Evangelio Árabe de La Infancia
Evangelio Árabe de La Infancia
Evangelio Árabe de La Infancia
I 1. Hemos encontrado estas palabras en el libro de Josefo, el Gran Sacerdote que existía
en tiempo del Cristo, y que algunos han dicho que era Caifás.
El cual afirma que Jesús habló, estando en la cuna, y que dijo a su madre: Yo soy el
2.
Verbo, hijo de Dios, que tú has parido, como te lo había anunciado el ángel Gabriel, y
mi Padre me ha enviado para salvar al mundo.
II 1. El año 309 de Alejandro, ordenó Augusto que cada individuo fuese empadronado
en su país. Y José se aprestó a ello, y, llevando consigo a María, su esposa, partió para
Bethlehem, su aldea natal.
3. Y José llegó a Bethlehem para instalarse en su aldea natal, con toda su familia. Y,
cuando llegaron a una gruta próxima a Bethlehem, María dijo a José: He aquí que el
tiempo de mi alumbramiento ha llegado, y que me es imposible ir hasta la aldea.
Entremos, pues, en esta gruta. Y, en aquel momento, el sol se ponía. Y José partió de
allí presuroso para traer a María una mujer que la asistiese. Y halló por acaso a una
anciana de raza hebraica y originaria de Jerusalén, a quien dijo: Ven aquí, bendita
mujer, y entra en esta gruta, donde hay una joven que está a punto de parir.
La partera de Jerusalén
2.Y la anciana dijo a Santa María: ¿Eres la madre de este recién nacido? Y Santa María
dijo: Sí. Y la anciana dijo: No te pareces a (las demás) hijas de Eva. Y Santa María dijo:
Como mi hijo es incomparable entre los niños, así su madre es incomparable entre las
mujeres... Y la anciana respondió en estos términos: Oh, señora, yo vine sin segunda
intención, para obtener una recompensa. Nuestra Señora Santa María le dijo: Pon tu
mano sobre el niño. Y ella la puso, y al punto quedó curada. Y salió diciendo: Seré la
esclava y la sierva de este niño durante todos los días de mi vida.
2. Y, en aquel momento, la gruta parecía un templo sublime, porque las voces celestes y
terrestres a coro celebraban y magnificaban el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo.
Cuanto a la anciana israelita, al ver tamaños milagros, dio gracias a Dios, diciendo: Yo
te agradezco, oh Dios de Israel, que mis ojos hayan visto el nacimiento del Salvador del
mundo.
Circuncisión
2.Y, habiendo transcurrido diez días, llevaron al niño a Jerusalén. Y, cuarenta días
después de su nacimiento, un sábado, lo condujeron al templo a presencia del Señor, y
ofrecieron, para rescatarlo, los sacrificios previstos por la ley de Moisés, a quien Dios
dijo: Todo primogénito varón me será consagrado.
VI 1. Y, cuando María franqueó la puerta del atrio del templo, el viejo Simeón vio, con
ojos del Espíritu Santo, que aquella mujer parecía una columna de luz, y que llevaba en
brazos un niño prodigioso. Y, semejantes a la guardia de honor que rodea a un rey, los
ángeles rodearon en círculo al niño, y lo glorificaron. Y Simeón se dirigió, presuroso,
hacia Santa María, y, extendiendo los brazos hacia ella, le dijo: Dame el niño. Y
tomándolo en sus brazos, exclamó: Ahora, Señor, despide a tu siervo en paz, conforme
a tu palabra. Porque mis ojos han visto la obra de tu clemencia, que has preparado para
la salvación de todas las razas, para servir de luz a todas las naciones, y para la gloria de
tu pueblo, Israel.
2.Y Ana la profetisa fue testigo de este espectáculo, y se acercó para dar gracias a Dios,
y para proclamar bienaventurada a Santa María.
2. Sabedor del caso, Herodes mandé a buscar a los reyes de Persia, y, habiéndolos hecho
comparecer ante él, les preguntó: ¿Quiénes sois? ¿De dónde venís? ¿Qué buscáis? Y
ellos respondieron: Somos hijos de los reyes de Persia, venimos de nuestra nación, y
buscamos al rey que ha nacido en Judea, en el país de Jerusalén. Uno de los dioses nos
ha informado del nacimiento de ese rey, para que acudiésemos a presentarle nuestras
ofrendas y nuestra adoración. Y se apoderó el miedo de Herodes y de su corte, al ver a
aquellos hijos de los reyes de Persia, con la tiara en la cabeza y con su tesoro en las
manos, en busca del rey nacido en Judea. Muy particularmente se alarmó Herodes,
porque los persas no reconocían su autoridad. Y se dijo: El que, al nacer, ha sometido a
los persas a la ley del tributo, con mayor razón nos someterá a nosotros. Y, dirigiéndose
a los reyes, expuso: Grande es, sin duda, el poder del rey que os ha obligado a llegar
hasta aquí a rendirle homenaje. En verdad, es un rey, el rey de los reyes. Id, enteraos de
dónde se halla, y, cuando lo hayáis encontrado, venid a hacérmelo saber, para que yo
también vaya a adorarlo. Pero Herodes, habiendo formado en su corazón el perverso
designio de matar al niño, todavía de poca edad, y a los reyes con él, se dijo: Después de
eso, me quedará sometida toda la creación.
Ayer tarde había fiesta en nuestra nación. Y, después del festín, uno de nuestros dioses
nos advirtió: Levantaos, e id a presentar vuestras ofrendas al rey que ha nacido en
Judea. Y, partidos de Persia al primer canto del gallo, hemos llegado hoy a vosotros, a
la hora tercera del día.
VIII 1. Los magos llegaron a su país a la hora de comer. Y Persia entera se regocijó, y
se maravilló de su vuelta.
2.Y, al crepúsculo matutino del día siguiente, los reyes y los jefes se reunieron
alrededor de los magos, y les dijeron: ¿Cómo os ha ido en vuestro viaje y en vuestro
retorno? ¿Qué habéis visto, qué habéis hecho, qué nuevas nos traéis? ¿Y a quién habéis
rendido homenaje? Y ellos les mostraron el pañal que les había dado María. A cuyo
propósito celebraron una fiesta, a uso de los magos, encendiendo un gran fuego, y
adorándolo. Y arrojaron a él el pañal, que se tomé en apariencia fuego. Pero, cuando
éste se hubo extinguido, sacaron de él el pañal, y vieron que se conservaba intacto,
blanco como la nieve y más sólido que antes, como si el fuego no lo hubiera tocado. Y,
tomándolo, lo miraron bien, lo besaron, y dijeron: He aquí un gran prodigio, sin duda
alguna. Este pañal es el vestido del dios de los dioses, puesto que el fuego de los dioses
no ha podido consumirlo, ni deteriorarlo siquiera. Y lo guardaron preciosamente
consigo, con fe ardiente y con veneración profunda.
