Naredo, Economia en Evolucion
Naredo, Economia en Evolucion
Naredo, Economia en Evolucion
Resumen
Los orígenes del pensamiento económico moderno hay que buscarlos en los siglos XVIII y XIX,
en el seno de la fisiocracia y de la economía clásica. Desde aquellos tiempos, el pensamiento
económico ha ido evolucionando junto a la política, la ecología y otras disciplinas afines. El sis-
tema político democrático ha forjado, con el tiempo, los valores de la economía liberal. Ésta, sin
embargo, está llena de contradicciones naturales que llevan hacia la degeneración del sistema.
Conceptos como «libertad» y «propiedad» se contradicen. Desgraciadamente, el concepto de
propiedad es indiscutible para el liberalismo. Esto ha llevado hacia el surgimiento del neolibe-
ralismo, que ha hecho que el enfrentamiento se impusiera sobre la cooperación, y la extracción
depredadora, sobre la producción renovable. Naredo propone posibles alternativas para poner fin
a la degradación constante de la sociedad a la cual nos lleva el neoliberalismo: revisar la teoría de
la propiedad y el marco institucional que la regula.
Palabras clave: fisiocracia, economía clásica, economía política, pensamiento económico, eco-
logía, sistema político democrático, neoliberalismo, propiedad, libertad.
Resum. L’economia en evolució: invent i configuració de l’economia als segles XVIII i XIX i les
seves conseqüències actuals
Els orígens del pensament econòmic modern cal cercar-los en els segles XVIII i XIX, en el si de
la fisiocràcia i de l’economia clàssica. D’aleshores ençà, el pensament econòmic ha anat evo-
lucionant de bracet amb la política, l’ecologia i altres disciplines afins. El sistema polític
democràtic ha forjat, amb el temps, els valors de l’economia liberal. Aquesta, però, està plena
de contradiccions naturals que porten cap a la degeneració del sistema. Conceptes com ara
«llibertat» i «propietat» es contradiuen. Malauradament, el concepte de propietat és indiscu-
tible per al liberalisme. Això ha portat cap al sorgiment del neoliberalisme, que ha fet que
l’enfrontament s’imposés sobre la cooperació, i l’extracció depredadora, sobre la producció
renovable. Naredo proposa possibles alternatives per posar fi a la degradació constant de la
societat vers la qual ens porta el neoliberalisme: revisar la teoria de la propietat i el marc ins-
titucional que la regula.
Paraules clau: fisiocràcia, economia clàssica, economia política, pensament econòmic, ecolo-
gia, sistema polític democràtic, neoliberalisme, propietat, llibertat.
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Abstract. Economy in evolution. The invention of the economy during the XVIIIth and XIXth
centuries and its modern consequences
Tracing the evolution of the economy as a science since the very moment of its birth, this author
propounds a revision of the concept of property and of its institutional regulation.
Key words: economy, ecology, property, neoliberalism.
Sumario
I. El invento de la economía y su III. Consecuencias, perspectivas
«medio ambiente» y alternativas
II. Mutaciones actuales Bibliografía
1. Este término se utiliza hoy profusamente para designar a una corriente de autores (Barthes, Derrida,
Fucault, Lyotard, Deleuze, Guattari, Baudrillard…) que subrayan que el lenguaje que nos conec-
ta con el mundo de los objetos tiene una naturaleza cerrada, autorreferencial, que determina lo que
entendemos por realidad y hace que se desvanezcan las distancias entre objeto y sujeto…, o entre
lenguaje y conciencia. Curiosamente, el término posmoderno, que se impuso para designar a esta
corriente que centra su discurso en el lenguaje, no tiene una partida de nacimiento gramatical váli-
da y es en sí mismo contradictorio: moderno encuentra su raíz en los términos latinos modus
(«modo», «moda»…) y hodiernus («de hoy», «de actualidad»…), por lo que carece de sentido
calificar a algo que se pretende actual o moderno de pos actual o pos moderno, cuando este cali-
ficativo lo desplaza hacia el futuro. En otros tiempos, el gramático figuraba entre los consejeros
áulicos de los poderosos, para asegurar que sus discursos estuvieran bien construidos al menos
formalmente, sin embargo hoy, al parecer, ni siquiera el mundo académico se preocupa de ello y
términos como el de posmoderno se extienden en él por imperativos ajenos a su coherencia gra-
matical, como ocurre en el lenguaje ordinario. Si lo que queremos es subrayar que ciertos enfo-
ques, ideas y certidumbres de una época considerada moderna han sido demolidos, relativizados
o superados por la reflexión actual, cabría decir que esas modernidades de ayer resultan obsoletas
hoy, pero no que estamos viviendo una imposible posmodernidad.
La economía en evolución: invento y configuración… Manuscrits 22, 2004 85
dominante que permite diagnosticar sin rubor «el fin de la historia» y «la muerte de
las (otras) ideologías». Y es que la relativización ha trascendido sólo hasta donde
resultaba funcional a los poderes establecidos, sirviendo a veces más para esterilizar
que para incentivar las críticas al modelo de sociedad actual.
La ideología que canta los parabienes de la llamada «globalización» y justifi-
ca los poderes hoy hegemónicos en el mundo no es ningún fruto «posmoderno», sino
una simple herencia del empeño ilustrado o moderno de construir una civilización
universal apoyada en bases pretendidamente racionales. Como los ensayos decons-
tructivos del pensamiento posmoderno son poco útiles para construir justificacio-
nes sólidas del poder, se mantiene bien firme la visión moderna del individuo y de
la sociedad, con sus ideas de sistema político y económico, para ofrecer al poder
coartadas de racionalidad. Y es que resulta difícil ofrecer a los ricos y poderosos otro
regalo mejor que el que les hizo esta visión de la sociedad, al liberar de cualquier
cortapisa moral el manejo del poder y la riqueza. El secreto del éxito del nuevo
credo así configurado estriba en que «a los fuertes les promete libertad absoluta
en el ejercicio de su fuerza y a los débiles la esperanza de que algún día lleguen a
ser fuertes» (Tawney, 1921).
En efecto, el pensamiento moderno consiguió emancipar por vez primera lo
político y lo económico de las antiguas reglas morales, no sólo mediante la rela-
jación más o menos instrumental y transitoria de estas reglas, sino a base de iden-
tificar con el bien el poder y la riqueza, y con la virtud el afán de acrecentarlos.
