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La clase trabajadora: ¿Sujeto de cambio en el siglo XXI?
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Libro electrónico356 páginas5 horas

La clase trabajadora: ¿Sujeto de cambio en el siglo XXI?

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La crisis económica que sacude el mundo desde 2008 y sus respuestas sociales a lo largo del planeta han demostrado la necesidad política de contar con una clase trabajadora, hoy huérfana y desnortada del proceso de cambio, cuyos problemas raras veces aparecen en los debates televisivos o se resuelven en los programas electorales. ¿Es la clase media una identidad política válida para quebrar el capitalismo o solo una trampa que disuelve la conciencia de los trabajadores? ¿Qué papel desempeñan el trabajo de cuidados en la transformación del empleo? ¿Qué función cumple el movimiento indígena en las protestas sociales? ¿Tienen sentido hoy las categorías de clase o sujeto?

Desde España, Ecuador, Estados Unidos, Cuba, Chile, México… filósofos, sociólogos, periodistas y politólogos aportan en La clase trabajadora. ¿Sujeto de cambio en el siglo xxi? una óptica poliédrica para tratar una problemática común: la transformación social desde la clase y el trabajo.
IdiomaEspañol
EditorialSiglo XXI
Fecha de lanzamiento26 nov 2018
ISBN9788432319235
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    La clase trabajadora - José manuel Rivas

    Siglo XXI / Serie Ciencias sociales

    Adrián Tarín Sanz y José Manuel Rivas Otero (coords.)

    La clase trabajadora

    ¿Sujeto de cambio en el siglo XXI?

    Prólogo: Diego Cañamero Valle

    La crisis económica que sacude el mundo desde 2008 y sus respuestas sociales a lo largo del planeta han demostrado la necesidad política de contar con una clase trabajadora, hoy huérfana y desnortada del proceso de cambio, cuyos problemas raras veces aparecen en los debates televisivos o se resuelven en los programas electorales. ¿Es la clase media una identidad política válida para quebrar el capitalismo o solo una trampa que disuelve la conciencia de los trabajadores? ¿Qué papel desempeñan el trabajo de cuidados en la transformación del empleo? ¿Qué función cumple el movimiento indígena en las protestas sociales? ¿Tienen sentido hoy las categorías de clase o sujeto?

    Desde España, Ecuador, Estados Unidos, Cuba, Chile, México… filósofos, sociólogos, periodistas y politólogos aportan en La clase trabajadora. ¿Sujeto de cambio en el siglo XXI? una óptica poliédrica para tratar una problemática común: la transformación social desde la clase y el trabajo.

    Adrián Tarín es doctor en Comunicación por la Universidad de Sevilla y profesor titular en la Universidad Central del Ecuador. Como investigador, forma parte del Grupo Interdisciplinario de Estudios en Comunicación, Política y Cambio Social (COMPOLITICAS), de cuyo trabajo es fruto su coordinación del libro Miradas libertarias. Como activista, en cambio, ha participado en movimientos sociales vinculados al antifascismo, en el 15M y, actualmente, en el sindicalismo.

    José Manuel Rivas es doctorando en Ciencias Políticas e investigador de la Universidad de Salamanca. Ha sido profesor en la Universidad Nacional de Colombia y en la Pontificia Universidad Javeriana, en Bogotá. Ha participado en varios congresos internacionales y publicado varios artículos en revistas científicas y capítulos de libros. Sus principales líneas de investigación son el liderazgo político, el populismo y la resolución de conflictos. Actualmente milita y participa en la gestión municipal con la formación política Podemos.