IX 1. Cuando Herodes vio que había sido burlado por los magos, y que éstos no volvían,
convocó a los sacerdotes y a los sabios, y les pregunté: ¿Dónde nacerá el Mesías? Ellos
le respondieron: En Bethlehem de Judá. Y él se puso a pensar en el medio de matar a
Nuestro Señor Jesucristo.
2.Y, cuando Santa María y José llegaron a la aldea, y se acercaron al asilo, se apoderó
de los habitantes del país un terror extremo. Y se produjo un temblor en el asilo y una
sacudida en toda la tierra de Egipto, y todos los ídolos cayeron de sus pedestales, y se
rompieron. Todos los grandes de Egipto y todos los sacerdotes de los ídolos se
congregaron junto al sacerdote del ídolo en cuestidn, y le preguntaron: ¿Qué significan
este trastorno y este terremoto que se han producido en nuestro país? Y el sacerdote les
respondió, diciendo: Presente está aquí un dios invisible y misterioso, que posee, oculto
en él, un hijo semejante a sí mismo, y el paso de este hijo ha estremecido nuestro suelo.
A su llegada, la tierra ha temblado ante su poder y ante el aparato terrible de su majestad
gloriosa. Temamos, pues, en extremo, la violencia de u ataque. En este momento, el
ídolo de la aldea se abatió también al suelo, hecho añicos, y su desplome hizo reunirse a
lodos los egipcios cerca del célebre sacerdote, el cual les dijo: Debemos adoptar el culto
de este dios invisible y misterioso. Él es el Dios verdadero, y no hay otro a quien servir,
porque es realmente el hijo del Altísimo.
2.Y, como María y José supiesen la caída y el aniquilamiento del ídolo, fueron presa de
temor y de espanto, y se dijeron: Cuando estábamos en tierra de Israel, Herodes
proyectaba matar a Jesús, y, por su causa, mató a todos los niños pequeños de
Bethlehem y de sus alrededores. No hay duda sino que los egipcios, al enterarse de por
qué accidente se rompió ese ídolo, nos entregarán a las llamas.
3. Y, en efecto, el rumor llegó hasta el Faraón, el cual mandó buscar al niño, pero no lo
encontró. Y ordenó que todos los habitantes de su ciudad, cada uno de por sí, se
pusiesen en campaña para proceder a la búsqueda, hallazgo y captura del niño. Y,
cuando Nuestro Señor se acercó a la puerta de la ciudad, dos autómatas, que estaban
fijados a cada lado de la puerta, se pusieron a gritar: ¡He aquí el rey de los reyes, el hijo
del Dios invisible y misterioso! Y el Faraón procuró matarlo. Pero Lázaro salió fiador
por él, y María y José se escaparon, y partieron de allí.
XIII 1. Y, después que de allí partieron, llegaron a un paraje, donde se hallaban unos
bandidos, que habían robado a una caravana de viajeros, los habían despojado de sus
vestiduras, y los habían atado. Y aquellos bandidos oyeron un tumulto inmenso,
semejante al causado por un rey poderoso, que saliese de su capital, acompañado de
caballeros, de soldados, de tambores y de clarines. Y los bandidos, acometidos de miedo
y de pavor, abandonaron todo aquello de que se habían apoderado.
XIV 1. Y alcanzaron otra aldea, donde había una pobre mujer poseída, la cual, habiendo
salido de su casa por la noche en busca de agua, vio al Maligno bajo la figura de un
joven. Y puso la mano sobre él, para agarrarlo, no pudo ni aun tocarlo. Y el rebelde
maldito había entrado en el cuerpo de la mujer, estableciéndose así, y manteniéndola en
el estado de naturaleza, como en el día de su nacimiento.
3.Cuando María y José entraron en aquella aldea, vieron a la infeliz, sentada, desnuda y
ocupada en reunir piedras. Y María tuvo piedad de su estado, y, tomando uno de los
pañales de Jesús, lo echó sobre ella. Y, en el mismo instante, el demonio la abandonó
precipitadamente bajo la figura de un joven, maldiciendo y gritando: ¡Malhaya yo, a
causa tuya, María, y de tu hijo! Y aquella mujer quedó libre de su azote. Vuelta en sí,
confusa de su desnudez, y evitando las gentes, se cubrió con el pañal de Jesús, corrió a
su casa, se vistió, e hizo a los suyos un relato detallado del hecho. Y los suyos, que eran
los personajes más importantes de la aldea, dieron hospitalidad a María y a José, con
magnificencia generosa.
2. Cuando María entró en la aldea, llevando en sus brazos a su hijo, la joven muda, que
la vio, tomó a Jesús, lo besó, y lo apretó contra su pecho. Y un efluvio del cuerpo del
niño se exhaló sobre ella, cuyos oídos se abrieron, y cuya lengua se movió, para
agradecer a Dios, con alabanzas, la recuperación de su salud. Y aquella noche hubo gran
alegría entre los habitantes de la aldea, que creyeron que Dios y sus ángeles hablan
descendido hasta ellos.
2.Cuando María se le acercó, al ver el niño que ésta llevaba en sus brazos, corrió a su
encuentro, y le dijo: Oh, señora, dame a este niño, para que lo alce, y lo abrace. María se
lo dio. Y, tan pronto el niño estuvo en sus brazos, el demonio respiré los espíritus de
Jesús, y, bajo las miradas de todos, la serpiente huyó, y la poseía no la vio más. Y todos
los asistentes alabaron al Altísimo, y aquella mujer trató espléndidamente a María y a
José.
XVII 1. Cuando la mañana vino, la mujer vertió agua perfumada, para bañar en ella al
niño Jesús. Y, después de haberlo lavado, conservé el agua del baño. Y había allí una
joven, cuyo cuerpo estaba blanco de lepra. Y, como hubiese sido testigo de la curación
de aquella mujer, quiso, con fe, tomar el agua que había servido para lavar a Jesús. Y,
vertiendo sobre su cuerpo un poco de aquel agua, quedó purificada de su lepra. Y todos
los habitantes de la aldea exclamaron: Indudablemente, María, José y el niño son dioses,
y no hombres.
2.Y, en el momento en que María y José se disponían a abandonar la casa, la joven que
había sido leprosa, se arrodilló ante ellos, y les dijo: Os mego, padres y señores míos,
que me otorguéis ser vuestra hija y vuestra sierva, y acompañaros, porque no tengo
padre, ni madre.
2. La mujer del jefe le dijo: Guarda bien este secreto, y no lo manifiestes a nadie. Estoy
casada con este jefe, cuyo poder se extiende sobre un vasto territorio. Con él he vivido
mucho tiempo, sin darle hijos, y, cuando, al fin, tuve uno, éste nació leproso. Y, así que
él lo vio, se negó a reconocerlo, y me dijo: O lo matas, o lo entregas a una nodriza de un
país lejano, para que nunca más sepa de él. Donde no, rompo toda relación contigo, y en
la vida volveré a verte. No sé qué partido tomar, y mi disgusto es infinito. ¡Ah, hijo
mío! ¡Ah, esposo mío! Mas la joven repuso: He encontrado a tu mal un remedio, que
voy a exponerte. Porque yo también soy leprosa, y me vi purificada por Dios, que no es
otro que Jesús, el hijo de Maria. La mujer le dijo: ¿Dónde está ese Dios, de que acabas
de hablarme? La joven dijo: Está aquí, en tu casa. Ella dijo: ¿Cómo? ¿Aquí se
encuentra? La joven dijo: Aquí se hallan María y su esposo José, y ese niño que viaja
con ellos, es el que se llama Jesús, y el que me ha curado de mi mal y de mi tormento.