Corresponde al mismo Maquiavelo (en El Príncipe, 1513) el mérito de haber roto
tempranamente la dicotomía entre poder y virtud, para hacer de la política una dis-
ciplina independiente: «El Príncipe —señala este autor— debe aparecer siempre
del lado de la virtud, sólo para trabajar más efectivamente en la causa del poder; por-
que dentro del Estado el poder es sólo virtud, y como virtud su única recompen-
sa». En lo económico, tanto Mandeville con su famosa Fábula de las abejas (1729),
cuyo subtítulo rezaba «donde los vicios privados hacen el bien público», como
Smith con su famosa «mano invisible del mercado», que se suponía enderezaba el
egoísmo individual en beneficio de la comunidad, presentaban este campo como una
excepción a los otros aspectos de la vida regidos por la moral ordinaria. Y Malthus
dio un paso más en sus Principios de Economía Política (1820), al cambiar la pro-
pia idea de virtud, tal y como lo había hecho Maquiavelo para la política: «Todos
los moralistas —señala Malthus— desde los más antiguos a los más modernos,
nos han enseñado a preferir la virtud a la riqueza […] se ha supuesto siempre que
diferían esencialmente por sí mismas, pero si la virtud constituye la riqueza ¿cómo
interpretar todas las admoniciones morales que nos exhortan a abandonar la segun-
da para dedicarnos a la primera? ¿Por qué repetir que no hay que dirigir nuestra
ambición hacia la riqueza si la virtud es la riqueza?». En resumidas cuentas, que
tras haber hecho buenos y virtuosos el poder y la riqueza, desde hace tiempo se
viene postulando que, en política y en economía, el fin justifica los medios: la efi-
ciencia en el logro de poder o de riqueza dice, a la postre, si los medios son buenos
o malos con independencia de los daños sociales o ambientales que estos ocasio-
nen. A continuación reflexionaremos sobre la génesis y el afianzamiento del pen-
samiento económico dominante y sobre su función a la vez apologética de un
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Pero todavía es necesario practicar nuevos recortes en esta noción más res-
tringida de lo útil para acercarnos al campo de los objetos económicos a los que
se refiere la noción usual de sistema económico. Walras, calificado por Samuelson
como el Newton de la ciencia económica, fue consciente de estos recortes, al igual
que otros autores neoclásicos, y los explicitó de la siguiente manera. El primer
recorte viene dado al considerar sólo aquel subconjunto de lo directamente útil que
es objeto de apropiación efectiva por parte de los agentes económicos, pasando a
formar parte de su patrimonio. El segundo recorte se practica al retener solamen-
te aquel subconjunto de objetos apropiados que tienen valor de cambio (subconjunto
éste que puede ampliarse mediante la imputación de valores a aquellos objetos
que, por las razones que sean, no tienen un valor de cambio explícito). El tercer
recorte se opera al tomar del campo de lo apropiable y valorable solamente aque-
llos objetos apropiados y valorados que se consideran productibles, atendiendo al
postulado que permite asegurar el equilibrio del sistema (entre producción y con-
sumo, más o menos diferido, de valor) sin recurrir a consideraciones ajenas al
mismo. Así, tal y como señalaba Walras en sus Elementos (Walras, 1900), al mati-
zar la noción de riqueza social a la que circunscribe su sistema: «el valor de cam-
bio, la industria y la propiedad, son los tres hechos generales, pues de ellos es teatro
la riqueza social».
De esta manera, en contra de lo que pretendía Quesnay, producir acabó siendo,
sin más, «revender con beneficio», utilizándose la noción de «valor añadido» (cal-
culado como saldo entre el valor en venta de un producto, menos el valor gastado
en su obtención) para estimar y agregar dicha producción en los sistemas de cuen-
tas nacionales, plasmada en el consabido producto nacional bruto, que hace abs-
tracción del contenido físico de los procesos que conducen a su obtención. Como
contraposición a las operaciones que llevan a la formación, distribución, consumo
o acumulación del producto monetario así generado, aparece un «medio ambien-
te» inestudiado, compuesto por recursos naturales no valorados, apropiados o pro-
ducidos, y por residuos que, por definición, han perdido su valor.
Los recortes mencionados en el objeto de estudio que se han operado entre esa
economía de la naturaleza, que los fisiócratas del siglo XVIII mantenían como marco
de referencia en sus razonamientos, y la versión de sistema económico adoptada
por los autores neoclásicos a finales del siglo XIX y utilizada hasta el momento
como objeto de representación (de las contabilidades nacionales de flujos) y de
reflexión de los economistas, explica el divorcio entre economía y ecología que
ahora se trata de paliar. El problema estriba en que cada una de estas dos discipli-
nas razona sobre oikos diferentes, lo que da lugar a diálogos de sordos, cuando sus
diferentes objetos de estudio no se precisan con claridad. Pues mientras la ecolo-
gía, al igual que la economía de la naturaleza del siglo XVIII, razona sobre el con-
junto de la biosfera y los recursos que componen la Tierra, la economía suele
razonar sobre el conjunto más restringido de objetos que son apropiables, valora-
bles y productibles. Y fácilmente se aprecia que la ampliación de este último sub-
conjunto suele entrañar recortes o desplazamientos de los objetos preexistentes en
los otros conjuntos de recursos más amplios sobre los que razona la ecología, con
el agravante de que tales recortes permanecen al margen del cómputo contable
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ordinario de la economía. Tal sería el caso de una empresa minera, que amplía la
«producción» (léase «extracción») de minerales a costa de reducir las reservas que
pueden ser apropiadas y valoradas, pero no producidas. O de la construcción de
nuevos edificios que exige la ocupación de suelo fértil. O de la empresa que pro-
duce utilizando y contaminando el aire, que no está ni apropiado ni valorado. Es
más, la mayoría de los procesos de produción y consumo (de valor) suelen abar-
car elementos y sistemas del mundo físico que se ubican en conjuntos de objetos
«libres» que pueden pasar a ser apropiados, valorados, intercambiados, produci-
dos o también disipados y contaminados. Por ejemplo, comprender el ciclo del
agua exige abarcarlo desde su fase atmosférica, que da paso a la precipitación, a
la absorción por el suelo y las plantas, a sus cambios de estado, por evapotranspi-
ración o congelación, a la infiltración superficial y profunda y a la escorrentía hasta
que finalmente llega al sumidero de los mares, para volver de nuevo a la fase atmos-
férica. De todas estas fases sólo una fracción puede ser apropiada, valorada y pro-
ducida, cuyo estudio debe relacionarse con el resto.
