares durante un periodo que se extiende hasta el muy, muy
lejano futuro. ¿Cómo sabe usted cómo será el mundo en ese futuro? Sentado hoy aquí, ¿Cómo
puede estar seguro que querrá invertir en este sistema de la renta vitalicia durante diez años, o
veinte? Quizá, sin duda, el mundo cambiará en formas imprevisibles y harán que esa renta no
valga nada. Entonces, ¿porqué encerrarse en ella?
Si usted tiene personas que dependen de usted y que estarían en dificultades financieras si usted
faltara, protéjalas comprando el seguro más barato. Este dará resultado cuando se muera, pero
ese es su único propósito. No lo encierra. Si llega un momento en que quienes dependían ya no lo
necesitan más, o se produce algún otro cambio en su vida, simplemente abandona el seguro y deja
de pagar las primas. Mientras tanto, como las primas son bajas, usted ha tenido dinero para
invertir en operaciones diferentes al seguro.
Todo lo que puede saber del futuro es que llegará cuando llegue. No puede ver su forma, pero por
lo menos puede prepararse para reaccionar ante sus oportunidades y peligros. No tiene sentido
estar ahí parado y dejar que lo arrolle.
Estrategia Especulativa
El Duodécimo y último Axioma advierte sobre la inutilidad y los peligros de planear para un futuro
que no podemos ver. No se arraigue en planes de largo alcance o inversiones a largo plazo. En
cambio, reaccione ante los acontecimientos a medida que se desarrollan en el presente. Ponga su
dinero en operaciones cuando éstas se presenten y retírelo de los peligros cuando éstos asomen.
Valore la libertad de movimiento que le permitirá hacer esto. Nunca pierda esa libertad por una
firma.
El Duodécimo Axioma dice que usted necesita un solo plan financiero de largo alcance, y ése es la
intención de enriquecerse. El cómo no se puede conocer ni planear. Todo lo que necesita saber es
que de algún modo lo hará.
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