La otra le dijo: ¿Puedo saber cómo te ha curado de tu lepra? Ella le dijo: Con mucho
gusto te complaceré. La madre del niño me dio el agua que había servido para bañarlo,
agua que eché sobre mi cuerpo, y que purificó mi lepra.
3.Entonces la esposa del jefe se levantó, y rogó a María y a José, con todo
encarecimiento, que fuesen huéspedes suyos. E invitó a José a un gran festín, al cual
fueron convidados buen golpe de hombres. Y, al día siguiente, a punto de amanecer, se
levantó, y tomó agua perfumada, para bañar en ella a Jesús. Y, tomando a su hijo, lo
bañó en el agua que acababa de emplear, e, instantáneamente, el niño quedó purificado
de su lepra. Y ella glorificó a Dios, diciéndole: ¡Dichosa tu madre, oh Jesús! ¿Cómo,
con el agua en que te has bañado, purificas de la lepra a los hombres, que son de la
misma raza que tú? E hizo a María presentes magníficos, y la despidió con los mayores
honores.
XIX 1. De allí se dirigieron a otra aldea, en la que quisieron pasar la noche. Y entraron
en el hogar de un recién casado, a quien un maleficio tenía alejado de su espcsa. Y,
apenas se hubieron albergado en la casa aquella noche, cesó el maleficio.
2.Y, llegada la mañana, decidieron partir. Pero el recién casado los detuvo, y les ofreció
un festín espléndido.
2. Y, habiéndolas acompañado, vieron que poseían una casa nueva, bien adornada y
ricamente amueblada, en la cual los introdujeron. Y era invierno, y entonces la joven
entró también, y vio a las mujeres gimiendo y llorando. Cerca de ellas había un mulo
abierto de una funda de brocado, y ante el que se había colocado sésamo. Y lo
abrazaron, y le dieron de comer. La joven les preguntó: Mis señoras, ¿qué hace aquí este
mulo?. Y ellas, deshechas en lágrimas, le respondieron: Este mulo que ves ha sido
nuestro hermano, hijo de nuestra madre, que está presente. Nuestro padre nos ha dejado
una gran fortuna. No teníamos más hermano que éste, y pensábamos encontrarle una
mujer, y casarlo según las leyes de la humanidad. Empero algunas perversas mujeres
dadas a la hechiceda, lanzaron sobre él un sortilegio.
3.Y ello ocurrió una noche, poco antes de amanecer, mientras dormíamos, y mientras
las puertas de nuestro corazón y de nuestra casa estaban cerradas. Cuando la mañana
vino, miramos y reconocimos que nuestro hermano no estaba cerca de nosotras. Se
había metamorfoseado en este mulo, que sabemos es él. Y, como no tenemos ya padre
que nos consuele en tan acerbo disgusto, nos hallamos en la aflicción de que eres
testigo. No hay sabio, mago o encantador, que no hayamos consultado. Pero esto de
nada nos ha servido. Y, cuantas veces el corazón nos oprime con más fuerza que otras,
vamos con nuestra madre a florar sobre la tumba de nuestro padre, y después volvemos.
XXI 1. Al oír el relato de aquellas mujeres, la joven les dijo: Consolaos, y no lloréis. El
remedio a vuestro mal está próximo, puesto que está bien cerca de vuestra misma casa.
Porque yo misma en persona he sido leprosa. Pero, habiendo visto a una mujer llamada
María con su pequeñuelo, llamado Jesús, un día que su madre acababa de bañarlo, tomé
agua de su baño, la derramé sobre mi cuerpo, y quedé curada. Sé, por consiguiente, que
posee el poder de remediar vuestro mal. Levantaos, pues, id al encuentro de Nuestra
Señora Santa María, traedla a vuestra casa, descubridle vuestro secreto, y suplicadle que
tenga piedad de vosotras.
XXII 1. Y las dos hermanas dijeron a su madre: He aquí que nuestro hermano ha vuelto
al estado normal, por el socorro de Jesús, y gracias a esta joven que nos ha hecho
conocer a María y a su hijo. Ahora bien: nuestro hermano no está casado, y el mejor
partido que podemos tomar con él es unirlo a esta joven, que está al servicio de esta
familia. E interrogaron a María sobre el asunto, y ella accedió a su demanda. Y
celebráronse con magnificencia las bodas de la joven, y la alegría de las tres mujeres
ocupó el lugar de su anterior angustia. Y convirtieron sus lamentaciones en cánticos de
fiesta. Y dijeron, gozosas: Jesús, el hijo de María, ha transformado el duelo en júbilo.
XXIII 1. Partidos de allí, llegaron a una tierra desierta, y oyeron decir que no era
segura, porque había en ella bandidos. Sin embargo, María y José se decidieron a
atravesar aquel país durante la noche. Y, mientras marchaban, advirtieron que, al borde
del camino, comparecían dos bandidos, apostados y destacados por sus compañeros,
que dormían un poco más allá, para guardar el camino. Estos dos bandidos que
acababan de encontrar se llamaban Tito y Dumaco. Y el primero dijo al segundo:
Déjales el camino libre, para que pasen, y que nuestros compañeros no lo noten.
Dumaco no consintió en ello. Entonces Tito le dijo: Te daré mi parte de cuarenta
dracmas si me complaces. Y le presentó su cinturón como garantía, para decidirlo a
callarse.
2. Y, cuando María vio la noble conducta de aquel bandido hacia ellos, le dijo: El Señor
Dios te protegerá con su diestra, y te concederá el perdón de tus pecados. Y Jesús tomó
la palabra, y dijo a María: ¡Oh madre mía, dentro de treinta años, los judíos me
crucificarán en la ciudad de Jerusalén, y, conmigo, crucificarán a estos dos bandidos,
Tito a mi derecha, y Dumaco a mi izquierda! Y, en el día aquel, Tito me precederá en el
paraíso. Y María repuso: ¡Esto os sea recompensado, hijo mío!
2.Y, en Matarieh, el Señor Jesús hizo brotar una fuente, en que Santa Maria le lavó su
túnica. Y el sudor del Señor Jesús, que ella escurrió en aquel lugar, hizo nacer allí
bálsamo.
2.Y el Señor Jesús realizó, en el país de Misr, numerosos milagros, que no figuran en
los Evangelios de la infancia, ni en los Evangelios completos.