A las diferencias observadas entre el objeto de estudio de la economía y la
ecología, se añaden otras no menos importantes en las nociones de sistema con
las que trabajan: mientras que la economía suele trabajar con una noción de siste-
ma permanentemente equilibrado, que se cierra en el mero campo del valor, aislán-
dose del mundo físico sin dar cuenta de las irreversibilidades, la ecología trabaja
con sistemas físicos abiertos (que intercambian materiales y energía con su entor-
no), permanentemente desequilibrados y sujetos a la «flecha (unidireccional) del
tiempo» que marca la Ley de la Entropía. El hecho de trabajar, no sólo con obje-
tos de estudio diferentes, sino también con sistemas de razonamiento diferentes,
agrava la falta de entendimiento antes mencionada, cuando se discute sin precisar
estos extremos.
Así las cosas, cuando la ciencia económica y su sistema contable de referen-
cia, se consolidaron abandonando el contexto físico-natural en el que habían naci-
do con los fisiócratas, para limitar su campo de aplicación al universo lógicamente
autosuficiente de los valores de cambio (productibles), llama la atención que se
quiera ampliar ahora su radio de acción para abarcar el «medio ambiente», com-
puesto por bienes libres o no económicos, que aparece plagado, no sólo de recur-
sos naturales y de residuos artificiales sin valor, sino también, de bienes fondo,
como el territorio con sus ecosistemas, que son improductibles en el sentido que
Quesnay atribuía a este término. Lo mismo que cuando la ciencia económica se
hizo autosuficiente a costa de echar por la borda la conexión con el mundo físico
demandada por Quesnay, para asegurar que la producción se realizara «sin menos-
cabo de los bienes fondo», llama la atención que ahora se trate de restablecer de
nuevo esa conexión para pretender que dicha producción sea físicamente sosteni-
ble. Ni que decir tiene que estas nuevas exigencias afectan a los cimientos de la
ciencia económica establecida y tienen que ver con su propio estatuto como disci-
plina autosuficiente, por lo que constituyen uno de los puntos más vivos del debate
económico actual, lo que da lugar a diversas formas de abordar la nueva proble-
mática, como ocurre con las corrientes de economía ambiental y economía ecoló-
gica. Por un lado, la llamada economía ambiental, trata de estirar la vara de medir
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del dinero para abordar los problemas de gestión de la naturaleza como externali-
dades a valorar desde el instrumental analítico de la economía ordinaria, que razo-
na en términos de precios, costes y beneficios reales o simulados. Curioso empeño
éste de construir una economía del medio ambiente inestudiado que la propia eco-
nomía había generado, empeño que podría asimilarse al de hacer una física de la
metafísica. Bien es verdad que, en el fondo, este empeño no busca tanto analizar y
solucionar los «problemas ambientales» como justificar la toma de decisiones en
este campo con la ayuda de la racionalidad parcelaria propia de la economía están-
dar. Por otro, la llamada economía ecológica considera los procesos de la econo-
mía como parte integrante de esa versión agregada de la naturaleza que es la
biosfera y los ecosistemas que la componen (incorporando líneas de trabajo de
ecología industrial, ecología urbana, agricultura ecológica, que recaen sobre el
comportamiento físico y territorial de los distintos sistemas y procesos). Entre
ambos ha surgido también una economía institucional que relativiza los «óptimos»
formulados por la economía estándar, al advertir que el intercambio mercantil
viene condicionado por la definición de los derechos de propiedad y de las reglas
del juego que el marco institucional le impone, tratando de identificar aquellos
marcos cuyas soluciones se adaptan mejor al logro de objetivos de conservación
del patrimonio natural o de calidad ambiental socialmente deseados. Como es natu-
ral, escapa al propósito de este texto hacer una exposición detallada de tales corrien-
tes: ahora se trata más bien de apuntar el telón de fondo ideológico que las hizo
nacer, escindiendo el universo académico de los economistas, gobernado hasta
hace poco por la hoy llamada economía ordinaria, convencional o estándar.
Pero hemos de advertir que el enfoque económico ordinario no sólo genera un
«medio ambiente» físico inestudiado, sino que genera también un «medio ambien-
te» social inestudiado. La ceguera de este enfoque hacia aspectos sociales dio pie
a la paradoja de permitir diagnosticar que «España iba bien», a la vez que se exten-
dían la crispación y la inseguridad por todo el cuerpo social. Aunque menos cono-
cido, existe además un «medio ambiente» financiero fruto de la cortedad de miras
del enfoque económico estándar. En efecto, las cuentas nacionales y la macro-
economía que se enseña en los manuales razonan sobre los agregados de renta
nacional, que se supone generada por procesos de producción (mediante el cálcu-
lo habitual de los valores añadidos que se obtienen en el curso del mismo), pero
cierran los ojos a aquellos otros, los valores añadidos, que generan un comercio
de activos patrimoniales (terrenos, inmuebles, acciones o empresas) alimentado por
la emisión de activos financieros, que ocupa un lugar cada vez más relevante en la
generación y reparto de la capacidad de compra sobre el mundo. Así, mientras
el enfoque económico estándar sigue centrando su reflexión en los agregados mone-
tarios de producción y renta que figuran en el «cuadro macroeconómico» y considera
el mundo financiero como un simple apéndice de la «economía real», los principales
grupos de empresas transnacionales han desplazado su actividad hacia las finan-
zas y el comercio de activos patrimoniales (sobre todo de empresas e inmuebles),
haciendo que estas actividades «atípicas» acaben condicionando más su cuenta de
resultados y sus perspectivas que los ingresos derivados de sus actividades «ordi-
narias».
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2. Resulta evidente que las legislaciones «antimonopolio» no han supuesto ninguna traba seria a la
ampliación del tamaño de las fortunas, de las empresas, ni del poder económico.
La economía en evolución: invento y configuración… Manuscrits 22, 2004 93
herencias despóticas y aspectos no deseados cada vez más graves que permane-
cían ignorados en los modelos tan harto simplistas de sistema político y de sistema
económico que monopolizan la reflexión.