    Diseño de portada

    RAG

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    © de los autores, 2018

    © Siglo XXI de España Editores, S. A., 2018

    Sector Foresta, 1

    28760 Tres Cantos

    Madrid - España

    Tel.: 918 061 996

    Fax: 918 044 028

    www.sigloxxieditores.com

    ISBN: 978-84-323-1923-5

    PRÓLOGO

    Diego Cañamero Valle

    La hegemonía del neoliberalismo en nuestra sociedad, con sus ingredientes estructurales de crisis económica y ambiental, así como un control político, legislativo y mediático por parte de los poderes económicos, nos hace ver que asistimos a una versión muy avanzada y sofisticada del capitalismo en su proyecto por consolidar una sociedad bilateral entre el capital y el trabajador, dinamitando el esquema de negociación colectiva, dejando vacío de contenido al sindicalismo y situando el concepto de movimiento obrero en las vitrinas de los museos, junto a los jarrones chinos.

    Este libro es una aportación desde una pluralidad ideológica a nuestra urgente voluntad de formular la transformación social desde los enfoques de clase.

    La crisis económica no solo ha dejado a miles de personas sin trabajo, sin vivienda y en exclusión social, sino que nos ha legado algo más grave y humillante: la explotación y la esclavitud versión siglo XXI. Ni un solo convenio o norma laboral se cumple en la agricultura ni en la hostelería ni en la construcción. Las consecutivas reformas laborales tanto del Partido Socialista Obrero Español como del Partido Popular han convertido las relaciones laborales en una selva donde el empresario lo decide todo. Un esquema perfecto: desmonto la legislación garantista, fracciono el empleo y el salario disponible y consolido una bolsa de más de cinco millones de parados dispuestos a ser explotados. Consecuencia: los temporeros, los precarios, los inmigrantes, los desempleados conforman de pronto colectivos indefensos y sin organización.

    Las organizaciones obreras no pueden ignorar esta nueva realidad y deben plantearse cómo llegar a las clases más oprimidas, diseñando alternativas audaces y nuevos enfoques. Si, como decía Foucault, el neoliberalismo es el advenimiento de una nueva forma de guiar a los individuos, entonces debemos construir propuestas que aglutinen las aspiraciones de los trabajadores, pero también de los estudiantes, de las mujeres, de las personas dependientes o con diversidad funcional, del mundo de la cultura… Debemos tener una propuesta de sociedad democrática para minar la hegemonía conservadora actual.

    Ya no funciona un trabajo centrado exclusivamente en nuestro colectivo o ciudad. Es un error convertir nuestra militancia en discursos teóricos (los papeles y los escenarios lo aguantan todo), buscar la unidad por arriba, descuidando la de abajo y constatando la incapacidad de unir la diversidad organizativa, social y cultural de la izquierda en nuestros pueblos y convirtiéndonos en una especie de ejército rebelde y desarmado sin pistolas que deambulan de un sitio a otro con manifestaciones puntuales. Creo firmemente que la unidad y la organización son dos elementos fundamentales para cohesionar a la gran mayoría de ciudadanos que sufren las consecuencias de la crisis. La organización es la base fundamental de la existencia de cualquier colectivo humano. Sin ella es imposible conseguir objetivos políticos, económicos, sociales. Pero es imprescindible definir algo más: qué modelo social queremos; y con quién contamos (movimiento sindical, feminista, estudiantil, vecinal, social), todo ello aliñándolo de solidaridad, compañerismo, compromiso y liderazgo. Quien tenga responsabilidad dentro de este esquema tiene la obligación de predicar con su comportamiento. Cien mil teorías valen menos que un acto, miles de palabras no valen lo que un ejemplo.

    Muchas personas con sentimiento y buena fe andan buscando una luz en estos momentos difíciles que nos marque el horizonte y que nos saque del nuevo tiesto donde nos ha plantado el más feroz neoliberalismo. El mundo puede cambiar. Si nuestros corazones vibraron con la Revolución rusa de 1917, con la cubana o con la nicaragüense, Mayo del 68, el movimiento zapatista, la primavera árabe o el 15M, fue por la búsqueda incansable de un mundo distinto.

    Los anhelos de democracia más directa y participativa, con derechos y libertades reales, y las reflexiones colectivas de hombres y mujeres que luchan son imprescindibles para ir andando el camino de la construcción de otro mundo posible libre de capitalismo. Decía uno de los referentes históricos del Sindicato Andaluz de Trabajadores, el cura obrero Diamantino García, que «las causas por las que luchamos son difíciles pero tan justas que algún día lo conseguiremos».