Regreso a Nazareth
XXVI 1. Al cabo de tres años, volvieron a Misr. Y, cuando ganaron la tierra de Judea,
José temía pasar adelante, por haber sabido que Herodes había muerto, y que su hijo
Arquelao lo había sucedido como rey del país. Entonces el ángel del Señor le apareció,
y le dijo: José, vete a la villa de Nazareth, y permanece allí.
2.¡Oh sorprendente milagro, que haya sido llevado y paseado a través de los países,
como quien no tiene morada, ni albergue, el dueño de todos los países y el pacificador
de los mundos y de las criaturas!
2.Y una mujer, que tenía un hijo enfermo y próximo ya a la muerte, lo llevó a Santa
María, a quien vio ocupada en bañar a Jesús, y a quien dijo: ¡Oh María, mi señora, mira
cuán cruelmente sufre este fruto de mis entrañas! ¿No tendrá el Señor misericordia de
él?
3.Y, una vez hubo María retirada a Jesús del agua en que lo había lavado, respondió a la
mujer en estos términos: Toma un poco de este agua en que acabo de bañar a mi hijo, y
échala sobre el tuyo. Y la mujer lo hizo así, y lavó con aquella agua a su hijo, que cesó
de agitarse, y lo envolvió en su vestidito, y lo adormeció. Y el niño se despertó en plena
y perfecta salud. Y aquella mujer glorificó a Dios y a Jesús, y, llena de júbilo, llevó a su
hijo a la Virgen, que le dijo: Da gracias al Señor, que te ha curado este niño.
XXVIII 1. Y había allí otra mujer, vecina de aquella cuyo hijo había sido curado, y que
tenía también un hijo atacado de la misma enfermedad. Sus ojos habían dejado de ver,
y, con vivo dolor y sin interrupción alguna, gritaba de noche y día. Y la madre del niño
curado dijo a la otra: ¿Por qué no lo llevas a casa de María, como yo llevé al mío, que
estaba muy enfermo, y más cerca de la muerte que de la vida? En casa de María, tomé
agua de las abluciones de su hijo Jesús, lavé con ella al mío, lo adormecí, y, después del
sueño, despertó curado. Helo aquí: míralo.
2.La vecina que tal oyó, marchó asimismo a casa de María, y con fe tomó el agua, lavó
con ella a su hijo, y pronto cesaron los vivos dolores que sentía, y se durmió, quedando
como un muerto, porque hacía muchísimos días que no dormía. Al despertar, se levantó
sano, y sus ojos habían recobrado la vista. La madre, henchida de gozo, alabó al Señor,
tomó a su hijo, y lo llevó a María, a quien descubrió todo lo que acababa de suceder. Y
María le dijo: Da gracias a Dios, por haberlo restablecido, y no hables de este caso a
nadie.
XXIX 1. Y había también, en aquel lugar, dos mujeres casadas con un mismo hombre.
Cada una de ellas tenía un hijo, y los dos niños sufrían mucho. Y una de aquellas dos
mujeres se llamaba María, y su hijo Cleopas. Y, tomando a su hijo, fue a casa de la
madre de Jesús, y le regaló un hermoso velo, diciéndole: ¡Oh María, mi Señora, recibe
este velo, y dame, en cambio, uno solo de los pañales de tu hijo. Y María lo hizo, y la
madre de Cleopas marchó, y, de aquel pañal, hizo una túnica, con la que vistió a su hijo,
el cual quedó inmediatamente libre de su mal. Y el hijo de su rival, llamada Azrami,
murió, lo que produjo enemistad entre ambas. Porque Azrami cobré aversión y horror a
María, viendo que el hijo de ésta estaba vivo y sano, mientras que el suyo habla muerto.
2.Y las dos mujeres tenían la costumbre de hacer el menaje de la casa alternativamente,
cada una durante una semana. Y, cuando le tocó el turno a María, se apresté a cocer el
pan. Y encendió el horno, y marchó a buscar la masa. Azrami, advirtiendo que nadie la
veía, corrió a buscar al niño, que estaba solo en aquel momento, y lo arrojó al horno, y
se alejé de allí. Y, cuando María volvió, hallé a su hijo, riendo en medio del horno a que
se le había echado, y al horno frío ya como la nieve, cual si no se hubiese puesto en él
fuego alguno. Entonces la madre del niño comprendió que era su rival quien lo había
lanzado a las llamas. Y, sacando a Cleopas del horno, fue a casa de la Virgen, a quien
conté el caso. Y la Virgen le dijo: Tranquilízate, porque esto redundará en ventaja tuya,
y no hables del caso a nadie. El no callarlo no te servirá de nada, y aun temo por ti, si se
divulga.
3. Y ocurrió a poco que, yendo Azrami al pozo a buscar agua, vio a Cleopas, que jugaba
por allí cerca. Nadie comparecía por los contornos. Y, tomando al niño, lo precipitó al
pozo, y regresó a su casa. Cuando otras gentes llegaron al pozo a hacer su provisión de
líquido, vieron al muchacho, que se recreaba, daba vagidos, y se reía, sentado sobre el
agua. Y bajaron al pozo, y lo sacaron de él. Y, poseídos de admiración extremada por el
pequeñuelo, glorificaron a Dios. Mas su madre, que sobrevino, lo tomé, y lo llevó,
llorando, a la Virgen, a quien dijo: Ve, madre mía, lo que mi rival ha hecho con mi hijo,
y cómo lo ha precipitado al pozo. Es inevitable que acabe por hacerlo perecer. Pero la
Virgen le contestó: Cálmate, porque muy pronto Dios te librará de ella, te hará justicia,
y te vengará. Y, en efecto, como a los pocos días, Azrami, fuese a tomar agua del pozo,
sus pies se enredaron en la cuerda, y cayó al fondo. Y las gentes que llegaron a sacarla,
la encontraron con la cabeza triturada y los huesos rotos. Así murió de mala muerte, y
en ella se cumplió lo que habla escrito David: Han cavado un pozo, lo han hecho
profundo, y han caído en el hoyo que ellos mismos han abierto.
XXX 1. Y había allí otra mujer, que tenía dos hijos gemelos. Ambos a dos contrajeron
una enfermedad. El uno había muerto, y el otro agonizaba. Y la madre tomé al último
florando, y lo llevé a Nuestra Señora Santa María, a quien dijo: ¡Oh María, mi Señora,
ven en mi ayuda, y socórreme! Yo tenía dos hijos gemelos y, en la hora de ahora, he
enterrado al uno, y el otro está a punto de morir. Escucha la plegaria y la súplica que
voy a dirigir a Dios. Y, deshecha en lágrimas, tomó a su hijo en sus brazos, y se puso a
decir: ¡Oh Señor, tú que eres tierno para los hombres y no implacable, bueno y no
inflexible! ¡Oh Señor, amante de los hombres, clemente, misericordioso y santo, haz
justicia a tu sierva! Tú me has dado dos hijos, y me has quitado uno. Déjame, al menos,
el que me queda.