Antes de resaltar la función mistificadora de los enfoques habituales, media-
tizados por la idea usual de sistema político y económico, y su inadecuación para
analizar y tratar las mutaciones que se están produciendo en nuestra sociedad a
escala planetaria, vamos a profundizar un poco más sobre la idea de sociedad y de
propiedad sobre la que implícitamente enraizan los modelos indicados.
3. Tema éste ya tratado desde antiguo: véase STIRNER, M. (1844), Der Einzige und sein Eigentum
(El único y su propiedad).
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vatizado, a los individuos que no poseen más propiedad que la de su propio cuer-
po no les quede otro remedio que alquilarlo o venderlo a los propietarios de tie-
rras y riquezas para sobrevivir, generando así servilismo y frustración contenida. Se
perpetúa, de este modo, una sociedad desigual, en la que la cadena de dominación
y dependencia presente en las sociedades jerárquicas anteriores, no sólo se man-
tiene entre ricos y pobres, sino que se prolonga también entre estos últimos hasta
invadir todos los rincones de lo privado, para asegurar, mediante el miedo y el mal-
trato, el sometimiento de los individuos más débiles (mujeres, niños, ancianos y,
a otro nivel, inmigrantes).
En la declaración de derechos algo más detallada por la Convención en 1793,
se definía el derecho de propiedad como «el derecho que tiene todo hombre a dis-
frutar y disponer a su voluntad de sus bienes, de sus rentas fruto de su trabajo y de
su industria», dejando intuir cierta relación entre ese derecho y la función pro-
ductiva vinculada al mismo que, en principio, lo justificaba. Sin embargo, en el
Código de Napoleón (art. 544) se desvincula ya ese derecho de toda función
al consignar que «la propiedad es el derecho a disponer de las cosas de la manera
más absoluta, en tanto no se haga de ellas un uso prohibido por las leyes y regla-
mentos», dejando el camino expedito para seguir afirmando el derecho indiscri-
minado al «uso y abuso» de la amplísima gama de cosas poseíbles sin exigir función
social alguna en el modo de disponer de ellas. El Código Civil español copia prác-
ticamente al pie de la letra esta definición de propiedad desvinculada de su origen
y función: «la propiedad es el derecho de gozar y disponer de una cosa, sin más
limitaciones que las establecidas en las leyes» (art. 348).
Cabe subrayar que la idea positiva de crear un marco institucional propicio
para extender la libertad en el seno de toda la población, propio de la Francia revo-
lucionaria, trajo consigo implícitamente una visión crítica del derecho de propie-
dad. El derecho enunciado como natural, inviolable e incluso sagrado, en la
Declaración de 1789, no se refería a cualquier derecho de propiedad. La prueba es
que, en nombre de los derechos de propiedad (compatibles con la libertad de todos)
postulados en la Declaración de 1789, se abolieron la mayoría de los derechos de
propiedad de la nobleza que, bajo el Antiguo Régimen, mantuvieron sometidos y
explotados a los campesinos, dando paso a una reforma agraria que en pocos años
ocasionó profundas transformaciones sociales que sobrevivieron después a los dis-
tintos regímenes políticos. Evidentemente, este tratamiento discriminado de los
derechos es lo que hizo que la Revolución Francesa haya pasado a calificarse de
burguesa, ya que abolió los derechos de la nobleza, pero potenció los de la bur-
guesía y el campesinado, abriendo la puerta a un nuevo proceso de diferenciación
social mediante la desigual acumulación de riqueza.
De esta manera, tras abolir los privilegios (es decir, los derechos carentes de
función) de la nobleza, se acabaron instaurando otros derivados de la defensa del
nuevo derecho de propiedad como algo absoluto. Esta defensa sin condiciones de
la propiedad, al hacer abstracción de su distribución y de su función, dio paso a
nuevos privilegios. Evidentemente, se suponía que la «mano invisible» del merca-
do enderezaría el uso mezquino e insolidario de la propiedad desigualmente repar-
tida, en beneficio del conjunto social. Pero incluso aunque haya claras evidencias
La economía en evolución: invento y configuración… Manuscrits 22, 2004 97
de que esto no es así, no por ello suelen revisarse o limitarse los derechos de pro-
piedad, sino que se sigue otorgando a la propiedad el mismo carácter sagrado e
inviolable. A diferencia de lo que ocurrió en la Francia revolucionaria, los dere-
chos de propiedad han tendido a considerarse, en bloque, como algo absoluto,
mientras que los intereses comunes han pasado a tratarse como algo secundario,
ocasional o relativo. Si el uso y abuso de la propiedad privada redunda en benefi-
cio de la colectividad, bien, y si no, también.
El plan de construir una sociedad basada en derechos primarios e irrevocables
se pervirtió al incluir entre ellos el derecho de propiedad haciendo abstracción de
su composición, distribución, uso y funciones. Si el libre ejercicio de los derechos
de propiedad concentrada en algunos está fuera de discusión, por mucho que aten-
te contra los intereses y la libertad de la mayoría, está claro que esos derechos han
naturalizado y actualizado los privilegios en las sociedades de hoy en día.
Evidentemente, esta sacralización acrítica de los derechos de propiedad no hubie-
ra permitido abolir los privilegios vinculados al Antiguo Régimen, todo lo más
habría inducido a «modernizarlos» facilitando su reencarnación, con mayor solidez
y ausencia de contrapartidas, a base de transformarlas en propiedad burguesa, como
ocurrió en primer lugar en Inglaterra4 y como fue ocurriendo también en la mayo-
ría de los países.
Así, la idea de Orden Natural echó primero por tierra la autoridad de la tradi-
ción ancestral predominante en sociedades «arcaicas», en las que los vínculos de
sangre reales o imaginarios eran predominantes, pero también sirvió para respaldar
la autoridad en el Antiguo Régimen, al «naturalizarla» presuponiendo el origen
divino de la realeza. Más tarde, la idea de establecer los derechos humanos (natu-
rales) como base del sistema político democrático y del sistema económico mer-
cantil dejó sin respaldo a la autoridad del Antiguo Régimen, pero también sirvió para
respaldar la autoridad y, sobre todo, para aligerar sus deberes, en las sociedades
capitalistas de hoy día.
