Autogestión y Anarquismo
Autogestión y Anarquismo
Autogestión y Anarquismo
Autogestión e institución
RENE LOURAU
I
En el congreso anarquista de Carrara, en 1968, Daniel Cohn-Bendit, caliente por el arcaísmo
de los viejos anarcos, lanzó esta paradoja: No sacrificaremos nunca un minuto de nuestra
vida a la revolución.
Cuando me encontré con Luciano Lanza en París, en este mes de mayo que recuerda, por
fuerza, otros meses de mayo cuya brisa fue especialmente concebida para hacer ondear la
bandera negra, pedía comunicación centrada, sobre todo, en la práctica, presente o pasada.
Y le prometí tontamente hacer un balance de experiencias de autogestión de las que yo
había sido testigo o actor, desde hace algunos años.
Yo era capaz de escribir acerca de mis experiencias de autogestión en los años precedentes
y siguientes a 1968. El Grupo de Pedagogía Institucional, trabajando a veces en relación con
Socialismo o Barbarie, estaba entusiasmado por las revelaciones producidas en favor del
menor intento de autogestión en diversos centros de enseñanza. Siempre con la vista fija
sobre los problemas de la autogestión social en Yugoslavia y Argelia, éramos, sin saberlo,
los herederos de la pedagogía libertaria de finales del siglo XIX y principios del XX.
Practicábamos sobre todo la acción ejemplar (como se diría en el 68), a fin de forzar la
institución a revelarse en toda su desnudez -quiero decir, políticamente, como una forma
producida por el Estado, al que reproduce a través de su ideología, lo mismo que a través de
su estructura organizativa, sin hablar de sus modelos de entrada y salida (selectividad).
Desde hace algunos años, la autogestión está siendo institucionalizada (recuperada) por
organizaciones políticas y sindicales, de izquierda o de extrema izquierda, al menos en
Francia. No hablamos de lo mismo cuando, utilizando el mismo vocablo, nos referimos a la
ola de colectivizaciones en la España republicana por una parte, y por otra a las
innovaciones sociales preconizadas por las corrientes modernistas de la izquierda (¡y a
veces de la derecha!) Estas innovaciones sociales (vuelta al artesanado, participación de los
usuarios en la gestión catastrófica de los grandes complejos urbanos, etc.), son de hecho
tolerables en la medida en que no atacan directamente a la institución, al Estado.
Por otra parte, en lo que respecta a las luchas obreras o a la resistencia obrera, las formas
de acción no se confunden, obligatoriamente, con la reivindicación autogestionaria. Los
consejos obreros de la Fiat, por ejemplo, han demostrado, estos últimos años, que la
resistencia a las transformaciones del Capital podía ser muy fuerte y sin embargo descartar
voluntariamente el proyecto de gestionar colectivamente las nuevas formas del Capital. El
absentismo o la huelga por la huelga (sin plataforma sindical recuperabie), son armas más
eficaces que la autogestión, al menos en las grandes unidades de producción o
distribución. En cambio, la lucha por la autogestión de las pequeñas o medianas empresas
en quiebra por causa de las reconversiones capitalistas (fábrica Lip en Francia, canteras
navales en Escocia, etc. ), se presenta, a menudo, como una forma de resistencia obrera.
Está claro, en todo caso, que no existe en ninguna parte un movimiento autogestionario, en
el sentido de movimiento social con su propia ideología, sus bases sociales, sus formas de
acción y organización. Aparte de las organizaciones políticas y sindicales de izquierda y
extrema izquierda tradicionales, que intentan llenar su vacío ideológico cogiendo al vuelo
este juguete que es para ellas la autogestión, no existen más que débiles núcleos
anarquistas que continúan siendo los portadores del proyecto. Todavía hay que señalar que
la más antigua corriente autogestionaria -la corriente anarquista- se divide sobre la cuestión
de la autogestión, a propósito de las relaciones con la planificación o sobre el papel de los
sindicatos. Además, un viejo trasfondo de militantismo arcaico frena el impulso, sobre todo
cuando se trata de analizar y transformar las relaciones sociales a plazo inmediato, en la
práctica cotidiana, en las relaciones entre hombres y mujeres, en la educación, en las
relaciones profesionales o en las relaciones militantes.