2. A la vista de aquel ardiente llanto, Santa María tuvo piedad de ella, y le dijo: Deposita
a tu hijo sobre el lecho del mío, y cúbrelo con los vestidos de este último. Y ella lo
deposité sobre el lecho en que estaba el Cristo. El niño tenía ya los ojos cerrados, como
para abandonar la vida. Mas, cuando el olor de los efluvios que emanaban de los
vestidos del Cristo hubo llegado al pequeñuelo, éste aspiré un espíritu de vida nueva,
abrió los ojos y, dando un gran grito, exclamó: ¡Madre, dame el pecho! Y ella se lo dio,
y el niño lo chupó. Y su madre dijo a Nuestra Señora Santa María: Yo sé ahora que la
virtud de Dios reside en ti hasta punto tal, que tu hijo tiene el poder de curar a sus
semejantes por el simple contacto con sus vestidos. Y el niño curado de aquel modo era
el que el Evangelio llama Tomás, apodado Dídimo por los demás apóstoles.
XXXI 1. Y había allí también una mujer atacada de la lepra y de la sarna. Y fue a casa
de María, y le dijo: ¡Oh María, mi Señora, ven en mi ayuda! María le dijo: ¿Qué socorro
necesitas? ¿Plata? ¿Oro? ¿O que tu cuerpo sea purificado de la lepra y de la sarna? La
mujer le dijo: ¿Y quién tiene el poder de darme esto? María le dijo: Ten la paciencia de
esperar a que mi hijo Jesús haya salido del baño.
2. Y la mujer esperó pacientemente, como María le había dicho. Y, cuando Jesús fue
sacado del baño, en que se lo había lavado, María lo fajó, y lo colocó en su cuna. Y dijo
a la mujer: Toma un poco de este agua, y viértela sobre tu cuerpo. Y, habiéndolo hecho,
al instante quedé libre de su azote, y rindió a Dios alabanzas y acciones de gracias.
XXXII 1. Después de haber permanecido tres días con María, la mujer regresó a su
aldea, donde había un señor, que tenía una hija casada con otro señor de otro país. Y, al
poco tiempo de las bodas, el marido notó en su esposa huellas de lepra semejantes a una
estrella. Y el matrimonio fue roto y declarado nulo, a causa de la señal morbosa que
apareciera en la cuitada. Y su madre empezó a llorar con amargura, y la joven lloraba
también. Cuando aquella mujer las vio en tal situación, abrumadas de pena y vertiendo
lágrimas les preguntó: ¿Cuál es la causa de vuestro llanto? Y ellas respondieron: No nos
interrogues sobre nuestra situación. Nuestro disgusto es algo de que no podemos hablar
a nadie, y que debe quedar entre nosotras. La mujer repitió su pregunta con insistencia,
y les dijo: Descubrídmelo, que quizá os indicaré el remedio. Y ellas le mostraron las
huellas de lepra que se advertían en el cuerpo de la joven.
2.Habiendo oído y visto todo esto, la mujer les dijo: Yo también era leprosa, y habiendo
ido a Bethlehem para un asunto, entré en casa de una mujer llamada María, que tiene un
hijo llamado Jesús, el cual es hijo de Dios. Y, como notase que era leprosa, se
compadeció de mi suerte, y me dio el agua que había servido para bañar a su hijo, agua
que vertí sobre mi cuerpo, quedando en seguida curada de mi mal. Y ellas le dijeron:
¿Estás dispuesta a partir con nosotras, y ponernos en relación con María? Ella repuso:
De buen grado. Y las tres mujeres se levantaron, y fueron a ver a María, llevando
consigo ricos presentes.
XXXIII 1. Y había asimismo allí una joven, de padres nobles, de cuyo ser el demonio
se había posesionado. El maldito le aparecía en todo momento, bajo la forma de un
dragón enorme, y marcaba la mueca de que iba a devorarla. Y chupaba toda su sangre, y
ponía su cuerpo como tostado, y la dejaba como muerta. Cuando él se le aproximaba,
ella juntaba sus manos sobre su cabeza, y gritaba, diciendo: ¡Malhaya yo! ¿Quién me
librará de este dragón perverso? Sus padres lloraban en su presencia misma. Cuantos
oían sus gritos dolorosos, se apiadaban de su desgracia. Numerosas personas se
agrupaban en torno suyo, lamentando su pena, sobre todo al oírla decir, entre lágrimas:
Padres, hermanos, amigos, ¿no hay nadie que pueda sacarme de las garras de este
enemigo verdugo?
2. Y, cuando la hija del señor, la que había sido curada de la lepra, oyó la voz de aquella
muchacha, subió a la terraza de su castillo, y la vio con las manos juntas sobre la
cabeza, y llorando, y, a la multitud que la rodeaba, llorando también. Y la hija del señor
tomó la palabra, y preguntó a su marido: ¿Cuál es la historia de esa joven? Y el marido
le respondió, explicándole el caso de la infeliz. Y su esposa le preguntó: ¿Tiene todavía
padres? Él respondió: Ciertamente, tiene todavía padre y madre. Y ella dijo: Por el Dios
vivo te conjuro a que envíes a buscar a su madre. Y él se la trajo. Cuando la hubo visto,
la hija del señor la interrogó diciendo: ¿Es tu hija esta joven obsesionada por el
demonio? La pobre le contestó con tristeza y llorando: Sí, señora, es mi hija. Y la otra le
dijo: ¿Quieres que tu hija sane? La madre de la joven dijo: Lo quiero. Y la hija del señor
le dijo: Guárdame el secreto. Has de saber que yo también he sido leprosa, y que logré
mi curación por intermedio de una mujer llamada María, madre de Jesús, que es el
Cristo. Ve a Bethlehem, la aldea de David, el gran rey, y entrevístate con María, y
expónle tu caso. Ella curará a tu hija, y estáte segura de que volverás de la visita llena de
júbilo.
3.Y la madre de la joven se despidió de la hija del señor, y fue a Bethlehem con la suya.
Allí encontró a María, y le hizo conocer el estado de la joven. Después de haberla oído,
María le dio el agua de las abluciones de Jesús, y le ordenó que lavase con ella el cuerpo
de su hija. Y también le dio uno de los pañales de Jesús, diciéndole: Toma este pañal, y
cada vez que tu hija vea a su enemigo, mostrádselo. Y las despidió amistosamente.
Liberación de la poseída
XXXIV 1. Y las dos mujeres regresaron a su aldea. Y llegó el instante en que la joven
estaba sujeta a su visión, y en que el demonio se disponía a acometerla. Y el maldito se
presentó a sus ojos bajo su figura habitual de dragón, y la joven sintió pavor, y dijo:
Madre, he aquí mi malvado enemigo, que va a asaltarme. Tengo mucho miedo. Su
madre le dijo: No temas sus arañazos, hija mía. Espera a que se acerque, muéstrale el
pañal que nos ha dado Santa María, y sabremos lo que ocurre.