4. Lo cual se reflejó en un capitalismo con tintes elitistas y clasistas mucho más marcados que en
Francia: la misma idea de pertenencia a la working class se utiliza generalmente en Inglaterra con
connotaciones mucho más estrictas e inequívocamente clasistas que en Francia, Italia o España,
donde las barreras de clase no aparecen tan marcadas en la conciencia de la gente.
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absurdo defender en bloque todas las propiedades habidas y por haber, como pro-
poner su abolición también en bloque, cuando, insistamos, la propiedad es una
categoría extremadamente ambigua que puede englobar los derechos más vario-
pintos que sólo tienen en común ser ejercidos por personas físicas o jurídicas y
respaldados por el Estado. Por lo tanto, no tiene sentido tratar toda la propiedad,
ni todas las actividades económicas vinculadas a ella, como si estuvieran al mismo
nivel.
A diferencia de lo que ocurría en la época en la que se vio la propiedad avala-
da por el trabajo como un derecho universal ajeno a los privilegios del Antiguo
Régimen, hoy la mayor parte de la misma no es fruto del trabajo de sus propieta-
rios, ni tampoco la utilizan para su uso o disfrute directo, sino para reforzar y ejer-
cer su poder. Hemos de advertir el peso tan determinante que tienen los activos
financieros en el patrimonio mundial y, sobre todo, en el de las personas y los paí-
ses ricos. Y dentro de esos activos sobresalen hoy las acciones transferibles, que
se compran y se venden anónimamente, constituyendo lo que hemos llamado «dine-
ro financiero» (Naredo, 2000a).
Hay que recordar que hasta la segunda mitad del siglo XIX ni siquiera en Inglaterra
se veía con buenos ojos la financiación de sociedades mediante la emisión anóni-
ma de acciones transferibles. Antes, las acciones, por ejemplo, de la famosa Compañía
de Indias, se suscribían para cada viaje o agrupación de viajes u operaciones y se
pagaban una vez terminados. La financiación global e indiscriminada de las socie-
dades mediante la emisión de acciones transferibles a cualquiera, tardó en genera-
lizarse por la desconfianza hacia estas prácticas y las limitaciones que suscitaron
algunas crisis financieras bastante sonadas en la primera mitad del siglo XVIII, sien-
do las más conocidas las de La Compagnie d’Occident (o del Mississipi) ligada a
la Banque Royale, en Francia, y la South Sea Company, en Inglaterra5. Así, como
puntualiza Tawney (1921), «la financiación colectiva basada en la existencia de un
extenso cuerpo de accionistas, que ahora es lo corriente, constituía entonces una
excepción». El contraste que ofrece esa actitud con los hechos de la organización
industrial, tal y como existen hoy, es un índice de la revolución en la naturaleza
de la propiedad del capital que ha tenido lugar desde el establecimiento de la Ley de
Responsabilidad Limitada (Limited Liability Act) de 1855 y la Ley de Compañías
de 1862 (precursoras de la actual legislación de sociedades anónimas). Estas dos
leyes abrieron camino hacia la presente situación, que permitió concluir a este autor
que, en Inglaterra y hoy diríamos que en el mundo entero, «la justificación de la
propiedad tradicional —que veía en ella la seguridad de que cada uno podía gozar
de los frutos de su propio trabajo—, aunque mayormente aplicable en la época en la
que fue formulada, sufrió la misma suerte que la mayoría de las teorías políticas,
siendo refutada, no por las doctrinas de filósofos opuestos a ella, sino por el pro-
saico curso del desarrollo económico».
En efecto, la evolución misma de la propiedad hace obsoletas las razones
que tradicionalmente la han venido justificando, en bloque, como algo sagrado
5. El lector interesado puede encontrar una exposición sucinta de estos affaires y de otros similares
que alcanzan hasta nuestros días en GALBRAITH (1990).
La economía en evolución: invento y configuración… Manuscrits 22, 2004 99
6. En efecto, los muy ricos suelen tener hasta sus fincas, mansiones y yates de uso directo a nombre
de sociedades para que desgraven, e incluso domiciliar éstas en paraísos fiscales.
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vacío de poder autónomo, lo que nos lleva a la paradoja de que, tras haber elabo-
rado la idea de sistema político, e ideado tantos «contrapesos» democráticos, nos
encontramos con que el poder que debería gestionar dicho sistema se escapa hacia
el campo de lo económico, a la vez que la figura del empresario tradicional con
finalidad productiva se desplaza hacia la de nuevos condottieri cuya práctica empre-
sarial parece inspirarse más en Maquiavelo que en Smith. Así lo prueba el libro
Maquiavelo: Lecciones para directivos (Jay, 2002), publicado por una editorial
especializada en economía de la empresa, donde se evidencia que los consejos
de Smith se revelan poco operativos para las prácticas empresariales de hoy día.
Y he aquí que la noción al uso de sistema económico sigue haciendo abstracción del
poder y careciendo de instrumentos para gestionarlo. Sin embargo, se sigue razo-
nando con el sistema político como si siguiera siendo el bastión de poder supre-
mo que en su día fue, al igual que se sigue razonando sobre el sistema económico
como si se ocupara sólo de producir riqueza, y no de adquirirla y utilizarla como
vehículo de poder para modificar las reglas del juego que facilitan su adquisición,
controladas formalmente por los políticos. El personaje lóbrego de un chiste de
«El Roto» sintetizaba tal desplazamiento de funciones, cuando exclamaba: «soy
empresario por vocación, pero político por negocios».
A la vista de las ideas e instituciones que se han instalado, y de la ideología
que las informa, la evolución descrita de los acontecimientos resulta de todo punto
razonable. Parece lógico que la expansión continuamente incentivada y liberada
de lo económico acabara dominando a aquélla otra más limitada de lo político. Lo
mismo que, tras tanto espolear y desregular el ánimo de lucro empresarial, no cabe
sorprenderse que éste se haya canalizado por la vía más fácil y directa de la mera
adquisición de riqueza, dando cada vez más la razón a Veblen en su visión tan
extremadamente negativa del empresario, al que considera como una verdadera
plaga social7. Y que al encomendarse el manejo de la economía y de la política a
esos dos tipos de organizaciones igualmente jerárquicas, centralizadas y discipli-
narias, que son los partidos políticos y las empresas, no cabe sorprenderse que
ambas se acabaran coaligando para erigirse en el principal bastión de autoridad
que somete a los individuos.