Este es el contexto ideológico en que me sitúo para hablar o escribir sobre la autogestión.
Deseó ahora abordar dos puntos menos subjetivos, y a mi entender, de capital.importancia
para una elucidación de nuestro proyecto. Por una parte el papel de los determinismos de
dimensión mundial que pesan sobre nosotros. Y por otra, las posibilidades abiertas al
proyecto autogestionario para el análisis que puede hacerse de la noción de institución, en
la perspectiva de las luchas anti-insti tucionales.
II
Y por eso las pesimistas previsiones del MIT o del Club de Roma, lo mismo que los análisis
de la corriente ecologista, entran, a título de nueva variable, en la problemática de la
explotación capitalista monopolista, un poco como la penuria de géneros alimenticios se
integra perfectamente en las previsiones de los planes quinquenales rusos, desde la
prioridad de la industria pesada.
Puede considerarse que el porvenir de ambas (más, eventualmente, el de una o dos más)
formas de capitalismo, está asegurado en un periodo largo. Igual que, correlativamente, está
asegurado el futuro de la forma estatista. La mundialización del Estado está apenas
perfeccionada, o en vías de perfeccionamiento. En todos los territorios que, desde los
tiempos de la colonización, al no poseer el estatuto jurídico de la independencia acaban
siendo integrados en el club de la ONU, y como puede verse todavía en nuestros días con
los movimientos de liberación nacional de pueblos que reivindican un territorio (los
Palestinos) o derechos políticos iguales a los de sus colonizadores (en Africa del Sur), la
exigencia de la libertad pasa, más que nunca, por el estadio jurídico-político de su
reconocimiento como Estados. Incluso si el refuerzo de los bloques y la ciencia-ficción
dibujan el porvenir de un único Estado mundial, de momento la mundialización del Estado
no significa su negación dialéctica sino la multiplicación (hasta cerca de 150) de la forma
estatal.
Este futuro del Capital y del Estado dirige, a la fuerza, nuestras concepciones acerca de la
autogestión. Pero hay que añadir al menos otra imagen que, aún siendo menos evidente que
las dos primeras, lanza igualmente una sombra terrible sobre nuestros proyectos
autogestionarios. Quiero hablar de la probabilidad de una tercera guerra mundial. Si se
juzga -como es históricamente legítimo, aunque no cierto- por los períodos preparatorios de
las dos anteriores guerras mundiales, se está obligado a constatar que la tercera ya ha
comenzado, e incluso que comenzó en el mismo momento en que acababa la segunda. Por
ejemplo, el 8 de mayo de 1945, día de la capitulación de la Alemania nazi, Francia efectuaba
las masacres de Sétif, en Argelia, abriendo el camino a los procesos violentos de la
descolonización y, en general, de la política occidental hacia el Tercer Mundo. Por ejemplo
también, el 6 y 9 de agosto de 1945, algunos días antes de acabar la guerra americano-
japonesa, las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki -aunque mataran a menos
gente que los bombardeos de fósforo de la RAF sobre Dresde-, inauguraban la era del terror
nuclear, del que nuestro futuro no cesa de estar lleno. Otros argumentos, repetidos mil
veces, y mil veces rechazados, hablan en favor de una gran posibilidad de la tercera guerra
mundial como enfrentamiento nuclear: entre ellos, no es el menor el que consiste en invocar
el crecimiento y la próxima difusión del gigantesco arsenal capaz de destruir la mayor parte
de las condiciones de vida sobre el planeta.
Desarrollo del capitalismo en sus dos grandes formas rivales, desarrollo de la forma estatal
con sus potencialidades de balkanización de grandes sectores del planeta, perspectiva de
guerra atómica entre los bloques ..., tal es el futuro razonablemente previsible, tal es la
sombra que se cierne sobre el proyecto de transformación autogestionaria de las cosas.
III
Si un dios o un sentido divinizado de la historia mueven los hilos del tiempo desde lo alto de
su trono situado en el final de los tiempos o en el final de la historia, todo lo que contradiga
la llegada del paraíso cristiano o socialista, se sitúa como una peripecia en un Plan decidido
de antemano. La autogestión está, entonces, condenada a ir viviendo marginalmente, como
una vaga ideología de secta desesperadamente fuera de circulación, fuera de las realidades
económicas e incluso psicológicas de la humanidad.