XXXV 1. Cuando Jesús tenía tres años de edad, había, en aquel país, una mujer, cuyo
hijo, llamado Judas, estaba poseído del demonio. Y, cada vez que éste lo asaltaba, Judas
mordía a cuantos se acercaban a él, y, si no encontraba a nadie a su alcance, se mordía
las manos y los demás miembros de su cuerpo. Cuando la madre de este desventurado
supo que Jesús había curado muchos enfermos, llevó su hijo a María. Pero, en aquel
momento, Jesús no estaba en casa, por haber salido, con sus hermanos, a jugar con los
otros niños.
2. Y, así que estuvieron en la calle, se sentaron todos, y Jesús con ellos. Judas, el
poseído, sobrevino, y se sentó a la derecha de Nuestro Señor. Su obsesión lo invadió de
nuevo, y quiso morder a Jesús. No pudo, pero lo golpeó en el costado derecho. Jesús se
puso a llorar, y, en el mismo instante y ante los ojos de varios testigos, el demonio que
obsesionaba a Judas lo abandonó bajo la forma de un perro rabioso. Y aquel muchacho
que pegó a Jesús, y de quien salió el demonio, era el discípulo llamado Judas Iscariotes,
el que entregó a Nuestro Señor a los tormentos de los judíos. Y el costado en que Judas
lo golpeó fue el mismo que los judíos atravesaron con una lanza.
2.Y Jesús mandó a sus figurillas marchar, y en seguida se pusieron a dar saltos.
Después, las llamó, y volvieron. Y había hecho figurillas que representaban gorriones.
Y les ordenó volar, y volaron, y posarse, y se posaron en sus manos. Y les dio de comer,
y comieron, y de beber, y bebieron. Y, ante unos jumentos que hiciera, puso paja,
cebada y agua. Y ellos comieron y bebieron. Los niños fueron a contar a sus padres todo
lo que había hecho Jesús. Y sus padres les prohibieron para en adelante jugar con el hijo
de María, diciéndoles que era un mago, y que convenía guardarse de él.
XXXVII 1. Otro día en que Jesús se paseaba y se divertía con varios niños de su edad,
pasó por el taller de un tintorero llamado Salem. Y este tintorero tenía, en su taller,
muchos trajes que pertenecían a las gentes de la población, y que se proponía teñir.
2. Y, habiendo entrado en el taller del tintorero, tomó todos aquellos trajes, y los echó en
una tina de índigo. Cuando Salem el tintorero volvió, y vio todos aquellos trajes
deteriorados, se puso a gritar con voz estentórea, y, agarrando a Jesús, le dijo: ¿Qué me
has hecho, hijo de María? Me afrentarás ante todas las gentes de la población. Cada uno
desea un color a su gusto, y tú has venido a estropear la obra. Y Jesús le dijo: Cambiaré
a cada traje el color que quieras darle. Y, acto seguido, Jesús se puso a sacar de la tina
los trajes, cada uno, hasta el último, con el color que deseaba el tintorero. Y los judíos, a
la vista de prodigio tamaño, glorificaron a Dios.
XXXVIII 1. A veces, José llevaba a Jesús consigo, y circulaba por toda la población.
Porque ocurría que las gentes, a causa de su arte, lo llamaban, para que les hiciera
puertas, cubos para ordeñar, asientos o cofres. Y Jesús lo acompañaba por doquiera iba.
XXXIX 1. En cierta ocasión, el rey de Jerusalén llamó a José, y le dijo: José, quiero
que me hagas un lecho suntuoso, cuyas dimensiones sean exactamente iguales a las del
salón en que tengo mis asambleas. José repuso: ¡A tus órdenes! E, inmediatamente, se
puso a fabricar el lecho, y permaneció dos años en el palacio del rey, antes de
terminarlo. Mas, cuando quiso colocarlo en su sitio, se encontró con que una de las
piezas era dos palmos más corta, en todos los sentidos, que la pieza simétrica. A la vista
de esto, el rey montó en cólera contra él. Y José, en el exceso de temor que el rey le
inspiraba, pasó la noche en ayuno, sin tomar ningun alimento.
2. Y Jesús le preguntó: ¿De qué tienes miedo? José contestó: He aquí que he perdido
todo el trabajo de dos años. Jesús le dijo: No te empavorezcas, ni te espantes. Y,
tomando uno de los extremos de la pieza, añadió: Toma tú el otro extremo. Y Jesús
suspendió la pieza, y la hizo igual a la pieza gemela, diciendo a José: Haz ahora lo que
te plazca. Y José comprobó que el lecho se hallaba en buen estado y a medida del local.
Ante cuyo prodigio los asistentes quedaron llenos de estupor, y alabaron a Dios.
3.Y la madera que sirvió para hacer aquel lecho, era madera de esencias y de cualidades
diferentes, como la empleada en la construcción del templo, por el rey Salomón, hijo de
David.
XL 1. En otra ocasión, Jesús había salido por las calles. Y, habiendo visto a algunos
niños, que se habían reunido para jugar, se dirigió a ellos. Pero los niños, al advertir que
se les acercaba, huyeron de él, y se ocultaron en un horno. Jesús los siguió, se detuvo a
la puerta de la casa, y, viendo a unas mujeres, les preguntó dónde habían ido los niños.
Y las mujeres respondieron: No hay aquí uno solo. Él les dijo: Y los que están en el
horno, ¿quiénes son? Las mujeres le dijeron: Son machos cabríos de tres años. Y Jesús
exclamó: Salgan afuera, cerca de su pastor, los machos cabríos que en el horno están. Y
del horno salieron cabritillos, que saltaban y brincaban, jugueteando, alrededor de Jesús.
Testigos de este espectáculo, las mujeres, presa de admiración y de pavor, corrieron a
prosternarse en súplica ante Jesús, diciéndole: ¡Oh Señor Nuestro, Jesús, hijo de María!
Tú eres, en verdad, el buen pastor de Israel. Ten piedad de tus siervas, que están en tu
presencia, y que no dudan de ti. ¡Oh Señor nuestro, tú has venido a curar, y no a hacer
perecer!
2.Y Jesús les respondió: Los hijos de Israel están colocados, entre los pueblos, en el
mismo rango que los negros. Porque los negros merodean por los flancos de los rebaños
descarriados, e importunan a los pastores, y lo mismo hace el pueblo de Israel. Y las
mujeres dijeron: Señor, tú sabes todas las cosas, y nada te está oculto. Pero los hijos de
Israel nunca más te huirán, ni se esconderán de ti, ni te importunarán. Rogámoste, y
esperamos de tu bondad, que tornes a esos niños, servidores tuyos, a su condición
primera. Y Jesús gritó: Corred aquí, niños, y vamos a jugar. Y, en el mismo instante, los
cabritillos recobraron su forma, y se convirtieron en muchachos, ante los ojos de
aquellas mujeres. Y, a partir de aquel día, no les fue ya posible a los niños huir de Jesús.
Y sus padres les advirtieron de ello, diciéndoles: Cuidad de hacer todo lo que os diga el
hijo de María.
