La Amante Infiel
La Amante Infiel
La Amante Infiel
Todo iba bien, le mandaba mensajes a su celular que ella estratégicamente tardaba en
contestar, ¡pero siempre lo hacia! Cuando creí que definitivamente era un hecho que yo
le interesaba, fue hasta la semana pasada. ¡Ana fue quien tomó el partido por mandarme
un mensaje! Fue un lacónico -¡Hola!-.
-¡Hola, como estas! Que gusto saber de ti, pero… ¿Por qué tan sucinta? ¿Por qué tanto
misterio? Yo… -Y el editor de texto no pudo dar más de sí, por lo que mandé el
mensaje cortado para terminarlo en un segundo-.
-Hoy tengo un concierto por la tarde, pero al terminar te mando un mensaje. –Ahora
sospecho que el único instrumento que sabe tocar es la trompeta del felatio, pero esto lo
explicaré más adelante-.
Cuando eran ya las doce de la noche empecé a sospechar que no mandaría el ansiado
mensaje. Así que en venganza y despecho le mandé uno. Esperaba cuando menos
despertarla, ¡ah!, pero mi mensaje no sólo era a deshoras, sino llena de picantes
alusiones sexuales… ¡de haber sabido!, en vez de alusiones hubiera hecho una
invitación.
-¡Y nos dieron las diez y las once, las doce… y desnudos al anochecer… bueno eso no
pasó, nunca me llegó su halagüeño mensaje.
Me fui a dormir, tuve un sueño profundo, me despertaron unas ganas terribles de orinar.
Y al regresar del baño note que el teléfono tenía un mensaje. ¡Era de Ana!, no me había
despertado el timbre del celular. Eran las 3:35 am y el mensaje era de las 12:30 am
Media hora después de que me fuera a dormir. Todo conspiraba contra mí, incluyendo
¡el indigno celular que nunca timbra como debiera! El mensaje era enigmático,
pareciera como si en vez de cancelar nuestro compromiso por la hora ¡harto
inconveniente!, esperaba que estuviera despierto, ¡y ante todo dispuesto!
¡Un poco por venganza!, ¡y otro tanto por legitima preocupación!, le mande un mensaje
para saber si había llegado con bien a casa. ¡A lo que me contesto!
-¡Miénteme como siempre!, ¡por favor miénteme!, necesito creerte. Miénteme con un
be… bueno a Luís Miguel le mienten diferente que tú a mí… ¡eres culpable o no! –Por
supuesto, el indigno editor de texto no me dejó escribir mi epístola. La tuve que mandar
en dos partes-.
Desde entonces pasó una semana, en la cual no pudimos cruzar palabra. Pero presentía
que me estaba evadiendo. ¡Digo!, de verla diariamente a no verla ni un día, ¡es un
indicio muy claro!, pero entonces no lo vi. Y llegó el domingo, terminé con mis deberes
y se me ocurrió llamarle. ¡Pero quien contestó no fue Ana sino un hombre!
-¡Así es! –Me contestó la voz falseando en lo grave para parecer más imponente-.
-Me podría comunicar con ella. –No podía ocultar la intranquilidad y creciente
animosidad en mi voz-.
-¿Quién le busca? –Era una pregunta que de hito en hito se me hacia absurda responder.
¿No era ése el teléfono personal de Ana? ¿Cómo responder sin caer en la comedia, ¡en
un absurdo! protagonizado por dos desconocidos?-.
Él fue contundente, por fin mis dudas se aclararon, bueno, al menos parcialmente.
-¡Podría hacerme el favor de no molestarla!.. -Esto lo dijo falseando nuevamente la
voz-.
-¡Pero Ana nunca me dijo!.. ¿Qué autoridad cree usted tener?.., ¡le voy a partir su
madre!
-¡Si quiere pelear!… ¡cuando quiera! -Respondió él a mis gritos, también fuera de sí-.
-¡Que Ana le diga donde buscarme!… ¡yo ya no tengo nada que hablar con usted!..
¡Cuando quiera nos partimos la madre!
-¡Pero usted no sabe quien soy!, no sabe con quien se esta metiendo. –Me dijo
tranquilizando su enojo, como para infundirme miedo con su seguridad.
-¡No sabes quien soy yo tampoco! –Tuve que responder con la misma inocua amenaza,
digo, ¿quién se cree?.. ¡Yo también puedo hacerme el gángster!-.
La señal del celular era mala, así que las amenazas tenían que interrumpirse para decir,
–¿bueno, está ahí?-. Para después seguir con el desafío, ambos hablábamos cortésmente
de cómo nos íbamos a romper la madre. Nos dirigimos en todo momento el uno al otro
de usted. Y las palabras altisonantes solo eran para referir el hecho que inevitablemente
pasaría. ¡Que nos partiríamos la madre! La recepción del celular era mala. Y muy
confusa la comunicación… Yo insistía en que me buscara, ¡en que estaba yo a su
disposición!… él de forma baga quería mejor pactar un lugar de encuentro. No nos
pudimos poner de acuerdo. ¡No sé si él colgó!, o finalmente la mala recepción del
celular dio por cortar la comunicación... ¡Pero nunca nos pusimos de acuerdo! Yo
todavía en mi furor mandé un mensaje al teléfono de Ana.
-Ana, ¡discúlpame por favor!.. No debí hacerme de palabras con tu pareja. Si él te pide
mi teléfono dáselo. Yo con mucho gusto me arreglo con él, ¡no te preocupes!, no pasará
de unos cuantos golpes para ambos… ¡bueno, me disculpo otra vez por importunarte!..
ya no lo haré más, que seas feliz. Adriel
Adriel
El poeta mezquino