Mientras las organizaciones empresariales se imponen en el mundo como nú-
cleos de poder que escapan al control de parlamentos y procesos electorales, los
políticos se ven cada vez más impulsados a hacer las veces de gestores al servicio
de tales organizaciones, ya que controlan la reglas del juego y, por ende, la llave de
los negocios, porque a su vez la política constituye una pieza clave a la hora de esta-
blecer un marco institucional propicio al negocio del capital transnacional, que pre-
mia y castiga ahora la economía de los países. La información anticipada sobre los
cambios en la calificación de terrenos, en las comunicaciones o en cualesquiera
otros aspectos institucionales que alteran el valor de los patrimonios y las perspec-
tivas de los negocios, se revelan como instrumentos clave de enriquecimiento y los
empresarios están dispuestos a pagar por ello. También parece lógico que tras tanto
7. Véase SANTOS REDONDO, M. (1997), cap. 5.2. «Veblen: el empresario como obstáculo al progreso»,
p. 169-181.
La economía en evolución: invento y configuración… Manuscrits 22, 2004 103
en el territorio con sus recursos y calidades ambientales. El hecho de que las reglas
del juego económico «globalmente» imperantes se muestren en franca contradic-
ción con aquéllas que caracterizan el comportamiento de la biosfera y sus ecosis-
temas, induce a considerar a la especie humana como una patología terrestre cuyos
rasgos esenciales pasamos a sintetizar.
8. Ocupación de los suelos de mejor calidad agronómica para usos extractivos, urbano-industriales e
implantación de infraestructuras, reducción de la superficie de bosques y otros ecosistemas natu-
rales con gran diversidad biológica e interés paisajístico, avance de la erosión, los incendios y la
pérdida de la cubierta vegetal, etc.
La economía en evolución: invento y configuración… Manuscrits 22, 2004 105
9. Por ejemplo, en el caso de la provincia de Madrid se ha constatado que entre 1957 y 1980 se
duplicó el requerimiento total de suelo por habitante (excluyendo el suelo de uso agrícola), y vol-
vió a duplicarse entre 1980 y 1999, a la vez que aumentaron espectacularmente las exigencias
per cápita de energía y materiales. La mayor ocupación de suelo por habitante se debe básica-
mente al aumento de la segunda residencia y de los usos indirectos (vertederos, actividades extrac-
tivas, embalses, viario, suelo en promoción, etc.) que conlleva el fenómeno de la conurbación
difusa y de la continua construcción-destrucción de infraestructuras e inmuebles, a la vez que
crece la proporción de viviendas y locales desocupados. Así, el presente modelo de urbanización
se revela, en Madrid, mucho más consumidor de suelo, energía y materiales que el antiguo
(NAREDO, 2003b).
10. Término acuñado por Patrick Geddes (1915), para designar esta nueva forma de urbanización,
diferenciándola de lo que antes se entendía por ciudades.
106 Manuscrits 22, 2004 José Manuel Naredo
11. En efecto, más de la mitad del parque de viviendas existentes en 1950 ha desaparecido por demo-
lición o ruina en nuestro país, que cuenta con menor porcentaje de viviendas anteriores a 1940
que Alemania. Este país quedó destruido por la Guerra Mundial, haciendo que el crecimiento eco-
nómico del patrimonio inmobiliario fuera más destructivo de lo que, en proporción, lo fue la Guerra
Mundial en Alemania (NAREDO [dir.] 2000).
12. La superficie destinada a «sistemas generales» ha venido creciendo en la Comunidad de Madrid
durante los últimos siete años, con datos disponibles a una tasa media anual del 13%, mientras
que el suelo urbano y urbanizable lo hacía a tasas medias del 2 y 3 % anual (NAREDO, 2003b).
La economía en evolución: invento y configuración… Manuscrits 22, 2004 107
2002 y 2003). De esta manera, ya hemos visto que la Tierra aparece como una pro-
digiosa recicladora de materiales que trabaja apoyándose en la energía solar. Y tanto
la simbiosis como el reciclaje requieren un alto grado de diversidad biológica, ya
que los organismos no acostumbran a alimentarse de sus propios detritus, ni a ser
simbiontes de sí mismos. Sin embargo, hoy se divulga a los cuatro vientos que la
competitividad debe regir, y en buena medida rige, la vida económica, a la vez que el
instrumental económico al uso, no sólo reduce la toma de información a una única
dimensión, la monetaria, sino que registra solamente el coste de extracción y mane-
jo de los recursos naturales, pero no el de reposición, lo que favorece el creciente
deterioro del patrimonio natural, que no se tiene en consideración en el proceso cuan-
tificador. Los frutos de esta regla de valoración sesgada, que permanece por lo común
indiscutida13, son el creciente abastecimiento del metabolismo económico con cargo
a la extracción de recursos de la corteza terrestre y el esquilmo de los derivados de
la fotosíntesis, que va en detrimento de las verdaderas producciones renovables. De
esta manera, el metabolismo de la civilización industrial, a diferencia del corres-
pondiente a la biosfera, se caracteriza por no cerrar los ciclos de materiales y por
simplificar o deteriorar drásticamente la diversidad propia de los ecosistemas natu-
rales para aumentar las extracciones de determinados productos.
Así las cosas, la especie humana se ha erigido en la cúspide de la pirámide de
la depredación planetaria. En la naturaleza, los depredadores suelen estar dotados
de mayor tamaño y más medios (dientes, garras) que sus presas: «el pez grande se
come al chico». Pero la especie humana, gracias a sus medios de intervención exo-
somática, no sólo es capaz hoy de capturar ballenas o elefantes, de talar bosques
enteros y de domesticar animales y plantas, sino que extiende hasta límites sin pre-
cedentes los usos agrarios, urbano-industriales y extractivos sobre el planeta, así
como las infraestructuras y medios de transporte que los posibilitan. Las asime-
trías en jerarquía y capacidad de control que suelen darse entre el depredador y la
presa alcanzan, en el caso de la especie humana, no sólo un cambio de escala, sino
también de dimensión, al extender el objeto de las capturas al conjunto de los recur-
sos planetarios, ya sean éstos bióticos o abióticos, lo que da pie a los modelos terri-
toriales antes mencionados y a los símiles de parasitación patológica de la biosfera
que comportan.