XLI 1. Cuando llegó el mes de adar, Jesús congregó a los niños alrededor suyo, y les
dijo: Démonos un rey. Y los apostó sobre el camino grande. Y ellos extendieron sus
vestidos en el suelo, y Jesús se sentó encima. Y tejieron una corona de flores, y la
pusieron sobre su cabeza, a guisa de diadema. Y se colocaron junto a él, formados en
dos grupos, a derecha e izquierda, como chambelanes que se mantienen a ambos lados
del monarca.
2.Y a quienquiera pasaba por el camino, los niños lo atraían a la fuerza, y le decían:
Prostérnate ante el rey, ve lo que desea, y después prosigue tu marcha.
XLII 1. Mientras tanto, he aquí que se aproximaron a aquel sitio varias personas, que
transportaban a un niño de quince años, llamado Simón. Este niño había ido con otros a
la montaña para recoger leña. Y, en la montaña, encontró un nido de gorriones, y
extendió la mano para coger los huevos. Y una serpiente venenosa, que se encontraba en
el nido, lo mordió. Y pidió socorro, y, cuando sus compañeros llegaron, lo vieron
yacente en tierra como un muerto. Y sus padres lo llevaban para conducirlo a Jerusalén
a que lo viese un médico.
2.Al pasar frente al grupo de niños, en que Jesús se encontraba ejerciendo su papel de
rey, con sus compañeros en torno suyo, semejantes a servidores, éstos dijeron a los
portadores del niño: Venid a ver lo que el rey desea de vosotros, y saludadlo. Pero ellos
se negaron a ir, a causa del disgusto que experimentaban. Entonces los niños los
arrastraron violentamente y a pesar suyo.
3.Los padres de Simón lloraban, porque el niño andaba muy mal de su mordedura, y
tenía el brazo inflamado y tumefacto. Cuando llegaron cerca de Jesús, éste les preguntó:
¿Por qué lloráis? Y ellos respondieron: A causa de este nuestro hijo, que, habiendo ido a
buscar nidos de gorriones, fue mordido por una serpiente. Y Jesús dijo a todos: Venid
conmigo a matar la serpiente. Mas los padres del niño dijeron: Déjanos marchar, porque
nuestro hijo está a punto de morir. Los camaradas de Jesús replicaron: ¿Os negáis a
obedecer, después de haber oído lo que el rey ha ordenado? Vamos a matar la serpiente.
Y, sin otro permiso, emprendieron la subida a la montaña.
4. Cuando llegó cerca del nido, Jesús preguntó a los padres: ¿Es aquí donde se encuentra
la serpiente? Y ellos respondieron: Sí. Entonces Jesús llamó a la serpiente, que salió sin
retardo, y se humilló ante él, que le dijo: Ve a chupar el veneno que has inyectado a ese
niño. Y la serpiente se arrastró hasta éste, y le chupó todo su veneno. Y Jesús la maldijo,
y la serpiente reventó. Y puso su mano sobre el pequeño, que, aun viéndose curado
empezó a llorar. Mas Jesús le dijo: No llores, que con el tiempo serás mi discípulo. Y
este discípulo era el mismo de que habla el Evangelio, y que los apóstoles llamaron
Simón Zelote o Qananaia, a causa de aquel nido de gorriones, en el cual una serpiente
lo había mordido.
5.Poco después, llegó un hombre de Jerusalén. Y los niños fueron a él, y lo detuvieron,
diciéndole: Ven a saludar a nuestro rey. Y, cuando el hombre obedeció, Jesús observó
que llevaba enroscada al cuello una serpiente, la cual, tan pronto lo sofocaba, como
aflojaba sus anillos. Jesús le preguntó: ¿Cuánto tiempo hace que esa serpiente está en tu
cuello? El hombre respondió: Hace tres años. Jesús añadió: ¿De dónde cayó sobre ti? El
hombre contestó: Yo le hice una buena acción, y ella me la devolvió con otra mala.
Jesús insistió: ¿De qué manera le hiciste bien, y ella te lo pagó con mal? El hombre
repuso: La encontré en invierno, aterida de frío. La puse en mi pecho, y, llegado a mi
casa, la metí en un cántaro de tierra, cuya abertura cerré. Y, cuando abrí el cántaro, para
sacarla de allí, se lanzó a mi cuello, y en él se enroscó. Me atormenta, me estrangula, y
no puedo librarme de ella. Y Jesús dijo: Has obrado mal, sin saberlo. Dios ha creado a
la serpiente para vivir en el polvo de la tierra, y tener alternativamente frío y calor. De ti
dependía que hubiese seguido viviendo en el polvo de la tierra, conforme a la voluntad
divina. Pero la has agarrado, llevado contigo, y encerrado en un cántaro, sin darle
alimento. No has procedido bien al respecto suyo. Y Jesús dijo a la serpiente: Baja de
donde estás, y vete a vivir en el suelo. Y la serpiente obedeció, y se desprendió del
cuello del hombre, que dijo: En verdad, tú eres rey, el rey de los reyes, y todos los
encantadores y todos los espíritus rebeldes reconocen tu imperio, y te obedecen.
XLIII 1. Otra vez, José mandó a su hijo Jacobo a buscar leña al bosque, y Jesús partió
en su compañía. Cuando llegaron al sitio en que la leña se encontraba, Jacobo se puso a
recogerla. Y he aquí que una mala víbora lo mordió en la mano, y el niño empezó a
gritar y a llorar.
2.Y Jesús, viéndolo en aquel estado, se acercó a él, y sopló sobre la moderdura, que
quedó cicatrizada. Y la víbora se desecó, y Jacobo se encontró sano y salvo.
XLIV 1. Algunos días más tarde, Jesús jugaba con otros niños en la azotea de una casa.
Uno de ellos cayó al suelo, y murió instantáneamente. Y los niños se dijeron los unos a
los otros: ¡Ea! Digamos que quien lo ha tirado es Jesús, el hijo de María. Y huyeron
todos, y Jesús quedó solo en la azotea. Cuando los padres del niño llegaron, dijeron a
Jesús: Tú eres quien ha tirado a nuestro hijo desde lo alto de la azotea. Y él les
respondió: No soy yo quien lo ha tirado. Mas ellos se pusieron a gritar, diciendo:
Nuestro hijo ha muerto, y tú eres su matador.