    Espero que este apasionante libro ayude en ese camino.

    INTRODUCCIÓN

    Adrián Tarín Sanz y José Manuel Rivas

    La crisis económica que sufrimos ha incidido en diferentes aspectos de la política alternativa. De entre la inagotable lista de posibles, es interesante destacar la repolitización de un sector social –cuya denominación más común, pero no por ella exenta de polémica, es la de clase media– cuyas aspiraciones de progreso fueron frenadas de golpe ante la pérdida general de poder adquisitivo. Como consecuencia de ello, al menos en los países más golpeados, las habituales movilizaciones pasaron de ser meramente marginales a constituir auténticos movimientos de masas.

    Desde entonces, tanto los colectivos ya veteranos como los nacidos al calor de la crisis han visto sus filas nutrirse de militantes y simpatizantes procedentes de sectores sociales a los que había sido difícil llegar hasta ahora. Por situar algunos casos, la jornada de reflexión de las elecciones municipales de 2011 fue quebrantada no solo por estudiantes radicales, sino también por adultos que paseaban por las plazas con el diario ABC bajo el brazo; el movimiento 15M, en su mejor momento, gozó del apoyo de más del 80 por 100 de la población según la demoscopia de entonces, lo que inevitablemente significaba una simpatía interclasista; las facultades tradicionalmente conservadoras de las universidades púbicas se unieron a las protestas contra la subida de tasas propuesta por el exministro de Educación Ignacio Wert. Y todo ello bajo el ropaje de un discurso diferente, unos reclamos distintos y unos rostros nuevos.

    Cabría pensar si, más allá de la alianza de clases señalada por Gramsci, lo que ocurrió fue una mutación del sujeto revolucionario, en el que la clase obrera y sus referentes culturales quedaron parcialmente relegados a los límites de la política transformadora. Más aún cuando muchos de los participantes –quienes paraban desahucios, acudían a las asambleas de los barrios, ironizaban a través de las redes sociales o compaginaban las tertulias deportivas con los debates políticos de la noche del sábado– no se sentían cómodos bajo el paraguas de la izquierda tradicional, y propugnaban otras etiquetas como «pueblo», «los de abajo» o «el 99 por 100».

    Fruto de esta activación de la clase media en el seno de una crisis poliédrica, algunos partidos políticos ya existentes y otros de nuevo cuño comenzaron a interpelarla, situando en la centralidad de sus discursos a otro interlocutor diferente a la clase obrera. Aparatos tan diversos como el Frente Nacional francés, el Movimiento 5 Estrellas en Italia o Podemos en España comenzaron a granjearse ciertos éxitos electorales –algunos más reales que otros– que parecían garantizar la fundación de un nuevo periodo político. Sin embargo, la mayoría ha visto, hasta el momento, frustradas sus intenciones de acceder a las instituciones nacionales, y los que sí han logrado llegar demostraron una vez más el aforismo de que alcanzar el gobierno no siempre significa obtener el poder. Seguramente, el ejemplo más triste fue el de Syriza en Grecia.

    Esta experiencia no solo nos permite reafirmar ciertos cuestionamientos en torno a la democracia o la utilidad de los partidos para lograr el cambio, sino también reabrir vías que durante estos años parecían cerradas. El resultado adverso –que demuestra la mentalidad ganadora de un pueblo que ya no se conforma con ser la numerosa oposición– de Unidos Podemos en las elecciones de junio de 2016 responde a diferentes y complejas causas. Según varios análisis, el haber rehuido del pacto de gobierno con Ciudadanos y el Partido Socialista en la breve legislatura anterior, la confluencia con Izquierda Unida o la campaña para identificarles con el gobierno venezolano aparecieron sobre la mesa como motivos para que algo más de un millón de votantes de la coalición prefiriese quedarse en casa. Sectores moderados y otros muy ideologizados no encontraron referentes electorales claros.