En cambio, si la historia, lejos de ser lineal, sufre virajes, torsiones, curvaturas inesperadas
(y todo el pasado está ahí para demostrarlo), entonces tenemos la posibilidad de estar
determinados no sólo por la línea temporal descrita anteriormente bajo el signo de la
mundialización del Capital y el Estado, así como bajo la amenaza nuclear, sino también por
otra línea temporal, la de los esfuerzos milenarios más intensos con resultados, hasta
ahora, menos duraderos, la línea de la resistencia, de la rebelión, de la lucha
autogestionaria.
Es suficiente con plantearse la pregunta: ¿debo o no sufrir el futuro más previsible y más
amenazador?, y responder negativamente, porque me siento armado de valor para acariciar
a contrapelo el forro de esta bestia inmunda que es el sentido de la historia.
Los esclavos romanos que se hundieron en la rebelión de Espartaco, los mineros alemanes
que con Thomas Müntzer, en el siglo XVI, intentaron abolir las instituciones civiles y
religiosas, los Airados de 1794, los Comunards de 1871, los campesinos aragoneses de
1936, los fellahs argelinos de 1962, e incluso los bolcheviques de 1905 y 1917 (intentando
realizar una revolución proletaria en un país que tenía una débil minoria de proletarios), y
tantos otros rebeldes del mundo, ¿no han acariciado el sentido de la historia a contrapelo?
Utopía, sueño, delirio, dominio de la imaginación sobre la razón: he aquí lo que responden
los razonables. Y no se equivocan. Pero en lo que sí están terriblemente equivocados, es al
creer que la imaginativa social no tiene nada que ver con la vida social, con el cambio
social, con la revolución. Este rol de la imaginación, del proyecto lanzado hacia el futuro que
rebota, a veces, en las experiencias más brillantes de los mejores momentos históricos, ha
sido claramente definido por Castoriadis a propósito de la noción de institución, al criticar
todo el pensamiento heredado, de Aristóteles a Marx y sus modernos seguidores: El
verdadero hito histórico ... tanto en Aristóteles como en Marx, es la cuestión de la
institución. Es la imposibilidad, para el pensamiento heredado, de tener en cuenta lo social-
histórico como forma de ser, no reducible a la que se conoce por otra parte (Las
encrucijadas del laberinto, París, 1978). Y precisa: la cuestión de la institución excede con
mucho a la teoría; pensar la institución tal como es, como creación social-histórica, exige
romper el cuadro lógico ontológico heredado; proponer otra institución, de la sociedad
revela un proyecto y una puntería políticos que, naturalmente, puedan discutirse y
argumentarse, pero no basarse en una Naturaleza y una Razón cualesquiera (aunque fueran
la naturaleza y la razón de la historia) (pág. 314).
Los significados imaginarios juegan un papel primordial en el proyecto -cualquiera que sea,
conservador o revolucionario- que sustenta y sostiene toda forma social, toda institución.
Dicho de otra manera, y para retomar mis formulaciones, aparentemente de ciencia-ficción,
hay uno o más futuros imaginados, imaginarios, que determinan nuestra acción o inacción,
es decir, nuestra postura en relación a las formas sociales existentes.
El efecto Mühlmann arrastra, pronto o tarde, a las fuerzas sociales más revolucionarias, a
diluirse y negarse en formas que reproducen a las restantes fuerzas sociales
institucionalizadas. El principio de equivalencia entre todas las formas sociales actÚa igual
a nivel de una sociedad deportiva que a nivel de un Estado. Bajo costumbres jurídicas
diferentes, las fuerzas se institucionalizan, no obstante, en formas cuya estructura común
reposa en el reconocimiento estatal (o el de la ONU, para lo que concierne al reconocimiento
de nuevos Estados).
