El Placer de Vagabundear
El Placer de Vagabundear
El Placer de Vagabundear
Comienzo por declarar que creo que para vagabundear se necesitan excepcionales
condiciones de soador. Ya lo dijo el ilustre Macedonio Fernndez: "No toda es vigilia la
de los ojos abiertos".
Digo esto porque hay vagos, y vagos. Entendmonos. Entre el "crosta" de botines
destartalados, pelambre mugrientosa y enjundia con ms grasa que un carro de matarife,
y el vagabundo bien vestido, soador y escptico, hay ms distancia que entre la Luna y
la Tierra. Salvo que ese vagabundo se llame Mximo Gorki, o Jack London, o Richepin.
Ante todo, para vagar hay que estar por completo despojado de prejuicios y luego ser un
poquitn escptico, escptico como esos perros que tienen la mirada de hambre y que
cuando los llaman menean la cola, pero en vez de acercarse, se alejan, poniendo entre su
cuerpo y la humanidad, una respetable distancia.
Claro est que nuestra ciudad no es de las ms apropiadas para el atorrantismo
sentimental, pero qu se le va a hacer!
Para un ciego, de esos ciegos que tienen las orejas y los ojos bien abiertos intilmente,
nada hay para ver en Buenos Aires, pero, en cambio, qu grandes, qu llenas de
novedades estn las calles de la ciudad para un soador irnico y un poco despierto!
Cuntos dramas escondidos en las siniestras casas de departamentos! Cuntas
historias crueles en los semblantes de ciertas mujeres que pasan! Cunta canallada en
otras caras! Porque hay semblantes que son como el mapa del infierno humano. Ojos que
parecen pozos. Miradas que hacen pensar en las lluvias de fuego bblico. Tontos que son
un poema de imbecilidad. Granujas que mereceran una estatua por buscavidas.
Asaltantes que meditan sus trapaceras detrs del cristal turbio, siempre turbio, de una
lechera.
El profeta, ante este espectculo, se indigna. El socilogo construye indigestas teoras. El
papanatas no ve nada y el vagabundo se regocija. Entendmonos. Se regocija ante la
diversidad de tipos humanos. Sobre cada uno se puede construir un mundo. Los que
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llevan escritos en la frente lo que piensan, como aquellos que son ms cerrados que
adoquines, muestran su pequeo secreto... el secreto que los mueve a travs de la vida
como fantoches.
A veces lo inesperado es un hombre que piensa matarse y que lo ms gentilmente posible
ofrece su suicidio como un espectculo admirable y en el cual el precio de la entrada es el
terror y el compromiso en la comisara seccional. Otras veces lo inesperado es una
seora dndose de cachetadas con su vecina, mientras un coro de mocosos se prende de
las polleras de las furias y el zapatero de la mitad de cuadra asoma la cabeza a la puerta
de su covacha para no perder el plato.
Los extraordinarios encuentros de la calle. Las cosas que se ven. Las palabras que se
escuchan. Las tragedias que se llegan a conocer. Y de pronto, la calle, la calle lisa y que
pareca destinada a ser una arteria de trfico con veredas para los hombres y calzada
para las bestias y los carros, se convierte en un escaparate, mejor dicho, en un escenario
grotesco y espantoso donde, como en los cartones de Goya, los endemoniados, los ahorcados, los
embrujados, los enloquecidos, danzan su zarabanda infernal.
Porque, en realidad, qu fue Goya, sino un pintor de las calles de Espaa? Goya, como
pintor de tres aristcratas zampatortas, no interesa. Pero Goya, como animador de la
canalla de Moncloa, de las brujas de Sierra Divieso, de los bigardos monstruosos, es un
genio. Y un genio que da miedo.
Y todo eso lo vio vagabundeando por las calles.
La ciudad desaparece. Parece mentira, pero la ciudad desaparece para convertirse en un
emporio infernal. Las tiendas, los letreros luminosos, las casas quintas, todas esas
apariencias bonitas y regaladoras de los sentidos, se desvanecen para dejar flotando en
el aire agriado las nervaduras del dolor universal. Y del espectador se ahuyenta el afn de
viajar. Ms an: he llegado a la conclusin de que aqul que no encuentra todo el
universo encerrado en las calles de su ciudad, no encontrar una calle original en ninguna
de las ciudades del mundo. Y no las encontrar, porque el ciego en Buenos Aires es ciego
en Madrid o Calcuta...
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Recuerdo perfectamente que los manuales escolares pintan a los seores o caballeritos
que callejean como futuros perdularios, pero yo he aprendido que la escuela ms til para
el entendimiento es la escuela de la calle, escuela agria, que deja en el paladar un placer
agridulce y que ensea todo aquello que los libros no dicen jams. Porque, desgraciadamente, los libros los escriben los poetas o los tontos.
Sin embargo, an pasar mucho tiempo antes de que la gente se d cuenta de la utilidad
de darse unos baos de multitud y de callejeo. Pero el da que lo aprendan sern ms
sabios, y ms perfectos y ms indulgentes, sobre todo. S, indulgentes. Porque ms de
una vez he pensado que la magnfica indulgencia que ha hecho eterno a Jess, derivaba
de su continua vida en la calle. Y de su comunin con los hombres buenos y malos, y con
las mujeres honestas y tambin con las que no lo eran.