    Pero aquí no queda todo. Los resultados también demostraron cuán necesaria es esa clase trabajadora huérfana del proceso de cambio, a la que no se aludió y cuyos problemas raras veces aparecían en los discursos televisivos. Una gran parte de la misma se abstuvo o decidió votar a los partidos del régimen, a pesar de que su gestión de la crisis ha sido especialmente perjudicial para los más vulnerables. Las poblaciones rurales y los adultos mayores, quienes durante su época activa emprendieron labores manuales, son mayoritariamente «azules». Estos potenciales votantes habrían sido de gran utilidad a la coalición Unidos Podemos para materializar su tan ansiado sorpasso. Nostálgicamente, muchos activistas que habían permanecido en silencio ante la abrumadora estrategia de ocupar «el centro», reclaman ahora la política de calle. Ello puede llevarnos a, al menos, dos escenarios: una nueva conexión con los sectores excluidos y desencantados, o un enroque en posiciones cómodamente intrascendentes en las que solo participen los ya convencidos. Quienes involuntariamente pelean para que suceda lo segundo aparecen como los elementos más puristas pero, paradójicamente, reproducen la hegemonía de las elites: ante el mayoritario voto conservador, desprecian a los ancianos, pueblerinos y «obreros de derechas», con un tono profundamente clasista (en su peor sentido) y presumiendo de capital cultural. Si la alternativa que elegimos, en cambio, es la primera, estamos ante un enorme reto: revalorizar a la clase trabajadora y sus valores sin perder el camino ganado en la seducción a las capas medias.

    Como se ve, la discusión en torno a la clase durante el proceso de cambio está más viva que nunca, y es la que da sentido a este libro. ¿Es la llamada clase media una identidad política válida para quebrar el capitalismo? ¿Es solo una trampa que disuelve la conciencia de los trabajadores? ¿Qué transformaciones sociodemográficas se han producido en el mundo del trabajo? ¿Qué papel desempeñan los cuidados o el movimiento indígena en la transformación del empleo y en las protestas sociales? ¿Tiene sentido seguir usando la categoría de clase o de sujeto? En torno a estas preguntas se producen las reflexiones que componen este volumen, desde una pluralidad ideológica articulada en torno a una problemática común: nuestra honesta y sincera voluntad de pensar la transformación social desde las problemáticas de la clase y del trabajo.

    En el capítulo I, los filósofos cubanos Jorge Luis Acanda González y Meysis Carmenati González cuestionan los usos ilustrados y posmodernos del concepto de sujeto, proponiendo la lectura crítica y marxista como herramienta para alumbrar la discusión. El politólogo José Manuel Rivas Otero, a continuación, plantea si la teoría de la lucha de clases sigue proporcionando un enfoque válido para la transformación social y si la distinción de proletariado y burguesía continúa siendo útil para articular la lucha contra el statu quo. En el siguiente capítulo, el filósofo y ensayista Santiago Alba Rico propone un cambio civilizatorio como proyecto anticapitalista. En el IV, el sociólogo Antonio Antón Morón reflexiona sobre la experiencia popular en la construcción del sujeto de cambio. En el capítulo V, el también sociólogo Jorge Sola Espinosa describe el proceso de invisibilización de la clase trabajadora como parte del proyecto «clasemedianista», en ocasiones funcional a los intereses de las elites. Silvia Federici, filósofa, discute los límites del marxismo respecto al trabajo de los cuidados. El VII, de Tomás Quevedo Ramírez, aborda la participación del movimiento indígena latinoamericano en los procesos transformadores. Arantxa Tirado Sánchez, politóloga, y Ricardo Romero Laullón, músico, escriben sobre los problemas específicos a los que se enfrentan los trabajadores de la cultura. El periodista y académico Carlos del Valle Rojas, en el capítulo IX, analiza las relaciones entre la clase y los medios de comunicación. Igualmente ligado a los estudios de comunicación, Miguel Vázquez Liñán propone una agenda útil para la clase trabajadora y que permita construir una memoria para la liberación. Por su parte, el biólogo Jesús M. Castillo aborda la relación entre las luchas obreras y el movimiento ecologista. Y, por último, el comunicólogo Adrián Tarín Sanz, propone la recuperación del programa por la abolición del trabajo contra aquellos movimientos de izquierdas que han asumido la máxima liberal del trabajo que dignifica.