Hay que ver este fenómeno como una especie de lucha, a veces silenciosa pero siempre
violenta, entre las fuerzas instituyentes, anti-institucionales, que quieren invertir el orden
existente, y las fuerzas instituidas, siempre superiores en potencia, en número, en prestigio
ideológico. Bien entendido, la institucionalización también reacciona, con más o menos
fuerza, sobre lo instituido. Es necesario, a veces, transformar una parte del Derecho, cuidar
alianzas políticas nuevas y sacrificar otras más antiguas, librar nuevos créditos. En una
palabra, hay un remanente parcial de consenso en el interior de los límites que el poder
instituido juzga razonables, pero puede equivocarse. Por ejemplo, en Francia en 1979, existe
una fuerte corriente de derecha para cuestionar las leyes votadas por esta misma derecha
influida por el pánico (ley de orientación de la enseñanza superior, de 1968), o por el deseo
de atraerse nuevas capas de electoras (ley sobre el aborto y la contracepción, de 1975). Lo
mismo en lo que concierne a la ley autorizando los sindicatos, que en Francia data de 1884,
periódicamente, sobre todo en los momentos de crisis económicas, se manifiesta uña
corriente antisindical. Algunos quieren incluso limitar o abolir el derecho de huelga, que en
Francia se remonta al Segundo Imperio (1864). Sin embargo, la institucionalización del
movimiento obrero en la estructura sindical ha rendido a la clase dominante más servicios
que"los que le habría prestado un movimiento dejado a su aire, incontrolado por una
burocracia salida de sus propios rangos. A nivel de partidos políticos es conocida la
demostración sociológica de Trotsky, en Cours nouveau: la institucionalización del
movimiento revolucionario en Rusia ha consistido, no sólo en la separación o exterminación
de otras corrientes -en particular la corriente anarquista- sino también en la autodestrucción
del propio movimiento bolchevique, tanto por la depuración de los elementos más activos
como por la constitución de una gigantesca burocracia reclutada, al menos en los
comienzos, entre las filas de militantes de primera hornada.
Intentamos pues, para acabar, precisar estos puntos: la cuestión de las contrainstituciones
y la cuestión de la desaparición de la hegemonía estatal.
En Francia, muchos asistentes sociales prefieren curar las bandas de delincuentes lejos de
los metros cuadrados sociales que la legislación les reserva en los sótanos de las H. L. M.
(habitación con alquiler moderado): comunidades terapéuticas, con o sin guru, con o sin
terapeuta, ocupan a veces las columnas de sucesos de los periódicos. El grado de
integración de los miembros de estas comunidades se mide según el grado de complicidad
de los responsables cara a cara de su rebaño: la autogestión, como tendencia difícilmente
limitable, está calificada de fuga ante las responsabilidades ...
Más que de alternativa habría que hablar de prótesis social. La mayor parte de estos
experimentadores sociales no eligen deliberadamente vivir al margen. En revancha, se ven
obligados a luchar en el seno de la autogestión con el fin de dar un contenido a su
marginalidad. Autogestión estética, autogestión pedagógica, autogestión terapéutica ...
El proceso no alcanza una dimensión verdaderamente alternativa hasta que varios núcleos
no sienten la necesidad de aliarse, federarse en una red (de producción, de distribución, de
servicios ...).
En los últimos años me ha consultado una de estas redes en vías de ampliación. Entonces
estaba formada por una empresa de trabajos muy pesados en las vías férreas (Tours), dos
talleres artesanales (carpintería en Toulouse, reparación de bicicletas en Bordeaux) y un
esbozo de escuela paralela (Tours). Intentaba ponerse en contacto con otra red, de
distribución de productos biológicos (cerca de Poitiers), algunos agricultores biológicos
(Bretagne), así como con una cooperativa de cantantes-editores de discos (Bretagne).
Los problemas principales que me aparecieron fueron: para el grupo central (y líder) de
Tours, la dificultad de instalarse en un lugar favorable no sólo para la colectivización y
educación de los niños, sino también para la vida en común de las parejas o los individuos
aislados; las relaciones entre el grupo-líder y los otros grupos de la red; la instauración de
intercambios verdaderamente fructíferos entre los diversos elementos de la red, y con la
red-hermana (de alimentación biológica). En particular era deseable que los obreros de la
empresa de obras públicas pudieran ir a trabajar a las granjas bretonas, y que los
agricultores bretones vinieran a trabajar en la empresa de obras públicas.
Admitidos estos dos límites (entre otros), y bien entendido que cualquier intento contra-
institucional que se las arregle para no concernir más que a un aspecto fragmentario de la
vida cotidiana, pertenece más o menos a la fase que he denominado estética, hay que decir
algo acerca de experiencias completamente diferentes, colocadas bajo el signo de la lucha
revolucionaria -armada o no- y que a lo largo de la historia ofrecen formas
contrainstitucionales parciales o totales.