La polarización social y territorial antes mencionada se produce no sólo entre
las ciudades y el resto del territorio, sino, dentro de aquéllas, entre barrios ricos y
zonas desfavorecidas o «sensibles» y, más allá, entre los países ricos y el resto del
mundo, como ejemplifica la creciente «brecha Norte-Sur». En el libro Extremadura
saqueada (J. M. Naredo, M. Gaviria y J. Serna [dirs.], 1978), aplicamos ya el mode-
lo depredador-presa para ejemplificar la tendencia a ordenar el territorio en núcleos
atractores de capitales, poblaciones y recursos y áreas de apropiación y vertido.
Los grandes núcleos, como Madrid o Barcelona, no sólo recibían los flujos netos
13. En NAREDO y VALERO (dirs.) (1999), se trata de suplir este vacío de reflexión, aportando y apli-
cando el instrumental teórico necesario para cuantificar el coste de reposición del capital mineral
de la Tierra, que ofrece el principal input en tonelaje que alimenta al metabolismo económico
actual.
108 Manuscrits 22, 2004 José Manuel Naredo
14. En efecto, las ciudades son sistemas abiertos que se nutren de los recursos de fuera y envían los resi-
duos fuera, con la salvedad de que el modelo de la conurbación difusa es mucho más exigente en
recursos y residuos por habitante que los anteriores, tal y como ejemplifica la evolución del meta-
bolismo urbano madrileño (NAREDO, 2003b).
15. Esta evidencia ya había sido apreciada hace tiempo por mentes no colonizadas por la patología
del crecimiento, sin necesidad de sesudas reflexiones científicas. Con todo, hay que insistir en que
hasta la segunda mitad del siglo XX la dependencia de los países ricos de las materias primas del
resto del mundo era bastante limitada: la industrialización de estos países se apoyó básicamente
en el hierro y el carbón, dos substancias abundantes y bien distribuidas por la corteza terrestre,
que extraían de sus propios territorios. Sin embargo, el desplazamiento de la base energética de
estos países hacia el petróleo y el gas natural y la multiplicación de sus requerimientos de ener-
gía y materiales a niveles sin precedentes, acentuaron notablemente su dependencia física del resto
del mundo durante la segunda mitad del siglo XX.
La economía en evolución: invento y configuración… Manuscrits 22, 2004 109
16. Me refiero a especies de vertebrados, en las que no se observa tan extrema segregación de fun-
ciones intraespecie: ésta sólo se encuentra, entre los invertebrados, en los llamados «insectos socia-
les» como las hormigas o las abejas.
17. En realidad, los instrumentos financieros y el poder que otorgan los medios técnicos de disuasión
se apoyan mutuamente: la confianza en el dólar no es ajena al poder político y militar de los EEUU.
Por otra parte, los más poderosos, no sólo se sirven de potentes medios exosomáticos para impo-
ner y practicar la depredación planetaria, sino también para marcar diferencias de posición entre
los individuos y grupos humanos. Las limusinas, los aviones y los yates con los que se mueven los
grandes depredadores humanos dejan pequeños, en tamaño y velocidad, a los grandes paquider-
mos, y los detectores y armas que utilizan para su seguridad superan ampliamente, en capacidad de
detección (vista, olfato, oído) y de destrucción (dientes, garras), a los más acreditados depreda-
dores del reino animal.
110 Manuscrits 22, 2004 José Manuel Naredo
Perspectivas
La ecología enseña que las perspectivas de evolución de un sistema dependen de
su flexibilidad para reaccionar ante nuevos acontecimientos en función de las seña-
les que sobre ellos le envían sus circuitos de información. Pero la información ni
se capta de modo homogéneo ni fluye por igual a todos los niveles. De ahí que «su
capacidad para reaccionar como un sistema y su flexibilidad interna se deben pre-
cisamente a que no todas las conexiones imaginables están realizadas, a que muchas
que serían posibles no se dan o estarían cortadas» (Margalef, 1992, p. 222-223).
Se ha subrayado que el actual sistema económico se apoya en ciertas informa-
ciones monetarias, a la vez que mantiene taponados los circuitos que informan sobre
los aspectos físicos y sociales ligados a dicha gestión. Mientras esto ocurra, el juego
económico seguirá impulsando la extracción y el deterioro de recursos frente a la
obtención y el uso renovable de los mismos, con el consiguiente deterioro del con-
junto. Este modelo de gestión conduce hacia estados de mayor entropía planetaria.
La evolución de la Tierra, que arranca de esa sopa primigenia de la que empezó a
surgir la vida, se ve impulsada con fuerza por este modelo hacia una especie de puré
crepuscular, cuya composición química se ha precisado (Naredo y Valero [dirs.]
[1999]), Ranz (1999) y Botero (2000). Cabe cuantificar18 esta senda de evolución cal-
culando la energía de calidad contenida en la corteza terrestre actual frente a la de
máximo orden, en la que todas las sustancias estuvieran debidamente agrupadas,
como en un almacén, y la de máxima entropía, en la que estarían todas revueltas.
18. Por ejemplo, Antonio Valero ha estimado el coste de reposición de los hielos de la Antártida en
nueve mil veces la energía contenida en las reservas de combustibles fósiles. Esta estimación con-
firma que la licuación de los hielos polares es un paso importante en el avance de la Tierra hacia
mayores niveles de entropía en los que se irían mezclando los materiales y anulando los gradien-
tes de temperatura y de reactividad química hasta desembocar en esa especie de «puré póstumo»
de materiales que definiría el estado de máxima entropía hacia el que la civilización industrial
empuja a la Tierra.
La economía en evolución: invento y configuración… Manuscrits 22, 2004 111
para poner en práctica esta nueva ética pasaría por la reforma del marco institu-
cional y normativo que rige el comercio y, sobre todo, el sistema monetario inter-
nacional, a fin de regular las formas de propiedad parasitaria antes mencionadas.