    Muchos de estos autores y autoras, además de su trabajo académico, militan o colaboran con partidos y sindicatos transformadores, como Podemos, el Sindicato Andaluz de Trabajadores, la Confederación General de Trabajadores o el Sindicato Docente de la Universidad Central del Ecuador.

    I. La problemática del sujeto desde una teoría crítica del concepto

    Jorge Luis Acanda González y Meysis Carmenati González

    EL PROBLEMA DE LOS USOS COMUNES DEL CONCEPTO DE SUJETO

    Es común encontrar discursos –mediáticos, académicos, políticos, cotidianos– que mencionen a los grupos sociales, las organizaciones indígenas, los movimientos feministas, ecologistas o, incluso, los partidos políticos, como sujetos. El término parece cada vez más problemático, en la medida en que sirve para catalogar a casi cualquier asociación que persiga un conjunto de fines y mantenga cierta estructura consensuada. Más complejo todavía es asimilar que el concepto se usa como sinónimo de «individuo», o sea, que ha sustituido términos como el de «agente» o «actor». En los últimos años, sobre todo, es frecuente leer textos sociológicos o psicológicos que hablan del sujeto. Su definición como individuo y la forma en que se utiliza para enunciar una esencia pueden resultar altamente confusas.

    Parece crucial un esclarecimiento del término y de los problemas que genera su uso indiscriminado y discrecional. Esto porque, durante mucho tiempo, el concepto de sujeto ha estado en el centro de una teoría emancipatoria y crítica sobre la modernidad capitalista, sus contradicciones y las condiciones de posibilidad para su superación sustantiva. El concepto de sujeto es fundamento indispensable de una teoría para la transformación social.

    Por eso es absolutamente imprescindible entender el peligro de un uso reduccionista, o de un abuso del término que termine convirtiéndolo en un simple recurso para nombrar cualquier grupo o institución. Es necesario transparentar sus posibilidades emancipatorias y, por tanto, se precisa de un uso crítico. En caso contrario, se puede incurrir en la construcción de una teoría que busca la transformación social, pero parte de los mismos presupuestos de reproducción de la hegemonía, sin la conciencia de estar acudiendo a esa hegemonía.

    El problema del concepto de sujeto es, una y otra vez, el problema de la dominación, de quién la produce y de cuáles son las formas concretas, objetivas, de su producción. Es el problema de la diferencia entre apariencia y realidad, entre mundo cosificado y la consciencia sobre el mundo producido, entre masa y sujeto con la capacidad de crear las condiciones específicas de su realidad objetiva.

    Obviamente la cuestión no es nominativa. En la utilización de un concepto se constituye su sentido. El recurso simplemente nominativo de la palabra «sujeto» debe considerar el peligro de una pérdida de su sentido crítico, debido a un uso indistinto, mecanicista o reduccionista.

    Para la teoría crítica, el sujeto no es simplemente un individuo o un grupo social cualquiera. Sujeto es un concepto dialéctico y metódico que, en principio, denomina a la actividad humana, pero que en sí mismo define una energía agencial creadora. La fuerza conceptual de la palabra «sujeto» reside en su capacidad de nominar no a un grupo o a una persona, sino la relación compleja entre ese grupo o esa persona con el mundo circundante y, especialmente, el papel que desempeña en ese mundo su actividad.

    El sujeto es siempre la acción que transforma y produce, que incide sobre el mundo, lo controla, lo estructura y lo convierte en un mundo a su medida. Como se verá más adelante en el texto, el sujeto es el que produce una realidad constituida por objetos, que son las producciones del sujeto, y que, por tanto, conforman las bases de sentido, materiales y espirituales, de la realidad objetiva en que los seres humanos despliegan y comprenden su propia existencia. En síntesis, sujeto es la actividad capaz de producir su propio mundo y, al hacerlo, crear las condiciones específicas de su autoproducción. Es por ello que el término necesita entenderse propiamente desde su relación orgánica con el concepto crítico de objeto.