La característica efímera de estas experiencias debe, sin embargo, ser relativizada. Entre los
quince días de Cronstadt, los dos meses de la Comuna de París en 1871, los varios meses
de la revolución agraria argelina en 1962 y los dos años y medio de la experiencia de las
colectividades en la España republicana (1936-38), existen diferencias cualitativas notorias.
Lo mismo para los intentos parciales, más políticos y menos económicos, que son, por
ejemplo, los clubs revolucionarios de 1789 a 1794, de nuevo los clubs en 1848, o las
asambleas generales permanentes de 1968 en Italia, Francia, Checoslovaquia: de varios
meses a algunos años, el grado de obsolescencia varia enormemente.
Entre estos dos modelos -por una parte la experiencia estética y pedagógico-política de las
comunidades de base, y por otra la experiencia política de la autogestión como instrumento
de lucha política en periodos calientes-, son posibles otras formas de autogestión, según la
relación de fuerzas en un momento dado. No es cuestión de hacer aquí un inventario. En
cambio, querría señalar, para terminar, un tipo de experiencia que, en el contexto actual,
puede estar directa o indirectamente relacionado con el aumento del paro.
La crisis del empleo, en los países industrializados, actualmente, es una dura realidad que
obliga a nuestras representaciones a curvarse, lo quieran o no, en el sentido de una gran
prudencia.
Esta crisis forma parte de una puesta en escena más global, el montaje de crisis económica,
con sus diversos aspectos, desde la inflación hasta la reconversión industrial en beneficio
de las multinacionales, pasando por la crisis de la energía. El capitalismo se ha hecho
experto en crisis como instrumentos de regulación. Está lejos el tiempo en que Marx, y
después los marxistas más dogmáticos que el propio Marx, esperaba la siguiente crisis
económica como las sectas milenaristas cristianas acechan los signos de los tiempos, el
anuncio del Apocalipsis. Desde 1929, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial,
está claro que la desorganización es tan importante, para el Capital como la organización.
Acentuar los flujos de circulación (de capitales, de bienes, de mano de obra, de ideas, etc.),
implica, a la fuerza, fases de desorden controlado.
La caída más real de la crisis por el momento está en el aumento del paro y en el trastorno
que sufren las relaciones de trabajo: desaparición de la noción de cualificación, disociación
entre renta y salario, aumento del trabajo temporal y precario, destrucción del propio valor-
salario, en lo que tenía de sagrado.
Al mismo tiempo, la institución empresa padece una crisis ampliamente provocada por la
concentración en unidades multinacionales, con la consiguiente liquidación de pequeñas y
medianas empresas. Las formas institucionalizadas de la producción y la distribución no
son más que un sector de la vida profesional. Un sector cada vez más extendido de
actividades provisionales, temporales, marginales o clandestinas (trabajo negro) tiende a
instaurarse. En este sector, se ven surgir experiencias autogestionarias colocadas no ya
bajo el signo (o al menos no bajo el único signo) de la estética, de lo pedagógico-terapéutico
o de la eventual lucha política, sino bajo el signo, mucho más modesto, de la supervivencia
económica.
La autogestión no está siempre implicada en actividades de este género. Pero tiene muchas
posibilidades de aparecer a partir del momento en que un colectivo de trabajo (o de
supervivencia) decide lanzarse en ausencia de un patrón-empresario y ... en ausencia de
capital inicial.
Si la crisis de la energía continúa, al menos durante algún tiempo, como una penosa
realidad (electricidad, gasolina ...), es posible que la gestión de la escasez junto a la gestión
del paro haga florecer la autogestión como una de las bellas artes sociológicas pobres
(como se habla de arte pobre, por ejemplo, en pintura).
La sombra que proyecta sobre nuestro presente un futuro de paro creciente no es tan
temible como las sombras que conlleva el desarrollo del Capital y del Estado, así como la
amenaza de una tercera guerra mundial. Pero forma parte de este horizonte nublado. Por
tanto, hay que tenerla en consideración si se quiere hablar en términos concretos del
proyecto autogestionario.