Pero, hoy por hoy, las entidades encargadas de velar por el sistema monetario
internacional —que se revela incompatible no sólo con la estabilidad ecológica
sino también financiera— no piensan en cambiarlo. La desregulación actual pro-
picia cada vez mayores «burbujas financieras» (que tienden a explotar), y es fuente
de discrecionalidad a la hora de acometer las cada vez mayores «operaciones de
salvamento» y de recaudar los fondos necesarios para ellas, lo cual pone de mani-
fiesto que el capitalismo transnacional hegemónico hace un uso oportunista de las
ideas liberales. Las utiliza para ampliar sus negocios solicitando la libertad de
explotación y la desregulación financiera para crear «dinero financiero» con el que
ampliar sus actividades, así como la privatización de las propiedades públicas para
poder adquirirlas, al igual que las propiedades particulares. Pero ignora que el ejer-
cicio de la libertad se facilita con el establecimiento de reglas del juego aplicables
para todos, cuya inequívoca claridad permita a la vez reducir las desigualdades,
las arbitrariedades y los conflictos fruto del actual intervencionismo.
Precisamente, para evitar el intervencionismo de los bancos centrales y las cri-
sis financieras, los teóricos del liberalismo económico han venido defendiendo
desde hace tiempo la conveniencia de exigir que los bancos mantengan una reser-
va del cien por cien de los depósitos a la vista, eliminando así la creación de «dine-
ro bancario» que actualmente se desarrolla utilizando el dinero de estos depósitos.
En efecto, como señala uno de los principales introductores de estas ideas en
España, «el verdadero sistema de banca libre ha de venir ineludiblemente acom-
pañado por el restablecimiento del coeficiente de reserva del 100 por 100 de las
cantidades recibidas en forma de depósitos a la vista y cuya violación inicial es el
origen de todos los problemas bancarios y monetarios que han dado lugar al sistema
bancario actual, fuertemente intervenido y controlado por los Estados» (Huerta
de Soto, 1998). La radicalidad de estas ideas, defendidas desde antiguo por Mises,
Hayek, Friedman y otros portavoces del liberalismo más extremado, resultan, para-
dójicamente, mucho más radicales que la mayoría de las medidas que, como la
Tasa Tobin, sugieren los mal llamados movimientos «antiglobalización»19. Estas
ideas entroncan con la propuesta de Simons (1948) de establecer «bancos limita-
dos» (narrow banks) que garanticen esa reserva del cien por cien o que realicen
sólo inversiones de gran seguridad, frente al modelo imperante de banca con inver-
siones y riesgos poco definidos. El problema estriba en que estas propuestas son
escasamente conocidas. El actual sistema de poder sólo ha contribuido a divulgar
hasta la saciedad declaraciones y publicaciones de economistas liberales que sir-
ven para vender ciertos productos (desreguladores y privatizadores) que le inte-
resan, pero no otros que le incomodan. Este juego mediático ha desviado las críticas
de ese mal llamado movimiento «antigloblización» hacia los demonios del «neo-
liberalismo», salvaguardando así al capitalismo de carne y hueso, que los utiliza
como señuelo.
Por otra parte, el antiguo GATT y la actual OMC, en su permanente cruzada
por eliminar trabas al comercio, han contribuido a extender a escala internacional
la valoración de las mercancías por su mero coste de obtención, es decir, haciendo
abstracción de la «mochila» de deterioro ecológico y social que conllevan, que,
unida a la creciente especialización, es también fuente de deterioro ecológico y
polarización social y territorial. En Naredo y Valero (dirs.) (1999) se establecen
criterios para evaluar el coste físico completo que arrastra la obtención de los pro-
ductos como primer paso para paliar, con el establecimiento de normas adecua-
das, la actual asimetría entre coste físico y valor monetario. El establecimiento de
este tipo de normas permitiría extender la libertad de comercio sobre bases ecoló-
gicas y sociales más saludables que las actuales. No se trata, por lo tanto, de ante-
poner liberalismo a intervencionismo, sino de discutir las reglas de funcionamiento
que han de regir.
La polémica entre liberalismo e intervencionismo distrae hoy la atención de la
verdadera encrucijada del sistema económico y financiero internacional y de la posi-
ble formulación de alternativas razonables, esterilizando con ello los frutos de la
protesta. Esta encrucijada muestra, por un lado, que la masiva creación actual de
«dinero financiero» demanda de los estados y los organismos internacionales un
intervencionismo mucho más potente del que reclamaba la creación de «dinero ban-
cario» para evitar que los daños de las crisis afecten a los principales bastiones del
capitalismo transnacional que, paradójicamente, utiliza la bandera liberal para seguir
ampliando sus negocios. Y, por otro, que la única forma de evitar dicho interven-
cionismo (que promueve la socialización de pérdidas y privatización de beneficios
a una escala también sin precedentes) pasaría por limitar la creación, no ya de «dine-
ro bancario», sino sobre todo de «dinero financiero», reinventando a estos dos nive-
les figuras como la de la «banca limitada» antes mencionada. El abanico de opciones
coherentes que se podrían plantear oscilaría entre dos extremos. Uno más liberal,
que partiera por ejemplo de reimplantar el patrón oro u otro ecológicamente menos
dañino, para dar libertad de emisión y elección de monedas vinculadas al mismo,
y de establecer reglas muy estrictas que impidan o limiten drásticamente la crea-
ción de «dinero bancario» y de «dinero financiero», a fin de conciliar la libertad de
empresa con la estabilidad financiera sin necesidad de organismos estatales o inter-
nacionales de intervención y salvamento. Otro, que otorgue más posibilidades a la
creación de «dinero bancario» y de «dinero financiero», pero que cree un verdade-
ro banco mundial para controlar de forma neutral estas emisiones y asegurar la sol-
vencia del sistema en tiempos de crisis. Junto a los extremos indicados existe una
amplia gama de opciones intermedias. Cualquiera de estas soluciones sería mucho
mejor que la actual para la mayoría de la población. El problema no estriba tanto
en buscar la solución óptima seguramente inexistente como en proponer solucio-
nes, transparentes y consensuadas al más amplio nivel, que mantengan al menos un
equilibrio coherente entre regulación y medios reglados de intervención: a más regu-
lación se necesitarían menos medios de intervención y viceversa. Es evidente que este
114 Manuscrits 22, 2004 José Manuel Naredo
20. No se trata tanto de disminuir el nivel de vida de las poblaciones de los países ricos, sino de cam-
biar los patrones de vida de esos países, que hoy se toman como modelo, por otros que no tienen
por qué ser inapelablemente peores o «más bajos», aunque sean más bajos en consumo de mate-
riales y energía.
La economía en evolución: invento y configuración… Manuscrits 22, 2004 115
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