    Un objeto, según esta relación dialéctica, siempre es una producción de un sujeto. Por tanto, no es una cosa indeterminada, es el espacio de expresión y objetivación del sujeto que, al producir todos los objetos de su mundo –sillas, mesas, ideas, representaciones sociales, ideologías, clases, etc.– produce las condiciones específicas de su propia vida y se autoproduce. Todo objeto, ya sea material o espiritual, es una expresión del sistema social, de las fuerzas y las tensiones de fuerzas en conflicto, en medio de las cuales los seres humanos se constituyen como tales, como seres sociales, y conforman las circunstancias para el desarrollo de sus vidas. Es por eso que la modernidad fue caldo de cultivo del concepto y de sus reflexiones. Desde la Ilustración, los interrogantes sobre la razón y la actividad humana se volvieron centrales y, hasta hoy, protagonizan algunos de los debates filosóficos más importantes.

    Precisamente, el abuso constante del término que se aprecia actualmente está relacionado con procesos que inciden en el vaciamiento de su sentido crítico. Por un lado porque, una vez que se erige en lugar común de los discursos dentro y fuera de la academia, empieza a servir para nominar más que para definir. Por otro, confluyen en los últimos años algunas concepciones que servirán para ubicarlo epistémicamente. En este breve texto, queremos reflexionar sobre la «muerte del sujeto» y las interpretaciones del sujeto como esencia y como individuo. En especial la concepción sobre la muerte del sujeto posee impulso y actualidad latentes. En las últimas décadas del siglo pasado, el concepto fue centro de la pugna entre posturas racionalistas, que defendían el proyecto inacabado de la modernidad, y las irracionalistas extremas. Este debate contemporáneo tiene sus raíces mucho antes, en la concepción ilustrada de sujeto que desarrolló René Descartes[1].

    La polémica en torno al concepto de sujeto se convierte en un tema crucial con la aparición de las filosofías posmodernas. Es cierto que, por entonces y hasta ahora, el «espectro del sujeto cartesiano» (Žižek, 2011) aún pesaba en la academia occidental. Pero la crítica a la definición cartesiana de un sujeto transparente y autoconsciente optó por el extremo contrario. La muerte del sujeto resonó altiva en los discursos de la posmodernidad, que diluía, disgregaba y diseccionaba a diestra y siniestra. Frente al sujeto trascendental cartesiano, el afán de ver «microscópicamente», de deslegitimar todo metarrelato, no buscaba superar las limitaciones de las teorías clásicas sobre el sujeto sino que, simplemente, eliminó la necesidad de teorizar sobre él.

    Esta postura defendía la siguiente lógica: si ya no era posible –y para algunos ni siquiera necesario– pensar la transformación total del sistema (el concepto mismo de sistema era problemático), entonces la concepción del sujeto como capacidad agencial creadora no poseía mucha utilidad. El sujeto se disgrega para desaparecer; se desintegra en un sinnúmero de rasgos, fuerzas y grupos; se diluye en la incapacidad organizativa de lo común, en la reducción de lo diverso a lo múltiple.

    Lo inadmisible de esta postura es la aparente imposibilidad de un mundo, donde todo parece conectado menos la posibilidad de liberarnos todos. La proliferación de la subjetividad en múltiples formas (movimientos feministas, pueblos y nacionalidades, organizaciones de ecologistas, etc.) termina por convencer a todos de la inutilidad de la lucha en común. El problema, por tanto, consiste en la imposibilidad para reconocer una identidad de lucha. Esta misma identidad de lucha había formado parte de la teoría del sujeto en muchas de las filosofías revolucionarias desde finales del siglo XIX y durante la mayor parte del XX.