2. Y Jesús, María y José fueron detenidos por la muerte de aquel niño, y se los condujo a
la presencia del gobernador. Y ante éste depusieron los niños contra Jesús, como si
hubiera sido él quien tirara al niño de la azotea. Y el gobernador dijo: Ojo por ojo,
diente por diente, vida por vida. Cuando le tocó declarar a Jesús, respondió al juez en
estos términos: No se me impute tan mala acción. Y, si no me crees, ¿bastará con que
interroguemos al niño, para que manifieste la verdad? Si yo resucito a ese niño, y si él
dice que no he sido yo quien lo ha tirado, ¿qué harás con los que han dado falso
testimonio contra mí? El juez respondió, y dijo a Jesús: Si haces eso, tú serás absuelto, y
los otros serán condenados. Entonces Jesús, acompañado del juez y de gran multitud,
fue hasta donde estaba el niño muerto, y, colocándose cerca de su cabeza, gritó en alta
voz: Zenón, Zenón, ¿quién te ha tirado de la azotea? ¿He sido yo? Y el muerto
respondió, diciendo: ¡Perdón, Señor Jesús! Tú no me has tirado, y ni siquiera estabas
allí, cuando me tiraron mis compañeros. Estos niños que han depuesto mentirosamente
contra ti son los que me tiraron, y yo he caído. Entonces Jesús se aproximó a Zenón, lo
tomó por la cabeza, lo irguió sobre sus pies, y dijo a los asistentes: ¿Habéis oído y
visto? Y los adversarios de Jesús quedaron cubiertos de oprobio, y los espectadores,
sorprendidos, se admiraron de prodigio tamaño, y alabaron a Dios, diciendo:
Verdaderamente, Dios está con este niño. ¿Qué llegará a ser con el tiempo? Y Jesús se
acercaba a la edad de doce años cuando hizo aquel milagro.
XLV 1. Y María dijo, una vez, a Jesús: Hijo mío, ve a buscarme agua al pozo. Mas, a
causa del gran gentío que alrededor del pozo se comprimía, el cántaro, lleno de agua,
como estaba, cayó y se rompió.
2.Y Jesús, desplegando la túnica que lo cubría, recogió el agua en ella, y la llevó a su
madre. Y María quedó admirada en extremo. Y todo lo que veía, lo guardaba y lo
encerraba en su corazón.
2.Sobrevino el hijo de Hanan el judío, y, viéndolos así ocupados, les dijo con cólera y
acritud: ¡En día de sábado amasáis barro! Y, lanzándose contra ellos, destruyó sus
depósitos. Cuanto a Jesús, batió sus manos, se volvió hacia los pájaros que había hecho,
y éstos volaron, chillando.
XLVII 1. Un día, Jesús camfnaba con José. Y encontró a un muchacho que corría, y
que, tropezando con él, lo hizo caer.
2. Y Jesús le dijo: Como me has hecho caer, así caerás tú, para no levantarte más. Y, en
el mismo momento, el muchacho cayó, y murió.
2.Mas Jesús, le dijo: Alaph está hecha de un modo, y Beth de otro, y lo mismo ocurre
con Gamal, Dalad, etcétera, hasta Thau. Porque, entre las letras, unas son rectas, otras
desviadas, otras redondas, otras marcadas con puntos, otras desprovistas de ellos. Y hay
que saber por qué cierta letra no precede a las otras; por qué la primera letra tiene
ángulos; por qué sus lados son adherentes, puntiagudos, recogidos, extensos,
complicados, sencillos, cuadrados, inclinados, dobles o reunidos en grupo ternario; por
qué los vértices quedan desviados u ocultos. En suma: se puso a explicar cosas que el
maestro no había jamás oído, ni leído en ningún libro.
4.Y José exclamó: ¿Quién será capaz de educar a un niño como éste? Jesús repuso: Las
palabras que acabas de pronunciar, significan que no soy de los vuestros. Estoy con
vosotros y en medio de vosotros, y no poseo ninguna distinción humana. Vosotros estáis
bajo la ley, y quedaréis bajo la ley. Yo existía antes que vuestros padres hubiesen
nacido. Tú, José, te crees mi padre, porque no sabes de quién nací, ni de dónde vengo.
Sólo yo sé verdaderamente cuándo has nacido, y cuánto tiempo permanecerás en este
mundo. Y, al oír esto, todos quedaron llenos de sorpresa y de estupor.
XLIX 1. Después, otro maestro, más hábil que el primero, dijo a José: Confíame a
Jesús, y yo lo instruiré. Y el maestro se puso a instruirlo, y le ordenó: Di Alaph. Y Jesús
dijo Alaph. El maestro continuó: Di Beth. Y Jesús repuso: Dame antes la significación
de Alaph, y después diré Beth. El maestro, colérico e irritado, levantó la mano, y le
pegó. Y, en el mismo instante, su mano se secó, y cayó por tierra muerto.
2.Y el niño marchó fuera, y se mezcló entre el gentío. Y José llamó a María, su madre,
y le advirtió: No dejes a Jesús salir de casa, porque todo el que le pega, muere.
L 1. Cuando Jesús cumplió los doce años, sus padres subieron con él a Jerusalón, para la
fiesta. Y, ésta terminada, regresaron a su hogar. Mas Jesús se separó de ellos, y quedó
en el templo, entre los pontífices, los ancianos del pueblo y los doctores de Israel,
preguntándoles y respondiéndoles sobre puntos de doctrina. Y todos se admiraban de las
palabras, inspiradas por la gracia, que salían de su boca.
2.Jesús interrogó a los doctores: ¿De quién es hijo el Mesías? Y ellos respondieron: De
David. Mas él replicó: Entonces, ¿por qué David, bajo la inspiración de Dios, lo llama
su Señor, cuando escribe: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, para que
humille a mis enemigos bajo el escabel de tus pies?
3. Y el más viejo de los doctores repuso: ¿Has leído los libros santos? Y Jesús dijo: Los
libros, el contenido de los libros y la explicación de los libros, de la Thora, de los
mandamientos, de las leyes y de los misterios, contenidos en las obras de los profetas,
cosas inaccesibles a la razón de una criatura. Y el doctor dijo a sus compañeros: Por mi
fe, que hasta el presente no he alcanzado, y ni aun por oídas conozco, un saber
semejante. ¿Qué pensáis que llegará a ser este niño, por cuya boca parece que habla
Dios?
Ciencia de Jesús
Jesús y el filósofo
2.Y Jesús respondió con una disertación sobre la física, la metafísica, la hiperfísica y la
hipofísica, sobre las fuerzas de los cuerpos y de los temperamentos, y sobre sus energías
y sus influencias en los nervios, los huesos, las venas, las arterias y los tendones, y
sobre sus efectos, y sobre las operaciones del alma en el cuerpo, sobre sus percepciones
y sus potencias, sobre la facultad lógica, sobre los actos del apetito irascible y los del
apetito concupiscible, sobre la composición y la disolución, y sobre otras cosas que
sobrepujan la razón de una criatura.
3.El filósofo, levantándose, se prosterné ante Jesús, le dijo: Señor, en adelante, soy tu
discípulo y tu servidor.
2.Y Jesús volvió con sus padres a Nazareth, y los obedecía en todas las cosas. Su madre
conservaba en su corazón todas aquellas palabras. Y Jesús crecía en edad, en sabiduría y
en gracia ante Dios y los hombres.
Bautismo de Jesús
LIV 1. A partir de aquel día, comenzó a ocultar sus prodigios, sus misterios y sus
parábolas.
2.Y se conformó con las prescripciones de la Thora, hasta que cumplió los treinta años,
en que el Padre lo manifestó en el Jordán, por la voz que exclamaba desde el cielo: He
aquí mi hijo amado, en el cual me complazco, mientras que el Espíritu santo daba
testimonio de él, bajo la forma de una paloma blanca.
Doxología