    Luego de «la muerte» del sujeto el enfoque fue otro. La «confusión» produce un vaciamiento desde el cual conceptos como identidad y reconocimiento se expresan al modo de una esencia para la lucha, como una forma –a veces la única– de encontrarse, en medio de una globalización vertiginosa y homogeneizante. La necesidad de repensar las identidades en conflicto y los escaños efectivos para el reconocimiento era urgente: «Ya que no somos lo mismo, debemos luchar por cosas diferentes».

    En ese contexto de resurgimiento de las diversidades, que también ha rescatado voces hasta entonces invisivilizadas, la hegemonía supo constituir un núcleo para su reproducción. Esto contribuyó a un nuevo momento para la teoría crítica, pero a un momento en el que peligraba la potencialidad emancipatoria de la categoría de sujeto.

    De cara al siglo XXI las ideologías de lucha están obligadas a revisar sus presupuestos y, en algunos casos, a reorientarlos. Pensamos que fue ahí, en la época del renacimiento de lo plural y lo diverso, frente al enclaustramiento de la categoría cartesiana al interior de una academia demasiado alejada de los problemas sociales, que se solapó el contenido emancipatorio del concepto de sujeto.

    Al mismo tiempo, se pierde de vista la capacidad del capitalismo para articular, sistémicamente y estructuralmente, todos los tipos de violencia. Porque el concepto de sujeto permite, en esencia, entender cómo la dominación se estructura en la totalidad social, o sea, cómo se construyen condiciones específicas de reproducción de violencia social articulada, que toma manifestaciones diversas, pero que responde a una misma lógica de salvaguarda de la hegemonía capitalista.

    Hubo un discurso que predominó, y que logró constituir fidelidades incluso al interior de los movimientos y las teorías de izquierda. El propio Žižek (2011) lo ha sintetizado así:

    […] la proliferación liberadora de las múltiples formas de la subjetividad: femenina, homosexual, étnica… Según esta orientación debemos abandonar la meta imposible de una transformación social global y, en lugar de ella, concentrar nuestra atención en las diversas maneras de reafirmar la propia subjetividad particular en nuestro complejo y disperso universo posmoderno, en el cual el reconocimiento cultural importa más que la lucha socioeconómica (p. 11).

    Al mismo tiempo, las otras concepciones también influían y, a veces, se ayudaban. Los trastornos de la reducción del sujeto a una esencia, parecían contribuir a otra forma de muerte: la desaparición física de su materialidad social concreta. Se había naturalizado, luego de siglos de uso, una visión dogmática de la relación entre sujeto y objeto. Estos formaban parte de una «invariabilidad esencial» (Horkheimer, 2008, p. 243), de una suerte de destino, de un objetivismo dicotómico e inmutable y, por tanto, ahistórico. Aquí se debatían, por ejemplo, las posturas contrarias alrededor de la distinción entre un sujeto trascendental cartesiano y el sujeto marxista de una objetividad concreta.

    Es así que la categoría parecía sufrir un embate por ambos lados: el debate sobre la racionalidad y el debate sobre la historicidad. Y, en medio, los tanteos del universalismo a los particularismos y de los esencialismos a la muerte del sujeto. Curiosamente, había entre los extremos del positivismo y la posmodernidad cierta afectividad común, nada rara si se piensan los acuerdos tácitos, que influían aunque permanecían implícitos.

    Sería ingenuo pasar por alto la conexión entre estos debates y las formas concretas de lucha antisistema, y tanto de comprensión de como de autorreflexión sobre las vías para la lucha. No existe una separación, y si la hay es producto de la dominación misma. No es mediante ideas especulativas, sino a través de las teorías de la alienación y el fetichismo, que Marx explica la inversión sujeto-objeto y la cosificación. Específicamente, el concepto de fetichismo explica la materialidad efectiva de las relaciones mercantiles capitalistas. Los problemas de la relación entre sujeto y objeto, el cómo los sujetos construyen una realidad objetiva en el contexto de relaciones de fuerzas en conflicto, eran cuestiones esenciales y absolutamente concretas para

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